LITURGIA - P.antonio Rivero
LITURGIA - P.antonio Rivero
LITURGIA - P.antonio Rivero
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ESPIRITUALIDAD
INTRODUCCIÓN
1. ¿Qué es la espiritualidad?
2. Así ha sido el testimonio de los santos. Santa Teresa de Ávila dice: “No
diré cosa que no la haya experimentado mucho” (Vida 18, 7; Camino, prólogo 3).
Pero ella valoraba también mucho el saber teológico: “No hacía cosas que no fuese
con parecer de letrados” (Vida 36, 5). Y decía: “Es gran cosa letras, porque éstas nos
enseñan a los que poco sabemos y nos dan luz, y allegados a verdades de la Sagrada
Escritura hacemos lo que debemos. De devociones a bobas, líbrenos Dios” (Vida 13,
16).
b) Por otra parte, están también los que ofrecen doctrinas falsas o
mediocres en temas espirituales. No es raro en temas de espiritualidad
un subjetivismo arbitrario, que no se interesa por la Revelación, el
Magisterio, la teología o enseñanza de los Santos Padres. Se contentan
con seguir sus propios gustos y opiniones. Serán falsas todas aquellas
espiritualidades que no conducen a la perfecta santidad y al compromiso
apostólico, produciendo cristianos cómodos, sabihondos, soberbios
intelectuales, o con ideas confusas, extravagantes y etéreas...que van
sacando de la chistera un malabarismo pseudo-espiritual, que intenta
Espiritualidad 2 P. Antonio Rivero, L.C.
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Concluyendo
CAPÍTULO PRIMERO
FUENTES DE LA SANTIDAD
INTRODUCCIÓN
I. LA DEVOCIÓN AL CREADOR
Dios me puso todo para que llegue a Él, fuente de la santidad. Me creó para
llegar a Él, que es mi fin. Me dotó con todo para el camino: inteligencia y voluntad
libre. Gracias a estas capacidades –inteligencia y voluntad- puedo conocer sus signos y
alabarle y admirar su poder. El llegar o no llegar es cuestión mía.
San Agustín nos dice que toda la creación canta la presencia de Dios: “Él nos
hizo...somos hechura de Dios” (Confesiones 10. 6). San Francisco de Asís descubría al
Autor de la creación en todo. Por eso, caminaba con reverencia sobre las piedras,
abrazaba con indecible devoción todo...agua, sol, campos, animales.
El plan que ha puesto en mí Dios es ser santo. Quizá los caminos por donde Él
me lleva para ser santo no me gusten o no los entienda. Por ejemplo, la Biblia nos narra
el ejemplo de José vendido por sus hermanos: “No sois vosotros los que me habéis
traído aquí; es Dios quien me trajo y me ha puesto al frente de toda la tierra de
Egipto” (Génesis 45, 8; 39, 1 ss).
Esta Providencia divina tropieza ante el problema del mal: ¿Por qué?, y ante el
pecado de los hombres. Respondemos: todo lo que sucede es voluntad de Dios, positiva
o permisiva. San Agustín dice: “El pintor sabe dónde poner el color negro para que
salga un hermoso cuadro; y, ¿no sabrá Dios dónde poner al pecador para que haya
orden en el mundo?”.
III. JESUCRISTO
Toda la gracia que necesitamos para ser santos y llegar a la vida eterna, Dios nos
la ofrece por medio de su Hijo Jesucristo, a modo de regalo de amor, totalmente
inmerecido por parte nuestra.
Esta gracia que nos perfecciona, nos ayuda, nos ilumina, nos fortalece…no la
vemos con los ojos del cuerpo. Es una realidad espiritual, invisible, pero real. Es lo que
necesita nuestro organismo espiritual para crecer, alimentarse, al igual que necesitamos
la comida para la salud del cuerpo.
Cristo nos trajo la gracia santificante con su Pasión, Muerte y Resurrección. Pero
ha puesto unos canales por donde él distribuye esta gracia. Y estos canales son los
sacramentos. Y cada uno de nosotros recibe esta gracia santificante en la medida en que
se acerque a los sacramentos. Aquí se ve la importancia de bautizar rápidamente a los
hijos y de recibir los demás sacramentos. Por la gracia santificante participamos de la
vida divina en nosotros.
Y a esta gracia santificante se unen las gracias actuales de Dios para poder
realizar actos que agraden a Dios, crecer en la santidad, perseverar en el bien y evitar
los pecados, incluso los veniales. Dice Leo Trese que la gracia actual “es un impulso
transitorio y momentáneo, una descarga de energía espiritual, con que Dios toca al
alma para mantenerla en movimiento: algo parecido al golpe que un mecánico da a la
rueda con la mano” (La fe explicada, capítulo 9).
los familiares y amigos, sacrificarse por ellos, etc. Estas obras no tienen valor alguno en
orden a la vida eterna –porque están desprovistas de la gracia, que es condición
indispensable para el mérito sobrenatural-, pero son y pueden llamarse buenas desde el
punto de vista puramente humano y natural.
Él llena de gozo y alegría nuestras almas (Rm 14, 17; Gal 5, 22; 1 Tes 1, 6). Él
nos da fuerza para testimoniar a Cristo y fecundidad apostólica, pues la evangelización
no es sólo en palabras, “sino en poder y en el Espíritu Santo” (Gal 1, 5; Hch 1,8). Él nos
concede ser libres del mundo que nos rodea (2 Cor 3, 17). Él viene en ayuda de nuestra
debilidad y ora en nosotros con palabras inefables (Rm 8, 15).
¿Cuáles serían nuestros deberes para con el Espíritu Santo? Nos contesta san
Pablo: vivir según el Espíritu para ser hombre nuevo (cf. Ef 4, 17-24; 5, 8-21);
conocerlo; ser dócil a sus divinas inspiraciones e intimar con Él en lo profundo del
alma.
¿Cómo sabemos que tenemos la presencia del Espíritu Santo en nuestra alma?
Cuando vivimos con gozo, alegría, modestia, caridad, alegría, bondad, pureza,
templanza (cf. Gál 6, 7-9).
V. LA IGLESIA
b) Estar con Jesús: formar comunidad de vida (cf. Hch 2, 42). Somos un
solo rebaño congregado por el Buen Pastor y por los pastores que le
representan. Por tanto, no se puede ser cristiano “por libre”, sin
vinculación habitual con los hermanos y con los pastores de la Iglesia.
Así se logra la santidad.
Tenemos que estar orgullosos de ser hijos de la Iglesia, al igual que santa Teresa
de Ávila. Amemos profunda y apasionadamente a la Iglesia, como san Bernardo y santa
Catalina de Siena, como san Ignacio de Loyola y demás santos.
Jesús nos la dejó antes de morir para que nos ayudara en el camino de la
santidad. Es uno de los tesoros del cristiano. Desde el cielo ella nos obtiene de su Hijo
los dones de la salvación de nuestra alma.
VII. LA LITURGIA
¿Qué es la liturgia?
No tengo que explicar largamente esto, pues ya escribí un libro sobre “El
misterio insondable de la Liturgia”.
Haré un resumen.
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Toda nuestra vida tiene que ser una liturgia permanente, es decir, una continua
ofrenda a Dios de todo lo que somos y tenemos. Dice san Pablo que “sea que comáis,
sea que bebáis, hacedlo todo para gloria de Dios y en acción de gracias” (1 Cor 10,
31). Nuestro apostolado es liturgia y sacrificio. Nuestra predicación es liturgia y
sacrificio. Nuestra oración es liturgia. En fin, todo cristiano debe entregar día a día su
vida al Señor como “perfume de suavidad, sacrificio acepto, agradable a Dios” (Flp 4,
18), “como hostia viva, santa, grata a Dios; éste ha de ser vuestro culto espiritual”
(Rm 12, 1).
¿Cómo acoger esa Palabra? Con la misma devoción con que recibimos los
sacramentos. Hemos de comulgar a Cristo-Palabra, como comulgamos a Cristo-Pan.
Debemos escucharla con corazón atento y abierto, como María de Betania (cfr Lucas
10, 39), como Lidia oía a san Pablo (Hech 16,14), con gozo en el espíritu (1 Tes 1,6),
con intención de practicarla (Sant 1, 21; 1 Cor 15,2), aunque hubiera que morir por ella
(Ap 1, 9ss; 6, 9; 204); y de hacerla germinar (Mt 13, 23).
Hay una frase de san Ignacio de Antioquía digna de aprenderse: “Me refugio en
el Evangelio como en la carne de Cristo” (Filadelfos 5,1). Y san Jerónimo: “Yo
considero el Evangelio como el cuerpo de Jesús”. Por eso el sacerdote besa esa Palabra
cada vez que lee el evangelio en la misa y lo inciensa en las fiestas. Por eso, el ambón
que sostiene esa Palabra tiene que ser firme, digno.
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¿Cómo es la liturgia?
1
Cada vez que salgan las siglas S.C. significan Sacrosanctum Concilium, una de las
constituciones del concilio Vaticano II
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2
Dice san Juan de la Cruz: “No quieran usar nuevos modos, como si supiesen más que el E.S. y
su Iglesia; que, si por esa sencillez no los oyere Dios, crean que no los oirá aunque más invenciones
hagan” (Subida III, 44, 3).
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CAPÍTULO SEGUNDO
PERFIL DE LA SANTIDAD
“Las bienaventuranzas”
INTRODUCCIÓN
Por tanto, la palabra pobre describe personas que, por no tener a nadie en la
tierra que defienda sus derechos, han puesto su confianza en Dios. San Agustín dice
que pobres en el espíritu son, no solamente los que no se apegan a las riquezas, sino
principalmente los humildes y pequeños que no confían en sus propias fuerzas y que
están, como dice san Juan Crisóstomo, en actitud de un mendigo que constantemente
implora de Dios la limosna de la gracia.
¿Qué es el reino de Dios? Quiere decir, ante todo, el dominio soberano de Dios,
su actividad salvífica en la historia del hombre, que él desea transformar en historia de
salvación. Es la manifestación de la bondad incondicional de Dios con los hombres,
cuya felicidad y salvación integrales desea aquí y ahora, pero también
escatológicamente, es decir, en la vida futura.
Si aún queda muy general, podemos bajar más el significado, echando una
mirada al mensaje de Cristo. El reino de Dios es estar e identificarse con la gente,
especialmente, con los amenazados, los oprimidos y los pisoteados; dar vida a los que
no tienen ninguna; eliminar las relaciones de opresión de una persona sobre otra, o de
una nación sobre otra, para aportarles mutua solidaridad; librar a la gente de toda clase
de miedos; no condenar a la gente, no mantenerla en su pasado de pecado o en sus
experiencias negativas, sino brindarle en todas las circunstancias un nuevo futuro y la
esperanza que da la vida; amar a la gente sin distinción, sin selección, sin límites;
oponerse a lo que es falso, a lo que no es apropiado y carece de futuro, a una
mentalidad legalista que pasa por alto la persona real y promueve únicamente la
conformidad trivial y la oración que no se hace en espíritu y verdad, sino con mera
rutina.
El reino de Dios se identifica a menudo con la Iglesia, pero ni un solo pasaje del
Nuevo Testamento permite tal identificación. Esto no significa que el reino de Dios no
se manifieste en la Iglesia, pero sólo como una semilla de mostaza, en pobreza y
debilidad, y también en esperanza. Sin embargo, el reino de Dios no se limita a la
Iglesia. El reino de Dios abarca y permea no sólo la esfera humana interna y privada;
también quiere transformar la esfera externa, la dimensión política, social y económica.
1. Los afligidos
Espiritualidad 16 P. Antonio Rivero, L.C.
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Un primer significado es el luto de muertos (cf. Gn 23, 2), o luto por catástrofes
nacionales (cf. Is 3, 26). También el duelo puede ser también resultado de la opresión
(cf. 1 Mac 1, 25-27; 2, 24.39).
2. Serán consolados
1. Los mansos
La palabra hebrea anawin puede traducirse en griego por “pobre”, pero también
por “manso” y “afable”. Refuerza, por tanto, el significado de “pobre”.
Como los pobres, los mansos son personas que se han entregado completamente
a Dios. Han roto con el estrecho círculo de sus propios deseos miopes, se han dedicado
enteramente al servicio de Dios. Esta actitud de espíritu no es lo mismo que la
resignación pasiva o el conformismo servil. Esta bienaventuranza exige una gran
prontitud y compromiso creador para un futuro que Dios desea realizar por medio de los
hombres.
Espiritualidad 17 P. Antonio Rivero, L.C.
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La mansedumbre no tiene que ver nada que ver con el opio del pueblo ideado
para mantenerlo sumiso, como decía Karl Marx. Los mansos se dedican enteramente a
servir a su prójimo. Pero al revés que los “duros o halcones”, estos mansos no luchan
para conseguir una situación mejor. No que no deseen una posición mejor o que no se
afanen por realizar un mundo más humano, sino que han decidido no usar la violencia
para obtenerlo. A riesgo de parecer ingenuos, confían en que para heredar la tierra han
de ser mansos, y están convencidos de que la violencia es un camino que no conduce a
la tierra prometida por Dios. Gandhi, Martin Luther King son ejemplos indiscutibles de
esta mansedumbre. Y, por supuesto, Jesús que se definió como “manso y humilde de
corazón” (Mateo 11, 29).
2. Poseerán la tierra
Pero la tierra de la que nos habla Jesús no es el suelo físico, político, histórico.
Al darnos esta promesa Jesús quiere que estemos sin tierra, es decir, sin apegos. De
hecho, cuando la tierra está asegurada, seduce y la gente se puede perder en
materialismo y comodidad. Mientras que cuando estamos sin tierra, miramos más hacia
arriba, donde está la tierra verdadera. De esta manera, la promesa de Jesús se refiere a
los que pierden poseyendo y a los que se abren al don como receptores.
1. Los hambrientos:
Mateo añade “hambre y sed de justicia”. Justicia es una palabra muy importante
en la teología de Mateo. Se encuentra siete veces (Mt 3, 15; 5, 6.10.20: 6, 1.33; 21, 32).
Justicia hace referencia a la voluntad salvífica de Dios como expresión de su fidelidad
al pueblo de la alianza. Así como Dios defiende los derechos de los pobres y consuela a
los afligidos, así también sacia el hambre de los que ponen su confianza en la voluntad
de Dios. El hombre debe buscar ese plan salvífico de Dios: “Buscad primero el reino y
su justicia”. Justicia es sinónimo en Isaías y en los Salmos de “salvación” (Sal 17, 15;
Is 11, 4s).
Por tanto, hambre y sed superan la necesidad material, aunque la incluyen. Los
que tienen hambre y sed son víctimas de la injusticia de los hombres, y sus sufrimientos
Espiritualidad 18 P. Antonio Rivero, L.C.
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La hartura se usaba también con frecuencia para expresar el gozo que se sigue
del don divino, idea expresada particularmente en Sal 17, 15. Y el don divino tiene un
nombre: Jesucristo. “El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá
sed jamás” (Jn 6, 35).
1. Los misericordiosos:
También significa “bondad”. Cuando esta actitud se da entre dos hombres, éstos
son no solamente benévolos el uno con el otro, sino al mismo tiempo recíprocamente
fieles en virtud de un compromiso interior; por tanto, también en virtud de una fidelidad
hacia sí mismos.
Misericordia, en tercer lugar, significa también amor gratuito, amor más fuerte
que la traición, gracia más fuerte que el pecado o que el desprecio. Por eso, cuando en
el Antiguo Testamento se refiere ese vocablo al Señor tiene relación a la alianza que
Dios ha hecho con Israel. Misericordia se identifica con fidelidad a sí mismo.
1. Limpios de corazón:
Limpios de corazón son los rectos; aquellos cuyos motivos son sin mezcla, cuya
mente es del todo sincera; los que tienen intenciones entera y totalmente puras y cuyos
intereses no están divididos.
También tiene un significado escatológico: poder ver a Dios en una edad futura
(cf. 1 Jn 3,2; Ap 22, 4; 1 Cor 13, 12).
1. Los pacificadores:
problemas, para suprimir los obstáculos que impidan esa paz. Esta paz no se puede
limitar a la esfera privada, familiar. La paz es preocupación por la justicia social, el
progreso de todos los pueblos.
2. La promesa.
“Serán llamados hijos de Dios”. Es decir, serán hijos de Dios. Ser hijo de Dios
significa ser aceptado en la paz y en la amistad de Dios, estar cerca de Dios. Es
sinónimo de elegido.
Padecer por la justicia significa dar la vida a Jesús y aceptar la persecución por
él. La justicia de Dios adquiere forma en la persona de Jesús, y el cristiano, en
definitiva, sufre no por algo, sino por alguien (cf. Sal 22; 34, 19-20; Sab 2, 10-20; 1 Pe
3, 13-14; 1 Pe 4, 13-14). El cristiano revive la experiencia del justo que en Sal 69, 8.10
se dirige a Dios diciendo: “Pues por ti sufro el insulto y la vergüenza cubre mi
semblante...pues me devora el celo de tu casa y cae sobre mí el baldón de los que te
insultan”.
No hay que pensar que esta persecución la llevan a cabo gente fuera de la Iglesia
contra los creyentes que están dentro de la Iglesia. También se ha dado dentro de la
Iglesia. Por eso, tenemos que cuidar mucho la caridad, que es la mejor demostración de
nuestra santidad personal.
2. Alegraos y regocijaos:
CONCLUSIÓN
Las bienaventuranzas son el espejo del cristiano. Cada día debemos mirarnos a
ese espejo, para ver si estamos o no alcanzando la estatura de Cristo. Cristo es nuestro
modelo de santidad.
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CAPÍTULO TERCERO
LA SANTIDAD AMENAZADA
“Los grandes enemigos de mi santidad:
mundo, demonio y carne”
INTRODUCCIÓN
Pero la santidad no es fácil. Nunca lo ha sido y nunca lo será. Hay que luchar,
porque estamos rodeados de tres grandes enemigos: mundo, demonio y carne. Ahora
nos toca explicar las amenazas contra la santidad: el mundo, el demonio y nosotros
mismos.
I. EL MUNDO
2. Sus tácticas
a) Nos seduce con sus máximas o valores que se oponen a los valores del
Evangelio. Alaba a los ricos, a los fuertes y aun a los violentos y
ambiciosos; predica en voz alta el amor al placer sin medida. Nos seduce
con la ostentación de vanidades y placeres: reuniones mundanas donde se
da paso a la curiosidad, sensualidad y aun a la voluptuosidad. Se hace
atractivo el vicio bajo el aspecto de diversiones, representaciones
teatrales, espectáculos, televisión, etc.
b) Nos aleja de Dios con los malos ejemplos. Al ver esa apariencia de
felicidad y de buena vida, nos puede convencer que lo que no es bueno,
aparece como lo exitoso.
3. Remedios
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II. EL DEMONIO
1. Existencia
2. Su táctica
Pero el demonio puede obrar directamente sobre el cuerpo, sobre los sentidos
externos e internos, en especial sobre la memoria y la imaginación, así como sobre las
pasiones que tienen su asiento en el apetito sensitivo; y de esta manera obra
indirectamente sobre la voluntad, cuyo consentimiento solicita por medio de los
diversos movimientos de la sensualidad. Sin embargo, como advierte santo Tomás:
“Siempre queda la voluntad libre para consentir o rechazar”.
3. Remedio
Tres son los principales remedios contra el demonio: oración humilde y confiada
para poner de nuestra parte a Dios y a los ángeles buenos; vida de sacramentos; y
absoluto desprecio al demonio.
conocimiento pueda ser puesto al servicio de Dios, pero nuestro fin es eterno. Lo
terreno es un medio para llegar a Dios y no un fin en sí mismo.
3. Soberbia de la vida
El padre Maciel afirma: “No hay ser en el mundo que se encuentre tan lejos y
apartado de Dios, como los espíritus soberbios y pagados de sí mismos”.
CONCLUSIÓN
Dice el padre Marcial Maciel: “...Esta es la historia de los santos, que se resume
en una lucha constante, llena de esfuerzos para alcanzar la perfección. Ratos de sol y
ratos de tempestad y de tormenta; pero que esto no os desaliente, que no os aparte del
camino de perfección, que no os haga ceder en la lucha, porque sólo de los que se
esfuerzan hasta el fin es el Reino de los cielos”.
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CAPÍTULO CUARTO
LA SANTIDAD TRUNCADA
El pecado
INTRODUCCIÓN
Queremos ser santos, construir nuestra vida desde Dios, vivir guiados por el
amor, vivir las virtudes que nos enseña Jesucristo en el Evangelio, construir un mundo
nuevo donde no exista el mal.
Pero, por otro lado, constatamos lo lejos que estamos aún de conseguirlo, vemos
que por todas partes avanza el mal en múltiples formas y, siempre, en la raíz de toda
desgracia personal, de toda injusticia social, está el pecado personal que engendra,
después, el pecado social y estructural. Se puede decir que la razón última de todos los
males e injusticias entre los hombres se encuentra en el enfrentamiento del hombre con
su Padre Dios, en el pecado.
1. Definición
• Es decirle “no” a Dios para seguir nuestro propio camino, sendero, nuestra
propia ley. Podemos decir que no a Dios porque nos creó libres pero
¿debemos decir “no” a Dios? No, no debemos porque Él nos da todo.
• El pecado es hacer mal uso de la libertad que Dios nos dio, para seguir
nuestros propios instintos.
• Trasgresión y desobediencia a la Ley de Dios en menor o mayor medida
(veniales, mortales).
• Es la falta contra el amor de Dios y del prójimo. Es una bofetada al amor de
Dios a causa de un apego indebido a cosas y criaturas que nos atraen, nos
atrapan.
• Es una obra (mentira, crimen, adulterio, etc.), palabra (blasfemia, insulto) o
deseo (impureza, odio, rencor) contrario a la Ley de Dios (San Agustín).
• Es amarse a sí mismo hasta el punto de despreciar a Dios.
• El pecado es, finalmente, una ofensa a Dios, una trasgresión o desobediencia
voluntaria de la ley divina. Es una alteración del orden creado por Dios.
Siendo Dios el fin y la felicidad verdadera del hombre, sin embargo el hombre
pone otro fin distinto en creaturas (poder, dinero, fama, trabajo, mujer, sexo, bebida,
estudio) que solamente son medios o autobuses que Dios nos pone para llegar a Él. Es
un desprecio decir que Dios no es nuestro fin.
Nuestro fin es gozar de Dios, encontrarnos con Él, vivir con Dios. Las demás
cosas son medios: el dinero, la carrera, el hombre, la mujer, la Iglesia (sacramentos).
Debemos ver y escoger los medios que nos ayudan a llegar a Dios y apartarnos de los
que no nos conducen a Él. El pecado es ignorar que Dios es nuestro fin, es el hacer de
un medio un fin.
Siendo Dios el bien infinito, sin precio, se ve rechazado por un bien finito,
pasajero, perecedero y mortal.
5. Clases de pecados
a) Según el origen
b) Según la gravedad
c) Pecados capitales
d) Pecados especiales
6. Imperfecciones
Para la persona que aspira a la santidad siempre escogerá, con la ayuda de Dios,
aquello que más le acerca a la santidad de Dios. Por tanto, tratará de quitar de su vida
incluso las imperfecciones voluntarias.
Otra cosa son los pecados de fragilidad, cometidos por sorpresa, por ligereza.
Por ejemplo, distracciones en la oración, vanidad en algunos actos, algunas faltas de
caridad casi inevitables, procedentes del temperamento o del propio carácter, algunos
descuidos de la vista o de la lengua, etc.
7. Tentaciones
a) Definición
Nos hace crecer en fuerzas espirituales, nos da méritos frente a Dios, nos hace
conocer nuestros puntos débiles, nos abre más a Dios si nos confiamos a Él. Fiel es
Dios que no va a permitir la tentación más allá de nuestras fuerzas. De la misma
tentación Dios nos hará sacar provecho.
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CONCLUSIÓN
Queremos ser santos, ¡qué bueno! Pero sepamos que no es fácil, y que el pecado
nos puede cortar la vida divina en nosotros. Por eso, debemos estar siempre atentos,
vigilantes para no caer en pecado, que es la mayor desgracia de nuestra vida.
Recemos con frecuencia esta oración: “Jamás permitas, Señor, que me separe
de Ti”.
Podemos ser santos, pues tenemos todos los medios a nuestra disposición.
¿Cuáles son? Es lo que veremos en el siguiente capítulo.
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CAPÍTULO QUINTO
LA LUCHA POR LA SANTIDAD
“Medios para conseguir la santidad”
INTRODUCCIÓN
Dios puede hacer milagros, aunque no pongamos los medios. Pero, de ordinario
quiere que nosotros pongamos nuestra parte, nuestro uno por ciento. Él pondrá el
noventa y nueve por ciento. Hay un dicho en español que dice: “A Dios rogando y con
el mazo dando”. Por tanto, la santidad es obra de Dios con nuestra ayuda y
colaboración3.
Señalaremos unos medios intrínsecos, aquellos que cada uno tiene que aplicar; y
medios extrínsecos, aquellos que requieren la participación de otras personas.
I. MEDIOS INTRÍNSECOS
1. La oración
3
Valdría recordar el ejemplo de Naamán, el sirio, en 2 reyes capítulo 5.
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Son hermosos los frutos que obtenemos con la oración: nos vamos desapegando
de las criaturas y de las cosas de aquí abajo, nos vamos uniendo cada vez más con Dios,
tratando de hacer del día y del trabajo una oración constante, por medio del
ofrecimiento a Dios de cuanto hacemos; nos vamos transformando poco a poco en Él.
En el sacramento de la Confesión, Dios nos limpia, nos renueva, nos libra del
pecado, nos reviste de su fuerza y nos ilumina. La Confesión es el encuentro con Dios,
rico en misericordia, que nos abraza, nos levanta, nos perdona, nos alienta.
3. El sacrificio
San Juan de la Cruz dice: “Quien busca a Dios queriendo continuar con sus
gustos, lo busca de noche y, de noche, no lo encontrará” (Cántico espiritual 3,3).
No hay que buscar sacrificios raros. Ya la vida diaria nos ofrece sacrificios que
cuestan, y esos son los que debemos aprovechar para santificarnos: sonreír a alguien
que nos cuesta, perdonar pequeños o grandes agravios, tener paciencia con el prójimo,
no quejarnos de la comida, levantarnos temprano, llegar puntual a nuestros trabajos
diarios, no protestar ante cosas que nos desagradan, controlar nuestros ojos al salir a la
calle, controlar la lengua para no criticar tan fácilmente de los otros, ayudar en los
trabajos de nuestra casa para no dejar todo a nuestra madre, cumplir con nuestras tareas
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del colegio. Y así, muchas cosas más. Lo que nos cuesta, si lo ofrecemos a Dios, puede
ser una maravillosa oportunidad para crecer en la santidad.
4. El apostolado
El apostolado debe ser concreto y con resultados concretos. Tiene que ser una
aportación exigente que ayude a una necesidad de la Iglesia, sea necesidad material
(trabajar en comedores para pobres y necesitados; construir oratorios para la sana
recreación de niños, adolescentes y jóvenes), o también necesidad espiritual, como
puede ser: dar catequesis, hacer misiones de evangelización, predicar en radios y en
televisión, llevar adelante clubes de formación, etc.
1. La dirección espiritual
El director espiritual procede en todo con gran respeto a la persona que acude al
coloquio, sabiendo que hay progreso espiritual solamente en la libre aceptación de la
voluntad de Dios. El director, en ocasiones, cuando haya contradicciones, ilustra lo que
está de parte de Dios, motiva a abrirse a Él y siempre respeta la libre voluntad de la
persona. En otras ocasiones ayuda al dirigido a descubrir él mismo, siempre a la luz del
Espíritu Santo, la voluntad de Dios sobre su vida, ampliando horizontes, preguntando
oportunamente, etc.
Nuestra vida espiritual y el camino hacia la santidad nos llevan a ser cada vez
más parte activa de la Iglesia, a vivir en comunión con nuestros hermanos y a ser
testigos comprometidos de Cristo. La santidad no nos aleja de los demás, sino, por el
contrario, nos impulsa a comunicarnos con ellos, a abrirnos y a luchar juntos.
Ese movimiento o agrupación eclesial tiene que ser una comunidad de oración,
de formación y de trabajo concreto en favor de los demás, en orden a la predicación y
difusión del mensaje de Cristo y de ayuda a los más necesitados espiritual y
materialmente.
CONCLUSIÓN
Quien quiera alcanzar la santidad tendrá que echar mano de estos medios, al
igual que quien quiera ganar la batalla tiene que llevar escudo, yelmo, espada. Si no, el
enemigo llevará la delantera y nos vencerá.
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CAPÍTULO SEXTO
EL CRECIMIENTO EN LA SANTIDAD
“Las virtudes teologales y morales”
INTRODUCCIÓN
Y no debería ser así. Porque la vida de fe, esperanza y caridad debería ser el
hábitat y la atmósfera en que respira el cristiano, so pena de asfixiarse y ahogarse con el
smog materialista de nuestro mundo.
Hay que dejar bien claro que el crecimiento en la vida espiritual se debe a la
gracia de Dios, sin duda alguna. Es la gracia de Dios, tanto la gracia santificante como
la gracia actual –que ya explicamos antes- la que va perfilando en nosotros la santidad,
manifestándose esta santidad en el crecimiento de las virtudes.
Lo único que debe hacer el hombre es estorbar lo menos posible a Dios en esta
obra espléndida de la santidad en el alma y de colaborar lo más fielmente posible con la
gracia de Dios, pues Dios nada hará si nosotros no correspondemos con Él.
Expliquemos las virtudes, primero las virtudes teologales y después las virtudes
cardinales o morales.
Las virtudes no son una cosa que uno se pone y se quita, ni un título o diploma
de estudios. Ni siquiera la virtud es un don natural con el que nacemos, porque si así
fuera no sería virtud.
Sin embargo, hay que aclarar que en la naturaleza humana existe una disposición
y capacidad para la virtud que facilita la adquisición de las mismas cuando se ponen los
medios adecuados para ello.
Son tres: fe, esperanza y caridad. Fueron infundidas por Dios en nuestra alma el
día de nuestro bautismo, pero como semilla, que había que hacer crecer con nuestro
esfuerzo, oración, sacrificio.
1. Fin de las virtudes teologales: Dios nos dio estas virtudes para que
seamos capaces de entrar en diálogo con Él y actuar a lo divino, es decir, como hijos de
Dios, y así contrarrestar los impulsos naturales inclinados al egoísmo, comodidad,
placer. Con estas virtudes podemos ser santos. Es más, gracias a ellas podemos entrar
en comunión con Dios que es la Santidad misma.
A) LA VIRTUD TEOLOGAL DE LA FE
2. Características:
¿Cómo debe reaccionar un cristiano ante el mal, los problemas, las dificultades
de la vida? Hay quienes caen en el desaliento y piensan que no hay nada que hacer, que
todo es inútil. Hay otros que dicen que nuestra esperanza es ingenuidad e idealismo.
Hay quien nos dice que la esperanza es algo egoísta.
1. Definición
2. Fundamento
La esperanza nos hacer vivir confiados porque creemos en Cristo que es Dios
omnipotente y bondadoso y no puede fallar a sus promesas. Así dice el Eclesiástico:
“Sabed que nadie esperó en el Señor que fuera confundido. ¿Quién, que
permaneciera fiel a sus mandamientos, habrá sido abandonado por Él, o quién, que
le hubiere invocado, habrá sido por Él despreciado? Porque el Señor tiene piedad y
misericordia” (2, 11-12).
3. Efectos
4. Obstáculos
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1. Definición
Es la virtud infundida por Dios en el bautismo por la que podemos amar a Dios y
a nuestros hermanos por Dios. Por la caridad y en la caridad, Dios nos hace partícipes
de su propio ser que es Amor.
La experiencia del amor de Dios la han vivido muchos hombres y mujeres. San
Pablo dice: “Me amó y se entregó por mí”. Y quienes han experimentado este amor han
quedado satisfechos y han dejado todas las seguridades de la vida para corresponder a
este amor de Dios.
5. Resumen de la ley
Jesucristo en el Evangelio predica el amor a Dios sobre todas las cosas y el amor
al prójimo como a sí mismo, como el principal mandamiento. Predica las dos reglas
como único mandamiento. Esto quiere decir que el amor de Dios y a Dios, cuando es
verdadero, hace brotar necesariamente el amor hacia los hombres, nuestros hermanos.
El amor al prójimo significa búsqueda del bien de todos los hombres que están al
alcance: nuestros familiares, amigos, compañeros de estudio o trabajo, todos aquellos
que caminan con nosotros, aún los que nos han causado algún daño.
Al igual que en las virtudes teologales, también Dios puso como semilla en
nuestra alma estas virtudes cardinales y dejó al hombre el trabajo de desarrollarlas a
base de hábitos y voluntad, siempre, lógicamente, movido por la gracia de Dios.
Estas cuatro virtudes son como remedio a las cuatro heridas producidas en la
naturaleza humana por el pecado original: contra la ignorancia del entendimiento sale al
paso la prudencia; contra la malicia de la voluntad, la justicia; contra la debilidad del
apetito irascible, la fortaleza; contra el desorden de la concupiscencia, la templanza.
A) LA PRUDENCIA
B) LA JUSTICIA
1. Virtud infundida por Dios en la voluntad para que demos a los demás lo
que les pertenece y les es debido.
2. Abarca nuestras relaciones con Dios, con el prójimo y con la sociedad.
3. La justicia es necesaria para poner orden, paz, bienestar, veracidad en
todo.
4. Los medios para perfeccionar la justicia son: respetar el derecho de
propiedad en lo que concierne a los bienes temporales y respetar la fama
y la honra del prójimo.
5. La virtud de la justicia regula y orienta otras virtudes:
C) LA FORTALEZA
1. Es la virtud, infundida por Dios, que da fuerza al alma para correr tras el
bien difícil, sin detenerse por miedo, ni siquiera por el temor de la
muerte. También modera la audacia para que no desemboque en
temeridad.
2. Tiene dos elementos: atacar y resistir. Atacar para conquistar metas altas
en la vida, venciendo los obstáculos. Resistir el desaliento, la
desesperanza y los halagos del enemigo, soportando la muerte y el
martirio, si fuera necesario, antes que abandonar el bien.
3. El secreto de nuestra fortaleza se halla en la desconfianza de nosotros
mismos y en la confianza absoluta en Dios. Los medios para crecer en la
fortaleza son: profundo convencimiento de las grandes verdades eternas:
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D) LA TEMPLANZA
CONCLUSIÓN
Estas virtudes morales restauran poco a poco, dentro de nuestra alma, el orden
primitivo querido por Dios, antes del pecado original, e infunden sumisión del cuerpo al
alma, de las potencias inferiores a la voluntad. La prudencia es ya una participación de
la sabiduría de Dios; la justicia, una participación de su justicia; la fortaleza proviene de
Dios y nos une con Él; la templanza nos hace partícipes del equilibrio y de la armonía
que en Él reside. Preparada de esta manera por las virtudes morales, la unión de Dios
será perfecta por medio de las virtudes teologales.
CAPÍTULO SÉPTIMO
EL PERFUME DE LA SANTIDAD
“El apostolado”
INTRODUCCIÓN
1. ¿QUÉ ES EL APOSTOLADO?
El apostolado es poner a las personas delante de Jesús para que Él las ilumine,
las cure, las consuele, como hicieron aquellos con el paralítico (cf. Mc 2, 1-5). Ellos
pusieron al paralítico delante de Jesús y Jesús hizo el resto.
Los que llevaban al paralítico tuvieron que sortear muchas dificultades. Así
también nos pasará a nosotros en el apostolado. Pero hay que vencerlas, hasta poder
llevar a los hombres frente a Jesús. Ellos vencieron la barrera con su decisión, con su
ingenio, con su interés: metieron al paralítico por el techo.
Todo cristiano, por ser bautizado y confirmado, está llamado a hacer apostolado.
Desde el bautismo estamos llamados a ser santos y a santificar a los demás. Y, ¿cómo
vamos a santificar a los demás, si no hacemos apostolado?
Nos dice san Ambrosio: “no te engrías si has servido bien, porque has
cumplido lo que tenías que hacer. El sol efectúa su tarea, la luna obedece; los ángeles
desempeñan su cometido. El instrumento escogido por el Señor para los gentiles dice:
yo no merezco el nombre de apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios”(1 Cor
15, 9).
Con humildad, pues somos instrumentos. Sin humildad, no se puede ser apóstol.
Esta humildad se manifiesta de muy diversas formas: rectitud de intención, rechazar los
deseos de vanidad y vanagloria, no querer ser la figura principal y, sobre todo, tener
muy presente que es Dios quien convierte a las almas.
Sin desanimarnos. Las gentes que deseamos llevar a Dios no tienen a veces
deseos de moverse, surgen imprevistos, barreras en el camino hacia Jesús. No nos
olvidemos: si amamos a Jesucristo, si tenemos fe en Él, espíritu de iniciativa y
constancia, todo lo podremos.
En el apostolado hay que enseñar todas las verdades de la fe, incluso las más
exigentes, sin callar o desvirtuar nada. San Pablo habló de todo: de la humildad, de la
abnegación, de la castidad, del desprendimiento de las cosas terrenas, de la obediencia,
de la autoridad. Y no temió dejar bien claro que es necesario elegir entre el servicio de
Dios y el servicio de Belial, porque no es posible servir a los dos. Que todos, después de
la muerte, habrán de someterse a un juicio tremendo. Que nadie puede mercadear con
Dios. Que de Dios nadie se burla. Que sólo se puede esperar la vida eterna si se
observan las leyes divinas.
Jamás el apóstol debe omitir estos temas, por el simple hecho de ser duros.
Esta militancia nos hará estar al día en todos los problemas del mundo y de la
Iglesia, estudiarlos, analizarlos, para después tratar de poner soluciones. Nos hará
conseguir la preparación más adecuada, pues la gracia de Dios no suple nuestras
negligencias, sí nuestras deficiencias, provenientes de nuestras limitaciones humanas.
Hay tantos campos donde se puede hacer apostolado. Aquí el ingenio del amor
hará surgir miles de formas de apostolado: la catequesis, las misiones, la familia, la
gente carenciada, la adolescencia y la juventud, los medios de comunicación social, los
profesionales, el campo de la política, etc.
Que nadie diga que no tiene tiempo de hacer apostolado, pues sería como decir
que no tiene tiempo de ser cristiano.
CONCLUSIÓN
CAPÍTULO OCTAVO
PREMIO DE LA SANTIDAD
“Aquí abajo
y allá arriba”
INTRODUCCIÓN
Llegamos al último capítulo. ¿Qué ganamos con la santidad, con el esfuerzo por
ser santos?
Las cosas se pueden hacer por fines muy diversos. En una ocasión alguien
preguntó a tres picapedreros, ocupados en la construcción de una catedral. Uno dice:
“pico piedra, ¿no ve?”. Otro contesta: “Me gano el pan, ¿qué le parece?”. Y el tercero
responde: “construyo una catedral, ¡qué honor!”. La respuesta plena sería: “Edifico esta
catedral para gloria de Dios y para santificación mía y de mis hermanos”.
Los clásicos decían: “En todo, mira el fin”. Al caminar es preciso no perder
nunca de vista la meta, el fin. Mirando el fin se acrecientan las fuerzas y se asegura la
prudencia de los medios que se van poniendo.
3. En el propio trabajo
4. En la vida pública
6. Otro de los frutos que Dios puede conceder aquí en la tierra a algunas
almas privilegiadas son las experiencias místicas: visiones, éxtasis,
arrobamientos, locuciones interiores, estigmas, revelaciones privadas,
bilocación, ayunos prolongados, sudor de sangre, perfume sobrenatural, etc.
No es fácil descubrir a los verdaderos místicos. Son personas muy normales que
no buscan reconocimiento ni impresionar con apariencias externas. Se les conoce más
bien por su equilibrio en su persona humana, sus frutos al servicio del Señor y sus
virtudes. Son personas que destacan por su obediencia total a sus superiores y a la
Iglesia en medio de las pruebas, humildad, sacrificio, caridad, servicio, capacidad de
abrazar la cruz en la vida diaria...
La unión del alma con Dios en contemplación profunda se caracteriza por una
profunda conciencia de la presencia divina. Tiene una variedad de grados, que no
necesariamente ocurren en sucesión: Las dos noches del alma (noche de los sentidos y
noche del espíritu) que anteceden a la unión mística, la oración de silencio, la unión
plena, éxtasis y matrimonio espiritual.
El premio más maravilloso que Dios nos reserva, si hemos trabajado en la vida
por la santidad, es el cielo, la posesión de Dios en el cielo, que es la gracia de las
gracias. Esta gracia debemos pedirla todos los días.
1. “Ni ojo vio, ni oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha
preparado par los que le aman” (1 Cor 2, 9). El amor y la felicidad en el
cielo superan por completo nuestra imaginación, y exceden totalmente las
ansias de felicidad del hombre. El fin último del hombre es contemplar cara
a cara a Dios en toda su gloria, y estar unidos a Él en un amor eterno. Esta
es la mayor felicidad en el cielo. El Señor nos dice (Mt 22, 30 ss) cómo la
vida de los bienaventurados está alejada de toda posible inquietud: no sufren
el temor de perder a Dios, ni desean algo distinto. No es un sucederse de
cosas iguales, sino que este “Bien que satisface siempre, producirá en
nosotros un gozo siempre nuevo” (San Agustín, Sermón 362). Esta
bienaventuranza es el sumo bien que aquieta y satisface plenamente todos
los deseos y aspiraciones del hombre. Los bienaventurados contemplan a
Jesucristo, Dios y hombre verdadero, en compañía de la Virgen, de los
ángeles y de los santos. Están libres de todo mal y son completamente
felices. En el cielo encuentran de nuevo a sus parientes y amigos que se
durmieron en el Señor.
3. La felicidad celestial será tan inmensa que no guarda proporción con los
sufrimientos de esta vida, pues, “nuestras penalidades momentáneas y
leves nos producen una riqueza eterna, una gloria que las sobrepasa
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Todas estas revelaciones son como llamadas del amor de Dios a los hombres
para que luchemos por corresponder a las gracias que Él nos va dando. La esperanza de
alcanzar el cielo es buena y necesaria; anima en los momentos más duros a mantenerse
firme en la virtud de la fidelidad, porque es muy grande la recompensa que nos aguarda
en el cielo (Mt 5, 12).
CONCLUSIÓN
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La venida de Señor está cercana (cf. Santiago 5, 8). La creación entera, que gime
y sufre ahora con dolores de parto, será asumida en la gloria de los hijos de Dios (cf.
Rm 8, 19-23). Vendrá pronto Jesucristo para ser glorificado en sus Santos (cf. 2 Tes 1,
10-12), y entonces recibiremos la corona de gloria que no se marchita (cf. 1 Pe 5, 4).
BIBLIOGRAFÍA
2. Una espiritualidad para hoy, Javier Garrido, Editorial san Pablo, Madrid 1988,
5a. edición.
ÍNDICE
Introducción pág.
Capítulo primero Fuentes de la espiritualidad: Dios, Virgen,
Liturgia pág
Capítulo segundo Perfil de la santidad: bienaventuranzas pág
Capítulo tercero La santidad amenazada: los enemigos de
nuestra alma: mundo, demonio y carne pág
Capítulo cuarto La santidad truncada: el pecado pág
Bibliografía pág.
Índice pág