El Marica Carmelo Di Fazio - Opt Smartphone

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EL MARICA

Carmelo Di Fazio

A Dios, por bendecirme diariamente

Captulo 1
El recuerdo de la sangre
Lisboa, primavera de 1984
En el fondo, mi abuelo tena razn cuando deca tajantemente: Quien siembra odios, siem
pre cosechar sangre.
Aun cuando el poder est en tus manos, jams imaginas cundo te salpicar por culpa de t
us actos . Ciertamente, no
me alegro de la veracidad de sus palabras, pero debo darle crdito a la sabidura de
mi viejo cascarrabias, que los
aos, adems, se encargaron de certificar con asombrosa contundencia. Desde hace un
buen tiempo, l ya no me
acompaa en mi melancola, en mi dura tarea de aceptar las verdades que pendonean a
mi alrededor, me abandon
cuando ms le necesit. Se march triste, solo, aborreciendo su desdicha como hombre,
como padre, lleno de odios
e insatisfacciones. Pero lo peor del caso es que jams fue culpable; l simplemente
hered un cargamento de odio
por los actos de mi padre durante la guerra entre nacionalistas y rojos.
Han transcurrido muchas primaveras, pero esta promete ser muy relajante, sobre t
odo luego de la llamada
recibida ayer desde Santa Catarina, al sureste de Brasil, desde el convento jesu
ita de Santo Jess, en el corazn de
Florianpolis. No supe cmo interpretar el mensaje, por unos minutos el silencio fue
mi socio. Tengo sentimientos
mezclados, confusos por la noticia del asesinato sin piedad a manos de garimpeir
os traicionados en el pasado del
sacerdote Sebastin Iribarren. El corazn, de buenas a primeras, solt una carcajada,
pero luego recapacit, gracias
a un halo de humanidad que todava se niega a morir en mi malsano espritu ateo. Mi
mente razon, tom el control,
se detuvo a pensar con mesura. No soy amigo de la venganza, aun cuando confieso
que dese matarlo con mis
propias manos el da que descubr todo el dolor que el mensajero de Dios reparti en m
i familia. Debo reconocer
que una sublime exhalacin, preada de un delicado morbo, me arranc irnicas miradas ha
cia el infinito. La tan
maltrecha justicia divina por fin nos visit. No soy quin para juzgar ni mucho menos,
criticar. Pero descubrir que
la vida y acciones de este supuesto prroco fueron capaces de destruir tantas vida
s, derramando la sangre de sus
enemigos sin importar quines fuesen salpicados, no mereca piedad alguna. En el fon
do de mi corazn, me alegr de
la muerte de este cerdo. Un buen cava sell la celebracin privada.
El pecado que ms me doli fue su despiadada venganza, que oblig a mi princesa encanta
da a esconderse en
la barca de Caronte. Nunca entend por qu la luz hecha mujer, ella en especial, se
atrevi a esparcir su sangre sobre
todo mi futuro. Por ms que lo intente, la lgica nunca encaja. Pero la vida sigue,
los que mueren ya no dejan de
hacer falta, as reza una cancin.
Lo nico que permanece vivo en mi corazn es un recuerdo triste, melanclico, nacido d
e una historia de amor
polticamente conveniente . Tal vez la muerte del presbtero Iribarren me ayude a desah

ogar este dolor. Tal vez


ahora s pueda sonrer, pensando que la justicia tarda me invita a creer en ella. Es
tiempo de contar la verdad, es
tiempo de hacerle honor a mi princesa encantada , que un da se fue de mi vida sin de
cir adis, sin un beso, sin una
caricia. Ella me regal un pedazo de cielo al nacer, pero su muerte me arranc la mi
tad de mi ser.
Contar su trgica historia no me resulta placentero porque ella merece respeto, o,
mejor dicho, admiracin.
Tratar de ser fiel al pasado de sus amores, a ese remolino de vivencias, aun cuan
do los hechos, lugares o verdades
se atropellen unos a otros, me suenen algo difusos, por tantas versiones entrela
zadas: las mas, las noticias de la
prensa, las rdenes del ejrcito, los testamentos de abogados, las habladuras de mis
amigos o la insidia de la
corrompida sociedad madrilea de la posguerra. Pero quizs las notas humedecidas con
las lgrimas de mi abuelo
paterno me ayudarn a contarles la verdad del dolor vivido; tal vez compartiendo l
a tragedia de mi princesa
encantada logre dar muerte al dragn que carcome mi moral, y su entierro me regale
la paz espiritual.

Captulo 2
El llanto del Marica
Galicia, ltimo invierno de la Guerra Civil
La nevada ces a eso de las cuatro de la madrugada. Las callejuelas del pueblo est
aban decoradas con una fina
capa blancuzca que al paso de las horas se convirti en pista de hielo bastante re
sbaladiza. Un fro polar penetraba
los gruesos muros de las casas, tratando de intimidar a los moradores, pero el m
iedo combinado con la rabia eran la
mejor estufa del cuerpo. Los habitantes cotidianos, los vecinos de siempre, agua
rdaban atentos el dictamen de los
jueces del cuartel militar, ataviados de verdugo, en la causa contra siete reos
de la comunidad gallega. Dos eran
profesores de la Universidad de Madrid que se haban desplazado a Galicia antes de
la guerra para optar a plazas de
docentes en Santiago de Compostela. Tres eran dirigentes estudiantiles de Sevill
a capturados en un supuesto
complot anarquista. Los otros dos, simples campesinos, fueron acusados por sus p
ropios familiares de llevarle la
contraria al Generalsimo, algo catalogado tambin como deslealtad, con la patente i
ntencin de arrebatarles sus
tierras ancestrales.
A poca distancia de la Iglesia de la Inmaculada, un pelotn del ejrcito al mando de
l odiado capitn Rafael
Aurelio Bentez Mondarn marchaba sobre las adoquinadas callejas de la ciudad ante l
os ojos atnitos de los
ciudadanos. Extraamente, solo llevaban casi a rastras a tres de los prisioneros,
cuando se supona que ejecutaran a
todos los detenidos. Alguien de los curiosos difundi el rumor sobre el posible aj
usticiamiento de los cuatro faltantes
en el interior del cuartel militar, tal vez fallecidos por el abuso en la tortur
a. A fin de cuentas, eso era muy comn en
los calabozos; muchos infelices no llegaban con vida ante los pelotones de fusil
amiento. El dbil caminar de los
acusados sin culpabilidad demostrable dejaba un fino hilo, rojo carmes, que demor
aba en congelarse sobre la
empedrada superficie. Las miradas de los escasos transentes se rompan fcilmente en
llanto al ver el pauprrimo
estado de los presos. Los rostros de los tres invitados al cadalso delataban un
castigo excesivo, con moretones en
todos los rincones de la piel. La sangre que les brotaba entre prpados, labios o
nariz era mudo testigo de la
barbarie de los carceleros, que se jactaban de su valor bajo el amparo de las ar
mas; sin ellas no eran ms que
simples mortales. Las manos mostraban traumatismos severos en las falanges, con
la mitad de los huesos
fracturados, las uas moradas o desprendidas de cuajo en alguno de los dedos. Ulul
aban en silencio la desesperanza
vivida en la penitenciara de Robledas, en las afueras de la comarca. El rojo sang
re predominaba, aun cuando era el
bando nacionalista el que fusilaba por estos lados, acabando con el asomo de sup
uestos comunistas.
Sobre su caballo azabache el capitn Bentez transpiraba euforia, ego desmedido. Se
pavoneaba ante un auditorio

que no poda reprocharle nada, pues era l casi emperador en tierras gallegas, graci
as al uniforme revestido de
condecoraciones que el mismsimo Franco le colg en el pecho como reconocimiento por
su aguerrida o tal vez
sanguinaria actitud ante el enemigo. Su valenta a la hora de guerrear era compara
ble con la de las hordas salvajes de
los brbaros teutones. Era despiadado a ultranza, se excitaba con la sangre, el do
lor ajeno en la batalla, el recuento
de cadveres en el campo de guerra. Con un metro noventa de estatura, aunado a su
contextura espartana, le
resultaba sencillo derrotar a los contrincantes de turno.
Justo a la mitad de la plaza, el verdugo detuvo el andar de su cansada cabalgadu
ra; el equino agradeci la parada.
Mir en derredor para estimularse con el volumen de su audiencia; la adrenalina se
adueaba de su alma, el pblico
aglomerado le excitaba, Bentez se crea el centro de atencin, la fuente de odio ms de
testada en la villa. Tena la

mirada aguilea, rabiosa, con ojazos negros teidos de muerte. Un simple gesto de ma
nos bast para que el teniente
Martnez, su fiel y servil escudero, diese la orden de alistar a los prisioneros e
n formacin frente al capitn que
apretaba su cayado de lder. Los reos obedecieron cual autmatas las exigencias de l
os soldados, guiados por la
capitulacin de sus adoloridos cuerpos. Para ellos, la muerte poda significar un pr
emio, una liberacin. La
resignacin era el mejor aliado ante tanto sufrimiento, el veredicto no importaba,
si permita cercenar el martirio. Los
tres sentenciados se ubicaron de espaldas a la tapia del antiguo Convento de las
Hermanas de la Virgen del Perpetuo
Socorro.
Estratgicamente, el coronel Bentez orden colocar a cada recluso segn el rango social
, el riesgo poltico o su
personal juicio homofbico, caracterstico del alto mando. De izquierda a derecha, p
rimero estaba el humilde
campesino, don Javier Pardillo, original de la provincia de Lugo. Su nico pecado
era ser dueo de tierras prsperas
que sus hermanos codiciaban y deseaban usurpar. La manera ms fcil de expropiarle l
a finca, como sucedi en
muchas familias espaolas de la poca, era culparle de toda supuesta fechora capaz de
socavar o contradecir el
poder de los nacionalistas. Don Javier defendi su inocencia hasta la saciedad, pe
ro las propinas bien dirigidas por
sus cuados y hermana mayor, sobre quien recaa la complacencia sexual del esbirro d
e turno, lograron camuflar la
verdad vistindola de comunismo, delito altamente peligroso para la cofrada castren
se, dirigente de un pas en
involucin. Se deca en el pueblo que debido a la demora en el juicio la esposa de u
no de los consanguneos de
Javier Pardillo le regal una noche de calentura a cierto teniente, cercano a Bente
z, para que catalogase el
expediente del cuado bajo el cdigo X , es decir, pena de muerte inmediata, inapelable
, sin derecho a rplica. El
pobre campesino vio descender del perchern al temido capitn, el miedo facilit la tr
astada de sus esfnteres. Un
calorcillo momentneo humedeci los muslos, quiso gritar por ltima vez la injusticia
vivida, pero, al igual que los
otros invitados al paredn, sus cuerdas vocales ya no tenan elasticidad luego de la
ciruga forzosa. Las muecas, los
gestos de dolor, lejos de ser tiles, engordaban el morbo de la tropa sedienta de
sangre.
El segundo detenido era un estudiante nacido en Murcia que cursaba la mitad de l
a carrera de letras en Madrid
cuando estall el conflicto entre connacionales. Como fiel exponente de la rebelda
estudiantil, se uni a grupos de
libre pensamiento. Encabez alguna protesta casera entre compaeros de escuela, logr
ando asustar a ms de un
militarucho de cuarta que vea en el acusado un cierto potencial de pensamiento li
bre sumado a la lgica, cualidades
no muy aplaudidas por los miembros del ejrcito. Se forj un liderazgo medio y lleg a
ser dirigente reconocido entre
los oradores universitarios, sin percatarse de que esas credenciales le llevaran
a engrosar la lista de los hroes
annimos de una revuelta perdida, hroes olvidados, tan pronto como Cronos recorra a

lgn trayecto moderado.


Despus de su fallecimiento, solo familiares o amigos le dedicaran un altar al estu
diante en el cementerio del pueblo,
pero nadie ms regalara sus lgrimas por l. Triste final para el alumno convertido en
carne de can frente a la
intolerancia del poder. Conoca su final, era valiente, ntegro, y por ello se neg a
humillarse ante el soldado asesino.
Antes bien, le regal una sonrisa burlesca, retadora, de esas que no cambian el de
stino pero hieren la pasajera
valenta del verdugo.
Entre la multitud, agolpada a lo largo de balcones y esquinas escurridizas que p
ermitan una visual discreta, el
Marica deslizaba su humanidad en total mesura, evitando ser descubierto. Disfraz
aba su pena con aires de
observador circunstancial, eludiendo ser identificado. Se ubic a cierta distancia
del improvisado paredn de
fusilamiento. Trataba con dificultad de reconocer a su amigo, su verdadero mento
r, el amor de mil placeres. Pero la
muchedumbre de curiosos, junto a los fusileros, creaban una cortina humana, ondu
lante, que distorsionaba o alejaba
el objetivo. Haba recorrido muchos kilmetros para acompaar y ayudar a su amigo ntimo
en estas horas de
sangre, pero el pnico abortaba todo intento de estpida osada, mucho menos apoyo al
cado, capaz de delatarle,
convirtindole en rebelde obligado. El tercer acusado, el profesor Armando Castell
anos Iturbe, fue un gran
catedrtico de Letras, Filosofa y Ciencias Sociales antes de la fatdica guerra entre
hermanos. Ya en 1937 haba
abandonado la universidad para dedicarse a su pasin oculta: el periodismo. Fue co
rresponsal de varios diarios

extranjeros, se concentr en las atrocidades de la guerra, tratando de llevar la v


erdad a un mundo carente de noticias
claras, donde la prensa oficial publicaba solo lo que era considerado polticamente
conveniente. En el fondo, ms
all de esta misin encubierta, organiz grupos de estudiantes, de verdaderos pensador
es, de semillas de humanistas,
que pudiesen en el futuro contribuir a un pas ms equilibrado, justo, pero sobre to
do intelectual, que tanta falta le
hara a la sociedad que surgira despus de la barbarie resultante de un choque pernic
ioso entre obreros, falangistas,
comunistas, nacionalistas, campesinos, sacerdotes, analfabetos armados y cuanto
bicharraco extrao con uas
pululaba en la dbil sociedad naciente.
Se le acusaba con la simplista marca o tilde de conspirador , comn a la hora de sent
enciar humildes, sin crimen
aparente. En el fondo se le atribua la creacin de la mal llamada cofrada Los pensado
res de Gema , un supuesto
grupo, jams demostrado, integrado por catedrticos, intelectuales, estudiantes, mas
ones, empresarios e inclusos
militares rebeldes infiltrados, cuyo nico propsito era generar caos, anarqua o revu
eltas sociales contra la
concentracin de los poderes del Estado en manos del caudillo. Se lleg a pensar que
eran dueos de textos e
informacin clasificada capaz de minar las fuentes del seoro en la lite militar de Es
paa. Durante aos, las fuerzas
de inteligencia nacional o polica secreta trataron de desenmascarar la famosa soc
iedad oculta. Incluso se coment
que era una fbula, inteligentemente fraguada por mentes brillantes con el nico des
eo de robarles el sueo a los
nacionalistas. Otros menos creativos sospechaban que se trataba de un falso posi
tivo de la Iglesia para identificar a
intelectuales agresivos en sus ideales, capaces de interferir en la filosofa de v
ida, segn las ordenanzas de la Santa
Sede. Persiguieron a todo sospechoso habitual, a profesores universitarios nervi
osos o de lenguaje confuso, a
empresarios demasiado afines con el rgimen, pues podran ser infiltrados, sospechos
os en procura de datos
importantes. Los masones, si es que existan en el clan, eran los ms escurridizos,
pues la yerma inteligencia de los
tteres uniformados era inversamente proporcional a la sagacidad y circunspeccin de
la hermandad. Todo form
parte de un enjambre de conjeturas y dudas donde Castellanos llev la peor parte.
Daba igual. Los malficos gendarmes siempre necesitaban un culpable para justifica
r su inoperancia; as son las
conquistas durante la guerra, en cualquiera de los bandos. Pues la mala suerte s
e le present a Castellanos Iturbe,
una clida tarde de verano en Santiago de Compostela, en el caf Viamontes, a escasa
s tres calles de la universidad.
Mientras el docente prestado al periodismo disfrutaba un buen caf expreso salpica
do de espuma, sorbindolo a
medida que revisaba las pginas de su nuevo artculo para un diario francs, se presen
t un tro de agentes de la
temida polica secreta. Sin confraternizar en el dilogo directo, sin prdida de tiemp
o con las cortesas que antes
hubiesen sido de rigor, le conminaron a acompaarles a la comisara central. No haba
opciones, el acusado conoca
la sinopsis, el modus operandi, no era la primera vez que le detenan. Con parsimo

nia, trat de recoger sus papeles y


adminculos de escritura pero, de pronto, una forzuda mano le impidi continuar con
su intencin, eso era trabajo de
los acusadores. Todo lo que estaba sobre la mesa fue amontonado en un saco de cu
ero negro, idntico a los usados
por los empleados de correos, que traa uno de los oficiales. Castellanos Iturbe r
eprehendi la accin con mucha
diplomacia verbal, pero la callada fue la respuesta predominante. Era estpido sol
icitar un lance de honor usando
como arma el poder de las palabras cuando los contrarios visten uniforme de guer
ra, de muerte. Le exigieron silencio
a cambio de evitar la fuerza bruta. Esto indicaba que esta vez la historieta poda
tener un final diferente. De espaldas
al paredn, hoy el profesor tristemente corroboraba su teora, definitivamente no fu
e un simple arresto.
Los tres sentenciados observaron cmo se dispona el pelotn frente a ellos, fusil en
mano, en clara posicin de
ataque. Bentez les dio la espalda para dirigirse al pblico. Con la mano derecha sa
c de su alforja un folio de papel
color crema, con membrete oficial, de los utilizados en las secretaras de los juz
gados. La multitud se mantuvo en
espera del veredicto. Todos imaginaban el dictamen; sin embargo, la fe les alent
aba a soar con un milagro. Solo el
Marica saba la verdad, solo l no crea en milagros, porque era ateo, porque l afirmab
a que los milagros se
forjaban, no se pedan. El Marica se acerc lo ms que pudo para fijar su mirada venga
dora en el rostro de Bentez.
Le dedic tiempo para memorizar cada detalle de su rostro, prcticamente le hizo una
fotografa en su cerebro.

Quera recordar por siempre la cara del asesino de su amigo ntimo, del hombre que m
otiv su despertar intelectual.
Con voz spera, el capitn del ejrcito inici el recital, moviendo su cuerpo en direccin
al semicrculo humano
que ocupaba la plaza, frente a la tropa. Bentez busc la manera de cubrir todos los
ngulos posibles, deseaba ser
visto por la totalidad de los invitados. Mientras mayor fuese el nmero de testigo
s presenciales de la actuacin, ms
voces resonaran en la historia.
A todos los presentes: como bien sabis, mi funcin en esta provincia es velar por la
seguridad del Estado.
Nuestras tropas, al mando del Generalsimo, se enfrentan a tiempos difciles, tiempo
s de angustia y zozobra. Pero
sabed que no nos tiembla el pulso a la hora de proteger a Espaa de sus enemigos,
sean incluso de su propia tierra.
Todo aquel con pretensiones de desconocer el orden del Estado, o desobedecer las
leyes, en clara conspiracin
contra la nacin, tendr como recompensa un castigo ejemplar.
La proclama no haca mella en sus esculidos oyentes. Estaban acostumbrados a la prdi
ca barata del rgimen
militar cuando buscaba excusas para matar. Solo queran entender, aun cuando repro
chasen la accin, los cargos
contra las vctimas de turno, porque ninguno de los reos exhiba pinta de guerriller
o, asesino, conspirador, ni mucho
menos comunista. Bentez trag saliva, retom con ms fuerza su palabrero practicado con
antelacin. Sus discursos
variaban de acuerdo con el tipo de criminal. Hoy, que eran casi prisioneros comu
nes, sobraban las exaltaciones
polticas, la ejecucin iba a ser breve.
Luego de un anlisis exhaustivo de cada uno de los cargos que pesan sobre los impli
cados, los jueces de la
comandancia han dictaminado la culpabilidad de tres acusados por anarquistas, re
volucionarios, comunistas y
asesinos

dijo el capitn.

Se produjo el gruido onomatopyico, con voz tenue pero ligeramente audible, de la c


omunidad, en clara seal de
protesta. Los soldados interpretaron reproche ante el discurso del lder y, temero
sos de la diferencia numrica,
alistaron sus fusiles en manifiesta actitud de amedrentamiento. Ellos tenan el po
der, ellos vendan miedo gracias a su
licencia para ametrallar; si asomaban posibles agresores, seran repelidos a balaz
os. Solamente el campesino se
arrodill en bsqueda de clemencia, junt las manos deformadas por la flagelacin, implo
rando perdn al cielo
infinito. El infeliz an esperaba milagros en plena Guerra Civil. Los otros dos, m
uertos en vida, cruzaron miradas
retadoras, alegres, celebrando el triunfo, sudaban valenta, irreverencia a corazn
abierto, jams se doblegaron,
mucho menos a la hora de morir. Si deban partir, que fuese con orgullo y valor, a
s les recordaran los que vienen
detrs.

De improviso, Bentez tomo del hombro izquierdo al tercer condenado, el profesor C


astellanos Iturbe. Le apart
del resto, llevndole hacia el costado derecho del pelotn, tomando distancia segura
de los fusileros y evadiendo el
posible contacto con alguna bala perdida. La repentina accin confundi a vctimas, ve
rdugos y espectadores
perplejos. El campesino se incorpor saboreando la efmera salvacin. Su fe le ayud a i
nterpretar que el prodigio
cobraba vida. Pero el aguerrido capitn alz su bastn de mando en tcita seal de ejecucin
y su teniente transmiti
la orden al resto de los bandoleros uniformados. Los soldados prepararon armas a
l comps de la voz del rango
superior. Al tercer mando son la metralla. Diez soldados dispararon indiscriminad
amente sobre dos cuerpos
endebles, flagelados, moribundos. Una bala era suficiente, pero el terror exige
dramatismo para continuar viviendo; el
trueno seco de las carabinas logr el amedrentamiento de la poblacin a su mximo nive
l exponencial.
Por el impacto de las balas, escupidas con fuego de los mosquetes modernos, los
cautivos se transformaron en
cadveres antes de reposar en el piso. Los proyectiles atravesaron la carne, rompi
eron huesos, robaron vidas,
ahogaron suspiros, regalaron silencio a las almas desdichadas. El muro del antig
uo convento se decor con
abundantes trazos de sangre, un charco al lado de cada vctima adverta de consecuen
cias fatales a todo hroe

solitario con nimo o intencin de retar al destino. Hombres y mujeres apretaron los
labios, evitando proferir insultos
enmascarados de sublevacin. No vala la pena. El ejrcito tena las armas, era el dueo,
el amo de la vida o la
muerte.
El capitn nuevamente tom el rol protagnico, rompiendo el marasmo producto del final
de la obra. Lleno de
odio, extrajo su Luger con cachas de marfil persa, regalo de un general nazi ami
go de su padre, el arma que siempre
reposaba en la cartuchera del uniforme de combate. Alz el can hasta el infinito, ba
j el brazo gradualmente hasta
colocar la punta de la pistola en la sien del ltimo cadver en pie. Quera burlarse d
el preso por ltima vez,
intimidarle, mofarse, humillarlo en pblico, pero Castellanos Iturbe esboz una sonr
isa burlona, despreocupada, que
solo los valientes reservan paran los momentos inolvidables. No le importaba mor
ir dos veces.
La diestra del verdugo se aferr al mango de la pistola, el dedo ndice acariciaba e
l gatillo con sadismo; solo
esperaba la orden cerebral, autmata, de quienes matan por placer, de correr el ta
mbor del arma hacia atrs, luego
de las ltimas palabras del asesino. Bentez sentenci, antes de percutir la municin co
n el martillo de la Luger.
A este hijo de puta lo guard para el final. Quiero que todos sepan que, adems de tr
aidor a la patria,
conspirador y anarquista, le acuso de amoral, de sucio, le acuso de ser marica,
de no tener perdn de Dios por
ceder a los placeres impdicos de la carne. S, de ser un simple y asqueroso marica.
Por eso vale menos que una
rata, razn suficiente para morir fue el cierre del pattico discurso.
Con sincrona morbosa, el estruendo de la pistola retumb despus de la ltima vocal pro
nunciada por el cobarde
capitn. Todos vieron saltar los sesos del letrado, vctima inocente de la barbarie
del poder exacerbado. Los menos
escrupulosos en el anfiteatro vomitaron ante la asquerosa escena: el disparo rom
pi la cabeza de Castellanos por la
mitad. El Marica contuvo el llanto, apret los dientes, se mordi la lengua, evitand
o ser delatado por los gritos de
odio, sus abultados ojos azules estaban por estallar de la rabia, las venas apri
sionaban la crnea, la clera le
entumeca sus maxilares. No poda moverse, se haba petrificado ante la decadencia hum
ana.
La multitud comenz a despertar de la pesadilla cuando Bentez y sus amigos matonesc
os emprendieron la
retirada entre carcajadas burlescas. Resignados, los habitantes del pueblucho in
iciaron la dolorosa recogida de los
cadveres, pues, como era habitual, no haba dolientes en el sitio. Ello obedeca a do
s causas justificadas. La

primera, porque el ejrcito acostumbraba a mover en ocasiones a los sentenciados,


trasladndolos a prisiones
lejanas para evitar el contacto con familiares o conocidos, buscando as minimizar
el dolor. La segunda, que era
peor, porque en ocasiones los deudos teman por sus vidas y preferan el anonimato,
para que no fuese palpable la
crtica o el juicio adverso a los uniformados, y de esta forma originar posibles a
cusaciones diablicas contra ellos.
El Marica se acerc al cuerpo sangrante de su consejero, le cogi del piso para limp
iarle la cara con sus lgrimas.
La muchedumbre pens que era su hijo, por el dolor que le embargaba. Le ofrecieron
socorro para sepultarlo, pero
el forastero se neg; solo les pidi ayuda para transportarlo a Madrid junto a sus e
scasos familiares. Por mucho que
suplic nadie se ofreci, pues transportar un cadver a otro sitio que no fuese el cam
posanto se vea muy
sospechoso, era una carga altamente peligrosa a los ojos de militares o policas d
e caminos. Todos sugirieron
enterrarle en el cementerio del pueblo para evitar ms problemas. Rendido por el l
lanto, el dolor, la tristeza, el
Marica acept, no sin antes aproximar sus labios al odo izquierdo del cadver. Con la
esperanza de que el alma de
su amigo ntimo todava estuviese cerca, le susurr al odo:
Querido maestro: tu muerte no ser en vano. Yo mismo me encargar de cobrar tu sangre
. Juro por lo ms
sagrado de nuestra hermandad que tu grandiosa obra jams tendr fin, dalo por hecho.
Estos malditos militares la
pagarn, tarde o temprano. No vivirn para celebrarlo. Te amar por siempre.

Captulo 3
La princesa encantada

se despide para siempre

Madrid, doce aos despus de terminar la Guerra Civil


La capital despert sofocada. El verano ms abrasador de los ltimos lustros se diverta
jugueteando con los
macilentos cuerpos de los transentes. El sol estir sus brazos con bravura, ya a me
dia maana el mercurio
amenazaba con hacer erupcin. Curiosamente, la siempre rebelde Mara Fernanda Lpez de
Pea y Paz no estaba
feliz por la repentina llegada del calor tpico de su estacin favorita. La depresin
guiaba su locura, mi princesa
encantada sec sus lgrimas con rabia. Acto seguido, decor su frgil humanidad con un ab
rigo de visn azabache
que le cubra hasta la rodilla, un atuendo fuera de lugar para el verano. Toc su fi
na cabellera con un delicado
sombrero de estructura de carey finamente tapizado con sedas de la India, retoca
das con hilos de oro y plata, ideal
para la noche. Calz botas altas, costossimas, de charol, con tacn muy desproporcion
ado, trenzadas hasta unos
cuarenta centmetros por encima de los tobillos. ltimamente se haba vuelto costumbre
en ella retar a propios y
extraos, romper los convencionalismos, las poses de una sociedad podrida desde la
s mismas bases familiares. Ella
solo quera transpirar su rebelda absurda, frustracin, vaco espiritual. Nadie, ni siq
uiera su padre, se haba ocupado
del dolor afectivo que ella senta en ese momento; en su familia jams dieron crdito
al valor esquizofrnico de sus
verdades, nadie pens que ella fuese capaz de atentar contra la lgica.
Se maquill con delicados tonos pastel en pmulos y barbilla, un delineador ms contun
dente le dio un matiz
azulado a los prpados. Las pestaas fueron vigorizadas con tintes franceses idnticos
a los usados por las bailarinas
del mejor show de burlesque. Vaporiz unas seis veces su Chanel nmero 5, perfume qu
e detestaba, entre la parte
posterior de su cuello, el nacimiento de sus notorios pechos y el puntiagudo men
tn, herencia materna. Se vea sucia,
destruida, traicionada, utilizada por un vengador insospechado, para colmo, abso
lutamente imposible de acusar so
pena de escarnio pblico e incredulidad. Era un intocable legal. Se mir por ltima ve
z en el espejo del fino armario
de caoba que completaba su juego de cuarto. Con detalle revis cada centmetro de su
cuerpo, tratando de precisar
algn error en el pattico disfraz. Estaba garantizado que acaparara todas las mirada
s, haba decidido convertirse en
el hazmerrer de Madrid. Apoy sus estilizadas manos sobre el marco del espejo; un s
uspiro preado de venganza
antecedi su declaracin de guerra.
Hoy es tu da, hijo de puta, hoy me las cobro todas. No tienes ni puta idea del mar
tirio que me has causado.
Antes de que anochezca, toda la capital sabr la clase de porquera que eres, lo cob
arde y miserable de tu alma. Te
juro que el infierno te recibir con los brazos abiertos muy pronto. Tus crmenes se
rn castigados, no podrs
esconderte.

Un reflujo sabor a bilis le cort la inspiracin, obligndola a tragar grueso. Algunas


lgrimas se deslizaron
inocentemente de sus celdas hasta detenerse en los hinchados y ojerosos prpados.
Llevaba semanas en pena,
desde el da que descubri el precio de la traicin, cuando al fin vislumbr el verdader
o rostro de su pecado mortal.
Emprendi la huida de la habitacin, en casa de mi abuelo, sin secar el lquido desper
diciado por los ojos tristes.
Rauda atraves el pasillo del segundo piso de la elegante casona, ubicada en pleno
centro de Madrid, en la calle de
Valverde, esquina de Antnez, en uno de los barrios ms opulentos de la gran capital
. Solo la mirada curiosa de su
ama de llaves, doa Lola Guevara, que le haba cuidado desde su venida a este mundo,
impidi por momentos la

escapada. La mujer de servicio no daba crdito a la visin que corra delante de ella,
desesperada, en direccin al
portal principal.
Pero, mi nia, a dnde va usted vestida as, con este calor infernal? Se me va a enferma
r. Cmo se le ocurre
ponerse esa ropa de invierno? No es apropiada. Qu dir la gente cuando la vea en la
calle? Se van a burlar de
usted sin necesidad grit con sorpresa la mucama.
La nia rica, adulada y mimada por todos, detuvo su caminar en pleno saln
, trag aire, llen sus
pulmones con enojo del bueno, gir noventa grados la cabeza para clavar la
ms triste de su pobre y vaca
humanidad en el rostro de la nana. Con voz entrecortada susurr un mensaje
ivo, contestacin poco usual en
su refinado vocabulario elitista. Pero estaba harta de poses, falsedades y
social cuestionable. No soportaba
ms el cinismo de la sociedad.

principal
mirada
despect
pudor

Sabes qu, Lola? Me vest as porque me siento sucia, porque quiero sentirme igual que u
na puta, porque,
aunque no lo creas, las putas son ms sinceras, incluso valen ms que yo. Al menos c
obran cuando follan a un cerdo
con piel de hombre, pero yo, la muy tonta, lo hice gratis pensando, soando en el
maldito amor, la fbula mejor
contada, pero jams alcanzada. Qu triste irona! No te parece?
Doa Lola hizo la seal de la cruz en penitencia por las palabras desgarradas de su
rebelde patrona. La mucama
se aterr, la voz que retumbaba no era la misma que la de su nia mimada, la que le
peda caricias en el pelo para
dormirse cuando apenas era una chiquilla mimosa.
Pero qu dice mi nia? Usted no est bien, yo
No hubo tiempo para ms conversacin, Mara Fernanda la interrumpi de cuajo. Por primer
a vez, le alz la voz,
espetndole un discurso lleno de autocuestionamiento, digno de una vida vaca de afe
cto sincero.
Djame en paz, Lola! Toda mi maldita vida ha sido un engao, una mentira, todo ha sido
impuesto,
absolutamente todo, incluso el amor. Nadie me pregunt qu quera, nadie me permiti esc
oger. Segu el ritual del
bienestar y lo polticamente conveniente. Ac me tienes, hecha mierda, con la vida d
espedazada, vctima de la
mentira ms asquerosa, pronunciada en el nombre de Dios como excusa. A partir de h
oy, hago lo que me d la real
gana. Hoy quiero ser puta, me visto como tal. No me esperen para cenar, no me es
peren ms, diles a todos que no
pienso volver a esta mierda de casa.
Atnita, la domstica observ cmo se alejaba su querida mujercita malcriada en direccin
a la cochera. Saba
que no era una dama fcil; desde pequea fue algo problemtica con su carcter, pero est
e ataque de histeria tena
tintes de locura, de rabia, pero sobre todo resentimiento y frustracin ante la vi

da. Lola tuvo un mal presentimiento.


Ya haban pasado casi tres semanas desde la ltima pelea entre la seora de la casa y
su marido, justo al final de la
primavera. Se haba pasado una semana encerrada en la alcoba, llorando desconsolad
a, pero nunca perdi la
compostura ni el respeto hacia Lola. Y, por ms que lo intent, no logr descubrir la
causa oficial de tantas lgrimas,
siempre imagin que el disgusto debi haber sido por algn lo de faldas del esposo, cau
sa comn en hogares de
militares. Por qu los mayores siempre tienen razn en sus presagios? Lola haba acerta
do, el da no terminara bien.
El destino de mi princesa encantada le haba reservado una lpida de mrmol rosa; esa mi
sma tarde su nombre
estara escrito en la piedra.
Mara Fernanda subi al Mercedes Benz ltimo modelo, regalo de su padre, y le pidi a Fe
rnando Matas, chfer
de confianza, que la llevase con premura al hotel Imperial, ubicado a escasos di
ez minutos de casa. El esplendoroso
albergue era un edificio del siglo XIX construido bajo el influjo de la arquitec
tura francesa, recubierto en mrmol
crema. Era lugar frecuentado solo por personeros de gobierno, militares de alto
rango, empresarios o turistas muy

adinerados. El madrileo de a pie solo se poda satisfacer con admirar la edificacin,


como una obra arquitectnica,
pieza de museo abierto, smbolo de la escueta opulencia del pas.
El chfer detuvo el lujoso coche plateado en la entrada del recinto, dos mozos se
acercaron para abrir la puerta
trasera del auto y prestar ayuda a la singular visitante. La sorpresa fue mayscul
a cuando vieron descender a una fina
dama de alcurnia, ataviada con atuendo esquimal en plena temporada estival. Cosas
de ricos excntricos , pensaron
los mozos de guardia. La sospechosa dama se acerc a la entrada, y lo peor es que
vena sola, rompiendo ciertos
patrones de conducta social en la Espaa de la posguerra, a menos que fuese turist
a francesa. Los empleados
inmediatamente supieron que era la esposa del general de brigada responsable de
la guarnicin de Malqueseras a las
afueras de Madrid. El asombro de los trabajadores del hotel mut en difamacin. Por q
u la adinerada damisela
vesta como una simple mujer de la mala vida? Por qu llegaba solitaria a un lugar ta
n famoso, frecuentado por
hombres, siendo adems la esposa del general ms importante del ejrcito? Todo el cuad
ro era un mar de
suspicacias.
Cortsmente, el botones le cerr el paso a Mara Fernanda, ofrecindole informacin sobre
la localizacin del
restaurante o del saln de t, espacios permitidos a las fminas para tertulias banale
s, frecuentados en su mayora por
hombres o parejas, era parte del protocolo gerencial del hotel Imperial.
Disculpe, seorita. La acompao al restaurante?

pregunt educadamente el anfitrin.

No, muchas gracias, voy a alquilar una habitacin.


Acto seguido, Mara Fernanda atraves el largo pasillo central del lobby hacia la re
cepcin. El recorrido estaba
decorado por columnas gticas revestidas de rocas de Carrara desde la base hasta e
l techo. Lmparas con formas
abstractas tradas de Murano iluminaban las cermicas etruscas del grisceo pavimento;
exquisitez decorativa que
masajeaba el sentido visual de los visitantes. La dama desigualmente ataviada es
per su turno en la fila, ante las
miradas inquisidoras de los presentes. Llegado el turno, se acerc a la ventanilla
libre, la del numeral karmtico: el
ocho.
Buenas tardes. Quisiera una habitacin para una noche solamente dijo con cierto desg
ano la princesa polar,
mostrndose algo inquieta, nerviosa; era la primera vez que decida por ella misma,
sin manuales, sin obligaciones.
Con mucho gusto, seorita. Permtame revisar la disponibilidad. Me permite su pasaport
e o documento de
identidad? respondi la recepcionista mientras ganaba tiempo para otear la lista de
reservas o salidas.
Casualmente, faltaban dos horas para el acceso regular. Si no haba habitaciones d
isponibles o estaban en proceso
de limpieza, la nueva inquilina deba esperar a la desocupacin de alguna estancia.

Con
aba
tan
io,
uno

mal disimulada soberbia, la clienta interrog a la empleada del hotel. Le cost


asimilar semejante excusa
evasiva. Mara Fernanda era caprichosa, siempre impona celeridad en todo servic
sobre todo si su padre era
de los socios del lujoso edificio de visitas transitorias.

Pasaporte? Acaso no sabes quin soy? Eres nueva en Madrid? No tienes ni puta idea de l
a nobleza
espaola. Pues vaya da que me espera. Mira, no quiero perder tiempo contigo, dame l
a habitacin. Ah, y recuerda
que no la pagar yo; se la cargas a la cuenta de mi marido, que seguro que debe ve
nir muchas veces a esta cueva
con sus amantes de turno.
El repudiable comentario trastoc la artificial quietud del lugar. Todas las mirad
as del saln de t, plagado de
militares, justo a la derecha de la recepcin, y las de los empleados del hotel, a
postados en reas cercanas a la pelea
verbal, al altercado entre dos damas con niveles sociales antagnicos, se concentr
aron en la ventanilla ocho.

Empezaron las conjeturas entre dientes; unos a otros se pasaban guiones de chism
es baratos. Tal vez la esposa del

general se haba tomado alguna bebida espirituosa aderezada con terrones de celos,
suponan los compaeros de
uniforme. Eso le daba mayor hombra al soldado. Qu habr hecho el cabrn de Bentez? , pen
on los
conocidos cercanos al general.
La confundida operadora trataba de controlar sus emociones; un sudor fro le recor
ra los pechos, la saliva se
endureci. Empez a construir su respuesta, aprendida en el manual de operaciones, pg
ina treinta, captulo doce,
sobre cmo manejar a huspedes groseros sin tener que recurrir a la violencia, aun c
uando a veces una tenga ganas
de romperles la cara de un buen puetazo.
Entiendo su molestia, seorita, pero debo seguir ciertos trmites o
A la mierda con los trmites increp bruscamente Mara Fernanda . Llevo toda una puta vida
escuchando
las mismas asquerosas palabras: trmites, procesos, rdenes, mandos, etc. Hoy me cag
o en el falso protocolo, estoy
harta. Quiero mi habitacin ahora mismo. Ah, recuerda: cargrsela a mi marido, el ge
neral
La suave voz del gerente del hotel trat de apaciguar los nimos avinagrados de la o
radora. El hombre tena que
evitar un escndalo en pleno saln principal, atiborrado de miembros del poder espaol
, pues todo llegara a odos
del alto mando, dando pie a la posibilidad de perjudicar el futuro de los emplea
dos. La dualidad de la situacin le
exiga al seor gerente conducirse con sobrada mano izquierda y mucha poltica, pues l
a agresiva dama era adems
hija del primer magnate de medios impresos del pas, amigo personal del Generalsimo
. Menudo lo le esperaba al
representante hotelero si alguno de los bandos se senta ofendido.
Perdone usted, seora, por el malentendido de nuestraparte. Me permite un minuto? So
yAgustn Salcedo,
dirijo el hotel. Me acompaa, si es tan amable, a mi oficina? Yo mismo atender su ca
so; no se preocupe,
enseguida le encontraremos una habitacin desocupada solicit con diplomacia britnica
el apoderado del recinto
tratando, en lo posible, de enclaustrar las expresiones de locura de la descompu
esta consumidora. Bajo ningn
concepto poda darse el lujo de alebrestar el nimo de alguno de los visitantes, tod
os ellos ligados de alguna forma a
la cotidianeidad del Generalsimo, el principal visitante del Imperial.
La oficina de donAgustn erabastante amplia, decorada con lujo monrquico, digno de
la corte de Luis XV,
bastante recargada, ostentosa, herencia fiel del antiguo complejo hotelero. Las
paredes estaban vestidas con tapices
que evocaban diversidad de motivos, como las grandes campaas napolenicas, imgenes d
e la Revolucin francesa

o simples das de caza de zorros en los campos del norte de Borgoa. La luz era tenu
e, que fcilmente permita
resaltar los colores vivos de cada elemento ornamental.
Perdone usted el malentendido por parte de nuestros empleados. Es que ellos se de
ben apegar a un
procedimiento que solo puede obviarse con mi autorizacin. Por eso estamos ac mucho
ms cmodos, en privado.
Yo personalmente har los preparativos para su habitacin dijo el gerente en son de p
az, logrando dominar a la
fierecilla malcriada.
Seamos francos, don Agustn. Yo estaba cmoda afuera, solo que usted tiene miedo de q
ue esta loca, vestida
como un oso polar en pleno verano, alce la voz ms de la cuenta, que se le escape
alguna frase que hiera el amor
propio de los soldaditos. Usted es como todo el pas, que se mea en los pantalones
si tan solo est cerca de alguien
que exprese sus comentarios adversos al rgimen, salpicando a los asquerosos milit
ares. S que debe cuidar el
empleo, no le culpo. Pero el miedo de sus ojos es por su vida, cierto? Tranquilo,
no har nada contra usted, hoy es
mi da, no el suyo. Deme mi habitacin, deseo estar sola un buen rato. Prometo no ac
tuar inapropiadamente, si usted
me ayuda ripost Mara Fernanda ante la hipocresa social de su interlocutor.

Seora, deseo que pase una velada agradable en nuestro hotel. Usted es una invitada
de honor, alguien muy
especial y merece la mejor atencin.
El hostelero intentaba ser cordial, pero no era tarea fcil. Complet el formulario
con los datos a medio llenar por
la husped, abri el cajn izquierdo de su escritorio para extraer la llave de la habi
tacin disponible en el piso
ejecutivo, el ms selectivo y preciado de todos. Le acerc el papel a la excntrica mu
jer para obtener su firma. Ella
lo rechaz e insisti en cargar la cuenta a nombre del marido, el temido general Bent
ez. El encargado del hotel no
tuvo opcin. Permiti el acceso de la nueva inquilina transitoria, asumiendo las pos
ibles consecuencias de su decisin
al darle puerta franca a Mara Fernanda.
Crame que disfrutar como nunca de esta velada, es ms, le juro que mi marido la vivir
mejor. Ser
inolvidable para l, se lo aseguro. l se lo merece, por ser tan especial, tan bueno
, caballeroso, humano, sincero.
Mara Fernanda solt una carcajada estridente, muy burlesca, capaz de confundir al m
ejor investigador. Haba una
mezcla de irona, sarcasmo y algo de sadismo entre la risa, las miradas, los gesto
s. Su actuar evidenciaba una
atmsfera peligrosamente turbia. Pareca un poco desencajada, fuera de s. Don Agustn m
edit sobre la situacin.
Senta algo de miedo, no saba si era necesario comunicarse con el marido. La duda l
e permiti recapacitar;
simplemente se limit a hacer lo que mejor saba, que era seguir rdenes. Le entreg un
fino llavero de cuero
repujado, hecho en Ubrique, con el nmero cuarenta tallado en ambas caras. Mara Fer
nanda se levant de la
elegantsima silla de cuero verde, cogi la llave, le vol un beso chilln a su servidor
a la vez que giraba su cuerpo en
direccin a la puerta de salida. Ansiaba llegar a la habitacin e iniciar su cuestio
nable festn justiciero.
Ah, tambin le agradecer dos botellas de champagne Cristal que estn heladas; tambin, u
n abundante plato
de caviar, eso s, del iran, el que supongo degusta el Generalsimo cuando viene a es
te antro de putas y maricas finas
pidi jocosamente la esposa del general.
DonAgustn la escolt con su mirada hasta elpasillo de los elevadores, tom unpauelo bl
anco de la solapa de
su finsimo traje italiano, y tembloroso sec las fras gotas de sudor que humedecan su
frente. Mir al techo, exhal
fuertemente, rogndoles a todos los santos que ningn testigo hubiese odo semejante d
iscurso perturbador, las
crticas al caudillo podan ser malinterpretadas y llevarle al patbulo.
A solas, frente al prtico nmero cuarenta, una
ara Fernanda al momento
de abrir la puerta de la habitacin. Dentro del
sado hasta ahora solo era un
camuflaje ante su dolor. El arrojo la ayudaba a
iedo de la muerte prxima. Varias
semanas atrs haba tomado su decisin. Hoy era

sensacin de terror invadi el alma de M


cuarto ella saba que el valor expre
envalentonarse, a enfrentar el m
el gran da de la venganza, pero tena mie

do de destruir vidas a su
alrededor, sobre todo la ma. Yo era el ms perjudicado con la repentina partida. Se
nta rabia por el egosmo de su
corazn, que solo quera despedazar verdades a precio de sangre inocente. Mir en derr
edor, se vio sola, indefensa;
pens en la retirada estoica como alternativa para detener el teatro del horror, h
acer cabeza, buscar otra solucin
menos destructiva, cuando el repentino golpeteo de la puerta la alert de la prese
ncia de visitantes inesperados.
Toc, toc. Servicio!
S, claro, un momento

La voz del otro lado de la puerta despert a la sentenciada.


respondi Mara Fernanda mientras abra.

Buenos das, seorita. Ac le traigo el champagne Cristal que pidi, bien fro, adems, tene
os una racin de
caviar Beluga, trado especialmente de Irn. Ac le anexo la copia de la comanda para
su firma.
El camarero abri una fina pieza de madera tailandesa en forma de caja de bamb que
contena la factura del
consumo. La husped firm como pudo, sus ojos no atinaban a centrar la mirada. El si
rviente enmudeci de felicidad

al ver la grotesca cantidad de la propina, motivo de celebracin familiar. Abandon


la habitacin gozoso, celebrando
la Navidad en verano.
Solitaria, la honorable dama trat de apaciguar su otro yo, el lado demonaco que la
atormentaba y le usurpaba la
lgica. Mientras buscaba la excusa perfecta para cancelar su venganza, a su derech
a advirti el antitxico perfecto
contra el miedo. Una helada botella del espumante ms caro, champagne Cristal, la
saludaba desde la hielera de
aluminio, colocada con sutil elegancia en el centro del carro de servicio. Sus l
abios esculpieron una sonrisa ganadora,
valiente, inquebrantable. Mara Fernanda conoca el poder de las burbujas. Se abalan
z con desenfreno sobre la
botella, an escarchada en su cresta, como vestida de novia, gracias al hielo adhe
rido. Sin mucho esfuerzo, el corcho
surc los aires al comps de una explosin de efervescencia contenida. Acerc el pico de
cristal a sus labios para
beber el elxir afrodisaco, el antdoto ideal para vencer el cerote. Llen la boca en t
oda su capacidad con el
espumoso anodino, trag con valenta. El efecto sedativo fue casi inmediato: se sint
i recompensada, mucho ms
tranquila y convencida de su misin. El temor empezaba a exiliarse.
Luego de media botella de Cristal la vengadora sinti que el tiempo estaba por exp
irar. Se acerc a la cmoda
ubicada al costado de la cama. Apart la silla para contemplar su cuerpo. Delicada
mente, retir el sombrero que le
asfixiaba la cabeza. Una melena cobriza salt furiosa, libre, cayendo en cascada y
recostndose sobre sus hombros,
en clara posicin de descanso. Roz el sedoso pelo con la yema de los dedos, trayend
o a la mente los recuerdos de
las caricias de su madre cuando en las noches de su niez no tena intencin de dormir
. Sigui unos minutos
acariciando su delicada cabellera con ternura angelical, disfrutaba del roce de
los dedos con sus cabellos alisados.
Con mirada nostlgica observaba cmo iban soltando las amarras cada uno de los boton
es del abrigo de visn
negro. Eran cuatro en total y el ltimo cedi con dificultad. La nia mujer abri de par
en par el abrigo, y contempl
con tmida satisfaccin su cuerpo semidesnudo. Se quit el abrigo con resignacin y empe
z a acariciar sus brazos,
palpando cada centmetro de su piel, tersa, lozana, hermosa. Luego subi las manos h
asta toparse con el larguirucho
cuello, mimndolo con suaves toqueteos en crculo. Cerr los ojos en claro estado fant
asioso, se llev las
extremidades superiores a la altura de sus pronunciados pechos. Los pezones desp
ertaron, aumentando de tamao
luego del reposo obligado. Sin pena alguna, la palma de la mano derecha se rebel
y descendi sigilosa ms all del
vientre hasta toparse con la puerta del placer. Su piel estaba recubierta solo c
on ropa interior, de la ms fina y
costosa, tejida a mano con hilos de seda de la India, pigmentada con tonos rojiz
os y recargada con encaje negro en
los bordes. Era la tpica vestimenta extremadamente sensual diseada para excitar al
compaero de cama.
La mezcla de colores en la ropa ntima demarcaba con altivez la esbelta figura de

la emperatriz de cara triste que


se miraba en el fro espejo de un hotel de lujo. Su hermosura retaba a la imaginac
in. A pesar de las afrodisacas
piezas erticas, el maniqu con corazn de nia tena ganas de llorar por un vaco injusto,
por un desamor adquirido.
Cogi nuevamente la botella de champagne, sorbi confundida, intent beber ms del lujur
ioso brebaje, pero sus
labios no pudieron contener la presin de las burbujas. El licor empez a manar de s
us labios, desparramndose por
sus pechos en cada libre. El fro lquido juguete sin vacilar con el menguado esplendo
r de unos senos antiguamente
macilentos por la soledad, la depresin y la mentira. El estmulo de la insistencia
trmica dispar la sensibilidad de la
dermis; poco a poco los pezones abandonaron el desinters, se hincharon cual flor
abierta en primavera, y gritaron
desesperados en busca de caricias. Rebozaban de vicio, lujuria y excitacin, queran
ser agredidos sin miramientos,
despiadadamente, con abuso. Ella se percat, haban crecido tanto que daba la impres
in de que el sostn se
rompera. Suavemente apart la parte baja del sujetador para facilitar la liberacin d
e un pecho sediento, ansioso de
mimos. Con las manos intent subirlo al infinito, buscando contacto erctil con la p
unta de la lengua, que,
resbaladiza, logr humedecer la cpula del pezn. Mara Fernanda empez a sentir vapores d
e obscenidad nunca
vividos, siempre fantaseados, pero reprimidos por considerarlos pecaminosos. El
fuego de sus pechos se propag
con rapidez; ya la entrepierna haba sido invitada al festn y comenzaba a baar sus p
liegues, la humedad adverta la
posible llegada del orgasmo, pero, de sopetn, el poder racional asesin de cuajo el
srdido deseo de ser ultrajada

por la autosatisfaccin y dome con firmeza los impulsos de sus hormonas.


Mara Fernanda tom la silla de la cmoda, la acerc para sentarse bruscamente, despidi a
l morboso
pensamiento y prorrumpi en sollozos. Recuper la memoria y record el verdadero motiv
o de su visita al hotel.
Hinc la cabeza en los brazos que se haban arqueado sobre el mueble y apret con rabi
a los ojos contra las palmas
de las manos. Un grito desolador fue el protagonista de su declamacin.
Qu me hiciste, maldito? ulul sin calibrar el volumen en la garganta . Me hiciste pedazo
s, eres un maldito.
Por qu me mentiste de esa forma, tan vil, tan sucia? Te odio por siempre, Pachi, t
e odio, te aborrezco, eres un ser
despreciable, eres una mierda. Pero me las pagars, ac o en el infierno, te prometo
que me las pagars.
El sollozo desconsolado era fiel testigo del dolor que estremeca el hermoso cuerp
o de una mujer vaca, infeliz,
traicionada. Por ltima vez, la fina botella de alcohol espirituoso ahog el llanto.
En esta ocasin no hubo inundacin,
se bebi todo el resto que quedaba en el envase color mbar, no dej escapar ni una so
la gota del exquisito lquido.
Se levant de la silla y lanz la botella contra la pared a su espalda; el choque re
pentino pulveriz el cristal. Se
acerc al bolso que descansaba sobre la suntuosa cama de la habitacin cuarenta del
hotel Imperial. Meti la mano
hasta el fondo de la prenda de vestir y extrajo primero una daga rabe de afilada
hoja, cortante por ambos costados.
El metal brillaba a la luz del sol que se filtraba por la ventana; los rayos se
reflejaban cual espejo en el pual. La
empuadura estaba hecha de acero, revestida de oro macizo, y coronada por una cabe
za de len, un arma muy
similar a las usadas por los capitanes de la Armada Invencible. Con la mano opue
sta, cogi otra arma de naturaleza
muy diferente, una Luger, negra como la noche, simple, con cachas de madera en t
onos de caoba intenso, tpica de
los agentes de la temida SS. Tom los utensilios de matar, armamento antiguo que f
ormaba parte de la coleccin
privada de su padre. Se volvi a sentar frente al espejo, acerc un pequeo recipiente
parecido a una vasija para
depositar anillos y lo coloc frente a ella de cara al espejo. Sin soltar vocablo
alguno, sumida en su propia e
interminable introspeccin, cogi la daga, la enterr con fuerza en la palma de su man
o izquierda, desliz el cortante
filo y abri una herida bastante profunda. Una mueca de dolor se escap al infinito,
pero no hubo gritos ni reproches.
La sangre comenz a manar sin obstculos, un fino hilo constante de tejido lquido que
se acumulaba en la vasija.
Cuando Mara Fernanda consider que haba suficiente tinta corporal trat de bloquear la
herida con un rudimentario
torniquete, hecho con una toalla de algodn que descansaba al costado de la cmoda.
Apret la palma herida contra
la tela de la toalla y logr disminuir considerablemente la hemorragia. Introdujo
el dedo ndice de la mano derecha en
el improvisado tintero, lo escurri un poco para evitar derrames innecesarios y em
pez a escribir una corta oracin
en el espejo frente a ella, teniendo cuidado de no chorrear la letra de molde. E
l mensaje deba ser claro, legible,

enftico. Luego se incorpor, repiti el escrito en las cuatro paredes de la habitacin


como si se tratase de una plana
de castigo en el colegio. Lo estamp una y mil veces en lugares estratgicos donde t
odo simple observador pudiese
entender la acusacin. Tuvo la frialdad de medir el secado de la sangre sobre cada
pared, el espejo, y el mobiliario
manchado, incluso cuid el detalle de repasar una de las paredes donde la horrible
tinta roja se haba corrido un
poco. Su malfica venganza, o ms bien autodestruccin, haba empezado segn el mapa estab
lecido.
La prdida de sangre y las punzadas de la herida comenzaban a minar sus fuerzas. S
e dio cuenta y rauda inici la
segunda fase de su locura: la parte del clmax, la imponente, la desquiciadamente
morbosa y sdica. Se sent por
tercera vez en la silla frente al espejo de la cmoda, respir copiosamente en tres
ocasiones para recobrar energas.
Cada una de las inhalaciones la obligaba a cerrar los ojos en busca de descanso,
de alivio, de penitencia. Clav la
mirada sobre la Luger que reposaba justo al lado. Empundola con la diestra, acerc e
l can a la boca. Antes de
introducirla, la admir con delicadeza. Saba de su poder mortal. Ver el orificio po
r donde saldra la bala la hizo
suspirar. El color del fro metal la sedujo, la excit, le subi el morbo. Un pcaro hor
migueo se gest en los labios,
introdujo el can del arma en la boca, fantase con un miembro erecto, muy slido, duro
, castigador, de esos que
reparten orgasmos perpetuamente. Sus pezones volvieron a la vida, se saturaron d
e pasin. La entrepierna empez a
drenar una fuente de placer confuso, desatado por el can que sus labios acariciaba
n de principio a fin. La

excitacin combinaba ingredientes perversos, masoquistas, sdicos. Haba dolor, placer


y muerte, rara combinacin
para una venganza. Con sutileza, sac la punta de la Luger de la boca, la fue baja
ndo por las laderas abultadas de
sus pechos, descendi rumbo a la fogosa vulva, hasta acariciar sus labios inferior
es. Un placer pervertido, malsano la
transport al xtasis supremo. Quera ser penetrada, quera ser amada antes de morir. Ju
g con su entrepierna un
par de minutos y cuando sinti que el volcn podra esparcir lava, sus ojos se hinchar
on de muerte. Alz la pistola
totalmente mojada, la pos sobre el parietal derecho, aferr el ndice al gatillo y se
mir por ltima vez en el espejo
antes de despedirse para siempre.
Pachi, eres un maldito, te ver en el infierno. Francisco, perdname por lo que voy a
hacer. S que me
entenders cuando pase el tiempo. Recuerda que te am por siempre, eres mi pequeo pri
ncipito de luz.
El disparador de la Luger cedi a la presin ejercida por el dedo, la bala deton y un
a explosin seca determin
el final de la obra. El teln descendi y con l se apag la vida de Mara Fernanda. El fu
ego escupido por la pistola
germana atraves el frgil crneo de la nia mujer; en menos de un segundo el corazn se f
ragment en dos
universos. El impacto lanz el cuerpo hacia el costado opuesto, las sbanas de seda
y el cubrecama bordado se
impregnaron de sangre, muerte, venganza e intolerancia. Ella lo haba jurado, nadi
e le dio crdito a su desdicha.
Ahora haba iniciado la peor, la ms absurda de las venganzas. La habitacin cuarenta
del hotel Imperial era la tumba
de la mujer triste. Su improvisada confesin rezaba en todas las paredes: Pachi, er
es un maldito marica .
Captulo 4
La inocencia de Francisco. Abuelo, qu es un marica?
Madrid, tres aos despus
La capital se abri de brazos para recibir el fresco aire de primavera. Los madril
eos se despedan del crudo
invierno, colgaban sus abrigos, bufandas y cuanto vestuario les recordase la est
acin ms triste del ao. Raudos los
citadinos se abalanzaron sobre parques y cafs de la urbe. La idea era simple: res
pirar aire fresco, restaurar las
energas, renovar el guardarropa y, ante todo, sentir el corazn alegre. En el fondo
, ese es el significado de la
primavera.
Como era costumbre, don Francisco Alfonso Bentez pas a las cinco de la tarde por e
l portal del colegio
Ignaciano, a escasas calles de la capilla de Santa Cruz, para recoger a su nieto
Francisco Esteban. Don Paco, como
le llamaban sus colegas, amigos y clientes, haba cambiado demasiado en el ltimo lu
stro. De golpe se convirti en un

hombre bastante taciturno, algo hurao, muy distante de su profesin de abogado, que
llevaba ms de tres aos sin
ejercer, todo a raz del duelo por laprdida de su amado y valiente hijo, el general
RafaelAurelio Bentez Mondarn,
tragedia que cumplira el tercer aniversario al finalizar la prxima estacin climtica.
El da lo reparta metdicamente entre cuidar de su jardn al amanecer, sacar tres veces
de paseo a Pancho, su
pastor belga, nico amigo, fiel e inseparable compaero de penurias, goces y juegos
amigables, y recoger a su nieto
en el cole, siempre puntual, a las cinco de la tarde, menos el primer lunes de c
ada mes, cuando sala dos horas ms
temprano de lo acostumbrado. Don Francisco llevaba mucho tiempo sin rer. De hecho
, sus labios haban olvidado la
manera de contorsionarse al momento de expresar una flcida sonrisa irnica. Desde q
ue parti su primognito, solo

llanto, rabia e impotencia anidaban en el corazn del viejo ermitao; las ganas de v
ivir comenzaron a adelgazar
paulatinamente. Incluso su antigua fe, de la cual siempre se jact de que era a pr
ueba de balas, termin por
desvanecerse en la primera misa por el recordatorio de su vstago. En plena liturg
ia sus ojos sangraron de tanto
llorar, pero fue la ltima vez que lo hizo; as lo jur y cumpli su tozudo compromiso.
Ese da el corazn desterr
todo vestigio de fe alguna, ese da ni siquiera se despidi del Cristo Redentor, ant
iguo gran amigo, que esta vez le
miraba triste desde la base del altar mayor de la iglesia, sin poder darle una e
xplicacin al nuevo crtico, movido por
el dolor de padre doliente. Ahora el viejo solo proclamaba que la fe vive hasta q
ue la tragedia triunfa .
Siempre que se reuna con el nieto a la salida de clases, don Paco reciba una liger
a caricia en el alma, un premio
del universo. El rapazuelo era el nico capaz de darle la mnima razn de vivir, la vi
tamina perfecta contra la apata.
Era, adems, la viva imagen del hijo desdichado. En esta ocasin, para celebrar el n
acimiento de la primavera, el
abuelo decidi tomar un atajo para compartir una tarde diferente con el muchacho.
Juntos atravesaron el parque del
Retiro, con la firme idea de apartarse de la realidad. El nio andaba feliz, pues
no hara las tareas del da en el horario
habitual. El viejo, por su parte, tendra tiempo de charlar un poco ms de la cuenta
. Quizs las aventuras escolares
del heredero les diesen un giro a sus emociones vacas. Comenzaron la tertulia a m
edida que caminaban por el lago
mayor deleitndose con la vista que ofreca la naturaleza engalanada para recibir la
nueva estacin. Patos, gansos y
cientos de aves se zambullan en las fras aguas del estanque. Los pjaros cantaban si
n cesar; haban comenzado a
regresar de las tierras clidas de su ltima migracin. Las flores se abran con desmesu
rado placer ante las pinceladas
de un sol an tmido, pero imponente. El pico de los pajarillos violentaba los pisti
los de las miles de flores
multicolores que convivan en el inmenso parque.
Mientras caminaban, el pequeo contaba las habituales peripecias de un escolar en
su afn por entender el
universo. Preguntas iban, respuestas bsicas venan. El quehacer diario en las aulas
de estudio, los suspiros por el
primer retortijn del corazoncito al ver a la nia de sus sueos, compartir las traves
uras entre amigos, etc. El abuelo
disfrutaba fascinado de la conversacin que le sacaba un poco de su tristeza, y ve
rta un chorro de luz sobre su
funesta y perenne depresin. La catarsis fue tal que el abuelo disimul una ligera s
onrisa ante el deseo de su querubn
de seguir la carrera militar como herencia paterna. Con una simple pregunta, Fra
ncisco Esteban se convirti en el
globo de helio de su abuelo, le infl de tal manera el ego al amargado viejo que l
e transport a su poca ms feliz de
catedrtico en la Universidad de Madrid cuando imparta lecciones de derecho romano
cual erudito del senado de
Octavio Augusto.
La voz del diminuto interrogador le son a gloria al odo de don Paco, que empez a fo
rmular su emotiva

respuesta.
Abuelo, me podras contar otra vez la historia de la batalla de la Caada? Donde pap ma
t a todos los
soldados malos y le dieron una medalla.
Don Paco satur sus pulmones de un aire melanclico, haciendo acopio de las fuerzas
necesarias para volver a
contar su historia predilecta, que por instantes le regalaba un suspiro de vida.
El viejo empez a declamar su novela
favorita.
Claro, Francisqun. Tu padre era un hombre de valor incalculable. Cuando apenas era
todava capitn del
ejrcito de Espaa, al mando del gran Generalsimo, se le dio la misin de custodiar la
fortaleza militar, digo, la
guarnicin o el puesto, como tambin se le conoce, del paso de la Caada en el frente
del este, a pocos kilmetros
de Madrid. Era un sitio estratgico que controlaba prcticamente la mayor parte de l
a regin. Pues tu padre, al
mando de un pequeo batalln menguado, durante ms de veinte das resisti el ataque despi
adado de los rojos,
esos malditos asesinos comunistas que intentaron quedarse con el pas. Por cierto,
Francisco, recuerda siempre lo
que ya te he dicho varias veces sobre el comunismo, nunca lo olvides: Dios nos re
gal la vida, la luz, la esperanza, la

fe Entonces el demonio nos regal el comunismo . Volviendo a la historia, tu padre, c


omo recordars, era
inmenso, del tamao de un oso salvaje, valiente a toda prueba, un hombre que infun
da miedo cerval en sus
enemigos. Pero enfrent esta batalla en particular con escasez de municiones y sol
dados; estaban en desventaja de
seis a uno. El enemigo lo saba y pens que acabaran con ellos, pero tu padre jams se
arredr, nunca dud en
pelear hasta la ltima gota de sangre. No solo hizo frente al enemigo cual guerrer
o furioso, sino que los liquid con
astucia e inteligencia de contrataque. Por s solo dio cuenta de ms de cuarenta mil
icianos, o sea, l solo con sus
propias manos mat a ms de cuarenta enemigos de Espaa. Te imaginas, Francisqun, el hon
or de haber tenido un
padre tan valeroso? Por esta y por muchas otras razones de guerra, el propio Fra
ncisco Franco, el gran
Generalsimo, el caudillo de Espaa, en persona le impuso la medalla al valor, la La
ureada de San Fernando, que tu
padre siempre exhiba con gran orgullo. Ten en cuenta, adems, que tu padre fue heri
do en combate en el brazo
derecho. Pero aun con el brazo reventndole, enloquecindole de dolor, cubierto de s
angre, no solo gan la batalla,
sino que captur al capitn de los rojos y le fusil, como debe ser, frente a toda la
tropa capturada, dndoles una
leccin de valor que Espaa entera recordar por siempre. Tu padre fue un hroe en esta
guerra estpida, pero
necesaria. Era un gran tirador con rifles o pistolas, nadie tena mejor puntera que
l, saba dnde apuntar y parar en
seco al enemigo. Fue un verdadero hroe para Espaa y para m. Obviamente, es alguien
a quien debes siempre
admirar por haber sido tu padre.

El abuelo se inspir al mximo en su exaltacin del honor de la familia, encarnado en


la figura de su hijo muerto
trgicamente. No ahorr detalles sanguinarios y fatalistas, suavizados de vez en cua
ndo ante la mirada atnita del
nieto, quien disfrutaba con placer incalculable el pasado heroico de su progenit
or, de su valiente caballero de la corte
de Espaa. Cada vez que poda, el pequeo les espetaba a todos los compaeros de aula la
hombra de su gran
general, del valiente guerrero, del gran emperador de casa. Mientras ms veces el ab
uelo le contase la historia, ms
sazn apareca en la novela, ms muertes, ms valor, ms sangre, ms hombra. De ese modo, el
chico siempre
tendra suficiente trama para enaltecer la figura paterna ante su peculiar audienc
ia escolar.
Por minutos, el nieto qued abstrado, sintiendo en cada palabra de la narracin la om
nipresencia de su amado
padre, del soldado de sus sueos, del gladiador favorito. El cuento declamado por
el abuelo siempre terminaba
hipnotizndole. Pero esta vez unos minutos bastaron para romper el hechizo, ambos
reanudaron el trayecto en el
parque, que se estaba llenando con un volumen de visitantes fuera de lo habitual
. Tomados de la mano, avanzaron
unos metros; el pequeo, con voz engatusadora, sedujo al abuelo, logr convencerle d

e comprar un par de helados


de chocolate con vainilla, tpicos de la estacin. El viejo acept complacido luego de
haber revivido el pasado
heroico de su hijo, el general Bentez. Se detuvieron en el kiosco de la famosa he
ladera La Condesa, que bordeaba
la estatua del ngel Cado, y compraron un par de barquillos antes de emprender el c
amino de regreso a casa, pues
el tiempo se cerna amenazante sobre los deberes escolares.
No haban dado ni un par de chupadas al semicongelado dulce en conos de galleta cu
ando de la nada el menor de
los Bentez ingenuamente solt un trueno con su boca. Sin querer, hizo la pregunta ms
peligrosa o quizs la ms
temida y odiada por don Paco, la tpica pregunta que siempre obviamos, a sabiendas
de que algn da nos
abofetear el cachete y tendremos a la fuerza que poner la otra mejilla, casi que
por obligacin o por simple capricho
de la historia.
Abuelo Paco, qu es un marica? pregunt el angelito con mirada risuea, ausente de toda c
ulpa, inocente
ante el vendaval que le caera una vez interpretada la duda. Era la primera vez qu
e oa esa palabra y su ms cercano
confidente, la persona a quien poda pedir ayuda para interpretar las curiosidades
de la edad, era su abuelo paterno.
El anciano detuvo intempestivamente su andar. Su cuerpo qued paralizado. El ngel C
ado mir de soslayo,
frunci el ceo y empez a volar tan alto como pudo, no quera participar en la refriega
verbal que se avecinaba. El
aire se congel, el tiempo se detuvo, el Palacio de Cristal estall en mil pedazos;
todo el parque se convirti en un

atnito bosque petrificado. Era obvio que la inslita pregunta haba calado hondo en e
l abuelo, tanto que le
despedaz el alma. Sin medir fuerzas, el viejo apret con furia la diminuta mano de
su descendiente mientras el
pequeo se retorca de dolor. Colrico, el atormentado hurao le grit:
De dnde coo has sacado esa sucia palabra? Quin te ha enseado a decir sandeces? Si fue
n la escuela,
inmediatamente voy a quejarme con el propio director, el padre Aristizbal me va a
or reproch con excesiva
furia ante los asustadizos ojazos del chaval.
El interrogatorio apenas comenzaba; el abuelo, bastante endemoniado, aguardaba l
a justificacin. Como no haba
respuesta, el verdugo tom de los hombros a su vctima y la sacudi con fuerza mientra
s suba el tono de sus
amenazas. El viejo pareca un poseso, sus ojos se enrojecieron de ira, odio y la r
ancia sensacin de impotencia ante
una simple pregunta que sali de la boca de su propio e indefenso nieto. El pecami
noso y arrabalero descalificativo
eclips por completo la tarde, los vientos de primavera alcanzaron fuerza de galer
na reproducindose con fervor.
Abuelo, me haces dao!

chill el acusado, tratando de aminorar el dolor.

Francisco, no estoy para juegos. Esa palabra es una gran ofensa, en mi casa est pr
ohibida. De dnde coos
la has sacado? Dnde la has escuchado? Vamos, habla de una buena vez!
Insisti el viejo en espera de alguna respuesta ingenua que pudiera aclararse con
un par de nalgadas y listo. Pero
el destino le tena jurada una mala pasada, de esas de las que es mejor a veces no
enterarse, o, como reza el refrn,
no aclares, que oscurece .
Perdona, abuelo, no saba que era una palabra fea, pero es que escuch a la abuela en
casa llorando y o
cuando le deca a doa Clemencia, la costurera, que a mi padre le haba matado un mari
ca en Pars. Solo pude
escuchar eso detrs de la puerta. La abuela me rega cuando me vio escondido. Perdname
, no la volver a
repetir, te lo juro, abuelito.
Concluy el acusado su versin mientras se enjugaba las lgrimas con la manga de la ca
misa, e inmediatamente
abraz al viejo buscando paz, o tal vez encontrando aliento para enfrentar el mied
o alborotado en su corazn, un
terror que casi le impeda respirar.
Don Paco se llev las manos a la cabeza. Con la izquierda retir su sombrero a cuadr
os de Burberry, que le
acompaaba en das especiales. Con la otra, se rasc la cabeza, como hurgando en su bl
ancuzca cabellera, un tanto
despoblada, alguna respuesta, alguna razn para no matar a su esposa por ser tan i
ndiscreta a la hora de abrir la
bocota. La respiracin dej de acelerarse, persiguiendo algo de calma, trag un sorbo
de saliva con esencias de hiel.
La rabia le hencha el hgado, estaba por reventar. Giraba sobre sus talones en ngulo
s de ciento ochenta grados en

bsqueda de pistas en el horizonte, pero nada le devolva el sosiego. Al verse descu


bierto, pate el pavimento
levantando una cortinilla de polvo mezclado con polen primaveral. Se inclin hasta
colocar su ojazos cejudos frente a
la mirada aterrada de su nieto, y con voz calmada a la fuerza pero no menos inqu
isidora le susurr al odo.
Dijo algo ms la tonta de tu abuela? Mencion algn otro detalle, alguna otra palabra rar
a, algo que no
conozcas, que te cause curiosidad? Dime la verdad, bonito. Pronunci algn nombre, di
jo algo sobre el maldito
marica? Alguna otra historieta extraa, que no conozcas o te suene prohibida o peca
minosa?
No, abuelo, no escuch ninguna otra palabra rara. Solo pude or eso, que me dio curio
sidad porque se trataba
de mi padre. Del resto, yo no saba que Pars quedaba en Espaa, as que menos me he ent
erado del significado de
esa sucia palabra, que no volver a repetir jams, te lo prometo.

El nio intent seguir conversando, pero el abuelo, cansado, lo fren en seco. Le puso
con delicadeza la palma de
su mano en la boca, aclar la duda geogrfica del chiquitn sobre la verdadera ubicacin
de la Ciudad Luz y le pidi
silencio. La solicitud fue aceptada con inmediatez porque el miedo en ocasiones
nos recuerda el tiempo de actuar
acorde a las exigencias. Antes de terminar la absurda conversacin, el mayor de lo
s Bentez le pidi al nieto que de
ahora en adelante no repitiese ms esa horrible palabra, que envolva muchas cosas m
alas, aborrecidas, cuestionadas
por Dios y la Iglesia en pleno. Le lleg a recalcar que el mismo demonio la haba cr
eado y la usaba a su antojo y
conveniencia para destruir a seres puros. Le oblig a prometer que nunca le hablara
a la abuela de esta
conversacin. Es ms, prcticamente le oblig a jurar ante el Ser supremo, aquel de cuya
existencia dudaba desde el
da que enterraron a su primognito, que jams hablara con nadie de la conversacin entre
ambos, que sera un
secreto entre dos amigos. El prvulo asinti con su cabecita, confirmando su aceptac
in de los trminos del acuerdo
y de inmediato le rez a Dios un padrenuestro pidiendo perdn por haber dicho una pa
labra tan cochina.
El abuelo empez a caminar con sus manos en los bolsillos de la chaqueta marrn de a
lgodn americano.
Caminaba con la vista perdida en el horizonte, concentrado en el discurso que ib
a a echar en casa. Es que Teresa
me va a or , murmuraba con cada paso que daba, sin darse cuenta de que su nieto mar
chaba a dos pies de
distancia. El trayecto transcurri sin que ambos cruzasen media palabra. El abuelo
solo pensaba en la pelea de casa;
el infante se concentr en implorar perdn por sus pecados, tema consecuencias mayore
s y por eso se refugi en los
brazos de su Cristo Salvador, que le colgaba del cuello por fuera del uniforme e
scolar. A pocas calles de la casa, el
abuelo quiso aclarar una de las posibles dudas.
Por cierto, Francisco, tu padre muri en un robo en Francia, es verdad. Unos asalta
ntes malnacidos le quitaron
la vida de un disparo por la espalda, a traicin, sin darle oportunidad de defende
rse, por eso mi rabia le coment
el abuelo al entrar en el portal de casa, para que el muchacho entendiera mejor
la versin oficial de cmo haba
muerto su amado padre.
Captulo 5
El triste entierro de Castellanos
Galicia, un da despus del asesinato de Castellanos Iturbe
La plaza del pueblo empez a vaciarse. Los vecinos, entre sollozos, empezaron a re
coger los cadveres tendidos
en el pavimento, justo al pie del muro de la Iglesia del Perpetuo Socorro, testi
go silencioso, pasivo, casi efmero, por
haber visto tantos infelices ajusticiados por el salvajismo de una guerra cruel
entre hermanos. Los ms atrevidos se
enfrascaron en la tarea de limpiar los recuerdos sanguinolentos, tatuados en los
muros de la iglesia, ya cristalizados

por el efecto de la ventisca invernal, mientras un grupo de amigos levantaban lo


s cuerpos de dos de los asesinados
para trasladarles a sus casas e iniciar los rezos velatorios. La tercera vctima,
el profesor madrileo, yaca boca
abajo, con la mirada al este. De su cabeza todava manaba una fuente abundante de
sangre clida que abri un surco
sobre la fina capa de hielo que cubra los adoquines de la calle San Gregorio, ant
es de congelarse en diminutas
formas de tmpanos rojizos. No tena amigos ni familiares. El Marica era su nico doli
ente que, como en los buenos
tiempos, le abrazaba con ternura, le limpiaba la cara con el sobrante acuoso de
sus propias lgrimas. Con llanto
desgarrador pero callado expresaba toda la ira de su corazn. Las venas del cuello
queran reventar para liberarse
de la tensin acumulada en los ltimos das de un juicio a la intolerancia. Los maxila
res rechinaban con

desesperacin, casi resquebrajando los molares, mitad por el viento helado, mitad
por el amor dolido. Por las
comisuras de los labios se filtraba un riachuelo de saliva spera, preada de impote
ncia. Sus prpados ennegrecan
los espacios de luz. El Marica se aferraba al cuerpo de su maestro y amigo que a
fin de cuentas se transform en
amor imposible. Le haban arrancado parte de su esencia, su razn de vida.
Un par de buenos samaritanos, vestidos con indumentaria del campo, casi harapien
tos, se le acercaron para
brindarle ayuda en el traslado del masacrado cuerpo, bien a casa de sus familiar
es, o directo al velatorio. El Marica
par de llorar para darles las gracias, pero con voz fragmentada, ronca, casi impe
rceptible, les record que el
profesor no era de Galicia, que no tena familia en la zona, que l mismo le llevara
a Madrid para su entierro junto a
amigos y algunos exfamiliares no homofbicos. Los andrajosos campesinos se asustar
on ante el repetitivo
comentario del Marica. Le advirtieron de su locura, pues llegar a Madrid podra si
gnificar la muerte segura.
Conversaron un buen rato hasta que las recomendaciones fueron aceptadas. Total,
el catedrtico haba roto sus
relaciones con sus consanguneos; adems, su exesposa e hijos se haban trasladado a Mj
ico apenas se inici la
guerra. Daba igual cul fuese el lugar para darle cristiana sepultura. La tierra e
ra solo tierra, en la guerra no
importaba la ubicacin geogrfica. Era mejor enterrarle en un sitio identificado que
dejarle en manos de los
nacionalistas, que lo echaran sin contemplaciones a una fosa comn. Es lo mismo , pens
el Marica. Total, su amor
ya est lejos de este podrido mundo, rumbo a la paz eterna, camino a la luz, a la
libertad.
Entre los tres cargaron el rgido cuerpo, que haba duplicado el peso por la congela
cin. Lo colocaron en una
carreta usada para transporte de verduras y emprendieron el camino rumbo al viej
o cementerio del pueblucho. El
trayecto pareca infinito. La lentitud de la famlica mula que tiraba del carruaje h
aca ms pesado el movimiento de
las manecillas del reloj. En la mirada extraviada de los hombres de campo se dib
ujaba una sombra de duda
pecaminosa sobre la relacin de los pasajeros recostados en la plataforma trasera
de la carreta. Los labriegos
empezaban a dar crdito a las palabras finales de Bentez cuando sentenci los gustos
sexuales del ajusticiado. Era
evidente que el joven a cargo de la custodia del difunto no era familiar cercano
; algo les una profundamente, pues la
manera de llorar, el dolor exageradamente conmovedor, el amor expresado muy inte
nsamente iban ms all de la
tpica relacin familiar. Evitando comentarios, abrumados por la carga moralista de
la misin, los campesinos
decidieron abstenerse de pronunciar frases inoportunas o palabras mal dichas. Y
solo se dedicaron a hacer el bien

ayudando al joven llorn.


El aire glido cobraba mayor peso en el ambiente, intentando distraer las emocione
s del Marica, que se aferraba
ahora con menos dureza a la petrificada humanidad de Castellanos. Mientras la ca
rreta atravesaba la trocha
empantanada, el deudo empez a revivir los momentos ms especiales de una relacin pro
hibida que naci de un
encuentro fugaz.
* * * * *
La primera imagen en aflorar fue la del da de inicio de clases en la universidad.
El Marica estaba sentado en su
pupitre de estudiante cuando, sin avisar, hizo su entrada triunfal el tutor de l
a ctedra de Filosofa y Letras, el
reconocido licenciado Castellanos. Solo bast una mirada insidiosa del alumno para
entender que definitivamente sus
hormonas estaban en el lugar errado. Un sobrante de morbo aceler las pulsaciones
de su corazn. Los globos
oculares se inflamaron ante tanta belleza corporal pavoneada por el profesor, dnd
ole vida a la tpica relacin soada
por todo chaval que babea por su profesora, aunque en este caso los papeles fues
en peculiarmente distintos. Solo
haba un tipo de sexo. En pleno xtasis visual, el Marica recorra toda la hombruna se
mblanza del nuevo gua
acadmico y celebraba con alegra por haber escogido la ctedra, muy recomendada por l
a meritoria sapiencia de
Castellanos. El reconocido docente era considerado una especie de colirio para l
as fminas, quienes normalmente no
obtenan las mejores notas, pues su grado de concentracin siempre estaba algo difus
o y distrado gracias a la
belleza masculina del tutor.

Rememorar las escenas vividas en la universidad se convirti en analgsico transitor


io para el doliente de la
carreta, al punto de secar el ro de lgrimas y ablandar sus labios, que dejaron de
babear. Continu recordando que
a partir de la segunda clase con Castellanos se esmer en usar mil pretextos para
poder acercrsele; al menos el
profesor haba logrado acapararle horas de deseo platnico al insistente alumno. Rev
is el calendario rutinario de
clases, as como seminarios extractedra o cursos especiales que dictaba Castellanos
, intentando siempre estar en
primera fila. Se volvi una obsesin moderada, hasta que ambos cruzaron miradas y un
simple guio de ojos
encendi la mecha del deseo. Poco a poco, el Marica fue robndole atencin a su maestr
o, usando miles de
estratagemas se gan su confianza y atencin hasta lograr que un simple apretn de man
os transmitiese una corriente
sensorial difcil de explicar, de esas que sacuden todos nuestros rganos del deseo
carnal. El persistente enamorado
saba que Castellanos estaba casado, pero su sexto sentido muy desarrollado le ale
rtaba que detrs de esa imagen
masculina se escapaba una ligereza hormonal hacia el mismo sexo fuera de lo comn
o, ms bien, cuestionada por la
falsa moral de la sociedad espaola, que no admita el concepto liberal de que mientr
as el amor sea puro, no
importa el sexo . Rpidamente entendi que en Castellanos conviva un deseo de libertad
sexual que esquivaba por
clichs culturales, acadmicos y religiosos. Por extrao sortilegio, ambos expresaron
cierta atraccin pecaminosa
saturada de complicidad. Desde el primer flechazo, ambos quisieron fundir los co
razones en un mismo placer
lujurioso.
Finalizado el primer trimestre de clases, se dio el gran acontecimiento que marc
ara la vida de ambos para
siempre, sentencindoles a vivir un amor bonito, bello, soadamente imperecedero, el
que todos deseamos que
nunca desaparezca. En plena tarde de verano, cuando el calor se tornaba piromanac
o en su mximo nivel, profesor
y alumno se refugiaron bajo la sombra de uno de los toldos del caf Lorenzo, a esc
asas dos manzanas del
ayuntamiento. Coincidieron en el mismo gusto alcohlico, un buen tinto de verano p
ara acallar los vapores de la
estacin. Hablaron de temas triviales por escasos minutos, buscando romper la frgil
malla de pena, tratando de
encontrar las palabras claves para hincar la daga del querer. El Marica fue ms at
revido. Acometi con preguntas
incisivas, se abalanz sobre la vida privada de su amor idlico, no estaba dispuesto
a despilfarrar tiempo. Castellanos
se franque, ripost con claridad a cada inquietud acerca de su pasado, familia, gus
tos y colores preferidos. Le
habl de su matrimonio, una mezcla de amor, quizs algo de deseo al principio, pero
mucha presin social y familiar.
No se vea con buenos ojos que un catedrtico tan prestigioso continuase en soltera p
rolongada. Tambin coment
de sus dos hijos, pero no abund en detalles ni se esmer en describir nada acerca d
e su mujer. Es ms, explic que
en ocasiones sufri largos perodos de abstinencia por algo que l llamaba incompatibi
lidad emocional, que le
causaba insatisfaccin en el sexo. La confesin se torn amena, se oyeron las miles de

excusas de alguien que no


encuentra razones claras de evasin, ante una verdadera debilidad hormonal frente
a un interrogatorio casi policial
cuyo fin era simple, tcito e ineludible: liberar a Castellanos de un sentimiento
encarcelado en un cuerpo que le es
ajeno, que le produce incomodidad.
Unos cuantos tragos fueron la mejor alquimia, transmutando el miedo en libertad,
dndole brillo a una caricia
disimulada, sutil, sensible, aunque a la vez estruendosa, en la mdula del ms puro
deseo carnal. Ambos se
estremecieron, sus poros exhalaron lujuria. El Marica, ms experimentado en la lib
ertad y creatividad de su cuerpo,
fue atrayendo a su vctima. El catedrtico no daba crdito a las mariposas que zigzagu
eaban en su entrepierna con
alucinante rapidez, al comps del roce de la piel y los versos seductores, desenca
denando el despertar del miembro
viril, bastante incomprendido e insatisfecho en el pasado reciente. Para Castell
anos esta era la primera vez que su
corazn expresaba anarqua, libertad, pero, ante todo, el afn de romper cadenas moral
istas, protocolos o ms bien
conformismos sociales. La fsica moderna hizo su aparicin, recalcando las leyes de
accin y reaccin, pues de un
roce de manos se aceleraron dos volcanes. Se estrellaron dos miradas, antecedien
do a un sculo ahogado,
entusiasta, desenfrenado, simplemente mgico.
El discurso feneci. Fue enterrado con orquesta, pompa, fiesta, celebracin de la bu
ena. Los gestos, las caricias,

los mimos tenan una misin clara: fusionar dos cuerpos en el crisol del amor puro,
hermoso, que achicharra,
indiferente a injustas barreras biolgicas y equivocadas. La suerte estaba cantada
. Con disimulo pagaron la cuenta.
Dejaron una propina tan abultada que el camarero no par de contar su tesoro a pro
pios y extraos durante dcadas
el da que dos amantes prohibidos se juraron amor. El apartamento del Marica fue l
a guarida ideal para saciar un
deseo enfermizamente bello, pletrico de pureza, amor del bueno, de esos que no se
consiguen con ningn juramento
eclesistico. Ambos se entregaron mutuamente, los dos premiaron su libertad. Pero
sin sospecharlo, tambin sellaron
un pacto nefasto con el destino en una nacin donde la intolerancia se interpretab
a con lgrimas ornamentadas de
sangre. La noche fue tan larga como la pasin intercambiada. Juntos recibieron la
puesta del sol; con entusiasmo, el
nacimiento del nuevo da con un cansancio heroico, tras muchas batallas cuerpo a c
uerpo, sudorosos, entre sbanas
de seda, felices de ser libres.
* * * * *
La carreta detuvo su andar vacilante frente al cementerio del pueblo. El conduct
or y su inseparable copiloto se
identificaron ante el guardia del camposanto. Le explicaron que traan el cadver de
un preso recin fusilado esa
misma maana. Supuestamente, el difunto no tena familiares cercanos en la zona, per
o deseaban darle cristiana
sepultura. El vigilante les indic que sin un debido certificado de defuncin, exped
ido por las autoridades militares,
solo podran enterrarle en las fosas comunes, ubicadas en el lado oeste del cement
erio, el ms alejado de las
bvedas y los mausoleos familiares, reconocidos e histricos. El Marica acept sin tit
ubear. Despus de todo, qu
importaba el lugar del hueco donde descansara su amor eterno si al final los gusa
nos haran festn con sus huesos?
Su nica exigencia fue al menos tener un atad decente, pero en esos tiempos no abun
daban los lujos. Una simple
estructura de madera pobre fue el recinto final del ilustre profesor. Con amoros
o esmero, el Marica desnud el
cuerpo del occiso. Un balde de agua fue suficiente para limpiarle los residuos s
anguinolentos, pegados a la cabeza.
Con delicadeza limpi la tierra acumulada en parte de sus extremidades. Todos se h
orrorizaron al ver los rastros de
una tortura inclemente, dibujada cual claroscuro en la humanidad de Castellanos.
Los moretones parecan islas
amontonadas en su pecho, piernas y brazos; no haba lugar inmune al sadismo de sus
cobardes captores.
Con suavidad colocaron el difunto en el improvisado cajn de muerto. Lo sellaron c
on siete clavos facilitados por
los administradores del cementerio. Entre los tres lograron depositar el fretro e
n la fosa nmero sesenta y cinco. No
hubo rosas ni coronas de flores, nada de recordatorios ni deudos agolpados a los
laterales de la ceremonia. Solo le
despidieron dos campesinos desconocidos y el Marica. Poco a poco, la madera del
sarcfago se fue escondiendo,
cubierta por una mezcla mitad de tierra, mitad lodo y pequeas rocas. Una simple c

ruz de madera roda simboliz el


descanso de un alma noble, en una parcela comn donde haba ms vctimas que realidades,
ms inocentes que
culpas sensatas, merecedoras del peor de los castigos. La mayora de los inquilino
s de esa rea del camposanto
haban tenido expedientes X . En tiempo de guerra absurda, esta fatdica letra sangrant
e fue usada abundantemente
y sin razn.
Terminada la faena, el Marica les pag a sus gentiles ayudantes con una buena bols
a repleta de pesetas y les pidi
que le esperasen unos minutos en la distancia, pues quera despedirse de su amigo.
Los humildes trabajadores del
campo aceptaron sin chistar; el pago les haba trado un mar de esperanza en plena g
uerra. Esa propina inesperada
dara de comer a dos familias por un par de semanas; aguardar unos minutos era poc
o pedir, estaba ms que
justificado. Aprovecharon el tiempo para llevar la mula a pastar y beber un poco
de agua fresca para sumar fuerzas
antes de emprender el trayecto de regreso a casa, dispuestos a celebrar en grand
e con esposas e hijos su productiva
jornada de trabajo. Quin dira que una fra tarde de invierno cuando fusilaron a tres
inocentes saciara el hambre a
dos familias campesinas de Galicia! Cosas de la vida. En tiempos de sangre unos
lloran, otros celebran.
A solas, el Marica derram sus ltimas lgrimas en la despedida de un amor truncado, i
mposible. Se arrodill
frente a la cruz, extrajo una navaja de su abrigo, y con escasa pericia pudo gar
abatear el nombre del nuevo morador

del santo aposento. Acu la data del entierro, por si algn da se le permita construir
una lpida decente que
suplantase la malformada cruz. Se sent cruzando las rodillas, buscando comodidad
mientras repeta una oracin que
el cura de su iglesia le haba enseado de nio. Fue el mismo rezo que pronunci cuando
muri su padre vctima de
la tuberculosis. Si bien el Marica era de esencia atea, le tena mucho respeto al
lugar de la ltima morada de sus seres
queridos, y Castellanos era el ms especial de todos. Luego recit varias frases, ah
ogado por el llanto de su congoja.
No quera que el da muriese; por primera vez en mucho tiempo rogaba que el astro ma
yor fuese su cmplice,
llenando de luz el espacio a su alrededor. En sus tribulaciones, os pedirle a un
Dios que no conoca, pero al que en
el fondo tema, que tambin se lo llevase a l para poder hacerle compaa a su amado prof
esor, para juntos disfrutar
de las mieles del amor real en algn lugar de luz, que nadie saba si era cierta la
existencia del sitio o si ms bien la
fbula engrosaba nuestras ilusiones creando un ms all que nunca llegara, pero todos q
ueramos vivir como
justificacin de nuestra pobre existencia terrenal. Tal vez no era el momento de f
ilosofar, pero no haba opcin, era la
separacin final, la que duele una sola vez, la de veras. Era el punto sin retorno
de una historia escrita en dos
cuerpos. Toda despedida era permitida, con lgica, o sin ella: sencilla, simple, s
in cuestionamientos.
No quera que el da muriese; por primera vez en mucho tiempo rogaba que el astro ma
yor fuese su cmplice,
llenando de luz el espacio a su alrededor. En sus tribulaciones, os pedirle a un
Dios que no conoca, pero al que en
el fondo tema, que tambin se lo llevase a l para poder hacerle compaa a su amado prof
esor, para juntos disfrutar
de las mieles del amor real en algn lugar de luz, que nadie saba si era cierta la
existencia del sitio o si ms bien la
fbula engrosaba nuestras ilusiones creando un ms all que nunca llegara, pero todos q
ueramos vivir como
justificacin de nuestra pobre existencia terrenal. Tal vez no era el momento de f
ilosofar, pero no haba opcin, era la
separacin final, la que duele una sola vez, la de veras. Era el punto sin retorno
de una historia escrita en dos
cuerpos. Toda despedida era permitida, con lgica, o sin ella: sencilla, simple, s
in cuestionamientos.
El sol se preparaba para dormir, la luz comenzaba a menguar. El Marica entendi qu
e el monlogo no daba para
ms. Se incorpor apesadumbrado, adolorido por el fro, la posicin, las frustraciones.
Sus ojos estaban enrojecidos
de tristeza pero ausentes en el espacio, ya sin lgrimas, exhaustos por drenar tan
to sufrimiento. Su boca tena los
labios cuarteados, heridos, algo sangrantes, sin saliva ronca, sin ganas de habl
ar. Prometi a su amado hacer de su
legado la razn de su existir. Alz la mirada al infinito en busca de alguna excusa,
de alguna prrica verdad, pero solo
sinti un aire glido que le quemaba los prpados. Movi la cabeza en seal de aprobacin, s
onri y emprendi el
camino de regreso a casa. Descubri tristemente que el para siempre siempre llega a
su final. Nada es eterno, todo
en esta vida es un prstamo con fecha de caducidad.

Captulo 6
La habitacin ola a plvora y sesos quemados
Madrid, doce aos ms tarde
La explosin de la Luger negra an retumbaba en los pasillos del hotel Imperial. El
estruendo fue tal que alarm a
los huspedes cercanos. Tambin asust a doa Encarnacin, el ama de llaves encargada excl
usivamente del piso
ejecutivo donde se haba alojado la esposa del general Bentez. Atnitos, los inquilin
os temporales del antiguo
edificio cruzaban miradas silenciosas con los empleados del lujoso recinto. Nadi
e se atreva a certificar la
proveniencia ni la razn verdadera del atpico sonido. Todos sospecharon que haba sid
o un disparo, detonacin
poco comn por aquellos tiempos en lugares pblicos, luego de terminar la guerra.
La empleada del hotel fue la primera que advirti la direccin exacta del trueno con
olor a plvora quemada. Se
aproxim cautelosa a la habitacin del piso cuarto identificada con el nmero cuarenta
. Por respeto hacia los
huspedes, toc a la puerta esperando el acostumbrado reproche hacia las camareras i
noportunas: Venga ms
tarde, no moleste . Pero el silencio sepulcral era prembulo perfecto de una obra trg
ica. Encarnacin volvi a
golpear la puerta con sus robustos nudillos, esta vez con ms rudeza en la madera.
Su voz se hizo presente, en tono
desafiante pidi permiso para entrar. Al no recibir respuesta, decidi hacer uso de
su llave maestra para facilitar el
acceso a la habitacin. Cuando haca girar el pomo de la fina puerta de madera noble
, tres guardias civiles, de

mediana graduacin, suban a escape las escaleras en busca del origen del misterioso
sonido, perfectamente
reconocible para ellos gracias a su experta audicin en prcticas de tiro y combate.
La puerta se abri sin ofrecer resistencia y la empleada domstica se adentr pausadam
ente, con cierta timidez, al
interior de la habitacin. El pasillo central de la suntuossima recmara no facilitab
a la labor de espa. Sin embargo, el
fuerte olor a plvora quemada, combinado con el ligero pero inconfundible efluvio
de la carne chamuscada,
presagiaban un espectculo funesto. Ya antes de pasar al dormitorio, a dos tercios
del tnel central, la empleada
comenz a sudar fro y temblar a causa del ambiente espeluznante que apareca pintado
frente a ella. Las paredes
lucan un collage de rojo intenso poco comn, claro narrador omnisciente de una trag
edia. El ama de llaves solo
divis parte de un cuerpo postrado, acariciado por un charco de sangre, totalmente
deforme, y una nota escrita con
tinta humana, multiplicada en todos los rincones del cuarto. El miedo y la subid
a del azcar le impidieron leer el
decadente mensaje antes de despachar un alarido que despert a todo Madrid. Sin pa
usa sali despavorida de la
habitacin nmero cuarenta. Era la primera vez en su vida que se enfrentaba a una vi
sin tan espantosa, grotesca,
cadavrica. Como alma que lleva el diablo, surc a toda velocidad la galera que separ
a a las habitaciones del piso,
rumbo a la escalera de servicio. Solo el nombre del gerente del hotel se oa clara
mente entre sus desesperados
gritos.
DonAgustn, donAgustnnnnnn
que la

exclamaba la dama de servidumbrebuscando consuelo, un amigo

socorriese, que le ayudase a salir del infierno visual, alguien con la frialdad
necesaria para despertarla de tan horrible
pesadilla. El ulular de Encarnacin avis a los despistados guardias civiles que, co
mo siempre, estaban en el
escenario equivocado. La interceptaron en la escalera del tercer piso. Trataron
de detenerla, pero con fuerza salvaje
la mujer los despach con un solo empujn. Apenas atin a decirles el piso donde desca
nsaba la muerta. A paso
redoblado, los milicos llegaron con la lengua afuera a la cuarta planta. Como de
costumbre, desenfundaron sus armas
de reglamento. Trataron de calmar a los presentes, curiosos desprevenidos que as
omaban las narices en busca de
saciar el morbo visual. Dos de los soldados intentaron sellar el permetro de la e
scena del crimen junto con tres
habitaciones equidistantes del nmero cuarenta, de norte a sur. El oficial de mayo
r graduacin se acerc a la
habitacin, deseoso de dilucidar el misterio de la histrica empleada. Con despropor
cionada cautela entr en el
aposento, siempre cubrindose las espaldas con alguna pared que pudiese proteger s
u retaguardia. Una vez dentro,

hizo un reconocimiento rpido y luego recorri con los ojos la sala principal. Se pe
rcat, desde luego, de la
presencia del cadver, pero no estaba claro si an haba un tercero en discordia en la
habitacin. Revis cada
milmetro, cada ngulo, hasta cerciorarse de que no haba otros invitados en la fiesta
.

Un minuto despus lleg bufando don Agustn Salcedo, el gerente del hotel. El militar
le recibi de manera brusca
y ambos intercambiaron seas de identidad en busca de sosiego, los dos tenan respon
sabilidades diferentes en el
sitio. A vuelo de pjaro, la habitacin pareca inclume; solo una botella de exquisito
champagne desentonaba en el
macabro retablo. El morbo socav el nimo de los testigos, robndoles la concentracin a
bsoluta. Mara Fernanda,
muy a pesar suyo, no era el centro de atencin. La nota escrita con sangre calient
e en las paredes absorba, atraa las
miradas de ambos y de todo mortal cual pieza nica de museo. El mensaje, ms all de l
o dantesco, era muy
particular; sonaba hasta curioso, como sacado de alguna revista amarillista. Quin
coo era el tal Pachi?
Obviamente se trataba de algn marica importante, capaz de llevar al suicidio a un
a mujer de las familias ms
acaudaladas de toda Espaa. La mismsima hija de don Toribio Lpez de Pea y esposa del
tan odiado general
Bentez, uno de los hombres de mayor graduacin en la casa militar del caudillo, se
haba quitado la vida. Joder! ,
pens el aterrado Agustn, por qu coo tuvo que venir a suicidarse en mi hotel? Por qu f
tan imbcil? Deb
haber respetado el manual . Menudo lo se iba a armar, y lo peor era que haba sido el
propio gerente quien facilit
la entrada de la descerebrada asesina en el lujoso hotel.

Mara Fernanda Lpez de Pea era la nica hija del dueo de dos de los ms ledos e influyent
s diarios de la
nacin. Su padre era, adems, el mayor accionista de la banca, los seguros y la indu
stria naviera. Tena empresas

muy rentables en la pennsula y en Mjico, su segunda patria. De hecho, la nia Mara Fe


rnanda jams vivi los
rigores de la Guerra Civil, pues fue trasladada a Monterrey, a una de las fincas
ganaderas de don Toribio, hasta que
termin el conflicto. Su poder, aunado a un crculo social de polticos, militares y r
eligiosos, le convertan en el
individuo ms acaudalado e importante de toda Espaa, despus del Generalsimo y del obi
spo Juan Vicente Ocaa.
Como buen hombre de negocios, Lpez de Pea siempre se las ingeni para estar con Dios
y con el diablo, es decir,
a veces le daba un tiro al gobierno y otro a la revolucin con tal de preservar su
privilegiada posicin y su elevada
cuota de poder. Sobre todo esta ltima, porque el poder le produca orgasmos ms inten
sos que el sexo mismo. El
xito en los negocios estaba por encima incluso de la familia. Tal vez sea una con
dicin tras bastidores, normal o
quizs patolgica, en las grandes fortunas familiares de toda sociedad del mundo, y
en todas las pocas histricas de
la humanidad: el poder siempre termina anteponindose a los valores familiares.
En menos de quince minutos, todo el edificio estaba tomado por efectivos de la G
uardia Civil, el Ejrcito e incluso
la Polica Nacional. El alto mando deleg en el coronel Javier Merallo, jefe de la p
olica secreta del Estado, el
esclarecimiento del suceso. Se le encarg resolver tamao problema por ser uno de lo
s hombres ms allegados al
Generalsimo para el manejo de situaciones extremas como esta. Era considerado pes
quisidor experto; su misin,
fuera de encontrar culpables y esclarecer los hechos, era sentar directrices, pa
utas de opinin polticamente
correctas, por aquello de la censura y el debido poder del mensaje en pocas de cr
isis. Dio la casualidad de que ese
da Merallo se encontraba cerca del lugar y le fue muy fcil trasladarse al epicentr
o del sangriento hecho que
sacudira las bases del ejrcito.
El equipo de investigacin oficial consista en el propio Merallo, cuatro de sus ofi
ciales de mayor confianza, aparte
del director de prensa oficial. Los sabuesos llegaron al cuarto de hotel con esc
asos minutos de diferencia. La primera
orden que dio el lder del proceso investigativo fue aislar la habitacin. Acto segu
ido exigi la presencia de los
primeros testigos, los nicos que tuvieron tiempo y ocasin para observar la escena
mortuoria. La lista no era difcil
de manejar. Hasta el momento, solo haba tres curiosos oficiales: la camarera, el
gerente y el oficial de la Guardia
Civil que entr a la habitacin; este ltimo lo haba hecho antes de sellarla para prese
rvar las pruebas y posibles
evidencias circunstanciales. Merallo los dispuso en semicrculo en los sofs de la s
ala principal de la estancia nmero
cuarenta. Con las manos a la espalda, el detective al cargo miraba fijamente a i
ntervalos constantes los rostros de los
asustadizos oyentes. Sus palabras taladraban los odos con claras advertencias de

terror.
De ms est decirles que estamos ante una situacin delicada. Como saben, al parecer se
ha producido un
trgico suicidio. Digo, reitero, al parecer porque apenas hemos comenzado las invest
igaciones. Ustedes fueron los
primeros que vieron a la muerta; adems, pudieron observar la escena completa. Com
o sabemos, es la hija de un
adinerado empresario. No quiero entrar en detalles estpidos, pero todo lo que hab
lemos en esta recmara,
obviamente, formar parte del sumario, amn de ser parte primordial de mi propia inv
estigacin. Estamos claros? El
secreto ser la mayor de las virtudes.
Demand en tono recio, directo, fulminante. Los tres inocentes testigos temblaban
con tan solo ver las muecas
feroces en la cara del esbirro. Los hombres respondieron primero, asintiendo con
la cabeza. Encarnacin, sofocada
por los sollozos, no lograba concretar frases coherentes, molestando e inquietan
do al coronel, que volvi a agudizar
el mensaje y recalc sus palabras con tono sumamente ofensivo, intentando imponers
e a la histrica mucama.
Seora, deje de llorar, concntrese y solo dgame si ha entendido lo que le he dicho. As
de simple!
S, le entend. Pero yo quera decirle...
a e impetuosa de

Su tartamudez fue violentada por la voz groser

Merallo.
Cllese!
ra

grit a todo pulmn el soldado . Usted no est ac para preguntar nada, mucho men

conjugar el verbo decir. Yo solo har las preguntas, ustedes responden. Es muy sen
cillo, nada ms hace falta, mucho
menos pensar. Est prohibido el libre albedro. As funciona la cosa, estamos claros, p
or ltima puta vez, seora? O
se largar para siempre de este cochino mundo.
El ama de llaves movi la cabeza de arriba abajo aceptando sin chistar las exigenc
ias del investigador. No quera
sumar problemas; tena dos hijas que alimentar y conoca muy bien los riesgos que se
corren cuando se reta a la
autoridad. Estaba decidida a colaborar, a guardar santo silencio.
Perfecto. Ahora s nos entendemos. Antes de pasar al tema del interrogatorio, hay u
n solo detalle, muy
importante, que deben saber. Ustedes sern entrevistados a partir de hoy cuantas v
eces sea necesario. Lo nico que
ustedes han visto es un cuerpo inerte, cierto? Ninguno de los presentes vio nada
ms, nadie sabe nada sobre el
caso. Est terminantemente prohibido divulgar comentarios superfluos, incluso a su
s familias, o nos veremos
obligados a hacer caer sobre ustedes y sus familias todo el peso de la ley espet e
l coronel, clavando su mirada
aguilea en el ama de llaves, que reprima el llanto, cuyo obvio acceso a informacin
comprometedora podra ser
perjudicial a la investigacin, sobre todo si haba intrusos al servicio de la prens
a. La mujer levant la mirada llena de
terror, esperando el dictamen final. Estaba desesperada por terminar con la conv
ersacin forzosa . Repito: ni sus
propias familias deben saber nada ms que vieron ustedes un simple cadver, sin nomb
re, sin sexo, sin edad, sin
rostro. Estamos claros? finaliz el militar.
S, entendido

respondieron los tres sin dudar.

Solo la ingenuidad de Encarnacin, traicionada por sus agitadas neuronas, dio pie
nuevamente a la clera de
Merallo cuando quiso aclarar cierta curiosidad mortal.
Disculpe usted, seor oficial, pero esa nota en la pared, como escrita con san ? La muj
er no pudo
terminar la oracin. Una andanada verbal retumb en todo el pasillo. Los nervios jug
uetearon con su cuerpo.
Cllese! Es imbcil o retrasada mental? No entiende lo que digo o de verdad me quiere jo
der todo el da?
repuso con firmeza el interrogador.
Entienda de una puta vez que en esos muros no hay ninguna mancha de sangre, absol
utamente nada. Todas las
paredes estn en blanco, ac no hay nada escrito, nunca hubo nada escrito. Le juro q
ue si repite algo de esta
conversacin, aunque sea a su perro, no vivir para contarlo dos veces. Yo mismo le
arrancar el hgado. Sabe bien
que tengo el poder para hacerlo. No me desafe, porque soy de pulso ligero cerr taja
nte Merallo.
Era evidente que el caso demandaba un grado elevado de anlisis y censura especial
por parte del gobierno; la

difunta poda resquebrajar la solidez de la institucin castrense. Los nicos testigos


rpidamente lo asimilaron: o se
convertan en almas discretas para siempre o de lo contrario tendran asegurada una
cmoda estancia en el
cementerio. Saban que eran ciertas las amenazas de Merallo. Del susto, Encarnacin
sufri una bajada de azcar, se
mare, perdi el conocimiento un par de minutos, precisando asistencia mdica inmediat
a. El mdico del hotel tuvo
que revivirla. Los observadores circunstanciales haban entendido claramente: sus
vidas seran largas dependiendo de
su discrecin. Aclarada la confesin forzada, los tres abandonaron el recinto.
Merallo qued solo en la habitacin con los detectives que buscaban pistas. Su mente
se concentr en el grafiti
estampado en la pared, intent entender esas palabras tragicmicas. Una carcajada bu
rlona le record su odio hacia
los del bando homosexual. Empez a fabricar listas de sospechosos en su cerebro, p
ero el calificativo bastante
despectivo marica le distraa: no poda contener las ganas de rer. Qu irona! , pens.
envidiada
de Espaa se suicida por culpa de un simple y asqueroso marica . Esto no tiene sentid
o, es absurdo, ilgico, a
menos que alguien haya querido ocultar un asesinato . Por simple deduccin, la perso
na capaz de dedicarle tiempo a

extraerse su propia sangre para convertirla en tinta solo poda tener dos cosas en
su mente: una prueba de amor
frustrado, o la venganza ms dolorosa en aquellos tiempos, el escarnio pblico. La vc
tima saba que la clave estaba
ah, en la mezcla de tres sentimientos en pugna: amor, odio y desquite. La frase i
ncriminatoria era protagonista de una
misiva capaz de poner al descubierto a alguien que llevaba en sus venas el revol
tijo de muchos estigmas. La mujer
quera liberarse del dragn que la carcoma desde su esencia. La sangre en la pared in
tentaba delatar a un adversario
perverso, alguien dominante, mimtico, malabarista entre el bien y el mal, alguien
tan poderoso que su nombre, por
extraa razn, deba permanecer oculto.
El problema de Merallo era maysculo: la improvisada escritora tena a sus espaldas
un poder meditico
desproporcionado. Ello le obligaba a ser cauteloso, severo en sus juicios, extre
madamente calculador al momento de
soltar informacin o, mejor dicho, de construir la realidad a partir de la conveni
encia del entorno. El suicidio de la
hija de un acaudalado empresario, estrechamente vinculado con el rgimen del caudi
llo, y esposa, adems, del
renombrado general Bentez, hroe de la Guerra Civil, demandaba cierto maquillaje pe
riodstico; porque en tiempos
de dictadores, la verdad es directamente proporcional al beneficio del Estado, s
in importar conjeturas. El
investigador de turno tena en sus manos un caso bastante atpico en el que convivan
un marica y una dama
presuntamente honorable, pero deshonrada; faltaban actores en esta obra. La opcin
de escoger el lugar ms
exclusivo de Madrid, frecuentado por la plana mayor del gobierno y las fuerzas a
rmadas, levantaba suspicacias en el
cerebro retorcido de Merallo. Cul podra ser el beneficio de la duda? Por qu no lo hiz
o en casa? Por qu el
exhibicionismo? A quin intentaba delatar? Acaso la raz del problema conviva en casa d
e su padre? Si esta ltima
interrogante tena asidero investigativo, de seguro el caso poda ser engavetado, pu
es nadie en el gobierno autorizara
violentar la intimidad del rico empresario.
Como suele suceder, las malas noticias siempre viajan ms rpido de lo habitual sin
que nadie pueda frenarlas,
sobre todo en un infierno chico como el hotel Imperial. Don Toribio Lpez de Pea, c
onsocio del inmueble, era
husped frecuente, ampliamente conocido por la generosidad de sus propinas. Apenas
el minutero del reloj Omega
colocado en la pared central del lobby del edificio Torrentes, sede del diario E
l Informador, propiedad del padre de
la infortunada suicida, marc el minuto treinta despus de la hora del fatdico dispar
o que seg la vida de mi

princesa encantada , son el telfono directo de la secretaria privada del editor. La v


oz masculina, oculta detrs del
auricular, tena un tono asustadizo, entrecortado; su timbre presagiaba noticias u
n tanto trgicas. El hombre pidi
desesperadamente hablar con don Toribio. La asistente gerencial se limit a repeti
r la orden habitual para desviar
llamadas inoportunas.
Lo lamento, pero don Toribio est en una reunin del consejo de accionistas y no sald
r hasta pasadas las
cuatro de la tarde. Deme su recado, por favor, en cuanto l se desocupe le transmi
to el mensaje.
El enigmtico mensajero se limit a soltar la verdad de los hechos, la trgica realida
d que convertira asuntos
supuestamente importantes en tema de relevancia vaca.
Dgale a don Toribio que su hija est muerta, se ha suicidado en el hotel Imperial, e
st en la habitacin cuarenta
certific la voz al otro lado del telfono justo antes de cortar la furtiva llamada.
La empleada de confianza, grandilocuente por excelencia, qued yerma de palabras.
Su mano derecha se negaba
a soltar el aparato. En fracciones de segundo, consider la mnima probabilidad de q
ue fuese una broma pesada,
pero el sonido fantasmal de esa voz le machacaba en los tmpanos las dimensiones d
e la posible tragedia ya
consumada. Trastabillando, se incorpor de la silla, apoyndose en el vrtice izquierd
o del escritorio para no caerse.
Su rostro se haba desencajado y cobr palidez cadavrica. Temblorosa, mordindose los l
abios, sudorosa, se
dirigi hacia el saln de reuniones. Sin pedir permiso, abri la pesada puerta de noga
l, finamente decorada por
artesanos florentinos. Los presentes se voltearon hacia el ofensivo e inoportuno
visitante que logr suspender

momentneamente una junta tan importante. Para la humilde secretaria, sin embargo,
la terrible realidad superaba
posibles reproches. La humilde mensajera no soport el peso de la informacin que tr
aa, y rompi en un lloro
notoriamente aciago, pronstico claro de la rpida conclusin de todo otro asunto meno
s importante.
Don Toribio, que estaba de pie, exponiendo cifras, resultados y anlisis de negoci
os a sus subalternos, se acerc
rpidamente a la estatua sollozante. La abraz con ternura, suponiendo que alguna tr
agedia personal le haba
arrancado la jovialidad a su empleada. La mujer humedeci con sus lgrimas, mezclada
s con secreciones nasales, la
hombrera derecha y la solapa del saco del buen samaritano. El jefe no se molest p
or la repentina interrupcin. Era
tiempo de consolar a su empleada de confianza, despus de todo, llevaban cerca de
diecisis aos juntos. Pero por
ms que intent calmarla, el dolor de la mujer no admita consuelo, se incrementaba si
n razn aparente. Le resultaba
casi imposible articular vocablo perfectamente audible. Solcitos, algunos de los
directores que presenciaban la
escena de dolor le prepararon a la secretaria una infusin de manzanilla, esplndida
en azcar, en clara intencin de
hacerla volver a la realidad y desenterrar la fuente del misterioso sufrimiento.
No fue necesario el brebaje. La acongojada dama al final pudo espetar la triste
noticia a viva voz, con frases
biorrtmicas pero claramente descifrables. De cirineo, don Toribio pas a crucificad
o. Mensajera y destinatario se
hundieron bajo el peso del dolor, ambos intercambiaron las cargas de pena. Un ci
erzo helado azot la humanidad del
empresario; miles de emociones se agitaban en su corazn y le cubran el alma con un
a manta de pensamientos
difusos. Perdi el norte, se desencaj por completo, no poda ser cierto, l se crea inve
ncible. Por mucho que
intent evitarlo, las fuerzas se alejaron de su cuerpo, se sinti desfallecer. Famlic
o de esperanza, un agudo dolor en
el pecho le oblig a recostarse en un divn estilo Luis XV que adornaba una de las e
squinas del inmenso saln de
reuniones. Su mdico de cabecera fue avisado de inmediato, pero tardara aproximadam
ente dos horas en llegar
porque estaba en las afueras de la ciudad, atendiendo de guardia en un hospital
rural, supervisando a un grupo de
estudiantes del ltimo ao de Medicina.
Una fuerte dosis de agua bien azucarada le devolvi la luz a los ojazos de don Tor
ibio. A regaadientes, oblig a
sus subalternos a dejarle en paz. l era el jefe y quien pagaba sus sueldos. Los e
mpleados se ofrecan para brindarle
calma; l se empecin, quera salir inmediatamente para corroborar la noticia, ver qu s
uceda en el Imperial. No
sobraba nimo para esperar por el doctor, su salud no era la prioridad. Haciendo u
n esfuerzo sobrehumano, se
ajust la corbata, sacudi su elegante chaqueta de vestir y sali corriendo de la sala
de reuniones, no sin antes pedir
que el chfer estuviese listo para partir inmediatamente. A grandes zancadas baj lo
s seis pisos que separaban su
despacho de la planta baja. Tena la respiracin acelerada, con valores por encima d

e ciento cincuenta pulsaciones,


niveles desproporcionados para su edad, pero la fuente de tanta energa
pia hija. El conductor intent abrir
la puerta del lujoso Mercedes blanco con asientos de cuero tapizados en
ra, pero no hizo falta: don
Toribio le hizo seas de no perder tiempo. Una vez dentro del automvil
orden clara. Al hotel
Imperial, ya . El chfer hinc el pie en el acelerador, las llantas del
chillaron con nitidez y
emprendieron la veloz carrera contrarreloj.

era su pro
rojo prpu
pronunci una
pesado vehculo

Postrado cual emperador cado en el asiento trasero del lujoso carruaje moderno, d
on Toribio trataba de entender
su tragedia. Por primera vez en muchas dcadas de xitos en la vida, las lamentacion
es se imponan a su entereza.
Sus lagrimales, desajustados por falta de uso en el tiempo, empezaron a expulsar
cantidades de lquido acumulado, y
en breve lograron despedazar a un hombre duro como el pedernal y valiente ante t
oda adversidad. Jams haba
tragado una baba tan rancia y pegajosa como hoy; jams haba sentido miedo ante la v
erdad, ni siquiera en las
ocasiones en que estuvo a punto de morir en frreas disputas de negocios. Empez a r
epasar los momentos felices
de su nica hija, la nia que haba sacrificado en el altar del xito, el dinero y el po
der, que siempre haba antepuesto
a las frvolas necesidades de la pequea. Le resultaba muy fcil comprar la felicidad
de sus seres queridos con
abundantes ddivas: bienes, lujos, viajes, en fin, todo artilugio materialista que
le diese libertad y tiempo para
concentrarse en sus negocios personales, en la expansin de su imperio materialist
a.

Ahora la culpa le sealaba con el ndice acusador, el viejo zorro se senta perseguido
por su propio afn de poder.
Se senta culpable. Su hija llevaba dos meses en un estado de profunda depresin. l c
onoca la causa, pero
tristemente nunca quiso darle crdito a las palabras de una mujer frustrada , como l m
ismo la haba tildado. Ahora
ya era demasiado tarde, mi princesa encantada haba partido sin despedirse. Don Tori
bio sospechaba la verdadera
razn de la justicia salvaje hecha por su propia hija. Quiso disfrazar su tristeza
, su frustracin, la traicin, la rabia.
Contrat a expertos psiclogos, mdicos y curas del alma, pero el dolor de la hija pud
o con todos ellos, hoy lo
acababa de demostrar contundentemente. Ya era tarde, su hija apret el gatillo de
la venganza. Su hija haba
demandado atencin y l se la neg, fue incrdulo. Ahora no solo haba certeza en sus pala
bras, ahora el dolor sera
eterno.
Captulo 7
Iribarren, el cordero con alma demonaca
Sebastin Iribarren naci en Zamora varios lustros antes de que el Generalsimo fuese
famoso. Vino al mundo en
el seno de una familia leonesa de clase media, comn, sin mayor xito poltico, econmic
o o social que resaltar. Su
padre era el sastre de la comarca, hombre de carcter frreo, que educ a sus tres hij
os con mano dura y dosis
elevadas de catolicismo casi enfermizo. La moral era el estandarte de la casa, s
iempre se rezaba a la hora de cada
comida. Todos los domingos era sagrado ir a misa sin dejar de visitar el confesi
onario, aun cuando las culpas fuesen
repetidas y el bostezo una conducta adquirida por el sacerdote de turno cada vez
que vea aproximarse a los
miembros de la familia Iribarren en fila. La madre, dedicada a los oficios del h
ogar por orden del marido, machista a
ultranza, sobre quien recaa la manutencin de la familia. De pequea so con acudir a la
escuela para formarse
como enfermera titulada, pero la falta de recursos econmicos, sumada a un embaraz
o repentino, le seccionaron su
quimera. Siempre fue la cmplice perfecta de sus hijos, en quienes infundi el esprit
u de libertad usando sus penas
como espejo para demostrarles que el peor error del ser humano vive en la sumisin
, en dejar morir los sueos.
Gracias a su oficio de sastre, el padre de Sebastin les pudo brindar una educacin
privilegiada para la poca en
el famoso Colegio Jesuita. Todos los miembros de la congregacin vestan prendas con
feccionadas con esmero por
el alfayate del pueblo; a cambio sus hijos reciban la dispensa de una educacin res
ervada solo a ciertos estratos
socioeconmicos, militares de cuna o descendientes de algn familiar de peso en la c
ongregacin. Por lo dems, la
enseanza pblica era el destino de las masas cuya fe permita el crecimiento del pode
r desmedido ostentado por la
sacra institucin, un poder que era econmico adems de poltico.
De nio, Sebastin mostr una belleza especial en lo fsico e incluso en lo espiritual.
Siempre tuvo el don de

mando, el arte de la manipulacin, con cierta agilidad inslita en los pequeos de su


edad. Desarroll giles dotes
verbales, capaces de convencer a los ms escpticos. Su cabello castao intenso con ra
yos de luz formaba el marco
perfecto para exhibir sus facciones muy agraciadas. Grandes ojos azules, heredad
os de los genes maternos, cejas
pronunciadas, mirada penetrante, capaz de seducir a los maniques de las tiendas d
e lujo; todos se volteaban para
admirarle. Desde su alumbramiento, fue un chico precoz, cuya inteligencia lleg a
asustar a la madre, que saba del
poder de interpretacin del pequeo. Su anlisis era metdico, crtico, punzante. Todo lo
que imaginaba lo poda
lograr sin importar precio, sin escatimar el dao a terceros. Se form en la cuna de
los jesuitas, que contribuyeron a
solidificarle su talento intelectual, y a la par explotaron, sin saberlo, su mej
or perfil maquiavlico, difcil de apreciar

por simples mortales. Era algo innato, propio de futuros lderes de masas.
La excelencia de su oratoria le abri puertas en las mejores universidades de Espaa
. Y, por si hiciese falta,
siempre llevaba debajo del brazo su llave maestra, una carta de recomendacin escr
ita de puo y letra por el obispo
de Zamora, amigo personal del padre de Sebastin. Esa simple epstola garantizaba qu
e ninguna puerta tuviese
cerrojo para el joven. Inici sus estudios de Filosofa y Letras para luego poder as
pirar a perfeccionarse en el rea
de la Sociologa Moderna. Pero el destino sac de su manga un naipe para el que no t
ena apuesta. Una mala pasada
le record que por mucho que busquemos el norte segn nuestros anhelos, jams se crist
alizar si no est escrito en
nuestra hoja de vida; que el destino ya fue determinado, y que todos tenemos una
misin que ejecutar en este cnico
mundo. Su entereza y capacidad de reinvencin le dieron las armas perfectas para r
eponerse de los sinsabores de la
vida. La adversidad le abri una herida profusa en el alma. El infortunio le ense qu
e la felicidad es bsicamente un
estado de nimo, cambiante de acuerdo a las circunstancias. Lo perfecto es inaprop
iado; lo eterno, algn da muere.
El dolor convivi en su mente, le ayud a ser fuerte, ms perseverante, infinitamente
revanchista. Ese era el mayor de
los pecados que desayunaban en su corazn todos los das. Para l no exista el perdn. So
lo la venganza permita
limpiar las heridas, pero jams las cicatrizara.
La tragedia le oblig a amar el poder como razn de supervivencia. Tard muy poco tiem
po en descifrar que la
Espaa de su juventud tena dos surtidores absolutos de tirana. De hecho, el uno tema
y respetaba al otro, pero
ambos convivan en armona materialista. Analiz las posibles opciones. La primera con
tradeca su esencia ateniense:
entrar en la milicia equivala a involucionar, realidad catastrfica para su exagera
do saber. Ni por todo el influjo del
Generalsimo se rebajara a vestir un uniforme verde olivo, destinado a seres inferi
ores sin raciocinio, carentes de
valor ms all de un adminculo que escupe muerte. Por ltimo, el trabajo corporal no er
a su virtud ms emblemtica,
sobre todo porque tenda a marchitar el intelecto, secaba las ideas y las posibili
dades de superarse como persona.
Opt entonces por el segundo dominio, tal vez peligrosamente sutil, homlogo de sus
utpicos principios,
reservado solo a ilustres personas con potestad de mando, incapaces de accionar
un fusil pero responsables de
muchos genocidios en nombre de una cruz por la cual derriten almas, corazones y
esperanzas a cambio de un diezmo
exponencial en procura del siempre bien ponderado perdn celestial. La decisin era
simple: lograr amalgamar un
seoro con infinidad de tentculos, capaz de manipular o dominar a entes, con fe cieg
a delante de una simple sotana,
un artstico rosario o el nombre del Supremo Creador. Este disfraz le facilitara ac
ercarse a los miembros de la tropa
del Generalsimo sin despertar sospechas. Antes bien, ganara pleitesa y respeto a ca
mbio de la purificacin de los
perversos actos cometidos en el pasado reciente por los asesinos nacionalistas.
La apuesta era tcita. La nica

manera que posea Sebastin Iribarren de cobrar venganza sin ser encarcelado era ves
tir los hbitos, hacerse cura.
Conoca el poder ejercido por la cruz de madera en todas las fuerzas armadas de la
nacin; era el armamento sin
plvora que obligaba a los valientes militares a arrodillarse e incluso a elevarle
sus plegarias al cielo. Iribarren
entenda la autoridad social de la Iglesia, estaba clarsimo que el potencial de su
verbo le abrira todos los caminos
para saldar cuentas, para cobrar sus sueos robados. Apenas diez meses despus de fi
nalizada la cruenta Guerra
Civil, el hijo del modista se hizo seminarista, llenando de orgullo a sus humild
es padres, que jams sospecharon las
verdaderas intenciones asesinas de su vstago porque contradecan todas las enseanzas
maternas.
La agilidad en la lectura e interpretacin de las Sagradas Escrituras le permiti as
cender a posiciones en la
jerarqua del seminario de San Francisco Javier en Valladolid; rpido se alz con el tt
ulo del mejor alumno. Pasaba
largas jornadas de estudio, penitencia o ayuno, labrndose una imagen slida del hum
ilde siervo de Dios capaz de
divulgar el Evangelio entre las almas ms dbiles. Todos crean en su actuacin; todos s
entan el latir de su corazn
vido de luz, siempre dispuesto a inundar la ciudad con un mensaje preado de espera
nza, del buen ideal catlico,
aprendido e inculcado en las paredes de su modesta vivienda familiar.
Su mente tena la capacidad de repartir el tiempo de ejercicio cerebral entre la a
ctuacin de fe y la creacin de su

plan supremo de infiltrarse en la casa de sus enemigos. Transcurrieron cinco aos


antes de que fuese aceptado como
capelln del ejrcito en la Iglesia de San Jernimo, en la regin de Valencia, uno de lo
s bastiones ms importantes
del ejrcito. Su presencia en la capilla del cuartel fue celebrada por todo lo alt
o. Los oficiales de ms alta graduacin
prepararon una fiesta en honor del ilustre nuevo sacerdote, graduado con honores
. Con suma rapidez, los
prolongados sermones del domingo pasaron a ser tema de conversacin obligada en la
s tertulias comunes de la
ciudad. Cada misa tena un dinamismo caracterstico y atraa a ms fieles cada siete das.
En las ceremonias
especiales, el templo se saturaba de tal manera que haba gente de pie en todos lo
s rincones; no caba un alfiler. Su
fama se reg por todo el Levante espaol; nadie pudo advertir que el cordero con alm
a demonaca aceleraba su
plan, inventando charlas, cursos especiales para monaguillos, matrimonios, bauti
zos y cuanta parafernalia religiosa
fuese habitual. El objetivo era impulsar su imagen, mercadear su nombre, convert
irlo en muletilla, necesitaba que el
ruido de su discurso acariciase los odos de sus enemigos. Sebastin estaba desesper
ado por llegar a su campo de
batalla. Su plan no tendra xito hasta convertirse en el capelln del ejrcito en Madri
d. La sangrienta venganza
estaba germinando, su consolidacin era solo menudencias de Cronos.
Captulo 8
Dolor de mi abuelo por la partida de mi

princesa encantada

El lobby del hotel Imperial era un completo caos. Una treintena de guardias civi
les recorra cada palmo de la
recepcin, fiscalizaban salidas de huspedes nerviosos, acallaban las miradas de cur
iosos comensales que departan
en el restaurante o en el lujoso caf Napolen. La simple presencia de los uniformad
os transmita espanto en toda
boca, aniquilando todo dejo de sonido gutural. Nadie poda entrar al recinto, en e
special los medios de
comunicacin amontonados a las puertas de vidrio, que eran repelidos con el micros
cpico nivel de elocuencia de
los castrenses, que se limitaban a reproducir una orden superior bsica: Est prohibi
da la entrada . No importaba el
relinche de la gente, los reclutas estaban all para obstaculizar el paso, labor q
ue saban cumplir a rajatabla luego de
mucho entrenamiento.
El Mercedes Benz blanco ltimo modelo fren de golpe, casi atropellando a la multitu
d que se agolpaba en la
acera de la entrada principal del hotel. Sin respetar modales ni normas de educa
cin, el rico empresario se abri
paso a trompicones, empuj a cuanto curioso se atraves en su desesperada carrera ha
cia el portal. En menos de un
minuto estaba cara a cara con el primer gendarme, un soldado que ejecut el mandat
o principal de no dejar pasar a
nadie, desatando con ello la mayor de las cleras en el empresario.

igame bien! Soy Toribio Lpez de Pea, necesito entrar


cer entender

grit con desenfreno tratando de h

la importancia de su presencia.
Pero el nefito guardia no conoca de apellidos, ni de alcurnia, ni mucho menos de e
ducacin. l solo serva bajo
el edicto de un superior jerrquico, igual de tonto pero un poco ms hbil, apadrinado
o afortunado que l. Su
respuesta increment el arrebato del demandante.
Lo siento, seor, pero nadie puede pasar, son disposiciones superiores. Hay una inv
estigacin
El guardia novato no finaliz la idea. De improviso, sinti que la pesada mano de do
n Toribio le apretujaba la

guerrera del impecable uniforme con la furia de un oso salvaje. El desespero ena
rdeci los nimos del seor
empresario, no estaba de humor para discutir menudencias, era tiempo de ejercer
el poder del apellido.
Pedazo de imbcil! Soy el padre de la muerta. Tambin soy el dueo de esta mierda de hot
el. Tus superiores
son mis mejores amigos. Y te juro que si no me dejas pasar ahora mismo, le pedir
al propio Generalsimo que te
mande fusilar. Entendido, cretino?
La embestida del valeroso adversario rpidamente alert al resto de los colegas de a
rmas del agredido. Un
grupito de cuatro soldados intervino para separar a don Toribio de su presa. Asu
stadizo, el guardia civil mostr su
arma de reglamento, alardeando de su cobarde valenta. Levant la mano apuntando la
pistola directamente a la cara
del osado rebelde. La desesperada accin alert al capitn Hernndez, que estaba a cargo
de la custodia del saln
principal del hotel y sus accesos. Al percatarse del alboroto en la entrada, pre
suroso grit una contraorden que fren
la insolencia del novato. Hizo un gesto con el ndice derecho y en segundos estaba
detenido el agreste soldaducho.
Pidi que alzaran la cadena de seguridad para darle puerta franca al ilustre invit
ado. Le ofreci excusas de mil
maneras, siguiendo al trote al desesperado millonario, que se diriga a toda veloc
idad hacia el rea de las escaleras.
El oficial de alta graduacin insisti en que deba acompaarle hasta la habitacin nmero c
uarenta porque haba
suficiente tropa encargada de frenar la inesperada intromisin de civiles; incluso
, todo el piso haba sido evacuado en
bsqueda de pistas y cada habitacin albergaba a no menos de tres soldados, todos co
n rdenes de arrestar a los
intrusos. Don Toribio acept la propuesta, redoblando el paso. Cada vez que apareca
un obstculo ataviado de
verde olivo, el capitn Hernndez gritaba la clave secreta y de ese modo, en efecto,
nadie ofreci resistencia.
Con aliento menguado, presa del pnico ante una escena incierta, aterradora, don T
oribio lleg finalmente a la
puerta identificada con el nmero cuarenta. El dgito estaba labrado en molde de met
al dorado, indicador de una de
las suites ms importantes del hotel predilecto de la nobleza de Espaa. Era la mism
a edificacin que durante aos
sirvi de espacio para juntas de negocios, grandes fiestas de las empresas del imp
ortante hombre de negocios, as
como aventuras de amores y desamores de un hombre acostumbrado a pernoctar siemp
re en la cima del xito. Hoy
el lugar cambiaba de decorado, de esencia. Hoy se vesta de luto, de tragedia; hoy
las lgrimas suplantaban la
sonrisa y las alegras vividas en su recinto favorito para celebrar.
Merallo recibi sin emocin alguna, actitud normal de los sabuesos, al padre de la m
ujer ensangrentada con una
bala que le haba atravesado la sien de derecha a izquierda. Poca verborrea admiti
el deudo. El silencio era
necesario, las palabras estaban de paseo, fuera de contexto. El cadver de su hija
, todava clido, le absorbi toda la

atencin de forma inmediata. Se abalanz sobre ella, se sent en el piso. Tom el rgido c
uello de Mara Fernanda,
lo apoy sobre su brazo derecho, sin importarle la cantidad de sangre que ba su cost
oso traje de lino persa que
con tanto esmero sola cuidar. El deudo rompi a llorar, ahogado, sin palabras, sin
conciencia, fuera de s; un pedazo
de su vida comenzaba a desprendrsele. Sostena en sus brazos el maltrecho cuerpo de
la heredera, de su nica hija,
la razn de luchar, de vivir, cuando convena , o al menos eso vociferaba en reuniones
sociales. La hija que se
empach de todo lo material, que siempre le idolatr, le am sin mesura, la hija que n
o fue correspondida en cario,
en credibilidad, afectos o simples mentiras blancas dichas por no dejar, por tra
tar de complacer a un corazn
solitario, vido de calor, de valoracin ms all de la belleza fsica. Ya era tarde, las
palabras nunca dichas se haban
pulverizado en el infinito. No ms reproches, no ms promesas incumplidas. Las dudas
, los aciertos y los fracasos
antiguos emigraron rumbo al olvido. El tiempo sentenci el ltimo acto de una vida a
caudaladamente vaca. El
progenitor se aferraba al rgido cuerpo, lo estrujaba intentando darle aliento, cl
amaba a gritos, en su propia alma, que
el pasado volviese. Miles de imgenes de la hermosa doncella, mi princesa encantada ,
se repetan en la cabeza del
ahora deudo, rememorando los limitados pasajes tiernos cuando era nia, adolescent
e, mujer y madre. El refrn reza
que cuando estamos cerca de morir nos aferramos ms a la vida, quizs esa era la vit
amina que buscaba don Toribio
para no perecer en el acto; quera vivir, pero junto a ella.

Merallo respet el dolor del familiar de la difunta. Apost a sus hombres en el tnel
del pasillo de la habitacin,
justo al pie de la puerta, sin traspasarla, porque haba temor por alguna reaccin v
iolenta del atormentado husped, y
tal vez requerira ayuda de sus compaeros de armas para contener los derrames de ad
renalina. El investigador se
puso de espaldas a don Toribio, presenciando toda la dosis de frustracin ante s; l
os temblores corporales del
visitante eran un poema melanclico, una queja desesperada, sin voz. Encendi un cig
arrillo para elevar los niveles de
concentracin y agudizar el pensamiento. No deseaba interrumpir, despus de todo, ya
los peritos forenses se haban
retirado con las pistas. No precisaba mayor experticia sobre el cuerpo, se trata
ba claramente de un tpico suicidio.
Considerando la forma en que haba cado el cadver, la trayectoria de la bala y las s
ecuelas de su rastro, era
impensable que otra persona hubiese participado. Lo triste del suceso, pensaba e
l investigador, era el modo tan
absurdo de ejecutar una venganza, sacrificando una vida plena en todos los senti
dos y aspiraciones materiales de
todo mortal. Resultaba inconcebible imaginar que una dama de sociedad se entrega
se de tal forma a la muerte,
dejando en la orfandad a su propio hijo, de cortos aos de edad. El dolor moral er
a obvio, pero el mtodo del
rancio desquite era totalmente cuestionable, inaceptable.
justo al pie de la puerta, sin traspasarla, porque haba temor por alguna reaccin v
iolenta del atormentado husped, y
tal vez requerira ayuda de sus compaeros de armas para contener los derrames de ad
renalina. El investigador se
puso de espaldas a don Toribio, presenciando toda la dosis de frustracin ante s; l
os temblores corporales del
visitante eran un poema melanclico, una queja desesperada, sin voz. Encendi un cig
arrillo para elevar los niveles de
concentracin y agudizar el pensamiento. No deseaba interrumpir, despus de todo, ya
los peritos forenses se haban
retirado con las pistas. No precisaba mayor experticia sobre el cuerpo, se trata
ba claramente de un tpico suicidio.
Considerando la forma en que haba cado el cadver, la trayectoria de la bala y las s
ecuelas de su rastro, era
impensable que otra persona hubiese participado. Lo triste del suceso, pensaba e
l investigador, era el modo tan
absurdo de ejecutar una venganza, sacrificando una vida plena en todos los senti
dos y aspiraciones materiales de
todo mortal. Resultaba inconcebible imaginar que una dama de sociedad se entrega
se de tal forma a la muerte,
dejando en la orfandad a su propio hijo, de cortos aos de edad. El dolor moral er
a obvio, pero el mtodo del
rancio desquite era totalmente cuestionable, inaceptable.
Finalizado el tiempo prudencial, Merallo decidi continuar con su trabajo. Le tena
sin cuidado el dolor ajeno; ya
estaba acostumbrado a ello, era su labor cotidiana. Acorde al proceso, deba hacer
el levantamiento oficial del
cadver para poder finalizar el respectivo informe forense e investigativo, en bsqu
eda de razones necesarias para
cerrar el caso de manera polticamente silenciosa. Con respeto sacramental se apro
xim a don Toribio y,
flanqueando su lado derecho, le tom del hombro que estaba menos expuesto al cadver
. Se apoy en l y casi se

arrodill para estar a la altura de su oreja y poder hablarle con suavidad. La act
itud del militar despert de su estado
transitorio al padre de la vctima, le trajo a la realidad, le hizo aterrizar, le
record que, lamentablemente, a pesar de
la tragedia, la vida contina y todo vuelve a su sitio, a la normalidad, por mucho
que el dolor aprisione nuestras
entraas. Don Toribio entendi. Malhumorado, acept la invitacin, dej a un lado los recu
erdos repetitivos de su
mente. Deba ponerle un toque de racionalidad a los acontecimientos; deba entender
un poco lo sucedido, aun
cuando sus sospechas iniciales no estaran divorciadas de la autenticidad de una a
menaza previa.
Respir con profundidad. Atiborr sus pulmones de oxgeno fresco y exhal con mesura, al
tiempo que
depositaba el cuerpo de su infortunada hija en la misma posicin en que la haba enc
ontrado. Acept que los
detectives deban seguir con las averiguaciones de rutina. Se levant del piso con l
a ayuda del nico testigo de su
llanto, sacudi la chaqueta de su traje de lino impregnado de sangre en varias par
tes de la costosa tela. Como buen
periodista, su instinto le oblig a otear el lugar de los hechos: la escena del ho
rrendo crimen, de piso a techo y en
cada punto cardinal que delimitaba el espacio tridimensional de la habitacin. Por
la posicin del cadver, sumada a
su desdicha, don Toribio tard ms de lo normal en dirigir su mirada a la funesta pa
red pintada de rojo y entender el
escrito. Merallo quera ver su reaccin, tal vez all se encontrase buena parte del cu
rioso acertijo sexual.
El padre de la mujer ensangrentada se puso nervioso cuando divis el mensaje estam
pado en la pared. La letra
era reconocible a pesar de los goteos de la tinta humana. Su hija haba dado vida
a las amenazas; eran ciertos los
reproches, su verdad siempre existi. Un alarido fue vomitado con rabia por la boc
a de don Toribio, que volvi a
hincarse de rodillas golpeando el piso desenfrenadamente con sus manos mojadas c
on la sangre de Mara Fernanda.

Nooo! Tenas razn, hija! Perdname, nooo ! vociferaba con ira desmedida el dolido padre
entando
saciar su sed de desahogo. Merallo agudiz el sentido de anlisis ante la reaccin gen
erada por las sangrientas
palabras. Extrajo su libreta de cuero negro con emblema de la armada, regalo del
almirante Lizardo Martnez, para
anotar con detalle milimtrico todas las palabras emitidas por el acusador arrodil
lado frente al pattico mural.
Era verdad! Ese maldito te jodi la vida; ese marica de mierda nos destruy a todos. H
ija, perdname,
perdname por haber dudado de ti. Perdname, pero te juro que lo voy a matar, te lo
prometo. Yo mismo le
arrancar el corazn a ese malnacido, yo mismo voy a matar a ese maldito marica.

El investigador no actu. Sus hombres, al or el escndalo, intentaron hacer acto de p


resencia, pero el jefe les hizo
seas con el puo cerrado, pidindoles silencio, discrecin total; necesitaba ms tiempo c
on el testigo, era preciso
que soltase todo su discurso envenenado, avinagrado, destructivo para ir atando
cabos en la investigacin. Resultaba
obvio que la muerta, el padre y el victimario se conocan; en pocas palabras, era
un tringulo peligroso en el seno de
una familia demasiado poderosa. El caso empezaba a lucir un par de nudos de dond
e especular, de donde extraer
ms tela por donde cortar. La tarea complicada era detener la avalancha meditica ca
paz de suscitarse en torno a los
acontecimientos. Primeramente, el riesgo informativo recaa en las posibles decisi
ones alocadas de don Toribio,
presa fcil de la frustracin.
El atribulado padre se carg toda la responsabilidad por las acciones de su hija.
Una y otra vez se desdobl en
excusas ante el rgido cuerpo que decoraba la habitacin. Con precisin quirrgica, el a
caudalado empresario
record cada una de las veces que su hija le justific el deseo enfermizo de liberta
d en su vida, la verdadera razn de
su frustracin, su dolor, el nombre del causante de tan grande deshonra en la fami
lia en una mujer que solo deseaba
ser amada de verdad. Tambin compil las miles de justificaciones o razones que l, co
mo padre, haba tenido para
dudar de la veracidad de las splicas de la frgil nia depresiva, sus amenazas y sus
caprichos de mujer, como
siempre deca don Toribio, frente a las alocadas palabras de mi princesa encantada .
Hoy le tocaba recoger los
despojos de su hija, hoy entendi que el dolor tiene en ocasiones la triste funcin
de juez ante nuestros actos ms
cobardes.
Merallo interrumpi el soliloquio espiritual que estaba viviendo su compaero de est
ancia. Convenci al testigo de
intercambiar palabras sobre el suceso, era una simple rutina, que ayudara a escla
recerlo. El viejo empecinado le
sali al trote, anticipndose a preguntas rebuscadas o protocolares.
Crame que entiendo su funcin ac, pero no se preocupe. S con exactitud lo que ha suced
ido en esta
habitacin.
El interrogador aceleraba su taquigrafa para no perder detalle de una posible con
fesin que liquidase el proceso.
Conozco de sobra la razn por la cual mi hija apret el gatillo, incluso puedo deduci
r por qu uso la Luger. S
que la culpa en gran parte fue ma, por rechazar sus pedidos e ignorar su llanto.
Pero entienda usted que pronto
habr otros cadveres para lavar el honor de mi hija. Y usted sabe de quin se trata.
La respuesta fue tajante. El testigo principal en la escena del crimen, el de ma
yor valor que el propio cadver,
intent huir del lugar, pero su oyente volvi a frenarle, ms para advertirle que para
inculparle, dando as inicio a una
charla inquisidora. Don Toribio deseaba escapar, pero Merallo precisaba mucha in
formacin, ms pistas para

establecer conclusiones claras.


Clmese, don Toribio, s que es un momento duro
Duro, dice usted, qu coo sabe del dolor de un padre por la prdida de un hijo? Y sobre
todo por culpa de
un maldito que en mala hora lleg a nuestras vidas.
En la guerra vi muchos cadveres, don Toribio; yo mismo mat a mucha gente
dijo el ofic
ial en busca de
equilibrio, o quizs intentando compartir experiencias dolorosas para amortiguar l
a carga de su interlocutor, pero sus
comentarios reciban interrupciones necesarias; el viejo, herido en el corazn, solo
pretenda venganza, honor y
sangre.
Ninguna muerte se compara con la prdida de un hijo; no sea imbcil ni trate de conso
larme, que eso no le
queda bien gru el veterano periodista dndose la vuelta para tratar de abandonar el i
nterrogatorio; pero el

investigador, fiel a su lgica indomable, trat de frenar la escapada del actor clav
e.
Solo hago mi trabajo, seor. Y como investigador s que no es fcil conversar con los i
nvolucrados, sobre todo
cuando son deudos. Pero, lamentablemente, le guste o no, debo hacerle algunas pr
eguntas de rigor sobre el crimen
para resolverlo de la mejor manera, su colaboracin es vital.
Don Toribio fren en seco; gir su rostro con expresin burlesca. Mir fijamente al ofic
ial encargado del proceso,
le intimid. Sus ojos irradiaban un dejo de irona difcil de interpretar. Pero realme
nte incongruente, peligrosa,
inestable y confusa fue la respuesta:
No pierda tiempo, ambos conocemos al culpable, ambos sabemos quin mat a mi hija, er
a solo cuestin de
horas. Si desea, le advierte que voy por l. No importa dnde se esconda. Ni el prop
io Franco podr salvarle de mi
venganza. l indirectamente asesin a mi nia, y lo pagar con su sangre. Tenga por segu
ra mi amenaza, nadie me
detendr.
El mensaje de despedida desencaj a un sabueso acostumbrado a or las justificacione
s y las verdades ms
inverosmiles del planeta, pero esta sentencia era totalmente enigmtica. Merallo qu
ed petrificado ante las
aseveraciones odas, arrug la frente y baj la mirada en busca de sosiego. Los nicos m
aricas que l recordaba en
toda su existencia estaban varios metros bajo tierra, pisoteados por el odio de
la discriminacin durante la Guerra
Civil. No entendi cmo el simple suicidio de una mujer frustrada poda involucrarlo a
l, sobre todo ligndolo con
personas de gustos afectivos y sexuales cuestionables por la sociedad. Era el pr
imer caso que aturda al experto
investigador del gobierno. Este mensaje se convirti en la piedra angular de todo
el informe que elev a sus
superiores. Pronto la sospecha de lo improbable, materializado en realidad, come
nz a recorrer un estrecho
pasadizo en los recuerdos de Merallo, remembranzas de la poca de combates en el b
ando nacionalista. El dj vu
se basaba en antiguas habladuras de cuartel. Si esos retazos de chismes tenan base
s slidas, entrelazadas con el
suicidio de la afamada mujer, podra gestarse una crisis de gobierno. El militar a
hora entenda la onda expansiva del
problema que se avecinaba si no actuaba con sapiencia.
Captulo 9
Marica: palabra prohibida en casa del abuelo Paco
Madrid, primera noche de primavera seis aos despus
El abuelo, en compaa del nieto, entr en la casa luego de un paseo primaveral por el
parque del Retiro. El nio,
an tembloroso por la amonestacin, subi a cambiarse de ropa para ir a casa de su ami
go Manuel Rivarola a

terminar los deberes escolares que haba asignado ese da la maestra de Historia. To
do estaba en aparente calma. El
mayordomo se acerc a don Paco con la intencin habitual de ofrecerle su ayuda a la
hora de quitarse la chaqueta,
pero este, de manera sorpresiva, arisca, grosera, en el mismo instante en que el
nieto se perdi de vista en las
escaleras del segundo piso, le apart la mano con cierta violencia, buscando con l
a mirada a doa Rebeca Gonzaga,
su esposa, la abuela de Francisco. Primero intent en la sala de estar, pensando q
ue tal vez estuviese jugando
canasta con sus amigas, pero el resultado fue negativo. Dedujo entonces que la m
ejor opcin era revisar la cocina.
Detrs de su figura le segua cual sombra el mayordomo de toda la vida, que busc la m
anera de ser corts,

ofreciendo asistirle por segunda ocasin.


Perdone usted, pero la seora Rebeca est en el jardn cuidando de las flores.
El indmito visitante ni se volte para dar las gracias, simplemente movi la mano der
echa advirtindole a su
hombre de servicio que se mantuviese a distancia. Don Paco salt los dos escalones
que separaban la elegante
vivienda del jardn en el traspatio, finamente decorado con un arcoris de flores mu
lticolores, y preservado con
esmero por las habilidosas manos de la abuela.
Sin mediar palabra, sin responder al afectuoso saludo de su esposa, don Paco abu
s de su fuerza tirando de la
bata de doa Rebeca y obligndola a levantarse del engramado suelo, que estaba cuida
ndo en ese momento. Su
actitud salvaje alert al resto del personal de servicio, que se agolp en el ventan
al de la cocina para observar la
bochornosa pelea entre esposos.
Joder, Paco, me haces dao! exclam doa Rebeca intentando zafarse de su agresor, que la
apretaba con
ms contundencia, zarandeando a su esposa por ambos brazos. La furia dominaba la m
ente del viejo, nadie poda
reducirle la violencia.
Mujer, me puedes explicar por qu coo debes estar diciendo tonteras con tus amigotas? P
or qu carajo no
dejas en paz a nuestro hijo? Qu coo tienes que contarle a la cacata de tu amiga Clem
encia sobre nuestro hijo?
No puedes guardar silencio? grit a quemarropa don Paco, saturado de clera.
De dnde sacas esa barbaridad?

dijo Rebeca tratando de apaciguar a su opresor.

Me lo ha dicho tu nieto. Nuestro nieto, porque te oy, en mala hora, conversar con
una de tus amigas en la sala
y claramente le dijiste que a nuestro amado hijo lo haban matado en Pars, que ese
marica lo mat. Entonces, ahora,
explcame qu historia le debo contar a Francisco, sin que dae sus emociones, su orgu
llo por el padre, no ves que
es un churumbel? Te he repetido millones de veces que al gran general Bentez, nues
tro desdichado hijo, lo mataron
a traicin en Pars! Y puntooooo! No tienes ninguna otra versin que ofrecer a nadieee.
Perdona, Paco, yo solo le coment a Cle
Su verdugo le cort el habla en seco. Por primera vez en cincuenta aos de matrimoni
o don Paco abofete a su
mujer con una fuerza desproporcionada y delante de la servidumbre. Nunca antes h
aba perdido su compostura; ni
siquiera en las peleas ms subidas de tono jams le haba levantado la mano a ninguna
mujer; siempre mostr dotes
de caballero en la guerra y en la cordura. Pero todo lo relacionado con la trgica
muerte de su hijo le cambiaba el
humor repentinamente, transportndole al ms bajo de los inframundos. La historia fa
tal de su hijo era tema sagrado,
apcrifo, nadie poda mencionarle desde el da en que fue sepultado falto de honores d
e Estado, sin merecer alguna

queja o reproche agrio por parte de don Paco.


El cachete izquierdo de doa Rebeca se pigment de un rosado fuerte, demarcando la s
ilueta de la palma de la
mano de su antiguo gran amor, pero el dolor le subi rpido a los ojos y su llanto n
o se hizo esperar. Don Paco
prosigui con su tortura, esta vez emocional. Tir de la cabellera a su mujer oblignd
ola a mirarle fijamente a los ojos
para cantarle las ltimas advertencias.
Escchame bien, te repito: que sea la ltima vez en tu puta vida que menciones algo s
obre la muerte de nuestro
hijo. l ya est enterrado, hace seis malditos aos que se nos fue y punto final en la
tragicmica historieta. No me
importa quin lo haya matado. No me interesa si fue el marica aquel, si fue un ejrc
ito de moros, o si algn amante
del mismsimo Generalsimo de la mierda que lo pari fue el asesino, el que le peg los
tres tiros. Lo nico que s es

que esa historia muri con l. La nica versin oficial es la ma, que debe ser la tuya ha
sta que te mueras. Nuestro
hijo muri en un asalto en Francia cuando estaba a cargo de la agregadura militar d
e nuestro pas. Estamos claros,
Rebeca?
La interrogante final vena salpicada de mares de resentimiento, frustracin y desdi
cha. Los ojos de don Paco casi
se salan de sus rbitas, su rostro era un poema satnico; estaba posedo por almas oscu
ras. No haba huecos para
la duda. La mujer que contena el llanto para no ser abofeteada por segunda vez de
ba calmar a su fiera. El nico
antdoto era la sumisin, otro reproche o palabra mal utilizada podra desencadenar un
a tragedia mayscula.
Entiendo, Paco, perdona. Te juro que no volver a pasar

respondi casi sin respirar.

Muy bien, espero que as sea, Rebeca, porque la prxima vez que me entere de que anda
s hablando mierda de
nuestro hijo te juro que te mato.
Certificada la amenaza, don Paco dio media vuelta, gir sobre el pie izquierdo y l
e dio la espalda a la sufrida
mujer, que cay de rodillas, liberando su dolor a travs de un lloriqueo envuelto en
mantos de nostalgia, rabia,
tristeza y soledad. Las empleadas domsticas que con horror presenciaron la transf
ormacin del doctor Jekyll
madrileo salieron en tropel a socorrer a la seora de la casa. El nico que sigui a do
n Paco hasta el portal de la
entrada fue el fiel mayordomo, sorprendido por la actitud salvaje de su casero.
Todos en la casona abrieron la puerta
del miedo en sus corazones, descubrieron que convivan con un ser atormentado, con
instinto asesino si vulneraban
un secreto callado por resignacin u obligacin.
El atento mayordomo busc la manera de proteger su trabajo brindndole apoyo a su em
pleador por si haba
cambiado de parecer y deseaba despojarse de su blazer de vestir, darse una ducha
relajante, en fin, si deseaba
volver a la cordura. Sus ofertas cayeron en saco roto. El ogro se volte hacia su
fiel empleado, le regal una sonrisa
falsa, dio media vuelta en direccin a la calle decidido a emigrar de un lugar don
de le haban perdido el respeto,
reverencia que ya no importaba. Baj los escalones de la entrada, camin hasta el po
rtal exterior, hizo girar el pomo,
que liber la pesada puerta metlica cual preso en su primer da de libertad, se detuv
o en la calzada mirando a
ambos lados de la calle, buscando un rumbo, un destino perfecto para saciar sus
bajos instintos. Una voz desde
dentro de casa le rob parte de la concentracin.
Disculpe, seor, le esperamos para la cena? Hoy tenemos estofado con alubias y pur de
patatas, su cena

favorita pregunt tmidamente el mayordomo ejerciendo la labor de consejero pacificad


or. Pens que tal vez esa
excusa podra generar algn sosiego en el corazn de don Paco, pero la respuesta que r
ecibi fue peor que un pual
al corazn, la contestacin estuvo a la altura del bochornoso espectculo que se haba v
ivido en el jardn trasero de
la mansin. Era el final de todo vestigio de moral familiar.
Muchas gracias, pero hoy no tengo hambre. Es ms, no s si regresar temprano. Dile a m
i mujer que me voy
al burdel a ver si una puta me calma la rabieta. No me esperen.
Acto seguido, don Paco surc la calle camino delAngelus Club, sitio de moda en la
Espaa franquista, un stano
que entre sus paredes cobijaba un submundo de doble moral, destinado solo a las
minoras pudientes de la sociedad,
sus polticos, militares y empresarios, aunque de vez en cuando la bondad de los c
orruptos permita a sus chferes
seguirles al lugar como premio por su discrecin. Era el burdel de los ricos. Todo
s saban de su existencia, pero
todos evadan su verdad, convirtindolo en un mito en la mente del madrileo de a pie.
Los clientes frecuentes le
llamaban la catarsis matrimonial, el lugar ideal para desahogar las frustracione
s hogareas.

Captulo 10
La capitulacin de don Toribio
Eran pasadas las cinco de la tarde cuando don Toribio sali de la habitacin nmero cu
arenta del hotel Imperial
despus de identificar el cadver de su hija Mara Fernanda. Con actitud seca, sin mpet
u, escaso de coordinacin,
sudoroso, el gran seor de los negocios recorra los pasillos del hostal en busca de
la puerta principal para evacuar el
recinto donde su nica heredera haba decidido despedirse para siempre de este podri
do infierno, preado de
cinismo, falsedad e inters. En su cabeza convergan ideas difusas, una vorgine de re
cuerdos alegres,
remordimientos del pasado, culpas adquiridas o deseos frustrados, junto a la ent
ereza de un vengador que no era
capaz de encontrar la manera adecuada de ordenar el torbellino vivencial de su c
erebro. La concentracin no era la
virtud ms plausible en esas infinitas horas de muerte, odio, desquite, justicia.
De algo estaba convencido: su
descendiente haba escrito con sangre la orden de venganza ms inclemente sobre la f
az de la tierra. Su lenguaje
escueto, impreso en sangre, le exiga de una vez por todas no solo aceptar la verd
ad siempre cuestionada, sino
tambin el cobro recproco del perjuicio recibido por mi princesa encantada .
La figura casi fantasmal de don Toribio traspas el portal de cristal al frente de
l hotel. Un nutrido grupo de
fotgrafos, reporteros y curiosos se agolp hacia l en bsqueda de respuestas, pues el
rumor tena miles de
mensajeros. Ya todo Madrid hablaba de la supuesta muerte de la hija del acaudala
do magnate, incluso se tejan no
menos de una decena de versiones sobre las causas del extrao deceso. Don Toribio
les pidi respeto a los
presentes. Su chfer, junto a un grupito de guardias civiles, le abrieron paso ent
re la muchedumbre ansiosa de
noticias, pero el silencio fue el nico actor. El regio empresario entr en su coche
sin pronunciar palabra, pero sus
ojos hinchados, deformes gracias al llanto sin consuelo, expelieron un fuerte de
stello de tragedia oculta.
El Mercedes Benz blanco aceler sin control. Los transentes se apartaron por obliga
cin, a menos que deseasen
aparecer en las pginas rojas de los diarios. Desde el balcn del cuarto piso, Meral
lo vigilaba la fuga del padre del
cadver que empezaban a levantar para su traslado a la morgue del cuartel central
del ejrcito. El detective
encargado del caso tom el telfono y nervioso solicit hablar con sus superiores para
alertarles sobre la
conversacin sostenida con el deudo. Los requerimientos fueron complacidos a la ve
locidad de la luz; en segundos,
la llamada haba recorrido tres auxiliares de grado, hasta llegar a manos del gene
ralAlonso Remigio Domnguez,
encargado directo de la polica secreta del gobierno, el jefe inmediato de Merallo
. Pocas palabras le dieron luz a su
temor sobre los hechos, papel en mano resumi los puntos ms sutiles del breve inter
rogatorio entre su oficial y el
padre de la fallecida. Colg el auricular sin darle las gracias a su mensajero. Er
a normal, la arrogancia de los

comandantes solo sirve para justificar su jerarqua. Sobre el investigador recay la


orden esencial de limpiar la
habitacin con esmero, esforzndose por borrar toda evidencia capaz de confundir el
manejo de la informacin.
Ante todo, el mensaje de las paredes deba eliminarse. Si era necesario, incluso l
a estancia completa sera demolida
para sepultar las posibles huellas. El cadver no era el tema, pues todos debemos
morir. El miedo del alto mando
estaba en las causas del acontecimiento, pero sobre todo en las consecuencias fa
tales para el rgimen militar si se
filtraba algn goteo de noticias verdaderas, ocultadas por dcadas. El experimentado
general entenda la dimensin
del problema: era una situacin de Estado que deba ser discutida incluso con el Gen
eralsimo o, de lo contrario, el
padre de la muerta podra abrir la caja de Pandora en el rgimen dictatorial.
Sinpausa, el generalAlonso telefone alpropio caudillo. El mensaje fue directo: es
imperativo detener a don
Toribio por precaucin de Estado. Las razones eran obvias: estaba en juego la imag
en del futuro ministro de
Defensa. Como era habitual, nadie poda llevarle al Generalsimo un problema sin ten
er al menos una solucin, por

muy descabellada que fuese. Alonso lo saba, y l mismo ide la excusa adecuada, el pl
an perfecto para frenar al
combativo empresario. El jefe del gobierno vio con buenos ojos el plan, lo aprob
sin mayor discusin, obligando as combativo empresario. El jefe del gobierno vio co
n buenos ojos el plan, lo aprob sin mayor discusin, obligando as
al creativo general a tomar cartas en el asunto de manera inmediata.
La carrera contrarreloj haba empezado: Merallo deba destruir todas las pruebas y A
lonso fabricar una verdad
que, por muy irracional que pareciese, deba ser respetada por todos a la fuerza,
incluso por don Toribio, o de lo
contrario el gobierno se podra afectar en proporciones desconocidas. La primera p
arte del descabellado argumento
era tomar las oficinas emblemticas del empresario. Un contingente de agentes de l
a polica secreta deba intervenir
las oficinas de la directiva del banco del acaudalado hombre de negocios. Otro c
omando de soldados del ejrcito
tena la orden de tomar las instalaciones del peridico para evitar cierta publicacin
indeseada. Las rotativas eran el
blanco ms apetecible. En minutos, cerca de cuarenta soldados detenan las labores h
abituales del informativo
matinal. Ninguna noticia cobrara vida hasta nuevas rdenes.
El generalAlonso entr en la sede del diario alardeando de suspoderes. Sin espera
de autorizacin se enfil hacia
las oficinas privadas del dueo ante la mirada asustadiza de los empleados. Le seg
uan seis oficiales de mediana
graduacin, fuertemente armados, por si algn valiente deseaba retar a la autoridad.
Irrumpieron en el espacio de
trabajo de don Toribio, sorprendindole en plena faena junto a su director prepara
ndo la nota editorial del prximo
ejemplar que iba a ser distribuido al salir el sol del nuevo da. El propietario d
el peridico no esboz mayor
curiosidad. Entenda la presencia no deseada de los militares; era parte del traba
jo sucio que siempre realizaban.
Hoy le daba igual, pues no tena nada que perder. Por primera vez en su vida, deja
ra de hacer o escribir lo
polticamente correcto, lo complaciente al rgimen de censura. Por primera vez, defe
ndera a sangre y fuego el honor
de la familia.
Alonso camin en crculos alrededor del escritorio de madera donde descansaba la mqui
na de escribir, todava
excitada por el elocuente artculo, mecanografiado por el editor en jefe del matut
ino bajo la gua del atormentado
padre. El general pidi leer las cuartillas, y el escribano mir de reojo a su jefe
en demanda de instrucciones que
seguir. Don Toribio asever con la cabeza. Las lneas escritas con dolor no dejaban
espacios vacos para la duda.
Una epstola de cinco pginas enfatizaba la vida trgica de toda la familia del empres
ario, haciendo hincapi en su
bella hija. El texto negaba todo pice de manipulacin, todas las verdades, por muy
dolorosas que fuesen, estaban
grabadas a corazn partido. Casi la mitad del contenido revelaba datos complejos s
obre las relaciones entre el
empresario y el franquismo, informacin susceptible de ser manejada, excepto la mu
erte de su hija, descrita con
tanto detalle que hara temblar al Ministerio de Defensa. La lista de culpables o

ms bien acusados por el suicidio de


mi princesa encantada no era demasiado extensa, pero solo dos nombres hacan resqueb
rajar la credibilidad de
una supuesta heroica fuerza libertadora.
El generalAlonso gir a sus subalternos la orden deprivacidad. Todos salieron del
despacho, no sin antes
advertirle al editor que estara detenido en carcter de testigo, acusado posiblemen
te de instigador. La incriminacin
ba de sorpresa al empleado. Qu clase de testigo era? Simplemente se dedic a redactar
una nota editorial,
como lo vena haciendo por los anteriores veinte aos, esa era su funcin. Los soldado
s obedecieron sin chistar.
Alonso alz el tono de voz con intencin de amedrentar al escribano. Le record que en
el gobierno cualquiera que
atente contra la estabilidad del pas puede ser fichado como traidor, sinnimo de mu
erte rpida. Ejercer el rol de juez
y verdugo produca sensaciones casi orgsmicas a los militares. Esa mescolanza perni
ciosa de poder absoluto,
autoridad y don de mando era ms que una razn de vida para ellos: era la recompensa
autntica por la fidelidad
mostrada al dictador. Alonso cerr la puerta con suavidad, mientras observaba el t
raslado del prisionero culpable de
or los lamentos de un padre aturdido por la tragedia que solo deseaba un imposibl
e en esos tiempos: decir la
verdad.
Don Toribio estaba de pie frente al gran ventanal de su oficina imperial. Apoy am
bos brazos sobre la baranda

dorada que soportaba la mitad del peso del cristal. Desde all poda divisar la maje
stuosidad de un Madrid presa del
miedo, esquivo a lo que no fuese complaciente con el rgimen. Alonso se acerc lenta
mente hacia el acusado para
dar inicio a su descabellada idea de cmo maquillar una muerte y convertirla en un
a victoria o, mejor dicho, de evitar
un escndalo maysculo a cambio de una jugosa cuota de poder. A escasos metros de di
stancia, le sugiri al
empresario tomar asiento para discutir temas relevantes sobre su nuevo editorial
. El empresario cambi la direccin
de su visin; gir de medio lado y de modo complaciente, poco habitual en l, acept sen
tarse en su silln de piel de
cebra, justo frente a la silla donde se haba repantigado el aprendiz de juez.
Sepa usted que me da mucho pesar la muerte de su hija
lAlonso

coment educadamente el genera

intentando romper el hielo.


Ahrrese sus palabras hipcritas, no me importan. Deje en paz mi duelo. Respete, pues
ustedes son parte de
mi desdicha. Sepa que no le temo refunfu un Toribio despojado de poltica y buenos mo
dales.
Bien, vayamos al grano. Ms all de la tragedia de su hija, que tampoco me importa, y
se lo digo para
sincerarnos y ahorrarnos tiempo y lisonjas dudosas, era predecible que usted act
uase de esta forma alocada, sin
medir consecuencias. Por eso estoy ac, para ayudarle a entrar en razn, a manejar l
as cosas de una manera, ms
conveniente para todos.
Las palabras de Alonso se convirtieron en afiladas dagas que se clavaron en el c
orazn del ofendido padre. l
siempre haba sospechado que algn da sus relaciones con la milicia le traeran problem
as. El ejrcito, por
necesidad, termina olvidando los favores recibidos cuando debe cuidar sus cuotas
de poder. Los militares son
capaces de vender su alma con tal de defender el peso de sus charreteras, pues s
in ellas dejan de ser gente. A
diferencia de otras conversaciones con entes de alto mando donde circulaba un ai
re de complacencia en busca de
reparticin de beneficios, Toribio no tena las fuerzas para seguir con la farsa. Ap
arentemente, no haba nada que
perder; su verbo pas a ser irreverente, agresivo, nada ortodoxo para un rey del p
rotocolo.
Vaya, vaya! As que usted ha venido a ayudarme, a entrar en razn! Joder, gracias por e
l apoyo
desinteresado. Es que debemos or cada porquera que, sinceramente, mi capacidad de
asombro ante ustedes jams
se satura respondi el viejo con sarcasmo . Sabe una cosa, general? Todo en la vida ti
ene un lmite. Acabo de
pagar por mi soberbia, mi ego y vanidad con la sangre de mi hija, el ser que ms a
m, aunque le cueste creerme.
Ustedes, en cierta forma, son culpables de su muerte. Les juro que no me temblar
el pulso a la hora de ejercer

justicia porque su asesino anda suelto, ambos le conocemos. Deber pagar por su cr
imen. Esta vez no habr tratos
de ningn tipo, esta vez quiero lavar la ofensa pero con sangre, o soltar miles de
verdades con tal de lograr mi
objetivo.
A pesar de su contundencia, la amenaza no socav el nimo de Alonso; este era un zor
ro viejo, un asesino sin
piedad. La guerra le haba curtido de tal manera que solo perda la compostura ante
el caudillo.
Don Toribio, todo en la vida es negociable, incluso la muerte

ripost el militar.

Eso pensaba antes, maldito hijo de las mil putas, hasta que mi Mara Fernanda se qu
it la vida. Me arrepiento
de todos mis actos, ella no mereca este final. El tono cada vez era ms acusador, ag
resivo, retador.
Quizs tenga usted razn en cuanto al dolor de un ser querido, pero igual es una muer
te trgica. Como todas,
es parte de la vida. Recuerde que para morir solo debemos estar vivos. Pero tene
mos que sobreponernos a las
adversidades, que adems nos forjan el carcter. Tiene razn en pedir justicia, y me c
omprometo a drsela. Pero le
recomiendo que recapacite, revise sus notas, busquemos juntos una excusa creble,
no sin antes saciar su deseo de
venganza, perdn, quise decir de justicia. De esa forma, todos quedaremos felices
y tranquilos.

Don Toribio no aguant el sutil desparpajo de su invitado. Se levant del silln y se


abalanz sobre el ofensivo
militar, le cogi de ambas solapas del traje de gala, y le ret a un duelo de palabr
as, acusaciones, improperios y
amenazas compartidas. Alonso se zaf con destreza y logr dominar a su agresor. Con
un giro violento de manos
redujo al desesperado padre. Le absorbi todas sus fuerzas, colocando la cabeza co
ntra la fra madera del escritorio
exigindole cordura. Mientras duplicaba la presin sobre la cabeza del agresor, desc
arg su ltima amenaza.
Esccheme bien, cretino. Todos en el gobierno sabemos de su poder, de su dinero, de
sus empresas ac o
fuera del pas, pero, lamentablemente, la muerte de su hija es un tema de Estado,
gstele o no. Usted no es tonto.
Sabe que sus manos estn manchadas de sangre a cambio de ciertos privilegios, y qu
e por esa razn se ha
convertido en lo que es hoy en da. Todo lo que le vine a decir ya fue discutido c
on el Generalsimo, su amigo
personal. Tengo la autorizacin de ejecutar toda accin en su contra, incluso suicida
rle si lo amerita la situacin, a
menos que coopere con nosotros. Me ha entendido?
Alonso estruj nuevamente la sien de su compaero de charla, aguardando una respuest
a afirmativa. Toribio no
tena escapatoria: o reduca su mpetu al mximo o simplemente se convertira en el compaer
o de cuarto de su hija
en la morgue esa misma noche. Con un simple sonido gutural, apretado, casi imper
ceptible, el acusado acept la
rendicin forzosa, logrando adems bajar la presin sobre su rostro. Alonso descubri qu
e tena bajo control la
situacin y empez a soltar a su presa de forma gradual hasta que ambos quedaron de
pie uno al lado del otro,
vigilantes de sus acciones.
Muy bien. Me alegra que me haya entendido. Ahora proceder a exponerle la forma en
que llevaremos las
cosas. En primer lugar, no se preocupe por el posible implicado o causante de la
tragedia, ya estamos girando
instrucciones precisas. El alto mando tomar cartas en el asunto de manera expedit
a. A ese que usted llama el
asesino, le daremos un suicidio perfecto, se lo garantizo; es ms, usted puede esc
oger el arma, por si desea darle un
toque personalizado. Pero, a cambio, nosotros seremos los voceros oficiales de l
as condiciones de la muerte de su
hija. Ninguna noticia saldr publicada en su peridico sin que nuestros asesores de
comunicacin la aprueben. Esa
ser la nica versin oficial del deceso. Ni usted, ni mucho menos su esposa o sus fam
iliares, deben pronunciar
comentarios sobre el tema. De esta forma sencilla todos quedamos cubiertos y la
sociedad no tendr motivos de
duda: fue un simple acto de suicidio. El velatorio y el entierro sern en la estri
cta intimidad, alejados de los medios de
comunicacin. Como ve, es muy simple y fcil de manejar. Solo djenos la noticia bajo
nuestra responsabilidad, a

cambio recibir la cabeza del malaventurado responsable de su tragedia familiar.


El sagaz empresario estaba anonadado con la simpleza de la orden. Cmo era posible
que su propia hija fuese
catalogada como trofeo de guerra? l conoca de cerca la manera de pensar de los esb
irros del dictador, reconoca
que no se andaban con cuentos, pero deseaba someterlos a prueba, as que ret a su a
dversario, buscando calcular
el radio de accin que le quedaba.
Supongamos que no acepto y que publico mi editorial y saco a la luz pblica todo lo
que hemos hecho juntos.
Adems, desenmascaro al hijo de puta que jodi la vida de mi pequea.
Las conjeturas de Toribio arrancaron una sonrisa plena de befa del rostro de Alo
nso. La ingenua pregunta le
reforzaba el ego militar, la hombra, le gritaba al horizonte que en el fondo l haba
ganado la guerra con el hombre
de negocios de mayor importancia en toda Espaa. Su plan maestro, por muy tonto qu
e pareciera, haba calado,
alcanzado el objetivo. Toribio entenda que estaba acorralado. Para formalizar el
pacto con notoriedad excitante, el
general abri el compartimiento de su cartuchera, tom la fina pistola con mango de
marfil, baada en oro, la alz al
nivel de su pectoral y empez a acariciarla con sus manos mientras garantizaba sus
dictmenes.

Es muy fcil. En el supuesto, negado, de que usted logre publicar el editorial, uto
pa absoluta, pues el diario est
controlado por mis hombres. De ahora en adelante, nada saldr impreso sin nuestro
consentimiento. Ac le muestro
la pistola con la que usted se suicidar por el dolor de la muerte de su hija. Adems,
piense un poco, no sea tan
gilipollas. El ruido ocasionado por su confesin impresa se disolver pronto, la soc
iedad al cabo de unos meses lo
olvidar todo. Nadie se asocia con muertos o derrotados, es ley de vida, usted lo
conoce de sobra. Por otro lado,
responderemos a sus crticas acusndole de traicin a la patria o simplemente de otro
cargo horrible; le inventaremos
un expediente largusimo y su familia se ver involucrada, perdern el honor que ambos
ostentan y que es muy
importante en la alta sociedad espaola de estos tiempos. Luego pondremos a todos
los miembros de la familia
Lpez de Pea tras las rejas. Recibirn una muerte decente en nuestras crceles, pues no s
oportarn su tragedia
personal. Todas sus empresas sern intervenidas en la investigacin, y todos sus des
cendientes menores quedarn en
la absoluta ruina, el apellido ser execrado en la sociedad, es decir, nosotros, e
l ejrcito, sus antiguos amigos, somos
dueos de su pasado, su presente, pero, sobre todo, de su frgil futuro. En lo perso
nal, no creo que sea usted tan
estpido de arriesgar todo lo que ha logrado con el paso de los aos solo porque su
hija no fue correspondida, o tal
vez se equivoc en sus decisiones sentimentales, o lo que haya sido. Me importa un
bledo, est muerta y punto.
Usted debe elegir qu hacer con lo que an le queda en pie. Don Toribio, piense un p
oco, no nos subestime ni a m
ni mucho menos al ejrcito. Podremos parecer toscos, escasos de cultura, ruines, a
sesinos, pero sabemos muy bien
controlar el mando. Mucha sangre se derram para llegar a donde estamos, no crea q
ue usted es intocable. Todo su
dinero no vale nada ante nuestra jurisdiccin. Por ltimo, si no coopera, el verdade
ro asesino de su queridsima hija
quizs permanezca libre, y esa puede resultar la peor bofetada para usted: tanto l
uchar para perderlo todo y dejar
impune el suicidio. Entonces, tenemos un trato?
controlado por mis hombres. De ahora en adelante, nada saldr impreso sin nuestro
consentimiento. Ac le muestro
la pistola con la que usted se suicidar por el dolor de la muerte de su hija. Adems,
piense un poco, no sea tan
gilipollas. El ruido ocasionado por su confesin impresa se disolver pronto, la soc
iedad al cabo de unos meses lo
olvidar todo. Nadie se asocia con muertos o derrotados, es ley de vida, usted lo
conoce de sobra. Por otro lado,
responderemos a sus crticas acusndole de traicin a la patria o simplemente de otro
cargo horrible; le inventaremos
un expediente largusimo y su familia se ver involucrada, perdern el honor que ambos
ostentan y que es muy
importante en la alta sociedad espaola de estos tiempos. Luego pondremos a todos
los miembros de la familia
Lpez de Pea tras las rejas. Recibirn una muerte decente en nuestras crceles, pues no s
oportarn su tragedia
personal. Todas sus empresas sern intervenidas en la investigacin, y todos sus des
cendientes menores quedarn en
la absoluta ruina, el apellido ser execrado en la sociedad, es decir, nosotros, e
l ejrcito, sus antiguos amigos, somos

dueos de su pasado, su presente, pero, sobre todo, de su frgil futuro. En lo perso


nal, no creo que sea usted tan
estpido de arriesgar todo lo que ha logrado con el paso de los aos solo porque su
hija no fue correspondida, o tal
vez se equivoc en sus decisiones sentimentales, o lo que haya sido. Me importa un
bledo, est muerta y punto.
Usted debe elegir qu hacer con lo que an le queda en pie. Don Toribio, piense un p
oco, no nos subestime ni a m
ni mucho menos al ejrcito. Podremos parecer toscos, escasos de cultura, ruines, a
sesinos, pero sabemos muy bien
controlar el mando. Mucha sangre se derram para llegar a donde estamos, no crea q
ue usted es intocable. Todo su
dinero no vale nada ante nuestra jurisdiccin. Por ltimo, si no coopera, el verdade
ro asesino de su queridsima hija
quizs permanezca libre, y esa puede resultar la peor bofetada para usted: tanto l
uchar para perderlo todo y dejar
impune el suicidio. Entonces, tenemos un trato?
Cual caballero, el soberbio generalAlonso extendi la mano derecha en espera de un
fuerte apretn que sellase el
acuerdo entre las partes. La palabra de don Toribio estara avalada por su propia
vida. Tal como se exhiban los
naipes sobre la mesa, quedaban pocas opciones. La verdad del editor poda ser cont
rarrestada por el aparato
meditico del gobierno, sera una cortina de humo que durara lo mismo que un ciclo lu
nar y que luego pasara al
mayor de los olvidos, sin la certeza de haber obtenido la justicia anhelada. Ant
es de apretar la mano de su verdugo,
de capitular sin exigencias, el sentenciado pidi conocer el escrito de la noticia
, cmo deban manejar el caso para
preparar a su familia. Quera adems la certificacin del ajusticiamiento del causante
de su tormento emocional, de su
desdicha.
No se preocupe por el comunicado, nuestro personal est trabajando en ello, pero se
r algo simple. Tal vez el
tradicional suicidio producto de la depresin, acaso mezclado con la relacin de par
eja, un poco no correspondida,
sumada a la crianza de su nieto, en fin, una combinacin de factores crebles que de
bilitan la psique de las mujeres.
Usted sabe? Trastornos hormonales o temas sensibles del sexo dbil. Noticia que ele
va el morbo del lector. Pero
para esas menudencias estn nuestros expertos en la materia, que en cuestin de hora
s me traern la nota fnebre
que ser repartida a todos los medios de comunicacin, es ms, ser publicada, pues vend
r firmada por el actual
Ministerio de Defensa. No se preocupe por los detalles, solo limtese a obedecer o
lo pierde todo. Ve usted qu
sencillo resulta cuando las partes estn de acuerdo? Ah, en cuanto al causante de
su tragedia, confe en m, pronto le
enviaremos a una misin de esas cuyo retorno es poco predecible.
Alonso volvi a extender la mano en busca de aprobacin. Don Toribio titube, pero las
amenazas del personero
del gobierno eran muy elocuentes. Su mente deba ser gil. O aceptaba el trato o per
dera toda opcin de revancha
en un futuro cercano. Era cuestin de sobrevivir con tristeza o morir sin esperanz
as. El viejo empresario era
consciente de que estaba frente a la peor negociacin de toda su existencia, una d
e esas que presenta dos caminos,

dos opciones dismiles: xito pauprrimo o fracaso absoluto. Por el momento, el dolido
padre qued sin armas bajo
la manga, abatido, vencido y extendi su mano derecha en franca intencin de cerrar
el trato. Las palmas se
juntaron. Uno celebr el triunfo, el otro llor en silencio su rendicin obligada pero
necesaria. Con la sonrisa del

conquistador, el militar convid a su vctima a tomar asiento, llam a sus colegas de


armas para celebrar el macabro
contrato. Pidi a los guardias custodiar las instalaciones del peridico y apost vari
os batallones que velaran por las
noticias durante los prximos tres meses, solo por precaucin. Cortsmente solicit un t
doble para l mientras
esperaba la llegada del comunicado oficial en compaa del deudo. Dicho artculo de pr
ensa estaba en fase de
elaboracin y arribara en las prximas dos horas, tiempo suficiente para agilizar los
trmites del velorio, entierro y
captura del asesino. El Ministerio de Defensa estaba a salvo frente a potenciale
s rumores malsanos.
Captulo 11
El nacimiento del amor bonito, el que duele
Madrid, siete meses antes del suicidio de Mara Fernanda
Como todos los lunes, la Iglesia de SanAgustn abri suspuertas a las siete de la maa
napara ofrecer la primera
misa del da. El sacerdote Sebastin Iribarren, encargado de la santa capilla, pronu
nci un sermn magistral. La sala,
llena a reventar, le escuch con atencin por casi hora y media. Sus discursos siemp
re se extendan ms de lo
establecido, siempre abusaba de la capacidad de su verborragia. Llevaba cerca de
dos aos al frente de la capilla, se
haba convertido en una celebridad para los creyentes habituales, pero nadie sospe
chaba sus verdaderas intenciones,
muy bien disimuladas bajo el amparo de su vestimenta sacerdotal. Ese da le toc ofi
ciar la homila con un atuendo
sobrio, color prpura y dorado, casualmente el que ms le agradaba, muy acorde a los
tonos del Nazareno flagelado
en el calvario, llevando a cuestas la pesada cruz. Los cirios despedan rayos de l
uz que iluminaban el altar a todas sus
anchas. Era tradicin del sacerdote triplicar el nmero de velones para darle un sim
bolismo ancestral al recinto, una
imagen difcil de olvidar.
En el altar mayor se veneraba la imagen del Cristo Redentor, flanqueado en semicr
culo por ngeles y querubines,
intercalados. En los planos superiores del altar se divisaban las figuras en rel
ieve, talladas en madera noble, de San
Antonio, San Pancracio, San MiguelArcngel y San Jos, colocados cualprotectores del
patrono del santuario. La
figura de San Agustn posea una expresin un tanto tristona que generaba una brizna d
e melancola en los corazones
de sus devotos. La pequea estatua, tallada por seminaristas de la Catedral de Lim
a a finales de 1897, fue un regalo
de la familia Ignaciana del Per, trada por el obispo Mantilla, que durante quince
aos estuvo al frente de la
congregacin, repartido entre Lima y Cuzco.
La bendicin de despedida, cuando los asistentes se apoyan sobre sus rodillas para
recibir el abrazo de la
Santsima Trinidad, indicaba la culminacin de la misa mayor. Cada uno de los presen

tes inici la retirada del santo


recinto para enfocarse en sus obligaciones del da. Cierta cantidad de asiduos vis
itantes aguard al prroco para
despedirse en persona e intercambiar las tpicas palabras de felicitacin por el men
saje y las lecturas bblicas o tal vez
alguna que otra adulacin nada graciosa para Iribarren. La monotona le causaba sofo
cacin, llevaba mucho tiempo
repitiendo la misma cantaleta cada lunes, pero siempre algn oyente desubicado se
apersonaba par dar opiniones
innecesarias, comentarios fastidiosos de viejos sin oficio, como sola pensar el r
everendo. Eran creyentes en el influjo
celestial gracias a la cercana del representante de Dios en la tierra como imn par
a obtener bendiciones adicionales
a las ya previstas en el libro de vida de cada ser terrenal.
Usando la expresin facial polticamente adecuada, Iribarren fue despidiendo a los ms
rezagados del sermn. No

tena ganas de plticas estriles. La excusa perfecta era la necesidad de organizar la


iglesia para la siguiente misa, la
del medioda, e iniciar adems el servicio de confesiones con la ayuda de tres jvenes
sacerdotes. Aprovech para
colocar las biblias en cada cubculo donde los curas recin ordenados podran escuchar
las lamentaciones de sus
fieles en pena. En la Espaa de la poca, la confesin era un mal necesario. A cada ra
to los temerosos cristianos
dedicaban buena parte de su tiempo a compartir sus culpas y pecados con los repr
esentantes de la Iglesia en busca
del perdn divino con la firme creencia de limpiar sus almas sin importar la dimen
sin de la culpabilidad.
Luego de revisar cada confesionario y dar su bendicin a cada uno de los tres comp
aeros de trabajo, Sebastin
Iribarren se dirigi al altar para recoger uno de sus misales favoritos, que le ha
ra compaa en la tarea de perdonar
errores de sus sbditos. De espaldas a la entrada principal, dedic un padrenuestro
al Cristo Redentor en seal de
reverencia, pero no finaliz la ltima estrofa de la santa oracin universal que herma
na a todos los cristianos. De
improviso, un claroscuro multiforme cubri parte del altar principal, generando la
mayor de las distracciones, casi la
mitad del cuerpo del cura qued en la penumbra, a pleno amanecer. El sacerdote dio
media vuelta, colocndose a
cierta distancia del inesperado visitante. Los poderosos rayos del astro matinal
le causaron una ligera ceguera,
impidindole descifrar la identidad del invitado. Decidi entonces bajar del altar e
n direccin al nacimiento del
contorno corporal que le robaba la atencin. Intent socavar el poder de la luz sola
r, colocando su mano derecha
como escudo, de esa forma poda obtener una idea un tanto ms clara de la persona qu
e se acercaba a su
encuentro; pareca alguien confundido.
Iribarren dio unos cuantos pasos a media zancada, aproximndose paulatinamente a l
a figura humana. A menos de
dos metros de distancia logr descifrar el misterio: una hermosa mujer, alta, esbe
lta, que transpiraba lujo, decorada
con vestiduras notoriamente exquisitas de una dama de alta sociedad, con peinado
finamente protegido por un
sombrero francs, de corte bajo, de esos que resaltan la sensualidad de la modelo.
Con facilidad el sacerdote la
reconoci; sin lisonja, con indiferencia le dio la bienvenida, como si se tratase
de otro feligrs de paso.

Hija ma, eres t! Qu grata sorpresa! Qu bueno verte! Por fin tengo el honor de recibir
en mi humilde
iglesia, cmo has estado?... exclam con emocin teatral el sacerdote mientras abra sus b
razos en busca de un
saludo caluroso, con intencin de envolver la humanidad de la sorpresiva amiga. Al
go le indicaba al maligno
sacerdote que la monotona estaba por fallecer, que sus planes empezaban a dar cos
echa, los ltimos cuatro aos no
se haban invertido en vano. La expresin facial de la hermosa dama le transmita a Ir
ibarren una pizca de victoria.
Suavemente el llanto brot de los ojos de la enigmtica vctima, un quejido infantil e

scap de sus labios y luego se


convirti en suspiro en busca de libertad.
Tiene razn, padre, es hora de confesar mis pecados, aydeme, se lo ruego.
Cada slaba se entrecortaba con partculas de baba, pero el astuto sacerdote ya imag
inaba de qu trataba la
sorpresiva visita. Para evitar que la risa producto de los nervios le traicionas
e, develando parte de su satisfaccin por
el sufrimiento ajeno, Iribarren la invit a compartir sus penas en el despacho pri
vado del prroco, que as, con
absoluta discrecin, sirvi de digno confesionario para una dama de tan noble famili
a. Ambos se dirigieron al lugar,
entre llantos y sonrisas ocultas.
* * * * *
El prroco Sebastin Iribarren conoci a la hija de don Toribio en
a con motivo del bautizo de
su primognito, de nombre Francisco, concebido en su primer ao de
general Bentez. Incluso se
rumoreaba que el matrimonio se haba adelantado por el embarazo de
esde ese primer contacto
haban transcurrido casi seis aos, pues el cumpleaos del pequeo
en siete meses exactos.
En aquella ocasin la misa fue oficiada por el obispo, y el actual
esia de San Agustn fue uno de sus

la ciudad de Sevill
matrimonio con el
Mara Fernanda. D
Francisco Esteban sera
prroco de la Igl

aclitos. En ese primer encuentro, por ms que lo intent, Iribarren no pudo ser el ce
ntro de atencin;
aproximadamente cerca de mil invitados asistieron entre amigos directos del empr
esario meditico y la plana mayor
del alto mando, empezando por el invitado de honor, el propio Generalsimo, amigo
personal del padre de la
criatura, a quien le deba parte de la conquista de Andaluca, importante reducto re
publicano.
Las celebraciones del bautizo del primer hijo del general Bentez duraron tres das,
coincidiendo con las
festividades de la Virgen del Roco. La mayor parte de los asistentes al sacrament
o se hartaron de comer y beber en
los diferentes cortijos ubicados en los alrededores de la imponente catedral. Po
r causa de las fiestas en honor a la
virgen, que ameritaban un mayor nmero de actos protocolares, el padre Iribarren d
esperdici la ocasin de
penetrar en el crculo familiar de la hermosa heredera, su hora an no haba sonado. S
in embargo, el nombre del
sacerdote reson con fuerza entre los presentes, generando siempre buenos comentar
ios a su favor. Las notorias
conversaciones con linajes de abolengo o relevancia social de Madrid le ayudaron
a crear una especie de listado de
familias propensas a ayudar a su causa, bien con donativos, o con recomendacione
s profesionales a la hora de pedir
traslado hacia la gran capital, el epicentro de su macabro plan.
Corrieron cerca de cuatro aos antes de que Iribarren volviese a toparse cara a ca
ra con su misteriosa visitante.
Fue en la boda de una de las mejores amigas de Mara Fernanda. Esta vez la celebra
cin ocurri en Madrid, en la
propia Iglesia de San Agustn, bajo el manto del prroco del buen hablar. Fue la oca
sin perfecta. La misa estuvo a
cargo de Iribarren. Hubo pocos invitados, fue ms bien una celebracin sencilla, con
escasa presencia de polticos o
militares. El sermn ocasion lgrimas de felicidad, alabanzas sobre el amor verdadero
, ese que nunca muere, ese
que todas las novias suean con alcanzar. La capilla a medio llenar fue testigo de
una actuacin soberbia, seductora,
manipuladora, a cargo del polifactico regente de la casa de Dios. Luego de la ben
dicin de los esposos ya no haba
necesidad de mayores credenciales: todos queran compartir unas palabras con el sa
cerdote, que acept con
humildad la invitacin al banquete en honor a los recin casados.
En plena fiesta, Iribarren no dio libertades. Deba atacar con la velocidad del tr
ueno, quizs no tuviera otra
oportunidad tan clara para infiltrarse en la familia de su peor enemigo. Saba que
la venganza deba iniciarse de
manera casual e inofensiva. Por momentos evit el contacto directo con sus vctimas,
con disimulo, casi las
esquivaba, las ignoraba. Era parte de la estrategia; la idea era generar un nive
l demencial de indiferencia, obligando a
la presa a romper el cerco, a perseguir al cazador. La mayora de los amigos de Ma
ra Fernanda atizaban el fuego de
la curiosidad en ella siempre que sala a relucir el nombre del sacerdote que cas a
su amiga.
Midiendo el grado de mpetu, Iribarren supo el instante perfecto para intervenir,

para conquistar espacios en el


hogar de Bentez. Se acerc a la mesa del general mientras su esposa buscaba algo de
comer. Le salud con
respeto, honrando el uniforme de gala, propio del ejrcito. Eso le agradaba a todo
oficial, an ms si la reverencia
era ofrecida por un hombre de la Iglesia, homlogos en rango socioeconmico pero no
en oficio. El militar brind
asiento a su corts e inesperado invitado. Este acept no sin antes presentar discul
pas por si invada la privacidad de
los comensales. Bentez insisti y en segundos ambos departan con ligereza fraternal.
Al poco tiempo lleg la esposa
del general con una abundante bandeja de bocadillos para compartirlos en la mesa
. Despistada se uni a los
presentes, y cuando descubri el semblante del exitoso representante de la Iglesia
, Mara Fernanda qued
impresionada por la belleza fsica de Iribarren. Posea el sacerdote el porte de un
modelo de revista: esbelto, atltico,
bien dotado fsicamente. Su nivel de seduccin era poco habitual entre los curas de
la ciudad, que en su mayora eran
hombres entrados en edad, con exceso de equipaje alrededor de la cintura, algo g
lotones de la buena vida gracias a
la prdica de la fe. Por eso las fminas hacan largas filas para ver al joven y buen
mozo prroco en confesin; se
desvivan por or su voz, por sentir la respiracin acelerada al pedir perdn por los pe
cados cometidos y ser
absueltas por tan hermoso macho.
Despus del protocolo de salutacin, Iribarren les record la vez que fue ayudante del
obispo en el bautizo de

Francisco. Los padres de la criatura mostraron sorpresa, pues no les era familia
r el rostro del invitado. Como
prueba, detall cada uno de los acontecimientos acaecidos en la liturgia del bauti
zo, las lecturas, las palabras del
obispo, la decoracin del lugar, los invitados de honor, el nmero de nios que formar
on alharaca en la fiesta, los
das de juerga entre manzanillas, tintos y jamones. La descripcin pareca fotogrfica:
no se escapaba un mnimo
recuerdo importante. Con este alarde de memoria, Iribarren fue conquistando la c
onfianza de sus futuras presas. La
primera en sucumbir ante las bellas frases fue la esposa del militar. Este, por
el contrario, se mantena receloso ante el
siervo de Dios. Pareca dudar de l o tal vez temerle, un no s qu le molestaba a prior
i. Bentez era hombre de
guerra, nada le poda atraer a primera vista, ni siquiera el embrujo de una mujer.
La duda siempre era su premisa,
por eso no haca migas con facilidad con nadie, menos con un competidor en nivel d
e poder, un simple sacerdote,
hbil con el verbo, adems de exagerado con su belleza fsica, que no cuadraba como ex
ponente de la Iglesia.
Iribarren pregunt por el pequeo Francisco, que no haba asistido a la ceremonia por
estar un poco agripado y
se haba quedado con sus abuelos paternos. Las alabanzas hacia el infante terminar
on de conquistar la confianza de
Mara Fernanda, que miraba de manera profunda, abstrada, a su honorable compaero de
mesa. Pasaron las horas
en dilogo amigable. Curiosamente, las pasiones acadmicas de la esposa del arisco m
ilitar eran muy similares a los
gustos culturales del sacerdote. Ambos se sentan atrados por la filosofa, la teologa
y el latn, ctedras que de
alguna manera la respetable dama de sociedad alcanz a iniciar en la universidad,
aunque el nacimiento de su beb la
haba obligado a dejarlas a un lado provisionalmente. El ladino hombre de fe encon
tr en ese detalle personal de la
estudiante frustrada la posible puerta de entrada al bnker de la familia Bentez Lpe
z de Pea. Deba construir
rpidamente un abanico de opciones para estar cerca de sus vctimas sin ser detectad
o, sin atraer pensamientos
sospechosos, evitando la desconfianza. La excusa perfecta estaba servida frente
a sus ojos. Ella no poda dedicarse
a la universidad a tiempo completo por las responsabilidades de casa, en especia
l las horas que demandaba el
pequeo Francisco. Pues, entonces, la mejor manera de ayudarla era que alguien le
impartiese lecciones privadas de
cada una de las ctedras en su propia casa. Esto ayudara a cumplir con todos los co
mpromisos de ama de casa,
madre, esposa y quizs amante frustrada.
Sin miedo y a quemarropa, Iribarren se ofreci sin compromisos para ser el profeso
r privado de Mara Fernanda.
Propuso incluso un horario flexible de cuatro horas a la semana. Para l le result
ara fcil cuadrar los horarios fuera
de los servicios religiosos. De ese modo, ambos estaran satisfechos en la adminis
tracin de sus tiempos. Para darle
abultado realismo a la ingenua propuesta, establecieron un pago honorfico en form

a de donacin a favor de la
congregacin de los jesuitas. La mujer celebr con austeridad la oferta porque, a pe
sar de lo mucho que le
encantaba la posibilidad de retomar los estudios, su marido siempre tendra la ltim
a palabra. Se sinti honrada de
poder ser instruida por uno de los sacerdotes ms intelectuales del momento, cuyas
calificaciones en el seminario
opacaron al mejor erudito, con ndices aprobatorios sobresalientes, en especial en
las materias de latn y teologa, las
favoritas de su potencial alumna.
La respetuosa mujer pens en usar la complicidad del sacerdote para obtener la apr
obacin de su marido, pero,
para sorpresa de ambos, el general no ofreci resistencia al pedido de su esposa.
Por el contrario, la indiferencia fue
la conducta ms notoria. Iribarren pudo leer entre lneas la fragilidad del amor exp
resado por el esposo. Pareca que
la compaera sentimental del oficial en jefe no era ms que una decoracin, un estorbo
, tal vez un artilugio facilitador
de objetivos en sus aspiraciones polticas y sociales, el amor se apreciaba forzad
o.
Alcanzado el propsito inicial, Iribarren festej la sabia decisin de Bentez al autori
zar las clases privadas de su
esposa. La simple posibilidad de ejecutar su venganza le produca una excitacin mal
sana al sacerdote. No poda
entender lo fcil que haba resultado penetrar en la vida hogarea del general. Pareca
que el disfraz de clrigo haba
demostrado su poder de inocuidad, capaz de esconder los ms bajos sentimientos, lo
s oscuros instintos, y la
podredumbre de un alma negra, vestida de sotana, cegada por el odio de la guerra
. Su plan maestro, ideado
meticulosamente varios aos antes, haba generado la primera victoria, la primera ca
beza de playa se alcanz esa

misma noche. Era tiempo de celebracin, de fiesta en el alma del vengador, los mes
es venideros prometan mucho
esfuerzo pero tambin muchas satisfacciones. El camino estaba trazado, el tiempo d
eterminara la consecucin del
objetivo.
Captulo 12
El verdadero legado de Bentez
El general Rafael Bentez fue el primognito de la familia, el nico varn de los cuatro
descendientes de don Paco.
Recibi su nombre en honor al arcngel, de quien todos, por el lado materno, eran de
votos en su hogar. Sobre todo
la mam; ella fue quien escogi el nombre del pequeo, en franca disputa con su marido
, que apreciaba un tanto ms
al arcngel mayor, pero la insistencia de la esposa, sumada al poder econmico de lo
s suegros, doblegaron el deseo
del progenitor en la seleccin de la firma de su hijo. Da igual , pens el abogado, si y
a vendrn otros hijos,
entonces alguno se llamar Miguel . Pero el destino juguetn solo le regal tres hermosa
s hijas, cortando as la saga
del apellido paterno y eliminando toda posibilidad de honrar al prncipe de la cor
te celestial con alguno de sus
herederos. Poco le import al novato abogado dar su brazo a torcer, l no buscara un
conflicto con sus adinerados
padres polticos, que desde la misma ceremonia nupcial le abrieron mil puertas en
su carrera como leguleyo.
Adems, cuando se despidieran de este mundo, la tajada de la herencia que recibir
por su mujer bien vala el
esfuerzo de sabia negociacin matrimonial. Su bandera era la complacencia a cambio
de un futuro pletrico de
xitos, viajes, lujos, dinero, poder.
Desde muy nio, Rafael Bentez demostr dotes de mando, era algo que tena muy marcado e
n sus genes,
especialmente del lado materno. Su progenitora, Rebeca Mondarn, era la tercera de
las hijas de Esteban Gabriel
Mondarn, poderoso hacendado de la regin de Jerez, dueo de interminables tierras don
de pastaban miles de
cabezas de ganado vacuno, porcino y caballar. Adems de la ganadera, era accionista
de dos viedos importantes
en la comarca. Su fortuna era desproporcionada en comparacin con su humildad. Hom
bre de campo, rudo,
machista a ultranza, con una fuerza de diez hombres, haba sacrificado su juventud
al frente de la hacienda La
Esperanza, heredada de sus antepasados. A pesar de su tosca humanidad, poca form
acin acadmica y escueto
discurso, se le consideraba gran emprendedor en los negocios. Durante la guerra
tuvo la habilidad de apoyar al
caudillo, brindarles alimento a sus tropas y varios donativos importantes en metl
ico para adquirir armas que le
diesen oxgeno a la revuelta contra los comunistas, casualmente dirigida por su ni
eto, sobre quien haba recado la
conquista de la regin. Siempre les tuvo miedo a los rojos, les catalogaba de ente
s satnicos capaces de erosionar
naciones enteras. No les tena un pice de fe, y por eso jams dud en ser aliado incond
icional del Generalsimo.

Don Esteban sola repetir a viva voz a todos los miembros del clan: Dios nos regal l
a vida, la fe, la esperanza, el
futuro Entonces el diablo nos regal el comunismo . El gesto de apoyo a los nacionali
stas le fue muy bien
retribuido luego de la victoria en Madrid, incrementando en muchos ceros las arc
as del padre. Pareca que la fuerza,
agresividad y valenta del abuelo por parte de madre, sin dudarlo, fueron a parar
al cuerpo del joven general Rafael
Bentez.
Durante la adolescencia el chico adquiri un cuerpo atltico. Siempre se ejercitaba
en deportes o pruebas fsicas
de alto impacto, esculpiendo, sin darse cuenta, una masa muscular perfectamente
definida, slida cual la de un
gladiador romano. Siempre que se enfrentaba a compaeros de clase, incluso de grad
os superiores o edades ms
evolucionadas que la propia, l llevaba la victoria con poco esfuerzo pero mucha s
angre del adversario. Para l la

victoria en el combate era algo tcito, disfrutaba quebrando huesos de sus retador
es, desprendiendo dientes o
dejando ojos sangrantes. Eran como trofeos, pruebas irrefutables de su valor, de
mostracin de su hombra, que en
repetidas veces le mereci fuertes sanciones, quejas y expulsiones de los colegios
de turno por esa actitud
demasiado pendenciera.
Con dieciocho aos decidi hacerse militar con el beneplcito de su padre y abuelo, qu
e hicieron fiestas
patronales en el pueblo ante tan magno evento, mientras Rebeca, resignada, le en
comendaba la vida de su hijo a san
Rafael. Entre llantos y novenas ofreca su vida a cambio de proteccin para su queru
bn. Apenas iniciado en la
milicia, Bentez demostr capacidades de combate muy por encima de sus compaeros de p
romocin. Adems,
saba combinar la mezcla perfecta: agresividad con altas dosis de anlisis, era estr
atgico, metdico, interpretaba con
rapidez tcticas de ataque, estrategias de acciones blicas, de defensa o retaguardi
a. Sus calificaciones eran
sobresalientes a todo nivel, augurndole una carrera rpida, exitosa, en toda arma d
el ejrcito.
El nico problema evidente, denunciado por dos de los sargentos a cargo del progra
ma de formacin de cadetes,
era el nivel hiperblico de su agresividad, un sumatorio de sadismo con barbarie.
La acusacin no prosper porque,
adems de su talento innato, el cadete ostentaba el amparo de su apellido y abolen
go, credenciales que en todo
campo profesional pueden, en ciertos momentos, opacar el lado oscuro o falta de
nivel profesional, incluso en la
propia familia real.
Su celebridad se propag como el fuego. En cada ascenso de graduacin militar siempr
e era el encargado de
pronunciar el discurso ante la multitud de nuevos oficiales. Era ejemplo, modelo
de referencia obligada que seguir,
razn por la cual, al inicio de la fatdica guerra de 1936, no demor en ser parte ese
ncial del crculo combatiente
preferido por el Generalsimo. Muchos al principio pensaron que ello se deba en par
te a las relaciones de su abuelo
con el mximo jefe de tropa, pero la gran cantidad de bajas cobradas ante el enemi
go en cada lucha cuerpo a
cuerpo despej la presencia de dudas. Su ferocidad en batalla le vali el remoquete
del Carnicero de Andaluca. No
le gustaba dejar prisioneros a su cargo, era ms fcil ajusticiarles con el fin de i
ncrementar el terror en las tropas
republicanas y a la vez obtener respeto entre los pobladores conquistados, no fu
ese a pasarles por la cabeza la idea
de cambiar de bando. Siempre afirmaba que
encia cosechas .

mientras ms miedo infundes, menos resist

Su anillo de seguridad estaba formado por militares de poca monta que haban ascen
dido por valenta y
agresividad ms que por talento, inteligencia o aspiraciones. De ese modo, era fcil
evitar traiciones que afloran
cuando el subalterno puede superar al jefe en el plano estratgico. Bentez cuidaba
al mximo cada detalle que se
interpusiese en su afn de escalar posiciones. Aspiraba a una carrera militar llen
a de medallas, que algn da colgara
del cuello de su admirado padre, su gran mentor, su mejor amigo, el que le haba e
nseado el uso perfecto de los
principios maquiavlicos a la hora de alcanzar una meta sin importar el dao a terce
ros, cuartos o quintos. El nico
guerrero de peso a quien en contadas ocasiones lleg a respetar fue la muerte, ese
oponente que en algn momento
nos puede robar el don de la presencia. Pero el sadismo de retarla era la mejor
vitamina para sobrevivir, llevndole a
un duelo cotidiano donde por ahora Bentez alzaba la bandera de una victoria que l
leg a pensar que sera eterna.
Basaba esta pregonada inmortalidad en las balas que recibi en el frente de batall
a en tres ocasiones, en combates
cuerpo a cuerpo. Una de ellas incluso le roz el corazn, pero sin peligro mortal, c
on tan solo una corta estancia
forzada en el hospital que le oblig a un descanso aniquilador.
Si el xito le sonrea en la conquista enemiga, no menos macabra era su imagen de ca
rcelero, que opacaba sus
virtudes castrenses. En muchas ocasiones fue criticado por sus mtodos inquisidore
s a la hora de interrogar a
militares del otro bando o a simples ciudadanos tachados de espas, rojos, anarqui
stas, o lo que fuese pecaminoso a
los ojos de los desconfiados nacionalistas. El propio Torquemada se habra horrori
zado ante las tcnicas para
obtener informacin utilizadas por Bentez. Para l no exista el papel del militar buen
o o el militar malo. Cuando se
peda cierta confesin, datos de guerra en manos del enemigo o alguna acusacin por te
rceros, solo exista la figura

del verdugo, el ser siniestro, que supona de forma unilateral la culpabilidad del
acusado en primera instancia, aunque
si este sobreviva o demostraba su poco frecuente exculpacin podra contar con la lib
ertad como premio.
Les tena fobia a los detestables comunistas, a los cobardes, a los intelectuales,
pero, sobre todo, a los
homosexuales, que consideraba excremento del ngel de la oscuridad. No poda entende
r la presencia de estos
ltimos sobre la faz de la tierra. Se autoproclamaba homofbico a ultranza. A los pr
isioneros los separaba segn las
fobias anidadas en su corazn. El castigo, o, mejor dicho, el interrogatorio, depe
nda del tipo de prisionero. El abuso
en los interrogatorios fue motivo de especulacin entre la tropa, que no entenda po
r qu se ensaaba tanto con los
presos, en especial, con los amantes del mismo sexo, a quienes siempre interroga
ba desprovistos de vestimenta
alguna, en su mayora con claras seas de tortura en todas las partes del cuerpo, ll
enos de quemaduras, de heridas
punzopenetrantes en reas de concentracin de nervios como axilas, entrepiernas, pla
ntas de los pies, tetillas, labios,
ojos, pero, en ocasiones, con nfasis en la castracin total. Consideraba los miembr
os viriles, en el caso de los
maricas, como sola llamarles, un trofeo, muestra de exorcismo corporal, de extirp
acin del pecado malsano de la
carne. Algunas veces los tajaba con un solo golpe, antes de introducirlos en la
boca del penitente.
No le importaban las acusaciones. l estaba para defender a Espaa de las plagas que
consideraba endmicas
durante esos aos de sangre. Era su forma macabra de divertirse, de ganarse un nom
bre en la batalla, de ser
recordado. Insista en que el tiempo le juzgara, seguro de tener la razn, de haber p
rotegido a la nacin del enemigo
rojo, de los vicios y la perversin de la dbil sociedad.
Uno de los casos, ciertamente notorio en su demencial limpieza moral, fue el de
un soldado desertor del otro
bando, capturado en los bajos de un edificio abandonado. Lloraba el hombre presa
del miedo, se entreg
enarbolando una bandera blanca muy rudimentaria, confeccionada con partes del ma
ltrecho vendaje que le cubra
una herida en la cabeza, quizs ocasionada en alguna escaramuza previa a la toma d
el lugar. Ostentaba galones de
teniente, pero por su aspecto fsico pareca ocupar un escalafn ms bajo en la jefatura
militar. Le trasladaron al
frente de batalla en presencia de Bentez, quien no soport ver a un soldado con ojo
s de mujer, arrasados en
lgrimas, que temblaba como nio, un soldado que haba empuado el fusil con ademanes fe
meninos, segn sus
captores. Rpidamente, las pruebas visuales le tildaron de homosexual. Fue llevado
al cuartel general, le colgaron de
ambos brazos y fue flagelado por ms de una hora. Bentez pidi entonces que todos sal
ieran del recinto, que l se
encargara de concluir el interrogatorio y ver qu dato de inters, aparte de su escas
a hombra, poda sacarle al
prisionero.
La rudimentaria portezuela del calabozo se cerr, sellando as el destino del infeli

z. En pocos minutos los gritos


desesperados se transformaron en alaridos hasta que Bentez tap la boca del acusado
con un trozo de tela de un
mugriento uniforme enemigo. El desenfrenado ulular del torturado se redujo a un
ronco murmullo, un simple sonido
onomatopyico. Poco a poco, el volumen fue cediendo, ahogndose en el aparente vaco i
nfinito de la muerte fsica.
Transcurrieron unos quince minutos, solo el golpeteo de un hacha crujiendo sobre
un tabln de madera delataba la
presencia de alguien en el interior de la mazmorra. El sonido era seco, como de
un tallador en plena faena.
Finalmente, Bentez abri la puerta. Su uniforme exhiba pruebas irrefutables de su lo
cura homofbica hacia el
desdichado reo. La ropa del castigador estaba impregnada de manchones rojizos, d
e sangre todava caliente que
rezumaba de la tela verde olivo. Los guardias apenas observaron el cuarto de cas
tigo, quedaron atnitos al descubrir
un cuerpo desmembrado, con las extremidades superiores esparcidas a ambos lados
de la mesa de interrogacin, el
tronco sentado en la silla y la cabeza descansando a su lado derecho. Nadie se a
trevi a desperdiciar una simple
palabra, todos se miraron espantados, llenos de horror. Todos le teman al verdugo
que exhalaba odio por sus
pupilas al punto de la excitacin mxima, de un orgasmo frentico, jadeante de extrao p
lacer, de un goce insano,
digno de un retorcido caso clnico de la psiquiatra moderna.

Bentez hizo un alto en su retirada, dio media vuelta, les orden a sus soldados que
recogiesen el cadver y lo
colocasen en cuatro cajas de madera, cada una marcada con un rtulo ms amenazador q
ue el otro, y que hiciesen
llegar el horrendo presente a las lneas enemigas para que los rojos entendiesen d
e una vez por todas el futuro que les
aguardaba.
La justificacin pretendida por Bentez ante semejante atrocidad poda ser asimilada c
on facilidad por los burdos
partisanos, u oficiales sin estudios, sin valores humanos, como el grueso de la
tropa. Pero el teniente Fermn
Andueza, de reconocida trayectoria acadmica, no comulgaba con el resultado de la
salvaje ejecucin.
Andueza era un mocetn navarro, de recia estirpe carlista. Su abuelo haba peleado e
n el sitio de Bilbao y
acompaado a Carlos VII hasta el Bidasoa. Su padre luchaba en el Requet de Pamplona
y haba gozado de la
confianza del general Mola. El nieto tom las armas en julio de 1936, pero pronto
cambi la boina roja de la
comunin tradicionalista por el uniforme del ejrcito. Su denuedo le haba llevado pro
nto de alfrez provisional a
teniente. Respetaba la jefatura de Bentez, a quien consideraba un gran oficial, p
ero estos exabruptos carecan de la
mnima intencin de aprobacin. El teniente fue el nico en detallar cada una de las mar
cas tatuadas en el cadver, y
revis el corte de la carne. El instrumento usado fue un hacha de leador con mucho
filo, parte del armamento
personal de Bentez. Mientras revisaba el escenario de la desmembracin, Andueza se
percat de un peculiar detalle
algo confuso: el pene del prisionero haba sido cercenado en estado de ereccin, pue
s el glande todava vomitaba
diminutas porciones de semen. Tambin el charco de sangre en torno del rgano mascul
ino era muestra obvia de un
volumen anormal en el miembro en relajacin. La duda irrig la mente del astuto e in
teligente militar. Todo
aparentaba excesivamente confuso, el tajo no era el mismo del resto de los tejid
os, la distancia del cuerpo tampoco
coincida. Era, en fin, un crimen horrendo, imposible de digerir, salpicado de inc
ongruencias y sin justificacin
posible.
Captulo 13
Amores benditos. Amores de sangre
Iribarren abri las puertas de su oficina privada para or la confesin de tan ilustre
visitante, Mara Fernanda, la
hija de don Toribio, el empresario de medios impresos ms importante de Espaa. La d
iscrecin era necesaria, el
protocolo siempre deba ser obligatorio en este tipo de ocasiones. Adems, la mujer
lo deseaba, lo disfrutaba con
locura: poder estar a solas con el sacerdote que despertaba malos pensamientos e
n las cortesanas del reino. Por otro
lado, la Iglesia habitualmente tiene la tendencia de desdoblarse en atenciones y
privilegios hacia los poderosos
cuando estos lo requieren, muy en contraposicin a la humildad impartida por Jess;
en fin, curiosidades del poder

celestial en la tierra. Para citar un simple ejemplo descriptivo, el sermn o quizs


llammosle discurso social en una
misa, en pleno velorio de un conciudadano comn, de a pie, del populacho, dura lo
que un suspiro en una pastelera,
pero si el deudo tiene las alforjas llenas, la misa se convierte casi en un conc
ilio, sin importar que ante los ojos de
Dios todos somos iguales.
Ambos entraron algo nerviosos al recinto. El sacerdote le pidi a Mara Fernanda sen
tarse con bastante
proximidad para or sus faltas con voz mesurada, sin testigos, sin interrupciones.
Le brind un vaso de agua fresca
para calmar la ansiedad, suavizar la tristeza dibujada en la mirada alicada. Mi pr
incesa encantada acept la oferta
sin rechistar, mientras secaba las ltimas lgrimas antes de iniciar la conversacin.
Iribarren estaba muy deseoso de

escuchar el discurso; tena sus sospechas, lo cual aumentaba el grado de excitacin,


de morbo. El sacerdote llevaba
meses impartiendo lecciones de filosofa en la casa de la familia Bentez. Haba hecho
un anlisis detallado de los
conflictos presentes en la vida cotidiana de la pareja, conoca las debilidades de
ambos personajes: la esposa sufrida,
con constantes demandas del marido egosta, aislado, indiferente. Dej que su husped
sorbiera un poco de lquido
incoloro. La epidermis de la dama comenz a normalizar su coloracin, la respiracin r
epos, la lucidez permiti que
la confesin se iniciase.
Ver, padre, tengo mucho miedo o tal vez vergenza en esta visita, padre, pero siento
que es necesaria o me
volver loca. Necesito hablarle a usted, a mi confidente. Lejos de casa, usted es
el nico que me puede ayudar a
salir de mis dudas, a poder acabar con los demonios que me carcomen dijo Mara Fern
anda con voz nerviosa.
Hija ma, soy tu sacerdote, tu confesor, pero antes que eso soy tu amigo, puedes co
nfiar en m sin problemas.
Si est en mis manos ayudarte, sabes que lo har sin vacilar, para eso somos amigos.
Las palabras del apuesto representante de la Iglesia aturdieron por completo a l
a desconsolada amiga. El timbre
de voz era melodioso, seductor, cautivador. Iribarren aprovech el momento y clav s
u mirada angelical en el alma
de su vctima. Senta la necesidad de confundirla, de sacar provecho de su pena, sus
debilidades, su miedo a la hora
de enfrentar a Dios. Quera hacerla pedazos poco a poco, claramente el cura sospec
haba cul era el motivo real de
la visita.
Lo s, padre, gracias por su apoyo. El tema es mi matrimonio.
Qu pasa con tu matrimonio, hija ma? Sois una pareja joven, feliz, dichosa, tenis la b
endicin de un hermoso
hijo, Francisco, y unos padres divinos. Qu pasa? Cul es el problema? pregunt el cura h
acindose el
sorprendido.
Bueno, s, en parte tiene razn: soy feliz por las bendiciones de Dios. Tengo un buen
hogar, y claro que mi hijo
es el corazn de mi existencia, s. Pero en mi vida personal, digo, con mi marido, l
a cosa no anda bien
exhal
con tristeza la mujer.
A qu te refieres, hija ma? Qu te falta?

insisti Iribarren.

Es que no s cmo me va a interpretar, pero no me siento del todo satisfecha con mi m


arido. l viaja mucho
por sus compromisos en el ejrcito, siempre anda en misiones secretas, o tcticas de
entrenamiento, todo viene
primero que el hogar. Adems, hace ya bastante tiempo, desde que naci nuestro hijo,
que casi no le provoco
deseo. No s si usted entiende, me da pena, pero no me siento deseada. Es decir, e
stoy confundida, no s qu
la timidez sec la voz a Mara Fernanda.

No tenis buena relacin conyugal. Entonces debo suponer que no te hace el amor como
t quisieras o, mejor
dicho, con la frecuencia esperada por ti. Digamos que mi amigo Rafael no est cump
liendo con su compromiso de
esposo amoroso, cierto, hija ma? el confesor la ayud a soltar la pena, a concentrars
e en el pecado.
Pues s, es eso. Me da pena contrselo a usted, pero casi , casi no hacemos el amor. No
me dedica tiempo,
siempre tiene excusas. Est obsesionado con su carrera, con ascender, con la bendi
ta promocin de llegar a ser
ministro de Defensa, y yo me siento muy sola. Iribarren la interrumpi de golpe.
Pero, hija ma, eso no es pecado, querer ser deseada es absolutamente lgico. Que com
o mujer necesites
recibir amor, el complemento en la relacin, es normal. No veo pecado alguno; creo
que debis hablar, pedir ayuda
de un asesor matrimonial, quizs un psiclogo. Yo mismo te puedo recomendar uno de m
anera de encontrar un

equilibrio. Pero, por otra parte, debes tambin entender, y no lo estoy justifican
do, que tu marido hace bien en tener
aspiraciones. Es muy bueno, debes apoyarle, pues su triunfo es de toda la famili
a. Creo que debes comprenderle esa
parte laboral. Juntos debis hablar por el bien de vuestro hijo; la ayuda externa
profesional nunca est de sobra.
Todos los cnyuges al principio pasan por momentos difciles, pero luego las reconci
liaciones son benditas
sentenci el sdico sacerdote, hurgando en la dbil mujer que estaba a punto de revent
ar.
Mara Fernanda necesitaba una respuesta ms pecaminosa que un simple consejero de ho
gar. Ella tena el deseo a
flor de piel, necesitaba sentirse llena, amada, no quera ser un ttere, quera tener
orgasmos de felicidad, anhelaba
calmar su fuego sexual. La mujer quera abrirse de cuerpo y alma, pero la respuest
a la intimid, le cohibi la
inesperada reaccin. Iribarren percibi el sbito cambio de nimo en ella, y de repente
jug su mejor carta, el flirteo
ingenuo. Extendi la mano derecha, tom los dedos resecos de la hermosa hembra a su
lado, los acarici con
sensual toqueteo. Mara Fernanda sinti un remolino de sensaciones que le recorran el
epicentro de su deseo,
llevaba aos sin degustar de ese roce calenturiento. Apret los ojos en franca excit
acin que intent disimular por
respeto a la casa de Dios. Sabore sus labios mientras chocaba las rodillas, evita
ndo los excesos de la lujuria
retenida que empezaba a sudar en los pliegues de la ingle. La extraa sensacin ulti
m al miedo y sin contemplacin
le sepult en el infinito. Valiente, abri los ojos, mir fijamente a su fuente de pla
cer momentneo, que tambin la
observaba con pcara seduccin poco respetable, dando a entender la reciprocidad en
el sentimiento. Y con tono
serio, ella cant su pena:
Padre, mi pecado es gigante, tanto que usted quizs se asustara. Crame, me siento suc
ia. Me siento peor que
Mara Magdalena antes de ser tocada por la bondad de Jess. Estoy deseosa de un amor
puro, intenso, de esos que
queman la piel. Mi verdadero pecado es desear con fervor obsesivo a otro hombre,
deseo ser amada tierna y
salvajemente por un ser especial, diferente de lo conocido. El problema es que l
tambin en cierto modo est
casado. Le deseo tanto que en las noches, sola en mi cama, me masturbo con la si
mple imagen de su rostro, de su
voz, su perfume. Ese es mi pecado, padre, la lujuria desenfrenada, el deseo mals
ano que me carcome. Pero lo peor
del caso es que se trata de un amor imposible ante los ojos de Dios. La confesin a
celer la malicia del oyente.
Ahora entiendo, hija ma. Pues s, desear a la mujer o esposo de tu prjimo, s, en ciert
o modo, es pecado,
tienes razn. Pero veo que tu corazn lo que grita con desenfreno es solo un deseo c
arnal. Qu tal si no encuentras
amor? Qu pasara si en realidad solo ests viviendo un capricho? No has pensado en esa
posibilidad? asinti el
cura, disfrazando sus malvolas intenciones.

No, padre, siento en lo profundo de mi alma que puede ser un amor bonito, al meno
s mi corazn as lo siente y
l esta vez no se equivoca. Quisiera soar que ese amor algn da ser correspondido
Mara Fernanda.

recalc

Puedo saber quin es el afortunado? Digo, porque debes tener mucho cuidado con el de
seo alocado. Porque
si llega a enterarse tu marido, habr un velorio en puertas.
Iribarren sonri con sarcasmo, echando ms lea a un fuego existencial peligroso. Quera
saber hasta dnde era
capaz de llegar su futura conquista de guerra a la hora de desnudar el alma. Que
ra jugar al gato y al ratn;
necesitaba ms argumentos para orquestar la solemne venganza, para golpear donde d
uele, aniquilando escapatoria
alguna. De improviso la frustrada esposa se quebr producto de las emociones, romp
i a llorar, la calma se fue de
paseo, sus nervios estallaron en mil pedazos con tan solo imaginar la escena de
posibles represalias por parte de su
marido contra ese amor bonito, acurrucado en el corazn, un amor que deseaba prote
ger incluso con su propia vida.
Mara Fernanda se inclin sobre el confesor y llor sobre su hombro mientras le balbuc
eaba el final de su verdad.
Padre, no puedo decirle el nombre, sera un pecado, una blasfemia muy grande. Crame
que es un ser
maravilloso, bendito. Crame que es un deseo bonito, pero imposible. Es un hombre
prohibido, por eso necesito el

perdn divino. Se lo ruego, acabemos con este martirio. Har mi mayor esfuerzo por s
acarle de mi mente, pero
aydeme, deme su perdn exigi con fuerza la atribulada mujer.
El sacerdote haba llevado la conversacin al lmite. Mara Fernanda no tena aliento para
seguir; era presa fcil del
sensual ataque. Respetando la tradicin, Iribarren le pidi rezar lo de siempre: tre
s padrenuestros y tres avemaras. Y
le prometi rezar por su alma en busca de paz, sosiego y unin familiar. Era su trab
ajo. Abraz a la desdichada
esposa y la acompa a la salida de la capilla, no sin antes reiterarle el compromis
o de ayudarle en este pesado
trance matrimonial. Insisti en el dilogo entre los esposos como va de solucin, dando
la impresin del buen pastor
que reparte tiernos consejos a sus ovejas cuando quieren descarriarse. En la pue
rta se dieron un abrazo
rompecostillas, de esos que insinan placeres ocultos entre dos seres atrados por u
n sentimiento carnal. Mara
Fernanda volvi a sentir mariposas en el estmago cuando recibi el apretn de pechos. S
inti que el deseo volva a
seducirla, a sacudirla de pies a cabeza, que en la noche rozara apasionadamente s
u entrepierna con la almohada
para saciar el deseo carnal en pleno apogeo.
El prroco la observ alejarse, ms aturdida que cuando lleg. Estaba dbil, entregada, li
sta para sucumbir en la
prxima batalla. Iribarren tena las facciones hinchadas de alegra. El arte de la man
ipulacin, la seduccin, floreca
abundante en la humanidad del verdugo, que empez a trotar en direccin a su despach
o, el mismo lugar donde
momentneamente convivieron en armona lgrimas, deseo y pecado. Entr tarareando el ari
a de Turandot, Al alba
vinciro, vincirooooo , dando inicio a una celebracin personal. Recorri la oficina a
todo su ancho, sin rumbo fijo,
repiti con selectiva pericia los momentos trascendentales de la conversacin, los a
not en su agenda personal a
modo de frases puntuales que podran ayudarle a orquestar el discurso idneo para la
prxima cita. La cabeza le
trabajaba a marchas forzadas, uniendo diferentes estratagemas. De pronto, se per
cat de un cabo suelto sumamente
delicado: el posible nombramiento de Bentez como ministro de Defensa, aunque le p
areca poco probable, debido a
su juventud. O, quizs, por tratarse de un cargo poltico que no cuadraba con el espr
itu guerrero del ahora general.
Sin embargo, no poda subestimar al enemigo. Los lazos de amistad entre el esposo
de Mara Fernanda y el
Generalsimo podran ser los padrinos del nuevo grado militar, y eso obligaba a acel
erar los movimientos. El plan
deba ejecutarse antes del inminente ascenso, sera la estocada perfecta. Bentez deba
ser destruido antes de que
pudiera alcanzar una posicin ms encumbrada.
Iribarren se sent en el cmodo silln de su lujosa oficina. Cogi en sus manos el calen
dario de cartn que
reposaba en su escritorio para calcular las fechas de los ascensos en el ejrcito.
Le quedaban exactamente ocho
meses para alcanzar su meta; para ganar la guerra. Deba ser hbil en cubrir las eta
pas de su plan en ese corto
perodo de tiempo. Revis las notas de su resumen sobre la confesin de la esposa soli

taria. Pens por unos minutos


mientras subrayaba un par de lneas importantes que le dieron luz verde a la segun
da fase de la estratagema. Tom el
auricular de su telfono, marc el nmero del cuartel general del ejrcito de Madrid y p
idi hablar con Bentez en
persona. La cita se fij para dentro de cuatro das, en el despacho de Iribarren, do
nde unos minutos antes la
hermosa dama haba descubierto el lado dbil del general. Iribarren confirm la hora e
xacta del encuentro, colg el
telfono, abri uno de los cajones de su escritorio, extrajo una botella de costossim
o brandy y se sirvi una copa
que sabore con placer infinito. Una frase disparada al aire se le haba escapado de
sus pensamientos.
Touch! La batalla comienza, lo logr, le queda poco tiempo al cerdo de Bentez.
Los recuerdos se alborotaban en la mente del prroco. No poda creer que despus de un
a dcada por fin tendra
de rodillas a su peor enemigo; tendra la posibilidad de arrancarle el corazn a la
persona que acribill su esperanza.

Captulo 14
Los errores de Cupido o las causalidades funestas
La fiesta de celebracin de otro aniversario del triunfo del caudillo fue el marco
perfecto para que Cupido volviese
a errar en sus acciones. Corra el segundo ao de la posguerra europea, el conflicto
blico en que Alemania se rindi
sin condiciones. La plana mayor de las fuerzas armadas de Espaa se concentr en el
saln de fiestas del alto mando
general para honrar la pica victoria alcanzada ocho primaveras atrs. Se dieron cit
a ms de novecientos invitados,
de los cuales una buena porcin eran representantes o dignatarios de diversos pases
, empresarios, polticos y mucha
prensa, encargada de perpetuar el recuerdo de aquella noche. Abundaba el caracte
rstico ambiente de aduladores
del rgimen en busca de beneficios. Los militares, por su lado, repetan el cansn dis
curso sobre la grandeza de sus
acciones en defensa de la patria contra el avance de los rojos, mientras las muj
eres se ahogaban en banalidades
acordes a la poca. Las solteras exhiban los atuendos de modistas famosos, siempre
a la caza de un buen partido
que les asegurase el futuro material, sin importar el goce del alma.
Esa peculiar noche, don Toribio asisti a la ceremonia en compaa de su hermosa hija
Mara Fernanda, avanzada
veinteaera, poco afn a los desmanes de la alta sociedad madrilea. La chica realment
e prefera actividades mucho
ms intelectuales que una fiesta plagada de hipocresa, cinismo, inters y frivolidad
absoluta. Detestaba en particular
los discursos vacos sobre trajes, diseadores, viajes u otra parafernalia femenina
de sus amigas de turno. Tambin
senta rechazo, asco, hacia el tema de la Guerra Civil; le pareca una pgina tragicmic
a del pas en la que haban
muerto tantas almas inocentes. Trat de inventar mil excusas para no asistir a la
conmemoracin de las fuerzas
armadas, pero su madre estaba enferma y el empresario necesitaba compaa femenina.
Era casi una orden del
Generalsimo, as que la responsabilidad de acompaante, muy a su pesar, recay sobre el
la. No haba alternativa.
Por otro lado, su padre, por ser el presidente de la cmara de prensa, deba asistir
de manera obligatoria por haber
sido el socio perfecto de los nacionalistas.
Cuando ms nos empecinamos en escapar de nuestro destino, este nos hechiza casi fo
rzosamente. La noche de la
famosa fiesta, sin la menor sospecha, se convertira en el principio del triste fi
nal de mi princesa encantada . Desde
la entrada principal del saln, Mara Fernanda acompa a su progenitor; no se le despeg
aba ni un instante. Quera
desperdiciar el tiempo obligado a su lado; de ese modo, podra evadir las tertulia
s inspidas del resto de los
asistentes. Pero el embrujo de su desdichada fortuna, en franco complot con el m
ismsimo demonio, la llev de la
mano del Generalsimo a conocer al hombre con los atributos soados por toda mujer:
alto, fornido, varonil, de
buenos modales, con unos ojos de mirada penetrante, de esas que seducen a la dis
tancia y, por si fuera poco, con
todo el poder, dinero y un futuro lleno de luz. Pero el amor es ciego, sordo y a

veces tonto. Francisco Franco quizs


sirvi de celestina a dos seres dismiles en todo sentido. La fortuna oscura aprovec
h el descuido, se col en el lugar
equivocado, donde no deba, y decidi en contra de ambos. Esa noche Mara Fernanda est
rech por primera vez la
mano del famossimo general Bentez, uno de los hombres de confianza del dictador. E
l simple roce de la piel fue el
chispazo que encendi el fuego de la curiosidad, del deseo involuntario, en la dam
a de sociedad. El uso del lxico
recatado, educado, con matices de disimulada humanidad, astutamente manejado y m
anipulado por Bentez, fue el
arma perfecta para embaucar a la exigente mujer que asista a la romera sin deseo.
El encuentro fortuito fue ideal para ambos. Ella anhelaba conocer a un hombre co
n cultura, educacin, valores, de
buen porte, sobre todo marcadamente varonil. Quera escapar de las necedades de su
padre, que senta especial
predileccin por cierto pretendiente casi impuesto, un empresario textilero francs
a nivel mundial, muy adinerado
obviamente. La holgada posicin econmica del francs alegraba a don Toribio y converta
al ilustre aspirante a
yerno en la mejor opcin para la hija rebelde, que solo quera actuar movida por el
intelecto, sueo poco alcanzable

para las mujeres de Espaa en una colectividad bastante apocada y forzosamente con
servadora.
En el caso de Bentez, la posibilidad de desposar a una dama de abolengo, amiga de
l caudillo, le vena como anillo
al dedo, pues adems de la buena dote que recibir, le permitira acallar rumores sob
re su prolongada soltera. Bentez
era un general joven, pero solitario en los avatares del corazn. Todos los colega
s ya haban extendido la dinasta de
sus apellidos. Solo l evada la paternidad por considerarla un estorbo en su carrer
a. El destello sirvi de excusa
para entrar en conversacin. Mara Fernanda cort las amarras del brazo de su padre y
emprendi la retirada con
direccin a la pista de baile, muy bien acompaada por el apuesto general y envidiad
a por el remanente de fminas.
Empezaron a seguir la meloda de un vals. Gracias a su formacin de ballet, la joven
pudo guiar a su acartonado
seductor, que solo conoca los movimientos al comps de la marcha militar. Pronto la
s miradas indiscretas de cientos
de Evas, tanto solteras como casadas, se convirtieron en lanzas de guerra. Mi pri
ncesa encantada senta como se
clavaban en su esbelta figura. De la nada se haba convertido en la molesta pelusa
de todos los presentes; sin
quererlo, se apoder del protagonismo absoluto de la noche. Era la mujer que logr s
onsacar al duro soldado, el
ms sanguinario de la guerra.
Bailaron un par de piezas hasta que l se cans del vaivn de los pies. Gentilmente co
nvid a su compaera a
degustar unas copas del mejor champagne. Trago en mano, se trasladaron a los jar
dines del recinto, donde se poda
apreciar la esplndida luz de un cielo estrellado y con luna llena, perfecto decor
ado para una velada que prometa
mucho. Charlaron de lo ms amenos por espacio de dos horas, tiempo suficiente para
indagar detalles suficientes de
la vida de cada uno. Mara Fernanda estaba fascinada con los modales del hombre qu
e vesta el uniforme de la
milicia. Jams se imagin que existiesen personas con tanta cultura y modales en el
seno del ejrcito. Siempre les
haba tildado de patanes, hombres sin futuro ms all de recibir e impartir rdenes por
el resto de sus vidas. El
sortilegio de la noche apenas comenzaba. Pronto las mariposas rasgaban su estmago
. Era, como ella haba odo en
alguna ocasin decir a su madre, esa sensacin, esa emocin llamada amor, amor del bue
no, del que nace del
corazn a primera vista, del que se confa ciegamente.
Cuando la ceremonia lleg a su fin, los nuevos amigos sentimentales se despidieron
con la firme promesa de
volverse a ver lo antes posible. Y as sucedi, en efecto, de una manera acelerada y
fuera de lo esperado. Los
encuentros semanales se fueron multiplicando. Mara Fernanda incluso lleg a comenta
rles a sus padres que tena una
amistad bastante seria con Bentez. La noticia confundi y molest a don Toribio, porq
ue este conoca las
debilidades y pecados de los hombres que visten ropas militares. El viejo insista
en su francs predilecto como
futuro hijo poltico, muy refinado tal vez, pero con muchas cualidades materiales.
Si mi princesa encantada hubiese

hecho caso a las recomendaciones de su padre, quizs la vida le habra regalado meno
s lgrimas, menos dolor,
menos sangre injustificada.
Siete meses de noviazgo fueron suficientes para que los trtolos decidieran contra
er nupcias y legalizar sus deseos
carnales. El tiempo para conocerse fue muy breve. El padre se opuso cada da con ms
vehemencia, pero la tpica
actitud cmplice, alcahueta, de madre e hija, logr reducir al dragn de la desconfian
za. Si bien no era el mejor
candidato, segn el viejo cascarrabias, l entenda que no poda amargarle el deseo a su
propia hija. De lo contrario,
cargara siempre con la culpa si algo sala mal y, de ser el caso, siempre habra tiem
po para corregir.
La aceptacin final del suegro lleg un mes antes de la fecha escogida por los futur
os esposos para unirse en
sacramento matrimonial. La iglesia predestinada fue la majestuosa Catedral de Se
villa, usada habitualmente por las
novias de mayor alcurnia de la
lla, por peticin de la novia,
criticaba las zalameras de la
gia estuvo a cargo del obispo,

sociedad espaola. La ceremonia religiosa fue senci


pues
Iglesia en las celebraciones de los ricos. La litur
que cont

con el apoyo de un grupo de cuatro seminaristas que hicieron de monaguillos. Iri


barren simplemente fue uno de los
aclitos.

El banquete fue responsabilidad entera de don Toribio. El feliz padre de la novi


a derroch una fortuna en la
decoracin, comida, bebidas y entretenimiento; todos los detalles fueron cubiertos
con exquisitez faranica. Era
predecible, pues se casaba la nia mimada, la reina de su vida. La lista de invita
dos era interminable,toda Espaa
coment la boda, por lo menos hasta un mes despus. El propio Generalsimo les dio la
bendicin a los novios,
impartindole mayor notoriedad al acontecimiento, que lleg a trascender fronteras.
En los dos primeros meses de matrimonio apareci la primera gran noticia: Mara Fern
anda estaba embarazada.
La anunciacin dej sin habla a los futuros abuelos. Todos en ambas familias lo fest
ejaron con saraos, mucho vino y
rezos por la salud del angelito que estaba por nacer en los meses venideros. La
familia Bentez Lpez de Pea
irradiaba felicidad. La futura madre senta los cambios en su vientre, disfrutaba
de la bendicin de ser madre, del
privilegio nico de ser portadora de vida. En sus ratos libres sola dedicarle oraci
ones de agradecimiento a la Virgen
del Carmen, tambin a la del Roco, la patrona de su corazn. Estaba en total plenitud
, llena de jbilo por tener un
marido perfecto, su primer hijo por llegar y un norte saturado de alegras. La fel
icidad opacaba la insospechada
tragedia que le tocara vivir y que pronto comenzara y la convertira en un alma en p
ena.
Captulo 15
El dulce sabor de la venganza
El general Bentez acudi a la citapautada con elprroco de la Iglesia de SanAgustn. El
reloj marcaba las tres de
la tarde, pero la entrada de la capilla estaba cerrada. El visitante se extra; est
aba seguro de la hora acordada, pero
nadie le esperaba. Golpe la vieja puerta de madera sin xito en la respuesta. Como
buen militar, no soportaba la
irresponsabilidad de las personas con el manejo del tiempo, pero por tratarse de
una cita con el confesor de su
esposa pens que valdra la pena desperdiciar unos minutos de su apretada agenda. Ir
ibarren miraba a la confundida
liebre desde un pequeo ventanal, estratgicamente ubicado en el costado del pasillo
del seminario adjunto a la
estructura de la antigua iglesia. Con su estrategia, el cura buscaba desconcentr
ar al general. Estaba informado del
carcter agresivo del oficial, era tarea fcil sacarle de sus casillas. Si empezaban
la reunin con una dosis de molestia,
tal vez se generase un nivel de respuesta impulsiva, rpida, sin mucho pensar, que
jugara a favor de Iribarren, que
haba cuidado todos los detalles.
Diez minutos de tardanza fueron suficientes. El crujido de la oxidada manija ind
icaba que el lugar sera abierto al
pblico. Bentez suspir y ambos se encontraron frente a frente. El cura ofreci un clido
abrazo en seal de disculpa
y obsequi un par de frases en justificacin de su demora. Aclarado el percance, los
dos sirvientes de ejrcitos
dismiles aunque altamente compenetrados en la reparticin del poder se adentraron e
n los salones privados del

lugar. Una vez en su despacho, el prroco sirvi dos tazas de aromtico caf, endulzado
con toques de vainilla, en
perfecta armona con buenos chorros de exquisito brandy para triplicar el carcter d
el negruzco elxir. Intentando
romper el hielo, Iribarren comenz a describir con lujo de detalles parte de la hi
storia de la sagrada capilla, los
frescos, las obras de arte que formaban la decoracin barroca del recinto. A conti
nuacin, pregunt por los
miembros de la familia de su oyente en actitud bastante sociable, pero nada moti
v a Bentez, quien, nervioso por el
recorrido del minutero, le pidi a su compaero de tertulia forzada apurar el paso y
entrar en materia.
Tiene razn, general; disculpe usted mis palabras, pero ya sabe cmo somos los miembr
os de la Iglesia: nos
encanta charlar, a veces ms de la cuenta.

No hay problema, padre. El tema es que tengo algo de prisa. Me gustara saber por q
u me pidi con sobrada
insistencia venir a esta cita. Le ruego mil disculpas si le ofendo, pero prefier
o que ahorre sus desvaros. Le agradezco
de todo corazn la buena voluntad, pero vayamos al grano. Y si es por un donativo,
no haca falta tanto protocolo,
dgame cul es la urgencia demand el general en tono recio.
No, hijo, no se trata de un diezmo. Bueno, ver usted, mi querido don Rafael: como
bien sabe, soy el confesor
de su amada esposa. Adems, hemos establecido una bonita amistad, ella y yo. Obvia
mente quiero mucho a su
familia, especialmente a vuestro hijo y, bueno, estoy un poco preocupado por el
matrimonio, digo, por la relacin
conyugal que ustedes tienen hoy en da.
Iribarren finaliz la confusa introduccin con voz tmida, apenado, disminuido, como q
ueriendo opinar en un tema
privado, entrometerse en asuntos de pareja sin haber tenido la autorizacin del ca
so. El general arrug la frente; no
entenda la razn de semejante conversacin inspida, disparatada, digna de viejas comad
res. Alz la voz con el tono
altivo de tropa y pas a ser el interrogador.
Dgame algo, padre, acaso mi esposa le ha comentado algo en su confesin? Usted me est r
evelando ese
secreto tan sagrado o es una broma de mal gusto? En el supuesto, negado, de que
as hubiese sido tal revelacin,
usted est muy errado, ya que mi matrimonio sigue siendo perfecto. Disculpe usted,
pero esta charla me aburre. No
s de qu carajos hablan usted y mi esposa en las clases de teologa, creo que ambos p
ierden el tiempo y las
neuronas. Lo ms sano es que suspendan las ridculas tertulias ripost groseramente Bent
ez.
Hijo mo, yo jams revelara una confesin, as fuese la de un asesino desalmado, aun a cos
ta de mi vida; sabe
que es pecado mortal hacerlo. Tranquilzate, tu esposa no me ha confesado problema
alguno. Para ser franco, no
con detalles, es decir, no hubo accin verbal recriminatoria; son intuiciones de f
e coment el astuto expositor
vestido de santo.

Qu me quiere decir, padre, con eso de bueno, no con detalle , intuiciones de fe ? Qu c


es eso?
Vayamos al grano, joder; o ha dicho algo, se ha quejado, o no. Es imposible esta
r medio preado, no cree usted?
O es blanco o es negro; as de simple es la verdad. Iribarren sonri en tono burlesco
dndole motivos de rabia a
su oyente.
Llevas razn, hijo mo; suena confuso el mensaje. Pues, entonces, djame tratar de ser
ms explcito. Como has
de comprender, en nuestra profesin ms all de representar a Dios en la Tierra, de se
rvir de pastores, guas y
guardianes del mensaje divino, tambin somos seres de carne y hueso, somos persona
s con ciertas dotes y con
slida formacin acadmica fuera de la Iglesia. Muchas veces, gracias a nuestro unifor
me, nos convertimos en

psiquiatras de nuestros fieles, que tratan de obtener alivio de sus pesares, fal
tas de fe o actitudes familiares complejas
aclar el sabio sacerdote ganndose la atencin del soldado.
Perfecto, padre, todo eso lo acepto, pero sigo sin entender. Qu carajo tiene eso qu
e ver con mi matrimonio,
con mi vida privada? De verdad, perdone mi sinceridad, es que no le entiendo ni
un poquito.
Hijo mo, por conversaciones aisladas con tu esposa, su mirada perdida, ausente, ci
ertos ademanes, algunas
frases demostrativas de seres infelices, infiero la posibilidad, repito, solo la
posibilidad, de cierta frustracin en la vida
matrimonial de mi querida hija Mara Fernanda. Es normal, las mujeres son seres ho
rmonales, difciles de entender,
cosa nada fuera de lugar en los tiempos actuales. Pero como bien sabes, vosotros
sois mis devotos favoritos, me
preocupa vuestra felicidad total, por eso te hice llamar. Agradezco tu confianza
en venir, de veras solo pretendo ser
el drenaje de vuestras tristezas. Mi nico inters es ayudaros, veros siempre felice
s.
Las frases del sacerdote, medidas con sutileza quirrgica, comenzaban a enrarecer
el entorno de Bentez,

comenzaban a sacarle de sus casillas, a perturbarle. Ese era precisamente el pla


n trazado por el malvolo hombre de
sotana. Poda salir victorioso en la contienda si lograba la confianza del insegur
o oficial. El encuadre perfecto estaba
en la relacin matrimonial, su taln de Aquiles. El militar haba procurado siempre tr
ansmitir una imagen impecable en
el aspecto social, los rumores a flor de piel le aterraban.
Padre, agradezco su preocupacin, pero creo que se ha equivocado de matrimonio. Som
os muy felices. Entre
usted y yo: deseamos buscarle un hermanito a Francisco, para completar la pareja
. Gracias por su tiempo, pero esta
conversacin no lleva a ningn lado. Por ltimo, le ruego que no se meta en mis asunto
s familiares. El hecho de que
usted sea el maestro y confesor de mi esposa no le da la autoridad moral para op
inar.
Bentez certific con vehemencia su maravillosa realidad familiar, se levant del divn,
tom la gorra que
complementaba su uniforme de gala e intent despedirse. Para l la conversacin haba te
rminado. Pero su verdugo
tena ms plvora en el can y decidi actuar con agilidad felina. Soltando el peor de los
venenos, liber el demonio
ms mortfero para el alma de los condenados: explot el ego de su inocente vctima a ni
veles inusuales.
Bien, puede que sea cierto lo que usted dice. Le ruego sepa disculpar mi atrevimi
ento. Yo solo quera advertirle
de los peligros que implica una mujer frustrada, recelosa e insatisfecha para la
carrera de todo hombre exitoso como
usted, sobre todo ahora cuando todo indica que usted ser ascendido a ministro de
Defensa. En estos momentos es
cuando necesita evitar sntomas de ruido en su imagen intachable, exitosa, profesi
onal a toda prueba. Mi querido
Bentez, usted debe ser ms astuto que su mujer, precavido, no sea que Mara Fernanda
en algn vahdo emocional
suelte rumores inapropiados para su carrera, hijo mo.
El alcaloide verbal retumb en los odos del militar como un trueno en pleno huracn.
La conversacin empezaba
a inquietarle. Ahora la agreste advertencia le despertaba la duda, el miedo, ant
e el nico inters de su vida: la carrera
profesional. Bentez mir con respeto al ingenioso pastor de hombres en busca de otr
as verdades. Volte la mirada,
apret el mentn, concentr el sentido auditivo y decidi proseguir con la charla, que d
e manera repentina haba
cobrado un matiz mucho ms interesante; la flaqueza del soldado era el trofeo del
cura. La camaradera fingida
apareci de lleno.
Quin te ha hablado de mi candidatura al ministerio?

interrog con inters.

Vamos, hijo, habra que ser tonto, ciego o estpido para no darse cuenta de que eres

el mejor de tu
promocin, eres el candidato ideal, con las mejores calificaciones. T, el hombre de
confianza del Generalsimo.
Joder, qu ms quieres que diga! No me subestimes, coo. El discurso adulador excitaba e
l ego del general.
Mara Fernanda te lo dijo?
Vas a seguir con el tema, coo? Te he dicho que no, hijo; la pobre solo tiene el alm
a en el piso por tu carrera,
entindelo, tiene miedo de tu xito. La noticia se comenta en los pasillos del cuart
el. O es que se te olvida que soy
el capelln de la guarnicin del ejrcito en pleno centro de Madrid, que conozco a tod
a la tropa? Adems, no te
hagas el ingenuo, lo de tu nombramiento es comentario habitual de pasillo, ya to
dos lo celebran, es noticia vieja.
En serio? Eso se comenta, padre?
Bentez estaba al borde del clmax, con el ego hinchado, cual globo de helio. Los pi
es no tocaban el suelo, su alma
flotaba de dicha en el aire. Estaba impresionado porque supuestamente el rumor h
aba traspasado los muros del
cuartel y hasta llegado a odos de un simple sacerdote. El sorprendido militar no
caba en su uniforme. El vivaz sayn
lo entendi rpidamente. Ya el toro estaba herido de muerte, solo faltaba la estocad
a final, la espada que partira el
corazn de la bestia. El embiste final son con fanfarria, la adulacin por venir prod
ucira orgasmos a granel en el

vanidoso hombre de armas.


Hijo mo, quieres que te sea absolutamente sincero? Que conste que lo hago por el ca
rio que os tengo, pero
jrame que jams divulgars que yo te lo coment. Es un secreto entre nosotros dos, casi
de confesin. El propio
Francisco Franco me adelant lo del nombramiento en una charla rutinaria. El nico t
emor es tu edad, consideran
que te falta un poco de antigedad, pero la mayora en el alto mando aceptar tu nuevo
cargo, no temas.
Con semejante ficcin la liebre cay en la jaula. Bentez casi sufri un paro del miocar
dio cuando la confesin del
sacerdote le violent los odos. El mximo lder del pas tena la decisin tomada. El sueo
mayor aspiracin por
militar alguno estaba a punto de coronarse en su favor. Inmediatamente se pase po
r los posibles escenarios, una vez
que fuese nombrado para ese mximo honor. Ya se senta el hombre ms fuerte de Espaa de
spus del
Generalsimo. Quin quita? Si el viejo Franco muriese antes de lo previsto, l estara al
mando de todas las fuerzas
armadas, l dirigira al pas. Disfrutaba fantaseando con todos los privilegios que re
cibira nacional e
internacionalmente. Su nombre decorara las primeras planas de los diarios famosos
, dentro y fuera de Espaa,
convirtindose en un semidis, un autntico emperador. Su ego aumentaba de volumen, a
niveles casi orgsmicos
cuando Iribarren le oblig a aterrizar despavorido otra vez por sus aseveraciones
sobre la crisis hogarea, el
principal problema por resolver. Ese que le poda traer problemas.
Ahora entiendes el porqu de mis preocupaciones. Te imaginas qu pasara si tu mujer com
entase entre su
crculo de amigas algn pensamiento, accin u omisin de tu parte, que pudiera abrir una
caja de Pandora en las
retorcidas mentes de tus adversarios? T ms que nadie sabes el riesgo del chisme en
los altos cargos del gabinete
ministerial, en el cinismo de palacio, donde las palabras mal comentadas pueden
asesinar sueos. Tienes una hoja de
vida intachable; creme que no es el momento de empezar a ennegrecerla. Por eso te
mand llamar, para advertirte
de mis percepciones. Solo de eso se trata, del potencial riesgo que afrontas al
lidiar con una supuesta mujer infeliz,
muy expuesta a cometer locuras de lengua ligera. No me interesan tus intimidades
, ni si la has traicionado o no. Solo
quiero ayudarte. T me importas mucho, pero debes aprender a usar mejor el lado po
ltico o tendrs muchos
problemas por causa de tu mujer.
Las falsas verdades, orquestadas por la brillante sapiencia de Iribarren, permit
ieron germinar destellos de alarma
en el subconsciente del aspirante a ministro. El macabro plan estaba dando sus f
rutos a velocidades insospechadas.
En menos de una semana, el sacerdote se haba adueado de dos almas en pena. Marido
y mujer estaban bajo el
dominio del camalenico prelado. Era cuestin de das iniciar la seduccin final, el gol
pe maestro, el dominio de
cuerpo y alma, las acciones que le ayudaran a cobrar revancha por la sangre derra
mada. Tristemente los

acontecimientos funestos estaban escritos en el futuro de mi princesa encantada . B


entez analizaba el cdigo,
descifraba cada palabra implcita para evitar posibles adversidades. Baj la cabeza,
suspir con aliento entrecortado;
acept sus debilidades buscando clemencia, intentando pedir ayuda para lograr sus
objetivos. Senta la necesidad de
neutralizar los sentimientos negativos de la solitaria esposa.
Ahora le entiendo, padre. Reconozco que llevo tiempo muy concentrado en mi carrer
a, le he dado prioridad.
Es cierto, tal vez no he dedicado mucho esfuerzo a mi labor de padre de familia
o de marido ejemplar. Pero entienda
usted mi posicin: todo el esfuerzo por superarme al final es en beneficio de la f
amilia.
Iribarren estaba de pie, detrs del respaldar donde descansaba el tronco de su nue
vo mejor amigo. Se le acerc
lentamente, midiendo sus prximos pasos y coloc las manos sobre los hombros del gen
eral y los apret con fuerza
bruta, varonil. Una corriente peculiar transit en el cuerpo de Bentez. Una sensacin
casi imperceptible de placer, un
silente jadeo, muestra indudable de cierto metalenguaje sensorial, se filtr en el
soldado. Decidi entregarse
ciegamente a las recomendaciones que compartira su futuro confesor para garantiza
rle paz y amor en el descuidado
hogar.

Est bien, hijo, eso es normal. El hombre de la casa dedica la mayor parte de su tr
abajo al sustento de la
familia. Pero debes recordar que las mujeres son como nios, ingenuas, que jams mad
uran. Tambin suelen ser
enemigos peligrosos, vengativos. Vienen al mundo con el don de la manipulacin, sa
ben usar todas las armas
posibles a la hora de reaccionar frente a un sentimiento que consideran negativo
. De entrada, simplemente, te sugiero
que cambies un poco tu ritmo cotidiano, hazte amigo de ella, al menos hasta alca
nzar tu nuevo cargo. Por ahora,
sedcela; intntalo, dedcale ms tiempo del normal, trata de borrar los residuos de tri
steza, justificada o no. Debes
ser actor, haz el esfuerzo. Trata de convertirte en mltiples personalidades. Vuel
ve a ser el novio romntico,
detallista. Debes acallar las razones de llanto. Recuerda que est en juego tu car
rera, tu prestigio, tu esfuerzo de toda
la vida. Por ltimo, pero no menos relevante, debes evitar a toda costa molestias
o intentonas de separacin
conyugal, eso manchara tu imagen. Resultara nefasto para tus aspiraciones. No pued
es estar soltero. Dale otro hijo
si es posible, tal vez eso la calme.
Bentez lucubraba estrategias que seguir. En definitiva, su inesperado reto era co
nvertirse por segunda vez en el
teatrero que sedujo a la doncella en una fiesta por puro inters materialista, polt
ico y social. Deba desbordar su
hombra en el cuerpo de la esposa desatendida. Satisfacerla, a pesar de excusa alg
una, adems, era un trabajo de
poco tiempo. Una vez consumado el ascenso, todo volvera a ser normal en la retorc
ida vida del general. Tambin
necesitaba desperdiciar ms horas con los suegros. No era buena idea que Mara Ferna
nda hubiese comentado algo
con sus padres que pudiera resquebrajar la imagen del esposo abnegado que alguna
vez esculpi por beneficio
propio. La estratagema pareca lgica a simple vista; un poco de roce, algo de sudor
en la cama, y luego, a celebrar
la conquista profesional.
Aclarado el motivo real de la cita, Bentez agradeci el gesto de su nuevo asesor de
imagen familiar. Aprovech la
visita a la capilla para dar un donativo bastante atractivo, se comprometi, bajo
juramento, a visitar al prroco una
vez por semana para confesar sus faltas, hacer penitencia en busca de paz espiri
tual, y ante todo seguir las
recomendaciones. Se despidieron con un afectuoso abrazo, muy diferente al protoc
olar de la entrada. Esta vez los
cuerpos se fusionaron en perfecta armona, con un toque de rara atraccin.
Iribarren cerr la puerta de su despacho, feliz por la conquista. La fiera result b
astante astnica; fuera de lo
esperado. El argumento marchaba con viento a favor. Pronto el odio cosechara sang
re, tal como estaba escrito en el
corazn del sdico hombre disfrazado de santo.
* * * * *
A solas en su habitacin Iribarren repasaba las notas que haba almacenado durante l
os aos de investigacin
sobre la carrera militar de su detestable enemigo, ahora expuesto en demasa. Ya h

aba logrado trasponer su entorno


de seguridad, se haba ganado la confianza de la esposa del general. Adicionalment
e y sin mayor resistencia, el
destino haba facilitado la camaradera entre ambos, y de improviso haba logrado conv
ertirse en el nuevo manejador
y confesor del posible candidato a ocupar el ministerio ms importante del rgimen.
A partir de ahora, en teora, los
sabios consejos del sacerdote decretaran acciones en la conducta de Bentez para ay
udarle a conquistar la ms alta
graduacin en la milicia. Definitivamente, las almas dbiles siempre son los mejores
socios para alcanzar todo
propsito.
Con pericia detectivesca, el prroco volvi a leer los documentos que recopil durante
los ltimos diez aos de
proceso investigativo. La nica forma de derrotar al poderoso contrincante era dem
ostrar su lado putrefacto, llevarle
al nivel de la humillacin, la degradacin, el peor de los txicos en la moral de los
hombres con carrera militar.
Porque toda tentativa legal, por muy transparente que pareciese, escudada en los
abusos o crmenes de guerra
cometidos en sus tiempos de capitn o coronel, sera inequvocamente desechada, porque
la justicia generalmente es
mimtica, alcahueteando al lder de turno. El que ostenta el poder siempre tiene una
carta bajo la manga, una

coartada, que casualmente a todas luces le exime de culpas o castigos. Era parte d
e la barbarie que se comete en
tiempos de confrontacin blica, estaba polticamente aceptado como excusa ante la vic
toria inminente, porque,
bsicamente, el fin justifica los medios . En otro caso, la reputacin de Bentez daba la
impresin de ser a prueba de
balas, de argumentos existenciales o de envidias profesionales; posea cierto efec
to tefln que le ayudaba a repeler
las malas noticias en su contra. Pero la retorcida mente de Iribarren estaba con
vencida de que su enemigo disimulaba
o protega un lado humano dbil, un taln de Aquiles maquillado pero no invisible, cap
az de destruir su carrera, de
convertir su existencia en una pesadilla, en la que la muerte se convertira en un
merecido trofeo.
Una y otra vez ley los cinco casos de abusos atribuidos a Bentez. Compar las escuet
as notas de los
expedientes archivados en el bal de los acertijos sin resolver de la comandancia
general con los escritos de los
militares que haba entrevistado en los cuarteles donde ejerci como capelln antes de
ser trasladado a Madrid.
Tambin incorpor las frases, ideas o chcharas divulgadas por antiguos subalternos de
l ahora general cuando, bajo
el amparo del secreto de confesin, les pudo arrancar ciertas inferencias basadas
en pecados convertidos en dudas,
gracias a las habladuras de cuartel, chismes que siempre nacen de una verdad ocul
ta. Con detenimiento aglutin
todas las fichas del rompecabezas hasta formar un patrn psicolgico, o ms bien patolg
ico, de su futura vctima.
Los cinco expedientes, los conocidos hasta la fecha, tenan en comn varios elemento
s. Especial consideracin
merecan la tendencia homosexual de los ajusticiados; las marcas corporales, lacer
aciones o heridas cutneas casi
siempre eran en las mismas zonas; en repetidas ocasiones los cuerpos estaban des
nudos, colgados del techo con los
brazos dislocados; todos menos uno indicaban cercenamiento del miembro masculino
, y al nico prisionero que no
haba sufrido tal amputacin le sodomizaron con un cilindro de madera antes de morir
.
Este ajusticiamiento era el ltimo eslabn en la cadena de crmenes, especficamente cua
tro meses antes del
asesinato del teniente Andueza, vilmente emboscado en Oviedo, junto a dos soldad
os de confianza, mientras
cumplan una misin absurda, injustificada, ilgica. La operacin secreta la orden su ami
go y superior, el coronel
Bentez. Ninguno de los reos era militar. Todos fueron sentenciados sin juicio pbli
co. Tres de los casos haban sido
denunciados por el pundonoroso militar carlista, dando pie al rumor entre los re
clutas de una posible represalia por
parte del sanguinario Bentez. Se especul sobre la existencia de algn secreto bastan
te turbio como justificacin de
un desquite. El murmullo en los pasillos se convirti en enigma y sembr la duda ent

re los compaeros de armas.


Pero la cobarda acall las voces conspirativas y termin por archivar otro caso sin s
olucin. De nada valieron las
splicas, los reclamos y las pruebas de la viuda y la madre de Andueza. Las averig
uaciones no arrojaron evidencia
clara, determinante y slida contra Bentez.
Iribarren no tena dudas. El rompecabezas de la personalidad del futuro ministro d
e Defensa estaba prcticamente
definido. Los hechos eran concluyentes. El hallazgo del sacerdote era prcticament
e el mismo que sentenci la
muerte de tres oficiales en Oviedo. El secreto, oculto bajo el manto de un unifo
rme de combate, estaba prximo a
ser revelado. Solo haba un problema maysculo: lograr la confesin del acusado bajo l
a presin de su ncleo social
y profesional, que la deshonra se convirtiese en el dedo acusador, en la verdad
lapidaria, la nica aseveracin
irrefutable para expeler de las fuerzas armadas al insigne verdugo, dejndole como
nica opcin la muerte
deshonrosa. El sacerdote meditaba. Entenda que el plan era un poco peculiar, tal
vez descabellado, pero con altas
posibilidades de xito. De todos modos, si por alguna razn llegase a fallar, el man
to eclesistico sera su
salvoconducto para evadir la muerte. Iribarren estaba decidido, y en menos de do
s semanas empezara la fiesta.

Captulo 16
Amor forzado, orgasmos desperdiciados
Acatando las recomendaciones impartidas por su nuevo mejor amigo, el general Bent
ez reserv la suite
presidencial del hotel Imperial. La selecta habitacin era un espacio de aproximad
amente ochenta metros cuadrados,
ocupada la mayor parte del tiempo por diplomticos. Su coste por noche bien equiva
la al salario anual de un
empleado bsico en Madrid, pero la ocasin ameritaba el exceso. La morada transitori
a estaba distribuida en tres
reas principales: una sala central bastante espaciosa, decorada con sofisticada s
eleccin de sofs de cuero
capitoneado, estilo ingls de principios de siglo. El de mayor tamao estaba tapizad
o con pieles de tonalidad marrn
oscuro, muy semejante a una gota de vino tinto; tena capacidad para cuatro person
as sentadas con comodidad e
independencia. En ambos extremos del mueble emergan dos mesas redondas de caoba o
scura, rojiza intensa,
talladas a mano. Lucan en toda la circunferencia superior variados formatos de ho
jas de rboles, predominando la
enredadera, que haca las veces de cuerda anudada. Sobre las elegantes mesillas de
scansaban dos lmparas
metlicas color ocre, oxidado, corrodo, de cuyo mstil colgaban ocho cuerdas con incr
ustaciones de lgrimas de
cristal que proyectaban cientos de formas multicolores que lograban inundar el e
spacioso saln. Formando un ngulo
recto con el tronco de la fuente de luz que serva de vrtice, se apreciaban dos but
acas en cada extremo del
posamanos del gigantesco sof. Eran dos sillas extremadamente dismiles, dispuestas
con la intencin de crear un
collage multiforme y de estilo eclctico a lo ancho del saln de estar. Una de las b
utacas, tapizada en tela, recreaba
una escena en los campos de caza en la temporada del zorro. Hombres a caballo, g
uiados por perros, perseguan su
presa. El segundo silln auxiliar coincida con el estilo del mueble principal, dife
rencindose de este por el color, un
verde olivo joven que rompa la mnima intencin de equilibrio cromtico o decorativo. E
n total haba asientos para
ocho invitados, ideal para reuniones de trabajo, atender a la prensa o simplemen
te para disfrutar del tiempo muerto
cmodamente. Las paredes de esa rea estaban tapizadas con un papel especial, corrug
ado, silueteado de forma
casi imperceptible en la distancia con elementos romanos tradicionales, compuest
os por la emblemtica loba
capitolina, columnas, edificios del Senado, el tradicional foro, carruajes del e
mperador, etc., de color blanco ostra,
suavemente opaco, que resaltaba la presencia del variado tipo de mobiliario, pro
duciendo una sensacin de mayor
amplitud. Las cortinas de seda persa respetaban los mismos tonos de las paredes,
con un grado extra de oscuridad
en el tinte, y hacan las veces de filtro solar.
El dormitorio principal rompa radicalmente con la simpleza de la entrada. Toda la
decoracin era absoluta
imitacin del barroco francs. La cama, un cuadrado perfecto de dos metros por lado,
fuera de lugar en los hogares
de la posguerra europea, pareca extrada de los aposentos de algn castillo, reservad

a solo para reyes o


emperadores. La estancia estaba saturada de muebles, decorada con exceso en todo
s los sentidos. Tan solo la
peinadora contena cerca de mil figuras decorativas, desde los pies en forma de pa
tas de len hasta la cspide del
espejo oval, que serva como ayudante de los huspedes en sus retoques faciales, o m
ultiplicaba el reflejo morboso
de los placeres de la carne en noches de efervescente lujuria.
Bentez se esmer en preparar el campo de batalla. Orden tres botellas de champagne C
ristal. Una fue
depositada en la mesa de la sala principal; las otras dos reposaban sudorosas en
la recmara principal a ambos lados
de la cama. Adems, encarg un ramo de rosas, combinando blancas con azules, los col
ores preferidos de su
amada. Tambin se tom la molestia de comprar una bolsa saturada de ptalos rojos que
fue esparciendo en todo el
recinto. Se senta extrao organizando minuciosamente una cita ntima. Contrastaba en
exceso con su personalidad
egosta, agreste, pero la misin as lo exiga. Deba cuidar de todos los detalles que a l
as mujeres les alimentan la
esperanza. Como guindilla, impregn el aire de la habitacin con el perfume de jazmn,
el aroma predilecto de su
invitada de honor.
A las siete de la noche, el general pas por casa en busca de su esposa. La sorpre
ndi con la chistosa e
incongruente propuesta, pues desde que Mara Fernanda super la cuarentena del parto
, el calor hormonal haba ido

menguando gradualmente en su cuerpo. La necesidad de compartir momentos juntos, n


timos y privados, se haba
marchitado. Los encuentros sociales de la pareja se limitaban prcticamente a las
escasas celebraciones
conmemorativas de actos en los salones de fiesta del cuartel, en que por mandato
del Generalsimo la presencia de
todas las esposas era obligatoria. El grado de apata entre la pareja le hizo pens
ar a Mara Fernanda que el nio
haba sembrado la falta de deseo en su marido. Por mucho que se esforz en seducir a
l general usando las tpicas
artimaas de embrujo, siempre hubo un pretexto, una negativa al roce carnal o soci
al.
Esa noche, al recibir la tamaa sorpresa de la invitacin a cenar, Mara Fernanda por
un instante pens que su
marido estaba bromeando, o que alguna bebida espirituosa le haba mudado el nimo. L
a insistencia de Bentez
demostr que sus intenciones eran ciertas; la celebracin estaba en puertas, su comp
aero la estaba secuestrando
para darle alguna noticia. Pens que tal vez se trataba de algn aviso militar, otra
misin fuera de casa, en fin, cosas
de trabajo, lo nico que motivaba a su aburrido amigacho sentimental. Casi obligad
a, a regaadientes, se visti de
estilo casual, nada formal y cero sensualidad, no caba propsito alguno. Un conjunt
o de falda y blusa color oscuro,
zapatos y bolso que combinasen, lo dems era superfluo. Por su lado, Bentez mostrab
a su mejor faceta histrinica.
Intentaba emular los detalles de la poca en que pudo seducir y conquistar el cora
zn de su antiguamente amada
esposa, cuando el noviazgo interesado germin entre los dos. Ni l mismo daba crdito
a su manera de posar, pero,
como le recomend el prroco, deba reconquistar la confianza de su esposa, tratar de
que no hubiese dudas en la
relacin. El ruido de rumores negativos o habladuras en los pasillos del cuartel po
dra destruirle el ascenso con que
tanto soaba. Su carrera militar bien vala un encuentro amoroso obligado.
El general solicit permiso en la comandancia para tomar uno de los vehculos de luj
o que eran usados para
transportar a los presidentes de otros pases en visita oficial. Tambin le asignaro
n un chfer que los recogera en
casa a las ocho de la noche para llevarles a los sitios deseados, estaba a su di
sposicin por toda la noche. Bentez
pens que algo de lujo y poder refinado ayudara un poco en la conquista. Salieron d
el hogar con estrecho respeto a
los tiempos fijados. La esposa, confundida por la nieve de verano, ni se inmut po
r la presencia del automvil de
protocolo. El truco pas sin pena ni gloria, y molest al frustrado comediante. El t
rfico era noble y en pocos
minutos llegaron a su destino. El hotel ms lujoso de Espaa les daba la bienvenida
sin mayor aspaviento. Un par de
elegantes porteros con guantes blancos que disfrazaban sus manos les abrieron la
s puertas del carruaje diplomtico.
Los nuevos huspedes atravesaron el saln de espera rumbo al restaurante La Provence
, icono gastronmico de la
poca, suculentos platos y sobre todo en precios. El matre les salud por separado, p
ronunciando sus nombres con
resonante acento francs. Despus de darles el afectuoso recibimiento, les condujo a
la mesa reservada con tres das

de antelacin. Todas las mesitas estaban ocupadas por elegantes comensales. En el


bar haba filas de personas
deseosas de conseguir un espacio en la prxima hora para disfrutar de una cena esp
ecial. Los recin llegados fueron
sentados al final del comedor, bastante cerca de un gran ventanal que facilitaba
la visin del jardn principal del hotel,
colindante con el rea de la piscina. Mara Fernanda no sala de su asombro. Al ver el
gento aglomerado en el local
pens que, en efecto, se trataba de una reunin de amigos del ejrcito, pero la diminu
ta mesa afrancesada que les
permita la mnima distancia entre los cuerpos le corrobor que la puesta en escena se
rega por otro libreto.
La sofisticada y especial carta se haba ordenado con antelacin; el vino y los plat
illos fueron combinados segn
recomendacin del chef, en total complicidad con el sommelier mayor. Las entradas
incluan caviar iran sobre setas
salteadas al tomillo y eneldo, una porcin decente de foie-gras natural, decorado
con frescos escargot horneados
sobre hojaldre de mantequilla, con pizcas de salvia. Las entradas conjugaban los
sabores con tres diferentes vinos
franceses: Chablis, para las negras huevas de pescado; Pouilly Fum fue el socio d
el hgado de ave; mientras la
babosa gelatina del caracol era suavizada con un Chardonnay magistral. De plato
principal, una fuente que simulaba
un verdadero ecosistema marino, formado por toda clase de productos con concha,
mariscos de diversos tamaos y
colores, separados por diminutos bocadillos de salmn, arenque, mero en salsa verd
e, y otras glorias del buen
comer. La dosis de afrodisaco natural estaba cubierta. Para complementar la fiest
a, una botella del mejor

champagne sirvi de confidente perfecto.


La cena transcurri sin sobresaltos. Bentez se esforzaba por alabar la belleza de s
u mujer en todo sentido. Le
agradeci ser parte importante de su vida, comprender la difcil funcin que l desempeab
a en las fuerzas armadas.
La tild de complemento perfecto. Le jur que sin ella no tendra razn para luchar por
nada en la vida. Dio excusas
por sus prolongadas ausencias del seno familiar; el trabajo de un militar siempr
e absorbe ms de lo normal. Prometi
cambios en el hogar para iniciar una nueva etapa de vida: unidos, felices, entre
gados. El discurso empalagaba el
corazn de la esposa frustrada, las excusas sonaban a lugar comn, repetidas, anticu
adas. Mara Fernanda no
apreciaba lgica en el repentino cambio de ritmo de su aptico compaero de cama. Por
instantes, la mujer perda la
concentracin, estaba aburrida; luego miraba fijamente a su expositor sin entender
una sola de las frases rebuscadas
que salpicaban su sentido auditivo, ya las haba escuchado en el pasado.
A mitad de la fbula sentimental, el amante arrepentido intent otro recurso para ca
ptar la atencin de su fra
compaera. Introdujo la mano derecha en el bolsillo del lado contrario del traje d
e gala. Una pequea caja envuelta
en pergamino amarillento, sellado con finos hilos de oro, asom por el vrtice del s
aco rectangular incrustado en la
guerrera del soldado, cosido con hilo blanco pespunteado, encima de las medallas
y recuerdos honorficos de una
poca de barbarie. Una sonrisa obligada sirvi de encuadre fotogrfico para la entrega
del presente. Mara Fernanda
cogi el regalo, desat el nudo principal del lazo confeccionado con el hilo de oro;
el pergamino decorativo se abri
en cuatro puntas, cual rosa en primavera, y una caja de terciopelo prpura qued des
nuda ante la hermosa dama.
Abri la tapa. Una luz penetrante se reflej en el fondo de la caja. La afortunada m
ujer abri los ojos en su mxima
extensin. Un anillo de brillantes se pavoneaba entre los delicados dedos de la es
posa del general. El detalle
materialista increment la curiosidad de la inquieta esposa. No haba celebracin, ani
versario ni recuerdo pendiente
por festejar. Cuestion a su marido por tanta glotonera emocional sin fundamento. B
entez se molest, pero
encontr la forma elegante, sutil, de disimular la rabia. Reiter sus palabras de ar
repentimiento, hinc el pual de la
compasin en el corazn de su esposa, busco limosnas de fe, pidi perdn de muchas maner
as. Reclamaba
confianza, suplicaba reconciliacin.
Un aire sutil con intencin de absolucin infl el alma de Mara Fernanda. Si bien no es
taba del todo convencida,
el esfuerzo al menos vala unas pocas muestras de afecto hacia el padre de su hijo
. Las burbujas del fino licor francs
fueron el catalizador que aceler el dejo de alegra en el rostro de la homenajeada.
Un par de lgrimas tmidas,
dudosas, eliminaron la resequedad en los ojazos de la apenada esposa, casi en ac
titud de rendicin. Bentez percibi
la debilidad de su romntica admiradora. Adelantndose a los acontecimientos, solt la
s amarras del deseo, la
abrazo robndole un sculo apasionado que fue humedeciendo la dureza del corazn desat

endido de mi
encantada .

princesa

La fragilidad sentimental de las esposas tradicionales, que en aquella poca solan


darle vuelta a la pgina con
suma facilidad al descubrir traiciones o desamores, comenz a surtir el mismo efec
to en la seora de Bentez. Porque
en ese minuto de gloria, ese instante cuando la mujer siente la fuerza del unive
rso a travs de una simple caricia, un
beso, una muestra de amor que le devuelve el sentido a la vida, que le demuestra
la errada visin de su merecimiento
a ser amada, deseada por un hombre, Mara Fernanda empez a flaquear, a ser consider
ada parte importante en el
corazn del esposo. Sinti brevemente la tentacin de eliminar las hostilidades, consi
deraba el perdn como
alternativa; no estaba segura del todo, pero quera intentarlo.
Conquistado parte del territorio complejo de un corazn herido, Bentez lanz la artil
lera al frente de batalla,
pretendiendo colonizar el resto del reino. Toda la cuenta estaba cancelada; no h
aba tiempo que perder. No deba
permitir que la razn asomara sus locas ideas de emancipacin. Ahora solo deba vivir
el sentimiento a flor de piel.
Nada de intelecto, el perdn no mereca recuerdos sombros ni admita comparaciones con
el pasado; abolido
estaba el pensamiento por el resto del da. Abraz con fuerza a su esposa, un susurr
o en el odo izquierdo, justo

encima del corazn, para que el mensaje llegase ntido y con ms rapidez, le reforz a M
ara Fernanda la idea de su
papel en la vida de la familia, del esposo, del hijo. Fue una declaracin plena de
ego femenino a la desdichada mujer,
que nuevamente se dej embaucar. Por primera vez, se sinti importante, capaz de abl
andar las penas y bendecir las
culpas en aras de un futuro feliz, en familia.
Los recin enamorados subieron hasta el piso siete y caminaron con muchas imperfec
ciones mientras atravesaban
el pasillo. Los besos apasionados se hacan intermitentes, frenando su recorrido.
La puerta de la suite presidencial se
abri a todo dar. Los chicuelos felices traspasaron el umbral. La sequa sexual logr
multiplicar el deseo y las ganas
de la heredera del imperio Lpez de Pea. Su piel era un volcn, sus hormonas danzaban
alocadas. La exclusiva
habitacin, finamente acondicionada para la ocasin, expres un dejo de tristeza, desni
mo, pues los amantes no se
deleitaron con el lujo ni los detalles; hasta las flores suspiraron en busca de
admiracin, pero ninguno las tom en
cuenta.
Bentez levant en vilo a su esposa. La frgil humanidad de la mujer cay sobre el edredn
de plumas de faisn,
doblado con esmero sobre el tope de la cama. Su esposo le arranc la ropa con ansi
edad. Una lluvia de besos
humedeci sus labios y su lengua. Las caricias alimentaron el fuego de la pasin que
estaba por desbordarse. La
lengua del general empez a escudriar el cuello, los pechos y pezones de su amante
de turno. La piel se erizaba,
peda guerra, pasin sin titubeo, sin respeto, yerma de pudor. Quera ser azotada desd
e adentro por un fuste
inclemente, creador de ese calor nico, dosificado en el centro del universo femen
ino, en el pedazo de nube que toda
mujer aspira a que sea devorado lujuriosamente en una entrepierna fogosa, siempr
e difcil de satisfacer, pero deseosa
de ser violentada a cada minuto por la fuerza de la pasin, del amor bonito.
Los jadeos duplicaban el eco. Los cuerpos empezaban a sudar copiosamente. La muj
er amaba de verdad, con
entrega real, se senta plena. El hombre finga, actuaba, era mecnico en sus embestid
as, pensaba que el control
estaba en su miembro viril. Mara Fernanda estaba pronta al xtasis demencial, pero
un relmpago de confusin
distorsion la celebracin del orgasmo no consumado. Su mente se transport, se alej co
n rumbo desconocido
fuera del hotel. Un rostro le gui el ojo, una figura fantasmal disimul la pasin y el
miedo ahog la felicidad de la
noche. Su cuerpo era penetrado por un hombre, pero su corazn anhelaba ser amado p
or otro que jams la haba
tocado, pero ella se estremeca solo con verle y le regalaba calenturas sin haberl
a tocado. El macho en clara posicin
de ataque descubri la interrupcin de fluidos, pidi explicaciones y ofreci soluciones
. La mujer fue ms hbil. Su
mgica excusa provena de la sumisin. Prorrumpi en llanto, la estrategia perfecta que
siempre desequilibra al
amante masculino. Dijo que lo amaba, le minti a l junto a su propia autoestima. El
hombre celebr la rendicin final

de su vctima. Vanidoso, pens que las lgrimas eran un tributo a su don de mando. La
guerra haba terminado, la
batalla fue corta, la conquista era inminente. Pronto la normalidad en casa brin
dara cobijo a los planes del general.
Bentez sigui penetrando con aburrida pericia aunque su esposa haba dejado de regala
rle ilusiones y se aferraba
al sueo que estaba viviendo. Mara Fernanda senta que su cuerpo se entregaba al verd
adero amor, al de su amante
platnico, al hombre que le robaba el descanso diariamente, que le preaba el alma d
e ilusiones verdaderas. Aun
cuando era improbable que llegase a tocarlo, l era su pasin prohibida. La imagen d
e su amante, sin ropas,
acostado a su lado, regalndole caricias, fue la historieta perfecta. Las fotos co
braron vida y la mujer se elev al
xtasis. Mientras amaba a su hombre ofreca a Dios disculpas por el pecado carnal qu
e estaba cometiendo. Fue el
orgasmo ms extrao, intenso, el ms difcil de explicar, que haba sentido en todo este t
iempo, pero estaba feliz.
La batalla termin, los cuerpos quedaron tendidos en la cama con la mirada desperd
iciada al techo. Celebrando
las conquistas del da, ambos se anotaban victorias sin trofeos. Todo volvi a la no
rmalidad. El teatro corri el teln,
la sala qued vaca, la triste monotona volvera a casa. Bentez dio media vuelta, se arr
op con las sbanas de seda.
Estaba agotado. Los efectos del alcohol adormecan los msculos, pero senta que el co
ntrol haba regresado a su
hogar. Un simple orgasmo valdra un largo silencio familiar. Su esposa ocup el lado
contrario de la cama, dejando

un abismo entre ambos. Disfrutaba de las ltimas gotas de un placer rancio, mezcla
de tristeza, resignacin y
frustracin. Lloraba en silencio. Su soledad impulsaba la ira, la razn empez a ejerc
itarse, el pensamiento se fug de
su jaula y domin la situacin. Vala la pena seguir con una relacin tan desquiciada, do
nde los orgasmos se
dedicaban a la persona ausente, mientras un cuerpo era profanado por la conformi
dad, la monotona, el compromiso
social? Con un peor es nada! Era absurdo desperdiciar placer en solitario, excita
r el cerebro para sentirse amada.
Por qu la farsa? Por qu pecar en nombre de un amor caduco? Miles de interrogantes sa
turaban sus emociones,
pero su temor a Dios era mayor. Pens en acabar con sus sueos hmedos, en desechar al
amante sin piel,
desterrarlo para siempre de su vida y empezar de cero. Pero el amor verdadero, e
l que funde, alz su voz
silenciando a todos, incluso al pecado divino, porque el amor viene del Creador.
Por qu negarse a intentarlo? Si
est escrito con el lenguaje del corazn, debe ser bendito. Por qu negarse a ser libre
, a ser amada tierna y
salvajemente como tanto deseaba? Su matrimonio era una farsa. Haba llegado el mom
ento de emancipar el
sentimiento, de darle felicidad a la vida, de pelear por el amor bonito.
Captulo 17
Los sinsabores de Mara Fernanda
A menudo las personas tienden a envidiar la fachada existencial de amigos o cono
cidos. Es fcil pensar que otra
familia cercana a nuestro entorno social tiene ms bendiciones, privilegios, xito o
felicidad que la propia. Ese
fenmeno incluso sucede entre hermanos. Y ah est Abel. Nos concentramos en observar
las ramas del rbol
frondoso frente a nuestros ojos que nos impiden divisar el bosque en su infinita
dimensin real. A simple vuelo de
pjaro, la existencia de mi princesa encantada proyectaba el esplendor de una vida c
ompleta, envidiable por mortal
alguno. Era la nica hija de un matrimonio catlico, modelo en la Espaa de mediados d
e siglo. Mi abuelo era uno de
los hombres ms ricos del pas, empresario de amplia reputacin directamente proporcio
nal a sus cuentas de banco,
dinero engordado a veces por ventajismo poltico y no por mritos gerenciales. La ho
nradez no fue siempre la mejor
bandera enarbolada en sus negocios, sobre todo en el caso del peridico, donde las
verdades destilaban volmenes
de tinta segn la conveniencia del caso. Pero ese posible lado oscuro no sobresala
con facilidad de la fachada de un
hogar apetecible, casi perfecto.
La fortuna de don Toribio le permiti a su hija toda clase de lujos, caprichos y e
xcesos. La negacin casi estaba
desterrada en casa de Mara Fernanda, salvo cuando discuta con su madre sobre temas
de fe. Desde nia conoci
el placer de recorrer el mundo con holgura. Descubri culturas, sociedades, gustos
diferentes de los suyos; su mente
se expandi y super con creces las ctedras de geografa e historia. En Madrid tuvo la
posibilidad de codearse en

reuniones sociales con las personalidades ms famosas del globo terrqueo: desde msic
os, escritores y poetas hasta
dictadores, presidentes y ladrones de cuello blanco. Adquiri un nivel de interpre
tacin y anlisis bastante peligroso
para una chica de clase privilegiada. Se atrevi a pensar, a ser tan diferente que
asumi una postura agnstica
durante un buen tiempo en su adolescencia, mientras sus amigas se entregaban des
esperadas a las banalidades que
exiga su casta social. Todas sus compaeras la envidiaban. Era sumamente hermosa, r
ica, libre y aparentemente
feliz. Fue modelo que comparar en el colegio, gan premios, reconocimientos a camb
io de soledad, de exclusin por
la forma de ser. En el hogar imperaba el matriarcado forzado, porque don Toribio
no aportaba mayor presencia en
casa. Sus negocios eran de mayor inters que educar a una hija mimada y mantener a
una esposa sumisa, temerosa
de Dios, que en su opinin solo ameritaban una buena dosis de pesetas para acallar
toda responsabilidad o exigencia
familiar. Las frecuentes visitas a eventos sociales, cual familia perfecta, solo
eran un disfraz, un parapeto

perfectamente necesario para el empresario, donde el nico inters era hacer negocio
s, adular al rgimen y sumar
poder. Segn el viejo, las mujeres solo servan para criticar.
Mara Fernanda exceda en lo material mientras su felicidad era hipotecada. Amaba a
su padre con locura, le
idolatraba, le valoraba al mximo como gerente, pero le reprobaba todo como padre
y hombre de familia. Segn las
lenguas reptilianas, el flirteo era un arte sofisticado en el acontecer diario d
el viejo empresario. Nunca acept las
imputaciones de dos descendientes suyos concebidos fuera del honorable matrimoni
o. Se escud alegando intereses
perversos de las supuestas madres utilizadas, extorsionadoras de oficio que solo
deseaban lucro a cambio de
silencio, muy buen argumento en casos de personalidades famosas o adineradas. La
defensa sonaba creble, pero la
piel de la esposa e hija preferan ahogar las dudas con buenas porciones de calman
tes, antidepresivos o claustros
depuradores de almas tristes. Las mujeres de la casa a cada rato terminaban baja
ndo la cabeza, aceptando una
convivencia polticamente necesaria. Una se escudaba en la fe; la otra ejercitaba
la razn, el pensamiento crtico en
busca de libertad. Fue un sueo que lleg a medias, y con alto precio en sangre.
Los sinsabores de mi madre fueron marcados en el tiempo. Lo poco que supe de ell
a despus de que me
abandonara sin despedirse lo descubr gracias a las historias que me contaron mis
dos abuelos, separados por el
odio, al diario que ella dej olvidado en su caja de muecas, y la imagen del lbum de
recuerdos, cuidadosamente
preservado por su madrina. Uniendo las tres versiones, me di cuenta de que la ex
presin de sus ojos en todas las
fotografas de las diferentes etapas de su vida transmita un ocano de tristeza. La r
isa era escueta, apagada, llena de
soledad. Solamente dos acontecimientos fueron celebrados por su mirada: el da de
su tragicmica boda y la noche
en que yo nac. Del resto puedo afirmar sin temor a perder la apuesta que su corta
vida fue una gran penitencia
bastante disimulada.

Los supuestos amigos de mi madre siempre cometieron el mismo error de percepcin h


asta que la tragedia
sacudi nuestras vidas, y puso de manifiesto el verdadero rostro de dos familias a
squerosamente desdichadas.
Siempre nos envidiaron la alegra que proyectbamos porque no conocan nuestros pecado
s. Todava guardo en mi
mente el recuerdo del velorio de mi madre, dentro de la urna cerrada, en el alta
r de la capilla de San Jos en pleno
centro de Madrid. Fue una cita macabra donde muchos celebraron nuestra derrota p
or ese morboso sentimiento
humano que algunos tildan de justicia divina cuando alegres y sin saber dicen a
tus espaldas: Siempre dije que esa
familia era tal cosa , Dios les castig por su vida licenciosa , Bien les est, por abusad
res . Frases tristemente
clebres, recalcadas por antiguos amigos , confidentes en el pasado reciente. Cmplices
perfectos de

celebraciones, pero extraos habituales cuando el viento est en contra, desconocido


s recalcitrantes a la hora de
evadir responsabilidades. Es parte de la ley de vida: cuando alguien est en las a
lturas, todos aplauden, y uno tiene
amigos para regalar. Pero cuando caes, solo el ruido de las crticas destructivas
te acompaa en la travesa.
Han pasado ms de cuarenta aos desde que mi princesa encantada apag su luz para siempr
e, pero la imagen
de su velorio todava sigue viva en mi mente. La presencia de su verdugo en plena
ceremonia de despedida jams
ser borrada. Su mirada despiadada, su rastro de sangre, an est presente en mi ser.
Su venganza enfermiza en
nombre del amor permiti sepultar para siempre mi fe.
Captulo 18
Orgasmos celestiales, felicidad efmera

Una semana despus del encuentro amoroso en el hotel Imperial, Mara Fernanda estaba
ms perturbada que
nunca. Su esposo realiz esfuerzos sobrehumanos por demostrar cambios en su actitu
d. Pasaba buen tiempo en casa
junto a ella y el pequeo Francisco; con intervalos fingan hacer el amor. l, satisfe
cho por supuestamente complacer
el deseo de su mujer y cumplir su responsabilidad conyugal. Ella, frustrada y de
seando ser poseda por otro cuerpo.
El insomnio abrazaba todas las noches a la esposa incompleta, las noches de vigi
lia nutran su carcter esquivo. La
omnipresencia del amante soado se estaba convirtiendo en obsesin. Mi princesa encan
tada buscaba la excusa
perfecta para justificar sus pecados mentales, pero tena miedo de ver a su confes
or, la pena cortaba su mpetu.
junto a ella y el pequeo Francisco; con intervalos fingan hacer el amor. l, satisfe
cho por supuestamente complacer
el deseo de su mujer y cumplir su responsabilidad conyugal. Ella, frustrada y de
seando ser poseda por otro cuerpo.
El insomnio abrazaba todas las noches a la esposa incompleta, las noches de vigi
lia nutran su carcter esquivo. La
omnipresencia del amante soado se estaba convirtiendo en obsesin. Mi princesa encan
tada buscaba la excusa
perfecta para justificar sus pecados mentales, pero tena miedo de ver a su confes
or, la pena cortaba su mpetu.
Al sptimo da, Mara Fernanda estaba ya al borde del precipicio, no aguantaba el fueg
o del deseo sexual que la
consuma lentamente. Envalentonada, se dirigi a la capilla de San Agustn para pedir
perdn a travs del mensajero
del Seor o terminar de hundirse en el infierno; solo tena esas dos opciones. Apena
s una calle la separaba del portal
principal del lugar santo. La taquicardia suba de acuerdo a la mengua de la dista
ncia de su objetivo. Por ms que
deseaba entrar en el centro de confesin, el terror divino la someta. Senta la mano
acusadora de un ser supremo,
del que haba dudado en su poca de adolescente. Pero ahora quera hacer las paces, ob
tener el beneplcito
celestial para seguir pecando, para consumar el roce de la piel. Las manos sudor
osas le advertan de los peligros del
deseo enfermizo. Temblaba, no poda explicar y aplacar sus emociones; quera entrar,
enfrentar el diablico
monstruo de una vez, verle vomitar fuego, luchar contra l sin respeto alguno, der
rotarlo o morir en el intento de
alcanzar la plenitud. Tal vez si ocurriese lo segundo, la vida le devolvera la pa
z. Andaba cuatro pasos y desandaba
ocho. Cambiaba de rumbo, siempre en crculo, tratando de reducir el radio que la s
eparaba de la iglesia; su actitud
asemejaba a un turista desorientado. Perciba miles de ojos acusadores siguindole l
os pasos y trataba de ubicarlos,
por si necesitaba duplicar las dosis de excusas. Con la mirada perdida se dej con
vencer por la cruz del campanario.
Empez a rezar en voz baja, tratando de obtener aprobacin a sus actos. Sus lamentac
iones recibieron pronto
socorro. Una voz amiga retumb a su espalda, rompindole la concentracin, impidindole
agradecer el maravilloso
favor que estaba recibiendo.
Cmo ests, hija ma? Qu te trae por ac?

Iribarren salud amablemente a su oveja confundida. La nerviosa mujer gir en direcc


in del melodioso sonido de
las palabras del cura. Su rostro palideci, por pena o por miedo, difcil de entende
r en ese preciso momento. Los
labios perdieron su humedad. La garganta sec su caudal; una voz ronca, asustadiza
, busc justificar su presencia
all.
Buenos das, padre, cmo est? Pues pasaba por ac por casualidad. Es que yo iba a un siti
o, pero como est
cerca de aqu, y me qued pensando y me dije que tal vez tena tiempo de rezar un poco
la respuesta demostraba
evasin total.
Qu maravilloso, hija ma. Siempre es bueno dedicarle tiempo a la oracin, que es alime
nto del alma. Adems,
siempre eres bienvenida. Por qu no charlamos un poco? Hace una semana que no nos v
emos repuso el
sacerdote.
S, claro. Por cierto, padre, quera preguntarle algo, pero no s; me da un poco de pen
a. No quiero que me
interprete usted mal dijo con soltura Mara Fernanda, iniciando la caminata alreded
or de la iglesia.
Claro, hija. Dime, cul es tu pregunta tan penosa?
Padre, habl usted con mi esposo algo sobre nuestra conversacin de la semana pasada?
La pregunta fue el pretexto ideal que necesitaba Iribarren para entablar el conf
licto y de ese modo someter a su
presa. Detuvo el andar en forma brusca, y la mir con sorpresa absolutamente creble
. Tena el rostro comprimido, y

logr intimidar fuertemente a su oyente. Trag saliva con dificultad y ripost exagera
ndo el nivel de ofensa para
buscar compasin, doblegando algn vestigio de dureza en la depresiva mujer.
Me ofendes, hija. Cmo se te ocurre pensar que un secreto de confesin pueda ser compa
rtido? De dnde
sacas semejante blasfemia?
El tono acusador desconcentr a Mara Fernanda y la oblig a inventar una excusa proba
ble, medianamente
creble. Hizo la seal de la cruz invocando su manto protector. Estaba apenadsima por
dudar de su amigo, temerosa
por la futura reaccin del prroco; no poda permitirse la distancia definitiva con Ir
ibarren. Trat de evitar la
fragilidad del llanto de nia mimada, regaada por su maestro, confesor y en especia
l su amor platnico.
Perdone, padre. Jams dudara de usted, pero mi esposo ha tenido muchos cambios ltimam
ente que me
confunden, y como usted es la nica persona que sabe de mi situacin, me entr la duda
. Pens que tal vez algn
comentario se le pudiera haber escapado sin intencin. Padre, de todo corazn le rue
go perdn si le ofend, pero,
entindame, pngase en mi lugar, se lo ruego. No ve que estoy hecha pedazos? Llevo va
rios das sin dormir, el
pecado me mata. Aydeme, slveme, por lo que ms quiera. No s qu me est pasando.
La sincera confesin alegr al sacerdote, pues coincida con sus predicciones. Entre lg
rimas, ahora le tocaba a
ella pedir perdn por tener la desvergenza de dudar ante un hombre de sotana. La do
ncella tom la mano de
Iribarren para besarla. No saba qu hacer, qu postura tomar, estaba a su merced. Sen
ta al dragn del deseo cada
vez ms poderoso, vivo, retador, dueo de su alma en pena. Se abrazaron con intensid
ad. El cura tom un pauelo
blanco con bordados en rojo que simbolizan el fuego del Espritu Santo. Mara Fernan
da se alegr al ver la imagen
en el pauelo porque le brind una tenue llamarada de paz. l sec las lgrimas de la temb
lorosa mujer hecha
pedazos y le ofreci excusas por la dureza de sus palabras. La convenci de entrar a
la iglesia, que estaba casi vaca;
el prximo servicio litrgico se iniciaba en tres horas, tiempo suficiente para or su
s pecados, darle perdn, apaciguar
sus miedos.
Una vez dentro del templo, Iribarren la condujo a la capilla del Sagrado Corazn,
tambin llamada el
confesionario de la reina, una antiqusima sala privada, donde las reinas e infant
as de Espaa haban rezado durante
siglos a puertas cerradas, sin ser molestadas por la plebe. Hasta en la supuesta
casa de Dios en la Tierra sobraban
los privilegios para los poderosos. La diminuta capilla estaba localizada al cos
tado derecho de la iglesia, al fondo,
detrs de la sacrista. El acceso estaba prcticamente reservado al prroco oficial, el n
ico que guardaba las llaves
de la puerta de seguridad que evitaba narices curiosas. La decoracin del minsculo
oratorio, con una capacidad de
diez sillas para el rezo, era bastante simple. Un cristo de madera colgaba del t

echo de triple altura, resguardado a


ambos lados, por la imagen del arcngel san Gabriel a la izquierda y el arcngel san
Miguel a la derecha. La parte
superior de las cuatro paredes del recinto estaba totalmente ornamentada con fre
scos que resuman las etapas del
viacrucis. En el centro, frente al altar, una imagen de la virgen Mara con el nio
en brazos asomaba cual oyente fiel
de los visitantes. El resto del espacio permaneca totalmente libre para orar con
comodidad.
Ya dentro de la capilla de la reina ambos iniciaron la ceremonia privada con un
padrenuestro como saludo
reverencial. Mara Fernanda volvi a repetir su discurso pasado. De improviso salt al
tema de un amor imposible
que se haba convertido casi en demonio, que le arrancaba el aliento, le robaba la
vida. La mujer quera destruir para
siempre esa visin, pero su frgil corazn insista en confundirla. No hallaba forma de
argumentar con claridad sus
emociones. La aburrida explicacin desat la alarma en el cerebro del cura: era el m
omento preciso para disparar a
matar. Iribarren no ahorr tiempo: acerc la mano temblorosa de la mujer a su boca,
bes suavemente el dorso de la
palma, dejando sutilmente que su lengua de macho seductor acariciara con propied
ad la separacin entre el ndice y
el dedo medio. Mara Fernanda se ruboriz, sinti espasmos en toda su humanidad ante e
l acoso de ese punto
ergeno. Qued petrificada, en silencio, tratando de disimular el entusiasmo de su e
ntrepierna. La suerte estaba

echada, el demonio cobr vida en los huesos del cura y la dama se dej llevar por el
placer. Habl entonces el
confesor mientras segua besando dcilmente la mano de mi princesa encantada .
Querida hija, cul es el pecado? Amas a otro hombre? Eso no es la muerte. Vinimos a e
ste mundo a ser
felices, eso quiere Dios.
Padre, qu hace? Me est diciendo que no es pecado desear a un hombre que no es mi mari
do? Eso no lo
dicen las Sagradas Escrituras. Lo estoy deshonrando con mi actitud, con mis pens
amientos impdicos, que a veces
creo son obra del demonio refut la mujer un tanto confusa y ligeramente excitada.
Sabes qu es pecado? Rechazar la felicidad, tenerle miedo infundado al amor verdader
o. Hemos venido a
este mundo para ser felices. No podemos limitar nuestra dicha ni mucho menos esc
udarnos en el conformismo, en la
comodidad material que al final termina secando nuestra felicidad. El amor es pu
ro, es esencia de luz. Por l se vive,
se muere, se gestan guerras, se conquistan imperios; porque es majestuoso, subli
me, es energa de la buena. Si no
disfrutamos de l, morimos de tristeza, de insatisfaccin forzada, sobre todo cuando
dejamos ir al sentir verdadero,
al amor bonito, y su recuerdo melanclico solo nos demuestra lo miserable que es n
uestra existencia por haber sido
cobardes. Tienes idea de cuntos pecados mal interpretados enfrento a diario? El de
la carne es el ms comn.
Personas como t, que, por atesorar un ventajismo social, ser cmplices de lo que ha
ce la multitud cuando conjuga
el verbo respetar , se atan con cadenas morales y humillan sus propios sentimientos
, el verdadero deseo sofocante,
el que realmente complementa la esencia humana para luego mendigar los recuerdos
de un amor caduco, de una
pasin sublime fallecida por inanicin sexual verdadera. Si ese es tu concepto de pe
cado, no te preocupes: siempre
estar dispuesto a perdonarlo en nombre del Seor. Pero jams me reproches por no habe
rte ayudado a romper tus
ataduras. Porque lo que sientes en este momento tambin quema mis entraas, ambos le
tememos al mismo dragn.
El discurso envolvi a la hipocondriaca pecadora en un estado alucingeno moralista
que dio pie a miles de
interpretaciones. Por momentos, Mara Fernanda suplant el rol del prroco con el de s
u padre. Siempre haba
soado con una conversacin abierta entre amigos, que don Toribio dedicase tiempo a
sus atormentados vapores
hormonales cuando el amor tocaba su dbil corazn. De repente, la metamorfosis del d
eseo prohibido combati a la
realidad. Mi princesa encantada ahora senta ardor puro en sus penitentes pensamient
os. Su expositor se convirti
en el ms suculento pecado, incluso correspondido, no poda creer las sensaciones qu
e estallaban en su alma. Ahora
tema entregarse. Las ganas de besarlo se repriman, su cabeza era una olla de presin

a punto de estallar. Cmo


era posible que el soldado de Cristo tambin la amase en secreto, incitndola al lib
ertinaje, aun cuando ella se
consideraba la causante? Era un milagro oscuro, una situacin impensable, nada res
petada en la conservadora doble
moral de la sociedad madrilea de la poca. Si antes haba tenido miedo de expresar su
s fantasas, ahora las deseaba
enterrar para siempre, la mano de Dios la acusaba. No saba si correr y escapar de
l lugar o entregarse de cuerpo y
alma a las recomendaciones de su amor apcrifo. Iribarren esperaba que el efecto s
ubliminal de su confesin
permitiese el desenfreno de su amada.
Hija, no te estoy pidiendo que te conviertas en pecadora. Solo quiero ayudarte a
que te sientas libre, a que
pelees por lo que dicta tu corazn, ms all del conformismo. Eso es una bendicin. Eres
un ser de luz. Necesitas
derrocharla, vivirla, dejar de actuar para los dems. Te mereces sonrerle a la vida
, ser feliz. Es una decisin, no un
compromiso.
Tengo miedo, padre

implor aturdida, desesperada.

Creme, yo tengo ms terror que t.


Mara Fernanda encogi los prpados. La frente se surc de pliegues en seal de desconcier
to total. Un abismo

de ilusiones se apoder de su corazn. El alma saltaba de felicidad por el simple he


cho de imaginar reciprocidad en
los insospechados deseos. No era posible, no daba crdito: las plegarias quizs haban
traspasado el umbral de lo
prohibido. Pens que tal vez era un espejismo. Cuestion su fe, sinti miedo de soar, p
or haber intentado seducir al
hombre de sotana, pero al menos la sensacin vala la pena, por mucho que al final a
rdiese en el infierno.
El hbil charlatn volvi a retar la lujuria reprimida de mi princesa encantada y la obl
ig a desenmascarar los
demonios del placer. Con sobrada destreza acerc el dedo ndice de la pecadora y lo
arrop con sus gruesos labios
masculinos sedientos de pasin. La experta lengua del sacerdote empap toda la dimen
sin del dedo, succionndolo
en repetidas ocasiones, luego apret la yema entre sus dientes con fuerza, dejando
marcas. Un ligero dolor
increment el placer entre los amantes secretos. Mara Fernanda cerr los ojos presa d
e la mayor fantasa ertica
jams vivida. La carne se le puso de gallina en todo su cuerpo mientras el amor idl
ico ya disfrutaba excitndole toda
la palma de la mano a la doncella en fuga. Luego ella incorpor al pulgar en comba
te. Quera acariciar la lengua de
su macho, brindarle placer, lujuria. Absolutamente sumisa, entregada, rendida a
la pasin sin reproches, comenz a
jadear, el placer suba a un ritmo desesperado. Su amante lo not inmediatamente. Ne
cesitaba diseminar el fuego en
todas las zonas ergenas de la vctima. Iribarren acerc la mano que todava tena libre,
la coloc en el pecho de la
fiera en celo. La blusa trataba de frenar el ataque, se interpona cual muro de co
ntencin. Mara Fernanda se arranc
los botones del claustro fabricado con exquisito lino trado de Pakistn y dos abult
ados pechos, hermosos,
rebosantes, calientes, fueron la mejor bendicin. Iribarren inclin la cabeza para b
esar los pezones en mxima
rebelda. Los jadeos fueron in crescendo. Agarr los senos, apretndolos fuertemente m
ientras los palpaba con
labios y lengua. El placer ahogaba, el deseo puro reprimido en el corazn de la mu
jer estaba a punto de estallar. El
cura tom en sus brazos a su cmplice pecadora, la recost suavemente sobre el banco ms
cercano sin dejar de
besarla, de estimular la pasin. Cuando ambos cuerpos reposaban ya sobre la madera
del asiento, una mano
calenturienta, desinhibida, habilidosa en el arte de la concupiscencia, atraves t
ierras inhspitas hasta llegar a la
puerta que conduce al placer infinito en el sublime universo femenino, acarician
do con esmero la sedienta entrepierna.
Mara Fernanda disfrutaba de convulsiones cada vez que la mano atrevida rozaba sus
labios ocultos tratando de
fatigar al pequeo rgano erctil. Estaba al borde de la locura, era la primera vez en
toda su existencia que le daba
rienda suelta a su verdadera esencia de mujer, sin complejos, sin poses. Senta qu
e poda dar placer, que mereca ser
consentida con toneladas de lujuria. Con movimientos circulares, los dedos que s
onsacaban al voluminoso cltoris en
declarado estado de ataque se empapaban de felicidad, de pasin. Con actitud triun
fal lograron correr a un lado la
ropa ntima, baada en fuentes de satisfaccin, goce y abundante morbo. El ndice, secun

dado por el medio, inici la


conquista del tesoro sagrado. Ambos dedos acariciaron las paredes del santuario.
El cuerpo se retorca de placer.
Los gruesos dedos, invasores, aventureros, entraban y salan en busca del maravill
oso trofeo. El fragor dur poco.
Un grito agudo, desenfrenado en alegra, delat la presencia del orgasmo verdadero,
ms exquisito e inolvidable en
la vida de mi princesa encantada .
Los amantes se abrazaron saturados de culpa, aunque ninguno senta la presencia de
l pecado porque reinaba el
amor y esa es la esencia del Creador. Ni siquiera el sacro recinto era capaz de
cuestionar la entrega. Mara
Fernanda lloraba de alegra, de felicidad extrema. Por primera vez haba experimenta
do un orgasmo vivo, puro,
sincero, fecundado en el milagro de una pasin real, de un amor bonito, como ella
sola llamarlo. Estaba saboreando
su locura, quera dar las gracias a alguien, a sus santos, vrgenes y ngeles protecto
res, por lo que estaba viviendo,
por el milagro de sentirse viva, amada, realmente mujer. No importaba si haba cas
tigo, si el infierno era el destino
despus de semejante blasfemia, de hacer el amor en plena casa del Seor. Pero la os
ada bien vali la pena. Quiso
hablar, pero su enamorado le apag el discurso. Volvi a acariciarla, a llenarla de
versos lujuriosos, capaces de
pervertir el sano placer. Reg palabras mojadas de suciedad, voces que inspiran ba
jas pasiones, y motorizan la
libido en estado de esplendor. Ella celebr la nueva seduccin. Lo quera todo, y entr
eg su cuerpo a las exigencias
divinas de su verdadero amor, del hombre que haca resplandecer su corazn. Ya no ha
ba dragones, los monstruos

haban perecido o emigrado, y el miedo se decidi a tomarse unas largas vacaciones,


desterrado por siempre. Hoy
empezaba una nueva vida para ella; hoy volva a nacer la esperanza, la fe en el am
or verdadero.
Permanecieron un par de horas en la capilla privada.
squinas del recinto, compaero
mudo del placer descomunal destilado por dos cuerpos
el amor cuatro veces ms. Los
orgasmos fueron compartidos, las alegras celebradas
e una relacin que llenaba a la nia
mimada y, a la vez, sin la menor sospecha, serva el
dado, regente de la casa de Dios
en Madrid.

El sudor se acurruc en las e


en efervescencia. Hicieron
sin pudor. Era el principio d
plan macabro de un ser despia

Este encuentro se convertira en rito cotidiano durante los cinco meses siguientes
. El prroco logr convencerla.
Le demostr la reciprocidad de un amor eterno que ella siempre haba anhelado. Solo
exigi a cambio discrecin
absoluta, que no cambiase su modo de vida en los prximos tiempos ni en familia ni
socialmente, pues l necesitaba
algo de tiempo para separarse de la Iglesia, para romper sus votos sacerdotales,
un trmite fastidioso pero
necesario. Le rog que tuviese paciencia, pero que jams dejase de atender a su mari
do, porque juntos deban ser
actores consumados, crebles, para evitar conflictos con el general y que nada se
interpusiera al sueo de ambos, el
anhelo de darle vida al amor ms puro, que luego buscaran donde vivir juntos fuera
de Espaa, lejos de las crticas y
acusaciones infundadas de la sociedad envidiosa. Mara Fernanda acept sin chistar y
se abraz ciegamente al lobo
vestido de sotana. Crey en las hermosas mentiras de su nuevo amor, en palabras qu
e le ayudaban a tocar el cielo.
El velo de santidad aniquil toda raz de duda. Confi ciegamente en quien se converti
ra en su homicida
circunstancial. En plena capilla se haba sellado la capitulacin y muerte de mi prin
cesa encantada . Ya nadie poda
detener los acontecimientos por venir.
Captulo 19
Bentez es descubierto
A pocos das de consumada la fusin de dos cuerpos en un solo sentimiento, Iribarren
inici la tercera fase de su
bombardeo aniquilador. Invit al general Bentez a su despecho privado en la mtica Ig
lesia de SanAgustn. No
ofreci excusa aparente; todo pintaba como una simple charla de amigos para interc
ambiar pensamientos sobre las
ltimas situaciones en casa o tal vez orle algn secreto de confesin al militar, en fi
n, ningn tema relevante asomaba
en la cita. No obstante, el sacerdote tena un objetivo claro: confirmar sus sospe
chas sobre las acusaciones que en el
pasado intentaron salpicar el exitoso historial del ahora general y potencial as
pirante a dirigir todas las fuerzas
armadas de Espaa. Era bien sabido que el carcter explosivo del oficial era su peor
enemigo, era la punta en el

iceberg capaz de exponerlo a situaciones fuera de lo comn. Su confesor saba al ded


illo las debilidades del invitado.
Llevaba muchos aos investigando la vida privada, social y profesional de su odiad
o enemigo. Solo necesitaba
someterle a pruebas simples para obtener la respuesta necesaria que desenmascara
se al asesino. Un simple gesto,
una frase mal dicha, corroborara las sospechas.
Arreglado con sapiencia mdica, maquiavlica al mximo nivel, el escritorio del prroco
pareca un desorden
absoluto, aparentemente inocuo, lleno de cartas a medio abrir, papeles escritos
con tinta casi ilegible, artculos de
prensa esparcidos por las cuatro esquinas del mueble, resaltando siempre el titu
lar importante de la primera pgina
de los matutinos de antao. La muerte del teniente Andueza se poda leer desde todo
punto cardinal del rectngulo
que haca las veces de mueble de oficina. El teln de fondo, como excusa piadosa, er
an algunas cajas apiladas al

fondo, repletas de cuadernos y libros: una que otra biblia bastante corroda por e
l tiempo daba la sensacin de una
posible mudanza. El testigo tendra la opcin de analizar las conjeturas de la conve
rsacin sin sentirse involucrado a
priori.
La puntualidad era norma adquirida en la milicia y Bentez se aperson en las oficin
as a la hora convenida. El cura
le recibi con un abrazo fraternal. Dentro del despacho, se sentaron en el sof de v
isitantes dispuesto al costado del
escritorio. Tomaron un delicioso caf sin azcar, para darle mayor fuerza al amargor
caracterstico del oscuro
brebaje. La conversacin espontnea, sin norte fijo, transcurri de lo ms normal, franc
a y amigable. El confesor
pregunt por la esposa de Bentez. Este, sin la menor sospecha, le explic que las sab
ias sugerencias del cura haban
dado buenos resultados. Ya la mujer no estaba arisca, tena una sonrisa plena, e i
rradiaba la sensacin de estabilidad
dentro del hogar. Las aguas se haban calmado y esto era el mejor indicativo de qu
e no habra ruidos molestos en el
futuro inmediato de cara a la promocin militar, tan secreteada a voces. Iribarren
celebr eufrico el xito de la
aplicacin del remedio familiar, pero volvi a insistirle en que cuidase los detalle
s, que se esmerara en darle pequeas
sorpresas a su mujer todos los das; esa era la mejor de las vitaminas a la hora d
e domar a las esposas frustradas. Al
cabo de unos diez minutos de conversacin estril, el siempre ocupado hombre del ejrc
ito plante la necesidad de
mayor celeridad en el parloteo, pues tena otra reunin en media hora fuera de los lm
ites de la ciudad.
Me imagino que no me ha llamado solo para este tema, padre. Segn entend, usted quera
pedirme un favor,
cierto? pregunt Bentez notablemente aburrido.
Claro, hijo, tienes razn; perdona tanta conversadera, pero es que siempre soy as. M
e encanta poder
compartir con mis fieles y ms con vosotros, que sois como mis hijos adoptivos. Pu
es, en efecto, quera molestarte
con un pequeo favor, y perdona la confianza. Vers dijo Iribarren, mientras se levan
taba del cmodo silln,
invitando a su husped a seguirle en direccin hacia el antiguo escritorio. El despi
stado compaero de tertulia sorbi
el resto del caf que le quedaba en la taza, saborendolo con gusto. Ya de pie, esti
r las solapas de su uniforme de
gala, alisando habituales arrugas al sentarse que desmejorasen la apariencia. Se
acerc sin sospechar al pesado
mueble. Tan solo le pas por la mente una pregunta simplista, provocada por el des
barajuste patente en el despacho
privado del sermoneador.
Padre, no me diga que se muda! Se lo digo por el caos que tiene de cajas y papeles
, todos dispersos. Debera
ordenarse mejor; digo, es una simple sugerencia de alguien que le admira. Este c
hiquero le da mala imagen.
No, hijo mo, nada de eso. Es que precisamente estoy haciendo limpieza en mi biblio

teca. Necesito deshacerme


de muchas cosas obsoletas que ya no hacen falta. Estoy tirando de todo, miles de
tonteras acumuladas en mis
ltimos quince aos. Te podrs imaginar el desastre que tengo.
Iribarren se justific mientras buscaba un papel entre el reguero de cajas apilada
s en el respaldar de la mesa de
trabajo. El general suspir ante el anuncio del padre. No habra mudanza, le tendra c
erca. Eso era buen indicio,
podra disfrutar del apoyo de su nuevo mejor amigo por tiempo indefinido.
De repente, los ojazos de Bentez se transfiguraron cuando enfoc su mirada sobre el
collage de pergaminos
distrados en el tabln. Sus ojos se inflaron de sorpresa perturbadora, de dudas jus
tificadas; el miedo golpe con
furia su retorcida mente. Alz la vista con repudio y clav la inquietante mirada en
la silueta del ahora incmodo
sacerdote. Luego volvi a sumergirse en las noticias acusadoras de los viejos diar
ios. El apellido Andueza resaltaba
en los grandes titulares de la prensa de la ltima dcada. El papel amarillento por
las huellas de Cronos no impeda la
exaltacin del mensaje, que resuma el cobarde asesinato de un valeroso soldado y pa
rte de su escasa tropa en la
ciudad de Oviedo. Los interrogantes sobre la emboscada haban permanecido en el se
pulcro por aos; por qu el
sacerdote escudriaba esos escabrosos recuerdos que aturdan la mente del general?

Su nerviosismo enfermizo despert el inters de Iribarren. La culpabilidad se dibuja


ba tcitamente en el rostro de
Bentez. La frente empez a gotear diminutas muestras de sudor que sec con su pauelo,
sin el menor disimulo, los
nervios le exponan a simple vista. El cura ya no tena dudas, el victimario de Andu
eza estaba de pie frente a l,
resultaba demasiado evidente.

Por fin! Ac est el papel que quera mostrarte seal el prroco a la vez que mostraba un
ta escrita a
mano por un sacerdote amigo de l que resida en Salamanca. En la misiva, su corresp
onsal le peda a Iribarren que
le ayudase a conseguir la capellana del mando militar de la regin. Pero el nervios
o general no le prestaba atencin a
la supuesta escritura, el mundo se haba detenido en su mente. Tena la mente fija e
n las noticias que gritaban los
peridicos. Quiso suponer que se trataba de alguna confusin, de un hecho aislado o
una broma de mal gusto. No
haba lgica, por qu el sacerdote tena en sus manos esos testimonios de un pasado sangr
iento, cobarde? Por qu
hacan acto de presencia en una reunin privada? La ingenuidad quiso mediar entre el
pecado del asesino y la
improbabilidad de alguna intencin premeditada en el uso de las noticias. Pero cul e
ra la razn para que Andueza
estuviese de vuelta, vivo, en la oficina del sacerdote? No hay lgica, se deca una
y otra vez el aterrado Bentez, que
deba salir de las dudas. Cogi uno de los peridicos y lo alz en direccin al prroco para
acallar la paranoia del
momento.
Me quiere explicar qu hace esto ac?
Qu cosa?, el peridico?

increp el militar con voz nerviosa.

respondi Iribarren con indiferencia provocadora.

S, un peridico de hace dcadas, sobre la muerte de uno de mis mejores hombres. Y no e


s un solo peridico:
hay ms de siete versiones noticiosas sobre el mismo asunto. Me puede explicar qu coo
tiene que ver eso con
usted? Por qu el inters? grit Bentez mientras hurgaba en el desorden de papeles. Inten
tando juntar los diarios
con la misma nota, los apret en la mano derecha, los organiz por orden de extensin
de la noticia, y se los entreg
al cura. Exigi con vehemencia una aclaracin sincera y contundente por parte de Iri
barren.
Ah!, ya veo. Te refieres a la noticia del crimen. Joder, hijo mo, perdona el desast
re, pero es que entre los
papeles que tengo en mi hemeroteca privada est el caso de Andueza. Porque yo fui
confesor de uno de los
soldados, del cabo Matas, para ser exactos, cuando estaba al frente de la capilla
del cuartel. Casualmente, yo era
bastante cercano y amigo de la familia del soldado. Fue muy triste lo sucedido,
yo mismo ofici la eucarista en el
velorio y posterior entierro. Le quera mucho. Son recuerdos tristes que quiero ti
rar a la basura, por eso estn
dispuestos aqu en la mesa. Despus los quemar en la chimenea del convento.
Iribarren le arrebat los matutinos a su interlocutor. Con desapego los lanz al fon
do de la papelera debajo del

escritorio. Bentez redujo sus niveles de nerviosismo; las pulsaciones intentaban


bajar los ndices de agitacin. La
respuesta le pareci algo creble, aun cuando segua chispeando destellos de incongrue
ncia, la sorpresa haba sido
muy grande. La sapiencia del militar hizo brotar la duda tradicional de lo impro
bable. Era parte de su formacin, del
entrenamiento en la milicia. No se puede confiar en nadie, pero el sacerdote y s
u bondad le daban algo de crdito a
la excusa.
Por qu tanto alboroto, hijo mo? T conocas del caso
S, lo recuerdo muy bien

respondi el cura.

repuso el general con menos rabia en su mirada.

Fue una tragedia horrible, hijo mo.


Claro que s, padre. Andueza estaba bajo mi mando.

Ah, no saba! Bueno, de hecho jams le conoc. Segn mis escasos recuerdos, creo que era e
l teniente a cargo
de la operacin. Por cierto, fue todo un misterio; nunca se supo por qu los mataron
L
a intervencin fue
cortada en seco por el militar.
S, fue uno de los tantos casos no resueltos en el ejrcito, cosas de la guerra. Fue
una emboscada tendida por
unos malditos rojos. Realmente, es un tema que me trae malos recuerdos, fue un g
ran soldado, un amigo de los
buenos. As que olvidemos el caso. Volvamos al tema de la cita, para qu demonios me
hizo venir, padre? Mire
usted que estoy ocupado pregunt molesto Bentez con su rudeza habitual. El escenario
no le agradaba, muchas
lneas impresas le traan a la mente uno de sus peores recuerdos de la guerra; la pe
sadilla que a veces le
atormentaba, un crimen que no pudo evitar. Ms bien lo ide para esconder las debili
dades de su alma. De golpe
sinti la necesidad de acabar con la pltica, cumplir los pedidos del cura por muy t
ontos que fuesen, huir del
empedrado recinto, y tratar de cerrar para siempre la cripta del teniente Anduez
a.
Oh, s, claro, hijo mo. Ac esta la carta que me enva mi paisano, el padre Javier Monto
ro, el cura de la Iglesia
de San Jos, all en Zamora. Me pidi una recomendacin porque aspira a ser capelln del c
uartel general de la
armada. Y pens que una simple carta firmada por ti, dirigida al militar encargado
de la guarnicin, resultara de
mucha ayuda para alcanzar esa designacin. Ya sabes, siempre un padrino hace falta
para
Bentez le
interrumpi, le desterr la inspiracin, no estaba interesado en tanto palabrero estril.
Era una solicitud muy bsica
que bien se poda haber resuelto por telfono.
Despreocpese, padre, le entiendo. Terminemos con el parloteo, la chchara me aturde.
Hoy no estoy de
nimos. No hay problema, cuente con ello. Es ms, si usted desea, redctela segn la con
veniencia del caso; usted
conoce mejor el discurso necesario. Me la enva a mi despacho y con mucho gusto se
la firmo lo antes posible. Le
ruego que la prxima vez estos temas los podamos resolver por telfono, no me haga p
erder tiempo concluy
Bentez con desespero.
Muchas gracias, hijo mo, que Dios te pague. Oye, por cierto, y cambiando de tema, cm
o va lo del
ascenso?, hay noticias?
No, padre. El proceso est an en su fase de evaluacin.
Pero no pierdas la fe, hijo. Estoy seguro de que ese cargo es tuyo, ya vers.
Bentez le regal una sonrisa fingida, casi obligada. La entrevista no haba resultado
placentera para l. Los
demonios de su aberrante pasado se haban escapado de las mazmorras de su alma neg

ra. Los recuerdos del


asesinato de Andueza revolucionaron la mente del general. Qued de pie frente a su
confesor, con la mirada perdida
en el infinito, clamando respuestas, ofreciendo disculpas al Creador por sus des
dichadas acciones pasadas. Record
todo el proceso de la funesta orden, la misin inventada que degener en el triste a
sesinato forzado de su gran amigo
como pago al silencio criminal que protegera su ascendente carrera militar. Se re
piti paso a paso, en su cabeza, la
verdadera causa de la innecesaria muerte de un compaero clave. Record cmo, por un d
escuido involuntario,
haba dejado que sus debilidades carnales fueran advertidas por un grupo de subalt
ernos en pleno interrogatorio de
un miliciano enemigo. Por un fisgoneo imperdonable, Andueza haba sido testigo ins
olente de sus placeres
endemoniados. Razn de sobra para que el novel teniente obtuviese de recompensa la
muerte, un crimen justificado
solo para garantizar la proteccin de la imagen intachable de quien hoy podra ser n
ombrado ministro de Defensa.
Muchos crmenes dejaron huellas de sangre en las manos del general, pero el de And
ueza fue el que ms le doli,
porque, en el fondo, el teniente carlista fue uno de los pocos amigos que Bentez
pens que tena en las armas.
Ests bien, hijo mo? Ests muy plido. Quieres un poco de agua?
etiendo

pregunt el cnico sacer

el dedo en la llaga moral. Bentez le observ con recelo, el pasado continuaba carco
miendo sus pensamientos
impidindole concentrarse.
S, padre, todo bien, muchas gracias. Ya es hora de retirarme. Nos vemos la semana
prxima.
Seguro, hijo, cuando quieras. Esta es tu casa. Por cierto, hace unas semanas que
no visitas el confesionario.
El general dio media vuelta y emprendi la huida con un caminar pausado, meditabun
do. El peso de las culpas
mermaba su agilidad. Quizs el prroco tena razn, tal vez debiera confesar sus pecados
, sus verdaderas
atrocidades. Quizs consiguiera el perdn divino y pudiera menguar la carga. Iribarr
en qued pensativo en su
despacho. Recogi el estratgico desorden de su escritorio que haba servido de suero
de la verdad para confirmar
sus sospechas. Ahora estaba completamente seguro de la responsabilidad de Bentez
en la muerte del teniente y sus
hombres. Haba colocado otra pieza en el rompecabezas de su venganza, un poderoso
elemento a la hora de
levantar el dedo acusador. Otra justificacin vlida, lapidaria, para acabar con la
vida del general.
Captulo 20
Amor demencial
La esposa del general se alistaba para su encuentro amoroso de los jueves. Lleva
ba ms de cinco meses viviendo
una pasin desenfrenada en los brazos de su amante, que le haba prometido colgar lo
s hbitos al finalizar el sexto
mes de la relacin. Desde la primera vez que sus cuerpos descubrieron el significa
do del querer bajo la mirada de los
santos, en la diminuta capilla de la reina, los trtolos se encontraban al menos t
res veces por semana para saciar su
apetito sexual, sustentando lapureza del cario agraciado. El hotelArboleda, situa
do al oeste de Madrid, no muy
lejos de la ciudad universitaria, en pleno barrio de Pedraza, era el nido secret
o, el hbitat de un sentir bonito que da
tras da aumentaba las esperanzas de una mujer realmente entregada a la fe del sup
uesto amor verdadero, el nico
capaz de hacerle saborear un pedazo de cielo en cada xtasis. Siempre reservaban l
a habitacin nmero cuarenta y
tres, al final del pasillo del cuarto piso, la ms alejada, la estancia casi secre
ta del lugar transitorio. Era un hotelucho
de tercera categora, pero mi princesa encantada lo comparaba con el palacio del far
an. En ese simple cuartucho
la vivacidad del placer sexual le incendiaba la vida, le llenaba el alma.
Curiosamente, la cita haba cambiado para una hora ms tarde, concretndose a las seis
de la tarde, pues
Iribarren deba resolver unos asuntos de ltima hora. Mara Fernanda no se incomod. La
demora le aumentaba el
margen de tiempo a la hermosa heredera para maquillarse con calma y poder escoge
r las prendas adecuadas para
seducir al volcnico enamorado. Ella, para evitar sospechas, siempre se cambiaba d
e vestimenta en casa de su

entraable amiga Matilde Gonzaga, estudiante de Filosofa en la Complutense, mujer l


iberal, rebelde, que prefiri
abandonar el cobijo del seno familiar cansada del abuso infligido por el asfixia
nte padre, mdico cirujano
medianamente famoso que ejerca en el hospital Reina Isabel. En el guardarropa sec
reto le hizo espacio para
esconder infinidad de prendas ntimas que excitaban a su amante perfecto.
El momento era especial, pues se supona que era una fecha de celebracin total. Era
el da escogido por Iribarren
para enviar la esperada carta y anunciar su deseo de abandonar la Iglesia, de co
lgar los hbitos para siempre, de
cambiar de esposa. Evidentemente, la ocasin ameritaba una sorpresa mayscula. Mara F
ernanda se esmer en

conjugar las prendas ideales, empezando por unas finas medias de nylon color neg
ro, bastante opacas, que
resaltaban la solidez de las piernas, idneas para aumentar la fantasa visual. Esta
ban terminadas con la costura en
relieve bordado a lo largo de la parte posterior, desde el muslo hasta los tobil
los, en forma de lnea pespunteada,
finamente decoradas con un lazo de tonos prpura en la parte superior. Luego conti
nuaba un liguero de encaje que
haca juego perfecto con las sugerentes medias. Los pantis representaban un exceso
de equipaje, pero prescindir de
ellos le habra impedido dedicar tiempo a los voluptuosos escarceos preliminares q
ue encienden la plvora. El torso
estaba cubierto por un finsimo cors, fuertemente ceido, capaz de ensanchar el busto
, sobre el cual reposaba un
sostn del mismo color que las medias, bastante sutil en el grado de oscuridad; ms
bien claro, casi imitando la
transparencia, para no dejar mucho terreno a la imaginacin, y facilitar el desper
tar flico. Zapatos de tacn alto,
pigmentados en fuertes tonos rojizos, intensos, abrillantados, el decorado predi
lecto de los futuros esposos, muy
utilizado por las prostitutas finas.
Matilde la ayud a arremolinar el peinado, dndole un acusado aire de femme fatale,
imposible de esconder por
su amiga. Mara Fernanda no llevara ropa alguna, aparte de la ntima. Lucira un abrigo
de visn morado; solo unos
pocos botones, junto al cinturn disimularan el deseo de la piel. El maquillaje bas
tante retador, un labial rojo fuego,
sintetizaba el volumen del deseo, las ganas de coquetear, de ser seducida, la an
tesala perfecta para ser penetrada
hasta las entraas, como tantas veces disfrut y goz en cada encuentro fugaz con Irib
arren en que el espacio y el
tiempo no tenan sentido, solo la carne hablaba con voz jadeante.
Por su parte, el sacerdote sola disimular el tpico atuendo de trabajo con un sobre
todo beige, bastante comn, de
esos usados por el madrileo de clase media baja, que solo se enfundaba a la entra
da o salida del albergue
transitorio, despus de la descarga eufrica, para pasar inadvertido ante la mirada
de los transentes. Difcilmente se
le poda identificar. En el hotel no haba mayor problema de privacidad o de identid
ad, ya que el encargado era de
extrema confianza. Era un chico de los arrabales a quien el presbtero haba rescata
do de la miseria humana. El fiel
empleado le deba la piel, el silencio era parte del compromiso. Nadie imaginaba l
os bajos instintos que transpiraban
en la habitacin, los gustos alternativos en cada fecha de la semana. Para que la
sorpresa fuese mayscula, el
prroco, en rpida escapada, acudi al hotel una hora antes que su amada. Necesitaba d
arle la embestida final, era
el gran da para los dos. Para ella era la consagracin del amor bonito. Para el rep
resentante de la Iglesia, la prueba
viviente de la existencia del poder malfico en todo su apogeo. En esa cita, mi pri
ncesa encantada morira en vida.
La mujer ataviada con lujuria tom un taxi para ir hasta el lugar reservado con ba
stante antelacin. Estaba a buen

tiempo; eran las cinco y treinta de la tarde, la hora perfecta para no perder ti
empo en interminables filas de
automviles atascados. Estaba rebosante de felicidad, pletrica, empachada de alegra.
Se senta bendecida por la
plenitud de los sentimientos correspondidos. Pens que haba descubierto el signific
ado verdadero del cario a
corazn abierto, de conjugar el verbo amar en todos los tiempos. Mientras el coche
se acercaba al destino, empez
a fantasear, recordando todas las muestras de afecto y pasin recibidas en estos c
asi seis meses de increble relacin
amorosa. Disfrutaba de la lengua de su amado, acaricindole el pensamiento; la dos
is de entrega carnal con que
hacan el amor era de otro planeta. Retrocedi en el tiempo para revivir cada uno de
los explosivos orgasmos,
disfrutados con plenitud, que haba sentido en los brazos de su hombre. La creativ
idad activ al rgano de mayor
intencin sexual en el cuerpo. El cerebro empez a emanar descomunales sensaciones d
e placer, fantasas que
reventaban en los labios que recubran la estrechez de su vagina. El cltoris con so
brada facilidad duplic su tamao,
la imaginacin superaba a la realidad. Una vez abortada la pusilanimidad, sus dedo
s comprobaron el resultado de la
ligereza mental, estaba totalmente empapada, preparada en todo su esplendor para
brindar lujuria.
El taxi se detuvo frente al hostal. El reloj de su mano derecha marcaba desesper
ado las cinco de la tarde con
cincuenta minutos. La enigmtica mujer descendi del coche cual emperatriz de los se
ntidos, llevaba un orgasmo a
cuestas antes de tener sexo con el soado futuro esposo. Atraves el portal del hote
lucho de mala muerte, del que
dos amantes huan tras saciar pasiones contenidas. Quem un poco de tiempo en el peq
ueo lobby porque las

instrucciones eran precisas, obligatorias. Habra un reconocimiento a la paciencia


, a la espera desgastante. A las seis
en punto, ni antes ni despus, deba abrir la puerta del cuarto que estara sin cerroj
o. Todo estaba morbosamente
calculado. Efusiva, enfil por las escaleras, trepando de dos en dos los peldaos; l
a hora pautada estaba por llegar.
Los pasos se aceleraron en el descanso de la escalinata en el cuarto piso. Respi
r profundo, volvi a experimentar
una paz hmeda en la entrepierna, que no lograba domar. Estaba ansiosa por ser vio
lentada tierna y salvajemente a
la vez por el macho juguetn. Finalmente lleg a la puerta de la habitacin. Cerr los o
jos e hizo girar el pomo, que
no opuso resistencia alguna. Tir con cuidado de la puerta, abri de golpe los ojos,
en toda su inmensidad, buscando
a su enamorado para violarlo con pasin desmedida.
El impacto fue brutalmente increble, horrendo, macabro, sucio. Mara Fernanda emul a
Medusa cuando reflej
sus ojos en el espejo y, mirando la cabellera de serpientes, se convirti en estat
ua rocosa. De golpe, el placer mut
en asco. La imagen que estaba frente a ella la desencaj por completo, sumindola en
un torbellino satnico,
imposible de creer. Las piernas se le quebraban, senta una presin salvaje en el cu
ello, las nuseas la ahogaban, no
poda aguantar por mucho tiempo las ganas de vomitar. Quiso salir corriendo pero e
staba totalmente petrificada, no
poda reaccionar ante semejante atrocidad. Los tobillos no le respondan, no daba crd
ito al horripilante y asqueroso
espectculo. Con la mano derecha contuvo parte de la bilis que sala por su boca; er
a la peor de las pesadillas en
toda su triste existencia mortal.
Supuso que este era el mximo de los castigos. Vio en l su culpabilidad por haber d
esafiado a Dios, por haber
profanado la Santa Iglesia para saciar la lujuria aejada. Se senta la mujer ms desd
ichada sobre la faz de la tierra,
triste merecedora del fuego infernal. Con esfuerzo sobrehumano gir a su derecha p
ara escapar del asco escondido
en la habitacin nmero cuarenta y tres. La rodilla izquierda tropez contra el marco
de la puerta, rasgando parte de
la epidermis que recubre la rtula. Perdi el equilibrio, y cay sobre la cermica sucia
del pasillo. Los olores se
tornaron nauseabundos. El abrigo se abri a la mitad, dejando ver una parte de la
sensual ropa interior. El costoso
bolso se enred en el sobrante de la cerradura. Con desaciertos, logr levantarse, z
af la cartera, que an estaba
atrapada por el pomo de la desgastada puerta. Mir por ltima vez en el interior de
la pieza. Nuevas oleadas de
vmito salieron expelidas. No saba qu hacer, el sentido de la orientacin se extravi, n
o coordinaba sus
movimientos. Dando golpetazos desesperados, emprendi la retirada con lgrimas en lo
s ojos. Mir al cielo,
imploraba justicia. Con furia salvaje, grit a todo dar en pleno pasillo.
Nooooo, malditoooos, nooo! Qu me habis hecho? Malditosssss!
El eco retumb en el recinto alertando a los dems huspedes, que ni por curiosidad se
asomaron a descubrir la
fuente del alarido. Nadie quera ser expuesto en la Catedral del pecado. El da del

Juicio Final haba llegado. El


macabro plan de Iribarren pronto empezara a dispersar cadveres vivientes, almas en
pena, dolor y muerte.
Tristemente, la primera pecadora que sufri la maldicin de una venganza atroz fue m
i princesa encantada .
A partir de ese momento, los acontecimientos nefastos se repetiran con precisin en
fermiza. En pocas semanas,
segn el clculo metdicamente analizado por el verdugo, se disiparan las dudas. Los cu
lpables seran sealados con
el dedo inquisidor y la justicia tendra la obligacin de asomar sus narices. No haba
posibilidad de obviar las
aberraciones pasadas; eran tiempos en que florecan las verdades y se acallaban lo
s fantasmas. No importara el nivel
social ni las cuotas de poder. El escarnio pblico pasara a ser el mejor carcelero,
obligando a los posibles
implicados a escudarse en el mejor amigo para salvar su propio pellejo. Muchos pro
tectores se transformaran en
vengadores obligados, solo para custodiar sus espacios, sus cuotas de privilegio
s. La traicin se transformara en la
bandera izada en todo el permetro social de Bentez. La cada era inminente.
La exaltada mujer cruz a toda prisa el diminuto espacio de la recepcin del albergu
e transitorio, actuaba
totalmente descompuesta. El encargado le ofreci ayuda, pero ella la rechaz apartndo
le bruscamente con un gesto

de sus manos. Ni siquiera poda enfocar la mirada, vestigios de vmito manchaban el


costoso abrigo. El tacn del
zapato izquierdo se haba quebrado cuando bajaba las escaleras. Estaba despavorida
, quera salir de aquel antro a
toda costa, necesitaba tomar aire fresco, purificar los pulmones, santificar la
mente. Mara Fernanda no poda creer
la espantosa visin que acababa de descubrir desde la entrada de la habitacin. Se d
etuvo a una manzana del hotel.
Le resultaba imposible saber dnde se encontraba ni qu haca en el sitio, estaba abso
lutamente desorientada. Pidi
ayuda al primer transente que divis, pero este huy despavorido porque supuso que se
trataba de alguna demente,
una pecaminosa mujerzuela en profundo estado de ebriedad.
Necesitaba un taxi, un coche que la llevase muy lejos de ese espantoso barrio. V
olvi a recordar partes de la
horrible pelcula otra vez. Los jugos gstricos hicieron efervescencia. Se apoy sobre
uno de los frondosos rboles
que decoraban los laterales de la avenida. Una copiosa lluvia de lquido malolient
e se escap de la boca. Quera
tomar un sorbo de agua, pero no haba una fuente cercana. Se abalanz sobre la va aut
omotriz, pero un buen
samaritano la ayud a retroceder y evitar una tragedia peor. En la acera se calm. L
e recomendaron que esperase
tranquila, que los transportes pblicos pasaban con cierta frecuencia. En efecto,
tres minutos despus se apareci el
primero. Mara Fernanda se subi al coche y el chfer pregunt direcciones, algn destino
para establecer la ruta. La
mujer le grit con furia que se pusiera en marcha sin demora, luego le dira dnde ir.
El vehculo se alej del
pandemnium y mi princesa encantada empez a recuperar la cordura, pero la morbosa apa
ricin volvi a asaltar
su ingenuidad. Se encoleriz y comenz a golpear el cristal de la ventanilla de la p
uerta, gritando cientos de
improperios. El taxista le rog que se calmase o tendra que pedirle que se bajase d
el auto. Despertando
momentneamente de su pesadilla, la dama atin a pedirle que la trasladase a su casa
, que la esperara unos minutos
porque iran a dos direcciones diferentes. Le prometi que la demora tendra una excel
ente remuneracin, pero que
no detuviese el coche por ningn motivo, era imperativo escapar del infierno.
Captulo 21
Mara Fernanda, la ingenua delatora
Los amores clandestinos entre Iribarren y Mara Fernanda fueron truncados a los se
is meses en una tarde que
prometa ser especialmente bella, pero que se ti de asco y horror. La felicidad de m
i princesa encantada dur
poco tiempo, insuficiente para ser bendita. En esos cortos meses, el verdadero a
mor se confundi con los intereses
malsanos de un juez poco ortodoxo. Durante ese perodo de noviazgo efmero y secreto
, en las numerosas reuniones
carnales entre sbanas mojadas de pasin, el sacerdote us el poder del amor para sati
sfacer todas sus inquietudes
acerca de Bentez. La amante comparta dos cuerpos sin conjeturar sobre el oscuro de
senlace de un tringulo

fundado por el odio y nutrido por la rancia apetencia de una sanguinaria venganz
a. Tres tardes por semana hacan el
amor religiosamente, entre pausas reconstituyentes. El prroco obtena, gracias a la
incauta damisela, toda la
informacin necesaria para diversificar sus ataques y dirigirlos al punto ms dbil de
l general.
En un principio la esposa frustrada no entenda por qu el inters enfermizo en la per
sonalidad, el pasado y el
futuro del militar era tan relevante a los ojos de este verdadero enamorado cele
stial, el ser que le llenaba la vida de
cosas bonitas. La excusa esgrimida por Iribarren posea visos de credibilidad y er
a digna de lgica sustentable.
Segn el sacerdote, ambos romnticos discretos deban estar preparados para enfrentar
el momento de proclamar
sus sentimientos verdaderos a los cuatro vientos. Obviamente, el poder del gener
al poda truncar todos sus anhelos.
Por eso era necesario conocer todos los aspectos dbiles de la mente del prximo exe
sposo resentido. Lo que

buscaba era crear opciones en defensa ante ataques o represalia por parte del mi
litar burlado. Ella insista en que no
habra problemas; su padre, don Toribio, era tan poderoso como el general, si no ms
. El viejo negociara una salida
conveniente para todos. Una de las tantas opciones vlidas, conformista, poda ser r
adicarse en otro pas, como
Mjico, lugar que le fascinaba a mi princesa encantada , para as acallar lenguas y cor
azones desacreditados. Al
final ella siempre se dejaba seducir por las caricias verbales del romntico adula
dor, siempre contestaba con lujo de
detalles las preguntas sobre las debilidades de su futuro excompaero de cama. Ade
ms, el recordar las crticas y las
facetas adversas de Bentez le ayudaba a subir la autoestima y sumaba cada vez ms r
azones o justificaciones para
tener el valor de pedir una separacin irrevocable.
El sacerdote logr desenterrar las obsesiones del odiado verdugo. Descubri la fragi
lidad de su carcter
explosivo, razn de notables problemas en el ejrcito. Alcanz a conocer los miedos, l
as fobias comunes que haba
heredado el hombre ataviado de soldado. Pudo certificar que Bentez no era un aman
te de primera, deficiencia ya
manifestada en plena luna de miel en Marruecos, donde casi no tuvo contacto fsico
con su flamante esposa, debido
en parte a supuestas dolencias gastrointestinales que le afectaron durante casi
toda la semana posterior a la boda. No
era efusivo, expresivo, ni intenso cuando amaba a su pareja. Practicaba el sexo
de forma mecnica, ensayada,
montona. Su mayor motivacin no era el frgil hogar. Pasaba largas temporadas fuera d
e casa, en supuestas
misiones o cursos especiales de formacin en apartadas bases militares en la regin
del Bierzo, sobre todo en
Ponferrada, cerca del castillo de la Encina. Siempre buscaba la manera de evitar
compromisos en pareja, como si se
avergonzase de exhibirse con su esposa en celebraciones banales. El nacimiento d
el primognito, el pequeo
Francisco, fue motivo de cambios mnimos en el seno de la familia. Hubo una mayor
presencia paterna. Se
compartieron tmidos momentos de alegra, avalados por la sonrisa del pequen. El gener
al se esforzaba en demasa
por el cuidado de su apariencia fsica. Sola dedicar horas a afeitarse, evitando de
jar el ms mnimo rastro de bozo.
Se humedeca la piel con cremas hidratantes especiales, importadas de la India. Su
pulcritud era enfermiza. El
uniforme deba ser estirado al mximo, la plancha estaba obligada a desarrugar minuc
iosamente cada pliegue, la tela
deba mostrarse perfectamente lisa, acendrada, inmaculada. El aspecto fsico era su
marca social, siempre impecable.
Era tan reservado en el tema militar que su esposa lleg a pensar que manejaba pes
ados secretos de Estado, lo que
pudiera explicar, en parte, su conducta aptica. Mara Fernanda recordaba las pesadi
llas que le despertaban
violentamente a ciertas horas de la madrugada, tal vez motivadas por recuerdos c
rueles de batallas libradas, de
muertos que le saludaban desde el ms all, por reproches o clamando justicia divina
. En casa era un tanto callado,
obsesionado con el orden de las cosas, meticuloso, conflictivo, los argumentos r
acionales chocaban en su conducta.

Poco a poco Iribarren desnud, gracias a esta informacin privilegiada, la verdadera


personalidad misteriosa del
prximo e indefenso difunto. Tambin indag con profundidad sobre sus gustos por la msi
ca clsica, las peras de
Verdi eran sus predilectas. El vino tinto era el compaero perfecto de toda comida
, no le agradaba probar nuevos
taninos, aparte del Rioja; no aceptaba propuestas forneas. Se enter, adems, de sus
preferencias gastronmicas:
qu platillos le agradaban segn la estacin del ao, la forma de tomar el caf, sin azcar,
recio, amargo, rudo como
el hombre guerrero. Escudri cules postres degustaba con placer. Pocos detalles le f
altaban por conocer. Con la
ayuda recibida de manos de la peligrosa e ingenua sinceridad de Mara Fernanda, el
sacerdote poda con suma
facilidad construir historias crebles para desarticular, dominar y confundir la i
nteligencia del general, convirtindole en
dbil oveja, lista para enfilarse en el matadero. Cada secreto, cada pista, cada d
ato sensible o actitud expuesta era
un triunfo, otra maravillosa pieza en el mosaico sangriento necesario para aviva
r la justicia divina en nombre de la
oscuridad.
El trabajo investigativo llev a Iribarren a seguir a su presa en reiteradas ocasi
ones y a descubrir la sospechosa
probabilidad de algn amor secreto. Bentez frecuentaba una casa bastante elegante,
a simple vista costosa, en el
barrio del Conde de los Andes. Acuda al palacete todos los mircoles, pasadas las c
inco de la tarde. Era evidente
que exista puerta franca para el general en la lujosa mansin. La visita duraba una
s dos horas y media. Luego sala

con el mayor disimulo; siempre vesta con sobretodo y sombrero de paisano. La vivi
enda, un tanto clsica, luca dos
ventanales frontales, decorados con llamativos rosetones que impedan la visual ha
cia el interior. La intriga era
plausible porque no se poda clasificar el lugar de manera oficial. Lo mismo poda s
er un nido de amor, como tal vez
alguna casa de citas o un prostbulo de lujo. Pero la localizacin del inmueble no p
ermita darle credibilidad a la
segunda opcin, de acuerdo a los cdigos de construccin de la capital.
Iribarren estaba complacido. Los esfuerzos por destruir al contrincante ms odiado
haban madurado. La
paciencia, ese preciado don en la mente del hombre de fe, estaba a punto de devo
lverle un gran favor. La constancia
tena un solo sello: el cobro por la sangre derramada sin razn. La meta estaba cerc
a, no haba motivos para
desesperarse. Pronto la imagen del general dejara el manto de privilegios, la met
amorfosis sera total. El infierno que
le estaba deparado no era ms que el precio justo de la venganza.
Captulo 22
El aniquilamiento del amor bonito. La demencia de mi

princesa encantada

Mara Fernanda aterriz en el hogar del matrimonio Bentez Lpez de Pea y descendi del tax
i. No le cancel el
montante preliminar al chfer, exigindole como condicin que la esperase un rato, pue
s deba hacer algo rpido en
esa casa, y despus saldran hacia otra direccin no muy alejada. El chfer no objet a la
orden de la extraa seora;
simplemente aclar que el precio subira un poco, segn los minutos de espera. La muje
r con olor a vmito fresco no
repar ante el insignificante reclamo, haba problemas mucho ms graves en el horizont
e. Por su parte, el taxista se
alegr porque ganara unas pesetas adicionales; incluso se aferr a la ilusin de obtene
r alguna propina, a juzgar por
la apariencia de la suntuosa mansin donde supuso viva la pasajera.
Mi princesa encantada corri escaleras arriba, entr en la recmara matrimonial y fue di
recta al voluminoso
armario. Los sirvientes, vindola tan deteriorada, sucia y ajada, se preocuparon m
ucho y de inmediato trataron de
ayudarla. Ella los rechaz de pleno y evadi la cercana con persona alguna. Llena de
clera, les grit con furia
descomunal que quera estar sola, que nadie la molestase por razn ninguna, que ella
no exista. Cerr con cerrojo la
puerta de la habitacin y se puso de pie frente al espejo del antiguo escaparate d
onde reposaba parte de su
abundante lencera. El cristal reflector le record la pobre imagen que proyectaba:
el rostro sucio, desencajado, con
la mirada perdida, los ojos rojos e hinchados de tanto llorar, el abrigo salpica
do de vmito, el cabello desaliado.
Volvi a gritar de rabia, se arranc el costoso abrigo, regalo de su padre en uno de
los tantos viajes a Pars, solt la
costossima pieza de piel de visn en el piso y lo pisote una y otra vez, lo pate sin
respeto alguno, quera hacerlo
pedazos, pulverizarlo. Arroj los zapatos incompletos hacia la cabecera de la cama

, el santuario de su maltrecha
moral. Intent quitarse el cors, las medias, el liguero, las antiguas prendas ertica
s, armas de atraccin pasional
transmutadas en obsoletos adminculos de reproche, pero los nervios le obstruan el
camino, impidindole actuar con
claridad. Una ua se quebr en tres pedazos cuando se golpe con el cajn central del vi
ejo armario artesanal en su
vano intento de sacar la mayor cantidad de prendas de vestir. El dolor le produj
o un quejido revestido de
improperios mientras ahora abra el cajn de su peinadora imperial. Tom unas tijeras
muy afiladas para cortar las
cuerdas de toda su ropa interior, esas prendas ntimas que haba soado lucir en un da
supuestamente tan especial y
que transmitan el deseo de una puta en celo deseosa de complacer a su amante, al
dueo de su fe en el amor.
Volvi a mirarse en el espejo. Escupi sobre el disfraz de mujer sensual y lo tir en
el cesto de la basura.

Contempl su humanidad desnuda, totalmente libre de fantasas, tal y como vino al mu


ndo. Se llev las manos a los
labios y empez a llorar, a maldecir su pasado, a cuestionar el amor, a dudar de l
a validez de un ser superior.
Temblaba de miedo, sudaba vulnerabilidad. Corri a la ducha y dej caer un torrente
de agua caliente sobre la
melena que cedi dcil a la fuerza del agua. Resolvi limpiar las impurezas de la piel
, borrar los recuerdos de jugos
gstricos putrefactos, de vmitos malolientes. Sus lgrimas se confundan con el lquido t
ransparente que trataba de
exorcizar, de purificar el pecaminoso cuerpo de mujer ultrajada. Impregn la espon
ja de bao con un jabn cremoso
con esencia de vainilla, su predilecto. Frot con tal rudeza esquizofrnica que la p
iel se cuarte. Necesitaba arrancar
el pecado, desterrar el tiempo pasado reciente. La epidermis se enrojeca con exce
lsa libertad a punto de sangrar.
Mara Fernanda lagrimaba. Pate la pared, la baera y se golpe los dedos del pie izquie
rdo. El impacto hizo que la
sangre comenzara a manar de la ua del dedo gordo, pero el dolor competa con la fru
stracin, la ira dominaba toda
otra afliccin corporal. Se sent bajo la fuente de agua, apret el rostro sobre las r
odillas y empez a autoflagelarse
con millones de cuestionamientos, acusaciones y complejos.
Pas media hora bajo los chorros de la ducha cromada; el agua tibia amilan sus nive
les de agresividad,
frustracin y abandono. Mara Fernanda escap del bao envuelta en una toalla amarilla d
e algodn mejicano que la
abuela paterna haba bordado con sus iniciales de bautizo. Se desplaz hasta el ampl
io escaparate lateral, cogi una
de las maletas, la de mayor tamao, de piel con monogramas de una exquisita marca
francesa. De los otros cajones
aventaba las cosas que encontraba cercanas: ropa interior, medias, blusas..., en
fin, todo cuanto caba, lo necesario
para vestirse durante dos semanas. Las piezas de tela se apretujaban en el inter
ior de la valija, sin orden, sin
combinacin. Se visti con un pantaln, el primero que encontr en su recorrido por las
perchas del depsito; una
blusa deportiva complement el torso. Calz zapatillas de tela, sin combinar estilos
ni tonos, y sali disparada del
cuarto. El pelo goteaba en todas las direcciones, no haba tiempo que perder, no p
oda permanecer un segundo ms
en su propia casa o morira en segundos. Antes de salir, vio de soslayo la cama de
corada con un cubrecamas
robusto, relleno de plumas de pavo real, hecho a mano en Pakistn; las almohadas c
ombinaban con el repujado de
los bordes, todo en perfecto orden femenino. La cama se transform en su mente, se
visti de satanismo puro. El
diablo la miraba desde el copete, se burlaba de la ingenuidad de la rica hereder
a. El asco revolote en el ambiente,
perfumndolo con aromas de muerte. Ella se rio con burla, presa de los nervios. No
contuvo las ganas y volvi a
escupir hacia el centro del mueble, pero las nuseas le advirtieron que era tiempo
de correr, de abandonar el infierno.
Cual gacela perseguida, Mara Fernanda sali disparada de su antiguo hogar. Los atnit
os servidores, el
mayordomo, la nana de su hijo Francisco y el ama de llaves se miraron a los ojos

en bsqueda de respuestas. La
duea de casa huy de la crcel de oro, nadie pudo detenerla, nadie sospechaba su dolo
r ni el triste final que pronto
resaltara en las noticias trgicas en los peridicos. Era la ltima vez que disfrutaran
de su presencia: la heredera del
imperio haba comenzado su viaje al otro mundo. Entr al taxi por segunda vez. Le di
o la nueva direccin al
conductor y le recalc que tena suma prisa. El hombre acept sin chistar, presenta el
conflicto familiar. Oje la ruta
seleccionada, estaban a unos quince minutos sin trfico; era otra urbanizacin de ri
cachones madrileos, la zona ms
costosa de toda Espaa. El profesional del volante dio rienda suelta a su imaginac
in sobre los posibles conflictos de
la clienta. Quiso entablar conversacin con la alucinada pasajera, pero el silenci
o fue la nica vocal. Entonces asumi
su puesto y pis el acelerador, no fuese a darle otro ataque de ira a su pasajera
en plena avenida.
La casa de don Toribio fue el destino final de la extraa fugitiva. Se ape del auto
mvil, pag con un billete de alta
denominacin, sin escuchar el precio de la carrera. El dueo del taxi no se esforz en
recordarle el valor del
sobrante; para l, ese saldo a favor representaba casi un da de trabajo. Sonri con a
legra reprimida, no estaba
interesado en alertar a su contratante sobre el dinero que reintegrar. Mara Ferna
nda carg las piezas de equipaje y
se adentr en la mansin de su padre. El chfer le dio la bendicin alejndose con premura
del sitio, haba que
celebrar la propina de una tarde bastante extraa.
La hija del empresario cruz el saln de visitas. Pos las maletas en el suelo para qu
e el mayordomo las subiera a

la habitacin. Pregunt por sus padres. Ambos haban ido a una cena de empresarios de
la Cmara de Comercio de
Madrid y el discurso de bienvenida estaba a cargo de don Toribio. Mi princesa enc
antada subi desesperada
hacia su antigua habitacin de adolescente. Se detuvo en el descanso de la escaler
a del segundo piso. Aterrada,
record que el pequeo Francisco estaba en casa de los abuelos paternos. El fro le he
l la sangre, deba sacarlo
inmediatamente de ese infierno, pero la necesidad de pisar ese catastrfico lugar
le revolvi las tripas. Cogi el
telfono al pie de la escalera y opt por comunicarse directamente con el suegro y r
ogarle que trajese a Francisco a
casa, pues ella estaba indispuesta y esa noche dormira con sus padres. Los suegro
s no objetaron a la solicitud y
acordaron enviar de vuelta al nieto en la prxima hora. La madre del chicuelo susp
ir, no tendra que pasar el mal
rato de visitar a los padres de su repudiable esposo. Entr en la estancia y cerr l
a puerta con llave; no quera ser
molestada por razn alguna. Se tendi a lo largo de la cama, el refugio de nia mimada
. Se ech a llorar como alma
en pena, se abraz a un oso de peluche, el compaero de muchas locuras de juventud.
Poco falt para que le
arrancase la cabeza con la presin que ejerca cada vez que daba sollozos desahuciad
os. Pronto las lgrimas
desbordaron las sbanas, el colchn, las almohadas y todo el recinto. No paraba de l
lorar, la experiencia vivida le
secaba la energa. Guardaba en el subconsciente la ttrica visin encerrada en el cuar
tucho nmero cuarenta y tres
del hotelArboleda. Se resign, deseaba la muerte como edredn.
As transcurrieron los primeros cuatro das de mi princesa encantada despus del desastr
ado encuentro final con
su futuro gran querer. Apenas coma, todo el lquido que beba lo sudaba a travs de las
interminables lgrimas. Los
ojos casi se desprendan de sus rbitas; pens en desfallecer, en dejarse morir, ser c
arbonizada en la hoguera. Por
momentos asuma la responsabilidad de ser madre y entonces la vida cobraba otra op
ortunidad de existir, pero el
asco vivido le enturbiaba los pensamientos. Quera evaporarse, teletransportarse a
l pasado de sus vidas anteriores;
tal vez en ellas hubiese sido ms feliz que en el infierno que hoy le haba tocado d
isfrutar en nombre de un amor
profano. Con el pensamiento bablico, abochornada, no atinaba qu hacer. No aceptaba
ayuda de nadie. Su madre
se disfraz de estorbo, incluso lleg a suponer que parte de su infortunio era culpa
de su progenitora. Ahora, tal vez,
si las recomendaciones de su padre sobre el afeminado modista hubiesen sido escu
chadas, el llanto no sera hoy su
ventrlocuo inseparable.
Fue casi una semana completa en que la melancola le arrebat todo vestigio de felic
idad. Finalmente decidi
conversar con su padre. El nico tema que debatir era sencillo, claro, necesario.
Le rog a don Toribio que
acelerase los trmites de la anulacin de su matrimonio, sin excusas, sin razn lgica.
No deseaba seguir siendo la
esposa de un farsante asesino. El padre entendi el problema, pero dedujo que la f
uente de todos los males no era
ms que una simple pelea entre esposos, una malcriadez de su hija. Se alegr porque l

interpret que las sospechas


aparentes parecan estar bien encaminadas. Ahora podra tomar la situacin con calma;
no era el fin del mundo, solo
una pataleta de la incomprendida hija mimada que se poda solucionar con una simpl
e intervencin de l. Don
Toribio le garantiz que hablara con su yerno para interceder en la relacin. Mara Fer
nanda reaccion colrica. A
quemarropa le chill con sangre en la garganta que solo se limitara a pedirle al a
bogado de confianza el inicio
inmediato de los trmites de anulacin. La disputa familiar se extendi por dos das. Al
viejo cascarrabias no le haca
gracia que su hija se separase del marido. Eso no era bien visto en la sociedad,
la tildaran de rebelde, libertina y
cuanto comentario banal abundaba en el lxico de la casta dominante del pas. Pensndo
lo bien, quizs hasta era
contraproducente como estrategia de negocios, pues el actual hijo poltico pronto
se convertira en el comandante en
jefe del ejrcito, pasando a ser un socio apetecible para expandir todava ms los neg
ocios del empresario, gracias a
las influencias polticas del nuevo cargo.
El padre no se mostraba dispuesto a acoger con ligereza la peticin de su hija. In
cluso lleg a pensar que tal vez
ella tuviese amoros con un tercero, habida cuenta de las constantes escapadas de
los ltimos meses que tanto haban
cambiado su actitud. Esa suposicin machista irrit con fervor la desdichada valorac
in de Mara Fernanda. Sin
medir palabras le aclar que ambos tenan sendos amantes, pero que eran amores impos
ibles. El padre volvi a

ejercer el rol de conciliador; el problema se haba duplicado o, mejor dicho, comp


licado en su interpretacin, pero
las conclusiones resultaron altamente mortferas, fuera de lo esperado por la hija
. En cierto modo, no cuestionaba los
deslices amorosos de su yerno, que, despus de todo, era hombre, militar y machist
a. Tener una amante estaba casi
que permitido por la doble moral de la sociedad. El autntico problemn era que su h
ija tuviese otros brazos en que
refugiar su vaco corporal, eso no era aceptable.
Mara Fernanda se valor con inferioridad, incluso su propio padre la recriminaba po
r los supuestos pecados, sin
sospechar que la falta de apoyo familiar la llevara al cementerio. El verdadero d
esacierto era que mi princesa
encantada no poda hacer una confesin absoluta. En primer lugar, porque nadie le cre
era tan descabellada novela
y, colateralmente, los intereses del viejo empresario se veran afectados. En poca
s palabras, estaba apresada en un
laberinto tan escabroso como el mismo purgatorio; no haba escapatoria fcil. Su hij
o se convertira a fin de cuentas
en la verdadera vctima afectada por las decisiones que ella tomase. Momentneamente
opt por encerrarse en la
locura interior, tratando de ganar tiempo, de encontrar respuestas, salidas limp
ias o una esperanza de enmendar
semejante bajeza, que ni el perdn divino podra absolver en su memoria.
Captulo 23
Iribarren se confiesa. La sangre empieza a fluir
La srdida venganza de Iribarren estaba garantizando sus primeros despojos humanos
: mi princesa encantada
estaba totalmente destruida y mi padre pretenda huir de un destino fatal, tragicmi
co, humillante, esquivando los
obstculos moralistas a su alrededor y tratando de camuflar sus aberrantes debilid
ades para no perder el poder. Dos
familias acaudaladas, poderosas, pronto estaran en pie de guerra, a las puertas d
e una reparticin equitativa de
sangre. El mismo da que Mara Fernanda vio el rostro del demonio en la habitacin cua
renta y tres del albergue de
mala muerte, el prroco, amparado en las sombras de la noche, se refugi precipitada
mente en el Monasterio de San
Antonio en las afueras de Segovia. Haba solicitado un retiro espiritual con tres
semanas de antelacin como parte su
magistral estrategia. Bas el extemporneo pedido en la necesidad de hacer penitenci
a, de orar en santa paz
rodeado de jardines, en compaa de decenas de seminaristas que convivan en el lugar
para prepararse para su
prxima ordenacin como representantes de Dios ac en la Tierra.
Iribarren saba que despus de iniciados sus actos vengativos, su cabeza pronto luci
ra un precio elevado. En
cualquier momento su acrrimo enemigo, ahora descubierto, le visitara con pocas int
enciones de dilogo amistoso.
Bentez difcilmente se quedara de brazos cruzados ante tamaa ofensa; jams perdonara tre
menda burla moral.
Pero el prroco era astuto, precavido. En el monasterio siempre caminaba junto a u
n grupo de aspirantes al
sacerdocio. Dorma en habitaciones compartidas por una veintena de novicios, fiele

s estudiantes de teologa que, sin


la menor sospecha, cumplan la funcin de escudo humano; eran sus guardaespaldas sec
retos, parte del ejrcito
privado, eran los testigos necesarios a la hora de frenar los arrebatos comunes
del temido general Bentez.
En efecto, al tercer da, el general, luego de mucho indagar, dio con su presa. No
era difcil obtener informacin
con el nivel jerrquico que ostentaba. Se present a las once de la maana en el conve
nto donde se esconda el
retorcido justiciero. Pidi hablar con Iribarren, pero el acceso le fue negado de
forma transitoria, no se permitan
visitas; se trataba de un lugar de retiro espiritual, reservado exclusivamente a
miembros del clero. Sin embargo, el
uniforme verde olivo posea ciertos privilegios. El propio sacerdote, con piel de
cordero, aprob la entrada del

predecible e inoportuno husped. Accedi a verle con la condicin de que la entrevista


fuese en el patio central de la
institucin, ante la mirada de decenas de seminaristas que rezaban, estudiaban teo
loga o lean las Sagradas
Escrituras. De ese modo, la probable agresin fsica era responsabilidad absoluta de
l militar, se vera como sinnimo
de locura y podra constituir otro cargo contra Bentez.
Los repentinos enemigos se cruzaron la mirada por primera vez desde el arrebato
de la esposa del general, en la
puerta de la habitacin cuarenta y tres del hotelArboleda, el centro deplacer dond
e el cura haba compartido
sudores, fluidos y orgasmos con la esposa desatendida. La mirada aguilea de Bentez
exudaba odio, sangre,
venganza e impotencia. En cambio, el camalenico adversario irradiaba alegra por la
consumacin del hecho, por
haber logrado parte de un reto insano, inclemente. Abusando de la suerte provisi
onal y con todo el cinismo del
universo, el hombre de fe hizo ademn de abrazar al deslucido milico en claro tono
de burla, de provocacin
innecesaria. Desesperado, Bentez le quit las ganas con un slido puetazo en la boca.
Los estudiantes se
percataron de la desproporcionada agresin y trataron de intervenir; la escaramuza
les pareca sospechosa,
inapropiada, pero el gua espiritual les hizo seas de paz. No obstante, los seminar
istas estaban alerta ante los
posibles acontecimientos, los estudiantes de religin deberan velar por el jefe.
Bentez quebr el silencio. Su boca escupa fuego y veneno. Mientras, el aturdido sace
rdote haca esfuerzos para
contener el dolor en los labios goteantes de lquido rosado. El labio superior tena
una herida bastante profusa.

Quin eres?, maldita rata del infierno. Por qu has hecho esto? Con qu propsito has des
ido mi vida y la
de mi familia? Yo cre ciegamente en ti, y me has traicionado de la peor manera. D
ame una razn, solo una, para no
arrancarte las entraas.
Las acusaciones, sazonadas con improperios, excitaban al cura, eran prueba irref
utable del dolor ajeno. Era
precisamente lo que esperaba. El sadismo aumentaba salvajemente en la mente de I
ribarren. Una sonrisa plena se
dibuj en su rostro. La gloriosa sensacin de tener a su peor enemigo, derrotado, ar
rodillado, acabado, a punto de
morir, le engordaba el morbo, le empalagaba el ego, le aceleraba las pulsaciones
al punto del placer sublime de un
orgasmo desenfrenado. El cobro de justicia al cabo de largos aos de espera era la
culminacin de un trabajo
personal, era la celebracin del siglo en su esencia sdica. Le mir fijamente, tomndos
e el tiempo necesario para
responder a cada una de las preguntas. Quera humillar todava ms al enclenque soldad
o venido a menos, alicado
de pies a cabeza, cuyo futuro pintaba ms oscuro que el forro de una urna.
Vamos por partes, hijo mo

respondi con sorna.

No me llames hijo, maldito enfermo

Bentez alz la voz, marcando distancia.

De verdad me sorprendes, no te entiendo. Hace apenas unos pocos meses me consider


abas parte importante
de tu vida, pero ahora me llamas rata, ser despreciable, en fin, cmo cambia el ser
humano ante las pruebas de la
vida! No te parece gracioso esto que estamos viviendo? Bien dice el refrn que del a
mor al odio hay solo un
paso .
Bentez no soportaba el discurso, siempre supo que al perseguir a su verdugo se ex
pona sobremanera ante un
enemigo muy poderoso en el uso de la palabra, con altsimo poder de persuasin, pero
la rabia le quemaba los
huesos. Se llev la mano a la cintura con la intencin de coger la Luger del cinto,
pero la respuesta del cura fue una
tajante invitacin a la cordura para evitar la ruptura brusca del libreto que ya h
aba escrito con mucha antelacin.
Anda, scala. Usa tu amuleto, tu protectora, tu cobarde escudo. Hazlo, dame un bala
zo justo en la frente, ac,
delante de todo el mundo, y comprueba que el infierno existe, porque el mismsimo
Franco te har fusilar. Bien lo
sabes, no puedes tocar al confesor predilecto del alto mando, al gua espiritual d
e tus jefes actuales, a quienes debes

rendirles pleitesa para poder seguir subiendo en las fuerzas castrenses. Total, p
ara eso es para lo nico que sirves:
para matar por cobarda porque no tienes cojones, eres un vil disfraz. Te has dado
cuenta de qu diferente se siente
ser cazado, verse acorralado por todos los frentes? Es duro, verdad? Bentez dej a un
lado la osada,
claramente tena las de perder.
Quizs tengas algo de razn. Por ahora solo he venido porque necesito entender. Tengo
que saber la verdadera
intencin de destruir a mi familia. O me lo dices ahora mismo o te juro que te vol
ar los sesos por todo lo que nos
has hecho. Maldito hijo de puta. No me importa morir, a fin de cuentas, ya mi ca
beza debe tener precio, puesto, o
bien por mi suegro, o bien por el ejrcito, pero no quiero irme de este mundo sin
saber la verdad. Me mata la
curiosidad.
Vers, en el fondo, t y yo somos iguales, solo que de diferente materia. Yo no hice
nada distinto de lo que t
una vez hiciste con mi vida, cuando me la destrozaste para siempre. Pues, s, no t
e hagas el gilipollas. Te sorprende
la dura verdad? No me mires as, hacindote el confundido, no te hagas el tontorrn. H
ace mucho tiempo t
acabaste con mi esperanza, con mi amor hermoso, con el deseo puro de libertad. Y
o solo me las estoy cobrando, y
con creces.
La cruda confesin de Iribarren desarm por completo el instinto asesino del general
. A qu se refera este
misterioso justiciero, este enemigo e insospechado vengador? Acaso l le conoca? De dn
de sacaba esa carta el
cura? Bentez pens que se trataba de alguna excusa barata para confundirle, para ga
nar tiempo. Nuevamente el
cazador habitual vesta de presa, su confusin era total. El soldado dud por tercera
vez. En desesperado intento de
obtener pistas certeras, volvi al interrogatorio.
A qu juegas, asqueroso hijo de perra? Qu te pude haber hecho yo? No trates de confund
irme, tu perverso
juego se acab insisti el militar.
Te dice algo el nombre del profesor Castellanos Iturbe? Te recuerda algo en tus abu
ndantes memorias de
crmenes injustos en Galicia?
Bentez frunci las cejas, arrug la expresin y repas su archivo mental en busca de algu
na pista referente a esos
apellidos. Pens que tal vez fuese uno de los maestros en la escuela, en la academ
ia militar, en el posgrado, en
aquellos cursos especiales de formacin tctica. Pero nada le traa al presente ese pe
rsonaje mencionado por el
sacerdote, no poda relacionarlo con memorias vividas. En la carrera de armas, muc
hos cadveres tenan su sello,
pero no recordaba nada, absolutamente nada que tuviese que ver con el inquietant
e apellido, con el personaje
aparentemente inventado, con el tal profesor.
No s de quin me hablas, ni qu carajos tiene que ver conmigo o contigo. Djate de rodeo

s. No quiero ms
tretas de las tuyas, que la paciencia tiene lmites. Ya me has jodido demasiado, a
s que vayamos al grano.
Caminemos un poco, general. Tal vez eso te refresque la memoria y entiendas el po
rqu de mis acciones.
Juntos caminaron hacia el estanque al fondo del jardn.
En aquel entonces eras un simple capitn, unos pocos meses antes de finalizar la ab
surda Guerra Civil. Te hablo
de uno de los tantos cadveres que reposan en tu tragicmico honor o mal llamado exp
ediente blico. Cierto da de
invierno, el ltimo de la guerra para ser preciso en mi recuento, t, al mando de un
grupito de malnacidos
combatientes, asesinaste a un pobre e inocente catedrtico. Quizs por error, tal ve
z por cobarda o simplemente por
el placer homofbico de acabar con un desdichado homosexual, segn tus propias palab
ras, pronunciadas en la
maana del juicio y posterior fusilamiento de Castellanos Iturbe. El motivo, te lo
aseguro, me tiene sin cuidado. El

problema es que ese hombre, de quien dices no acordarte, era parte de mi vida, e
ra mi gran amor. S, el profesor y
yo habamos iniciado una hermosa relacin amorosa, secreta, sublime, pura, perfecta.
Claro, yo no era sacerdote, ni
mucho menos. Jams me haba pasado por la cabeza vestir los hbitos, pues siempre he s
ido ateo. T me forzaste al
cambio de uniforme.
Vosotros erais amantes? Yo le fusil? No entiendo nada. Esta historia es ridcula. Es u
n maldito invento de tu
desquiciada mente. Juro que no s de qu me hablas, ests loco de atar. Deja de invent
ar sandeces, eso no te
salvar de una muerte segura atin a responder el ofuscado general.
Mucho ms que eso, pedazo de cretino. T jams entenderas nada porque nunca has conocido
el sentido del
verdadero amor. Eres un burdo asesino, un matn de pueblo, un barriobajero. Entrate
: Castellanos para m era la
consagracin real del amor puro, sin condiciones, sin miedos. Era el hombre que ms
he amado en la vida. Era un
amor tormentoso, que me llenaba el alma. Nos bamos a ir de este pas de mierda, esc
apar de una guerra absurda,
pero el puetero destino decidi en mala hora que t te atravesaras en nuestras vidas.
Esa tarde mataste una parte de
m. Y despus del entierro jur por mi sangre que me vengara de ti, que deba cobrarte la
sangre derramada sin
razn. Y eso es, simplemente, lo que acabo de hacer.
Bentez trag amargo. Nada estaba en su lugar. Toda la historia pareca increble, aseme
jaba a una patraa
concebida por una mente perversa, sdica, enfermiza, diablica. Cmo era posible que un
sacerdote ejecutase un
plan tan oscuro en nombre de un amor explcitamente prohibido ante los ojos de Dio
s y la Santa Madre Iglesia? La
sotana continuaba produciendo alucinaciones en la cabeza del general. No asimila
ba, no entenda que estaba frente a
un ngel nefasto, un actor extremadamente histrinico. Cmo se poda digerir semejante pe
cado, infamia o
blasfemia? Todas las muertes en las guerras son ilgicas, pero hablar de represali
as bajo el amparo de la cruz era
demasiado escabroso para ser credo, deba existir alguna macabra confusin. Pero no i
mportaba. Ya el agravio
estaba consumado. Para ese entonces, su vida familiar estaba condenada a la dest
ruccin, la familia entera estaba
por ser aniquilada.
Pero no entiendo. T eres un sacerdote de la Santa Madre Iglesia, un cura ordenado,
certificado. De qu
venganza hablas? Cmo es posible amar a Dios pero destruir al prjimo? Qu locura es est
a? Todo es insano.
Bentez no sala del laberinto informativo.
Pero qu estpido eres! Entindelo de una maldita vez. Esta sotana no es ms que un burdo
disfraz, es la
excusa perfecta para mi plan. Este uniforme me permiti acercarme a ti, a tu entor
no. Me llen de credibilidad, de
respeto. Me otorg ms poder que el que tienes t. Franque las puertas del propio Gener
alsimo, del alto mando, la

tropa de lite, de tu hogar. Fue mi aliado para seduciros a Mara Fernanda y a ti, p
ar de idiotas. Este atuendo se
convirti en la credencial inocua. Reconcelo, tengo mis mritos, debes darme crdito. A
cepta que el plan tiene
visos de genialidad, aunque sea un poco descabellado. Maquiavelo debe estarse re
volcando en la tumba: el alumno
ha superado al maestro. Y todo en nombre del amor, qu hermoso. Fueron muchos aos d
e sacrificios, de
amoldarme a creencias que no comparto, de cinismo podrido, de interminables ment
iras, justificadas bajo un manto
eclesistico que solo busca intereses econmicos o polticos. Pero vali la pena el esfu
erzo, porque jur vengar la
muerte de mi gran amor y lo estoy logrando con muchas satisfacciones. Verte caer
, desmoronarte, despedazarte en
vida, es el mejor reconocimiento a la perseverancia. Como dice el refrn, El tiempo
de Dios es perfecto . Hoy no
eres ni la sombra del aguerrido macho , siempre falso, que desenfundaba su Luger co
n destreza para aterrorizar a
los humildes campesinos y moradores de pueblos conquistados, para acabar con vcti
mas inocentes solo por el
placer de matar en tus desquiciados interrogatorios. Hoy realmente eres un don n
adie. Lo ms doloroso para ti es
que ya no tienes el valor para enfrentarte con mi ejrcito de fe. Si decides ataca
rme, te caern encima el caudillo y su
banda de matones, la sociedad, el clero. Por otro lado, debes correr y evitar qu
e tu frustrada esposa suelte la lengua.
Eso s es realmente un peligro inminente. Te imaginas que se conozcan las debilidad
es del futuro ministro de

Defensa? Creme que no estara en tu lugar ni por todo el oro del Vaticano, estar en
tus zapatos es sinnimo de
muerte. Ests solo, sin municiones ni tropas, rodeado por todos los flancos. Creo
que esta vez no lo tienes fcil
confes Iribarren, refocilndose en la desdicha de Bentez.
Puedo entender tu deseo de acabar con mi vida; ahora no te culpo si es cierto lo
que me has dicho. Pero solo
me remuerde una duda: por qu destruir a mi esposa, a mi hijo, a toda la familia?
Lamentablemente, ellos formaron parte del listado de vctimas inocentes. Ante la ve
nganza, todas las personas
cerca de ti estn expuestas de alguna manera, algo les puede salpicar, gracias a t
us acciones, porque al final t eras el
blanco. Todo elemento relevante en tu entorno me ayud a consumar el plan. Me val d
e tu esposa, tu hijo, tus
suegros. Lamento que sucediera de esa manera, pero eran piezas necesarias para l
legar al gran general. T eras el
problema; ellos, las aristas. Es parte de la vida: unos ganan, otros pierden. Mu
chas veces los inocentes son soldados
inocuos, carne de can necesaria, muertos por balas perdidas, por efecto rebote o p
or acciones secundarias. Pero
no s de qu te quejas si en realidad no amabas a tu esposa. La pobre vivi un calvari
o de soledad a tu lado. Por
esa razn se abri a mis brazos con pasin, se entreg ciegamente al primer romanticn, as
pirando tocar el cielo.
Las mujeres son as de bsicas, dbiles e idealistas. Mralo desde este punto de vista:
si sobrevives, ya no tendrs la
modorra de tu relacin matrimonial, no tendrs que amar obligado, es decir, sers un h
ombre libre, mira qu bien!
sonri el sacerdote.
Eres un degenerado asqueroso; ests enfermo, eres un maldito y asqueroso demente.
No menos que t, mi querido Pachi.
Bentez mont en clera rancia. Ese apodo solo lo conoca su esposa. Mi princesa encantad
a le haba bautizado
con ese carioso sobrenombre el da que se besaron por primera vez. La duda razonabl
e mostraba claramente que
la relacin de Mara Fernanda con el cura haba ido ms all de una simple confesin, de una
conversacin
acadmica entre profesor y alumno. El afecto era clarsimo entre dos enamorados, a e
spaldas del esposo ausente.
Pero las sorpresas de Bentez apenas comenzaban. Tena frente a s a un verdugo meticu
loso, sdico, que haba
estudiado todos los aspectos y movimientos de la vida ntima del general mientras
se revolcaba en la cama con su
compaera de alcoba.
S, conozco tu vida y milagros y un poco ms todava. Llevo aos indagando sobre tu perso
nalidad, tus gustos,
acciones, crmenes, bajas pasiones, apodos, inclinaciones sexuales. Te conozco a f
ondo. Tu remoquete me lo
confes tu amorosa esposa en una noche de lujuria y pasin salvaje, entre sbanas moja
das, que compartamos
como mnimo tres vecespor semana en el hotelArboleda, te suena familiar, teparece c
onocido el sitio?, Menuda
casualidad morbosa! Mi amigo, el conserje, siempre se burlaba, me deca que yo era

un granuja, el perfecto truhn,


porque me los follaba a todos a la vez. Qu divertida obra de teatro surrealista! No
te parece increble?
Bentez senta retortijones de estmago, no poda dar crdito a la embrujadora historia. E
l cura tambin era
amante de su esposa, se haba infiltrado por completo en su hogar. No poda hablar,
el asco le disolva las palabras
entre charcos de saliva. Necesitaba descubrirlo todo de su enemigo para buscar a
lgn antdoto contra su ponzoa.
Contuvo las ganas de matarle frente a todos, pero necesitaba argumentos para def
enderse en el inevitable juicio. Por
otro lado, Mara Fernanda era ahora parte importantsima del bando enemigo y eso le
pona entre la espada y la
pared. A cada rato se aparecan nuevos flancos abiertos en el combate. Iribarren r
ealmente era peligroso, necesitaba
sacarle la verdad. Por eso opt por contenerse y continuar la averiguacin.
Entonces tambin eras amante de mi esposa. Qu cerdo!
Claro, ella fue la primera pieza clave en el camino de mi venganza. Fue ella quie
n me abri el portn de tu

guarida, del crculo protector del que alardeabas. Ella me cont todo sobre ti, clar
o, con mucho sudor en la cama.
Tambin mi laborioso proceso de investigacin desenmara la mayora de tus debilidades. S
upe que mataste a
mucha gente inocente, incluso en tus filas. Eres intensamente paranoico y cobard
e, razones suficientes para eliminar a
posibles competidores o enemigos potenciales, porque dudas hasta de las sombras
que te cubren. Pero nunca
dudaste del hombre con sotana; craso error, amigo. S que mataste a Andueza o, mej
or dicho, lo emboscaste en
Oviedo, porque conoca tus oscuros secretos, esos de los que todos hablan, que se
han rumoreado en los pasillos
durante aos sin que nadie los pudiese demostrar; nadie, excepto yo. El teniente A
ndueza descubri tus bajas
pasiones cuando disfrutabas aniquilando prisioneros. Su pecado fue espiar por el
ojo de la cerradura durante uno de
tus salvajes interrogatorios y ver cmo abusabas de un detenido. S, pensaste que el
rumor haba sido atajado y
disimulado con solapadas amenazas de muerte. Pero lamentablemente para ti, lleg a
mis odos. Te confiaste
demasiado, debiste haber matado a todo el batalln. Recuerda que la verdad nunca m
uere; casualmente tarda en
asomar, pero todo lo cambia cuando estalla. Andueza, el pobrecito carlista y catl
ico a machamartillo, lo observ
todo. Al pobre desdichado que se haba rendido le colgaste del techo, estaba medio
muerto, flagelado, humillado.
Pero tus hormonas empezaron a hervir cuando viste el exuberante y frondoso miemb
ro de tu prisionero, alebrestado
por el dolor, duro, erecto, apetecible, tal como te encantan, esos que te hacen
agua la boca. Y como era costumbre
tuya, a solas, encerrado con la presa en la sala de castigo, aprovechaste y en s
acrlega comunin consumiste su carne
enhiesta. Fue tanto tu desenfreno, tu alocada pasin, que le arrancaste el pene co
n la boca. Luego, para disimular, lo
tajaste en pedazos, buscando esconder las pruebas, torcer la evidencia y de ese
modo poder ocultar tu secreta
verdad homosexual reprimida. Mataste al pobre infeliz porque decas odiar a los ma
ricas; descubriste que Andueza,
espantado por lo que haba visto, intent denunciarte y t le callaste la boca para si
empre, junto con varios inocentes
soldados de confianza. Joder, la felacin del preso vala ms que tus soldados! Ese cri
men es solo la punta de la
colina. Tengo un expediente en tu contra que har temblar a todos tus jefes de pac
otilla.
Padre, o, mejor dicho, marica de mierda; no crees que tengo suficientes motivos pa
ra matarte de una cabrona
vez? Recuerda quin soy, todava tengo el poder de hacerlo; no me retes. Crees que sa
ldrs vivo de esta? Lo dudo
mucho. Es tu palabra contra la ma. Ya veremos a quin le creen ms: si a un loco disf
razado de sacerdote o al

ministro de Defensa. No te dejes llevar por una victoria prrica. Puedo usar mi je
rarqua para suicidarte , y destruir
todo el cochino expediente que tanto mencionas dijo Bentez tratando de intimidar.
Pachi, me confunde tu ingenuidad, tu puerilidad. Claro que tienes motivos, es cie
rto, pero el miedo a esta guerra
desconocida, sin enemigo probable, eso te frena. Sabes que si lo haces, solo ace
leraras las etapas de mi venganza.
La muerte no significa nada para este humilde servidor de la fe. Yo me fui ya de
este mundo junto con Castellanos;
mi misin pronto toca a su fin. La humillacin ser tu peor enemigo en el trayecto de
vida que te falta. Manchars tu
historial para siempre, tus padres se vern deshonrados, tu propio suegro te har tr
izas, te destrozar como a una
rata. O es que te olvidas de la poderossima verdad que tiene Mara Fernanda en sus m
anos? Recuerdas su
pataleta en elArboleda? Espara llorar, no te parece? No me quiero imaginar la rea
ccin tuya cuando se conozca el
tringulo amoroso con tu esposa y un hombre de Dios, cuando todo sea del domino pbl
ico. Joder! Menudo
centimetraje que acapararas! Es ms, te apuesto lo que sea a que el mismsimo Generals
imo firmara tu ejecucin, te
lo puedo apostar. No me subestimes, todo est planeado. De hecho, todos nuestros s
ecretos de alcoba, toda mi
historia, est escrita en un diario que alguien insospechado por ti va a utilizar
en contra del devaluado y
desacreditado general Bentez si algo llegara a sucederme. Dime que no soy un genio
! Me lo he pensado bien. Se
exhibiran pruebas muy dramticas en tu contra. Verte morir solitario, deshonrosamen
te, sin uniforme, sin privilegios,
cual cobarde en decadencia, ser una recompensa increble para m. Te lo ruego, no me
des ese placer antes de
tiempo. Corre, porque esa es tu nica salvacin. No creo que seas tan cretino como p
ara ajusticiarme . As les
decas a tus vctimas, cierto? Piensa un poco, tontn. Debes buscar la manera de salir
rpido de este infierno que
apenas comienza. Ahora tienes al enemigo en tu casa, en tu misma sangre. Yo solo
fui el acelerador de tus verdades
o, mejor dicho, de las asquerosas mentiras hasta ayer ocultas.

Eres un maldito perro asqueroso. Me las vas a pagar, te lo juro!

ulul Bentez.

No menos que t, mi querido general, somos exactamente iguales. Soldados de dos ejrc
itos diferentes. T
matas con balas y yo con la fe, pero al final somos lo mismo. Mercenarios enriqu
ecidos y poderosos gracias a los
dbiles, con quienes jugamos cual gacelas indefensas

certific Iribarren.

No va a quedar lugar donde esconderte. Ahora me toca a m.

No, hijo mo, no pierdas tu tiempo, no seas impulsivo. Creme, yo no valgo nada. Ve y
trata de esconder tu
asquerosa verdad, por cierto, muy repudiada en la mili. Tal como te suger antes,
no pierdas tiempo conmigo. Sabes
que en el fondo, con todos los acontecimientos que han pasado entre nosotros, mi
sotana tiene ms influencia que tu
Luger. Nadie osara desconfiar del clero, pero en tu ejrcito no toleran a los miemb
ros dbiles y marcadamente
ambiguos. Esa fue tu bandera criminal, cuidado ahora con flaquear. A m se me cree
r siempre, soy sacerdote.
Vlgame Dios! Quin dira que mi palabra es verdad eterna, joder! Si muero, ser mrtir, mi
ntras que t sers un
cobarde, y te enterrarn sin honores, sin la bandera nacional cubriendo tu fretro,
como habra soado tu padre. Mi
pasado negro no existe, nadie puede probar nada contra los curas. Somos seres es
peciales, intachables. Y cuando
pecamos, simplemente se nos traslada de pas hasta que llegue el olvido. Pero tu p
asado pronto estar en los diarios,
a menos que actes con rapidez y sapiencia y logres hablar con don Toribio, tu fut
uro exsuegro.
Debo reconocer que tu mente es brillante, sacerdote, o vengador, o lo que coo sea
tu verdadero apodo. Pero
cuenta con que mi venganza tambin ser implacable, te lo aseguro. T me las vas a pag
ar, esto no termina ac.
Administra bien tus carcajadas, pronto se pueden transformar en llanto, cuando t
e mate.
Desde luego que no termina ac, Pachi, si la fiesta apenas empieza. Segn mis clculos,
tus prximas semanas
sern un verdadero calvario. A menos que hagas lo que te pida.
Bentez se inquiet por la solicitud. Escuch atento.
A qu te refieres? Qu esperas de m, pedazo de degenerado, enfermo?
Est bien, no hay problema. Ahrrate tus bravuconadas verbales. yeme bien, es fcil. Si
renuncias al ejrcito
en las prximas cuarenta y ocho horas, tal vez interceda por ti. Pero, claro, perd
er el poder que te da un uniforme es
delicado, cierto? Te hace vulnerable. Sin las charreteras, sin tropas a tu mando,
pasas a ser un don nadie. Pero si
me haces caso, tal vez me apiade y vivas para contarlo, quizs te regale el antdoto
para mi perverso plan. Como
ves, no soy tan fatalista, te puedo ofrecer una segunda oportunidad, eso s, fuera
del ejrcito. Tal vez puedas
matarme sin que te enjuicien. Pues, s: acaba con mi vida, as te vengas de este cer

do marica; hasta podra tratarse


como un crimen pasional. Pero si vistes el uniforme, otros prejuicios estaran en
tu contra, pinsalo bien. Despjate
de tu poder y yo me despojar del mo, as nos enfrentaremos como simples mortales
er Iribarren con tono
irnico.

asev

Definitivamente ests loco. Nos veremos pronto en el cementerio. T me acompaars a la t


umba, de esta no
te salvan ni todos los santos de la Iglesia.
Cierto, Pachi, nos veremos en el infierno. Ah! Una sola duda me queda. Tambin violas
te a Castellanos antes
de matarle? Si quieres, me lo cuentas en la prxima visita, en la prxima confesin en
mi iglesia. Estar ansioso por
verte de paisano. Como en los viejos tiempos, siempre amado Pachi.
Bentez estaba asqueado. Dio por terminada la visita. La cabeza estaba a punto de
estallarle con tantas verdades a
flor de piel, recuerdos malsanos de una poca lujuriosa, aberrante que le persegua.
En efecto, el satnico enemigo

haba cosechado muchas pruebas en contra del militar, pero el argumento que ms le p
reocupaba al general era otro.
Un secreto que ahora estaba expuesto ante su esposa. Necesitaba a toda costa cal
mar las verdades, tratar de
disimular un poco, negociar silencio, acallar conciencias por las buenas o por l
as malas. Tal vez el prximo paso
fuera acercarse a su suegro, tratando de prevenir alguna ligereza de Mara Fernand
a. Las depresiones habituales en
ella tal vez le ayudaran a ganar tiempo. Su esposa sola encerrarse en s misma por v
arios das sin soltar prenda.
Resultaba interesante la coincidencia de que ella tambin haba quebrantado la hones
tidad del matrimonio perfecto.
Ella esconda una relacin fuera del sacramento matrimonial, ella tambin tena un amant
e absolutamente prohibido
ante los ojos de la recatada sociedad madrilea. Ese posible desliz en el deseo se
xual de la mujer pudiera ser su
nica defensa, la tabla de salvacin, la llave del silencio.
Sali del convento con la mente fija en un plan que amortiguase las realidades y d
ecidido a visitar a su suegro.
Albergaba la esperanza de que este an desconociera el verdadero motivo del llanto
de su infantil hija. Le quedaba
poco tiempo antes de que Mara Fernanda soltara un gigantesco mar de dudas en la c
abeza del editor, dando pie a
una guerra entre ambos.

Por otro lado, Bentez intentaba encontrar la forma de sacar del camino a Iribarre
n. El problema era conseguir el
diario del cura o el informe de sus investigaciones, si es que existan. De pronto
, sus recuerdos le advirtieron que no
poda dudar de su existencia. Claro , pens en voz alta. Con razn el cura tena tantos pap
les en su escritorio
hace unos meses. El muy hijo de puta me estaba tanteando, midiendo mis reaccione
s . El enemigo result ser
especialmente planificador, satnico, pero sobre todo apasionado con sus hechos. B
entez deba superarlo o, de lo
contrario, su carrera y tal vez su propia vida corran grave peligro. Otro escenar
io factible era silenciar a Mara
Fernanda. El problema estaba en sacarla de casa de los suegros y acabar con su v
ida de manera que pareciese un
accidente, esa era una opcin interesante y creble. Porque Iribarren quizs no haba co
ntado con esa reaccin
intempestiva. En ese caso, tendra que ocultar las pruebas, pues era l el verdadero
amante, el causante de la
deshonra del militar, razn ms que suficiente para quitarle todo crdito en un posibl
e juicio pblico cuando el marido
burlado acabe con la desdichada mujer de doble vida. Extrao tal vez, pero ciertam
ente no imposible de asimilar.
Captulo 24
Mi princesa encantada

claudica y decide morir

Mara Fernanda se refugi en casa de sus padres durante varias semanas luego de enfr
entar la visin ms
asquerosa y aterradorapara cualquier mujer esa fatdica tarde en el hotelArboleda.
Losprimeros das estuvo

encerrada en la habitacin en que haba transcurrido buena parte de su infancia, jun


to a cientos de muecas de trapo.
Las horas se deslizaban entre lgrimas, gritos y pesadillas. El recuerdo espantoso
, fantasmal, no la abandonaba ni un
solo instante; era un repetitivo y trgico mensaje. Dej de comer por lo menos duran
te los primeros cuatro das,
hasta que su padre, asustado, decidi intervenir y llam al mdico de cabecera, el doc
tor Martn Iriarte, famoso
cirujano, amigo de la infancia de don Toribio. El primer encuentro entre el facu
ltativo y mi princesa encantada no
arroj resultados favorables. El diagnstico fue simple: una severa depresin agudizad
a por una visin aterradora,
imposible de revelar, por razones insospechadas y difusas. El galeno recomend la
intervencin de algn profesional
experto en temas emocionales y sugiri los servicios de otro colega altamente esti
mado, versado en psicologa y
psiquiatra, porque el dao estaba latente en el subconsciente de la enferma.

Gracias a las splicas maternas, Mara Fernanda cancel la huelga de hambre. A regaadie
ntes, y solo para
complacer a su madre, ingiri algunos bocadillos con una taza de sopa de pollo mez
clada con vegetales que le
produjeron fuertes y prolongados clicos durante tres das como resultado de la desc
ompensacin de los jugos
gstricos durante la dieta emocional forzada. El mdico de las emociones visit a la d
epresiva solitaria, que no quiso
aportar muchos datos sobre su cuadro angustioso, autodestructivo y patticamente s
uicida. La sapiencia del nuevo
doctor ayud a drenar parte de las lagunas mentales enquistadas en el subconscient
e de la hija del hombre ms rico
de Espaa. Despus de la tercera cita con el psiclogo, la frustrada mujer pudo finalm
ente conciliar el sueo sin la
ayuda de sedantes. Pero las pesadillas revoloteaban sobre el copete de la cama.
En las madrugadas se despertaba
alterada, aullando desesperada, gritando incoherencias, empapada de sudor. Tena u
n sueo repetido, noche tras
noche, que no le permita paz espiritual. La paranoia se centraba en el recuerdo d
e una particular visin que la haba
sacado de su centro estructurado mental. La imagen la atacaba con claridad en el
preciso instante que lograba
conciliar el sueo. All, a solas, su mente le recordaba el da ms desdichado de toda s
u existencia. El momento en
que ella, toda radiante de felicidad, vestida cual ramera sofisticada, abra la pu
erta de la habitacin cuarenta y tres del
albergue transitorio Arboleda, su reciente nido de amor secreto, para entregarse
desesperada en los brazos de su
amante bendito. De pronto, al abrir la puerta, se enfrentaba con la sorpresa de
su vida, con la imagen asquerosa que
se asomaba para arrancarle el aliento, aniquilarle todos sus valores morales y r
ecordarle sus pecados.
que ella, toda radiante de felicidad, vestida cual ramera sofisticada, abra la pu
erta de la habitacin cuarenta y tres del
albergue transitorio Arboleda, su reciente nido de amor secreto, para entregarse
desesperada en los brazos de su
amante bendito. De pronto, al abrir la puerta, se enfrentaba con la sorpresa de
su vida, con la imagen asquerosa que
se asomaba para arrancarle el aliento, aniquilarle todos sus valores morales y r
ecordarle sus pecados.
Cuando la visin cobraba vida, la sealaba con el ndice acusador. Mara Fernanda se cue
stionaba por haber
pecado, por haber amado a un hombre de la Iglesia. Lleg a justificar su cercana a
niquilacin como castigo de Dios
por haberle dado placer a la carne, en vez de honrar al alma. Por haber traicion
ado a su marido, por dejarse llevar
por las garras del ngel del infierno. Y ahora ese ngel cado, demonaco, despreciable,
la invitaba a convivir en el
inframundo junto a otras almas pecadoras. Realiz toda clase de esfuerzos y sigui t
odo tipo de sugerencias o
recomendaciones mdicas para controlar el terror al momento de caer rendida. Anhel
aba desterrar para siempre esa
visin, ese dragn malfico, pero no poda lograrlo, era algo superior a ella.
La familia estaba deshecha. Conversaron con el esposo, pero Bentez daba excusas v
acas, como tratando de
evadir responsabilidades. Mara Fernanda exigi no verle nunca. El suegro volvi a sup
oner que la frustracin de su

hija obedeca a algn lo de faldas por parte del general, aunque este le garantizaba
que no era as. Don Toribio
intent entonces comunicarse con el confesor, pero Iribarren estaba fuera de la ci
udad. El sacerdote le asegur que
le resultaba imposible verla hasta dentro de un mes debido al retiro espiritual
que haba iniciado por flaquezas en su
vida religiosa. La negativa desencaj al viejo empresario. Cmo era posible que un mi
embro de la Iglesia se negase
a ayudarle? Pero su yerno le convenci de no involucrar al clero en temas de famil
ia, que le dieran un tiempo a la
enferma para recuperar la cordura; tal vez el mal que la aquejaba fuese una simp
le depresin producto de alguna
descompensacin hormonal. Don Toribio acept a medias, algo le deca que el problema e
ra maysculo porque su
hija nunca haba mostrado una conducta tan conflictiva como ahora. Finalmente, pre
sa de la angustia por el
sufrimiento desmedido de su hija, decidi intervenir con toda la autoridad del hom
bre de la casa. Violentando la
privacidad de la habitacin de la nia, exigi explicaciones.
La charla preliminar transcurri con docilidad por ambas partes. La hija se abraz c
on intensidad de los hombros
del padre. Por primera vez, Mara Fernanda sinti que le importaba a alguien en la v
ida. Las caricias ablandaron los
nimos. El padre le prepar un t de tilo y manzanilla para adormecer la rabia. Le ofr
eci ayuda, apoyo
incondicional, le garantiz la aprobacin de toda decisin, incluso la separacin que ta
nto imploraba ella; pero a
cambio exigi una explicacin, una justificacin slida, verdadera. Mara Fernanda se aleg
r un poquitn, pero la
tristeza opac la celebracin. El viejo mandn volvi a preguntar por ensima vez cul era l
a causa de la desdicha.
La enferma no poda articular palabras. El pasado acusador le apretaba el cuello,
le silenciaba el alma, cada vez que
recordaba las escenas pecaminosas vividas en el motel de mala muerte. Aferrndose
a los brazos de su padre, peda
perdn por sentirse tan vaca, pecadora, humillada como mujer, en nombre del amor. S
uplic que la perdonara pero

que no le pidiera hablar sobre el tema. Don Toribio cambi de tono. El tono dictat
orial, recio, obr con la tpica
errtica y justiciera actitud de padre desesperado ante el silencio.
Hija, o me dices qu est pasando, o no podr ayudarte. Nos tienes con los nervios de p
unta. Tu madre est
hecha una piltrafa, hace das que no come. Yo no duermo bien. Coo, ten un poco de co
mpasin con nosotros!
Sea cual sea la culpa, no te preocupes, sabes de sobra que te apoyaremos. Dime s
implemente qu debo hacer;
confa en nosotros, no te fallaremos expuso el padre desesperado.
Pap, quiero una anulacin del matrimonio ya, inmediatamente, no puedo volver a mi pr
opia casa respondi
enftica la hija.
Est bien, pero al menos ten la decencia de aclararme qu diablos pasa. No puedo apoy
arte si solo se trata de
un capricho, de una malacrianza. Tienes apenas pocos aos de matrimonio, tienes un
hijo bendito. Entiendo que
algn problema conyugal tendris, pero, antes de apresurarte a tomar una decisin tan
drstica, no crees que
debemos hablar sobre las causas? Tu madre y yo queremos resolver esto lo antes p
osible, solo dinos la causa de tus
penas. Si Bentez se ha portado mal contigo, mira que le mato, eh? Solo dime qu coos
ha pasado, por el amor de
Dios. Pero te digo, de antemano, que si es un lo de faldas, tampoco es el apocali
psis. Cuando te casaste, bien
sabas que los militares eran mujeriegos, y como esposa debes entenderle un poco.
No metas a Dios en esto. Es mi culpa por haber cometido un pecado carnal. Soy una
basura, l solo me est
reprendiendo por mis faltas. Me he convertido en una sucia puta pecadora de mier
da, una fornicadora insana.
Don Toribio se asombr ante la escueta y sucia aseveracin. Su propia hija estaba co
metiendo un pecado
carnal? O sea, tena un amante secreto? Aceptaba la promiscuidad fuera del matrimoni
o? Era ella la causante de
su propia desgracia porque se senta culpable de haber traicionado al marido? Y, p
or lgica, quizs el problema
radicaba en cmo decirle la pura verdad al esposo ofendido. El viejo respir aliviad
o, aunque le molestaba que su
nica hija tuviese un amante, algo que no era bien visto entre las mujeres de su c
asta; incluso tal vez la tildaran de
mujer fcil. Pero al carajo! Ella era de su misma sangre y mereca todo el perdn en ca
sa. El problema empezaba a
tener solucin. Don Toribio interpretaba que la vergenza por la noticia era el moti
vo de la depresin, que tal vez la
nia de pap no saba cmo afrontar semejante ofensa familiar. Utilizando sus dotes de o
rador y buen negociante, el
viejo empresario ofreci un plan de salvacin bastante tonto.
Vamos, hija, que no es el fin del mundo. El hecho de que te hayas acostado con ot
ro hombre no es muy
correcto que digamos, al menos nosotros no te educamos para que actuases de esa
manera, un poco libertina. Pero

qu carajo, a la mierda! Somos humanos, s que la carne tienta, nos seduce, convirtind
onos en pecadores. Eres
demasiado hermosa, ingenua, sentimental; joder! Y alguien te sedujo. Tambin el ton
torrn de Bentez debera estar
ms pendiente, es un gilipollas, siempre te lo dije. Pero no te preocupes. Si la v
ergenza de confesarte era lo que te
atormentaba, ya est, listo, santo remedio. Personalmente aclarar el tema con el ye
rno y l aceptar mis
condiciones. Todo es negociable en la vida y especialmente con ese cretino mater
ialista. Ves que al hablar te
liberaste de la culpa? Joder! Te estabas ahogando en un vaso de agua. Estamos lis
tos. Hoy mismo tomo cartas en el
asunto, hablar con tu marido y juntos llegaremos a un buen trmino. Pero insisto en
que la anulacin matrimonial es
una salida extrema, me parece que por el pequeo Francisco debis pensarlo mejor. Ad
ems, con lo que le gusta a
tu marido nuestro linaje, no creo que se ponga bruto, te perdonar sin chistar. Yo
lo conseguir, te lo prometo. A l
solo le mueve el inters le asegur su padre, creyndose el salvador de la familia.
T no entiendes nada, pap. Jams lo comprenders, ni despus de muerta. Yo quiero la anula
cin, no por
haber pecado al acostarme con otro hombre. No, eso no me atormenta, no me import
a que me llamen puta. Quiero
la separacin, porque me cas con un maldito marica oculto. Ahora me entiendes? Por e
sa verdad necesito estar

sola, porque l es un cerdo desgraciado que me minti desde el primer da, porque ha a
cabado con mi esperanza.
Luego ver qu hago con mi vida, con mi amante o con lo que sea. Aydame si puedes. So
lo quiero alejarme para
siempre de ese asqueroso enfermo respondi Mara Fernanda iracunda.
El viejo se petrific, trag amargo, y de sopetn se estrell contra el piso. La justifi
cacin enfermiza de su hija
sac de sus cabales al aturdido padre. Ahora s que no comprenda absolutamente nada.
Los pensamientos se le
alborotaron. Intua que la crisis de mi princesa encantada tena otros fundamentos, qu
izs severamente clnicos. Su
frustracin la haba convertido en mitmana compulsiva, deseosa de hacer dao a terceros
. Con semejante
argumento en contra del marido, no haba dudas: algo le afectaba la mente a la pob
re mujer. De dnde carajo haba
sacado tan descabellada excusa? Llamar homosexual al general ms sanguinario del e
jrcito, a la mano derecha del
caudillo, futuro ministro de Defensa. Resultaba imposible imaginarse al yerno co
n otro hombre. Qu asquerosidad!
Sonaba hasta aberrante, tan solo pensarlo produca risa. El viejo se enardeci y rep
rendi a su hija por semejante
reniego.
Pero te has vuelto loca, mujer? En qu cabeza cabe semejante estupidez? Oye, si tu ma
rido te ha montado
los cuernos, puedo entender tu rabia. Pero, joder, inventar semejante fbula para
atacarle sin justificacin es
abominable, detestable. Nia, no ves que me puedes hasta meter en los si repites tal
comentario? Que ni se te
ocurra hacerlo o tendremos un lo en casa. No quiero hablar contigo hasta que deje
s de decir incongruencias e
idioteces o tendremos que internarte en el sanatorio. Si quieres vengarte de una
traicin, pues ve y fllate a quien te
d la gana, incluso frente a tu marido si quieres, pero no levantes falso testimon
io, todo por un despecho de mujer.
Eso no est bien respondi acalorado don Toribio e intentando irse del sitio.
Te lo juro, pap. Yo lo vi teniendo sexo con otro hombre. Cremelo, por el amor de Di
os, ese es el motivo de
mi desdicha. Joder! Te juro que no es un capricho. Eres el nico a quien puedo cont
arle. Te lo juro por lo ms
sagrado del universo grit Mara Fernanda, buscando apoyo y salvacin.
El solo hecho de mencionar su asquerosa verdad le alborot la psique. El ptrido rec
uerdo deambul nuevamente
frente a sus ojos, apoderndose de ella, robndole la iniciativa. Qued tiesa recordan
do cada detalle cuando hizo
girar elpomo de lapuerta de la habitacin cuarenta y tres del hotelArboleda. Haba l
legado al lugar, toda excitada,
hmeda de pasin, dispuesta a entregarse como nunca a su fogoso amante. La sonrisa l
e rompa los labios. Se
detuvo frente a la puerta, decidida, dispuesta a fundirse de placer, desabotonndo
se parte del abrigo que cubra su
delicada vestimenta de combate, liguero con medias de bordados, sujetador remata
do con encajes. Quera entrar en
batalla libidinosa desde el pasillo. Abri la portezuela e inmediatamente el espas
mo haba sido bestial. La antigua
sonrisa se desfigur, se borr para siempre, las rbitas de los ojos estallaron cuando

su mirada recay sobre el


centro de la cama. Dos cuerpos en pleno fragor sexual la saludaban, regalndole la
peor de las verdades. El temido
general Bentez estaba inclinado hacia adelante, justo frente a la puerta, en guar
dia, listo para ser divisado por
intrusos esperados. Detrs de su esposo asomaba la figura de Iribarren, el amante
justiciero, el llamado amor bonito,
el de los ojazos azules, disfrutando en plena penetracin, sodomizando, desbordand
o pasiones en el cuerpo del
atltico militar. Los amantes estaban empapados de sudor, y obviamente ya llevaban
unas cuantas satisfacciones a
cuestas. Dos barbas juntas, dos malditos maricas, en pleno goce frentico, dos men
tirosos inclementes.
Los rostros de los machos descubiertos expresaban mensajes opuestos, contradicto
rios. El marido, asombrado,
dudoso, delatado en plena accin desviada. El cura, feliz, pleno, regalndole una so
nrisa satnica a mi princesa
encantada , burlndose con perversin descomunal, destruyndole por siempre el alma, la
vida, la luz. Mara
Fernanda no pudo reaccionar ante el repulsivo acto, se descompens y sali como pudo
del lugar, hecha pedazos.
Los machitos querendones se enfrentaron. Bentez increp al cura, no entenda el porqu de
la presencia de la
mujer en la alcoba, quera matar a Iribarren. El sacerdote se defendi alegando que
tal vez ella le haba seguido. Pero

no era tiempo de discutir, era necesario aplacar el dolor de la esposa traiciona


da. El general se visti rpidamente,
aturdido, incrdulo. Corri detrs de la mujer que haba vomitado en los pasillos, pero
no logr alcanzarla, ya se
haba esfumado cual fantasma, sin rumbo fijo.
Irnicamente, ya haban transcurrido casi dos semanas del sucio descubrimiento de un
a verdad a la que nadie
daba crdito, ni siquiera el propio padre de la verdadera vctima, que dudaba de la
historia porque rompa con las
normas de lo polticamente lgico y aceptable en la sociedad. Menos mal que Mara Fern
anda en su confesin no se
aventur a mencionar el nombre del sdico prroco y lo disimul para evitar perturbar a
su padre. Decir que un
militar era creativo con su cuerpo resultaba insano desde el propio fundamento d
e pensarlo, pero implicar a un cura
era el colmo de la locura, la blasfemia hecha mujer. Don Toribio, de pie en la p
uerta del cuarto de su hija, la mir
afligido y sentenci con dolor.
Tienes serios problemas, hija. Creo que precisas atencin mdica. No puedes seguir in
ventando historias
absurdas como esta. Pudiera ser peligroso. Hablar con el psiquiatra e iniciaremos
el tratamiento cuanto antes. No
quiero que te d otra crisis depresiva severa. Buenas noches. Trata de dormir.
El viejo estaba hecho polvo. Abandon a la nia mujer, dejndola sola, inmersa en un m
ar de frustracin. Ni su
padre le daba crdito al dolor vivido. Con una verdad del tamao de la Catedral de S
evilla, pero imposible de
certificarla. Ser amante de un prelado era cosa complicada en aquellos tiempos,
un pecado repudiado por todos.
Los posibles abusos del clero eran acallados; los diablicos rumores, silenciados
al precio que fuese. Pero demostrar
que el futuro ministro de Defensa tena gustos por personas de su mismo sexo era l
a falacia perfecta para ser llevado
al patbulo, peor an si la fuente de placer corporal provena de un hombre que predic
aba la palabra de Dios en los
sermones dominicales, con sotana y cirios. Mara Fernanda se haba entregado a estos
dos bribones. Llevaba en sus
entraas el veneno de dos dragones asesinos. Uno la haba utilizado por inters, para
escalar posiciones, para acallar
su debilidad sexual, tratando de disimular la verdad oculta bajo ese odio homofbi
co que tanto pregonaba. El otro,
para ejecutar una venganza, para cobrar una deuda de sangre derramada por la mue
rte de un profesor tambin con
gustos peculiares a la hora de hacer el amor.
Mara Fernanda claudic, no pudo con el peso de la indiferencia de su padre. Qued sol
a, tendida en la cama.
Llor toda la noche hasta inundar la casona entera. Definitivamente no tena en quie
n confiar, nadie le crea. Estaba
sola frente al mundo acusador, no exista escapatoria. La vida le obsequiaba la bo
fetada perfecta, reservada a los
inocentes casuales. Mientras la madre oraba por la salvacin de la hija, esta quera
desaparecer del planeta porque
los recuerdos la azotaban donde quiera que fuese. Refugiarse en otro pas no era ms
que un sedante momentneo,
un pao tibio, un calmapenas de corta duracin. Los recuerdos vividos, presenciados

en primera fila, los


pensamientos acusadores, eran el peor enemigo de su maltrecha humanidad. Aturdid
a, confusa, desilusionada del
querer, buscaba alternativas para minimizar la desdicha. Nada le satisfaca, toda
salida encontraba un obstculo
moral. El suicidio fue la opcin menos adversa. A fin de cuentas, ella no le impor
taba a nadie, nadie la echara de
menos. Por otro lado, ese argumento podra en cierta forma servir de venganza ante
el cobarde esposo y el
inhumano sacerdote. Tal vez la muerte de mi princesa encantada desenmascarase las
bajas pasiones de ambos
seres del averno.
Captulo 25

Iribarren despeja las dudas. Finaliza su obra de sangre


La hija de don Toribio ejecut su venganza siguiendo las recomendaciones de su con
fesor. Transcurrieron
cuarenta y ocho horas exactas despus de la inquisidora conversacin en que Mara Fern
anda confes con detalle
milimtrico a su progenitor toda la verdad de su locura. Ante la incredulidad del
padre, el abatimiento de la solitaria
mujer se exacerb a niveles demenciales. Pero el detonante final, el que agiliz la
reaccin aniquiladora, fue la carta
que Iribarren logr hacerle llegar a la esposa del general a la maana siguiente, va
lindose de la empleada domstica
que atenda a la familia del empresario, porque el sacerdote no podra acercarse a m
i princesa encantada sin que
ella explotase en alaridos; el cura simbolizaba la esencia del mal.
A simple vista, el sobre no despertaba sospecha alguna. La letra era desconocida
, el trazo un poco tosco, rudo,
caracterstico de personas de poco nivel acadmico. Ingenua, Mara Fernanda lo abri sin
sospechar que encontrara
la confesin del causante de todas sus lgrimas. Inteligentemente, el recurso del ve
rbo fue usado de tal manera que, a
pesar de poder ser considerada como prueba contundente en cuanto a la denuncia,
el sacerdote parecera ajeno a
toda acusacin. Cualquiera poda haberla escrito para incriminar al hombre de la Igl
esia por deseos de venganza.
Hasta la misma mujer en su trastorno delirante de doble personalidad era capaz d
e haber inventado dicha epstola.
Iribarren cuid todos los detalles, la sapiencia del meticuloso asesino era una vi
rtud envidiable. La mujer comenz a
llorar tan pronto como ley las lneas escritas en tinta verde, el color favorito de
l sacerdote a la hora de escribir. El
texto rezaba as:
Querida hija o, mejor dicho, inocente vctima:
Espero sepas perdonar mis duras palabras, pero es mi deber, ante ti y el propio
Ser supremo. Debo
narrarte la verdad absoluta antes de partir de este cnico mundo. Cuando termines
de leer el ltimo prrafo,
tal vez me acompaes en el prximo tren al inframundo.
Ante todo, debo aclararte que nuestro amor nunca existi. Fuiste parte de una ejec
ucin, o mejor
llammosla accin de guerra, en represalia por la conducta impropia del hombre que l
astimosamente cautiv
tu corazn antes que este humilde prelado. Fuiste una simple pieza en el rompecabe
zas de mi venganza. Esas
cosas pasan, no siempre escogemos el mejor partido. Lamentablemente, te toc estar
al lado de un hombre
equivocado, un hombre que se jactaba de su masculinidad pero que en el fondo se
diverta a tus espaldas con
placeres perversos ms all de lo imaginable. Al menos dame las gracias por ayudarte
a descubrir la verdad
del padre de tu hijo.
S que es sumamente duro abrir la caja de Pandora, sobre todo en la forma que acon
teci. Te juro que no
fue mi intencin, pero llevo aos tratando de hacerle justicia al general Bentez, ese

ser despreciable que


acab con la vida de tantos inocentes, entre ellos mi gran amor, un profesor de la
universidad de apellido
Castellanos. Tu actual esposo lo asesin vilmente, sin razn, tan solo porque descub
ri que era homosexual.
Decidi segarle la vida por su supuesto gusto homofbico e intolerante. El problema
fue que Bentez nunca
sospech de mi existencia porque era un amor reservado, feliz, secreto, bendito. B
ien sabes que en nuestra
sociedad el deseo pasional entre dos hombres es fuertemente repudiado. Yo presen
ci su innecesario
asesinato detrs de las columnas en aquel pueblo gallego de mierda, de cuyo nombre
ni deseo acordarme. Le
enterr en una fosa comn, igual que a miles de espaoles inocentes, y jams volv a visit
arle porque la
muerte es el principio del fin. Para m la vida termin ese cabrn da de invierno, just
o despus del entierro.
Llor al difunto en soledad, me entregu al alcohol tratando de evadir mi dolor, de
encontrar la forma de
despedirme de este sucio y asqueroso mundo. Pero las ganas de revancha pudieron
ms. No dorma
pensando en el da en que pudiese acabar con la vida de tu marido. Pero la muerte
como simple castigo no
era suficiente para hacerle pagar por el dolor recibido.

Me trac una estrategia para humillarlo en pblico, para exhibir todos los pecados y
debilidades del mtico
soldado, el salvador de la patria al servicio del Generalsimo. El plan era compli
cado, pero al final los
resultados eran medibles. Eso es bueno en toda venganza porque alimenta la esper
anza de cosechar sangre
paso a paso. Puedes llamarme lo que ms te plazca; no te cuestionar si piensas que
estoy enfermo, pero bien
sabes que en el nombre del amor todo es aceptable, incluso la muerte. Lo primero
que hice fue enrolarme en
el ejrcito de Jess, en las filas de la congregacin de los jesuitas, la cofrada ms pod
erosa del Vaticano. El
uniforme de la sotana no solo me sentaba bien sino que, adems, me regalaba la pos
ibilidad de pasar
inadvertido en mi bsqueda de sangre. Recuerda que la Iglesia est de la mano de los
nacionalistas, de los
reyes, los poderosos. Como ellos mismos dijeron en el treinta y seis: Esta guerra
es una nueva cruzada .
Pues les tom la palabra e inici mi captura de Jerusaln en Madrid . A medida que aprenda
el aburrido
oficio de cura me fui involucrando con las altas esferas del poder poltico y mili
tar de Espaa. Como bien
entenders, la Iglesia tiene un ejrcito de fe tan poderoso que asustaba al propio F
ranco. O sea, que, en tu
caso, tristemente, aunque intentes involucrarme en la trama, algo por cierto bas
tante difcil de creer en una
sociedad doblemente moralista y reprimida como esta, no tendrs resultados positiv
os. Nadie te va a creer;
pensarn que se trata de una buena novela policial. Incluso tu propio padre, que t
anto se aferra y respeta a
los militares por el simple hecho de amasar fortunas, dudar de tu cordura, de tu
verdad que solo Bentez y
yo conocemos.
paso a paso. Puedes llamarme lo que ms te plazca; no te cuestionar si piensas que
estoy enfermo, pero bien
sabes que en el nombre del amor todo es aceptable, incluso la muerte. Lo primero
que hice fue enrolarme en
el ejrcito de Jess, en las filas de la congregacin de los jesuitas, la cofrada ms pod
erosa del Vaticano. El
uniforme de la sotana no solo me sentaba bien sino que, adems, me regalaba la pos
ibilidad de pasar
inadvertido en mi bsqueda de sangre. Recuerda que la Iglesia est de la mano de los
nacionalistas, de los
reyes, los poderosos. Como ellos mismos dijeron en el treinta y seis: Esta guerra
es una nueva cruzada .
Pues les tom la palabra e inici mi captura de Jerusaln en Madrid . A medida que aprenda
el aburrido
oficio de cura me fui involucrando con las altas esferas del poder poltico y mili
tar de Espaa. Como bien
entenders, la Iglesia tiene un ejrcito de fe tan poderoso que asustaba al propio F
ranco. O sea, que, en tu
caso, tristemente, aunque intentes involucrarme en la trama, algo por cierto bas
tante difcil de creer en una
sociedad doblemente moralista y reprimida como esta, no tendrs resultados positiv
os. Nadie te va a creer;
pensarn que se trata de una buena novela policial. Incluso tu propio padre, que t
anto se aferra y respeta a
los militares por el simple hecho de amasar fortunas, dudar de tu cordura, de tu
verdad que solo Bentez y

yo conocemos.
Lamento el sufrimiento que te he causado, pero creme que el mo fue mucho mayor en
ese ltimo invierno
de la guerra. S que me odiars, sobre todo por haberme convertido en un actor basta
nte consumado,
incluso en la forma de disimular mi real preferencia sexual. Porque supongo que
ahora, en tu soledad
desquiciada, tengas dudas. Cmo alguien que te besaba, te acariciaba, mientras te a
rrancaba orgasmos
intensos, pueda sentir lo mismo por personas de su propio sexo? S que es difcil de
asimilar, pero as es.
Aprend a descubrir las veleidades emocionales del sexo dbil gracias a la psicologa
y, en especial, a las
maestras de la ciencia del amor. Las prostitutas de Tnger, Sevilla y Madrid me in
struyeron en el oficio de
conocer el cuerpo de las mujeres, de tocar donde nace la lujuria, donde se anida
el deseo morboso, la
exaltacin del placer femenino. Gracias a ellas logr parte de mi propsito sin levant
ar sospechas, hasta
aprend a sudar amndote sin quererte. T abriste el corazn, te entregaste por amor, y
eso es hermoso.
Lstima que mi camino haya sido diferente al tuyo. Gracias a ti descubr todos los p
untos dbiles de tu
marido: jams te percataste de mis intereses porque estabas realmente enamorada de
este loco asesino.
Menos mal, porque tal vez el plan hubiese sufrido modificaciones. Pero tarde o t
emprano iba a matarle, de
alguna forma acabara con su vida, te lo puedo jurar.
Siendo franco, debo decirte que tu marido me decepcion. La imagen aguerrida, salv
aje que l proyectaba
me daba miedo, me llev a pensar en que la nica forma de acabar con su vida era de
un balazo. Esa fue la
primera alternativa que consider. Trat de armarme de valor pero no pude asesinarle
. Me enfoqu entonces
en repasar con detenimiento todo su historial de crmenes y vejaciones. Algo me de
ca que esa imagen de
soldado brbaro no era ms que un simple camuflaje, su piel esconda otras curiosidade
s. Con la cercana fui
descubriendo sus debilidades. Siempre sospech que el odio enfermizo hacia los hom
osexuales era un posible
deseo reprimido. Y lo corrobor cuando logr entrar en la lujosa casa que l frecuenta
ba en el barrio de
Conde de los Andes. Quizs nunca te enteraste, pero ese era un antro de perdicin, u
na casa de citas a la que
solo tenan acceso hombres de gustos particulares; una casa de citas donde se amab
an personas del mismo
sexo. Ese detalle tan importante me oblig a seducir a tu honorable general. Mi be
lleza fsica, aunada al
buen uso de la palabra, allan el camino. Unos meses despus de empezar t y yo nuestr
a relacin, tu marido
se hizo muy amigo mo. En reuniones privadas donde supuestamente le brindaba sabio
s consejos para llegar
al Palacio de Bellavista, entre copa y copa, logr que el muy cerdo me robase cari
cias y besos. Mi primera
reaccin fue de rechazo, pero rpidamente me di cuenta de que el propio Bentez me est
aba dictando el

ltimo captulo de mi venganza. Aunque te cueste creerlo, pude seduciros a ambos sin
que ninguno lo
sospechase jams. En el mismo hotelucho, los tres compartamos la misma habitacin. Qu i
ronas tiene la
vida! Pero a diferencia de lo que sucedi contigo, el general no se enamor, no, qu va
! Yo solo le serva de
confesor, perdn, de pao de lgrimas, de drenaje emocional y sexual. l confiaba en mi
jerarqua
eclesistica, en nuestro secreto de confesin; qu iluso! Logr dominar tanto su mente qu
e nuestra cita
semanal se hizo necesaria para que lo flagelase, y luego le brindara sexo perver
so. Mira qu intenso y puro
era el amor que yo sent por Castellanos que para vengar su muerte me acost en vari
as ocasiones con su
verdugo. Gracias a Dios que esta locura ya se acab porque no soporto verle la car
a el maricn de tu
marido. Es un ser morboso, pattico.
Ahora que todas las cartas estn lanzadas sobre la mesa, ahora que no hay escapato
ria para ninguno de
los tres, solo espero que entiendas el rol importante que t has desempeado en este
tringulo diablico de
sexo, fe, amor y locura. Quiero que te concentres en algo muy delicado. Si lo an
alizas en fro, el cerdo de
Bentez nos destruy a ambos. Me explicar mejor: en el pasado, te enamoraste de l, inc
luso antes de
imaginar que yo exista, antes de sospechar que alguien quera destruirlo. Le amaste
perdidamente, pero l te
minti desde el primer da, porque fuiste usada de la manera ms vil y asquerosa. En s
u fuero interno, tu
marido aceptaba su condicin, su deseo desenfrenado por los del mismo bando corpor
al. Mis acciones, pues,
fueron producto del destino. Realmente, yo no te destru; l fue tu perdicin, que te
arrastr al infierno. Pero
eres valiente. Debes buscar la manera de reponerte, aun cuando el mtodo sea difcil
o peligroso. Lo que te
aconsejo es que proclames tu verdad a los cuatro vientos. Bentez debe ser acusado
por sus crmenes. Al final
de esta carta te anexo la lista de sus ejecuciones ms notorias por la crueldad de
splegada. Estas son pruebas
que van camino al cuartel general, pero tu testimonio de la homosexualidad del v
erdugo que, repito, nos
acab a los dos, ha de ser crucial para humillarle, para pagarle con la moneda del
desprecio eterno. Eso lo
matar, le llevar directo al suicidio, porque la cobarda de los militares al verse d
escubiertos es muy
normal.
S que ests pasando por un momento difcil porque nadie dar crdito a tus palabras. Pero
, sumadas a
las de un sacerdote enfermo como yo, creme que darn mucho de que hablar. Solo te rue
go que no
menciones mi apetencia sexual porque eso te restara credibilidad y anulara la posi
bilidad de que tu
testimonio sea odo, en perjuicio del militar maricn. Puedes, al principio, alegar
que lo viste con otro
hombre, sin entrar en mayores detalles. Luego vendr mi confesin para apoyarte. Lo
importante es
desenmascararle a todas luces. Por tus padres no te preocupes, ellos tienen inte

reses especiales y t no entras


en esa lista. No te van a creer un solo punto, a menos que te arranques la vida
en pblico y logres darle vida
a tus argumentos. Incluso, tal vez se arrepientan de haber dudado de tu palabra;
eso es tpico en los padres
castradores o dictatoriales. No te estoy pidiendo que te inmoles, pero no espere
s ayuda en tu hogar, porque
tu pecado es maysculo. Si saben que te follabas a un cura, que tambin era amante d
e tu marido, te tildarn
o acusarn de pertenecer a alguna secta satnica, de ser rebelde contumaz contra la
Iglesia o hereje
consumada. Eso es inaceptable para la fe del pueblo y va contra las aspiraciones
sociales de don Toribio.
Pero recuerda que si en el fondo deseas acabar rpidamente con el dolor moral, una
bala de la Luger de tu
padre, joder!, terminara con esta pesadilla. Sera, adems, el mejor epitafio para tu
queridsimo Pachi, el
marica del ejrcito, un buen cierre para un teatro del horror. Te imaginas: t y yo n
os suicidamos para
destruir a un futuro ministro de la Defensa en Espaa? Vamos, que es broma lo del
suicidio, pero es una
solucin posible, nada descartable. Pinsalo bien. Total, ya no vales nada como ser
humano.
Ya aclaradas las situaciones acerca de la persona que nos minti, pienso que no me
queda ms que decirte.
Pido perdn, si es que deseas concedrmelo. Y si no, me da igual, t solo fuiste una vc
tima accidental. Tal
vez nos veamos en la mansin del mismsimo purgatorio, a ver si es que tenemos salva
cin.

El texto desnud el lado perverso de mi princesa encantada . La sugerente carta revol


vi todas las sensaciones
avinagradas de un alma en pena. La ltima apuesta del sacerdote alcanz su cometido.
Mara Fernanda comenz a
planificar la forma de retribuir su desdicha en la imagen del hombre que, en efe
cto, minti primero. Las palabras del
vengador posean el sello de la verdad, dolorosa pero real. Luego de repasar la ca
rta lnea por lnea en repetidas
ocasiones, Mara Fernanda dise un plan macabro con la intencin de lograr dos objetivo
s. El primero,
desenmascarar al fementido general; el segundo, demostrarle a su padre que ella
tena razn, haciendo as de don
Toribio cmplice involuntario de su muerte. Solo la sangre derramada poda ser el te
stigo de mayor crdito en esta
absurda contienda. Esa noche, la nia mimada decidi acabar con sus penas, sincerars
e con el Creador, y destruir a
su asesino.
Captulo 26
Mi triste orfandad antes de lo previsto
Consumada la accin suicida de mi princesa encantada , los acontecimientos se desenca
denaron en forma
esquizofrnica. Don Toribio pact con el gobierno a cambio de no perder sus bienes.
Acept manejar la muerte de
su hija en forma polticamente aceptable, con la garanta de que Bentez sera ajusticia
do. El nombre de Iribarren se
asom ligeramente como parte del tringulo, pero no se pudo establecer vnculo alguno
con la homosexualidad del
general. Los jerarcas de la Iglesia en Madrid buscaron la forma de aplacar el te
nue ruido en su contra porque era el
prelado con mayor nmero de fieles en toda la comunidad. Unos das, luego del velori
o y entierro de la dama
depresiva, el prroco fue trasladado a Argentina, encargado de la congregacin en la
ciudad de Rosario. La
despedida se torn estruendosa porque los miles de seguidores que asistan constante
mente a los sermones lloraron
desconsolados su partida. Por otra parte, al general Bentez, mi padre, le fue neg
ado el ascenso a ministro de
Defensa. Para disimular su desgracia le trasladaron a Pars, con el cargo de agreg
ado militar en la cuidad. Era una
posicin encargada de asuntos sin relevancia, una degradacin disimulada. Todo Madri
d chismoteaba sobre el caso.
Las conjeturas iban y venan, se colaron mensajes algo clasificados sobre los crmen
es sexuales del general, no
probados, pero lo suficientemente escandalosos como para mancillar las credencia
les del antiguo hombre fuerte del
ejrcito espaol.
Pasadas cuatro semanas en el cargo, y amoldndonos todava al fro social de la Ciudad
Luz, una tarde mi padre
sali en comitiva para visitar unas instalaciones responsabilidad del mando espaol.
Tomaron un atajo por sugerencia
del gua, algo nada usual en el recorrido. Se adentraron por unas oscuras callejue
las, cerca de un barrio rabe.
Cuatro asaltantes irrumpieron en el pasillo, camuflados en la penumbra de la noc
he. A punta de pistola conminaron a
los despistados oficiales a entregar sus pertenencias. Incluso pap les entreg la b

illetera con todas las fotos de mi


nacimiento, junto a mam, la siempre amada, eterna y nica princesa encantada . Mi padr
e quera preservar la vida,
anhelaba dedicarla a mi cuidado y compensar as en cierto modo el dao que le haba he
cho mi madre. Pero el
destino quiso otra partitura para la pera. Tres detonaciones retumbaron entre los
muros de ladrillos amarillentos,
tres balas atravesaron la espalda de mi padre. Una le parti el corazn en dos pedaz
os, matndole en el acto y
segndole el aliento para siempre. Los otros dos oficiales a su lado trataron de i
ntervenir, pero fue tarde, no hubo
tiempo para nada.
En menos de dos meses qued solo en este conflictivo mundo, con apenas seis aines , co
mo acostumbraba

decir mi abuela paterna. Me qued primero sin mi princesa encantada , como la haba lla
mado desde que empec a
hablar. Le regal ese bello apodo porque para m ella era perfecta, hermosa, sublime
, bella, siempre dispuesta a
cobijarme con sus caricias y mimos. De nio nunca entend por qu se fue de mi lado, s
i para ella yo representaba el
rey de su corte. Pasaron los aos. Los recuerdos, plasmados en escuetas notas de p
rensa, reseaban el suicidio por
depresin de Mara Fernanda, la mujer de alta sociedad que todo lo tuvo, menos el am
or bonito. Al poco tiempo,
pap cay muerto en Pars en un extrao robo, difcil de creer. El tiempo me demostr que do
s posibles culpables
actuaron en complicidad. No se pudo comprobar si las balas criminales fueron dis
paradas por soldados franquistas
para acallar verdades sobre las acciones desviadas de mi padre, o si, por el con
trario, mi abuelo materno lav con
sangre la ofensa contra su apellido.
A fin de cuentas, yo me convert sin pedirlo en el testigo de un destino perverso
que nunca quise vivir. Tristemente,
con el paso de los aos, descubr la maldicin que pesaba sobre mi familia. Lo irnico e
s que a estas alturas, con la
muerte de Iribarren, todava no s a quin culpar: si a mi padre por haber mentido y v
iolentado la inocencia de mi
madre ocultndole su pecado carnal, o si al bastardo, engaoso sacerdote, que por ve
ngar un amor bonito destruy
la vida de todos. Lo que s s es que mi abuelo paterno siempre tuvo razn de sobra cu
ando deca: Quien siembra
odio, cosecha sangre .
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Informacin sobre el autor


Carmelo Di Fazio
Carmelo Di Fazio, naci en Puerto Ordaz (Venezuela), el 12 de enero de 1968. Se gr
adu en la carrera de
publicidad y mercadeo de Caracas en el IUNP, y adems curs dos aos de finanzas mencin
gerencia empresarial
en la Universidad de Vargas. Carrera que no culmin, pues fue seducido por la publ
icidad y la televisin, labores que
ha desenpeado con xito en los ltimos veinte aos. Quin invent la crisis ? es su primer
a, y ha significado
para el autor un renacer de sus sueos juveniles, cuando ansiaba ser escritor.
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