Roland Barthes Una-Presentacion

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Roland Barthes, una presentacin 1

Alberto Giordano
U.N.R. C.O.N.I.C.E.T

La ocasin no poda resultar ms propicia: estoy aqu para presentar, ante un


pblico que las desconoce, o que slo tiene de ellas un conocimiento parcial e indirecto,
la figura intelectual y la obra crtica de uno de los ensayistas literarios que ms admiro y
que con ms fuerza insidi sobre mi formacin profesional como docente, investigador
y crtico. Me propongo introducirlos, durante el tiempo que dure el desarrollo de esta
charla ms o menos informal, en algunas de las complejidades y sutilezas del
pensamiento de Roland Barthes acerca del lenguaje y la literatura, y a travs de este
discurso propedutico, transmitirles algunas resonancias de la fuerza de este
pensamiento, en trminos de lucidez e intensidad, para intentar persuadirlos sobre su
valor terico pero tambin sobre su encanto. Rara vez nos conformamos con admirar
algo, sin pretender al mismo tiempo despertar en otros la misma admiracin. En el
comienzo de esta charla dejo inscripto un deseo: que a su trmino, quienes la hayan
escuchado cuenten con un puado de reflexiones que podran expandir en complejos y
enriquecedores argumentos tericos y con la inquietud de aventurarse en esos
desarrollos.
En las ltimas pginas de la Leccin inaugural, un texto alrededor del cual
girar mi exposicin con insistencia, Barthes confronta la buena voluntad pedaggica
que anima los discursos con pretensiones de enseanza y se pregunta si es posible
sostener tales discursos sin imponerlos. (Ms adelante veremos que esta precaucin de
carcter tico reposa sobre un principio terico fundamental: el discurso, cualquier
discurso, es antes un instrumento de poder y accin que de comunicacin: hablar es,
inmediatamente, ejercer cierta violencia simblica sobre quien escucha y sobre el tema
tratado.) Extremando el argumento, se podra afirmar que toda enseanza tiende a la
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Una primera versin de esta charla fue leda y comentada en el contexto del ciclo Los
hombres detrs de las ideas, que organiz la Subsecretara Acadmica de la Facultad de
Humanidades y Artes de la U.N.R., en octubre de 2012. Publicado en En Cuaderno de Trabajo
N 1, FHyA ediciones, Universidad Nacional de Rosario, 2013.
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opresin porque busca, por sobre todas las cosas, imponer valores, pero esta
constatacin no pretende sealar un lmite infranqueable, sino llamar la atencin sobre
una trampa que tiende a pasar desapercibida, porque suele resultar placentero valorar e
identificarse con valores establecidos, pero que no habra que confundir con una
fatalidad. Siempre es posible desbaratar las maquinaciones del poder simblico (aunque
no haya forma de bloquearlas por demasiado tiempo), y cuando se trata de lo que ocurre
en una relacin de enseanza, Barthes apunta dos tcticas magistrales para resistir, o al
menos aligerar, la presin moral que comprime los cuerpos del educador y del
educando: la fragmentacin si se escribe [y] la digresin si se expone o, para decirlo
con una palabra preciosamente ambigua, la excursin (Barthes 1982: 147). Como esta
es la versin escrita y no la desgrabacin de una charla, y como pretendo
comunicarles mi inters y admiracin por la obra de Barthes sin resultar demasiado
opresivo, voy a fragmentar la exposicin acerca de su perfil intelectual y su obra crtica
encadenando una serie de entradas segn un principio de recomienzo e insistencia ms
que de desarrollo.

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Con trazo grueso, se podra esbozar un retrato de Barthes que d cuenta de la


complejidad y la potencia de su pensamiento crtico a partir de la enunciacin de tres
proposiciones.
Segn la primera de estas proposiciones, Roland Barthes fue alguien que
reflexion insistentemente, con una sutileza extrema, sobre los diferentes usos del
lenguaje. El subrayado nos invita a reparar en la ambivalencia del genitivo (objetivo y
subjetivo a un mismo tiempo). Barthes reflexion sobre los usos retricos y literarios
que los hombres hacen del lenguaje (los usos que tienden a la persuasin, a la
imposicin de valores y al ejercicio de la crtica en los varios sentidos que esta prctica
cobra en la obra barthesiana, y los usos intransitivos, los que convierten al lenguaje en
objeto de mltiples inclinaciones afectivas), y reflexion tambin sobre cmo el
lenguaje, en tanto discurso social, usa a los hombres: los constituye en sujetos,
adheridos a mltiples codificaciones; los identifica les impone la necesidad de
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identificarse en trminos culturales, sexuales, incluso anmicos; los modela o los


deforma, los exalta o los aplasta. Tal como lo recuerda Maurice Blanchot, comentando a
Brice Parain, hay un antagonismo esencial entre lenguaje y singularidad: El discurso
no est destinado a expresar lo individual, la sensacin, sino que su papel es atraerme,
lo desee o no, hacia lo general, la conciencia lgica y las leyes de las que es depositario
(Blanchot 1977: 99-100). Cuando me convierto en hablante, en usuario del lenguaje, lo
quiera o no, quedo a su disposicin: el lenguaje me impone encarnar significaciones
absolutamente exteriores y anteriores a mi existencia irrepetible, me impone, por
ejemplo, ser hombre (en el sentido de sujeto masculino), o, si prestamos odos a los
rumores y las estridencias de la conversacin social, me impone una tarea todava ms
apremiante y misteriosa: convertirme en un verdadero hombre.
La segunda proposicin que define otros rasgos de su perfil como intelectual y
crtico literario dice que Roland Barthes fue alguien que se propuso y practic, respecto
del saber y del discurso, con una constancia y una lucidez tambin extremas, una
micropoltica del desprendimiento del poder2. Esto lo vamos a considerar
detenidamente cuando comentemos la primera parte de la Leccin inaugural. Por el
momento, valoremos la diferencia radical entre desprenderse y oponerse, la sutileza del
primer movimiento. El que se opone va en contra y acta desde fuera, enfrentndose a
lo que combate, para ocupar su lugar o borrar ese lugar de la distribucin de posiciones
en conflicto. El desprendimiento siempre lo es respecto de la voluntad de querer-asir
que mueve al saber y a los discursos, respecto de la consistencia aplastante de las
imgenes que inmovilizan la singularidad de la existencia. A diferencia de la oposicin,
el desprendimiento acta desde el interior de un dominio que busca neutralizar e
impugnar (etimolgicamen, impugnar de in-pugnare- significa dirigir una pugna al
interior de aquello que se combate)3.

Tomo, al pasar, la diferencia entre macro y micropolticas, con un sentido semejante al que le
dan Gilles Deleuze y Flix Guattari en Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. A diferencia
de las macropolticas (polticas en el sentido comn de la palabra), que se definen como
intervenciones en las disputas por el poder, que sirven para instituir o reproducir relaciones de
poder (segn la lgica dominante/dominado), las micropolticas remiten a movimientos casi
imperceptibles que buscan el desprendimiento y la neutralizacin del poder como dominacin.
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En Roland Barthes por Roland Barthes encontramos otra diferencia que tiene un aire de
familia con esta entre macropolticas de la oposicin y el enfrentamiento y micropolticas del
desprendimiento y la neutralizacin, es la diferencia entre descomponer y destruir. Barthes
parte del supuesto de que la tarea histrica del intelectual en el presente es la de acentuar la
descomposicin de la conciencia burguesa, es decir, habitar esa conciencia y desmoronarla
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El desprendimiento, puntualiza Barthes en El placer del texto, provoca un efecto


de suspensin del valor significado: la (buena) Causa (Barthes 1982: 106). El
ejercicio obcecado de la suspensin es, en este sentido, tanto una micropoltica como
una tica, es decir, un arte de vivir. La suspensin que operan el intelectual y el crtico
literario desorienta la ley (los imperativos del saber, del prestigio del mtodo) y resiste
la voluntad de dominio que ejercen los lenguajes. Si por el peso de las circunstancias la
suspensin se sostiene y se intensifica, puede volverse crtica, en el sentido de poner
en crisis, no en el de la oposicin o el develamiento de intereses enmascarados (como
ocurre, por ejemplo, en la crtica ideolgica, que Barthes cultiv en sus comienzos).
Para Barthes el efecto de suspensin est ligado a lo esencial de la experiencia
esttica y literaria, remite a sus potencias afirmativas, ms ac de los compromisos que
las obras contraen con los horizontes culturales que condicionan y legitiman su
aparicin y su circulacin. Dado que el sentido, que siempre es sentido comn, es una
fatalidad de la que no hay escape a travs del sinsentido (porque este es otra forma de
sentido, igual de convencional), el arte y la literatura se ocupan menos de fabricarlo y
reproducirlo, que de suspenderlo. De esta afirmacin se deriva la clsica definicin
barthesiana de la literatura como sistema de significacin deceptivo, que al mismo
tiempo que propone una multiplicidad de sentidos supuestamente descifrables, desactiva
cualquier posibilidad de interpretacin en trminos hermeneticos. La obra literaria
tiene un sentido suspenso: se ofrece al lector como un sistema significante declarado,
pero le rehye como objeto significado. Esta especie de de-cepcin, de desasimiento del
sentido, explica de una parte que la obra literaria tenga tanta fuerza para formular
preguntas al mundo (haciendo tambalear los sentidos seguros que las creencias,
ideologas y el sentido comn parecan poseer), sin llegar nunca, sin embargo, a
responder (Barthes 1983: 306). Algunos habrn evocado la muy citada definicin
del hecho esttico con la que Borges cierra magistralmente su ensayo La muralla y
los libros: la inminencia de una revelacin que sin embargo no ocurre. Como
Barthes, Borges reconoce, gozoso, que la literatura es potente (aunque no imponga
desde dentro (la destruccin slo podra realizarse desde fuera de ella, en una situacin
revolucionaria). En suma, para destruir hay que poder saltar. Pero saltar a dnde? En qu
lenguaje? En qu lugar de la buena conciencia y de la mala fe? Mientras que al descomponer,
acepto acompaar esa descomposicin, descomponerme yo mismo en la misma medida
(Barthes 1978: 70). Las micropolticas del desprendimiento se desenvuelven en un doble
registro: a la vez que el escritor o el crtico se desujetan de un orden alienante, por la herida que
ese movimiento abre entre los lugares comunes que traman el ordenamiento, la consistencia de
lo instituido se derrama y pierde vigor.
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nada) porque es capaz de poner al sentido en estado de inminencia, y de sostener, en ese


intervalo inquietante, la enunciacin de preguntas que no presuponen su respuesta. A
quienes quieran profundizar en esta lnea argumentativa, que implica al mismo tiempo
una concepcin de la experiencia literaria y de los modos convenientes en los que el
lector, en particular el crtico, puede intimar con ella (dejando resonar la suspensin,
dominando la compulsin a interrumpirla), les recomiendo en particular la lectura de un
ensayo de Barthes breve y luminoso, La respuesta de Kafka (recogido en Ensayos
crticos). En El proceso o en Ante la Ley, esas narraciones que simulan a la
perfeccin la estructura de las parbolas religiosas, que orientan al lector desprevenido
(el que est demasiado atento a los mandatos de la tradicin) por los andariveles de la
exgesis alegrica, Barthes, de la mano de Marthe Robert, descubre la fuerza defectiva
de la alusin, que deshace, en el mismo momento en que las propone, las analogas
entre el mundo sensible y el mundo de los valores trascendentales, para testimoniar que
la literatura es posible debido a que el mundo no est hecho (Barthes 1983: 172).
Ligado a la fuerza micropoltica y existencial de los efectos de suspensin, hay
que sealar el inters de Barthes (su gusto, en el sentido del placer, de lo que afecta
activamente la sensibilidad) por distintas afirmaciones estticas que presuponen la
suspencin del sentido (se trata, en todos los casos, de apariciones en las que algo se
reserva, se muestra pero no se da: apariciones de nada cierto, presencias in-decibles, irepresentables: inapariciones). Segn la lgica asociativa de una charla con fines
introductorios, menciono rpidamente una serie de objetos crticos, de inventos
barthesianos, en los que se pone en juego el valor de la suspensin (como se advertir
en seguida, para que el valor de la suspensin resplandezca, es preciso que la lectura o
la escucha repare en un detalle aleatorio, suplementario, que viene a descomponer o a
fragmentar la unidad de una obra): el punctum, que se opone al studium la lectura
competente, la que puede dar cuenta de la totalidad en trminos compositivos- y es lo
que punza, toca el cuerpo del espectador de una fotografa sin que ste sepa por qu (la
teora del punctum est expuesta en la primera parte de uno de los libros ms hermosos
de Barthes, La cmara lcida); el sentido obtuso, que se manifiesta en un rasgo
fascinante pero completamente gratuito sobre la superficie de un fotograma y desorienta
los recorridos pautados a travs del sentido obvio (en El tercer sentido); el grano de la
voz, que es una cualidad inmediatamente sensible pero indemostrable, que hace a lo
intransferible de una voz que canta la singulariza, no la identifica, porque su aparicin
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excede el campo de lo representable (en El grano de la voz). En los tres casos, lo que
se pone en juego es la presencia de afecciones, la intensidad con la que el cuerpo del
espectador o el escucha es afectado por fuerzas que el lenguaje no puede representar.
Como ustedes saben, entre lenguaje y afectividad hay un desencuentro irremediable,
pero ese desencuentro, cuando ocurre puntualmente y compromete los intereses de una
subjetividad en estado de conmocin, una subjetividad inquieta por la presencia de algo
que no puede nombrar pero que parece que le est dedicado; ese desencuentro, deca, se
convierte en ocasin de reflexiones y conjeturas, de ensayos que experimentan el saber
como bsqueda de razones secretas. En la misma serie que conforman las nociones de
punctum, sentido obtuso y grano de la voz, hay que incluir al texto de goce, que se
opone, aunque a veces se confunde, con el texto de placer. Como se trata de uno de los
objetos crticos ms interesantes y conocidos de Barthes, pero tambin el que dio
lugar a mayores malentendidos, me voy a permitir una larga digresin para intentar
ceir su rareza, es decir, su eficacia crtica. Lo que sigue es poco ms que una parfrasis
y un resumen de algunos momentos de El placer del texto.
Lo que pone en juego la diferencia placer/goce no es otra cosa que la posibilidad
de fundar una microfsica de la lectura literaria (un proyecto que algunos crticos,
desencantados con las teoras del Lector Modelo y de la Recepcin, consideramos muy
valioso, porque nos obliga a revisar los fundamentos y los alcances de nuestra prctica).
Lo primero que hay que sealar es que placer y goce no remiten a sensaciones
personales, de signo opuesto, que los individuos pueden experimentar durante la lectura
de un texto literario. Placer y goce son fuerzas cualitativamente diferentes, que se
afirman y entran en tensin en el acto de la lectura literaria, que responden a voluntades
de poder tambin diferentes (el lxico nietzscheano pone en evidencia que en este
momento de su obra, al que tambin pertenece la Leccin inaugural, Barthes piensa los
problemas que conciernen al sentido en trminos de fuerzas, segn la oposicin
activo/reactivo). En todo acto de lectura de un texto que recibimos como literario
intervienen fuerzas que se afirman bajo el signo del placer (o del displacer) y pueden
intervenir tambin, segn una lgica suplementaria, fuerzas identificables con un deseo
intransitivo de goce. Las primeras siguiendo la nomenclatura y la lgica nietzscheanason fuerzas reactivas, de constataticin y adaptacin a lo conocido, que cristalizan el
sentido del acto de la lectura dentro de los lmites de las instituciones culturales que
establecen el valor de lo literario en trminos generales el placer y el displacer son
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gregarios, compartidos. Desde este punto de vista, el gusto o disgusto que sentimos al
leer determinado texto tiene siempre como referencia el poder de determinados cdigos
culturales (lo que esos cdigos, a los que nos sujetamos, muchas veces insensiblemente,
imponen como bueno o malo, como interesante o aburrido, como digno o no de ser
ledo). Por otro lado -habra que decir: segn un modo de existencia radicalmente
heterogneo, las fuerzas identificables con un deseo intransitivo de goce son fuerzas que
suspenden el valor de los cdigos de legibilidad y provocan una prdida abrupta de la
sociabilidad: el goce es intransferible e inargumentable. La experiencia del goce
provoca, segn Barthes, un debilitamiento de la unidad moral que la sociedad exige de
todo producto humano (Barthes 1982: 51), y de esto depende, como veremos ms
adelante, su potencia transgresiva. La afirmacin del goce, que implica la atraccin
incierta, injustificada, por un fragmento de la obra que estamos leyendo, escinde esa
obra, la desdobla (lo que no quiere decir que la duplique: sin convertirla en otra, la
vuelve diferente de s misma).
Voy a enlazar esta digresin sobre la diferencia placer/goce con otra ms
discreta sobre el sentido, el valor y la eficacia, del recurso a las oposiciones en el
discurso de Barthes, ya que se trata de uno de los procedimientos ensaysticos que
caracterizan su retrica crtica. A Barthes le gusta discurrir a partir de la enunciacin de
diferencias binarias: placer/goce, punctum/studium, sentido obtuso/sentido obvio, y
tambin,

por

mencionar

escritor/escribiente,

otras

de

la

sistemtico/sistema,

misma

relevancia,

escribible/legible,

connotacin/denotacin.

Se

podran

mencionar otras tantas. Lo que interesa sealar es que, en todos los casos, se acua la
oposicin pero no se la usa convencionalmente (cientficamente), como fundamento de
una clasificacin o una tipologa. Como l mismo lo explica en uno de los fragmentos
de Roland Barthes por Roland Barthes, cualquiera de estas diferencias no es ms que un
artefacto retrico que alimenta y alienta el ejercicio argumentativo: sirve para decir
algo, para producir sentido problematizando el campo en el que se ejercita la reflexin.
Nos qued pendiente la ltima proposicin, el ltimo trazo de este esquemtico
retrato intelectual. La enuncio: Roland Barthes fue alguien que sostuvo un combate
insistente e incesante contra las fuerzas del estereotipo en favor de una tica de la

escritura 4. El estereotipo es inconveniente para cualquier tentativa de reflexin, para


cualquier ejercicio intelectual, porque la cristalizacin del sentido contribuye a que una
apreciacin circunstancial e interesada se imponga como evidencia. A travs de los
estereotipos, esos fragmentos de discurso solidificado y desnaturalizado, se deja or la
voz de la doxa, que es tanto la voz prejuiciosa de la Opinin pblica, como la arrogante
del Espritu mayoritario, y la estpida del Consenso pequeoburgus. Hay estereotipos,
palabras que se desconocen como tales, que enmascaran sus fuerzas bajo la apariencia
familiar e intimidatoria de lo obvio, para que la violencia de lo que se da por sentado
reduzca o elimine lo diferente casi sin hacerse notar. El estereotipo es un reductor de
diferencias, en esto consiste su poltica: reducir lo diferente, aplastarlo, normalizarlo,
desplazarlo y hacer aparecer en su lugar, intimidando a quien habla o escribe, lo
evidente.

Lo ms peligroso de los estereotipos reside en su poder de seduccin:

sensibilizan la moral o adulan la inteligencia. (Dos ejemplos, uno pobrsimo, tomado de


las revistas de espectculo, el otro, ms interesante, tomado del cortazarismo que es
la reduccin a doxa contracultural de algunas intervenciones pretendidamente
transgresoras de la escritura de Julio Cortzar. Cada vez que una actriz o una conductora
se dejan entrevistar a poco de haber dado a luz, no es raro que el cronista segregue
enternecida admiracin y exalte su condicin de madraza. En su oez irredimible
este estereotipo expone la voluntad que anima cualquier cristalizacin discursiva:
aplastar la singularidad y reducir lo inquietante. Por qu no conformarse con llamarla
madre? No es acaso suficiente? La maternidad es en s misma es algo tan
extraordinario y misterioso (a veces prximo al milagro, otras a lo siniestro) que la
idealizacin solo puede banalizarla cuando pretende hacerle justicia. Para curarnos de
tamaa estupidez contamos con la literatura, que sabe cortejar lo irrepetible sin anegarlo
de moralidad. Pienso en la Carta a mi madre de Georges Simenon, o en un texto
todava ms inquietante, el Diario de duelo del propio Barthes. Paso al otro ejemplo:
cronopio. Pocos vocablos con un destino tan paradjico: naci como una ocurrencia
que buscaba dar nombre a un modo de existencia inslito y enseguida, por obra del
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Tal como lo aprendimos en el Deleuze que ley a Spinoza, la tica se diferencia de la moral en
que no se obsesiona por juzgar lo existente desde el punto de vista de valores trascendentales
(anteriores, exteriores, generalizables), sino que se interesa por experimentar qu potencias lo
habitan, qu fuerzas ejerce sobre otros modos de existencia y cules es capaz de resistir. En una
apretadsima sntesis, se podra afirmar que toda la obra crtica de Barthes es el despliegue, en
clave tica, de una nica interrogacin, que vara su sentido segn cul sea el contexto en el que
se enuncie: qu puede la literatura?, de qu modo su existencia anmala acta sobre la cultura
para someterla a la prueba de lo indeterminado y cmo se deja afectar identificar, inmovilizarpor las determinaciones culturales.
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propio Cortzar primero, y de sus aclitos despus, se convirti en un estereotipo, es


decir, en un reductor de excepcionalidad. Cronopio no dice nada de la rareza de
alguien porque a lo nico que apunta es a imponer el valor de una sola forma, festiva y
obvia, de concebir la rareza en general. Cronopio es Cortzar y, a partir de esta
primera identificacin, cronopios son sus amigos, los artistas que ama, los
revolucionarios con los que simpatiza y, claro, sus lectores, sobre todo si son jvenes.
Como todo estereotipo, cronopio expresa un punto de vista moral, un criterio de
valoracin unvoco: los cronopios viven la vida como debe ser vivida, para escndalo
de los serios y los solemnes -a veces da la impresin de que el escndalo, tan fcil, tan
banal, es la razn ltima de su existencia.)
La mejor manera de combatir los estereotipos no es enfrentarlos (Barthes nos
ense que todo discurso para-dxico termina instituyndose como doxa) sino
mantenerlos a distancia. Para eso hay que poner el lenguaje en crisis, es decir, sacudir el
discurso de los Otros que acecha el flujo de la significacin para orientarlo e
inmovilizarlo (en el contexto de exigencias ticas en el que decidimos situarnos, al decir
flujo de la significacin pensamos en los estremecimientos silenciosos que provoca el
paso de la vida que es lo intransferible por definicin- a travs del lenguaje). Barthes
llama escritura a esos golpes secos que sacuden y destejen fragmentariamente la trama
de los estereotipos, que suspenden la reproduccin discursiva, para que lo diferente (la
diferencia en s, la ausencia de origen y finalidad) se afirme. Al adoptar la escritura
como valor, lo que se rechaza, dice Barthes en De la ciencia a la literatura, es la
sordera para el lenguaje, para la repeticin (que no es la reproduccin sino la variacin
continua), para la sobreabundancia de sus efectos. La escritura elimina la mala fe de los
lenguajes estereotipados (todos lo son, incluso el lenguaje literario, es decir, la literatura
en tanto institucin cultural) porque descubre el ser del lenguaje, su violencia
originaria, basada en que ningn enunciado puede expresar directamente la verdad y
no tiene a su disposicin ms sistema que ejercer la fuerza de la palabra (Escritores,
intelectuales, profesores).

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A Barthes hay que pensarlo simultneamente como un terico (de los procesos
de significacin social) y como un escritor. Su compromiso con el lenguaje es al mismo
tiempo intelectual y afectivo. En sus textos, la voluntad de saber y el deseo de
intensificar la existencia experimentando en la escritura otras posibilidades de vida,
coexisten y se afectan mutuamente. Una de las formas de aproximarse a esa
coexistencia se abre paso cuando reparamos en la ambigedad esencial que constituye y
tensiona la figura del crtico literario tal como el propio Barthes (sus teorizaciones y su
prctica) nos ense a concebirla. Porque la profesionalizacin no extingui del todo el
deseo de lo desconocido que alguna vez lo convirti en lector, el crtico busca la
afirmacin de la literatura como experiencia irreductible, una afirmacin que no afirma
nada: en plena ruptura de la transitividad (Foucault 1996: 129). El crtico quiere que en
su escritura la literatura se manifieste como un modo de existencia cultural inaudito,
carente de causa y de fin, privado de toda sancin, que se propone al mundo sin que
ninguna praxis acuda a fundarlo o a justificarlo: una acto absolutamente intransitivo,
[que] no modifica nada, [al que] nada lo tranquiliza (Barthes 1983: 169). La
irreductibilidad de la literatura que el crtico barthesiano desea manifestar y preservar,
es irreductibilidad a cualquier saber literario que se formule en trminos generales, es
decir, irreductibilidad a cualquier valor establecido, a cualquier criterio de valoracin. Y
sin embargo el crtico no puede evitar, por el solo hecho de ejercer su oficio, que los
saberes y los valores intervengan activamente en su escritura y ejerzan una inevitable
potencia reductora. No se conforma con sealar lo desconocido, lo conceptualiza y
promueve su experiencia con toda la sutileza y la discrecin de las que es capaz- al
rango de lo inapreciable. La paradoja irresoluble del crtico barthesiano consiste en que
no puede renunciar a imponer como valor, como valioso en s mismo, lo irreductible a
cualquier valoracin. Por si fuese necesario aclararlo, la ambigedad no es en este
contexto un ndice de debilidad, sino de fortaleza: es la prueba de una formidable
resistencia al poder moralizador de las instituciones culturales las que fijan el valor y
las funciones de lo literario en trminos extraos e indiferentes a su experiencia-, del
rechazo a aceptar criterios de valoracin que no dialoguen con la afirmacin de lo
irreductible.

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A modo de presentacin sucinta, ahora que ya avanzamos lo suficiente como


para tolerar esquematismos, les propongo una segmentacin en cuatro momentos de la
trayectoria y la obra de Barthes como crtico literario. Antes de recorrerla, convendra
recordar lo que apunt en la nota 3, a propsito de la necesidad de afirmar una tica de
la escritura literaria como poltica de intervencin cultural: si podemos hablar de obra
crtica a propsito de Barthes, esto tiene que ver menos con la sucesin, el
encadenamiento de una serie de libros sujetos a diferentes contextos, segn diferentes
coyunturas culturales, que con la insistencia de una interrogacin sobre el poder de la
literatura que atraviesa, modificndose sin perder su impulso originario, los distintos
contextos y coyunturas.
El primer momento es brechtiano (que es como decir, heterodoxamente
marxista, lejos de los estereotipos del realismo socialista), y en l la especificidad
literaria se define en trminos ideolgicos, como compromiso formal determinado en
ltima instancia por la Historia. Se trata de un momento sociolgico, signado por el
encuentro de marxismo y existencialismo, en el que tambin se leen, ntidas, las huellas
de la lectura de Maurice Blanchot. Las obras representativas de este momento son El
grado cero de la escritura (1953) y Mitologas (1957).
El segundo momento, con menos pretensiones polticas y mayor afn
cientificista (coincide con el apogeo de la moda estructuralista), es tal vez el menos
interesante. En l, los trminos que explican el funcionamiento discursivo de la
literatura (y de otros sistemas de signos) lo proveen la lingstica y la semiologa. Las
obras ms representativas de este momento son: Elementos de semiologa (1965),
Introduccin al anlisis estructural de los relatos (1966) y El sistema de la moda
(1967).
(A caballo entre segundo y tercer momento hay que ubicar un librito que para m
tiene una importancia particular, porque fue lo primero que le de Barthes siguiendo un
inters personal, cuando estaba en segundo ao de la carrera de Letras (1978!), y con el
tiempo, echando una ojeada retrospectiva, se convirti en uno de los libros de mi
vida. Se trata de Crtica y verdad (1966), una obra maestra del arte de la polmica que
responde magistralmente a los cuestionamientos, extraordinariamente agresivos, que
haba recibido un libro anterior, Sobre Racine (1963), de parte de algunos acadmicos
tradicionalistas. Este librito me descubri la posibilidad de un modo de dialogar con la
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literatura en el que convergen el placer de la conceptualizacin y la construccin de


sistemas, las astucias argumentativas, los afanes de la polmica y el arte de manifestar,
discretamente, entre palabras que ambicionan saber, la presencia de la sensibilidad del
lector. Leyendo este libro, por voluntad de imitacin, comenc a convertirme en crtico
literario.)
El tercer momento es el de la teora del texto (habra que dedicar toda una
charla a la importancia de este concepto en la obra de Barthes, una charla que girara
alrededor de la idea de que llamamos texto al devenir auto-diferente de la obra), teora
apuntalada por el psicoanlisis lacaniano y las filosofas de la diferencia (Derrida y
Deleuze), en la que ya no se trata de lo especfico, sino de lo singular, de la literatura
como acontecimiento irreductible. S/Z (1970), Sade, Fourier, Loyola (1971) y El placer
del texto (1973) son en este caso las obras representativas.
Por ltimo, el cuarto momento, el que llamo del giro autobiogrfico en clave
nietzscheana, que es el momento ms rico y luminoso. En l la literatura deja de ser
aquello sobre lo que se discurre y funciona como el interlocutor eminente de los
ejercicios ticos que ejecuta el crtico cuando ensaya la microfsica de su estupidez y su
rareza. A travs de estos ejercicios, que toman la forma del ensayo autobiogrfico, el
crtico palpa su propia sujecin a determinados estereotipos, cmo lo modelan y lo
identifican excesivamente, pero tambin sigue la pista de su rareza, de lo que suspende
y descompone la reproduccin de las consignas morales. Este momento est
representado por una triloga gloriosa: Roland Barthes por Roland Barthes (1975),
Fragmentos de un discurso amoroso (1977) y La cmara lcida (1980). Con
Fragmentos Barthes se convirti, inesperadamente, en una celebridad cultural. El
libro se vendi muy bien, entre un pblico mucho ms amplio que el de los lectores de
crtica literaria; incluso creo no estar recordando mal- hubo en su momento una
adaptacin teatral. Las razones del suceso son fciles de explicar y conciernen, no slo a
la temtica del libro, sino a la estrategia retrica que Barthes us para componerlo: el
recurso a un mtodo dramtico. En Fragmentos no habla un especialista, digamos,
un semilogo interesado en los discursos sentimentales, sino un enamorado, un sujeto
extremadamente lcido y sensible, en trance de enamoramiento, que pone su
inteligencia y su sensibilidad al servicio de un experimento esttico: la formalizacin de
las distintas figuras en las que se corporiza la pasin que lo arrastra

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[A partir de 1981, con El grano de la voz, una recopilacin de entrevistas,


comenz la publicacin de los libros pstumos de Barthes, que incluye compilaciones
de ensayos (como El susurro del lenguaje y Lo obvio y lo obtuso, entre varios otros),
diarios personales (Incidentes, Diario de mi viaje a China y Diario del duelo) y la
edicin de las notas preparatorias de los tres cursos que dict en el Collge de France:
Cmo vivir juntos, Lo neutro y La preparacin de la novela.]

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Despus de este excurso bio-bibliogrfico, voy a centrarme en el comentario de


algunas pginas de uno de los textos de Barthes ms frecuentados por la reproduccin
acadmica, la Leccin inaugural, porque en ellas podemos encontrar una justificacin
elocuente y convincente de por qu es necesario pensar todos los problemas que
conciernen a los usos del lenguaje (insisto en la ambivalencia del genitivo) desde el
punto de vista del poder, una fuerza proteica y omnipresente, que se infiltra en todas las
instituciones y formaciones culturales, cualquiera sea su grado de formalidad, a la que
Barthes identifica como una inagotable voluntad de sujecin o, para decirlo con sus
palabras, de querer-asir 5.
Para exponer el vnculo esencial entre poder y lenguaje (o lengua, o discurso: en
el nivel de generalidad en el que reflexiona, el ensayista pasa por encima de cualquier
tecnicismo y confunde, con ligereza pero sin liviandad, todos los trminos), el punto de
partida lo provee una afirmacin de Jakobson: un idioma se define menos por lo que
permite decir que por lo que obliga a decir. Barthes repite la mxima a travs de un
golpe de efecto discutible y varias veces discutido: la lengua es fascista. Pero no es
por esta ocurrencia por donde pasa lo ms interesante de su argumentacin, sino por la
consideracin del discurrir como acto performativo. Se sabe: decir es hacerle a otro algo
con palabras y, en el mismo acto, hacerse algo a uno mismo. Algo, cualquiera sea el
sentido del acto (acariciar o golpear, aproximar o mantener a distancia), remite, en
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el poder est presente en los ms finos mecanismos del intercambio social: no slo en el
Estado, las clases, los grupos, sino tambin en las modas, las opiniones corrientes, los
espectculos, los juegos, los deportes, las informaciones, las relaciones familiares y privadas, y
hasta en los accesos liberadores que tratan de impugnarlo (Barthes 1982: 117-118).
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primer lugar, a una voluntad impersonal y transubjetiva de someter y someterse a un


orden saturado de moralidad, que se despliega a travs de puras generalidades, en el
que, para poder individualizarse, adems de renunciar a lo irrepetible, hay que
identificarse con tal o cual valor establecido. Antes que comunicar dice Barthes,
discurrir es sujetar. El adverbio tiene un sentido lgico que precede a su alcance
temporal: para que el intercambio de mensajes o el mero soliloquio resulten posibles,
los cuerpos tienen que estar prendidos, lo quieran o no, lo sepan o no, a la reproduccin
de los estereotipos.
No recuerdo en qu lugar Barthes se refiere a la condicin paradjica de todo
hablante con las siguientes palabras: El hombre est condenado a hablar de s mismo
con la lengua de los otros. Esta afirmacin remite a lo que en la Leccin considera una
de las dos rbricas que se dibujan al hablar: la gregariedad de la repeticin (la otra
rbrica es la autoridad de la asercin, y tiene que ver con que el discurso es
inmediatamente asertivo, aunque se lo use para negar o dudar). Los signos son por
definicin gregarios, funcionan en tanto son reconocidos, es decir, porque se repiten: no
importa que tan personal sea lo que pretenda comunicar, no puedo hablar ms que
reproduciendo algo que ya fue dicho. En cada signo duerme este monstruo: un
estereotipo; nunca puedo hablar ms que recogiendo lo que se arrastra en la lengua [eso
que Voloshinov llam valoraciones sociales y Bajtn, ideologemas]. A partir del
momento en que enuncio algo, esas dos rbricas se renen en m, soy simultneamente
amo y esclavo (Barthes 1982: 120-121). Al hablar instauro un orden del que
inmediatamente quedo prisionero, o mejor dicho, del que ya estaba prisionero: instauro
un orden porque se me orden hacerlo, porque desde antes de tomar la palabra ya sufr
la intimacin a subjetivarme, frente a otros, dentro de ciertas coordenadas. Es lo que
revela la ms banal de las conversaciones, el saludo que se intercambian dos vecinos
cuando se cruzan en la maana. Jakobson hablaba de funcin ftica, porque supona
que pronunciar Buenos das serva para mantener abierto el canal de la comunicacin.
Lo que realmente significa Buenos das, el acto de esa enunciacin ritual, es:
pertenezco al orden del discurso, respondo al mandato cultural de individualizarme en
trminos morales (incluso si al que saluda, el vecino le cae simptico, si se alegra al
saludarlo).

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Es posible escapar de la encerrona del lenguaje o imponerle al discurso formas


de significar lo irrepetible de cada uno? La respuesta es obvia y negativa, porque el
lenguaje no tiene exterior, porque no hay un afuera pre-lingstico en el que el sujeto
podra emplazarse para desde ah enfrentar y contrarrestar el gregarismo (la condicin
de sujeto hablante implica, como acabamos de ver, la inmediata sujecin a un orden de
puras generalidades, que adems es un orden esencialmente jurdico: en cada acto de
enunciacin quedo comprometido con el sentido comn, obligado a encarnar
estereotipos que, desde luego, no me significan, pero de cuya significacin tengo que
hacerme cargo, como si los hubiese elegido libremente, porque es a travs de ellos que
se me reconocer). La lucha contra el lenguaje se pierde ni bien comienza, porque el
combate es retrico y se libra con armas lingsticas, que confirman e incluso refuerzan
la potencia de los estereotipos. Y sin embargo es posible quebrar una lanza en favor de
la diferencia irreductible, descubriendo formas de impugnar el orden lingstico desde
su interior, resistiendo y no enfrentando- las arrogancias del discurso. No podemos
destruir la lgica discursiva, porque no hay exterior donde situarse para poder hacerlo,
pero s podemos descomponerla desde dentro, sutil y discretamente, mediante el
ejercicio de la suspensin y la extenuacin del sentido. Aqu, para ponerle un nombre a
ese ejercicio, es donde entra en escena la literatura, a la que Barthes piensa en la
Leccin como una forma de hacerle trampas al lenguaje, de tramar, con palabras
desprendidas de cualquier intencionalidad comunicativa, una experiencia de lo neutro
(en la tica barthesiana, neutro es todo lo que esquiva o vuelve irrisoria las
intimidaciones del poder).
La prctica de la escritura literaria moviliza fuerzas de libertad, impulsos
anrquicos, irrecuperables en trminos morales, que no dependen de los compromisos
ideolgicos asumidos por el escritor, sino del trabajo de desplazamiento que la escritura
ejerce sobre la lengua. Gracias a ese desplazamiento, el sujeto experimenta la realidad
del discurso, el halo de implicaciones, efectos, resonancias, vueltas, revueltas que
permanecen imperceptibles cuando lo nico que se escucha son las arrogancias del
poder. El trabajo de desplazamiento supone una tica de la palabra vaciada de
intenciones comunicativas, atpica (que escapa de todo tpico), que neutraliza la
voluntad de intervencin en debates o conflictos (consustancial a la literatura como
institucin cultural) para que se ejerzan, soberanas, porque s, las polticas del
despoder (Barthes 1982: 139).
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Me gustara concluir esta charla con un breve ejercicio crtico, mostrarles cmo
Barthes acta, en el comienzo de la Leccin inaugural, segn los mismos valores que
identifican las micropolticas del desprendimiento sobre las que trata la Leccin, es
decir, cmo hace con palabras lo que, con palabras, dice que es conveniente hacer.
Recuerden que Barthes pronunci la Leccin, el 7 de enero de 1977, al asumir la
ctedra de Semiologa Lingstica del Collge de France. Las ctedras del Collge de
France, una de las instituciones ms prestigiosas de la cultura francesa, se crean
expresamente cuando un nuevo catedrtico se incorpora a la institucin, para legitimar
la orientacin intelectual y el campo metodolgico con los que se identifican las
investigaciones que vino realizando. Aunque Barthes coquetee con la idea de que el
Colleg est, de alguna forma, fuera del poder, porque en l se imparten enseanzas
pero no se otorgan diplomas, lo cierto es que al asumir como catedrtico, incluso antes
de comenzar su primer discurso desde esa posicin, ya qued inmediatamente investido
con los emblemas del rigor, la disciplina y la cientificidad. Como lo sabe y se siente,
adems de alagado, incmodo, ensaya desde el incipit modos de autofiguracin que
persiguen el enrarecimiento de su identidad como sabio, docto, o especialista (todo eso
que se supone es un catedrtico).
Primero se define como un sujeto incierto, porque si bien su carrera ha sido
universitaria, nunca cont con los ttulos que ordinariamente dan acceso a esta carrera.
La apuesta a la ambigedad se refuerza de inmediato cuando, reparando en el modo
oblicuo, a veces indolente, con que respondi desde su escritura a las exigencias de
cientificidad (las que planteaban, a comienzos de los 70, la Sociologa, la Semiologa, e
incluso una improbable Ciencia Literaria) se reconoce un sujeto impuro. La estrategia
es clara: Barthes ocupa el lugar del gran catedrtico, el que detenta la suma de un saber
especfico (en su caso, la Semiologa Lingstica) y el dominio de un Mtodo, pero
juega, desde dentro, a debilitar la identificacin con esos atributos que sin dudas le
resultaban, adems de excesivos, indeseables. Lo que ha aprendido a travs de su
experiencia como lector y crtico literario es que, en el campo de las llamadas
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Humanidades, el nico saber realmente precioso es el de los acontecimientos sutiles, el


de las singularidades anmalas. Si el Mtodo se legitima en la eficacia con que
reproduce, en ejemplos concretos y particulares, las determinaciones generales y
abstractas del saber sistemtico, la lectura literaria experimenta el valor de la ocurrencia
intransferible. Leer, en el sentido literario del trmino (pienso en la lectura del crtico),
es descubrir los puntos en que las tramas conceptuales, llevadas al lmite de sus
posibilidades, rozan, sin capturar e inmovilizar, los flujos afectivos que desencadena el
encuentro con algo interesante. Finalmente, para consumar su estrategia de
desplazamiento del lugar de la autoridad, que es siempre el lugar desde el que se
enuncia el discurso de la arrogancia, Barthes reniega de la especializacin y la
cientificidad, para asumir, con la modestia irnica que Lukcs supo leer en
Montaigne, la identidad proteica y escurridiza del ensayista (no he producido sino
ensayos), el que escribe a partir de lo que no sabe para convertir al saber en una
experiencia de bsqueda.

Referencias Bibliografa

Barthes, Roland (1978): Roland Barthes por Roland Barthes, Caracas, Monte Avila.
--------------------- (1982): El placer del texto y Leccin inaugural, Mxico, Siglo XXI.
--------------------- (1983): Ensayos crticos, Barcelona, Seix Barral.
Blanchot, Maurice (1977): Investigaciones sobre el lenguaje, en Falsos pasos, Valencia, PreTextos.
Foucault, Michel (1996): Prefacio a la transgresin, en De lenguaje y literatura, Barcelona,
Paids.

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