Piedras

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Roger Caillois

Piedras
y otros textos

Prlogo de
E. M. Cioran

Nota de
Estrella de Diego

Traduccin del francs de


Daniel Gutirrez Martnez

Biblioteca de Ensayo 61 (serie menor)


ndice

Fascinacin del mineral


E. M. Cioran 11

Nota a la edicin
Estrella de Diego 21

Piedras

Dedicatoria 27

IMitologa 31
Piedras de China 31
Piedras de la Antigedad clsica 36

IIFsica 45
Argumento 45
Morfologa general de los minerales 45
Usura 50
Concreciones silceas 50
Dendritas 51
Ruptura 55
Un cobre 55
Otro cobre 55
Orden: el crculo 62
gata I 62
gata II 67
Orden: el ngulo 72
Piritas 72
Hematita iridiscente 78
Cuarzo esqueleto 80
Cuarzo fantasma 81
Berilo blanco 82
Fuera de serie 85
El agua en las piedras 85

Metafsica
III 91
Una idea de la inmortalidad 91

IV Moral 106
Intervencin del hombre 106
Piedras contra natura 106
V Testamento 112
Soles inscritos 112
I 112
II 123

Notas 139

La escritura de las piedras


(fragmentos)

Septaria 145
1 gatas 152
2 El pjaro 153
3 El demonio de la analoga 154
4 nice 155
Jaspe I 158
Jaspe II 161
Calcrea 162
El castillo 164
Entrada de la vida: la otra escritura 166
Minerales

Receta 173
Notas para la descripcin de minerales negros 175
Rosa del desierto 178
Silicio-cilicio 186
Un carcter chino 193
Cifra 198
Otra cifra 200
Fascinacin del mineral

Roger Caillois comenz haciendo estudios como es


debido, tuvo incluso reacciones de discpulo, como
lo prueban las precauciones que tom en el prlogo
de 1939 a El hombre y lo sagrado para tranquilizar a sus
profesores, a quienes ruega que ignoren las ltimas
pginas del libro en las que, saliendo de los lmi
tes del conocimiento positivo, se haba permitido
algunos desarrollos metafsicos. Como en aquella
poca pareca creer en la historia de las religiones,
en la sociologa y en la etnologa, lo normal hubiera
sido que se hubiese limitado a una de esas ramas y
que hubiera acabado siendo un erudito en la ma
teria. Las circunstancias exteriores su estancia
durante la Segunda Guerra Mundial en Buenos
Aires le obligaron a escoger otro camino; pero,
como siempre, estas no explican lo esencial. Lo im

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portante es saber por qu, desde el principio, tenda
al fragmento ms que al sistema, conocer la razn
de ese horror suyo por las construcciones masivas, de
su preocupacin por la elegancia, de sus aciertos
verbales, de ese casi imperceptible jadeo en sus de
mostraciones, de esa dosificacin de razonamiento
y ritmo, de teora y seduccin que caracteriza su
obra. Esos nobles defectos, esas taras, hubiera po
dido disimularlas, pero a condicin de sacrificarse,
de abdicar de su singularidad (como les sucede con
frecuencia a los representantes del conocimiento
positivo). Como no estaba dispuesto a ello, se alej
de sus primeras preocupaciones, traicion, decep
cion a sus maestros, eligi una va personal, esco
gi la diversidad, se separ, en suma, de la ciencia,
reservada nicamente a quienes conocen y sopor
tan la ebriedad de la monotona. Recorri un buen
nmero de temas y de disciplinas: poesa, marxis
mo, psicoanlisis, sueo, juegos nunca como un
diletante, sino como un espritu impaciente y vido
al que la irona condena a la inadhesin y con fre
cuencia a la injusticia. Le imaginamos fcilmente
furioso contra un tema que ha aprehendido, contra
un problema que ha elucidado y que abandonar a
los escrupulosos o a los maniacos, pues perder ms

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tiempo en l le parecera indecente. Esa exaspera
cin, hecha de fatiga, de exigencia o de tacto, es
la clave de su renovacin permanente, de sus pere
grinaciones intelectuales. No podemos eludir aqu
una tentativa totalmente opuesta, la de un Maurice
Blanchot, por ejemplo, quien en el anlisis del he
cho literario ha aportado, llevada hasta el herosmo
o la asfixia, la supersticin de la profundidad, de la
meditacin que acumula las ventajas de lo vago y
del abismo.
Me he preguntado con frecuencia si en el caso
de Caillois el rechazo de la reiteracin (lo que l
llama su dispersin fundamental) no hara dif
cil e incluso imposible cualquier tentativa de iden
tificar su yo verdadero. l es lo contrario de un
obseso, y solo los obsesos muestran su verdadero
yo, quiz solo ellos sean lo suficientemente limi
tados como para poseer uno. Sin atribuirle obse
siones que rechazara, he querido saber dnde se
halla lo mejor de l mismo, cul de sus libros, si hu
biera escrito solo uno, le revelara de manera ms
completa y mostrara que ha perseguido y alcanza
do su propia esencia. Me ha parecido que Caillois,
propenso a tantos entusiasmos, no ha tenido ms
que una pasin, y que es en el libro donde la ha

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descrito en el que ha divulgado lo mejor de sus
secretos.
Cuando se emprende una bsqueda, sea en el
terreno que sea, el signo de que se ha encontrado,
de que se ha llegado al final, es el cambio de tono,
los accesos de lirismo cuya necesidad, a priori, no se
imponan. Piedras comienza con un prefacio-himno y
contina, pgina tras pgina, en un tono de entusias
mo moderado por la minuciosidad. Dejo de lado las
razones secundarias de su fervor para no indicar ms
que la principal, que me parece residir en la bsque
da y la nostalgia de lo primordial, en la obsesin por
los comienzos, por el mundo anterior al hombre,
por un misterio ms lento, ms vasto y ms serio
que el destino de una especie pasajera. Remontarse
no solo ms all de lo humano, sino de la vida mis
ma, alcanzar el principio de las edades, convertirse
en contemporneo de lo inmemorial: ese es el pro
psito de este mineralogista exaltado que muestra
jbilo cuando descubre en un ndulo de gata anor
malmente ligero un ruido de lquido, agua oculta
en l desde la aurora del planeta, agua anterior,
agua de los orgenes, fluido incorruptible que
da la sensacin, al ser vivo que la contempla, de no
ser en el universo ms que un intruso alelado.

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La bsqueda de los comienzos es la ms impor
tante de todas cuantas pueden emprenderse. Todos
la intentamos, aunque no sea ms que en breves
momentos, como si realizar ese retorno fuese el
nico medio que tenemos de aprehendernos y de
superarnos, de triunfar sobre nosotros mismos y
sobre todo lo dems. Es tambin la nica manera
de evadirse que no sea una desercin o un enga
o. Pero nos hemos acostumbrado a aferrarnos al
porvenir, a colocar el apocalipsis por encima de la
cosmogona, a idolatrar el estallido y el fin, a con
fiar hasta el ridculo en la Revolucin o en el Juicio
Final. Toda nuestra arrogancia proftica procede
de ah. No valdra ms dirigirse hacia el pasado,
hacia un caos mucho ms rico que el que aguarda
mos? Caillois se vuelve preferentemente hacia el
momento en que ese caos inicial, que se va calman
do, intenta alcanzar una forma, una estructura,
hacia esa fase en que las piedras, tras el ardiente
instante de su gnesis, se convierten en lgebra,
vrtigo y orden. Pero tanto si las evoca incandes
centes, en plena fusin, como irremediablemente
fras, muestra siempre, en la descripcin que hace
de ellas, un ardor inhabitual en l. Pienso, muy es
pecialmente, en su manera casi visionaria de pre

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sentar un cobre nativo extrado del lago Michigan
y cuyas mallas quebradizas, a un tiempo frgiles y
duras, ofrecen a la imaginacin la paradoja de una
esclerosis hiperblica. Superan inexplicablemente
lo inerte, agregan el rigor de la muerte a lo que
nunca estuvo vivo y dibujan en la superficie del me
tal los pliegues de un sudario superfluo, ostentoso,
pleonstico.
Leyendo Piedras, ms de una vez me he pregun
tado si no se trataba de un lenguaje confinado en
sus propios significados, sin ms realidad que su
prestigio. Por qu no ir a ver, me dije, los obje
tos de los que habla? Despus de todo, nunca he
observado una piedra, y en cuanto a las llamadas
preciosas el epteto me basta para execrarlas. Fui
entonces a visitar la galera de mineraloga del Mu
seo de Historia Natural, donde constat con gran
sorpresa que el libro haba dicho la verdad, que
su autor no era un virtuoso sino un gua, un gua
dedicado a comprender desde dentro maravillas
petrificadas, a fin de reconstituir, mediante una re
gresin apenas concebible, su estado de indetermi
nacin original. Acababa de iniciarme en el mineral
durante una hora capital en la que percib la ina
nidad de ser escultor o pintor. Al frecuentar unos

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aos antes la seccin de paleontologa en el mismo
museo, me haba parecido que los esqueletos all
expuestos eran tan apropiados para asquearnos de
la escandalosa precariedad de la carne que podan
por contraste invitarnos a una cierta serenidad. Al
lado de las piedras, el esqueleto inspira compasin.
Pero las piedras dispensan verdaderamente, como
lo piensa Caillois, mltiples serenidades, y conser
varn hasta el final el poder de hechizo que sobre
l tienen? Resistirn a su necesidad de cambios, a
su gusto por lo nuevo, al mal de la dispersin? Re
montndose con el pensamiento hasta el momento
de su gnesis, Caillois se haba aproximado a una
iluminacin, a una especie inslita de estado ms
tico, a un abismo en el que poder disolverse. Pero
esa iluminacin iba a ser una iluminacin sin futu
ro, y Caillois nos advierte con la mxima claridad
que el abismo rozado no contiene nada divino, no
es ms que materia, lavas, fusiones, tumulto csmi
co. Convendra insistir suficientemente en la ori
ginalidad de este fracaso. Somos todos, es eviden
te, fracasados de alguna aspiracin mstica, todos
hemos experimentado nuestros lmites y nuestras
imposibilidades en medio de alguna experiencia
extrema. Pero, si hemos intentado hacer saltar

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nuestras trabas interiores, es porque hemos ledo
a los Padres del desierto, al Maestro Eckhart o a los
budistas tardos. Caillois, sin embargo, fue meditan
do sobre las dendritas y las piritas o siguiendo en
sentido contrario la carrera de un cuarzo o de un
gata como sinti que se deslizaba fuera del tiempo
y que tocaba, ms all de las grandes ordalas tec
tnicas, la materia inmvil de la ms larga quie
tud, en la cual no poda permanecer dado que su
espritu, tentado y decepcionado por el trance, no
podra acceder a la liberacin a travs de la nada,
ni tampoco a travs del mineral. Lo dir l mismo
en su libro y mejor an en la conclusin del Relato
del desalojado, texto revelador recientemente publi
cado: He alcanzado la realidad ltima, que no es
la nada, sino la existencia gris en la que vivo. No la
nada, pues, y adivinamos por qu: la nada no es, en
definitiva, ms que una versin ms pura de Dios;
de ah que los msticos se hayan sumergido en ella
con tanto frenes, al igual que los incrdulos con
races religiosas. Caillois no envidia a los primeros y
le repugnara sin duda pertenecer a los segundos. Re
conoce que es incapaz de llegar al aniquilamiento
iluminador, admite su derrota, sus cansancios y sus
dimisiones, proclama y saborea su fracaso. Tras el

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agotamiento de una fascinacin, tras la orga y el
xtasis de los orgenes: el orgullo del desasosiego,
la aventura de lo gris.
1970
E. M. Cioran

Fascinacin del mineral, en Ejercicios de admiracin y otros tex-


tos. Ensayos y retratos, trad. de Rafael Panizo, Tusquets, Barcelona,
1992.

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