El Cristianismo en América Latina

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El cristianismo en Amrica Latina.

Discernir el presente para preparar el futuro


Carlos PALACIO

Resumen:
Las dos grandes transformaciones que caracterizan el momento presente de la sociedad occidental -la
transformacin cultural y la transformacin religiosa- repercuten profundamente en el cristianismo. El
anlisis de las mismas permite tomar conciencia de los verdaderos desafos que tendr que enfrentar
el cristianismo del futuro. El centro de la crisis actual es, pues, el fin de una figura histrica de
cristianismo. Para construir una nueva figura es preciso regresar a lo que constituy la originalidad
del hecho cristiano. El futuro del cristianismo en Amrica Latina, como parte integrante de esa
historia, slo podr ser pensado en su especificidad, tomando en consideracin esa problemtica.
Palabras clave: cultura occidental religiosidad moderna cristianismo histrico identidad
cristiana perspectiva latinoamericana.

Cmo abordar el problema del futuro del cristianismo cuando se es consciente de la complejidad del
actual momento histrico? Es posible hablar de ese futuro sin ser visionario? O se trata, apenas, de
un ejercicio de la imaginacin? De mi parte debo confesar que no soy visionario ni hijo de visionario.
Y que mi imaginacin no es de las ms fecundas para crear escenarios del futuro. A pesar de todo,
pensar en el futuro del cristianismo es un acto de responsabilidad teolgica, para todo cristiano; y de
modo especial para ese cristiano reflexivo que es el telogo. Pero cmo plantearlo?
Sera imposible abordar la cuestin del futuro del cristianismo en Amrica Latina sin pasar por un
anlisis de la actual situacin del cristianismo como conjunto. Al fin y al cabo, quermoslo o no, son
muchas las formas en que esa situacin nos condiciona. Como nos condicion la herencia del
cristianismo colonial que aqu en Amrica Latina fue implantado. Digamos pues cules sern los pasos
de esta reflexin: a) un rpido anlisis de la situacin actual del cristianismo, en primer lugar, para
recoger las interpelaciones que nos vienen de la realidad, b) seguidamente, una reflexin sobre el
ncleo de la crisis actual: el ocaso de una figura histrica del cristianismo y la necesidad de una nueva
reconfiguracin; y para concluir, c) algunas consideraciones rpidas sobre el futuro del cristianismo en
Amrica Latina.

I. El cristianismo y la situacin cultural y religiosa del mundo actual


Hace mucho tiempo que el pensamiento contemporneo, tambin el no cristiano, se preocupa por la
situacin actual del cristianismo. Poco importa saber si la crisis actual es ms o menos grave que otras

por las que atraves el cristianismo a lo largo de la historia. Ni se trata de tomar posiciones ante las
diversas interpretaciones de esa situacin[1]. Para nuestro intento es suficiente tratar de comprender,
con la mayor lucidez posible, lo que est en juego para la fe cristiana y para el futuro del
cristianismo[2]. De manera muy breve y sinttica podramos resumir la situacin actual a partir de dos
grandes transformaciones que caracterizan el momento presente de la sociedad occidental y que
repercuten profundamente en el cristianismo: una transformacin cultural de dimensiones mundiales, y
una transformacin religiosa de proporciones nunca antes vistas.

1. La transformacin cultural en primer lugar.


No se trata slo de las transformaciones internas por las que pas la cultura occidental a lo largo de los
siglos, sobre todo a partir del inicio de la modernidad[3]; ni lo que, de forma un tanto eufemstica, se
dio en llamar la mundializacin de la cultura (occidental!). Lo que se revela en la actual crisis de la
cultura occidental es una transformacin radical en su cosmovisin (o sea, en su autocomprensin de
la vida y la historia humanas) que est inseparablemente relacionada con una nueva forma de
relacionarse con la transcendencia, como veremos mas adelante a propsito de la transformacin
religiosa. Dos profundas transformaciones, cuyas repercusiones se hicieron sentir poco a poco en
todos los mbitos de la existencia, tanto personal como social. La rapidez vertiginosa con la que en
poco ms de tres dcadas se modificaron instituciones, hbitos, costumbres, valores, etc., en la sociedad
occidental, es el indicio ms claro de esas transformaciones que ataen no solamente a los fenotipos de
la visin cultural del mundo, sino que modifican sus genotipos y nos colocan, por tanto, en una
verdadera transformacin de la cultura.
Algunas caractersticas de esa situacin cultural nos permiten vislumbrar el alcance de esas
transformaciones, sin que sea posible todava, caracterizar de forma ntida, el perfil de la nueva cultura
en gestacin. Tal vez sea ms evidente la crisis generalizada de los valores, con el vaco de sentido que
ella genera y que afecta no slo a los individuos sino a la sociedad entera. No es por acaso, que las
cuestiones ms fundamentales del ser humano (el por qu y para qu de la existencia, el destino del ser
humano, el valor de la persona, etc.) vuelvan a ser destacadas con toda su fuerza. Y son discutidos, con
renovado inters, viejos problemas filosficos como la cuestin de la verdad, la tica, la
transcendencia, etc. Indicio evidente de que lo que est en juego es la visin del mundo como conjunto,
como modo de entender la vida humana, la historia, la sociedad, el cosmos.
Otro aspecto caracterstico de nuestra poca comenz con la toma de conciencia ecolgica y la
necesidad de proteger el medio ambiente, y se fue ampliando hasta abarcar la preocupacin del
cuidado de la tierra como hbitat comn de la humanidad. Es necesario y urgente establecer una
nueva alianza de los seres humanos con la naturaleza si queremos preservar el futuro de la vida y su
cualidad humana. Esta conciencia se impone cada vez con ms fuerza en las diversas sociedades y
culturas, a pesar de las grandes resistencias que encuentra en la ceguera de los diversos grupos
interesados en explotar econmicamente la naturaleza, como si fuese una fuente inagotable de
recursos.
Tras esa toma de conciencia, hay un rechazo a la concepcin puramente funcional, utilitarista e
instrumental de la naturaleza en nombre de las posibilidades ilimitadas de la ciencia y de la tcnica, y
un abierto rechazo del tratamiento predatorio impuesto a la naturaleza por el hambre devoradora de la
tecnologa moderna. En definitiva, la raz ltima de esa crtica, es la crisis de la propia razn moderna y
el ocaso de las ideologas por ella segregadas: el fracaso de lo que se podra denominar proyecto de

modernidad (con sus promesas de una sociedad de bienestar y de riqueza sin lmites), el desencanto
con sus conquistas y la consiguiente crtica de sus presupuestos. Esa es la significacin de lo que se
acostumbra designar como posmodernidad. La ciencia y la tcnica -versiones dominantes de la razn
moderna- son incapaces de ofrecer al individuo razones para vivir, descifrarle el sentido de la vida y la
unidad de su existencia. Ahora bien, sin unidad y sentido, el ser humano no puede vivir.
Esas contradicciones explotaron de manera patente con la mundializacin de la economa. Tcnica y
conocimientos estn cada vez ms asociados a la riqueza econmica y al capital. La globalizacin de
la economa es, en verdad, la globalizacin del capital financiero con los desequilibrios econmicos y
sociales que ello produce- y la prueba ms cabal de la nueva divisin de la tierra en dos mundos: el
mundo de los ricos y el de los pobres. En cierto sentido, la crisis de la cultura occidental se torn
mundial, pero por otro lado, fue posible a travs de la ciencia y de la tecnologa- la aproximacin
entre pueblos y culturas muy diferentes.
Esa aproximacin de culturas es, sin duda, uno de los aspectos ms decisivos de la situacin cultural
contempornea. La movilidad que permiten hoy los modernos medios de transporte y la divulgacin
inmediata de todo y de cualquier acontecimiento a travs de la transmisin instantnea por los medios
de comunicacin, opera una especie de reduccin del espacio y del tiempo infinitos, a dimensiones
que pueden ser administradas por cualquier persona. El mundo, como previ McLuhan, se ha vuelto
una pequea aldea mundial, al alcance de la mano. No es exagerado afirmar que hoy convivimos -en
tiempo real y, sin duda, virtualmente- con personas y acontecimientos que llegan a nosotros de pases y
culturas que hasta hace poco resultaban tan distantes como misteriosos.
Esta experiencia, unida al fenmeno creciente de las migraciones en masa, nos da la medida de la
riqueza potencial de esa presencia e interaccin entre las culturas y, al mismo tiempo, del choque
cultural que tal situacin representa. El descubrimiento del otro, la pura y simple constatacin de su
diferencia -es por donde comienza la diversidad que representan las culturas- antes de ser un
encuentro que enriquece, es una confrontacin perturbadora, un factor que nos descentra de nuestro
propio punto de vista y de nuestra perspectiva cultural.
Es lo que ha ocurrido con la cultura occidental y uno de los factores que explican la crisis por la que
atraviesa. El contacto con otras culturas la oblig a desabsolutizar su punto de vista, y reconocerse
como una cultura entre otras culturas, a relativizar su pretensin de ser una cultura superior, la cultura
tout court, universal por excelencia, y a aceptar que es simplemente diferente, y tan particular
como las dems. Y por eso, capaz de establecer un dilogo, de ser enriquecida y de enriquecer. Lo que
se hizo patente en lo que toca a la dimensin religiosa de la cultura. Cmo explicar si no, la
fascinacin ejercida sobre el occidente cristiano por las religiones orientales a partir, sobre todo, de la
segunda mitad del siglo XX?

2. La transformacin religiosa
Es el segundo aspecto del cambio cultural de occidente. Se hizo manifiesta, en un primer momento, con
la secularizacin progresiva de la sociedad y de la cultura a partir de los aos 60 del siglo pasado. Dos
o tres dcadas despus, contra todas las previsiones de los socilogos de la muerte de Dios, aparece, de
manera inesperada, un fenmeno que los propios socilogos denominaron retorno de lo religioso o la
revancha de lo sagrado. Mas esas oscilaciones eran slo la punta del iceberg, la manifestacin visible
de una transformacin mucho ms profunda: la tentativa de la cultura moderna de auto-comprenderse,

organizarse en sociedad y construir el sentido de la historia dentro de los estrictos lmites de la


inmanencia mundana, desterrando as de su horizonte cualquier referencia a la transcendencia.
No viene al caso discutir ahora si esa evolucin estaba inscrita en los presupuestos filosficos de la
modernidad o fue fruto de condicionamientos histricos contingentes. En cualquier hiptesis, la
situacin espiritual de la sociedad moderna, en s misma, da que pensar. Esa bsqueda de lo sagrado,
que asume de hecho las formas ms contradictorias, es inseparable de la crisis de sentido en la que se
sumergi la sociedad occidental. Lo que podra significar, por un lado, que la intranscendencia de la
vida, ese confinamiento del individuo en el horizonte estrecho de la inmanencia, acaba sofocando a la
persona y se torna insoportable. Y, por otro lado, podra ser la prueba de que no es tan fcil para el ser
humano sofocar por completo la transcendencia que lo habita. Sin que eso signifique que la cuestin de
Dios haya sido resuelta. Al contrario, es en el fondo de esa crisis donde deben ser buscadas las causas
de esa formidable transformacin cultural de lo religioso que caracteriza a la sociedad occidental.
Tres factores parecen estar configurando esa situacin espiritual en la cual puede ser detectada la
metamorfosis de lo religioso en la sociedad occidental: el factor cultural del viraje antropocntrico de
la modernidad, el sorprendente retorno de lo religioso reprimido, y el fenmeno del pluralismo
religioso como uno de los resultados del encuentro entre culturas diferentes. La crisis actual es el
resultado de la interaccin de esos tres factores.
El primero estaba implcito, en lo que arriba fue dicho sobre la transformacin cultural: el viraje
antropocntrico llevaba consigo una transformacin de las relaciones del sujeto moderno con la
transcendencia. Lo que se hizo manifiesto en el desplazamiento social de la religin. sta ya no tiene
en la sociedad moderna una funcin que la justifique. La sociedad se organiza en todas sus dimensiones
(sociales, polticas, econmicas y culturales) siguiendo los criterios por ella misma establecidos. Lo que
en s mismo representa una conquista: la necesaria distincin y separacin entre las esferas social y
religiosa, y la justa afirmacin de la autonoma de la sociedad con relacin a la Iglesia.
Mas esa emancipacin se extendi tambin a la transcendencia. El viraje antropocntrico coloc al ser
humano como centro absoluto de toda la realidad, principio y fundamento de lo que es bueno, de lo
que tienen valor, de lo que puede ser admitido y de lo que debe ser rechazado. En otras palabras, el ser
humano no slo se entiende a partir de s mismo sino que se funda en s mismo. Y, por ello, puede
disponer plenamente de s, del mundo y de la historia. Esta reflexin de todo el dinamismo humano
para dentro de la historia no poda dejar de tener consecuencias en la construccin del sentido de la
vida. El vaco de sentido que aflige a la sociedad moderna parece estar mostrando que el ser humano no
se contenta fcilmente con las pequeas transcendencias que pretenden sustituir a la verdadera
transcendencia mayor. Sea como fuere, aqu est el primer aspecto de una profunda transformacin
de lo religioso por lo cultural.
El segundo factor de la situacin espiritual de la sociedad actual es el retorno de lo religioso de
manera anrquica y bajo las formas ms heterogneas. Fenmeno plausible despus de la
secularizacin progresiva de la sociedad moderna a partir de los aos 60 del siglo pasado. Es difcil
explicar las causas de esta inesperada efervescencia religiosa[4]. Pero no se puede negar que tenga
alguna relacin con la crisis de sentido que afecta no slo a los individuos sino a la sociedad como
conjunto. Es como si, sofocado por la intranscendencia de la vida y cansado ya de sus proyectos de
autosalvacin, el ser humano moderno vislumbrase en ese redescubrimiento de lo religioso una puerta
para salir de s, para trascenderse, en la bsqueda de respuestas para sus necesidades subjetivas: las
cuestiones fundamentales de la vida, de la muerte, del sentido y del amor.

Mas no debemos engaarnos. Retorno de lo religioso no equivale necesariamente al reencuentro con


Dios. Es ah donde radica la novedad y la ambigedad de ese fenmeno. En rigor no se trata de un
retorno porque no hay una vuelta a las formas religiosas tradicionales. Al contrario, las religiones
tradicionales no responden ya a esa bsqueda de transcendencia y de espiritualidad. Lo sagrado es
reconstruido, de manera muy subjetiva, en una simbiosis contradictoria de horizontes y perspectivas en
que es posible encontrar ciencia, filosofa, gnosis, religiones orientales, esoterismo, ocultismo y hasta
las formas religiosas ms arcaicas. Es toda esa diversidad la que se acostumbra agrupar bajo la cmoda
denominacin de nuevos movimientos religiosos. Ah aparece el segundo aspecto de la
transformacin cultural de lo religioso: para dar cabida a tal heterogeneidad es preciso ampliar de tal
forma el concepto de lo religioso que l pierde su sentido original. De ah la ambigedad del
fenmeno y la lucidez indispensable para discernir ese sorprendente mpetu religioso.
El tercer factor, finalmente, es que por el hecho de vivir en una poca de pluralismo religioso se hizo
una realidad el encuentro entre las religiones. Pluralismo de facto. Religiones que hace algn tiempo
nos resultaban extraas y hasta exticas, forman parte de nuestro cotidiano convivir. Pluralismo de
derecho, porque a los ojos del derecho, dentro del cual se constituye el Estado moderno, todas las
religiones son iguales y sujetas a los mismos derechos y deberes. Es pronto todava para que podamos
prever todas las consecuencias de esa nueva situacin. Si por un lado, es una realidad cargada de
promesas, por otro, ya prob que posee en s misma un enorme potencial explosivo, por la inextricable
relacin que existe entre lo religioso, lo cultural y lo tnico. Lo vivido actualmente -en todos los
continentes- es la prueba cabal de cun difcil es, aun dentro de un mismo pas, la convivencia entre los
diversos grupos religiosos; y ms todava cuando un tercer pas recibe esa diversidad llegada de
diferentes pases.
Ese es, sin duda, un tercer aspecto de nuestra situacin espiritual que contribuye a la transformacin
cultural de lo religioso. Porque en el encuentro entre las grandes religiones de la humanidad, la
aparente univocidad del lenguaje (divino, transcendencia, Dios, realidad ltima, experiencia mstica,
etc.) esconde diferentes experiencias de Dios, de la relacin del sujeto con Dios y con el mundo, de la
salvacin, etc., que no son intercambiables. Puede el moderno sujeto occidental, marcado por la
tradicin cristiana de Dios, contentarse con una transcendencia que no sea personal? Puede renunciar
a su condicin de persona ante Dios y a su responsabilidad por la historia? Es suficiente (para ese ser
humano concreto que es el sujeto moderno occidental) perderse en el Todo o sumergirse en la Plenitud
csmica para realizar la bsqueda de la transcendencia?
Al contemplar simultneamente esos tres aspectos, tomamos conciencia del alcance de la
transformacin cultural de lo religioso en la sociedad occidental. Por un lado la extensin sin lmites
del concepto de lo religioso vuelve cada vez ms impreciso en su contorno y ms ambigua la
experiencia que de l resulta[5]. Muchas de las experiencias espirituales actuales son experiencias de
autocentramiento, inmersiones en la propia interioridad. En tales experiencias, dios es slo un
pretexto para el encuentro de la persona consigo misma. Y sa es la segunda seal de la transformacin
de lo religioso operada por la modernidad: el desplazamiento del horizonte de sentido como una
profunda metamorfosis de lo sagrado. Muchas de las actuales formas y expresiones religiosas, se
inscriben no en el horizonte de una transcendencia real, anterior y exterior al sujeto, sino en el
horizonte de la inmanencia. Lo sagrado es lo humano, las causas, los valores, las experiencias ticas
en las que las personas, de alguna forma, salen de s mismas y se trascienden. Pero estamos todava
ante lo sagrado transcendente o se trata de un sucedneo del verdadero Absoluto?[6]. Ese
desplazamiento explicara tambin un ltimo aspecto de la actual transformacin de lo religioso: la
nivelacin de las experiencias de bsqueda y el resurgimiento de formas arcaicas de lo religioso. Es
como si todo fuese igualmente vlido y las mediaciones de la bsqueda fuesen intercambiables. Pero

puede el sujeto moderno regresar al pasado y voltear el salto cualitativo que represent para la
conciencia humana la conquista que tuvo lugar cuando surgieron las grandes religiones mundiales en el
primer milenio antes de Cristo?
Esto es lo que llev a algunos estudiosos a designar la situacin actual como segundo tiempo axial
utilizando la expresin que K. Jaspers acuara precisamente para caracterizar la ruptura introducida en
la conciencia religiosa de la humanidad por el surgimiento de las grandes religiones, aproximadamente
entre 800 y 200 a.C. En una misma rea geogrfico-cultural (China, India, el actual Irn; Grecia e Israel
en el Mediterrneo), y de forma simultnea, tuvo lugar una radical transformacin de la visin del
mundo que estaba ligada a la depuracin de la idea de lo divino y cambi la manera humana de
relacionarse con la transcendencia[7]. Los efectos de ese cambio marcaron el curso de la historia y de
la civilizacin hasta hoy, en el mbito sociocultural y en el mbito religioso. Las profundas
transformaciones por las que pasa hoy Occidente, tanto desde el punto de vista cultural como religioso,
hacen tentadora esa aproximacin. Tanto ms que, una de las caractersticas de nuestro tiempo, es la
aproximacin entre las mismas culturas y religiones que forman parte de la misma rea en la que tuvo
lugar aquella primera transformacin. No estaremos viviendo hoy, por lo menos en occidente, una
transformacin semejante?

3. Balance provisional
No es necesario un gran esfuerzo para percibir que esas transformaciones -cultural y religiosa- de la
modernidad, afectan profundamente el cristianismo y lo obligan a repensarse en su totalidad. Como
primera conclusin, es suficiente sealar las dos principales repercusiones que esa transformacin
supone para el cristianismo: su desplazamiento social y la cuestin de su identificacin con la cultura
occidental.
En primer lugar, el desplazamiento social. Por razones histricas el cristianismo fue de hecho la
religin que rein de manera nica y casi exclusiva en Occidente[8]. No era fcil, por eso, la separacin
entre cristianismo y cultura. Sobre todo desde la cristiandad medieval, en la que ser ciudadano y ser
cristiano eran sinnimos. Lenta pero implacablemente, el proceso de la modernidad puso fin a esa
situacin. Al constituirse en una autonoma, a partir de dos presupuestos que ella misma se da, la
sociedad moderna desplaz a la religin -en nuestro caso al cristianismo- para la periferia de la
sociedad. Poco a poco, todos los mbitos que constituyen el tejido de la vida social fueron arrancados
de la tutela de la Iglesia. La religin qued confinada al mbito personal y particular de los individuos,
ya no desempea ms una funcin social.
Incluso hoy da es difcil para el cristianismo -por lo menos para la Iglesia Catlica- asimilar todas las
consecuencias de ese desplazamiento. Lo que, por un lado, es comprensible, pero, por otro, es
lamentable. Comprensible, porque ello significa la prdida del lugar privilegiado que la Iglesia ocup
durante tantos siglos en la sociedad occidental, con todas las ventajas que de ello se desprendan:
visibilidad, poder, influencia en la configuracin de la vida social, entre otras. Pero lamentable, porque
esa resistencia genera animosidad y antipata contra la Iglesia y en nada contribuye a que ella se site
en esa nueva realidad social y encare con nuevos fundamentos, la evangelizacin de la nueva situacin
cultural. Mas la aceptacin de ese desplazamiento significara reconocer y aceptar el fin de un
cristianismo sociolgico y de una visin prioritariamente institucional y jerrquica de la Iglesia.

La segunda consecuencia de esa transformacin es lo que podramos llamar ruptura entre cristianismo
y cultura occidental. Aspecto relacionado con lo anterior y no menos problemtico, por esa especie de
simbiosis histrica entre fe cristiana y cultura occidental, a travs de la cual lleg hasta nosotros el
cristianismo. La crisis de la modernidad pone al desnudo esa identificacin y la deshace terica y
prcticamente, lo cual se revela en la crisis de valores, en el individualismo exacerbado y en la clausura
del horizonte de la transcendencia. La cultura de la modernidad dej de ser cristiana, aunque todava
quedan en ella vestigios indelebles de su convivencia secular con el cristianismo. Pero no se inspira ya
en el cristianismo. En ese sentido, podra ser designada como pos-cristiana.
Esa situacin, paradjicamente, libera al cristianismo de la tentacin de identificarse con una cultura, la
occidental, y crea las condiciones para que pueda ser, de hecho, universal. La fe tiene que ser expresada
en todas las culturas. El cristianismo slo puede existir encarnndose dentro de cada cultura, pero no se
identifica con ninguna porque no se agota en ellas. Es el desafo que suscita la inculturacin, tan
ansiada como delicada, con todo su alcance y sus consecuencias, que apenas comenzamos a vislumbrar.
Mas no fue ese el riesgo que asumi el cristianismo primitivo al adentrarse en la cultura helenstica,
abandonando su suelo natal, que era el judasmo?
Es comprensible que esta ruptura nos asuste. Representa, de hecho, el fin de la figura histrica del
cristianismo que nosotros conocemos; la forma en la que l se encarn y le dio consistencia y
visibilidad durante tantos siglos. La crisis de la cultura moderna no podra dejar invulnerable la fe
cristiana y las traducciones culturales de la misma. Y no slo el lenguaje utilizado, sino tambin el
horizonte terico de comprensin, las formas institucionales y las expresiones religiosas. Todo esto nos
da la medida de lo que est en juego para la fe cristiana en este momento histrico. No se trata de
reformas (por ms urgentes que sean)[9], ni de simples adaptaciones al nuevo contexto, sino de
repensar la totalidad del cristianismo a partir de nuevos presupuestos. Tarea ingente, para la que la
mayora de los cristianos, a juzgar por lo que parece, no estamos todava preparados. Sin terminar de
realizar la transposicin del cristianismo tradicional al horizonte de la modernidad, se nos exige ahora
repensar y traducir la fe en el contexto de la posmodernidad.
Hay muchos indicios de que no hay todava una estimacin -inclusive en las diversas esferas del
ejercicio de la autoridad pastoral de la Iglesia- de la gravedad de la situacin actual. Nos tendramos
que preguntar si nuestras opciones pastorales tienen ante la vista un futuro que nos provoca, o un
pasado que se quiere proteger a cualquier costo. El pragmatismo inmediatista de ciertas propuestas de
evangelizacin, hace sospechar que estamos todava habitados por el fantasma de la cristiandad, o el de
la neo-cristiandad: primicia de lo cuantitativo sobre la calidad cristiana de la vida. Estaremos
preparando de esa forma el terreno para una verdadera recomposicin de la experiencia cristiana en su
totalidad, para que pueda llegar a nosotros un futuro nuevo para la fe?

II. Para una reconfiguracin del cristianismo


La descripcin de la situacin actual podra parecer excesivamente dramtica y sombra si no
encontrase eco, cada da, en nuestra experiencia existencial. No slo como cristianos sino como
hombres y mujeres sometidos a las mismas perplejidades y angustias de nuestros contemporneos. La
situacin actual nos desconcierta. Nadie escapa hoy a la angustia de no saber, de tener que abrir
caminos -personales, familiares, profesionales, etc.- en un mundo sin referencias claras y definidas. No
podra ser de otra manera para la fe de cada cristiano y para el cristianismo como totalidad.

Mas no podemos olvidar que la fe cristiana ya dio ms de un paso en la bsqueda de nuevos caminos.
Por otra parte, no es la primera vez en su historia que el cristianismo se encuentra en una situacin
crtica, de crisis, crucial y, por tanto, de encrucijada. En tales situaciones nunca faltaron pronsticos
sobre el fin del cristianismo. Pero no parece que se hayan realizado. Lo cual no puede servir como
consuelo fcil, ni disminuir en nada la responsabilidad que nos corresponde en este momento histrico,
pero nos alivia de un peso que resultara insoportable si el futuro dependiese slo de nosotros. El
cristiano no es optimista por cerrar los ojos a la dureza de la realidad, eso sera una ceguera
irresponsable. El cristiano es optimista por exceso, no por defecto. Su experiencia est fundada en la
experiencia de una promesa que ya dio pruebas de su fidelidad mayor. Es la que nos permite ir hasta las
races de la crisis actual y encarar sin miedo las respuestas que va a exigir[10]

1. Carcter indito de este momento histrico


El horizonte de nuestra experiencia es siempre muy corto y no va ms all de lo que alcanza nuestra
vista o de lo que es nuestra historia vivida. Por eso podemos con toda facilidad caer en la trampa de
reducir el cristianismo a lo que fue nuestra experiencia, sin percibir que esa figura a travs de la que
tuvimos acceso a la experiencia cristiana, no agota las posibilidades de expresar la fe, ni constituye la
esencia del cristianismo. Basta un mnimo de conocimiento histrico para descubrir que muchas de la
expresiones actuales del cristianismo estn condicionadas por una corta tradicin, que en algunos
casos se remonta a uno o dos siglos como mximo, y que, de cualquier forma, no puede ser confundida
con la gran tradicin. La fe cristiana es ms. Tomar conciencia de esa distancia, dilatar el horizonte de
nuestra comprensin, es la primera condicin para poder responder, de manera positiva y creadora, a lo
que va a exigir de la fe cristiana este momento histrico.
En cierto sentido, la situacin actual del cristianismo slo encuentra paralelo en lo que fue su paso del
concepto cultural y religioso del judasmo a la cultura helenstica. Era la totalidad de la experiencia la
que tena que ser recreada para que el anuncio cristiano pudiese resonar y ser comprendido dentro de
otro universo cultural. Lo que exigi mucho tiempo, paciencia y no poco discernimiento. Y slo fue
conseguido tras serias tensiones. Las disputas y las mismas herejas de los primeros siglos estn ah
para probarlo.
Despus de la primera nica en verdad- inculturacin, el cristianismo vivi casi durante veinte siglos
dentro del mismo horizonte cultural. Y as fue dando forma a una manera indita de vivir la fe, y fue
construyendo la figura del cristianismo que conocemos hasta hoy y cuya solidez nos impresiona: por
la osada de su transposicin terica dentro del horizonte de comprensin de la cultura helenstica, por
su capacidad para asumir los valores existentes en esa cultura recrendolos por dentro, por su libertad
de crear traducciones -litrgicas, espirituales, religiosas, institucionales, etc.- capaces de expresar de
manera significativa su experiencia, de ofrecerle un apoyo, de alimentarla y sustentarla... Sin correr ese
riesgo, el cristianismo no habra traspasado los lmites del judasmo, ni habra llegado hasta nosotros.
Esa osada signific romper muchas de las amarras que lo ataban al pasado y aceptar un nuevo
comienzo.
Hoy, por primera vez, despus de tantos siglos, el cristianismo es desafiado de nuevo a enfrentar una
transposicin de proporciones semejantes a las que conoci el cristianismo de los primeros siglos.
Como en aquel momento, se trata de una transposicin que envuelve la totalidad de la experiencia
cristiana: su traduccin terica dentro de un horizonte diferente de comprensin, las expresiones de
todo tipo -personales y comunitarias- en las que es vivida y se trasmite la fe, y una nueva configuracin

institucional que le d, no slo visibilidad social, sino tambin coherencia evanglica. Ingente tarea que
requiere renuncias dolorosas a muchos aspectos de una figura que pareca definitiva, indebidamente
identificada con la esencia de lo que es cristiano. Y por eso, a los ojos de muchos, aparece como una
amenaza para la fe, olvidando que sta nunca termina ni se agota en ninguna de sus expresiones. Sin
tales renuncias, sin embargo, no habr lugar para un nuevo comienzo. Es por lo que hoy no puede ser
eludida la cuestin de la identidad cristiana.

2. Qu es cristiano?
No se trata de teorizar sobre esta cuestin, sino de preguntarse no slo en funcin de los otros, sino
para nosotros mismos como cristianos- dnde reside la novedad cristiana. La pregunta no es ociosa, ni
la respuesta debe ser dada de antemano como conocida, y menos todava como evidente. Son
justamente esas falsas evidencias las que nos impiden sentir el choque producido al inicio, por el
anuncio cristiano, y lo que hay en l de verdaderamente inaudito y desconcertante. Es en este sentido
que la cuestin de la identidad no puede ser puesta de lado. No como algo que impedira el dilogo,
porque nos separara y distanciara de los otros, sino como aquello que nos permite ir al encuentro de
los otros, desarmados, precisamente por no poseer otra diferencia que no sea la buena noticia que es
la vida de Jesucristo, muerto y resucitado. Pues en Jess de Nazaret, todo est dicho y todo est por
decir. Por eso la identidad cristiana es dinmica y debe estar constantemente recrendose entre su
origen fundante y el presente histrico en que es vivida. Hoy, ms que nunca, es preciso volver a esa
simplicidad, por dentro de la complejidad y a travs de la complejidad de que se fue revistiendo a 1o
largo de la historia[11].
Un rpido recorrido por las transformaciones semnticas del concepto cristianismo permite
comprender los cambios de sentido que sufri a lo largo de la historia y las marcas que en l dejaron
esas transformaciones. El simple recurso a la etimologa nos revela que la palabra cristianismo
(christianisms) es derivada de cristiano (christians). Cristiano, como es sabido, era el nombre
acuado en el ambiente pagano y helenstico (Hch 11, 26) para designar a los seguidores de Jess, por
ellos denominado Cristo. Pero fueron los paganos los que utilizaron el trmino para referirse al
movimiento suscitado por Jess. Movimiento, o, en la bella expresin de los Hechos de los Apstoles,
seguidores del Camino (9,2), o sea, un modo de ser, un estilo de vida, un ethos, que encontraba su
razn de ser en una existencia concreta: la persona y la vida de Jess de Nazaret como un todo y lo que
ella implicaba.
En sus orgenes, por tanto, el cristianismo no era visto, en primer lugar, como un culto, una doctrina o
una nueva religin; no se identificaba con una raza, ni poda ser delimitado a un espacio cultural o
sociolgico. La diferencia cristiana como alternativa a lo que eran los judos o los paganos, se
transparentaba y se afirmaba con la vida.
El cristianismo, heredero de la antigedad tarda, se vino a ser, por motivos de orden socio-histrico,
la matriz fecunda de lo que luego se llamara cultura occidental. En esa secuencia, la Edad Media
conoci un profundo cambio del sentido primitivo de la palabra cristianismo, a cristiandad, como
espacio geogrfico y como mbito social dentro del cual vivan los pueblos cristianos. Es el aspecto
sociolgico, cuantitativo y mensurable del cristianismo en oposicin a su diferencia cualitativa. Para
referirse a la interioridad de la vida cristiana -el contenido de la fe- los medievales utilizaban palabras
como fe o religin.

La Reforma protestante recuper la palabra cristianismo en una actitud de oposicin crtica a


cristiandad, concretada en la Iglesia institucional y en sus prcticas. Al rehabilitar el trmino
cristianismo para criticar a la Iglesia, la Reforma quera afirmar cual era la verdadera fe y dnde se
encontraba: no en lo eclesial sino en lo cristiano. Cristianismo pas a ser, entonces, la referencia
primera y fundamental de la vida cristiana. Esta connotacin crtica del trmino, que parte de la
distancia evidente entre lo que debera ser una vida evanglica y lo que de ella aparece en el rostro
humano de la Iglesia, tiene en su origen el deseo de cambio y conversin que suscit siempre la vuelta
al evangelio. Porque esa aceptacin estaba siempre presente, al menos implcitamente, en todos los
movimientos de renovacin, ya sea en las sectas religiosas, ya en las crticas de los humanistas, y
despus de la Reforma hasta la Ilustracin.
La ruptura de la unidad eclesial por la Reforma y la multiplicacin de las confesiones entre los
propios reformadores contribuir a que el trmino cristianismo sea utilizado, al poco tiempo, para
reunir en un denominador comn las diversas confesiones cristianas. Despus, en los siglos XVII y
XVIII, de cara a los librepensadores por un lado, y al creciente inters terico por otras religiones no
cristianas, la palabra cristianismo acab siendo un simple sinnimo de religin cristiana. Aceptacin
esta, que, por lo dems, conserva hasta hoy. En su abstraccin -destino de todos los vocablos
construidos como ismos- no deja trasparentar la realidad concreta que le dio origen: la vida de Jess
de Nazaret, en su totalidad. Adems de eso, encubre realidades extremadamente heterogneas en las
que se refleja la figura histrica del cristianismo occidental[12].
Fue necesario esperar al siglo XX para que el trmino cristianismo volviese a tener un lugar destacado
dentro del propio catolicismo. No porque hubiese sido desterrado, sino por las connotaciones crticas
que haba adquirido a partir de la Reforma. El trmino catlico, en oposicin a cristiano, acab
siendo el smbolo no slo de la resistencia a la Reforma -y cada vez ms en el mundo moderno- sino de
la continuidad con la tradicin eclesial. La transformacin del horizonte de la teologa catlica y el
clima propiciado por el Vaticano II, explican que, a partir del Concilio, los telogos catlicos hayan
dado preferencia al trmino cristianismo en vez de catolicismo, incluso para referirse a la Iglesia
catlica. Cambio significativo que puede parecer sutil, pero es un comienzo significativo de lo que el
Concilio designaba como la vuelta a las fuentes y expresin de un nuevo clima ecumnico e
interreligioso.

3. Las lecciones de la historia


Este rpido recorrido por la semntica de las palabras, manifiesta con claridad, que la cuestin de la
identidad no puede ser tratada slo de manera terica. El cristianismo -y con l la identidad cristianaslo existe en su condicin concreta, histrica, encarnada. De la misma forma que no existe un
cristianismo puramente sociolgico, tampoco existe un cristianismo qumicamente puro, espiritual,
ideal. Es a travs de la encarnacin de la experiencia cristiana encarnada, y por eso, limitada- como
tenemos acceso a lo que es cristiano. La teologa podr elaborar tericamente la identidad cristiana,
pero sta, en su condicin histrica nunca podr ser totalmente transparente.
Esta observacin es importante si queremos discernir cules son las transformaciones que el actual
momento histrico exige del cristianismo. Lo que est en juego no es su identidad terica sino su
identidad histrica. El cristianismo tiene que aprender a discernir en s mismo lo que es o lo que no es
cristiano. En la identidad histrica acumulada del cristianismo no todo es transparencia del Evangelio.
El recorrido semntico que acabamos de recordar, manifiesta muchas adherencias nada cristianas,

incrustadas a lo largo de la historia, no slo en palabras sino en la vida de la Iglesia, que dejaron marcas
profundas que nos condicionan hasta hoy. Basta nombrar, como ejemplo, la presencia obsesiva en el
imaginario cristiano del mito de la cristiandad como ideal del cristianismo. Adems de haber sido
mucho ms un sueo que una realidad, esa concepcin del cristianismo dej secuelas indelebles (como
la primaca de lo cuantitativo y mensurable sobre lo cualitativo, y la predileccin por lo institucional
como forma de visibilidad de lo cristiano) que hasta hoy el tiempo no ha logrado hacer olvidar. O
tambin, la progresiva eclesiastizacin del cristianismo durante toda la poca moderna (con el
predominio de lo jerrquico, y por consiguiente, de la autoridad y del poder, en detrimento de la
comunin entre iguales) y la inevitable, todava indebida, identificacin de lo eclesial con lo
eclesistico.
Mas hay dos aspectos en los que es innegable la reduccin histrica de la identidad cristiana: su
transposicin doctrinal y su transposicin religiosa. No se trata de negar el valor y la importancia de
esos dos aspectos para la existencia cristiana, ambos visibles desde los primeros siglos cristianos, y
explicables por las circunstancias histricas de la inculturacin del cristianismo en el ambiente
helenstico. Lo que importa ahora, en trminos de discernimiento, es percibir hasta qu punto su
perpetuacin introduca un desequilibrio profundo en la vivencia de la fe cristiana. Cosa que parece
evidente en ambos casos.
La transposicin doctrinal, en primer lugar. Hay una distancia muy grande entre la necesidad
intrnseca de la racionalidad, por parte de la fe, y la transformacin de la misma en un sistema racional.
El primer aspecto es evidente. Sin un logos intrnseco, la fe cristiana sera un grito desarticulado. La
inteligibilidad le es necesaria tanto para comprender la propia experiencia como para comunicarla a los
otros, para explicarla, para defenderla[13]. Quin se atrevera a minimizar la monumental obra
teolgica del cristianismo desde su inicio hasta hoy? Mas la fe cristiana, ms que una cuestin de la
razn, es una cuestin de la experiencia. Por la simple razn de que tiene su punto de partida en un
acontecimiento histrico: la existencia concreta de Jess de Nazaret. No se trata, evidentemente de una
alternativa. Pero el modo de articular experiencia y reflexin puede tener consecuencias decisivas.
Cmo negar, desde el punto de vista histrico, un desequilibrio entre los dos aspectos que penden
siempre del lado de lo doctrinal? El cristianismo se torn un sistema de verdades, una doctrina que
era necesario saber y aceptar, mas sin impacto en la vida[14]. No por acaso, la iniciacin cristiana
perdi su lado mistaggico, de iniciacin a la experiencia, para reducirse a la enseanza de la doctrina
cristiana: la catequesis. Desequilibrio histrico, no terico, de la identidad cristiana cuyo eco resuena
hasta hoy en la preocupacin por la verdad y la obsesin por la ortodoxia. Como si la nica y plena
ortodoxia no exigiese tambin una ortopraxis, una vida coherente con aquello que se confiesa.
El segundo caso es el de la transposicin religiosa. El problema persigue al cristianismo desde sus
orgenes. Y estaba en la raz de la fe cristiana, cuya especificidad haca de ella algo inclasificable, tanto
para el judasmo cuanto a los ojos de los paganos. No es por casualidad que los cristianos fuesen
llamados ateos y el cristianismo despreciado como inreligiosa prudentia, porque pona en peligro la
religin tradicional.
No se trata de discutir aqu, si el cristianismo es o no una religin, la cuestin es saber si desequilibr
la experiencia cristiana hasta el punto de poner sordina -omitir sin negar- aspectos fundamentales de su
identidad, ya sea en el modo de encarar a Dios, ya en la manera de relacionarse con el mundo y con la
realidad humana.
Por eso, no viene al caso reeditar en este momento la distincin barthiana cmoda, pero ineficaz para
un discernimiento- entre fe y religin. Decir que el cristianismo es fe y no religin es una respuesta

formal que no explica por qu fue identificado como una religin. La respuesta a esa pregunta no puede
ser dada a priori, porque ella surge en la historia, en los momentos en que la identidad cristiana deja de
ser clara y evidente. Como es hoy nuestro caso. No es porque el cristianismo dej de ser la religin
nica -y ms de una vez oficial- de Occidente, sino por la trampa que representa para la identidad
cristiana la efervescencia religiosa y espiritual de la sociedad contempornea. Puede el cristianismo
ser equiparado a esas experiencias religiosas? Todo indica que los dioses -las experiencias
religiosas- social y culturalmente correctos hoy, poco o nada tienen que ver con el Dios de Jesucristo,
que, en definitiva, constituye la mdula de la diferencia cristiana.
Esos dos ejemplos son suficientes para mostrar concretamente la relacin que hay -y que habr
siempre- entre lo esencial de la fe cristiana (la identidad) y sus realizaciones histricas. Esa es la
razn por la que el cristianismo siempre puede dar ms de s; y por la que tiene futuro. Pero un futuro
que sorprende y desconcierta porque en l siempre habr algo nuevo e indito dada su riqueza
inagotable. Reconocer a tiempo esa distancia es la condicin para discernir lo que es o no evanglico en
las realizaciones histricas, y tener el coraje de desabsolutizarlas.

III. Discernir las situaciones para reconstruir la experiencia


Antes de concluir es preciso hacer algunas consideraciones respecto de lo que puede significar esta
reflexin para nuestra situacin en Brasil y en Amrica Latina. Es inevitable, dada mi limitada
experiencia, que me refiera ms al Brasil. A primera vista este tipo de reflexin podra parecer muy
distante de nuestra realidad. En la prctica, con todo, por razones histricas y sociales, sera imposible
separar nuestra especificidad sin tener presente que, nuestro cristianismo tiene desde el inicio una
impronta occidental. Con la Colonia heredamos problemas que venan del cristianismo medieval y,
querindolo o no, cultural y eclesisticamente siempre fuimos tratados como occidentales. Por otra
parte, en un mundo cultural y religiosamente plural, es cada vez ms importante afirmar nuestra
identidad. Tambin desde el punto de vista eclesial. Es indispensable, pues, que discernamos nuestra
situacin, con toda su complejidad, para que podamos contribuir en la recomposicin comn de la
experiencia cristiana.
1. Es necesario, en primer lugar, proteger y preservar lo que hay de especfico en la ptica
latinoamericana. Algo

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