LIT27-Chilena, Casada, Sin Profesion
LIT27-Chilena, Casada, Sin Profesion
LIT27-Chilena, Casada, Sin Profesion
SIN PROFESION
.Nacionalidad?
Estado civil?
Casada.
Profesin?
Sin profesin.
Polica. Aduana. Control sanitario. Los empleados de todos los aeropuertos del mundo se parecen; tambin los papeles que llenar antes de entrar al territorio y el camino de
los pasos humanos; algunos sonren con cierta intimidad,
otros registran las maletas y muchos devuelven el certificado
de vacuna sin leer. Roma, Tokio o Bangkok. Qu importa el
nombre, la nacionalidad o el pasaporte, quizs sea necesaria
la visa, no el estado de salud. En todas partes el interrogatorio es implacable: molestan con preguntas por sistema, dejan
de preguntar por capricho; pero en el fondo no importan
las respuestas.
Nombre?
Teresa Alcalde.
Nmero de su pasaporte?
178, Santiago de Chile.
Ultimo domicilio?
Katmand, Nepal.
Prximo domicilio?
Embajada de Chile, Nueva Delhi, India.
Libro Primero
CAPITULO PRIMERO
Desde el autobs empez a tragar la ciudad, a desperezar el
alma. Rostros plidos de ojos estirados cruzaron bajo sus ojos.
Sonri a un ciclista y salud a los obreros que construan el
camino: mujeres de cuerpos semidesnudos, famlicos, tostados y llenos de pliegues acarreando como bestias cemento y
alquitrn; su esperanza, terminar cada da; su misin, hacer
lo que en otros sitios hace un buey, un caballo o un tractor.
Una escena corriente. Teresa recibi, devuelto, su saludo. Llegara al hotel. Ojal Maud y Rudolf no estuviesen borrachos,
ojal pudiera hablarles.
"No es agradable viajar sola." Pens en Lucho, que la esperaba en Nueva Delhi, con qu ansiedad. Debi poner un
cable anunciando su llegada. No le gustaba viajar sola, le daban miedo las calles y la obscuridad.
10h Dios! oy gritar, y sali de su abstraccin para sumarse al pavor: el chofer haba descendido del bus para descargar algunos bultos del techo, y la calle en declive se abra
a sus espaldas.
!El brbaro dej el vehculo sin frenos!
Retrocedan hacia el precipicio con velocidad progresiva.
Entre chillidos, los peatones esquivaban la mquina. Teresa divis copas de rboles al costado del camino, brotaban
de la nada. Un muchacho norteamericano empuj la puerta
que conduca al volante. Ella cerr los ojos y se encomend
a Dios: morir era ms fcil de lo que imagin. A Lucho lo
derrumbara su muerte. El norteamericano alcanz el freno,
las voces callaron; prxin-ios al precipicio la quietud fue expectante y mortal. Cuando esperaba el golpe, muriendo anticipadamente, sinti detenerse el autobs. El silencio fue
profundo; las ruedas, temerosas del vaco, lo tocaban. Vio al
muchacho transpirar, las dos manos en el freno y la cabeza
sobre el volante. El chofer llegaba plido y avergonzado. El
silencio era total. El silencio que no haba preparado la muerte helaba la resurreccin. El joven segua solo en su caseta
de vidrio. Teresa se puso de pie con esfuerzo y se alleg a l,
toc su brazo, sonri. Le deba un favor?
Ya frente al hotel, el mozo comenz a hurgar en el vientre del bus en busca de las maletas; no era necesario abrirlas,
las dejara en el lobby prontas para seguir su camino a la maana siguiente, en el primer avin, hacia Nueva Delhi. Sinti
vagar un temblor: y si no fuera? Lucho quedara libre, pero
deseaba l ser libre? Poda alguien ser libre a voluntad? La
libertad era privilegio del alma y adems Teresa le serva de
fianza. Cruz la calzada y desde el suelo un mun se extendi hacia ella esperando una limosna: un resto de hombre,
enmudecidas sus cuerdas vocales, pobre el vestido, mutilados
los miembros, la miraba en silencio, con un medio ojo. Se
tambale, mun y ojo se volvieron niebla. El joven norteamericano la sujet del brazo. Una escena vivida mucho antes de encontrar a Harris.
Muchas emociones para un da dijo el joven, conducindola hacia la entrada del hotel. Es la primera vez que
viaja por el Lejano Oriente?
Teresa neg con la cabeza.
Ya se acostumbrar a ellos.
Ella asinti en silencio.
No es nada ms que un leproso.
Se puede ser nada ms que un leproso?, pens hace mucho tiempo. La idea me vino de sbito, de nada, de esas muchas cosas que
uno sabe y desconoce. Tambin hay almas mutiladas que pierden su
sitio; no en los dems al principio, sino en s mismas; no se encuentran, sufren y hacen sufrir, pero, como el leproso, no sienten el dolor,
Los regalos de matrimonio se exhiban demasiado nuevos sobre los estantes; algunos conservaban an las etiquetas
y, sobre muebles viejos, parecan en escaparates. Tambin demasiado nuevo, como agregado y no parte de ella, el delantal de la Manuela flotaba.
-Ahora los dejo solos, maana vuelvo a verlos -dijo su
madre, que bajaba del auto las ltimas cajas-; qued ms o
menos arreglado -mir a su hija con ternura-; usted tiene
que dar el toque artstico. Lo ms entretenido para la nueva
duea de casa es ordenar los armarios y la despensa. Yo guardara las cosas hasta que brillaran menos. Si no encuentra
algo me llama. Maana parto al campo, no quiero dejar al
pap solo tanto tiempo. Adis, preciosa; instlese, acomdese y acustese temprano. Hace mucho fro aqu. -La bes
conteniendo la ternura.
Vio a Ignacio desaparecer en el piso alto. Una puerta se
cerr de golpe y la casa qued en silencio. Teresa sinti fro.
-No hay una estufa en la casa? -pregunt a la Manuela.
-Haba una, siempre que no la haigan sacado.
Ostentosamente se coloc Teresa un flamante delantal.
In mentis planeaba el cambio de las cortinas y la nueva ubicacin de los muebles. Entr a la cocina con paso de conquistador, abri los cajones y su nimo decay ante las pilas de
ollas viejas y botellas.
-Aqu est la estufa. Quin sabe si le han dejado parafina.
-No le escribi Ignacio que tuviera las cosas listas? No supe nada. Su mam llamaba a veces, pero yo slo
recibo rdenes del caballero.
Teresa mir el artefacto sin saber cul era la parte superior. Por indagar en ella, cay el estanque con estrpito.
-Lo dejaran mal puesto cuando la usaron -se lament la
Manuela.
-Quines? -pero ya la criada traa un trapo de la cocina
para limpiar.
Cmo armar el aparato sin ensuciarse las manos ni el
vestido de viaje color beige? Grit a Ignacio que acudiera en
su ayuda. La expresin con que l apareci en el descanso
de la escalera la hizo arrepentirse de su espontneo gesto.
drama en mi juventud; viva, y vivir... Apenas recuerdo a la Manuela y de Ignacio tengo ntidas ciertas expresiones, como mscaras
rotas. Recuerdo s el armario. Es fcil recordar objetos, se mueven, no
giran, no cambian. Crea haber olvidado a la Manuela, hasta que
vino a pedirme una recomendacin y la reconoc sin recordarla;sin
embargo, est clara su mano sobre la puerta del armario, abierta y
temblorosa, vigilante como la de un mastn. El armario era de roble
antiguo y macizo, de cierta belleza sobria y viril; se ergua enhiesto y
solitario contra una pared del escritorio. Vi que cojeaba y deba colocarle un cartn doblado bajo la pata trasera. La madera baja, carcomida, dejaba entrar y salir a un ratn.
"No puedo abrirlo, seora." Creca ante la magnitud de su tarea. " Qu contiene?" "Eso no s yo, pero el caballero no deja que lo
toquen." "Entonces nadie lo ha abierto?" "Que yo sepa..." "Y para
qu est?" "Sabe Dios." Sacud la puerta con impaciencia, rechin
una bisagra; con ms empeo habra cedido; no me atrev a empearme. Respeto, cobarda? El armario permaneci cerrado durante
mi vida matrimonial. En das de tedio estuve a punto de descerrajarlo; en horas desesperadas pate sus puertas y lo vi oscilan y algunas tardes me sent frente a l, mirndolo, mirndolo, mirndolo,
como si escondiese mi alivio...
CAPITULO TERCERO
Te convido a comer fuera esta noche; saldremos de farra, te
lo mereces. Ignacio dej el diario sobre la mesa y mir a su
mujer. Esta casa ha perdido su aspecto fantasmal desde que
me cas. Est como cuando viva mi madre; entonces era
todo...
Pareci perderse en el recuerdo, detenerse en un punto.
Teresa lo apremi a continuar:
Cmo era esta pieza en tiempo de tu mam?
Ya no me acuerdo, todo era tan distinto entonces. Sacudi la cabeza. Dejemos el tema.
Mucho tiempo que no salan de noche. En las tardes
Ignacio lea los peridicos y fumaba en silencio, levantando de vez en cuando el diario para mirarla, hasta la hora
Haba sido anunciada. La eleccin "entre todas las mujeres" le dio gran importancia ante sus propios ojos. Sala
orgullosa a la calle esperando que reconocieran su vientre
que empezaba a abultarse, orgullosa de cada kilo que suba, orgullosa de desechar por ajustado un vestido, ms orgullosa an de tener que hacerse uno maternal. Crea ser la
primera mujer en el mundo a quien suceda aquello y espiaba las expresiones en las dems mujeres. Todo era importante: anunciaba a quien se encontrara lo que a ella haba
sido anunciado, y al caminar derecha, sin deseo de disimular su estado, se senta aun ms importante. Mareos, calambres, dolores de piernas, acideces, molestias placenteras,
molestias importantes. Rea sola al comprobarse: el bien y
el mal de su anuncio, el mal y el bien de su estado, la sensacin de que es ms malestar el estar bien y que puede uno
estar bien con malestar.
Llegada la noche, trataba de recogerse en su cama y abrir
all los brazos a su hijo, vaca la mente de todo, excepto de
l. Extenderse en la cama y sentir que empieza el momento
de estar por fin solos, de conocerse, de amarse. Libre de faja,
vestido o cinturn; libre de trajines, de la costurera que cosa
las camisitas, de la que bordaba las sabanitas del coche. Haba tratado de iniciar a Ignacio en el rito, que fueran tres en
la intimidad consciente de esa hora, pero l haba sonredo:
era una tontera aquella liturgia de la maternidad. Cada vez
Ignacio se acostaba ms tarde o llegaba a la cama como agraviado y Teresa sufra que fuera l quien la interrumpiera.
Cambiaba su espritu, y las preguntas se cruzaban. Muchas
veces se dorma pensando: "Por qu estar enojado? Qu
habr hecho hoy? Qu hice de malo?".
Su madre llegaba con listas y paquetes, y Betty tambin
llegaba, pero a divertirse a costa de ellas. Cada persona haba
adoptado la actitud precisa, hasta la Manuela, que rezongaba
presintiendo la intromisin de una niera en su reino. El
hermano sera el padrino, su padre renunciaba al honor: "Bastante con que sea mi nieto". Betty alegaba que no tena plata
y que se comprometa a cuidarla a veces: "Por ningn motivo
dejar que se me moje encima". Su guagua tendra de todo,
sobria y colmada, feliz y sencilla, "libre de complejos y adaptada a la vida como su madre", deca Sara. "Tristeza y privaciones no le faltarn para saber que vive en esta tierra",
agregaba Ignacio. De las sabanitas a los baberos, de los baberos a las cortinas, los paales y la cuna.
A veces amaneca sin nimo; otras, con exceso de bros; a
veces triste y otras llena de gozo; entre mareos y cansancios
los das eran plenos: tena antojo de comer ensaladas, pero
Ignacio insista en llevarle ostras.
-No comes ms? Mira que las traje para ti.
-Con poquitas me basta, cmetelas t.
Nunca le haban gustado las ostras. Serva el vino blanco,
echaba mantequilla a las tostadas y miraba a Ignacio: como
no era n gozador, emocionaba verlo gozar y Teresa gustaba
las ostras comidas por l.
Un da l la encontr de mal genio.
-Yo no tengo ganas -dijo, rechazando el plato con indiferencia.
-Es una descortesa.
-Al fin y al cabo es a ti a quien le gustan las ostras y mi
embarazo te sirve de pretexto.
Hablaba en broma, pero lo vio ponerse rgido y record
que a l no poda herrsele.
Comi en silencio. La castig con su silencio. El castigo
no se levant al da siguiente. La desproporcin de castigo y
culpa la haca postergar el momento de pedir perdn. Cada
trance comenz a ser solitario, la felicidad a parecerle prohibida. Lleg Betty a comer y quebr los silencios. Teresa respir al fin y se distendieron sus nervios. Cuando terminaron
de comer llegaron Eugenio y Sara. La conversacin se anim, la noche se hizo corta, Ignacio tambin pareca aliviado.
-Mrenle la panza a esta chiquilla -gritaba Betty puncetendola.
-Est linda de todas maneras -intervino Sara.
-Estoy medio mareada..., si me atreviera les bailara, nada
me da vergenza y en mi tiempo era gran bailarina.
Con la copa en la mano ensay pasos de rumba y movimientos de caderas.
-Otra vez..., deja que te mire bien -exclam Betty, riendo a carcajadas-. Pareces una culebra que se acabara de tragar a un conejo.
La casa qued vaca y Teresa, creyendo abierta la brecha
entre los dos, quiso extender un puente.
-Qu simptica esta pareja! Tambin Betty es todo un
carcter. La comida estaba buena, no es cierto?
Se colg del brazo de su marido y lo mir sonriendo.
-Te hiciste bastante la chistosa... Sin eso estuvo muy agradable. Hazme caso y no tendremos dificultades.
-Todos me celebraron...
-Como quieras.
-Nada de lo que yo hago te parece bien? -gimi ella-.
Por pava o por chistosa no puedo darte gusto.
Pareca exhausta.
-Hablas de ms.
-Todo el mundo habla de ms; si la gente dijera lo necesario, no hablara nunca.
-No estoy casado con todo el mundo. En cuanto al silencio, es una gran virtud; el silencio no hiere, no adula, no
juzga; el que habla mucho se muestra al fin tal cual es.
Haban llegado al dormitorio, lentamente; insegura de s
y de todo, la pieza le pareci extraa., Se volvi al orlo.
-Yo te dara un consejo, habla slo lo necesario, til o
interesante para los dems.
No importaban las palabras, tampoco el tono, s su rostro; la dureza de su rostro pareca querer aniquilarla.
Sinti que se vaciaba, la humedad de su cuerpo se le adhiri a la ropa, la espalda estaba fra, el sudor corra sobre ella
como el agua sobre un cadver, aparte, despegado, un sudor
de otro, masa viscosa y repugnante. Mientras se desvesta, sinti tambin repugnancia de s misma, de su cuerpo, de su ser.
Palp sus brazos, su pecho, su vientre abultado. Odi su cuerpo, antes fiel y amable compaero. La repugnancia lleg a su
boca y a su sexo. Sinti que su carne, tambin su amiga, devena sbitamente repulsiva. Por primera vez se odi.
CAPITULO QUINTO
Era importante conservar el amor. Cmo no errar? Pensaba
en darle gusto, en adaptar su alegra y su tristeza a las de l:
cuando alegra o tristeza no coincidan era un mal, cuando
coincidan era un bien.
Oye, Ignacio, tengo tanto que hacer y me siento impedida...
Toma taxis; no creo que todas las mujeres embarazadas
tengan que embarazar a sus maridos respondi l burlndose.
Me llevaras a buscar el coche de la guagua?
Tu mam pudo hacerte el regalo completo, a domicilio.
Las tardes se hacan largas. Un juicio importante con una
compaa norteamericana tomaba a Ignacio tiempo e inters.
Empieza de nuevo y cuntamelo con todos los detalles.
No me gusta traer a la casa problemas de oficina, yo no
hago cargar a nadie con mis cosas.
No le pidas mucho, que te tomar odio aleccionaba
Betty. Si vieras cmo me esclavizaba cuando eramos chicos.
La nica que se libr de su dominio fue mi madre; si mal no
recuerdo, ella lo esclaviz ms a l. Ignacio la quera mucho;
yeme bien, cuando te casaste yo me dije: "Tuvo ojo el pcaro, ha escogido la nica mujer que se sentira feliz de ser su
esclava". Betty sacudi la cabeza con negligencia mientras
Teresa digera cada palabra. Hay gente que necesita siervos
y no compaeros.
Qu mujer no se siente feliz de ser la esclava de un
hombre? dijo Teresa, y se qued pensando: "De chica dejaba de salir a caballo y perda muchos panoramas, esperando
que un muchacho vecino pasara frente a mi puerta; esclavitud de nia que contina en la adolescencia, que entrega
tiempo, libertad y entretenciones por alguien. Slo que no
nos gusta que nos lo exijan. Si a los diez arios el vecino me
hubiera dicho: 'Espera en tu casa por si yo paso', me habra
rebelado. Arios ms tarde, por un llamado de Perico me quedaba yo en casa das enteros, suba muchas veces a atender el
telfono, de cada cien llamados ninguno era para m. Pero si
CAPITULO SEXTO
Despus de dejar a Ignacio, volvi lentamente a su casa; cansada se tendi en su cama. Cuando el silencio de su pieza le
entr en los huesos llam a la Manuela; no tuvo nada que
decirle. Sinti que la pelvis se le dislocaba y se levant, mir
cada objeto: a esa hora un montn de basura interrumpa el
pasillo entre alfombras enrolladas. La casa no la acoga; sali. Las tiendas estaban an cerradas; compr fruta. El tiempo pareca detenido. Llam a Betty, que estaba durmiendo.
Volvi a salir. Olvid qu cosas necesitaba. La pieza de la
guagua estaba tibia: las cortinas corridas, excesivamente blancas y vaporosas, la abrazaron como una nube. La cuna blanca y vaporosa tambin, otra nube. "Siempre he deseado
sentarme en una nube y dejarme llevar se dijo, y su voz la
acompa, correr en ella cuando las casas y los seres humanos se cruzan y se quedan atrs." Sinti un entumecimiento;
otra vez la pelvis volvi a pesarle. Baj a la cocina.
Debera acostarse, no ande por ah, seora dijo la Manuela, que tomaba desayuno. Yo s de esto aunque nunca
haya tenido hijos, Dios me ha protegido ya que soy soltera,
pero mi hermana no merma, es mucho lo que yo le digo,
pero no me hace caso, que nada cuesta parirlos, es criarlos... No siempre me tendr a m para que la ayude, Dios
me proteja.
Fue al telfono: Betty acababa de salir. Llam a una amiga, hablaron de nada. El dolor de los msculos ventrales pas
a las nalgas y a los huesos. Teresa se ech a llorar. Entr al
escritorio, se afirm en el armario de roble macizo, cruji la
puerta, se tambale un instante, en el entresuelo rasgu
un ratn. No pensaba. Apoy la mejilla contra la madera y la
sinti confortante, fresca y clida. Sob las vetas, y llor amargamente hasta que el llanto se aquiet como un espasmo de
nio. Se sinti mejor. Volvi a coger el fono. Tena el nmero de la matrona; no se atrevi a llamarla por no parecer
aspavientera: "Todo el mundo ha tenido nios y dicen que
el primero es muy largo y doloroso"; poda ser efecto del
cansancio. La matrona la tranquiliz diciendo que no estaba
Ignacio tom el fono. Lo vio fruncir el ceo, volverse impenetrable, como si la piel se momificara, responda por monoslabos.
-Necesita plata -dijo al cortar-, esta misma noche. Como
si fuera fcil conseguir plata a esta hora.
-Puedes darle un cheque.
-No me parece asunto serio y no puedo mezclar mi nombre.
-Qu te importa s es tu amigo.
-La complicidad es delito.
-Un delito de caridad.
-No tienes criterio. Plata en este momento no tengo.
-Yo s.
-Hazme el favor de acostarte; te prohbo que entregues
un cheque tuyo, no sabemos qu habr hecho este imbcil.
-La polica no puede pensar mal, sera absurdo. -Teresa
continuaba vistindose-; nadie puede pensar mal de m.
Ignacio haba perdido todo control. La tir de un brazo y
empez a sacarle la ropa. Teresa qued inmvil: no conoca
la violencia fsica.
-Me vas a volver loco -dijo l en voz muy baja-, no te
soporto ms.
-Tienes que ir donde Eugenio -implor ella, empezando
a temblar.
-No tengo por qu cargar con enredos ajenos, me oyes?
Me sobra con los mos.
-Tienes que ir -sollozaba histricamente-. Te est esperando.
-Que espere -respondi l.
Teresa se alej de su marido: lo odi con fuerza nueva.
Su pelo revuelto y la ropa a medio poner le daban un aspecto lastimoso.
-T no sientes nada por nadie?, no quieres a nadie?
-in te rrog .
-Quin es nadie, t o Eugenio? -Trataba de ser sarcstico, mas su expresin era la de un monstruo: sinti miedo,
pero la rabia estaba cursada.
-Todos, tu hermana, tu amigo, yo; slo das migajas. No
quieres a nadie? -imploraba ahora deseando que l se defendiera y se justificara.
No me acuerdo ya cmo termin esa noche; a veces pienso que contino vivindola y que jams la viv. Si despierto en la obscuridad, sigue
en m. Se fue Ignacio? Me qued dormida en la pieza de bao o estaba
muerta? Mor entonces y todo lo que sucedi despus no ha sucedido
todava? Cada noche de pesadilla es una noche de espera: pesadilla,
espera, noche y sentimientos se me han confundido tambin. No he aprendido a desprenderme, pozo impermeable del que todava no filtra cuanto
ha cado en l. No debe uno ponerle demasiada alma a nada que est en
nuestras manos, y no en las. de Dios, proporcionarlo, porque nuestro
empeo se vuelve contra uno. Los vestidos guardados se apolillan o
estorban en el bal; en las despensas llenas se azumagan los alimentos;
cuando hay exceso, la mermelada se pudre en los frascos. Yo nunca
guard nada, ni vestidos, ni porotos, ni miel. Ignacio se sacrific por no
sacrificarse. Guard el amor que se le pudri adentro. Cuando ramos
nios gritbamos: "Quien al cielo escupe a la cara le cae", y al mismo
tiempo mis primos, mi hermano y yo escupamos hacia arriba. Que
chicos tontos! No s si me cay mi saliva o la de otro encima. Era juego
divertido y estpido como muchos, vivamos en el campo. Despus
supe que cada salivazo propio era devuelto por uno mismo; he visto
desgra-ciada a gente que buscaba felicidad can ahnco, he visto feliz a
gente que no escapaba al dolor, y no saber- qu hacer con el dinero a
hombres que slo buscaron dinero. Hoy, en Katmand, muchos aos
despus. .. Es-tay sola y es de noche; pienso que Eugenio estuvo solo
esa noche en un bar santiaguino. A la maana siguiente se descubri el
desfalco en su oficina. Los socios recurrierona la justicia. Sara pidi a
Ignacio que fuera su abogado defensor; pero ste se neg: "disturbios en las
minas del norte" no le dejaban tiempo. "No puedo defender un caso de
estafa sin comprometerme", pero estbamos los dos comprometidos.
Una angustia infinita mantena a Teresa al margen; tratando de detener la desilusin, se reprob: "Una mujer, un
amigo, un cliente, la persona prxima, debe creer en uno".
"Es mi culpa si l se desmorona." "Estoy haciendo con Ignacio lo mismo que l hizo con Eugenio." Teresa decidi reconstruirlo con frases y actitudes. "Qu bueno eres, Ignacio."
"S que lo haces por darme gusto." "Cunto te lo agradezco... Al principio l la miraba con desconfianza, despus empez a ablandarse. "Qu bien te result ese alegato, fuimos a
-Andar en l.
Teresa acarici la carrocera con inmensa ternura. Le pareca que cada auto que pasaba iba a rozarlo. Al fin lo abandon como quien abandona a un nio, "solo en la calle el
pobrecito". Ignacio, divertido, la tom por la cintura y entraron en la casa.
En la frente de Ignacio comenzaba a caerse el cabello.
Teresa toc sus cejas, sigui las venas y dej los dedos sobre
sus labios. Se haba convencido de que puede existir amor
sin comprensin, que puede hacerse el amor sin contacto,
que se puede ser feliz con besos y caricias parciales y sentir el
cuerpo sin sentir el alma, aprender a usar el cuerpo sin llegar al alma. Su necesidad de cario era tal que aceptaba gustosa la entrega de su cuerpo a quien nunca supo de su alma.
Dudaba de la existencia de ese amor en el que un da crey.
En todo caso, a ella le haba sido negado.
Despus de acostarse con l, se senta Teresa impura y
feliz.
CAPITULO OCTAVO
Cumpli veinticuatro aos de vida y cinco de matrimonio.
Una aprensin angustiosa alargaba sus ocios. Busc cosas que
hacer y las hizo sin ganas. Ayudaba en el catecismo de la
parroquia, visitaba poblaciones callampas, y en su viejo automvil vagaba por barrios proletarios en busca de penas; en
otros, para aliviarlas. Haca muchas cosas y pensaba en pocas. De muchacha haba tenido clases de dibujo, le atrajo
como el teatro, como el baile, menos que el amor, el matrimonio y los hijos. Se descubri contenta dibujando, rompi
pginas, busc colores, destac contornos y logr cierto equilibrio entre sombra y luz. Despert la admiracin de una de
sus amigas con sus acuarelas y bocetos; esa admiracin la renov, como si con ella le devolvieran personalidad y un milagro recobrara su piel. Volvi a sentirse agradable y agrad.
-Te convidar con un amigo pintor para que te d algn
consejo.
-Pero, Betty, qu ridiculeces... -Teresa se diverta. As es, hijita, y, adems, dejas mucho rato la mano al
saludar, como si la regalaras.
Teresa record que una prima de su madre retiraba la mano
justo al hacer contacto, como si el prjimo la contagiara.
-Me gusta que me besen -murmur-, me gusta besar, me
gusta el calor de una mano, me encanta tener a alguien cerca, qu tiene de malo?
La limpieza de su mirada desconcert a Betty. Sin nfasis
insisti:
-Pareces andar ofrecindote.
-Es malo?
-No, idiota, pero eso tiene otro nombre -grit Betty, exasperada, con una ronquera extraa en su voz.
-Me gustara ser de todo el mundo y que todo el mundo
fuera mo.
Cuando se empez a hablar celebrando el talento de Teresa y a felicitar a Ignacio por su mujer (sus tarjetas de Pascua eran muy codiciadas y hermosos los rostros de sus ngeles; "
pienso que son nios y no ngeles", deca), no se lo reproch, ni la aplast con frases despectivas, pero se encerr en
su ostracismo.
Las horas de almuerzo transcurran en silencio, las horas
de comida a veces tambin. El con l, ella sin l. Teresa intentaba variedad de temas, y cuando intuy que castigaba su
salida del anonimato, guard silencio. Por no rebelarse evit
pensar en los largos perodos que pasaban juntos, por silenciosos eran largos, decidiendo vivir sus propios almuerzos,
comidas y veladas. Se miraba y se haca actuar como un ttere para su propia diversin; imaginaba escenas maravillosas
en que le sucedan cosas extraordinarias, actuaba con brillo
y hablaba con aplomo, sus frases eran profundas y sin tartamudeos. Se vea a s misma y hasta rea sola de lo imaginado.
Cmo se reconoca si la persona que miraba era diferente a
ella, si despertaba la atencin, si hablaba quedamente, con
armoniosa voz? En esos almuerzos y comidas silenciosos, se
soaba y nunca se vio en un vestido que le perteneciera en
que toda ayuda era bien venida. Una tarde acept la tarea de
atender nios moribundos. Prepar mamaderas, cont gotas,
lav cuellos con harinas desecadas y coloc sondas abdominales. Se acerc a un nio muy plido, sus ojos enormes y llenos
de experiencia; coloc la sonda en un orificio en la laringe.
Cada vez que tosa, al despegarse la sonda, saltaba el alimento.
Teresa volva a colocarla con paciencia. El nio no le despegaba los ojos, con esa mirada grave de los nios pobres que no
tuvieron tiempo de ser inocentes, dndole una leccin de
desesperanza. Se ahog, por el orificio brotaron sangre y agua.
Era preciso lavar el tubo. La pobre criatura con su mirada
pareca decirle que actuara con confianza, que estaba acostumbrado al dolor. Una mueca en ese pedacito de rostro, una
pobre mueca exhausta, la ltima de su alegra, hizo saltar sus
lgrimas. Entraba el doctor de turno. Se detuvo ante ella mi:
rndola con severidad. Sorprendida en falta, baj los ojos; temblaban sus manos y sus hombros.
No soy la madre superiora dijo el pediatra con cierta
sorna; termin de acomodar la sonda y cuando pasaba a la
cama siguiente vio vacilar el cuerpo de Teresa. Salga de aqu
y acustese orden.
Una ayudante la oblig a tenderse en una cama en la sala
de las enfermeras. Cerr los ojos. Terminada la visita, entr
el doctor. Colg su delantal en la percha y se detuvo al verla.
Usted no es parte del equipo de la Cruz Roja? indag,
ms suavemente ahora. Se acerc a la camilla tomndola de
la mueca.
Vena a ayudar y no a quitarle tiempo musit ella. No
sirvo para mucho, ms bien para nada repiti, y empez a
temblar de nuevo; pero el doctor, sentndose al borde de la
cama, la sacudi por los hombros.
Por qu lo hace?
Quiero... tartamude querer a los nios ajenos.
Me basta mirarla para comprender que es demasiado
capaz; no parece una solterona a cargo de un gato o que
cuide a un canario.
No cuido a nadie, nadie vive de m lo mir suplicante.
Voy una vez a la semana a visitar a una protegida que vive en
-Oye, Betty, ese armario del escritorio, el grande de roble, era de tu casa?
-S, lo he visto toda mi vida, estaba en el cuarto de vestir
de mi mam.
-Siempre cerrado?
-No creo, no me acuerdo, tena cosas ms importantes
en que pensar; era de ella y, ahora que me acuerdo, cuando
nos partimos, ese armario no figuraba en las listas. -Levant
la voz indignada-: Ignacio se lo pesc sin mi consentimiento.
-Sacudi la cabeza ofendida a posteriori-. No vale nada, crees
t que vale algo?
-Por el recuerdo no ms.
-Yo no quiero recuerdos, me sobra con los que llevo en
la cabeza; ahora que me dices... Ignacio se esconda adentro
cuando chico y pasaba ah horas. Una vez se nos perdi, lo
buscamos como locas por todo el barrio; tarde ya lo encontr mi mam adentro del armario, completamente dormido.
Despus creo yo que se meta adentro para ver a mi mam
desvestirse, el muy indecente.
-Tal vez para estar cerca de ella.
-O para espiarla, quin sabe nada de este diablo... El
electrocardiograma no dio lesin; sin embargo, el do- lor,
la palidez y las palpitaciones persistan.
-Yo no dira que es un hombre nervioso -se extraaba el
especialista tocando el pulso y la transpiracin helada-, da la
impresin de poseer una contextura squica muy fuerte. Es
un caso extrao...
Teresa no se movi de su lado, lea los diarios de la maana y de la tarde, administraba despertadores para no olvidar
ninguna pldora y cumplir exactamente con las prescripciones.
-Es una buena enfermera -deca Ignacio al doctor-, no
comprendo por qu fracas en el hospital. A propsito, olvidaste comprar quesillo y la casa est bastante fra a esta hora.
Son la campanilla del telfono. Teresa corri a l como
a un salvavidas; los sonidos siempre traan algo, una palabra,
una noticia, algo. La voz le pareci conocida; al orla trat
de juntar la puerta con el pie. Ignacio percibi el rostro bri-
producir un quiebre, hacerlo vibrar, saberlo vivo. Habl, grit, suplic amenazndolo con volverse loca, con tragar pldoras o tirarse de un balcn. El permaneci impasible.
-Terminaste la comedia de hoy? -pregunt al entrar al
escritorio.
Teresa, tras l, vio junto a la pared el armario, como su
dueo, enquistado... Un incentivo. Sin control se lanz contra el mueble golpendolo con uas y rodillas al tiempo que
gema convulsa. Ignacio la mir un instante y reaccion:
-Loca, claro que ests loca.
-Loca yo, es lo que faltaba -rea ahora desenfrenadamente.
-Deja ese mueble, te repito; t no puedes tocarlo. Conque yo no puedo -El trat de sujetar sus brazos-.
Vers si no puedo. -Golpeaba ahora con pies y furor.
-Loca..., loca, es increble...
-T siempre lo fuiste, abre el mueble, mtete adentro,
gurdate de todo mal, qudate para siempre entre trastos
viejos y basuras. -Adquira fuerza y calor.
-Sal de esta pieza, estpida, me obligars a pegarte; sal
de esta pieza, Teresa, o te arrepentirs.
-Pgame, ojal me mataras... -Tom un tintero de mrmol y comenz a golpear las puertas, que crujieron. La joven
rea, boba la expresin ahora, brillante de saliva la barba,
colgantes y estpidos los labios-. Pgame, atrvete... -volva
al ataque como si cortara un cuerpo con su pual-; pgame,
mtame, atrvete a algo.
Grit hasta que los ojos se le llenaron de lgrimas y la
risa se hel cansada; el tintero de mrmol yaca en el suelo y
la puerta cay con estrpito sobre l.
Ignacio haba permanecido inerte durante toda la escena,
desconectado; pero al ver atados de cartas resbalar y algunas
porcelanas balancearse hasta quedar desnudas, exhibiendo
aos de abandono y de polvo, recobr movimiento.
-Para estas porqueras tanto misterio -murmur Teresa,
tranquila, observando el interior del mueble.
Hizo a un lado la puerta con desprecio y no vio a Ignacio
que avanzaba trmulo. Tom sus mejillas hasta lastimarlas,
enterr los dedos en su nuca.
te de vida. Deseaba coger algo, lo deseaba tan desesperadamente que alcanz la angustia. Toc la nada, y esa fue una
sensacin nueva, en la que antes no haba credo.
Empez a mirar a los hombres con apremio, como antes
a los transentes, temerosa de ver pasar su tiempo y alejarse
la juventud; esas miradas, devueltas, la baaban deliciosamente. Sonrea a los hombres y dejaba en ellos la sonrisa, como
ofrecindola, habra dicho Betty. Le dolan las respuestas torvas, llenndola de agrado las admirativas.
Cuando en la esquina de la casa se detuvo el pequeo
automvil invitndola a subir, le pareci a Teresa que esperaba ese momento, que de alguna forma tena que suceder.
A fuerza de pasar por aqu y llamarla... dijo l, y Teresa
sinti que esta vez era su garganta la que se llenaba de lgrimas. Siempre se siente culpable? El mdico toc sus nianos y ella enterr la cabeza en su hombro. Podra quererla
hasta que no sienta culpa o, por lo menos, hasta que no le
queden ganas de llorar.
Mientras ms me quieren ms pena me da.
El se inclin a besarla. Con ternura al principio, con apremio despus. La inconsciente respuesta de su boca le pareci ajena y su ansiedad comenz a asustarla mientras
temblores internos ahogaban la reflexin. Varios seres luchaban hablando en ella, dndole confusas rdenes: amar de
nuevo, como mujer nueva; saber cmo vibran otras mujeres
y cmo, otros hombres; el amor con un desconocido y la
ausencia de compromisos y de trabas; la excitante liberacin
de un traje viejo por uno brillante y prestado; la sensacin
del trmino de s. Ser otra; despertar pasin y sentir lo importante; incrustarse en el drama y salir despus, distinta.
Se uni a l deseosa de calzar en la nueva horma, capaz
de romper vallas y vengar su fidelidad innata. Su castidad le
pareci estpida, mscara sin razn ni sentido verdadero, obligacin ancestral, agradable y limpia como un manto protector. No poda reaccionar ni purificar sus pensamientos. Quiso
apartarse y l no se lo permiti, cogindola con fuerza. Pureza de convencin, se defendi harta, anhelando tocar por
una vez lo primitivo, sencillo y vital. Vertiginoso era el deseo
"No te quiero, Ignacio", pens y comprendi que menta; quiso convencerse de su liberacin y olvid su mentira,
Ignacio se puso de pie, la mir con una frialdad eterna:
era preciso destruir esa frialdad. No le haba preguntado l
si lo quera, nunca le interes saber qu buscaba. Pues bien,
aunque no fuese interesante, se lo dira. Sinti que sus palabras le daban fuerza como si por fin dijera algo importante.
No te quiero, Ignacio, ya no te quiero dijo, y vio que
por primera vez lo hera, que por primera vez no la disminuan.
Entendi el malgasto de su vida; al comienzo debi tomar un sitio. Pero una desazn angustiosa de otros das
cort su triunfo. Continuaba mintindose: a cualquier gesto
de l ella volvera a satisfacer sus exigencias. "Si yo supiera
que me necesita..., sumisin, pldoras, cuidados..., con tal
que me necesite; pero no, no me necesita, me usa, es diferente, tal vez lo contrario." Lo vio subir las escaleras, entrar en su pieza, cerrar suavemente la puerta y slo existi
en ella Ignacio. Vag por la casa tratando de encontrar su
importancia de momentos antes, su felicidad de una hora,
el rostro de un hombre ya desvanecido, el pequeo auto._mvil del que no supo el color. Busc un vaso de agua. En
su vida, para su bien, para su mal, slo exista Ignacio.
Haba sido creada y criada para su marido, y si eso no era,
bueno, no era nada.
Ya cerca de la desesperacin toc a su puerta, lo imagin
de espaldas en la cama. Como no responda abri: la lmpara del velador estaba encendida, Ignacio de pie frente a la
ventana.
Te ment; te juro, Ignacio, que para m eres el nico;
me vuelve loca la idea de que ya no me quieras.
Ante su asombro, el rostro de su marido comenz a transformarse: la irona volvi a sus labios; lentamente alz la cabeza para mirarla, lleno de desprecio otra vez. Se comprendi
perdida.
No me importa qu hagas, con quin andes, siempre
que termines tus comedias..., tus comedias de mujer perfecta, quiero decir. No sigas explotando tu generosidad, tu ale-
Libro Segundo
CAPITULO PRIMERO
bra de miel de su pelo, lejos de los ojos de Rudolf, que parecan odiarla y admirarla a un tiempo. "Otro vagabundo", se
haba dicho Teresa al verlo por primera vez ante el mesn
meses antes. Sudaba meciendo su barriga blanda y su perfil;
un sinvergenza: le haba ofrecido un negocio de whisky al
devolverle su pasaporte diplomtico, cercndola con ojos perspicaces y crueles. Ms tarde, solo con ella en el comedor,
entre trago y trago dej escapar otra parte de su historia.
Narraba con gracia sus experiencias con las mujeres y la Interpol, temporadas de crcel y matrimonios. Reo por bigamia en Londres, se estableci en Calcuta, donde reincidi
desposando a una joven danesa llamada Maud. Rico, inescrupuloso y correcto, Rudolf saba tratar a los blasones, a los
polticos y a las damas, y lleg a ser indispensable a virreyes y
a prncipes. Organizaba safaris en las selvas de Bangkok y
Bengala. "Cuando la revolucin derroc el gobierno de los
Rana y afianz el poder del rey, vine yo -haba dicho Teresa-,
ayud a las buenas relaciones con los norteamericanos y habilit este hotel en una de las mansiones confiscadas. Entr a Nepal con el father James, misionero jesuita, mi gran
amigo. Nos avenimos muy bien. Ambos negociamos con la fe
-lanz una carcajada-; uno negocia con la buena fe y el otro
con la mala."
Teresa toc el brazo de Maud, que levant la cabeza mirndola con expresin desvalida, belleza ajada y violenta., dibujo perfecto de vicio, diafanidad y pureza, como un ngel
violado.
-Maud -llam-, acabo de volver de la montaa. Por qu
toma tanto?
-Y qu ms hago? -respondi, abarcando el comedor
con una mirada estpida; pocas mesas estaban ocupadas-.
Duermo en el da, de noche me emborracho y llego otra vez
al da.
-Es tan lindo el paisaje.
-El primer ario..., a veces el segundo.
-Es precioso su nio.
-S, precioso -se alumbraron sus pupilas-, es precioso.
Dice Rudolf que soy una madre inmadura, prefiere a la gouver-
nante. Ella cuida a los nios del rey, pero le gusta venir al
hotel. Es precioso. Por qu mira usted a los nios? Las americanas les dan chocolates. -Sonri largamente, olvidada del
tema; lanz una carcajada, se detuvo. Torca la boca como si
la tuviese amarga-. Me siento mal, malditamente -agreg mirando su vestido; se maquillaba con esmero y sus trajes absurdos la hacan esplndida.
-Yo me entretendra mirndome al espejo -sonri Teresa, animndola-. No se pone contenta al verse?
-S, me miro mucho -respondi con seriedad de beoda,
con una expresin tal que Teresa dud fuese el alcohol que
la suma en aquel estado de postracin.
Limpi con su pauelo un hilo viscoso en la barbilla de
Maud, mientras ella indagaba dentro de su cartera.
-Busque usted. Por que ver tan poco?
Teresa sac pinches, horquillas y afeites.
-Qu busco? -pregunt.
-Esto -dijo Maud, sealando la cajita plstica donde haba unos polvos.
Teresa obedeci preparando la medicina,
-Me hace bien -continu-. Me levanta el nimo y hoy
tengo que ir al palacio. -Tuvo una idea-. Quiere conocer al
rey? Hgame un favor -suplic-, salga usted con el rey esta
noche, yo no tengo ganas.
-Yo?, con el rey?
-Vendr a buscarme. -Se enderez mejor para observarla-. Con ms pintura en los ojos quedar bonita. Le gusta
poco afeite y mucho perfume -alz los hombros-. Usted
sabe..., estos orientales -la miraba descubrindola; Teresa se
sinti halagada-. Le gustar, estoy segura; yo le resulto ya
montona y estoy tan cansada. Tiene una fiesta con huspedes extranjeros, hay que atenderlos bien. Rudolf dice que
me hago la interesante, bueno, no es tan difcil, el rey me
gusta; un poco bajo para m, pero es rey. -Volvi a tomar el
vaso blanquecino-. Lo conoc en una cacera y me invit a ir
en su elefante; yo tena diecisiete aos y estaba embarazada.
Rudolf insisti en llevarme, se enamor de m, me di bien
cuenta, el rey quiero decir, pero no quiso acostarse conmigo
se cubri la boca; era su deber de madre escandalizarse; trataron de salvar a la guagua hacindole una cesrea, post mrtem.
Harto brutos.
Por qu habr hecho esa infamia la pobrecita?
invoca-ba a sus hijos con la mirada.
De puro contenta, mam, de puro bien que le iba.
Por espritu de sacrificio.
Poseda y desechada por un hombre, descubri la maldad de la naturaleza humana.
Teresa segua cada voz.
Qu cosas hablan delante de una nia.
No tan nia que digamos. Tena que sonrer.
Hijita, no les oiga; los hombres son tan pcaros. Estaba
orgullosa de sus siete picardas. Son tan perversos los hombres, ya los conocer. Pero perdonaba la perversidad de los
suyos, duea al fin de siete perfidias.
El ambiente mvil desconcert a Teresa, pero se hall
contenta entre gente excesiva, calurosa, indiscreta, distinta a
la suya. Volvi con frecuencia. Su suegra le contaba ancdotas de desconocidos. Llegaban los hijos, turno explcito, siempre haba alguno cerca para dedicarse a su madre y ser
reemplazado. Estaba orgullosa de su hijo Luis; respetuosa de
su opinin, repeta en voz alta sus frases por si alguien no las
hubiese odo; pero adoraba a Alfredo, el primognito: "Lleva
el nombre de su padre y de su abuelo; el nombre Alfredo
est en la familia por cinco generaciones. Un Alfredo fue el
primero que lleg a Chile".
Veamos a mi futura cuada deca en tanto Alfredo a
Teresa. Djeme mirarla bien y darle un buen beso, que para
las dos cosas soy experto. Ya les tengo dicho a mis hermanos
menores, aqu soy yo el que da el visto bueno a las mujeres;
requisito indispensable para entrar en la familia: tener plata
y bonitas piernas.
Sinti que se casaba por primera vez.
El paso fue profundamente serio: cada promesa de amor,
un trance; cada smbolo, una promesa. A pesar de que diez
arios antes viviera la escena diciendo las palabras del sacra-
mento, un sentimiento apasionado la envolva, angustia y posesin, fiebre y entrega. Empezaba otra vez, con ms lealtad
y menos amor, deseosa de dar y recuperar su corazn.
Lucho saba hacer el amor y una felicidad total e inesperada le lleg: se jur no olvidarla jams.
Nunca sabrs cunto te agradezco... lo que eres para m.
Tengo seis hermanos, tres arriba y tres abajo, slo dos
casados, toda una vida oyndome llamar por otro nombre.
T sabes, mi mam no le apunta jams al nombre. "Oye,
Enrique, treme el dulce de membrillo", dice, y es fijo que
Enrique anda ausente, si no llamara a Carlos o a Andrs.
Siempre dese un sitio propio, ser uno y no un sptimo. A ti
te considera gran persona; cmo se afana mi mam ante la
idea de que puedas no estar acostumbrada a esto o a lo otro...
No sabe la pobre vieja que la gente como t se acostumbra a
todo, se hace a todo... lanz una carcajada y restreg su
boca contra el cuello de Teresa.
Te escuchan, te respetan.
Desde que entr al Ministerio. En el tiempo de mi mam
el servicio diplomtico era muy importante, iba la crete.
cho he tenido que aguantar, bajo sueldo, mezquindades, pero
compensa. El trabajo es interesante y despus que uno sale
al extranjero lo miran en otra forma.
Te tocar salir otra vez de viaje?
Dentro de seis meses. Es uno de los motivos por los que
quera casarme. Otra vez no me voy solo.
Nunca he viajado, slo a Buenos Aires.
No me extraa; en Chile los que menos viajan son los ricos.
Parecer una huasa.
No creas, la simpata natural abre caminos en el extranjero. Te gustar conocer el mundo, chinita, uno siente que la
vida comienza en cada sitio y que uno mismo comienza en
cada amistad.
Teresa haba deseado viajar con Ignacio y l no la llamaba chinita sino Violaine. Sonri. Comenzaba una nueva vida
y una nueva amistad.
Volvieron a Chile dos meses despus por el Medio Oriente. Las ciudades de Asia Menor entregaron a la joven pareja
sus glorias y antigedades, su pasado e historia: las guas tursticas, sus planos y notas explicativas, mientras la mquina
fotogrfica recoga dioses, pirmides, mezquitas, tumbas cristianas, patios de harem y fuentes de agua. En las maletas
haba que acomodar alfombras persas, lmparas de estmago de camello, cristales de Baccarat y sedas florentinas.
De qu sirve todo esto si vamos slo de paso? deca
Teresa, desligada de listas, de aduanas y de facturas.
Lo que no se puede vender se guarda. Cuando uno vuelve lo matan de hambre en el Ministerio; hay que estar prevenido.
Apartada, deba Teresa esforzarse a veces, para recordar
con ternura su ternura, con calor su calor de muchacho abierto y sano en quien poda leer (de Ignacio nunca pudo penetrar el pensamiento). Las ambiciones de Lucho eran sencillas
como su egosmo, pueriles como sus deseos de posicin y
alabanza. Con sonrisa tierna lo miraba actuar y escalar, dispuesta a darle la mano y a no juzgarlo. 1
CAPITULO TERCERO
Abrochar los cinturones. Apagar los cigarrillos.
Rumor silbante de turbinas. Tom un caramelo que no llev a
la boca, tampoco abroch mi cinturn. La ventanilla me entregaba
un espacio del Punjab a travs de nubes indias, parecidas a otras
nubes del mundo, ms difusas, ms hmedas. Habamos volado
en todas las grandes lneas areas, podamos agregar las japonesas
y la Nacional de Camboya rumbo a las ruinas de Angkor Val. Un
record para mi marido, lo comprob con papel y lpiz entre el corro
de sus hermanos, intil como todos los records, que le enorgulleca.
Tuve miedo: me gusta llegar a Chile y pasar por los dems pases.
Aterrizbamos en Palam, Nueva Delhi. El Qutb Minar asomaba y
desapareca en el horizonte incierto, como las tumbas de los reyes
musulmanes o generales mogoles, semejantes a conchas de tortuga;
los rboles, milagros de fronda verde entre la piel rugosa y cenicienta del suelo, nos reciban; adems, rectngulos de luces azules
y rojas y faros que nacen al anochecer. Vestido de seda cruda
espera-ba el embajador: Muchas veces despus he vuelto a Palam.
Lucho entra muy erguido a la losa y le dOn pase sin preguntas.
Con el calas ligeramente sobre un ojo, limpio y perfumado. Est
esa laucha seca". Teresa habl a la joven rogndole que devolviera el anillo, pero ella se obstin en no responder. Cuando la polica acudi, Marjorie haba desaparecido.
Continuaron las recepciones. Al Asoka Hotel, a la Embajada de Espaa, al Asoka Hotel, a la Embajada norteamericana, a
Connaught Place, a la Legacin de Cuba, al Asoka Hotel. Salas
pblicas, beneficios y conciertos. "A Palam, rpidamente." Cada
da las mismas caras, las mismas recepciones, los mismos mens. Iguales los trajes, las conversaciones y los vasos de whisky.
Vuelos atrasados, horas en las antesalas, noches de espera, cajas
tibetanas, flores, recepciones, saludos, flores, despedidas.
Los diplomticos son unos provincianos, slo que su provincia es el mundo murmur el embajador, y el secretario
sonri cidamente.
Pasaban algunas horas juntos y cuanto suceda en Chile
era el principal tema de sus conversaciones. Lucho hablaba
con seguridad, y el embajador, tantos arios lejos de su patria,
era un auditor interesado. Segua sus palabras cogido de la
pipa, fumando con concentracin y desgano.
La posicin de Chile en la ltima Conferencia el Ginebra fue la ms acertada. Me toc asistir como observador y al
fin y al cabo mis conocimientos de poltica econmica sirvieron para asesorar al delegado. Todo el mundo qued asombrado de nuestra posicin, sobria e independiente. La gente
se da cuenta de que Chile es, al fin, un pas extraordinariamente avanzado en su cultura cvica, poltica y democrtica...
De poco le sirve, pobre y querido Chile! --el embajador
expresaba su nostalgia. Un pas nico en realidad; nico en
su administracin econmica, nico en su sistema cangrejo,
en su aficin a la teora ms que a la prctica, en su respeto
por lo abstracto y en su desprecio a la sencillez. En Oriente
es desconocido por completo sonri burlonamente; en la
India conocen a Chile los que me conocen a m y para el
Gobierno es algo as como mi hacienda.
No, seor, est usted en un gran error. Nervioso de
que lo contradijeran, Lucho opona las manos tratando de
interrumpir al contrincante y pensaba ms en lo que iba a
la haca sentirse pobre, y las frases lricas, graciosas y paradjicas la alelaban; tambin la facilidad para sintetizar sus exploraciones en la mdula racial y mstica de la India. Haban
dado con la clave del problema:
Podemos darle leccin en materia de higiene.
En legislacin social Chile est ms avanzado que Suecia... y qu hablar de la India.
Los hindes estn bien en su lugar, pero si se salen de
l...
Fuera de la India, pierden el tranco.
Amrica Latina, tanto ms joven, es de madurez fecunda.
Cuando tengamos su edad seremos maravillosos reflexionaba el embajador, y la conversacin decaa.
La India es Nehru, un gran cuerpo de cuatrocientos millones de cabezas bajo una sola... Puede que la salve su sabidura ancestral y milenaria. Teresa quera devolver nimos y
hablaba por hablar.
O que la hunda. Qu sabidura, apenas una mstica, ni
siquiera es una ideologa. Djelos, hija, hablando de religin
y transitando en el ms all mientras nosotros y el mundo
tocamos lo tangible: educacin, alimento, sobrepoblacin, eso
s que importa hoy.
En medio de las tardes y de las frases lleg Elvira, la esposa del ministro de Cuba. Fue su amiga. La pareja cubana
pas a integrar sus horas, como los dems espaoles que, al
no hablar una palabra de ingls, se sentan en su casa a gusto. El argentino acortaba all sus tardes, y el mexicano, que
era soltero y aficionado a las faldas, se enamor de Elvira,
pero fue trasladado.
Tenemos intereses comunes deca Lucho para 'convencer al embajador de sumarse a sus veladas.
El asista a veces, sacaba su pipa y proceda al ritual de
encenderla; sala al jardn olvidado de los latinoamericanos
frente al bodhi tree y a Elvira. Lucho ofreca tragos, llenaba los
vasos en exceso, volva a ofrecer con apresuramiento como si
cada servicio afianzara las relaciones con los dems y la seguridad consigo mismo.
-A veces las mujeres tambin sienten -respondi temblorosa la voz, y la necesidad de establecer la situacin, y a s
misma en esa situacin, la hizo apartarse de l. Lo mir como
a un extrao, sin compasin y sin amor-. No me importa
que me quieras, Lucho -balbuce-; me importa quererte.
-Si me quieres, chiquilla, no te preocupes por eso.
-Tengo miedo -difcil era expresar algo tan claro y necio,
ese deseo suyo de querer ms que de ser querida; muchos
temblaban de la infidelidad de su cnyuge y Teresa tembl
de su propia infidelidad-, miedo de llegar a no quererte.
-Qu seria te ests poniendo -la evitaba-; no puedo
verte as, con esa cara trgica y trascendente; yo soy joven.
-Suaviz la voz, temeroso de haberla herido, y se tap con
la sbana hasta ms arriba de la nariz-. Tendrs que seguir querindome entonces, es sencillo tu problema.
Teresa se aferr a l y lo abraz desesperadamente, suplicante.
CAPITULO SEXTO
La joven esposa de Kirch haba tenido un hijo, y ya que las
mujeres se aceptan en la India como un mal necesario, a
veces agradable, pero nunca como una bendicin, este primognito varn contribuira a convencer a la orgullosa familia parsi de que el dios de los antepasados persas estaba a su
lado. La celebracin del acontecimiento fue grandiosa.
-El jamn es para ustedes -dijo alegremente Kirch, extendiendo el plato adems del champaa, arroz, salsas diversas, curry, semillas y picantes, pulkas y chapattis-; la mayor parte
de la concurrencia es vegetariana.
-Puedo tener el honor de compartir con vosotros la carne? -murmur una voz en castiza lengua, un tanto florida y
paradjica de los indios educados en Inglaterra-. Soy Sylla,
hermana de Kirch, y siento gran placer en conocerlos.
La piel obscura de la joven tena brillo de sol, y sin saber
por qu, unidos por un conducto magntico, superdesarrollado en la India, Teresa y su marido sintieron el mismo es-
tremecimiento. El brazo obscuro como el rostro, la voz desconocida y una silueta tambin desconocida, manto rojo y
automvil blanco. Nada en suma. Teresa la mir sonriente y
Lucho no la mir, intuyendo las formas esbeltas bajos los
sabios pliegues del sari; el abdomen descubierto era tambin
color de humo y sol, el ombligo bien formado, la columna
vertebral convexa.
Es gusto tambin para nosotros murmur Teresa, sobrecogida.
Me parece haberla visto antes dijo Lucho sin pasarle la
mano.
Puede ser, hace poco que llegu a mi patria; en casa de
mis padres empezaban a extraarme desde que supieron el
matrimonio de Kirch. Los mir un instante inquisidora y
suave, acostumbrada a doblegar y a doblegarse; con ms llaneza habl de Inglaterra, de su vuelta a casa, del matrimonio
de su hermano mayor y, con verdadera ternura, del recin
nacido. Frases breves y lricas, sin ms profundidad que su
voz, ni ms intimidad que el tono declamatorio al tiempo de
levantar los ojos con tintes azules y negros.
Explqueme, Sylla las preguntas de Lucho eran directas, pero ahora con cierta tmida reserva, por qu el crculo que se pinta en la frente no es rojo sino negro?
Tiene razn, debera ser rojo, me corresponde, pero yo
lo pinto negro para hacer juego con los ojos; en la India innovamos modas como en Pars, no lo nota usted? sonri con
clida coquetera. Pliego en diferente forma mi sari. La combinacin de voces y miradas, tan frecuente en las nativas, era
en Sylla fascinante, y Teresa tambin sucumba al encanto.
Cul es el nombre de la seora?
Teresa.
Y el del seor?
Luis.
Luis..., Luis sabore las letras en su lengua, ingles
el nombre en su boca para devolverlo distinto, rumiado, transformado. Luis?
El la mir ahora en silencio. Una arruga empez a cortar
su frente, la angustia de su voz era nueva y renovado el pre
-No quiero or msica de mi tierra -se quej un uruguayo-; no estoy para sufrir
-La tristeza de toda Amrica es la misma, la tristeza del
indio es la tristeza vuestra, parece que nosotros no os dejamos nada -rea el espaol-. Bueno, hijos de la Madre Espaa, adis.
-Adis, mamacita.
La noche en trmino, los cantos y las risas tambin, como
cansados a un tiempo. Soledades convergentes y una resaca
de sensaciones disgregndola, imn de contrastes, cruce de
sentimientos, Teresa recibiendo y entregando: "Usted,
hijita -le haba dicho el embajador-, est en un remolino,
tiene que dar paso a la felicidad o a la angustia de todos
revuelta con la suya; evitar que se mezclen las aguas de un
remolino es impo-sible, contntese con la que le quede en
cauce, limpia o sucia, en todo caso revuelta. Nunca lograr
aislarse, no ver con cla-ridad individual ninguna cosa, no
realizar obra til ni cons-truir algo serio, continuo. Sea ms
individualista o...".
Entre el humo, recostado contra la pata del silln, estaba
Lucho en silencio. Se arrim a l, deseaba abrazarlo y protegerlo contra la tristeza y la alegra de una fiesta en trmino,
pero sinti otra vez el fluido crucial y se detuvo. Vio que
tena pena y que esa pena no era de Lucho; recin puesta,
aun postiza en l, una tristeza de adolescente que ve crecer
su corazn y su sexo y no sabe cmo unirlos y en qu instante separarlos; tristeza joven y nueva, cuando sexo y corazn
se presentan de pronto, ahogando al hombre, cohibiendo a
la razn.
Le fue duro verificar ese proceso, como una madre que
lo verifica en el hijo; una parte de Teresa se emocion de
aquel trance que aniquilaba al mismo tiempo a la otra.
"Si Lucho es capaz de amar, por qu no a m?" Por no
verlo, coloc las dos manos sobre l, en las palmas ahuecadas el rostro de su marido, para sentir su aliento.
CAPITULO OCTAVO
A la maana siguiente Teresa abri los ojos con la entrada
de Marjorie; la luz del sol la ceg. Una sonrisa en blanco y
negro, piel y dientes, le deseaba un buen da cada da.
-Cmo est mensahib? -y cada vez la pregunta era personal, directa, como si en realidad deseara saberlo-. Veo que
mensahib no ha dormido bien esta noche, por eso no le traje
el early morning tea.
-Dime, Marjorie -dijo, consultando el reloj-, estamos en
verano, el sol est muy alto, por qu te quedas dormida en
la maana? Deberas amanecer con las flores y acostarte con
ellas. -El lirismo de los indios la contagiaba-. Sabes? Las
flores en otros lugares del mundo son amarillas, fucsias, rojas o moradas, pero el amarillo, el rojo, el verde, el morado
de tu tierra son nicos, tan diferentes que podan los colores
tener aqu otros nombres; tus colores, Marjorie, son distintos
a los de mi tierra, son colores llenos de sol. -La sonrisa de la
joven volvi a animarse-. Fuiste a la iglesia esta maana? Yo
debera haber ido, hace dos arios hoy que muri mi madre.
Tienes madre? -Ella neg-. Desde cundo eres catlica?
-Murieron mis padres en una inundacin que se llev la
casa y los animales, por buscar a mi hermanita. El padre Cipriano, de la Escuela Misional, me llev all, aprend ingls y
muchas cosas, fue bueno, no me ha faltado nunca trabajo.
-No ests prometida?
-No tengo dote; el padre Cipriano me ha prometido buscarme un novio porque estoy educada, pero debe hablar a
una intermediaria. -Se perdi el rubor en la ceniza de su
piel, qued en los ojos que baj con rapidez.
Teresa la observ con detencin. La joven haba cambiado desde que la trajo de nuevo a casa; ella, sin volver la vista,
dej la estancia. Cuando termin de vestirse, tom el telfono y llam a Elvira.
-Haba pensado ir a tu casa -grit Elvira interrumpindola-; quera consultarte, chica, algunos problemas: uno no
atina con esta. gente, los sirvientes quiero decir; dicen que
la ta de mi bearer es adivina, vive en un santuario, entra en
S.
Y se comporta como es debido?
Usted no me toma en serio, padre, es un problema horrible para m.
Cul es exactamente su problema: el temor de perder
a su criada o la ofensa hecha a Dios?
Ninguna de las dos cosas, padre respondi Teresa: le
tengo compasin.
Hay dos clases de compasin y no igualmente cristianas:
tener lstima o padecer con...
Las dos, padre, la compadezco porque en India su futuro est perdido, padezco con ella porque la quiero.
El padre sonri; contento de la respuesta, comenz a
ablandarse. Observ a la chilena que deca:
Aydeme, padre, yo le hice mal.
Arregle el matrimonio sentenci el sacerdote, posesinese de su papel de intermediaria, pngase de acuerdo con las
partes, acepte y ofrezca condiciones, pero trate antes que nada
de acomodar su mentalidad a la de ellos sin presionar en sus
conceptos. Djelos casados, querida seora, y har feliz a la muchacha, feliz como puede serlo otra en sus condiciones.
Le extendi la mano y de sus labios se haba borrado la
dureza y se plegaban ahora con dulzura nostlgica.
Dgame, embajador, usted cree que el novio de Marjorie se casar con ella?
El embajador les ofreci whisky, pero Teresa y Lucho sacudieron la cabeza, temerosos de hacer un movimiento que
exacerbara el calor.
Deles algo, fiesta o dote o agasajos; en las familias indias
los padres de la novia proveen de todo: comida, granos, algo
de arroz, alhajas para el novio y batera de cocina para la
suegra, adems una ceremonia fastuosa. Hay hombres que
hipotecan su vida y alcanzan a casar a una sola hija. Ella es
hurfana y usted o yo sonri modestamente al hacer el ofrecimiento podemos hacer de mires.
De mi bolsillo estoy seguro de que no saldr el pastel,
hace usted bien en dejarme de lado exclam Lucho, moles-
Lucho tena razn: en aquella entrevista lloramos los tres: Marforje, su novio y yo. Ella, porque mi oferta le pareci grandiosa; se
baj hasta mis pies y trabajo me cost evitar que los besara; en todo
caso la recuerdo abrasadaa mis rodillas, temblando contra ellas como
contra un rbol, Magdalena obscura de piel aceitunada, ante una,
-All no huele a fritanga. -Sus manos volvieron a descansar abiertas sobre el vientre; no pensaba en Delhi, el arte ni
la promiscuidad del cuerpo-. No huele a baratillos de pulseras doradas, rojas y azules, ni a bostas junto a las carretas de
frutas. Qu hacen las mujeres con aquellos canastos de porquera sobre la cabeza? Caminan tan esbeltas, tan bellas esas
chicas que, mira t, Teresa, uno dira que llevan agua de
rosas o leche para baar sus cuerpos antes de recibir a su
amante; pues, las muy bobas llevan excrementos.
-Lo ponen a secar pegado a los muros de las casas, sirve
de combustible.
-Les corre por el cuello un lquido verde, jugo de su canasto.
Se volvi hacia Teresa, la boca asqueada y redonda; sus
labios entreabiertos mostraban la lengua como una granada.
Teresa se puso de pie, excedida de juventud, exuberancia y
deseo, fastidiada de la resonancia en ella.
-Qu quieres, Elvira? -pregunt.
Elvira cerr los ojos; por las sienes resbalaron dos lgrimas, otras dos cuando sacudi la cabeza; la forma espacial del
bodhi tree tena la culpa; el verde, el amarillo, el rojo y el morado postrero; la tibieza del csped bajo los pies desnudos tena
la culpa; el amor era importante y el cuerpo nico receptor
de amor. Teresa sinti deseos de destruir el orden de su vida,
de ser estrechada por un hombre en un perfecto acto de cuerpo y espritu, nico momento en que saba tener carne y alma
acopladas; nico acto de felicidad perfecta y de perfecta cercana a Dios. Le pareci remota la sensacin, como la vida y la
presencia de cuerpo y espritu, como la cercana viva de Dios.
Crey que iba a gritar y vio a Elvira, a quien haba olvidado,
temblando pecho y piernas sin querer sollozar. Los brazos de
Teresa, que no se resistan a tocar el dolor de los dems, se
resistieron ahora a acercarse a Elvira. La dej llorar.
-Qu te preocupa, qu sientes? -pregunt con
esfuerzo. -Nada -grit la otra, perturbada; pate la
hamaca, el sue-lo, y se fue dejando caer de rodillas.
-No te acerques al rbol -murmur Teresa-, puede haber una serpiente.
T tienes la culpa la cubana la enfrent con ojos desviados, esta paz, esta casa, esta felicidad. T y tu vida de gata
llena runruneando su tranquilidad; no te das cuenta de que
viven los dems? No, no sabes ni lo que es, no sabes nada y lo
tienes todo. Feliz en una vida en conserva, feliz de tu actuacin estpida, estpida, tonta, tonta... Ay Seorcito!
Los arqueos emocionales sirven slo para matar las horas, pocas
veces para resucitarlas; los balances dan resultados finales en los nmeros, no en la vida. Delhi se fue convirtiendo en horno, las persianas
permanecan bajas para evitar la luz de esa India refulgente, los vidrios permanecan cerrados para atajar el aire de la India quemante.
Yo me extenda, cerradatambin para evitarme. La noche sin trmino
no haca barrera con el da, era su prolongacin obscura.
Se paraliz el gesto de acogida al ver a la visitante; se
paralizaron tambin la sangre y el estupor. Estaba de pie,
esbelta en pliegues azules y dorados, visible contra la ventana, misteriosa aun en la claridad caliente del medioda. Vacil Teresa al extender la mano y luego tom la de Sylla, tan
liviana como nada, y la invit a sentarse.
Qu 'calor ms espantoso.
Era el tema de todas las conversaciones, el calor sacaba
de apuros y aunaba a los extranjeros en Nueva Delhi. La mano
de Sylla estaba fra.
Yo estoy acostumbrada dijo con voz corta, digna y cantante.
Teresa la observ ya ms tranquila y percibi en el color
aceituna de la piel una opacidad nueva, de edad, de tiempo.
La sonrisa efmera de los labios muy pintados, una contradiccin ms en su persona.
No quiere tomar algn refresco? Es usted muy amable
al visitarme y debo recibirla bien. Sonri azorada.
Gracias, no bebo nada.
Sabe que pronto nos vamos a Srinagar..., Lucho y yo?
Le cost nombrarlo y advertirla. Estoy loca por conocer las
montaas y por descansar del calor; el embajador nos ha prestado su boat-house.
CAPITULO DECIMO
-Uno se aburre de sudar -dijo Teresa a Marjorie-; pero el
calor no se aburre nunca. Ay Seor?
Haba tomado la costumbre de hablar con la criada como
si estuviese sola; su sonrisa recordaba a ayas y confidentas, tambin la seriedad aprobatoria y alcahuete de su mama Trnsito,
que reciba sus confesiones con fidelidad animal. Marjorie,
como Trnsito, era capaz de todo por amor a Teresa, menos
de cambiar de opinin; la mama nunca quiso dejar el campo
para acompaarla a la ciudad, "slo en caso de que me necesite de verdad", y Teresa no se permiti necesitarla de verdad;
adems tema que Trnsito juzgara mal a Ignacio. Pens al
mirar a la joven que los acontecimientos no influyen sobre los
indios, se guan por comunicaciones internas infalibles, "de
ah su testarudez -deca Lucho-, su atraso y su negligencia".
Tambin el juicio de Trnsito estaba basado en una comunicacin interna infalible, el amor a la nia, pero ineficaz.
-Los astrlogos dicen que no podemos casarnos todava
espet Marjorie, y Teresa se incorpor en la cama.
-Los astrlogos? Marjorie, me dan ganas de matarte.
-Mensahib puede hacerlo.
-Una criatura est en manos de la Providencia.
-La divina Providencia me ha llevado siempre de la mano,
me salv del agua de las lluvias y me proporcion techo y
arroz cada cosecha; tambin detuvo mis pasos para que mensahib me hallara. Jess est conmigo y me ama, yo estoy con
El y lo amo con la miseria de mi pobre corazn; por eso no
quiero que El tenga que luchar contra las estrellas por salvar
mi destino. Para qu poner a la Providencia contra los astros si estn juntos en el cielo?
-Cundo crees t que los astros estarn propicios?
-El astrlogo no lo sabe an, ha ido varias veces al ro
santo y se ha baado all; dice que, pasada la conjuncin de
Saturno, el prximo ciclo viene malo.
"El prximo cielo -pens Teresa- viene malo. Para m
tambin y... no s si las estrellas lo saben!"
el de su contrincante: se expresaba tambin en trminos definitivos, sin gamas n medias palabras. Los encuentro algo siniestros. Es usted siniestro? Y saber que mi pobre pas...
Confiaba que sus encantos suplieran sus palabras: el vestido estrecho juntaba sus senos en una lnea recta.
Siempre dice frases estereotipadas o es tmida? pregunt Boris, y ella lanz una carcajada.
Teresa envidi esa risa de nio y hembra a un tiempo, y
sus propios ademanes simples, que pocos all podan apreciar, ms una elegancia sobria, le disgustaron. Hubiera comprado la personalidad llamativa de su amiga por esa hora.
Me acerqu porque pareca aburrirse repuso Elvira, y
l sonri a Teresa. Es cierto que las mujeres lo aburren?
Antes que usted, esta dama quiso tambin librarme de
mi solitario aburrimiento; parece gustarles a las mujeres ser
salvadoras de los hombres...
No me sacara a bailar? Al fin soy la festejada, y si usted
se ha dignado venir... No olvide, soy su enemiga y es exquisito batirse.
No bailo, es decir no bailo ms que cuando tengo ganas.
Teresa cerr los ojos y Elvira hizo un mohn gracioso antes de retirarse.
Todos los rusos me han desilusionado previno Teresa.
Ha conocido muchos?
Soldados en Berln, escritores en Chile. En el hotel donde nos alojbamos viva un grupo de ingenieros de una acerera de Bengala.
Juzga en bloque a individuos de otras nacionalidades o
como seres humanos? Dir seguramente: conoc un norteamericano estupendo, unos ingleses muy antipticos...
Ustedes no quieren ser juzgados como todo el mundo,
son tan ejemplarizadores; no he conocido un comunista con
sentido del humor. En general son dogmticos y doctrinarios. Me atacaron las mujeres y los nios en aquel comedor.
Qu hacan?
Las mujeres eran feas, los hombres arrogantes, los nios
exigan como nadie a los nativos y tomaban jugos y tanto
hielo como un imperialista, como plebeyos con derechos.
Teresa sac su pauelo y sec las gotas de sudor que corran por la frente de su marido. Sonri l; para hacerse perdonar dijo:
-Tengo que enviar un oficio confidencial y me da miedo
que lo encarpete el subsecretario.
Llevaban termos, naranjadas, y t fro para el camino; podran comprar pltanos, cocos y frutas, pero no ofrecer a la
doncella ni al chofer. Por las ventanillas del automvil entraba un calor cuadrado; era mejor Mantenerlas cerradas. Atravesaron campos desiertos, villas excesivamente pobladas,
aldeas antiguas y campos con olor a yesca. En los pozos las
mujeres llenaban sus cntaros, en las charcas lavaban el lomo
de los bfalos; los tonos vivos de los mantos recordaban xodos gitanos: aros, pulseras, piedras semipreciosas y suciedad
ancestral. En esa poca, los campos parecan de cal y cemento y de chocolate los charcos.
En medio un rbol, paz y frescura verde, oasis de hoja,
barco nufrago. La tierra y los hombres empezaban a invocar la lluvia sin recordar que su llegada sera violenta, como
todo bien.
-Tengo ganas de comprar un cntaro y aprender a llevarlo sobre la cabeza -dijo Teresa, entusiasmada.
-Si mensahib quiere, yo puedo ensearle -insinu Marjorie, y Lucho agreg malhumorado:
-No creo que puedas aprender; estas aldeanas llevan un
cntaro en la cabeza desde antes de saber caminar.
Caravanas de camellos hacan detenerse a veces el automvil; entre cargamentos de cacao, tras largas y ridculas cabezas,
aparecan las piernas de algn hombre. En cualquier instante,
detenida la visual, quedaba un cuadro: las carretas eran las mismas del tiempo de Moiss; cargaban. semillas, cueros y humanos; podan ir hacia la tierra prometida tiradas por bueyes
blancos sin yunta, tintineando en sus cachos pulseras y colgajos.
-Mira a Abraham -gritaba Teresa ante un pastor de barbas blancas, pelo y porte de patriarca. Marjorie la oa seriamente, sin extraarse de que Abraham anduviera en la tierra-.
junto al pozo est Raquel; en los campos de trigo Ruth recoge el grano...
miento. Teresa quiso reaccionar, desobligarlo evitndole dramas personales, pero l haba salido a la terraza. El lago se
vea inmenso y azul; atrs, horizonte colgante del cielo, los
montes Himalaya.
ser. Fui o ser? Quizs ahora mismo soy muchas cosas, pasado y presente a la vez. Lo desconocido me encanta..., qu
apasionante es la India.
Obscureca; crculos concntricos rayaban el agua, la marea del lago al subir cubra el muelle, se alejaba, la orilla y los
automviles parecan flotar; los palacios se doblaban como si
cayeran al lago y ms all empezaban a encenderse las luces
del casero.
Juguemos? dijo el chileno, excitado. Lucho, ministro, mujeres, hagamos dos grupos uno frente al otro, unidos'
por las manos. Cerremos los ojos. Algo me dice que el ambiente es propicio: traspasmonos algn mensaje, resultar
divertido.
Los dems se sentaron de mala gana, atentos a sus rdenes.
Apaguen las luces. Es preciso que cada cual haga esfuerzo mental, traspase calor, calor humano quiero decir, calor
mental, que extravierta su ego para que llegue a los dems.
La sonrisa del ministro dejaba ver sus dientes separados
como puertas abiertas. Lucho mir a Sylla: un brillo de ojos
en la obscuridad los una.
Me gustara tener ganas de fumar murmur Elvira, acomodndose voluptuosamente en el silln de mimbre.
Pondremos a prueba el contacto de nuestras mentes; cierren los ojos, junten las manos; a ver, Sylla, concntrese.
Haba intuido una mdium y la aprovechara para su diversin. El ministro bot el puro, que dio algunas vueltas y
cay al lago; Teresa y Elvira se tomaron las manos sin conviccin.
Que no traigan luces, por favor volvi a ordenar el chileno.
El rojo y el naranja se disputaban al negro en la playa;
sobre las montaas slo quedaba un manchn de nieve arrancndose al azul. Los grupos de mujeres en la rada haban apagado el color de sus mantos, los hombres devenan siluetas
apenas dibujadas. No se acercaban ya los mendigos arrastrndose entre las rocas para extender los brazos. Un rayo de luna
cortaba la torre de un palacio, una cpula cortaba las som-
bras. Los extremos del lago se encendan, sobre las aguas bail una ciudad de lmparas mviles, rojo, negro, espejo y luz.
Achcha.
No me gusta esto se defendi Sylla; nosotros despreciamos los mtodos inferiores de provocacin de trance; el
proceso es del alma y tras largo ejercicio; no debe hacerse en
una rpida escena de espiritismo, porque es jugar con el proceso.
Achcha.
Se cogieron las manos, se tocaron las sangres y el misterio.
Deben unir tambin los pensamientos.
Gustavo vio que Lucho estrechaba la mano de Sylla.
Empiezo a sentir el samsar...; siente algo?
Atman, atman los labios de Sylla estaban plidos.
Con una concentracin perfecta puede obtenerse el trance perfecto.
La sentan jadear.
Dyana, dyana.
Vieron a Sylla sacudir la cabeza, palpitantes sus sienes,
sucumbiendo a un extrao poder. Lucho puso la mano de
Sylla en su mejilla; las narices de la profesora parecan un
fuelle, el cuerpo del ministro una mole tensa. Tocar lo
extranatural, divino o diablico, excitante o anormal, abra
caminos propicios, deseos recnditos. La sonrisa del chileno era cruel, invertida tambin. El letargo de Sylla se traduca en cada uno, como si todos sacaran vida de esa aparente muerte, como si el xtasis ajeno pudiese brindar
xtasis personal, como si ella trajera el milagro esperado
por cada uno, como si fluidos magnticos pudiesen robarse para placer. A Teresa vena el delirio de cada cual, tambin su temor; las sensaciones llegaban ya sentidas, los dolores ya dolidos, las ideas aletargadas, velo, sangre espesa,
estertores internos, terror de arios, debilidad ansiada desde siempre.
Un filtro de esos mos insinu Elyira.
Ayuda al cruce espacial, el opio da paso al vaco.
Es importante tocar el alma y no el vaco respondi
Sylla, el mu no es ms, el mu es un comienzo.
Lucho exquisita. Mir los despojos de la concurrencia, broche de oro a sus emociones.
Afuera, los espectros tomaban el color de la noche, los
rostros parecan morados, y all lejos, desaparecida y presente, la cadena abrumadora de los Himalaya.
CAPITULO DUODECIMO
Amaneci Teresa como si la hubiesen apaleado durante todos los minutos de la noche. Se asom a la ventanilla: sus
invitados ya estaban en pie; uno con el torso desnudo al sol;
la otra, molesta ante tal desnudez, le daba la espalda, ojos al
lago. Elvira se agitaba cerca de su automvil y el chileno la
miraba con desagrado; pareca molestarle toda intervencin
de la cubana (habra querido atrarselo, pens Teresa, y demostrarse a s misma su poder y a l su ineptitud), y, en cambio, pareca agradarle la duea de casa: "Una mujer en su
lugar, que no grita sexo a todo viento, ni activamente atrayente ni activamente sensual". Le gustaban ciertas arrugas
alrededor de sus ojos, porque no haba ido a la India para
que lo molestaran y, en general, las mujeres son incmodas
para el hombre libre. "A la vieja profesora le duele la cabeza
y me echa la culpa -se dijo-, no s si de su dolor o de su
vejez; la hind es rara y muy india, no deja de ser interesante, cultura occidental en molde de Oriente, interrumpida por
ciertos fluidos raciales milenarios y por su amor creciente y
prohibido." Al ver a Teresa en la ventanilla, sonri coquetamente. Ella volvi a su camarote.
Lucho, que sala del bao cubierto por una toalla, se acerc a la litera de su mujer.
-Qu estupidez toda esa escena de anoche. En las cosas
que lo meten a uno, capaz que el cubano lo cuente a toda la
colonia.
-Qu ms te da.
-Si no me desahogo contigo... En este pas del diablo
uno no puede intimar con nadie, adems a Elvira no le faltan ganas de meterme en un lo.
Y a m?
T eres distinta, me conoces bien. Su tibia reaccin
record a Teresa la idea que un da tuvo del amor matrimonial: trueque de sentimientos y entregas, particiones de alegras y dolores, camino hacia un mismo ideal, una meta limpia
y serena, una amistad. T tomas las cosas como es debido,
un hombre tiene que medir sus armas. Atraer a una mujer es
una manera como cualquier otra de medirlas.
Estir los brazos satisfecho, fcilmente borrada la angustia de la noche, otra vez dueo de sus brazos, msculos y
corazn.
En el amor no te comprometes t solo, tambin la mujer aleg ella sin mayor nfasis. Elvira no importa, t u
otro da igual, y se va.
Eso crees t.
Pienso en Sylla.
Tonteras.
Se tendi a su lado y la bes, quizs, para medir sus fuerzas otra vez, o para impedirle hablar?
Teresa se defendi un instante, l torn los hombros de
la camisa y se la baj.
Puede entrar Marjorie se excus ella.
No eres mi mujer acaso?
Sucumbi a la atraccin que siempre ejerca sobre ella,
una atraccin mayor a sus juicios y a sus desengaos; se abraz a l. La avergonzaron la luz que entraba por la ventana y
su desnudez. Trat de apartarlo, pero fue otra vez cogida.
Un resto de dignidad se levant en ella sintiendo por primera vez que la estaban violando.
Si es Sylla lo que te molesta...
Teresa salt de la cama, arregl su camisa; lo vio irritado
hasta el silencio y sinti ganas de llorar de rabia, de pena y
de no tener amor propio.
Nunca he logrado explicarme. Cuando trat de analizar sentimientos hace aos, se me dijo que hablaba en exceso, adems eran
intiles las palabras: daban bote para caer donde mismo con menos
fuerza. Habl todo y no llegu a Ignacio. No es fcil olvidar. Aun
cerca se puso de pie y fue tras ellos. El hombre era de constitucin fuerte: se tocaban en l la intemperie, el fro y el hambre; iba cubierto por una tela amarilla. Le hicieron hueco a
su rostro occidental, a su figura delgada, a su vestido blanco.
Dese volver atrs, pero la muchedumbre la empujaba. Entraron a una calle, pasaron por sobre cuerpos tendidos al
sopor, cerca de mendigos apoyados a la pared. En el santuario se quemaban mbar y sndalo, brillaban algunas antorchas, una mujer se contorsionaba al orar y otros tocaban la
mrudanga. Los discpulos, tambin vestidos en tnica amarilla, ordenaban a la gente. La variedad de hedores le dieron
al principio nuseas: especias, transpiracin, harinas fritas y
orines. El gur se detuvo cerca de un canasto de bostas resecas, algunas cabras se dispersaron. Teresa se vio avanzar y un
mono le habl desde la cornisa. Con angustia corrobor que
el indio da al occidental el primer puesto; la dejaron pasar
instndola con sonrisas cordiales. Imposible volver atrs. Se
hinc temerosa de cometer un sacrilegio, pero l la hizo levantarse. Por no sentirse ms alta se acomod en el suelo; l
agradeci la deferencia sentndose a su lado como un yoga.
La miraban con curiosidad mantenindose a distancia, como
los cristianos cerca de un confesionario. Qu decirle? Qu
respondera ese hombre que ya no supiera? Se encontr hablando.
Namashte.
Namashte.
Chilena. Casada. Catlica. S. Me dej llevar por la palabra; el
verbo toma como la angustia y cuando a m me toman los dos,
resulta fcil como una confesin. Recuerdo la mirada penetrante y
comprensiva del swami. Me detuve, ahora no podra decir exactamente qu dije, quizs no dije nada. Para l fue igual.
Gracias por su visita, gracias por estar aqu. Puso su mano
sobre la ma y fue como si hubiese dado un contacto. No se inquiete
por sus creencias, robustezca su propia fe. No es en doctrina que tiene
dificultades; las mujeres pocas veces pierden la fe por dudas de aspectos doctrinarios, sino por trances de sentimientos; viene a convertirse
en un problema sentimental en su base, aunque lo planteen en for
tes; vi tambin los hornos crematorios, es decir simples hogueras en las orillas cerca de algn templo, donde se queman los cadveres.
Los que no tienen para costear su hoguera, echan los
muertos al agua durante la noche.
Tuve la debilidad de acercarme continu, apenas fui
capaz de mirar; el sudario que envuelve a los cadveres y las
angarillas de bamb estaban ya encendidos, las llamas consuman el cabello empezando a lamer..., un olor... Cerr los
ojos espantada.
No puedo creerlo chill el otro husped. Yo quise ir a
Benares, pero en Chile me dijeron: "Es la Roma del hinduismo, pero slo vers templos hediondos, calles estrechas, mendigos y leprosos; en los santuarios hacen sus necesidades los
monos y, como son sagrados, tienes que adorar sus porqueras. No supe que era posible... Mir a la profesora con
ansiedad. De qu color era el pelo de ese cadver?
No me acuerdo bien..., con la impresin...
Trate, haga memoria, es muy emocionante. Lanz una
risita histrica. Qu se produce en la piel cuando el fuego
empieza a tocarla? Se arruga, se oye cuando se quiebran los
huesos?
No s, no vi bien; era una anciana muy flaca.
Entonces... vera por lo menos..., qu pasa a los pechos de una mujer consumidos por el fuego? Me habra gustado verla; qu experiencia, Seor, qu experiencia.
Teresa trat de cambiar el tema; lo mir molesta..
Una tarde vi a un hombre que bajaba de los Himalaya
intervino, despus de vivir treinta arios sin hablar. Enseaba a sus discpulos por escrito, habiendo descubierto que
la palabra es un medio imperfecto de expresin, que para
que llegue la luz es preciso el silencio.
Como si las palabras de Teresa tradujeran los deseos de
todos, callaron. Hombres, lago y montaa guardaron tambin silencio hasta que termin el anochecer.
CAPITULO DECIMOTERCERO
Teresa bes al embajador, y Lucho vio sobre la mesita cerca
de la ventana dos tazas de t.
Tendemos a juzgar a los indios por nuestros propios cnones, les prestamos nuestros subterfugios y engaos; tienen
defectos, pero otros, no los nuestros. Sonrea cordialmente
extendiendo los brazos. El secretario se sinti molesto. Me
alegro de que ese matrimonio haya podido arreglarse y que
los astrlogos diesen el pase. Toc la campanilla para pedir
el t.
He pasado una tarde embromada dijo Lucho; montones de cosas que dilucidar y en la oficina...
No poda evitarlo: frente a su jefe buscaba coartadas. "Tuve
que leer con detencin el diario esta maana", suspiraba al
llegar tarde; o: "Es parte de nuestro deber de diplomticos
acostarse a las mil y quinientas". No perdonaba al embajador, que nunca se excusara. "As cualquiera; no debe cuentas
a nadie, pero de repente llega el chisme al Ministerio"... Le
habra gustado atemorizar a su jefe, poseer un arma que lo
vulnerara. "Algn da ser embajador." No sera igual; sus
costumbres, intua, subiran con l. El otro nunca haba sido
empleado; poltico, culto, diletante, un da embajador en Londres y luego... "La India, capricho filosfico, complejo mstico, quin sabe qu pasa por esa mente. Mientras que yo..."
Funcionario desde siempre, alma de funcionario esculpida
en aos incoloros, preocupacin de arribar, salir avanti, probar fuerzas, ser alguien. Aos de irresponsabilidad en lo grande, de precisin en lo diario, de temor a la opinin de sus
jefes, a las apariencias. Nunca verdaderamente libre, sincero,
jugndose su gloria y su destino... por un sueldo miserable y
una pequea esperanza. "A los embajadores como el mo,
algn da les hacen la cama... Por qu no?" Quera por jefe
a otro funcionario. De sos se sabe qu esperar y cmo actuar ante ellos. Es cuestin de cumplir su deber, hacer a tiempo un informe, estudiar su oficio..., y decir lugares comunes
para no comprometerse, evitar empresas arriesgadas y la visin como un mal paso, actuar en dos dimensiones. Lucho
haba vivido entre la admiracin y la envidia: es fcil ser ingenioso, audaz, cuando se tiene de todo y un porvenir seguro.
Otra cosa es tantear peldaos, sentir y olvidar lo sentido, defender su pan y su esperanza.
Teresa 'se haba habituado a tomar t con el embajador
para no pensar y dar tregua a los sentimientos de Lucho; pero
l, en cambio, alertaba sus juicios. "Qu idea! La quiere, el
viejo... Es claro, se aviene con ella, quin no; una infancia
segura la de ella tambin: fundo, camino trazado, cuenta en el
Banco y mamacita siempre dispuesta; as cualquiera es generoso y re desde adentro. Otra ms modestita me mirara para
arriba, qu ms se quiere al fin!" Vio que el bearer traa otra
taza: se dignaban compartir la tarde con l. Oy a Teresa explayndose y al embajador riendo a carcajadas.
Usted no me va a creer qu me respondi Marjorie cuando le propuse ser su madrina de matrimonio; aleg que ramos de distintas clases o algo as, que prefera a una de su
comunidad; lo absurdo es que la casta inferior es la ma...
Increble Lucho acomod la corbata para sentirse mejor; en un momento en que los cdigos universales dicen "
todos somos iguales", se atreven a permitir "todos somos diferentes", qu tup! En un mundo que lucha por eliminar
diferencias, aunque sea en el papel, para tu doncella eres
una descastada.
Los cdigos dicen "todos somos iguales", pero cada occidental piensa que no quiere ser igual a nadie, sino ms que
todos exclam el embajador. Celebro la originalidad de este
pueblo que no desea ser igual a su menor, pero tampoco a su
mayor. Es descastado el que se une a casta superior como a
inferior. Un' millonario de segunda o tercera casta es tan despreciado como su equivalente pobre; un brahmn sin medios
es superior a un rico kshatriya. Es difcil para el Gobierno quitar de raz prejuicios religiosos, raciales e histricos.
Una litera llevar a la novia con todos sus complicados
trajes de velo y oro; el novio montar un caballo blanco con
arneses brillantes; dos das durarn los festejos en casa de mi
valet y el padre Cipriano dar su bendicin. Los labios de
Teresa no daban abasto para remitir su entusiasmo. Bebe-
rn y comern el salario de toda una vida de criado; no faltarn orquesta, bailarines, msicos y cortejo. Qu locuras me
hace hacer usted, embajador. Al fin Maijorie es paquete mo
y no suyo. Olvidaba, Lucho prefiere tomar caf.
Cambiaron rpidamente la taza.
Recuerde, mi amigo, el buen caf debe ser negro como
el diablo, caliente como el infierno, puro como un ngel,
dulce como el amor; esa es la receta de Talleyrand, demasiado para mi cocinero indio. Yo no soy un Talleyrand, pero le
doy otra receta: en cada pas busque lo mejor, en la India
tome t.
El cielo empez a cubrirse de nubes y la atmsfera a oscurecer, un calor hmedo abochornaba el aire y el polvo del
jardn cobr vida y se arremolin como genio malfico, fue
parte de rendijas, narices, poros y ventanas. Ese polvillo leve
y gris, revolucionado, microscpico, se adentraba en seres
animados e inertes.
Una tempestad de arena! grit Lucho. Anuncio del
monzn.
La lluvia pareca haberse detenido, no caa del cielo ni a
la tierra, permaneca en el aire sin interrupcin, se haca
cortina: cortaba la vista, entraba a los alfizares, estaba en
todo. Era todo.
Los peridicos decan que era un ario extraordinario. El
embajador, que de ocho, cinco eran extraordinarios. Lucho,
que ojal se lavara la tierra india de todas sus pestes, y Teresa,
que los vestidos se adheran a su piel, antes por la transpiracin y ahora por la humedad. El calor segua intenso, pero
vari el color: la verdura comenz a crecer desorbitada y el
verde a enloquecer. Como antes esper ansiosamente la lluvia,
el pueblo esperaba ahora, qu?, que cesara. Otra euforia mstica tomaba a los hombres, renacan las almas junto con el
campo, y luego..., tambin con l, comenzaron a inundarse.
Marjorie, por no saber qu hacer, lleg una maana con
el horscopo de Teresa: "Los piscianos son seres de gran sensibilidad squica, propensos a la mediumnidad, susceptibles
a captar las vibraciones de Plutn". Nefita en incursiones al
plano astral, sonri divertida al leer: "La influencia de Plutn se har sentir en sus relaciones matrimoniales, procure
no caer en arrebatos irreparables." Entr Lucho y al verla le
arrebat el papel para seguir leyendo: "En este momento pasan los hijos de Piscis por la influencia de Neptuno y deben
cuidarse de sus inclinaciones hacia personas extranjeras".
T debes ser Piscis brome Teresa.
No me gustan estas cosas.
Est bueno que me toque a m el turno. Recibi una
palmada en el muslo. Oye aqu, que no emprenda negocios
porque estoy propensa a ser engaada y que, bajo el influjo
de Urano, se me producir una enfermedad de extraa causa y difcil curacin, que buscar la altura y encontrar descanso. Se detuvo impresionada. No era fcil comprender el
cuadro a simple vista, clculos de ciclos y dcadas; busc la
prediccin para ese da: "No debe buscar lo oculto..., la muerte de un ser trastornar su vida". No vayas a morirte, Lucho,
mira que el paso de Plutn a Mercurio me producir un desgarramiento.
Llova an, la cortina de lluvia cerrada como la de la estancia, aislante. Llova sobre clsets, alfombras y cojines. Lluvia audible y pertinaz. Teresa se tendi en la cama. Oy a
Lucho ordenar que dispusieran el auto:
Estas lluvias, Naranda deca a su valet.
Si acaban de comenzar, sahib; deben ablandar el campo.
Al principio la lluvia haba sido un descanso, una promesa; nuevo tema de conversacin para los extranjeros, para los
nativos una preparacin, una esperanza, cosecha, agua, pan
y vida. Aburran las gotas constantes sobre la terraza, el tejado, el parabrisas; sobre los paraguas negros tan abundantes
en la India como necesaria herencia de Inglaterra, tiles contra el sol y el agua. La naturaleza impvida, al cobrar vida
repentinamente, se desbocaba fantasmagrica.
De pequea preguntaba Teresa a su padre: "A qu hora
crecen las plantas?"; y l responda: "En la noche". Recordaba
haberse asomado al balcn durante la noche esperando sor-p
render a una mata de cardenal mientras creca. Ahora, la
enredadera se desarrollaba a su vista, en pocas horas una bu-
picio para las ideas marxistas. Cmo ser el asunto? Aceptan ayuda de Alemania, de Inglaterra, de Estados Unidos y
de Rusia por igual... Me gustara convidar al ruso a esta casa
y tantearlo un poco.
Teresa comprendi adonde iba y se puso rgida.
Dile al embajador que lo invite.
No seas tonta, el poroto quiero apuntrmelo yo. Las mujeres se encargan de esas cosas, me parece.
Pero l figura sin mujer...
Aprovecha su debilidad por ti. Nunca le habla a nadie.
No me atrevo, Lucho; por favor, no me lo pidas.
Hazlo por m, negrita.
Temblaba buscando nmeros. Cmo sera Boris en el
telfono? Su ingls corto, su francs duro, mezclaba idiomas
obligando al otro a comprenderlo. Una secretaria respondi. Teresa transpiraba. Quiso colgar, mas Lucho espiaba sus
movimientos. Debi enviarle dos veces el recado y tres veces
su nombre. Al fin una voz suave respondi que "Su Excelencia se excusaba de asistir". Agotada dej caer el fono, furiosa
contra Lucho que la usaba como cebo, contra Boris por su
desaire y contra s misma por haber alimentado una ilusin.
Te hizo una rotera increp l.
Casualidad ms que desaire.
Increble, pens que senta aprecio por ti. Poco te dur
la conquista descargaba en ella su despecho.
Tuya fue la idea.
T me indujiste le enfureca no verla agraviada; por
dar a entender que era tu amigo has quedado como una
negra, y yo tambin por ser tu marido, y tambin Chile, s,
Chile ha sido desairado. Si las mujeres no fueran tan pretenciosas, creen que el primero que pasa es un admirador. Te
equivocaste, querida, tu ruso se abanica contigo.
No pretenders que mis encantos muevan a la Embajada rusa concili ella. Oye, qu he dicho yo, si slo lo he
visto tres veces?
Tres veces?... Quieres explicarme cundo? Su rabia
cambi de rumbo.
En la calle.
en las tardes, uno que llega o uno que parte, compras de mercaderas
y hora de preparar un trago. No esperaba mucho. Una visita del
padre Cipriano y alguna conversacin interesante, el automvil en
la puerta, un vestido nuevo para ir al almuerzo y la mirada de
Marjorie aprobadora tra,s el espejo, mientras llegaba su da de dar a
luz. Cuando las esperas son cortas y las cosas esperadas, tangibles,
sabe uno que ya nada espera. Entonces es el momento de abrir camino a la Esperanza.
La lluvia continuaba cayendo; de vez en cuando, al aclararse los negros de agua, cambiaban la luz reflectndola en el
cielo. El monzn se despeda dejando el suelo indio resucitado, vivo, con una que otra herida, estragadas las partes, pero
llenos de esperanza los hombres, las bestias y los granos. Los
muertos y las inundaciones se contaban en pasado, el trabajo
y el verdor en presente, las cosechas y el bien en futuro.
La hora se detuvo y la campanilla del telfono la arranc
de pensamientos vagos y ociosos: el embajador necesitaba hablar urgentemente con Lucho. Colg, y sus manos, como el
fono, quedaron inertes, sin saber qu hacer. Su marido haba salido despus de almuerzo a la Embajada. Es claro que
pudo detenerlo un amigo o algn trajn en el Ministerio.
Teresa se haba acostumbrado a contener sus intuiciones, iban
a veces demasiado lejos, y a vivir como avestruz; sin derecho
a exigir, se senta desde antes agradecida con lo que quisieran darle.
Avergonzada, como si cometiese una falta, llam a la oficina: Lucho no haba ido. A traicin, deseosa de no ser atendida, marc el nmero de los argentinos, a donde l sola
tomar caf: nada saban. El uruguayo dorma la siesta. Su
marido necesitaba ciertos datos de la venta de su automvil,
pero se resista a llamar a casa de Kirch.
Su amiga holandesa respondi al fin.
-Cmo est ese precioso chico? Qu es de la arrogante
familia de tu esposo? Tengo ganas de verte, pero la vida se le
va pasando a una, sin hacer las cosas verdaderamente agradables... Estn hmedos los muebles de tu casa? Necesitaba
a Lucho y pens... No importa, lo ubicar en alguna parte.
-Kirch pidi a Lucho que no pisara ms esta casa -respondi sin intencin de humillarla ni engaada.
Teresa se encontr perdida, inerme. La red comenz a
envolverla, cada cual haba tejido un hilo de esa red, tambin ella.
-Perdname -murmur-. Si Lucho les ha hecho dao,
fue sin quererlo, perdnenlo.
-No me hables as -gimi la otra, y se oan sus lgrimas.
Cay el fono sobre la falda, las piernas colgaban blandas.
Le habra gustado poder agregar: "No pienso en m, sino
en Sylla". No tena voz.
Reaccion una hora ms tarde sintindose ms responsable que ultrajada. Era preciso hablar con Sylla, rogarle que
tomara una decisin a tiempo. En casa de ella le respondieron con evasivas. La haban repudiado? Los parsis son gente
moderna, comprensiva. Se haba fugado?
"Dios 'mo, Jess -gimi desesperada-, toma a esa nia de
la mano, tmala de la mano, tmala de la mano." Repeta la
frase y la intencin, perda conciencia, quera cansar a Dios
con su plegaria, agobiarlo. Oy pasos en el vestbulo.
Marjorie entr a la pieza.
-Qu haces aqu?
-El horscopo deca que mensahib tendra hoy un dolor
-murmur avergonzada.
Teresa abri los brazos: Marjorie ola a especias, perfume
barato, humedad, jazmines y transpiracin. La estrech llena
de reconocimiento y, por un lapso, crey estar abrazando a
Sylla.
La despert su propio grito. Amaneca. Se incorpor
desesperada, como si hubiese recibido un golpe. Estaba en
su pieza y Lucho dorma profundamente a su lado. Las ventanas permanecan cerradas. Un sueo?
Tres pjaros negros volaban por los alrededores; quera
espantarlos y su vestido hmedo pesaba; la terraza, una terraza en su casa de campo en Chile con vista a Nueva Delhi;
el agua en el vestido impeda sus movimientos, un dolor intenso la amarraba a la balaustrada y los tres pjaros persistan en volar. Tres pjaros negros, de alas negras estticas,
El hombre dio por fin el contacto y a poco el automvil dejaba atrs las calles de Nueva Delhi para tomar campo abierto.
Sera un hospital, un asilo, una crcel? Se demor en
interrogar. Lentamente dej caer la pregunta deseando or
una mentira, pero el chofer, tras largos circunloquios, asegur que los jardines parsis estaban a una hora an de distancia, habl de kilmetros y lluvias.
Cerca de la aldea divis un palacio. Altas murallas blancas circundaban torres, rboles y silencio. Sobre templo, parque y muros, bandadas de aves de rapia levantaban vuelos
cortos y volvan a posarse mirando sus uas y el camino.
-Buitres -seal el chofer-; esperan cortejos, lejos, lejos,
saben cundo llegar los cuerpos.
Teresa se estremeci.
Record haber odo sobre los sepelios parsis: cremacin
extraa de aire y carne. El automvil espant bandadas de
pjaros: se alzaron cual nube negra, espirales aladas entre
guturales chillidos, se estrellaban disputando anticipadamente la presa, espiando trotes de caballos, ruido de motor.
El cortejo se haba detenido frente a la puerta principal.
Los buitres, al acecho, enmudecieron, prximos al momento,
expectantes. Del carro bajaron una camilla, sobre ella un cuerpo envuelto en sudario blanco. Filas de hombres con sombreros de bordado negro, piel o seda; mujeres con sus saris de
algodn blanco, cubrindose el rostro. Ter-minaba el rito.
No oy las palabras. Dejaban el cadver en una tarima. Desde el interior acudan los sepultureros, nicos seres humanos,
reyes inmortales en un recinto de muerte. Los acompaantes
bajaron las cabezas, ellos tomaron las angarillas. Cuando el cuerpo de Sylla traspas la entrada, se cerraron las verjas del jardn.
Como un solo cuerpo se levantaron los buitres y durante unos
minutos, el tiempo de atravesar la distancia hasta depositar el
cadver en la parte superior de la Torre del Silencio, graznaron
impacientes para lanzarse despus en picada, dejando otra vez
azul el cielo, limpio de sombras negras y de alas.
El cortejo haba partido. No quedaba nadie cerca del jardn santo y de las torres mortuorias. Teresa, inmvil, rezaba y
gema, impotente, penosa. El chofer, inclinado en tierra, esttico tambin, aguardaba. Ya el cadver de Sylla estara desnudo sobre la parrilla superior de la torre, antes de diez
minutos no quedara de la hermosa joven parsi ms que sus
huesos blancos, faltos de la ltima partcula de carne.
-Religin prohbe poner cuerpos en tierra. Tierra, fuego
y agua sagrados -aclar el indio.
El cuerpo corruptible no debe tocar lo sagrado. La carne
pecadora de los hombres no debe ser enterrada ni quemada;
tierra y fuego intachables. Tampoco debe ser echada al ro,
en el agua tambin sagrada y pura. "Tierra, fuego y agua ms
sagrados que el hombre despojado de su alma."
-Cuerpos sucios desaparecen en los buitres...; despus,
nada.
-Y los huesos?
Su amargura era definitiva.
-En la torre..., tres pisos.
Los parte el sol, los corroe el tiempo, los destruye la polilla; limpios, casi polvo, descienden por los agujeros a una
segunda parrilla; ya desintegrados caen a la tercera, para llegar al suelo, tierra santa al fin, transformados.
-Es la vida, mensahib; sistema parsi de sepultar muertos
no peor que todo.
-Cierto, no peor que todo. Como nuestra existencia -murmur Teresa-: poesa y horror, pureza e inmundicia, apetitos y
albores, negro y blanco, alas y carne, convertidos en misin
divina, transformados.
La bandada de buitres se levant harta, lenta, a dormir
su empacho en las ramas de los rboles, a su sitio, vigas de
muerte, esperando trotes de caballos, motores de mquinas
y trancos de sepultureros, nicos acompaantes vivos en el
hermoso parque de muerte.
CAPITULO DECIMOQUINTO
Jara qu volver a sufrir? No, no sufro hoy ese da; el dolor se
recuerda, no se resiente. Volv a casa y me senta yo tambin muerta,
transformada, polvo. El living obscuro me acogi, como hoy esta noche de hotel. Dolida de su integridad, no mir mis manos, odi mi
carne entera, deseando que poco a poco fuese convirtindose en hueso
y aire. O llegar a Lucho e inmovilic mi alma para que no fuera
real su llegada; casi no respir, muerta, sin conciencia de dolor. El
encendi la luz. Hace cada gesto visible, no trata de disimularse y
rechaza los signos premonitorios. La luz, su cuerpo intacto y mi propia entereza me hicieron gemir "Te sientes mal, negrita? Qu lstima." Habl de un cctel en la Pan American, de la necesidad de
mantener relaciones con ellos, de posibles rebajas en un posible viaje.
No recuerdo haber escuchado, senta palabras resbalosas. Me daba la
espalda y no percibi .nada, y como bastante difcil es ya comunicarse
con palabras... El evitaba las sugerencias: es ms fcil vivir al lmite, sin recibir recados a travs de silencios. Al lmite de los silencios
del prjimo, sobre todo. Me posey el demonio y decid hacerlo pasar
por las penurias ya por m pasadas. Con crueldad le extend la carta, mirndolo a los ojos para no perder un dolor o una expresin. La
tom indeciso y habra deseado quitrsela, para evitarle ese dolor,
para no ver esa expresin.
-De quin es?
-De Sylla.
-Y a cuento de qu te mete a ti en sus problemas?
No se atreva a desdoblar el pliego; busc a su esposa
que le adelantara la noticia, facilitndosela. Comenz a leer.
Se acentu la arruga de la frente, una nueva dureza en sus
labios.
-No puede hacerme eso..., sera el colmo. -Se asom a la
ventana, respir-. He sido decente con ella. Qu ms, al fin...!
Es ridculo, estpido, tomar las cosas en esa forma. -Quera
convencer a Sylla y convencerse-. No saba ella que soy casado? Qu esperaba? Que obtuviera el divorcio por una india?
Que no dejen vivir tranquilo... Uno no puede dar dos pasos
con gente de sensibilidad tan diferente.
-Esa sensibilidad diferente te atrajo...
con una descastada." "En amor, cuando se es joven e impetuoso..." "Inconsciente, dira yo." "Los hombres, no hay derecho." "Las mujeres, unas histricas."
El embajador de Chile guard silencio, fumaba con insistencia combativa su pipa. Algunos representantes del Imperio Britnico les hicieron el vaco. El embajador de Inglaterra
hizo pblica su opinin, el Ministerio no se pronunci y cada
semana reciba Teresa un ramo de flores sin tarjeta. Comprendi que ella deba ayudar a su marido y sacar la cara por
l. La gente terminara por creer que el asunto de Sylla haba sido una leyenda. Con ardor algo febril tom su papel de
esposa de un representante diplomtico y traz un plan de
accin: invitaciones en abundancia, comidas selectas, vestidos a la ltima moda; preponderar era indispensable. Visit
a toda la colonia sudamericana, se interes por cada noviazgo, llevando regalos a quien parta, llegaba o alumbraba a
un nio. Encarg zapatos a Italia, recuerdos a Japn, vestidos a Chile y Pars. Fue la primera que acort sus faldas y las
dems la imitaron con cierto temor. Hizo construir una piscina en el jardn y para inaugurarla vino la maharani; cultiv
simpatas entre hindes y les abri su casa. Como los extranjeros se aburran en Nueva Delhi, sin teatro ni vida nocturna, sin tiendas ni gente novedosa, aguz su imaginacin para
dar a sus parties una nota nueva. El buen tiempo despertaba
a los habitantes despus de las pocas de calor y lluvias, y se
dejaron coger por sus agrados. A su casa llegaban escritores,
artistas y gente de prensa, turistas de paso, swamis, anacoretas venidos de las montaas y santones. Como el sueldo no
era alto y aquellos gastos, excesivos, escribi a Chile pidiendo dinero.
Al principio, Lucho la mir actuar en taimado y orgulloso silencio. Despus sucumbi el primero al agrado de la
nueva vida y al olvido, hasta demostr agradecimiento tratando a su mujer con un respeto nuevo, con aprecio que
llegaba demasiado tarde.
Teresa se dej mecer por el caviar de Rusia, los vestidos
de Pars, los discos afrocubanos, los conciertos de piano, msica de fondo a sus maanas tendida junto a la piscina, coca
La noche de la comida Teresa estaba excitada. Haba logrado superar el temblor de sus labios ante los desconocidos
o al or su propia voz en. el silencio de una mesa, pero an se
cohiba y su vacilacin al escoger las palabras era un encanto
ms que seduca a los indios. Lucho ofreca champaa en
abundancia y la recepcin empez a animarse.
China y la India hacen la mitad de la poblacin del mundo, linda tentacin la de ser un solo bloque...
Por primera vez China cuenta con un gobierno unido y
firme, que adems est resultando fecundo; su inmenso y
rico territorio gobernado ms o menos convenientemente
har de ella la primera potencia del mundo. Cul ser la
actitud de la India ante ese poder limtrofe?
No sera extrao que Japn se aproxime a una crisis econmico-social; podra aliarse a China, con quien la une un
pasado comn, histrico y atvico; raza y sangre es un fuerte
lazo... Al fin y al cabo, su unin con Estados Unidos no puede ser ms que poltica y cerebral, y pueden desear un Asia
para los asiticos, unida y fuerte, y jugar un papel preponderante en la historia mundial.
Nosotros los indios somos etnolgicamente una isla y
filosficamente otra. Tenemos que tomar partido?...
Oriente u Occidente se preguntara el orculo, pero cul?
A cul pertenece Rusia? Hara pesar la balanza...
La historia muestra una tendencia a la equidad, el cetro
ha pasado del Oriente al Occidente y vuelve al Oriente; es
una ecuacin sencilla en el tiempo, el problema es slo actual, no histrico. Se civiliza y desciviliza cada hemisferio como
se enfra o calienta la tierra. La supremaca de Oriente u
Occidente es un problema inmediato, no filosfico, ni histrico ni humano.
Se hablaban ms o menos las mismas cosas en cada recepcin; Teresa tena tiempo para observar los rostros y sentir las conversaciones, ricas, vastas, intiles, sobre natalidad,
alimentos, hombres y progresos econmicos; pocas veces de
religin, filosofa, y jams de amor. Poda hacer serias imperceptibles al mozo y observar las flores del jarrn.
Tantas impresiones agotaban su espritu. La vista de Teresa se nubl cuando el mdico le mostraba la iglesia: cualquier culto poda oficiar en ella. Ms tarde, el comedor
central, el teatro y la casa de huspedes donde alojaba la
nurse; la quietud fantasmal de las voces, el aire fresco, rumores de rboles, viento, pjaros e insectos, el color excesivamente azul del cielo trashumaban la piel. Eran emociones
fuertes para el extranjero, dbil en belleza y quietud, lejos de
la civilizacin y de los pueblos. Se llev las manos a las sienes, que senta arder. No pudo desprender los anillos que
apretaban su frente en espirales.
-Es el cansancio -dijo la nurse.
-La altura -agreg el padre James.
El mdico se acerc con una pldora y un vaso.
Despus de almuerzo se encaminaron al leprosario. Una
serie de casitas iguales e independientes: salas y terrazas, escaleras hacia la montaa, balcones hacia el hondo azul y verde
quebrado. Tras la calle, cumbres nevadas; abajo, montaa rota.
Se distribuan los leprosos segn el sexo, la edad o los trabajos
que podan hacer; la vida era familiar, mujeres y nios en cada
casa, y el trabajo, una manera de normalizar su existencia. Los
que an tenan manos o pies, cultivaban la tierra perteneciente a la comunidad del leprosario para alimento de todos. T,
verduras y cereales cosechaban algunos, mientras otros hilaban lana de yak y cachemira y la tejan. Un pequeo pueblo.
Los nios asistan a la escuela. Se abastecan y, siguiendo el
tratamiento, en dos arios podan curarse.
Llegaron a la escuela. Dando la espalda a la ventana, el
profesor dictaba una leccin en nepals a cuarenta nios leprosos: rostros purulentos, narices cavadas, manos inmviles,
tobillos torcidos. La enorme estatura del profesor impresion a Teresa y la fuerza muscular bajo la tela de la camisa;
vesta manto y al volverse vio su tipo oriental que contrastaba
con el azul de sus ojos tirantes. Mestizo? Uno de esos personajes ubicuos que se encuentran en las montaas, ashrarns,
puertos o presidios, jams en un saln diplomtico ni en un
hotel turstico. Poda haber nacido en el Cucaso o en Hong
Kong, mezcla extraa de extraas razas.
Mi convalecencia fue larga. Me agrandabaesa debilidad: prdida de voluntad, confusin de valores, ignorancia del pasado... Sin
decisin, sin saber qu es antiguo y qu porvenir, en medio del ciclo
de tiempo, unidos sus extremos, a igual distancia de cada punto,
principio o final. Qu es principio y qu final? Continuar definitivamente presente. Ms largas, sin embargo, me parecieron las horas
de fiebre que no cont. Saba que era maana cuando me tomaban el
pulso y temperatura. Que era tarde, terminadas las horas de escuela,
cuando el profesor obstrua la entrada con su cuerpo. La esposa del
doctor me hablabadulcemente al medioda, ofreciendo leerme versos
de Tennyson. La nurse me observaba tras una friega de alcohol.
Conciencia y letargo se aligeraban, volva a m. A veces el dolor de
cabeza era insoportable, me sacaba lgrimas: "Mamita..., mamita";
temblaba mi cuerpo sobre el colchn como pez fuera de cesto: "Mamita, mamita linda"; para ellos "mamita" no significaba nada, yo
me volva nio, mi mal era tifoidea, como entonces. Oa al mdico
ordenar al profesor que pusiera las manos sobre mi frente. O era mi
padre? (Mi padre tocaba mi frente, mi madre distribua remedios
sufriendo en su paladar el mal gusto de la toma; pero era mi mama
Trnsito, negro y redondo su moo, quien suspiraba y se quejaba
ms: Jess, Mara y Jos, tenan que informarse los tres de cada paso
de mi enfermedad y los tres reaccionar mientras limpiaba entre jacu
Cmo?
O al doctor que lo reprenda.
No es posible! Si hasta su rostro haba cambiado!...
exclam Teresa. Sinti que algo se desintegraba dentro
de ella; algo valioso se haba roto. Cualquier emocin haca transpirar sus manos y helarse sus espaldas.
Sac de su pieza los espejos explic la nurse puerilmente, me los entreg con gran sigilo; cuando entraba a la capilla o al comedor cubra con su cuerpo los vidrios y la vigilaba
para que no se sentara cerca del agua. Los leprosos olvidan
con facilidad su mal, en grupos viven tranquilos, pero son
sensibles al rechazo. He visto con mis propios ojos... sacudi los hombros como espantando una visin repulsiva; mejor no le digo, es chocante.
Dgame todo insisti Teresa en equilibrio mientras la
nurse estiraba el brazo en ademn bblico.
Harris acaricindola bajo esos rboles... frente a la quebrada; en los atardeceres venan all y yo los miraba... besndola. El recuerdo la anonadaba. Es cierto que con el
tratamiento empezaron a secarse las virulencias del cutis, pero
una mujer no puede imaginarse hasta qu punto son sensuales los hombres...
Es un mstico.
Un brbaro, dira yo.
Bueno, un alma mstica en un cuerpo brbaro.
Cuando a un mstico lo toma el placer del sexo.
La convalecencia, al devolverle a Teresa un cuerpo de
infante, le prestaba tambin un alma de nio: como una inocente, pareca ignorar cuanto antes aprendiera, un despertar
amnsico sin pasado ni malicia, sin deseos retorcidos, luminosa y alerta. Le costaba comprender a Harris, pero releg
la injuria de un juicio para protegerlo y protegerse en la inocencia, para darle tiempo y ocasin de defensa.
Camin hasta la escuela. Al paso encontr a una chica de
amable rostro mogol que cortaba flores en el seto. Saludaba
calurosamente como a una vieja amiga, y apenas. comprenda ingls.
Cmo te llamas? T no ests enferma, cierto? pregunt Teresa, tomndola de los hombros y observando su
cutis radiante y lozano.
La chica, sin comprender bien la pregunta, pero acostumbrada a ellas, extendi el brazo y lo toc con sus dedos.
Teresa imit su gesto: estaba insensible. Tante el puo, lleg hasta el codo; luego su piel comenzara a encresparse y
sus dedos torcidos ya a consumirse. Sinti que iba a llorar,
pero la nia sonrea con ojos y dientes.
Tomars los remedios y te cuidars, no es cierto? Asinti la otra. Hars cuanto te diga el doctor, promteme. Sin
saber cmo comunicarle esperanza, la bes.
Con la nia de la mano lleg hasta la escuela: Harris daba
la espalda a la ventana, como antes, la primera vez; en cada
clase repeta, como una oracin, que deban tomar sus pldoras y mantener el tratamiento y no abandonar el leprosario ni volver a las comunidades antes de estar sanos; que era
indispensable mantener, aun despus, la asepsia aprendida y
continuar con las tomas prescritas. Entraba entonces en materia. Teresa lo vio acercarse al pizarrn y escribir caracteres
nepaleses; abajo, la misma frase en ingls. En ese momento
tembl su mano y se quebr la tiza entre los dedos. Harris se
detuvo, mir su dorso y, sacudiendo la cabeza, continu escribiendo.
Teresa lleg cerca del acantilado. Naca una vertiente a sus
pis, brotando el agua de madre. Un tronco de rbol cado,
como un puente. Camin por l dejando atrs la tierra. Al
mirar hacia abajo encontr el vaco y el vrtigo cogi su estmago y sus sienes, lleg a los dedos de los pies. La imagen de
la mujer de Harris, all acariciada ante el espacio azul, entraa
de cordillera, matriz de agua, escondrijo de races, se le impona adems del nimo irreal, igual a cuanto la rodeaba. La
nurse estaba celosa? Se abraz al tronco y vio que un hombre
vena por el sendero: porte de montas, mirada de gur, hbil para subir, felino al descender. Al llegar a su lado, Harris la
encontr tensa y, de sentirse as, fastidiada. No habl. Se detuvo mirndola. El silencio con gente que recibe y entrega fluidos le pareci peligroso. Teresa apresur la voz:
- Qu abismo!
No mire hacia abajo respondi l, extendiendo la mano.
Sabe que en Chile las montaas estn al revs? Teresa se
acomod en el tronco.
S que los Andes se parecen a los Himalaya, pero son
ms desrticos, que no guarecen rebaos, ni hombres, ni rboles, y slo minerales duermen en su vientre.
Tantas cosas sabe?
Los que vienen y van dejan sus cosas o sus ideas, sus
descripciones, sus pensamientos. No puedo andar con libros,
pero he ledo. Tengo slo dos: el Tripitaka, las palabras de
Buda que fueron escritas en hojas de rboles, y el Evangelio
que me dio el padre James. Buda no pretende exactitud ni
unidad de dogma, ni la organizacin de una sociedad; habla
slo de amor, de sabidura, de vida interior, y se puede practicar solo, sin sacerdotes ni sacramentos. El budismo es contemplativo; Nirvana quiere decir ms bien trmino que
felicidad, extincin ms que vida. El budismo es una actitud
espiritual. El catolicismo es una norma de vida, quizs ms
completa, pero menos humana.
Hablaba para s, porque la tarde invitaba a las palabras y a
reflexionar, porque el silencio de Teresa y sus ojos tambin invitaban; porque se senta bien ah, entre montaa, cielo y ella;
porque senta an su forma en las manos, como una reliquia.
Me gusta el cristianismo porque me gustan father James
y usted, porque father James es un hombre completo y usted
una mujer completa.
Teresa no se sonroj esta vez; qued mirndole extasiada, sin la sensacin de haber recibido un cumplido, sino una
verdad.
Gracias murmur.
Cuando lleg a su pieza, estaba muy cansada.
Se endurecan cada vez ms los ojos de la nurse, lanzaba odios al
mirarme, y si nos vea conversan a Harris y a m, haca ostensible su
presencia para subrayar su ausencia; se ubicaba lejos, evidenciando soledad y discrecin. "Qu lindo lugar, venga aqu!... Haba que incorporarla y someterla. Basta con mirar hacia abajo o hacia arriba." Su
CAPITULO DECIMONOVENO
El abismo bajo el tronco saliente la fascinaba; desde el acantilado, la visin del fondo insondable y azul y la muralla vaca
de monte, tambin. La fascinaban su temor, la sensacin de
prdida cerca del infinito y ensayar sus propias reservas. Sonri como los nios que dan los primeros pasos y avanz, pero
a los pocos metros se angostaba el tronco y el vrtigo la domin, supuraba angustia y calor. Avanz algo ms. Con Harris haba perdido el temor, quera sentir y renovar el peligro,
vaco y tierra, temor blando y caf.
Se dobl el nudo de su vientre, un hilo de terror aferraba sus pies a la corteza. Se tendi encima del tronco, cerr
los ojos y la postura la acomod con el medio. Llegaba una
paz desconocida y remota, primitiva y prxima, rara, salvadora: caer. En algn momento aflojar las uas y dejarse... Sin
sentir, sin saber. "Seor, qu miedo tan grande", rez y volvi
el letargo al cerrar los ojos. "Prepara dos brazos para m",
gimi. Despertar en otro sitio, en el cuerpo esa dulzura de
vida y muerte; cortar el hilo tenue entre vida y muerte. No
era fcil. Aferr uas, abdomen y piernas: "No es tan fcil
soltarse". Sinti sueo, como si ya estuviese muerta y durmiera en el ms all.
"No mire hacia abajo", haba dicho Harris. Teresa mir
hacia arriba: copas, nubes, dorsos fantasmales de montaas,
costados de nieve. Dio un grito y el mismo alarido la hizo
tambalearse; perdida en su desesperacin, volvi a gritar:
de pie, donde raz y tierra hacan piso slido, estaba la nurse. El terror paraliz sus gritos, tambin todo gesto y latido.
Exhausta, dej' caer la frente sobre el tronco, como sobre
una almohada, y esper el fin. La nurse continuaba en su
puesto, inmvil, mirndola con mueca sedosa y extraa. Mas,
al ver que Teresa no se defenda y su cuerpo dejaba de temblar, reaccion gilmente. Habituada, camin por el tronco
hasta ella y, acostndose a sus pies en la angostura, la sujet
atrayndola.
Al fin! Crey Teresa que traspona el abismo y el paso de
vida a muerte.
ras de trabajo y trataba de ayudarla en l: una que otra inyeccin y, a veces, un lavado a un enfermo; lleg a su corazn.
Empez a ceder. Un da que estaban solas la fue guiando a
hablar:
-Yo soy un monstruo -dijo secamente la mujer, distendindose su rostro en una mueca tierna-. Soy un monstruo y
gente como usted no puede comprenderme; tampoco me
comprendo yo misma; no s en qu instante de mi vida mi
naturaleza cambi, porque a veces suelo recordarme dulce,
rubia y con unos rizos ridculos, caminando con mi madre
por Hyde Park. Ahora creo que soy como ella, monstruosa
como ella; quise huir de parecrmele, pero qu sabe una
hasta dnde llega y desde dnde comienza... Huir de su madre es como huir de s misma consigo a cuestas, resulta igual,
mejor entonces... qu le deca?
-Que era un monstruo, aunque no lo parece; todava es
rubia y podra yo ayudarla a hacerse unos rizos, soy buena
peluquera, y pasear con usted imaginndonos que vamos por
Hyde Park.
-Insisto en que Harris se ha comportado en forma repugnante, pero eso es aparte; una cosa son los temores del
espritu y otra los actos del sexo...
-Son la misma cosa -murmur Teresa apaciguadora-. No
piense mal de su madre, puede haber sido una buena mujer,
la vista de un hijo no es siempre justa.
-No me quiso, y que de querer era capaz, caramba que
dio muestras..., a otros, no a m, ni a mi padre. Pero volvamos a Harris. -Encontr los ojos de Teresa llenos de comprensin y se anim a continuar-: La confesin no purifica,
pero alivia, creo yo; me repugnaba el hecho por inmoral y
antisptico. S muy bien que los leprosos se acuestan entre
ellos, que viven en horrible promiscuidad, hace mucho que
los trato y son gente de baja... Pero Harris, l no tena derecho, l es otra cosa, en todo caso, otra cosa para m, como
un puerto. -Temblaron sus labios, pero haba olvidado llorar, mucho tiempo secos sus lagrimales-. Dnde queda entonces lo que ensea en la escuela, dnde los principios de
higiene y de...? Le cont que Harris impeda que la mujer
un nio sano entre los brazos! Fue una locura ma y... una extravagancia ms, de las muchas que uno comete fuera de Chile. Deseo
volver a mi pas, encontrarme, gravitar en capas de atmsfera chilena, integrndome en rbita ma. Pero Chile ya no es mo tampoco,
cortados todos los nudos. Cuando Harris me encontr cerca del tronco, me mir como si yo tambin, como la nurse, estuviese obsesionada, pero yo sonre... Qu poco importante se ha vuelto todo ello
desde que estoy otra vez en suelo firme!
En Chile tambin el sol se pone al revs dijo Harris,
parodindola; crucemos la cordillera y quedarn sol y montaa al derecho; al otro lado est Kul, llamada tambin Valle
de los Dioses. Estaba alegre y hablaba. Se sentir como en
su tierra y yo puedo llevarla en brazos para que no se canse.
No pesaba tanto ese da en la escuela; camin con usted desmayada ms de dos cuadras, para m es nada. Al verla comprend que traa fiebre y al tomarla comprend otras cosas...
Me gustara quedarme murmur ella, emocionada por
la mirada extraa y oblicua.
No es para ac. Sus amores medios la dejaran medio
viva, y uno debe estar entero en cualquier parte.
Tengo miedo, Harris suplic Teresa, angustiada, tomndolo del manto. El puso las manos sobre sus mejillas como
en su alcoba cuando tena fiebre. Record Teresa a la nurse y
sinti vergenza.
Entonces tuvo la idea absurda. Avanz por el tronco que
se acostaba en el vaco, cerca de veinte metros; a mitad de
camino, pesada la angustia, lo sinti oscilar.
Qu hace? Est loca? elijo l desde la orilla.
No respondi ella, comenzando a temblar; quiero perder el miedo.
Continu avanzando. Harris no deca nada; en silencio
expectante la naturaleza entera, desde la nieve hasta el fondo de la quebrada. El tronco, adelgazado, era inseguro. Teresa decidi volver. Se tendi sobre la corteza y mir el fondo
azul. Reptara hacia atrs sin mirar hacia abajo, como le haban dicho, para evitar el vrtigo, pero era preciso ver hacia
abajo, una vez siquiera. Abri bien los ojos.
Libro Tercero
Qu hora es? Deb quedarme dormida y un sueo hel mis espaldas, apret mi corazn y perdi mis pitos. No o mis gritos, ni yo
ni nadie. Sueo de ojos, de pensamiento o pesadilla? Me encontraba sola en una hora muerta, idos del cielo, de la tierra y del
pasado, cortada la raz, flotante en una isla, una calle, una ciudad o desierto, rodeada de agua o de arbustos, de polvo o quebrada, contra el vaco; la gente que fue ma, ahora ajena, de paso;
marea abismada y yo al centro, luminosa e invisible como si tragara luz sin devolverla. Me miraban, sin poder yo cercar esas miradas ni cogerlas. Todos de paso.
Recuerdo mis gritos con terror soado, con silencio soado, agitando aire sin producir brisas mientras el calor aplastaba a Elvira y
la sacuda un sudor viscoso. Trat de dar sonidos, pero eran luces,
estaba obscuro, nadie me vea. Al fin, Ignacio, de quien no distingu
bien el rostro; abr los brazos. "Mam, pap", llor con voz de otra y
la de mi hermano respondi: "No seas tonta, Teresa". En el fundo,
muertos, era agua lquida y en ella flotaban tablas; al querer cogerlas no supe que soaba, tan claro me pareci todo y ntidas en su
instante las facciones de Ignacio, las angustias, suplicios, llamados
y silencios. Aviones, papeles, y una muchedumbre recogiendo despojos, enrollando el cadver mo. Al tratar de detener a Ignacio detena
a mi madre, plida, sonriente, lejana y muerta, excusndose de estar
muerta. Una bandada de cuervos graznantes teman posarse en un
ombligo inmenso y tambin despojado. Boris, al tratar de espantar
los pjaros, me miraba con tristeza nica y desconocida, de prisa por
seguir su camino. "Si alguien me sacara de aqu." Lucho, el embajador; lloraba uno en la balaustrada del Qutb Minar, la India en
forma de rbol y yo ceniza, entre mil aos belleza y piedra, anhelan-