Anonimo - Cuentos Populares Suizos
Anonimo - Cuentos Populares Suizos
Anonimo - Cuentos Populares Suizos
Annimo
Annimo
Pgina 2 de 31
Annimo
Pgina 3 de 31
Annimo
Pgina 4 de 31
Annimo
afilador de tijeras y le compr por una gran suma los dorados piojitos
bailadores.
Podis imaginaros lo que, ante todo, se compraron los vagabundos con
este dinero? Un peine muy fino. Con l pein la madre los cabellos de sus
hijos y sac de ellos todos los piojitos. Desde entonces no tuvieron ya que
rascarse ms y pudieron dormir en adelante tranquilos. No poda negarse
que eran la gente ms feliz de este mundo.
La princesa lament, sin embargo, durante toda su vida que el orfebre del
rey no fuera capaz de fabricar piojitos que no slo caminaran y bailaran,
sino que pudieran tambin morder.
S, s; as son las princesas.
La grave enfermedad
Hubo una vez un chiquillo que no poda decir "por favor", ni tampoco
"gracias". Estas dos palabritas tan corteses no queran sencillamente
salirle de la boca. Sus padres se enfadaban mucho por ello, y el abuelo
an ms. Pero la abuela contemplaba al muchachito, y senta dolor.
- Est enfermo - dijo al fin -. Llamad al mdico!
Vino el doctor, y examin con cuidado al chiquillo.
- No tiene absolutamente nada en el cuello ni en la lengua - dijo el sabio
hombre, y se march de nuevo.
- As, pues, tiene algo en el corazn - afirm la abuela.
Nadie saba qu hacer; nadie poda ayudar. Y, sin embargo, era una grave
enfermedad y un verdadero dolor. Si vena alguna ta de visita y traa
consigo buenas cosas, corra el muchacho a esconderse detrs de la casa.
No quera recibir regalos, pues no poda decir "gracias", como manda la
buena educacin.
Una vez estaba toda la familia en el campo, en casa de unos primos y
primas. En la fiesta sirvieron mosto dulce y pan moreno recin amasado y
con ello tambin nueces tiernas. Oh, qu bueno era aquello! Y todos se
alegraron.
Pero al muchacho se le ocurri que tendra que decir "por favor" y
"gracias" y dej todas aquellas apetitosas cosas y dijo que no le apetecan;
prefera ir a ver los conejitos.
Pero, cuando estuvo con los conejitos, empezaron a correr libremente las
lgrimas por sus mejillas. Senta algo como un peso que le oprima el
corazn. Ay Era tan triste no poder decir "por favor" y "gracias"! Y el
mosto dulce era precisamente para l lo mejor del mundo.
Pgina 5 de 31
Annimo
Pgina 6 de 31
Annimo
Pgina 7 de 31
Annimo
El gran espanto
Con frecuencia me viene a la memoria el recuerdo de la pequea chiquilla
y del pequeo ratoncito, y pienso entonces en el gran espanto que
sufrieron los dos.
La pequea chiquilla estaba en su cama y proyectaba siluetas con las
manitas en la pared, pues la Luna iluminaba como una lmpara. Reinaba
Pgina 8 de 31
Annimo
Pgina 9 de 31
Annimo
La mirilla
No hay en el mundo nada tan hermoso como una mirilla. Pero tiene que
ser una verdadera mirilla, una mirilla autntica, tal como la que tena
Juanito en el monte.
Era ste un pobre chiquillo que haca ya de pastor. Caminaba descalzo y
con los pantalones desgarrados. Tosa con frecuencia, y su rostro era
plido y delgado. En invierno sufra hambre con su madre en el albergue
de los pobres. El verano lo pasaba en el monte.
Las gentes de la aldea le miraban compasivas, y algunas decan que no
estaba del todo bien de la cabeza. Pero esto no era ms que la opinin de
algunos. S las vacas hubieran podido hablar, ellas habran dicho algo
bien distinto. Juanito vea y oa incluso ms que la dems gente. Pero de
ello no hablaba con las personas inteligentes, sino tan solo alguna vez con
su madre enferma. A las vacas les hablaba tambin muchas veces en el
monte. Cuando las vacas pacan tranquilas y calladas, masticando las
hierbas del monte entre la recia dentadura, le escuchaban a l
apaciblemente. Muchos profesores sentiran una gran alegra de poder
tener alumnos que estuvieran tan atentos como ellas.
Juanito dorma por las noches en una cabaa del monte. Bajo el tejado,
muy cerca de la pared de tablas, tena l su montn de heno. Esta cama
no la hubiera cambiado l por ningn lecho con dosel de un rey.
Algunas veces, sin embargo, haca mucho fro all arriba, y entonces se
pasaba Juanito tosiendo todo el da siguiente.
- Baja con nosotros! Nuestro albergue es ms clido - le deca entonces el
buen vaquero.
Pero esto no poda hacerlo Juanito, pues en la pared de tablas haba una
pequea mirilla redonda. Y no quera abandonarla.
Por la maana, en cuanto abra los ojos, estaba ya ante l la escala
celestial. sta conduca desde su lecho, oblicuamente, hacia las alturas.
Por all suban y bajaban las pequeas criaturas del Sol. Llevaban
brillantes coronas sobre sus cabecitas y le saludaban dndole los buenos
das. l era el rey del Sol y saludaba a todos bondadoso. Luego se
levantaba y sala fuera de la cabaa para saludar a su reina. sta
esperaba ya sobre el monte, revestida, por amor a l, del valioso manto de
Pgina 10 de 31
Annimo
Pgina 11 de 31
Annimo
All abajo reinaba gran excitacin. El vaquero de los Alpes corra desde el
monte hasta el hogar de los pobres, en la aldea. Iba a decir a la madre de
Juanito que tena que subir al momento. Su hijito se haba tendido por la
maana con alta fiebre delante de la cabaa y estaba en trance de muerte.
Pero la madre de Juanito tosa tambin muy fuerte y no poda levantarse
del lecho.
Juanito lo saba. Se desliz con su acompaante a travs de la ventana
abierta y lleg hasta el lecho de su madre, en la casa de los pobres.
- Reina madre - dijo -. Levntate y ponte tu ms bello vestido! Ponte
tambin la corona! Ests invitada all arriba como husped.
Entonces resplandecieron los ojos de la madre como el Sol, y sigui a su
hijo, y fue recibida all arriba, como l, con brillantes honores.
De la casa, empero, de los pobres, sacaron a la maana siguiente dos
atades negros, y las gentes de la aldea colocaron flores sobre ellos,
piadosamente.
Federiquillo el mentiroso
El pequeo Federico era un hermoso chiquillo, de rizados cabellos; pero
toda la gente de la aldea le llamaba siempre Federiquillo el Mentiroso.
Cuando por la noche vea volar un murcilago, corra hacia su casa y
gritaba: "He visto volar un dragn en persona!" Y, cuando haba
escardado un cuarto de hora en el jardn de su abuela, afirmaba despus
grave y firmemente, que haba estado arrancando, durante siete horas
enteras, malas hierbas del jardn.
- Federiquillo, di la verdad! - le reprenda su madre cuando le oa hablar
as.
Y cada vez gritaba Federiquillo indignado:
- sta es la pura verdad!
- Es y seguir siendo Federiquillo el Mentiroso - deca enojado su padre, y
recurra de vez en cuando al bastn.
La madre, sin embargo, se afliga.
Un da apareci rota en el suelo de la cocina la taza del padre, que tena el
reborde y el asa dorados.
- Federiquillo, qu has hecho? - grit su madre.
- Nada. Estaba yo tranquilamente en la puerta de la cocina cuando vi
cmo esta mesa empezaba de repente a moverse. Todas las tazas saltaron
y la dorada ms alta que ninguna. De pronto empez a danzar en crculo,
pero cay por el borde de la mesa y se rompi. S, as ha ocurrido. Lo he
visto con mis propios ojos.
Pgina 12 de 31
Annimo
Pimentilla en la ratonera
Pimentilla era el decimotercer hijo de un pobre zapatero. Era el ms
pequeo de todos los hermanos.
Cuando los domingos se fatigaba demasiado durante el paseo y se
quedaba rezagado, se lo meta el padre en su bota. Entonces poda mirar
l hacia la caa de la bota y coger las briznas de hierba que le rozaban la
naricita al pasar. Tan pequeo era Pimentilla! Pero era tambin tan
inteligente como sus hermanos mayores y tena, adems, muy buen
corazn.
Un da le dijo a su padre:
- Padre, yo veo cmo tienes que matarte a trabajar por tus trece hijos. Me
das lstima! Djame salir a m a recorrer el mundo. Quiero tambin yo
ganar algn dinero. Entonces lo pasars t mejor.
Pgina 13 de 31
Annimo
El padre ri de buena gana por esta ocurrencia y le dej partir. Pens para
s: "No llegar muy lejos; de modo que mi hijo mayor podr alcanzarle por
la noche y traerle de nuevo a casa". Pero el padre, al pensar as, contaba
solamente con las cortas piernecitas de Pimentilla y no con su despejada
cabeza.
En efecto, apenas estuvo Pimentilla en la carretera, pas corriendo desde
el campo un bonito ratn por su lado.
- Alto! - grit -. Quieres ser t mi caballo? Te llamar mi corcel gris.
Esto lisonje enormemente al ratn. Dej que montara Pimentilla sobre l,
y as emprendieron el galope hacia el ancho mundo. Pero cuando se hizo
de noche, sintieron los dos hambre.
- Qu desearas comer t? - pregunt Pimentilla.
- Lo mejor para m sera un sabroso pedacito de grasa - dijo el ratn.
- Para m tambin - dijo el pequeo jinete.
Se hallaban justamente a la sazn delante de la tienda de un panadero.
Como la puerta estaba slo entornada, penetraron resueltamente por ella.
En la tienda haba cosas maravillosas: pan, pasteles y todo gnero de
dulces de azcar.
- Pero grasa no se ve por ninguna parte - dijo Pimentilla tristemente.
- S - dijo el ratn -, yo la huelo.
Y comenz a buscar por todos los rincones. De repente dio de narices con
una ratonera.
- Ah! - grit -. Aqu dentro hay grasa! Pero no me fo mucho de esto.
Entra t a verlo; t eres ms listo que yo.
Esto no se lo hizo repetir. Sin vacilar, Pimentilla se meti dentro de la
trampa. Pero clap!, sin saber cmo, se encontr de golpe prisionero. El
ratn lloraba desconsolado.
- Ahrrate las lgrimas - dijo Pimentilla. - La grasa ya la tenemos. Toma,
come, y ponte a dormir! Y gracias por el hermoso da! Sin ti no hubiera
llegado yo tan lejos.
El ratn se consol muy pronto, pues la grasa era de la mejor y, adems,
estaba asada. Cuando hubo comido, se desliz tras un saco de harina y
durmi toda la noche de un tirn.
Pimentilla pase arriba y abajo por su inesperada crcel y examin
cuidadosamente los barrotes.
- Cerrado, cerrado - dijo luego -; pero maana ser otro da.
Se tendi sobre la oreja izquierda y pronto qued maravillosamente
dormido. Y a poco so que era tan rico que poda arrojarle el oro a su
padre a paletadas bien repletas.
Al da siguiente por la maana entr el panadero en la tienda. Era un
hombre muy gordo, con una barriga muy gruesa.
- Buenos das, Barriguita! - grit Pimentilla.
Pgina 14 de 31
Annimo
Pgina 15 de 31
Annimo
El patn de ruedas
Si se te ha metido algo en la cabeza, puedes empezar a sacrtelo - le dijo
una pobre viuda a su hijita.
En efecto, a la nia se le haba antojado tener patines, y era imposible
apartarle de esta idea.
- Zapatos nuevos necesitaras t - le dijo la madre -, y yo tambin. Fjate!
Pgina 16 de 31
Annimo
Pgina 17 de 31
Annimo
Pgina 18 de 31
Annimo
El caballito blanco Hh
La abuela tena un banquillo blanco, como un escabel, para poner los
pies.
Lo tena en gran estima, y Hansli lo estimaba tambin: era su caballito
blanco Hh. Con l poda cabalgar alrededor de la mesa redonda, y,
cuando la puerta de la habitacin contigua estaba abierta, corra hasta
delante de la cama de la madre y volva. Con esto, sin embargo, Hh
tena bastante. Detrs de la cmoda estaba su establo. All poda dormir el
caballito y comer avena, tanto como quisiera.
Un da estaba Hansli completamente solo en casa, mientras su madre y su
abuela se hallaban en la lavandera. Slo el caballito blanco Hh estaba
todava arriba. Entonces sucedi que el caballito empez a relinchar y a
hollar con la pata.
- Quieres salir fuera? - pregunt Hansli.
Pgina 19 de 31
Annimo
La buena ardilla
rase una vez un nio chiquitn. Este nio era solamente la mitad de
grande de lo que eran los dems nios de su edad. Su padre le llamaba
Lu: nombre bonito y breve. Su madre le llamaba Lulu. Su abuela, empero,
Pgina 20 de 31
Annimo
Pgina 21 de 31
Annimo
Pgina 22 de 31
Annimo
Pgina 23 de 31
Annimo
El agujero en la manga
El muchacho de quien hemos de contar ahora tena un gran agujero en la
manga. Esto le daba tanta vergenza, que en la escuela no le era posible
prestar en absoluto atencin a las explicaciones del maestro.
Su madre no poda remendrselo; trabajaba en casa de gente extraa.
En su apuro se dirigi el chiquillo a las muchachas y les dijo:
- Quin quiere zurcirme mi juboncillo?
Pero las muchachas, ocupadas en jugar al escondite, no tenan tiempo
para ello.
Entonces se dirigi el muchacho a las mujeres y les dijo:
- Quin quiere zurcirme mi juboncillo?
Pero las mujeres tenan que lavar los platos, y as le contestaron.
- Vuelve maana!
Pero el muchacho no se atrevi a ir de nuevo a la escuela con el agujero en
la manga. Se ocult, detrs de la escuela, y se encamin presuroso al
bosque. Mir hacia el tierno follaje de primavera y pregunt al cielo azul:
- Quin me zurcir mi juboncillo?
Entonces, ante sus narices, descendi6 una araa a lo largo de un hilo. El
muchacho record, al verla, una cancioncilla que le haban enseado en la
escuela:
Oh araa de larga patita!
Es tu hilo como seda finita.
Ligero, aadi a la cancin:
Zrceme t, araa, por favor
el agujero de mi jubn,
para que yo, ay, pobre de m!
pueda a la escuela hoy asistir.
La araa se desliz por su hilo hasta el chiquillo y contempl con atencin
el gran agujero de la manga. gilmente corri de un lado a otro y anud,
de arriba abajo, firmemente, los hilos. Luego corri en crculo alrededor
del agujero, cien veces quizs, y no ces de enlazar hilo con hilo, hasta
que todo el agujero qued oculto por ellos, magnficamente entrelazados.
- Cunto tiempo durar el zurcido? pregunt el chiquillo.
Pgina 24 de 31
Annimo
Pgina 25 de 31
Annimo
As caminando, lleg hasta los sombros abetos. Bajo sus pies cruja una
alfombra de millones de pardas agujas. En lo alto rumoreaba el viento,
entre las verdes copas de los altivos abetos gigantes. Pero junto a ellos se
alzaban tres pequeos abetos en la oscuridad, los cuales no tenan una
sola ramita verde.
- Por qu llevis vosotros un vestido tan pardo de luto? Oh, explicadme
vuestra historia! - rog la pequea.
Entonces tom la palabra el mayor de los tres jvenes abetos y dijo:
- Nosotros somos los ms jvenes abetos de este bosque, y queramos
levantarnos juntos los tres hacia el sol; pues habamos odo decir que era
hermoso y bueno, y era un rey. As, pues, nos pusimos nuestros vestidos
de fiesta y extendimos los brazos; pero nuestros hermanos mayores nos
cerraron el camino.
" - A nosotros nos pertenece el Sol! - dijeron ellos -. Nosotros somos ms
grandes y hermosos que vosotros. Deberais avergonzaros. Ocultaos!
" Orgullosos, se elevaron ellos cada vez ms altos, ms altos, hasta que
llegaron al Sol. Entonces celebraron una fiesta e invitaron a todos los
pjaros cantores del bosque.
" - Hacednos tambin un poco de sitio! - rogbamos nosotros cada da.
" No pretendamos ms que ver solamente el manto del rey Sol; pero
nuestros hermanos mayores extendan rumoreando sus vestidos y nos
ocultaban, para que el Sol no pudiera encontrarnos. Entonces dejamos
caer nosotros el vestido verde de fiesta y nos vestimos de pardo luto. Este
luto lo conservaremos nosotros hasta nuestra muerte, que bien pronto
habr de venir."
Entonces pregunt la nia:
- Es esto un cuento o una historia verdadera?
Los tres pequeos abetos guardaron silencio, pero dejaron caer sus
agujas, y con esto pareci como si lloraran.
La pequea muchacha fue a buscar una azada y arranc con ella, uno
despus de otro, a los pequeos abetos y los plant de nuevo en el borde
del bosque. Busc luego agua del manantial y les dio de beber. El Sol se
asust cuando vio a las tres criaturas del bosque con su vestidito de luto.
Les acarici con sus rayos y les consol:
- Pronto ser mejor vuestro aspecto. Mis rayos tejern para vosotros el
ms hermoso vestido de fiesta, y yo estar a vuestro lado desde la maana
hasta el anochecer.
Sigui entonces la pequea muchacha su camino. El sendero del bosque
corra recto, y no pareca tener fin.
De repente, sinti la nia un escalofro en las espaldas; en medio del
camino yaca una pequea ardilla que agonizaba a causa de una herida en
el cuello.
Pgina 26 de 31
Annimo
Pgina 27 de 31
Annimo
Pgina 28 de 31
Annimo
Pgina 29 de 31
Annimo
Pgina 30 de 31
Annimo
sencillamente: Plaf!, golpeando con sus fuertes puos contra los cristales.
Oh, cun alegre son! La casita de cristal qued rota, y la pequea
prisionera sali de un brinco de su interior.
Qu maravilloso era el aire all fuera! Y cun grande y amplio era el
mundo! All se poda danzar. Las hojas danzaban, los nios danzaban. Los
delantales y las faldas y las cabelleras danzaban, y, ms alegre que
ninguno, danzaba tambin el corazn de la nia. El viento silbaba una
cancioncilla, y los nios gritaban jubilosos de alegra.
De repente apareci la madre. Al ver a la nia fuera de la casita, juntando
las manos derram grandes lgrimas. Tema que ahora tendra que
enfermar la delicada nia, y morira.
Pero la nia no se puso enferma ni tuvo tampoco que morir. Sus mejillas
se colorearon, brillaron ms claros sus ojos, y toda ella floreci y se hizo
cada da ms bella.
- Jujui! - ri el diablillo, mientras la madre recoga los pedacitos de
cristal.
Luego salt a horcajadas sobre el viento, y ste se lo llev consigo.
Adnde? Esto no lo he sabido yo nunca, pues en su gran prisa se olvid
de contrmelo.
Pgina 31 de 31