Secuestro Hochschild - Luis Adrian
Secuestro Hochschild - Luis Adrian
Secuestro Hochschild - Luis Adrian
SECUESTRO HOCHSCHILD
Luis Adrian R.
dades son detenidos varios polticos, entre ellos Escobar y Eguino, que se espera
que sean juzgados por la ley ordinaria.
Pero el da 27 de septiembre de ese mismo ao un atentado contra el presidente
provisorio de Bolivia por parte de un joven Oblitas (que tambin fue colgado) provo-
ca una feroz reaccin en el pueblo, que todava no se ha aplacado de las sangrien-
tas jornadas de haca dos meses, y sin control ni freno alguno la muchedumbre
asalta la crcel pblica y ahorca en la plaza Murillo, de La Paz, a Escobar y a Eguino,
a quienes culpan de todos los atentados, crmenes y desmanes que ocurrieron en
Bolivia durante los das que siguieron al 20 de diciembre de 1943, hasta el 21 de
julio de 1946.
EL AUTOR
.
1
Tann... Tann... Tann...
El reloj de la torre del Parlamento daba los tres cuartos de hora. Solamente faltaban
quince minutos para la medianoche. Una noche que vena a cubrir con su negro
manto a un cansado pueblo que haba vivido un da de horribles pesadillas.
La plaza principal de la ciudad de La Paz est encuadrada al Sur, por el Palacio de
Gobierno, tambin denominado "Palacio Quemado", y a cuyo lado se yergue, majes-
tuosa y enorme, la Baslica de Nuestra Seora de La Paz, monumento de fe hecho
de piedra labrada a mano; al Norte y Oeste, edificios particulares sin ninguna im-
portancia, y cerrando el cuadriltero, por el Este, el Congreso Nacional, que abarca
casi la totalidad de ese flanco, y en cuya enorme torre se encuentra el reloj, que en
esos momentos marcaba los tres cuartos de la hora.
Esa plaza que en los das en que el protomrtir de la Independencia Americana,
don Pedro Domingo Murillo, diera el grito de emancipacin en la entonces aldea de
La Paz haba sido el escenario donde el mestizo sediento de libertad pagara tal
osada con su vida, colgando del pescuezo, ante el horrorizado y consternado pue-
blo, a quien le dio sus ideales libertarios. Esa plaza que hoy lleva su nombre , en
el da que estaba por finalizar, con los taidos del reloj del Parlamento al marcar los
tres cuartos de la hora antes de la medianoche, haba vuelto a ser el escenario don-
de otra vez se representara una tragedia, y donde los principales actores tambin
fueron los colgados. Pero, ya no cumpliendo un decreto de un rey, emperador o re-
gidor, sino por la voluntad de un pueblo. Ya no por la osada de ensear al pueblo
que nace libre y que no tiene ms amos que el mismo pueblo, ni por predicar que el
poder no es atributo de un solo hombre... Sino que esta vez se balancearon los col-
gados por quererle quitar al pueblo lo que el primer colgado en esta plaza le dio: su
libertad! Y el reloj de la torre del Parlamento, que se encuentra en esta plaza, mar-
caba los tres cuartos de la hora.
Tann... Tann... Tann...
Slo faltaban quince minutos para la medianoche.
Dos hombres, con los cuellos de sus abrigos levantados y las alas de sus sombreros
cadas, como queriendo ocultar sus rostros, y en compaa de un tercero que no
tena ni abrigo, ni sombrero, y con cuyos cabellos sueltos jugaba la fra brisa de la
noche, se apearon de una camioneta que los haba transportado hasta ese triste pa-
raje, donde pareca que la muerte era la anfitriona y las tinieblas su lgubre man-
sin.
Los tres caminaban con paso firme y con los hombros rozndose unos con otros,
como queriendo sentir algo de la vida en la friccin que se produca al andar juntos.
El recorrido que hicieron no fue muy extenso desde donde estacionaron el vehculo
y cruzaron a lo largo de la catedral, para detenerse a los pies de un poste situado
delante del ala derecha del Palacio de Gobierno, y donde se balanceaba un colgado,
que por la poca indumentaria que llevaba puesta y la intensa blancura de su cuerpo,
pareca ser un muequito de loza que a medio vestir y suspendido de una rstica
soga era el juguete del viento que poco a poco soplaba con mayor intensidad. Al ver
al muerto danzarn alguien susurr: Oblitas.
Ninguno de los tres curiosos articul otra palabra, y tan solamente se detuvieron
frente a este macabro espectculo por pocos segundos, al cabo de los cuales los
tres como obedeciendo a una orden militar se dieron la vuelta al mismo tiempo
y en religioso silencio cruzaron esta vez la calle hasta la calzada del centro de la
plaza, y actuando cual sincronizados autmatas, detuvieron sus pasos al frente de
otro poste de luz ste quedaba en la misma lnea de lmite donde se juntan las
paredes del Palacio de Gobierno y la Catedral y del cual tambin penda otra trgi-
ca figura de un hombre casi desnudo.
El silencio pareci ahondarse, si en algo se poda ahondar, y tan slo uno de los tres
hombres, uno de los que llevaba abrigo, pronunci en voz muy, muy baja: "Eguino",
y el silencio regres a envolver la trgica y angustiosa escena.
Delante de esta segunda e improvisada horca los espectadores nocturnos tampoco
se detuvieron por mucho tiempo, pero quiz unos segundos ms que en la anterior.
El movimiento que estos tres hombres que parecan inspeccionar tan lgubre es-
pectculo hicieron para retirarse no fue tan simultneo como el de antes, pues so-
lamente se dieron la vuelta los dos individuos que iban arropados, quedndose el
sin sombrero ni abrigo.
Su estada ante el que en otro tiempo fuera un militar de alta graduacin, y a quien
l conociera, no dur mucho tiempo, pues con enrgico ademn se pas la mano
por un costado de la frente, como queriendo ahuyentar algn pensamiento turbador
que se le clavara entre ceja y ceja, y dio la vuelta para reunirse con sus compae-
ros, que ya regresaban a cruzar otra vez la calle, dirigindose a un tercer poste que
se empotraba en el pavimento, ms o menos frente a la puerta derecha de la Basli-
ca de Nuestra Seora de La Paz.
La rapidez del hombre sin sombrero ni abrigo fue tal, que dio encuentro a sus ami-
gos antes que stos hubieran llegado a la otra vereda. La prueba fue que otra vez
los tres hombres, y cual sincronizados autmatas, con los hombros pegados unos
con otros, llegaron al tercer trgico poste que en las primeras horas de la tarde
haba servido de patbulo para sancionar crmenes y abusos despiadados cometidos
por la diminuta figura que en este momento penda de l suspendido de su pescue-
zo y todava con el cuerpo medio encogido y manchado de sangre que chorreara por
la herida de un balazo que se le diera, para rematarlo, ya que el nudo corredizo que
se le haba puesto al cuello con el fin de apretrselo hasta que fuera asfixiado no
haba sido un instrumento que rindiera su mxima eficacia debido a que se trab,
por ser material muy barateo y ordinario el de la cuerda. Y una voz, de entre los
tres, susurr: "Escobar"...
El silencio que reina a altas horas de la noche en un cementerio era una loca alga-
raba comparado con el que en este momento cubra este horrible pero significativo
cuadro del acto de justicia propia que se hizo un pueblo...
En la plaza no haba ser viviente, y hasta pareca que se poda escuchar el tic tac
del reloj de la torre del Parlamento, que momentos antes haba dejado or su taido
al marcar los tres cuartos de la hora. O tal vez ese ruido que se le atribua al reloj
seran los latidos del corazn de uno de los presentes? El ruido era el mismo... Pero,
qu ms daba!..., pues lo que en ese momento se dej notar como una brutal rea-
lidad, que hizo tornar la cabeza bruscamente a los dos individuos de abrigos y som-
breros bien encasquetados hacia el tercero, fue el ruido que ste produjo al tragar
una porcin de saliva que tena acumulada en la boca desde haca varios minutos...
Y otra vez las miradas se fijaron en el colgado, que pareca que a momentos cobra-
ba vida y que agarrndose con las dos manos de la cuerda de la que penda daba
unas juguetonas patadas al poste para impulsar su cuerpo y as columpiarse de un
lado para otro, cual travieso mico que divirtiera a la dominguera concurrencia de
algn popular jardn zoolgico.
Ninguno de los tres seres con vida que contemplaban a la fra efigie de la muerte
poda apartar la vista de este hombrecillo, blanco y de ojos saltones, que pareca
hipnotizarlos con sus movimientos de pndulo, producido ahora por un ventarrn
que rpidamente era ms fuerte, pues lleg un momento en que los tres hombres,
que se encontraban parados a poca distancia del ensangrentado poste, seguan ya
no solamente con los ojos el ir y venir del cuerpo colgado, sino que, conforme se
acentuaba el movimiento de ste, los mirones meneaban ntegramente la cabeza,
cual espectadores que segn la trayectoria rpida de una pelota de tenis en un rei-
do partido de este deporte.
Un momento ms que este horroroso espectculo se prolongara, y el desenlace
probable hubiera sido el desmayo de alguno de los tres hombres, desmayo produci-
do por el mareo al no desprender la mirada del vaivn del cadver colgado del poste
que sirviera de patbulo. Pero en este instante se descarg la tormenta que toda la
tarde se haba venido acumulando. Un rayo traz su rbrica sobre el negro pizarrn
del cielo, seguido de un trueno que hizo retumbar su eco a lo lejos, y gruesas gotas
de agua empezaron a caer, al mismo tiempo que el reloj de la torre del Parlamento
marcaba la medianoche, y as lo anunciaba su ronca campana a la desvelada ciudad
de La Paz.
Tann... Tann... Tann...
Los hombres de los abrigos con los cuellos vueltos para arriba y con las alas de los
sombreros echadas para abajo, como queriendo cubrir sus rostros, corrieron a bus-
car refugio hasta la camioneta que los haba conducido a ese lugar, pues el cielo
comenzaba a desencadenar su retenida furia en la forma de un caudaloso cha-
parrn... El tercero, el hombre que no tena ni abrigo ni sombrero, y cuya figura se
poda definir bien en la poca luz de la noche, con sus cabellos sueltos que eran
arremolinados por el viento, permaneca como si lo hubieran clavado en el suelo,
pero con la mirada fija sobre el ya mojado y chorreante pedazo de carne humana
que se balanceaba a capricho del vendaval, mientras los fulgores de los rayos que
ahora vertiginosamente se sucedan le daban matices diablicos, y solamente pro-
nunci en voz muy queda pero acento firme:
Capitn Escobar. La ltima vez que nos vimos... Se acuerda?
de gris a la habitacin contigua fue en absoluto carente de las ceremonias que las
circunstancias exigan.
Cuatro potentsimas lmparas de escritorio, enfocadas a la puerta, hacan material-
mente imposible el ver cuntas personas se encontraban en esa boca de lobo que
era la pieza, y por supuesto an ms imposible el identificar a quienes se encontra-
ban presentes. "Dnde estaban?... Cuntas eran?... Quines eran?"... Fueron las
preguntas que rpidamente fustigaron la mente del hombre que todava no poda
recuperar completamente su equilibrio y que se tambaleaba de un lado al otro, pero
fueron preguntas que no tuvieron respuesta alguna. Simplemente fueron preguntas
arrojadas a un pozo negro y sin fondo que en ese momento era la mente de este
hombre.
Por fin, despus de estabilizar sus pies sobre el suelo, el hombre, cuya entrada fue
tan tragicmica, levant su agachada cabeza, y haciendo girar los ojos de derecha a
izquierda y luego volcando la cabeza ntegramente de un lado para otro, haca es-
fuerzos inauditos por romper esa cortina de oscuridad que tena detrs de las
lmparas. Eso es, entre su persona y... El "y" era todava el factor desconocido que
segua atormentando sus cinco sentidos, pues hasta este momento todo pareca ser
una jugarreta de las que acostumbran a hacer en colegio al novato, que tiene que
pagar con sustos y sinsabores su iniciacin. Pero en este caso los das de colegio ya
solamente eran un lejano recuerdo, y ahora exista tambin el misterio. Su cerebro
era un rompecabezas al que no acertaba a poner dos piezas en su lugar, o por lo
menos encontrar la que serva de base o llave. Este juego dur por varios minutos.
Luis se sinti aplastado por el silencio ominoso, que haca ms espesa la oscuridad
detrs de las lmparas que encandilaban sus ojos. Al fin el abrumador silencio fue
sbitamente roto por un vozarrn aguardentoso, que exclam:
"Bueno... Bueno, empecemos, pues estoy muy apurado y hay que terminar esto
rpido".
Inmediatamente Luis fij la vista en ese punto, guiado por el sonido de la voz, pero
por ms esfuerzos que hizo no pudo ni siquiera vislumbrar levemente la figura del
poseedor de semejante voz tan bronca.
Enseguida rompi otra vez ese silencio, que pona los pelos y los nervios de punta,
una voz tranquila y serena, que si no hubiera tenido un tono medio aflautado, se la
poda clasificar de agradable, y cuyo dueo pareca hacer gala de ste su don.
"Que el secretario lea los cargos pendientes contra el sindicado", dijo.
El sindicado pareci reconocer el timbre de esa voz. La haba escuchado en varias
ocasiones, pero las circunstancias raras en que se encontraba y el efecto desconcer-
tante que le producan las luces enfocadas sobre su rostro, y sobre todo por el mie-
do que poco a poco trepaba por su columna vertebral, enfriando su cerebro petri-
ficndolo, no pudo individualizarla ni recordar dnde la haba odo antes.
Se produjo un ruido de papeles y un chirrido, como si una silla fuera empujada en el
acto que hace una persona para ponerse de pie cuando se halla sentada, y por lti-
mo el encenderse de una linterna de bolsillo, y cuyo haz de luz se poda ver con ni-
tidez al chocar ste contra unos papeles que se encontraban desparramados sobre
una enorme mesa. Al captar estos detalles el acusado recin pudo darse una leve
idea del cuadro negro ante el que se encontraba, y lo nico que se poda ver aun-
que muy borrosamente era que, a los tres costados de sta haba personas senta-
das. Lo que no se poda precisar era cuntas o quines eran. Pero ahora el preso
por lo menos tena algo de donde su mirada se agarrara en ese mar de tinieblas.
El que ejerca el cargo de secretario, despus de aclarar su voz con una estudiada
tosecilla, empez:
"A Luis Adrin se le acusa de haber actuado contra los intereses de la patria, al
haber intervenido..." Las palabras que siguieron no se las pudo escuchar, ya que el
poseedor de la voz aguardentosa, que haba sido el primero en hablar, fue vctima
de un ataque de tos tan fuerte, que a momentos pareca que escupira sus desgas-
tados pulmones sobre el ya asqueroso piso. El acceso le dur por varios segundos,
tiempo en el que el secretario sigui con su letana de acusaciones. Cuando la rfa-
ga de tos dej de hacerse escuchar, recin se pudo or otra vez la melosa voz del
que estaba dando lectura a los cargos que pesaban sobre el infeliz mortal, que has-
ta ese momento no saba de qu se trataba. ..." bandido de Hochschild... Por lo
tanto la pena se somete a votacin"...
El acusado porque ya era acusado , desde que haba empezado este acto no
haba movido ni siquiera un msculo. Pareca que la fuerza de las circunstancias y
los acontecimientos novelescos por los que estaba pasando y el ambiente melo-
dramtico lo hubieran momificado y remachado en el suelo que pisaba, y que una
figura esculpida en roca probablemente demostrara ms vida. Pero en cambio su
mente trabajaba con febril rapidez, captaba, creaba o modelaba una idea, cualquier
idea, para luego destrozarla al desecharla como absurda o fantstica. Una suceda a
otra. Esa cabeza era un almacn, donde locamente y en un tiempo rcord se aba-
rrotaban las ideas y las teoras, y no bien haban tomado algn cuerpo eran rotas o
mutiladas por el sano razonamiento que acuda con excitante rapidez en ayuda del
desesperado hombre que batallaba entre la locura y el sano juicio.
La incomprensin de todo lo que pasaba a su alrededor era desesperante. El tor-
mento de escuchar incoherencias de labios que se modelaban en taradas curvas
slo por espetar iniquidades y falsedades, era como el soportar la presin de pren-
sas hidrulicas sobre las sienes que ya, rebasando el lmite del aguante humano,
parecan listas a ceder de un momento a otro en favor del desconcierto... El "Por
qu"... "Por qu". De todo esto, de todo lo que en este momento le suceda a l, ese
por qu? que creca a cada momento ms y ms y golpeaba las paredes del crneo
de esta estatua pues no daba seales de un ser humano no encontraba contes-
tacin alguna... Por qu?... POR QUE?... Y siempre por qu!, como un martillero
de pesadilla.
"Procdase a la votacin". Fueron las palabras, que al escucharlas lo sacaron de
ese terrible laberinto mental en el que a cada momento se extraaba ms.
El primer signo de vida lo dio al sacudir la cabeza y parpadear varias veces.
La ahora inconfundible voz del secretario se dej escuchar otra vez:
" Dse comienzo a la votacin" fue todo lo que dijo.
Un silencio tan profundo ocup en el recinto, que Luis saba exactamente que la vo-
tacin sera verbal y por qu lado comenzara, pues haba escuchado la inhalacin
de aire que se hace cuando alguien se dispone a hablar, y efectivamente la voz vino
del lado derecho, del que de pie soportaba la "mise en scne", que haca pensar en
una comedia ridcula o en las truculencias inverosmiles de una mala novela policial.
"La pena de muerte" dijo la primera voz en votar, y a sta siguieron otras.
"Muerte"...
"La pena de muerte".
La lluvia era tan fuerte, que la visibilidad del conductor de la camioneta por momen-
tos se tornaba casi nula, pues pareca que conforme se avanzaba la muralla de agua
se haca ms densa, y para mal de males algo pas con el mecanismo del limpiapa-
rabrisas, que despus de chirriar un poco sus movimientos fueron volvindose ms
lentos, hasta que lleg un momento en que se paralizaron totalmente, hacindose
entonces imposible ver el camino aun a corta distancia.
Bueno... exclam el conductor con un tono pesado, al mismo tiempo que ma-
niobraba para detener el vehculo pegndolo a la calzada . Parece que estamos
condenados a esperar hasta que este chaparrn despeje un poco.
Por varios minutos ninguno de los ocupantes de la cabina habl. Los tres prestaban
toda su atencin a la lluvia que tecleaba sobre el acerado techo del vehculo.
Y cmo fue realmente el asunto Hochschild? Parece que este Escobar andaba
mezclado en eso, no? dijo el conductor, rompiendo as la montona melopea de
la lluvia.
Pas otro tiempo bastante largo sin que nadie contestara su pregunta, la que sin
duda alguna estaba dirigida a Luis, que, sentado al otro extremo, con la cabeza pe-
gada al vidrio de la ventanilla, dejaba que su mirada vagara en la oscuridad de la
noche.
Pero oye, Lucho, qu te pasa? Te preguntaron algo, y ni siquiera escuchaste
dijo el amigo sentado entre el conductor y el aludido.
Oh, perdn. Estaba tan lejos... se excus, agregando despus : Me hablabas
del caso Hochschild, Rafael?
S, hombre contest Rafael Salvatierra, gerente del diario en que trabajaban
juntos.
Cmo fue todo este asunto? Tengo entendido, segn lo que la otra noche es-
cuch en la redaccin de "La Noche", que hasta te condenaron a muerte y salvaste
el pellejo por un pelo...
Verdad... As fue. Slo un milagro que se produjo en unos minutos me permite
estar hablando hoy con ustedes termin diciendo Luis.
Oye, Lzaro! terci burlonamente Alberto Valdez, el tercer hombre que se en-
contraba en la camioneta, joven colega y compaero de trabajo . A ver, cuenta la
historia de tu regreso del otro mundo...
Transcurrieron unos segundos, en los que se oy solamente el ruido que produca la
lluvia. Despus, Luis dijo:
Escucha, Alberto, jams habl de este asunto por muchos motivos, pero para ex-
plicarte el milagro que salv mi vida tendra que remontarme hasta muy lejos.
Y bueno, mientras esperamos que amaine el temporal, cuntanos algo agreg
Salvatierra, que en ese momento encenda un cigarrillo, ofreciendo otros a sus ami-
gos.
Cuenta insisti Alberto . Cuenta cmo te condenaron a muerte.
Una sombra nubl el rostro del narrador al evocar los sucesos que ese da haban
actualizado los tumultos populares que culminaron con el ajusticiamiento de Escobar
y Eguino, que haban sido personajes de alto relieve en la tragicomedia del secues-
tro del millonario Hochschild y su gerente Adolfo Blum.
Pensaba que ayer noms los cuerpos que en ese momento pendan de dos faroles...
haban sido miembros del jurado que lo condenara a muerte sin razn alguna, de la
que salv milagrosamente, y tambin los principales actores de un delito que aver-
gonz al pas: el secuestro del millonario Hochschild.
Les contar, o mejor dicho, los llevar en mi relato y viviremos de nuevo esos
das, de angustia y de excitacin, tal cual los viv yo. Para eso retrocederemos hasta
una maana de brillante sol... Un lunes 31 de julio de 1944...
Media jornada de trabajo ya haba transcurrido, pero para Luis y el amigo que lo
acompaaba a caminar por el Prado era prcticamente el amanecer, pues no haca
ni media hora que haba abandonado el lecho y unos pocos minutos que daba la ca-
ra al brillante sol, ya que el puesto que en la actualidad desempeaba no reconoca
los horarios "standard" de trabajo, de ah que el amanecer para l era cuando se
levantaba y el anochecer cuando se acostaba, pues desde que era director del De-
partamento de Investigaciones tena todo su tiempo absorbido por sus funciones co-
tidianas, y para no sentir la rebelda de la normalidad de un horario comn haba
resuelto abandonar el hbito de usar reloj, resolucin que en un cercano futuro le
dara muchos dolores de cabeza, pero que tambin en su debido momento se la sal-
vara.
El Prado es un paseo, a pesar de que en la actualidad se llama Avenida 16 de julio,
ubicado en el centro de la ciudad, donde, terminada la zona comercial, comienza la
residencial. Tiene cinco cuadras de largo y treinta metros de ancho.
Los domingos en la maana, al son de una banda militar, la gente, que acude ata-
viada con sus mejores vestidos, se dedica al arduo trabajo de caminar en un sentido
y en el otro, sin ningn norte definido. Y los das ordinarios pasa exactamente lo
mismo, con las dos nicas diferencias de que no hay banda y que los trajes no son
tan llamativos y lujosos. En estos das se podra afirmar que cuando el sol est en
su cenit es el lugar de cita preferida, ya que es el paso obligado entre la oficina y el
hogar de casi la mayora de los paceos.
Al Prado se le podra dar y sin temor de cometer una exageracin el calificativo
de: "El pulso de la ciudad". De esa ciudad que se encuentra colgada de unos picos
que sobresalen de los colosos de la naturaleza. La cordillera de los Andes y la cordi-
llera Real, as formando el famoso "plateau" altiplnico.
Todo, absolutamente todo lo que pasa en esta urbe tan pegada al cielo se comento
en el Prado. Es el lugar donde se gestan las revoluciones o donde se empieza a
conspirar, y tambin es donde se fraguan las contrarrevoluciones. Es el sitio donde
se arreglan las finanzas del pas, o por lo menos donde se las discute. Ah es donde
se tejen todas las grandes ilusiones y donde se comentan todos los amoros, lcito o
no, y tambin es la arena donde en las lides amorosas se rompen los corazones, los
noviazgos y hasta los matrimonios.
Esa maana malos vientos soplaban en el Prado. Haba algo que enervaba a la gen-
te, y que todo el mundo presenta, sin acertar a concretar qu es lo que era. Algo
que inquietaba los diferentes grupos, que por lo general se distinguan en su parsi-
monia para discutir los problemas del da, hoy los comentaban con una pasin que
pasaba de los lmites de la buena educacin, pues haba momentos en que las voces
suban de tono tanto que se las poda escuchar a varios metros de distancia, y
cuando sta era mayor y no se las oa, por la manera de accionar se poda suponer
que trataban de algo muy apasionante... Pareca que esa maana, en este oasis es-
piritual, algn genio maligno se entretena echando malos consejos en algunos o-
dos y malas interpretaciones en otros.
Luis, que hasta este momento no haba ledo la prensa matutina, llam a un canillita
que pasaba corriendo por la vereda de enfrente. Los peridicos que ste llevaba de-
bajo del brazo izquierdo eran pocos, pues ya casi terminaba su trabajo, que haba
iniciado muy de madrugada.
"La Razn", "El Diario", seor? dijo ste con su peculiar acento medio atrope-
llado y gangoso.
Los dos pidi, y con esa paz de espritu que da una conciencia tranquila a un
reparador sueo de ocho horas, Luis, antes de abrir los peridicos tom asiento en
un banco de madera, y recin despus de arrellanarse como si se encontrara en un
mullido silln, empez a ojear la prensa, y casi al instante se dirigi a su compae-
ro.
Jaime, toma le dijo al mismo tiempo que le entregaba el otro diario.
Busca en la central, qu es lo que dice de Hochschild.
Pues en los corrillos del Prado haban escuchado la noticia que el millonario minero
Mauricio Hochschild y un alto empleado de su firma haban desaparecido misterio-
samente la tarde del da anterior en La Paz.
La noticia que buscaba con tanta ansiedad no exista, y por lo tanto Adrin y su
amigo slo pudieron recoger dimes y diretes que corran de boca en boca en el sen-
tido de la desaparicin de un "Barn del estao boliviano".
Ms tarde los rumores que empezaron a batir alas esa maana en el Prado tomaron
un cuerpo concreto. Hochschild y Blum haban desaparecido en forma inexplicable, y
por eso el resto de ese da el director del Departamento Nacional de Investigaciones
se la haba pasado en su despacho. Esperaba una llamada urgente.
Dos hombres que caminaban en profundo silencio, salieron del PALACIO QUEMADO.
La entrevista que haban tenido con el primer mandatario de la Repblica los haba
dejado confusos, pues si bien Villarroel haba sido absolutamente claro en sus pala-
bras, exista en el fondo una nebulosa que tambin ellos haban podido captar, pero
sin poder acertar a ciencia cierta lo que era...
Desde que haban dejado el despacho presidencial no cruzaron palabra alguna, y as
se dirigieron hasta el automvil de Dean. El coche empez ha deslizarse hacia la
parte baja de la ciudad, y en pocos minutos estaba corriendo velozmente por el ca-
mino asfaltado que une la ciudad de La Paz con Obrajes. Se dirigan al lugar de
donde haban desaparecido los dos personajes.
El reloj del tablero del moderno automvil que guiaba el agente de la F.B.I. marcaba
las doce de la maana, cuando ste, pisando el pedal del freno, hizo que el carro se
detuviera al llegar a una bocacalle.
Este es el lugar? mister Dean consult, cuando Luis finalizaba la lectura en voz
alta y lenta de un suelto de "La Razn" de ese da que deca:
vertir en fuerza elctrica las aguas del Titicaca y construir formidables usinas en los
valles del Illampu.
Las cumbres nevadas, el llano, las quebradas, el monte, todo lo abarca con su for-
midable voluntad creadora.
No por eso abandona las minas. Su obsesin.
Comprende que explotar los minerales de alta ley se torna casi imposible. Busca
los minerales de baja ley y luego los relaves y desmontes, que para los dems son
simples desperdicios y nada valen.
Invierte millones y logra perfeccionar para Bolivia el sistema Tainton, que permitir-
a mantener gracias a l todava varios aos del auge minero.
Figura de extraordinaria personalidad, tipo renacentista, no es slo gran industrial.
Prev el porvenir como hombre de Estado. Es judo y corre por sus venas sangre de
profeta. Cuando cree su deber, alza la voz sin falsos escrpulos ni temores. Quiere
salvar al pueblo y le seala el peligro de las enfermedades sociales, el aniquilamien-
to de las clases obreras por la coca y el alcohol, la necesidad de vigorizar la raza
con mejor alimentacin, vestido y vivienda; predica la inmigracin, el transporte a-
reo, la poltica elevada, en vez del odio fratricida. Se levantan contra l, energme-
nos, los politiqueros, los demagogos, los mediocres, toda la canalla, en fin, incapaz
de comprender a un hombre de verdad.
Hochschild insulta a Bolivia, exclaman violentos alardeando patriotismo de que no
dieron prueba cuando les corresponda. Hay que expulsarlo del pas. Con mengua-
do criterio creen que han de ofenderle llamndole "judo", y no saben que para un
hombre como Hochschild, sin complejos de inferioridad, ese nombre es un honor y
lo ostenta con orgullo.
Conoce aquella magnfica crtica poltica de Swift. Recuerda la perfidia y mezquin-
dad de los liliputienses; pero l no huye como Guilliver, porque tambin tiene de
apstol y cree que hay que propagar la verdad y el bien aun con peligro de la propia
vida.
Ya antes quisieron eliminarlo.
Busch es patriota y comprender que lo han engaado, dice la vspera del da que
le sealan para su fusilamiento, y Busch realmente reacciona. Poco despus, Hochs-
child sale de Bolivia y olvidando todo rencor, al suicidarse Busch, enva un cable de
Estas ltimas reflexiones hacan vacilar la teora del secuestro y precipitaba a nue-
vas y estriles deducciones al director del D.N.I. y a mister Warren Dean... Pero en-
tonces, qu es lo que haba ocurrido?
10
Y MIENTRAS TANTO...
Qu hora es?
Ocho y veinte.
A qu hora te citaron?
A las ocho en punto.
Reinaba silencio en el cuarto mal alumbrado, en que se encontraban cuatro sujetos
cuyos rostros se podan ver muy apenas por la dbil luz de una bombilla elctrica de
poca potencia, que se encontraba en el extremo opuesto del que se hallaban. Unos
sentados y otros de pie.
Ya deba estar ac Escobar. Algo le habr ocurrido para atrasarse tanto.
Yo lo dej en su oficina, pero en el momento de salir escuch que lo llamaban de
palacio... A lo mejor se fue all, mi coronel dijo un hombre que, sin haber llegado
a los veinticinco aos, ya tena arrugas de obesidad en su rostro y cuya circunferen-
cia estomacal demostraba la vida sedentaria y fcil que llevara, a otro bajo de esta-
tura, pero de aspecto marcial y ojos penetrantes, que le replic en tono agrio y cor-
tante.
No me he dirigido a usted, teniente Candia, simplemente hice un comentario. No
una pregunta.
Por el tono de su voz y el hostil argumento que presentaba, se poda deducir que se
encontraba de muy mal humor y que no perda la ocasin para demostrarlo.
Disculpe, mi jefe tartamude el increpado, en voz temblorosa y con acento
humilde.
Tampoco hay de qu acalorarse as, mi coronel agreg un tercero.
Esta misma noche hay que cambiarlos de lugar... En Obrajes no hay seguridad,
pues hay muchos "investigadores" gratuitos. As que con Valencia se los llevan aho-
ra mismo a su casa. Al parque Rioshinio. Y dndose media vuelta sali antes que
los otros, pero en el momento en que entraba a su automvil, parndose brusca-
mente y dirigindose otra vez al mayor Eguino, le dijo en voz baja : Y sera bueno
hacer circular la noticia... que ya sabe usted...
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La maana era bastante calurosa, a pesar de que el Sol todava no haba calentado
la tierra con sus cariosos brazos de amante inconstante, ya que por el segundo da
del mes de agosto, el viejo invierno se campeaba ms robusto y fuerte que nunca y
defenda sus derechos valindose de indefensas nubes que las esgrima con habili-
dad de veterano guerrero, haciendo por momentos impenetrable su defensa contra
los giles rayos del astro rey.
Una media docena de transentes rodeaban dos automviles que se encontraban
estacionados frente a la residencia del cnsul general de Chile en la Villa de Obra-
jes, pero claro est que la curiosidad de estos cuantos desocupados no era instigada
por los vehculos que se encontraban parados a un lado de la avenida, sino por la
gente que en torno a ellos iba y vena. Por momentos reunindose en grupos,
hablando bajo y bruscamente desparramndose como cuentas que se han roto de
un collar.
Slo dos personas se mantenan calladas y con los cigarrillos pegados a los labios,
siguiendo los movimientos que cuatro jvenes ejecutaban, entrando a los automvi-
les, sentndose por un momento y despus saliendo precipitadamente, seguidos de
otros que al mismo tiempo descendan del otro coche estacionado ms atrs, y lue-
go regresaban y volvan hacer la misma operacin pero ms lentamente, y otra vez
volvan al vehculo y lo cerraban para inmediatamente abrirlo y hacer como que de-
tuvieran al que vena atrs y con gestos y acciones amenazadoras ordenar que los
pasajeros de este ltimo desciendan con las manos en alto y hacerles ingresar al
aerodinmico que se encontraba en primer plano... En fin, para los que espectaban
este ir y venir, pareca ser un ensayo para pasar algn examen de ingreso en la me-
jor casa de Orates de la Repblica. Pero los inmutables personajes que observaban
todo este loquero no se movan ni un centmetro, ni hablaban una sola palabra,
hasta que el ms alto y rubio de los dos exclam:
Suficiente; creo que no hemos avanzado nada.
Nada... nada... y nada, y esto es desde ayer en la tarde rompi su voluntario
silencio el otro observador.
Pero cmo sera? dijo un muchacho de mediana estatura, tez oscura y poblado
bigote que vesta pantalones grises y una chaqueta de cuero y que haba sido uno
de los ms entusiastas actores que actuaban sobre este improvisado escenario al
aire libre.
Mira, Martn. Desde ayer en la tarde estamos dando vueltas a esta reconstruccin
de la "desaparicin" de dos hombres y ahora insistes en decir pero cmo sera? Si
eso mismo es lo que nos preguntamos a cada minuto... lo increp Jaime Vergara,
otro de los agentes que desde la maana anterior andaba con un humor sacado del
mismo infierno y que lo controlaba con mucho trabajo.
No discutan y vamos dijo Luis mirando a mister Dean, que a su ltima palabra
asinti con un movimiento de cabeza.
Realmente no creo que encontremos nada aqu. Hemos preguntado a todo el
mundo en los alrededores y nadie se da cuenta de nada remarc otra vez Vergara
entrando en el automvil, que era conducido por su director.
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su gerente Adolfo Blum, haban llegado a New York". Ambos se miraron azorados y
en el fondo de su corazn se sintieron felices de que esto fuera verdad. Se libraban
de una dura tarea y grave responsabilidad. Respiraron como liberados de una pesa-
da preocupacin.
Un suelto que leyeron en un peridico local confirmaba el mensaje del doctor
Salmn; luego, ratificndolo, un ttulo a ocho columnas, ms la nota de redaccin
que publicaba en su primera plana "El Diario" y que textualmente deca:
"(Nota de Redaccin). Ayer se capt en "El Diario" una noticia radiotelegrfica que
la publicamos a continuacin:
Y en lneas ms abajo daba detalles que Hochschild haba arribado a la ciudad de los
rascacielos.
De pronto el director del D.N.I. dijo:
Warren... No creo que estn en New York.
Vaya, no sea tonto... Deje las cosas tal como estn respondi Dean.
Pero realmente no creo que estn en New York insisti Luis.
Bueno... no estn en New York... As que fue la psima traduccin de Dean del
dicho ingls tan expresivo "So what".
Cuntos das se toman para llegar en avin desde La Paz a su tierra? pregunt
Adrin, y por un momento largo Warren Dean no contest, pero empez a mover
los labios sin producir palabra alguna, y tan slo despus de varias gesticulaciones
dijo:
Yo no he venido por avin, as que no s exactamente los das que uno demora,
pero creo que hay varias etapas. Telefonear a Panagra. Y puso en prctica sus
palabras dirigindose a un telfono cercano.
al de negacin. Este coloquio dur hasta que apag la colilla de su cigarrillo contra
la suela de su zapato, para luego botarla a la calle, y slo cuando termin esta ma-
niobra volvi a hablar.
Muy bien, seor... Usted le dir al Presidente, y nosotros continuaremos... Hasta
luego.
No necesit decirle nada a su amigo.
El misterio de la desaparicin de Hochschild estaba en pie, y algo siniestro se cerna
sobre esta desaparicin que hizo estremecer a los investigadores.
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Una charla banal que sostenan Luis Adrin, Soria y dos agentes en la D.N.I. por
ms de veinte minutos se cort bruscamente con el portazo que dio mister Dean al
ingresar bruscamente a la Direccin del Departamento Nacional de Investigaciones.
Hay noticias? pregunt Luis, haciendo caso omiso del gutural "Buenas tardes"
que haba emitido Dean.
Cable de la Jefatura de Washington anunci.
Tenemos que llevarlo de inmediato a Villarroel y dirigindose a su secretario,
aadi : Seor Soria, le ruego telefonear al doctor Salmn indicndole que voy
con el seor Dean. Es urgente, Oscar, para que no nos hagan esperar en la guardia
recomend Adrin al salir de las oficinas del Departamento Nacional de Investiga-
ciones, que se encontraba por la parte media de una cuesta muy empinada denomi-
nada calle Jenaro Sanjines, y en un tercer piso de un casern construido a fines del
pasado siglo. Por lo tanto hasta el Palacio de Gobierno, situado en la plaza Murillo,
no hay ms que tres cuadras, que en automvil ms se demora en salir del estacio-
namiento y en volver a estacionar el vehculo frente a Palacio que recorrerlas a pie.
Entrando por la puerta principal del Palacio, fueron sorprendidos por un oficial se-
guramente el comandante de guardia , que despus de saludar militarmente
llevndose la mano a la visera de su gorra, les habl:
Hay orden superior para que pasen de inmediato.
Mister Dean y Luis Adrin lo hicieron de inmediato.
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Luis no hizo comentario alguno, pero le pareci que Warren Dean por fin haba aga-
rrado el extremo del hilo, que seguramente los llevara a desenvolver tan embrolla-
do ovillo.
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Y MIENTRAS TANTO...
La luz de los faroles del automvil, que al detenerse en seco fue apagada por su
conductor, casi no modific en nada la claridad del panorama. La luna haba estira-
do sus rayos de plata, como si se despertara de un letargo, y a su resplandor parec-
an los techos y las calles de La Paz nevados. De ah que el hombre que llevaba un
grueso abrigo echado sobre sus hombros a guisa de capa no tuvo tropiezo alguno
para llegar a la puerta de una casa de pobre aspecto pero de lnea arquitectnica
moderna. Dio tres golpes sobre la madera, con intervalos iguales, como si fuese una
seal convenida, y como en el cuento de "Al Bab", sirvi este procedimiento de
melodrama malo para que la puerta se abriera.
Creo que esta vez llego muy adelantado fueron las primeras palabras que arti-
cul el capitn Jos Escobar al ingresar al recinto de la calle Catavi, casa en la que
con mucha frecuencia se reunan camaradas de armas.
No tan adelantado, mi Capitn. Eguino vino, pero se fue otra vez a su despacho...
No creo que tarde en regresar.
Y usted, teniente Candia por qu no me avis cundo vena?, pues lo hubira-
mos hecho juntos pregunt Escobar.
Siento mucho, mi jefe, pero vine directamente de mi casa y no pas por la Polic-
a... se excus el subjefe de Polica.
Mientras sostenan este breve dilogo las dos "cabezas" de la polica de La Paz, hab-
an avanzado a lo largo de un pequeo pasaje, y ya se encontraban en otra habita-
cin, donde a su entrada fueron recibidos por varias voces de cordial saludo, perte-
necientes a hombres que se hallaban sentados alrededor de una mesa.
Buenas noches, caballeros fue la contestacin general que dio Escobar.
Faltan Eguino y Toledo dijo alguien, y la voz aflautada del teniente Candia ex-
plic:
Como le dije, mi Capitn, el mayor Eguino ya regresar, y creo que Toledo no
tardar en llegar, pues yo lo cit esta tarde a horas cinco.
Mi Capitn, la mayora de la gente est presente, as que creo debiramos empe-
zar, puesto que a las nueve y treinta me esperan en el Regimiento para darme el
parte expres el capitn Valencia, comandante del regimiento Calama de carabi-
neros.
Si ustedes as lo quieren, magnfico; pero creo...
Escobar no pudo terminar su frase, porque en ese preciso momento se oy el
ruido de dos motores de automviles que se paraban frente a la casa.
Las palabras que utilizaron para saludar los dos hombres que ingresaron a la habi-
tacin que serva de refugio para una especie de cnclave que se llevaba a cabo
fueron ahogadas por el estruendo que hizo la puerta de calle al ser brutalmente gol-
peada por otro recin llegado que vena pisndole los talones a los mayores Eguino
y Toledo, que haban entrado juntos.
El saludo fuerte y ruidoso del coronel Costas hizo poner de pie a los que ya otra vez
estaban arrellanados en sus butacas.
Hola, muchachos!, qu tal? fue la cordial expresin de Humberto Costas .
Todo listo. Todos aqu. A ver, vamos a ver de qu se trata...?
Hay muchas cosas, y muy serias, de qu tratar, mi Coronel, as que mejor sera
que tome usted asiento dijo Escobar, queriendo dar una inflexin de severidad a
su infantil vocecilla.
Seores, camaradas inici el mayor Eguino la sesin de tan rara agrupacin .
Como ustedes habrn ledo en la prensa se ha dado la noticia de que los "dos hom-
bres" estn en New York... Y al decir esto no pudo contener una sonrisa rara que
distendi sus finos y plidos labios . La noticia ha tranquilizado a mucha gente que
estaba interesada por el paradero de estos estupendos explotadores de nuestra tie-
rra y del trabajador. Ahora hay ms tranquilidad...
Jorge Eguino no concluy su frase porque fue cortado por un eufrico mozo cuya
enorme faz todava demostraba las huellas dejadas por una defectuosa navaja de
afeitarse, que exclam:
Con permiso de mi Capitn empez el teniente Candia, y tan slo continu con
el uso de la palabra despus de que Escobar, que presida esta extraa reunin, le
diera su visto bueno con un asentimiento de la cabeza . Creo que antes de que se
los detuviera ya se decidi su suerte, tomando en cuenta todos los factores que se
haban expuesto, y que eran desfavorables para nuestra querida patria.
As es fue todo lo que habl Toledo desde que haba ingresado a la reunin con
sus camaradas.
En gran consejo se haba votado que fueran fusilados, por ser los pulpos que no
dejan respirar a Bolivia... habl con cierto nfasis de emocin en sus palabras el
teniente Alberto Candia Almaraz.
Efectivamente, as fue, pero las cosas han cambiado mucho desde que se tom
esa resolucin. Hay muchos factores por medio que no se tomaron en cuenta en-
tonces dej escuchar su palabra serena y bien medida el mayor Eguino.
Pero las resoluciones que se toman en el Gran Consejo hay que cumplirlas. Son
rdenes superiores volvi a insistir el obeso teniente.
A qu rdenes superiores se refiere usted, teniente Candia?
El duelo entre el mayor Eguino y el teniente Candia ya tomaba tonalidades desagra-
dables.
Al Gran Consejo, mi Mayor, y sus resoluciones se deben cumplir cueste lo que
cueste.
A juzgar por el tono de voz del teniente Candia Almaraz, pareca que este no ceder-
a en nada, defendiendo la resolucin del Gran Consejo, que antes de secuestrar a
Mauricio Hochschild y Adolfo Blum ya haba dictado sentencia.
Pero es que las circunstancias han cambiado repiti Eguino, que no encontraba
palabras para defender su punto de vista, y tan slo se aferraba a las "circunstan-
cias", pero tampoco explicaba cules eran estas.
Hasta que Candia, cuyo carcter bonachn y humilde para con sus superiores,
cuando se trataba de torturar o matar a alguien pareca desdoblarse, y al olor de la
sangre, como la fiera, tornarse salvaje, sin rodeos le pregunt:
Pero qu circunstancias valen ante la decisin del Gran Consejo?
Eguino, notando que perda su habitual paciencia, y temeroso de que esta reunin
terminara a capazos, explic:
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"Los dos hombres", como decan Escobar y Eguino cuando se referan al doctor
Mauricio Hochschild y al doctor Blum, que haban desaparecido un domingo en la
tarde sin dejar rastro alguno, an no daban seal de existir, y lo sorprendente del
caso era que si haban sido secuestrados como se supona , los autores tampoco
daban ningn indicio, ni aun el de querer cobrar un rescate, que era lo usual en ca-
sos similares, como afirmaban las crnicas rojas de otros pases, o bien los novelo-
nes policiacos, que son la materia de fcil digestin de la imaginacin de viejos y
jvenes, chicos y grandes de nuestra poca.
La prensa local daba las versiones que ms lgica tenan, pero en cambio la extra-
njera se campaneaba por los paisajes ms fantsticos, creando episodios e indivi-
duos que no existan.
La situacin por momentos se tornaba ms enervante para los gobernantes que por
ese entonces regan los destinos de Bolivia, y mucho ms para los interesados en
este juego, al que nadie acertaba a ponerle nombre.
"Los dos hombres" se haban esfumado. Un montn de gente se dedicaba a buscar
a los desaparecidos, que segn el pueblo analfabeto "se los haba tragado la madre
tierra", y todo ese enorme gento lo nico que haca era el obstaculizar cualquier in-
vestigacin ms o menos racional que se podra conducir para llegar a un exitoso
"gran final".
"ATENTAMENTE VILLA"
El formulario del telegrama del estado que contena el texto anterior, y que estaba
fechado la noche anterior en la vecina ciudad de Oruro, a momentos era convertido
en diminuta bolilla que pasaba de una mano a otra del hombre que rato antes lo
haba ledo con avidez y que luego lo haba estrujado hasta convertirlo en lo que
ahora era, una bolita de papel portadora de noticias que, a pesar de las demostra-
ciones de nervios, al parecer eran bien recibidas por el jefe del D.N.I., cuyas espe-
ranzas de encontrar una pista que guiara a donde se encontraban Hochschild y
Blum ahora se converta en una realidad que haca concebir la seguridad de tener
entre manos el hilo fuerte y tangible que podra conducir a las pesquisas a encon-
trar a los desaparecidos y a los secuestradores. Tambin exista la conviccin que se
llegara an ms lejos, hasta encontrar el mismo motivo que provoc tan desagra-
dable incidente, que colocaba al gobierno en tela de juicio, donde estos no eran na-
da favorables y hasta afectaban al mismo pueblo, pues no solamente se haba reci-
bido una comunicacin del exterior, sino varias, de las que resaltaba la expedida por
un alto personaje de los Estados Unidos preguntando si en estas tierras de Dios
existan o no las debidas garantas para que puedan morar y trabajar sbditos del
To Sam sin que corran peligro sus vidas y haciendas.
Si por un lado la noticia que telegrficamente haba venido de Oruro botaba por tie-
rra los pequeos indicios que se haban encontrado en la Villa de Obrajes, por otro
sealaba un nuevo derrotero. De ah que despus del primer momento de desfalle-
cimiento que sintiera Luis Adrin al creer que toda la estructura que se haba hecho
sobre una esperanza rodara por tierra fue pasndole, y empez otra vez a atar ca-
bos, munido por una buena dosis de paciencia y voluntad, que era todo lo que se
poda disponer en estos momentos cruciales en que la reflexin del ser humano era
la nica tabla de salvacin a la que se poda asir para no zozobrar en el picado mar
de los factores adversos, pero lgicos.
"Bueno..." empezaba a trabajar la mente del atormentado investigador, que
todava jugaba con el formulario del telegrama de Oruro, que ahora era una bolita
de papel con mucha suciedad encima gracias a las fricciones a que haba sido some-
tida de mano en mano.
"Los secuestraron".
Pero quines y por qu? No se saba.
Las reflexiones que cruzaban por el cerebro de Luis tenan sus preguntas y respues-
tas, siendo las respuestas las ms descorazonadoras que se podan encontrar, pero
haba que ponerse en el terreno de la realidad. Realidad que era sumamente dura
para admitirla sin hacer la prueba de dorarla un poco.
"Claro que los encontraremos, y entonces sabremos la verdad".
Una rfaga de luz blanca. Un lago mental hizo descansar la expresin dura que do-
minaba la cara, y sobre todo el arco de las cejas, del hombre que sentado en una
butaca de cuero se haba puesto a reflexionar sobre el difcil caso que las circuns-
tancias le haban puesto entre las manos al ser elegido para dar encuentro a unos
desaparecidos que no haban dejado rastro alguno.
"La cosa es bien clara" volva a divagar Luis . "Los secuestraron en Obrajes y
los llevaron al altiplano. Eso es ms lgico, pues si siguen para abajo no tienen sali-
da; cada vez se tienen que ir cerrando ms y ms, hasta un momento en que se
embotellaran, y entonces... se acab. Por eso, muy bien pensado era el salir al alti-
plano. Ah tienen campo abierto para ir de un lado al otro. Corretear como condena-
dos y hacernos corretear tambin. Tienen salida a cualquier frontera, y con movili-
dad, la cosa es rpida y segura. Muy bien se hizo en mandar a Villa hacia esa re-
gin:
Adrin lleg a este punto de sus pensamientos, que ya no eran ntimos, pues haba
empezado a hablar a media voz, y con una cara de alegra y triunfo como si ya
hubiera encontrado a los caballeros que por este momento eran buscados por mu-
cha gente y por razones diferentes.
La culminacin del buen humor de Luis fue cuando las ideas color de rosa que l
mismo se haba forzado a admitir se centralizaron al reflexionar:
"Se encontrar al doctor Mauricio Hochschild y al doctor Blum por algn punto del
altiplano, pues la cosa es sencilla y fcil ahora que Villa hall rastros cerca de Oru-
ro... La liebre est en el saco..."
Y como queriendo dar ms bros a su pensamiento, Adrin en este instante se le-
vant del silln donde haba permanecido sentado, solo, por un tiempo que no acer-
taba a medir, ya que careca de reloj, y pasendose por el recinto de su escritorio,
dio rienda suelta a su fantasa para que vagara por las vastas tierras del altiplano
boliviano en pos de dos hombres que haban sido secuestrados y que seguramente
se hallaran en algn punto de ese enorme mar de tierra y paja brava. Pero el minu-
to fatal fue cuando volvi a tomar asiento, pues no bien se encontr muellemente
sentado enderez su espinazo, que se encontraba desparramado sobre el conforta-
ble asiento de cuero. El espoletazo que lo hizo erguirse tan bruscamente fue el re-
cuerdo de una frase que haba tenido el seor Dean en una ocasin no muy lejana.
Las palabras del miembro del F.B.I. venan a su mente a vertiginosa carrera... "Este
asunto es tan confuso porque no hay un slo indicio de lo que pas, y hay que em-
pezar a buscar por todas partes. Hasta encontrarlos o encontrar algo". A Luis Adrin
le pareca estar escuchando el acento del norte, americano, ese acento que por
momentos se tornaba agradable y divertido, pero que en la actual circunstancia ms
bien adquira reflejos trgicos y hera la sensibilidad del odo. Especialmente esa
ltima palabra, "algo". A qu se refera con "algo"? Si los secuestradores no pedan
rescate y se vean acorralados para huir a alguna frontera, no dejaran a sus dos
vctimas libres? No! Pero, entonces, qu haran? Ese "algo" de Dean significaba
eso.
Seguramente que los haran desaparecer. Los mataran, y entonces la responsabili-
dad sera enorme, por no haber actuado rpidamente para arrebatarles de las ma-
nos sus presas, sin darles tiempo para deshacerse de ellos, y encontrar tan sola-
mente "algo", como haba dicho mister Dean. "Algo" y nada ms que "algo".
Seor Adrin... Seor Adrin fueron las palabras bien recibidas que lo sacaron
de este maremoto de pensamientos negros en que se haba sumido Luis al dar rien-
da suelta a su imaginacin, no teniendo su sistema nervioso la suficiente fuerza de
poner brida y bocado al fogoso corcel del pensamiento del que acababa de desmon-
tar rpidamente, antes de ser arrojado.
Qu hay, Oscar?... dijo Luis mientras se levantaba de su asiento, demostrando
un poco de fatiga alrededor de los ojos.
El seor Enrique Iturri, que desea verlo...
A m?
S, seor, a usted. Pero qu le pasa, Lucho? Parece que no se encuentra bien?
No es nada, Oscar... La fatiga de estos das, nada ms. Por favor, que pase el se-
or Iturri.
No transcurri un minuto cuando se abri la puerta de su escritorio y en el umbral
de ella apareci un seor cuyos aos no pasaban de los treinta y cinco, y que, segu-
ramente, al pasar de estos seguira con la misma apariencia, pues era de los hom-
bres que vinieron a la vida con el don de no demostrar lo que pasa por encima de
ellos.
Pasa, Enrique. Cmo te va? fueron las palabras de recibimiento del director del
Departamento Nacional de Investigaciones para con su antiguo camarada de prisin
en el Paraguay, cuando el azar de una guerra que muy pocos la comprendieron los
haba unido, como a tantos otros, en fraternal camaradera.
Bien, gracias, y t? contest Enrique Iturri.
Entre bien y mal... Ms bien que mal dijo Luis.
No parece, pues tienes una cara de fatiga que admitira un repuesto brome el
recin llegado.
Te agradezco por ser siempre tan sincero... y dime, en qu te puedo servir?
Vengo ha verte como amigo en quien tengo mucha confianza dijo Iturri, de-
mostrando cierto turbamiento.
Gracias, pero a qu vienen tantos rodeos. Creo que si me consideras tu amigo...
Adrin dej sin acabar su sentencia.
Realmente. Pero no vengo por mi cuenta, sino por la de otra persona termin
diciendo Enrique Iturri, al mismo tiempo que pretenda prender un cigarrillo con un
encendedor que a pesar de llamarse automtico para que funcionara correctamente
haba que usar cerillas.
Mira, Enrique, deja de ponerte tan misterioso. Pues para misterios tengo ahora
uno entre manos que no se como...
Enrique no dej a su amigo que terminara la frase.
Justamente te vengo a ver con respecto a ese misterio.
Cuando se jala para abajo una cortina automtica y se la deja escapar de la mano
sin haberla asegurado para que se quede en el sitio deseado, ms es el aturdimien-
to que uno experimenta por efecto de que este artefacto no se quede en su lugar,
que por el ruido que hace al correrse para arriba. Probablemente esa fue la sensa-
cin que recibi Luis cuando escuch las ltimas palabras del seor Enrique Iturri,
pues su boca se qued entreabierta con la ltima palabra colgando del labio inferior
y con los ojos ms bien contrados que abiertos. Los pensamientos que cruzaron de
un lado de su cabeza al otro deben haber sido muchos y a cual ms atropellados,
como lo demostr al decir:
Pero tu, Enrique, qu tienes que ver con todo esto? Cmo es posible que tu...
que tu... No termin su alocucin, que seguramente hubiera sido de un tinte re-
criminatorio, porque ahora la sorpresa se pintaba en la faz de su amigo que lo haba
venido a ver.
Pero, Lucho, qu es lo que tu crees?... Si yo trabajo en la casa Hochschild!
Un segundo pas en que las caras eran la pintura de la sorpresa mxima. De esa
sorpresa que raya en lo ridculo, para luego disiparse bruscamente al estallar unas
carcajadas sonoras que brotaban de lo ms profundo de dos cajas torcicas de di-
mensiones bastante apreciables.
Pero qu es lo que tu creas? tartamude Iturri, que rea a ms no poder.
No s. Francamente que no s. Pens que tu... que tu... estaras mezclado en
es... Luis no alcanz a terminar su frase porque otra vez una carcajada los sacu-
di fuertemente. Tan fuerte que en pocos segundos ms se vieron pequeas lgri-
mas correr por las mejillas de ambos hombres, que hacan todo lo posible por guar-
dar una compostura ms o menos decente delante del seor Oscar Soria, que con-
templaba la escena con una cara, ms que de seriedad, de fastidio.
Creo que ya podemos hablar. Luis fue el primero en recuperar e iniciar la con-
versacin que no bien haba empezado, tuviera un intervalo tan jocoso.
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Un cielo azul que por momentos se iba tornando plomizo, segn avanzaba la hora
en que desaparecera por completo el sol era la cortina que serva de fondo a los
multicolores cerros que son el panorama del pequeo valle de Obrajes, a donde
despus de haber corrido como alma que lleva el diablo arribaba Luis Adrin y el te-
niente Moiss Prada, para encontrarse sin saber qu hacer despus de haber frena-
do y estacionado correctamente la camioneta a un lado de la avenida central de es-
te villorrio tan cerca de la ciudad de La Paz.
Y ahora qu hacemos, seor Adrin? expres Prada tranquilamente despus
de haber estado silenciosamente sentado en el muelle asiento del vehculo por ms
de quince minutos, como respetando los pensamientos que en ese tiempo hostiga-
ron la mente del conductor del vehculo.
Teniente, entre usted a la casa de la seora Rosa de Silvestro y vea si la informa-
cin que nos trajo Freudenthal es correcta orden el jefe del D.N.I.
Un golpe a la puerta de la camioneta fue la respuesta escueta y expresiva del oficial
del Cuerpo de Carabineros.
Cuando regres ste, ya la noche escurra su negro cuerpo por detrs de los desa-
fiantes penachos de los pocos rboles que se podan ver en los alrededores.
Habl con la seora de Silvestro y la informacin que nos dio Freudenthal es co-
rrecta.
No hay nada nuevo?
Bueno. Eso depende de lo que les dijo Freudenthal.
Mire, Prada. Haga de cuenta que no sabemos nada en absoluto. Conforme?
sugiri Adrin.
Conforme aprob la idea el teniente de Carabineros.
Bueno... Empiece Adrin habl impacientemente.
Una breve pausa le sirvi al oficial para pasarse la lengua por los resecos labios, y
aspirando una bocanada de aire fresco comenz:
Vi a la seora de Silvestro. Es de una estatura ms o me...
Teniente Prada, no sea usted tan profesional. No quiero la filiacin de la seora,
sino lo que dijo la seora cort Luis.
Conforme. Otra vez us esta palabra Prada, y luego narr lo que antes Freu-
denthal informara al Departamento Nacional de Investigaciones con respecto a lo
que haba visto la seora Rosa Soligno de Silvestro, nico testigo ocular del momen-
to en que Hochschild y Blum fueron secuestrados, slo agregando el detalle de que
en vez de ser uno el vehculo utilizado por los delincuentes resultaban ser dos. El
segundo de color verde claro. Verde agua.
Uf! Eso ya lo sabamos, pero hay un coche ms del que inform Freudenthal
dijo Luis , Pero no hay nada ms de importancia?
Nada ms de importancia... Prada pareca ser el eco de las palabras de Luis
Adrin.
Pero entonces hay algo ms dijo Luis, subiendo el tono de su voz a un acento
de molestia.
El teniente Prada se qued silencioso por un momento, por un breve momento.
Claro... Si estoy con la cabeza volada, Perdn dijo al fin.
Bueno, qu hay? Esta vez el tono de Adrin era de avidez muy poco disimula-
da.
Claro volvi Prada a repetir antes de proseguir . Estos dos automviles vol-
vieron a subir a la ciudad, as juntos como haban bajado.
Ella los volvi a ver cuando suban? dijo Luis con cierto entusiasmo.
Eso es lo que dice. Prada era tajante algunas veces en sus contestaciones, muy
en especial cuando haca algo que no le agradaba.
Y cunto demoraron en regresar? pregunt Luis Adrin.
Eso no pregunt.
Raje a preguntar cunto tiempo demoraron en regresar y si not que haba la
misma gente en los coches orden Adrin.
El teniente Moiss Prada sali con una agilidad extraordinaria de la camioneta. La
agilidad le dur durante todo el tiempo que le tom la diligencia, pues estuvo de re-
greso en un santiamn, con el aliento entrecortado a raz de la carrera entre la casa
y el vehculo que estaba en la avenida.
La seora dice que como le llam la atencin la manera en que subieron los pa-
sajeros en la esquina y la cantidad de gente que iba en el segundo coche, se qued
reflexionando en el balcn hasta que volvieron los coches de subida y entonces ya
con mayor serenidad se fij en los conductores, pero no los conoca, y el segundo
auto regresaba vaco.
Nooo fue la expresin de jbilo de Adrin . Pero esto es estupendo. Y cunto
tiempo demoraron en subir? No le dijo la seora, puesto que se haba quedado sola
en el balcn.
No, seor. Me olvid preguntar. Y el oficial de Carabineros no dijo ms, porque
volvi a salir a carrera tendida hacia la casa.
Si antes demor poco tiempo, esta vez fue un relmpago.
Seor Adrin... Seor... No esper llegar a la camioneta, sino que se puso a
dar la noticia en cuanto se encontr en la vereda de la avenida y por supuesto como
a veinte metros de distancia. Ms o menos diez minutos, quince tal vez... Y ella
est segura que no fue ni ms ni menos...
Las ltimas palabras prcticamente las escupi sobre el rostro de Luis, que en este
momento sonrea como la luna llena clavada sobre el cielo estival, limpio y sereno,
mientras su pensamiento agarraba al vuelo las ltimas palabras del teniente Prada:
"Diez minutos, quince tal vez, y el segundo coche suba sin pasajeros".
Los "diez minutos o quince tal vez" martillaban fuertemente el entendimiento de
Luis Adrin. Ahora haba la seguridad que Hochschild y Blum haban sido secuestra-
dos, ya que el atraco se haba hecho a mano armada y slo haban demorado "diez
minutos, quince tal vez" en dejar su precioso botn... Los secuestrados no haban
sido llevados al altiplano como se supona. Pero y los rastros descubiertos por Vi-
lla? Ese era un manchn negro que no tena cabida en el estado actual como se pre-
sentaban las cosas. Slo que ahora haba seguridad que el da del secuestro los mi-
neros haban sido ocultos muy cerca del lugar donde fueron secuestrados, pues slo
haban demorado en deshacerse de ellos unos "diez minutos, quince tal vez". Ahora
se estaba ms cerca a una solucin. Mucho ms cerca, slo a diez minutos o a quin-
ce tal vez.
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Ya!
Cuando el teniente Prada haba exclamado ya!, Adrin automticamente haba
pisado el freno de la camioneta, y el lugar donde se detuvo sta era de lo ms de-
sierto que haba. Ojeado el kilometraje, vieron que desde que haban partido eso
es de la puerta de calle de la casa de la seora Silvestro haban recorrido ms de
diez kilmetros y ahora se encontraban en pleno camino a una quebrada denomina-
da Palca, pues ya haban pasado el pueblito residencial de Calacoto.
En los alrededores no haba un alma que paseara su desesperacin en la lbrega
noche. Tampoco haba una casa o choza y lo nico que se poda divisar con la ayuda
de los faros de la camioneta, era la tortuosa cinta blanca que se extenda adelante y
que resultaba ser el camino polvoriento, sucio y sobre todo cansado. Cansado de
estar estirado por aos y soportar todos los das los tremendos pisotones de las
acmilas, nicos caminantes por esos lares de hermosa naturaleza.
Por ac no hay nada, y ya hemos hecho la prueba por todas las salidas de Obra-
jes y a diferentes velocidades. Qu hora tiene usted, teniente? pregunt exaspe-
rado Adrin.
Las tres y media.
Por Dios! De ocho y media a tres y media. Cinco horas de trajn. Cmo pasa el
tiempo dijo Adrin.
Eso es lo que usted cree coment el teniente, que pareca ya caerse de sueo.
Vamos. Por hoy se termin resolvi el conductor de la camioneta.
Si los diez kilmetros de bajada los cubrieron en diez minutos segn el cronme-
tro del teniente de Carabineros que haba servido esa noche para medir el tiempo,
basndose en que los secuestradores no haban tardado ms de diez o quince minu-
tos en deshacerse de sus vctimas a la subida no tardaron ms de unos cinco mi-
nutos, pues el cansancio los espoleaba y apuraba con la bella imagen de una cama
bien tendida y una habitacin de temperatura agradable.
La llegada a la parte asfaltada del camino que recorran les produjo de por s un
bienestar fsico, habiendo terminado los tremendos barquinazos que sufrieran du-
rante todo el trecho que haban dejado atrs, y ahora el acelerador se lo poda pisar
a fondo sin ningn otro peligro que atropellar algn perro noctmbulo.
El vehculo, conforme haba mejorado el camino, adquira mayor velocidad y la agu-
ja del velocmetro ya oscilaba entre los sesenta y ochenta kilmetros cuando el con-
ductor haciendo chirrear los frenos y quemar las gomas par bruscamente la ca-
mioneta, al mismo tiempo que saltando del asiento le grit a Prada, que vena me-
dio sooliento muy acurrucado en su asiento.
Ladrones... Sgame!
La reaccin del teniente de Carabineros fue automtica al abrir la otra puerta y co-
rrer detrs de Luis, que velozmente se diriga a un muro que por no ser de mucha
altura lo tramont fcilmente ayudado por sus manos que tambin las utiliz para
no clavarse de bruces despus de haber ejecutado el salto, muy mal calculado, ya
que el terreno del otro lado estaba a un nivel superior al de la calle. La persecucin
que se haba iniciado detrs de un hombre, cuando Adrin lo vio escalar la pared de
una manera muy sospechosa, rpidamente lleg a su fin al ser ste cogido por el
fundillo de su pantaln cuando por un momento dud en saltar un enorme pozo con
el que se haba enfrentado en su carrera por el jardn de la casa a la que haba en-
trado furtivamente, y que haba sido tomado por un ladrn por los dos investigado-
res que, habiendo salido en pos de dos millonarios secuestrados, resultaban slo
dar caza a un vulgar ratero de villorrio dormido.
Sulteme, seor. Sulteme que me voy a caer al pozo...
Eran los desesperados gritos que el infeliz profera ms por susto de caer a la boca
negra que se le abra delante que por haber sido sorprendido en momentos de per-
petrar un delito.
Sulteme, seor. Si no soy ratero. Sulteme, seor!
Segua con su brbara alharaca mientras que Adrin, ayudado por Prada, haca fili-
granas para detenerlo y tambin salvarse de caer a la oscura amenaza que tena al
borde de sus pies.
Soy investigador, seor. No soy ladrn... fue el ltimo grito que lanz el mu-
chacho antes que rodara, acompaado en fraternal abrazo del director del Depar-
tamento Nacional de Investigaciones en lo que hasta ahora se haba supuesto que
fuera un ancho y profundo pozo y que resultaba ser nada ms vulgar que un pe-
queo accidente del terreno, que gracias al juego de las pocas luces en la lbrega
noche adquiri tan grotescos perfiles.
El teniente Prada, que ya se haba recuperado por completo de su brusco despertar,
al ver que slo se trataba de una irregularidad del terreno confianzudamente salt
para ayudar a los dos hombres que estaban tirados en el suelo queriendo recupe-
rarse de la insistente nusea que les produca la fatiga de la carrera y el golpe final,
sintiendo como si un impertinente brazo se introdujera por la boca hasta el estma-
go queriendo revolverlo a ste, como se hace con un calcetn para comprobar si
est libre de pequeos e indiscretos agujeros.
Cuando los tres hombres se hallaban fuera del supuesto pozo y a una prudencial
distancia del jardn en que se haban introducido, Adrin, hallando el aliento primero
que los otros, demand con voz fatigada pero acento severo.
A ver mi amigo, explquese.
Seor, soy investigador afirm el interrogado.
fuego! termin diciendo el "Mudo", que hablaba sin necesidad ms que una coto-
rra emborrachada con miguitas de pan sopadas en vino tinto.
Cmo? Explcate mejor Adrin le insinu esta vez.
S, seor. Yo siempre vengo por ac y desde el lunes o domingo ser, o no ser y
rascndose el mentn hacia esfuerzos por acordarse el da.
No importa el da. Siga usted volvi a hablar Luis ya que Prada se haba senta-
do en el estribo de la camioneta
Bueno. Desde hacen unos das, a esta casa que estaba solitaria entraba gente y
sala gente y con hartas armas. Mucho fuego!... Y siempre de noche... Cre que
haba revolucin, pero desde hacen tres o dos das, cmo ser. Dos das o tres das,
ya tambin se han ido. As que yo creo...
Lo que l crea a Luis Adrin no le importaba. Slo pensaba en los "diez minutos o
quince tal vez" que haba mencionado la seora Rosa de Silvestro... La cosa por fin
se aclaraba un poco. Los secuestradores y sus vctimas no podan haber ido tan le-
jos como los recorridos que en esta noche haban efectuado, pues si haban tardado
"diez o quince minutos tal vez" en ir y regresar los debieron haber dejado por ac
cerca. La casa en la que el "Mudo" crea que estaban gestando una revolucin. El
Departamento Nacional de Investigaciones haba encontrado el sitio donde los tuvie-
ron prisioneros a Hochschild y Blum, pero faltaba saber quines los tenan. Y ahora
dnde estaban? As otra vez la terrible interrogante hacia el signo fatal que brillaba
en la oscuridad del misterio que rodeaba el "Secuestro Hochschild". Pero lo que
haba mencionado Adrin al salir de las oficinas del Departamento cuando esa tarde
se haca acompaar por el teniente Prada, probaba que el dicho de "mano virgen
tiene suerte" era evidente al haber encontrado al "Mudo" y la casa donde primera-
mente fueran detenidos Hochschild y Blum al ser secuestrados.
19
Y MIENTRAS TANTO...
rracho que deba haber sido en un tiempo muy lejano negro, pero que ahora, y gra-
cias a la accin del fuerte sol y los aos, era un verde oliva plido. Ms plido que
su enjuto rostro, donde uno que otro purulento grano le marcaba el sitio en que la
navaja dejara su huella al resbalar de su temblorosa mano de borracho consuetudi-
nario.
La gente armada gil y adiestrada en estos trajines fue la primera en estar fuera de
la camioneta, para luego ser seguida por varios civiles, que al fin hicieron despus
de mucho aspaviento descender a dos hombres cuyos rostros y figuras no se podan
delinear muy bien por las envolturas de frazadas que tenan alrededor de sus cuer-
pos, que aun as temblaban, ms que de fro de secretos temores que seguramente
tenan races muy profundas.
La travesa entre la puerta del auto y la puerta de la casa situada en la calle Catavi
no dur sino breves segundos. Fue exactamente como una fugaz encandilada de las
linternas de los que componan la comitiva y cuyas lanzas de luz esgriman en las
plidas horas en que despuntaba el alba de un nuevo da.
Jos Rojas, deje usted de molestar a la gente.
Su orden, mi teniente.
Fue la llamada de atencin que hizo a un hombre y la respuesta que recibi el te-
niente Nstor Valdez, encargado de trasladar a Hochschild y Blum de su cautiverio
de la casa del capitn Valencia Oblitas en el parque Riosinho a la calle Catavi.
20
Luis, desde que descubri la solitaria casa en que se presuma que haba estado
Hochschild y Blum, no se atrevi ni ha recogerse a su casa, para no ser asaltado por
los feroces deseos que tena de reposar y as perder preciosas horas de la madruga-
da. Tena un deplorable aspecto fsico, pues la falta de reposo y la excitacin nervio-
sa que hundan sus largas y afiladas uas en su ya sobre fatigado cerebro, le haban
inyectado los ojos a tal punto que el rojo pareca ser el color natural de los blancos
de sus rganos visuales y las flcidas bolsas que se desprendan de los prpados in-
feriores, conjuntamente con los profundos surcos de las comisuras de sus carnosos
labios, no eran sino el marco del desesperado cuadro que su persona representaba
cuando aun las oficinas de la Casa Hochschild no se haban abierto para la atencin
del pblico, y sobre pasando las palabras vertidas por un airado portero penetraba
en el escritorio del seor Enrique Iturri, secretario de la firma del minero secuestra-
do, cuyo nombre estaba esculpido en una losa de mrmol a la entrada de las ofici-
nas de su gran empresa.
Pero qu te pasa, Luis!... fue la expresin de indescriptible sorpresa con que
Iturri lo recibi, para luego largar una andanada, cual tableteo de ametralladora, de
preguntas a cual ms diferente la una de la otra, terminando con un bombazo que
asemejaba el tronar del obs de grueso calibre al rematar un fuego de hostigamien-
to entre tropas enemigas . Los encontraron!
Un silencio profundo, que tan solamente fue roto por el ruido de una escoba en su
infatigable ir y venir sobre un piso de madera, se dej sentir por varios segundos.
No. No los encontramos. Pero creo que hallamos un sitio donde estaban in-
form cansadamente Adrin.
Basta, viejo! fue la frase que Enrique Iturri la termin con un estridente silbi-
do, al mismo tiempo que agarr a su amigo del brazo y con el consiguiente estupor
pintado sobre el rostro del portero, lo sac fuera de la oficina . Vamos inmedia-
tamente a ver a don Gerardo, pues estas cosas no se telefonean!
21
Don Gerardo, como lo llamaban todos los que trabajaban de su dependencia y como
tambin llegaban a hacerlo gente que tena la ocasin de tratarlo aunque sea por
muy poco tiempo, era uno de los gerentes de la firma Hochschild, y que gracias a su
afable disposicin y habilidad para conocer a la gente se haba hecho de un slido
prestigio y de una caterva de amigos. Amigos buenos que apreciaban en su totali-
dad su dinmica y gentil personalidad.
Este don Gerardo ya se aprestaba a salir de su casa cuando fue encontrado por Itu-
rri, que present al hombre que lo acompaaba.
Don Gerardo, el que se hubiera encontrado una casa en la que suponemos que se
encontraban en algn tiempo, Hochschild y Blum, no quiere decir que los hubira-
mos encontrado a ellos. No, seor! Y quines los secuestraran? Y por qu? Y si
estn vivos o muertos. Pero dnde estn? Seor, dnde estn!
Las palabras finales del director del Departamento Nacional de Investigaciones, ms
que a Goldberg, parecan estar dirigidas a Dios, pues la desesperacin que a cada
minuto, a cada hora y a cada da se centuplicaba ya empezaba a hacer presa al sis-
tema nervioso de Luis, que ahora se haba sentado en un silln para serenarse un
poco, en tanto que Iturri de una botella serva un trago, mientras don Gerardo
Goldberg, sin pronunciar una sola palabra, lo contemplaba sin que las palabras de
Adrin hubieran podido impedir que se agarrara fuertemente, delirantemente, a esa
leve esperanza de la que haba sido portador el hombre que sentado en un silln
sorba un poco de whisky de un vaso que tena en su mano derecha, mientras que
la izquierda, conjuntamente con todo el brazo, penda suelta y sin vida a un costado
del confortable mueble que lo sostena cariosamente en un breve reposo.
22
El revuelo que ahora la prensa remova, tanto en Bolivia como en el extranjero era
brbaro. Las historias que da a da pasaban de las mquinas de escribir a las linoti-
pias, para luego ser impresas con titulares de sugestivos colores, que eran devora-
dos por vidos lectores, cambiaban como el caprichoso viento en las tardes agosti-
nas de la ciudad ms alta del mundo civilizado. Unas veces se deca que el doctor
Hochschild y el doctor Blum haban viajado de incgnitos para pactar con pases
limtrofes y as poder derrocar al gobierno de Villarroel, que no estaba de acuerdo
con la gran minera. Otros aseveraban que el secuestro haba tenido visos polticos y
que sera slo un arresto, y aun haban unos ms audaces que afirmaban a pie jun-
tillas que hallndose la firma Mauricio Hochschild S.A.M.I. por quebrar, los principa-
les dirigentes haban levantado el vuelo y el dinero de Bolivia.
UN MILLN DE BOLIVIANOS
Se ofrece la gratificacin de un
milln de bolivianos a la per-
sona que encuentre el parade-
ro de los seores Mauricio
Hochschild y Adolfo Blum y les
conduzca a sus respectivas ca-
sas de esta ciudad.
derechos el finsimo polvillo casi blanco que una vez haba sido un exquisito y car-
simo cigarro habano.
23
general degenerada en discusin, para terminar en mutuo acuerdo, esta vez fue ro-
ta por el llamado que les hacan desde la camioneta que estaba esperndolos en la
avenida, cerca de la puerta del jardn de la casa.
Vamos. Vergara, Freudenthal, aprense insista Luis, que andaba desesperado
por llegar esa maana hasta su casa un poco antes del medioda y as reposar por
unos momentos su maltrecho cuerpo con un sueo que no lo haba podido conse-
guir en virtud a la desvelada noche en que haba encontrado a su nuevo colaborador
el "Mudo", quien realmente les haba dado la pauta de dnde estuvieron Hochschild
y Blum. Aseveracin que se poda hacer con la salvedad de no precisar el tiempo
que permanecieron en sa o cundo fueron trasladados.
Entonces ahora exista una seguridad basada ms en el instinto del corazn que en
los factores materiales que se haban presentado. Seguridad que tom rpidamente
considerable volumen en el nimo de todos los investigadores que estaban en pose-
sin de los datos que primeramente haba suministrado el "Mudo" y que fueron con-
firmados por el pequeo pero sugestivo hallazgo de Jaime Vergara, quien enftica-
mente afirmaba que los multimillonarios Hochschild y Blum haban estado en la soli-
taria casa de la villa de Obrajes, ms o menos a un escaso kilometro del lugar de
donde fueron secuestrados.
24
Pareca que el tan anhelado descanso del director del Departamento Nacional de
Investigaciones aun no se podra llevar a cabo, pues varios de los discpulos del De-
partamento que haban sido destacados en diferentes comisiones esa maana, se
encontraban de vuelta en la oficina Central esperando la llegada de Luis, que cuan-
do as lo hizo en la camioneta que lo trasladara de Obrajes, no le dieron tiempo ni
de subir hasta su despacho, pues el tiroteo de preguntas y respuestas empez en
plena calle, siendo el subteniente Gastn Villa el primero en disparar.
Seor Adrin, estoy de regreso.
Bueno, Villa, y los encontr?
Ms que irona haba fatiga y descuido en la pregunta hecha a media voz por Adrin.
25
Y MIENTRAS TANTO...
Solos, absolutamente solos, pareca que se sentan en ese momento los dos seres
que haban sido secuestrados por un manojo de hombres cuyos designios eran ms
que un secreto, un jeroglfico aun para ellos mismos, puesto que cada vez que se
juntaban, la orientacin con la que se hubieran puesto de acuerdo en alguna oca-
sin anterior la anulaban, ya que constantemente se citaban a reuniones "para to-
mar acuerdos urgentes" que una vez que eran discutidos acaloradamente y exami-
nados largamente a ltimo momento eran echados por tierra, gracias a Dios Todo-
poderoso, pues slo as se poda comprender que los dos millonarios semitas que
haban sido secuestrados con el definitivo objeto de ser ejecutados de inmediato por
"ser pulpos que succionaban la vitalidad de la economa nacional", estaban todava
con vida. Maltratados, deshechos fsica y moralmente, pero vivos. Aunque se encon-
traban solos. Absolutamente solos, a pesar de estar rodeados de mucha gente que
los vigilaban y guardaban celosamente.
Desde la fecha del secuestro transcurrieron varios das en los cuales haban sido
trasladados de Obrajes al parque Riosinho y ahora a una aislada casa de la calle Ca-
tavi, en el Barrio de Miraflores.
Todos estos das de inmenso tormento provocado por la constante y aguda zozobra
de que moriran dentro de unas horas o minutos, dejaba su huella impresa en sus
desencajadas caras y ya mal olientes cuerpos privados del aseo acostumbrado. Pe-
ro, a pesar de todo, arda en sus corazones aunque a momentos dbilmente la
llama de la esperanza que es muy difcil de extinguir, incluso en situaciones tan
desesperadas y novelescas como por las que atravesaban los doctores Mauricio
Hochschild y Adolfo Blum. Esta llamita de esperanza pareca que a ratos ya se apa-
gaba, cuando tropeles de gente embriagada de alcohol y sdicas pasiones irrumpa
en las asquerosas pocilgas que les servan de celdas carcelarias, y entre gritos de
amenazas y brutales empujones eran sacados en el congelante fro de la noche
a un patio o a una calle arrabalera totalmente desierta. Y despus de ser maltrata-
dos con vocablos hirientes e histricas interjecciones espetadas por labios que,
cuando no estaban derrochando su florido mal lenguaje, se encurvaban ligeramente
para dar paso a eructos asquerosos cuyos olores ftidos y fuertes no los sentan en-
tre s, eran puestos con la cara a una pared, mientras que algn encargado de la
tropa ahora envilecida profera rdenes y ms rdenes.
Ya!... Listos... Cargar y un sonido hueco de manivelas de fusiles que suben y
bajan en sus correspondientes ranuras, era el eco de la orden emanada, para luego
seguir adelante . Ya listos!
Y al escuchar "listos" por segunda vez, sentir helarse el alma dentro del calenturien-
to cuerpo, afiebrado por los grotescos trances del momento, y esperar. Esperar, y
esperar, y notar los segundos convertirse en minutos, y los minutos... Oh, los mi-
nutos! Slo el Hacedor podra atestiguar que eran minutos y no siglos, que a la car-
ne le hacan perder su habitual tirantez y convertanla en bolsas flccidas y los ca-
bellos, perdiendo su tinte natural, se volvan plidos hilos blancos, y al mismo tiem-
po sentir la mente ceder en la furiosa pelea por la existencia, encontrando que la
muerte es lo nico lgico de la vida. Para luego romper el desconcertante silencio,
una carcajada sonora, seguida de alguna maldicin, festejada con muecas de hilari-
dad por algunos idiotas que gozaban placeres inenarrables al ver sufrir intensamen-
te a dos seres que ya no parecan humanos.
Mauricio Hochschild, con su amigo y colaborador, eran los que, parados con la faz
contra la pared, esperaban de un momento a otro la bendita bala que atravesando
el corazn pusiera fin a sus vidas y a ese sainete que a momentos horrorizaba aun a
los ms audaces y despiadados espectadores.
Basta! Basta! Mtanlos a su cuarto. Por esta noche no hay fusilamiento deca
el conductor de la farsa cruel.
Y otra vez eran ensoquillados en una pieza que haca las veces de crcel, para vol-
verse a sentir solos... Absolutamente solos, aun estando rodeados de mucha gente,
y otra vez tener que empezar a pelear con las enervantes tinieblas sembradas de
espeluznantes ruidos y rumores para concebir un poco de sueo y as escapar de
la prisin aunque fuera solamente con el pensamiento en el brioso y rpido corcel
del sueo. Sueo que cuando ya se lo estaba concibiendo trabajosamente, volva a
ser espantado por la presencia de dos encapuchados, que extendiendo un papelu-
cho y una pluma fuente hacan retumbar sus tambin disfrazadas voces.
Quieren su libertad? Ah... Firma un pagar por dos millones, y cuando en sus
oficinas lo abonen, salen libres.
Y despus de haber obtenido la firma ejecutada, aun en tan trgicas circunstancias
con pulso firme, desaparecer cual entrenados actores conocedores del lugar de las
escotillas del tablado teatral, en el papel de Mefistfeles en el grandioso drama del
inmortal Goethe. As, con estos actos teatrales, queriendo, no da a da, sino noche
a noche socavar la moral y romper el espritu de los dos hombres que ya haca das
que los tenan en su poder y que a cada momento se volvan un problema ms agu-
do, que exiga una rpida solucin.
26
Silencio! No hablen! Creo que pronto sabremos dnde est el seor Hochs-
child... La verdad! La verdad!...
Cualquier extrao que hubiera irrumpido en la habitacin que serva de sala de es-
tudio en el Departamento Nacional de Investigaciones hubiera asegurado con el
precio de su cabeza que se equivoc de sitio con la sala de recreo de alguna clnica
especializada en curas mentales, pues los seis individuos que rodeaban una peque-
a mesa, sobre la que tenan extendidas las palmas de sus manos, representaban
en sus juveniles caras expresiones indescriptibles, ya que de un segundo a otro, y
cual automticos anuncios de nen gas, las cambiaban. Unas veces registrando
franca consternacin o eminente jocosidad, para luego trastornarlas a una seriedad
digna de mejor causa y ocasin. Todo este monero era dirigido por el que se haba
hecho un apndice medio purulento pues a momentos llegaba a ser insoportable
de la oficina de investigaciones que dependa directamente de la Presidencia de la
Repblica, el bullicioso "Mudo", que era el nico que hablaba con tono cavernoso y
dramtico, pero cuya cara y destartalada figura promovan inconscientemente a una
hilaridad que por el momento estaba fuera del tiesto, ya que esa oficina estaba
atravesando por momentos de contornos dramticos al empearse en encontrar el
paradero de Hochschild y Blum.
Al mismo tiempo se dej or un fuerte tiroteo que vena de la calle y que parecan
disparos de fusilera, confundindose este tremendo alboroto con la campanilla del
telfono de la Direccin, que empez a sonar como poseda por alguna nima que
purgaba sus penas en alguna condena de parrilla. Este conglomerado de ruidos pro-
ducidos a un mismo tiempo hizo saltar de sus asientos a los pseudo espiritistas,
mientras que el teniente Vila, poseedor de la voz ronca, entraba por la puerta ata-
cado por una convulsiva explosin de risa, mientras segua burlndose de sus com-
paeros utilizando el anterior estribillo, que ahora lo repeta entrecortado por su
carcajada.
No oyen... No oyen...
El cuadro que representaba los seis muchachos espiritistas era estupendamente
cmico, pues como se encontraban en semioscuras, y Villa al ingresar prendiera la
fuerte lmpara elctrica, apenas si podan mantener los ojos abiertos, ya que las
pupilas, heridas sbitamente por los refulgentes rayos de la ampolleta moderna, se
negaban a mantener los prpados abiertos, de tal suerte que ninguno de ellos se
atreva a moverse y estrangular al teniente Villa, as dando rienda suelta al impulso
que por un momento todos sentan bullir en sus perplejos cerebros.
Este acto de desorden, cuyo ordenamiento se vena desarrollando en mocin lenta,
fue apresurado en su proceso por la intempestiva entrada del director, que vocifer
a voz en cuello:
Revolucin!
Un solo minuto deben haber tardado todos en recuperar sus cinco sentidos y asimi-
lar la nica palabra que Luis Adrin haba pronunciado airadamente mientras se se-
gua escuchando el intenso tiroteo, en tanto que el telfono de la pieza de al lado
segua haciendo funcionar su campanilla con una insistencia tan brava que pareca
que de un momento a otro rajara su envoltura de baquelita negra.
Qu revolucin, ni qu revolucin!... Villa fue el primero en hablar . Todo ese
tiroteo no es ms que el desfile de teas del cinco de agosto por la noche y como
nadie pareca entenderlo, volvi a hablar para aclarar : Seor Adrin, si maana
es el seis de agosto... Da de nuestra patria... Da de Bolivia... termin, acentuan-
do enrgicamente toda su ltima fase.
27
tropa que lo ayude en bajar los fondos, ya que viene l solo y hace cargar la camio-
neta con los soldados de la cocina y se va callado la boca; sin cruzar palabra algu-
na, y nadie sabe a dnde va, pues la camioneta no est en el Regimiento y slo vie-
ne a las horas que le indiqu, teniendo en cuenta que ese vehculo pertenece a la
unidad rodante del regimiento "Calama". Hay algo raro termin Villa, tomando un
trago de caf bien tinto y caliente que recientemente le haban servido.
No creo que eso tenga nada de raro, ni encierre un misterio. Usted sabe que
puede haber patrullas o algn otro servicio del Regimiento... quiso aplacar Luis la
imaginativa mente de su lugarteniente.
Pero es que hay una cosa ms.
Y qu es eso que tanto le fatiga y que no me ha avisado, pues parece que se es-
tuviera confesando conmigo? Luis le dio a Villa una palmada sobre su reclinada
espalda.
Mire, seor Adrin empez Villa con mucho bro . Ya le he dicho que esto no
tiene nada que ver con la investigacin que nos ocupa estos das, no es cierto?
aclar . Lo que le voy a narrar es el fruto de mi eterna curiosidad y nada ms. As
que le ruego tomarlo con calma.
Perdn, Gastn, vamos a ver qu es lo que pasa fue la excusa de Luis por su
apresuramiento en haber juzgado las cosas.
Yo siempre me fijo en el marcador de kilmetros de los vehculos del Regimiento,
pues es parte de mi deber. Esta camioneta, los primeros das recorra ms kilme-
tros que estos ltimos das; quiere decir que antes llevaba el rancho ms lejos. Ve
usted? inquiri muy seriamente Villa.
No veo nada en eso, si no que el destacamento o lo que fuera se ha trasladado
de lugar, eso es todo. Probablemente que el sitio no les convena, por estar justa-
mente lejos, y ahora se vino, como usted deca, ms cerca a su base. Conforme?
Conforme hasta cierto punto segua el impaciente teniente.
Bueno. Y ahora se fij usted en el kilometraje? pregunt Adrin.
Nooo... perooo... balbuce el oficial.
Ah est la cosa. Fjese a la hora del almuerzo, y ver que sigue haciendo el mis-
mo recorrido. Como le dije, se modific el estacionamiento del destacamento, por
estar muy lejos y nada ms, y fuera de eso a lo mejor que la camioneta no slo
acarree el rancho, puede que tenga que cumplir otras diligencias.
Eso no, seor, porque al principio cada vez marcaba la misma distancia larga, pe-
ro el mismo recorrido, y despus marcaba ms corta, y siempre la misma distancia
aclar Villa.
Pero eso no tiene importancia termin la explicacin que Luis le diera, explica-
cin que pareca que caa en el vaco, pues a todas luces se poda comprobar que el
subteniente Gastn Villa no estaba de acuerdo con ella, y as lo demostraron sus pa-
labras.
Me voy a fijar a la hora del almuerzo, y veremos. Pero hay otra cosa termin
diciendo.
Y qu es eso?... insinu Adrin, mientras pagaba la cuenta a un trasnochado
mozo, que no haca ningn esfuerzo en disimularlo, ya que bostezaba como un
hambriento hipoptamo.
Que el teniente Valdez, Nstor Valdez, el ayudante de la Direccin General de Po-
licas, a quien le debiera dar la copia del parte del Regimiento que est destinado a
la Direccin General de Policas, no fue a su oficina, y esto tambin ocurre desde el
lunes.
Villa segua hablando de sentado, mientras que Luis ya se haba puesto de pie y se
aprestaba a salir del boliche, donde como desayuno apenas haban podido ingerir
una taza de caf.
Pero a lo mejor el teniente Valdez est enfermo, Villa. Usted ya sobrepasa el lmi-
te de la susceptibilidad, mi buen amigo lo rega amablemente Luis, para luego
seguir : Vamos, Villa, que quiero llegar temprano a la oficina.
Si, seor dijo Villa, que no se daba por vencido . Pero ayer por la tarde la se-
ora de Valdez, a quien yo conozco de vista solamente, estaba hablando y llorique-
ando ante el mayor Eguino cuando ste sala de Palacio.
Pero Villa, usted realmente encuentra cosas donde no hay. No ha pensado por ca-
sualidad que la seora de Valdez seguramente le estaba explicando al mayor Eguino
por qu su esposo no va a trabajar? No es lo ms lgico? A ver, dgame si tengo o
no razn... concluy Luis cuando ya haban caminado como una cuadra en direc-
cin al Departamento Nacional de Investigaciones.
28
Y MIENTRAS TANTO...
Mientras los acordes del himno boliviano fustigaban la atmsfera que cubre la tierra
de este pas tan celosamente prisionero en sus lmites fronterizos, desde los verdes
bosques del Oriente hasta las desoladas y largas pampas ribeteadas de montaas
eternamente nevadas de la estepa altiplnica, dos palas, dos simples herramientas
de labranza golpeaban la costra dura con que cubre su arrugada faz la tierra en la
rocosa y siempre blanca regin del majestuoso Chacaltaya, enorme montaa, muy
cerca de la ciudad de La Paz.
Pero esta vez los sagrados instrumentos de trabajo y creacin frtil, en vez de ser
manejadas por las hbiles manos de un labrador o las encallecidas y robustas pal-
mas de un minero, eran apenas maniobradas por cuatro enclenques brazos de dos
individuos que fuera de ser nefitos en estos trances, tambin era un par de hom-
bres dominados por el terror y la angustia, que a cada momento les haca resbalar
de las manos el noble adminculo, ya que el sudor, en vez de servir como fijador de
la pala en la mano, pareca hacer las veces de resbaladiza sustancia, razn por la
que el trabajo era lento y penoso.
Golpe tras golpe asestado al cuerpo macizo del violceo terreno era rechazado con
centelleantes chispas, como seal de furia y de dolor al ser herido el seno de esta
tierra india. Y golpe tras golpe los cuatro brazos pertenecientes a dos trmulos
hombrecillos volvan a insistir.
Esa ardua tarea ya duraba horas, pues se haba comenzado cuando la luna era solo
un tajo en el negrsimo teln de la noche, y ya los rayos del sol calentaban un poco
el frgido ambiente cordillerano.
Aprate... T dijo un sargento, que evidentemente era el jefe del pelotn, a
uno de los dos trabajadores . Siempre te distinguiste por burro y flojo! termin
su agresiva amonestacin, mientras que el aludido bajaba an ms su encorvada
cerviz, en tanto que sus diminutos y achinados ojillos rodaban dentro de sus cavi-
dades de derecha a izquierda y viceversa.
Ya, pue!... Ya, pue!... volva a insistir el bellaco, que acompaaba sus pala-
bras con ademanes hostiles ayudado por un fino palito que haciendo las veces de
culebreante latiguillo golpeaba las botas de su amo o los lomos del holgazn.
Ya, pue!... Ya pue!... segua Mximo Cullar, cuyo apellido, sumado al acento
en el modo de hablar, aseguraban que su cuna natal fue mecida por las clidas bri-
sas benianas.
Listo, mi sargento fueron las nicas palabras que uno de los dos trabajadores
pronunci, mientras que sosteniendo la pala con la mano izquierda, con el dorso de
su diestra se secaba las gruesas y cristalinas gotas de sudor que se prendan a su
estrecha frente, al mismo tiempo que sus encapotados ojos se fijaban en su obra
recin terminada: una fosa cavada en el centro de un ventisquero cordillerano.
El sargento no oy decir ms, y rpidamente orden:
Ya a la camioneta. Vamos, todos. Rpido, ya, pue!
Todos. Eran el chofer y los dos individuos que haban estado cavando las sepulturas,
largas, hondas, negras y con la muerte agazapada en el fondo vida para hundir sus
garras en el festn que le dieran. Mientras que el hombrecillo, el flojo, el de los ro-
dadores ojillos, saltando por el filo del camino se hunda en la nieve fofa y fra que
flanqueaba a ste, y entre tumbos y saltos corra como alma que lleva el diablo, en
tanto que su compaero, sentado en la plataforma de la camioneta que ya mar-
chaba , slo atinaba a mirarlo, mientras que el sargento, parado en el estribo del
vehculo, ruga fuera de s:
Maldito seas! Te has vuelto loco...
29
Si yo saba que tena razn... Claro que tena razn! Mira, negro llamando a
Freudenthal por su apodo en el Departamento, y se revolvi para mostrarle el peda-
zo de papel donde se vea un garabateo de nmeros . Mira, y dime si no tengo
razn. La distancia que recorre esta camioneta al llevar rancho es otra vez diferen-
te, y con sta, esa tropa a la que llevan alimento de ac cambi de lugar por tercera
vez. La primera eran unos diez kilmetros del cuartel. La segunda vez, a un kilme-
tro, ms o menos, y esta vez unos tres y medio. No puede ser que un pelotn cam-
bie de ubicacin tres veces tan rpidamente. Ac hay gato encerrado, hermano, y
te juro que esta noche lo sabremos!
30
...Y efectivamente esa noche, tres individuos sentados en una camioneta esperaban
el paso de otra similar, con el firme propsito de saber cul era la ruta que segua y
a dnde acarreaba desde haca das comida suficiente como para nutrir una
veintena de hombres.
Villa, tomar esta calle? quiso asegurarse Adrin, que se encontraba sentado
al volante del vehculo que hara las veces de sombra fatdica a otro idntico.
Ms que seguro, seor, como que la otra calle de salida, gracias a la voluntad de
unos agentes, la dejamos que pareca una trinchera termin el aludido ahogando
una risa, gesto muy raro en l.
Est bien. Qu hora es, Freudenthal? dijo Luis, despus de levantarse la man-
ga del saco de su lado izquierdo y comprobar que no usaba reloj.
Ocho y media.
Esperaremos fue todo lo que Luis dijo, arrellanndose en el asiento de cuero y
prendiendo un cigarrillo, despus de invitar con otros a sus amigos.
Raro, como el humo del cigarrillo pudiera servir como teln plateado, donde se re-
producen escenas ya vividas. Raro no era, slo por la fatiga cavilaba Luis, y las
imgenes que ahora divisaba entre espirales de humo espesor que despeda por sus
apretados labios gruesos, eran recuerdos de haca pocas horas atrs.
cariz internacional que sera muy desagradable para todos. Me entiende usted, por
supuesto.
Por supuesto que se le entenda. La cosa era ms que grave. Tcitamente se plan-
teaba una reclamacin diplomtica, aunque Villarroel hubiera utilizado otras pala-
bras.
Y yo continu el Presidente de la nacin predilecta del Libertador Simn Bolvar
me he comprometido a que se los encuentre, y por Dios que se los encontrar!
y subray sus ltimas palabras pegando un puetazo sobre su escritorio haciendo
saltar unas gotas de tinta de un tintero que ya no se lo usaba, pero que aun conser-
vaba un poco de ese lquido viscoso y medio negro . Ya habl con el jefe de Polica
y l me asegur estar haciendo lo imposible para dar con los seores Hochschild y
Blum, y usted qu dice? Qu de nuevo tiene que contarme?
Mi coronel empez Luis , hay un solo dato que podra agregar a los que ya
usted sabe, pues espero que recibir nuestros partes diarios pregunt el director
del Departamento Nacional de Investigaciones.
Claro que recibo los informes, pero qu me iba a decir? insisti Villarroel, que
en esos das estaba muy propenso a perder los estribos de casi nada.
Mi coronel, lo que voy a decir es una simple suposicin, pero usted comprende que
no hay que dejar ni una piedra sin levantar en un caso como este.
Entiendo, Adrin, entiendo volvi a cortar Villarroel . Pero qu es lo que ha
encontrado usted? Villarroel ya se pona de un mal humor visto a todas luces, pe-
ro Adrin volvi a su estribillo.
Tenga usted en cuenta que slo es una suposicin Adrin otra vez no pudo
terminar, porque el Presidente, levantndose, dirigi sus pasos a donde estaba Luis
y habl muy serenamente slo cuando se encontraba frente a ste.
Comprendo. Adrin. No se alarme.
Mi coronel, la casa de Obrajes. Esa casa solitaria, de la que ya usted tiene infor-
mes, donde positivamente se sabe que haba mucha gente armada por slo unos
das a partir del domingo en que Hochschild y Blum desaparecieron, y donde tam-
bin se hallaron esas cenizas que se identificaron como de un cigarro de tabaco muy
fino. Es de la seora Carmen Palma...
El momento que Adrin demor para inhalar aire y seguir hablando, Villarroel le di-
jo:
Pero qu de raro encuentra usted en eso?
Que la casa la alquila el director general de Polica. El mayor Jorge Eguino con-
test secamente el jefe del Departamento Nacional de Investigaciones.
Solo, pero solo por un momento le pareci a Luis Adrin advertir como si una som-
bra blanca pasara entre los dos, reflejando su color sobre el rostro de Villarroel, pa-
ra luego sentir, no un grito ni un alarido, sino una carcajada, pero tan rara y fuerte
que pareca que al salir por la garganta del Presidente araaba su esfago.
Adrin, est usted mal deca Villarroel que aun no poda contener la risa que
por un momento lo haba hecho cimbrar ntegramente . Est usted mal. Es ridcu-
lo. Hasta el pensarlo es ridculo.
Y Luis, que sentado sobre la camioneta haba encendido otro cigarrillo, todava le
pareca escuchar la entrecortada voz de su excelencia: "Adrin, es ridculo! Es rid-
culo! Ridculo!"
Realmente, pensando ahora sobre la entrevista que esa tarde haba tenido con el
Presidente, los temores de que Eguino y alguno de sus colaboradores hubiesen teni-
do algo que hacer con el desaparecimiento de los doctores Mauricio Hochschild y
Adolfo Blum parecan ridculos.
Ya viene la camioneta!
Fueron las palabras de Freudenthal que devolvieron a Luis a tierra firme, y dejando
que la esperada camioneta le tomara la delantera de unos treinta metros encendi
el motor de la suya y empez a seguirla muy prudentemente.
El zigzaguear y el subir y bajar de las calles de La Paz, por momentos haca la tarea
de seguirla, ms que cansada, difcil, hasta que despus de haber cruzado una gran
rea de la parte antigua de la ciudad por donde se encuentra la Plaza Murillo, des-
emboc al ms espacioso barrio de Miraflores y despus de correr por una de sus
amplias avenidas volvi a tomar otras tortuosas callejuelas, y otra vez hubo el te-
mor de perderla de vista y echar por tierra todo el trabajo que a lo mejor daba fru-
tos inesperados, como sucede casi en toda investigacin cuando el detalle ms in-
significante o absurdo, con el correr de las cosas y las circunstancias, se torna en
ser la llave del misterio.
La camioneta, que solamente llevaba dos turriles que tan pronto estaban al costa-
do derecho como al izquierdo dependiendo de las curvas del camino ahora volva
a embalar por otra avenida del mismo barrio para luego volver a zambullirse una
vez ms en estrechas callecitas hasta agarrar una que en pocos momentos dej de
ser calle y se volva un campo abierto de chacras y sembrados por un lado y por el
otro con una que otra edificacin levantada a grandes distancias. En esta calle lla-
mada Catavi la camioneta detuvo su marcha frente a una casa de aspecto humilde,
pero de trazos modernos, ubicada donde la calle ya no se poda prolongar ms,
pues estaba rematada por una pared de adobe sin revoque alguno.
Adrin detuvo el vehculo que conduca a unos ochenta metros de distancia, y encu-
bierto por la sombra de un enorme sauce llorn haca que el bulto de la camioneta
que le haba servido tan eficazmente no fuera descubierta, aun por ojos que fueran
muy perspicaces y que estuvieran acostumbrados a la oscuridad.
Freudenthal, que haca un movimiento para abrir la puerta y salir, fue retenido por
Villa.
Espera que se vayan.
En ese transcurso de segundos aparecieron varios hombres que por la distancia no
se los poda identificar. Pero que era fcil de suponer que estaban a la espera de la
camioneta, pues haban salido de la casa al sentir el ruido del motor de sta.
Silenciosamente descargaron los turriles, y estacionando la camioneta bien pegada
a las paredes de la casa se volvieron a meter a su por ahora vivienda, y no qued
un alma en la calle.
Quin de ustedes se queda? Hay que vigilar la casa haba resuelto Adrin.
Creo que a m me toca fue Villa el que habl.
Bueno. Maana en este mismo lugar a las siete de la maana dijo Luis, mien-
tras dejaba que la camioneta rodara hacia atrs por la leve pendiente para no hacer
ruido alguno, y Villa, subindose el cuello del abrigo hasta ms arriba de sus despe-
gadas orejas, se dilua en la oscuridad de la noche que rpidamente se haba pobla-
do de sombras raras.
31
las losas sueltas de la calle, haciendo salpicar estancada agua a cada golpe seco que
descargaba, era el nico ruido que se escuchaba.
32
Y MIENTRAS TANTO...
No slo por eso los he llamado. De esta manera Eguino puso fin a la filpica que
Escobar preparaba a Guzmn, no porque hubiera cometido algn error sino por el
mero hecho de descargar sus encrispados nervios.
Pero hay algo ms? interrog sorprendido Valencia, que tambin haba sufrido
por el mal trato de que haba sido objeto uno de sus colaboradores ms adictos a su
persona por parte del comandante de la Brigada Departamental de Polica.
El sargento que fue a preparar los estuches para los dos hombres en Chacaltaya,
dio parte de que estn listos. Al mencionar esto, el temor que los tena apretuja-
dos en sus garras parece que cedi un poco y se not que una que otra comisura de
las bocas se corrieron a la parte alta de sus respectivas caras, pero las palabras que
siguieron volvieron a desterrar ese pequeo alivio que haban sentido por un fugaz
segundo. Pero uno de los carabineros que las cav huy y nadie lo puede encon-
trar hasta ahora.
Ninguno de los cinco hombres que se hallaban en el despacho del director general
de Polica de Bolivia reaccion, ni aun para contestar el telfono que en ese momen-
to empezaba a llamar. Eguino, despus de un momento, sin descolgar el tubo por lo
menos para saber quin era el intruso que interrumpa en tan trgicos momentos la
urgente reunin, pas la comunicacin a otro lugar donde no fuera tan inoportuna
haciendo girar un conmutador que se encontraba al lado del aparato, que ahora
volva a permanecer silencioso.
Entonces el asunto de Chacaltaya queda anulado orden brevemente Escobar,
que ahora volva a ser la persona serena, tranquila y calculadora que tantas lgri-
mas acarre tras su rpido paso por las pginas rojas de la historia boliviana . Y a
los dos hombres hay que cambiarlos de lugar. Esta noche Valencia y Eguino vengan
a mi casa y veremos. En cuanto al intruso que los encontr, que Dios lo ayude y
concluy su satnica sentencia apretando sus delgados labios con una de sus dimi-
nutas manos.
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Pues usted sabe que estas cosas son de incumbencia directa de la polica. Y des-
pus de una breve pausa, como para saborear el plato que se serva, aadi : No
se preocupe, seor Goldberg. No se preocupe. Dnde lo puedo llevar? termin
diciendo sbitamente el capitn Jos Escobar, que mientras hablaba con angelical
acento y convencedor nfasis, demostrando su maestra y agrado en jugar con los
sentimientos ajenos, haba agarrado a Goldberg por un brazo y entre frase y frase
ya se encontraban a media cuadra del Ministerio de Gobierno y justamente al lado
del vehculo de la Jefatura de Polica.
No, gracias, tengo mi coche, capitn se disculp Goldberg, que en ese momen-
to no encontraba el camino que deba seguir.
Escobar lo haba confundido totalmente y ahora, cuando se negaba a acompaarlo
en su coche, el jefe de Polica segua parado al lado de la puerta abierta de ste,
como invitndolo a marcharse y dejar sin efecto la tentativa de entrevistar al mi-
nistro de Gobierno ya sea en un auto o en el otro. Pero lo sugerido no admita ne-
gativa alguna, por lo que abriendo la puerta de su propio sedan se coloc al volante
y haciendo un ademn de despedida arranc.
34
Gerardo Goldberg, en los ltimos das, debido al desgaste nervioso a que estaba su-
jeto, ya haba perdido unos cuatro kilos de peso, razn por la que toda camisa que
se pona haca suponer que las haba heredado de alguna persona de mayor volu-
men fsico que l, y que por algn capricho inscripto en la testamentara del extinto
tendra que usarlas indefectiblemente todos los das, a la sola mencin de que haba
algo de urgencia su mente capt el significado de esta palabra y rpidamente la
bord con las ms negras ideas que le correteaban por la cabeza.
No les hicieron nada? pregunt con desolado acento.
Tranquilcese, pues est usted ms nervioso que yo le dijo Luis.
No es para menos. Esta duda, da y noche. Esto de tener esperanza en algo y
despus perderla... Qu hay de nuevo, seor Adrin?
Que la casa donde la camioneta lleva rancho en Miraflores es de un abogado Pra-
do.
A m no me parece que eso tenga nada que ver con el asunto. O tiene? pre-
gunt don Gerardo.
Estoy de acuerdo, pero resulta que esa casa fue recientemente alquilada por...
Y Luis Adrin inconscientemente hizo una breve pausa, aguijoneando ms la expec-
tativa de su sobresaltado oyente, para concluir secamente : Eguino. Jorge Eguino.
Adrin esper un momento a que Goldberg le dijera algo, pero viendo que eso no
ocurrira por algunos minutos ms, continu:
La solitaria casa de Obrajes tambin fue alquilada por Eguino, y tambin ah hab-
a mucha gente, como en sta, y a deducir por los kilmetros recorridos en los pri-
meros das, la camioneta del "Calama" llegaba hasta esa casa. Despus este mismo
vehculo haca un recorrido ms corto, y el tiempo concuas con que en la casa de
Obrajes ya no se notaba esa aglomeracin de gente y otra vez estaba desierta, y
despus la camioneta volvi a cambiar su recorrido, hacindolo un poco ms largo,
y anoche se la sigui hasta la calle Catavi, en Miraflores, y esta maana se constat
que esa vivienda tambin fue alquilada por el mayor Eguino, recientemente. As que
en total tenemos el siguiente cuadro. Luis, antes de pintar su terico cuadro,
tom asiento, pues hasta ahora se haba mantenido de pie y sin caminar : Hay
dos casas que son alquiladas por Eguino, y donde en diferentes tiempos hay un
gento que es aprovisionado con comida por una camioneta que la lleva desde las
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Ya haca un buen rato que las doce de la maana haban marcado las agujas del re-
loj del automvil en el que en su asiento de conductor estaba fumando muy
tranquilo mister Warren Dean, cuando Adrin, que sali apresuradamente del mo-
derno edificio donde las oficinas del minero Hochschild ocupaban todo el segundo
piso, se acomod en el asiento de al lado y le dijo:
Mister Warren Dean, vamos, que ya es hora de comer algo, pues as lo dice mi
estmago, ya que no tengo reloj.
Warren Dean no contest, sino que, haciendo un profundo seco con el humo plomi-
zo de su cigarrillo, sealaba con un movimiento de su cabeza a otro coche que sala
de su estacionamiento, un poco ms abajo del que ocupaba el vehculo del nortea-
mericano.
Y...? pregunt Luis arqueando un poco las cejas.
La patente dijo Dean secamente.
Qu hay con la patente de ese coche? prorrumpi Luis un poco molesto.
Ese coche se estacion exactamente detrs del de Goldberg, porque parece que
lo vena siguiendo, y despus de esperar un momento ahora se va, y esa patente
termina en dieciocho, y ese coche es de color negro.
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Ese da pareca estar destinado a las grandes sorpresas. Sorpresa?... Hasta cierto
punto, ya que todo lo que pasaba en un modo o en otro se esperaba encontrar, de
ah que el haber descubierto que el coche de la Jefatura de Policas haba sido el
vehculo utilizado en el secuestro de Hochschild y de Blum, si bien era un poco des-
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Por lo visto ni Adrin ni Dean, desde que haban regresado de la Direccin Departa-
mental de Trnsito, y se haban sentado el uno frente al otro en la Direccin del De-
partamento Nacional de Investigaciones, estaban destinados a olvidarse de la ttri-
ca narracin de las fosas cavadas en el majestuoso y siempre nevado Chacaltaya,
pues a los pocos minutos que sali Villa el telfono sonaba insistentemente siendo
descolgado por el secretario, seor Oscar Soria, que luego de unos segundos, gi-
rando sobre sus talones en una semvuelta, se dirigi a Adrin:
El seor Goldberg dijo, al mismo tiempo que tapaba la bocina del fono con la
palma de la mano izquierda.
Hablar contest Luis, mientras se levantaba cual individuo que se encuentra
en el mejor de los sueos y es despiadadamente despertado.
Hola, don Gerardo! Cmo le va? fue todo lo que se escuch, y un silencio que
creca ms y ms se empez a cernir sobre las cuatro paredes del recinto. Silencio
que por momentos se haca horriblemente bullicioso, justamente a raz de ser un
absoluto silencio.
Mster Dean y Soria se miraban con marcada muestra de curiosidad, que desapare-
ci rpidamente cuando Adrin termin:
Muy bien, gracias, y no se preocupe tanto, que las sombras ya van tomando lne-
as de formas, don Gerardo.
Soria fue el primero en hacer saltar la pregunta que se adivinaba que tambin mis-
ter Dean tena al filo de sus dientes:
Qu hay, Lucho?
Lo que Villa nos acaba de informar, pero de otra fuente y con un poco ms de de-
talles.
Cmo es el asunto? mister Dean larg la pregunta que le quemaba los labios.
Bueno... empez lentamente Adrin, mientras se pasaba su dedo ndice por la
boca, como lo haca cuando estaba preocupado . Goldberg dice que recibi un te-
lefonazo de un sujeto que no quiso identificarse, y que le relat el mismo asunto
que Villa nos inform. Lo del carabinero que escap de Chacaltaya despus de haber
cavado dos fosas, pero este informante agrega que tan slo porque el soldado huy
es que no se llev a cabo el plan que haba de fusilar y enterrar en esas desiertas
tumbas a Hochschild y Blum. Cuando Goldberg le pregunt quines eran los que lle-
varan a efecto este brbaro atentado, dice que le contest muy secamente: "Dos
privilegiados"; y cuando don Gerardo le pregunt qu le costaran los datos que
acababa de escuchar, el desconocido, al otro extremo del telfono, concretamente y
con toda seguridad en el tono de su voz, le dijo: No se apure, ya llegar el da y le
costar mucho", y colg el telfono.
Se da cuenta, Adrin, que la cosa es ms seria de lo que se pensaba? pre-
gunt mister Dean.
S Adrin fue escueto. Escuetsimo en su contestacin.
Claro que la cosa es seria. Hochschild y Blum estn en manos de unos fanticos,
y slo Dios sabe fanticos por qu son o por quines. Pero son fanticos, o locos
Dean por momentos se olvidaba de estar hablando a otra persona, y casi todas sus
anotaciones al margen de sus pensamientos las haca en voz alta , ya que se con-
sidera un "privilegio" el matar a cierta gente, que gracias a la cobarda de un cara-
binero estn ahora vivos. Pero que volvern a intentarlo, estoy tan seguro, que se
lo dara por escrito habl Dean al mismo tiempo que se levantaba de la silla donde
haba estado sentado, aadiendo : Nos veremos en su departamento a las ocho y
treinta. Ahora me voy porque tengo que mandar unos informes urgentes. Y sin
decir ms desapareci por la puerta que daba de la Direccin a la secretara.
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go y rpido. Peg con los nudillos de su empuada mano dos golpes secos, seguidos
de un tercero, que por ser ms leve pareca ser ms prolongado. Casi inmediata-
mente la puerta fue abierta, y el misterioso hombre se perdi de vista para Jaime
Vergara y el "Mudo", que, agazapados detrs de unas paredes que en sus buenos
tiempos haban sido encargadas de limitar linderos entre sembrados , observaban
con creciente inters cualquier cosa que sucediera en la casa o sus alrededores.
Quin es? pregunt el "Mudo", que no haba tradicin de que en algn tiempo
reciente o lejano se quedara callado.
No estoy muy seguro, pero creo que es un seor que lo he visto en las oficinas de
la Polica coment Vergara.
Pero si lo has visto, debes saber quin es!... insisti el "Mudo" con su manera
atropellada de hablar . Pero cmo no vas a estar seguro de quin es? segua el
"Mudo", cual elctrico taladro que una vez que ha sido enchufado no para hasta que
se le corte la corriente aunque ya no tenga nada que taladrar.
No me acuerdo. Ya Vergara empezaba a sentir que su sangre se le alborotaba,
y su tono de voz daba cuenta clara de esto.
Pero es increble que no sepas quin es... Yo, cuando veo a una persona, me
acuerdo siempre, pues... El "Mudo" estaba destinado a no terminar de hablar,
porque Jaime, ya encendido como un fsforo de bengala, le salt:
T sers pedazo de mamarracho, pero yo... como si en ese momento en su
mente se hubiera corrido un imaginario velo, que le descubri la identidad del suje-
to que haba sido el objeto de todo este insulso cambio de palabras, y entonces
sbitamente, hacindosele presente la reaccin humana en el sentido de la reconci-
liacin que cuando colegiales generalmente se traduce en el acto de invitar dulces, o
cualquier otra golosina, al camarada que segundos antes, sin piedad ni vergenza,
se arremeti a trompada limpia, con una que otra patada en las canillas, sali a flor
de piel en Jaime Vergara, que sacando un paquete de cigarrillos del bolsillo de su
chaqueta, extendiendo la mano hacia el "Mudo", le dijo : Srvete, son americanos.
El "Mudo", con su proverbial cara dura y desenfado, se sirvi un cigarrillo, haciendo
caso omiso del hidalgo acto de su amigo, a quien le volvi a refregar:
Te acordaste de su nombre?
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Adrin no haba esperado este desenlace tan rpido, aunque as lo previnieron Dean
y Hubber cuando horas antes se discuta esta situacin. En fin, qu importaba
quin tena o no razn, y tambin qu importaba si una corazonada y nada ms que
una corazonada haba sido el factor decisivo para que en este momento Adrin y
Vergara estuvieran viendo la realidad de las cosas, aunque a muy larga distancia,
pero ver cmo en el silencio de un amanecer silencio slo quebrado por el cantar
de un gallo muy madrugador cautelosamente y cual seres sin cuerpos materiales
deslizar a una docena de hombres sus cuerpos de un lado para otro y formar un
crculo amplio, de vigilancia o de guardia? Y de repente abrirse ese aro y resaltar en
su centro otro grupo ms reducido. Solamente cuatro personas. Dos bastante altas
y fornidas, y las otras dos ms pequeas. Ms diminutas.
Las pupilas de los ojos de ambos investigadores, parecan que de un momento a
otro saltaran de sus rbitas al hacer inauditos esfuerzos para traspasar la densa
cortina de las tinieblas y acortar la distancia. Siendo el nico resultado de tal trabajo
un profundo dolor que se ubic entre ceja y ceja.
Un parpadeo ms prolongado de parte de los vigilantes borr a los cuatro bultos del
negro escenario y slo hirieron sus dilatadas pupilas los cuatro haces de luz de dos
vehculos que, con zumbantes motores, arrancaban con el acelerador a fondo.
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Y MIENTRAS TANTO...
Ya haca una y muy cerca de dos horas que los rayos del glorioso sol matutino se
estrellaba contra los parabrisas de dos vehculos, cuyos recalentados motores los
haban arrastrado a fantstica velocidad a travs de calles desiertas y luego sobre
polvorientos cerros, nico aporte de la naturaleza a la belleza de ese panorama, ya
que a trechos subiendo del gris sucio hasta el violeta oscuro, rpidamente torn-
banse en plomo pizarra que a su vez era desplazado por un rojo muerto. Un rojo de
sangre coagulada. Pararon bruscamente al ver un auto que estacionado en el centro
del estrecho camino, a unos veinte metros de la curva que vencan, haca el paso
infranqueable.
Demoraron mucho. Qu les pas? pregunt Jorge Eguino, que haba llamado a
uno de los hombres que estando sentado al lado del chfer sali antes de que se
parara totalmente el vehculo.
Tuvimos que andar con mucha cautela mi mayor. El capitn Prado nos indic que
la casa estaba vigilada.
Pero si a esos detectives esta tarde ya los llevamos corriendo a otra parte detrs
de una camioneta observ Eguino . Podan haberse apurado ms. Tenga usted
en cuenta que ahora tienen que caminar, pues los autos se regresan de ac ter-
min Eguino.
No hay camino de autos? se aventur a interrogar Valdez, que hablaba gil-
mente.
Claro que hay, pero es mejor tomar este atajo. As por las dudas se est ms se-
guro, y usted sabe que la seguridad est ante todo ri el director general de Polic-
a.
Es su orden, mi mayor fue la abnegada respuesta de Valdez, quien se dispona
a dar rdenes para proseguir a pie por el indicado camino de herradura, cuando fue
llamado por Eguino, que le dijo:
Espere un momento, hasta que me vaya y luego de un espacio . No quiero
verlos aclar Jorge Eguino, que ahora, sentado al volante de su coche, efectuaba
una sarta de maniobras y se pona a salvo de tan embarazoso encuentro detrs de
una curva del camino.
Vamos, seores empez Valdez, al mismo tiempo que abriendo una puerta del
vehculo que acababa de llegar daba paso a dos hombres.
Hombres? Era la pregunta que se haca sentir de inmediato. Deban haber sido, pe-
ro ahora no eran sino dos fantoches barbudos y mugrientos, cuya piel al perder el
cuerpo por lo menos dos o tres libras de peso por da de angustia pasada colgaba
flcida y acartonada, especialmente por las mejillas.
Qu horroroso crimen haban cometido? De qu salvajes barbaridades se les
echaba la culpa o qu acto antihumano haban perpetrado? Y as preguntas y ms
preguntas surgan del pensamiento de unos cuantos espectadores mudos, de este
41
Mientras Luis, parado bajo una ducha de agua helada haca todo lo posible por des-
pertar, pues el cansancio del da anterior seguido de su desesperante noche, llena
de espacios interminables y de enervante desvelo, haba hecho que ste cayera en
su lecho muerto de fatiga y sueo, el timbre de la puerta de su departamento volva
a retumbar insistentemente y slo dej de escucharse su endiablado tintineo para
dar paso a la sonora voz de Mr. Dean, que alegremente bromeaba.
Bueno!... Parece que la oficina se ha trasladado ac. Y efectivamente, pareca
que las oficinas del Departamento Nacional de Investigaciones se hubieran traslada-
do en su integridad al pequeo departamento de Adrin, ya que eran pocos los fun-
cionarios de la mencionada reparticin que faltaban.
Y cmo est? exclam Dean, palmoteando fuertemente la desnuda espalda del
director del Departamento que en ese momento sala del bao para reunirse con sus
colaboradores, que al no encontrarlo en las dependencias de la calle Jenaro SanJi-
nes, uno por uno haban acudido en discreta escapatoria hasta la vivienda de su
amigo, pensando que algo malo le acaeca, y as encontrndose todos reunidos al-
rededor de ste, que cubrindose con una toalla grande reaccionaba en contra de
los formidables manotazos que le propin su amigo del norte al saludarlo alegre-
mente.
Luis... Muy bien. Vergara ya me cont lo de anoche.
Qu opina usted, mister Dean replic Adrin, retirndose unos pasos fuera del
alcance de la enorme mano de Warren Dean, que a lo mejor en otra explosin de
entusiasmo si no le quebraba algn frgil hueso de la espalda por lo menos le deja-
ba estampadas sus impresiones digitales sobre su piel.
La cosa es cada da ms grave. Dean habl y tom asiento al filo del brazo de
un silln, estirando sus largas piernas.
Cmo, grave? inquiri Jaime Vergara.
Si, Jaime, grave para nosotros aclar Dean. Vergara lo mir y una sonrisa ir-
nica jug en sus partidos labios. Probablemente sin comprender bien el alcance de
la aseveracin que en este instante haca el entrenado investigador de la F.B.I.
Mientras que por los ojos de Adrin cruzaron sombras que no pasaron desapercibi-
das para la mirada escudriadora del americano, quien dirigise a todo el grupo de
agentes que haban sido sus discpulos.
Vamos a ver en que pie estamos parados dijo Dean, que tena la mala costum-
bre de hablar en castellano pero siempre pensar en su idioma natal, y que ahora
desplegando su enorme humanidad se pona de pie, en tanto que su auditorio se
sentaba como dispuesto a repasar una de las acostumbradas clases en el Departa-
mento Nacional de Investigaciones que se las haba suspendido por que el arduo
trabajo que demandaba la investigacin del secuestro de los seores Hochschild y
Blum.
Los seores Hochschild y Blum desaparecen el domingo 30 de julio a las tres de
la tarde ms o menos, en la Villa de Obrajes empez el agente del F.B.I. a ver "en
qu pie estaban parados", como l haba dicho, y luego de repasar los primeros in-
cidentes del secuestro Hochschild un pequeo silencio marc el tiempo que Dean,
sacando un cigarrillo, lo encendi, y despus de saborear unos cuantos secos prosi-
gue con la etapa en que hizo su aparicin el "Mudo" y Vergara encuentra las cenizas
de un cigarro, constituyendo el primer jaln del arduo camino que se tena que re-
correr.
En un intervalo que hizo mister Dean, como todo el mundo guardaba un profundo
silencio se escuch el insistente bocineo de un coche probablemente estacionado
muy cerca, pero que no fue bice para que el investigador norteamericano prosi-
guiera con el anlisis de los das en que Villa, controlando los recorridos de una ca-
mioneta, aport al conglomerado de ideas y datos vagos que era la investigacin
para encontrar a dos hombres desaparecidos con algo de valor real, hasta que mis-
ter Dean cort su disertacin a causa del ruido que vena haciendo el auto que antes
haba hecho funcionar su claxon a alguna distancia, pero que ahora pareca estar
parado en la puerta del departamento al mismo tiempo que el timbre elctrico em-
pezaba a rechinar fuertemente, ahogando la voz de Mr. Dean, que muy contra su
voluntad tuvo que acallar su interesante e ilustrativa rememoracin de todos los da-
tos hasta ahora descubiertos en la investigacin, en la que l y sus dos compaeros
de la F.B.I. eran los principales jefes.
Pero, parece que se han muerto. Entr Freudenthal a la habitacin donde un
compungido grupo repasaba todos los datos que se haban podido adquirir en torno
a la desaparicin de los dos millonarios. Hace diez minutos que estamos tocando
bocina y nadie contesta reproch a sus compaeros.
Y qu te ocurre? le preguntaron.
El seor Carlos Vctor Aramayo...
No puede ser. Otro mas? dijo nerviosamente Adrin que en ese momento
terminaba de anudarse la corbata. Y luego sigui : No hombre. Es imposible que
hagan eso...
Freudenthal, como el resto de sus compaeros, se haba quedado lelo ante la de-
mostracin de agitacin que hiciera su jefe.
Imposible qu...? pregunt el recin llegado, que no haba terminado de
hablar a causa del alboroto que Luis promovi a la sola mencin del nombre de otro
acaudalado minero boliviano.
Imposible que tambin lo secuestren. Eso no pueden hacer! volvi a estallar
Adrin.
Pero, Lucho, quin est hablando de secuestro? Freudenthal aclar.
42
por lo tanto haba gente decidida que, por el bienestar de la colectividad, no dudara
ni un momento en removerlo del camino de la libertad econmica y progreso del
pueblo.
Esa tarde... La voz de los desconocidos y presuntos salvadores de los humildes hab-
a vuelto a hablar a lo largo de los alambres de un telfono automtico, y esta vez el
tono haba sido ms altanero. Las palabras de amenaza fueron acompaadas por
vituperios y exclamaciones soeces, y como ultimtum se haba escuchado decir a la
misteriosa voz: "Le pasar lo mismo que a Hochschild y Blum!", y el tubo del apa-
rato haba sido colgado, sumiendo en el espanto de la duda a otro esforzado indus-
trial del Altiplano, que como nica precaucin inform de las amenazas que pesaban
sobre su persona a la reparticin que en estos momentos hablando clara y concre-
tamente se volva loca con la enervante tarea de encontrar a otro millonario per-
dido.
La terrible amenaza, que de un momento a otro poda tornarse en desagradable
realidad, haba que combatirla, o por lo menos lo muy menos controlarla. Pero,
cmo? La pregunta surga enorme, y por el momento incontestable. Cmo com-
batir una amenaza? Y una amenaza annima como era el caso.
Hasta este momento el Departamento Nacional de Investigaciones prcticamente ya
haba concretado casi todos los datos de la investigacin que se podan encontrar
sobre el "Secuestro Hochschild" como se le dio en llamarlo , y sin lugar a duda
alguna todos ellos apuntaban a un solo sector. Los enfoques se haban centralizado
en las personas de Escobar y Eguino. Pero por supuesto que para acusarlos ante el
presidente de la Repblica de Bolivia, que haba sido quien orden la investigacin,
haba primero que hacer concuasar muchas piezas sueltas que andaban vagando de
un lado para otro y colocarlas en sus respectivos lugares en el dramtico cuadro que
formaba el rompecabezas del secuestro. Pero esas piezas recin se las vena encon-
trando, conforme pasaban las horas de infatigable labor de parte de los investigado-
res nacionales, concienzudamente asesorados por expertos del F.B.I. de los Estados
Unidos.
En la desesperacin de obtener informacin fidedigna, se haba llegado a la indiscre-
ta temeridad, de parte de un agente, de abordar al chofer del auto del mayor Jorge
Eguino, y en una charla matizada por las chupadas de humo de algn cigarrillo se
comprob que la tarde del cinco de agosto, cuando al mencionado jefe se lo haba
visto hablar con una seora frente al Palacio de Gobierno, no haba sido ste un co-
loquio amistoso o algo parecido, pues segn el relato del conductor del coche del
mayor Eguino, que en ese instante se hallaba cerca del lugar donde se produjo el
incidente, la seora, que era la esposa del ayudante de la Direccin General de Po-
licas, teniente Nstor Valdez, no iba a pedir permiso para su esposo enfermo co-
mo una vez se supuso a la autoridad mxima de la Polica boliviana, sino que
ocurra todo lo contrario. La seora Ferreyra de Valdez se aproximaba intranquila-
mente al jefe de su marido para indagar sobre el paradero de ste, que ya haca
das que faltaba de su casa, de donde una tarde, despus de almorzar, saliera y ya
no regresara ms.
No se preocupe de su marido. Est bien, y en una comisin de suma importancia
para la patria haban sido las palabras de informacin y de consuelo que la seora
Ferreyra de Valdez recibiera de parte de Eguino el cinco de agosto, cuando ste en-
traba en su automvil, al salir del Palacio de Gobierno.
Ese dato, obtenido gracias a la habilidad y temeridad de un agente del Departamen-
to, colocaba una ficha ms en su debida casilla. Ahora se saba el nombre de uno de
los peones de esta intrincada partida, jugada sobre un tablero grande y nebuloso.
Se saba ahora quin era "el morocho, ms o menos alto, bien formado y de ojos y
de voz penetrantes" que vigilaba como celosa leona a sus pequeos cachorros a
los dos secuestrados, y as la figura iba tomando formas y colores, pero todava fal-
taban muchos claros que llenar antes de poder apelar ante la primera figura poltica
del pas.
Ahora, cuando los investigadores se hallaban en plena pelea contra la adversidad de
las cosas y los contratiempos con que los secuestradores sembraban la pista, salta-
ba un obstculo ms grave que cualquiera anterior. Otro de los puntales de la eco-
noma minera del pas, y por supuesto de la economa nacional, haba sido amena-
zado con correr la misma suerte que Hochschild y Blum, y los hechos confirmaban
los telefonazos annimos de advertencia. Das antes el seor Carlos Vctor Aramayo
haba solicitado la visa de su pasaporte, y se la negaron, sin darle mayores excusas.
Su salida legal del pas le era en tal forma prohibida.
Frente a este anteproyecto de otra barrabasada por parte de una gavilla de desco-
nocidos, la lucha se haca cuesta arriba, y sin embargo haba que enfrentarla. Pero
cmo? Era lo que Adrin se interrogaba, despus de haber visitado y hablado per-
sonalmente con don Carlos Vctor Aramayo. Por lo pronto, a lo nico que se atendi
fue a disponer que lo vigilaran noche y da. Que gentes de toda confianza respon-
dieran con sus vidas por la seguridad del acaudalado industrial que fue amenazado.
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que sus lneas se diluan en la semioscuridad de las primeras horas del alba. En ese
momento la investigacin haba alcanzado un xito. Se los haba visto.
Como sea y a cualquier distancia, pero se los haba visto. Entonces ya se poda se-
alar a los que tenan culpabilidad del delito, pero no se poda concretar la acusa-
cin. No se los poda parar en la calle y sealar con el dedo y gritarles a voz en cue-
llo: "T... T eres el bandido!" No se poda. Faltaban las pruebas. Faltaba el cuerpo
del delito, o en este caso, grficamente, faltaban los dos cuerpos del delito, y hubo
un momento cuando se los haba tenido acorralados en la casita blanca de la calle
Catavi. Pero, como resbaladizas anguilas, se haban vuelto a escapar por entre los
dedos de los hombres que parecan que queran agarrar manojos de agua.
Los zorros acorralados primero haban hecho una maniobra lanzando una pista falsa
al destacar una camioneta en plena luz del da, y despus al amparo de las tinieblas
se haban jugado la carta brava. Haban desaparecido los secuestradores y sus
vctimas. Este juego de "oculta oculta" ya haba pasado de los lmites de la tragedia
a lo ridculo. Pero. cmo cortarlo? Cmo ir ante el presidente de la Repblica, y sin
mayores prembulos espetarle de frente: "Seor Presidente, los encargados de
guardar el orden pblico, los jefes de la Polica boliviana, son los secuestradores de
los seores Hochschild y Blum". Seguramente que despus de correr el riesgo de
ser tomado como un loco de verano, y aun obteniendo el beneficio de la duda, se
exigiran pruebas. Entonces empezara el calvario de los investigadores, pues la ni-
ca prueba fehaciente, factible e irrefutable era el conducir a cualquier persona al si-
tio donde estaban los secuestrados. Eso se poda haber hecho horas antes corriendo
riesgo, pero era factible. En cambio, ahora era imposible, ya que se haban largado
en dos vehculos, sin dejar rastro alguno. Dnde estaran? A dnde los llevaran?
Realmente pareca que Goldberg le haba trasmitido su estado nervioso e impacien-
te a Luis Adrin y a sus colaboradores, pues ahora tambin l slo atinaba a hacer
preguntas, sin encontrar las respuestas.
Don Gerardo reaccion Luis, despus de un prolongado silencio, en el que am-
bos hombres arrastraron sus desesperanzas por el suelo de las circunstancias . No
es posible dejarse abatir ahora, justamente cuando hay que volver a pelear duro y
parejo.
Pero, y ahora dnde estn? insista el seor Goldberg.
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"Mira que te piso, sbete a la acera", o "Mira que te piso, bjate de la vereda"...
Esa letra o alguna parecida o absolutamente diferente ya que para todas utilizaba
igual tono de voz e ininteligibles palabras cantaba un hombre alto, flaco, cuya tez
color cscara de naranja secada al sol no demostraba ninguna lnea acentuada para
hacer que su rostro sea simptico o antiptico. Mientras golpeaba una maderita con
otra, haca enormes esfuerzos por llevar el mismo comps de sus compaeros de
orquesta, que enfundados en vistosas blusas multicolores, amenizaban una sesin
de ejercicios forzados a unas cuantas parejas que se hacan de cuenta que bailaban.
Esta noche, cuando recib el parte de dos agentes situados en Calacoto, que esta
maana muy temprano pasaron dos vehculos sin poder identificar sus pasajeros
con rumbo al Alto de las Animas; camino al valle de Palca, y que cuando ellos si-
guieron las huellas a ms o menos uno o dos kilmetros de distancia por espacio de
una hora y un cuarto sorpresivamente se chocaron con estos vehculos que regresa-
ban a la ciudad vacos. Me decid a vestirme as y en compaa de Jaime ir por el
polvorn de Miraflores a buscar la camioneta que sali ayer por la tarde de la casa
de la calle Catavi y cerciorarme que realmente no haban acarreado a Hochschild ni
a Blum. Por la ruta del polvorn empez a aclarar Adrin , porque desde el ob-
servatorio que tenemos arriba del cerro se observ que la camioneta tom ese ca-
mino y que se perdi por esos alrededores... Bueno suspir Adrin, y despus de
inhalar un poco de humo del cigarrillo que le haba invitado el secretario privado,
prosigui con su informe relmpago . Despus de poco trajinar hallamos la ca-
mioneta que estaba parada en las proximidades del polvorn. Pero mira. Hugo. La
parte rara del asunto es que todo fue muy fcil para llegar hasta la camioneta y me-
rodear por toda una casa vieja que existe por ah, y todo estaba hecho como si lo
hubieran ordenado a propsito, y cuando seguimos adelante encontramos fuertes
retenes de guardia que hacan una alharaca brbara. Como queriendo hacer notar
su presencia en esos lares y llegaron a tal estado de demostracin que al acercar-
nos un poco a uno de los puestos de vigilancia, nos metieron bala sin ms trmite.
En resumidas cuentas, a todo trance dan la idea de que Hochschild y Blum estn
encerrados y fuertemente custodiados en el polvorn. Polvorn digo, porque se lo
llama as, no porque se lo utilice como tal. As que la presencia de tropas y todo el
lo es por algo, y adems... La exclamacin del doctor Salmn lo cort en seco.
Cmo algo? Es que Hochschild y Blum estn ah! No ves?
No veo, Hugo dijo Adrin, serenamente . Justamente todo ese escenario bien
montado, toda esa facilidad para que se los encuentre y el afn de demostrar la
fuerza armada me hacen suponer que no estn ah, pues ms creo que los llevaron
rumbo a Palca. No ves, Hugo, que todo es una comedia. Que esta gente que ahora
se sabe descubierta y vigilada al mismo tiempo nos vigila, formndose as un crculo
vicioso. Ellos secuestraron y lgicamente que tienen que vigilar a Hochschild y a
Blum. Nosotros los vigilamos a ellos y ellos, a su vez, vigilan a nuestros vigilantes.
En fin, se podra conjugar el verbo vigilar en todas sus formas termin irnica-
mente Luis.
Pero entonces, qu es lo que t crees y qu piensan Dean y los otros? inquiri
Salmn.
La opinin que te doy es la de ellos, pero hay tanto que andar todava que yo no
quiero dar parte a Villarroel sin antes tener algo palpable entre manos. Empero...
el acento cansado con el que ahora hablaba Adrin no llam la atencin a su amigo
Salmn, que le dijo enrgicamente:
No, seor! Maana mismo vienes a Palacio y das esta informacin, y que se ar-
me la que se arme.
Se va a armar fue todo el comentario de Adrin, que no volvi a pronunciar una
slaba ms hasta el momento en que par la camioneta frente a la boite "Utama"
para que descendiera Salmn, que al as hacerlo le dijo a Vergara:
Pasa a sentarte, Jaime.
No puedo, estoy prohibido volvi a contestar Vergara.
Cmo? pregunt Salmn con la misma alarma que haba demostrado unos
minutos antes.
Es que al escuchar los balazos corrimos, mejor dicho volamos, y Jaime aterriz
sobre una mata de espinos aclar la figura de Adrin, que a pesar de todo no pu-
do menos que rer al recordar el motivo por el que a Vergara le estaba prohibido el
tomar asiento.
Salmn, dejando por un momento su habitual seriedad, dio paso a una estruendosa
risa que se acentu al despedirse de Vergara con un amigable palmazo sobre su
averiado tren de aterrizaje. Mientras que abriendo la puerta del recinto de diversin
se poda escuchar claramente los confusos ruidos que emita la orquesta que acom-
paaba al cantor, que para no preocuparse ms en llevar el mismo comps que sus
compaeros, ahora haba dejado a un lado los dos discretos palitos que golpeaba el
uno contra el otro y en reemplazo bata enrgicamente dos poros, cuya estruendosa
sonajera disimulaba la falta de ritmo en su cansada voz, que segua arrullando a los
presuntos bailarines que se apretujaban ms cada vez que suba una octava, bom-
bardeando el odo con su "Mira que te piso... Sbete a la vereda..." o algo parecido.
45
Y MIENTRAS TANTO...
Mi coronel, a santo de qu est usted tan nervioso? hizo notar Escobar al jefe
de la Casa Militar su estado de nimo, que lo demostraba como si le saliera a flor de
piel aun a travs de sus contrados poros por la fra brisa de la maana.
Si no estoy nervioso, capitn fue la disgustada rplica de Costas a su inferior en
graduacin militar.
Perdone, mi coronel, pero yo pens... volvi a insistir el testarudo oficial, que
pareca hallar cierto placer indescriptible al molestarlo.
Bueno... Bueno. Para qu nos hizo venir a esta casa tan temprano? No sabe
usted el inmenso trabajo que tengo? Costas desvi hbilmente la conversacin,
con la que Escobar lo estaba amoscando ms de la cuenta.
La casa a la que Costas se refera no era ninguna otra que la casita blanca de la ca-
lle Catavi, que con la salida de sus huspedes, haca unas cuarentiocho horas, otra
vez era el recinto apartado de la ciudad y por lo tanto un tranquilo y discreto lugar.
Realmente, capitn Escobar, que yo tambin tengo algo que despachar en la Di-
reccin General. Por lo tanto, si nos apuramos un poco... as, el mayor Eguino en
cierta manera apoyaba la mocin de Costas.
Bueno, yo quera que estuvieran ustedes presentes cuando llegue Guzmn. Pero
veo que lo voy a tener que hacer solo.
Hacer solo qu? pregunt Max Toledo, que pareca ser la sombra de Escobar,
pues donde iba el uno estaba el otro.
Llamarle la atencin.
Para llamarle la atencin nos hace usted venir hasta ac. Costas empezaba a
protestar, y a toda luz con justa razn.
Escobar, esto s que es absurdo, pues poda usted haberlo hecho solo y sin nece-
sidad de nuestra presencia. Eguino sumaba su voz a la protesta general.
Ustedes no me comprenden, seores. En ese momento sali a relucir el tono
irnico que tan hbilmente utilizaba el jefe de Polica, cuando se encontraba medio
acorralado.
Entonces explquese, capitn habl Costas al ver que tambin Eguino estaba
muy apurado, y as aprovech la coyuntura para zaherir a Escobar a quien no le
tena el aprecio del que siempre haca gala cuando se encontraba en pblico.
Pens que haba que llamarle la atencin y advertirle que si su conducta sigue
como hasta ahora le podra, no slo costar su carrera... sino el impulsar su carre-
ra... Escobar acentu la palabra "carrera" mirando a todos los presentes uno por
uno hasta el otro mundo. Termin suavemente y posando su labio inferior sobre
el superior y luego a la inversa, y hacindolo jugar as por varias veces. Un tic ner-
vioso que lo tena probablemente desde muy joven.
La sangre abandon por un minuto los rostros de los presentes, que gracias a la ac-
cin del fro tenan unos rubicundos colores.
Pareca que la helada pero tnica brisa de la maana bruscamente se tornaba en
polar soplo de ultratumba, congelando no los miembros del cuerpo humano, sino el
razonamiento al comprobar el propsito que encerraba el infernal crneo del ser que
acababa de hablar tan queda y tranquilamente.
El mayor Eguino rompi el silencio que se haba adueado del recinto y sus visitan-
tes.
Y por qu? dijo.
Porque habla mucho. Se emborracha y habla mucho. Dio Escobar sus razones,
levantando ambas cejas hasta que sus redondos ojos se agrandaron un poco.
Y qu ms hay? Valencia Oblitas hizo uso de la palabra.
Que esta maana temprano estuve con Villarroel... Anda desesperado el pobre...
Tengo que encontrar a los dos hombres, cueste lo que cueste. Fue el primero en
largar la carcajada, a la que rpidamente le siguieron los otros. Rean ms que por
el chiste trado de los cabellos para esta ocasin, por el imponente deseo de sacudir
ese malestar general que les haba dejado la fra advertencia que haca el jefe de un
grupo a cualquier persona que, ya sea por descuido, ligereza o intencin, alargaba
la lengua un poco ms de lo necesario.
46
"Y que se arme la que se arme" haba sido una de las ltimas frases del doctor Hugo
Salmn, cuando la noche anterior se despidieron, y ahora que Luis Adrin, como di-
rector del Departamento Nacional de Investigaciones, esperaba plantoneado frente
al flamante Presidente constitucional de la Repblica de Bolivia a que ste le dirigie-
ra la palabra, mientras sus ojos fijndose al otro extremo del despacho presidencial,
con una rpida mirada al secretario Salmn, a su vez le confirm algunas de sus
ltimas palabras... "se va a armar", y ahora s que pareca que se iba a armar... "y
cmo". Como siempre deca mister Dean, que tambin observando un profundo si-
lencio estaba de pie al lado de Adrin.
El doctor Salmn me inform de los ltimos acontecimientos de la investigacin
que tiene a su cargo el Departamento habl Villarroel, una vez que se hallaba
sentado detrs de su mesa de labores. El tono de su voz era modulado y bajo. No
haba un rasgo en su redonda cara que denotara intranquilidad o duda alguna. Sus
ojos, que los tena como incrustados sobre su principal oyente, estaban serenos. Las
manos, que por lo general eran los rganos por donde sus contrados nervios en-
contraban un temporal desahogo al crisparse o moverse con inquietud, ahora des-
cansaban la una sobre la otra. Toda su apariencia era el modelo perfecto que cual-
quier exigente pintor hubiera seleccionado para trasladar a su tesado lienzo la im-
presin de "Paz de espritu y tranquilidad". Salvando un solo detalle, el nico punto
que estaba en desacuerdo con el resto. Su mortal palidez. Pareca que su corazn,
en discordia con sus arterias de todo el sector alto de su cuerpo, se negara a bom-
bearles sangre. Su faz estaba blanca. Cadavricamente blanca. Siendo lo nico que
haca pensar en la formidable tormenta que se desatara, precedida de la profunda
calma del momento.
Por espacio de un buen rato Adrin no contest la pregunta ambigua que se le haba
dirigido, pero la tensin nerviosa del ambiente era tal que nadie repar en su silen-
cio, y cuando encontr palabras para hablar debieron haber sonado como un estre-
pitoso campanazo, ya que Salmn y Dean le dirigieron sobresaltadas miradas.
Creo que le puedo hacer una rpida y ms o menos precisa recapitulacin de
nuestras actividades, mi Coronel.
Para eso est usted ac volvi a hablar el Presidente sin cambiar su tono tran-
quilo y bajo.
Por un momento, pero slo por un momento se confundieron los ojos de los tres
hombres que todava permanecan en pie... Y ese momento fue un corretear de mi-
radas, que si stas hubieran dejado una luminosa estela o portado alguna cola ma-
terial, se hubiera producido un tremendo bollo imposible de desentreverar.
Mi Coronel... empez tosiendo Adrin, que era el nico que daba muestras visi-
bles de que sus nervios no se encontraban bajo un control total.
S... Villarroel segua como si fuera parte del silln en que estaba sentado.
Si usted nos pide una prueba de todo lo que voy a informar, de antemano le dir
que no la tenemos. Es por eso que no pensaba venir todava, pero creo que el caso
demanda mucha urgencia. Por eso...
Claro que es de suma urgencia interrumpi Villarroel, utilizando la palabra ur-
gencia como si fuera el eco del director del Departamento Nacional de Investiga-
ciones.
Bueno... Pareca que Luis no encontraba palabras, pues ya se empezaba a fro-
tar su labio inferior con los dedos de su mano derecha, actitud muy conocida en l
cuando se encontraba descontento o preocupado, pero en ese momento, y cuando
Villarroel ya iba a volver a hablar, Adrin se sent intempestivamente en el brazo de
un silln que tena detrs de su persona, y como si este acto le hubiera devuelto su
serenidad, cambi sbitamente de voz y prosigui : Mi Coronel, todo el asunto es
el siguiente mister Dean, al ver el cambio en la actitud de su amigo y la seguridad
que ahora tenan sus palabras, sonri levemente y se sent, Salmn, por no tener
un asiento a mano, se apoy muy discretamente sobre una esquina de la mesa de
trabajo del despacho presidencial : El domingo 30 de julio, el mes pasado conti-
nu hablando el hombre que desde haca diez das se desviva por encontrar y res-
catar a los dos secuestrados , los doctores Hochschild y Blum fueron llamados por
el jefe de Polica, capitn Escobar, a su despacho oficial, para que se les visaran sus
pasaportes, que hasta ese momento se haban negado a hacerlo, sin dar una excusa
concreta o razonable. Esa tarde llegaron all un poco antes de las tres, y despus de
estar charlando ms o menos hasta las tres y media abandonaron la Central de Po-
licas con sus papeles en orden para poder salir fuera del pas en el momento que
ellos deseasen. Escobar los acompa hasta la puerta, cosa muy rara, pues al ca-
pitn Escobar sbitamente se le haba despertado una amabilidad llevada al extre-
mo de visar sus pasaportes en un da de descanso en las oficinas. El irnico co-
mentario de Adrin no hall terreno frtil en sus oyentes, que seguan silenciosos y
atentos a sus palabras . Cuando Hochschild y Blum se despidieron, el seor Ma-
nuel Bueno, que estaba con ellos, tambin se dispona a retirarse, pero otra vez la
cortesa del jefe de Policas sali a luz, reteniendo hbilmente al seor Bueno en una
amena discusin. Hochschild y Blum partieron en el coche del segundo. Hasta ese
momento pareca que el informe oral que Adrin estaba prestando a Su Excelencia,
en vez de enervarlo o exaltarlo le serva de sedante, puesto que su intensa y por
supuesto extraa palidez iba perdiendo terreno, ya que los colores que siempre
arrebolaban las mejillas de Villarroel poco a poco se volvan a hacer presentes . El
tiempo que demoraron hasta llegar a la Villa de Obrajes no lo sabemos, ni tampoco
hemos podido constatar si entre el momento que salieron de la Polica y el instante
en que fueron secuestrados hicieron alguna diligencia; pero de lo que estamos ab-
solutamente seguros es que los secuestradores siguieron a sus vctimas desde el
instante en que se embarcaron en el automvil del doctor Adolfo Blum.
Quines los siguieron? Villarroel pregunt tranquilamente.
Los secuestradores, mi Coronel...
Ya me lo dijo usted. Pero quines son los secuestradores? insisti el primer
mandatario de la Nacin.
Mi Coronel, permita usted que le haga primero la narracin, y despus los co-
mentarios dijo secamente Adrin.
Tan framente debe haber sonado su respuesta, que Salmn y Dean lo volvieron a
mirar medio sorprendidos, momento en el que se dej escuchar el timbre de uno de
los telfonos que estaban sobre el escritorio. Villarroel no hizo nada ms que mirar
a Salmn, y contestando ste, a los breves segundos se volc hacia el Presidente y
le dijo lacnicamente:
El ministro de Defensa, mi Coronel.
Que vuelva a llamar ms tarde fue la rpida orden que sirvi de contestacin,
mientras que dirigindose a Luis, tambin le ordenaba : Siga, por favor...
Tambin se fij que detrs de este auto vena otro de color verde claro, en el que
haba muchos pasajeros, portando algo as como caeras segn las palabras de la
seora , que seran armas, sin duda alguna. Diez o quince minutos ms tarde los
mismos autos, y en la misma formacin, primero el negro y despus el verde, pasa-
ron frente a su casa, esta vez con direccin a la ciudad. Pero ahora en el coche ne-
gro haba una o dos personas, y en el verde el conductor era el nico visible. Con
esta nica informacin entre manos buscamos en todos los alrededores.
A esta altura de su relato Adrin cort repentinamente, para hacer la siguiente indi-
cacin a sus oyentes:
" Mi Coronel, no le voy a dar los detalles de la investigacin, ni cmo llegamos a
los hechos, porque demorara mucho tiempo. Slo quiero hacerle notar que el au-
tomvil de la Jefatura de Policas es negro y su placa es veintiocho dieciocho, y que
el de la Direccin de Trnsito es de un color verde claro. Adrin hablaba con tanta
seguridad y rapidez, que no dej contestar al Presidente, porque sigui adelante con
su relato . Por todos los indicios encontrados, los llevaron a una casa situada al
final de Obrajes, alquilada por el mayor Eguino, donde seguramente los retuvieron
por unos tres das, para luego trasladarlos a un lugar muy prximo al cuartel del re-
gimiento "Calama". Le digo el cuartel "Calama': mi Coronel... Adrin recalc el
nombre del Regimiento, de memoria fatdica ...porque desde las cocinas de este es-
tablecimiento se mandaba el rancho, en la maana y en la tarde, a la tropa a cargo
de la custodia de los secuestrados. Despus fueron trasladados a la calle Catavi, a
una casita cerca del convento de las Concebidas. Esta casa tambin fue alquilada
por el mayor Eguino. En este local estuvieron hasta el amanecer de ayer, que fue-
ron sacados y embarcados en dos vehculos que partieron... un silencio ininte-
rrumpido se not despus de las ltimas palabras del orador, que luego de un mo-
mento prosigui con un acento de sarcasmo confundido con cierta vergenza
...rumbo al Alto de las Animas.
Qu...? fue todo lo que exclam Villarroel, que en los ltimos momentos ya
haba empezado a jugar nerviosamente con un lpiz, que pasaba de mano en mano.
S, mi Coronel, partieron en esa direccin, rumbo a Palca, porque los agentes del
Departamento que siguieron las huellas desde Calacoto, y a una prudencial distan-
cia, se cruzaron con los dos vehculos que ya estaban de regreso, y esto ocurri a
los pocos kilmetros despus del paso del Alto de las Animas, de ah que es mate-
rialmente imposible que hubieran llegado a Palca... Cuando los tenamos en el hoyo
de nuestras palmas y... Luis no pronunci la palabra expresiva que se le subi a
los labios, forzndola a no salir apretndolos fuertemente; tan fuertemente, que
stos perdieron el color. Se volvieron blancos. Y slo despus de estar seguro, bien
seguro de s mismo, volvi a hablar, sin que nadie hubiera hecho la menor intencin
de usurparle el derecho de la palabra, que vena usufructuando por ms de veinte
minutos consecutivos ...se nos escurrieron as. As noms dijo contemplndose
la mano izquierda, que la haba levantado medio crispada . Y ahora, dnde es-
tarn?... Seor, qu harn con...
Adrin se haba olvidado por completo dnde se encontraba. Prueba de ello fueron
las palabras doloridas que emiti como clamorosa plegaria de splica al Omnipoten-
te.
Pero usted cree... tampoco Villarroel termin su frase, pues se dio cuenta que
las cuatro personas que estaban en la pieza ya haban pensado lo mismo.
No, mi Coronel, no se atrevern! No podran matarlos... El tono de Adrin, que
era convincente, cedi un poco en su nfasis inicial. ...y adems los agentes que
se cruzaron con los vehculos que estaban de regreso a la ciudad estn seguros que
stos venan absolutamente vacos, lo que prueba que se qued todo el squito en
alguna hacienda. En fin, en alguna parte por ese distrito. Y pensar que cuando los
tenamos acorralados..., cuando ya tenamos pruebas, se nos escaparon...
Ahora s que el silencio era profundo. Profundo y grave a la vez.
Disculpe usted, pero fallamos...
Las frases de Adrin no solamente haban causado un desconcierto en Villarroel, si-
no que hasta su propio camarada de trabajo mister Warren Dean, el hombre que lo
haba ayudado, guiado y aconsejado noche y da desde el momento que en ese
mismo despacho le dieran tan difcil misin, tambin lo miraba azorado, y pareca
que recin en este mismo momento vea claramente la figura de toda la investiga-
cin, que haba sido un xito... Un xito rotundo, pero sin poderse coronar, ya que
cuando todo se enfocaba en el lugar donde estaban concentrados secuestrados, se-
cuestradores, cmplices, compinches y encubridores, cuando no haba ms que ca-
erles con todo el rigor que tiene la ley, cuatro haces de luz, pertenecientes a dos
mente de todo lo que usted les impute?... Y en este caso es tan fcil el destruir..., el
borrar el cuerpo del delito...
Un bao de agua helada no hubiera producido el efecto de las palabras de Adrin.
Salmn se sent en un silln apartado que haba en el despacho del Presidente, y
Villarroel se levant, dirigindose a Dean, y dijo secamente:
Veinticuatro horas ms... Bueno, es el lmite.
Mientras que extendiendo la mano a Luis Adrin, pues ya se haba despedido de
Warren Dean, volvi a repetir:
Adrin, veinticuatro horas...
47
cer el cuerpo del delito, o los dos cuerpos del delito, y entonces la situacin cambia-
ba de mal a peor.
Por todas estas circunstancias es que los hombres que asesoraban al Departamento
haban ordenado el trabajar con el acelerador a fondo. Con todo el equipo y sin
horario. Por eso tambin haba que borrar las horas fijadas para dormir, comer o
descansar. Slo haba veinticuatro horas, ni un segundo ms.
Quin es bueno para tomar? haba preguntado Dean en voz alta a los agentes
que se encontraban reunidos en la sala de estudio.
Como obedeciendo a un mismo resorte que los manejara a todos juntos, stos se
empezaron a mirar entre s. "Qu le pasaba a mister Dean? Estar borracho, y la
quiere seguir con algn compaero del Departamento? O a lo mejor, como le falla el
castellano, se equivoc... Por qu el preguntar que quin es bueno para tomar?
Seguramente que haba un error..." Y nadie contest.
He dicho que quin es bueno para tomar insisti mister Dean . S, seores,
para tomar. No hay ninguna equivocacin en lo que digo. Quin es bueno para el
trago, para los copetines. Esta vez aclar bien la figura.
Cuatro, cinco, siete levantaron los brazos. Pareca que realmente haba espritu de
cooperacin en lo que fuera. Hasta para emborracharse...
Freudenthal indic Warren Dean , y el resto esperen dijo mientras sala con
el candidato a una estupenda intoxicacin, y una vez que se encontraban encerra-
dos en la oficina de la Direccin, donde estaban Adrin y Villa, prosigui : Con Vi-
lla, vayan a un boliche que queda cerca del regimiento "Calama", donde el mayor
Guzmn se est embriagando, y como Villa es amigo del regimiento de l, no les va
a ser muy difcil el tomar con l, y tomen... Mucho, y sobre todo hganlo hablar.
Entendido? concluy Dean.
Haban entendido perfectamente. Era la primera vez que se les ordenaba empinar el
codo.
Un momento los par mister Dean cuando ya salan . Antes de ir a ese com-
promiso, cada uno de ustedes cmase una media libra de mantequilla.
Cmo...? fueron dos voces las que se escucharon, dos voces alarmadas .
Comer mantequilla?
S, comer media libra de mantequilla cada uno, as aguantan ms trago sin em-
borracharse les explic sencillamente Dean.
Y mientras los dos voluntarios a lo que al principio les pareci una tarde deliciosa
hacan una mueca de asco y casi de horror, Adrin, dirigindose al seor Soria, le
dijo:
Oscar, deles dinero para tragos agregando sonriente : Pro informaciones... y
salud!
Cuando los dos candidatos a agarrarse una borrachera brbara haban desapareci-
do, pues el contendor que se les haba echado al frente tena su fama bien sentada,
Adrin prosigui:
Como nosotros los vigilamos a ellos y ellos vigilan a los que les vigilan, sera bue-
no entonces que vigilemos a los que nos vigilan termin su curiosa y entreverante
reflexin casi sin aliento, pues la haba dicho sin reparar en puntos o comas.
Entonces? pregunt Dean, que a raz de no dominar el castellano muy bien no
haba entendido este juego de palabras.
Entonces, mister Dean, hay que destacar a un agente que siga a Eguino. Otro
hombre detrs de Escobar y otro detrs del seor que va entre Eguino y Escobar.
Eso es, detrs del guarda espaldas de Escobar, Prado.
Conforme dijo, dando paso a Luis, que sala a impartir estas instrucciones a los
agentes que esperaban rdenes en la sala contigua.
Y que no se desprendan por nada recomend Dean a ltimo momento.
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Y entonces?...
Pareca que Goldberg tena an ciertas dudas.
Y entonces hay que actuar con ms cautela le advirti Adrin.
Pero, y ahora dnde estn? Qu ser de ellos?
Volva a empezar don Gerardo con sus consabidas preguntas, pero no sigui ms
all.
Antes de las veinticuatro horas lo sabremos se comprometi el jefe del Depar-
tamento Nacional de Investigaciones, promesa que pareca ser el corolario de un
plazo que Villarroel le haba dado unas horas antes para volver a hallar a los des-
aparecidos.
Lo creo, Adrin, pero hay que actuar muy rpidamente, y sobre todo efectiva-
mente, pues recib un telefonazo del seor que la vez pasada me dio los informes, y
que usted ya los conoce...
S, me acuerdo. Cundo se cavaron las fosas en Chacaltava?
Exacto dijo escuetamente el dirigente de la Casa Hochschild.
Pero siga Adrin lo urgi, y despus de un momento Goldberg volvi a hablar,
pero como si le hubiera costado un trabajo enorme en buscar las palabras que di-
eran un sentido racional a sus frases.
Ese seor me dijo un montn de cosas sin pies ni cabeza, pues pareca que esta-
ba borracho, y le pude entender poco. Pero dentro de todo me asegur que esta no-
che se definira la suerte de los secuestrados. No entiende usted?
Adrin no contest directamente a su pregunta, sino que le pidi una aclaracin.
Don Gerardo, me dice usted que le pareci que estaba borracho?
Eso es lo que yo creo balbuce Goldberg.
Y cundo le telefone? insisti Adrin muy apurado.
No hace mucho de esto. Tres cuartos de hora o unos treinta minutos dijo Gold-
berg tras una breve reflexin.
Gracias, don Gerardo, gracias. Ya lo ver o telefonear ms tarde dijo Adrin,
que sali a todo escape del escritorio de Goldberg, dejando a este seor completa-
mente sorprendido, como lo demostraba su cara aun momentos despus, cuando su
secretaria entr para anunciarle la llegada de un caballero con el que tena una en-
trevista urgente.
50
Y MIENTRAS TANTO...
Pero qu le pasa a la gente que es tan incumplida? Ya hace horas que deban
estar ac... y nada! como siempre, protestaba el malhumorado Humberto Costas.
Horas... mi Coronel? Si apenas estamos esperando diez minutos... le sali al
retruque Toledo, actitud incomprensible en este hombre, que por lo general, y muy
en especial en estas reuniones jams hablaba, dando as una excusa al iracundo je-
fe militar del Palacio de Gobierno para continuar en su acostumbrada labia ofensiva
para con sus inferiores.
Diez minutos? Pero se da usted cuenta lo que es hacer esperar tanto tiempo a
un jefe?
El mayor Toledo haba vuelto a retraerse en su habitual silencio como el caracol en
su concha cuando la sombra le cae. Mir fijamente a Costas y lo ignor totalmente,
y permaneci en esta sabia actitud, mientras los vocablos del Coronel adquiran co-
lores ms fuertes.
Cunto tiempo ya estamos esperando? haba vuelto a tronar su voz, finalizan-
do as su repertorio de protestas.
Ms de media hora le indic uno de los conjurados que haba llegado de los
ltimos.
Media hora ustedes! Yo fui el primero en estar presente, y de esto ya hace si-
glos... acab mirando de soslayo a Toledo, que despus de su primera rectifica-
cin ni se haba preocupado de volver a ver su cronmetro.
Los minutos seguan corriendo, al mismo tiempo que los nimos de los que espera-
ban a Escobar y Eguino se exacerbaban a tal punto que nadie hablaba, porque ya se
haban suscitado dos o tres discusiones que fueron violentas.
Los nervios de los presentes estaban de punta, y slo faltaba que alguno de ellos
buscara el filo de la navaja para encontrarlo fcilmente y tajarse el dedo, de ah que
todos callaban y slo se dedicaban a fumar precipitadamente, cual murcilagos cla-
vados en paredes.
Dos golpes en un tono y un tercero en otro, dados con cuidadosa mano sobre el
maderamen de la puerta de calle, hicieron saltar y ponerse de pie a los que estaban
sentados y detener sus afiebrados pasos a los que medan la habitacin en un tran-
queo que les desahogaba los malos nimos.
Son ellos fueron varias las voces que como enseadas utilizaron las mismas pa-
labras.
Abran la puerta. No se paren como estatuas grit Costas.
Dos jovenzuelos se precipitaron al patio de la casita blanca, situada en la calle Ca-
tavi en el Barrio de Miraflores.
Segundos despus aparecan en el dintel de la puerta Eguino y Escobar, cuyas des-
encajadas facciones por la furia, no admitan reproche alguno por la tardanza. Aun
del mismo Costas, que comprendi que algo grave ocurra.
Toda la tarde nos siguieron fue la explicacin que todos escucharon, pero que
ninguno la comprendi.
Qu?... Seguido?... Quines? fueron las alborotadas preguntas que brotaron
de diferentes sectores, formando un coro estruendoso e inteligible que fue precipi-
tadamente silenciado cuando el jefe de Policas de La Paz, cruzndose la boca con
su ndice derecho chist.
Chist...
Las preguntas quedaron en blanco silencio, y el nico barullo que continu fue el de
las miradas que se cruzaban como un intenso tiroteo en algn frente de batalla.
Pero explquenos. Toledo fue el nico en hablar. Bajo pero serenamente.
Desde esta maana tanto a Eguino como a m nos vigilan. Escobar dio la expli-
cacin que pedan.
Otra vez todos escucharon las palabras del capitn Escobar, pero otra vez nadie las
comprendi.
Vigilarlos?... Vigilarlos a ustedes? Los jefes de la Polica? Costas fue el autor
de las tres preguntas, que promovieron una risotada en todos los presentes.
Silencio volva a imponer su voluntad el ahora preocupado Escobar, y continu
hablando, pero sus palabras le salan apenas como las ltimas gotas exprimidas de
un hmedo trapo que es fuertemente retorcido para secarlo . No comprenden que
el asunto es serio. Por lo mismo que somos los jefes de la Polica, el que se nos vigi-
ban encendidos ya que haban sido llevados a los labios slo por un movimiento
maquinal de arraigada costumbre.
Y ahora a discutir el asunto que nos reuni esta noche. Tomen asiento, caballeros
fue la fra insinuacin que todos oyeron cuando Escobar volvi a hablar.
Ocho o diez hombres, en su mayora con sus abrigos puestos, eran los caballeros
que sin replicar se dejaron escurrir en unas sillas y sofs que haban distribuidos en
la habitacin.
S, capitn salt la gangosa voz de Candia, no bien sus abultadas posaderas
haban sentado plaza en una anchsima y fuerte butaca, probablemente hecha para
resistir estoicamente un kilaje exagerado.
Teniente, espere un momento fue el reproche que recibi de su inmediato su-
perior, cuyo mal humor afectando de inmediato a su ya enfermo hgado, haca que
ste pigmentara con amarillas motas su todava juvenil rostro.
Les informar rpidamente sobre la marcha de las cosas, y les ruego no inte-
rrumpir advirti Escobar barriendo con sus ojos por sobre sus interlocutores, que
se hallaban sentados, mientras que l permaneca de pie . Por todas partes hay
mucha inquietud. Inquietud que crece ms cada da por el paradero de los dos
hombres. Todo el mundo habla, y hay alguno que est sobre la pista. La verdadera
pista subray . Tambin hay continuas reclamaciones al Presidente, hasta de la
Cruz Roja. La sorna con que pronunci sus ltimas palabras hizo que sus oyentes
sonrieran discretamente y luego continu hablando, concretamente. Sin rodeos y
utilizando un tono tajante. El Presidente est ms fatigado, y sobre todo parece
que le calientan las orejas. Ahora Escobar pareca ser un disco grabado sin emo-
cin. Algo mecnico, sin vida alguna, pues todas sus palabras tenan el mismo soni-
do. Para estar al lado seguro, a los dos hombres ahora se los traslad a una pro-
piedad que est por Palca. Por lo pronto ah no molestarn... Pero... otro silencio
fue lo nico que matiz la informacin, que pareca ser la lectura de un cable hay
que resolver que se hace. Pues, como ustedes estn informados, en Chacaltaya la
operacin se frustr, y ahora se complica la cosa porque hay alguien que habla mu-
cho, pues de otra manera no es posible que se hubiera filtrado tanto que nos hagan
sospechosos ante los que quieren encontrar a los dos hombres. Por eso yo creo que
alguien habla, y habla fuerte. Pero no acab su sentencia, dejando a sus oyentes
en suspenso, y durante el tiempo que dur su mutismo todos los presentes se escu-
driaron minuciosamente los unos a los otros, como queriendo localizar al que fuera
el delator.
La desconfianza y la duda ya haban hecho presa fcil de los acongojados pero tai-
mados concurrentes a esta extraa reunin.
Llegaba el momento fatal para el delincuente que comparte sus fechoras con otros
de su misma calaa. La desconfianza entre s que fuera sembrada el primer ins-
tante del secuestro ahora ya daba sus primeros frutos. Todos dudaban de todos,
pero todos callaban.
Por eso tenemos que adoptar una medida. Y Escobar, luego de una rpida res-
piracin, continu casi deletreando sus palabras : Una medida definitiva.
Fusilarlos!... Fusilarlos! Como se decidi al principio casi grit Candia Almaraz,
que inmediatamente se haba puesto de pie para dar paso libre a esa su otra san-
guinaria personalidad que lo dominaba totalmente, no bien se echaba sobre el tape-
te de la discusin la suerte que deban correr los doctores Hochschild y Blum o los
dos hombres, como los llamaban los que en este momento se haban reunido para
decidir una vez por todas lo que les pasara en breves horas ms.
Teniente Candia, hay que pedir permiso para hablar.
Alguien le llam al orden. Alguien que no se encontraba en el sector donde se
agrupaban las cabezas que presidan esta secreta sesin.
Personalmente, creo que cualquier medida de violencia en este caso est fuera
de lugar. Pues las cosas han cambiado de tal manera, que hay que buscar otro ca-
mino expres su criterio Eguino.
Cmo que las cosas han cambiado ahora? pregunt uno de los presentes.
Las cosas han cambiado recalc el director general de Policas . Por que aho-
ra, si bien no pueden probar que fuimos nosotros los autores del asunto, por lo me-
nos se tiene una idea concreta de que fuimos nosotros explic.
Pero qu le hace suponer que eso es as? pregunt el teniente coronel Hum-
berto Costas, que ya se haba olvidado de usar su furibundo acento y ms bien lo
haba cambiado por otro muy afable y cristiano.
Muchas cosas, y una en especial. La que se nos siga. La que se nos vigile... No
fue necesario el continuar. Todos comprendieron en un abrir y cerrar de ojos lo que
nunca hubieran querido admitir: su vulnerabilidad, como todo ser humano y criatura
de Dios bajo el Sol.
Pero eso qu importa? La vez pasada la mayora decidi que los eliminaran y
hay que eliminarlos... Por el bien de la patria objet Candia Almaraz.
Importa le replic framente Jorge Eguino . Porque cuando a estos dos hom-
bres se los detuvo y titube un poquito al no utilizar la palabra que toda la prensa
extranjera le haba dado en grandes titulares da y noche: "secuestrados" e inme-
diatamente los que ahora los buscan los encontraban "ya fros", el miedo no hubiera
permitido que ningn intruso meta la nariz en esto.
Pero eso no importa insisti Candia, que le haba cortado la palabra a Eguino,
pero que a su vez tambin sufri igual trato del mismo Eguino, que como un eco re-
piti la ltima palabra del teniente, cuyas dos personalidades lo volvan en un ins-
tante de sumiso y bonachn subalterno a un acalorado y testarudo hombre que su
cerebro era ofuscado por un velo de sangre que le nubla hasta los blancos de sus
mismos ojos.
Importa, porque ahora estoy seguro que alguien sabe que fui yo el que estuvo
presente en el arresto de los dos hombres.
Las miradas que se encontraban dispersas por todo el ambiente de la salita, au-
tomticamente se enfocaron sobre Eguino, para luego y formando ya un solo blo-
que, trasladarse hasta encontrar al subjefe de Polica, que volvi a hacer uso de la
palabra.
Pero a usted le orden la mayora, y eso lo sabemos nosotros.
Pero y quines somos nos... Eguino no pudo acabar porque Escobar fue veloz
en robarle el derecho a hablar.
Basta de discusiones, seores Exijo ms disciplina! clam mirando severamen-
te a Eguino, que, a su juicio, estaba dando una seal de flaqueza espiritual y, sobre
todo, de tremenda indisciplina al sobreponer su inters personal ante los del grupo
del que formaba parte activa.
Esta invocacin a la disciplina, en vez de atraer el silencio deseado, despert rpi-
dos y furtivos comentarios en diferentes lugares, donde las exclamaciones alusivas
al delator eran las que predominaban, para luego ser seguidas por otras que anali-
zaban la situacin que se haba planteado.
Se quedan fue todo lo que mencion con respecto a la votacin. Y como nadie
ni siquiera hiciera ademn de querer hablar, dentro de esa pieza cuya temperatura
pareca que de pronto se hubiera encaramado al mximo de la escala del termme-
tro, pues fueron varios los que se aflojaron la corbata o se pasaron la mano por sus
sudorosas frentes, prosigui : Ahora se suspende la sesin, y conforme se van, de
esta bolsita y mostr una pequea talega de tela ordinaria que sostena en una
mano levantada en el aire sacarn una bolilla. Todas son blancas salvo una... Al
que le toque sta, maana a las diez me deber llamar por telfono a mi oficina y le
indicar la hora y el sitio donde me entrevistar para recibir instrucciones. Pues de
esta manera, slo l y yo estaremos en el secreto. Escobar dio sus bien meditadas
instrucciones. Slo l y yo sabremos volvi a recalcar, mientras que tomando la
bolsita con las dos manos, abra la boca de sta cuando se acercaba uno de los que
haba asistido a esta reunin.
Una angustiosa desesperacin se pintaba en cada rostro de varn que metiendo una
mano crispada a la taleguita de tela ordinaria palpaba las bolillas por varios segun-
dos, en tanto que stas se le escurran de un lado para otro, haciendo que el hom-
bre ntimamente deseara tener los ojos en las yemas de sus dedos. Para luego ter-
minar el acto nerviosamente sacando el puo apretado. Apretadsimo, hasta hacer
blanquear las coyunturas entre las falanges, falanginas y falangetas.
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Con los ltimos informes obtenidos ahora se tena la figura bien clara. Escobar y
Eguino haban sido los autores del secuestro del millonario minero Hochschild y de
su colaborador Adolfo Blum. Autores materiales o intelectuales, a la larga era lo
mismo. Haban pensado, concebido la idea, planeado la ejecucin y llevronla a ca-
bo. Tenan cmplices, encubridores y obedecan a una agrupacin o logia secreta,
como corra el insistente rumor de la calle. Se poda afirmar este punto hasta cierto
lmite, pues slo se haba constatado que Escobar, despus de muchas vueltas y re-
vueltas, como para no ser observado, se haba trasladado hasta la casa de la calle
Su manera de hablar haca suponer que haba estado de farra y daba la seguridad
de que haba corrido mucho trago, de donde a esta hora se recoga.
Pasa, Jaime. No me has despertado explic Adrin, que lo hizo entrar de inme-
diato.
Te invito un trago?
Oh, no... si tienes un Alkaselser acepto.
Debe haber sido una estupenda fiesta, pues basta verte comentaba Luis, mien-
tras echaba dos pastillas blancas en un vaso con agua que se lo pas a su trasno-
chado amigo.
Todo por el servicio del Departamento Nacional de Investigaciones dijo Verga-
ra, queriendo adoptar una posicin de firme, cual soldado que se dirige a un sargen-
to mayor.
Por el servicio, dices? Adrin dijo en tren de broma.
S, seor. Estuvimos con el mayor Guzmn.
Sin decir ms Adrin se tom el trago de whisky que haba servido para su invitado.
Y?
Y a este seor lo llamaron a las tres de la maana... S, seor, y con mucha ur-
gencia. S, seor! Cada vez que deca s seor, probaba el cuadrarse militarmente
y sus esfuerzos siempre se vean frustrados por el mal equilibrio que tena a estas
horas del amanecer. Para que salga en comisin. S, seor! En comisin...
Dnde, Jaime pregunt Luis apurado, viendo que su amigo rpidamente su-
cumba ante los ataques del alcohol que haba ingerido y que slo su enorme fuerza
de voluntad y sentido del deber lo mantenan en pie.
Creo que al camino... de Palca, porque con... con Villa... este Villita, lo seguimos
en mi moto... all... ms all de Cala... Cala... co... to.
Pero no lo pudieron seguir ms pregunt Adrin nervioso.
Gasolina, hermano... y mucho trago... y gasolina que nos falt... Dejamos la mo-
to en el camino y despus de andar y andar un camin de la lechera... de la lecher-
a de Patio de Ca... cala... co... coto nos trajo... Y aqu estamos termin Jaime, y
se tom de un solo sorbo el vaso de agua con Alkacelser que tena en la mano y que
varias veces haba estado a punto de derramarlo.
Pero Jaime y Adrin se call voluntariamente, recin dndose cuenta del es-
fuerzo que haba hecho su amigo al mantenerse montado en su motocicleta con la
cantidad de bebida que deba tener en su organismo, si haba estado con el mayor
Guzmn.
Hay remedio, Luis. Jaime comprendi las ideas que a su amigo le atravesaban
por la cabeza. Hay remedio porque Guzmn sali con la camioneta... te acuerdas
la que acarreaba el... rancho... y si nos apuramos... Adrin no escuch ms y
pregunt precipitadamente.
Est presente dijo Jaime Vergara al mismo tiempo que, abriendo la puerta que
daba a la calle, sealaba un bulto que se encontraba acurrucado sobre el borde de
la acera. Sosteniendo su cabeza entre sus dos manos, las que al mismo tiempo eran
sostenidas por sus rodillas, formando casi un perfecto ovillo.
Villa! Vergara lo seal.
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Cuando los ha revivido a ustedes, debe ser milagroso fue el irnico comentario
que Adrin se gast y que sus dos amigos ignoraron.
Qu borrachera la que nos alzamos! Vergara confes hidalgamente.
Me vas a decir a m, que los vi estando en mis cinco sentidos Luis contest.
Pero es que Guzmn es un turril sin fondo fue la disimulada disculpa de Gastn
Villa.
Y adems que lo estbamos trabajando... Ya vers los resultados termin ex-
cusndose Vergara.
Esa es la verdad acept Adrin , y Dios quiera que nos vaya bien. Cerr el
perodo de conversacin, pues de ah en adelante, ya todos conscientes de la carta
brava que se estaban jugando, dejaron de hablar y slo se escucharon los chirridos
de la suelta carrocera cada vez que la camioneta sufra un brusco barquinazo.
Calacoto, la siguiente localidad que est despus de Obrajes, rpidamente se perdi
tras la polvareda que levantaba la camioneta en su zigzagueante carrera entre los
multicolores cerros de la zona.
Un desafinado concierto de canto avcola fue la sorpresa que los tres ocupantes del
vehculo, que penosamente ronroneaba al llegar a la cumbre de Las Animas, recibie-
ron de parte de unos cuatro gallos que paseaban sus orgullosas figuras de plumeros
entre las amedrentadas gallinas, que hueveaban en los corrales de unas chocitas de
indios que colindaban con el camino carretero.
Par... Par un momento indic Vergara, que no bien el vehculo perdi veloci-
dad salt gilmente a tierra, corriendo hasta donde se encontraba un indiecito que
se aprestaba a salir al pastoreo de una manada de flacos y contados borregos.
Jaime Vergara no demor ni un minuto, y regres a un trote atltico que a nadie le
haca suponer que horas antes se encontraba en un estado tan inconveniente que
hasta el pararse firmemente le costaba un trabajo inaudito, ni para qu decir cami-
nar, y trotar ni pensarlo.
A la camioneta no la vio pasar ni de ida ni de vuelta.
Y qu quieres decir con eso? le pidi aclaraciones su compaero de farra.
Que si no vio a la camioneta de ida, es porque pas todava a obscuras y estara
durmiendo; y que si no la vio pasar de venida, es que todava no ha regresado, y
lgicamente entonces se deduce que fue muy lejos... Entendido? aclar Vergara.
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Eran las seis de la tarde, cuando tres hombres entraban al Departamento Nacional
de Investigaciones, despus de haber correteado de Herodes a Pilatos. Eso es, de
una finca a otra. Grande o chica, y de una "zayaa" de indio a algn casern de un
rico hacendado, y siempre con el mismo resultado. Ni un rastro, ni una huella de
que a la camioneta del mayor Guzmn se la hubiera visto, y mucho menos a los se-
cuestrados. Slo una vaga, pero vagusima esperanza haba surgido de todo este
revoltijo. Por ah un indio analfabeto, entre las pocas respuestas que haba dado a
las muchas preguntas que se le hicieron, haba indicado que los negocios andaban
de mal en peor, pues el otro da un hombre le haba querido comprar una gallina,
pero no le haba querido pagar como todo ser cristiano a los que estaba acostum-
brado y conoca que pagaban en plata. La plata, que l la conoca, pues para ilustrar
su sapiencia con respecto a lo que hablaba el indiecito haba sacado unos bolivianos
bre fiel, que no hallaba sosiego mental o fsico desde que sus amigos desaparecie-
ron en circunstancias tan anormales.
Don Gerardo, qu quiere usted decir con lo de haber apelado a todos los recur-
sos? No me dir que tiene gente trabajando por otro lado, no? Porque si es as,
avseme, para evitar cualquier tropiezo y ms bien poder colaborar entre s sugiri
Luis, que al no tener respuesta de Goldberg, prosigui : O a lo mejor le estn sa-
cando dinero?...
Goldberg, ante esta pregunta directa levant la cabeza y replic con otra.
Para qu me quera ver con tanto apuro?
Oh, casi me olvido. Dgame, el doctor Hochschild o el seor Blum, en el momen-
to del secuestro tendran dlares en sus carteras?
Por qu me pregunta usted eso?
Otra vez don Gerardo contestaba una pregunta que se le haca con otra.
Porque en los alrededores de una finca por Palca un hombre que quera comprar
una gallina quiso pagar a un indiecito con cincuenta dlares. Seguramente porque
no tena bolivianos... Y claro est que el ignorante indgena no acept. Es por eso
que le pregunto si los secuestrados tenan dlares consigo.
Seguro no estoy titube un poco, pero creo que tenan.
Si es as, entonces se encuentran por esos lares dijo Luis suspirando, al mismo
tiempo que Goldberg prcticamente saltaba de su asiento con un jubiloso ademn
que se reflejaba en el barboteo de sus confusas sentencias.
Vamos, Luis... Pero est seguro?
Y as hubiera seguido monologando, pero Adrin lo fren bruscamente.
Don Gerardo, usted no puede ir... Ya veremos qu se hace.
Pero, por qu, Adrin?
Porque es muy peligroso, y tengo suficiente trabajo con encontrar a dos para te-
ner que buscar a un tercero...
Era muy razonable lo que Adrin deca, pues si los secuestradores se daban cuenta
de que el ahora gerente de la Casa Hochschild se encontraba merodeando por los
alrededores de donde los tenan escondidos a Hochschild y a Blum, no dudaran ni
un minuto en tambin atrapar al curioso, y entonces la cosa, en vez de mejorar
empeorara.
Esta noche llevar gente, y ya le avisar dijo Luis, que cuando se dispona a sa-
lir fue sujeto por el antebrazo por una temblorosa pero clida mano.
Si los encuentra esta vez, hay que sacarlos murmur Goldberg.
Eso mismo pienso yo. Pero, cmo?
La voz de Adrin tambin haba bajado de tono, hasta convertirse en un leve susu-
rro.
Aunque sea a bala.
Adrin haba escuchado una apagada pero resuelta voz, que apoyaba sus palabras
con lo que se haba vuelto sbitamente en un fuerte apretn de una mano firme so-
bre su antebrazo.
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Cuando, todo jadeante y alborotado, Luis Adrin llegaba, a las 8:40, al despacho del
presidente de la Repblica, las cartas ya se haban echado sobre la mesa. Adrin,
que haba sido citado para las ocho y treinta, arribaba con diez minutos de retraso,
y Escobar y Eguino, que tambin haban sido emplazados para esa misma hora, se
haban hecho presentes pero a las ocho en punto, alegando que a esa marca del re-
loj los esperaba el teniente coronel Gualberto Villarroel, y despus de esperar diez
minutos en profundo silencio, y cuando se disponan a abandonar el despacho del
primer mandatario, aduciendo que sus mltiples deberes de resguardar el orden
pblico los reclamaban, Villarroel, sin poder controlar por ms tiempo sus tensos
nervios, los haba interrogado framente, usando un vocabulario que disimulaba la
cruda verdad.
Por qu arrestaron a Hochschild y a Blum?
Escobar, que tena un grado de parentesco con el Presidente y mayor confianza que
Eguino, sin pestaear una vez ms que lo normal, haba dejado escuchar su voz,
preguntando tambin:
Qu dices, Gualberto?
Que por qu arrestaron a los seores Mauricio Hochschild y Adolfo Blum. Villa-
rroel volvi a preguntar, y esta vez se dirigi a Escobar ustendolo, a pesar de que
se tuteaban, conforme el jefe de Policas de La Paz lo haba hecho.
Arrestado a Hochschild y a Blum? Escobar volvi a parar el reto del Presidente
y le devolvi el guante sonriendo levemente . Pero si esos seores desaparecie-
ron... Secuestrados, segn afirma la prensa...
Secuestrados por usted, capitn Escobar! dijo Villarroel excitado por la fanfa-
rronera y cinismo de Jos Escobar, tirndose as un profundo lance en este duelo
que haba comenzado cuando menos se pensaba.
Secuestrados? fue la pregunta arrojada al espacio con voz casi meldica y
tranquila, que llevaba un superficial acento de sorpresa, que no exista sobre la faz
canela del hbil y escurridizo adversario que se encontraba parado frente a Villarro-
el.
Secuestrados por usted haba vuelto a rugir el Presidente, al mismo tiempo que
largaba un tremendo puetazo que haca saltar al suelo un secante, que por su for-
ma tubular empez a rodar por la granate alfombra hasta tropezar con la bota mili-
tar de Eguino, quien como si nada ocurriera a su alrededor, con una flexibilidad y
rapidez admirable se agach, y luego de pasarlo junto al vuelo de su coln, como
Eguino, que nada haba dicho, ni tampoco se haba movido, salvo al inclinarse para
recoger un secante en forma tubular que del escritorio de Su Excelencia haba roda-
do hasta sus pies.
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Salmn sali en este momento; pero pasa, Lucho..., pasa fue la amigable invi-
tacin que Adrin recibi de parte del subsecretario de Su Excelencia, el doctor Luis
Ura, joven abogado y leal amigo, hasta la misma muerte.
Luisito como lo llamaban sus amigos , cmo te va? salud Adrin a su to-
cayo, mientras que materialmente se tiraba sobre un sof, estirando sus cansadas
piernas y desperezndose con un escandaloso ruido de quejidos y bostezos, afir-
mando su actitud con un juramento . Por el santo nombre que estoy rendido... Y
luego de un breve momento, agreg : Dime, Lucho, qu forma tiene una cama?
Dicen que es una cosa larga... larga... Y volvi a bostezar sin el menor reparo, pa-
ra recin entonces, y enderezndose en su asiento, dijo : Tengo una entrevista
con tu jefe a las ocho y treinta, pero por algo del servicio llegu un poco tarde.
Mejor que llegaste tarde, pues parece que se arm la de San Quintn con Escobar
y Eguino el doctor Ura le inform, para luego perderse de vista al atravesar el
umbral de una puerta de su oficina e ir a anunciar la llegada de Adrin al Presiden-
te.
El director del Departamento Nacional de Investigaciones dorma pesadamente re-
costado sobre el silln en el que a la entrada al despacho del doctor Ura se apol-
tron, cuando fue despertado por un fuerte zamarreo, y le pareci que vena de un
mundo extrao a otro aun ms extrao, pues en menos de un minuto de estar solo,
esperando ser llamado por Villarroel, haba sido presa de un profundo sueo, cuya
duracin fue de diez minutos, y del que ahora era despertado a duras penas, va-
gando con su mirada por toda la habitacin, como queriendo fijar su vista en algn
objeto familiar que le sirviera de ancla para poder afirmarse en ese mar de nebulo-
sas en el que se meca al garete.
Ahora s que Adrin haba terminado de hablar, pues as lo demostr cuando sigui
callado los siguientes minutos que Villarroel no hizo uso de la palabra, hasta que por
fin dijo:
Pero usted cree que ser as? pregunt el hombre gordo y bonachn que hoy
se haba convertido en un atado de nervios que se apilaba en una esquina del sof
del juego de living que amueblaba el gabinete presidencial.
Seguro, mi Coronel. Ni Escobar, ni Eguino jams admitirn que estuvieron mez-
clados en este episodio, y usted nunca podr obligarlos a admitir tal cosa.
Pero, por qu? fue otra vez la ansiosa pregunta de Su Excelencia.
Porque ellos, siendo las autoridades de velar por el orden pblico, se han estre-
llado contra ste. Han roto su misma ley, quin sabe por qu motivos. Muy grandes,
seguramente. Un silencio sigui a la ltima frase de Adrin, quien recalc :
...Motivos muy grandes para ellos, mi Coronel. Probablemente polticos.
Villarroel inmediatamente dio un corte de conversin al dilogo que vena soste-
niendo con el director del Departamento Nacional de Investigaciones.
Cunteme las ltimas novedades. Rpido! urgi el Presidente, que ahora se
haba puesto de pie, y siguiendo su habitual costumbre se paseaba de norte a sur,
de este a oeste y en todas las direcciones que la rosa de los vientos puede marcar
una trayectoria.
Creo que a Hochschild y a Blum los hemos vuelto a ubicar empez Adrin el in-
forme que le haba pedido.
Dnde?
Por algn lugar cerca de Palca; mejor dicho, en el camino a Palca. Porque esta
tarde, cuando seguamos a una camioneta en la que viajaba el mayor Guzmn por
ese camino, encontramos a un indio que no haba querido vender una gallina por-
que le queran pagar en dlares.
Y entonces? exclam Gualberto Villarroel.
Entonces esta noche volveremos al terreno fue la simple respuesta del investi-
gador, cuya batalla en este momento no era contra secuestradores, sino contra el
sueo, que por momentos le iba ganando terreno, sin darle tregua alguna en el fe-
roz encuentro.
Que a bala en boca yo no los saco, seor Presidente. Si usted quiere, yo conduz-
co al que usted designe hasta el sitio donde estn... y que l los rescate. Le ruego
disculparme, pero me niego rotundamente.
Ni el mismo Adrin se reconoca al tomar esta actitud, y por supuesto mucho menos
el Presidente, que siempre lo haba conocido como a un hombre que cumpla las
rdenes sin discutirlas.
Pero, por qu?... Por qu?... repeta Villarroel, sin alcanzar a comprender la
actitud del director del Departamento Nacional de Investigaciones.
Porque Escobar y Eguino, y los que estn con ellos, que son varios, mi Coronel
Adrin hizo esta explicacin necesaria , deben tener motivos de suma gravedad
para haber secuestrado a estos magnates, y durante el curso de la investigacin
que hemos seguido, en una ocasin y esto es seguro casi los fusilan, cuando ca-
varon sus fosas en Chacaltaya... Por algo que se les cruz a ltima hora no llevaron
a cabo sus brbaros planes, y despus seguramente que no los mataron por toda la
estruendosa publicidad que se le dio al secuestro, y recin entonces se dieron cuen-
ta de que haban mordido ms de lo que podan mascar. Eso es, que si los mataban
se armaba el lo que ellos nunca soaron, y entonces...
En este punto de la narracin o de las deducciones que haca Adrin, Villarroel im-
pensadamente lo cort con un sonoro:
S!
Entonces, hablando vulgarmente Adrin dijo , se les enfriaron los pies..., y
ahora estn con sus vctimas como con papas calientes en las manos, que no saben
qu hacer con ellos. Claro est, menos ponerlos en libertad. Y conforme vayamos
cerrando el cerco... la cosa ser ms desesperante para ellos. Adrin dej de
hablar un momento para tomar un poco de aliento, y sigui adelante : Ahora, si
se provoca una accin violenta, en la que corra plomo, estoy ms que seguro que
sin el menor escrpulo se los limpian..., y se daran modos de hacer aparecer que
fueron muertos durante el tiroteo... por nosotros... Entonces...
Basta ya, comprendo dijo el presidente de la Repblica de Bolivia, todo acongo-
jado . Y entonces qu se hace?
La pregunta, que fue realmente hecha al espacio, pues Villarroel no se haba dirigido
a Luis Adrin, que despus de su larga perorata se morda el labio superior nervio-
samente, fue rpidamente contestada por este meditabundo mortal que pareca
quererle sacar punta a su labio superior, que lo morda y succionaba vidamente.
Don Gerardo Goldberg tambin me haba sugerido utilizar este mismo mtodo, y
hasta creo que utiliz las mismas palabras "aunque sea a bala", por eso es que tuve
mucho tiempo de dar vueltas a esta idea y el resultado es el que le expuse a su Ex-
celencia, que tambin comunicar al seor Goldberg afirm Adrin.
Y entonces qu hacemos? fue la desastrosa pregunta que surgi de un Presi-
dente a un subalterno suyo.
Si usted me permite... empez Luis, y slo prosigui cuando Villarroel, sin
hablar una slaba, le hizo ademn afirmativo con la cabeza creo que al zorro hay
que cazarlo con sus mismas uas.
Qu quiere usted decir? dijo Gualberto Villarroel.
Que lo que por el momento se quiere, cueste lo que cueste, es que los seores
Hochschild y Blum obtengan su libertad... No es cierto? Ahora era Adrin el que
preguntaba y Villarroel el que contestaba mansamente.
S.
Entonces tiene usted que llamar a Escobar y Eguino y...
Cmo? dijo Villarroel otra vez queriendo perder la calma.
Tiene usted que llamar a Escobar y Eguino subray enrgicamente Adrin y
rpidamente continu sin dar tiempo a su Excelencia a que le cortara otra vez ...e
indicarles que usted estaba mal informado. La culpa la puede echar ntegramente al
Departamento Nacional de Investigaciones dijo Adrin mirando fijamente al Presi-
dente . Hacerles comprender que ellos y nadie ms que ellos pueden sacar al pas
de este apuro, ya que es un escndalo internacional... y en fin, usted, mi coronel,
ver que ms les puede decir, pero siempre que juegue usted por esas mismas
lneas...
Pero... su excelencia volvi a interrumpir, pero Adrin muy discretamente y con
todo respeto prosigui.
Disculpe, mi coronel, pero creo que hay que hacerlo y est dems el mencionar
que esta maniobra es tan peligrosa y sujeta a una habladura popular como el endo-
sar un cheque sabiendo que no tiene fondos. Es un juego, mi coronel, un juego por
la vida de dos hombres y el prestigio de su gobierno agreg Adrin.
Lo veo muy cansado, Adrin, pero de todas maneras vaya usted de inmediato por
el camino a Palca y comunqueme inmediatamente que regrese dijo Villarroel,
apartndose totalmente del punto que haba estado tratando, pero continu de in-
mediato. Pensar sobre lo que usted me acaba de sugerir fue la amable despe-
dida que el primer mandatario de la Nacin dispens a un jefe de una reparticin
pblica.
"Realmente que Villarroel parece ser la pelota en un acalorado partido de ftbol",
pens Adrin cuando todo sooliento apenas si poda enchufar la llave de contacto
de la camioneta en su respectivo orificio, al lado derecho del volante del vehculo,
en la parte baja del tablero de instrumentos.
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Un barquinazo ms fuerte que los anteriores, seguido de una brusca frenada, hizo
que Adrin diera dos fuertes palmazos contra la acerada cabina de la camioneta
desde su cmoda posicin horizontal sobre la plataforma del vehculo, que desde
que saliera de la ciudad le haba servido de lecho, para poder asegurarse unas horas
de sueo.
Qu pasa, Jaime?
Esta vez Luis ya no se manifest con golpes alarmantes que llamaran la atencin del
chofer, porque ahora no haba sido un sacudn el que sintiera, ni mucho menos la
disminucin de la velocidad de la camioneta, sino que sta, sin aparente justifica-
cin, se haba estacionado tranquila y sigilosamente a un costado del camino y a
unos cincuenta metros de una cerrada curva de ste, y tan pegada al negro cerro,
que una vez apagados los faroles delanteros, todo el bulto del vehculo pasaba a ser
una sinuosidad ms de la empinada roca, cuyas cumbres ya se empezaban a recor-
tar ntidamente sobre el plomizo cielo de un lento amanecer.
Un momento fue la desconcertante rplica que el director del Departamento
Nacional de Investigaciones recibi de uno de los ocupantes de la cabina.
Pero Luis, sin darle mayor importancia al asunto, se volc de su posicin de costa-
do, en la que haba venido durmiendo, y en un instante estaba dando la cara al cie-
Adrin, de un salto cruz los dos metros que lo separaban del filo de la carretera
que daba al precipicio, en el sector montaoso en que la camioneta haba estado
corriendo desde haca bastante tiempo.
Dos fogatas ardan vivamente en los costados del camino por el que deba pasar la
camioneta que estaba conducida por Vergara. Si ste, haciendo caso omiso de ellas
o no las hubiese visto un centenar de metros atrs, hubiera doblado la siguiente
curva y precipitndose por la brusca bajada hubiera recorrido unos trescientos o
doscientos metros ms.
Centinelas... fue el veredicto profesional del teniente de carabineros Gastn Vi-
lla.
Centinelas... repiti Vergara, en un tono de voz diferente. Sin duda acordndo-
se de los dolores experimentados por una parte de su cuerpo en la ltima vez que
se tropez con unos centinelas.
Cllense! Esta vez fue Adrin el que habl, ordenando silencio.
A juzgar por las sombras que de rato en rato cruzaban a lo largo de los dos haces
de fuego, no eran muchas las personas que se encontraban en ese lugar del cami-
no, y se poda asegurar que estaban de muy buen humor, pues entre el sonido del
chisporroteo de la lea hmeda que utilizaban se poda escuchar una destemplada
carcajada que siempre predominaba a las otras risas que estallaban de cuando en
cuando, como si fueran el corolario a algn chistoso comentario o cuento slo apto
para odos masculinos. Fuera de esto el silencio era tan grande, que si la fresca bri-
sa del amanecer, en vez de soplar en contra de los investigadores se hubiera incli-
nado un poco a su favor, era ms que probable que las palabras de los agrupados
alrededor de las hogueras hubieran sido captadas por los odos de los del Departa-
mento Nacional de Investigaciones sin dificultad alguna.
Bueno... Adrin ya haba tomado una resolucin . Jaime, en cuanto puedas
retrocedes o das la vuelta a la camioneta y nos esperas un kilmetro ms arriba,
y... Qu hora tienes?
Seis menos cuarto contest Vergara despus de consultar su reloj . Pero...
Nada de peros. T te quedas orden su jefe.
Teniente Villa, qu hora tiene usted? Adrin se dirigi a Villa, que estaba apo-
yado contra el cerro.
Seis menos trece contest Villa despus de ver fijamente la esfera luminosa de
su cronmetro.
Casi iguales coment Adrin . Jaime, t esperas dos horas. Eso es, hasta las
ocho menos un cuarto. Por si viene alguien por el camino, haz como si estuvieras
reparando el motor de la camioneta. Me entiendes?
Claro, hombre. Pero... A todas luces se poda notar que Jaime Vergara no estaba
conforme con perder lo que supona que sera una aventura peligrosa.
Vamos, Villa dijo Adrin, que ya se pona a caminar por el camino que hasta
ese punto lo haba recorrido tan muellemente sobre cuatro ruedas.
Y qu hago despus de las dos horas? pregunt Vergara todava muy molesto.
Rajas hasta La Paz. Lo buscas a mister Dean y le cuentas este encuentro ins-
truy Adrin.
Y nada ms? insista Vergara, pensando que ganando tiempo a lo mejor cam-
biaba el criterio de su jefe.
Entonces ustedes ya vern de seguir la investigacin para encontrarnos... junto
con Hochschild y Blum Villa todava se permiti echar ms carbn al acalorado
temperamento de su amigo.
Adrin y Villa ya haban caminado unos ciento cuarenta metros, cuando el primero
empez a buscar un lugar para empezar a descender hasta la parte de abajo del
camino, cuando Villa lo detuvo agarrndolo de un brazo.
Todava no, ms arriba hay un deshecho en el que me fij cuando venamos...
Los dos hombres siguieron andando camino arriba, mientras que a momentos se
escuchaba el murmullo de voces que traa un leve cambio de viento.
Villa Adrin hablaba en voz baja . Como yo vine dormitando, no me fij en la
carretera. Era por ac donde ayer encontramos al indio que no quiso vender su ga-
llina en dlares?.
No. Mucho ms arriba. Si ahora hemos bajado bastante desde la cumbre de las
Animas... contest Villa, y luego agreg : Pero usted sabe cmo vagan estos in-
dios de un lado para el otro...
S, pero ese tena su casa "por aqu noms", como l dijo.
Eso es cierto, y adems, como stos no utilizan el camino y slo trajinan como
las llamas, a lo mejor estamos por su territorio dijo Villa, detenindose en el ca-
Adrin y Villa escuchaban todo este infernal barullo tirados boca abajo al costado
del camino que daba a un terreno preparado para una plantacin agrcola.
El tronar de los insultos termin cuando Rojas ya no encontr nada ms que decir, y
ponindose frente a la escuadra que sala de guardia pasaron frente a los dos per-
soneros del Departamento Nacional de Investigaciones, que pegados a la removida
tierra haban empezado a deslizarse sobre sta, imitando a los rosados y babosos
gusanos que abundaban en el terreno recin movido, buscando el refugio de una
pirca de piedras que ahora con el aclarar del da se haba hecho notoria.
Villa, con toda cautela y a prudente distancia sgalos.
Yo me acercar al grupo que qued para or algo... En media hora nos encontramos
ms abajo del camino. Adrin susurr al odo de su agente, que por un momento
dud que hubiera sido escuchado, pero comprendi que ste haba entendido cuan-
do empez a maniobrar con su mano derecha para recorrer su pistolera a un costa-
do de su cinturn, para que as no le molestara en su trayectoria a rastras, que ya
la comenzaba, probablemente acordndose de sus das de ejercicios en campo
abierto cuando tan solamente era un cadete de la Escuela Nacional de Policas.
Adrin, por su parte y gracias a que los cuatro soldados que recin haban llegado
se entretenan en apagar los ltimos vestigios de las fogatas, zapateando sobre los
rescoldos de stas , se coloc detrs de un montn de piedras a unos veinte o
treinta metros del grupo de los centinelas, que ahora se haban retirado del camino,
sobre un descampadito, al costado de ste.
La suave brisa que segua soplando, y que no fuera favorable a los investigadores
cuando se encontraban en la parte alta del camino, ahora, con el cambio diame-
tralmente opuesto de sus posiciones era la bendicin del cielo, pues se escuchaba
claramente lo que hablaban.
Este Rojas es un bandido comentaba una voz.
Pero alguien le va a sentar la mano fue otra voz llena de esperanza, que quiso
dictar una sentencia a largo plazo, y que luego de un breve silencio agreg . El es
el que a los caballeros les hace quitar los pantalones y los zapatos en las noches.
...Y para qu es eso? Un tercero, seguramente nuevo en el destacamento, o
muy sonzo, hizo la pregunta ingenuamente.
Para que no se escapen, pues... le aclar el otro.
Ahhh... Pareca que haba comprendido, pero pregunt otra vez : ...Y cmo
esta noche tenan sus pantalones y zapatos puestos... cuando los hemos hecho
asustar?
Pero si sers bruto una cuarta voz, ms firme y autoritaria, le aclar la figura
. Es que para sacarlos a sus paseos higinicos el seor Rojas les da sus pantalo-
nes... Sonzo termin bruscamente el que al principio con paternal paciencia se
brind a explicarle todo al recluta preguntn.
Por breves minutos todos guardaron silencio, mientras se servan unos cigarrillos,
provocando a Luis un pavoroso deseo de imitarlos.
...Pero este seor Rojas nos dice que somos muy sonzos y ms sonzos... volvi
a escucharse la voz del que quera que todo se lo explicaran y as comprender cosas
que no caban en su estrecha entendedera ...y l es ms sonzo que nosotros. Por
qu, pues haca la pregunta general , dice "paseos higinicos", cuando slo los
hemos sacado para asustarlos dicindoles que los fusilaramos?...
Adrin no escuch ms. No poda escuchar ms. Un copioso sudor le corra por su
fra frente mientras que toda su epidermis se encoga y retorca, volvindose como
el popular dicho "carne de gallina". Sus odos, que haban estado tan atentos a lo
que a pocos metros de l se hablaba, ahora no perciban sonido alguno, salvo un
ronco zumbido parecido al ronroneo de un motor que es acelerado a su mximo y
luego se lo apaga sbitamente para volver a encenderlo y acelerarlo a su mximo
otra vez.
El sol naciente empezaba a disipar los ltimos vestigios de una noche lbrega, y
tambin rasgaba los velos de la rala neblina, cuyo espesor era ms denso a pocos
centmetros del suelo, como si ste le sirviera de fuerte pero postrer sostn. Acci-
dente favorable a Luis Adrin, que sobreponindose al malestar que le haba produ-
cido la repentina comprensin de las palabras del majadero soldado, empez a reti-
rarse cautelosamente, con su pecho siempre pegado al suelo amigo silencioso y
noble y con la espalda tapada con el plomizo manto de la neblina, que repentina-
mente se disip totalmente, forzando al jefe del Departamento a levantarse, y me-
dio agachado alargar el paso, que de un momento a otro se convirti en vertiginosa
pero corta carrera cuando uno de los soldados, en su afn de encender su cigarrillo
con el ltimo fsforo de su cajetilla se volvi a favor del viento, y al no lograr su
propsito, con la pajuela humeando entre sus sucios dedos haba levantado la vista
sobre el terreno, al que hasta ahora haba dado las espaldas.
Alto!... Alto!... gritaba, pero sin moverse de su asiento, circunstancia ignorada
por Adrin, que pensaba recibir de un segundo a otro un balazo por la espalda si
segua corriendo. Pensamiento que actuando como poderoso freno, lo hizo detener
secamente, sin darse la vuelta y totalmente paralogizado por los rpidos e imprevis-
tos sucesos.
Aaaalto! volvi a gritar por tercera vez el centinela, y luego de un segundo,
segundo que a Luis le pareci sumamente largo, continu : Tienes un fsforo?
Lo trgico haba cruzado el indelineable lmite de lo ridculo, y Adrin, que automti-
camente se haba vuelto a poner en movimiento lento, fue atacado de una carcaja-
da convulsiva y ya estaba por responder, cuando su contestacin no se le sec en
su batiente mandbula, pero s en su afiebrado cerebro, cuando ste repentinamente
le record las palabras del hombre que le peda fsforos en vez de mandarle un
plomo entre sus omplatos, como seguramente seran sus instrucciones... "Asustar-
los dicindoles que los fusilaramos"... Asustarlos dicindoles que los fusilaramos...
Se repeta la frase, y otra vez el indescriptible malestar le cubra la frente de sudor
y su piel se le volva a poner como carne de gallina, producindole como punto final
una arcada seca al comprender que los dos secuestrados, esos dos hombres que
haban sido raptados por el jefe de la polica local, tuvieran mil tormentos mentales
que sus propias cabezas crearon al ser los principales protagonistas de escenas en
que sus guardianes montaban todos los efectos y aparatos para fusilarlos, y des-
pus de hacerlos pasar por los ms amargos trances estos brbaros torturadores se
repantigaban en grotescos esparcimientos.
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Dos cortos, pero cortsimos silbidos marcaron la invisible trayectoria de dos proyec-
tiles que pasaron a escasos metros de la camioneta, que empezaba a embalar en la
suave pendiente del camino.
Pistam!...
Treinta y ocho...
Pistam!...
Treinta y ocho!...
Cmo me vas a decir que es treinta y ocho, si los disparos fueron tan segui-
dos?... haba dicho Vergara, que afirmaba que los balazos, que sin duda alguna
fueron dirigidos contra el vehculo que ocupaban, haban sido disparados por una
pistola ametralladora.
Treinta y ocho. Villa tambin sostena su primera afirmacin . Disparados por
dos armas...
Pero... Vergara estaba dispuesto a insistir, y por discutir haba dejado de acele-
rar.
Pero Adrin intervino:
Pistam o treinta y ocho, ustedes estn como los conejos de Samaniego discutien-
do si son "podencos o son galgos". Jaime, deja de discutir y mete el hierro a fondo
los cort a los dos, para casi inmediatamente agregar : Y creo que Villa tena
razn por lo menos en lo que dijo que eran disparados por dos armas. Por dos per-
sonas y en diferentes lugares.
Pero era pistam Vergara no pudo quedarse sin la ltima palabra, como casi
siempre ocurra.
Luis Adrin, que en ese momento ingresaba a la casa del seor Gerardo Goldberg,
despus de haberse despejado de la mala noche con un fuerte caf, se acordaba del
ltimo momento de la aventura ocurrida al amanecer de ese da, que ya se encon-
traba bien entrado en horas, pues antes de salir de su departamento el reloj de su
escritorio le haba indicado que faltaban diez minutos para las dos de la tarde.
Hola, seor Adrin! lo haba saludado muy sorprendido el seor Goldberg, que
abri la puerta de entrada antes que el personero del Departamento Nacional de In-
vestigaciones siquiera tocara el timbre . Estaba saliendo a la oficina... Pero pase
usted le invit, despus de explicarle el motivo de su azoramiento.
Qu novedades, don Gerardo? le pregunt Adrin.
De mi parte, nada. Y usted..., usted tiene algo, no es cierto?
Adrin involuntariamente dej correr un poco la imaginacin de su anfitrin, mien-
tras se sentaba, aun sin la venia de ste.
60
bios como si este acto fuera hecho a propsito para exaltar ms los nervios de su
oyente ...y entonces... Ura repiti despus de un momento ...les grit que si
l no tena la autoridad suficiente para evitar esos abusos y atropellos..., que re-
nunciara. En este instante Adrin movi la cabeza en un sentido afirmativo y
enrgico como si fuera testigo presencial de lo que Ura le contaba tan lacnicamen-
te ...Pero despus de volver a insistir, Costas intervino dicindole: "Gualberto, no
puedes renunciar, porque nosotros te hemos puesto en este cargo, y estars en l...
hasta que nos de la gana. Aunque ac te tengamos prisionero".
Pero entonces no te contaron, sino que escuchaste todo Adrin le dijo en voz
alta a raz de la ira que lo iba dominando.
Es que gritaba tan fuerte que del despacho de Salmn omos todo admiti Luis
Ura.
Y Hugo? pregunt Adrin, refirindose al doctor Salmn.
Cuando escuch lo que Costas dijo, entr acalorado, pero Villarroel lo apacigu
con estas palabras: "Gracias, Salmn, por lo visto todava hay gente leal en esta
tierra", y con eso le hizo seal de que salga de su despacho.
A Luis Adrin le repercuta en el odo el dicho del Presidente de la Repblica a su se-
cretario "todava hay gente leal en esta tierra", cuando todo descorazonado sali a
la luz del da y paso a paso se puso a acortar la distancia existente entre el Palacio
Quemado y las oficinas del Departamento Nacional de Investigaciones.
Cuando ya llegaba a su destino, a raz del ejercicio que haba hecho sinti calor y
recin se dio cuenta de que estaba con abrigo. Ya estaba por sacrselo, pero enton-
ces sus ojos se fijaron en un hombre que lo segua por la vereda de enfrente a la
que l caminaba. Rpidamente record ese rostro gordo, ceboso y marcado por el
inconfundible sello de la viruela mal atendida, que la vez pasada lo haba visto refle-
jado sobre el vidrio lateral de la camioneta que l conduca cuando sali de las ofici-
nas de la casa Hochschild. Lo seguan... Estaba vigilado, y ahora, muy contrario a la
otra vez, le produjo un sentimiento de desfallecimiento incomprensible. El calor que
un segundo antes sintiera, sin poderse explicar se convirti en taladrante fro y
obrando a impulso de su subconsciente se levant el cuello de su sobretodo pen-
sando que ese movimiento maquinal que le haba hecho enfrascarse hasta las sola-
pas de su abrigo, sera muy probablemente la patente del complejo del perseguido.
61
Una raqutica lluvia se haba encargado de estar remojando el lomo de las calles pa-
ceas desde la tarde del da anterior. Dos o tres veces haba hecho un alto de dos o
tres cuartos de hora, como para dejar que los depsitos de agua fueran reabasteci-
dos, y una y otra vez el delgadito tul de agua volvi a cubrir la mayor parte de la
accidentada ciudad que entre subidas y bajadas se apia al pie del enorme Illimani,
uno de los blancos picos de las cordilleras que son el marco del magnfico encuadre
de esta poblacin colgada a tres mil seiscientos metros sobre el nivel del mar que,
tan lejano est de este balcn de Sudamrica.
Domingo 13 de agosto de 1944. Marcadas las cifras en rojo, parecan resaltar ms
sobre la hoja impresa del calendario.
Adrin reflexionaba con la vista pegada en el almanaque clavado sobre la pintura
uniforme de una pared de la secretara del Departamento Nacional de Investigacio-
nes.
Domingo trece. Hacan quince das exactos que don Mauricio Hochschild y el seor
Adolfo Blum haban desaparecido.
La prensa local, a pesar del control que exista, se dejaba sentir en su duro fustigar,
y la extranjera con toda justicia golpeaba acremente por la negligencia en encontrar
a los perdidos. Varios recortes de peridicos que encontraron su camino hasta el co-
razn de Bolivia, a travs de una que otra valija diplomtica, confirmaban amplia-
mente ese revuelo que se pulsaba en la ciudadana sensata de esta tierra, cuya
desgracia era el tener un pequeo grupo de autoridades policiacas que amamanta-
dos con ideas extremistas, ahora ponan en juego las tcticas de la Gestapo o la
checa que allende los mares haba provocado la sacudida al mundo entero en la
forma de una horrorosa y brutal conflagracin. La situacin del secuestro de los dos
mineros ya haba pasado de la raya en que era crtica, pues ahora se haba vuelto
desesperante y no se poda estar como uno de esos divinos optimistas que toda su
vida la pasan esperando que de un momento a otro se de vuelta la tortilla hacia el
lado bueno. Por eso haba que actuar. Actuar y obrar rpida y enrgicamente, era el
La ltima vez que lo vi as le suger, pero, seguramente que no pudo, como usted
dice mister Dean, "guardar su orgullo en el bolsillo". A las doce del da tengo que
verlo. Tengo que insistir dijo Luis . Pero por Dios Santo... jur Adrin que es
abrumadora la situacin de tener a los secuestradores en la mano y en vez de es-
trujarla... largar. El que hablaba, grficamente empu su mano derecha, que la
subi hasta casi tocar su pecho con ella, para despus de algunos segundos aflojar-
la lentamente.
Por un prolongado espacio de tiempo, todos los presentes, mister Dean, Soria y
Adrin se entregaron a sus ms tristes reflexiones sin gesticular palabra alguna.
Tena que ser domingo trece para que tengamos tan mal tiempo entr refunfu-
ando a la pieza Martin Freudenthal, mientras que sacuda a un lado su mojado im-
permeable.
Cmo les fue, Freudenthal Dean pregunt.
Bien, mister Dean... Salimos a las cuatro de la madrugada y hemos estacionado
puestos de observacin escalonados desde Calacoto hasta muy abajo, cubriendo los
caminos por los que pudieran hacer desaparecer nuevamente a Hochschild y Blum.
En total son diez agentes los que tenemos en estos puntos y el teniente Villa y el
"Mudo" estn rondando por las inmediaciones de la casa en el camino a Palca.
Muy bien, muchacho. Mister Dean lo felicit, y continu : Pero se siguieron
todas las instrucciones... No?
Si los ve usted no reconoce a ninguno, ya que el que menos tiene es un disfraz
que lo hace parecer a un mocito cualquiera. Hay que ver que fachas echaron.
Freudenthal coment con cierta hilaridad la ltima parte de su informacin.
Y Vergara..., inquiri Adrin.
Ya viene. Fue a cambiarse de ropa Martin Freudenthal contest.
Qu hora tiene usted, mister Dean? Adrin bruscamente cambi el rumbo de
las preguntas y de las respuestas.
Once y cuarentaiseis fue la precisa contestacin que Adrin obtuvo del fornido y
diligente agente de la F.B.I.
Me voy, mister Dean dijo Luis . Primero ir donde Goldberg y despus a Pala-
cio. Le telefonear inmediatamente. Y t, Martn, dile a Vergara que se cambie otra
vez de ropa y que en su moto tiene que estar constantemente en contacto con to-
dos los agentes que estn vigilando los caminos. Yo en la camioneta lo reemplazar
esta noche.
Bueno, y yo que hago interrog el encargado de dar el mensaje a Jaime Verga-
ra.
T vas a dormir y esta noche ir por tu casa a las nueve. Me acompaars en la
ronda fue la ltima disposicin del jefe del Departamento Nacional de Investiga-
ciones, pues ya sala de la habitacin.
Para qu va a ir usted a ver al seor Goldberg. Llegar tarde a Palacio. Warren
Dean le hizo notar la hora.
No me tomar mucho tiempo, pues slo quiero indicarle que se cuide un poco, ya
que las cosas han llegado a un estado que se pueden volver muy violentas y usted
conoce a la gente con la que tenemos que tratar... No titubean en nada, y si creen
que Goldberg es el que presiona sobre la horma de sus zapatos, no tardarn ni un
momento en despacharlo de tal forma que su yerto cuerpo no salga de su casa bien
embalado en una estupenda caja mortuoria y en hombros de sus familiares y ami-
gos, pues harn las cosas a su estilo. Le metern unas libras de plomo en su ana-
toma y lo tirarn por ah para que salga del cuadro de la vida en hombros tambin
aclar Luis , pero en hombros de miles de gusanos.
62
"La verdad, toda la verdad y nada ms que la verdad" es lo que Luis Adrin, jefe del
Departamento Nacional de Investigaciones, le haba dicho al teniente coronel Gual-
berto Villarroel, desde pocos das antes Presidente Constitucional de la Repblica de
Bolivia, un domingo trece de agosto de mil novecientos cuarenticuatro con respecto
al secuestro del que haban sido vctimas el doctor Mauricio Hochschild y el seor
Adolfo Blum.
Habindose cometido un delito de doble delictuosidad, ya que fuera de ser un acto
de comn bandidaje, condenado por las leyes de cualquier pas civilizado, tena el
agravante de que los autores intelectuales y materiales fueran las dos cabezas que
buj en los labios del que haba sido agredido tan torpemente por los dos oficiales,
que dejndose llevar por una falsa vanidad haban vendido tan baratamente el se-
creto de que ellos tambin eran autores, cmplices o encubridores del escndalo
ms vergonzoso que se publicaba en las primeras planas de los principales rotativos
de una infinidad de pases.
Costas, ms vivo que su compaero de fechoras, comprendi su ligereza, pero
Adrin no le haba dado tiempo de reaccionar en ningn sentido, pues todava con la
sarcstica sonrisa estampada en los labios, gilmente haba saltado dentro de un
taxi que pasaba frente al portn principal del Palacio Quemado, en cuya entrada se
haba llevado a cabo el incidente que a Luis Adrin le facilitaba unas piezas ms que
faltaban al intrincado rompecabezas que era el "secuestro Hochschild".
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apreciar el cuadro de una habitacin revuelta en todo sentido, al haber sido minu-
ciosa pero descuidadamente registrada.
Adrin, que se haba abierto paso hasta su escritorio, no tuvo necesidad de utilizar
la llave que tena en la mano pues todos los cajones estaban abiertos, y despus de
escudriar un poco, irguindose de su encorvada postura le dijo a su amigo, que no
atinaba a recoger nada del suelo, pues travs de las desparramadas cosas que yac-
an sobre el suelo, no saba por donde principiar.
Lo nico que sacaron son las copias de los papeles archivados en las oficinas del
Departamento que tena ac... Y despus de hojear otros papeles amarillos que se
hallaban tirados en diferentes direcciones, puntualiz su anterior declaracin : Y lo
nico que se llevaron son las copias de los partes a la Presidencia de la investiga-
cin del "Secuestro Hochschild".
Por unos segundos no se habl en esta embrollada habitacin, en la que nada esta-
ba en su sitio y en la que haba que caminar con cuidado para no romper o ensuciar
los objetos regados por la alfombra roja con jeroglficos grises.
Quin crees? pregunt Freudenthal, que en este momento doblaba unos pape-
les y los volva a meter en una carpeta de la que precipitadamente haban sido sa-
cudidos. Adrin no contest y slo mir fijamente a su amigo que se contest a s
mismo. Escobar.
Luis movi afirmativamente la cabeza.
Quera saber cunto sabamos dijo , y ahora sabe, y sabe que sabemos mu-
cho. Adrin haba acentuado cada tiempo del verbo saber.
Y? pregunt intrigado Martn Freudenthal.
Y... le ganamos la partida sonri Adrin, tumbndose y dando botes sobre su
lecho, que era el nico lugar despejado en todo ese desparramo de ropas, libros,
revistas, papeles y un sin fin de cachivaches.
Era el amanecer del lunes catorce de agosto de mil novecientos cuarentaiseis.
Luis Adrin qu iba a suponer en ese instante, que sera la ltima vez que se tum-
bara dando botes sobre su lecho, que era el nico lugar despejado en todo ese
desparramo de libros, ropas, revistas, papeles y un sin fin de cachivaches.
64
Y MIENTRAS TANTO...
do el espacio con poderosos gritos, dijo : Hay que calmarse y ver qu hacemos.
Tengo un plan, y creo que sera el mejor. Muy conocedor de sus compaeros, no
les dio tiempo de recuperarse y velozmente expuso : El Presidente nos ha pedido
por favor que "ENCONTREMOS" a los dos hombres. La palabra encontremos la dijo
ms altamente y con un acento muy lento . Pues ayer noms nos declar que el
incidente del otro da, en el que nos acusaban de ser los secuestradores, haba sido
el resultado de su calamitoso estado de nervios y la mala informacin del Departa-
mento Nacional de Investigaciones, que lo clausurar, y que entonces dejaba en
manos de Escobar y mas el resguardar el buen nombre de Bolivia, donde no poda
desaparecer misteriosamente un acaudalado y conocido industrial. Por un momen-
to nadie habl, y luego las sonrisas se comenzaron a pintar en los adustos rostros.
E1 aceite que se haba echado a las turbulentas agua de la tormenta una vez ms
no fallaba. Creo que es lo mejor.
Escobar secundo la mocin, pero hizo una salvedad:
A pesar de que, a juzgar por los partes del Departamento Nacional de Investiga-
ciones, que he ledo, estn al tanto de las cosas, y Villarroel as lo sabe... Entonces
ste su pedido es genuino y no cree en los partes, o es una jugada ms que nos
estn haciendo, y de acuerdo con el Presidente?
Lo que al principio fue una salvedad se convirti en interrogante.
Qu importa cmo sea! El asunto es que tenemos una puerta abierta, y Villarroel
puede creer lo que le de la gana. Nosotros quedamos bien ante todos. Costas son-
ri, poniendo una cara de zorro pcaro.
Entonces as se har hoy mismo... Eguino tir el broche final, antes de que las
cosas se sometieran a votacin . Escobar, t irs a Palacio y le asegurars al Pre-
sidente que dentro de las veinticuatro horas, a los dos hombres los encontraremos,
y yo ir a mandar gente a traerlos. Ahora era Eguino el que ordenaba, y stas
fueron sus ltimas instrucciones, pues apresuradamente concluy : Y ahora, a po-
nerse en marcha.
Todos se apresuraban a salir, pero se quedaron inmviles al ver que el capitn Es-
cobar segua parado y sin moverse.
Vamos le invit Eguino muy cordialmente.
Todo est bien, pero hay que saber quin fue el delator... y tambin sancionar al
intruso dijo Escobar lentamente.
Otra vez todos formaron un crculo no tan apretado como el anterior , y despus
de las palabras del jefe de Policas de La Paz un largo silencio fue dueo de la casita
blanca situada al final de la calle Catavi.
Saber quin es el delator es difcil, casi imposible, pero el intruso es Adrin Es-
cobar aclar, y otra vez ms otro largo silencio se campe por el recinto lleno de
sol.
Yo lo tomar preso se brind Alberto Candia Almaraz, que a la sola idea de
hacer sufrir a un ser humano ya se empezaba a transfigurar en el monstruoso Mr.
Hyde que tena debajito de su epidermis.
No Escobar orden . Instruya usted al capitn Prado para que l haga el tra-
bajito o lo mande hacer.
La misma mueca de consternacin que se estampa en la cara de una criatura cuan-
do a sta se le est dando una golosina y por algo no se le entrega, se registr en la
mofletuda faz del teniente Candia.
Pero que lo hagan cuando Adrin est solo..., pues esta vez no quiero los ad-
virti y declar Escobar.
Y qu haremos con l, mi Capitn pregunt Candia Almaraz vidamente.
Lo juzgaremos fue la breve respuesta.
Entonces lo fusilaremos... Lo fusilaremos... repeta Candia, que slo al pensar
que despus de todo siempre tendra su sangriento festival, por momentos se son-
rea o se morda fuertemente el labio como queriendo desde ya probar algo de san-
gre fresca, y pareca que no le importaba de quin fuera el tibio y pesado lquido,
pues con tal de que fuera sangre le bastaba, ya que en ese momento era la suya
propia que corra en un delgado hilo a lo largo de su redondo mentn.
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De seis de la maana a once de la maana eran cinco horas que, bien dormidas,
podan reanimar a cualquiera, pero no haban sido suficientes para el molido cuerpo
Mientras tanto, ya haban llegado a la casa del seor Gerardo Goldberg, y cuando
par el auto Adrin salt de ste diciendo a su amigo:
Demoro un minuto.
El minuto se volvi media hora, y as mister Dean lo hizo notar cuando Adrin volvi
a sentarse al lado del conductor.
Es que el seor Goldberg me cont que haba recibido un telefonazo en el que le
decan que Hochschild y Blum recuperaran su libertad a cambio de un milln de bo-
livianos Adrin explic la causa de su demora.
Y qu les dijo Goldberg? pregunt Dean sin inmutarse.
Que estaba muy bien, siempre que don Mauricio se lo ordene por telfono repi-
ti Adrin lo que don Gerardo le haba contado minutos antes.
Y?...
Decididamente mister Dean esta maana estaba muy lacnico.
Y... Los que le telefonearon le contestaron que Hochschild le hablara a las siete
de esta tarde o maana en la tarde, y que tenga el dinero listo en una valija para
llevarlo.
Adrin no continu, porque Dean se le adelant:
A dnde?...
A las siete de esta tarde o de maana en la tarde cuando hable el seor Hochs-
child, le indicarn fue la descorazonante respuesta del director del Departamento
Nacional de Investigaciones.
Bueno. Entonces a esa hora sabremos dijo Dean sin demostrar ninguna ansie-
dad, pero luego coment : Pero por qu hoy o maana?
Mire, mister Dean, yo no estoy seguro, pero como los tienen que traer desde cer-
ca de Palca, necesitan tiempo, y tambin querrn asegurarse de muchas cosas. La
prueba es que a don Gerardo le advirtieron que cuando lleve los billetes vaya solo,
hacindole notar que ellos lo comprobarn, y adems que no se le ocurra marcar los
billetes... Crame, mster Dean, que estos secuestradores no parecen aficionados, y
hasta asegurara que les daran una pequea ventaja a los profesionales de su tie-
rra...
No era en tono de broma que hablaba Adrin, pues la cosa era muy seria para estar
en tren de chanzas.
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era la etapa ms difcil, pues el rescatarlos ya era algo que caa por su propio peso,
como fruta madurada en el mismo rbol. Pero ahora suceda todo a la inversa. El
ubicarlos no se poda decir que hubiera sido toda una tarea, y sin dificultades; pero
el rescatarlos se iba haciendo prcticamente imposible, pues cada vez que se los
haba ubicado y se buscaba la manera de hacer que obtuvieran su ansiada libertad,
haban vuelto a desaparecer, y ahora por tercera vez se intentaba jugar la carta
brava de sacar a los secuestrados de las garras de sus delictuosos centinelas con
vida y sin daos personales, y para eso se haban tenido que sacrificar todos los
ms elementales principios de autoridad constituida y apelar al encumbramiento de
bandidos al rango de hombres honestos y patriotas. Todos los sentimientos perso-
nales, aun los ms ntimos, se pisotearon o se los ignor; todo haba que sacrificar
por la vida de dos hombres, que en ese momento significaban el retener el respeto
del mundo entero a la nacin en que ellos haban trabajado tan arduamente y a la
que haban servido con tanto cario y respeto.
Los interesados, que estaban al tanto del desarrollo de los acontecimientos, ahora
volvan a sentir el horroroso paso de las horas, que se prolongaban indefinidamente,
despus de la noticia que Vergara trajo tan vertiginosamente de que la conocida
camioneta del regimiento "Calama" y otro vehculo haban pasado por el estrecho
garguero del Alto de las Animas, a una hora ms o menos avanzada de esa maa-
na. Por eso todas las personas que se hallaban interiorizadas de este parte del
agente del Departamento Nacional de Investigaciones se quedaron a la expectativa.
Una expectativa que a cada momento se tornaba ms inquietante, pues se esperaba
de un rato a otro la llegada de un emisario anunciando el paso de los dos vehculos
frente a algn puesto de observacin en ruta para la ciudad. Esta esperanza se vio
hasta cierto punto asegurada cuando Salmn llam a Luis y le cont que el capitn
Escobar se haba hecho presente en el despacho del presidente de Bolivia y le ase-
gur a Su Excelencia que, conforme se realizaban las investigaciones llevadas a ca-
bo por sus agentes, y dirigidos por su propia persona, resultaba ser un asunto de
horas solamente el recuperar a los dos secuestrados el domingo 30 de julio del ao
que cursaba.
Una noche tormentosa y cargada de negros nubarrones, que jams se decidan a
pulverizar su furia en beneficiosa lluvia, haba seguido al asoleado y sofocante da.
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Recorre ms all...
Pero si tienes campo de sobra...
No, hombre, recorre ms all...
Pero, dganme quin puede dormir con semejante bulla se quej Luis, incor-
porndose sobre un codo en el sof, que haba sido tendido como un moderno ca-
tre. Por casualidad no se dieron cuenta de que estn durmiendo en el suelo, so-
bre una alfombra, y tienen campo de sobra?... Hasta para poder nadar? se dirigi
a Jaime Vergara y a Martn Freudenthal, que horas antes, para acompaarlo, se
haban acomodado despreocupadamente sobre el piso de su despacho, que estaba
cubierto casi en su totalidad por una gruesa alfombra.
Por un momento pens que estbamos sobre un catre, y tema caer al suelo...
Freudenthal habl.
Y yo tambin dijo Vergara.
Bueno, Y qu hora es, Jaime? pregunt Adrin, que ya se hallaba de pie
arreglndose los pantalones, que los tena hechos un acorden.
Mi estampa! Son las siete y media, y tenamos que reemplazar a Villita a las
seis... Vergara se afan en levantarse de un salto y correr al bao, para luego sa-
lir con la cara chorreando agua.
No hay toallas? pregunt con los ojos medio cerrados.
Toma, utiliza sto... le dijo Martn, sacndole de un tirn la parte de su camisa
que iba dentro del pantaln.
Vergara mansamente se sec la cara y las manos con el extremo de su camisa, y
apur a Freudenthal, que ahora segua el ejemplo de su colega.
Vamos... Vamos.
Esperen un momento, que yo voy con ustedes los llam Adrin, que terminaba
de doblar las frazadas que los haban abrigado la pasada noche.
Momentos despus, cuando caminaban por la calle, a los pocos metros de la puerta
de las oficinas del Departamento Nacional de Investigaciones, Freudenthal code
discretamente a Luis, al mismo tiempo que murmuraba:
Mira... cmo nos siguen.
No te des por aludido haz como si no los hubieras visto. Jaime, escucha agrego
Adrin, llamando la atencin a su amigo y hablando muy naturalmente . Con
Martn, yo voy a reemplazar a Villa, y t anda donde Dean y le informas que los dos
seores ya estn en la calle Catavi y que estamos seguidos por dos ganchos.
Adrin hablaba entre sonrisa y sonrisa, como si estuviera comentando algo muy tri-
vial o jocoso y no como si estuviera dando instrucciones de vital importancia en este
momento . En cuanto termines te vas a la calle Catavi, al lugar donde estuvimos
la otra noche, y con todo sigilo dejas tu moto lejos y oculta. Nosotros, en un mo-
mento ms nos desharemos de esos pajaritos... Ya vers dio sus ltimas instruc-
ciones, y cualquiera que le viese hablar en la calle pensara que estaba charlando
sobre el magnfico clima paceo o cualquier otra cosa tan banal y sin importancia
como es el clima de La Paz.
En ese momento llegaron a la plaza Murillo, donde estaba estacionado el caballo de
batalla de Vergara. Este demor unos minutos en encenderla, porque el fro de la
noche todava segua prendido del motor de ese infernal invento, que ahora ya em-
pezaba a tronar y atorarse convulsivamente.
Martin. Ahora entro a Palacio. Si no est Salmn, estar Ura o alguno de ellos,
pues hay que informar que Hochschild y Blum ya estn en la ciudad. Entonces t
demoras diez minutos. Toma un auto de alquiler y da la vuelta a la manzana. Yo
saldr por la puerta falsa que da a la otra calle... Me entiendes? le explic Luis a
su amigo y colaborador.
...Y entonces estos inteligentes amigos de tu amigo Escobar se quedarn en la
puerta principal de Palacio esperando a que salgas termin Freudenthal sin poder
ocultar una sarcstica mueca que pareca una sonrisa.
No falles, Martin. Diez minutos... Porque antes de ir a la calle Catavi quiero pasar
por la casa de Goldberg, que Dios sabe cmo estar de nervioso por estar pegado al
telfono... Y ahora finge que nos despedimos cordialmente le dijo Adrin mientras
le estrechaba la mano, que Martn ya le haba tendido . Hasta luego...
Hasta luego.
Adrin se separ de su compaero cuando le faltaban unos cincuenta metros para
llegar al portn del Palacio Quemado, y no pudo ver cmo los dos hombres que lo
seguan apretaron el paso para poder alcanzarlo sin lograr su objetivo, ya que Luis
en ese instante entr por la puerta donde haba un soldado con el fusil en la mano
haciendo la guardia reglamentaria.
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A juzgar por los partes de los agentes, que no se haban despegado ni un momento
de los vehculos que en un momento inesperado, entre nubes de polvo, hicieron su
flaqueaba la certidumbre que antes experimentaban los que haban planeado todo
este original rescate, pues si Escobar o cualquiera de sus camaradas se hubiera da-
do cuenta de la maniobra, Hochschild y su compaero de infortunio eran hombres
muertos, ya que los secuestradores, para enmendar lo que hubieran credo que las-
timaba su amor propio, los fusilaban sin mayores prembulos y sin los recelos que
antes demostraron. Por eso y por otras razones ms la espera. Oh!... Esa espera
de ver las manecillas del reloj treinta veces en un minuto y de verlas en el mismo
sitio cada vez era horrorosa... Matadora.
Las doce del da se haba escuchado en varios relojes pblicos, campanarios y sire-
nas fabriles. Cunto haba demorado en llegar el medioda! Y as tambin lleg las
tres de la tarde encontrando a mister Dean y Adrin con sus estmagos que se ne-
gaban a recibir alimento alguno... Y as tambin lleg las cinco de la tarde. Hora que
la piel se llegaba a crispar al solo pensamiento de lo que ocurrira si el plan de res-
cate fracasaba, pues no haba novedad alguna.
Algo andaba muy mal. Algo haba fallado en los engranajes, que con tanta paciencia
se haban montado. El seor Oscar Soria, que se encontraba en la parte de la casa
donde estaban las oficinas del Departamento Nacional de Investigaciones, se ade-
lant hasta el auto en el que lleg mister Dean en compaa de Adrin y dijo:
Seor Adrin, de Palacio telefonearon dos veces y dicen que vaya, urgente.
Quin telefone? pregunt Dean.
No reconoc la voz. Tampoco pregunt el nombre. No se me ocurri contest
Soria.
Vamos, mister Dean...
Salt Luis otra vez al auto.
No me gusta esto mascullaba Warren Dean mientras que largando el freno de-
jaba que el auto se deslizara cuesta abajo por la calle Jenaro Sanjines.
Vamos rpido... Debe haber noticias estupendas dijo Adrin lleno de alborozo.
El coche par frente a la portada del Palacio de Gobierno, y cuando Luis bajaba del
auto Dean le recomend:
Ahora voy a la oficina, y telefoneme cuando termine. Vendr a recogerlo... Y no
se mueva de ac mientras no lo venga a buscar volvi a recalcar mister Dean a
Adrin sobre su anterior indicacin.
Adrin, con el apuro y las ansias que tena de saber por qu lo haban llamado con
tanta urgencia, no escuch las palabras de su amigo, y sin tomar las precauciones
de la maana, subi rpidamente al despacho del secretario privado de Su Excelen-
cia, quien se sorprendi al verlo entrar.
Qu haces por ac? Hay algo de nuevo? pregunt Salmn.
Ustedes me llamaron... aleg Adrin.
Nadie te ha llamado dijo Salmn tranquilamente.
Pero si llamaron dos veces al Departamento, indicando que venga de inmediato...
vehementemente insisti Luis Adrin.
No, seor... Pero la verdad es que Escobar acaba de entrar donde el Presidente a
comunicarle que ha encontrado a Hochschild y a Blum.
Adrin no habl, y slo atin a sentarse en una silla agarrndose simplemente la
cabeza entre sus dos manos, que temblaban un poco.
Gracias a Dios fue su simple plegaria de agradecimiento, dicha en voz baja y
emocionada.
Hugo Salmn, su amigo que tanto lo haba alentado y ayudado en los das ms
aciagos, se acerc, y muy contra su austera costumbre le dio unas palmadas en el
hombro.
Lo han hecho bien, Lucho. Y regresando a su estirada personalidad, le dijo cor-
tantemente : Nadie te llam, pero Escobar cuando entr pregunt si ya habas lle-
gado. Seguramente que l te llam a nombre del Presidente, y no debe ser para fe-
licitarte. Mejor es que te vayas, y yo te llamar ms tarde, pues estoy seguro que
Su Excelencia querr hablar contigo.
Luis sali sin contestar ni medir las palabras del doctor Salmn. Slo pensaba en el
alegrn que le dara a mister Dean y sus compatriotas que con tanta habilidad y
buena voluntad haban trabajado en lo que ya se dio en llamar "Secuestro Hochs-
child", y sobre todo pens en Goldberg. Pens que para ese hombre ya se terminar-
an las noches de insomnio que pas cavilando sobre la suerte de sus amigos..., y
as los pensamientos felices se le agolpaban en la mente. Una rara sensacin expe-
rimentaba el director del Departamento Nacional de Investigaciones. No quera can-
tar ni bailar, como dicen generalmente que son las demostraciones de alegra y re-
gocijo... No! No quera hacer nada de eso. Pero experimentaba una paz de espritu
que nunca la haba sentido antes. Su cerebro era una masa blanca que no registra-
ba nada. Nada en absoluto, y de pronto, cuando ya llegaba a la puerta de salida del
Palacio de Gobierno, tambin denominado Quemado, una enorme sonrisa rajaba su
faz al pensar que una vez haba dudado que Escobar y los dems seran ms dbiles
que Villarroel.
Ahora ese pensamiento le pareca un tanto ridculo, y todava ms ridculo le pareca
que unas horas atrs haba pensado que Escobar y su camada le podran hacer algo
malo a l. Realmente que ahora el solo pensamiento pasaba de lo absurdo a lo rid-
culo. "Qu podran hacer estos caballeros?", pensaba Adrin mientras se alejaba
unos metros de la puerta principal del Palacio de Gobierno de Bolivia, situado en un
flanco de la plaza Murillo de la ciudad de La Paz. "Nada!... Nada!..." reflexionaba
Luis . "Pues qu importaban los santos estando bien con Dios?" Adrin se pre-
gunt, subrayando su pensamiento con una sonrisa que rpidamente se abri en
una carcajada... Carcajada que al segundo de producir su primera nota de algaraba
se convirti en un brutal hipo al sentir el agudo cao de un revlver apoyado contra
uno de sus riones.
CONCLUSION
Sigui lloviendo. No tan reciamente como unas horas antes, pero sigui lloviendo, y
en cuanto sta cedi un poco, Rafael Salvatierra haba puesto en marcha la camio-
neta y se dirigi a su casa, dejando a Luis Adrin y a Alberto Valdez Hertzog en el
departamento del primero.
Adrin, con los nervios crispados hasta su mximo por el trgico espectculo que
haba visto, se haba quedado en su departamento con su amigo Alberto Valdez,
que, curioso de escuchar hasta el final el relato del secuestro de Hochschild y Blum,
acompaaba a Luis a esperar el da.
Es raro deca Valdez . Desde que empezaste a narrar este asunto, en la ca-
mioneta, en compaa de Salvatierra, me he puesto nervioso, y desde que Rafael se
fue a su casa y nos dej ac la cosa es peor. Sern los tragos que tomamos?
pregunt Alberto Valdez.
No, no son los tragos; son los nervios. Y prueba de eso es que yo he tomado co-
mo un condenado para olvidar un poco lo que record, y as poder dormir... Y ya
ves. Son las seis de la maana y seguimos hablando... aclar Luis Adrin.
Sigue contndome el resto dijo Valdez mientras se serva un nuevo trago de
ron, despus de haber hecho lo mismo con la copa vaca de su amigo.
Ya no hay mucho que contar... As que ser muy breve dijo Luis , como que
ya viene el da agreg despus de haber echado un vistazo por una ventana.
Y sigui:
Cuando me atracaron el revlver en las costillas prosigui Adrin se me
oblig a subir a un auto que tenan para este efecto estacionado ms all del Pala-
cio, y no bien entr al vehculo me largaron un golpe en la cabeza, que ca desma-
yado. A1 despertar me encontraba en un cuartito con piso de cemento y tendido
sobre un catre sin colchn. No saba el tiempo que haba demorado en llegar hasta
ese lugar, ni dnde estaba. Y mi cabeza era un verdadero concierto de aves canto-
ras. Pero lo que not de inmediato fue que me haban quitado el saco y tena la ca-
beza y la cara hmedas, como si me hubieran querido despertar echndome agua.
Personalmente, creo que el que me dio el cachiporrazo no midi su fuerza. Aun en
ese estado absolutamente anormal, lo primero que atend fue buscar los bolsillos de
mi pantaln, que todava no haban registrado, seguramente porque recin en ese
momento llegu y mis agresores estaban en la tarea de registrar el paleto del que
se me haba desprovisto. En el pantaln tena las copias de los partes del "Secuestro
Hochschild" que pasbamos a Palacio, y las que me haba embolsillado el da ante-
rior en previsin de que registraran las oficinas del Departamento Nacional de In-
vestigaciones, conforme lo haban hecho con mi departamento, pues para esta gen-
te no haba nada imposible.
"No saba por qu me encontraba preso, pero Escobar era un enemigo temible y por
eso no dud ni un momento en hacer desaparecer los partes que tena en el bolsillo.
La manera ms rpida y eficaz fue el comerlos rpidamente. Pareca que estaba ju-
gando con el tiempo, pues cuando masticaba el ltimo pedazo entraron unos solda-
dos y un sargento. Recin entonces me di cuenta de que estaba en el regimiento
"Calama" de Carabineros, y mi nico consuelo era que, no habiendo telefoneado a
Warren Dean conforme a nuestro convenio , ya me estaran buscando...
su jefe en una seccin del "Calama". Entonces, conforme a instrucciones del jefe de
Polica de La Paz, el sargento entr en la combinacin para que yo escapara durante
un cambio de guardia.
"Desgraciadamente el sargento tena que estar al tanto del asunto para que no en-
torpezca las cosas en sentido de ser muy escrupuloso en la entrega de su servicio,
ya que, segn como se haba planeado la cosa, faltando quince minutos para el
cambio de guardia del regimiento "Calama", que era al medioda, el sargento de
guardia entregaba las armas y todo el resto de los enseres que estaban a su cargo
entre ello a los presos en el Regimiento. Pero como yo era el nico, y haban pasado
muchos das de mi detencin ya no se preocupaban de visitarme a esa hora y slo
figuraba en el parte verbal. Entonces, aprovechando que toda la tropa de guardia
estaba formada en la puerta principal del cuartel, me era fcil romper una insignifi-
cante cerradura de mi calabozo y saltar un muro detrs del cual me estara espe-
rando una camioneta, cargada con sacos con cualquier material, y yo sera el conte-
nido de uno de ellos...
"Mi viaje a la frontera con el Per ya era cosa ms fcil. Eso se pens, y casi se
llev a cabo. Claro que todo el plan de fuga que se haca no interfera con los trmi-
tes que haca la gente para sacarme de este aprieto tan poco vulgar.
"Ahora Escobar admiti que me tena preso. Unas veces deca que era por motivos
polticos y otras por motivos particulares, nunca dando la misma respuesta. Jugaba
as esperando el da que mis agentes haban fijado para mi fuga segn el bien ela-
borado plan que tenan. Escobar slo cambi un detalle en todo el plan de mi gente:
la hora. El da que se deba efectuar mi escapatoria Escobar adelant el cambio de
la guardia del regimiento "Calama" en un cuarto de hora, y ese da entraron de
guardia hombres de su entera confianza, con la consigna de que si me vean fugar
deban aplicar la ley de fuga: un plomo en la espalda.
Cuando Adrin lleg a este punto de la narracin palideci un poco y call, pero co-
mo si fuera un deber el terminar de contar lo que haba empezado tantas horas
atrs, continu:
Slo me salv porque no tena reloj dijo muy quedamente , y me atras unos
diez o quince minutos en la parte del plan que me tocaba a m, o sea que Escobar,
para disculpar su persona ante todos los que intervinieron para que me soltaran
consinti en hacerlo y dio la orden de mi libertad a las doce horas en punto, cuando
l pensaba que yo ya estaba en camino al otro mundo, y result que cuando dos
personas amigas mas llegaron apresuradamente a las doce horas y quince minutos
para liberarme, con la orden del jefe de Policas de La Paz, capitn Jos Escobar, yo
estaba por romper la chapa de la puerta de mi celda. Esos fueron los diez o quince
minutos que demoraron en venir rpidamente desde la oficina de Escobar hasta el
regimiento "Calama", y fueron los diez o quince minutos que yo me atras por no
tener reloj... Que me salvaron la cabeza.
Termin Luis su narracin, que la haba comenzado horas antes a pedido de dos
camaradas de trabajo con quienes en una tormentosa noche haba efectuado una
postrer visita a una plaza que representaba un cuadro inolvidable, ya que todava
en los nublados ojos de Adrin estaban clavadas las imgenes de tres seres colga-
dos por sus pescuezos que eran balanceados por un fuerte viento, en tanto que una
torrencial lluvia se haca sentir hasta los huesos, mientras que los odos del narrador
de tan extrao hecho todava sentan retumbar en sus tmpanos el aullido espeluz-
nante de un pueblo herido que clamaba por su libertad, y que al querer reconquis-
tarla, esa tarde, esa sanguinolenta tarde de un 27 de septiembre de un ao que el
calendario cristiano marcaba con las cifras de 1946, en una ola de feroz rebelin
haba asaltado la crcel pblica, y rompiendo puertas, barras y leyes haba agarrado
desesperadamente los cuerpos de Escobar y Eguino, y despus de trasladarlos has-
ta la plaza Murillo los haba ajusticiado. Los haba colgado por el pescuezo, hasta
que murieron asfixiados... Y todo ese barullo, ese gritero infernal y nada humano,
segua zumbando en los odos del que haba narrado tan extrao hecho, mientras
que ahora en esa plaza escenario de tan grotesca jornada el silencio profundo
solamente era roto por el infatigable taido de la campana del reloj del Parlamento,
que segua incansablemente marcando los cuartos y las horas...
Tan... Tann... Tannn...