Cubells Calasanz y La Educación de Los Alumnos

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CALASANZ Y LA EDUCACIÓN DE LOS ALUMNOS

MÁS PEQUEÑOS

Francisco Cubells Salas

INTRODUCCIÓN

En no pocos aspectos, puede considerarse a Calasanz como un hombre de la


Ilustración a quien le cupo en suerte vivir en la época del Barroco. Son características
de esta época última: una artificiosa pervivencia del Humanismo renacentista frente
a la aparición de la ciencia moderna, humanismo que pugna con una Contrarreforma
que desconfía de él, tanto en su vertiente rabelaisiana como en la erasmista.

Las concepciones aristotélicas sostenidas por la Iglesia se muestran obsoletas, con-


tribuyendo a ello, en buena parte, los grandes descubrimientos geográficos. Con ello
se viene abajo la jerarquía Teología-Filosofía-Ciencias cosmológicas. Telesio, Bacón de
Verulam y, sobre todo, la «nova scientia» de Galileo independizan éstas últimas de la
Teología y de la Filosofía, mientras Descartes y Campanella liberaban a esta de su con-
dición de «ancilla Theologiae».

No podía menos de darse conflicto en la ciencia del Cosmos, la cual, asociada a las
cuestiones últimas u origen de los mundos, siempre se había desenvuelto al amparo
de la Teología. No es, pues, de extrañar que la Iglesia se resistiera a la intromisión del
saber moderno en una que creía ser zona de su responsabilidad. Asímismo, al ver que
iba perdiendo el control sobre el poder civil, por la decadencia de los Habsburgo, la
Iglesia quiere acentuar su dominio sobre el campo científico, por lo que extrema el
control sobre la instrucción en todos sus niveles y modalidades, como medio de con-
servar parte de sus poderes. Tanto más cuando habían puesto la educación y la ins-
trucción al servicio del poder, Erasmo de Rotterdam y Martín Lutero. Índice de esta
orientación de la Iglesia Católica son dos obras aparecidas en aquel entonces: los Tre
libri della educatione cristiana e política dei f igliuoli, del Cardenal Silvio Antoniano
(1583), escritos a instancias de San Carlos Borromeo, y el Trattato de la buona edu-
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catione dei f igliuoli, la cuale di quanto gran momento si sia manifesta con l’autorita
della divina Scrittura, dei Sacri Conslii, dei Padri, e di Scrittori gentili, con vive ragio-
ni et esempi (1594) de San Juan Leonardi. En 1599 los jesuitas tienen confeccionada
la versión definitiva de su Ratio Studiorum, ampliación más sistematizada de la peda-
gogía del famoso Gimnasio de Strasburgo, obra del gran amigo de Erasmo y de
Melanchthon, el pedagogo Joannes Sturn, quien expuso sus ideas en el libro De
Litterarum studiis recte aperiendis (1538) (1).

Pero, conforme la educación se institucionaliza, quiere asímismo independizarse. En


un siglo en el que Galeno se había impuesto en el área de la medicina, Huarte de San
Juan, fiel a sus directrices, escribe el Examen de Ingenios para las ciencias (1575), el
cual ordenó expurgar la Inquisición. Para Huarte no sólo la didáctica y la educación,
también la formación profesionl debe adaptarse al modo de ser del alumno (2). Tal
vez el primer tratado de educación, si bien principesca, que adoptara las ideas de
Huarte fue el Libro de la buena educación y enseñanza de los nobles, de Pedro López
de Montoya (1595).

Las «pietas litterata», la «sapiens et docta pietas», la «sapiens et eloquens pietas»,


que Erasmo y Francis Bacon propugnan contra los adictos a una piedad iletrada, pene-
tra, a través de Sturn, en los jesuitas, quienes más bién habían de hablar de «virtus
litterata» (3). Mas todos estos teóricos de la enseñanza y las instituciones a que die-
ron lugar contemplaban exclusiva o mayoritariamente alumnos de familias acomo-
dadas. Aunque su intención fuera la universalidad de la población discente, ésta era
su práctica pedagógica; su práctica y en algún caso hasta su teoría. Por lo menos
Erasmo de Rotterdam no disimulaba su opinión (4).

A todo este mosaico de ideas y modelos, hay que añadir, como un condicionante,
la famosa crisis del siglo XVII, crisis que afecta principalmente a lo económico y a lo
demográfico y, en ciertos casos, supone un retroceso respecto a los precedentes
siglos inmediatos. La población de Europa, que había aumentado casi constantemen-
te en el siglo XVI, presenta una tendencia a disminuir, a causa de las epidemias de

(1) Cf. Bowen, J.: Historia de la Educación Occidental, Herder, 1992, t. II, 535-537 y t. III, pp. 35-36.
(2) El escolapio Ignacio Rodríguez publicó, en 1795, su Discernimiento f ilosóf ico de ingenios, que el
Diccionario Bompiani de Autores Literarios (Planeta-Agostini, 1988) afirma «que es, en parte, una
derivación de la obra de Huarte de San Juan».
(3) Cf. Gil Fernández, L.: Panorama social del Humanismo español (1500-1800), Alhambra, 1981, pp.
273-281. Bonifacio, J.: «Carta a un maestro sobre la formación moral y religiosa de los alumnos»,
en Olmedo, F.G.: Juan Bonifacio (1539-1606), Publicaciones de la Sociedad Menéndez y Pelayo,
Santander, 1939, p. 54.
(4) Escribía Erasmo: «Preguntas qué podrán hacer los pobres. ¿Cómo podrán aquéllos que apenas pue-
den alimentar a sus hijos, darles una educación adecuada y mantenerla? A esto sólo puedo respon-
der con las palabras del autor cómico: ‘No se puede exigir que nuestro poder vaya tan lejos como
nuestro querer’. Mostraremos la mejor manera de formar al niño, no podemos dar los medios para
realizar este ideal». Citado por Durkheim, Emile: Historia de la Educación y de las Doctrinas pedagó-
gicas, Edit. La Piqueta, 1992, p. 262.
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peste y cólera, de las malas cosechas y de la guerra de los treinta años (1618-1648)
(5). La subalimentación y las enfermedades infantiles impiden que la vida media supe-
re los veinticinco años, sin que logre mejorar la dieta alimenticia la aclimatación en
Europa de vegetales importados de América, pues predominaban los cereales tradi-
cionales cultivados en tierras pobres y rudimentariamente trabajadas. Además, la tri-
butación siempre en crecida, afectaba a las masas campesinas (6).

Este panorama es el telón de fondo de la empresa de Calasanz. Un «status quo» en


que lo antiguo, aunque inservible, se resiste desesperadamente a retirarse y lo nuevo
no alcanzó todavía su madurez productiva.

De las dos consignas opuestas del Barroco carpe diem y memento mori, aunque
Calasanz se decidió preferentemente por la primera, no se desprendió de la segunda,
por otro lado, inseparable de aquélla. Pues, como dice Jostein Gaarde: «Éstos son ras-
gos típicamente barrocos. Dentro de un mismo texto se describe lo terrenal, lo de
aquí, a la vez que lo celestial, lo del más allá» (7). Basta una ojeada al Proemio de las
Constituciones Calasancias. El «felix totius vitae cursus» se refiere a la vida y no sólo
a su término. El «pietate et litteris» aúna fe y humana cultura. Los «cooperatores veri-
tatis», lo son de la verdad en mayúscula y en minúscula.

La alternativa de contrarios es característica de la época: Campanella será telesia-


no, pero creerá en la magia; Galileo escudriñaba el cielo con su telescopio y confec-
cionaba cartas astrológicas. Análoga ambigüedad caracteriza en algunos aspectos al
mismo Calasanz. Quería ser hombre del día sin abandonar tradiciones periclitantes. Se
afilia a la ciencia nueva, pero sin otorgarle plena autonomía. Creen algunos —afirma-
rá— que las enfermedades «nos vienen de las causas segundas como son los humo-
res y otros accidentes, cuando en realidad de verdad vienen de la causa primera que
es Dios, el cual se sirve de las causas segundas conforme a su beneplácito» (8).
Quiere que, en su Orden de las Escuelas Pías, se imite el dinamismo de los jesuitas,
pero otorgando amplia acogida a la ascética de los mendicantes (9). Quiere que la edu-
cación se acomode a la capacidad del niño, pero no tiene más remedio que seguir las
imposiciones eclesiásticas y obliga a confesarse hasta a los alumnos más pequeños,

(5) Pérez Moreda, V.: La crisis de mortalidad en la España interior (Siglos XVI-XIX), Siglo XXI, 1980, pp.
146-187: «En la España de Velázquez (1599-1660), en términos generales, podemos decir que sólo
entre el 75 y el 80 por 100 de los niños nacidos superaba el primer año de edad, alrededor de un
60 por 100 alcanzaba los diez años y apenas el 50 por 100 llegaba hasta los quince». Cf. Gómez
Centurión Jiménez, C.: «La familia, la mujer y el niño», en la obra colectiva La vida cotidiana en la
España de Velázquez, dirigida por J. N. Alcalá-Zamora, Edic. Temas de hoy, p. 187.
(6) Cf. Dantí Riu: Las claves de la crisis del siglo XVII, Planeta, 1991.
(7) Gaarde, J.: El mundo de Sofía, Patria-Siruela, 1995, p. 279.
(8) Carta de San José de Calasanz n. 143 del Epistolario di San Giuseppe Calasanzio, edito e comentato
da Leodegario Picanyol e Claudio Vilá. Editiones Calasanctianae. Roma, 1951-1988. En adelante, en
este trabajo, se citará esta obra con la inicial C., seguida del número o de los números asignados a
las cartas de Calasanz en dicho Epistolario.
(9) Cf.; Landucci, G.: «San Giuseppe Calasanzio e i suoi tempi», en Ricerche, 47 (1996) 17.
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aun los que no son capaces de ofender a Dios (10). Todo ello no es de extrañar, si se
atiende a las ambiguas interpretaciones de que era objeto la primera edad infantil en
tiempos de Calasanz.

CONCEPTOS QUE SE TENÍAN DE LA INFANCIA EN TIEMPOS DE CALASANZ

En el Barroco todavía se seguían clasif icando las edades del hombre en seis eta-
pas dedicadas a cuatro planetas, la Luna y el Sol. Tales eran: Infans, la edad del
que no habla, dedicada a la Luna; Puer, de los 7 a los 17 años, bajo el amparo de
Mercurio; Adulescens, de 17 a 30 años, con la protección de Venus; Iuvenis, de 30
a 46 años, acariciados por el Sol; Senior, de 45 a 60 años protegidos por el escu-
do de Marte; Senex de 60 a 80 años, presididos por el cetro patriarcal de Júpiter.
Al afortunado que sobrepasaba esta edad, se le clasif icaba honrosamente de
«Aetate provectus».

Las edades que limitan estos períodos no siempre fueron las mismas; cambiaron
según los autores. Así puede apreciarse en La Grand Propietaire de toutes choses tres
util pour tenir le corps en santé, traducido al francés en 1556. En él las edades son:
Infancia (hasta los 7 años), Puericia (de 7 a 14), Adolescencia (de los 14 hasta los 21
según Constantino Porfirogeneta; hasta los 28 según San Isidoro; hasta los 30 y 35
años según otros), Juventud (hasta los 45 años, según San Isidoro; hasta los 50
según otros), Senectud (que el mismo Isidoro coloca entre la Juventud y la Vejez);
sigue ésta que dura, según unos, hasta los 70 años; según otros, hasta la muerte.
La última parte de la Vejez se denomina Senies (11). Como puede apreciarse, se sigue
una división que podríamos llamar hexapartita en honor de seis astros o bien en
memoria de las seis edades por las que se creía entonces que había discurrido la his-
toria de la humanidad, distribución hecha en memoria de los seis días que, según el
Génesis, precedieron a la creación del primer hombre, por aquello de Adam forma
futuri (12).

Además de las medievales divisiones de la Escuela Salernitana, según los cuatro


elementos, los cuatro humores y las cuatro estaciones, y de la distribución en doce
etapas con analogías en la meteorología mediterránea de los meses del año (división
que se prolonga más acá del final de la Edad Media), tenemos la distribución de las
porciones acomodadas las tres del día: infancia y adolescencia (mañana), edad viril

(10) C. 557: «…in somma deve usar tal diligenza che ogni messe siano confessati li scolari massime que-
lli che sono capaci di far offese a Dio».
(11) Cf. Ariès, Ph.: El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen, Taurus, 1987, pp.38-46.
(12) En sus Pensées, 665, Pascal discurre de este modo: «Les six âges, les six pères des six âges, les six
merveilles a l’entrée des six âges». San Agustín también enumera seis edades: infancia, puericia, ado-
lescencia, juventud, madurez y senectud. (De vera religione, 48 y Enarrationes in Psalmos, 127,14). En
su Epistola 213 Gesta ecclesiastica in designando Eraclio, sustituye juventud por «gravitas» (madurez).
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(mediodía), senectud (ocaso) (13).

Como puede observarse, en estas distribuciones, la adolescencia no goza de auto-


nomía. Se la confunde con la infancia hasta entrado el siglo XVIII. En el latín colegial,
se emplean indistintamente pueri o adolescens. Así la calificación de bonus puer se
aplicaba a un muchacho de 15 años, mientras su condiscípulo de 13 ya se considera-
ba optimus adolescens. En el siglo XVI se da un cambio en Francia y mientras esta
denominación se conserva en las clases bajas de la sociedad, la burguesía adapta la
palabra infancia en su sentido moderno. Parece que esta imprecisión de la adoles-
cencia es originada por la falta de atención a los fenómenos biológicos del desarrollo
humano, por lo que la pubertad no denotaba un cambio importante respecto a la
infancia. A finales del siglo XVI, se usaba el vocablo «pequeño» para designar a todos
los alumnos de la enseñanza elemental, aun los que ya no eran niños (14). No conoz-
co ningún estudio que caracterice el significado exacto de las palabras italianas pic-
colo, piccolino, fanciullo, giovanetto y las latinas parvulus, puer y adolescens, en tiem-
po de San José de Calasanz (15). Me permito aceptar que, siempre que él emplea el
vocablo piccolini, se refiere a los alumnos de las clases ínfimas, es decir las de leer,
en especial la de la Santa Croce.

Para muchos efectos la vida entonces se empezaba a contar a partir de los cinco
años. Lope de Vega, en su comedia El cuerdo en su casa, caracteriza por las costum-
bres de determinados animales cuatro edades del hombre; es a saber: de los 5 a los
12 años, un cordero; de los 14 a los 30, un caballo; a partir de los 40, un león; en la
vejez, un lechón gruñidor que con el ocico cava sepulturas (16). Para Lope la vida
empezaba, pues, a los 5 años. La gran mortalidad infantil llevaba a no valorar al bebé
y sólo a considerarlo plenamente vivo cuando se consolidaban las esperanzas de su
supervivencia. Se ha recogido este comentario del siglo XVI dirigido a quien acaba de
dar a luz unos quintillizos: «Antes que puedan causarte muchos sufrimientos, habrás

(13) Tamayo, J. de: El mostrador de la vida humana, Madrid, 1679. Cit. por Bouza Alonso, F. J. : «El tiem-
po. Cómo pasan las horas, los días y los años. La cultura del reloj», en la obra colectiva citada en la
nota 5, pp. 27-28.
(14) Cf. Ariès, Ph.: o.c., pp. 46-50.
(15) Al parecer, durante siglos, sólo se consideraba salir de la infancia el abandonar la dependencia de los
padres o adultos en general. Tal vez fuera reminiscencia romana, pues san Jerónimo, en la Vulgata,
llama «puer» al esclavo o criado del centurión (Mt. 8,6-13).
Por el contrario, Calasanz, en su respuesta a los Decretos de la Visita de 1625, escribió: «Li giovanetti
poveri si ricevano ai sei et sette anni…».
(16) Vega y Carpio, Félix Lope de: El cuerdo en su casa. Real Academia Española, 1916-1930, t. XI, p. 551a.
Los versos que dedica a los más pequeños son los siguientes: «Son las cuatro edades / del hombre
conformes / a cuatro animales; / sus costumbres oye: / el tierno cordero / desde cinco a doce /
salta, juega y brinca / por valles y montes…». Baltasar Gracián, en su Oráculo manual y arte de la
prudencia, 276, tiene también una caracterización de las edades a base de animales, a partir de los
veinte años. Fernán Caballero recoge la versión popular en Simón Verde, Biblioteca de Autores
Españoles, 139. J. Bta. Rael incluye la versión americana en Cuentos españoles de Colorado y Nuevo
México, Museum of New Mexico Press, Santa Fe, 1977, n. 469.
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perdido la mitad, sino todos» (17). Dice Montaigne en sus Essais (II,81): «He perdido
dos o tres hijos que se criaban fuera, no sin dolor, pero sin enfado». Y en otro lugar
se lamenta: «Todos se mueren cuanto todavía están en la nodriza». Molière, respecto
a Louison, aquella «gamine rusée» de Le Malade imaginarie, no tiene reparo en sen-
tenciar: «La pequeña no cuenta». El arte pictórico también segrega la infancia de la
vida. En el grabado preliminar de la Tabula Cebetis (1665), Mathäus Merian margina a
los niños pequeños en una zona situada entre la madre tierra que los origina y la vida
en la que todavía no penetraron. Separa ambos espacios un pórtico con esta inscrip-
ción. «Introitus ad vitam» (18).

A los seis años, ya se les había cambiado su túnica o delantal infantil indiferencia-
dos para ambos sexos y se les vestía como a las personas mayores, a veces agra-
vando la imagen en seriedad y perifollos. En España comenzaba desde aquel momen-
to su instrucción formalizada de las letras y la religión, pues a los 6-7 años recibían
la primera comunión (19). En A Shorte Diccionarie for Yonge Begunners (1553), de
John Withals, sólo figura la indumentaria de los adultos de ambos sexos, no la de los
niños. Y la mayoría de los juegos que allí se enumeran —nadar, bailar, tenis, dados—
no son diversiones infantiles, sino de personas mayores (20).

En el reinado de Carlos V, se ordenó que, en España, los mendigos no pudiesen lle-


var consigo niños de más de cinco años y que se procurara que los mayores apren-
dieran un oficio. Felipe II, en 1558, prohíbe que los pobres traigan consigo a mendi-
gar hijos mayores de cinco años «y, siendo de esta edad y antes, si ser pudiera, los
pongan con personas a quien sirvan y teniendo edad para ello les enseñen oficio en
que se puedan sustentar» (21).

No existe, pues, caracterización de la infancia hasta los 5 ó 6 años de edad y, desde


este momento, en lo que al trato respecta, se equipara el niño al adulto.

Siendo como era tal la idea que del niño inferior de 5 ó 6 años se formaban los
padres y otros adultos, no es de maravillar que los juicios acerca del tierno infante fue-
ran más bien peyorativos. Algunos lo catalogaban entre la población improductiva, lo

(17) Cf. Ariès: o.c. p. 64. A esta misma obra pertenecen las citas que siguen, de las que son autores
Molière y Montaigne, las cuales corresponden a la página 63 de la obra de Ariès.
(18) Ibid., p. 65.
(19) Cf. Voltes, M. J. y P.: Madres y niños en la historia de España. Planeta, 1989, p. 113. Gómez-Centurión
Jiménez C.: «La familia, la mujer y el niño», en la obra colectiva citada en la n. 5, p. 191.
(20) Mencionado por Tucker, M. J.: «El niño como principio y fin», en la obra colectiva dirigida por Mause,
Lloyd: Historia de la infancia, Alianza, p. 276, n. 82.
(21) Cf. Garmendia de Otaola, A.: «La enseñanza popular durante la vida de San José de Calasanz», en
Revista Española de Pedagogía, 26 (1949) 340. Cristóbal Pérez de Herrera, protomédico de Felipe II,
propone que los pequeños puedan pedir limosna hasta los siete u ocho años, en sus Discursos del
Amparo de los legítimos pobres y Reducción de los f ingidos y de la fundación y principio de los
Albergues de estos reinos y Amparo de la milicia de ellos, Madrid, 1598. Ibid., pp. 351-352. Varela,
J.: Modos de educación en La España de la Contrarreforma, La Piqueta, 1983, pp. 242-243.
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mismo que los borrachos, las mujeres locuaces y los viejos chochos. No faltó el que
sentenciara: «Quien ve a un niño no ve nada» (22). Pynson, en The Kalendar of
Shepherdes de 1506, traducido al francés en versos reimpresos muchas veces en el
siglo XVI, divide las edades del hombre en doce períodos correspondientes a los
meses del año. Enero lo dedicaba a los seis primeros años de la vida del hombre, en
los que «carece de ingenio vigor o astucia y no es capaz de hacer nada de provecho»
(23). Montaigne, en sus Essais, hablará de las «necedades pueriles» de la primera
infancia con las cuales nos divertimos «como pasatiempo al igual, que con los monos»
(24). Charles Perrault en su Parallèle des Anciens et des Modernes (1688-1697) dice
(t. III, p. 24): «Los niños hablan de modo simple y no dicen sobre las cosas sino lo
que se les presenta primero al espíritu […]. Si en lo que dicen, encontramos algo de
ingenio y razón, lo admiramos; hasta les permitimos toda clase de libertades y las lla-
mamos gentilezas» (25). Su hermano Claude Perrault, que fue médico, en sus Essais
de Physique, publicados en 1680, se pregunta: «¿Por qué los niños pequeños mani-
fiestan una tan grande estupidez?» Y responde: «No a causa de que los órganos del
razonamiento no hayan alcanzado su perfección, sino porque todos sus pensamientos
están ocupados en la conducción de las funciones naturales y principalmente de las
que pertenecen a los sentidos y al movimiento, que son casi las únicas acciones por
las que tienen pensamientos expresos […]. De suerte que es con impropiedad decir
que [en edad más avanzada] comienzan entonces a tener uso de razón, a menos que
se estime hablar de lo que pertenece a las costumbres, pues en verdad que nunca el
alma realiza acciones donde la esperanza, el razonamiento, la conducta y la sabiduría
sean tan maravillosas como en los primeros meses de vida» (26).

No es tan optimista Pascal al afirmar: «En cuanto los niños empiezan a tener razón,
no se nota en ellos más que ceguedad y flaqueza: tienen el espíritu cerrado para las
cosas espirituales y no pueden comprenderlas. Pero, por el contrario, tienen abiertos
los ojos para el mal; sus sentidos son susceptibles de toda corrupción y tienen un
peso natural que a ello los conduce» (27).

Hobbes, todo y admitiendo defectos graves en los niños, es más benigno al juzgar

(22) Tucker, M. J.: O.c., p. 256.


(23) Ibid. En su traducción francesa del siglo XVI, titulada Grant Kalendrier et comport des bergiers, se
leen estos veros: «les six premiers ans que vit l’homme au monde / Nous comparons a janvier droi-
tement, / Car en ses moys vertu ne force abonde / Ne plus que quant six ans ha un enfant». (Cit. por
Ariès, Ph.: O.c., p. 42).
(24) Montaigne, M.: Essais, II, 8, cit. por Ariès, Ph.: O.c., p. 65.
(25) Cit. por Soriano, M.: Los cuentos de Perrault. Erudición y tradiciones populares, Siglo XXI, 1975, p.
327.
(26) Ibid., pp. 323-324. En confirmación de sus astros, Claude Perrault trae el argumento de que «los niños
ríen dormidos desde los primeros días de vida y en viligia no ríen sino mucho tiempo después».
Probablemente toma esta observación de Aristóteles, en su Historia de los animales (VII, 10). San
Agustín recoge también esta observación en sus Confesiones (L. I, VI, 8).
(27) Cit. por Gabriel Compayré, en su Histoire de la Pedagogie.
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la moralidad infantil y no tienen inconveniente en exculparlos. Dice así en sus


Elementa philosophica de cive (1642): «A menos que se les dé cuanto piden, los niños
son irritables y lloran, continuamente, y a veces golpean a sus padres; y todo esto les
viene de naturaleza; sin embargo, no son culpables, y tampoco podemos decir que
sean perversos […] porque faltándoles el libre uso de la razón están exentos de todo
deber» (28).

Volviendo al Parallèle des anciens et des Modernes, de Charles Perrault, leemos, en


el tomo IV, 228-29, otra absolución de la inquietud infantil: «Los niños bien pueden ras-
guñar y golpear a sus padres y nodrizas […]; sólo son considerados verdaderamente
pecadores cuando comienzan a conocer la segunda ley natural, que nos manda actuar
con los otros como queremos que con nosotros se actúe […]. Los niños poseen razón
animal. Gozan de ella y cumplen muy bien sus funciones, en vez de razonar a la mane-
ra de los hombres, manera que los es privativa (29). Incluso el jurista Boguet, exper-
to en brujería, reconocía que Satanás sólo perseguía a los niños a partir de los 12 ó
14 años, pues antes de esta edad no están generalmente corrompidos «por falta de
juicio y discreción». Por lo que, aunque estuvieran al servicio del Malo, no serían res-
ponsables de su conducta (30).

Otra debilidad se atribuía entonces a los pequeños. Se consideraban vulnerables


por los astros. El Beato Pedro Casani, escolapio, basándose en la Astrología, escribía
a San José de Calasanz el 5 de febrero de 1633 que el Almanaque perpetuo de 1605
vaticinaba desgracias y perturbaciones, por lo que le alertaba: «que cuando el cielo
ejerce alguna influencia maligna, los cuerpos más tiernos, de modo especial los de los
niños pequeños, se ven afectados por ella antes que otros» (31).

Existe otra corriente, valoradora de la infancia que se inicia en el siglo XIV y se halla
entrada en madurez en el siglo XVII. Un nuevo concepto de niño se ha ido consoli-
dando. Se le considera más despierto, más ingenioso. Louise Bourgeois, partera de
María de Médicis, anota en unas Instructions à ma fille (1626) que «los niños peque-
ños del presente son muy sutiles» (32). Alimentada por esta nueva visión de la infan-
cia y tal vez por la mortandad infantil ocasionada por la crisis socio-económica del
siglo XVII, crece la estima del bebé, el cual es objeto de atenciones antes inusitadas
en el período que precede los 5-6años. «¡No quiero que se me muera!» exclama Mme.
de Sévigné, cuando su nieta está enferma, dando así fe de una voluntad que, ya al
comienzo de la década de 1580, manifestara Scevole de Sainte-Marte, «Contróler de

(28) Cit. por Wirt Marwick, E.: «Naturaleza y educación: pautas y tendencias de la crianza de los niños en
la Francia del siglo XVII», en la obra colectiva cit. en la n. 20, p. 286.
(29) Cit. por M. soriano: O.c., p. 327.
(30) Boguet, H.: Discours des sociers. Lyon, 1610, cit. por E. Wirth Marwick: O.c., p. 287.
(31) Epistulae ad S. Iosephum Calasanctium ex Hispania et Italia (publicadas por G. Sántha), Roma, 1972.
Carta 70, pp.556-557.
(32) Cit. por Gélis, J.: «La individualización del niño», en la obra colectiva coordinada por Ariès, Ph. y Duby,
G.: Historia de la vida privada, Taurus, 1990, t. 3, p. 323.
Calasanz y la educación de los alumnos más pequeños 131

finances» y alcalde de Loudon, frente a su hijo desahuciado cuando estaba criándose


y del cual obtuvo la curación estudiando los recursos más ocultos de la naturaleza. Su
hazaña la recogió en un poema latino titulado Paedotrophia, en el que orienta para la
crianza de los niños pequeños (33).
Esta nueva actitud da paso a la aparición de lo que se ha llamado el «mimoseo» o
sea la debilidad ante los caprichos infantiles, considerando a los niños como juguetes
encantadores. Se cree que es resultado de haberse dado en las clases altas, una vez
más, la tendencia a la que hoy llamamos «familia nuclear». Para hacer frente a tales
excesos en la relación padres-hijos pequeños, los moralistas, tras denunciar esta com-
placencia culpable de los padres e imponer reglas de buena crianza o de civilidad para
los pequeños, no dudan en adelantar la educación reglada, poniéndola en manos de
la Iglesia y del Estado (34). Alzan, además, la voz para alertar de otros peligros de
una educación doméstica prolongada por darse en ella una promiscuidad con la ser-
vidumbre, de la que no se excluía claramente al preceptor. Así, en 1687, escribía jan-
senista Coustel: «Cuánto hay que culpar a la ternura poco razonable y cruel de cier-
tos padres que creen hacer mucho por sus hijos dejándolos hasta los 12 ó 13 años
entre los brazos y caricias frecuentemente poco honestos de las nodrizas y de las
ayas» (35). De esta condenación lanzada por moralistas, juristas y sacerdotes, queda-
ban exceptuados los hijos de Rey.

¿LA EDUCACIÓN INFANTIL COMETIDO DE MUJERES?


Aunque esta corriente justificaba la admisión de alumnos de muy temprana edad
en las instituciones docentes, no eran pocos los que consideraban relegada a las muje-
res la educación de los niños hasta los seis o siete años (36).
Ésta era la opinión del escolapio P. Francisco Castelli y tal vez del P. Pedro Casani.
Existe un Memorial atribuido a los mismos, y presentado en 1645, cuando la visita del
P. Pietrasanta S. I., en el que se denunciaban los inconvenientes de admitir en las
Escuelas Pías, alumnos de cinco o seis años, cuya educación, por corresponder a la
caridad femenil («carità delle donne») podía ser realizada por mujeres («possono inseg-
nalo le donne») (37). La resistencia a esta educación de los más pequeños ya venía
siendo problema desde años antes, a juzgar por el Memorial dirigido por Calasanz «a los

(33) Cf. ibid,. p. 315.


(34) Cf. ibid., pp. 323-325 y Ariès, Ph.: O.c., p. 186 y 434.
(35) Cit. por Ariès, Ph.: O.c., p. 266.
(36) Cf., Wirth Marwick: O.c., p. 288.
(37) El escolapio P. Francisco Castelli, en un escrito dirigido, en 1643, Ad Cardinales deputatos, dice lo
siguiente: «Dovendesi perciò o volendosi provedere a si fatti errori e disordini ch’han cagionato tant’in-
quietudini con evidente pericolo di maggiori […], par necessario: […] 2.º Sollevar l’Istituto da quel che
ha totalmente del Donesco, come l’insegnar a bambini incapaci di vera educatione Religiosa, che prin-
cipalmente consiste nell’insegnar la prattica del viver Xriano, il buon uso de Sagramenti, di che non
sono capaci fin all’età della Comunione…». Pedro Casani, en el Memorial que dirigió a los visitadores,
en 1624, no menciona que no deban admitirse niños muy pequeños. (Cf. Giner, S.: San José de
Calasanz, Maestro Fundador, Edica. 1992, p. 771).
132 Francisco Cubells Salas

Ilmos. y Rvmos. Sres. Prelados de la Reforma Apostólica» que presididos por Mons.
Séneca, llevaron a cabo, en 1625, una visita a San Pantaleo, sede del P. General de las
Escuelas Pías. Visita Apostólica que, si bien entraba dentro de la promulgada por Urbano
VIII a la ciudad de Roma por la bula Militantem Ecclesiam, revestía especial carácter,
dadas las denuncias, más tarde retractadas, del P. Paolo Ottonelli contra Calasanz. Éste
aprovecha la ocasión para señalar, como uno de los capítulos principales que con el tiem-
po pueden causar relajación, «no querer admitir a los alumnos pequeños de la Escuela
de la Santa Croce» (38). En su respuesta a los 17 decretos de la Visita, Calasanz escri-
be respecto al punto 15: «Los niños pobres se reciben a los 5 y 7 años para los prime-
ros elementos y no de inferior edad, pues no son capaces de aprender y estorban a los
otros» (39). Los visitadores aprobaron esta atención a los pequeños, a tenor de la carta
que Calasanz escribe al P. Castilla el 31 de octubre de 1625 (40).

Aunque consta que en distintas ocasiones se admitieron en las Escuelas Pías «niños
de 5 años y algunos de edad inferior», como dice el P. Giovanni Ausenda que ocurría
en 1610 (41), la edad ínfima señalada en documentos que podríamos llamar oficiosos
es de 6 años (42), como lo declaraba Calasanz a los Prelados de la mencionada Visita
de 1625. En las Constituciones nunca aprobadas que redactó el P. Esteban Querubini,

(38) Con motivo de la Visita de Pietrasanta, en 1645, se le dirigió un Memorial, atribuido a los PP. Castelli
y Casani. El documento lleva por título: Discorso in torno all’Istituto delle Scuole Pie e a la buona edu-
cazione della gioventù abbracciato alla religione dei Poveri della Madre di Dio con alcuni remedi di
qualche disordine incontrato f inora per la sua buona forma e perfectione. En él se lee lo siguiente:
«Le Costituzioni ordinano non solo scuola di grammatica latina, abaco e scrivere, ma anche di legge-
re a primis elementis; e quest’ultimo va bene perchè cosi se conteneva nel Breve Paolino delle nos-
tre erezionne ed è parte in certo modo de detta educazione della gioventù. Però praticato con fanciulli
di cinque o sei anni, non ha nulla del carattere di educazione religiosa, perchè a questa età non sono
capaci di imparare a star seduti nei banchi, in silenzio, a balbettare A.B.C. o, al massimo, il Padre nos-
tro e l’Ave Maria, nel modo che possono occupati molti maestri, i quali pottrerbero dedicarsi a cose
più elevate che questa ch’è carita delle donne e fanno sempre rumore e chiasso nella scuola, nella
chiesa e dovunque passono.» (Regestum Calasanctianum, Legajo n. 14, doc. 60).
Por el contrario, Calasanz, en un Memorial dirigido a los Prelados de la Reforma, con motivo de la
Visita de 1625, señala entre los «capi principali chè col tempo possono causar relassatione sono li
seguenti: …4.º Il non voler pigliar li fanciulli piccoli della santa croce». (C. 380a). En su respuesta a
las observaciones de los mencionados Prelados, escribió Calasanz: «Ad 16: Li giovanetti poveri si rece-
vono ai sei et sette anni alli primi elementi et non di minor età, che non sono capaci d’imparare et
impediscono li altri». (Reg. Cal. XIII, 41). (Cit. por Sántha, G.: San José de Calasanz. Su obra, Escritos.
Edica, 1956, p. 69, n. 33) (Cf. C. 349).
(39) El Decreto 15 de la Visita apostólica de 1635 ordena: «Recipiant indistincte Pueros etiam Parvulos,
quos prima litterarum elementa docere oporteat, nec tales vel praetextu minoris aetatis, vel quod nil
penitus sciant reiciant». (Cit. por Sántha, G.: O. c., pp. 68-69, n. 33).
(40) C. 349: «…detto Monsignor Seneca mi disse che l’istituto nostro non può esser meglio di quello che
è et che e necessario che si osservi in esso gran povertà et sivesta gossamente et che si attenda a
fanciulli piccoli et in nissuna maniera alle prediche et confessioni come fanno le altre religioni.» (Carta
al P. Castilla a 31 de octubre de 1625).
(41) Ausenda, G.: La escuela calasancia, Ediciones Calasancias, 1980, p. 7.
(42) «Si dichiara che par far nelli figliuoli il profitto che si deve nelle Scuole pie non si accettino che non hab-
biano sei anni compiti» («Dichiarazioni circa le nostre Costituzioni, Regole e Riti Comuni», en Archivum
Scholarum Piarum, 27 (1990) 23. En su traducción castellana en Analecta Calasanctiana, el P. Jesús
Lecea le asigna el n.º 1. En Dubia circa Cosntitutiones, se lee: «Videndum est ant tantum in etate sex
annorum vel septem admitendi sunt» (Reg. Cal. XII, 109. Cit. por Sántha, G.: O. c., p. 68, n. 33).
Calasanz y la educación de los alumnos más pequeños 133

se ordenaba que no se admitieran alumnos que no tuvieran siete años por lo menos
(43). Calasanz, en 1627, escribe que no se reciban alumnos de cuatro o cinco años ni
en las Escuelas Pías de Nápoles ni en las de Porta Reale (44). Años antes, en 1621,
había advertido al Sr. Vicario de Norcia que «muchas madres para librarse de las
molestias que en casa les causan los hijos pequeñitos, los mandan a la escuela en
compañía de un hermano mayor, de lo que resulta que ni el pequeño aprende por ser
incapaz ni deja aprender al mayor» (45).

A los 6 ó 7 años se solía ingresar en la escuela en Italia (46), en Inglaterra (aun-


que aquí existían algunas escuelas de párvulos con niños desde 4 años) (47) y en
Francia (48). Descartes ingresó en el internado de los jesuitas La Flèche a los 8 años
en 1604. Charles Perrault a los 8 años y medio fue admitido en el colegio Beauvais
en 1636 (49). Montaigne desde 1539 a 1546 «de los seis a los trece estuvo en la
escuela en otra ciudad [el colege de Guyenne], porque su padre consideraba que era
perezoso, lento y de mala memoria» (50). Don Martín de Ayala, que fue Arzobispo de
Valencia, y nació en 1504 declaraba en su Autobiografía y Memorias: «Luego que lle-
gué a los cinco años, comenzaron a mostrarme a leer y escribir en la Iglesia» (51).

Edades anteriores a los 8 años recomienda López de Montoya para que inicien los
estudios reyes y nobles, llamados a desempeñar, tal vez a muy temprana edad, deli-
cadas funciones de mando, al frente de su gobierno o del ejército (52). Luis XIV pre-
sidía su consejo de estado a los once años. Jun de Austria tenía cuando Lepanto sólo
26 años. Alvaro de Bazán a los 28 mandó una escuadra contra los corsarios france-
ses. Alejandro Farnesio libró la batalla de Gembloux a los 33. A esta misma edad pere-
ció Garcilaso al escalar la fortaleza de Muey en la Provenza.

En tiempo de Calasanz, persistía la polémica sobre la necesidad de instruir a los niños

(43) «…e s’avverta di non ricevere scuolari che non habbino l’età di sette anni almeno». (Costitutioni fatte
del P. Stefano degli Angeli», c. 31, en Berro, V.: Annotazioni, 1.3, del t. 3, p. 237).
(44) C. 746.
(45) C. 77. Cf. C. 76.
(46) Cf. Pellicia, Guerrico: La scuola primaria a Roma dal secolo XVI al XIX. Edizioni dell’Ateneo. Roma,
1985, p. 246.
(47) Cf. Illick, J.: «La crianza de los niños en Inglaterra y América del Norte», en la obra colectiva citada en
la n. 20, p. 364.
(48) Wirth Marwick, E.: O. c., p. 288.
(49) Cf. Ariès, Ph.: O. c., p. 270. Si bien declara que también se admitían niños de cinco o seis años y que
la «edad de la escolaridad permaneció durante mucho tiempo incierta» (Ibid., p. 257).
(50) Mause, Ll.: O. c. en la n. 20, pp. 72-73.
(51) Ayala, Martín de: Memorias, B.A.E., pp. 212-213.
(52) López de Montoya, P.: Libro de la buena educación y enseñanza de los nobles, en que se dan muy
importantes avisos a los padres para criar y enseñar bien a sus hijos. Madrid, 1591, cap. XIII y XIV. Obra
incluida en la de Emilio Hernández Rodríguez: Las ideas pedagógicas del doctor Pedro López de
Montoya, C.S.I.C., 1947, pp. 319-320.
134 Francisco Cubells Salas

en edad muy temprana o más avanzada, polémica iniciada en tiempos antiguos, a juzgar
por las autoridades clásicas invocadas. Aún en nuestros días perdura la discusión sobre
si hay que «enseñar a leer a su bebé», como reza el título de un famoso libro. Los parti-
darios de un muy precoz aprendizaje se apoyaban principalmente en la autoridad de
Crisipo de Soli; sus contricantes invocaban a Hesiodo, de quien se dijo que sostenía que,
en edades inferiores a los siete años, no se debiera iniciar la instrucción de los niños. «Si
bien Aristófanes [de Bizanzio], el gramático en una de cuyas obras asomó por primera
vez esta opinión, niega que fuese él» (53). Erasmo de Rotterdam, en su Declamatio de
pueris statim ac liberaliter instituendis y en su Colloquia, ya había refutado los argumen-
tos de quienes sostenían «que la primera edad es demasiado ruda y sin capacidad para
las disciplinas y demasiado tierna para que pueda soportar el trabajo de los estudios; en
conclusión sostienen que es muy escaso el rendimiento de aquella edad para que, con
este motivo, se hagan dispendios o para que pueda soportar el trabajo de los estudios»
(54). Dice, además: «Se me hace penoso creer que el hombre entrado en años de veras
puede ser piadoso, si no se acostumbró a la piedad en sus primeros años. Noy hay cosa
que mejor se aprenda que lo que en la niñez se aprende» (55). Y tiene una frase que casi
literalmente traslada Calasanz al Proemio de sus Constituiones: «Cuánto más temprano
se entregará el niño al que lo ha de formar, tanto más feliz será el resultado» (56).
Pero, además de los filósofos cristianos y de los Santos Padres, Calasanz se decla-
ra seguidor de los Concilios ecuménicos. Efectivamente, el V de Letrán, en su sesión
IX, había argumentado: «Et cum omnis aetas ab adolescentia prona sit ad malum, et
a teneris annis assuefieri ad bonum magni sit operis ac effectus, statuimus et ordi-
namus…» (57). Y el Tridentino a su vez afirma: «Cum adolescentium aetas, nisi recte
instituatur, prona sit ad mundi voluptates sequendas; et nisi a teneris annis ad pieta-
tein et religionem informetur…» (58). El P. György Sántha, acerca de estos textos,
advierte: «No debemos tampoco olvidar que éstas y semejantes prescripciones de la
Iglesia se refieren, en general, a la educación de los clérigos, y para el Concilio de
Trento los teneri anni comienzan a las doce y se presupone ya en los jóvenes el saber
leer y escribir» (59). Aparte la raigambre clásica, virgiliana, del vocablo teneri aplicado
a los de pocos años (60), puede deducirse su significado de cómo lo interpretaron los
escritores católicos inmediatos postridentinos, como San Carlos Borromeo, Silvio

(53) Erasmo de Rotterdam, Desiderio: Declamatio de pueris statim ac liberaliter instituendis. Traducc. de
Lorenzo Riber: Obras escogidas de Erasmo de Rotterdam, Aguilar, 1956, p. 938.
(54) Ibid., p. 291.
(55) Colloquia, 1.º, Pietas puerilis o Confabulatio pia. Traducc. de L. Riber: O. c., p. 1.102.
(56) Declamatio de pueris statim ac liberaliter instituendis, traducc. cit., p. 942. Análoga opinión defien-
de Erasmo en Principis Christiani Institutio per Aphorismos digesta (Lugduni Batavorum. Ex officina
Joannis Maire, 1681, p. 18): «Mature suum negotium aggrediatur institutor Principis ut teneris adhuc
sensibus semina virtutum instillet, dum procul abest ab onmibus vitiis animus, et in quemvis sequax
habitum fingentis obtemperet digitis. Est suae et sapientiae infantia, quemadmodum et pietate.»
(57) Mansi, J. D.: Sacrorum Conciliorum nova et amplissima collectio, Firenze, 1759-1798.
(58) Sess. XXIII, cap. XVIII. Diariorum, Actorum, Epistolarum. Tractatum nova collectio, Edit. Societas
Goeressiana, Friburgi Brisgoviae, 1919, vol. IX, p. 628
(59) O. c., p. 70, n. 38.
(60) Canta Virgilio en sus Georgicas: «Adeo in teneris consuescere multum est» (II, 272).
Calasanz y la educación de los alumnos más pequeños 135

Antoniano, el P. Mariana (61). Similar acepción tiene la tierna edad en el Edictum in


Magistros Gramatices Urbis de 15 de mayo de 1580 y en Pedro López Montoya (62).
Análogas ideas orientaron la pluma del P. Juan de Jesús María, mentor de Calasanz,
al escribir su Liber de pia educatione (63).

No es, pues, de extrañar que Calasanz tuviera un concepto similar acerca de una

(61) Escribió San Carlos Borromeo, en sus Constituciones y Reglas de la Compañía y Escuelas de la
Doctrina Cristiana: «Considerino spesso quanto frutto potrano fare in quelle anima ricomprate col pre-
tioso sangue di Cristo, a tempo che non hanno peccato, ne habito alcuno, che si puo dire il ben amma-
estrare i putti e un riformare il mondo a vera vita Cristiana.» (Act. Eccl. Med. III, C. 184) (Cit. por
Sántha, G.: O. c., p. 69, n. 36).
Afirma el Cardenal Silvio Antoniano: «Jamás será demasiado pronto para principiar tan importante
obra. Variará según los temperamentos, el método etc. Desde muy pequeños deben ser iniciados. Por
lo general, hacia los dos años, principian los niños a ser capaces de ciertas acciones buenas, que con
facilidad imitan cuando las ven ejecutar y se les inculcan. Creo que doy un consejo útil recomendan-
do que se comience la buena educación cuanto antes posible» (Educación cristiana de los hijos,
Valladolid, 1860, p. 70, es traducción de la obra original italiana Tre libri dell’educatione christiana dei
Figliuoli, Verona, 1853.
Se pregunta el famoso historiador Juan de Mariana: «¿Habrá alguien tan civilizado ni tan agreste y bár-
baro que no confiese y entienda que de los primeros años depende el resto de la vida, que los medios
están estrechamente unidos con los principios, los fines con los medios y están casi siempre acordes
con los primeros todos nuestros actos? En la semilla descansa la esperanza de la cosecha, en la edu-
cación de la niñez la de la felicidad y cultura de los pueblos.» (Del Rey y de la institución real, B.A.E.,
1950, t. XXXI, p. 499, 1.II, c. I).
(62) «Cum adolescentium aetas nisi recte instituantur prona sit ad voluptates et nisi a teneris annis ad pie-
tatem et religionem informetur, numquam perfecte ac sine maximo ac singulari propemodum Dei auxi-
lio in disciplina ecclesiastica perseveret…» (Edictum in Magistros Gramatices Urbis, 19-5-1580). Así
comienza este edicto anual que incluye Pelliccia, G. en la O. c., p. 437-438.
Ésta es también la opinión de López de Montoya: «…no se puede hazer una regla para todos, porque
demás de que la salud y sus fuerças corporales son diferentes, el uso de razón suele también res-
plandecer más presto en vnos que en otros; pero comúnmente, a los ocho años es el tiempo en que
se les ha de dar maestro a los nobles, no sólo para que enseñen Latín, sino principalmente para que
informe y ennoblezca el ánimo con las cosas dichas, las cuales conviene q prevengan y escriuan pri-
mero en el alma y entendimiento, que en la tierna edad está limpio y desembaraçado, y como enseñó
Aristóteles está como una tabla limpia y lisa, sin pintura de cosa alguna y capaz y desseosa de reci-
bir;, por esto conviene madrugar y prevenir al demonio, q no pierde punto para poner el primero su
mano y oscurecer con sus borrones los entendimientos de los niños, porque sabe lo que importa ser
primero en estas cosas, si él está tan solícito para nuestro daño, conviene que los padres lo sean para
el bien de sus hijos y tengan por error pernicioso e introduzido por arte del demonio el dezir que los
niños no han menester en tierna edad la doctrina de tan grandes y tan sabios maestros, antes entien-
dan que en esta ternura es menester que se les imprima y enseñe lo mejor, por q lo primero que se
recibe, esso abraça y retiene más fuertemente el entendimiento […]. No es parecer mío particular, sino
sentencia recebida y aprouada por toda la antigüedad de los Filósofos y Príncipes del mundo, enco-
mendada y mandada en los decretos de los santos Padres y los Sagrados Concilios». (O. c., pp. 319-
323).
(63) «Principio navanda opera est, ut pueri statim ac malum a bono secernere incipiunt, in Majestatem
Divinam mentis oculos collineent. Ex hac quippe directione, et velut sacrificio matutino, felix vitae
totius pendet excursus.» (Liber de pia educatione sive cultura pueritiae compendio, scriptus per R. P.
Joannem a Jesu Maria, carmelitarum descalceatum calagurritanum Congregationis S. Eliae,
Praepositum Generalem, Romae, apud Jacobum Mascardum MDCXIII, c. I).
136 Francisco Cubells Salas

precoz educación infantil. Así lo expresa en diferentes escritos ya apologéticos, ya


prescriptivos del quehacer pedagógico en sus Escuelas Pías (64).

LA ENSEÑANZA GRADUADA, EL CALENDARIO Y EL HORARIO


Durante siglos, la escuela medieval y la posterior a ésta no cuidó la separación por
edades ni aun por conocimientos, en aulas separadas (65). La escuela no tenía por obje-
tivo la educación de la infancia y de la juventud, antes bien dar una preparación técni-
ca para quien lo necesitara. Aunque recibía niños, estuvieron éstos mezclados con los
que iniciaron sus estudios en edades avanzadas. La denominación «edad escolar» no se
refería a una edad óptima para empezar y cursar estudios, sino a una edad límite por
encima de la cual no existían posibilidades de éxito escolar. En la «discreta graciosa plá-
tica que pasó entre Sancho Panza y su mujer Teresa Panza», que figura en el capítulo
V de la 2.ª parte del Quijote, dice la esposa: «Pero, mirad, Sancho, si por ventura os
viéredes con algún gobierno, no os olvidéis de mí y de vuestros hijos. Advertid que
Sanchico tiene ya quince años cabales, y es razón que vaya a la escuela, si es que su
tío el abad le ha de dejar hecho de la Iglesia». Se iba a la escuela en habiendo posibili-
dad e intención de ir, ya fuera en edad temprana, ya en edad avanzada. Y así continua-
rá durante el siglo XVII, aun habiéndose ya iniciado la separación por cursos.
Ariès sitúa en 1445 —cuando la aparición de los Colegios de la Sorbona— el origen
de la tendencia a separar a los estudiantes jóvenes de los adultos, como una necesi-
dad por el aumento de población escolar y para mantener a los jóvenes becarios
pobres en una disciplina que garantizaba su buena reputación. Desde principio del
siglo XV, se empezó a distribuir los escolares en grupos más o menos homogéneos,
pero bajo la autoridad de un solo maestro y en un solo local. Durante dicho siglo, se
asignó a cada grupo un profesor, pero manteniendo el local común, lo cual persistió
en Italia durante mucho tiempo y en Inglaterra hasta la segunda mitad del siglo XIX.
El establecimiento de cursos llega a lo largo del siglo XVI. El vocablo curso fue intro-
ducido por los humanistas, quienes lo tomaron de Quintiliano, que lo utiliza en el pri-
mer libro de su obra De institutione oratoria, como sustituto de la palabra lectio. Su
sentido se precisó, definitivamente a principios del siglo XVII. Sturm adoptó esta
denominación en su Gimnasio y sus textos se consideran el primer testimonio del
empleo moderno del vocablo curso aplicado a la docencia. De él lo adoptaron proba-

(64) Declara Calasanz en su Memorial al Cardenal Tonti: «Conoscendosi dalla mattna il buon giorno e dal
buon principio il buon fine, dipendendo il remanente della vita dell’educazione dell’età tenera de la
quale mai si perde il buon odore, come il vaso, quello del buon liguore, chi non vede, che tanto mag-
gior profitto e minor dificoltà non che confusione proveranno gli altri nell’exercitii de loro Instituti,
quanto maggiore sera la disposizione de soggetti ben elevati».
En otro lugar, afirma también Calasanz: «Ipsa experientia compertum habemus, eos qui prima aetate
in christiana disciplina instituti fuerunt ac a pueris spiritum simul cum litteris hauserunt, in viros pro-
bos, ac plures ex eis in omni pietatis ac sanctitatis genere perfectos evasisse, ut reipsa sanctorum
exempla per totius ecclesiae decursum plene testantur.» (Reg, Cal. XI, 5). Sántha lo cita con este epí-
grafe Declaraciones a las Constituciones (sic), en la o. c., p. 69, n. 36.
(65) En lo referente a la distribución de los escolares en cursos, sigo preferentemente a Ariès, Ph.: O. c.,
pp. 216, 239, 244, 253-254, 435-436.
Calasanz y la educación de los alumnos más pequeños 137

blemente la Sorbona y los jesuitas. En Italia se tardó en entrar en la distribución en


cursos. Rapinius, en el siglo XVI, se contenta con atribuir espacios diferentes a los
niños, a los adolescentes y a los hombres.
Si bien los más avanzados habían destinado espacios graduados a las escuelas de
humanidades, tuvo que ser Calasanz el primero que distribuyó en grados la enseñan-
za primaria. Así funcionaba ésta en las Escuelas Pías. En cambio, según documento
fechado a 10 de abril de 1636, en la escuela del romano Rion Ponte, seguían sus vein-
tisiete alumnos en aula única, aunque especificados por la etapa de su aprendizaje en
que se hallaban (66).
Calasanz, por el contrario, se decide por la enseñanza simultánea a la vez que gra-
duada. En sus escuelas, existían las siguientes clases de inferior a superior: Clase de la
Santa Croce: se enseñaba la señal de la Cruz, el abecedario y a deletrear palabras fáci-
les; Clase del Salterio: se aprendía a leer corrientemente el Salterio y se memorizaba el
comienzo de la Doctrina Cristiana y las plegarias indispensables; Clase séptima: se ense-
ñaba a leer de corrido libros en italiano, como el de las Vírgenes, la Doctrina Cristiana
y otros textos espirituales; Clase sexta, la de los más aplicados de la séptima; Clase
quinta o de escribir, dividida en tres: la de escribir, la de los rudimentos del cálculo y la
de los rudimentos del latín para quienes habían de seguir el estudio de las humanida-
des; Clase cuarta o inferior de Gramática, en la que se enseñaban las declinaciones, con-
jugaciones, concordancias y el régimen de los verbos de la lengua latina; Clase tercera
en la que se aprendían las reglas de los verbos activos, pasivos y neutros, ejercitándo-
los con los Colloquia, llamados también Linguae latinae exercitatio, de Luis vives; Clase
segunda, en ella se impartían las reglas de los versos personales e impersonales, los
adverbios de lugar, etc. de la lengua latina y se comentaban las Epistolae familiares de
Cicerón; Clase 1, en la que los alumnos se imponían en los gerundios, los supinos y los
participios, comentando el De officiis de Cicerón y la Eneida de Virgilio. La escolaridad
duraba de cinco a seis años. Hasta los 12 años se consideraban los «anni d’inutilita,
pues las familias plebeyas solían enviarlos a la escuela a dicha edad (67).

(66) Cf. Vilá Palá, Cl.: «A la luz de una exposición sobre la escritura en la Roma Barroca», en Ephemerides
Calasanctianae (1982), pp. 292-293. Todavía en 1646, en unas Ordenanzas para los maestros riona-
les de Roma, se prescribe: «Che li scolari facciano l’esercitii di scola separati, cioè che il maestro non
reciti nello leggere se non un solo scolaro per volta, et non piu perchè in loco di far profitto, si fa
confusione». (En Pelliccia, G.: O. c., p. 458. Lo data en 1646).
(67) Breve relatione del modo che si tiene nelle Scuole Pie per insegnar li poveri li quali per l’ordinario sono
piu de seicento non solo le letere ma ancora il Santo Timor di Dio. Documento de Calasanz, publica-
do por primera vez en su lengua original, con el título Documentum Princeps Pedagogiae
Calasanctianae, por el P. Leodegario Picanyol, en Archivum Scholarum Piarum, III (1938) 45-51. La
fecha de este documento se sitúa entre 1604 y 1605 según S. Giner: O. c., p. 428. Cf. Pelliccia, G.:
O. c., pp. 245-246. Para un colegio con un mínimo número de maestros la distribución era como
sigue: «No habiendo ahí más de dos escuelas con dos maestros, se podrá seguir el orden siguiente:
Lo primero es que los maestros no tengan otra ocupación fuera de la escolar. Y las dos escuelas se
dividirán de esta manera: Todos los alumnos que aprendan a deletrear, leer, escribir y ábaco estarán
en una escuela, colocando en partes distintas a los que deletrean, a los que escriben a los de ábaco…
En la otra escuela estarán los que estudian Latín …» (Orden sin lugar ni tiempo redactada por
Calasanz, traducida por López, S.: Documentos de San José de Calasanz, Calasancia Latinoamericana,
1988, pp. 336-337).
138 Francisco Cubells Salas

Pertenecían los de ínfimas edades escolares a las clases de la Santa Croce y del
Salterio y a la séptima que se llamaba también «de leer de corrida», la cual se dividió
en dos secciones, la segunda de las cuales dio lugar a la Clase Sexta (68).

Calasanz ordena que el Prefecto encamine a los nuevos alumnos y los destine a
aquella clase para la cual los juzgue aptos, después de tomar sus datos (69). Lo
mismo ordena para los alumnos que asistieron a las escuelas el curso anterior, al
regresar de nuevo al comienzo del siguiente (70). La adaptación al nivel del niño es
algo que tiene muy presente Calasanz ya en sus Constitutiones (194, 196, 197, 328),
ya en muchas de sus cartas (C 549, 1226, 1488, 1910, 2249, 2269, 2441, 2577, 2581,
4138, 4184). Pero él aspira a un conocimiento profundo de cada alumno: «se sono
bene o mali inclinati, se hanno buon ingenio o no» (71).

(68) Cf. Sántha, G.: O. c. y Ausenda, G.: O. c. En la ciudad de Baeza (España), San Juan de Ávila había fun-
dado una escuela bajo la advocación de la Santísima Trinidad. El 14 de marzo de 1538, Paulo III expi-
dió la bula fundacional. Así describe esta escuela Jiménez Patón, en su Historia de la antigua y con-
tinuada nobleza de la ciudad de Jaén (Jaén, 1628, c. 20, f. 94, r-v): «Para el buen régimen de esta
casa, se crió y eligió un retor, hombre anciano de buen gobierno y probada virtud, el cual es superior
a los otros maestros de esta escuela mínima. Señalóse otro maestro que tiene obligación de ense-
ñar escribir y contar, al cual llaman el escribano. Sin estos dos hay otros dos, que llaman ayudantes
del retor, que enseñan a leer en romance, latín y proceso, a los que ya saben las letras. Hay otro (que
por todos con el retor son cinco) que enseña el abc, a conocer las letras y a juntarlas. » (Cit. por Sala
Balust, en la biografía que antecede las Obras completas del B. Maestro Juan de Ávila, Edica, 1952,
p. 113).
(69) Constitutiones, 197. Dichiarazioni circa le nostre Costituzioni. Regole e Riti comuni, pp. 68-69.
(70) Ordini da osservarsi dalli scolari, delle Scuole Pie di Napoli (1638), 7.
(71) Calasanz no se limita a adaptar la docencia a la psicología evolutiva del escolar; va más allá. Quiere
un conocimiento del temperamento: «vi vuole molta oratione per sapper regere diverse volontà et
complessioni di huomini.» (C. 1816). La autoridad de Galeno seguía indiscutible, en tiempo de Ca-
lasanz, en lo que se refiere a su adopción de la teoría hipocrática de los cuatro temperamentos, corres-
pondientes a a tetralogía de elementos cósmicos, los que Empédocles suponía componentes de la
naturaleza del Universo: aire, agua, tierra y fuego. Estos elementos, dotados de las correspondientes
cualidades cosmológicas, caracterizan los cuatro temperamentos: al frío se asocia la flema, a la hume-
dad la atrábilis, a la sequedad la bilis y al calor la sangre. Estos cuatro temperamentos, según un texto
(71) atribuido a Hipócrates, «constituyen la naturaleza humana y originan las enfermedades, cuando en uno
de estos humores se da carencia o exceso o aislamiento en el cuerpo o no se combina con el resto.»
(Cf. La vie quotidienne des médecins au temps de Molière, Hachette, 1965, pp. 66-67). En el episto-
lario calasancio, figuran alusiones a los humores hipocráticos y a su influencia en las enfermedades
(C. 143, 375, 788, 798, 2153, etc.). El P. Vicente Berro afirma que Calasanz era de «complessione bilio-
sa» (Annotazioni, t. I, 1, 2, cap. 21, p. 157). Nótese la coincidencia de la palabra «complessione» con
la del santo en su carta 1816 antes citada. Por otro lado, el «buon ingenio» de sus cartas 25811 y
4183 remite, por lo menos por asociación, al Examen de ingenios para las ciencias, donde Huarte de
San Juan, seguidor de Galeno, bordeó la heterodoxia, al dejarse influir por el tratado de éste Quod
animi mores corporis temperaturam insequantur. Al finalizar el siglo XVIII, exageran el fatalismo carac-
terológico, Locke en su Some Thoughts concerning Education y Charles Perrault en su Parallèle des
Anciens et des Modernes. Dice éste: «Los que son brutos de grandes ya lo eran de pequeños». Escribió
aquél: «Dios ha impreso en el espíritu de los hombres algunos caracteres que quizá, como los defec-
tos del cuerpo, pueden ser algo corregidos, pero que no es posible cambiar por otros completamen-
te opuestos». Calasanz es optimista en semejantes aspectos y cree en la reforma de los jovencitos y
en la conversión aun de los más díscolos y desviados (C. 247, 386, 4242).
Calasanz y la educación de los alumnos más pequeños 139

Además de este examen de admisión, otros exámenes se tenían en la escuela pri-


maria romana de aquel tiempo. Existían unos exámenes generales para la promoción
al curso superior. Estos exámenes se tuvieron en otoño, antes de las vacaciones que
empezaban el 18 de octubre, festividad de San Lucas, fecha en la que en otras partes
comenzaba el curso, sobre todo en los estudios superiores. En este caso, las vaca-
ciones comenzaban el 15 de agosto, fiesta de la Asunción. Después se tuvieron al
comienzo del nuevo año escolar, que varió del 2 al 5 de noviembre (72). Calasanz
estableció iguales fechas, pero con cierta flexibilidad, impuesta a veces por la dura-
ción de los trabajos de adecentamiento de los locales y mobiliario y, en otras ocasio-
nes, por la necesidad de atender, por parte de los alumnos, a tareas agrícolas tem-
poráneas, como la vendimia. También se retrasó el comienzo de curso para aguardar
la llegada de los alumnos foráneos. Las vacaciones no duraban más de quince días:
así lo ordenó el Capítulo general de 1637 (73). En el Colegio Nazareno las tuvieron
hasta de un mes.

Además de estos exámenes generales, se tenían otros por lo menos dos veces al
año o sólo por Pascua —antes o después de la misma—, para promocionar de curso a
los alumnos más aventajados (74).

La brevedad de las vacaciones de la quincena otoñal quedaba compensada por la


abundancia de los días festivos durante el curso escolar, impuestos a todas las escue-
las de Roma y tal vez de Italia. En ellas sólo se tenían 240 días lectivos; de los cua-
les 195 obligaban a asistir a la escuela mañana y tarde; 55, sólo la mañana. De los
días de fiesta completa, 31 de ellos eran sin obligación de asistir al oratorio, aunque
sí a la Misa. Sólo los 13 días de San Lucas a los Difuntos eran sin ninguna obligación
escolar (75).

El horario escolar calasancio era de dos horas y media por la mañana y otras tantas
por la tarde, excepto en los días más calurosos. El comienzo de la jornada escolar,
como el de las lecciones de la tarde, variaba también según las estaciones. En los jue-
ves, la vacación de la tarde, obligaba a cambiar el horario. Desde Pentecostés hasta

(72) Cf. Pelliccia, G.: O. c., p. 247. Sántha, G.: O. c., pp. 382-384.
(73) Cf. C. 260, 513. Riti comuni, cit. por Sántha, G.: O. c., p. 383.
(74) «Et ogni quarto mense si fa esamine generale in tutte le scuole, et quelli scolari che si trova che hanno
profitto passano a la classe superiore.» (Breve Relatione, p. 5). «De quibus bis saltem in anno examen
fiat, quo diligentes ad superiores scholas gradum faciant» (Constitutiones, 197). Sántha dice, en la
página 384 de la obra antes citada: «Los exámenes generales de promoción de paso a nuevo curso
tenían lugar en otoño; en una primera época antes de las vacaciones de otoño, es decir al finalizar el
año escolar; en una segunda época en los primeros días del mes de noviembre, es decir, al comenzar
el año escolar. Lo mismo sucedió con los exámenes pascuales de promoción, habidos primeramente
antes de Pascua, y después pasada la Pascua ya». Según se deduce de la visita canónica de Narni en
1628, se tenían exámenes en los días inmediatos a Pascua y los inmediatamente anteriores a la inau-
guración del nuevo curso escolar (Reg. Prov. 42). En las Dichiarazioni alle Costituzioni (1637) no se
habla de las fechas de los exámenes.
(75) Cf. Sántha, G.: O. c., pp. 380-385; Pelliccia, G.: O. c., pp. 507-508; Grendler, Paul: La scoula nel
Rinascimento italiano, Laterza, Roma-Bari, 1991, pp. 39-40.
140 Francisco Cubells Salas

finalizar el curso, el jueves era de vacación completa. Cada cuarto de hora o cada hora
y cuarto, la campana dividía en segmentos la jornada escolar, para el rezo de unas
jaculatorias y, en las clases inferiores, para cambiar la tarea (76).

DIDÁCTICA DE LAS CLASES DE LEER


Leer letra redonda, escribir letra bastarda, calcular con las cinco operaciones o
reglas, es a saber: sumar, restar, multiplicar, «medio partir y partir por entero»: en
esto consistía la enseñanza elemental en los siglos XVI y XVII (77). Los contenidos,
como se pone de manifiesto, no diferían de los tiempos de la Grecia clásica. Los méto-
dos tampoco habían progresado mucho de aquéllos que el helenismo transmitiera a
la Roma de Augusto: una metodología que hoy denominaríamos analítico-alfabética. Es
decir: comenzar con la memorización del alfabeto; seguidamente, aprendizaje del tra-
zado de cada letra por separado, de donde se pasaba a la combinación en sílabas; para
llegar, por fin, a los vocablos. A fuerza de interminables ejercicios de copia y dictado,
se adquiría seguridad y rapidez (78). Así siguieron los «primimagistri o ludimagistri»
que enseñaban a leer, escribir y contar en tiempos de San Agustín (79). De igual meto-
dología da testimonio San Buenaventura en el siglo XIII (80). De su persistencia en el
siglo XVI testifica el jesuita Santiago Ledesma, prefecto de estudios del Colegio
Romano, al escribir el funcionamiento de una clase de principiantes (81). Los maes-
tros renacentistas, al igual que los griegos y romanos, ponían en primer lugar el
aprendizaje de letras y sílabas y su utilización en la lectura. No hay que olvidar que el
griego, el latín y las lenguas románicas son eminentemente silábicas; de aquí la impor-

(76) Cf. Grendler, P. F.: Ibid., pp. 411-412. Sántha, G.: O. c., p. 545, n. 15; 372, n. 2; p. 376, n. 32. Dicen
los Riti comuni: «Di quando in quando si possono interrompere li giuochi, e farli fare qualche atto di
virtu, o pure esercitarli con orationi giaculatorie per non ingolfarsi tanto nel giuoco, et assuefarli più
destramente alla presenza di Dio.» (Reg. Cal. XIV, 74, p. 52. Cit. por Sántha, G.: O. c., p. 570, n. 6).
(77) Cf. Bouza Álvarez, F. J.: «Coleccionistas y lectores. La enciclopedia de las paradojas», en La vida coti-
diana en la España de Velázquez (Obra colectiva coordinada por J. N. Alcalá-Zamora), Temas de hoy,
1989, p. 237.
(78) Cf. Abbagnano, N. y Visalberghi, A.: Lince di´Storia della Pedagogia, en su traducción castellana
Historia de la Pedagogía, Fondo de Cultura Económica, México, 1995, pp.119-126.
(79) Confessiones, 1.I, XIII, 20. Los griegos subdividieron el idioma en sus componentes mínimos: frase,
palabra, sílaba y letra. Aprender a leer significaba recomponer cada una de estas partes; los escola-
res adquirían cada parte separadamente y después la combinaban entre sí.
(80) San Buenaventura testimonia las etapas metodológicas de la lectura: «aprender antes que nada abc,
después las sílabas y finalmente atender al significado». (Cit. por Pelliccia, G.: O. c., p. 319. Este autor
cita a su vez a Manacorda, G.: Storia della scuola in Italia. I/1-2, Milano, 1913, p.172.
(81) «Eorum qui tantum legunt vel scribunt
1. Qui alphabetum tantum legunt
2. Qui iungere litteras incipiunt, ba, be, etc., aut etiam syllabas
3. Qui legere continuo tractu incipiunt, ut sanctam + etc.
4. Qui scribunt alphabetum, quibus omnibus docetur Ave, Pater, Credo, Salve.
5. Qui legunt librum aliquen vulgari sermone et scribunt continue ex exemplo, ductis lineis
vel etiam non ductis
6. Qui legunt latine, ut Donatum seu rudimenta, et dicunt memoriter doctrinam christianam
parvulam; et hi etiam poterunt discere practicam arithmetican, numerare, addere, subtra-
here, partiri aliquosque» (Cit. por Grendler, P. F.: O. c., p. 171, n. 33).
Calasanz y la educación de los alumnos más pequeños 141

tancia dada al silabeo en la didáctica de la lectura durante el Renacimiento (82). Éstas


fueron las etapas propuestas por Guarino Guarini de Verona para el curso elemental
de su «escuela-pensión»: letras del alfabeto, sílabas, palabras, frases.
Como recurso didáctico figuraba desde el siglo XIII la llamada «Santacroce» o el
pequeño Salterio, para los chiquitines. Éste contenía: el alfabeto con las tres abreviatu-
ras más usadas, que figuraban tras la Z; las sílabas (ba be bi bo bu; ca ce ci co cu; da
de di do du, etc.); algunas veces, no siempre, salmos, catequesis, oraciones, pregun-
tas y respuestas intercambiadas entre profesor y alumno o entre el sacerdote y los fie-
les durante la Misa, también el principio del Evangelio de San Juan (83). Este nombre
de «Santacroce» (que pasó a la clase o grupo de niños que utilizaban este material para
su iniciación a la lectura) le venía de una cruz griega que precedía a la letra A del abe-
cededario. Respondía este signo a la tradición de los primeros humanistas, según los
cuales, los niños debían aprender a santiguarse antes de pronunciar o escribir las letras
del alfabeto. Así se llamó la «santacroce» o Santa Cruz a este pequeño Salterio, duran-
te el seiscientos, especialmente en Roma, en Lombardia y en España (84).

(82) Cf. Grendler, P. F.: O. c., p. 172; Pelliccia, G.: O. c., pp. 317-319.
(83) Cf. Pelliccia, G.: O. c., p. 317 y 216; Grendler, P. F.: O. c., pp. 157, 160 y 162-163.
(84) Blas Antonio de Ceballos, que tenía, al parecer, una escuela en el Madrid de 1668, junto al convento de
la Merced, en su obra Nobilísimo arte liberar de leer, escribir y contar (folios 3 y 4), escribe: «El maestro
lo primero que debe enseñar a los niños es este divino y celestial carácter, mostrando la señal de la cruz
que diga Jesús, que lo fue de nuestra salvación. Y advierta el maestro que el enseñar a los niños este
celeste carácter es por dos cosas: la una, para que sepamos todos que la Sabiduría que no sabe a Dios
es locura, ignorancia, necedad; la otra, para que comencemos a conocer a nuestro verdadero maestro
Jesucristo, el cual por San Juan dijo que era el ABC verdadero; el principio y el fin del saber». (Cit. por
Iniesta Corredor, A.: Educación española. Estudios históricos, Magisterio, s/a, p. 202). Un maestro de
contabilidad, D. Manzoni, declaraba en 1540: «… e pero costume fra noi christiani, d’insegnare li primi
libri di quel bel signo di santa croce, dal quale ancor nelli primi e teneri anni ad imparar di leggere l’alp-
habeto cominciasti…» (Cit. por Grendler, P. F.: O. c., p. 157, n. 9).
En Francia ya aparece la «santacroce» en 1532, en un dibujo de Hans Weiditz; se la llamó la «Croix-de-
par-Dieu». (Cf. Vial, Jean: «L’apprentissage des rudiments en Europe occidental», en la obra colectiva
dirigida por Mialaret, G. y Vial J.: Histoire mondiale de l’éducation, P.U.F., 1981, t. II, pp. 340-341).
En Alemania, particularmente en Breslau, existía ya la «escuela de la Santa Cruz», a comienzos del
siglo XVI. (Cf. Ariès, Ph.: O. c., pp. 256-258.
El que figure en la «santacroce» también el principio del Evangelio de San Juan tiene su explicación.
Este prólogo del discípulo amado gozó de particular veneración durante la Edad Media, por su conteni-
do cristológico, siendo su lectura conceptuada como una verdadera bendición. Tal fue el criterio de la
cristiandad románica. En el siglo XII, se lo leían al enfermo antes de recibir los últimos sacramentos y,
en el XIII, también a los niños recién bautizados. Es entonces cuando aparece por primera vez al final
de la misa, lo que pasó a ser rúbrica en tiempo de Pío V, para abolir la costumbre de quienes, después
del Santo Sacrificio, solicitaban del sacerdote su lectura. Pasó también a figurar, junto con fragmentos
de los Sinópticos, en unos librillos bordados o escritos que, dentro de una bolsita almohadilla, se suje-
taban con un dije o cordón en el vestido de cristianar. Esta costumbre, en algún lugar, llegó hasta
nuestros días. Podría acaso derivar de la leyenda de Santa Cecilia, la cual llevará en su seno un volu-
men de los Santos Evangelios; tal vez sería costumbre de los primeros cristianos, en las persecuco-
nes, ocultar los escritos sagrados que llevaban consigo para solazarse con su lectura. La recitación
del Prólogo del Evangelio de San Juan se utilizó también para protegerse de multitud de desgracias,
desde las tormentas y temporales hasta los de pretendidas brujerías. Todavía hoy, en México, se soli-
cita del sacerdote similar bendición, pidiéndole que «eche los evangelios» a un bebé inquieto o ina-
petente. (Cf. Llompart, G.: Religiosidad popular. Olañeta, 1982, pp.41-42; Id: Entre la Historia del Arte
y el Folklore, Caja de Ahorros de Baleares, 1984, pp. 93-1.160.
142 Francisco Cubells Salas

Además del salterio y a veces formando una unidad con él, se usó también la «tavo-
la o tavoletta», que en Gran Bretaña se denominó hornbook. Se trataba de una tabli-
ta de madera en la que estaban grabadas las letras o le era adherido un pedazo de
papel con el alfabeto y diversos textos. Tenía añadido un mango para sostenerla con
una mano, mientras se escribían las letras con la otra. Para protegerla de los dedos
de los alumnos, se cubría con una lámina transparente de cuerno de toro, como sugie-
re el término inglés «hornbook», aunque esto con el tiempo se convirtió en genérico
de «tavoletta», de abecedario o también de libro de lectura (85).
Pero al «psalterio piccolo» y a la «tavola» se añadió un auxiliar muy práctico. En 1622,
el maestro Simone Balsamino, gramático de los riones de Roma, propuso la adopción
de un gran paradigma mural, que había de sustituir los libros abecedarios (86). Entre
1604 y 1605, ya utilizó cartelones similares Calasanz, según consta en el llamado
Documentum princeps Pedagogiae Calasanctianae (87). No obstante, en las escuelas
europeas de aquel entonces, el cartelón simultaneaba con el librito o con la «tavola» (88).
Guerrico Pelliccia nos describe una clase de iniciación a la lectura en aquel enton-
ces. Las letras estaban escritas en un cartelón colgado de la pared, de la cual poseían
los alumnos una reducción sobre papel. El maestro, con un puntero, señalaba cada
letra, la pronunciaba para que los alumnos oyeran su son y les declaraba el nombre.
El paso siguiente era unir las letras para componer las sílabas —syllabicare— comen-
zando por las de dos letras y continuando con las de tres, cuatro, cinco, pasando de
los acomplamientos más fáciles a los más difíciles. Después de las sílabas, se apren-
dían las palabras, empezando por las monosílabas y siguiendo por las de dos o más
letras, hasta polisílabas, primero dividiéndolas en sílabas —«compitando»—, y, final-
mente, en lectura global (89).
Grendler nos presenta, con análoga didáctica, la primera clase del Colegio Romano,
en la misma época. Los escolares comenzaban a escribir, partiendo de las partículas
ínfimas de las palabras. Primero escribían en la «tavola», y luego en fila, sobre papel,
las letras del alfabeto. Después de letras y sílabas, trazaban palabras enteras, copián-
dolas probablemente del Salterio, y otras sugeridas por el propio maestro (90).

(85) Cf. Grendler, P. F.: O. c., pp. 160, 162-163. «Nel Cincocento i maestri facevano di solito distinzioni fra
tavola e salterio. Nel 1500 i mestri genovesi elencano separatamente gli scolari che imparano la tavo-
la e quelli che imparano il salterio». (Se refiere al «Psalterio per putti principianti» o «Psalterio picco-
lo da putti) (Ibid., p. 163). Cf. Bravo Villasante, C.: Historia y Antología de la Literatura Infantil
Universal, Miñón, 1988, t. II, p. 8.
(86) Pelliccia, G.: O. c., pp. 447-449. En el apéndice de esta obra, publica el texto de la propuesta de Simone
Balsami, cuyo original existe en el Archivo de la Universidad de Roma (71, f, 94). Aunque en el título
del documento (que probablemente no pertenezca al mismo), se anuncia este «paradigma murale, che
sostituisce libri abecedari e la ianua gramatices (latina), ossia l’introduzione al latino», no obstante, en
el texto sólo se aplica este recurso didáctico al aprendizaje elemental de la lengua del Lacio.
(87) Atribuyo a este documento, llamado también Breve relatione, la fecha que Severino Giner le asigna
(véase nota 67), la cual coincide con las que Adolfo García Durán y Claudio Vilá también le atribuyen
(Giner, S.: O. c., pp. 245-246).
(88) Cf. Pelliccia, G.: O. c., pp. 286, 317-318; Vial, J.: O. c., p. 341.
(89) O. C., p. 317.
(90) O. c., p. 174.
Calasanz y la educación de los alumnos más pequeños 143

Calasanz da testimonio de la didáctica empleada en sus escuelas, describiéndola en


el documento arriba mencionado, llamado también Breve relatione: «Se tienen una escue-
la o clase, en la cual están solamente los que aprenden a hacer la señal de la Cruz y a
silabear […]. Colgado de la pared hay un cartelón con el alfabeto, de caracteres bastan-
te grandes, y el maestro va señalando con el puntero, una por una, las letras y muchas
veces, y otras tantas, los pequeñines van repitiendo y se ve enseguida cómo del grupo
simultáneo van destacando los de mayor ingenio. Para los que empiezan a silabear, se
tiene igualmente en el muro otro cartelón de letras igualmente grandes con el ba, be,
bi, etc., y algunas palabras fáciles. Los alumnos, en cuanto empiezan a silabear, pasan a
otra clase superior. En ésta se enseña a leer con el salterio […]. Enseguida de entrar, el
Maestro hace estudiar a los escolares durante un cuarto de hora y después empiezan
todos a recitarlo, de uno en uno, seis u ocho líneas, señalando con un lápiz donde ter-
minan, con el fin de que no repitan más veces el recitado de la misma lección. Si des-
pués de leer todos, se ha ganado algún cuarto de hora antes de que suene la campana,
empléalo el maestro en hacerles silabear mentalmente alguna palabra latina del Salterio,
preguntándoles cuántas sílabas contiene aquella palabra y cómo se la silabea […]. De
esta clase del Salterio, se pasa a otra superior, llamada 7ª, en la cual se enseña a leer
de corrido libros normales […]. Dado que el número de estos escolares es cercano a 130,
se dividen en dos clases, destinando los más diligentes a la superior, llamada 6.ª. En
estas dos clases, acabada la lectura en voz alta, se ocupan en disputas, analizando algu-
nas palabras comunes difíciles y algunas abreviaturas. Los que lo merecen por su apro-
vechamiento pasan después a la clase de escribir» (91).
Otro documento escrito de puño y letra de Calasanz, que transcribe el P. Vicente
Berro en sus Annotazioni, describe cómo era la clase 7ª en los comienzos de las
Escuelas Pías: «Por la mañana, inmediatamente después de que el maestro entre en
la Escuela, todos los escolares se arrodillarán y dirán con él la oración que común-
mente se suele decir al principio de la Escuela; terminada la cual, hará estudiar a los
escolares por espacio de un cuarto de hora. Después comenzará a hacer leer en voz
alta a los más diligentes, los cuales hará que se sienten en el lugar de mayor honor,
y nombrará entre estos peatones y oficiales, a los cuales se les podrá desafiar y al
que lea mejor se le dará el oficio de éstos. Terminada la lectura en voz alta, se les
hará silabear mentalmente, por la mañana, algunas palabras del Salterio o de la doc-
trina cristiana, hasta que suene la campana para ir a la Misa. Por la tarde, rezarán la
oración como en la mañana, se les pondrá también a estudiar un cuarto de hora y asi-
mismo a leer en voz alta, dejando que los escolares desafíen a los oficiales, procu-
rando sostener y ayudar esta competición. Terminada la lectura, harán algo de ejer-
cicio en el tiempo que reste, antes de recitar las oraciones, los mandamientos de la
Ley de Dios, etc.» (92).

(91) Ver la nota 67.


(92) Berro, V.: O. c., t. I, 1.I, p. 75 y Apéndice c. 13, p. 248. Los desafíos a edad tan temprana ya se tenían
en las clases de leer de España, en el siglo XVI, por lo menos en 1509. Así lo atestigua de sí mismo el
que fue Arzobispo de Valencia, Martín de Ayala, en sus Memorias: «Luego que llegué a los cinco años,
comenzaron a mostrarme a leer y a escribir en la iglesia y primero me mostraron leer latín que en roman-
ce y el servicio de la iglesia, y así tan grande lector que se hacían desafíos conmigo y con otros para
quien más presto y expeditamente leyese.» (B.A.E.: Autobiografías y Memorias, pp. 212-213).
144 Francisco Cubells Salas

En éste y otros textos de Calasanz, se menciona el empleo de un determinado


material. No consta que, en aquellas Escuelas Pías, se usara la «tavola o tavoletta» lla-
mada también «santacroce», que los franceses denominaban «croix-de-par-Dieu» ni
tampoco el «Psalterio piccolo da putti». Parece que se servía solamente de cartelones
para estas primeras clases. Por otra parte el método simultáneo requería semejante
recurso didáctico.

Aparece sí, en la clase 6ª, el uso del Salterio, que al igual como sucedió con la
«santacroce», da asimismo nombre a la mencionada clase (93). Se leía en latín, pues
desde el siglo XVI al XVIII estuvo prohibida la versión de la Biblia a las lenguas ver-
náculas (94). Esta costumbre de iniciar el aprendizaje lector con el Salterio, quizá
tenga su origen en los consejos que da San Jerónimo a Leta, para la educación de
su hijita: «Cuando aún es tierna su lengua, sea penetrada y dirigida por los salmos»
(95). En los monasterios medievales, los niños que en ellos eran instruidos, empe-
zaban aprendiendo a cantar los salmos, después a leerlos, a escribirlos, a penetrar
su sentido, a extraer de ellos la unción de la plegaria (96). No es, pues, de extrañar
que la escuela tradicional cultivase el Salterio como lectura y como reflexión hasta
el siglo XVIII. Escolares de Italia, Francia, Alemania e Inglaterra aprendían a leer en
salterio del mismo tipo tradicional (97). El P. Giovanni Ausenda afirma que, dada la
pobreza de las familias de los alumnos de las Escuelas Pías, era impensable que cada
uno tuviera su Salterio. Por lo que el santo pedagogo «se había hecho con algunos
de aquellos libros en folio que usaban antiguamente los cantores en los coros de las
iglesias. Solían llamarlos Salterios, porque contenían, entre otras cosas, los salmos
en latín, escritos con letras mayúsculas. En estas letras, colocados bien a la vista, el
maestro hacía leer en voz alta a cada alumno algunas líneas». Hasta aquí P. Ausenda,
quien no cita referencia alguna del origen de esta práctica (98). En carta al P.
Castilla, le encarga Calasanz que el P. Antonino «se informe en la sacristía de San
Lorenzo di Dámaso si tendrían algún libro viejo de canto llano que no les sirva, el
cual, siendo de poco precio, se podrá adquirir para Don Giov. Angelo, que ha de ense-

(93) Así figura en la Breve Relazione. Pelliccia, G. dice en la o. c., p. 320: «Il Calasanzio verso il 1610
chiama classe del Salterio la sua seconda abecedaria.» ¿Sería ésta una denominación original de
Calasanz o también se daba este nombre a similares clases en todas las escuelas de aquellos
tiempos?
(94) Nácar, Eloíno y Colunga, Alberto, en su Introducción general a la Sagrada Biblia, versión directa de
las lenguas originales, EDICA, 1947, p. LXXII.
(95) «Sic erudienda est anima quae futura est templum Domini. Nihil aliud discat audire, nihil loqui, nisi
quod ad timorem Dei pertinet. Turpia verba non intellegat, cantica mundi ignoret, adhuc tenera lin-
gua psalmis ducibus imbuatur». San Jerónimo: Epistola ad Laetam, C. V. 55, 293; M.L. 22, 871, 1.
(96) «Selon les habitudes alors en usage [siglo VI], c’est au départ du psautier qu’il [saint Colomban]
apprend a lire, une culture qui commence avec le défichage et trouve son point culminant dans le
chant grégorien. Il y aura donc souvent des enfantas a l’interieur du monastère, venus pour se ins-
truire. On leur dispensera1.er savoir. Ils apprendront d’abord à chanter les psaumes, puis à les lire, à
les écrire, à en pénétrer le sens, à en extraire le suc de prière». (Pernoud, Regine: Les saints au
Moyen Age, Plon, 1987, pp. 78 y 158-159).
(97) Cf., Pelliccia, G.: O. c., p. 42; Grendler, P. F.: O. c., p. 170.
(98) Ausenda, G.: O. c., p. 8.
Calasanz y la educación de los alumnos más pequeños 145

ñar a cantar canto llano» (99). Consta por testigos del proceso de Beatificación de
Calasanz, que a los alumnos se les proporcionaban libros además de otros recursos
escolares (100). En su memorial al Cardenal Montalto menciona concretamente salte-
rios, entre el material que se regalaba a los alumnos (101).

Ha sido objeto de acervas críticas el aprendizaje de la lectura en un texto latino,


como es el Salterio. Sainte Beuve dice qe esta educación consistía en esforzarse por
«hacer pasar al niño por lo ininteligible para conducirlo a lo desconocido» (102). Marc
Soriano calificará de absurdo «llevar al alumno, sin transición, del habla de su nodri-
za al estudio del latín, aun más en el absurdo de enseñarle a deletrear en los libros
latinos, con lo que se corre el riesgo de alejarlo para siempre del esfuerzo de la lec-
tura, que considerará demasiado engorroso» (103).

El empleo de una lengua no vernácula en el aprendizaje lector llega al renacimien-


to desde muy antiguo. Así lo quiso Quintiliano (104) y lo tuvo que soportar San
Agustín (105). En aquellos tiempos se aprendía a leer en textos griegos, cuando la len-
gua hablada era el latín. Esta tradición bilingüe habría determinado tan singular didác-
tica ya desde antes del Renacimiento. Se aprendía el latín conversando, como se
aprende hoy día una lengua viva. Vives, en sus consejos a Catalina de Aragón para la
educación de su hija María Tudor, le propone que la rodee de compañeras de su edad

(99) C. 8 (Sin fecha; parece ser del año 1617).


(100) Cf. Depósito P. Silvestri (Reg. Cal. XIV, 62) y Depositio sacerdotis Gian Emmanuele Simoni, en el
Summarium super dubio, n. 34, p. 58, p. 169. Ambos citados por Sántha, G.: O. c., p. 439, n. 2 y
p. 440, n. 8. Carta del V. Glicerio Landriani al Cardenal Federico Borromeo, desde Roma a 29-XI-
1612, en Epistolarium coaetaneorum S. Iosephi Calasanctii (1600-1648). Editiones Calasanctianae,
1977, vol. III, p. 1636. El P. Valentín Caballero aduce: «Se halló en un libro antiguo, donde se nota-
ba la comida y cena de aquellos primeros sacerdotes que componían la familia, que por meses con-
tinuados, a más de pan y vino, consistía la mañana la comida en una escudilla y un poco de queso
los días que se podían comer lacticinios. Estas angustias eran motivadas por los excesivos gastos
que se hacían en proveer a los niños pobres de libros, papel y cuanto era necesario para las escue-
las, porque no dejasen de venir por no tener sus padres y parientes con que comprarlo, y esta pií-
(100) sima provisión consumía en cada año tal vez doscientos escudos». (Orientaciones Pedagógicas de
San José de Calasanz, Edit. Torres Amat, 1921, t. I, p. 193).
(101) Memoriale al Cardinale Montalto (1602-1605): «…ivi [en las Escuelas Pías] insegnano per sola carità
senza recaver mercede alcuna presente dalli scolari, a tutti quelle che con fede del suo parrochiano
della povertà ivi corrono, leggere, scrivere, abbaco, grammatica et la dottrina christiana et inoltre lo
provedono di carta, penna, inchiostro, dottrine, saltierij et abbachini» (C. 7). Las referencias a este
regalo de libros corresponden a antes de que la industria librera hubiera entrado en crisis. Como
escribe Bartolomé Bennasar: «Después de 1625 el declive es general y continuo. […] Después de
1620, la situación del comercio de librería se degradó seriamente […] por las molestias y perturba-
ciones inquisitoriales, el abuso de los monopolios, la falta de papel de calidad, entre otras razones.»
(La España del siglo de oro, Crítica, 1983, pp. 289-291).
(102) Cit. por Soriano, M.: O. c., pp. 230-231, n. 22.
(103) Sorino, M.: O. c., p. 230.
(104) Institutio oratoria, I, 3, 14; 4, 1.
(105) Confessiones, I, 20-22.
146 Francisco Cubells Salas

—siete u ocho años— que hablen latín. Hacia finales del siglo XVI, en el Collège de la
Rive, fundado por Calvino en Ginebra, se realizaban en latín los primer aprendizajes, a
los 5 años, como consta en los Colloques que publicó Cardier en 158 (106). Charles
Perrault en sus Mémoires de ma vie, declara: «Mi padre se tomaba el trabajo de hacer-
me repetir mis lecciones después de la cena, obligándome decirle en latín la sustan-
cia de esas lecciones» (107). El Gran Condé, duque de Enghien, nacido en 1621,
comenzó el estudio del latín a los cinco años (108). Claude Hardy, en 1613, cuando
contaba sólo nueve años, tradujo del latín al francés el tratado De civilitate morum
puerilium, de Erasmo de Rotterdam (109). Idéntica prococidad en el aprendizaje del
latín se aprecia en España y a ella se refiere Cervantes en su novela ejemplar La fuer-
za de la sangre: «Con este apluso de los que le conocían y de los que no le conocían,
llegó el niño a la edad de siete años, en la cual ya sabía leer latín y romance…» (110).

En la clase 7ª de Calasanz, donde se enseñaba a leer de corrido, entre «otros libros


espirituales (111) de buena y clara impresión» y de estilo ágil, nunca rudo, de los cua-
les pudieran sacar fruto no sólo los niños sino también sus progenitores (112), se uti-
lizaba el llamado «libro delle Vergine», que, según Bau, no sabemos «si se trataba de
una traducción del De Virginibus de San Gregorio, o bien de un florilegio de vidas de
niñas y mártires santas» (113). Este libro «delle sante Vergine» figura asimismo entre
los que en 1636 decía utilizar el maestro rional Giovanni B. Papirio (114).

(106) Cf. Ariès, Ph.: O. c., p. 285.


(107) Cit. por Soriano, M.: O. c., p. 225.
(108) Cf. Ariès, Ph.: O. c., p. 274.
(109) Cf. Gélis, Jacques: «La individualización del niño», en Historia de la vida privada, obra colectiva diri-
gida por Ph. Ariès y G. Duby, t. 3, p. 236.
(110) También en España se iniciaba en latín el aprendizae lector. Así atestigua de sí mismo Martín de Ayala
(Véase la nota 92). Pedro López de Montoya da fe de que «lo que acostumbra entre nosotros, es dar
a los niños lo primero la cartilla de la dottrina Christiana [la «santacroce», llamada también en Italia:
carta, quaderno, tavola, psalterio per putti principianti con la Dottrina aggionta]. Lo que convendría
es que, después de la cartilla, se les diesen otros libros de devoción o libros de historias verdaderas
y de vidas de santos, y que leyessen en Latín los Psalmos y las otras cosas que pudieran ser de proue-
cho para quando fuessen mayores» (O. c., p. 390).
(111) Se leía Il Giovinetto Cristiano, del P. Cesar Franciotti, de la Orden de la Madre de Dios, llamada tam-
bién Congregación Luquesa, además una traducción del Catecismo de San Pío V o el Belarmino y tal
vez el librito Alcuni misteri della Vita e Passione di Christo Signor nostro da insegnare alli scolari
dell’inf ime classe delle Scuole Pie. Opina Bau que a esta obrita, de la que es autor Calasanz, se refie-
re él cuando en la Breve Relatione, dice: «se li insegna in voce alta il principio della Dottrina
Christiana». (Bau, C.: «Revisión de la Vida de San José de Calasanz», en Analecta Calsanctiana, año
V, 10 [1963] 138).
(112) Constitutiones, 213. En la C. 1007, rechaza un libro para ser utilizado en la escuela, porque «ha il par-
lare un poco aspero», libro que, según la nota de Picanyol, en el Epistolario di San Giuseppe
Calasanzio (t. III, p. 399), no es otro que el Avviamento per bene confessari e comunicare, del P.
Filippo Angelini O.P., párroco de la Minerva.
(113) Bau, C.: O. c., pp.139-140.
(114) Cit. por Pelliccia, G.: O. c., p. 278.
Calasanz y la educación de los alumnos más pequeños 147

Además de la lectura del cartelón y de los libros, se empleaba también la disputa,


que era a la vez estímulo para el aprendizaje (115). Calasanz, la aplicó sobre todo a la
catequesis, tomándola muy probablemente de San Felipe Neri (116). Se destinaban los
sábados para disputar sobre lo aprendido durante la semana (117).
La duración de la escolaridad primaria era de cinco a seis años. Se empezaba a los
seis-siete años hasta los doce, a veces desde los cinco a los once. Estos años esco-
lares hasta los doce, eran considerados, como ya dije «anni d’inutilità», porque no se
trabajaba en la agricultura o en la artesanía» (118).
En cuanto al aprendizaje lector, a pesar del reducido número de días lectivos en
Italia, sobre todo en Roma (119), y a una didáctica a ritmo lento basada en repeticio-
nes orales, memorización y copia, los alumnos de seis-siete años tenían que aprender
de memoria en pocas semanas un folleto de doce a dieciséis páginas, además de un
texto más extenso mezcla de libro de lectura y catecismo. Lo cierto es que en el espa-
cio de un año, la mayoría de los escolares de entonces habían completado la primera
fase del aprendizaje elemental y alcanzado la gran vertiente: latín o lengua vulgar;
humanidades clásicas o perfeccionamiento de la lengua vernácula, juntamente con el
aprendizaje del ábaco o las matemáticas comerciales (120).

LOS ESTÍMULOS PEDAGÓGICOS


Escribió Calasanz: «Estimularán con premios la diligencia de los niños, nombrando
a un niño Emperador y dándole, por el tiempo que dure su mandato, el privilegio de
no ser azotado y el de conceder dos o tres gracias a los alumnos que merecen ser
castigados» (121). Como triple procedimiento: reparto de premios (122), castigos y
honores.

(115) Dice Charles Perrault, en sus Memories de ma vie: «Obtenía tanto placer en disputar durante las cla-
ses, que me gustaban tanto los días de asistencia como los días feriados». (Cit. por Soriano, M.: O.
c., p. 232).
(116) Cf. Berro, V.: O. c., t. I, 1.I, c. 19, p. 83. Pelliccia, G.: O. c., pp. 296-297. Bartlik, B.: Chronologia
Historia seu Annales Religionis CC.RR.PP. Matris Dei Scholarum Piarum a prima origine —1597— usque
ad annum 1669, en Ephemerides Calasanctianae, IV (1935) 250.
(117) «Sabbathi diebus cum lectiones hebdomadarias de more recitabunt adolescentes tum mutuis se alte-
riationibus lacesent, ex omnibus quae intra hebdomadam praelecta, dictata sive a regulis collecta fue-
runt» (Programa escolar del Colegio de Narni, en el curso 1624-1625, cit. por Sántha, G.: O. c., p.
515, n. 40.
(118) Cf. Pelliccia, G.: O. c., pp. 245-246.
(119) Ver nota 75.
(120) Cf., Grendler, P. F.: O. c., pp. 174-175.
(121) Una Orden sobre la manera de distribuir el trabajo escolar en un colegio donde no hay más que dos
Escuelas con dos Maestros. (Reg. Cal. 12), en López, S.: Documentos de San José de Calasanz. Edit.
Calasancia Latinoamericana, 1988, p. 338.
(122) Éstos eran: Rosarios, Agnus Dei e imágenes o estampas, éstas de santos niños (Cf. C. 213,
435.1009, 3656 y Sántha, G.: O. c., p. 498.
148 Francisco Cubells Salas

El castigo corporal es prescrito por Calasanz a aquellos alumnos para los que no
son suficientes a enmendarlos, las palabras y las exhortaciones (123). Pero lo rodea-
ba de tales circunstancias que lo disminuían notablemente, si se lo compara con los
de sus tiempos y aun de los inmediatamente posteriores. Hasta quedaba anulado
cuando el confesor o el alumno investido de Emperador intercedían por el sanciona-
do (124). En el caso de aplicarse el castigo, éste tenía que ser sobre la ropa y sólo
cinco o seis azotes (125). Así se cumplía según atestigua el P. Crisóstomo Salistri, por
boca de ex alumnos de Calasanz entrevistados en Florencia (126). No podemos echar
en olvido que nos encontramos en una época en la que se atribuía carácter terapéu-
tico y apotropaico o exorcista al dolor físico infligido o autoinfligido (127). Por lo que
no sólo ascetas, exorcistas y directores espirituales admitían su empleo; también
pedagogos eminentes de aquel entonces se mantenían fieles a la sentencia bíblica,
«qui parcit virgae odit filium suum» y «viga atque correptio tribuit sapientiam» (128).
Incluso Loque, que condena este sistema punitivo, se ve obligado a admitir que «la
terquedad y la desobediencia obstinada han de vencerse mediante la fuerza y los gol-
pes; pues no hay otro remedio» (129). El Concilio de Trento lo acogía también (130).
Regía como adagio la cita bíblica «vexatio dal intellectum», que Calasanz aplica en una
de sus cartas (131). Reyes y príncipes eran azotados en aquel entonces en carnes pro-
pias o, cuando eran pequeños, en las de los llamados «chicos de azotes» (132).

(123) «Denique propter eos, qui tam in diligentia suis studiis adhibenda quam in his, quae ad bonos mores
pertinent, peccaverint, et cum quibus sola verba et exhortationes non sufficiunt, Corrector constituatur,
qui pueros in timore contineat, et juxta superioris praeceptum eos verberet» (Constitutiones, 202).
(124) C. 1427, 1429, 1441. Dichiarazioni circa le nostre Constitutioni, Regole e Riti Comuni, 215. Breve
Relazione. Berro, V.: O. c., t. I, 1.2. c. 20.
(125) Cf. Berro, V.: O. c., L. 2, c. 20, p. 154, C. 1307. Riti Comuni (Reg. Cal. XIV, 74) (Cit. por Sántha, G.:
O. c., p. 35, n. 2). Moncallero, G. L. E - Limiti, G.: Il Codice Calasanziano Palermitano, Ateneo, Roma,
1965, p. 81.
(126) Cf. Font, J.: «Compendio de los Anales de las Escuelas Pías», en Rassegna di Storia e Bibliograf ia
Scolopica, IX (1941) 60.
(127) «Toda conducta desviada que trasgrede la norma es vista como el resultado de males más profun-
dos, normalmente psíquicos o espirituales: locos, niños aojados. En todos ellos se usará un remedio
entre otros tenido por muy eficaz: los azotes. De esta forma la violencia física, a más de su carác-
ter represivo, se constituye en instrumento de exorcismo y catarsis, purificación del espíritu por
medio del dolor. «(Sánchez Lora, J. L.: Mujeres, conventos y formas de la religiosidad barroca.
Fundación Universitaria Española, 1988, p. 79).
(128) Libro de los Proverbios, 13, 24; 23, 13-14; 29, 15. Eclesiástico, 30, 1.
(129) Some Thoughts concerning Education (1963), p. 64. (Cit. por Illick, E.: O. c., p. 361, n. 70). Sántha,
G. menciona entre los defensores del castigo corporal a San Carlos Borromeo, Silvio Antoniano y
Orazio Lombaerdi, además de algunas entidades docentes de la época: los jesuitas, los somascos y
el Colegio Clementino.
(130) «Si ob delicti pravitatem opus fuerit virga tunc cum mansuetudine vigor, […] cum lenitate adhiben-
da est» (Sess. 13).
(131) «Sola vexatio intellectum dabit auditui.» (Isaías, 29, 19).
(132) «Tanto Jacobo I, rey de Inglaterra, Escocia e Irlanda, hijo de María Estuardo (1566-1625), como Carlos
I, rey de Inglaterra, de Escocia y de Irlanda (1630-1685) tuvieron cuando eran pequeños, «chicos de
azotes», que recibían los castigos en su lugar cuando no se sabían las lecciones» (Mark Twain: El
Príncipe y el Mendigo. Anaya, 1990, pp. 141-142. También había sido azotado Eduardo VI, rey de
Inglaterra e Irlanda, (Nota de M. Ibeas y Chueca, F. a la de Mark Twain en la obra mencionada). Cuando
Enrique VI (1421-1471) tenía dos años, fue azotado por su nodriza Alice Butler, a quien se dio «licen-
cia para corregirle de vez en cuando». (Tucker, M. J.: O. c., p. 278).
Calasanz y la educación de los alumnos más pequeños 149

Berro nos dice que Calasanz infligía el castigo corporal personalmente (133). No
obstante, poco doloroso sería el castigo, si damos crédito a una anécdota que relatan
sus biógrafos y que transcribe así el P. Valentín caballero: «Cuando empezaba a fun-
dar la Religión, sentado junto al brocal de un pozo, iba haciendo tiras de los perga-
minos de su familia y de los diplomas de sus títulos, para sacudir, decía, la pereza de
los muchachos […]. Viendo el P. Landriani lo que hacía, le dijo: Dejad, Padre mío, dejad
que vuestros hijos tengan un día el placer de leer estos recuerdos de su buen padre.
Sí, sí, respondió, siguiendo con más calor su tarea; gozaos, porque vuestros nombres
están escritos en el cielo» (134). Con tales azotes el castigo forzosamente tenía que
ser simbólico, como lo era el que Santo Tomás Moro administraba a sus hijos, azo-
tándolos con una pluma de pavo real (135).
Los castigos empleados en la escuela de Calasanz eran escalonados, según la gra-
vedad o la reiteración de la culpa. Se consideraba el más leve no percibir el premio
otorgado a los aplicados; después, la corrección verbal; seguían: el escaño de los pere-
zosos, el castigo corporal y la expulsión del centro (136).
Más que el castigo, prefería Calasanz que se utilizara la emulación como estímulo
para la educación y el aprendizaje (137). Que no desconocía los peligros que ésta
encierra, lo demuestra el adjetivo «santa» con que la califica en sus Declarazioni circa
le nostre Costituzioni, Regole e Riti comuni (138).
Esta emulación fomentaba cuanto de honorífico podía apetecer el alumno: puntos
de honor, recibir los premios de mano del superior o padre ministro —«empezando por
los más pequeños»—, disputas, nombramientos para cargos honoríficos, como decu-
riones, príncipe, rey, emperador. Todo esto aun en la clase de los pequeñines de Santa
Croce (139).

(133) O. c.: L. 2, c. 20, p. 154.


(134) Caballero, V.: Orientaciones Pedagógicas de San José de Calasanz, C.S.I.C., 1945, pp. 191-192. Una
anécdota análoga figura en la Vida de San Felipe Neri, de J. Marciano (Edit. Gregorio del Amo, 1888,
p. 16). Habiéndole sido ofrecido a este santo su árbol genealógico, lo hizo pedazos, «no deseando
otra cosa sino que su nombre se escribiera en en libro de la vida».
(135) En carta a sus hijos, escribía Tomás Moro: «Como azote usaba siempre una pluma de pavo real, y
aun ésta la manejaba con vacilación y suavidad para no levantar ronchas en vuestros tiernos trase-
ros» (Cit. por Tucker, M. J.: O. c., p. 280.
(136) VV.AA.: Cartas selectas de San José de Calasanz, Colegio P. Scío, Salamanca, 1977, t. I, p. 281 (nota
2 a la C. 214). Sántha, G.: O. c., p. 611.
(137) «Quanto al fratel Onofrio … attendera a tutti, procurando più tosto di farli amparare a gara et emu-
latione che con castigo» (C. 118). Cf. C. 967, 2647.
(138) «Procurarà di svegliar nelli scolari una santa emulatione nelli scolari per essercitarli piu nelli studij»
(Dichiarazioni…, 200).
(139) Breve Relazione. Berro, V.: O. c., L. 2, c. 20, p. 154: «Nelle negligence di scuola, Calasanz voleva che
il Maestro fosse dolce, e che si trovassero dell’inventioni di farli studiare senza stafile, e pero non
solo nelle scuole de’ grandi si usavano li punti d’onore, et li nomi di dignita, ma anche con li picco-
lini faceva l’Imperatore, li Re, li Principi, li Decurioni con molta gara e premi et altre essentioni,dando
alli negligenti delle mortificationi di scorno, perche si adoperasse poco il satfile particolarmente
nell’inferiori di S. Croce».
Carta del P. Leailth a Calasanz desde Nikolsburg de 6-VIII-1631, en Epistulae ad Sanctum Iosephum
Calasanctium ex Europa Centrali, Roma, 1969, p. 619. Visita a Narni (4-VIII-1629) (Reg, Prov. 42) (Cit.
por Sántha, G.: O. c., p. 492. Cf. C. 2733.
150 Francisco Cubells Salas

Los decuriones (cuyo nombre se originó de tener en la milicia romana diez solda-
dos bajo mando) desempeñaban la misión de ayudar al profesor y al prefecto en lo
didáctico y también en lo disciplinar, si bien, en este último, algo menos. A Calasanz
le llegó este antiguo procedimiento pedagógico a través de los Jesuitas (140).

El niño emperador recibía tan honorífico tratamiento, según la Breve Relazione,


cuando demostraba singular habilidad lectora. Este emperador tuvo el privilegio de
obtener cada semana el indulto de dos o tres escolares sancionados con el castigo de
azotes (141). Tal vez esta dignidad infantil tenga su origen en un juego de la antigua
Roma, llamado el «juego del Rey», en griego «Basilinda»: se disponían los muchachos
de manera que el rey mandaba lo que se tenía que hacer y los súbitos debían obede-
cer haciendo cualquier genialidad que al él se le antojara ordenar (142).

La intercesión para que se perdonara su castigo parece ser función materna, ya que
Ornano, preceptor de Gastón, el hermano de Luis XIII de Francia, en 1619, «llegó a pre-
tender amenazar con los azotes a su pupilo, pero después hizo que interviniera su
esposa en favor del niño, mediante la promesa de éste de que en lo sucesivo se por-
taría bien» (143).

En Roma, en el siglo XVII, se tenía un «espectacular» disputa catequética anual


entre niños representantes de todas las escuelas de la urbe, aspirantes al título de
Emperador di «tutte le dottrine» (144).

(140) Según Sántha (o. c., p. 362, n. 6), los jesuitas se inspiraron para los decuriones en la Universidad
de París, que los recibió de los «Fratres Vitae Communis», a través del Colegio de Montaigu, de Juan
Standonck. Los Fratres, a su vez, se inspiraron en las «Stadtsschulen» alemanas. En sus orígenes,
el sistema se remonta a la Edad Media, habiéndolo introducido un tal Fareolus, Obispo de Narbona
(553-581). En sus Dichiarazioni circa le nostre Costituzioni, Regole e Riti Comuni, 20, escribió
Calasanz: «Fara li suoi decurioni et altri officiali per sodisfattione a tutti li scolari quali decurioni have-
ranno ancora cura se si portaranno ben nella messa et nella squadra et se haveranno mancato
all’Oratorio, accio possa referire al Prefetto».
(141) Dice la Breve Relazione: «In queste due scole di leggere si come nell’altre maggiori si fanno fra li sco-
lari li avversarij et li officiali mettendo gara fra li loro. Et chi legge meglio in un libro volgare dove
apre a sorte il Maestro e fatto Imperatore, il quale ha privileggio quella settimana di far duo o tre
grazie a scolari sparagnando loro il Cavallo.»
(142) Afirma Pedro López de Montoya (o. c., pp. 301 y 336): «los Romanos tenían ordenados ciertos jue-
gos a los niños de su República, entre los quales el premio del que vencía era quedar por Rey y supe-
rior, y que los otros niños, mientras durara el juego, le obedeciessen como Rey […]. En tiempos de
aquellos varones Curio y Camilo, tenían los niños de Roma ciertos géneros de juegos y hacían Rey
al que más verdad y justicia guardase en ellos, y de allí se derivó un proverbio y refrán que traían
entre sí y dezía: Si hizieres bien, si guardares justicia, Rey serás». Sobre este juego del Rey en la
antigua Roma, trae amplia información Rodrigo Caro, en Días geniales y lúdricos (1626). Espasa-
Calpe, 1978, t. II, pp. 112-114.
(143) E. Wirth: O. c., p. 311.
(144) Pelliccia, G.: O. c., p. 305. Cita en nota el artículo de M. Dell’Arco «Roma sparita: L’imperatore della
Dottrinella», publicado en L’Osservatore Romano, el 24-VI-1982, p. 4.
Calasanz y la educación de los alumnos más pequeños 151

CORTESÍA Y BUENAS MANERAS

Quería Calasanz que los alumnos de sus Escuelas se mostraran bien educados
para con todos. Insistía al P. Castilla que presionara en lo concerniente a la cortesía
y modestia de los escolares. En sus Constituciones y Reglamentos, proscribe los
malos modales. (145). Quiere que cada día se lea en la escuela algún fragmento del
«libretto delle buone creance» (146). ¿Cuál sería este libreto? Todavía entonces con-
servaba su prestigio el De civilitate morum puerilium lebellus, de Erasmo de
Rotterdam, publicado por primera vez en 1530, en Basilea, pero cuya influencia per-
duraba a lo largo de los tres siglos siguientes. En Italia, en particular, tuvo asímismo
amplia aceptación el Galateo, de Giovanni Della Casa, inspirado en Il Cortegiano de
Baltasar Castiglione. En 1574 publicó Stefano Guazo La civil conversazione. En los
«Capitoli da osservarsi de Maestri de Rione di Roma» (no posteriores al 1586), se
prescribía la urbanidad versificadu de Monseñor Marco Antonio Muret (Muretus o
Muretto). En 1636, el visitador Apostólico prescribió su lectura una vez por semana
en las escuelas de las seis diócesis suburbicarias de Roma. No obstante, conviene
tener presente que el librito Dotrina Cristiana breve, perché si possa imparare o
mente (1597), del Cardenal Roberto Bellarmino, prescrito para Roma y que puede
considerarse como el entonces catecismo oficial de las Escuelas Pías de Italia, incluía
unas Regole cristiane prescritte a tutti i fanciulli di Roma per la loro buona e modes-
ta condotta verso Dio e l’uomo (147).

NÚMERO DE ALUMNOS POR CLASE

Garantía de facilidad en la docencia suele ser el número de alumnos por grupo. Las
Escuelas que en 1605 describe la Breve Relatione agrupaban: 60 ó 70 alumnos en la

(145) C. 432. Cf. Constitutiones, 201, C. 165. Normas de las Escuelas Pías de Florencia, 7; Id de Roma,
11; Id de Narni, 7; Id de Nápoles, 10 y 13; Dichiarazioni circa le nostre Costituzioni, Regole e Riti
comuni, 197.
(146) Riti comuni (Reg. Cal. XIV, 74): «…e devono avvezzare i figliuoli stessi a tale creanze fra li loro. E per
questa e per altre giovarà non poco il leggere ogni giorno nella scuola alcuna parte del libretto delle
buone creance con avvertire li particolari mentre vi mancheranno». (Cit. por Sántha, G.: O. c., p. 344-
345, n. 25.
«Nel libretto Dottrina Christiana, del Belarmino, i fanciulli trovavano describe le Regole cristiane pres-
critte a tutti i fanciulli di Roma per la loro buona e modesta condotta verso Dio e l’uomo. «Tornando
a casa, vai modesto senza fermarti qua e la, senza far chiasso ne danno, e se qualcuno ti offende,
non vendicarti, ma digli con calma: Dio ti dia la grazia di pentirti di qualunque cosa tu hai fatto di
male. Non imprecare, non mentire, non dir parolacce. Non giocare alle carte, ne ai dadi, ne in pas-
satempi che sono comunemente congiunti con la dissolutezza. Passando accanto all’imagine di Gesu
Cristo o di Santi, fa’umile riverenza […]. Incontrando un sacerdote, fagli profonda riverenza, sapendo
che assi sono i ministri di Cristo nostro Signore. Altre regole riguardavano il comportamento in chie-
sa, in tavola, nell’incontro coi mendicanti, i poveri, i forestieri, le persone altolocate, i superiori, quan-
do si va al letto, quando ci alza, le prattiche devozionali quotidiane» (Pelliccia, G.: O. c., p. 296. Cita
en nota a Martin, Gregory: Roma Sancta (1581), pp. 211-214.
(147) Cf. Ravaglioli, Fabrizzio: «L’Italie et le monde mediterrané.» En Histoire Mondiale de l’Education, P.U.F.,
1981, vol. 2, p. 154. Revel, J. : «Los usos de la civilidad», en Historia de la vida privada, Taurus, 1989,
t. 3, p. 170 y 209. Pelliccia, G.: O. c., p. 4e, 286.
152 Francisco Cubells Salas

de la Santa Croce, 60 en la del Salterio y 60 y 65 en las otras dos de lectura. Pero


el alumnado por clase se dispara en 1614, cuando la unión con la Congregación de la
Madre de Dios, llamada también Luquesa: 104 en la llamada escuela de párvulos: 80
en la clase octava; 90 en la séptima y 90 en la sexta (148). En el curso de 1624-25,
tenía el colegio de Savona 100 alumnos en la clase de deletreo, y 50 y 60 respecti-
vamente en la primera y segunda de lectura corrida (149). En 1527 escribía Calasanz
al P. Cherubini, a la sazón en Nápoles, que no sobrepasara la cifra de 60 por escue-
la, el alumnado que aprendía a leer (150). En 1639, en carta al P. Juan Crisóstomo
Peri, se lamenta de que se hayan admitido 190 alumnos para la clase de los «picco-
lini», para lo cual se necesitarán cuatro maestros, pues «no hará poco un maestro si
enseña bien a 50» (151). Efectivamente en carta al P. Santiago Tocco, declaraba, en
1634, que 50 alumnos pequeños eran suficientes para un maestro (152). Cifra que
queda prescrita, como máxima para todos los niveles, en los Riti Comuni (153). A
veces se reunían a los de más de una clase en un aula amplia, pero con dos maes-
tros (154). En algunos casos, encomendó estas clases de lectura a novicios y a clé-
rigos ordenados, aparte los fratelli o clérigos operarios o hermanos cooperadores
enseñantes (155). En una emergencia, hasta aconseja que se eche mano de un alum-
no para enseñar en la clase de leer (156). Por aquel entonces bastaba con saber
correctamente leer, escribir y contar para enseñar estas materias (157). Calasanz

(148) Cf. Vilá Palá, Cl.: «En torno a la unión de las Escuelas Pías con los PP. de Luca», en Archivum
Scholarum Piarum, 6 (1979) 239.
(149) Cf. Sántha, G.: O. c., pp. 306-307, n. 2
(150) C. 746.
(151) C. 3022.
(152) C. 3027.
(153) Véase en Sántha, G.: O. c., p. 306, n. 2: «Nell’insegnare gli scolari alli maestri si averta di non dare
più di cinquanta scolari ad un maestro, affinche possa ciascuno attendervi con diligenza». Cf. C.
3027. En sus Constituciones, Calasanz alerta en poner cuidado para «admitir solamente colegios o
escuelas pías que la Congregación pueda proveer del personal necesario» (176). Además exige al
Superior que «provea para que haya distintos maestros según la diversidad, número y capacidad de
los oyentes (196).
(154) C. 1569.
(155) C. 32, 354. Nota della casa dello Spirito Santo: «Fratello Giacinto, Novitio da Campie, aiutava alla
scuola dell’abbaco et de piccolini» (Reg. Cal. X, 21). (Cit. por Sántha, G.: O. co., p. 303, n. 2). El P.
Vicente Berro, siendo todavía clérigo sin órdenes sagradas, ayudaba a la clase de la Santa Croce, de
San Pantaleo (o. c., 1.2, c. 12, p. 137 y 1.2, c. 19, p. 151).
(156) C. 1340.
(157) «In quei tempi bastaba che uno sapese convenientemente leggere, scribere e far di conto, per pro-
porsi od essere invitato ad insegnare quegli elementi. Era prassi comune che valeva per tutti, uomi-
ni e donne, e quindi anche per gli Scolopi». (Pelliccia, G.: O. c., p. 261). No obstante, en el Decreto
de la Visita Apostólica de 1625, se ordena a Calasanz en el punto 11: «para los niños más rudos pón-
gase a gente adecuada por lo menos con un año de profesión». (Cf. Giner, S.: San José de Calasanz,
Maestro y Fundador. Edica, 1992, p. 774). Las Dichiarazioni, en 1637, limitan a un año completo de
noviciado el plazo para empezar a ejercer de maestro (1.c.196).
Calasanz y la educación de los alumnos más pequeños 153

admitía esta competencia sólo para enseñar a leer, pues para ello consideraba apto
cualquier escolapio (158), con tal que leyera con perfecta pronunciación (159).

LA ENSEÑANZA A LOS NIÑOS COMO ACTO DE HUMILDAD

El maestro ideal para Calasanz era el sacerdote, sobre todo después que el Capítulo
General de 1637 retiró de la enseñanza a los Hermanos (operarios y clérigos no orde-
nados) y la reservó exclusivamente a los ordenados «in sacris». Si fuera la escasez de
personal para atender a las muchas demandas de fundación aun en un mínimo aten-
didas la que movió a la Congregación General a admitir a tales hermanos o fue una
idea primitiva fundacional no queda bien claro. Lo cierto es que, en lo referente a las
clases de leer, en el Palacio Vestri (1502) ya tenía un sacerdote (160). En los años
1629, 1632 y 1638 coloca a sacerdotes eminentes en las clases a leer (161), a pesar
de la oposición del Padre Casani (162). Se aprecia en Calasanz, por una parte, el deseo
de que sea preferentemente un sacerdote el educador y enseñante en sus Escuelas
Pías; sin embargo, se ve obligado a incorporar seglares y religiosos laicos para desem-
peñar este magisterio. La explicación podría ser la mala fama de que gozaban en aquel
tiempo tanto los maestros de enseñanza primaria y aun media y lo pesado que resul-
taba el trato con los niños. Tanto Luis Vives como el Abad de Saint-Cyran Jean
Duvergier de Hauranne consideraban esta docencia como algo extremadamente mor-
tificante (163). No sólo las clases elementales, incluso los gramáticos eran minusva-

(158) C. 32: «…mi sforzaro a metter in cotesta casa una famiglia che non si habbia di mutar di molto
tempo, accio non dicano in Fascati he ogni di si muta di maestri non essendo vero che li maestri
principali che sono il de Grammatica et quel de Scrivere si mutino come dicono alcuni, ma solamente
quelli che insegnano a leggere al che tutti li nostri sono idonei». Cf., C., 1003, 1470, 2613.
(159) A este maestro de las clases de leer, además de ser buen lector, Calasanz exigía tener clara pro-
nunciación como parte de la «in loquendo gratia», de sus Constituiones (15): «perfectamente legge-
re e pronunciare» (C. 1263). Slvio Antoniano sugería asociar la lectura a la declamación rítimica de
la poesía. Según él, además de la buena pronunciación en voz alta, se debería dominar y distinguir
los vocablos y procurar la recta acentuación y colocación de las palabras, todo lo cual se considera-
ba un buen medio para vencer la timidez (Cf. Antoniano, S.: Tres libri dell’educatione christiana,
Verona, 1583, f. 149 v, 151 v.
(160) Ghellini, Gelio: «…per il piccoli da combitar e leggere ci sono 2 altri, un laico et un Prete».
(Epistolarum Coaetaneorum S. Iosephi Calasanctii. 1600-1648, t. III, p. 1554).
(161) C. 113, 1753, 2793.
(162) Bto. Pedro Casani: «Ponga V.P. a estudiar a aquellos jóvenes que tiene y sáquelos de las escuelas de
leer (que es la lástima perderlos de este modo) y tendrá pronto buenos gramáticos, sino humanis-
tas, y por ahora basta con gramáticos. Y para las escuelas de leer tome personas de mediocre inge-
nio, de cualquier edad razonable y, hechos los ejercicios, sírvase de ellos para ese efecto, procuran-
do que alguno tenga de ellos particular cuidado en la casa de las escuelas; que si yo no lo hiciera
así, habría sido necesario cerrar estas escuelas hace tiempo. Dios nuestro Señor, que nos quiere
tener anclados en la santa humildad, nos provee de semejantes mediocres, que ningún esplendor dan
a la Religión ante los ojos de los hombres, y no de eminentes talentos, que si los despreciamos, no
tendremos ni unos ni otros». (Epistolario del Bto. Pedro Casani de las Escuelas Pías. Roma, 1995,
Carta 49, p. 128).
(163) Juan Luis Vives escribía a Erasmo: «Me tenet tantum scholarum taedium ut quidvis facturus sim
citius quam ad has redire sordes inter pueros versari». (Cit. por Giner, S.: O. c., p. 604, quien cita
a su vez el Opus epistolatum Desiderii Erasmi, de Allen, v. 113.
154 Francisco Cubells Salas

lorados. Tal vez persistía, en el Renacimiento, el considerar la enseñanza como oficio


de esclavo (164). No obstante, en los siglos XII y XIII gozó de gran prestigio la docen-
cia de las Artes. Eminentes maestros la preferían a la del Derecho y a la de la Teología,
porque estaba mejor remunerada, Pero, a partir del siglo XIV, su enseñanza se ejercía
en espera de una mejor oportunidad. Contribuyó a ello el descenso de la edad de los
estudiantes «A medida que los alumnos son más jóvenes, el maestro de Artes deja de
ser un erudito o un filósofo» y se convierte en un profesor ocasional, que al mismo
tiempo, prepara los grados de las facultades superiores. Está fórmula perduró hasta
que los jesuitas restablecieron en parte un prestigio, aunque muy relativo, al cuerpo
profesional: los regentes eran la mayoría de las veces estudiantes de Teología, Derecho
o Medicina (165). Efectivamente, según se lamentaba el Doctor Eximio P. Francisco
Suárez: «Para cátedras de Teología, para la Sagrada Escritura y de Derecho Canónico,
fácilmente se encuentran maestros; todos se ofrecen con gusto para ellas. En cam-
bio, para las de Gramática apenas se encuentra uno de provecho, pues los que tienen
cualidades para ello no tienen afición ninguna a los niños ni se resignan a vivir en la
oscuridad» (166). Idéntica queja hallamos en Palmireno: «En mis lecciones cuento
muchas veces lo que hoy gana un Humanista por animar a los moços a que se ejer-
citen bien en esta facultad, la cual por tirar todos a doctores en Theología o Medicina,
está muy desamparada» (167). Si ésta era la mala prensa de que gozaba la docencia
de la Gramática Latina, ¿cuál sería la de la enseñanza de la lectura? No obstante, pen-
sadores de aquel entonces creían lo mismo que Calasanz en cuanto a la necesidad de
que el maestro de primeras letras fuera un sacerdote: Pedro López de Montoya, exa-
gerando una cita de Malaquías —«labia enim sacerdotis custodient scientiam, et legem
requirent ex ore ejus» (Ml. 2,7)—, defiende que los sacerdotes «son legítimos y pro-
pios maestros». Apoya además su aserto en una interpretación de lo preceptuado en
el V Concilio de Letrán, el cual «manda que los maestros de los niños no sólo les ense-
ñen la Gramática y Retórica y las demás artes, sino también los Psalmos y Himnos
sagrados y los otros casos que pertenecen a nuestra sagrada Religión, y el enseñar
esto es propio de los ministros de la Iglesia especialmente de los Diáconos y

(148) «Le fondateur du jansénisme francais Saint-Cyran dit tenir la tache de l’éducation pour ‘la penitence
plus dure de toutes’. Néanmoins la pédagogie janseniste de cette époque ne differe pas dans son
essence de celle des jesuites». (Virguerie, J. de: «Le mouvement des idées pédagogiques aux XVII et
XVIII siecles», en la obra colectiva dirigida por Mialaret, G. y Vial, J., citada en la n. 84. Viguerie dice
que lo entrecomillado por él pertenece a la obra Supplement au Nécrologue de l’Abbaye de N-D. de
Port-Royal. París, 1735, p. 47.
(164) Zenobio ha conservado este adagio: O murió en la expedición contra Siracusa —hacia el año 415— o
enseña gramática, es decir fue vendido como esclavo (Adag. IV, 17).
(165) Ariès, Ph.: O. c., pp. 209-210.
(166) Suárez, F.: De Religione Societatis Jesu, 1.V, c. 5, n. 12. (Libro publicado en Lyon, en 1625, según
José Guibert, de quien tomó la cita en su obra Espiritualidad de la Compañía de Jesús, Sal Terrae,
1955, p. 189).
(167) Palmireno, L.: El estudioso cortesano, 1573, p. 98. En la misma obra explica —tal vez con ironía— las
causas de la deserción de la docencia humanista: «Entre los exercicios que hazen loco o necio al artí-
fice, es uno que enseña Gramática. Da un italiano estas causas: Assiduitas docendi, irascendi fre-
quentia, verberandi consuetudo […]. Dan también cuarta causa, al tractar tanto con niños, porque
es antigua canción: Cum pueris ac mulieribus et stultis versari, sapientiae inimicum».
Calasanz y la educación de los alumnos más pequeños 155

Sacerdotes». Similar es el parecer del famoso historiador P. Juan de Mariana, quien


considera imprescindibles tales maestros para «que los niños adquieran, junto con la
ciencia la piedad» (168).
En Calasanz es clara la convicción de que el sacerdocio exige gran humildad (169).
Enseñar a los pequeños considera una gran humillación y, si se hace por puro amor
de Dios, se recabará de éste un beneficio grande, por serle una labor muy grata al
que la realiza y el verdadero camino para ir al Paraíso, pues su mérito es mayor que
el de cantar el oficio divino en el coro y entregarse a la contemplación en el retiro de
la celda (170). Especialmente quiere que practiquen esta ejercitación de la humildad
«d’andar a aiutar ogni minima scuola», los clérigos que cursan estudios mayores (171).
Tal vez esta exigencia de humildad, el humillarse hasta ejercer un servicio tan desa-
creditado, sea la razón del escaso número de vocaciones que tuvo la Escuela Pía en
proporción con la excelsitud de una obra por tantos enconiada como indispensable
para la reforma de la Iglesia y de la sociedad. Atinada fue la opinión del redactor de la
«norma o minuta de lo que habían de ser las Escuelas Pías», es a saber: «Que debien-
do este Instituto emplearse en la educación de la pobre juventud en las menores
escuelas, requería un gran capital de humildad…» (172).

(168) «Si nuestros antepasados confiaron la instrucción a los clérigos desde los primeros tiempos de la
Iglesia, ¿se cree acaso que fue por otro motivo que por estar persuadidos de cuánto interesa que
los niños adquieran junto con la ciencia la piedad y saber, y que estando entre sacerdotes la adqui-
rirían sin sentirlo, ya por los ejemplos que veían? Por eso imagino yo que los que se dedican a las
letras se distinguen del resto del pueblo, vistiendo el traje sacerdotal, como vemos que sucede en
las escuelas públicas principalmente en España. En Francia se observa que el vulgo hasta da el nom-
bre de clérigos a los que sobresalen por su erudición y por su ciencia, por más que no hayan reci-
bido nunca ninguna de las órdenes sagradas» (Mariana, J. de: Del Rey y de la institución real. B.A.E.,
1950, t. XXXI, pp. 495-496).
(169) C.1350, 1436, 1588, 1948, 2705, 2773, 2835, 3702, 4572.
(170) C. 63, 2646, 2800, 4276.
(171) C. 1157. San Felipe Neri solía decir «que la santidad del hombre está en tres dedos de espacio» y se
señalaba la frente, queriendo decir que todo el asunto consiste en mortificar el soberbio discurso. Por
lo que a sus discípulos del Oratorio, entre ellos el gran Baronio, les obligaba a ponerse al nivel de los
niños pequeños, mandándoles a las librerías para que preguntaran en voz alta si tenían los cuentos de
Piovano Arlotto, las Fábulas de Esopo u otro libro semejante. (Cf. Marciano, J.: O. c., pp. 217-218).
(172) Éste es el 5º de los 10 puntos que se creyó que el P. Pedro Alagona, S, I. redactara, por encargo de
Paulo V, acerca de cómo debería ser la Escuela Pía. El P. José Font, que nos legó este texto (Revista
Calasancia, 1.ª época, t. XII, pp. 58-60), atribuye la paternidad del documento al Consultor Pontificio,
erróneamente identificado con dicho jesuita, que había de ser, más tarde, examinador de la
Constitutiones de Calasanz. Hoy día se rechaza esta autoría del escrito y se lo considera un resumen
mal conseguido del Projectum que concretó en diez puntos la «forma vivendi» de la fusión de las
Escuelas Pías con la Congregación Luquesa de la Madre de Dios, atribuido por el P. Alejandro
Bernardini, General de esta Congregación, al P. Juan de Jesús María, C. D.; lo mismo afirma el P.
Bartlik, quien en sus Anales fue el primero en presentar el mencionado Projectum. Sántha y Vilá
siguen a nuestro analista en esta atribución a dicho carmelita «consultor pontificio» y lo fechan en
1614 y 1615 respectivamente, como asimismo lo data Bau. De ser así, el P. Juan de Jesús María lo
(172) redactaría el año mismo de su muerte, acaecida en Frascati el 28 de mayo de 1615. García-Durán
opina que probablemente el Projectum fue dirigido a la Dieta General reunida a principios de 1616.
Permanece, no obstante, el enigma de si las mencionadas normas halladas por Font son un mal resu-
men del Projectum copiado por Bartlik en sus Anales, dado que los textos discrepan enormemente;
se habría de tratar de un resumen elaborado muy libre y creativamente. El texto que se cita aquí per
teneciente a las dichas «Normas», es imposible de identificar en el texto del Projectum, a no ser que
156 Francisco Cubells Salas

Para práctica de esta virtud o para mejor conocer sus específicas cualidades peda-
gógicas, quiso establecer Calasanz un recorrido del escolapio, antes de ordenarse de
sacerdote, por todos los niveles escolares, empezando por la escuela de los más
pequeños y ascendiendo hasta el quinto nivel, el de las humanidades (173). Pero, esca-
seaban los profesores para las clases de leer y hasta hubo escolapio que alegara que
no era honroso para él atender la escuela de los pequeños (174).

No obstante, la escasez tenía que ser dif icilísima de solucionar y difícil sería con-
jugar aquel recorrido ascendente curso a curso de los escolapios ordenados, si se
tenía que llevar a la práctica lo que asímismo se preceptuara en el punto 65 de las
Dichiarazioni circa le nostre Costituzion, Regole e Riti comuni; es a saber:
«Declaramos que los maestros tratarán con todo cariño a los alumnos de diez años
para abajo, que aprenden sólo el silabeo y la lectura. Y como enseñar a esos niños
en tan tierna edad comporta mayor familiaridad, queda gravada en este punto la
conciencia de los maestros. El superior pondrá siempre en esas clases a sacerdo-
tes y maestros maduros en edad; si rehúsan éstos atenderlas, serán privados de
voz activa y pasiva» (175).

LA CATEQUESIS DE LOS MÁS PEQUEÑOS

Si nos atenemos a la letra del Memoriale quo petitur ut Constitutiones ab extra-


neis non interpretentur, según Calasanz la Escuela Pía fue fundada y tiene por insti-
tuto educar a los más pequeños (piccolini ragazetti poveri) los cuales necesitan de
quien les enseñe los primeros elementos y cómo abrirles la boca para formular pala-
bras (e quasi aprire la bocca per formar parola). Y de aquí llevarlos a saber la Doctrina

se trate de una interpretación no muy ortodoxa de algún contenido de los puntos de éste. (Cf. Sántha,
G.: «San José de Calasanz y su amistad con los PP. Carmelitas», en Revista Calasancia, 2 (1955) 188;
Vilá Palá, Cl.: Fuentes inmediatas de la Pedagogía Calasancia, C.S.I.C., 1960, p. 114; Bau, C.:
«Revisión de la vida de San José de Calasanz», en Analecta Calasanctiana, 10 (1963) 110; García-
Durán, A.: Itinerario espiritual de San José de Calasanz de 1592 a 1622, Barcelona, 1967, p. 141;
Cubells, Francisco: «Explorando las fuentes de las Constituciones de San José de Calasanz», en
Analecta Calasanctiana, 22 (1980) 541; Giner, S.; O. c., p. 498).
(173) Dichiarazioni circa le nostre Costituzioni, Regole e Riti comuni, 196. Cf. C. 300, 301.
(174) C. 38, 585, 3264*. Carta del P. Hyeronymus de Laurenti, desde Savona, al P. Mario Sozzi,
Asistente en Roma: «Ho havuto che fare assai che il P. Pietro Paula andasse ad agiutare la scuola
di leggere, allegando che non poteva e che non era honor suo far la scuola di piccolini».
(Epistolarium Coaetaneorum S. Iosephi Calasanctii 1600-1648, Edit. Calasanctianae. Roma 1977, t.
III, p. 1644.
(175) Este punto 65 de las Dichiarazioni será raras veces compatible con el 196 antes citado, es a saber:
«Nessuno possa esser maestro di scuola che prima non facia la professione della fede et sia sacer-
dote o chierico, l’off icio del qual sarà primo doppo il primo anno del novitiato intiero conforme al
Concilio Tridentino se la età lo permette o vero quando sarà di età agiuntara le scuole di piccoli-
ni, et il secondo anno una scuola di leggere, il terzo di abbaco di scribere, il quarto di principij di
grammatica, il quinto l’humanità, quale scuola havendo essercitato con ogni fedeletà con la fede
che faranno li superiori deve sarà stato all’hora il Provinciale li potra concedere la dimissoria di
ordinarsi».
Calasanz y la educación de los alumnos más pequeños 157

Cristiana y a huir del pecado, antes bien andar y servir a Dios de todo corazón, hon-
rándole y, sobre todo, como manda su santísima ley, con la frecuencia de sacramen-
tos (176).
En cuanto a esta educación en la fe, Calasanz siguió, puede decirse al pie de la
letra, las normas eclesiásticas, formuladas ya por el Concilio V de Letrán. Según la
sesión 9 de este Sínodo universal, debe enseñárseles aquello que pertenece a la reli-
gión, como son: los divinos preceptos, los artículos de la fe, los himnos sagrados y
los salmos y las vidas de los santos. En los días festivos no se les enseñe nada más
que aquello que a la religión y moral corresponde, además de exhortarles y aun obli-
garles, en cuanto sea posible, a que asistan a la misa, a las vísperas y otras divinas
ceremonias y a oír prédicas y sermones y que no lean nada que pueda inducirles a la
impiedad y contras las buenas costumbres (177).
El catecismo de San Roberto Bellarmino era el texto obligado por la Santa Sede en
los Estados Pontificios. Calasanz para los más pequeños escribe y publica un catecis-
mo elemental y brevísimo titulado: Alcuni misteri della Vita e Passione di Cristo Signor
Nostro da insegnarsi alli scolari dell’inf ime classi delle Scuole Pie. Según Berro, este
texto debía aprenderse íntegro de memoria, además del de la Doctrina cristiana (178).
En él figuraban los puntos principales de la vida, pasión y muerte de Nuestro
Redentor, vinculándolos a las fiestas principales del año litúrgico e intercalando en sus
preguntas y respuestas algunos momentos de oración en común (179).

(176) Memoriale quo petitur ut Constitutiones ab extraneis non interpretentur (Reg. Cal. XIV, 64: «La nos-
tra religione e fondata con somma povertà e con somma humilità a proportione dell’Istituto e opera
che fa di insegnare alli piccolini ragazzetti poveri e poverissimi, i quali più degli altri hanno bisogno
di quelli che li frenghino il pane e l’insegnino i primi elementi e quasi aprire la bocca per parlare non
sapendo formar parola. Et da questo niente e debole principio a tirarli avanti fin sappiano tutta la
Dottrina Christiana e fuggire l’offesa di Dio, ma amarlo e servirlo con tutto il cuore, honorando i mag-
giori come comanda la sua santissima legge, con la frequenza de santissimi Sacramenti. E passando
dalle scienze humane, se li incomincia ad insegnare dalle sette anni incirca le primer lettere e qual
che seguita con lo scrivere et abbaco». (Cit. por Sántha, G.: O. C., pp. 67-68, n. 33).
(177) Concilio Laterano V, sess. 9. Mansi 32. Col. 881; 5 maius 1514. Cf. Bula Supernae de León X, de la
misma fecha, citada por Marini, G.: Lettera dell’Abbate Gaetano Marini al Chiarissimo Monsignor
Giuseppe Muti Papazurri gia Casali, nella quale s’illustra il ruolo de’Professori dell’Archiginnasio
Romano per l’anno 1514 (Roma, 1797).
(178) Berro, V.: O. c., t. I, cap. 13, p. 74. Calasanz, en muchas de sus cartas, ordena el empleo de este libri-
to: C. 594, 1450, 2916, 3022, 3027, 3036, 3920, etc.
(179) En el Proceso de Beatificación de Calasanz fue presentado un ejemplar de esta obrita, fechado en
1691, como único escrito suyo a revisar. El Cardenal Ponente, Mons. Carpegna, concedió a la Sagrada
Congregación la facultad de escoger un revisor. Éste, cuyo nombre se ignora, entre otras observa-
ciones de escasa importancia, presenta dos dignas de mención; es a saber: que el librito es dema-
siado pueril y que Urbano VIII prohibió la edición de catecismos, excepto el de Belarmino. El P. Zanoni,
General de la Orden, respondió que, según consta en el mismo título, el catecismo calasancio, por
ir dirigido a los niños de las clases inferiores, se había acomodado perfectamente a su mentalidad,
por lo que el calificativo «pueril» era más bien un mérito del santo pedagogo. Respecto a la prohibi-
ción de editar catecismos, ésta no se refería al método de exposición sino al contenido y si bien se
(179) habían prohibido catecismos que diferían del sentido doctrinal de Belarmino, existían, no obstante,
catecismos en las diócesis de Bolonia, Milán y Venecia, cuyos métodos expositivos se alejaban mucho
del de Belarmino, los cuales no habían merecido censura alguna. (Cf. Giner, S.: El Proceso de
Beatif icación de San José de Calasanz, Publicaciones ICCE, 1973, pp. 209-210).
158 Francisco Cubells Salas

Según la Breve Relazione, en la clase de la Santa Croce, se aprendía solamente a


persignarse y santiguarse. En la siguiente o del Salterio, se les enseñaba «en voz alta»
el principio de la doctrina cristiana y las oraciones necesarias. Es de suponer que, al
igual que en las otras escuelas de Roma, el Salterio era libro de lectura y a la vez de
reflexión (180). En la llamada clase 7.ª, que seguía a la anterior, se enseñaba a leer
con libros espirituales, como la doctrina cristiana y el que llama libro de las Vírgenes
(181). Pero todos los alumnos debían aprender lo necesario para la salvación del alma
que nuestra santa fe tiene como necesidad de medio y de precepto, como son la Señal
de la Cruz, y el Símbolo de los Apóstoles, la Oración Dominical, la Salutación Angélica,
los preceptos del Decálogo (182).
Daba mucha importancia al relato de ejemplos de niños y de santos, como también
de virtud premiada y de vicio castigado (183). Todos los maestros debían relatarlos,
al menos dos veces a la semana, el martes y el sábado por la tarde, durante media
hora, al terminar las clases, según la misma Breve Relazione. Asimismo debían pro-
curar que sobrara un poco de tiempo al final de la clase y lo emplearan en enseñar el
santo temor de Dios (184).
Además de las estampas o «santini», que repartía entre los alumnos, quiso hacer
imprimir grabados referentes al libro de la doctrina cristiana (185). Otra muestra de
lo intuitivo que era su método catequético, la tenemos en aquel testimonio de sus pro-
cesos, por el que se le presenta, crucifijo en mano, apostrofando a los niños: «Hijos
míos, ¿quién de vosotros se atrevería a tirar piedras a este divino Señor?» (186).
Dio importancia a las disputas entre escolares, que tanto deleitaban a Charles
Pérrault niño (187) y que también utilizó San Felipe Neri entre los pequeñuelos, ade-
más de los cantos, en sus encuentros de la Vallicela. Disputas y canciones introdujo
asímismo Calasanz en las clases de los más pequeños, según testimonio de Berro
(188). A lo que añade Bartlik, en sus Anales: «Si durante las tareas, sucedía tal vez

(180) Cf. Pelliccia, G.: O. c., p. 42.


(181) Véanse las n. 113 y 114.
(182) Cf. Riti Comuni (Reg. Cal. XIV, 74) (Cit. por Sántha, G.: O. c., p. 497, n. 24 y 586, n. 6.
(183) Constitutiones, 333, C. 528.
(184) Dichiarazioni circa le nostre Costituzioni, Regole e Riti comuni, 199.
(185) C. 386.
(186) Cit. por Caballero, V.: O. c., en la n. 134, p. 275. Una coincidencia, mera coincidencia, sin probabili-
dad de influencia alguna, se halla en los artistas borgoñones de los siglos XV y XVI, quienes pinta-
ron a niños apedreando a Jesús cargado con la cruz camino del calvario (Tucker, M. J., la obra colec-
tiva dirigida por Lloyd Mause antes citada, p. 260).
(187) Perrault, Ch.: Memoires de ma vie. Edit. Bonnefon, 1990, p. 20.
(188) Berro, V.: O. c., t. I, 1.I, cap. 19, p. 83. Cantar los niños la doctrina por las calles, mientras acu-
dían al templo o al lugar de su enseñanza, fue costumbre de San Juan de Ávila, el cual a este f in,
compuso una «doctrina cristiana» en verso. También en España los jesuitas llevaban a los niños a
las catequesis dominicales, cantando la doctrina y «otros cantares devotos». Cf. San Juan de Ávila:
Advertencias al Concilio de Toledo, en Obras completas, Edica, 1971, t. VI, pp. 281-282; Huerga,
A., en su Introducción al tratado de Diego Pérez de Valdivia: Aviso de gente recogida. Universidad
Pontif icia de Salamanca, 1977, p. 61; Astrain, A.: Introducción histórica de la Compañía de Jesús
en la asistencia de España, Razón y Fe, 1902-1925, t. III, p. 589; Blanco, Ruf ino: Bibliografía
Pedagógica, t. 4, pp. 235 y 734.
Calasanz y la educación de los alumnos más pequeños 159

presentarse de improviso a visitar las escuelas, prelados o Cardenales, lo que sucedía


no pocas veces, establecía disputas entre los pequeños sobre las preguntas de su
catecismo, y ofrecían con ello gracioso espectáculo a los egregios vigilantes, que
siempre quedaban edificados y complacidos. Distinguiéndose entre todos el Cardenal
Baronio» (189).
La oración era, para Calasanz, un gran medio en la formación de la piedad. La lla-
mada oración continua fue escuela de oración para los alumnos. Un grupo reducido
de niños eran tomados aparte e instruidos en el modo de orar, confesar y comulgar.
A esta oración continua debían asistir niños de todas las clases, incluidos los más
pequeños (190). Confiaba Calasanz, de un modo especial, en las oraciones de los
alumnos pequeños, sobre todo de los más pequeñines, «in particolar delli scolari pic-
colini» (191). Su confianza en obtener suficientes limosnas en la cuestación, para vivir
como religiosos mendicantes, la ponía en las oraciones de los niños pequeños que
además eran pobres: prometía oraciones de estos amigos más queridos de Dios a
cambio de las limosnas generosamente aportadas (192).
Se ha dicho que la pedagogía de Calasanz es una pedagogía sacramental. Tenía una
fe profunda e inquebrantable en la Confesión y la Eucaristía como medios educativos
de primer orden, no sólo respecto a la piedad y a la religión, sino también para las
letras y la formación del carácter (193). Repite en sus cartas que la frecuencia de
Sacramentos y, en especial, la Confesión es «nuestro propio instituto», el «principal
medio para obtener copioso fruto con nuestro instituto», «el todo de nuestro institu-
to» (194). Hasta llega a afirmar que confesar a los niños es más importante que impar-
tirles enseñanza en la clase (195).

(189) Batlik, B.: O. c., p. 250. Los Cardenales Baronio, Silvio Antoniano y Ludovico Torres, con vinculacio-
nes a la obra calasancia, estuvieron presentes, junto con Morin y Cusani, en las «Conversaciones de
la Villicella», que convocaba y animaba San Felipe Neri (cf. Bertelli, S.: Rebeldes, libertinos y orto-
doxos en el Barroco, Península, 1984, p. 68).
(190) En la Breve Relazione se lee, referido a la Oración Continua: «a questa oratione vanno per ordine tutti
li scolari cominciando dalla prima classe insin’all ultima». En las Dichiarazioni circa le nostri
Costituzioni, Regole e Riti comuni, se ordena, con referencia a la dicha Oración continua: «vi anda-
rando da tutte le scuole delli latini abasso» (194).
(191) Calasanz pide oraciones especialmente de los pequeños (piccoli, fanciulli piccoli, scolari piccoli) en
las C. 909, 979, 1087, 1212, 1465, 2148, 3942, 44711, 4492. Cita para este mismo fin a los más
pequeños (piccolini, figliolini picioli, fanciulli piccolini) en las cartas 1875, 2148, 25591, 2559, 2617,
4430, 44471.
(192) Así refiriéndose Calasanz a los escolapios en su condición de religiosos mendicantes, escribe en el
Memorial al Cardenal Tonti: «I quali dopo la confidenza divina hanno tanti securi pegni della provis.ne
de loro bissogni, quanti figli tengano alle loro Scuola». En la mentalidad del siglo XVII, persistía la
creencia de que las oraciones de los pobres eran mejor atendidas por Dios, ya que eran éstos sus
amigos más preciados, condición que les atraía las limosnas de los ricos. Así escribía Calasanz al P.
Alacchi: «Ussino tutti ogni diligenza in aiutar li poverelli bene, che essi con le sue orazioni cosi ser-
verà l’opera». (C. 1943). A las oraciones de los pobres, añadió el Santo las de los niños, también
predilectos de Jesús; por lo que, en la patente del «cercante» o limosnero, motivaba la generosidad
de los donantes con las oraciones de los niños pobres en favor de los mismos.
(193) C. 471, 793, 871, 882, 899, 1387, 1441, 2558, 2590, 2816, 3091, 3885, etc.
(194) C. 471, 557, 807, 871, 1387, 2603. Cf. C. 374.
(195) C. 1427. Cf. C. 829.
160 Francisco Cubells Salas

Insistía Calasanz en la Confesión, la cual ordenaba también a los más pequeños,


aun aquéllos que no son capaces de ofender a Dios (196). Que la totalidad de los esco-
lares, incluidos los pequeños, deben acercarse al menos mensualmente al sacramen-
to de la Penitencia es algo reiteradamente inculcado en cartas, reglamentos y otros
documentos pedagógicos (197).
El Concilio Laterannse IV, en 1215, había determinado que la obligación de confesar
y comulgar por Pascua comenzaba «en la edad de la discreción», entendida casi uná-
nimemente como los siete años. Posteriormente fue retrasándose la Primera
Comunión a los diez-once y hasta los catorce. Pero algunos sínodos particulares insis-
tían en la obligación de confesarse desde los siete años.
El Concilio de Trento, en la Sesión 32, dedicada a los curas de almas, les dice que
están obligados a procurar que los niños reciban la Comunión Pascual cuando sean
capaces de ello, y que, generalmente hablando, están en disposición de hacerlo a los
diez años (198). El P. Astete, en 1592, dice a los padres que envíen a sus hijos a con-
fesar a partir de los seis o siete años y, a comulgar, de los 10 a los 14 (199). No es
pues de extrañar que Calasanz se adaptara a toda esta corriente, tanto más cuando la
normativa que en aquel entonces regía para todas las escuelas de Roma obligaba a los
maestros a procurar que mensualmente se confesaran todos sus alumnos (tutti li suoi
scolari) (200). No obstante, en 1626 Calasanz escribía al P. Castilla: «Procure que se

(196) C. 557: «in somma deve usar tal diligenza che ogni messe siano confessati li scolari massime que-
lli che sono capaci di far offese a Dio».
(197) Breve Relatione: «Item che ogni Scholaro debba confessarsi almeno una volta al mese et quelli che
sono di communione si comunichino tutti insieme nell’Oratorio della scuola una volta la mese». (Al
Prefecto). «Che ogni operaio, almeno ogni messe, facci confessare li suoi Scolari insegnandoli a con-
fessarsi bene». (Ibid.). Ordini da osservarsi dalli maestri delle Scuole Pie (1616-1617): «Che ogni mese
le facciano confessare et quelli che sarano de comunione comunicarà insegnando loro il modo di ben
confessarsi e di comunicarsi con frutto grande». Regole Generale che si usa nelle nostre case (1654)
(Dom Gen. 1, 26): «Li scolari de communione devono confessarsi e communicarsi una volta il mese,
gli altri è solito confessarli otto o nove volte l’anno incirca». (Cit., por Sántha, G.: O. c., p. 381, n.
24). Riti Comuni: «Tutti gli scolari che vengono alle nostre scuole si hanno da confessare almeno una
volta per ciascum mese al suo confessore o agli assegnati per loro servitio». (Cit. por Sántha; o. c.,
p. 349, n. 11). La confesión de todos los alumnos, aun los más pequeños, se ordena en las C. 91,
413, 557, 594, 3192, 3709. Asimismo, en las Órdenes de los Colegios de Roma, Frascati, Narni,
Campi, Leitomischel, Nápoles y en la orden de la manera de distribuir el trabajo escolar en un cole-
gio donde no hay más que dos Escuelas con dos Maestros. Tal vez sea una atenuación de esta pres-
cripción totalizante, lo que Calasanz escribe al P. Castilla, el 26 de mayo de 1626: «procuri si con-
fessino et comunichino li scolari che ne sono capaci». (C. 430).
(198) En el siglo XVII, en España, se comprobaba si a partir de los siete años se había cumplido con el pre-
cepto de la confesión y desde los doce o trece con el de la Comunión pascual, al exigírseles los res-
pectivos certificados cuando iban a contraer matrimonio. (Cf. Gómez Centurión Jiménez, C.: «La
Iglesia y la Religiosidad», en la obra colectiva dirigida por Alcalá-Zamora, J. N., antes citada, p. 269.
(199) Astete, Gaspar: Institución y guía de la juventud cristiana, Burgos, 1592. (Cit. por Varela, J. : Modos
de educación en la España de la Contrarreforma, La Piqueta, 1980.
(200) Ordini et Decreti per le Scuole di Roma: «Orgnuno (sic) Maestro di Scuola debba una volta il mese
far confessare tutti li suoi scolari» (Ordinanze per i maestri di Roma, 1646). En otras Ordinanze sin
título, pero del mismo año, se prescribe: «Che il maestro sia obligato ogni mese far confessare li
suoi scolari». (Textos completos en Pelliccia, G.: O. c., pp. 456-458).
Calasanz y la educación de los alumnos más pequeños 161

confiesen y comulguen los escolares que son capaces de ello» (201). Tal vez su insis-
tencia en la confesión tenga su explicación en las restricciones que se imponían a la
recepción de la sagrada Comunión. En cierto modo, esta dificultad para colmar los
deseos de acrecentar la gracia se paliaba con la reiteración de la confesión. San Felipe
Neri aconsejaba a sus penitentes la confesión diaria, aunque sólo recibían la Comunión
en días señalados (202).

Calasanz, según el P. Canata, «gustaba muchísimo de confesar a los niños y, prin-


cipalmente, a los más pequeños», lo que recomendó muchas veces a sus religio-
sos (203).

LOS MÁS PEQUEÑOS SON LOS PREFERIDOS DE CALASANZ

Las preferencias de Calasanz para con los pequeños viene ampliamente atestigua-
da en los Procesos de su Beatificación. En ellos constan las siguientes declaraciones
de testigos: «Reservóse para sí y fue norma que siguió toda la vida, la clase de los
más pequeños, si bien en casos necesarios ayudaba también a los demás maestros
en las clases superiores» (204). Uno de los médicos de San Pantaleo, Cristóbal de
Antoni, declaraba: «Soy testigo de la gran caridad con que enseñaba a los niños, aun
a los más pequeños y principiantes, a quienes enseñaba a deletrear» (205). El exilado
inglés Tomás Cochetti de Arturo atestigua: «Yo veía el cuidado e interés que ponía en
la educación de los pequeños y me edificaba contemplando el gran cariño con que los
instruía» (206). El sacerdote Pompeyo Natal de Ripatransona recordaba, en el proce-
so de 1685, «haberle visto con un corro de niños pequeños y, siendo él tan alto, se
alejaba a sentarse en el último peldaño de la escalera y así más de cerca les pregun-
taba y les instruía» (207). El Hermano Francisco Noverano (o Noverasco), cocinero de
San Pantaleo, deponía: «Yo he visto casi diariamente al Padre asistir con toda claridad
a enseñar a los párvulos (piccolini) y, entre éstos, escoger a los más pequeñines y

(201) C. 430.
(202) Marciano, J.: Vida de San Felipe Neri. Gregorio del Amo, 1888, pp.53-54. Calasanz, en el código de
Narni de sus Contitutiones, tuvo que añadir a indicación del censor: «et circa Sacerdotes, si quotidie
celebrabunt, quotidie confiteantur, si necesse fuerti» (58).
(203) Canata, A.: El educador católico según el espíritu de San José de Calasanz, Valencia, 1886, p. 110.
(204) Procesos originales. (Cit. por Caballero, V.: O. c., p. 152).
(205) Testimonio séptimo del Proceso informativo (Cit. por Bau, C.: Biografía crítica de San José de
Calasanz, C.B.E., 1949, pp. 426-427). Declara también A. Morelli, testigo en el Proceso informativo
«auctoritate ordinaria»: «Al principio cuando empezó las Escuelas Pías, siendo todavía sacerdote secu-
lar, no sólo llevaba las clases inferiores de principiantes de Gramática y la ínfima, sino que solía
barrer bien con frecuencia las clases antes de que llegaran los alumnos» (Reg. Cal. 30 y 31, pp. 170
y 177). (Cit. por Giner, S.: «El carisma de San José de Calasanz, según los testigos del proceso de
beatificación», en Analecta Calasanctiana, 39 (1978) 209.
(206) Cit. por Bau, C.: O. c., en la nota anterior.
(207) Cit. ibid.
162 Francisco Cubells Salas

descalzos y les enseñaba con tanta caridad, que yo quedaba edificado y a los mejor
vestidos se los dejaba a los otros padres […]. Si se daba el caso de escoger alumnos
y entre ellos los había grandes y pequeños, él prefería los pequeños, y decía que uno
grande ocupaba el lugar que hubieran ocupado dos pequeños» (208). A. Morelli, tes-
tigo en el proceso informativo «auctoritate ordinaria», declara: «Aun siendo General,
no dejaba pasar día sin visitar todas las escuelas particularmente las más inferiores y
en ellas escogía a los niños más miserabes y les instruía con gran afecto, tanto en las
letras como en la vida espiritual […] y a éstos trataba con todo cariño (con ogni
amore)» (209). Según testifica Dionisio Mícara, «siempre que iba a visitar las clases,
entraba en ellas con el bonete en la mano por respeto a los niños». Según otros tes-
tigos «se descubría, también cuando encontraba a un alumno por la calle, adelantán-
dose a saludar incluso al más pequeño de los niños, antes que éste tuviera tiempo de
hacerlo» (210). El mismo Mícara aporta: «Si encontraba niños por la calle, los acari-
ciaba, los reunía en corro y les enseñaba el Credo con lo más necesario para cumplir
los Mandamientos de Dios y de la iglesia, advirtiéndoles que huyesen del pecado, fre-
cuentasen los Sacramentos y tomasen devoción a la Sma. Virgen y a los santos, entre
los cuales recomendaba a San Carlos y a San Felipe, de quienes era gran devoto.
Cuando estaba en Frascati, iba dos veces al día a las escuelas, visitándolas clase por
clase, y al entrar iba siempre con el bonete en la mano, y por de pronto levantando
los ojos al cielo hacía repetir a todos: Lodato e ringraziato sempre sia —il Nome de
Gesù e di Maria— San Carlo e San Filippo in compagnia. Y se le veían saltar las lágri-
mas de los ojos al decir esta oración, llamando luego a los escolares: Angelitos de
Dios. Angelitos de Dios» (211).
El P. José Font escribe: «Se mostraba [Calasanz] dulce y cariñoso con los discípu-
los y principalmente con los más pequeños [piccolini], y muchas veces encontrándo-
se con ellos les ponía la mano en la cabeza, les hacía la señal de la cruz y en la fren-
te y les decía: En buena hora Dios os bendiga, sed buenos, o cosas similares. Y el
señor Sebastián Contini y los otros dos ancianos antes mencionados [alumnos de San
José de Calasanz y todavía vivos en 1711] me aseguraron haber probado en sí mismos
esta benigna demostración del Siervo de Dios, la cual, decían ellos, la tenían muy
impresa en sus mentes, aunque ya habían transcurrido 70 y 80 años. Por esta razón,
los niños y los jóvenes no se podían separar de este Venerable Padre, hasta el punto
de ser llamado Doctor de los pequeñuelos [Dottore dei piccolini], pues estaba de Dios
adornado de la simpatía que atrae a sí a los corazones inocentes» (212).

(208) Proceso informativo «auctoritate ordinaria». (Reg. Cal. 30 y 31, pp. 152-153). (Cit. por Giner, S.1.c. en
la n. 205, pp.208-209). Se lee también en los Procesos citados por el P.V. Caballero: «Aun siendo de
edad decrépita, después de los 80 años y falto de fuerzas, llamaba con frecuencia a siete u ocho niños
de los más necesitados y enseñábales con indecible caridad» (O. c., en n. 100, t. I, p. 234).
(209) Cit. por Giner, S.: O. c. en la nota anterior, p. 39. En 1523 escribía Calasanz al P. Pedro Cananea,
ministro o Superior de Frascati: «Vada di quando in quando rivedendole le scuole e premiando que-
lli che li parera si portano bene, cominciando dalli piccolini». (C. 150).
(210) Sumario n. 9, t. 57, 58; n. 27, t. 7, 8. (Cit. por Caballero, V.: O. c., p. 155).
(211) Declaración hecha en 1662 por Dionisio Mícara, antiguo alumno de Frascati (Cit. por Bau, C.: O. c.
en la n. 111, pp. 217-218).
(212) Rassegna di storia e bibliograf ia scolopica, IX (1941) 60.
Calasanz y la educación de los alumnos más pequeños 163

Tanto afecto a los más pequeños se traducía en compresión para con sus niñerías
(213) y necesidades (214) y su adaptación a las mismas. No puedo menos de trans-
cribir esa imagen del Santo que un día iba a plasmar el genio pictórico de Segrelles y
que menos de un siglo después de la muerte de aquél, iba a trazar la pluma del P.
Juan Crisóstomo Salistri, en esta bella carta: Al P. Melchor [Guadagni] de la
Concepción, Florencia. Roma, 3 de septiembre de 1707. Nuestro Ven. P. Fundador,
cuya vida, en el presente, hago leer en el comedor, si bien se considera, es un gran
héroe de santidad que, a falta de otros hechos, sólo el estar más de cincuenta años
al cuidado de los niños, para enseñarles y educarles, es suficiente testimonio de su
grande humildad y caridad. He hablado con personas que todavía lo recuerdan senta-
do inmóvil en el atrio de las escuelas y escuchaba la lectura de los niños, corregía sus
trabajos, los aficionaba a la doctrina cristiana y a la práctica de la virtud, dándoles en
recompensa sagradas imágenes, bizcochos y confites y, a los más pobres, los libros,
cartapacios y plumas; parecía que a su venerable edad se hiciera un niño entre los
niños; pero un niño lleno de inocentísima gravedad. Después, por la noche, tenía cui-
dado de escribirles las muestras de caligrafía y, con todo, al terminar la escuela no
cesaba de trabajar yéndoles a acompañar, barrer la clase, limpiar el establo y el asni-
llo, conservando en todo una admirable igualdad de ánimo. Éstos eran sus cotidianos
ejemplos, con los que, cuanto más procuremos conformarnos en la práctica del
Instituto, tanto mejores hijos seremos de tan gran Padre y siervos de Jesús, el cual
le bendiga. Juan Crisóstomo Salistri» (215).

(213) Existen «simples bagatelas y ligerezas propias y como naturales de los pequeños» dicen los Riti
Comuni (Reg. Cal. XIV, 741). (Cit. por Sántha, G.: O. c., p. 142, n. 45). Refiriéndose a ellas, escribía
Pedro López de Montoya (O. c., p. 334): «la niñez trae consigo algunos males que vienen y se van
con aquella edad, como los empeines de cabeça y otras cosas tales que quien las quisiesse curar
pondría a peligro la vida de los niños, assí en el alma ay algunas imperfecciones propias de aquella
edad que es menester disimular hasta que ellas mismas se vayan deshaciendo con la mayor luz del
entendimiento y con más años».
(214) Ordini da osser vari dalli scolari delle Scuole Pie di Firenze (1630): «9. Non si portino in scuola
cose da mangiare, eccetto che a’piccolini». Declarationes aliquae quorundam locorum nostrarum
Constitutionum. Octobris 1627: «Declaravit etiam mensam unam pro pueris parvulis usque ad
annum decimun sextum cum minore portione ciborum» (Reg. Cal. XII, 47) (Cit. por Sántha, G.:
O. c., p. 441, n. 12). C . 3484: «Et V.R. provederà di far banchi necesarii per la scuola di gram-
matica et per la scuola di scrivere et li altri per vedere a quelli di leggere». Dichiarazioni circa le
nostre Costituzioni, Regole e Riti comuni: «Dichiaramo che con li scolari di dieci anni in giù che
imparanno solo a compitar et leggere solamente li maestri si portino con ogni carità et perche
per la piccola età et l’imparar adessi fanciulli apporta più familiarità però si lascia sopra la cos-
cienza loro alle quali scuola sempra il superiore debba metervi sacerdoti o maestri vecchi». Dice
el Cardenal Alfonso M.ª Mistrangelo, en su libro Il Venerable Glicerio Landriani delle Scuole Pie
(Florencia, 1931, c. XIX), ref iriéndose a cuando éste acompañaba a los alumnos a sus hogares, una
vez terminadas las clases (práctica que Bartlik le atribuye su invención): «Tal vez ocurrió coger-
les la lluvia, y el V. Landriani abría su manteo y cobijaba bajo él a los más pequeños. Esperábanlos
las madres a las puertas de sus casas y recibían en sus brazos al pequeñín que sólo entonces se
desprendía de los brazos de Calasanz o de Landriani, no ciertamente menos amorosos ni menos
seguros».
(215) Parva Bibliotheca Calasanctiana, 14, Bolletino Bibliográf ico Scolopico, Primo fasciolo dell’anno
1935, p. 25.
164 Francisco Cubells Salas

CONCLUSIÓN

Con lo expuesto a lo largo de este trabajo, queda claro que, dentro del sistema
pedagógico de Calasanz, figura como pieza difícilmente sustituible el inicio de la edu-
cación desde los más tiernos años hasta el ingreso en el mundo laboral o en el de los
estudios superiores. Sólo excepcionalmente puede el educando sustraerse de estos
indispensables inicios y de ascender, sin solución de continuidad, toda la escala de la
escuela graduada en parte ideada y en parte adaptada por Calasanz. Se mostraba rea-
cio a admitir alumnos de dieciséis y más años, y a los que excepcionalmente recibía
les exigía probada buena conducta y que se confesaran y frecuentaran los sacramen-
tos (216). Para los internos rebajó la edad a 14 ó 15 años como máximo (217) y los
del Colegio Nazareno debían haber sido alumnos de las Escuelas Pías, por lo menos
por espacio de un año (218). También para ingresar en el noviciado de su Orden pre-
fería los candidatos que habían pertenecido al alumnado de algún colegio escolapio,
pues, escribía, «para nuestro propósito más sirven los jóvenes que aprenden en nues-
tras escuelas» (219). ¡Tanta fe tenía en aquella su pedagogía cristiana que había plas-
mado en su Escuelas Pías! De las piezas de este sistema, eran para Calasanz las más
queridas, sino las más importantes, las clases de leer. Todo lo que para estos peque-
ños —en especial los de la escuela de la Santa Croce— se relacionaba tenía a los ojos
de él un valor superior al canto coral con que da culto a Dios el religioso a ello obli-
gado, pues escribió: «De mayor mérito sería barrer las escuelas de los pequeñitos y
enseñar el Padrenuestro que cantar a las Horas del Oficio Divino» (220).

(216) Sántha, en la O. c., p. 580, n. 38 y 39, transcribe como contenido en las Dichiarazioni alle
Costitutioni (Reg. Cal. XI, 5), el siguiente texto: «et li scolari grandi da 16 in su se non saranno di
buoni costumi non sin accetino. E accettandosi si confessino prima et frequentino li sacramenti, altri-
menti si mandino via».
(217) C 2236: «Cuanto poi al aprir costi [Cesena] le Scuole Pie prima vederanno gli essercitii del Colegio,
et poi si parlera delle Scuole pie, de’convictori si trattera di poi, che dovendosi pigliar no vi voglio
gioveni che passino quattordecio quindeci anni».
(218) Costituzioni del Collegio Nazareno (C, I, 5): «…li detti giovinetti che vorranno esser ammessi nel colle-
gio debbanno prima esser stati per spazio almeno di un anno scolari nelle dette scuole pie».
(219) C. 25811: «al proposito nostro, più fanno le gioveni che imparano nelle nostre scuole».
(220) C. 2646.

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