Duermete Niño
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Duermete Niño
Eduard Estivill
ÍNDICE
1. Prólogo.
2. Nuestro hijo no duerme, nosotros tampoco (sobre cómo nos afecta la falta de
sueño)
3. No le durmáis vosotros, ha de lograrlo solo (sobre cómo crear el hábito del sueño)
4. Despacito y buena letra (sobre cómo enseñarle a dormir bien desde el principio)
5. Volver a empezar (sobre cómo reeducar el hábito del sueño) 65
6. Cuestiones horarias (sobre cómo ganarle la batalla al reloj) 85
7. Otros problemas (sobre cómo afrontar las pesadillas y demás parasomnias)
8. Preguntas y respuestas (sobre cómo solventar las dudas más comunes).
9. Apéndice. Cuando cuesta un poco más (sobre cómo afrontar los casos más
difíciles).
10. Sobre el doctor Eduard Estivill.
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I
Nuestro hijo no duerme, nosotros tampoco
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Triunfa como madre en treinta y siete lecciones y Tendencias suicidas en padres de bebés
llorones.
Pero, gracias al cielo, la siempre dispuesta-para-lo-que-haga-falta vecina del 4.0 A vendrá
en su ayuda: «A la del 2.0 B le pasó lo mismo. No os preocupéis, dentro de nada dormirá
de un tirón, seguro que tiene cólicos o hambre o cualquier cosa por el estilo» ¡Lo que ha
dicho! Los papás, por fin, ven la luz. ¡Aleluya!, Ya tenemos justificación: «Es que la nena
sufre de cólicos.
Seguro que, cuando se le pasen, dormirá como un lirón.
Pobrecita mía, lo que estarás sufriendo. ¡Ven a los brazos de mamá!», cuyas ojeras, por
cierto, no se arreglan ni con cuatro capas de corrector y maquillaje, las de papá tampoco,
pero es que a él le importa menos, o al menos, eso dice.
Pero sigamos, porque aquí no acaba la cosa. De pobre Martita, nada; si acaso, pobres
padres ¡Serán ingenuos!
Lo normal es que se acabe la excusa de los cólicos y les vengan con el cuento de que a la
nena le están saliendo los dientes: «¿Cómo pretendéis que duerma si deben dolerle
muchísimo», lo que, por otra parte, aún está por demostrarse. A esa excusa le seguirá otra
de las «números uno» de la lista de grandes éxitos: «Cuando empiece a andar, solucionado
el problema. Ya verás, estará tan cansada de trotar todo el día que caerá redonda.» Pero no,
ni por ésas; la nena se hará sus vete-a-saber-cuántos kilómetros diarios, si hace falta un
maratón (nosotros detrás y agotados, claro), y a la hora de meter-se en la cama, el drama de
siempre: ella como nueva, sin ganas de irse a dormir, y nosotros... ¿para qué contar?
y podríamos seguir, «excusándola» eternamente: cuando se acostumbre a dormir sin
chupete, cuando aprenda a hacerla sin pañal, cuando vaya a la guardería... y así «por los
siglos de los siglos». Bueno, es un decir, porque «no te preocupes cariño, el día que se
case, dormiremos tranquilos». «Eso, eso, ¡que la aguante su marido!» Pobre Martita,
apenas dos años y ya quieren darle puerta.
Por si esta sucesión de «horrores» no bastara, suelen ir unidos a otros factores no menos
desestabilizadores: los consejos, críticas y comentarios varios de abuelos, hermanos,
amigos, vecinos... ¡Por qué será que todos se creen con derecho a opinar mientras nos
miran como si fuéramos unos inútiles o, digámoslo claro de una vez, unos malos padres?
Por ejemplo, ¡quién no ha oído aquello de «Los padres de hoy ya no educan como los de
antes y, claro, mira lo que pasa» y demás lindezas por el estilo? Y papá y mamá a callar, no
vaya a ser que la suegra -la vecina, la tendera, el taxista o quien se tercie- se nos rebote y
acabemos estrangulándole de puro ataque de nervios. ¡Ojo!, abogados de prestigio nos han
informado que de poco nos valdría alegar enajenación mental transitoria, o sea que manos
quietas.
El caso es que los pobres papás -¿Por qué será que siempre creemos que cualquiera sabe
más que nosotros?- las aguantan de todos los colores mientras prueban lo que sea en busca
del tan esperado milagro.
.Les dicen: «Dadle hierbas» y ellos se vuelven expertos en infusiones, brebajes y conjuros
varios para gozo de la dueña de la herboristería y del sector oscurantista de la familia.
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.Les sermonean: «Lo que debéis hacer es dejarla llorar hasta que se duerma» y ellos, ¡Ea!,
a quedarse sordos, para acabar cediendo después de dos horas de histeria y una denuncia
del vecino.
.Les aconsejan: «Ponedle música clásica» y, prestos, corren a comprarse la última versión
de Las cuatro estaciones de Vivaldi, cuando lo que les va es la salsa, la rumba y el cha-cha-
cha, faltaría más, «que uno es padre, pero sigue siendo joven» (ni que tuviera que ver).
.Les animan: «Sacadla a pasear en coche» y, venga, a dar vueltas con el pijama puesto y
oyendo a los de al lado diciendo aquello de «¡Mira que salir con una criatura a estas horas!
Hay personas a las que se les debería prohibir tener hijos...» Como para pasarle a Martita
por la ventanilla: «Pues mire por donde, se la regalamos.»
En conclusión, ¿resultados de tanto experimento?
Ninguno, claro está. La niña sigue sin dormir de un tirón. Sus papás tampoco.
Esto, que contado así puede resultarnos hasta gracioso, no lo es: el mal dormir tiene
consecuencias muy
En los padres
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.Inseguridad
.Sentimientos de culpa
.Mutuas acusaciones de mimarlo
.Frustración ante la situación
.Sensación de impotencia y fracaso
.Cansancio
negativas tanto para Martita como para sus padres... ¡Y suerte que no hay más pequeños en
la casa!
Sólo hace falta fijarse en cómo evoluciona un ser humano en sus primeros años de vida
para darse cuenta de los enormes cambios que realiza en tan poco tiempo: un recién nacido
tiene poco que ver con un bebé de 4 meses; éste tampoco se parece a un niño de 2 años, ni
éste, a su vez, a uno de 4 o 5... Y si estos cambios son obvios desde el punto de vista físico,
no lo son menos desde el punto de vista emocional e intelectual. En definitiva, de ser seres
totalmente dependientes pasan a ser personas con una vida propia y es evidente que para
que todo esto sea posible, y lo sea en las mejores condiciones, necesitarán invertir un
montón de energía; energía que recuperarán gracias a una buena alimentación y a un mejor
descanso.
Pero ¿qué ocurre si un crío no duerme bien? Donde más se dejan sentir las secuelas es en
su actitud vital.
Despertarse tantas veces por la noche impide que Martita descanse todo lo que necesita.
Esto provoca que esté más inquieta porque, a diferencia de los mayores, el cansancio en
lugar de aplacarla, la excita. Es fácil entender
que en estas condiciones llore con frecuencia y sin motivo, se ponga de mal humor con
suma facilidad, peque de falta de atención y, por culpa de todo ello, dependa
excesivamente de las personas que la tienen a su cuidado (mamá apenas puede respirar). A
medio y largo plazo, esto puede convertirla en una niña tímida e insegura, con dificultades
para relacionarse con los demás e, incluso, provocar el tan temido fracaso escolar.
Aunque todavía no se sabe mucho sobre los efectos de la falta de sueño en la salud infantil,
es indudable que un niño «estresado» no tiene las mismas defensas que otro que descansa
bien, y una de las consecuencias que sí se han podido comprobar es de las que hacen
temblar a más de un padre: la hormona del crecimiento (también denominada somatotropa
o GH) se segrega, sobre todo, durante las primeras horas después de iniciado el sueño.
¿Qué significa esto? Que como el sueño de Martita está distorsionado, la secreción puede
verse alterada y, en consecuencia, perjudicar su crecimiento.
Los niños que duermen mal suelen pagarlo en centímetros y kilogramos de menos.
Y, ¿qué pasa con los padres de Martita? Como: podréis imaginar, los padres de la criatura,
o lo que queda de ellos, viven bajo una tensión insoportable. No han dormido ni una sola
noche de un tirón en dos años (hay quien menos, pero hay quien más). ¡Se dice rápido!
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¡Dos años! ¡104 semanas! ¡730 días! Y alguien pretende que tengan paciencia... ¿se puede
saber qué es eso? Hay momentos en que se culpan el uno al otro «<Esto pasa porque la
malcrías»), otros en que odian a la pequeña «<¡Si llego a saberlo no tengo hijos! ¡No la
aguanto más!»), para automáticamente sentirse culpables: «¿Cómo puedo ser capaz de
pensar eso, si la desgraciada lo debe estar pasando tan mal como nosotros.»
Un verdadero infierno. En palabras de los afectados:
«Hay que vivirlo para saberlo.» 1
¿Alguien da más? Desgraciadamente sí. Basta con escuchar a algunos papás para darse
cuenta.
.«Es un drama, ¡qué digo! Un dramón», asegura Ana, que tiene un bebé de 9 meses que
nunca ha dormido más de 2 horas seguidas. «Somos como zombis, no rendimos ni como
padres, ni como pareja, ni profesionalmente. Vivimos a un tercio de nuestro potencial,
porque nuestro agotamiento nos deja inservibles para casi cualquier cosa. Para colmo,
estamos tan irritables que nuestra relación de pareja va de mal en peor y, desde luego, no
tratas igual a una hija cuando te sientes relajada y contenta, que cuando estás hecha polvo y
con la moral por los suelos.»
.Juan, su marido, se expresa en el mismo sentido: «Yo antes me reía cuando alguien
explicaba aquello de que hay parejas que se pelean por culpa del tapón del tubo de pasta
dentífrica. Ahora no me hace ni pizca de gracia; hasta esa estupidez provocaría un
enfrentamiento entre nosotros. Lo peor es que vivo obsesionado. Por la mañana respiro
aliviado, y es un decir,
Aunque pocos, se dan casos en que los padres acaban rechazando a sus hijos, contra los que
manifiestan actitudes agresivas: la mayoría de las veces verbales, aunque también físicas.
cuando pienso que aún quedan muchas horas antes de que llegue el momento de meter a la
cría en la cama. A medida que transcurre el día y se va acercando la hora me voy tensando.
Es más, busco excusas para no tener que volver a casa... Supongo que a mi mujer le pasa lo
mismo. ¡Así no hay quien viva!»
.Pepe, más optimista, porque su hijo de 18 meses no padece insomnio desde hace uno,
comenta:
«Nosotros lo llevábamos bastante bien. Nos turnábamos y, como ambos tenemos mucha
paciencia, evitábamos estallar por cualquier cosa. Si he de ser sincero, para mí lo que peor
fue renunciar a tener una vida sexual normal. ¿Alguien se puede imaginar lo que es pasarse
todo este tiempo sin poder hacer el amor sin en- interrupciones? Diecisiete meses, casi
nada. Nunca pudimos hacerlo sin oír un llanto o una vocecilla llamando a mamá. Teníamos
que parar y, bueno, mi en mujer solía decirme: "No te muevas, no hagas nada, manténte
como estás, que ahora vuelvo". Y, ¡hala!, a esperar cinco minutos y a seguir, como si el
"intermedio publicitario" fuera lo más natural del mundo.»
.Rosa, cuya hija de 3 años acaba de «curarse», explica: «Es como si, durante todo este
tiempo, mi marido y yo hubiéramos puesto el botón de "pausa" a nuestra relación. Si he de
ser sincera, ni existía.
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Toda nuestra vida giraba en torno a la niña y la poca energía que nos quedaba la
utilizábamos para afrontar nuestra vida cotidiana. Cuando algún familiar nos echaba una
mano, nos íbamos a un hotel, pero a dormir, porque, seamos sinceros, no nos quedaban
fueras para otra cosa. Con decir que me quedé dormida en un examen de mi máster.
¡Menudo bochorno!»
.El marido de Rosa confirma sus palabras: «Es cierto. Ha sido durísimo. Al principio,
aguantas como puedes, pero al cabo de poco tiempo, estás exhausto.
Para colmo, como vas probando todo lo que se te ocurre, te aconsejan, lees, oyes, y la niña
sigue sin dormir, te sientes inseguro, impotente, culpable... ¡Y no te pierdas la cara con que
te miran los que tienen hijos que duermen! Te tratan como si estuvieras desvariando o
fueras un auténtico desastre. En mi caso, la palabra clave es fracasado: me sentía un
fracaso como padre, ¡con las ganas que tenía de tener familia numerosa! Rosa y yo
hablábamos de tener tres o cuatro críos, pero con este problemón se nos fueron las ganas.
Espero que ahora que ya lo hemos solucionado volvamos a animarnos.»
EL LÍMITE DE LOS CINCO AÑOS
Un niño que a los 5 años no ha superado su problema de insomnio, tiene más posibilidades
de padecer trastornos de sueño el resto de su vida que otro que (ya) duerma bien. La razón
de que hablemos de los 5 años como una especie de fecha límite es porque a esta edad un
niño suele entender perfectamente lo que le dicen sus padres, y si éstos le piden que no
salga de su cuarto y que no dé la lata -amenazas incluidas---, lo probable es que les
obedezca, lo que no significa que ya duerma de un tirón. Si ha padecido insomnio, lo
seguirá sufriendo, sólo que ahora pasará el mal trago solo. Lo normal es que entonces
aparezcan problemas de otro tipo: miedo a irse a la cama, pesadillas, sonambulismo... y, a
partir de la adolescencia, insomnio de por vida.
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Lo que ocurre es mucho más simple: vuestro hijo aún no ha aprendido a dormir.
Suponemos que os estaréis preguntando: «Yeso, ¿qué quiere decir?» Lo descubriréis en
breve, en el próximo capítulo, y, si seguís al pie de la letra las «instrucciones», en menos
de una semana tendréis a un nuevo dormilón en casa.
En primer lugar, será suficiente con que hagáis borrón y cuenta nueva y que tengáis bien
claro desde un
principio que vuestro pequeño:
.No padece una enfermedad.
.No tiene un problema psicológico.
.No es un mimado, aunque, a veces, os lo pretendan hacer creer.
.Y, sobre todo, lo que sucede no es culpa vuestra.
Sencillamente, aún no ha aprendido el hábito de dormir.
Y esto es, precisamente, lo que pretendemos ayudaros a enseñarle en este libro, que aspira
a ser el manual de instrucciones relacionado con el sueño infantil, que debieron daros al
entregaros a vuestro pequeño.
Nuestro objetivo es que logréis lo que finalmente lograron los padres de Martita: que la
niña durmiera y, con ello, que todos pudieran dormir, ¡Y vivir!, en paz. Como explican
ellos mismos: «Después de estar dos años cayendo por un pozo sin fondo, hemos
recuperado la ilusión, la alegría, las ganas de hacer cosas... ¡Es como volver a nacer!»
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II
No le durmáis vosotros, ha de lograrlo solo
(sobre cómo crear el hábito del sueño)
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Todos sabemos que no es lo mismo comer que comer bien. También estamos de acuerdo
en que comer bien es un hábito que se aprende. Pues lo mismo es válido para el sueño:
evidentemente, todos los bebés duermen, pero no todos saben hacerlo bien. Hay pequeños
que lo hacen de un tirón a partir del tercer o cuarto mes, mientras que para otros la hora de
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acostarse se convierte en una tragedia y/o son incapaces de mantener el sueño durante toda
la noche, despertándose tres, cinco y muchas veces más para desespero de sus papás.
CARACTERÍSTICAS CLÍNICAS DEL INSOMNIO INFANTIL
(Por hábitos incorrectos)
.Dificultad para iniciar el sueño solo
.Múltiples despertares nocturnos
.Sueño superficial (cualquier ruido lo despierta)
.Duermen menos horas de lo habitual para su edad
SON NIÑOS TOTALMENTE NORMALES
DESDE El PUNTO DE VISTA psíquico y Físico
¿Qué causa la diferencia entre unos y otros? Lo que han aprendido. Aunque os pueda
parecer sorprendente, no nacemos sabiendo dormir bien, sino que aprendemos a hacerlo.
Lo que sucede es que este aprendizaje suele producirse de una forma natural, sin que
padres e hijos se den cuenta de ello De ahí que, salvo que nos topemos con un problema
como el de Pablo o Ana y nos lo explique un especialista, no nos enteremos de que existe
algo denominado insomnio infantil y que, en el 98 por ciento de los casos, tiene su origen
en un hábito mal adquirido (el 2 por ciento restante es por causas psicológicas).
Teniendo en cuenta, pues, que dormir bien es algo que se aprende y que los niños aprenden
de sus padres o de las personas que les cuidan, está en vuestra mano lograr que vuestro hijo
adquiera un buen hábito de sueño. La siguiente pregunta es obvia: ¿Cómo? Enseñándole a
conciliar el sueño solo. Es decir, por sus propios medios, sin vuestra ayuda ni la de nadie.
Para entenderlo mejor, daremos un pequeño rodeo. Los adultos tenemos un ritmo biológico
que se repite cada 24 horas aproximadamente! Y que regula nuestro cuerpo, marcando
nuestros patrones de vigilia-sueño, los momentos en que tenemos hambre, la secreción de
hormonas, nuestra temperatura corporal, etc. Para que nos sintamos bien, es necesario que
ese ciclo circadiano «<cerca de un día») funcione a la perfección. En el momento en que
nos acostamos tarde o nos saltamos una comida, por ejemplo, nuestro reloj se desajusta y
nuestro cuerpo y estado de animo se resienten.
En el caso de los recién nacidos estos ciclos se repiten cada 3 o 4 horas, es decir, en ese
período de tiempo el niño se despierta-le limpian-es alimentado-se duerme y así una vez y
otra (el orden puede variar, ya que hay padres que prefieren cambiar al niño después de la
comida). Esto sería lo normal; sin embargo, hay que advertir que algunos recién nacidos
son tan anárquicos algo que ni siquiera cumplen este ritmo, sino que se despiertan y
duermen cuando quieren, sin seguir patrón alguno.
Hacia el tercero o el cuarto mes de vida, los pequeños suelen empezar a cambiar su ritmo
biológico. Es decir, progresivamente van abandonando su ciclo de 3 o 4 horas de duración
para adaptarse al de los adultos, o sea, al ritmo biológico de 24 horas. Es decir, poco a
poco, el lactante va presentando períodos de sueño nocturno más largos. Si primero dormía
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para dárselos al niño con el objetivo de construir un hábito, lo que no podemos hacer es
retirárselos mientras esté aprendiéndolo. Dicho de otro modo, si decidimos utilizar una
cuchara para enseñarle a comer, lo que no podemos permitir es que, en mitad de la comida,
llegue papá y diga «fuera la cuchara, dáselo con palillos porque el verano que viene nos
vamos a Japón». Bromas aparte, lo que ha de quedar claro es que no debemos darle nada
que luego hayamos de quitarle. Recordad, lo hemos de hacer siempre igual.
Si estamos de acuerdo en que dormir bien, al igual que comer bien, es un hábito que se
adquiere. ¿Qué haremos para enseñárselo a nuestro hijo? Apoyarnos, al igual que en la
comida, en:
.Una actitud adecuada (por parte de los padres o cuidadores).
.Unos elementos externos.
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grita, y los padres interpretan agua, que prestos se sirven a darle. Pero el niño no se calma.
A estas alturas, papá y mamá están absolutamente agotados, desesperados, furiosos...
Total, que se lo llevan a su cama. Cuando se duerme, lo «facturan» a su cuna. Al cabo de
un rato, ¡¡¡BUAAAAÁ!!!
Ya sabemos que, en general, los padres tienen muy claro cómo enseñarle a comer a su hijo
y, desde el primer día, le enseñan el hábito siempre de la misma manera. Sin embargo, no
pasa lo mismo cuando se trata del hábito del sueño. Cuando un niño duerme bien desde un
principio, todo es miel sobre hojuelas, pero cuando no es así, lo habitual es que sus papás
no tengan la menor idea de cómo comportarse, de qué hacer, y en busca de algo que
funcione: si esto no sale bien, intentan aquello, si
1. Una advertencia: los niños con problemas de sueño suelen comenzar a hablar temprano.
Aprenden vocablos «clave» para lograr que sus padres les hagan caso. ¿Quién le niega agua a
un hijo sediento? Pues enteraos, lo más probable es que no tenga sed.
la suerte también falla, prueban lo de más allá... A la par que le van «experimentando» su
inseguridad va en aumento poco y dejándose notar. Acaban desquiciados: se sienten para
culpables, fracasados como padres, frustrados, enfadados...
Y, ¿qué pasa con Alberto? Pues muy sencillo, que se siente tan inseguro o más que ellos:
sus papás le cambian los «elementos externos» cada dos por tres y, para colmo, les nota
nerviosos, si no histéricos, tremendamente inseguros, puede que hasta malhumorados...
Alberto, que todavía no domina el lenguaje y que por tanto, no entiende eso de «Cariño,
haz el favor de dormirte, que es muy tarde», advierte, sin embargo, porque es un radar
sumamente sensible, que sus padres están como están.
Y, como siente lo Que sienten ellos. se siente sumamente inseguro. Y no podemos
pretender transmitirle la seguridad que necesita para entender que quedarse en la cunita
solo v conciliar el sueño por sí misma mismo es lo más natural del mundo.
Elementos externos
Igual que hicimos con el acto de comer, hemos de asociar el acto de dormir con una serie
de elementos externos que no podremos cambiar ni retirar en tanto el pequeño esté
aprendiendo el hábito. Imaginemos, por ejemplo, que dormimos a Juanito meciéndolo en
brazos ¿Qué elemento externo asociará a su sueno? Ese vaivén, elemento que en el
momento en que dejemos de mecerlo habremos «retirado». ¿Qué ocurrirá cuando se
despierte en medio de la noche? Reclamará aquello que asocia con su sueño para poder
volver a dormirse, es decir, necesitará que lo acunen para conciliar el sueño... y eso
requiere un papá o una mamá dispuesto a hacerlo.
Antes de seguir, es importante que tengáis en cuenta que cada noche todos
experimentamos una serie de pequeños despertares nocturnos que interrumpen el sueño.
Tanto en los niños como en los adultos no superan los 30 segundos de duración (en los
ancianos pueden llegar a los 3 o 4 minutos). Durante este tiempo es cuando reconocemos si
la situación ambiental es la misma, nos tapamos si hace falta y, normalmente, cambiamos
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de posición. Estos despertares no son recordados al día siguiente a no ser que se hayan
prolongado por algún motivo.
Si aplicamos esto al sueño infantil, nos encontramos con que, en una sola noche, un
lactante (o un niño pequeño) puede despertarse entre 5 y 8 veces (si padece insomnio
infantil, se despertará aún más). Cuando lo hace, espera que la situación siga siendo la
misma en que se hallaba cuando se quedó dormido, la misma en que se sentía seguro. Es
decir, si asoció dormir con ir de paseo en cochecito, espera seguir estándolo; si se durmió
mamando, buscará el pecho; si se quedó roque cogido de la mano de papá, la echará de
menos... y como lo normal es que no os paséis la noche paseándole, dándole de mamar o
sujetando su manita, cuando se despierte, ¿qué esperáis que le ocurra? ¡Se llevará un gran
susto! Y lo que es peor, no sabrá conciliar el sueño si no «recupera» aquella situación, es
decir, los «elementos externos» que asocia al sueño.
Por si aún no lo veis claro, os proponemos un sencillo ejercicio de imaginación: suponed
que, como cada noche, os metéis en vuestra cama y os quedáis dormidos. Al cabo de un
tiempo al experimentar uno de los
LO QUE NO DEBEMOS HACER
PARA DORMIRLO
.Cantarle
.Mecerlo en la cuna
.Mecerlo en brazos
.Darle la mano
.Pasearlo en cochecito
.Darle una vuelta en coche
.Tocarlo o dejar que nos toque el cabello
.Darle palmaditas o acariciarlo
.Darle un biberón o amamantarlo
.Ponerlo en nuestra cama
. Dejarle trotar hasta que caiga rendido
.Darle agua
típicos despertares nocturnos os dais cuenta de que estáis en el sofá del salón. ¿No os
asustaríais? ¿No os desvelaríais? ¿No os preguntaríais espantados qué ha pasado? Pues lo
mismo le sucede a vuestro hijo.
A estas alturas, ya os habréis dado cuenta de que todos los «elementos externos» de los que
hemos hablado hasta ahora tienen algo en común: para que se den necesitan la ayuda de
alguien, es decir, implican la intervención de un adulto. Un niño no puede pasearse en
cochecito solo, ni se levanta a prepararse un biberón, ni se desdobla en dos para acariciarse
la espalda, por citar algunos ejemplos.1
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Si el objetivo que perseguimos es que el niño duerma «de un tirón» y no nos despierte,
¿cuáles son los elementos que deberíamos asociar a su sueño? Está claro que ha de ser algo
que no tengamos que quitarle (retirar). Por lo tanto, algo que no necesite de un adulto.
Recordemos que el niño llora porque la situación con que se encuentra cuando se despierta
en medio de la noche no es la misma que existía cuando se durmió. Eso significa que
hemos de propiciar unas condiciones que puedan permanecer iguales durante toda la
noche.
De entrada, hay algo fundamental: su cuna. Nada de dormirlo en el sofá, en vuestros
brazos, en el cochecito, en vuestra cama, porque luego se los tendréis que «arrebatar».
¿Qué más? Que cuando lo acostéis, no le deis algo que requiera vuestra presencia ni os
quedéis
1. La «genial idea de los padres de Ana, quienes le compraron un televisor y un vídeo a una
niña de dos años para lograr que durmiera, merece mención aparte: aunque «solucionándolo.
como hicieron, aparentemente, se acabó el problema, resulta obvio que es una idea nefasta.
junto a él hasta que se duerma, porque esperará veros allí cada vez que tenga un despertar
nocturno.
Cumplidas estas dos condiciones, podéis darle cualquier cosa que queráis siempre y
cuando no se la vayáis a quitar: su chupete si es que lo usa, su osito si es que lo tiene, su
mantita... Es decir, elementos que, a diferencia de mamá/papá, sí pueden seguir a su lado,
permanecer junto a él, durante toda la noche.
En definitiva, no debéis ayudar a vuestro hijo a dormirse, es decir, no debéis tomar parte
activa para lograr que concilie el sueño. Ha de aprender a hacerlo solo, y cuando tiene
menos de 6 meses, se le puede enseñar a hacerlo de cualquier manera. Se conformará con
que las cosas estén tal como estaban cuando se durmió: su cuna, su mantita, su muñeco, su
chupete... Cuando se despierte, y ya sabéis que lo hará varias veces, notará que todo está
como siempre «<mi osito está aquí, mi chupete también, todo sigue igual, qué
tranquilidad») y volverá a conciliar el sueño sin más problemas. Y vosotros, por supuesto,
a dormir tan ricamente.
1. Los bebes mayores de 6 meses que aún no han adquirido un buen hábito del sueño suelen
padecer insomnio. Si es el caso de vuestro hijo, no sufráis; en el capítulo IV, «volver a
empezar» os explicamos cómo enseñarle.
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III
Despacito y buena letra
(cómo enseñarle a dormir bien desde el
principio)
Un recién nacido no duerme igual que un pequeño de 4 meses u otro de un año y medio. El
sueño infantil evoluciona con el tiempo. En este capítulo os explicamos cómo va
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RECIÉN NACIDO
Las primeras lecciones
Lo primero que hay que aprender sobre el sueño de un recién nacido es que duerme la
cantidad que necesita, ni más ni menos, y que lo hace «a su manera», es decir, que no
distingue entre el día y la noche y «cae» donde sea, cuando sea e independientemente de
las circunstancias que le rodean. En realidad su estado natural es el del sueño: en
promedio, un recién nacido duerme
unas 16 horas diarias, aunque algunos puedan llegar a las 20 y otros no superar las 14.1
Ya sabemos que en estas primeras semanas, lo habitual es que su ritmo biológico se repita
cada 3 o 4 horas, período de tiempo en que el pequeño se despierta es
limpiado-alimentado y se vuelve a dormir. Sin embargo, no os preocupéis si vuestro hijo
no se rige por patrón alguno. El hecho de que el sueño de un recién nacido sea totalmente
anárquico no significa necesariamente que vaya a padecer insomnio infantil, sobre todo
teniendo en cuenta que vais a educarlo en un buen hábito desde el principio.
En esta fase, sueño y comida van estrechamente ligados, por lo que los bebés suelen
despertarse por hambre. Sin embargo, es indispensable que no demos por válida la creencia
generalizada de que los recién nacidos sólo lloran porque tienen ganas de pecho o biberón.
No necesariamente ha de ser así, y lo mal si cada vez que llorara lo «cebáramos». En sólo
una semana, acabaría asociando llanto y comida y no callaría hasta que le diéramos su
«dosis», tuviera o no tuviera hambre. Por lo tanto, cuando vuestro hijo llore no corráis a
alimentarlo. Descartar, antes, otros posibles motivos: que tenga frío o calor, un pañal sucio,
que necesite contacto humano y mimos... Y si veis que se calma, no le deis de comer. Para
vuestra tranquilidad, sabed que está científicamente demostrado que un bebé que ingiere la
cantidad que le corresponde en cada toma puede estar
1. Para saber más sobre qué es normal y qué no, podéis leer el capítulo V "Cuestiones
horarias».
de dos horas y media a tres sin alimentarse. De hecho, existe un método muy sencillo para
comprobar que todo va bien: controlar su curva de peso. Si aún no lo ha hecho, vuestro
pediatra os explicará cómo.
Este punto es de suma importancia porque, como ya sabéis, el ritmo de las comidas está
muy ligado al ritmo del sueño. Ambos están controlados por el mismo grupo de células
cerebrales, el núcleo supraquiasmático del hipotálamo, y si no ayudamos a este reloj a
ponerse en hora, si ya empezamos a marearlo, saldremos perdiendo.
Aunque todavía es demasiado pronto para imposiciones, es aconsejable que desde un
principio ayudéis a vuestro hijo a diferenciar entre el estado de vigilia y el de sueño. Esto
significa que los pocos momentos en que no esté durmiendo no debéis dejarlo en la cuna,
sino cogerlo y dedicarle vuestra atención para que se despeje por completo. Hablarle,
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mimarlo, jugar con él... así empezará a distinguir entre lo que es estar dormido y estar
despierto, algo que a vosotros os puede parecer totalmente obvio, pero que es nuevo para
un recién llegado al mundo. Y, por si esto no bastara, existe otra a buena razón para
hacerlo: asociará que cuna es igual a hora de dormir, lo que beneficiará que, a la corta,
adopte un buen hábito de sueño.
Lo mismo vale para el día y la noche: es conveniente ayudarle a diferenciarlos. Para ello
existe una serie de trucos:
.Luz diurna frente a oscuridad nocturna. Cuando duerma de día, no bajéis del todo las
persianas de su dormitorio y, si disponéis de un cuco, no lo dejéis en su cuarto; llevároslo
al salón o dondequiera que estéis en ese momento para que vaya captando que a su
alrededor ocurren cosas. No os preocupéis, no necesita estar a oscuras para descansar, ya
sabéis que por ahora «cae» donde sea y en las circunstancias que sean. De noche, por el
contrario, dejadle a oscuras.
Ni siquiera utilicéis esos pequeños enchufes de luz que gozan de tanta fama entre algunos
padres primerizos. Vuestro hijo ha de aprender a dormir en la oscuridad desde un principio
pues, de lo contrario, luego tendréis dificultades para hacer que se sienta cómodo y seguro
sin luz.
.Ruido frente a silencio. No dejéis de pasar la aspiradora, mantener una conversación
animada o escuchar la radio porque el niño esté durmiendo si son las once de la mañana.
De noche, lo normal es que haya menos ruido, pero tampoco os paséis. Por ejemplo, no
renunciéis a ver la televisión, bastará con que el volumen no esté muy alto. Si nuestro
objetivo es ayudar a poner su reloj en hora, ¿cómo lo vamos a lograr si de día reina un
silencio sepulcral más propio del ambiente nocturno? Acabará confundido y, en el peor de
los casos, sin poder dormir salvo en el más absoluto de los silencios.
.Establecer la hora del baño por la noche, es decir, del que a la larga será su sueño
nocturno.
Aunque es muy pequeñito, cuanto antes se establezca una rutina, mejor.
.Cuidar que de noche esté especialmente cómodo. Dadle tiempo para que eructe, cambiadle
el pañal, aseguraos de que su camita no esté fría cuando le acostéis y que la habitación
permanezca a una temperatura adecuada (entre 20 y 23 grados C). Si durante el día se
despierta por cualquiera de estos motivos, no tiene mayor importancia; de noche, en
cambio, iría en contra de nuestras pretensiones de establecer unas pautas adecuadas de
sueño.
Y llegamos así al quid de la cuestión: por pequeño que sea, es imprescindible que vuestro
hijo aprenda a dormir solo. ¿Qué significa esto en un recién nacido? Que intentéis que
concilie el sueño por sus propios medios, no en vuestros brazos ni en vuestra compañía. Al
principio, es bastante común que se queden roques mientras están tomándose el biberón o
mamando. En la medida de lo posible, evitarlo. ¿Cómo? Haciendo ruido, soplándole o
dándole un toquecillo en la nariz, cosquilleando sus pies, cambiándole el pañal... Sin
embargo, si no lo lográis, por favor, no os angustiéis, porque aún es muy pronto para
preocuparse.
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más laxos, desde este momento deberéis tomaros más en serio la tarea de inculcarle un
buen hábito del sueño.
Para lograrlo, recordad que son necesarios dos requisitos:
1. Que vuestra actitud denote seguridad. Vuestro pequeño siente lo que sentís vosotros y, si
percibe que estáis tranquilos, él lo estará y le costará menos entender que el hecho de
quedarse en la cunita solo y conciliar el sueño por sí mismo es lo más natural del mundo.
2. Que propiciéis que vuestro hijo asocie la hora de dormir a una serie de elementos
externos que permanecerán con él durante toda la noche: cuna, osito, chupete...
La mejor receta para superar esta prueba consiste en crear una rutina previa al momento de
acostarse por la noche, de forma que cada día suceda lo mismo. No olvidéis que para un
bebé repetición es igual a seguridad.
Lo primero que habréis de decidir es a qué hora queréis que se vaya a dormir vuestro hijo y
ceñiros al mismo horario cada noche. Lo recomendable sería que lo hiciera entre las 20.00
y las 20.30 en invierno y entre las 20.30 y las 21.00 en verano, porque está demostrado que
ésa es la hora en que el sueño aparece con mayor facilidad. El retraso de media hora en
verano se debe al cambio horario.
A partir de ahí, elegid los pasos que habréis de seguir. Lo habitual es empezar por el baño,
algo que le divierte y lo relaja al mismo tiempo y sirve de línea divisoria entre el día y la
noche. Si no es muy amante del agua, no lo alarguéis demasiado y, una vez acabado el
baño, dedicar un tiempo a mostrarle algún juguete, cantarle o hablarle dulcemente, por
ejemplo, para que se calme. Lo mismo vale si el chapoteo le ha excitado.
Si el bebé ha de ser alimentado, no es aconsejable hacerlo en su habitación: debemos
separar sus hábitos de comer y dormir, porque nuestro propósito es que distinga claramente
entre uno y otro, de forma que no haga asociaciones erróneas. Salvo que exista alguna
circunstancia que pueda excitarle, nada os impide alimentarle en la cocina o en el comedor
con el resto de la familia, si os apetece.
Hecho esto, lo ideal es que paséis un rato agradable juntos fuera de la habitación o, por lo
menos, manteniendo al bebé fuera de la cuna. Esto significa, por ejemplo, que lo mezáis
mientras le habláis o cantáis, siempre con el propósito de apaciguarlo. Este ratito puede
hacerse más complejo a medida que crezca, y lo que antes era una nana convertirse en la
lectura de un cuento, por ejemplo. El objetivo es que el niño se sienta querido, no
satisfecho y, sobre todo, que perciba -y, por lo tanto, sienta- la seguridad que tanto necesita
para relajarse y conciliar el sueño.
Tras ese agradable rato juntos -bastarán entre cinco y diez minutos-, lo metéis en su cunita,
con su osito, su chupete y los elementos externos que no se moverán de su lado en toda la
noche, y os despedís de él hasta el día siguiente. Acostumbraos a usar una serie de palabras
que al pequeño le vayan resultando familiares: «Buenas noches», «Dulces sueños», «A
dormir», etc. Hecho esto, salís de la habitación mientras vuestro pequeñito aún esté
despierto.
Si la rutina es la correcta, el pequeño afrontará con alegría el momento de irse a la cuna y
encontrará fácil separarse de sus padres; lo más probable es que sus patrones de sueño se
vayan pareciendo cada vez más a los vuestros y que en poco tiempo se haya ajustado al
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vuestro hijo, es decir, si tiene dificultades para conciliar el sueño solo y se despierta más de
dos veces por la noche, deberéis reeducar su hábito del sueño.1
¿QUÉ ES LO NORMAL EN UN NIÑO
A LOS 6-7 MESES?
1::> Ritmo de comida y sueño bien establecido
1::> 4 comidas durante el día y 11-12 horas de sueño nocturno
1::> Debe acostarse sin llanto, contento y despedirse de 105 padres con alegría
Que todo vaya bien no significa que podáis bajar la guardia, ya que acechan nuevos
peligros capaces de acabar con el buen hábito de sueño de vuestro pequeño. Entre el sexto
y el noveno mes, a medida que madure, el bebé ya no se dormirá sin poder evitarlo, sino
que será capaz de mantenerse despierto, sea por
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s la excitación, las ganas de estar con sus papás, para no perderse lo que acontece
alrededor... De hecho, no será extraño que no pueda dormirse de tan cansado que está y lo
normal es que no quiera irse a la cama.2
1. Para hacerlo aplicad la técnica que se explica en el capítulo IV .Volver a empezar». Si
se despierta una o dos veces, no puede considerarse que padezca un trastorno de sueño, pero
también podéis reeducarlo.
-
Por eso debéis ser más firmes que nunca en lo que se refiere a la rutina previa a la hora de
dormir y a la norma de que vuestro hijo concilie el sueño por sus propios medios.
Una advertencia con respecto a la rutina: mucho cuidado con ir alargando ese ratito
agradable que pasáis juntos justo antes de acostarlo. Es de esperar que y vuestro hijo, que
no tiene un pelo de tonto, haga lo posible por eternizarlo. A medida que vaya creciendo y,
sobre todo dominando el lenguaje, sus habilidades para aplazar la despedida serán
mayores: «Tengo sed», «Un besito», «Te quiero mucho», «Otro libro, sólo uno más»... No
es raro que los 5 minutos acaben convirtiéndose en media hora o incluso más. No sería la
primera vez que un padre se pasa 2 horas leyendo cuentos a su hijo. Un buen truco para
evitarlo es hacer algo poco excitante: si ese ratito es un momento de lo más animado,
jamás querrá que se acabe; si, por el contrario, es agradable, pero sin permitir que el crío se
exalte, será más fácil ponerle punto final. Como comprenderéis, no le causará el mismo
efecto que le contemos el cuento Los tres cerditos cantando a voz en grito «¿quién teme al
lobo feroz?» que se lo leamos tranquilamente.
A partir del año todavía necesitará dormir bastante, pero lo hará principalmente por la
noche. Por regla general, el niño que haya sido muy dormilón, lo seguirá siendo, y
viceversa, o sea que no os hagáis ilusiones si no lo ha sido hasta ahora. Al principio
todavía necesitará dos siestas, una matutina y otra por la tarde, pero hacia los 15 meses los
críos suelen atravesar un algo difícil, que no lo es menos para los papás. En este momento,
dos siestas pueden ser demasiadas, pero una es insuficiente. Esto se traduce en que el
pequeño no querrá irse a dormir por la mañana, pero, al no hacerlo, caerá rendido justo
antes de comer. Esto provocará que coma tarde, vuelva a negarse a dormir la siesta y, por
culpa del cansancio, se ponga caprichoso y quejoso hasta la noche, cena problemática
incluida.
Esto suele resolverse de forma espontánea en 1 o 2 meses: entonces, le bastará con una
sola siesta después de comer.
Uno de los peligros de las siestas es que muchas veces se alargan demasiado, lo que es
contraproducente, porque rompen el ritmo del sueño del crío: por más que nos apetezca, no
podemos pretender que un niño que ha dormido mucho durante el día, también lo haga por
la noche. Por ello, en ocasiones no tendremos más remedio que despertar a nuestro hijo.
Tened en cuenta que cada vez que un niño se despierta de una siesta, por mucho y bien que
haya descansado, le cuesta ponerse en marcha. Hay que tener paciencia Y darle de 1 5 a 30
minutos de cariño y conversación suave para que recupere todas sus facultades antes de
volver a su actividad normal. Ni se os ocurra lavarle o cambiarle antes, salvo que queráis
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arriesgaros a liar una buena. Moraleja: si alguna vez tenéis que salir, calcular de antemano
el tiempo que necesitaréis para que recupere su buen humor.
La siesta de después de comer suele suprimirse a los 3 años o 3 años y medio sobre todo
por necesidades escolares. Esto puede resultar perjudicial, ya que cuando los críos «cogen
la cama», lo hacen con tanto sueño que duermen mucho más profundamente propiciando
los episodios de sonambulismo y terrores nocturnos:
Por ello, es recomendable que esta siesta se mantenga por lo menos hasta los 4 años, y si es
posible más.
SIESTA
ENTRE EL AÑO Y EL AÑO Y MEDIO: Suprimen la siesta después del desayuno sobre
todo si asisten a la guardería
ALREDEDOR DE LOS 3 AÑOS Y 3 '/2: Suprimen la siesta del mediodía sobre todo por
Necesidades escolares
LO MÁS RECOMENDABLE ES NO SUPRIMIR LA SIESTA DESPUES DE COMER
HASTA LOS 4 AÑOS
¿Cuándo puede considerar que un niño ha adquirido un buen hábito de sueño? Sintiéndolo
mucho, podemos hablar de fechas, porque por mucho que un niño tenga un buen hábito de
sueño, no debéis fiaros: es importante que no dejéis de practicar el ritual previo a la hora de
acostarse (¡tampoco es pedir demasiado!), sobre todo si está teniendo problemas
(pesadillas, miedos propios de la edad) o en circunstancias especiales (cambio de
domicilio, llegada de un hermanito, etc.)
No queremos poner fin a este capítulo sin pedir que hagáis una pequeña reflexión. Muchas
veces,
1. En el capítulo VI "Otros problemas» nos referiremos a las pesadillas, los terrores
nocturnos, el sonambulismo, etc.
1os padres pecamos de tener expectativas poco realistas con respecto al sueño de nuestros
hijos. No es raro ver cómo parejas que suelen acostar a su pequeño a las ocho de la tarde lo
mantienen en pie hasta las once en vísperas de un día festivo, esperando que así tarde más
en despertarse al día siguiente, lo que, por cierto, no suelen conseguir. Tampoco es lógico
que pretendamos que duerman larguísimas siestas, para que nosotros podamos «descansar
un rato», y luego se vayan a dormir «a su hora». Tres cuartos de lo mismo para aquellos
papás que esperan que sus hijos se metan en cama a las ocho de la noche y no se levanten
hasta la diez de la mañana. ¡Se están pasando!
Aunque reconozcamos que no estaría mal que de vez en cuando pudiéramos apretar el
botón de «pausa» y el crío durmiera mucho, muchísimo, para poder darnos un respiro, eso
es pedir un imposible. Lo realista es aceptar que el niño tiene unas horas y que le
enseñemos a dormir con unas pautas que le permitan adquirir un buen hábito del sueño. Es
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lo mejor que podemos hacer por ellos. Ya sabéis que un niño que a los 5 años no ha
establecido unas buenas pautas de sueño, arrastrará el problema de por vida.
EL PIJAMA IDEAL
En invierno, le habremos de abrigar lo suficiente para que no tenga necesidad de ser tapado
con una manta. Cuando duermen, los pequeños dan vueltas sobre sí mismos y les molesta
sentirse atrapados. Además, si se destapan y no están suficientemente abrigados, el frío
puede despertarlos (y, desde luego, perjudicar su salud). Para evitarlo la mejor solución
consiste en controlar la temperatura de la habitación y ponerle un pijama-manta: podrá
moverse a sus anchas y siempre estará abrigado. En verano, bastará con una camiseta y el
pañal, sin taparlo con la sábana.
IV
Volver a Empezar
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Salvo que padezca algún trastorno orgánico capaz de distorsionar su sueño: cólicos,
reflujo, intolerancia a la leche, infecciones de las vías respiratorias altas, etcétera si un bebé
de 6 o 7 meses no cumple los cuatro requisitos anteriores, puede padecer un problema de
insomnio.
¿Las causas? Hay dos:
.Por hábitos erróneos (el 98 por ciento de los casos)
.Por problemas psicológicos (el 2 por ciento restante; nos ocuparemos de ello al final de
este capítulo).
El insomnio por hábitos incorrectos es, pues, el trastorno más frecuente y se caracteriza
por:
.Dificultad para que el niño se duerma solo.
.Frecuentes despertares nocturnos. Suelen hacerlo entre 3 a 15 veces y les es imposible
volver a conciliar el sueño de forma espontánea y sin ayuda.1
.Sueño muy superficial. Al observarlos se tiene la sensación de que están «vigilando»
continuamente, cualquier pequeño ruido los despierta.
.Menos horas de sueño de lo que es habitual a su edad.
Cuando esto sucede, los padres empiezan a utilizar las técnicas que les parecen más lógicas
para dormirlo como darle agua, mecerlo, cantarle, cogerlo de la mano, mesarle el cabello,
acariciarle la espalda...
1. Si un niño sólo se despierta una o dos veces por noche, no podemos hablar de insomnio
infantil ni considerarlo alarmante, pero esto no significa que no lo reeduquemos para que
duerma de un tirón. Los padres también tienen derecho a dormir sin interrupciones.
cualquier cosa con tal de que el niño concilie el sueño (como hemos visto, no es raro que
se les acabe dejando dormir delante del televisor o que se le pasee en coche si hace falta).
Nada de esto suele bastar: aunque el niño caiga en brazos de Morfeo, al cabo de poco
tiempo se despierta otra vez la paz dura como mucho tres horas y el drama vuelve a
comenzar.
No vamos a insistir más sobre este punto, porque si habéis llegado hasta aquí debe ser por
algo. Desde este momento, lo que vamos a hacer es poner en práctica todo lo que hemos
aprendido hasta ahora. Sin embargo, antes de empezar, debéis tener en cuenta que para que
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esta técnica dé resultado sólo podéis hacer lo que os expliquemos, es decir, cuando os
asalte una duda, ceñíos a lo que hayáis leído, no hagáis nada que no se os haya explicado.
¿QUÉ CAUSA EL INSOMNIO INFANTIL?
DEFICIENTE ADQUISICiÓN
DEL HABITO DEL SUEÑO
Ya sabéis que a dormir bien se aprende y que para adquirir un buen hábito del sueño hace
falta que se cumplan una serie de requisitos:
1. Los padres han de mostrarse tranquilos y seguros de lo que hacen y siempre hacer lo
mismo.
2. El niño ha de asociar el sueño con una serie de elementos externos que permanezcan a
su lado durante toda la noche: cuna, osito, etc.
Y como eso es exactamente lo que necesitamos para reeducar el hábito del sueño de
vuestro hijo, vamos a olvidarnos del pasado: imaginaremos que vuestro pequeño ha nacido
hoy y lo vamos a tratar como a un recién nacido, independientemente de si tiene 6 meses,
un año y medio o 5 años. En otras palabras, volveremos a empezar... sólo que a partir de
ahora, mamá y papá nunca van a dudar de cómo dormir a Juanito. Aunque a veces
hablemos de chupetes y de situaciones propias de bebés, esta técnica vale para niños hasta
los 5 años, por lo que si es el caso de vuestro hijo, debéis aplicarla igual, obviando los
detalles propios de los más pequeñines.
Dicho así parece fácil, pero seguramente vuestra seguridad esté bajo mínimos, lo que no es
de extrañar después de tantas recetas fallidas. No importa. Desde este momento y durante
todo el proceso de «reeducación» habréis de actuar como si tuvierais las ideas muy claras,
al menos en lo que se refiere al sueño infantil (y no dudéis de que vuestro «corazoncito»
flaqueará cuando oigáis llorar a vuestro hijo). Recordad que lo importante no es lo que le
decís a vuestro pequeño, sino la actitud que le transmitís. Si lo que percibe es vuestra
seguridad, que estáis convencidos de que esto se hace así y sólo así, vuestro hijo aprenderá
con más facilidad:1
1. de hecho, deberíais estar convencidos de que lo que estais haciendo es lo correcto y de
que va a funcionar, porque esta técnica ha dado resultado en el 96 por ciento de los casos
en que se ha aplicado. Teniendo en cuenta que los fracasos se han producido en hogares en
que los padres no fueron capaces de mantenerse firmes en su actitud, está claro que os
saldrá más a cuenta mostraros seguros y relajados y no dar vuestro brazo a torcer.
Ahora hemos de elegir los elementos externos que el bebé asociará con su sueño, sin
olvidar que han de permanecer a su lado durante toda la noche. De entrada,
necesitaremos algunos nuevos, porque el pequeño ya conoce todo lo que hay en su
habitación. Lo que haremos es crearlos. Para ello, mientras Juanito esté cenando, papá le
hará un dibujo, dejando que el crío participe de la alegría del proceso creativo: «Mira lo
que hago. Vaya usar el color naranja. Vamos a pintarlo...» Como es natural, si el niño ya es
capaz, puede participar de una forma más activa. Bastará con un sencillo sol, aunque si el
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papá es un buen dibujante puede complicarlo un poco más un pajarito, un arbolito, pero
siempre teniendo en cuenta a quién va dirigido.
Mamá, por su parte, puede construirle un móvil. Tampoco ha de ser algo del otro mundo;
bastará con un simple hilo del que cuelgue una bola de papel de plata arrugada. Si no es tan
bebé como para aceptar semejante ganga, ¿quién no sabe dibujar y recortar un avión, un
barco o una muñeca? No hace falta que sea una obra de arte, lo importante es que el crío
tenga algo nuevo en la habitación, algo que no haya tenido nunca.
En el capítulo anterior explicamos la importancia de crear un ritual alrededor de la acción
de acostarse.
Para reeducar a vuestro hijo seguiremos los mismos pasos: primero un baño relajante,
después la cena, seguida de 5 a 10 minutos haciendo algo agradable juntos (una nana, un
juego relajado, un cuento) y, finalmente, darle las buenas noches y salir de la habitación
mientras el niño está aún despierto.
Como creemos que la cuestión de la rutina ya ha quedado clara (páginas 56-57), ahora sólo
queremos haceros una advertencia sobre la hora de la cena: para reajustar el reloj de
vuestro hijo y, por tanto, reeducar su hábito del sueño es importante fijar unos horarios de
comida. Por ello, vuestro hijo deberá tomar su desayuno a las ocho de la mañana, la
comida a las doce del mediodía, la merienda a las cuatro de la tarde y la cena a las ocho de
la noche. La elección de este horario, en el que hemos de ser bastante estrictos, tiene que
ver con que el cerebro de los niños está preparado para acostarse entre las ocho y las ocho
y media de la noche, ya que el sueño aparece con mayor facilidad a esa hora. En verano,
cuando se produce el cambio horario, tendremos que acostarlo entre las ocho y media y las
nueve de la noche.
Imaginemos, pues, que son las 20.30 horas y que Juanito, después del baño y la cena, está
listo para irse a dormir. Papá y mamá entran en la habitación con el pequeño y comparten
unos minutos con él (si es posible, hacerlo en el salón u otro lugar que no sea su
dormitorio). Tras este rato agradable, cualquiera de ellos le explica a Juanito que el dibujo
que han hecho durante la cena es un póster y que lo van a colgar en la pared, al igual que el
móvil. Es imprescindible que el tono de vuestra voz denote tranquilidad. Si os mostráis
seguros, vuestro hijo, aunque tarde unos días, también acabará por sentirse seguro.1
Si aún duerme con chupete deberéis comprarle varios, los que creáis necesarios, y
colocárselos donde se acueste. ¿Por qué? Pura lógica: cuando se despierte en medio de la
noche y busque su chupete debe encontrarlo porque, si no, tendrá que llamaras para que se
lo deis vosotros y no nos interesa que eso ocurra.
Hecho esto, uno de los dos escoge un muñeco de los que ya tiene vuestro hijo y le pone un
nombre, digamos Pepito. Se lo presenta al crío y le comunica que «a partir de hoy, tu
amigo Pepito siempre dormirá contigo». Es importante que el muñeco lo elijamos nosotros,
es parte de nuestra estrategia para demostrarle y demostrarnos nuestra seguridad: no
podemos permitir que sea el niño quien nos diga cómo se hacen las cosas, somos los papás
quienes le enseñamos el hábito de dormir.
.Las demandas que el niño hace en el momento de acostarse pueden originar distorsiones
en los hábitos del sueño.
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.No es el niño el que le «dice» a sus padres cómo o qué necesita para dormir.
Son los padres los que enseñan el hábito de dormir a su hijo.
1. Si por razones de trabajo llegáis tarde a casa y es una canguro ir, quien lo acuesta
cada noche, será ella quien deba reeducar a Juanito. En definitiva, no importa quién lo
haga siempre que lo haga bien.
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Seguid hablando como si nada. Un truco para lograrlo consiste en estar atentos a lo que
decimos, es decir, concentrarnos en cada palabra que pronunciamos mientras le explicamos
cómo van a ser sus nuevas noches.
Es ahora cuando papá y mamá han de mostrar su verdadera fortaleza. No deberán pensar
en Juanito, que alza sus bracitos con cara de morirse de pena o, si es más mayor, grita
desesperado porque quiere dormir en el sofá del salón viendo la película de la noche. Está
claro que el niño no renunciará fácilmente a sus «privilegios». Lo lógico es que llore, grite,
vomite, patalee, diga «sed», «hambre», «pupa», «no te quiero»... lo que sea con tal de
conseguir que os dobleguéis, pero ni os inmutéis. Recordad: el niño no ha de decirnos
cómo se hacen las cosas, somos nosotros los que hemos de enseñarle a él. Y si os cuesta
mucho, pensad que lo estáis haciendo por su salud y la de toda la familia y que, si seguís al
pie de la letra las instrucciones, en siete días, como mucho, estaréis durmiendo todos de un
tirón.
Cuando hayan pasado los 30 segundos, uno de los dos volverá a colocar a Juanito en la
cuna o en la cama, como crea que estará más cómodo, pero sólo una vez.
Le acercaréis los chupetes de forma que pueda alcanzarlos y le diréis: «Buenas noches,
amor mío, hasta mañana.» Acto seguido, apagaréis la luz y saldréis de la habitación,
dejando la puerta cuatro dedos abierta. Si estáis oyendo música o viendo la televisión,
podéis bajar un poco el volumen, pero sin convertir la casa en un cementerio, porque es
Juanito quien se ha de adaptar a vosotros y no vosotros a él.
Insistimos, da igual la edad que tenga vuestro hijo, para vosotros es un recién nacido. La
técnica para reeducarlo es exactamente la misma para niños de 6 meses a 5 años; lo único
que cambia es que cuanto más mayor sea el crío, más capacidad tendrá para utilizar dos
«armas» muy peligrosas en vuestra contra:
.La palabra. A medida que el niño va creciendo y adquiriendo vocabulario, las cosas se
complican, ya que es capaz de manipular a sus padres mediante el lenguaje. No es extraño
que la mayoría de los niños insomnes hablen a edad temprana: pocos papás se resisten a
«socorrer» a un hijo que grita «sed», «pupa» o «miedo», sin caer en la cuenta de que su
pequeño es más listo que el hambre y que se ha dado cuenta de que si dice eso logra que le
hagan caso (es el principio de acción-reacción del que hablaremos en breve). Si hiciera
falta aprendería a decir «Nabucodonosor». ¿Cómo combatir estos envites? Bien fácil:
haciendo caso omiso de ellos. Vuestro hijo es un recién nacido y para vosotros no sabe
hablar.
.La agilidad física. Le permitirá, por ejemplo, saltar de la cuna o de la cama y salir del
dormitorio en busca de papá y mamá. No podéis pasaras la noche devolviéndolo a su
lecho. ¿Solución? Una valla colocada en la entrada de la habitación. Así evitaréis tener que
cerrar la puerta, lo que aterrorizaría al pequeño, pero cumple la misma función, porque el
niño no podrá salir de su cuarto. Da igual si se levanta, como si se quiere quedar dormido
en el suelo! Los niños no son tontos y es raro que eso suceda, pero si ocurre bastará con
que, una vez dormido, lo metamos en su cama. Lo importante es que esté en su cuarto y
cuando concilie el sueño lo haga allí y por sí mismo.
Hasta aquí os hemos explicado la historia desde vuestro lado de la barrera. Pero ¿qué pasa
con Juanito? Los niños se comunican con los adultos mediante el principio de acción-
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reacción. El pequeño realiza una acción porque espera conseguir una reacción por parte del
adulto. Por ejemplo, si a un bebé de seis o siete meses lo dejamos en la cuna, le decimos
buenas noches y nos vamos, es posible que le dé por dar palmaditas y cantar «a-a-a». ¿Qué
reacción obtendrá como respuesta a esa acción? No mucho. Lo probable es que sus papás
comenten entre ellos «Mira qué mono» y no hagan nada más. Pero ¿qué pasaría si gritara
de una forma espantosa? Correrían a su cuarto para atenderlo justo la reacción que busca el
bebé. ¿Qué acción hará la próxima vez que quiera «hacer formar» a papá y mamá? Está
claro que no cantará ni dará palmaditas, preferirá el «heavy metal». Si un bebé de medio
año es capaz de hacer esto, que no será capaz de hacer al año o más, cuando además ya
sepa hablar y moverse con cierta o total soltura.
Después de todo lo dicho, no nos cabe la menor duda de que Juanito es un ser inteligente,
muy inteligente, y no va a doblegarse a nuestra voluntad a la primera de cambio. Si el niño
ve que lo dejan en su cuna/cama y no le dan el tratamiento de siempre, ¿qué hará para
recuperar sus privilegios? Ir probando en busca de aquello que provoque la reacción que
quiere de sus padres.
Volvamos al momento en que papá o mamá le está soltando el discursito de buenas noches.
Es posible que, apenas empiece, Juanito coja a Pepito y lo mande a freír espárragos y, acto
seguido, la emprenda con los chupetes y salgan todos volando por los aires. Si se los
recogéis, él crío volverá a tirar los, y si los recogéis otra vez, acabarán nuevamente en el
suelo. ¿Quién gana? Está claro que Juanito, porque él ha realizado una acción y vosotros
habéis picado: ha logrado que reaccionarais, que es exactamente lo que buscaba.
¿Qué hay que hacer? Pongámonos en situación: uno de vosotros está hablando con el niño
y éste tira las cosas para captar vuestra atención mientras llora amargamente. El
«portavoz» sigue hablando como si no pasara nada, y, una vez terminado el discurso, las
recoge todas, se las coloca en la cuna como el que no quiere la cosa, le da las buenas
noches, se gira y se va (si estáis los dos, os vais los dos). Lo más probable es que Juanito
las vuelva a tirar, pero vosotros ya estaréis saliendo de la habitación y no volveréis a
recogerlas. ¿Quién ha ganado?
Lo mismo vale si lo acostamos en la cama y él se levanta y volvemos a acostarlo. ¿Qué
hará? Volver a levantarse. No querréis estar así toda la noche, ¿verdad?
Juanito seguramente sí, porque eso significaría que estaríais junto a él. Por lo tanto, para no
dejaros vencer, debéis colocar a Juanito como creáis mejor y, después, que haga lo que le
venga en gana; nosotros, ni caso.
¿Qué otros trucos utilizará? Aparte de pedir agua, decir pupa... trucos de los que ya os
hemos hablado, puede que vomite. No os asustéis, no le pasa nada: los niños saben
provocarse el vómito con suma facilidad. 1.
¿Qué haréis? Sulfuraos por dentro, pero manteneos impasibles por fuera; limpiad el
desaguisado, cambiadle las sábanas y su pijama. Si hace falta y continuar con el
«programa de actos» como si nada hubiera sucedido.
¿Qué más puede hacer Juanito? Llorar. Y no sólo llorará, sino que lo hará mirándonos con
la cara más penosa que pueda poner. Es su arma más efectiva y lo sabe, al fin y al cabo, es
el primer lenguaje mediante el cual se ha hecho entender. Él sabe que cuando llora, uno de
los dos (papá o mamá) le suele responder primero y es a ése a quien dirigirá su mirada (su
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llanto), a la espera de que pique. Está usando su lloriqueo como una forma de acción. Pero
los papás, a estas alturas, ya saben distinguir cuando llora por dolor o para conseguir algo;
por lo tanto, ya saben que Juanito no está «tan grave», por lo que deberán mostrarse
tranquilos y seguir con su discurso. Una vez acabado, aunque llore, y ellos lloren por
dentro, se van.
CÓMO REEDUCAR EL HÁBITO DEL SUEÑO
1. Crear un rito alrededor de la acción de acostarse (cantar una canción, explicar un
cuento).
2. No se crea esta situación para que el niño se duerma sino sólo para que la asocie con un
momento agradable antes de iniciar el sueño solo.
3. Los papás deben salir de la habitación antes de que el niño se duerma.
4. Si el niño llora, los padres deben entrar con pequeños intervalos de tiempo para darle
confianza, sin hacer nada para que se duerma o calle, hasta que el niño concilie el sueño
solo.
Evidentemente, la «gran batalla» no ha hecho sino comenzar. Lo lógico es que en cuanto
abandonéis el cuarto Juanito eleve el volumen de su serenata y sus llantos se dejen oír
claramente por toda la casa (puede que en el vecindario). Lo que no podemos hacer es
marcharnos y dejar a Juanito llorando hasta que caiga de puro agotamiento (lo que, sin
duda, os habrán recomendado erróneamente alguna vez). ¿Por qué no?
Porque estamos reeducándolo, no castigándolo. Si nos vamos pensando «ya se cansará y
caerá rendido», lo que le transmitimos al niño es que está siendo castigado abandonado.
Sin embargo, tampoco podemos entrar en su habitación a consolarle hasta que haya
transcurrido un tiempo prudencial.
¿Cuánto? De entrada, sólo 1 minuto, pasado el cual, uno de los dos acudirá a su llamada
para que Juanito lo vea.
Nuestro objetivo no es que se calle, ni que se calme, ni que se duerma: sólo lo hacemos
para que note, para que sepa que no lo hemos abandonado. Por lo tanto, quien entre en su
habitación se quedará a una distancia prudencial de la cuna (para que no se le agarre) o lo
volverá a meter en ella o en la cama, si es que ha salido, y le hablará otra vez, durante unos
10 segundos, para explicarle tranquilamente lo que ya se le dijo antes: «Amor mío, mamá y
papá te quieren mucho y te están enseñando a dormir. Tú duermes aquí con Pepito, el
póster, los chupetes... Así que hasta mañana.» Tras estas palabras, si había tirado las cosas,
se las coloca nuevamente en su cuna o en su cama y se vuelve a marchar. Da igual si
Juanito está gritando, llorando o ha vuelto a salir de la cama/cuna.
Y otra vez a aguantar... y a sufrir. Esta vez esperaremos 3 minutos. Si transcurrido este
tiempo Juanito sigue llorando, uno de los dos entrará nuevamente en su dormitorio (podéis
turnaros) y hará exactamente lo mismo que hizo la vez anterior. El siguiente tiempo de
espera es de 5 minutos, tras los cuales, se repetirá la misma escena. A partir de este
momento, se esperan 5 minutos entre visita y visita, aunque si vuestro sufrimiento impide
esperar «tanto» podéis hacerlo cada 3 minutos.
Es fundamental que vayáis entrando en la habitación del pequeño para que no se sienta
abandonado. Ni se os ocurra dejarlo esperar más de 5 minutos, que es el tiempo máximo
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que puede estar solo durante el primer día de su «reeducación». Hacerlo sería una
crueldad: lo que más teme un pequeño es que sus padres no lo quieran, lo abandonen y éste
es el mensaje que captaría si no cumplierais con vuestras visitas. Si, por el contrario, vais a
verlo y le habláis con cariño, sin gritar, ni enfadaros y mostrando una gran tranquilidad,
Juanito acabará entendiendo que papá y mamá no lo han dejado solo, que lo quieren
muchísimo, pero que por mucho que llore y monte una escena no van a quedarse y que no
pasa nada por estar solo a la hora de dormir. Todo ello lo tranquilizará, le dará la seguridad
que tanto necesita y, finalmente, logrará conciliar el sueño. Nos parece oír vuestra
pregunta: «¿Cuánto tardará en dormirse?» A algunos niños les cuesta más que a otros
captar el mensaje, pero lo habitual es que como máximo tarden 2 horas.
El caso es que Juanito se dormirá, pero como es un reloj que aún no ha sido ajustado, al
cabo de 1, 2 o 3 horas volverá a despertarse. ¿Y qué hará? Llorar y/o gritar «sed»,
«hambre» o «miedo», por citar algunos ejemplos. ¿Y qué haremos nosotros? Volveremos a
enseñarle a dormir repitiendo todo el proceso, respetando la tabla de tiempos. Como es el
primer día, la primera vez aguantaremos un minuto antes de entrar en su cuarto y echarle el
discursito: «Amor mío, mamá y papá entienden que estás muy enfadado, porque te
enseñamos a dormir, pero tú duermes aquí con tu amigo Pepito, el póster... Buenas noches,
hasta mañana.» Y otra vez fuera. La segunda vez se esperan 3 minutos antes de entrar y, a
partir de la tercera, 5 minutos y así hasta que vuelva a dormirse.
Hay que hacer esto independientemente de la hora que sea, porque el niño no entiende de
horarios. Pero mucho cuidado: cuando os despierte a las tres, cuatro o cinco de la
madrugada, lo más probable es que estéis agotados y, por eso, será más fácil que caigáis en
cualquiera de los trucos que utilice para doblegaros. Bastará con que una sola vez hagáis lo
que el niño os pida agua, una canción, darle la mano «un momento», brazos... para que
perdáis la partida: todo lo que hayáis logrado se habrá esfumado, habréis perdido el
tiempo, porque se dará cuenta de que allí tiene una rendija por la cual colarse, y será como
volver a empezar. Si, por el contrario, seguís a rajatabla esta técnica, os sorprenderán la
rapidez y la efectividad de este método.
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En estos casos, la solución pasa por averiguar la causa que provoca la ansiedad y
solventarla. A veces hará falta que el niño reciba tratamiento psicológico y si es así, lo
normal es que los padres también (separaciones, malos tratos...).
Importante: En el capítulo VII «Preguntas y respuestas>> encontraréis explicaciones a algunas de las cuestiones que probablemente os
surgirán sobre la aplicación de este método.
V
Cuestiones Horarias
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A estas alturas, si ya habéis puesto en práctica lo aprendido, vuestro hijo debe ser un
experto en sueño nocturno. Pero tal vez tengáis dudas sobre cuánto tiempo ha de pasar
durmiendo, queráis cambiar su hora de irse a la cama y/o suspiréis porque os despierte un
poco más tarde por las mañanas. Seguid leyendo.
¿Cuántas horas debe dormir? Al igual que sucede con los adultos, unos niños necesitan
más horas de sueño y otros menos. Dicho esto, sirvan las siguientes líneas a modo de
orientación.
Los recién nacidos suelen dormir 16-17 horas diarias repartidas en períodos que pueden
variar de 2 a 6 horas. Lo habitual es que alrededor del tercer mes, y con un poco de ayuda,
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empiecen a adoptar el ciclo día-noche, lo que significa que durante el día duerman 3 o 4
siestas y su sueño nocturno empiece a ser el más largo: entre 5 y 9 horas.
A los 6 meses duermen unas 14 horas diarias en total. Las siestas se han reducido a dos y
su sueño nocturno se prolonga entre 10 y 12 horas. A estas alturas, si ha adquirido un buen
hábito del sueño, será capaz de dormir toda la noche de un tirón.
Entre los 12 y 24 meses su sueño nocturno disminuirá algo (13 horas) y poco después del
primer cumpleaños, la siesta se reducirá a una diaria, generalmente después de comer. A
partir de entonces, sus necesidades de sueño irán en descenso.
Para comprobar si duerme lo suficiente podéis fijaras en el gráfico inferior, pero, ¡ojo!,
tened en cuenta que estos valores son un promedio, es decir, si vuestro hijo duerme entre 2
horas más y 2 horas menos de las que os indicamos aquí no significa que tenga un
problema.
EL DESCANSO DEL PEQUEÑO GUERRERO
1 semana 16-17 horas
3 meses 15 horas
6 meses 14 horas
12 meses 13 3/4 horas
18 meses 13 1/2 horas
2 años 13 horas
3 años 12 horas
4 años 11 1/2 horas
5 años 11 horas
Sin embargo, si aún duerme menos, observad su conducta para comprobar si presenta
síntomas de falta de sueño: ¿está irritable?, ¿adormilado?, ¿absorto?, ¿es incapaz de
mantener la atención? Entonces deberéis controlar sus horarios y hábitos nocturnos para
ver si podéis aumentar las horas que duerme.
Si, por el contrario, duerme más, comprobad que su crecimiento sea normal y que cuando
está despierto se muestre atento y activo. Si es así, no os preocupéis; lo único que sucede
es que os ha tocado en suerte un dormilón.
¿Podemos lograr que se adapte a un nuevo horario?
Puede que vuestro hijo haga el período de sueño más largo durante el día o que se duerma
muy temprano y se despierte de madrugada sin el menor interés por volver a caer en brazos
de Morfeo. No es el fin del mundo, podéis reorganizar su sueño de una forma muy sencilla.
Para cambiarle el horario,(1) podéis ir retrasando su hora de dormir a razón de 30 minutos
por semana, sin forzar al pequeño, de forma que se vaya adaptando poco a poco.
Dependiendo de la magnitud del cambio, tardará más o menos tiempo en lograrlo, pero
podéis acostumbrarlo a lo que creáis más conveniente, siempre que utilicéis el sentido
común y no forcéis a vuestro hijo. Ante todo, no debéis quebrar su seguridad.
Una última advertencia al respecto: es posible que el pequeño duerma muy poco durante la
noche porque sus siestas sean muy largas. Para solucionarlo, bastará con que limitéis sus
horas de sueño diurno.
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1. Lo ideal es que se vaya a la cama entre las 20.00 y las 20.30 horas en invierno y entre
las 20.30 y las 21.00 en verano.
¿Hay algún truco para que nos deje dormir un poco más?
Un bebé no sabe qué hora es, ni le importa. Cuando se despierta por la mañana es porque
ya ha dormido lo suficiente, y lo más normal es que, para nuestro desespero, lo haga muy
temprano. Si os llama, grita o llora, de nada sirve hacer ver que no os enteráis. En este
caso, más vale acudir de inmediato, aunque no por ello debáis sacarlo de su cuna. Si, por el
contrario, sólo gorjea y no protesta, no os mováis. Poco a poco, se acostumbrará a estar un
rato sin la compañía de un adulto.
A menos que tenga hambre o alguna otra molestia, se quedará muy contento en la cuna si
tiene con qué entretenerse. Cuando son muy pequeñitos se pueden distraer mirando su
móvil o con cualquier otro juguete propio de su edad. Además, tened en cuenta que si
propiciáis que el bebé se sienta cómodo -cambiándole el pañal o dándole el biberón-, es
posible que ganéis una hora de sueño.
Cuando es algo mayor, y una vez descartados posibles causantes del despertar -ruidos de
tráfico, luz, frío o calor-, podéis probar dejarle una sorpresa al pie de la cuna: un día, unos
libros; al siguiente, una caja de colores con un cuadernillo; después, juguetes varios...
También podéis poner un biberón o vaso de agua y un trozo de pan o galletas al alcance de
su mano.
A partir de los 3 años, cuando veáis que el niño ya es capaz de entenderos y de colaborar
con vosotros, podéis utilizar un «truco» para lograr que os deje dormir un poco más.
Imaginemos, por ejemplo, que vuestro hijo se despierta normalmente a las ocho de la
mañana y queréis que os deje dormir hasta las diez. ¿Qué haréis? En primer lugar, deberéis
comprar un reloj al que se le pueda quitar el cristal y ponerle una pegatina donde marca las
diez.(1) Después, confeccionaréis un calendario.
Como el niño todavía no es suficientemente maduro para distinguir qué día de la semana
es, colocaréis una tira de papel en la pared en la que previamente habréis dibujado siete
cuadratines, uno por cada día de la semana. Los correspondientes al sábado y al domingo
serán de otro color para que el niño pueda diferenciarlos.
Cada noche, marcaréis con vuestro hijo el día de la semana en que estáis: el lunes, el
primer cuadratín; el martes, el segundo, y así sucesivamente, indicándole «Hoy es lunes»,
«Hoy es martes», etc. El viernes por la tarde, cuando vuelva del colegio, le haréis saber que
al día siguiente será sábado y, por lo tanto, un día especial para él. ¿Por qué? Porque será el
encargado de despertar a los papás. ¡No hay nada más efectivo que darle a un crío el papel
protagonista!
¿Y cómo sabrá él cuando os ha de despertar? Para eso está el reloj: «Cuando la aguja gorda
señale (esconda, toque, pise, apunte, tape...) la pegatina, vienes a despertarnos y nosotros te
daremos una sorpresa (haremos una fiesta, te daremos un regalo...).» ¿En qué consistirá?
Pues en cualquier cosa que se os ocurra. Podéis, por ejemplo, esconder globos debajo de la
cama, jugar a peleas, tirarle serpentinas, un pequeño regalito... No hace falta que sea muy
especial, bastará con que no se lo espere.
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1. Dos horas de «regalo» deberían pareceros suficiente. Pedir que aguante más es demasiado.
Eso sí, lo que no podéis hacer bajo ningún concepto es decirle algo así como «Espera un
poco más, ahora iremos» o «Acuéstate con nosotros un rato». Él ha cumplido su parte del
trato, vosotros debéis hacer lo mismo.
¿Cómo vais a conseguir que aguante esas 2 horas -¡casi nada!- que median entre las ocho y
las diez? Preparando el escenario. La tarde anterior, cuando salga del cole, los dos o al
menos uno de vosotros, iréis con el pequeño a comprar el desayuno de la mañana
siguiente. Es importante que lo hagáis juntos para que el niño sienta que participa. Elegís
algo que le guste mucho: un batido de chocolate en tetrabrik, un cruasán, madalenas, lo
que sea... Una vez en casa, lo colocaremos en una mesita al lado de su cama, para que a la
mañana siguiente lo tenga todo a su alcance.
Otra buena idea es comprarle un juego «especial», uno que sólo se puede sacar los sábados
y domingos por la mañana. Es decir, le damos un elemento nuevo que le ayude a pasar el
rato y esperar todo ese tiempo.
¿Qué ocurrirá? El primer día se levantará a las ocho, se tomará el desayuno y a las ocho y
cinco ya estará en vuestra habitación gritando: «¡Fiesta!» Es lógico, porque aún no ha
aprendido. ¿Qué haréis? Lo mismo que hacéis por la noche, ir a su cuarto, enseñarle el
reloj, explicarle que todavía no es la hora, que no pasa nada y que «Tú te quedas aquí,
jugando con tus juguetes y cuando la aguja gorda señale la pegatina nos despiertas y te
daremos una sorpresa»... y empezáis otra vez con lo de la tabla de tiempos, sólo que esta
vez no lo haréis para que se duerma, sino para que juegue y aprenda a estar solito un rato.
Como el reloj no lleva cristal, podéis trucarlo. Por ejemplo, si se despierta a las ocho y
queréis que os llame a las diez, adelantárselo una hora, de forma que cuando se despierte
marque las nueve y sólo haya de esperar sesenta minutos para presentarse en vuestro
cuarto. Él no entiende de horarios y sólo se fijará en la pegatina y en la aguja gorda. Una
vez logrado el objetivo, podéis ir adaptando el reloj hasta que el niño sea capaz de esperar
las dos horas. ¡Buena suerte!
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VI
Otros Problemas
(sobre cómo afrontar las pesadillas y demás
parasomnias)
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Bajo el nombre de parasomnias se agrupan todos los fenómenos que se producen durante el
sueño, interrumpiéndolo o no, y que son una mezcolanza de estados de sueño y vigilia
parcial: sonambulismo, terrores nocturnos, pesadillas, bruxismo, somniloquia y
movimientos de automecimiento.' Por regla general y durante la infancia, las parasomnias
no son graves, aunque hay que reconocer que pueden perturbar la vida familiar. La edad en
la que tienen mayor incidencia es entre los 3 y los 6 años.
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1. Aunque la enuresis (hacerse pipí en la cama) se produce mientras el niño está durmiendo,
no es un trastorno relacionado con el sueño, por lo que no es un problema que suelen tratar
los especialistas en este campo, sino los pediatras.
PARASOMNIAS
Sonambulismo (10-15%)
Terrores nocturnos (8-13%)
ALTERACIONES
DEL SUEÑO Pesadillas (45%)
y SU FRECUENCIA Bruxismo (4%) (rechinar de dientes)
EN LOS NIÑOS Somniloquia (21%) hablar durmiendo)
Movimientos automáticos de mecimiento (3%)
SONAMBULISMO
Un caso típico sería el de un niño de 4 o 5 años, que se levanta de la cama, enciende la luz
y, andando torpemente y con los ojos abiertos, se dirige al lavabo a hacer pipí, pero en
lugar de hacerlo en la taza, lo hace en la bañera o en un zapato (que no os sorprenda, ¡no
sería la primera vez que ocurre!). Acto seguido, vuelve a su cuarto, apaga la luz, se mete en
cama y sigue durmiendo. A la mañana siguiente no se acuerda de nada.
Este fenómeno suele producirse durante las 3 o 4 primeras horas de sueño y se trata de la
repetición automática de conductas aprendidas durante el día, pero estando profundamente
dormido, lo que explica que el sonámbulo actúe de una forma torpe e incongruente. La
causa de estos episodios se desconoce y no existe un tratamiento para evitarlos. Suele ser
más frecuente en las familias con antecedentes de sonambulismo y normalmente
desaparece durante la adolescencia.
Dicho esto, es bueno que sepáis que se trata de una alteración benigna y, sobre todo, que
no es tan peligrosa como suele creerse. Un sonámbulo nunca se tira por la ventana, en todo
caso se confunde y sale por la ventana creyendo que es una puerta. Por ello, si vuestro hijo
lo es, deberéis adoptar medidas de seguridad para evitar cualquier accidente fortuito.
¿Qué más hay que hacer? Salvo intentar reconducirlo a la cama, nada. No debéis
despertarlo. Aunque no es verdad que pueda morirse del susto, como se cree erróneamente,
le aturdiríais: él está durmiendo profundamente y no entendería qué sucede. Lo mejor,
pues, es hablarle muy despacio y utilizando frases sencillas: «Vamos a la cama», «Ven
conmigo...» No le hagáis preguntas ni intentéis conversar con él. Una vez acostado, dejadlo
tranquilo.
SONAMBULISMO
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Ejemplo
.Paciente de 4 años y 6 meses
.Desde hace 5 meses, con una frecuencia aproximada de 3-4 veces al mes y después de
haber dormido 2-3 horas, sale de la cama, va hacia el lavabo y orina en el suelo
.Normalmente no habla ni grita, tampoco suele encender la luz y no recuerda nada al día
siguiente
.Normalidad absoluta física y psíquica
.Su papá solía hacer cosas parecidas
.Los episodios desaparecieron progresivamente de forma espontánea
PESADILLAS
Siempre se producen en la segunda mitad de la noche (1), normalmente al amanecer, y son
sueños que generan ansiedad en el niño, que por culpa de ellos se despierta angustiado,
gritando y asegurando tener miedo. La ventaja de las pesadillas es que el niño es capaz de
explicarlas: «Jorge me ha pegado», «El perro me muerde», «El lobo me quiere comer».
Esto permite que sus padres puedan asegurarle, por ejemplo, que Jorge o el lobo no están y
que «éste es tu cuarto y duermes con Pepito y tus cosas, Papá y mamá están cerca y no
tienes por qué tener miedo», de forma que el niño se quede tranquilo.
Por regla general, los episodios duran unas semanas y están relacionados con algún
fenómeno externo que ha causado inquietud en el pequeño. Si el niño es traumatizado por
algo en concreto, se vuelven repetitivos. Por ejemplo, si lo obligáis a comer y cada comida
se convierte en un drama, si se siente acosado de alguna manera... las pesadillas reflejan
esa angustia. A medida que disminuye la ansiedad diurna, los episodios también decrecen
en intensidad y frecuencia.
Si vuestro hijo tiene pesadillas, no hace falta que consultéis con un médico; basta con que
le ayudéis a tranquilizarse: dándole seguridad, vuestro hijo se calmará y lo superará. Lo
que no es aconsejable es que llevéis al niño a vuestra cama, porque estropearíais el buen
hábito del sueño.
PESADILLAS
Ejemplo
.Paciente de 5 años
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TERRORES NOCTURNOS
Se producen en la primera mitad de la noche, es decir, asociados a un sueño muy profundo,
y se caracterizan porque el niño se despierta bruscamente y empieza a gritar como si
estuviera sufriendo de una forma sobrehumana. Cuando los padres acuden en su ayuda, lo
que ven es a un niño pálido, con sudor frío, aterrorizado y que es incapaz de contactar con
la realidad. Por mucho que le digan, el niño no les reconoce y los padres, si no saben qué
son los terrores nocturnos, creen que poco menos se va a morir. Sin embargo, no pasa
nada: el niño no reacciona, no es consciente de lo que ocurre, porque está profundamente
dormido, y no hay más.
Este «horror» suele durar entre 2 y 10 minutos; si os ocurre, no intentéis despertar a
vuestro hijo, porque es prácticamente imposible que lo logréis -está profundamente
dormido- y, de conseguirlo, sólo empeoraríais las cosas. Al día siguiente, a diferencia de
las pesadillas, no se acordará de nada.
¿Qué hacer? Quedaos junto a él para vigilar que no se caiga si se mueve, pero nada más.
No tenéis más remedio que esperar a que se le pase intentando mantener la calma. Al igual
que las pesadillas, los terrores nocturnos suelen aparecer alrededor de los 2-3 años y ceden
espontáneamente al llegar a la adolescencia.
Una advertencia: si acudís y deja de llorar, no se trata de un terror nocturno, sino que está
utilizando esa acción para lograr una reacción por vuestra parte. Hay que reeducar su
hábito del sueño.
TERROR NOCTURNO
Ejemplo
.Paciente de 3 años y 2 meses
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.Bruscamente se despierta gritando muy asustada, con mirada de angustia, sudoración fría,
ligero temblor y llanto intenso
.Los padres viven la situación con gran angustia, porque no consiguen calmar a la niña. No
les responde ni atiende a ningún estímulo que se le propone
.No pueden contactar con ella ya que no contacta con ellos
.Dura entre 2 y 10 minutos y al día siguiente no recuerda nada
BRUXISMO
El bruxismo, también conocido como rechinar de dientes se produce a causa de la tensión
acumulada en la zona de la mandíbula que, durante el sueño, produce una descarga de ésta,
provocando ese ruido que tanto preocupa a los padres. Sólo habréis de actuar si la
contractura es tan importante que provoca daños en los dientes. Para evitarlo, debéis pedir
a vuestro dentista que le haga una prótesis dentaria y colocársela a vuestro hijo cada noche.
Si no es el caso, no hace falta que hagáis nada: a medida que crezca, el bruxismo
desaparecerá.
SOMNILOQUIA
Puede que vuestro hijo grite, llore, ría o hable en sueños, preferentemente durante la
madrugada. Lo habitual es que diga palabras sueltas, inteligibles o no, o frases muy cortas,
que al día siguiente ni recordará. No hay que hacerle caso porque está durmiendo.
¿Posibles problemas? Que si comparte habitación con alguien, no lo deje dormir, o que si
grita, se despierte a sí mismo, aunque en este caso debería ser capaz de volver a conciliar el
sueño solo.
MOVIMIENTOS DE AUTOMECIMIENTO
Los más frecuentes son los golpes de la cabeza sobre la almohada y el balanceo de todo el
cuerpo estando el pequeño boca abajo. Al parecer se trata de una conducta aprendida para
relajarse y conciliar el sueño. Este balanceo, que puede acompañarse de sonidos guturales,
suele iniciarse hacia los 9 meses y raramente se prolonga más allá de los 2 años.
Los padres suelen asustarse por la espectacularidad de estos movimientos, que pueden
provocar mucho ruido e incluso desplazar la cuna. Sin embargo, no han de preocuparse,
salvo que el niño se haga daño. Si se lastima, hay que adoptar medidas para evitarlo. Por
ejemplo, si golpea la cabecera de la cuna, «acolchársela» con almohadones, de forma que
al golpearse no se haga daño. Si eso le basta, perfecto, pero si ya no logra tranquilizarse o
decide darse en los barrotes, consultad con un psicólogo para descartar una posible
psicopatología. Otra señal de alarma: que durante el día también se balancee
constantemente.
RONQUIDOS
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Aunque no se trata de una parasomnia, no queremos finalizar este capítulo sin unas
palabras sobre el ronquido, ya que del 7 al 10 por ciento de los niños son roncadores
habituales. Si es el caso de vuestro hijo, tened en cuenta que es conveniente que consultéis
con un especialista si lo hace de forma persistente y, sobre todo, si notáis que durante el
sueño respira con la boca abierta y con cierta dificultad.
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VII
Preguntas y Respuestas
(sobre cómo solventar las dudas más comunes)
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Los abuelos están hechos para mimar a sus nietos; los papás para educar a sus hijos. Esto
significa que antes de pedirles que se queden con el niño una noche deberán haber pasado
al menos 10 días desde que se inició el tratamiento y el niño ya debe estar durmiendo
mejor, si es que no lo hace ya sin problemas.
Una advertencia: no pretendáis explicarles lo que nosotros os hemos expuesto aquí, ni
intentéis que hagan lo mismo que hacéis vosotros en casa. De hecho, lo normal es que los
abuelos no hagan casi nada de lo que les propongáis. Es lógico, ya sabéis: su papel es otro.
Bastará con que intentéis hacerles entender, superficialmente las normas más básicas:
horarios en que han de acostar al niño, que no han de hacer nada para dormirlo, que no
olviden su muñeco ni los chupetes si los usa... Ellos harán lo que mejor les parezca, por lo
que no os preocupéis ni os enfadéis.
El niño, como es un ser inteligente, se dará cuenta enseguida de que en casa de los
abuelitos rigen normas distintas a las que imperan en la suya. No temáis, esto no tiene por
qué hacer peligrar su reeducación, siempre y cuando al regresar a vuestro hogar retornéis
«la lección» donde la habíais dejado y, con toda la tranquilidad del mundo, sigáis
enseñándole tal y como estabais haciendo.
Sin embargo, si los abuelitos cuidan al niño cada día deberán seguir estrictamente las
mismas instrucciones que vosotros, porque, ya lo sabéis, el niño no puede recibir distintas
consignas durante su aprendizaje..
Todos los que le enseñan a diario deben hacerlo de la misma forma (al igual que todos las
personas que le dan la papilla se la dan con cuchara).
¿Qué hacemos si el niño vomita, hace pipí o caca cuando le estamos enseñando a
dormir?
Es frecuente que un niño, en medio de su llanto y a fin de lograr una «reacción» de los
adultos, vomite. Los niños saben (aprenden) a provocarse el vómito y, aunque no lo haya
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hecho nunca, puede que lo haga cuando le estéis enseñando a dormir. Por lo tanto, no os
preocupéis.
Ya sabéis que estáis reeducando el hábito del sueño de vuestro hijo, no castigándolo. Por lo
tanto, cuando vomite, acudid a su habitación y, aunque él grite desaforadamente, habladle
con dulzura a fin de transmitirle tranquilidad: «Ves, amor mío, como estás tan enfadado,
porque te estamos enseñando a dormir, ahora te has encontrado mal y has vomitado. Pero
no pasa nada, los papás te quieren mucho y te cambian el pijama y las sábanas, y ahora que
ya estás limpio tú duermes aquí con Pepito, el póster y el móvil.» Es decir, solucionamos la
situación anómala -vómito--, pero no cambiamos la forma de enseñarle a dormir.
Ya sabéis que cuando vomita (acción), vuestro hijo espera conseguir una reacción: que lo
cojáis en brazos, le deis un poquito de agua, lo acunéis y estéis con él hasta que se duerma.
Sin embargo, vosotros no podéis hacer nada de lo que él espera: tenéis que cuidarlo
(cambiarle la ropa), pero no debéis modificar vuestra manera de enseñarle a dormir. Y,
como es muy listo, pronto aprenderá que su acción no sirve para nada y dejará de hacerla.
Podéis actuar de la misma forma si se hace caca o pipí. Si el niño se hace caca como forma
de llamar la atención, habéis de actuar igual que si fuera un vómito.
Si el niño os indica que se ha hecho pipí, no le hagáis caso inmediatamente. De forma que
él no se dé cuenta, averiguad si es cierto y entonces, al cabo de unos minutos, le cambiáis
los pañales, actuando igual que si se tratara de un vómito. ¿Por qué hay que esperar un
poquito? Si le hacéis caso enseguida, encadenará un pipí tras otro, para teneros
constantemente a su vera. Si os lo tomáis con calma, percibirá que no puede controlaros y
acabará por desistir de usar su orina como forma de haceros reaccionar.
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¿Por qué unos niños padecen insomnio y otros no? ¿Hay causas hereditarias?
A partir de los primeros 2-3 meses de vida y gracias a un grupo de células situadas en el
cerebro, el lactante empieza a presentar períodos nocturnos de sueño cada vez más largos.
Lo que Ocurre es que estas células actúan como si fueran un «reloj» que va poniendo en
hora las distintas necesidades del bebé -dormir, estar despierto, comer hasta adaptarse a un
ritmo biológico de 24 horas (véase cap. II).
Hay niños cuyo «reloj» se pone en funcionamiento con suma rapidez. En cambio, hay otros
cuyo «reloj» es, digámoslo así, algo «gandul». Estos pequeños necesitan que se les
intensifiquen las enseñanzas (rutinas y hábitos del sueño) para que el «reloj» empiece a
funcionar e influya correctamente en la organización del ritmo biológico de vigilia y sueño.
Por esta razón, en una misma familia puede haber niños que duermen sin problemas y otros
que padecen insomnio.
La razón por la cual algunos niños (aproximadamente el 35 por ciento de la población)
tienen un «reloj gandul» es desconocida. Se postula que pueda ser una cuestión hereditaria,
aunque no existen todavía estudios científicos que corroboren esta hipótesis.
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Ya sabemos que no es bueno darle bebidas con cafeína, pero ¿hay algún alimento
desaconsejable?
Todas las sustancias que sean de tipo estimulante pueden influir en el sueño. La cafeína
que se encuentra en el café y en los refrescos de cola puede dificultar el inicio del sueño.
También el cacao -lo encontramos en el chocolate y las bebidas que lo contienen- puede
entorpecer el sueño si se toma de forma exagerada. Por ello, estos productos son
desaconsejables durante la cena o después de ésta.
Está comprobado que algunos alimentos tienen propiedades excitantes, y otros, sedantes.
Así, por ejemplo, las proteínas (carnes) son estimulantes, Y los hidratos de carbono
(papillas, pasta) favorecen más el sueño. Por esto, los niños suelen tomar las proteínas al
mediodía y los hidratos de carbono por la noche.
Se aconseja el baño antes de la cena, ¿qué ocurre si lo hago al revés o lo baño por la
mañana?
El hábito higiénico, del cual el baño forma parte, se aprende como los demás hábitos:
relacionando objetos externos (agua, bañera, esponja, toalla...) con una situación concreta
(higiene). Da igual el momento del día en que se realice el hábito, lo importante es hacerla
siempre en el mismo orden, para que el niño pueda relacionarlo con lo que vendrá después.
El orden puede ser baño, cena y sueño, o bien, si se realiza por la mañana, baño, desayuno,
paseo, etc. Lo primordial es procurar que siempre (o casi siempre) se realice cada cosa a la
misma hora y en las mismas condiciones.
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Ante cualquier situación nueva es importante seguir con las mismas rutinas de enseñanza,
hablando con el niño de lo que está sucediendo -siempre tranquilos, siempre seguros- para
hacerle ver que el hermanito o la guardería, por ejemplo, no son razones para cambiar sus
hábitos de sueño.
El cambio de domicilio tampoco ha de convertirse en un problema. Debemos hablarle de lo
que va a suceder y explicarle que tendrá una habitación nueva, que procuraréis decorar
juntos con pósters, dibujos, muñecos...
Es decir, le diremos la verdad y le haremos partícipe del cambio. El niño debe aceptar con
ilusión su nuevo hogar y vivirlo con la misma normalidad que lo hacen sus padres.
De todos modos, si estas situaciones han ocasionado algún problema, deberéis proceder a
reeducar su hábito de sueño como explicamos en el capítulo IV.
Mi hijo duerme el período más largo de sueño durante el día, ¿cómo podemos
cambiarlo?
Si el período de sueño más largo lo hace durante el día, indica que tiene un ritmo de
vigilia-sueño todavía desorganizado. Entonces, debemos actuar como indicamos en el
capítulo V, en el que nos ocupamos de las cuestiones horarias, para enseñarle a dormir
correctamente.
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Mi hijo se va a dormir pasadas las once de la noche, porque mi marido suele llegar a
esa hora y quiere ver al pequeño. ¿Hacemos mal? Si lo mantenemos despierto hasta
tan tarde, ¿dormirá mejor?
Esta situación es bastante habitual y, hasta cierto punto comprensible, ya que los padres
desean ver a sus hijos. Sin embargo, si sois sinceros, reconoceréis que disfrutar del niño sin
tener en cuenta sus necesidades biológicas es una actitud algo egoísta. Lo recomendable,
pues, es que respetéis los horarios propuestos(de 20.00 a 20.30 en invierno y de 20.30 a
21.00 en verano) en aras de su educación y cuidado.
Por el mismo motivo, es desaconsejable alargar de forma exagerada la siesta de después de
comer u obligarle a hacerla a última hora de la tarde para luego poder mantenerlo despierto
más tiempo por la noche.
Lo único que conseguiremos es alterar todavía más sus hábitos y ritmos de sueño.
Ya sabéis que el momento ideal para acostarlo es entre las 20 y las 21 horas, porque el
cerebro tiene más facilidad para «entrar» en sueño en ese momento. No es verdad que si lo
acostáis más tarde se dormirá antes (por el contrario, se le habrá pasado la hora). Los papás
que han intentado este «truco» lo saben de sobra.
No debéis, pues, ser egoístas. Pensar que, sobre todo entre los 5 y los 7 meses, estáis
ayudando a vuestro hijo a adquirir unos hábitos correctos de sueño y que, de no ser así,
repercutirá en su salud física y mental.
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Una pista más: los cólicos suelen empezar por la tarde o durante las primeras horas del día
y pueden durar varias horas. Los cólicos no se producen sólo por la noche, no existe tal
cosa.
Hemos de insistir en que no debéis caer en la tentación de «hacer algo» siempre que el
niño llore. Si caéis en esta trampa, el niño aprenderá que cada vez que llora alguien va
corriendo a atenderlo, lo que será nefasto para su aprendizaje y puede perjudicar su sueño.
¿Son aconsejables los medicamentos que se utilizan para «hacer dormir a los niños»?
Los padres, a pesar de ser reacios a suministrar medicamentos a sus hijos, los utilizan
como último recurso ante la insostenible situación creada por las dificultades de sus hijos
para iniciar el sueño y, sobre todo, por sus frecuentes despertares nocturnos. Sin embargo,
la experiencia ha demostrado que en ningún caso los medicamentos inductores del sueño
han solucionado el problema.
No existen estudios sobre la posible toxicidad de los fármacos que se administran a los
niños, pero, considerando los grupos farmacológicos a los que pertenecen, podemos pensar
que no son precisamente inocuos.
Como llamada de atención baste decir que en algunos prospectos comerciales se indica
expresamente que en los niños debe utilizarse «con precauciones».
El insomnio infantil por hábitos incorrectos no es una enfermedad, por lo tanto no es lógico
tratarlo con medicamentos. Dicho de otro modo, como se trata de un mal aprendizaje del
hábito de dormir, lo lógico es reeducar las rutinas y enseñar las normas correctas.
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En principio, no tiene por qué tener más o menos problemas que un niño que haya nacido a
término, porque los estímulos que ponen en hora su reloj biológico son los mismos: luz-
oscuridad, ruido-silencio, horarios de comidas y hábitos del sueño.
Mi hijo de 2 años no quiere dormir la siesta. ¿Existe algún caso en el que sea mejor
evitar que la haga?
A la hora de la siesta se ha de aplicar la misma técnica que utilizamos para reeducar el
hábito del sueño.
Ya sabemos que sea desayuno, comida o cena, la papilla se da con cuchara. Lo mismo vale
para el sueño: sea nocturno o el de la siesta hay que enseñarle de la misma manera.
Alrededor de los 3 años, y en muchos casos forzados por sus obligaciones escolares, los
niños dejan de hacer la siesta después de comer. Esto puede repercutir en su sueño
nocturno, ya que los niños llegan con más sueño a casa y cuando «cogen la cama»
duermen mucho más profundamente -en fase de sueño profundo- con lo que pueden
aumentar los episodios de sonambulismo y terrores nocturnos.
Es útil recomendar alargar el máximo de tiempo posible la siesta del mediodía: hasta los 4
años, por lo menos.
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Apéndice
Cuando Cuesta un Poco más
(sobre cómo afrontar los casos más difíciles)
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Desde que salió a la calle la primera edición de este libro, en marzo de 1996, hemos recibo
numerosas cartas de padres muy agradecidos por poder, ¡por fin!, dormir «a pierna suelta»,
según expresión que utilizan muchos. Algunas son de lo más simpáticas, como una en que
tan sólo se lee «¡Gracias!», pero, eso sí, tan grande que basta para llenar un folio ¡de
tamaño Din A-3! Otras, la mayoría, son
enternecedoras, como la de una abuela que le regaló el libro a su hijo «por temor a que mi
nuera le abandonará. Ella estaba agotada porque mi nieto de año y medio se despertaba
cada noche un montón de veces. Un día, tras ver al doctor en la tele, decidí comprarlo. Se
lo di a Juan y le dije: "O haces algo o tu mujer te planta." Y no vean cómo se espabiló. Se
lo aprendió de memoria y se lo hizo leer a Alicia. A los pocos días el crío ya dormía, y ni
que decir tiene que están otra vez de buenas». En fin, hasta ahora Duérmete, niño ha
supuesto una riada de inmensa satisfacción para los autores, ¡para qué negarlo!
Sin embargo, también hemos recibido algunas cartas -la verdad es que pocas- de padres
que nos han hablado de ciertas dificultades para conseguir reeducar el hábito del sueño de
su hijo. Por esta razón, a fin de profundizar en los motivos que pueden dificultar el éxito
del método, nos hemos puesto en contacto con algunos de ellos y hemos revisado todos los
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rápidamente (somos conscientes de las ganas que tenéis de zanjar el problema). Dos horas
fue lo que por término medio tuvieron que dedicarle y todos lograron reeducar el hábito del
sueño de su hijo. ¿Por qué no lo vais a lograr vosotros? Un consejo, pues: releer el libro,
esta vez a conciencia, y volver a empezar.
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que aprenda a dormir bien. Pero si en su casa vive una tercera persona –normalmente una
abuela o abuelo- y no hace lo mismo, puede interferir en su aplicación, sea porque
desconoce cómo funciona, sea porque cuestione la validez de lo que se está aplicando.
Por ejemplo, es bastante típico que la abuela, tras escuchar de boca de su hija la técnica
para reeducar el hábito del sueño infantil, suelte algo parecido a: «¿Para eso has ido a ver
al doctor/leído este libro? Eso no son más que tonterías, lo que pasa es que ahora no tenéis
paciencia, en mis tiempos sí que sabíamos cuidar de los niños...»
En vez de acabar discutiendo, hemos de intentar «ponernos en sus zapatos» y entenderla,
porque la mujer pertenece a una generación que no se preocupaba tanto de las cuestiones
de aprendizaje ni sabía de la existencia de los ritmos biológicos. En fin, lo más probable es
que desconozca todo lo relacionado con el tema y no entienda el porqué de la rigidez de
horarios, los tiempos de espera antes de entrar en la habitación, etcétera. De ahí que
interfiera o, por lo menos, opine.
Si los padres de la criatura, por los motivos que sea, tampoco están muy seguros de cómo
han de actuar, es posible que se dejen influenciar o acaben cediendo ante los ruegos de la
abuela: «Por una vez que le cojáis no pasará nada.» Gran error, una simple concesión y
¡adiós a los buenos resultados del método! Si el pequeño se da cuenta de que gritando un
poco más ella toma cartas en el asunto y sale en su defensa, ¿qué hará?: berrear hasta
dejarse los pulmones. Ya la que la abuelita o vosotros le cojáis, ¡no habrá forma de
enseñarle!
Por lo tanto, es fundamental que cuando viva una tercera persona en casa -incluidos los
hermanos mayores y personal de servicio, si lo hay-, se les explique que bajo ningún
concepto deben interferir en la reeducación del hábito de sueño del pequeño. Dicho de otro
modo: la abuela podrá seguir haciendo lo de siempre -sea bañar al niño, darle la cena,
jugar, pero en el momento de meterlo en cama y aplicar el método, tendrá que hacerse a un
lado y dejar que papá y mamá se encarguen del tema.
En caso de que no haya más remedio que dejar al niño a cargo de esta tercera persona -
intentar evitarlo a toda costa, ésta deberá comprometerse a respetar vuestros criterios.
Tened en cuenta que si actúa como le venga en gana, vuestros esfuerzos habrán caído en
saco roto.
En definitiva: no permitáis las interferencias de los demás por muy buenas que sean sus
intenciones.
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Porque aunque esté enfermo, sigue siendo muy inteligente -no nos cansaremos de
repetirlo- y se da cuenta de que las atenciones hacia él se han redoblado. Lo que él no
puede comprender es que lo miman más porque está enfermo. A su modo de ver, sus
padres (o cuidadores) actúan así en respuesta a sus acciones (si queréis podéis releer, en la
página 77, cómo funciona el principio de acción-reacción). Es decir, no entiende que si su
mamá acude a atenderle cuando llora, no lo está haciendo en respuesta a su llanto, sino
porque sabe que el pequeño lo está pasando mal a causa de la fiebre, la incomodidad o el
dolor. Entonces, ¿qué hará el niño cuando sus papás vuelvan a iniciar el proceso de
reeducación?
Llorar como un condenado a la espera de que mamá, también ahora, vaya a confortarle. Sin
embargo, esta vez no irá.
Se produce un acontecimiento que trastoca más o menos la vida del niño (1)
Ciertas situaciones pueden dificultar enormemente la aplicación del método. Algunas son
realmente graves, léase una separación; otras no tanto, como el primer día de clase.
La ruptura de una relación es un hecho traumático, que no sólo afecta a la pareja sino que
repercute grandemente en los niños. Independientemente de la edad que tengan, éstos se
dan cuenta de todo lo que sucede alrededor. Aunque en algún momento pueda parecernos
que algo no les afecta o que no se enteran, por desgracia, no suele ser así.
En estas circunstancias es muy difícil que el método dé resultado, pues el pequeño
aprovechará lo que está sucediendo para hacerlo fracasar. Por ejemplo, teniendo en cuenta
que los padres que se separan suelen sentirse muy culpables por el daño que inflingen a sus
hijos, si éstos se ponen a llorar, ¿qué harán? Es probable que su sentimiento de culpa les
impida aguantar los tiempos de espera y, casi seguro, acabarán cediendo frente al pequeño.
El nacimiento de un hermanito también es un factor capaz de alterar el hábito de sueño de
un niño. No es raro que un pequeño que dormía bien o que ya había sido reeducado en un
buen hábito de sueño, deje de hacerlo al darse cuenta de que ya no es el centro de atención
de sus padres. Es de esperar que el «príncipe destronado» se rebele y una de las formas
más utilizadas consiste en romper sus (buenos) hábitos -negándose a comer, haciéndose
pipí encima, convirtiendo la hora de dormir en un drama, porque, como no es tonto, sabe
que esto molestará profundamente a sus padres, lo que provocará que le hagan más caso
(aunque sea para reñirle).
¿Qué hay que hacer en estos casos? Muy sencillo: volver a reiniciar la enseñanza del
hábito, haciendo caso omiso de todas las acciones que el niño haga. Eso sí, es vital
ayudarle a asumir la llegada del hermanito. Para ello, durante el día hay que hacerle mucho
caso y lograr que se sienta muy querido e importante dentro de la unidad familiar. Sin
embargo, en el momento de acostarle hay que ser tajante en la aplicación del método y
tratarlo, independientemente de la edad que tenga, como si hubiera nacido ese mismo día.
Hay otros acontecimientos menos importantes que también pueden dificultar el éxito de la
técnica: el primer día de escuela, un cambio de casa, la visita de un familiar...
De hecho, el niño siempre utilizará cualquier situación «extraña» para intentar truncar el
proceso de reeducación de su hábito del sueño. En estos casos, como siempre, habréis de
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manteneros firmes. Tomemos como ejemplo su primer día de colegio. Además de haberle
preparado de antemano para afrontarlo, cuando llegue a casa es aconsejable que le hagáis
mucho caso, que juguéis con él, incluso podéis tener un detallito... pero jamás variéis el
ritual previo a la hora de dormir ni cedáis si intenta sabotear vuestros intentos de
reeducarle. ¿Se os ocurriría dar le la sopa con una pajita porque ha ido al cole por primera
vez?
FALSOS PROBLEMAS
Los «falsos problemas» son aquellas excusas bienintencionadas con que los padres
justifican no haber logrado reeducar el hábito de sueño de su hijo. Básicamente
son tres:
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Libros Tauro
http://www.LibrosTauro.com.ar
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