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U NA VISIN TRANSPERSONAL
DEL PROCESO HUMANO
DE VIVIR Y DE MORIR
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Devas S.A.
casa matriz: Avda. San Juan 777 - 3 piso
(c1147AAF) Buenos Aires
Repblica Argentina
internet: www.devas.com.ar
E-mail: [email protected]
Dopaso, Hugo
As en la vida como en la muerte.- 1a ed; 1a
reimp. Buenos Aires: Devas, 2005
256 p.; 22x15 cm (nueva conciencia)
iSBn 987-1102-55-0
1. Autoayuda i. Ttulo
cDD 158.1
Agradecimientos
Me siento profundamente agradecido a muchas personas que, de distintas formas,
me apoyaron y alentaron para que este libro sea una realidad. Algunas de ellas lo
hicieron de una manera directa, personal, y otras mediante el apoyo brindado a
Niketana. Mirando hacia atrs los ltimos diez aos, puedo evocar innumerables
rostros que me devuelven una sonrisa amistosa y comprensiva. Slo me es posible
destacar aqu algunos pocos nombres. No obstante, sepan que tambin estn en mi
corazn las dems personas a quienes menciono en un listado anexo.
La palabra gracias me resulta muy breve para expresar todo lo que siento. Pido
entonces que se reconozca este libro como prueba de mi gratitud.
A todas las personas que me permitieron acompaarlas en el final de sus vidas.
A sus familiares.
A mis Maestros.
A Julia Gilmore, por sus sabios aportes, constante estmulo y el afecto brinda-
do a travs de los aos.
A los terapeutas del grupo Hexgono, mis queridos amigos: Eduardo Carabe-
lli, Adriana Fernndez, Ana Mara Aguirre y Yolanda Ohana.
Al doctor Hctor Vzquez Ponce, asesor legal de Niketana.
A Gustavo y Alicia Berti, de la ciudad de Ro Cuarto, lderes del grupo Renacer.
Al entraable amigo Satyam, Daniel Barreiro.
A Narcisa Hirsch.
A Teresa Anchorena.
A Marta Rodrguez, querida amiga de Concepcin del Uruguay, que corrigi
amorosamente mis borradores en incontables jornadas y de quien recib tam-
bin estmulo en momentos de dudas y vacilaciones.
La profesora Rosa Capelli tuvo la gentileza de leer los originales y aportarme
interesantes sugerencias.
A Editorial Longseller por su confianza en mi trabajo, todo mi agradecimiento.
Hugo Dopaso
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n di ce
9 PALABRAS PRELIMINARES
PRIMERA PARTE
13 CAPTULO 1. Muerte y espiritualidad (I)
Muerte y espiritualidad (II)
SEGUNDA PARTE
117 CAPTULO 9. Acompaando a morir
127 CAPTULO 10. Un ao para vivir
145 CAPTULO 11. Revisando la historia de vida
153 CAPTULO 12. La segunda mitad del ao
TERCERA PARTE
167 CAPTULO 13. Osho
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247 EPLOGO
Palabras preliminares
Este libro no responde a un plan preconcebido, no me propuse es-
cribirlo, si bien tuve la dicha de poder hacerlo. Su origen, sin em-
bargo, me resulta misterioso. Al igual que un hijo, se fue gestando
silenciosamente en mi interior durante muchos aos, al cabo de los
cuales, un da, en la forma suave y natural en que una nube satu-
rada se derrama en una tenue llovizna, comenz a brotar de mane-
ra incontenible durante cinco prodigiosos meses, en los que dis-
frut mucho al recogerlo y volcarlo sobre el papel.
Con esto quiero decir que no es un libro pensado, mentalmente
elaborado. No me detuve a procesarlo. Fue escrito de un tirn, de un
modo simple y totalmente espontneo. Por eso, como autor, confie-
so que para m es un enigma.
Como el oficio de escritor no me pertenece, me pregunto qu ha-
br querido premiar en m la existencia al elegirme para expresarse
de este modo. Acaso que confe y deje hablar al corazn? Tal vez
la arraigada costumbre que adquir de hablar de la vida siempre en
presencia de la muerte, sin darle la espalda? El hecho inusual de no
negarla?
Est ordenado en tres partes. En la primera reun los captulos refe-
ridos a mi trabajo de los ltimos aos. Son ocho y abarcan el perodo
que va desde la publicacin de El buen morir, en 1994, hasta la fecha.
En ellos muestro cmo trabajo en la actualidad y, adems, esbozo
una visin transpersonal de la muerte y el proceso de morir. Lo me-
dular en ella es el acento puesto en la vertiente espiritual de la na-
turaleza humana que protagoniza este suceso.
Trabajar con esta mirada, doy fe, mitiga la desazn y el sufri-
miento que conlleva el ineludible momento en que tendremos que
dejar el cuerpo.
En la Segunda Parte, relato mi experiencia con el programa de
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Primera parte
El problema de la muerte,
es innecesario decirlo,
se funda en el amor a la vida,
el instinto ms arraigado
de la naturaleza humana.
Alice Bailey
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CAPTULO 1
Qu habremos aprendido
si en el momento
de la muerte no sabemos
quines somos en realidad?
Sogyal Rimpoch
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La crisis
Al comienzo de mi indagacin lo que esperaba encontrar eran las
imgenes ms familiares del miedo a lo desconocido y el fuerte im-
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Una vislumbre
Por aquella poca practicaba aerobismo. Me encantaba correr. Haba
llegado a la etapa de la adiccin, era adicto a correr. Sala a correr
aunque lloviera.
Con una rutina como la que haba logrado, de diez kilmetros
diarios, entraba fcilmente en estados modificados de conciencia. Es
el placer en los que corren, se es su secreto, el verdadero deleite.
Sencillamente, se sienten transportados a un estado de conciencia
diferente, que por un rato los saca de la realidad.
Correr libera endorfinas, se abre el espectro de la conciencia y per-
mite incursionar por parajes muy bellos. Es como un viaje psicodlico.
Una tarde tibia de mayo, al terminar de correr, me acost a des-
cansar sobre el muralln de piedra que bordea la Costanera sur de
Buenos Aires.
Mientras me relajaba, senta con placer el tibio sol del atardecer
secando el sudor de mi cuerpo cansado. Era parte del ritual.
En aquellos das, las lagunas de la actual reserva ecolgica empe-
zaban a dibujarse. La confluan el encanto seorial de esa vieja ala-
meda de Buenos Aires, que an conserva el esplendor de antao por
un lado, y por el otro la fuerza vital de la vegetacin agreste avan-
zando con sus impetuosos pajonales, los frgiles arbustos donde los
pjaros se juntaban al atardecer, las ondulantes plantas acuticas y
los pintorescos plumerillos. Un paisaje de ensueo que le daba al
correr por ese lugar un encanto especial.
En un momento miro la laguna verdinegra. Con ojos de-
senfocados veo unos patos que se acercan. Con algn es-
fuerzo focalizo la mirada. Cuento cuatro o cinco, no ms.
Se desplazan sobre la superficie del agua con gracia y sua-
vidad. Algunos se picotean y hunden la cabeza bajo el agua
como buscando algo que comer.
Cuando me incorporo, la ternura de la escena reclama
toda mi atencin y me cautiva por completo.
Como si se hubiera descorrido un velo, de pronto los ten-
go ante m como la clara y recortada figura de una gestalt
con el agua oscura como fondo.
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Qued maravillado.
Sorpresivamente me vi a m mismo y por contraste me inva-
di una profunda pena. En ese mismo lugar, formando parte de
la escena, yo, el hombre, el rey de la creacin, me senta un ex-
trao, un intruso. En ese lugar de este planeta, que se supone es
mi hbitat.
Con gran dolor, reconoca que pocas veces pude sentirme as, co-
mo en casa, sino que, por el contrario, siempre me sent un extran-
jero, echado del paraso y de todas partes, un marginado.
Haba algo extrao en la situacin que no alcanzaba a compren-
der. Al poco rato de sumirme en esas reflexiones, los colores del atar-
decer estallaron como un gran incendio y mis ojos, como nubes, co-
menzaron a descargar gruesos lagrimones que corran por mi cara.
Un estremecimiento me recorri la espalda y mis brazos se elevaron
como los de un nio suplicante. Atinadamente abr la garganta y
permit que el sollozo no me ahogara.
Por ltimo, la mente par en seco y se hizo el silencio. Qued
suspendido en el tiempo y el espacio. Ignoro lo que ocurri a conti-
nuacin y cunto tiempo estuve como en otro mundo. Al retornar
me sent diferente, algo en m haba cambiado. Me senta extenuado
pero en un estado de inmensa paz.
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Qued atnito.
El primer impulso fue el de ir corriendo a contrselo a mi madre,
a relatarle lo sucedido. Felizmente me contuve. De todos modos, no
hubiera podido hacerlo. Es seguro que a esa edad no tena las pala-
bras apropiadas para transmitir esa experiencia. Slo intentarlo hu-
biera sido un caos. Casi lo es ahora.
Y de haberlo hecho, qu hubiera conseguido? Ella no hubiera
podido explicarme el fenmeno, era una mujer muy sencilla. Creo
que hice lo mejor, guard el secreto celosamente. No hace mucho
que me animo a divulgarlo.
La experiencia que estoy narrando tuvo implicancias perdurables.
La conciencia de existir, el simultneo reconocimiento de ese ni-
o, su milagrosa aparicin producto de una suerte de desdobla-
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El dilogo interior
Esa relacin que desde entonces mantengo conmigo mismo tiene
otras facetas llamativas. Voy a tratar de explicitarlo; son pormenores
de la relacin que percibo en la privacidad y el silencio de mi mun-
do interno y que vivo como mi dilogo interior. Es curioso que nun-
ca le haya preguntado a nadie cmo lo percibe. (En este momento
me prometo a m mismo empezar a hacerlo.) Tanto como para tra-
tar de dar mayor claridad a esta exposicin llamar conciencia o
testigo interior a un trmino de esa dualidad y personaje al otro
trmino.
Como si fuera ese testigo el que hablara, digo entonces que ja-
ms interfiero en los movimientos del personaje. No lo hago en
ningn caso, pero tampoco me es posible hacerlo, no puedo in-
terferir en su libre albedro. Esa eventualidad no me es dada. No
est en mis posibilidades de mero testigo intervenir en sus proce-
sos ni en sus propsitos. Por ejemplo, no puedo evitar que corra
riesgos, incluso serios. Como si se tratara de un espejo, slo pue-
do reflejarlos.
Estoy siempre atento, da y noche vigilo sus pasos. Desde su lle-
gada al mundo acompao a ese ser que se llama Hugo Dopaso, lo ha-
go desde su nacimiento, en su crecimiento, en su proceso de madu-
racin, en todas las vicisitudes de su vida, incluso cuando duerme,
y all estar en el momento en que abandone su cuerpo.
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El personaje
Cuando me identifico con el nio que fui o el adulto actual, es
decir, cuando soy el personaje que acta en sociedad, me veo y
me siento como si hubiera sido lanzado a este mundo sin mi
consentimiento.
Desde esta perspectiva muy frecuentemente me siento a la in-
temperie, pero en otras, tambin cuidado. Al referirme a esta situa-
cin suelo decir: me siento cuidado por la existencia, por la propia
vida. Pero es slo una manera de decir. Cul ser en este contexto
el trmino apropiado? Tengo la sensacin de que algo que parece ser
un alguien cuida de m, me protege. Est conmigo siempre y en es-
pecial cuando necesito tomar alguna decisin crucial para mi vida en
el orden de lo existencial, no de lo mundano.
Algunas veces, casi en broma, tambin digo, refirindome a esta
instancia, que es mi ngel guardin. Pero como no creo mucho en
esas cosas, es slo una forma de decir.
La gran confusin
Tambin es posible que sencillamente lo que est intentando trans-
mitir aqu sea slo una gran confusin, el gran lo que hay en mi ca-
beza. Lo acepto.
Sin embargo, aun si as fuera, cosa que no creo, quin o qu
est observando y describiendo esa mente confusa? Por qu si lo
que digo es legible y entendible, quien est escribiendo esto est
en condiciones mentales de realizar una tarea compleja que re-
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Buscando explicaciones
Como dice un amigo, la mente siempre quiere tener la ltima pa-
labra. Entonces, hay momentos en que intento, y por cierto nece-
sito, hacer ms comprensible para m mismo mi propia vida. Y lo
que hago es tratar de resignificar experiencias como las que narr
antes.
La tarea no es ociosa, la indagacin apunta a comprender qu es
lo que le da direccin a mi vida, ya que siempre fui absolutamente
incapaz de plantearme metas, algn objetivo que lo hiciera.
Incluso me asombro cuando la gente me habla de las metas que
determinan sus vidas. Ignoro la razn, pero eso me es ajeno.
Yo simplemente espero que la existencia me traiga alguna ta-
rea, algn trabajo y entonces, sin hacer demasiadas preguntas,
lo hago, poniendo en ello siempre todo mi ser. As transcurre
mi vida. Cuando concluye un trabajo misteriosamente aparece
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CAPTULO 2
La visin transpersonal
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Nlida
Cito el caso de Nlida, un ejemplo que considero paradigmtico y
que coment en El buen morir. En la pgina 34 de ese libro puede
leerse:
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El ms all
Aqu vemos, entonces, que es posible entrar en otro mundo aun an-
tes de morir. Es el que existe ms all de la realidad convencional con-
trolada por la estructura del ego, o yo. Y no es una realidad ilusoria,
como se puede observar. Es absolutamente real, no algo imaginario.
Para que este fenmeno pueda ser mejor comprendido, bastara
con que el lector pudiera remitirse a alguna experiencia personal de
este tipo que haya vivido, algn momento en el que incursion por un
estado no ordinario de conciencia, adems de soar por las noches,
desde luego. Por ejemplo, puede considerar como tal el impacto de una
fuerte experiencia esttica, de aquellas que nos transportan a un esta-
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Mario
Recuerdo a un paciente de unos cuarenta aos a quien llamar Ma-
rio, que estaba muriendo como consecuencia de un cncer de pn-
creas. En unas pocas entrevistas habamos logrado una relacin pro-
funda, de mucha confianza. Verlo morir tan joven me despertaba
una especial compasin. Una maana que fui a visitarlo me estaba
esperando sentado en la cama. Not que haba algo diferente en su
actitud habitual. Luego de los saludos y algunos comentarios acerca
de cmo haba pasado la noche, me dijo:
Doc, necesito hacerte una pregunta: s que estoy muriendo, te
agradezco mucho que vengas a verme, pero ahora necesito saber por
qu siento que no voy a morir.
Qu responderle y cmo comprender estas enigmticas palabras
de un paciente terminal pocos das antes de morir divide las aguas
entre la psicologa tradicional y la visin transpersonal.
Fueron expresadas en un clima de mucha paz y con una pcara son-
risa en los ojos del paciente. En ese momento, doy fe, no haba miedo
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* La tormentosa bsqueda del ser, Editorial Los libros de la liebre de marzo, p. 60.
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La conciencia emergente
Esta conciencia emergente, cuya primera manifestacin en m mis-
mo acabo de evocar, constituye, segn las enseanzas vdicas y tam-
bin en otras tradiciones, nuestra verdadera identidad. Conciencia
que se manifiesta en el cuerpo-mente o aparato psicosomtico, para
no simplificar excesivamente hablando slo de cuerpo fsico. Dada
nuestra naturaleza, los humanos somos conscientes. Y gracias a esta
conciencia podemos desenvolvernos en la vida segn un propsito.
Nuestro propio proceso evolutivo como personas se vuelve com-
prensible en trminos del proceso evolutivo de esa misma concien-
cia. Una vida plena es una vida consciente. Sin embargo, no siempre
percibimos esta realidad y as transitamos sobre esta tierra ignoran-
do nuestra condicin. Somos seres conscientes, pero no siempre es-
tamos conscientes. Esto tiene serias implicancias. El estado deplora-
ble en el que estamos dejando el planeta es un claro ejemplo de lo
que podemos llegar a hacer cuando estamos dormidos. Entonces
somos decididamente peligrosos.
Estar conscientes no demanda ningn esfuerzo. No es necesario
esforzarnos para alcanzar la conciencia ordinaria. Es suficiente con
poner atencin para salir del estado de ensoacin en el que habi-
tualmente transcurre nuestra vida. Es simple y natural constatar la
realidad de la conciencia que nos acompaa como la sombra al cuer-
po. No es difcil de alcanzar sino imposible de evitar.
En cualquier momento podemos verificar su existencia. Aun dur-
miendo. Pero la mayor parte de nuestro tiempo vivimos en la men-
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La parca
La falta de recursos morales para afrontar la experiencia de morir
nos deja expuestos a los avatares que conlleva.
Siendo la muerte un componente orgnico de la vida, se entrete-
je en la trama de la existencia humana. Sin embargo, no hemos
aprendido a incluirla en nuestros planes. No aprendimos a convivir
con ella. Como lo expresa un grupo de autoayuda para pacientes on-
colgicos de nuestro medio, apostamos a la vida, y cuando les pre-
guntamos qu hacen con el temor a morir y la preparacin necesa-
ria para una muerte digna, la respuesta es de eso nos ocuparemos
cuando llegue el momento, o miran hacia otro lado. De esta forma,
me parece que se van acrecentando los temores inconscientes que
incuban en la sombra.
Vivir negando la realidad de la muerte es vivir mintindonos a no-
sotros mismos y a los dems. Por ejemplo, nos vemos impelidos a di-
simular el paso del tiempo y el deterioro de nuestro cuerpo, a veces
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gran miedo a la vida misma, que guarda entre sus mayores secretos
el momento exacto de esa experiencia que es morir.
Qu hacer, entonces? La polmica est abierta. Personalmente, me
inclino por indagarla, escudriar su misterio, familiarizarnos con ella,
en pocas palabras, mirarla a la cara y prepararnos para acompaarla sin
titubear cuando nos anuncie que lleg el momento de partir. Nacimos
para vivir, y eso incluye morir. He observado que si no estamos listos pa-
ra morir en cualquier momento, no podemos vivir plenamente.
Pero la mente, dada su naturaleza, se agita y surgen entonces mu-
chas preguntas.
Es lo mismo el miedo a la muerte que el miedo a morir? Qu
pretende la muerte de nosotros, que siempre la estemos esperando,
como sugiere Montaigne? Que la tengamos siempre en cuenta, co-
mo a una seora vanidosa? O, ms esperanzadoramente, acaso que-
rr ensearnos algo importante acerca de la vida, algo que todava no
alcanzamos a comprender?
Por lo pronto, una cosa es segura: cualquiera sea el sentido, el sig-
nificado de su existencia, si es que lo tiene, habr que averiguarlo,
no lo trae sobreimpreso.
Con todo lo dicho espero haber dejado firmemente establecida la
idea de que estamos frente a la necesidad de encarar un proceso edu-
cativo serio.
Necesitamos imperiosamente elaborar una nueva educacin, pa-
ra aprender que nuestra vida es finita, y que culmina en esta inquie-
tante experiencia a la que llamamos morir.
Muchos se preguntan cmo se puede vivir pensando en la muer-
te. Cmo se puede vivir sin observar que ella siempre est presente,
me pregunto yo.
Pero es posible tener presente esa realidad cuando estamos vi-
viendo plenamente, llenos de gozo y de proyectos? Veamos.
Una de las principales razones por las que tanto nos cuesta y tanta
angustia nos produce afrontar la muerte es que ignoramos la verdad de
la impermanencia.
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CAPTULO 4
La experiencia
de morir consciente
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CAPTULO 5
Comprendiendo
el proceso de morir
Nuestra modalidad *
de abordaje al paciente terminal
Siempre que nos acercamos a un paciente terminal, percibimos muy v-
vidamente que morir no se reduce, como pudiera parecer, a la mera ex-
tincin de las funciones vitales de su cuerpo. Es un ser humano el que
est implicado, no slo un organismo. Apenas requiere mirarlo a los
ojos para advertir que una conciencia est atestiguando ese proceso.
Morir es uno de los acontecimientos ms enigmticos y significa-
tivos en la vida.
Sin embargo, por la falta de una preparacin adecuada, muchas
veces todo suele transcurrir entre los avatares de una verdadera cri-
sis vital, que oscurece dicha significacin.
Sabemos que algn da moriremos, pero verificarlo en uno mis-
mo puede resultar terriblemente doloroso. No obstante, en nuestra
cultura, rehuimos prepararnos y la sola idea parece un dislate. In-
cluso a sabiendas de que es una tarea harto laboriosa, como pode-
mos comprobarlo al acompaar a algn familiar o a un amigo en ese
trance.
El propsito de nuestro trabajo con los pacientes terminales, o
con los ancianos cuando stos se disponen a partir, es asistirlos pa-
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El gran dolor
Quisiera mencionar adems el conmovedor momento en el que el
paciente tuvo ante s un claro panorama de que, en la dimensin
personal, el dolor que lo atormentaba era en realidad el gran dolor
de toda su situacin, es decir, verse postrado con un cncer termi-
nal, sentirse privado de la posibilidad de completar otras realiza-
ciones importantes de su vida, sentirse agobiado por la responsa-
bilidad de la proteccin de dos hijos todava jvenes, dejar a su
esposa, etc. As me lo fue comunicando mientras, entre sollozos, lo
reconoca para s mismo, abriendo su corazn para dar cabida a
tanto pesar. ste era, en el fondo, su verdadero dolor fsico,
adonde, por supuesto, no llegaba la morfina. A partir de ese mo-
mento la situacin cambi notablemente. Estaba ms sereno. No
slo se mantuvo sin dolores con dosis mnimas de morfina, sino
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CAPTULO 6
Algo ms
sobre acompaar a morir
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La muerte no es la enemiga
Es probable que muchos no comprendan bien lo que trato de decir
y se pregunten qu tiene de malo que esos hijos luchen, aun con-
tra toda lgica, por salvar la vida de su padre? Por qu tendran que
ceder el espacio al enemigo sin seguir luchando? Acaso debemos
sentarnos y simplemente esperar la llegada de la muerte?
Respondiendo a la primera pregunta, pienso que lo negativo
de esa actitud es que aumenta las penurias del paciente, lo que es
especialmente lamentable por tratarse de los ltimos das de su
vida.
No slo no le permiten relajarse y descansar, que es su mayor ne-
cesidad, sino que lo confunden an ms. El paciente ya no sabe a
qu dictado responder, si al interior, el de su alma, que le solicita dis-
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Esperando la partida
El concepto de lo que significa luchar por la vida en los casos de en-
fermedad terminal me resulta pattico.
Tngase presente una vez ms que mi trabajo se inicia a partir del
momento en que el mdico considera que la enfermedad que est
tratando es incurable. La etapa de intentar la curacin qued atrs,
ahora slo resta esperar la llegada de la muerte en tiempos que se es-
timan en unos pocos meses.
ste es el contexto en el que la pregunta sobre lo apropiado de
sentarnos y simplemente esperar la llegada de la muerte adquiere
plena validez.
Expresado de este modo, sugiere resignacin e impotencia, algo
inadmisible. Pero por otra parte, desde una lgica muy simple y
realista, la respuesta no puede ser otra que afirmativa.
La verdadera cuestin, para m, es qu hace una persona mientras
espera, consciente, la llegada ineluctable de la muerte. Cmo es esa es-
pera, segn los casos. Cmo vive y aprovecha o no sus ltimos das en
este mundo. stos son algunos ejemplos que ahora recuerdo, algunas
de las actitudes que encontr entre las infinitas posibilidades que los
hombres y las mujeres nos ofrecen a diario y que he tenido la oportu-
nidad de presenciar.
Morir en familia
Acompa a morir a Juan, profesor universitario de sesenta aos, pa-
dre ejemplar. Callado, tal vez algo distante y siempre muy ocupado,
con hijas adolescentes a las que, ahora que le sobraba tiempo, disfruta-
ba reunir a su lado, se torn ms comunicativo. Saba que iba a morir.
Su espera transcurra serena, compartiendo con ellas y su esposa algn
programa de televisin, charlando, recordando algunas vacaciones feli-
ces, dando sus ltimos consejos, riendo y llorando juntos. Era muy
hermoso verlos a todos sentados en su cama al terminar el da, a la ho-
ra de su cena. Reciba a sus amigos ms ntimos, a otros familiares, a su
sacerdote y a su mdico, que no lo abandon hasta el final. Muri en
paz, sonriente y agradeciendo el amor y los cuidados que reciba.
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Casi deploraba seguir con vida. Se vea al borde del abismo y que-
ra saltar, dar el ltimo paso, pero no le daban las fuerzas. Y solo no
poda, por eso peda nuestra ayuda.
Comprenda de forma inequvoca que slo la muerte podra poner
fin de modo definitivo a su padecimiento. No estaba disponible si-
quiera para escuchar argumentaciones que lo alentaran a continuar
con un padecimiento para l carente de todo sentido. Sabido es que
el sufrimiento humano no tiene en s mismo ningn sentido, a me-
nos que uno se lo otorgue. Pero l no estaba en condiciones de ha-
cerlo, de reflexionar sobre el posible significado de su propia muerte.
Entonces, qu hacer, llegado un momento as? Es cuando las
consideraciones ticas, filosficas, morales, religiosas y cientficas
piden la palabra.
Brevemente, ya que este tema fue considerado con mayor exten-
sin en mi libro El buen morir, deseo dejar planteada mi posicin.
Empecemos por traer a la consideracin los datos objetivos. Es-
tamos ante un paciente lcido, consciente, con una enfermedad
maligna incurable en su fase final, que, asistido por un equipo de
cuidados paliativos, logra un adecuado control del dolor y dems
molestias fsicas, que pide, no obstante, en forma clara, explcita
y reiterada, frente a testigos, que lo ayuden a poner fin a su vida
para terminar con un sufrimiento fsico y moral continuo e inso-
portable para l. La accin mdica por la que reclama se llama eu-
tanasia. Qu hacer?
En esta situacin, formalmente hablando, para m se trata de
ayudar a la naturaleza en un parto csmico del mismo modo que
el obstetra ayuda mediante una cesrea o un frceps a superar una
desventaja biolgica.
Me guo solamente por los dictados de mi conciencia, que me
permiten tomar decisiones libremente, en cada situacin, en cada ca-
so. No tengo ni sostengo posturas ticas o religiosas a priori que me
limiten. Esto me permite mantener una posicin equidistante entre
partidarios y detractores de la eutanasia.
Me encontr muchas veces en situaciones de gran sufrimiento en
las que algo me deca en mi interior que ese sufrimiento deba ser
respetado, que era necesario para el aprendizaje que esa persona es-
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Letting go
Laura era una periodista de cincuenta y nueve aos a la que acom-
paamos en el final de su vida, en 1999. Cuando vino a vernos esta-
ba furiosa con los mdicos, que, segn ella, la maltrataban. Su acti-
tud corporal era tensa y su hablar seco y cortante. Nos cont que la
muerte fue un tema que desde chica, le haba interesado mucho.
Cuando intentaba hablar del tema con amigos y compaeros lite-
rarios todos salan corriendo. Toda la vida habl de la muerte como
de un hecho natural. Culturalmente, tenemos un desfasaje entre la
culpa, el miedo y la falsa creencia.
En marzo de 1997 aparecieron los primeros sntomas de que al-
go andaba mal en su organismo. Pas por distintos especialistas an-
tes de conocer su verdadero problema. Se quejaba amargamente ya
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* Niketana administra una Declaracin de Voluntad en la cual la persona especifica que no quie-
re recibir ningn tipo de tratamiento que slo sirva para prolongar el proceso de la muerte entre
otras consideraciones. Se firma con dos testigos.
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Adis
Un da ms, slo un minuto ms, para estar vivo
y despedirme de cuanto am.
Para decir adis a las cosas que vi y toqu mientras mora
desde el instante mismo en que nac.
Y vino el nio con el premio que sac en el colegio por su sabidura,
y el ala de la gaviota golpeando en lo infinito con su vuelo,
vino la cabellera derramada y el rostro de la misteriosa mujer
que estuvo a mi lado, en el lecho, sin que yo lo supiera,
y el ro con su lenta corriente musculosa
a travs de cada mueble, de cada objeto y cada gesto
de quien me ve partir, oh, Dios mo!
Un instante ms en el suelo que pis,
en el aire de mi respiracin
sofocada por el amor, en los vestigios de la pasin,
con cuanto mosca o sol me deslumbr en este extrao
planeta, donde perdur ao tras ao, presintiendo
este lmite de espumas, este revuelto torbellino
de la despedida, yo, que fui deslumbrado
por la centelleante atraccin de la tierra,
por cuanto fue caricia o solamente un espejismo del mundo
en mi destino.
As, pues, despdome de los caballos, de la canoa,
los pjaros, el gato y sus costumbres. Djame
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La partida
de mi hijo Diego
Diego enferm de leucemia cuando tena doce aos.
Fue un golpe brutal que puso en movimiento y transformacin a
nuestra vida: en lo personal, en la pareja, con la familia, con sus dos her-
manas, familiares, amigos y conocidos. Como si hubiese explotado una
bomba, y la onda expansiva afectara a todos.
La sorpresa y la ignorancia sobre el tema nos alteraban enormemen-
te, pero no exista la posibilidad de detenerse y preguntarse por qu?!
Era imprescindible actuar rpidamente, en positivo, con toda la energa,
con lucidez, y conectarse con las fuerzas ms profundas.
La enfermedad era tan cruenta y agresiva, como interna, silenciosa,
invisible y dolorosa. El tratamiento consista en una verdadera guerra
para combatir la malignidad. Dos fuerzas opuestas resistiendo y pelean-
do dentro del cuerpo de un nio que no entenda, no comprenda, no
quera.
Cunta angustia, dolor, impotencia, sensacin de injusticia!
Atravesamos situaciones lmite, con un estrs insoportable para la
capacidad del ser humano; era irracional. El desgaste, la tensin, la frus-
tracin y el agobio se iban sumando; muy a menudo tena la sensacin
de estar viviendo una pesadilla dentro de un campo de concentracin.
Situaciones muy extremas y profundamente dolorosas me hacan
dar cuenta de mi altsimo umbral de dolor; siempre imaginaba que mo-
rira de dolor. Pero cada vez era ms necesario que yo no sintiera; se
convirti en m en un verdadero poder. Aprend a atravesar el dolor; po-
co a poco, aprend a eliminar el sufrimiento, a no oponer resistencia.
Fue un gran aprendizaje.
Despus de dos aos, finalizado ya el tratamiento, continuaban los
controles; felizmente, con mayor distensin, comenzamos a disfrutar
de la vida, como antes no sabamos, con tranquilidad, agradecimiento
y alivio. Nos sentamos triunfales, habamos ganado la guerra. El terror
a la muerte se mova latente y silencioso dentro de m. Era una fuerza
negativa tan fuerte como el deseo de curacin; saba que sera un mi-
lagro. Lo estaba esperando, crea fervientemente que ocurrira. Mi su-
frimiento estaba causado por esas dos fuerzas que haba dentro de m.
se era mi enemigo interno.
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CAPTULO 7
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en captulos anteriores.
Aqu propongo algo diferente, que intentemos ayudar a nuestros
padres a preparar la inevitable partida. Ayudarlos a dejar este mun-
do en paz, sin miedos, y sin sufrimientos innecesarios. Morir de es-
ta manera puede llegar a ser ms una celebracin que una derrota.
Veamos ahora cmo se puede hacer esta tarea.
Dijimos que abordar el tema de la muerte es casi prohibido en
nuestra sociedad. Al insinuar a nuestros padres, especialmente si son
algo mayores, que nos gustara charlar con ellos sobre este tema,
probablemente veamos que se levanta un muro de silencio. Miedo,
enojo, frustracin, dolor y fantasas de todo tipo inundan la mente
en esos momentos. La turbacin es lo habitual.
Preciso es hacer aqu una digresin.
No es lo mismo envejecer que madurar. La diferencia entre llegar
a viejos y alcanzar la ancianidad es enorme.
El envejecimiento es algo que atae al cuerpo. Es un hecho bio-
lgico. Aqu ocurre lo mismo que con la muerte, slo puede alcan-
zar al cuerpo, pero no al ser.
Las clulas de nuestro cuerpo estn siendo renovadas constantemen-
te y son creadas en esas fbricas maravillosas que son los tejidos vivos.
Pero con los aos declinan en sus funciones y no logran producir en can-
tidad y calidad las clulas que necesitamos. Esto es lo que se ve en el
cuerpo al envejecer. Es lo que le da al viejo su aspecto inconfundible.
Del mismo modo como antes nos ocupamos de la muerte desde
la perspectiva del alma y no del cuerpo, aqu nos ocuparemos de la
ancianidad, no del envejecimiento.
El cuerpo envejece solo, no necesita de nuestra participacin. Pe-
ro alcanzar la ancianidad es otra cosa. Por lo pronto, no ocurre es-
pontneamente, necesita de nuestra participacin, de un esfuerzo
por evolucionar en el orden de lo emocional, psicolgico y espiri-
tual. La palabra que mejor lo define es madurez.
De hecho, se puede envejecer sin madurar. Muchos viejos son
mentalmente inmaduros. No hay que confundirse. La diferencia es
abismal y se percibe en su comportamiento en la vida, y en especial
en su actitud frente a la muerte.
La primera pregunta que debemos hacernos entonces es: Nues-
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un estado depresivo.
Supongamos que, por considerarlo necesario, ya hemos tomado
la decisin interna de empezar a charlar con nuestros padres acerca
de la muerte. No crudamente de su muerte, sino de la muerte, en ge-
neral. Probablemente, advertiremos que resulta ms suave hacerlo
mientras todava no est muy cerca, es decir, mientras es slo un ru-
mor lejano. Y aqu surge la primera paradoja porque qu sentido
tiene traer el tema cuando estamos disfrutando plenamente la vida?
Puede parecer aguafiestas. Sin embargo, aconsejo empezar a hacerlo
lo antes posible. Reflexionar sobre la muerte desde cierta perspecti-
va atena las tensiones y permite ahondar en su significado. Debie-
ra ser tratado desde la misma infancia, lo cual nos ahorrara muchos
problemas futuros.
Si sentimos que no parece existir ningn momento oportuno, eso
puede ser seal de que el tema est siendo escamoteado. Entonces,
sin acosarlos, habr que crear un espacio apropiado para ello. Por
qu? Porque si no puede ser abordado con naturalidad, es muy pro-
bable que existan fuertes temores subyacentes. Por eso debemos in-
tentarlo. Cmo? Abrindoles nuestro corazn. En lugar de esperar
que ellos propongan el tema, alguna vez decirles, a modo de reco-
nocimiento, cunto los queremos. Y si esto es algo habitual en nues-
tra relacin con ellos, entonces agregar algo as como: ... a veces me
he encontrado imaginando cmo ser el mundo para m cuando us-
tedes ya no estn y he sentido.
La idea es que en lugar de esperar que sean ellos quienes pro-
pongan el tema, hacerlo nosotros. Pero no hablaremos slo de ge-
neralidades y en forma ambigua. Historiando nuestra relacin, ex-
presmosles concretamente: mam o pap... recuerdo claramente
aquella vez que... vos hiciste o me dijiste... lo que me hizo sentir...
ste es un recuerdo imborrable que guardo en mi corazn... quie-
ro compartirlo con vos en este momento... y disfrutara mucho que
pudiramos recordar juntos momentos lindos de nuestra vida... y
me gustara mucho que me contaras cosas de la tuya que todava
desconozco....
Ran juntos, tambin lloren juntos... hasta que sientan que el co-
razn qued liviano como una pluma. Permtanse fluir en eso que
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El buen morir.
Por otra parte, encontramos que la otra vertiente de la tarea que
debe ser abordada para afrontar el fin de la vida es la preparacin
emocional, psicolgica y espiritual. Es lo que el lector encontrar de-
sarrollado ampliamente en la Segunda Parte de este libro.
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Mis padres y yo
Es vital para nosotros o es algo que podramos soltar con cierta fa-
cilidad? No permitamos que nuestro ego haga cuestiones de vida o
muerte de nimiedades. Tratemos de ser ecunimes, dndole a cada
cosa su justa importancia.
Hagamos este trabajo con sinceridad, coraje y, sobre todo, com-
pasin. Permitamos que nuestro corazn se vaya abriendo a ese pro-
ceso de esclarecimiento, y en poco tiempo ser evidente el profundo
efecto sanador que tiene este ejercicio. Creo que tampoco debera-
mos negarnos a reconocer que, a veces, la ayuda de un buen conse-
jero puede ser valiosa.
Revisando la historia
Desde nuestra visin interior preguntmonos: Cmo fue, en ver-
dad, esta relacin con mi padre o mi madre? Qu caractersticas
principales puedo reconocer en ella? Qu clase de sentimientos co-
lorearon el vnculo? Predomin el cario, la ternura, hubo com-
prensin, o acaso fue dureza (o aun la rudeza) lo que predomin en
el trato? Dira que fue un padre o una madre sabia e inteligente o
acaso torpe y arbitraria? Fue una persona autoritaria o permisiva?
Estuvo presente en los momentos difciles de mi infancia, o sent su
ausencia en muchos de esos momentos? Me sent cuidado/a?
Le guardo rencor, resentimiento? Revisar esta historia me pro-
duce dolor?
Reflexionemos juntos. Ahora soy una persona adulta, incluso tal
vez tengo mis propios hijos. Ahora s por experiencia propia lo dif-
cil que resulta ser madre o padre. Puedo verlos a ellos con otros ojos
y reconocerlos como a las personas que verdaderamente son, por
fuera de sus roles de padre o de madre. Compruebo que ya no siguen
ejerciendo para m los mismos papeles gastados por los aos, que to-
do eso ha caducado. Como adulto/a, ya no siento la necesidad de te-
ner una madre o un padre, o alguien que me indique el camino, lo
que tengo que hacer en la vida y con mi vida. Afortunadamente,
nuestra relacin no se est dando en la actualidad en los mismos tr-
minos que en la infancia, cuando la inevitable dependencia hacia
ellos, a veces, se tornaba agobiante para ambos.
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Maduracin o dependencia?
Buena parte de los conflictos ms comunes en las relaciones entre
padres e hijos deriva de una excesiva prolongacin del ejercicio de
estos papeles. Se omite el hecho cierto de que, como resultado del
propio proceso evolutivo, natural, esos roles requieren ser trascen-
didos. En algn momento de la vida la relacin padres-hijos necesi-
ta actualizarse, las reglas del juego deben cambiar para no vulnerar
la autonoma del ser en desarrollo. Si bien es bueno que escuchemos
con amor y respeto la palabra de nuestros padres, cuando verdade-
ramente hemos llegado a ser personas adultas, habremos adquirido
nuestra propia experiencia de vida, desde donde vamos a cotejar el
valor de las enseanzas que de ellos hemos recibido. Es un momen-
to muy significativo en el vnculo. Hay muchas cosas que los hijos
pueden y gustan ahora ensear a sus padres, y es lindo ver que lo ha-
cen con cario, sin competitividad. Es natural que as sea. Las cosas
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Mis padres y yo
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Ensayando morir
En algn momento, si somos afortunados, tomaremos conciencia
de que, a su tiempo, tambin nosotros estaremos en la situacin de
estar procesando nuestra propia partida de este mundo. Entonces,
mientras estamos acompaando a morir a nuestros padres, o aun a
otras personas, si somos inteligentes, podramos advertir que tam-
bin estamos visualizando nuestro futuro, nuestra segura condicin
de murientes, y estaramos ensayando morir. Podramos aprovechar
ese momento para reprogramar nuestra mente temerosa, liberarla
de todo prejuicio y adoptar una actitud ms ecunime y compren-
siva para con la muerte. Despus de todo, su verdadera tarea con-
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Segunda parte
Su mayor triunfo es persuadirnos
de que creamos que sus intereses
y conveniencias son los nuestros,
e incluso de que identifiquemos
nuestra supervivencia con la suya.
La irona es feroz si consideramos
que es precisamente el ego
y su aferramiento lo que se halla
en la raz de todo sufrimiento.
Sogyal Rimpoch
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CAPTULO 9
Acompaando a morir
En cuerpo y alma
Ante la sospecha clnica o, mejor an, una vez confirmado el diag-
nstico de nuevas metstasis, cuando el onclogo admite no tener
recursos teraputicos confiables para seguir tratando un cncer, se
asume que ste es incurable.
Si bien no se trata de la fase terminal, es el momento en el que ha-
bitualmente iniciamos la tarea de acompaamiento.
En nuestro medio pocos mdicos se sienten emocionalmente pre-
parados para hablar con franqueza a su paciente sobre esta situacin,
y el vnculo se resiente al devenir una carga muy pesada.
Ninguna alternativa de la verdad resulta satisfactoria. Y por cierto
encarar la verdad es un desafo para la comunicacin mdico-paciente.
Al principio se suele plantear un comps de espera en el trata-
miento mediante alguna excusa generalmente poco creble, aun pa-
ra el paciente menos prevenido. Otra posibilidad es continuar insis-
tiendo con alguna teraputica ya sea de la medicina oficial o bien de
la llamada alternativa, tanto como para dar a entender que todava
se sigue intentando tratar la enfermedad. La siguiente opcin, sin
duda la mejor para ambos, es indicar cuidados paliativos, que, ms
realista, consiste en el control de las molestias que acompaan la en-
fermedad terminal. Al onclogo le significa el alivio de una deriva-
cin del caso.
En nuestras reuniones de trabajo interdisciplinario he recibido
amargas confesiones de colegas sobre las dificultades con las que se
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Acompaando a morir
La pregunta de Mario
Mario era un paciente de treinta y ocho aos que estaba muriendo
de un cncer de pncreas. Desde el comienzo hicimos muy buen
contacto. Saba todo acerca de su enfermedad y era consciente de su
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muerte.
Tuve la fortuna de verme rodeado tanto de profesionales de la sa-
lud como de voluntarios, dispuestos a participar de un programa de
formacin que requera aceptar el compromiso del trabajo personal
como una de las vertientes necesarias para una mejor aproximacin
a los pacientes terminales.
Estas personas no slo repasaban conmigo la extensa bibliografa
que utilizamos, sino que adems participaban en talleres y otras ac-
tividades de trabajo personal, con el propsito de profundizar en s
mismos la validez de las premisas con las que operamos en nuestro
trabajo.
Como decamos un poco ms arriba, el tema crucial de la perso-
na que est prxima a morir es en qu medida se siente preparada
para afrontar esa extraordinaria experiencia.
Si lo est, no tendr mayores dificultades. Se la ver serena, sabr
hacerse respetar en cuanto a las decisiones finales que desee tomar
para su vida, habr aclarado con su mdico todas sus dudas, sabr
cmo atender sus necesidades bsicas, querr dejar arreglados los
asuntos mundanos que tenga pendientes; probablemente tambin
querr despedirse de familiares y amigos; si es creyente pedir char-
lar con el ministro de su culto, entre otras tareas.
Si no lo est, el desasosiego se har evidente. A mi modo de ver,
es en este hecho, la falta de una preparacin adecuada, donde reside
frecuentemente el fracaso en los loables propsitos de los cuidados
paliativos. El control de las molestias, incluyendo el del temible do-
lor, puede fracasar si la persona no est psicolgica y espiritualmen-
te preparada para morir, porque casi siempre lo sabe o lo sospecha.
Esa tarea de preparacin demanda semanas, meses, o aun la vida
entera, y requiere, adems, condiciones psicolgicas, emocionales e
intelectuales adecuadas.
Desafortunadamente, no es un trabajo apropiado para todos los pa-
cientes. Cuando la sensacin de cercana de la muerte se torna muy in-
quietante, no es fcil reflexionar, ni aun siquiera pensar. No es muy sen-
sato proponerle un curso de natacin a alguien que se est ahogando.
En estos casos, sin forzar, nos limitamos a hacer toda la conten-
cin que sea posible y avanzaremos con nuestro trabajo hasta donde
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No soy alguien que pueda dejar pasar una propuesta de este tipo,
un desafo de esta naturaleza, sin aventurarme.
Del mismo modo en que antes tom la propuesta de Osho, y me
convert en sannyasin para explorar ese camino, tom la de Stephen
Levine para experimentar en m mismo cmo es vivir durante un
ao como si fuera el ltimo de mi vida. Y as como antes encontr
incredulidad entre mis pares, tambin las encontr en esta oportuni-
dad. No pocos de mis colegas, terapeutas experimentados, a quienes
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Acompaando a morir
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CAPTULO 10
Un ao para vivir
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El grupo piloto
El primer grupo que tom la propuesta de vivir durante un ao co-
mo si fuera el ltimo de la vida estaba integrado por personas que,
en su mayora, haban recibido entrenamiento en acompaar a pa-
cientes terminales, y en esa poca se reunan conmigo como grupo
de estudio y meditacin.
Llevbamos bastante tiempo trabajando juntos en un clima ca-
racterizado por el afecto y la confianza. Estas personas, a las que
me honra llamar mis amigos, ya haban participado en diferentes
talleres vivenciales de sanacin. Tenan experiencia en el trabajo
teraputico.
Eran personas de diferentes edades, formacin cultural y creen-
cias religiosas.
En un grupo con estas caractersticas me siento con la confianza
suficiente como para compartir cuestiones personales. No hay nada
que tenga que ocultarles. De hecho, estn tan cerca de m, que has-
ta sera difcil privarlos de conocer aspectos significativos de mi vi-
da ntima; del mismo modo, ellos compartiran abiertamente con el
grupo sus problemas personales.
Lo conformaban diez personas. El grupo se reuni regularmente
durante tres horas, una vez por semana, hasta completar el ao que
dura el programa.
El clima emocional del comienzo fue de mucho entusiasmo. Nos
sentamos afortunados de participar en esta aventura.
Inicialmente se presentaron algunas cuestiones organizativas, que
resolvimos entre todos.
Necesitbamos compatibilizar esta experiencia con la vida coti-
diana que compartamos con familiares y amigos. Procuraramos no
involucrarlos en las vicisitudes que, presumiblemente, iba a traer
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aparejadas.
Los dems tienen suficiente con sus propios problemas como
para incomodarlos con cuestiones surgidas de una experiencia de
laboratorio.
Era necesario que la familia y ciertos amigos supieran desde el co-
mienzo acerca de la experiencia, para que fueran tolerantes y com-
prensivos en cuanto a respetar los momentos difciles que, se avizo-
raba, habra que atravesar.
Si bien se trata de un juego, ya que es un como si, requiere ser
vivido con verdadero compromiso, crerselo.
La edad promedio era de cuarenta y cinco aos, y los hijos ya eran
lo suficientemente autnomos. En cuanto a esto no habra proble-
mas. Con las parejas de cada uno la negociacin se torn algo ms
laboriosa, pero tampoco pusieron demasiados reparos.
Antes de iniciar el programa discutimos con todo detalle las con-
diciones personales de cada uno de nosotros, y encontramos algunas
situaciones que parecan desaconsejar la experiencia, en cuyo caso
qued postergada para otra oportunidad. Fue lo que aconteci con
una mujer embarazada de pocos meses que, como no podra ser de
otra manera, centraba todo su inters en ese embarazo.
En cambio, nos pareci muy oportuna la participacin de una
persona enferma de cncer que estaba bajo tratamiento.
Al inicio no contbamos con una metodologa de trabajo especfica
para imprimirle al grupo una dinmica o modalidad de funcionamien-
to particular, y confiamos entonces en mi larga experiencia como tera-
peuta de grupo. Nuestra gua o referencia bsica, el libro de S. Levine
Un ao de vida, no da sugerencias muy precisas en tal sentido.
A la original propuesta que tenamos, se sumaba el hecho de que
el lder o coordinador del grupo sera, asimismo, un miembro parti-
cipante. Yo no encontraba otra solucin y careca de un contexto si-
milar en el que hacer mi trabajo personal. Sinceramente, tampoco
quera perderme la oportunidad de participar en esta aventura.
En esas condiciones comenzamos el programa.
En cada encuentro comentbamos lo acontecido durante la se-
mana. De inmediato se advirti lo demandante de la vida cotidiana,
y el poco margen que deja para dedicarlo a un trabajo personal de
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este tipo.
Con tantas obligaciones a las que atender diariamente, resultaba
bastante laborioso sumar otra tarea y la propuesta al principio ope-
ra as, como sumar un nuevo trabajo. El resultado era que termina-
do el encuentro, algunas personas no podan seguir trabajando este
tema hasta el siguiente. Les costaba sostener el clima. Pero de esta
forma, veamos, la experiencia se resenta.
Nos preguntbamos si las cosas tenan que ser as. Cuestionba-
mos especialmente el hecho de disponer de tan poco tiempo para
nosotros, y nos preguntbamos la razn.
Por mi parte, reclamar un mayor compromiso sin comprender
bien las causas no era apropiado, hubiera sido difcil sostener la ex-
periencia. Debamos ir despacio.
Indudablemente, mi situacin era diferente y bastante excepcio-
nal. Me result asaz sencillo poner mi vida y todo mi quehacer bajo
la mira del ltimo ao. No tengo obligaciones ni compromisos que
me aten a la vida.
El comienzo
La consigna de trabajo sugerida por Levine para el primer mes
era comenzar con la lectura del libro y comentar los prrafos
ms importantes, aquello que nos haba impactado. Explorar el
valor de comprometernos por un ao con la sanacin y el estar
conscientes.
Aqu se nos plante la primera dificultad terica. No sabamos en
qu consista tal sanacin ni, exactamente, a qu se refera la palabra
sanacin en este contexto. Slo con el tiempo y nuevas lecturas de
la obra de Levine nos fuimos acercando a la comprensin y el signi-
ficado de estos trminos.
Asimismo, nos sugera reflexionar acerca de las primeras reaccio-
nes al recibir un pronstico de un ao de vida en trminos de cam-
bios, nuevos proyectos y ocuparnos de los asuntos inconclusos. s-
te era tambin el momento de comenzar con un diario.
Al terminar el primer mes, todos estbamos fascinados con la lec-
tura del libro. Nos pareci sutil, inteligente y profundo. Contribua
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lor y rencor.
Una curiosa sensacin de que la propia vida no nos pertenece, ya
que no podemos disponer de ella como quisiramos; adquiere otra
connotacin si nos decimos a nosotros mismos que esto, a lo que he-
mos estado llamando nuestra vida, concluir en el trmino de un
ao. Nos damos cuenta entonces del autoengao en el que vivimos
y la fuerte tendencia a la postergacin casi indefinida de nuestros
problemas. Cmo nos prometemos una y otra vez que un da de es-
tos pondremos las cosas en su sitio. Por supuesto, ese da no llega
nunca.
La negacin de la muerte conlleva la negacin de la vida.
Una incmoda sensacin de incompletud en nuestras vidas fue
tomando cuerpo en el comentario grupal. Personas con una vida ob-
jetivamente plena, con una linda familia, hijos sanos creciendo ar-
moniosamente, una relacin de pareja aquilatada por los aos, con
fuertes convicciones religiosas, buen pasar y tranquilidad econmi-
ca, que incluso dedicaban parte de su tiempo a tareas de servicio co-
munitario tan nobles como el acompaamiento a pacientes termina-
les, empezaban a sentirse inquietas con la experiencia y la sensacin
de que se les mova el piso.
Todava no podamos ver los alcances que este aprendizaje poda
darnos. Cul era el significado profundo de ese sentimiento de in-
completud? Qu era lo que reclamaba ser completado?
Como coordinador del grupo yo me mantena expectante. Como
responsable de la experiencia que haba propuesto, acompaaba el
proceso del grupo y atenda el mo propio. Trataba que mis inter-
venciones se ajustaran en todo lo posible al espritu del programa en
el que confiaba. Cuando no saba qu responder, simplemente me
callaba.
Algunas veces recomendaba una lectura alternativa que me pare-
ca pertinente como La muerte de Ivan Ilitch, de Tolstoi, o traa algn
captulo de alguno de los libros de Osho o de autores transpersona-
les. Con ello intentaba traer nuevos elementos a la indagacin en la
que estbamos empeados.
Me pareca ir comprendiendo que, por sobre todas las cosas, el
programa era una observacin profunda de la vida y de nuestra na-
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no tengas miedo! Tener miedo es ser cobarde, algo muy feo que na-
die quiere. Es casi como una enfermedad, o una verdadera enferme-
dad. Es una estupidez. En la mayora de las terapias se invierte mu-
chsimo tiempo en encontrar las races profundas del miedo, para
poder eliminarlo de nuestra vida. En general, lo que se propicia es
negar o al menos apartar la experiencia. La lgica es simple, el mie-
do es una experiencia desagradable, por lo tanto debe ser apartada
de nuestra vida a cualquier precio. Nadie que se considere una per-
sona psicolgicamente sana querr tener nada que ver con l.
El resultado obvio de este tipo de educacin, de condicionamien-
to acerca del miedo que casi todos en nuestra cultura hemos recibi-
do, es que no hemos aprendido a tener miedo. Y lo que an es peor,
le tenemos miedo al miedo.
No hemos aprendido a relacionarnos con l, siempre nos relacio-
namos desde l. No lo hemos explorado debidamente, no nos ense-
aron cmo hacerlo. Nos han incitado a apartar la atencin y la con-
ciencia para no percibirlo, como cuando vamos al cine y cerramos
los ojos en la escena temida.
Creo que muchas veces nuestros hijos chicos nos piden que les
enseemos qu hacer con el miedo. Recuerdo una ancdota de mis
dos hijos menores a la edad de cinco y siete aos, aproximadamente.
Un da, con su madre les propusimos dejarlos solos en la casa du-
rante unas tres horas mientras nosotros bamos al cine. Despus de
deliberar aceptaron el desafo. En la maana de ese da el clima de he-
sitacin era notorio, como tambin los misteriosos preparativos de
los chicos.
Llegada la hora nos dispusimos para salir. Ellos haban comprado
algunas golosinas y las tenan dispuestas en una bandeja que lleva-
ron a nuestra cama. Para darnos tranquilidad y confianza en que to-
do iba a salir bien nos comentaron que se disponan para ver televi-
sin un rato y luego probablemente se dormiran. Pero, y aqu viene
lo curioso, el programa que queran ver era de terror. Lo haca un fa-
moso actor de la poca, Narciso Ibez Menta, quien sola interpre-
tar cuentos de Edgar Allan Poe. El programa se llamaba El mueco
maldito. Quedamos atnitos. Pareca un verdadero despropsito, sin
embargo era su decisin y la respetamos. Se los vea absolutamente
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ego, la creencia de que hay alguien dentro de nosotros que puede morir.
Meditando, el grupo pudo apreciar la turbulencia que haba en
la mente y salir de ella, recuperar un espacio de calma y reflexin
para poder avanzar. As, al retornar la confianza, llegamos al final
del trabajo.
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Soltando el pasado
Mencion anteriormente algunas de las meditaciones que Stephen
Levine aconseja para preparar el terreno. La meditacin para un
vientre blando es una de ellas. Conviene practicarla ad libitum.
Es difcil imaginar la coraza abdominal que habitualmente esta-
mos sosteniendo sin saberlo. Solamente concientizarla nos puede
demandar una semana de prctica diaria. Se trata de una verdadera
armadura que creamos inconscientemente para protegernos del do-
lor, y que nos da una ilusoria sensacin de control.
En uno de sus libros,* S. Levine dice que el abdomen es una gran
herramienta de diagnstico, porque muestra la coraza del corazn
como tensin en el vientre.
El comentario generalizado en nuestro grupo al trabajar con esta
meditacin, que yo haba grabado para que pudiramos hacerla jun-
tos, era que al aflojar las tensiones del vientre aparece una peculiar
sensacin de vulnerabilidad. Alguien en el grupo dijo que la haca
sentirse expuesta e insegura.
Efectivamente, quedamos expuestos a la emergencia de nuestro
propio dolor reprimido, de nuestros temores, de nuestro sufrimien-
to oculto. De todo aquello que, en definitiva, es lo que necesita po-
nerse en contacto con el poder sanador de la conciencia.
La meditacin sobre el perdn es otra de las claves para poder
avanzar en la revisin de nuestra vida e ir al encuentro de nuestros
asuntos inconclusos.
Me fue de gran utilidad para poder trabajar especialmente una si-
tuacin muy traumtica, relacionada con una persona a quien senta
haber lastimado en un momento muy loco de mi vida. Fue muy
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CAPTULO 12
Experimentando la impermanencia
Durante la segunda mitad del ao continuamos revisando nuestra vida
y descubrimos que venamos cargando creencias erradas que nos limi-
taron y trajeron no pocos problemas. Enseanzas equivocadas sobre la
vida, anticuadas, en las que nuestros padres confiaban y por eso nos las
inculcaron de chicos, incluso hasta con amor. Es sabido que el nio ob-
serva el comportamiento de sus padres, y como los ama, luego los imi-
ta. As se transmiten muchos miedos, prejuicios y otras dificultades.
Resulta imprescindible desecharlas. Son las mismas enseanzas
erradas que subyacen en toda neurosis.
Las consignas sugeridas por S. Levine para este perodo incluan
tareas de servicio a la comunidad, profundizar en la meditacin tan-
to como fuera posible, con el propsito de estar entrenados para
abordar temas tan complejos como el de comprender el sentido de
la pregunta quin muere? Son indagaciones que demandan una
aproximacin transracional, por decirlo de alguna manera. Me refie-
ro a que con los ojos de la razn, que se nutre en la lgica formal y
objetiva, esta dimensin de la realidad no se puede ver. Se requiere
la mirada del testigo interior, de la conciencia contemplativa, para
ver y comprender quin muere.
Fue lo que mostr con el ejemplo de Mario.
Tambin se nos aconsejaba discutir las posibilidades de la reen-
carnacin y nuestras actitudes hacia ella.
Eran asimismo requisitos de la experiencia decidir qu destino
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As es morir
Despus de todo lo tratado an me gustara subrayar que una pre-
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As es morir:
Una sensacin de liviandad, un flotar libre.
Para algunos dura slo un suspiro,
Para otros es una ascensin gradual
Funciona de ambas formas, ambas formas asombran al corazn con una
dicha inesperada y nos llevan hacia donde vamos.
Una enorme irona separa al moribundo de los vivos,
un efecto espejo en el espacio.
Las cosas no son como parecen.
Cada etapa que en el cuerpo se cierra, libera
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algo adentro.
Cada manifestacin externa de la muerte est acompaada
por una expansin creciente de la vida interior.
Muriendo, como meditando, cuanto ms profundo vamos, menos
definibles nos volvemos y ms reales nos sentimos.
La inmovilidad es el primer signo externo de la muerte,
a medida que el elemento de solidez se disuelve
aparece la sensacin de no tener lmites;
como el dolor que desaparece y se transforma en una nueva libertad de
movimiento.
Es como quitarse un zapato que apretaba demasiado.
Luego el sistema circulatorio se cierra y a medida que
el elemento fluido se retira dentro de la fuerza de la vida
que est partiendo, se abre por dentro una creciente
sensacin de fluidez.
Aparece, entonces, la sensacin de ser como un ocano, ms que
como una piedra.
El cuerpo se enfra, mientras el elemento fuego
converge en el corazn y sale por la parte ms
alta de la cabeza.
Sentimos una subida creciente,
como el calor que irradia desde una
ruta insolada.
Finalmente el cuerpo se vuelve rgido y se ve ms como un mrmol
que como carne, a medida que el elemento aire
desaparece en el espacio;
y la sensacin de liviandad se
expande dentro de algo an ms liviano.
Al atravesar el morir hacia la muerte, encontramos
una sensacin de expansin sin frontera,
de ilimitada posibilidad;
y el proceso interno contina.
Dejar nuestro cuerpo es semejante a mirar un cubo de hielo derritindose.
Perdemos nuestros contornos definidos,
a medida que retornamos a nuestro centro que fluye,
y nos evaporamos en el fino aire.
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Tercera parte
Todos ustedes son Budas,
aun cuando estn dormidos, roncando profundamente.
Permtanme ser su alarma,
han dormido lo suficiente,
ya es tiempo de despertar.
La maana est golpeando a su puerta.
CAPTULO 13
Osho
Yo soy la puerta
Osho es el nombre de un maestro hind que vivi con nosotros en-
tre el 11 de diciembre de 1931 y el 19 de enero de 1990. Me siento
honrado de haber sido su discpulo desde 1983 hasta su muerte.
Para que se pueda valorar la importancia que este hombre tuvo en mi
vida me basta decir que fue mi gua desde los inicios de mi camino espi-
ritual. Con su gracia, despert a la realidad de esa dimensin de mi ser.
Fue mi segundo nacimiento.
El primero fue el biolgico y se lo debo y agradezco a mis padres.
Pero sin este segundo nacimiento, mi existencia casi no hubiera
valido la pena. As lo siento. Podra haber desaprovechado lamenta-
blemente mi oportunidad en esta vida. Hubiera vivido slo hacia
afuera, hacia el mundo, pero difcilmente hubiera mirado hacia aden-
tro y comenzado este viaje interior.
Hubiera envejecido, pero no madurado.
No espero peregrinaciones a mi tumba pero ahora s que alguien
va a echarme de menos el venturoso da en que deje mi cuerpo.
Narrar brevemente la historia de mi relacin con Osho es perti-
nente en el contexto de este libro. Adems de una caricia para mi al-
ma, recordar algunos pormenores puede aportar indicios para una
mejor comprensin de mi trabajo.
El llamado
Aquella tarde llegu temprano al seminario guestltico con Na-
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Osho
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Comienza la aventura
Los primeros contactos con los seguidores de Osho (sannyasins) en
Argentina ya pusieron a prueba la fuerza de mi determinacin para
seguir adelante con esta corazonada. Con excepcin de una colega
de mi edad que tena a sus dos hijas sannyasins, los dems eran casi
tan jvenes como mis propios hijos. Alegres, sueltos, lucan orgullo-
sos y con total desparpajo sus vestimentas ntegramente rojas tal co-
mo lo sugera en esa poca el Maestro.
El nuevo hombre, exponente de la nueva sociedad, llevaba sim-
blicamente en sus ropas los colores del amanecer, de la nueva au-
rora, en toda su luminosa gama. Los rojos, prpuras, lilas, naranjas,
azafranes, rosas y amarillos seran los colores predilectos.
Los sannyasins ms antiguos llevaban tambin un tradicional
mala al cuello. Los recientemente incorporados esperaban ansiosos
recibir este anhelado collar de cuentas de madera, del que penda la
efigie del Maestro y que junto con un nuevo nombre el del bautis-
mo espiritual les llegara a cada uno desde el ashram.
Para ese entonces, Osho se haba trasladado desde India, donde
viva, al desierto de Oregn, en los Estados Unidos, donde sus disc-
pulos haban acondicionado para l una hermosa residencia.
Los requisitos para ser sannyasin se completaban, en esa poca,
segn me iban informando, con la prctica de la poderosa medita-
cin dinmica. Decidido a todo, la experiment durante los veintin
das seguidos que estaba estipulado.
Ellos me acompaaban amorosamente cada da hacindola con-
migo y son testigos de que en cada una dejaba el alma.
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Osho
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campera roja.
En el fondo me diverta, ya que nunca antes haba sido un trans-
gresor. No es mi estilo, soy bastante tmido para eso, pero adems en
ese momento tena cuarenta y ocho aos, y eso tambin pesaba.
Era una prueba dura del poder opresor de la cultura.
Lo digo sinceramente, escandalizar no era mi propsito, aunque
no poda evitarlo. Yo slo deseaba avanzar en este todava indesci-
frable camino del sannyas, que resonaba en mi interior como un
acertijo de la vida.
Cuando alguien pareca sentirse incmodo por mi aspecto extra-
vagante intentaba aflojar las tensiones con alguna broma.
El siguiente y an ms comprometido paso, el ltimo que me
quedaba por dar, fue pedir sannyas. Formalmente consista en enviar
un formulario al ashram con todos mis datos personales. De esta ma-
nera quedaba consignada para la Comunidad Internacional mi deci-
sin de ser un nuevo discpulo de Osho en Argentina.
El 7 de octubre de 1983 me lleg el sobre. Contena el preciado
mala y mi nuevo nombre espiritual, Deva Pravah, que en snscrito
quiere decir Flujo Divino. Hugo Dopaso ya era un sannyasin.
Y lo fui no slo formalmente sino tambin en el sentido profun-
do que este trmino tiene en la tradicin hinduista. Un sannyasin es
un renunciante del mundo, alguien que se dispone en cuerpo y al-
ma a vivir slo para Dios. Sin embargo, Osho no nos peda que re-
nunciramos al mundo, sino que aprendiramos a vivir en l.
Verdaderamente fue mucho, no obstante, a lo que hube de re-
nunciar para poder consumar esta experiencia. Slo por discrecin
omito consignar el dolor que tantas prdidas habran de acarrearme.
En especial, fue doloroso renunciar a vivir con mi familia, que
qued sumida en el desconcierto y el pesar. Mi eleccin era incom-
prensible para ellos y la convivencia se torn insostenible. Casi vein-
te aos despus algunas heridas parecen no haber cerrado del todo.
En poco tiempo perd a casi todos mis pacientes, que probable-
mente se alejaron pensando, no sin algo de razn, que su terapeuta
se haba vuelto loco. Otros se alejaron un poco ms tarde y ms dis-
cretamente, pero lo cierto fue que me qued sin trabajo y con muy
pocas posibilidades de recuperarlo en el corto plazo. Slo unos po-
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cos corajudos que hoy son mis amigos se quedaron conmigo. Ac-
tualmente, en su mayora tambin son sannyasins. Eran verdaderos
buscadores.
Amigos muy queridos se alejaron de m en ese momento y no los
culpo. No era fcil para ellos invitarme a sus casas, a sus reuniones
sociales en especial cuando no saban de mis recientes cambios y
que llegara vestido de rojo, con el mala al cuello y diciendo al pre-
sentarme Deva Pravah. Era demasiado, lo reconozco.
Como es de imaginar, en muy poco tiempo para muchos me ha-
ba convertido en el hazmerrer de Buenos Aires. Aprend que todo
tiene un lmite y que hay cosas que a esta sociedad triste y malhu-
morada le resulta difcil asimilar.
Algunos queridos colegas hoy en da convencidos difusores de
Osho me preguntaban con sorna: Y, cmo te est yendo con tus
meditaciones?. En aquellos tiempos eso me lastimaba.
Me vean cada vez ms loco, confieso que yo tambin. Pero algn
precio hay que pagar. La verdad era que me estaba yendo cada vez
mejor con las meditaciones. Y con discrecin ya estaba haciendo los
preparativos para viajar a los EE.UU, a visitar a mi Maestro en su co-
munidad, la que ahora senta como mi propia comunidad sannyasin.
Rajneeshpuram
En los primeros das de febrero de 1984 viaj a los Estados Unidos.
Aun con limitaciones en el idioma me lanc a la aventura. Lleva-
ba una visa por tres meses, un pasaje abierto por un ao, y un cora-
zn abierto de par en par por tiempo indefinido.
Mi primer destino sera Seattle, donde viva una sannyasin ar-
gentina que haba conocido en Buenos Aires. Ella se haba ofrecido
amorosamente a ponerme al tanto sobre la vida en Rajneeshpuram,
el Rancho, como se nombraba a la Comuna y que ella tan bien
conoca.
Cientos de sannyasins vivan en Seattle organizados en pequeas
comunidades de entre quince y veinte personas, en residencias que
arrendaban entre todos. El objetivo era que los de escasos recursos
pudieran trabajar, reunir algn dinero e intentar resolver los proble-
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Osho
muy amigos.
Revisaron hasta el ltimo rincn de mis valijas por si acaso hu-
biera tenido la fantasiosa idea de traer conmigo alguna clase de dro-
ga o un arma, lo que estaba terminantemente prohibido.
El paso siguiente consisti en intercalar en mi mala, que siempre
se llevaba a la vista, dos cuentas blancas y de mayor tamao indica-
tivas para todo el mundo que todava no haba pasado el test del VIH.
Se vivan los tiempos de comienzos del sida y la comuna extremaba
los recaudos, ya que con la gran afluencia de personas del mundo
entero que llegaba todos los das, los riesgos eran grandes.
Una vez que se comprob que era VIH negativo, por los estudios
de laboratorio de Pitgoras, la clnica de la comuna, me explicaron
con gran sentido del humor que estaba prohibido besar, comer del
mismo plato y que el uso de preservativos y guantes de plstico pa-
ra las relaciones sexuales era obligatorio. Todava no se saba que el
virus no se transmite por la saliva, y esta temible enfermedad ya es-
taba haciendo estragos en los Estados Unidos.
El siguiente paso fue elegir alojamiento segn mis preferencias y
el dinero que quera gastar. Haba una amplia escala que inclua para
las personas muy pudientes el lujoso hotel Rajneesh de cinco estre-
llas, y para los ms modestos, como era mi caso, confortables habita-
ciones compartidas, que incluan en su precio la comida, el lavado de
la ropa y el transporte interno necesario para desplazarse por el lugar,
dadas las grandes distancias entre los distintos grupos habitacionales.
En sus ms de veinticinco mil hectreas de extensin, el Rancho
contaba con un precioso lago artificial y un aeropuerto con sus pro-
pios aviones, piloteados por sannyasins, que volaban a Portland y
otras ciudades aledaas.
En los campos se cultivaban los cereales que se consuman, y
las vacas y gallinas provean de leche y huevos; la alimentacin
era vegetariana.
Por la tarde de ese mismo da fui a la universidad donde tendra
una entrevista con Ma Maitri, que era terapeuta. Con ella podramos
evaluar los distintos programas y otras alternativas posibles y elegir
lo ms apropiado. Pude observar que ponan gran cuidado en selec-
cionar aquellas que me permitieran utilizar tiempo y dinero del mo-
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do ms provechoso.
Para facilitarme al mximo las cosas, en ese mismo momento
me presentaron a Ma Gramya, una antigua sannyasin argentina re-
sidente en la comunidad, y que, a partir de ese momento, ya no se
separara de m, para traducirme y ayudarme en todas mis dificul-
tades. Gramya, con quien aos despus volveramos a encontrar-
nos en Poona, fue en todo el tiempo que viv en el Rancho mi ngel
guardin. Volver a hablar sobre ella.
Con Maitri acordamos de inmediato que esta primera visita a
Rajneeshpuram la dedicara fundamentalmente a trabajar en m mis-
mo participando de los diferentes grupos teraputicos que la uni-
versidad dispona para esa finalidad.
Se confirmaba as que haba llegado al lugar apropiado. Era la
motivacin principal que me haba llevado hasta all: la necesidad de
comprometerme con un trabajo profundo de sanacin, como lo ha-
ba percibido claramente en aquel bendito seminario con Nana.
Hasta ese momento, Osho todava no ocupaba el centro de mi
atencin, pero yo senta su fuerte presencia en cada sannyasin.
El trabajo teraputico
No era que antes no hubiera trabajado en m mismo. Lo haba hecho
con toda seriedad y en diferentes contextos. Por lo pronto, incluso
antes de iniciar mi formacin en el psicoanlisis, integr durante dos
aos un grupo teraputico con esa orientacin, la ms prestigiada y
confiable para muchos de nosotros en aquel ao de 1958.
En cuanto me fue posible afrontarlo econmicamente, inici mi
anlisis individual. Sostuve esa experiencia durante siete aos, con
cuatro sesiones por semana, con un psicoanalista reputado de serio
y ortodoxo como era lo conveniente. Con grandes dificultades eco-
nmicas haba persistido en esa experiencia hasta que qued razona-
blemente cerrada, algo as como que fui dado de alta. En realidad, la
intencin era continuar de inmediato con el llamado anlisis didc-
tico, ya que acababa de aprobar las entrevistas de admisin en la
Asociacin Psicoanaltica Argentina.
Sin embargo, lo que verdaderamente ocurri, y de paso recorde-
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Osho
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El trabajo en el Rancho
En la RIMU, Rajneesh International Meditation University, se traba-
jaba duro, y yo lo hice. Pero los niveles de complejidad de las expe-
riencias y nuestras posibilidades psicolgicas y fsicas seran toma-
dos en cuenta y adecuadamente evaluados.
Todos estos grupos requeran la prctica de las meditaciones, di-
nmica de 6 a 7 y kundalini de 17.30 a 18.30
Como primer grupo para m se me sugiri Sound and Silence,
de tres das de duracin. Lo diriga Sw Theerza, un terapeuta ingls
que al conocer a Osho no dud en hacerse sannyasin. Con diferen-
tes formas de estimulacin sensorial, este grupo induca un paulati-
no y profundo despertar de los sentidos y luego, poco a poco, se nos
iba llevando a la focalizacin de la atencin y la presencia del testi-
go interior como en la meditacin Vipassana.
A este grupo le sigui Breath, Energy, Ecstasy, donde empeza-
mos a trabajar fuerte con la respiracin como en los pranayamas del
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Osho
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a mi oso.
Era muy conmovedor compartir estos grupos con otras personas
de diferentes culturas trabajando situaciones similares.
Y resultaba tremendamente alentador contar con terapeutas tan
capaces, como que fueron entrenados por el propio Osho, en quie-
nes se poda confiar en forma incondicional.
Ellos estaban siempre dispuestos a ayudarnos a trabajar lo que
fuera necesario, sin ninguna clase de limitaciones, incluyendo las
perversiones ms siniestras que ser humano alguno pudiera abrigar
en su mente. Pude comprobarlo.
La mayora de nosotros sentamos que una oportunidad as no era
como para dejarla pasar, y nos dbamos vuelta como un guante pa-
ra dejar bien limpio nuestro interior.
Cruzando la frontera
Por ltimo, como para ir cerrando este relato, aun cuando tendra
material para escribir otro libro slo con estas experiencias, mencio-
nar un grupo de encuentro de cinco das en el que nos dimos cita
ms de cincuenta personas, coordinado por Sw Rhasen, uno de los
terapeutas ms famosos del Rancho, alguien muy querido y a la vez
temido porque era insobornable.
Das antes nos haban dado por escrito las instrucciones para es-
te grupo, que se hara en convivencia.
Adems, al dejar el saln luego de cada sesin para hacer las me-
ditaciones e ir al comedor, todos nos pondramos un botn donde se
lea In Silence: no estaba permitido hablar, aun entre nosotros,
fuera del saln y durante los cinco das.
Al comenzar el grupo el primer da, sentados en crculo sobre
nuestros almohadones en el piso del luminoso y confortable saln,
Rhasen nos mir a todos, uno por uno, con sus ojos celestes de un
mirar muy profundo y dijo: La consigna de este grupo es muy sen-
cilla, slo sean autnticos, sean verdaderos. Despus guard silen-
cio por mucho rato observando, entre divertido y curioso, cmo po-
namos en marcha el experimento que as se iniciaba.
Tenamos total libertad para hacer o decir lo que quisiramos,
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Osho
Querida Gramya:
Espero que ests bien. Aprovecho esta oportunidad pa-
ra agradecerte, ya que no recuerdo si alguna vez lo hice,
esos ltimos das que pasamos juntos en el Rancho como
Krishna y Arjuna, los eternos personajes del Bhagavad
Gita.
Vos eras Krishna, por supuesto, y con mucho amor y una
gran sabidura me explicabas claramente los riesgos que
corra si regresaba al mundo exterior, al afuera, a la socie-
dad que slo me esperaba para volver a tragarme, para vol-
ver a intentar reconvertirme en Hugo Dopaso.
Cunta razn tenas, querida amiga.
Sin embargo, mi corazn no hubiera estado liviano sin
regresar a la Argentina para terminar de cerrar mis asun-
tos inconclusos, en especial los familiares, y entre ellos la
inesperada muerte de mi querido hermano. l me necesit
a su lado. En realidad, stos eran los nicos asuntos que me
importaba cerrar bien.
Y eso fue lo que hice, slo que, nterin, ambos lo sobre-
llevamos, vino la gran ola que barri con el Rancho, lle-
vndose todo aquello que con tanto amor y esfuerzo se es-
taba construyendo.
Felizmente, por milagro, Osho salvara su vida.
Y luego vendra nuevamente Poona, no sin antes tener
que soportar esa penosa peregrinacin por un mundo hos-
til que aviesamente le negaba a un verdadero Maestro su
lugar de residencia.
Qu lindo fue, querida Gramya, cuando por fin vol-
vimos a abrazarnos en Poona, cuando yo pude regresar
para estar all con todos ustedes, mis verdaderos her-
manos, y esta vez por tiempo indefinido... y junto al
amado Maestro!
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El momento sublime
El satsang se realiz en la helada maana del 21 de marzo, el da de
su iluminacin.
Osho, con su tnica blanca, bello e imponente, entr al mandir don-
de miles de discpulos suyos lo esperbamos en total recogimiento.
La tibia luz del sol inundaba el imponente saln de paredes vi-
driadas iluminando rostros emocionados en anhelante espera.
Juntas sus manos en namast, el tradicional saludo hind, se pa-
r frente a nosotros y pase lentamente su dulce mirada por el es-
pacioso lugar. Generosamente, prolong ese momento que nos per-
mita verlo en cuerpo entero.
Luego, con movimientos suaves se sent en su silln en el centro
del estrado.
Su mano derecha se apoyaba delicadamente sobre la izquierda, y
ambas sobre su regazo. Lentamente elev la pierna izquierda hasta
cruzarla sobre la derecha, dejando al descubierto su divino pie. Ali-
s su larga y blanca barba, que le confera un aspecto magnfico.
Sonrea.
Por ltimo cerr los ojos, y al poco rato entr en samadhi.
Era un encuentro en silencio entre el maestro iluminado y sus
discpulos.
Un momento inefable.
Slo se oa la msica de celebracin especialmente compuesta pa-
ra ese da, tocada en vivo por los discpulos.
Sentado frente a l, separado por unas pocas filas, imaginaba que
lo acariciaba.
En algn momento cerr los ojos y empec a sentir que mi cora-
zn se abra como una magnolia para recibir el amor que descenda
desde mi Maestro. Llor mucho de una dicha incontenible.
Si bien uso la palabra amor para describir lo que senta, me es-
toy refiriendo a un sentimiento nico e incomparable, algo total-
mente ajeno a cualquier otra experiencia de relacin humana.
Se trata de una forma de amor sobrenatural.
Frente a Osho era posible sentirlo. Tan extrao fenmeno ocurra
porque l, al entrar en samadhi, se elevaba a espacios de conciencia
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CAPTULO 14
India
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India me recibe
Mi arribo a Nueva Delhi result desopilante. A poco de poner un pie
en tierra india me vi envuelto en un episodio bochornoso. Fue mi
bautismo de fuego.
Hoy me causa gracia evocarlo.
Por una lamentable ligereza, producto del desconocimiento total
de donde estaba y con la excusa de gastar lo menos posible, segu el
desafortunado consejo de Veet Ricardo: buscar un hotel barato en
Old Delhi, la parte ms vieja y pobre de la ciudad. Fue una torpeza
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India
descomunal.
En un momento, de pronto me encontr solo en medio de una ca-
llejuela, sorprendido por una multitud harapienta, espantosa a ms
no poder, espeluznante, menesterosos profiriendo gritos roncos que
me acosaban con su oferta extravagante de extraas mercancas o in-
sistiendo porfiadamente para recibir alguna limosna. Como si me
hubieran elegido, me abordaban desde todas partes. Como en la
peor de las pesadillas, cara contra cara casi poda percibir su aliento
de fuego. Adultos y nios, hombres y mujeres parecan brotar del
suelo. No haba forma de eludirlos, tironendome se me venan en-
cima y por un momento tem por mi vida.
Sent mucho miedo. Desesperado busqu a mi amigo y dejamos
de prisa ese espantoso lugar.
Al rato, cuando comprob que haba sobrevivido y que estaba
cuerdo me fui tranquilizando. Fue estremecedor. Luego el Sw Veet
Ricardo me explic que toda esa gente grotesca y aterradora, en rea-
lidad, es inofensiva. Al principio, slo mirarlos resulta atemorizante,
se los ve horribles, es cierto, pero son casi absolutamente inofensivos.
Estaba recibiendo la primera de las muchas enseanzas que me dej
la India. Ellos no pretendan asustarme, slo queran que les com-
prara alguna de sus baratijas, ya sea la inofensiva vbora que me mos-
traban destapando hbilmente su canasta, o cualquier chuchera que
tuvieran para vender y que les permitiera subsistir un da ms. Eso
era todo. Lo dems lo pona mi mente prejuiciosa. Si tan slo en ese
momento hubiera podido mirarlos a los ojos!
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Poona
El ashram es un oasis en medio de una populosa y tpica ciudad hin-
d. Su existencia es un verdadero milagro inspirado por Osho. Algo
verdaderamente hermoso, construido con mucho amor. A trece aos
de su muerte el ashram no slo perdura, sino que contina crecien-
do, ya que es necesario ampliarlo constantemente. Miles de perso-
nas, nuevos sannyasins en su mayora, lo visitan cada ao.
Por pocas rupias arrend una habitacin en una casona, algo ale-
jada del ashram, dificultad que supl comprando una slida bicicle-
ta inglesa de esas que son tan populares en India. En la casa vivan
tambin otros sannyasins, casi todos europeos, que venan al ashram
por unas pocas semanas.
En mi habitacin tena lo necesario, un colchn de coco sobre el
piso, una silla y una pequea mesa como para escribir alguna carta, un
ropero donde guardaba mi bolso de viaje con la ropa occidental, que
por el clima jams pude usar en India. El nico lujo era un ventilador
de techo para sobrevivir en los das de mucho calor, y el imprescindi-
ble mosquitero. Tambin dispona de un pequeo equipo de msica y
algunos libros.
Por una ventana amplia que daba a un jardn poda ver un rbol
enorme, muy bello, del que me hice amigo. Al atardecer se poblaba
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mi vida.
Tambin trabajaba mucho con la mente. Dedicaba horas a ob-
servar sus diferentes estados, pensamientos, imgenes, fantasas; los
estados emocionales y sus trnsitos. En una palabra, medit mucho
tiempo. Las condiciones de vida para un trabajo as eran ptimas.
Incluso, para experimentar con algunas drogas psicodlicas si se
ofreca la oportunidad.
As como en Oregn trabaj intensamente en innumerables grupos,
en India particip de unos pocos. El trabajo ms intenso y prolongado
fue en mi interioridad, en silencio y en total privacidad.
Simplemente no tena necesidad de compartir mi trabajo con na-
die. Ni tena otro testigo que mi propia conciencia. Me gustaba
guiarme por la intuicin para darme cuanta de qu necesidad recla-
maba mi atencin con mayor premura. Poda reconocer claramente
si provena del cuerpo, de la mente o del espritu.
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transitarlo.
Yo admiraba a Osho por la audacia de la propuesta que me haca,
por su coraje, pero por momentos poda darme perfecta cuenta de
que estaba loco, completamente loco. O iluminado, lo que para m
era casi lo mismo. Cmo puede alguien que no est iluminado sa-
ber si otro ser lo est?
l permanece situado en una visin de la realidad diferente de la
convencional, de la normal. No es eso acaso lo que hacen los locos?
Su bendita locura lo haba llevado a la cima de la montaa desde
donde nos hablaba a todos. Y ah estaba l, solo, completamente so-
lo, invitndonos a subir y contemplar el paisaje luminoso que vea.
Y apenado cuando nosotros slo veamos su dedo sealando, en
lugar de la hermosa luna que nos mostraba.
Me daba temor reconocer que esa locura me atraa tanto. Hasta
que me di cuenta de que la suya no era otra que mi propia locura,
que tan secretamente preserv durante aos, porque tanto le tema.
Mi admiracin por Osho derivaba de su coraje para ser autntico.
Haba llegado a la cima y al ver la luz empez a anunciarlo. Mi pro-
pia locura reposaba impoluta en los planos ms elevados de mi ser.
Y qu vea Osho desde la cumbre de la montaa?
Cualquiera puede saberlo porque lo dice en todos sus discursos y
stos fueron grabados y luego publicados en todos los idiomas. Si uno
quiere saber lo que l dice puede tomar cualquiera de esos libros.
Desde luego, eso slo no alcanza para lograr alguna transforma-
cin. Uno puede pasarse toda la vida escuchando a Osho. Es muy
agradable escucharlo, su decir es encantador y tiene un gran sentido
del humor. Sus chistes son famosos. Pero eso slo no es suficiente
para lograr algn cambio significativo. Conocer el camino es el pri-
mer paso, pero para llegar a la meta luego hay que recorrerlo. Nun-
ca nadie va a iluminarse leyendo a Osho ni a ningn otro Maestro
sentado en el silln favorito del living de su casa. La luz est en la
cima, en el valle no puede haber otra cosa que penumbras. Partici-
par de esa luz requiere subir la montaa. Hay que animarse a hacer-
lo, tener suficiente coraje para escalar.
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CAPTULO 15
El retorno
El ao llegaba a su fin.
Una maana de comienzos de noviembre sent al despertarme
una cierta pesadez en la cabeza, como de resaca, y en el cuerpo un
gran cansancio. Era obvio que no haba dormido bien. Recordaba
haberme despertado varias veces.
Aclaro que soy de los que creen que la cocina del inconsciente
trabaja activamente durante la noche. Lo he comprobado a menudo.
Barajando alguna otra alternativa razonable conclu que, efectiva-
mente, algo se haba ido elaborando esa noche.
La ducha fra mejor la sensacin de pesadez.
Me haba propuesto hacer la meditacin dinmica, que demanda
un considerable esfuerzo fsico.
Viendo por la ventana de mi cuarto un cielo gris terroso mientras
me vesta para salir, repar en que todava no haba escuchado true-
nos esa maana. Me alegr pensar que quiz los monzones se esta-
ran apaciguando. Era la poca en que soplan esos fuertes vientos del
ndico que traen, durante dos meses, lluvias torrenciales todos los
das. Son tpicos de esa zona. El silencio del cielo auguraba que las
lluvias comenzaran a amainar. Para m era un alivio.
Baj a desayunar, pero record que para la meditacin dinmica
es conveniente estar con el estmago vaco.
Previendo algn chaparrn desist de ir al ashram en bicicleta.
Un riksho me llevara por slo cinco o seis rupias. Incluso si a esa
hora algn otro sannyasin de la casa iba para el ashram podramos
compartir el costo del viaje.
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visa, algo por cierto bastante serio para un extranjero que viaja por
la India.
Tiempo atrs, me hubiese odiado a m mismo, me hubiese juzga-
do muy duramente por esa falta. Esta vez, sonre. Me senta tan mal
que tuve piedad de m y comenc a decirme palabras tranquilizado-
ras que me reconfortaran. Me fui sintiendo mejor.
Confiando en que la duea del pequeo hotel quiz me recorda-
ra de un viaje anterior, me encamin hacia el primer escollo. Luego,
ms tranquilo, pensara mejor qu decisin tomar.
No tuve inconvenientes al registrarme. Era el nico pasajero del
hotel. Dej el bolso en el cuarto y sal enseguida buscando relajarme
caminando por la playa. Pero la encontr fra y desierta, haba mu-
cho viento, y pesados nubarrones y relmpagos anunciaban que
pronto llovera. Frustrado, regres al hotel y me tir en la cama. Me
senta muy triste, solo y desdichado. Los pensamientos ms negros
pueden visitarme en momentos como ste. Todas las dudas juntas se
agolpaban en mi cabeza, todos los cuestionamientos sobre el senti-
do de las cosas. Qu estoy haciendo con mi vida? Qu hago ac?,
y cosas semejantes. Cmo puede uno responder preguntas as en
un momento tan crtico?
Acaso no son stas las pequeas pruebas con las que el Seor
me muestra que est siguiendo mis pasos?
Estas palabras, que llegaron a m en ese momento de desazn, me
resultaron un blsamo.
La duea del hotel me ofreci para cenar un exquisito plato con
pescado, una especialidad de la casa que conoca, y haciendo un de-
sarreglo en mi presupuesto, hasta poda acompaarlo con una copa
de vino. Acept la oferta de inmediato. Mejor mucho mi nimo.
En India slo hay vino importado, que es muy caro. Con excep-
cin de los ms pudientes y menos religiosos que toman alguna cer-
veza, el pueblo no bebe alcohol.
Despus de cenar le un rato y me dispuse a dormir, postergando
la decisin a tomar sobre la continuidad del viaje.
Me resista a confiarle la tarea a mi mente, insegura y dubitativa
por excelencia, y esperaba alguna respuesta que viniera de mi intui-
cin ms profunda.
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Llegamos sin tropiezos al lugar que nos haban indicado. Era una
tpica construccin hind, muy ornamentada y espaciosa, con gran-
des patios y jardines con rboles enormes de generosa sombra hacia
el frente. Sentados al pie de uno de ellos, un grupo de jvenes, slo
varones, entonaban dulces bhajans.
Ms lejos, se vean otros grupos, que tambin parecan estudiantes.
A travs de una reja de seguridad muy alta, Saumitra habl larga-
mente en su dialecto con alguien que, desde adentro, le daba la in-
formacin esperada.
Sai Baba ya no visitaba ese lugar desde haca mucho tiempo y
ahora estaba dedicado exclusivamente a la enseanza. El Swami re-
sida en un pueblo cercano llamado Puttaparti.
Gentilmente le haba dado tambin la indicacin de la terminal
de mnibus y hacia all nos dirigimos. India es populosa, sus ca-
lles lo son, pero las estaciones de trenes y de mnibus son el col-
mo, concentran tanta gente que da miedo. Impresiona verlos to-
mando por asalto sus asientos, siempre escasos. La confusin es
total.
En ese caos, yo debera haber encontrado, solo, la forma de llegar
a mi destino. Sin la providencial ayuda de Saumitra, que poda hacer
con facilidad las averiguaciones del caso, subir al mnibus indicado
hubiera sido una proeza.
Cuando lleg el momento, conocedor de las costumbres, tom mi
bolso y lo pas por una de las ventanillas reservando un asiento. Fue
suficiente para no tener que forcejear en la entrada de la estrecha
puerta del mnibus.
Comprend claramente por qu los argentinos vienen en tours es-
pecialmente organizados para ellos. Despus me enter de que tam-
bin quienes viajan en grupo toman un taxi en Bangalore directa-
mente hasta el ashram. No es ningn secreto que el dinero resuelve
fcilmente este tipo de problemas.
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Era una habitacin ms bien pequea y con poca luz. Casi sin mi-
rarme, el seba, palabra con la que se nombra a los colaboradores, me
pregunt de dnde vena mientras extenda la mano esperando mi pa-
saporte y la visa que ya me haba pedido. Cuando le cont la historia
me mir por primera vez a la cara. Me limit a sonrerle. Creo que el
hecho de ser argentino ayud, y no insisti ms sobre el tema.
Luego de mirar unos papeles y hacer algunas anotaciones, me di-
jo que poda quedarme una semana. A continuacin me indic el lu-
gar donde me hospedara. Cuando me desped volvi a mirarme y
entonces, secamente, sentenci:
sa no es ropa para estar en el ashram.
Me indic un negocio afuera donde podra conseguir algo ms
apropiado. En ese momento yo vesta bermudas y una remera sin
mangas. Agreg que tambin necesitara un colchn y que tendra
que dormir en el suelo.
Yo qued encantado con todo. Me senta muy afortunado y daba
gracias a Dios de estar all.
Fui a conocer el lugar que me haban asignado. Se trataba de un
departamento de dos ambientes con el piso de cemento, bao y una
pequea cocina. Formaba parte de un gran edificio de reciente cons-
truccin. Me pareci un lujo. En el trayecto haba visto enormes gal-
pones donde la gente se albergaba.
Sin prdida de tiempo sal a comprarme alguna ropa, no sin an-
tes observar cmo vestan all los hombres. No quera desentonar.
Compr un pantaln y una curta bordada muy bonita ambos de co-
lor blanco, y un colchn de coco que regal cuando me fui.
Para la hora de la cena, en la cola, escuch hablar espaol. Haba
descubierto un grupo de Argentina que se identificaba con un pa-
uelo celeste anudado al cuello. Me dio mucho gusto abrazarme con
mis compatriotas.
A partir de ese momento, de ms est decir, todos mis problemas
se simplificaron. Rpidamente me pusieron al tanto sobre las princi-
pales reglas de convivencia en el ashram, especialmente, la estricta
observancia de la separacin entre ambos sexos.
Yo iba dispuesto a deponer cualquier actitud prejuiciosa, cualquier
crtica. Me propona vivir una experiencia totalmente nueva, diferente
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Buscando ecuanimidad
El vivir solo tiene algunas ventajas. Poda entregarme a mi desarmo-
na interior, a mi confusin y mal humor sin molestar a nadie.
Los fines de semana, si no tena que acompaar a algn paciente,
me escapaba a una casita que tena en el delta sobre el ro Carapa-
chay. All, en ese cobijo, hermanado con los sauces llorones que
abundan en su ribera, tambin yo poda llorar tranquilo hasta desa-
hogarme, si lo necesitaba.
Volva renovado. Me haca bien escuchar msica, reflexionar, me-
ditar y leer. O simplemente sentarme en el muelle a mirar correr el
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afligido.
Fui a sentarme en el living, que no distaba mucho de su dormi-
torio Desde all pude orlo quejarse de sus molestias, que no eran
pocas.
Pero tambin me llegaron los aullidos lastimeros del perro de
Juan, que esperaba impaciente en el balcn del dormitorio. El ani-
mal estaba frentico, y no se tranquilizaba con las casi inaudibles pa-
labras con la que su amo intentaba contenerlo.
Un presentimiento me llev a regresar al cuarto. El vecino que co-
medidamente bajaba al perro por las tardes haba fallado, y el pobre
animal se desesperaba por salir a la calle. Con muchas dudas y una
gran turbacin, Juan se debata sin atreverse a pedirme ese singular
favor. Yo era el mdico que vena en consulta, y nuestra confianza to-
dava no era suficiente.
Slo pregunt dnde estaban el collar y la correa.
De pronto, aquella tarde, impensadamente me encontr paseando
a un perro por la calle Juncal. Algo trivial sin duda, pero para m co-
br una tremenda significacin. Aos de estudio, de trabajo, de me-
ditacin, hubieran sido slo tiempo perdido si no hubiera sido capaz
de dar esa sencilla respuesta.
Por qu lo ms simple es siempre lo ms difcil para el ego? Si
no hubiera escuchado a mi corazn en ese momento, si en su lugar
hubiera atendido slo a la mente prejuiciosa que me deca ests
seguro de que tambin forma parte de tu trabajo pasear a su perro?.
Qu hubiera ocurrido?
Quiero contestar esa pregunta, decir lo que creo que habra aconte-
cido. No se hubiera logrado tan rpidamente que Juan me reconociera
como alguien confiable para compartir pormenores de su enfermedad
que lo angustiaban. Creo que un gesto sencillo y humano como pa-
sear a su perro facilit el acercamiento necesario para poder abrirme
su corazn, como tanto necesitaba. Si bien de mi parte no fue delibe-
rado, creo que el puente entre ambos qued tendido de inmediato.
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cia, el diario Clarn public una nota sobre mi trabajo. Con la firma
del prestigioso periodista Daniel Ulanovsky Sack, abarcando las dos
pginas centrales del suplemento Opinin, con fotos mas (donde
puede apreciarse que ya me haba cortado el cabello y que vesta ro-
pa convencional), aparece la nota titulada Soy un partero al revs.
En ella se comentaban extensamente las caractersticas generales
de mi trabajo, sus fundamentos filosficos, detalles de mi formacin,
etc. La entrevista que mantuve con el periodista, a quien no conoca,
(por eso digo que fue providencial), fue grabada y ampliamente re-
producida en la nota.
La repercusin fenomenal que tuvo no se hizo esperar y me plan-
te la necesidad de pensar en cuestiones de organizacin para poder
llevar adelante el trabajo, abordar la coordinacin de grupos con las
primeras personas que empezaron a acercarse convocadas por el te-
ma, planificar, etc.
Naca Niketana.
Cada vez me involucraba ms en el mundo, mis compromisos
aumentaban aceleradamente. De esto era consciente, pero senta
que poda asumir mis responsabilidades con mucho gusto y amor
por las tareas que se presentaban a diario. Empezaba un nuevo jue-
go que yo estaba dispuesto a jugar. Con una nueva conciencia, no
tema a las inevitables tribulaciones inherentes a cualquier queha-
cer humano.
El efecto multiplicador que tienen los medios de difusin, descu-
br, es impresionante. Empezaron a llegarme innumerables propues-
tas para entrevistas y diferentes eventos. Los medios parecan vidos
de este tipo de noticias y constantemente publicaban colaboraciones
mas sobre el tema de la muerte.
Asimismo, empec a ser cada vez ms tenido en cuenta para
participar en mesas redondas, congresos y eventos cientficos de
todo tipo.
El intercambio con otros colegas, muchos de los cuales conoca
de otros tiempos, resultaban para m muy estimulantes. Natural-
mente, tambin me iba discriminando del modelo tradicional con el
que se encaran los cuidados paliativos en nuestro medio.
Como se ver ms adelante, son miradas diferentes de la proble-
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Mi primer libro
El buen morir, mi primer libro, finalizaba su prolongada gestacin y
ya pareca viable. Haba sobrevivido milagrosamente a todas las du-
das, enojos, vacilaciones, y aun, debo confesarlo, furiosos intentos
de destruccin.
Fueron tiempos de locura.
En el buclico paisaje isleo del Tigre fue donde empec a escri-
birlo como quien no quiere la cosa, en un humilde cuaderno de tapas
blandas, y con lpiz para poder borrar mejor. Con el tiempo esta
suerte de artesana tom la forma de un ritual de los fines de semana.
Pronto me di cuenta de que no se trataba de ir al Tigre y escribir
para entretenerme. Iba a la casita de la isla para poder hacerlo a mis
anchas; esa singular necesidad del espritu que es escribir haba en-
raizado en mi y me aguijoneaba constantemente.
La intencin manifiesta era compartir mi experiencia de trabajo,
pensaba que ese propsito era vlido. La realidad que se impona, sin
embargo, era bien distinta y hasta pareca incompatible: al escribir
en un irrefrenable dejarme ir, terminaba contando mi vida.
Era mi catarsis, y tambin una forma interesante de objetivar el
dilogo interior y repensar mi vida.
Procuraba llegar al Tigre los viernes al anochecer para dormir en
la isla. Me despertaban por la maana bien temprano el canto del ga-
llo de mi vecina, el alboroto de los gorriones al amanecer o el ruido
lejano del motor de alguna lancha tempranera.
Daba lo mismo que fuera invierno o verano.
Algunas fueron pocas de soledad total. Otras, de soledad
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compartida.
El libro se demoraba en crecer y tomar alguna forma hasta que
ocurri un hecho auspicioso que, no s bien por qu, me gustara
narrar y ubicar en lo que, fue su verdadero contexto.
Una maana me levant con la corazonada de visitar a un queri-
do amigo y colega, viejo compaero de estudio y militancia, a quien
haca bastante tiempo no vea.
Lo llam y logramos concertar un encuentro en la semana.
Charlamos de todo un poco ponindonos al da de las novedades
de cada uno. Luego fuimos a su escritorio ya que quera mostrarme
la computadora que acababa de comprar.
Y esto, para qu sirve? le pregunt bromeando.
Por ejemplo para poder escribir un libro, que es la mayor tarea
que tengo en estos momentos fue la respuesta de Eduardo.
Yo slo vea un precioso equipo, muy moderno, pero no senta
que tuviera mucho que ver conmigo.
Mi amigo, entusiasmado, me fue informando: viene cargado con
un programa llamado procesador de texto, que permite escribir, bo-
rrar, intercalar, cambiar el orden de los prrafos, subir y bajar por el
texto intercalando palabras o frases. Y enumeraba otras habilidades
que parecan no terminar nunca. Para rematar, y como si se hubiera
propuesto venderme el producto, oprimi un botn e imprimi una
hoja del texto que tena en la pantalla.
Qued deslumbrado.
La imagen del cuaderno y el lpiz cruz por mi mente y me pro-
dujo un ataque de risa, que tuve que explicar.
En la poca de las computadoras ya era algo absolutamente perimi-
do y hasta ridculo mi empeo por escribir un libro a punta de birome.
Mi amigo me alent para que comprara una. El costo era accesi-
ble y l se ofreca afectuosamente a asesorarme.
En pocos das ms, tena una moderna PC instalada en mi casa.
Contar con ella fue una bendicin.
Con esta fenomenal ayuda, el embrin de libro aceler su creci-
miento como si le hubiera dado un shock vitamnico.
As fue como vio la luz a mediados de ese ao de 1994. Fue pre-
sentado en sociedad en la Asociacin Mdica Argentina ante nume-
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El encuentro
Una noche, en vsperas de dar por concluido definitivamente el tra-
bajo con el libro, viviendo todava ese clima alucinante, sentado
frente a la computadora mientras daba los ltimos retoques, agota-
do por las horas de trabajo acumuladas, rodeado de papeles y libros
que alfombraban todo el departamento, o sonar la campanilla del
telfono.
Lo atend pensando que poda ser un paciente que estaba acom-
paando por aquellos das. Pero quien llamaba era una persona casi
desconocida para m, alguien a quien haba visto slo un par de ve-
ces en casa de amigos.
El motivo de su llamada era inusitado. En un tono que me resul-
t intrigante, me dijo que intua que deba conocer a una amiga suya
llamada Julia, que se trataba slo de una corazonada, y que por favor
no lo tomara a mal. Quera dejarme su nmero telefnico, volvi a
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Esa misma noche nos reunimos los cincuenta que sumbamos ese
contingente en proporciones equivalentes de hombres y mujeres, en
la puerta del saln destinado a la meditacin. All me desped de Ju-
lia y me recog en mi interior por los prximos diez das. Hombres y
mujeres permaneceramos separados en todo momento.
Tenamos asignados lugares diferentes para los recreos en los jar-
dines y en los comedores. Tambin en el saln nos sentbamos en
grupos separados por un pasillo central. El motivo era evitar todo ti-
po de distracciones.
Por la misma razn, no estaba permitido leer, escribir, ni escuchar
msica. Asimismo, se desaconsejaba la practica de cualquier otra
disciplina, como yoga, otra meditacin, e incluso rezar.
Era obligatorio declarar el uso de cualquier tipo de medicacin
que se estuviera consumiendo. El instructor evaluaba la convenien-
cia o no de continuar con ella.
Al llamado, de uno en uno fuimos entrando al saln y ocupando
los lugares asignados, que deberamos conservar hasta el final. Creo
que tuve suerte que no objetaran la silleta que me permita perma-
necer en la posicin correcta, con las piernas recogidas en medio lo-
to y la espalda erguida, slo que sostenida en un breve respaldo
lumbar.
Hubo a quienes se les permiti respaldarse en las paredes del
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cuarto.
Un t y una fruta fueron la cena de esa noche antes de retirarnos
a dormir. La jornada comenzara a las cuatro y media de la maana,
seramos llamados a las cuatro con una campana. Se iniciaba la ob-
servancia del absoluto silencio, lo que quiere decir no slo no hablar
sino tampoco intentar comunicarse mediante seas u otros modos
posibles. Esto solo ya era todo una experiencia.
Me senta feliz y emocionado de estar en ese lugar, lo viv como
un privilegio. Expectante, con algunas dudas sobre mis condiciones
fsicas para tamao esfuerzo, pero alerta y confiado, me dispona a
recibir la preciosa enseanza.
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ma funcin de apoyo.
Una vez que terminamos de acomodarnos y logramos quedarnos
quietos entr el profesor tomando ubicacin al frente del saln. Con
voz muy suave y fuerte acento extranjero explic que la primera ta-
rea a la que habramos de aplicarnos con esfuerzo sostenido sera
anapana-sati, que consiste en enfocar, fijar y mantener la mente en
un solo objeto de atencin. Ese objeto sera la respiracin, y ms espe-
cficamente las sensaciones en los orificios de las fosas nasales, produ-
cidos por la entrada y salida del aire en cada movimiento respiratorio.
El objetivo de esta tarea era hacer de la atencin un instrumento apro-
piado, que nos sirviera luego para examinar nuestra realidad ms sutil.
Seguidamente, risueo, Arthur nos advirti que este trabajo no se-
ra fcil, dada la tendencia de la mente a desplazarse constantemente
de un punto a otro, de un lugar a otro. La respuesta a este problema
consista en volver a intentarlo una y otra vez, con paciencia y calma,
sin tensin y sin desnimo, exclusivamente en esto. Slo con retornar
al punto de partida deba ser suficiente. Este entrenamiento deman-
dara los siguientes tres das y medio. Buda lo llam Recto Esfuerzo.
El primer da
La primera sentada dur hasta las 6.30, cuando son la campana
para el desayuno. Confieso que para ese primer intento not como
la mayor dificultad aquietar el cuerpo. Lo pas bailando en mi silla
sin terminar de incorporarla a mi esquema corporal para dejar de
sentirla. Cuando lo logr fue una bendicin.
El comedor est a unos cuarenta metros del lugar donde medita-
mos. Caa una llovizna suave pero fastidiosa que nos acompa, ca-
si sin interrupcin, durante todo el retiro.
En una gran mesa central nos esperaba un apetitoso desayuno.
Consista en leche, yogur e infusiones calientes, pan, manteca, mer-
meladas, cereales y frutas. Fue abundante y reparador.
La sensacin de sentirme cuidado me sensibiliz.
Llegar al comedor y encontrar la comida servida, ver los pasillos
y los baos siempre limpios y secos, las instrucciones para cada da
claramente visibles en la cartelera, el orden y el silencio del lugar, me
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* Estos textos fueron extrados del libro La Vipassana, de William Hart, Editorial ELAF S.A., 1987
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uno mismo.
Esto se consigue tomando como objeto de atencin las propias sensa-
ciones fsicas. De este modo se despliega toda la realidad de la mente y
del cuerpo.
Qued muy claro para m, entonces, que tena conciencia de las
sensaciones que provenan de mi cuerpo o del entorno, las perciba
y era consciente de ellas. Pero, en primer lugar, mi mente las juzg
desagradables, y en segundo lugar, inconscientemente reaccion a
ellas con fastidio y aversin, ya que se es mi condicionamiento.
De esta forma, el resultado no poda ser otro que el dolor y el su-
frimiento que experiment y que, cuando lleg a un nivel extremo,
puso en riesgo mi experiencia.
Afortunadamente, al comprender la situacin, al darme cuenta de
que me peleaba, pude superar el condicionamiento y dar una res-
puesta diferente. Esta vez respond en lugar de reaccionar. La respues-
ta es consciente, es una eleccin, mientras que la reaccin no lo es.
A la misma sensacin respond de forma diferente, y eso me liber.
Mis desdichados compaeros no me estaban molestando deliberada-
mente, simplemente exteriorizaban su malestar, que no era poco. Al
poder verlo de este modo, al verlos sufrir, sent compasin. Qu otra
cosa podra sentir por ellos? No fue que hubiera dejado de sentir, de
percibir la sensacin como desagradable, solo dej de reaccionar a ella
con aversin. La guerra se detuvo y surgi la paz. Eso fue todo.
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d ninguna religin.
Desarroll un mtodo experimental para el conocimiento de la
realidad y lo ense. Resulta verdaderamente sorprendente que ha-
ya podido descubrir que la materia tiene una estructura inmaterial,
que es slo energa en movimiento. Con su mtodo de introspeccin
lleg a la misma conclusin a que hoy llegan los fsicos.
Descubri que nuestro cuerpo, que parece tan slido, est com-
puesto de partculas subatmicas y espacios vacos. Y que ni siquie-
ra esas partculas, a las que llam kalapas, tienen una solidez real.
Surgen y se desvanecen en mnimas fracciones de segundo saliendo
constantemente de la existencia como un flujo de vibraciones.
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Lecturas sugeridas
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