La Respuesta - Área 51 - Robert Doherty
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ROBERT DOHERTY
LA RESPUESTA:
ÁREA 51
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Índice
Argumento.......................................................................6
Prólogo.............................................................................7
Capítulo 1.........................................................................8
Capítulo 2.......................................................................15
Capítulo 3.......................................................................22
Capítulo 4.......................................................................32
Capítulo 5.......................................................................56
Capítulo 6.......................................................................64
Capítulo 7.......................................................................69
Capítulo 8.......................................................................70
Capítulo 9.......................................................................77
Capítulo 10.....................................................................83
Capítulo 11...................................................................100
Capítulo 12...................................................................101
Capítulo 13...................................................................106
Capítulo 14...................................................................114
Capítulo 15...................................................................121
Capítulo 16...................................................................126
Capítulo 17...................................................................140
Capítulo 18...................................................................147
Capítulo 19...................................................................155
Capítulo 20...................................................................162
Capítulo 21...................................................................168
Capítulo 22...................................................................176
Capítulo 23...................................................................182
Capítulo 24...................................................................190
Capítulo 25...................................................................193
Capítulo 26...................................................................195
Capítulo 27...................................................................200
Capítulo 28...................................................................210
Capítulo 29...................................................................215
Capítulo 30...................................................................218
Capítulo 31...................................................................224
Capítulo 32...................................................................232
~4~
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Capítulo 33...................................................................238
Capítulo 34...................................................................242
Capítulo 35...................................................................245
Capítulo 36...................................................................253
Capítulo 37...................................................................257
Capítulo 38...................................................................266
Capítulo 39...................................................................269
Capítulo 40...................................................................274
Capítulo 41...................................................................280
Epílogo..........................................................................283
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ARGUMENTO
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Prólogo
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Capítulo 1
Observó cómo las siete naves levantaban vuelo desde lo alto del palacio; el metal
negro de su estilizado perfil absorbía los rayos del sol. Bajó la vista, tratando de dar
rumbo a su conciencia súbita. Sus manos aferraban la barandilla de madera de un
barco de tres mástiles. Todas las velas estaban desplegadas, pero no soplaba mucho
viento. Podía sentir el redoble de tambores que brotaba del centro de la embarcación
cuando los hombres remaban al unísono, luchando con el esfuerzo de mover los
grandes remos.
Se sentía fuera de lugar, como si no fuera él mismo, el contraste entre las siete
naves, que ahora no eran más que puntos que se desvanecían deprisa en el cielo, y la
tecnología de la embarcación solo alimentaba la sensación extraña que lo embargaba.
Se le erizaron los pelos de la nuca y sintió un escalofrío. Miró hacia arriba y sus
ojos se abrieron de par en par al ver lo que acontecía. Hasta los remeros se
detuvieron al verlo. Sintió el desplazamiento del aire cuando la nave nodriza pasó
por encima de ellos. Los remeros volvieron a trabajar con más ahínco que antes. Él
vio cómo la nave nodriza se detenía y se quedaba encima de la isla de donde había
zarpado el barco, proyectando una enorme sombra.
El paisaje se desplegaba ante sus ojos con todo lujo de detalles. Se asombró al ver
que podía distinguir toda la isla y, al mismo tiempo, centrarse en los individuos que
se encontraban a kilómetros de distancia. La capital, en el centro de la isla, estaba
rodeada de anillos concéntricos de tierra y agua. En la colina central se alzaba el
palacio donde habitaban los gobernantes. Un palacio dorado de más de un kilómetro
de ancho en la base se alzaba hasta casi cien metros hacia el cielo; era un espectáculo
magnífico, pero la nave oscura que se cernía sobre él lograba opacarlo con facilidad.
Fuera del palacio, las calles de la ciudad de humanos estaban atestadas de gente
que corría en dirección al mar para alcanzar sus embarcaciones a vela. Al mirar el
océano, a su alrededor, divisó muchos otros veleros esparcidos sobre el agua azul,
algunos de los cuales ya se perdían en el horizonte.
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Volvió a levantar la mirada. La nave nodriza se movía despacio. Iba hacia él. La
luz dorada comenzó a proyectarse sobre el largo de la embarcación.
Nabinger se tambaleó, como si le hubieran golpeado el pecho con fuerza. Sintió
que unas manos lo aferraban para evitar que cayera sobre el suelo de roca de la
caverna. Sacudió la cabeza tratando de despejar la mente de las imágenes que el
guardián le había mostrado. Abrió los ojos y regresó a su época y al lugar que le
había costado tanto encontrar, en las profundidades de un volcán inactivo de la Isla
de Pascua.
El guardián, una pirámide de oro de seis metros de altura, estaba ante él. Su
superficie estaba surcada por el extraño efecto ondulado que hacía poco lo había
atrapado con su hechizo. Nabinger apartó las manos de los científicos que querían
ayudarlo y clavó la mirada en la máquina. En su mente, aún podía distinguir los
rostros de la madre y la hija que habían muerto quemadas vivas sobre el muelle.
—¿Qué pasó? —quiso saber un representante de las Naciones Unidas, pero
Nabinger no le prestó atención. Dio un paso al frente con las palmas hacia arriba y
las apoyó sobre el guardián, esperando el contacto mental. Nada.
Lo volvió a hacer.
Nada.
Después del tercer intento, supo que no habría más contacto. Más allá de las
imágenes de las personas que habían perecido, sin embargo, su mente guardaba otra
visión: la de las embarcaciones a vela que se acercaban al horizonte; la imagen de
aquellos que se habían salvado.
***
Mike Turcotte miró por la ventana del pabellón de oficiales. A través de los
portones del Fuerte Meyers, podía ver el techo del Marine Corps Memorial y, más
allá, la cúpula del Capitolio.
No se volvió cuando oyó que alguien golpeaba a la puerta.
—Pase —dijo.
Se abrió la puerta y entró Lisa Duncan. Con un profundo suspiro se desplomó en
uno de los sillones que había en el salón del ejército. Turcotte se giró un poco hacia
ella y sonrió.
—¿Un día largo en el Capitolio?
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Duncan apenas llegaba al metro cincuenta, y Turcotte tenía serias dudas de que
pesara más de cuarenta y seis kilos. Tenía el pelo castaño oscuro corto y una cara
delgada que ahora mostraba signos de agotamiento.
—Detesto contar lo mismo cinco veces —respondió Duncan—. Y responder a
estupideces.
—El público estadounidense está molesto porque su propio gobierno lo engañó
durante décadas —afirmó Turcotte, adoptando un acento sureño—. Al menos, eso
me dijo el senador que me interrogó esta mañana. Si a eso se añaden algunos
secuestros preparados para que parecieran abducciones, las mutilaciones de ganado,
las campañas de desinformación...
—No olvidemos los círculos en el trigo —agregó Duncan—. Hay un congresista de
Nebraska que está tratando de presentar un proyecto de ley para otorgar una
compensación a todos los productores agrícolas cuyos campos de trigo quemó
Majestic.
—Dios mío —dijo Turcotte. Se quitó la chaqueta verde Clase A del uniforme y la
arrojó sobre la cama. Se detuvo junto a la pequeña nevera marrón—. ¿Quieres una
cerveza?
—Vale.
Turcotte sacó dos latas y abrió una de ellas antes de entregársela a la mujer.
—Tienen la nave nodriza, el agitador, el guardián en la Isla de Pascua. ¿Qué más
quieren?
Duncan bebió un sorbo de la lata.
—Un chivo expiatorio.
—El general Gullick está muerto. Los integrantes de Majestic que sobrevivieron
están encerrados en la penitenciaría federal —afirmó Turcotte. Abrió su lata y tomó
un largo sorbo—. La lista de acusaciones de esos tíos es más extensa que la guía
telefónica.
—Sí, pero la gente no se cree que no había personas de más jerarquía metidas en
todo el embrollo.
—Las había —respondió Turcotte—. Pero eso fue hace cincuenta años. Parece que
hay cosas más importantes que hacer en este momento.
—Hablando de lo que hay que hacer —comentó Duncan—. Acabo de enterarme
de que el guardián cesó el contacto con Nabinger.
Esa información era el primer dato interesante que Turcotte había oído en los
últimos dos días, desde su llegada a Washington procedente de la Isla de Pascua.
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—¿Iremos?
—Formamos un buen equipo —acotó Duncan.
—Aja —respondió Turcotte, cogiendo el papel sin mirarlo.
—Ahora me tengo que ir —dijo Duncan.
Turcotte sostuvo el papel, inseguro.
—¿Aún sigues dispuesto a trabajar en esto? —preguntó Duncan, confundiendo la
inseguridad de su compañero.
Turcotte se puso serio.
—Ah, sí, claro.
—Te veré mañana, entonces —afirmó Duncan mientras abría la puerta.
—Vale.
La puerta se cerró. Turcotte se acercó al lugar donde había estado sentada Duncan
y cogió la lata de cerveza que dejó ella. Estaba casi llena. Caminó hasta la ventana. El
sol poniente se reflejaba contra los Marines de bronce. Observó cómo Duncan
caminaba por la acera hasta un coche blanco. Cuando este emprendió la marcha,
Turcotte se llevó la lata a los labios y la vació de un largo sorbo.
***
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Capítulo 2
El Centro de Comunicaciones del Espacio Profundo o CCEP 10 era uno de los doce
sistemas de recepción de radio instalados por todo el planeta por el gobierno de los
Estados Unidos, junto con diversas organizaciones de investigación, para
monitorizar las ondas de radio que llegaban al planeta desde fuera de la atmósfera.
En el CCEP 10, había doce grandes antenas ubicadas a intervalos uniformes sobre el
suelo del desierto, a cuatrocientos kilómetros al nordeste de Las Vegas. El sol
poniente reflejaba los soportes y redes de acero que apuntaban al cielo, escuchando
con la paciencia infinita que caracteriza a las máquinas.
De la base de cada disco salían cables que desembocaban en la pared lateral de un
edificio de una planta de aspecto moderno. En el interior de la estructura, los dos
humanos también tenían paciencia; era el resultado de años de escuchar el cosmos
sin obtener resultados tangibles.
Los descubrimientos recientes en la Isla de Pascua y la revelación de la nave
nodriza alienígena y de los agitadores escondidos a solo kilómetros hacia el norte, en
el Área 51, habían demostrado sin rastro de duda que había vida extraterrestre en el
universo y que eso vida tuvo una colonia en la Tierra alguna vez. Los seres humanos
no estaban solos y, aunque la mayor parte del planeta centraba su atención en lo que
se había descubierto, quienes trabajaban en lugares como el CCEP-10 estaban
preocupados por lo que aún quedaba por descubrir entre las estrellas.
El mensaje enviado por el ordenador guardián había sacudido a todo el mundo, y
alterado sus rutinas cotidianas. Ahora el personal del CCEP-10, al igual que el de
otros puntos de vigilancia espacial de todo el mundo, tenía la vista clavada en los
monitores de sus ordenadores, con un sentimiento que lindaba entre la esperanza y
el miedo. La esperanza de que llegara un mensaje de respuesta, y el miedo de lo que
podía contener ese mensaje y de quién podía enviarlo.
Jean Compton trabajaba en el CCEP-10 desde hacía doce años. Su puesto oficial
era el de empleada de la Eastern Arizona State University, y eso era lo que pensaba
su compañero de trabajo, James Brillon. En realidad, trabajaba tanto para la EASU
como para la Agencia de Seguridad Nacional. Su trabajo para la NSA era mantener el
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Compton maldijo por lo bajo mientras leía el mensaje. Deprisa, escribió más:
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>AQUÍ CCEP-10
ESTAMOS TRATANDO DE IDENTIFICAR ORIGEN Y DESTINO. GRABANDO
TODOS LOS DATOS. TRANSMISIÓN MUY INTENSA. INDICA 10 EN LA ESCALA.
SIN EMBARGO, EL HAZ ES DIRECCIONAL.
Compton echó un vistazo a la otra pantalla, donde llegaban más números y letras.
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>AQUÍ CCEP-10.
ENVIARÉ NUESTRAS CINTAS Y DATOS INFORMÁTICOS CUANDO EL
ORIGEN INTERRUMPA LA TRANSMISIÓN. AÚN ESTAMOS DESCARGANDO
DATOS.
>AQUÍ NSA.
¿LA TRANSMISIÓN ES SEGURA?
>AQUÍ CCEP-10.
COMUNICACIÓN SEGURA.
>ROGER CCEP-10. AQUÍ NSA.
ESTAMOS DESVIANDO RECURSOS EN VUESTRA DIRECCIÓN PARA
VALIDAR Y GARANTIZAR LA SEGURIDAD.
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—Porque viene de una nave espacial, imbéciles —masculló—. Tiene que ser así,
para ser tan potente. No proviene de fuera del sistema solar. No podría ser tan
intensa —repitió—. Tampoco podrían mantenerla direccional a lo largo de una
distancia de años luz. —Frunció el ceño cuando se le ocurrió algo—. ¿Quién diablos
es STAAR?
—NSA —afirmó Compton, aunque tenía serias dudas de que el hombre rubio
pálido y STAAR fueran en realidad parte de la NSA. De lo contrario, ¿por qué estaba
ella enviando datos a ambos?
—NSA. Nosotros trabajamos para la universidad.
—No, en este momento no es así —corrigió Compton—. Verifica los números —le
ordenó.
Brillon masculló algo, pero se sentó frente a su ordenador e hizo lo que le
ordenaron.
—Los números se han verificado —anunció—. Lo que sea que está transmitiendo
las señales está en esa línea. —Borró la pantalla y apareció imagen del sistema solar
—. Y me juego mi sueldo a que viene de una nave espacial que se dirige hacia
nuestro sistema solar en esa trayectoria. ¡Tenemos que comunicárselo a la
universidad! —afirmó—. El profesor Klint estará...
—No podemos informar a nadie —intervino Compton. Hablaba de memoria,
mientras visualizaba al sujeto rubio pálido—. Estos datos, al igual que esta
instalación, son clasificados y han sido cerrados por la Directiva de Seguridad
Nacional cuarenta y nueve guión veintisiete barra alfa.
—Qué diablos —respondió Brillon mientras estiraba la mano para alcanzar el
teléfono. Se volvió a la mujer cuando vio que no había señal—. ¿Qué has hecho?
—Estamos aislados del mundo exterior, salvo por la NSA y STAAR —respondió
ella.
—¡Joder! ¡Te has vendido al gobierno! —Se puso de pie y cogió su chaqueta—.
Pues entonces me marcho. Llamaré desde un teléfono público. ¡No os dejaré hacer
otro Majestic!
—Yo no lo haría si fuera tú —afirmó Compton en tono sorprendentemente
tranquilo.
—¿Por qué no? —Brillon sonaba tenso, y se inclinaba hacia ella—. ¿Acaso
intentarás detenerme?
—No.
—Pues vete a la mierda, tú y tu directiva de seguridad nacional.
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—Yo no intentaré detenerte, pero creo que ellos lo harán. —Señaló el techo. Se oía
el murmullo sordo de los rotores de los helicópteros que se acercaban.
—¡Joder! —Brillon soltó las llaves de su coche.
Compton se volvió una vez más a su ordenador y miró un momento la pantalla de
Brillon, antes de teclear algunas instrucciones. En un segundo, una línea verde
electrónica se desprendió del pequeño punto que representaba la Tierra y avanzó por
el espacio hasta llegar a un círculo rojo.
—Diablos —masculló Compton. Levantó la mirada—. Además de deberme la
vida, también me debes el sueldo. ¡El mensaje no proviene de una nave espacial, sino
de Marte!
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Capítulo 3
No era fácil leer la pantalla del ordenador portátil, a pesar de que se encontraba en
la sombra de la tienda, resguardado del sol feroz que azotaba el borde del volcán en
la Isla de Pascua. Los dedos de Kelly Reynolds volaban sobre las teclas, su mirada
estaba levemente desenfocada mientras su mente trataba de moldear las ideas, los
miedos y las dudas hasta convertirlas en las palabras que aparecían en la pantalla, de
tal modo que quienes las leyeran en los Estados Unidos pudieran comprender la
importancia del hallazgo que había tenido lugar allí. El breve viaje al continente para
el funeral de Johnny le había resultado desconcertante, dado que vio que la
importancia fundamental de todo lo que ocurrió parecía mezclarse con la búsqueda
de culpables por la operación Majestic12 y el miedo de que se hubiera transmitido al
espacio el mensaje del guardián:
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Se conocen solo datos básicos, el esbozo de lo que sucedió hace cinco mil años, cuando el
comandante alienígena Aspasia decidió borrar todo rastro de la presencia de su gente, los
Airlia, aquí en la Tierra, para proteger al planeta de sus enemigos mortales, que, según
sabemos ahora, son los Kortad. Al tomar esa decisión, Aspasia tuvo que enfrentarse a los
rebeldes que se encontraban entre su propia gente y que no deseaban desaparecer sin hacer
ruido. Como consecuencia de ese enfrentamiento quedó destruida lo que en la leyenda de la
Tierra se ha dado en llamar la Atlántida, donde se hallaba el asentamiento principal de la
colonia de los Airlia. Así logró proteger el desarrollo natural de la raza humana y, por eso,
tenemos una gran deuda de gratitud con él.
Pero más allá de esos datos esenciales y escasos, hay muchas preguntas sin respuesta:
—¿Qué pasó con Aspasin y con los demás Airlia?
—¿Por qué permanece un arma atómica de los Airlia oculta en las profundidades de la
Gran Pirámide de Gizeht ¿Fueron construidas las pirámides como una baliza espacial por los
Airlia, tal como sospechamos ahora?
—¿Qué fue lo que sucedió en realidad con la Atlántida, el emplazamiento de la colonia
Airlia? ¿Qué arma potente tuvo que usar Aspasia para destruirlo?
—Y, quizá lo más importante, ¿a quién estaba dirigida la transmisión que hizo el guardián
hace cuatro días cuando se lo descubrió? ¿Qué decía el mensaje?
—¿Y cómo podemos encender de nuevo el guardián?
Kelly Reynolds frunció el ceño al terminar la última frase. Su dedo se detuvo sobre
la tecla «suprimir». Muchos creían que no debía hacerse ningún intento de acceder al
guardián. Eran esas personas que miraban el cielo con temor por lo que podría haber
convocado el guardián hacia la Tierra. En los últimos días, desde que se había
encontrado el ordenador, no había sucedido nada, pero eso no apaciguó los miedos
de los «aislacionistas», tal como los llamaban los medios, sino que los dejaba
fermentar en un caldo de paranoia. Las Naciones Unidas se habían hecho cargo del
problema, pero muchos grupos aislacionistas de todo el mundo estaban exigiendo su
alejamiento y que no se apoyara a la UNAOC, como se conocía a la Comisión de las
Naciones Unidas para la Supervisión Alienígena.
Al diablo con ellos, pensó Kelly. Lo más probable era que el mensaje no estuviera
dirigido a nadie, dado que el emplazamiento de los Airlia en la Tierra había sido
abandonado hacía más de cinco milenios. Por lo que sabían, era posible que el
planeta original de los Airlia, donde fuera que estuviera, hubiera sido destruido por
los Kortad, y que ellos tampoco existieran ya. Con ellos habría desaparecido su
conocimiento de la Tierra.
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
Finalmente, todo se reduce a dos preguntas centrales, una que mira hacia el pasado y otra
que se ocupa del futuro:
7. ¿Cuál es la verdad de la historia de la Tierra ahora que sabemos que había un
emplazamiento alienígena en muestro planeta hace diez mil años y que desapareció hace más
de cinco mil?
2. ¿Cuál es nuestro futuro ahora que hemos descubierto artefactos de esos alienígenas, uno
de los cuales ha sido activado y ha enviado un mensaje? ¿Y qué hacemos con una gran nave
capaz de desplazarse en vuelos interestelares?
¿Debería la humanidad llegar a las estrellas antes de su momento natural? Y de ser así,
¿qué o quién nos espera allí fuera? ¿Acaso la decisión de establecer un primer contacto con
seres vivientes ya no esté en nuestras manos gracias al mensaje que envió el guardián?
¿Habrá ya otras naves interestelares en el espacio navegando en dirección a la Tierra a modo
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
de respuesta? ¿Y quién pilota esas naves si de verdad se encaminan hacia nosotros? ¿Acaso
son los pacíficos Airlia? ¿O quizá los Kortad, que buscan nuestra destrucción?
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
—Esta mañana. Me siento como si hubiera pasado años en el aire. —Kelly era baja,
apenas llegaba al metro cincuenta y corpulenta; no gorda, pero sí de huesos amplios.
Tenía grueso pelo canoso que llevaba atado hacia atrás con un lazo. Tenía la piel
colorada y pelada por el intenso sol del Pacífico Sur—. Me enteré de que el guardián
no te dio más información.
—Todo el mundo se ha enterado —respondió Nabinger, sentándose en una silla
plegable—. Parece que tendrás esta tienda sólo para ti pronto. De repente, somos
bastante aburridos.
—Las principales cadenas y la CNN mantendrán corresponsales todo el tiempo —
afirmó Kelly—. Si el guardián vuelve a activarse, no querrán que los pille por
sorpresa. Pero los medios más pequeños no pueden darse e] lujo de poner tanto
dinero por nada. Han mandado todas las historias que tenían sobre la isla y han
tomado fotografías del guardián. Es muy caro mantener a alguien aquí sin hacer
nada, y pueden obtener las noticias a través de los que quedamos aquí. Ahora escribo
para más de sesenta periódicos.
Kelly sabía que su situación había cambiado mucho en sólo dos semanas, pues
antes había tenido que luchar para vender sus artículos a algún periódico, o revista
que le pagara por ellos. Sin embargo, formar parte del grupo que descubrió los
secretos del Área 51 y el guardián que albergaba la Isla de Pascua sin duda había
dado impulso a su carrera profesional, y la idea le devolvió la imagen del ataúd de
Johnny Simmons.
Nabinger notó su expresión.
—¿Cómo fue?
—El funeral fue un circo mediático. Creo que aún no he caído. No estoy segura de
querer que eso me suceda por ahora. Tengo varias cosas que hacer. Se lo debo a
Johnny. Él no querría que estuviera sentada llorando cuando podría mandarle la
historia a sesenta periódicos. —Señaló su ordenador portátil.
Nabinger asintió.
—Comprendo.
—Entonces —afirmó Kelly, inhalando profundamente. Se obligó a esbozar una
sonrisa—. Entonces, ya que tengo la exclusiva con el hombre del momento, ¿por qué
no me cuentas qué está pasando?
—El guardián sigue funcionando —respondió Nabinger. Lo sabemos porque está
usando energía. Solo que no nos dice nada a nosotros.
—¿Por qué no?
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
kilómetros al norte de aquí. Creo que la Armada está merodeando discretamente por
allí, tratando de determinar exactamente dónde se encuentran. No te quepa duda de
que les interesa ese rayo que se usó para destruir Dulce.
—No oí nada al respecto —afirmó Reynolds—. ¿Acaso la Comisión de Supervisión
Alienígena está al tanto de lo que está haciendo la Armada en ese lugar?
—Al principio pensé que la Armada de los Estados Unidos trabajaba para la
Comisión de Supervisión —afirmó Nabinger—, pero el representante de la UNAOC
que se encuentra aquí dice que no sabe nada al respecto. Sólo me llegaron rumores,
pero creo que o bien alguien del gobierno norteamericano está investigando con el
conocimiento y la aprobación tácita de la UNAOC o está sucediendo algo más turbio
y están dejando fuera a la UNAOC.
Un silencio momentáneo invadió la tienda en ese momento. Pudieron escuchar
cómo rompían las olas en las rocas de la costa cercana. Nabinger se movió algo
incómodo en la silla.
—Hay algo más de lo que la UNAOC está informando a los medios —afirmó—.
La Comisión de Supervisión está tratando de rastrear cualquier otro artefacto que los
Airlia pudieran haber dejado aquí. Al parecer, el comité Majestic12 no es el único que
guarda secretos. Hay rumores que afirman que los rusos podrían haber encontrado
los restos de una nave Airlia que se estrelló hace muchos años, y que algunos países,
y quizá algunas corporaciones internacionales, descubrieron otras cosas que dejaron
atrás los Airlia y han trabajado con ellas en secreto.
—Coño, pensaba que habíamos dejado atrás todos los secretos —dijo Reynolds,
levantando la vista para mirarlo—. No estarás poseído por el guardián, ¿no es cierto?
—En su rostro se esbozaba una sonrisa, pero su tono era algo sombrío.
—Si fuera así, ¿cómo podría saberlo? —respondió Nabinger—. El general Gullick
y los demás sujetos del Majestic pensaban que actuaban por el bien del país. De
acuerdo con las resonancias magnéticas de mi cerebro, todo está normal.
—¿Has dicho que hay rumores de que hoy artefactos en poder de otras personas?
—preguntó Kelly— ¿Por qué no lo dicen ahora que todo ha salido a la luz?
—Ellos, quienquiera que sean, perderían control si lo hicieron. Piensa en el
increíble potencial económico que alcanzarían si descifraran el secreto de algunas de
las tecnologías Airlia. Lo UNAOC está intentándolo, pero no está obteniendo lo
mejor cooperación. Creo que la Armada está tratando de descubrir la base de los
cazas Fu porque, después de lo que hicieron en el laboratorio de Dulce, quien sea que
controle ese poder será dueño de este planeta. Además, los aislacionistas tienen
bastante influencia en algunos países, y sienten que la UNAOC se inclino demasiado
hacia los progresistas.
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
Reynolds sacudió la cabeza, pero sabía que así eran las personas, en especial
cuando tenían poder.
—Entonces, ¿qué has estado haciendo cuando los de la comisión no intentaban
usarte para activar el guardián?
Nabinger sostenía una carpeta llena de fotos y papeles impresos.
—Aún tengo las runas superiores como fuente de información. Acceder al
guardián sin duda sería genial, pero recuerdo que soy arqueólogo. —Hizo una
pausa, y luego se volvió hacia ella—. Creo que todos se preocupan demasiado por el
futuro y no lo suficiente por el pasado.
—Es porque viviremos en el futuro —observó Reynolds.
—Pero no puedes comprender el presente si no comprendes el pasado —
argumentó Nabinger.
Reynolds frunció el ceño.
—Pensé que teníamos una idea sólida del pasado a partir de lo que descubriste
cuando accediste al guardián. Aspasia, los rebeldes, los Kortad y todo lo demás.
Nabinger colocó una foto sobre la pequeña mesa que los separaba y apoyó una
taza de café encima para que se mantuviera en su lugar.
—Ésta es una fotografía subacuática tomada cerca de Bikini, donde estaba ubicada
la Atlántida, o el Campamento de la Base Airlia, si prefieres el término poco
romántico que ha adoptado la Comisión de Supervisión. Me interesaba porque es allí
de donde deben haber sacado la información los alemanes acerca de la bomba en la
Gran Pirámide. Las runas estaban dañadas, pero le pedí a uno de los especialistas en
informática de la ONU que las reconstruyera y aumentara digitalmente. Ahora tengo
suficiente como para trabajar en una traducción parcial.
—¿Y? —preguntó Reynolds—. ¿Qué te dice?
—Menciona la Gran Pirámide. Y puede que hubiese un diagrama que mostrase la
cámara inferior en la que estaba oculta la bomba. Pero también menciona a los
Kortad —afirmó Nabinger.
—¿Entiendo que no son buenas noticias?
Nabinger frunció el ceño.
—Es extraño. Cuanto más estudio la runa superior, me parece comprender más el
idioma y la sintaxis, pero algunas cosas no tienen sentido.
Reynolds esperó al percibir la incertidumbre en su amigo.
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—Tendrás esa transparencia hasta que algo suceda. Luego verás qué rápido se
vuelve al secretismo.
—Esa es la gran pregunta —afirmó Reynolds—. ¿Qué sucederá después? —
Miraba las fotos—. Tengo una pregunta estúpida: ¿Por qué los Airlia se tomaron la
molestia de escribir todas estas cosas en runa superior si el ordenador guardián
posee un registro de todo ello? Parece algo primitivo para una raza tan desarrollada
como esa.
—Yo también me he estado haciendo la misma pregunta —observó Nabinger.
—¿Y a qué conclusión has llegado?
—No lo sé —repuso él—. Creo que el lenguaje de la runa superior en muchos
lugares fue escrito por seres humanos que copiaban a los Airlia, pero no estoy
seguro. —Recogió las fotografías—. A todo esto, ¿sabes dónde está Mike?
—No. Estaba en Washington con Lisa Duncan, prestando declaración, pero
cuando traté de llamarlo desde el aeropuerto, antes de venir aquí, me dijeron que
había salido en una misión.
Nabinger asintió, comprendiendo.
—Sí, bueno, me gustaría saber exactamente en qué se ha metido esta vez. Puedes
estar segura de que no está sentado sobre su trasero haciéndose preguntas; algo está
haciendo.
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Capítulo 4
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
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Turcotte asintió para sí. Eso concordaba con lo esperado. Los Airlia habían elegido
los lugares más inaccesibles de la Tierra para esconder sus artefactos: la Antártida, el
desierto de Nevada en los Estados Unidos, la Isla de Pascua. Lugares donde siempre
sería difícil que los humanos pudieran llegar y sobrevivir.
—El accidente geográfico más destacado en esta parte del mundo es el Gran Valle
del Rift. Comienza en el sur de Turquía, atraviesa Siria, luego pasa entre Israel y
Jordania, donde se encuentra el Mar Muerto, el punto más bajo sobre la faz de la
Tierra. De allí, va a Elat, luego forma el Mar Rojo. En el Golfo de Aden, se divide, y
una parte se dirige hacia el Océano índico, y la otra hacia el continente africano, hacia
el Triángulo de Afar. El punto más bajo de África, la Depresión de Danakil, que es
donde se encuentra nuestro objetivo, se extiende directamente a lo largo del Gran
Valle del Kift. Desde allí, el valle va hacia el sur, abarcando el Lago Victoria, el
segundo lago de agua dulce más grande del mundo, antes de terminar en algún
lugar de Mozambique.
Con otro clic, apareció un cuadrado diminuto en el centro de un valle profundo,
rodeado de altas montañas y con un río que lo atravesaba en el centro. La imagen
siguiente mostraba que el cuadrado era un recinto cerrado junto al río. La vegetación
era escasa y débil.
—Este es el objetivo. Según los documentos legales que tenemos, el complejo
pertenece a la corporación Terra-Lel, que tiene su sede comercial en Ciudad del
Cabo, en Sudáfrica. Manifiesta intereses muy variados, y afirma que este complejo es
un campamento minero. Está aquí desde hace dieciséis años. Nuestros satélites
nunca registraron que ningún material de minería abandonara el sitio. La única
forma de entrar o salir es por avión o helicóptero, o emprender un arriesgado viaje
de tres días en todoterreno desde Assis Ababa.
Lo que resulta interesante acerca de Terra-Lel es que el único tipo de operación
minera, si se puede llamar así, que ha hecho la empresa ha sido enviar mercenarios a
Angola para atacar los campamentos mineros de diamantes. El principal negocio de
Terra-Lel son las armas; la fabricación, la venta y la exportación al mejor postor.
Solían hacer buenos negocios en el mercado negro internacional antes de que
Mándela ascendiera al poder.
Zandra movió el puntero láser.
—Aquí vemos la franja aérea ubicada encima del complejo. Este edificio —señaló
una estructura de tres plantas— es donde creemos que están guardados los artefactos
Airlia. Son los cuarteles de las fuerzas mercenarias paramilitares que protegen el
complejo. También hay misiles superficie-aire aquí, aquí, aquí y aquí. Varios
vehículos armados. —Zandra esbozó una sonrisa gélida—. Sin duda, no necesitarían
semejante protección para un complejo destinado a la minería.
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
—Si esta gente de Terra-Lel está fuera de Sudáfrica, ¿por qué no se llevó lo que
encontró? —quiso saber Duncan.
—No lo sabemos —respondió Zandra—. Suponemos que quizá no pueden
trasladar lo que sea que encontraron. O quizá el clima político más bien inestable de
Sudáfrica les impidió hacerlo. La Comisión de Supervisión Alienígena de la ONU
hizo algunas averiguaciones discretas ante el gobierno de Sudáfrica para obtener
acceso abierto al complejo.
—Y la respuesta, como podréis deducir del hecho de que estemos dirigiéndonos al
lugar con un escuadrón del SAS a bordo —continuó Duncan—, fue el silencio.
—Así que saben que vamos —resumió Turcotte.
—Es lo más probable.
—¡Joder! —musitó el coronel del SAS—. ¿Y qué hay del gobierno de Etiopía?
—¿Qué pasa con ellos? —replicó Zandra, en un tono que era respuesta suficiente e
indicaba que no se trataba de un factor relevante en el asunto.
Duncan miró al oficial del SAS.
—Coronel Spearson, ¿cuál es el plan?
Spearson se puso de pie y caminó al frente de la sala. Miró al oficial
estadounidense que vestía el uniforme aeronáutico.
—¿Cuándo podemos lanzar la operación, mayor O'Callaghan?
El hombre señaló un mapa del noreste de África.
—El capitán del buque está avanzando con los motores a plena capacidad, de
modo que llevamos una buena velocidad. Nuestro punto de partida, desde el que
todos los aviones y helicópteros tendrán suficiente combustible para ir y volver, más
quince minutos en tierra, está aquí, a cuarenta kilómetros de nuestra posición actual,
lo que significa que podremos iniciar la operación en menos de una hora.
Spearson no parecía complacido con ese esquema, y Turcotte comprendía por qué.
Pronto amanecería, y el SAS llegaría al complejo poco antes de que aclarara. Tenían
poco margen de tiempo, y quedaba mucho librado al desastre.
Spearson tosió para aclararse la garganta.
—Hay un AWACS de los Estados Unidos en posición cerca de la costa. Controlará
todas las operaciones de vuelo, para coordinar los helicópteros de O'Callaghan con
nuestros aviones. Yo estaré a cargo de la coordinación de todas las fuerzas terrestres.
Estaré a bordo de un MH-60 hasta el primer ataque aéreo. Entonces, me
reposicionaré en el objetivo principal.
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
Ejército y la Armada que se paseaban entre los aviones, usando linternas de lente rojo
para hacer una inspección visual final.
Una silueta se delineó en la oscuridad.
—¿Es usted Turcotte? —le preguntó con acento británico.
—Sí.
—Soy Ridley, comandante de aperturas a alta cota, SAS veintiuno. Tengo
entendido que viene con nosotros, ¿verdad?
—Así es.
—Bueno, supongo que sabe lo que hace. Usted salta el último y no lo quiero en el
medio. De lo contrario, es muy probable que sea blanco de una bala, y no pienso
llorar sobre mi taza de té al respecto. ¿Entendido? —Ridley ya se marchaba hacia el
avión.
—Entendido.
—Turcotte —dijo Ridley—. Suena más francés que la mierda.
—Soy Canuck —afirmó Turcotte.
Llegaron a un avión de carga C-2.
Ridley le entregó el paracaídas.
—Yo mismo lo preparé. ¿Qué coño es Canuck?
—Mezcla de indio y francés —afirmó Turcotte—. Soy de Maine. Somos bastantes
por allí. —Se puso el paracaídas en la espalda.
Ridley estaba detrás de él, pasando una correa por entre sus piernas.
—Pierna izquierda —anunció.
—Sí, pierna izquierda —repitió Turcotte, colocándola en el receptáculo adecuado.
Se sentía cómodo con los modales bruscos de Ridley. Había conocido a muchos
hombros como él en sus años de operaciones especiales, Turcotte incluso había
trabajado con el SAS antes en Europa, donde había realizado tareas de
antiterrorismo. Sabía que el Servicio Aéreo Especial estaba integrado por
profesionales de primera que hacían las cosas bien.
Rápidamente, Turcotte estuvo listo y subió al avión. El C-2 era el avión más
grande que tenía el Washington. Normalmente se usaba para el transporte de
personal y equipos desde el buque a la costa y viceversa. En ese momento llevaba
dieciséis soldados del SAS armados hasta los dientes, ubicados muy cerca unos de
otros.
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A cincuenta kilómetros de allí, la primera formación del ataque aéreo volaba hacia
el objetivo. Cuatro AH-6 de la Fuerza Especial 160, conocidos como pajaritos, iban a
la cabeza. Eran helicópteros de observación Cayuse OH-6 modificados. El diseño del
AH-6 lo convertía en uno de los helicópteros más silenciosos del mundo, capaz de
volar a doscientos metros de una persona sin que esta lo oyera. Los dos pilotos
estaban equipados con gafas de visión nocturna y usaban radar infrarrojo de visión
delantera para vuelos nocturnos.
Dos pajaritos llevaban metralletas de 7.62 mm y los otros dos, dos cohetes vaina de
2.75 pulgadas. En el asiento trasero de cada aeronave había francotiradores del SAS
equipados con visores termográficos. Los soldados del SAS llevaban arneses en el
cuerpo y podían asomarse totalmente fuera del helicóptero para disparar.
Diez kilómetros más atrás los seguían cuatro helicópteros de combate Apache.
Además del cañón de cadena de 30 mm montado debajo del morro, los pilones de
armas de cada uno llevaban misiles Hellfire. Un helicóptero Black Hawk se
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El Wild Weasel F-4G era la única versión que quedaba del venerable Phantom F-4
que aún se encontraba en el inventario de los Estados Unidos. Tenía una misión
específica: aniquilar los sistemas de radar y antirradar del enemigo.
Ante las órdenes de Spearson, dos Weasels aparecieron de repente desde el este.
Los sistemas de radar del complejo Terra-Lel los detectaron, que era exactamente lo
que buscaban. De las alas de los Weasels se desprendieron misiles; Shrike, AGM-78 y
Tacit Rainbows, nombres muy sofisticados para referirse a bombas inteligentes que
detectaban los haces del radar y los llevaban hasta la fuente de emisión.
Los pilotos de los Weasels ya habían girado ciento ochenta grados cuando los
misiles dieron en el blanco. Toda la defensa aérea del complejo fue aniquilada con
ese ataque.
Antes de que terminara, llegó la primera ronda de ataque aéreo.
***
Con mucho cuidado, los hombres de detonaciones del SAS habían colocado cargas
huecas en la terraza, a espacios regulares. Habían extendido el cable de detonación y
esperaban la orden.
Cuando llegó el sonido de los helicópteros del este, el coronel Spearson dio la
orden a Ridley.
—¡Fuego!
Los explosivos estallaron, interrumpiendo la oscuridad de la noche con su
detonación y destello fugaz. En la terraza se abrieron cuatro orificios y los soldados
saltaron a través de ellos.
Turcotte hizo una pausa, inclinando la cabeza hacia un lado. Por el orificio
sudoeste llegaba el rugido de las automáticas. Turcotte se acercó: una abertura
dentada en el cemento de cuatro pies de diámetro. Miró hacia abajo. Los cuatro
hombres del SAS que habían saltado por el orificio yacían en el suelo, inertes.
Turcotte sacó una granada flash-bang del chaleco y la arrojó al interior del edificio,
contó hasta tres, luego saltó cuando la granada explotó. La detonación dejó aturdidos
a todos los que estaban adentro. Turcotte comenzó a disparar incluso antes de tocar
el suelo. Aterrizó sobre el lado derecho del cuerpo encima del cadáver de uno de los
hombres del SAS. Una ráfaga de disparos pasó por encima de el.
Turcotte extendió la mano con el MP-5 y devolvió el ataque a ciegas, en la
dirección de donde venían los disparos. Oyó el sonido del cambio de recámara.
Estaba a punto de moverse cuando se quedó helado. Era demasiado obvio. Rodó
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
sobre el estómago y espió. Todos los hombres del SAS estaban muertos. A su
izquierda, de donde provenían las bolas, había un escritorio. Allí estaba el tirador.
Quienquiera que fuera, usaba el espejo ubicado detrás del escritorio para apuntar.
Turcotte disparó y el cristal se hizo añicos. Turcotte disparó sobre el escritorio un par
de veces, confirmando sus sospechas. No podría atravesarlo.
Oyó un leve sonido de movimiento sobre cristales rotos. El otro hombre podía dar
la vuelta por cualquiera de los lados del escritorio. Si Turcotte elegía el lado
incorrecto, le daría la oportunidad de dispararle primero.
Turcotte apuntó a las luces, que se hicieron añicos y dejaron el cuarto inmerso en
la oscuridad.
Un pequeño objeto voló por encima de su cabeza. Una granada, pensó Turcotte, y
reaccionó casi de inmediato, rodando por el suelo para alejarse. El hombre estaba
justo detrás del objeto, pues había saltado por encima del escritorio, lo que no tenía
sentido si el objeto era una granada. Turcotte supo que había cometido un error,
mientras disparaba como si no le importara demasiado, sin dejar de rodar.
El otro tipo también disparaba por encima de Turcotte.
Turcotte se desplomó contra la pared en el mismo momento en que el clic de su
MP-5 le indicaba que tenía la recámara vacía. Dejó caer el subfusil, sacó la pistola y
disparó al mismo tiempo que la empuñaba. En la oscuridad, sus gafas de visión
nocturna eran su única ventaja sobre el otro sujeto. Su ataque dio en el pecho del otro
hombre, que cayó al suelo.
Turcotte se puso de pie y prestó atención a la radio, que le indicó que el SAS
estaba inspeccionando el edificio desde los pisos superiores hacia abajo. Aún no
habían encontrado ninguna señal de los artefactos Airlia. Indicó su propia ubicación
e informó que la habitación se encontraba asegurada, mientras caminaba hacia la
puerta. La abrió con cuidado.
Al final del pasillo vio la luz de un helicóptero AH-6 que merodeaba fuera.
Turcotte vislumbró a los tiradores más selectos del SAS, que colgaban con medio
cuerpo fuera. Los pequeños puntos del láser se desplazaban por las paredes del
pasillo en busca de un blanco. Turcotte encendió un interruptor en el lado de sus
gafas de visión nocturna y ellos emitieron un rayo infrarrojo que lo identificó como
aliado.
***
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Desde cinco mil pies de altura, el coronel Spearson orquestaba el ataque a través
de cinco radios diferentes. La fuerza de ataque aéreo estaba en el edificio principal.
Los Pajaritos volaban por encima del complejo, buscando blancos. Se volvió hacia
Duncan.
—A todo o nada.
—Adelante —afirmó Duncan.
Spearson dio las órdenes para el aterrizaje de la fuerza principal.
***
Al final del pasillo, con el MP-5 recargado en la mano izquierda, Turcotte abrió la
puerta. Vio a dos hombres vestidos de caqui que estaban de espaldas a él,
disparando hacia el otro lado. Los mató con una ráfaga.
—¡El que arriesga, gana! —gritó, mientras avanzaba por el pasillo. Era el lema del
SAS. Al doblar la esquina, se encontró con cuatro hombres del SAS al lado del hueco
de lo escalera. Uno de ellos había colocado la boca de su arma en el marco de la
puerta, y disparaba cada tanto para evitar que se acercaran los hombres de seguridad
del complejo.
Ridley llegó con más hombres. Turcotte dio un paso atrás y dejó que los
profesionales hicieran su trabajo o inspeccionaran el edificio.
***
Los Pajaritos también descendían por el edificio, inspeccionando una planta más
abajo que los hombres que estaban en el interior. Los que tenían las metralletas
Minigun 7.62 disparaban a través de las ventanas. Los francotiradores le daban a
todo lo que se moviera. Las ventanas se hacían añicos y las balas cruzaban las
habitaciones. Los hombres que se encontraban en el interior se tiraban al suelo,
tratando de evitar el ataque lo mejor que podían.
Los dos Pajaritos con cohetes disparaban a los edificios de los cuarteles cercanos,
de los que el personal de seguridad salía a borbotones. Cuando comenzaron a
aparecer los primeros vehículos blindados, se volvieron hacia estos.
Los cuatro Apaches llegaron justo a tiempo y dispararon una salva de ocho misiles
Hellfire al blindado, que ya no fue una amenaza.
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Uno de los Apaches fue atacado por un par de misiles guiados por el calor SAM-7.
Se dispararon a la altura del hombro y por eso no se vieron afectados por el ataque
de los Weasel. El aparato estalló en llamas.
***
—¡Joder! —musitó Spearson cuando vio que desaparecía la señal del Apache y
oyó que el piloto gritaba, antes de que la radio quedara muerta. Ordenó la entrada de
los F-18, mientras indicaba a los Apaches que designaran blancos para las bombas
inteligentes que portaban los aviones.
Lisa Duncan vio cómo caía el helicóptero; sabía que los dos hombres estaban
muertos.
—Aterricemos —le dijo a Spearson, que parecía a punto de discutir, aunque luego
cambió de opinión.
***
Los soldados del SAS superaban con rapidez a sus oponentes. El elemento
sorpresa, sus mejores armas y el entrenamiento superior les daban la ventaja.
Turcotte los seguía, piso por piso, hasta que todo el edificio quedó limpio, salvo por
lo que estuviera oculto detrás de las puertas de acero en la planta baja.
***
Uno de los Pajaritos fue atacado desde tierra y descendió en rotación automática.
Una vez en el suelo, los cuatro hombres salieron y de inmediato se vieron inmersos
en una batalla con las fuerzas terrestres.
Los pilotos de los Apaches también disparaban, tratando de suprimir todo fuego
de los misiles SAM disparados a la altura del hombro. Si seguían disparando así, se
quedarían sin municiones.
Llegaron los F-18, con bombas que seguían el curso de los rayos láser con una
precisión increíble. El efecto fue devastador.
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—Deben estar en el subsuelo —le dijo a Duncan cuando preguntó dónde estaban
los científicos.
—Vamos adentro —le dijo ella.
—Ah, sí—agregó Spearson mientras caminaban hacia la puerta principal del
edificio—. Su amigo está bien.
El único acuse de recibo de Duncan fue disminuir apenas el paso.
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pudo ver el fondo, solo el destello rojo que brotaba de las entrañas de la Tierra.
Turcotte sintió el calor que le acariciaba el rostro, acompañado de un intenso olor a
químicos quemados.
—¿Qué profundidad pensáis que tiene? —preguntó Spearson.
—Ya debemos estar a unos once mil, o doce mil metros por debajo de la tierra —
respondió Duncan—. Si ese destello rojo es el resultado del calor generado por una
ruptura de la discontinuidad de Mohorovicic...
—¿El que? —ladró Spearson.
—El límite entre la corteza y el manto terrestre. En ese caso, hablamos de treinta y
cinco mil metros en total hasta el magma, que es lo que da ese destello rojo.
—Joder —exclamó Turcotte.
—Mirad hacia allí —dijo el coronel Spearson, lo que los obligó a quitar la mirada
del portal que se abría hacia el corazón primitivo de la Tierra. A su derecha, a unos
doscientos metros, tres postes cruzaban el abismo hacia el otro lado. Suspendida por
cables, directamente en el centro, había una esfera de gran tamaño, unos cinco metros
de diámetro. Era de color rojo brillante y presentaba múltiples caras.
Caminaron alrededor del borde hasta llegar al primero de los postes que sostenía
la esfera. El poste se hundía en la roca, a unos metros debajo del borde. Turcotte ya
había visto ese metal negro.
—Eso es Airlia —afirmó—. Un material como la carcasa de la nave nodriza. Un
metal increíblemente resistente que aún no sabemos qué es.
—¿Qué coño es eso? —preguntó Spearson, al tiempo que señalaba la esfera de
rubí. Era difícil descifrar si la esfera en si era de rubí, o si reflejaba el destello que
provenía de abajo.
Duncan no respondió, pero se dirigió hacia la derecha, donde había un conjunto
de estructuras bajas. Era evidente que la mayoría de ellas fueron construidas por los
científicos de Terra-Lel que habían estado trabajando allí. Sin embargo, en el centro
había una consola que a Turcotte le recordó de inmediato el panel de control de uno
de los agitadores.
—Eso también es un artefacto Airlia —señaló, mientras se acercaba al panel.
La superficie era completamente lisa, Tenía inscripciones en runa superior y
Turcotte se imaginó que, al encenderlo, aparecerían más inscripciones que señalarían
varios controles que se podrían activar con solo tocar la superficie.
Deseó que Nabinger estuviera allí para darles una idea de lo que estaban
contemplando.
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Capítulo 5
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Nabinger sabía que Gunfield se sintió bastante ansioso al ver el rostro de Peter
Sterling en la pantalla de los ordenadores. Sterling era el Alto Comisionado de la
UNAOC. Había sido presidente de la OTAN, y el Consejo de Seguridad lo había
reclutado para liderar la UNAOC hacía tres días. Sterling era un hombre de aspecto
distinguido que había adoptado un perfil bastante activo en los medios de
comunicación en los últimos años. Su entusiasmo por el cargo de la UNAOC y lo que
estaban descubriendo no tenía límites, y sin duda favorecía a los progresistas.
Nabinger se reclinó contra el respaldo y esperó. Sterling extendió la mano hacia
abajo, hizo algo con el teclado y su imagen se hizo más pequeña. Ahora Nabinger vio
que los estaba comunicando con la sala principal de conferencias de la UNAOC,
ubicada en el último piso del edificio de las Naciones Unidas. Vio al segundo de la
UNAOC, Boris Ivanoc, sentado a la izquierda de Sterling, y a los otros miembros de
la UNAOC alrededor de la mesa, con sus propios ordenadores de videoconferencia
frente a ellos. Ivanoc era una concesión a Rusia, un intento de lograr un equilibrio
con el inmenso poder que tendría la UNAOC si recuperaban la comunicación con el
guardián y tenían acceso a todo el conocimiento que contenía oculto. La cámara
volvió a acercarse y el rostro patricio de Sterling clavó su mirada tanto en Nabinger
como en Gunfield.
—¿Alguna información nueva, caballeros? —Los labios de Sterling esbozaban lo
que parecía una sonrisa.
—No, señor —respondió Gunfield—. El guardián sigue inactivo y...
—¿No hay señal de que el guardián envió una transmisión, o recibió una señal?
—No, señor.
—Deben permanecer —interrumpió Sterling, con ansiedad—. Hemos recibido una
respuesta.
Nabinger se inclinó hacia delante.
—¿Al mensaje?
—Desde luego que al mensaje —respondía Sterling—. Llegó ayer. La captaron
varias estaciones de rastreo y la registraron.
—No oí nada en los medios —comenzó a decir Nabinger, pero fue interrumpido
una vez más.
—No estamos dando a conocer esta información aún, pero lo haremos en breve, os
lo aseguro. Todavía estamos poniéndonos de acuerdo con los gobiernos que la
captaron. ¿Están seguros de que el mensaje no llegó ni guardián? —volvió a
preguntar Sterling.
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de tener imágenes. Y si tenía algo que ver con la elección de Marte como sitio de
aterrizaje del Pathfinder.
—La NASA se está ocupando de eso en este mismo momento —afirmó Sterling—.
Usarán las últimas reservas de combustible que tiene la Viking II para reposicionarla
y que pueda echar un vistazo más de cerca de Cydonia.
—El tema es: ¿qué hay allí? ¿El guardián le dio alguna idea cuando hizo contacto
que le indicara que los Airlia podrían tener un asentamiento en Marte?
Nabinger negó con la cabeza. No le había contado a nadie su última visión, y no
veía que tuviera importancia ahora.
—No, pero recuerde que hubo muchas cosas que el guardián no me dio. Muchas
preguntas sin respuesta. ¿Y qué hay del mensaje? ¿No daba más información?
—Ya lo verán cuando lo demos a conocer —afirmó Sterling—. Quiero que
permanezcan alertas. Necesitamos saber si hay comunicación entre el guardián y lo
que haya en Cydonia. Sospechamos que probablemente sea otro ordenador dejado
por los Airlia, pero si podemos establecer un diálogo con el guardián de Marte, quizá
podamos acceder a la base de datos de los Airlia. ¡Piensen lo que eso significa!
Además, el de Marte ha establecido comunicación con nosotros ahora. No hay razón
para pensar que no seguirá haciéndolo. Una cosa más —agregó Sterling—: no deben
informar nada a la prensa todavía.
—Pensé... —comenzó a decir Nabinger.
—Debo irme. Eso es todo. —La pantalla quedó en blanco.
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Capítulo 6
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—No ha sido buena ni en su comienzo —respondió ella—. No veo por qué las
cosas deberían mejorar. —Se volvió y comenzó a alejarse de la muralla, hacia el jeep
estadounidense que usaba hacía muchos años. Detrás del jeep había un camión de
origen ruso, una reliquia de la Guerra de Corea que emanaba grandes nubes de
diesel al aire. Allí estaban los otros cinco estudiantes de su grupo, junto con el
equipo.
Su gran expedición, pensó Che Lu para sí misma mientras dejaba que Ki la
ayudara a sentarse en el asiento del acompañante. El chico dio la vuelta para sentarse
al volante y encendió el viejo motor. Siguieron camino, ahora en paralelo a la
muralla, hacia su lugar de trabajo, ubicado a varios kilómetros, en la inmensidad de
las provincias occidentales de China.
A pesar de la predicción de la piedrecita y de las limitaciones de la gente y los
equipos que le habían asignado, Che Lu sentía un entusiasmo que no había
experimentado en años. Finalmente la habían autorizado a excavar en Qianling, el
mausoleo del tercer emperador de la dinastía T'ang. Dentro de la enorme colina que
encerraba la tumba estaban enterrados el emperador Gaozong y su emperatriz, la
única emperatriz de China.
Sabía que era la confusión que reinaba en China, desde luego, lo que le había
otorgado ese permiso. Un tonto de la división de Antigüedades del gobierno había
cometido un error y estampado el sello APROBADO en su solicitud, después de
veintidós años de enviarla de forma continua cada sois meses. Había cambiado la
fraseología de la última solicitud y había empleado un lenguaje más académico para
oscurecer que lo que deseaba era una autorización para entrar al mausoleo.
Sabía que debían llegar a Qianling rápidamente y empezar a trabajar antes de que
alguien del departamento se diera cuenta del error. Había dos factores en su contra y
ambos eran significativos. Uno era la tradición. El pueblo chino reverenciaba a sus
ancestros y, por lo tanto, a sus muertos. No se conocían los saqueos de tumbas en el
país, y las excavaciones arqueológicas se consideraban una profanación de la tumba
de los ancestros de alguien. La otra razón tenía que ver con cómo el gobierno
comunista del momento trataba el pasado. Existía el temor, que en opinión de Che
Lu ero un miedo ridículo, de que los campesinos desearan una vuelta a los viejos
tiempos del imperio.
Che Lu comprendía el respeto por los ancestros, pero pensaba que en China se
llevaba al extremo, y que eso le negaba al mundo y, en particular, al pueblo chino, el
aprendizaje sobre el esplendor del que había sido el Reino del Medio. Para que China
llegara a ocupar el lugar que se merecía en el orden mundial actual, Che Lu
consideraba que debía reconocer su poder en tiempos ancestrales, y además
comprender de qué manera se había erosionado ese poder hasta verse destruido por
gobernantes ignorantes y estrechos de mente.
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Che Lu había dado mucho a China, y quería ver cómo su país era capaz de
recuperar parte del respeto que había tenido en la antigüedad. Ella había participado
de buena parte de la historia de la China moderna, muchas veces a la vanguardia.
Solo veintiséis mujeres habían iniciado la Larga Marcha con Mao hacía sesenta y
cuatro años. Solo seis llegaron con vida al final. Che Lu había sido una de ellas,
cuando solo tenía catorce años. Más de cien mil hombres también comenzaron la
marcha, y quedaban menos de diez mil cuando llegaron a Yan'an, en la provincia de
Shaanxi, en diciembre de 1935, después de caminar unos diez mil kilómetros.
Semejante hazaña debió asegurar a Che Lu un lugar reverenciado en la China
comunista, pero los rumbos erráticos del poder y la influencia eran tales que hacía
tiempo había perdido la simpatía de los regímenes más recientes. Al menos había
logrado ir a la universidad y licenciarse en arqueología antes de entrar a formar parte
de la lista negra.
El jeep tomó un bache en el camino de tierra y el dolor le recorrió la espalda como
una explosión feroz en la nuca. Ki se volvió para disculparse, y ella le hizo un gesto
con la mano para que no dijera nada. Jóvenes tontos. Qué poco sabían del
sufrimiento.
La comitiva se dirigía hacia el oeste desde Xi'an, la ciudad que había sido la
primera capital imperial de China, y el punto de partida de la Ruta de la Seda que se
había extendido desde China occidental por Asia Central hasta Medio Oriente y
Roma. Che Lu y su equipo habían llegado hacía tres días y ya contactaban con las
autoridades locales. Las cosas no estaban mucho más tranquilas allí, a mil seiscientos
kilómetros de distancia del caldo de cultivo que se estaba gestando en Beijing. Los
estudiantes se estaban inquietando, y ahora también los trabajadores. El comunicado
de las Naciones Unidas con el anuncio de la visita de extraterrestres a la Tierra había
llegado incluso a los lugares más controlados de China. En todos los rincones del
planeta, el cambio se respiraba en el aire, y Che Lu temía, y esperaba, que llegara a
China.
Metió la mano en el viejo bolso de paja que tenía entre las piernas y sacó una bolsa
de cuero. Vació el contenido en la tela de falda y miró los cuatro fragmentos de hueso
que había depositado allí. Cogió uno y lo hizo girar entre los dedos, observando las
marcas talladas en el material blanco. El hueso era de la cadera de algún animal,
quizá un ciervo, de formo triangular, con dos lados largos chatos.
—¿Y eso? —quiso saber Ki.
¿Qué les enseñaban a los jóvenes en la universidad?, se preguntó Che Lu. Desde
luego, Ki se había especializado en geología, no en arqueología. La mayoría de los
alumnos con los que trabajaba habitualmente habían preferido quedarse en Beijing,
para prepararse para lo que fuera que sucediera en las semanas venideras. Che Lu no
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Entró a la tienda y saludó al propietario. Sacó unos billetes y pidió usar el teléfono
para hacer una llamada importante. Era más dinero del que el hombre había visto en
un mes, así que el anciano se mostró encantado de ayudar a la extraña mujer.
Che Lu marcó en el vetusto aparato y atendió la operadora local. Aunque no fue
sencillo, finalmente logró que la atendiera una operadora internacional en Hong
Kong para la comunicación final.
Che Lu permaneció inmóvil en la tienda desvencijada mientras miraba a sus
jóvenes asistentes, que compraban alimentos para el viaje, y escuchaba el eco lejano
de un teléfono que sonaba al otro lado del mundo. Finalmente se oyó un clic y una
voz lejana le habló en inglés.
—Habla Peter Nabinger. En este momento, no estoy en la oficina, pero verifico mis
mensajes todos los días. Por favor, deje su nombre, teléfono y un breve mensaje y me
comunicaré con usted lo antes posible.
Se oyó una señal sonora y Che Lu habló en inglés, tratando de no alzar la voz:
—Soy la profesora Che Lu. Soy jefa de arqueología del Museo Imperial de Beijing.
Según tengo entendido, usted puede leer el lenguaje de la runa superior. Tengo unos
huesos oráculo con inscripciones que me parece que están en ese lenguaje. Fueron
encontrados cerca de la tumba imperial de Gaozang de Qianling. Pronto podré entrar
a la tumba. Creo que puede estar conectada con los Airlia de algún modo. Si desea
encontrarme, allí estaré.
Colgó y se volvió a sus alumnos.
—Sigamos camino.
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Capítulo 7
Había analizado los datos recibidos hacía poco más de tres días, rápidamente, en
menos de cuatro segundos. Sin embargo, era más difícil determinar los distintos
cursos de acción. Se necesitaban más datos. Se había asignado energía a los sensores,
y el caudal de material electrónico transmitido que fluía desde la atmósfera de la
Tierra había sido el objetivo. Eso llevó tiempo y, una vez completado, no existía una
respuesta clara, sólo probabilidades.
Las probabilidades fueron sopesadas y la máquina tomó una decisión. Se había
enviado a la Tierra un mensaje en respuesta, luego se activó el programa maestro. Al
programa le llevaría tiempo ejecutarse.
La espera no la perturbaba. Primero, porque no estaba viva, y segundo, porque ya
había esperado milenios para activar el programa maestro. Unos días más no
supondrían ninguna diferencia.
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Capítulo 8
Lisa Duncan entregó una carpeta con una cubierta roja de máxima
confidencialidad a Mike Turcotte y luego tomó asiento frente a él. Tenían la sección
frontal del 707 de la Fuerza Aérea, especialmente modificada toda para ellos. Detrás,
la porción principal de la nave estaba atestada con equipos de comunicaciones y el
personal militar que los controlaba.
Turcotte tomó la carpeta y la hojeó. Alzó la mirada al leer la primera página.
—¿Cuándo te enteraste de la transmisión del guardián?
—Recientemente —respondió Duncan—. Estuve tan ocupada informando sobre
nuestro hallazgo a la UNAOC y consiguiendo este vuelo para regresar a la Isla de
Pascua que fue mi primera oportunidad para ponerme al corriente.
El avión se encontraba sobre el océano índico y volaba en dirección este. Habían
dejado a las Fuerzas de la ONU a cargo del complejo Terra-Lel y a científicos de la
UNAOC estudiando con asombro y cautela la extraña esfera de rubí.
—Se acaba de dar a conocer en todo el mundo —agregó Duncan.
—Genial —dijo Turcotte—. A veces creo que tendríamos mejor inteligencia si
viéramos la CNN.
Turcotte pasó a la segunda página y leyó las letras de imprenta del mensaje de
Marte.
SALUDOS
VENIMOS EN SON DE PAZ
ASPASIA
FIN
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—El mensaje completo estaba en el mismo formato críptico que el primer mensaje
que aún no hemos podido descifrar —explicó el oficial—. Ningún mensaje específico
para nosotros. Para la humanidad, quiero decir.
—Genial —masculló Turcotte—. Ahora están hablando entre ellos y no tenemos ni
idea de lo que dicen.
***
Peter Nabinger observaba la explosión de datos que los sensores que bordeaban el
cráter de Ranu Kau habían captado del guardián. Este mensaje era mucho más largo
que el primero: casi tres minutos completos de datos altamente comprimidos.
Nabinger hizo una pausa al analizar los números y letras incomprensibles de la
respuesta. Todavía no habían descifrado la primera. Tampoco habían sido capaces de
descifrar el mensaje enviado desde Marte, excepto la parte binaria. Nabinger miraba
la pantalla con total atención, buscando cualquier cosa que pudiera resultarle
familiar, o que indicara que los ordenadores estaban utilizando el lenguaje de runa
superior.
Veinte minutos después, se alejó de su escritorio con un empujón de fastidio. Este
no era su campo y no era lo que debería estar haciendo. Sentía que se le había
escapado algo importante. Con un movimiento brusco, metió su cuaderno de espiral
de traducciones de runa superior en el bolso y se puso de pie. Salió del centro de
operaciones de la UNAOC y se dirigió a la tienda de prensa, con la mente nublada
por un torbellino de letras y números.
—Parece que las cosas se están precipitando —lo saludó Kelly Reynolds al llegar a
la entrada de la tienda. Los dormidos reporteros se encontraban en el centro de
operaciones de la UNAOC, esperando noticias oficiales sobre algún avance en el
mensaje más reciente. Kelly sabía que cualquier noticia oficial vendría de la ONU, en
Nueva York; por eso había permanecido en la tienda, con la esperanza de que
apareciera Nabinger.
Juntos caminaron hacia el borde del cráter, de frente al Pacífico. Desde su posición
ventajosa, podían ver la Isla de Pascua. De forma casi triangular, la Isla de Pascua
medía menos de veinticuatro kilómetros en su porción más ancha. Su nombre se lo
había dado un explorador holandés que casualmente arribó allí un día de Pascua.
Dirigiendo la vista hacia abajo, Kelly podía ver uno de los ahus, o plataformas
sepulcrales de piedra que sostenían una fila de cuatro de los enormes megalitos.
Cada uno tenía más de nueve metros de altura y pesaba más de veinte toneladas.
Siempre había sido un gran misterio no solo cómo se habían trasportado las estatuas
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desde las laderas del volcán donde fueron talladas, sino también, en primer lugar,
por qué fueron talladas.
—¿Crees que los Airlia ayudaron a mover las estatuas? —preguntó Kelly,
adivinando el mal ánimo de Nabinger.
—¿Qué? —Nabinger miró hacia abajo—. No. Se ha comprobado que con árboles
como rodillos, cuerdas y un sistema de poleas, los isleños primitivos podían
moverlas.
—¿Pero sí representan a los Airlia?
—Una leyenda de los Airlia —respondió Nabinger vagamente—. ¿Has visto el
mensaje de Marte? —dijo, cambiando de tema.
—La UNAOC acaba de publicarlo a nivel mundial desde Nueva York.
—¿Sabes que nuestro guardián envió una respuesta hace un rato?
—Sí, pero la UNAOC está controlando toda la información. Además, no hay
mucho que informar al respecto, ¿o sí?
—No —Nabinger le dio la razón.
—¿Qué hay de los cazas Fu que están volando nuevamente? —preguntó Kelly.
—Para dos de los vuelos tengo una explicación —dijo Nabinger.
—¿Qué quieres decir?
—Sus trayectorias de vuelo. Uno de ellos exploró la pirámide de Gizeh donde los
rebeldes dejaron el arma nuclear, y el otro sobrevoló Temiltepec, donde los rebeldes
dejaron su ordenador. El guardián está echando un vistazo a los lugares donde una
vez estuvieron los rebeldes.
—¿Y qué hay del tercer vuelo sobre China?
—Sobre eso no sé nada —dijo Nabinger—. Puede haber algo oculto allí que
todavía no hemos descubierto. He intentado relacionar esos dos lugares específicos y
la zona general de China con respecto a las «coordenadas» Airlia de las que
dispongo, pero no funciona. Necesito un lugar específico de China para poder
hacerlo. —Nabinger se frotó la barbilla con un gesto de cansancio—. ¿Cuál es la
reacción en el mundo exterior? —preguntó—. He estado tan ocupado en el centro de
operaciones que no he tenido oportunidad de ver ni escuchar nada.
—Mezclada —respondió Kelly—. Por un lado, la gente está contenta con lo de la
paz, pero por otro lado están decepcionados porque aparentemente no es más que
una vieja grabación de una máquina en Marte.
—No es una vieja grabación —aseguró Nabinger.
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Kelly se irguió.
—¿Por qué lo dices?
—Porque estaba en binario, que se comprende con nuestra tecnología actual. Ese
mensaje estaba dirigido a los humanos. Lo que se me ocurre es que el mensaje que
envió a Marte el guardián que tenemos aquí hace cuatro días incluía información que
había recopilado sobre nosotros. El ordenador de Marte analizó la información y nos
envió una respuesta a nosotros y al guardián.
—Están llamando «guardián dos» al de Marte —señaló Kelly.
—Bueno, sí—asintió Nabinger, pero su atención estaba claramente enfocada en
otra cosa.
Kelly consideró la idea de informar al servicio de noticias que el mensaje no era
antiguo, pero se dio cuenta de que sin duda alguien más ya lo habría deducido y no
sería ninguna noticia.
—Oye —dijo Kelly, tocándole el brazo—. ¿Qué ocurre?
—¿Qué? Nada.
—Hace días que andas como en una nube. Algo ocurre.
Nabinger se encogió de hombros.
—No lo sé. Es que me preocupa... —se interrumpió al ver a varias personas
corriendo a la tienda de prensa.
—Algo está ocurriendo —dijo Kelly.
Ambos corrieron hacia la tienda de campaña verde. Se abrieron paso detrás de las
demás personas que observaban el pequeño televisor. La CNN transmitía desde la
fuerza de tareas naval de los Estados Unidos en ultramar. Llegaron a tiempo de
escuchar cómo una nerviosa reportera repetía la noticia:
—Boletín de último momento desde la UNAOC en la ciudad de Nueva York. Se
ha recibido un segundo mensaje del ordenador guardián dos de Marte. El texto
completo de este nuevo mensaje está en el formato binario en el que estaba parte del
primero. Estamos aguardando la traducción del mensaje que nos prometió una
portavoz de la UNAOC. Será... —la reportera hizo una pausa—. Sí, está entrando en
este momento. Lo pondremos en pantalla para que lo puedan leer al mismo tiempo
que nosotros.
En letras negras resaltadas, comenzaron a aparecer palabras en la pantalla.
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SALUDOS
VENIMOS EN SON DE PAZ
ESPERAMOS ESTO MUCHO TIEMPO
PERO AHORA PODEMOS REGRESAR
AHORA QUE VOSOTROS ESTÁIS LISTOS
PARA UNIRSE A NOSOTROS
DESPERTAREMOS
Y REGRESAREMOS A VUESTRO PLANETA
ASPASIA
FIN
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Capítulo 9
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caso, ya había aprendido por las malas que sería mejor enfrentarse de lleno a la
situación que huir.
Sin embargo, al bajar lentamente del jeep y encontrarse con los soldados, notó que
ellos parecían tan sorprendidos por su presencia como ella por la de los soldados. El
oficial a cargo del puesto de control leyó detenidamente la carta del Ministerio de
Antigüedades que autorizaba la presencia de Che Lu en el lugar.
—¿Entrará a la tumba? —preguntó el oficial.
Che Lu negó con la cabeza.
—Tomaremos algunas mediciones del exterior. Eso es todo.
El oficial frunció el ceño, pero la carta contaba con todas las firmas y los sellos
correctos.
—Tengan cuidado. Hay bandidos en la zona. No me responsabilizo de su
seguridad en la montaña.
—¿Bandidos? —preguntó Ki.
Subieron al jeep y se alejaron del puesto de control, comenzando el ascenso de la
ladera de la montaña hacia la entrada, hasta perder de vista a los soldados que
habían quedado atrás, al bordear el lado oeste.
—Cualquiera que no sea del agrado del gobierno es un bandido —dijo Che Lu—.
Incluso yo fui bandida una vez —dijo con una sonrisa—. Y allí podéis ver uno —
agregó, señalando a un viejo arrugado que había aparecido frente a ellos en el
camino, de pie y tan quieto como las estatuas.
Vestía una camisa desgastada de color azul y pantalones negros. Llevaba un AK-
47 en sus manos agarrotadas y un bolso estropeado del ejército a cuestas.
—¡Mi amigo muerto, Lo Fa! —exclamó Che Lu, al tiempo que Ki detenía el jeep.
—¡Vieja bruja! —dijo Lo Fa, y escupió al suelo.
—¡Anciano lascivo! —le respondió Che Lu, y lo abrazó. Miró más allá de él, donde
el camino desaparecía entre dos grandes piedras—. ¿Estamos listos?
—Ya quité la tierra —dijo Lo Fa —. Lo hice por la noche. Esos tontos soldados ni
siquiera se darían cuenta si les cayera una roca en la cabeza. Me ayudaron amigos,
pero su amistad tiene un límite —agregó. Uno de sus ojos estaba muerto,
completamente blanco, por lo que hablaba con la cabeza torcida, con el ojo bueno
hacia delante.
—Tú no tienes amigos —dijo Che Lu—. Sólo bribones que te hacen compañía. —
Extendió un pequeño fajo de billetes que desapareció dentro de la túnica de Lo Fa—.
Para tus amigos.
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—Ahora seguirán siendo mis amigos. —Lo Fa sonrió y dejó ver sus dientes rotos y
amarillentos—. Vamos, rápido, salgamos de este camino. ¿Tenéis permiso para
romper el sello? —preguntó, y subió a la parte de atrás del jeep de un salto.
—Sí.
Con Ki conduciendo lentamente y el camión siguiéndolos, pasaron entre las
enormes piedras. Había estatuas de tigres encaramadas sobre cada una. Las piedras
encerraban un pequeño patio de aproximadamente treinta por quince metros. La
ladera de la montaña estaba recortada y revelaba dos enormes puertas de bronce
cubiertas de escritura. A un lado yacía un gran montículo de tierra: el trabajo de Lo
Fa de las últimas dos semanas desde que Che Lu se había comunicado con él. Ella
sabía que no dispondrían de mucho tiempo y no había querido desperdiciarlo
cavando para llegar a las puertas.
—Por aquí. —Lo Fa ya había salido del jeep, con sorprendente agilidad. Caminó
hasta las puertas, con Che Lu y los demás detrás. Señaló la junta entre los dos
paneles, apenas visible—. Los Ancestros las sellaron con bronce fundido.
Uno de los alumnos de Che Lu estaba filmando las puertas con una cámara de
vídeo, para la posteridad. No habían visto la luz del día en más de dos mil años.
—¿Cómo las abrimos? —preguntó Che Lu.
—No es problema mío —respondió Lo Fa—. Tú sólo me pediste que descubriera
las puertas.
—Te pedí que me hicieras entrar.
Lo Fa escupió nuevamente y lanzó una sonrisa torcida.
—Sí, es verdad. —Se quitó la mochila, metió la mano y sacó un largo cable azul—.
Pide a tus alumnos que lo peguen contra la junta, de arriba hacia abajo.
—¿Qué es? —preguntó Che Lu, haciendo señas a algunos de sus alumnos varones
para que siguieran las instrucciones.
—Cable de detonación. Un explosivo.
Los estudiantes hicieron una pausa y miraron con temor el cable que sostenían.
—Pero no explotará hasta que coloque un detonante en el extremo —gruñó Lo Fa.
—¿Y dónde lo conseguiste? —preguntó Che Lu.
—El ejército es muy descuidado —respondió Lo Fa—. Siempre me sorprendo
cuando logran ponerse las botas en el pie correcto.
—¿Por qué está aquí el ejército? —preguntó Che Lu, mientras él preparaba el
detonador.
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Lo Fa escupió.
—Esta vez, el problema no son solo los estudiantes en la Plaza de Tiananmen. Hay
verdaderos problemas. La gente esta cansada y quiere un cambio. —Lo Fa señaló a la
tumba montañosa que los hacía sentir tan pequeños—. En una época esto fue China,
el centro de la civilización. Ahora, con estos rumores sobre alienígenas, la gente ya no
sabe en qué creer, y los agitadores están aprovechando la oportunidad para
precipitar un cambio, para recuperar la posición de China en el mundo. Es más fácil
decirlo que hacerlo.
—Pero no me has dicho específicamente por qué el ejército está aquí —lo regañó
Che Lu.
Lo Fa se enderezó y la observó con su ojo bueno.
—Están aquí específicamente, vieja, para combatir contra los rebeldes.
—¿Rebeldes? —Che Lu se preguntó si había permanecido demasiado tiempo en la
biblioteca de la universidad—. ¿Hay una rebelión abierta?
—Sí, hay combates. Especialmente entre los musulmanes que viven en esta
provincia. No le deben lealtad a Beijing.
—No escuché nada de eso.
—Ese es el deseo del gobierno. —Lo Fa tenía en la mano un pequeño tapón
metálico que estaba ajustando en el extremo del cable azul—. No es difícil para ellos
ocultar las noticias de lugares tan lejanos como esta provincia. Cuando miles de
personas mueren aquí en inundaciones, el mundo jamás se entera porque el gobierno
no quiere que lo sepa. Puedo asegurarte que no desean que se corra la voz sobre los
combates.
—¿Cuan grave es la situación? —preguntó Che Lu.
Lo Fa terminó de preparar el detonante.
—Yo terminaría rápido la tarea aquí y me iría lo antes posible. Es más, vieja, si
fuera tú, me iría a casa ahora mismo.
—No puedo hacer eso —dijo Che Lu.
—Jamás debería haberte enviado esos huesos de oráculo. —El viejo bajó la voz—.
Hay algo más.
—¿Qué?
Lo Fa miró nerviosamente los alrededores.
—Escuché que hay forasteros merodeando por la zona.
—¿Forasteros?
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Capítulo 10
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En el JPL, el lugar donde se estaban generando los comandos que impulsaban esos
motores, había gran preocupación por el orbitador Viking II. Marte estaba maldito, o
al menos esa era la firme creencia de Larry Kincaid, director de todas las misiones del
JPL a Marte, una vez que abandonaban la órbita de la Tierra. Su creencia no se vio
modificada tras el éxito del Pathfinder. El recorrido por la superficie del planeta
mostrando rocas no era algo que pudiera considerarse un gran éxito. Por supuesto,
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
lograr que el Pathfinder descendiera en una sola pieza fue motivo de satisfacción
durante algún tiempo, pero este logro se veía opacado por la larga y desgraciada
historia de las misiones a Marte.
Kincaid trabajaba en el JPL desde 1962, cuando ingresó como ingeniero de vuelo
júnior. Había estado presente en la sala de control al lanzarse la primera sonda
marciana, la Mariner 3, el 5 de noviembre de 1964. Había observado las reacciones de
los demás científicos cuando el recubrimiento protector de la nave espacial no se
desprendió al dejar la atmósfera terrestre, lo que suponía el completo fracaso de la
misión.
La Mariner 4, lanzada escasos veintitrés días después, se acercó bastante a Marte,
pero su cámara de baja resolución transmitió poca información útil.
Kincaid también conocía la historia de las naves espaciales rusas enviadas en
dirección a Marte. La sonda soviética Mars 1 no logró salir de la órbita de la Tierra.
Mars 2 y 3 llegaron al Planeta Rojo, pero las sondas que depositaron se desactivaron
de inmediato. La Mars 4 directamente no llegó al planeta. La Mars 5 llegó a la órbita,
pero las imágenes que logró eran de peor calidad que las de la Mariner 4. La Mars 6
también llegó, pero su aterrizador transmitió datos muy confusos al bajar, antes de
desactivarse. La Mars 7 no llegó al planeta.
En general, una misión a Marte era una misión a la que ningún ingeniero nuevo
del JPL deseaba ser asignado. Aun con todo el alboroto generado en torno al
explorador rover de la Pathfinder, la historia maldita de la exploración de Marte
afectaba hasta a los científicos racionales que venían a trabajar al JPL.
Por supuesto, todo eso había cambiado con el mensaje del ordenador guardián
dos de Cydonia. Ahora todos deseaban saber todo lo posible acerca de Marte, y de
esa región en particular, y en realidad no había nada que contar o mostrarles, salvo
las imágenes distantes capturadas desde órbita y desde el Hubble.
Lamentablemente, el Hubble no veía mucho. Aun con la mejor refracción posible,
el Hubble podía mostrar Marte apenas como una esfera de diez centímetros. No lo
suficiente para mostrar detalles, a decir verdad, especialmente de la región de
Cydonia. Y la misión Pathfinder y su explorador estaban varados donde habían
aterrizado, demasiado lejos para servir de algo. De ahí que recurrieron al único
orbitador que actualmente se encontraba alrededor del planeta: la sonda Viking II.
Kincaid supervisaba la acción, mientras su equipo comenzaba a desplazar la
Viking II para que pudiera ver Cydonia, pero no estaba concentrado. Se preguntaba
en qué medida esos alienígenas con base en Cydonia podían tener que ver con todos
los desastres que habían frustrado las misiones estadounidenses y rusas a Marte.
Como ingeniero, no creía mucho en las coincidencias, especialmente al tratarse de
objetos mecánicos. Las diversas averías que habían plagado las sondas
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—De acuerdo, gente —gritó, captando la atención del equipo de turno—. Usemos
la cabeza. Vamos más allá del Viking II. Quiero que proyecten una TCM para la
Surveyor que la lleve por encima de Cydonia, comenzando la corrección dentro de
una hora y hasta la semana próxima.
Kincaid veía las muecas de los integrantes de su equipo. Una TCM era una
maniobra de corrección de trayectoria, y requería cálculos complejos para determinar
qué tipo de potencia y por cuánto tiempo se necesitaría para cambiar la trayectoria
actual de la nave a la deseada, y sería especialmente difícil en el caso de la Surveyor
debido a su errática órbita actual.
Sabía que, si su última orden les había molestado, la siguiente haría explotar
algunos vasos sanguíneos, pero venía directamente de la NSA y él tenía estrictas
órdenes de la NASA de cumplirla. Una vez más, Kincaid echó un vistazo a la pared
espejada y se preguntó quién estaba detrás y quién había hecho esta extraña
solicitud.
—Debemos extender y encender el IMS para enfocarlo sobre Cydonia. Al alcance
actual de la sonda, deberíamos recibir algunas buenas imágenes de vez en cuando,
cuando se acerque. No tan buenas como las que obtendrá el orbitador Viking
directamente desde arriba, pero nos darán una idea de lo que está ocurriendo, y
además servirá de respaldo para el Viking.
La boca de su especialista principal se había abierto con la primera oración, y el
hombre había permanecido sin palabras mientras asimilaba lo que le estaban
ordenando. IMS significaba Imager Mars Surveyor. Era un sistema de imágenes
estéreo que estaba cargado en el orbitador. Consistía en tres subconjuntos: una
cámara, un mástil extensible diseñado para elevarse una vez que la nave estuviera en
órbita estable, y dos tarjetas eléctricas, una para controlar la cámara y los motores del
brazo y otra para procesar las imágenes.
—Dios, Kincaid —espetó finalmente el hombre—. ¡No puedes abrir la carga con la
sonda girando así!
—¿Por qué no? —preguntó Kincaid.
—No está diseñada para funcionar así.
—Ya sé cómo está diseñada —dijo Kincaid—. Lo sé tan bien como tú. Y no veo
cuál es el problema de extender y encender la cámara antes para echar un vistazo.
Que no esté diseñada para funcionar así no significa que no podamos hacerlo.
—Pero deberíamos extender el mástil —continuó el especialista—. No creo que
podamos hacerlo con una rotación así.
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complacer los deseos del general Gullick y mantener la seguridad en las instalaciones
contra quienes continuamente intentaban penetrar su antiguo velo de misterio.
Quinn miró la pequeña pantalla del ordenador portátil que tenía delante de él y
realizó una verificación de estado. El sistema enseguida le informó que cinco
agitadores se encontraban en vuelo de prueba en ese momento: el agitador seis
estaba en el extranjero, visitando Moscú en el marco del programa de la UNAOC
para esparcir la riqueza; el agitador siete estaba en viaje por los Estados Unidos; los
agitadores ocho y nueve estaban en Europa; y un grupo mixto de científicos rusos y
de la OTAN estaban explorando la nave nodriza.
—Señor, tenemos un helicóptero entrante cruzando el perímetro —gritó uno de
los hombres de la sala.
Quinn frunció el ceño ante esa perturbación innecesaria. Ya tenían decenas de
naves despegando y aterrizando diariamente. El espacio aéreo ya no estaba
restringido y la base estaba abierta.
—¿Y? —preguntó Quinn.
—Está entrando bajo un código de autorización clasificado ST8.
—¿Y qué cuernos es eso?
Quinn tuvo la autorización más alta posible cuando trabajaba para Majestic, y
jamás oyó hablar de la ST8.
—No lo sé, señor. No puedo acceder desde mi puesto.
Quinn liberó su pantalla rápidamente y tecleó su contraseña. Escribió la
clasificación. La pantalla se puso en blanco y apareció un mensaje:
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—Mierda —dijo Quinn entre dientes. Lo que eso le decía era que ni siquiera podía
informar a su propia cadena de mando y debía hacer lo que fuera que ordenaran los
del helicóptero—. Quiero al helicóptero en pantalla.
Un helicóptero UH-60 negro apareció sobre la pista. Aterrizó y se desplazó hacia
delante. Las puertas laterales se abrieron y apareció una mujer. Quinn se inclinó
hacia delante inconscientemente. Era alta, medía más de un metro ochenta, y
delgada, pero lo que más llamó su atención fue su cabello increíblemente blanco,
cortado al ras del cuero cabelludo. Sus ojos estaban ocultos con gafas oscuras
envolventes. Llevaba un maletín metálico en la mano izquierda y vestía pantalones
negros y una chaqueta negra con una camisa negra sin cuello debajo.
—Traedla a la sala de conferencias —ordenó Quinn. Se puso de pie y salió por la
puerta trasera. Entró en la sala y tomó asiento a un extremo de la mesa. No pasó
mucho tiempo antes de que se abriera la puerta. La mujer entró y se dirigió a la
izquierda de la gran mesa. Quinn se puso de pie para saludarla.
—Mi nombre es Oleisa —dijo la mujer, y apoyó maletín sobre la mesa.
—Soy el mayor Quinn —dijo el extendiendo el brazo, pero la mujer lo ignoró y se
sentó. Quinn hizo lo propio, apurado—. Vi su autorización y decía...
—Que debe hacer todo lo que yo le diga —lo interrumpió Oleisa—. Necesito que
ponga un agitador con su mejor piloto a mi disposición a partir de este momento y
hasta nuevo aviso. Esa nave no se debe utilizar con ningún otro fin.
Quinn gruñó para sus adentros. Vio cómo se derrumbaba su cronograma tan
cuidadosamente preparado.
—¿Para quién trabaja?
—Eso no le compete.
—Yo estoy a cargo aquí y...
—Usted es un cuidador —dijo Oleisa—. No está a cargo. Debe hacer lo que se le
ordene. Un agitador con piloto a mi disposición. También necesito un enlace de
comunicación vía satélite seguro para mi uso exclusivo.
***
En la Isla de Pascua Mike Turcotte y Lisa Duncan fueron recibidos por Kelly
Reynolds y Peter Nabinger cuando entraron a la tienda de prensa. Los demás
representantes de medios se encontraban en el Centro de Operaciones de la UNAOC,
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
a la espera de algún otro mensaje del guardián uno en respuesta al más reciente del
guardián dos.
Turcotte y Duncan habían aterrizado varias horas antes y se les informó de todo lo
sucedido. Su informe acerca del hallazgo de Etiopía había sido transmitido a la
UNAOC durante su vuelo de regreso, pero aparentemente quedó sofocado en el
entusiasmo por el segundo mensaje de Marte.
La teoría de Duncan acerca del propósito de la esfera de rubí había sido
cuestionada por los científicos de la UNAOC que estaban intentando continuar el
trabajo iniciado por los científicos de Terra-Lel. Turcotte no creía que la UNAOC
fuera a tener mucha más suerte que Terra-Lel, considerando que la corporación tuvo
más de dieciséis años para trabajar en la caverna. El consenso inicial entre los
científicos era que la esfera de rubí era algún tipo de dispositivo de minería. Turcotte
pensaba que no era más que inocencia por parte de hombres y mujeres que no
estaban acostumbrados a tratar con cosas que excedían su nivel de educación y
experiencia. Por lo que sabían, la esfera de rubí podía ser algún tipo de objeto
religioso, como un crucifijo en una iglesia. Esperaba que fuera algo así, y no lo que
suponía Duncan.
Estaba arreciando una tormenta y el golpeteo de la lluvia sobre la lona ahogaba el
sonido de las olas. Turcotte sintió que un fino hilo de agua le recorría la espalda.
Había disfrutado de la caminata bajo la lluvia desde el Centro de Operaciones de la
UNAOC hasta la tienda. Echó una mirada a Lisa Duncan. Su vestimenta color caqui
estaba mojada y se veía más oscura, y tenía el cabello adherido a la cabeza. Ella captó
su mirada y arqueó una ceja inquisitiva. Turcotte rápidamente volvió la atención a
los demás.
—¿Qué opina? —le preguntó a Nabinger, que estaba mirando fotografías de la
caverna y de la esfera de rubí que estaban esparcidas sobre uno de los catres.
—No tengo idea —respondió Nabinger, y centró su atención en una fotografía de
la consola Airlia—. No puedo leer las runas superiores de esta manera. Parece lo
mismo que hemos visto en nuestra caverna, aquí en la isla, y no es posible leer todas
las runas superiores de la consola de control hasta que se enciende y se ilumina el
panel trasero.
Turcotte tomó las fotografías y las barajó hasta dar con la que mostraba la piedra
negra.
—¿Qué hay de esto?
Nabinger la miró por un momento y luego sacó su cuaderno. Extrajo un lápiz del
bolsillo.
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—Esto —dijo Nabinger— es muy similar a lo que descubrí en las fotografías de las
piedras de runa superior que dejaron con la nave nodriza y las tablas rongo-rongo de
aquí.
—No lo entiendo —dijo Duncan—. ¿Qué tienen que ver esta caverna del Valle del
Rift y la esfera de rubí con la nave nodriza?
—¿Y con China? —agregó Nabinger, mirando la fotografía de la piedra negra.
—No me gusta esa parte de «todas cosas consumidas» —dijo Turcotte, y miró a
Duncan—. Suena demasiado parecido a tu idea del dispositivo apocalíptico.
—Más y más curioso —dijo Nabinger, observando la foto. Se volvió a Kelly
Reynolds—. ¿Tienes ese teléfono vía satélite que te dio la red?
Ella se lo entregó, pero no sin hacer un comentario.
—Yo no me preocuparía demasiado por la esfera de rubí. Pronto tendremos todas
las respuestas.
—¿Por qué lo dice? —preguntó Turcotte.
—Aspasia vendrá.
—¿Qué, se levantará de entre los muertos? —dijo Turcotte.
Kelly lo ignoró y se dirigió a Duncan.
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—¿Cree que Aspasia, junto con los demás Airlia, han estado en animación
suspendida?
—Es una posibilidad, pero en este momento no podemos estar seguros de nada —
dijo Duncan, y se volvió hacia Nabinger—. Usted es el experto en lenguas. ¿Cómo
interpreta el mensaje enviado desde Marte?
Nabinger levantó la vista del teléfono.
—De la misma manera que usted. Después de todo, no está en runa superior, sino
en ingles codificado en binario. No creo que fuera Aspasia quien envió el mensaje,
sino el ordenador guardián dos, y ahora creo que está implementando un programa
para traer a Aspasia de vuelta a la conciencia desde su estado actual, sea cual fuera.
—¿Cree que pueden hacerlo? —preguntó Duncan.
—Esa es mi lectura del mensaje —dijo Nabinger, encogiéndose de hombros—.
Después de todo, construyeron la nave nodriza y los agitadores. Estoy seguro de que
la animación suspendida no escapa a sus capacidades técnicas. Me sorprende que
nadie lo haya pensado como explicación de lo que ocurrió con los Airlia.
—Nadie lo pensó —afirmó Turcotte— porque jamás encontramos indicios de los
alienígenas mismos aquí en la Tierra.
—Ahora ya sabéis el motivo —dijo Nabinger—. Están en Marte.
—¿Cómo aprendieron inglés? —preguntó Turcotte.
—Probablemente interceptando transmisiones de radio y televisión. A un
ordenador como el guardián no le llevaría demasiado tiempo descifrar nuestro
idioma.
—Es fantástico —dijo Kelly—. ¡Imaginaos, en poco tiempo no solo tendremos el
primer contacto con vida extraterrestre, sino con vida que estuvo presente en la
Tierra hace más de cinco mil años! ¿Cómo creéis que llegaron a Marte? ¿Otra nave
nodriza? ¿U otro tipo de nave?
—Si llegan aquí con una nave nodriza desde Marte, ¿eso no traerá a los Kortad? —
dijo Turcotte.
—Quizá tengan contacto con su planeta de origen —aventuró Nabinger—. La
guerra probablemente haya terminado. Ya han pasado cinco mil años.
Se puso el auricular al oído y abandonó la conversación por el momento.
—Hay mucho que no sabemos —dijo Turcotte.
—¡Pero lo averiguaremos! —Kelly caminaba sin rumbo por la tienda—. Es
simplemente fantástico, Aquí estábamos, esperando como mucho poder acceder al
ordenador guardián. Y ahora vendrá la mismísima gente que construyó esa cosa.
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—Esa era nuestra mayor esperanza —concedió Turcotte—. ¿Pero qué hay de
nuestros peores temores?
—Ay, siempre eres tan pesimista —se quejó Kelly, golpeándole el hombro con el
puño.
—¿No te enseñó tu padre a considerar siempre el peor de los casos? —preguntó
Turcotte. Sabía que su padre había sido miembro de la Oficina de Servicios
Estratégicos (OSS), precursora de la CIA, durante la Segunda Guerra Mundial.
—Ay venga —protestó Kelly—. Aspasia salvó a la humanidad derrotando a los
Airlia rebeldes hace cinco mil años, y dejó que nos desarrolláramos sin interferir. Los
hechos hablan por sí solos.
—¿Entonces por qué regresa ahora? —quería saber Turcotte—. ¿No es eso
interferir?
—Porque ahora estamos listos. Hace cinco mil años no lo estábamos. Eso dice en el
mensaje.
—¿No crees...? —comenzó Turcotte, pero vio el entusiasmo en los ojos de Kelly y
no pudo reunir la fuerza negativa para contrarrestarlo. Lo embargaba una cierta
sensación perturbadora, no la emoción y ansiedad que sentía Kelly ante el primer
contacto directo con una raza alienígena.
Vio que Nabinger había dejado el teléfono y estaba mirando un cuaderno donde
había anotado algo. Parecía preocupado.
—¿Qué ocurre?
Nabinger alzó la mirada.
—He conseguido un contacto para enviar el texto en chino por fax y recibir la
traducción. También tenía un mensaje en el buzón de voz. Alguien encontró un lugar
con más runas superiores.
—¿Dónde? —preguntó Turcotte.
Nabinger sonrió.
—En China.
—¿China? —repitió Turcotte—. Pero qué bien. Vaya coincidencia.
—Sí —dijo Nabinger—. No me sorprende que los Airlia estuvieran allí también.
Recuerde que tenían los agitadores para volar. Podían ir a cualquier lugar sobre la
faz de la Tierra en cuestión de minutos.
—¿Cómo es que no supimos nada de China hasta ahora? —pregunto Kelly.
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
—Por el mismo motivo por el que los rusos acaban de ofrecer su nave Airlia
estrellada —explicó Nabinger—. Probablemente lo mantuvieron en secreto por sus
propias razones. Incluso es probable que los chinos no sepan que tienen artefactos
Airlia. Los chinos siempre fueron reacios a realizar cualquier tipo de tarea
arqueológica.
—Recordad que el tercer caza Fu sobrevoló China —dijo Turcotte—. Os aseguro
que el guardián sabe algo que nosotros no.
—El guardián sabe muchas cosas que nosotros no sabemos —dijo Nabinger.
Turcotte lo miró.
—¿Hay algo que no nos está diciendo?
El profesor se encogió de hombros.
—Bueno, recibí tanta información en contacto con el guardián que hay mucho que
no sé que sé.
Turcotte no quedó satisfecho con esa respuesta, pero no creía que este fuera el
momento de presionar a Nabinger, especialmente con la manera en que se estaba
comportando Kelly. Volvió a pensar en China.
—Uno de esos cazas Fu sobrevoló la Gran Pirámide, donde los Airlia rebeldes
dejaron un arma atómica. Otro de ellos sobrevoló Temiltepec, donde los rebeldes
dejaron su ordenador guardián. ¿Qué cree que puede haber en China? ¿De quién era
el mensaje? —preguntó Turcotte.
—De una arqueóloga, Che Lu. La conozco. Es jefa de arqueología de la
Universidad de Beijing.
—Bueno, lo que sea que tenga no puede ser tan importante ahora —sentenció
Kelly—. Vamos, pronto tendremos aquí al hombre para que hable por sí mismo.
—¿Hombre? —preguntó Turcotte.
—Aspasia.
—¿Por qué lo llamas hombre? —preguntó Turcotte, pero no esperó respuesta—.
Él, si es que así lo podemos llamar, es un alienígena. No un humano. No un hombre.
La tienda se sumió en el silencio durante unos segundos. Kelly miró a Turcotte
fijamente con expresión de sorpresa. El rostro se le estaba sonrojando con enfado.
Antes de que pudiera protestar, Lisa Duncan habló.
—¿Cómo pueden las runas superiores de China encajar en todo esto? Pienso que
debemos retroceder y reconsiderar todo desde una nueva perspectiva. Especialmente
ahora que tenemos algo que parece escritura china en África y runas superiores cerca
de la esfera de rubí. ¿Cuál es la relación?
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
—Sin duda deben haber tenido algún efecto —dijo Nabinger, abriendo los ojos—.
Después de todo, estuvieron aquí durante más de cinco mil años. La Atlántida tiene
que ser el lugar donde su efecto fue mayor. Esta teoría de un punto de partida se
llama «difusión». En pocas palabras, significa que todas esas civilizaciones fueron
iniciadas por personas de una única civilización anterior.
Turcotte se inclinó hacia delante.
—Permítame una pregunta. ¿Cómo llegó el ordenador de los rebeldes al interior
de ese templo de Temiltepec? ¿Y la bomba atómica a la Gran Pirámide? ¿No fue eso
obra de los Airlia rebeldes, y no de los humanos que escaparon de la Atlántida?
—No lo sé —respondió Nabinger—. Parece poco probable.
—Bueno, si Aspasia se fue a Marte para echarse una siesta de un par de milenios,
¿entonces, dónde fueron los Airlia rebeldes?
—Supongo que se extinguieron —dijo Nabinger, pero estaba claro que en realidad
no lo había considerado.
—¿Quizá ellos también estén de siesta? —dijo Turcotte—. ¿En China, tal vez?
—Ay, por favor —rezongó Kelly.
—Quizá el guardián está preocupado y por eso envió los cazas Fu —dijo Turcotte.
Se le ocurrió algo más. Se dirigió a Duncan—. O quizá eso era lo que se encontraba
en aquel nivel inferior en Dulce. ¿Quizá recuperaron los cuerpos de los Airlia
rebeldes en el templo de Temiltepec junto con el ordenador de los rebeldes? Quizá
por eso el guardián uno ordenó a los cazas Fu destruir el laboratorio. ¿Quizá Majestic
intentaba descongelar a los alienígenas, o activarlos, o lo que sea?
—Quizá, quizá, quizá —repitió Kelly. Caminaba nerviosamente a uno y otro lado.
El suelo de chapa de madera crujía bajo sus botas—. ¿Por qué no nos ceñimos o los
hechos?
—¿Cuáles? —preguntó Turcotte—. Si todavía existen Airlia rebeldes por aquí, en
algún lugar, ¿qué pasa si ellos también despiertan? ¿Qué pasa si estos dos bandos
retoman lo que dejaron inconcluso hace cinco siglos? ¿Qué pasa si esa profesora Che
Lu ha encontrado algo importante y peligroso? Según este marcador que
encontramos en el Valle del Rift, es muy posible que lo que sea que haya visto esté
relacionado con la esfera de rubí que encontramos y que parece tener relación con la
nave nodriza, según lo que acaba de traducir Peter.
—No sé qué hay en China —dijo Nabinger—. Pero me podría ayudar a descifrar el
sistema de coordenadas de la Tierra de los Airlia si puedo identificar el lugar preciso.
— Comenzó a hojear un atlas que tenía en la mano—. Lo único que dijo Che Lu fue
que encontró inscripciones en runa superior y que iba a entrar en la antigua tumba
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
china de Qianling para investigar más. He oído hablar de Qianling. —Les explicó
brevemente lo que sabía acerca del mausoleo en la montaña—: Las inscripciones que
encontró pueden no significar absolutamente nada, o pueden ser simplemente un
texto religioso copiado, como lo es la mayoría de lo que hay en la Gran Pirámide.
Pueden...—Hizo una pausa, con un dedo posado sobre la página satinada que
mostraba un mapa de China—. ¡No puede ser! —exclamó. Se dio vuelta sobre el
taburete, tomó su vapuleado bolso de cuero y extrajo el cuaderno de espiral con sus
notas sobre el lenguaje de la runa superior.
—¿Qué ocurre? —preguntó Turcotte.
Nabinger pasaba las páginas de su cuaderno. Las hojas estaban repletas de
símbolos en runa superior dibujados a mano.
—No lo creeréis. Ni siquiera yo lo puedo creer.
—¿Qué? —Lisa Duncan y los demás se acercaron para ver.
Nabinger dejó de pasar las hojas. Miró alternativamente al mapa y al papel
repetidas veces, y luego a los demás.
—Estaba aquí todo este tiempo, y nunca lo vi. Dios mío, jamás miré. Y aunque me
hubiera fijado, seguramente...
—¿Qué es lo que estaba aquí? —A Turcotte se le acababa la paciencia.
—La palabra —dijo Nabinger.
—¿Palabra? —repitió Duncan.
—El símbolo —dijo Nabinger, señalando el mapa—. Ha estado aquí durante
siglos. —Sus ojos estaban enfocados sobre algo fuera de la tienda, en su mente—.
Pero tiene sentido. Solo podríamos verlo en los últimos cincuenta años, desde que
llegamos al espacio. Y luego a nadie se le hubiera ocurrido mirar, porque no
sabíamos nada acerca del lenguaje de la runa superior. ¡Brillante! ¡Sin duda!
Turcotte miró a las demás personas de la tienda y de vuelta al arqueólogo.
—¿Qué es tan brillante? ¿Qué símbolo?
—Este. —El dedo de Nabinger estaba posado sobre una sección del mapa.
Los demás miraron con ojos entornados.
—No entiendo —dijo Turcotte—. ¿China? ¿Ese pueblo junto a su dedo? ¿Qué?
—No —dijo Nabinger—. La muralla. La Gran Muralla. Mirad esta sección en
China Occidental, al norte de la ciudad de Lanzhou. —Alzó la vista para mirar a los
demás—. La Gran Muralla es la única estructura construida por el hombre que
actualmente se puede ver desde el espacio sin telescopios.
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Capítulo 11
Después de muchas discusiones, Che Lu decidió seguir por el pasillo por donde
había aparecido la imagen. Uno de los alumnos, más entusiasta que los demás, lideró
el camino. El joven iba unos diez metros por delante en el túnel cuando, de repente,
se produjo un destello de luz brillante, Che Lu se detuvo, cegada por un instante.
Cuando volvió a abrir los ojos y pudo recuperar la visión en la penumbra de las
linternas ondulantes, se quedó sin aliento. El estudiante había sido casi cortado por la
mitad. La parte superior de su cuerpo yacía detrás de las piernas, y la sangre aún
brotaba de un corazón al que todavía le quedaban un par de latidos. Los ojos
parpadearon algunas veces, luego se quedaron inmóviles y vacíos.
Una de las muchachas gritó. Che Lu alzó la mano.
—¡Que nadie se mueva!—Se adelantó hacia el cadáver. Ahora podía ver una
protuberancia diminuta que se proyectaba de la pared, a la altura de la cintura. Estiró
la mano y le quitó el sombrero al alumno muerto. Lo arrojó cerca de la protuberancia
y se produjo otro haz de luz brillante que cortó el sombrero en dos cuando pasó
delante.
—Ah —afirmó Che Lu. Incluso mientras pensaba qué hacer con el problema, se
produjo una reverberación profunda y sorda que provenía de la parte trasera del
túnel.
—¡Las puertas! —gritó Ki. Se volvió y corrió por el túnel, hacia la entrada. En un
minuto, estaba de vuelta; sus jóvenes facciones reflejaban el miedo—. Están cerradas.
Oí a los soldados en el otro lado. ¡Estamos atrapados!
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Capítulo 12
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—Aquí lo tengo. Veamos. La Gran Muralla tiene más de dos mil cuatrocientos
kilómetros de largo. Se convirtió oficialmente en la Gran Muralla en el siglo III antes
de Cristo, cuando el emperador Shi Huangdi de la dinastía Ch'in unió diferentes
murallas que se habían construido en épocas anteriores. Shi fue el primer emperador
que unificó China. —Kelly desvió la mirada del ordenador y se concentró en el mapa
—. Esta sección donde se ve el símbolo es más que nada parte de esas murallas que
fueron construidas mucho antes.
—¿Entonces es posible que se haya construido en la época en que los seguidores
de Aspasia luchaban contra los rebeldes? —quiso saber Turcotte.
—Sí.
—Pero llevaría cientos de años construir semejante cosa, ¿o no? —preguntó
Turcotte.
Kelly negó con la cabeza.
—No. Según lo que dice aquí, la mayor parte de la muralla fue construida en
menos de diez años. Se usaron millones de campesinos para su construcción y los
cadáveres de aquellos que morían en la labor fueron incorporados a la estructura de
la muralla. Basándonos en eso, es posible que esta sección se haya construido en un
período relativamente breve si había un líder fuerte que deseaba que se terminara.
Recordad, China siempre ha contado con mano de obra para hacer este tipo de
tareas.
Turcotte se inclinó hacia delante para mirar más de cerca el mapa y, al hacerlo,
rozó a Lisa Duncan. Ella no se apartó, pero se inclinó hacia delante también para ver
el mapa.
—Mirad —dijo Turcotte—. Esta parte del mapa en realidad no parece seguir una
línea de defensa natural. Este río de aquí habría complementado la defensa de la
muralla, pero la muralla no sigue su curso. Tiene razón, esto fue construido para que
se viera el símbolo en runa superior desde el espacio, no para construir el perímetro
defensivo más efectivo posible dado el terreno. ¿Cómo coño lograron los Airlia que
los chinos la construyeran?
—¿Cómo hicieron que los egipcios construyeron las pirámides? —preguntó
Nabinger a su vez.
—Aspasia nos dará la respuesta —afirmó Reynolds desde donde se encontraba, al
otro lado de la tienda, sentada al borde de un catre.
—Sabéis —afirmó Turcotte—. A pesar de todos sus esfuerzos por evitar que su
presencia influyera en nuestro desarrollo, Aspasia hizo un trabajo bastante mediocre.
—Se le ocurrió algo—. Quizá lograron que esa gente construyera eso del mismo
modo en que lograron que el general Gullick y los de Majestic12 intentaran hacer
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volar la nave nodriza. Quizá controlaron sus mentes a través del guardián. —
Turcotte tamborileó sobre el mapa con el dedo—. Eso significaría que hay otro
guardián aquí, en Qianling.
Se produjo un silencio momentáneo en la tienda.
—Lo que quisiera saber —dijo Lisa Duncan finalmente— es por qué los rebeldes
querrían transmitir un SOS de esa manera a alguien que lo pudiera ver desde el
espacio.
—Eso se relaciona con algo que me inquieta desde hace un tiempo —respondió
Nabinger—. Después de enteramos de que los Airlia habían escondido el arma
nuclear en la Gran Pirámide, decidimos que la pirámide misma probablemente fue
construida como una baliza espacial. Lo que me perturbaba de esa conclusión era:
¿por qué querrían los rebeldes enviar una señal hacia el espacio? ¿A quién le querían
enviar una señal a través de la Gran Pirámide?
—¿Y a quién —continuó Duncan— le pedían ayuda a través de la Gran Muralla?
—Caminó hasta la cafetera que había sobre la mesa de campamento y se sirvió una
taza. Alzó una taza vacía en dirección a Turcotte y este asintió.
—Usemos la lógica —dijo Turcotte—. Con la pirámide, buscaban atención. El
símbolo de la Gran Muralla tenía el objetivo de enviar un mensaje después de haber
llamado la atención. Así lo hubiera hecho yo.
—¿Hacer el qué? —le preguntó Duncan mientras le entregaba el café.
—Hubiera enviado un mensaje al espacio exterior con la tecnología y la mano de
obra disponibles en la Tierra en ese momento si hubiera perdido mis medios
principales de comunicación —afirmó Turcotte—. En las Fuerzas Especiales, una de
las primeras cosas que aprendemos en el entrenamiento es que siempre hay que
tener una forma de comunicarse con la base. Una forma primaria, una de respaldo,
una de emergencia y una de último recurso. Creo que este símbolo construido en la
Gran Muralla fue su último recurso.
—Un momento —intervino Duncan—. Estos alienígenas eran rebeldes,
descastados. Aspasia los había derrotado, destruyó su asentamiento en la Atlántida,
y los esparció por la superficie del planeta. Vuelvo a mi pregunta inicial: ¿con quién
trataban de contactar? Uno pensaría que, si eran rebeldes, no querrían llamar
demasiado la atención.
—¿A los Kortad? —sugirió Nabinger—. Quizá no eran rebeldes. Quizá también
eran traidores.
—¿Y quienes construyeron esta parte de la Gran Muralla fueron los mismos que
colocaron la esfera de rubí en el Gran Valle del Rift? —preguntó Turcotte—. ¿Es esa
la conexión con China?
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Capítulo 13
El ordenador guardián dos era una pirámide dorada de tres metros de alto por seis
de ancho en la base. Se encontraba a cuatrocientos metros por debajo de la superficie
de Marte, en una caverna excavada en la roca sólida. La ruta que conducía de regreso
a la superficie había sido sellada hacía cinco mil años con conexiones a los sensores
ocultos en la superficie del planeta.
En las últimas horas, el guardián dos había realizado un autodiagnóstico de su
propio estado y de todos los sistemas que tenía bajo su control. La prioridad era la
energía. Un reactor de fusión fría, también oculto debajo del suelo marciano, estaba
funcionando a un catorce por ciento de su capacidad. Eso no era suficiente para
implementar los otros programas que debía ejecutar.
La decisión se tomó a través del cómputo lógico simple. La mayor parte de ese
catorce por ciento fue dirigido hacia la superficie para activar el programa de energía
alternativa.
***
En el centro de control del JPL, un gran reloj digital rojo indicaba el tiempo que
faltaba hasta que la sonda Viking completara su recorrido orbital y luego pasara por
la región de Cydonia. Faltaban menos de tres horas.
Mientras tanto, la gente de Kincaid había logrado lo que habían considerado
imposible: extender el mástil de la Surveyor con el sistema de imágenes IMS en su
extremo y orientarlo hacia Marte, al menos orientarlo el doce por ciento del tiempo,
mientras la Surveyor se desplazaba por el espacio en su órbita errática. El porcentaje
aumentaba con lentitud, mientras los ingenieros trabajaban para hacer rotar el IMS
en conjunción con la rotación de la nave. Con algo de suerte y tiempo, quizá podrían
mantener el IMS orientado hacia Marte todo el tiempo.
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Una de las grandes pantallas de la sala mostró una imagen del IMS que se movía
lentamente. Se podía ver el Rostro frente al Surveyor y la gran pirámide hacia un
lado. La imagen se desplazaba por la pantalla con el desplazamiento de la cámara.
Era una toma muy lejana y el ángulo no era bueno, pero no había duda de que la
imagen mostraba con claridad una cara alargada.
Cada vez que Larry Kincaid levantaba la vista, un escalofrío le recorría la espalda.
Se sentía muy insignificante con solo pensar que, de algún lugar entre esas aparentes
ruinas, los alienígenas emergerían de su prolongada hibernación; alienígenas que
habían viajado por las estrellas mientras el hombre vivía en chozas de paja y
cavernas.
Kincaid controlaba algunos datos nuevos que habían hallado sus ingenieros de
vuelo a través de la Surveyor cuando, en el frente de la sala, se produjo una
repentina agitación que llamó su atención.
Vio lo que había causado la conmoción de inmediato. La enorme pirámide del
centro de las ruinas de Cydonia se estaba desarmando. Los cuatro lados se abrían,
como los pétalos de una flor al sol. Cuando los lados se separaron lentamente,
apareció un centro oscuro en el medio.
Kincaid conocía las dimensiones de esa pirámide y la magnitud de la ingeniería
necesaria para hacer eso le resultó abrumadora. Se inclinó hacia delante, esperando.
Después de cinco minutos de lento movimiento, los lados alcanzaron una posición
vertical y dejaron al descubierto un cubo negro. Los ojos de Kincaid, al igual que los
de todas las personas del mundo que estaban viendo en ese momento la televisión,
cuyos programas diarios habían sido interrumpidos con la transmisión en vivo, se
esforzaron por ver qué había en el interior.
De repente se produjo un destello brillante de luz en todo el borde superior. La luz
cobró intensidad cuando los lados comenzaron a moverse hacia la superficie del
planeta. Las caras internas reflejaban el sol lejano. Después de quince minutos, y
doce rotaciones del IMS, los cuatro paneles finalmente llegaron al suelo. La luz
brillante que reflejaban casi cegaba la imagen que recibían.
—¿Qué coño es eso? —preguntó uno de los ingenieros. Era la misma pregunta que
se hacían todos los telespectadores del mundo.
Kincaid sabía lo que era, pero el tamaño era increíble.
—Paneles solares —dijo. Los paneles solares se usaban en la mayoría de las sondas
y orbitadores como fuente de energía, de modo que Kincaid sabía de qué hablaba.
Sacó una calculadora del bolsillo y comenzó a presionar números.
—Dios mío —masculló cuando vio la primera cifra en la pequeña pantalla. Unos
paneles solares humanos de esas dimensiones producirían suficiente energía como
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para alimentar a toda la ciudad de Nueva York, y Kincaid sospechaba que los de los
Airlia tenían una ingeniería superior—. ¿Qué coño necesita tanta energía? —
preguntó en voz alta, pero nadie de la sala de control respondió.
Levantó la mirada y contempló los cuatro triángulos brillantes que ahora yacían
donde alguna vez se había erigido lo pirámide que formaban. Al entrecerrar los ojos,
divisó algo en el centro, debajo del lugar donde antes se encontraba el ápice de la
pirámide.
—¿Es esta la mejor resolución del IMS?
—Sí —le respondió uno de los técnicos.
—¿Alguna idea de qué es esa cosa en el medio de los paneles?
—Todavía no. Es difícil de distinguir por el contraste de luz de los paneles y la
distancia de la Surveyor. Lo sabremos cuando la Viking pase por allí.
***
Duncan sostuvo un trozo de papel que había recibido de un mensajero del centro
de comunicaciones de la Armada en la isla.
—Nos han autorizado a ir a China y averiguar qué está descubriendo Che Lu en la
tumba.
—¿Quién dio la autorización? —preguntó Turcotte.
La mujer leyó el papel.
—La Autoridad de Comando Nacional conforme a una autorización de seguridad
ST-8.
—Nunca he oído hablar de esa autorización —afirmó Turcotte.
—Nos han ordenado entrar y salir sin causar un incidente internacional —observó
Duncan.
—No es tan fácil como suena —opinó Turcotte.
Los demás estaban congregados alrededor del pequeño televisor, contemplando el
espectáculo de los paneles solares Airlia.
Duncan reflexionaba sobre el problema.
—Sabemos que China no nos dejará entrar. Ni siquiera nos molestaremos en pedir
autorización. Entraremos de forma encubierta y saldremos sin que nos vean. —Miró
a Turcotte—. Y Mike, creo que tú eres el experto en eso. Según esto, nos
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—¡Diablos! ¿Por qué? —exclamó ella—. ¿Por qué tiene que ser Estados Unidos
contra China? ¿Y los rusos y la nave que escondieron? ¿Y la empresa sudafricana y lo
que escondieron? ¿Por qué nos peleamos y mentimos entre nosotros? No estaremos
listos, como piensa Aspasia, si seguimos haciendo esto. Humanos contra humanos.
—No tiene que ver con humanos contra humanos —afirmó Turcotte. Pasó a su
lado—. Tiene que ver con descubrir la verdad por nosotros mismos. —Salió de la
tienda, los demás lo siguieron.
Kelly Reynolds se quedó sola, escuchando el sonido de la tormenta que azotaba la
tienda.
***
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túneles laterales. Deben conducir a algún lado. Por los registros antiguos, se supone
que hay kilómetros de túneles en esto tumba. Encontraremos otra salida.
—¿Y lo que le pasó a Taizho? —maulló Funing—. ¡Nos podría pasar lo mismo!
—Tendremos cuidado. —Che Lu cogió un palo de bambú que uno de sus alumnos
había usado a modo de bastón—. Atad una tela a este palo. Luego sostendremos el
palo delante de la persona que va al frente, así —explicó—, con la tela colgando. Esto
desencadenará un rayo como el que mató a Taizho.
—¿Y si hay rayos en los dos túneles? —preguntó lo chico.
Che Lu estaba a punto de perder lo paciencia.
—Entonces estamos atrapados de verdad y moriremos —afirmó—. Pero por ahora
no lo sabemos, y no lo sabremos hasta que hagamos algo. ¡Así que andando!
—Yo llevaré el palo —se ofreció Ki, lo que sorprendió a Che Lu.
—Gracias.
—Vamos —dijo Ki, y se encaminó hacia la intersección con otro de los alumnos
que lo siguió con la linterna. El resto los imitó, en fila india, como patitos detrás de su
madre.
***
—Mirad esto —dijo Nabinger mostrando un trozo de papel que le había dado el
conductor. Estaban en un vehículo militar HUMMV que los llevaba al aeródromo
donde los esperaba el avión que perdió Duncan. El chirrido del limpiaparabrisas
contribuía al ánimo desalentador que reinaba en el interior. Nabinger estaba sentado
delante, junto al conductor, y Turcotte y Duncan iban en el asiento trasero.
—¿Qué es? —le preguntó Turcotte.
—La traducción de los caracteres chinos de la piedra que mi amigo envió por fax
al Centro de Operaciones Navales. —Nabinger se los leyó—: «Cing Ho llegó a este
lugar, tal como le fue indicado. Hizo lo que le ordenaron».
—¿Quién cuernos era Cing Ho? —quiso saber Turcotte.
—Tendré que averiguarlo cuando estemos en vuelo — dijo Nabinger, volviéndose
en el asiento.
Turcotte sintió un golpecito en el costado. Se volvió a Duncan, que se había
inclinado para poder hablarle sin que la escucharan.
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—Lamento lo que dijo Kelly acerca de Alemania. Te lo dijo para conmoverte. Para
evitar que hicieras lo correcto.
—¿Sabes lo de Alemania!
—Por eso ir elegí para infiltrarte en el Área 51 — respondió Duncan.
—¿Por formar parte de una operación fallida que terminó con la muerte de civiles
inocentes? —dijo Turcotte.
—No seas tonto —respondió Duncan, pero en tono suave—. Tú no mataste a
ninguno. Y detuviste al tío que lo hizo en cuanto pudiste.
—Yo estaba allí.
—Venga, Mike —dijo—. No seas tan duro contigo mismo. Te elegí porque
rechazaste la medalla que te ofrecieron por esa operación fallida, tal como la
llamaste. Porque te hiciste responsable.
Con una queja de los frenos, llegaron a las escalerillas que los conducían al avión.
Cuando Turcotte comenzó a apearse, sintió la mano de Duncan en el hombro y se
detuvo.
—Y recuerda: las circunstancias demuestran que elegí al hombre indicado.
***
~112~
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—Vale —se dijo a sí mismo, disfrutando del desafío—. Tiene que haber alguna
mención a STAAR en algún lado. Y yo voy a encontrarla. —Se volvió al ordenador y
comenzó a escribir. Luego, de repente, hizo una pausa. La Antártida. Había una
conexión entre ese continente y el proyecto Majestic-12. Y había alguien que sabía
acerca de esa conexión: el único miembro que había sobrevivido del comité de doce
miembros original.
Quinn sabía a dónde debía ir: al hospital de la base de la Fuerza Aérea de Nellis,
donde mantenían al hombre en cuestión, Werner Von Seeckt, un antiguo científico
nazi de las SS a quien mantenían vivo con la asistencia de máquinas.
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Capítulo 14
~114~
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Turcotte y Nabinger la siguieron por el pasillo, pasaron por una puerta y llegaron
al sector de comunicaciones. Había hileras de ordenadores y la luz era tenue, lo que
resaltaba el brillo de las pantallas. Turcotte reconoció el avión como una versión de
comando y control que la Fuerza Aérea había desplegado en todo el mundo.
—Por aquí —indicó Duncan, conduciéndolos a un ordenador específico. Allí había
una joven teniente de la Fuerza Aérea y lo único que se veía en la pantalla era un
cursor.
—Conéctenos con el enlace de bajada de la NASA para la Viking, teniente Wheeler
—indicó Duncan.
—Sí, señora. —Wheeler tecleó varias palabras en código. Apareció una
advertencia en la pantalla que informaba a quien hubiera llegado tan lejos que estaba
violando la legislación federal si accedía a esa pantalla sin acceso autorizado e
indicaba que se detuviera en ese momento.
Luego, la advertencia desapareció.
—¿No te preguntas por qué la NASA nunca investigó la región de Cydonia antes?
—le preguntó Turcotte a Duncan—. Evidentemente, podían mover el orbitador
Viking fácilmente hasta allí.
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>VIKING: ESCANEANDO.
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toda la imagen, y luego lo único que apareció en la pantalla fue lluvia estática, como
si se tratara del comienzo de La dimensión desconocida.
***
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—Nos llevará unos días —respondió Kincaid. Miró a la derecha al sentir la mirada
intensa del hombre canoso clavada en él. El hombre se dio vuelta y salió de la
habitación con la misma brusquedad con la que había entrado.
—Eso es todo, caballeros.
Todos los miembros administrativos y burocráticos de la cúpula del JPL
comenzaron a salir, pero Kincaid permaneció sentado. Tenía la sensación de que
quizá el hombre de pelo canoso lo estaría esperando en el pasillo, pero no tenía
ningún deseo de acercarse a ese tipo. Además, no quería encontrarse con nadie de la
prensa. Sabía que algunos que el conocía de pasada estarían fuera, y él se vería
obligado a mentirles.
Por eso, simplemente se quedó sentado, pensando. Cuanto más pensaba, peor se
sentía.
~120~
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Capítulo 15
***
—La palabra «ártico» proviene de «arktos», que es la palabra griega que significa
«oso», en referencia a la constelación del norte, Ursa Mayor, o la Osa Mayor, también
~121~
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conocida popularmente como El carro. —El anciano hizo una pausa y se presionó la
máscara de oxígeno contra el rostro para recuperar el aliento.
El mayor Quinn se mantuvo impasible, pues no quería delatar lo que le generaba
Werner Von Seeckt. Había leído toda la información acerca del alemán en los
archivos clasificados del Cubo, y además había trabajado con él desde que lo
asignaron al comité MJ-12.
Von Seeckt había nacido en el sudoeste de Alemania, en 1918. Creció en los años
turbulentos que siguieron a la Primera Guerra Mundial. Luego había estudiado física
en una universidad de Munich, pero con el comienzo de la Segunda Guerra, las SS lo
reclutaron para formar parte de un cuerpo científico de élite que estudiaría formas
más eficientes de librar guerras y matar personas.
Quinn sabía que Von Seeckt estaba trabajando en la base de cohetes de
Peenemünde cuando lo reclutaron para ir a una misión especial a Egipto: la misión
que había descubierto el arma atómica de los Airlia debajo de la Gran Pirámide.
Desafortunadamente para el alemán, pero por suerte para los aliados, Von Seeckt y la
bomba fueron capturados por una patrulla británica. El científico, junto con su
extraña caja, fue trasladado a los Estados Unidos, donde quedó bajo la jurisdicción de
un programa clasificado llamado Operación Paperclip.
Quinn también estaba bien informado acerca de dicho programa; había sido
creado por el gobierno de los Estados Unidos para incorporar científicos del Eje que
consideraban valiosos para el país porque podían «aportar» sus conocimientos. El
programa era ilegal, pero eso no molestó a quienes lo implementaron. De esa
manera, muchos científicos del Tercer Reich especializados en cohetes, junto con
especialistas en química y biología, incluidos algunos de los hombres que inventaron
los gases utilizados en los campos de concentración, fueron acogidos en los Estados
Unidos y dedicaron el resto de su vida a trabajar para ese gobierno.
Pero Quinn sabía que Von Seeckt fue uno de los primeros en incorporarse a la
Operación Paperclip, pues lo capturaron en el auge de la guerra. Cuando finalmente
logró romper la carcasa que rodeaba el arma atómica, lo asignaron al Proyecto
Manhattan, que ganó gran popularidad al poder examinar la bomba Airlia. Luego lo
trasladaron al nuevo proyecto, el Majestic-12, y participó en él desde entonces.
Quinn sabía que Von Seeckt tendría que estar en Washington, junto con los demás
sobrevivientes de Majestic-12, enfrentándose al juicio, pero en las últimas semanas,
su estado físico se había debilitado tanto que su residencia permanente era la sala de
cuidados intensivos de la base de la Fuerza Aérea de Nellis. Un punto a favor del
anciano era que también había prestado ayuda a Lisa Duncan y a sus acompañantes
para frenar al general Gullick.
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
Quinn fue a verlo porque sabía que algunos de los agitadores se habían
encontrado en la década de los cincuenta en la Antártida, y también sabía que Von
Seeckt había estado allí durante la operación de recuperación. Cuando Quinn le
preguntó al anciano acerca de la Antártida, este comenzó con su perorata acerca de la
etimología del nombre del continente. Quinn esperó con paciencia a que llegara a la
información que le pudiera resultar útil.
Von Seeckt se quitó la máscara de oxígeno.
—En la Tierra, la región que rodea el polo norte se conoce como región ártica en
todos los mapas. Cuando a la palabra «ártica» se le agrega el prefijo «ant», que
significa «opuesto» o «equilibrio», la palabra se convierte en «Antártica», que
significa «opuesto al ártico», o literalmente, «opuesto a la osa».
El anciano cerró los ojos, absorto en sus pensamientos.
—He estudiado el tema en profundidad. Después de todo, fui allí a buscar los
agitadores. La Antártida está incluso más aislada de las visitas humanas que las
zonas silvestres del desierto de Nevada y que la remota Isla de Pascua. Nadie va allí
sin un propósito específico, y no es fácil sobrevivir. Según información sobre los
Airlia que encontramos en la caverna de la nave nodriza durante la Segunda Guerra
Mundial, el proyecto Majestic fue la fuerza que instigó la Operación High Jump, que
operó entre 1946 y 1947 y estuvo orientada a la búsqueda de artefactos Airlia ocultos
en la Antártida. Logramos ubicar el lugar, pero nos llevó más de ocho años, hasta
1955, poder montar una operación para tratar de recuperar el escondite.
»Allí, montamos la Operación Deep Freeze, liderada por el almirante Byrd, un
explorador. El comunicado de prensa que se emitió mencionaba las ocho bases
construidas, al igual que las exploraciones realizadas en el continente congelado,
pero había una novena base, secreta, llamada en código Scorpion, que fue construida
sobre el escondite Airlia.
»En 1956, después de cuatro meses de realizar perforaciones, los hombres de la
base Scorpion pudieron llegar hasta el escondite, que se encontraba cubierto por más
de dos kilómetros de hielo. Encontraron una cámara excavada en el hielo y siete
agitadores en su interior.
El cuerpo de Von Seeckt se estremeció debajo de las sábanas blancas.
—Una vez recuperados los agitadores, Majestic ordenó que cerraran la base
Scorpion y la operación al completo fue clasificada con el código más secreto. No he
oído nada más acerca de operaciones en la Antártida.
Quinn sacudió la cabeza.
—Hay alguien allí ahora. La única pista que tengo al respecto es la palabra
STAAR, con dos A.
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
Capítulo 16
Kelly Reynolds sintió que una gota de sudor le bajaba por la espalda. Estaba de
pie sobre la pista de aterrizaje caliente de la base aérea de Nellis, discutiendo con un
joven teniente que no quería permitirle subir a un helicóptero que, según el panel de
operaciones, se dirigía hacia el Área 51. Había llegado allí en un vuelo militar que
salió inmediatamente después de que se marchara el 707 con los demás. Sabía que la
única forma de detenerlos era descubrir más información, y que el mejor lugar para
hacerlo era allí donde había funcionado el proyecto Majestic durante medio siglo.
Los dos se volvieron cuando escucharon la llegada de un automóvil. Una figura
enfundada en un traje azul salió de él. Llevaba la insignia de hojas de roble doradas
en los hombros.
—Mayor Quinn —dijo Kelly a modo de saludo. Todavía desconfiaba de la Fuerza
Aérea, a pesar de la apertura que había mostrado en las últimas semanas. Su
experiencia con una campaña de desinformación sobre ovnis implementada por la
Fuerza Aérea, que en el proceso acabó con su floreciente carrera en la industria de las
películas documentales, hacía que desconfiara de los uniformes azules.
—Señorita Reynolds —respondió Quinn.
—¿Es ese su helicóptero? —preguntó Reynolds.
—Sí.
—¿Puede llevarme? —El teniente comenzó a protestar, pero cerró la boca cuando
Quinn le hizo una seña a Kelly para que lo acompañara hasta el aparato. Reynolds
sabía que Quinn hacía todo lo posible por mantener buenas relaciones con los
medios. Todos los demás miembros del Majestic estaban muertos, se habían
suicidado, como Gullick, o estaban en la cárcel. Quinn caminaba en la cuerda floja, y
ella también sabía por Lisa Duncan que el Presidente le había ordenado que prestara
toda su colaboración a la prensa.
—Acabo de ver al profesor Von Seeckt —anunció Quinn cuando entraron al
helicóptero y se colocaron el cinturón de seguridad.
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
—¿Cómo está? —Reynolds tampoco sentía mucha simpatía por Von Seeckt. El
anciano había sido nazi y había trabajado en Peenemünde y, a pesar de que había
aducido no saber nada al respecto, Reynolds sabía que tenía que estar al tanto del
campo de concentración Dora, donde se había albergado la mano de obra esclava
para la fábrica de misiles. El padre de Reynolds fue una de las primeras personas en
entrar al campo de concentración, y pudo ver la muerte y la miseria que allí reinaban.
Le habló a su hija al respecto, y la convicción de que nunca más debían permitir
semejantes atrocidades y de que debían ser castigadas había sido el impulso que
llevó a Kelly a convertirse en periodista.
—No muy bien —respondió Quinn—. Los médicos le dan menos de una semana.
Kelly resopló.
—Eso mismo dijeron la semana pasada. El maldito no se muere nunca. —Miró a
su alrededor cuando el helicóptero comenzó a ascender—. ¿Por qué ha ido a verlo?
Quinn la miró a los ojos.
—Está sucediendo algo raro. —Le contó la historia de Oleisa, la extraña mujer que
había aparecido solicitando un agitador, y le habló de los mensajes que se enviaban a
la Antártida. No le mencionó la pregunta perturbadora que le había hecho Von
Seeckt al final, a pesar de que no podía pensar en otra cosa desde que salió del
hospital.
—¿De verdad piensa que esa organización STAAR está usando la base Scorpion?
—preguntó Kelly.
—Es lo único que tiene sentido.
—¿Pero se puede mantener algo así en secreto?
Quinn asintió.
—Sí. No hay cobertura fija de satélite de esa parte del mundo y como la base de
todos modos estaba debajo del hielo, no resultaría demasiado difícil mantenerla
oculta. Además, no se olvide de que hay tratados internacionales que prohíben el
despliegue de armamento en ese continente, de modo que es el lugar menos
militarizado del planeta.
—Tampoco son frecuentes los vuelos en esa zona, la base Scorpion se encuentra
fuera del camino de todas las rutas de vuelo de las demás bases internacionales. El
clima inhóspito también desalienta las visitas.
—Nunca hubiera sospechado que una organización gubernamental pudiera
mantener su existencia completamente en secreto —afirmó Kelly, que se dio cuenta
de la contradicción que encerraban sus palabras ni bien las pronunció—. Quiero
saber más al respecto.
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
El helicóptero ahora estaba aterrizando fuera del hangar principal del Área 51.
—Le mostraré todo lo que pude averiguar —le dijo Quinn mientras descendían de
la aeronave.
En el ascensor que los llevaba al Cubo, Kelly no pudo evitar recordar que, hacía
solo unas semanas, Johnny Simmons había sido capturado cuando trataba de entrar a
esa misma instalación hacia la que ahora la escoltaban. Si había otro organismo
gubernamental funcionando en secreto, Kelly decidió que lo descubriría, sin
importar lo que costase.
Las puertas del Cubo se abrieron y Quinn la condujo al escritorio que se
encontraba al final de la sala. Del resto de la sala, llegaba un murmullo sordo de
actividad.
—He ordenado el seguimiento de nuestros datos de inteligencia para detectar
cualquier información vinculada a STAAR —afirmó Quinn mientras se sentaba—.
También he realizado una búsqueda intensiva de los archivos clasificados. No hay
mucho.
—¿Qué pudo averiguar? —preguntó Kelly; la periodista que había en ella no
podía evitar sentir curiosidad.
Quinn miró su ordenador.
—Después de que retiraron los agitadores, la base Scorpion permaneció vacía
durante varios años. Luego, en 1959 sin que ni siquiera Majestic lo supiera entonces,
alguien se trasladó allí, a la cámara más profunda. Aquí tengo un informe de una
unidad de ingeniería que colocó estructuras prefabricadas en el hielo, a mucha
profundidad, usando el ancho túnel que habían cavado para extraer a los agitadores.
Me fijé y no hay señales de la base en la superficie. Las aeronaves que se dirigen allí
son guiadas por un transmisor que cambia de frecuencia constantemente.
—¿Quién la instaló? —quiso saber Kelly.
—Eisenhower volvió a establecer la base Scorpion en 1959. He encontrado una
copia de la orden y es muy extraña. La directiva presidencial que autorizó el uso
también estipula que ninguno de sus sucesores debía ser informado de la existencia
de la base, o de la organización que la administraba, que solo se conocía por las siglas
STAAR.
—Cielos. ¿Cómo pudieron mantenerlo en secreto todos estos años? —dijo Kelly.
—El presupuesto asignado a STAAR está oculto dentro del «presupuesto negro»
de sesenta y siete mil millones de dólares al año —explicó Quinn, que estaba muy al
tanto de eso por su trabajo en el Majestic—. A través de la misma directiva
presidencial que la había creado, STAAR obtenía un porcentaje especificado cada
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
año, sin que nadie hiciera preguntas ni objeciones, y lo transfería a una cuenta
bancada en Suiza. Le apuesto lo que quiera a que hay muchas posibilidades de que
nadie en Washington sepa hoy en día de la existencia de STAAR.
—¿Eso es posible? —preguntó Kelly.
Quinn asintió.
—Por lo que he visto, STAAR no parece hacer nada, lo que significa que no llama
la atención de nadie. El presupuesto operativo se oculta detrás de un presupuesto
confidencial de la Organización de Reconocimiento Nacional.
Señaló la pantalla del ordenador.
—En realidad, lo más interesante que he descubierto sobre STAAR no es el
presupuesto, sino algo que falla: no hay registros del personal que la conforma. —
Apoyó la espalda en el respaldo—. En lo que respecta a los documentos de
contratación de personal que debe tener sí o sí cualquier organización vinculada al
gobierno de los Estados Unidos, no importa cuan secreta sea, STAAR es una
organización sin empleados. Coño, si hasta la CIA tiene algunos documentos sobre
los asesinos que contrata.
Kelly lo miró fijamente.
—¿Qué dice...? —comenzó, pero se interrumpió cuando Quinn se inclinó hacia el
teclado y comenzó a introducir datos.
—Bueno, esto es interesante. La NSA está captando un enlace activo que involucra
a STAAR —afirmó el hombre.
—¿De dónde proviene? —quiso saber Kelly.
Señaló la pantalla que se encontraba al frente de la sala.
—Del Aurora. —Apareció un mapa electrónico de China. Una luz parpadeante
apareció en la pantalla y se deslizó con rapidez por el mapa en la frontera occidental
de China, rumbo a la seguridad del océano con velocidad sorprendente.
Kelly sabía que el Aurora era el avión espía de última generación que tenía la
Fuerza Aérea, el sucesor del SR-71.
—Se están bajando datos desde el Aurora hasta la base Scorpion —agregó Quinn
—. Yo estoy interceptando los datos para obtener una copia. Quizá nos enteremos de
algo.
***
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El Aurora, que tenía la forma de una mantarraya negra, volaba a cuarenta mil pies
por encima de China, a una velocidad de Mach 5. Al llegar a la zona que buscaba, la
disminuyó a menos de 2,5, que de cualquier modo era una velocidad superior a 3200
kilómetros por hora; lo suficientemente lento como para desplegar la sonda de
reconocimiento.
En el asiento trasero, el OSR, el oficial de sistemas de reconocimiento, se aseguró
de que todos los sistemas estuvieron listos para funcionar, luego los activó al pasar
por el área objetivo.
—¿Hay algo en los frecuencias HF o SATCOM que nos indicaron controlar? —
preguntó el piloto.
—Negativo.
—Me pregunto quién coño está allí abajo —dijo el piloto—. No iría a China con lo
que está pasando ni por todo el oro del mundo.
El OSR observó una luz roja que tintineaba en la sección izquierda de su consola.
—Tenemos lanzamientos de misiles —informó al piloto—. Tengo lo que vinimos a
buscar. Salgamos de aquí.
—Roger. —El piloto activó el sistema de postcombustión. Los dos hombres
quedaron pegados contra los asientos, especialmente diseñados, cuando el avión
duplicó su velocidad en menos de quince segundos, dejando atrás a los misiles
disparados por los militares chinos y a sus sistemas de rastreo preguntándose dónde
estaba el blanco.
—Descargando los datos —afirmó el OSR cuando la luz roja se apagó y apareció a
toda velocidad el Océano Pacífico.
Los datos pasaron a un codificador y la transmisión incoherente se registró en un
disco digital. Luego se reproducía el disco a dos mil veces la velocidad normal, lo
que llevaba el mensaje a un satélite orbital. Ese satélite rebotaba el mensaje a un
satélite hermano más hacia el oeste y hacia abajo, a Corea del Sur, donde esperaba
Zandra. Los datos además se transmitían a la base Scorpion y fueron interceptados
por la NSA y enviados al mayor Quinn, que se encontraba en el Cubo.
***
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
—Se han producido informes no confirmados que sostienen que elementos del
Ejército Veintiséis que han desplegado posiciones alrededor de la ciudad de Beijing.
No se conoce si estos informes son ciertos, ni tampoco si el gobierno utilizará estas
tropas en un intento de abortar el movimiento que se ha gestado en las últimas
semanas.
Hasta el momento, la situación en la capital se ha mantenido tranquila, pero nos
han llegado informes poco precisos de que hay conflictos en las zonas rurales, en
especial en las provincias occidentales, donde hace tiempo que los grupos étnicos y
religiosos muestran su irritación ante la mano dura del gobierno chino.
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
Incluso han llegado noticias de que hay comandos del ejército taiwanés operando
en el continente, contribuyendo a fomentar el descontento, aunque estos rumores no
se han confirmado.
También nos han informado de que tenemos doce horas para abandonar el país, o
que seremos arrestados. El Consejo Revolucionario está arrasado por la xenofobia, y
China está cerrando las fronteras al mundo. Esta será nuestra última transmisión, ya
que...
—¿Nada de la CIA o la NSA? —quiso saber Kelly cuando Quinn bajó el volumen.
—Algunos movimientos de tropas. En efecto, el ejército veintiséis se está
desplazando cerca del capitolio. El ELP está moviendo a sus divisiones lejos de las
ubicaciones de conscripción y hacia donde tienen más probabilidades de disparar al
populacho si se les ordena hacerlo.
—¿Y los taiwaneses?
—Según la CIA, los Comandos de Reconocimiento, parte de las fuerzas especiales
de Taiwán, han logrado infiltrar varios equipos en China continental para hacer
exactamente lo que dijo el reportero de la CNN. Y China de hecho está cerrando sus
fronteras al mundo. —Quinn levantó la mirada de la pantalla del ordenador—. ¿Cree
que ese lugar en China es importante?
—No lo sé —respondió Kelly—. Así lo creen Turcotte y Nabinger y,
evidentemente, quien sea que esté a cargo en la Antártida. Solo me pregunto quién es
quién en esta historia y cuáles son sus razones para hacer lo que hacen.
—Bueno, sea quien sea, STAAR, sin duda, tiene mucho poder —observó Quinn.
—Tenemos que mantenernos atentos en caso de que Turcotte y los demás
necesiten ayuda —afirmó Kelly. Sabía que Quinn le daría información, pero que no
la ayudaría a tratar de detener la misión.
—Ya me he encargado de eso.
—¿Y qué hay de la persona de STAAR que se apoderó de vuestro agitador? —
quiso saber Kelly.
Quinn se encogió de hombros.
—Parece estar esperando.
—¿Esperando qué?
—No tengo la menor idea.
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—Allí está Qianling —observó Nabinger, señalando una fotografía del satélite que
mostraba una montaña de gran tamaño. Estaba examinando las imágenes de satélite
y térmicas pegadas en las carteleras que habían colocado apresuradamente para tal
fin. Los demás lo siguieron. Habían llegado a Osan hacía menos de diez minutos y el
mayor de la Fuerza Aérea inmediatamente los escoltó hasta ese hangar, más allá de
los guardias armados que custodiaban la puerta, y luego los había dejado solos.
Turcotte echó un vistazo.
—Es una zona amplia. ¿Cómo encontraremos a Che Lu para entrar al mausoleo?
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que Che Lu y su grupo han sido encerrados en el interior del mausoleo por el ELP,
de modo que podréis matar dos pájaros de un tiro, por así decirlo.
***
—Quietos —ordenó Che Lu, a pesar de que la orden era innecesaria, pues cuando
ella detuvo sus pasos lentos y cautelosos por el túnel, los demás se detuvieron,
inmóviles, detrás de ella—. Apaga la luz —dijo, y Ki obedeció.
Quedaron inmersos en la oscuridad. Che Lu parpadeó y entrecerró los ojos para
ver hacia el túnel.
—Allí —dijo, señalando. Más adelante, se veía un resplandor tenue de luz que no
era más que un puntito blanco en la inmensa oscuridad—. Vamos —dijo. Ki volvió a
encender la linterna y Che Lu sostuvo la rama de bambú frente al cuerpo, con la tela
colgando hasta el suelo. Muy despacio, avanzaron hacia la luz.
A medida que se acercaban, Che Lu pudo ver que era un pequeño haz de luz que
cruzaba el túnel de izquierda a derecha, en dirección descendente. Se preguntó si se
trataría de otro de los rayos asesinos, hasta que estuvo más cerca y vio que era luz
solar. Sintió un poco de alivio cuando se acercó a la luz. Provenía de un orificio de
alrededor de quince centímetros en el extremo superior izquierdo del pasillo. El haz
cruzaba el túnel y desaparecía en otro orificio del mismo tamaño en el lado derecho,
más abajo en la pared de la piedra.
—¿Para qué sirve eso? —preguntó Ki al grupo, que se había congregado alrededor
de la reconfortante luz que entraba por el orificio.
Che Lu alzó la cara hacia la abertura, a la que podía llegar de puntillas. Todo lo
que pudo ver fue un cuadrado azul muy tenue al final del pasadizo. Calculó que
debía haber unos cien metros hasta el exterior, y nadie podría desplazarse por ese
túnel. De todos modos, le dio esperanzas de que pudieran encontrar uno de mayor
tamaño más adelante.
—Es como la Gran Pirámide —afirmó, un tema del que se había informado al
encontrar los huesos de oráculo con las inscripciones en runa superior—. Hay
pequeños túneles en la pirámide, como este, que van desde la cámara del faraón
hasta la superficie. Señalan constelaciones estelares específicas. —Se volvió al orificio
inferior—. La tumba del emperador debe de estar en esa dirección —agregó.
—¿Había una puerta en la parte de atrás de la Gran Pirámide, para poder salir? —
quiso saber Ki, siempre pragmático.
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—No —respondió Che Lu—. Solo una entrada y estaba sellada para desalentar a
los saqueadores de tumbas. —Se sentó en el suelo—. Descansaremos aquí y luego
seguiremos.
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años, el comité Majestic-12 había prestado toda su atención a los agitadores que
albergaba el hangar uno, pero era el contenido del hangar dos lo que había
contribuido a decidir la ubicación del Área 51 cuando fue descubierto en los años
oscuros de la Segunda Guerra Mundial. El túnel por el que avanzaba la vagoneta se
había excavado hacía años para comunicar el hangar uno con el hangar dos.
La vagoneta emergió del túnel y entró en la amplia cavidad que albergaba la nave
nodriza. Kelly sabía que antes había sido una caverna. Ella se quedó fuera cuando el
capitán Turcotte modificó la secuencia de detonación de las cargas explosivas e hizo
colapsar el techo sobre la nave en un intento por evitar que el general Gullick hiciera
funcionar la nave nodriza. Al salir de la vagoneta, vio que después del trabajo de
excavación intenso que había realizado el Cuerpo de Ingenieros del Ejército en los
últimos días, los escombros ya no estaban y la nave nodriza permanecía despejada y
sin ningún daño a la vista.
Kelly alzó la mirada. La nave ahora estaba al aire libre y la luz matinal se filtraba
sobre el borde de la cavidad del techo hacia la superficie negra brillante del artefacto.
A pesar de que la había visto antes, Kelly Reynolds se sintió abrumada por el tamaño
impactante de la nave nodriza; tenía forma de cigarrillo, más de mil quinientos
metros de largo y cuatrocientos metros de ancho en el centro, y estaba apoyada sobre
una plataforma de puntales del mismo metal negro de la nave.
Había una estructura de andamios ubicada al frente de la nave, donde se abría una
puerta hacia el interior. Con la ayuda del ordenador de los rebeldes, Gullick y los
demás miembros de Majestic-12 pudieron entrar a la nave y comprender el
funcionamiento de algunos de los controles, lo suficiente como para que la nave se
elevara de los puntales que la sostenían y para ver los mecanismos de propulsión.
Pero eso había sido todo, como Reynolds sabía, mientras caminaba con Quinn a lo
largo del lateral de la nave. Majestic-12 no había logrado pilotarla y, hasta la llegada
del mensaje de Marte, qué hacer con ella había sido un tema candente de debate, no
solo en la UNAOC, sino también en todo el mundo. Ahora, tal como demostraba la
reducida cantidad de personas en la caverna, estaban sucediendo cosas más
importantes.
Kelly se detuvo y miró hacia arriba, en dirección a la superficie negra de la nave
que se curvaba hacia lo alto. Tenía el presentimiento de que, poco después de que
llegaran los Airlia, la nave nodriza recibiría una visita, porque tenía la sensación de
que la nave nodriza era la verdadera razón por la que Aspasia regresaba a la Tierra
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Capítulo 17
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
La noche anterior, poco después del atardecer, el LLS había detectado una
anomalía en un reborde a lo largo de la dorsal del Pacífico oriental, a una
profundidad de cinco mil metros o más de tres millas hacia el fondo. La imagen
pintada por el láser mostraba un tubo cilíndrico que sobresalía del lateral del reborde
y se extendía unos seis metros, con una estructura con forma de caja montada
encima. Sin duda, no se trataba de una formación natural.
La Armada pasó toda la noche desplazando su sumergible para misiones
clasificadas en el océano profundo, el USS Greywolf. El Greywolf estaba conectado a
un buque nodriza en la superficie, el Yellowstone, que lo remolcó hasta una
ubicación que se encontraba directamente encima de la anomalía detectada. Cuando
estaba a punto de amanecer, el Greywolf deslizó sus amarras debajo del Yellowstone
y comenzó a descender hacia la oscuridad del océano. El piloto a cargo era un
veterano naval que tenía más de veinticinco años de servicio, el capitán de corbeta
Downing. Su copiloto y oficial de navegación era el teniente primero Tennyson. El
tercer integrante de la tripulación era un contratista civil llamado Emory.
El Greywolf era el resultado de décadas de prueba y error con sumergibles del
océano profundo. Antes de construirlo, el récord para inmersión tripulada estaba
justo por debajo de los siete mil metros. El Greywolf rompió ese récord en su primera
inmersión, pues descendió hasta unos ocho mil metros. Su diseño era radical, y no
tenía ni la forma esférica ni la de cigarro que la mayoría de la gente asociaba
tradicionalmente a los submarinos. Tenía la forma de un bombardero Stealth F-117,
con paneles laterales compuestos y planos fabricados de una aleación especial de
titanio.
Los tres tripulantes del Greywolf no sabían que debían la construcción de la
carcasa del sumergible al trabajo realizado en la nave nodriza que se encontraba en el
Área 51. Allí, los investigadores del comité Majestic habían aprendido mucho de
diversas aleaciones, y los resultados se habían plasmado en proyectos militares
secretos, como el Greywolf.
Al atravesar los dos mil metros, el capitán Downing no estaba preocupado por la
inmersión en sí. La profundidad se encontraba dentro de un rango cómodo; las
corrientes de la zona eran mínimas y el sumergible operaba dentro de todos los
parámetros esperables. Sin embargo, tanto él como los otros dos tripulantes estaban
preocupados por el objetivo. No se había detectado de cerca ningún caza Fu desde la
destrucción del laboratorio de Dulce, pero los tres hombres habían visto las cintas de
las consecuencias de ese ataque. También estaban al tanto de la pérdida de señal de
la Viking II al acercarse a Cydonia. Probablemente todo fuera parte del
funcionamiento automático del ordenador guardián, pero probablemente eso no les
fuera de mucha ayuda si el guardián los hacía sufrir un occidente a cinco mil metros
de profundidad.
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
Debido al temor de que el guardián pudiera reaccionar ante su presencia, tan cerca
de la base de los cazas Fu, el Greywolf estaba acompañado en la inmersión por el
Helmet II, un vehículo pilotado a distancia, o RPV. Lo habían bautizado así porque
su diseño se asemejaba a un casco dotado de varios brazos mecánicos y sensores
adosados al cuerpo principal. Una hélice de gran tamaño ubicada en la parte inferior
del Helmet proporcionaba propulsión vertical. Las maniobras se realizaban a través
de cuatro pequeños propulsores que parecían ventiladores espaciados a lo largo del
borde de la base.
Además de los brazos mecánicos y los sensores, el Helmet II estaba equipado con
una videocámara montada en el techo que se deslizaba trescientos sesenta grados, y
una que se desplazaba sobre un riel encima del borde y los propulsores. Había una
tercera atornillada a la parte inferior, en el centro, que permitía ver directamente lo
que sucedía debajo del aparato. Las imágenes captadas por las cámaras se
transmitían directamente hacia el Greywolf, donde se encontraba el mando a
distancia, y desde allí, hasta el Yellowstone.
Cuando pasó los cuatro mil metros, el Greywolf se detuvo y envió al Helmet II
para que se adelantara. Esa era la tarea de Emory. Estaba sentado en un sector
reducido del compartimiento de la tripulación y miraba las pantallas con las
imágenes de las cámaras; una cuarta pantalla de ordenador le daba datos esenciales
acerca del comportamiento, el nivel, la profundidad y velocidad del RPV. Lo
controlaba con un joystick que le recordaba el que usaba su hijo para los videojuegos.
A medida que descendían lentamente, Tennyson detectó varios contactos de sonar
a mil metros por encima de su ubicación. De inmediato, informó a Downing.
—¿Ballenas? —preguntó.
—No. Submarinos. —Tennyson escuchó atentamente los sonidos metálicos a
través del agua. Estaban disminuyendo—. Están bajando la velocidad.
—Emite un ping con sonar activo —ordenó Downing—. Obtengamos la
confirmación y luego llamaré al Yellowstone a ver que pasa.
Los submarinos ahora estaban en silencio, inmóviles en su posición. Tennyson
emitió el pulso y escuchó la respuesta.
—Tenemos tres submarinos de ataque clase Los Ángeles encima de nosotros.
—¡Mierda! —masculló Downing. Encendió la radio de ultra baja frecuencia,
también llamada ULF, que lo conectaba con el Yellowstone—. Nodriza, aquí Wolf.
Cambio.
La respuesta llegó del modo chato en que llegaban las transmisiones de ultra baja
frecuencia, atenuada por la masa de agua que los rodeaba.
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Los hombres del sumergible desviaron la mirada hacia la cámara superior, que
Emory trató de mover, desesperado, para poder rastrear a los cazas Fu. De forma
abrupta, vio una imagen borrosa de uno que giraba a toda velocidad y se volvía
hacia el RPV.
Súbitamente, todas las pantallas se apagaron. Emory maldijo.
—He perdido el contacto con el Helmet. —Sus dedos volaron por los controles,
mientras trataba de reestablecer el contacto. Downing y Tennyson volvieron a
sentarse en sus asientos.
—Quiero el sonar en esas dos cosas —ordenó Downing mientras encendía los
motores.
—Se acercan. —Tennyson trataba de escuchar y leer la pantalla al mismo tiempo—
Se nos vienen encima, muy deprisa.
Downing aceleró los motores, y luego aceleró, para subir directamente.
—¿Cuánto tiempo?
—Eh, cuarenta segundos —respondió Tennyson.
—¡Sigo sin conexión con el RPV! —exclamó Emory.
—Emite un ping —ordenó Downing.
Se oyó el eco del pulso, mientras la onda de sonido salía del sumergible.
—Treinta segundos; no, veinte.
—Mierda —maldijo Downing. Habían subido menos los cuarenta metros.
Extendió la mano y abrió la cubierta del interruptor rojo.
—¡El ping es negativo! —Emory no lo podía creer—. ¡El Helmet ha desaparecido!
—Trató de recobrar la calma—. Diez segundos. ¡Deberían aparecer en cualquier
momento!
Downing movió el interruptor y el interior del Greywolf quedó sumido en la
oscuridad, salvo por dos pequeños luces de emergencia que funcionaban a batería. El
murmullo de los motores se apagó.
—¿Qué coño has hecho? —exigió saber Emory.
Downing dio un golpecito al pequeño portal de Plexiglás en el techo del
sumergible. Un caza Fu pasó a toda velocidad.
—He apagado todos nuestros sistemas de propulsión —explicó.
—¿Por qué? —quiso saber Emory.
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—Para que no lo hicieran ellos antes —afirmó Downing—. Todos los informes de
aeronaves que entraron en contacto con cazas Fu indicaron que la proximidad
cercana con los cazas les drenó por completo los motores. Si lo hicieron con el
Helmet, nosotros éramos los próximos. Estamos a cuatro mil metros de profundidad.
Vamos a necesitar los motores para poder subir.
—Bueno, ¿y ahora qué hacemos?
—Esperar.
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Capítulo 18
Fluía la energía de los paneles solares, una cascada de energía que llenó el
ordenador guardián y sus subsistemas. Comenzó a abrir y a ejecutar otros
programan que hacía tiempo estaban latentes.
Dos programas tenían prioridad: uno era biológico, el otro, mecánico. A una
profundidad aún mayor que la del ordenador que se encontraba debajo de la
superficie de Marte había una caverna con hileras de objetos negros que parecían
ataúdes de unos tres metros de largo por un metro veinte de diámetro. Por primera
vez desde que los habían cerrado herméticamente, el metal negro que protegía cada
cajón se retrajo, revelando capas de un material cargado magnéticamente que parecía
hecho de plata. Una por una las capas fueron retrocediendo hasta que solo quedó un
material translúcido que envolvía firmemente los cuerpos preservados.
Eran todos altos, de sexo masculino y femenino, de entre un metro ochenta y dos
metros de altura, con torsos cortos y extremidades largas. La cabeza era más grande
que la de los seres humanos, y el cuero cabelludo estaba cubierto de cabello rojo. La
piel era clara y lisa.
El aire que rodeaba a cada uno de los cuerpos comenzó a vibrar con electricidad
estática cuando lentamente se retrajeron los campos que los habían preservado
durante tanto tiempo. Solo quedaban veinte de los ochenta. Doce de esos veinte no lo
habían logrado y los cuerpos en el interior de los cajones estaban momificados. Los
otros ocho permanecerían dormidos como una medida de seguridad.
De forma mecánica, la energía fue redirigida a la cámara más cercana a la
superficie, justo debajo del objeto conocido como el Fuerte. Las luces se encendieron
y seis naves se hicieron visibles en el resplandor. Esas naves no se parecían ni a la
nave nodriza ni a los agitadores; eran una mezcla de ambos. Cada una estaba
apoyada sobre el suelo de roca lisa y parecía la garra de un oso invertida. Su casco se
ahusaba y curvaba apenas hacia un lado hasta llegar a un extremo filoso. Cada nave
tenía más de doscientos metros de alto y cuarenta de ancho en la base. Todas se
inclinaban un poco hacia adentro, y el agrupamiento formaba una imagen que se
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Chase tenía el pelo corlo castaño claro y un rostro colorado. Le sobraban unos
kilos y tenía brazos fornidos, estaba enrollando con cuidado varios cables, con toda la
dedicación que una madre tendría con su recién nacido.
—Tenemos equipos de FM para cada uno, para la comunicación entre los
integrantes del equipo —continuó Harker—. Micrófonos de garganta activados por
voz y auriculares. Chase se encargará de entregaros el vuestro.
El hombre se dirigió hacia otra mesa.
—Pressler es nuestro paramédico. Ha hecho el perfil médico de la zona de
operaciones, pero no pensamos pasar allí demasiado tiempo como para que la flora o
la fauna nativas, o las enfermedades locales sean un problema. Nos preocupan más
los problemas médicos causados por la mano del hombre, como las balas. Lleva una
mochila M-3 con insumos médicos de emergencia. También me gustaría que os
ajustaran dos bolsas de administración endovenosa en un chaleco dentro de la
camisa; todos las llevamos. Una contiene expansor plasmático; la otra, glucosa.
Pueden salvarnos el culo en caso de shock.
Turcotte asintió. Se daba cuenta de que Nabinger y Duncan no entendían ni la
mitad de lo que el corpulento Boina Verde les decía, pero Turcotte no pensaba dejar
que el profesor se alejara de él en toda la misión y Duncan sólo tenía que preocuparse
de lo que sucediera allí mismo.
Por primera vez en mucho, mucho tiempo, Turcotte se sintió en su salsa. Aunque
lo habían incorporado a la fuerzas de seguridad de Nightscape, que trabajaba en el
Área 51 y estaba al tanto de sus operaciones, había sentido que no pertenecía a ese
lugar. Pero comprendía a esos hombres y entendía su modo de trabajar.
—¿Cuál es la amenaza?—preguntó.
—No se ve bien —respondió Harker—. El ELP, el Ejército de Liberación Popular,
tiene varias unidades desplegadas en nuestra zona de operación. Parece que hubo
disparos de armas de fuego entre el ELP y las facciones musulmanas. Además, esa
mujer, Zandra, nos dijo que las personas que debemos encontrar están encerradas en
el interior del mausoleo, así que las cosas parecen bastante jodidas en nuestra zona
de operación.
Harker señaló un punto en el lateral de la montaña mausoleo.
—Esta es la única entrada que conocemos. Como podéis ver, el ELP ha aparcado
un par de vehículos aquí, en el patio, y un soldado con metralleta aquí, en esta
ladera, justo encima de la entrada.
—¿Cómo piensa meternos allí? —quiso saber Turcotte.
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Cuando abandonaron la sala, Nabinger sacudió la cabeza y habló en voz baja para
que sólo lo oyeran Turcotte y Duncan.
—Sabéis, esto es un poco extraño, ¿no os parece?
—¿El qué? —preguntó Turcotte.
—Bueno, aquí estamos, usando la mejor tecnología disponible para meternos en
una tumba ancestral en China e intentar descubrir algo acerca de los Airlia. Quizá,
Kelly tenía razón. Si no podemos ponernos de acuerdo con el gobierno chino para
que nos deje echar un vistazo sin tener que infiltrarnos a escondidas, puede que no
estemos tan listos como Aspasia cree.
—No hay duda de que la humanidad no está lo suficientemente unida como para
comunicarse con una raza alienígena avanzada —respondió Turcotte—. Pero no es
eso lo que me preocupa.
—¿Qué te preocupa entonces? —intervino Duncan.
—Lo que me preocupa —afirmó Turcotte— es si la humanidad puede solucionar
sus putas diferencias como para luchar contra una raza alienígena avanzada, llegado
el caso.
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—Hemos perdido cien metros en las últimas dos horas —informó Tennyson. Su
voz reverberó en todo el interior atestado del Greywolf.
—Mantén la vista en el medidor y dime si perdemos más. —El comandante
Downing no estaba preocupado por la profundidad en ese instante. El aire del
interior del sumergible se estaba condensando, lo que contribuía al frío que se
filtraba del exterior. Tenía la calefacción a batería apagada, para conservar energía y
evitar que los cazas Fu reaccionaran a cualquier indicio de energía, pero sabía que no
podía hacerlo indefinidamente sin que el aire se volviera tan frío en el interior del
artefacto que ellos sufrieran de hipotermia.
Downing giró la cabeza y miró hacia el pequeño portal por el que veían el agua
oscura. No sucedió nada durante cinco minutos, luego, justo a tiempo, uno de los
cazas Fu pasó a gran velocidad. El destello de la máquina fue la única fuente de luz,
además de las dos luces de emergencia del interior del sumergible.
—Mierda —musitó Tennyson, mirando por encima del hombro—. ¿Qué creéis que
están haciendo esos submarinos de ataque?
—Esperan, como nosotros —dijo Downing—. Los cazas Fu harán algo, o se
marcharán.
—¿Así que estamos esperando a ver qué hacen esas cosas? —afirmó Emory.
—En realidad —dijo Downing—, creo que todos estamos esperando que Aspasia
despierte y resuelva todo este embrollo.
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Capítulo 19
Los integrantes del equipo de las Fuerzas Especiales y los dos agregados
germinaron de cargar sus mochilas en el suelo del MC-130 y se sentaron a lo largo
del lado derecho del avión en los asientos de red ubicados en el compartimiento de
carga. A los ojos de Turcotte, el equipo parecía un grupo de focas fuera del agua,
porque todos llevaban un traje seco encima de sus uniformes camuflados.
Con las prisas de subir al avión, Turcotte no tuvo oportunidad de hablar con
Duncan a solas. Solo se había despedido apresuradamente y ella le había deseado
buena suerte. Luego subió a la escotilla del avión y quedaron aislados del resto del
mundo. Los motores de turbo propulsión cobraron vida. Turcotte se sintió un poco
fuera de lugar y sacudió la cabeza como para quitarse los pensamientos irrelevantes
de la mente y concentrarse en la tarea pendiente.
Turcotte había fijado varios puntos de referencia en ruta a la zona de lanzamiento.
El instructor de carga que se encontraba en la parte trasera del avión le transmitiría el
número de punto de referencia que le pasaban desde la cabina cuando atravesaran
uno, para que se mantuviera orientado con respecto a su ubicación. En el punto de
referencia uno, en el que la aeronave perdía altitud y se dirigía hacia la costa de
China, Turcotte le pediría al equipo que comenzara la colocación de los paracaídas.
El último punto era a seis minutos de la zona de lanzamiento, donde Turcotte
comenzaría a dar las instrucciones de salto.
Turcotte echó una mirada a Nabinger, que parecía bastante incómodo vestido con
el traje seco. El profesor probablemente estuviera lamentando su entusiasmo con
respecto a ese viaje a Qianling y a lo que podrían encontrar en el mausoleo. Turcotte
sabía que Nabinger se lamentaría aún más cuando el avión comenzara a volar a poca
altura por el espacio aéreo chino. Pressler, el paramédico, comenzó a pasar pastillas
de Dramamine a quienes las necesitaban. Turcotte sabía que el fármaco ayudaría a
disminuir la sensación de mareo que solía causar el vuelo del MC-130. Se aseguró de
que Nabinger tomara un comprimido.
Duncan observó el avión hasta que ya no fue visible. Luego, volvió hacia el centro
de operaciones. Miró a Zandra, que hacía unos minutos se encontraba inclinada
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principio, el túnel avanzaba en línea recta con una leve inclinación hacia abajo, pero
ahora doblaba en esquinas amplias, hacia la derecha, luego a la izquierda, luego a la
derecha otra vez, y el ángulo de descenso era más marcado, hasta que Che Lu tuvo la
sospecha de que se encontraban debajo de la base de la montaña y por debajo de la
tierra.
Avanzaban muy despacio, y la tensión era evidente, pues el miedo de encontrar
otra trampa pesaba sobre sus hombros. A pesar del miedo, Che Lu no pudo evitar
maravillarse ante la extensión y el detalle de construcción del túnel por el que
avanzaban. Las paredes y el suelo eran absolutamente lisos y el túnel parecía
interminable.
Desde luego, había tenido que volver a evaluar todo el marco de referencia del
mausoleo desde que había aparecido el holograma alienígena en el túnel principal.
Ese no era un túnel excavado por los chinos antiguos en la roca. Estuvo tan
preocupada por la supervivencia que no pensó en eso, pero cuando comenzó a
hacerlo, sintió cómo las raíces de sus conocimientos más firmes se sacudían ante la
incertidumbre.
¿Qué certezas tenía ahora? ¿Cuál era la verdadera historia de su pueblo y de los
habitantes de la Tierra?
—¡Allí! —susurró Ki, deteniéndose de repente. El túnel se ensanchaba más
adelante y se convertía en un recinto. La luz de la linterna no llegaba a iluminar las
paredes, el final o el techo. Ki miró hacia la anciana—. ¿Y ahora qué, madre-
profesora?
—Entramos y seguimos la pared de la izquierda para no perdernos.
Pero eso no fue necesario, porque ni bien dieron un paso hacia el recinto, apareció
un destello tenue por encima de sus cabezas. Los dos retrocedieron instintivamente,
atemorizados, pero la luz se apagó.
—Ah —susurró Che Lu. Estaba cansada de los juegos de la tumba. Dio varios
pasos en dirección al recinto. La luz volvió a encenderse, y se hizo más intensa con
cada segundo que pasaba. Pronto parecía como si hubiera salido un pequeño sol en
lo alto.
Che Lu volvió la cabeza, contemplando la magnitud de lo que la rodeaba. Después
de tanto tiempo limitada al espacio confinado de la luz que proyectaba la linterna, lo
que vio ante sus ojos la dejó sin aliento.
Estaba en el interior de una caverna gigante. Había vigas de metal que emergían
de la pared más cercana y desaparecían en lo alto, curvándose para seguir el techo
abovedado que, supuso, descendía en el otro extremo, que no era fácil de ver porque
había obstáculos en el medio. Desde luego, los Airlia no habían confiado en que la
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roca soportara el peso sin un soporte adicional. Había diversos objetos de gran
tamaño en el suelo, pero su propósito no resultaba claro. La mayoría eran
rectángulos negros que variaban en tamaño, desde un metro de alto hasta uno que
tenía más de cien metros de largo y sesenta de alto. Había objetos con otras formas
esparcidos por doquier. Según los cálculos de Che Lu, la pared del fondo se
encontraba a más de dos kilómetros de distancia.
En el extremo izquierdo apareció una luz verde intensa que era más brillante que
la del techo. Sin poder determinar la escala de la luz, Che Lu no tenía idea de a qué
distancia se encontraba, pero estimó que serían unos ochocientos metros.
—¿Qué es? —susurró Ki.
Che Lu sentía la misma necesidad de hablar en susurros, abrumada por las
dimensiones de la caverna. El lugar daba la impresión de ser antiguo y estar
abandonado, y parecía que una fina capa de polvo cubría el suelo, que era de la
misma roca lisa que el resto del túnel.
—No lo sé —respondió Che Lu.
—¿Es una tumba? —afirmó Ki.
—No. —Che Lu se dio cuenta de que su alumno aún no había comprendido todo
lo que habían experimentado—. Tampoco es de origen humano.
—¡Ah! —gritó Ki y dio un paso atrás cuando apareció un círculo rojo delante de
ellos. Che Lu se quedó donde estaba, pues reconoció el comienzo de un holograma.
Pronto la figura cobró forma frente a ellos; era la misma que los recibió en el pasillo.
Habló durante varios minutos con el mismo tono de voz musical, en ocasiones
señalando distintas partes de la sala; luego desapareció.
—Volvamos —sugirió Ki.
Che Lu lo miró con curiosidad.
—¿Adónde quieres volver?
—Allí, adonde están los demás.
—¿Y luego? —preguntó la anciana—. ¿Esperamos la muerte? —Señaló en la
dirección en la que la figura también les había señalado varias veces: de donde
provenía la luz verde intensa—. Vamos para allá. —Comenzó a caminar, ni siquiera
esperando para ver si Ki la seguía. Ahora había perdido el miedo. El mensaje esta vez
era diferente del anterior, podía sentirlo. El primero fue una advertencia, pero este,
bueno, no estaba segura de qué era, pero no fue una advertencia. No se preocupó por
el palo de bambú.
Caminó entre los objetos, algunos de los cuales emitían un zumbido que parecía
de energía.
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—Lo que creía saber acerca de este mausoleo obviamente no es cierto, de modo
que no creo saber nada que ustedes no sepan. Pero me parece algo curioso —afirmó
Che Lu— encontrarme unos rusos en el interior de uno de los sitios arqueológicos
ancestrales de la China.
—Eso es lo menos extraño que ha encontrado aquí —observó Kostanov. Se
encogió de hombros—. Me imagino que debería matarlos y seguir con mi misión.
Desafortunadamente, como no puedo hacer esto último, creo que no haré lo primero,
al menos por el momento.
—¿Por qué están aquí? —exigió saber Che Lu.
Kostanov bajó el arma y abarcó el recinto con un gesto de la mano libre.
—¿Tiene que preguntarlo?
—¿Cómo sabían que esto estaba aquí?
—La escritura en runa superior —respondió con simpleza—. No somos tan
idiotas. Podemos leer un poco de ese lenguaje. Más ahora que el profesor Nabinger
ha dado a conocer algunos de sus hallazgos.
—¿Cómo entraron? —preguntó la anciana.
—Por un túnel lateral que conduce directamente a este recinto. —Kostanov señaló
el lado del recinto opuesto a la dirección por la que habían llegado Che Lu y Ki—.
¿Ustedes llegaron desde allí? —preguntó, señalando en dirección al túnel por donde
habían venido.
—Sí.
—Cerraron esa salida ayer —afirmó Kostanov.
—¿Ustedes tampoco han podido salir? —Che Lu tenía que hacer la pregunta,
aunque conocía la respuesta y ahora sabía por qué estaba allí el ejército, y por qué le
habían cerrado las puertas tan deprisa.
—No, al menos no por donde vinimos —respondió Kostanov—. Subimos hasta la
puerta, pero estaba cerrada desde afuera, como ya sabíamos. El otro túnel no nos
condujo a ningún lado... —Su voz se fue perdiendo.
—Y el túnel principal hacia abajo, ¿intentaron por allí también?
Kostanov asintió.
—Perdí a uno de mis hombres allí.
Che Lu señaló hacia adelante.
—¿Y la luz verde?
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Capítulo 20
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DISCULPAS
POR DESCARGA DE ENERGÍA
QUE CAUSÓ
DESPERFECTO EN VUESTRO
ORBITADOR
FUE ACCIDENTAL
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Algunos consideraban que las siguientes cuarenta y ocho horas eran cruciales.
Muchos seres humanos, que leían entre líneas, creían que los Airlia ayudarían a las
Naciones Unidas a imponer la paz en el planeta, y dado que el estado actual de las
cosas resultaba inaceptable para determinados grupos, se alzaban en revueltas, actos
terroristas y se sublevaban para tomar todo lo que pudieran antes de que imperara el
status quo.
Algunos de esos acontecimientos resultaban evidentes para Kelly Reynolds y para
los especialistas de inteligencia. En Medio Oriente habría insurgencias en los
Territorios Ocupados. Según la CIA, Irak se estaba preparando para lanzar otro
ataque sobre Kuwait, uno que sin duda sería aplastado por el poder aéreo de los
Estados Unidos y sus aliados desde los portaaviones situados en el Golfo y los
aeródromos de Arabia Saudita. Varias religiones étnicas de Rusia también se
levantarían en rebelión y, según los analistas, la respuesta más probable desde
Moscú sería sacar a sus tropas de las zonas y esperar a ver qué traería la llegada de
los Airlia.
En América Central y América del Sur, estaba a punto de estallar la revolución en
varios países. En los Estados Unidos, había varios grupos de milicia de derecha que
se preparaban para realizar actos de terrorismo, protestando por la participación de
los Estados Unidos en las Naciones Unidas y en la UNAOC. El FBI y la ATF ya se
estaban preparando para sofocar dichos actos.
Algo que resultaba de mayor interés para Kelly era que, en China, la minoría
musulmana del oeste, perseguida desde hacía tiempo, ya había capturado varios
depósitos de armas y, con la ayuda de las unidades de operaciones especiales
taiwanesas, se había sublevado contra el gobierno central en Beijing mientras los
buques de guerra taiwaneses se paseaban cerca del puerto de Hong Kong,
levantando especulaciones de que Taiwán podría intentar un ataque a la antigua
colonia. Kelly sabía por los análisis que leyó que el pequeño estado nunca podría
capturar y mantener el control de Hong Kong, pero algunos agentes en esa parte del
mundo informaban que la meta que en realidad perseguía Taiwán era la destrucción
de la mayor parte de la nueva economía de China.
China. La mirada de Kelly se centró en esa palabra. ¿Qué estaba pasando allí?
¿Qué había en la maldita tumba? Ahora que había un plazo determinado para la
llegada de Aspasia, su anticipación aumentaba hasta casi convertirse en ansiedad.
Ahora sabía que no había nada que pudiera hacer para detener la misión, pero podía
rezar para que saliera bien, y lo hizo con todo su corazón. Rezó por que los Airlia
llegaran y encontraran un planeta unido.
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—Si tan sólo pudiera hablar con Nabinger... —susurró Che Lu, mientras pasaba la
mano por las letras en runa superior.
—Mi especialista en comunicaciones no puede transmitir a través de la roca —
afirmó Kostanov—. Lo hemos intentado de todas las maneras, pero no obtenemos
nada.
Che Lu se volvió hacia él.
—¿Y si tuviera un túnel abierto al cielo?
Kostanov dio un paso hacia la mujer.
—¿Sabe dónde hay una abertura al exterior?
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Capítulo 21
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Duncan arrojó el cigarrillo al suelo de cemento del hangar y lo apagó con la punta
del zapato. Se acercó a la terminal de comunicaciones y, ansiosa, examinó los
registros de mensajes. Se puso rígida cuando vio uno de ellos.
—¿Algo interesante? —le preguntó una voz a sus espaldas.
Duncan se volvió para ver a Zandra que se alzaba por encima de su hombro.
—¿Qué es STAAR?
—¿STAAR?
Duncan le mostró el registro de mensajes.
—Recibió un mensaje hace dos horas de alguien, o algo con ese nombre en clave.
—Y usted nunca ha oído hablar de STAAR y tiene el mayor rango de autorización
de seguridad en los Estados Unidos —afirmó Zandra, aunque sus ojos estaban
ocultos detrás de las gafas oscuras—. ¿Eso es correcto?
—Correcto —respondió Duncan, con la mandíbula tensa.
—Bueno, doctora, no necesita saberlo.
—Qué mierda... —comenzó a decir Duncan, pero Zandra alzó una mano,
interrumpiéndola.
—No empiece. No necesita saber qué es STAAR. Esto la excede a usted; excede a
los Estados Unidos.
—Eso está por ver se —afirmó Duncan, marchándose en dirección a la puerta.
—¡Espere! —dijo Zandra. La radio estaba emitiendo un sonido agudo.
—¿Qué pasa? —preguntó Duncan mientras la otra mujer se sentaba frente al
dispositivo y tecleaba algo.
—Hemos interceptado un mensaje de China —dijo Zandra.
Duncan miró su reloj.
—Aún no pueden haber saltado.
—No lo han hecho —respondió la otra mujer—. Es lo proviene de otro lado.
—¿De dónde?
Zandra analizaba la información que le llegaba.
—Parece que la transmisión viene del interior de Qianling.
—¿Qué diablos...? —comenzó a decir Duncan, pero nuevamente fue interrumpida.
—Cierre la boca un minuto y déjeme descifrarlo.
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—¡Seis minutos! —Extendió ambas manos, con las palmas hacia fuera—.
¡Preparados!
Los hombres desabrocharon las correas de seguridad.
Con los dos brazos, Turcotte señaló el equipo sentado en la parte exterior de la
nave.
—Personal externo, de pie.
Los integrantes del Equipo 3 se tambalearon un poco por el movimiento del avión
hasta ponerse de pie, usando el cable de la línea estática para sostenerse. Turcotte le
echó una mano a Nabinger.
Con el dedo índice curvado en el aire para representar los ganchos, Turcotte subió
y bajó los brazos.
—¡Enganchaos!
Turcotte observó cómo cada hombre se enganchaba al cable de la línea estática.
Como maestro de saltos, Turcotte ya estaba enganchado y se encontraba de frente al
equipo mientras gritaba las órdenes. El maestro de cargas se sostenía a la línea
estática de Turcotte y trataba de evitar que se cayera, dado que Turcotte usaba las
dos manos en una mímica de las instrucciones de salto.
—¡Verificar líneas estáticas!
Turcotte verificó su gancho y siguió la línea estática desde el gancho hasta donde
desaparecía por encima del hombro. Luego, hizo lo mismo con la de Nabinger.
—¡Verificar equipo!
Turcotte volvió a controlar su equipo y el de Nabinger,
para ver que estuvieran firmes y con todas las conexiones en
los arneses. Turcotte se tapó las orejas con las manos.
—¡Silencio para verificar equipo!
El último hombre de la fila, el comandante Harker, dio una palmada en el trasero
del hombre que tenía delante, gritando «OK». El grito y la palmada se pasaron de
uno a uno hasta llegar a Nabinger. Turcotte le hizo un gesto con el pulgar que
indicaba que todo estaba bien.
—¡Todos OK!
—Sí, seguro —masculló Nabinger, apoyándose contra la pared interna del avión.
Lo único que faltaba era la orden de saltar. Turcotte recuperó el control de su línea
estática, que hasta ese momento sostenía el maestro de cargas, y se volvió hacia la
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parte trasera del avión. Esperó que se abriera la escotilla. Se inclinó hacia delante
cuando la velocidad disminuyó de doscientos cincuenta nudos a ciento veinticinco.
El maestro de cargas se acercó a Turcotte y puso el índice delante de su cara.
Turcotte miró al equipo y exclamó:
—¡Un minuto! —exclamó, y luego se volvió hacia Nabinger para hablarle al oído
—. Aguante. Ya casi estamos.
Diez segundos más tarde, Turcotte sintió que sus rodillas cedían cuando el avión
subió los doscientos cincuenta pies mínimos necesarios para poder saltar en
paracaídas. De repente, el nivel de ruido aumentó cuando se abrió una rendija en la
escotilla y esta comenzó a abrirse lentamente. Cuando la rampa quedó abierta,
Turcotte se encontró mirando la oscuridad de la noche. El viento azotaba la cola del
avión y el sonido se unía al rugido de los motores.
Turcotte se puso de rodillas, cogió la palanca hidráulica ubicada en el lado
izquierdo de la escotilla y miró por encima del borde del avión, parpadeando por el
viento. Le llevó unos segundos ubicarse, pero allí estaba, a la luz de la luna, sólo a
veinte segundos de distancia: el lago. Tenía la forma correcta. Vio una amplia
montaña, que debía ser Qianling, hacia la izquierda del lago. No pudo evitar sentirse
impresionado. Más de cuatro horas de vuelo a baja altura y ya estaban sobre el
objetivo.
Turcotte se puso de pie y gritó por encima del hombro, mientras se acercaba para
estar a menos de un metro del borde de la escotilla.
—¡En espera! —Se aseguró de que Nabinger estuviera detrás de él. Podía ver los
ojos del profesor, abiertos de par en par.
Turcotte miró la luz roja ubicada encima de la escotilla. Ahora que sabía que
estaban bien ubicados sobre la zona de lanzamiento, saltarían ni bien la luz se
pusiera verde.
Turcotte se acercó un poco más al borde. Al mirar hacia abajo, pudo ver la orilla
principal del lago.
La luz se puso verde.
—¡Fuera! —gritó Turcotte mirando hacia atrás, y luego saltó.
El equipo se adelantó. Nabinger dudó un instante, pero la presión de los seis
hombres que estaban detrás de él hizo que diera un paso hacia el borde de la escotilla
y saltara hacia el aire.
Un salto a quinientos pies no dejaba tiempo más que para aterrizar. Turcotte sólo
estaba a doscientos cincuenta pies por encima de la superficie del lago cuando su
paracaídas principal terminó de abrirse. Trató de ver dónde estaba Nabinger, pero el
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impacto del agua pronto volvió a captar su atención cuando cayó debajo de la
superficie del lago. La capacidad de flotación natural del aire atrapado en el interior
de su traje seco lo hizo salir a la superficie después de un breve momento debajo del
agua.
El paracaídas cayó al agua, lejos de él, donde lo había dejado caer el viento.
Cuando sintió el peso de sus cinturones de lastre que lo querían hundir, Turcotte
rápidamente sacó las aletas que llevaba a la cintura para mover el agua. Rápidamente
logró quitarse de encima el arnés del paracaídas. Desató las correas de las piernas,
luego soltó el botón de liberación rápida dé la cintura. Sacó la bolsa que estaba
doblada debajo de las correas y la sujetó, mientras se quitaba las correas de los
hombros.
Una vez que se quitó el arnés, Turcotte tiró de las cuerdas del paracaídas. Sostuvo
la bolsa con los dientes y usó las manos para meter grandes porciones de paracaídas
mojado dentro de la ella. Después de un minuto de luchar, Turcotte logró meter la
tela dentro de la bolsa y cerrarla. Turcotte se sacó el otro cinturón de lastre que
llevaba puesto y, después de adosarlo a las correas del bolso, lo soltó. El paracaídas
impregnado en agua y el bolso desaparecieron en las profundidades del agua oscura.
Turcotte se volvió para nadar en la dirección en la que le parecía que se dirigía el
avión. Su mochila se arrastraba detrás de él, unida con una cuerda corta. Quería
encontrar a Nabinger. De espaldas, comenzó a usar las aletas, miró la brújula de
muñeca para confirmar que iba en la dirección correcta, en línea recta a lo largo del
acimut que había trazado el avión sobre la zona de salto. En poco tiempo, oyó
sonidos de agua sofocados, lo que le indicó que iba en la dirección correcta.
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paracaídas, que estaba cada vez más cargado de agua. Recordó que Turcotte le había
dicho que un paracaídas sólo flotaría durante unos diez minutos antes de empaparse
por completo y hundirse. Mientras usaba su única pierna libre para llegar a la
superficie e inhalar pequeñas bocanadas de aire, estimó que había estado en el agua
durante cinco minutos nada más.
Nabinger se estaba cansando, y el paracaídas comenzaba a pesarle, como si fuera
una manta fría y mojada.
***
Turcotte vio la bengala química que se encendió más adelante. En ese momento,
vio a Nabinger, que salpicaba en el agua con los brazos enredados en el paracaídas
semisumergido. Turcotte cogió el eje del paracaídas y lo sacó de encima del profesor.
Nabinger escupió agua a borbotones.
—¡Nunca más volveré a hacer eso!
—¿Podrá llegar a la costa? —preguntó Turcotte.
—Sí, coño.
—Suelte los cinturones de lastre y aférrese a mí. No se preocupe, no lo dejaré solo.
Tenemos suficiente tiempo.
Turcotte usó la cuerda para atarse a Nabinger. Juntos, nadaron hacia la luz de las
bengalas químicas.
Cuando Turcotte llegó a la posición de Harker, todos los integrantes del equipo ya
estaban allí. Rápidamente, nadaron hasta la orilla. La montaña de Qianling se alzaba
en el cielo delante de sus ojos, como una silueta más oscura contra el cielo nocturno.
Tras sólo un minuto nadando, el equipo llegó a hacer pie. Rápidamente,
descubrieron que la costa no era sólida, pues el lago se convertía en un pantano de
bambú. Se pusieron de pie y avanzaron vadeando el terreno pantanoso por
doscientos metros, hasta llegar a un parche de tierra firme. Los hombres formaron un
perímetro circular. Un hombre comenzó a quitarse el traje seco, mientras el otro
preparaba su arma para seguridad. Turcotte ayudó a Nabinger con su equipo al
mismo tiempo que se quitaba el traje seco, sabiendo que el tiempo era esencial.
—Vamos —dijo Harker, haciendo señales con las manos y los brazos. El equipo se
desperdigó, avanzando, con los visores nocturnos puestos. Turcotte hizo lo propio
con los suyas y los encendió. La oscuridad de la noche se convirtió en un campo de
visión de color verde intenso. Ayudó a Nabinger a colocarse sus gafas y se
apresuraron a seguir al equipo.
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
Capítulo 22
Che Lu no veía nada. Todo estaba negro, incluso cerca del pequeño túnel que
conducía al exterior de la tumba. Podía oír algunos ronquidos, al igual que los
movimientos nerviosos de los que estaban demasiado tensos como para conciliar el
sueño. Sentía la superficie dura de la piedra contra la cadera y mantenía los ojos
abiertos en la oscuridad. Había dormido en peores condiciones, pero era más joven
entonces. Ahora sólo le resultaba irritante e incómodo.
Los rusos habían apuntado su pequeña antena de satélite directamente hacia la
abertura y habían enviado un mensaje. Kostanov le explicó que podían emitir un
mensaje, pero que pasaría un buen rato hasta que recibieran respuesta, según alguna
especie de cronograma que tenía, y no estaba seguro de si la señal se podría
transmitir a través de una abertura tan estrecha.
Tampoco sabía de qué podría servir eso. Dudaba de que los rusos fueran a enviar
una fuerza de rescate de manera tan notoria, ahora que estaban al tanto de que el
ELP sabía que estaban allí y los esperaba afuera. Tampoco estaba demasiado
entusiasmada con la idea de unos rusos en el interior de lo tumba, o esperando
afuera.
Se preguntó qué sucedía en el mundo. ¿Vendrían los Airlia? De ser así, ese
mausoleo sin duda jugaría algún papel en sus planes. Por las noticias que había visto,
la caverna que albergaba el guardián debajo de la Isla de Pascua era un complejo de
tamaño reducido en comparación con la maquinaria que habían encontrado en el
recinto principal del mausoleo.
También se preguntó qué había a mayor profundidad, más allá de la pared del
extremo más lejano de lo que bautizaron la sala de control. ¿Y qué había al final del
corredor protegido por el poderoso haz? Quizá la misma cosa, pero desde otra
dirección. O quizá hubiera otros recintos más profundos. ¿Adónde conducía el túnel
de luz?
Demasiadas preguntas sin respuesta. Che Lu suspiró. Quizá con la mañana
llegaran algunas.
~176~
Robert Doherty La respuesta: Área 51
***
***
En el JPL, Larry Kincaid había llegado antes de que saliera el sol y estaba sentado
frente ti su escritorio, comiendo una caja de rosquillas y bebiendo su cuarta taza de
café. Había visto la misma transmisión que Reynolds, pero su perspectiva era algo
diferente.
—Ni siquiera saben qué coño será lo que aterrizará allí —masculló. Había visto
fotografías de la nave nodriza. Si lo que venía tenía ese tamaño, el espacio despejado
del Central Park, a pesar de ser muy grande, no podría contenerlo. Aunque, desde
luego, los alienígenas podían tener algún tipo de nave de aterrizaje que los hiciera
llegar hasta la Tierra.
Estaba a punto de dar un mordisco a una rosquilla cuando la pantalla ubicada al
frente de la sala mostró un cambio en la región de Cydonia según le mostraban las
imágenes del orbitador Surveyor. El rectángulo del centro del Fuerte estaba
cambiando de color en uno de sus lados.
Al principio, Kincaid se quedó perplejo, y luego se dio cuenta de lo que sucedía: se
estaba abriendo una cubierta. El rectángulo brillante aumentó de tamaño hasta
abarcar todo el cuadrado.
De repente, el cuadrado se inundó de una luz blanca brillante. El ordenador del
IMS trató de compensar la luz. Una vez alcanzado el nivel de luz adecuado, dentro
del Fuerte se vislumbraron seis naves de color negro.
~177~
Robert Doherty La respuesta: Área 51
Kincaid conocía las cifras relativas al Fuerte. Su mente de ingeniero hizo cálculos a
toda prisa. Cada nave era de gran tamaño; no tan grandes como la nodriza, pero de
todos modos, impresionantes. Y a Kincaid le parecieron de aspecto peligroso. No
podía describir la sensación con palabras, pero la forma de las naves, que se
asemejaban a aves de rapiña, y el color negro le decían que esas naves no eran lo que
parecían, y que no eran similares a la nave nodriza ni a los agitadores.
—Bueno, sabemos cómo vienen —dijo a nadie en particular. Miró a su propio
ordenador para verificar el estado del Surveyor. En poco tiempo, tendrían que
considerar la idea de retraer el IMS y reorientar el transbordador para que orbitara
encima de Cydonia.
***
Harker alzó el puño para detener al equipo en un pequeño arroyo que conducía a
la montaña, que ahora se encontraba a menos de un kilómetro y medio de distancia.
Podían ver las luces junto a la montaña allí donde la unidad del ELP custodiaba la
entrada al mausoleo.
Turcotte se hincó en una rodilla, dándole una mano a Nabinger. Chase sacó la
radio para enviar un informe de ingreso inicial. Apuntó la antena hacia arriba. Adosó
un dispositivo de grupo de datos de mensaje digital, o DMDG, a la radio. El DMDG
tomaba los datos introducidos, los transcribía a código Morse y luego los colocaba en
un carretel de cinta. Cuando se enviaba el mensaje, la cinta se reproducía a muchas
veces la velocidad normal, transmitiendo el mensaje en un breve estallido que
reducía enormemente las posibilidades de que fuese interceptado. Incluso las
transmisiones vía satélite se podían interceptar si eran extensas, o si se enviaban
desde las cercanías de un satélite enemigo.
Turcotte sabía que la FOB, en ese caso Zandra, recibiría el mensaje y lo copiaría en
una cinta. Al reducir la velocidad de la cinta, se reproduciría en la pantalla del
dispositivo DMDG de la FOB.
—Toda suya —le susurró Harker a Turcotte, indicando la radio.
Turcotte se arrodilló junto al aparato y en el leve destello de la pantalla, tecleó los
datos del informe de ingreso inicial, informando a Zandra que estaban en tierra, en el
lugar correcto, y listos para continuar con la siguiente fase de la operación.
Presionó la tecla «enviar» y el mensaje codificado salió en menos de un segundo.
Esperó, luego parpadeó al ver la respuesta en la pantalla:
~178~
Robert Doherty La respuesta: Área 51
***
En el puente de mando del USS O'Bannion, el capitán Rakes miraba por encima
del hombro de su operador de radar sin poder contener el nerviosismo. Su buque
~179~
Robert Doherty La respuesta: Área 51
debía pasar por el ojo de una aguja y a Rakes no le gustaba nada la situación. Al
norte, el radar marcaba el contorno del extremo meridional de la Península de
Liadon, a solo veintidós kilómetros de distancia. Al sur, a aproximadamente la
misma escasa distancia, se encontraba la imagen del extremo septentrional de la
Península de Shantung. Esos dos relieves de tierra a cada extremo colocaban al
O'Bannion en la entrada del Golfo de Chihli, en el extremo noreste del Mar Amarillo,
que en realidad parecía un lago, con una sola entrada y una única salida.
El O'Bannion era un destructor de clase Spruance. Estaba armado con misiles
crucero Tomahawk y misiles antibuque Harpoon. En la parte posterior, tenía una
cubierta de aterrizaje de suficiente tamaño para dos helicópteros. A pesar del
armamento y la capacidad aérea, el O'Bannion estaba diseñado para funcionar como
parte de una flota de batalla, no solo.
Toda la situación le resultaba incómoda a Rakes. Ningún buque de guerra de los
Estados Unidos que él conociera se había acercado tanto a Beijing. Técnicamente, aún
se encontraba en aguas internacionales, siempre que mantuviera el territorio chino a
diecinueve kilómetros de su buque, pero sabía que esos detalles técnicos no eran
muy bien apreciados por los chinos.
Los demás integrantes del grupo del O'Bannion navegaban hacia el suroeste, hacia
Hong Kong, para participar en una demostración de fuerza en función del
descontento reciente entre Taiwán y China continental. A Rakes le habían ordenado
desviarse de su curso hacía menos de doce horas. Siguió las órdenes y enfiló en la
dirección opuesta, derecho a la capital china.
Para su destino, lo único que recibió fue un conjunto de coordenadas, 119 grados
de longitud y 38 grados, 30 minutos de latitud. El O'Bannion debía permanecer
dentro de un círculo de un kilómetro de ese punto en el océano.
Debía dirigirse a esa ubicación y estar listo y preparado para recibir a dos
helicópteros y recargarles el combustible, según indicaban las órdenes. Cuando
Rakes había pedido más información, le dijeron que no había más. Cuando había
protestado por tener que quedarse a la espera, rodeado de aguas territoriales chinas
desde casi todos los ángulos, su comandante le informó que nadie le había dicho qué
estaba sucediendo tampoco, pero que las órdenes venían desde muy arriba.
—Sí, señor, como usted ordene —masculló Rakes en tono irónico para sí mismo,
mientras examinaba el oscuro horizonte con los binoculares.
—¿Disculpe, señor? —le dijo el oficial de vigía.
—No, nada —afirmó Rakes—. No he dicho nada.
***
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
El mayor O'Callaghan levantó la nariz del helicóptero y sintió cómo las ruedas del
Black Hawk dejaban la tierra. Ascendió a cuatrocientos pies y luego esperó hasta que
el otro Black Hawk, con el capitán Putnam en los controles, se deslizó en su posición,
a la retaguardia.
Mientras su copiloto actualizaba el dispositivo de navegación Doppler del Black
Hawk con su ubicación actual, O'Callaghan presionó hacia adelante el control cíclico
y se dirigió rumbo al oeste desde el aeródromo de Camp Casey al norte de Seúl, en
Corea del Norte.
O'Callaghan estimaba un vuelo de 3.7 horas hasta el O'Bannion; llegaría a media
mañana. Eso les dejaría un poco de tiempo de descanso a bordo del buque antes de
tener que salir a completar la misión. Y lo que era más importante, les permitía volar
esta parte de la misión con luz de día, lo que les ahorraba el tiempo de visor nocturno
para cuando ingresaran en espacio aéreo hostil. Aunque volar a través de la delgada
brecha del Golfo de Chihli era flirtear bastante con el espacio aéreo chino.
O'Callaghan quería mantener el helicóptero a la menor altura posible para eludir los
radares y así evitar que los chinos enviaran aviones a controlarlos.
Una vez que se aseguró de que todo funcionaba correctamente, dejó que su
copiloto se encargara de los controles. Se apoyó contra el respaldo de su asiento y
cerró los ojos. Pronto necesitaría toda su energía.
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
Capítulo 23
Había llegado el momento. Los Airlia habían escaneado los bancos de datos y
rápidamente se actualizaron respecto a la situación actual. Un largo dedo se extendió
y rozó con suavidad varios puntos de la consola de control principal. El programa
para la resucitación del primer rango continuó.
Al verificar los sensores, había otro detalle de menor importancia que había que
tener en cuenta. La alienígena dio instrucciones al ordenador para que enviara un
mensaje a la Tierra.
***
Larry Kincaid se contuvo para no romper nada cuando recibió la orden de abortar
el intento de estabilizar y reorientar la Surveyor. El mensaje que había llegado desde
Marte era claro, y la UNAOC le había retransmitido la «petición» de los Airlia de no
sobrevolar nuevamente la región.
La UNAOC ya no consideraba que la sonda fuera importante, y no había deseos,
en Nueva York ni en ningún lugar del planeta, de contradecir los deseos de los
Airlia.
—¿Qué coño debo hacer con la Surveyor? —le preguntó Kincaid a su jefe.
—Me importa un carajo, Larry —afirmó su jefe—. Solamente mantenla lejos de la
base Airlia.
—¿No te has preguntado por qué no quieren que echemos un vistazo más de
cerca? —insistió Kincaid.
—No. —Al ver la mirada de desagrado de Kincaid, su jefe continuó—. ¿No lo
entiendes? Somos dinosaurios en esto, Larry. Cuando lleguen los Airlia con esas
naves que poseen, nuestro programa espacial parecerá un manojo de carros tirados a
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
caballo al lado de un coche Indy 500. Las cosas están cambiando y el programa
completo estará obsoleto en un día.
—Este es nuestro programa —dijo Kincaid—. ¿Qué te hace pensar que los Airlia
estarán tan dispuestos a compartir su tecnología con nosotros?
—Sólo haz lo que te dicen. De cualquier modo, la Surveyor ha sido un desastre.
Déjalo ya.
Kincaid se pasó la mano por la frente y se mordió los labios para no responder con
sarcasmo. Volvió a la sala de control y se sentó. Comenzó a hacer cálculos para ver si
podía poner la Surveyor en una órbita estable que no sobrevolara la región de
Cydonia. En ese momento, sintió la presencia de alguien más en la habitación. Se
volvió. Allí estaba el hombre pálido de cabello cano, de pie, con las gafas oscuras,
mirando en dirección a Kincaid. Él le devolvió la mirada, pero no resultaba sencillo
ganar un duelo de miradas cuando los ojos de la otra persona estaban ocultos detrás
de cristales oscuros.
—¿Qué quiere? —preguntó finalmente Kincaid en tono brusco.
—Estabilice la Surveyor como tenía planificado —le dijo el hombre.
—¿Cómo dice? —Kincaid miró el nivel de autorización en la identificación del
hombre. El único nombre que se veía era «Coridan». El nivel de autorización era ST-
8. El color púrpura, casi negro, de la identificación mostraba que era el nivel
jerárquico más elevado con el que Kincaid tenía que lidiar.
Coridan sostuvo un papel.
—He calculado lo que debe hacer para estabilizar la órbita inmediatamente. Una
vez que termine, cierre todo, ponga a dormir el ordenador a bordo y cierre el IMS.
—¿Y luego? —preguntó Kincaid.
—Luego esperamos.
—Me han ordenado abortar —dijo Kincaid—. ¿Por qué debería hacer lo que me
dice usted?
—Porque tengo una autorización superior a la suya. —Coridan señaló su
identificación—. Y porque no confía en los Airlia, al igual que yo.
***
Turcotte había visto la muerte de cerca muchas veces en sus años de servicio. Una
vez integró un cuerpo antiterrorista de élite en Europa, y allí él mismo fue
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
***
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
Che Lu se puso de pie cuando el resto del grupo se despertó con el sonido de una
explosión que repercutió en todo el túnel.
—Tenemos compañía —anunció Kostanov. Dio algunas órdenes en ruso y sus
hombres prepararon las armas—. Le sugiero que mantenga a su equipo aquí.
Veremos quiénes son las visitas.
***
Turcotte iba a la cabeza, con Nabinger cerca del final del grupo. Howes y DeCamp
se quedaron a custodiar la entrada. A través de las gafas de visión nocturna, Turcotte
podía ver claramente dentro del túnel. Reconoció la piedra trabajada como similar a
la que había visto en el complejo del Gran Valle del Rift y en el Área 51.
Aunque trataban de moverse con sigilo, se oían las pisadas de las botas contra el
suelo, y su propia respiración parecía escucharse demasiado. El sonido de los
hombres que venían detrás le molestaba, pues lo desconcentraba.
Turcotte se detuvo, con la mano en alto, y el grupo se quedó inmóvil donde
estaba. Podía jurar que había oído algo. Turcotte alzó el subfusil.
—¿Profesora Che Lu?
Una voz con acento marcado respondió desde la oscuridad.
—Está ocupada. ¿Quién le digo que la busca?
Turcotte reconoció esa voz y ese acento. Buscó en su memoria para determinar el
cuándo y el dónde. Podía ver lo que parecía ser una intersección más adelante, a
unos cincuenta metros.
—¿Cruev? —preguntó Turcotte.
Una silueta emergió del túnel lateral. Turcotte se quité rápidamente las gafas
cuando el hombre encendió una linterna de gran tamaño que iluminó el túnel.
Turcotte entrecerró los ojos para evitar la luz, mientras se dirigía hacia el hombre. Lo
reconoció cuando estaba a diez metros de distancia.
—¡Kostanov!
—Capitán Turcotte. —Kostanov hizo una reverencia burlona—. Qué casualidad
encontrarlo aquí.
—Así que nunca dejó de ser ruso —afirmó Turcotte—. Todo lo que nos dijo era
mentira.
Kostanov negó con la cabeza.
~185~
Robert Doherty La respuesta: Área 51
—Lo que le dije era cierto, casi todo, al menos, pero no tenemos tiempo para eso
en este momento.
—Quizá deberíamos encontrar el tiempo —objetó Turcotte.
—No tenemos tiempo —insistió Kostanov—. Se lo explicaré todo después.
—¿Qué ha encontrado aquí? —preguntó Turcotte.
—Una sala de control. —Kostanov buscó más allá de Turcotte—. Ah, profesor
Nabinger, hay algo que debe ver. —Dio órdenes en ruso a alguien a su derecha—.
Enviaré a uno de mis hombres a buscar a la profesora Che Lu. Luego, iremos por
aquí. —Señaló hacia la izquierda.
***
El capitán Rakes entrecerró los ojos para protegerse del viento y esperó a que el
segundo helicóptero aterrizara en el helipuerto. Esperó a que los motores se
detuvieran y luego comenzó a caminar en dirección al primero. Le perturbaba el
hecho de que no llevaran ninguna identificación. Reconoció el tipo: Sikorsky UH-60.
Pero nunca había visto un Black Hawk UH-60 todo pintado de negro con los tanques
adicionales de combustible que colgaban encima del compartimiento de carga.
Con esos tanques adicionales, deben tener que trasladarse muy lejos, estimó
Rakes. Eso aumentó su sensación de preocupación. El único país que había en tres de
las cuatro direcciones posibles era China. Y esos helicópteros venían de la cuarta
dirección. No pensaba que la Armada fuera a tomarse la molestia de desplazar ese
buque hasta allí para que dos helicópteros recargaran el combustible y volvieran a su
lugar de origen. Desde luego, tampoco lo podía descartar por completo. Había tenido
que hacer cosas más extrañas en sus años de servicio.
Rakes esperó con recelo a que el piloto bajara del aparato y caminara hasta donde
se encontraba él.
—Buenas tardes, señor —dijo O'Callaghan—. Estaríamos agradecidos si sus
hombres se pudieron ocupar de nuestras máquinas y si nos pudiera asignar algún
lugar tranquilo para descansar un par de horas. No saldremos nuevamente hasta
antes de que anochezca.
Rakes le indicó a uno de sus asistentes que los condujeran a un camarote donde
pudieran descansar.
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
***
—Joder, qué frío hace —escupió Emory a través del castañeteo de sus dientes.
Downing suponía que el civil sería el primero en quejarse de la temperatura
helada en el interior del Greywolf. Se había formado condensación en todos los
accesorios y el goteo del agua era el sonido que predominaba en el interior del
sumergible. El leve destello del panel de control era la única luz, aparte del
resplandor fugaz de un caza Fu que, cada tanto, se deslizaba cerca.
Downing miró el indicador de profundidad. Habían perdido otros doscientos
metros en la última hora. De todos modos, podían estar peor. El problema era que, a
medida que la temperatura en el interior del sumergible bajara, perdería flotabilidad
y la profundidad podía convertirse en un verdadero problema.
—¿Cuánto tiempo esperaremos? —preguntó Emory por quinta vez en la última
hora.
Downing ni siquiera se molestó en responder. Se arrebujó más dentro del traje y
trató de no tiritar.
—¿Por qué la UNAOC no llama a Aspasia para que haga algo acerca de los cazas
Fu? —exigió saber Emory, con lo voz al borde del nerviosismo.
Esa era una pregunta nueva que Downing ya había considerado y cuya respuesta
conoció.
—Porque la UNAOC no sabe que estamos aquí abajo —respondió.
—¿Entonces, quién coño dio la orden de que viniéramos aquí? —exigió saber
Emory.
—Lo sé tanto como tú —afirmó Downing—. Pero me imagino que es la misma
persona que dio la orden a esos submarinos clase Los Ángeles que merodean por
aquí.
***
En el Cubo, Kelly Reynolds desempeñaba el papel de espectadora, lo que no le
molestaba en lo más mínimo. Las imágenes transmitidas desde el IMS del Surveyor
1
Ours is but to do and die, frase de un poema de Alfred Lord Tennyson, La carga de la Brigada Ligera
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Capítulo 24
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—La Sección Cuatro lleva rastreando todo este asunto mucho tiempo —afirmó
Kostanov.
—Si hace tanto que lo rastreáis, ¿por qué es tan importante revelar esta base
ahora? —preguntó Turcotte.
—Porque los Airlia están a punto de aterrizar en la Tierra —respondió, y luego se
volvió hacia Nabinger—. Profesor, ¿qué nos puede decir acerca de este recinto?
—Es una sala de control —afirmó Nabinger. Su mirada estaba clavada en la
consola.
—¿Para controlar qué? —preguntó Che Lu.
—Esto. —Nabinger señaló toda la sala con una mano—. Todo este complejo. Por lo
que puedo deducir, toda esta montaña fue construida para albergar... —Hizo una
pausa, mientras sus ojos se posaban sobre los símbolos en runa superior—. Para
albergar los equipos que hay en el recinto por el que pasamos para llegar hasta aquí,
y...
—¿Y? —lo instó Kostanov.
En respuesta, Nabinger apoyó la mano derecha sobre el panel. El panel negro que
cubría la parte superior se iluminó con un resplandor rojo y aparecieron más
símbolos en runa superior.
—¿Qué hace? —le preguntó Turcotte.
Nabinger ignoró a todos los que lo rodeaban y se concentró en lo que tenía delante
de sus ojos. Sus manos se movieron sobre la consola un buen rato. Apareció un
grupo de hexágonos dispuestos unos junto a otros. Nabinger presionó la mano sobre
el campo de hexágonos en una secuencia determinada. Todas las demás personas
que se encontraban en la sala de control retrocedieron cuando se produjo un
murmullo en el interior de la consola. Se empezó a abrir una rendija en los bordes de
la puerta ubicada en la pared más distante. Comenzó a deslizarse hacia afuera.
Turcotte y los demás Boinas Verdes apuntaron sus armas de forma instintiva hacia la
puerta, al igual que Kostanov y sus hombres.
Nabinger caminó delante de la línea de fuego y desapareció en el interior de la
otra sala. Turcotte lo siguió. Parte de él esperaba ver lo que apareció ante sus ojos al
dar el primer paso por el umbral. En medio de un pequeño recinto, tallada de la roca,
había una pequeña pirámide de poco menos de dos metros de altura. La superficie
resplandecía con una bruma dorada que se extendía unos centímetros del material
que la componía.
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Capítulo 25
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—Saldremos de aquí —afirmó Turcotte, deseando estar tan seguro como su tono
de voz dejaba entrever.
***
En el interior del «Fuerte», los cables se desprendieron de las naves. Por los
túneles adosados a la base de cada nave había siluetas que se movían, eran las
tripulaciones que equipaban las naves que pilotaron hacía más de cinco milenios. Los
túneles se retrajeron.
Sin que se evidenciara ningún signo de gasto de energía, las naves se elevaron
lentamente de la superficie de Marte. A medida que ganaban altitud, las garras
comenzaron a entrelazar sus rumbos en una intrincada danza, formando seis garras
afiladas que se dirigían hacia la Tierra.
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Capítulo 26
Turcotte volvió a mirar el reloj por tercera vez en los últimos diez minutos. Al
levantar la mirada, vio que los ojos de Kostanov estaban clavados en él. El ruso
enarcó las cejas a modo de respuesta e indicó su propio reloj pulsera. Turcotte desvió
la mirada del ruso en dirección a Nabinger, que ahora se encontraba inclinado contra
la pirámide dorada, con todo el cuerpo cubierto por el resplandor dorado. Había
estado dos horas allí.
—Los chinos nos estarán esperando fuera —afirmó Kostanov.
—Lo sé —respondió Turcotte, con su acento norteño de Maine.
—No podemos salir por donde vosotros llegasteis, ni por donde llegué yo —
afirmó el ruso, resumiendo de forma sucinta la situación.
—Lo sé —respondió Turcotte. Luego hizo su propio aporte—. Y a mí me pasarán a
buscar por el punto de evacuación en cuatro horas. Si no estamos allí para entonces,
bueno, hay una larga caminata a casa.
—¿Está muy lejos el punto de evacuación? — quiso saber Kostanov.
—Seis kilómetros al norte.
—Podemos llegar en dos horas —estimó Kostanov— . Si es que logramos salir.
—Si nadie nos dispara —agregó Turcotte.
—Eso también, amigo, eso también.
—¿Y qué hay de vosotros?
—Mis hombres y yo perdimos nuestra evacuación hace tiempo. Quizá si logramos
salir y ponernos en contacto con nuestros superiores, podamos planear algo, pero no
creo que tengamos tiempo.
—Podéis venir con nosotros —sugirió Turcotte.
—Creo que es la única opción —reconoció Kostanov.
~195~
Robert Doherty La respuesta: Área 51
—¿Por qué se hizo pasar por un especialista independiente contratado por la CIA
en el portaaviones? —preguntó Turcotte.
Kostanov se frotó la barba incipiente.
—Aunque le parezca difícil de creer, los rusos respaldamos a la UNAOC.
Llegamos a la conclusión de que si me hacía pasar por lo que vosotros creíais que era,
sería más fácil daros la información y hacer que verificarais Terra-Lel. Después de
todo, no habríamos quedado muy bien parados con la revelación de que hubiésemos
mantenido en secreto una nave Airlia averiada durante décadas, del mismo modo
que vosotros, los americanos, sufristeis públicamente por el tema del Área 51.
Queríamos evitar la mala prensa.
—No lo creo —afirmó Turcotte—. Al menos, no totalmente.
Kostanov sonrió.
—Tiene razón, amigo. —El ruso se sentó, apoyando la espalda contra su mochila.
Turcotte hizo lo mismo. Los estudiantes chinos estaban sentados alrededor de su
profesora, hablando en voz baja entre ellos. Harker había dispuesto a sus Boinas
Verdes en el recinto principal, formando una línea defensiva, por si acaso el ELP
lograba entrar allí, aunque Turcotte pensaba que era poco probable que eso
sucediera. Suponía que el ELP estaría más que feliz de dejarlos morir de hambre allí
dentro. Los dos hombres de Kostanov estaban con Harker.
—Le daré un poco de información —susurró Kostanov—. Se trata de información
que trasciende las fronteras nacionales. ¿Alguna vez oyó hablar de una organización
llamada STAAR?
Turcotte negó con la cabeza.
Kostanov se pasó un dedo por el labio superior, absorto en sus pensamientos.
—¿Por dónde empezar? Ah, es muy confuso, de modo que comenzaré con lo que
sé y luego pasaré a mis especulaciones al respecto. Os dije algunas cosas ciertas en
ese portaaviones. Yo era miembro de la Sección Cuatro del Ministerio del Interior. La
mentira fue que no os dije que aún soy miembro de la Sección Cuatro. Al igual que
vuestro comité Majestic, la Sección Cuatro estaba enteramente dedicada a la
investigación de la actividad extraterrestre y a los descubrimientos relacionados con
ella. Como los miembros del Majestic, nosotros sabíamos que había habido vida
extraterrestre en la Tierra porque teníamos los restos de una nave Airlia. Buscamos
más artefactos, al igual que vosotros, tal y como os dije.
Pero teníamos otra misión. Es una misión lógica, si uno se pone a pensarlo:
debíamos prepararnos para el contacto alienígena hostil. De hecho, supusimos que
todo contacto sería hostil simplemente partiendo de la base de que no sería humano
y, por lo tanto, tendrían objetivos diferentes y el conflicto de intereses sería entonces
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
inevitable. Además —Kostanov sonrió—, debéis recordar que nosotros, los rusos,
somos históricamente paranoicos y tenemos nuestras buenas razones para serlo.
Tuvimos a Napoleón y a Hitler golpeando a las puertas de Moscú. No era tan
descabellado que, cuando miró ramos al cielo, viéramos una amenaza.
Teníamos la nave averiada. Teníamos informes de inteligencia sobre algunos de
los hallazgos del Majestic. Sabíamos que, como mínimo, vosotros estabais pilotando
los agitadores. Vuestra seguridad en el Área 51 no era ni la mitad de buena de lo que
os hubiera gustado creer. Sabíamos del hallazgo de la bomba en la Gran Pirámide. Lo
sabíamos porque al final de la Segunda Guerra Mundial recuperamos los archivos
nazis de Berlín y vimos el informe del submarino que descubrió las runas superiores
y el mapa de las piedras de Bimini que condujo a Von Seeckt y a las SS hacia la
pirámide. Los nazis aceptaron que la runa superior era un lenguaje y estaban
tratando de descifrarlo. Afortunadamente, llegamos a Berlín y la guerra terminó
antes de que pudieran avanzar demasiado.
Como puede ver, teníamos información abundante. De hecho, por lo que
conseguimos de los nazis —Kostanov se acercó más a Turcotte—, estábamos al tanto
de Cydonia y el Rostro, y de la Gran Pirámide de Marte y el Fuerte. Sabíamos que
todo estaba relacionado con los Airlia. Después de todo, ¿por qué cree que lanzamos
tantas sondas y misiones a Marte?
Turcotte le creyó. No era solo porque lo que decía tenía sentido, sino también por
la afinidad que sentía por el oficial de las fuerzas especiales rusas.
—Pero hicimos algo más —continuó Kostanov—. Supusimos que la base de los
Airlia en Marte era una base mecánica dirigida por un ordenador, que quizá incluso
estuviera abandonada e inactiva, pero no podíamos arriesgarnos a que estuviera en
actividad. Tampoco podíamos arriesgarnos a que los norteamericanos llegaran a
Marte antes y reclamaran la soberanía sobre lo que fuera que hubiera allí. Después de
todo, vosotros teníais los agitadores; no podíamos permitir que avanzarais más que
nosotros. Por eso pusimos ojivas nucleares a bordo de las sondas que enviamos a
Marte. La decisión se tomó, a mediados de los sesenta, al más alto nivel del gobierno
ruso para destruir el sitio de Cydonia.
—Pero... —comenzó a decir Turcotte, azorado ante semejante revelación, solo para
que el otro hombre lo interrumpiera una vez más.
—Como sabe, no lo logramos.
Turcotte se frotó la frente y esperó, tratando de asimilar lo que le decía.
—Esto me lleva nuevamente a lo que le pregunte antes —afirmó el ruso—.
Investigamos y nos llegaron rumores, nada sólido, solo rumores aquí y allá, que
mencionaban a una organización llamada STAAR. Durante mucho tiempo pensamos
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
que era una agencia de los Estados Unidos, quizá parte del Majestic. Pero pronto
comenzamos a sospechar que era algo mucho más amplio y quizá más aterrador:
STAAR parecía trascender las fronteras nacionales y también parecía detentar poder
en muchos países, incluida Rusia, dado que en la Sección Cuatro nos veíamos
constantemente frustrados en nuestra búsqueda de información sólida acerca de
STAAR.
Turcotte esperó, pero el otro hombre guardaba silencio, con los ojos distantes,
como si estuviera sumido en sus pensamientos.
—¿Y? ¿Descubristeis qué, o quién es STAAR?
Kostanov hizo una mueca.
—No, al menos no con certeza. Perdimos muy buenos hombres, amigos míos,
tratando de descubrir algo sobre STAAR. Hasta capturamos a un sujeto a principios
de los noventa que creíamos era un integrante de STAAR.
Turcotte se podía imaginar el destino que habría sufrido ese sujeto. La Sección
Cuatro sin duda tendría que tener acceso a las variadas técnicas de recolección de
información perfeccionadas por la KGB.
—¿Qué lograsteis sonsacarle?
—Nada de manera directa —afirmó Kostanov—. Murió antes de que pudiéramos
obtener ninguna información.
—¿Lo mataron los interrogadores?
—No, solo se murió. Como cuando uno apaga el interruptor de la luz. No había
evidencia de veneno, o de ningún otro traumatismo. Simplemente dejó de vivir. Su
corazón se detuvo y murió. No pudimos resucitarlo.
—Ha dicho «nada de manera directa» —observó Turcotte.
—Ah, sí. —La mirada del ruso era distante—. Como es lógico, hicimos una
autopsia al cadáver y encontramos algo muy extraño. —Kostanov se volvió y clavó la
mirada en Turcotte—. El agente era un clon. Nuestros científicos habían investigado
suficiente la clonación y la ingeniería genética como para concluir, al analizar la
estructura genética del hombre, que había sido clonado.
Turcotte reflexionó sobre esa información.
—¿Quién podría estar haciendo eso?
—Tengo una sospecha —afirmó Kostanov—. Una sospecha que hace tiempo me
persigue. Nunca se la he mencionado a nadie por miedo al ridículo, o a que no me
creyeran, pero ha aumentado desde que me enteré de lo que él —señaló a Nabinger,
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
que seguía en el trance del resplandor dorado— recibió a través del ordenador
guardián en la Isla de Pascua.
—¿Y? —quiso saber Turcotte.
—Creo que STAAR podrían ser Airlia rebeldes que operan desde una base secreta
y usan clones humanos como agentes entre nosotros.
Turcotte se quedó mirándolo.
—¿Qué...? —comenzó a decir, pero luego se distrajo al ver que Nabinger
trastabillaba al alejarse de la pirámide dorada y se desplomaba en el suelo, con los
ojos cerrados y el cuerpo en posición fetal. Se puso de pie de un salto y corrió hacia el
profesor.
—Venga, profesor —le dijo, arrodillándose a su lado mientras le enderezaba el
cuerpo y le levantaba la cabeza—. Despierte.
El profesor abrió los ojos, pero no parecía verlo.
—Dios mío —exclamó—. Debemos detenerlo.
—¿A quién? —preguntó Turcotte cuando logró ayudar al profesor a que se
sentara.
—A Aspasia.
—Pensé que era el bueno —dijo Turcotte.
—No —afirmó Nabinger, sacudiendo la cabeza con énfasis—. Viene hacia aquí
para destruirnos y llevarse la nave nodriza.
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
Capítulo 27
—Lo había entendido todo al revés —afirmó Nabinger a sus absortos oyentes—.
Aspasia era el rebelde, el que quería usar a los humanos como sus esclavos y explotar
los recursos naturales de este planeta. Los Kortad... —Miró a la combinación de
rostros de origen chino, estadounidense y ruso que lo rodeaban, atentos a sus
palabras—. Los Kortad no eran otros alienígenas. «Kortad» es la palabra en idioma
alienígena que significa, bueno, según lo que pude entender, «policía». Y lograron
detener a Aspasia, pero, al hacerlo, quedaron varados aquí, en la Tierra.
Se produjo un breve silencio mientras todos los presentes absorbían esa
información, antes de que Nabinger continuara.
—El líder de los Kortad fue un Airlia llamado Artad, o quizá eso simplemente sea
su título. Dispersó a quienes eran leales a él después de destruir la base de Aspasia
en Atlántida. Aspasia retrocedió hacia Marte, usando las naves de guerra que habían
llevado en la parte exterior de la nave nodriza, y se celebró una tregua incómoda.
Artad tenía control de la nave nodriza, pero Aspasia tenía control de su dispositivo
de comunicación interestelar.
Por eso los seguidores de Artad construyeron la Gran Pirámide como una baliza
espacial. Pusieron el arma atómica en su interior para destruirla si la señal atraía al
grupo equivocado. Prepararon la señal en runa superior en la Gran Muralla.
Construyeron este mausoleo para guardar sus equipos. Excavaron el gran recinto en
el Vale del Rift y colgaron la esfera de rubí allí, amenazando con destruir la esfera y
el planeta si Aspasia intentaba volver a la Tierra. Escondieron los agitadores en la
Antártida y la nave nodriza en el Área 51. Ocultaron varios ordenadores guardián en
distintos lugares del planeta para controlar la situación: uno aquí, otro en Temiltepec,
que fue descubierto por Majestic el año pasado, y hay más.
—¿Por qué regresa Aspasia ahora? —quiso saber Turcotte. No podía dejar de
pensar en la teoría de Kostanov de que STAAR era una organización Airlia con
operaciones en la Tierra, y en la nueva revelación de Nabinger de que parecían haber
entendido todo al revés.
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
—Porque piensa que la larga tregua con los Kortad ha terminado y debe creer que
la guerra ha terminado.
—¿Qué guerra? —Che Lu habló por primera vez.
—Más allá de nuestro sistema solar, se libró una guerra entre los Airlia y otra raza
alienígena, y ese fue un factor. Artad no podía pilotar la nave nodriza por eso. Pero
como Aspasia se había apoderado de su sistema de comunicaciones, no podía
comunicarse con su planeta. Pero... —Nabinger hizo una pausa, confundido, pues las
imágenes se formaban como un remolino en su mente.
—Me encantaría quedarme aquí a debatir estas revelaciones tan interesantes —
intervino Kostanov—, pero creo que nuestra prioridad debería ser salir de aquí y
llegar al punto de evacuación.
— ¡Esta información es fundamental! —exclamó el profesor.
—¡Un momento! —gritó Turcotte, lo que hizo que todos guardaran silencio.
Señaló con un dedo el ordenador guardián, mientras sus ojos permanecían clavados
en Nabinger—. ¿Por qué cree a este guardián ahora? Creyó al que está debajo de la
Isla de Pascua hasta que este le dio otra información. Ahora el enemigo es Aspasia y
el bueno es Artad. Antes, Aspasia era un héroe. Todas son tonterías. Solo hay un dato
que debemos tener en cuenta.
—¿Cuál, amigo? —preguntó Kostanov.
—Que nosotros somos humanos y ellos no. Debemos cuidar nuestros propios
intereses sin importar lo que nos digan esos putos ordenadores. —Turcotte se acercó
a Nabinger—. ¿Sabe qué es lo que quiere Aspasia? ¿Sabe por qué regresa?
—Por la nave nodriza.
—¿Y por qué no vino antes en estos últimos cinco mil años, se la llevó a casa y nos
dejó en paz? —preguntó Turcotte.
—Porque estaban en una tregua todos esos años, cada uno de sus ordenadores
controlaba la situación, mientras esperaba.
—¿Y por qué la tregua? —siguió preguntando Turcotte.
—Artad controlaba la esfera de rubí —afirmó Nabinger—. ¡Ahora sé lo que es!
Debemos ir hasta allí. Es lo que necesita Aspasia para poder pilotar la nave nodriza.
Es la fuente de energía del motor interestelar. La nave nodriza puede volar sin ella,
pero no puede hacer viajes interestelares. Conozco el código para liberar la esfera.
—¿Y por qué viene Aspasia ahora? —repitió Turcotte.
Las palabras brotaron de los labios de Nabinger a borbotones.
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Nabinger se pasó la lengua por los labios mientras apoyaba las manos sobre la
consola. Se produjo un destello de luces verdes. Todos se dieron la vuelta cuando
oyeron un rumor estridente a sus espaldas. Turcotte corrió hacia la sala principal,
donde los soldados miraban hacia arriba. Un gran trozo de metal se estaba
deslizando a un lado, dejando expuesta una abertura de unos diez metros de ancho
ubicada a unos seis metros sobre la pared. El túnel ascendía hacia la oscuridad.
—¡Andando! —ordenó Turcotte, y todo el mundo comenzó a acercarse a la
abertura. Tenía motivos para darse prisa, más allá de la hora a la que los recogerían
los helicópteros. Si Nabinger estaba en lo cierto y Aspasia era una amenaza, solo
tenían poco más de treinta y seis horas para hacer algo al respecto.
***
Las noticias de todo el planeta anunciaban que las personas más influyentes del
mundo estaban viajando rumbo a Nueva York para el gran acontecimiento. Kelly
Reynolds se sentía lejos del escenario donde se desarrollaba la acción, sólo podía
contemplarlo por televisión desde el Cubo. El foco de atención ahora había cambiado
por tercera vez en la última semana: desde la Isla de Pascua y el ordenador guardián,
al Área 51 y los agitadores y la nave nodriza, y ahora a Nueva York, donde pronto, si
todo salía según los planes, se produciría el primer contacto entre los seres humanos
y una forma de vida extraterrestre.
El Hubble captaba con más claridad la danza intrincada de las garras a medida
que se acercaban a la Tierra, y el efecto quitaba el aliento. Los científicos y los
fanáticos proponían teorías acerca de por qué la trayectoria de las naves seguía ese
dibujo ondulado, pero a Kelly ninguna de esas teorías le parecía acertada. Al igual
que pensaba respecto a todo lo demás que no sabían acerca de los Airlia, estaba
segura de que Aspasia también aclararía esa duda una vez que las naves aterrizaran.
No habían llegado noticias de China. Y Quinn no descubrió nada más acerca de
STAAR. Kelly pensó que todos esos temas habían perdido importancia ahora que
había un plazo definido para la llegada de Aspasia.
***
Turcotte comenzó a subir por el túnel, mientras los demás comenzaban a gatear
con ayuda de la soga que los hombres de Harker colocaron en la entrada. El tubo
ascendía en un ángulo de cuarenta grados, lo cual era manejable, pero no muy
~203~
Robert Doherty La respuesta: Área 51
cómodo, en especial si se tenía en cuenta que la piedra era casi completamente lisa y
las botas se resbalaban.
Por el diámetro, Turcotte no tenía ninguna duda de que esa entrada se había
construido para que los agitadores pudieran entrar a la caverna ubicada debajo.
También era probable que todos los aparatos del recinto hubieran entrado por allí.
Podía oír el sonido de respiración esforzada a sus espaldas mientras trepaba, pero
su atención se encontraba en el delgado rayo de luz que proyectaba la linterna
montada sobre su MP-5.
Después de cinco minutos, Turcotte pudo ver el final. Había una pared lisa de
metal que bloqueaba el paso. Se detuvo y se volvió hacia atrás. Una larga hilera de
linternas indicaba las personas que lo seguían.
—¡Howes! —llamó Turcotte—. Los demás quedaos donde estáis.
El ingeniero de las Fuerzas Especiales avanzó hacia donde estaba Turcotte con su
abultada mochila cargada a la espalda. Howes dejó caer la mochila a los pies del
capitán, sosteniéndola con un pie para que no se deslizara hacia abajo mientras
estudiaba el metal.
—¿Tiene idea del grosor? —preguntó.
—El profesor dice que quizá un par de pies.
Howes asintió, pues su mente ya estaba calculando cómo resolver el problema.
Abrió un bolsillo de la mochila y sacó un trozo de quince metros de soga de escalada
de 10 mm y varios pitones. Entregó un martillo y dos pitones a Turcotte y le señaló
hacia la derecha, mientras él se dirigía hacia la izquierda. Subieron todo lo que
pudieron por el lado del túnel, luego se "pusieron a clavar los pitones en la roca.
Cuando terminaron, Turcotte pasó una vuelta de cuerda a través del orificio de
cada pitón y llevaron las dos cuerdas de vuelta hasta el centro. Howes fue a su
encuentro allí y lentamente sacó un gran cilindro negro con un extremo puntiagudo.
Tenía casi noventa centímetros de largo y cuarenta centímetros de diámetro. Ató las
cuatro cuerdas a unos pernos que había en el cilindro.
Usando el armazón de la mochila para sostenerse, y las cuerdas para mantenerlo
en el lugar, Howes trabó la carga de modo que el extremo puntiagudo apuntara al
metal.
—Esperemos que funcione —afirmó Howes—. ¡Todos a cubierto! —gritó cuando
encendió la mecha.
Turcotte y Howes se sentaron y se deslizaron cuarenta pies hacia abajo, donde los
esperaba Kostanov, que lideraba la columna. El ruso los sujetó para evitar que se
siguieran deslizando por el túnel.
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—Iremos hacia allí. Nos quedaremos a esta altura, daremos la vuelta y volveremos
hacia el norte. Debería estar despejado.
—Nos cogerán por la espalda en la altitud —observó Harker—. No podemos
avanzar muy rápido con la anciana. Nos verán, y ellos tendrán la ventaja de la altura.
—¿Se os ocurre alguna idea mejor? —quiso saber Turcotte.
—El éxito de la misión —afirmó Harker con brusquedad—. Mi objetivo es sacaros
sanos y salvos a usted y al profesor; no incluye a ningún grupito de estudiantes, ni a
los rusos.
—Ah, sin duda —intervino Kostanov a sus espaldas—. Lo primero es el éxito de la
misión.
—Iremos juntos —dijo Turcotte, que no quería perder más tiempo—. ¿Ya estamos
todos afuera?
—Sí. —Che Lu estaba parapetada de forma precaria en la ladera de la montaña,
con un palo de bambú que la ayudaba a sostenerse enterrado en la tierra.
—Tenemos que... —comenzó a decir Turcotte.
—Sé lo que tenemos que hacer —lo interrumpió Che Lu—. No se preocupe por mí.
Estaré bien.
—Yo cubriré la retaguardia —afirmó Kostanov.
—Andando. —Turcotte se abrió paso entre el grupo de estudiantes y soldados. No
era fácil avanzar con la inclinación de la cuesta, y Turcotte sabía que la situación
táctica no los favorecía.
Oyó pisadas sobre los cantón rodados; preparó su MP-5 y punto de la mirilla láser
apuntó a la oscuridad.
Turcotte centró el punto rojo en la frente de quien lideraba un grupo de cinco
hombres, a unos seis metros de distancia.
Una voz perteneciente a alguien del grupo dijo algo en chino y el dedo de Turcotte
se arqueó sobre el gatillo, listo para disparar, cuando Che Lu gritó:
—¡No dispare! Son amigos míos. —Inmediatamente dijo algo en chino y avanzó
hasta llegar al lado de Turcotte—. ¡Lo Fa! —exclamó cuando el anciano avanzó hacia
ellos, con el cuerpo inclinado para poder ascender.
—Te dije que no perturbaras lo que es mejor dejar en paz —le respondió el
hombre. Miró hacia atrás, a la hilera de luces que ascendía por la ladera, cada vez
más cerca—. Estamos tras lo que busca el ejército. Les dije a estos otros idiotas —
señaló a los hombres que lo acompañaban— que no era más que una anciana tonta
husmeando donde no la han llamado. Debéis venir conmigo si queréis salir de esta.
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iluminó a Turcotte y a los soldados, que al tener puestos los visores nocturnos, se
cegaron con la luz.
Por encima del ruido de las hélices, llegó el rugido de una metralleta de grueso
calibre disparada desde el helicóptero. Turcotte se arrancó el visor y tomó a Nabinger
con fuerza, cubriéndolo con su cuerpo. La ráfaga de balas pasó cerca y llegó a Chase,
que cayó contra la montaña. El cuerpo del soldado cayó hacia abajo, hacia la hilera
ondulante que avanzaba. Turcotte se arrodilló, levantó el arma y comenzó a disparar,
al igual que los otros.
La luz que los había cegado se apagó y el helicóptero giró con brusquedad hacia la
derecha, para volar a una distancia más segura.
—¡Estado! —exclamó Turcotte.
La voz de Harker llegó desde la derecha.
—Chase y Brooks están muertos y la radio está rota.
—Uno de mis hombres está herido —gritó Kostanov.
—¡Andando! —ordenó Turcotte.
—No —afirmó Kostanov, deslizándose hasta llegar a su lado—. Mi hombre no se
puede mover. No lo lograremos con un hombre que nos demore. —Señaló las luces
que se aproximaban ahora en línea recta—. Os cubriremos. Vaya con sus hombres.
Nosotros defenderemos la posición aquí. —Cuando vio que Turcotte quería decir
algo, levantó una mano ensangrentada—. Esto es más importante que la vida de un
hombre.
Turcotte le cogió la mano, pero luego lo soltó.
—Vamos —ordenó a los cuatro hombres de las Fuerzas Especiales y al profesor
Nabinger.
***
Kostanov volvió hasta donde estaban sus hombres. Examinó la herida que uno de
ellos tenía en el abdomen, presionando el vendaje para evitar la pérdida de sangre.
—Dispara algunos cartuchos, Dimitri —ordenó al otro hombre—. Que los cerdos
sepan que estamos aquí.
Dimitri se colocó el arma al hombro y disparó una ráfaga larga y sostenida. Vació
la recámara en dirección a los soldados chinos, causando confusión y consternación
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entre sus hombres. Así, además de desviar la atención hacia los rusos, permitió que
Turcotte y los suyos ganasen algunos segundos.
Las balas de respuesta de los chinos volaron sobre sus cabezas. Las linternas se
apagaron; Kostanov imaginaba que los soldados avanzaban a gatas hacia donde se
encontraban ellos. Buscó en mi chaleco de combate y sacó todos los cartuchos
apilándolos a su lado. Metió la mano en otro bolsillo y sacó una boina azul gastada.
Se la habían dado hacía más de veinticinco años, cuando se había incorporado a la
Fuerza Aérea soviética. Todo cambió mucho desde entonces, tanto para él como para
su país, pero Kostanov quería que los chinos supieran quién los había atacado.
Dimitri vio que Kostanov se ponía la boina.
—Por la madre Rusia —susurró.
—Sí, por la madre Tierra —lo corrigió Kostanov, mientras se echaba el arma al
hombro y disparaba.
***
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Capítulo 28
Kelly Reynolds miró los papeles impresos, frustrada. Podía entender tan bien
como los especialistas en decodificación de la UNAOC lo que significaba que las
letras y números mezclados transmitidos en un flujo continuo no tuviesen ningún
sentido.
El ordenador guardián uno, ubicado debajo de la Isla de Pascua, enviaba
información a borbotones a la flota de naves con forma de garra que se dirigía a la
Tierra, y recibía, a su vez, los mensajes de respuesta de las naves. Kelly suponía, al
igual que la UNAOC, que Aspasia estaba actualizando su base de información.
Después de todo, razonó Kelly, habían pasado muchas cosas en la Tierra desde que
Aspasia se había exiliado por decisión propia en Marte. Cinco mil años de historia de
la humanidad requerirían de comunicaciones bastante extensas para ponerse al día.
Aspasia no había enviado ningún otro mensaje a la UNAOC más que el acuse de
recibo de que el lugar de aterrizaje debía ser el Central Park. Faltaban menos de
treinta y seis horas para el contacto directo, como los medios habían llamado al
momento en que debía aterrizar la nave de Aspasia.
Kelly albergaba la esperanza de que sus amigos pudieran llegar de China a tiempo
para el aterrizaje, el momento que marcaría el comienzo de un nuevo capítulo en la
historia de la raza humana.
***
Turcotte sabía que sólo debían recorrer tres kilómetros más hasta la zona en que
los recogerían los helicópteros. Bajar por la cuesta era mucho más fácil. El terreno era
menos empinado también. Al mirar hacia el este, Turcotte vio el primer atisbo del
amanecer en el horizonte, aunque no era mucho más que un borrón luminoso en las
imágenes ampliadas de los visores nocturnos. Al mirar hacia el norte, vio
movimiento. El ELP se mostraba precavido y ya no tenía las linternas encendidas,
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Turcotte sabía que las probabilidades de que Harker y DeCamp estuvieran con
vida para entonces eran escasas, pero no tenía tiempo de discutir. También sabía que
Harker era consciente de lo extrema que era la situación.
—De acuerdo —afirmó Turcotte—. ¿Cuánto tiempo necesita?
—Déme quince minutos para ponernos en posición. Nos oiréis cuando
comencemos n disparar.
—Andando —ordenó Turcotte. Le dio la mano a Harker brevemente, y sintió la
sangre seca de Kostanov entre la piel de ambos.
***
~212~
Robert Doherty La respuesta: Área 51
***
El coronel Mike Zycki era el comandante del avión del Sistema Aéreo de Alerta y
Control Aéreo, o AWACS, que Zandra había enviado al aire con su autorización de
nivel ST-8. Cuando el Boeing 707-320B modificado alcanzó un nivel estable, a treinta
y cinco mil pies, Zycki ordenó que se activara la antena de radar con su cúpula de
nueve metros, montada sobre el fuselaje del avión. La ventaja que tenía el AWACS
sobre los radares terrestres era su capacidad de mirar desde arriba. Las señales del
radar emitidas en esa altura no eran bloqueadas por la curvatura de la tierra, o el
terreno. Zycki y su tripulación obtenían una imagen de radar precisa de unos
seiscientos kilómetros de diámetro, pues la cúpula giratoria cubría una revolución
cada diez segundos.
Desafortunadamente, incluso esa cobertura no alcanzaba para llegar al área donde
le habían ordenado explorar. Podía dibujar una imagen de radar precisa de la costa
de China desde Beijing casi hasta Shangai, pero las aeronaves que debía vigilar
estaban a más de mil seiscientos kilómetros sobre el continente, cerca de Xi'an.
De todos modos, el AWACS podía desempeñar un papel de comando y control, a
través del enlace con un satélite espía KH-14 que se encontraba en órbita
geosincrónica por encima de China central y de la descarga de los datos actuales que
captaban los diversos dispositivos del satélite.
Rápidamente, la tripulación de Zycki comenzó el proceso de identificación y
codificación de todas las imágenes conocidas que captaba el KH-14 en el aire. Las
aeronaves civiles se quitaron de la pantalla. Poco después, contaron con una imagen
manejable. Solo había algunos puntos de actividad: cierta actividad de helicópteros
en las cercanías de Qianling. Y dos puntos tintineantes que se desplazaban a gran
velocidad hacia ese punto.
El operador del radar señaló.
—Allí están. Están volando encima de la tierra. La velocidad corresponde con la
de los Black Hawks volando a baja altitud.
—Introduzca el código de transpondedor-alfa-cuatro-romeo —ordenó Zycki.
El operador hizo lo que le indicaron y aparecieron cuatro pequeños puntos que se
dirigían directamente hacia Qianling sobre China oriental.
—¿Quiénes son? —exclamó el operador—. ¡No aparecen en los radares inferiores!
—Hizo una pausa al presionar un interruptor que le permitía acceder a otro conjunto
del satélite espía KH-14—. ¡Ni en las imágenes termográficas!
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—Es nuestra carta secreta —afirmó Zycki—. Cuatro cazas Stealth F-117 que
proporcionan cobertura aérea para la evacuación.
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Capítulo 29
A bordo del USS Springfield, el capitán Forster era el oficial de mayor jerarquía de
los tres submarinos clase Los Ángeles que merodeaban la posición del Greywolf. El
Springfield y el Asheville estaban quietos, con los motores al mínimo necesario para
mantener el funcionamiento de los sistemas imprescindibles. El Pasadena, el tercer
buque de la flotilla, mantenía activos todos sus sistemas y controlaba la situación del
grupo.
El primer indicio de que los cazas Fu se movían una vez más provino del
Pasadena, que informó que dos cazas Fu se acercaban desde la profundidad.
Forster no respondió, manteniendo el silencio que habían acordado. El capitán del
Pasadena ya conocía las órdenes.
A bordo del Pasadena, la tripulación reaccionó como había sido minuciosamente
entrenada para hacerlo; corrió hacia su posición de batalla. La tripulación de artillería
comenzó a rastrear los dos blancos.
En el Greywolf, el capitán Downing observó a los dos cazas Fu que pasaban a su
lado, en dirección a la superficie. Los tres que vigilaban al sumergible seguían
inmóviles. Downing se volvió y se enfrentó a la mirada de Tennyson.
—Entiendo tanto como tú.
***
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
doscientos kilos y tenía tres metros de largo por medio metro de diámetro. La cabeza
convencional consistía en más de cuatrocientos kilos de explosivo de gran potencia.
—Rastreando —anunció el oficial de armas en la sala de control, que estaba
atestada—. Tengo cuatro buenos rastreando dos blancos diferentes, sin obstáculos.
Tiempo de impactó en cuarenta y dos segundos... —Hizo una pausa, asombrado ante
la información que le daba su ordenador—. ¡Somos el blanco!
—¿El blanco de quién?
—¡De nuestros propios torpedos! —exclamó el sargento de armas—. ¡Los han
dado vuelta! —Sus dedos volaban sobre el teclado, tratando de recuperar el control
de los torpedos—. Tiempo de impacto, veinte segundos. —Todas las miradas de la
sala de control estaban fijas en el capitán.
El capitán miraba por encima del hombro del oficial, leyendo e interpretando los
datos.
— ¡Quince segundos!
—¡Abortar, abortar, abortar! —gritó el capitán.
El sargento de armas levantó una tapa roja y presionó el botón que había debajo.
Los cuatro torpedos se detonaron a menos de doscientos metros de su punto de
lanzamiento.
—¡Preparados para el impacto! —ordenó el capitán, sabiendo que había dado la
orden demasiado tarde.
La onda expansiva de las cuatro explosiones simultáneas llegó al submarino.
***
~216~
Robert Doherty La respuesta: Área 51
***
A bordo del Greywolf, los hombres oyeron la explosión y después también los
sonidos de la muerte del Pasadena. Medio minuto después captaron el sonido del
orgulloso y ahora destruido casco del submarino al caer al fondo del mar, mientras
cada vez cedían más compartimientos en su interior, a medida que aumentaba la
presión.
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
Capítulo 30
***
~218~
Robert Doherty La respuesta: Área 51
ajustes, pero Harker tenía suficiente experiencia en los blancos distantes como para
poder tenerla en cuenta.
A cinco metros a su izquierda, DeCamp se mantenía oculto. Tenía el rifle
preparado entre dos rocas. Harker volvió a mirar el reloj. Un minuto más.
Detrás de los dos soldados de las Fuerzas Especiales se erguía el relieve de la
montaña de Qianling, esperando la llegada de los primeros rayos de sol que la
acariciarían desde el este.
***
En el otro lado del mundo, alguien más observaba el destello de unas siluetas,
pequeños puntos en la pantalla ubicada al frente de un recinto subterráneo. En el
Centro de Alerta de Comando Espacial, bajo de las profundidades de la montaña
Cheyenne, observaban a los cazas Fu en la pantalla. Se dirigían hacia el oeste por
encima del Pacífico, directamente encima del Ecuador.
***
Harker apretó el gatillo con suavidad y el rifle emitió un ladrido que repercutió en
la ladera de la montaña. Un soldado chino, que se había creído seguro en la
oscuridad, se desplomó cuando el cartucho de 7.62 mm se hundió en su pecho. Sin
pensarlo siquiera, Harker hizo lo que su entrenamiento le dictaba. Apuntó el rifle al
siguiente blanco. El hombre había oído el primer disparo, pero no sabía qué
significaba. Nunca lo sabría, pues el disparo de Harker le dio de lleno en el pecho y el
soldado cayó al suelo.
Harker disparó los diez cartuchos de la recámara. Nueve dieron en el blanco.
Volvió a cargar una nueva recámara y decidió esperar unos minutos para permitir
que los chinos reaccionaran.
***
—¿Qué diablos pasa? —le preguntó Kelly Reynolds al mayor Quinn. Los
receptores de todo el planeta habían captado un nuevo mensaje de los Airlia,
transmitido abiertamente a todo el mundo, y no en binario, sino en inglés.
~219~
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POR FAVOR
NO INTERFERIR
CON NUESTRAS
SONDAS
ESTÁN
RECOLECTANDO
INFORMACIÓN
IMPORTANTE
PARA NUESTRO
ATERRIZAJE
ASPASIA
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
***
Turcotte veía y oía los movimientos en las filas chinas. Se percibía el murmullo de
un tanque y del personal que encendía los motores de los vehículos blindados. Otros
recibían órdenes impartidas a gritos.
Incluso con los visores nocturnos, no era sencillo determinar qué estaba
sucediendo allí. Por lo que sabía Turcotte, los chinos podían estar adelantando toda
la barricada. Sabía que habían identificado la posición de Harker por los proyectiles
trazadores verdes de las metralletas calibre 12.7 mm montadas sobre los tanques y
transportes blindados de personal.
—¿Cuándo avanzaremos? —quiso saber Nabinger.
—En cualquier momento.
***
***
Turcotte tiró del brazo de Nabinger para indicarle que tenían que moverse. Howes
y Pressler se levantaron y los siguieron. Con lentitud, salieron de los arbustos que los
habían mantenido ocultos.
Turcotte oyó otro estallido de disparos desde la ubicación de Harker y DeCamp.
Turcotte barría el terreno de izquierda a derecha, y luego al revés, con sus visores
~221~
Robert Doherty La respuesta: Área 51
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Las tropas más cercanas estaban a solo quinientos metros. Era hora de salir de allí,
pensó Harker. Los chinos estaban a punto de llegar. Consideró por un momento la
posibilidad de dejar de disparar, pero luego decidió que debían continuar, pues no
estaba seguro de que los demás hubieran logrado pasar por la barricada.
Disparó cinco cartuchos en menos de tres segundos, cambiando rápidamente de
un blanco a otro mientras los soldados chinos se zambullían para ponerse a cubierto.
DeCamp disparó con la misma rapidez. Los dos cogieron sus rifles y se deslizaron
por la roca suelta, poniendo la parte sobresaliente entre ellos y su enemigo. Justo a
tiempo, dado que la respuesta fue certera y no se hizo esperar. Los proyectiles dieron
contra la roca, encima de su cabeza.
—Salgamos de aquí. —Harker comenzó a avanzar hacia el norte para mantener la
protuberancia entre ellos y los chinos. Solo había una dirección en la que podían
correr: hacia la cima de Qianling.
***
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Capítulo 31
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DeCamp vio a los soldados enemigos primero. Tomó a Harker del brazo y señaló
en esa dirección. Harker se detuvo y entrecerró los ojos para poder ver en la
oscuridad. Eran diez. A doscientos metros de distancia y en bajada. Los chinos
estaban diseminados, con las armas listas, separados por veinte metros entre sí.
Harker miró alrededor, deprisa. Entre los dos bandos se alzaba un pequeño cúmulo
de piedras. Estaba a unos veinte metros de donde se encontraban él y DeCamp. Se la
señaló a DeCamp.
—Nos ubicaremos allí.
***
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
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***
Harker y DeCamp se acomodaron entre las piedras de canto rodado detrás del
pequeño montículo y observaron al escuadrón chino que llegaba a la luz de la luna.
Estaban a solo cien metros de distancia y avanzaban hacia ellos muy despacio.
—Otros cincuenta metros y empezamos a disparar —le susurró Harker a
DeCamp.
DeCamp verificó su metralleta y se aseguró de tener un cartucho y de que la
recámara estuviera bien acomodada. Harker apoyó dos recámaras en el suelo para
recarga rápida.
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Harker oyó el ruido de los rotores que se aproximaban. Al principio, no vio nada.
Se apresuró a colocarse el visor y lo encendió.
—¡Abróchate el arnés! —le gritó a DeCamp. El hombre se volvió, sorprendido—.
Tenemos un Black Hawk que viene hacia aquí. —Harker encendió su estroboscopio
infrarrojo y lo sostuvo en alto.
A bordo del helicóptero, Turcotte abrió la portezuela de la izquierda, mientras
Howes abría la derecha. Los dos hombres sostenían una cuerda de nylon de treinta y
seis metros de largo en una bolsa de eyección. O'Callaghan detuvo el helicóptero en
el aire a poco más de dos metros por encima del terreno pedregoso alrededor de la
luz infrarroja. Los hombres soltaron las dos bolsas, que cayeron al suelo.
—La tengo —afirmó DeCamp, mientras corría para coger la soga. Sacó la bolsa de
eyección y ató el nudo del extremo a través de los ganchos del chaleco de combate. A
seis metros de distancia, Harker hizo lo mismo. Los dos hombres corrieron juntos y
entrelazaron sus brazos.
Los soldados chinos no dispararon más. Probablemente no comprendían la
situación y pensaban que el helicóptero era uno de los suyos.
***
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
Capítulo 32
Treinta kilómetros al este, tendido sobre el suelo del compartimiento de carga del
primer Black Hawk, el profesor Nabinger tenía los ojos cerrados. Su mente estaba
absorta con las imágenes que había recibido del guardián de Qianling. Había muchos
aspectos que no comprendía, pero tenía una cosa muy clara: debía detener a Aspasia.
Luego recordó algo más. ¡El túnel central de la tumba, custodiado por el
holograma y el rayo! Sabía a dónde conducía, y qué había allí abajo. ¡Y sabía cómo
entrar! Sin importar lo que sucediera, Nabinger sabía que debía regresar a Qianling.
Cogió su cuaderno forrado en cuero y comenzó a escribir frenéticamente.
***
***
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
—¿Qué ocurre? —le preguntó a Quinn, que había estado conectado a la red de
comunicación segura MILSTAR de las fuerzas militares.
—Los del Pentágono están encabronados. Perdieron a muchos hombres en ese
submarino.
—Pero interfirieron... —comenzó Kelly, pero se detuvo al ver la expresión en el
rostro de Quinn. Repentinamente se dio cuenta de que quizá no todos estaban tan
entusiasmados como ella con el inminente aterrizaje de Aspasia. Y que quienes
habían perecido en el submarino eran algo más que simples números para mucha
gente.
—Creen que los cazas Fu interceptarán a los helicópteros —agregó Quinn.
—¿Por qué harían eso?
—Qué buena pregunta, ¿verdad?
***
—Cuatro al agua —informó el piloto de uno de los F-117 por radio al AWACS en
tono lacónico, como si se tratara de un acontecimiento cotidiano. Los F-117 habían
lanzado cuatro misiles aire-aire desde una distancia superior a sesenta kilómetros.
Los pilotos chinos ni siquiera sabían que eran un blanco cuando sus aviones
explotaron.
—Roger. —El coronel Zycki se desplomó sobre su sillón de mando acolchado y se
relajó por primera vez en muchas horas.
No pudo disfrutar más de unos segundos.
—Señor, tenemos dos cazas Fu a tres minutos del Black Hawk líder.
—¿Están los F-117 al frente?
—Sí, señor. Un minuto para la intercepción —informó el operador del radar a
Zycki.
Zycki se había enterado a través del codificador seguro de la suerte del Pasadena.
—Dígales que disparen en cuanto tengan a los cazas Fu a su alcance.
***
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—Genial —masculló el piloto del F-117 líder al recibir esa orden. Tenía los dos
cazas Fu en la pequeña pantalla del radar, acercándose rápidamente. De inmediato
presionó el disparador, lanzando dos misiles aire-aire a los objetos que se acercaban.
Su escolta lo imitó.
El Black Hawk de Nabinger se encontraba quince kilómetros más atrás, volando al
ras de la tierra.
***
El coronel Zycki podía ver los cuatro misiles volando hacia los cazas Fu. Habían
recorrido la mitad de la distancia, cuando los misiles desaparecieron sin rastro.
—Rayos —susurró Zycki.
Luego, al acercarse los dos cazas Fu a sus posiciones, los puntos que
representaban los cuatro cazas Stealth F-117 se apagaron. Así, quedaban solo los
cazas fu y los dos Black Hawk. Los cazas Fu se acercaban al líder.
—¡Veinte segundos para la intercepción!
***
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—Cayó el segundo Black Hawk. —La voz del coronel Zycki no registraba
sentimiento alguno—. Todas las naves abajo.
Duncan se alejó de la consola de control con un empujón y miró duramente a
Zandra.
—¡Ahí lo tiene! ¿Está conforme? ¡No tenemos nada! —Señaló su reloj.— Faltan
veintiocho horas para que lleguen los Airlia y lo único que hemos logrado es matar a
unas cuantas buenas personas.
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Capítulo 33
Las seis garras seguían acercándose a la Tierra en zigzag. El enorme campo abierto
del Central Park había sido despejado y acordonado. La UNAOC estaba ocupada
preparando la recepción para los Airlia, y determinando la jerarquía de los líderes
mundiales que tendrían el privilegio de conocer a Aspasia.
Era de madrugada, cuatro horas antes del amanecer, el último amanecer antes del
arribo de los Airlia. Los titulares de las ediciones matutinas en vías de impresión lo
anunciaban como el último día en que la raza humana estaría sola en la faz de la
Tierra.
***
Sin embargo, entre bambalinas en el Cubo, las cosas eran muy distintas.
Finalmente, el Pentágono había confiado toda la verdad al mayor Quinn, suponiendo
que si existía alguien que supiera cómo combatir a los cazas Fu, sería el personal del
Área 51. Quinn también había reenviado los mensajes interceptados de Zandra en
Corea del Sur a STAAR en la Antártida, lo que estaba causando gran consternación
en el mundo encubierto de Washington, ya que la CIA negaba que la mujer trabajara
para ellos. Nadie podía precisar a ciencia cierta quién era Zandra ni su organización,
STAAR, ni cómo habían obtenido tanto poder.
Kelly Reynolds observaba todo con una mezcla de indignación y pesar por la
noticia de la muerte de Peter Nabinger y Mike Turcotte. Se encontraba en la sala de
conferencias del Cubo con Quinn, escuchando su videoconferencia con el Estado
Mayor Conjunto y el Presidente, que se encontraban en la Sala de Guerra debajo del
Pentágono.
—¿Qué hay de esa persona de STAAR que tiene ahí, mayor? —preguntó el general
Carthart, jefe del Estado Mayor Conjunto.
—Sigue en el hangar con el agitador —respondió Quinn.
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—Tengo una sugerencia. —Kelly Reynolds se sentía frustrada con las reacciones
defensivas de esas personas.
—Adelante —dijo el Presidente.
—¿Por qué no le preguntamos a la representante de STAAR que se encuentra aquí,
en el Área 51, quiénes son?
—Es una buena idea, señorita Reynolds. Mayor Quinn, le sugiero que haga eso.
Nosotros haremos lo necesario por nuestro lado.
La pantalla se puso en blanco y Kelly se dirigió a Quinn.
—Ha tomado la decisión correcta en cuanto a avanzar con cautela.
Quinn no parecía estar muy de acuerdo.
—¿Y qué pasa si es una decisión equivocada? —No esperó respuesta—. Ha
tomado esa decisión, Kelly, porque no existe otra decisión posible. Cada vez que los
humanos nos hemos enfrentado a los equipos de los Airlia, hemos perdido. Nuestras
mejores armas no nos sirven de nada. Así es muy fácil tomar la decisión de cruzar los
dedos y esperar lo mejor.
—Todo ha sido un trágico error. —La voz de Kelly no daba lugar al disenso—.
Aspasia lo aclarará todo cuando aterrice.
—¿Qué hay de Turcotte y Nabinger? —preguntó Quinn.
—Les dije que no fueran —dijo Kelly—. Deberían haberme escuchado.
—Pero... —comenzó él, pero ella lo interrumpió, acercándose y golpeteándole el
pecho con un dedo.
—¡Nadie escucha! ¡Nadie! Ni el Presidente. Ni usted. Nadie. ¿No lo comprende? Si
tan solo escucháramos, todo iría bien, pero lo estamos arruinando todo.
Enfadada, Reynolds se marchó hacia el ascensor. Quinn quedó observando cómo
se alejaba rápidamente.
***
Con la luz del día, Turcotte consideró la situación. Se encontraban a escasos treinta
metros del lugar donde se había estrellado el helicóptero. La explosión esparció
escombros en un radio de cien metros y chamuscó el bosque.
Harker, Howes y DeCamp estaban heridos, pero listos para actuar. O'Callaghan, el
piloto, tenía una mano fracturada, pero aparte de eso parecía estar bien. Turcotte
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
sabía que era solo cuestión de tiempo que Ion chinos enviaron aviones a buscarlos. El
terreno de las zonas aledañas era muy montañoso e inhóspito.
—Necesitamos enviar un mensaje —dijo Turcotte.
Harker rió con amargura.
—¿Cómo? No tenemos radios. Estamos jodidos. Nadie sabe que estamos aquí, y
no creo que a nadie le importe un carajo.
Turcotte estaba examinando el claro que el helicóptero había abierto entre los
árboles.
—A alguien le importa. La doctora Duncan nos buscará.
—¿Y? —espetó Harker—. ¿Cómo sabrá que estamos aquí y vivos? Y después de
eso, ¿cómo nos sacará de aquí?
—No sé cómo nos sacará, pero estoy seguro de que algo se le ocurrirá. Lo que sé es
cómo hacerle saber que estamos aquí y vivos.
***
—¡Coño! —El mayor Quinn estaba furioso cuando regresó al Cubo. Llamó
rápidamente a la Sala de Guerra del Pentágono—. El agitador y Oleisa se han
marchado —informó al oficial de guardia que contestó.
—¿Se han marchado?
—Acaban de despegar. Supongo que ya no podemos preguntarle a Oleisa para
quién demonios trabaja. —Cubrió el auricular y se dirigió a uno de sus hombres—.
Pon en pantalla el enlace del Comando Espacial. Quiero saber hacia dónde se dirige
nuestro agitador.
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Capítulo 34
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estaría lo suficientemente cerca como para lanzar aviones que llegaran a esa
ubicación y volvieran.
***
***
Justo por encima de la base de los cazas Fu, los miembros de la tripulación del
Greywolf estaban acurrucados, intentado mantenerse en calor. Seguían
descendiendo lentamente, pero después de lo ocurrido con el Pasadena no hubo más
quejas de Emory.
Tres mil metros por encima del sumergible, los dos submarinos de la clase Los
Ángeles que aún permanecían enteros también aguardaban, silenciosos y sin energía,
el momento oportuno, con sus tripulaciones llenas de pensamientos de venganza,
pero sin saber cómo ejecutar tal venganza sin sufrir la misma suerte que su buque
hermano.
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Capítulo 35
—No podremos aguantar aquí mucho más tiempo —masculló Harker mirando el
paisaje. Habían detectado algunos helicópteros chinos que se dirigían hacia el sur
unas horas antes esa misma mañana, pero hasta el momento, nadie había perturbado
su ubicación.
Turcotte percibía el pesimismo y la preocupación de los hombres de las Fuerzas
Especiales con los que estaba varado. Querían salir de allí, caminar y alejarse de la
zona del siniestro, hacia la frontera más cercana. El hecho de que la frontera más
próxima estuviera a más de mil seiscientos kilómetros de distancia y que fuera con
Mongolia no los desalentaba demasiado. Solo querían hacer algo, no quedarse a
esperar que aparecieran los chinos.
Pero Turcotte sabía que su única oportunidad de salir a tiempo era la esperanza de
que un satélite detectara el símbolo en runa superior que había dibujado con los
restos del helicóptero cerca del lugar donde se había estrellado. Y que Lisa Duncan lo
viera y lo comprendiera. Desde luego, no estaba seguro de cómo iba a hacer ella para
poder sacarlos de allí, pero le parecía que cualquier opción era preferible a salir
caminando.
—¿Qué coño es eso? —dijo O'Callaghan, poniéndose de pie y mirando hacia el
este.
Turcotte siguió la mirada del piloto: un agitador llegaba a gran velocidad y a baja
altura. El disco llegó hasta donde se encontraban ellos y se detuvo. Lentamente,
descendió hasta descansar sobre los restos del Black Hawk. Los hombres de las
Fuerzas Especiales levantaron sus armas y apuntaron hacia el objeto.
—No disparéis —ordenó Turcotte.
La escotilla ubicada en la parte superior del disco se abrió y se asomó una mujer.
—¡Deprisa! —gritó.
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Turcotte no esperó que se lo dijera dos veces. Corrió hacia el agitador, seguido por
Harker, O'Callaghan y los demás soldados de las Fuerzas Especiales. Trepó con cierta
dificultad por el casco inclinado de la nave y luego se deslizó hacia el interior.
En una de las depresiones del centro del agitador había un piloto de la Fuerza
Aérea, atado al asiento con varios cinturones de seguridad. Sus manos no se
despegaron de los controles. La mujer que los había llamado estaba de píe, cerca de
la consola de comunicaciones con la que habían equipado el aparato. A Turcotte le
recordó de inmediato a Zandra; de hecho, por un momento, pensó que se trataba de
ella, pero luego observó que era unos centímetros más baja que la agente que había
quedado en Corea del Sur.
—¡Vaya! —exclamó O'Callaghan cuando cayó al lado de Turcotte. Llevaba tiempo
acostumbrarse al interior de un agitador. Lo más difícil era el efecto desorientador
que producía el hecho de que la nave parecía ser transparente desde el interior.
Majestic nunca había logrado determinar cómo se lograba ese efecto con la tecnología
Airlia, pero era difícil mantener la calma pues, ahora que todos estaban a bordo, el
suelo parecía alejarse de sus pies cuando el agitador levantó vuelo.
—Me llamo Oleisa —se presentó la mujer.
—¿Está con Aspasia o con Artad? —quiso saber Turcotte.
La expresión del rostro de la mujer era imperturbable.
—Estoy con STAAR. Estoy aquí para llevaros con Zandra, a Corea.
Turcotte negó con la cabeza.
—Necesito ir al Valle del Rift, en África.
El piloto levantó la mirada.
—Base aérea de Osan —afirmó Oleisa. El piloto volvió a concentrarse en sus
controles.
—Escuche... —comenzó a decir Turcotte, pero la mujer alzó una mano.
—Iremos a África después de recoger a Zandra. No llevará mucho tiempo.
—¿Y los cazas Fu? —preguntó Turcotte.
—Aún no nos han detectado —respondió Oleisa.
—¿Y si nos detectan?
—Lo veremos llegado el caso.
***
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
Se formó un comité con los especialistas más reconocidos en esa época, entre los
que se incluyeron psicólogos, personal militar, científicos, sociólogos; toda persona
que pudiera brindar un aporte significativo fue invitada a participar. Se sentaron y
debatieron el tema durante varias semanas, y luego emitieron lo que se consideró
simplemente una recomendación académica y teórica: la creación de una
organización gubernamental secreta que pudiera ocuparse de lidiar con el primer
contacto directo.
La mujer hizo una pausa. Los tripulantes del agitador estaban pendientes de cada
una de sus palabras, mientras volaban sobre el Pacífico Sur, en dirección sur hasta
que viraran al este, rumbo al África.
—Una de las provisiones más importantes del informe era que la organización,
que se llamaría STAAR, debería tener el mayor nivel posible de autorización de
seguridad como para poder implementar medidas cuando fuera necesario sin tener
que pasar por los canales administrativos habituales. En su momento, se pensó que el
tiempo sería un factor esencial en caso de que se produjera un contacto directo y que
STAAR, dado que se trataba de una organización dedicada específicamente a la
misión, sería la más indicada para determinar la respuesta adecuada.
—Eso implica pasar por alto el proceso democrático y nuestros líderes electos —
observó Lisa Duncan.
—El líder electo de esa época lo consideró necesario —replicó Zandra—. Si lo
piensa, la idea tiene bastante sentido. En lugar de desviar una gran cantidad de
recursos y, por ende, un grado de escrutinio público importante, hacia STAAR,
Eisenhower simplemente le otorgó la autoridad como para utilizar los recursos
existentes, ya fueran militares, de la CIA o la NSA, para recolectar inteligencia y,
cuando llegara el momento, actuar según fuera necesario.
—¿Así que habéis estado esperando todo este tiempo? —preguntó Turcotte.
—Sí.
—¿Por qué no hicisteis algo antes?
—Nuestro estatuto y autorización de acción bajo la directiva presidencial son muy
específicos. Nuestra jurisdicción es solo el contacto directo con alienígenos vivos.
—¿Y ahora? —insistió Turcotte.
—Ahora, dado que el contacto es inminente, debemos actuar.
—¿Qué haréis?
—No estoy segura —afirmó Zandra—. No hemos decidido el curso de acción que
seguiremos porque no tenemos información suficiente. Podría ser recibir a Aspasia
con los brazos abiertos, o podría ser ponerle oposición con todos los medios que
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
tengamos a nuestro alcance, en una lucha a muerte. —Se volvió hacia la consola de
comunicación—. Quisiera que mi superior, Lexina, estuviera presente en esta
conversación.
Ni Turcotte ni Duncan pusieron objeciones, así que encendió un
intercomunicador.
—Lexina, aquí Zandra. Estoy con el capitán Turcotte y con la doctora Duncan.
Del altavoz salió la voz de una mujer.
—Capitán, usted tiene la información que necesitamos para tomar una decisión
muy importante. Los cazas Fu, que son controlados por Aspasia, están actuando de
una manera que es, sin lugar a dudas, hostil. Sin embargo, antes de determinar un
curso de acción, queremos oír lo que descubrió en Qianling. ¿Qué le dijo al profesor
Nabinger el guardián que encontrasteis allí?
—Nabinger estaba convencido de que Aspasia viene a la Tierra para llevarse la
nave nodriza y destruir el planeta —le resumió Turcotte—. El guardián de Qianling
le dio la historia inversa a la que le presentó el de la Isla de Pascua: Aspasia era el
rebelde y fueron los Kortad, o la policía Airlia, bajo el mando de un tal Artad, los que
salvaron a la raza humana y al planeta.
—¿A cuál cree usted? —quiso saber Lexina.
—Yo creo que a ninguno.
Zandra enarcó las cejas, que aparecieron por encima de sus gafas de sol.
—¿Piensa que no deberíamos hacer nada?
—Yo no he dicho eso.
La doctora Duncan habló por primera vez.
—¿Por qué no crees a ninguno, Mike?
—En realidad, porque no tengo pruebas. Nos están contando historias
contradictorias y, por lo que sabemos, ambas podrían ser un engaño. Al fin de
cuentas, lo que importa es que la Tierra es nuestro planeta. Estos Airlia llegaron, se
instalaron, hundieron la Atlántida en el fondo del océano cuando la situación se les
fue de las manos y nos quieren joder de tanto en tanto hace milenios.
Todo el mundo se llena la boca hablando bien de Aspasia, pues dicen que nunca
interfirió con nuestro desarrollo como especie, pero en lo que a mí respecta, tampoco
nos ayudó mucho que digamos. Ninguno de los Airlia, para el caso. Lo que quiero
decir es que esto no es Star Trek; los Airlia no tienen la directiva principal de no
interferir.
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
***
Pero Kelly Reynolds sí escuchó esa conversación. Su mirada se encontró con la del
mayor Quinn. El altavoz por el que habían escuchado la conversación interceptada se
encontraba en la mesa que los separaba. Quinn había ordenado a la NSA que
interceptara toda comunicación entre la base Scorpion y cualquier otro participante.
No fue difícil añadir las comunicaciones encaminadas a través de un satélite
MILSTAR. Kelly había regresado al Cubo hacía veinte minutos.
—No pueden hacer eso —exclamó Kelly ni bien terminó la comunicación—.
Aspasia dijo que venía en son de paz. Tenemos que creerle.
—Dígaselo a los hombres del Pasadena —respondió Quinn.
—¡Ellos atacaron primero! —gritó Kelly.
—Así es —reconoció el mayor Quinn—. Pero no era necesario que los cazas Fu
destruyeran el submarino. Podrían haber desactivado los torpedos y nada más.
—¡Eso fue sólo una respuesta automática! —argumentó Kelly. Luego aferró el
brazo de Quinn—. Por favor, déme un agitador. Déjeme ir a la Isla de Pascua y al
guardián antes de que las cosas lleguen demasiado lejos.
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Quinn tenía muchas cosas en su mente en ese momento, y todas se lograrían más
fácilmente si no tuviera a Reynolds encima todo el tiempo.
—Llévese el agitador seis. Informaré al piloto.
***
***
Afirmar que había algo de actividad era realmente subestimar lo que sucedía.
Se habían desplegado dos F-14 de la Armada de los Estados Unidos, del George
Washington, a unos ochenta kilómetros de distancia, vigilando a los dos cazas.
Fueron los primeros en ser destruidos: los cazas Fu volaron hacia ellos y les
desactivaron los motores. Luego, los cazas se volvieron hacia el complejo.
Sobrevolaron el lugar en zigzag y con un haz de luz dorada destruyeron los
helicópteros que se encontraban en tierra y volaron en pedazos los que intentaban
despegar.
El coronel Spearson y los hombres del SAS que lograron sobrevivir estaban
reunidos en la entrada con las armas preparadas, esperando el ataque final y
pidiendo ayuda desesperadamente.
Las garras se encontraban a menos de ocho horas de vuelo de la Tierra. La
estrecha formación seguía el mismo patrón en el aire. Pero cada nave emitió un breve
destello de luz dorada al asumir la posición inicial de la formación.
Un piloto humano de un caza de la Segunda Guerra Mundial hubiera reconocido
los movimientos; estaban probando sus armas, asegurándose de que funcionaban
correctamente.
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Capítulo 36
—La esfera dé rubí es la clave —afirmó Turcotte—. No podemos dejar que caiga
en manos de Aspasia.
El agitador volaba a toda velocidad en dirección oeste, hacia África, dejando atrás,
a la derecha, el extremo sur de la India.
—¿Cómo lo detendremos? —preguntó Duncan—. No solo tiene la flota con la que
viene a la Tierra, sino que además controla a los cazas Fu y al ordenador guardián
que está debajo de la Isla de Pascua. ¿Cómo los destruiremos?
—En STAAR no nos hemos limitado a sentarnos sin hacer nada todos estos años
—observó Zandra—. Hemos analizado los datos de todos los enfrentamientos con los
cazas Fu y, al parecer, esos artefactos han encontrado una forma de controlar la
energía electromagnética y de usarla para desactivar o controlar a la nave, o al misil
que los ataca.
—Por eso es posible escapar de ellos si se apagan todos los motores —observó
Turcotte.
—Correcto.
Turcotte pensó en eso y, por primera vez en mucho tiempo, esbozó una sonrisa.
—Se me ocurre una idea de cómo podemos atacar a los cazas Fu. No será fácil,
pero el posible. Necesitamos coordinar bien los movimientos. Si no se siguen los
mismos procedimientos, no tenemos ninguna posibilidad de que funcione.
—Tenemos mucho que hacer en muy poco tiempo —observó Duncan, al tiempo
que sacudía la cabeza—. Es prácticamente imposible.
—Aún tenemos autorización y seguridad de nivel S-T8 —afirmó Zandra—. Puedo
acceder a MILSTAR y hablar con todas las fuerzas militares de los Estados Unidos.
Cuénteme su plan y hagamos que lo imposible sea posible.
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—Nuestra prioridad principal es entrar al complejo del Valle del Rift y obtener la
esfera de rubí —afirmó Turcotte—. Para poder hacerlo —continuó— vamos a tener
que eliminar la amenaza de los cazas Fu.
—¿De qué modo? —preguntó Duncan.
La sonrisa volvió al rostro de Turcotte.
—Vamos a tener que hacer que la Fuerza Aérea y la Armada se hagan las tontas
una vez más.
***
Cuatro aviones Tomcats F-14 del George Washington volaban en círculos sobre
Kenia, a ciento sesenta kilómetros del complejo del Valle del Rift. Habían escuchado
la caída de dos tripulaciones aliadas y, a pesar de que se morían por intervenir,
recibieron órdenes claras de mantener su posición.
El teniente comandante Perkins estaba al mando del vuelo, y tenía más
experiencia que los demás siete pilotos que formaban parte del grupo. No estaba tan
deseoso de meterse con los cazas Fu como otros. No era por cobardía sino por
experiencia. No tenía sentido involucrarse en una batalla que no tenían posibilidades
de ganar y, según lo que él sabía, ningún avión humano había salido airoso de un
encuentro con las pequeñas esferas alienígenas, y los registros se remontaban o la
Segunda Guerra Mundial.
Por eso, cuando un hombre que se presentó como el capitán Turcotte le informó
por radio de un plan para destruir a los dos cazas Fu que sobrevolaban el complejo
del Valle del Rift, Perkins le prestó atención con una mezcla de entusiasmo, ante la
posibilidad de que alguien finalmente tuviera un plan, y de alarma, ante la dificultad
que implicaba implementar la difícil maniobra que sugería Turcotte.
Sin embargo, cuando el capitán terminó, se limitó a decir:
—Roger.
Luego, ordenó a sus cuatro aviones que se dirigieran hacia el norte.
***
A bordo del Springfield, sobre la base de los cazas Fu, el capitán Forster y el
comandante de la flota en la superficie escucharon el problema y el curso de acción
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
que les transmitió Turcotte con sentimientos similares. La situación allí se volvía más
compleja por el hecho de que el Greywolf se encontraba en las proximidades de su
blanco.
Después de una breve discusión con Turcotte, Forster ideó un plan. Estaba un
poco cogido con pinzas, como hubieran dicho en el entrenamiento, pero por lo
menos era un plan.
Muy despacio y con una mínima emisión de energía y restos electromagnéticos, el
Springfield y el Asheville comenzaron a alejarse de la base de los cazas Fu. A medida
que aumentaba la distancia que los separaba de la base, ambos submarinos
comenzaron a aumentar la potencia, hasta que los dos reactores estaban funcionando
a su máxima capacidad, forzando las dos turbinas y, a su vez, al único eje de
propulsión a las máximas revoluciones por minuto. Los submarinos se alejaron a
gran velocidad de la base de los cazas Fu, a sesenta kilómetros por hora debajo del
agua.
***
***
El caza Fu voló sobre el hielo antártico a cinco veces la velocidad del sonido. Al
llegar al punto indicado, se detuvo. De la pequeña esfera brotó un rayo de luz dorada
que perforó el hielo que cubría la base Scorpion, pero los sensores de a bordo le
indicaron que era demasiado tarde; no había ninguna energía electromagnética
debajo. Lo que fuera que hubiera habido allí desapareció.
~255~
Robert Doherty La respuesta: Área 51
***
El agitador seis ya estaba volando sobre el sur California, a seis mil cuatrocientos
kilómetros por hora. Kelly Reynolds estaba sentada en el asiento del copiloto y se
mecía con lentitud hacia delante y hacia atrás, absorta en sus pensamientos. Quería
decidir qué podía hacer para llegar al guardián y luego a Aspasia e impedir que se
produjera un desastre.
Presionó las manos contra sus sienes tratando de calmar el dolor de cabeza que la
aquejaba.
***
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Capítulo 37
***
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***
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—Vamos, nena, vamos —susurró Perkins para sí mismo, con los ojos concentrados
en el adversario. Faltaban menos de cinco segundos.
El caza Fu atravesaba la parte inferior derecha del goniómetro cuando Perkins giró
hacia la derecha con fuerza.
Su dedo estaba posado sobre el disparador del joystick. Estaba adosado al único
sistema eléctrico que seguía en funcionamiento, con un amperaje tan reducido que el
caza Fu no podía detectarlo.
Perkins presionó el disparador. El cañón M16-A1 de 20 mm estaba del lado
izquierdo, justo debajo de la cabina. Perkins sintió cómo el avión se estremecía
cuando los proyectiles, del tamaño de una botella de leche, salieron despedidos de la
boca de la ametralladora Gatling. Su piloto nunca antes la había disparado con los
motores apagados. Oyó los disparos, la cadencia de fuego, la rotación de los
cilindros.
Sus ojos, sin embargo, estaban clavados en la línea de proyectiles trazadores que
iban de su avión hacia el caza Fu. Los trazadores iban hacia la derecha y luego
comenzaron a descender, cuando el caza Fu comenzó a ascender, directamente hacia
su trayectoria.
Los cartuchos de veinte milímetros se incrustaron en el costado del caza Fu. El
aparato estaba construido para proyectar energía, no estaba blindado para un ataque
tan inesperado. Los proyectiles con centro de uranio atravesaron el metal de la nave,
destruyeron el pequeño ordenador Airlia que había en su interior y el motor
magnético.
—¡Sí! —exclamó Perkins, mientras observaba cómo el caza Fu caía hacia la tierra.
Su júbilo duró poco, sin embargo, al ver que estaba descendiendo los cuarenta y
cinco mil pies y ambos motores estaban fríos.
De inmediato comenzó los procedimientos de emergencia para reiniciarlos.
***
A bordo del agitador, el F-14 que había perdido ambos motores y que había
tratado de mantenerse en la formación desapareció de la pantalla del radar.
—Mierda —masculló Turcotte. Esperaba que el piloto y el navegador hubieran
podido eyectarse del avión antes de que este cayera.
—¡Un caza Fu abajo! —informó Zandra.
~260~
Robert Doherty La respuesta: Área 51
Observaron en la pantalla del pequeño ordenador los datos que llegaban desde la
montaña Cheyenne.
—¡El otro también ha sido derribado!
Una voz les llegó por la radio.
—Aquí el teniente comandante Perkins. Hemos derribado a dos cazas Fu y
volvemos a casa.
***
Perkins sintió la fuerza de sus dos motores Pratt & Whitney, que lo empujaban
contra el asiento. Vio al otro F-14 que, con los motores encendidos, se deslizaba hasta
posicionarse a su lado. El piloto le hizo un gesto con el pulgar levantado para indicar
que todo estaba bien.
—Esto quedará para la historia —le dijo Perkins a Stanton.
—Muy buena puntería, señor —afirmó ella.
—Y muy buena suerte —masculló Perkins.
***
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El Greywolf se mecía mientras subía hacia la superficie. Pasó junto al misil que
descendía a una profundidad de mil quinientos metros. Brodie había calculado la
ubicación exacta de la base de los cazas Fu a través de la lectura del LLS, después de
añadir las corrientes locales, las inversiones de temperatura, la profundidad, el peso,
el tamaño del misil y su ojiva, y mezclar todos los efectos para determinar el punto
en la superficie en el que debían dejarlo caer de modo que, al descender en caída
libre, explotara justo sobre la base de los cazas. O eso esperaba.
***
~263~
Robert Doherty La respuesta: Área 51
Downing eso no le preocupaba. Subió hacia la cubierta y entrecerró los ojos para
poder ver en la luz cegadora del sol. Oyó el helicóptero antes de poder verlo.
El SH60 sobrevoló el sumergible y dejó caer una jaula. Downing la cogió y la
sostuvo para que Tennyson y Emory se subieran, luego se apretujó junto a ellos.
—Lo voy o echar de menos —le dijo a Tennyson, mientras eran levantados por el
aire, con el helicóptero ya volando rumbo al Anzio incluso antes de elevar la jaula del
todo.
—Era un buen buque —reconoció Tennyson, mientras el Greywolf desaparecía a
lo lejos hasta no ser más que un punto oscuro en el terciopelo azul del océano.
Todos se sobresaltaron cuando la superficie del océano explotó en un estallido
masivo de agua en el lugar donde había estado el sumergible.
***
***
Al otro lado del mundo, el capitán Mike Turcotte estrechó la mano rugosa del
coronel Spearson.
—Me alegro mucho de verlo, aunque haya llegado volando en uno de esos
extraños platillos volantes —le dijo Spearson.
—Debemos llegar a la caverna —afirmó Turcotte mientras Duncan y Zandra lo
seguían.
—Por aquí.
***
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
Capítulo 38
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
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Turcotte bajó la mirada para ver la consola de control. Sacó un trozo de papel
arrugado que llevaba en el bolsillo.
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
Capítulo 39
Faltaban cinco horas. Las seis naves garra ya no se entrelazaban en esa danza
intrincada. Se habían desplegado y diez kilómetros separaban a cada nave de la
siguiente en su vuelo de aproximación a la Tierra.
***
***
Mike Turcotte tenía prisa. Habían adosado la esfera al exterior del agitador a
través de cuatro juegos de red de carga de nylon. De inmediato, Mike había vuelto a
subir, junto con Duncan y dos miembros de STAAR.
~269~
Robert Doherty La respuesta: Área 51
***
***
Turcotte vio cómo se aproximaban al Área 51. Allí era donde todo había
comenzado, y le parecía apropiado que allí se implementara el final.
El agitador no aterrizó fuera del hangar uno; en lugar de eso, el piloto fue junto al
hangar dos. Mientras sobrevolaban la montaña Groom, Turcotte vio el hueco abierto
en la ladera de la montaña, donde había estado el techo del hangar dos.
El piloto maniobró el aparato hasta introducirlo en el hangar, al lado de la enorme
nave. Turcotte fue el primero en salir. El mayor Quinn lo estaba esperando.
—¿Tiene todo?
Quinn se veía preocupado.
—Sí.
—¿Dónde está el agitador que le pedí? —preguntó Turcotte, mirando a su
alrededor.
—Ya está cargado en el interior —le respondió Quinn.
—Perfecto.
—¿Está modificado como pedí?
~270~
Robert Doherty La respuesta: Área 51
—Tuve que solicitar los cohetes impulsores. Los trajeron desde White Sands
especialmente en un C-5 que...
—¿Ya está listo? —preguntó Turcotte en tono brusco.
—Sí, pero no puedo garantizar que...
—¿Los elementos especiales?
Quinn tragó con dificultad.
—También están a bordo. No sé quién le autorizó esto, pero...
—Cargad la esfera de rubí en el compartimiento de carga, con el resto de los
equipos —ordenó Turcotte. Quinn asintió. Comenzó a alejarse, pero luego se detuvo.
Metió la mano en el bolsillo y sacó algo que parecía un mando a distancia de
televisión.
—Va a necesitarlo. Está marcado.
Turcotte lo cogió y se lo metió en el bolsillo de la chaqueta camuflada. Quinn se
dio la vuelta y se dirigió a una tripulación de la Fuerza Aérea que le estaba
esperando.
Zandra parecía sorprendida.
—¿No va a poner la esfera en el motor, donde debe ir? ¿Que es lo que tiene
planeado exactamente? —exigió saber.
Turcotte se volvió y habló mirando las gafas oscuras de la mujer. Duncan
observaba en silencio.
—Le voy a dar a Aspasia lo que quiere. Quiere la nave nodriza y quiere la esfera
de rubí. Las llevaré hasta él. De ese modo no tendrá ninguna necesidad de venir a la
Tierra.
Zandra sacudía la cabeza antes de que Turcotte terminara de responder.
—Eso es inaceptable. No tiene ninguna garantía de que él se lleve la nodriza y deje
en paz a la Tierra. De hecho... —Hizo una pausa.
—¿De hecho? —la instó Turcotte.
—No puedo permitirle hacer eso —afirmó Zandra.
—¿Y cómo piensa detenerme? —le preguntó Turcotte.
—Tengo la autorización del Presidente y...
—Tiene la autorización de un presidente que ha muerto hace tiempo —la
interrumpió Turcotte—. Podrá haber funcionado bien con esos imbéciles que hacen
la venia y prefieren seguir órdenes a pensar, pero no funciona conmigo.
~271~
Robert Doherty La respuesta: Área 51
Turcotte vio que Oleisa, que había permanecido callada y un poco rezagada, se
acercaba. Sin pensarlo, desenfundó su pistola Browning High Power. No apuntó a
las dos mujeres, sino que la movió en dirección a ambas. Se quedaron en su lugar.
—No sé quiénes sois. Quizá seáis quién decís ser, pero aquí termina vuestra
intervención. Me llevaré la nave nodriza y no hay nada que podáis hacer al respecto.
Oleisa dio un salto hacia delante y Turcotte disparó dos tiros rápidos uno tras otro,
como le habían enseñado. Los dos proyectiles dieron entre los ojos de la mujer,
rompiendo las omnipresentes gafas. Oleisa se desplomó contra el suelo de la caverna.
Pero eso le dio tiempo a Zandra para desenvainar una pistola. Turcotte supo que era
demasiado tarde cuando se volvió a su nuevo blanco; vio la boca de la pistola de
Zandra, un enorme agujero negro que le apuntaba a lo cabeza.
Luego, un pequeño punto rojo apareció en medio del pecho de Zandra. Ella se
tambaleó hacia atrás, con el arma en la mano, y luego volvió a apuntarle. El sonido
de los disparos reverberó de forma continua en el interior de la caverna, pues Lisa
Duncan seguía disparando una y otra vez, siempre dando en el blanco.
Los dedos de Zandra soltaron el gatillo, el arma cayó al suelo y luego la siguió el
cuerpo de la mujer. Duncan dio un paso hacia delante, con el arma lista, y dio un
pequeño empujón con el pie al cuerpo inerte.
—Está muerta —confirmó Turcotte, al ver que algunos proyectiles habían
atravesado la espalda de Zandra.
—¿Quiénes diablos eran? —preguntó Duncan, levantando la vista cuando llegaron
los hombres de la policía militar con las armas listas.
—¡Todo está en orden! —gritó a los policías. Apoyó la mano en el hombro de
Duncan. Podía sentirla temblar—. No sé quiénes eran. Eso es algo que tendremos
que averiguar. Pero por el momento nuestro principal problema está allí. —Señaló
hacia arriba.
—¿Cómo volverás, Mike? —le preguntó Duncan.
—Volveré con el agitador de reserva —afirmó Turcotte.
—Pero no funcionan a tanta distancia, fuera del campo magnético de la Tierra —
observó Duncan.
—Lo sé —respondió Turcotte—. Volveré. Confía en mí.
Duncan asintió.
—Confío en ti.
—Me debo ir ahora —le dijo él.
Duncan se puso de puntillas y lo besó.
~272~
Robert Doherty La respuesta: Área 51
—Buena suerte.
***
Dentro del recinto, Kelly Reynolds logró que sus plegarias reverberaran por las
paredes de piedra. Luego hizo una pausa cuando un zarcillo dorado brotó de la
cúspide de la pirámide. Flotó en el aire y se dirigió hacia donde se encontraba Kelly.
Kelly permaneció perfectamente quieta, mientras el brazo dorado translúcido la
envolvía a la altura de la cabeza. La expresión atormentada de su rostro se
desvaneció, sus rasgos se relajaron y un atisbo de sonrisa iluminó sus labios.
***
El mensaje enviado por Larry Kincaid finalmente había cruzado la distancia desde
la Tierra a la Surveyor, en órbita silenciosa por encima del planeta. El ordenador que
se encontraba a bordo se encendió. Se ejecutaron los comandos simples que había
programado Kincaid. Los cohetes propulsores de maniobras se encendieron y se
modificó la órbita de la sonda, que se movió en un curso que la llevaría sobre
Cydonia en menos de una hora.
***
~273~
Robert Doherty La respuesta: Área 51
Capítulo 40
Turcotte miró la pila de papeles que alguien había colocado en el asiento del
piloto. Encontró lo que buscaba: tres hojas con las instrucciones básicas para la
propulsión atmosférica magnética de la nave nodriza.
El Majestic-12 había descubierto que debía pilotar la nave nodriza usando su
propulsión magnética; simplemente no sabía que faltaba el núcleo de combustible
para el viaje interestelar. Los especialistas en la nave nodriza habían colocado las
instrucciones allí, a petición de Quinn. Al igual que los agitadores, el sistema de
control de la nodriza era la esencia de la simplicidad. Turcotte se sentó en un asiento
que era demasiado grande para la contextura de su cuerpo y miró los apuntes.
Satisfecho al comprobar que conocía lo suficiente de la tarea que tenía por delante,
presionó la palma de la mano sobre una parte determinada de la consola.
***
—Ay, mierda, otra vez no —susurró Duncan cuando sintió que se le revolvía el
estómago. Se dio vuelta y se arrodilló para vomitar cuando se encendió la
transmisión magnética de la nave nodriza.
***
La nave nodriza se alzó del soporte que lo sostenía por segunda vez en un mes.
Pero Turcotte la llevaría mucho más lejos que el metro veinte al que la habían
elevado los miembros del Majestic a modo de prueba.
Su mano izquierda se deslizó por otra consola para dirigir la nave hacia arriba. En
la pantalla curva que tenía delante de los ojos apareció una vista panorámica de la
montaña Groom a medida que ganaba altura.
~274~
Robert Doherty La respuesta: Área 51
Lisa Duncan no podía dejar de mirar la enorme nave mientras se elevaba, sin
palabras. En el Área 51, todos dejaron de trabajar para observar cómo la nave
ascendía más y más, dejando atrás la montaña. Toda la atención de Duncan estaba
centrada en la nave, mientras sus labios pronunciaban una plegaria silenciosa que no
cesó hasta que la nave no fue más que un punto diminuto que luego se desvaneció en
el cíelo oscuro.
***
La nave aceleraba, pero el terreno que se alejaba a gran velocidad era el único
indicio que pudo tener Turcotte. Pronto, la larga pista de aterrizaje del Área 51 no fue
más que una línea en el suelo del desierto. En poco tiempo, eso también se convirtió
en una mancha borrosa.
Ahora Turcotte podía ver la curvatura de la Tierra. Cuando había despegado, era
de noche, la última noche antes del alba que llevaría a los Airlia. Turcotte supo que
salió de la atmósfera al ver el resplandor del sol alrededor de la curva del horizonte
oriental.
No notaba ninguna sensación diferente, por lo que Turcotte supuso que la nave
debía tener algún tipo de gravedad artificial. Siguió alejándose del planeta, hasta que
en la pantalla frontal pudo ver todo el mundo.
Luego aminoró la velocidad y reorientó la nave en dirección contraria a la Tierra,
de tal modo que pudo mirar hacia el exterior. La nave nodriza se detuvo en una
órbita sumamente elevada sobre la Tierra.
Turcotte no veía más que las estrellas y la luna hacia la derecha. Sabía que las
naves Airlia estaban allí fuera, pero que no podría verlas hasta que estuvieran
directamente encima de él y para entonces sería demasiado tarde. Los últimos datos
que le había pasado Quinn indicaban que las garras estaban a menos de una hora de
distancia.
Turcotte se volvió hacia la radio de SATCOM que le había pedido a Quinn que
instalara. Pidió a Quinn que lo comunicara con el recinto de la Isla de Pascua, donde
los científicos de la UNAOC, que ya se habían marchado, habían dejado una radio de
SATCOM.
—Kelly, soy Mike Turcotte.
Volvió a intentarlo. Cuando no obtuvo respuesta, comprendió lo que estaba
sucediendo en la Isla de Pascua.
~275~
Robert Doherty La respuesta: Área 51
—Kelly, soy Mike. Escúchame con atención. Debes decirle a Aspasia que lo
lamentamos. Que cometimos un error. Que colocamos la esfera de rubí en la nave
nodriza y que estoy volando en ella para entregársela en órbita. Que lo único que
queremos es que nos dejen en paz. Y luego debes irte de la isla, Kelly, de inmediato.
Turcotte volvió a repetir el mensaje tres veces. Luego apagó la radio. Tenía mucho
por hacer. Apagó la propulsión magnética y comenzó la larga caminata desde la sala
de control hasta el compartimiento de carga donde se encontraban el agitador, la
esfera de rubí y los elementos «especiales» que había pedido a Zandra.
***
***
Kelly Reynolds ahora estaba envuelta por completo en una bruma dorada. Tenía
los ojos cerrados y sus rasgos parecían relajados y pacíficos por primera vez en
mucho tiempo. Había escuchado el mensaje de Turcotte, que resonó por las paredes
del recinto, y sabía que el guardián también lo había oído, pues lo había leído en su
mente y se lo estaba enviando a Aspasia.
Se alegró de que Turcotte aún estuviera vivo y de que finalmente comprendiera.
Había esperanzas después de todo.
***
La primera ola de ataque llegó a la Isla de Pascua. Estaba formada por F-14 y F-18.
Llegaron a altitud elevada y soltaron sus bombas «no inteligentes» en una trayectoria
que las haría aterrizar directamente sobre Rano Kau.
El almirante observó cómo las bombas flotaban en el aire y se dirigían hacia el
volcán cuando, de repente, comenzaron a explotar en el aire, a tres kilómetros de la
~276~
Robert Doherty La respuesta: Área 51
isla. El almirante había visto que sucedía lo mismo hacía una semana, cuando atacó
la isla con misiles crucero Tomahawk bajo las órdenes del general Gullick. Cogió el
micrófono y llamó al Área 51.
—Vuestro plan «no inteligente» puede haber funcionado con los cazas Fu, pero
esta cosa es diferente. No vamos a poder romperla.
***
En el interior del recinto, Kelly Reynolds no había abierto los ojos, pero movía la
cabeza como si pudiera ver lo que sucedía a kilómetros de donde se encontraba. Sus
labios esbozaron una sonrisa.
***
Las seis garras modificaron su trayectoria. Ahora se dirigían hacia la nave nodriza
y avanzaban a mayor velocidad.
Turcotte tarareó para sí mismo, mientras se dirigía hacia el enorme
compartimiento de carga de la nave. Allí verificó que todo estaba en orden. La esfera
de rubí estaba encadenada a uno de los compartimientos donde alguna vez estuviera
uno de los agitadores. Los elementos especiales, cuatro ojivas nucleares, estaban
alineados en el suelo, cerca del agitador que Quinn se ocupó de colocar allí para él.
El agitador parecía el resultado de los juegos de un niño que había mezclado las
piezas de su platillo volante con las de su cohete espacial; en su parte externa se
habían adosado cuatro cohetes impulsores que sobresalían por debajo en direcciones
perpendiculares.
Turcotte tenía pensado devolverle la esfera de rubí a Aspasia, y quería darle
mucho más que eso. Se arrodilló junto a cada ojiva nuclear y tecleó el código PAL
que las activaba. Luego miró su reloj.
Se subió al agitador. Cerró la escotilla y encendió el motor del aparato. Podía ver
claramente el exterior. Levantó la tapa del mando a distancia y miró los botones.
Presionó sobre el que ponía: «PUERTAS».
Las enormes puertas del compartimiento de carga se deslizaron y se oyó el silbido
del aire al escapar al espacio.
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
Se abrieron completamente y Turcotte pudo ver las estrellas una vez más. Se
alegró de que todo estuviera bien sujeto, pues sintió que la gravedad artificial del
compartimiento de carga desaparecía.
***
***
Una de las garras pasó por la abertura del compartimiento de carga. Era una
misión de reconocimiento, como suponía Turcotte. El agitador estaba orientado en el
soporte de modo tal que el extremo frontal, que simplemente era el extremo al que
miraba Turcotte desde el asiento del piloto, daba hacia afuera. Miró los controles
básicos que habían instalado a la derecha de la depresión en la que se encontraba.
Movió la palanca que liberaba los brazos que sostenían el agitador en el soporte.
Luego presionó el botón que disparaba el cohete impulsor trasero por un segunda.
El agitador flotó, suelto, deslizándose despacio hacia el exterior del
compartimiento de carga, hacia el espacio.
Turcotte tragó con dificultad al ver las seis naves en formación con los extremos en
forma de garra apuntando hacia él.
—Toda vuestra, imbéciles —musitó. Presionó una vez más el botón y lo sostuvo
unos segundos más, acelerando para alejarse de la nave nodriza lo más rápido
posible. Una de las garras viró en su dirección. Las otras cinco se dirigieron hacia el
compartimiento de carga y se deslizaron al interior de la nave.
Del morro de la nave que seguía a Turcotte brotó una luz dorada. Luego, se
disparó un rayo dorado que rozó la parte inferior del agitador, quemando el metal.
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Capítulo 41
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
—Tengo a alguien del JPL que debería saber cómo proporcionarte una trayectoria
para entrar en la atmósfera sin incendiarte —afirmó Quinn. Luego comunicó a Larry
Kincaid con Turcotte.
Turcotte activó varios impulsores según las indicaciones de Kincaid, que lo
rastreaba desde la sala de control del JPL. Lentamente, el agitador se acercó cada vez
más a la atmósfera de la Tierra, hasta que finalmente fue atrapado en su pozo
gravitacional, que lo atrajo hacia abajo.
Turcotte colocó las manos sobre la barra de control del agitador cuando la nave
chocó contra el límite de la atmósfera, dio un salto y luego comenzó a descender.
Ahora venía la parte difícil, que implicaba esperar que el motor magnético
comenzara a funcionar antes de dar contra la superficie de la Tierra a velocidad
terminal.
La piel externa del agitador reflejó el calor cuando la nave siseó por el cielo y el
aire se volvió más denso a su alrededor. Turcotte accionó los controles: nada.
—Mierda —susurró.
—¿Tiene algún control? —le gritó Kincaid en la radio.
—Negativo.
—Ciento sesenta mil pies y bajando —le informó Kincaid—. Tiene bastante altitud
paro recuperar el control.
Turcotte miró a su alrededor. Estaba volando sobre América del Norte. Por lo
poco que podía ver, debía estar en algún lugar del sudeste, yendo en dirección oeste.
Un minuto después, Kincaid no sonaba tan seguro.
—Cincuenta mil pies y velocidad terminal. ¿Algo?
Turcotte movió la palanca de control.
—Nada. Creo que me han dañado la nave.
En la radio apareció una nueva voz.
—Sal de allí. Usa los equipos de emergencia.
Turcotte extendió la mano y cogió el paracaídas que estaba atado al suelo, junto a
su asiento. Se lo pasó por el hombro, luchando con los zarándeos de la nave en su
caída.
Deprisa, sé abrochó el paracaídas, luego cogió el gancho y lo ató al cable ubicado
detrás de su asiento, que subía a la escotilla.
Cogió los controles, tratando una vez más de controlar la nave. Nada.
—Saldré de aquí —gritó.
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Robert Doherty La respuesta: Área 51
Levantó una palanca roja. Se produjo una detonación que voló la escotilla. El aire
entró al habitáculo. Turcotte logró salir del asiento del piloto. Se deslizó por el cable y
subió por encima de la escotilla.
Luego se dejó caer del agitador. La línea estática del paracaídas se extendió
rápidamente y el paracaídas se desplegó sobre él, mientras el agitador desaparecía
debajo.
Turcotte tomó los controles y miró hacia abajo. Estaba sobre el desierto, en algún
lugar del sudoeste de los Estados Unidos. Descendió, sintiendo al aire sobre la piel y
escuchando el sonido suave del viento. Jugó con las anillas, controlando el descenso
hasta que aterrizó sobre una duna. El paracaídas lo arrastró sobre la arena. Accionó
los liberadores de los hombros y el paracaídas voló lejos de él. Turcotte simplemente
se quedó allí tumbado, sintiendo la suavidad del terreno sobre la espalda.
Muy despacio, se puso de pie. Al mirar hacia el este, vio que salía el sol, justo por
encima del horizonte. Se agachó y cogió un puñado de arena.
—Es bueno estar en casa —susurró.
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Epílogo
Fin
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