Documento Completo. Negroni PDF
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En 1965, en la revista mexicana Dilogos, Pizarnik public La condesa sangrienta, una especie de relato potico,
escrito tras la lectura del libro de Valentine Penrose de 1963, Erzbet Bthory, la contesse sanglante. Pizarnik reedit
su texto al ao siguiente en otra revista de Buenos Aires, y en libro en 1971 (Buenos Aires, Aquarius).
Sobre esta aguda intervencin de Negroni en la historia crtica de la lectura de Pizarnik, conviene
subrayar adems algunos filos de especial importancia. Vale advertir que estamos ante un ensayo de
historia literaria. Quienes compartimenten correspondencias entre registros de escritura y gneros del
saber de un modo ms o menos rgido y convencional, podran suponer que la prosa crtica de Negroni
poco tiene que ver con los propsitos de la historiografa literaria. La suposicin sera completamente
errnea. Cuando la ensayista ilumina y describe el trascurso de la poesa de Pizarnik en contrapunto con
las tensiones de ciertos gneros de la modernidad las luces del saber de la era burguesa, la pulsin
romntica, las turbias tinieblas del Gtico revela de un modo histricamente preciso y fundado (y,
posiblemente, como no se haba hecho hasta ahora) por qu razones especficas la obra de Pizarnik es un
momento clave en el proceso cultural del que nosotros mismos, por supuesto, formamos parte (lo que en
otras escrituras se nos aparecera como erudicin rigurosa, cotejo documentado u otras retricas
laboriosas de la burocracia cultural, respira aqu, en cambio, el perfume definido de lo que cabra llamar
pasin por los libros, pasin de los libros: es por la atenta y dedicada paciencia de esa afeccin como
sabemos por este libro qu hay en Pizarnik de Becket, de Caroline de Gnderrode, de Valentine Penrose,
de Masoch, de Sade, de Bataille, de algunos venerados clsicos del gtico, de ciertas tradiciones mticas).
Dicho de otro modo, El testigo lcido nos hace saber cmo se vincula la escritura de Pizarnik con nuestra
condicin histrica o, como lo anota Negroni, con la sensibilidad contempornea. El modo en que,
segn este libro, Pizarnik resuelve, disolvindolas mediante una particular recurrencia al gtico, las
agitaciones desgarradas de la subjetividad histrica de la que suea desujetarse, es una leccin y un
captulo de historia social de la literatura argentina: el ensayo nos revela cmo cada uno de los ardides
y estratagemas poticas de una escritura, advertidos en una lectura entregada al amor experto del poema,
dice algo acerca de nuestro modo de estar en el mundo y, sobre todo, le hace algo a nuestro estar en el
mundo.
En qu consiste entonces, especficamente, ese descubrimiento que leemos en El testigo lcido?
Responden en este libro algunas figuras formularias de especial eficacia: un pathos que levanta lo
inactual como estandarte y hace de la errancia imaginaria un baluarte contra la escena iluminada de la
Historia, anota Negroni; y ms adelante: los textos de sombra de Pizarnik son como el castillo gtico a
la sociedad burguesa: una pedrada contra toda imagen edificante del ser humano.2 Lo que Negroni
descubri aqu, entonces, es que la apuesta de Pizarnik, ese autoirnico ir nada ms que hasta el fondo,
consisti en tomarse del todo en serio el desafo de la poesa moderna, la que va digamos de los
romnticos a las vanguardias, hasta desmentir cualquier ilusin de efecto utpico, constructivo o
bienpensante que pudiese atribuirse al impulso corrosivo de esas polticas de la literatura. He ah el
crimen: sta, la que yace muerta aqu por el crimen de la escritura de Pizarnik, es la ilusin modernista de
la poesa del porvenir. Con los sueos del poeta moderno no es posible hacer nada ms que asesinarlos,
dira Pizarnik segn la lectura que propone este ensayo. Hay un momento del texto en que el hallazgo se
explica con especial claridad, cuando Mara Negroni contrapone a Pizarnik empeada en no dejar en
pie ni a la mera poesa con el optimismo de Breton:
En el Segundo Manifiesto del Surrealismo (1930), Andr Breton recuerda un cuento de
Alphonse Allais en el que un sultn, abatido por el tedio, ve danzar a una joven muy bella
cubierta de velos. Cada vez que la bayadera se detiene, el sultn ordena a sus visires que
hagan caer uno de sus velos. Y as, hasta que acaba de caer el ltimo y el sultn hace una
nueva seal, indolente, para que se la desnude: se apresuran a desollarla viva.
Breton no se desanima; para l, la bayadera que no ha dejado de danzar prueba que
toda rosa, aun privada de sus ptalos, sigue siendo la rosa. Y, sin embargo, lo que danza al
final se parece ms a ese manojo de aspecto srdido que queda, segn Bataille, cuando a
una corola se la despoja de sus ptalos. Lo que danza al final, a pesar del optimismo
bretoniano, no es otra cosa que un cadver.3
Una de las claves de esta diferencia irreductible que Negroni ha advertido es la que leemos unas
pginas antes, cuando El testigo lcido sugiere algo as como una correccin del mito freudiano de la
horda primitiva y del asesinato del Padre: el fundamento de esta construccin es el motivo del
crimen, no de un hombre por otros sino, en la estela de la imagen bretoniana, el crimen de una mujer;
pero ya contra los lmites de gnero del mandato surrealista este crimen ha sido ejecutado por otra
mujer, que, adems, en el asesinar a esa otra se autoaniquila, como expediente obligatorio para alcanzar
2
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una libertad por tanto imposible. En relacin con esto, la importancia del libro de Negroni se confirma
cuando notamos que se trata de una intervencin tambin respecto de esos otros dos lugares comunes que,
como vimos, se articulan en su lectura y resultan as iluminados de una manera novedosa: la relacin de la
poesa argentina con el surrealismo, y los debates sobre gnero. Pens que los textos malditos se
erguan, frente al resto de la obra, como un testigo lcido (la expresin es de Aldo Pellegrini) pero no se
le oponan, explica Negroni en el prlogo: Pizarnik queda inscripta, as, en la tradicin de los usos
argentinos del surrealismo, pero como nos muestra luego Negroni en el contraste irreductible con
Breton esa inscripcin se configura mediante un giro en femenino que traza, entonces, una diferencia
radical y profundamente contra-ideolgica con esa tradicin; un giro que, a su vez, no parece recuperable
desde una perspectiva simplemente feminista con la que ni Pizarnik ni Negroni tendran mucho que ver.4
Pizarnik ha acatado del modo ms fiel, es decir ms extremista, el mandato de la vanguardia, dira
Negroni, echando la testificacin lcida de esa sombra sobre el sueo luminoso que haba perseguido en
su obra ms visible. Tras ese sacrificio, lo que persiste de la belleza, de la rosa, es no ms que un manojo
de aspecto srdido, un cadver textual con apenas memoria de exquisitez alguna, la ruina del poema;
por eso, en otro momento, Negroni pregunta, casi retricamente, si, ante una poesa como sta, hay algo
que festejar. He ah, creo, la poderosa interpelacin histrica que esta lectura de Pizarnik les propone a los
programas de la modernidad literaria: cmo podra haberlo, si se trata de abrir, como lo hace la Condesa,
una caja de Pandora; si estamos ante poemas impulsados por una poltica del deseo que coincide con una
tica del desastre; ante un holocausto cultural que no consuela; ante una escritura en que el lenguaje
inaugura la noche marginal de su infortunio; ante una potica que mancha la hermosura intacta de lo no
dicho. As, este libro permite entender qu quiso decir Pizarnik cuando al final de La condesa sangrienta
remata con esta frase: la libertad absoluta de la criatura humana es horrible. Digamos: la libertad
absoluta de esto que la Historia ha querido hacer de nosotros, y de lo que no quiere dejarnos escapar sino
en la tumba, es horrible.
Por eso, me permitira sospechar que ya no tanto en la sola enunciacin potica de Pizarnik sino,
ahora, en la enunciacin crtica de Mara Negroni, se vislumbra una apuesta cuidadosa, no ilusoria pero
adems de prudente afirmativa, contra los lazos funestos en que hubieron de aprisionarnos las formas
histricas de la subjetividad frente a las que se debate el impulso trgico de experiencias como la de
Pizarnik. Que ya no sea posible escribir poesa como en la era en que Pizarnik lo hizo, que podamos
advertirlo, permitira conjeturar que tal vez alcancemos a escribir o leer una literatura en que el yo es
otro de Rimbaud haya dado lugar al reemplazo de la gramtica carcelaria de la persona por otra forma de
hacernos una subjetividad (o, mejor, de darnos eso de lo que todava no podemos hablar sino con la
nocin de subjetividad, palabra que una mirada polticamente crtica podra conjeturar anacrnica).
Miguel Dalmaroni
La figura de la mujer que en el asesinato de otra mujer se asesina, remite en el contexto reciente de la crtica literaria
argentina firmada por mujeres a la figura de las mujeres que matan hombres propuesta por Josefina Ludmer a partir
de su lectura de textos firmados por hombres como La bolsa de huesos de Holmberg, Saverio el cruel de Arlt,
Emma Zunz de Borges o Boquitas pintadas de Puig. La lectura de Negroni (mujeres que matan mujeres como
figura de la fundacin imposible de la cultura por el crimen y, luego, como impugnacin de las ilusiones del varn de
vanguardia) permitira volver sobre esa proposicin de Ludmer, completarla, discutirla, etc. (Ludmer, Josefina,
Mujeres que matan, en El cuerpo del delito. Un Manual, Buenos Aires, Perfil Libros, 1999, pp. 354 y sigs.).