Asi en La Vida Como...

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U NA VISIN TRANSPERSONAL
DEL PROCESO HUMANO
DE VIVIR Y DE MORIR
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As en la vida como en la muerte


Hugo Dopaso, 2003
Devas 2005

EDicin: Juan carlos Kreimer

Devas S.A.
casa matriz: Avda. San Juan 777 - 3 piso
(c1147AAF) Buenos Aires
Repblica Argentina
internet: www.devas.com.ar
E-mail: [email protected]

Dopaso, Hugo
As en la vida como en la muerte.- 1a ed; 1a
reimp. Buenos Aires: Devas, 2005
256 p.; 22x15 cm (nueva conciencia)
iSBn 987-1102-55-0
1. Autoayuda i. Ttulo
cDD 158.1

Queda hecho el depsito que marca la ley 11.723.

impreso y hecho en la Argentina.


Printed in Argentina.

ninguna parte de esta publicacin, incluido el diseo de la tapa,


puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna
ni por ningn medio, ya sea electrnico, qumico, mecnico,
ptico, de grabacin o de fotocopia, sin permiso previo del editor.

Esta edicin de 3.000 ejemplares se termin de imprimir


en Buenos Aires, Repblica Argentina, en abril de 2005.
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Agradecimientos
Me siento profundamente agradecido a muchas personas que, de distintas formas,
me apoyaron y alentaron para que este libro sea una realidad. Algunas de ellas lo
hicieron de una manera directa, personal, y otras mediante el apoyo brindado a
Niketana. Mirando hacia atrs los ltimos diez aos, puedo evocar innumerables
rostros que me devuelven una sonrisa amistosa y comprensiva. Slo me es posible
destacar aqu algunos pocos nombres. No obstante, sepan que tambin estn en mi
corazn las dems personas a quienes menciono en un listado anexo.
La palabra gracias me resulta muy breve para expresar todo lo que siento. Pido
entonces que se reconozca este libro como prueba de mi gratitud.
A todas las personas que me permitieron acompaarlas en el final de sus vidas.
A sus familiares.
A mis Maestros.
A Julia Gilmore, por sus sabios aportes, constante estmulo y el afecto brinda-
do a travs de los aos.
A los terapeutas del grupo Hexgono, mis queridos amigos: Eduardo Carabe-
lli, Adriana Fernndez, Ana Mara Aguirre y Yolanda Ohana.
Al doctor Hctor Vzquez Ponce, asesor legal de Niketana.
A Gustavo y Alicia Berti, de la ciudad de Ro Cuarto, lderes del grupo Renacer.
Al entraable amigo Satyam, Daniel Barreiro.
A Narcisa Hirsch.
A Teresa Anchorena.
A Marta Rodrguez, querida amiga de Concepcin del Uruguay, que corrigi
amorosamente mis borradores en incontables jornadas y de quien recib tam-
bin estmulo en momentos de dudas y vacilaciones.
La profesora Rosa Capelli tuvo la gentileza de leer los originales y aportarme
interesantes sugerencias.
A Editorial Longseller por su confianza en mi trabajo, todo mi agradecimiento.
Hugo Dopaso
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9 PALABRAS PRELIMINARES

PRIMERA PARTE
13 CAPTULO 1. Muerte y espiritualidad (I)
Muerte y espiritualidad (II)

31 CAPTULO 2. La visin transpersonal


45 CAPTULO 3. La muerte como tab
55 CAPTULO 4. La experiencia de morir consciente
59 CAPTULO 5. Comprendiendo el proceso de morir
71 CAPTULO 6. Algo ms sobre acompaar a morir
97 CAPTULO 7. Una gran tarea
105 CAPTULO 8. Mis padres y yo

SEGUNDA PARTE
117 CAPTULO 9. Acompaando a morir
127 CAPTULO 10. Un ao para vivir
145 CAPTULO 11. Revisando la historia de vida
153 CAPTULO 12. La segunda mitad del ao

TERCERA PARTE
167 CAPTULO 13. Osho
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187 CAPTULO 14. India


199 CAPTULO 15. El retorno
211 CAPTULO 16. Los primeros pasos
219 CAPTULO 17. A cuatro aos del regreso
229 CAPTULO 18. Vipassana
243 CAPTULO 19. Cuba no cree en lgrimas

247 EPLOGO

249 LECTURAS SUGERIDAS

251 ACERCA DEL AUTOR


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Palabras preliminares
Este libro no responde a un plan preconcebido, no me propuse es-
cribirlo, si bien tuve la dicha de poder hacerlo. Su origen, sin em-
bargo, me resulta misterioso. Al igual que un hijo, se fue gestando
silenciosamente en mi interior durante muchos aos, al cabo de los
cuales, un da, en la forma suave y natural en que una nube satu-
rada se derrama en una tenue llovizna, comenz a brotar de mane-
ra incontenible durante cinco prodigiosos meses, en los que dis-
frut mucho al recogerlo y volcarlo sobre el papel.
Con esto quiero decir que no es un libro pensado, mentalmente
elaborado. No me detuve a procesarlo. Fue escrito de un tirn, de un
modo simple y totalmente espontneo. Por eso, como autor, confie-
so que para m es un enigma.
Como el oficio de escritor no me pertenece, me pregunto qu ha-
br querido premiar en m la existencia al elegirme para expresarse
de este modo. Acaso que confe y deje hablar al corazn? Tal vez
la arraigada costumbre que adquir de hablar de la vida siempre en
presencia de la muerte, sin darle la espalda? El hecho inusual de no
negarla?
Est ordenado en tres partes. En la primera reun los captulos refe-
ridos a mi trabajo de los ltimos aos. Son ocho y abarcan el perodo
que va desde la publicacin de El buen morir, en 1994, hasta la fecha.
En ellos muestro cmo trabajo en la actualidad y, adems, esbozo
una visin transpersonal de la muerte y el proceso de morir. Lo me-
dular en ella es el acento puesto en la vertiente espiritual de la na-
turaleza humana que protagoniza este suceso.
Trabajar con esta mirada, doy fe, mitiga la desazn y el sufri-
miento que conlleva el ineludible momento en que tendremos que
dejar el cuerpo.
En la Segunda Parte, relato mi experiencia con el programa de

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As en la vida como en la muerte

Stephen Levine A year to live (Un ao de vida), en razn de haber


encontrado en l una herramienta de gran utilidad para trabajar con
personas que desean prepararse para irse en paz de este mundo, y
tambin para quienes necesitamos sanar, emocional y psicolgica-
mente, al adentrarnos en el camino espiritual.
El programa consiste en vivir durante un ao como si fuera el lti-
mo de nuestra vida, para resolver la negacin que hacemos de la muer-
te, como tambin de la vida al resistirnos a vivirla con toda la plenitud
de su potencialidad.
Es un trabajo de sanacin y crecimiento espiritual.
Aqu resumo mi experiencia con ms de una docena de grupos
que lo experimentaron.
En la Tercera Parte hablo de la vida. De mi vida.
Narro experiencias y ancdotas profundamente interrelacionadas
con mi trabajo. En cierto modo, creo que lo explican, especialmen-
te mi relacin con Osho, mi Maestro y gua.
Visto en su conjunto, este libro brinda imgenes integradas de la
vida, la muerte y la espiritualidad.
Al terminar de escribirlo, mi corazn qued ms liviano.
En los albores de la vejez siento como un deber darlo a conocer.

Concepcin del Uruguay,


otoo de 2003

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Primera parte

El problema de la muerte,
es innecesario decirlo,
se funda en el amor a la vida,

el instinto ms arraigado
de la naturaleza humana.
Alice Bailey
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CAPTULO 1

Muerte y espiritualidad (I)

Qu habremos aprendido
si en el momento
de la muerte no sabemos
quines somos en realidad?
Sogyal Rimpoch

Las muertes, mis muertos


Aquel sencillo y apacible entierro, el que por su bondad se mereca
nuestro padre, sellaba el ltimo compromiso que como hijos com-
partamos con Manuel, mi nico hermano.
An puedo evocar imgenes muy vvidas del regreso silencioso
desde el cementerio, y en particular un significativo abrazo al des-
pedirnos, en el que sent que nuestros corazones se tocaron.
Como hermano menor me he preguntado muchas veces qu sig-
nifiqu en su vida. Pero en aquellos tiempos no saba cmo hacer ese
tipo de preguntas. Menos an decirle cunto lo quera. No era muy
de hombres compartir vivencias tan ntimas.
Juntos tambin habamos despedido a nuestra querida madre y a
la ta Beatriz, ser de luz imposible de olvidar, que colm de ternura
nuestras noches de infancia con sus famosos cuentos.
Sin embargo, la muerte, con su indomable y ciego poder, todava
habra de sacudir, y con mayor fiereza, nuestros intentos por racio-

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nalizar estos acontecimientos con la lgica tranquilizadora del paso


del tiempo y, asimismo, la muerte, sucediendo a la vejez.
El hijo mayor de mi hermano, mi querido sobrino Gabriel, con sus
escasos dieciocho aos, muri en un accidente de ruta la noche que ve-
lbamos a su ta abuela. Vanamente intentaba llegar a su lado. Se dira
que se aventur a acompaarla en su viaje al ms all. Tanto la amaba.
Un prejuicioso sentido del pudor del que hoy me lamento quiz
le hubiese sido de alguna ayuda me impidi abordar con mayor
profundidad este episodio con Manuel.
La muerte de este hijo lo golpe fuertemente. Tal vez fue lo que
lo llev a enfermar. Porque lo cierto es que mi pobre hermano mu-
ri al poco tiempo de un cncer muy maligno. Apenas tena cin-
cuenta y cuatro aos.
En este contexto de muertes y desdichas, no me fue difcil advertir
que yo era el ltimo que quedaba de mi familia de origen. O el primero
en la lista de espera de los pasajeros al ms all, como se lo quiera ver.
Con la partida de Manuel termin por encarnar la vivencia de la
finitud. Yo tambin vea que la gente muere, y que un cierto da lle-
gara mi turno, pero eso era slo una idea, una sombra lejana, nada
serio de que preocuparme.
El mecanismo de negacin y el pensamiento mgico son muy po-
derosos y nos preservan de la casi inevitable crisis que acomete
cuando al fin esta idea encarna y se convierte en vivencia. As des-
cubr que despertar a la realidad de ser seres temporales y empezar
a mirar hacia adentro es una oportunidad invalorable para el reco-
nocimiento de la dimensin espiritual de nuestra naturaleza huma-
na. Fue lo que ocurri. Y el relato de los hechos que se sucedieron a
continuacin es lo que deseo compartir.
En la actualidad, y a resguardo de las turbulencias emocionales, re-
conozco que el tema me apasiona y es motivo de permanentes refle-
xiones, pero creo que nos afecta a todos de una manera insoslayable.

La crisis
Al comienzo de mi indagacin lo que esperaba encontrar eran las
imgenes ms familiares del miedo a lo desconocido y el fuerte im-

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Muerte y espiritualidad (I)

pacto de los sentimientos de pesar frente a las prdidas. Para mi sor-


presa, no fue lo que ocurri.
Otros seran, por cierto, los temores y temas que me urga atender.
Asimilar la evidencia de que el fin de mis das pudiera estar ms
cerca de lo que era capaz de admitir, incluso ser inminente, me de-
jaba helado. Me sent indefenso. Es una experiencia aterradora.
Sin embargo, sa era la cruda realidad. No estaba preparado para
tanto; sencillamente la idea de dejar de ser me atemorizaba sobre-
manera. Pens en buscar ayuda, pero no conoca a nadie que hubie-
ra pasado por una experiencia de indagacin similar que pudiera
servirme de gua. Entonces decid trabajar en soledad hasta donde
me fuera posible, pensando que ya habra tiempo de recurrir a al-
guien si el proceso se atascaba o complicaba demasiado.
El trabajo deba hacerse, no haba escapatoria. Era algo que se me
impona, que invada todos los espacios de mi vida. La inesperada
partida de mi hermano y, como si eso fuera poco, la escandalosa
muerte de mi sobrino, fueron tan elocuentes que no me dejaron al-
ternativas dilatorias.
Al mismo tiempo, intua que la existencia me estaba dando una
gran oportunidad de aprendizaje que no quera rehuir. La repentina
conciencia de mi temporalidad me turbaba, se haba transformado
en una pesadilla y por momentos amenazaba con enloquecerme. El
hallazgo y la vivencia concomitante de mi condicin de ser mortal
por momentos me suma en el ms profundo agobio.
Estaba en serios problemas. Pero no alcanzaba a dilucidar con
claridad su naturaleza. Haba entrado en un cuadro de depresin y
confusin vinculado al duelo? Se trataba de una emergencia espiri-
tual? Era una crisis existencial? O acaso simplemente me estaba
volviendo loco? Un miedo paralizante alternaba con la necesidad
imperiosa de profundizar la indagacin. Llegu a un estado deplora-
ble. Acorralado, no poda hacer otra cosa que intentar relajarme y
dejar que ocurriera lo que tuviera que ocurrir.
Me daba cuenta con espanto de que al llegar a este mundo, al na-
cer, haba iniciado un viaje de duracin imprecisa, pero con destino
seguro, la muerte. Haba puesto en marcha el reloj hasta que se ter-
minara la cuerda.

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En el piso, tumbado sobre almohadones, pona una msica suave


y me quedaba horas tras horas repasando mi vida como si estuviera
viendo pasar una pelcula.
Una y otra vez verificaba la sucesin de los hechos ms significa-
tivos en distintas secuencias. Evidentemente, no hay una historia.
Podemos construir infinitas historias de nuestra vida hilvanando ta-
les y cuales acontecimientos.
Vi con claridad que lo importante no es lo que realmente suce-
di, los hechos en s mismos, sino cmo se los ha vivido. Encontr
que se pueden vivir como verdaderas tragedias hechos ms bien tri-
viales, y sobrellevar circunstancias muy duras sin mayores padeci-
mientos. Todo depende de nuestra actitud de aceptacin o rechazo
a la adversidad.
En resumen, podra decirse de m que tuve una infancia muy li-
bre y feliz en un apacible pueblo de provincia, con padres amorosos,
permisivos y pacientes. Una adolescencia normalmente alborotada y
una juventud azarosa pero aun as muy activa y divertida. Trabajaba
y estudiaba; el esfuerzo culmin con un ttulo de mdico a los vein-
ticinco aos. Form una familia, en la que nacieron y se criaron sa-
namente mis tres adorables hijos.

... y esto es algo de lo tanto que tengo para agradecerte,


querida Norma. Vos hiciste posible mi inolvidable expe-
riencia en la paternidad. Verte segura y confiable me dio
coraje. Yo no me senta tan maduro, me consideraba casi un
irresponsable para tamaa empresa. Pero con vos a mi la-
do me result sumamente placentero cuidar de mis hijos co-
mo me ense mi padre, con respeto, amor y libertad. Lo
disfrutamos mucho, verdad? Nuestros hijos crecieron feli-
ces y saludables y hoy son personas de bien, autnomas y em-
prendedoras, que nos llenan de orgullo y satisfaccin. Fueron
veinticinco hermosos aos de mi vida compartidos en familia.
Luego, inesperadamente, fui entrando en la tan mentada cri-
sis existencial de la mitad de la vida, sin saber nada acerca
de todo eso. Es la razn por la que nunca pude explicrte-
lo. Cmo era que tenindolo todo senta un tremendo va-

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co interior? Vos me decas que te sentas plena, y me pre-


guntabas qu me faltaba a m para ser feliz. Ojal hubie-
ra tenido entonces la respuesta. No la tena. Pero la bus-
qu. De hecho, me convert en un buscador. Confundido, al
principio ca en los lugares comunes de las aventuras fci-
les y otras desmesuras. Como no poda ser de otra mane-
ra, cada vez me sent peor, ms desdichado. Y cuando ya
no pude siquiera mirarte a los ojos prefer dejar la casa. Es
todo. Es la verdad. Nunca dej de quererte. No fue mi in-
tencin lastimarte; no obstante, el mal rato lo pasaste y s-
te es el momento y mi modo de pedirte perdn. Reconozco
que fue innoble de mi parte lo que hice. No lo merecas. Te
pido perdn...

Siempre trabaj en mi profesin, en lo que eleg y disfruto hacer,


y pude ganar con cierta facilidad el sustento (eran otras pocas) pa-
ra cubrir las necesidades familiares e incluso darnos algunos place-
res tales como vacaciones y viajes.
En el momento de vivir esta experiencia rondara los cincuenta.
Entonces, cul era el problema? Por qu ese rechazo tan tenaz
a asumir la verdad? Qu se revelaba con tanta fuerza?
No estaba preparado para morir era la simple respuesta que
surga en mi interior.
Pero, exactamente qu significaba no estar preparado? Era algo
ms que encarar el dolor lacerante por la prdida de mis afectos, de
todas las cosas que amaba. Lo ms perturbador era, sin dudas, una
indefinida aunque abrumadora sensacin de incompletud, como si a
mi vida le faltara an algo esencial, que no alcanzaba a dilucidar.
Me senta insatisfecho. Imaginaba un cuadro sin acabar, algo que
quedara inconcluso. Pero lo ms curioso y desconcertante fue com-
prender que no se trataba de sumar ms detalles, agregar pinceladas,
de ms de lo mismo, de tener un coche nuevo, una casa nueva, otra
mujer, otros viajes, ms experiencias; en definitiva, de satisfacer ca-
da nuevo deseo que surga. Intua que eso no resolvera mi situacin.
Y entonces, cul era el verdadero problema? En qu consista? Era
algo ms sutil que todava no alcanzaba a comprender.

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Una vislumbre
Por aquella poca practicaba aerobismo. Me encantaba correr. Haba
llegado a la etapa de la adiccin, era adicto a correr. Sala a correr
aunque lloviera.
Con una rutina como la que haba logrado, de diez kilmetros
diarios, entraba fcilmente en estados modificados de conciencia. Es
el placer en los que corren, se es su secreto, el verdadero deleite.
Sencillamente, se sienten transportados a un estado de conciencia
diferente, que por un rato los saca de la realidad.
Correr libera endorfinas, se abre el espectro de la conciencia y per-
mite incursionar por parajes muy bellos. Es como un viaje psicodlico.
Una tarde tibia de mayo, al terminar de correr, me acost a des-
cansar sobre el muralln de piedra que bordea la Costanera sur de
Buenos Aires.
Mientras me relajaba, senta con placer el tibio sol del atardecer
secando el sudor de mi cuerpo cansado. Era parte del ritual.
En aquellos das, las lagunas de la actual reserva ecolgica empe-
zaban a dibujarse. La confluan el encanto seorial de esa vieja ala-
meda de Buenos Aires, que an conserva el esplendor de antao por
un lado, y por el otro la fuerza vital de la vegetacin agreste avan-
zando con sus impetuosos pajonales, los frgiles arbustos donde los
pjaros se juntaban al atardecer, las ondulantes plantas acuticas y
los pintorescos plumerillos. Un paisaje de ensueo que le daba al
correr por ese lugar un encanto especial.
En un momento miro la laguna verdinegra. Con ojos de-
senfocados veo unos patos que se acercan. Con algn es-
fuerzo focalizo la mirada. Cuento cuatro o cinco, no ms.
Se desplazan sobre la superficie del agua con gracia y sua-
vidad. Algunos se picotean y hunden la cabeza bajo el agua
como buscando algo que comer.
Cuando me incorporo, la ternura de la escena reclama
toda mi atencin y me cautiva por completo.
Como si se hubiera descorrido un velo, de pronto los ten-
go ante m como la clara y recortada figura de una gestalt
con el agua oscura como fondo.

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Percibo entonces que esos patos verdaderamente estn


disfrutando en paz, felices, inocentes, jugando confiados co-
mo nios cuidados por la mirada atenta y amorosa de sus
padres.
Estn en casa, en su hogar, y se sienten seguros.

Qued maravillado.
Sorpresivamente me vi a m mismo y por contraste me inva-
di una profunda pena. En ese mismo lugar, formando parte de
la escena, yo, el hombre, el rey de la creacin, me senta un ex-
trao, un intruso. En ese lugar de este planeta, que se supone es
mi hbitat.
Con gran dolor, reconoca que pocas veces pude sentirme as, co-
mo en casa, sino que, por el contrario, siempre me sent un extran-
jero, echado del paraso y de todas partes, un marginado.
Haba algo extrao en la situacin que no alcanzaba a compren-
der. Al poco rato de sumirme en esas reflexiones, los colores del atar-
decer estallaron como un gran incendio y mis ojos, como nubes, co-
menzaron a descargar gruesos lagrimones que corran por mi cara.
Un estremecimiento me recorri la espalda y mis brazos se elevaron
como los de un nio suplicante. Atinadamente abr la garganta y
permit que el sollozo no me ahogara.
Por ltimo, la mente par en seco y se hizo el silencio. Qued
suspendido en el tiempo y el espacio. Ignoro lo que ocurri a conti-
nuacin y cunto tiempo estuve como en otro mundo. Al retornar
me sent diferente, algo en m haba cambiado. Me senta extenuado
pero en un estado de inmensa paz.

La presencia del Maestro


Creo que el trabajo de autoindagacin en el que estuve empeado
durante meses fue preparando el terreno para mi encuentro con
Osho. Ya estaba seguro de que lo que estaba viviendo no era un pro-
blema para resolver en el contexto de una terapia convencional. Pe-
ro slo cuando por ventura l apareci en mi vida pude comprender
que quiere decir la expresin un camino espiritual, y cul es su

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significado. Osho fue y an despus de muerto sigue siendo mi gua


a travs de sus enseanzas.
De l recib la inspiracin para darme cuenta de las posibilidades
que poda brindarme para este fin trabajar en el contexto de la
muerte, acompaando a pacientes terminales, que fue lo que en de-
finitiva hice. Mi condicin de mdico y terapeuta cobraba as un
nuevo sentido, una nueva y profunda significacin, como si toda mi
vida no hubiera sido otra cosa que una preparacin para la tarea que
acababa de comenzar.
Los cabos sueltos empezaban a juntarse, una profunda interac-
cin entre mi vida y mi trabajo cobraba nuevo sentido.
Con los aos terminara agradeciendo la rudeza con que la muer-
te golpe a mi puerta, me sac a la intemperie y me despert del sue-
o en que estaba, de la irrealidad en la que viva.

Un maestro parece estar hablando siempre para uno, sa es la vi-


vencia que tiene el discpulo. Podra resumir del siguiente modo la
enseanza que recib de Osho:
Hasta este momento no haba nada muy errado en lo que estaba
haciendo en la vida. El trabajo en el mundo es necesario y forma par-
te importante del aprendizaje. Pero habiendo sobrepasado la mitad
del tiempo de una hipottica vida de setenta u ochenta aos, ya era
tiempo de iniciar el camino de retorno, la vuelta a casa, de empezar
a mirar hacia adentro.
Hasta entonces, slo haba mirado hacia afuera, hacia el mundo; s-
lo conoca una dimensin de la existencia. Una dimensin muy impor-
tante, imprescindible, pero que era slo una de sus dos dimensiones.
Me faltaba mirar ms hacia adentro, explorar a fondo mi natura-
leza humana, mi mundo interior, conocer mi verdadera identidad.
Saber quin soy, no quin creo ser.
Hasta entonces slo haba conocido la vida. Me faltaba conocer la
muerte, que es la otra cara de la misma vida.
Conoca el da, me faltaba conocer la noche, aprender a mirar el
cielo estrellado.
Conoca la vida mundana, me faltaba conocer la vida espiritual,
la vida religiosa.

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Muerte y espiritualidad (I)

Conoca mi cuerpo fsico y sus placeres, el sexo y sus sensacio-


nes, pero me restaba conocer lo ms importante de la naturaleza hu-
mana: el alma.
Laboriosamente, fui integrando, como piezas de un rompecabe-
zas, las ideas, el posible significado de esos sucesos y las vivencias de
esos tiempos tumultuosos. Incluso vislumbraba el camino a seguir.
Volv a sentirme esperanzado. Recuper la confianza.

Una nueva vislumbre


Aproximadamente por la misma poca tuve otra experiencia. Plena
de significacin, viene ahora a mi memoria. Siento que me hace bien
relatarla, me ayuda a comprender.
Era domingo en la noche y regresaba desde Montevideo, donde
ese fin de semana haba dado un taller, una maratn guestltica,
como decamos en esos tiempos.
Yo era un terapeuta guestltico, y como todos mis colegas del mo-
mento, disfrutaba enormemente con esas experiencias. Verdadera-
mente, no podan ser ms gratificantes.
En el barco de regreso, ya relajado, dej que mi mente me trajera
libremente imgenes del grupo con el que haba estado trabajando.
Recordaba los momentos iniciales cuando, sentados en crculo,
esas personas, tensas, muy tensas, teman hasta mirarse. Ver esas
caras resultaba pattico. Comenzbamos con una presentacin de
cada integrante al resto del grupo que implicaba desde el comienzo
un fuerte compromiso. Y a partir de ese momento, una sucesin de
trabajos equilibradamente elegidos invitaban a un viaje conmove-
dor, excitante, por momentos brutal, pero siempre profundamente
liberador.
Era tal el dominio que en ese entonces tena de la tcnica que el
resultado de la experiencia estaba casi garantizado y por eso, ese do-
mingo a la noche, los abrazos de despedida de los integrantes del
grupo que tan duramente haba trabajado eran interminables. Con
lgrimas de emocin incontenible intercambiaban promesas de fu-
turos encuentros para recrear lo vivido. Para ellos, trabajo, emocin,
liberacin, reparacin de viejas heridas, sanacin. Para m, gratifica-

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As en la vida como en la muerte

cin, gratitud, reconocimiento profesional, valoracin y muy buen


dinero.
As regresaba aquella noche desde Montevideo. Me senta pleno,
feliz. Me daba cuenta, por la mirada sonriente de los pasajeros ubi-
cados frente a m, que involuntariamente sonrea a las imgenes que
aparecan en mi mente.

De pronto me voy poniendo serio. Extraamente serio.


Un sentimiento de pesar, una gran tristeza me invade como
una nube que lo ensombrece todo. Eso me resulta muy extra-
o, una nota discordante en el clima festivo que estoy viviendo.
Muy alerta, pongo atencin y trato de precisar lo que me
est pasando. Estoy expectante, muy quieto en mi asiento y
como suspendido. Intento relajarme.
De pronto escucho una voz en mi interior que en un to-
no muy suave, me dice:
Ya es suficiente.
Qu es lo suficiente? pregunto como pidiendo una
aclaracin.
Estas maratones. Ese trabajo termin, ya es hora de
dejarlo. Es tiempo de soltar todo eso que no es ms que un
simple juego.
No es posible protesto, me va muy bien, soy un
terapeuta exitoso, tengo muchos grupos, me divierto, gano
mucho dinero.
Ya es suficiente repite la voz con autoridad indiscuti-
ble, sin la menor alteracin y con infinito amor y compasin.

Jams podra olvidar este dilogo interior. Pareca que hubiera


entrado en un estado alucinatorio.
El resultado, sin embargo, fue contundente.
Con absoluta confianza, acept lo que esa voz me sugera amoro-
samente, acat la sugerencia.
Llegu a Buenos Aires con la decisin tomada sin ningn esfuer-
zo, contradiccin o pelea interior, y dej esa actividad, abandon la
prctica de las maratones.

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Muerte y espiritualidad (I)

En la cumbre de mi xito profesional simplemente dej ese


trabajo, sin tener an ninguna idea de lo que habra de reempla-
zarlo. Sin medir las consecuencias, como la econmica, por ejem-
plo. Lo hice con una confianza total, como si el mismsimo Seor
que reina en las alturas hubiera bajado a la tierra para darme ese
consejo.
Pasaron casi dos aos antes de que se afirmara mi nuevo trabajo,
me iniciara cuidando a pacientes terminales y entrara de lleno en el
contexto de la muerte.
De esta manera, se cerraba un ciclo de mi vida para dar comien-
zo a otro. En la vertiente profesional la transicin era de la gestalt a
la tanatologa. En la otra vertiente, la simplemente humana, iniciaba
un camino espiritual que requera desplegarse en un contexto ms
afn. El de la muerte y el proceso de morir, sin duda.
Una verdadera interaccin dialctica entre muerte y espirituali-
dad entreteje desde entonces la trama de mi vida. Profundizando en
mi camino espiritual, mi trabajo acompaando a morir me devela fa-
cetas increbles. Los pacientes son ahora mis nuevos maestros al
mostrarme, a veces con su sola presencia, claves muy precisas para
el trabajo de esclarecimiento interior. Son herramientas maravillosas
para abrir las puertas al amor incondicional.
Qu curioso es todo esto, verdad?
Qu bella y misteriosa es la vida!
Intentar mostrarlo en los siguientes captulos.

Muerte y espiritualidad (II)


Sobre cmo un da me encontr a m mismo
Siempre fui un poco raro. Ya mi madre lo deca.
Antes de comenzar la escuela primaria, pasaba horas enhorqueta-
do en los parasos del fondo de mi casa o subido a los techos, tra-
tando afanosamente de recordar dnde haba estado antes de llegar

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As en la vida como en la muerte

a este mundo. Mirando el sol del poniente preguntaba: de dnde


vengo? De chico crea que si me esforzaba podra recordarlo.
Pero entre los seis y los siete aos ocurri un hecho por dems
significativo que habra de determinar mi vida para siempre.
As lo recuerdo.

Es una tarde de verano, y estoy jugando en la vereda de


mi casa.
Ha llovido torrencialmente durante varios das, pero en
este momento los rayos del sol empiezan a abrirse paso en-
tre los pesados nubarrones de color gris plomo que remolo-
nean antes de marcharse.
La calle, de tierra, est completamente anegada.
Mi casa es la nica de la cuadra que tiene vereda.
Mi juego consiste en recorrerla de un extremo al otro sal-
tando sobre un solo pie. La sensacin del impacto al caer y
mantener el equilibrio me fascina.
De pronto, al completar uno de esos saltos, en el mo-
mento de tocar el suelo y como despertando de un sueo, me
descubro a m mismo, tomo conciencia de que yo soy, y si-
multneamente, una vez instalado en esa nueva realidad,
descubro a ese chico que est solo, jugando a saltar.

Qued atnito.
El primer impulso fue el de ir corriendo a contrselo a mi madre,
a relatarle lo sucedido. Felizmente me contuve. De todos modos, no
hubiera podido hacerlo. Es seguro que a esa edad no tena las pala-
bras apropiadas para transmitir esa experiencia. Slo intentarlo hu-
biera sido un caos. Casi lo es ahora.
Y de haberlo hecho, qu hubiera conseguido? Ella no hubiera
podido explicarme el fenmeno, era una mujer muy sencilla. Creo
que hice lo mejor, guard el secreto celosamente. No hace mucho
que me animo a divulgarlo.
La experiencia que estoy narrando tuvo implicancias perdurables.
La conciencia de existir, el simultneo reconocimiento de ese ni-
o, su milagrosa aparicin producto de una suerte de desdobla-

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Muerte y espiritualidad (II)

miento, despertaron de inmediato una gran ternura y, muy espe-


cialmente, un sentimiento de responsabilidad que ya no declinara
jams. O quiz sea ms apropiado decir que la conciencia de ser,
que espontneamente y sin ninguna razn aparente se manifest en
ese instante, trajo aparejada la responsabilidad y el amor por ese
mismo ser que qued develado sbitamente enfrente de m. Este
vnculo, que a partir de ese momento se instal, me resulta suma-
mente intrigante.
Nunca pude recuperar el menor atisbo de cul era mi experiencia
del mundo antes de ese fenmeno, antes de que se instalara esa con-
ciencia de yo soy.

El dilogo interior
Esa relacin que desde entonces mantengo conmigo mismo tiene
otras facetas llamativas. Voy a tratar de explicitarlo; son pormenores
de la relacin que percibo en la privacidad y el silencio de mi mun-
do interno y que vivo como mi dilogo interior. Es curioso que nun-
ca le haya preguntado a nadie cmo lo percibe. (En este momento
me prometo a m mismo empezar a hacerlo.) Tanto como para tra-
tar de dar mayor claridad a esta exposicin llamar conciencia o
testigo interior a un trmino de esa dualidad y personaje al otro
trmino.
Como si fuera ese testigo el que hablara, digo entonces que ja-
ms interfiero en los movimientos del personaje. No lo hago en
ningn caso, pero tampoco me es posible hacerlo, no puedo in-
terferir en su libre albedro. Esa eventualidad no me es dada. No
est en mis posibilidades de mero testigo intervenir en sus proce-
sos ni en sus propsitos. Por ejemplo, no puedo evitar que corra
riesgos, incluso serios. Como si se tratara de un espejo, slo pue-
do reflejarlos.
Estoy siempre atento, da y noche vigilo sus pasos. Desde su lle-
gada al mundo acompao a ese ser que se llama Hugo Dopaso, lo ha-
go desde su nacimiento, en su crecimiento, en su proceso de madu-
racin, en todas las vicisitudes de su vida, incluso cuando duerme,
y all estar en el momento en que abandone su cuerpo.

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As en la vida como en la muerte

En un sentido soy l, pero no soy l. Es algo complejo de expli-


car. Por momentos parece que nos confundiramos y que fusemos
uno, y en otros, discriminados, somos dos. Habla un testigo de su
existencia y, al propio tiempo, el atestiguado por esta conciencia.
Puedo hablar de l, conocer su historia, todo lo que piensa, hace y
siente. No tiene ni puede tener ningn secreto para m ya que soy su
conciencia testigo. Es, y no es, yo mismo.
Es algo muy extrao, parece esquizofrnico.

El personaje
Cuando me identifico con el nio que fui o el adulto actual, es
decir, cuando soy el personaje que acta en sociedad, me veo y
me siento como si hubiera sido lanzado a este mundo sin mi
consentimiento.
Desde esta perspectiva muy frecuentemente me siento a la in-
temperie, pero en otras, tambin cuidado. Al referirme a esta situa-
cin suelo decir: me siento cuidado por la existencia, por la propia
vida. Pero es slo una manera de decir. Cul ser en este contexto
el trmino apropiado? Tengo la sensacin de que algo que parece ser
un alguien cuida de m, me protege. Est conmigo siempre y en es-
pecial cuando necesito tomar alguna decisin crucial para mi vida en
el orden de lo existencial, no de lo mundano.
Algunas veces, casi en broma, tambin digo, refirindome a esta
instancia, que es mi ngel guardin. Pero como no creo mucho en
esas cosas, es slo una forma de decir.

La gran confusin
Tambin es posible que sencillamente lo que est intentando trans-
mitir aqu sea slo una gran confusin, el gran lo que hay en mi ca-
beza. Lo acepto.
Sin embargo, aun si as fuera, cosa que no creo, quin o qu
est observando y describiendo esa mente confusa? Por qu si lo
que digo es legible y entendible, quien est escribiendo esto est
en condiciones mentales de realizar una tarea compleja que re-

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Muerte y espiritualidad (II)

quiere claridad, coherencia, un adecuado manejo del idioma, de la


sintaxis, etc.?
Hugo Dopaso es un seor que tiene su mente confusa, y esto lo
dice el mismo seor Hugo Dopaso. Cmo se comprende esto? C-
mo puede ser posible algo as? Puede acaso la mente confusa ver su
propia confusin? Puede el ojo que ve verse a s mismo? Hay aqu,
forzosamente, dos instancias implicadas. El nico modo que encon-
tr de explicar esto es diciendo: tengo una mente, alternativamente
confusa o clara no viene al caso, pero no soy mi mente. No puedo
serlo. Necesariamente tambin debo ser el testigo de esa mente.
Existe obviamente un cuerpo, un complejo aparato psicosomtico
que me permite participar y ser reconocido como la persona de Hu-
go Dopaso que interacta con los dems.
Pero es obvio que no soy ese cuerpo. Slo lo habito, parece que
lo tom prestado y algn da tendr que devolverlo.
Emociones, sentimientos, pensamientos, imgenes, me transitan
todo el tiempo. Aparecen y desaparecen mgicamente sin que pueda
evitarlo o controlarlo. Obviamente, tampoco puedo ser ellos, slo
los atestiguo.

Buscando explicaciones
Como dice un amigo, la mente siempre quiere tener la ltima pa-
labra. Entonces, hay momentos en que intento, y por cierto nece-
sito, hacer ms comprensible para m mismo mi propia vida. Y lo
que hago es tratar de resignificar experiencias como las que narr
antes.
La tarea no es ociosa, la indagacin apunta a comprender qu es
lo que le da direccin a mi vida, ya que siempre fui absolutamente
incapaz de plantearme metas, algn objetivo que lo hiciera.
Incluso me asombro cuando la gente me habla de las metas que
determinan sus vidas. Ignoro la razn, pero eso me es ajeno.
Yo simplemente espero que la existencia me traiga alguna ta-
rea, algn trabajo y entonces, sin hacer demasiadas preguntas,
lo hago, poniendo en ello siempre todo mi ser. As transcurre
mi vida. Cuando concluye un trabajo misteriosamente aparece

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As en la vida como en la muerte

el siguiente. Supongo que el da en que ello deje de suceder,


asumir que habr llegado el venturoso da en que ser llamado
a descansar.
La experiencia del barco regresando desde Montevideo, por ejem-
plo, tal como la relat, es un claro testimonio de mi dilogo interior.
Y de cmo voy caminando por este mundo.
En cuanto a la experiencia de los patos, creo que es algo ms
compleja. Dira que la sensacin de exilio que describo, y que por
cierto no es ficcin ya que me acompaa desde siempre, tal vez se
corresponda con el hecho de que, si bien mi cuerpo fsico tiene su
origen en este planeta y est constituido con sus elementos inorg-
nicos, no soy este cuerpo.
La otra instancia, la espiritual, alma o como se la quiera llamar,
pertenece a un linaje diferente, como si tuviera su origen en los es-
pacios celestes, trascendente a la vez que inmanente. Quizs alguien
podra llamarla alma, otros ser, o como cada uno prefiera.
Me declaro incapaz de explicar la culminacin de la experien-
cia relatada, incluyendo el tiempo en que estuve fuera de la con-
ciencia de vigilia. Pero creo que debe haber contribuido mucho el
gran agotamiento fsico. Haba estado corriendo durante una ho-
ra y media y estaba extenuado. La mayora de los intentos que he
hecho revisando en la bibliografa, por ejemplo movimientos de la
energa kundalini, sencillamente no me resultan convincentes, no
me dicen nada. Creo que, en definitiva, ninguna explicacin impor-
ta tanto a quien tiene la experiencia. Todas parecen etiquetas inne-
cesarias, casi ridculas. Creo que pudo tratarse simplemente de un
momento de gran abstraccin y arrobamiento.
Por ltimo, dira que para m, investigar en el campo de la espi-
ritualidad es trabajar en estos temas, algo que no tiene ninguna con-
notacin religiosa, absolutamente. Tiene que ver con conocer aspec-
tos de mi identidad ms profunda, los menos conocidos de mi
naturaleza humana. Lo difcil no es tanto acceder a este tipo de vi-
vencias sino intentar compartirlas, explicarlas.
Mi mayor inters y satisfaccin al escribir todo esto es tener la
oportunidad de compartir con ustedes estas ideas algo extravagan-
tes, mis creencias, vivencias y experiencias. Esto me interesa mu-

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As en la vida como en la muerte

cho ms que intentar explicarlas. Le por ah que explicarlo todo


es la tendencia de la mente, en tanto que vivir, y slo vivir, lo es
del ser.
No obstante, me atrae conceptualizar en trminos de conciencia.
Para m, todo se remite a fenmenos de conciencia, como si se tra-
tara de la realidad ltima. Planos y ms planos, niveles y ms nive-
les del formidable espectro de la conciencia implicada en los sucesos
vitales. Mi propia vida no es otra cosa que la conciencia que tengo
de ella. Conciencia encarnada ahora, fuera de un cuerpo, despus.
Conciencia manifestada ahora, inmanifestada despus.

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CAPTULO 2

La visin transpersonal

Es una visin para ir adentro,


para ir adelante

y para ir ms all.
Osho

Desde tiempos remotos hasta nuestros das,


y tanto en Oriente como en Occidente,
ha existido una ingente cantidad
de personas que han experimentado

ya sea voluntaria o involuntariamente


una realidad por encima
o ms all de la realidad ordinaria.
Sus testimonios coinciden en sealar
que en esa dimensin transpersonal
de la realidad residen latentes
las cualidades superiores del ser.
Roberto Assagioli

El proceso humano de morir tiene una dimensin externa, que pue-


de ser observada y valorada en forma objetiva y emprica, en su con-
texto sociocultural.
Es la muerte del cuerpo. De ella resulta la muerte medicalizada.
Pero este proceso tiene adems una vertiente subjetiva, interna,
ligada a la conciencia, que nos permite percibir la experiencia de

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As en la vida como en la muerte

morir. Es la que nos proponemos considerar en este captulo.


Esta dimensin es la gran ausente en la mirada del mdico. Tal
omisin se debe a que la experiencia subjetiva de una persona no
puede verse ni captarse por medio de los sentidos, no puede ser vis-
ta ah afuera, lo cual, por cierto, no niega su existencia, y menos
an que tenga sentido y significado. Simplemente ocurre que las vi-
vencias subjetivas del paciente no son accesibles a la experiencia em-
prica, y por lo tanto, no cumplen con uno de los requisitos que de-
manda la metodologa cientfica para otorgarles validez de dato para
su verificacin.
Entonces, para poder estudiar el proceso humano de morir desde
la vertiente subjetiva de la conciencia implicada, que es lo que me
interesaba, primero fue necesario encontrar un modelo de compren-
sin ms abarcativo que el limitado paradigma cientfico convencio-
nal con el que opera la medicina paliativa en la que tena mi inser-
cin en los comienzos de mi trabajo, en 1987.
Necesitaba, adems, contar con un modelo que me suministrara
las herramientas cognitivas necesarias para poder hacerlo. Deba ser,
por supuesto, uno que pudiera acreditar su validez epistemolgica
para otorgar seriedad al estudio que me propona hacer.
La visin transpersonal, cuyo enfoque hemos adoptado, rene
acabadamente los requisitos necesarios. Este modelo me aport el
marco terico y conceptual imprescindible para poder aventurarme
en la investigacin de este fenmeno, es decir, el proceso humano de
morir, desde la perspectiva de la conciencia. O sea, no desde el cuer-
po que muere, sino desde el alma que se libera.
Para que el lector no familiarizado tenga una primera aproxima-
cin a la comprensin de este tema, dir que la visin transpersonal
da cabida a planos o niveles de la realidad que estn ms all de la
experiencia habitual de una persona. Incluye, pero al mismo tiempo
trasciende, los planos o niveles biolgico y mental o psicolgico. Es-
to nos permite el estudio de ciertos estados de la mente llamados, en
otros contextos, espirituales, msticos o religiosos. Esto es funda-
mental para nuestro trabajo.
Llevo ms de cuarenta aos indagando el proceso del ser y la con-
ciencia, tanto en m mismo como acompaando a personas sanas o

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La visin transpersonal

con disturbios mentales, que deseaban ser guiadas para explorar su


mundo interno, tanto por razones teraputicas como por su inters
en un trabajo de crecimiento espiritual.
Realic mis propias investigaciones con el auxilio de diferentes
tcnicas de exploracin de la mente, como el psicoanlisis, la genial
perspectiva de Ronald Laing conocida como antipsiquiatra, la
gestalt de Fritz Perls, meditaciones en sus diferentes variantes tcni-
cas, la hiperrespiracin consciente (respiracin holotrpica de Sta-
nislav Grof), y aun mediante el empleo de substancias psicotrpicas.
Afortunadamente, al llevar la exploracin de la conciencia al
campo del proceso de morir ya contaba con la gua y las enseanzas
de los grandes maestros que han explorado los amplios territorios
del espectro de la conciencia y alcanzaron las ms altas cumbres. Me
refiero a Ramana Maharshi, Nisargadatta Maharaj, Osho, Sri Aurobin-
do, Meister Eckhart y otros msticos cristianos. Asimismo, deseo ex-
presar aqu todo mi reconocimiento y gratitud a Ken Wilber, Stanislav
Grof, Ram Dass, Sogyal Rimpoch, Stephen Levine, Roberto Assagioli,
Fritz Perls, R. D. Laing, Joseph Goldstein, Jack Kornfield y muchos
otros. Sin su ayuda mi trabajo no hubiera sido posible.
Sera presuntuoso y seguramente equivocado decir que cuando
yo hablo, son ellos los que hablan. Debo decir, ciertamente, que
comparto con ustedes, los lectores, mi comprensin de las ensean-
zas de estos maestros, lo que creo entender que ellos dicen. Confo
en no distorsionarlos demasiado. Invito a los lectores a incursionar
por s mismos en esas fuentes.

Cabra todava formularnos algunas preguntas preliminares acer-


ca de este trabajo. En qu puede beneficiarnos explorar la dimen-
sin subjetiva del proceso de morir, concretamente la experiencia de
estar muriendo? Qu beneficio puede reportarle al paciente este
trabajo? Cul sera el sentido de involucrarlo con nuevas y com-
plejas indagaciones?
A continuacin, expongo a modo de resumen las principales ra-
zones que, a mi entender, justifican empearnos en esta indagacin:

1. Ante todo valorar el hecho, no siempre reconocido, de que morir

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As en la vida como en la muerte

significa mucho ms que la mera extincin de las funciones vita-


les del cuerpo, y empezar a reconocer que hay un testigo de esa
experiencia, una conciencia implicada. Por lo pronto, sorpresiva-
mente, encontramos que, antes de iniciarse el proceso del dete-
rioro final, la enfermedad terminal crea condiciones excepciona-
les para realizar esta indagacin, como luego mostraremos.
2. Durante el proceso de morir algunas personas manifiestan estar
transitando diferentes estados de conciencia. Esto ocurre en for-
ma espontnea, y al menos por ahora necesitan ser acompaa-
das en esa experiencia, ya que al no estar familiarizadas con
ellas les despiertan confusin y temor. Habitualmente, el mdi-
co conceptualiza estas vivencias como meras alteraciones psico-
lgicas producidas por la medicacin, y niega su enorme poten-
cial de sanacin.
3. El propsito principal del trabajo con los pacientes terminales y
aun con los ancianos cuando se disponen a partir sera lograr que
puedan permanecer abiertos a su experiencia y transitarla serenos
y confiados. La tarea que ellos tienen a su cargo: morir, es bastante
compleja. La nuestra es que puedan hacerlo conscientes, experi-
mentando que no es un tormento y que incluye un aprendizaje.
4. En ciertos casos, el muriente puede llegar a acceder a una com-
prensin profunda de su verdadera naturaleza. Puede experimentar
la trascendencia alcanzando ese nivel del testigo que est registran-
do este fenomenal acontecer, y por tanto, trascenderlo. En cuanto a
este tema, nos inspiramos en las conceptualizaciones de Stan Grof
sobre la emergencia espiritual.
5. Mediante esta indagacin nos proponemos ayudar al paciente a
alcanzar alguna comprensin vivencial sobre el sentido de su pa-
so por esta vida y el final que se avecina.
6. En algn momento de su arduo peregrinaje, el paciente llega a
advertir de un modo inequvoco que la porfa con la enfermedad
termin y que lo que ahora le resta es encontrarse con su muer-
te. Tal vez ste sea el punto ms azaroso del proceso humano de
morir. Pero si podemos crearle las condiciones de confianza ne-
cesaria, ste puede ser para el muriente un momento de gran ele-
vacin en el cual, quiz, todava le sea posible captar con claridad

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La visin transpersonal

el propsito perseguido por la muerte o, en todo caso, su mayor


implicancia: liberar a esa conciencia de las limitaciones impues-
tas por el cuerpo fsico.
7. Es muy importante considerar que al acceder a los planos de con-
ciencia ms elevados, los planos transpersonales, pueden produ-
cirse fenmenos de sanacin, como lo confirman los trabajos de
un autor tan serio como Stephen Levine. Seran esos raros casos
de curas milagrosas o remisiones espontneas, segn la medici-
na tradicional.
8. Se crea as la paradoja de que el proceso mismo de prepararnos
para afrontar la muerte deviene el paso necesario para la sanacin
en los planos emocional y psicolgico. Sanacin que, potencial-
mente, puede culminar con la reversin completa de las lesiones
causadas por la enfermedad en el plano fsico o corporal.

Nlida
Cito el caso de Nlida, un ejemplo que considero paradigmtico y
que coment en El buen morir. En la pgina 34 de ese libro puede
leerse:

Trabajando con pacientes terminales observamos al


principio con asombro experiencias sobre las que quiero
llamar la atencin. Si en un momento dado el paciente deja
de luchar, se afloja y relaja profundamente puede entrar, ca-
si de sbito y como por milagro, en un mbito donde reinan
la paz, la seguridad y la confianza. El enfermo trasciende en
esos instantes el sufrimiento tremendo que lo estaba acu-
ciando. Se distiende por completo. Su vivencia cambia.
Ante estas observaciones, se necesita admitir que el pro-
ceso de morir es una experiencia mucho ms compleja de lo
que habitualmente consideramos y en la que caben diversos
tipos de estados de conciencia no comunes; a veces, como en
el ejemplo mencionado, con caractersticas verdaderamen-
te notables. Detengmonos a observar mejor estos fenme-
nos. Acerqumonos a ellos con una actitud abierta. Se abre

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As en la vida como en la muerte

un nuevo panorama en nuestro aprendizaje que nos motiva


desde otra vertiente a cuidar mejor a estas personas. Po-
dramos intentar crear para ellas una nueva ecologa en la
que experiencias de este tipo pudieran ser ms frecuentes.
En el momento mismo de mayor dolor y mortificacin
fsica y moral, cuando la situacin parece llegar a un pun-
to verdaderamente insostenible, all, precisamente donde el
enfermo siente que toca fondo, de pronto descubre un nuevo
espacio: otra dimensin de su realidad humana. De sbito,
advierte que ya no est restringido a la vivencia de sentirse
confinado a ese cuerpo dolorido y maltrecho. Puede ocupar
un nuevo espacio que, como me expres una paciente, re-
sulta tibio y confortable.
No hay palabras que puedan expresar el alivio y aun la
sorpresa de las personas que logran esa experiencia. Aun-
que todo lo que puedan llegar a verbalizar en estos mo-
mentos no fue mucho ms que: es como si de pronto el do-
lor hubiera dejado de preocuparme, o como si despertara
de una pesadilla.
A partir de ese momento, pueden permanecer en su nuevo
espacio, al decir de la metfora, por algunas horas o das.
Pueden disfrutar y desplegar un modo o estilo de relacin con
su entorno verdaderamente notable por la suavidad y cali-
dez. Es como si mgicamente se hubieran resuelto todos sus
problemas, porque lo que an resta morir dej de serlo. Tal
es el increble nivel de aceptacin y entrega alcanzado.
Ahora pueden vivir en su corazn. Como devienen pu-
ro amor, comprensin, y aun sabidura, deja de importarles
cunto tiempo de vida les queda. Cuando sienten haber lle-
gado all, permanecer en el cuerpo no parece ser lo prin-
cipal. La vivencia ms importante es que despus de todo,
vali la pena.
Pero tambin las podremos ver, lamentablemente, retor-
nando despus de un tiempo variable al espacio del dolor y
el sufrimiento. Todava no se sabe bien de qu depende esto,
y se ignora la dinmica profunda de estos procesos de ida y

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La visin transpersonal

vuelta. Es un misterio. En el primer momento, la pregunta


que suele hacerse el paciente, y por supuesto yo me formu-
lo, es: Es preciso estar muriendo para aprender a ver el
mundo de este modo?.
Qu ha ocurrido realmente? Una vez reconocido el va-
lor que encierran estas experiencias como hecho humano y
como vislumbres de un ms all de la realidad convencio-
nal, qu y cunto ms, podemos ver en ellas? Qu son, en
verdad, esos momentos? Qu expresan esas personas? Ade-
ms, qu instrumental terico-conceptual se necesita para
procurarnos alguna comprensin de cuanto aqu acontece?
Pareciera que en esas condiciones, luego de desmoronarse
las estructuras formales, emergieran formas cognitivas ar-
quetpicas y esto permitiera experimentar en tan inesperado
momento estados no ordinarios de conciencia. Un estado si-
milar al que se puede llegar a travs de la meditacin.
Podra decirse que en estas experiencias encuentran ca-
bida las conceptualizaciones formuladas por Stanislav Grof
bajo el trmino emergencias espirituales y, tambin, las
geniales intuiciones del inspirador del movimiento de an-
tipsiquiatra, el escocs Ronald D. Laing, formuladas en la
dcada del sesenta en sus estudios sobre la esquizofrenia.

El ms all
Aqu vemos, entonces, que es posible entrar en otro mundo aun an-
tes de morir. Es el que existe ms all de la realidad convencional con-
trolada por la estructura del ego, o yo. Y no es una realidad ilusoria,
como se puede observar. Es absolutamente real, no algo imaginario.
Para que este fenmeno pueda ser mejor comprendido, bastara
con que el lector pudiera remitirse a alguna experiencia personal de
este tipo que haya vivido, algn momento en el que incursion por un
estado no ordinario de conciencia, adems de soar por las noches,
desde luego. Por ejemplo, puede considerar como tal el impacto de una
fuerte experiencia esttica, de aquellas que nos transportan a un esta-

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As en la vida como en la muerte

do de conciencia diferente. Un momento sublime escuchando un con-


cierto o una magnfica puesta de sol sobre el mar suelen ser estmulos
suficientes para provocar este fenmeno en las personas sensibles. No
hace falta volar con LSD para lograrlo. Mi experiencia de la visin
de los patos en esa laguna creo que es otro ejemplo.
Algunos pacientes terminales transitan este tipo de experiencias,
tal como qued consignado en la cita y pude comprobar en otras
oportunidades. Posiblemente porque junto con el debilitamiento del
cuerpo causado por la propia enfermedad, tambin se debilita en la
mente el sistema del yo. En esas condiciones, el cuerpo ofrece poca
resistencia, como bien se aprecia trabajando con tcnicas bioenerg-
ticas. El cuerpo agotado, entonces, parece arrastrar a la mente, que
tambin se relaja y ya no puede seguir manteniendo el rgido control
que ejerce sobre aquello que nos vemos obligados a reconocer como
la realidad. En consecuencia, aparecern estados modificados de la
conciencia que incluyen nuevas percepciones, nuevos contenidos y
extraas sensaciones.

Mario
Recuerdo a un paciente de unos cuarenta aos a quien llamar Ma-
rio, que estaba muriendo como consecuencia de un cncer de pn-
creas. En unas pocas entrevistas habamos logrado una relacin pro-
funda, de mucha confianza. Verlo morir tan joven me despertaba
una especial compasin. Una maana que fui a visitarlo me estaba
esperando sentado en la cama. Not que haba algo diferente en su
actitud habitual. Luego de los saludos y algunos comentarios acerca
de cmo haba pasado la noche, me dijo:
Doc, necesito hacerte una pregunta: s que estoy muriendo, te
agradezco mucho que vengas a verme, pero ahora necesito saber por
qu siento que no voy a morir.
Qu responderle y cmo comprender estas enigmticas palabras
de un paciente terminal pocos das antes de morir divide las aguas
entre la psicologa tradicional y la visin transpersonal.
Fueron expresadas en un clima de mucha paz y con una pcara son-
risa en los ojos del paciente. En ese momento, doy fe, no haba miedo

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La visin transpersonal

ni confusin, haba slo extraeza y curiosidad por su vivencia.


Llevaba tres das meditando la mayor parte del tiempo que no
dorma. Le haba enseado cmo hacerlo. Si bien estaba tomando
morfina para controlar el dolor, su mente estaba clara y lcida. Un
CD con una meditacin guiada sobre la sanacin, que yo haba gra-
bado con mi voz y le haba obsequiado, giraba da y noche en su
equipo de msica. Su mujer me comentaba que por nada del mun-
do quera que le apagaran el equipo.
Entonces le dije algo as: Sabs que vas a morir y tambin sabs
que no vas a morir; parece una contradiccin, pero las dos cosas
son ciertas. Cuando sabs que vas a morir te ests refiriendo a lo
que le va a ocurrir a tu cuerpo, que est muy enfermo y lo percibs
muy dbil. Cuando decs que no vas a morir lo ests haciendo des-
de otra parte tuya que, obviamente, no puede ser el cuerpo. En ese
momento ests en otro plano de conciencia, ests en el testigo, el
alma, si te resulta ms claro y comprensible. Siendo el alma, sents
claramente que esa muerte del cuerpo no puede alcanzarte. Y to-
dava agregu: Con todo esto que ests percibiendo, date cuenta de
que slo el cuerpo puede morir, no as el alma. Podras aceptarlo
si te dijera que sa es tu verdadera naturaleza, una parte que mue-
re y otra inmortal?.
A esta altura de nuestro dilogo, pesadas lgrimas rodaban por
las mejillas de Mario. Lo mantuve abrazado durante un largo rato,
pareca feliz, al final se qued dormido. Muri el segundo da des-
pus de este encuentro.
Un terapeuta con formacin ms tradicional hubiera considerado
esa situacin en trminos de mecanismos de defensa del yo frente al
miedo a la muerte, hubiera interpretado las palabras del paciente,
probablemente, como el empleo del mecanismo de negacin.
Considero muy importante la valoracin que podamos hacer de
estas experiencias. Recordemos que el paciente est fuertemente ten-
sionado con el tema de la muerte, el sufrimiento, el ms all, la tras-
cendencia, etc. Siente miedo de morir, pero tambin de los cambios
que percibe en su identidad. El personaje que siempre crey ser y
con el que actu en sus relaciones sociales ha cado. El actor que lo
personificaba se siente al desnudo. Asiste al desdoblamiento de su

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As en la vida como en la muerte

naturaleza en las dimensiones fsicas: por un lado, su propio cuerpo


al que ve derrumbarse, y la emergencia firme del testigo, que es la
conciencia que verifica ese tremendo acontecer.
He observado muchos lo han hecho, es un reconocimiento po-
pular que en este contexto puede tener lugar una gran variedad de
experiencias espirituales muy significativas. Hay casos de personas
que llegan a tener asombrosas visiones. Las ms comunes son las de
personas muertas que parecen venir a buscarlas, de Dios, la Virgen,
Jesucristo, santos, figuras arquetpicas, paisajes maravillosos del
ms all.
Tomo de Stanislav Grof el trmino emergencias espirituales, b-
sicamente por el clima emocional y la sacralidad que caracterizan a
estos fenmenos.
Cito a Stan Grof*:

El trmino espiritualidad debe reservarse para si-


tuaciones que contemplan experiencias personales de cier-
tas dimensiones de la realidad, y que llevan generalmente
nuestra vida y existencia a una cualidad de tipo numino-
so. C. G. Jung utiliza la palabra numinoso para descri-
bir una experiencia que se vive como sagrada, divina o
fuera de lo comn.
Las enseanzas msticas de todas las pocas han gira-
do alrededor de la idea de que la bsqueda exclusiva de
metas y valores materiales no expresa en modo alguno el
potencial pleno de los seres humanos. El descubrimiento
de nuestra naturaleza divina puede conducirnos a un mo-
do de ser, tanto en escala individual como colectiva, que es
incomparablemente superior a lo que de ordinario se con-
sidera la norma. La mayora de los sistemas espirituales
han descrito altos niveles y estados mentales que llevan a
la realizacin de la propia naturaleza divina y la con-
ciencia de Dios.

* La tormentosa bsqueda del ser, Editorial Los libros de la liebre de marzo, p. 60.

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La visin transpersonal

Estados modificados de la conciencia


No solamente ligados al proceso de morir sino tambin en el transcu-
rrir de nuestra vida cotidiana, podemos reconocer fcilmente, como
mnimo, tres estados o niveles de conciencia diferentes. La conciencia
normal que rige en la vigilia, o sea, la que podemos reconocer cuan-
do estamos despiertos, es slo una de las tres formas posibles en que
puede manifestarse. Cuando estamos dormidos, estamos en un plano
de conciencia diferente. Cuando soamos, aparece un tercer estado o
nivel de conciencia.
Para que la conciencia pueda manifestarse, precisa, es obvio, del
sustento del cuerpo, o dicho de forma ms completa, del aparato psi-
cosomtico. Cuando el cuerpo muere, o la mente se perturba seria-
mente, obviamente la conciencia deja de manifestarse.
Tambin es claro, y para m fuera de toda duda, que la concien-
cia surge en algn momento impreciso del proceso evolutivo de una
persona. La causa o la razn? No parece haber ninguna. La con-
ciencia simplemente se manifiesta porque sa es su naturaleza.
Asombrosamente para m, pocos lo recuerdan.
Yo, sin embargo, recuerdo perfectamente el momento en que, al-
rededor de los siete aos, una tarde, de improviso, emergi en m la
conciencia y pude verme, por primera vez, siendo el que soy.
Ese episodio, comentado en el captulo anterior, que pudiera pare-
cer trivial, tuvo slo ahora lo comprendo inmensas implicancias en
mi vida. En el preciso instante en que tom conciencia de m, apareci
el mundo objetivo y me vi enfrentado a l. No s cmo perciba las co-
sas antes de ese episodio, no logro recuperar la memoria de cul era mi
vivencia previa, pero s recuerdo que algo fundamental haba cambia-
do. A partir de ese momento, al despertar cada maana, comprobaba
que ahora haba algo ms que yo, estaban los dems, yo y lo otro, y
posteriormente fue yo y el mundo. Se haba roto el sentimiento de uni-
dad en el que seguramente viva, y haba aparecido, por primera vez, la
sensacin de dualidad, que persiste hasta el presente.
Es como si hasta el momento de ese episodio hubiera estado vi-
viendo en una suerte de limbo, donde imagino que me senta plena-
mente seguro y feliz, como los patos de la laguna. Posteriormente, y

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As en la vida como en la muerte

sobre todo al principio de ese despertar de la conciencia, me senta


raro. Especficamente, experiment una extraa sensacin de res-
ponsabilidad por m mismo, por mi cuerpo y aun por mi propia vi-
da. En un brevsimo instante, haba surgido alguien a quien deba
cuidar: yo mismo. De hecho, empec a ser ms cuidadoso y tambin
me volv algo ms remiso. No dej de hacer nada de lo que haca has-
ta ese momento, como subirme a los rboles, trepar a los techos, an-
dar a caballo, nadar en el ro o jugar a la pelota. Slo dej de ser el
chico temerario que haba sido hasta ese momento.

La conciencia emergente
Esta conciencia emergente, cuya primera manifestacin en m mis-
mo acabo de evocar, constituye, segn las enseanzas vdicas y tam-
bin en otras tradiciones, nuestra verdadera identidad. Conciencia
que se manifiesta en el cuerpo-mente o aparato psicosomtico, para
no simplificar excesivamente hablando slo de cuerpo fsico. Dada
nuestra naturaleza, los humanos somos conscientes. Y gracias a esta
conciencia podemos desenvolvernos en la vida segn un propsito.
Nuestro propio proceso evolutivo como personas se vuelve com-
prensible en trminos del proceso evolutivo de esa misma concien-
cia. Una vida plena es una vida consciente. Sin embargo, no siempre
percibimos esta realidad y as transitamos sobre esta tierra ignoran-
do nuestra condicin. Somos seres conscientes, pero no siempre es-
tamos conscientes. Esto tiene serias implicancias. El estado deplora-
ble en el que estamos dejando el planeta es un claro ejemplo de lo
que podemos llegar a hacer cuando estamos dormidos. Entonces
somos decididamente peligrosos.
Estar conscientes no demanda ningn esfuerzo. No es necesario
esforzarnos para alcanzar la conciencia ordinaria. Es suficiente con
poner atencin para salir del estado de ensoacin en el que habi-
tualmente transcurre nuestra vida. Es simple y natural constatar la
realidad de la conciencia que nos acompaa como la sombra al cuer-
po. No es difcil de alcanzar sino imposible de evitar.
En cualquier momento podemos verificar su existencia. Aun dur-
miendo. Pero la mayor parte de nuestro tiempo vivimos en la men-

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La visin transpersonal

te, en contacto con nuestros pensamientos, o sea, pensando, fanta-


seando o imaginando en lugar de estar en contacto con la realidad.
La mente crea un mundo ilusorio en el que nos hemos habituado a
vivir. Observmoslo: vivimos ms en la mente que en la realidad. Y
esto no ocurre slo por escapismo, es decir, porque preferimos fa-
bricarnos una realidad que nos resulte ms tolerable que la vida mis-
ma; muchas veces, demasiadas veces, la mente crea, con nuestra
complacencia, una realidad ilusoria que sea mucho peor y ms tor-
turante que la realidad misma. As se comprende que sea peor el
miedo a morir que morir. Frecuentemente no lo advertimos y sufri-
mos por el hecho de vivir en un mundo imaginario, completamente
ilusorio y frecuentemente terrorfico. Esto puede parecer muy tonto,
pero es as como ocurre. Sin estar locos, confundimos la mente con
la realidad. La mayora de las veces vivir en la mente es vivir muy
miserablemente.
Cito a Ken Wilber:*

Comenzaremos con la realizacin de que el yo puro o


testigo transpersonal es una conciencia omnipresente, aun-
que dudemos de su existencia. Supongamos que usted es
ahora consciente de este libro, de la habitacin en que se en-
cuentra, de una ventana, del cielo, de las nubes... Usted
puede sentarse y advertir simplemente que es consciente de
todos los objetos que existen a su alrededor. Las nubes flo-
tan a travs del cielo del mismo modo que los pensamientos
a travs de su mente, y cuando usted se percata de ello, sim-
plemente es consciente sin tener que realizar el menor es-
fuerzo. Entonces testimonia de manera simple, espontnea
y sin esfuerzo todo lo que se halla presente. Mantenindo-
me en esa actitud de conciencia testigo, puedo darme cuen-
ta de que, al ser consciente de mi cuerpo, yo no soy mi cuer-
po. Cuando advierto que soy consciente de mi mente, no me
cabe duda de que yo no soy mi mente. Si soy consciente de

* El ojo del espritu, Editorial Kairs, p. 285.

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As en la vida como en la muerte

mi yo, yo no soy mi yo. Yo soy el testigo de mi cuerpo, de


mi mente y de mi yo. Esto es algo realmente fascinante. Yo
puedo ver mis pensamientos pero no soy esos pensamientos.
Yo soy consciente de las sensaciones corporales, de modo
que no soy esas sensaciones. Y como tambin puedo ser
consciente de mis emociones, no debo ser slo esas emocio-
nes. Yo soy el testigo de todo eso!

Este texto de Ken Wilber, magistral por su claridad y sencillez, se


convirti para nosotros en una herramienta muy valiosa que utiliza-
mos asiduamente en nuestro trabajo grupal de indagacin y autoco-
nocimiento. Son los instrumentos conceptuales que nos permiten
profundizar en la comprensin de nuestra verdadera identidad.

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CAPTULO 3

La muerte como tab

Para empezar a privar a la muerte


de su principal ventaja sobre nosotros,
adoptemos la actitud opuesta a la comn;
privemos a la muerte de su extraeza,
frecuentmosla, acostumbrmonos a ella.
No tengamos nada ms presente
en nuestros pensamientos que la muerte
[...] No sabemos dnde nos espera la muerte:
as pues, espermosla en todas partes.
Practicar la muerte es practicar la libertad.
El hombre que ha aprendido
a morir ha desaprendido a ser esclavo.
Montaigne

En su libro En busca de Dios, Paul Johnson nos trae una interesante


observacin sobre la historia de la muerte. Dice este autor: Origi-
nalmente, la intencin de Dios era que el hombre viviera para siempre
aun cuando su naturaleza fuera mortal. Adn y Eva estaban destinados
a eludir la muerte corporal. Pero al pecar, invocaron la muerte casi la
inventaron y la dejaron como terrible herencia a toda su progenie.
Segn vemos aqu, la tradicin catlica en la que hemos sido edu-
cados asocia la muerte al pecado. Como herederos de esta tradicin,
es comprensible que tales ideas se hallen inconscientemente incor-
poradas a nuestro sistema de creencias. No es de extraar entonces

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As en la vida como en la muerte

que a la hora de enfermar surjan fuertes sentimientos de culpa, con


su correlato de temor al castigo, que explicaran el origen de las la-
mentaciones que ms frecuentemente escuchamos junto al lecho del
enfermo: qu habr hecho para merecer este castigo?
Preguntas de este tipo son muy perturbadoras para familiares y
amigos en el momento de acercarse a la cama del enfermo. Los de-
jan sin respuesta.
Para quienes estamos en el servicio de acompaar a morir y he-
mos reflexionado sobre estos interrogantes, se nos plantea el desafo
de intentar disuadirlos de ese lamentable error, para que puedan li-
berarse de tan pesada carga. Logrado este objetivo, queda despejado
el camino a la comprensin de que morir, si esa fuera la direccin en
la que evoluciona la sanacin, puede ser una gran oportunidad para
completar nuestro crecimiento, abrindonos a la dimensin espiri-
tual. Es el propsito de nuestro trabajo.
Liberado del agobio de los sentimientos de culpa, el paciente pue-
de indagar el significado profundo de este fenomenal evento. Tam-
bin podr dedicar su precioso tiempo a un reparador trabajo de sa-
nacin que incluye una revisin serena de su vida, un profundo
trabajo con el perdn y la gratitud, ensayar su despedida de todas las
cosas que am en esta vida y ponerse de acuerdo con su Dios antes
de partir.
Por el mismo motivo la presencia de sentimientos de culpa in-
conscientes, algunos pacientes no se sienten merecedores de la cu-
racin. Observan incrdulos cmo mejoran otras personas que pa-
decen su misma enfermedad, con quienes conversan en las salas de
espera, mientras que ellos no la logran.
El poder de la mente en estos procesos ya casi no se discute. Con-
cluimos que el proceso de sanacin se encuentra interferido, y que
sta puede ser una de las causas. Los propios mdicos se muestran
desconcertados ante una inexplicable evolucin trpida. La inter-
vencin de un terapeuta avezado podra ayudar al paciente a tomar
conciencia de esta situacin y destrabar la tendencia natural que tie-
ne el organismo especficamente su sistema inmunolgico para
deshacerse de las clulas cancerosas.
Tambin hemos advertido lo poco que se quieren a s mismas al-

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La muerte como tab

gunas de estas personas. Duele verlas someterse a experiencias tan


crueles como intiles, como puede serlo la quimioterapia en las eta-
pas avanzadas del cncer. Qu poco se respetan a s mismas y qu
poco se las tiene en cuenta como personas! Ellas advierten clara-
mente cmo empeora su estado general luego de cada sesin de qui-
mioterapia. No obstante, no se atreven a declinar la indicacin de la
autoridad mdica o ceden a la presin de la propia familia. A mi mo-
do de ver, esto pone de manifiesto la baja autoestima que se tienen,
y es otra manifestacin de sus profundos sentimientos de culpa.
Apena verlas soportando un gran sufrimiento expiatorio.
Siendo mdico, no puedo ignorar el empleo de la quimioterapia
para una finalidad paliativa, tal como suele ser indicada. Sin em-
bargo, considero que frecuentemente se menosprecia el efecto de-
letreo que puede tener sobre la calidad de vida del paciente, dada
su alta toxicidad. Nuseas, vmitos, diarreas y un estado general
terrible doblegan al paciente, privndolo de la posibilidad de dis-
frutar sus ltimos tiempos. Pero el mdico onclogo cree que
siempre se debe hacer algo ms por el paciente y se resiste a dejar-
lo expuesto al avance inexorable de su enfermedad. Lo alienta a lu-
char hasta el final. Equivocando su rol, el mdico lucha contra la
muerte en lugar de hacerlo en favor de la vida, que incluye la
muerte entre sus aprendizajes.
Y as muere la mayora de las personas en nuestro medio, lu-
chando desesperadamente contra la muerte, llenas de miedo, y con
un profundo sentimiento de culpa y de fracaso, soportando un duro
sufrimiento expiatorio.
Con una actitud habitualmente rgida con la que encubre el mie-
do y el rechazo que siente ante la muerte, el mdico no se da cuen-
ta de que se es un momento sagrado. No comprende cul es ahora
la tarea ms importante e insiste con la hidratacin y la alimentacin
parenteral. No advierte que el paciente slo quiere que le permita
abandonar su cuerpo con suavidad, que se siente un rato en silencio
a su lado y, quiz, que tome su mano en seal de afecto y compaa.
Asimismo, la familia, frecuentemente agotada a esa altura de los
acontecimientos, necesita imperiosamente relajarse en manos de
una amorosa contencin. Espero que todo esto pueda ser mejor

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As en la vida como en la muerte

comprendido y manejado en el futuro.

Una nueva educacin


En reuniones sociales, lo hemos dicho a menudo, no es bien visto si-
quiera pronunciar la palabra muerte. El mito dice que con slo men-
cionarla se la convoca.
Tan grande es el dolor y la desazn que habitualmente la acom-
paa, que el tema siempre parece fuera de contexto. Por esta razn,
en la Asociacin Niketana organizamos un foro permanente, donde
las personas que lo deseen puedan reunirse a compartir y discutir
sus ideas, creencias y sus experiencias relacionadas con la muerte y
el proceso de morir.
Nuestra propuesta es pensar juntos una nueva educacin para
afrontar mejor esa experiencia y poder acompaar bien a nuestros
seres queridos. Y tambin estar preparados nosotros mismos para
cuando llegue nuestro turno de partir.
La realidad de la muerte puede ser asumida con ms naturalidad.
La idea consiste en concientizar y humanizar los condicionamientos
culturales que guan nuestro comportamiento habitual y que gene-
ran tanto dolor y sufrimiento intil.
Se trata, en sntesis, de mejorar las condiciones que determinan
el proceso de morir, para que ste transcurra en un clima de com-
prensin y respeto.
En una encuesta realizada por nuestra Asociacin, las palabras
ms frecuentemente asociadas con muerte fueron: miedo, dolor,
llanto, angustia y soledad. Asimismo, en un reciente trabajo de cam-
po realizado en la ciudad de Mar del Plata*, se pudo verificar que la
muerte no se asocia con la vida, sino que es percibida como un fra-
caso, y se intenta derrotarla, ms que recibirla.
Esto concuerda con lo que dice san Pablo en su Primera Epstola
a los Corintios: El ltimo enemigo que ser destruido es la muerte.
Desde tal creencia, teniendo a la muerte como enemiga, cmo

* Guilmot, Pablo, La muerte, callejn con salida, Editorial Lumen, 2000.

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La muerte como tab

podramos encaminar nuestros pasos hacia ella cuando llegue el mo-


mento? Con qu disposicin de espritu que no sea pesadumbre y
horror podramos hacerlo? Esto es lo que hace que lo terrible no sea
morir sino, por cierto, el miedo que nos inspira.
En respuesta a la angustia que esta visin pecaminosa y laceran-
te de la muerte como castigo trae aparejada, el yo ha debido elabo-
rar sus propios mecanismos de defensa, y el principal, seguramen-
te, es la negacin. Creemos que la muerte es slo un pensamiento
ms que nos visita cada tanto y al que no hay que conceder la me-
nor importancia. Como cualquier otro pensamiento, as como vie-
ne se va. Casi nunca reflexionamos en nuestra muerte real. De este
modo, adems de escudarnos del temor a morir, tranquilizamos
nuestra conciencia.
Pero entonces postergamos indefinidamente encarar la tarea de
preparacin necesaria para poder abordar la problemtica del final
de la vida, y llegamos a esa situacin en un clima de zozobra.
Como veremos ms adelante, la reflexin sobre la finitud otorga
a nuestra vida una profundidad insospechada.

La parca
La falta de recursos morales para afrontar la experiencia de morir
nos deja expuestos a los avatares que conlleva.
Siendo la muerte un componente orgnico de la vida, se entrete-
je en la trama de la existencia humana. Sin embargo, no hemos
aprendido a incluirla en nuestros planes. No aprendimos a convivir
con ella. Como lo expresa un grupo de autoayuda para pacientes on-
colgicos de nuestro medio, apostamos a la vida, y cuando les pre-
guntamos qu hacen con el temor a morir y la preparacin necesa-
ria para una muerte digna, la respuesta es de eso nos ocuparemos
cuando llegue el momento, o miran hacia otro lado. De esta forma,
me parece que se van acrecentando los temores inconscientes que
incuban en la sombra.
Vivir negando la realidad de la muerte es vivir mintindonos a no-
sotros mismos y a los dems. Por ejemplo, nos vemos impelidos a di-
simular el paso del tiempo y el deterioro de nuestro cuerpo, a veces

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As en la vida como en la muerte

de forma ridcula. Tememos envejecer. El temor a morir nos impone


negar el envejecimiento fsico natural.
Esta actitud necia nos lleva a postergar indefinidamente el apren-
dizaje que necesitamos emprender en relacin con esta experiencia.
Las consecuencias de tal negligencia son lamentables. Una simple
observacin nos muestra que nuestra primera reaccin ante la pre-
sencia de la muerte es la negacin seguida del espanto. No conoce-
mos otro modo inicial de respuesta. En nuestra mente la percibimos
perversa, arrebatadora, una amenaza constante a nuestra existencia.
Es la ola que viene a derribar nuestros castillos de arena.
Al pretender algn control sobre sus tiempos, su comportamien-
to bizarro nos desconcierta. Por experiencia propia o ajena sabemos
que puede anunciarse imprevistamente, en los momentos ms in-
sospechados, quizs en los prximos cinco minutos. No solamente
cuando sera esperable, natural para nuestros esquemas mentales,
es decir, al final de la vida, cuando se supone que ya hemos agota-
do el ciclo vital. No. Es ella precisamente la que irrumpe para po-
nerle fin a nuestra existencia en cualquier momento, lo que es bien
diferente.
Su accionar es impredecible. Como no estamos preparados para
recibirla, su llegada se siente casi siempre intrusiva y prematura. A
veces la percibimos paciente, y es como si se instalara a nuestro lado
para acompaarnos por largo tiempo, como si estuviera esperando a
que estemos listos para saltar a sus brazos. Pero otras, inconsulta,
arremete con la violencia de un tornado y toma posesin de una vi-
da, que en algn momento podra ser la nuestra o la de alguno de
nuestros seres queridos.
Desde esta visin, es la parca.
Cmo podramos siquiera considerarla una amiga? Qu clase
de entrenamiento se requiere para poder sentirla caminando a nues-
tro lado sin turbarnos? O sobre nuestro hombro derecho, como en-
sea don Juan, el maestro de Castaneda.
Tendremos, entonces, que considerarla una enemiga? Esto, lo
sabemos, tampoco funciona, ya que en ese caso nos condenamos a
vivir con miedo. Ya no es slo miedo a ella, a la muerte, sino lo que
es ms grave, veremos instalarse en nosotros el miedo a vivir, un

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La muerte como tab

gran miedo a la vida misma, que guarda entre sus mayores secretos
el momento exacto de esa experiencia que es morir.
Qu hacer, entonces? La polmica est abierta. Personalmente, me
inclino por indagarla, escudriar su misterio, familiarizarnos con ella,
en pocas palabras, mirarla a la cara y prepararnos para acompaarla sin
titubear cuando nos anuncie que lleg el momento de partir. Nacimos
para vivir, y eso incluye morir. He observado que si no estamos listos pa-
ra morir en cualquier momento, no podemos vivir plenamente.
Pero la mente, dada su naturaleza, se agita y surgen entonces mu-
chas preguntas.
Es lo mismo el miedo a la muerte que el miedo a morir? Qu
pretende la muerte de nosotros, que siempre la estemos esperando,
como sugiere Montaigne? Que la tengamos siempre en cuenta, co-
mo a una seora vanidosa? O, ms esperanzadoramente, acaso que-
rr ensearnos algo importante acerca de la vida, algo que todava no
alcanzamos a comprender?
Por lo pronto, una cosa es segura: cualquiera sea el sentido, el sig-
nificado de su existencia, si es que lo tiene, habr que averiguarlo,
no lo trae sobreimpreso.
Con todo lo dicho espero haber dejado firmemente establecida la
idea de que estamos frente a la necesidad de encarar un proceso edu-
cativo serio.
Necesitamos imperiosamente elaborar una nueva educacin, pa-
ra aprender que nuestra vida es finita, y que culmina en esta inquie-
tante experiencia a la que llamamos morir.
Muchos se preguntan cmo se puede vivir pensando en la muer-
te. Cmo se puede vivir sin observar que ella siempre est presente,
me pregunto yo.
Pero es posible tener presente esa realidad cuando estamos vi-
viendo plenamente, llenos de gozo y de proyectos? Veamos.
Una de las principales razones por las que tanto nos cuesta y tanta
angustia nos produce afrontar la muerte es que ignoramos la verdad de
la impermanencia.

* Sogyal Rimpoch, El libro tibetano de la vida y de la muerte, Editorial Urano, 1994.

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As en la vida como en la muerte

Con esta sencilla frase tomada de su magnfico libro El libro tibe-


tano de la vida y de la muerte,* Sogyal Rimpoch nos invita a acom-
paarlo en una reflexin sutil de neta raigambre tibetana. A conti-
nuacin va a desplegar ante nosotros su profunda comprensin de
una de las claves ms certeras para la comprensin de la vida misma.
Sigmoslo en su desarrollo.
Tan desesperadamente deseamos que todo siga como
est, que hemos de creer que las cosas siempre continua-
rn igual. Pero eso es slo una ficcin. Como tan a me-
nudo comprobamos, las creencias tienen poco que ver con
la realidad. En nuestra mente, los cambios siempre equi-
valen a prdida y sufrimiento. Y cuando se producen,
siempre procuramos anestesiarnos en la medida de lo po-
sible. Damos por supuesto, tercamente y sin ponerlo en
tela de juicio, que la permanencia proporciona seguridad
y la impermanencia no.
De un modo simple y cautivante, a lo largo de todo un captulo de
su hermoso libro, Sogyal Rimpoch nos ir mostrando la verdad de que
nada dura para siempre. Todo lo que naci tendr que morir. Todo el
universo no es sino cambio continuo.
Qu es nuestra vida sino una danza de formas efme-
ras? No est todo cambiando constantemente, las hojas de
los rboles del parque, la luz de su habitacin mientras lee
esto, las estaciones, el clima, la hora del da, la gente con la
que se cruza por la calle? Y nosotros qu? Acaso no nos
parece un sueo todo lo que hemos hecho en el pasado? Los
amigos con los que crecimos, los lugares favoritos de nues-
tra infancia, las creencias y opiniones que en otro tiempo
tan apasionadamente defendamos: lo hemos dejado todo
atrs. Las clulas de nuestro cuerpo mueren, las neuronas
se deterioran, hasta la expresin de nuestra cara est siem-
pre cambiando segn nuestro estado de nimo.
Para concluir esta extensa cita, reproduzco la siguiente pregunta
con la que Sogyal culmina su enseanza sobre la impermanencia.

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La muerte como tab

Pregntese le dice a un alumno: Recuerdo en todo momento


que estoy muriendo, y que todas las dems personas y cosas tambin
mueren, de modo que trato a todos los seres en todo momento con
compasin?
Buda dijo:
Esta existencia nuestra es tan pasajera
como las nubes del otoo.
Observar el nacimiento y la muerte de los seres
es como contemplar los movimientos de un baile:
La vida entera es como un relmpago en el cielo;
se precipita a su fin como un torrente
por una empinada montaa.

Cuando empec a practicar en forma sistemtica la observacin


de la ley de la impermanencia, me pregunt sorprendido: cmo no
me di cuenta antes?
Al poco tiempo, un profundo sentimiento de liberacin empez a
acompaarme. Si estaba atravesando un momento difcil recordaba:
esto pasar. Si el momento era pleno y feliz, lo mismo: esto tam-
bin pasar. Pero ahora poda confiar en que no siempre los cambios
equivalen a prdida y sufrimiento, como sentencia nuestra mente
condicionada. Aprend a soltar. Y sin darme cuenta, tambin estaba
trabajando los apegos.
No es necesario vivir aferrados a las cosas que amamos, y as po-
dremos dejarlas ir cuando llegue el momento, incluyendo nuestra
propia vida.

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CAPTULO 4

La experiencia
de morir consciente

Si no se tiene en cuenta a la muerte todo


es ordinario, trivial. Slo porque la muerte
nos anda al acecho es el mundo
un misterio sin principio ni fin.
Carlos Castaneda

El llamado a acompaar y cuidar a una persona que est muriendo


suele percibirse internamente como un deber inexcusable. A su
tiempo, casi todos seremos convocados para esta tarea. Esto se debe
sencillamente a que si una persona de nuestro entorno est murien-
do, en algn momento ser incapaz de bastarse a s misma y necesi-
tar de nuestra ayuda.
El proceso que habr de transitar para poder morir demanda el
paulatino agotamiento de la energa vital que favorece el desprendi-
miento final del alma, paso necesario para que ocurra la muerte pro-
piamente dicha, la del cuerpo, que privado de aquella, se desintegra.
En estas condiciones la dependencia con el medio se torna crti-
ca y es slo comparable al nacer, en la otra punta de la vida, cuando
llegamos al mundo en medio de un gran desvalimiento. En ambas si-
tuaciones, cuidar de estos seres es una hermosa manifestacin del
amor incondicional.
La circunstancia de muerte ms comn que nos toca ver es aque-
lla en la que alguna enfermedad est presente condicionando el pro-

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As en la vida como en la muerte

ceso. Pero morimos porque hemos enfermado, o enfermamos por-


que habremos de morir?
Tambin podemos observar la muerte en los ancianos, como re-
sultado del paso inexorable del tiempo y la cesacin de la voluntad
de vivir.
Existen dos formas diferentes de morir, por las que podemos op-
tar segn nos lo permitan las circunstancias, nuestras creencias, te-
mores y prejuicios.
Una es la habitual, la muerte negada, omitida, inconsciente, te-
mida, en la que dejamos este mundo en la ms profunda ignorancia.
No se puede entonces protagonizar el acontecimiento cumbre de
nuestra existencia, ese suceso al que llamamos muerte.
En esta desdichada forma de morir, todo transcurre desde la pers-
pectiva de un organismo que se extingue. Es, en realidad, la muerte
de un cuerpo fsico ms que la de un ser humano. Aqu la mente y
la conciencia, nuestras realizaciones ms elevadas, han sido delibe-
radamente apartadas del proceso con la ayuda de los psicofrmacos.
La excusa es el error de creer que el paciente siempre sufre al perci-
bir que est muriendo. Esto, a su vez, aflige a la familia.
Por un lado, se procura mantener con vida a ese organismo el ma-
yor tiempo posible, casi siempre a pedido de la familia ms que del
propio paciente, utilizndose para ello la tecnologa mdica de que
se dispone, mientras que por otro, paradjicamente, se excluye al
verdadero protagonista de esta historia.
Es la muerte medicalizada que, necesario es reconocer, todava
goza del beneplcito de mucha gente que adhiere a esta infortu-
nada pauta cultural. Es, por cierto, la forma de morir patrocinada
desde la visin recortada de la ciencia mdica que todava se sus-
tenta en el viejo paradigma positivista, aquel que niega la existen-
cia del alma porque no puede verla. Morir as suele ser una expe-
riencia sombra.
La otra forma de morir a la que podemos aspirar es la muerte
consciente, asumida, esperada. Es la forma venturosa que propicia-
mos. La muerte que se elige. Requiere coraje, amor y muchos cuida-
dos. Esta muerte tiene como protagonista a una persona, a un ser
humano lcido y consciente, que elige ser testigo del momento en

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La experiencia de morir consciente

que culmina su existencia. Puede llegar a ser una experiencia muy


bella.
Para que esta forma de morir sea posible, el paciente necesita estar
adecuadamente informado por el mdico acerca de su situacin, ya
que requiere preparacin. S que al principio puede resultar un poco
duro plantear las cosas de este modo. No lo es, sin embargo, si refle-
xionamos serenamente sobre el hecho inapelable de su necesidad.
Y cul es esta necesidad? Por qu es mejor morir consciente?
Para que esa persona tenga la posibilidad de encontrarle algn sen-
tido, algn significado a su muerte. En la medida en que progresa en
esta comprensin, su vida, la que ahora culmina, empieza a llenarse
de un nuevo sentido. Slo de este modo cobra verdadero significado
la experiencia de morir.
As es la muerte vista desde la perspectiva del alma, muy diferen-
te de la que se ve desde la realidad del cuerpo fsico. La verdadera-
mente humana es aquella que se carga de sentido al reflexionar so-
bre una vida que concluye, sobre el aprendizaje realizado.
Nos da la oportunidad de vivenciar claramente ese algo que
atestigua, el alma, que se apresta para ese trnsito que llamamos
muerte.
Permanecer lcidos, entonces, es la condicin que nos permite
darnos cuenta de un modo vvido y conmovedor de que esa instan-
cia que atestigua es la que se desprende del cuerpo fsico en ese mo-
mento, para proseguir con su destino superior.
Para el alma la muerte no existe, no concierne a su naturaleza,
para ella es slo su liberacin. Identificados con ella, despedirnos
de este mundo, abrazar por ltima vez a nuestros seres queridos, re-
pasar una vez ms las experiencias bsicas de lo que fue nuestra vi-
da, disfrutar por ltima vez de todo lo que amamos, dejar nuestro
cuerpo, permite muchas veces acceder a la ms conmovedora expe-
riencia, cual es reconocer y asumir la dimensin transpersonal, di-
vina, de nuestro ser.
Morir as es una experiencia jubilosa.
Debiera formar parte de nuestro aprendizaje de vida prepararnos
para el momento en que tengamos que dejar este mundo. Es nues-
tra mayor responsabilidad.

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As en la vida como en la muerte

Pero no esperemos a que sea la muerte la encargada de develar-


nos la existencia del alma. La exploracin de nuestra naturaleza hu-
mana mediante la autoindagacin y la meditacin es el medio apro-
piado para hacerlo.

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CAPTULO 5

Comprendiendo
el proceso de morir

Nuestra modalidad *
de abordaje al paciente terminal
Siempre que nos acercamos a un paciente terminal, percibimos muy v-
vidamente que morir no se reduce, como pudiera parecer, a la mera ex-
tincin de las funciones vitales de su cuerpo. Es un ser humano el que
est implicado, no slo un organismo. Apenas requiere mirarlo a los
ojos para advertir que una conciencia est atestiguando ese proceso.
Morir es uno de los acontecimientos ms enigmticos y significa-
tivos en la vida.
Sin embargo, por la falta de una preparacin adecuada, muchas
veces todo suele transcurrir entre los avatares de una verdadera cri-
sis vital, que oscurece dicha significacin.
Sabemos que algn da moriremos, pero verificarlo en uno mis-
mo puede resultar terriblemente doloroso. No obstante, en nuestra
cultura, rehuimos prepararnos y la sola idea parece un dislate. In-
cluso a sabiendas de que es una tarea harto laboriosa, como pode-
mos comprobarlo al acompaar a algn familiar o a un amigo en ese
trance.
El propsito de nuestro trabajo con los pacientes terminales, o
con los ancianos cuando stos se disponen a partir, es asistirlos pa-

* Trabajo presentado en las Primeras jornadas argentinas y latinoamericanas de tanatologa y pre-


vencin del suicidio, Buenos Aires, noviembre de 1995, organizadas por Alumin.

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As en la vida como en la muerte

ra que puedan permanecer abiertos a su experiencia y transitarla se-


renos, confiados y confortables.
La tarea que ellos tienen a su cargo no consiste meramente en
morir, hecho obvio que ocurrir por s solo, sino fundamentalmen-
te en ensayar el eterno aprendizaje implicado en toda experiencia
humana. Morir, tanto como vivir, incluye su aprendizaje. En este
sentido, la actitud que adopte una persona al enfrentarse con su
muerte mostrar claramente cul ha sido la que tuvo ante lo que fue
su vida.
Un momento singular en la evolucin de este proceso ocurre
cuando el paciente comprende de un modo inequvoco que la porfa
con la enfermedad termin, y que ahora le cabe enfrentarse con la
muerte.
Tal vez ste sea el momento ms azaroso del proceso humano de
morir. El desconcierto suele ser total, como si entrramos en un la-
berinto de espejos; y la vivencia, aterradora. Pudo haberse visto a s
mismo muchas veces en situaciones de vida muy difciles, pero nun-
ca se vio muriendo.
Pensar que luchar contra su enfermedad tuvo en su momento
pleno sentido, recordemos que hasta se triunfa sobre ella, pero, c-
mo puede tenerlo lidiar contra la certidumbre de la muerte? Resulta
vano. Esto es lo que suele estar viviendo esa persona en sus largos y
enigmticos silencios, en la intimidad de su recogimiento.
Si alguien quisiera tener una idea ms clara de esta situacin le
recomendaramos la lectura del cuento La muerte de Ivan Ilitch, de
Len Tolstoi.
Nos gustara poder mostrar tambin que, del mismo modo como
en el transcurso de la vida cumplimos con los diferentes ciclos que
la conforman, el paciente terminal estar emprendiendo el ltimo de
ellos, el que lleva a comprender en qu consiste morir. Paso a paso,
ir transitando este inapelable rito de pasaje. Eso ser posible si lo-
gramos sostenerlo para que pueda permanecer con su corazn abier-
to al dolor y al sufrimiento, una mente clara, y una firme voluntad
de vivir cada instante del tiempo que le quede con la mayor pleni-
tud de su conciencia. sta es la razn que justifica acompaarlo en
su prodigiosa tarea, y tratar de allanarle todas sus dificultades.

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Comprendiendo el proceso de morir

De aqu que pongamos tanto empeo en conservar, tambin no-


sotros, una actitud interna relajada. Resulta imprescindible para po-
der captar ese aprendizaje que, como dijimos, nos parece el hecho
ms significativo que est aconteciendo.
Este concepto constituye el basamento terico de nuestra pro-
puesta de trabajo para alcanzar un buen morir. Este trmino, apren-
dizaje, est siendo utilizado en este contexto para indicar la tarea de
reconocimiento de aspectos ignorados de nuestra naturaleza origi-
nal, que subyacen a los encubridores condicionamientos culturales.
Durante el proceso de morir, stos se disipan. Los roles sociales ca-
ducan por la inactividad que impone la enfermedad. Entonces, se cre-
an condiciones en las que puede revelarse lo que K. Graf Drckheim
llama el ser esencial. Es lo que mostraremos ms adelante.
Nunca estar de ms decir cunto se necesita trabajar en uno mis-
mo y nuestros miedos para estar preparados y no interferir por an-
siedad en la tarea del muriente. Quisiramos destacar tambin la
eterna condicin de aprendiz de quien acompaa a morir a otro. Es
el paciente quien va adelante mostrando el camino que algn da
transitaremos.
Todos vamos a dejar este mundo alguna vez, razn por la cual de-
sechamos creencias y valoraciones en las que la muerte se ve como
una desgracia, o una injusticia, o el resultado de fallas en la ciencia
mdica. En un sentido, la consideramos sencillamente como la des-
pedida de una persona que tiene que partir, por cierto que no siem-
pre segn sus deseos, y por tanto, a veces, triste o enojada. Nos pre-
guntamos si acaso ser siempre en cumplimiento de designios
inaccesibles a nuestra comprensin. Pondremos en acompaarlo to-
do el amor y la dedicacin posibles, para brindarles a esa persona y
a su familia la mayor contencin.
Nuestra tarea incluye, adems del cuidado del paciente y su fa-
milia, dialogar con el equipo mdico que vena tratando al paciente
hasta que ste entrara en la fase terminal de su enfermedad. Con fre-
cuencia hemos escuchado al onclogo comunicarle a su paciente
que, habindose agotado los recursos teraputicos disponibles para
l, en adelante slo resta esperar la respuesta de su organismo, por
lo cual su presencia ya no ser tan necesaria. En realidad, ese mdi-

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As en la vida como en la muerte

co est necesitando poner distancias ya que, sin una preparacin


apropiada, ver morir a su paciente le resulta un trago muy amargo.
Muchas veces fueron aos de tratamientos, durante los cuales la re-
lacin mdico-paciente se fue cargando de afectos. Sentimientos en-
contrados abochornan ahora al mdico sensible. Pero alejarse tam-
poco es bueno, daa al paciente tanto como al propio mdico en su
condicin de ser humano.
Adems, nosotros tambin necesitamos de la labor del mdico.
Juntos deberemos intentar un razonable control de las molestias y
dificultades como son el dolor, el insomnio, los trastornos respirato-
rios, gastrointestinales, etc., habituales en estos casos. Ofrecemos
entonces a los colegas la posibilidad de una discusin franca y abier-
ta de una cantidad de problemas que an restan por resolver, por
ejemplo, hasta cundo insistir con la alimentacin, las transfusiones
etc. Le ofrecemos tambin compartir las angustias y ansiedades
emergentes en esta difcil tarea.
Llegado el fin de sus das, la persona necesitar morir o, si se
prefiere, el alma buscar su destino. En esos momentos la muerte
resulta imperiosa, liberadora, ya que nos absuelve de mayores pro-
blemas como los que surgen en las agonas largas. Sin embargo, pa-
ra morir en armona, es menester elaborar complejas cuestiones
psicolgicas, emocionales y espirituales. Antes de partir, y para ha-
cerlo en paz, una persona precisa poner en orden su caos interior,
esto es, resignificar sus miedos, despedirse de familiares, amigos y
todas las cosas bellas que am en esta vida y de las que, a veces,
tanto cuesta desprenderse. Recuerdos que no necesita rastrear en
su memoria porque en estas circunstancias acuden solos y a granel.
Tambin precisa perdonar y sentirse perdonado, alivianando de es-
te modo su corazn. Reflexionar sobre el posible significado de su
paso por este mundo, asimilar su aprendizaje de vida y quiz, to-
dava, ponerse de acuerdo con su Dios antes de partir. Slo as tie-
ne algn sentido hablar de buen morir, cuando la muerte brinda
esta clase de aprendizaje.
Procesar toda esta situacin requiere permanecer con el corazn
abierto a la experiencia del dolor y el sufrimiento. Cuando nos
abrimos, lo hacemos a todo, si nos cerramos, lo hacemos tambin

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Comprendiendo el proceso de morir

ante todo. Aqu es donde nuestra postura en particular se aleja ms


de los conceptos clsicos de los cuidados paliativos. El objetivo de
las unidades de cuidados paliativos cuyo paradigma es el hospice,
como se sabe, es evitarle al paciente todo dolor y el sufrimiento que
sea posible. Se propone calmar su angustia brindndole paliativos.
La actitud implicada intenta eximir al paciente de esa experiencia,
porque es penosa. La muerte es una desgracia para esta concepcin
del cuidar. El dolor y el sufrimiento deben ser evitados. De este mo-
do, se rechaza o simplemente se ignora la necesidad de indagar en
sus significados.
Nosotros consideramos que el dolor y el sufrimiento humanos
siempre tienen un sentido y resulta fundamental para el paciente in-
tentar comprenderlo. Este punto nos distancia conceptualmente de
las asociaciones de cuidados paliativos.
Al cabo de los aos encontramos que, siempre que se pueda, es
mejor mantener una actitud abierta frente al dolor, tanto como fren-
te a cualquier otra experiencia que la vida nos presente. Solamente
abriendo nuestro corazn al dolor y al sufrimiento es posible tras-
cenderlos. Lo dicho implica aceptar esa experiencia, no rehuirla,
participar de su misterio. Esto no significa negarle al paciente su
morfina, pero s comprender que el dolor humano siempre escapa a
las limitaciones de una aproximacin exclusivamente biomdica, co-
mo luego trataremos de mostrar con un ejemplo.
A nuestro modo de ver, cerrarnos a la experiencia del dolor y el
sufrimiento equivale a cerrarnos a la experiencia misma de morir. O,
mejor dicho, de vivir nuestra propia muerte. En otras palabras, pri-
varnos de esa experiencia de aprendizaje cumbre.
Por el contrario, permaneciendo lcidos y conscientes, es posible
incluso acceder a revelaciones sorprendentes. Una de ellas, cuya im-
portancia es muy grande para alguien que se acerca a su muerte, es
comprobar vivencialmente que en realidad tiene con su cuerpo una
relacin diferente de la que siempre ha credo.
En forma espontnea, pero ms fcilmente si lo guiamos, el pa-
ciente podr darse cuenta de que, si bien siempre tuvo un cuerpo en
el cual y gracias al cual su vida fue posible, l no es su cuerpo. Des-
cubre que siempre ha vivido identificado, sintindose uno con l.

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As en la vida como en la muerte

As, por ejemplo, si su cuerpo enfermaba l deca que se senta en-


fermo, si su cuerpo estaba cansado o dolorido l deca que se senta
cansado o dolorido. Sin embargo, eso no se ajusta a la realidad como
ahora puede comprobarlo. Ahora su cuerpo est enfermo, muy en-
fermo; sin embargo, si le preguntamos cmo se siente l, es muy po-
sible que nos diga algo as: Si no fuera que el cuerpo no me res-
ponde (o que me duele), yo me siento bien, con nimo, incluso, de
hacer cosas. Es decir, percibe claramente que un aspecto suyo, que
l nombra yo, parece no estar comprometido con la enfermedad del
cuerpo.
No importa demasiado cmo nombremos a esa parte, slo para
discriminarla la llamaremos espritu, que es como tambin suele
llamarla el paciente cuando dice, por ejemplo, mi espritu se man-
tiene firme. Su vivencia es que se siente atrapado en su propio cuer-
po enfermo. Tiene conciencia de que su cuerpo est enfermo, pero
al parecer, esa misma conciencia que atestigua se mantiene al mar-
gen de esas vicisitudes.
A algunos pacientes tambin podemos ayudarles a ver que vivi-
mos confundidos al identificarnos con los contenidos de nuestra
mente, es decir, con esos pensamientos, sentimientos y emociones
que misteriosamente aparecen y desaparecen a cada momento.
Creernos ser esos pensamientos o sentimientos. No diferenciamos el
objeto de nuestra percepcin con nuestra capacidad de percibirlo.
Adems, si todos sentimos y pensamos cosas similares, si participa-
mos del mismo mundo de ideas y emociones, bien podramos decir
que no hay mi mente y tu mente, sino que slo habra la men-
te de la cual todos participamos.
Del mismo modo, tampoco se tratara de tu dolor o de mi
dolor, sino del nico dolor posible, aquel que pareciera abarcar-
nos a todos por igual y del que, cada uno a su turno, nos haremos
cargo.
Cuando estamos con un paciente que sufre su dolor, conside-
ramos que se est haciendo cargo tambin de nuestro dolor. Pensa-
mos que en ese momento est cargando sobre sus espaldas, junto
con los cientos de miles o millones de personas que en el mismo mo-
mento estn sufriendo en este planeta, el dolor de toda la humani-

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Comprendiendo el proceso de morir

dad. Entonces, cmo no sentir compasin al estar con l? Cmo


no sentirnos solidarios?
Podemos estar seguros de que llegar nuestro turno de hacer lo
propio, momento para el cual sera bueno estar preparados y asu-
mirlo con dignidad y sin protestas. Nadie est exento de tener que
sostener tan pesado madero en algn momento. Sera injusto que as
fuera. Tampoco sera muy virtuoso pedirle a Dios vernos liberados
de tener que hacerlo a nuestro turno.
Por otra parte, los miedos, los prejuicios, la vergenza, la ten-
dencia a apartarnos de mayores dolores y sufrimientos, nos han
vuelto casi fbicos y han cerrado nuestro corazn. Vivimos rehu-
sndonos a la vida por temor al dolor y a la frustracin aun cuando,
de ese modo, estamos tambin renunciando a disfrutar de verdade-
ro bienestar, de alegra autntica y del goce pleno de estar vivos.
Aunque nuestra vida se vea empobrecida, preferimos la seguridad de
lo malo conocido a la incertidumbre de lo bueno que an no lleg.
Entonces, si nos hemos mantenido tan cerrados, cmo permanecer
abiertos ahora, ante la experiencia cumbre que es la muerte? Ce-
rrarnos ante la experiencia de la muerte es lo que, paradjicamente,
nos lleva a morir mal.

El verdadero dolor de Jos


Nos gustara ahora ejemplificar lo dicho y nuestra modalidad de tra-
bajo con un caso clnico.
En el mes de julio de este ao, fuimos llamados en consulta por
el equipo de dolor de un importante onclogo. El motivo era des-
lindar la incidencia de componentes psicolgicos en un paciente con
cncer avanzado de pulmn que se mostraba resistente a la terapu-
tica del dolor.
Estaba recibiendo morfina en altas dosis, se le haba colocado un
catter en el espacio peridural para bloquear las vas aferentes, y pos-
teriormente, una bomba de dolor de administracin continua muy
moderna y sofisticada. Se prescribieron tambin psicofrmacos bus-
cando atenuar su gran ansiedad. En pocas palabras, no se haba des-
cuidado ninguno de los factores habituales en la problemtica del

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As en la vida como en la muerte

dolor. Sin embargo, ste continuaba casi inalterable, en una intensi-


dad suficiente como para perturbar al paciente no slo durante todo
el da sino tambin en las noches, dificultndole dormir. Cuando lo
entrevist estaba verdaderamente agotado.
Antes de verlo quise conversar con los mdicos, el onclogo y
el alglogo, para informarme del problema que a ellos les plantea-
ba el caso. El especialista en dolor, colega de gran experiencia, es-
taba desorientado. No entenda qu poda estar pasando para que
el paciente se quejara de tanto dolor con la medicacin que estaba
recibiendo. En algn momento y habindosele agotado el arsenal
teraputico, consider la posibilidad, ya comprobada en otros ca-
sos, de que esa persona pudiera quejarse de dolor sin estar sin-
tindolo realmente; en otras palabras, la hiptesis era que, o exa-
geraba, o tena sus facultades mentales un tanto alteradas y
alucinaba estar dolorido.
En la intimidad que genera la confianza entre colegas, me deca
bromeando: No sera la primera vez que el psiquiatra est ms lo-
co que sus pacientes, aludiendo a que el paciente era precisamente
un mdico psiquiatra. Bromas aparte, causaba cierto estupor consi-
derar la idea de que pudiera tratarse de esa misteriosa y temida en-
tidad clnica llamada dolor psicognico.
El primer encuentro con Jos lo tuve en el sanatorio donde esta-
ba internado. Se trataba de un hombre que aparentaba unos cin-
cuenta aos. Plido, sudoroso, demacrado, reflejaba en su cara las
seales neurovegetativas inconfundibles del dolor y el cansancio. Se-
rio, el ceo marcado, en ese momento de la entrevista estaba dolori-
do. Atardeca, y lo intranquilizaba la perspectiva de no poder dormir
tampoco esa noche.
Me present como colega suyo, terapeuta, que vena a reforzar el
equipo de mdicos que lo estaban tratando. Le expres que confiaba
en poder hacer alguna contribucin que lo aliviase en su problema
de dolor. El paciente estaba deseoso de intentar cualquier propuesta
que le brindara alguna posibilidad de alivio.
Le propuse hacer inicialmente un breve y sencillo trabajo de re-
lajacin, con el que casi siempre obtengo buenos resultados. Afor-
tunadamente acept. Le expliqu brevemente en qu consista y le

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Comprendiendo el proceso de morir

promet que al da siguiente, cuando estuviera ms tranquilo, le in-


formara ampliamente cul sera nuestra tarea para aliviar su dolor.
La tcnica que utilic consiste en proponer al paciente que cuente
sus exhalaciones. De 1 a 10. Slo las exhalaciones. Debe poner to-
da su atencin en eso. Si no llega a 10 porque se pierde, empieza
nuevamente desde 1. Cuando llega a 10 inicia una nueva serie, cua-
tro o cinco son suficientes. Sentado a su lado, tomando su mano por
momentos, lo ayud a contar. Poco a poco se fue relajando. Cuan-
do lo dej pareca haberse quedado dormido. A la maana siguien-
te fui a verlo y me dijo que haba logrado dormir algunas horas. Al
despertar not que segua dolorido y haba intentado repetir la ex-
periencia, sintiendo que eso lo aliviaba al desplazar su atencin del
foco de percepcin del dolor. ste provena principalmente de la ca-
dera, de la que haba sido operado a consecuencia de una metsta-
sis sea.
Le pregunt si en ese momento se senta con disponibilidad
para que pudiera explicarle cul iba a ser nuestro trabajo. Estuvo
de acuerdo. Le propuse entonces que observara que, no obstante
estar recibiendo altas dosis de analgsicos, no lograba alejar de s
el dolor. No poda evitar su presencia, en pocas palabras, no lo-
graba quitrselo de encima. Le dije entonces que le propona que
intentramos lo opuesto, o sea, que en lugar de continuar en la
intil tarea de intentar rechazarlo, de seguir luchando contra l,
simplemente le permitiera a su dolor hacer lo suyo. Aun ms, que
intentara soltar la zona dolorida, como hacindole lugar al dolor
para que pudiera extenderse desde el foco donde estaba concen-
trado. Que tratara de comprender a su dolor, no de apartarlo.
Cmo era realmente? Qu le haca? Que observara su vivencia
con la mayor atencin. Le quemaba... clavaba... apretaba...?
Qu caractersticas tiene tu dolor?, le preguntaba. Deba tratar
de describirlo. Siguiendo las enseanzas de Stephen Levine, le di-
je que el dolor tiene otra cara con la que l podra tratar de rela-
cionarse, que despus de todo tambin formaba parte del proce-
so de curacin de su organismo, que es el modo como su cuerpo
trata no slo de advertir la presencia de algo enfermo, sino ade-
ms de reparar el dao.

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As en la vida como en la muerte

Continu hablndole pausadamente y explicndole tambin otros


detalles sobre la fisiologa del dolor, en un intento de modificar la
imagen que l tena, de modo que pudiera cambiar de actitud frente
a l y relajarse cada vez ms. Es algo as cmo disponerse con pa-
ciencia a desatar un nudo, le deca. Que tratara de suavizar la zona
dolorosa, de ablandarla. Que tratara de descubrir cmo podra disol-
ver la contractura que los msculos haban creado para aislar el do-
lor. Todo esto le fue transmitido mientras l permaneca con los ojos
entrecerrados, en silencio, en un clima meditativo, muy suavemente,
y con todo el amor que me surga. En un momento dado puse mi ma-
no sobre su pecho y l rompi a llorar. Le suger entonces que se sol-
tara... que se dejara ir... en eso que estaba sintiendo.
Recuerdo que en otro momento le pregunt qu le haca su dolor
y me contest, muy angustiado, Se burla!. Esta y otras expresio-
nes fueron revelando que su dolor tena, indudablemente, algn sig-
nificado para l. Nuestra esperanza era que con el correr de los das
pudiera ir comprendiendo y captndolo mejor.
Cuando lo visit de nuevo, me recibi con una sonrisa y me co-
munic que estaba empezando a sentirse ms aliviado y que pasaba
mejor las noches.

El gran dolor
Quisiera mencionar adems el conmovedor momento en el que el
paciente tuvo ante s un claro panorama de que, en la dimensin
personal, el dolor que lo atormentaba era en realidad el gran dolor
de toda su situacin, es decir, verse postrado con un cncer termi-
nal, sentirse privado de la posibilidad de completar otras realiza-
ciones importantes de su vida, sentirse agobiado por la responsa-
bilidad de la proteccin de dos hijos todava jvenes, dejar a su
esposa, etc. As me lo fue comunicando mientras, entre sollozos, lo
reconoca para s mismo, abriendo su corazn para dar cabida a
tanto pesar. ste era, en el fondo, su verdadero dolor fsico,
adonde, por supuesto, no llegaba la morfina. A partir de ese mo-
mento la situacin cambi notablemente. Estaba ms sereno. No
slo se mantuvo sin dolores con dosis mnimas de morfina, sino

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Comprendiendo el proceso de morir

que durante un tiempo se sinti con fuerzas como para levantarse


y comer en la mesa con su familia, de la que, a su modo, empez a
despedirse. Trabajando con nosotros de esta forma, esta persona
pudo pasar sus ltimos das en paz, viviendo en un aura de mucho
amor hasta el momento de desencarnar, o como se prefiera nom-
brar al hecho de morir.

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CAPTULO 6

Algo ms
sobre acompaar a morir

Siempre digo que la muerte puede ser una


de las ms grandiosas experiencias de la vida.
Si se vive bien cada da,

no hay nada que temer.
Elisabeth Kbler-Ross

Cuando me consultan por alguna persona con enfermedad maligna,


avanzada o no, con delicadeza comienzo por indagar qu compren-
sin tiene de su situacin y de la posibilidad de que pueda tratarse
del final de su vida.
Los pacientes pueden estar desinformados por muchas razones,
pero la principal es que muchos as lo prefieren.
Es infrecuente que ante un paciente que insista en conocer la verdad,
el mdico la niegue. Estara faltando a consideraciones ticas muy serias.
Lo habitual es que el propio paciente tema verificar que su enfer-
medad pueda revestir el carcter de incurable; eso lo dejara dema-
siado expuesto a la desesperanza. Pero debe saberse que aun con una
enfermedad incurable una persona puede vivir ms tiempo del que
se pudiera sospechar. Hay que ser muy cuidadosos con los pronsti-
cos de vida. Un paciente con una enfermedad incurable no es, nece-
sariamente, un paciente terminal.
Se inicia entonces un largo y espinoso camino en el que el pro-
greso de la enfermedad va doblegando, lenta o rpidamente, segn

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As en la vida como en la muerte

los casos, las defensas del paciente, anunciando la cercana de la


muerte.
La actitud caracterstica en nuestro medio social, la ms valorada
tanto por la familia del paciente como por ste y aun por el mdico,
es la de pelear hasta el final. La consigna es que nunca se debe bajar
la guardia, y que si hay que morir, ser peleando. Es una creencia
muy difundida la de que no hay que rendirse ni aun ante la muerte,
que tambin puede ser vencida. El dicho popular mientras hay vida,
hay esperanza est muy enraizado en el corazn de la gente.
De este modo no queda mucho margen para alguna otra opcin,
por lo que mdico y paciente se vern llamados a entrar en un pr-
fido juego en el que no est permitido confesar los mutuos senti-
mientos y los temores que se abrigan.
El paciente teme y hasta se avergenza de mostrar sus debili-
dades, sus flaquezas, sus temores frente al deterioro inocultable
que lentamente le impone su enfermedad. Teme tanto desalentar
al mdico como llevar afliccin a su familia. Entonces disimula. El
mdico, por su parte, acta un rol triunfalista, que cada da resul-
ta menos convincente, y cuando esa situacin se le torna insoste-
nible, se aleja.
Esta situacin trae un gran sufrimiento para el paciente, el mdi-
co y la familia. Pero qu otra cosa se puede hacer? Ellos deben mos-
trarse valerosos, hay un entorno que juzga, una familia que acom-
paa el proceso y presiona, tambin amigos y hasta vecinos que
opinan. No es cuestin de defraudarlos, no lo admitirn fcilmente.
El contexto cultural impone la lucha hasta el final.
En estas condiciones, obviamente, mi trabajo no encaja, no se
puede y tal vez ni se debera intentar. Estoy en el polo opuesto, mi
actitud frente a la muerte es amistosa y de una completa aceptacin.
Yo no veo que morir tenga nada de malo cuando llega el momento,
por el contrario, es una verdadera necesidad. Es lo que siento aun
cuando no siempre pueda hacerlo explcito.
Mi trabajo requiere, desde luego, un perfil diferente de paciente.
Algunas veces, no obstante, intento prestar mi colaboracin aun
cuando las condiciones iniciales no sean las ptimas. Todava me re-
sulta difcil sustraerme de querer aliviar tanto sufrimiento intil.

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Algo ms sobre acompaar a morir

Siento la tentacin de probar hasta dnde se me permite avanzar con


una mirada diferente, un poco ms suave y comprensiva. Me parte el
alma ver morir a una persona que est tensa y asustada intentando
afrontar una situacin para la cual no est mnimamente preparada.
Probablemente sea su karma, pero algo dentro de m se rebela.
La experiencia no siempre ha sido buena, y en algunos casos, has-
ta termin incrementando involuntariamente la frustracin y la cul-
pa en una familia que qued confundida. Ocurri cuando alguna vez
he sido malinterpretado y ellos sintieron que desvalorizaba su traba-
jo, su dedicacin, y aun, lo que es ms grave, que se pusieran en du-
da sus nobles intenciones y su querer hacerlo todo por su bien (el
del paciente, desde luego). Fue una experiencia horrible.
Otras veces el intento se frustra a poco de empezar.
Hace algn tiempo fui llamado en consulta por una familia en
la que el padre, un venerable anciano de ochenta y tres aos, haba
sido diagnosticado con cncer de prstata incurable. El pronstico
era de muerte en el corto plazo; su mdico de cabecera aconsej lo
mejor: que permaneciera en su casa rodeado por su familia, y con
la indicacin de cuidados paliativos.
En la primera entrevista, en su casa en las afueras de Buenos Ai-
res, qued de manifiesto que el criterio familiar era el tradicional,
luchar hasta el final contra viento y marea. Se me hel el corazn
pensando en las penurias que tendra que atravesar el anciano pa-
ra poder morir.
En el estandarte con el que esos hijos se lanzaron a una lucha
desesperada poda leerse la consigna: Muerte, aqu no entrars!
Con muchas dudas, pero aun as, queriendo darme y darles una
oportunidad ms con una segunda entrevista antes de desistir de
ayudar, y tanto como para averiguar si podra llegar a ser escucha-
do, expliqu que en un prximo encuentro pondra a considera-
cin de todos ellos mi opinin, y si haba acuerdo, propondra un
plan de trabajo. As nos despedimos, entre sonrisas de alivio.
Uno de los hijos, que me acompa hasta la puerta, me coment
con orgullo su amoroso empeo en insistir con la comida cuando su
padre se mostraba reticente para que no se nos debilite y se nos
venga abajo, acot.

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As en la vida como en la muerte

Acordamos que pasara nuevamente por su casa en dos o tres


das. Pero antes de salir y a modo de consejo, desafortunadamente
dije que no siempre resulta conveniente insistir mucho con la comi-
da, a veces conviene esperar a que la inapetencia ceda un poco. Me
bast mirarlo a los ojos para comprender que haba cometido un im-
perdonable error.
El da previsto, una hora antes de lo programado, me avisaron
que la cita quedaba cancelada, ya que la familia haba decidido in-
ternar al paciente en una importante y conocida clnica de rehabili-
tacin para su mejor atencin y cuidado. El paciente muri al se-
gundo da.
Podemos imaginar la decepcin y la tristeza del anciano al verse
forzado a aceptar (ya haba expresado claramente que quera perma-
necer en su casa), la decisin irreflexiva de sus inmaduros y teme-
rosos hijos, que intentaban hacer todo lo mejor para l aun a costa
de grandes esfuerzos econmicos. Es probable que este hombre ha-
ya muerto sintindose muy desdichado, pero nadie podr decir que,
como buenos hijos, los suyos no hicieron todo lo posible para ayu-
darlo en la hora final.
La muerte tiene muy mala fama en nuestra cultura. Invariable-
mente es vista como la temible enemiga a la que hay que derrotar.

La muerte no es la enemiga
Es probable que muchos no comprendan bien lo que trato de decir
y se pregunten qu tiene de malo que esos hijos luchen, aun con-
tra toda lgica, por salvar la vida de su padre? Por qu tendran que
ceder el espacio al enemigo sin seguir luchando? Acaso debemos
sentarnos y simplemente esperar la llegada de la muerte?
Respondiendo a la primera pregunta, pienso que lo negativo
de esa actitud es que aumenta las penurias del paciente, lo que es
especialmente lamentable por tratarse de los ltimos das de su
vida.
No slo no le permiten relajarse y descansar, que es su mayor ne-
cesidad, sino que lo confunden an ms. El paciente ya no sabe a
qu dictado responder, si al interior, el de su alma, que le solicita dis-

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Algo ms sobre acompaar a morir

ponerse para morir, o al externo, propiciado por la familia, y su pro-


pio cuerpo, que le exigen aferrarse a la vida.
As como haya sido su vida, ser su muerte.
Si el paciente nunca le concedi valor a sus propias necesidades,
y en cambio, prioriz su deber para con los dems, probablemente
al morir tampoco pueda respetar sus necesidades y ceder fcilmen-
te a los requerimientos externos.
En una familia as, con hijos emocionalmente tan inmaduros, re-
sulta una ardua tarea ayudarlos a discriminar entre las necesidades
de su padre y los propios sentimientos de desamparo frente a esa
prdida. Les resultara muy difcil comprender que sus acciones es-
tn encaminadas a que el pap contine viviendo porque ellos as lo
necesitan y no estn preparados para perderlo. Pero no tienen con-
ciencia de esa realidad.
Con tan poco tiempo disponible, ya que la muerte estaba cerca,
resultaba prcticamente imposible trabajar esa situacin; los hijos,
apremiados por la urgencia y el miedo, no podran disponerse rela-
jadamente a revisar sus propios sentimientos y actitudes. Estaban ce-
rrados para ese trabajo.
En una charla que mantuve con el paciente en la que le pregunt
si estaba satisfecho con lo que haba sido su vida o si le cambiara al-
go, me dijo que pensaba que haba trabajado excesivamente, que se
haba permitido muy poco espacio y tiempo para otras cosas que le
hubieran gustado. En otras palabras, siempre posterg sus propias
necesidades para trabajar por la seguridad de su familia. Al morir es-
taba haciendo algo parecido.
A los ochenta y tres aos y con un cncer muy avanzado que
haba daado severamente su cuerpo, culminando una vida
muy esforzada, si por milagro pudiera reponerse, probablemen-
te no hara otra cosa que sentarse a su escritorio y seguir traba-
jando, no se le ocurrira relajarse y descansar o hacer algo pa-
recido a disfrutar, ya que eso nunca haba formado parte de sus
planes. En esas condiciones, no creo que pudiera sentir la
muerte como una enemiga. Por el contrario, creo que la espera-
ba, ella vena a liberarlo. En primer lugar, de ese cuerpo en el
que ya se le haca casi insoportable vivir por las constantes mo-

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As en la vida como en la muerte

lestias que le ocasionaba, pero adems de la esclavitud de una


vida de tanta exigencia.
Frecuentemente, son hijos de inmigrantes que, como sus padres,
slo aprendieron a hacer una cosa en la vida, trabajar. Pero trabajar
para el maana, siempre pensando en el futuro y tratando de estar
econmicamente protegidos en la vejez. Pero no advirti que se iba
poniendo viejo y pas por alto, en su momento, llamarse al prome-
tido descanso.
La muerte, entonces, slo para los desdichados hijos era una ene-
miga, no para l. Aunque se recuperara, l no modificara nada de su
rutina.
La vida le haba dado algunos aos atrs una oportunidad, que
desafortunadamente desaprovech. Fue cuando tuvo un infarto de
miocardio. La existencia siempre es generosa y da estas oportunida-
des. Est en nosotros entender el mensaje y tomarlas o dejarlas pa-
sar. En su caso, cuando se olvid del episodio y del miedo a morir,
volvi inmediatamente a su trabajo.
Todo ocurre como en el cuento de aquella persona del pueblo que
se haba inundado que se subi al tejado a esperar que Dios lo asis-
tiera, ya que era muy creyente. Cuando el ltimo bote lo invit a su-
birse se neg diciendo que su Dios lo salvara, cuando el ltimo he-
licptero de salvataje quiso arrojarle un cabo, tambin lo rechaz
insistiendo en que su Dios lo salvara. Cuando como era previsible
se ahog y entr en el cielo quejndose a Dios de que lo hubiera
abandonado siendo tan creyente, Dios le retruc mostrndole todas
las oportunidades que le haba dado, y que l sistemticamente de-
sech, tales como el bote y el helicptero.
Un infarto es un serio problema pero tambin una oportunidad
para revisar cmo estamos viviendo, depende de cmo uno lo mire.
La existencia no puede evitar que nosotros cerremos los ojos para
no ver.
Para esos hijos la muerte era una enemiga, pero tambin podra
haber sido una oportunidad de aprendizaje para no tomar el mo-
delo de vida del padre. Lamentablemente, creo que ya lo haban
hecho.

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Algo ms sobre acompaar a morir

Esperando la partida
El concepto de lo que significa luchar por la vida en los casos de en-
fermedad terminal me resulta pattico.
Tngase presente una vez ms que mi trabajo se inicia a partir del
momento en que el mdico considera que la enfermedad que est
tratando es incurable. La etapa de intentar la curacin qued atrs,
ahora slo resta esperar la llegada de la muerte en tiempos que se es-
timan en unos pocos meses.
ste es el contexto en el que la pregunta sobre lo apropiado de
sentarnos y simplemente esperar la llegada de la muerte adquiere
plena validez.
Expresado de este modo, sugiere resignacin e impotencia, algo
inadmisible. Pero por otra parte, desde una lgica muy simple y
realista, la respuesta no puede ser otra que afirmativa.
La verdadera cuestin, para m, es qu hace una persona mientras
espera, consciente, la llegada ineluctable de la muerte. Cmo es esa es-
pera, segn los casos. Cmo vive y aprovecha o no sus ltimos das en
este mundo. stos son algunos ejemplos que ahora recuerdo, algunas
de las actitudes que encontr entre las infinitas posibilidades que los
hombres y las mujeres nos ofrecen a diario y que he tenido la oportu-
nidad de presenciar.

Morir en familia
Acompa a morir a Juan, profesor universitario de sesenta aos, pa-
dre ejemplar. Callado, tal vez algo distante y siempre muy ocupado,
con hijas adolescentes a las que, ahora que le sobraba tiempo, disfruta-
ba reunir a su lado, se torn ms comunicativo. Saba que iba a morir.
Su espera transcurra serena, compartiendo con ellas y su esposa algn
programa de televisin, charlando, recordando algunas vacaciones feli-
ces, dando sus ltimos consejos, riendo y llorando juntos. Era muy
hermoso verlos a todos sentados en su cama al terminar el da, a la ho-
ra de su cena. Reciba a sus amigos ms ntimos, a otros familiares, a su
sacerdote y a su mdico, que no lo abandon hasta el final. Muri en
paz, sonriente y agradeciendo el amor y los cuidados que reciba.

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As en la vida como en la muerte

Sin miedo a morir


Acompa a Roberto, un joven veinteaero que estaba muriendo de
sida en su casa, en compaa de su abnegada madre, su hermano,
que, diligente, lo cuidaba da y noche y atenda todas sus necesida-
des con la habilidad de un experto enfermero, sus amigos y su que-
rido terapeuta, el psiclogo de nuestro equipo Oscar Lanzillotti. Un
da, cansado de su situacin desesperanzada y de los desagradables
efectos secundarios de una medicacin de dudosa efectividad en
aquellos primeros aos, le comunic a su familia que dejara de to-
mar toda medicacin y que se dispona para morir. Fuimos consul-
tados frente a esa drstica determinacin.
Logramos ayudar a la familia a respetar su decisin y a acompa-
arlo con amor. Creaba en su entorno un clima distendido, estaba
tranquilo y relajado. Con la ayuda de su terapeuta haba elaborado
sus temores. Quiz su propia juventud le traa de la muerte imge-
nes de aventuras. Esperaba su llegada como quien espera a una ami-
ga para ir a bailar. Resultaba hasta divertido estar con l, ya que era
frecuente orlo bromear. Poco antes de morir le pregunt si estaba
listo para la cita y me contest sonriendo que slo le faltaba cortar-
se las uas. Muri tranquilo y en paz en brazos de su madre y su her-
mano, que lo adoraban.

El verdadero valor de la eutanasia


Casi era el apodo de un joven haitiano que desarroll una de las
complicaciones ms penosas del sida: un sarcoma de Caposi, varie-
dad del cncer que lo haba dejado ciego.
La suya fue la espera dramtica de una muerte que, para su aflic-
cin, demoraba demasiado.
Cuando nos acercamos con nuestro equipo, lo estaban cuidando
en su casa su pareja y algunos amigos. No tena otra familia en Ar-
gentina. Casi sufra mucho, su situacin no poda ser ms crtica. In-
cluso cuidarlo era riesgoso, porque sus lesiones en la piel sangraban
y haba que tomar muchos recaudos para evitar un contagio invo-
luntario. Se vea as privado hasta del placer de una caricia.

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Algo ms sobre acompaar a morir

Su pareja, sobre quien caa el mayor peso y responsabilidad por


su cuidado, estaba agotada. Adems, ya empezaba a tener problemas
en su trabajo, porque lo estaba descuidando ms de lo admisible pa-
ra sus empleadores. Lo haca para poder estar ms tiempo con Casi,
a quien amaba.
Le propuse entonces que lo internramos en un hospital por
unos pocos das, una internacin de respiro, para que pudiera
descansar. Lamentablemente, fue una experiencia nefasta. El servi-
cio de oftalmologa quera operarle el cncer ocular. Probablemen-
te nunca haban visto nada igual y el caso despert una inconcebi-
ble avidez cientfica. Tuvimos que apelar al Comit de Biotica del
Hospital y a la Direccin para poder pararlos. De todos modos, la
situacin se hizo insostenible y optamos por llevarlo nuevamente
a su casa.
Casi peda por favor que terminramos con sus penurias ponien-
do fin a su vida. Lloraba y suplicaba amargamente poder morir, y
por momentos se enfureca con todos nosotros. Su pareja se opona
terminantemente a algo as. Nunca nos qued claro si era por consi-
deraciones religiosas y de conciencia o acaso por el gran apego que
tena haca l y que le impeda dejarlo ir.
Casi no slo esperaba y clamaba por la llegada de la muerte, la ne-
cesitaba imperiosamente como el nico medio que pondra un fin
definitivo a su sufrimiento.
Cuando el efecto de la medicacin sedante que le administrba-
mos ceda y retornaba el contacto con esa realidad abrumadora, era
difcil aplacar su furia. No quera or hablar de nada que no fuera una
propuesta que terminara con esa situacin. Reclamaba su derecho a
una paz definitiva. Entonces, amenazaba con suicidarse y estoy segu-
ro de que lo hubiera intentado si le hubieran dado las fuerzas.
Yo comparta su punto de vista, estaba totalmente de acuerdo con
l. Es lo que hubiera reclamado para m, de estar en su situacin.
Casi no se quejaba de dolores u otras molestias ya que ese tema
lo tenamos controlado gracias a la hbil intervencin de la mdica
de nuestro equipo, la doctora Adriana Fazio. Tampoco careca de
cuidados, de amor, de compaa. Reciba asistencia espiritual me-
diante una cadena de oraciones que habamos organizado para l.

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As en la vida como en la muerte

Casi deploraba seguir con vida. Se vea al borde del abismo y que-
ra saltar, dar el ltimo paso, pero no le daban las fuerzas. Y solo no
poda, por eso peda nuestra ayuda.
Comprenda de forma inequvoca que slo la muerte podra poner
fin de modo definitivo a su padecimiento. No estaba disponible si-
quiera para escuchar argumentaciones que lo alentaran a continuar
con un padecimiento para l carente de todo sentido. Sabido es que
el sufrimiento humano no tiene en s mismo ningn sentido, a me-
nos que uno se lo otorgue. Pero l no estaba en condiciones de ha-
cerlo, de reflexionar sobre el posible significado de su propia muerte.
Entonces, qu hacer, llegado un momento as? Es cuando las
consideraciones ticas, filosficas, morales, religiosas y cientficas
piden la palabra.
Brevemente, ya que este tema fue considerado con mayor exten-
sin en mi libro El buen morir, deseo dejar planteada mi posicin.
Empecemos por traer a la consideracin los datos objetivos. Es-
tamos ante un paciente lcido, consciente, con una enfermedad
maligna incurable en su fase final, que, asistido por un equipo de
cuidados paliativos, logra un adecuado control del dolor y dems
molestias fsicas, que pide, no obstante, en forma clara, explcita
y reiterada, frente a testigos, que lo ayuden a poner fin a su vida
para terminar con un sufrimiento fsico y moral continuo e inso-
portable para l. La accin mdica por la que reclama se llama eu-
tanasia. Qu hacer?
En esta situacin, formalmente hablando, para m se trata de
ayudar a la naturaleza en un parto csmico del mismo modo que
el obstetra ayuda mediante una cesrea o un frceps a superar una
desventaja biolgica.
Me guo solamente por los dictados de mi conciencia, que me
permiten tomar decisiones libremente, en cada situacin, en cada ca-
so. No tengo ni sostengo posturas ticas o religiosas a priori que me
limiten. Esto me permite mantener una posicin equidistante entre
partidarios y detractores de la eutanasia.
Me encontr muchas veces en situaciones de gran sufrimiento en
las que algo me deca en mi interior que ese sufrimiento deba ser
respetado, que era necesario para el aprendizaje que esa persona es-

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Algo ms sobre acompaar a morir

taba haciendo. Mi tarea en esos casos es ayudarlo a estar con su su-


frimiento, con su dolor, no liberarlo de l. Es algo posible para m.
Puedo relajarme y brindar mi compaa, mi compasin a alguien en
un momento as.
Narro a continuacin cmo se sucedieron los hechos en este caso.
Pensando que, pese a desearlo y necesitarlo tanto, Casi no lo lo-
graba porque quiz tendra mucho miedo a morir, con su autoriza-
cin y a su pedido lo dorma para que pudiera relajarse y luego me
sentaba a su lado y le hablaba.
Desde mi corazn me surga decirle que se perdonara todo lo que
crea haber hecho de malo en la vida, que Dios seguramente ya lo ha-
ba absuelto de toda culpa y que considerara todo lo bueno que tam-
bin haba hecho. No tena que seguir sufriendo para merecer per-
dn, ya estaba perdonado. No haba ninguna razn para seguir
sufriendo, era digno del amor que estaba recibiendo de todos noso-
tros, pero ya poda irse. Tena permiso para partir, para dejar ese cuer-
po y descansar en paz. Le deca que iba a ser recordado por quienes
lo habamos conocido y, en especial, por sus familiares y amigos.
Convencido de que pese a estar dormido por la medicacin, reci-
ba todo lo que le deca, casi mentalmente, le sugera que soltara su
cuerpo, que dejara de aferrarse, que no tuviera miedo. Le deca que
l era esa conciencia que tena, no ese cuerpo. Le repeta una y otra
vez, muy suavemente, que se soltara.
Por ltimo, lo mantuvimos sedado con un goteo continuo hasta
que, al segundo da por la noche, pudo dejar su cuerpo. Entonces
cantamos para l. Celebramos su partida entonando bhajans que sa-
bamos que le gustaban y otras canciones de despedida. Todos, quie-
nes lo acompabamos en ese momento, nos abrazamos y tambin,
muy conmovidos, lloramos.

En los brazos de los padres que lo amaban


Diego cumpli diecisiete aos cuando lo acompabamos en el tra-
mo final, los ltimos dos meses de su vida. Sus padres vinieron a ver-
me alarmados porque l, con plena conciencia de las implicancias,
haba tomado la decisin de suspender todo tratamiento ante la apa-

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As en la vida como en la muerte

ricin de un nuevo agravamiento, el tercero. Estaba pasando unos


das de vacaciones con su padre cuando empez a sangrar, tena leu-
cemia. Llevaban cinco aos luchando con la enfermedad.
Trabajamos con todo el grupo familiar, y tambin en encuentros
individuales con cada uno de ellos y mucho con la pareja de los pa-
dres. Excepto Diego que lo asuma, cuando vinieron a verme, a sus
padres les costaba mucho aceptar la dura realidad que, como ocurre
siempre, terminara por imponerse.
Cuando muri, su madre escribi todo el proceso, una hermosa
carta que merece un espacio en este libro. La transcribo como nota
anexa a continuacin de este captulo.
Diego muri consciente. Hasta los ltimos das disfrut de todo,
aun cuando hubo que internarlo para poder transfundirlo. Disfruta-
ba de cada da, de cada hora, de sentirse rodeado por sus amorosos
padres, de la bulliciosa visita de sus compaeros de colegio, de mirar
un partido de ftbol por televisin en su cuarto del sanatorio. Cuan-
do la dificultad para respirar se hizo muy intensa nos dijo claramen-
te que ya no disfrutaba de estar despierto y prefera permanecer dur-
miendo. Sus padres estuvieron de acuerdo. No fue necesario. Logr
morir cuando nos disponamos a pasarle una medicacin sedante por
goteo.

Letting go
Laura era una periodista de cincuenta y nueve aos a la que acom-
paamos en el final de su vida, en 1999. Cuando vino a vernos esta-
ba furiosa con los mdicos, que, segn ella, la maltrataban. Su acti-
tud corporal era tensa y su hablar seco y cortante. Nos cont que la
muerte fue un tema que desde chica, le haba interesado mucho.
Cuando intentaba hablar del tema con amigos y compaeros lite-
rarios todos salan corriendo. Toda la vida habl de la muerte como
de un hecho natural. Culturalmente, tenemos un desfasaje entre la
culpa, el miedo y la falsa creencia.
En marzo de 1997 aparecieron los primeros sntomas de que al-
go andaba mal en su organismo. Pas por distintos especialistas an-
tes de conocer su verdadero problema. Se quejaba amargamente ya

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que ningn mdico quera arriesgar un diagnstico y una mdica


no quiso seguir atendindola porque no era una paciente dcil. Por
fin, un colega le diagnostic cncer de pulmn y, frente a su insis-
tencia, le adelant su presuncin pronstica, menos de seis meses
de vida.
Aunque no daba seales de sentirse impresionada por la noticia,
creo que en el fondo se senta apabullada. Su estilo era muy frontal, ca-
si agresivo. Recuerdo que la entrevist en presencia de dos voluntarias
de Niketana, y cuando sali del consultorio todos nos miramos pen-
sando lo mismo: qu persona difcil! As lleg a nosotros.
Su primera decisin al aceptar que la acomparamos fue firmar
nuestra declaracin de voluntad donde dej claramente planteadas
todas sus directivas.*
Laura estaba peleada con toda su familia, contaba slo con unas
pocas y leales amigas que estaban con ella. Se senta sola y despro-
tegida. Cuando ya no pudo trabajar, su situacin econmica empeo-
r hasta el punto de que el alquiler de su departamento qued im-
pago y tuvimos que negociar con el dueo por una humanitaria
prrroga. Una de nuestras voluntarias le llevaba comida que prepa-
raba en su casa.
Poco a poco empez a expresar agradecimiento por nuestro tra-
bajo y hubo una mayor suavidad en el trato con nosotros, depuso su
actitud soberbia, sobre todo cuando nuestras voluntarias Ana Mara
y Mim empezaron a visitarla regularmente. En Niketana se hablaba
mucho de ella, nos resultaba un verdadero desafo. Empezamos a
quererla y ella a nosotros. Termin siendo un caso paradigmtico.
Por su temperamento, no era alguien que simplemente habra de
sentarse a esperar la llegada de la muerte. Ella se planteaba ir a bus-
carla. Planeaba un suicidio.
Transcribo a Laura:
Antes, mi idea era agarrar un coche, ir hasta la mon-
taa, sentarme en la nieve, y escribir poemas en un cua-

* Niketana administra una Declaracin de Voluntad en la cual la persona especifica que no quie-
re recibir ningn tipo de tratamiento que slo sirva para prolongar el proceso de la muerte entre
otras consideraciones. Se firma con dos testigos.

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As en la vida como en la muerte

derno hasta morir por crionizacin. Te helas, te mors, no su-


frs... Yo saba que la muerte iba a llegar en algn momento,
por eso saba que quera hacerlo con entereza, con amistad,
con afecto. Hugo, que es psicoterapeuta, junto con Ana Ma-
ra y Mim, que son las personas que me acompaan y me
cuidan, me ayudaron a digerir el tema de mi propia muerte...
porque si no lo haca no iba a poder hablarlo con mis ami-
gos. Al mes y medio de enterarme, hice una lista con mis se-
res queridos y el orden en el que iba a hablar con ellos. De-
crselo a la primera persona de la lista fue terrible, porque
ella saba que estaba enferma pero no poda aceptar que iba
a morir, no lo poda hablar. Cmo vas a hablar de que te
vas a morir?, me dijo. Pero escuchame, sos una catlica
apostlica romana de cuarta, le contest. Despus tuvo una
etapa en que no me poda ver. El otro da vino por diez mi-
nutos y se fue, no me dio ni la mano... todava me duele.
Muchas veces escuch historias de enfermos que estn en
habitaciones supertecnolgicas, pero tan lejos de sus fami-
lias, incomunicadas... Eso es lo peor de la muerte. La muer-
te tiene que ser como dormir con alguien que te quiera.
Aunque no es fcil. No digo que no tenga miedo, porque s,
tengo miedo, pero menos que si durmiera sola, en una ha-
bitacin llena de tubos. Cmo me voy a morir sin saber
que me estoy muriendo? Es una monstruosidad: Ahora to-
do el mundo me dice que tengo buena cara, pero yo s que
me estoy muriendo por dentro, la muerte me camina por
todo el cuerpo. La medicina tiene varias alternativas para
extender mi vida, pero yo no quiero convertirme en un ser
degradado. Mi padre y hermana murieron as, les hicieron
de todo. Yo, para mi propia muerte, slo pido calmantes.
Para el resto, me mantengo con el afecto. Mi mayor miedo
es que no s qu va a pasar cuando me muera. Del momen-
to en que se apague mi cuerpo, me gustara saber cmo se
va a desconectar mi mente, que es lo ms bello que tiene el
ser humano. Saber cmo va a desarmarse lo que tengo como
conciencia de lo que soy, quin es Laura, la que yo conozco,

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cmo se va a ir. Quiz se convierta en chispas de energa


que van a salir al universo. Esa imagen me gusta. Esta en-
fermedad que tengo es la variedad ms salvaje y virulenta
que puede haber. Me entrego, acepto que sta es mi etapa fi-
nal, que sea lo mejor posible, antes de tirarme por el tobo-
gn. Adnde ir, no s. Tengo un poquito de miedo porque
no s qu es la muerte, pero tambin tengo la calma de que
hasta ac pude vivir bien. Ese da van a estar Ana Mara,
Nacha, Tita, Mara, quiero que est alguien para decirme
chau. Y si no, sonreir... Me hubiera gustado que me ente-
rraran en un cementerio como el de Tilcara, por ejemplo,
en medio de la naturaleza, no quiero que me lleven a Cha-
carita, es una monstruosidad total. Como eso no puede ser,
prefiero que cremen mi cuerpo y que tiren las cenizas en el
Ro de la Plata. Me gustara que me recordaran con afecto,
como a alguien que siempre ayud a los dems. Espero que
recuerden alguna palabra suelta, algn poema, algn apre-
tn de manos. Hay gente que ha dejado hijos, pero yo he de-
jado otras cosas... debo ser una sobreviviente de las dcadas
del 60 y 70, medio hippoide, bohemia, y sigo firme. Ahora
siento a mi alrededor afecto, energa y calma, que me per-
miten sostener este dolor y elaborar todos los mambos que
uno tiene con tantos aos de vida. Quiero morir bien, es una
eleccin, y tambin, una forma de creer en algo.
Laura muri en paz, en su cama, sin mayores molestias. Hubo un
detalle curioso: un domingo a la noche dijo que morira el jueves y
as ocurri. Pero, adems, en ese momento estaban con ella las per-
sonas que tiempo atrs haba mencionado.

Una muerte ejemplar


Un sbado por la maana temprano, en el mes de septiembre, mien-
tras desayunbamos en casa con Julia, son el telfono. Una perso-
na inici la conversacin diciendo que estaba leyendo un aviso nues-
tro en el diario y quera confirmar que nuestra Asociacin se
dedicaba al cuidado del paciente terminal. Le respond afirmativa-

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mente y le pregunt sobre el problema. Su respuesta me dej hela-


do: dijo yo soy un paciente terminal.
Quera conocernos y acordamos una cita para el da siguiente, do-
mingo por la maana, y peda que fuera en un bar. Nos peda, tam-
bin, que pasramos a buscarlo por la puerta de su casa.
Algunas veces ocurre que llama el propio paciente, pero cierta-
mente no de esta forma tan franca.
Cuando una persona asume su situacin, los problemas mayores
suelen recaer en el entorno.
Este entorno lo conforman no slo la familia, sino tambin el am-
biente mdico-institucional. En el sistema mdico argentino, al me-
nos en el mbito capitalino donde trabajamos, adems de las creen-
cias del mdico, a la hora de morir se debe tomar en cuenta las de la
institucin sanitaria para la cual trabaja. Las condiciones para poder
morir deben negociarse. El propio paciente no puede disponer por
s mismo cmo quiere hacerlo. No puede esperar ser complacido,
por ejemplo, si desea que el mdico le acorte el proceso de morir. Las
leyes no lo permiten. El sistema jurdico dictamina sobre los par-
metros dentro los cuales podemos movernos.
Tanto el mdico como la institucin sanitaria darn prioridad a
no transgredir la ley como prevencin de eventuales juicios. Las ne-
cesidades humanas del paciente quedan en segundo plano.
Algunos pases, como Holanda o Estados Unidos, estn acor-
tando la brecha. El suicidio asistido, que ya fue legalizado en el es-
tado de Oregn, en 1999, acerca los intereses del paciente al sis-
tema jurdico que rige la comunidad. Holanda, como es sabido,
logr legalizar la eutanasia activa en condiciones perfectamente
regladas.
En Argentina, nos seguimos debatiendo entre los prejuicios, los
temores y la hipocresa.
El domingo a la hora convenida estacion mi coche frente a su
domicilio en el barrio del Congreso. Fui con Julia. Enseguida vimos
salir de una casa a una persona en silla de ruedas; la asista el encar-
gado del edificio. Fuimos a su encuentro y nos presentamos. Pidi
entonces ir hasta el bar de la esquina, que a esa hora, afortunada-
mente, estaba casi desierto. Elegimos una mesa algo apartada para

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Algo ms sobre acompaar a morir

poder charlar tranquilos, pedimos algo de tomar y el extrao perso-


naje comenz a presentarse.
Lo haca pausadamente, con gran aplomo, sonriendo con fre-
cuencia, con seriedad pero sin dramatismo. Se llamaba Martn y te-
na veintisis aos. Sus padres estaban separados y ltimamente no
se entenda muy bien con ellos, especialmente con su padre (al que
no llegamos a conocer). Viva con su madre y su hermana. Tambin
estaba a su lado una amiga muy querida, Gabriela, que lo acompa-
aba en todo.
Mientras lo escuchaba, sent que una creciente ternura comien-
zaba a invadirme. Y una gran admiracin por su valor.
Desde haca siete aos vena luchando con un tumor en el ce-
rebelo, que a poco de ser operado, recidivaba, esto es, volva a cre-
cer. Llevaba seis operaciones como nica posibilidad para conti-
nuar con vida, y se avizoraba la prxima. Pero esta vez dijo que
no se operara y que, en cambio, se iba a Europa de paseo. La fa-
milia qued atnita, pero l se senta muy seguro y mantena su
decisin.
Y all parti sin siquiera decir exactamente adnde iba. Estuvo
viajando durante dos meses, movilizndose en una silla de ruedas,
hablando cada tanto por telfono y enviando postales. De ese modo
la familia saba si estaba en Espaa o en Holanda, es decir, si todava
estaba con vida.
Su madre, mujer sensible e inteligente, maniobraba en la difcil
tarea de armonizar ese deseo de respetar las decisiones de su hijo y
los sentimientos amorosos que empaaba el temor.
En Europa, Martn se haba hecho de amigos y lo estaba pasando
muy bien. Al trmino del programa volvi, tranquilo y feliz. Pasaba
los das armando el lbum con sus fotos del viaje, contando ancdo-
tas y saliendo a todos lados con su querida amiga Gabriela. Casi no
paraba en la casa.
Su decisin era clara, beber hasta la ltima gota de su corta vida.
Responda, no reaccionaba. No deca que la vida era mezquina con
el tiempo que le dispens y en cambio trataba de aprovecharlo al
mximo. Creo que slo su cuerpo era joven, un alma vieja y sabia lo
haba encarnado.

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As en la vida como en la muerte

Pero en noviembre empezaron nuevamente las molestias que tan


bien conoca, y sabiendo lo que tendra que afrontar, nos pregunt
si lo podramos ayudar.
Con plena conciencia de las implicancias, crecimiento del tumor
y muerte en un corto plazo, aun con las objeciones de su familia,
Martn escuch a su corazn y decidi por s mismo qu hacer con
su vida. Y su eleccin fue organizar ese viaje de placer a Europa, y
estuvo viajando muy feliz, en su silla de ruedas, los ltimos dos me-
ses de su vida.
Ahora estaba de regreso. Con sus escasos veintisis aos y con
gran sentido de responsabilidad, segua tomando sus propias deci-
siones y, por eso, cuando vio nuestro aviso, nos llam para saber si
querramos acompaarlo.
La siguiente visita que le hicimos con Julia fue en su casa.
Queramos conocer a su madre y su hermana. Comprobamos que la
comunicacin entre ellos era difcil. Incluso inicialmente, tambin lo
fue con nosotros. Hasta que nos dimos cuenta de que le fastidiaba
mucho ser tratado como a un enfermo. Exiga un trato igualitario en
todo, exceptuando, obviamente, sus limitaciones fsicas.
Aclarada esa situacin de incomodidad, tambin su madre, su
hermana y todos disfrutaron mucho de su compaa los ltimos
tiempos de la vida de Martn. La relacin entre ellos mejor nota-
blemente y podan charlar, compartir y rer a gusto.
Por eso tambin, por su rechazo a verse excluido, en varias opor-
tunidades acept encantado nuestra invitacin a participar de los
grupos en Niketana, e incluso asisti a un foro que hicimos en el
Centro Cultural Recoleta para debatir sobre la muerte y el proceso
de morir.
Para l, que lo trataran como a un enfermo era humillante, lo
detestaba. Estaba identificado con su ser, no con su cuerpo. Tena
esa dignidad. Eso haca que pasado el primer impacto de verlo en
su silla de ruedas, quien estuviera con l olvidara que padeca de
cncer. En su presencia hablbamos de la muerte y aun del proce-
so de morir con toda libertad, y l se mostraba sumamente intere-
sado y complacido en aprender. Sus comentarios frecuentemente
eran risueos.

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Algo ms sobre acompaar a morir

Siempre lo vimos sereno. Desde el momento en que asumi la de-


cisin de dejar de someterse a ms operaciones slo para sostenerse
en la vida y acept que para l haba llegado el final, se relaj com-
pletamente.
Al asumir la plena responsabilidad por su vida, termin con su
angustia existencial.
Se dedic entonces a pasarlo bien, a hacer todo aquello que le
procuraba placer. As vivi Martn sus ltimos das, y al agudizarse
sus molestias, pidi su internacin para poder morir en la seguridad
de un medio hospitalario.
Martn fue un ser admirable que nos ense a vivir a muchos de
nosotros. Dej en Niketana un recuerdo imborrable. Ms tarde, su
amiga Gabriela, que era psicloga, vino a trabajar con nosotros.

Muere un gran poeta


Tambin tuve el privilegio de estar cerca de Enrique cuando, a sus
jvenes ochenta y seis aos, un cncer en el colon lo alcanz ame-
nazando seriamente con privarlo de su cuerpo que, como deca, tan-
to necesitaba y disfrutaba.
No estaba para nada de acuerdo con la idea de que haba llegado
su momento de dejar este mundo que tanto amaba. Por eso l no es-
peraba la llegada la muerte, la ignoraba. Era lo que preocup a su
mujer y la razn por la que me pidi que lo viera. Deca que Enri-
que no se cuidaba, lo cual era cierto.
Enrique acept que lo visite como puede hacerlo una persona edu-
cada, pero le resultaba casi irrisorio que, siendo yo mdico, hubiera
elegido trabajar en el contexto de la muerte lo sorprenda sobremane-
ra. Su mujer se lo haba anticipado al llevarle mi libro de regalo.
Las veces que lo visit en su casa, y no fueron pocas, nunca me re-
cibi en la cama, como acostumbran los enfermos. Siempre lo hizo en
el living, vestido, elegante, con su robe y su pauelo de seda al cuello.
Charlbamos sobre libros y viajes en compaa de su adorable
mujer, que tomaba whisky, mientras Enrique y yo tombamos vino,
que acompaa mejor el jamn crudo, como l aconsejaba mientras
compartamos una picada.

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As en la vida como en la muerte

Estaba enemistado con la muerte, a la que, sin embargo, para su


fastidio, pareca sentir no muy lejana. Aunque tena las fuerzas sufi-
cientes, el enojo le dificultaba ponerse a trabajar, ordenar sus pape-
les y labores por el estilo.
Enrique era un poeta consagrado. Tambin un excelente pintor,
otra de sus pasiones.
Felizmente, en algn momento algo pareci haberse acomodado
en su interior y se puso a trabajar. Se estaba despidiendo. Quiz sin-
ti que todava poda dejarnos algunas de sus ms hermosas poesas,
las que fueron reunidas y publicadas como su obra pstuma. En una
de ellas nos dice adis como slo l podra haberlo hecho:

Adis
Un da ms, slo un minuto ms, para estar vivo
y despedirme de cuanto am.
Para decir adis a las cosas que vi y toqu mientras mora
desde el instante mismo en que nac.
Y vino el nio con el premio que sac en el colegio por su sabidura,
y el ala de la gaviota golpeando en lo infinito con su vuelo,
vino la cabellera derramada y el rostro de la misteriosa mujer
que estuvo a mi lado, en el lecho, sin que yo lo supiera,
y el ro con su lenta corriente musculosa
a travs de cada mueble, de cada objeto y cada gesto
de quien me ve partir, oh, Dios mo!
Un instante ms en el suelo que pis,
en el aire de mi respiracin
sofocada por el amor, en los vestigios de la pasin,
con cuanto mosca o sol me deslumbr en este extrao
planeta, donde perdur ao tras ao, presintiendo
este lmite de espumas, este revuelto torbellino
de la despedida, yo, que fui deslumbrado
por la centelleante atraccin de la tierra,
por cuanto fue caricia o solamente un espejismo del mundo
en mi destino.
As, pues, despdome de los caballos, de la canoa,
los pjaros, el gato y sus costumbres. Djame

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Algo ms sobre acompaar a morir

una vez ms mirar las flores y la lluvia. Es ste


el trgico instante en que uno descubre
el delirio misterioso de las cosas, sus races secretas,
el instante supremo de decir adis,
a cuanto se ador en esta vida.
Enrique Molina

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NOTA DEL CAPTULO 6

La partida
de mi hijo Diego
Diego enferm de leucemia cuando tena doce aos.
Fue un golpe brutal que puso en movimiento y transformacin a
nuestra vida: en lo personal, en la pareja, con la familia, con sus dos her-
manas, familiares, amigos y conocidos. Como si hubiese explotado una
bomba, y la onda expansiva afectara a todos.
La sorpresa y la ignorancia sobre el tema nos alteraban enormemen-
te, pero no exista la posibilidad de detenerse y preguntarse por qu?!
Era imprescindible actuar rpidamente, en positivo, con toda la energa,
con lucidez, y conectarse con las fuerzas ms profundas.
La enfermedad era tan cruenta y agresiva, como interna, silenciosa,
invisible y dolorosa. El tratamiento consista en una verdadera guerra
para combatir la malignidad. Dos fuerzas opuestas resistiendo y pelean-
do dentro del cuerpo de un nio que no entenda, no comprenda, no
quera.
Cunta angustia, dolor, impotencia, sensacin de injusticia!
Atravesamos situaciones lmite, con un estrs insoportable para la
capacidad del ser humano; era irracional. El desgaste, la tensin, la frus-
tracin y el agobio se iban sumando; muy a menudo tena la sensacin
de estar viviendo una pesadilla dentro de un campo de concentracin.
Situaciones muy extremas y profundamente dolorosas me hacan
dar cuenta de mi altsimo umbral de dolor; siempre imaginaba que mo-
rira de dolor. Pero cada vez era ms necesario que yo no sintiera; se
convirti en m en un verdadero poder. Aprend a atravesar el dolor; po-
co a poco, aprend a eliminar el sufrimiento, a no oponer resistencia.
Fue un gran aprendizaje.
Despus de dos aos, finalizado ya el tratamiento, continuaban los
controles; felizmente, con mayor distensin, comenzamos a disfrutar
de la vida, como antes no sabamos, con tranquilidad, agradecimiento
y alivio. Nos sentamos triunfales, habamos ganado la guerra. El terror
a la muerte se mova latente y silencioso dentro de m. Era una fuerza
negativa tan fuerte como el deseo de curacin; saba que sera un mi-
lagro. Lo estaba esperando, crea fervientemente que ocurrira. Mi su-
frimiento estaba causado por esas dos fuerzas que haba dentro de m.
se era mi enemigo interno.

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Algo ms sobre acompaar a morir

Un trabajo interno muy profundo y comprometido ayud a limpiar


la vieja tristeza y soledad enterradas en mi corazn, que se movilizaron
con tanto dolor.
Tuve que descubrir cmo atravesar tanto miedo, con tanto coraje.
Diego era un gran sostn energtico y espiritual. Con su tempera-
mento y su forma de ser; demostr en todo momento un espritu pa-
ciente, estoico, sereno y valeroso. Aprendi a valorar y vivir plenamen-
te su vida; disfrut cada momento y cada responsabilidad, con sus
amigos, sin quejas y sin resentimiento.
Era un creativo, un aventurero audaz y un buscador incansable.
La transformacin sucedi en m cuando pude fortalecer la cone-
xin con lo divino. Dej de depender de la fuerza de mi hijo, y aprend
a sostenerme con las mas. Pude pedir ayuda, sostn y contencin en
grupos, terapeutas, colegas y amigos. Poda sentir una profundsima
tristeza en mi corazn. Aunque esperaba el milagro, saba que me pre-
paraba para su partida.
La ansiedad, la angustia y la desesperacin se diluyeron cuando ver-
daderamente hice conciencia de la posibilidad de la muerte. Algo tan sen-
cillo como real y verdadero; sin embargo, no poda siquiera considerarlo.
La maravilla del gran fenmeno fue la reaccin de la gente, toda la
ayuda, las intenciones, el acompaamiento. Una poderosa red amoro-
sa nos sostena y aliviaba nuestro camino. No estbamos solos con tan-
to dolor. Poda sentirlo.
Cuando recay en la enfermedad por segunda vez, supimos que
transitbamos sus ltimos das. Se acercaban tiempos an ms difciles.
Comenzaba una nueva etapa. Mi tarea como mam era acompaarlo en
el buen morir. Jams imagin que hara eso con mi hijo. Dios segua
iluminndome y yo poda encontrar los apoyos necesarios; llegaba el
tiempo de la entrega, y de aprender a soltarlo para aliviar su sufrimien-
to, y acompaarlo en su camino hacia la luz.
Permanentemente me enraizaba y conectaba meditando, rezando,
pidiendo asistencia, proteccin y ayuda para acompaarlo amorosa-
mente, mimarlo y brindarle lo que necesitaba, Cmo me conmova ver
a sus dos hermanas atendindolo, silenciosas y amorosas. Fue una des-
pedida que nos dej a todos en paz. Pudimos hablar de su muerte, de-
cirle todo lo que l haba significado como hijo, desde el pap y como
mam.
Le ped perdn por el dao que pude haberle causado, aun incons-
cientemente, y entre sonrisas y vergenza, logr que me perdonara. Le
di todo mi amor para que sintiera l mismo alivio y compasin. Le de-
mostr lo orgullosa que me senta de tener un hijo tan digno, entero, va-
liente, maduro y amoroso. Tambin se despidi de sus amigos, que lo
acompaaron muy conmovidos por su ejemplo.

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As en la vida como en la muerte

Slo restaba ese invisible y desconocido proceso interno necesario


para transitar el ltimo tramo, y el paso hacia otra existencia.
Me costaba concentrarme en esta tarea, observando su rpido dete-
rioro fsico.
Pronto ese deterioro se transform en un aliado indispensable para
que su alma se desprendiera del cuerpo, al sentir tanta incomodidad
dentro de l.
l tambin tena que aprender a soltarlo, dejar esta vida, todo lo que
amaba, entregarse, soltar el miedo y la bronca de tener que partir.
Mi conciencia se ampliaba, y con mayor comprensin de la realidad,
se limpiaban dudas y miedos.
La enfermedad progresaba cruelmente; el tratamiento paliativo slo
aliviaba los sntomas para que estuviera ms confortable. Tuvo un gran
alivio al saber que no deba sufrir dolor para morir. se era su miedo,
su imagen. Afortunadamente, la medicacin poda controlar el dolor y
se sinti confiado.
Cuando comenz a padecer dolor fsico, yo me hunda en el dolor de
mi alma, senta una soledad indescriptible; senta el abandono de Dios. Mi
dolor y sufrimiento eran insoportables, crea que me mora; era maravi-
lloso e increble cuando senta que todo se dilua y desapareca cuando re-
zaba; me conectaba; era una verdadera entrega. Deba llegar al punto m-
ximo de dolor para poder soltarlo. El dolor venca mi omnipotencia y me
sumerga en la paz silenciosa y amorosa de la entrega a Dios.
La mente me confunda y me desesperaba al pensar que Diego no es-
tara ms a mi lado. Necesitaba el alivio de saber que ira con Dios.
Apareci la dificultad respiratoria. Cunta angustia!
No senta emocin alguna; poda percibir y sentir la habitacin, la
asistencia; los seres de luz nos protegan, nos acompaaban todo el
tiempo. Senta paz y serenidad.
Cuando Diego comenz a sufrir demasiado, tomamos la decisin con
los mdicos; era necesario sedarlo ya que con la analgesia se mantena
consciente, pero los picos de dolor eran tan intensos y frecuentes que co-
nectarse con la vida se haba convertido slo en dolor y sufrimiento. Era
indigno. l saba cmo seguiran las cosas.
A cada lado, lo tenamos tomado de la mano, su padre y yo.
Como una partera, respiraba igual que l, para ayudarlo, para acompa-
arlo y estar presente. Le dijimos: No ests slo, estamos ac con vos.
Diego contest: S ya s. Le decamos que no se quedara sufriendo, que
siguiera su camino, que fuera a la luz, que nosotros estaramos bien.
Escuchando su respiracin dificultosa, no dejaba de observarlo. No
poda dejar de ver las imgenes que pasaban velozmente. El parto, el na-
cimiento y toda su infancia se superponan con las emociones que sen-
ta dentro de m.

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Algo ms sobre acompaar a morir

Mi dolor de las contracciones y los pujos, con la dificultad de Diego


para respirar y salir de esta vida. El trabajoso trnsito del canal del par-
to. Ahora a la otra vida, el dolor y el miedo y la resistencia. La alegra y
la felicidad del beb, el alivio.
Ahora lo estaba despidiendo, pero se acercaba la certeza de que es-
tara con Dios y sin ms sufrimiento; estara libre, en paz.
Desapareci la dificultad; la resistencia era cada vez ms chiquita y si-
lenciosa. Se entreg; era un parto dulce, csmico, hacia Dios.
Sent un silencio nico, muy particular.
No respiraba; despus de unos segundos, el ltimo soplo. Casi pude
ver una suave burbuja de aire salir de su boca cansada: Me senta vaca,
como si hubiese parido tremendo dolor. Sent que mora como mam de
Diego. No estaba totalmente muerta. Me lo tuve que decir, tena dos
hijas en casa.
Senta el fro que iba subiendo desde las puntas de sus dedos has-
ta sus brazos. Cuando percib que el calor se retiraba del cuerpo, me
di cuenta de que all ya no estaba mi hijo, mi gran amor.
Apoy su brazo suavemente en la cama y me retir un poco.
Sent una paz indescriptible, inconmensurable, desconocida por
m.
Esa hermosa liviandad era lo que yo tanto tema de la muerte. Me
sent inundada de amor, paz, armona, bienestar, felicidad, alegra y
alivio. Una enorme luz, tan grande como en el nacimiento de Sofa,
seis aos atrs. Respiraba profundamente y me llenaba de vida.
Cunto amor, cunto dolor!!!
Mi cascarn vaco y muerto se llenaba de energa sutil, liviana, amo-
rosa, divina.
Abr el enorme ventanal; un sol maravilloso entraba en la habitacin
del hospital. Record las culturas que acostumbran abrir las ventanas
para que el alma viaje hacia Dios.
Mi cuerpo estaba silencioso, apagado, agotado, dolorido, sin energa,
casi sin vida.
Cuando Sofa naci en casa, estbamos desbordantes de energa y
llenos de luz. Ahora estaba el vaco, el dolor de la prdida; pude capita-
lizar la enseanza. El gran aprendizaje fue descubrir la asistencia, la
proteccin, y aprender a confiar, a soltar y entregar verdaderamente,
desde el corazn; me toc con el dolor y la prdida de mi amado hijo.
Hoy siento todo esto que gan, que me qued. Ya no tengo aquel te-
rror a la muerte; valorizo la vida; respeto mis tiempos, las necesidades
y logro cumplirlas; hago lo que siento; tengo ms energa para los de-
ms; mi fortaleza se irradia; disfruto ms de mis hijas; les dedico ms
atencin desde el amor verdadero. Siento mayor compromiso para mi
transformacin. Mi camino es encontrar la verdad en todo lo que vivo;

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As en la vida como en la muerte

como persona, como mujer, madre y terapeuta. Necesito purificarme y


as enriquecer todo en mi vida; desde el amor verdadero y la verdad.
Me siento muy agradecida, recib el regalo de Dios de sentir a Diego
en todo momento; sentirme acompaada y guiada por l.
Fue mi maestro; con l aprend la leccin ms difcil de mi vida; me
siento orgullosa de haber sido elegida para ser su madre.
Lo admir por su dignidad, su coraje, su valor y su generoso ejem-
plo. Me siento privilegiada; s que Diego est en paz, pleno, libre y fe-
liz, como ac no poda serlo dentro de ese cuerpo limitado.
Cada una de mis lgrimas va a limpiar la tristeza de mi corazn; s
que lo voy a recuperar poco a poco, para sentir, dar y recibir amor.
Nlida B. Lpez,
23 de septiembre de 1998

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CAPTULO 7

Una gran tarea

Tal vez, una de las tareas ms conmovedoras a la que habremos


de abocarnos en algn momento de nuestra vida sea la de acom-
paar a nuestros padres durante su proceso de morir. El rol de
hijo culmina al regresar del cementerio donde sus restos han si-
do sepultados. En ese momento, tambin se inicia nuestra plena
adultez.
Por lo general, no estamos preparados para llevar con naturalidad
ese proceso. Nuestros padres, frecuentemente, se encuentran tam-
bin en esta situacin. Ellos han ido advirtiendo silenciosamente el
paso del tiempo y los efectos en su cuerpo y su mente. Sienten lo que
es envejecer e intuyen, temerosos, lo que podra ser morir. Han vis-
to hacerlo a muchos amigos y a familiares y estn aterrorizados con
las imgenes de la muerte medicalizada.
Desearan estar mejor preparados para esa experiencia cuando
advierten que el momento se acerca, pero no saben cmo hacerlo.
Quin sabe cmo y dnde se puede encontrar ayuda para morir
en una sociedad donde el tema de la muerte es tab?
Creo que merecen ser ayudados. Veremos cmo esto es posible.
Se pueden tomar recaudos.
Dados nuestros prejuicios con relacin a la muerte, no est con-
templada la posibilidad de que los hijos se dispongan a ayudar a sus
padres a morir. Lo habitual es precisamente lo opuesto, que se in-
tente por todos los medios postergar al mximo la llegada de ese mo-
mento; es decir, que se intente prolongar su existencia todo lo posi-
ble, incluso, muchas veces, descuidando la calidad de vida. Lo vimos

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As en la vida como en la muerte

en captulos anteriores.
Aqu propongo algo diferente, que intentemos ayudar a nuestros
padres a preparar la inevitable partida. Ayudarlos a dejar este mun-
do en paz, sin miedos, y sin sufrimientos innecesarios. Morir de es-
ta manera puede llegar a ser ms una celebracin que una derrota.
Veamos ahora cmo se puede hacer esta tarea.
Dijimos que abordar el tema de la muerte es casi prohibido en
nuestra sociedad. Al insinuar a nuestros padres, especialmente si son
algo mayores, que nos gustara charlar con ellos sobre este tema,
probablemente veamos que se levanta un muro de silencio. Miedo,
enojo, frustracin, dolor y fantasas de todo tipo inundan la mente
en esos momentos. La turbacin es lo habitual.
Preciso es hacer aqu una digresin.
No es lo mismo envejecer que madurar. La diferencia entre llegar
a viejos y alcanzar la ancianidad es enorme.
El envejecimiento es algo que atae al cuerpo. Es un hecho bio-
lgico. Aqu ocurre lo mismo que con la muerte, slo puede alcan-
zar al cuerpo, pero no al ser.
Las clulas de nuestro cuerpo estn siendo renovadas constantemen-
te y son creadas en esas fbricas maravillosas que son los tejidos vivos.
Pero con los aos declinan en sus funciones y no logran producir en can-
tidad y calidad las clulas que necesitamos. Esto es lo que se ve en el
cuerpo al envejecer. Es lo que le da al viejo su aspecto inconfundible.
Del mismo modo como antes nos ocupamos de la muerte desde
la perspectiva del alma y no del cuerpo, aqu nos ocuparemos de la
ancianidad, no del envejecimiento.
El cuerpo envejece solo, no necesita de nuestra participacin. Pe-
ro alcanzar la ancianidad es otra cosa. Por lo pronto, no ocurre es-
pontneamente, necesita de nuestra participacin, de un esfuerzo
por evolucionar en el orden de lo emocional, psicolgico y espiri-
tual. La palabra que mejor lo define es madurez.
De hecho, se puede envejecer sin madurar. Muchos viejos son
mentalmente inmaduros. No hay que confundirse. La diferencia es
abismal y se percibe en su comportamiento en la vida, y en especial
en su actitud frente a la muerte.
La primera pregunta que debemos hacernos entonces es: Nues-

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Una gran tarea

tros padres son viejos o ancianos?, personas sabias o inmaduras?


Los ancianos son esos seres bellos, admirables y tan queribles que
despiertan nuestro mayor respeto. Es un placer estar cerca de ellos. No
slo envejecieron, tambin maduraron. No se olvidaron del espritu,
lo cultivaron. Ellos no slo no temen morir, saben cmo hacerlo.
Un viejo es alguien que vive amargado y amarga la vida a los de-
ms. Suele ser hosco y resentido. Vive centrado sobre s mismo,
preocupado por su cuerpo, consulta frecuentemente al mdico, que
en general, sin comprenderlo, lo medica.
Es difcil relacionarse con l.
Teme mucho a la muerte.
Los viejos son quienes precisan ms ayuda para poder elaborar su
partida de este mundo, son quienes verdaderamente la necesitan. Sin
embargo, estas vallas pueden ser salvadas, si previamente nos apli-
camos nosotros mismos a un trabajo de preparacin interior. Me re-
fiero a trabajar el enojo, la culpa, el dolor, el resentimiento y el mie-
do a nuestra propia muerte, por mencionar slo algunos de los
sentimientos que con mayor frecuencia agitan nuestra mente. Es
preciso liberarnos de los obstculos que pudieran trabar la comuni-
cacin, que necesita ser fluida y de confianza mutua.
Se requiere armarnos de valor y dejar los prejuicios de lado si
queremos ayudar a nuestros ancianos padres a prepararse para mo-
rir. Esta encomiable tarea suele desestabilizar las estructuras ms n-
timas y resguardadas de nuestra personalidad fortificada. Pero de to-
do ello surgir la sanacin, que quedar como el bello fruto de este
esfuerzo.
En su intimidad, los mayores suelen intuir la necesidad de hacer
algn trabajo de este tipo. Lo podramos concebir como un reaco-
modamiento en la mochila que nos permita transitar ms livianos
esa parte del camino que nos llevar hasta la meta final. Estarn pro-
fundamente agradecidos por la ayuda que reciban y nosotros, felices
de haber podido brindrsela.

Cerrando asuntos inconclusos


Inicialmente, se trata de ayudarlos a ir cerrando sus asuntos con el

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As en la vida como en la muerte

mundo y, cuando es necesario, empezar a abrirse a la dimensin es-


piritual, los asuntos con Dios. Por algo, los mayores empiezan a ir a
los templos.
Esto quiere decir ir resumiendo todo lo concerniente a la dimen-
sin humana que finiquita y empezar a reconocer nuestra realidad
espiritual, que frecuentemente comienza a expandirse en esas cir-
cunstancias.
En este trabajo ellos aprendern a soltar, a elaborar los apegos
mundanos, para tener las manos libres que habrn de asir las que se
acerquen desde el ms all cuando vengan a buscarlos.
Conozco a muchas personas de ms de ochenta aos que man-
tienen una vida muy activa, que se mantienen sanos y joviales. Pero
esto no es un inconveniente ni una objecin para postergar trabajar
este tema.
Se trabajar con el perdn y la gratitud. Los ayudaremos a hacer
un resumen de lo que han hecho en esta vida que dejan, y de lo que
tendr que ser terminado por los que siguen. Miraremos juntos los
errores que se pudieron haber cometido para extraer de todo eso el
aprendizaje de vida que se llevarn de este mundo. Jams para cul-
parlos por esos errores.
Recordemos una vez ms que probablemente a lo que ellos temen
frecuentemente no es a la muerte en s. Aunque este temor est pre-
sente, les inquieta ms el sufrimiento que frecuentemente acompa-
a el proceso de morir. Desde los fantasmas de los dolores fsicos y
otras molestias reales o imaginarias, hasta las tribulaciones espiri-
tuales concomitantes. Procedamos entonces con suma delicadeza.
Seamos suaves con ellos.
Pero primero averiguaremos cmo nos sentimos nosotros mis-
mos para afrontar esta despedida. Estamos suficientemente madu-
ros? En verdad podremos dejarlos ir, les permitiremos partir cuan-
do llegue el momento? Realmente sera excepcional que as fuera.
Esto no quiere decir que no lo hayamos pensado. S, lo hemos pen-
sado muchas veces, incluso hasta hemos imaginado cmo sera el
mundo sin su presencia. Pero es muy probable que hayamos apar-
tado rpidamente esas ideas de nuestra cabeza, considerando que
slo se trataba de pensamientos morbosos o que eran producto de

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Una gran tarea

un estado depresivo.
Supongamos que, por considerarlo necesario, ya hemos tomado
la decisin interna de empezar a charlar con nuestros padres acerca
de la muerte. No crudamente de su muerte, sino de la muerte, en ge-
neral. Probablemente, advertiremos que resulta ms suave hacerlo
mientras todava no est muy cerca, es decir, mientras es slo un ru-
mor lejano. Y aqu surge la primera paradoja porque qu sentido
tiene traer el tema cuando estamos disfrutando plenamente la vida?
Puede parecer aguafiestas. Sin embargo, aconsejo empezar a hacerlo
lo antes posible. Reflexionar sobre la muerte desde cierta perspecti-
va atena las tensiones y permite ahondar en su significado. Debie-
ra ser tratado desde la misma infancia, lo cual nos ahorrara muchos
problemas futuros.
Si sentimos que no parece existir ningn momento oportuno, eso
puede ser seal de que el tema est siendo escamoteado. Entonces,
sin acosarlos, habr que crear un espacio apropiado para ello. Por
qu? Porque si no puede ser abordado con naturalidad, es muy pro-
bable que existan fuertes temores subyacentes. Por eso debemos in-
tentarlo. Cmo? Abrindoles nuestro corazn. En lugar de esperar
que ellos propongan el tema, alguna vez decirles, a modo de reco-
nocimiento, cunto los queremos. Y si esto es algo habitual en nues-
tra relacin con ellos, entonces agregar algo as como: ... a veces me
he encontrado imaginando cmo ser el mundo para m cuando us-
tedes ya no estn y he sentido.
La idea es que en lugar de esperar que sean ellos quienes pro-
pongan el tema, hacerlo nosotros. Pero no hablaremos slo de ge-
neralidades y en forma ambigua. Historiando nuestra relacin, ex-
presmosles concretamente: mam o pap... recuerdo claramente
aquella vez que... vos hiciste o me dijiste... lo que me hizo sentir...
ste es un recuerdo imborrable que guardo en mi corazn... quie-
ro compartirlo con vos en este momento... y disfrutara mucho que
pudiramos recordar juntos momentos lindos de nuestra vida... y
me gustara mucho que me contaras cosas de la tuya que todava
desconozco....
Ran juntos, tambin lloren juntos... hasta que sientan que el co-
razn qued liviano como una pluma. Permtanse fluir en eso que

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As en la vida como en la muerte

estn sintiendo, no lo repriman. No teman emocionarse, ni que sus


padres se emocionen. Relajen el vientre tenso; reljense, y no se
preocupen si algunas lgrimas empiezan a surgir. No hay nada de
malo en sentir. Permtanse quedar vulnerables a la ternura.
Ellos no van a deprimirse porque alguna vez se hable de la muer-
te. Inmediatamente verificaremos si estn relativamente abiertos o
bien cerrados a la posibilidad de compartir sus vivencias. Todo es
cuestin de tiempo y paciencia.
Por favor, no tomen lo que acabo de sugerir como una receta. S-
lo intento mostrar posibles lneas de abordaje.
Hay ancianos que se enojan mucho cuando se les habla de la
muerte. No quieren saber nada de ese asunto. Debemos respetar esa
postura. No estoy hablando para las personas que, por la razn que
sea, se muestran totalmente refractarias al trema. Dios las ayude.
Un buen nmero de personas con sus padres muy mayores par-
ticip de nuestros grupos Preparando la partida en estos ltimos
aos. Algunos lamentaron que sus padres se cerraran y rehusaran
hablar de la muerte. Luego comprendieron que era una verdad a
medias, es decir, que ocurre slo con ellos, mientras que, en otros
contextos esas mismas personas se muestran ms abiertas. La cues-
tin aqu es clara: los padres protegen a sus hijos del dolor de su
partida. Perciben que ellos an no estn listos. Si es el caso, hablen
de esto con sus padres compartiendo sus sentimientos ms pro-
fundos, mostrndoles abiertamente su intencin de colaborar y
apoyar las decisiones que ellos quieran tomar con relacin al final
de su vida.
Muchas veces percibimos claramente la necesidad de trabajar es-
ta situacin. Los ancianos suelen dar seales ciertas de estar en pro-
blemas al respecto. Pero a menudo nos quedamos atrapados en la
maraa de pensamientos contradictorios de nuestra mente temerosa
y confundida por los condicionamientos culturales recibidos. Pero
cuidado! Es duro llegar tarde a una cita con la muerte.
Probablemente encontraremos opiniones contrarias a nuestras
propuestas. Es lgico que as sea. Las cuestiones emocionales son
muy fuertes. Incluso en el seno de nuestra propia familia se darn di-
vergencias. Discutamos abierta y profundamente las ventajas y des-

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Una gran tarea

ventajas que conlleva esta experiencia. Terminaremos reconociendo


sus mritos en la mayora de las oportunidades. Slo es cuestin de
encontrar el modo apropiado de hacerlo. Lo ms adecuado a cada si-
tuacin. Pero la premisa segura de la que podemos partir es que si
los ancianos nunca expresan libre y naturalmente sus sentimientos
acerca del fin de sus das, es muy probable que puedan abrigar serios
temores, que sera bueno sacar a la luz.
Casi a diario se nos presentan oportunidades para introducir el
tema. Cuntas veces compartiendo con ellos una buena pelcula, de
esas que tratan el tema con delicadeza y dulzura, tuvimos la oportu-
nidad de hablar sobre la muerte? Y qu decir de las veces en que
ellos mismos, los ancianos, abordan sorpresivamente el tema?
La racionalizacin habitual es que no queremos causarles pesar.
Pero tambin reconozcamos en nosotros mismos esa fuerte tenden-
cia a evitar ponernos en contacto con las experiencias tristes o dolo-
rosas. Somos fbicos al dolor.
Lo paradjico del caso es que, por evitar tocar el dolor, posterga-
mos indefinidamente empezar a crear las condiciones para que, lle-
gado el momento, podamos manejarlo.
Hablar con nuestros padres mayores con naturalidad de la reali-
dad de la muerte; es una expresin de nuestro afecto por ellos, ya
que, en definitiva, les estamos ofreciendo la posibilidad de elegir c-
mo quieren morir y que nadie pueda aduearse de su muerte, lo que
no es poco decir.
Una poderosa motivacin para vencer los temores y prejuicios que
se nos presentan en esta etapa de nuestra misin como hijos es saber
que si trabajamos adecuadamente, les evitaremos gran parte del su-
frimiento intil que habitualmente acompaa el proceso de morir.
Reflexionando en nuestros grupos sobre estos temas, hemos po-
dido reconocer dos reas diferentes de problemas que debemos abor-
dar. Por un lado, estn las cuestiones eminentemente prcticas, que
reconocen su origen en el hecho crucial de la muerte medicaliza-
da. Esto quiere decir que, a la hora de morir, habremos de tomar en
cuenta que el cmo, el cundo y el dnde tendrn que ser ardua-
mente negociados con la autoridad mdica y la institucin sanitaria
que interviene. Este tema fue suficientemente discutido en mi libro

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As en la vida como en la muerte

El buen morir.
Por otra parte, encontramos que la otra vertiente de la tarea que
debe ser abordada para afrontar el fin de la vida es la preparacin
emocional, psicolgica y espiritual. Es lo que el lector encontrar de-
sarrollado ampliamente en la Segunda Parte de este libro.

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CAPTULO 8

Mis padres y yo

Honrars a tu padre y a tu madre.

La primera sugerencia que hara a un hijo que se dispone a acompa-


ar a sus padres a prepararse para el momento de la partida es que
revise cmo est la relacin en el presente.
Es de esperar que se halle en buenos trminos, para que las acti-
tudes ms apropiadas surjan de un modo natural. Facilita mucho
una buena disposicin emocional, estable, que permita afrontar los
posibles avatares en esa delicada tarea. Padres e hijos habrn alcan-
zado una relacin distendida y de confianza mutua.
Miremos por un momento en nuestro interior de forma re-
lajada, sincera, y eso ser suficiente para detectar la eventual
presencia de conflictos en la relacin. Es frecuente encontrar
algunas nubes, incluso verdaderos nubarrones. Si as fuera,
tampoco es algo para inquietarse demasiado, no ser un impedi-
mento para llevar adelante ese noble propsito. Ms an, es bueno
que los encontremos. Muchos aos de una relacin tan estrecha
como es la que hay entre padres e hijos, incluyendo los difciles pe-
rodos de convivencia, necesariamente tienen que haber dejado sus
huellas.
Si hemos verificado la presencia de algn malestar, ser bueno
aclarar de qu se trata. Algunas veces ya conocemos la respuesta. He-
mos reflexionado suficientemente sobre ella y hecho consciente su
origen. En este caso slo nos resta saber qu queremos hacer con eso
ahora; es decir, qu destino darle a ese conflicto, ya que somos libres

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As en la vida como en la muerte

para decidir. Seamos honestos con nosotros mismos al tomar deci-


siones al respecto.
El presente no es slo un momento ms en la historia de la rela-
cin con nuestros padres, tengamos en cuenta que ahora se trata de
recorrer juntos y del mejor modo posible los ltimos tramos del ca-
mino. Habr que ir cerrando, escribiendo, se dira, los captulos fi-
nales de esta larga novela familiar.
Cmo nos gustara terminarla? Qu final desearamos darle?
Vale la pena detenernos un momento en esta cuestin. Es muy
importante, especialmente si la relacin fue difcil y trajo mucho do-
lor. Acompaar a nuestros padres a morir es la ltima oportunidad
que nos da la vida para conseguir niveles de encuentro jams soa-
dos. Cerrar esta relacin lo mejor posible tiene un profundo efecto
reparador. Y no hay que olvidar que despus de su partida nosotros
todava permaneceremos aqu, en este mundo, algn tiempo ms,
hasta culminar nuestra propia existencia.
El siguiente paso es ver la naturaleza de la incomodidad. Es eno-
jo, resentimiento, dolor, pena, frustracin?
Qu haremos con esto que sentimos? Qu queremos hacer?
Vemos cules son nuestras posibilidades actuales para encarar este
asunto.
Una cuestin importante es dilucidar si se trata de algo de lo que
la otra persona debe participar, o si esto no es necesario para llegar
a una solucin. Bien podra tratarse de algo que podamos resolver
solos, internamente, sin necesidad de involucrar a la otra persona.
Mi experiencia me dice que el trabajo principal siempre es interno,
el que hacemos con nosotros mismos, en privacidad, en el silencio
de nuestro mundo interior. Puede llegar a ser una experiencia fuer-
te, aunque muy gratificante y sanadora.
Esta delicada tarea forma parte, como se podr advertir, de nues-
tro propio proceso de maduracin y crecimiento espiritual. Es un
fuerte estmulo para el crecimiento psicolgico y emocional, y abre
camino a niveles de conciencia ms elevados donde reina la verda-
dera espiritualidad.
Adems, reflexionemos: se trata de alguna cuestin pasada o re-
ciente? Cul es la magnitud de la importancia que le asignamos?

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Mis padres y yo

Es vital para nosotros o es algo que podramos soltar con cierta fa-
cilidad? No permitamos que nuestro ego haga cuestiones de vida o
muerte de nimiedades. Tratemos de ser ecunimes, dndole a cada
cosa su justa importancia.
Hagamos este trabajo con sinceridad, coraje y, sobre todo, com-
pasin. Permitamos que nuestro corazn se vaya abriendo a ese pro-
ceso de esclarecimiento, y en poco tiempo ser evidente el profundo
efecto sanador que tiene este ejercicio. Creo que tampoco debera-
mos negarnos a reconocer que, a veces, la ayuda de un buen conse-
jero puede ser valiosa.

Revisando la historia
Desde nuestra visin interior preguntmonos: Cmo fue, en ver-
dad, esta relacin con mi padre o mi madre? Qu caractersticas
principales puedo reconocer en ella? Qu clase de sentimientos co-
lorearon el vnculo? Predomin el cario, la ternura, hubo com-
prensin, o acaso fue dureza (o aun la rudeza) lo que predomin en
el trato? Dira que fue un padre o una madre sabia e inteligente o
acaso torpe y arbitraria? Fue una persona autoritaria o permisiva?
Estuvo presente en los momentos difciles de mi infancia, o sent su
ausencia en muchos de esos momentos? Me sent cuidado/a?
Le guardo rencor, resentimiento? Revisar esta historia me pro-
duce dolor?
Reflexionemos juntos. Ahora soy una persona adulta, incluso tal
vez tengo mis propios hijos. Ahora s por experiencia propia lo dif-
cil que resulta ser madre o padre. Puedo verlos a ellos con otros ojos
y reconocerlos como a las personas que verdaderamente son, por
fuera de sus roles de padre o de madre. Compruebo que ya no siguen
ejerciendo para m los mismos papeles gastados por los aos, que to-
do eso ha caducado. Como adulto/a, ya no siento la necesidad de te-
ner una madre o un padre, o alguien que me indique el camino, lo
que tengo que hacer en la vida y con mi vida. Afortunadamente,
nuestra relacin no se est dando en la actualidad en los mismos tr-
minos que en la infancia, cuando la inevitable dependencia hacia
ellos, a veces, se tornaba agobiante para ambos.

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As en la vida como en la muerte

Puedo mirar con ojos adultos a estas personas que, en su mo-


mento, ejercieron, como les fue posible, los papeles de padre o de
madre. Puedo comprender las dificultades que pudieron haber te-
nido para el desempeo de esos roles. Hasta me es posible reco-
nocer los valores y creencias en que se apoyaron para tomar sus
decisiones. Asimismo, reconozco desde qu visin del mundo y de
la vida me aconsejaron siempre, y con qu nivel de destreza y
acierto intentaron implementar sus directivas. Seguramente, aho-
ra comprendo, no podan vislumbrar otra posibilidad para m que
intentar socializarme mediante el empleo de las tcnicas educati-
vas vigentes en esos tiempos, como modo de encauzar mi creci-
miento. Qu queran para m? Qu crean ellos que podra ser lo
mejor para m? Y lo que es realmente importante: llegaron a co-
nocerme ntimamente o slo conocieron la fachada de hijo/a que
yo les mostr?
En esta indagacin, puede llegar un momento en que surja una
pregunta o una evidencia conmovedora Hubo verdadero amor en-
tre nosotros? Fui un hijo/a querida/o? Am a estos padres? Amo
realmente a estas personas?

Maduracin o dependencia?
Buena parte de los conflictos ms comunes en las relaciones entre
padres e hijos deriva de una excesiva prolongacin del ejercicio de
estos papeles. Se omite el hecho cierto de que, como resultado del
propio proceso evolutivo, natural, esos roles requieren ser trascen-
didos. En algn momento de la vida la relacin padres-hijos necesi-
ta actualizarse, las reglas del juego deben cambiar para no vulnerar
la autonoma del ser en desarrollo. Si bien es bueno que escuchemos
con amor y respeto la palabra de nuestros padres, cuando verdade-
ramente hemos llegado a ser personas adultas, habremos adquirido
nuestra propia experiencia de vida, desde donde vamos a cotejar el
valor de las enseanzas que de ellos hemos recibido. Es un momen-
to muy significativo en el vnculo. Hay muchas cosas que los hijos
pueden y gustan ahora ensear a sus padres, y es lindo ver que lo ha-
cen con cario, sin competitividad. Es natural que as sea. Las cosas

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Mis padres y yo

han cambiado, el mundo ha cambiado. El padre y la madre empie-


zan a escuchar con asombro y orgullo al hijo/a maduro, crecido.
Ahora ellos pueden relajarse, lleg por fin el tiempo de pensar en
descansar.
De esta forma, cuando los padres advierten que su trabajo en lo
que a la familia respecta ha concluido, pueden iniciar la frecuente-
mente postergada tarea de completar su propia vida, para luego ini-
ciar la retirada final, y empezar a disponerse para bien morir. Com-
probar que los hijos han crecido y ya estn maduros para la vida es
casi un requisito para que muchos padres puedan dejar este mundo
en paz.
Por lo contrario, cuando el hijo o la hija no alcanz, pese a los
aos transcurridos, su plena madurez, y an se mantiene infantil,
tendr serias dificultades para acompaar y cuidar del proceso de
morir de su padre o de su madre. En mi prctica profesional veo
con frecuencia, y por cierto con pesar, los vanos intentos de estos
hijos emocionalmente inmaduros por intentar retener a sus padres
cuando, habiendo concluido el ciclo de sus vidas, se disponen a
partir. Encarnizadas y absurdas batallas contra la muerte son libra-
das entonces, procurando prolongar una existencia acabada. Con
el auxilio de la alta tecnologa mdica disponible en la actualidad,
es posible sostener con vida a un organismo humano ms all de
todos los lmites imaginables. Pero un organismo no es un ser hu-
mano, una persona.
Es deplorable ver, por ejemplo, a un anciano que ya super con
creces los noventa aos viviendo en un geritrico, alimentado
contra su voluntad con una sonda naso-gstrica, porque un buen
da decidi que su existencia lleg a su fin y dej de comer.
Un hijo o una hija inmaduros son personas que no logran
comprender el verdadero significado de sus acciones, y creen es-
tar obrando por amor hacia ellos, cuando en realidad lo que es-
tn manifestando es un gran apego. Aliados con profesionales
asimismo incompetentes o inescrupulosos, sostienen esta escena
ominosa.
Otras veces es el propio anciano quien voluntariamente se some-
te a toda clase de tormentos, inmolando su vida en el altar de la in-

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As en la vida como en la muerte

comprensin de sus infantiles y asustados hijos. Advierten que ellos


no estn listos para su partida y se sienten culpables por morir. Se
afanan entonces por sostenerse en la vida apelando a todo el apoyo
que la medicina moderna les brinda cuando, en realidad, en el fon-
do de su corazn, su mayor anhelo es que se les permita emprender
el camino de retorno a casa.
Es inherente al proceso evolutivo normal de la vida que los hi-
jos acompaen a sus padres a morir. Es as de simple. Mucho ms
difcil y penoso es, sin duda, la situacin inversa, cuando son los
padres los que tienen que acompaar a sus hijos en el momento de
morir.
Si aceptamos a la muerte como un hecho natural, como otra ex-
periencia ms de la vida, si bien la ms radical, podremos asumir es-
ta tarea con ecuanimidad, amor y comprensin. De esta forma, po-
dremos ver con satisfaccin a un padre o una madre dejar este
mundo en paz, con una sonrisa en los labios y expresando todo su
amor y gratitud por los cuidados recibidos. El trabajo de sanacin
habr sido consumado.
De este modo, estaramos cerrando con un broche de oro la his-
toria de una de las relaciones humanas ms intrincadas, complejas y
sublimes como es la relacin entre hijos y padres. Una relacin que
comenz, recordmoslo, cuando ellos cuidaron de nosotros en los
momentos de mayor desvalimiento de nuestra vida.

Ensayando morir
En algn momento, si somos afortunados, tomaremos conciencia
de que, a su tiempo, tambin nosotros estaremos en la situacin de
estar procesando nuestra propia partida de este mundo. Entonces,
mientras estamos acompaando a morir a nuestros padres, o aun a
otras personas, si somos inteligentes, podramos advertir que tam-
bin estamos visualizando nuestro futuro, nuestra segura condicin
de murientes, y estaramos ensayando morir. Podramos aprovechar
ese momento para reprogramar nuestra mente temerosa, liberarla
de todo prejuicio y adoptar una actitud ms ecunime y compren-
siva para con la muerte. Despus de todo, su verdadera tarea con-

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Mis padres y yo

siste en liberarnos, en cuanto espritus encarnados, de nuestra pri-


sin corporal.
Qu dudas puede haber de que todos dejaremos este mundo al-
guna vez? Y asimismo, no es sensato prepararnos para esa expe-
riencia con suficiente antelacin?
Curiosamente, ayudando a nuestros padres estaremos recibiendo
la ltima gran enseanza de vida que ellos nos dispensan: aprender
a morir. No es algo hermoso?
Asimismo, y con relacin a nuestros propios hijos, todo este pro-
ceso de acompaar a nuestros padres tiene para ellos una gran im-
portancia, ya que se trata de sus abuelos, con los que suelen desa-
rrollar relaciones de mucho afecto.
En cuanto a nuestros hijos, tengamos en cuenta que les estamos
mostrando la tarea que muy probablemente ellos tendrn que hacer
en su momento con nosotros.

Conozco una historia


Un hombre de campo rudo y silencioso haba trabajado de sol a sol
durante toda su vida para brindar confort y seguridad a su familia.
Tena tres hijos. Los aos fueron pasando y cada da era ms notorio
que le costaba trabajo dejar la cama al amanecer, como lo haba he-
cho toda su vida. El cuerpo cansado se resista, peda por ms repo-
so. No obstante, jams se quejaba.
Un da mir a sus hijos y reconoci, con gran alivio, que el
mayor ya era un hombre. El campesino empez a considerar la
posibilidad de dejar de trabajar. Entonces habl con su hijo y le
propuso que lo reemplazara. El hijo estuvo de acuerdo, el trato
le pareci justo. Haba visto durante aos a su padre trabajando
el campo de sol a sol, en invierno y verano, sin quejarse jams.
l mismo ya estaba casado y tena hijos pequeos. El relevo era
natural.
A partir de ese momento, cada maana, mientras el hijo trabaja-
ba el campo, su anciano padre se sentaba al frente de la casa, a la
sombra de la galera, en su silln favorito y descansaba, mientras fu-
maba su pipa. Pasaron los das, los meses y los aos. El trabajo del

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As en la vida como en la muerte

campo era verdaderamente duro. No importaba si haca fro o calor,


la rutina deba cumplirse.
Cada atardecer, al volver y encontrar a su padre descansando al
frente de la casa, con el sombrero inclinado sobre los ojos, se mi-
raban con ternura y el hijo le brindaba su mejor sonrisa. Los aos
pasaban. El cansancio empez a hacerse sentir en el cuerpo del
muchacho.
Un da de mucho calor, mientras recoga la cosecha, dirigi la
mirada hacia la casa y reconoci la imagen de su padre hamacn-
dose plcidamente en su silln. Pero ese da un oscuro pensa-
miento cruz por su mente: Por qu tengo que estar trabajando
continuamente, mientras l pasa todo el da sentado en su silln
sin hacer nada?.
Esa tarde, al regresar a la casa, entr sin saludar a su padre. Al da
siguiente, mientras trabajaba en la cosecha con el torso desnudo y al
rayo del sol, mir hacia la casa, vio a su padre a la sombra descan-
sando y sinti odio. En los das que siguieron el odio y el resenti-
miento fueron en aumento, hasta que comprendi que deba hablar
acerca de esta situacin.
Al atardecer, cuando regres a la casa encar al anciano y le dijo:
Es injusto que yo tenga que trabajar tanto para alimentar otra
boca intil.
Qu piensas hacer? le respondi el padre.
Creo que deberas pensar en morir...
Estoy de acuerdo, slo que para morir voy a necesitar de tu ayuda.
No te preocupes por eso, ya lo he pensado.
Durante dos das seguidos el hijo no sali al campo. El padre lo
escuchaba aserrando y clavando maderas. Cuando el cajn estuvo
listo llam al padre y le dijo:
Quiero que te metas en este cajn para poder arrojarte al ro
desde el barranco.
De acuerdo respondi el anciano.
El hijo puso el pesado cajn con el anciano adentro en una carreti-
lla de mano y se encamin hacia el barranco. En un momento que de-
tuvo la marcha para descansar, escuch algunos golpecitos en el cajn.
Y ahora qu pasa? pregunt.

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Mis padres y yo

Es slo que me parece tonto que te esfuerces en llevarme de es-


ta manera hasta el barranco, puedo ir yo mismo, caminando.
De acuerdo fue la respuesta.
Caminaron en silencio hasta el barranco y al llegar el hijo quit
la tapa del cajn esperando que el anciano se metiera adentro. En-
tonces el padre le propuso:
Pensndolo bien, podramos ahorrarnos el cajn. Seguramente
tu hijo mayor habr de necesitarlo cuando te llegue el momento.

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Segunda parte

Vidas enteras de ignorancia


nos han llevado a identificar
la totalidad de nuestro ser con el ego.


Su mayor triunfo es persuadirnos
de que creamos que sus intereses
y conveniencias son los nuestros,

e incluso de que identifiquemos
nuestra supervivencia con la suya.
La irona es feroz si consideramos
que es precisamente el ego
y su aferramiento lo que se halla
en la raz de todo sufrimiento.
Sogyal Rimpoch
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CAPTULO 9

Acompaando a morir

En cuerpo y alma
Ante la sospecha clnica o, mejor an, una vez confirmado el diag-
nstico de nuevas metstasis, cuando el onclogo admite no tener
recursos teraputicos confiables para seguir tratando un cncer, se
asume que ste es incurable.
Si bien no se trata de la fase terminal, es el momento en el que ha-
bitualmente iniciamos la tarea de acompaamiento.
En nuestro medio pocos mdicos se sienten emocionalmente pre-
parados para hablar con franqueza a su paciente sobre esta situacin,
y el vnculo se resiente al devenir una carga muy pesada.
Ninguna alternativa de la verdad resulta satisfactoria. Y por cierto
encarar la verdad es un desafo para la comunicacin mdico-paciente.
Al principio se suele plantear un comps de espera en el trata-
miento mediante alguna excusa generalmente poco creble, aun pa-
ra el paciente menos prevenido. Otra posibilidad es continuar insis-
tiendo con alguna teraputica ya sea de la medicina oficial o bien de
la llamada alternativa, tanto como para dar a entender que todava
se sigue intentando tratar la enfermedad. La siguiente opcin, sin
duda la mejor para ambos, es indicar cuidados paliativos, que, ms
realista, consiste en el control de las molestias que acompaan la en-
fermedad terminal. Al onclogo le significa el alivio de una deriva-
cin del caso.
En nuestras reuniones de trabajo interdisciplinario he recibido
amargas confesiones de colegas sobre las dificultades con las que se

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As en la vida como en la muerte

encuentran en momentos as. Desde abrir la puerta de la habitacin


del paciente, decirle enseguida vuelvo y luego no hacerlo, hasta no
tener valor para acercarse a la habitacin, son algunas de las confi-
dencias que en privado y con lgrimas en los ojos he recibido de ellos.
En este escenario iniciamos nuestra tarea.
Lo primero que quiero destacar es que yo no me acerco a un pa-
ciente con la misma actitud del mdico tradicional, sino que, por
empezar, me acerco a una persona. Esto no es un juego de palabras.
El trmino paciente describe un rol y tambin una condicin, un
cierto estatus. Para poder hacer mi trabajo esa mirada inicial, enfo-
cada en la persona, es decisiva.
Para el mdico tratante la disyuntiva es si el paciente todava tie-
ne chances de curar o ya no las tiene. Yo slo tengo que ponerme a
trabajar, ya que cundo la muerte ocurra, si en el corto plazo o ms
adelante, para nosotros es irrelevante, y entonces la pregunta princi-
pal es cmo lo har.
Inicialmente nos planteamos dilucidar el nivel de comprensin
que la persona tiene de su situacin, la claridad sobre su estado.
Necesitamos averiguar si se trata de una persona que ya est lista
para afrontar la verdad, o si es alguien que no se atreve a tanto y op-
ta por mantenerse haciendo equilibrio en la ambigedad.
Tambin, por supuesto, nos encontramos con situaciones en las
que opera la negacin ms cerrada y sistemtica, lo que pone a prue-
ba nuestra tolerancia, habilidad y compasin.
Muchas veces, tal vez las ms, el acercamiento a la aceptacin ple-
na de la verdad responde a un proceso gradual.
En el transcurso de ese proceso en que la verdad termina impo-
nindose, se dan las condiciones para desplegar nuestros mejores re-
cursos para ayudar a esta persona. Con todo el respeto que nos me-
rece, con el mayor reconocimiento por su derecho a decidir cmo
quiere morir, vamos a intentar ayudarlo a superar sus dificultades,
miedos e inhibiciones para afrontar esa realidad. Es muy importan-
te lo que est en juego como para resignar fcilmente el intento de
avanzar hacia la verdad.
No pocas veces, bajo el encomiable respeto al derecho sagrado
del paciente a no saber, se encubre la carencia de recursos apropia-

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Acompaando a morir

dos para poder ayudarlo mejor.


En muchos aos de prctica aprend a burlar sutilmente las de-
fensas del ego, que se resisten a asumir incluso la obviedad de que
todos vamos a morir. Tal vez no en esa circunstancia, pero cierta-
mente ese da llegar. O no?
Desarrollando este tema, siguiendo esta lnea argumental, pode-
mos llevar a no pocos de nuestros pacientes a la comprensin de que
el verdadero problema no es si vamos a morir o no; esta duda est
fuera de lugar ya que todos vamos a hacerlo. El verdadero problema
es si estamos preparados para afrontar ese hecho existencial, ahora
o ms adelante. sta es la cuestin.
Sorteado este primer obstculo, trabajaremos exhaustivamente en
la vertiente emocional del por qu a m?, por qu ahora?
A continuacin abordamos la instancia central de nuestro traba-
jo al formularnos las siguientes preguntas: Qu quiere decir prepa-
rarnos para morir? En qu consiste esa tarea para cada persona?
Cul es el trabajo que hay que hacer para poder morir en paz?
Hemos explorado y profundizado este tema indagando en noso-
tros mismos. Ha sido motivo de experiencias personales de todo tipo,
y lo que podemos decir es que el potencial mayor que encierra es el
de permitir acercarnos a un estado de paz interior incomparable.
No es ste, sin embargo, el mrito mayor que promete este traba-
jo. Morir en paz puede llegar a ser una experiencia muy bella, que
trae como correlato una familia que queda asimismo en paz y tran-
sita un perodo de duelo calmo y enriquecedor.
La virtud superior, no obstante, es la posibilidad que otorga al
muriente de una captacin intuitiva de su identidad espiritual, el en-
cuentro con esa faceta de su naturaleza humana, el reconocimiento
profundo de su condicin de ser espiritual; en definitiva, la posibili-
dad de un encuentro vivencial con su alma inmortal.

La pregunta de Mario
Mario era un paciente de treinta y ocho aos que estaba muriendo
de un cncer de pncreas. Desde el comienzo hicimos muy buen
contacto. Saba todo acerca de su enfermedad y era consciente de su

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As en la vida como en la muerte

situacin. Slo peda poder morir sin demasiado dolor, y lo estba-


mos logrando. Lo ayud a trabajar la despedida con su familia, de la
que haba vivido separado en los ltimos aos, y su ex esposa haba
aceptado con un cario sincero que permaneciera en su casa hasta el
momento final. Tenan dos hijos chicos que pasaban mucho tiempo
con l y charlaban abiertamente de la situacin.
Como parte de mi trabajo le acerqu un CD de meditaciones
guiadas de Stephen Levine que yo haba grabado. Le hicieron mucho
bien. Lo ayudaron a perdonar y a hacer las paces consigo mismo,
con los dems y con la vida que ahora dejaba. Lo mantuvo girando
en su equipo da y noche sin pararlo en ningn momento. Deca que
escucharlo como msica de fondo le daba mucha paz.
Una maana lo visit, como todos los das. Haba pasado una
buena noche, se haba hecho un ajuste en la dosis de morfina y la
analgesia funcion muy bien. Estaba tranquilo, lcido y descansado.
Lo encontr sentado en la cama y me recibi con una franca son-
risa. Despus de saludarme dijo:
Doc, quiero hacerte una pregunta que me da vueltas en la
cabeza.
Adelante le respond con curiosidad.
Cmo es que sabiendo que voy a morir, siento sin embargo
que no voy a morir?
Me sent muy complacido con la pregunta que le haba surgido.
Trat de seguir este razonamiento que voy a hacerte le res-
pond. Cuando penss que vas a morir, no ests pensando acaso
que sos ese cuerpo que est enfermo? Pero quin me hace la pre-
gunta? No sents que es ese cuerpo el que pregunta, verdad? En-
tonces, por un lado tenemos un cuerpo, que est enfermo y proba-
blemente muera. Pero por otro, a quin tenemos, quin pregunta?
Yo, me dirs; yo soy el que pregunta. Pero ese yo a quin alude?
Cres que hay alguien dentro de vos? Observ con detenimiento.
Yo es slo una expresin, un artilugio del lenguaje para referirte a
vos mismo, a tu ser. Observalo, no hay nadie ms adentro de vos.
Ests vaco. Dentro de vos no hay nadie que vaya a morir y creo que
es de esto de lo que te ests dando cuenta. Qued respondida la
pregunta?

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Acompaando a morir

S, me sorprende lo que me decs pero creo que te entiendo.


Bueno, vamos a repasarlo. Cuando te identifics con tu cuer-
po, es decir, cuando crees que sos el cuerpo, penss que sos vos el
que va a morir. Pero hay momentos en los que te das cuenta de que
no sos ese cuerpo, que te diferencis de l, que lo mirs desde otro
lado; sos quien tiene un cuerpo que est enfermo?; Pero entonces,
quin es ste que tiene su cuerpo enfermo?; tiene que ser alguien
diferente, verdad? Quin hace la pregunta? Aqu la respuesta na-
tural y lgica es: yo. Pero entonces, al repreguntar a qu o a quin
se refiere ese trmino yo, se cae en la cuenta de que no hay na-
die ms en nuestro interior al que podamos aludir con la expresin
yo. Nuestro interior est deshabitado. Nadie vive dentro de no-
sotros, nadie que vaya a morir. Slo el cuerpo muere. Si miramos
bien hallaremos que slo hay un gran vaco. El trmino yo es slo
una expresin idiomtica que aprendimos siendo muy chicos para
referirnos a nosotros mismos.
Hay muchas maneras de trabajar este tema, como mostrar ms
adelante. Son muchos los pacientes con los que es posible encarar
este tipo de indagacin. No se requiere un paciente tan lcido como
Mario.
Desde hace aos vengo bregando por poner de relieve que morir
no es meramente la claudicacin final de un organismo agotado por
la enfermedad, tal como lo percibe la mente cientfica del mdico.
Por tratarse de un ser humano, morir implica la participacin de una
conciencia que est verificando ese fenomenal y conmovedor proce-
so. Esto no es otra cosa que el fundamento ltimo de la filosofa pe-
renne, el sustrato en el que coinciden todas las grandes tradiciones
religiosas del mundo.
Al desarrollo de este apasionante tema dedico el presente apartado.

La vida es contingente y efmera


Una de las oportunidades que se me presentaron en Niketana que
ms agradezco fue sin duda la de poder contar con numerosos gru-
pos de formacin en los que particip mucha gente de una gran sen-
sibilidad humana. Es el tipo de personas que convoca el tema de la

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As en la vida como en la muerte

muerte.
Tuve la fortuna de verme rodeado tanto de profesionales de la sa-
lud como de voluntarios, dispuestos a participar de un programa de
formacin que requera aceptar el compromiso del trabajo personal
como una de las vertientes necesarias para una mejor aproximacin
a los pacientes terminales.
Estas personas no slo repasaban conmigo la extensa bibliografa
que utilizamos, sino que adems participaban en talleres y otras ac-
tividades de trabajo personal, con el propsito de profundizar en s
mismos la validez de las premisas con las que operamos en nuestro
trabajo.
Como decamos un poco ms arriba, el tema crucial de la perso-
na que est prxima a morir es en qu medida se siente preparada
para afrontar esa extraordinaria experiencia.
Si lo est, no tendr mayores dificultades. Se la ver serena, sabr
hacerse respetar en cuanto a las decisiones finales que desee tomar
para su vida, habr aclarado con su mdico todas sus dudas, sabr
cmo atender sus necesidades bsicas, querr dejar arreglados los
asuntos mundanos que tenga pendientes; probablemente tambin
querr despedirse de familiares y amigos; si es creyente pedir char-
lar con el ministro de su culto, entre otras tareas.
Si no lo est, el desasosiego se har evidente. A mi modo de ver,
es en este hecho, la falta de una preparacin adecuada, donde reside
frecuentemente el fracaso en los loables propsitos de los cuidados
paliativos. El control de las molestias, incluyendo el del temible do-
lor, puede fracasar si la persona no est psicolgica y espiritualmen-
te preparada para morir, porque casi siempre lo sabe o lo sospecha.
Esa tarea de preparacin demanda semanas, meses, o aun la vida
entera, y requiere, adems, condiciones psicolgicas, emocionales e
intelectuales adecuadas.
Desafortunadamente, no es un trabajo apropiado para todos los pa-
cientes. Cuando la sensacin de cercana de la muerte se torna muy in-
quietante, no es fcil reflexionar, ni aun siquiera pensar. No es muy sen-
sato proponerle un curso de natacin a alguien que se est ahogando.
En estos casos, sin forzar, nos limitamos a hacer toda la conten-
cin que sea posible y avanzaremos con nuestro trabajo hasta donde

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Acompaando a morir

lo permitan las circunstancias.


Pero tambin digamos que hemos aprendido a reconocer las con-
diciones favorables que, paradjicamente, crea el proceso de morir
para iniciar una indagacin sumamente provechosa, como luego ve-
remos.
Trabajando esta cuestin de los tiempos en nuestros grupos, se
nos plante la pregunta cul es el momento apropiado para empe-
zar a prepararnos para morir? La respuesta es tan obvia que cay co-
mo una fruta madura: Cuando estamos saludables, razonablemente
alejados del fantasma de la muerte, mentalmente capacitados y emo-
cional, psicolgica y espiritualmente dispuestos para emprender esa
tarea. Y cundo es ese momento sino ahora, en el presente?
Como si se hubiera corrido un velo, vimos con total claridad la
necesidad de pasar nosotros mismos por la experiencia como una fa-
ceta interesante de nuestra preparacin, y casi como un requisito
ineludible para estar en las mejores condiciones de ayudar en esta
materia a nuestros pacientes.
Despus de todo, quin puede saber con seguridad si, acaso, no
estamos ms cerca de la muerte de lo que nos gustara pensar? Ya he-
mos comentado los alcances del trabajo con la finitud en el camino
del crecimiento espiritual.

Como cado del cielo


Existen en la bibliografa especializada numerosas aportaciones a es-
te tema. En algunos de nuestros talleres habamos diseado con Ju-
lia Gilmore trabajos muy tiles para explorarlo.
En estas circunstancias lleg providencialmente a mis manos el
libro de Stephen Levine Un ao de vida (Ed. Los libros del comien-
zo), que no slo allan nuestras dificultades prcticas sino que nos
dio el marco terico apropiado y las herramientas necesarias para
llevar a cabo el trabajo que nos habamos propuesto.
Sobre este autor dir ante todo que es un gran Maestro. Su estu-
penda obra le dio una gran notoriedad en el mundo entero.
Con l aprend mucho de lo que s sobre meditacin y el acom-
paar a morir. Fue un gran amigo de Elisabeth Kbler-Ross, que lo

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As en la vida como en la muerte

invit a trabajar con ella.


Utilizo sus meditaciones permanentemente en mi trabajo con los
pacientes terminales y conmigo mismo. Su mirada profunda y com-
pasiva sobre la muerte y el proceso humano de morir lo destaca en-
tre los sanadores ms prominentes de la actualidad.
Todo mi agradecimiento y mi respeto van hacia l.

Lo que quiero narrar a continuacin es mi experiencia trabajan-


do con este programa.
Siento tambin que es el momento de expresar toda mi gratitud a
mi amigo el psiclogo transpersonal Oscar Lanzillotti, que tradujo
para m este difcil e insuperable material antes de que se publicara
en espaol.
Para que el lector pueda empezar a conocer los alcances de la pro-
puesta que nos hace Stephen Levine en su libro Un ao de vida, con
el que hemos trabajado, cito al autor:
... ste no es un libro que habla simplemente acerca del morir, ha-
bla de restaurar el corazn, hecho que ocurre cuando encaramos nues-
tra vida y nuestra muerte con misericordia y conciencia. sta es una
oportunidad para resolver nuestra negacin hacia la muerte, como
tambin nuestra negacin de la vida. Es un experimento de un ao so-
bre curacin, jbilo y revitalizacin. Yo ofrezco un experimento que
amplifica tu potencial de sanacin, viviendo tu prximo ao como si
fuera el ltimo....
... Sospecho que si a mucha gente a la que acompa a morir se le
hubiera ofrecido un libro como ste un ao antes de morir, se podran ha-
ber beneficiado mucho y haber tenido una muerte ms fcil....

No soy alguien que pueda dejar pasar una propuesta de este tipo,
un desafo de esta naturaleza, sin aventurarme.
Del mismo modo en que antes tom la propuesta de Osho, y me
convert en sannyasin para explorar ese camino, tom la de Stephen
Levine para experimentar en m mismo cmo es vivir durante un
ao como si fuera el ltimo de mi vida. Y as como antes encontr
incredulidad entre mis pares, tambin las encontr en esta oportuni-
dad. No pocos de mis colegas, terapeutas experimentados, a quienes

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Acompaando a morir

intent persuadir para que me acompaaran en esta aventura, rehu-


saron hacerlo. El argumento central de la objecin fue que era casi
imposible de implementar y demasiado riesgosa; la gente podra de-
sestabilizarse. Era una locura.
Una vez ms me arriesgu solo, confiando en mi intuicin, mi
gua interior y en la confianza que me inspiraba el autor de la pro-
puesta, Stephen Levine. Para marzo de 1998 iniciaba el primero de
los catorce grupos que desde entonces he realizado.
Siento que si en algo he sido afortunado (y quiz inteligente) en
mi vida, es en haber sabido encontrar los guas y maestros apropia-
dos para aventurarme a navegar en aguas profundas. Soy un quijote,
est en mi naturaleza, me encantan las utopas, slo que no creo que
necesariamente sean cosas imposibles. Me gusta soar con un mun-
do mejor. Cmo, si no, hubiera podido recorrer el camino que me
llev de una infancia de guricito costero a sannyasin?

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CAPTULO 10

Un ao para vivir

Al abrir el corazn al dolor de la mente


encontramos un espacio que podemos
explorar compasivamente. Y as, en vez
de evaluar constantemente lo que vemos,
empezamos a mirar directamente
al que mira. Observamos al observador.
Stephen Levine

El trabajo con el programa de Stephen Levine A year to live es una


experiencia teraputica formidable. Comentarlo aqu, en este libro,
responde a un doble propsito.
Por una parte, alentar a otros terapeutas que, como yo, estn tra-
bajando en la problemtica del final de la vida, y entusiasmarlos pa-
ra que exploren el potencial de sanacin que encierra. Me encanta-
ra poder cotejar resultados de trabajo con este programa. Creo que
es ideal, sobre todo para los profesionales familiarizados con la psi-
cologa transpersonal.
Despus de haber coordinado ms de una docena de estos grupos,
puedo decir que es una experiencia fuerte pero muy gratificante.
En una segunda vertiente, pienso que el siguiente relato puede ser-
vir de inspiracin a toda persona comprometida con su crecimiento
espiritual que desee explorar el potencial de sanacin del trabajo con
la propia muerte. Tambin lo aconsejara a personas que enfermaron
de cncer y deseen ponerse en las mejores condiciones psicoespiri-

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As en la vida como en la muerte

tuales posibles, para facilitar el trabajo del sistema inmunolgico.


Quienes tengan inters en estas cuestiones podrn encontrar aqu
buenas ideas y elaborar con ellas su propio programa personal. De
este modo, sumarn nuevos beneficios a los tratamientos que pue-
dan estar recibiendo para contrarrestar su enfermedad.

El grupo piloto
El primer grupo que tom la propuesta de vivir durante un ao co-
mo si fuera el ltimo de la vida estaba integrado por personas que,
en su mayora, haban recibido entrenamiento en acompaar a pa-
cientes terminales, y en esa poca se reunan conmigo como grupo
de estudio y meditacin.
Llevbamos bastante tiempo trabajando juntos en un clima ca-
racterizado por el afecto y la confianza. Estas personas, a las que
me honra llamar mis amigos, ya haban participado en diferentes
talleres vivenciales de sanacin. Tenan experiencia en el trabajo
teraputico.
Eran personas de diferentes edades, formacin cultural y creen-
cias religiosas.
En un grupo con estas caractersticas me siento con la confianza
suficiente como para compartir cuestiones personales. No hay nada
que tenga que ocultarles. De hecho, estn tan cerca de m, que has-
ta sera difcil privarlos de conocer aspectos significativos de mi vi-
da ntima; del mismo modo, ellos compartiran abiertamente con el
grupo sus problemas personales.
Lo conformaban diez personas. El grupo se reuni regularmente
durante tres horas, una vez por semana, hasta completar el ao que
dura el programa.
El clima emocional del comienzo fue de mucho entusiasmo. Nos
sentamos afortunados de participar en esta aventura.
Inicialmente se presentaron algunas cuestiones organizativas, que
resolvimos entre todos.
Necesitbamos compatibilizar esta experiencia con la vida coti-
diana que compartamos con familiares y amigos. Procuraramos no
involucrarlos en las vicisitudes que, presumiblemente, iba a traer

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Un ao para vivir

aparejadas.
Los dems tienen suficiente con sus propios problemas como
para incomodarlos con cuestiones surgidas de una experiencia de
laboratorio.
Era necesario que la familia y ciertos amigos supieran desde el co-
mienzo acerca de la experiencia, para que fueran tolerantes y com-
prensivos en cuanto a respetar los momentos difciles que, se avizo-
raba, habra que atravesar.
Si bien se trata de un juego, ya que es un como si, requiere ser
vivido con verdadero compromiso, crerselo.
La edad promedio era de cuarenta y cinco aos, y los hijos ya eran
lo suficientemente autnomos. En cuanto a esto no habra proble-
mas. Con las parejas de cada uno la negociacin se torn algo ms
laboriosa, pero tampoco pusieron demasiados reparos.
Antes de iniciar el programa discutimos con todo detalle las con-
diciones personales de cada uno de nosotros, y encontramos algunas
situaciones que parecan desaconsejar la experiencia, en cuyo caso
qued postergada para otra oportunidad. Fue lo que aconteci con
una mujer embarazada de pocos meses que, como no podra ser de
otra manera, centraba todo su inters en ese embarazo.
En cambio, nos pareci muy oportuna la participacin de una
persona enferma de cncer que estaba bajo tratamiento.
Al inicio no contbamos con una metodologa de trabajo especfica
para imprimirle al grupo una dinmica o modalidad de funcionamien-
to particular, y confiamos entonces en mi larga experiencia como tera-
peuta de grupo. Nuestra gua o referencia bsica, el libro de S. Levine
Un ao de vida, no da sugerencias muy precisas en tal sentido.
A la original propuesta que tenamos, se sumaba el hecho de que
el lder o coordinador del grupo sera, asimismo, un miembro parti-
cipante. Yo no encontraba otra solucin y careca de un contexto si-
milar en el que hacer mi trabajo personal. Sinceramente, tampoco
quera perderme la oportunidad de participar en esta aventura.
En esas condiciones comenzamos el programa.
En cada encuentro comentbamos lo acontecido durante la se-
mana. De inmediato se advirti lo demandante de la vida cotidiana,
y el poco margen que deja para dedicarlo a un trabajo personal de

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As en la vida como en la muerte

este tipo.
Con tantas obligaciones a las que atender diariamente, resultaba
bastante laborioso sumar otra tarea y la propuesta al principio ope-
ra as, como sumar un nuevo trabajo. El resultado era que termina-
do el encuentro, algunas personas no podan seguir trabajando este
tema hasta el siguiente. Les costaba sostener el clima. Pero de esta
forma, veamos, la experiencia se resenta.
Nos preguntbamos si las cosas tenan que ser as. Cuestionba-
mos especialmente el hecho de disponer de tan poco tiempo para
nosotros, y nos preguntbamos la razn.
Por mi parte, reclamar un mayor compromiso sin comprender
bien las causas no era apropiado, hubiera sido difcil sostener la ex-
periencia. Debamos ir despacio.
Indudablemente, mi situacin era diferente y bastante excepcio-
nal. Me result asaz sencillo poner mi vida y todo mi quehacer bajo
la mira del ltimo ao. No tengo obligaciones ni compromisos que
me aten a la vida.

El comienzo
La consigna de trabajo sugerida por Levine para el primer mes
era comenzar con la lectura del libro y comentar los prrafos
ms importantes, aquello que nos haba impactado. Explorar el
valor de comprometernos por un ao con la sanacin y el estar
conscientes.
Aqu se nos plante la primera dificultad terica. No sabamos en
qu consista tal sanacin ni, exactamente, a qu se refera la palabra
sanacin en este contexto. Slo con el tiempo y nuevas lecturas de
la obra de Levine nos fuimos acercando a la comprensin y el signi-
ficado de estos trminos.
Asimismo, nos sugera reflexionar acerca de las primeras reaccio-
nes al recibir un pronstico de un ao de vida en trminos de cam-
bios, nuevos proyectos y ocuparnos de los asuntos inconclusos. s-
te era tambin el momento de comenzar con un diario.
Al terminar el primer mes, todos estbamos fascinados con la lec-
tura del libro. Nos pareci sutil, inteligente y profundo. Contribua

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Un ao para vivir

fuertemente a sostener la confianza en la experiencia.


Recordamos con pesar la situacin de algunos pacientes a los
que acompaamos a morir. Especialmente la de una joven mujer
que haba muerto haca poco lamentndose por no haber aprove-
chado bien su oportunidad en la vida. Nos contaba cuntas cosas
hubieran sido diferentes con una mayor conciencia sobre la reali-
dad de la muerte.
Nosotros tendramos la oportunidad de examinar nuestras vidas,
con la posibilidad de introducir las correcciones que nos parecieran
ms convenientes. Nos sentamos privilegiados.
Pero tambin nos dbamos cuenta del coraje que se necesita pa-
ra poder llevar a cabo esos cambios. Por momentos, la sensacin de
estar arrastrando demasiados asuntos inconclusos nos abrumaba.
Alguien coment que quiz un ao no fuera suficiente para re-
solver tantas cuestiones y empezaron a bromear con el tema de la
reencarnacin como un segundo ao, una segunda oportunidad.
En cuanto a eso, habamos acordado que al finalizar el ao el
grupo se disolvera indefectiblemente, tal como est indicado en
el programa.
Algunos dudaban por dnde empezar su trabajo, cmo estable-
cer un cierto orden de prioridad para tratar los asuntos. A otros les
pareca casi imposible reordenar tantos aos de caos. Asimismo,
todos coincidan en que, al introducir cambios en nuestra vida, de-
ba obrarse con suma cautela para evitar causar el menor dao en
la familia.
Otras veces antes de este experimento, ya se haban planteado co-
rregir algunas cuestiones insatisfactorias de sus vidas, pero no supie-
ron cmo hacerlo y no lograron resolverlas. Una de ellas, que llama-
ba la atencin por la frecuencia con la que apareca, era la necesidad
de cambiar el lugar de residencia, el estar saturados de la vida en una
gran ciudad y querer vivir en un lugar ms tranquilo.
Una nueva lectura con mayor conciencia fue trayendo luz a estos
problemas y aclarando qu fue lo que ocurri en esas oportunidades,
y cmo ahora todo podra ser diferente.
La conciencia de la finitud marcaba la gran diferencia. Nadie que-
rra morir sintiendo tanta frustracin y fracaso, guardando tanto do-

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As en la vida como en la muerte

lor y rencor.
Una curiosa sensacin de que la propia vida no nos pertenece, ya
que no podemos disponer de ella como quisiramos; adquiere otra
connotacin si nos decimos a nosotros mismos que esto, a lo que he-
mos estado llamando nuestra vida, concluir en el trmino de un
ao. Nos damos cuenta entonces del autoengao en el que vivimos
y la fuerte tendencia a la postergacin casi indefinida de nuestros
problemas. Cmo nos prometemos una y otra vez que un da de es-
tos pondremos las cosas en su sitio. Por supuesto, ese da no llega
nunca.
La negacin de la muerte conlleva la negacin de la vida.
Una incmoda sensacin de incompletud en nuestras vidas fue
tomando cuerpo en el comentario grupal. Personas con una vida ob-
jetivamente plena, con una linda familia, hijos sanos creciendo ar-
moniosamente, una relacin de pareja aquilatada por los aos, con
fuertes convicciones religiosas, buen pasar y tranquilidad econmi-
ca, que incluso dedicaban parte de su tiempo a tareas de servicio co-
munitario tan nobles como el acompaamiento a pacientes termina-
les, empezaban a sentirse inquietas con la experiencia y la sensacin
de que se les mova el piso.
Todava no podamos ver los alcances que este aprendizaje poda
darnos. Cul era el significado profundo de ese sentimiento de in-
completud? Qu era lo que reclamaba ser completado?
Como coordinador del grupo yo me mantena expectante. Como
responsable de la experiencia que haba propuesto, acompaaba el
proceso del grupo y atenda el mo propio. Trataba que mis inter-
venciones se ajustaran en todo lo posible al espritu del programa en
el que confiaba. Cuando no saba qu responder, simplemente me
callaba.
Algunas veces recomendaba una lectura alternativa que me pare-
ca pertinente como La muerte de Ivan Ilitch, de Tolstoi, o traa algn
captulo de alguno de los libros de Osho o de autores transpersona-
les. Con ello intentaba traer nuevos elementos a la indagacin en la
que estbamos empeados.
Me pareca ir comprendiendo que, por sobre todas las cosas, el
programa era una observacin profunda de la vida y de nuestra na-

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Un ao para vivir

turaleza interior. El misterio se ira develando paulatinamente. Pen-


saba, como para m mismo, que slo cuando estuviera prximo a
morir y pudiera ver la retrospectiva de mi vida podra comprender
cabalmente su significado, si es que lo tiene; nunca antes.

Por ahora vamos bien


Una cierta rutina se fue estableciendo espontneamente. Consista
en una ronda inicial para compartir los hechos ms significativos de
la semana que tuvieran relacin con la experiencia, luego leamos al-
gn captulo del libro y terminbamos con una meditacin.
Ya para el segundo mes, Levine nos propona comenzar a prepa-
rarnos para morir estableciendo la prctica de abrirnos a lo desco-
nocido y enfrentar el miedo.
Comiencen a trabajar sobre el miedo a morir, el miedo a la muerte
y el miedo al miedo en s mismo, nos aconsejaba.
Practiquen las meditaciones.
El mismo libro contiene una serie de meditaciones guiadas muy
hermosas referidas a distintos temas.
Para comprender mejor el significado de estas consignas resulta
conveniente la lectura del libro gua, donde Levine hace sus comen-
tarios, brinda explicaciones admirables, ejemplifica y tambin, muy
sutilmente, proporciona los fundamentos filosficos en los que se
inspira.
Stephen Levine tiene formacin budista.
El programa Un ao para vivir responde en mucho a esta vi-
sin. Nuestro trabajo requera comprenderla y traducir la propuesta
a nuestro contexto cultural y de creencias, tomando de l aquello
que el budismo aporta a la comprensin de la naturaleza humana.
En esta tarea estribaba mi mayor aporte terico al grupo.
Aunque resultaba inquietante, avanzar era ir entrando en la
fuente misma del conocimiento ms profundo de nuestro ser a
despecho de la imagen que cada uno tena de s mismo, de quin
crea ser.
Podamos darnos cuenta, como si se tratara de verdaderas revela-
ciones, que la muerte no es ms misteriosa que la vida misma. O

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As en la vida como en la muerte

acaso podemos saber lo que ocurrir en los prximos cinco minu-


tos? En consecuencia, cerrar los ojos a la realidad de la muerte im-
plica, de hecho, cerrarlos a la vida. El miedo a la muerte no es otra
cosa que una forma del miedo a la vida. Por lo tanto, abrirnos al mis-
terio de la muerte es hacerlo tambin a la plenitud de la vida.
Cmo hemos estado viviendo hasta ahora?, preguntbamos.
Los absurdos intentos de tornar predecible la vida hablan
de estos miedos. El empeo en reducir y controlar las infinitas
variables de la existencia para crearnos un contexto de mayor se-
guridad y control son ridculos y estn condenados al fracaso. Es
una mera ilusin del ego. El casamiento como forma de asegurar
el amor y la fidelidad en la pareja es un ejemplo que trajo a la
consideracin del grupo un participante, y desat una fenomenal
polmica.

Abordando nuestros miedos


Podamos reconocer este temor en la clara sensacin de no estar pre-
parados para vivir esa experiencia. La sola idea de tener que sepa-
rarnos definitivamente de nuestros seres queridos, por ejemplo, nos
dejaba con el corazn destrozado.
Esto implicaba no slo el temor a nuestra propia muerte sino a
que alguno de nuestros seres muy queridos pudiera morir. La idea
de que fuera un hijo sobrepasaba los lmites de lo concebible.
Vimos la imperiosa necesidad de trabajar los apegos y mantener
nuestras relaciones libres de conflictos no resueltos, libres de resen-
timientos. Cualquier da puede ser el ltimo. No conviene sustentar
nuestra tranquilidad slo en la negacin y el pensamiento mgico.
El miedo a enfrentar lo desconocido tambin era notorio y com-
partido. Este miedo no est limitado a la muerte sino que se extien-
de a todo lo imprevisible con que la vida puede sorprendernos. De
esto deriva la necesidad de control.
Si decimos ser creyentes, por qu resulta tan difcil confiar?, pre-
guntbamos.
Como parte de nuestro trabajo comentbamos pelculas y leamos
poesas alegricas. Nos encant la siguiente, que pertenece a Fer-

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Un ao para vivir

nando Snchez Sorondo.


El miedo
Es el testigo, el viejo compaero
de la infancia, el amigo
esclerosado,
que no nos deja mentir;
el aguafiestas que excluimos de la gua,
pero no podemos borrar
de la cabeza.
La sospecha que no cicatriza,
el impuesto
a las ganancias y las prdidas,
la resta cuyo olvido
impugna todo inventario.
La humedad delatora
en las manos,
la filtracin incurable,
el amarillo mrbido
que nos sigue
como el espejo y la edad.

El trabajo con los miedos despertaba las mayores expectativas


en el grupo. Casi todos habamos hecho psicoterapia alguna vez, y
habamos trabajado nuestros miedos. Qu podra aportarnos esta
experiencia?
Fue sorprendente. En ms de cuarenta aos de terapeuta jams
haba conocido una aproximacin parecida.
En sntesis, creo que la enseanza puede ser resumida como si-
gue: aprendamos a relacionarnos con el miedo, no desde l. Apren-
damos a entrar en el miedo, no a huir de l. Observemos nuestro
condicionamiento, es decir, lo que hemos aprendido, lo que siempre
nos dijeron desde que ramos chicos. Todos hemos recibido manda-
tos del tipo No tengas miedo! No hay nada que temer! Tener mie-
do a: la oscuridad, los animales, los insectos, las personas descono-
cidas, etc., etc., es absurdo, ilgico! Yo te hago compaa para que

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As en la vida como en la muerte

no tengas miedo! Tener miedo es ser cobarde, algo muy feo que na-
die quiere. Es casi como una enfermedad, o una verdadera enferme-
dad. Es una estupidez. En la mayora de las terapias se invierte mu-
chsimo tiempo en encontrar las races profundas del miedo, para
poder eliminarlo de nuestra vida. En general, lo que se propicia es
negar o al menos apartar la experiencia. La lgica es simple, el mie-
do es una experiencia desagradable, por lo tanto debe ser apartada
de nuestra vida a cualquier precio. Nadie que se considere una per-
sona psicolgicamente sana querr tener nada que ver con l.
El resultado obvio de este tipo de educacin, de condicionamien-
to acerca del miedo que casi todos en nuestra cultura hemos recibi-
do, es que no hemos aprendido a tener miedo. Y lo que an es peor,
le tenemos miedo al miedo.
No hemos aprendido a relacionarnos con l, siempre nos relacio-
namos desde l. No lo hemos explorado debidamente, no nos ense-
aron cmo hacerlo. Nos han incitado a apartar la atencin y la con-
ciencia para no percibirlo, como cuando vamos al cine y cerramos
los ojos en la escena temida.
Creo que muchas veces nuestros hijos chicos nos piden que les
enseemos qu hacer con el miedo. Recuerdo una ancdota de mis
dos hijos menores a la edad de cinco y siete aos, aproximadamente.
Un da, con su madre les propusimos dejarlos solos en la casa du-
rante unas tres horas mientras nosotros bamos al cine. Despus de
deliberar aceptaron el desafo. En la maana de ese da el clima de he-
sitacin era notorio, como tambin los misteriosos preparativos de
los chicos.
Llegada la hora nos dispusimos para salir. Ellos haban comprado
algunas golosinas y las tenan dispuestas en una bandeja que lleva-
ron a nuestra cama. Para darnos tranquilidad y confianza en que to-
do iba a salir bien nos comentaron que se disponan para ver televi-
sin un rato y luego probablemente se dormiran. Pero, y aqu viene
lo curioso, el programa que queran ver era de terror. Lo haca un fa-
moso actor de la poca, Narciso Ibez Menta, quien sola interpre-
tar cuentos de Edgar Allan Poe. El programa se llamaba El mueco
maldito. Quedamos atnitos. Pareca un verdadero despropsito, sin
embargo era su decisin y la respetamos. Se los vea absolutamente

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Un ao para vivir

seguros y confiados, adems de muy divertidos.


Actualmente me pregunto si acaso ellos, con ese juego, no es-
taran aprendiendo a tener miedo, haciendo un ensayo.
La nueva mirada, la meditacin sobre el miedo dir algo as:
El miedo puede ser explorado como cualquier otro contenido de
la conciencia. No hay ninguna razn para negarle el acceso. Esto nos
permite conocerlo, desmitificarlo. Relajmonos y permitamos que el
miedo forme parte de nuestra experiencia. Cuando se presente, no
lo apartemos, por el contrario, recibmoslo, dmosle la bienvenida.
Invitmoslo a tomar un t. Aprendamos a relacionarnos con l, no
desde l. Aprendamos a conocerlo y a conocernos. Despus, solt-
moslo, dejmoslo ir, no lo retengamos.
Cmo hace el miedo para darnos miedo? Qu hace para que le
temamos? Qu tememos de tener miedo? Qu tememos del mie-
do?Cmo es tener miedo? Qu tiene de malo tener miedo?
El miedo no puede dejar de existir. Es evidente. Resulta necesa-
rio para la vida. Tenemos que aprender a relacionarnos con l. Es al-
go similar a la clera. Podemos evitar sentir clera en algn mo-
mento? Hay alguien que pueda hacerlo? No, verdad?
Practiquemos esta meditacin del miedo. Trascendamos nuestros
condicionamientos antimiedo.

Mente abierta, corazn abierto


Hacia el tercer mes de la experiencia el grupo necesit afianzar la
tcnica de la meditacin. Era la nueva consigna. Practicaramos el
estar presentes. Dice Levine en ese punto: aborden la enfermedad
(propia o ajena) como un experimento, permaneciendo presentes,
abriendo vuestros corazones en el infierno.
Para ese momento, ya habamos comprendido la esencia del ates-
tiguar, habamos logrado captarla vivencialmente.
Utilizaba como caldeamiento del grupo el sencillo trabajo gues-
tltico: el darse cuenta, que consiste en cerrar los ojos y expresar en
voz alta, precisamente, el darse cuenta del momento diciendo: aho-
ra me doy cuenta de... completando la frase con alguna sensacin o
vivencia que hayamos registrado en ese momento. Por ejemplo: aho-

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As en la vida como en la muerte

ra me doy cuenta de... que me llegan los ruidos de la calle... Ahora


me doy cuenta de... que siento un cosquilleo en el estmago... aho-
ra me doy cuenta... me emociona el poder darme cuenta... etc., etc.
Luego continubamos con la meditacin Vipassana.
La consigna era aprender a estar presentes en todo momento de
la vida y esto slo es posible desde una actitud meditativa. Esto va
ms all de sentarse a meditar por un rato. De lo que se trata es de
saber y poder adoptar una actitud de mayor presencia en cada mo-
mento, mientras esperamos el colectivo o estamos haciendo cola pa-
ra entrar al cine, y aun haciendo el amor.
Es asombroso que podamos disponer de la conciencia, que po-
damos contar con esta increble habilidad o condicin, la de ser
conscientes.
Pero todava resulta ms asombroso que frente a ciertas circuns-
tancias que intimidan, intentemos renegar de este don.*
Esto fue lo que descubri por s misma Magdalena, una compa-
era del grupo.
Ella formaba parte del equipo de voluntarias de Niketana y tena
gran experiencia en acompaar a pacientes terminales. Arrastraba,
sin embargo, una asignatura pendiente que era la de acompaar a
morir a un nio, situacin para la que deca no sentirse preparada.
Un da se present la oportunidad.
Habamos recibido un pedido de ayuda de parte de una mam
muy joven, todava no haba cumplido los veinticinco aos, cuya
hija haba nacido portadora de VHI. Alguien del grupo estaba dispo-
nible e iniciamos el acompaamiento ya que la nia empez a ne-
cesitar frecuentes internaciones.
Un da la persona responsable de la tarea pidi un reemplazante
por un domingo y el ofrecimiento recay sobre Magdalena.
Por tratarse slo de un reemplazo acept sin dudar. Pero no con-
t con que su corazn de madre le hara una jugarreta, y qued pren-
dada tanto de la madre como de la niita, que con slo dos aos te-
na su vida en serio riesgo. Llev su trabajo hasta el duro final que

* Esta formulacin es conceptualmente incorrecta si no hago la aclaracin de que est referida a la


conciencia de vigilia. Explicar esto en el texto sera excesivo.

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Un ao para vivir

fue la muerte de Jazmn.


Cuando alguien le pregunt qu coraza se iba a poner para poder
hacer esa tarea Magdalena tuvo un fuerte insight y respondi: Por
supuesto que ninguna.
Comentando luego este episodio ella explic que, en ese instan-
te, se dio cuenta de que ponerse una coraza significaba una defensa
para evitar sentir, y que en esas condiciones no hubiera aceptado el
desafo. Se dio cuenta de que se le brindaba la gran oportunidad de
ir al encuentro de la situacin, de ir al infierno, con el corazn abier-
to como sugera Levine, expuesta a sentir lo que tuviera que sentir,
a asumir el dolor que encontrara, en sntesis, a no hacer nada por
evitar estar en la situacin, consciente, y con total presencia.
Y ocurri el milagro.
Descubri que el sufrimiento es el resultado de querer evitarlo, de
oponer resistencias a simplemente sentir dolor, sea fsico o moral, a
ser y a estar totalmente consciente del momento y de la situacin tal
como es. As es como funciona la mente.
Estar presentes, verdaderamente presentes, es estar conscientes de
la situacin, no hay otra forma. Nuestro condicionamiento cultural,
el aprendizaje que hemos hecho, consiste en sustraernos, retirar la
conciencia del momento difcil, estar pero no estar; desmayando evi-
tamos sentir. As se origina el sufrimiento, luchando por no sentir do-
lor, evitando estar conscientes. El sufrimiento tiene que ver con la
mente temerosa, con la mente que se cierra, se estrecha. Pero frente
al dolor, el corazn sabe expandirse y darle cabida, indefinidamente.

El miedo y la confusin se apoderan de m


Para el cuarto mes las consignas eran observar el miedo al dolor, a no
ser y al Juicio Final. Reflexionar sobre la muerte, el morir y lo que pue-
da venir despus. Despertar cada maana como si fuera nuestro ltimo
da sobre la tierra.
A esa altura de la experiencia, habitualmente los participantes se
sienten bastante afianzados. Esto no quiere decir que terminen los
problemas.
Por el contrario, en algunas personas emocionalmente inestables,

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As en la vida como en la muerte

la sensacin vvida del paso del tiempo resulta inquietante.


Recuerdo en especial un grupo en el que, hacia el cuarto o quin-
to mes, se plantearon las mayores dificultades que deb afrontar en
esta tarea.
Lo paradjico del caso era que se trataba de un grupo muy califi-
cado. Por azar, en l se haban reunido personas culturalmente muy
preparadas, profesionales, artistas, intelectuales, algunas personali-
dades conocidas del mundo cultural de Buenos Aires. Esto me haba
impresionado.
Yo estaba especialmente esperanzado con este grupo imaginando
que los aportes seran excepcionales, y la experiencia podra ser muy
rica y provechosa para todos.
Hacia el cuarto mes de trabajo, el nivel de ansiedad en algunos de
los participantes creca de un modo notorio encuentro tras encuentro.
Esta ansiedad se expresaba como confusin, impaciencia, fastidio
y aun agresividad. Lleg un momento en que tanto la lectura del tex-
to como la mayora de los aportes (que ya no resultaban tales) y su-
gerencias que haca encontraban un fuerte rechazo, especialmente
en algunos de los participantes de mayor prestigio en el grupo. Esto
incrementaba la ansiedad en los dems, y empezaron a generarse in-
terminables discusiones.
Si ofreca la sugerencia de Levine de observar esos estados evi-
tando reaccionar, decan no comprender como se poda observar y
preguntaban con fastidio si les estaba tomando el pelo. Si cambiaba
el trmino observar por atestiguar la confusin aumentaba. En un
momento, por cierto desdichado, solicit la colaboracin del propio
grupo para resolver el problema en el que estbamos con la partici-
pacin de todos. Result totalmente inapropiado. Las cosas empeo-
raron y surgieron fuertes cuestionamientos, a m y a la experiencia.
En verdad, no encontraba respuestas satisfactorias para ofrecerles
y ms de una vez me sent desbordado. Lo expresaba sinceramente.
Mi preocupacin de terapeuta me llev a estar muy atento a la po-
sibilidad de que hubieran entrado en juego ansiedades ms profun-
das y de carcter regresivo. Por su dinmica, no es precisamente una
eventualidad esperable en estos grupos, ya que no slo no se la in-
duce sino que aun se la desalienta, apelando permanentemente a los

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Un ao para vivir

aspectos ms maduros de la persona.


Un da trabajamos el siguiente texto ... el experimento que esta-
mos haciendo requiere volvernos ms presentes, o explorar el
presente como el despliegue momento a momento del espectculo del
cambio de la conciencia....
Los ms rgidamente racionales, que eran mayora en ese grupo,
se inquietaban por la imposibilidad de comprender racionalmente
qu quera decir estar ms presente. La culpa no recaa sobre Levi-
ne, sino sobre m, que, obviamente, algo estara haciendo bastante
mal.
Recuerdo que en uno de los encuentros ms turbulentos que tu-
vimos, una participante que era mdica lleg al colmo de cuestio-
narme que algunas veces al hablar omitiera la pronunciacin de la S
final de algunas palabras. Segn ella, eso le indicaba mi falta de ni-
vel cultural para conducir la experiencia. Fue desopilante. Tal vez
esa persona tena razn, pero seguramente no por la causa que es-
grima; despus de todo es slo un dejo provinciano que arrastro, ya
que soy entrerriano.
Aunque por momentos senta una gran incomodidad con ese gru-
po, no dejaba de reconocer que la situacin me resultaba un desafo.
Lo frustrante era que la tarea se trababa y perdamos mucho tiem-
po dirimiendo problemas operativos sobre el funcionamiento del
grupo y mi rol en l.
Los participantes emocionalmente ms inmaduros aprovechaban
la situacin para escabullirle a la tarea, y se dedicaban a establecer
alianzas defensivas particularmente con un lder negativo, que riva-
lizaba todo el tiempo conmigo (y seguramente, yo lo haca con l).
Por mi parte, no terminaba de comprender dnde estaba la difi-
cultad principal. Al releer esto me resulta duro aceptar que pudiera
haber estado tan cerrado de mente y corazn, pero sin duda lo esta-
ba. Siento enojo, vergenza y un gran fastidio. Compartir este epi-
sodio me genera un gran dolor. Pero s que me sentira peor si lo
omitiera. Me envuelve una niebla de confusin espesa y pegajosa.
No logro entender lo que ocurri, semejante bloqueo, que origin
tanto caos en ese grupo. Tal vez, incluso pude haberlo causado yo.
Muchos de ellos eran mis amigos y terminamos enemistados. Oh,

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As en la vida como en la muerte

Dios mo, cunto lo lamento!


Cuando veo que puedo ser capaz de llevar tanta incomodidad y aun
dolor a otros seres si estoy confundido y con miedo, me horrorizo.
Haba cado en la mayor de las impotencias; ellos, as lo senta, se
mostraban impiadosos e inmisericordes conmigo. Provisoriamente
bloqueado en mis capacidades emocionales y aun intelectuales, pe-
da ayuda. El lder negativo aprovechaba la situacin y propiciaba el
escarnio. Peda mi cabeza. El grupo consenta.
Cuando pude recuperarme, sentirme un poco mejor pero an sin
encontrar la clave del problema, agotada mi paciencia, le ped a esa
persona que me resultaba tan hostil y negativa que abandonara el
grupo, y entonces, algo ms aliviados, pudimos continuar con el tra-
bajo con el resto de los participantes.
Senta la carencia de un maestro con quien poder cotejar y discu-
tir estos problemas. Me hubiera encantado en esos momentos haber
tenido cerca a Levine, sentarlo a mi lado. Creo que, compasivamen-
te, hubiera sonredo.
Lo imagino dicindome amorosamente: Empez por relajarte, es
un problema tan simple, tan obvio. Cmo es que no pods darte cuen-
ta? Les ests pidiendo que comprendan racionalmente algo a lo que s-
lo se puede acceder experimentndolo. O acaso no fue as, experimen-
tndolo, como comprendiste qu es presenciar, ser un testigo, observar
nuestras emociones, nuestras reacciones? Ponelos a meditar... es todo lo
que tens que hacer.
Pero como no lo tena a Levine conmigo, ni a nadie que pudiera
ayudarme, como mi gua interior se haba tomado vacaciones o es-
taba distrado, mi intuicin anulada, deb conformarme intentando
con otros recursos tales como la lectura de algunos textos que, por
cierto, resultaron de alguna ayuda.
Uno de los puntos que generaba ms ansiedad era el paso del
tiempo.
As como en la vida, pasaban los meses y el tiempo de la expe-
riencia se iba agotando. La idea de llegar al final del experimento,
que equivale al final de la vida, sin haber resuelto los nudos ms im-
portantes implicaba una amenaza en ciernes.
Algunas personas sentan que no estaban aprovechando bien el

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Un ao para vivir

trabajo y se angustiaban. Desaprovechar la oportunidad del grupo


era una seal de desaprovechar la oportunidad en la vida real; esto
les provocaba desazn.
El grupo estaba atravesando una crisis como la que acontece al
promediar nuestra vida y tomar conciencia de la finitud.
En ese momento record un libro de Ken Wilber que en este pun-
to me result muy esclarecedor. Es El proyecto Atman.
Vimos entonces en el grupo que eso a lo que cada uno de noso-
tros llama su propia vida muestra un desarrollo que no acontece en
forma aislada sino que se integra con el desarrollo de los dems y de
la humanidad toda. Ese desarrollo es evolucin y sta es trascen-
dencia, cuyo objetivo final es Dios. A esto Ken Wilber llama Proyec-
to Atman. ste es el verdadero trabajo. Aj!
En pocas palabras, intent explicar que el desarrollo psicolgico
de los seres humanos, nuestro propio desarrollo, se encamina al en-
cuentro, y no slo al encuentro, sino a la ms ntima fusin, con
Dios. La vivencia de incompletud que nos incomoda indica en qu
punto de ese camino nos encontramos.
Es lo que subyace en estas crisis.
No es el caso de extenderme en las implicancias de este intere-
sante aporte de Wilber a nuestra experiencia. Pero lo traigo a cola-
cin para ejemplificar con qu clase de recursos intentaba paliar las
dificultades y salir de los atolladeros en los que entrbamos.
Muy interesante!, pero sin la apoyatura vivencial de la medita-
cin, es slo pasto para la mente. De hecho, daba pie a nuevas ra-
cionalizaciones.
Con igual propsito recurr a textos de Stephen Levine, a Ram
Dass, Stan Grof, a F. Capra y otros importantes autores alineados en
la corriente de pensamiento moderno llamado transpersonal.
Cuando ya no saba a quin ms convocar en mi ayuda para sal-
var la experiencia, me ilumin y, por fin, traje la meditacin al grupo.
Fue la idea salvadora. Nos permiti superar la crisis y completar la
experiencia, arribar a la meta.
Al ponernos a meditar se pudo comprender la dificultad, cay la
ficha y pudimos continuar.
Esto es as porque la meditacin devela la ilusin de la existencia del

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As en la vida como en la muerte

ego, la creencia de que hay alguien dentro de nosotros que puede morir.
Meditando, el grupo pudo apreciar la turbulencia que haba en
la mente y salir de ella, recuperar un espacio de calma y reflexin
para poder avanzar. As, al retornar la confianza, llegamos al final
del trabajo.

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CAPTULO 11

Revisando la historia de vida

La vida no es la que uno vivi,


sino la que uno recuerda
y cmo la recuerda para contarla.
Gabriel Garca Mrquez

Una de las principales tareas en el programa de un ao para vivir con-


siste en revisar cmo fue nuestra vida hasta llegar al momento actual.
Yo haba tenido la necesidad de trabajar este tema en otras circuns-
tancias, por lo que pens que no iba a tener mayores sorpresas.
Qu equivocado estaba!
Durante ese ao en que volv sobre el tema teniendo como gua a
Stephen Levine, me fue posible ampliar los lmites de mi explora-
cin anterior hasta los lugares ms apartados del mundo de mis re-
cuerdos. Utilizando las meditaciones guiadas sobre el vientre blan-
do, el perdn, el agradecimiento y otras, mir rincones de mi vida a
los que no me haba atrevido a asomarme.
Como en toda exploracin, la presencia del gua experimentado
es imprescindible para poder llegar un poco ms lejos sin que el te-
mor nos frene prematuramente.
La revisin de la vida no es tarea para la mente temerosa, lo es pa-
ra el corazn que ama la aventura. La mente no puede llevarnos muy
lejos, ya que en cuanto se asusta se cierra como una ostra. El cora-
zn, en cambio, puede permanecer abierto aun en el infierno. En
consecuencia, esta tarea debe ser encarada ms como una medita-

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As en la vida como en la muerte

cin que como un esfuerzo por recordar. Luego veremos la tcnica,


pero una vez ms, recomendamos encarecidamente la lectura de Un
ao de vida.
Esta parte del trabajo es muy importante por muchas razones. La
ms obvia es que hay muchas heridas que esperan la sanacin, pero
adems, porque guardamos una coleccin de escenas de nuestra vida
que quedaron como congeladas, lugares de donde hemos huido pre-
cipitadamente y adonde no hemos querido o podido regresar. Nos fal-
t valor para hacerlo, en nuestra imaginacin es la escena del crimen.
Desde entonces vivimos como fugitivos, temiendo ser descubiertos.
Vivir cargando sentimientos de culpa, odindonos por haber
obrado mal en algn momento de ceguera, condenarnos a sufrir de
por vida, no es acaso vivir en el infierno? Exactamente qu fue lo
que ocurri? Fuimos vctimas o victimarios? Cmo jugaron sus
papeles los otros personajes? Cul hubiera sido la mejor respuesta
a la situacin vista desde la conciencia actual?
sta es la caracterstica que tienen la mayora de nuestros asun-
tos inconclusos. Es tambin la base de esa odiosa incomodidad que
sentimos frente a los dems, esa sensacin de que hay algo indefini-
do dentro de nosotros que debe ser ocultado y que no nos permite
ser espontneos. Se trata del mismo temor que est en la raz de la
vergenza y en la de no pocas compulsiones.
Estos espacios donde el enemigo se esconde deben ser liberados
de fantasmas para dar lugar a ms vida.
En mi experiencia, slo fue posible abrirme a ciertos recuerdos di-
fciles cuando llegu a un momento de mi vida en el que supe que, de-
finitivamente, ya no podra incurrir en errores semejantes. Es algo que
se percibe claramente pero que es, no obstante, difcil de explicar.
Trascendido un determinado plano o nivel de conciencia, habiendo
llegado a una cierta madurez, simplemente resulta imposible seguir
causando dao. No es algo pretencioso, simplemente es as. Sin que
uno se lo proponga, naturalmente, con la madurez que dan los aos
simplemente nos vamos volviendo inofensivos.
Creo que ste es un punto importante para que el arrepentimien-
to pueda sellar a cal y canto un hecho que fue muy penoso. De la
nueva conciencia que perdona surge la compasin que comprende.

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Revisando la historia de vida

Cuando el asesino puede comprender profundamente por qu mat,


es difcil que vuelva a hacerlo. Fue la experiencia recogida en la cr-
cel de Nueva Delhi, donde maestros de meditacin Vipassana traba-
jaron con miles de reclusos.

Soltando el pasado
Mencion anteriormente algunas de las meditaciones que Stephen
Levine aconseja para preparar el terreno. La meditacin para un
vientre blando es una de ellas. Conviene practicarla ad libitum.
Es difcil imaginar la coraza abdominal que habitualmente esta-
mos sosteniendo sin saberlo. Solamente concientizarla nos puede
demandar una semana de prctica diaria. Se trata de una verdadera
armadura que creamos inconscientemente para protegernos del do-
lor, y que nos da una ilusoria sensacin de control.
En uno de sus libros,* S. Levine dice que el abdomen es una gran
herramienta de diagnstico, porque muestra la coraza del corazn
como tensin en el vientre.
El comentario generalizado en nuestro grupo al trabajar con esta
meditacin, que yo haba grabado para que pudiramos hacerla jun-
tos, era que al aflojar las tensiones del vientre aparece una peculiar
sensacin de vulnerabilidad. Alguien en el grupo dijo que la haca
sentirse expuesta e insegura.
Efectivamente, quedamos expuestos a la emergencia de nuestro
propio dolor reprimido, de nuestros temores, de nuestro sufrimien-
to oculto. De todo aquello que, en definitiva, es lo que necesita po-
nerse en contacto con el poder sanador de la conciencia.
La meditacin sobre el perdn es otra de las claves para poder
avanzar en la revisin de nuestra vida e ir al encuentro de nuestros
asuntos inconclusos.
Me fue de gran utilidad para poder trabajar especialmente una si-
tuacin muy traumtica, relacionada con una persona a quien senta
haber lastimado en un momento muy loco de mi vida. Fue muy

* Meditaciones, exploraciones y otras sanaciones, Editorial Los libros del comienzo.

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As en la vida como en la muerte

traumtico para m por tratarse de alguien a quien quera mucho. Ya


no saba qu hacer para librarme de ella, cuando por momentos, me
acosaba. Cunto dese que nunca hubiera ocurrido! Me torturaba
pensando que haba tenido un comportamiento desleal para con l.
Por esas cosas de la vida, ocurri que me involucr afectivamente
con su mujer, y no supe manejar bien la situacin.
Trabajando con la meditacin del vientre blando sent mi propio
dolor, que reapareca al recordar el episodio, y a partir de esa viven-
cia dolorossima, pude aproximarme a esa persona en un encuentro
interior, atreverme a mirarla a los ojos, decirle que me pareca saber
cmo podra haberse sentido y pedirle perdn.
La revisin de la vida tambin nos pone en contacto con expe-
riencias sumamente placenteras, que yacen olvidadas en el subcons-
ciente. Requiere un considerable esfuerzo traer a la luz esos mo-
mentos en los que experimentamos la dicha ms plena. Gratitud es
el sentimiento que se moviliza entonces, y la prctica del agradeci-
miento contribuye a que podamos sentirnos merecedores de amor.
Resulta conveniente hacer la revisin histrica de nuestra vida en
forma equilibrada y recuperar las vivencias de habernos sentido cui-
dados y queridos.
Suele ser desconcertante comprobar que las mismas personas que
trajeron dolor a nuestras vidas tambin trajeron consuelo y protec-
cin. Esto nos permite ver a esos seres, nuestros padres, en toda su
humanidad, atravesando momentos de madurez, amor y equilibrio
junto a otros de miedo, confusin y locura.
Es saludable reconocer que hemos estado expuestos a estos ava-
tares y evaluar los daos con los que arribamos, a veces por milagro,
a niveles de mayor autonoma y menor dependencia. De algn mo-
do, llegamos a una cierta adultez.
Este trabajo es teraputico en un sentido muy especial: nos per-
mite despedirnos del pasado, soltarlo definitivamente. Poco a poco
nos iremos despidiendo de la casa del pasado en la que ilusoriamen-
te vivimos, recorreremos cada una de sus habitaciones y luego de
echar el ltimo vistazo y derramar la ltima lgrima, al irnos, cerra-
remos la puerta para siempre.
Una nueva vida nos espera afuera. Una vida que dej de estar de-

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Revisando la historia de vida

terminada por el pasado. La aventura de vivir contina para com-


pletar este aprendizaje antes de que la muerte nos invite a salir defi-
nitivamente de la escena.
Ya no somos aquellos que fuimos, eso es claro; desistamos enton-
ces de seguir pretendindolo. Vivir es una experiencia irreversible.
Cada da es nico e irrepetible, y como si fuera poco abarca un n-
mero finito.
Esto es lo que muestra la revisin de la vida. Ignoro si a sta le se-
guirn otras, aunque tengo algunas sospechas afirmativas; no estoy
demasiado interesado en cultivar esa creencia tan arraigada en otras
latitudes. Para m, con sta ha sido suficiente. Pero si tuviera que re-
gresar, pedira que se me conceda un buen tiempo de descanso en al-
gn bardo en el que reine la alegra. Confo estar limpiando sufi-
ciente karma como para que esta gracia me sea concedida.

Trabajando con el perdn


Perdona, mi Dios, a la Memoria.
Ella no sabe lo que hace
Fernando Snchez Sorondo

El perdn tiene el poder de terminar con los asuntos inconclusos.


Puede clausurarlos definitivamente. Si despus de pedirlo sincera-
mente la mente insiste en que tenemos que seguir sufriendo por lo
que hicimos, empecemos a desconfiar de ella, no es la existencia
quien nos lo exige, ni ningn Dios.
Es interesante observar que nos resulta ms fcil perdonar a otros
que a nosotros mismos. Ignoro la razn, pero he observado que, en
ese aspecto, podemos ser muy duros y hasta crueles.
El arrepentimiento es necesario, sin l la reparacin no est com-
pleta. No por el dolor que conlleva, sino slo porque es el reconoci-
miento de que cometimos un error que no quisiramos repetir.
La culpa, en cambio, es un sentimiento peligroso, puede hacernos
sentir indignos de perdn. No es necesario cargar con ella ni conce-
derle mucho tiempo. Es un estado de conciencia sin ms valor que

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As en la vida como en la muerte

cualquier otro. No debiramos aferrarnos a ninguno de ellos. Verlos


aparecer en la pantalla de la conciencia, reconocerlos claramente, es
decir, discriminadamente, saber bien de qu se trata y luego permi-
tirles partir. Eso es todo, y tambin es meditar.
La revisin de la vida es lo opuesto de una experiencia maso-
quista. Es profundamente liberadora.
Cito a Stephen Levine:
El perdn no condena o remite a acciones desagradables, sino que
abraza al casual actor, quien con sus modos inexpertos, permiti tal tor-
pe conducta. No perdona el robo, se dirige al corazn roto del ladrn. Es
la misericordia en accin de la misma forma que la compasin es la sa-
bidura en accin.
Esta visin del comportamiento errado como aquel capaz de lle-
var tanto dolor a nuestra vida y a la de otros la comparto en un to-
do, y me atrevera a decir que supera en compasin a la visin cat-
lica del pecado.
Me resulta totalmente convincente y en concordancia plena con
mi propia experiencia, que slo por ignorancia, una de las formas en
que se presenta la falta de conciencia, podra cometer una accin
inapropiada para la vida.
Observando la nuestra como lo que es, un proceso en permanen-
te evolucin, maduracin y trascendencia, se comprende perfecta-
mente que lo que se muestra apropiado en un plano o nivel del de-
sarrollo humano resulta inapropiado en otro nivel superior. Lo
normal para una cierta edad deja de serlo en la siguiente.
Trabajando como terapeuta he llegado a la conclusin de que la
mayora de nuestros problemas no se resuelven, se trascienden. Lo
que es un problema a los quince aos debiera dejar de serlo a los die-
cisis, si hemos madurado.
El proceso evolutivo del hombre, lo que lo lleva a la madurez, es
la evolucin de la conciencia.

Haciendo las paces


La revisin de la vida puede demandarnos la vida entera. Hay un
momento, sin embargo, en el que sentimos que el trabajo se aproxi-

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Revisando la historia de vida

ma a su fin. Es cuando empezamos a sentirnos en paz. Lo que esto


quiere decir es, precisamente, que hemos hecho las paces con noso-
tros mismos, con los dems, con la vida y con el Creador.
Entonces podemos relajarnos. Para hacerlo se requiere un verda-
dero trabajo de mediacin, en el que ninguna de las partes en dis-
cordia triunfe sobre la otra. No hay vencedores ni vencidos o, mejor
an, ambas partes pueden sentir que triunfaron.
Pero esas partes no son extraas entre s, sino que son aspectos
del propio individuo que no pueden reconocerse como tales. Siem-
pre nos estamos peleando con nosotros mismos. El trabajo de revi-
sin de la vida incluye y expresa un mayor conocimiento de uno
mismo.
Hacer las paces es haber logrado un cierto equilibrio en un de-
terminado plano o nivel del desarrollo que nunca culmina. Esto
quiere decir que nuevas tensiones habrn de emerger necesariamen-
te. Est en la naturaleza humana que as sea.
No puede haber una paz sin tensiones, excepto en la tumba.

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CAPTULO 12

La segunda mitad del ao

Experimentando la impermanencia
Durante la segunda mitad del ao continuamos revisando nuestra vida
y descubrimos que venamos cargando creencias erradas que nos limi-
taron y trajeron no pocos problemas. Enseanzas equivocadas sobre la
vida, anticuadas, en las que nuestros padres confiaban y por eso nos las
inculcaron de chicos, incluso hasta con amor. Es sabido que el nio ob-
serva el comportamiento de sus padres, y como los ama, luego los imi-
ta. As se transmiten muchos miedos, prejuicios y otras dificultades.
Resulta imprescindible desecharlas. Son las mismas enseanzas
erradas que subyacen en toda neurosis.
Las consignas sugeridas por S. Levine para este perodo incluan
tareas de servicio a la comunidad, profundizar en la meditacin tan-
to como fuera posible, con el propsito de estar entrenados para
abordar temas tan complejos como el de comprender el sentido de
la pregunta quin muere? Son indagaciones que demandan una
aproximacin transracional, por decirlo de alguna manera. Me refie-
ro a que con los ojos de la razn, que se nutre en la lgica formal y
objetiva, esta dimensin de la realidad no se puede ver. Se requiere
la mirada del testigo interior, de la conciencia contemplativa, para
ver y comprender quin muere.
Fue lo que mostr con el ejemplo de Mario.
Tambin se nos aconsejaba discutir las posibilidades de la reen-
carnacin y nuestras actitudes hacia ella.
Eran asimismo requisitos de la experiencia decidir qu destino

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As en la vida como en la muerte

darle a nuestro cuerpo, y dejar todos nuestros asuntos mundanos en


orden. Un testamento, una misa y un epitafio para ser ledo en el
grupo fueron tareas que pusieron una nota de gran emotividad a
esos ltimos encuentros.
Una consigna interesante fue la de dedicar ms tiempo a familia-
res y amigos. Resulta curioso que fuera necesario insistir en estas co-
sas. La aprovechamos al mximo y con gran placer.
Uno de los conceptos en que se sustentan estos trabajos es, por
ejemplo, la ley de la impermanencia, de neta raigambre budista, cu-
ya reflexin profunda deslumbr a no pocos de nosotros.
Es casi inconcebible nuestra tendencia a negar que todo est en
permanente cambio. No es suficientemente obvio en nuestra expe-
riencia cotidiana que todo lo que nace muere; todo lo que tuvo un
comienzo tendr necesariamente un fin? Sabemos que vamos cami-
no a la muerte, pero qu duro es admitirlo!
El trabajo con los apegos surge en relacin con esta ley de la im-
permanencia, van de la mano.
El apego es la fatalidad de no querer soltar aquello que muri,
que perdi vigencia, que se torn intil y empieza a ser un lastre.
Personas, vnculos, objetos, ideas y creencias, paradigmas o cosmo-
visiones, ideologas, filosofas y otras construcciones, todo, absolu-
tamente todo debe ser reemplazado, en su debido momento, por
aquello que siempre est naciendo en esa eterna primavera a la que
llamamos vida.
La ley de la impermanencia tambin rige en el plano biolgico, de
lo orgnico, concretamente para nuestro cuerpo, desde la concep-
cin en adelante, pasando por los dientes de leche. Esas formidables
fbricas que son los tejidos vivos no hacen otra cosa que producir
permanentemente las clulas de reemplazo de las que constante-
mente mueren. Cuando esas fbricas empiezan a agotarse envejece-
mos, y cuando cesan en sus funciones, morimos.
Una persona desapegada no es, como equivocadamente se suele
considerar, alguien desamorado, incapaz de amar. Es una persona
inteligente que se dio cuenta de que la vida es insegura o no es vida,
acept el desafo y dej de aferrarse a las cosas que murieron.
Tambin ocuparon buena parte de nuestro tiempo y energas lar-

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La segunda mitad del ao

gas despedidas y dolorosos e inevitables adioses.


As llegamos al final de esta notable experiencia que es Un ao
para vivir y que alguien del grupo rebautiz con acierto Un ao
para aprender a vivir.

Los grandes Maestros


Un trabajo de esta envergadura es inabordable sin el sustento de las
enseanzas de los grandes Maestros. Quines son y qu hacen es-
tas personas?, se preguntaban algunos participantes de estos grupos.
Fue importante para muchos comprender y vivenciar el rol de estos
formidables seres, verdaderos gigantes, y su importancia para el pro-
ceso evolutivo de la humanidad. No pocos descubrieron qu son los
Maestros de vida, hombres y mujeres que lograron realizar, esto es,
tornar real en ellos mismos el potencial de la raza humana de la que
todos participamos. Son los que llegaron a la cumbre, entrando en
los reinos ms sutiles para charlar mano a mano con Dios.
Mi agradecimiento y respeto hacia ellos es inconmensurable.
Trabajamos con Ramana Maharshi, Nisargadatta, Jess, Buda y
Osho, entre otros.
Dedicamos buena parte del tiempo a continuar revisando nuestra
vida cotidiana y analizar sus conflictos, a la luz de la nueva com-
prensin que nos dejaba la experiencia grupal y estas lecturas.
Algunos cambios en el modo de encarar nuestra vida empezaron
a ser notorios, como as tambin su beneficio en trminos de un ma-
yor bienestar.
Con algunos grupos optamos por tener encuentros ms prolon-
gados y empezamos a reunirnos un sbado por mes entre las 9 y las
17. Comprobamos que de esta forma se lograban climas ms disten-
didos que en los encuentros semanales de slo tres horas.
De Ramana Maharshi trabajamos esa verdadera joya que es La
esencia del autoconocimiento (Upadesha Sharam). De esta obra selec-
cion para el trabajo grupal algunos captulos que considero esen-
ciales para una comprensin profunda de la naturaleza humana a la
luz de la filosofa vedanta.
El impacto que produce la sencillez y profundidad del conoci-

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As en la vida como en la muerte

miento alcanzado por Ramana es asombroso.


Con su gua pudimos indagar a fondo qu es la mente, el ego
el ser. Puede el hombre liberarse de la esclavitud del deseo?
Quin soy? Comprendimos claramente que la felicidad es nuestra
propia naturaleza, y no algo que tengamos que ganar.
De Nisargadatta trabajamos Yo soy y El buscador es lo buscado.
Con el estilo desafiante, divertido e increblemente agudo que lo ca-
racteriza, este excepcional Maestro hind nos lleva, tambin l, al
conocimiento de nuestra verdadera identidad.
Qu es conciencia? No es acaso el sentido de estar presentes, de
estar vivos? Razn por lo que toda bsqueda (espiritual) debe orien-
tarse a la conciencia. De l recibiramos la enseanza sobre cmo
surge, cul es su origen, qu la sustenta,
En su libro El sutra del corazn Osho nos acerca a Buda, o me-
jor dicho, lleva a Buda a un nivel de comprensin adecuado para
nosotros.
Comenta tambin a Jess en muchas de sus charlas, iluminando
facetas poco comprendidas del Maestro.
Al hablar de algunas de sus parbolas, que particularmente siem-
pre me resultaron algo oscuras, Osho nos acerca a un Jess humano
y divino, nico, incomparable. Ciertamente, el mundo fue diferente
antes y despus de l.

Durante este ltimo ao de nuestra vida tambin aprendimos


de Maestros occidentales contemporneos, quienes compartieron
con nosotros su propia y elevada realizacin. Son los inspiradores de
un nuevo paradigma, de una nueva cosmovisin. Sus aportes estn
posibilitando una fenomenal apertura en todos los campos del que-
hacer humano. Algunos de ellos, con cuyas obras estamos ms fa-
miliarizados y que ya fueron mencionados son: Stephen Levine, Ram
Dass, Ken Wilber, Stan Grof, Jack Kornfield, Fritjof Capra, Rupert
Sheldrake, casi todos ellos alineados en el movimiento transperso-
nal, la denominacin moderna para la espiritualidad.
Una recorrida por esta bibliografa permitir al lector tener una
visin clara del contenido de nuestras reflexiones grupales.
Sin embargo, siempre debe recordarse que no se trata de un gru-

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La segunda mitad del ao

po de estudio sino de una experiencia vivencial.


No estbamos especialmente interesados slo en conocer nue-
vas corrientes filosficas, o en empaparnos de esas geniales elabo-
raciones tericas que, ciertamente, nos dejaron pasmados. Simple-
mente queramos saber cmo vivir mejor nuestro ltimo ao de
vida.
Hubo entonces en el grupo quienes dejaron una pareja insatisfac-
toria, quienes formaron una, quienes se replantearon sus roles en el
seno de la familia, dejando de esforzarse por ser imprescindibles y se
corrieron a un lugar ms cmodo. Algunas madres reconsideraron el
tipo de enseanzas que transmitan a sus hijos, eternizando creen-
cias errneas, prejuicios y valores con los que, en el fondo, ya no es-
taban de acuerdo. Un ejemplo pattico es el reconocimiento de la
mentalidad machista que muchas madres inculcan, sin advertirlo, en
sus propios hijos varones.
Trabajamos para lograr una puesta a punto o actualizacin de
nuestras creencias y valores, dejando caer, definitivamente, todo
aquello que haba perdido vigencia. Vimos que no era necesario se-
guir cargando con el peso del pasado obsoleto.
La nueva conciencia que iba emergiendo en todos nosotros haca
insostenible por ms tiempo un prejuicio burdo, por arraigado que
estuviera. La meditacin estaba dando sus frutos, y ya no nos iden-
tificbamos tanto con el ego, ese personaje ilusorio que creemos ser
y nos representa en la escena social; empezamos a discriminarnos de
l y a actuar de un modo ms autntico y honesto.
Al comprender la diferencia abismal que existe entre los trminos
responder y reaccionar, empezamos a responder a los requerimien-
tos de la vida cotidiana desde un mbito de mayor libertad. Apren-
dimos a elegir las mejores respuestas dentro de una gama amplia de
posibilidades, enriqueciendo nuestros recursos humanos. Fue muy
gratificante, nos vimos menos estereotipados.
Tambin aprendimos a mirar las huellas del paso del tiempo en
nuestro cuerpo con ternura en lugar de horror. Algunas mujeres de-
jaron de teirse el cabello, otras de hacer dietas extravagantes y de
ceirse tanto a la moda.
Los hombres tambin empezaron a relajarse, a distender un poco

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As en la vida como en la muerte

el modo rgido de actuar sus roles masculinos. Empezaron a rerse


de pretender ser tan machos y suavizaron sus modales. Se sintieron
menos exigidos con el sexo y el trabajo.
Todos empezaron a poner ms atencin al cuidado del cuerpo y
la alimentacin, observando las transgresiones, y hubo quienes qui-
sieron experimentar en el vegetarianismo.
Nos volvimos ms presentes y conscientes de nuestros estados
mentales prestando atencin a los lapsos en los que perdemos con-
tacto con la vida, cuando ponemos piloto automtico y entramos en
esos estados alucinatorios durante los cuales simulamos estar des-
piertos, cuando en realidad estamos dormidos y aun soando, en un
mundo de fantasa.
Meditacin mediante, vivimos con mayor conciencia de nuestros
procesos internos. Algo muy importante: aprendimos y practicamos
no retirar la atencin y la conciencia de las cosas desagradables, que
despus de todo tambin forman parte de la vida. Aprendimos a en-
carar la adversidad con una mayor ecuanimidad, que nos regal el
gran alivio de dejar de controlar.
Enfocando el temor a la muerte como el miedo a lo desconocido
e inmanejable, se atemper notablemente. Al poder mirar el rostro de
nuestros miedos empezamos a descubrir sus contenidos. Creo que
merece mencionarse especialmente el hecho de que en casi todos los
grupos surgi el temor al Juicio Final. Pero en lugar de que el acento
estuviera puesto en el temor al castigo, pudimos reconocer el bienes-
tar que depara una vida vivida con honestidad y rectitud.
Como consecuencia natural del despertar progresivo de la con-
ciencia nos encontramos aspirando a vivir y practicar los valores
ms elevados, aquellos con los que se puede pensar en un mundo
mejor. Amor a la verdad, sentido de la justicia, espritu de coopera-
cin, sentido de la responsabilidad personal, servicio al bien comn,
slo lo que es bueno para todos es bueno para cada uno, son algu-
nos de ellos.

As es morir
Despus de todo lo tratado an me gustara subrayar que una pre-

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La segunda mitad del ao

paracin para morir no se resume en cerrar las cuestiones con el


mundo que dejaremos sino que debiera incluir, aunque resulte muy
extrao expresarlo, asegurarnos de estar en condiciones de transitar
conscientes el proceso mismo de morir y aun ir ms all, en la espe-
ranza de tener alguna vislumbre de la experiencia que all, al pare-
cer, se inicia.
Pienso que si la muerte es un misterio, resulta legtimo tratar de
impedir que el miedo nos cierre las puertas de esta indagacin con
conceptualizaciones y otras definiciones prematuras de cualquier tipo.
Concretamente, no sabemos lo que la muerte traer. Ni las per-
sonas que retornaron de las llamadas experiencias cercanas a la
muerte han podido reconocer el significado de sus visiones.
El cielo y el infierno no son lugares de algn mapa metafsico, si-
no niveles de conciencia, como recientemente se est explicando, in-
cluso desde la Iglesia Catlica. Nosotros los creamos a nuestra ima-
gen y semejanza.
Cada religin y cada cultura crea su propio cielo; es como un pas-
tel de bodas para los budistas, amplio y verde como el brillante Se-
rengueti para los hombres del desierto, adornado con atavos de n-
geles cantando sentados ante su trono, como en el cristianismo.
Lo mismo acontece con el infierno.
Nos resta por considerar la visin que nos da de este proceso el
autor del programa, el genial Stephen Levine, consecuente con su
inspiracin budista
Transcribo a Levine.

As es morir:
Una sensacin de liviandad, un flotar libre.
Para algunos dura slo un suspiro,
Para otros es una ascensin gradual
Funciona de ambas formas, ambas formas asombran al corazn con una
dicha inesperada y nos llevan hacia donde vamos.
Una enorme irona separa al moribundo de los vivos,
un efecto espejo en el espacio.
Las cosas no son como parecen.
Cada etapa que en el cuerpo se cierra, libera

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As en la vida como en la muerte

algo adentro.
Cada manifestacin externa de la muerte est acompaada
por una expansin creciente de la vida interior.
Muriendo, como meditando, cuanto ms profundo vamos, menos
definibles nos volvemos y ms reales nos sentimos.
La inmovilidad es el primer signo externo de la muerte,
a medida que el elemento de solidez se disuelve
aparece la sensacin de no tener lmites;
como el dolor que desaparece y se transforma en una nueva libertad de
movimiento.
Es como quitarse un zapato que apretaba demasiado.
Luego el sistema circulatorio se cierra y a medida que
el elemento fluido se retira dentro de la fuerza de la vida
que est partiendo, se abre por dentro una creciente
sensacin de fluidez.
Aparece, entonces, la sensacin de ser como un ocano, ms que
como una piedra.
El cuerpo se enfra, mientras el elemento fuego
converge en el corazn y sale por la parte ms
alta de la cabeza.
Sentimos una subida creciente,
como el calor que irradia desde una
ruta insolada.
Finalmente el cuerpo se vuelve rgido y se ve ms como un mrmol
que como carne, a medida que el elemento aire
desaparece en el espacio;
y la sensacin de liviandad se
expande dentro de algo an ms liviano.
Al atravesar el morir hacia la muerte, encontramos
una sensacin de expansin sin frontera,
de ilimitada posibilidad;
y el proceso interno contina.
Dejar nuestro cuerpo es semejante a mirar un cubo de hielo derritindose.
Perdemos nuestros contornos definidos,
a medida que retornamos a nuestro centro que fluye,
y nos evaporamos en el fino aire.

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La segunda mitad del ao

La expansin llena el cuarto, invisible y siempre presente.


Como el cubo de hielo, vamos atravesando enormes cambios externos,
pero nuestra esencia se mantiene sin ser afectada.
Lo que una vez fue un cubo de hielo es an absolutamente H2O.
Y somos aun la inmensidad innominable.
Muriendo hacia la muerte se parece a esto.
La muerte es ya otro asunto
de cualquier modo, como Ondrea dice,
la vida es la forma ms grosera del ser.

El cierre de la experiencia, al igual que el final de la vida, es fuerte.


Casi siempre se llega con algn remanente de frustracin y dolor.
Es casi inevitable. La insatisfaccin se har presente, algo no logra-
do, no conseguido vendr a visitarnos y traernos incomodidad.
Despus de haber trabajado tan duro durante un ao es doloroso
admitirlo y algunos prefirieron negarlo y simular una realizacin fi-
nal que no era tal.
Imagino, no he tenido la experiencia, que puede ser algo similar
a escalar una montaa. Con esfuerzos y sacrificios inimaginables,
corriendo riesgos, soportando penurias y toda clase de adversidades,
y una vez en la cima mirar el paisaje, y pensar si su belleza innega-
ble justifica el trabajo realizado. Uno puede llegar a sentirse muy
tonto en un momento as. El paisaje es bellsimo, incomparable pe-
ro, y? La decepcin puede ser tan inevitable como dolorosa.
A Osho le gustaba contar la siguiente historia.
Un hombre muy rico sinti que haba llegado al final de su vida,
Era un norteamericano. Haba luchado mucho y hecho duros sacri-
ficios para acumular una inmensa fortuna. Sin embargo, al tiempo
de morir no lograba sentirse en paz, an no estaba satisfecho. Lo ha-
ba logrado casi todo en la vida, pero interiormente se senta muy
frustrado. An ambicionaba encontrar el significado de la vida, algo
en su interior lo reclamaba y sufra mucho con esa situacin. Su pro-
blema era existencial. Preocupado, su mejor amigo le dio un conse-
jo: en el Tbet, le dijo, en una cueva de la alta montaa vive un an-
ciano muy sabio. Creo que es el nico que puede ayudarte.
Sin demora, ya que senta que la muerte se acercaba, el nortea-

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As en la vida como en la muerte

mericano parti al Himalaya. Despus de tres meses de un penoso


viaje, luego de pasar toda clase de penurias, el hombre lleg por fin
a la cueva del anciano sabio. Tembloroso, con lgrimas en los ojos,
se postr a sus pies y le dijo:
Maestro, eres la nica persona en el mundo que puede ayudar-
me, vengo desde muy lejos para hacerte una nica pregunta, por fa-
vor, respndeme: Cul es el significado de la vida?
Lleno de compasin, mirndolo a los ojos, el Maestro le respondi:
La vida es un ro que fluye.
Qu? respondi el hombre. Eso es todo lo que puedes
decirme? Acaso vine hasta aqu para que me digas que la vida es un
ro que fluye?
Y qu, acaso no lo es?

As llegan algunos participantes al final de la experiencia. Du-


dan si el trabajo realizado ha podido responder a su pregunta exis-
tencial ms profunda. Arrastran un dejo de frustracin. Al mo-
mento de morir, la insatisfaccin los acosa. Algunos dicen que es
como si hubiesen faltado al encuentro grupal justo el da en que
aclaramos ese punto crucial y se perdieron la clave. Otros, que
sienten que el trabajo realizado fue sumamente positivo y enrique-
cedor, se desconciertan ante esa ltima e inesperada sensacin de
incomodidad.
Hay quienes me miran con los ojos humedecidos, temiendo ofen-
derme si me dicen lo que estn pensando en ese momento, que la
promesa al grupo no fue cumplida.
Siento que se me estruja el alma porque los quiero mucho y me
causa pena que no puedan ver el punto crucial, que sean incapaces
de reconocer la trampa del ego en la que estn entrando en ese mo-
mento.
Revisaron incansablemente la historia de sus vidas, y no obstante,
an esperaban satisfacer la necesidad egoica de algn otro logro final
ms, antes de morir. El ltimo deseo, para poder, entonces s, des-
cansar en paz. Uno ms y el ego les aseguraba que se s sera el lti-
mo, a partir del cual depondra su ambicin, su hambre insaciable. Y
ellos le crean, como a los polticos, le seguan creyendo y sufran. No

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La segunda mitad del ao

importaba todo lo que hubieran realizado, el ambicioso ego les ten-


da la trampa final, la ltima demanda, el ltimo deseo, una suerte de
iluminacin antes de aceptar emprender su ltimo camino.
La amenaza de fracaso inunda el ambiente. Algunos lloran, otros
logran relajarse. Nos disponemos para hacer la meditacin de la
muerte como trabajo final. Luego vendr la despedida.
El ego se yergue triunfal, implacable, y amenaza con arrastrarlos
al infierno. Los hace sentir indignos, que no merecen el amor y el
perdn necesarios para poder morir en paz.
Queda menos de una hora para iniciar la meditacin de cierre. El
clima es tenso, apesadumbrado. Algunas personas traen una ropa es-
pecial para ese momento, una mujer se est maquillando, dijo que
quera que la muerte la encontrara linda. Otras lloran.
Sienten que su dignidad est en juego.
Nadie parece darse cuenta del verdadero problema. Lo habamos
trabajado hasta el cansancio. Pareca que haba quedado definitiva-
mente esclarecido cuando estudiamos las enseanzas de Ramana,
pero no era as. Todo el esfuerzo pareca intil y el malestar general
no se disipaba.
De pronto, como despertando de un sueo, alguien en el grupo
empieza a hablar. He aqu aproximadamente lo que, con voz suave y
pausada, expresa: Despus de todo, qu tiene de malo morir sin ha-
berme iluminado, qu tiene de malo morir sintiendo alguna frustra-
cin, algn objetivo no realizado, alguna que otra meta no cumpli-
da. No es esto acaso, una vez ms, lo mismo que sent siempre, que
mi ego es insaciable, que la satisfaccin de ningn deseo lo calma
por mucho tiempo? Acaso debo sentirme mal por haber sido inca-
paz de satisfacer todos sus deseos? No es acaso el reconocimiento
de esa imposibilidad lo que puede liberarme en este momento de es-
ta sensacin culposa y frustrante, que me amenaza con no dejarme
morir en paz?
Namast.

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Tercera parte

Todos ustedes son Budas,
aun cuando estn dormidos, roncando profundamente.
Permtanme ser su alarma,
han dormido lo suficiente,
ya es tiempo de despertar.
La maana est golpeando a su puerta.

Las puertas del templo estn abiertas,


y es slo despus de miles de aos
que surge una oportunidad como esta en la tierra.
Y spanlo bien,
no permanecern abiertas para siempre.
La oportunidad puede ser fcilmente desperdiciada.

Un mundo tan hermoso,


una maana tan hermosa,
Unas nubes tan hermosas...
Qu ms necesitas para celebrar?
El cielo lleno de estrellas...
Qu ms necesitas para sentir devocin?
El sol asomndose en el Oriente...
Qu ms necesitas para caer de rodillas?

He esperado por mucho tiempo.


Ahora, el momento ha llegado.
Ustedes estn listos,
las semillas pueden sembrarse.
Osho
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CAPTULO 13

Osho

Yo soy la puerta
Osho es el nombre de un maestro hind que vivi con nosotros en-
tre el 11 de diciembre de 1931 y el 19 de enero de 1990. Me siento
honrado de haber sido su discpulo desde 1983 hasta su muerte.
Para que se pueda valorar la importancia que este hombre tuvo en mi
vida me basta decir que fue mi gua desde los inicios de mi camino espi-
ritual. Con su gracia, despert a la realidad de esa dimensin de mi ser.
Fue mi segundo nacimiento.
El primero fue el biolgico y se lo debo y agradezco a mis padres.
Pero sin este segundo nacimiento, mi existencia casi no hubiera
valido la pena. As lo siento. Podra haber desaprovechado lamenta-
blemente mi oportunidad en esta vida. Hubiera vivido slo hacia
afuera, hacia el mundo, pero difcilmente hubiera mirado hacia aden-
tro y comenzado este viaje interior.
Hubiera envejecido, pero no madurado.
No espero peregrinaciones a mi tumba pero ahora s que alguien
va a echarme de menos el venturoso da en que deje mi cuerpo.
Narrar brevemente la historia de mi relacin con Osho es perti-
nente en el contexto de este libro. Adems de una caricia para mi al-
ma, recordar algunos pormenores puede aportar indicios para una
mejor comprensin de mi trabajo.

El llamado
Aquella tarde llegu temprano al seminario guestltico con Na-

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As en la vida como en la muerte

na, como llamamos cariosamente a la doctora Adriana Schna-


ke. Todava haba pocas personas y pude ubicarme cerca de ella,
que estaba leyendo un libro en voz alta. Sentado en el piso, co-
mo acostumbrbamos, trat de ir soltando las tensiones que tra-
a de la calle.
Poco a poco me fui sintiendo ms cmodo y relajado. En silencio,
para no interrumpir, intercambi algunas miradas y sonrisas a modo
de saludo con los que estaban all y trat de prestar atencin a la lec-
tura. La voz clara y suave de Nana me fue llevando a un clima de re-
lajado inters y tambin de mucha paz.
Es encantadora leyendo, pens.
Despus de algunos minutos, an con esfuerzo, no lograba com-
prender lo que, tan compenetrada, Nana lea. Slo al rato pude en-
tender que se describa un trabajo grupal en el ashram de Osho en
Poona, India. Cuando escuch que era una experiencia teraputica
me corri fro por la espalda.
Qued sobrecogido.
Tambin me llam la atencin escuchar los nombres de las per-
sonas que participaban, ya que no poda identificar su origen. Des-
pus me explicaron que eran palabras en snscrito.
La lectura slo se extendi algunas cuantas pginas ms, pero pa-
ra m fue suficiente.
Suele ocurrir, y as sucedi esa tarde, que en un momento de es-
pecial sensibilidad y apertura de la mente y el corazn, una lectura
nos toca de un modo especial, nos llega muy profundamente. Se di-
ce que cuando el terreno est preparado la semilla germina de in-
mediato. La flecha haba dado en el blanco.
No podra explicar lo que me ocurri, el extrao proceso que vi-
v ese rato en que absorba por todos los poros lo que Nana lea. Me
dej fuertemente conmovido.
Sucesos de este tipo me resultan inexplicables. Algunos compa-
eros y amigos muy queridos fueron testigos de lo que voy a relatar.
Me result difcil seguir con atencin el seminario de ese da. Ha-
ba quedado absorto en el mensaje que acababa de recibir.
Quiz fue por el hecho de provenir de Nana, de quien recib la
iniciacin guestltica, pero lo cierto es que lo viv como un mensaje

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Osho

del ms all. Como un llamado que no poda desor.


Ella no lo sabe, nunca se lo dije, pero fue un nexo importante con
mi Maestro; es otra de las razones por las que siempre la recuerdo
con gran cario y gratitud.
Como en un viaje astral, por momentos me vi deambulando por
India, extrao pas con el que, hasta ese momento, no tena la me-
nor afinidad. Fue una clara premonicin de lo que pocos aos des-
pus realmente ocurri.
Al terminar el grupo me acerqu a Nana para pedirle ms infor-
macin sobre el libro en cuestin. Era El riesgo supremo, de Ma. Sath-
ya Bharti.
En las pginas finales haba un listado de los centros de seguido-
res de Osho donde figuraba una direccin en Argentina, que por su-
puesto me apresur a anotar.
Al da siguiente tocaba timbre en ese lugar. Lamentablemente, de
all ya se haban mudado. La amable anciana que me atendi debi
haber notado la decepcin en mi cara, porque me dijo enseguida que
crea recordar donde haba guardado la nueva direccin. Al regresar
sonriente me extendi la mano con el valioso papelito arrugado que
haba sabido conservar.
Esperanzado apur el paso hacia la nueva direccin que no dista-
ba mucho del lugar. Era un saln que se alquilaba a grupos de tea-
tro. La persona que me atendi recordaba perfectamente al grupo
que yo burdamente describa, pero ya no se reuna all y no saba
dnde lo haca ahora.
Por las dudas pregunte en Paraguay al 3000, acot antes de ce-
rrar la puerta.
Con el nimo por el suelo me dirig a la nueva direccin. La ter-
cera es la vencida, pens cabalsticamente. No es que pretenda crear
algn tipo de suspenso al hacer este relato, yo no hago literatura,
simplemente as sucedieron las cosas.
All no encontr a nadie que pudiera darme dato alguno. Tendra
que regresar en otro momento.
Al irme, era sbado por la tarde, providencialmente llegaba otra
persona buscando al grupo. Dijo que vena a meditar. Charlamos
brevemente. No te preocupes me tranquiliz, tengo el telfono

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As en la vida como en la muerte

de un sannyasin que con toda seguridad sabe dnde se renen.


Yo no saba qu era un sannyasin, pero s que haba dado con el
grupo.

Comienza la aventura
Los primeros contactos con los seguidores de Osho (sannyasins) en
Argentina ya pusieron a prueba la fuerza de mi determinacin para
seguir adelante con esta corazonada. Con excepcin de una colega
de mi edad que tena a sus dos hijas sannyasins, los dems eran casi
tan jvenes como mis propios hijos. Alegres, sueltos, lucan orgullo-
sos y con total desparpajo sus vestimentas ntegramente rojas tal co-
mo lo sugera en esa poca el Maestro.
El nuevo hombre, exponente de la nueva sociedad, llevaba sim-
blicamente en sus ropas los colores del amanecer, de la nueva au-
rora, en toda su luminosa gama. Los rojos, prpuras, lilas, naranjas,
azafranes, rosas y amarillos seran los colores predilectos.
Los sannyasins ms antiguos llevaban tambin un tradicional
mala al cuello. Los recientemente incorporados esperaban ansiosos
recibir este anhelado collar de cuentas de madera, del que penda la
efigie del Maestro y que junto con un nuevo nombre el del bautis-
mo espiritual les llegara a cada uno desde el ashram.
Para ese entonces, Osho se haba trasladado desde India, donde
viva, al desierto de Oregn, en los Estados Unidos, donde sus disc-
pulos haban acondicionado para l una hermosa residencia.
Los requisitos para ser sannyasin se completaban, en esa poca,
segn me iban informando, con la prctica de la poderosa medita-
cin dinmica. Decidido a todo, la experiment durante los veintin
das seguidos que estaba estipulado.
Ellos me acompaaban amorosamente cada da hacindola con-
migo y son testigos de que en cada una dejaba el alma.

Esta meditacin dura una hora. Una msica especialmente dise-


ada para cada etapa la acompaa y estimula todo el tiempo. Co-
mienza con diez minutos de una respiracin muy enrgica, luego de
cual se inicia una catarsis; es la oportunidad de echar afuera tu

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Osho

bronca, dolor, frustracin, pesar o lo que sea que ests contenien-


do; a continuacin se grita el mantra Hoo con los brazos en alto
y dando un salto durante otros diez minutos. De este modo, se es-
timulan los chakras bajos. Al grito de stop queds inmvil tal co-
mo ests. Se inicia el momento meditativo propiamente dicho. La
consigna es entonces atestiguar ese precioso momento. Hay que es-
tar atento, muy alerta. La energa que se moviliz en las etapas an-
teriores fluye indmita. Es algo impresionante. Son quince precio-
sos minutos para explorar una conciencia que despierta. Por
ltimo, una hermosa danza te invita a la celebracin. Excepto du-
rante esta danza, se trabaja con los ojos cerrados para lograr la ma-
yor privacidad. La msica es verdaderamente muy hermosa. Por su-
puesto, es un esfuerzo fsico considerable que demanda estar en
buenas condiciones.

En las tribulaciones de aquellos momentos mis preguntas acu-


ciantes eran: cmo encajo yo en todo esto?, qu tiene que ver
conmigo? Slo una certidumbre me acompaaba, que para averi-
guarlo era preciso seguir adelante, contra viento y marea, pero se-
guir adelante.
Fue lo que hice. Mi intuicin me deca que si perseveraba lo su-
ficiente encontrara la respuesta, la existencia misma me la dara. Las
lecturas de los discursos de Osho y las meditaciones ya empezaban
a hacer lo suyo.
Continu reunindome con el grupo a meditar cada sbado. Des-
pus nos juntbamos a compartir una pizza, charlar, y contarnos
nuestras historias sobre cmo haba llegado cada uno de nosotros a
conocer al Maestro. Pronto nos hicimos amigos.
Aunque me iba sintiendo cada vez ms confiado, el siguiente pa-
so no fue nada fcil de dar: consisti en adoptar el colorido ropaje
que usaban los sannyasin. Si quera pertenecer a la cofrada era ne-
cesario. Lo hice. Junt coraje y lo hice.
De un da para el otro no era cuestin de perder mucho tiempo
empec a circular por Buenos Aires vestido ntegramente en la gama
del rojo. Por ejemplo, usaba una camisa rosa plido, pantaln de
corderoy ciruela, como los zapatos y las medias, un suter al tono y

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campera roja.
En el fondo me diverta, ya que nunca antes haba sido un trans-
gresor. No es mi estilo, soy bastante tmido para eso, pero adems en
ese momento tena cuarenta y ocho aos, y eso tambin pesaba.
Era una prueba dura del poder opresor de la cultura.
Lo digo sinceramente, escandalizar no era mi propsito, aunque
no poda evitarlo. Yo slo deseaba avanzar en este todava indesci-
frable camino del sannyas, que resonaba en mi interior como un
acertijo de la vida.
Cuando alguien pareca sentirse incmodo por mi aspecto extra-
vagante intentaba aflojar las tensiones con alguna broma.
El siguiente y an ms comprometido paso, el ltimo que me
quedaba por dar, fue pedir sannyas. Formalmente consista en enviar
un formulario al ashram con todos mis datos personales. De esta ma-
nera quedaba consignada para la Comunidad Internacional mi deci-
sin de ser un nuevo discpulo de Osho en Argentina.
El 7 de octubre de 1983 me lleg el sobre. Contena el preciado
mala y mi nuevo nombre espiritual, Deva Pravah, que en snscrito
quiere decir Flujo Divino. Hugo Dopaso ya era un sannyasin.
Y lo fui no slo formalmente sino tambin en el sentido profun-
do que este trmino tiene en la tradicin hinduista. Un sannyasin es
un renunciante del mundo, alguien que se dispone en cuerpo y al-
ma a vivir slo para Dios. Sin embargo, Osho no nos peda que re-
nunciramos al mundo, sino que aprendiramos a vivir en l.
Verdaderamente fue mucho, no obstante, a lo que hube de re-
nunciar para poder consumar esta experiencia. Slo por discrecin
omito consignar el dolor que tantas prdidas habran de acarrearme.
En especial, fue doloroso renunciar a vivir con mi familia, que
qued sumida en el desconcierto y el pesar. Mi eleccin era incom-
prensible para ellos y la convivencia se torn insostenible. Casi vein-
te aos despus algunas heridas parecen no haber cerrado del todo.
En poco tiempo perd a casi todos mis pacientes, que probable-
mente se alejaron pensando, no sin algo de razn, que su terapeuta
se haba vuelto loco. Otros se alejaron un poco ms tarde y ms dis-
cretamente, pero lo cierto fue que me qued sin trabajo y con muy
pocas posibilidades de recuperarlo en el corto plazo. Slo unos po-

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Osho

cos corajudos que hoy son mis amigos se quedaron conmigo. Ac-
tualmente, en su mayora tambin son sannyasins. Eran verdaderos
buscadores.
Amigos muy queridos se alejaron de m en ese momento y no los
culpo. No era fcil para ellos invitarme a sus casas, a sus reuniones
sociales en especial cuando no saban de mis recientes cambios y
que llegara vestido de rojo, con el mala al cuello y diciendo al pre-
sentarme Deva Pravah. Era demasiado, lo reconozco.
Como es de imaginar, en muy poco tiempo para muchos me ha-
ba convertido en el hazmerrer de Buenos Aires. Aprend que todo
tiene un lmite y que hay cosas que a esta sociedad triste y malhu-
morada le resulta difcil asimilar.
Algunos queridos colegas hoy en da convencidos difusores de
Osho me preguntaban con sorna: Y, cmo te est yendo con tus
meditaciones?. En aquellos tiempos eso me lastimaba.
Me vean cada vez ms loco, confieso que yo tambin. Pero algn
precio hay que pagar. La verdad era que me estaba yendo cada vez
mejor con las meditaciones. Y con discrecin ya estaba haciendo los
preparativos para viajar a los EE.UU, a visitar a mi Maestro en su co-
munidad, la que ahora senta como mi propia comunidad sannyasin.

Rajneeshpuram
En los primeros das de febrero de 1984 viaj a los Estados Unidos.
Aun con limitaciones en el idioma me lanc a la aventura. Lleva-
ba una visa por tres meses, un pasaje abierto por un ao, y un cora-
zn abierto de par en par por tiempo indefinido.
Mi primer destino sera Seattle, donde viva una sannyasin ar-
gentina que haba conocido en Buenos Aires. Ella se haba ofrecido
amorosamente a ponerme al tanto sobre la vida en Rajneeshpuram,
el Rancho, como se nombraba a la Comuna y que ella tan bien
conoca.
Cientos de sannyasins vivan en Seattle organizados en pequeas
comunidades de entre quince y veinte personas, en residencias que
arrendaban entre todos. El objetivo era que los de escasos recursos
pudieran trabajar, reunir algn dinero e intentar resolver los proble-

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mas de residencia, ya que en su mayora eran europeos, japoneses o


australianos; y pasar en el Rancho el mayor tiempo posible. Duran-
te tres semanas viv en una de ellas.
En estas pequeas comunidades se intentaba reproducir la vida
del ashram. No slo se compartan los gastos y los trabajos, sino que
el da comenzaba con la tradicional meditacin dinmica y conti-
nuaba con las otras meditaciones, que en horarios estipulados se
practicaban en el Rancho. A la noche veamos algn video de Osho.
Yo pasaba la mayor parte del da en la biblioteca pblica estu-
diando ingls. Tambin sala a correr en las heladas maanas por los
parques de esa hermosa ciudad.
Finalmente lleg el da de ir al Rancho. Un pequeo grupo de mi
residencia haba organizado pasar un fin de semana en la comuna y
yo me sum con todo mi equipaje, mis sueos y mis expectativas. Mi
decisin era quedarme el mayor tiempo posible y consumar la expe-
riencia para la que haba viajado.
Saba que tena en mi contra el insuficiente dominio del ingls y
las limitaciones econmicas. Vivir en el Rancho era hacerlo en el
contexto econmico de los Estados Unidos; para un profesional ar-
gentino de clase media, como era yo, significaba un gran esfuerzo.
Pero tena a mi favor una importante clave para el xito. La llave
maestra para salir del mayor peligro que poda acecharme, que era
mi propia mente, sus prejuicios, temores y los fuertes condiciona-
mientos culturales que arrastraba.
Para evitar caer en esa trampa, meditaba, y as me aseguraba de se-
guir slo los dictados de mi corazn, que tan bien aprend a reconocer.
Me mantuve firmemente anclado en esa posicin del soltar y de-
jarme ir, letting go, como aprend a decir.
Me senta agradecido a m mismo, me amaba, lo digo sin pudor,
por permitirme hacer esta hermosa y audaz experiencia.
Llegu al Rancho poco antes del medioda, y enseguida pas
por un complicado trmite de admisin que estuvo a cargo del
swami Anshumali*, otro argentino errante con quien nos hicimos

* En la tradicin sannyasin el varn es swami y la mujer, ma.

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Osho

muy amigos.
Revisaron hasta el ltimo rincn de mis valijas por si acaso hu-
biera tenido la fantasiosa idea de traer conmigo alguna clase de dro-
ga o un arma, lo que estaba terminantemente prohibido.
El paso siguiente consisti en intercalar en mi mala, que siempre
se llevaba a la vista, dos cuentas blancas y de mayor tamao indica-
tivas para todo el mundo que todava no haba pasado el test del VIH.
Se vivan los tiempos de comienzos del sida y la comuna extremaba
los recaudos, ya que con la gran afluencia de personas del mundo
entero que llegaba todos los das, los riesgos eran grandes.
Una vez que se comprob que era VIH negativo, por los estudios
de laboratorio de Pitgoras, la clnica de la comuna, me explicaron
con gran sentido del humor que estaba prohibido besar, comer del
mismo plato y que el uso de preservativos y guantes de plstico pa-
ra las relaciones sexuales era obligatorio. Todava no se saba que el
virus no se transmite por la saliva, y esta temible enfermedad ya es-
taba haciendo estragos en los Estados Unidos.
El siguiente paso fue elegir alojamiento segn mis preferencias y
el dinero que quera gastar. Haba una amplia escala que inclua para
las personas muy pudientes el lujoso hotel Rajneesh de cinco estre-
llas, y para los ms modestos, como era mi caso, confortables habita-
ciones compartidas, que incluan en su precio la comida, el lavado de
la ropa y el transporte interno necesario para desplazarse por el lugar,
dadas las grandes distancias entre los distintos grupos habitacionales.
En sus ms de veinticinco mil hectreas de extensin, el Rancho
contaba con un precioso lago artificial y un aeropuerto con sus pro-
pios aviones, piloteados por sannyasins, que volaban a Portland y
otras ciudades aledaas.
En los campos se cultivaban los cereales que se consuman, y
las vacas y gallinas provean de leche y huevos; la alimentacin
era vegetariana.
Por la tarde de ese mismo da fui a la universidad donde tendra
una entrevista con Ma Maitri, que era terapeuta. Con ella podramos
evaluar los distintos programas y otras alternativas posibles y elegir
lo ms apropiado. Pude observar que ponan gran cuidado en selec-
cionar aquellas que me permitieran utilizar tiempo y dinero del mo-

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do ms provechoso.
Para facilitarme al mximo las cosas, en ese mismo momento
me presentaron a Ma Gramya, una antigua sannyasin argentina re-
sidente en la comunidad, y que, a partir de ese momento, ya no se
separara de m, para traducirme y ayudarme en todas mis dificul-
tades. Gramya, con quien aos despus volveramos a encontrar-
nos en Poona, fue en todo el tiempo que viv en el Rancho mi ngel
guardin. Volver a hablar sobre ella.
Con Maitri acordamos de inmediato que esta primera visita a
Rajneeshpuram la dedicara fundamentalmente a trabajar en m mis-
mo participando de los diferentes grupos teraputicos que la uni-
versidad dispona para esa finalidad.
Se confirmaba as que haba llegado al lugar apropiado. Era la
motivacin principal que me haba llevado hasta all: la necesidad de
comprometerme con un trabajo profundo de sanacin, como lo ha-
ba percibido claramente en aquel bendito seminario con Nana.
Hasta ese momento, Osho todava no ocupaba el centro de mi
atencin, pero yo senta su fuerte presencia en cada sannyasin.

El trabajo teraputico
No era que antes no hubiera trabajado en m mismo. Lo haba hecho
con toda seriedad y en diferentes contextos. Por lo pronto, incluso
antes de iniciar mi formacin en el psicoanlisis, integr durante dos
aos un grupo teraputico con esa orientacin, la ms prestigiada y
confiable para muchos de nosotros en aquel ao de 1958.
En cuanto me fue posible afrontarlo econmicamente, inici mi
anlisis individual. Sostuve esa experiencia durante siete aos, con
cuatro sesiones por semana, con un psicoanalista reputado de serio
y ortodoxo como era lo conveniente. Con grandes dificultades eco-
nmicas haba persistido en esa experiencia hasta que qued razona-
blemente cerrada, algo as como que fui dado de alta. En realidad, la
intencin era continuar de inmediato con el llamado anlisis didc-
tico, ya que acababa de aprobar las entrevistas de admisin en la
Asociacin Psicoanaltica Argentina.
Sin embargo, lo que verdaderamente ocurri, y de paso recorde-

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Osho

mos un poco de historia argentina, fue la tremenda y apasionante


revolucin poltica, social y cultural que sacudi al pas y culmin
con el regreso de Pern. Gran cisma en la Asociacin Psicoanalti-
ca, con su histrica fractura, de la que resultaron los grupos Plata-
forma y Documento.
Tras un profundo sinceramiento ideolgico procesado con un
grupo de compaeros, romp definitivamente con el psicoanlisis,
tomando compromiso de militancia poltica para colaborar, desde
mi nuevo rol de trabajador de la salud mental, en la construccin de
la Comunidad Organizada, la ms hermosa utopa con la que so
Pern y que ejerci en m una atraccin irresistible. Con su muerte,
la notoria y malvada traicin a sus sueos, y habiendo salvado la vi-
da por milagro, arruinado y maltrecho, decid alejarme definitiva-
mente de la actividad poltica.
Mi familia sufri mucho con todo eso.
Cuando termin de recoger los restos de ese naufragio, retorn
por ayuda y clemencia a mis viejos amigos, y los encontr a casi to-
dos dispuestos a darme una mano. Y no slo eso, la existencia mis-
ma me aguardaba con una agradable sorpresa, un verdadero regalo:
la terapia guestltica de Fritz Perls y el estupendo grupo humano
que se haba conformado para conocerla y practicarla, los nuevos
amigos que an hoy conservo.

Mi experiencia con el psicoanlisis


Retomando el hilo, no era que no hubiera trabajado antes por mi sa-
lud mental, que hubiera rehuido indagar en mi inconsciente, la ex-
ploracin de mi mundo interno.
Nunca tem aventurarme en los vericuetos de mi mente. Lo hice.
Pero no estara siendo honesto si ahora lo callo: confieso que esos
aos de psicoanlisis fueron lo ms estpido que hice en mi vida, la
experiencia ms inspida que puedo recordar.
En esto me equivoqu fiero, debo admitirlo. Tal vez no di con la
persona adecuada. Correcto y honesto, pero emocionalmente inma-
duro. Conoca el psicoanlisis de la a la z, pero no la vida. Pasa el
tiempo y sigo sintindome defraudado. Le dediqu preciosos aos y

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mucho dinero, ya que inverta ms de la mitad de lo que ganaba en


sostener esa experiencia. Fue tan pobre y limitada como el enuncia-
do terico que la resuma: una confrontacin entre dos aparatos ps-
quicos, algo bien diferente, por cierto, de un encuentro humano, en-
tre dos personas. ramos realmente dos aparatos. O un tomate
estudiando la mente de otro tomate; qu podra salir de eso?
La gestalt de Fritz Perls que aprend con Nana y con otros amigos
me enriqueci mucho ms. Termin de liberarme del psicoanlisis,
y me puso de nuevo en el camino devolvindome la mirada que ne-
cesitaba. Le debo mucho a los terapeutas que me lo acercaron.
En gestalt se trata del darse cuenta y de cmo uno puede explorar,
expandir y profundizar su capacidad de darse cuenta.
Y qu es en definitiva este darse cuenta?
No es otra cosa que la capacidad de la conciencia. Por eso se la
utilizaba en muchos grupos teraputicos del Rancho.
En gestalt se trabaja con la conciencia y la responsabilidad que
conlleva la construccin de nuestra propia vida, cada uno de la su-
ya, para poder contribuir en la del mundo que compartimos.

El trabajo en el Rancho
En la RIMU, Rajneesh International Meditation University, se traba-
jaba duro, y yo lo hice. Pero los niveles de complejidad de las expe-
riencias y nuestras posibilidades psicolgicas y fsicas seran toma-
dos en cuenta y adecuadamente evaluados.
Todos estos grupos requeran la prctica de las meditaciones, di-
nmica de 6 a 7 y kundalini de 17.30 a 18.30
Como primer grupo para m se me sugiri Sound and Silence,
de tres das de duracin. Lo diriga Sw Theerza, un terapeuta ingls
que al conocer a Osho no dud en hacerse sannyasin. Con diferen-
tes formas de estimulacin sensorial, este grupo induca un paulati-
no y profundo despertar de los sentidos y luego, poco a poco, se nos
iba llevando a la focalizacin de la atencin y la presencia del testi-
go interior como en la meditacin Vipassana.
A este grupo le sigui Breath, Energy, Ecstasy, donde empeza-
mos a trabajar fuerte con la respiracin como en los pranayamas del

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Osho

yoga. El objetivo era activar al mximo la energa vital y aprender a


llevarla hacia arriba, a los planos de conciencia superiores. Con ver-
daderos expertos como terapeutas, las primeras vivencias extticas
no se hicieron esperar.
Al otro da de terminar un grupo comenzaba el siguiente. No ha-
ba tiempo que perder y, por el contrario, mucho trabajo por hacer.
A continuacin hice Awareness Intensive, en el que ya empec
a echar las tripas para afuera. Mediante el empleo de tcnicas fuer-
temente regresivas como son la hiperventilacin, la bioenergtica y
otras cuya procedencia nunca pude reconocer (siendo muchas de
ellas creaciones de los propios terapeutas del Rancho), simplemente
termin renunciando a toda resistencia u oposicin, irracional, de-
jando al desnudo mis condicionamientos culturales, toda esa basura
aprendida, en los que tomaba asidero el personaje de Hugo Dopa-
so que equivocadamente crea ser, y empec a tener vislumbres de
mi verdadera identidad.
Asimismo, los traumas psicolgicos ms profundos salan a la luz.

Yo crea tener resuelta definitivamente la conflictiva con mis pa-


dres, despus de haberla trabajado durante tanto tiempo y en dife-
rentes contextos. Senta que estaba en paz con ellos, y haba podi-
do despedirme sin resentimiento cuando murieron. Fue lo que le
dije a Ma Sudha, la terapeuta que diriga ese grupo. Ella se limit a
sonrer entre incrdula y divertida.
Por eso fue una verdadera sorpresa cuando una noche, en una se-
sin complementaria realizada despus de la cena y casi en el filo del
total agotamiento fsico y psquico, hicimos una sesin de terapia
primal, en la que volv a ser un nio de dos aos, parado en mi cu-
na, tomado de la baranda y llamando a mi mam, gritando y lloran-
do desesperadamente.
Slo pude parar de llorar cuando una de las terapeutas (iban de
uno a otro consolando a tantos nios llorando, gritando y patalean-
do, ya que ramos ms de cincuenta), me abraz y consol hasta
que me tranquilic, dejndome de regalo un osito de peluche ama-
rillo que retuve conmigo hasta que termin el grupo. Quiero con-
tarles que las tres noches siguientes dorm fuertemente abrazado

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As en la vida como en la muerte

a mi oso.
Era muy conmovedor compartir estos grupos con otras personas
de diferentes culturas trabajando situaciones similares.
Y resultaba tremendamente alentador contar con terapeutas tan
capaces, como que fueron entrenados por el propio Osho, en quie-
nes se poda confiar en forma incondicional.
Ellos estaban siempre dispuestos a ayudarnos a trabajar lo que
fuera necesario, sin ninguna clase de limitaciones, incluyendo las
perversiones ms siniestras que ser humano alguno pudiera abrigar
en su mente. Pude comprobarlo.
La mayora de nosotros sentamos que una oportunidad as no era
como para dejarla pasar, y nos dbamos vuelta como un guante pa-
ra dejar bien limpio nuestro interior.

Cruzando la frontera
Por ltimo, como para ir cerrando este relato, aun cuando tendra
material para escribir otro libro slo con estas experiencias, mencio-
nar un grupo de encuentro de cinco das en el que nos dimos cita
ms de cincuenta personas, coordinado por Sw Rhasen, uno de los
terapeutas ms famosos del Rancho, alguien muy querido y a la vez
temido porque era insobornable.
Das antes nos haban dado por escrito las instrucciones para es-
te grupo, que se hara en convivencia.
Adems, al dejar el saln luego de cada sesin para hacer las me-
ditaciones e ir al comedor, todos nos pondramos un botn donde se
lea In Silence: no estaba permitido hablar, aun entre nosotros,
fuera del saln y durante los cinco das.
Al comenzar el grupo el primer da, sentados en crculo sobre
nuestros almohadones en el piso del luminoso y confortable saln,
Rhasen nos mir a todos, uno por uno, con sus ojos celestes de un
mirar muy profundo y dijo: La consigna de este grupo es muy sen-
cilla, slo sean autnticos, sean verdaderos. Despus guard silen-
cio por mucho rato observando, entre divertido y curioso, cmo po-
namos en marcha el experimento que as se iniciaba.
Tenamos total libertad para hacer o decir lo que quisiramos,

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Osho

pero tambin la responsabilidad absoluta de eso que decamos y


hacamos, y una consigna clara y simple a la cual atenernos: ser au-
tntico o al menos, intentarlo aunque sintiramos que en ello se
nos iba la vida y lo que creamos que era nuestra identidad. Fue el
grupo ms fuerte en el que particip.
De hecho, durante su desarrollo, en un momento enloquec.
Quiero decir que pas un buen rato fuera de la realidad convencio-
nal. Cruc la frontera.
Durante ese tiempo perd la nocin de quin era y qu haca en ese
lugar. Me perd completamente. Crea estar en un manicomio lleno de
locos que iban y venan, y guardias que, con discrecin, nos vigilaban.
En medio del silencio de una meditacin me par y empec a hablar
a los gritos. Nunca supe los disparates que dije en espaol. La respues-
ta de los terapeutas responsables de la experiencia y consecuentemen-
te la del resto del grupo fue inslita: no hicieron absolutamente nada.
Nadie pareca inquietarse de que yo pudiera estar en alguna cla-
se de problema. La suposicin que ellos hicieron y slo me contaron
cuando al cabo de un rato me recuper y volv a ponerme razonable
fue; Pravah se las va a arreglar para encontrar el camino de vuelta a
casa, eso fue lo que comentaron risueos entre ellos. Me conocan
de grupos anteriores. Confiaron en que cualquiera fuera la expe-
riencia que estaba atravesando, podra manejarla.
Nunca hubieran permitido que yo me hiciera dao o lo hiciera a
otros.
La genial intuicin de estos terapeutas que no se asustaron del
trance por el que estaba pasando result ser la clave para mi auto-
contencin, ya que el hecho de que se me permitiera hacer lo nico
que en ese momento poda, me tranquiliz, me devolvi la confian-
za y la seguridad, la paz y la razn.
Con esta experiencia, de ms est decir, me liber para siempre
del miedo a la locura, la ma y la ajena.
Con infinita gratitud hacia todos ellos comparto este relato.

Una difcil decisin


Entre el 17 y el 21 de marzo de 1985 se celebr en Rajneeshpuram

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As en la vida como en la muerte

Enlightenment Day, el da de la iluminacin de Osho.


Fueron cinco das maravillosos de meditacin y celebracin.
El 21 habra satsang por la maana y darshan por la noche, en-
cuentros con la presencia del Maestro.
Para esos das se esperaba superar en dos o tres veces la cantidad
de personas que en ese momento vivamos en el Rancho. Y as fue.
Sin embargo, gracias a la formidable capacidad organizativa de los
responsables de la comuna, en su mayora alemanes, estadouniden-
ses y mujeres, todo iba a ser alegra, y los miles de sannyasins que
llegaban del mundo entero encontraran que se los estaba esperando
con amor y todas las comodidades que necesitaban.
Por mi parte, continuaba con mis grupos. Slo que las elecciones
eran cada vez ms difciles, ya que mi tiempo se acortaba.
Qu explorara a continuacin: mis vidas pasadas o mi sexuali-
dad ms temprana en un grupo de tantra yoga?
Felizmente, a esa altura de mi experiencia en la universidad des-
cubra que algunos grupos incluan uno o dos das de trabajo con
otros temas que tambin me interesaba explorar.
Pero los das previstos en mi visa se iban consumiendo de un
modo alarmante. En el mirdad, la recepcin, me lo recordaron.
El da en que venciera mi visa yo tendra que estar fuera del Ran-
cho. Ningn sannyasin poda permanecer un solo da con su vi-
sa vencida.
Haba que irse. Lo que uno hiciera afuera era problema y respon-
sabilidad personal de cada uno.
Superados los miedos al desarraigo y los apegos, comprenda que
ya no era Hugo Dopaso quien tendra que decidir los pasos a seguir,
ahora era el Sw Deva Pravah quien deba hacerlo.
Gozaba de la mayor libertad de conciencia que jams sent tener
para tomar la decisin correcta para m. se era mi problema.
En realidad mi nico problema, ya que el econmico y el de la vi-
sa eran solucionables.
Entonces, qu hacer?
Casarme con mi amiga estadounidense, tal como amorosa y de-
sinteresadamente me lo haba ofrecido, para resolver as el tema de
la visa y aceptar el igualmente desinteresado ofrecimiento de apoyo

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Osho

econmico de quien poda hacerlo con holgura hasta que yo pudie-


ra arreglarme, o la otra alternativa: regresar a la Argentina a cerrar
mis asuntos inconclusos?

Querida Gramya:
Espero que ests bien. Aprovecho esta oportunidad pa-
ra agradecerte, ya que no recuerdo si alguna vez lo hice,
esos ltimos das que pasamos juntos en el Rancho como
Krishna y Arjuna, los eternos personajes del Bhagavad
Gita.
Vos eras Krishna, por supuesto, y con mucho amor y una
gran sabidura me explicabas claramente los riesgos que
corra si regresaba al mundo exterior, al afuera, a la socie-
dad que slo me esperaba para volver a tragarme, para vol-
ver a intentar reconvertirme en Hugo Dopaso.
Cunta razn tenas, querida amiga.
Sin embargo, mi corazn no hubiera estado liviano sin
regresar a la Argentina para terminar de cerrar mis asun-
tos inconclusos, en especial los familiares, y entre ellos la
inesperada muerte de mi querido hermano. l me necesit
a su lado. En realidad, stos eran los nicos asuntos que me
importaba cerrar bien.
Y eso fue lo que hice, slo que, nterin, ambos lo sobre-
llevamos, vino la gran ola que barri con el Rancho, lle-
vndose todo aquello que con tanto amor y esfuerzo se es-
taba construyendo.
Felizmente, por milagro, Osho salvara su vida.
Y luego vendra nuevamente Poona, no sin antes tener
que soportar esa penosa peregrinacin por un mundo hos-
til que aviesamente le negaba a un verdadero Maestro su
lugar de residencia.
Qu lindo fue, querida Gramya, cuando por fin vol-
vimos a abrazarnos en Poona, cuando yo pude regresar
para estar all con todos ustedes, mis verdaderos her-
manos, y esta vez por tiempo indefinido... y junto al
amado Maestro!

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As en la vida como en la muerte

El momento sublime
El satsang se realiz en la helada maana del 21 de marzo, el da de
su iluminacin.
Osho, con su tnica blanca, bello e imponente, entr al mandir don-
de miles de discpulos suyos lo esperbamos en total recogimiento.
La tibia luz del sol inundaba el imponente saln de paredes vi-
driadas iluminando rostros emocionados en anhelante espera.
Juntas sus manos en namast, el tradicional saludo hind, se pa-
r frente a nosotros y pase lentamente su dulce mirada por el es-
pacioso lugar. Generosamente, prolong ese momento que nos per-
mita verlo en cuerpo entero.
Luego, con movimientos suaves se sent en su silln en el centro
del estrado.
Su mano derecha se apoyaba delicadamente sobre la izquierda, y
ambas sobre su regazo. Lentamente elev la pierna izquierda hasta
cruzarla sobre la derecha, dejando al descubierto su divino pie. Ali-
s su larga y blanca barba, que le confera un aspecto magnfico.
Sonrea.
Por ltimo cerr los ojos, y al poco rato entr en samadhi.
Era un encuentro en silencio entre el maestro iluminado y sus
discpulos.
Un momento inefable.
Slo se oa la msica de celebracin especialmente compuesta pa-
ra ese da, tocada en vivo por los discpulos.
Sentado frente a l, separado por unas pocas filas, imaginaba que
lo acariciaba.
En algn momento cerr los ojos y empec a sentir que mi cora-
zn se abra como una magnolia para recibir el amor que descenda
desde mi Maestro. Llor mucho de una dicha incontenible.
Si bien uso la palabra amor para describir lo que senta, me es-
toy refiriendo a un sentimiento nico e incomparable, algo total-
mente ajeno a cualquier otra experiencia de relacin humana.
Se trata de una forma de amor sobrenatural.
Frente a Osho era posible sentirlo. Tan extrao fenmeno ocurra
porque l, al entrar en samadhi, se elevaba a espacios de conciencia

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Osho

inconmensurables. En esos momentos acceda a planos divinos, era


Dios, era el Buda.
En cuanto a nosotros, a quienes estbamos compartiendo ese mo-
mento numinoso, nos era dada la posibilidad de ascender con l, que
nos invitaba a los espacios transpersonales ms elevados a los que
cada uno poda acceder.
Aprendamos con l el camino de la iluminacin.
Gracias, amado Maestro.

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CAPTULO 14

India

A los pies del Maestro


No quisiera dejar atrs este captulo sobre Osho sin hacer alguna re-
ferencia a un largo viaje que hice a la India en 1989. La historia que
estoy relatando quedara incompleta si as lo hiciera.
Ese viaje era necesario, absolutamente imprescindible para m.
No sera quien actualmente soy si no lo hubiera realizado.
No me refiero, desde luego, al hecho formal de haber viajado a aquel
pas. Me refiero al otro viaje, al verdaderamente importante, al viaje in-
terior que haba iniciado en el Rancho. Continuarlo era el verdadero
propsito que me haba planteado. Necesitaba estar cerca de Osho, en
la comuna, con otros sannyasins.
Era consciente de que ese trabajo no haba concluido. En reali-
dad, apenas si haba comenzado; todava estaba demasiado lejos de
la meta, suponiendo que hubiera alguna, como para sentarme tran-
quilamente a descansar.
Necesitaba seguir dilucidado en qu camino estaba, adnde condu-
ca. Iluminacin o locura? Es la locura una forma de la iluminacin
o la iluminacin una de las formas de la locura? Cada paso me pareca
confirmar ambas hiptesis. En aquellos aos estas dudas todava eran
legtimas para m, ya que desconoca la existencia de la psicologa
transpersonal. Ken Wilber, Stan Grof, S. Levine, Ram Dass, F. Capra y
otros importantes tericos transpersonales todava me eran ajenos.
De lo que s estaba seguro era que ya no haba ninguna posibili-
dad de retorno. Como cuando se inicia un trabajo de parto: vivo o

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As en la vida como en la muerte

muerto, hay que salir.


Deva Pravah necesitaba afianzarse.
Haba trabajado muy duro en el Rancho y no estaba dispuesto a
tirar todo por la borda.
De ninguna manera iba a renunciar a mis incipientes pero im-
portantes logros.
Estando en la comuna por primera vez en mi vida haba logrado
sentirme como en mi propia casa, en mi verdadero hogar. Haba de-
jado de sentirme un forastero. Se haba roto el crnico maleficio de
separatividad que padeca y que describ anteriormente. Ahora era el
hijo prdigo retornando a casa.
Haba experimentado que slo con el cambio de nombre no se
borran de la mente los condicionamientos culturales, estn muy
arraigados. Cambiar el nombre no borra mgicamente todo lo ad-
quirido a travs de muchos aos.
El trabajo de limpieza deba continuar.
Senta que ya era riesgoso permanecer por mucho tiempo ms en
el mundo occidental de mi cultura de origen, conviviendo con per-
sonas muy queridas pero que no eran mis verdaderos compaeros de
ruta en el camino espiritual que haba iniciado. Slo haba un lugar
en el mundo donde poda continuar con mi trabajo y conoca su di-
reccin: 17 Koregaon Park, Poona, India, la nueva comunidad de
Osho.
Hacia all part con mis dos amigos sannyasins, Veet Ricardo y su
hija Niranjhana, cuando comenzaba 1989.

India me recibe
Mi arribo a Nueva Delhi result desopilante. A poco de poner un pie
en tierra india me vi envuelto en un episodio bochornoso. Fue mi
bautismo de fuego.
Hoy me causa gracia evocarlo.
Por una lamentable ligereza, producto del desconocimiento total
de donde estaba y con la excusa de gastar lo menos posible, segu el
desafortunado consejo de Veet Ricardo: buscar un hotel barato en
Old Delhi, la parte ms vieja y pobre de la ciudad. Fue una torpeza

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India

descomunal.
En un momento, de pronto me encontr solo en medio de una ca-
llejuela, sorprendido por una multitud harapienta, espantosa a ms
no poder, espeluznante, menesterosos profiriendo gritos roncos que
me acosaban con su oferta extravagante de extraas mercancas o in-
sistiendo porfiadamente para recibir alguna limosna. Como si me
hubieran elegido, me abordaban desde todas partes. Como en la
peor de las pesadillas, cara contra cara casi poda percibir su aliento
de fuego. Adultos y nios, hombres y mujeres parecan brotar del
suelo. No haba forma de eludirlos, tironendome se me venan en-
cima y por un momento tem por mi vida.
Sent mucho miedo. Desesperado busqu a mi amigo y dejamos
de prisa ese espantoso lugar.
Al rato, cuando comprob que haba sobrevivido y que estaba
cuerdo me fui tranquilizando. Fue estremecedor. Luego el Sw Veet
Ricardo me explic que toda esa gente grotesca y aterradora, en rea-
lidad, es inofensiva. Al principio, slo mirarlos resulta atemorizante,
se los ve horribles, es cierto, pero son casi absolutamente inofensivos.
Estaba recibiendo la primera de las muchas enseanzas que me dej
la India. Ellos no pretendan asustarme, slo queran que les com-
prara alguna de sus baratijas, ya sea la inofensiva vbora que me mos-
traban destapando hbilmente su canasta, o cualquier chuchera que
tuvieran para vender y que les permitiera subsistir un da ms. Eso
era todo. Lo dems lo pona mi mente prejuiciosa. Si tan slo en ese
momento hubiera podido mirarlos a los ojos!

A partir de este episodio inaugural, el resto del viaje en tren has-


ta Poona continu sin mayores sobresaltos. Por el contrario, todo
fue muy placentero y tremendamente excitante.
Viva deslumbrado.
Visitamos la ciudad de Agra con su imponente Taj Mahal, donde
al entrar se corta el aliento ante tanta belleza. No hay otra forma de
expresar lo que se siente que no sea postrarse.
Y luego vino Benars, la ciudad santa a orillas del Ganges, con sus
famosos crematorios que nunca descansan, restos humanos que pa-
san flotando por el ro como si fueran lotos, mticos gures Jainas,

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As en la vida como en la muerte

meditadores en profundo samadhi y el resto de los personajes de ese


escenario fantstico descrito en infinidad de relatos. Absolutamente
conmovedor.

En un momento en que estaba sentado en una de esas legenda-


rias escalinatas mirando absorto el bao ritual de los indios al ama-
necer, not que algunas personas me miraban con insistencia. Al
principio le rest toda importancia, me pareca natural que un occi-
dental pudiera llamar un poco la atencin. Pero la cosa continuaba
y no slo eso, sino que ahora me miraban y sonrean. De inmediato
di vuelta la cara para comprobar si el asunto era conmigo, y efecti-
vamente lo era: tena la cara de una vaca curiosa mirndome a cin-
co centmetros de la ma.

Poona
El ashram es un oasis en medio de una populosa y tpica ciudad hin-
d. Su existencia es un verdadero milagro inspirado por Osho. Algo
verdaderamente hermoso, construido con mucho amor. A trece aos
de su muerte el ashram no slo perdura, sino que contina crecien-
do, ya que es necesario ampliarlo constantemente. Miles de perso-
nas, nuevos sannyasins en su mayora, lo visitan cada ao.
Por pocas rupias arrend una habitacin en una casona, algo ale-
jada del ashram, dificultad que supl comprando una slida bicicle-
ta inglesa de esas que son tan populares en India. En la casa vivan
tambin otros sannyasins, casi todos europeos, que venan al ashram
por unas pocas semanas.
En mi habitacin tena lo necesario, un colchn de coco sobre el
piso, una silla y una pequea mesa como para escribir alguna carta, un
ropero donde guardaba mi bolso de viaje con la ropa occidental, que
por el clima jams pude usar en India. El nico lujo era un ventilador
de techo para sobrevivir en los das de mucho calor, y el imprescindi-
ble mosquitero. Tambin dispona de un pequeo equipo de msica y
algunos libros.
Por una ventana amplia que daba a un jardn poda ver un rbol
enorme, muy bello, del que me hice amigo. Al atardecer se poblaba

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India

de pjaros. Pero tambin poda tener la grata sorpresa de encontrar-


me con una pareja de monos, sentados muy cmodos en alguna ra-
ma, compartiendo la merienda, comiendo alguna fruta. La armnica
convivencia de los hombres y las bestias es un clsico en la India.
Gastaba slo en lo necesario, lo que me permitira estar tranqui-
lo por un largo tiempo con los ahorros que tena.
Mi rutina consista en ir al ashram casi todos los das bien tem-
prano, hacer las meditaciones que me gustaban, quedarme hasta el
anochecer para el discurso de Osho y luego regresar a casa.
Cuid de no involucrarme con nadie que me significara algn ti-
po de compromiso. Necesitaba estar solo, y vel mi experiencia con
celo.
En esas condiciones me expuse a que me transitaran toda clase
de climas emocionales. Algunos agradables, otros no tanto. Conoc
el ocio absoluto, la inercia total tirado en mi colchn descansando
de vivir, casi sin salir de mi cuarto. Momentos extraos que explo-
raba con suma atencin. Aprend a cuidar esa experiencia con pa-
ciencia y suficiente ternura mientras me mantena muy alerta. Al-
gn tema al que atender no tardaba en presentarse. Me visitaron
todos mis fantasmas.
Como dispona de todo el tiempo, trabajaba con cualquier situa-
cin que apareciera en mi conciencia por irrelevante que pareciera,
y ms de una vez me sorprend llorando involucrado en apasionados
dilogos guestlticos con todo tipo de personajes del pasado. Elabo-
r muchos duelos, incluidos los de mis mascotas infantiles.
Es sorprendente cunto tenemos para limpiar, con cuntos asun-
tos inconclusos cargamos, cuntas heridas sin sanar que todava
duelen esperando la sanacin.
Poda pasar horas enteras absorto sacando minuciosamente las
pelusas de mi ombligo, experimentando la eternidad!
Pero el propio tiempo me mantena atento, como acechando la
presa.
Viva en una suerte de bardo,* suspendido entre dos vidas. La que
haba dejado en Buenos Aires que cada vez se hunda ms en el sub-

* En la tradicin budista: lugar donde se aguarda la prxima encarnacin.

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As en la vida como en la muerte

consciente, y sta, la de estar en India sin involucrarme en ninguna


pelcula, siendo nadie, sin ningn guin o libreto para actuar, como
un actor desocupado.
Experimentaba cmo es simplemente vivir, vivir para nada, slo por
vivir, slo para vivir, sin ninguna tarea, ningn proyecto o propsito,
ningn mapa, nada. Vivir slo experimentando la existencia, por la
simple razn de ya estar en este mundo, ninguna otra. Cerca de Osho.
Por cunto tiempo se puede sostener una situacin as? O es im-
prescindible inventarse alguna zanahoria ms o menos prolijamente
conceptualizada como proyecto de vida y esas cosas, inventarse la
historia de que en realidad vine a este mundo para cumplir una su-
puesta y muy importante misin o tonteras por el estilo a las que
son tan afectos los astrlogos de la nueva era?
Es posible vivir sin hacer proyectos?
Si la respuesta es negativa, y dice que eso es slo vegetar, habr
que responder algunas preguntas: Quin o qu proyecta nuestra vi-
da? Acaso el ego que ni siquiera tiene existencia real, que es una
ilusin?
O son los dems quienes lo hacen, los que tienen distintos pla-
nes de vida para ofrecernos? O lo que es peor, que el pasado deter-
mine la vida futura. Quien ya no es, determinando lo que ser. Me
resultaba ridculo.
En este extrao contexto me percat exhaustivamente de la reali-
dad de mi cuerpo. Experiment quedarme muy quieto por mucho
rato. Tal vez algn psiquiatra hubiera opinado que entraba en episo-
dios catatnicos.
Llev esta situacin al extremo de observar durante das su libre
funcionamiento de aparato psicosomtico.
Qu maravilla!
Quin vive?Yo vivo o es mi cuerpo el que vive, el que est vivo?
Vivo slo porque mi cuerpo vive, o es a la inversa?Puedo vivir sin
mi cuerpo, digamos, por ejemplo, fuera de l? Cmo hace mi cuer-
po para mantenerse vivo? Quin y cmo se cre mi cuerpo? Yo na-
c o naci mi cuerpo? Quin era yo antes de nacer?
Maravilla de maravillas!
Observ atentamente cmo se comunica conmigo y me hace co-

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India

nocer sus necesidades. Cmo se las ingenia para preservarse y man-


tenerse saludable. En todo el tiempo que permanec en la India no
tuve un solo problema fsico. Hacia el final poda tomar el agua de
la canilla sin que me trajera problemas, algo desaconsejado a los
occidentales.
Tom conciencia de que as como respira por su cuenta tambin
se las arregla hbilmente para hacerme atender el resto de sus nece-
sidades, tales como vaciar la vejiga peridicamente, tomar abundan-
te agua para recuperar el lquido que se pierde con el gran calor de
India, y comer para reponer las energas que se consumen.
Me result muy difcil convencerlo de que desista de plantearme
su necesidad de sexo, que dejara de fabricar hormonas. Yo pretenda
estar mucho ms liberado en cuanto a esto. Pero todava no lo esta-
ba. Crea haberlo trascendido, o poco menos, pero se no era el caso.
Atender esas necesidades fsicas me resultaba algo ms complica-
do, ya que requera involucrarme con otras personas. Me causaba
verdadero fastidio tener que salir a merodear en procura de sexo.
Empec a sentirlo un trabajo vil. Ya no estaba interesado como an-
tes. Ya no me diverta tanto, estaba verdaderamente un poco cansa-
do. En realidad, senta que me esclavizaba.
En el Rancho haba aprendido algo sumamente importante acer-
ca de la sexualidad. Osho habl mucho sobre esto, y me convenci
de que yo estaba haciendo algo mal al respecto.
Despus de una prctica sexual sostenida por casi cincuenta aos
me vena a enterar de que lo estaba haciendo mal, muy mal. Cul
era el punto?
Yo slo conoca los niveles fsico y psicolgico del sexo, es decir,
hacerlo con o sin amor, pero desconoca en absoluto su nivel espiri-
tual. Jams haba odo hablar de la filosofa tntrica.
En los templos de Puri y Konarak pueden verse estatuas desnu-
das que copulan. Sin embargo, ni la mente ms lasciva podra reco-
nocer en ellas algo vulgar, pornogrfico, Slo transmiten una pro-
funda paz, un aura de gran serenidad y religiosidad es lo que puede
advertirse en ellas. Sexo y espiritualidad: la comunin de las almas.
Reconocer y experimentar esta dimensin de la sexualidad fue
una de las experiencias ms sublimes que haya experimentado en

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As en la vida como en la muerte

mi vida.
Tambin trabajaba mucho con la mente. Dedicaba horas a ob-
servar sus diferentes estados, pensamientos, imgenes, fantasas; los
estados emocionales y sus trnsitos. En una palabra, medit mucho
tiempo. Las condiciones de vida para un trabajo as eran ptimas.
Incluso, para experimentar con algunas drogas psicodlicas si se
ofreca la oportunidad.
As como en Oregn trabaj intensamente en innumerables grupos,
en India particip de unos pocos. El trabajo ms intenso y prolongado
fue en mi interioridad, en silencio y en total privacidad.
Simplemente no tena necesidad de compartir mi trabajo con na-
die. Ni tena otro testigo que mi propia conciencia. Me gustaba
guiarme por la intuicin para darme cuanta de qu necesidad recla-
maba mi atencin con mayor premura. Poda reconocer claramente
si provena del cuerpo, de la mente o del espritu.

Los regalos de Osho


Un da Osho habl sobre Jess. De pronto record. De nio yo ama-
ba a Jess de un modo especial, me daba cuenta de que senta por l
algo diferente del amor que senta por mi padre, a quien tambin
amaba. No entenda qu me pasaba con Jess, pero lo amaba de un
modo especial. Cuando crec y fui un adulto, comprend que l no
poda haber nacido como lo cuenta la historia en la que como catli-
co deba creer. Si lo haca me senta un idiota, y eso no me agradaba.
Algn respeto por m mismo siempre tuve. Tampoco poda aceptar
que hubiera resucitado, pedirle eso a un cientfico como yo era de-
masiado. Y qu quedaba de Jess si le quitaba todos sus milagros?
Resultaba entonces que era slo un mito. As me fui apartando de l
sintiendo que perda a un gran amigo. Osho aclar mi confusin y
pude recuperar a mi amado Jess.
Jess es Divino, un hijo de Dios; tal vez no sea el nico, pero es
un hijo de Dios. Su cuerpo es humano como el mo, regido por las
mismas leyes. Cul es el problema para aceptar esta simple verdad?
Cul es la necesidad de inventarle un nacimiento diferente?Por
qu su madre deba permanecer virgen? Y cosas por el estilo. De ese

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India

modo tan simple, Osho me devolvi a mi Jess, y yo lo amo por eso.


En poco tiempo volv a conmoverme hasta las lgrimas mirando una
imagen del ser que logr la ms alta realizacin posible.
Conmigo Osho hizo otro tanto. Durante aos gast mis mejores
energas tratando de demostrarme a m mismo y a los dems que me-
reca ser aceptado y querido. Para eso necesitaba disimular quien
verdaderamente era. Senta mucha vergenza de m mismo. Nunca
estaba a la altura de las circunstancias. Cmo se hace para disimu-
lar el resentimiento, la rabia, los celos, la clera irracional, la envi-
dia, los miedos pavorosos al ridculo que hicieron de mis comienzos
en la vida social un verdadero tormento? Cmo vivir el rechazo que
causaba en las chicas de ciertos ambientes porteos un provinciano,
un simple guricito? A quin le reclamaba mi derecho a ser querido
y aceptado?
Tambin mi Maestro me devolvi a m mismo, humanizado. No
te compares con nadie. Sos as, nico, porque la existencia te quiere as.
Dej de pelearte con vos mismo por no ser como otros. No imites, s vos
mismo. Abandon esa estupidez. Dios te cre as porque te quiere y te ne-
cesita as. Respet esto. Dios te ama as como sos. Te regal ese cuerpo
humano que tiene sexualidad para que te diviertas con l y lo celebres, no
lo conviertas en una condena. Disfrut tu sexualidad. Nunca la reprimas.
En su momento podrs trascenderla. Tan slo esto le debes a Dios.
Yo lo acept y eso me liber. Qu ms se puede necesitar para
caer a sus pies?

La iluminacin, esa bella locura


Una etapa necesaria de ese camino consisti en cerrar definitiva-
mente mi historia pasada. Hugo Dopaso, que personificaba todo lo
viejo, tena que terminar de morir para darle paso a Deva Pravah, lo
nuevo que necesitaba afianzarse y crecer.
Este trabajo de morir al pasado para poder renacer me demand
mucho tiempo y no pocas crisis.
Para desarrollar confianza en el proceso en el que estaba, era cru-
cial comprobar si algo as, tan audaz, era posible para m.
Yo no quera una nueva vida en el sentido usual de la expresin,

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As en la vida como en la muerte

yo quera para m una vida diferente, lo que es muy distinto.


Cerrar esa vida pasada no consista, por lo tanto, en la estpida
idea de intentar olvidarme de quien fui y de lo que hice. Todo lo con-
trario. Consista en que lo pasado dejara de determinar mi presente
para poder elegir un verdadero futuro. De no lograrlo, mi vida con-
tinuara siendo una repeticin de ese pasado. Yo no quera ese pobre
destino de cucaracha para m. No porque mi vida anterior hubiera
sido mala, ya que no lo fue, sino slo porque formaba parte del pa-
sado, ya la haba vivido, consumado.
Era necesario tener muy presente lo que haba hecho antes y cmo
lo haba hecho, justamente para no volver a repetirlo ciegamente.
Esto implicaba una profunda revisin de lo que fue mi vida pasa-
da. Y de quien fue su protagonista: Hugo Dopaso.
Con este nombre, el que me dieron mis padres, haba construido
durante cincuenta aos una linda vida, con una familia, con muchas
cosas valiosas y rescatables que amaba. Con desaciertos pero tam-
bin con logros. Pero aunque la pasaba bien, senta mi vida vaca,
me senta insatisfecho, decididamente no era feliz. Eso era notorio
hasta para mi propia familia. Ellos pudieron pensar, equivocada-
mente, que no los quera y sufrieron injustamente. Nada ms errado
que eso. Pero el amor al Maestro es superior al amor a la propia fa-
milia; es inevitable que sea as. Y ste era el verdadero fondo de la
cuestin. Pero yo no lo poda explicar porque todava no era del to-
do consciente de lo que estaba operando en m, dentro de m.
Como Deva Pravah, el nombre con el que me inici mi Maestro
en el camino espiritual, tena la oportunidad de intentar una nueva
vida.
Cmo poda desaprovechar una oportunidad as? Cmo no ha-
cerlo a los cincuenta aos, cuando empezaba a ver, alarmado, que el
hilo del carretel se iba terminando?
Pero esta nueva historia no poda tener continuidad con la ante-
rior. Deva Pravah no poda ser la continuacin de Hugo Dopaso con
otro nombre. No puede serlo porque pertenece a un linaje diferente.
Entre ambas vidas hay un quiebre.
El reto era peligroso y no ofreca garantas.
Conoca el camino pero eso no era suficiente, ahora haba que

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transitarlo.
Yo admiraba a Osho por la audacia de la propuesta que me haca,
por su coraje, pero por momentos poda darme perfecta cuenta de
que estaba loco, completamente loco. O iluminado, lo que para m
era casi lo mismo. Cmo puede alguien que no est iluminado sa-
ber si otro ser lo est?
l permanece situado en una visin de la realidad diferente de la
convencional, de la normal. No es eso acaso lo que hacen los locos?
Su bendita locura lo haba llevado a la cima de la montaa desde
donde nos hablaba a todos. Y ah estaba l, solo, completamente so-
lo, invitndonos a subir y contemplar el paisaje luminoso que vea.
Y apenado cuando nosotros slo veamos su dedo sealando, en
lugar de la hermosa luna que nos mostraba.
Me daba temor reconocer que esa locura me atraa tanto. Hasta
que me di cuenta de que la suya no era otra que mi propia locura,
que tan secretamente preserv durante aos, porque tanto le tema.
Mi admiracin por Osho derivaba de su coraje para ser autntico.
Haba llegado a la cima y al ver la luz empez a anunciarlo. Mi pro-
pia locura reposaba impoluta en los planos ms elevados de mi ser.
Y qu vea Osho desde la cumbre de la montaa?
Cualquiera puede saberlo porque lo dice en todos sus discursos y
stos fueron grabados y luego publicados en todos los idiomas. Si uno
quiere saber lo que l dice puede tomar cualquiera de esos libros.
Desde luego, eso slo no alcanza para lograr alguna transforma-
cin. Uno puede pasarse toda la vida escuchando a Osho. Es muy
agradable escucharlo, su decir es encantador y tiene un gran sentido
del humor. Sus chistes son famosos. Pero eso slo no es suficiente
para lograr algn cambio significativo. Conocer el camino es el pri-
mer paso, pero para llegar a la meta luego hay que recorrerlo. Nun-
ca nadie va a iluminarse leyendo a Osho ni a ningn otro Maestro
sentado en el silln favorito del living de su casa. La luz est en la
cima, en el valle no puede haber otra cosa que penumbras. Partici-
par de esa luz requiere subir la montaa. Hay que animarse a hacer-
lo, tener suficiente coraje para escalar.

Muy cerca de cumplir un ao viviendo en Poona, un da sent que

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haba llegado el momento de emprender el retorno. La decisin se


fue gestando en mi interior sin casi percibirlo. En realidad, dira que
no fue mi decisin. Cuando se hizo consciente, simplemente arm
mi bolso y emprend el regreso.
Me gustara compartir este momento con cierto detalle en el ca-
ptulo siguiente.

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CAPTULO 15

El retorno

El ao llegaba a su fin.
Una maana de comienzos de noviembre sent al despertarme
una cierta pesadez en la cabeza, como de resaca, y en el cuerpo un
gran cansancio. Era obvio que no haba dormido bien. Recordaba
haberme despertado varias veces.
Aclaro que soy de los que creen que la cocina del inconsciente
trabaja activamente durante la noche. Lo he comprobado a menudo.
Barajando alguna otra alternativa razonable conclu que, efectiva-
mente, algo se haba ido elaborando esa noche.
La ducha fra mejor la sensacin de pesadez.
Me haba propuesto hacer la meditacin dinmica, que demanda
un considerable esfuerzo fsico.
Viendo por la ventana de mi cuarto un cielo gris terroso mientras
me vesta para salir, repar en que todava no haba escuchado true-
nos esa maana. Me alegr pensar que quiz los monzones se esta-
ran apaciguando. Era la poca en que soplan esos fuertes vientos del
ndico que traen, durante dos meses, lluvias torrenciales todos los
das. Son tpicos de esa zona. El silencio del cielo auguraba que las
lluvias comenzaran a amainar. Para m era un alivio.
Baj a desayunar, pero record que para la meditacin dinmica
es conveniente estar con el estmago vaco.
Previendo algn chaparrn desist de ir al ashram en bicicleta.
Un riksho me llevara por slo cinco o seis rupias. Incluso si a esa
hora algn otro sannyasin de la casa iba para el ashram podramos
compartir el costo del viaje.

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Es el ms popular y barato de los medios de transporte en India.


Son unas motonetas cubiertas que traccionan un carrito cerrado,
donde pueden llevar hasta tres personas. A los indios, que son hbi-
les manejando, les encanta ir muy rpido con esos vehculos destar-
talados en medio de un trnsito infernal.
Slow, baba... slow, era la splica que, aunque inoperante, haba
que repetir una y otra vez a los choferes durante todo el trayecto pa-
ra no llegar con el corazn en la boca.
Algunos son traccionados por una simple bicicleta, lo que impli-
ca un esfuerzo formidable para quien pedalea.
Recordaba haberlos utilizados en Benars, y que, mientras piadosa
o tontamente me llenaba de culpa viendo el esfuerzo fenomenal que
haca ese hombre moreno y enjuto, l, mirando hacia atrs de tanto en
tanto, me regalaba una hermosa y blanca sonrisa de gratitud porque le
estaba permitiendo ganarse unas rupias que tanto necesitaba.
Despus de la dinmica me sent mejor y con buen apetito fui a
desayunar.
Cruc saludos con un par de amigos y fui a sentarme a descansar
en uno de mis rincones favoritos del ashram, a la sombra de un r-
bol gigantesco que prodigaba su sombra hacia el fondo del jardn.
Era muy acogedor para momentos especiales como el de ese da, en
que prefera estar solo en mi refugio, mi templo privado.
Por una regla implcita, cuando la necesidad de estar solo es ob-
via, por ejemplo, por el lugar en que uno elige estar, es seguro que
ser respetada.
El silencio es algo sagrado en un ashram.
Ya en el lugar elegido me sent a meditar.
Para ello primero llevaba la atencin a la respiracin por un rato.
Luego abra el espectro de mis percepciones a las sensaciones corpo-
rales recorriendo todo mi cuerpo desde la cabeza a los pies, descen-
diendo por la parte de adelante, subiendo luego por la posterior, y por
ltimo, tambin muy lentamente, registraba pensamientos, estados
anmicos y otras sensaciones que se presentaran en la pantalla de la
conciencia.
Focalizaba y concentraba la atencin procurando la mayor ecua-
nimidad, es decir, sin reaccionar con atracciones o rechazos. Un pen-

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El retorno

samiento tomaba forma, y sin forzar, observaba su comportamiento.


Algunos se esfumaban en pocos segundos, otros, en cambio, parecan
solicitar mi atencin por ms tiempo. Incluso traan aparejada algu-
na repercusin emocional, como si vinieran con msica de fondo.
Practicando con dedicacin y paciencia se logra esa forma peculiar
de estar con uno mismo que es meditar.
As, en este estado, sorpresivamente, ese da del mes de noviem-
bre apareci en mi mente un extrao pensamiento.
Es suficiente, qu tal si empezamos a pensar en el retorno?
Qued anonadado. Un cosquilleo recorri mi espalda y tuve que
resistir el impulso de interrumpir la meditacin.
Volv a poner toda mi atencin en la respiracin y pude relajarme
para continuar. Un segundo pensamiento lo reforz a continuacin
y casi podra decir que me sobresalt por su fuerza y nitidez.
Un trabajo te espera. Lleg el tiempo de empezar a ocuparte de
otros temas.
Una fuerte emocin me inundaba.
Espontneamente cruc los brazos sobre el pecho e inclin la ca-
beza en total recogimiento. Muy pronto, las lgrimas me corran por
la cara.
S, mi Seor pronunci para mis adentros en actitud de acep-
tacin.
Cuando me sobrepuse, respir hondo y abr los ojos, sabiendo
que ya tena tema para trabajar durante el resto del da, o ms pro-
bablemente, los das siguientes.
Despus de un rato asoci esto que emergi as en la concien-
cia con lo que se haba estado gestando en el subconsciente du-
rante la noche. La ocurrencia, que convalidaba mi hiptesis, me
hizo sonrer.

Haba pasado casi un ao de mi llegada al ashram, y a decir ver-


dad senta que la experiencia de autoindagacin y autoconocimien-
to en la que estuve empeado de algn modo empezaba a agotarse.
Acaso no era esto una clara manifestacin de la ley de la im-
permanencia de todas las cosas? Todo lo que tuvo un comienzo
tiene un fin.

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Trat de observar cmo me senta, qu respondan mi corazn y


mi mente a esa propuesta de procedencia ignota.
Encontr una profunda aceptacin.
No fue necesaria ninguna otra aclaracin, mi trabajo no podra
ser otro que aquel para el que casi inadvertidamente me haba esta-
do preparando durante todo ese tiempo: acompaar a pacientes ter-
minales, ayudarlos en el final de la vida.
En cuestin de minutos, se haba anunciado un giro radical en mi
vida.
En algn lugar, un trabajo esperaba por m. Un trabajo que haba
estado esperando pacientemente que yo estuviera en condiciones de
realizarlo. Un trabajo que esper un ao sin interferirme ni apurar-
me, respetando mi necesidad, mi disposicin y mis tiempos.
S, decididamente, ya estaba disponible para ocuparme de eso.
Con todo lo que implicara. Ms an, me sent feliz. Porque para m
sa era una buena nueva.
Yo estaba dispuesto a continuar indefinidamente con la experien-
cia en la que estaba, pero permaneca atento a las seales que, como
en este caso, indicaran su fin.
Era un giro del timn que, una vez ms, cambiara el rumbo de
mi vida.
Inesperadamente, Osho dejara su cuerpo al mes siguiente de mi
retorno.

Sin apuro alguno empec a preparar mi regreso. Quera hacer todo


con la mayor prolijidad para evitar inconvenientes. Me esperaba un
largo y tal vez complicado viaje, ya que tena un pasaje de Aeroflot, la
compaa area rusa. El comunismo estaba vigente, tendra que hacer
escala en Mosc y esperar all un da por una combinacin. Adems,
deba tomar el avin en Calcuta.
Pero esto era mnimo en comparacin con la movilizacin inter-
na que ya se insinuaba.
Tambin quera visitar el ashram de Sai Baba, que tantos devotos
tiene en Argentina.
En cuanto a ese proyecto, record un almuerzo en un pequeo
restaurante musulmn cercano a donde viva, en el que haba com-

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El retorno

partido la mesa con dos jvenes hindes que conversaban animada-


mente en su dialecto.
En un momento, uno de ellos me pregunt en ingls de dnde
era, y se inici una breve charla.
Result que viva en Bangalore y estaba en Poona por razones de
trabajo. Como yo saba que era una ciudad del sur de la India apro-
vech para preguntarle si conoca a Sai Baba, ya que no saba exac-
tamente dnde tena su ashram. Me contest que crea que tena uno
en esa ciudad, pero que no lo conoca. Al despedirnos me dio su tar-
jeta, y muy amablemente se ofreci para mostrarme la ciudad, si al-
gn da iba a visitarla.
Cuando lo llam por telfono y le coment que tena la intencin
de ir a Bangalore, no slo me record sino que reiter su ofreci-
miento de acompaarme. Acordamos que lo llamara cuando estu-
viera all.
En el trajinar de los preparativos y las primeras despedidas not
que algo en m haba cambiado, me senta distinto, desarmonizado.
Ya no tena la calma a la que me haba acostumbrado. De algn mo-
do, estaba volviendo a un nivel de mayor tensin, que tan bien co-
noca. Era la expresin clara y simple de que me dispona a entrar
nuevamente en el mundo. En ese mundo del que me haba mante-
nido apartado por bastante tiempo. Sent pena.
Con un breve bolso mochilero, pensando en un viaje de no ms
de una semana, part una maana hacia el sur, por tierra, para redu-
cir costos. Tendra que andar unos dos mil kilmetros, y saba que
las carreteras y los mnibus de India, a diferencia de los trenes, son
bastante malos.
Aunque ya era invierno, quera volver a pasar por Goa, lugar so-
ado que quedaba de paso. Desde all continuara por tren hasta
Bangalore.
Despus de viajar, por cierto bastante incmodo e intranquilo du-
rante toda la noche los indios manejan muy rpido y los caminos
sembrados de pozos siempre son peligrosos milagrosamente estaba
llegando a la playa.
Cuando buscaba la direccin del hotel en la cartera de mano com-
prob, para mi consternacin, que haba olvidado el pasaporte y la

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visa, algo por cierto bastante serio para un extranjero que viaja por
la India.
Tiempo atrs, me hubiese odiado a m mismo, me hubiese juzga-
do muy duramente por esa falta. Esta vez, sonre. Me senta tan mal
que tuve piedad de m y comenc a decirme palabras tranquilizado-
ras que me reconfortaran. Me fui sintiendo mejor.
Confiando en que la duea del pequeo hotel quiz me recorda-
ra de un viaje anterior, me encamin hacia el primer escollo. Luego,
ms tranquilo, pensara mejor qu decisin tomar.
No tuve inconvenientes al registrarme. Era el nico pasajero del
hotel. Dej el bolso en el cuarto y sal enseguida buscando relajarme
caminando por la playa. Pero la encontr fra y desierta, haba mu-
cho viento, y pesados nubarrones y relmpagos anunciaban que
pronto llovera. Frustrado, regres al hotel y me tir en la cama. Me
senta muy triste, solo y desdichado. Los pensamientos ms negros
pueden visitarme en momentos como ste. Todas las dudas juntas se
agolpaban en mi cabeza, todos los cuestionamientos sobre el senti-
do de las cosas. Qu estoy haciendo con mi vida? Qu hago ac?,
y cosas semejantes. Cmo puede uno responder preguntas as en
un momento tan crtico?
Acaso no son stas las pequeas pruebas con las que el Seor
me muestra que est siguiendo mis pasos?
Estas palabras, que llegaron a m en ese momento de desazn, me
resultaron un blsamo.
La duea del hotel me ofreci para cenar un exquisito plato con
pescado, una especialidad de la casa que conoca, y haciendo un de-
sarreglo en mi presupuesto, hasta poda acompaarlo con una copa
de vino. Acept la oferta de inmediato. Mejor mucho mi nimo.
En India slo hay vino importado, que es muy caro. Con excep-
cin de los ms pudientes y menos religiosos que toman alguna cer-
veza, el pueblo no bebe alcohol.
Despus de cenar le un rato y me dispuse a dormir, postergando
la decisin a tomar sobre la continuidad del viaje.
Me resista a confiarle la tarea a mi mente, insegura y dubitativa
por excelencia, y esperaba alguna respuesta que viniera de mi intui-
cin ms profunda.

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El retorno

A la maana siguiente despus del desayuno, que inclua un dul-


ce trozo de mango que me encanta, fui resuelto a la estacin de tren
para seguir confiadamente mi camino.
De Bangalore slo saba que era una ciudad mediterrnea, grande
y muy importante del sur de la India. Pero ignoraba cualquier otra
caracterstica o atractivo que pudiera tener. Mi propsito se limitaba
a encontrar el ashram de Sai Baba.
Al llegar me gust la energa del lugar. De puro plpito entr en
el primer hotel que encontr sobre una avenida muy comercial, cu-
yo aspecto me pareci discreto.
Con absoluta seguridad y decisin ped un cuarto explicando lo
ms claramente que me permita el idioma el motivo de mi viaje. El
conserje, persona mayor de blancos cabellos y modales suaves, siem-
pre sonriente, ignoraba absolutamente, para mi sorpresa, la existen-
cia de Sai Baba.
Haba ensayado varias frmulas para explicar, llegado el momen-
to, que no llevaba documentos conmigo, que simplemente los haba
olvidado en Poona; en sntesis, la pura verdad. Pero, curiosamente,
no me los pidieron. La Providencia me dio una mano y el buen hom-
bre, como si lo hubiera adivinado, obvi ese requisito, de rigor en
cualquier hotel del mundo.
Estimulado por mi buena estrella llam a Saumitra, mi amigo indio.
Era muy importante encontrarlo. Di con l de inmediato y qued en
pasar a buscarme por el hotel. Lleg muy sonriente en su moto nueva.
Como primer gran favor le ped que buscramos el ashram. l ya
haba hecho algunas averiguaciones y nos encamnamos a una di-
reccin que le haban dado.
Durante el trayecto, que demand ms de media hora, yo no de-
jaba de apreciar la ciudad y hacerle preguntas que l amablemente
contestaba. Me mostraba los templos que bamos encontrando a ca-
da paso en nuestro recorrido. Son muy pequeos en comparacin
con las enormes iglesias de Occidente, pero la prctica religiosa es
algo que se vive en privado en India, no convoca multitudes. Tam-
bin me resultaban sorprendentes los enormes cartelones de los ci-
nes anunciando el tema de sus pelculas y las largas colas, por la ma-
ana, de hombres solos, esperando para entrar.

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As en la vida como en la muerte

Llegamos sin tropiezos al lugar que nos haban indicado. Era una
tpica construccin hind, muy ornamentada y espaciosa, con gran-
des patios y jardines con rboles enormes de generosa sombra hacia
el frente. Sentados al pie de uno de ellos, un grupo de jvenes, slo
varones, entonaban dulces bhajans.
Ms lejos, se vean otros grupos, que tambin parecan estudiantes.
A travs de una reja de seguridad muy alta, Saumitra habl larga-
mente en su dialecto con alguien que, desde adentro, le daba la in-
formacin esperada.
Sai Baba ya no visitaba ese lugar desde haca mucho tiempo y
ahora estaba dedicado exclusivamente a la enseanza. El Swami re-
sida en un pueblo cercano llamado Puttaparti.
Gentilmente le haba dado tambin la indicacin de la terminal
de mnibus y hacia all nos dirigimos. India es populosa, sus ca-
lles lo son, pero las estaciones de trenes y de mnibus son el col-
mo, concentran tanta gente que da miedo. Impresiona verlos to-
mando por asalto sus asientos, siempre escasos. La confusin es
total.
En ese caos, yo debera haber encontrado, solo, la forma de llegar
a mi destino. Sin la providencial ayuda de Saumitra, que poda hacer
con facilidad las averiguaciones del caso, subir al mnibus indicado
hubiera sido una proeza.
Cuando lleg el momento, conocedor de las costumbres, tom mi
bolso y lo pas por una de las ventanillas reservando un asiento. Fue
suficiente para no tener que forcejear en la entrada de la estrecha
puerta del mnibus.
Comprend claramente por qu los argentinos vienen en tours es-
pecialmente organizados para ellos. Despus me enter de que tam-
bin quienes viajan en grupo toman un taxi en Bangalore directa-
mente hasta el ashram. No es ningn secreto que el dinero resuelve
fcilmente este tipo de problemas.

Llegu a Puttaparti al atardecer.


Terminaba el darshan y cientos de personas que colmaban el lu-
gar, en su gran mayora hindes, empezaban a dispersarse. Me diri-
g a la recepcin.

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El retorno

Era una habitacin ms bien pequea y con poca luz. Casi sin mi-
rarme, el seba, palabra con la que se nombra a los colaboradores, me
pregunt de dnde vena mientras extenda la mano esperando mi pa-
saporte y la visa que ya me haba pedido. Cuando le cont la historia
me mir por primera vez a la cara. Me limit a sonrerle. Creo que el
hecho de ser argentino ayud, y no insisti ms sobre el tema.
Luego de mirar unos papeles y hacer algunas anotaciones, me di-
jo que poda quedarme una semana. A continuacin me indic el lu-
gar donde me hospedara. Cuando me desped volvi a mirarme y
entonces, secamente, sentenci:
sa no es ropa para estar en el ashram.
Me indic un negocio afuera donde podra conseguir algo ms
apropiado. En ese momento yo vesta bermudas y una remera sin
mangas. Agreg que tambin necesitara un colchn y que tendra
que dormir en el suelo.
Yo qued encantado con todo. Me senta muy afortunado y daba
gracias a Dios de estar all.
Fui a conocer el lugar que me haban asignado. Se trataba de un
departamento de dos ambientes con el piso de cemento, bao y una
pequea cocina. Formaba parte de un gran edificio de reciente cons-
truccin. Me pareci un lujo. En el trayecto haba visto enormes gal-
pones donde la gente se albergaba.
Sin prdida de tiempo sal a comprarme alguna ropa, no sin an-
tes observar cmo vestan all los hombres. No quera desentonar.
Compr un pantaln y una curta bordada muy bonita ambos de co-
lor blanco, y un colchn de coco que regal cuando me fui.
Para la hora de la cena, en la cola, escuch hablar espaol. Haba
descubierto un grupo de Argentina que se identificaba con un pa-
uelo celeste anudado al cuello. Me dio mucho gusto abrazarme con
mis compatriotas.
A partir de ese momento, de ms est decir, todos mis problemas
se simplificaron. Rpidamente me pusieron al tanto sobre las princi-
pales reglas de convivencia en el ashram, especialmente, la estricta
observancia de la separacin entre ambos sexos.
Yo iba dispuesto a deponer cualquier actitud prejuiciosa, cualquier
crtica. Me propona vivir una experiencia totalmente nueva, diferente

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de todo lo conocido; no quera compararla con otras. Esto inclua mi


relacin con Baba. Haba llegado hasta su ashram con el corazn abier-
to. Y as me senta, expuesto, vulnerable a su energa y a lo que la exis-
tencia me presentara, sin ninguna clase de prevencin de mi parte.
Sobre las condiciones de la vida en el ashram podra decirse que
eran austeras y dignas, en total concordancia con las caractersticas
y costumbres del pueblo hind, que tiene gran predominio entre los
devotos de Baba.
Asimismo, era notoria la cantidad y variedad de comunidades del
mundo entero que se acercaban y participaban de esa peculiar expe-
riencia religiosa que ofrece Baba.
Mucha gente se acerca a l esperanzada en su fama de sanador.
Gran cantidad de enfermos lo visitan, personas en camilla, sillas de
ruedas, tullidos, deficientes de todo tipo.
Y muchos ms, entre los que me encontraba, buscadores espiri-
tuales, sedientos de Dios.
Haba quienes, con l, sentan que su bsqueda haba concluido y
slo anhelaban pasar el resto de sus das cerca de l, alabando al Se-
or. Recordemos que l se presenta como el Avatar, la encarnacin di-
vina, situacin muy extraa para mi cultura, pero que an no estan-
do en mis posibilidades compartirla, tampoco me genera ninguna
clase de crtica o rechazo. Para m es slo algo difcil de comprender.

La maana siguiente a mi llegada la dediqu a recorrer el lugar,


que es inmenso. Los colegios, la universidad, todo merece ser visita-
do. Asimismo, el pueblo, el ro y los alrededores son muy bellos.
Me sent feliz de estar all. Agradecido a la vida que me otorgaba
esa posibilidad. A tal punto que renov mi permiso en dos oportu-
nidades y permanec tres semanas. Quera experimentarlo a fondo,
especialmente, cmo me sentira cerca de Baba.
Esa posibilidad es, literalmente, una lotera. Muy temprano, los
devotos forman largas colas en un patio lateral. Diez, quince largas
filas de cincuenta o ms personas sentadas en el suelo esperan su
turno para entrar. Poco antes de la hora prevista un seba pasa por la
cabecera de las filas y el primero saca de un bolillero como de lote-
ra el nmero de orden en el que entrar su columna. Si uno tiene la

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El retorno

suerte de esperar en la columna que sac el nmero uno, su fila se-


r la primera, la que estar frente a Baba.
En un patio aledao algo similar ocurre simultneamente con las
mujeres que ocuparn sus lugares en otro sector del gran patio, se-
paradas de los hombres.
Tuve esa fortuna una vez. Tuve a Baba frente a m, incluso pude ha-
blarle, y lo aprovech para pedirle un encuentro para los argentinos,
que ramos diez. Pero lamentablemente, mi pedido no prosper.
Baba continu caminando y recogiendo cartas.
Al regresar al templo se daba vuelta y haca una seal inconfun-
dible al grupo que esperaba para la reunin. Ese da los afortunados
fueron unos japoneses que recin llegaban al ashram.
Esos encuentros privados son famosos, extraordinariamente sig-
nificativos. Es cuando Baba despliega todos sus poderes y hasta ma-
terializa diferentes objetos.
Otro momento muy emotivo acontece cuando regresa a su trono y
los devotos entran a cantar. Como el templo no es muy grande suelen
concederle la prioridad a los extranjeros, para fastidio de los nativos.
En la pared posterior puede apreciarse una enorme pintura que
representa el clsico carro del Bhagavad Gita con las figuras de
Krishna y Arjuna.

El regreso a Poona lo hice en tren. Un largo viaje con tiempo sufi-


ciente para asimilar la experiencia que haba vivido, agradecerla y guar-
darla en mi corazn. Fue interesante y tremendamente significativa. No
tengo palabras ni verdadera capacidad para comprender y mucho me-
nos explicar lo que all est aconteciendo. La devocin y el amor a Ba-
ba por parte de miles de personas generan un campo energtico en el
que cualquier milagro es posible. Slo se requiere apartar un poco la
mente racional para poder verlo.
Baba materializando vivuti me pareci ms divertido que milagroso.
Pero cuando deposit esa ceniza en la frente de un indio que estaba a
mi lado y vi cmo era transportado enseguida al ms elevado estado de
xtasis, me temblaron las piernas. Creo que tambin sent envidia.
Me postro a sus pies.
Namast.

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CAPTULO 16

Los primeros pasos

Apenas llegado a Buenos Aires y mientras me aclimataba nueva-


mente a una vida tan diferente, di los primeros pasos encaminados a
insertarme en un mbito de trabajo apropiado. Afortunadamente, no
me fue difcil hallarlo.
Comenzaba el ao 1990 y el sida avanzaba como un incendio. El
doctor Pedro Cahn, a quien ya conoca, y sus colaboradores de la
Fundacin Husped estaban desbordados con tanto trabajo.
Una gran mayora de los portadores del VIH enfermaban rpida-
mente del sndrome de inmunodeficiencia. Las escasas drogas con
las que se contaba eran insuficientes para contener su avance. Esta-
ba muriendo mucha gente, por lo que aceptaron complacidos y va-
loraron mi propuesta de trabajo para acompaar a esas personas en
el proceso de morir.
El miedo y la confusin generada en el insuficiente conocimien-
to de lo que estaba sucediendo creaban un clima de permanente zo-
zobra. Y no solamente en quienes estbamos involucrados por razo-
nes profesionales, la comunidad toda viva alterada por una paranoia
que se haba generalizado.
Muchas caras y nombres de personas que acompa en aquellos
das vienen en este momento a mi memoria. Cmo olvidarlos des-
pus de los duros momentos compartidos?
Mi trabajo, a diferencia del actual, tuvo entonces otras caracters-
ticas, otros contenidos y otros problemas urgentes a resolver. No ha-
ba tiempo para extensas y profundas reflexiones sobre el significado
de la vida y la muerte, para lo que yo me haba preparado, sino slo

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As en la vida como en la muerte

para la ms sencilla y humanitaria tarea de contencin emocional.


Qu otra cosa podra hacer con una madre que nos consultaba
al comprobar que sus dos hijos de dieciocho y veinte aos eran por-
tadores? Cmo responder en esos momentos a las angustiadas pre-
guntas de esa madre aterrada sobre las posibilidades de enfermar que
ellos tenan, sabiendo que entonces era casi sinnimo de morir?
Qu temas podran tratarse con esos padres que, debido a sus
prejuicios, tenan ms dificultades para aceptar que tenan un hijo
homosexual, que la gravedad de su estado?
Cmo, con qu recursos psicolgicos, se poda compartir sin te-
mor a flaquear el tremendo sufrimiento de aquella persona que no
poda siquiera dejar traslucir en el banco donde trabajaba, a sus pro-
pios compaeros, que su pareja homosexual estaba muriendo, para
no exponerse a develar su misma condicin?
Pero era precisamente para lo que me haba estado preparando
durante mi estada en India, para no cerrar mi corazn en medio de
tanto dolor. Al comienzo, lo reconozco, al intentar servir a esta gen-
te, me sent impotente y ms de una vez abrumado y confundido.
De qu poda hablar con todas estas personas desbordadas por
tanto dolor, tanto sufrimiento, de la reencarnacin?
El desafo era consolar esos corazones destrozados. Acompaar a
estos seres que, segn yo crea, eran tambin vctimas de sus propias
creencias errneas. Su visin de la vida no contemplaba la posibili-
dad de algo tan brutal como el sida.

Buscando ecuanimidad
El vivir solo tiene algunas ventajas. Poda entregarme a mi desarmo-
na interior, a mi confusin y mal humor sin molestar a nadie.
Los fines de semana, si no tena que acompaar a algn paciente,
me escapaba a una casita que tena en el delta sobre el ro Carapa-
chay. All, en ese cobijo, hermanado con los sauces llorones que
abundan en su ribera, tambin yo poda llorar tranquilo hasta desa-
hogarme, si lo necesitaba.
Volva renovado. Me haca bien escuchar msica, reflexionar, me-
ditar y leer. O simplemente sentarme en el muelle a mirar correr el

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Los primeros pasos

ro. Necesitaba mantenerme relajado para encontrar las mejores res-


puestas a las variadas y complejas situaciones con las que me en-
contraba a diario en mi trabajo.
Me esmeraba por mantener la mayor ecuanimidad. No siempre
fue fcil.
Una vez, al visitar en su casa a un adolescente, me recibi ino-
centemente con su mascota preferida sobre sus hombros, una igua-
na de medio metro de largo. Qued petrificado, pero trat de no
mostrar demasiado rechazo y procur mantenerme tranquilo y rela-
jado en esa extraa situacin. Era un chico muy susceptible y no
quera ofenderlo.
O en aquella otra situacin tambin bastante inslita que viv en
casa de Juan.
Era un paciente con sida avanzado. Cuando comenc a visitarlo
transitaba su recada final. Pasaba postrado la mayor parte del tiem-
po, lo que, dado su temperamento activo, lo pona de muy mal hu-
mor. Pero ya estaba casi sin fuerzas. A duras penas lograba llegar
hasta el bao y a la cocina para calentarse algo que Horacio, su pa-
reja, amorosamente le dejaba para comer antes de ir a trabajar.
Se entendan y complementaban admirablemente bien y se notaba
que haba mucho cario entre ellos. Conformaban una pareja estable.
Eran personas cultas y refinadas.
Estaban pasando el momento ms desdichado y triste de sus vidas.
Compartan un departamento de tres ambientes, puesto con evi-
dente buen gusto, que daba a la calle, sobre Juncal, en Buenos Aires.
Horacio trabajaba y deba estar fuera de casa muchas horas. Sa-
ba que a Juan no le haca nada bien pasar tanto tiempo solo y eso
lo preocupaba.
Piensa mucho me deca.
Una tarde fui a verlo como habamos convenido. Me abri la
puerta el enfermero que recin llegaba y se dispona a higienizarlo,
hacerle algunas curaciones y aplicarle la medicacin inyectable.
Me acerqu hasta su cuarto para saludarlo y anunciarle que esta-
ba con tiempo suficiente para que recibiera tranquilo esos cuidados
que tanto necesitaba. Me pidi por favor que lo esperara, al parecer
tena algunas cosas de las que quera hablar conmigo. Lo not algo

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As en la vida como en la muerte

afligido.
Fui a sentarme en el living, que no distaba mucho de su dormi-
torio Desde all pude orlo quejarse de sus molestias, que no eran
pocas.
Pero tambin me llegaron los aullidos lastimeros del perro de
Juan, que esperaba impaciente en el balcn del dormitorio. El ani-
mal estaba frentico, y no se tranquilizaba con las casi inaudibles pa-
labras con la que su amo intentaba contenerlo.
Un presentimiento me llev a regresar al cuarto. El vecino que co-
medidamente bajaba al perro por las tardes haba fallado, y el pobre
animal se desesperaba por salir a la calle. Con muchas dudas y una
gran turbacin, Juan se debata sin atreverse a pedirme ese singular
favor. Yo era el mdico que vena en consulta, y nuestra confianza to-
dava no era suficiente.
Slo pregunt dnde estaban el collar y la correa.
De pronto, aquella tarde, impensadamente me encontr paseando
a un perro por la calle Juncal. Algo trivial sin duda, pero para m co-
br una tremenda significacin. Aos de estudio, de trabajo, de me-
ditacin, hubieran sido slo tiempo perdido si no hubiera sido capaz
de dar esa sencilla respuesta.
Por qu lo ms simple es siempre lo ms difcil para el ego? Si
no hubiera escuchado a mi corazn en ese momento, si en su lugar
hubiera atendido slo a la mente prejuiciosa que me deca ests
seguro de que tambin forma parte de tu trabajo pasear a su perro?.
Qu hubiera ocurrido?
Quiero contestar esa pregunta, decir lo que creo que habra aconte-
cido. No se hubiera logrado tan rpidamente que Juan me reconociera
como alguien confiable para compartir pormenores de su enfermedad
que lo angustiaban. Creo que un gesto sencillo y humano como pa-
sear a su perro facilit el acercamiento necesario para poder abrirme
su corazn, como tanto necesitaba. Si bien de mi parte no fue delibe-
rado, creo que el puente entre ambos qued tendido de inmediato.

Una mano del cielo


El domingo 25 de marzo de 1990, por obra y gracia de la Providen-

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Los primeros pasos

cia, el diario Clarn public una nota sobre mi trabajo. Con la firma
del prestigioso periodista Daniel Ulanovsky Sack, abarcando las dos
pginas centrales del suplemento Opinin, con fotos mas (donde
puede apreciarse que ya me haba cortado el cabello y que vesta ro-
pa convencional), aparece la nota titulada Soy un partero al revs.
En ella se comentaban extensamente las caractersticas generales
de mi trabajo, sus fundamentos filosficos, detalles de mi formacin,
etc. La entrevista que mantuve con el periodista, a quien no conoca,
(por eso digo que fue providencial), fue grabada y ampliamente re-
producida en la nota.
La repercusin fenomenal que tuvo no se hizo esperar y me plan-
te la necesidad de pensar en cuestiones de organizacin para poder
llevar adelante el trabajo, abordar la coordinacin de grupos con las
primeras personas que empezaron a acercarse convocadas por el te-
ma, planificar, etc.
Naca Niketana.
Cada vez me involucraba ms en el mundo, mis compromisos
aumentaban aceleradamente. De esto era consciente, pero senta
que poda asumir mis responsabilidades con mucho gusto y amor
por las tareas que se presentaban a diario. Empezaba un nuevo jue-
go que yo estaba dispuesto a jugar. Con una nueva conciencia, no
tema a las inevitables tribulaciones inherentes a cualquier queha-
cer humano.
El efecto multiplicador que tienen los medios de difusin, descu-
br, es impresionante. Empezaron a llegarme innumerables propues-
tas para entrevistas y diferentes eventos. Los medios parecan vidos
de este tipo de noticias y constantemente publicaban colaboraciones
mas sobre el tema de la muerte.
Asimismo, empec a ser cada vez ms tenido en cuenta para
participar en mesas redondas, congresos y eventos cientficos de
todo tipo.
El intercambio con otros colegas, muchos de los cuales conoca
de otros tiempos, resultaban para m muy estimulantes. Natural-
mente, tambin me iba discriminando del modelo tradicional con el
que se encaran los cuidados paliativos en nuestro medio.
Como se ver ms adelante, son miradas diferentes de la proble-

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As en la vida como en la muerte

mtica de una persona que est muriendo.

Con qu poco se puede vivir!


Mientras tanto, tambin deba ocuparme de temas ms personales.
Haba regresado de India con un bolso de mano como todo equipa-
je, no tena donde vivir, ni recursos econmicos.
Curiosamente, nunca antes en mi vida me haba sentido tan de-
sahogado, tranquilo y confiado. Haba experimentado, y por lo tan-
to saba, que no necesitaba casi nada para vivir o, en otras palabras,
saba con qu poco se puede vivir!
Un departamento vaco y un colchn en el piso en Buenos Aires
para m era un lujo. Y eso lo tuve de inmediato gracias al afecto de
un gran amigo.
Caminando nuevamente por las calles de Buenos Aires todava
con mirada de turista, senta un gran placer. Encontraba gente linda,
vestida con elegancia. Me encantaba entretenerme en trivialidades
semejantes.
Estaba de vuelta aqu. Cunto tena para agradecerle a la
vida!

Las cosas mejoran


Afortunadamente, el pas iniciaba una etapa venturosa y haba un
gran entusiasmo en la gente, que, nuevamente volva a soar.
Es sabido que, cuando se dan las condiciones apropiadas, los ar-
gentinos somos sumamente emprendedores.
La revista Uno Mismo, por ejemplo, comenz a organizar sus po-
pulares encuentros Caminos de Crecimiento. Fui invitado a pre-
sentar all mis talleres junto a los terapeutas ms prestigiados del
momento y ante cientos de personas que se acercaban a estas activi-
dades con gran entusiasmo. Las salas del Centro Cultural San Mar-
tn, donde se realizaban, desbordaban de gente.
Diez talleres y otras tantas actividades eran la propuesta de cada
da para que cualquier persona pudiera participar, gratuitamente, de
sus trabajos preferidos.

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Los primeros pasos

Revistas especializadas y otras de difusin masiva publicaban fre-


cuentemente notas mas.
El trabajo se incrementaba notablemente y con ello tambin mi
experiencia. Las condiciones de vida mejoraban rpidamente y poco
a poco fui consiguiendo vivir con mayor confort.
Cuando mis ingresos se regularizaron, alquil un lindo departa-
mento en un piso alto a la calle, sobre la avenida Crdoba, con mucho
sol y una vista estupenda de la ciudad. Me senta regocijado y agrade-
cido. Quiz por eso no es de extraar que para completar mi dicha, la
existencia acercara a mi vida la magia del amor de una mujer.

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CAPTULO 17

A cuatro aos del regreso

Vida, amor y risa


A cuatro aos del regreso al pas, hacia 1994, casi sin proponrme-
lo, ya era un protagonista ms de esa novela a la que llamamos la vi-
da. Slo que entonces transcurra en Buenos Aires.
Jugaba roles, interactuaba con otros personajes, participaba del
mundo de las relaciones humanas. En otras palabras, nuevamente
estaba inmerso en la trama social.
Era consciente, no obstante, de que poda escribir mi propio li-
breto, elegir cmo quera vivir, hacer las cosas que necesitaba. Haba
experimentado que la vida no es una crcel ni yo un preso, y que las
nicas rejas que existen slo estn en la mente de cada uno; saba
que poda entrar y salir a voluntad de esta comedia.
Trabajaba en el tema de la muerte y el proceso humano de morir,
era mi eleccin, y eso me permita ganar lo suficiente como para aten-
der dignamente las necesidades bsicas, lo que para m ya era un lujo.
Recuerdo a 1994 como un ao de jbilo.
Durante su transcurso sucedieron tres acontecimientos que me
colmaron de dicha, y dejaran profundas huellas en mi vida: el m-
gico encuentro con Julia Gilmore fue el primero y ms significativo;
le siguieron la publicacin de mi primer libro, El buen morir, y la
oportuna revitalizacin de Niketana, asociacin civil sin fines de lu-
cro que por entonces slo dormitaba y habra de impulsar el desa-
rrollo de nuestras actividades en un marco institucional.
Afortunadamente, el libro tuvo buena acogida, con lo que se in-

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As en la vida como en la muerte

crementaron las consultas, los grupos de formacin y el inters por


mi trabajo en general. El encuentro con Julia signific un refugio pa-
ra mi alma, y el enriquecimiento mutuo de los caminos de creci-
miento espiritual en los que cada uno vena trabajando.
Niketana (palabra que en snscrito significa hogar) fue la pro-
yeccin institucional en el mbito de la comunidad que cobij el in-
tenso y hermoso trabajo que compartimos con nuestros pacientes,
alumnos y amigos durante los aos siguientes.

Mi primer libro
El buen morir, mi primer libro, finalizaba su prolongada gestacin y
ya pareca viable. Haba sobrevivido milagrosamente a todas las du-
das, enojos, vacilaciones, y aun, debo confesarlo, furiosos intentos
de destruccin.
Fueron tiempos de locura.
En el buclico paisaje isleo del Tigre fue donde empec a escri-
birlo como quien no quiere la cosa, en un humilde cuaderno de tapas
blandas, y con lpiz para poder borrar mejor. Con el tiempo esta
suerte de artesana tom la forma de un ritual de los fines de semana.
Pronto me di cuenta de que no se trataba de ir al Tigre y escribir
para entretenerme. Iba a la casita de la isla para poder hacerlo a mis
anchas; esa singular necesidad del espritu que es escribir haba en-
raizado en mi y me aguijoneaba constantemente.
La intencin manifiesta era compartir mi experiencia de trabajo,
pensaba que ese propsito era vlido. La realidad que se impona, sin
embargo, era bien distinta y hasta pareca incompatible: al escribir
en un irrefrenable dejarme ir, terminaba contando mi vida.
Era mi catarsis, y tambin una forma interesante de objetivar el
dilogo interior y repensar mi vida.
Procuraba llegar al Tigre los viernes al anochecer para dormir en
la isla. Me despertaban por la maana bien temprano el canto del ga-
llo de mi vecina, el alboroto de los gorriones al amanecer o el ruido
lejano del motor de alguna lancha tempranera.
Daba lo mismo que fuera invierno o verano.
Algunas fueron pocas de soledad total. Otras, de soledad

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A cuatro aos del regreso

compartida.
El libro se demoraba en crecer y tomar alguna forma hasta que
ocurri un hecho auspicioso que, no s bien por qu, me gustara
narrar y ubicar en lo que, fue su verdadero contexto.
Una maana me levant con la corazonada de visitar a un queri-
do amigo y colega, viejo compaero de estudio y militancia, a quien
haca bastante tiempo no vea.
Lo llam y logramos concertar un encuentro en la semana.
Charlamos de todo un poco ponindonos al da de las novedades
de cada uno. Luego fuimos a su escritorio ya que quera mostrarme
la computadora que acababa de comprar.
Y esto, para qu sirve? le pregunt bromeando.
Por ejemplo para poder escribir un libro, que es la mayor tarea
que tengo en estos momentos fue la respuesta de Eduardo.
Yo slo vea un precioso equipo, muy moderno, pero no senta
que tuviera mucho que ver conmigo.
Mi amigo, entusiasmado, me fue informando: viene cargado con
un programa llamado procesador de texto, que permite escribir, bo-
rrar, intercalar, cambiar el orden de los prrafos, subir y bajar por el
texto intercalando palabras o frases. Y enumeraba otras habilidades
que parecan no terminar nunca. Para rematar, y como si se hubiera
propuesto venderme el producto, oprimi un botn e imprimi una
hoja del texto que tena en la pantalla.
Qued deslumbrado.
La imagen del cuaderno y el lpiz cruz por mi mente y me pro-
dujo un ataque de risa, que tuve que explicar.
En la poca de las computadoras ya era algo absolutamente perimi-
do y hasta ridculo mi empeo por escribir un libro a punta de birome.
Mi amigo me alent para que comprara una. El costo era accesi-
ble y l se ofreca afectuosamente a asesorarme.
En pocos das ms, tena una moderna PC instalada en mi casa.
Contar con ella fue una bendicin.
Con esta fenomenal ayuda, el embrin de libro aceler su creci-
miento como si le hubiera dado un shock vitamnico.
As fue como vio la luz a mediados de ese ao de 1994. Fue pre-
sentado en sociedad en la Asociacin Mdica Argentina ante nume-

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As en la vida como en la muerte

roso pblico y muchos amigos.


El buen morir, que lleva como subttulo Una gua para acompa-
ar al paciente terminal, sintetiza y expresa la interaccin entre mi
vida y mi trabajo, entre quien soy y lo que hago. Muestra que as co-
mo es mi vida, es mi trabajo. All digo, por ejemplo, que no tengo
nada en contra de la muerte aunque se haya llevado a toda mi fami-
lia de origen. No temo por m ni abrigo resentimiento alguno. Esto
me permite hacer mi trabajo con ecuanimidad.
Comprend que el verdadero problema no est en la muerte mis-
ma, sino en la cultura que nos informa acerca de ella. Esto es lo que
acrecienta injustificadamente el dolor y el sufrimiento que caracteri-
zan morir en nuestra sociedad.
Estoy conforme con la misin que cumpli y an cumple ese pe-
queo libro mo. Constantemente recibo muestras de agradecimien-
to por la utilidad que sigue prestando.
En lo fundamental, considero que los conceptos que contiene si-
guen vigentes. Pero algunas ideas, como es natural, han madurado;
a otras las he ido modificando y algunas nuevas han surgido. Es lo
que justifica el presente libro. Pero, larga vida para El buen morir!

El encuentro
Una noche, en vsperas de dar por concluido definitivamente el tra-
bajo con el libro, viviendo todava ese clima alucinante, sentado
frente a la computadora mientras daba los ltimos retoques, agota-
do por las horas de trabajo acumuladas, rodeado de papeles y libros
que alfombraban todo el departamento, o sonar la campanilla del
telfono.
Lo atend pensando que poda ser un paciente que estaba acom-
paando por aquellos das. Pero quien llamaba era una persona casi
desconocida para m, alguien a quien haba visto slo un par de ve-
ces en casa de amigos.
El motivo de su llamada era inusitado. En un tono que me resul-
t intrigante, me dijo que intua que deba conocer a una amiga suya
llamada Julia, que se trataba slo de una corazonada, y que por favor
no lo tomara a mal. Quera dejarme su nmero telefnico, volvi a

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A cuatro aos del regreso

disculparse amablemente por la ocurrencia que haba tenido y colg.


Apelando ms a los buenos modales que a una sincera gratitud,
le agradec el llamado, y me desped mintindole al decirle que ha-
ba tomado debida nota de su mensaje y del nmero.
Lo cierto es que lo anot al margen de uno de los millones de ho-
jas sueltas que me rodeaban, pero mi cabeza estaba tan en otra cosa,
que lo ms probable era que olvidara el gracioso asunto en pocos mi-
nutos. Y eso fue lo que ocurri.
Tres semanas despus, sin embargo, una noche en que estaba dis-
frutando una cena en el balcn de mi casa, con la tranquilidad y sa-
tisfaccin que significaba haber entregado al editor el libro termina-
do y sintindome feliz por la tarea cumplida, record la inslita
llamada con el mensaje del ms all.
La combinacin de cierta msica con el vino blanco, lo s, opera
milagros. Por ejemplo, ste de recuperar recuerdos casi imposibles.
Sonriendo internamente, trat de tomarlo con mucha calma ya que
las posibilidades de encontrar el nmero telefnico de esa dama mis-
teriosa eran casi nulas.
Circunstancialmente estaba haciendo una pasanta por la solte-
ra, situacin que consideraba muy apropiada, dados los momentos
de tensin que viva con el final del libro. Pero esa etapa ya haba
concluido.
Y ahora qu?, interrogu a la existencia, como suelo hacerlo,
mientras contemplaba desde un piso trece una magnfica vista de la
ciudad profusamente iluminada.
Cmo sigue la historia?
Como siempre, de qu otro modo? Abierto al misterio y a la
aventura.
Pens entonces en buscar ese nmero telefnico oculto que pre-
sagiaba lo que slo Dios poda conocer.
Como sucede en la ficcin, as tambin sucede en la realidad, sa
es mi experiencia. Un buen da, cuando ya haba olvidado nueva-
mente el asunto, al dar vuelta una pgina cualquiera, el mgico n-
mero perdido vino a m.
Aunque conocidas, estas cosas siempre me maravillan.
De inmediato llam y me atendi la verdadera Julia, no la que ya

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As en la vida como en la muerte

haba empezado a imaginar.


En pocas y precisas palabras le expliqu el motivo de la llamada.
Se ri mucho y me coment que la misma persona le haba contado
tambin a ella su corazonada.
Convinimos encontrarnos el siguiente sbado, un da ms tran-
quilo para aquella primera cita. Yo pasara a buscarla por su casa y
luego iramos a cenar. Al colgar, not que me haba gustado el tono
suave de su voz.
Para esa poca ya tena auto y lo llev a lavar queriendo que el
viejo Falcon luciera presentable para el acontecimiento.
Encontrar comportamientos apropiados a contextos para m de-
masiado convencionales como el que se me presentaba me daba tra-
bajo, lo senta como una cierta exigencia, y hasta poda llegar a sen-
tirme ridculo. Pero tena inters y una gran curiosidad por conocer
a esa persona que me traan las hadas.
Algo bastante raro en m, pero romntico al fin, le llev un her-
moso ramo de rosas rojas que compr camino de su casa.
Julia viva en Palermo Viejo; cuando llegu ya estaba lista para sa-
lir, pero an se demor poniendo las rosas en agua mientras agrade-
ca mi gesto.
Hubiera preferido un lugar ms ntimo para poder charlar, su ca-
sa o la ma, pero ese primer encuentro, por alguna extraa razn, fue
en un bullicioso restaurante cerca de su casa.
All, mientras se nos enfriaba la comida que habamos pedido a la
ligera, mirndonos a los ojos, nos revelamos nuestra vida. Como
ocurre en las pelculas, fuimos los ltimos clientes en dejar el lugar
aquella noche.
Yo segua su relato con suma atencin y cada vez ms inters.
El vino relaja mi mente y me ayuda a ponerme en el corazn con
la facilidad de un mantra. Senta que una gran ternura me invada
en determinados momentos de su relato mientras mi mano, casi
sin mi intervencin, buscaba la suya. La charla se fue despojando
rpidamente de toda trivialidad y tom un carcter diferente, po-
dra decir ms de comunin. Verdaderamente, se daba de corazn
a corazn.
Notaba que al hablar describa a una persona de vida azarosa, dis-

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A cuatro aos del regreso

puesta a la aventura, pero tambin capaz de asumir responsabilida-


des y sostener compromisos. Ante todo, para consigo misma, con su
propia vida. Sent que haba encontrado a mi alma gemela.
Corajuda y divertida, culta y refinada. De fuerte ascendencia sa-
jona en la modalidad recatada de mostrar sus sentimientos. Pero de-
trs de ese rostro empec a adivinar a un ser con mucha luz.
Alguien que supo afrontar duros desafos desde muy joven y que
poda hablar de todo eso poniendo el acento ms en las enseanzas
que le dejaron que en el dolor que le trajeron. Todo me acercaba a
ella. No se quejaba de su suerte, ms bien agradeca las oportunida-
des que le haba trado la vida.
Estaba encantado con Julia, daba gracias a la vida por haberla en-
contrado. Las afinidades eran notables. Empec a sentirme vido de
conocerla ms. Sus intereses estaban puestos en el crecimiento inte-
rior, dedicada al yoga en cuerpo y alma desde haca muchos aos y
devota de Sai Baba. Compartamos, adems, haber viajado a India.
Con una hija adulta como nico compromiso familiar, y por lo de-
ms libre como los pjaros.
Ojos color caramelo, cabello rubio entrecano, rasgos delicados,
lindas manos, como de cincuenta, un lindo cuerpo, fsicamente tam-
bin me result muy atractiva.
Por un viaje a Brasil que ella ya tena programado para profundi-
zar estudios de yoga y vedanta, estuvimos separados durante un
mes. En ese tiempo, me recordaba su presencia con fotos y postales
que yo reciba agradecido.
Al reencontrarnos ya no volvimos a separarnos un solo da, por
muchos felices aos.
Nuestra sociedad en la vida y el trabajo fue muy plena, fructfera
y divertida.
Logramos integrar armoniosamente nuestros proyectos de vida, y
complementarnos admirablemente en todo.
Julia advirti con rapidez y claridad de buscadora la potenciali-
dad que encierra trabajar en el contexto de la muerte. Su formacin
profesional, de psicloga y profesora de yoga, le aportaba importan-
tes herramientas para ese trabajo.
Una noche, cenando en un restaurante, le propuse que fuera

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As en la vida como en la muerte

codirectora de Niketana. Acept. Creo que qued algo sorprendida.


Tal era la fuerza y el empuje que ponamos en nuestras cosas y el
profundo afecto que da a da creca, que al ao decidimos vivir juntos,
compartir una casa donde pudiramos unificar nuestras actividades.
La energa del universo pareca complacida con nuestra relacin, ya
que encontramos una preciosa casa en el mismo barrio de Palermo Vie-
jo, a pocas cuadras de donde Julia viva. Era una casona de ladrillos a
la vista y techo de tejas, en una calle empedrada, tranquila, frondosa-
mente arbolada y a dos cuadras del subte, lo que tambin la haca muy
apropiada como lugar de trabajo.
La disposicin de los ambientes pareca haber sido diseada pen-
sando en nuestras necesidades. El lugar para mi consultorio, al fren-
te con vista a un jardn y entrada independiente; otro ambiente para
el consultorio de Julia. Un hermoso y amplio saln de techos altos
de vistosa madera ideal para trabajos grupales, de yoga, lugar para la
secretara de Niketana y al fondo, nuestras dependencias privadas.
Un gran patio que Julia pobl amorosamente de plantas y de flores
y una amplia terraza donde construimos un ambiente de estudio en
el que instal la computadora.
Desde Niketana planificamos, organizamos y ejecutamos todo
nuestro trabajo. Julia despleg sus notables condiciones organizati-
vas y ejecutivas, una capacidad de trabajo y una energa verdadera-
mente admirables.
Niketana no hubiera llegado a ser lo que es sin su participacin.
Muchas personas acudan a nuestro centro interesadas en partici-
par de sus actividades. Por la gran afinidad de las tareas, tanto los
alumnos de yoga de Julia como mis alumnos de los grupos de estudio
y formacin en cuidados paliativos y otros programas coincidan par-
ticipando de los talleres de fin de semana que peridicamente organi-
zbamos en las afueras de la ciudad. Vida, amor y risa, Silencio y
meditacin y El arte de morir eran los grupos ms concurridos.
Para nosotros, el diseo y la organizacin de estas experiencias
era una oportunidad para el desarrollo terico y la puesta a punto
del modelo conceptual y de trabajo con el que operbamos. Nos re-
sultaba sumamente gratificante pasar muchas horas en estas tareas
desplegando ingenio, ideando ejercicios, eligiendo msica y, sobre

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A cuatro aos del regreso

todo, pensando en la gente con mucho amor.


La interaccin de modelos tericos afines tales como la gestalt,
la psicologa transpersonal, las enseanzas de los grandes Maestros
o guas espirituales, el yoga, trabajos con la respiracin tales como
pranayama y la poderosa hiperventilacin o hiperrespiracin cons-
ciente, la msica, la meditacin, diferentes aproximaciones de tra-
bajos corporales como la bioenergtica, la utilizacin de ensueos
dirigidos y otras visualizaciones inductivas, conforman un verdade-
ro arsenal en los que ambos, Julia y yo, tenemos experiencia para
trabajar tanto en los planos psicolgico como en planos de con-
ciencia ms sutiles. Tenamos siempre como premisa el propiciar
una apertura cada vez mayor en la conciencia de los participantes.
Todo eso daba como resultado encuentros de sanacin y crecimien-
to interior.
Y despus del trabajo, nos regalbamos apacibles fines de se-
mana en nuestra isla del Tigre, en la casita que haba bautizado
Oshos home.
Fueron aos felices, de esos en que la vida parece tocarnos con
manos de acariciar gorriones.

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CAPTULO 18

Vipassana

En mayo de 2001 hice un retiro de meditacin Vipassana de diez


das.
Lo dirigi uno de los instructores de S. N. Goenka que vienen a
Argentina dos veces por ao con el nico propsito de ensearnos
esta meditacin.
Aunque los grupos de cincuenta personas por cada retiro siem-
pre estn colmados, de hecho hay lista de espera, mucha gente to-
dava ignora que esta gracia nos fue concedida a los argentinos. Es
un verdadero paliativo para tantas calamidades a las que nos ve-
mos expuestos en este infortunado pas, y quiz pueda ser el ger-
men de la nueva conciencia que necesitamos para vivir en paz y
con prosperidad.
S. N. Goenka es un maestro laico ampliamente reconocido y res-
petado tanto en India como en otros pases, incluso occidentales.
Resulta curioso pero ese hombre era un industrial birmano, ca-
beza de una gran familia, alguien cuya vida pareca tener un destino
muy diferente del que finalmente tuvo. Apremiado por frecuentes y
fortsimas jaquecas desde muy joven, encontr en la meditacin
Vipassana el alivio definitivo a su mal, y mucho ms que eso. Ya li-
berado de su afeccin, en agradecimiento y amor a su maestro, con-
sagr su vida a la difusin de esta disciplina.
Despus de haber sistematizado magistralmente su enseanza
form un importante grupo de instructores, que recorren el mundo
para ensear a la gente a meditar.
La meditacin que ensea Goenka procede del propio Buda, y fue

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As en la vida como en la muerte

preservada por un linaje de la comunidad budista birmana.


Vipassana quiere decir visin cabal, porque es la forma de ver
el mundo real, tal como es. sa fue la experiencia de Siddhatha
Gotama, el Buda.

Ese otoo ya haca bastante fro al promediar el mes de mayo. El


retiro se haca en el campo, en las afueras de Cauelas, en un auste-
ro monasterio.
En la tarde de un da mircoles llegamos con Julia al lugar con to-
do nuestro equipaje, que no era poco, ya que estaramos all diez
das. Adems de la ropa apropiada, llev conmigo una silleta de me-
ditacin, que dise especialmente para el evento al saber que debe-
ra permanecer sentado once horas por da. Tal era mi empeo por
extremar los recaudos para poder llegar hasta el final de la expe-
riencia que, como digo, saba ardua.
El retiro comenzara esa misma noche.
Chequeamos nuestros nombres en las listas de los participantes y
firmamos en conformidad conocer las condiciones de la experiencia.
Los requisitos son muy estrictos, as como el reglamento de la con-
vivencia para esos diez das. Especialmente la observancia del silen-
cio y la determinacin de permanecer en el lugar, a rajatabla.
Nada quedaba librado al azar, cada detalle estaba perfectamente
previsto y los celadores, un hombre para el grupo masculino y una
mujer para el femenino, saban darnos con amabilidad la respuesta
precisa para cada pregunta. Estas personas seran las nicas con las
que nos estara permitido hablar durante los diez das siguientes.
Tambin con el profesor, desde luego, pero con l, slo en el con-
texto apropiado y al efecto de aclarar dudas sobre el trabajo.
Tena asignada una habitacin que habra de compartir con un
compaero. Por fortuna me toc una persona de mi edad (quiz
fue previsto), naturalmente tranquila y silenciosa. El cuarto era pe-
queo, seguramente diseado para una sola persona. Ello requera
turnarnos para poder hacer cualquier movimiento sin chocarnos.
Pero todos habamos llegado a ese lugar con la mejor disposicin
y los inconvenientes se obviaban con facilidad. Despus de todo,
era gratuito.

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Vipassana

ste es un detalle que quisiera destacar.


En ese lugar de campo, tranquilo y aislado, se nos daba la incre-
ble oportunidad de permanecer durante diez das recibiendo todas las
atenciones posibles a nuestras necesidades bsicas, adems de aloja-
miento y comida, en forma totalmente gratuita, al solo efecto de pres-
tarnos a recibir de un experto la enseanza completa de la tcnica de
la meditacin Vipassana.
Un experto, un instructor, un verdadero maestro de meditacin
llegado al pas desde el extranjero, costeando su propio pasaje, para
ensearnos a meditar!
No suena a fantasa?
Pero no lo es. Y al final del captulo consigno la pgina web con
los datos para contactar a los organizadores de estos talleres.

Esa misma noche nos reunimos los cincuenta que sumbamos ese
contingente en proporciones equivalentes de hombres y mujeres, en
la puerta del saln destinado a la meditacin. All me desped de Ju-
lia y me recog en mi interior por los prximos diez das. Hombres y
mujeres permaneceramos separados en todo momento.
Tenamos asignados lugares diferentes para los recreos en los jar-
dines y en los comedores. Tambin en el saln nos sentbamos en
grupos separados por un pasillo central. El motivo era evitar todo ti-
po de distracciones.
Por la misma razn, no estaba permitido leer, escribir, ni escuchar
msica. Asimismo, se desaconsejaba la practica de cualquier otra
disciplina, como yoga, otra meditacin, e incluso rezar.
Era obligatorio declarar el uso de cualquier tipo de medicacin
que se estuviera consumiendo. El instructor evaluaba la convenien-
cia o no de continuar con ella.
Al llamado, de uno en uno fuimos entrando al saln y ocupando
los lugares asignados, que deberamos conservar hasta el final. Creo
que tuve suerte que no objetaran la silleta que me permita perma-
necer en la posicin correcta, con las piernas recogidas en medio lo-
to y la espalda erguida, slo que sostenida en un breve respaldo
lumbar.
Hubo a quienes se les permiti respaldarse en las paredes del

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As en la vida como en la muerte

cuarto.
Un t y una fruta fueron la cena de esa noche antes de retirarnos
a dormir. La jornada comenzara a las cuatro y media de la maana,
seramos llamados a las cuatro con una campana. Se iniciaba la ob-
servancia del absoluto silencio, lo que quiere decir no slo no hablar
sino tampoco intentar comunicarse mediante seas u otros modos
posibles. Esto solo ya era todo una experiencia.
Me senta feliz y emocionado de estar en ese lugar, lo viv como
un privilegio. Expectante, con algunas dudas sobre mis condiciones
fsicas para tamao esfuerzo, pero alerta y confiado, me dispona a
recibir la preciosa enseanza.

Por la maana despert al primer sonido de la campana fresco y des-


pejado. Haba dormido profundamente. En media hora sonara nueva-
mente la llamada al saln. Amaneca un da lluvioso. La penumbra ms
la bruma y el silencio nos daban un aspecto fantasmagrico, cuando
lentamente cruzamos juntos el espacio abierto que separaba los dor-
mitorios del saln. Haca fro.
Ya en mi lugar, ech un vistazo a los compaeros que tena ms cer-
ca, tom la posicin y esper las primeras instrucciones del profesor.
El lugar que me toc en suerte estaba casi en el fondo del saln,
que permanecera en todo momento casi en penumbras. Por delante
y a mi derecha se sent un joven rapado con aspecto de monje bu-
dista. Delante de m, el primer lugar estaba vaco, lo ocupaba espor-
dicamente uno de los jvenes que colaboraba en la organizacin. Un
pasillo central nos separaba de las mujeres y permita llegar al frente
del saln, donde, sobre una tarima, se sentaba el instructor. A su de-
recha y bien cerca suyo se ubicaron los ayudantes, que eran varios.
Repar en que no haba un solo ornamento; la sobriedad me result
llamativa, acostumbrado a ver en lugares similares, al menos, la foto de
algn maestro, el clsico aroma de los sahumerios y las flores.
A mi izquierda tena la ltima fila y luego vena la pared lateral
que les servira de apoyo. Las cortinas corridas impedan la entrada
de luz y la visin exterior que daba al campo. De este modo se pro-
tega la intimidad y se evitaban las distracciones. Hacia atrs tambin
tena la ltima fila y luego la pared del fondo que cumplira la mis-

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Vipassana

ma funcin de apoyo.
Una vez que terminamos de acomodarnos y logramos quedarnos
quietos entr el profesor tomando ubicacin al frente del saln. Con
voz muy suave y fuerte acento extranjero explic que la primera ta-
rea a la que habramos de aplicarnos con esfuerzo sostenido sera
anapana-sati, que consiste en enfocar, fijar y mantener la mente en
un solo objeto de atencin. Ese objeto sera la respiracin, y ms espe-
cficamente las sensaciones en los orificios de las fosas nasales, produ-
cidos por la entrada y salida del aire en cada movimiento respiratorio.
El objetivo de esta tarea era hacer de la atencin un instrumento apro-
piado, que nos sirviera luego para examinar nuestra realidad ms sutil.
Seguidamente, risueo, Arthur nos advirti que este trabajo no se-
ra fcil, dada la tendencia de la mente a desplazarse constantemente
de un punto a otro, de un lugar a otro. La respuesta a este problema
consista en volver a intentarlo una y otra vez, con paciencia y calma,
sin tensin y sin desnimo, exclusivamente en esto. Slo con retornar
al punto de partida deba ser suficiente. Este entrenamiento deman-
dara los siguientes tres das y medio. Buda lo llam Recto Esfuerzo.

El primer da
La primera sentada dur hasta las 6.30, cuando son la campana
para el desayuno. Confieso que para ese primer intento not como
la mayor dificultad aquietar el cuerpo. Lo pas bailando en mi silla
sin terminar de incorporarla a mi esquema corporal para dejar de
sentirla. Cuando lo logr fue una bendicin.
El comedor est a unos cuarenta metros del lugar donde medita-
mos. Caa una llovizna suave pero fastidiosa que nos acompa, ca-
si sin interrupcin, durante todo el retiro.
En una gran mesa central nos esperaba un apetitoso desayuno.
Consista en leche, yogur e infusiones calientes, pan, manteca, mer-
meladas, cereales y frutas. Fue abundante y reparador.
La sensacin de sentirme cuidado me sensibiliz.
Llegar al comedor y encontrar la comida servida, ver los pasillos
y los baos siempre limpios y secos, las instrucciones para cada da
claramente visibles en la cartelera, el orden y el silencio del lugar, me

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resultaron de una gran ayuda. Era la obra de los voluntarios.


Compaeros que haban hecho el curso antes, algunos varias
veces, estaban haciendo todo lo posible para que nos sintiramos
cmodos. Verlos trajinar todo el da, yendo y viniendo, me toc el
corazn. Dos de ellos, Adriana y Sergio, que son pareja, ambos m-
dicos, participaban en uno de mis grupos de Un ao de vida; son
mis amigos. Humildes y serviciales, eran un testimonio vivo de lo
que se puede logran meditando, terminar con las historias del ego
y simplemente ser, humanos. Record entonces las palabras de Sai
Baba, Ama a todos, sirve a todos.
En esos encuentros en el comedor los participantes nos mirba-
mos sin mirarnos. Siempre respetamos la veda de hablar. Al co-
mienzo necesit observar a mis extraos compaeros de viaje, me
despertaba curiosidad saber quines eran, a qu se dedicaban en sus
vidas y esas cosas. Por sus modales, actitudes, vestimenta y dems
gestos, intentaba adivinar algo acerca de ellos, buscaba seales. Los
vea tensos, casi hoscos algunos, suaves y tranquilos otros. Creba-
mos un cierto clima, una determinada atmsfera grupal que nos en-
volva a todos.
A las 9 son la campana de llamada a la prxima sentada.
Nadie se hizo esperar. En cinco minutos todos habamos tomado
posicin y reinicibamos la tarea.
Sent muy claramente el desafo que implicaba para m estar all.
Antes de cerrar los ojos ech una mirada al saln, que estaba casi
en penumbras. Desde mi lugar en el fondo tena una perspectiva com-
pleta. Pareca algo irreal ver a esas cincuenta personas sentadas, quie-
tas y en silencio. Tambin ubiqu el lugar donde se sentaba Julia.
Al quedar quieto not que mis compaeros ms cercanos todava
se movan. Esper algunos minutos a que se acomodaran para ini-
ciar anapana-sati. Pero al ver que demoraban demasiado en encon-
trar la posicin, inici mi trabajo recordndome la consigna de la ob-
servacin de las sensaciones que produce el aire al entrar y salir por
las fosas nasales.
Entregado a esa tarea perd la nocin del paso del tiempo. En un
momento, al ampliar involuntariamente el campo de mis percepcio-
nes, not que los rumores alrededor de m continuaban. Sent fasti-

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dio. Volv a mi tarea. Alterado, me demand ms tiempo concentrar


la atencin. Adems, algunas molestias en las piernas, sobre todo en
las rodillas, empezaban a insinuarse.
La campana de las 11 me alivi. El tiempo pareca pasar con
celeridad.
Tena una hora de descanso antes de almorzar y la aprovech pa-
ra tomar la ducha que todava me faltaba esa maana. Camin un ra-
to recorriendo varias veces el pasillo de cemento que llegaba al co-
medor a unos treinta o cuarenta metros. Miraba al piso cuando me
cruzaba con alguien para evitar las miradas.
El almuerzo de las doce era la comida ms fuerte del da. En rea-
lidad, la ltima, ya que la merienda de las cinco consista en un t y
alguna fruta.
En previsin de tener hambre por la noche ese da com exagera-
damente. Cmo lo lament! Me sent mal el resto del da. La men-
te es verdaderamente estpida, pens.
A los pocos das pude comprobar que, a los efectos de la tarea en
la que estbamos empeados, meditar, la comida y las raciones eran
absolutamente las necesarias como para sentirnos bien alimentados
y confortables. Me sent un tonto por desconfiar de mis anfitriones.
Una vez ms verifiqu que mis compaeros me incomodaban.
Los vea torpes, groseros, parecan abalanzarse hambrientos sobre la
comida. Dej de observarlos, ya que eso me encrespaba.
Entre las 13 y las 14.30 el profesor estaba disponible para que pu-
diramos hacerle preguntas sobre la marcha de la experiencia. Para
ello, slo haba que anotarse en una lista que figuraba en la cartele-
ra y seramos llamados en su presencia.
Lo consult un par de veces en los diez das.
De 15.30 a 17 haramos la siguiente sentada.
Empez a quedar claro para m que cada una de ellas sera una
aventura en s misma. Algo siempre diferente e imposible de prever.
Aunque ya lo haba experimentado, aun cuando sin tanta persisten-
cia, sostener la atencin en ese pequeo punto triangular por deba-
jo de la nariz es una proeza. La mente es muy terca e insiste en su
tendencia a divagar.
En esa sentada not que las molestias persistan. Tambin me in-

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comodaban mis inquietos compaeros, que distraan mi atencin y


aumentaban mis dificultades. Me empezaron a incomodar tensiones
en la espalda y el cuello. No terminaba de relajarme en la postura.
De 19.15 a 20 escuchamos una charla de Goenka traducida al
espaol*.

Ha terminado el primer da.


Han hecho un importante esfuerzo y seguramente se sentirn algo
cansados. Se merecen un sueo reparador ya que maana temprano ha-
bremos de retomar la tarea insistiendo en la prctica de anapana-sati.
No tengan dudas sobre que este esfuerzo se ver recompensado con el
xito.
Cuando nos sentamos y fijamos la atencin en la respiracin inicia-
mos un saludable estado de autoconciencia.
Nos impedimos perder de vista la realidad, estamos aqu y ahora. Si
surge algn pensamiento lo ignoramos y volvemos la atencin a la res-
piracin.
La mente pasa la mayor parte del tiempo perdida en fantasas e ilu-
siones y somos inconscientes de lo que est sucediendo ahora.
El Dhamma es el camino del aqu y ahora.
Para fijar la atencin con mayor facilidad podemos respirar a vo-
luntad un poco ms fuerte y luego dejar el ritmo natural.
Cuando la mente est tranquila la respiracin es regular y suave. Pe-
ro cuando surge ira, odio, miedo o alguna pasin, la respiracin se ha-
ce pesada y rpida. De esta manera, la respiracin nos advierte de nues-
tros estados mentales...

De esta forma, cada noche al terminar la jornada, escuchba-


mos en la voz clida del Maestro la enseanza que nos daba el
fundamento terico de la tarea que estbamos realizando. Not
que a una mayor comprensin le segua una mejor aplicacin
prctica.
Cada noche, Goenka subrayaba amablemente las claves del

* Estos textos fueron extrados del libro La Vipassana, de William Hart, Editorial ELAF S.A., 1987

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aprendizaje que realizbamos ese da. Adems, el reconocimiento


del esfuerzo que estbamos realizando, junto con la descripcin no-
tablemente acertada de lo que vivencibamos, resultaba un impor-
tante estmulo, un fuerte aliento.
Esta gente es consciente de lo que el grupo est viviendo, saben
lo que hacen, pens muchas veces. Esto generaba confianza.
A las 20, al terminar la clase de Goenka, se encendan las luces
del saln y se abra una instancia de preguntas al instructor. Tena-
mos entonces una nueva oportunidad de profundizar el aprendizaje
aclarando nuestras dudas. Resultaba especialmente interesante, por-
que tenamos la oportunidad de escuchar las preguntas que formu-
laban todos los compaeros y compaeras de la experiencia y las res-
puestas que daba el instructor.
Esa primera noche, no obstante, termin tan cansado, que esa l-
tima hora me result interminable, deseaba que todo termine para
poder ir a descansar.

Por la maana me cost levantarme. Empezaba el segundo da. Me


dola todo el cuerpo. Haba identificado con claridad dos enemigos:
los dolores y los molestos compaeros. A un tercero, el fro en el sa-
ln, haba logrado neutralizarlo cubriendo mis pies con una ruana.
El compaero de mi izquierda y hacia atrs, que quedaba por fue-
ra de mi campo visual, me resultaba francamente insoportable. Era
demasiado inquieto y pens en comentarlo con el celador. En reali-
dad no era el nico, haba varios que parecan estar muy incmodos,
se movan y resoplaban todo el tiempo. Yo pensaba: sabrn dnde
estn estas personas? Alguien tambin cercano pareca haberse res-
friado y lo pasaba estornudando y tosiendo. El compaero que se
sentaba hacia mi derecha y por delante de m, el monje, como lo ha-
ba apodado, permaneca inmvil como un buda de piedra. Me esti-
mulaba mirarlo cuando en algn momento entreabra los ojos. Lo
tom de modelo.
Si bien mi mente vagabundeaba de lo lindo, no tardaba en adver-
tirlo y traerla de inmediato al punto de observacin. No me colgaba
por mucho tiempo y tampoco ocurra con mucha frecuencia. En
cuando a esto, me senta conforme con mi trabajo. Mi experiencia

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anterior con la meditacin era notoria.


Pero el dolor que ya se haba instalado en mis rodillas pareca dis-
puesto a quedarse, y a ello se le sumaban ahora nuevas molestias en
la espalda. Yo responda modificando suavemente la posicin. Con
ello consegua un cierto alivio que me permita continuar durante al-
gn rato ms.
Mi estado anmico haba desmejorado. Me puse irritable e impa-
ciente. Empec a preocuparme. La sola idea de que el malestar se
incrementara me atemorizaba. Trat de relajarme.
El instructor nos llamaba a su lado en pequeos grupos a me-
ditar cerca de l por turnos y nos indagaba sobre la marcha de la
experiencia. Quera confirmar uno por uno que estuviramos lo-
grando el primer objetivo de la tcnica: bhavana, desarrollo men-
tal, meditacin.

En el discurso de esa noche, Goenka nos sugera:


observar cmo la respiracin se modifica segn los
contenidos de la mente. Cuando est tranquila y en calma la
respiracin es regular y suave, pero cuando surge alguna ne-
gatividad, ya sea ira, odio o miedo, la respiracin se agita.
La respiracin es un objeto por el cual no se puede sen-
tir deseo ni aversin.
Cuando empezamos a practicar la conciencia de la res-
piracin, vemos lo difcil que resulta sostenerla. A pesar de
la firme determinacin inicial, se nos escabulle una y otra
vez. Pelearnos con la mente no es meditar.

Comenc el tercer da malhumorado. Me despert haciendo un


esfuerzo y gracias a que mi compaero de cuarto encendi la luz.
Necesitaba ms descanso. Pens que podra dormir una hora a la
siesta y que eso compensara.
Las sentadas de la maana me resultaban las ms llevaderas y pro-
vechosas. Lograba sostener una concentracin bastante firme.
Al escuchar la campana que llamaba al desayuno me pareci que
el tiempo haba pasado muy rpido.
Cuando sal del saln lament que no parara de llover, deseaba

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Vipassana

mucho poder caminar por el parque en los recreos y sentir la tibie-


za del sol. Me cruc con Julia un par de veces y pens en cmo lo es-
tara pasando, pero ambos resistimos el impulso de mirarnos.
Ese tercer da fue crucial para mi experiencia.
Durante la tarde, sorpresivamente me fui desplomando y al ano-
checer me quebr. Las molestias y los dolores en todo el cuerpo me
doblegaron y empec a sentirlos insoportables. Al cambiar de posi-
cin notaba que casi al instante las molestias reiniciaban. A cada
nuevo intento de acomodarme se le sumaban otras nuevas. Empec
a preocuparme.
Me invadi el desasosiego.
El fantasma del fracaso y la imposibilidad de continuar con la ex-
periencia no tardaron en hacerse presentes.
En esas condiciones fui presa fcil de mi mente negativa.
Pensamientos tales como esto ya es demasiado, todo tiene un
lmite o ya no ests para estos esfuerzos minaban mi nimo. Sen-
t odio.
La escena temida se haba instalado.
En la adversidad, segu luchando. Luchaba contra el profundo de-
sagrado y la molestia que me causaban los compaeros y los dolores
en todo el cuerpo.
Trataba de sacar fuerzas para resistir, quera llegar hasta el final.
Me angustiaba la sola idea de no poder lograrlo. No quera fracasar.
Pero, francamente, no daba ms.
Pasaban los minutos y el panorama se tornaba cada vez ms som-
bro. Mis fuerzas flaqueaban.
Pens en que lo mejor sera levantarme y salir del saln. Aunque
dura, se me impona como nica salida. Pero, lejos de aliviarme, la
idea de dejar el grupo me enfureca an ms.
En un momento, el ms sombro, vino a mi mente algo que Goen-
ka haba dicho la noche anterior. Lo record ntidamente: Si te ests
peleando con la mente no ests meditando.
Observ mi situacin.
Yo no slo me estaba peleando con mi mente, lo estaba haciendo
con todo. Con mis compaeros, a quienes ya no soportaba, me pe-
leaba con los dolores, que parecan incrementarse con el correr de

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las horas, me peleaba con el fro y la lluvia, con el sueo y el can-


sancio y conmigo mismo. En realidad, no haba nada con lo que no
me estuviera peleando. Mi estancia en ese lugar hasta ahora no ha-
ba sido otra cosa que una continua pelea, y mis fuerzas flaquearon.
Sin darme cuenta, estaba reaccionando con rabia y rechazo a to-
do lo que me incomodaba.
La frase de Goenka me ilumin.
Sent que haba encontrado la clave para salir de esa trampa en la
que haba cado. Slo necesitaba parar la guerra en la que estaba em-
peado, y eso era algo que yo saba cmo hacer. Lo hice de inme-
diato, me relaj, dej de pelear.
Simplemente dej de reaccionar.
El alivio fue inmediato. Cedi la tensin, y mientras perciba c-
mo todo el cuerpo se aflojaba, una gran emocin me inund en ese
momento y sent que las lgrimas corrieron por mis mejillas. Abr los
ojos y mir a mis compaeros, pero esta vez con una infinita compa-
sin. Pens que ellos tambin lo estaban pasando mal, probablemen-
te muy mal, porque estaban haciendo lo que yo haca, pelearse.
Quera decrselo. Advertirles que dejaran de pelear, que se no era
el camino.
Me relaj.
Que hubiera o no dolor en mis rodillas o en la espalda ya era irre-
levante. Haba dejado de ser un problema.
Hice las paces con todos y con todo, y me sent en paz.
Supe entonces que llegara hasta el final del retiro y sonre. Y
as fue.

Al cuarto da se iniciaba la practica de Vipassana-bhavana. Esa


noche Goenka dira:
Con ella desarrollamos conciencia de cada sensacin, y tambin
ecuanimidad, no reaccionamos. Examinamos desapasionadamente cada
sensacin sin agrado o desagrado, sin deseo, aversin o apego, y de es-
te modo la sensacin, en lugar de producir una reaccin, da lugar a sa-
bidura, panna, visin cabal.
A la visin ordinaria de la realidad que tenemos con los ojos abier-
tos, le sumaremos ahora la observacin de esa misma realidad dentro de

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Vipassana

uno mismo.
Esto se consigue tomando como objeto de atencin las propias sensa-
ciones fsicas. De este modo se despliega toda la realidad de la mente y
del cuerpo.
Qued muy claro para m, entonces, que tena conciencia de las
sensaciones que provenan de mi cuerpo o del entorno, las perciba
y era consciente de ellas. Pero, en primer lugar, mi mente las juzg
desagradables, y en segundo lugar, inconscientemente reaccion a
ellas con fastidio y aversin, ya que se es mi condicionamiento.
De esta forma, el resultado no poda ser otro que el dolor y el su-
frimiento que experiment y que, cuando lleg a un nivel extremo,
puso en riesgo mi experiencia.
Afortunadamente, al comprender la situacin, al darme cuenta de
que me peleaba, pude superar el condicionamiento y dar una res-
puesta diferente. Esta vez respond en lugar de reaccionar. La respues-
ta es consciente, es una eleccin, mientras que la reaccin no lo es.
A la misma sensacin respond de forma diferente, y eso me liber.
Mis desdichados compaeros no me estaban molestando deliberada-
mente, simplemente exteriorizaban su malestar, que no era poco. Al
poder verlo de este modo, al verlos sufrir, sent compasin. Qu otra
cosa podra sentir por ellos? No fue que hubiera dejado de sentir, de
percibir la sensacin como desagradable, solo dej de reaccionar a ella
con aversin. La guerra se detuvo y surgi la paz. Eso fue todo.

Con la nueva consigna de trabajo, movemos la atencin sistemti-


camente desde la cabeza a los pies y de los pies a la cabeza registrando
todas las sensaciones, ya sea calor, fro, picor, dolor, contraccin, cos-
quilleo, vibracin o cualquier otra cosa.
Lo que se hace es observar cada fenmeno objetivamente, con ecua-
nimidad, sin reaccionar. Observamos con desapego.
Nos podemos liberar del sufrimiento desarrollando la conciencia y la ecua-
nimidad. Es lo que nos permite ver la impermanencia de todas las cosas.

Fue lo que pude comprobar.

Buda fue un cientfico. No fue un filsofo ni un mstico. No fun-

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As en la vida como en la muerte

d ninguna religin.
Desarroll un mtodo experimental para el conocimiento de la
realidad y lo ense. Resulta verdaderamente sorprendente que ha-
ya podido descubrir que la materia tiene una estructura inmaterial,
que es slo energa en movimiento. Con su mtodo de introspeccin
lleg a la misma conclusin a que hoy llegan los fsicos.
Descubri que nuestro cuerpo, que parece tan slido, est com-
puesto de partculas subatmicas y espacios vacos. Y que ni siquie-
ra esas partculas, a las que llam kalapas, tienen una solidez real.
Surgen y se desvanecen en mnimas fracciones de segundo saliendo
constantemente de la existencia como un flujo de vibraciones.

El da diez por la tarde se levant la veda de silencio. Haba llega-


do el momento del encuentro postergado con los compaeros. Nos
saludamos y dimos a conocer. Nos hubiera llevado otros diez das
compartir nuestras vivencias y comentarios. Se los vea contentos y
satisfechos con la experiencia que, para la mayora, era sumamente
novedosa. El taller termin el da once despus del desayuno. Fue un
momento muy lindo y emotivo.
Para contactar:
Vipassana Argentina: www.dhamma.org

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CAPTULO 19

Cuba no cree en lgrimas

Zorba el Griego: Por qu muere el joven? Por qu


mueren las personas?
Erudito: No lo s.
Zorba el Griego: Para qu te sirven todos esos maldi-
tos libros? Si no tienen la respuesta para ello, qu
demonios de respuesta te ofrecen?
Erudito: Ellos me cuentan sobre la angustia de los
hombres que no pueden responder a preguntas como
la tuya...

Terminaba 1999, un ao singular, ya que tambin terminaba un siglo.


Podra decirse que Niketana, nuestra Asociacin, haba logrado
una fuerte insercin en la comunidad gracias a la participacin tan
activa de toda nuestra gente, que permiti atender el trabajo de to-
das las reas que la conforman.
En 1997 y en apoyo y difusin del programa Una nueva educa-
cin para afrontar la muerte, Niketana present en el Centro Cul-
tural Recoleta Escenas del proceso humano de morir.
Con la generosa participacin de actores profesionales, la direc-
cin de Susana Torres Molina, y sobre un guin de su autora, fue-
ron representadas ante numeroso pblico tres escenas diferentes que
ejemplifican situaciones habituales en nuestro trabajo acompaando
a pacientes terminales.
La propuesta consisti en que luego de cada escena el pblico
discutiera en pequeos grupos coordinados por voluntarios de

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As en la vida como en la muerte

Niketana la trama de la situacin que fue caracterizada. La idea


era ver si podan reconocer el problema que se mostraba y suge-
rir posibles soluciones.
Finalizado el trabajo con las tres escenas y luego de un breve des-
canso, el pblico pudo formular sus preguntas a un panel de profe-
sionales especialmente invitados.
Con este tipo de presentaciones pblicas, que tratamos de hacer
con la mayor asiduidad, buscamos desmitificar el tema de la muerte
e instalarlo en un contexto de debate.
Con la misma finalidad mantuvimos durante cinco aos un foro
abierto, libre y gratuito que se reuni cada mes para dar a la gente la
oportunidad de compartir sus ideas, creencias y experiencias con re-
lacin a la muerte y al proceso humano de morir.
Siempre que se daba la oportunidad invitbamos a alguna persona-
lidad destacada a participar de ese foro. Con el doctor Gustavo de Si-
mone y los dems amigos de Pallium, por ejemplo, en agosto de 1998
estuvo con nosotros compartiendo su experiencia el reverendo Leo-
nard Lunn, capelln del Saint Christopers Hospice de Londres.
Para el cuarto aniversario de Niketana organizamos una celebra-
cin para recordar a los amigos que acompaamos a morir, y lo hi-
cimos con msica, danzas, canto y poesa con la presencia de mu-
chos familiares que dieron testimonio ante un pblico conmovido.
Estas actividades tuvieron repercusin en el exterior.
Fue as como para comienzos de 2000 y luego de pasar las fiestas
de fin de siglo con el padre de Julia en el hermoso Puerto Rico, fui
invitado a dar talleres en distintas ciudades de Mxico.
Tambin particip en el Tercer Simposio Internacional sobre el
Coma y la Muerte, en la Habana, Cuba.
Creo que es til comentarlo.

En febrero de 2000 se realiz en La Habana, como se acaba de de-


cir, el Tercer Simposio Internacional sobre el Coma y la Muerte en el
imponente marco del Palacio de las Convenciones.
No haba estado antes en Cuba, y adems de presentar una po-
nencia sobre mi trabajo, quera conocer a su gente, su modo de vida
y sus famosas playas.

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Cuba no cree en lgrimas

En el simposio escuch, entre otros temas interesantes, la ponen-


cia presentada por Terri A Schmidt, Linda Ganzini y Heidi D. Nel-
son, de Estados Unidos: La experiencia de los mdicos de Oregn
con medicamentacin letal: Los primeros diecisiete meses con la Ley
de Dignidad.
As me enter de que en ese estado, los pacientes con una expecta-
tiva de vida de menos de seis meses pueden solicitarle a su mdico la
receta de una dosis letal de medicamentos. El mdico est autorizado
por la ley a facilitarle al propio paciente los medios para ponerle fin a
su vida.
Esta modalidad de cuidados del fin de la vida llamada Ley de
Dignidad fue legalizada en Oregn en octubre de 1997.
Habiendo tratado este tema en otro captulo, no quiero entrar
aqu en demasiadas consideraciones, pero s destacar lo que para m
fue un hecho inquietante. Las estadsticas que presentaron los auto-
res del trabajo mostraban que en las motivaciones para la toma de
tan dura decisin prevalecan las vivencias de prdida de autonoma
sobre la propia vida, pobre calidad de vida y el sentimiento de ser
una carga para los dems (54%). Para mi asombro, estos datos pare-
can ser irrelevantes para ellos.
A mi criterio, esto parece indicar una ruptura en la malla de con-
tencin social, una falta de amor y solidaridad preocupante.
Qu triste debe ser morir as, tan solo!

Suecia y Holanda presentaron Eutanasia: aspectos de regulacin


moral y legal, por Tom R. Burns y N. Machado; La eutanasia y otras
decisiones al final de la vida en Holanda, por Onwuteaka-Phillipsen,
y Apoyo y consultas de los mdicos de familia con relacin a la euta-
nasia y el suicidio asistido.
Si bien la prctica de la eutanasia no estaba todava legalizada en
Holanda (ocurri poco despus), tampoco estaba penalizada.
Deba, eso s, adecuarse a determinadas condiciones que fueron
especificadas, como el consentimiento explcito del paciente, la pre-
sencia de enfermedad terminal y una certificacin por dos mdicos.
Sin correr riesgos legales, el mdico puede aplicar al paciente una
medicacin letal con la cual le pone fin a su vida.

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Personalmente, me quedaron dudas de que las motivaciones pa-


ra propiciar tanto el suicidio asistido como la eutanasia respondan a
razones humanitarias. Creo que existen fuertes intereses econmi-
cos que ejercen presin para reducir los costos que demanda la aten-
cin de estos pacientes.
Por ltimo, dir que mi trabajo, Comprendiendo el proceso de
morir, que propicia el enfoque comentado en la Primera Parte de es-
te libro, pas sin pena ni gloria.
Cuba no cree en lgrimas.

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Eplogo

Lo que digo en este libro es que toparnos con la muerte, cualquiera


sea el contexto en el que ocurra, puede llegar a ser una experiencia
muy dura si no estamos preparados para ello.
De aqu los arraigados temores que conlleva.
Lo novedoso que aqu presento es cmo podemos prepararnos
para estar en condiciones de afrontarla con ecuanimidad, y que esta
preparacin resulta ser un trabajo de sanacin profundo que nos
conduce a vivir en plenitud.
Este libro es la continuacin de El buen morir, al que actualiza,
completa y profundiza. Pretende ser una nueva contribucin al fas-
cinante tema que es la muerte y su correlato, las vicisitudes del pro-
ceso que nos conduce a ella.
Aqu desarrollo an ms la moderna visin de la psicologa trans-
personal aplicada a la comprensin de este tema.
Considero que haber llevado a la prctica el programa de Stephen
Levine Un ao de vida, experimentndolo incluso en nosotros
mismos como aqu mostramos, enriquece considerablemente nues-
tra comprensin de la problemtica del final de la vida.
Tambin hizo que nos sintiramos mejor instrumentados para
nuestro trabajo en el acompaamiento al paciente terminal, por lo
que resulta aconsejable a quienes, por razones profesionales, o vo-
luntariamente, se dedican a esta noble tarea.
Finalmente, dejo planteado que cmo hemos vivido hasta
ahora y cmo quisiramos vivir el resto del tiempo que nos que-
de es una encrucijada con la que nos encontramos al terminar de
leerlo.
El lector puede optar por cerrarlo, buscarle algn sitio apartado
en su biblioteca y olvidarse del asunto, o bien hacer lo que creo que

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sera ms sabio, ponerse a trabajar comprometidamente en su propia


sanacin.
Todos vamos a morir.
Pero todos podemos aspirar a vivir en plenitud para morir en paz.

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Lecturas sugeridas

1. Stephen Levine, el autor del libro gua para el trabajo de Un ao


para vivir, tiene una amplia produccin literaria de la que reco-
mendamos muy especialmente Un ao de vida, Sanar en la vida y
en la muerte y Un despertar gradual (Editorial Los Libros del co-
mienzo), y Quin muere? (Editorial Era naciente, 1992).
2. Jack Kornfield tambin es un destacado maestro de meditacin.
De l trabajamos Vipassana y Camino con Corazn (La liebre de
marzo, 1997), y Entre el xtasis y la vida cotidiana (Emec,
2001).
3. Christina Grof y Stanislav Grof. Trabajamos Emergencia espiri-
tual, En busca del ser y La tormentosa bsqueda del ser (Ed. Pla-
neta, 1992).
4. Ramana Maharshi. Es casi imprescindible trabajar con La esencia
del autoconocimiento, Editora y distribuidora Yug, S.A., Mxico,
D.F., 1987.
5. Sri Nisargadatta Maharaj. Aunque resulte bastante complejo,
aconsejo Yo soy, de Editorial Sirio, 1987, y El buscador es lo bus-
cado, Editorial y Distribuidora Yug S.A., Mxico, D.F., 1989.
6. Osho. Todos sus discursos, como El Sutra del Corazn, publi-
cado por Queimada Ediciones, 1978. Ms all de la frontera de
la mente, Editorial Mutar, Argentina, 1990. La semilla de mosta-
za, Osho International Foundation, 1992. Ven, sgueme, Edito-
rial Mutar, 1994.
7. Ram Dass & Mirabai Bush. Hacia el final del programa lemos
Compasin en accin, Editorial Gaia, 1994.
8. Len Tolstoi. La muerte de Ivan Ilitch, de Cinar Editores, Mxico
D.F., 1994, es una verdadera joya para una reflexin profunda so-
bre la muerte.

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9. Ken Wilber es el autor gua para la comprensin de una visin


transpersonal. El proyecto Atman, de Editorial. Kairs 1980; Gra-
cia y coraje, de Gaia Ediciones, 1995; El ojo del espritu, Editorial
Kairs, 1997, y Los tres ojos del conocimiento, Editorial Kairs,
1991; El espectro de la conciencia, Editorial Kairs, 1977; Sexo,
ecologa, espiritualidad, de Gaia, 1996.
10. Sogyal Rimpoch, El libro tibetano de la vida y de la muerte,
Editorial Urano, 1992.
11. Karlfried Graf Drckheim, Hara, centro vital del hombre, Editorial
Mensajero, 1992.
12. La obra de los msticos cristianos. Thomas Merton, Diario de un
ermitao, El hombre nuevo (Lumen); Maestro Eckhart, Obras es-
cogidas; y La nube de lo desconocido, annimo del siglo XIV (Edi-
comunicacin, S.A.).
13. Vctor E. Frankl, Obras completas.

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Acerca del autor

Hugo Dopaso egresa de la Universidad de Buenos Aires en 1960 con


el ttulo de mdico. Se forma en el psicoanlisis. Tras romper con esa
doctrina y hasta 1976, milita en el peronismo. Explora y trabaja en la
antipsiquiatra, luego en gestalt. En 1983 su vida da un giro total al en-
contrarse con Osho, su Maestro. Profundiza su terapia personal en la
Rajneesh International Meditation University, en Oregn, EE.UU. Vi-
ve un ao con el Maestro en el ashram de Poona, India. Desde su re-
greso a la Argentina, a fines de 1989, trabaja con dedicacin exclusiva
en la problemtica del final de la vida. En 1994 publica el libro El buen
morir. Una gua para acompaar al enfermo terminal, y funda Niketana,
Centro de Meditacin y Crecimiento Espiritual. En 1995 es disertan-
te en las Primeras Jornadas Argentinas y Latinoamericanas de Tanato-
loga y Prevencin del Suicidio, en Buenos Aires, y palestrante en
Compreendendo o Processo do Morrer, en la Sociedade de Psicolo-
ga Transperssoal de Pelotas, Brasil. En 1996 es conferenciante en las
Primeras Jornadas de Acompaamiento al Paciente Terminal, organi-
zado por el Colegio Mdico de Ro Cuarto, Crdoba. En 1997 es di-
sertante en la Universidad de Mar del Plata. En 1999 lo hace en la ciu-
dad de Concepcin del Uruguay, Entre Ros. En el mismo ao dicta un
Curso de Entrenamiento en Cuidados Paliativos en la Universidad Na-
cional de Entre Ros. En 2000 es disertante en la Universidad de Gua-
dalajara, Mxico, y dirige talleres en Mxico D.F., Cuernavaca y Oaxa-
ca. En el mismo ao es disertante en el Tercer Simposio sobre el Coma
y la Muerte en La Habana, Cuba. En 2001 es expositor en el Primer
Encuentro de Sanadores, Santiago de Chile. En la actualidad, a los se-
senta y ocho aos, vive cuidando a sus pacientes, meditando, escri-
biendo y enseando en su nueva residencia en Entre Ros, su querida
provincia natal.

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Este libro-gua habla, con el


lenguaje conmovedor de la
confidencia, a mdicos, enfer-
meros, psicoterapeutas, pa-
cientes, familiares y a todos
los seres humanos. Ensea a
armonizar el dolor con la
plenitud de conciencia, la tris-
teza con el amor, la despedi-
da con la celebracin por el
reencuentro definitivo de la
parte (el alma) con el todo
(Dios) del cual procede.
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Una manera de entender y


asistir al proceso de morir en el
que se prioriza el trabajo sobre
s mismo, tanto para los que se
acercan a la muerte como para
quienes los acompaan y cola-
boran en su proceso.

ste es, en esencia, un libro-


gua para los vivos, puesto
que tanto la muerte como el
morir son aspectos de la vida.
Su principal propsito es el de
ayudar al individuo a pasar
por el proceso de morir sin
perder la conciencia. Porque
el morir consciente parece
constituir la esencia misma
tanto de la inmortalidad como
de la liberacin o esclareci-
miento.
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Armona con la naturaleza

Nuestra misin: elevar la calidad de vida

Para ello trabajamos continuamente en el desarrollo de productos


de altsima calidad, con la seriedad, dedicacin y entusiasmo que
hoy hacen posible el poder compartir con ustedes nuestros nuevos
emprendimientos:

Green Devas
Productos para el cuerpo y el espritu, puros, naturales y sin aditivos
qumicos (aceites esenciales, espumas, sales frmula piel de seda,
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raputicos y ms).

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