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Cuanto más viejo, más libre.

Por José Zepeda

El lusitano ha sido la porfía personificada. Jamás se resignó a aceptar


el mundo tal como es. No fue un conformista el autor de El evangelio según
Jesucristo, el autor de Caín. Su reino es de este mundo.

Honrar a un autor de su talla significa leer sus libros para referirse a


las constantes de su creación. Eso hemos intentado en esta conversación que
tiene mucho de lección de vida. Ojalá usted crea lo mismo.

José Saramago, premio Nobel de literatura 1998, ha muerto a la edad


de 87 años en Tías, Lanzarote, una tierra con vista al mar que lo acogió como
uno de los suyos.

Si alguien tuviera la absurda pretensión de escoger un par de


palabras de Saramago, algunas que lo identificaran de cuerpo completo, me
atrevería a señalar estas: “frente a la injusticia hay que perder la paciencia.

Comienzo por La Caverna. En algún momento, dice usted: “uno


descubre que ya no es necesario en el mundo, que creer que alguna vez lo era
es la eternidad”. Se trata entonces de la vida como algo efímero, como una
ilusión.

No estoy nada seguro que la realidad sea esto que tenemos. La


realidad es algo que captamos por el hecho de que tenemos órganos que nos
permiten entender lo que pasa de una cierta forma. Si nuestros órganos
percibieran todo distinto, de otra forma, a lo mejor todo el entorno sería otro,
pero en este caso, cuando uno llega a la conclusión que ya no es necesario yo
creo que es algo que siempre ha ocurrido. Cuando uno entra en la vejez, es
decir, un niño no se plantea si es necesario o no, un adolescente tampoco se
plantea eso, y tampoco el hombre o la mujer en la edad adulta, con su trabajo,
con su relación personal, con sus sentimientos de amor, todo eso. Sin
embargo, hay un momento en que uno se da cuenta que el mundo sigue, pero
que uno ya no está ahí, y entonces uno se da cuenta que el mundo ya no te
necesita. Tú has hecho lo que has hecho en tu vida, pero ahora el mundo tiene
otras necesidades, otros gustos, otras tendencias y tú sigues anclado, de
alguna forma sigues anclado con tu pasado, entonces tienes que reconocer
que el mundo ya no te quiere. Esto en cuanto a la relación que uno tiene con
las cosas, pero hay algo que es más serio, mas grave, que es que cuando lo
que uno hace ya no es necesario.

Los seres son desechables, en algún momento el hombre o la mujer


ya no sirven para este mundo y se transforman en objetos que se pueden tirar
como se tira la basura.

Sí, sí, eso creo que siempre ocurrió, pero se entendía como ley de la
propia vida. Ahora es un sistema, es decir que un ser humano se convirtió en
algo desechable y no hay más que ver, si hay una crisis económica, lo primero
que se hace es poner a la gente de patitas en la calle, y se acabó. En lugar de
reorganizar sistemas se va a la parte más débil de la estructura, que es el ser
humano, y se dice: “tu ya no eres necesario, vete”. Cuando, al contrario, el ser
humano debería ser la prioridad absoluta. Lo que pasa es antes uno dejaba de
ser necesario a los 70 o 60 años, pero ahora puede ocurrir que uno no es
necesario a los 35 e, implacablemente, el sistema te dice, fuera.

Y junto con estos seres desechables para que el sistema funcione se


necesita que exista la resignación, que los hombres y las mujeres se resignen
a su destino, y lo dice usted con una frase lapidaria que quisiera repetir: Lo que
no quiero es lo que no puedo, lo que no puedo es lo que no quiero. Pero para
esto hay que pagar un precio muy alto.

Hay que pagar un precio muy alto y lo peor de todo es que no todo el
mundo puede pagarlo, porque para que uno se arriesgue a enfrentarse con un
tren, se necesita unas cuantas condiciones y no todos las tienen. Ellas son, por
ejemplo, un trabajo independiente, y uno casi siempre es un ser dependiente.
Siempre hay dependencias directas o indirectas, aunque el mundo siempre ha
sido duro, pero es que hoy vivimos en un mundo durísimo y, que en el caso de
esta novela, que de eso estábamos hablando, La caverna, alguien que ha
llevado toda su vida con un trabajo y que llega un momento en que te dicen, lo
que tú haces no importa al mundo donde sigues viviendo, tu estás equivocado:
“tu ya no tienes nada que ver con este mundo, porque haces lo que a nosotros
no nos interesa. Por lo tanto, fuera”. Esto es impresionantemente duro, y si
fuera algo que ocurriera una vez u otra, qué más da, pero no, esto ocurre todo
el tiempo, y lo peor de todo es que, entretanto, se pierden especies animales y
vegetales, hay algo que también se está perdiendo, que es la utilidad del ser
humano. Cuando digo la utilidad del ser humano, esto significa el respeto por el
ser humano, que debería la sociedad aceptarlo durante todo el tiempo que
viva, y no como algo que tiene un tiempo de utilidad y, que terminado ese
periodo, ese ser se descarte, se deseche.

En esto estamos, y lo peor de todo es que nos han inducido un


espíritu de resignación, nadie se manifiesta. El mundo, la gente, nosotros,
vivimos ahora mismo bajo el miedo, el miedo a perder el puesto de trabajo, y si
uno tiene una familia, si tiene hijos, está constantemente con ese stress que es
como una espada de Damocles suspendida sobre tu cabeza, porque al día
siguiente llegas a la empresa y te pueden entregar un carta en la que te
comunican que ya no te necesitan. Los sindicatos no tienen fuerza. El
movimiento sindical internacional es una broma. ¿Qué es lo que hacen? Se
sientan cuando hay que negociar un contrato colectivo de trabajo y, cuando
pueden, añaden dos centésimas o dos décimas al salario. Eso es lo que
tenemos. La capacidad reivindicativa, la capacidad de protesta se ha reducido
terriblemente. Si esto sigue así, no sé, yo ya tengo una edad que no me
permite ver mucho más, pero me gustaría que nos diéramos cuenta que hay
una exigencia ética y humana, que la gente no puede ser tratada como algo
que sencillamente se tira cuando no es necesario.
Una aclaración, usted cree que el hombre no es una isla, sino un
silencio, ¿por qué?

Se puede decir que es una isla y un silencio. Es una isla no habitada,


por eso cuando yo digo que es un silencio, en el fondo es un silencio que
interroga y que no tiene muchas respuestas. Vamos a ver, uno se plantea,
¿qué es lo que estoy haciendo aquí? Y verdaderamente no tiene respuesta
para eso. Y, ¿para qué estoy aquí? Pues nunca se ha encontrado respuesta.
Viene la religión y te dice una cosa, viene la filosofía y te dice muchísimo, viene
el sentido común y te contesta con unas cuantas cosas, pero nada de eso
puede decirse que me satisface, y luego está el silencio de la comunicación
personal. Nosotros hablamos, parece que nos comunicamos, pero en el fondo
somos dos silencios. Estamos hablando aquí y ocupando el tiempo y el
espacio con unas palabras, unas preguntas y unas respuestas, pero por
detrás está un silencio, un silencio total que es la incapacidad real de que uno
se comunique realmente con otra persona.

Dos cosas sobre El año de la muerte de Ricardo Rey. En alguna


página se afirma que cuando se cree en milagros ya no hay nada que esperar
de la esperanza. Entonces podríamos decir que los que creen en
milagros son desesperanzados.

Cuando uno no tiene nada más que creer en milagros, bueno,


seguramente ha perdido todo, porque la experiencia es humana, es decir uno
quiere o espera que algo ocurra o tenemos el deseo de que ocurra algo que
necesitamos, eso es una experiencia que el milagro no es. Entonces, cuando
ya no espera nada más que un milagro para cambiar, o para que entienda que
algo mas existe: La monotonía, o la tristeza, lo que sea de su propia vida, y se
fía de milagros, entonces es porque ha perdido la esperanza. El milagro sería,
digamos, una intervención divina en la vida de un ser humano o en la
comunidad, mientras que la esperanza es algo que todos cambiamos o
intercambiamos, y vivimos de eso. Esperar a que venga el milagro es señal de
una desesperanza total.

Para tener una actitud tan crítica con la religión, le ha dedicado mucho
tiempo ¿verdad? El evangelio según Jesucristo, y no hay novela donde no
haya más de alguna referencia a la religión.

Sí, claro. Hacer de cuenta que ella no existe es un error, entonces


aunque yo sé, para decirlo en una palabra, que mucha gente no soporta, que
yo sea ateo, porque yo no creo en la existencia de un Dios, pero, de todas
formas está allí la iglesia, muchísima gente cree en la vida eterna, hay unos
cuantos dogmas que unos creen y otros no, y todo eso ha condicionado mi
propia mentalidad, porque aunque yo sea ateo, mi mentalidad es realmente
cristiana, no tengo otra. Aunque yo no haya tenido ninguna educación religiosa
el entorno que se respira en el aire es el cristianismo; por lo tanto, desde el
punto de vista de la mentalidad, yo soy un cristiano, pero soy un ateo
conscientemente. Sin embargo, como la iglesia está ahí, está su poder
material y su práctica muy terrenal, pues entonces yo me enfrento a él, con
todas las consecuencias. Yo me arriesgo.
Una última referencia con respecto a La muerte de Ricardo Rey, el
arrepentimiento como la cosa más inútil de este tiempo. ¿Significa que no hay
arrepentimiento verdadero?

No quiero decir que no hay arrepentimiento auténtico, entero, puro,


digámoslo así, pero incluso eso no adelanta nada. El evangelio según
Jesucristo comienza con la descripción de un grabado de Durero, donde está
Cristo y crucificado y los dos ladrones a ambos lados, El ladrón bueno se
arrepintió, y Jesús le dice “hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”. El otro
no se arrepiente, y yo estoy con el otro, porque el otro sabe que diga lo que
diga, que se arrepiente y todo eso, no quita nada de lo que ha hecho, no anula
sus acciones, y lo que ha hecho le seguirá hasta el último día de su vida.

Hay un personaje que admiro muchísimo que es don Giovanni. Este,


que es un canalla, ya lo sabemos, en el momento ultimo de su vida, cuando el
gobernador quiere exigirle que se arrepienta, dice que no, y se va al infierno.
Es esa dignidad humana que dice “yo tengo que aguantar con mis culpas, y si
la palabra perdón o la palabra arrepentimiento fueran suficiente para borrar
todo lo que yo he hecho en la vida, entonces todo sería muy fácil; hago todo lo
que quiero y llega el momento en que digo perdón”.

Pedir perdón se ha convertido ahora en una moda de los políticos.


Hasta el Papa pide perdón porque la iglesia ha hecho la inquisición. Pero creo
es mucho más correcto decir, yo me equivoqué o nos equivocamos, y no tengo
más remedio que aguantar. Si a usted le sirve de algo que pida perdón, yo lo
pido, pero mi conciencia me dice que el perdón que os pido no sirve de nada,
porque yo llevo conmigo lo bueno y lo malo que he hecho en mi vida, y tengo
que aguantarme con ello.

Hay gente que cree que pasa lo siguiente en la vida: a eso de los 14,
15 años el que no es revolucionario tiene hasta una contradicción biológica.
Luego, por ahí, cerca de los 24, 25, se comienza a relativizar la situación. Ya a
los 30 y muchos otros antes, por supuesto, llegan a lo que hemos llamado
aburguesamiento. Usted tiene 80 años y no ha recorrido en lo absoluto ese
camino, se ha mantenido como dice la gente, en sus trece.

No, no. Yo no estoy tan seguro que a los 14 ó 15 años, era el año
1937, fuera un revolucionario. Seguro que no lo era. Viví en una familia pobre y
muy limitada en lo económico y cultural. La entrada en la política y la acción
clandestina, se han hecho más tarde. Pero bueno, lo cierto es que dentro de
dos meses yo cumpliré 80 años, y hace un tiempo alguien me preguntaba, y
usted, ¿cómo se definiría? Bueno, buscar una definición para decir yo soy esto
o aquello no es fácil, prefiero decir cómo es que me miro a mi mismo. Entonces
diría esto: “cuanto más viejo, más libre, y cuanto más libre más radical”.
Agradezco a la vida o a las circunstancias que, en primer lugar, la edad - la
vejez para decir la palabra correcta - no me ha amargado, pero es que lo que
tengo es una muy buena salud, mi cabeza funciona, mi cuerpo funciona, mi
capacidad de indignación, de protesta se mantiene intacta, mi capacidad de
trabajo no ha disminuido. He terminado hace dos semanas una novela,
entonces lo único que yo puedo sentir, aunque no sé cuánto tiempo durará, es
que soy libre y estoy vivo, y quizá como nunca, precisamente por ese sentido
de libertad. Me permito decir lo que yo quiera en cualquier circunstancia y a
quien sea, y si hay consecuencias para aguantar, pues aquí estoy para
aguantar. A mí nadie me calla. Que no lo intenten siquiera porque no lo
lograrán. Llegado a los 80 años y poder no solo decir esto o estar viviendo, es
pues es un privilegio que no cambiaría por nada.

Una aparente contradicción al término de la novela, Ensayo sobre la


ceguera, y se lo digo como lector, siento un particular optimismo, en el sentido
de que la gente que dejó de ver recupera la vista; pero luego he leído en un
diálogo suyo con Ignacio Ramonet, en el cual en un momento dice usted,
“¿pero qué sacamos con esto? Nos reunimos, decimos muchas cosas,
hablamos en muchos seminarios, es cierto, pero, "qué logramos con esto” Es
todo escepticismo.

No. Eso que nosotros llamamos escepticismo, es algo que llevo dentro
desde siempre. A mí me dicen que soy un pesimista, que soy un escéptico, y
yo digo que sí, porque el mundo no me da ningún motivo para ser optimista,
ninguno. Cada cuatro segundos en este planeta una persona muere de
hambre. Así que no hay derecho para que alguien diga que es optimista.
Puede que lo sea en su vida particular si tiene salud, si tiene empleo, si tiene
una familia. Son motivos para ser optimista, pero no puede quedarse mirando
sólo a los suyos, tiene que observar qué es lo que pasa en su entorno, y lo que
pasa en su entorno es esto: Cada cuatro segundos una persona muere de
hambre. Cuando en un tiempo como este en el que hay muchas cosas, como
que están tratando de ir a la Luna, a Marte, yo tengo que decir, aunque pueda
parecer reaccionario, me arriesgo como siempre, que a mi lo que es la
aventura espacial, me importa un pepino, porque antes yo había hecho un
referencia a la prioridad, a la prioridad absoluta que es el ser humano, por lo
tanto, que alguien se muera de hambre es una obscenidad. Lo obsceno no es
la pornografía, sino que alguien se pueda morir de hambre; que ello ocurriera
en la Edad Media, bueno, no teníamos medios, cada uno debía aguantar su
palo, pero ahora, las condiciones para que eso no ocurra existen y, en todo
caso, la eventualidad de un desastre del mundo en el plan ecológico,
climático, social es una desgracia y parte de esa desgracia es culpa nuestra y
no estamos haciendo nada para impedirlo, o para que no evolucione en la
dirección al desastre.

Usted dice que la novela Ensayo sobre la ceguera no termina con una
nota optimista. La última frase de la novela, cuando la mujer del oculista se
acerca a la ventana y mira al cielo, lo ve todo blanco, ella cree que cuando
todos estamos recuperando la visión, ella la pierde, y entonces baja la mirada
y, ¿qué es lo que ve?, se dice con la siguiente frase: “La ciudad aún estaba
allí”, es decir, que el final es el siguiente: “¿habéis aprendido la lección? La
ciudad todavía está aquí. Si habéis aprendido la lección, esto no volverá a
ocurrir. Yo, ciudad, que es el lugar donde vosotros vivís, todavía está aquí,
esperando”
Hay expectación. El libro, sobre todo lo que está diciendo es que si no
cambiáis, no recuperaréis jamás la vista. Pero puede ocurrir que la ceguera
sea mundial, porque definitivamente hay una ceguera, que no haya nadie, o
que no haya tiempo, o que no haya circunstancias, para que alguien pueda
decir, pero, ¿adónde vamos?

En definitiva, algo que nos ha tomado milenios y milenios para formar,


lo que llamamos una inteligencia, lo que llamamos una razón, algo que
supuestamente tendría que estar allí para defender la vida, la nuestra y la vida
en general, aparece como ausente pues estamos haciendo justo lo contrario.
Da la sensación de que estamos dementes. Tengo una teoría para volver a
Dios, y es que Dios cuando creó el universo su idea inicial era crearlo para el
ser humano, y durante un tiempo, no sé cuánto, el ser humano pobló todo el
universo, y sobre esa idea es que se hace el sentido de su obra. Si Dios
inventa algo que pasamos a llamar un universo para poner su creación más
perfecta que es el ser humano en un planetita insignificante, que es este,
entonces no tiene sentido. El universo ha sido creado para el hombre, y así
ocurrió. Pero lo que Dios se ha dado cuenta es que nosotros nos estábamos
cargando el universo, lo estábamos destruyendo. Entonces, para salvarlo
recogió todos los seres humanos que tenía dispersos por el universo y los
puso aquí, en la tierra. Era como decir: si algo tenéis que destruir porque sois
destructores por ocasión, no porque yo Dios lo quisiera, entonces allí hay un
planetita pequeño, y si queréis, pues, haced todo lo que queráis de él. Ahora,
lo curioso es que parece que Dios ahora está bastante preocupado con esta
idea de que podemos viajar por el espacio ocupemos otra vez el universo y nos
lo vamos a cargar definitivamente. Todo esto es una broma, pero es una broma
muy seria.

Si nos paramos a pensar, si nos dan la capacidad que tenemos


deberíamos emplearla para alguna cosa constructiva, porque en este
momento, el dominio, el poder es la obsesión de todo el mundo. El triunfo. Si tú
no triunfas eres un imbécil, y para triunfar tienes que hacerlo todo. No te
preocupes, la ética, la moral, tíralas a la basura porque lo que importa es que
triunfes. Pero el triunfo así, ni vale la pena. El respeto humano no está ahí para
decir que tú eres una persona sola en medio de seis mil millones de personas
que ahora son la descendencia. No hay una forma de entender, no hay una
forma de respetar porque, en el fondo, el Cristianismo nos ha dicho que
deberíamos amarnos los unos a los otros y eso no funcionó. Deberíamos
amarnos los unos a los otros desde el principio, desde la niñez, deberíamos
respetarnos los unos a los otros, pero aún así no estoy seguro de nada porque
parece que llevamos dentro no sé qué, la envidia, la ambición, esa necesidad
cada vez más de tener y tener y tener, como si fuera para eso que estamos
aquí. Y volvemos al principio, y, ¿para qué estamos aquí? Cuando esto se
termine todo, porque un día el sol se apagará, nadie más podrá oír hablar de
Homero. Se acaba todo, la capilla Sixtina desaparecerá, todo se convertirá en
nada. Habrá sido un episodio, un pequeño episodio en el tiempo, un episodio
que habrá durado millones de años pero, qué importancia tendrá lo que hemos
hecho en esos millones de años.

Si, de acuerdo, pero, ¿y mientras estamos?


Mientras estamos aquí construyamos una vida digna. Se puede decir
que soy demasiado pesimista, y aún tengo que añadir: si todo el mundo fuera
pesimista pues el mundo ya habría cambiado. Pero como hay unos cuantos
optimistas que lo impiden, porque están tan contentos con la vida que no nos
permiten a los pesimistas decir: esto está malo, hay que cambiarlo. Y ellos
replican: Ah, no, está estupendo. Pero no lo está. La ciudad todavía está ahí,
esperando, ese es el problema nuestro. Si pudiéramos corregir lo que está
equivocado, lo que es erróneo y lo que es criminal. Sí, podríamos corregirlo,
pero no lo hacemos.

Esta conversación forma parte de un libro que publicará próximamente José


Zepeda, Director del Departamento Latinoamericano de Radio Nederland, con
una selección de entrevistas.

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