La Septima Papeleta Historia Contada
La Septima Papeleta Historia Contada
La Septima Papeleta Historia Contada
ISBN: 978-958-738-118-4
La Séptima Papeleta: historia contada por algunos de sus protagonistas. Con ocasión de los
20 años del Movimiento Estudiantil de la Séptima Papeleta. —Facultad de Jurisprudencia.
Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2010.
126 p.—(Colección Textos de Jurisprudencia)
ISBN: 978-958-738-118-4
342.861 SCDD 20
Introducción................................................................................. 9
Alejandro Venegas Franco
La bandera que ustedes ven a su costado derecho, que recoge una de la en-
señas del Rosario, ha salido de esta Aula Máxima en dos oportunidades en
los últimos sesenta años: la primera cuando se daba inicio a la transición de la
junta militar origen del Frente Nacional por allá en el año 1957 y la segunda en
la “Marcha del Silencio”, hace ya veinte años, en la cual los estudiantes de
esta Facultad, comandados por Marcela Monroy Torres y Camilo Ospina Bernal,
a la sazón decana y vicedecano de la facultad, la enarbolaron en la marcha que,
junto con estudiantes de otras universidades, confluyó en el Cementerio Central
de Bogotá.
Eran días aciagos, la violencia se ensañaba contra los dirigentes políti-
cos, esa muerte fría desoladora que, al decir de León de Greiff, se va llevando
todo lo bueno que en nosotros topa se llevaba a tantos buenos colombianos
como Luis Carlos Galán, hería a otros como Ernesto Samper Pizano, ex presi-
dente que hoy nos acompaña, quería atentar contra César Gaviria en el vuelo a
Cali que cobró tantas víctimas, asesinaba a candidatos a la presidencia como
Bernardo Jaramillo, Jaime Pardo Leal y Carlos Pizarro, o a funcionarios de la judi-
catura, del ministerio público como Carlos Mauro Hoyos, o de la Policía como
el coronel Franklin Quintero.
Ese aniquilamiento selectivo o matanza inclemente de tantos colom-
bianos permitió el encuentro del movimiento estudiantil con la historia, que los
estudiantes de manera espontánea decidieran participar en política, optaran por
asomarse, y de qué forma tan impetuosa, en la vida pública, y que lo hicieran
casi que anónimamente estimulados por el sueño de un mejor país, median-
te marchas como la manifestación del silencio; con razón se dice que en las
universidades tenemos la misión de preservar el pasado –el buen pasado– y
simultáneamente de construir el futuro; en aquel entonces el futuro era simple,
1
Palabras pronunciadas por el doctor Alejandro Venegas Franco, Decano de la Facultad de
Jurisprudencia de la Universidad del Rosario, en el acto protocolario de instalación del foro “La
Constitución, entre el cambio social y el retroceso político. ¿Qué sigue? Con ocasión de los 20 años
del movimiento estudiantil de la Séptima Papeleta”, realizado el 10 de marzo del 2010 en el Aula
Máxima de la Universidad del Rosario.
10
11
El origen de la Séptima Papeleta tuvo que ver con la preocupación que embar-
gaba a la administración de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad del
Rosario por la apatía que caracterizaba al estudiantado hacia 1987; decidimos
entonces que había que generarle inquietudes e informar –o mejor formar–
suficientemente a los estudiantes de derecho sobre las raíces de los problemas
que entonces afrontaba Colombia.
Para ello se creó la cátedra que denominamos “Historia Política Colombia-
na”, la cual pretendía mostrar las causas de la situación que para entonces se
vivía: narcoguerrilla, paramilitarismo, violencia e impunidad; los encargados
de dicha cátedra fueron en su momento el “Tigrillo” Noriega y el jesuita Javier
Sanín.
Se empezó a revivir el interés por los temas políticos y muchos estu-
diantes, de los cuales recuerdo particularmente a Óscar Ortiz, Alexandra Torres,
David Peña, Marcel Tangarife, Pascual Ruggiero, Claudia Riveros, entre otros, se
dieron, junto con la Decanatura, a la tarea de promover la eliminación de los
auxilios parlamentarios, que en esa época eran una verdadera enfermedad de
la política. Recuerdo mucho el incansable apoyo de Camilo Ospina, vicedecano
de derecho.
El asunto era de talla mayor por cuanto la eliminación de los auxilios,
por su naturaleza, influencia y magnitud, requería de una reforma constitucional;
sin embargo, la posibilidad real de una enmienda a la Constitución era incierta,
pues, en los últimos años, la Corte Suprema de Justicia había declarado inexe-
quibles las reformas constitucionales a la justicia, al ordenamiento territorial y a
los partidos políticos; a su vez, el Congreso de la República había estado a punto
de aprobar la convocatoria de un plebiscito para aprobar la no extradición, con
un fuerte lobby de los extraditables y la perplejidad de la opinión.
Es decir, la reforma a la Constitución estaba virtualmente bloqueada
y solo cabía la convocatoria al pueblo para superar el bloqueo institucional y
adelantar los cambios que pedía el país. Pese a presentar una queja a la Procu-
raduría de la época por el comportamiento de los beneficiados con los auxilios
1
Ex Decana Facultad de Jurisprudencia, Universidad del Rosario, 1988-1991.
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a la crisis y que, a partir de ese momento, alzaba las banderas para asumir la
defensa de la democracia, la libertad y el estado de derecho en Colombia.
Desde las calles 72 y 50 de Bogotá, se movilizó la Santo Tomás; desde
la 45, la Javeriana; desde los cerros, los Andes y el Externado; desde la calle 13, el
Rosario, la Gran Colombia, la Autónoma, y así desde sus sedes las universidades
en pleno; estudiantes y directivos se movilizaron coordinadamente para encon-
trarse en el Cementerio Central, ubicado en la calle 26, y allí hacer un reconoci-
miento público a Galán y llamar a la sociedad a entrar a la actividad política sin
partido, sin líder, a unir todas las fuerzas legítimas en decisión inquebrantable
de preservar la unidad social, la democracia y la libertad en el país.
Para el Rosario, esa marcha marcó un momento muy importante en el
proceso que conduciría a la convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente
y la expedición de la Constitución de 1991. Permitió desarrollar la identidad plena
entre estudiantes, docentes y directivos alrededor de los intereses nacionales.
Contando con uno de los grupos de estudiantes y docentes más conscientes,
preparados y decididos, la institución como un todo asumió el reto histórico y
sin titubeos hizo suya la responsabilidad de apoyarlos con todos sus medios.
Una anécdota que permite visualizar esa situación tiene que ver con la
bandera del Rosario. Dice la tradición que la bandera que hoy se conserva en
el Aula Máxima nunca debe salir de la Universidad, salvo cuando sea vital que
la Universidad se involucre en la acción política para preservar la república, y
solo ha salido en tres oportunidades. En 1810 en el proceso de independencia
cuando el claustro se convirtió en un muy importante centro de los acontecimien-
tos, tal como queda en la constancia de aquella larga y negra partida ubicada
en su escalera principal.
Volvió a salir con las marchas de 1957 para derrocar a Rojas Pinilla
y restituir la democracia, y salió nuevamente en esa “Marcha del Silencio”,
presidida por el rector Roberto Arias Pérez y acompañada por buena parte del
cuerpo estudiantil y docente, siendo la abanderada una estudiante, para enviar
desde el Rosario el mensaje del liderazgo de la mujer en nuestra Universidad, donde
era decana una mujer y buena parte de la carga de lo que vendría corrió por
cuenta de mujeres, quizás por eso el éxito.
Después de la marcha vino la etapa más crítica, la del ¿y ahora qué?,
¿qué hacemos para ayudar al país a salir de la crisis?
Un año antes, durante el proceso de desmovilización del M-19, se utilizó
una metodología que consistió en mesas de trabajo en las cuales se debatían
los distintos aspectos de la negociación política; a esas mesas fuimos invitados
miembros de la academia que las partes juzgaron éramos ecuánimes y que
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Introducción
Una Constitución es a la vez un instrumento político, una arquitectura jurídica,
la materialización de un momento histórico con voluntad de perdurar y una
herramienta de consolidación democrática que expresa una concepción del
poder político.3 El origen de la Constitución de Colombia de 1991 no puede
separarse de la “Marcha Estudiantil del Silencio” al Cementerio Central el 25
de agosto de 1989, una semana después del magnicidio de Luis Carlos Galán.
Tampoco puede divorciarse de la aparición de la séptima papeleta como
punto de arranque de todo el proceso de cambio constitucional. Además, fue una
verdadera cruzada de lo que ahora se llama la sociedad civil emergente con-
tra los obstáculos que impidieron durante décadas materializar una reforma
constitucional en Colombia.
Esos tres factores conjugados explican el desarrollo de un proceso que,
lejos de lo que puede pensarse en un primer momento, es más propio de una
sociedad con una tradición legalista y en últimas civilista y electoral.4 Ahí radicó
la fuerza de la idea y las consecuencias inmediatas que generó en la historia
constitucional de Colombia, la cual quería abrir sus páginas de otra manera al
siglo XXI.
La generación de la constituyente
La “Generación de la Constituyente” es una posterior a la denominada “Ge-
neración del Frente Nacional”, pero una que le ha tocado sufrir tanto la media
docena de violencias como el cambio cronológico y material de siglo. Y es
sin duda la primera generación en Colombia de la globalización política. Por tal
1
Artículo publicado en la Revista del Rosario Nº 594, pp. 140-154, (primera parte).
2
Asesor principal de la Oficina Especial para Europa del Banco Interamericano de Desarrollo.
Profesor del Instituto de Estudios Políticos de París y del Instituto de Altos Estudios para América
Latina en la misma ciudad.
3
Badinter, R. (2002).
4
Para no mencionar lo que implicó en inversión de “capital político” asociado al “capital social”
que requiere un esfuerzo de esta magnitud para la mayoría de los actores involucrados en el proceso.
23
24
Ordinariamente se dice que hay liderazgo cuando se logra que las cosas
pasen, y a esta generación le tocó intervenir en este proceso único que se pre-
senta pocas veces en la historia. La constituyente fue pues un hecho generado
desde la orilla de la sociedad civil y protagonizado por una generación que se
estaba apenas asomando a la vida pública. Una generación que debía dejar
atrás –entre otras cosas– el error imperdonable de confundir las elecciones con
la democracia política.5
5
Ver Dahrendorf, R. (2002).
6
Horowitz, D. (1999).
7
Los ejemplos de las nuevas democracias de Europa del Este, África, Asia y la ola democra-
tizadora de América Latina suponen la tentación comparativista en la cual muchas instituciones
aparecen como prestadas de otras realidades.
8
Para una descripción detallada de lo que implicó el proceso, ver Cepeda, M. J. (1992).
25
9
Por ello, como en el caso de la Constitución española de 1978, que ha cumplido recientemente
25 años, bien se ha dicho que un proceso constituyente es de alguna manera “un proceso de re-
nuncias de todos” que en últimas en Colombia terminó inclinándose a un instrumento mucho más
progresista de lo que muchos de los sectores defensores del statu quo alguna vez se imaginaron.
26
mo. Sobre todo si, como en el caso de la historia reciente de América Latina,
las teorías sobre el desarrollo no han traído debajo del brazo la urgencia de la
reforma de lo político como elemento esencial. Politizar es situar las cosas en
un ámbito de discusión y deliberación pública, arrebatándoselas a los técnicos,
a los profetas y a los fanáticos.10
Ejercitar el sentido de compromiso con los acuerdos es una actuación
típica de desarrollo constitucional. En esta última década, en Colombia, se ha
demostrado que, para los grupos insurgentes intervinientes en el proceso cons-
tituyente, la instancia de deliberación y diálogo del proceso 1990-1991 estuvo
basada en la capacidad de escuchar los argumentos del otro, lo que llevó al
reconocimiento así fuera parcial de la validez de estos, logrando así lo que se
ha llamado la “universalización de intereses”, clave a la hora de perseguir el
interés público.11 En eso consistió el proceso de “renuncias recíproco” que ya
se reseñaba anteriormente.
Pero el regreso de la política implicaba aceptar de entrada sus limita-
ciones. Pues la política sirve nada más y nada menos que para conciliar intereses
naturalmente divergentes. Es el mejor medio para resolver los conflictos de
intereses que surgen entre la pluralidad de valores y principios que caracterizan
a las sociedades.
La política debe idear fórmulas para procesar el conflicto, al contar con
todos los actores estratégicos, y por ello está destinada a fallar si hay intereses
excluidos o marginados. Ese era el déficit más claro que debía afrontar el ejer-
cicio de la política en Colombia a fines del siglo XX.
Innerarity, D. (2002).
10
12
Un relato completo fue publicado en Una agenda con futuro. Testimonios del cuatrienio
Gaviria. (1994).
27
sistema que sería incapaz de lograr preservar la vida del más aguerrido de sus
defensores.
A partir de ese momento, se inició un proceso de reflexión alrededor
de unas mesas de trabajo instaladas en la Facultad de Jurisprudencia de la
Universidad del Rosario, que despegaron con la asistencia de unos cuantos
estudiantes. Después, centenares de universitarios desfilaron por las mesas para
discutir los problemas del país: violencia, crisis de la justicia, mediocridad
en la labor del Congreso, papel de la universidad, fragilidad de la democracia,
necesidad del cambio político, etcétera.
Sin embargo, como existía la urgencia de concretar en alguna acción
real la tarea, ello nos llevó a proponer la creación de una mesa de trabajo con
estudiantes de derecho constitucional de tres universidades, con el objetivo es-
pecífico de diseñar una tesis jurídica en defensa de la constitucionalidad de
las medidas que el presidente Barco había tomado la noche del 18 de agosto
de 1989, al amparo del estado de sitio: extradición por vía administrativa de
narcotraficantes, “incautación” de bienes, detención de “capos”, prisión a los
testaferros de narcotraficantes y otras.
El estudio que adelantamos, para coadyuvar a la constitucionalidad de
las medidas tomadas la noche del magnicidio, con estudiantes del Rosario
y de la Javeriana, sirvió más adelante para que la Corte Suprema de Justicia
declarara exequibles la mayoría de las medidas de esa noche aciaga. Pero
había que apuntar más alto y más lejos. Aunque nuestra frustración comenzaba
a mitigarse por cuenta de la victoria ante la Corte, no imaginábamos los desafíos
que traería la década que se iniciaba.
La meta en el corto plazo era comenzar a vislumbrar algún haz de luz
en el túnel de la crisis, encontrar la puerta de salida del laberinto. Teníamos
claro que éramos miembros de una generación a la cual se le había prohibido
en el plebiscito de 1957 decidir la forma de Estado y el sistema de gobierno que
quería. Dicho poder había quedado en manos de unos intermediarios represen-
tativos de algo distinto de los intereses generales de la sociedad colombiana.
Así había sido cerrada la válvula que de otro modo permitiría la realización de
consultas al pueblo para propiciar los cambios institucionales.
Mientras dentro del grupo denominado “Todavía Podemos Salvar a
Colombia” unos insistían en la necesidad de organizar un gran movimiento
estudiantil, con cargos directivos e infraestructura, otros pensábamos que la
misión en ese preciso momento era generar hechos políticos que, por su con-
tundencia, amarraran el establecimiento a una propuesta de cambio. Esta última
tesis terminó por imponerse.
28
13
Los diagnósticos sobre el desarrollo político de América Latina, hoy casi quince años después,
apuntan a ese gran déficit de ciudadanía propio de esta región. PNUD (2004).
14
Loewenstein, K. (1978).
29
15
Sen, A. (1999).
16
Mendel, G. (2003).
30
ción de una constituyente. Pero, sobre todo, allí estaba el llamado país nacional con
sus angustias, marginado de las decisiones públicas. Un país que comenzaba a
despertarse de la somnolencia del Frente Nacional, después de enterrar a quienes
habían tenido la visión de una Colombia distinta para el siglo XXI.
17
En su discurso siempre aparecía el caballito de batalla de la convocatoria de una constitu-
yente. Algunos que dijeron ser miembros de esa organización se acercaron a representantes del
movimiento estudiantil para respaldar en un primer momento la idea.
31
18
Falta todavía por escribirse la única página quizás oscura y lamentablemente paradójica del
proceso constituyente de 1991, que vino a materializarse en la prohibición de la extradición cuando
solo trece delegados en la asamblea votamos contra la incorporación en la Constitución de dicha
limitación. Lo único que quedaba después de ese gran revés era demostrar que sí podía fortalecerse
la justicia para enfrentar a los capos. Una vez negada la extradición, para quienes creíamos en la
efectividad de ese mecanismo y fuimos derrotados, el argumento era contundente: fortalecer los
instrumentos de lucha contra el crimen organizado a nivel constitucional era un imperativo para
que Colombia no se convirtiera en santuario de narcos y el proceso contra los capos se diera con
una justicia fortalecida y legítima. Pero de manera casi simultánea, las presiones que vivió la
constituyente se pusieron en marcha también para impedir, por ejemplo, la consagración consti-
tucional de herramientas como la protección de los jueces y futuros fiscales, aunque en esta última
batalla por lo menos pudimos derrotar a quienes ya se perfilaban como voceros de los intereses de
los narcotraficantes y serían protagonistas del proceso 8.000.
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33
19
Ver Carrillo, F. El Tiempo. 6 de febrero de 1990.
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El artículo 13 del plebiscito de 1957 ordenó que “en adelante las reformas constitucionales
solo podrán hacerse por el Congreso, en la forma establecida por el artículo 218 de la Constitución”
de 1886.
36
sitarios tenía que ver con los poderes ilimitados que podría llevar consigo
esa iniciativa al punto de que muchos rechazaban en principio la idea con el
argumento de la expedición de un “cheque en blanco” en favor de quienes
resultaran elegidos.
Dicha inquietud sería tan recurrente en todo el proceso preconstituyente
que tanto el acuerdo político firmado en agosto de 1990 y el decreto que orde-
naba la convocación y elección de la Asamblea como la posterior jurisprudencia
de la Corte Suprema de Justicia tuvieron siempre tal preocupación en mente
a la hora de ocuparse del temario de la Asamblea.
Las posiciones frente a la séptima papeleta por parte de los sectores
políticos fueron bastante disímiles. Ellas señalaban nuevamente las contradic-
ciones propias de nuestro sistema político, pues en algunos casos ni los miem-
bros más recalcitrantes de la llamada clase política alcanzaron a imaginarse el
largo aliento que alimentaría esa aparente inofensiva propuesta. Otros estaban
seguros de que, tarde o temprano, por brioso que fuera el potro de la constitu-
yente, alguien estaría en capacidad de domarlo. Ni unos ni otros imaginarían
que ese mismo Congreso elegido el 11 de marzo de 1990 sería revocado por
la constituyente que se había gestado ese mismo día, en ese mismo sobre, para
ser contabilizada en esa misma urna.
Los argumentos jurídicos en contra, que surgían por generación espon-
tánea a lo largo y ancho del país, se multiplicaban. A nivel de precandidatos,
la oposición estaba liderada por Hernando Durán Dussán y su equipo jurídico,
centrando su ofensiva en el hecho de que solo a través del Congreso se podía
realizar una reforma, tal como lo establecía el artículo 218 de la Constitución
Nacional. Algunos de los parlamentarios elegidos el 11 de marzo dirían, como
lo había venido sosteniendo su jefe político, que el orden jurídico se había que-
brantado. Los seguidores de esa línea oficialista decían que “sustituir por decreto
o por papeleta el poder constituyente del Congreso es un golpe de Estado” y
que “no se debe caer en la tentación de promover reformas de la Constitución
mediante procedimientos extraconstitucionales...”.21
Pero el ánimo del movimiento universitario era ilimitado y la consigna
era no darse por vencidos. Había que sacar adelante la propuesta al margen de
los obstáculos por insalvables que parecieran y, si ya se había salido con éxito
al disipar las dudas planteadas por la Registraduría, la controversia pública
21
Ver diario El Espectador, 4 de marzo de 1990.
37
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22
Para examinar detenidamente los antecedentes, ver la compilación elaborada por la Regis-
traduría. La Séptima Papeleta. (1991).
39
de las actas electorales, como en efecto sucedió en muchos casos, pese a que
nunca fueron sumados por la Registraduría.23
Los adeptos fueron cada día más numerosos y el problema más grave
que se tenía la víspera de elecciones –la impresión de la ya denominada séptima
papeleta– se superó parcialmente con la ayuda de El Tiempo y El Espectador,
que imprimieron papeletas para ser recortadas en sus páginas durante varios
días y por quienes continuaban regalando la impresión de nuevas papeletas.
Finalmente, en su discurso un día antes de las elecciones, el 10 de marzo,
el presidente Barco apoyó abiertamente la séptima papeleta. El día definitivo, el
11 de marzo, desde la radio, se enseñó una vez más a los colombianos a ela-
borar el voto. El éxito de la iniciativa ya nadie lo podía frenar y, a pesar de los
problemas, del escepticismo y de la incipiente capacidad logística, se lograrían
contar extraoficialmente cerca de dos millones de votos.
Las séptimas papeletas invadieron así las urnas de Colombia, en el últi-
mo proceso electoral en el cual, paradójicamente, se acudió a la papeleta como
forma de emitir el voto. Más adelante, y gracias a la séptima y última de las
papeletas, solo se recurriría al tarjetón electoral, tanto el 27 de mayo, cuando
se produce formalmente la convocación de la Asamblea, como el 9 de diciembre
de 1990, cuando se eligen sus integrantes por decisión popular.
23
La publicación referida en la cita anterior constituye la mejor evidencia de lo que representó
la séptima papeleta para la organización electoral ya como un hecho consumado.
40
24
Ha sido una tradición en Colombia parapetarse detrás de la Constitución para presentar la
imagen de que se asumen posiciones jurídicas y no políticas.
41
25
Limitaciones que después afectarían el proceso mismo de producción de la norma constitu-
cional y, como se verá más adelante, de desarrollo de las nuevas instituciones.
42
26
Las cartas de derechos han pasado a ser no solo la espina dorsal de las Constituciones mo-
dernas, sino el rasero más claro para medir su efectividad no únicamente en materia de derechos
civiles y políticos, sino en cuanto al cumplimiento de las metas del desarrollo económico y social.
43
los partidos parecían calcadas en el papel carbón de los pactos bipartidistas que
habían estrangulado el sistema político. Esas fórmulas aparecían arrasadas por
la tozudez de los hechos que querían ponerle la lápida a un sistema excluyente
a la hora de la competencia electoral.
Los resultados electorales del 9 de diciembre corroboraron que era posible
abrirle una tronera al bipartidismo. La composición de la Asamblea Constitu-
yente fue una muestra contundente de lo imposible en política, así tuviera una
vida efímera de ciento cincuenta días. Será la historia la encargada de juzgar
cómo se administró ese cuarto de hora por algunos sectores, especialmente
aquellos recién desempacados de la insurgencia armada, los independientes
y las minorías.
Lo único que quedaría claro es que, para la clase política, el tiempo y los
espacios perdidos se tratarían de recuperar tan pronto se terminara la constitu-
yente, ambicionando devolver el reloj de la historia por la vía de una resistencia
activa y pasiva a un pacto constitucional que ha seguido inquietando a muchos.
En ese momento de cambio constitucional, la veneración simbólica
por la Constitución de 1886 solo podía equipararse a la simulación diaria de
su vigencia y cumplimiento. Por eso hoy resulta irónico oír a quienes afirman
que lo más peligroso de la Constitución de 1991 es que se esté cumpliendo,
como en su momento se dijo de la reforma constitucional de López Pumarejo
en 1936. Y ante la imposibilidad de frenar o impedir su cumplimiento, han
tomado la decisión de desmontarla, aunque en perspectiva bien poco es lo que
han logrado.27
Pueden ser cuantitativamente muchos los retoques que se han inten-
tado –algunos de ellos clave como la resurrección de la extradición–, pero son
pocos los que de verdad han afectado el espíritu del proceso constituyente. Por
eso, muchos creen que la Constitución ya logra defenderse sola.
Muchos de los argumentos que hoy se levantan en contra de la Corte
Constitucional, por ejemplo, tienen que ver con la falacia de creer que el tipo
de democracia deliberativa y participativa promovida por la nueva Carta iba a
ser un sistema más cómodo y complaciente para los gobernantes.
Para no mencionar los compromisos que en materia económica y so-
cial ha honrado la Corte a la hora de proteger los derechos de los colombianos
que exacerban los ánimos de quienes siguen creyendo en la soberanía de la
27
En realidad lo que podría denominarse el “núcleo duro” de la Constitución de 1991 no ha
podido ser reformado, aunque se cuentan por decenas los intentos de lograrlo.
44
28
Sin perjuicio de facilitar la puesta en marcha de herramientas para luchar contra el terrorismo
y el crimen organizado, pretender que una Constitución puede acabar con esos flagelos tiene la
misma lógica que creer que hay que violarla para garantizar victorias en esos terrenos.
29
Para no hablar de la región latinoamericana, procesos de esta índole se han dado en Sudáfri-
ca, Rusia, la República Checa, Hungría, Bulgaria, Canadá, Ucrania, Lituania, Eslovaquia, etc. Y el
nuevo constitucionalismo aparece con fuerza en países como Alemania, Francia, Estados Unidos
y aun en naciones que carecen de Constitución escrita.
45
30
Lane y Ersson (2003).
46
31
Carrillo, F. (1997).
47
32
Aaron ha hablado de la “primacía de la política”. Audier, S. (2004), op. cit., p. 17.
33
Ver Payne, Zovatto, Carrillo, Allamand (2003).
48
34
Incluso ha hecho parte de la sabiduría convencional reformista, por ejemplo, que la reforma
legal y judicial no puede ser una reforma de carácter político. Pero los hechos han demostrado lo
contrario. Ver Carrillo, F. (2000), capítulo 1.
49
sociedad civil que ocupa nuevos espacios, etcétera. Lo único inadmisible en este
momento es propiciar la contrarreforma para echar abajo lo que sus impulsores
consideran cortapisas limitantes de la autoridad presidencial.35
35
Si bien la Constitución de 1991 ha mostrado resultados modestos en la modernización
del ejercicio de la política, es claro que contribuyó al fortalecimiento institucional de la función le-
gislativa y fiscalizadora del Congreso. Sin referirnos claro está a los grandes avances en materia
de los órganos autónomos de fiscalización y control, tanto de la Fiscalía General de la Nación y
la Defensoría del Pueblo como de la modernización del control fiscal en cabeza de la Contraloría
General de la República.
36
El fin de la política como lo entiende David Held (2001).
50
37
Ocampo, J. A. (2004).
38
Ver Binetti, C. y Carrillo, F. (2004).
39
Carrillo, F. (2000).
51
40
Foxley, A. (2004).
41
Holmes y Sunstein (1999).
52
42
Garretón, M. A. (1995).
53
ciertos derechos y viene el trade-off entre unos y otros, con un inmenso costo
para la democracia y el desarrollo.
En consecuencia, la formulación de políticas económicas orientadas hacia
los derechos obligaría a la búsqueda de consensos para las prioridades que se
asignan a la realización de algunos derechos en detrimento de otros. Los dere-
chos fundamentales de los ciudadanos y los compromisos jurídicos asociados a
ellos deben asumir la mayor prioridad, independientemente de las limitaciones
de recursos. En suma, las decisiones en materia económica deben reflejar
el derecho de los ciudadanos a alcanzar determinados niveles de desarrollo,
respetando la dimensión económica de los derechos fundamentales.
Ese es el verdadero contenido de una auténtica “Constitución Económi-
ca” para una democracia que apunte a compatibilizar el desarrollo político con
la reforma social. Y cuando se habla de desarrollo, la centralidad de los derechos
económicos y sociales los coloca como un marco ético43 para las políticas de desa-
rrollo donde coinciden la libertad y la igualdad. Sunstein ha recalcado con fuerza
que la “moralidad interna de la democracia” requiere protección constitucional de
muchos derechos individuales, en particular algunos económicos y sociales.44
Finalmente, aquí cabe indagar también si cualquier alternativa distinta
al Estado de bienestar ha tenido en cuenta el carácter indivisible de los dere-
chos económicos y sociales, y las posibilidades ciertas de hacerlos efectivos y
justiciables por las mismas vías que le han abierto el camino a los derechos
civiles y políticos. Porque la refundación de un Estado de bienestar que parta
de la reforma política ha sido el esfuerzo que precisamente no se hizo en los
últimos años. Y no se hizo por la captura de intereses particulares del aparato
público que terminó “truncando” los alcances de la reforma redistributiva.45
43
No puede olvidarse que en América Latina el ethos democrático ha estado siempre más cerca
del ideal igualitario y participativo que del ideal liberal. Garretón, M. A., ibíd.
44
Sunstein, C. (2001).
45
De Ferranti et al. (2003).
54
46
No han faltado en Colombia quienes han calificado la Constitución de hipergarantista para
justificar su reticencia a los controles jurisdiccionales sobre todo en la lucha contra el delito.
47
Todos los balances de las estrategias de reforma de la justicia en los últimos años apuntan
a reconocer la existencia de este principio como premisa mayor de la reforma.
55
La agenda pendiente
El desarrollo constitucional
Cualquier tentativa de evaluación de lo que ha representado el proceso cons-
tituyente y la Constitución de 1991 nos remite a la real capacidad de la Carta
para generar los cambios institucionales complementarios al mero cambio de
texto constitucional. Allí hay una gran tarea que ha estado en entredicho por
Aftalión, M. E. (1996).
48
Hasta muy reciente fecha, en la mayoría de los países latinoamericanos los jueces eran
49
56
50
La Escuela de la Economía Institucional ha relievado el análisis de las reglas formales e
informales que enmarcan los procesos de desarrollo económico. North, Buchanan y Coase, entre
otros, insisten en la necesidad de disponer de ambientes institucionales ciertos y previsibles como
determinantes del desarrollo. La Constitución es allí la premisa mayor.
51
El derecho a no ser excluido hace parte de lo que Brossat llama la inmunidad que debe crear
la democracia. Brossat, A. (2003).
57
52
En esta dirección el Estado social de derecho proclamado en el artículo 1º de la Constitución
de 1991 ha impregnado muchas decisiones jurisprudenciales en las cuales la equidad tiene valor
prioritario como principio de interpretación.
58
sión rotunda: la reforma política en América Latina tiene que hacer parte de la
agenda de desarrollo, porque la democracia es una condición indispensable
para lograr el crecimiento y luchar contra la pobreza.53 Parece el descubrimiento
del agua tibia, pero no es así, pues hasta hace muy poco se vendía con éxito la
teoría del autoritarismo como condición de crecimiento económico.
Sin perjuicio de algunos casos excepcionales, América Latina ha pasado
de luchar por la supervivencia de su sistema democrático a un escenario donde
lo que importa es la calidad de la democracia y la salud de sus instituciones políti-
cas. Pero los signos vitales de ese enfermo arrojan cifras preocupantes que ponen
en el último lugar de la confianza de los ciudadanos a los partidos políticos, el
Congreso, el Gobierno y el poder judicial.54
Así lo ha demostrado el Latinobarómetro con cifras escalofriantes para
la consolidación de la democracia en la región. La historia clínica de autorita-
rismo, caudillismo, clientelismo e inequidad tampoco ayuda a un paciente que
en algunos casos continúa en cuidados intensivos.
El modelo económico imperante creyó que la consolidación de la demo-
cracia era un problema secundario frente a las exigencias de la estabilización
económica. Se pasó de creer que la democracia se iba a ajustar sola a pedirle
intempestivamente todo a la democracia. Incluso a que produjera milagros
cuando apenas se ha comenzado a reconstruir el Estado como factor decisivo
en el modelo de desarrollo.
Lo propio puede decirse de la estrategia de reforma constitucional puesta
en marcha en América Latina en la última década, porque la Constitución no debe
ser un simple esqueleto de leyes, sino un tejido de relaciones dinámicas, como sen-
tenciaba Carlyle. Construir ese tejido vivo de relaciones dinámicas para cubrir
los huesos pelados de la Constitución escrita es una tarea de muchas décadas
y de varias generaciones.
Lo que sí está claro es que la sostenibilidad política del modelo económico
vendrá de la mano de la consolidación democrática afincada en estos procesos
constituyentes. Y de nuevo el problema es creer que nos podemos olvidar de
lo que se ha logrado para regresar torpemente a fórmulas que han fracasado.
Por ello, la democracia que se ha visto fortalecida por la vía de los pro-
cesos constituyentes de la región no puede convertirse en el chivo expiatorio
de décadas de inequidad en América Latina, cuando se le ha puesto sobre sus
53
Payne, Zovatto, Carrillo, Allamand (2002).
54
Ver Latinobarómetro (2004).
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hombros una sobrecarga de demandas económicas que han surgido como con-
secuencia de pasar por alto la importancia de la renovación de las costumbres
políticas.
Reflexiones finales
La séptima papeleta no fue una idea gubernamental, ni una propuesta de los
partidos, ni una plataforma de campaña electoral o de algún equipo político.
Fue una iniciativa de un grupo de jóvenes, estudiantes y profesores universi-
tarios, organizados como movimiento ciudadano que creó un hecho político
supraconstitucional sin precedentes. Muchas aspiraciones de la generación de
la constituyente quedaron consignadas en normas constitucionales cuyo de-
sarrollo y puesta en práctica, sin embargo, es compromiso futuro que tomará
muchas décadas y varias generaciones de colombianos.
Se ha dicho que la democracia es una verdadera creación política cuyas
ideas, instituciones y prácticas deben constituir una acción colectiva. Si bien
la herencia de un vacilante intervencionismo estatal impidió el surgimiento
de una sociedad civil autónoma y poderosa, a partir de 1991 en Colombia se
impuso la necesidad de trabajar desde el Estado hacia la sociedad civil y des-
de la sociedad civil hacia lo público, aferrados a la idea de que la política no
podía renunciar a su capacidad creadora para transformar la realidad. Allí, la
sociedad civil aparece como un actor privilegiado de la convergencia entre el
constitucionalismo y la democracia.
La Constitución de 1991 es una carta política que por primera vez en
la historia de Colombia fue hecha entre todos y para todos. Pero las carencias
de la institucionalidad democrática son todavía inmensas. Es hora de medir la
calidad de la democracia y la calidad de la política, porque la explicación sobre
la insatisfacción acerca de su calidad y desempeño tiene que ver con la forma
como perdió su centralidad al dejar de ser el núcleo exclusivo a partir del cual
se ordenaba la sociedad y la economía.55
Como ya se enfatizó, bien vale la pena abrir el interrogante en relación
con las instituciones que nacieron en 1991, cuyo desarrollo constitucional
ha quedado en entredicho, bien por la simple inercia de los hechos, bien por
la inversión de prioridades o bien por la coartada perfecta de quienes se han
empecinado en impedir su consolidación.
55
Ver desarrollo de este argumento en Payne, Zovatto, Carrillo, Allamand (2003).
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56
Lowenthal, A. (2000).
61
Bibliografía
Aftalión, M. E. (1996). El revés del derecho. El derecho. Universidad Católica
Argentina. 9008.XXXIV, 8.
Audier, S. (2004). Raymond Aron. La démocratie conflictuelle. Paris: Editions
Michalon.
Badinter, R. (2002). Une Constitution européene. Paris: Fayard.
Binetti, C. & Carrillo, F. (eds.) (2004). ¿Democracia con desigualdad? Una
mirada de Europa hacia América Latina. Bogotá: BID, Alfaomega.
Brossat, A. (2003). La democratie inmunitaire. Paris: La Dispute.
Carrillo, F. (1990, febrero 6). La Asamblea Nacional Constituyente. El Tiempo.
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63
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legítimos, hicieron que el Congreso fuera visto como parte del problema, no
de la solución.
En este escenario excluyente y represivo con otras manifestaciones
políticas, pronto tuvieron eco en comunidades campesinas y académicas el pen-
samiento comunista y otras ideologías de izquierda radical que encontraron
así justificación para buscar en la lucha armada el único camino posible para
llegar al poder.
Entre 1964 y 1972 surgen las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia (FARC) de origen campesino, el Ejército de Liberación Nacional (ELN),
movimiento inicialmente universitario inspirado en la revolución cubana, y el
Movimiento 19 de Abril (M-19), en reacción al presunto fraude electoral contra
la Alianza Nacional Popular (Anapo) en 1970. Aparecieron también grupos
como el Ejército Popular de Liberación (EPL), maoísta; el grupo indígena Quintín
Lame y el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT).
No obstante su número y capacidad desestabilizadora, estos grupos
no serían el único ni el más grave factor de perturbación del orden público. A
comienzos de los ochenta el país sería consciente del poder alcanzado por las
mafias ya organizadas al amparo del narcotráfico. Su reacción a la entrada en
vigencia en marzo de 1982 de la Ley 27 de 1980, que ratificaba el tratado de
extradición suscrito con los Estados Unidos, no se hizo esperar.
El 30 de abril de 1984 fue asesinado el entonces ministro de Justicia
del gobierno Betancur, Rodrigo Lara Bonilla. Al año siguiente son extraditados
los primeros ocho colombianos y hace su aparición pública el grupo denomi-
nado “Los Extraditables”, que a cambio de prohibir la extradición prometían no
continuar sus acciones terroristas.
Pero como todo lo que está mal es susceptible de empeorar, según
una adaptación muy popular de la Ley de Murphy, no tardarían en aparecer
en el escenario las denominadas Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).
Los procesos de paz adelantados durante el cuatrienio Betancur redujeron, en
cumplimiento de las treguas acordadas, la presencia del Ejército en gran parte
del territorio nacional, lo que motivó a agricultores y ganaderos a organizar
pequeños grupos armados para defenderse del robo, la extorsión y el secuestro
que seguían padeciendo por parte de una guerrilla que utilizaba estos períodos
de negociaciones para fortalecerse militarmente y expandir su dominio territorial
(algunas cosas nunca cambian).
Los narcotraficantes, que fungían ya como importantes terratenientes,
ellos sí con experiencia y recursos para constituir verdaderos ejércitos privados, se
dieron a la tarea de fortalecer estos grupos y otorgarles como bandera política
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por ende, se sustrae también a todo tipo de juicio que pretenda compararlo
con los preceptos de ese orden (Sentencia de 9 de junio de 1987).
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La séptima papeleta
Al comenzar 1990, el diario El Espectador propuso abstenerse de votar en los
próximos comicios como protesta a las últimas actuaciones del Congreso. Para
el 11 de marzo estaban previstas las elecciones de Senado, Cámara, Asam-
bleas, Concejos, Alcaldes y una consulta del Partido Liberal para escoger su
candidato a la Presidencia de la República.
Esta iniciativa fue discutida entre los estudiantes y profesores que
impulsaban el “plebiscito por el plebiscito” y aun cuando algunos de ellos eran
partidarios de seguir a El Espectador en su idea, la decisión final fue la de
continuar con el proyecto y solicitarle al presidente Barco una audiencia para
explicar la iniciativa y concitar su apoyo.
Una alternativa, planteada por Fernando Carrillo, quien siendo profesor
de Hacienda Pública del Rosario había liderado el año anterior un grupo de
estudio conformado por estudiantes de la Javeriana y el Rosario, con el propó-
sito de contribuir con sus argumentos jurídicos a la constitucionalidad de los
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[…] es la única que hace viable el deseo de cambio sin violar la Constitu-
ción Nacional. […] Una manifestación popular de este tipo es precisamente
lo que le daría piso a la convocatoria de una constituyente. Sería, por así
decirlo, un legítimo golpe de opinión, por la sencilla razón que el derecho
a votar es legítimo. Lo contrario, la expedición de un decreto por parte del
gobierno para convocar al constituyente primario, se asemejaría más a
un golpe de Estado.
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1
Abogado de la Universidad del Rosario, con dedicación en los temas de contratación administrativa
y comercial, las telecomunicaciones y el arbitramento. Se ha desempeñado como secretario
general y privado del Ministerio de Justicia, asesor de la Asamblea Nacional Constituyente, asesor
de la Comisión Especial Legislativa, presidente (E) y secretario general de la Empresa Nacional de
Telecomunicaciones (Telecom) y conjuez de la alta Corte. En el sector privado, ha sido director
del Centro de Arbitraje de la Cámara de Comercio de Bogotá, asesor jurídico de la empresa Bavaria
S.A., coordinador de proyectos de la Corporación Excelencia y gerente del proyecto de la Agencia de los
Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por su sigla en inglés). Ha ejercido la cátedra
universitaria en pregrado y posgrado en las universidades Externado de Colombia, Javeriana, La
Sabana, los Andes y el Rosario, esta última donde dirige dos programas de posgrado.
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ninguna otra época sirvió tanto al protervo propósito de posicionar los magni-
cidios para frenar o intimidar la consolidación de nuevos fenómenos políticos
o sociales, claras antípodas de las mafias del narcotráfico y grupos al margen
de la ley que desplegaban por aquel entonces todo su poder.
De esa seguidilla de crímenes, sin querer minimizar en modo alguno otros
acontecidos por esos lustros, el de Luis Carlos Galán tuvo una afectación
más aguda, no solo por la alta representatividad política que lo envestía, sino
porque fue altamente sensibilizante en la mente colectiva en torno al repudio a
la exterminación sistemática. Pero, para entender en su perspectiva por qué
esa suma de homicidios y en especial el de Galán derivó en dicho fenómeno
social de repulsa, habrá que anticiparse a señalar que el fin que persigue un
magnicidio y sus autores va más allá de la muerte de un ser humano, ya que
conlleva la aniquilación de lo que este representa y la desestabilización del
orden social.
Identificado ese paradigma, habrá ahora que pasar a revelar lo que
representaba Luis Carlos Galán y el mensaje más reiterativo de su discurso po-
lítico que con su desaparición buscaba extinguirse. El planteamiento galanista
se centró fundamentalmente en la renovación de las costumbres políticas y en
la lucha contra el narcotráfico. Con todo aquello, la muerte del conductor liberal
no solo fue vista como un mero asesinato, también como el intento de imponer
la dictadura del miedo y el más desafiante alzamiento de la mafia.
Sin embargo, sin quererlo, ese 18 de agosto de 1989 los incautos nar-
cotraficantes se encargaron, por supuesto involuntariamente, de trazar, o mejor
aún de alterar, el curso de la historia colombiana para siempre.
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votación ella dispone en otros artículos, solo podrá ser reformada por un acto
legislativo, discutido primeramente y aprobado por el Congreso en sus sesiones
ordinarias...”. En complemento, el artículo 13 del plebiscito de 1957 dictaba:
“En adelante las reformas constitucionales solo podrán hacerse por el Congreso,
en la forma establecida por el artículo 218 de la Constitución”.
Precisamente la Constitución de 1886 se originó como antípoda del fe-
deralismo y supuso en principio una especie de aclimatación al nuevo régimen
mediante el fortalecimiento del poder central y la disminución de la participa-
ción ciudadana en la toma de decisiones –la excepción a este devenir fue la
introducción en 1985 de la elección popular de alcaldes–.
Mientras, a pesar de la aguerrida lucha contra el narcotráfico del go-
bierno de turno encabezado por el ex presidente Virgilio Barco, el narcotráfico
yacía glorioso, desmesurado, cruento y con la suficiente capacidad de asestar
demoledores golpes a la democracia. La muerte de Galán era ni más ni menos
que la prueba fehaciente de ello.
En resumen, lo que estaba en peligro no era solo el Estado, era la nación
toda. Así se percibió por parte de los estudiantes y, a renglón seguido de la marcha,
se pensó en la permanencia de la participación estudiantil mediante la creación
de una organización visible y con la misión de lograr una gran convocatoria
ciudadana para ofrecer soluciones al crítico momento que pasaba Colombia.
En el mundo, al igual que lo sería en Colombia, ese preciso año de
1989 la historia lo registraría como un año-década, en virtud de la cantidad
monumental de cambios que se experimentaron y, en particular, los generados
por la reivindicación de movimientos sociales juveniles. En China, por ejemplo,
cientos de estudiantes se alzaron en la Plaza Tian’anmen contra la política
oficial y el comportamiento de sus dirigentes, aunque desafortunadamente su
revuelta terminó en tragedia.
En Rumania, el dictador comunista Nicolae Ceausescu era depuesto luego
de que intentara reprimir los levantamientos ciudadanos que exigían la llegada de
la democracia luego de años de totalitarismo. Fue además el año que cayó el
mítico Muro de Berlín, construcción que se convirtió en parte de las fronteras
interalemanas desde el 13 de agosto de 1961 hasta el 9 de noviembre de ese
año, separando a la República Federal Alemana de la República Democrática
Alemana.
Tal hecho no implicaba simplemente la demolición de la obra que se
extendía por cuarenta y cinco kilómetros que dividían la ciudad de Berlín en
dos, evidenciaba certeramente la finalización de la Guerra Fría.
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Pero por sobre todo cada vez más dentro de los estudiantes tomaba
fuerza la necesidad de reformar la Constitución con la finalidad de redefinir la iden-
tidad nacional, depurar el régimen político, fortalecer las instituciones y acercar
al ciudadano común a la toma de las decisiones colectivas. Surgió entonces
la propuesta de un plebiscito para convocar una asamblea constituyente que
buscara una salida a la crisis institucional.
El gobierno de Barco hizo eco del estudiantado y en diciembre de 1989
propuso convocar a un “Referendo extraordinario por la paz y la democracia”,
durante el trámite de la reforma constitucional proyectada para el 21 de
enero de 1990, lo que serviría también para consolidar los acuerdos de paz con
la guerrilla del Movimiento 19 de Abril (M-19) que acababa de desmovilizarse.
Sin embargo, ante la perspectiva de que el narcotráfico presionara
violentamente la inclusión de una pregunta dirigida al pueblo para que se
pronunciara también sobre la continuidad de la extradición de los capos a los
Estados Unidos, hizo que el proyecto debiera ser retirado en su totalidad.
No obstante los estudiantes seguimos adelante. Desde el Rosario se
propuso la recolección de firmas para darle piso a la iniciativa de reforma
constitucional. Así se hizo y las firmas fueron protocolariamente entregadas
al Presidente para legitimar la iniciativa. Pero aún no era suficiente y mucho
menos cuando existía el escollo de que para ese entonces la imperante Constitución
de 1886 restringía la modificación constitucional a la exclusiva vía del trámite
congresional.
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asesores que, junto con los comisionados designados por las bancadas de las
fuerzas participantes en la constituyente, integraron la Comisión Especial Legis-
lativa –órgano encargado de reglamentar gran parte del texto constitucional–,
y de trabajar en el Ministerio de Justicia, precisamente en la implementación
institucional de la reforma constitucional.
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Abogado especializado de la Universidad del Rosario. Ha optado al título de magíster en
Administración de la Seguridad Social en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Director de la Corporación para el Desarrollo de la Seguridad Social (Codess), de la Especialización
en Derecho Laboral y Sistema de Seguridad Social de la Universidad Católica de Colombia y del
Centro de Pensamiento de Asocajas. Ha estado vinculado al sector público y a instituciones de
la seguridad social en cargos directivos. Fue asesor de la Consejería Presidencial para la Refor-
ma Institucional y de la Asamblea Nacional Constituyente; integró la lista de candidatos a la
Asamblea Nacional encabezada por Fernando Carillo. Es coordinador de la Subregión Andina de
la Conferencia Interamericana de Seguridad Social (CISS), docente universitario en la Pontificia
Universidad Javeriana, Externado de Colombia, el Rosario, Santo Tomás, de Manizales, invitado
de la Universidad de Buenos Aires, entre otras; conferencista en foros nacionales e internacionales
y autor de varias obras en temas de protección social.
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nioso y fatal per se, implicaba una declaración de guerra a muerte contra
la sociedad.
La séptima papeleta
¿Qué hacer frente a la violencia? ¿Cómo responder en forma civilizada contra
mafias internacionales del terror? ¿Había alguna viabilidad para la sociedad
política colombiana?
A finales de 1989 ingresé a trabajar como asesor en la Consejería Pre-
sidencial dirigida por Fernando Carrillo. Para mí era una ocasión única, pues
me vinculaba de manera directa a la agenda pública, pero a la vez me permitía
participar en los debates sobre los alcances y formas de llevar a cabo una re-
forma política para un nuevo país.
Desde la Universidad y como expresión de espontánea reacción cívica, se
había gestado todo un movimiento desde la muerte de Galán, cuya integración
se había formalizado a través de la participación en la marcha que acompañó
el féretro del mártir hasta el Cementerio Central en Bogotá.
De allí en adelante era claro que los estudiantes no íbamos a dejar que las
cosas siguieran pasando frente a nosotros, sin ser actores de la historia nacional.
Pero ¿cuál era el camino?
Era como revivir la historia en el claustro. Frente al fusilamiento de pa-
triotas en el siglo XIX, ahora el terrorismo cortaba la vida de colombianos y
colombianas sin razón. Entonces, muchos de los rosaristas engrosaron las filas
del ejército libertador, pero ahora ¿cuál habría de ser la participación de la Uni-
versidad para salir de la encrucijada?
Desde el derecho y con decisión política inquebrantable, la Universidad
asumió la defensa de la salida democrática, consistente en la convocatoria a
una asamblea constituyente.
Esta idea era en principio inaceptable o irrealizable para muchos, pero
fue tomando fuerza como expresión de la única salida posible a la crisis insti-
tucional de entonces.
Para justificar su procedencia había que legitimarla políticamente, por
lo que tendrían que encontrarse los caminos para que el constituyente primario
se expresara. Esto habría de materializarse a través de la séptima papeleta.
Con el aval de la Corte Suprema, pudo conseguirse la expresión popular
y abrirse camino una fórmula institucional hacia un nuevo pacto social.
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La Asamblea Constituyente
Nunca pretendió la Universidad apropiarse de un proceso que era nacional.
Jamás, eso sí, desatendió sus obligaciones en el liderazgo del movimiento es-
tudiantil, por lo que en todo momento participó en las discusiones y en la ejecu-
ción de las acciones necesarias para que se cristalizara el propósito de contar con
una Carta Política que sirviera de ruta para la superación de la crisis.
Por ello y como resultado de la decisión adoptada por el movimiento
estudiantil, se acogió la candidatura para integrar ese organismo del profesor
Fernando Carrillo.
La lista habría de ser conformada por medios democráticos y con la
participación de los grupos y universidades que de tiempo atrás habían contri-
buido a la gestación del movimiento.
Como era de esperarse, se convocó a elecciones en la Universidad para
definir el nombre de quien integraría dicha lista en representación de ella.
Hernando Herrera, quien para entonces dirigía el Consejo Estudiantil, me
convocó a participar como candidato en ese proceso; era una mañana de viernes
y en la escalera central del claustro, se definió la pertinencia de que yo parti-
cipara en el proceso eleccionario, como vocero de un grupo de estudiantes de la
Universidad.
Rápidamente se armó la parafernalia proselitista que estaba some-
tida a una prueba electoral central; la presentación de los nombres y las
propuestas en una jornada convocada para el mediodía en el patio central
de la Universidad.
Ante los estudiantes, los candidatos internos expusimos nuestros pro-
pósitos y se procedió a votar.
Resulté beneficiado con el favor electoral. Era entonces el vocero de
la comunidad rosarista en la lista a la constituyente que encabezaba Fernan-
do Carrillo, por lo que me inscribí en el tercer renglón de ella, luego de Óscar
Guardiola. Así lo había decidido democráticamente la Universidad y tenía
entonces el enorme compromiso de representar sus intereses en el proceso de
la constituyente.
Una vez obtenida la curul, pude participar como asesor del constituyente
Fernando Carrillo y ejercer labores de coordinación con los equipos de estudiantes
que habían promovido su nombre e impulsado en forma tan determinante el
proceso constituyente mismo.
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ciera uso de ellas de la mejor manera posible y sin pretender ser los custodios
de la verdad o los iluminados que habrían de conducir los destinos nacionales.
A nuestro juicio este mérito es el que principalmente debe reconocerse
a la generación de la Séptima Papeleta, como testimonio de que la política va
mucho más allá de las pretensiones de partido y que su genuino campo de
acción se proyecta en el ejercicio ciudadano de la participación.
Otra de las características del movimiento de la Séptima Papeleta es su
indeclinable convicción por los valores democráticos y del derecho. Promotor
de un cambio constitucional revolucionario, supo el movimiento encontrar los
caminos jurídicos para que este se expresara en forma participativa y con res-
peto a la Constitución de 1886.
Rechazó en todo momento el uso de la fuerza y de la violencia, aún la
institucional, y supo ofrecer a la ciudadanía la alternativa del diálogo y el pacto
político, para alcanzar el logro de una sociedad más justa.
La Carta Política de 1991 es, pues, expresión de un movimiento social
con el cual el país, bajo el liderazgo de sus estudiantes, pretendió incorporarse
al nuevo milenio para superar la violencia y buscar un escenario de diálogo
capaz de dejar atrás la desintegración.
El legado
Cuando tantas reformas se han hecho a la Constitución de 1991 que difícil-
mente se aprecian sus líneas centrales, se pregunta si el legado del movimien-
to estudiantil fue la Carta Política, entonces ¿tanto su existencia como sus
aportes fueron efímeros?
Más allá de un ordenamiento normativo, la Constitución de finales del
siglo sirvió como pacto político refundador. Nos dejó la lección sobre la capa-
cidad de las sociedades de hacer un alto en la violencia y plantear esquemas
básicos de convivencia.
Pese a que no se logró el acuerdo con grupos guerrilleros que tanto
mal siguen causando a la nación, fue un paso de incalculables proyecciones
en cuanto al resurgimiento de la patria.
Dotó al país de una estructura jurídica más confiable y cercana, con la
que ahora enfrenta nuevos retos.
Si bien no todas las aspiraciones se lograron, sí se convino en una nue-
va nacionalidad, proyectando una sociedad política diferente. Avanzamos en
democracia política y social; se ha aplazado el reto de la democracia económica,
114
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1
Basado en el libro Contra todas las apuestas de Humberto de la Calle (2004), Planeta.
2
Cañón, L. (1990, Marzo 11). Los quijotes de la séptima papeleta. El Tiempo.
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3
La revista Semana estima la cifra en quince mil asistentes –La revolución de los sardinos
(1990, Mayo 15), Semana, p. 37–.
4
Ibíd.
5
Ibíd.
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Algo curioso: entre ambos periódicos se trabó una disputa sobre el origen
de la idea. En este mismo editorial, El Espectador sostiene que la iniciativa de
6
El Tiempo (1990, Febrero 22).
7
El Espectador (1990, Marzo 5).
120
8
El Tiempo (1990, Marzo 8).
9
El Espectador (1990, Marzo 5).
121
10
El Tiempo (1990, Marzo 6).
11
El Espectador (1990, Marzo 7).
12
Ibíd. (1990, Marzo 8).
13
Ibíd. (1990, Marzo 9).
14
Ibíd. (1990, Marzo 10).
122
15
Ibíd. (1990, Marzo 12).
123
16
El Espectador (1990, Mayo 7).
17
Ibíd. (1990, Mayo 28).
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