Voluntariado y Prisión
Voluntariado y Prisión
Voluntariado y Prisión
VOLUNTARIADO Y PRISIÓN
5.1. El voluntario
5.1.1. Ser voluntario
Un cuento
Carta del 21 de enero:
«Hoy he encontrado, junto al muelle, a un hombre que pasa hambre...»
Tomado de Joaquín García Roca, Solidaridad y voluntariado, Ed. Sal Terrae, 1994.
García Roca pretende en primer lugar realizar una visita guiada por los territorios de
la acción voluntaria y en este sentido posee un innegable interés sociológico. Sitúa
al voluntario en un horizonte nuevo, abre ventanas y le da elementos críticos para
poder entrar en este mundo, tan a menudo desconocido. El libro resulta guía y
acompañamiento; además de alentar, da pautas para la reflexión y acción. Lo reco-
mendamos y queremos transcribir el siguiente decálogo con que termina el libro.
3. La acción voluntaria sólo tiene calidad ética cuando es la opción libre de un suje-
to en el interior de una triple aspiración: la estima de sí mismo, la solidaridad con
los demás y el compromiso por una sociedad justa.
5. La acción voluntaria es como una orquesta: lo importante es que suene bien; im-
porta poco si la flauta es de madera o de metal, si es propiedad de éste o de
aquél. A la orquesta debemos exigirle coordinación, coherencia y concentración
de esfuerzos. El voluntario es siempre un "co-équipier". La fragmentación no
conduce a nada, y en el equipo cada cual juega en su propio lugar colaborando
con el resto en función de la partida.
7. El voluntariado debe ganar espacios en las clases populares. No puede ser una
institución que interese sólo a las clases medias ni a aquellos a quienes les sobra
tiempo; más bien responde al ejercicio de la ciudadanía que se responsabiliza de
los asuntos que afectan a todos.
Sin duda vivimos tiempos de fuertes cambios culturales y sociales que afectan al mundo del voluntariado. La
cultura postmoderna, la legislación sobre el voluntariado, la nueva moda solidaria afecta de lleno a las personas
e instituciones que andamos en esto del voluntariado. Y esa realidad cambiante hay que conocerla para mejor
situarse. Con todo, unos ignoran esa nueva realidad, otros se retiran, algún otro la niega...
A través de esta dinámica pretendemos situarnos en lo que está pasando a nuestro alrededor y en lo que nos está
pasando a nosotros respecto a esa realidad que se mueve bajo nuestros pies, y que no la podemos controlar. Es
una dinámica que busca el diálogo abierto y el debate de ideas y posicionamientos personales.
Podemos leer cada uno en silencio la parábola y, a continuación, para fijar mejor la atención, podemos
leerlo en voz alta, repartiéndose el texto entre dos personas, por ejemplo:
En un primer momento, el animador puede invitar al grupo a que exprese su identificación inicial repi-
tiendo en voz alta aquella frase del texto con la que más está de acuerdo.
• Tras este momento inicial, sería oportuno realizar un primer diálogo sobre esas
identificaciones iniciales. En qué estamos de acuerdo; en qué no. ¿Tenemos todos/as
la misma valoración sobre la marcha y la dirección del "tren" del voluntariado?
Importa esclarecer al máximo las razones y argumentos que damos y en los que
fundamentamos nuestras posiciones. Nos posicionamos desde argumentos sólidos o a
partir de experiencias esporádicas que van en una determinada dirección
Hay tres valoraciones fundamentales sobre la marcha del tren: "Este tren se equivoca"; "no tendría que
haber trenes"; "ya llegaremos, nos lleva el tren". ¿Apuntamos alguna nueva valoración global? ¿Con qué
frase-valoración nos quedaríamos como animadores del voluntariado? ¿Con qué frase creemos que se
quedarían los/as voluntarios/as con los que estamos?
Segunda
Ahora estamos ya montados en el "tren del voluntariado"; seguimos charlando animadamente sobre este mundi-
llo en el que nos encontramos. Nos imaginamos que, en un momento dado, pasa el revisor, y queda sorprendido
por la conversación que tenemos. A él le interesa el tema y promete regresar en cada parada y realizarnos alguna
pregunta que le interesa. Conversemos.
1ª estación: el revisor nos pregunta: ¿por qué empezáis en esta cosa del voluntariado? ¿Creéis que otros volunta-
rios tienen las mismas motivaciones?
2ª estación: el revisor se incorpora de lleno al "tren del voluntariado": oye, ¿y quién va en la locomotora de este
tren?; ¿estáis de acuerdo con ello?
3ª estación: de nuevo, el revisor insiste: y en el tren del voluntariado ¿hay vagones de primera y vagones de se-
gunda?
4ª estación: se acerca el final del trayecto y el revisor nos busca preocupado: ¿habéis pensado cuál es el punto de
llegada del tren del voluntariado?, ¿los voluntarios montan en este tren para pasearse un rato o para llegar a al-
gún lugar?, ¿y vosotros/as?
Abrimos un poco más el diálogo: ¿Creemos que es importante mantener este equilibrio entre acción y contem-
plación?
Para comenzar nos situamos en lo que entendemos por voluntario: “Es aquella persona que, además de sus pro-
pios deberes profesionales, dedica parte de su tiempo a actividades en favor de los demás de un modo continuo
y desinteresado” (Marciano Vidal).
El Voluntariado es presentado en muchos ámbitos como un signo positivo de nuestro tiempo. El mismo Papa
Juan Pablo II lo valoró así en la encíclica Centesimus annus (1991) o en la Evangelium Vitae (1995), al relacio-
nar el voluntariado con la atención y cuidado a favor de la vida humana.
Las ONGs son parte del sistema neoliberal en cuanto que la mayor parte de las ONGs se dedican a buscar
dinero -captación de capital- o personal barato -voluntarios/as- para poder “hacer más”. El problema de los su-
puestos “beneficiarios” pasa a un segundo término.
No hay nadie más interesado en las ONGs y el voluntariado que el imperialismo. A través de todas sus es-
tructuras se está lanzando una permanente campaña de promoción de un modo de ser “solidarios”. Y esto tiene
que ser al menos sospechoso. No se trata de luchar contra la pobreza, sino de hacer voluntariado.
La ley del Voluntariado se mueve también en este esquema. El ser voluntario te da un cierto prestigio social y
privilegios relacionados con la prestación social y otros servicios sociales. ¿Se necesitan incentivos para ser
voluntarios?
Será que es verdad lo que afirma J. Mª Castillo, “La sociedad y el sistema establecido está dispuesto a hacer todo
el bien que quiera, pero con tal que cada uno se quede donde está”. El seguimiento de Jesús. Pág. 103).
Podemos preguntarnos, sin ir más lejos, por qué son bien vistas por los poderosos las personas que se dedican a
la beneficencia, mientras se persigue a los que trabajan por la justicia. ¿Tal vez porque los primeros realizan el
trabajo sucio de aliviar las consecuencias de sus injusticias, al tiempo que los segundos los acusan y ponen en
evidencia? La expresión de H. Cámara puede ser reveladora: si doy limosna a un hambriento, me dicen que soy
un santo; si pregunto por las causas de su hambre, me llaman comunista.
Y lo curioso es que no sólo entre los poderosos: también entre nosotros -entre los creyentes- tiene mejor prensa
la beneficencia que la justicia.
5.3.4. Peligros en los que caemos frecuentemente:
Pérdida de memoria histórica: el pensar que con todo el movimiento del voluntariado estamos inventando la
solidaridad.
La aconfesionalidad y el carácter apolítico en el que ponen acento muchas ONGs es un rasgo postmoderno
que no responde a la realidad. Nadie puede ser neutral, ni político, ni aconfesional.
Desvincular el trabajo de la solidaridad. Existe una propuesta del voluntariado del tiempo libre. Hay que
trabajar para comer y tener tiempo libre para dedicarlo a la solidaridad, a jugar al fútbol o a tocar en un grupo de
música o a visitar centros comerciales. ¡Qué más da! El trabajo, por poco solidario que sea, se reviste así de
dignidad porque nos va a permitir después hacer voluntariado.
Individualización del concepto de pobreza. La pobreza es fruto de las estructuras sociales, económicas, políti-
cas y religiosas que sirven sólo al bien de unos pocos. Sin embargo, la mayoría de las definiciones de pobreza
que nos encontramos hablan de un individuo pobre.
Preocupación por los problemas de otras partes del mundo y total desvinculación de los problemas de nues-
tro mundo.
Pérdida de utopía. ¿Cómo enfrentarnos a un sistema si partimos de la base de que ya no se puede hacer nada,
que ganó el mercado, que llegamos “al fin de la historia” (Fukuyama)?
Convertimos la acción en agitación. No podemos movernos por la inercia de lo que nos dicten los medios de
manipulación social. Hoy toca Irak, mañana vendrá Kurdistán y el pasado... Para Mounier (hace más de 60 años)
la urgencia de la realidad es una traición misma a la acción.
Suponemos demasiado... Que sólo con buenas intenciones va a solucionarse el mundo, que todos somos estu-
pendísimos...
- ¿Por qué se toma el sistema tantas molestias? ¿No sería más lógico esconder la pobreza y no mostrarla animan-
do a la sensiblería?
- ¿Que hay detrás de todo esto para que se tomen tantas molestias en decirnos qué y cómo tenemos que actuar?
Visto así, parece claro que el sistema neoliberal ha hecho una apuesta por un voluntariado que no cambie nada,
deje las cosas como están y anime a la gente a “hacer algo” que “no moleste”. Mientras la alternativa venga
propuesta por el sistema, está claro que no será alternativa. ¿Estamos dispuestos a hablar, soñar, hacer... otra
propuesta? Delante de la realidad de los pobres vale poco la lógica del voluntariado. Y no porque menosprecie-
mos el valor de lo pequeño, sino porque dentro de su lógica no tiene en cuenta la asignatura que tenemos pen-
diente: transformar la sociedad.
El voluntariado requiere una mística, es decir un “espíritu” que dé sentido pleno y fuerza definitiva a las acciones
voluntarias. El P. Jaramillo ve este espíritu en la “mística de la gratuidad”. Según él, el voluntariado es la expre-
sión de un modo nuevo de ser hombres y mujeres, así como la concreción de un modo nuevo de hacer.
Aunque se pueda discutir si es correcto hablar de un “voluntariado cristiano”, lo que sí se puede afirmar con
plena objetividad es la existencia de voluntarios cristianos. Muy brevemente recordamos aquellos factores de la
fe que proporcionan apoyo a la opción del voluntariado:
La tradición cristiana, y de modo especial la tradición bíblica, ofrece un lenguaje de compasión y de apertura
al otro que tiene un papel importante a la hora de dar sentido a la experiencia de la acción voluntaria.
El “privilegio epistemológico de los pobres” que está incluido en la definición del voluntariado social, queda
bien enmarcado y justificado en el principio cristiano de la opción preferencial por el pobre.
La pertenencia a una comunidad hace que el voluntariado creyente sienta y viva su acción solidaria con un
fuerte sentido comunitario, venciendo así las tentaciones del individualismo que acechan a la opción del volunta-
riado.
El voluntariado auténtico está alejado de concepciones “benéficas” y “paternalistas” de la acción social, aunque
a veces la opinión pública tienda a entenderlo desde esos esquemas. Como dice claramente Juan Pablo II en su
encíclica Sollicitudo Rei Socialis (1987): “La solidaridad no es un sentimiento superficial y vago por los males
que sufren tantas personas cercanas y lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de trabajar
por el bien común, es decir, por el bien de todos y cada uno, porque todos somos de verdad responsables de
todos”. En nuestro mundo se necesitan cambios sociales, no sólo superficiales, sino estructurales, cambios que,
partiendo de lo más profundo de nuestro ser, vayan transformando nuestra sociedad.
• Críticos ante el sistema y las estructuras de injusticia, de donde brotan las situaciones de desigualdad
que requieren las acciones solidarias.
• Utópicos: siempre abiertos a la posibilidad de soluciones positivas.
• Radicales en la propuesta de un nuevo modo de “ser” y de “hacer” en la vida social. Un tipo de volun-
tariado volcado hacia la promoción del cambio social.
Y lo que es más importante aún, sólo la utopía nos puede motivar: “Ella está en el horizonte. Me acerco dos
pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte queda diez pasos más allá. Por mucho que yo
camine, nunca la alcanzaré. ¿Para que sirve la Utopía? Para eso sirve: para caminar” (Eduardo Galeano).
1º) Señala las tres afirmaciones que más te han llamado la atención. De ellas, buscad una que, por cualquier
motivo, os parezca más discutible.
2º) Comenta brevemente la experiencia que tienes en la educación en el compromiso de los muchachos a los que
animas y en tu propia experiencia de compromiso. ¿Qué dificultades vas descubriendo y qué logros te animan?
3º) Destacad 2 ó 3 ideas que os parezcan fundamentales para educar en la justicia de modo que consigamos cris-
tianos críticos, utópicos y radicales.
5.4. El voluntario en tanto que discípulo
La fe cristiana reclama una nueva identidad para aquellos que han "nacido del agua y del espí-
ritu" (Jn 3,5). ¿Cómo se relaciona esta nueva identidad con la identidad ciudadana que nos
caracteriza como miembros de la sociedad secular? ¿Qué relación tiene esa "nueva identidad"
cristiana con el voluntariado del que aquí hablamos? Mi respuesta es doble: por una parte, el
voluntariado social es un modo (no el único, pero sí uno de los más privilegiados) de vivir la
identidad cristiana en el mundo; por otra, el discipulado cristiano radicaliza el voluntariado
social, y con él nuestra ciudadanía, al dotarle de una narrativa de entrega radical al otro. Es
una respuesta al amor incondicional del Padre, es decir, la narrativa existencial de Jesús de
Nazareth.
Hemos visto cómo nuestra identidad cristiana es un regalo del que nos hacemos conscientes
por Jesús. De ahí que sólo podamos comprender esta identidad recibida mediante la actualiza-
ción de la "historia" de Jesús y de la comunidad creyente, en nuestras propias vidas. Esta his-
toria nuestra ha de ser analizada en función de nuestra relación con Dios, con nuestro prójimo,
con el mundo y con nosotros mismos. Para ese análisis contamos con tres grandes criterios:
fe, esperanza y amor.
Estas tres virtudes son el esquema básico donde se enraízan otras virtudes más específicas que
nos dan el "perfil" del discipulado cristiano:
- La apertura a escuchar y responder a la llamada de Dios.
- La gratitud, como característica de nuestra relación con Dios. Gratitud que debería afectar al
resto de nuestras relaciones (con nosotros mismos, con los otros y con el entorno) y que se
actualiza en la alabanza.
- Compasión, perdón y justicia, como las virtudes básicas de nuestra relación con el prójimo.
La misericordia y fidelidad de Dios, la justicia "parcial" de Dios en favor del huérfano y de la
viuda, son el paradigma del modo cristiano de relación con el otro. La relación intratrinitaria
también nos enseña a basar nuestras relaciones en la reciprocidad, no en la necesidad o el do-
minio. Por último, la universalidad de la voluntad divina de salvación empuja a romper las
fronteras sociológicas de la Iglesia.
- La solidaridad en el uso compartido de los recursos naturales, que son regalo de Dios para
toda la humanidad, la de hoy y la del futuro.
- Un uso creativo de los recursos personales como modo de hacerse plenamente humano. Por
ello, el discípulo lleva a su plenitud lo que significa ser humano.
La formación de una persona con estas características es la tarea de la comunidad cristiana.
Para ello, ésta se funda en la memoria viva de Jesucristo, a través de palabras y hechos de
salvación. En este sentido, la narrativa de Jesús se re-actualiza por medio de la comunidad y,
al hacerlo, modela el carácter de los cristianos.
La comunidad de discípulos de Jesús tiene un doble objetivo: estar con El y predicar la Buena
Noticia. Restringir nuestra concepción -personal y comunitaria- del discipulado al "estar con
El" (vida intraeclesial), lleva al aislamiento y rechazo sectario del mundo. Limitarse a la mi-
sión conlleva la devaluación de la mediación comunitaria.
5.4.3. Discípulos: ciudadanos y forasteros
Al analizar este tema, no podemos olvidar el trasfondo escatológico que impregna todo el
NT.: el final de un tiempo caduco y el inicio de un tiempo nuevo, el del Reinado de Dios.
Desde esta perspectiva, lo mejor que se puede decir del poder del Estado y de la ciudadanía es
que, aunque son meramente provisionales, pueden ser considerados como un instrumento al
servicio de la voluntad de Dios. La distancia crítica que se observa en los textos neotestamen-
tarios responde a esta tensión entre el "ya" del tiempo de Dios, iniciado en Cristo, que relati-
viza absolutamente la estructura social, y el "todavía no" de la espera al triunfo definitivo de
Cristo.
Las "estructuras" no son exaltadas, mucho menos legitimadas como reflejo del orden eterno
de Dios; el orden existente ha de ser reorientado. De este modo, la "nueva secta" de los cris-
tianos que no tenía un ethos cultural propio, fue capaz de asumir lo mejor de su cultura cir-
cundante y subordinarlo al "Señor".
Según el teólogo estadounidense Stanley Hauerwas, "la Iglesia no ha de preocuparse de si está
o no en el mundo; la única preocupación es cómo estar en el mundo, de qué forma y con qué
objetivo". Ese "cómo" de la presencia eclesial en el mundo se debate entre dos extremos: des-
de el polo sectario, que reclama una mayor distancia crítica y aislamiento de las estructuras
sociales, hasta la inculturación total, que deja lo cristiano reducido al ámbito de lo privado
(actitud muy presente en el ambiente secularizado del catolicismo "progre" español).
Aunque un estilo de Iglesia "confesante", crítica radicalmente con los poderes y estructuras
del sistema, nos resulta muy atractiva, no podemos olvidar el papel que la razón y la cultura
desempeñan en el desarrollo humano (y, por tanto, cristiano) de la persona. Si queremos
transmitir la Buena Noticia al mundo, no podemos romper los canales de comunicación que
nos ligan con él. También, hemos de reconocer que Dios trabaja no sólo dentro de la comuni-
dad eclesial sino en todo lugar.
Se requiere, por tanto, una actitud humilde que sepa reconocer las contribuciones de la cultura
y la sociedad secular a la comprensión y praxis cristiana de la vida.
La Iglesia ha defendido, históricamente, su derecho y obligación a transformar el mundo y se
ha opuesto al abandono sectario del mismo. De ahí, su lucha por la libertad de "ejercer su mi-
sión entre los hombres sin traba alguna y dar su juicio moral, incluso sobre materias referentes
al orden político cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona" (Gaudium et
Spes, 76).
La pregunta sobre el cómo de la relación Iglesia-mundo sigue abierta; no hay una respuesta
sencilla y universal. La perspectiva escatológica nos obliga a vivir en una perpetua tensión
entre sectarismo y aculturación (pérdida de identidad en el proceso de inculturación). De
hecho, silenciar la crítica que viene de los movimientos proféticos podría llevar a la Iglesia a
ligarse excesivamente a los poderes políticos. Pero, subrayar en exceso la especificidad de la
vida cristiana haría imposible la misión de evangelizar la cultura y el mundo. La tensión nos
obliga a ser ciudadanos sin perder la distancia del que se sabe forastero (1 Pe 2, 11).
5.5. El voluntario cristiano en la cárcel
5.5.1. A. La cárcel
Para hablar de las cárceles, conviene dejar de lado la poesía y utilizar la prosa en toda su cru-
deza. Hay lugar para la poesía, y un lugar importante, pero no es lo primero que hay que ma-
nejar. La cárcel es una de las peores experiencias que pueda pasar un ser humano. Sólo quien
lo haya vivido o quien lo haya visto a diario de cerca puede hablar de ello, y de ahí la impor-
tancia de escuchar relatos autobiográficos, a los que aludiremos más adelante. El interno
(hombre o mujer, joven o adulto) se encuentra apartado de su medio social, arrancado violen-
tamente de su espacio vital, en la mayoría de los casos sin esperanza de recuperar la libertad
en mucho tiempo. Su mujer, su marido, sus hijos, su madre, sus amigos... están fuera, extra
muros. En la cárcel, no son tratados como ciudadanos, sino como presos. Sus derechos civiles
quedan en suspenso durante un largo período de su vida.
Y no estamos pensando en malos tratos. Tenemos que congratularnos de que las cárceles es-
pañolas estén en el grupo de las mejores del mundo. Nada que ver con las latinoamericanas,
norteamericanas, africanas, asiáticas. Esto es un paraíso comparado con aquello, y lo dicen los
reclusos que han estado en aquéllas y en éstas. Y, sin embargo, esto es un infierno. Simple-
mente porque es una cárcel, más allá de la higiene habitual, el orden, el respeto de los funcio-
narios, el horario de visitas, las horas de patio, las actividades culturales, todo lo cual suele ser
casi impecable en nuestra geografía penitenciaria.
Los reclusos son basura social. Se les echa al vertedero penitenciario para que se pudran, para
que purguen por lo que han hecho, para que se lo piensen dos veces la próxima vez. Los ciu-
dadanos no visitan la cárcel como no visitan las cloacas. No hay relación habitual entre calle y
cárcel. Los presos sólo ven a algunos de sus familiares, a sus escasos amigos y a los contados
funcionarios y voluntarios que merodean por la galería. Nada de esto llega a sociedad. Todo
esto es la negación de la sociedad. Muchos no tienen ni eso: ni familia ni amigos. Sus familias
están a miles de kilómetros, o más cerca pero no quieren saber nada de ellos. Curiosamente
son las reclusas las que sufren un mayor rechazo por parte de sus propias familias, como si
fuera más indignante ser reclusa que recluso. En cambio, los varones a veces son semihéroes
en ciertos ambientes sociales cargados de delincuencia y marginación.
Encontrar a Dios en la cárcel es como un gran milagro, una sorpresa inesperada. Sentir el
amor en aquel lugar de olvido es algo insospechado. Todo ello nos lleva a pensar que la cár-
cel, como otros terrenos de marginación social, quizás sea lugar teologal precisamente por ser
un no-lugar social, o un lugar de in-humanidad. Allí donde están algunos de los grandes cri-
minales, se dan gestos de enorme ternura; allí donde se palpa el abandono y la soledad, se da
la experiencia de un Dios que acompaña; allí donde se da el vacío, Dios llena. Como decía el
Hermano Adriano, “el vaso vacío permite que Dios entre”. Y no se trata aquí de mitificar a los
presos como si fueran excelentes personas (que de todo hay), sino de descubrir que Dios opta
por los pequeños, por los que sufren, por los que lloran, por los dejados en la vida social (Bie-
naventuranzas de Lc 6,20-23 y de Mt 5,1-12). Como dice María Luisa Pascual, “Dios no ama
a los pobres porque sean buenos, sino porque son pobres”. Nadie se merece el amor de Dios,
nadie lo obtiene por méritos propios, como tampoco nadie puede lograr que Dios le deje de
amar. Su amor es gratuito y llega a todos, pero donde se hace más patente es allí donde el
amor es negado, en el vaso vacío.
“Amor”, “ternura”, “milagro”, son palabras que pueden sonar a música celestial cuando pen-
samos en las cárceles. Francesc Vicente expuso su trayectoria personal con una prosa realista
y acentuó la importancia del diálogo dentro de los muros de una cárcel. Es muy importante
“estar”, y es muy importante “hablar”, pues estas dos cosas son el polo opuesto de lo que su-
fren el recluso o la reclusa: abandono y silencio, o sea, “no estar” y “no hablar”. A través del
“estar” y del “hablar” va surgiendo la confianza, la presencia del otro, el saberse apreciado, el
ser alguien. El amor se canaliza a través del “estar”, del “hablar” y de múltiples gestos. Por
ejemplo, Francesc nos contó que él acabó siendo amigo del hombre que años atrás le había
tomado como rehén en un motín carcelario, y hasta le acompañó en su etapa final, antes de
morir. Nada de eso llegó de golpe, sino que fue un proceso lento, como la “brisa suave” del
actuar de Dios (1Re 19,12-13), como la mayor parte de los milagros de la cárcel, que requie-
ren tiempo.
Tenemos que cambiar de mentalidad. Dios no se encuentra donde nosotros hemos decidido
que esté, sino allí adonde Él quiere que nos desplacemos para desbloquear nuestra vida social,
que parece tener una enfermedad crónica. Si el ir a misa cotidiano, o el asistir al grupo cristia-
no de siempre, o nuestra participación activa en una ONG supuestamente humanitaria no nos
remueve las entrañas ni nos hace descubrir los hermanos y hermanas de humanidad que su-
fren, entonces Dios se ausenta de esos lugares nuestros y se muestra en otros para que tenga-
mos que desplazarnos, salir afuera, más allá de los márgenes, para encontrarlo allí, quizás en
lugares socialmente y eclesialmente nada “sagrados”, como por ejemplo la galería de una cár-
cel o la unidad de enfermos terminales del Sida. Esos lugares no sagrados son los lugares sa-
grados de Dios. Para el Dios Padre de Jesús, nada hay más sagrado que el hombre, y de todos
los hombres, ninguno es más sagrado que el que vive inhumanamente.
Ante un tema tan complejo, hemos de plantearnos, en primer lugar, por qué existe la delin-
cuencia. De entrada, podemos decir que la delincuencia existe porque alguien transgrede al-
guna norma que una sociedad se impone, y que, en principio, se impone en aras del bien co-
mún de las personas que componen dicha sociedad. El conjunto de estas normas en forma de
leyes procuran velar por la seguridad de la ciudadanía –por la de los individuos y por la de sus
pertinencias–; también pretenden, entre otras cosas, establecer un orden en la vida cotidiana y
una moral.
Las razones por las que se da la delincuencia son muchas y variadas, pero, dentro de nuestra
sociedad actual, podemos destacar las siguientes:
o La pobreza y la marginación, que sufren personas cuyas condiciones de vida quedan muy
por debajo de la media. Suele tratarse de colectivos afectados por los problemas de exclu-
sión y de supervivencia que impone el sistema en el primer mundo: inmigrados, parados
de larga duración, jóvenes no integrados en el mercado laboral, inadaptados a la era tele-
mática o a la agresiva competitividad del sistema de trabajo.
o La sociedad de consumo, generadora de ciertos sectores que delinquen, paradójicamente,
por "apatía existencial". A menudo son "hijos de papá" aburridos de conseguirlo todo sin
esfuerzo y hastiados por la falta de sentido de sus vidas, que buscan nuevas experiencias a
cualquier precio. Para estas personas, las drogas resultan una tentación capaz de arrastrar-
las al mundo del delito.
o Las adicciones (como el alcohol, las drogas o el juego) pueden cambiar la personalidad de
algunos individuos, anular su madurez, autocontrol y sentido de la responsabilidad, y lle-
varlos a hacer lo que no desean. Normalmente, se hace hincapié en la peligrosidad de las
drogas duras, pese a que otras adicciones socialmente aceptadas, como la que crea el alco-
hol, pueden revelarse tan o más nocivas.
o Sin embargo, hay que tener en cuenta que, como apunta el psicólogo Jaume Funes, frente
determinados problemas ligados a la delincuencia, a menudo podemos dar respuestas que
creen más marginación que la que pretenden evitar. Entre estas desviaciones podríamos
destacar las siguientes:
o La patologización, como tendencia dominante entre muchos profesionales, que consiste
en considerar los problemas de marginación social como problemas de patología indivi-
dual. En efecto, se tiende fácilmente a convertir en enfermedades individuales lo que en
realidad es un conflicto colectivo.
o La penalización, que conduce a utilizar el código penal como respuesta a todos los pro-
blemas sociales, independientemente de su identidad. De este modo, la respuesta siempre
a punto ante cualquier conflicto viene dada por la policía, los jueces o la prisión.
o La protección de les débiles sin contar para nada con ellos, sin modificar las circunstan-
cias que producen su desamparo. La tendencia a proteger no siempre resulta positiva en
términos absolutos, puesto que a veces, a largo plazo, lleva a agravar el problema. Cabría
plantearse, por ejemplo, si, ante el aumento del número de menores internados, esta res-
puesta se revela como la más idónea y efectiva a largo plazo para que no se agudice su
marginación.
o La burocratización, tendente a dar respuestas formales, complicadas, sin ningún posicio-
namiento respecto a la realidad de sufrimiento de los demás. En ocasiones, por ejemplo, se
retira a un menor de su familia porque sus padres no disponen de posibilidades económi-
cas para mantenerlo y, al tiempo, se les exige que acudan a repetidas visitas y entrevistas
evaluadoras, obligándoles a gastar en transportes y en tiempo que podrían dedicar a acti-
vidades de supervivencia los recursos con los que ni tan siquiera pueden mantener al hijo.
Da la impresión de que sólo se consigue marearlos, sin confiar en absoluto en su posible
recuperación, sin esperanza alguna en la posibilidad del cambio.
"Que nos respeten. El que estén autorizados a entrar no significa que tengan derecho a meter-
se en nuestras vidas."
"La cárcel es nuestra casa. Más mísera que una chabola. Pero es nuestra casa y nadie puede
meterse en ella para hacer lo que quiera sin contar con nosotros."
"Sean personas normales, con las que se pueda hablar como amigos."
"Que se nota cuando nos quieren. Y eso mola."
"No queremos salvadores puros y perfectos que nos den la mano a los presos... y acallen sus
conciencias."
"Que no me den consejos. ¿Qué saben ellos de mi vida?"
"Que nos miren a los ojos. Si no nos miran así es porque nos desprecian o nos temen. Y así no
podemos hablar."
"Nos gusta que vengan algunos mayores. Como si fueran nuestros abuelos. A ellos les cono-
cimos tan poco..."
"Que no nos pregunten por qué estamos aquí. Estamos hartos de interrogatorios, tests, pregun-
tas morbosas..."
"Que, si les contamos por qué estamos aquí, nos escuchen sin prisas y sin juzgarnos."
"Que nos cuenten ellos algo también de sus vidas. Como amigos."
"Que no nos traten como a gente perdida a la que hay que salvar. Nos jode el paternalismo."
"Que nos hagan sentirnos útiles. Ellos también necesitan de nuestra ayuda."
"Que nos hablen de cosas de fuera. Estamos hartos de hablar entre nosotros de temas talegue-
ros."
"Que no se queden siempre con los más apañaos. Los que somos indigentes también tenemos
derechos. Y los que somos más bordes, más desconfiados, más mentirosos, más enfermos, o
más lo que sea, también."
"Que esto no es el zoo. Si no están dispuestos a venir asiduamente, y no esporádicamente,
porque tienen algo más urgente que hacer, ¡QUE NO VENGAN!