Raniero Cantalamessa-La Santidad
Raniero Cantalamessa-La Santidad
Raniero Cantalamessa-La Santidad
Raniero Cantalamessa
“Ya habéis visto lo que he hecho con los egipcios y cómo a vosotros os he
llevado sobre alas de águila y os he traído a Mí. Ahora, pues, si de veras escucháis mi
voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los
pueblos, porque mía es toda la tierra. Seréis para mí un reino de sacerdotes y una
nación santa.”
Con estas palabras que Dios dirige a Moisés, se abre el relato de la alianza
del Monte Sinaí. Estas palabras presentan ante nuestra mirada una visión grandiosa.
Todo lo que Dios ha hecho hasta ahora, es decir, la creación del mundo, la Pascua, la
liberación de Egipto, todo tenía la finalidad precisa de establecer con el pueblo una
alianza y hacer de él una nación santa. La santidad del pueblo se nos presenta como
la finalidad y el contenido de la Historia de la Salvación.
La santidad es el tema dominante del libro del Levítico, en el que leemos: "Sed
santos, porque yo Yahvé, vuestro Dios, soy santo". En el Deuteronomio comienza a
clarificarse qué significa ser santos. "Tú - se lee - eres un pueblo consagrado a Yahvé
tu Dios. Él te ha elegido a ti para que seas el pueblo de su propiedad personal".
Pasión, la Resurrección) tenía esta finalidad: formar un pueblo santo, una Iglesia
santa.
"Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo
adquirido".
De aquí brota el gran mandato que leemos en la misma carta de Pedro, que
constituye el tema de esta Asamblea:
"Así como el que nos ha llamado es SANTO, así también vosotros sed santos
en toda vuestra conducta, como dice la Escritura: Seréis santos porque yo vuestro
Dios soy Santo".
Nuestra primera tarea es, pues, liberar la palabra SANTIDAD. Tenemos que
liberar esta palabra que está prisionera, tenemos que liberar la palabra SANTIDAD de
todo lo que inspira miedo, presentándola como un ideal demasiado alto para criaturas
hechas de carne y sangre como nosotros, como si hacerse santos significase
renunciar a ser hombres o mujeres normales, plenamente realizados y felices en la
vida. Es este un prejuicio difundido, debido quizá al hecho de que en el pasado se
ha unido frecuentemente la santidad a realizaciones particulares, éxtasis, milagros,
fenómenos extraordinarios, que no son lo esencial de la santidad.
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"Así como el que os ha llamado es santo, así también vosotros sed santos
en toda vuestra conducta".
Ser santos significa, por lo tanto, ser criaturas realizadas, logradas. No ser
santos significa fracasar. Lo contrario de santo, hermanos, no es pecador, sino
fracasado. Sabemos que se puede fracasar en la vida de muchas maneras. Un
hombre puede fracasar como marido, como padre, como hombre de negocios, como
político... Una mujer puede fracasar como esposa, como madre, como educadora...
También un sacerdote puede fracasar de varias formas y un predicador también.
Pero se trata de fracasos relativos.
Uno puede ser un fracasado desde todos estos puntos de vista y, sin
embargo, continuar siendo una persona estimable, incluso un santo. Ha habido santos
que, humanamente hablando, han fracasado en todos los frentes, expulsados
incluso de la Orden religiosa que ellos mismos habían fundado.
Una distancia casi infinita separa el orden de la inteligencia y del espíritu del
de la materia, pero una distancia infinitamente más infinita, dice, separa el orden de la
santidad del de la inteligencia, porque es un orden que está por encima de la
naturaleza, más allá de la naturaleza. Los genios, que pertenecen al orden de la
inteligencia, no tienen necesidad de las grandezas carnales y materiales, las riquezas,
que nada les añade y nada les quita. De igual modo, los santos, que pertenecen al
orden de la caridad y de la gracia, no tienen necesidad ni de las grandezas carnales
ni de las intelectuales, que nada les añade y nada les quita. A esos, dice Pascal, los
ve Dios y los ángeles, no los cuerpos ni las mentes curiosas. Les basta Dios, como
decía Santa Teresa de Jesús: "Solo Dios basta".
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Tres palabras, por lo tanto, que constituirán los títulos de los tres momentos
que vamos a ilustrar: CONTEMPLACIÓN, APROPIACIÓN E IMITACIÓN.
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título más evocador que existe de Dios en la Biblia. El término Kados, Santo, contiene
la idea de separación, de diversidad, Dios es santo porque es el totalmente Otro,
con respecto a todo lo que la criatura puede pensar o hacer. Es "el Absoluto", en el
sentido original de "ab solutus", desligado de todo lo demás y aparte. Es "el
Trascendente", en el sentido de que está más allá de todo lo demás, todas nuestras
categorías.
S. Juan expresa la misma idea con la sugestiva imagen de la luz. Dice: "Dios
es luz y en El no hay tiniebla alguna". Dios es, pues, la fuente de toda santidad. Pero
esta santidad divina no está a nuestro alcance, es inaccesible para nosotros. Él es
espíritu, nosotros somos carne, hay un abismo entre nosotros y Él. Dice el Señor: "Yo
soy Dios, soy el Santo". Pero la consoladora respuesta a esta dificultad es que la
santidad de Dios se ha hecho carne y ha venido a habitar entre nosotros. Es lo mismo
que decir: "El Verbo se hizo carne, la santidad de Dios se hizo carne".
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Ahora pasamos al SEGUNDO momento. Así sabéis que sólo nos quedan dos
momentos. Pasamos al segundo momento que hemos llamado el de la apropiación. A
este respecto, tengo una maravillosa noticia, un alegre anuncio para vosotros,
hermanos y hermanas, este alegre anuncio no es tanto el hecho de que Jesús es el
Santo de Dios, o de que también nosotros estamos llamados a la santidad, no, sino al
hecho de que Jesús nos comunica, nos da, nos regala su misma santidad. Su santidad
es también la nuestra. Es más, Él mismo es nuestra santidad. Está escrito, en efecto,
que Dios lo hizo para nosotros Sabiduría, Justicia, Santificación y Redención. Para
nosotros, no para Sí mismo, pues Él ya era santo.
Pero posiblemente, para entender esto que quiero decir, es indispensable que
tengamos claro en la mente un concepto, una imagen: la del golpe de mano. Antes de
salir de esta Asamblea, hoy tenemos que haber dado todos un golpe de mano.
Podemos llamarlo también golpe de audacia, o golpe de genio, o golpe de fortuna.
"Golpe de mano" es una expresión típica de la lengua francesa difícil de traducir en
otras lenguas. Indica un movimiento rápido, inteligente, hecho en el momento justo,
mediante el cual se resuelve brillantemente una situación difícil, obteniendo un
resultado desproporcionado con respecto a los medios y al tiempo empleados. Es
como tomar un atajo que en un instante te lleva a la meta. Escuchemos la historia de
uno de estos "golpes de audacia" de la fe, narrado por un poeta que ya he citado. Nos
ayudará a entender de qué se trata de una manera muy concreta, muy simple. Un
hombre, dice, tenía tres hijos, que un desgraciado día enfermaron; y sabemos que
este hombre era él mismo. Tenía tres hijos, y uno de ellos después de su muerte dijo
que era un episodio de su vida. Su mujer, continúa él, tenía tanto miedo que estaba
ensimismada, sin decir palabra, y con la frente fruncida. Él, sin embargo, no; él era un
hombre que no tenía miedo de hablar, había comprendido que las cosas no podían
seguir así; por eso había hecho un gesto audaz. Al pensar en ello, incluso se admiraba
un poco pues -hay que decir la verdad- había sido un gesto atrevido. De la misma
forma que se cogen tres niños y se colocan los tres juntos, al mismo tiempo, como
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quien juega en los brazos de su madre o de su nodriza, que ríe y hace exclamaciones
y protesta porque son demasiados para poder sostenerlos, así hizo él, atrevido como
un hombre. Cogió (mediante la oración, se entiende) a sus tres hijos enfermos y,
tranquilamente, los puso en los brazos de quien carga con todos los dolores del
mundo. Y ¿quién carga con todos los dolores del mundo? La Virgen María. Y de
hecho sabemos que hizo una peregrinación de París a Sartre para confiar sus tres
hijos a la Virgen. "Mira (tomamos de nuevo el relato) - decía este hombre - te los doy,
doy la vuelta y echo a correr para que no puedas devolvérmelos. Ahí los tienes."
¡Cómo se alababa por haber tenido el coraje de hacer ese gesto! A partir de aquel día,
todo iba bien, naturalmente, porque era la Virgen quien se ocupaba de todo. Resulta
curioso que no todos los cristianos hagan lo mismo. Es así de fácil, pero nunca se
piensa en lo más fácil. Nosotros pensamos todo el tiempo en lo más difícil. En
resumidas cuentas, somos tontos, por decirlo con una palabra.
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Pero, mucho antes que S. Bernardo, otro dio este "golpe de mano", un
apóstol: Pablo. En la carta a los Filipenses, él describe su vida antes y después de su
encuentro con Cristo. Dice: "Circuncidado el octavo día, del linaje de Israel, de la
tribu de Benjamín, hebreo e hijo de hebreos, y en cuanto a la Ley fariseo; en cuanto
al celo, perseguidor de la Iglesia; en cuanto a la justicia de la Ley, intachable".
En la Biblia JUSTICIA es sinónimo de SANTIDAD. Saulo era, pues, uno que trataba de
hacerse santo con sus propias fuerzas, con la observancia de la Ley. Era incluso un
hombre irreprensible. Pero un día encontró a Cristo resucitado y oigamos qué le
ocurrió: "Pero lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de
Cristo. Y más aún, juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de
Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas y las tengo por basura para
ganar a Cristo y ser hallado en El, no con la justicia mía, la que viene de la Ley, sino la
que viene por la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios apoyada en la fe".
(Filipenses, cap. 3, 7-9).
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"Los cristianos son los santificados en Cristo Jesús y llamados a ser santos".
Una autora ha escrito: "Como la edad media se había desviado cada vez más a
acentuar el lado de Cristo como MODELO, modelo que se tiene que imitar, Lutero
acentuó el otro lado afirmando que Jesús es el DON y que sólo a la fe corresponde
aceptar este don". Una contraposición radical: Jesús como modelo a imitar. La
reacción de Lutero: No, Jesús es un don que se recibe simplemente extendiendo la
mano. Pero ahora ha llegado el tiempo, hermanos, de superar estas viejas
contraposiciones entre los cristianos, entre fe y obras, para realizar finalmente la
síntesis católica y ecuménica. Jesús es, al mismo tiempo, el DON que se ha de recibir
mediante la fe y el MODELO que hay que imitar en la vida.
Jesús mismo nos empuja a ello cuando dice: "Aprended de Mí". Y Pablo nos
lo recuerda cuando escribe: "Sed, pues, imitadores de Dios como hijos queridos y vivid
en el amor", porque el amor es el objeto principal de la imitación.
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Las obras de la carne que hay que mortificar las encontramos en la carta de
S. Pablo a los Gálatas. La tradición las ha resumido en los famosos siete vicios
capitales que, por supuesto, "nadie de entre nosotros conoce ni sabe qué son" y por
eso voy a repetirlos: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza. Aquí tenemos
nuestro campo de trabajo, los pedazos inútiles que hemos de eliminar día tras día.
Hemos visto que en su significado más antiguo la palabra SANTO quiere decir
SEPARADO, y nosotros debemos separarnos de nosotros mismos, de nuestras
tendencias malas, de la carne y del mundo. La Escritura liga esta separación del
mundo con la santidad: "Como hijos obedientes – dice - no os conforméis con las
apetencias de antes, más bien, así como el que os ha llamado es Santo, así también
vosotros sed santos en toda vuestra conducta".
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