La coleccin un libro por centavos, iniciativa

del Departamento de Extensin Cultural de la

Facultad de Comunicacin Social-Periodismo de la
Universidad Externado de Colombia, actualmente
a cargo de la Decanatura Cultural, persigue la am-
plia divulgacin de los poetas ms reconocidos en
el mbito nacional e internacional y la promocin
de los nuevos valores colombianos del gnero, en
ediciones bellas y econmicas, que distribuye para
sus suscriptores la revista El Malpensante.
Este nmero 56, Breviario de Santana de Ferna-
nado Herrera Gmez es el libro con el cual gan,
en 2007, el Premio Nacional de Literatura del
Ministerio de Cultura.
N. 56
Breviario de Santana

Fernando Herrera Gmez

universidad externado de colombia

decanatura cultural
2010
 isbn 978-958-710-533-9

Fernando Herrera Gmez, 2010

Universidad Externado de Colombia, 2010
Calle 12 n. 1-17 este, Bogot - Colombia
Fax 342 4948
[email protected]
www.uexternado.edu.co

Primera edicin
Marzo de 2010

Ilustracin de cubierta
Pico Bolvar (Mrida-Venezuela), por Angela Vsquez,
fotografa digital, 5008 x 1376 pixeles, 2007

Diseo de cartula y composicin

Depto. de Publicaciones

Impresin y encuadernacin
Ladiprint Editorial Ltda.

Impreso en Colombia
Printed in Colombia
 Universidad
Externado de Colombia

Fernando Hinestrosa
Rector

Miguel Mndez Camacho

Decano Cultural

Clara Mercedes Arango

Coordinadora General
 A la memoria de mis padres.
Como saludo de bienvenida a Gregorio.
Tambin para Catalina.
 Y aqu principia, en este torso de rbol,
en este umbral pulido por tantos pasos muertos,
la casa grande entre sus frescos ramos.
En sus rincones ngeles de sombra y de secreto.
Aurelio Arturo
la ruda

De todos los olores de todas las hierbas, hay uno que

pertenece a estas tierras. No es el del pelargonio al
agitarlo, ni el del poleo en las eras, ni el del hervor
del tomillo en la cocina, ni el del romero de pas
como de pino, ni el del cidrn, ni el de la mejorana,
ni el del toronjil que alegra el sabor del agua. Es un
olor que no se confunde, que salta de pronto entre
los arbustos, en los potreros, que nace silvestre a
orillas del ro, cerca de las tapias, en la mitad de
los sembrados. A pie o a caballo, basta con rozar
la ruda, con tocar levemente sus minsculas hojas
dentadas, sus flores amarillas, para que su olor se
levante como un vuelo de torcazas, para que su
aroma nos diga que estamos en Santana.

11
desde arriba

Al ascender a galope tendido una de las colinas que

rematan el valle, con el jadeo de las cabalgaduras
sudorosas, nos detenemos a mirar desde lo alto.
Al fondo estn las torres de la iglesia del pueblo y
sus oscuros campanarios, los tejados pardos de las
casas moteados por la vegetacin de los solares y,
ms al fondo todava, el espejo enceguecedor de
las aguas del embalse. A nuestros pies, se divisan
las tierras de la hacienda en medio de los extensos
y montonos cobertizos de plstico de los cultivos
de flores que niegan el paisaje. Las tapias ruinosas
de los antiguos linderos, los pastizales azotados
por el viento, los barbechos, la carretera de curvas
suaves, el ro, los arroyos, los ganados y la mancha
nemorosa que oculta la casa, el molino, el granero.
Una esbelta torre de hierro sostiene el enorme tan-
que plstico azul que guarda el agua que surte los
grifos de Santana.

12
la casa

Para quien llega por la carretera que hace un par

de curvas en el trayecto de medio kilmetro que
hay desde la portada, la casa de Santana queda un
poco hacia la izquierda; la entrada principal es por
el patio. Aparece de frente con sus dos aguas en los
extremos y en el centro el techo que se inclina. Est
cubierta de antiqusimas tejas de barro cocido, re-
vestidas de lquenes y musgos. Es de tapias pintadas
de algo que una vez fue blanco y con las puertas
y ventanas de un azul desvado. Desde lejos se ve
entre el jardn, con su amplio corredor de columnas
de madera terminadas en arcos ornamentados con
labrados y su chambrana; las puertas recargadas
de listones y dinteles como de filigrana. Est medio
oculta entre las plantas y, al mismo tiempo, por
todas partes invadida de materas con geranios,
unas suspendidas del techo, otras en los postes y en
el piso en toda suerte de soportes de hierro. En el
corredor hay cinco puertas que dan a las distintas
habitaciones. Y adentro, en el centro, otro patio,
tambin colmado de macetas.

13
el huerto

Unos fragmentos de muro lo custodian. An que-

dan algunos manzanos y ciruelos de otras pocas,
un papayuelo junto con un matorral de rododen-
dros y unos aosos alisos cubiertos de lquenes se
yerguen junto al cao que lo atraviesa. El huerto
est a un lado de la casa y aquellas tapias ruinosas
le otorgan un aire de claustro de monasterio, una
apacibilidad conventual. Las paredes lo resguardan
de los vientos, lo que hace que el pasto all crezca
con mayor vigor. El mbito todo es tan sereno y de
tal equilibrio que incluso el agua que corre por la
acequia es callada.

14
las montaas

Una hilera de montaas marca el lmite del valle

donde se levanta Santana. Detrs estn los llanos
infinitos. En tiempos de lluvias se adivinan apenas
entre la bruma espesa, pero en los das soleados
se recortan oscuras y graves contra el firmamen-
to difano. Sus formas son caprichosas. A veces
suaves y onduladas, otras abruptas, angulosas.
Se perciben lajas enormes vestigios de antiguos
hundimientos, de cataclismos ignotos que dan con
su trazo geomtrico una irregularidad misteriosa.
Esa es zona de pramos y abundan las lagunas que
fueron escenario de ritos religiosos de los antiguos
pobladores.

15
juanito

De madrugada puede orse el tintineo de los arneses

junto con el estruendo de la carreta metlica que
sale por el camino a dejar las cantinas de la leche
en la portada. Juanito es el caballo que tira de la
carreta. Es un potro perchern de color oscuro
entre castao y moro, de patas gruesas y peludas
y de cuello colosal. No hace mucho lo trajeron. Es
de una nobleza y mansedumbre extraordinarias
que slo se altera cuando alguna yegua pasa cerca,
y entonces relincha con vigor abriendo los ollares.
Me toc ver cmo lo pusieron a tornear en el bra-
madero una tarde. Alcanz a golpearse mientras se
acostumbraba, pero en cosa de media hora ya saba
girar en ambos sentidos con la mayor naturalidad;
luego, poco a poco, fue aprendiendo y en algo ms
de una semana ya estaba tirando de la carreta. Hay
que ver con qu energa trabaja en el campo, cmo
levanta las manos rtmicamente y enarca el cuello
majestuoso mientras arrastra tras de s los pesados
instrumentos de labranza.

16
el granero

Es una construccin alta de gruesos muros, hecha de

adobes de barro crudo con dos hileras de minscu-
las ventanas laterales y cubierta con tejas oxidadas
de zinc en dos aguas. De un lado est burdamente
encalada y en el otro lado se ven desnudas las ta-
pias. Ya no se muelen en Santana ni trigo, ni avena,
ni cebada, de tal manera que su destino original
hace tiempos no lo cumple. Hoy guardan en l un
arrume de cajones en los que funcionaron colmenas
de un apiario que tambin dej de existir, madera
de los rboles que talan de tanto en tanto y que
van utilizando en distintos menesteres. Uno de los
extremos se ha ido desmoronando y tiene un gran
boquete ya sin muro. All guardan el viejo tractor y
los arados. Adentro la trama de las vigas armada
con palos redondos est negra de holln, al parecer
por una antigua forma de inmunizar la madera.
Es albergue de ratones cerealeros, y los gorriones
y las golondrinas a veces anidan en su interior. El
viento silba en los filos de las tejas metlicas y de
pronto se oyen caer con estrpito las bellotas de los
eucaliptos cercanos. De resto el granero es fresco,
oscuro y silencioso.

17
el molino

Hoy es utilizado como casa de mayordomo, pero

antes fue el molino donde se trituraban los granos.
Tiene un aire oriental de pagoda que le da un
pequeo techo cuadrado encima de la cubierta
tambin cuadrada que se extiende vencindose
por tramos. Sobre los cuatro caballetes del tejado
que rematan en el centro, se posan las palomas que
no cesan de zurear. Dicen que en el altillo vive la
comadreja que ha diezmado las aves de corral. Su
puerta principal da al patio empedrado. Adentro,
al fondo, mezclados con carbn de piedra, arden
y crepitan los leos en el fogn de la cocina. Sube
hacia el cielo el humo sin cesar.

18
el patio

Queda en el lado opuesto del huerto, y entre la casa

y el molino. En la mitad de una tapia cubierta de
enredaderas de jazmines, un prtico alto protegido
por un estrecho alero de dos aguas sirve de entrada
al empedrado de cantos redondos e irregulares; al
fondo hay cuatro o cinco caballerizas en desuso y
el cuarto de los aperos. Hay macetas de geranios de
distintos colores en las paredes y en los postes en
derredor; y en el medio una fuente de piedra en cuyo
centro, en lo alto, cubierta de musgo y colocada de
plano sobre una vulgar columna de cemento, est
la antigua piedra circular del molino. Por el agujero
del eje, brota el agua que baa la piedra y que surte
al estanque. Unos nerviosos peces rojizos se agitan
con el agua que cae.

19
los gansos

Siempre han estado en Santana. Se les ve a veces

a lo lejos en los potreros comiendo pasto. Otras,
plcidos, quietos en el agua serena, o espulgndose
las plumas bajo el sol, o chapoteando, jugueteando,
alborotando y removiendo el agua en el estanque.
Ahora no son tantos, aunque pasan de una docena.
Antes hubo ms de cuarenta, pero un da desapare-
cieron. Dicen que se los llev el ro. Van en parejas
con su andar torpe y cmico que los hace moverse
de un lado para el otro y, si nos aproximamos,
ellos bajan el cuello abriendo el pico y graznando
amenazantes en seal de molestia por nuestra cer-
cana. De pronto deja de verse una gansa durante
das y, en el momento menos esperado, entre los
matorrales de la isla del lago, al pasar por all, se
siente un soplido seco y vemos entonces a la gansa
llena de furia defendiendo el nido y los huevos que
empolla. En la noche ante cualquier intruso, puede
orse el graznido de alarma de la parvada y es como
si alguien impulsara una pesada puerta haciendo
sonar sus goznes oxidados.

20
los cuadros de fonseca

No son paisajes de gran factura. Los follajes de

los rboles y las nubes con frecuencia quedaron
burdos; hay demasiada solidez en el chorro de
agua que debera ser liviano y gracioso, el perfil de
las bestias es una silueta torpe, pero su intencin
al pintarlos fue amorosa. l dej consignado un
retrato a retazos de lo que fueron estos territorios
hacia mil novecientos cuarenta y cinco, y del fro de
su aire. En varias habitaciones de la casa vemos sus
versiones de la hacienda: Damasco, un monumental
toro normando, en medio de un pasto de brochazos
entre verdes y amarillos; Antifaz, un caballo que
lleva cabestro con un fondo de montaas y nubes
aborrascadas; la represa en medio de unas masas
verdes de maleza; un camino bordeado de rboles
de rgido penacho inclinado que deben ser los ve-
tustos eucaliptos de hoy en da. Me alegra saber que
alguien antes que yo hubiera nombrado tambin, a
su manera, a Santana.

21
el jardn

Aqu unas hortensias lilas o de un delicado azul

plido, las espadas verdes de unos gladiolos, unos
matorrales de rosas; all, girando como bailarinas,
unas fucsias, luego unas amapolas de ptalos leves,
ms ac unas eras de agapantos, antes de unas hi-
leras de cartuchos, un oloroso manojo de geranios,
cerca de un redondel de pensamientos de diferentes
colores y, en distintas partes, la emblemtica flor de
lis y las dalias inclinadas deshojndose en silencio.
Todo bajo la fronda del cerezo, bajo la proteccin de
unos tupidos arbustos de camelias, al lado de unos
nogales y de una palma de cera adolescentes, junto a
una araucaria, cerca de los sauces claros; tal el jardn
que crece en desorden ocultando el corredor de la
casa que escolta un penetrante borde de violetas,
en medio del aletear elctrico de los colibres, del
zumbar de las abejas, de los gorjeos y los correteos
infantiles de distintas aves y, de tanto en tanto, la
nerviosa rfaga fugaz del toche entre las ramas de
los rboles: llama, llamita, manzana de miel.

22
el viento

Entra por un boquern de la cordillera trayendo

todo el aliento de los llanos. A veces con fuerza,
a veces suave, pero siempre constante, un soplo
que no cesa, que marchita la hierba, que hace
que las flores, los rboles, el pasto y las espigas
crezcan inclinados hacia el occidente. Todo, todo
en Santana est marcado por ese viento oblicuo,
por esa corriente en diagonal que azota los surcos,
que desva el rumbo de las aves, que arrebata los
sombreros.

23
las garzas

Antes no las haba. Fue de unos aos para ac que

comenzaron a llegar de los llanos calurosos a las
tierras fras y pronto estuvieron tambin en San-
tana. Se divisan a lo lejos en el verde del campo,
esbeltsimas y blancas, con un gracioso penacho
de plumas desflecadas en la cabeza y una tenue
lnea habana en la nuca, en el pecho y en el lomo.
Nunca dejan que nos les acerquemos; estn siempre
merodeando cerca del ganado y de pronto se alzan
en un vuelo levsimo del que no omos ni el ms
mnimo aleteo.

24
cuarto de los aperos

Est en medio de las pesebreras que dan al patio em-

pedrado. En los muros hay soportes con herraduras
invertidas que sirven de perchas y, colgados all, se
hallan los frenos y las jquimas de los caballos y los
zamarros de los chalanes. A un lado, en unas vigas
redondas que van de muro a muro en dos hileras,
estn las sillas y los galpagos con sus estribos col-
gando, como si cabalgaran en ellos los duendes; y
en un aparador abierto de entrepaos de madera,
apilados, las herraduras y los clavos de herrar junto
con los cepillos para peinar las crines, el sebo para
el cuero y los ungentos para las inflamaciones de
las coyunturas de las bestias. Todo all adentro en
esa penumbra, tiene un olor rancio de talabartera
mezclado con orn de hierro y sudor de caballo.

25
las pesebreras

De vez en cuando encierran all al potro de alguna

yegua a la que han ensillado, que se queda dando
relinchos de angustia por su madre; pero de resto
las pesebreras no las utilizan para guardar animales.
Es seguro que en otros tiempos hubo en Santana
sementales y otras bestias de cuidado asomndose
por esas puertas partidas a la mitad que cruzan
dos listones blancos como tibias de bandera cor-
saria. Hoy en da guardan all bultos de abonos o
semillas y tal vez las piezas en desorden de alguna
maquinaria. De pronto, en medio de los trebejos
arrumados, de entre una llanta vaca que hace
las veces de nido, salta la alharaca de una gallina
anunciando el milagro de un huevo.

26
el ro

Es en verdad un riachuelo, una quebrada, pero

siempre se le ha llamado el ro, tal vez porque
nunca se olvidan en Santana las crecientes de las
que es capaz. Cuando llueve en los pramos, en lo
alto de las montaas, baja con un caudal ronco y
enloquecido salindose de su cauce y arrastrando
con todo lo que encuentra a su paso. Quedan en
las ramas de los rboles y en los matorrales de las
orillas jirones de hierbajos secos e hilachas de lo que
lleva en la urgencia de su viaje. Pero tambin sabe
ser suave. Como llamando a los pescadores que acu-
den puntuales con sus caas como burlndose de
ellos, se ve de pronto un pez girar en sus remansos
claros en medio del olor de la tierra y de los musgos;
y en los tiempos de los crueles veranos, el agua lenta
casi se estanca. A veces, incluso hiede.

27
corredor areo

Se oyen cruzar por Santana las naves. A veces el

sonido sordo y lento de algn avin de hlice avanza
obstinado royendo las masas slidas y oscuras del
cielo. Otras es apenas un punto altsimo, brillante,
el destello metlico del fuselaje de un jet saltando
de nube en nube, la esplndida estela de vapor
zurciendo la atmsfera que estremecen -como retar-
dados truenos de verano- las turbinas. Otras veces,
en cambio, es el sonido intermitente de los rotores
que oprime el pecho con su palpitacin acosante.
Pasa entonces, recortndose en el firmamento azul,
un oscuro helicptero artillado. La sombra enorme
de sus aspas gira segando los campos.

28
melodas lejanas

Una desvencijada Para Elisa se oye a lo lejos con

frecuencia. Se repite infinita la destemplada meloda
que viaja en un triciclo de motor y que para de casa
en casa repartiendo helados a lo largo del camino
polvoriento cercano a Santana. Llegan rfagas de
canciones campesinas desde el radio de alguna casa
de las colinas: jirones de la pica de un corrido
mexicano, la irona juguetona de una milonga de
las pampas; o, venidas desde la caseta del ordeo,
historias de amor de los valles de la costa contadas
entre acordeones y tambores. Se oyen tambin de
tanto en tanto las canciones entonadas por la tropa
fatigada que pasa de regreso. Los amontonados
soldados soolientos cubiertos con capas imper-
meables que cruzan cantando desafinados los
fusiles en descanso apuntando hacia la tierra con
las piernas colgando fuera del camin que avanza
pesado por el fango de la carretera.

29
camuflaje

De repente se descubren las carpas verdes con-

fundidas entre los matorrales de la curva cercana
al puente; y al alzar la vista estn tambin ah los
muchachos de caras pintarrajeadas, parados, vigi-
lantes, sosteniendo los agobiantes fusiles, fumando
con desgano. Son casi nios. Esto se ve acentuado
por la desproporcin de su estatura con respecto
a las armas y la indumentaria, y por los pesados
equipos de radio que uno de ellos carga sobre su
espalda. Se dira que juegan.

30
la siega

Como una jirafa de sueo, se ve lejana en la labran-

za la alta torre roja de la cosechadora en descanso.
Y cuando est en la labor de segar la avena para
el silo, va arrastrada por el tractor botando por el
ducto hacia el vagn todo el heno ya partido. Es una
fiesta ir en el carromato con los nios, mientras el
chorro verde y macizo del forraje cae formando una
creciente montaa que debemos dispersar apurados
con el rastrillo, distribuyndola por todo el remol-
que. Y luego de las curvas, al cambiar la direccin
de la pluma, escupimos entre risas las briznas que
nos han baado la cara. Despus, al bajarnos, cmo
pican las parvas entre la ropa, entre las botas.

31
el to lvaro

Tiene ya ms de ochenta aos y est ciego, pero

sigue acariciando y palpando a las bestias y monta
en ellas llevado de cabestro. Viene con frecuencia
en los fines de semana, se calza sus botas de caucho
y se deja llevar de un lazarillo por los sembrados.
Baja la mano cautelosa y toca las espigas para saber
si el grano ya est a punto.

32
la muerte

A veces la muerte tambin visita estos lares. No es

la casi annima y eventual de una vaca. Son dos
significativas muertes recientes: la del Sevillano,
un caballo alto de galope suave y sostenido; no ha
habido una rienda ms dcil ni unos mpetus ms
dispuestos que los de aquella montura. La otra fue
la de Gos, un perro entre pastor y dans, de pelaje
rojizo, que acompaaba siempre a los caminantes
y a los jinetes en sus rondas. Sus manazas de barro
quedaban siempre pintadas en los vidrios de los
carros como saludo expresivo. Sus cuerpos, sus
relinchos y ladridos hacen parte hoy de la tierra y
del silencio de Santana.

33
el estanque

Est antes de la casa, frente al molino. Lo surte un

brazo chico del ro desviado del otro brazo que riega
las tierras del norte. Lo hicieron para los gansos y
los patos. Sus aguas lentas, del mismo color del fon-
do fangoso, parece que no corrieran; dicen que en lo
hondo del cieno habitan gordos peces barbudos. A
un lado, en el csped, unos troncos sirven de asien-
tos y de rstica mesa para los almuerzos campestres
en las tardes soleadas. En derredor hay azucenas y
cartuchos entre los sauces y dragos; tiene un par de
islas, tambin con plantas y flores, y en el centro
de la ms grande de ellas, rodeada de jazmines, se
levanta una pequea gruta de piedra con la imagen
religiosa que da nombre a la hacienda.

34
el riego

Unos gruesos tubos de aluminio de extremos re-

dondeados descansan en un soporte detrs de las
caballerizas. All permanecen arrumados mientras
las lluvias mantengan verdes los pastos y los sem-
brados. Pero en las pocas de los largos veranos,
cuando todo el suelo de Santana se cuartea y la
hierba se reseca como paja, tienden los tubos del
riego entre los surcos o en los pastizales. Se oye en
la noche el susurro de los aspersores.

35
el toro

Es un animal grueso y robusto al que mantienen

solo, sujeto con un lazo atado a un anillo de cobre
que le atraviesa la ternilla. Es manchado de blanco
y de un negro que se diluye en tonos cafs y dora-
dos. Tiene en la frente unos remolinos de pelo que
le dan un aspecto adusto de animal mitolgico. De
tarde en tarde, cuando alguna vaca no ha quedado
fecundada con la inseminacin artificial, lo llevan
guiado de la argolla a cumplir con su deber. Cuan-
do est solo paciendo, de pronto alza la cabeza y,
levantando el belfo superior, olfatea en el aire el
celo de alguna vaca lejana.

36
lluvia

Son dos pocas de lluvia al ao. Una que va de

marzo hasta bien entrado junio y otra que puede
comenzar a finales de septiembre y que termina con
los villancicos de diciembre. Todo se vuelve tene-
broso en Santana. Los truenos resuenan como en
un stano del cielo y se desgajan unos aguaceros
rabiosos, unos chaparrones que no dejan ver ni a
pocos metros de distancia. Los campos permanecen
anegados en esas temporadas, el pasto crece con
rapidez y los sembrados verdean. La carretera se
vuelve un barrizal y el tractor patina y se atasca en-
tre el fango. Los animales dejan sus hondas huellas
en los pantanos y aguantan el diluvio entumecidos
con una actitud resignada. Los hombres que hacen
las labores en el campo, envueltos en sus enlodados
impermeables amarillos, hablan entre s con gritos
que asordina el temporal. Y cuando no son chubas-
cos repentinos, es una lluvia sosa que se mantiene
a media marcha y que puede no parar en das. Es
hora entonces de quitarse las embarradas botas de
caucho, de arroparse en la ruana y, en un mullido
silln, comenzar a leer mientras el fuego crepita y
el agua escurre del tejado.

37
el ordeo

Cuando llevan al rebao en la madrugada, todo el

mundo duerme menos quienes se dedican al oficio
del ordeo. Pero en la tarde temprano vuelven a
pasar las vacas blancas y negras, urgidas, con sus
rosadas ubres plenas y su andar difcil. Van en fila
hacia la caseta mvil que mantienen cerca de la casa
o del granero. Pasan en turnos a comer el grano,
mientras los hombres que trajinan con ellas en
medio de un olor dulce de leche, boiga y hierbas
las lavan y ajustan los aparatos que succionan de
las ubres como terneros mecnicos. De regreso a sus
pastos van satisfechas y livianas regando estircol
por la carretera. En las noches, la vacada descansa
echada mientras rumia mansa bajo la luz de harina
de la luna.

38
el silo

Previendo las pocas difciles de las sequas, se

hacen en la hacienda silos para alimento del gana-
do. Rompen entonces la tierra y siembran en ella
avena o trigo que cosechan al estar las espigas con
los granos nios, apenas lechosos. Apilan el forraje
por capas que adoban con melaza de caa y que
comprimen pasando las gruesas llantas del tractor
por sobre el montculo, para evitar que haya aire
oculto que corrompa. Luego cubren el silo con un
grueso manto plstico negro y, encima de l, para
evitar que el viento lo arrastre, ponen pesados blo-
ques de csped. Cuando avanza el azul de febrero,
cuando el sol inclemente ha tostado la tierra y la
hierba fresca escasea, destapan el silo para dar de
aquel fermento al ganado. Una fetidez de industria
se levanta y llega invadiendo por rfagas el aire
limpio de Santana.

39
las torcazas

Ya no hay escopetas de perdigones en Santana aba-

tindolas como en otros tiempos. Ahora abundan,
sobretodo despus de la siega. Estn ocultas en los
campos de tallos dorados que brillan bajo el sol.
Picotean los granos que han cado de los cultivos
y permanecen escondidas entre los rastrojos y las
hebras desflecadas por la mquina. Basta un silbo,
un paso que haga crujir los guijarros o las pajas, y
la bandada entera se levanta inquieta, como un solo
vuelo ocre, terroso, aplaudiendo en la premura con
las alas que golpean los cuerpos. Se alejan hasta po-
sarse de nuevo en otro sembrado cercano, moviendo
alteradas sus grisosas cabecitas de arcilla.

40
el comedor

Es una de las estancias que da al patio interior. Tiene

al fondo un gran ventanal coronado por maderas
labradas delicadamente y una larga hornacina
que enmarca la parte inferior de la ventana, en la
que guardan la vajilla y los cubiertos. La mesa es
largusima, y est custodiada en los flancos por
suficientes taburetes, algunos de ellos tapizados
en piel de caballo. Su madera veteada est siempre
envuelta por una gruesa capa plstica con figuras
de colores, como las que hacen de manteles en los
baratillos de las plazas o en los alegres restaurantes
de los pueblos. En ciertos acontecimientos la cubren
lienzos de gnero con trabajosos bordados coloridos
y, en los das de verdadero festejo, disponen sobre
ella un lujoso mantel de lino blanco que anuncia
su ruina en la docilidad de sus pliegues. Hay en
las paredes del comedor de Santana algunos pocos
cuadros: un fragmento de una reproduccin de
Murillo un tanto desvada, con dos nios descal-
zos de ropas andrajosas que comen meln y uvas

41
a carrillos llenos; un relieve de imitacin de marfil
con una frase del apstol Mateo, un par de platos
con frisos de escenas holandesas y dos bodegones
pintados sobre lata, cuyos ngulos en diagonal se
enroscan, simulando viejos pergaminos. Resulta
imposible la delicadeza del brocado, el inasible
borde dentado de los claveles, la lozana de los
duraznos, de las manzanas, pintados con primor
pueblerino, y punteados por el excremento oscuro
y seco de las moscas.

42
la escarcha

La dicta el azul de enero. Cuando no hay nubes

sobre Santana, en los das ms luminosos, de ma-
drugada, el fro cuaja el roco de los pastos. Cruje
entonces bajo los pasos la tenue capa de la helada.
Las reses apenas si mordisquean los cristales de las
hierbas quebradizas. Luego, cuando el sol calienta,
amarillean los abatidos campos marchitos.

43
parto

De pronto amanece una vaca con su cra temblo-

rosa al lado: un ternero frgil, de pasos inseguros,
que busca con torpeza la ubre rosada y caliente, y
la madre aprensiva que no puede apartarse de su
hijo, girando desconcertada, bramando con afn.
Pero tambin a veces los partos son riesgosos, su-
fre el animal que se echa en la tierra y se levanta
enseguida, buscando que la cra se acomode mejor
para salir. Llega quien est al cuidado, examina,
consulta el libro de apuntes, hace sus clculos y
toma la determinacin. Vuelve entonces con un
balde de agua y desinfectante, saca de l una cadena
que introduce por la vulva de la vaca. Al comienzo
se asoman apenas las pezuas del animal, pero
luego, con el repetido movimiento de quienes tiran,
va saliendo hasta caer, envuelta en babaza, la cra
palpitante. Pronto se incorpora dubitativa, mientras
la madre la peina con la lengua despojndola de las
viscosas membranas con las que viene acompaada
del acutico sueo de la gestacin. Y luego, con la
ubre hinchada y plena de calostro, inicia la vaca su
hurfana maternidad burlada.

44
la herrada

El hombre que porta largo delantal de cuero para

evitar alguna herida por un eventual movimiento
brusco del animal, empareja el casco con una
navaja curva y una lima. Luego mide la herradura
que abre o cierra con un mazo para que se ajuste al
tamao de la pata. Comienza entonces a martillar
los planos clavos agudos de cabeza cuadrada que se
van asomando a mitad del casco, antes de la madre;
corta con las tenazas las puntas que sobresalen y
despus las remacha con otra pinza ms larga. Por
ltimo, y de nuevo con la lima, pule el resto de ca-
llo sobrante, hasta que est a ras con la herradura.
Queda as por fin calzada la bestia, parada sobre
sus nuevas y sonoras medialunas de hierro.

45
los cultivos

Es admirable la paciencia de quienes cultivan la

tierra. La rompen con tractores y luego riegan
abonos antes de sembrar en ella. Cuando salen los
primeros brotes de las plantas quitan las malezas
con la mano o con azadas, despus fumigan contra
los insectos dainos y contra los hongos; abonan de
nuevo, riegan en la noche para evitar quemaduras
por el sol, o hacen rogativas para que escampe, si
llueve demasiado. Por fin un da, despus de meses
de cuidados, llegan los cosecheros, sucios, como
vestidos de tierra, recogen los frutos y los empacan
en burdos sacos de fique. Trabajan entonces largas
jornadas. Se ven en la oscuridad los dubitativos cho-
rros de luz de los faros de los camiones avanzando
tambaleantes por las irregularidades del terreno; se
oye el sonido cansino de los motores que parten en
la madrugada rumbo a la Central de Abastos.

46
el tractor

Es un viejo Massey Ferguson del ao 65. Lleg a la

hacienda despus de un litigio. Ha hecho maldecir
a quienes lo utilizan todo lo que no est escrito. Es
de un torpe color rojizo y est destartalado, pero
sin embargo funciona. Arrastra los arados, las cose-
chadoras y los remolques, aunque de tanto en tanto
se descomponga. En lo anacrnico, en lo altivo y
digno de su deterioro, tiene un alma que se parece
a la de Santana. Se oye el martillar desacompasado
de sus vlvulas cada vez que llega a su refugio en el
extremo averiado del granero. Cuando abastecen su
depsito, los visos azulosos del combustible diesel
hacen pensar en la delgada miel de caa que se les
da a los animales.

47
la silueta

Es la gran madre. Ya est vieja y cansada y se

tropieza cuando se le monta. Ha parido a varios
de los caballos que hay en Santana. Es blanca, con
las leves manchas rojizas con las que envejecen
las bestias claras. Parece una de esas distinguidas
seoras a quienes se les ve una lejana hermosura
marchitada por un destino injusto; una gran dama
que amamantara los hijos de un marido procaz y
lujurioso. Su linaje se ve en la arrogancia de sus
cras, en la resignada serenidad que demuestra en
los partos, en los decididos relinchos que lanza
levantando las orejas dibujadas al presentir al ms
reciente de sus potros.

48
la oscuridad

Nada como dormir en la oscuridad profunda y el

total silencio. La noche del campo, poblada de pe-
quesimos trazos de insectos, de insistentes grillos
lejanos, de aleteos de chapolas y del caer de hojas
solitarias sobre las tinieblas blandas. La sombra
imperiosa de una alcoba cerrada con puertas y
ventanas de postigos de madera. Y al abrir los ojos
cmo acoge la reconfortante bastedad de la negru-
ra, los inexistentes muros, los techos de blanca cal
hiriente. As las noches de Santana. Y al amanecer,
los segmentos del da dando a la penumbra su lu-
minosa geometra.

49
la sala

Es en verdad un pasadizo amplio. Desde hace

poco tiene tambin una chimenea. En sus muros se
encuentran algunos cuadros de Fonseca, varias fo-
tografas familiares algunas de ellas de personajes
que nadie conoci, un par de imgenes religiosas
y unos gobelinos de pretendida antigedad, que
representan escenas de caza con perros y caballos
y jinetes de exquisitos trajes dieciochescos; tambin
hay castillos lejanos en medio de unas campias de
cuidadosa falsedad inglesa. El mobiliario tapizado
en terciopelo rojo hace parte de la herencia de
alguna abuela o ta que ya poco se recuerda. Y un
tapete de algodn de rosas y ornamentos de oro
bordado, que se curte bajo los pasos negligentes de
las botas embarradas.

50
el halcn

Se sostiene en las corrientes. No planea como lo

hacen otras aves de rapia. El halcn se mantiene
en un solo punto mientras aletea, como jugando
con el aire. No se sabe si observa a sus presas, si ya
tiene en mente algn polluelo de Santana. Esta en
su agitada quietud, el cuerpo blanco debajo, pardo
encima. Los ojos gallardos, la nariz altiva: todo l
un gesto altanero. Agradecemos no estar destinados
a sus garras curvas, a su pico filudo.

51
las cercas

Los primitivos muros que marcaron los linderos

de Santana fueron reemplazados a trechos por elo-
cuentes cercos de alambre de pas; y estos a su vez
fueron desplazados por unas casi invisibles cercas de
alambres electrificados. Caminando por los campos,
se oye de pronto el tac-tac de la corriente como el
pulso acompasado que late en las muecas, en las
sienes un resonante chasquido de mnimo azul en
la noche. Y si tocamos la lnea, cmo revienta el
corrientazo sorpresivo en el cuerpo que luego se
desmadeja debilitado por la descarga.

52
los espinos

Dicen que son de estirpe africana. Nadie se explica

cmo llegaron a lo alto de la cordillera de los Andes,
pero en ella han encontrado suelo frtil. Lo invaden
todo. Son unos arbustos de un verde profundo,
erizados de pas, perversamente obstinados, que
avanzan devorando los terrenos, hiriendo los ojos
del ganado, restando tierra a las pasturas, malo-
grando los sembrados, respondiendo con mayor
celeridad que cualquier otra planta a las primeras
lluvias. Pero si para la ganadera y los cultivos son
una maldicin que se combate sin mucho resultado,
para los insectos y los pjaros son el paraso. En
las diminutas corolas de sus discretas flores ama-
rillas beben los colibres y las abejas detenindose
apenas. Con el calor del sol, si se oye con atencin,
se percibe desde lejos el minsculo estallido de las
vainas resecas y las semillas que saltan cayendo un
poco ms all, ganando territorio.

53
la antigua portada

Se utiliz durante aos, cuando los caminos de estos

campos eran otra cosa. Y ah quedaron los muros
altos de cal descascarada y sucia, con su techo pro-
tector y su puerta de gruesos maderos burdos que
cierra con un solo golpe por la inclinacin. Ya no
se abre casi nunca. La que se utiliza hace aos es la
de abajo, la de la carretera nueva, que no tiene nin-
guna seal. En sta, en cambio, puede leerse arriba
como oponindose a la corriente del viento, como
hacindole repulsa en torpes letras inclinadas que
hienden los muros y en medio de las cicatrices que
orlan las tapias, una nica palabra: Santana.

54
lea

Rara vez es cortada para ese propsito. Son por lo

general ramas secas de los eucaliptos que caen con
gran estrpito, trozos abandonados de estacones po-
dridos, cortezas secas de rbol, troncos nudosos de
espino encontrados en medio de las cenizas despus
del chisporroteo de resina de sus ramas aceitosas.
Se recogen sin mayor pretensin en el campo, como
quien levanta un hierbajo sin hacer una labor y
se amontonan junto a la chimenea, que se inicia
con las ms frgiles ramas secas de los cipreses. Va
creciendo entonces el fuego va creciendo, hasta
hacer de la noche lbrega y fra de Santana una
fiesta de calor y de luz crepitante.

55
el stano

Da al patio central, de frente al comedor. Est a un

nivel un poco ms bajo que las otras habitaciones;
tiene el suelo de tierra y de techo un entablado que
sirve de piso a una larga alcoba mas alta, de vigas
estorbosas, con numerosas camas donde se aloja
la muchachada. En este stano, como en todos los
desvanes del mundo, se acumulan sin piedad toda
clase de enseres inservibles: estufas averiadas, bote-
llas de refrescos ya descontinuados, viejos juguetes
descompuestos, cortinas radas, muebles sin una
pata, ropa apolillada. An existen, colgadas del
techo, las armazones donde ponan a madurar los
quesos de los que fue gran productora Santana en
otras pocas. Todo est pintado de otro tiempo en
la penumbra de ese aoso bodegn.

56
la represa

Yendo de la casa hacia atrs, hacia los cerros, ro

arriba, entre matorrales apretados y custodiada por
altos rboles, est la represa. Es un recodo de unos
pocos metros de dimetro que aumenta y disminuye
de tamao segn el capricho de las lluvias. Hace
aos alguien construy un muro que repres las
aguas con el fin de sacar un brazo que baara las
tierras del norte. Luego de aquel remanso sobre el
que se reflejan los ramajes de los rboles y unos
lirios silvestres de flores como llamaradas en medio
del verde, por sobre el muro de contencin que
forma la represa, salta el agua vigorosa formando
un arco que resuena entre los matojos con mayor
estruendo a medida que nos acercamos.

57
la boiga

Bien sea para ser arrastradas por el caballo o bien

por el tractor, mantienen en Santana unas gruesas
y pesadas llantas de camin partidas en mitades
y cosidas entre s con resistentes alambres, que
arrastran por las dehesas regando la boiga que
han dejado las reses en el potrero en descanso. La
esparcen para que sirva de abono. Y hay que ver,
cuando pasa por sobre ella un par de semanas de
lluvia milagrosa, con qu vigor crece el pasto bajo
las bostas deshechas, y cmo brotan las sombrillas
de los hongos.

58
las mirlas

Pocas son las cerezas que pueden comerse en San-

tana. Despus de las minsculas flores blancas, de
los frutos redondos y verdes, hasta cuando estn a
punto, morados, se espera con ansiedad la cosecha.
Pero llegan las mirlas y en cosa de una tarde acaban
con ellas. Son pardas, con el pico y las largas patas
anaranjadas. Miran desde sus ojos bordeados por
un anillo del mismo color. Arrasan con las cerezas
y tambin con las moras y con los huevos de otras
aves. Y cuando no hay frutos, van saltando por el
pasto, como canguros, buscando gusanos.

59
las chizas

Al dar con la azada en la tierra, al levantar una

piedra o un tronco abandonado, ah estn acurru-
cadas, trabajando en los destrozos. Tienen la cabeza
amarilla con poderosas mandbulas como cachos
de toro; el cuerpo adiposo es un cilindro blanco de
manteca punteado de patas rubias que se agitan
con poca gracia y, al final, el rabo hinchado de un
excremento terroso. Se alimentan de races, pero
sobre todo de los cultivos de papa. Son las larvas
de los cucarrones que abundan en Santana. Algunos
ostentan fuertes cuernos de rinoceronte. Vuelan
con un zumbido ronco para estrellarse luego torpes
contra los muros, rodando atolondrados.

60
mariposas nocturnas

Como recordndonos que somos mortales, sorpre-

sivamente, aparecen las grandes mariposas oscuras
que invaden la noche con su aleteo de mal agero,
anuncindonos la parca en las cornisas, en el rincn
menos sospechado de los dinteles, detrs de las
puertas. Pobres criaturas, a las que encuentra ciegas
el da y con la escritura de sus alas quebrada.

61
el amor equino

Mucha cautela se ha tenido para que el joven ca-

ballo padrn est aislado de las yeguas. Ah! Pero
ellos han sido guiados por la razn ms poderosa y
en mitad de la noche se oyen sus relinchos, quejidos
y zozobras, sus urgencias obligantes que ignoran
sogas y barreras. Al asomarnos, omos desde el
corredor el deleitable sonido acutico de la cpula,
el agua densa y recndita de la simiente sagrada que
abunda y cae tambin sobre el suelo de Santana.

62
las caicas

Son solitarias. No andan en bandadas como las

garzas o las torcazas. Tal vez un grupo mnimo de
dos o tres que avanza de prisa unos pocos pasos.
Son una especie de perdices del altiplano. Va uno
caminando por un potrero y de repente, como un
resorte que saltara del pasto, se aviva el aleteo par-
do, negro, blanco y amarillo de un ave ascendiendo
a toda velocidad. Suben y desaparecen rapidsimo
en el cielo. Y en la noche, cmo se oyen sus alas en
la oscuridad altsima llenando la bveda con una
agitacin de mquina, con un ronroneo de juguete
de cuerda.

63
poda

Es saludable para las plantas el despojarlas de las

hojas que ya se marchitan, de los pednculos sin
flores. Es una poda necesaria, como cortarse las
uas, como cortarse el pelo. Se dedica uno a ratos a
quitar esas hojas que ya se mueren, esos pednculos
que sostienen unos clices con corolas de ptalos
ajados, unas tristes copas de bordes derruidos y
al poco tiempo tiene una montaa de coloridos
deshechos vegetales.

64
las capillas

El pueblo fue fundado all, cerca del ro. Levantaron

las capillas en esa planicie y una edificacin vecina
que deba servir de casa cural. Pero luego, cuando
el agua aneg aquellas vegas, decidieron trasladar
la poblacin un poco ms all. Y all quedaron las
construcciones que han resistido los siglos abando-
nadas en mitad de la nada, en cuyos alrededores a
veces pastan las ovejas. Alguna mano piadosa da
cal blanca a sus muros cada tanto. En su interior
abundan en medio de la basura los letreros pro-
caces en las paredes. Ah estn las capillas vecinas
a Santana, con su inconfundible marca espaola de
muros burdos e irregulares, con sus techos vencidos
y manchados de musgos, abandonadas en el cam-
po verde de impoluto cielo azul, con su desolada
hermosura de postal.

65
la niebla

Sucede muy temprano, apenas el sol comienza a

salir. Es un manto lechoso que camina, que se mueve
entre los rboles, una franja fantasmal flotando so-
bre el pasto, una gasa que aun no arrastra el viento,
desplazndose entre el vaho del ganado. Dura unos
pocos minutos, mientras el sol declara el imperio
total del da. Se confunde con el humo del vapor
tibio del aliento, navega tenue deshacindose en
jirones mientras la luz visita las corolas, mientras
se condensa en las gotas del roco que luego beber
el sol en cada hoja de hierba.

66
huevos de pata

Apartando las ramas, husmeando en los lugares en

los que sospechamos que puede estar a gusto la pata,
hallar el tesoro de una nidada de diez o doce huevos
blancos, manchados de pantano y con hierbas secas
adheridas a la cscara. En la cocina, astillar la fina
porcelana casi translcida mientras la clara densa
y transparente se desprende arrastrando la yema
de profundos tonos de azafrn. Y luego en la mesa
luminosa del desayuno, adobado con sal y pimienta,
romper el huevo frito, saborear el delicado dejo a
tierra de la yema, encontrar sentido al gozo de las
aves que viven chapoteando con su pico plano y
amarillo, durante toda la jornada, en los fangales
de los campos de Santana.

67
rex

Es joven. Era el compaero de Gos, pero se qued

solo. Algo de Pastor Alemn y de Labrador tiene en
su sangre. Es afectuoso sin abundar en expresiones,
lo que hace que se le quiera ms. Resulta imposible
pensar en una caminada o una cabalgata en Santana
sin su compaa. Va corriendo al lado, oliendo todo
lo que puede y dejando su lquida tarjeta de visita.
Jams entabla peleas con los otros perros que salen
a retarlo, pero no se deja amilanar por ninguno. Le
gusta baarse en los arroyos. Mete medio cuerpo
entre el agua, manotea, bebe, juega y de pronto
sale chorreando y se sacude salpicndolo todo.
Tiene algunas cicatrices en la cara, rayones oscuros,
mculas que hablan de sus correras nocturnas, de
sus incontables batallas de amor.

68
tambre

Avanzan serenas las aguas por las tierras planas de

Santana. Las acequias, calmas, sonorosas, las llevan
baando los recodos de la planicie que reverdece
a su paso. Debe cambiarse de tanto en tanto su
rumbo para favorecer otros territorios. Es necesario
entonces obstaculizarlas en un sitio determinado
y obligarlas a que tomen otro ramal. Se hace el
tambre unas veces en cemento y con esclusas met-
licas; otras veces se tambra con cespedones y barro
apisonado. Toma el agua una nueva direccin que,
con los das, har reverdecer otros pastos.

69
el cucarachero

Dice Don Baldomero que es el ruiseor en la

Amrica del Sur. Hay tambin una ilustracin en
mi viejo y descuadernado diccionario que no lo
desmiente. Una tonada popular lo nombra, junto a
su compaera. Lo veo a veces silencioso dar saltitos
entre las vigas de las pesebreras de Santana. Brinca
de un madero a otro, discreto, con su plumaje en-
tre gris y caf, con sus ojillos luminosos, su buche
abultado y la colita levantada, la cabeza casi sin
cuello y el pico puntiagudo, como un carpintero
contrahecho y bonachn que aguzara la vista, con
su lpiz en la oreja, para medir la longitud de sus
piezas y luego trabajar en ellas. Tuerce la cabeza,
mira las distancias, observa con detenimiento los
viejos chusques encalados que soportan el entejado
y la greda impermeable; gorjea haciendo temblar
apenas su garganta, y se escurre de repente entre las
tejas o por cualquier agujero de las tapias. Parece
querer pasar desapercibido. Cunto afecto suscita
este sencillo trovador de canto melodioso!

70
los cipreses

Debieron haber sido sembrados cuando se cons-

truy Santana. Sus troncos robustos no alcanzan
a ser rodeados por las brazas abiertas de tres per-
sonas adultas. Ya slo queda uno que pronto se
ir tambin al suelo. Eran dos cipreses enormes,
albergue de muchas aves, que servan tambin de
prtico a la casa con sus ramas de verde profundo.
Hace poco el ms grueso y pesado de ellos se vino
abajo. Mat una gansa que empollaba, quebr las
ramas de varios rboles cercanos y se astill contra
la isla mayor del estanque. Ahora est el mun del
tronco ladeado en el que procuran verdear algunas
enredaderas en medio de la resina del tocn.

71
el sol

El viento que sopla desde el oriente sin descanso,

parece haber arrastrado al sol que ahora se oculta
en occidente. Una profusin de arreboles tie el
firmamento de distintos tonos rosa y naranja. Sopla
viento perpetuo para que pase la noche bella de
difusas figuras de estrellas, y amanezca y podamos
ver otra vez, mojados en luz, los campos, los campos
queridos de Santana.

72
fernando herrera gmez

Medelln 1958. Realiz algunos estudios de Filosofa y

Letras en la U. de Antioquia. Vivi en Pars, en Espaa y
en U.S.A. En poesa ha publicado En la posada del mun-
do, La casa sosegada, Sanguinas, Bocetos mexicanos. Ha
recibido diferentes distinciones por su trabajo. En el ao
2007 gan con Breviario de Santana el Premio Nacional
de Literatura del Ministerio de Cultura de Colombia.
Ha sido editor de portafolios de obra grfica, publicista,
gestor cultural, profesor universitario y reseista. Poemas
suyos han aparecido en diferentes antologas y publica-
ciones nacionales e internacionales.

73
contenido

La ruda [11], Desde arriba [12], La casa [13],

El huerto[14], Las montaas [15], Juanito [16],
El granero [17], El molino [18], El patio [19],
Los gansos [20], Los cuadros de Fonseca [21],
El jardn [22], El viento [23], Las garzas [24],
Cuarto de los aperos [25], Las pesebreras [26],
El ro [27], Corredor areo [28],
Melodas lejanas [29], Camuflaje [30], La siega [31],
El to lvaro [32], La muerte [33], El estanque [34],
El riego [35], El toro [36], Lluvia [37], El ordeo [38],
El silo [39], Las torcazas [40], El comedor [41],
La escarcha [43], Parto [44], La herrada [45],
Los cultivos [46], El tractor [47], La Silueta [48],
La oscuridad [49], La sala [50], El Halcn [51],
Las cercas [52], Los espinos [53],
La antigua portada [54], Lea [55], El stano [56],
La represa [57], La boiga [58], Las mirlas [59],
Las chizas [60], Mariposas nocturnas [61],
El amor equino [62], Las Caicas [63], Poda [64],
Las capillas [65], La niebla [66], Huevos de pata [67],
Rex [68], Tambre [69], El cucarachero [70],
Los Cipreses [71], El sol [72]

74
coleccin un libro por centavos
1. Postal de viaje, Luz Mary Giraldo
2. Puerto calcinado, Andrea Cote
3. Antologa personal, Fernando Charry Lara
4. Amantes y Si maana despierto, Jorge Gaitn Durn
5. Los poemas de la ofensa, Jaime Jaramillo Escobar
6. Antologa, Mara Mercedes Carranza
7. Morada al sur, Aurelio Arturo
8. Ciudadano de la noche, Juan Manuel Roca
9. Antologa, Eduardo Cote Lamus
10. Orillas como mares, Martha L. Canfield
11. Antologa potica, Jos Asuncin Silva
12. El presente recordado, lvaro Rodrguez Torres
13. Antologa, Len de Greiff
14. Baladas Pequea Antologa, Mario Rivero
15. Antologa, Jorge Isaacs
16. Antologa, Hctor Rojas Herazo
17. Palabras escuchadas en un caf de barrio, Rafael del Castillo
18. Las cenizas del da, David Bonells Rovira
19. Botella papel, Ramn Cote Baraibar
20. Nadie en casa, Piedad Bonnett
21. lbum de los adioses, Federico Daz-Granados
22. Antologa potica, Luis Vidales
23. Luz en lo alto, Juan Felipe Robledo
24. El ojo de Circe. Poemas escogidos 1995-2005, Luca Estrada
25. Libreta de apuntes, Gustavo Adolfo Garcs
26. Santa Librada College and other poems, Jotamario Arbelez
27. Pas intimo. Seleccin, Hernn Vargascarreo
28. Una sonrisa en la oscuridad, William Ospina
29. Poesa en s misma, Lauren Mendinueta
30. Alguien pasa. Antologa, Meira Delmar
31. Los ausentes y otros poemas. Antologa, Eugenio Montejo
32. Signos y espejismos, Renata Durn
33. Aqu estuve y no fue un sueo, John Jairo Junieles
34. Un jardn para Milena. Antologa mnima, Omar Ortiz
35. Al pie de la letra. Antologa, John Galn Casanova
36. Todo lo que era mo. Antologa potica 1947-2007, Maruja Vieira
37. La visita que no pas del jardn. Poemas, Elkin Restrepo
38. Jams tantos muertos y otros poemas, Nicols Suescn
39. De la dificultad para atrapar una mosca, Rmulo Bustos Aguirre
40. Voces del tiempo y otros poemas, Tallulah Flores
41. Evangelio del viento. Antologa, Gustavo Tatis Guerra
42. La tierra es nuestro reino. Antologa, Luis Fernando Afanador
43. Quiero escribir, pero me sale espuma. Antologa, Csar Vallejo
44. Msica callada, Jorge Cadavid
45. Qu hago con este fusil?, Luis Carlos Lpez
46. El rbol digital y otros poemas, Armando Romero
47. Fe de erratas. Antologa, Jos Manuel Arango
48. La esbelta sombra, Santiago Mutis Durn
49. Tambor de Jadeo, Jorge Boccanera
50. Por arte de palabras, Luz Helena Cordero Villamizar
51. Los poetas mienten, Juan Gustavo Cobo Borda
52. Suma del tiempo. Seleccin de poemas (1978-2008), Pedro A. Estrada
53. Poemas reunidos, Miguel Iriarte
54. Msica para sordos, Rafael Courtoisie
55. Un da maz, Mery Yolanda Snchez
56. Breviario de Santana, Fernando Herrera Gmez
 Editado por
el Departamento de Publicaciones
de la Universidad Externado de Colombia
en marzo de 2010

Se compuso en caracteres
Sabon de 10,5 puntos
y se imprimi
sobre papel peridico de 48,8 gramos,
con un tiraje de
9.000 ejemplares.
Bogot, Colombia

Post tenebras spero lucem