El Teatro de Lorca Tragedia Drama y Farsa
El Teatro de Lorca Tragedia Drama y Farsa
El Teatro de Lorca Tragedia Drama y Farsa
AT
jLIMIi
TRAGEDIA DRAMA Y FARSA
EL TEATRO DE LORCA.
TRAGEDIA, D R A M A Y FARSA
BIBLIOTECA DEL CONGRESO
DE LITERATURA ESPAOLA C O N TEM PO R N EA
EL TEATRO DE LORCA.
TRAGEDIA, DRAMA Y FARSA
PONENCIAS
COMUNICACIONES
C. Brian Morris
(Universidad de California, Los Angeles)
1. Cito por la edicin de Mario Hernndez, Alianza, Madrid, 1981. Las citas
irn acompaadas del nmero de acto, escena y pgina.
segunda escena, en que la Muchacha 2a anuncia que en Octubre
iremos al Santo (I, ii, 55), convergen en la celebracin vibrante del
dios Dionisio. Como muy bien ha demostrado Carlos Feal, Lorca,
en la plasmacin de su drama, deba tener en mente a Eurpides,
cuya tragedia Las Bacantes nutre, sin dominarlo, el desenlace, el
cual encontr Francisco Garca Lorca deficiente y dudoso.2 La
amenaza de Penteo de encerrar a las mujeres en redes de hierro s
que resuena, aunque modificada a un contexto campesino, en la
norma austera de Juan: Las ovejas en el redil y las mujeres en su
casa (U, ii, 77). Aunque Agave mata a su hijo Penteo, tomar las
palabras finales de Yerma -Yo misma he matado a mi hijo- por
una confesin paralela, es menoscabar la trascendencia de esas
palabras. Al castigar a su hijo, Agave castiga, segn ha indicado un
editor ingls de Las Bacantes, a esos mortales temerarios que se
negaron a aceptar la religin de Dionisio.3 El asesinato de Juan
parece menos un castigo que una inmolacin debida a un arranque
demente; al matarle, Yerma se castiga a s misma, puesto que la
derrota de Juan y Yerma significa, segn ha sealado Feal, el triun
fo de Dionisio, su enemigo comn.4
La huella que dej Las Bacantes en Yerma aparece ms bien en
el conflicto polar entre el placer y la resistencia al placer.5
Presente por toda la obra, ese conflicto permanece sin resolver al
14. the experience of what lies beyond familiar limits: Segal, Dionysiac
Poetics and Euripides Bacchae, p. 12.
15. Serafn y Joaquin Alvarez Quintero, El peregrino. Zarzuela cmica en un.
acto dividido en dos cuadros. Teatro completo, tomo I, Imprenta Clsica Espaola,
Madrid, 1923, p. 183.
16. Vase David P. Gilmore, Mother-Son Intimacy and the Dual View of
Women in Andalusia: Analysis through Oral Poetry, Ethos, 14 (1986), 227-251.
Segn Francisco Garcia Lorca, Yerma senta ... el acto de ser madre como engen-
dradora de deberes para con el hijo posible: Federico y su mundo, p. 358.
17. Federico Garca Lorca, Caracol, Suites. Edicin crtica de Andr
Belamic, Ariel, Barcelona, 1983, p. 148.
cancin de Yerma un do pattico en el que ella plantea las pregun
tas De dnde vienes, amor, mi nio? y Cundo, mi nio, vas a
venir?, y simula la voz del nio inexistente para dar respuestas tan
sombras como De la cresta del duro fro y Cuando tu carne huela
a jazmn. Cuando nosotros nos demos cuenta, en el transcurso de la
obra, de que el jazmn pertenece al lxico sensual de las Lavanderas
y es un elemento metafrico de la jactancia sexual del Macho, vere
mos que Cuando tu carne huela a jazmn es el equivalente potico
de Cuando las ranas cren pelos*es decir, nunca.
Obsesionada con lo que no tiene y con lo que no es -Ojal fuera
yo una mujer le dice a Juan (I, ii, 61)-, Yerma solamente se puede
definir, y diagnosticar, mediante negaciones. Entre su primera con
fesin ingenua de desconcierto a la Vieja -No s lo que me quie
res decir (I, i, 53)- y sus sentencias a la misma mujer al final de la
obra -E1 agua no se puede volver atrs, ni la luna sale al medioda
(III, ii, 114)- , Yerma demuestra la misma negatividad ante todos
los que entren en su vida. A Mara le dice No es envidia lo que
tengo; es pobreza (II, ii, 82), y el que nada en agua dulce no tiene
idea de la sed (II, ii, 83). Ante Vctor lamenta Algunas cosas no
cambian... no pueden cambiar (II, ii, 88). Algo parecido ya le
haba dicho a Juan, hombre sobrio y sencillo capaz de entender el
sentido literal de las quejas de su mujer, como No quiero cuidar
hijos de otros (II, ii, 78), pero no el significado simblico de quie
ro subir al monte y no tengo pies; quiero bordar mis enaguas y no
encuentro los hilos (II, ii, 79). La misma estructura binaria le per
mitir a Yerma establecer un contraste entre tener sed y no tener
libertad, resumiendo en su confesin Yo pienso que tengo sed y no
tengo libertad, la tortura de su ilusin, para luego, ante Dolores,
Juan y un grupo de vecinas, desechar expresiones perifrsticas y
hacer la confesin ms explcita y desgarradora de todo el drama:
Una cosa es querer con la cabeza y otra cosa es que el cuerpo,
maldito sea el cuerpo! no nos responda (DI, i, 103).
Esta mentalidad negativa, esta ttrica insistencia en no ser, no
estar, no tener, no hacer, est confirmada por las metforas e im
genes que incrustan las poesas y canciones que recita ella y que
cantan otros. Si entendemos por prado de pena el cuerpo de
Yerma, entonces el monlogo lMco que recita Como soando en
el Acto segundo invierte el tpico del locus amoenus para evocar un
mundo sellado, condenndola a un acoso de sensaciones torturantes:
los dos manantiales ... de leche tibia son dos pulsos de caballo, /
que hacen latir la rama de mi angustia; sus pechos son pechos cie
gos y palomas sin ojos ni blancura; y su sangre s sangre prisio
nera [que] me est clavando avispas en la nuca (II, ii, 81). Aunque
declara en el mismo monlogo que nuestro vientre guarda tiernos
hijos / como la nube lleva dulce lluvia, sabemos que su fe est mal
fundada; y que su vientre est desecado por su nombre, cuya veraci
dad est convalidada cruel y repetidamente por otros y, ms cruel
mente an, por ella misma, mediante su conciencia punzante de su
diferencia, la que ella traduce en una serie de constrastes desfavora
bles para ella: contrastes entre hombres y mujeres, entre mujeres con
nios y mujeres sin nios, entre mujeres sin nios y plantas y anima
les/ entre el querer con la cabeza y el querer con el cuerpo.
Mediante estos contrastes entre lo que el dramaturgo mismo resu
mi en su entrevista con Alfredo Muiz como lo estril y lo vivifi
cante,18 Yerma se sabe distinta, y Lorca confirma su aislamiento colo
cndola entre una serie de alternativas que ofrecen las opciones ms
explcitas de todo su teatro: entre modos de vivir, modos de pensar,
modos de sentir y modos de querer. Contra la afirmacin egosta de
Juan de que Sin hijos es la vida ms dulce (III, ii, 117), se alinean la
doctrina de la Iglesia catlica, el remedio propuesto por la Lavandera
Ia -Todo esto se arreglara si tuvieran criaturas (II, i, 67)- y los idea
les de calor y continuidad postulados por las Lavanderas 5a y 6a:
19. Henri Bergson, Le Rire. Essai sur la signification du comique, Flix Alcan,
Paris, 1912, p. 4.
Lo que hace que estas palabras sean profundamente subversivas
no son las actividades mismas, sino la libertad que articulan, repre
sentada concretamente por la calle -temida por Ju an -, y conectada
mental y emocionalmente por el placer, que suplanta el deber como
norma de vida. Elevar el gusto personal sobre el deber, la calle
sobre la casa, una vez ms presenta a Yerma unos conceptos que no
entraban en su vocabulario. Esto se ve en sus reacciones atnitas al
interrogatorio de la Vieja. A ti te gusta tu marido? le pregunta.
Cmo? responde Yerma. Que si lo quieres? Si deseas estar
con l? aclara. No s, contesta Yerma. No tiemblas cuando se
acerca a ti? No te da as como un sueo cuando acerca sus labios?
insiste la Vieja. No, declara Yerma, No lo he sentido nunca (I,
ii, 50). Tanto detalle, tanto empeo tiene un propsito: subrayar que
Yerma no solamente no ha experimentado el placer sensual, sino
que necesita que alguien se lo defina para saber lo que es y cmo
contestar. Yerma nunca podra decir lo que dice la Lavandera 4a:
Me gusta el olor de las ovejas.... Olor de lo que una tiene. Como
me gusta el olor del fango rojo que trae el ro por el invierno (II, i,
69). Caprichos, sentencia la Lavandera 3a, y lo pueden ser: son
reacciones instintivas, positivas a lo ms bsico que hay en la natu
raleza. Esta Lavandera annima es una mujer que siente placer, y,
como sus compaeras, no tiene inhibiciones en anunciarlo y can
tarlo. Yerma no puede contar lo que no ha sentido; el placer, el
gusto, nunca haban entrado en su vida. No puede extraar que Juan
fuera escogido como novio por el padre de Juan cuando leemos la
descripcin sucinta que hace de l la Vieja:
24. Vase Floresta de poesas erticas del Siglo de Oro recopiladas por Kerre
Alzieu, Robert Jammes, Yvan Lissorgues, France-Ibrie Recherche, Universit de
Toulouse-Le Mirail, 1975, no. 90, p. 166.
25. Fray Luis de Len, Cantar de cantares, Signo, Madrid, 1936, Captulo VII,
p. 37; Maximiano Trapero, Lrica tradicional canaria, Viceconsejer de Cultura y
Deportes, Gobierno de Canarias, Islas Canarias, 1990, p. 111.
sido necesario que se junte el cielo con la tierra (DI, ii, 113). El
Macho se enfoca exclusivamente en la tierra cuando narra, en una
demostracin hiperblica de pasin desenfrenada, que la esposa triste
Amiguito, decdete,
ven a tomarme,
bsame la boca, apritame los pechos:
junta ajorca y arracada.
Mi marido est ocupado.26
Yo alheles rojos
y l rojo alhel, 1
LAVANDERA 3.a
Hay que juntar flor con flor
cuando el verano seca la sangre al segador.
LAVANDERA 4.a
Y abrir el vientre a pjaros sin sueo
cuando a la puerta llama temblando el invierno.
LAVANDERA 1.a
Hay que gemir en la sbana.
LAVANDERA 4.a
Y hay que cantar! (II, i, 71)
LAVANDERA 4.a
Que relumbre!
LAVANDERA 5.a
Que corra!
LAVANDERA 4.a
Que vuelva a relumbrar!
LAVANDERA 3.a
Que cante!
LAVANDERA 2.a
Que se esconda!
LAVANDERA 3.a
Y que vuelva a cantar. (II, i, 73)
No te pude ver
cuando eras soltera,
mas de casada te encontrar.
No te pude ver
cuando eras soltera.
Te desnudar,
casada y romera,
cuando en lo oscuro las doce den. (in, ii, 104)
Ay cmo relumbra!
Ay cmo relumbra!
Ay cmo se cimbrea la casada! (III, ii, 110)
En esta fantasa ertica, hay una cosa cierta: la esposa triste que
est de repente transformada, extasiada por el amor sexual nunca
podra ser Yerma, la que se ve, y se siente, en la romera ms soli
taria, ms cohibida y ms incompleta, que nunca. A diferencia de la
esposa triste idealizada, Yerma no relumbra, no se cimbrea; no hace
lo que aconsejan las Lavanderas: no gime, no canta, no corre. Es
decir, prefiere confiar en la futilidad de su propio sueo -Ay, si
los pudiera tener yo sola! (El, i, 96)- antes que aceptar la premisa
de la romera y del carnaval, que tienen mucho en comn. Segn
confiesa Yerma, se entrega a Juan por la necesidad pero nunca,
insiste, por divertirme. Ella nunca cede control sobre su cuerpo,
nunca se abandona dentro del matrimonio y no lo har por fuera de
l. Para abandonarse, ella tendra que conceder que la romera es
ms que una ceremonia religiosa y reconocer que el rito religioso es
un pretexto, una fachada transparente para casi todos los que asis
tan, cuyo portavoz ms cnico es la Vieja. Habis bebido ya el
agua santa? pregunta Con soma; y aade, con una risa: Vens a
pedir hijos al Santo y resulta que cada ao vienen ms hombres
solos a esta romera. Qu es lo que pasa? (HE, ii, 104, 105). La
contestacin ya la haban dado Pittaluga y Lorca en La romera de
los cornudos, donde Sierra, con la ayuda del sacristn y no de su
marido Chivato, concibe un hijo. Lo que ocurre pasa desapercibido
a Yerma, que ha venido a pedir, a rezar. Para muchas mujeres, en
cambio, si aceptamos la evidencia de la obra, la procesin a la ermi
ta sirve de acceso a lo dionisaco. Al poner su fe en la religin,
Yerma muestra su incapacidad para aceptar la coexistencia del
Cristo del Pao y el Macho, de la Virgen Mara y la Hembra, la rosa
como smbolo de la pureza y la rosa como smbolo de la pasin.
Lorca se aprovecha de la rosa, smbolo universal y flexible, para
demostrar una vez ms lo incompleta e ignorante que es su prota
gonista. Aunque la rosa se ha asociado generalmente con el amor,
ha recorrido toda la gama que va del enamorarse a prostituirse, de
dar a luz a ser la luz, de ser parte de la perfeccin misma, segn
Jung, a ser las partes genitales de la mujer, segn Freud.33 La obra
misma de Lorca ofrece la misma diversidad al presentamos la rosa
insatisfecha en Divn del Tamart, que buscaba otra cosa, y las
rosas, patentemente corporales, en una prosa juvenil que slo se
abren con Lujuria o con sol.34 Al hablar de la escena de la rome
ra, Mane Laffranque ha comentado sobre el cariz casi religioso
del erotismo ligado con el smbolo de la rosa.35 Lo que hay que
subrayar es que Yerma nunca interpreta como ertica la rosa, que
lo es obviamente para los dos hombres y el Nio que la incluyen en
su inventario de consejos flicos:
HOMBRE l.
Dale ya con el cuerno!
HOMBRE 2.
Con la rosa y la danza.
NIO
Dale ya con el aire.
HOMBRE 2.
Dale ya con la rama. (DI, ii, 111)
33. Sobre la rosa, vanse: Charles Joret, La Rose dans l antiquit et au Moyen
Age. Histoires, lgendes et symbolisme, Emile Bouillon, Paris, 1892; John Gordon,
Pageant o f the Rose, Studio Publications in association with Thomas Y. Cromwell,
New York, 1953; Barbara Seward, The Symbolic Rose, Columbia University Press,
New York, 1960.
34. Federico Garcia Lorca, Los campesinos, Poesa indita de juventud, ed.
de Paepe, p. 382. Sobre la rosa en la obra de Lorca, vase David Cluff, Rose sym
bolism in the works of Garca Lorca, Garca Lorca Review, 2 (1974), n 2, s.p.
35. Marie Laffranque, Federico Garca Lorca, de Rosa Mudable a la Casida de
la rosa, en Andrs Soria Olmedo, ed., Lecciones sobre Federico Garca Lorca,
Comisin Nacional del Cincuentenario, Granada, 1986, p. 297, n. 45.
proceso de purificacin, de volver un tpico a lo divino, se ve en el
de la rosa que florece; una de las poesas tradicionales que ofrecan
a Lorca esos pastorcicos y esas muchachas con la color quebrada
cuenta el insomnio de una muchacha que soaba dos horas antes
del da / que me floreca la rosa.36 Atraque hace eco de esta can
cin, la oracin que rezan Mara y el Coro de mujeres:
42. Every tragic artist must have written autobiographicany to some extent:
Eric Bentley, The Playwright as Thinker. A Study o f Drama in Modem Times
(1946), Harcourt, Brace Jovanovich, Nueva York, 1987, p. 96.
43. Mario Hernndez, Jardn deshecho: los sonetos de Garca Lorca, El
Crotaln. Anuario de Filologa Espaola, 1 (1984), 198; Miguel Garca-Posada,
Infancia y muerte, en Soria Olmedo, ed., Lecciones sobre Federico Garca Lorca,
p. 184.
EL M O T IV O D E L A E N C E R R A D A
E N LO R C A Y ALBERTI
(Bernarda Alba y El Adefesio frente a frente)
1. L orca y Alberti
CANCIN
La luna ha venido. Ay, pdele un ochavito!
Ay, pdele un ochavito! Lleva la mano
La luna lunera en la faltriquera.
de las esquinas. Ay, nos dar un ochavito?7
Amparo
qu sola ests en tu casa
vestida de blanco!17
confn del patio un pozo medianero, sin agua, y a l descenda para espiar a esa
familia extraa cuyas actitudes enigmticas me intrigaban. Y pude observarla. Era
un infiemo mudo y fro en ese sol africano, sepultura de gente viva bajo la frula
inflexible de cancerbero oscuro {En Espaa con Federico Garca Lorca, Aguilar,
Madrid, 1959, pg.489)
23. Federico y su mundo, Alianza Editorial, Madrid, 1980, p. 377. Y en lo que
respecta al origen de algunos personajes, como por ejemplo el de Mara Josefa,
Francisco Garca Lorca comenta que Federico se inspir en la abuela de unas ami
gas nuestras y lejansimas parientas, a cuya casa bamos de nios.La anciana era vc
tima de una locura ertica que afloraba en un incongruente y continuo discurso, de
ritmo acelerado, lleno de reiteraciones y expresado en una voz pequea, preciosa
mente timbrada. Guardo muy clara la imagen, en cambio, de su cabeza finsima, de
pelo entrecano y rubio.
24. Como en toda la obra de Lorca, los hechos reales slo constituyen el
punto de arranque de la creacin literaria. Bernarda Alba es una grotesca exagera
Ese soporte real, hasta cierto punto, de la ancdota y de los per
sonajes del pueblo granadino sobre el que Lorca edific su excep
cional obra -tal vez por eso el dramaturgo pudo indicar en el
manuscrito que estos tres actos tienen la intencin de un docu
mental fotogrfico, es decir, en blanco y negro como los colores
que dominan en la escena- encuentra su curioso paralelo en otro
referente anlogo en el caso de la gnesis de E l Adefesio. En el
socorridsimo testimonio de La Arboleda Perdida cuenta Alberti la
historia de la muchacha encerrada y vigilada de la que tuvo noticia
durante su estancia en el pueblo cordobs de Rute: Slo supe ms
tarde- evoca Alberti- que la Encerrada de mis primeras canciones
ruteas, siguiendo una triste tradicin muy antigua en su pueblo, se
haba suicidado.25
Pero estos recuerdos, antes de que Alberti acudiera a ellos para
convertirlos en texto dramtico, dejaron rastro literario en un serie
de canciones recogidas en su tercer libro potico. Podra formarse
una breve antologa de poemas albertianos suficientemente conoci
dos y prximos al clima y a la figuras de El Adefesio, antologa en
la que no podran faltar canciones como La Maldecida, algunas
de las incluidas en la seccin precisamente titulada La Encerrada
o esta otra que enlazara perfectamente con uno de los lugares refe
ridos en el drama -la torre desde la que se precipita la muchacha- y
la cancin que la misma Altea va recitando segn sube hacia lo que
acabar siendo su particular patbulo:
TORRE DE IZNJAR
Prisionero en esta torre, (Ya dos ventanas al viento)
prisionero quedara. -Quin suspira al este, amiga?
(Cuatro ventanas al viento) -T mismo, que vienes muerto.
26. El alba del alhel. Ed. de Robert Marrast, Castalia, Madrid, 1972, pp. 226-
227.
27. La arboleda perdida, p. 190
28. Lo edit primero la revista malaguea Litoral, en 1977, nos 70-72. Se inclu
ye en el vol. m de las Obras Completas editadas por Aguilar (1988) al cuidado de
L. Garca Montero.
pueblo, blanco, empinado, presidido en su lugar ms alto por el tr
gico Monte de las Cruces, y un ancho panorama de tierras amari
llas.29 Por excepcionales que parezcan, las historias que dramati
zaron Federico y Rafael respondan, en ltima instancia, a los resi
duos de una Espaa rural, caciquil, profundamente apresada en sus
prejuicios de estirpe, y que se convertan en materia dramtica
sobre la doble base literaria del drama rural benaventino y de la
esttica valleinclaniana.
Pero no debo terminar esta primera parte de mi exposicin sin
plantear la posibilidad de que Alberti conociese el drama de Lorca
cuando escribi E l Adefesio, y antes de su publicacin y estreno en
La Argentina. Y sin que ello deba presuponer ninguna clase de
demrito para el teatro albertiano ni para el texto concreto que me
interesa en esta ocasin, es fcil aventurar una contestacin afirma
tiva a lo que planteo, pues el texto de La casa de Bernarda Alba fue
conocido por algunos amigos del poeta en varias lecturas particula
res de la obra, fechadas en los comienzos del verano del 36: una en
junio, en casa de la Condesa de Yebes, tan slo una semana despus
de haber concluido su escritura, y teniendo entre sus oyentes al Dr.
Maran, Agustn de Figueroa, Antonio Marichalar y el cnsul
Mora Lynch; otras a lo largo del mes de julio, en el domicilio de
Femando de los Ros, en casa de La Argentinita y la ltima en la
noche del 12 al 13, en casa del doctor Eusebio Oliver.30 Si uno de
los asistentes a esas lecturas fue Dmaso Alonso, junto con Guilln,
Salinas y Guillermo de Torre, no parece descabellado pensar que en
alguna de esas ocasiones estuviese tambin presente un hombre ya
cotizado en el teatro y en la literatura de aquellos aos -recurdese
el escndalo teatral del Fermn Galn, con la Xirgu en el reparto-
como era Rafael Alberti, o al menos tuviese noticia fehaciente y
pronta de tal hecho.31 Pero eso no es ms que circunstancial conje
parler dun emprunt de forme? Noublions pas que Lorca considrait cette oeuvre
comme une photographie non retouche de la ralit, selon sa propre dfinition,
alors que Alberti donne pour sous-titre sa tragdie paysanne: fabula del am ory
las viejas; les buts sont diffrents(...) On oublie quun pote nest jamais seul, et que
sa gnration laccompagne. On oublie surtout qu Alberti ne connut La casa de
Bemarda Alba quen 1945, au moment de sa cration Buenos Aires, un an aprs
la premire de ElAdefesio (Aspects du theatre du Rafael Alberti, Socit d Edition
d'Enseignement Suprieur, Paris, 1967, p. 125).
clos- es mucho ms agobiante y omnmoda en el texto lorquiano
que en el albertiano; recurdese tambin que hasta el instante final,
la casa de doa Gorgo ha estado abierta, en aquel ritual del perdn
del acto tercero, a cuantos venidos de fuera acaban asaltndola,
robndola, degradndola hasta la ignominia, antes de que Gorgo
decida convertirla en tumba expiatoria de unos pecados de clase. La
casa solariega, inabordable, la casa-crcel a donde nadie llega y de
donde nadie escapa, es lo que ofrece Lorca, desde su ttulo; y el
espacio cambiante, degradado progresivamente, contradictorio, de
ascensos y precipitaciones -con sus muros desgarrados y agujerea
dos por los cuatro costados, desde el patio a la torre-azotea, es lo
que alternativamente ofrece Alberti. Las mujeres del gineceo lor
quiano se doblegan aplastadas por el peso de la casa;32 las mujeres
del gineceo albertiano proyectan en los muros de salas y patios las
grietas de sus propias contradicciones, de sus propias debilidades,
de sus espantosas hipocresas y represiones.
La accin de ambos dramas coincide en lo esencial: evitar el
escndalo, guardarse a la opinin ajena, y para ello hay que separar,
por el medio que sea, a los amantes jvenes que han decidido opo
ner su vulnerable pasin (l fuerza de lo natural) a la hipocresa
codificada (la coercin de lo social). Y se parte de una situacin
anloga, la muerte del padre, del varn de la casa, y la asuncin del
principio de autoridad por sendas mujeres de similar edad, pareci
do carcter, paralela funcin castradora e idntico celoso tamiz de
32. En un reciente trabajo sobre la obra, John Crispin dice que La estructura
del drama, cuyo eje central es el conflicto entre lo social y lo natural, se proyecta en
gran parte mediante una utilizacin simblica del espacio. (...) Por eso se llama el
drama precisamente La casa de Bernarda Alba (La casa de Bernarda Alba den
tro de la visin mtica lorquiana en el volumen referido n nota 20, p. 180). Sobre
la importancia semiolgica del espacio escnico, de la casa, en la obra ya opinaron
Eric Bentley (El poeta en Dubln (Garca Lorca) Asomante, Puerto Rico, 1953, p.
48) y el mismo hermano del poeta (Federico y su mundo, pp. 381 y ss). Vid. adems
los trabajos de Ruiz Ramn Espacios dramticos en La casa de Bernarda Alba
Gestos, 1 (abril 1986), pp. 87-100 y L. Garca Montero El teatro, la casa y
Bernarda Alba Cuadernos Hispanoamericanos 433-434, (julio-agosto de 1986),
pp. 359-370.
la fama, obtenida en ambos casos a base de mentiras, hipocresas y
silencios, sepulcrales silencios.
Al espacio bsicamente similar- una casa solariega en un pueblo
del interior andaluz, una casa que viene marcada por la acomodada
situacin econmica de las familias que la ocupan en los dos casos-
le corresponde un tiempo de lo representado prcticamente idnti
co: la esplndida maana en el primer acto, la tarde hacia el ano
checer en el segundo, y la noche con la madrugada iluminada por la
luna y marcada por la tragedia, en el tercero. Un paralelo que se
matiza en el segundo acto de ambas obras, pues las tres de la
tarde llenas de sol de la obra lorquiana se distingue slo ligera
mente de la media tarde de la fbula albertiana; pero ese matiz dife
rencial no desmiente en lo esencial la parecidsima disposicin tem
poral de las dos obras.
Tambin se aproximan en organizar cada acto en torno a un
rito o suceso aglutinador de la accin. Esto que resulta absoluta
mente bsico en la estructura de E l Adefesio tambin puede suge
rirse en la disposicin de los tres actos de Bernarda: el duelo, en
el primero; la preparacin del ajuar a la hora de la siesta, en el
segundo, y las expectativas de la inminente boda, en el tercero. Y
en ambos ttulos los tres actos acaban en otros tantos momentos
de mxima tensin, que preparan los respectivos finales, en fun
cin de la represin concretada en formas de encierro, en
Bernarda, o de la hipocresa manipuladora de Gorgo, en E l
Adefesio: escapatoria y nuevo encierro de Mara Josefa, persecu
cin y condena de Librada y suicidio de Adela, en un caso; agre
sin a la muchacha tras confesar el nombre del amante, azota
miento de Gorgo al finalizar la fallida caza del murcilago y sui
cidio de Altea, en el otro.
Son esos momentos finales de ambos ttulos, y los episodios que
hasta ellos conducen, lo que resulta ms llamativo e interesante en
el cotejo de aproximacin. Y habr que atenderlos ms adelante
como se merecen . Pero antes, revisemos otros momentos suscepti
bles de similitudes o de diferencias, ya sean situaciones escnicas
concretas, ya sean personajes con su caracteriologa, sus funciones
y sus significaciones en ambos ttulos.
3. Los personajes, sus nombres y sus funciones
37. Incluso, ampliando el mbito de los ecos a otros ttulos albertianos, Martirio
refiere en el acto primero de Bernarda Alba una experiencia derivada de esa misma
compulsiva represin, la de esperar a un hombre en camisa y tras la ventana, hasta
que fue de da, que se parece bastante al final del acto segundo del drama de Alberti
De un momento a otro, cuando la solterona Josefa invita a escalar su balcn a Andrs
el Beato; y esta asociacin de dos situaciones es especialmente interesante si tenemos
en cuenta que esos dos personajes de la citada obra albertiana son los borradores
sobre los que se disearn poco despus las figuras de Bin y Aulaga
to que la mencin de la locura -uno de los baldones que manchan el
prestigio de los Albas- est absolutamente prohibida en la casa de
Bernarda, y constituye, como las andanzas de Don Dino con las
mozas de su heredad, la vergenza que hay que alejar en ambas
familias- como los murcilagos de Alberti que amenazan al atarde
cer- para que reluzca la buena fachada y la armona fam iliar
(p.165) que exige la viuda de Antonio Mara Benavides. Por ello
mismo el clmax que resuelve el acto segundo de Bernarda Alba
-la lapidacin de la madre soltera- incorpora al drama de Lorca no
slo uno de los varios indicios del smbolo cristolgico que acaba
r alcanzando Adela, y es premonitorio de su misma persecucin y
suerte al finalizar el acto siguiente, sino tambin la concrecin del
peligro que parece amenazar la casa de Bernarda desde la envidia y
maledicencia de sus vecinos y desde la sorda lucha interna de las
mujeres que pugnan bajo su techo (Y nos apedreis con malos
pensamientos-pg 138- ha comentado Amelia, en medio del inci
dente del retrato de el Romano), de modo que la hostigacin de la
otra vctima -la hija de la Librada- que Bernarda dirige a gritos bajo
el arco de entrada a su casa, equivale a la caza del murcilago- tam
bin clmax final del acto segundo de E l Adefesio- expresin de lo
pecaminoso, de lo vergonzante, del castigo por las faltas cometidas,
pues los simblicos quirpteros dan vueltas y vueltas como el
remordimiento, aclara Gorgo (p. 281). En ambas ocasiones se
intenta evitar, a la desesperada, lo que ya es irreversible en el inte
rior de los muros de las respectivas casas.
Tambin ciertos detalles objetuales- de indudable valor simb
lico en ambos textos- permiten trazar posibles enlaces o concomi
tancias entre las dos obras. Uno de ndole menor: el armario de luna
que enriquece el costoso ajuar de Angustias, con su gran espejo en
el centro, trae al recuerdo aquel otro gran espejo de cuerpo entero
que Gorgo manda colocar en el centro de la sala, para enmarcar en
l, para hundirla en su fondo, a la desobediente sobrina.El otro deta
lle permite una proximidad ms sugerente. Junto a caballos y perros
referidos- y odos- en ambas obras, hay dos animales de presencia
efectiva en la escena, la ovejita que porta en su regazo Mara Josefa,
en el drama de Lorca, y la gata enjaulada que le obsequia Bin a
Gorgo, en la fbula de Alberti. Y por supuesto que ambos animales
son soportes de una simbologa que se imbrica con otros niveles de
significacin decodificables en las respectivas escenas. La oveja-
nio de Mara Josefa es un metafrico emblema del hijo que presu
miblemente ya lleva Adela en sus entraas y de la misma Adela,
convertida en el cordero pascual ofrecido en cruento sacrificio
aquella misma noche. La gata que estratgicamente regala al gine-
ceo el ladino Bin representa, por un lado, la sagacidad, la astucia,
la paciencia en la caza (relacinese con la caza del murcilago) y
que son las cualidades de que desea acreditarse Gorgo para cumplir
satisfactoriamente la tarea protectora de la memoria de su hermano,
de la que se considera depositara; y por otro, la gata- su condicin
femenina la asemeja con el resto de habitantes del gineceo- aporta
un sugerente simbolismo de apetencia sexual reprimida, que tan
intensamente se percibe entre las tres furias de aquella crcel, espe
cialmente en sus equvocas relaciones con Bin, e incluso con
Altea; todava- y puesto que se trata, segn se dice en la acotacin
correspondiente, de una gata negra- habra que sumar un tercer sim
bolismo asociado a las tinieblas y a la muerte; en verdad que Bin
acude a aquella casa con dos obsequios, la gata y la carta, y esa
carta, una vez en las manos de Gorgo, es el desencadenante del
horror final-Y adems no se olvide que la identificacin simblica
con Adela que aporta la ovejita que lleva Mara Josefa se reprodu
ce, en cierto modo, en un comentario de Bin ante el contrafactum
de la evanglica ltima cena del acto tercero de E l Adefesio,
cuando subraya el mendigo que en ocasiones similares l haba pre
parado la mesa de la celebracin y l mismo fu e tambin quien con
su mano degoll el cordero (p. 290), sacrificio que ahora -signifi
cativamente- llevar a cabo la propia Gorgo.
39. Unas campanas que, ya fuera de la obra, enlazarn con el campaneo del
funeral que inaugura la accin.
conmiseracin, de Gorgo: Yo no soy ms que un monstruo, una
pobre furia cada, un adefesio(p.311).
Gorgo se ayuda, para ejercer su tirana, de un amuleto en el que
reside para ella el salvoconducto de su autoridad vicaria, las barbas
de su difunto hermano, pues sabe que las funciones que la sociedad
le encomienda (en su particular modo de entender la estructura
social caciquil en la que est inserta) se basa en el omnmodo poder
del varn. Una apreciacin semejante podemos advertir en el texto
lorquiano cuando Prudencia sintetiza todo el esfuerzo de su vecina
para mantener la disciplina en el gineceo con esta frmula, que
Bernarda asiente: Bregando como un hombre" (p. 159), como
brega Gorgo, con las barbas ajenas pegadas a su rostro.
Esta reflexin nos lleva directamente a uno de los paralelos ms
marcados entre las dos mujeres, cuando las dos tragedias se han
consumado. Ante el cuerpo colgado de Adela, Bernarda parece
recuperar rpidamente el terreno perdido momentos antes, cuando
su hija le ha presentado cara y ha quebrado su bastn de mando
(otro amuleto del poder en manos de la viuda), de modo que aquel
mar ante el que -momentneamente ciega- Bernarda quera volver
la espalda para no verlo, para no concienciarse de su fuerza impa-
rable(como ha diagnosticado un tanto retricamente Poncia en ese
mismo acto40), lo acepta ahora con todas sus consecuencias, y lo
desafa redoblando -en un crculo que se vuelve a marcar sobre s
mismo- el inicial rito social del duelo; pues ahora -sentencia
Bernarda- nos hundiremos tocias en un mar de luto"(p. 194). Es
interesante subrayar el verbo elegido, nos hundiremos , porque se
advierte -a pesar del hiertico Silencio, silencio he dicho, silencio"
del final, tan aparentemente lleno de fortaleza moral- una valora
cin del hecho como un comienzo de derrota, de vergenza, de
quedar a los pies de los caballos de todo el pueblo. Paralelamente-
y de forma mucho ms manifiesta- Gorgo (y en lo que queda de
40. Nada ms salir de escena Bernarda, con una aparente tranquilidad, como
queriendo demostrar que bajo el techo de su casa no pasa nada de cuidado, Poncia
murmura: Cuando una no puede con el mar lo ms fcil es volver las espaldas para
no verlo (p. 175).
anlisis de estas dos ltimas secuencias me referir siempre al texto
modificado para la representacin madrilea del 76) quema, ya
inservible, el amuleto capilar de su autoritarismo. Le queda su bas
tn, pero ya no es sino el smbolo degradado, un mucho esperpn-
tico, de su fracaso (Nada se consum, p. 315). En el fondo senti
mos cierto grado de piedad por las dos victimarlas, vctimas tam
bin de s mismas. De modo que los ecos de la Bernarda lorquiana
que he venido sealando a lo largo del Adefesio albertiano se inten
sifican especialmente en la secuencia final del texto de Rafael, a
partir de las palabras de Gorgo (nimas! Atranca bien la verja
del jardn! Cierra con cien cerrojos todas las puertas y ventanas!
Que no encuentre la soledad por donde irse de estos muros!. Solas
nosotras, solas con Altea, a pudrimos, al fin, entre estas pareles,
p. 314), palabras que equivalen a ese mar de luto" en el que
Bernarda se sabe ya precipitada; y resuenan en ellas las casi idnti
cas recomendaciones de la autoritaria madre lorquiana al iniciarse
la obra, expulsando de sus inmediaciones a vecinas y curiosos (En
ocho aos que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de
la calle. Haceros cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y
ventanas, p. 73) del mismo modo que la Gorgo albertiana emplea
sus ltimas fuerzas para alejar de su casa a los mendigos que aca
ban de saquear la mesa del sacrificio.
Lo que se constata al finalizar ambos dramas es lo mismo en el
fondo: la soledad, el fracaso, el castigo han plantado sus reales en
el espacio escnico, con la muerte -luto, vestidos negros, cuerpos
destrozados- presidiendo la ceremonia de la mentira y de la intole
rancia contra la libertad y la naturaleza. Igual da que el teln final
caiga sobre una escena en la que se quiere arrasar todo ruido, toda
palabra, o sobre otra escena en la que las voces que claman -dolo
rido sentir- por la muchacha destrozada se mezclen, en chirriante
acorde, con las risas desgarradas de las tres viejas siniestras y con
los golpes de las puertas cerrndose a un exterior que, como los
lamentos de Cstor, queda cada vez ms arriba, ms lejos, a la espe
ra de una verdadera libertad que tardar mucho en llegar. La dife
rencia, la gran diferencia, viene de la propia fecha de escritura de
los dos textos. Lorca tal vez pudo intuir tan slo que un enfrenta
miento fatal entre libertades y ataduras se estaba gestando all
mismo (si es cierta la fecha de la ltima lectura pblica de la obra,
sta se realiz entre los asesinatos del teniente Castillo y del dipu
tado Calvo Sotelo); y Alberti ya haba experimentado en propia
carne -cuando escribe El Adefesio- un captulo ms de la historia
espaola, que haba cerrado sus fronteras con la muerte dentro, y
haba dejado fuera a tantos espaoles, como Cstor, condenados al
xodo y al llanto. Entre Bernarda y Gorgo caba una Espaa puesta
en el tablero de la historia, una Espaa de cales demasiado negras.
PROCEDIMIENTOS TERICOS Y RUPTURA DE
LA MMESIS CLSICA
EN EL TEATRO DE LORCA
4. Proel [A. Lzaro], Galena. Federico Garca Lorca, La Voz, Madrid, 18-11-
35; reprod. en Federico Garca Lorca, Obras completas, Aguilar, Madrid, 1986, III,
p. 624 (en adelante OQ.
caracteres, tan plurales como las diecisis nias reflejadas en los
ojos de Justina, en Posada.5
Los protagonistas de El pblico deambulan entre biombos y
espejos mltiples, con la conciencia de que se les escapa el ina
prensible movimiento del ser. Viven disfrazados, desdoblados en
sus mscaras. Si don Quijote poda declarar yo s quin soy,
Yerma desvelar la disociacin de su identidad al sentenciar justa
mente lo opuesto: yo no s quin soy. El Zapatero de la farsa
violenta regresa a su propia vida disfrazado de titiritero, su otro
yo. Tambin don Perlimpln o el Joven de A s que pasen cinco aos
encaman el mtico motivo del doble, cercano al problema del uno y
su negacin. No estn lejos los rostros multiplicados de Poeta en
Nueva York, los de los autorretratos lorquianos de esa misma poca,
o las mscaras blancas y lisas, sin rasgos, de El pblico: Aparece
el Traje de Pijama con las amapolas. La cara de este personaje es
blanca, lisa y comba como un huevo de avestruz (p. 115). Estos
rostros blancos, tan prximos a la pintura de Chineo, dan cuerpo al
vaco metafsico, a la identidad perdida. Ante esa careta lisa como
un espejo, ser quiz el espectador quien proyecte los rasgos que
desee, tal vez los suyos propios, en un movimiento de participacin
identificativa. No es posible sacar a la luz la verdadera personalidad
del individuo, su autntico rostro, porque su esencia se anula en la
variedad sin fin de sus metamorfosis.
A s que pasen cinco aos ilustra cmo el hombre es un ser poli
drico, sometido a la mutabilidad de las formas temporales. En El
pblico, la fragmentacin del yo haba roto la identidad del sujeto
en una constelacin de imgenes pasadas, presentes y posibles, todo
ello simultneamente. El desdoblamiento es el recurso empleado
para desvelar que el ser humano es un volumen de mil superfi
cies (EP, p. 107), a la manera del cubismo. En Ruina romana, el
dilogo entre la Figura de Pmpanos y la de Cascabeles lleva a su
mximo exponente el inacabable fluir del cambio y sus equivalen
9. C. Maurer (ed.), Federico Garca Lorca escribe a su fam ilia desde Nueva
York y La Habana (1929-1930), Poesa, nms. 23-24 (1985), p. 78.
10. Vid. C. Maurer (ed.), El teatro, en FGL escribe a su fam ilia..., ed. cit., pp.
133-141; D. Dougherty, Lorca y las multitudes: Nueva York y la vocacin teatral
de Federico Garca Lorca, Boletn de la Fundacin Federico Garca Lorca, IV,
(1992), nm. 10, pp. 75-84, y A. A. Anderson, On Broadway, Off Broadway:
Garca Lorca and the New York Theatre, 1929-1930, Gestos, Irvine, CA, VIII,
(1993) , nm. 16, pp.. 135-148.
11. Aqu hay un teatro de vanguardia; aqu el teatro es magnfico y yo pien
so sacar gran partido de l para mis cosas; el teatro (...) aqu es muy bueno y muy
nuevo y a m me interesa en extremo, C. Maurer (ed.), FGL escribe a su fam ilia...,
ed. cit., pp. 79,59 y 69.
12. Nueva York -aade- es un sitio nico para tomarle el pulso al nuevo arte
teatral, R. Gil Benumeya, Estampa de Garca Lorca, La Gaceta Literaria,
Madrid, 15-1-31; OC, III, p. 503.
insurreccin ante la norma escnica que significaba su teatro de
tteres, donde la investigacin dramtica lorquiana volva a las ra
ces del teatro como una ceremonia ritual en que participan los
espectadores.
Ya antes de los aos veinte, Lorca haba indagado en las zonas
fronterizas de la creacin dramtica, desde un constante alejamien
to del canon realista. Las sonatas experimentales que Lorca redacta
entre 1917 y 1918, las baladas y otros dilogos de estructura musi
cal denotan una voluntad de transgredir los lmites entre las artes,
de hacer indisociables -ms all del simbolismo- la msica, la
prosa, la poesa, el teatro, fundidos en una estructura donde los
gneros literarios quedan deconstruidos, neutralizada toda oposi
cin en un esquema artstico nuevo13. Se trata, a la vez, de dilogos
experimentales, poemas dramticos y piezas de teatro irrepresenta-
bles que abren, desde este primer horizonte, el camino hacia el tea
tro imposible. Queda ya puesta de relieve la permanente insatis
faccin con los gneros recibidos que caracteriz toda la produc
cin lorquiana.14
13. Vid. C. Maurer (ed.), Prosa indita de juventud, Ctedra, Madrid, 1994, pp.
19-21 y 229-282, y C. Maurer, Sobre la prosa temprana de Garca Lorca (1916-
1918), CHA, nm. 433-434 (1986), pp. 14-17.
14. Insatisfaccin con los gneros recibidos que, para Lzaro Carreter, carac
teriza a todo escritor genial, cfr. F. Lzaro Carreter, Sobre el gnero literario,
en Estudios de potica. (La obra en s), Taurus, Madrid, 1979, pp. 113-120. Vid. A.
Soria Olmedo (ed.), Teatro indito de juventud, Ctedra, Madrid, 1994; E. Martn,
Federico Garca Lorca, heterodoxo y mrtir. Anlisis y proyeccin de la obra juve
nil indita, Siglo XXL Madrid, 1986, pp. 218-219, y La nueva dimensin crsti-
ca de Federico Garca Lorca a la luz de sus escritos juveniles inditos, en W .
AA., Valoracin actual de la obra de Federico Garca Lorca, ed. de J. J. de Bustos
y de Y. R. Fonqueme, Universidad Complutense/ Casa de Velzquez, Madrid,
1988, p. 97. La utilizacin de subttulos es sintomtica en toda la dramaturgia lor
quiana. Sus piezas teatrales ostentan una advertencia sobre la cualidad dual del
gnero. As, por ejemplo, Yerma se acompaa de la doble puntualizacin potica y
teatral de Poema trgico; Doa Rosita la soltera, de la definicin lrica de Poema
granadino, al igual que Mariana Pineda. Romance popular en tres estampas. La
abstraccin antirrealista de A s que pasen cinco aos queda anunciada como
Leyenda del tiempo, con lo que se subraya desde el principio su condicin mti
ca y alegrica, su denso espesor semntico.
La corriente teatral de temas y problemas que la gente tiene
miedo de abordar, de asuntos humanos imposibles queda as inau
gurada. A este respecto, E. Martn hace notar cmo, desde el primer
momento, Lorca encauz su obra teatral en dos direcciones: la que
poda desembocar directamente en el escenario, y una segunda, ms
problemtica, que remite a una representacin a largo plazo.15
Del mismo modo que las pginas del artista adolescente atesti
guan el amplio abanico de enfoques de su dinmica creadora, las
escenas de los catorce documentos del teatro inconcluso dan la
medida de la continuidad, sin lagunas ni interrupciones, desde 1926
hasta 1936, de su experimentacin en diversos medios expresivos.
Son varios los matices dominantes de estos borradores, paralelos a
los que recorren la obra dramtica representada. La dimensin
imposible de su teatro alcanza un momento importante con la
redaccin de Posada, en 1927, que conduce directamente al uni
verso de lenguaje de A s que pasen cinco aos y El pblico. El anta
gonismo de Enrique y Justina, en Posada, anticipa la tensin en que
se consumen los personajes de sus obras irrepresentables:
15. Como observa E. Martn, se trata de una heterodoxia de doble signo: religio
so -Sombras- y social -Del amor-, E. Martn (ed.), Federico Garca Lorca, Antologa
comentada. II. Teatro y prosa, Ediciones de la Torre, Madrid, 1989, p. 67.
16. M. Laffranque (ed.), Teatro inconcluso, ed. cit., p. 114.
17. Vid. C. Maurer (ed.), Epistolario, I, Alianza, Madrid, 1983, pp. 146-147.
mudable resulta potenciada por las inquietudes renovadoras del drama
turgo. El subttulo -tachado en el borrador- de Drama fotografiado abre
las puertas a una reflexin sobre el binomio apariencias/ verdad pro
funda, que constituye uno de los ejes de su teatro imposible, inclui
dos los borradores de Casa de maternidad, La bola negra y La sangre
no tiene voz, entre otros. La idea de Rosa mudable toma cuerpo defini
tivo en 1928. La mirada del teatro radiografa esas escenas en que la
imagen social sepulta el drama oscuro individual que late soterrado bajo
las superficies. Es preciso ir hasta el fondo, rasgar los velos que ocultan
la otra vida, una vida gris, agazapada, torturante, diablica.18
Los Hombres de Rosa mudable participan del anonimato y la
abstraccin alegrica de El pblico, cuyo lenguaje est ya presente.
Su violencia los relaciona sin duda con las piezas irrepresenta-
bles. La interrupcin de la escritura de Rosa mudable pudo deber
se a que en 1929 Lorca comenzara a concebir la primera versin de
El pblico. En esa tesitura, el empuje obsesivo de los temas y tc
nicas concitados en El pblico justificara el abandono de una
redaccin recin iniciada. La dualidad de los Hombres de Rosa
mudable, divididos entre el disfraz de la dignidad social y la frusta-
cin ntima de los deseos, se traducir en la desgarrada disociacin
de las identidades de los protagonistas del drama de 1930.
No terminan aqu los eslabones de la cadena del teatro imposi
ble, que atraviesa, como una senda escondida, toda su andadura
dramtica. El metateatro lorquiano tuvo uno de sus ms interesan
tes ensayos en un borrador inacabado escrito hacia 1929: Dragn.
La voz que toma la palabra va ms all de los prlogos metateatra-
les donde Lorca haba experimentado con la inclusin de un parla
mento terico que debata la naturaleza del drama desde el espacio
ficcional de la escena. Ya en 1917 el manuscrito del alegrico
Teatro de almas, cuya accin se desarrolla en el teatro maravillo
so de nuestro mundo interior, se iniciaba con una advertencia
metateatral pronunciada por El Actor:
18. J. R. Luna, La vida de Garca Lorca, poeta, Crtica, Buenos Aires, 10-III-
34; OC, III, p. 597.
Esta comedia, o lo que queris llamarle, es un episo
dio espiritual (...). Estos personajes son nuestros
sufrimientos, nuestros dolores, nuestra vida interna
en una palabra. Va a empezar la tragedia.19
19. Vid. A. Soria Olmedo (ed.), Teatro indito de juventud, dd. 93-95.
La importancia capital del prlogo a La zapatera prodigiosa,20
-ya en la versin de 1930, pero, sobre todo, en la bonaerense de
1933- lo convierte, sin duda, en una de las claves de la teora meta-
dramtica lorquiana. El texto tiene su punto de partida en otro no
menos emblemtico: Dragn, la breve pieza inconclusa dedicada al
tema del teatro, donde suenan ya los acentos del sermn de
Comedia sin ttulo y se despliegan los motivos principales de la
filosofa teatral de Lorca. Las palabras del Director de Dragn
albergan intenciones idnticas a las de los Hombres de El pblico y
concuerdan con los prlogos de otras piezas, con buena parte de las
declaraciones y alocuciones, y con la conferencia-recital de Poeta
en Nueva York. El Director ha perdido por entero el miedo al pbli
co. Ha decidido obligarlo a meditar sobre asuntos espinosos,
imposibles, tanto sociales como metafsicos. El prlogo de 1930
a La zapatera prodigiosa nace, al igual que Comedia sin ttulo, de
una costilla de Dragn. Se encuentran ya en este boceto el proble
ma de la identidad, el procedimiento del monlogo dirigido a la
sala, el prototipo y la indumentaria de prologuista -afn a tantos
otros personajes metadramticos lorquianos-, la finalidad de desau
tomatizar la percepcin esttica y despertar la reflexin intelectual
en el espectador, la conciencia de teatralidad, la densidad, en defi
nitiva, de una teora convertida en literatura, de una obra literaria
que indaga sobre s misma mediante el efecto especular de mise en
abyme.21
El parlamento introductorio de Dragn pudo servir como pro
yecto d obertura para otra pieza, aunque quiz se tratase de un
exordio autnomo, destinado a deconstruir desde el marco, cmo
Comedia sin ttulo, la estructura dramtica habitual, rompiendo el
horizonte de expectativas al suplantar con la teorizacin el argu
mento de una obra que nunca dara comienzo. Lo marginal se trans
forma entonces en nuclear, se desdibuja el umbral entre realidad y
24. No sera arriesgado afirmar que estos prologuistas son un alter ego del
autor, quien se identific en ms de una ocasin con ese prototipo. As, en 1932 ase
guraba: No soy, por el momento, ms que un director de escena; OC, n i, p. 509.
En el manuscrito de Comedia sin ttulo, el prologuista recibe, en un primer momen
to, el apelativo de Poeta; para pasar a figurar inmediatamente como Autor, con
cepto que, en opinin de M. Laffiranque, se reviste aqu del sentido que tuvo el tr
mino durante el Siglo de Oro, esto es, productor o director de escena. A su vez,
el presentador de La zapatera prodigiosa se refiere a s mismo como poeta y
autor de manera intercambiable, al tiempo que se comporta como director cuan
do da rdenes al personaje -a la actriz- y prepara la escena inicial de la obra.
convenciones que protegan al receptor en su tranquilizadora posi
cin de observador impune.
El autoanlisis del prologuista envuelve a los destinatarios en su
debate crtico interior, en la paradoja de sacar a la luz el frgil entra
mado sobre el que se sostiene el ritual dramtico. La dimensin
metateatral se disuelve en una laberntica configuracin especular
donde el pblico queda implicado. El receptor pasa a formar parte
de esa tela de araa sin salida, sin conclusiones definitivas, abierta
como una interrogacin en espera de una respuesta que slo se
materializar fuera del recinto de los teatros.
El espacio convencional se desdibuja, pues el personaje-prlo
go ha tendido un puente con su mirada y sus palabras. Todo el
mundo participar en ese proceso de revisin intertextual de las
cuestiones fundamentales del teatro. Se superponen los papeles de
autor, auditorio y personajes. El parlamento dramtico no se dirige
a un ente de ficcin sobre las tablas, sino a los hombres y mujeres
que pueblan la oscuridad de la sala, convertida ahora en ambiguo
espacio de dilogo con la escena. El pblico comparte entonces el
problema de la creacin artstica y medita crticamente sobre su
propia funcin. A travs de este experimento, Lorca deconstruye las
normas que haban permitido la vigencia de un teatro donde el
papel del destinatario era enteramente pasivo.
Queda cuestionada la esencia misma del gnero a travs de irnos
personajes autoireferenciales,25 autnomos, conscientes de su natura
leza dramtica, que pasan al otro lado del espejo, delante del teln
gris, a una zona donde an no hay drama ni representacin. Sin
embargo, el prologuista es parte ya del texto dramtico, aunque el
pblico carece de los signos suficientes para ubicar esa figura en la
rbita de la ficcin, ni siquiera para relacionarla con la pieza teatral
que, presuntamente, habra de llegar tras sus palabras.26
25. Sobre las estructuras autoireferenciales en los textos, vid. J. Derrida, La loi
du genre, Glyph, nm. 7 (1980), pp. 176-201, especialmente pp. 190-191.
26. Vanse los trabajos de R. Anderson, Prlogos and Advertencias: Lorcas
Beginnings, en C. B. Morris (ed.), Cuando yo me muera...": Essays in Memory
q f Federico Garca Lorca, University Press of America, Lanham, 1988, pp. 209-
El presentador consigue inculcar en el pblico una conciencia
de clase, definirlo como grupo con una misin clara en la ceremo
nia dramtica, traicionando la convencin de la invisibilidad de la
sala. Parece arrojar un inmenso foco de luz sobre otras mscaras,
las de los espectadores, que emergen hasta ocupar tambin ese nivel
preliminar de la representacin, una tierra de nadie que est dentro
y fuera del espacio dramtico, un marco desde el que es posible
interrogarse acerca del teatro e incluso destruirlo, no dejar que
amanezca nunca en la escena.
Como vnculo entre oyentes y actores funciona, en El pblico,
el texto que R. Martnez Nadal bautiz como Solo del Pastor
Bobo, y que coloc errneamente entre los cuadros quinto y sexto
de la obra, ubicacin que se ha venido perpetuando en todas las edi
ciones posteriores.27 La pgina manuscrita del monlogo del Pastor
Bobo, entremezclada con las cuartillas del autgrafo de El pblico
sin indicacin de ttulo ni de situacin en el drama, cumple, sin
lugar a dudas, el papel de introito y ha de editarse definitivamente
como prlogo de la obra.28
232, y F. Colecchia, The prlogo in the Theater of Federico Garca Lorca: Towards
the Articulation of a Philosophy of Theater, HispCal, LXIX (1986), nm. 4, pp.
791-796.
27. Desde que Martnez Nadal edit en 1976 el manuscrito de E l pblico -R.
Martnez Nadal (ed), Autgrafos, II. E l pblico , facsmil del ms., Oxford, The
Dolphin Book, 1976-, su arbitraria disposicin -vid. La cancin del pastor bobo.
Notas al texto, Trece de Nieve, Madrid, 2a poca, nms. 1-2 (1976), pp. 173-
174- se ha mantenido hasta hoy invariablemente en todas las ediciones: M* C.
Milln (ed.), El pblico, Ctedra, Madrid, 1987; D. Harris (ed.), Romancero gita
no. Poeta en Nueva York. E l pblico, Tauros, Madrid, 1993. Tambin las Obras
completas, Aguilar, Madrid, 1986, respetan la colocacin institucionalizada por
Nadal. Vid., en este sentido, A. A. Anderson, Federico Garca Lorca. El pbli
co, edicin de M* dem enta Milln, BHS, LXVI (julio 1989), nm. 3, p. 297, y
R. Vtale, El metateatro en la obra de Federico Garca Lorca, Pliegos, Madrid,
1991, pp. 65-73.
28. En el centro, un gran armario lleno de caretas blancas de diversas expre
siones. Cada careta tiene su lucecita delante. El Pastor Bobo viene por la derecha,
EP, pp. 146-147. La escenografa destaca sobre una cortina azul que recuerda, al
igual que el armario, al texto de 1917 Dios, el Mal y el Hombre, en cuya acotacin
inicial se indica: Es la sagrada selva de la sabidura y del silencio. Muy lejos y [a]
distancia se ve el llano del cielo, (...) el cielo del imposible; A. Soria Olmedo (ed.),
El Pastor Bobo recita en El pblico un introito que trae consigo
la autoridad de los orgenes del teatro clsico espaol. Como sus
antepasados del Siglo de Oro, presenta una composicin potica
similar a las aperturas musicales de los introitos y loas del XVI.29
El prologuista introduce en la pieza de 1930 la reflexin meta-
dramtica. Anticipa el problema central: un debate sobre la necesi
dad del verdadero teatro, el teatro bajo la arena y la negacin de
la mscara y del teatro al aire libre. Como todos los prologuistas
lorquianos, involucra y reta a los espectadores. Se encuentra, a la
vez, dentro y fuera del mundo del drama. Ese talante hbrido le con
fiere una posicin privilegiada, pues conoce la esencia de la obra,
de la que adelanta sus temas principales. El metateatro de Lorca
33. En una entrevista bonaerense de 1933 Lorca menciona que lleva en la male
ta A s que pasen cinco aos y comenta de El pblico que no hay compaa que se
anime a llevarla a escena porque es el espejo del pblico. Es ir haciendo desfilar en
escena los dramas propios que cada uno de los espectadores est pensando, mien
tras est mirando, muchas veces sin fijarse, la representacin. Y como el drama de
cada uno a veces es muy punzante y generalmente nada honroso, pues los especta
dores en seguida se levantaran indignados e impediran que continuara la represen
tacin; Lleg anoche Federico Garca Lorca, La Nacin, Buenos Aires, 14-X-33,
p. 95; OC,III,pp. 554-558.
atacarlo primero. Obras como A s que pasen cinco aos -agregaba- lo
indignan o desconciertan (...). Yo me atrevo a afirmar que ste es el
teatro del porvenir. El teatro agoniza, porque est detenido en su desa
rrollo por las fuertes ataduras de la realidad.34
La estructura desconcertante de sus obras de vanguardia rom
pa abiertamente con los moldes convencionales. Lorca se vio obli
gado a relegar su teatro experimental a un comps de espera, aguar
dando la formacin de un destinatario ms abierto, tarea a la que el
dramaturgo se dedic sin descanso. Como declar a Martnez Nadal
tras una lectura de E l pblico a unos amigos, la obra es muy dif
cil y por el momento irrepresentable, tienen razn. Pero dentro de
diez o veinte aos ser un exitazo.35 Es el tipo de teatro que quie
ro imponer,36 afirmar en 1936. As, el autor encomend -tras
varias tentativas fallidas de estreno- la faceta que prefera de su
produccin a las generaciones siguientes. El vanguardismo del
teatro bajo la arena, a la altura de las dramaturgias europeas ms
avanzadas, qued sin escenificarse en su tiempo,37 condenado,
segn lo defini el propio Lorca, a ser teatro imposible.38
Richard A. Cardwell
(Universidad de Nottingham)
1. Ver, por ejemplo, Robert Lima, The Theatre o f Garcia Lorca, Nueva York,
1963 y Robert Snchez, Garca Lorca. Estudio sobre su teatro, Madrid, 1950.
2. Gwynne Edwards, The Theatre Beneath the Sand, Londres, 1980, traduccin
espaola, El teatro de Federico Garca Lorca, Madrid, 1983.
tury European theatre [El Pblico, en particular, de alguna manera
est para hacer eco de Pirandello y de otra manera est para anticipar
a Beckett, Genet y Ionescu, es, sobre todo, uno de los dramas ms ori
ginales y ms experimentales en el teatro europeo del siglo veinte]
(p.l). No obstante esta afirmacin comparativista el estudioso gals
nunca llega a analizar el teatro de Garca Lorca en su apropiado con
texto vanguardista europeo y, por eso, pierde el hilo necesario para
confirmar su pretensin comparativista. S, sugiere que el teatro espa
ol de Valle-Incln, Grau, Linares Rivas, etc., expresa ese marcado
sentido de la futilidad de los esfuerzos humanos y la crisis en las artes
que caracterizaban la escena cultural europea en la poca de la Gran
Guerra Mundial. No obstante, tambin es lamentable que Edwards no
relacione este sentido de desasosiego espiritual y, especialmente, el
desosiego de Garca Lorca, con sus propios orgenes romnticos ya
que es posible trazar el sesgo metafsico de aquellos aos hacia atrs
a travs del siglo, diecinueve, hasta el momento romntico. El teatro
de ese periodo entre 1900 y ms all de 1920 empieza a rechazar el
testimonio social del teatro anterior. Empieza a analizar la condicin
del ser humano y del artista dentro de un contexto claramente meta-
fsico y posromntico: la relacin entre el artista y sus personajes, la
naturaleza del ser personal y el otro, las posibilidades de la libertad
humana, el control del hombre sobre su identidad o destino y los
efectos deleterios de la sociedad industrial moderna sobre el espritu
del individuo. Romnticos tambin son las expresiones de un desa
sosiego espiritual profundo, un exaltado utopismo y un anhelo por
efectuar grandes cambios sociales. Estas preocupaciones no se res
tringen al teatro experimental del nuevo siglo, naturalmente. Se pue
den encontrar en la poesa simbolista de Jimnez y los hermanos
Machado o en las novelas de Unamuno, Azorn, Baroja y Prez de
Ayala. El desasosiego metafsico queda como una de las caractersti
cas ms destacadas de la literatura finisecular espaola y las dcadas
que siguieron hasta la Guerra Civil.3
23, (28 de diciembre de 1982); dem, (ed.), Federico Garca horca. Prosa indita
de juventud, Madrid, 1994; Christian de Paepe, (ed.), Federico Garca horca, poe
sa indita de juventud, Madrid, 1994.
12. Christopher Maurer, (ed.), Federico Garca horca. Epistolario, Madrid,
1983,2 vols. Siempre cito esta edicin.
13. En su conferencia El cante jondo (Primitivo cante andaluz) coment
sobre el cante en estos trminos; No hay nada, absolutamente nada, igual en toda
Espaa, ni en su estilizacin, ni en su ambiente, ni en justeza emocional y, a con
tinuacin, enfatiz la constante preocupacin con el amor y la muerte, la terrible
pregunta que no tiene contestacin. En su conferencia sobre el Romancero gitano
y, precisamente, sobre Romance de la pena negra, es posible adivinar las cone
xiones, es decir, que la pena del cante jondo andaluz, el poema y su comentario se
emplearon como espejos al propio dolor del poeta: La Pena de Soledad Montoya
Me parece que las estticas lorquianas se arraigan en esta crisis
espiritual tanto como el deseo de dar testimonio a la condicin
humana, especialmente en lo que a la mujer se refiere. Aqu me preo
cupo de establecer y explicar su disidencia esttica. En otro lugar
analizar su deconstruccin dramtica de la sociedad de su momen
to. Su dinamismo esttico logr barrer los controles y las tcnicas
sofisticadas de la cultura de Occidente. En E l m aleficio de la mari
posa, Los tteres de Cachiporra y E l teatro breve, entre otros dra
mas, se encuentran elementos del teatro potico de los primeros
aos del nuevo siglo al lado de la influencia evidente del nuevo
medio cultural, el cine y las vanguardias. El drama rompe con las
reglas aceptadas: las aspiraciones humanas expresadas por insectos
o figuras grotescas y poco edificantes, la mezcla del teatro popular
de los tteres con representaciones vanguardistas simblicas, esce
narios y escenificaciones audaces, efectos de luz sorprendentes,
atuendos cubistas o vanguardistas, distorsiones, violencia emotiva,
utopismo, dimensin tica. Antes que el sentido romntico-simbo
lista de un Ser que busca al Otro, encontramos un protagonista que
est formado y an est por formarse, protagonista que crea y an
no crea ya que queda en el reino alucinante y seductor donde todo
es la raz del pueblo andaluz. No es angustia porque con pena se puede sonrer, ni
es dolor que ciega puesto que jams produce llanto; es una ansia sin objeto, es un
amor agudo a nada, con una seguridad de que la muerte (preocupacin perenne de
Andaluca) est respirando detrs de la puerta. En estas palabras notamos muchos
ecos de lo que ya haba dicho a sus amigos en forma epistolar. En lo que se refiere
a su comentario sobre el reino de la Poesa como un encuentro con la Melancola
vemos cun estrechamente el granadino estaba vinculado a las actitudes artsticas y
el sesgo metafisico romntico que quedaba dentro de las estticas finiseculares. Ver,
por ejemplo, varios trabajos mos: Daro and El arte puro: The Enigma of Life and
the Beguilement of Art, Bulletin ofH ispanic Studies, 48 (1970), pp. 37-51; Juan
Ramn Jimnez and the Decadence, Revista de Letras (Mayagez, Puerto Rico)
23-24 (1974), pp. 291-342; La belleza interior y la hermosura exterior: Alma y
carne en Azul...", Ibero-amerikanisches Archiv, XTV (1988), 3, pp. 307-27; Ricardo
Gil, La caja de msica, critical edition and introduction, Exeter Hispanic Texts,
University of Exeter Press, 1972, XXX+82pp.; Manuel Reina, La vida inquieta, cri
tical edition and introduction, Exeter Hispanic Texts, University of Exeter Press,
1978, xiiii+63pp.; Manuel Machado, Antologa, edition, selection and Introduction,
Sevilla, 1989, lxxvi+100 pp. y los trabajos citados en la nota 3.
es posible y todo queda por realizarse. Me refiero especficamente
a A s que pasen cinco aos. El acto de materializar ese posible ser
la muerte o la aniquilacin. El Prlogo de E l maleficio de la mari
posa demuestra estas tensiones contradictorias. Garca Lorca
advierte a su pblico que la comedia que vas a escuchar es humil
de e inquietante, comedia rota del que quiere araar a la luna y se
araa su corazn14 (p.669). El drama es humilde (no interroga
audazmente) pero, a la vez, es inquietante (permite la interroga
cin con un resultante desasosiego profundo); el drama es comple
to y, a la vez, no puede ser completo ya que est roto; el drama
busca en el ms all un Otro (la luna con todas sus resonancias tra
dicionales de seduccin y muerte) y termina con la perturbacin del
corazn del protagonista y una posible aniquilacin. Descubrimos
un contraste y una contradiccin de deseos y convicciones.
Tenemos, en efecto, la yuxtaposicin de dinamismos anteriormen
te comentados antes que una tensin simbitica. Mientras que en
Los tteres de Cachiporra el ansia incumplida del Joven termina en
el aburrimiento y la inaccin, en El Prlogo de E l m aleficio Garca
Lorca empieza por exponer un modelo vital que es continuo, no
interrumpido, pastoral; modelo que expresa un tiempo pasado de
inocencia y armona no mermadas. Adems es un modelo vital
imbuido por una presencia divina providencial.
15. Ver mis estadios citados en las notas 3 y 13 y Juan Ramn Jimnez and the
Decadence, Revista de Letras (Mayagez, Puerto Rico) 23-24 (1974), pp. 291-342.
guardista del tema tradicional del Amor/Muerte, tema que ira a domi
nar tanto en su poesa como en sus dramas. Dice la Mariposa, Porque
soy la muerte y la belleza. La veta romntica del pensamiento lor-
quiano se demuestra en la afirmacin de Curianito cuando asocia la
alegra con el pasado y su incerteza con el presente y futuro. Notemos
el empleo de los tiempos que evocan muchos versos del romntico
Espronceda, especialmente A Jarifa en una orga y la Segunda Parte
de El estudiante de Salamanca. Dice Lorca:
16. Christopher Maurer (ed.), Federico Garca Lorca escribe a su familia..., p.78.
posibilidades para afirmar y expresar su independencia frente al
universo, un universo donde la tradicin y la permanencia parecen
haberse quebrado a la vez que ese mismo sentido de permanencia
haba sofocado su sed de ideal. El arte simbolista finisecular
emprendi la tarea de construir el Arte Puro, la mentira vital de la
Belleza Absoluta que le proporcionara al artista una nueva base y
nuevo valor metafsicos. El Expresionismo intent desarrollar esta
idea ya que trataba de hacer al poeta el dios, de su propia creacin,
hacerle independiente de todas las normas tradicionales, tanto
racionales como religiosas. No obstante, aunque el Expresionismo,
como otras manifestaciones de las vanguardias, demuestra un opti
mismo en su rebelda y su iconolasticismo, las imgenes pictricas
y verbales indican y revelan la presencia de acciones y fuerzas invi
sibles e incomprensibles, fuerzas que desbaratan lo establecido y el
confortable estatus. Los ejemplos ms convincentes son, natural
mente, Poeta en Nueva York, A s que pasen cinco aos y Bodas de
sangre. En aqul, los animales salvajes, los insectos, los elementos
naturales, las formas mutiladas, borrachas e insomnes, los edificios
abandonados y arruinados nos ofrecen una serie de correlativos
objetivos de fuerzas anmicas que amenazan a una humanidad ino
cente, espiritual y sin defensa y, claro es, que amenazan al propio
poeta. En A s que pasen cinco aos las dobles muertes de El Nio
y La Gata y la muerte final de El Joven. En Bodas de sange el
Destino y la Luna/Muerte expresan el mismo sentido de fuerzas
inexorables que conspiran para perder todas las fuerzas vitales y
naturales en el drama. En El maleficio estas fuerzas se representan
por la fragilidad del mundo de los insectos, el peligro de una repen
tina destruccin y lo efmero de la forma de la mariposa.
Alrededor y arriba del hombre no existe una estructura o funda
mento protector. Se siente una hostilidad vasta que es incompren
dida y que no comprende. Es el sentido que se encuentra en Poeta
en Nueva York, escrito a la vez que El Pblico y A s que pasen
cinco aos. El Expresionismo, quizs ms que cualquier otra mani
festacin de las vanguardias, expresa esta visin, de origen romn
tico, de agona personal y de la vulnerabilidad personal en el cual el
poeta est personalmente enredado. Garca Lorca, como sus con
temporneos expresionistas, reserva la cualidad del amor para esos
seres que son, como l, torturados o atomizados por conflictos
internos. La ausencia o la distancia de Dios se demuestra como un
tema recurrente. Es ste el tema central de E l maleficio, pero rea
parece en la obra lorquiana y an en los dramas cortos publicados
en la revista granadina Gallo en 1928. En E l paseo de Buster
Keaton encontramos una mezcla del sentido de lo absurdo -el ase
sinato de los nios de Buster Keaton con una daga de madera- com
binado con un serie de ilusiones infatigables que se expresan en el
repetido yo quisiera, su suspiro, ay, amor, amor! (p.894) y la
extraordinaria yuxtaposicin de frivolidad y amenaza. En La don
cella, el marinero y el estudiante hallamos la misma falta de puntos
fijos, aqu reflejados en el alfabeto que borda la Doncella. Este arti
ficio le permite que se llame segn el capricho de su amante, se deja
una pgina en blanco en la cual l puede escribir lo que quiera. Ella
no tiene identidad propia; la identidad que tiene se refleja segn la
mscara que le ponen los otros. En la bsqueda del amor ella se
revela vulnerable al antojo de varias conversaciones que no tienen
una lnea o direccin racionales ni lgicas y que introducen, otra
vez, una dimensin absurda. Citemos como ejemplo la breve con
versacin con el Estudiante:
ESTUDIANTE (Entrando)
Va demasiado de prisa.
DONCELLA
Quin va de prisa?
ESTUDIANTE
El siglo.
DONCELLA
Ests azorado.
ESTUDIANTE
Es que huyo.
DONCELLA
De quin?
ESTUDIANTE
Del ao que viene. (pp. 900-L1)
(Sigue andando. Sus ojos, infinitos y tristes, como los de una bes
tia recin nacida, suean lirios, ngeles y cinturones de seda. Sus ojos,
que son de culo de vaso. Sus ojos de nio tonto. Que son fesim os.
Que son bellsim os. Sus ojos de avestruz. Sus ojos humanos en el
equilibrio seguro de la melancola. A lo lejos se ve Filadelfia. Los
habitantes de esta urbe ya saben que el viejo poema de la mquina
Singer puede circular entre las grandes rosas de los invernaderos, aun
que no podran comprender nunca qu sutilsima diferencia potica
existe entre una taza de t caliente y otra de t fro. A lo lejos brilla
Filadelfia) (pp.894-95)
17. En una conferencia que se dio por primera vez en Granada, 11 de octubre
de 1928, deca Lorca: Esta evasin potica puede hacerse de muchas maneras. El
surrealismo emplea el sueo y su lgica para escapar. Pero esta evasin por medio
del sueo o del subconsciente es, aunque muy pura, poco difana. Los latinos que
remos perfiles y misterio visible. Citado en Christopher Maurer, Federico Garca
Lorca, Conferencias, Madrid, 1984, p.25.
En el drama expresionista alemn, por ejemplo, la vida se repre
senta, literalmente, como un baile de mscaras, los hombres y las
mujeres como tteres que actan segn los dictados de una imagen
que es, a la vez, auto-impuesto e impuesto. Escondidos entre ellos
se encuentran unos pocos - los poetas, los nios, los jvenes - que
llevan entre s la promesa de una posible revolucin. La actitud cr
tica de Garca Lorca frente a Espaa y el teatro espaol exiga una
forma dramtica que presentara al pblico la verdad como lo for
mulaba el propio poeta, una verdad desnuda que haba despojado
las capas de desengao para revelar la mentira y la hipocresa que
hay debajo. Esta actitud explicara la decisin de Garca Lorca de
emprender una carrera teatral. Lo explic as: Yo he abrazado el
teatro porque siento la necesidad de la expresin en forma dramti
ca. [...] Quiero ... llevar al teatro temas y problemas que la gente
tiene miedo de abordar.18 Por eso presenta al Hombre 3o que insis
te que se sepa la verdad de las sepulturas, afirmacin que repite
esencialmente lo que ya ha dicho el Hombre Io en lo que al teatro
verdadero, el teatro bajo la arena se refiere (p.123)19. E l Publico
nos revela y se enfrenta con verdades desagradables, aborda asun
tos complejos, mira detrs de las fachadas. Los protagonistas se
hacen personajes en la representacin de su propio drama, testigos
de la revelacin de su propia verdad. En el Cuadro Tercero el
Hombre Io y el Director, ahora transformado en el Arlequn Blanco,
empiezan un proceso de revelacin y auto-revelacin que indica un
punto clave en el desarrollo de la trama. El Director muestra la
forma que se esconde debajo de la superficie y sus afirmaciones
sugieren que un nuevo proceso de revelaciones adicionales, de des
pojo de apariencias, est por empezar. Se trata de un proceso de
desenmascaramiento, la bsqueda de una identidad ltima pero
nunca asequible que se esconde debajo de los disfraces entre los
cuales nos escondemos. Significativamente el poeta repite lo ante
MECANOGRAFA.
Te espero, amor! Te espero! Vuelve pronto!
ARLEQUIN. (Irnico.)
Por all, (p.l 130)
JOVEN.
Juego. (Pone la carta sobre la mesa.)
(En este momento, en los anaqueles de la biblioteca aparece un as
de coeur iluminado. El JUGADOR PRIMERO saca una pistola y
dispara sin ruido con una flecha. E l as de coeur desaparece, y el
JOVEN se lleva las manos al corazn.)
21. Rafael Martnez Nadal, Lorcas The Public, Londres, 1974, p. 99.
y con referencia entre s. No es un proceso subjetivo ni arbitrario.
Ni le falta disciplina ni forma. Esto no quiere decir, no obstante, que
la disciplina en la forma exterior (clasicismo) fuese el factor decisi
vo. Lo esencial es que la necesidad del artista para construir de tal
manera corresponda con sus propios deseos. El criterio de la obra
lorquiana, tanto su drama como su poesa, entonces, se encuentra no
en la aplicacin de un sistema tico o esttico sino en trminos de
su propio punto de vista vital y metafsico, su propia experiencia y
su formulacin de esta experiencia. En el caso de Federico Garca
Lorca, sostengo, esta formulacin entraba de lleno en el expresio
nismo europeo, quizs la verdadera intencin dramtica de la que
hablaba nuestro poeta.
E L TEA TR O E SP A O L ,
E N T IE M PO S D E F E D E R IC O
Csar Oliva
(Universidad de Murcia)
1. Aspectos sociolgicos
3. Un periodo inquietante
1. Introduccin
NIA.
Ay duque de Lucena! Cmo dice?
NIO.
Olivarito, olivo..., est bordado.
(Como recordando.)
CLAVELA.
Os lo dir; pero cuando se acabe,
en seguida a dormir.
NIO.
Bueno.
NIA.
Enterados!
CLAVELA. (Se persigna lentamente, y los NIOS la imitan,
mirndola.)
Bendita sea por siempre
la Santsima Trinidad,-
y guarde al hombre en la sierra
y al marinero en el mar.
A la verde, verde orilla
del olivarito est...
NINO. (Continuando.)
Vena un andaluz,
bien plantado y galn.
CLAVELA
Nia, la bordadora,
mi vida, no bordar!,
que el duque de Lucena
duerme y dormir.
NIA
La nia le responde:
No dices la verdad:
el duque de Lucena
me ha mandado bordar
esta roja bandera
porque a la guerra va.
NIO.
Por las calles de Crdoba
lo llevan a enterrar,
muy vestido de fraile
en caja de coral.
NIO.
Adis, nia bonita,
espigada y juncal,
me voy para Sevilla,
donde soy capitn.
CLAVELA.
Y a la verde, verde orilla
del olivarito est
una nia morena
llorar que te llorar.
{Los nios hacen un gesto de satisfaccin. Han seguido el
romance con alto inters.)
De nuevo los nios, tal el coro griego, contribuyen con su canto
o recitacin a crear el clima de tragedia, comentar el desarrollo de
la accin o acentuar alguno de los elementos argumntales.
b) La zapatera prodigiosa
La seora Zapatera
al marcharse su marido,
ha montado una taberna
donde acude el seoro.
DUENDE 1
Y cmo te va por lo oscurillo?
DUENDE 2o
Ni bien ni mal, compadriUo.
DUENDE Io
Ya estamos.
DUENDE 2o
Y qu te parece? Siempre es bonito tapar las faltas ajenas.
DUENDE Io
Y que luego el pblico se encargue de destaparlas.
DUENDE 2o
Porque si las cosas no se cubren con toda clase de pre
cauciones...
DUENDE Io
No se descubren nunca.
DUENDE 2o
Y sin este tapar y destapar...
DUENDE Io
Qu sera de las pobres gentes?
DUENDE Io
Que las rendijas de ahora son oscuridad maana. (Ren.)
DUENDE 2o
Cuando las cosas estn claras...
DUENDE Io
El hombre se figura que no tiene necesidad de descubrirlas...
DUENDE 2o
Y se va a las cosas turbias para descubrir en ellas secre
tos que ya saba.
DUENDE Io
Pero para eso estamos nosotros aqu. Los duendes!
DUENDE T
T conocas a Perlimpln?
DUENDE Io
Desde nio.
DUENDE T
Y a Belisa?
DUENDE Io
Mucho. Su habitacin exhalaba un perfume tan intenso,
que una vez me qued dormido y despert entre las garras de sus
gatos. (Ren.)
DUENDE 2o
Este asunto estaba...
DUENDE Io
Clarsimo!
DUENDE T
Todo el mundo se lo imaginaba.
DUENDE Io
Y el comentario huira hacia medios ms misteriosos.
DUENDE 2o
Por eso, que no se descubra todava nuestra eficaz y
socialsima pantalla.
DUENDE Io
No, que no se enteren.
DUENDE T
E l alma de Perlimpli, chica y asustada como un patito
recin nacido, se enriquece y sublima en estos instantes. (Ren.)
DUENDE Io
E l pblico est impaciente.
DUENDE 2o
Y tiene razn. Vamos?
DUENDE Io
Vamos. Ya siento un dulce ffesquillo por mis espaldas.
DUENDE 2
Cinco fras camelias de madrugada se han abierto en las
paredes de la alcoba.
DUENDE Io
Cinco balcones sobre la ciudad. (Se levantan y se echan
unas grandes capuchas azules.)
DUENDE 2
Don Perlimpln. Te hacemos un mal o un bien?
DUENDE 1
Un bien..., porque no es justo poner ante las miradas del
pblico el infortunio de un hombre bueno.
DUENDE 2o
Es verdad, compadrillo, que no es lo mismo decir: Yo
he visto que: Se dice.
DUENDE Io
Maana lo sabr toda la gente.
DUENDE 2o
Y es lo que deseamos.
DUENDE Io
Comentario quiere decir mundo.
DUENDE 2o
Chist!...
DUENDE Io
Chist!...
DUENDE 2o
Vamos por lo oscurillo?
DUENDE Io
Vamos ya, compadrillo.
DUENDE 2o
Ya?
DUENDE Io
Ya.
d) Bodas de sangre
ZAPATERA.
Vamos! Quieres decirme lo que pasa? Pronto!
NINO.
Ay! Pues mira..., tu marido, el Zapatero, se ha ido para
no volver ms.
ZAPATERA. {Aterrada.)
Cmo?
NINO.
S, s, eso ha dicho en mi casa antes de montarse en la
diligencia, que lo he visto yo..., y nos encarg que te lo dijramos y
ya lo sabe todo el pueblo...
NINO.
S que es verdad, no me regaes!
Dice:
2. En el relato medieval del finales del XIII o comienzos del XIV, La gran con
quista de Ultramar, aparece un extraordinario relato Leyenda del Caballero del
Cisne, en el que se cuenta la historia de la infanta doa Isomberta, que casada con
el Conde Eustacio, estando este ausente y ella embarazada, pari siete infantes y fue
condenada a morir ya que en ese tiempo toda mujer que en un parto pariese ms
de una criatura, era acusada de adulterio. Es cierto que los nios recibieron al
nacer el collar de plata de manos de un ngel, lo cual exculpaba a la madre, pero la
mala suegra que no quera a la esposa de su hijo, se las arregl para condenarla... La
leyenda contina...
de nios... Todava recuerdo las caras sonrientes de los nios
vendedores de peridicos que el poeta hizo subir, entre los bucles
y las cintas de las caras de los nios ricos...
Por otra parte, pensemos en E l maleficio de la mariposa, obra
cuyos personajes son insectos, y comparmosla con ciertos dibujos
animados de la televisin, La abeja maya, por ejemplo, u otros ms
recientes. Tras realizar tal comparacin, y recordar la conexin de
este maleficio con las tradicionales fbulas, a nadie escapara las
posibilidades de montar un espectculo para nios con esta obra de
Lorca o basado en la misma.
3. Segunda parte
3.1. E l tema
3. Francisco Ruiz Ramn, Historia del Teatro Espaol Siglo XX, 3* edicin,
Ctedra, Madrid, 1977.
En el M aleficio podemos apreciar el planteamiento del referido
tema con slo leer el prlogo. Se nos dice que ...Los insectos esta
ban contentos, slo se preocupaban de beber tranquilos las gotas
de roco y de educar a sus hijuelos en el santo temor de sus dioses.
Se amaban p or costumbre y sin preocupaciones. [...] Pero un da...
hubo un insecto que quiso ir ms all del am or.
No es preciso recordar el argumento: lo esencial ya queda plan
teado: haba una norma de conducta, una moral, unas formas de
amar y un miembro de la sociedad quiso ir ms all. Las conse
cuencias son trgicas.
En Tteres de cachiporra, Rosita y su padre viven en la penuria,
apresados, pues, por las necesidades. En tal situacin es imposible
o muy difcil la realizacin de elevados sueos personales. Por ello,
traicionando sus deseos, Rosita se casa no con quien quiere,
Cocoliche, sino con quien tericamente solucionara sus problemas
econmicos, con Cristobita, que tratar de imponer sus normas. En
este caso, el amor, la libertad personal ejercida, vivida frente a la
norma de un Cristobita ganapn y borracho, que ni siquiera es
humano, acabar por hacer morir al tirano.
No siempre va a ocurrir lo mismo. En Mariana Pineda las nor
mas, aunque injustas, vari a acabar con quien vive en deseo de
alcanzar la libertad y el amor. En efecto, como ya hemos visto,
Mariana muere en el cadalso por ocultar a los liberales y por bordar
la bandera de la Libertad. Es decir, por no someterse a las normas
imperantes, ms poderosas, por supuesto, ique el individuo.
En La zapatera... sta ha accedido a casarse con el Zapatero,
mucho mayor que ella. Las razones podran ser varias o quedar
resumidas en una: era la forma de solucionar el problema de su sus
tento diario. Ello trae consigo unas exigencias que ella, por su
carcter, no cumple: habla con todos los mozos que pasan por la
calle, dice lo que piensa, discute... Las vecinas la critican, levantan
infundios basados en el hecho de que la conducta de la Zapatera no
se corresponde con la norma... Las consecuencias son conocidas.
Ms tarde, cuando la realidad de los sentimientos de Zapatera se
impone, y, en cierto modo, prescinden del qu dirn de los dems,
Zapatero y Zapatera vuelven a unirse.
En Bodas de sangre el conflicto surge tambin por el enfrenta
miento de deseos y pasiones personales (libertad) a intereses y con
vencionalismos sociales. No vamos a entrar en detalles, como tam
poco en el caso de La casa de Bernarda Alba, donde las normas
sociales adquieren tintes absolutamente negros y la moral imperan
te roza los lmites de la mxima aberracin.
Y terminemos este captulo anunciando que obviamos otros
ejemplos y con un breve comentario a Yerma
El personaje Yerma no slo est en conflicto con la sociedad,
representada en el marido, las hermanas, las gentes del pueblo, sino
consigo misma: ella tiene unas normas de conducta interiorizadas,
unos valores morales interiorizados aunque no se correspondan ms
que con la apariencia de los aceptados socialmente. Es vctima de
tales normas interiorizadas. Me explico.
Muchas mujeres aparentemente estriles acuden a la romera y,
en contra de las normas morales oficiales, tienen relaciones con
otros hombres y el milagro se produce: quedan embarazadas. Tales
mujeres cumplen sus deseos personales transgrediendo la norma
moral y viviendo la norma secreta de la libertad. Pero Yerma ha
asumido plenamente sus compromisos de casada y no est dispues
ta a caer en la infidelidad. No est dispuesta a transgredir las nor
mas morales interiorizadas:
Cuando, durante la romera, la Vieja le propone que vaya al
encuentro de su hijo que est sentado detrs de la ermita espern
dote, Yerma le contesta:
C alla calla, si no es eso! Nunca lo hara. Yo no puedo ir a bus
car. Tefiguras que puedo conocer otro hombre? Donde pones mi
honra? E l agua no se puede volver atrs ni la luna llena sale al
medioda. Vete. Por el camino que voy seguir. Has pensado en
serio que yo me pueda doblar a otro hombre? Que yo vaya a
pedirle lo que es mo como una esclava? Conceme, para que
nunca me hables ms. Yo no busco.
'D ada la actitud de Yerma, las consecuencias sern inevitable
mente trgicas.
El estudio de los personajes del teatro de Lorca puede abordar
se desde numerosas perspectivas. As, podemos partir de las clsi
cas divisiones principales/secundarios, cmicos/trgicos, indivi-
duales/colectivos y estereotipos/caracteres hasta pormenorizar uno
por uno para sealar peculiaridades y, posteriormente, diferencias y
coincidencias.
Desde la temtica que he sealado como recurrente podemos
tambin hablar de personajes soadores con afanes de libertad y de
personajes que representan la norma o la norma y la fuerza imposi
tiva de la misma: pensemos en don Cristbal o Cristobita, pensemos
en Bernarda Alba como reprsenttes de estos ltimos y pensemos
en Curianito, Mariana Pineda, Rosita, Zapatera, Yerma, A dela-
para los primeros.
Podemos, en consecuencia, proponer el estudio de los diferen
tes caracteres de los personajes que encaman los sueos de libertad,
poesa y vida propia en contra de los convencionalismos sociales.
Podemos proponer el estudio de los personajes que representan la
norma y la fuerza que la impone.
Sera interesante tambin diferenciar las caractersticas de los
personajes de farsas o guiol frente a los personajes de tragedias,
dramas histricos o lricos.
Por supuesto que ocupamos ahora de poner ejemplos sera alar
gar este trabajo ms all de los lmites razonables. Por ello, slo nos
detendremos en un aspecto del que el teatro de Lorca ofrece un
ejemplar modelo. Me refiero al hecho de tomar unos tipos y de
acuerdo con el carcter de los mismos escribir obras diferentes.
Lorca recoge el tipo llamado don Cristbal o don Cristobita y,
junto a l, la muchacha coqueta y con ganas de casarse, un poco
soadora, rebelde y, en ocasiones, lrica y siempre de familia pobre.
Con tales tipos y similares argumentos escribe las obras Tteres de
cachiporra y Retablillo ele don Cristbal. En el aspecto didctico
que nos ocupa, podemos tomar este hecho como ejemplo para ense-
ar/aprender tcnicas de escritura creativa, y en el gnero teatral, a
partir de modelos dados. El anlisis de ambas obras nos reporta cla
ras noticias sobre las coincidencias y las divergencias y, en conse
cuencia, de cmo conseguir originalidad partiendo de modelos y
tipos, o sea, personajes dados, plenamente definidos.
En este caso, la iniciacin a la literatura comparada y al estudio
de variantes cuenta con un singular corpas. Tampoco vamos a
entrar en detalles en este trabajo: estamos en el captulo de slo
sugerencias.
Interesante sena tambin la comparacin que el propio Lorca
sugiere entre el Cristobita andaluz, el Bulul gallego, la ta Norica
de Cdiz, Monsieur Guiol de Pars y el to don Arlequn de
Brgamo.
3.3. La escena
3.5. Otras
ZAPATERO.
Respetable pblico: Oigan ustedes el romance verdadero y sus
tancioso de la mujer rubicunda y el hombrecito de la paciencia, para
que sirva de escarmiento y ejemplaridad a todas las gentes de este
mundo. (En tono lgubre.) Agudizad vuestros odos y entendi
miento.
En un cortijo de Crdoba,
entre jarales y adelfas,
viva un talabartero
con una talabartera.
Cabellos de emperadora
tiene la talabartera,
y una carne como el agua
cristalina de Lucena.
La conversacin a todos
daba la talabartera,
y ellos caracoleaban
sus jacas sobre las piedras.
Andrew A. Anderson
(Universidad de Michigan)
4. El lapso de tiempo entre los Actos II y III es diez aos (p. 151), y el Sobrino
y su esposa argentina llevaban ocho aos casados cuando finalmente se comunic
la noticia a Granada, slo un mes antes del da en que transcurre el Acto m (p. 155).
TA. Ocho aos lleva de matrimonio, y hasta el mes pasado no
me escribi el canalla la verdad. Yo notaba algo en las
cartas; los poderes que no venan, un aire dudoso..., no se
atreva, pero al fin lo hizo. Claro que despus que su
padre muri! (p. 155)5.
9. Este principio del romance se ha identificado como una copla que aparece
en el primer tomo de Treinta nal cantos populares, Valdepeas, 1929, de Eusebio
Blasco: vase Daniel Devoto, Doa Rosita la soltera: estructura y fuentes,
Bulletin Hispanique, LXIX (1967), nos. 3-4, Lp. 425. Francisco Garca Lorca la
llama un fandanguillo: Federico y su mundo, ed. Mario Hernndez, Alianza,
Madrid, 1980, p. 364.. Los versos 3 y 4 se repiten en el Acto III (p. 178).
10. Luis Femndez-Cifuentes, Garca Lorca en el teatro: la norma y la dife
rencia, Universidad de Zaragoza, Zaragoza, 1986,p. 228.
la escena un ncleo familiar, aunque su composicin ha cambiado
y lo forma ahora tres mujeres: con la muerte del To y el envejeci
miento de Rosita, sta ahora toma su sitio al lado de la Ta y el
Ama, tres mayores -dos viudas y una soltera- que se ven obliga
das a mudarse a una casa ms modesta donde van a seguir vivien
do juntas.11
Esta tendencia ternaria que se manifiesta entre los grupos de
personajes y sus entradas en escena puede detectarse igualmente en
la estructura de la obra. Hay, evidentemente, tres actos, y a cada
acto corresponde un decorado distinto, aunque todos los tres repre
sentan salas dentro del mismo carmen que comunican con el inver
nadero y/o el jardn.1112 A los tres actos con sendos decordos,
corresponden adems tres pocas distintas, separadas entre s por
lapsos de quince y de diez aos, y el paso del tiempo entre los actos
es marcado plsticamente no slo en los cambios de aspecto fsico
de los personajes principales, sino tambin por la variacin en el
diseo de los tres trajes de Rosita, confeccionados segn modas
netamente diferenciadas (pp. 71, 117,156). En cada caso la accin
comprendida dentro del acto transcurre durante un da especfico en
el cual tiene lugar un acontecimiento importante: en el Acto I se
despide el Primo, en el II Rosita celebra el da de su santo, y en el
n i las tres mujeres mudan de casa.13 Estos tres acontecimientos
ocurren en distintas partes del da: es verosmil localizar el paseo
con las Manolas y la despedida durante la maana;14 el onomstico
de Rosita evidentemente se celebra durante la tarde, ya que las de
Ayola acaban de comer (p. 130) y a todas las visitas se les ofrecen
dulces (pp. 130,133); las preparaciones para la mudanza empiezan,
15. Arturo Jimnez-Vera, The Rose Symbolism and the Social Message in
Doa Rosita la soltera, Garca Lorca Review, VI (otoo 1978), no. 2 pp. 128-129;
Greenfield, op. cit., p. 313.
16. Eleodoro J. Febres es casi el nico crtico hasta la fecha quien ha captado
la importancia de este hecho, y lo estudia en su artculo El problema estructural de
Doa Rosita la soltera, Sin Nombre, X (1979), no. 2, pp. 98-111. Desafortunada
mente, no coincido con varias de las conclusiones que saca este crtico de su anli
sis detallado (p.ej. sobre los episodios poticos y el movimiento escnico).
17. Alardo Prats, Los artistas en el ambiente de nuestro tiempo. El poeta
Federico Garca Lorca espera para el teatro la llegada de la luz de arriba, del para
so, El Sol, 15 diciembre 1934, p. 8; Annimo, Escena y bastidores. Despus del
estreno de Yerma, El Sol, 1 enero 1935, p. 2; Annimo, Escena y bastidores, El
Sol, 9 abril 1935, p. 2; Annimo, Escena y bastidores, El Sol, 23 mayo 1935, p. 2.
18. Febres, op. cit., pp. 100, 108-110.
Recordemos ahora los versos de la copla citados arriba: las que
se van a la Alhambra, / las tres y las cuatro solas. Como sabemos,
hay tres Manolas en el reparto, pero dice el texto aqu las tres y las
cuatro solas, as que cabe especular que Rosita se reuniera, a veces,
con ellas, para sus paseos por las alamedas de Granada.19 En efec
to, esta vacilacin o indeterminacin entre tres y cuatro afecta
muchos aspectos de la obra. Los cuatro jardines anunciados en
las entrevistas, que iban a sustituir la divisin ms prosaica en actos
o cuadros, tuvieron que soslayarse, ya que el texto acabado slo
consta de tres actos.20 Los cuatro trajes que viste Rosita son, segn
las acotaciones, de tres colores: rosa, rosa, rosa claro y blanco.21
Incluso en las referencias a usos religiosos aflora el mismo contras
te: en el Acto I Rosita exclama Ya han dado las treinta campana
das en San Luis! (p. 72), mientras que en el II el To conjetura
sobre la ausencia de Rosita que Como es su santo, habr salido a
rezar los cuarenta credos (p. 104).22
Pero donde ms agudamente encontramos esta indecisin
numrica, es en el romance de la rosa y en parlamentos estrecha
mente relacionados con l. Justo antes de recitar el poema por pri
mera vez, el To presenta su lectura as: En este libro est su des
23. El texto original del Acto I se divide en cuatro partes con 4,4, 6 y 6 versos
respectivamente; el texto variante del Acto II tambin tiene cuatro partes, pero la
tercera ahora tiene 8 versos en lugar de 6.
maneras, se puede explicar e interpretar desde varios puntos de
vista.24 Sin duda, Lorca quiere que establezcamos esa correspon
dencia fundamental entre las edades de Rosita y las fases de la vida
de la rosa, pero n nos ofrece una equivalencia rigurosamente mate
mtica.25 Rosita tiene cuatro trajes, de color rosa, rosa, rosa claro y
blanco (es decir, tres colores en cuatro ocasiones), pero si nos ate
nemos al romance de la rosa, su trasunto la flor en la maana, /
roja como sangre est, en el medioda / es dura como el coral, y
Cuando [...] / se desmaya la tarde / [...] / se pone blanca (p. 76).
Es de notar que Rosita nunca se viste de rojo, y su cuarto atuendo
corresponde no a la cuarta sino slo a la tercera etapa de la rosa, la
etapa crepuscular.26 De modo parecido, como hemos visto las ver
siones abreviadas de la vida de la rosa tienden a establecer slo tres
hitos temporales, los de maana, tarde y noche,27 pero queda claro
en el juego de equivalencias que las tres fases de la vida de Rosita
que se representan en los tres actos de la obra corresponden ms
bien a maana, medioda y tarde.
En efecto, el desmayo fsico de Rosita al final del Acto n i
-(Vacila un poco, se apoya en una silla y cae sostenida por el
AMA y la TA, que impiden su total desmayo.) (p. 186)- debe
recordamos la mencin de un desmayo hecha muchas pginas antes
en la recitacin original del romance de la rosa Cuando [...] / se
desmaya la tarde (pp. 76, 99)-. Aunque nicamente aparezca el
24. Febres recuire a las formas del tringulo y del cuadrado como smbolos de
la plenitud o de la ausencia de plenitud (op. cit., pp. 99-100). Mientras que percibe
sagazmente el sordo conflicto mantenido entre estas dos formas, otra vez discrepo
de sus interpretaciones temticas.
25. Varios crticos han comentado esta correspondencia, sin percibir la falta de
simetra perfecta: vanse, a ttulo de ejemplo, Robert Lima, The Theatre o f Garca
Lorca, New York, Las Amricas, 1963, pp. 247,256; Jimnez-Vera, op. cit., p. 128;
Greenfield, op. cit., p. 313; Martnez Cuitifio, op. cit., pp. 13-14.
26. Creo que Febres se equivoca al establecer una ecuacin exacta entre los
cuatro estadios de la rosa y cuatro momentos escnicos que l identifica en la obra:
op. cit., p. 109.
27. Es quizs pertinente aqu una diferencia lxica y semntica entre el espaol
y el ingls o el francs: el concepto de tarde se divide en esas otras lenguas en
aftemoon y evening o aprs-midi y soir.
vocablo en la versin del poema del Acto I, y aunque se refiera lite
ralmente este desfallecimiento a la tarde y no a la rosa por la tarde,
aqu s hay una correspondencia numrica exacta. Estas observa
ciones nos proporcionan una conclusin inicial: el desfallecimiento
de Rosita presagia su inevitable fallecimiento, en un futuro indeter
minado, de la misma manera que la noche tiene necesariamente que
seguir a la tarde, o el deshojarse de una flor remata inexorablemen
te su marchitarse.28
De ms inters y de mayor complejidad que este nivel bsico de
simbolismo relativamente transparente, es el impacto en el entra
mado simblico de la vacilacin ya ampliamente trazada entre tres
y cuatro. Donde la serie cuatripartita de maana, medioda, tarde y
noche se reduce a la trada de maana, tarde y noche, se impone la
sugestin de un futuro que ser una especie de viva muerte, pues
to que las connotaciones de la noche tien lo que sera, de otra
manera, la tarde o el otoo de la vida de Rosita. Donde queda
sin resolver la tensin numrica, sin predominar ninguna de las dos
alternativas, la cuarta etapa -deshojarse, noche, m uerte- tiene como
una presencia virtual. Por un lado, el nfasis en lo temario subraya
el carcter trunco, inconcluso de la obra: al caer el teln final deja
mos a una mujer, segn la cronologa intema del drama y las indi
caciones de Lorca, de entre cuarenta y cinco y cincuenta aos de
edad, muy probablemente con muchos aos an por vivir.29 Por
otro lado, simultneamente, el nfasis en lo cudruple nos obliga a
reconocer lo que traer el futuro, la conclusin de todo. No hay un
cuarto acto -e l cuarto jardn de las entrevistas-, est elidido o,
mejor dicho, no se representa en escena, pero a pesar de que se
quede silenciado, tal como se ha intentado hacer con tantas cosas
28. Hay en Lorca casi siempre una irona amarga en la comparacin de la vida
del ser humano con la de la naturaleza: el deshojarse de una flor es una etapa nece
saria para la formacin posterior del pericarpio, pero tal continuidad no se mani
fiesta en el nivel metafrico del deshojarse humano.
29. Rosita: Yo s que los ojos los tendr siempre jvenes, y s que la espalda
se me ira curvando cada da (p. 176). Vase tambin la cita de la resea por Mara
Luz Morales del estreno de diciembre 1935, donde sta imagina a Rosita todava
viva en aquel ao; el texto est recogido en Femndez-Cifuentes, op. cit., p. 222.
en la vida de la familia, no obstante se implica ineludiblemente,
como una presencia fantasmal que se cierne sobre el escenario des
pus de cado el teln. Es seguramente pertinente aqu, en esta lnea
interpretativa, la falta de hijos, de nuevas generaciones, que parece
predominar y que afecta a muchos de los personajes: los Tos,
Rosita, el Ama, cuya hija ha muerto (p. 157), dos de las Manolas,
las tres Solteronas y don Martn.30 Si el drama no termina exacta
mente con un apagamiento total, por lo menos se augura tal fin.
Mi ltima conclusin es quizs ms temeraria. Como sabemos,
la accin de la obra viene intercalada con varias composiciones
musicales: mientras el Primo se despide, Un piano lejsimo toca
un estudio de Cemy [sz'c] (p. 94),31 y en el Acto II cantan Lo que
dicen las flores (pp. 138-141), no se especifica con qu acompa
amiento musical, para terminar la sesin con una polka (p. 149).
Pero el tipo de msica que mejor capta y expresa el ambiente del
drama es el vals: como dice el To S que [las rosas] duran poco.
[...] As lo dice el vals de las rosas, que es una de las composicio
nes ms bonitas de estos tiempos (p. 118). El vals evoca el mundo
decimonnico de Chopin, uno de los compositores predilectos del
autor,32 la Viena de la familia Strauss -Johann padre e hijo, Josef y
Eduard-, e igualmente su recreacin complaciente llevada a cabo
por el otro Strauss -R ichard- en su Rosenkavalier33 Es difcil no
34. Sobre la significancia del vals para Lorca y para otros escritores espaoles,
modernos, vase Mario Hernndez, Msica y memoria: poemas sobre el vals,
Poesa, no. 29 (octubre, 1987), pp. 118-121.
35. Quisiera agradecer a Christopher Maurer y a Mariola Prez, quienes tuvie-
ro n la a m a b ilid a d dft Ipipt u n h n rra d n r d* pctp pcfndm
HOMENAJE
F E D E R IC O Y L O S E L FO S
Porque Blanco no slo prolog y edit esos poemas sino que los
traste a su gusto y sin referirse en su prlogo a que cumpliese as
un encargo del poeta. Y es que, razonablemente, no hubo tal encar
go. En su prlogo, Blanco escribi que su trabajo se haba reducido
a la simple ancdota amanuense de sacarlos del dorso de unos reci
bos, desenredarlos de entre las lneas de un telegrama o ponerlos a
flote de las restingas de una carta.
Muchos aos despus (en nsula, julio del 59) se reconoca
-modestamente- una intervencin mayor: Mi tarea se redujo a for
malizar la ortografa, a enmendar alguna impropiedad o castellanis
mo y tambin a escoger entre las variantes y a proponerle algunos
ttulos.... Por lo que se refiere a nuestra Danza, y a modo de
ejemplo de sus intervenciones, dice que donde el original pona
Qun fire caval de pedra / no mesmo umbral do sono?, l corri
gi Qun fire petre de pedra / na mesma porta do sono?, porque
caval no era gallego y escribir cabalo hubiese resultado largo; y que
escribi porta porque esa voz expresa poticamente lo mismo que
umbral, que tampoco era gallego y porque, adems, evitaba as la
prdida de una slaba en mes / moum / bral . Finalmente el verso
Filia, con el ar do ceio qued como Ai filia, con ar do ceio par
corregir el castellanismo y reajustar, en consecuencia, sus slabas...
Y as -d ic e - otras menudencias sin importancia, aadiendo algo
que me parece absolutamente improbable: a Federico, todo le
pareci bien.
Wer reitet so spt durch N acht und W ind?/E s ist der Vater m it
seinem Kind; / Er hat den Knaben wolh in dem Arm, / E rfa sst ihn
sicher, er hlt ihn warm. / / Mein Sohn, was birgst du so bang dein
G esicht? / Siehst, Vater, du den Erlknig nicht? / Den
Erlehknig m it Krn und Schweif? / M ein Sohn, es its ein
Nebelstreif. / / Du liebes Kind, komm, geh m it mir! / Gar schne
Spiele spiel ich m it dir; / Manch bunte Blumen sind an dem Strand,
/ M einer M utter hat manch glden Gewand. / / M ein Vater, mein
Vater, Und hrest du nicht, /W a s Erlenknig m ir leise verspricht?
/ Sei ruhig, bleibe ruhig, mein Kind; / In drren Blttern suselt
der Wind. / / Willst, fein er Knabe, du m it m ir gehn? / Meine
Tchter sollen dich warten schn; / M eine Tchterjuren den nch
tlichen Reinh / Und wiegen und tanzen und singen dich ein. / /
Mein Vater, mein Vater, und siesht du nich dort / Erlknigs
Tchter am diistem O rt? / M ein Sohn, mein Sohn, ich seh es
genau: /E s scheinen die alten Weiden so grau. / / Ich liebe dich,
mich reizt deine schne Gestalt; / Und bist du nicht willig, so brauch
ich G ewalt / M ein Vater, mein Vater, je tzt fa sst er mich an! /
Erlknig hat m ir ein Leids getan! //D em Vater grausets, er reitet
geschwind. / E r hlt in den Armen das chzende Kind, /E rreicht den
H o f m it M he und Not; /I n seinen Armen das Kind war tot.
Femando de Diego
(Universidad de Ottawa)
10. Vase Ubeisfeld, A. Lire le thtre, Editions Sociales, Pars, 1978, pp. 171-172.
11. Balboa Echeverra, op.cit., p.107.
12. Para todas las citas textuales de El pblico, seguimos la edicin de M.Clementa
Milln, Ctedra, Madrid, 1988. Se usa la abreviatura E.P. para citar la obra.
bio de registros discursivos, tienen una referencia comn: el tea
tro bajo la arena. Lorca organiza, a partir de esta divisin del espa
cio escnico, un metateatro, en el que desarrolla los presupuestos de
su nueva esttica teatral. El espacio abierto por el biombo se cierra
eircularmente al final del cuadro II, con la reaparicin de los perso
najes que han recuperado su apariencia primera, como lo indica la
acotacin siguiente:
Francisco Abad
(UNED, Madrid)
I. Federico Garca Lorca, Obras, ed. de Miguel Garca Posada, VI, Akal,
Madrid, 1994, p. 731.
Mientras haya desequilibrio econmico el Mundo no piensa... El
da que el hambre desaparezca va a producirse en el Mundo la
explosin espiritual ms grande que jams conoci la Humanidad.
Nunca jams se podrn figurar los hombres la alegra que estallar
el da de la Gran Revolucin.2 No pueden dejar de tenerse presen
tes estas palabras porque dan lugar al contexto en el que se refiere
a sus comedias imposibles y a A s que pasen...: Federico subraya
cmo las gentes se encuentran atenazadas por el hambre y por eso
no pueden pensar, y de esta manera no pueden llegar a la alegra de
una explosin espiritual; por contra las comedias irrepresentables
suyas constituyen -podemos decir- su verdadero pensamiento, su
explosin espiritual personal que en cuanto tal liberacin le produ
ce alegra.
Estamos pues ante unas obras propias en las que Garca Lorca
va a manifestar su yo ms autntico y real, y esa misma explosin
o revolucin la desea tambin para todas las gentes, las cuales sin
embargo se hallan sumidas en el hambre que no les deja pensar.
Ms o menos por las mismas semanas declaraba Federico a
Bagara:
Este concepto del arte por el arte es una cosa que sera cruel si
no fuera afortunadamente cursi. Ningn hombre verdadero cree ya
en esta zarandaja del arte puro, arte por el arte mismo. En este
momento dramtico del mundo el artista debe llorar y rer con su
pueblo... Yo tengo un ansia verdadera por comunicarme con los
dems. Por eso... al teatro consagro toda mi sensibilidad3.
Garca Lorca se muestra consciente por tanto de tener en el tea
tro un medio de expresarse ante los dems y comunicarse con ellos,
y asimismo un medio de exponer el compromiso consigo mismo y
con las gentes todas. Este marco espiritual de rechazo de la sola
voluntad artstica, de la necesidad interior imperiosa de manifesta
cin y solidaridad, y de un verdadero propsito con determinadas
creaciones propias, constituye el marco intelectual y moral en el
Un ciclo literario
La equivocacin de la espera
T tienes la culpa.
Pudiste ser para m
potro de plomo y espuma,
el aire roto en el freno
y el mar atado en la grupa.
Pudiste ser un relincho
y eres dormida laguna,
con hojas secas y musgo
donde este traje se pudra.16
Isotopas de la torma
Final
13. o .c ., m , p. 518.
14. V. Christopher Maurer (ed.), Epistolario, I, Alianza, 1983, p. 102.
15. Id., p. 135.
16. Vid. Helen Grant, Una aleluya ertica de Federico Garca Lorca y las ale
luyas populares del siglo XIX, Actas del Primer Congreso Internacional de
Hispanistas, Dolphin Book, Oxford, 1964, pp. 307-314; y Margarita Ucelay, introd.
cit:, pp. 12-26.
17. Cfr. Margarita Ucelay, id., p. 30.
caminos opuestos de los apuntes inditos, de forma que la origi-
nalsima combinacin de elementos que prestan unicidad a la obra
no fue un proyecto planeado de antemano, sino decisin tomada a
posteriori por el poeta, que no quiso renunciar a ninguna de las
posibilidades que el tema le haba sugerido.18
Cabe sospechar, por el contrario, que el inters en la mezcla de
elementos tan heterogneos formaba parte de la idea inicial de la
obra, ya que, como se ver despus, expresin y contenido van a
integrarse en un mismo sentido, hacia el que Lorca pretende orien
tar todos los elementos de la pieza. De este modo pueden interpre
tarse, asimismo, las indicaciones del autor en el fragmento A: El
lector o espectador tendr siempre un jarro de agua fra en la cabe
za, los hechos trascendentales del mundo amor y muerte apare
cern desnudos y saldrn y entrarn en escena con la misma impor
tancia y hueco que cualquier acto trivial. A veces un acto vulgar o
hecho sin trascendencia vibrar de una manera dramtica intenssi
ma junto a un hecho universal e intenso que pasar mansamente.
Los contrastes aparecen ya en el propio ttulo, basado en el
ripioso pareado tpico de la aleluya, la cual mantiene en la obra,
adems, su originario carcter sagrado en la ceremonia ritual que
pone fin al conflicto. El burlesco nombre de Perlimpln se une al
lirismo del lopesco nombre anagramtico de Belisa; las interven
ciones ridiculas interrumpen el desarrollo lrico de ciertos monlo
gos; el peculiar cdigo del guiol -lenguaje hiperblico, contenidos
erticos directamente enunciados- se combina con el simbolismo
cromtico del verde y el negro, del corte en la garganta, el estran-
gulamiento, el mar, etc., de forma que un fondo trgico, algo oscu
ro y siniestro apenas expresado, discurre tcitamente bajo la apa
rente ingenuidad de la accin dramtica.
La dicotoma establecida entre elementos trgicos y cmicos se
hace extensible a las parejas idealismo / realidad; alma / carne; inte
lectualidad / sentir popular, etc. Y es que el proyecto de Lorca en
Am or de Don Perlimpln responde a un ambicioso propsito creati
19. Vid. Andrs Soria Olmedo (ed.), Treinta entrevistas a Federico Garca
Lorca, Aguiar, Madrid 1989, p. 80.
20. Id., p. 113.
21. Vid. Miguel Garca-Posada, op. cit., p. 29.
22. Vid. Andrs Soria Olmedo, op. cit., p. 127.
23. Cfr. Robert Lima y Dru Dougherty, Pblico o pueblo?, en Dos ensayos
sobre teatro espaol de los 20, Universidad, Murcia, 1984, p. 113-117.
Los teatros estn llenos -conclua el autor- de engaosas sirenas
coronadas con rosas de invernadero, y el pblico est satisfecho y
aplaude viendo corazones de senn y dilogos a flor de dientes; pero
el poeta dramtico no debe olvidar, si quiere salvarse del olvido, los
campos de rosas, mojados por el amanecer, donde sufren los labrado
res, y ese palomo herido por un cazador misterioso, que agoniza entre
los juncos sin que nadie escuche su gemido.24
24. Vid. Eutmdo Martin, Federico Garca Lorca. Antologa comentada (II,
Teatro y Prosa), Ediciones de la Torre, Madrid, 1989, p. 299.
25. Cfr. Andrs Soria Olmedo, op. cit., p. 101.
2 6 .0.C, I, p. 1013. Vid. tambin Isabel Garca Lorca, Recuerdos de infancia,
en Laura Dolfi (ed.), L imposible / posible di Federico Garca Lorca, Edizioni
Scientifiche Italiane, Npoles, 1989, p. 15.
27. O. C., I, p. 490.
reveladora dimensin simblica, por encima de su configuracin
cmica o trgica y de su mayor o menor vinculacin al esquema tra
dicional del motivo; rompiendo decididamente con l de cualquier
modo. Este carcter ha escapado a la inmensa mayora de las inter
pretaciones de la obra, siendo, en mi opinin, donde reside su ver
dadero e inslito valor.
Eutimio Martn plante la cuestin en estos trminos, identifi
cando a los protagonistas de la farsa con los tres elementos que inte
gran la actividad literaria: Terlimpln es el escritor; Belisa, el lec
tor (femenino o receptivo) y El joven de la capa roja, la obra de don
Perlimpln.28 En su lcida exgesis, el profesor pasa por alto, sin
embargo, que Perlimpln (el autor, el intelectual aislado de la vida)
no accede a la captacin del secreto insondable de las cosas hasta
entablar contacto camal con Belisa: Antes no poda pensar en las
cosas extraordinarias que tiene el mundo... Me quedaba en las puer
tas [...]. Ahora cierro los ojos y... veo lo que quiero... por ejemplo...
a mi madre cuando la visitaron las hadas de los contornos (281).
Es la protagonista femenina -e n un nivel metafrico no slo lector
o pblico, sino tambin pueblo, masa popular-, quien proporciona
al poeta la fuente de inspiracin imaginativa. No surge del amor,
por tanto, la epifana sensorial, la fertilidad de la fantasa, como
apunta Eutimio Martn, sino de lo que esa experiencia ertica repre
senta en tal configuracin simblica.
A partir de estas consideraciones, todos los elementos de la
pieza cobran una nueva magnitud. Distinta es ahora la interpreta
cin de los cinco amantes de Belisa, que no la perciben sino en su
dimensin camal y que en la obra sugieren, a mi entender, la idea
de un tipo de teatro coetneo asfixiado por la realidad ms prosai
ca, donde, para Lorca, las pezuas sustituyen a las alas; un tipo de
dramaturgia que puede adormecer y achabacanar a una nacin ente
ra. A un nivel artstico ms general, el autor identificaba con esos
personajes a toda la tradicin realista, tanto en literatura como en
artes figurativas. As, por ejemplo, en su Sketch de la nueva pintu
30. Esta idea de la muerte como germen de vida no era nueva en Lotea. Tras la
muerte de Jos de Ciria y Escalante, el poeta escribe a Melchor Fernndez Almagro:
Pero me parece que debemos comulgar en Ciria y olvidarlo aparentemente. Hay
que hacerlo de uno y sonrer sin saber su nombre. T te acuerdas constantemente
de que tienes ojos? Y, sin embargo, toda la vida nos entra por ellos. Hagamos de
nuestros muertos sangre nuestra y olvidmoslos. De cuando en cuando se me recru
dece una extraa alegra que no haba sentido jams. La alegra tristsima de ser
poeta! Y nada me importa. Ni la muerte! (Vid. Christopher Maurer, op. cit., p. 95).
entonces la maravilla de la existencia, hallando en esa unin la
semilla de la inmortalidad. En este sentido, ambas obras exponen
un conflicto espiritual asentado en el alma del personaje.
Transfigurado en la ficcin, el manifiesto de ambos autores se eri
ga como antdoto contra el desaliento y la desorientacin social de
su tiempo.
Los esfuerzos de Lorca no hallaron su fruto sino en parte. En su
obra, sin embargo, se constata un empeo en la educacin espiritual
del pblico, en la transmisin de la perspectiva potica como valor
no slo literario sino, asimismo, vital. Tambin l, como Perlimpln
en Belisa, perdura en el alma popular.
L O R C A Y M A R Q U IN A : R E L A C IO N E S P E R S O N A
L E S Y /O D R A M T IC A S
16 de diciembre de 1934
Mi muy querido y admirado Eduardo: Su carta de usted espera
da por mi con tanta ansiedad, me ha emocionado. Hay tantas cosas
bellas y nobles en ella que me compensan de mi disgusto. Dejo
todos los puntos por aclarar para cuando nos veamos. Queda en pie
mi adoracin por el poeta y mi leal amistad.
Me haba propuesto en esta temporada no estudiarme ms obras
del repertorio de... los dems (puesto que el mo es imposible que
lo estudien y usted lo sabe) pero buscando la manera de correspon
der a su afecto y para demostrarle una vez ms mi admiracin he
recordado que Boirs tiene hecho en Amrica En Flandes se ha
puesto el sol, bueno, pues en cuanto salga el estreno de Yerma me
pondr a estudiar esa obra con tal entusiasmo que no podr usted
dudar de mi admiracin. Soy muy buenecita cralo usted y si en mis
manos estuviese el poder solucionarle todas sus contrariedades, lo
hara, Pero qu tiempos ms difciles para todo el mundo! Es de
esperar que tendr usted grandes xitos en las obras que anuncia v
en la que yo espero.
La ma ser la ltima de la temporada, pero no por eso ser
menos bella.
Siempre admiradora entusiasta y buena amiga Margarita
T vers lo que puedes hacer con esto, tal vez resulte algo... R. Diers, Introductory
note a F.G. Lorca , Trip to the Moon. A Filmstrip, New directions, Norfolkm,
Connecticut, vol. 18, (1964), 33-35. Traducido por Ian Gibson, op. cit., 2, p. 73.
13. Garcia Lorca, Obras completas, vol. 2, 1986, pp. 1139-1148.
del escritor, con testimonios de andaluces y escenificaciones de su
poesa, teatro y prosa.
En Espaa y en 1976, llegada la hora de recobrar la vieja memo
ria sin sobresaltos, se alude a Lorca en el oportunista panfleto
Espaa debe saber del director y productor Eduardo Manzanos.
Mientras, en el mismo ao, una produccin de la RAI, dirigida por
Alessandro Cae, El asesinato de Garca Lorca (L assassinio di
Garca Lorca, 1976), reconstruye el ltimo mes de su vida y su
muerte. Y tambin la pelcula-documental italiana, Federico
Garca Lorca (Roberto Otero, 1976), indaga en la vida y el asesi
nato del poeta a travs de las evocaciones de Rafael Alberti, Mara
Teresa Len, Pablo Neruda, Jorge Guilln y otros escritores. Y muy
similar es el documental cubano-sueco de 1977, Federico Garca
Lorca: Muerte en Granada, dirigido por Umberto Lpez, que
hurga en la memoria de Manuel Fernndez Montesinos, Francisco
Garca Lorca, Vicente Aleixandre, Ana Mara Dal, Jos Luis Cano
y otros familiares y amigos.
En 1977, la productora madrilea Mino Films financia dos cor
tometrajes: El barranco de Vznar (Jose-Antonio Zorrilla), recrea
cin del asesinato de Federico, y Lorca y La Barraca (Miguel
Alcobendas), aproximacin a las actividades teatrales de dicho
grupo, con testimonios de quienes participaron en ellas, combina
dos con imgenes del homenaje popular celebrado en Fuente
Vaqueros en junio de 1976.14 Ese mismo ao, el largometraje A un
dios desconocido (Jaime Chvarri, 1977) lleva a cabo un intere
sante acercamiento al universo del escritor, que no aparece en pan
talla pero est omnipresente a travs de un personaje con vivencias
comunes. Tampoco aparece como personaje fsico en la pelcula de
Jaime Camino filmada en 1984, El balcn abierto, ttulo extrado
de un verso lorquiano, y originalsim lectura que Camino y Jos-
14. Otros filmes han utilizado la imagen del poeta: Medio siglo en un pincel
(Jorge Gran, 1960); el asesinato: Viva la muerte (Fmando Arrabal, 1970), Morir
en Madrid (Mourir Madrid, F. Rossif, 1963); la inspiracin: La cerradura (Torre
Nilsson, 1964); o su nombre: La guerra ha terminado (La giierre est finie, A.
Resnais, 1966).
Manuel Caballero Bonald hacen de Lorca y su obra. La pelcula
combina tcnicas del cine de ficcin y del documental y la voz de
Federico la articula a partir de sus textos y pasajes autobiogrficos;
y aunque el aspecto biogrfico del filme es su muerte, no se llega a
hacer una indagacin histrica del tema.
La primera pelcula rigurosamente autobiogrfica es Lorca,
muerte de un poeta, dirigida por Juan Antonio Bardem en 1987 y
coproducida entre Espaa, Gran Bretaa, Alemania, Italia y
Francia. Bardem llevaba aos pensando llevar al cine una historia
que, sin tener la guerra civil espaola como centro, se enmarcara en
ella, sin decidirse entre el asesinato de Lorca o la odisea de los
nios espaoles trasladados a la Unin Sovitica. Tras la lectura del
primer volumen de la biografa escrita por Ian Gibson, Bardem
tuvo muy claro que el centro de su pelcula sera Lorca y sus cir
cunstancias sociopoltics, y no slo como homenaje al escritor,
sino tambin a las otras vctimas de la intransigencia y el fanatismo
polticos.
El director quiso limitar la biografa al cine, pero los intereses
de produccin impusieron una serie paralela para televisin estruc
turada en cinco captulos de 55 minutos cada uno: Impresiones y
paisajes (1903-1918), La Residencia (1918-1923), El amor oscuro
(1925-1928), El llanto (1929-1935), Una guerra civil (1925-1936)
y otro final de 85 minutos, La muerte (1936), que recrean vida,
amores, amistades, fracasos, xitos y muerte con gran precisin. Y
aunque este trabajo no contempla las biografas y adaptaciones
hechas exclusivamente para la pequea pantalla, s se menciona
sta porque los seis captulos fueron condensados para la explota
cin cinematogrfica en un largometraje de 120 minutos.
Pero, qu ha pasado con su obra en un cine como el espaol tan
proclive a las adaptaciones literarias? Evidentemente, a partir de
1939, el veto del poder sobre hombre y obra justifica el vaco. Sin
embargo, quizs se entienda menos que nadie intentara adaptarlo
durante el perodo que abarca aproximadamente los aos de la II
Repblica, cuando nuestro cine viva su Edad de Oro gracias a la
infraestructura creada por Cea, Filmfono, Orphea Films y Cifesa,
con una produccin de tcnica e interpretacin dignsimas y que,
adems, contaba con el favor del pblico hispano. Y es en esa pro
duccin cinematogrfica, que tiene en su punto de mira los gustos
y formacin de un pblico muy determinado, donde est la res
puesta: una cosa es la fama del Lorca neopopulista, cuyo Romance
de la Guardia Civil espaola o La casada infiel memoriza el pue
blo, y otra que ese pueblo -pblico- disfrute y entienda las adapta
ciones de su teatro.
Precisamente a travs de la veta populista se encauza el primer
acercamiento del cine a la obra lorquiana en 1935, cando Carlos
Velo incorpora a la banda sonora del cortometraje Almadrabas
algunas de las canciones recogidas y armonizadas por el poeta
(Anda jaleo, Los cuatro muleros, En el caf de Chinitas...); y se
contina en 1937 con el cortometraje dirigido por Justo Labal para
Ediciones Antifascistas, A Federico Garca Lorca, en el que se
visualizan La Casada Infiel y Prendimiento de Antoito el
Camborio, para acabar con el paisaje granadino como fondo y el
poema de Antonio Machado, El crimen fue en Granada.
Bodas de sangre ha tenido hasta ahora cuatro versiones cinema
togrficas. La primera se film en Argentina en 1938 y la dirigi el
crtico y periodista Edmundo Guibourg, con Margarita Xirgu, la
gran intrprete del teatro lorquiano, en el que fue su ltimo trabajo
para el cine. El cineasta marroqu Sohuel Ben Barka dirigi en 1977
una nueva versin, modernizando y adaptando el drama rural espa
ol a la geografa magreb. Carlos Saura y Antonio Gades filmaron
en 1980 una adaptacin musical, con la tragedia traspasada a un uni
verso de cantes y bailes, que consigui xito en festivales interna
cionales (Carmes, Chicago, London Film, Karlovy Vary) y algunos
premios, pero en la que el nombre y la obra de Lorca slo son un
glorioso pretexto. Y Pilar Tvora debut como directora en 1983
con una nueva adaptacin - la ltima por ahora- a la que llam
Nana de espinas y que fiie presentada con xito en los festivales de
Huelva (1983) y Berln (1985), pero que no ha tenido distribucin
comercial. E igualmente indita para el gran pblico es la adapta
cin de Yerma (Imire Gyongyssy y Bama Kabay), coproducida en
1985 entre Hungra y Alemania Federal, y presentada en el Festival
de Huelva de ese mismo ao dentro del ciclo Andaluca en el cine.
En 1946, la productora francesa Denise Tual propuso a Buuel
la filmacin en Pars de La casa de Bernarda Alba, que no se hizo
porque Francisco Garca Lorca no les vendi los derechos, ya que
tena una propuesta ms ventajosa de unos productores ingleses.15
Tampoco lleg a filmarse un nuevo proyecto francs de finales de
los aos cincuenta. Y la adaptacin dirigida por el mexicano
Gustavo Alatriste en 1980, no ha tenido distribucin comercial al
no contar previamente, al parecer, con los derechos de la obra.
Como la adaptacin de Doa Rosita la soltera (1965) slo fue
el ejercicio de diplomatura de Antonio Artero en la Escuela Oficial
de Cinematografa, el primer largometraje comercial espaol de
una obra de Federico es La casa de Bernarda Alba, dirigida por
Mario Camus en 1987, una estilizada e intemporal versin de esa
tragedia de mujeres que no enmascara su origen teatral -empieza y
termina con una cortinilla a modo de teln-, y concentra accin y
propuestas dramticas en el interior de la casa, el espacio escnico,
donde Bernarda impone su ley de castidad y luto. Cada secuencia
de La casa de Bernarda Alba es, considerada aisladamente, digna
de aplauso y la interpretacin impecable; pero, en conjunto, la pel
cula es uno ms de los estetizantes y empachosos productos cultis
tas y acadmicos que tanto han lastrado el cine espaol de los aos
ochenta.
La pelcula de Camus es, hasta hoy, la ltima adaptacin de un
texto de Lorca y lmite de este trabajo que slo ha pretendido esbo
zar, asumiendo el espacio concedido para ello, un acercamiento a
las relaciones escritor-cine desde perspectivas distintas: la inciden
cia del cine en su literatura y las versiones flmicas de la vida y la
obra lorquianas.
15. L. Buuel, Mi ltimo suspiro (Memorias), Plaza & Jans, Barcelona, 1982,
p. 185.
IN D IC E
PONENCIAS
COMUNICACIONES