Julian Marias - 100 Años - Cuenta y Razon Revista30
Julian Marias - 100 Años - Cuenta y Razon Revista30
Julian Marias - 100 Años - Cuenta y Razon Revista30
MENSAJE DE SM EL REY
ENTREVISTA CON
Ignacio Gonzlez. Presidente de la Comunidad de Madrid
PRESENTACIN
Ana Botella. Alcaldesa de Madrid
INTRODUCCIN
Rafael Ansn. Presidente de Fundes
ENSAYOS
Julio Almeida, Francisco Ansn, Alfonso Basallo, Jos Manuel Blecua,
Antonio Bonet Correa, Helio Carpintero, Jess Conill Sancho, Adela
Cortina, Fernando Fernndez Alvarez, Juan Pablo Fusi Aizprua, Jos Luis
Garci, Javier God, Olegario Gonzlez de Cardedal, Santiago Grisolia,
Juan E. Iranzo, Antonio Lago Carballo, Antonio Lamela, Miguel Martnez
Cuadrado, Eduardo Martnez de Pisn, Federico Mayor Zaragoza, Agustn
Muoz-Grandes Galilea, Manuel Nez Encabo, Harold Raley, ngel
Snchez de la Torre, Juana Snchez-Gey Venegas, Salvador Snchez-Tern,
Pedro Schwartz y Javier Zamora Bonilla
CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE JULIN MARAS
Qu sIgnIhcu ser AmIgo deI Museo deI Prudo?
www.umIgosmuseoprudo.org
Mus InIormucIn en eI LeIIono +q q1 qzo zo q6
InIoQumIgosmuseoprudo.org
unducIn AmIgos Museo deI Prudo
MENSAJE DE SU MAJESTAD EL REY
CON OCASIN DEL HOMENAJE A DON JULIN MARAS
EN EL CENTENARIO DE SU NACIMIENTO
1914 - 2014
Quiero sumarme, con estas lneas, al merecido
homenaje que la Revista Cuenta y Razn va a tributar a la
memoria de Don J ulin Maras en el centenario de su
nacimiento.
Mantengo vivo el recuerdo de su extraordinaria
vala intelectual y humana, a travs de una dilatada
trayectoria vital que nos ha dejado un valioso legado en su
destacada obra filosfica y literaria.
Fue un gran pensador, caracterizado por su
independencia, mesura, honradez y generosidad, al que
siempre agradec, de corazn, que tuviese a bien aceptar
mi ofrecimiento para asumir el cargo de senador en la
Transicin a nuestra democracia.
Consejo de la Revista
Rafael Ansn Blanca Berasatgui Helio Carpintero
Jos Manuel Cuenca Toribio Antonio de Juan Juan Dez Nicols Santiago Grisola
Stanley G. Payne Jos Pea Alfonso Prez Romo Harold Raley
Jos Rafael Revenga Carlos Romero Franesc Sanuy Carlos Seco
Jos Juan Toharia Juan Torres
Consejo de Direccin
FUNDADOR
Julin Maras
PRESIDENTE
Rafael Ansn
EDITOR
Gustavo Villapalos
DIRECTOR
Javier Fernndez del Moral
Jos Mara Amustegui Rafael Ansn Ignacio Bayn
Javier Blanco Helio Carpintero Rafael Carrasco Rafael Corts Elvira
Olga Cubillo Leticia Escard Concha Guerra Juan Iranzo Ral Mayoral
Jos Morillo-Velarde Manuel Muiz Villa Carlos Romero Jos Antonio Snchez
Bernab Sarabia
Fundacin de Estudios Sociolgicos
Fundador Julin Maras
F UNDACIN DE ESTUDIOS SOCIOLGICOS (FUNDES)
Informacin y suscripciones
Prncipe de Vergara, 33 -1 Izda. 28001 Madrid
Tlf. 91 432 18 10 Fax. 91 578 27 16
[email protected]
www.cuentayrazon.org
www.fundes.es
ISSN. Versin impresa 1889-1489
ISSN. Versin Internet 1989-2705
Depsito legal M-42.035-1980
CARTA DEL DIRECTOR. Pg. 11
ENTREVISTA. Pg. 13
IGNACIO GONZLEZ. PRESIDENTE DE LA COMUNIDAD DE MADRID
N D IC E
ENSAYOS
Horarios contraproductivos. Ser y tiempo de los espaoles segn Julin Maras. Pg. 27
JULIO ALMEIDA. CATEDRTICO E.U. DE SOCIOLOGA. UNIVERSIDAD DE CRDOBA
La opinin de la mayora. La libertad en Julin Maras. Pg. 33
FRANCISCO ANSN. DOCTOR EN COMUNICACIN.
Maras, crtico de cine personalista. Pg. 37
ALFONSO BASALLO. PERIODISTA Y ESCRITOR
Las conferencias de Julin Maras en el Instituto de Espaa. Pg. 41
JOS MANUEL BLECUA. DIRECTOR DE LA REAL ACADEMIA ESPAOLA
La biblioteca y la mesa de trabajo de Julin Maras. Pg. 43
ANTONIO BONET CORREA. DIRECTOR DE LA REAL ACADEMIA DE BELLAS ARTES DE SAN FERNANDO
Literatura y precisin (a propsito de reflexiones de Julin Maras). Pg. 45
HELIO CARPINTERO. DE LA REAL ACADEMIA DE CIENCIAS MORALES Y POLTICAS
La ilusin de la vida personal. Pg. 53
JESS CONILL SANCHO. UNIVERSIDAD DE VALENCIA
Naturaleza y cultura: El valor educativo de la narracin. Pg. 59
ADELA CORTINA. UNIVERSIDAD DE VALENCIA. DE LA REAL ACADEMIA DE CIENCIAS MORALES Y POLTICAS
Julin Maras: Un hombre de esperanza. Pg. 65
FERNANDO FERNNDEZ LVAREZ. ABOGADO
Maras: Espaa como preocupacin. Pg. 69
JUAN PABLO FUSI AIZPRUA. UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID
El hombre que nunca minti. Pg. 75
JOS LUIS GARCI. DIRECTOR DE CINE
Julin Maras: dos decenios clave en La Vanguardia. Pg. 81
JAVIER GOD. CONDE DE GOD. PRESIDENTE EDITOR DEL GRUPO GOD
PRESENTACIN. Pg. 15
ANA BOTELLA. ALCALDESA DE MADRID
INTRODUCCIN. Pg. 19
RAFAEL ANSN. PRESIDENTE DE FUNDES
MENSAJE DE SM EL REY
N D IC E
ENSAYOS
Julin Maras, Cristianismo y Teologa. Pg. 83
OLEGARIO GONZLEZ DE CARDEDAL. CATEDRTICO DE LA UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE SALAMANCA.
DE LA REAL ACADEMIA DE CIENCIAS MORALES Y POLTICAS.
Julin Maras y los derechos civiles. Pg. 89
SANTIAGO GRISOLIA. BIOQUMICO
Julin Maras: un liberal. Pg. 93
JUAN E. IRANZO. DECANO-PRESIDENTE DEL COLEGIO DE ECONOMISTAS DE MADRID
El Julin Maras que yo recuerdo. Pg. 95
ANTONIO LAGO CARBALLO. ESCRITOR
Homenaje a Julin Maras. Pg. 97
ANTONIO LAMELA. DR. ARQUITECTO Y ACADMICO
Julian Marias cumple 100 aos. Notas en recuerdo de J.M. 1914-2005. Pg. 101
MIGUEL MARTNEZ CUADRADO. CATEDRTICO DE DERECHO CONSTITUCIONAL Y EUROPEO
UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID
Julin Maras y la geografa. Pg. 107
EDUARDO MARTNEZ DE PISN. CATEDRTICO EMRITO DE GEOGRAFA DE LA UNIVERSIDAD AUTNOMA DE MADRID
Julin Maras, la palabra. Pg. 113
FEDERICO MAYOR ZARAGOZA. PRESIDENTE DE FUNDACIN CULTURA DE PAZ
Mi postrer homenaje a un espaol cabal. Pg. 117
AGUSTN MUOZ-GRANDES GALILEA. TENIENTE GENERAL DEL EJRCITO DE TIERRA
DE LA REAL ACADEMIA DE CIENCIAS MORALES Y POLTICAS
El machadiano Julin Maras. Machado y la experiencia de la vida. Pg. 121
MANUEL NEZ ENCABO. CATEDRTICO DE FILOSOFA DEL DERECHO MORAL Y POLTICA
PRESIDENTE DE LA FUNDACIN ANTONIO MACHADO
Trayectorias y ultimidades de la persona en el pensamiento de Julin Maras. Pg. 125
HAROLD RALEY. UNIVERSIDAD DE HOUSTON
Itinerarios del concepto de persona. Pg. 133
NGEL SNCHEZ DE LA TORRE. CATEDRTICO EMRITO DE FILOSOFIA DEL DERECHO
DE LA REAL ACADEMIA DE JURISPRUDENCIA Y LEGISLACIN
La persona en Julin Maras. Pg. 147
JUANA SNCHEZ- GEY VENEGAS. UNIVERSIDAD AUTNOMA DE MADRID
Tres encuentros con Julin Maras . Pg. 155
SALVADOR SNCHEZ-TERN. EX MINISTRO DE LA TRANSICIN
Julin Maras: La Historia de la filosofa como continuidad de una cultura. Pg. 163
PEDRO SCHWARTZ. CATEDRTICO RAFAEL DEL PINO EN LA UNIVERSIDAD SAN PABLO CEU
La libertad que uno se toma (en el centenario de Julin Maras). Pg. 171
JAVIER ZAMORA BONILLA. PROFESOR DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLTICO. UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID
DIRECTOR DEL CENTRO DE ESTUDIOS ORTEGUIANOS. FUNDACIN JOS ORTEGA Y GASSET-GREGORIO MARAN
CRNICA
Obra Social "La Caixa." Pg. 181
Cerca de 9 millones de personas participaron en las iniciativas y proyectos de la Obra Social
"La Caixa" en 2013
11
C A R TA D EL D IR EC TO R
Julin Maras, editor
JAVIER FERNNDEZ DEL MORAL
DIRECTOR DE CUENTA Y RAZN
N
o es habitual que en los nmeros
extraordinarios de nuestra revista
se publiquen cartas del director,
sobre todo en los extraordinarios
dedicados a personas concretas. Se
supone que en esos casos hay reflexiones ge-
nricas sobre el homenajeado en todas o casi
todas las colaboraciones, y que, adems, al-
guna persona destacada hace la presentacin
del nmero especial. As ha ocurrido con el de
Leopoldo Calvo Sotelo, el de Manuel Fraga Iri-
barne y el de Adolfo Surez, que publicamos
cuando el primer Presidente de Gobierno de la
democracia todava viva.
Por cierto, ha sido muy reconfortante, en medio
de la tristeza por su fallecimiento, revivir los
sentimientos de los espaoles al recordar su fi-
gura, al echar la vista atrs para rememorar sus
actuaciones, sus gestos, su generosidad. La foto
de nuestra portada, de la portada con la que ilus-
tramos ese nmero all por el ao 11, esa que
les hizo su hijo Adolfo de espaldas en el jardn
de su casa a l y a S. M. el Rey Juan Carlos que
le llevaba cariosamente cogido del hombro
cuando caminaban charlando amigablemente,
ya muy enfermo Surez, ha sido sin duda la foto
ms reproducida y ms vista esos das en todos
los medios de comunicacin, que han tratado
con gran profusin y generosidad el tema.
Estamos ahora con este nmero extraordinario
celebrando otro homenaje, recodando la figura
de otra persona, que cumplira ahora cien aos.
Y esta vez se trata de nuestro fundador, el fil-
sofo espaol Julin Maras, con el que en esta
revista, Cuenta y Razn, tenemos una clarsima
deuda de gratitud ya que le debemos nuestra
propia existencia. El nmero se abre con la ge-
nerosa y amable aportacin de Su Majestad el
Rey, que sin duda le profes una especialsima y
sincera consideracin, fruto de la cual se produ-
jo su nombramiento como senador real. Luego,
el Presidente de nuestra Fundacin Fundes, Ra-
fael Ansn, hace igualmente una glosa genrica
y brillante sobre su figura, con la que se abren
las diferentes aportaciones de todas las grandes
personalidades que colaboran en el nmero. Ra-
fael Ansn le trat mucho y es sin duda el ms
indicado para abrir este nmero, el director en
este caso debera pasar a brindar un razonable
mutis evitando su comentario editorial, no obs-
tante parece oportuno de forma breve y discreta
hacer algunas consideraciones.
En primer lugar es de justicia, y no cabe en
ningn otro lugar del nmero, dar las gracias
ms efusivas a todos y cada uno de los cola-
boradores que han querido sumarse con su co-
mentario, con su reflexin, con su aportacin
cientfica o con su glosa, al homenaje que he-
mos querido rendir a Julin Maras desde estas
pginas. Abrimos con S. M. D. Juan Carlos,
la entrevista del Presidente de la Comunidad
de Madrid y la presentacin de la Alcaldesa.
Gracias por sus aportaciones. Hay despus una
extraordinaria representacin de personalida-
des a las que desde aqu quiero agradecer en
nombre de todos los lectores sus magnficas
La foto de nuestra portada () ha
sido sin duda la foto ms reproducida
y ms vista esos das en todos los
medios de comunicacin
12
C A R TA D E L D I R E C TO R
colaboraciones. Distintas facetas de nuestro
fundador quedan reflejadas de modo magistral,
su gran formacin filosfica, su inteligencia,
su voluntad, sus gustos, su cultura, su amor a lo
bello, su fe, su apertura poltica, su gusto por la
palabra, su sentido de la amistad, es muy de
agradecer que todos los que escriben faciliten
rasgos tan diversos y tan entraables, muchos
de los cuales significarn originales e inditas
aportaciones en el estudio de nuestro universal
filsofo. De verdad muchas gracias a todos.
En segundo lugar, no est de ms hacer un r-
pido pero obligado comentario para glosar la
iniciativa de Julin Maras de editar una revista
de este estilo, de carcter divulgativo, tratando
de ofrecer con cierta periodicidad, cuenta y
razn, con espritu liberal, de los compromisos
con nuestra sociedad y con la verdad. Se tra-
ta ni ms ni menos que de reconocer su figura
de editor en un momento en el que parecen no
abundar demasiado esas figuras, o al menos un
momento en el que la condicin de empresario
prevalece y se impone de modo irreversible a la
de editor. Editar una revista representa un cla-
ro gesto de liderazgo intelectual y humano, un
gesto de responsabilidad con la sociedad a la
que nos proponemos devolver parte de los que
nos ha dado.
En la edicin siempre hay un compromiso de pu-
blicitar, de hacer partcipes a muchos de concep-
tos, ideas, propuestas y reflexiones que nos pare-
cen dignas de ser conocidas. La divulgacin no
se plantea por tanto como una vulgarizacin sino
ms bien como una necesaria y eficaz contextua-
lizacin. Maras era un divulgador nato, tena la
exigencia de la divulgacin, la inquietud de que
se transmitiera lo bello, lo bueno y lo verdadero.
Se cuenta de Einstein una ancdota muy revela-
dora que nos recuerda esa misma faceta que que-
remos destacar de Maras. Siendo ya el fsico per-
sona muy conocida y apreciada en todo el mundo
intelectual, no solo el cientfico, fue a visitarle Le
Corbusier, el conocido arquitecto para comuni-
carle y pedirle consejo sobre su famosa aporta-
cin arquitectnica, El Modulor. El fsico le dio
la clave de lo que deba de ser su divulgacin:
hacer fcil lo bueno y difcil lo malo. Y eso
es lo que siempre quiso hacer Maras facilitar la
transmisin de la bondad y de la verdad.
Con este nmero extraordinario nuestra revista, su
revista, quiere rendirle un homenaje en su cente-
nario en el que recordemos los primeros pasos de la
publicacin. Su primer director, mi entraable ami-
go Javier Tusell, se sumar sin duda desde el cielo
con su sonrisa de nio travieso. Y yo lo hago con la
alegra de sucederle en el empeo de secundar sus
inquietudes y sus aportaciones editoras.
Maras era un divulgador nato, tena
la exigencia de la divulgacin, la
inquietud de que se transmitiera lo
bello, lo bueno y lo verdadero
Su Majestad el Rey, sin duda le
profes una especialsima y sincera
consideracin, fruto de la cual se
produjo su nombramiento como
senador real
13
E N TR EVIS TA
Ignacio Gonzlez
Presidente de la Comunidad de Madrid
1.
Valladolid, Madrid y Soria,
son las tres ciudades en la vida
de Maras. Cree que Madrid
reconoce el mrito de su per-
sona y vida aqu?
Julin Maras desarroll la mayor parte de su
obra en Madrid y desde la Comunidad de Ma-
drid hemos perseguido siempre que su obra
perdure en el tiempo y, sobre todo, que se siga
profundizando en su legado.
Por eso, recibi el Premio de Cultura de la Co-
munidad de Madrid, editamos el libro La huella
de Julin Maras: un pensador para la libertad,
y creamos el Premio de Humanidades que lleva
su nombre y que entregamos todos los aos a
personalidades de la cultura que hayan desta-
cado por su trabajo y su trayectoria.
2.- Junto con Salvador de Madariaga, Ma-
ras fue adalid y definidor de una concep-
cin de la poltica y una idea liberal de la
misma, La ve usted posible ahora?
Maras supo preservar lo mejor de la herencia
liberal espaola en las condiciones ms adver-
sas y cuando ms lo necesitaba Espaa. Prime-
ro en los difciles aos de la dictadura y ms
tarde cuando nuestro pas caminaba hacia una
transicin liberal y democrtica a la que Maras
tanto contribuy.
Toda la personalidad poltica de Julin Maras
anticipa lo que despus hemos dado en llamar el
espritu de consenso de la transicin: el intento
de comprender las ideas de los dems, y la bs-
queda permanente de puntos de encuentro en-
tre posiciones enfrentadas para construir jun-
tos un futuro comn de libertad y prosperidad.
Hoy, como hace aos se vuelve a poner a prue-
ba la capacidad de todos para responder a los
retos que afronta nuestro pas, y, al igual que
entonces, la poltica entendida como bsque-
da de acuerdos, de dilogo y de compromiso;
la capacidad para, desde la firme defensa de
nuestros valores y convicciones, estar dispues-
to a poner nuestras ideas en discusin con las
ideas de otros; la confianza en que siempre es
posible buscar soluciones inteligentes a los
problemas y salidas polticas a los problemas,
tiene que ser la solucin a los desafos eco-
nmicos, polticos e institucionales que tene-
mos por delante. Y hacerlo frente a quienes
hoy en Espaa, desde desafos soberanistas,
tienen solo la tentacin de imponer, y frente
a quienes desde nuevas y viejas y nuevas for-
mas de populismos, tratan de marginar y des-
truir el gran legado poltico de la transicin,
que tambin es el legado de Julin Maras.
3.-Sin duda esa idea liberal de la vida que
tuvo siempre tan arraigada le ayud a de-
finir su particular idea de Espaa y del ser
de lo espaol. Es realizable esta idea? Se lo
pregunto desde su punto de vista de Presi-
dente de la Comunidad de Madrid.
Los espaoles somos ciudadanos de una gran na-
cin con muchos siglos de historia, que es depo-
sitaria de uno de los ms ricos legados culturales
ENTREVISTA DE JAVIER BLANCO BELDA
A
14
E N TR EVIS TA
del mundo, y que ha contribuido como pocas
al progreso de la cultura y de la civilizacin.
Pero sobre todo, somos una nacin con un gran
futuro, aunque a veces seamos los propios espa-
oles los que no lo creamos.
Maras ha sido uno de los pensadores que ms
claro ha tenido el concepto de Espaa; de lo
que ha sido su historia, con sus luces y sus som-
bras, y en la que en su opinin, y tambin en la
ma, tienen mucho ms peso las primeras que
las segunda. Espaa es su historia, su cultura,
sus lenguas y sus smbolos, pero por encima de
todo es la decisin y la voluntad de compartir
un proyecto de futuro comn, un proyecto his-
trico coherente y fraguado durante siglos por
una gran nacin que nos une a todos.
Todo el pensamiento de Maras es una constan-
te lucha por devolver a los espaoles la con-
fianza en sus posibilidades y en sus capacida-
des, siempre en defensa de nuestra libertad y
de nuestras mejores aspiraciones. Y para ello,
para l era esencial luchar contra la ignorancia
y el desconocimiento de nuestra historia, pero
sobre todo, contra todas las ocultaciones y las
manipulaciones de quienes quieren interesa-
damente reescribir la historia de Espaa para
falsearla o empequeecerla.
4.- Don Julin fue un escritor infatigable
y un columnista ameno y actual. Escribi,
como bien sabe, fundamentalmente sobre
filosofa pero no slo. Cul cree que es
su obra ms fundamental? La ve an de
actualidad?
Su impresionante capacidad de trabajo, y su
cultura absolutamente universal ha dado lugar
a una amplsima obra, que es una referencia
para estudiar la historia del arte, del cine, de
la literatura, la filosofa o de la sociedad y la
poltica espaola.
Y lo hizo siempre con un estilo brillante, pero ase-
quible, que no rebaja un pice su altura intelec-
tual. Maras quiso escribir siempre para todos, no
solo para iniciados. Y ese esfuerzo por poner el
pensamiento al alcance de todos, forma parte tam-
bin del compromiso cvico que siempre asumi.
De entre esa deslumbrante obra, que me gusta-
ra conocer mucho ms en profundidad, pien-
so en este momento en su Espaa inteligible,
que lleva por subttulo, Razn histrica de
las Espaas, porque desde el S. XV, Espa-
a es inseparable de Amrica y del resto del
mundo hispnico. Porque se trata de un texto
absolutamente vigente y porque all pueden
encontrarse las grandes pasiones de Maras, su
pasin por Espaa y su proyecto, de la que ya
hemos hablado, y su pasin por la libertad y la
verdad.
Tambin son muy interesantes sus estudios so-
bre la guerra civil en la que pone de manifiesto
hasta donde se puede llegar cuando los dirigen-
tes polticos no actan con responsabilidad en
los asuntos ms importantes.
5. - Muchos a lo largo de su vida le ten-
taron con su paso a la poltica, l nunca
acept. Solo, y por su sentido del deber,
acept el nombramiento de Senador Real
por parte de S. M. El Rey. Hubiramos
ganado un poltico o perdido un gran in-
telectual?
Durante la transicin fueron muchas las perso-
nalidades que pusieron de su parte para asentar
la Democracia en Espaa, dando una leccin
de responsabilidad y patriotismo.
Maras, como senador, hizo algunas propuestas
que hoy estn de plena actualidad, como que
las listas electorales fueran abiertas, y luch
con xito para que la expresin Nacin Espa-
ola fuera recogida en la Constitucin.
Fue un intelectual inmenso que, con voz crti-
ca, sentido del deber y amor a Espaa, supo,
desde su gran obra, influir en la vida poltica y
social espaola.
6.- Para terminar quera preguntarle cul
piensa que es el homenaje ms merecido
a su obra, el mejor reconocimiento a su
memoria.
Creo que el mejor reconocimiento a su memoria
es continuar dando a conocer su figura y defen-
der la profundidad, la riqueza y la actualidad
de sus ideas.
Eso es lo que hacemos en la Comunidad de Ma-
drid, dar a conocer su figura y su obra para que
sea conocida por todos los espaoles y, sobre
todo, por los ms jvenes.
15
PR ES EN TA C I N
Julin Maras
ANA BOTELLA
ALCALDESA DE MADRID
L
a figura intelectual, filosfica, liberal y
humana de Julin Maras ha merecido
siempre todo mi respeto y admiracin
por su gran talla humanstica, pasin
por la libertad e integridad moral. Tes-
tigo excepcional de dos siglos, la originalidad de
su obra representa un caso nico en la historia del
pensamiento espaol.
Heredero del mejor legado de sus maestros Una-
muno, Ortega o Zubiri, Maras mir, pens y escri-
bi sobre todo lo que le inquietaba y le rodeaba,
desde la poltica a la economa, del cine al teatro.
Y lo hizo siempre con valenta porque, como l
mantena, sin un mnimo de coraje se hunden to-
dos los valores del ser humano.
Quiero agradecer a la revista Cuenta y Razn el
homenaje a Julin Maras y la oportunidad que
me brinda de hablar de un espaol admirable en
este primer centenario de su nacimiento. Voy a
detenerme en diez aspectos que considero esen-
ciales en su vida y en su obra: su pensamiento,
sus grandes obras, su reflexin sobre Espaa, su
idea de Europa, su Escuela de Madrid, sus afi-
ciones, su lugar de trabajo, su ejemplaridad, su
humanidad y su libertad.
El pensamiento de Julin Maras naca desde
una honda mirada interior que no tena en cuen-
ta ventajas o inconvenientes. Mirar, ver y decir
lo que se ve, pasara lo que pasara, era su forma
de trabajar. Nunca escribi ni dijo nada que no
hubiera reflexionado con profundidad.
Lcido, irnico y coherente, no se le perdon que
dijera siempre lo que pensaba con frescura, fuer-
za y eficacia. Represaliado tras la Guerra Civil,
persever en la construccin de una obra filosfi-
ca, humana y cultural de una talla inconmensura-
ble sin que el rencor minara su energa creadora.
Julin Maras puso siempre voz a la cordura para
llamar a la concordia.
Alertaba Julin Maras sobre el tiempo de dificul-
tades que nos ha tocado vivir para a continuacin
ofrecer el blsamo: Necesitamos la atencin,
atender y entender. Es lo que debe esperarse del
que ensea. La sazn positiva, la llamaba l.
Luch por una vida intelectual regida por el rigor,
la verdad y la complacencia en la realidad.
Su palabra es conviccin, profundidad y libertad.
Alejado siempre de cualquier tipo de confabula-
cin, sectarismo o camarilla, era un espectador
que recreaba y mostraba la vida humana desde la
civilidad de su pensamiento.
Maras fue al modo socrtico como el filsofo que
bajaba a la plaza para estar en contacto con sus
contemporneos. Y lo hizo desde que comenz
a escribir en los aos treinta del siglo pasado,
Maras mir, pens y escribi
sobre todo lo que le inquietaba y
le rodeaba, desde la poltica a la
economa, del cine al teatro
Fue al modo socrtico como el
filsofo que bajaba a la plaza
para estar en contacto con sus
contemporneos
16
PR ES EN TA C I N
cuando era alumno en la Facultad de Filosofa.
Desde entonces, no dej ni un da de estar en con-
tacto con su pblico, de prestar atencin al mundo
que le rodeaba, de trabajar, mirar, escribir, pensar
entre dos siglos.
Autor de ms de medio centenar de grandes
obras, jams se apart de la verdad. Atraves
la historia de nuestro pensamiento y de nuestra
cultura con la dignidad en lo ms alto y ten-
diendo puentes hacia el perdn, la amistad y la
reconciliacin.
Su Historia de la Filosofa supuso un aldabonazo
en la conciencia de los lectores. El libro conoci
cuarenta y una ediciones y hoy en da es plena-
mente vigente y reivindicado por varias genera-
ciones de intelectuales. A Jos Ortega y Gasset,
su gran maestro, su mejor amigo, consagr la obra
Ortega y la idea de la razn vital.
Recuerdo un dibujo que le dedic tras su fa-
llecimiento otro maestro inolvidable, Antonio
Mingote. Un cielo por el que paseaban Ortega
y Scrates. Detrs de ellos asomaba la figura
de Maras, que con respetuosa timidez dejaba
el espacio a sus maestros. Entonces, Ortega le
comenta a su compaero de paseo: Ah vie-
ne mi discpulo Julin, querido Scrates, que
nos explicar de modo inteligible lo que est
pasando en Espaa, cosa difcil de entender
para una mente corriente.
En efecto, una de las grandes herencias que
nos dej es su libro Espaa inteligible por la
importancia que el pensador concede a que los
espaoles sepamos qu somos y qu podemos
ser. Julin Maras escribi captulos memo-
rables para comprender la realidad nacional
espaola. l se consideraba un representante
de la tercera Espaa, la de la concordia y el
perdn. Porque l jams retuvo el rencor con
el que le apartaron de la ctedra universitaria
desde la que habra ejercido el magisterio que
tanto necesitbamos, y necesitamos, en perso-
nalidades de su calibre intelectual.
La Espaa en la que crea Maras era una gran
nacin en la que todos tienen cabida, en la que
todos podemos vivir como seres libres, en la que
no se discrimine a nadie, en la que no haya mu-
ros ni fronteras: una Espaa en la que conviven-
cia en libertad, concordia y paz son los ejes de la
vida en comn.
Siempre pens Maras en una Espaa positiva,
llena de personas vivaces, despiertas, cordiales,
divertidas. En una Espaa que para l era uno de
los pases ms sugerentes y atractivos del mun-
do, desde su vida cotidiana a su cultura. En una
Espaa que fuera devuelta a los espaoles, sin
ruptura de la normalidad.
Dueo de una cultura universal, Julin Maras
explor a lo largo de toda su vida la persona
y su circunstancia, reflejada en autnticas
joyas literarias como Breve tratado de la ilusin,
La educacin sentimental, La felicidad humana,
Mapa del mundo personal o Tratado de lo mejor.
Su enseanza iba dirigida a orientarnos moral-
mente para hacer lo mejor de lo posible, para
vivir a fondo nuestra propia verdad porque la
autenticidad era el gran edificio en el que se
basaba su pensamiento liberal. Y desde ah
combati con toda su fuerza la tendencia a la
despersonalizacin.
La vigencia de Julin Maras, como vemos, es to-
tal, tanto en el caso de su idea de Espaa como
en su reflexin sobre Europa. En este punto,
l urga a una toma de posesin de la realidad de
las naciones de Europa por parte de los europeos:
La conciencia nacional -seal en una Tercera
de ABC que public en 1986- tiene que ser a la
vez conciencia de Europa.
Aunque nacido en Valladolid, se cri y desarroll
su proyecto de vida en Madrid. Hijo Predilec-
to de la Villa de Madrid y Medalla de Oro de la
Comunidad de Madrid, la de Julin Maras fue
una vida plena en responsabilidad, sentido del
deber y transmisin de virtudes humanas.
Jams retuvo el rencor con el que le
apartaron de la ctedra universitaria
desde la que habra ejercido el
magisterio que tanto necesitbamos
La autenticidad era el gran edificio
en el que se basaba su pensamiento
liberal. Y desde ah combati con
toda su fuerza la tendencia a la
despersonalizacin
17
PR ES EN TA C I N
Don Julin amaba tanto a la capital de Espaa como
a su Valladolid natal, confesaba sentirse radical-
mente madrileo porque un Madrid tan atractivo
le recordaba siempre a su Valladolid del alma.
Desde Madrid, cre y marc escuela. Aqu fund
y puso en marcha el Instituto de Humanidades.
Y por ese amor a nuestra ciudad le estaremos
permanentemente agradecidos. Me atrevo a suge-
rir que l fue como el gran baluarte de una posible
Escuela de Madrid de Filosofa.
Infatigable trabajador, haba ledo y reledo to-
dos los libros de su biblioteca -en espaol, latn,
griego, alemn, ingls y francs-, y siempre guar-
daba un espacio para sus aficiones, como la
novela policaca, que adoraba.
Tambin era un apasionado del cine, sobre el que
escribi extraordinarios artculos que eran monu-
mentos a la concordia y a la convivencia.
Que por m no quede fue su lema para vivir y
trabajar. Y por ello siempre crey en las personas, a
las que atenda con una generosidad exquisita. Otra
de sus pasiones eran las tertulias, que mantuvo en
su casa, un da a la semana, en la mejor herencia de
aquellas reuniones de la Revista de Occidente.
Y en su casa de Madrid tena su estudio de tra-
bajo, que forma parte de una imagen imborrable
de Maras. Me refiero a una fotografa en la que
aparece solo detrs de su mesa de despacho mien-
tras mira fijamente a la cmara, que le retrata
rodeado por todas partes de su inmensa bibliote-
ca, inundado de papeles. En esa imagen vemos al
pensador y su personalidad, curtida en el estudio,
en la investigacin, en la reflexin.
Y captamos su sencillez y humildad, su claridad
y criterio, su sensatez y moral. Nos transmite por
qu es un ejemplo.
Asentado en su humanidad, el pensador llega-
ba siempre a todas partes adelantado a su tiem-
po, con gran entusiasmo. Y ese entusiasmo, que
nunca le abandon, nos lo transmita a todos.
Cuando recibi el Premio Prncipe de Asturias
de Comunicacin y Humanidades, junto a otro gi-
gante de la cultura como Indro Montanelli, Julin
Maras pronunci un discurso inolvidable en el
que denunci el abandono al que se haba someti-
do a las Humanidades (Filosofa, Historia, Litera-
tura...) Lamentaba la reduccin de lo humano a lo
no humano, que inevitablemente era la reduccin
del hombre. Ese da nos dio otra leccin magistral
de cordura, sentido comn y humanismo.
Acu, asimismo, la palabra "futurizo": orienta-
do y proyectado al futuro. Esa es justamente la
condicin humana en la que l crea: conservar la
tradicin de las Humanidades orientadas, siem-
pre, hacia el futuro.
Julin Maras siempre proyect un apasionado
sentir de lo espaol-castellano desde una mesura
y un comportamiento moral ejemplares. Su filoso-
fa era una visin responsable dotada de verdad
y libertad, de claridad y profundidad. Nada de lo
humano le era ajeno. Su generosidad no conoca
lmites. Su compromiso con la libertad era infran-
queable. Para l era esencial la comprensin del
otro, del que no piensa igual que uno. El respeto
era esencial en su vida. Porque para l, los valores
supremos de la vida eran la verdad y la libertad.
No guard odio, animadversin ni revancha hacia
nadie en su corazn ni en ninguno de sus escritos.
Sigui creando y escribiendo, construyendo una
gigantesca obra intelectual, filosfica, literaria y
humana. Y si hoy podemos pensar y expresarnos
en libertad es, en buena parte, gracias al ejemplo
de personalidades como la suya.
Si hoy podemos pensar y
expresarnos en libertad es, en
buena parte, gracias al ejemplo de
personalidades como la suya
19
IN TR O D U C C I N
Homenaje a Julin Maras
con motivo de su centenario
RAFAEL ANSN
PRESIDENTE
FUNDACIN DE ESTUDIOS SOCIOLGICOS (FUNDES)
P
ocos intelectuales espaoles del si-
glo XX (y tambin de los albores del
XXI) merecen ms el reconocimien-
to y el homenaje que Julin Maras,
protagonista de una fecunda, larga y
maravillosa vida, cuyo centenario llega preci-
samente ahora.
Fallecido en diciembre de 2005, su trayectoria
vital ha sido muy larga, como sus mritos profe-
sionales y acadmicos. Al fin y al cabo, estamos
hablando de uno de los intelectuales ms influ-
yentes de la Espaa del siglo XX, del discpulo
de Ortega y Gasset y de Xabier Zubiri, autor de
la Historia de la Filosofa (1941) y de unas
setenta obras ms; ganador de un Premio Prn-
cipe de Asturias; senador por designacin real
(el Rey nos honra participando en este homena-
je en unas lneas en las que seala que siempre
le agradeci de corazn haber aceptado en
su da este cargo y aade Don Juan Carlos que
mantiene vivo el recuerdo de su extraordinaria
vala intelectual y humana); padre de Javier,
lvaro, Miguel y Fernando Maras; filsofo
sencillamente excepcional y cinfilo empeder-
nido. Adoraba a su mujer, Lolita.
Muchas vivencias personales
Pero en la presentacin de este monogrfi-
co (en cuya portada aparece el dibujo que le
dedic en su da lvaro Delgado), yo quiero
hablar tambin de mis vivencias personales,
puesto que su prdida, a pesar de estar reves-
tida de la normalidad que implica su lejana fe-
cha de nacimiento, dej en m el dolor de una
tremenda ausencia, la de un amigo con el que
compart, a lo largo de los aos, numerosas y
apasionantes singladuras.
Por ejemplo, en mi relacin con l hubo ocasin
de comentar muchas veces temas gastronmi-
cos. Recuerdo que un da le ped que pensara
en la definicin de gourmet. Y vaya si lo
hizo! pues, al poco tiempo, me llam de ma-
drugada para decirme que ya la haba encon-
trado. Y me dio un lema excepcional: El que
come poco y bueno, y de lo bueno, mucho.
Julin no era un gran aficionado a la buena
mesa, aunque le gustaba la comida tradicional
y, muy especialmente, el vino de Rioja, natu-
ralmente, el tinto. Tena sus restaurantes fa-
voritos, entre otros, dos templos de la cocina
vasco-navarra. Y le encantaba el bacalao.
Pocos intelectuales espaoles
del siglo XX () merecen ms
el reconocimiento y el homenaje
que Julin Maras
En mi relacin con l hubo
ocasin de comentar muchas
veces temas gastronmicos
20
IN TR O D U C C I N
Fundador de Fundes y de Cuenta y
Razn
Compartimos tambin la singladura de la Fun-
dacin de Estudios Sociolgicos (Fundes), que
Julin presidi desde su fundacin en 1979
hasta su muerte, y de su rgano de expresin,
esta revista Cuenta y Razn, creada en 1981
y cuyo Consejo de Redaccin ha encabezado
tambin hasta sus ltimas horas. En esta pu-
blicacin, Julin escribi ms de un centenar
de maravillosos artculos de temtica histrica,
filosfica o poltica, adems de otros centrados
en su gran pasin: el cine. Por eso, esta publi-
cacin es el marco perfecto para este humilde
pero tremendamente sentido homenaje.
Recuerdo una lejana reunin en el Hotel Ritz
de Madrid con Claudio Boada, Santiago Fonci-
llas, Julin Maras y yo mismo. Fue la primera
vez que planteamos la posibilidad de crear una
Fundacin de Estudios Sociolgicos que permi-
tiera situar y organizar el mercado de las ideas
y del pensamiento del tal modo que pudieran
ser aprovechados por los polticos y los empre-
sarios. Estbamos todava en plena etapa de la
transicin y se empezaba a discutir la futura
Constitucin que se aprob finalmente en 1978.
Los intelectuales y la poltica
Maras comprendi perfectamente la conve-
niencia de llevar a cabo un esfuerzo intelectual
para contribuir a facilitar frmulas y solucio-
nes a la clase poltica. Para ello, era necesa-
rio reunir a los intelectuales y pensadores ms
importantes de nuestro pas e incluso algunos
de fuera de nuestras fronteras. Naturalmente, la
aportacin de los empresarios era fundamental,
en otras cosas, por razones de influencia.
De esa forma, qued planteada la Fundacin
como un lugar de encuentro de intelectuales y
empresarios. Su finalidad ha sido y es abordar
desde una perspectiva exclusivamente cultu-
ral los temas bsicos que deban resolverse a
nivel poltico.
Al final, Julin dijo que todo le pareca muy
bien pero que l no tena inters ni espritu ni
vocacin para presidir e impulsar la idea y la
Fundacin. Desde la muerte de su mujer, Lo-
lita, tena una aptitud pasiva y de espera ante
la vida. Nos cost mucho convencerle de que
cambiara de opinin y el argumento principal
fue que, sin duda, si Lolita viviera le pedira
que aceptara. Y as fue.
Lo que no est en Internet no existir
Durante los casi 30 aos de Presidencia de
Fundes, cuando -repito- tuve la suerte de ocu-
par la Secretara General, siempre le escuch
decir que ninguna otra actividad le haba pro-
porcionado ms alegras y ms satisfacciones.
Pienso sinceramente que Fundes fue una pla-
taforma y un soporte que le permiti desarro-
llar muchas de sus capacidades. Desde all,
entre otras cosas, propici y encabez la pues-
ta en marcha del Colegio Libre de Emritos y,
en su da, de la Crnica Virtual de Economa,
porque, segn me dijo: Rafael, en 10 aos,
lo que no est en Internet no existir. Era
el ao 2000. Hasta en esto y en plena vejez
fue un precursor y un hombre adelantado a su
tiempo.
Con todo esto y haciendo balance, yo he teni-
do la suerte de conocer, admirar y compartir
muchas actividades con Julin Maras desde
hace treinta aos. Su arrolladora personalidad
se distribuy en muy diferentes facetas, como
filsofo, como curioso, como espaol, como
maestro, como cinfilo, como ser humano
como individuo ejemplar, que en todas estas
versiones ha tenido la fecunda personalidad
de este intelectual inolvidable.
Permaneciendo inalterable en su
filosofa y en sus actitudes vitales,
pudo haber sido contemplado en
unas pocas como peligrosamente
progresista y liberal y, en otras,
como excesivamente conservador
y reaccionario
Planteamos la posibilidad de
crear una Fundacin de Estudios
Sociolgicos que permitiera situar y
organizar el mercado de las ideas y
del pensamiento del tal modo que
pudieran ser aprovechados por los
polticos y los empresarios
21
IN TR O D U C C I N
Como oficio, el de pensar
Creo que es la nica persona que conozco que
tuvo por oficio pensar. Y fue, hasta su muer-
te, la gran eminencia del pensamiento espa-
ol y la persona ms coherente, la ms sin-
cera consigo misma y con los dems, la ms
profunda y la ms equilibrada. Un personaje
singular a quien las circunstancias no favo-
recieron y que, permaneciendo inalterable en
su filosofa y en sus actitudes vitales, pudo
haber sido contemplado en unas pocas como
peligrosamente progresista y liberal y, en
otras, como excesivamente conservador y re-
accionario.
En realidad, l no vari nunca su posicin. Los
que cambiaron fueron los dems. Y los que
trataron de situarle en uno u otro lugar fueron
tambin quienes le rodearon. Si, como deca
Ortega, uno es uno mismo y su circunstancia,
el cambio de circunstancia complic extraor-
dinariamente la vida a Julin.
Ha sido uno de nuestros ms brillantes pensa-
dores, acadmico y gran escritor, extraordina-
rio articulista y, sin duda, un hombre bueno,
honesto y austero, honrado como pocos, bri-
llante en su retrica, tanto en la palabra ha-
blada como en la escrita, intelectualmente va-
liente y con una extraordinaria vitalidad hasta
sus ltimos das.
El gran defensor de la libertad
Pero yo lo definira, sobre todo, como el gran
amante de la libertad y, como amante, su gran
defensor. El ser humano es un proyecto de li-
bertad, tanto individual como colectiva, y el
progreso se mide en trminos de libertades. En
los muchos cursos que dirigi durante su fecun-
da vida acadmica dos conceptos constituyeron
la base: Democracia y libertad, acaso los dos
principales ejes filosficos y polticos de la so-
ciedad de nuestro tiempo.
Consideraba el profesor que la libertad es con-
dicin misma de la vida humana y, por tanto,
irrenunciable. Y siguiendo la lnea de su maes-
tro Ortega, adornaba esta idea con un elogio:
mientras est vivo, el hombre siempre est
eligiendo, porque incluso cuando va a morir o
cuando le van a matar tiene que tomar la ltima
decisin sobre cmo va a encarar esa muerte
inevitable, si con vergenza o con orgullo, si
con desesperacin o con esperanza.
Una de las cosas ms difciles es saber qu
es la libertad. Son territorios inhspitos hasta
para los filsofos y los pensadores, por muy
brillantes que fueran, como nuestro protago-
nista de hoy. Los hombres de la comunicacin
preferimos hablar de libertades: de informa-
cin, de prensa, de expresin, palabras
todas que se han incorporado al lenguaje or-
dinario, que todos manejan, aunque tampoco
resulten fciles de fijar.
Defender la armona de las libertades
Yo creo -y lo he aprendido de Julin Maras-
que el orden, la sociedad, el mundo colectivo,
el mundo del ser humano - que, como deca
Aristteles, es un ser social- es una armona
de libertades, y como tal es imprescindible de-
fenderlas todas, mantenerlas todas y tenerlas
todas; no es posible renunciar a ninguna de
ellas pensando que as se protegen las dems.
A partir de la Revolucin Francesa, la demo-
cracia se ha considerado -dice Maras- la ni-
ca forma legtima de poder, con una nica con-
dicin: que sea posible, porque la existencia
de la democracia requiere ciertas condiciones,
la primera de ellas que existan demcratas. No
se puede ignorar que la democracia encierra
unas reglas de juego que, si no se aceptan, la
imposibilitan, as como alguien que las defien-
da. Es decir, que quienes van a decidir sobre
los asuntos pblicos entiendan sobre ellos lo
suficiente para poder opinar, votar y resolver.
Sentido comn, cultura y conocimiento
Su ideario se basa en que el sentido comn, la
cultura y el conocimiento resultan imprescin-
dibles para la libertad y se consiguen funda-
mentalmente a travs de la educacin y de la
informacin. Hasta hace muy pocos aos, un
siglo y medio, se reciba sobre todo a travs
de la educacin, porque realmente los cana-
les informativos se limitaban prcticamente al
rumor, al boca a boca, a lo que nos contaban,
Yo creo -y lo he aprendido de Julin
Maras- que el orden, la sociedad,
el mundo colectivo, el mundo del
ser humano () es una armona de
libertades
22
IN TR O D U C C I N
a la tradicin oral, y a muy poco ms; pero
en la actualidad, los medios masivos de comu-
nicacin tienen una influencia determinante,
porque son constantes y permanentes.
La libertad de prensa tiene que respetar las
dems, pues, como deca muy bien Julin, no
es una libertad superior a las otras, no es su-
perior al derecho a la vida, a la intimidad, al
derecho a que cada uno tenga sus creencias y
sus opiniones, a que desarrolle su proyecto de
vida como le parezca ms conveniente segn
su escala de valores.
Lo que ocurre es que ese rol debe ir siempre
acompaado de un gran sentido de la respon-
sabilidad, la tica del poltico tiene que mos-
trar un valor aadido con respecto a la del
ciudadano normal y lo mismo sucede con la
tica del cientfico o con la del periodista. Y
lo lamentable es que muchas veces no solo no
es superior sino que no llega ni con mucho a la
altura de la del hombre de la calle.
Un elenco de colaboradores de altura
Para rendir homenaje a Julin, en sus diferen-
tes facetas, contamos en esta edicin especial
de Cuenta y Razn con un elenco de colabo-
radores de altura. Adems de la presentacin
a cargo de Ana Botella y de la entrevista de
Javier Blanco con Ignacio Gonzlez, presi-
dente de la Comunidad de Madrid, en torno a
su figura, diferentes intelectuales trazan todos
los perfiles del maestro.
As, Julin Maras: la palabra es el ttulo de
la colaboracin de Federico Mayor Zaragoza,
ex secretario general de la Unesco y actual presi-
dente de la Fundacin Cultura de Paz, mientras
que Harold Raley, de la Universidad de Hous-
ton, habla de las Trayectorias y ultimidades
de la persona en el pensamiento de Julin
Maras. El director de cine Jos Luis Gar-
ci califica a Julin Maras en su texto como El
hombre que nunca minti y el Director de
la Real Academia Espaola Jos Manuel Ble-
cua escribe sobre los ciclos de conferencias
de Julin Maras en el Instituto de Espaa. Y
Javier God, Presidente Editor del Grupo God
con el tema Julin Maras: dos decenios clave
en La Vanguardia
Manuel Nez Encabo, presidente de la
Fundacin Antonio Machado, habla de El
machadiano Julin Maras: Machado y
la experiencia de la vida, mientras que el
teniente general Agustn Muoz-Grandes
Galilea titula su texto Mi postrer homena-
je a un espaol cabal.
El prestigioso bioqumico Santiago Grisola
se centra en Julin Maras y los derechos
civiles, Javier Zamora Bonilla, profesor de
Historia del Pensamiento Poltico y director del
Centro de Estudios Orteguianos de la Funda-
cin Ortega - Maran habla de La libertad
que uno se toma (en el centenario de Ju-
lin Maras), y Pedro Schwartz, catedrtico
Rafael del Pino en la Universidad San Pablo
CEU dedica su ensayo a la Historia de la fi-
losofa como continuidad de una cultura.
Eduardo Martnez de Pisn, catedrtico
emrito de Geografa de la Universidad Aut-
noma de Madrid, se decide por Julin Maras
y la geografa. ngel Snchez de la To-
rre, de la Real Academia de Jurisprudencia,
se refiere a Itinerarios del concepto de
persona. Y Juana Snchez - Gey, profesora
de Filosofa de la Universidad Autnoma, es-
cribe sobre La persona en Julin Maras.
Salvador Snchez-Tern, ex ministro de
UCD y actual presidente del Consejo Social
de la Universidad de Salamanca, habla de sus
Tres encuentros con Julin Maras. Ole-
gario Gonzlez de Cardedal, Acadmico de
Ciencias Morales y Polticas y Catedrtico de la
Pontificia de Salamanca, habla de Julin Ma-
ras: cristianismo y teologa. El arquitecto
y acadmico Antonio Lamela, realiza preci-
samente un Homenaje a Julin Maras, al
igual que el escritor Antonio Lago Carballo,
quien titula su colaboracin El Julin Ma-
ras que yo recuerdo.
El doctor en Comunicacin Francisco Ansn
se plantea en su texto Qu deseara Julin
Maras? Ms libertad o ms seguridad,
Maras nos ense que hay que
luchar contra los ataques a la libertad
con ms libertad. Lo peor que le
puede ocurrir a la democracia es
tratar de conquistar ms libertades
restringiendo las existentes
23
IN TR O D U C C I N
mientras que Antonio Bonet, director de la
Real Academia de Bellas Artes, aborda el tema
de La biblioteca y la mesa de trabajo de
Julin Maras.
Helio Carpintero, de la Real Academia de
Ciencias Morales y Polticas, titula su texto:
Literatura y precisin: A propsito de
Julin Maras. Mientras, Jess Conill San-
cho, de la Universidad de Valencia, habla de
La ilusin de la vida personal. Y Adela
Cortina, tambin de la Universidad de Valen-
cia y Acadmica de Ciencias Morales y Pol-
ticas aborda el texto Naturaleza y cultura:
el valor educativo de la narracin.
El catedrtico de Derecho Constitucional y
Europeo de la Universidad Complutense de
Madrid Miguel Martnez Cuadrado ha ti-
tulado su colaboracin Julin Maras cum-
ple cien aos. Notas en recuerdo de J.M.
1914-2005, mientras que el periodista y
escritor Alfonso Basallo habla de Julin
Maras, crtico de cine personalista.
El abogado Fernando Fernndez lvarez
ha optado por Julin Maras, un hombre
de esperanza. El catedrtico de Historia
Contempornea Juan Pablo Fusi Aizprua
ha elegido Espaa como preocupacin.
Juan E. Iranzo, decano-presidente del Co-
legio de Economistas de Madrid, titula su co-
laboracin, Julin Maras: un liberal. Y,
finalmente, el catedrtico de Sociologa de la
Universidad de Crdoba Julio Almeida, ha-
bla de Ser y tiempo de los espaoles, se-
gn Julin Maras
Siempre ms libertad
Maras nos ense que hay que luchar con-
tra los ataques a la libertad con ms libertad.
Lo peor que le puede ocurrir a la democracia
es tratar de conquistar ms libertades restrin-
giendo las existentes, es decir, partiendo de
una privacin de parte de la libertad. Este m-
bito slo se mejora amplindolo; no se pue-
de modificar el sistema democrtico de forma
positiva restringiendo libertades, sino aumen-
tndolas. Hay que recuperar la ilusin, para
conseguir, como ha sido siempre el sueo de
Julin, que el sistema democrtico sea el me-
jor de los sistemas polticos y no, como deca
Churchill, simplemente el menos malo.
Estoy seguro de que, con el paso del tiempo, es-
tos pensamientos y otros muchos sern su prin-
cipal herencia, y su huella y su figura emer-
gern por encima de la, a mi parecer, discreta
atencin que mereci en vida. As, nuestra so-
ciedad har justicia con uno de los ms brillan-
tes de sus miembros, un personaje singular a
quien algunas circunstancias no favorecieron y
que siempre permaneci inalterable en su fi-
losofa y sus actitudes vitales. Al prestigio de
este gran personaje queremos contribuir con
este homenaje colectivo al que doy paso.
Con el paso del tiempo, estos
pensamientos y otros muchos sern
su principal herencia, y su huella y su
figura emergern por encima de la,
a mi parecer, discreta atencin que
mereci en vida
Fundacin de Estudios Sociolgicos
Fundador Julin Maras
Ensayos
27
E N S AYO S
Horarios contraproductivos
Ser y tiempo de los espaoles
segn Julin Maras
JULIO ALMEIDA
CATEDRTICO E.U. DE SOCIOLOGA. UNIVERSIDAD DE CRDOBA
C
onvencido de que nada espaol le es
ajeno, este artculo rememora a don
Julin Maras, que ya vio hace ms de
medio siglo, cuando Espaa se deba-
ta entre la tradicin y la modernidad,
que muchos espaoles carecen de imaginacin
para llenar el tiempo; y de ah sus horarios prolon-
gados. Para quien escribi en 2002, 75. aniver-
sario de Sein und Zeit, que ste es probablemente
el libro filosfico ms importante del siglo XX,
ningn homenaje mejor en el centenario de su na-
cimiento que rescatar sus escritos anticipadores
para resolver un problema que nos atae.
Llenas de coches hasta las esquinas, cuyos cinco
metros se deban respetar para favorecer la visin
y la maniobra, en Burgos se han acostumbrado
los conductores, no a prescindir a ratos del veh-
culo, utilizando el autobs, el taxi o las piernas,
sino a estacionar en doble fila: el punto muerto,
el freno de mano sin echar, las ruedas en lnea
recta. Supuesta la buena voluntad de los que pa-
san, se cuenta sobre todo con la vista gorda de la
autoridad, que arbitra con benevolencia el olvido
pasajero del reglamento. Es una componenda que
gusta a una mayora de personas. Durante la larga
dictadura se deca que Espaa es un Estado de
derecho atemperado por el estricto incumplimien-
to de la ley, y Juan J. Linz tena buenas razones
para considerar que el franquismo fue un rgimen
autoritario, mas no totalitario; en su ltimo quin-
denio, incomparable con el primero, se presenta
la libertad. Esta solucin del barrio de Burgos, que
mutatis mutandis se reitera en toda Espaa, es un
ejemplo extraordinario de lo que Aristteles, en
su Poltica, llam el derecho de la costumbre.
Ahora bien: sta de duplicar entes sin necesidad
es vieja usanza nuestra, es alternativa buscada por
individuos que, desoyendo al antiguo griego y al
franciscano de Oxford, prefieren hacer las cosas
sin cuenta ni razn. Cuntas veces no hemos visto
dejar el coche en doble fila habiendo espacio libre
un poco ms all? La gente disfruta o sufre a diario
con las duplicaciones. Obsrvense los dos apelli-
dos, un uso que los neutraliza de facto, y confusin
que funciona, dicho sea de paso, para que caigan
en desuso en aras del nombre de pila; con el tuteo
compadre, son manejos que sirven a los fines de
la chabacanera imperante. Adems de aparcar en
doble o triple fila, tenemos dos pagas extras e inclu-
so complementos que se retijeretean rayando en la
confiscacin, so capa de la crisis; nos citan en dos
convocatorias; hay dos santos en la Universidad,
Toms de Aquino y el de cada Facultad, con lo
que al fin y al cabo, aunque el derecho a descanso
laboral prev 14 das al ao, los puentes oficiales
y los otros tal vez harn esa cifra mensual. De los
Duplicar entes sin necesidad es
vieja usanza nuestra, es alternativa
buscada por individuos que,
desoyendo al antiguo griego y al
franciscano de Oxford, prefieren
hacer las cosas sin cuenta ni razn
28
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
decibelios no hablemos: el pas parece una dis-
coteca y hay que repetir mensajes porque no se
oye bien. Podramos seguir. Los 32 crditos que
de momento vigen para algunos profesores uni-
versitarios son demasiados, si no fuese por los nu-
merosos docentes que suscita; y en consonancia
con ellos, nuestros estudiantes viven enredados
en horarios anmalos, porque el crdito de Bolo-
nia es "la nica unidad de medida del mundo, por
cierto, cuyo valor no es constante -dice Jos A. de
Azcrraga, catedrtico de Fsica terica-: depende
no slo de los pases, sino hasta de las universida-
des" (Claves de razn prctica, 209, 2011). Tan-
to es as, que depende tambin de cada profesor,
pues muchos niegan de plano la hora acadmica;
se demoran, invaden con alevosa la siguiente y
(sin autoridad que intercepte nada) desprecian lo
ms importante: el respiro de la pausa, secreto a
voces de la escuela finlandesa. De manera que en
horas incalculables dispuestas sin misericordia,
sin educacin ni ciencia, alumnos y profesores no
revientan gracias a las fiestas de guardar, previstas
y casuales, que surgen como setas; en un lugar an-
daluz los nios tienen vacacin el da del santo del
pueblo. Yo creo que cuando el legislador fij estas
dos horas desparramadas -1. y 2. convocatoria-
instituy la mala educacin, porque cuestiona la
puntualidad y pone la administracin pblica en
manos de los retrasados. Por eso se asombra nues-
tro estudiante cuando sale al extranjero y cumple
un horario productivo donde la contabilidad es
ms discreta. Por qu el ftbol est homologado?
Y por qu en tantos mbitos -el sistema educati-
vo es paradigmtico- sigue habiendo Pirineos que
dan la razn a Pascal? Con lo que resultan no una,
sino dos jornadas al da, de maana y tarde; de ah
la necesidad y la urgencia de organizar unos ho-
rarios racionales, como ha propuesto la comisin
que preside Ignacio Buqueras y Bach. (V. n. 29 de
CyR, otoo de 2013.) Hablamos de la repeticin
de entes: doble jornada por principio. Y el pro-
blema se complica con nuestra hora oficial, que
en tiempo de verano va 120 minutos adelante, y
cuando el extranjero dice tener hambre a las siete,
hay que matizarle que aqu slo son las cinco.
Establecidos los 24 husos horarios a fines del
siglo XIX, a principios del XX Espaa adopt el
tiempo solar del meridiano de Greenwich. Pero
cuando los hombres descubrieron que las mane-
cillas del reloj podan adelantarse o atrasarse a
voluntad, empez lo que se llam hora de verano,
una costumbre que se inici durante la primera
Guerra Mundial, con el fin de mantener las f-
bricas abiertas una hora ms desde la primavera
hasta setiembre u octubre. Espaa hizo lo mismo
dos aos despus, en 1918, y despus de algunos
veranos, una orden de la Presidencia del Gobier-
no de 7 de marzo de 1940 dispuso que la hora
oficial se adelantara sesenta minutos para mar-
char de acuerdo con los de otros pases europeos,
por de pronto con Francia, que haba adelantado
su horario legal unos das antes. (Pere Planesas,
"La hora oficial en Espaa y sus cambios", art-
culo publicado en el Anuario del Observatorio
Astronmico de Madrid para el ao 2013, IGN.)
El 1 de setiembre de 1942 se dio marcha atrs;
a la una de la madrugada, se volvi a las cero
horas, y as el vaivn, ao tras ao. En 1946,
una orden de 23 de marzo "se dispone que el
sbado 13 de abril prximo, a las veintitrs ho-
ras, sea adelantada la hora en sesenta minutos"
(BOE de 25 de marzo); y el 29 de setiembre se
retrasa. Y despus, en algn momento nos que-
damos bajo el Sol centroeuropeo; hemos hecho
nuestra la hora de franceses, alemanes e italia-
nos. Pero al llegar la crisis energtica de 1974,
cuando nos habamos acomodado a esa hora
anterior, se crey oportuno adelantar la hora de
verano para aprovechar la luz solar (lo que en
Espaa ya estaba hecho para todo el ao) y del
13 de abril al 6 de octubre se adelant el reloj
una hora, que en Espaa era la segunda. Y ah
fue cuando nos sacaron de nuestras casillas; los
gallegos son los que resultan ms descolocados.
Y aunque parece dudoso el ahorro de energa, en
1996 se agrand el desfase, volviendo al horario
invernal un mes despus, el ltimo sbado de
octubre. Con lo cual resulta ya tan intolerable el
desbarajuste, que tenemos dos opciones claras: o
bien Espaa retorna al meridiano de Greenwich
que le corresponde, con Portugal e Inglaterra
(las Islas Canarias siguen donde estn, y Espa-
a deja de tener dos horas oficiales), o bien nos
convencemos todos de que los horarios de vera-
no son un engao manifiesto que no compensa
las molestias. En cuyo caso, Espaa puede per-
manecer para siempre con nuestros amigos de
al lado: con Francia, Alemania, Italia y dems
pases de la Unin Europea.
O bien Espaa retorna al meridiano
de Greenwich que le corresponde, con
Portugal e Inglaterra (), o bien nos
convencemos todos de que los horarios
de verano son un engao manifiesto
que no compensa las molestias
29
E N S AYO S
Algo escrib en el nmero 48/49 de la primera
poca de la revista. Y al pensar sobre "Horarios
y tiempos hispnicos" en 1989, aprovech dos
testimonios de Julin Maras, que siguen tan vi-
gentes como cuando los escribi: uno de 1947,
el segundo de 1952. En 1947, al publicar don
Ramn Menndez Pidal Los espaoles en la His-
toria, introduccin a la magna Historia de Espaa
que l dirigir hasta su muerte, Maras la comen-
t con el ttulo de "Una psicologa del espaol",
que luego form parte del libro Aqu y ahora y
hoy puede leerse en Obras, III, pp. 53-61. El fun-
dador de Cuenta y Razn, a quien nada de Espa-
a le es ajeno, objeta cordialmente al patriarca
de la filologa la perduracin de ciertos carac-
teres espaoles, algunos de los cuales parecan
mantenerse invariables durante dos milenios. Si
Menndez Pidal, como se recordar, atribuye a
los hispanorromanos sobriedad, idealidad e in-
dividualismo, y aun el innato senequismo (que
algunos cordobeses creen sentir en especial, si
bien Sneca fue llevado muy nio a Roma y nun-
ca volvi a su Corduba natal), esos caracteres que
parecan condecir con los habitantes de los du-
ros aos 40, son los que nuestro filsofo ve con-
tingentes, y piensa que el supuesto estoicismo
"estriba principalmente en una falta de deseos,
caracterstica de un tipo psicolgico escasamen-
te imaginativo". El propio don Ramn vivi lo
bastante para comprobar que la austeridad -su-
puestamente romana y espaola hasta los aos 50
inclusive- desapareca en la dcada de los 60, la
ltima de su centenaria y fecunda vida, cuando
nuestro pas se estabiliz por el seguro camino
del crecimiento econmico. "Entre 1961 y 1964
-escribe Juan Pablo Fusi en su Historia mnima
de Espaa- la economa espaola creci a una
media anual del 8,7 por 100 y del 5,6 por 100
entre 1966 y 1971." Quien lo vivi lo sabe. Para
esa poca puede verse Sociedad de consumo a la
espaola, de Jos Castillo Castillo. Pero volvamos
al observatorio de Maras en 1947. Despus de
anotar el "hecho menudo, pero de clara signifi-
cacin [de que] la inmensa mayora de los espa-
oles realiza una funcin profesional ajena a su
ntima vocacin", pues eran los aos de hambre
y reconstruccin de la posguerra, se refiere a las
horas de trabajo. "Pero su horario -comienzo tar-
do, larga interrupcin a la hora de comer- hace
que ocupe prcticamente el da entero; al espaol
no le queda tiempo 'para nada'. Pero esto quiere
decir que no desea hacer nada, que no siente el
tirn de apetencias distintas, sean cualesquie-
ra -la jardinera o el baile, los espectculos o la
lectura, el estudio o el cultivo de un arte, el de-
porte o el coleccionismo-. De ah tambin la per-
plejidad del espaol en vacaciones: despus de
quejarse de 'no tener tiempo para nada', se en-
cuentra en la situacin embarazosa de 'no tener
nada para el tiempo'." Y en 1952, un filsofo ms
viajado da fe de la situacin: "Extraa la facilidad
con que el espaol se habita, en cualquier pas
europeo, a comer a las doce y a las siete, y cmo,
en cambio, a la vuelta, le cuesta algn esfuerzo
incorporarse a la vieja costumbre, interrumpida
slo una semana. Naturalmente, nuestra jornada
de trabajo est en ntima conexin con estos usos,
y pienso que las relaciones del espaol con su
reloj descubren un estrato profundo o inquietante
de su alma" (III, 193). Al citar yo parte de estas
palabras del maestro hace un cuarto de siglo, me
preguntaba qu queda de verdad de este diagns-
tico cuarenta aos despus. Casi todo, pensaba.
Y pienso lo mismo. El Ministerio de Economa y
Competitividad debera atender a esa comisin
que preside el economista Buqueras. Nuestra
jornada laboral se redujo a 40 horas semanales
en 1983; aunque de mala gana, lo hizo Gonzlez
para cumplir una promesa electoral. En Estados
Unidos se haba implantado esa cifra redonda en
1938, en el segundo trmino del New Deal de
Roosevelt, pero sabemos que muchos americanos
pudientes se organizan y cenan casi tan temprano
como los romanos, nica manera de descansar y
de estar bien despiertos al amanecer. "La jornada
habitual de trabajo es de siete a ocho horas -prosi-
gue Maras en 1952-; no son muchas, pero nos las
ingeniamos para ocupar con ellas el da entero."
Advirtase que por entonces haba pluriempleo
y horas extraordinarias, vigencia social derivada
de los sueldos chicos y til para las frecuentes
familias numerosas. Los espaoles trabajaban en
varios sitios sin dignarse imaginar vocaciones ni
hobbies algo distintos. Ha pasado el tiempo, pero
muchos antiguos hbitos permanecen y duran
por inercia, por eleccin, por aburrimiento. Hay
absurdidad mayor que convocar una reunin en
dos horas movedizas? Esto es lo que los alemanes
llaman Zeitsverschwendung, palabra que se usa
para prevenir la prdida de tiempo. Por aquellos
aos estaba prohibido hablar con el conductor,
Pienso que las relaciones del espaol
con su reloj descubren un estrato
profundo o inquietante de su alma
30
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
pero hoy el taxista -hasta diecisis horas diarias
al volante en Madrid, dieciocho en Crdoba- ne-
cesita tertulia, distraccin, y una especie de cen-
tral telefnica nos amenaza y nos impide conver-
sar con l o pensar en nuestros asuntos. Y en una
Facultad de horas mal calculadas, se ha puesto
de moda irrumpir en las clases: lo nunca visto. Y
hartos de sobredosis, los estudiantes comen por
los pasillos, si no faltan por modo inevitable.
Ser Espaa diferente? Fue el eslogan equvoco
que empez a circular hacia 1963, Spain is di-
fferent, precisamente cuando bamos a dejar de
ser pas atrasado, cuando Espaa converga a
gran velocidad y eran escolarizados ochocientos
o novecientos mil nios para cerrar en esa dcada
prodigiosa una vergenza histrica: una injusticia
compatible con un Siglo de Plata, o de Oro, que se
haba ido formando a raz de 1898. Al annus mi-
rabilis de 1963, que documenta el profesor Cuen-
ca Toribio en estas pginas, debe recordarse que
fue la fecha en que se aadi al sueldo anual de
los maestros (16.920 pesetas) un complemento de
24.000, lo que triplic su "paguita", que empez
a ser paga en septiembre para honeste vivere. De
algo ms de mil, pasamos a tres mil y pico de pe-
setas de entrada (terminada la carrera de maestro
el 17 de junio, 3.006,70 fue mi primer sueldo in-
olvidable). Y fue el principio, con la exigencia del
bachiller superior al final de la dcada, de suce-
sos que otros pases haban efectuado mucho an-
tes. Crecimos en los 60 tanto como en los sesenta
aos anteriores, nos dicen los economistas; cre-
cimos hasta alcanzar el metro setenta de estatura
media; pero crecimos sobre todo en autoconcien-
cia, cuando una legin de historiadores, de fue-
ra y de dentro, se aprest a demostrar con datos
precisos que Espaa no es un pas excepcional, ni
siquiera subdesarrollado, como se sostena des-
de el desastre del 98. Historiadores y socilogos.
Siempre alerta, al comenzar sus Meditaciones so-
bre la sociedad espaola, en mitad de la dcada
mgica, Julin Maras amoned en pocas palabras
la cuestin que nos mortificaba: "Espaa no es
un pas 'subdesarrollado', sino mal desarrollado."
Y como para confirmar el diagnstico, en los l-
timos decenios los jvenes espaoles han crecido
hasta aproximarse a la altura de sus coetneos eu-
ropeos y americanos; y as como la distancia de
los grados educativos entre abuelos y nietos es en
Espaa la mayor de la OCDE, con la nueva esta-
tura sucede lo propio. La diferencia estriba ahora
en la cantidad: quiz para compensar los cent-
metros que faltan, los nuestros estn ms gordos y
Crdoba adolece de la tasa de obesidad ms alta
de Espaa. Tal vez nos alimentamos demasiado.
Porque ser capital gastronmica tiene su precio;
no precio inmediato, que comer y beber cuesta
poco, sino el que se rinde a largo o medio pla-
zo. Y as como la Educacin Fsica, pese a las
apariencias, tampoco est resuelta, ni la lengua
extranjera ni la materna (mis alumnas escriben
"hlite", "transcisin", "humbral" y otras linde-
zas), ahora resulta que tambin est pendiente la
asignatura de oratoria, aun teniendo "nosotros"
a Quintiliano de Calahorra, cuya Obra completa,
de fines del siglo I, est legible en edicin bilin-
ge salmantina. Al parecer, ingleses y america-
nos ensean a sus vstagos a tomar la palabra en
pblico, algo que aqu no sale con la fluidez es-
perable: argumentar, pensar, acaso convencer. Lo
hemos visto en multitud de pelculas norteameri-
canas. Pero ms que a hablar ante los dems, no
aprenden a callar respetuosamente hasta que el
otro acaba su parlamento? Lo comprobamos en
esas tertulias televisivas estupefacientes, casi to-
dos hablando de lo que no saben, o de campanas
que han odo; tertulias convertidas en una jaula
de grillos. O vanse nuestras aulas universitarias,
cuyos estudiantes parecen ms contertulios que
oyentes. Pobres chicos y pobres profesores!
En 2013 se public un libro titulado La uni-
versidad cercada, con trabajos de dieciocho
profesores, notables y jubilados, o casi, varo-
nes todos, aunque desde el curso 1986/87 se
matriculan en el Alma mater ms alumnas que
alumnos. Y al leer esta elega y meditar sobre
tales "testimonios de un naufragio", como reza
Al parecer, ingleses y americanos
ensean a sus vstagos a tomar la
palabra en pblico, algo que aqu
no sale con la fluidez esperable:
argumentar, pensar, acaso convencer
Nuestra productividad se basa en lo
que se ha dado en llamar presentismo,
porque apenas si se valora la presencia,
la figuracin de personas cuyo trabajo
incluye la charla ftil constante
31
E N S AYO S
el subttulo, surge una pregunta: Qu han he-
cho, qu hemos hecho todos, que no previmos
el cerco que se vea venir y se estrechaba cada
ao? Que se estrecha inexorablemente. Si el fin
del saber es la previsin racional, segn Comte,
y el lema clave Voir pour prvoir, prvoir pour
pourvoir, parece evidente que no hemos andado
muy listos. (V. el Discurso sobre el espritu posi-
tivo, traducido por Maras.) Hablando de cerco
vienen a la memoria Troya y Numancia. Aqu
nos asedian polticos y burcratas, que abusan
de sus papeles sociales y de sus trebejos in-
formticos para epatar con sus encriptaciones a
quienes saben leer y escribir. Pero el mal ace-
cha tambin por dentro; es la sobreabundancia
de Facultades y de profesores, que se reprodu-
cen para multiplicar a millares de alumnos que
se extravan a la salida y dan mayormente en el
paro. En resumen, como pregunta Emilio Lamo
de Espinosa: "Por qu las universidades espa-
olas, a diferencia de muchas otras extranjeras,
no estn interesadas en seleccionar a los me-
jores, en ser mejores?" A lo que yo entiendo,
porque cabemos ms siendo peores. El puesto
de trabajo est ms seguro si la excelencia se
mantiene lejos y en el pecado llevamos la pe-
nitencia. Basta contemplar un horario nuestro
para inquirir: Universidad cercada, por dn-
de? Segn parece, esas dos horas adelantadas
durante siete meses al ao han remodelado
nuestras neuronas, y unos espaoles desvela-
dos en veladores que llenan la calle, luego de
dormir cincuenta minutos menos por una pro-
longacin artificial de la tarde, se dedican a
demorar la jornada de principio a fin; de suerte
que nuestro horario civil no encaja en la agen-
da europea-de 8:00 a 19:00- que llevamos en
el bolsillo. En febrero tenemos exmenes fina-
les a las siete de la noche, y todo el ao misas
y conferencias a las ocho y partidos de ftbol
televisados a las nueve o las diez... que reali-
mentan un insomnio indefectible. Tiene esto
remedio? Hemos de trabajar ms que los otros
europeos, acaso 300 horas sobre los alemanes,
para producir lo mismo? Nuestra productividad
se basa en lo que se ha dado en llamar presentis-
mo, porque apenas si se valora la presencia, la
figuracin de personas cuyo trabajo incluye la
charla ftil constante. Nuestros horarios siguen
tan desmesurados como hace setenta aos, y se
estructuran (o se parten) con el gran almuerzo
de toda la vida. Y como en casa no se desayuna,
hay varias tandas que se turnan por la maa-
na. En el supermercado, un horario se escalona
para abastecer de clientes a bares innmeros
que ocupan el espacio y el tiempo. Si se mira
bien, los espaoles parecen literalmente foraji-
dos, estn salidos afuera el da entero. En art-
culo de 1915, doa Emilia Pardo Bazn ya sos-
tena que en pases civilizados a los chiquillos
no les permiten andar por las calles. Parecer
una paradoja, agrega, pero es una gran verdad.
"Los nios pueden transitar por la calle, pero
no residir en ella, como sucede aqu."
Contraproductividad en las aulas
En paralelo con las horas dispersas de la jornada
laboral corren los horarios escolares, que adole-
cen de prolijidad y desorganizacin en todos los
grados. Los chicos deben estudiar una serie de
materias, pero suelen preferirse algunas, y sus
profesores las defienden o, lo que es peor, las
anticipan con exceso de celo, cuando no se es-
colarizan prematuramente los chicos, para repe-
tir curso antes o despus. As las Matemticas,
sobrestimadas de antiguo, y no es fcil contentar
a todos. La msica, que se da con toda formali-
dad en muchos pases europeos, que ya se daba
en la escuela griega, como acredita Aristteles,
sigue preterida lamentablemente en Espaa. Al
hablar de la nueva misin de la Universidad, en
1980, Julin Maras recuerda las funciones que
su maestro Ortega haba sealado en 1930. Y
considerando que todo eso hay que hacerlo con
un criterio de sobriedad, de austeridad, quien
se ha definido siempre como escritor espaol y
profesor americano estima que los cuestiona-
rios de bachillerato vigentes desde el ao cua-
renta y pocos son excesivos. Lanse los planes
de 1953 y 1957. Los ha ledo cuidadosamente.
Pues bien: "El que supiera el contenido de esos
cuestionarios de bachillerato se podra licenciar
holgadamente en Filosofa y Letras y en Cien-
cias y en varias secciones. Dganme ustedes si
esto es posible. Dganme ustedes si tiene senti-
do" (Obras, IX, 672). No, desde luego, y menos
en el breve calendario lectivo -como seis meses
al ao durante mucho tiempo-, pues la ensean-
za media se asimilaba al curso acadmico de la
En paralelo con las horas
dispersas de la jornada laboral
corren los horarios escolares,
que adolecen de prolijidad y
desorganizacin en todos los grados
32
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
universidad del distrito. Y acaso lo principal: en
la educacin pblica de aquende el Pirineo bri-
lla por su ausencia la figura del director profe-
sional, que existe en todas partes, de Finlandia a
Estados Unidos; y aunque el rgimen autoritario
subyazga en el subconsciente de todos, no se ex-
plica que maestros y profesores se las arreglen en
Espaa y Portugal para ir tirando con directores
que en rigor estn en funciones. Pues para lle-
var un colegio, como para capitanear un barco
o dirigir una orquesta, hace falta profesionali-
dad, mando en plaza. Es el funcionario pblico
(palabra de la Revolucin: fonctionnaire public)
que en los siglos XIX y XX se especializa en
el cargo ms alto de la escuela: es el funciona-
rio, nos dice Weber, que "se pone al servicio de
una finalidad objetiva impersonal" (Economa y
sociedad, 719). Pero por desgracia en Espaa,
fuera de la red privada o de la concertada des-
concertante, nadie piensa en la profesin vita-
licia de quienes dirigen un colegio o instituto
y nuestras relaciones laborales distan mucho
de la objetividad; se sobrentienden como cosa
personal; por estos pagos la relacin deviene
pronto en compadreo, en tuteo, en parloteo y
otros eos. Es un espectculo entraable, donde
los carpetovetnicos luchan a brazo partido con-
tra quienes propongan puntualidad o razonable
rendimiento; un romano hablara de autoridad
y disciplina. El problema es que usos y exigen-
cias normales en todas partes, aqu parecen go-
lleras, y por eso urge desentraar de inmediato
ese convoluto entraable si queremos salir a
la alta mar de un sistema productivo que parece
preindustrial: no preindustrial artesano maravi-
lloso, sino nuestro arreglo chapucero malo.
Y en la Universidad, decamos, el crdito se
ha descomedido y nuestros horarios son puzles
indigestos; se dan en semana de cuatro das,
como en otros pases, pero no hay comparacin.
Las 320 horas impuestas por el Ministerio Wert,
excesivas para los profesores que, segn esa
Aneca, no investigan lo suficiente (una inves-
tigacin que se reconoca con limpidez en los
primeros aos 90 y luego degener cuando re-
aparecieron los viejos demonios caciquiles, la
vieja saa), resultan tambin brutales para los
alumnos, que se sorprenden gratamente cuando
salen al exterior y comprueban las facilidades:
primero, menos horas de clase; segundo, de
45 minutos; tercero, no hay presin social que
obligue a botelln alguno. O sea, que se estudia
como se respira, y el clima no tiene nada que
ver, como no sea el espiritual. Aunque se ha
acordado que el crdito no significa slo diez
horas lectivas, como se deca sin pensar entre
1992 y Bolonia, pues desde la Academia y el
Liceo atenienses las lecciones no son sino par-
te mnima del estudio y un crdito va mucho
ms all de 10 horas; y aunque hemos consen-
suado 25, el peligro subsiste, porque nuestros
hbitos poco tienen que ver con los de Oxford o
Heidelberg. Terminemos. Porque muchos adul-
tos jams fueron a la escuela en Extremadura,
Castilla-La Mancha y Andaluca, vamos a de-
jar de poner el reloj en hora? Porque alemanes
y franceses nos lleven generaciones de ventaja
(empezaron su escuela obligatoria en 1763 y
1882), tiene justificacin que un colegio p-
blico est cerrado hasta las nueve en punto? He
ah el vergonzoso indicador. Se empieza tarde
por la maana, olvidando la vivfica socializa-
cin que precede al horario lectivo y "se ar-
gumenta" que aquellos nios puntuales lo son
porque se escolarizaron hace siglos, pero stos
no pueden madrugar. Es as como los escolares
pasan de prisa y corriendo del coche al aula, y
la caja tonta seguir encendida hasta las tantas
para que la prohibicin de madrugar siga en vi-
gor. La hecatombe horaria est servida desde
que muchos adoptaron esa vida de murcilagos
que algunos llaman posmoderna.
El Antiguo Testamento insiste en varios lugares.
"Emplead balanzas justas, pesos justos, medi-
das justas. Las medidas sern fijas y equivalen-
tes" (Ez 45, 10-11). En fin, recuerdo a Cervan-
tes, que en un noble endecaslabo del Viaje del
Parnaso (1614), captulo V, confiesa: "Guardar
puntualidad como yo suelo. En el IV ha deja-
do escrito: "T mismo te has forjado tu ventu-
ra", que don Julin cita con simpata una y otra
vez. Y entre medias habla de "presentes miedos
de futuros daos". Creo que arriesgamos mucho
con horarios tan contraproductivos.
Los escolares pasan de prisa y corriendo
del coche al aula, y la caja tonta seguir
encendida hasta las tantas para que la
prohibicin de madrugar siga en vigor.
La hecatombe horaria est servida
desde que muchos adoptaron esa vida
de murcilagos que algunos llaman
posmoderna
33
E N S AYO S
La opinin de la mayora
La libertad en Julin Maras
FRANCISCO ANSN
LICENCIADO EN CIENCIAS DE LA INFORMACIN.
DOCTOR EN COMUNICACIN
N
o ha tenido demasiada suerte este fi-
lsofo, me refiero a Julin Maras, al
ser un filsofo catlico, porque ello
ha provocado que un extenso nme-
ro de los medios de comunicacin y
una mayora de los llamados intelectuales, le ha-
yan negado la fama que merece.
No se trata de que se comporte en su vida cotidia-
na de acuerdo con sus creencias, sino que deter-
minadas interpretaciones, por ejemplo, histricas,
resultan rechazables para estos sectores. Escri-
be Julin Maras en Espaa inteligible. Razn
histrica de las dos Espaas, libro editado por
Alianza Editorial en el ao 2000: A la pregun-
ta de si es inteligible Espaa sin el cristianismo
habra que responder que no; (p. 418). Pero
escribe an ms: De hecho ha sido la religin
cristiana la que ha hecho participar a millones de
hombres, durante casi dos milenios, de esa visin
de lo real, y en particular de la humana, en que
va inclusa la interpretacin ms honda del pensa-
miento creador de Occidente (p. 419).
Incluso el amor, uno de sus temas preferidos, le ha-
ca decir que el amor trasciende esta vida. Recuer-
do haberle odo en una conferencia que la persona
que no admite la existencia de otra vida ms all
de la muerte es que nunca ha amado de verdad. Lo
que lleva al inmortal soneto de Quevedo, Amor
constante ms all de la muerte, y cuyo primer
cuarteto comienza: Cerrar podr mis ojos la pos-
trera / sombra que me llevare el blanco da, para
terminar con el ltimo terceto, su cuerpo dejarn,
no su cuidado; / sern ceniza, mas tendr sentido; /
polvo sern, mas polvo enamorado.
Pero el tema sobre el que ms le he escuchado
y ledo ha sido sobre la libertad. Precisamente,
en el N1 de Cuenta y Razn, en 1981, publi-
c un artculo que comenzaba: Nunca he credo
en el determinismo histrico, porque me parece
evidente la intrnseca libertad irrenunciable de la
vida humana; pero bastara con lanzar una mirada
a la transformacin de Espaa durante los lti-
mos cinco aos para convencerse de que el futuro,
lejos de estar ya decidido, escrito, es reino de
libertad, abierto, inseguro, y slo previsible en la
medida en que el anlisis del presente puede des-
cubrir en l las condiciones estructurales y las
fuerzas operantes, y entre ellas, principalmente,
las voluntades libres de los hombres.
En este sentido, por su creencia de Espaa cristia-
na aunque los espaoles dejen de ser cristianos, y
por su exquisito respeto a la libertad, le doleran
los ltimos atentados y profanaciones que se es-
tn cometiendo contra iglesias en Espaa. Escribe
David Ortega Gutirrez, Catedrtico de Derecho
Constitucional de la Universidad Rey Juan Carlos
y defensor certero de la libertad en sus diversas
manifestaciones, especialmente de las llamadas
libertades fundamentales o derechos humanos:
El respeto a los lugares de culto religioso es uno
Ser un filsofo catlico () ha provocado
que un extenso nmero de los medios
de comunicacin y una mayora de los
llamados intelectuales, le hayan negado
la fama que merece
34
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
de los derechos ms importantes del ser humano,
pues afecta a lo ms ntimo, a lo ms profundo de
sus creencias y valores. La Constitucin espaola
en su artculo 16, dentro de la parte ms protegi-
da y garantista de los derechos fundamentales y
libertades pblicas, regula la libertad religiosa y
de culto, tanto en su vertiente externa -apartado
primero- como en su vivencia interna -apartado
segundo. Lgicamente, la libertad religiosa afec-
ta a todas las religiones por igual, unas no pueden
estar ms protegidas y otras menos.
Es curioso que en Espaa se est produciendo
un efecto de menor proteccin de la religin ma-
yoritaria: la catlica, respecto de otras religiones
minoritarias en nuestra Nacin. Si determinadas
expresiones supuestamente culturales o artsti-
cas atentan contra la religin catlica hay que
tolerarlo, pero si lo hacen respecto de otros cul-
tos religiosos no, es un ataque intolerable que no
se puede permitir. Pues algo similar sucede con
lo que contar a continuacin, que al darse en
una parroquia de una iglesia no ser ni noticia
ni tendr trascendencia, cosa que posiblemente
s sucedera de ocurrir en una mezquita o en una
sinagoga, por citar unos ejemplos. La casa de
Dios lo es para el Dios de los judos, de los mu-
sulmanes o de los cristianos, en buena lgica.
(http://www.elimparcial.es/nacional/educacion-y-
vandalismo-en-la-casa-de-dios- 131951. html).
Con motivo del centenario del nacimiento de Ju-
lin Maras, que se celebra este ao, se inici una
encuesta el 3 de Junio del ao pasado. Es cier-
to que en un sondeo telefnico caben hasta tres
preguntas sencillas sin riesgo de sesgos, pero,
es igualmente cierto, que si se dice al futuro en-
cuestado que se le va a hacer slo una pregunta
breve, casi el cien por cien de los entrevistados
accede a contestarla. Por ello, de los tres temas
enunciados se ha elegido nicamente el ltimo, la
libertad, y se ha medido comparndolo con la se-
guridad. Para ello, se ha llevado a cabo un mues-
treo aleatorio simple sin reposicin de la Gua
Telefnica de Madrid capital. Se ha muestreado
aleatoriamente la pgina, dentro de la pgina el
nmero del abonado, y una vez llamado por tel-
fono al abonado y haber contestado ste cul es
el nmero de personas mayores de 18 aos que
componen su familia, viviendo en la casa, y cita-
das cada una de esas personas, se ha cruzado el
nmero de familiares por el orden en que se han
citado en una tabla de nmeros aleatorios para
determinar el miembro de la familia que debe ser
encuestado. De esta forma se ha conseguido la
aleatoriedad hasta las unidades ltimas. En con-
secuencia, la muestra es representativa de todos
los abonados que figuran en la Gua Telefnica
de Madrid capital (aunque en el comentario de la
encuesta se les llamar los madrileos, es claro
que slo representan a las personas de 18 y ms
aos que figuran como abonados en la Gua Tele-
fnica de Madrid capital).
La encuesta se ha realizado nicamente por tel-
fono. El tamao de la muestra es de 507 encues-
tados de 18 y ms aos, lo que supone, con un
nivel de confianza del 95 por ciento, que para el
peor de los casos, p=q=50%, el margen de error es
de +/- 4,4 (se trata de un margen de error amplio,
que relativiza la significacin, desde el punto de
vista estadstico, de los resultados). El trabajo
de campo, incluido el pre-test o encuesta pilo-
to, se ha efectuado entre el 3 de Junio de 2013 y
el 5 de Febrero de 2014, ambos das inclusive (a
pesar del tiempo transcurrido, al no haber ocu-
rrido ningn hecho especialmente significativo,
tal y como se formula la cuestin, se considera
que las respuestas no estn sesgadas).
Los resultados han sido los siguientes (los deci-
males se han redondeado en las unidades):
SI TUVIERA USTED QUE ELEGIR, EN
LA SITUACIN ACTUAL DE ESPAA,
QU DESEARA: MS LIBERTAD O MS
SEGURIDAD?
Ms libertad ................................... 61%
Ms seguridad ................................ 28%
Ms libertad y Ms seguridad por igual.. 9%
No sabe .......................................... 1%
No contesta ..................................... 1%
Total ........................................... 100%
En una primera aproximacin, cabe entender
la libertad como dominio de los propios actos y
desde el punto de vista jurdico, como el ordena-
miento en el que las leyes determinan las licitu-
des, lo que se puede hacer, y los deberes, lo que
se tiene que hacer, para llegar a la libertad en
lo cvico, que es de lo que aqu se trata, como la
posibilidad de escoger entre las cosas permitidas
35
E N S AYO S
por las leyes. Por lo que se refiere al concepto de
seguridad, F. Puy Muoz en su publicacin Se-
guridad, editada por Rialp en 1977, escribe:
Seguridad significa, en general, la cualidad de
seguro; o sea, las ideas de indemnidad, exencin,
garanta, proteccin, defensa, asilo, liberacin,
firmeza, fijedad, salvedad. Como puede apreciar-
se, el nmero de sinnimos amplios es enorme.
Eso quiere decir que es un concepto abstracto,
altamente equvoco, o, si se prefiere, ambiguo.
Esta ambigedad no es exclusiva del trmino
castellano, sino comn a los dems idiomas. Lo
cual es lgico, porque el problema procede de la
propia indeterminacin que la palabra tiene en la
lengua latina, de donde ha pasado a todas las de-
ms del occidente europeo. En efecto, el trmino
securitas deriva del adjetivo securus. Pero ste
admite las ms varias, casi infinitas, traduccio-
nes, en todos los clsicos latinos. Ahora bien, el
propio trmino securus deriva del verbo curare, de
se cura, por lo cual su idea originaria viene a ser
la idea de cuidarse; a partir de lo cual, la palabra
toma como incorporadas todas las significaciones
de las consecuencias objetivas y subjetivas que
de ese hecho se derivan. Es decir, la idea de se-
guridad implica una exigencia fundamental del
hombre, que es la tendencia a controlar su propio
destino, a disponer de su propia vida. Esto es im-
portante, porque de ah se sigue una conclusin
fundamental. La ambigedad propia del trmino
seguridad se debe a que es una idea negativa,
como ocurre, p. ej., con la idea de libertad: del
mismo modo que se es libre o no para algo, se
est o no se est seguro frente a algo. El concepto
resulta ser, as, proteiforme. Hay tantos concep-
tos de seguridad como posibles peligros, interfe-
rencias u ocasiones se presenten al hombre de
perder el control de sus propios actos, a causa
de los agentes exteriores. El ansia de seguridad
no es una exigencia balad, accidental. Es algo
esencial a la misma naturaleza humana. Deriva
de la naturaleza racional. El hombre, en general,
necesita proceder como hombre, o sea, racional-
mente. Proceder racionalmente es proceder con
conocimiento de causas, o sea, conociendo la ver-
dad y conocindola con certeza. (p. 203).
Se han hecho estas dos brevsimas matizacio-
nes sobre los conceptos de libertad y seguridad,
porque tal vez contribuyan a explicar el hecho
significativo, de que ms de la mitad de los en-
cuestados, hayan matizado o comentado su con-
testacin. Por ello, se ha tomado nota de lo que
han dicho. As, con respecto a los partidarios
que prefieren que haya ms libertad en Espaa,
sealan que la corrupcin que existe es porque
no hay suficiente libertad, que hay determinados
grupos, minoritarios, que gozan de una libertad
extrema, casi hasta la impunidad (naturalmente
han citado estos grupos, pero no es propio de esta
Revista formular denuncias polticas o econmi-
cas y menos sobre la base de comentarios infor-
males en una respuesta de un sondeo), o que
en Espaa ya hay libertad pero que mientras
ms libertad haya mejor, o que en otros grupos
-los jvenes- no existe verdadera libertad si no
libertinaje, tambin han sealado que en Espaa
hay demasiada burocracia, que cada vez hay ms
prohibiciones en todos los rdenes de la vida co-
tidiana y que hace falta ms libertad, etc.
Los que optan por ms seguridad, igualmente, se
han apoyado en razones diferentes, tales como que
debe de haber ms seguridad en el empleo, o en la
economa familiar, porque todo est subiendo menos
los salarios y las pensiones, que Madrid es inseguro
tanto en la calle como en la propia casa, o que se
sienten indefensos frente al Estado que lo controla
todo, o, curiosamente, ha habido seis encuestados
que afirman que el nico espacio de verdadera liber-
tad que existe es Internet y que lo han convertido en
inseguro los espas, los hacker, los virus, etc.
De manera que la polivalencia de estos dos con-
ceptos se ha reflejado tambin en las respuestas
de la encuesta.
Naturalmente al entrevistado slo se le ofrecan
las dos primeras opciones, pero, tal y como se
constata en los resultados, ha habido un 9 por
ciento, que han contestado que Ms libertad y
Ms seguridad por igual, a pesar de la insisten-
cia del entrevistador sobre la dificultad de que se
desearan exactamente igual ambas opciones.
Por lo dems, cabe pensar que D. Julin se senti-
ra satisfecho, a pesar de las matizaciones de los
encuestados, de que el 61 por ciento haya pre-
ferido la libertad a algo tan querido y necesario
para el ciudadano como la seguridad.
La idea de seguridad implica
una exigencia fundamental del
hombre, que es la tendencia a
controlar su propio destino, a
disponer de su propia vida
37
E N S AYO S
Maras, crtico de cine
personalista
ALFONSO BASALLO,
PERIODISTA Y ESCRITOR
C
uando se pondera la figura de Julin
Maras y su aportacin a la cultura del
siglo XX, se suele aludir a sus escritos
de cine como algo ms bien secunda-
rio, casi como una curiosidad que no
aporta nada sustancial a su obra y su perfil, como
no aada nada a Churchill su aficin por pintar
paisajes. Pero como demuestro con mi tesis docto-
ral, Julin Maras, crtico de cine, la importan-
cia que el inters por el cine y los escritos de cine
revisten en la obra y la personalidad de Maras es
mucho ms decisiva de lo que puede parecer.
Por dos razones: en primer lugar, por la conexin
entre el cine y la filosofa. Una conexin que supo
ver muy pronto -desde uno de sus primeros libros,
Introduccin a la filosofa (1947),- al descubrir
en la ficcin cinematogrfica un territorio virgen
para la exploracin antropolgica, para el estudio
de vidas en escorzo. Como dir aos ms tarde
en su discurso de ingreso en la Academia de Be-
llas Artes, el cine es un anlisis del hombre, una
indagacin de la vida humana. Siguiendo a Orte-
ga, Maras deca que ver es pensar con los ojos.
Y en segundo lugar por la conexin del periodis-
mo con la obra y el perfil de Maras. Sus artculos
semanales de cine responden a la otra vocacin
del filsofo: la de escritor. Y un escritor eminen-
temente divulgativo, periodstico. En este sentido
sigui la estela de su maestro Ortega y Gasset: he
hecho que mi obra brote en la plazuela intelectual
que es el peridico.
Y as ha sido, como lo demuestran las miles de
colaboraciones de Maras en la prensa a lo largo
de casi cinco dcadas: desde que en 1951 comen-
z a publicar en ABC. Posteriormente colabor
asiduamente en El Noticiero Universal de Barce-
lona, La Vanguardia, El Pas y desde 1982 otra
vez en ABC hasta los primeros aos del siglo XXI.
Muchos de esos artculos, sobre temas filosficos,
culturales o polticos fueron recopilados en forma
de libros dando origen a ttulos como El oficio del
pensamiento, La libertad en juego, o La fuerza de
la razn. Tambin lo fueron sus artculos de cine:
en los dos volmenes de Visto y no visto, que re-
unan sus crticas publicadas en Gaceta Ilustrada,
durante buena parte de los aos 60.
Durante 35 aos, de 1962 a 1997, el autor de
Antropologa metafsica public semanalmente
artculos sobre cine en Gaceta Ilustrada y Blanco
y Negro. Y aunque l no se consideraba crtico
de cine, sino slo un espectador fiel, se puede
afirmar que esas piezas semanales eran verdade-
ras crticas, en la medida en juzgaban pelculas
concretas, analizaban la labor de director e in-
trpretes, y emitan veredictos sobre su calidad,
aconsejando o desaconsejando su visin al espec-
tador. Seguan, en este sentido, al pie de la letra la
preceptiva de los gneros periodsticos.
Con pocas excepciones, no hay pelcula rele-
vante (bien por sus premios, su rendimiento en
taquilla o su inters objetivo para la Historia del
Cine), que no haya sido analizada por Maras de
Sus artculos semanales de cine
responden a la otra vocacin del
filsofo: la de escritor
38
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
las estrenadas en esos 35 aos (1962-1997), sin
contar con otros muchos ttulos destacados del
sptimo arte del periodo anterior a 1962- que
el filsofo analiz al verlos en reposiciones en
salas o en televisin. De forma que se podra
esbozar una Historia del Cine, vista por Julin
Maras, desde Griffith a Tarantino, pasando por
Murnau, Preminger o Spielberg. Es un empeo
que est por culminar, ms all de meritorios
intentos como de Fernando Alonso Barahona,
uno de los grandes expertos en la antropologa
cinematogrfica del pensador.
Sin nimo exhaustivo se pueden apuntar algunos
ttulos del periodo en el que Maras escribi para
los dos semanarios mencionados:
Aos 60: Desayuno con diamantes, de Blake Ed-
wards; West side story, de Robert Wise; El hom-
bre que mat a Liberty Valance, de John Ford; El
gatopardo, de Visconti; Jules et Jim de Franois
Truffaut; Ocho y medio de Federico Fellini; Un
hombre para la eternidad, de Fred Zinnemann;
Persona, de Ingmar Bergman; 2001, una odisea
del espacio de Stanley Kubrick.
Aos 70: The french connection, de William Frie-
dkin; El padrino, de Ford Coppola; La huella de
Joseph L.Manckiewicz; El espritu de la colmena
de Victor Erice; Amarcord, de Fellini Gritos y su-
surros, de Ingmar Bergman; Alguien vol sobre el
nido del cuco de Milos Forman; La guerra de las
galaxias, de George Lucas; El rbol de los zuecos,
de Ermano Olmi; Alien, de Ridley Scott.
Aos 80: ET de Steven Spielberg; El ltimo em-
perador de Bernardo Bertolucci; Los muertos, de
John Huston; El festn de Babette de Gabriel Axel;
Cinema paraso de Giusepe Tornatore; Delitos y
faltas, de Woody Allen.
Aos 90: Muerte entre las flores, de los hermanos
Coen; El silencio de los corderos, de Jonathan De-
mme; Thelma y Louise de Ridley Scott; Sin perdn
de Clint Eastwood; La edad de la inocencia, de
Martin Scorsese; Forrest Gump, de Robert Zemec-
kis; Pulp fiction, de Quentin Tarantino.
Dilogo con la pelcula
La suya era un tipo de crtica singular, que no
ha tenido imitadores, a caballo entre la resea
y el ensayo, y en las que sin dejar de valorar la
obra cinematogrfica y ofrecer una orientacin al
lector, aporta reflexiones antropolgicas o cultu-
rales. Sigue as los pasos sealado por T.S. Eliot
o W.H. Auden cuando emparentan al crtico con
el creador y a la crtica con el ensayo.
Julin Maras no se limita a calificar la pelcula
y a poner nota a actores, directores, guionis-
tas, sino que interpreta la obra, hace exge-
sis, sobre bases filosficas, histricas y socio-
lgicas, la pone en su contexto, le da relieve y
busca conexiones con la cultura. Todo lo cual
enriquece la obra analizada, y se convierte en
un dilogo del crtico con la pelcula.
Es lo que hace, por ejemplo, con My fair lady, de
George Cukor, el musical inspirado en el Pigma-
lin de Bernard Shaw, sobre la transformacin de
una florista londinense, de baja extraccin y malos
modales, en una dama, gracias al empeo de un
profesor de Lengua. Maras da un rodeo ensaysti-
co para ofrecer al lector el significado exacto de la
pelcula, de suerte que al potencial espectador no
se le escape el sentido verdadero de My fair lady.
Explica que el tema de My fair lady es el in-
gls, y aade: la lengua inglesa es una reali-
dad primariamente fontica y no morfolgica o
sintctica. Es decir, que no se trata de palabras
o de frases, sino de sonidos. Hay una conexin
entre los sonidos y los modales (o manners): el
centro de organizacin de las manners es lin-
gstico y sobre todo fontico. De manera que
es frecuente en la lengua inglesa la expresin
a well-educated voice (literalmente una voz bien
educada). Y ah conecta Maras con el filme de
Cukor: Dicho con un poco de exageracin ()
en ingls se supone que se empieza por pronun-
ciar bien y se termina siendo una dama.
El motor del pcaro, para Maras,
no es el hambre ni el resentimiento,
sino el ingenio
Julin Maras no se limita a calificar
la pelcula y a poner nota a actores,
directores, guionistas, sino que
interpreta la obra, hace exgesis,
sobre bases filosficas, histricas
y sociolgicas
39
E N S AYO S
Analiza El Padrino, en clave poltica: Al leer y
ver El padrino he estado pensando todo el tiempo
en los comienzos del Estado moderno a fines del
siglo XV y comienzos del XVI, en Maquiavelo y
Richelieu () en la invencin de la razn de es-
tado. De eso trata El padrino, sta es su clave, el
ncleo de su argumento.
Emparenta El golpe, de George Roy Hill, con la
picaresca del Siglo de Oro. Observa Maras que los
personajes de Robert Redford y Paul Newman no
quieren matar al poderoso gngster (Robert Shaw),
lo que pretenden () es estafarlo en gran escala y
ponerlo en ridculo, burlarse de l y se es, justa-
mente, el ncleo vivaz de la novela picaresca es-
paola. El motor del pcaro no es el hambre ni el
resentimiento, sino el ingenio: El pcaro pretende
ser ms listo que el otro, quedar encima, engaar-
lo, y por supuesto, conseguir alguna ventaja, pero
sobre todo mostrarle que lo han engaado, que ha
hecho el primo, que no se puede comparar con l.
El profesor Helio Carpintero, profundo conocedor
de la persona y la obra de Julin Maras, ha cali-
ficado este tipo de crtica como crtica antropol-
gica. En esta lnea tambin se podra hablar de
crtica personalista, en la medida en que uno de los
criterios que el filsofo aplica para valorar las pel-
culas es su carcter personal. Esto significa dos co-
sas: que cuenten historias personales, es decir, que
graviten sobre un alguien y no sobre una carica-
tura; y que estn narradas con un enfoque personal.
Sostiene Maras que sin persona -y persona en
toda su complejidad-, no puede haber historia. De
suerte que la obra cinematogrfica deviene pura
visualidad, virtuosismo tcnico como ocurre
con Michelangelo Antonioni -a quien dedica una
pieza de ttulo irnico, que toma prestado de DOrs:
Oceanografa del tedio-. O pirotecnia cinema-
togrfica como ocurre en muchos filmes de los
aos 80 y 90, en los que prima el alarde tcnico
por encima de la historia y del drama personal.
La diversin, insiste Maras, no es desdeable.
Pero la diversin no basta: si la ficcin que se desa-
rrolla en la pantalla no tiene un carcter personal,
si falla el alguien no hay implicacin del espec-
tador. Y el cine no es del todo fiel a su condicin.
El paradigma de personaje reducido a cosa, a
autmata que se limita a acumular aventuras, es un
mito del cine contemporneo: James Bond. Maras
sostiene que ni al agente 007 ni a sus rivales se les
puede llamar personas: No alcanzan -ni siquiera
el protagonista- ese mnimo quin que hara de
ellos personas dice a propsito de Goldfinger. En
ese tipo de filmes son todo accin: disparos, em-
boscadas, luchas, amores -digsmoslo as- fulmi-
nantes con hermosas y provocativas mujeres pero,
paradjicamente, tal acumulacin de ingredientes
divertidos deja al espectador indiferente. Y lo
deja indiferente argumenta Maras porque el es-
pectador no se lo toma en serio. Lo que importa
en ese tipo de filmes es la accin por la accin
misma, en modo alguno el drama humano que pu-
diera darle una significacin trascendente.
En el extremo opuesto, pone Maras como ejem-
plo de personalizacin un filme como Matar un
ruiseor, de Robert Mulligan, sobre los recuerdos
de una pequea de seis aos en el Profundo Sur
norteamericano. Esa personalizacin se plasma,
en primer lugar, en la relacin de la nia y su
hermano mayor con su padre -el abogado que
interpreta Gregory Peck-, una relacin perso-
nalsima, en la que significativamente los nios
se dirigen a l por su nombre de pila: le llaman
Atticus, no padre o pap.
Y en segundo lugar, el filme muestra hasta qu
punto la infancia consiste en un proceso de per-
sonalizacin de todo, en lucha () con la masi-
ficacin y la cosificacin que el mundo fsico y
el social imponen de manera creciente al mismo
tiempo.
Paradigma del cine personal es para Maras el
de los grandes clsicos, comenzando por Charles
Chaplin y siguiendo por Orson Welles, John Ford,
Howard Hawks, Alfred Hitchcock y Billy Wilder.
Sostiene Maras que sin persona
-y persona en toda su complejidad-,
no puede haber historia
Visualidad, imaginacin, fluencia
narrativa, rigor, elegancia.
Son algunos de los requisitos
que el filsofo exige a la obra
cinematogrfica, si quiere ser
fiel a su vocacin
40
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
Todos ellos y algunos ms -como el italiano Ettore
Scola o el norteamericano Blake Edwards- son los
favoritos de Maras.
Esos directores poseen las cualidades propias del
mejor cine: visualidad, imaginacin, fluencia na-
rrativa, rigor, elegancia. Son algunos de los requisi-
tos que el filsofo exige a la obra cinematogrfica,
si quiere ser fiel a su vocacin.
No ocurre lo mismo con otros cineastas de pres-
tigio a los que el pensador pone objeciones: Fe-
llini, por su falta de rigor; Ingmar Bergman, por
su falta de inteligibilidad -con las excepciones
de Fresas salvajes y Escenas de un matrimonio;
Stanley Kubrick, por su pretenciosidad -con la
excepcin de Lolita-. En los aos 90 constata-
ba que el tiempo le dio la razn, al dejar en su
sitio a directores como Godard, Bergman o Eric
Rohmer, considerados genios en los aos 60,
pero cuyas pelculas resistieron peor el paso de
los aos que otros creadores menos pretenciosos
como John Ford o Hitchcock.
Prefiero el western al Festival de Cannes
En lneas generales, el filsofo desconfa en sus
crticas del experimentalismo y la ampulosidad.
Espectador desde su niez, tiende a identificar-
se con el gusto popular: Entre el western y el
festival de Cannes siento ms estimacin por el
primero lleg a escribir. Aprendi a ver cine con
cintas de capa y espada en la etapa silente (cita
La dame de Monsereau, 1923, dirigida por Ren
Le Somptier), comedias de Lubitch en el Madrid
republicano, y filmes policiacos con su profesor
de Filosofa y amigo, Xavier Zubiri, se enamo-
r platnicamente de Greta Garbo y despus de
Shirley McLaine, sus dos actrices favoritas. (En-
tre los actores, destacaban Gary Cooper, Spencer
Tracy, James Stewart, Marcello Mastroianni, Jean
Gabin) Despus lleg a convertirse en un experto,
gracias a su pasin por el sptimo arte y su excep-
cional memoria, y al inters como espectador, se
sum luego su inters como terico.
Sus libros Introduccin a la filosofa, Imagen de
la vida humana, Antropologa metafsica y La
educacin sentimental contienen reflexiones fi-
losficas que parten del sptimo arte. Su anli-
sis del rostro humano se nutre, en buena medi-
da, del primer plano cinematogrfico. Digamos
que cine y filosofa se enriquecen mutuamente
en viajes de ida y vuelta, en la antropologa de
Maras. Pero el laboratorio de pruebas donde
desarrolla muchas de sus ideas es la contempla-
cin de una pelcula, que critica pensando en
el espectador, sobre la que escribe, en media
hora, como recuerda su amigo y colaborador
Enrique Gonzlez, para enviarlo a Gaceta o a
Blanco y Negro.
En ese sentido, Maras ha hecho su filosofia
viendo a Alain Delon en El silencio de un hom-
bre; a Burt Lancaster en El nadador; a Liv Ul-
man en Gritos y susurros o a Omar Shariff y Ju-
lie Christie en Doctor Zhivago. Y ha trasladado
esas reflexiones, de orden antropolgico, cultu-
ral, sociolgico, poltico, al lector, al tiempo que
le aconsejaba o desaconsejaba la pelcula. O al
tiempo que apuntaba, como sola decir con crite-
rio exigente, si la pelcula se poda haber hecho
mejor, si era fiel a s misma. Y ah est el cat-
logo de obras que han quedado por debajo de
s mismas: como la Cleopatra, de Manckiewicz,
Alguien vol sobre el nido del cuco, de Forman o
Dos cabalgan juntos de Ford.
Pero Maras nunca perdi su capacidad de asom-
bro, que invoca como motor de toda actitud in-
telectual. Afirmaba que no se puede emprender
ninguna tarea intelectual sin el entusiasmo y rei-
vindica el papel de la ingenuidad y la inocencia
para toda labor creativa o interpretativa.
Eso le permiti escribir de cine hasta los 83
aos, en Blanco y Negro, educando el gusto de
los lectores, demostrando su independencia ins-
obornable, a despecho de las modas, analizando
pelculas, descubriendo nuevos directores (como
Tim Burton, Peter Weir, Quentin Tarantino),
haciendo sugerencias (sostiene que la gesta de
los conquistadores es un filn muy incompara-
blemente mayor que el del western, la pica del
siglo XX).
Esa pasin por el cine era paralela a las otras dos
grandes pasiones de su vida: la verdad, y su mu-
jer, Lolita Franco, a la que Jos Luis Garci atribu-
ye, en parte, la autora de las crticas: stas eran
como el resultado de una historia de amor. No
se entendera bien a Julin Maras si no se toma
en cuenta esa dimensin. No es casual que Mary
Santa Eulalia titulara su semblanza El filsofo
que amaba el cine. O que su bigrafo, Rafael
Hidalgo, hable del filsofo enamorado. Fue su
gua de vida, su gua de cine. Parece como si el
pensador hubiese seguido el consejo que el pro-
yeccionista Alfredo al pequeo Tot en Cinema
Paraso: Hagas lo que hagas, malo.
41
E N S AYO S
D
e sobra es conocido que Julin Maras
fue un magnfico conferenciante y los
asistentes a sus conferencias queda-
mos siempre encantados por su pa-
labra precisa y capaz de iluminar los
aspectos de mayor dificultad. La amabilidad del Dr.
Garca Barreno, actual Secretario General del Insti-
tuto de Espaa, me ha permitido manejar las trans-
cripciones de un ciclo de conferencias sobre Orte-
ga que pronunci Maras en el curso 1983-1984.
Siempre recordar el xito del homenaje organizado
por el Instituto en el que hubo que habilitar hasta
los pasillos para acoger a los fervientes asistentes.
Se trata de lecciones semanales organizadas con
una estructura muy clara y basadas en ttulos
realmente significativos, ttulos que parten de una
imagen que estar presente a lo largo del curso:
El continente filosfico descubierto por Ortega y
su exploracin ulterior; ttulos como Las crnicas
del Nuevo Mundo: El Espectador, La razn vital
como brjula, El mapa del nuevo continente, hasta
llegar a la ltima La exploracin pendiente. Des-
cubrimiento y exploracin sern dos conceptos
Las conferencias de Julin
Maras en el Instituto de
Espaa
JOS MANUEL BLECUA
DIRECTOR DE LA REAL ACADEMIA ESPAOLA
bsicos a lo largo de las conferencias, una trein-
tena, cuyas bases iniciales se encuentran en la
leccin tercera Las primeras islas y la tierra firme
(no he podido encontrar las transcripciones de las
dos primeras conferencias).
Desde las primeras lecciones el estilo oral de Ma-
ras es muy directo y en las lecciones posteriores
se dirige constantemente a sus oyentes: Reparen
ustedes que Ortega no inicia su obra hasta. Ese
ustedes es permanente, junto con verbos como ver,
observar, mirar o en algn caso concreto la apa-
ricin de una persona que forma parte del pblico
(la seora del jersey rojo). Maras conoca a
la perfeccin los mecanismos de alocucin, no en
vano haba traducido el libro fundamental de Karl
Bhler, Teora del lenguaje.
El anlisis de la leccin tercera, bsica para el
desarrollo del curso, es un modelo evidente de la
capacidad expositiva de nuestro profesor. El lector
queda subyugado por el orden y la claridad de las
ideas, por la riqueza de las imgenes (la metfora
en la exposicin orteguiana, como sabemos, es fun-
damental), por la diseminacin de los elementos
analizados que se desarrollarn en las lecciones
posteriores. A Maras le interes mucho el concep-
to de estructura que aparece en la leccin tercera
y en el que se hace referencia a lecciones de otros
cursos de aos pasados (Maras pronunci con
continuidad una docena de cursos en el Instituto
de Espaa). Este concepto de estructura se defi-
ne con una imagen muy clara: el reloj. Las piezas
del reloj en un sobre no son una estructura; el reloj
Julin Maras fue un magnfico
conferenciante y los asistentes a
sus conferencias quedamos siempre
encantados por su palabra precisa
y capaz de iluminar los aspectos de
mayor dificultad
42
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
funcionando es la estructura ms el orden. Antes,
en esta leccin tercera, Julin Maras ha examina-
do los conceptos fundamentales que aparecern en
el curso: el concepto, bsico, de circunstancia y la
idea de circunstancializar; la conexin entre las
cosas como relacin de la realidad (cosa a cosa
y todo en nosotros, es decir, la circunstancializa-
cin). El hombre intenta reabsorber la circunstan-
cia en una lucha constante. Maras encuentra las
primeras ideas de Ortega sobre el problema en un
trabajo titulado Adn en el Paraso (1910). Maras
insiste en que la preocupacin de Ortega en su pri-
mera poca, de 1902 a 1914, es Espaa. Aparecen
los primeros esbozos de la razn vital (vivir es
pensar, vivir, lo que se llama vivir, es yo con las
cosas). El perspectivismo es concepto que despus
ser constante en el pensamiento orteguiano y que
se explicar con la clara imagen del panorama des-
de Segovia y desde El Escorial. Acaba la leccin
tercera con dos ideas centrales: la primera es la
meditacin sobre la verdad, que Ortega centra en
la bsqueda de la autenticidad: la coincidencia
con uno mismo; la segunda ser la misin de la
cultura como iluminadora de la realidad.
El estilo de Maras como conferenciante es directo,
vivo, lleno de frmulas como Ah, Bueno, Cla-
ro. Salpicado de llamadas de atencin a los
asistentes del tipo de Fjense ustedes, como
ya se ha notado, y de observaciones coloquiales: y
esto es lo ms peliagudo, la ocasin la pintan cal-
va. Recomienda calma a sus oyentes: Si tienen
ustedes un poquito de paciencia; emplea Maras
imgenes originales: hablar por boca de clsi-
co. Abundan las citas de conversaciones Orte-
ga me dijo o los recuerdos de conversaciones
importantes, como su ltimo encuentro con Jos
Fernndez Montesinos durante la Guerra Civil.
Las conferencias contienen datos magnficos del
empleo oral de recursos: las observaciones sobre
la extensin del tuteo, por ejemplo, porque en su
generacin a Salinas y a Guilln siempre los llama-
ban don Pedro y don Jorge, mientras que los ms
jvenes eran para ellos Dmaso y Gerardo. A travs
de las conferencias reviven xitos literarios como
la aparicin de Presagios o de Cntico; la conmo-
cin de reseas que provoc la publicacin de La
voz a ti debida de Salinas. Estos aspectos basados
en el conocimiento directo de la realidad intelec-
tual son una fuente inagotable para el investigador
actual. Maras posea una memoria magnfica, unos
conocimientos variadsimos y unos intereses muy
abiertos en el mundo cultural, baste recordar su
preocupacin por el cine. La publicacin de estas
conferencias nos proporcionar un recuerdo vivo y
autntico de lo que fue el ambiente de la Facultad
de Letras de Madrid, de la Revista de Occidente o
del viaje del crucero Ciudad de Cdiz al mundo
antiguo. En estas clases aparecen retratos de figu-
ras ejemplares desde Francisco Giner de los Ros a
Antonio Machado, el xito grandioso de Fernndez
Montesinos como profesor, los interesantes retratos
de Garca Morente, de Xabier Zubiri, de Gaos o el
excelente de Fernando Vela.
La ltima leccin del curso la pronunci Julin
Maras el da 12 de junio del ao 1984 y est
dedicada a los problemas que podamos llamar
nuestros. Piensa el conferenciante que es im-
prescindible una exigencia de radicalidad y que
es imprescindible a determinada edad no admitir
ms aplazamientos intelectuales, en alusin a los
aplazamientos orteguianos examinados exten-
samente en este curso.
Como primera cuestin aparece la necesidad de
elaborar una teora de la razn vital, preocupacin
mxima de Maras en este curso del Instituto de
Espaa. A continuacin se elaboran los anlisis de
las exploraciones pendientes: una teora de la vida
colectiva, con la prdida de la conciencia histrica
del hombre contemporneo, la psiquiatra, el poder
y la poltica (con los problemas de la libertad y de
las libertades), la psicologa, ciencia que Maras
describe con gracia coloquial: En Espaa los psi-
clogos profesionales eran cuatro gatos.
La leccin acaba con un problema bsico: el
hombre es mortal, es un muriturus; no es la nica
cuestin, como quera Unamuno, pero s el pro-
blema ms importante porque es un problema in-
evitable. Propone Maras a sus oyentes entender
la muerte desde la vida.
Este curso, para m que he sido un oyente privile-
giado a distancia, me ha permitido, gracias a la es-
critura, recuperar la claridad y el pensamiento de
Maras en su oralidad y en su profunda exposicin
que tantos recuerdos me han evocado.
El estilo de Maras como
conferenciante es directo, vivo
() Salpicado de llamadas de
atencin a los asistentes () y
de observaciones coloquiales
43
E N S AYO S
La Biblioteca y la mesa de
trabajo de Julin Maras
ANTONIO BONET CORREA
DIRECTOR
REAL ACADEMIA DE BELLAS ARTES DE SAN FERNANDO
E
l Instituto de Espaa, en el cual es-
tn integradas las ocho Reales Aca-
demias espaolas, actualmente rinde
homenaje al miembro ms antiguo de
ellas. En el ao 2004 el filsofo Julin
Maras, que haba ingresado en la Real Academia
Espaola, era el acadmico con mayor antige-
dad. Julin Maras, de noventa aos de edad, a
causa de su mala salud no poda asistir al acto de
homenaje que en principio tendra lugar en la bi-
blioteca del Instituto de Espaa, sita en el antiguo
edificio de la Universidad Central de Madrid en
la calle de San Bernardo. De ah que la Mesa del
Instituto de Espaa decidiese el hacer la entrega
del diploma y una bandeja de plata conmemorati-
va en el domicilio particular de Julin Maras en
la calle de Vallehermoso, n 34.
La maana del 16 de diciembre de 2004 toda la
Mesa del Instituto de Espaa, dentro de la cual yo
me encontraba, fuimos a la casa de Julin Maras
que nos recibi con gran cortesa y amabilidad.
El acadmico Jos Luis Pinillos fue encargado de
glosar la carrera y hacer el elogio de los mritos
del homenajeado. Al final del acto al fotgrafo que
no haba cesado de retratar a Maras y los dems
presentes yo le ped que hiciese una toma de vista
del frente del despacho en que nos encontrbamos.
El resultado fue magnfico y creo que merece ser
ahora reproducida. Se trata de la mesa de trabajo
y parte de la biblioteca de un intelectual y lector
infatigable. Es el mbito habitual e ntimo de un
pensador que pasa la mayor parte de las horas de
su vida rodeado de libros y papeles, de fotografas,
pinturas, grabados y retratos de sus maestros y fa-
miliares. Lo asombroso es el desorden y la acumu-
lacin de volmenes, encuadernados y en rstica,
muy bien colocados en los anaqueles y estanteras
y otros, en cambio apilados los unos sobre los otros
sobre las sillas, las mesitas supletorias o sobre el
suelo. Interesantes son los cuadros de paisaje y
sobre todo las efigies de Unamuno, dibujada por
Velzquez Daz o la fotografa de Ortega y Gasset y
el retrato de su mujer Dolores Franco. Muy curioso
es el mueco de cartn piedra que representa a
Maras y que se encuentra colocado en el centro
de la mesa del escritorio, el lugar en donde l es-
cribi sus numerosos textos y libros de pensador y
literato. Figura enana, de traje gris y con corbata,
por su enano tamao recuerda el tipo de persona-
jes histricos y artsticos realizados por el valen-
ciano Equipo Crnica.
Mucho se podra comentar a propsito de esta fo-
tografa. Tambin podra compararse con las foto-
grafas de bibliotecas de otros escritores del siglo
XX y coetneos como la de Guillermo Cabrera In-
fante sentado frontalmente delante un macizo muro
atestado de libros en su casa de Londres o la de
Soledad Purtolas, novelista y acadmica que se
retrat en su mesa de trabajo para ilustrar una en-
trevista en Babelia, El Pas, la cual haca la Apolo-
ga del desorden de la biblioteca. Tambin podra
traerse a cuento los cuadros del pintor Miquel Bar-
cel en los cuales se auto representa inmerso en la
lectura de un mar de gruesos y aplastantes tomos.
44
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
Ahora bien, quien mejor puede ilustrar el mundo
ntimo y secreto de una biblioteca y mesa de tra-
bajo de un escritor es precisamente el novelista
Javier Maras, hijo del filsofo y Dolores Franco y
hermano de otros conocidos intelectuales posee-
dores a su vez de otras bibliotecas especializadas
en Arte y Msica. Una fotografa muy reproducida
es en la que vemos a Javier Maras de pie junto a
su mesa y la estantera en la que se ven muy or-
denados y puestos en su correspondiente lugar los
volmenes que ha ido utilizando o leyendo al cabo
de los aos Javier Maras. Nacido entre libros,
afirma que en la casa de sus padres, stos nacan
de un da para otro y andaban sueltos en espera
de que se acomodasen, y a la vez confiesa que l
personalmente siente la imperiosa necesidad de
orden y catalogacin de su biblioteca que sobre-
pasa ms de 25.000 volmenes.
Jess Marchamalo, al cual el poeta Antonio Gamo-
neda, bautiz como el inspector de bibliotecas,
estoy seguro que estar encantado con la publica-
cin de la presente fotografa de la habitacin de
trabajo de Julin Maras. Tambin lo estar Sole-
dad Purtolas que piensa que los libros de su bi-
blioteca ms ledos y ms usados son en suma los
ms difciles de localizar. Personalmente yo opino
que a partir de una cierta edad, ms bien avanzada
y cuando muchas te envan a diario gran cantidad
de libros no sabes dnde colocarlos y muchos aca-
ban por atosigarte. Entonces haces lo mismo que el
personaje de la novela Silvestre Paradox que segn
Po Baroja tena una caseta para guardar sus libros
y cuando ya no poda entrar en ella por la acumu-
lacin de libros los arrojaba por una ventana que
haba dejado abierta con el fin de echar por ella los
ltimos volmenes que haba adquirido.
En el fondo la cuestin de qu hacer con los libros
es resolver algo como la cuadratura del crculo. El
sueo sera tener una biblioteca de dos pisos con
un corredor alto como la que tena el Marqus de
Lozoya en su casa familiar de la calle del General
Ora. No solo se poda acceder al corredor alto
lleno de libros por una escalera de caracol, sino
que adems el Marqus tena a su disposicin un
bibliotecario de avanzada edad y muy delgado,
vestido con una bata blanca, de color y textura de
papel de fumar. Ahora bien, en nuestros tiempos
este tipo de biblioteca y bibliotecario es algo as
como imposible para todos los que en el caso de
Julin Maras viven en un piso de normales di-
mensiones. Al final lo difcil para un particular de
medianos recursos es cmo acomodar los libros y
saber encontrar los ejemplares que en un momen-
to dado se necesitan para releerlos o utilizar su
contenido. Lo mejor entonces es olvidarse de los
que se tienen en casa y acudir a una biblioteca
pblica, aunque se corra el riesgo de que no figu-
re en su fondo bibliogrfico.
Biblioteca de Julin Maras
45
E N S AYO S
Literatura y precisin
(a propsito de reflexiones de
Julin Maras)
HELIO CARPINTERO
DE LA REAL ACADEMIA DE CIENCIAS MORALES Y POLTICAS
E
ntre las muchas frases literariamente
felices que Ortega y Gass.et acu y
luego han rodado por nuestros mun-
dos de la letra impresa, figura aquella
de sus das juveniles, cuando aspira-
ba a promover una cultura basada en la compe-
tencia y el rigor en los comienzos del siglo XX, y
que formul en forma de una cerrada opcin: O
se hace literatura, o se hace precisin, o se calla
uno (Ortega, O. C., I, 200).
Se lo ha citado, en ocasiones, para desvalorizar
la primera, en beneficio de la precisin y el ri-
gor. Estos no seran sino los nombres de bata-
lla con que se presentara la ciencia, esto es, el
conocimiento efectivo y eficaz acerca del mun-
do natural en que nos encontramos situados, y
sobre el cual se asienta toda la tcnica que ha
hecho posible los niveles de poder y de bienes-
tar que hoy alcanzan a buena parte de las socie-
dades actuales, y que adems, juzgamos que es
de justicia que accedan a ellos todos nuestros
contemporneos. La falta de las tcnicas sani-
tarias, de control de poblacin, de produccin
de alimentos y eliminacin del hambre y de la
pobreza, que todava imperan en muchos pases,
es, como alguna vez dijo Julin Maras (Maras,
1979, 15), no simplemente una carencia o falta,
sino una verdadera privacin, respecto de unos
bienes a los que el hombre y la mujer del siglo
XXI creemos que tienen derecho por el hecho de
ser personas a esta altura de los tiempos.
El respeto, e incluso la admiracin por la ciencia,
no es una cosa cientfica, sino ms bien literaria.
Se refiere a nuestros sentimientos y emociones,
ahora referidos al saber y la cultura. Al promover,
desde ellos, una defensa de ciertas polticas y ac-
titudes sobre la vida actual y su nivel de tecnici-
dad, se busca dar cumplimiento a un cierto ideal
de humanidad, a una idea del valor de la persona,
y de su puesto en el mundo, y por lo tanto, se aspi-
ra a lograr la creacin de un clima moral que mo-
vilice los esfuerzos en la direccin que estimamos
justa. Y de esa tarea, ya no se ocupa la ciencia;
antes bien, ha de hacerlo el hombre mediante su
defensa y su propaganda, esto es, con literatura.
Ortega, naturalmente, al establecer aquella opcin
reconoca a ambos trminos el derecho a existir.
E impona, aparentemente, una separacin que l
mismo iba a ser el primero en desobedecer. Pues,
en efecto, su pensamiento ms terico y riguroso
ha ido siempre vertido en un lenguaje de calidad
esttica insuperable, tanto que, en algn momento,
hubo l mismo de inquietarse por la posible des-
atencin de sus lectores hacia el fondo de su pen-
samiento, distrados por los brillos de su literatura.
Se aspira a lograr la creacin de
un clima moral que movilice los
esfuerzos en la direccin que
estimamos justa
46
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
Julin Maras, admirable analista de las cosas hu-
manas, advirti muy pronto el singular lugar que
la obra literaria, o cierto tipo de obras al menos,
tena para el proceso mismo del pensamiento. Sin
calidad literaria, la obra de pensamiento corre-
ra el riesgo de quedarse sin conseguir un ltimo
efecto comunicativo sobre el lector. La forma, en-
tonces, impedira el logro de una efectiva com-
prensin por parte del lector o del oyente. Y esto
vendra incrementado por el hecho de poderse
verter el pensamiento en mltiples gneros litera-
rios, desde el dilogo platnico hasta la biografa
o el tratado escolstico. Pero, ms importante que
todo eso, es el hecho de que la literatura lleva en
s una carga de significados, un contenido semn-
tico, que no puede faltar a la hora de pensar sobre
los hechos humanos. Y desde su experiencia filo-
sfica y antropolgica, alcanz a advertir el sen-
tido hondo que aquella tiene al estar iluminando,
directa o indirectamente, la reflexin del hombre
sobre su vida y su mundo.
La filosofa de Ortega haba hecho pie en la rea-
lidad de la vida humana, como objeto central del
anlisis filosfico. Situaba, en efecto, el hecho
indubitable, el comienzo del filosofar, justamente
en el hecho de mi vida - y no la vida cualquie-
ra, sino precisamente la ma, y para cada cual la
suya -. Este es el acontecimiento que aqu y ahora
tiene lugar, enfrentndome a m como sujeto y a
mi circunstancia o mundo como objeto. Y en ese
espacio as creado, es donde puede y tiene que
aparecerme cualquier posible realidad para que
sea tal. Ese acontecimiento, o drama, no est re-
suelto por un sistema operativo como el que posee
el animal; no se soluciona mediante una conducta
dada por una cierta naturaleza; mis sistemas de
respuesta dependen de la estructura del entor-
no, y de las metas posibles que puedo imaginar,
de los modelos que encuentre alrededor, y sobre
todo, de los deseos y afectos que se activan en m,
en contacto con este mundo en derredor. A la vista
de todo ello, he de proyectar un plan de accin,
he de imaginarme a m mismo al modo como se
hace con un personaje literario, y he de hallarme
positivamente movido a su realizacin, de modo
ms o menos ilusionado, confiado, creativo, cono-
cedor y seguro de s. No puedo vivir, dice Maras,
sin inventarme como personaje (Maras, 1975,
189). Y esto, en cierto modo, es tener que hacer
literatura.
La filosofa de Ortega, ya lo he dicho, centr su
atencin sobre la vida humana. Pero sobre esa
misma vida vena tambin meditando y escribien-
do don Miguel de Unamuno, que buscaba captar
el drama nuclear de la existencia a travs de sus
ficciones, en particular sus novelas o nivolas,
dramas reducidos a los conflictos y tensiones
entre sus personajes, sin paisaje, apenas sin his-
toria, sin todo lo que consideraba paja narrati-
va, para quedarse con el drama ntimo vital de
aquellos, que era lo nico que le interesaba. De la
conjuncin de ambas dimensiones, una filosofa
de y sobre la vida, por una parte, y una literatura
igualmente enfocada sobre el drama existencial
de los personajes, Maras acert a extraer la quin-
taesencia de la cuestin: la idea de una novela,
una literatura, que prestaba transparencia y clari-
dad sobre la vida humana, y que se converta, por
tanto, en procedimiento metdico para la explora-
cin de esta ltima. Lo llam la novela como m-
todo de conocimiento. Ya en uno de sus ensayos
primeros, aprovech la idea para caracterizar la
novela unamuniana como novela existencial, tan
pronto como en 1938, casi antes de que hubiera
existencialismo por el mundo (Maras, O. V, 290);
y comprendi, de inmediato, que la literatura, o
cierta literatura, era justamente un mtodo riguro-
so, que estaba por tanto dotado de su propia pre-
cisin, y no contrapuesto a ella, porque alcanzaba
a captar cualitativamente de ese modo el objeto
que interesaba a la nueva filosofa de la vida en
su discurrir. Atribuy a Unamuno ese mrito, y
vio desde ese ngulo la contribucin de aquel a la
comprensin del hombre mismo.
Cuando se ve al hombre desde la literatura, se
cruzan varios niveles que convendra diferenciar
con claridad. Hay uno, detectable de inmediato,
que es el mundo de la ficcin novelesca, como
va de creacin de personajes. Este aporta una
experiencia esencial a la tarea de proyeccin de
la propia existencia. Otro es el de la exploracin
imaginaria de situaciones, bien creativamente
fingidas unas, o bien experiencialmente acua-
das otras, que amplan el saber acerca de la per-
sona como tal. La novela, singularmente la nove-
la realista, y las memorias o relatos histricos o
historizados, tendran aqu su lugar (Maras, O.
La literatura lleva en s una carga de
significados, un contenido semntico,
que no puede faltar a la hora de
pensar sobre los hechos humanos
47
E N S AYO S
V, 530). Es la literatura que nos ensea e infor-
ma; este rol docente ha sido reconocido desde los
primeros tiempos. Los poemas homricos fueron,
ya en sus das, instrumento pedaggico esencial,
como tambin lo fue a su modo la literatura b-
blica y sapiencial.
Existe, adems, la funcin de la literatura como
va para la excitacin y activacin de las dimen-
siones sentimentales. Ms que la palabra como
conocimiento, importa como vehculo emocional,
instrumento operativo sobre las dimensiones afec-
tivas de la persona. Y, en fin, simplificando mu-
cho las cosas, no olvidemos que hay tambin en la
literatura una funcin de identificacin y presen-
tacin de una determinada sociedad, interpretada
y clarificada desde la visin de sus autores crea-
dores, que crea a su vez una tradicin, recoge mo-
dos de vida, costumbres, y, en ciertos casos singu-
lares, ofrece un repertorio de personajes o figuras
de valor simblico, con el que tales sociedades se
identifican y de las que se apropian.
La literatura como expresin de la vida
personal. La novela.
Maras, si bien filosficamente ha llegado a iden-
tificarse con la concepcin de la razn vital que
Ortega concibiera, ha recibido igualmente un pro-
fundo impacto de la enorme personalidad de Una-
muno, de cuyas inquietudes acerca de la persona,
el amor y la muerte se sinti, sin duda, muy afn.
Ya me he referido hace un momento a su influen-
cia sobre la idea de Maras acerca de la novela
como mtodo de conocimiento.
Unamuno, en efecto, interesado muy vivamente
por la condicin mortal de la vida humana, y ms
precisamente, por el hecho de su propia condi-
cin de ser mortal, abocado a la posible desapa-
ricin de su realidad ms ntima, necesit dar
cuerpo a sus tensiones y temores, a travs de los
dramas de sus personajes de ficcin, al tiempo
que reflexionaba sobre la novela de su vida,
y tambin la de sus lectores, esto es, la nove-
la que es la vida de cada uno de ellos - como
escribi en Cmo se hace una novela (1927,54).
Por buscar iluminacin sobre la propia existen-
cia, y sobre la ntima estructura de sus mltiples
personajes -Abel Snchez, don Avito Carrascal,
Augusto Prez, el innominado jugador de aje-
drez cuya desaparicin dejara tan hondo hueco
en el espritu del novelista, tantos y tantos nom-
bres del universo unamuniano- imagin esas
vidas, y con ello fue tropezando inevitablemente
con las piezas de que est hecha la vida perso-
nal: deseos, aspiraciones, sentimientos, temores,
envidias, convicciones, y los encuentros, espe-
ranzas, pasiones vividas por cada personaje en
su relacin con sus otros semejantes. Esa novela,
llega a decir Maras, es existencial (Maras, O.
V, 296), porque no busca intimidades psicolgi-
cas, ni circunstancias sociales, ni paisajes en que
los personajes se pierdan o se encuentren, sino
que trata de mostrar quin es el protagonista, y
qu es ser ese protagonista que ejerce un pro-
tagonismo en la existencia, y que aspira a ser, y
a no morir, para no dejar nunca de ser. Llamar
a los personajes agonistas, es decir, luchado-
res, que se van dando su propia realidad.
Qu ofrece ese mtodo al pensador que trata de
explorar la vida humana? (Maras, O. V, 489 ss.).
Lo diremos en pocas palabras: primero, un re-
sumen de lo que la vida es, y de lo que es en su
concrecin, no tanto conceptual, sino imaginativa
y representacional. En esa representacin, no obs-
tante, los problemas y las tensiones estn traduci-
dos a palabras, y por lo tanto, de alguna manera
estn clarificados, conceptuados, interpretados.
En ocasiones, los cuadros que la novela ofrece son
imaginarios, nuevos, aunque verosmiles, posibles
y por lo mismo, susceptibles de ser comprendidos
en su plena significacin, hasta poder alcanzar un
valor propiamente mtico. Cmo no comprender
que un caballero enloquecido se arroje a combatir,
lanza en ristre, contra los molinos de La Mancha?
Qu explicacin adicional puede necesitar esa
imagen literariamente perfecta? En ella la locura
y la realidad estn indisolublemente enlazadas, y
compenetradas, y el lector, que nunca vio ni espera
ver tal espectculo, lo comprende ntegramente.
Unamuno necesit dar cuerpo a sus
tensiones y temores a travs de los
dramas de sus personajes de ficcin,
al tiempo que reflexionaba sobre la
novela de su vida
Los poemas homricos fueron, ya en
sus das, instrumento pedaggico
esencial, como tambin lo fue a su
modo la literatura bblica y sapiencial
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C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
La novela, dice Maras, es narracin circuns-
tanciada (Maras, O. V, 531). Es literatura, es
narracin, es palabra que aporta emocin y sen-
tido, pero lo es en su funcin de relato presen-
tativo de una circunstancia en la que acontece
un drama vital, o, lo que es igual, de un drama
personal que tiene lugar en su mundo y en re-
lacin con cuanta realidad le rodea. Bien cierto
que ello sucede de modo virtual, de una manera
que permite al lector instalarse en ese mundo y
comprender el sentido vital de lo que su imagi-
nacin lectora le representa.
Hay en toda esa operacin, dice Maras, un cierto
canon o metron, que es el criterio de verosimili-
tud. La narracin, la de la novela, por supuesto,
pero tambin aquella otra que el cine ofrece, den-
tro de sus parmetros propios, - que sin embargo
son hasta cierto punto traducibles entre s: innu-
merables novelas se han vuelto pelcula, y algu-
na pelcula ha sugerido pginas novelescas -, la
narracin, repito, ha de resultar creble. Dados
unos supuestos de lo que es real y posible en cada
mundo, ciertos acontecimientos pueden tener lu-
gar, sern compatibles, y otros, en cambio no. Los
lmites, enormemente variables, crean sin embar-
go espacios vitales estables y configurados, sea el
propio del Lazarillo, el de Lzaro y su ciego amo,
o el de Harry Potter, donde lo admitido y lo ex-
cluido es bien distinto en cada caso, pero tambin
segn reglas. Es un juego la novela, dice Maras,
y como todo juego, no puede hacerse sin reglas.
Pero al lector que asume la perspectiva de cada
novela, de cada historia, se le abren en cada p-
gina experiencias nuevas; experiencias vicarias,
si se quiere, que no se traducen inmediatamente
en comportamientos reales, pero que en cualquier
momento pueden convertirse en gua de la propia
vida - resolviendo una situacin embarazosa, su-
giriendo una frase feliz o simplemente aumentan-
do nuestro saber acerca de lo que los hombres y
las mujeres hacen o pueden hacer y ser.
La literatura de la emocin
El fundador de la psicologa, Wilhelm Wundt, a
fines del siglo XIX, se daba cuenta de que nuestra
vida mental se construye a partir de dos elementos
distintos pero siempre combinados: las sensacio-
nes y los sentimientos. Las primeras nos presentan
cualidades de las cosas, y por as decir, nos infor-
man de lo que aquellas son; los sentimientos, en
cambio, nos representan el agrado o desagrado, el
valor positivo o negativo mayor o menor que para
nosotros tienen aquellas informaciones sentidas.
El mundo nos afecta, porque estamos abiertos a
l; y nos altera, de modo que a veces potencia,
y en ocasiones deprime, nuestro modo de encon-
trarnos. Nuestras experiencias, pues, vienen en-
vueltas en una cierta tonalidad sentimental, que
refleja o expresa nuestra dinmica vital.
No lo dice as Maras, pero, en mi opinin, no
est lejos de pensarlo. Quitada cuanta psicolo-
gizacin de la vida pudiera haber en esas ex-
presiones, l mantiene que vivimos desde un
determinado temple, esto es, desde una cierta
manera afectiva, dinmica, que al mismo tiem-
po es cualidad y es nivel. Experimentamos las
situaciones, como positivas o negativas, como
agradables o desagradables, y eso siempre con
mayor o menor intensidad, y desde ah senti-
mos, comprendemos y reaccionamos. La natura-
leza proyectiva y futuriza de la persona, condi-
cin en que tanto ha insistido en sus reflexiones
antropolgicas, naturalmente conlleva no slo
un punto de apoyo, o base, desde donde pro-
yectarse, que es siempre una base situacional y
circunstancial, sino tambin una dinmica que
se halla a cierto nivel, esto es, segn cierto tem-
ple, o talante, y que resulta afectada por las
presiones y acciones del entorno sobre el sujeto.
Aranguren, en su tica -con fuertes influencias
heideggerianas- acentu la importancia existen-
cial de ese estado del alma o talante con
que cada uno hace frente emocionalmente a sus
situaciones (Aranguren, 1958, 289 ss.). En cada
caso, el sujeto queda modificado afectivamente,
teniendo ah su origen las alteraciones del tem-
ple. Aquella base, y esta dinmica, las rene
Maras en su idea de una instalacin vectorial,
a que tantas veces se ha referido en sus obras de
madurez (Maras, O. X, 157 ss.); en ese concep-
to vendran a reunirse a un tiempo creencias,
afectos, metas, factores todos que convergen en
el acto de proyectar nuestro vivir. El temple, a
mi ver, vendra a representar el aspecto afectivo
y dinmico de esa instalacin.
Precisamente una de las vas o medios con que
se modifica la situacin afectiva del sujeto es
el lenguaje. A travs de las construcciones
Es un juego la novela, dice Maras,
y como todo juego, no puede
hacerse sin reglas
49
E N S AYO S
literarias se llega a influir emotiva o sentimen-
talmente en el lector u oyente que llega a co-
nocerlas. Desde hace siglos lo han mostrado los
tratadistas de retrica, comenzando por Aris-
tteles. Ello ocurre en las distintas facetas de
la vida -el valor, la dignidad, la gravedad de
la vida- pero muy especialmente en el amor
y la intimidad. La interpretacin potica del
amor, comenta Maras a propsito de la obra
de Bcquer, (Maras, 1975,68) influye decisi-
vamente en la realidad amorosa de cada socie-
dad. Las imgenes, las calificaciones del amor,
el clima emocional en que se vive ese sentimien-
to, a travs de los modelos poticos, modula los
comportamientos individuales y los sentimien-
tos de quienes lo experimentan; y ello puede
darse tanto desde un polo de platonismo o de
amor corts, como desde el erotismo ms des-
carnado. En su libro La educacin sentimental,
hay una larga serie de exploraciones del senti-
miento y la afectividad humanos en relacin con
la literatura, y ah se recuerda que la poesa
lrica condiciona, antes de [lase que] la re-
presentacin de la vida humana, su tonalidad ,
su temple, singularmente el temple amoroso de
la existencia (Maras, 1992, 233). Exaltacin y
moderacin, apasionamiento, melancola, aba-
timiento, regocijo, y tantos ms son modos de
darse esa instalacin dinmica. En particular, la
relacin amorosa, que en tantos casos complica
una interaccin sexual entre los enamorados, es
relacin entre personas, y se hace con palabras,
desde una lengua amorosa que, en gran parte,
es la vigente en la sociedad concreta dentro de
la que aquellos se hallan. Ese lenguaje, reque-
rido como cauce para la relacin interpersonal
en que el amor consiste, se ha nutrido y lo sigue
haciendo de invenciones literarias cuando stas
sintonizan con el temple dominante en el mundo
social, segn las pocas.
La literatura, o determinadas obras literarias al
menos, inciden sobre ese temple, y crean una
educacin sentimental, una modulacin afec-
tiva en quienes quedan sometidos a su influen-
cia, de modo que sus afectos y sentimientos se
tornan en resonadores de la sentimentalidad
inyectada por los autores que las han creado.
Con ello, a travs de las experiencias virtuales
literarias, se va reordenando el mundo emocio-
nal de una sociedad. De ah la importancia de
que haya una literatura en vigor, y que potencie
adems los sentimientos positivos y humaniza-
dores. No se le ha pasado por alto a Maras el
hecho de que nuestra poca viene haciendo cre-
cer generaciones que ya no poseen en su memo-
ria personal un tesoro potico propio literario,
como era antes relativamente frecuente; pero no
es menos cierto que esa riqueza personal poti-
ca cobra en nuestros das la forma del tesoro de
canciones -de grupos clsicos, de cantautores,
de cantantes folk, etc.- que cumplen una fun-
cin parecida aunque no idntica. En efecto, la
poesa se evoca mediante recitado, que es una
actividad muy distinta de la de cantar o tararear
una cancin; en el mundo acadmico es normal
citar unos versos en medio de una conferencia,
pero lo es mucho menos recitar la letra de una
cancin, y todava menos tararearla en un mar-
co cultural al uso.
La literatura de que la vida se aprovecha va liga-
da indisolublemente a una lengua, y a la mayor
o menor variedad de registros que sta posee. La
lengua, cada lengua, cumple la funcin esencial
de 'decir', de expresar una intimidad y de referir
y organizar las experiencias vividas (Maras, O.
X, 188) Al tiempo que instala en una cultura y
permite la insercin en una comunidad humana,
da claridad sobre uno mismo y ofrece una varie-
dad de posibles registros o temples desde los
que expresarse e interpretarse. La enorme fuerza
moduladora del lenguaje interior de la persona,
hace que, segn dicen algunos psiclogos, que-
pa afirmar que las palabras llegan a mantener
prisioneros dentro de sus redes a los individuos,
prisioneros y vctimas de su condicionamiento
verbal, en lugar de liberarles para permitirles
una abierta comprensin del mundo (Hayakawa,
1969, 35). Y para todo terapeuta hoy da resulta
esencial modificar ese lenguaje de sus pacien-
tes, como requisito para una intervencin eficaz
sobre su mente y su personalidad.
A travs de las construcciones
literarias se llega a influir emotiva
o sentimentalmente en el lector
u oyente que llega a conocerlas
A travs de las experiencias virtuales
literarias, se va reordenando el
mundo emocional de una sociedad
50
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
Precisamente la lengua espaola abre un cam-
po inmenso de creatividad humana y de mo-
delos posibles para los distintos temples. Ha
hecho posible el surgimiento de una literatura
de enorme riqueza, convertida en un instru-
mento esencial para la comprensin de la vida
humana, y para la proyeccin personal. Maras
ha subrayado la honda continuidad inteligible
de nuestra lengua, a lo largo de siglos. Des-
de hace ms de ocho siglos (Cantar de Mo Cid)
hay una lengua inequvocamente espaola, en
la cual nos reconocemos (Maras, 2000, 289),
y en las Coplas de Jorge Manrique est ya el es-
paol actual. Esto hace, correlativamente, que
las fronteras de nuestro campo lingstico sean
histricamente de un radio enorme, mayor que
el que poseen otras lenguas europeas, de modo
que el lector hispano tiene a su alcance un sin-
gular espesor histrico, que le permite entender
experiencias vitales muy distantes en el tiem-
po y localizadas en contextos histricos muy
diversos los romances, Garcilaso, los dramas
del Siglo de Oro, el romanticismo- . Hoy se
cierne sobre todo ello un peligro colectivo: la
amenaza de un primitivismo lingstico en las
generaciones ltimas, que no dejar de tener
consecuencias sobre las personalidades de esos
hablantes. Cualquier diseo de ordenamiento
educativo debiera tenerlo en cuenta.
Literatura y nacin
Un tercer aspecto esencial a la hora de apre-
ciar el valor de una literatura es, a juicio de
Maras, la honda vinculacin que ella tiene con
la imagen vigente de una sociedad, y el modo
como sta se interpreta y se proyecta. Enten-
demos los pueblos o las pocas en la medida
en que nos han dejado una ficcin adecuada,
que los documentos no pueden suplir (Ma-
ras, 1975, 188-9). Y aade: El Romancero,
el Teatro clsico, la Novela del Siglo de Oro,
han sido los instrumentos ms fuertes para la
constitucin de Espaa como sociedad, como
Nacin, los que han permitido que los espao-
les se reconozcan y proyecten como tales espa-
oles (Ibid.).
La existencia de un fondo comn de experiencias
e historias contadas, de personajes consabidos, de
modelos ejemplares a que referirse en el curso de
la vida, une a los individuos y los hace solidarios
de una empresa colectiva compartida. Ramiro de
Maeztu reconoci el valor identificador que para
nuestro pueblo tienen las figuras de don Quijote,
don Juan y la Celestina, todas ellas acompaa-
das de sus correspondientes crculos literarios,
con Sancho, Melibea, Calixto o doa Ins, por lo
menos. Son figuras, deca Maeztu, que no nos
cuentan una fbula extraa, sino una realidad o
una posibilidad de nuestra propia vida, con lo que
remueven nuestros propios problemas (Maez-
tu, 1945,18). Singularmente el doble modelo de
don Quijote y Sancho, vinculados de modo inse-
parable entre s, ha alcanzado a convertirse en un
identificador, eso que ahora llaman una marca,
de la realidad espaola; a ellos hallamos referen-
cia en pueblos y culturas prximos o lejanos, con
ellos encontramos concretada la comprensin de
lo que ha sido histricamente nuestro pas. Me-
rece aqu un recuerdo el Museo de don Quijote
que se mantiene en Guanajuato (Mxico), porque
testimonia con eficacia acerca de esa expansin
de la figura mtica del hidalgo manchego por las
ms variadas culturas y paisajes. Y ello aunque,
naturalmente, la presencia cuantitativa del qui-
jotismo en la sociedad actual resulte ms que
problemtica, si se trata de aforarla.
El peso y el valor literario en el proceso de na-
cionalizacin de las vidas individuales resultan
indiscutibles. A travs de la formacin, particu-
larmente la enseanza bsica que los ciudadanos
reciben en su infancia, ha sido mil veces reco-
nocido por los educadores y maestros la funcin
nacionalizadora de ciertos contenidos literarios
al obrar sobre las mentes individuales. Cabra ha-
blar de un injerto de esos valores literarios en las
vidas individuales de los escolares. La incorpora-
cin de ciertos mitos o prototipos literarios, cuando
se hace con eficacia, inyecta nuevas posibilidades
de estimacin y de imaginacin proyectiva en las
mentes que los reciben. Y, correlativamente, los
intentos de dirigir la orientacin de los espritus,
de acuerdo con polticas determinadas, han soli-
do ir acompaadas de cambios en esos modelos.
La literatura, tantas veces desatendida o preterida
por los educadores que ordenan y disponen de la
El lector hispano tiene a su alcance
un singular espesor histrico, que le
permite entender experiencias vitales
muy distantes en el tiempo
y localizadas en contextos
histricos muy diversos
51
E N S AYO S
formacin de nuestros escolares, es, como bien lo
saben ciertos grupos polticos, un instrumento de
primer orden en la formacin de las mentalidades
juveniles, algo que hemos tal vez descuidado en
exceso en nuestra democracia nacional.
Conclusin
Nos movemos en un ciclo cultural que ha hecho
de la ciencia y la tcnica, y muy en particular de
las tcnicas de la informacin, una pieza clave
en la formacin educativa de las jvenes genera-
ciones. Las nuevas tecnologas de la comunica-
cin y la informacin han promovido a primera
lnea un lenguaje descriptivo y objetivo, en que
los valores tradicionalmente considerados litera-
rios -la emocionalidad, la riqueza de imgenes,
la metfora- tienen muy poco espacio, e incluso
la lengua se adelgaza hasta formas inverosmiles
en el mundo de la comunicacin electrnica.
Se ha ido reduciendo en ese sentido, el valor y
sentido de las humanidades, en un tiempo en que
los elementos tecnolgicos tienden a suplantar
aquellas, y donde el mundo emocional refuerza
sus dimensiones somticas y pulsionales, y el
sentimiento tiende a dejar paso a las sensaciones
orgnicas, de toda ndole. Y sin embargo, es a
travs del temple o talante, es gracias a los sen-
timientos como se va configurando el amor a una
vocacin, el sentido de identidad, el respeto a la
verdad, la justicia, o la belleza, valores que tien-
den a brillar en una atmsfera de conocimiento,
de respeto y de estimaciones tornasoladas, que
perciben la complejidad y requieren la discrimi-
nacin de matices y diferencias.
No es seguro que se pueda hacer sin ms buena
literatura con serios deseos de contribuir a la for-
macin personal y humana de los lectores. Con
buenos sentimientos, ha dicho Andr Gide, se
hace mala literatura. Pero es haciendo literatura
sobre la vida humana, desde las perspectivas irre-
ductibles de los innumerables creadores, como se
va constituyendo el tesoro de experiencias ilumi-
nadas por la palabra y enriquecidas y organiza-
das por la imaginacin. Y puesta en su relacin
con esa vida, es como aquella termina por cum-
plir una de las ms altas funciones que le pueden
caber: la dinamizacin de la autenticidad. A ello
contribuye con la presentacin de posibles vidas
y situaciones imaginarias, con la ampliacin del
repertorio de los fines y metas deseables en una
poca, y con la recreacin del lenguaje amoroso y
de la reflexin ntima, con que se construye toda
existencia. La literatura, en una palabra, no hace
perder el tiempo, sino que enriquece nuestra per-
sonalidad, y con ello la vida misma. No se opone,
pues, la literatura a la precisin; antes al contrario,
necesitamos una literatura que exalte la precisin
y la autenticidad, como elementos esenciales para
la construccin de la vida de cada cual.
BIBLIOGRAFA
Aranguren, JL. (1958) tica, Madrid, Revista de
Occidente
Hayakawa, S. (1969) Smbolo, status y personali-
dad, Barcelona, Sagitario
Maeztu, R. de (1949) Don Quijote, don Juan y la
Celestina, Madrid, Espasa Calpe
Maras, J. (1958) Obras, Madrid, Revista de Occi-
dente, 10 vols. (cit. O.)
Maras, J. (1975) Literatura y generaciones, Ma-
drid, Espasa Calpe
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cias, Madrid, Espasa Calpe
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drid, Alianza
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Ortega y Gasset, J. (2004) Obras completas, Ma-
drid, Taurus
Unamuno, M. de (1927) San Manuel Bueno, mr-
tir: cmo se hace una novela, Madrid, Alianza
Editorial
La literatura es un instrumento de
primer orden en la formacin de las
mentalidades juveniles
La literatura no hace perder el
tiempo, sino que enriquece nuestra
personalidad, y con ello la vida misma
53
E N S AYO S
La ilusin de la vida personal
JESS CONILL SANCHO
UNIVERSIDAD DE VALENCIA
I
mportancia de la cuestin de la per-
sona
El tema de la persona tiene una importancia
innegable y el propio Julin Maras as lo
expresa con claridad meridiana: El tema
de la persona es de los ms difciles y elusivos
de toda la historia de la filosofa
1
. Adems, si la
filosofa ha de ejercitarse desde el contexto en
que se vive, es de enorme urgencia pensar acer-
ca de la persona, debido a la tendencia creciente
en nuestras sociedades a la despersonalizacin.
Julin Maras ya detect la distancia que existe
entre lo que la conciencia y el lenguaje posibili-
tan para determinar lo propio de la persona y las
vigencias sociales efectivas, que tienden a difu-
minar lo ms autnticamente personal. Y esta si-
tuacin no ha hecho ms que agravarse, debido
a la proliferacin de interpretaciones que han
minado la nocin de persona
2
, hasta casi hacerla
desaparecer del horizonte de la vida colectiva, lo
cual constituye uno de los errores maysculos
de la historia occidental
3
. Por tanto, no ha he-
cho ms que aumentar la urgencia e importancia
de la reflexin sobre las posibilidades reales que
hay en nuestras sociedades de desarrollar una
autntica vida personal.
No obstante, lo que le sorprende a Maras es
que, siendo la persona humana la realidad ms
importante de este mundo y a la vez la ms
misteriosa y elusiva
4
, haya sido desatendida.
Seguramente la causa estriba en la dificultad de
encontrar el mtodo adecuado para dar con las
categoras que permitan formular el problema
sin desvirtuarlo; es decir, encontrar la perspec-
tiva desde la que descubrir el modo de realidad
que es la persona.
En cambio, segn confesin del propio Maras, el
problema de la persona le ha acompaado a lo lar-
go de toda su vida. Aparece ya en su primer ensa-
yo, San Anselmo y el insensato (1935), donde la
clave se halla en la vinculacin de la argumenta-
cin de San Anselmo con su propia intimidad per-
sonal, pues el argumento se funda en el hombre
mismo, recogido en su mente, que tropieza con
Dios. Prosigue en su trabajo sobre la filosofa del
P. Gratry (1941), donde aparece temticamente el
problema de la persona, ya desde el mismo ttulo:
"La restauracin de la metafsica en el problema
de Dios y de la persona". Todava ms, en su li-
bro Miguel de Unamuno (1943)
5
y en la Introduc-
cin a la Filosofa (1947). De modo especial, con
un nuevo utillaje conceptual, en su Antropologa
metafsica (1970). Y desde entonces, todos mis
libros -afirma Maras- han sido exploraciones de
la realidad de la persona
6
, en todos se pone en
juego la perspectiva personal.
En la ltima etapa de su pensamiento Maras
intensifica su focalizacin en el problema de la
persona
7
, una realidad distinta de la de las cosas,
para la que la lengua establece significativas di-
ferencias entre qu y quin, nada y nadie, cosa y
persona. Pero es consciente de la necesidad de
renovar la concepcin de la persona
8
. No se puede
seguir repitiendo sin ms la frmula de Boecio,
basada en la nocin aristotlica de substancia,
aunque Maras tampoco se conforma con un in-
sustancialismo de la realidad humana. Porque
el hombre no es cosa, ni una coleccin de actos,
ni tampoco un mero fluir fenomnico. En su per-
sistente bsqueda Maras revitaliza la visin de
la persona ya a partir de la experiencia lings-
tica cotidiana, en convergencia con las decisivas
54
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
aportaciones de sus tres maestros, Unamuno, Or-
tega y Zubiri
9
, que instan a pensar la persona, o la
vida personal de quien vive y tambin muere (mo-
riturus), como uno de los problemas ms graves y
apremiantes de la actual metafsica
10
.
El enfoque filosfico de Maras se dirige ha-
cia la recuperacin de lo humano
11
, de lo ms
propiamente humano, que es la vida personal,
enfrentndose a la creciente deshumanizacin
y despersonalizacin, favorecida por una gran
parte del pensamiento contemporneo que ha
tendido a naturalizar y cosificar la persona, ho-
mogeneizando persona y cosa, difuminando la
vida personal
12
.
La peculiar realidad de la persona humana
Si toda la obra de Maras, segn su propia inter-
pretacin, constituye una constante exploracin
de la realidad personal, un momento destacado
lo constituye la sntesis madura que ofrece en su
obra Persona, en la que insiste en la necesidad de
comprender la realidad de la persona humana en
su peculiaridad, porque se trata de la realidad de
alguien, no de algo, que es corprea y est encar-
nada en el mundo. La corporeidad o instalacin
corprea, su encarnacin, es el punto de partida
para comprender realmente al hombre
13
.
Desde ah, desde la facticidad corporal, se descu-
bre que la realidad de la persona es proyectiva y
futuriza, por tanto, se escapa a la irrealidad,
que no ha de confundirse con la arrealidad,
puesto que la irrealidad forma parte de la peculiar
realidad de la vida personal, que tiene una es-
tructura temporal, de carcter dramtico. La vida
humana se encuentra entre dos mundos, el de la
facticidad y el de la irrealidad.
La realidad de la vida personal tiene una for-
ma de realidad distinta de las cosas; no es que
sea una cosa distinta, sino que es una diferen-
te forma de realidad. En consecuencia, carece
de sentido todo naturalismo y materialismo.
Pues la persona nunca est meramente dada:
no se puede decir de ella esto es, porque por
su peculiar estar siendo va a ser (puede lle-
gar a ser), sin un lmite prefijado. La vida huma-
na est abierta radicalmente a la innovacin
y por eso siempre puede rectificar, arrepentirse,
volver a empezar y renacer
14
.
Para comprender la vida personal no basta verla
ni desde fuera, como algo objetivado, ni desde
dentro, como algo subjetivo, sino slo es posi-
ble entenderla, si se descubre que se trata de la
vida de un quin (con su intimidad y su trascen-
dencia fuera de s) que acontece en el mundo.
No es algo que est ah (segn el modo de en-
tender las cosas), sino un acontecer dramtico,
un quin personal, que incorpora en su realidad
dinmica la dimensin de lo irreal. En ella
se despliega la permanencia argumental de una
mismidad imprevisible, problemtica, abismal.
La persona es un arcano, hasta para s mis-
ma, nos dir Maras.
Lo que la condicin arcana significa es que
la realidad personal est siempre abierta, con
posibilidades inagotables, sometida a tentacio-
nes, riesgos y amenazas. De ah que en la vida
personal, segn la circunstancias, se asista a
mutaciones personales, como la vileza, la trai-
cin, la delacin, la aceptacin del crimen y la
maldad (son ejemplos de Maras); pero tambin
hay cambios en positivo, en virtud de experien-
cias vitales regeneradoras, como el arrepenti-
miento y el amor.
Pero esta condicin personal de la vida humana
se puede perder, de ah que pueda hablarse de
despersonalizacin (o de deshumanizacin).
Existen diferentes formas de despersonaliza-
cin: la desilusin, la enajenacin, la maldad...
Estos y otros fenmenos de la vida humana se
han querido explicar exclusivamente mediante
resortes socio-psicolgicos, pero Maras muestra
que en el trasfondo est operando la dimisin
de la condicin personal. Sea por miedo o co-
barda, es fcil dejarse arrastrar y refugiarse en
el gregarismo del rebao
15
.
La vida humana est abierta
radicalmente a la innovacin
y por eso siempre puede rectificar,
arrepentirse, volver a empezar
y renacer
En la vida personal se despliega la
permanencia argumental de una
mismidad imprevisible,
problemtica, abismal
55
E N S AYO S
Cosificacin de la persona por la inter-
pretacin substancial?
Maras empieza a descubrir lo que significa la
persona, y a superar su cosificacin, ya en el uso
pronominal de la palabra yo. Critica la res co-
gitans cartesiana, porque impide pensar la no-
vedad de la persona, al cosificarla y se pregunta
si es posible conservar la nocin de sustancia,
desligndola de la de cosa, a fin de poder pen-
sar innovadoramente la sustancia personal. O
no hay ms remedio que eludir tal categora para
pensar adecuadamente la realidad personal?
Esta reflexin nos conduce a una cuestin funda-
mental: si hemos de renunciar a la interpretacin
sustancialista de la persona y contentarnos con
la funcionalista, o bien se puede seguir com-
prendiendo a la persona como persona sustan-
cial. Maras recuerda que substancia es la tra-
duccin de hypokemenon o de hypstasis (lo que
subyace o est debajo), no necesariamente de ou-
sa. Pero el hombre como persona se hace a s
mismo, elige proyectivamente quin quiere ser.
Hay que buscar una frmula conceptual ms
adecuada para una realidad que incorpora as-
pectos que no se pueden reducir a datos natu-
rales, condiciones proyectivas de la realidad
dramtica y expuesta a toda clase de vicisitudes.
Por eso, aunque Maras afirma que no es forzoso
renunciar a ese maravilloso concepto aristotlico
[de substancia], sin embargo aade que hay
que despojarlo de la gran tentacin []: la in-
terpretacin como cosa
16
. La persona se hace,
no es originariamente substancia, pues sus ex-
periencias le confieren una sustantividad, que
en alguna medida es obra suya
17
. No rehabilita
la idea de sustancia como substante (hypokeme-
non) o independencia, sino como riqueza entita-
tiva, en su haber (ousa). La persona sustancial
(frente a insustancial) remite a la riqueza de
posibilidades biogrficas, a la consistencia del
proyecto personal, a la autenticidad vital
18
.
Maras construye una filosofa de la persona des-
de la metafsica de la razn vital
19
, no partiendo
del ser, sino de la realidad como lo que hay,
del haber
20
. Una filosofa de raz fenomenolgi-
ca, no pura, sino peculiarmente hermeneutizada a
travs del raciovitalismo
21
, desde cuya perspecti-
va la realidad designa [] lo que hay y el ser
es una interpretacin de lo que hay
22
.
Animal con vida personal
El hombre es el animal que tiene vida humana,
de carcter biogrfico y personal. Esto es lo deci-
sivo y no el soporte orgnico. Si se parte de ste,
se pierde de vista la radical innovacin en que
lo humano consiste, precisamente por ser perso-
nal
23
. Lo animal est dado, pero en el hombre
se incorpora como constitutivo de su realidad la
dimensin de la irrealidad, el futuro incierto, ya
que est proyectivamente presente en la persona.
Por ejemplo, sabe que ha de morir. La mortali-
dad gravita sobre cada momento de su vida y esta
grave facticidad tiene sentido personal: el sentido
de la muerte depende de la vivencia de la persona.
La muerte es precisamente un fenmeno donde se
detecta la personalizacin o la despersonalizacin
de la vida humana. Pues no se trata meramente de
la destruccin del cuerpo, sino de la eliminacin
del futuro y la desaparicin de los proyectos per-
sonales, como el amor o la vocacin, a los que no
se quiere renunciar, porque son los que nos ha-
cen ser lo que somos. La muerte personal impone
que cada cual se despida de lo irrenunciable
de s mismo. Implica una contradiccin vital,
inaceptable personalmente. De ah que se haya
intentado escapar a ella por algn medio: ya sea
por la va de la esperanza en que la muerte no sea
la ltima palabra (non omnis moriar), o bien por
el abandono de la interpretacin (y vivencia) per-
sonal de lo humano, al hacer cada vez ms acep-
table la muerte
24
.
En la cuestin de la vida y de la muerte lo que
est en juego es la interpretacin. Porque no es lo
mismo lo que significa la desaparicin de algo en
perspectiva impersonal que la de alguien en la
personal. La persona est siempre interpretada
25
.
Al vivir personalmente me estoy interpretando en
cada circunstancia. Y en esa interpretacin de la
No es lo mismo lo que significa
la desaparicin de algo en
perspectiva impersonal que
la de alguien en la personal
El hombre como persona se hace
a s mismo, elige proyectivamente
quin quiere ser
56
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
persona ocupa un lugar muy destacado su carcter
abierto a las otras personas, frente a las concepcio-
nes individualistas e intersubjetivistas.
La persona no se reduce al individuo solipsista ni
se disuelve en la intersubjetividad, sino que con-
vive en reciprocidad con otras personas. La per-
sona tiene vida interior, intimidad, pero sin caer
en el solipsismo de la conciencia; vivimos en dos
mundos, porque lo que hay es mi vida en ejecu-
cin. Por eso, cuando desaparece la interioridad
del ensimismamiento se esfuma la vida personal y
la persona queda oculta, ya sea en la interioridad
de su conciencia o en su exterioridad, debido a la
creciente dispersin vital.
Cada vez es ms difcil concentrarse, porque la
vida est repleta de quehaceres impuestos, imper-
sonales, de impactos informativos, que absorben la
mayor parte de la atencin. Esta es la perspectiva
dominante. El hombre actual no tiene tiempo para
preguntarse por su destino, porque est absorbido
a cada instante por las desbordantes noticias, por
las preocupaciones impuestas desde fuera. Pero
la cuestin del destino de la persona es crucial.
Pues no es slo el sufrimiento lo que se teme; es
ms bien el acabamiento, la cesacin de la vida,
la prdida del cuerpo y del mundo, de la compa-
a de los dems, la incertidumbre de no saber lo
que es la muerte, porque la muerte personal no
se identifica con la muerte corporal (biolgica)
26
.
No hay otra posible iluminacin sobre el destino
de la persona que la de la aniquilacin? Maras
considera ms coherente con la forma de realidad
de la vida personal la perduracin, porque la
aniquilacin total le parece inverosmil.
Mtodo para comprender la vida humana
Para comprender lo ms propiamente humano
hay que tener en cuenta la experiencia espec-
fica de su forma de realidad. Maras nos invita a
considerar algunos momentos de la vivencia de
lo personal, que caracteriza como momentos de
plenitud, de que vale la pena haber vivido la
vida, pase lo que pase.
Uno es la posibilidad de arriesgar la vida, ofre-
cerla, aventurarla y ponerla en peligro por algo o
alguien, para ser uno mismo; para lo cual se re-
quiere valor, en el sentido de valenta (sin el
que, segn Maras, perecen los valores). Otro es
la soledad: el ensimismamiento, en el que cada
uno se enfrenta consigo mismo, reconociendo la
propia realidad personal. Otra vivencia de lo per-
sonal es el atreverse a decir no. Y, asimismo,
la vivencia de la vinculacin irrenunciable a otra
persona: la vida personal incluye a alguna otra
persona, sin la cual carece de sentido, plenitud
y felicidad; es lo que considera Maras estar ha-
bitado por otra persona, como en el amor y en la
experiencia religiosa, que son experiencias en las
que se vive uno a s mismo como persona.
Ahora bien, no es fcil lograr un mtodo adecua-
do para comprender estas y otras experiencias de
la vida personal. Las vigencias mentales son tan
potentes que suelen impedir percatarse hasta de
lo que se est viviendo en la experiencia personal.
Pero si no empezamos por aceptar la experiencia
fctica de la forma de realidad de la persona, ja-
ms lograremos comprenderla. Hay que partir del
reconocimiento de la peculiar experiencia fctica
de lo personal y buscar los mtodos adecuados, en
vez de intentar forzar (violentar) la realidad ajus-
tndola a un sistema conceptual elaborado para
pensar la naturaleza, que constituye otra forma de
realidad, a la que es irreductible la persona
27
.
Una actitud adecuada consiste en atender al dra-
matismo de la vida, tal como es vivida, es decir,
seguir un mtodo narrativo, que reconstruya la
fluencia de la vida y sus conexiones reales. Aun-
que no es fcil traducir en trminos conceptuales
el acontecer vital, quien pretenda conocer de al-
guna manera la vida personal tendr que empezar
por decirla, contarla, de ah que la ficcin (la
novela, por ejemplo) haya sido un instrumento
eficaz para comprenderla. ste ha sido el caso de
las novelas existenciales o nivolas de Una-
muno, que ha desarrollado una visin narrativa de
la vida humana en su novela personal
28
, donde
asistimos a la vida humana en perspectivas di-
versas y complementarias
29
.
Un componente del mtodo para comprender la
vida personal es la ilusin. Porque ilusionarse
afecta a la dimensin futuriza de la vida humana,
a la anticipacin. Es la realizacin proyectiva del
deseo con argumento, que nos hace vivenciar e
interpretar la persona. Se es persona en la medida
El hombre actual no tiene tiempo
para preguntarse por su destino,
porque est absorbido a cada
instante () por las preocupaciones
impuestas desde fuera
57
E N S AYO S
en que se es capaz de ilusin. Es sta una de las
categoras que definen la persona y la constituyen
como tal. La persona es una extraa realidad, que
puede ilusionarse, tener ilusin de vivir
30
.
La vida se nutre de la ilusin y es sta la que in-
cluso hace posible la esperanza
31
, al llenarnos de
ficciones que enriquecen la realidad
32
; porque la
vida es tarea de imaginacin, proyecto, futuri-
cin, anticipacin de posibilidades y eleccin. La
vida personal no reside en los factores biolgicos
o sociales, sino en la existencia dramtica de un
cierto proyecto en un mundo o situacin, y por eso
la novela es un mtodo de conocimiento interpre-
tativo de la vida personal
33
.
NOTAS
1. Julin Maras, Antropologa metafsica, Revista de Occi-
dente, Madrid, 1973, p. 39.
2. Vid. Adela Cortina, Las fronteras de la persona, Madrid,
Taurus, 2009.
3. Julin Maras, Persona, Madrid, Alianza, 1996, p. 148.
4. Julin Maras, Persona, p. 9.
5. Maras dedic a Unamuno ya en 1938 el trabajo titulado
La obra de Unamuno: un problema de filosofa, de donde
saldr el libro sobre Miguel de Unamuno de 1943; vid. Helio
Carpintero, Julin Maras. Una vida en la verdad, Madrid,
Biblioteca Nueva, 2008, p. 33.
6. Julin Maras, Persona, p. 10.
7. Vid. Julin Maras, Persona (1996) y Mapa del mundo per-
sonal (1998).
8. Helio Carpintero, Julin Maras, pp. 77 y 86.
9. Vid. Helio Carpintero, Julin Maras, Biblioteca Nueva,
Madrid, 2008; Pedro Lan, Cuerpo y alma, Madrid, Espasa
Calpe, 1991; Alma, cuerpo, persona, Barcelona, Galaxia Gu-
tenberg, 1995.
10. Julin Maras, Obras, V, 40; vid. Helio Carpintero, Julin
Maras, p. 31.
11. Helio Carpintero, Julin Maras, p. 106.
12. Ibid., p. 116.
13. Julin Maras, Persona, pp. 15 y 20.
14. Ibid., p. 17.
15. Ibid., p. 19.
16. Ibid., p. 90.
17. Ibid., p. 114.
18. Helio Carpintero, Julin Maras, p. 77.
19. Helio Carpintero, Julin Maras, p. 51.
20. Julin Maras, Realidad y ser en la filosofa espaola
(1955), Obras, V, 497 y ss.; vid. Helio Carpintero, Julin Ma-
ras, p. 71.
21. Vid. Jess Conill, Una cierta lectura hermenutica de la
filosofa orteguiana, en Javier Zamora (ed.), Gua Comares
de Ortega y Gasset, Comares, Granada, 2013, pp. 207-227.
22. Julin Maras, Obras, II, 270 y 276; vid. Helio Carpinte-
ro, Julin Maras, p. 72.
23. Ibid., p. 32.
24. Ibid., p. 35
25. Ibid., p. 36. Vid. tambin Helio Carpintero, Julin Ma-
ras, p. 82.
26. Ibid., pp. 167 y ss., especialmente, p. 170-171.
27. Ibid., p. 64.
28. Vid. Helio Carpintero, Cinco aventuras espaolas, Ma-
drid, Revista de Occidente, 1967; Julin Maras, p. 35.
29. Julin Maras, Persona, pp. 66-67, 82.
30. Ibid., pp. 109 y ss.
31. Julin Maras, Una vida presente. Memorias I, p. 168;
vid. Adela Cortina, "Proyectar lo mejor desde la ilusin", Un
siglo de Espaa, Alianza, Madrid, 2002, pp. 87-92.
32. Vid. Helio Carpintero, Cinco aventuras espaolas, pp. 213
ss.; Jos Ortega y Gasset, Obras Completas, Madrid, Taurus,
2004, I, 821; Mario Vargas Llosa, Una novela para el siglo
XXI, Presentacin de la edicin del IV Centenario de Miguel
de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Real Academia Es-
paola, Alfaguara/Generalidad Valenciana, 22004, pp. XIII-
XXVIII.
33. Julin Maras, Obras, V, 67 y ss.; Helio Carpintero, Ju-
lin Maras, p. 35.
59
E N S AYO S
Naturaleza y cultura: el valor
educativo de la narracin
ADELA CORTINA
UNIVERSIDAD DE VALENCIA
DE LA REAL ACADEMIA DE CIENCIAS MORALES Y POLTICAS
el Tratado de lo mejor
1
. La educacin sentimental
pretenda ocuparse de forma monogrfica de ese
pariente pobre de la educacin, los afectos, al que
era preciso asignar el puesto que se merece.
En este punto no est de ms recordar que es en
1995 cuando Daniel Goleman publica Inteligen-
cia emocional, ese libro que a rengln seguido
se convirti en un best seller. El texto lanzaba un
mensaje que pareca indito, dado el volumen de
ventas alcanzado: el coeficiente intelectual de los
individuos no es la clave del xito personal, por-
que slo una inteligencia que hunde sus races en
los sentimientos adecuados es capaz de conducir-
nos a la felicidad. El cultivo de los sentimientos
es esencial para alcanzar las metas vitales y de
ello deberan tomar buena nota cuantos se intere-
san por estos asuntos, pero muy especialmente los
educadores y los empresarios
2
.
Realmente el mensaje no era nuevo. El mismo
Goleman lo declaraba al comienzo de su libro
remitindose al clebre texto de Aristteles: as
tambin el irritarse est al alcance de cualquiera
y es cosa fcil, y tambin dar dinero y gastarlo;
pero darlo a quien debe darse y en la cuanta y en
el momento oportunos, y por la razn y de la ma-
nera debidas, ya no est al alcance de todos ni es
cosa fcil
3
. Un texto sin duda bien seleccionado,
que poda haber sido sustituido por otro ms radi-
cal: Por eso la eleccin es o inteligencia deseosa
o deseo inteligente, y esta clase de principio es el
hombre
4
.
1.
La educacin sentimental
En 1992 public Julin Maras un
libro que llevaba por ttulo La edu-
cacin sentimental. Naturalmente,
un rtulo semejante era el que en-
cabezaba la clebre novela de Flaubert, como se-
ala el mismo Maras desde el prlogo de su texto,
pero ahora no se trataba ya de escribir una nueva
novela en torno al tema, sino de llevar a cabo un
proyecto filosfico, ideado mucho antes de leer al
novelista francs.
A pesar del protagonismo que usualmente se con-
cede a la razn en el mundo educativo, Maras
estaba convencido de que la educacin de los
sentimientos es crucial, porque los sentimientos
constituyen una de las dimensiones esenciales de
la vida humana. Reflexionar filosficamente so-
bre la educacin sentimental era necesario y, de
hecho, el autor se haba ocupado de ello en algu-
nas de sus obras anteriores, como es el caso de
Miguel de Unamuno, Antropologa metafsica, La
mujer en el siglo XX, La mujer y su sombra, Breve
tratado de la ilusin o La felicidad humana, y pro-
longara la reflexin en trabajos posteriores como
Maras estaba convencido de que
la educacin de los sentimientos
es crucial, porque los sentimientos
constituyen una de las dimensiones
esenciales de la vida humana
60
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
Esta dimensin del deseo que lanza al hombre
al mundo viene modulada por la tonalidad que
le prestan los sentimientos. La afectividad -dir
Maras- tiene que ver con el temple de la vida,
que se relaciona con el modo de estar instalado de
una forma u otra. El temple es la modulacin de la
instalacin en la que y desde la que vivimos
5
.
Es verdad que la filosofa se ha ocupado del
mundo afectivo desde los orgenes, desde Aris-
tteles, los estoicos, el mundo medieval, los es-
coceses o Spinoza hasta nuestros das, pero no
es menos cierto que la razn ha merecido mayor
atencin, y que lo mismo ha sucedido en el mun-
do educativo
6
. Es a finales del siglo XX cuando
los sentimientos cobran un especial protagonis-
mo y en ese cambio de enfoque se inscribe Ma-
ras, muy ligado en este punto, como en tantos
otros, a Unamuno, pero tambin a Ortega y Zubi-
ri
7
. La cuestin es entonces: cul ser el mtodo
adecuado para ir descubriendo los sentimientos
en los que conviene educar?
2. Historia como mtodo: el vnculo entre
naturaleza y cultura
La respuesta de Maras es clara, acorde con una
filosofa de la razn vital: el mtodo debera ser
histrico, porque el ser humano no es pura na-
turaleza, sino naturaleza en expansin, las
estructuras humanas se llenan de contenido bio-
grficamente y, por tanto, histricamente. Preci-
samente por eso se hace necesario atender a ca-
tegoras como el sentimiento o el valor, relegadas
por la main stream de la filosofa por su carcter
aparentemente subjetivo, cuando en realidad
son centrales desde una tica de la autenticidad,
que entiende la vida humana como proyectiva,
imaginativa, inventada, argumental
8
.
De ah que carezca de sentido contraponer la
naturaleza a la cultura en el caso de los seres
humanos, como si la naturaleza fuera lo real y
la cultura lo adventicio, cuando lo bien cierto
es que para una vida humana es esencial inter-
pretar quin se quiere ser, cmo se quiere ser.
El mundo humano es el de la interpretacin y
el de la proyeccin creativa de la propia vida;
somos historia, pero tambin contadores de his-
torias, de nuestra propia historia, convivida con
los dems en el mundo del sentido.
Pero precisamente porque la biografa, aunque
vivida en primera persona, se gesta en el mbi-
to social, es preciso tener los ojos bien abiertos
al modo en que las sociedades en las distintas
pocas reprimen algunas dimensiones del ser
humano y al modo en que estimulan otras. En el
temple de la vida personal intervienen factores
como la herencia biolgica, el sexo o la edad,
pero tambin las vigencias sociales, porque las
sociedades encauzan el temple segn lo que se
espera en cada una de ellas. Y es bien sabido
que la presin ejercida por la sociedad puede
resultar decisiva para nuestra instalacin en el
mundo. Hay muchas personas -dir Maras con
razn- que miran de reojo a un grupo, un partido,
una doctrina, un libro, para saber si algo o al-
guien les debe gustar
9
. La fuerza del man, del
se del que hablaba Heidegger, es innegable.
Es necesario entonces, a la hora de intentar
educar, saber dnde se est, qu sentimientos
se reprimen y cules queremos estimular. Para
saberlo nos ayuda la historia de las situaciones
pasadas y del momento presente, desde unas y
otras es desde donde proyectamos nuestra vida
y vamos prefiriendo las posibilidades que cree-
mos mejores. ste es el lugar privilegiado de
la educacin, que no debera consistir en crear
programaciones igualadoras, llamadas a sofocar
posibilidades ms que a estimularlas; que de-
bera, por el contrario, avivar los impulsos, los
deseos, la imaginacin, cultivar el gusto, abrir
el campo de las experiencias, las imaginacio-
nes, la exploracin de lo desconocido.
La educacin de la persona, entendida como
una naturaleza cultural, en expansin, es -en-
tender Maras- el cultivo e incremento de la
espontaneidad
10
. Una espontaneidad no edu-
cada es esclava de la biologa y de la presin
del entorno, carece de imaginacin y tiene di-
ficultades para degustar los mejores valores.
Educar para la libertad supone trabajar cuida-
dosamente el cuero de la espontaneidad como
el buen zapatero trabaja el de los zapatos para
que sean capaces de recorrer los mejores cami-
nos. No los buenos, sino los mejores. En este
empeo educativo tiene un lugar privilegiado
el mundo de la ficcin.
Es a finales del siglo XX cuando los
sentimientos cobran un especial
protagonismo y en ese cambio de
enfoque se inscribe Maras
61
E N S AYO S
3. Las bases cerebrales de la educacin
narrativa
Para explorar el mundo sentimental adentrarse
en el dominio de la literatura es un procedimien-
to ptimo. En el mbito de las musas en su con-
junto, pero muy especialmente en la literatura,
y ms tarde en el cine. Pero no es slo un lugar
de descubrimiento, sino tambin un procedi-
miento de transmisin, un mtodo educativo. No
slo somos historia, sino que nos alimentamos de
historias, de narraciones, de cuentos, de relatos.
La vida no es la que uno vivi -deca Gabriel
Garca Mrquez al comienzo de su autobiogra-
fa-, sino la que uno recuerda y cmo la recuerda
para contarla
11
. Son constataciones como stas
las que han llevado a ese giro narrativo, que se
produjo en Estados Unidos a partir de los aos
noventa del siglo XX, incluso en el mundo del
management y en el de la comunicacin polti-
ca
12
. El storytelling, el arte del contar histo-
rias, se extiende como una forma de comunica-
cin ineludible, pero tambin como una forma de
educar, tan antigua como la humanidad.
Lo ms interesante del caso es que este pro-
cedimiento resulta efectivo porque hunde sus
races en ese ser naturalmente cultural del ser
humano, que tiene, entre otras, unas bases bio-
lgicas, unas bases cerebrales, como tratan de
sacar a la luz las ciencias cognitivas.
En efecto, los avances de las ciencias cognitivas
muestran que la mente humana es un procesa-
dor de historias, ms que un procesador lgico.
Nuestros cerebros son vastas redes de neuronas
que trabajan para generar nuestra experiencia
del mundo y para ello elaboran mapas, marcos
de valores
13
. Los marcos estn presentes en las
sinapsis del cerebro e influyen en nuestras deci-
siones de forma inconsciente, hasta el punto de
que integramos los hechos, los datos de los que
tenemos noticia, en esos marcos de valores que
hemos ido generando emocionalmente desde la
infancia y los interpretamos desde ellos. Sin in-
terpretacin no hay conocimiento posible.
Y resulta ser que conocemos esos marcos de
valores a travs del lenguaje, que las palabras
se definen en relacin con los marcos y, cuan-
do se oye una palabra, el marco se activa en
el cerebro. Por si faltara poco, los marcos son
estructuras de sentido, ligadas al lenguaje, y los
datos y los hechos de los que tenemos constan-
cia cobran un sentido en el conjunto del marco.
No es extrao que en el mundo filosfico haya
triunfado la hermenutica, convencida de que
vivimos de interpretaciones
14
. Ni es extrao que
en los ltimos tiempos se fomenten con todo
empeo tanto el neuromrketing poltico como
el comercial
15
. Si una empresa quiere conseguir
reputacin, no slo tendr que elaborar memo-
rias, cdigos e informes, sino tambin contar
buenos relatos acerca de s misma, capaces de
conectar con el pblico
16.
Qu sucede entonces con las historias? Que
son estructuras de sentido, ligadas al lenguaje,
estructuras que se integran emocionalmente en
las sinapsis cerebrales. Nuestro cerebro tiene
una enorme plasticidad, qu duda cabe, y se va
conformando mediante historias que nos permi-
ten situar y comprender los hechos, son condi-
ciones de posibilidad de la inteligibilidad, la
comprensin y la comunicacin.
4. Vivimos en historias, pero tambin de
historias
Por eso desde antiguo las religiones relatan mi-
tos y grandes gestas de los miembros de la tribu
o de la sociedad, el cristianismo y las filosofas
de la historia cuentan la historia de la salvacin,
la del progreso indefinido, la del Espritu Ab-
soluto, la de la clase universal, la de los sujetos
autnomos y solidarios, la de una situacin ideal
de habla en que todos los afectados por normas
ticas pudieran decidir dialgicamente acerca
de su justicia. La Postmodernidad ha pretendi-
do acabar con todos estos grandes relatos y, sin
embargo, ha dado con sus huesos en la paraloga,
que es, a fin de cuentas, un pequeo relato.
17
No es extrao entonces que todas las culturas
eduquen a sus nios contndoles cuentos. In-
ternalizando estos relatos desde la infancia va-
mos aprendiendo a situar los hechos y los datos
en el conjunto de las historias que les prestan
un sentido. Los leemos a la luz de ese sentido
por el que cobran un valor, interpretndolos.
Como bien deca Vargas Llosa en una conferen-
cia dedicada al valor educativo de la literatu-
Nuestro cerebro tiene una enorme
plasticidad, () y se va conformando
mediante historias que nos permiten
situar y comprender los hechos
62
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
ra, la literatura, a diferencia de la ciencia y la
tcnica, es, ha sido y seguir siendo, mientras
exista, uno de esos denominadores comunes de
la experiencia humana, gracias al cual los seres
vivientes se reconocen y dialogan, no importa
cun distintas sean sus ocupaciones y designios
vitales, las geografas y las circunstancias en
que se hallen, e incluso los tiempos histricos
que determinen su horizonte
18
Puede decirse, por tanto, que los seres huma-
nos sabemos acerca de nosotros mismos ms a
travs de cuentos que de cuentas, ms a travs
de metforas que de conceptos, ms a travs de
leyendas que de informes. Creer que la mente
es una calculadora de intereses desapasionada
es un error craso, porque lo bien cierto es que
est tan ligada a las emociones y a los valores
que sin conectar con unas y otros es imposible
aprender un mensaje y tambin transmitirlo
19
.
Lo saba la retrica desde antiguo, pero ahora
lo confirman las ciencias cognitivas y las neu-
rociencias al indagar en las bases cerebrales de
la conducta humana.
20
Las historias tienen en-
tonces una capacidad comunicativa y pedaggi-
ca, y es necesario en la educacin seleccionar
bien las historias, porque donde no se cuenten
unas se contarn otras.
De hecho, y como bien muestra Maras, la pai-
dea consista en el mundo griego en conocer
los poemas homricos, las grandes gestas de
aquellos personajes excelentes, que represen-
taban en sus acciones el mundo afectivo de la
lealtad, el valor, la amistad, pero tambin la
astucia y la intriga. Tambin la tragedia y la
comedia formaban parte de ese proyecto edu-
cativo, indispensable para interpretar la vida,
para comprenderla y para saber proyectar des-
de una espontaneidad enriquecida
21
.
El mundo cristiano rezuma sentimientos, que
alcanzan desde la amistad y la misericordia al
elogio del amor en Corintios XIII, y as podemos
ir recorriendo las aventuras del amor corts, la
eclosin de sentimientos del Siglo de Oro Espa-
ol, el desbordamiento apasionado del Romanti-
cismo y toda esa larga saga, que tiene tambin la
otra cara de la moneda en los relatos de todas las
culturas. Y es que, como recuerda Maras citan-
do a Prez Galds, no hay suceso histrico que
interese profundamente si no aparece en l un
hilo que vaya a parar a la vida afectiva.
22
En el siglo XX el cine compite con la literatura en
su capacidad educativa, es un instrumento esen-
cial de paidea, porque se apodera de la literatura
y le presta voz e imagen, le da cuerpo y con ello
acrecienta la capacidad de sintonizar y conectar.
Por eso es el instrumento por excelencia de la
educacin sentimental de nuestro tiempo.
23
Ciertamente, el mundo de internet ha instaura-
do una nueva forma de comunicacin, que pa-
rece poner en peligro la capacidad educativa de
la literatura y el cine, parece competir con ellos.
Pero aunque este nuevo camino de conocimiento
merezca una reflexin ms profunda, a travs de
ese camino se siguen contando historias, escritas
o filmadas, que van conformando los marcos valo-
rativos y axiolgicos de jvenes y adultos.
5. Educar en tiempos de crisis
La crisis econmica, que sali a la luz en Es-
paa ya sin remedio a partir de 2007, ha pro-
vocado una gran cantidad de pronunciamientos
y debates sobre sus posibles causas y tambin
sobre las posibles salidas. A menudo esos pro-
nunciamientos y debates parecen confirmar el
sagaz diagnstico de Ortega: lo que nos pasa es
que no sabemos lo que nos pasa.
Voces autorizadas insisten en la necesidad de
reformas profundas que aseguren una economa
ms slida, y otras voces insisten en que esas
reformas deben afectar tambin a las institucio-
nes polticas y sobre todo a la cultura, a nuestras
formas de vida. La crisis no parece ser slo eco-
nmica, sino tambin de valores. Y no porque
nuestra sociedad carezca de valores, porque eso
es imposible en el mundo humano, sino porque
no hemos preferido los mejores y eso tiene con-
secuencias en la vida cotidiana, la eleccin de
unos valores u otros tienen efectividad. Es ver-
dad que las personas no elegimos lo bueno, que
nos resulta inaccesible, sino lo que creemos me-
jor, pero no es menos cierto que en ese juicio po-
demos equivocarnos vitalmente.
24
Las races del
error pueden ser diversas, como sucede siempre
Los seres humanos sabemos acerca
de nosotros mismos ms a travs de
cuentos que de cuentas, ms a travs
de metforas que de conceptos, ms
a travs de leyendas que de informes
63
E N S AYO S
en el mundo personal, pero tal vez una de ellas
sea que para enfrentar los retos vitales nos falta
una adecuada educacin sentimental.
25
Qu hacer para superar esa carencia? En prin-
cipio, continuar buceando en las historias que
han contado la literatura y el cine y tratar de
aprender de ellas los sentimientos ms atracti-
vos, los que pueden enriquecer la espontaneidad
sin reprimirla ni forzarla, y tambin contar nue-
vos relatos capaces de atraer la atencin de las
gentes de nuestro tiempo. Pero con eso no basta,
porque no se trata slo de subyugar con cuentos
bien tramados, sino tambin de ofrecer marcos
axiolgicos de sentido desde los que interpretar
la propia vida en ese camino hacia la felicidad
al que ningn ser humano puede renunciar. No
todas las historias ayudan a recorrerlo, slo las
que pretenden dar con la verdad radical de la
persona. En esa tarea la filosofa y las religiones
tienen un lugar irrenunciable.
NOTAS
1. Julin Maras, La educacin sentimental, Alianza, Madrid,
1992, 10.
2. Daniel Goleman, Inteligencia emocional, Kairs, Barcelo-
na, 1996. Para una exposicin y valoracin de la psicologa
positiva en la que se inserta Goleman, ver Helio Carpintero,
Una vista sobre la psicologa positiva, Real Academia de
Ciencias Morales y Polticas, Madrid, 2013.
3. Aristteles, tica a Nicmaco, Instituto de Estudios Pol-
ticos, Madrid, 1970, VI, 2, 1109a 25-28 (edicin bilinge y
traduccin de Mara Araujo y Julin Maras, introduccin y
notas de Julin Maras).
4. Ibid., VI, 2, 1139b 4-6.
5. Julin Maras, La educacin sentimental, 21.
6. Adela Cortina, tica de la razn cordial, Nobel, Oviedo,
caps. 4 y 8; Para qu sirve realmente la tica?, Paids, Bar-
celona, 2013, cap. 6.
7. Helio Carpintero, Cinco aventuras espaolas, 212-217;
Julin Maras. Una vida en la verdad, Biblioteca Nueva, Ma-
drid, 2008, cap. 3.
8. Para la concepcin del valor en Julin Maras ver, entre
otros, su excelente trabajo Lo bueno y lo mejor, en Ade-
la Cortina (Coord.), La educacin y los valores, Fundacin
Argentaria/Biblioteca nueva, 2000, 37-50.
9. Julin Maras, La educacin sentimental, 19
10. Ibid.
11. Vivir para contarla, Mondadori, Barcelona, 2002, p. 7.
12. Christian Salomon, Storytelling, la mquina de fabri-
car historias y formatear las mentes, Pennsula, Barcelona,
2008.
13. George Lakoff, No pienses en un elefante, Editorial Com-
plutense, Madrid, 2007, pp. 17 y 18, 39-42, 83-86, 110 y 111;
The Political Mind, Penguin Books, 2009; Drew Westen, The
Political Brain, Public Affairs, New York, 2007; Adela Corti-
na, Neurotica y neuropoltica, Tecnos, Madrid, 2011, cap. 4.
14. Hans-Georg Gadamer, Verdad y mtodo, Sgueme, Sa-
lamanca, 1977; Jess Conill, tica hermenutica, Tecnos,
Madrid, 2009.
15. Adela Cortina, Neurotica y neuropoltica, loc. cit.
16. Donald N. McCloskey, La retrica de la economa, Alian-
za, 1990; Joseph Campbell, El hroe de las mil caras, F.C.E.,
2006.
17. Jean-Franois Lyotard, La condicin postmoderna, Cte-
dra, Madrid, 1984, cap. 14.
18. Mario Vargas Llosa, Literatura, vida y sociedad, en A.
Cortina (ed.), La educacin y los valores, 122.
19. Esto sucede incluso en el caso de las decisiones econ-
micas. Ver al respecto Jess Conill, Neuroeconoma y Neu-
romarketing, en A. Cortina (ed.), Gua Comares de Neurofi-
losofa Prctica, Comares, Granada, 2012, 39-64.
20. Aristteles, Retrica, Centro de Estudios Constituciona-
les, Madrid, 1985; Francisco Arenas, Neurorretrica, en
A. Cortina (ed.), Gua Comares de Neurofilosofa Prctica,
125-148.
21. Julin Maras, La educacin sentimental, caps. III y IV.
22. Ibid, 201.
23. Ibid, 220.
24. Julin Maras, Tratado de lo mejor, Alianza, Madrid,
1995.
25. Julin Maras, La educacin sentimental, 27.
65
E N S AYO S
Julin Maras:
un hombre de esperanza
FERNANDO FERNNDEZ LVAREZ
ABOGADO
La expectativa de la vida perdu-
rable es el ncleo esencial de la perspectiva cris-
tiana. Si la relacin con Dios se limitara a la vida
terrenal, la religin misma perdera su sentido.
Es lo ms importante, justificacin de todo lo de-
ms, orientado hacia esa esperanza. Sin embargo,
a lo largo de la historia se ha descuidado algo
que siempre he credo decisivo: su imaginacin.
Si esa vida no es imaginada, no puede ser desea-
da en concreto, sino de manera abstracta y dbil
[La Perspectiva cristiana p.89]
J
ulin Maras, en el ensayo que dedic a
estudiar la felicidad humana, tras ras-
trear qu haba significado esa palabra
a lo largo de la historia del pensamien-
to, qu tipo de realidad se esconda tras
ella, lleg a la conclusin de que la felicidad
es un imposible necesario. Algo necesario
sin la que los hombres no podan vivir -mejor,
vivan sin ella, lo que no podan los hombres
era renunciar a conseguirla-, pero que no po-
dan alcanzar. Una especie de quimera tras la
que haban corrido todas las generaciones sin
conseguir atraparla, porque era inalcanzable,
inasible. Ms an, no se la poda asir porque no
tena realidad. Era como el aire.
Son muchas las razones de su imposibilidad
prctica, pero la temporalidad de la vida huma-
na es la decisiva. La vida ms exitosa y satisfac-
toria acaba, y la conciencia de su temporalidad,
de su lmite, hace imposible la felicidad. Sera
algo as como si a alguien le otorgan el premio
Nobel y sabe que el avin que lo devolver a
su ciudad de partida desde Estocolmo o, en su
caso, desde Oslo, se estrellar y fallecern todos
sus viajeros. Probablemente nadie estuviera dis-
puesto a recibir el premio en esas condiciones.
Pues as es la vida, el avin que nos transporta
capota necesariamente y se estrella: morimos
inexorablemente.
La felicidad est en otra parte. Y Maras la en-
contr y sinti en su fe cristiana. En el ensa-
yo citado sobre La Felicidad humana, en el
captulo XXIX, que lleva por ttulo La imagi-
nacin de la vida perdurable, se adentra con
cautela en la otra vida y trata de imaginar
desde las bases antropolgicas de su filosofa
en qu pueda consistir. El filsofo reconoce que
es seguro que su imaginacin se quedar cor-
ta y que la realidad que le espera superar su
imaginacin y sus deseos, pero no renuncia a
realizar ese esfuerzo porque para desear algo
hay que imaginarlo, que anticiparlo, hay que
dar forma a ese deseo. No es posible desear en
vaco. O, al menos, no es posible desear ver-
daderamente: Lo primero que se me ocurre es si
es posible imaginar la vida perdurable, y hay
que responder que no, que es una empresa des-
esperada, y lo ms cuerdo sera renunciar. Pero
La vida ms exitosa y satisfactoria
acaba, y la conciencia de su
temporalidad, de su lmite, hace
imposible la felicidad
66
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
no est en la mano del hombre renunciar a lo
imposible, y nadie lo sabe mejor que el que ha
pensado sobre la felicidad. Creo que, a pesar de
todo, vale la pena hacer ese intento de antema-
no frustrado, que es imaginar lo que podra ser
la vida del hombre despus de la muerte; con
la condicin de partir de dos principios rectores,
que en algn sentido lo justifican. El primero es,
podramos decir, pragmtico: es menester imagi-
nar la vida perdurable para desearla; en hueco
y de un modo abstracto no se la puede desear.
El segundo principio es metdico: hay que estar
seguro de que la vida perdurable no ser como
la imaginemos y se pueda intentar exponer, pero
ser mucho ms interesante. Lo que no se puede
suponer es que el hombre pueda imaginar algo
superior a la realidad, y este sera un segundo
principio metdico. Se trata, pues, de una ima-
ginacin mnima y evidentemente inadecuada:
justo lo suficiente para poder lanzar una mirada
hacia lo que podra ser una vida perdurable, una
vida despus de la muerte, y as poder desearla.
Es un captulo magnfico y esperanzador, como
una bomba de oxgeno en una atmsfera cultural
cargada y viciada por un atroz inmanentismo.
Imagina que la otra vida ser una vida per-
sonal como la que poseemos y conocemos, pero
con otra estructura emprica. Esa posible estruc-
tura es el objeto de su imaginacin y reflexin.
Supone que en la vida perdurable se dar una
simultaneidad sobrenatural de las edades, una
sucesividad no excluyente, en edades acumula-
das o conservadas. Cuenta que Don Ramn Me-
nndez Pidal, prximo a los cien aos, le pre-
guntaba: -Maras, cree usted que podr ver a
los juglares? Don Julin pensaba que s, que los
encontrara como haban sido, porque en la otra
vida se dar una existencia de las diversas gene-
raciones que se han sucedido, en un despliegue
temporal que al mismo tiempo poseera lo que no
pudo tener, esa simultaneidad de lo que es real,
de lo que no es meramente pasado. Nos encon-
traremos -supona nuestro pensador- con la his-
toria universal presente y simultnea. Titul sus
memorias Una vida presente. Boecio dijo que
eternidad era interminabilis vitae tota simul et
perfecta possesio. En Dios no hay tiempo, o me-
jor, todo el tiempo est total y simultneamente
presente. Participar de la vida divina es inser-
tarse en ese eterno presente divino y en l la
persona humana encontrar toda su vida y toda
la historia universal presentes.
No le convence a Maras lo que los telogos han
denominado visin beatfica como esencia y
consistencia de la otra vida. Imaginar que pa-
saremos la eternidad viendo a Dios cara a cara,
aunque interesante, parece una tarea agotadora,
que acabar produciendo hasto y aburrimien-
to, tal como la describen los telogos que han
manejado este concepto. Supone que tal afirma-
cin procede de la deformacin profesional de
los telogos, que dedicaron su vida a conocer a
Dios y que consideran que la meta de la felici-
dad ser encontrarse con l y mirarle durante
toda la eternidad, culminar, en alguna medida,
la tarea profesional de su vida. Maras imagina
lo que llama visin argumental: ver a Dios cara
a cara ser una empresa infinita, inagotable, ca-
paz de llenar una vida como llena las nuestras
la contemplacin de la realidad, sobre todo la
humana. No se tratara de contemplar absorto
la divinidad, sino de pasarse toda la eternidad
indagando en la realidad infinita de Dios. Si la
visin en esta vida de una persona es una em-
presa inagotable, que nunca acabamos de cul-
minar, aunque se trata de una realidad creada y
finita, qu ser la visin de Dios? La condicin
perdurable no debe entenderse como intempora-
lidad, sino ms bien como una supratempora-
lidad que estara por encima del tiempo de este
mundo (por ejemplo, de la exclusin de los presen-
tes sucesivos), y que no debera ser inconciliable
con la cotidianidad. Porque la vida es cotidia-
na. Se trata -concluye Maras- de que esa vida
perdurable sea, en condiciones absolutamen-
te superiores y nunca inferiores, nuestra vida
La razn fundamental de que la felicidad sea
imposible en este mundo es la forzosa renuncia
a muchas trayectorias. No siempre -casi nunca
Para desear algo hay que
imaginarlo, que anticiparlo,
hay que dar forma a ese deseo
La condicin perdurable ()
no debera ser inconciliable
con la cotidianidad. Porque
la vida es cotidiana
67
E N S AYO S
piensa la mayora- conseguimos ser lo que pre-
tendemos, quienes esperamos y quisimos ser,
llevar a cabo los proyectos que nos ilusionan,
lograr el nivel vital que anhelamos. Vivir es
elegir, recordaba Ortega, y elegir implica des-
elegir, renunciar a otras posibilidades tambin
valiosas. Y eso siempre es doloroso. En la vida
tuvimos que abandonar por muy diversos mo-
tivos trayectorias que nos parecan esenciales
para nuestro proyecto de vida. Piensa Maras
que en la otra vida encontrarn su realizacin
las trayectorias autnticas que no se han podido
realizar. De forma que si se realizaran, podra
cumplirse lo que verdaderamente se ha queri-
do ser y no se ha podido: esta sera la forma
de la plena felicidad. Concluye que el conjunto
de todas las trayectorias autnticas compondra
la trama de la vida perdurable, y esta sera, al
mismo tiempo, la verdadera conexin con la
vida personal, con el quin de cada uno, defini-
do por sus proyectos. En la otra vida se cumpli-
r lo que en esta no fue posible.
Las personas son la fuente capital de felicidad
en la vida, en esta que poseemos, y, en conse-
cuencia, si pensamos en la otra vida, ser me-
nester que las relaciones personales se conserven
sin prdida, sin los elementos negativos que pue-
dan tener, y, por supuesto, intensificadas. Hay
algunas personas que nos parecen irrenunciables
sin las cuales no nos parecera feliz esa vida. La
persona descubre la necesidad de perduracin
en la otra vida no primariamente como una ne-
cesidad personal a la que no puede renunciar,
sino porque no puede aceptar que las personas
que ama se hundan en la nada para siempre. Por
eso la otra vida es inconcebible sin las relacio-
nes personales que han conformado esta vida y
sin las cuales esta no habra tenido sentido y la
otra no sera deseable. Deca Julin Maras que
necesitaba en su vida a unas pocas personas,
pero mucho. La vida sin ellas sera ininteligible,
peor an, no vividera, no deseable. No es conce-
bible otra vida, ninguna vida realmente desea-
ble y nuestra, sin ellas. Por eso las relaciones
personales -piensa Maras- se mantendrn y al-
canzarn una intensidad y un esplendor nuevo
en la otra. Es frecuente que llamemosa las per-
sonas queridas: mi cielo! Es lo que le dice una
madre a su hijo varias veces cada da. Lo son en
alguna medida. Las encontraremos en l real-
mente, imagina Maras.
Incluye Maras al final del captulo que glosa-
mos una cita tomada de su Antropologa me-
tafsica: La vida mortal -los das contados-, ten-
sa entre el nacimiento y la muerte, es el tiempo
en que el hombre se elige a s mismo, no lo que
es, sino quin es, en que inventa y decide quin
quiere ser (y no acaba de ser). Podemos imagi-
nar esta vida como la eleccin de la otra, la otra
como la realizacin de esta. Siempre me ha con-
movido, ms que ningn otro, el terrible verso del
Dies irae que canta: quid quid latet apparebit,
todo lo que est oculto aparecer. Todo lo real-
mente querido ser. A eso nos condenamos: a ser
de verdad y para siempre lo que hemos querido.
La condicin de que haya verdadera felicidad
es la existencia de la vida perdurable. La felici-
dad es un imposible necesario ac, que se har
realidad ms all. Por eso el deseo del hombre,
su pretensin de felicidad, tiene sentido. Es
algo alcanzable, pero ms all del tiempo, en
la vida perdurable, que empezar con nuestra
muerte y se prolongar por toda la eternidad.
Quiz por eso, Julin Maras, en La Perspec-
tiva cristiana, que es el guin reelaborado que
resume un curso que sobre ese asunto, orga-
nizado por el Colegio Libre de Emritos, im-
parti en el Centro Cultural del Conde-Duque,
dice que acaso la infidelidad ms grave (al
cristianismo, se entiende) es la que tiene ma-
yor actualidad en nuestro tiempo: el olvido de
la otra vida, la atenuacin de la perspectiva de
la muerte y la perduracin de la vida personal.
Para muchos, hoy lo cismundano es el nico ho-
rizonte. Como consecuencia de varios factores, se
ha ido disipando la referencia a la perduracin,
La otra vida es inconcebible sin
las relaciones personales que han
conformado esta vida y sin las cuales
esta no habra tenido sentido y la
otra no sera deseable
Julin Maras era un hombre de
esperanza porque era un hombre
de fe, una fe slida e ilustrada
que dio a su vida intelectual rigor,
serenidad y equilibrio
68
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
la proyeccin hacia una vida con la cual se deja
de contar. He insistido muchas veces en el afn
de seguridad que afecta al hombre de esta po-
ca, y a la imposibilidad de seguridad respecto a
la otra vida: a su existencia, en todo caso a su
desenlace dramtico, finalmente y sin escape a
su cualidad y consistencia. Nuestros contempo-
rneos prefieren lo nico de lo que se puede tener
seguridad: la nada. Acaso la escasez de amor es
un factor que entibia el deseo, la necesidad, de
otra vida: si no se ama, para qu? Otro factor
es la politizacin que ha dominado a grandes
porciones de la humanidad y su injustificada co-
nexin con la religiosidad.
Esta situacin, la idea de que no hay ms que
esta vida, reduce a Dios a una mera referen-
cia nominal en la que apenas se piensa. Aunque
no se renuncie al cristianismo, se lo vaca de
contenido. Esta es la situacin de gran nmero
de personas que se consideran cristianas, cat-
licas, protestantes u ortodoxas, pero en las que
esa condicin no es decisiva, no es lo que sirve
de apoyo a sus vidas. Amor meus pondus meum,
eo feror quocumque feror, deca San Agustn. Si
ese amor deja de ser el peso que orienta y con-
duce la vida, esta transcurre por cauces que no
son cristianos. Es increble el grado en que se ha
perdido el sentido de la palabra adoracin, en
que no se tiene en cuenta la posible edificacin
del hombre y de su vida a la luz de la Divini-
dad. [La Perspectiva cristiana, pp.111-112]
El autor de la Carta a los Hebreos dice que la
fe es la sustancia de las cosas que se esperan,
la demostracin de las cosas que no se ven
[fides sperandarum substancia rerum, ar-
gumentum non apparentium] (Heb, 11, 1).
La fe es la sustancia -hypstasis en el original
griego- de lo que se espera y la prueba de lo
que no se ve. Sub-stancia -sub stare-, lo que
est debajo, lo que sostiene la esperanza es la
fe. Julin Maras era un hombre de esperanza
porque era un hombre de fe, una fe slida e
ilustrada que dio a su vida intelectual rigor, se-
renidad y equilibrio, tan evidentes para quie-
nes le siguieron de cerca y para los lectores de
su vasta obra. Por eso, en este tiempo carac-
terizado por lo que Benedicto XVI llama dic-
tadura del relativismo, la obra de Maras, tan
sospechosamente silenciada en algunos mbi-
tos culturales, es una maroma fuerte que ata el
pensamiento a la verdad y al sentido. Ser esa
la razn de que algunos se esfuercen tanto en
silenciarla?
En la Primera Carta de San Pedro a los pri-
meros cristianos destinatarios de su escrito les
insta a dar razn de vuestra esperanza a quien
se la pida (1Pe, 3, 15) Maras ha cumplido con
creces lo que peda Pedro a los cristianos de
su tiempo. Dar razones de la esperanza. Para
dar las razones de ella, imagin su objeto, su
forma, su posibilidad, consciente de que afron-
taba una empresa imposible, pero que, en cual-
quier caso, no sera intil, porque alimentara
su esperanza, la consolidara y aumentara, y
porque estaba seguro de que la realidad no le
defraudara. Lo que encontrara no sera in-
ferior a lo que esperaba. Sera mejor y mayor
que la vida imaginada. Una vida ntimamente
relacionada con sta, porque, pensaba Maras,
la nocin frecuente en ciertos medios cristianos,
de una vida perdurable definida por el despego
de esta, por el desdn de lo que ha sido, sus-
tituido por algo abstracto y sin conexin con
nuestra realidad, parece una infidelidad a la
creacin y, por consiguiente, al Creador. El
concepto, usualmente tan abstracto, de salva-
cin, pide llenarse de contenido y riqueza. Se
espera salvar todo lo valioso, todo lo autntico.
Cuando se dice en el Evangelio que habr que
dar cuenta hasta de una cucharada de agua o
de una palabra vana, se propende a entenderlo
de una manera judicial, acaso penal. No se lo
puede entender como expresin del valor ntegro
de toda nuestra vida, para bien o para mal? Ju-
dex ergo cum sedebit, quid quid latet apparebit,
se dice en el Dies irae : todo lo que est oculto
aparecer. No slo los pecados, por supuesto,
sino toda nuestra realidad, con sus deseos, sus
esperanzas, sus amores, sus trayectorias. Apare-
cer como lo que ha sido, con su grado de au-
tenticidad o falsedad. Y todo ello, en presencia
de Dios, bajo su luz, adquirir un valor incom-
parable [La Perspectiva cristiana, p.139]
Todo lo que est oculto aparecer.
()toda nuestra realidad, con sus
deseos, sus esperanzas, sus amores,
sus trayectorias. Aparecer como
lo que ha sido, con su grado de
autenticidad o falsedad
69
E N S AYO S
Maras:
Espaa como preocupacin
JUAN PABLO FUSI AIZPRUA
UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID
M
aras se interrog continuamen-
te sobre lo que Espaa fue (por
ejemplo, en Espaa inteligible.
Razn histrica de las Espaas y
Cervantes, clave espaola), sobre
las posibilidades que tuvo en la historia (La Es-
paa posible en tiempos de Carlos III), y sobre
la Espaa real (Consideracin de Catalua,
Nuestra Andaluca, Meditaciones sobre la so-
ciedad espaola, Los espaoles, La Espaa real,
La devolucin de Espaa, Cinco aos de Espa-
a, Ser espaol), esto es, sobre la Espaa que
constituy su propia circunstancia histrica y
su entorno vital: la Espaa de 1898 a 1936 y
de la guerra civil de 1936-39, la sociedad espa-
ola en los aos del rgimen de Franco (1939-
75) y la Espaa de la Transicin (1975-2005).
Julin Maras quiso dar razn histrica de Es-
paa, hacer Espaa inteligible, como forma sin
duda de entender lo que el pas haba sido y,
lo que era ms importante, sobre lo que poda
ser como proyecto de vida colectiva. Espaa
se le present, as, siempre como una preocu-
pacin que exiga -se lo exigi desde luego a
Maras-plantearse una doble cuestin: qu es
Espaa y qu va a ser de ella. La Espaa de
1898-1936 fue para Maras el momento en que
Espaa se ocup decididamente de s misma y
tom verdadera posesin (en sus palabras) de
su dimensin ante la historia. La Guerra Civil
(1936-39) le oblig a plantearse ante todo una
cuestin, si bien perentoria y necesaria: cmo
pudo ocurrir. 1975-1981 fueron en la visin de
Maras nada menos que los aos de la recupe-
racin de la libertad, un momento de esperanza
en que un horizonte de enormes posibilidades
vitales e histricas se abri ante el pas. El ca-
rcter unitario de la permanente meditacin es-
paola de Julin Maras fue, en cualquier caso,
inequvoco. Maras acometi esa meditacin,
como parece lgico, desde la filosofa: desde su
filosofa, una visin responsable, un imperativo
de verdad.
En efecto, como argument en Espaa ante la
historia y ante s misma (1898-1936), un texto
breve y sustancial escrito con la claridad, se-
renidad, lucidez y eficacia que caracterizaron
desde el primer momento la prosa y el estilo
ensaystico de Maras y publicado como libro
en 1996, Maras valoraba el periodo entre 1898
y 1936 como la etapa constituyente de la vida
intelectual espaola moderna. Con ello quera
decir algo claro e inapelable: que la creacin
intelectual, literaria y artstica espaola entre
1898y 1936 -que Maras asociaba sobre todo
con Unamuno, Azorn, Menndez Pidal, Ortega
y Gasset, Baroja, Juan Ramn Jimnez, Valle
Incln, Machado, Ramn Gmez de la Serna
y Garca Lorca-fue no ya solo sencillamente
extraordinaria, sino que supuso ante todo una
nueva manera de ver Espaa que, en la tesis
de Maras, increment la posesin que los
Espaa se le present a Maras, as,
siempre como una preocupacin que
exiga plantearse una doble cuestin:
qu es Espaa y qu va a ser de ella
70
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
espaoles tenan de la realidad de su pas. Es-
paa habra alcanzado en cualquier caso, para
Maras, en esos aos, y a travs de la obra de los
escritores citados, una asombrosa plenitud in-
telectual con un colofn dramtico y una inte-
rrogante capital: explicar cmo fue posible que
aquella esplndida Espaa (expresiones como
asombrosa plenitud, esplndida Espaa o
excepcional vida intelectual no resultan exa-
geradas a la hora de valorar la vida cultural es-
paola en el periodo en cuestin) acabara en el
desastre de 1936. La respuesta de Maras, o en
todo caso una primera aproximacin a la misma,
era que en aquella excepcional vida intelectual
alent siempre, sutilmente, una cierta forma
de particularismo, que hizo que muchos in-
telectuales, incluidos los ms eminentes (para
Maras: Ganivet, Unamuno, que estudi en su
magnfico Miguel de Unamuno, 1942), Valle
Incln y por supuesto, su maestro Ortega), ten-
dieran a interpretar negativamente la totalidad
de la historia espaola, deformacin que haba
contribuido -as lo pensaba Maras- a que se
malograran aciertos y posibilidades.
Por supuesto, ello no explicaba la guerra civil
de 1936-39, el terrible suceso, la trgica ex-
periencia que marc decisivamente la biografa
de Maras -a quien la guerra sorprendi en Ma-
drid, con veintids aos: sirvi en el ejrcito
republicano, colabor en servicios de prensa y
radio de la Repblica, se aline con las posi-
ciones moderadas de Julin Besteiro, y fue en-
carcelado por todo ello entre mayo y agosto de
1939-y cuyo estallido y consecuencias iban a
gravitar siempre, de muy distintas maneras, so-
bre su vida y su conciencia, tal como explicit
en textos como Cara y cruz de la guerra civil
1936-39 y Cmo pudo ocurrir, publicados
en 1980. Maras articul su visin de la guerra
espaola a partir de una afirmacin inequvoca:
que la Guerra no fue ni inevitable ni necesa-
ria; y la resuma con una frmula reveladora de
su sentimiento ante lo ocurrido: los justamen-
te vencidos; los injustamente vencedores, que
quera decir que probablemente la Repblica
haba merecido, por muchas razones, la derro-
ta, pero que, y tambin por mltiples circuns-
tancias -por la misma significacin ltima de su
causa-, los nacionales, Franco, no haban sido
merecedores de la victoria.
En la visin de Maras, lo que se haba pro-
ducido en Espaa entre 1931 y 1936, en el
deslizamiento del pas hacia la discordia que
desemboc en la Guerra Civil, fue un proceso
de escisin del cuerpo social, una ruptura de
Espaa como nacin. Sntomas premonitorios,
sin duda negativos, aparecieron, para Maras,
desde el momento mismo de la proclamacin
de la Repblica: la quema de iglesias de mayo
de 1931, el pronto hostigamiento a la Rep-
blica desde la derecha, la exaltacin del obre-
rismo desde la izquierda, el anticlericalismo,
la negatividad sistemtica practicada por la
oposicin antirrepublicana, el fallido y torpe
intento de golpe del general Sanjurjo en agosto
de 1932. Sucesos sin duda turbios, inadmisi-
bles, innecesarios, pero que en la tesis de Ma-
ras no eran todava -con razn-manifestacin
de un nivel de discordia y enfrentamiento que
anticipase la guerra civil.
Las causas reales de esta ltima no radicaron,
en la interpretacin de Julin Maras -interpre-
tacin que tena mucho de experiencia vivida-,
en la situacin objetiva de Espaa (problemas
econmicos, problemas sociales, desorden p-
blico, cambios electorales, cuestin agraria,
problema militar, nacionalismo cataln y vas-
co, cuestin religiosa; problemas que Maras
no minimiz, pues entenda que terminaron por
crear, especialmente a partir de 1933-34, una
situacin nacional difcil y peligrosa), sino en
la percepcin ltima percepcin poltica, per-
cepcin moral-que los espaoles tuvieron de lo
que suceda en el pas. Desde esa perspecti-
va, los pasos decisivos hacia la guerra fueron
para Maras, primero, el desencanto general
con la Repblica como rgimen, una Repbli-
ca proclamada con obvio entusiasmo colecti-
vo pero enseguida carente de atractivo y que
pronto dej de ser una empresa ilusionante (a
lo que sin duda contribuyeron, o eso podra
deducirse de los textos de Maras, la misma
mediocridad de sus dirigentes y grandes par-
tidos, desplazados como focos de adhesin
activa y militante por sectores minoritarios y
radicales de la extrema izquierda y de la ultra-
derecha); segundo, la politizacin exacerbada
Maras articul su visin de la Guerra
espaola a partir de una afirmacin
inequvoca: que la Guerra no fue ni
inevitable ni necesaria
71
E N S AYO S
del pas; tercero, la desintegracin de la idea de
Espaa (modificacin de la organizacin terri-
torial, rechazo de su condicin de pas catlico,
mito de la revolucin, esquematizacin abusi-
va de la realidad social del pas, mimetismo
respecto a los procesos europeos de auge del
comunismo y del fascismo); y finalmente, la
ingente frivolidad , la palabra decisiva, que
para Maras era sinnimo de otros dos errores
polticos igualmente lamentables: irresponsa-
bilidad y falta de sentido del estado, en que se
instalaron las propias clases dirigentes del pas:
polticos, personalidades de la Iglesia, muchos
intelectuales y lderes de opinin, la prensa y
muchos periodistas, empresarios, banqueros,
grandes propietarios, lderes sindicales
El proceso que condujo al enfrentamiento fue,
as, una escisin del cuerpo social median-
te una traccin continuada ejercida desde sus
extremos, una larga serie de errores. Maras
pensaba que los espaoles no haban querido
la Guerra Civil. Haban querido, precisaba, los
resultados de una guerra civil: la eliminacin
poltica y fsica de la otra Espaa (lo que de-
fina como locura histrica, como locura colec-
tiva). La guerra, adems, estuvo animada -con-
clua -por un violento y apasionado patriotismo
en ambos bandos, que haba exigido pruebas
enormes de energa y entusiasmo pero con un
balance ltimo cruel, terrible: por un lado, sa-
crificio, generosidad, herosmo; por otro, cam-
pos desolados, muertos, mutilados, prisioneros.
La Guerra haba sido, pues, para Maras un gi-
gantesco error histrico, un fracaso colectivo,
un naufragio. Eso hara an ms urgente y dra-
mtico aquello que, bajo la directsima influen-
cia de Ortega, Maras haba asumido como res-
ponsabilidad propia de su funcin en tanto que
intelectual: la reabsorcin de la circunstancia
(esto es, Espaa) como forma de salvacin, que
l quiso concretar en la aspiracin a dar razn
histrica de la trayectoria y realidad de Espaa.
Por eso, la obsesin de Maras por Espaa, su
meditacin permanente sobre su historia y su
realidad, que se tradujo en los libros citados al
principio y en los textos comentados, luego, con
ms extensin. La Espaa de Maras, plasmada
sobre todo en Espaa inteligible (1985), su ms
ambicioso libro de tema estrictamente histri-
co, era de una parte una Espaa de plenitudes:
Cervantes, Feijo, Jovellanos, Unamuno, Azo-
rn y por supuesto Ortega y Gasset, cuya filoso-
fa, como se sabe, Maras investig, sistematiz
y profundiz. Pero era tambin una Espaa de
naufragios: el 98 y, sobre todo, la Guerra Civil
(y era, quede slo apuntado, aun siendo igual-
mente esencial, una Espaa plural: radicalmen-
te europea y al tiempo, trans-europea, esto
es, proyectada e integrada en el mundo hisp-
nico de Amrica, que Maras conoci muy bien
y del que se ocup recurrentemente en su obra).
Naufragios que era preciso (re-)conocer y ex-
plicar, y asumir en su totalidad y en su verdad.
Maras lo dijo muy claro respecto de la Guerra
Civil espaola en el texto ya mencionado, La
guerra civil cmo pudo ocurrir?, de 1980:
no podemos olvidarla, porque eso nos expon-
dra a repetirla.
Ms an, slo a partir de ah -de la compren-
sin y visin de Espaa como una historia de
plenitudes, naufragios y posibilidades-caba
construir (re-construir) la Espaa posible, la
Espaa deseable: una Espaa, para Maras,
responsable, libre, equilibrada, serena, pensa-
da y construida como proyecto en comn. Ma-
ras se propuso desde 1939 una tarea intelec-
tual enorme, histricamente esencial: salvar
a Espaa del naufragio de 1936-39 o, lo que
era lo mismo, la recuperacin en primer lugar
(aunque no slo) del pulso y tono vitales de la
cultura espaola del periodo 1898-1936 que
Maras, como sabemos, pensaba haba alcan-
zado una calidad asombrosa que culmin en
la filosofa de Ortega. Maras no quiso aceptar
que el franquismo pudiera ser un mero desierto
cultural. Su obra, una de las trayectorias ms
fructferas de la filosofa espaola de la segun-
da mitad del siglo XX, tuvo por eso mucho de
dilogo permanente con el propio pensamiento
espaol. Pero selectivamente: con Unamuno,
Ortega y Zubiri, en tanto que sus maestros;
con Cervantes, Jovellanos, Feijo, Moratn,
Cadalso, Valera, Menndez Pidal (entre otros),
como circunstancias espaolas ineludibles. A
Julin Maras se debe la reanudacin de una
vida intelectual sustantiva en Espaa tras la
guerra, y la continuidad en el tiempo del pen-
samiento y la cultura espaoles. Sin duda, no
La Guerra haba sido, pues, para
Maras un gigantesco error histrico,
un fracaso colectivo, un naufragio
72
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
so, dira, de devolucin de un viejo e ilustra-
do pueblo por el que, tras la aprobacin de la
Constitucin de 1978, los espaoles volvan a
ser plenamente responsables de Espaa.
El proyecto de nueva Constitucin, sin embar-
go, no le gust. Le alarmaron sobre todo tres
cosas: la ausencia en el texto de una clara
definicin de Espaa como nacin, y el desli-
zamiento -en su opinin, falso-hacia una idea
de Espaa como un simple Estado, y como un
conglomerado de nacionalidades (un con-
cepto para l equvoco y peligroso) y regiones;
el exceso de vaguedad y utopismo en materias
sociales; y el papel menor que se otorgaba a la
Monarqua y al Rey, que Maras pensaba de-
ba ser un verdadero poder moderador y no,
un simple smbolo protocolario. Pero el texto
final y definitivo le pareci, con todo, positivo
y viable, y por ello, suficiente y necesario a
Espaa como nuevo proyecto histrico.
Cuando en 1981 public Cinco aos de Es-
paa, Maras hizo -en el prlogo del libro-un
balance de lo que haba ocurrido en el pas
desde 1975, esto es, de lo que llamaba la pri-
mera etapa de la nueva vida pblica espaola,
y la nica que suscit su entusiasmo. Lo ms
sustancial le pareca que, en contraste con lo
ocurrido con la anterior experiencia democr-
tica -fracaso de la II Repblica en slo seis
aos (1931-1936)-, la nueva democracia espa-
ola apareca en 1981 con sus instituciones
intactas y funcionando normalmente, en un
pas adems que, pese a la presencia de pe-
queos grupos que buscaban la destruccin
del Estado y de su estructura territorial, vi-
va en estado de concordia e instalado en
la legalidad y el derecho. La operacin rea-
lizada en estos nuevos seis aos (1975-1981)
-transicin de la dictadura a la democracia-le
pareca fabulosa, casi increble. Maras re-
conoca el papel capital, importantsimo, que
el Rey -la institucin monrquica y el pro-
pio Juan Carlos I-haba tenido en el proceso,
slo a l, sino tambin a lo que Maras llam
la vegetacin del pramo, una parte -consi-
derable y de calidad indiscutible- de lo publi-
cado en Espaa entre 1940 y 1955 por intelec-
tuales y escritores de generaciones anteriores
a la guerra (Menndez Pidal, Azorn, el propio
Ortega, Maran, Aleixandre, Garca Gmez,
Carande, Gerardo Diego) y de las generacio-
nes nuevas (Maras mismo, Delibes, Carmen
Laforet, Rosales, Caro Baroja, Aldecoa, Lan,
Lafuente Ferrari, Chueca, Tern, Maravall,
Diez del Corral, Aranguren). Pero la labor
de Maras fue determinante, esencial. Espaa,
en todo caso, recobr de esa forma -a pesar del
franquismo-el pulso de la modernidad y con
ello, un sistema de ideas e incitaciones cultu-
rales plenamente asimilables al pensamiento
moderno europeo (sin lo cual no se podra en-
tender la rpida recuperacin de la libertad y
la democracia que la sociedad espaola llev
a cabo tras el fin del rgimen de Franco en
1975).
Maras vio la recuperacin de la libertad, el
trnsito de Espaa de la dictadura a la demo-
cracia a la muerte de Franco -lo que l lla-
m la devolucin de Espaa a s misma-con
optimismo y esperanza (a pesar de la propia
circunstancia ntima de Maras marcada, tr-
gicamente, por la muerte en 1977 de su mu-
jer, Lolita Franco, que supuso para Maras
nada menos que la destruccin de su propio
proyecto vital). Crey que en 1975 Espaa -la
Espaa real, un pueblo vivo, activo, ni
enfermo ni envilecido ni lleno de odio-estaba
ya plenamente preparada para la libertad y la
democracia. La Transicin, a la que Maras
contribuy como senador por designacin real
entre 1977 y 1979 y sobre todo en tanto que
intelectual con sus artculos y ensayos que
recogi en sus libros La Espaa real (1976),
La devolucin de Espaa (1977) y Espaa en
nuestras manos (1978), fue as, para Maras,
el final de la Guerra Civil, el comienzo de una
nueva etapa plena de posibilidades: un proce-
Pensaba que tras Surez, que dej
el poder en enero de 1981, la vida
pblica espaola entrara en una
etapa de normalizacin
A Julin Maras se debe la
reanudacin de una vida intelectual
sustantiva en Espaa tras la Guerra,
y la continuidad en el tiempo del
pensamiento y la cultura espaoles
73
E N S AYO S
proceso adems que a Maras le admiraba por
su originalidad: uso de la legalidad vigente an-
terior para transformar las instituciones previas
en algo completamente distinto. Maras recor-
daba, paralelamente, los que le pareca haban
sido los principales puntos de la transicin
(que asociaba con la etapa, 1976-1981, en que
gobernaron Adolfo Surez y su partido, la
Unin de Centro Democrtico): que se hubie-
se procedido antes a la liberalizacin del pas
-legalizacin de partidos y sindicatos, recono-
cimiento de las libertades pblicas fundamen-
tales (expresin, asociacin, manifestacin,
prensa)-que al ejercicio mismo de la demo-
cracia electoral; el propio estilo personal de
gobierno de Adolfo Surez, que busc ante todo
el consenso, la distensin y el entendimiento
en la poltica y en la sociedad; haber sabido
escapar, con la creacin de UCD, del esquema-
tismo derecha/izquierda -arcaico, poco inte-
ligente, destructivo-, que Maras pensaba
habra llevado, como en 1931-36, al desastre.
Pensaba que tras Surez, que dej el poder en
enero de 1981, la vida pblica espaola entra-
ra en una etapa de normalizacin. No ignora-
ba los posibles riesgos y errores que a partir
de entonces volveran a amenazar la realidad
poltica de Espaa: Maras adverta, por ejem-
plo, sobre los peligros de una vuelta atrs, a
1931-36, como advirti reiteradamente en sus
escritos de aquellas aos sobre los peligros de
la falsificacin de la historia y sobre todo, de
la historia de la Guerra Civil. Pero confiaba en
las enormes posibilidades de la nueva Espaa
y en la fantstica transformacin creadora,
y gran proyeccin internacional, que Espaa
haba experimentado entre 1975 y 1981, con-
fianza que Maras vio confirmada poco des-
pus, cuando la democracia espaola, con el
rey Juan Carlos, Adolfo Surez y Gutirrez
Mellado a la cabeza, abort el intento de golpe
de Estado del 23 de febrero de 1981, victoria
que en su opinin supuso la revalorizacin de
la situacin poltica existente (tal como dej
escrito en el volumen tercero de sus memorias,
Una vida presente. Memorias 3 (1975-1989)
que apareci en 1989).
Lo que ocurri a partir de 1981, especial-
mente en la larga etapa de gobierno socialista
(1982-1996), fue, con todo, enfriando las es-
peranzas que a Maras le haba despertado la
recuperacin de la libertad entre 1975 y 1981.
Maras crey ver que la normalizacin poltica
que sigui a sta, fue reintroduciendo en la
vida espaola, como haba intuido, elementos
negativos, errores innecesarios, arcasmos,
regresiones: prepotencia excluyente de las
mayoras polticas, malos usos de la libertad,
desvanecimiento de la idea de Espaa, insoli-
daridad regional, fracturacin de la concordia,
falsificaciones de la historia, desorientacin
colectiva. Maras -que muri, como se sabe,
con 91 aos en 2005- vivi, pues, hasta el fi-
nal Espaa como preocupacin, que no quie-
re decir angustiadamente: como preocupacin
responsable. Julin Maras, en efecto, crey
siempre, pese a todo, en Espaa como un rea-
lidad de vida colectiva, en gestacin desde la
romanizacin y forjada en mltiples y comple-
jas encrucijadas resueltas en trayectorias his-
tricas diversas; como un pas original y euro-
peo, y parte al tiempo, como ya se ha indicado,
de una comunidad de pueblos hispnicos, de
todo lo cual dio razn (explicacin), como tam-
bin ha quedado dicho, en Espaa inteligible
(1985).
Maras crey ver que la
normalizacin poltica que sigui
a la recuperacin de la libertad,
fue reintroduciendo en la vida
espaola elementos negativos,
errores innecesarios, arcasmos,
regresiones
75
E N S AYO S
El hombre que nunca minti
JOS LUIS GARCI
DIRECTOR DE CINE
M
ientras ofreca una de sus ex-
traordinarias charlas, esta vez
en el Instituto de Espaa, ante
numerosos compaeros suyos de
varias de las Reales Academias,
Julin Maras dijo que su vida haba estado
siempre regida por un recuerdo de infancia.
(Hagamos un flash-back. Resulta que, cuando
Maras tena seis aos y su hermano nueve,
una maana decidieron aislarse los dos detrs
de una puerta y comprometerse a no mentir
nunca). Julin Maras ha manifestado en di-
versas ocasiones que no ha faltado jams a
aquella promesa. Esa actitud, naturalmente, le
trajo al filsofo consecuencias penosas, cuan-
do no muy graves. Durante aquel discurso en
el Instituto de Espaa, Maras tambin recor-
d que tan importante como no haber faltado
a lo largo de su vida a aquel juramento, haba
sido que, gracias a l, tuvo que esforzarse, casi
a diario, por entender; luego, el ensayista nos
asegur que la realidad siempre es problem-
tica y que, por ello, suele presentarse como un
interrogante, de ah que sean necesarios con-
tinuos esfuerzos por iluminarla, por conseguir
ver solo lo real, que no es sino esa luz que
procede del pensamiento.
Es la condicin de toda vida intelectual que
merezca ese nombre, aadi el maestro, agre-
gando despus que, si bien el pensamiento
est expuesto al error, puede enderezrsele
ese insobornable deber que es la veracidad.
Adems de por lo vivo y ameno de su estilo,
puro cristal de Murano, un estilo muy senci-
llo, muy inteligible' y muy directo (el mismo
con el que Frank Capra film La amargura del
general Yen), Julin Maras nos transmita una
afectuosidad que yo dira que era de otro tiem-
po. Estilo de hombre sabio, que es ese estilo
que atesora las seales del nio que se ha ido
y del nio que se sigue siendo. Es muy difcil
explicarlo. Un estilo, en fin, que nos acercaba
a l de manera imparable. Uno de los xitos
de Maras, me parece, es que al leerlo siempre
tienes la impresin de ser un chico que est
empezando.
He sentido por Julin Martas, desde que estu-
diaba Pre-universitario en el Instituto Cervan-
tes de Madrid, calle de Montesquinza (Preu
de Letras, desde luego; Hernndez Vista nos
daba Latn y Lasso de la Vega, Griego), le tena
a don Julin, deca, desde entonces, profunda
admiracin y simpata. Escribo simpata
entre comillas, porque no encuentro una pala-
bra ms ajustada. Siempre me ha seducido su
jovialidad, su proximidad. Tambin proxi-
midad lo escribo con comillas. Cuando le co-
noc, hace catorce o quince aos, pude com-
probar que esa cercana que se desprende
de sus textos, esa cordialidad, tambin for-
maba parte de su persona. Recuerdo que, muy
al principio de los sesenta, tuve la suerte de
conseguir, en la librera Cervantes de Oviedo,
una primera edicin, la de 1941, de su mara-
villosa Historia de la Filosofa, con prlogo
Uno de los xitos de Maras,
me parece, es que al leerlo siempre
tienes la impresin de ser un chico
que est empezando
76
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
de Zubiri, un libro que me ha acompaado du-
rante toda la vida y del que he sacado enormes
recompensas. Un verdadero libro llave.
Los libros llave son esos que te abren casi to-
das las puertas y verjas y que, adems, permi-
ten trasladarte a los fantsticos mundos con que
sueas de chico. El ensayo de Maras tambin
fue para m un libro de magia, como El Quijote,
que me descubri, sobre todo, que lo interior
es mayor que lo exterior y que lo ntimo es in-
abarcable de lo grande que puede llegar a ser.
En realidad, la Historia de la Filosofa de
Julin Maras, es, para m, un texto dedicado a
la juventud, una nueva Isla del Tesoro. Los
libros de Julin Maras, los que a m ms me
gustan, encabezados por sus Memorias en tres
tomos, Una vida presente, me han transmi-
tido su fe irreductible en las personas, en la
libertad humana. Y eso, viniendo de alguien
que ha tenido una vida difcil y complicada
-delaciones (falsas) de amigos, crcel, amena-
zas de fusilamiento, prohibido aos y aos por
el rgimen franquista, para el que siempre fue
persona sospechosa, represaliado por las dos
Espaas- tiene todava ms mrito. Supongo
que haber hablado hasta por los codos con Or-
tega y Gasset o vivir aprendizajes y esperanzas
con Garca Morente tuvo que influir lo suyo.
As como florecer en aquella Universidad Cen-
tral de Madrid de los aos 30, muy superior
entonces a las de Oxford y Harvard, aunque
hoy parezca increble. Ser espaol, La edu-
cacin sentimental, Mapa del mundo perso-
nal, Espaa intangible o Consideracin de
Catalua, que son mis libros preferidos, nos
propagan adems de la habitual temperatura
tica ejemplar en su autor, amor a manos lle-
nas, seny, civilizacin y apuesta por la ver-
dad sin dogmatismos. Pero hablemos de cine.
Curiosamente, Ortega y Gasset, del que yo no
he ledo nunca nada relacionado con el inven-
to de los hermanos Lumire (aunque cuando
nos habla de Las Meninas est hablando de
luz, claro); Ortega, comentaba, en el inicio de
su eplogo a una reedicin de Historia de la
Filosofa, escriba esto: Y ahora, qu ms?
Julin Maras ha acabado de hacer pasar ante
nosotros la pelcula que es la Historia de la
Filosofa. Es evidente que Ortega ya conoca
la fascinacin de su amigo y discpulo por el
sptimo arte. (Ahora recuerdo una magnfi-
ca frase de Ortega: El cine se ha hecho para
sacar al hombre de su circunstancia.)
Desconozco los libros o revistas especializadas
que haya podido leer Julin Maras a lo largo
de su aventura como crtico cinematogrfico.
Desde luego, Maras pudo leerlo todo y en sus
respectivas lenguas: Andrew Sarris o Film
culture, en ingls; Andr Bazin, Sadoul o
Cahiers du Cinema, en francs; Lotte Eisner
o Kracauer, en alemn... Pero, y en nuestro
idioma? Alfonso Reyes?, Arconada?, Ville-
gas Lpez?, Azorn?, que, por cierto, descu-
bri lo bien que caminaba Gary Cooper.
Azorn, un genio de nuestras letras y un pen-
sador muy sui generis, fue una persona querida
y admirada por Julin Maras. A m, don Ju-
lin, a lo largo de algunas conversaciones, me
llev a compartir su entusiasmo por el Dreyer
alicantino de nuestra literatura. Hace tiempo,
Maras le dedic un texto monogrfico, Cien-
cia romntica, donde homenajeaba al joven
y bohemio Martnez Ruiz que se aliment du-
rante veinte das a base de dos panecillos de
diez cntimos, luchando a brazo partido con-
tra el hambre para no abandonar su vocacin
de escritor. S que a Julin Maras le hubiera
gustado mucho ver en imgenes Doa Ins.
A m, tambin. Si consiguiera filmarla algn
da, por supuesto que estara dedicada a don
Julin, que tantas veces me anim para que
la hiciera (despus de ver Cancin de cuna) y
tantos buenos consejos me dio.
El ensayo de Maras () me
descubri, sobre todo, que lo
interior es mayor que lo exterior y
que lo ntimo es inabarcable de lo
grande que puede llegar a ser
A m, don Julin,
a lo largo de algunas
conversaciones, me llev a
compartir su entusiasmo por
el Dreyer alicantino
de nuestra literatura
77
E N S AYO S
Alguien que se ha adentrado, explorado y cla-
rificado a Zubiri o a Unamuno, de los que ha
escrito pginas memorables, cmo no iba a
explicar mejor que nadie Io que es el cine de
autor? Las crticas de Maras en Gaceta Ilus-
trada, de hace medio siglo, o las de Blanco
y negro, ms recientes, aunque tambin leja-
nas estn repletas, y trato de elegir muy bien
cada palabra, de inspiracin, de valenta, de
perspectiva y de alegra, de mesura, de cono-
cimiento; y vacas de pedantera y fanatismo.
Estn redactadas con soltura, con una curiosi-
dad que adivinas inacabable, son libres, nada
envaradas. Julin Maras jams ha pertenecido
a ningn ghetto excluyente; tampoco al cintu-
rn de las capillitas ni al club de los cinfilos
del codazo moderno. En aquellos aos, en que
los textos de los crticos febriles y, supuesta-
mente, entendidos saltan oscuros y arrugados,
a Julin Maras los prrafos le brotaban de su
mquina de escribir lisos y luminosos.
Qu placer era para m leer sus columnas!
1
,
aunque me tildaran de antiguo o de reaccio-
nario, porque lo moderno aquellos das era
poner los ojos en blanco ante las aburridas
disquisiciones o los comprometidos ensayos
ininteligibles que abundaban en las publica-
ciones de cine de media Europa, aquellas que
beatificaban El sirviente, Teorema o Rusos y
blancos, Glauber Rocha, los her-manos Mekas
o Ken Russell.
Julin Maras reflexionaba sobre un lenguaje
creado a base de imgenes, muy parecido a
la vida, un idioma nuevo y noble. En el cine,
analizado por Maras, cualquier pelcula, te-
na grandeza. La cinematografa era tan dig-
na como la literatura, la msica, la pintura o
la propia historia. Y, adems, era indudable,
muchos de los comentarios de Maras eleva-
ban el producto. Por si fuera poco, lograba
que los que ambamos el cine nos sintiramos
orgullosos, y, ms an, seguros. La capacidad
del espectador de Julin Maras era, ms que
panormica, en Cinemascope. Ha sido uno de
los pocos crticos que yo he conocido que po-
dan perderse de verdad dentro de una pel-
cula y de lo que la pelcula propona. Fue un
Sherlock Holmes al que no se le escap nada,
por ms que lo hubiera querido ocultar el di-
rector. Quiz porque Julin Maras, cuando iba
al cine, vea lo que tena delante de los ojos,
que siempre es lo ms difcil de ver. Nada se le
quedaba fuera de cuadro a aquellos ojos celes-
tes, con destellos plateados, tan celestes como
los de la mam de Dumbo.
Muchos recuperamos la infancia cuando va-
mos al cine o al ftbol, o al leer un tebeo; a
estas alturas del metraje, empezamos a ser las
pelculas que hemos visto, cundo y con quin
las hemos visto. Para ser justos, la mayor parte
de las opiniones (y no crticas) de Julin Ma-
ras -y tengo la sensacin de exagerar lo justo
-le pertenecen a l tanto como a su mujer, Do-
lores Franco. No pretendo expresar que don
Julin no tecleara sus propias impresiones e
ideas semana a semana, pero s que muchas de
esas ideas estaban acompaadas por las de su
mujer, y al revs. Quiero decir que las reseas
de Maras eran como el resultado de una his-
toria de amor. De ah su belleza, su bondad, su
claridad, su sinceridad, su pasin, su moder-
nidad, su poesa ligera y su temblor (inquie-
tud?) de humanista cristiano.
El matrimonio de Julin Maras -y as se des-
prende en sus Memorias- fue tambin el de
una pareja de aficionados al cine. S que l y
Lolita quedaban quince minutos antes de co-
menzar la sesin en alguna cafetera cercana a
la sala, donde tomaban caf o un refresco, y,
as, al placer de ir a ver una pelcula suma-
ban la felicidad de una cita con la persona
amada. Primum vivere. Solan ir al cine un
par de veces por semana. Yo los vi en bastan-
tes ocasiones, la ltima en el cine Conde Du-
que, me parece. Don Julin vestido con traje
oscuro, camisa blanca y corbata; Lolita con
esa elegancia de las mujeres de Penagos, tan
cosmopolitas y tan decididas, mujeres que pa-
recen dibujadas a tinta china, pongamos que
entre Margaret Sullavan y Carole Lombard. Les
recuerdo hablando en el vestbulo, al tiempo
que se fijaban en todo, como si fueran una mez-
cla de turistas y exiliados La cuestin es que
si, all por los primeros cuarenta, don Julin
dialog sin parar, durante meses y meses, con
En el cine, analizado por Maras,
cualquier pelcula, tena grandeza.
La cinematografa era tan digna
como la literatura, la msica, la
pintura o la propia historia
78
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
su entonces novia, mientras preparaba Histo-
ria de la Filosofa, solicitando su opinin con-
tinuamente -libro que ella transcribi y puso en
limpio- cmo no iba a charlar a todas horas
con su mujer de las pelculas que vean jun-
tos, que habitaban juntos? Sobre la fotografa,
sobre la msica, sobre tal escena, sobre aquel
dilogo.
Me ha contado Miguel Maras, que es uno de
los mejores crticos cinematogrficos que te-
nemos en Espaa, por no decir el mejor, al que
quiero tanto como admiro; segn Miguel, digo,
en cuanto su padre sacaba el ltimo folio de
la mquina, sala disparado en busca de su
madre para pedirle opinin. Y aunque Lolita
estuviera atareada con labores caseras, lavn-
dose la cabeza o hablando por telfono, all se
quedaba don Julin, sin moverse, en silencio,
hasta que ella lea el artculo o el captulo de
un nuevo libro en marcha. Por eso, quiero dar-
le hoy a Dolores Franco - cuando ya est otra
vez al lado de su marido, porque si no fuera
as la felicidad sera un engao - la autora
compartida de muchas estupendas reflexiones
sobre el cine, por tantos ensayos magnficos
que don Julin nos regal acerca de esa vida
de repuesto que llamamos pelculas. Por com-
partir cientos de emociones a 24 fotogramas
por segundo y participar ambos del gozo de
las palabras asequibles, de las frases sin as-
pavientos. Porque los dos tenan una mirada
comn que abarcaba la totalidad.
Estos das he vuelto a releer algunos de los tex-
tos, notas, juicios, pensamientos o como quie-
ra que se le llame al trabajo cinematogrfico
de Julin Maras. Y me han parecido ensayos
de convivencia. No lo supe ver as hace aos.
Pero lo que percibo ahora es eso, tolerancia,
entendimiento, s, convivencia. Con qu senci-
llez nos ha mostrado el talento de Joseph von
Sternberg o el de Murnau, con qu naturalidad
nos ha descrito la emocin segn Leo McCa-
rey. Ya en 1965, escribiendo de Las campanas
de Santa Mara, una pelcula que yo adoro,
dedujo que McCarey no era slo un genial ci-
neasta, sino que, pasado el tiempo, iba a ser
autor de cabecera de los cinfilos jvenes de
entonces (nosotros ) cuando maduraran. Y es
una pena que se haya ido don Julin sin descu-
brirnos por qu lloramos todos en la secuencia
final de T y yo. Adivinamos que es un retorno,
una revisitacin, s, pero a dnde exactamen-
te? Maras dice que McCarey filmaba y pensaba
en planos significativos. Curioso, eh? Una vez
le pregunt: Por qu muchas pelculas que
en el pasado fueron consideradas excepciona-
les se marchitan hoy ante nuestros ojos? Eso
nicamente ocurre con las que en su tiempo ya
eran inautnticas, me respondi. Las pelcu-
las verdaderas envejecen sin mengua.
En el ltimo tomo de Una vida presente,
cuando Julin Maras narra los terribles mo-
mentos de la prdida, primero, y la ausencia,
ms tarde, de su mujer -Yo ya no soy, ni mi
casa es mi casa-, escribe las mejores pgi-
nas de toda su obra, porque en ellas nos en-
sea que el corazn es lo importante, y nos
revela que el filsofo, que la filosofa, no es
sino sensibilidad envuelta en pensamiento. De
aquellos das de sufrimiento, de aquellos me-
ses amargos, de aquel tiempo de dolor, yo creo
que podra salir una pelcula tan extraordina-
ria como Tierras de penumbra.
Aunque pueda parecer un atrevimiento
-pido disculpas por ello-, me inclino a pen-
sar que a partir del tercer volumen de Una
vida presente, tambin desde La educacin
sentimental, y sin abandonar la filosofa, Ma-
ras se intern en McCarey, en los territorios
de la emocin pura, tan cercanos a la fe, a la
verdad.
Queda claro, pues, que desde que estudiaba
sexto de bachillerato he sido partidario de Ju-
lin Maras, una de las escasas personas cul-
tas de culto que hemos tenido por estos alre-
dedores. Si se me permite, y me voy a mi jerga,
Desde que estudiaba sexto de
bachillerato he sido partidario de
Julin Maras, una de las escasas
personas cultas de culto que hemos
tenido por estos alrededores
Es una pena que se haya ido
don Julin sin descubrirnos por qu
lloramos todos en la secuencia final
de T y yo
79
E N S AYO S
yo le vea como un Bogart de la Filosofa, el
Di Stfano del Pensamiento, un Sinatra de la
Razn.
Se nos ha ido, a todos, un amigo con los no-
venta cumplidos. Muy joven todava. Un sa-
bio. Un trabajador infatigable. Un grande de
Espaa. Un hombre que posea todo lo bueno
que acaba en encia: coherencia, paciencia,
decencia, conciencia, resistencia, prudencia,
coexistencia...Un ser humano irrepetible e in-
sustituible. Una persona que ayud a la de-
mocracia en tiempos de luto, all por los cin-
cuenta, y que luego volvi a echar una mano a
su querido pas durante la Transicin. Siempre
que alguien pona en entredicho la verdad y la
libertad, ah estaba l, ah estaban su voz y sus
renglones. Los privilegiados que fueron sus
amigos, quienes le acompaaron en sus nu-
merosos viajes, sus admiradores, sus lectores,
adems de haber sido recompensados por lo
que aprendimos a su lado, nos hemos benefi-
ciado de algo que podramos definir como una
mejor reconciliacin con la vida, con la vida
domstica, con la vida cotidiana. Todo esto for-
ma parte tanto de su quehacer filosfico como
de sus impresiones sobre la educacin. Fue de
los primeros en intuir que el cine es el arte
ms propio de su tiempo, y el ms idneo para
expresar la realidad de la existencia. Gracias
a la bondad y al conocimiento de su mirada,
yo pude reconocer, casi de adolescente, que
aquellos instantes como de mercurio que ha-
No conoci el odio ni el
resentimiento; era tan valiente
e ntegro como Atticus Finch;
ola a significado y a locin de
afeitar, y a m me ense a ser yo
bitaban algunas imgenes me hacan crecer,
iban amplindome y, a la vez, ensanchaban mi
entendimiento, mi pasin, mis dudas.
Entre sus miles de pginas queda el autorre-
trato, muy Rembrandt, de alguien autntico,
siempre puesto a prueba por los tiempos -tiem-
pos cambiantes, tiempos favorables (pocos),
tiempos en contra-, y siempre por encima de las
modas; la imagen, muy de los hroes de Hawks,
de alguien que nunca minti, que es ms que
la cortesa del verdadero intelectual, una per-
sona, en fin, que ha permanecido firme como
una roca ante las calumnias, defendiendo sus
convicciones sin herir a nadie.
(Entre parntesis: lo de no mentir, en un cr-
tico de cine, s que es un milagro). Escriba
a mquina, llevaba la cuenta de sus vuelos a
Estados Unidos (yo tambin); ni tena coche
ni saba guiar (yo tampoco); no le dio ms lo
del telfono mvil (como a m); le encanta-
ba Maigret y sus deducciones bajo los cielos
plomizos de Pars; lea por la noche antes de
acostarse, en una butaca, sin quitarse el traje,
que es costumbre de otro tiempo; le gustaba
visitar sin prisas los museos; nunca dio clases
en las Universidades espaolas, qu vergen-
za; no conoci el odio ni el resentimiento; era
tan valiente e ntegro como Atticus Finch; ola
a significado y a locin de afeitar, y a m me
ense a ser yo, a expresarme libremente, a
no tener miedo de ser demasiado superficial,
demasiado sentimental o demasiado generoso.
Se ha ido de puntillas, con la discrecin de
John Ford.
NOTAS
1. Igual me ocurra con los textos de Alfonso Snchez
en La Hoja del lunes de Madrid
81
E N S AYO S
Julin Maras: dos decenios
clave en La Vanguardia
JAVIER GOD
CONDE DE GOD
PRESIDENTE EDITOR DEL GRUPO GOD
J
ulin Maras fue, entre 1971 y 1989, uno
de los colaboradores estrella de La Van-
guardia, una de esas grandes firmas que
han conformado la identidad del diario y
que marcaron una lnea de opinin liberal,
sensata y abierta en uno de los periodos ms cru-
ciales de la Historia de Espaa contempornea. La
marc antes de la muerte de Franco, ayudando a
configurar el futuro libre que muchos desebamos
-y que La Vanguardia contribuy a abrir en la me-
dida de sus posibilidades-. Y continu ayudando
a dibujarla mientras el nuevo rgimen democr-
tico se consolidaba. Casi veinte aos de colabo-
racin bimensual, cerca de cuatrocientos artcu-
los y una fuerte impronta en nuestras pginas.
En realidad la primera aparicin del pensador
vallisoletano en nuestro rotativo fue un diverti-
mento. En los archivos del diario consta como
primer texto suyo un artculo, La verdadera his-
toria del descubrimiento de Amrica, publicado el
14 de octubre de 1961. Iba firmado por un grupo
de profesores de la Universidad de Puerto Rico
-el primero de ellos, Maras, y por eso qued re-
gistrado- y parodiaban en un italiano macarrni-
co la llegada de Coln a las amricas en respues-
ta a la tendencia de ciertas colonias italianas
a apropiarse de la figura del descubridor. As, en
el artculo, el arrojado Cristoforo Colombo era
protegido por Ferdinando di Aragone e Isabella di
Castiglia, tuvo como pilotos a los Fratelli Pinzoni
y cuando lleg a tierra en la isla de Guanahani,
la bautiz como San Salvatore. Una broma erudi-
ta de aquellos docentes.
Tienen que pasar diez aos hasta que Maras reapa-
rezca en las pginas elaboradas en la calle Pelayo.
Pero entonces llega ya presentado como gran ficha-
je. El 10 de octubre de 1971, su artculo Una carta
de Goya viene precedido de las siguientes lneas.
Con este artculo comienza hoy la colaboracin
de Julin Maras en estas pginas de Tribuna de
La Vanguardia. Filsofo ilustre, ensayista agudo,
viajero curioso, observador fino de la realidad que
tiene en torno, Julin Maras tiene adems el don
de la exposicin amena, como atestigua su exten-
sa bibliografa. Estamos seguros de que la presen-
cia del gran escritor habr de interesar vivamente
a nuestros lectores.
La incorporacin de Maras en estas fechas a las
pginas de opinin de La Vanguardia no es un
caso aislado. Formaba parte de una estrategia de
renovacin que el entonces director Horacio Senz
Guerrero, lgicamente con el visto bueno y el apo-
yo de la propiedad del diario, llev adelante en los
ltimos aos de la dcada de los 60 y primeros aos
70. Junto al autor de Introduccin a la filosofa em-
pezaron a colaborar en Tribuna de La Vanguardia
Jos Ferrater Mora, Ramn Tras Fargas, Antonio
de Senillosa, Jos Luis Aranguren, Antonio Garri-
gues y Daz-Caabate y, entre los extranjeros, In-
dro Montanelli, Jacques Maritain o Raymond Aron,
todos ellos personalidades significadas por su ta-
lante liberal, segn han sealado los historiadores
Anna Nogus y Carlos Barrera. Se sumaban a otras
firmas de referencia progresista que les haban
precedido como Miguel Delibes o Joan Fuster.
82
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
La idea que inspiraba a quienes impulsbamos
La Vanguardia era conseguir una sintona de
fondo con el gran cambio que se estaba produ-
ciendo en el pas, primero a nivel social, econ-
mico y de costumbres; pero al que de una forma
u otra iba a seguir tambin el poltico. Adems,
Maras ya haba estado vinculado a otra empresa
de la casa, la revista Gaceta Ilustrada, en la que
firm con asiduidad.
La poca presentaba retos constantes a un inte-
lectual con vocacin pblica y Maras sin duda
no los rehuy. En octubre de 1971 hablaba de
Politizacin y despolitizacin y sostena, en
aquel contexto lleno de incgnitas sobre cmo
evolucionara la dictadura franquista, que
hace falta que haya poltica en las sociedades
humanas porque es la nica manera humana de
gobernarlas, de proponer programas que sean
aceptados o rechazados, preferidos unos a otros,
tratados y discutidos en comn. Porque es la
nica manera de que las masas sean pueblos
y los individuos hombres.
En enero de 1972 critica el sonsonete de que
el liberalismo ha fracasado -tpico del pensa-
miento poltico de la postguerra espaola- y ar-
gumenta que en realidad ha triunfado en gran
parte del mundo: Europa Occidental con un
par de excepciones, Estados Unidos, Canad,
algunos pases de Hispanoamrica, Australia y
Nueva Zelanda En realidad, conclua el li-
beralismo es la poltica que menos ha fracasado
del mundo.
Resulta apasionante seguir el hilo discursivo de
Julin Maras en esos aos clave de la historia
espaola. Desde su interrogacin sobre Cmo
se siente un cristiano en 1972 (a la que dedica
tres artculos, en los que analiza el descenso del
entusiasmo religioso que se haba registrado tras
el Concilio Vaticano) a su visin de Catalua (a
la que haba dedicado un libro en 1965 que le
llev a polemizar con Maurici Serrahima).
Este es un tema importante. Para el filsofo la
poltica dominante de los ltimos treinta y cinco
aos y la incomprensin frente a la existencia
de lenguas distintas del espaol haba fomen-
tado y enconado una interpretacin regional
del descontento. Segn Maras la difusin de la
lengua y la cultura catalana, la conveniencia de
enfrentarse a la realidad de Espaa, sin trampa
ni cartn -ni cartn piedra- ha de ir acompa-
ada de que los catalanes sientan cada vez ms
como suya la totalidad de la Pennsula y, tam-
bin, la cultura espaola en bloque. A lo largo
de los aos volver en varias ocasiones sobre
esta cuestin, tan sensible para el pblico de La
Vanguardia.
El 16 de noviembre de 1975, a cuatro das de
la muerte de Franco, y citando a Antonio Ma-
chado, Julin Maras se pregunta sobre el futuro
alinendose entre los que creen que el maana
no est escrito. El 3 de diciembre de ese mismo
ao, recin pasada la ltima decena de noviem-
bre, tan dramtica, tan grave, porque en ella se
han condensado el balance de cuatro decenios,
analiza La aficin a la dictadura y argumenta
a favor de que se sepa cuanto antes lo que quiere
y a lo que aspira el pueblo espaol.
En esos primeros aos de la transicin demo-
crtica sus textos comentan y analizan desde
La organizacin de la libertad a la forma de
consolidar la democracia. Artculos dedicados
a la Constitucin o las primeras elecciones dan
fe de su directsima atencin a lo que estaba
ocurriendo desde un espritu siempre liberal y
constructivo. Su lectura hoy nos brinda un tes-
timonio insustituible de la riqueza y comple-
jidad del debate que se estaba desarrollando
entonces en nuestro pas, y tambin de la altura
de miras con que algunos contribuyeron al xito
que lo coron.
Julin Maras, como he apuntado al principio,
sigui honrando nuestras pginas de La Van-
guardia hasta finales de los aos 80, abordando
una batera de temas -sociales, literarios, hist-
ricos, filosficos- que dan fe de su gran variedad
de intereses. Del sentimiento europesta a la
soberbia espaola, de la pedagoga de Gilberto
Freyre al xito de la televisin, de la guerra de
las Malvinas a los secretos de la vida japonesa,
dibujan un abanico fascinante que a travs de
nuestra hemeroteca digital abierta est hoy al
alcance de todos los lectores.
La idea que inspiraba a quienes
impulsbamos La Vanguardia era
conseguir una sintona de fondo con el
gran cambio que se estaba produciendo
en el pas, primero a nivel social,
econmico y de costumbres
83
E N S AYO S
Julin Maras,
Cristianismo y Teologa
OLEGARIO GONZLEZ DE CARDEDAL
CATEDRTICO DE LA UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE SALAMANCA
DE LA REAL ACADEMIA DE CIENCIAS MORALES Y POLTICAS
C
uando uno vuelve la mirada y con-
templa los pasos que ha dado en la
vida, los abismos a los que se ha
asomado y las alturas que ha esca-
lado, se encuentra con el recuer-
do perdurable de algunas palabras decisivas,
de algunas personas ejemplares, de algunos
guas sin cuya ayuda y sostn uno no hubiera
sido quien hoy es. Porque ser hombre es una
cuestin de inteligencia y de razn, pero sobre
todo de voluntad, decisin y amor. Y estos nos
nacen de adentro y nos son hechos posibles
desde fuera con el nimo, coraje y presencia
de los otros. Somos quienes somos por ellos y
desde ellos. De ah que la mirada rigurosa al
propio vivir se convierta en memoria agradeci-
da y recoleccin fiel del ejemplo, de la verdad
y de la esperanza recibidas.
I
La vida intelectual y religiosa de Espaa en el
siglo XX es ininteligible sin un haz de hombres
ejemplares, creadores humildes en tiempos de
desolacin y ejemplares fuertes de dignidad y
libertad, de fe y de esperanza. Entre ellos sobre-
sale Julin Maras. Yo solo quiero subrayar uno
de estos aspectos: su referencia, ocupacin y
proposicin del cristianismo, pensado y expues-
to a la altura del tiempo histrico y de la mejor
tradicin catlica a lo largo de sus veinte siglos.
Es esta una tarea realizada desde la personalsi-
ma ocupacin con l como realidad de la historia
de la humanidad, de nuestra trayectoria como
occidentales, de nuestra existencia presente, de
las ofertas que estn ante nuestros ojos y que se
afondan en lo ms vivo y dramtico de nuestro
vivir. Y esto lo ha hecho por ser hombre, por ser
filsofo, por ser cristiano; sin encargo de nadie,
ms an contra la opinin y a veces incluso las
palabras de quienes hubieran debido estar ms
interesados en esa reflexin.
Esa preocupacin y ocupacin explcitas le son
originarias. l nos lo confiesa en el prlogo a
uno de sus libros ms breves y capitales: Este
libro responde a reflexiones hechas durante
ms de sesenta aos, a lo largo de toda mi vida,
y que arrancan desde mi primera juventud.
Puedo asegurar que se haban iniciado antes de
cumplir los diecinueve aos, en 1933, cuando
visit por primera vez Jerusaln y los lugares en
los que naci el cristianismo. Ya desde enton-
ces mi vocacin era la filosofa y la conexin de
sta con las cuestiones que, desde otro punto de
vista, son asunto de la teologa es notoria.
1
Ha sido precisamente en cuanto filsofo como
ha sido llevado a pensar el cristianismo, a inte-
resarse por la teologa y por la lectura que ella
hace de la realidad, es decir, de la perspectiva
cristiana, que tiene el filsofo por un lado y el
telogo por otro. Ms all de los tpicos, vulga-
ridades y resentimientos hispnicos con los que
le toc bregar, supo lo que ha sido una constan-
te en la historia de Europa sintetizado en los
dos aforismos siguientes. El primero reza as:
84
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
Nullus theologus nisi philosophus, es decir,
que nadie puede ser telogo si no filosofa. Pero
a ste le es igualmente esencial un segundo:
Nullus philosophus nisi theologus, o sea: na-
die puede ser filsofo hasta la raz de su pensa-
miento si a la vez no se preocupa de la teologa.
La historia de la filosofa en Europa tiene su
matriz en la experiencia cristiana: desde San
Anselmo a Nietzsche y Heidegger, para nom-
brar extremos: uno en el abad de un monasterio
donde el argumento ontolgico nace de la ora-
cin y para la oracin monstica (a l dedicar
J. Maras su tesis doctoral San Anselmo y el
insensato 1935-1944), y los otros dos en los que
el rechazo y distancia frente al cristianismo se
convierten en el humus y la humedad perma-
nente de su filosofa.
Esa inicial preocupacin por los problemas
Dios, religin, cristianismo, va a encontrar un
marco universitario en el que sus juveniles in-
tereses sern puestos en la luz de la reflexin
crtica, de la propia historia de la filosofa y de
la referencia a la contemporaneidad. Podemos
decir que Maras fue un agraciado absoluto al
encontrar en sus profesores personas cercanas
de gran vala intelectual y moral, intrpretes
autnticos del cristianismo. Estos eran superio-
res incluso a su esperanza y a la luz de ellos
pudo fundar su propia experiencia y corregir su
esperanza. Me voy a referir a cuatro tipos de
exponentes, expositores o intrpretes del cris-
tianismo que estn en el camino intelectual de
Julin Maras.
II
Se trata de cuatro laderas del nico cristianis-
mo, pero cada una de ellas esencial y signifi-
cativa, sin la cual no es posible entenderle ni
en su ncleo ni en su realizacin particular de
cada tiempo y lugar.
Cristianismo cultural. El primero y gran maes-
tro de Maras es Ortega y Gasset. Este se consi-
der a distancia de la fe y de la iglesia concreta,
conformando su existencia de manera acatli-
ca, como es sabido, por su propia afirmacin,
pero nunca desinteresado de ellas. Su estancia
en Alemania le haba puesto en contacto con
las grandes figuras del cristianismo protestante
y de manera especial con el catolicismo, en un
momento en que se estaban dando las grandes
conversiones y el movimiento fenomenolgico
haba superado las vas desecadas de un kan-
tismo formal. Ortega no conoci solo a Cohen y
a Natorp sino a Jaspers, a Scheler y a Heideg-
ger. Conoci el movimiento catlico y los frutos
de vida y cultura que estaba dando. Solo aludo
a cuatro nombres: Romano Guardini y Odo Ca-
sel, Gertrud con le Fort y Edith Stein. A la luz
de estas personalidades y encuentros escribir
luego que las sombras del catolicismo espaol
derivan no de ser catolicismo, sino de la for-
ma en la que los espaoles lo realizamos. Yo
invito a consultar el ltimo tomo de la nueva
edicin de las Obras Completas de Ortega para
comprobar la resonancia permanente y la pre-
sencia explcita de toda la historia espiritual y
religiosa de Occidente, tanto en personas como
en ideas y libros, monumentos e instituciones.
2
A Ortega le debe Maras esa percepcin tanto
del horizonte cultural como de la significacin
histrica y social del catolicismo.
Cristianismo religioso. Una de las preocupa-
ciones permanentes de Maras ha sido el reco-
nocimiento de la especfica dimensin religio-
sa de la vida humana, a la vez que la acusacin
de haber hecho de ella a lo largo de los siglos
un instrumento al servicio de fines no religio-
sos; haber olvidado lo que ella tiene de aristas
cortantes, de cimas difciles de escalar y de
abismos del espritu a los que nos abre. Todo
esto lo ha encontrado Maras o lo ha visto sig-
nificado en Unamuno, al que otorga un puesto
central en la renovacin de la filosofa en Es-
paa. Por eso en su obra: La filosofa espa-
ola actual (1946) le coloca en primer lugar,
a la vez que le reconoce su labor de pionero
incluso en relacin con Europa y lo que en ella
estaban significando el historicismo, vitalismo
y existencialismo con Dilthey, la fenomenolo-
ga y la recuperacin de Kierkegaard.
3
El libro
que le dedic en 1944, es un tributo de reco-
nocimiento en la propia formacin a la vez que
lo alz como santo y sea de una filosofa para
la que la vida es determinante de la razn, por
eso razn vital, sin sucumbir a ningn vitalis-
mo ni irracionalismo.
Podemos decir que Maras fue un
agraciado absoluto al encontrar en
sus profesores personas cercanas
de gran vala intelectual y moral,
intrpretes autnticos del cristianismo
85
E N S AYO S
Cristianismo intelectual. Quien ha tenido una
vez en su vida un maestro que le ha dado qu
pensar, ese no olvidar nunca el pensamien-
to, porque es una posibilidad y una necesi-
dad a las que ya no podr renunciar. Quien
asomado en las altas crestas de un acantila-
do ha divisado el ancho horizonte y el amar-
go negro del ponto embravecido, ese jams
podr decir que no existen tal anchura dila-
tadora y tal amenazadora belleza. Esa fue la
experiencia que hizo Maras en las clases de
Zubiri durante los aos como alumno en la Fa-
cultad de Filosofa de la universidad madrile-
a. A diferencia de Ortega que giraba en todas
direcciones y cruzaba todos los campos, desde
la psicologa a la sociologa, desde la esttica
a la metafsica, Zubiri se concentr en el ri-
guroso ejercicio del pensar metafsico, de las
preguntas por el ser, el movimiento, la verdad,
el tiempo, Dios, el hombre, la religin, las reli-
giones, el cristianismo. Invito al lector a ver el
tomo reciente de sus obras, y adentrarse en los
temas que trat en los Cursos de 1933-1934.
4
En ese marco aparece su reflexin sobre el cris-
tianismo como forma de acceso al ser desde la
nada, acceso al amor desde la revelacin de
Dios, de acceso al Absoluto desde la encarna-
cin, de acceso a la Iglesia como corporeidad
y universalidad normativa de la verdad. Esa
lectura intelectual del cristianismo le qued a
Maras como la gran aportacin de Zubiri a su
propia existencia creyente y cristiana, afirman-
do que quien ha sido afortunado con tal expe-
riencia viva, nunca la podr olvidar.
Cristianismo eclesistico. He dudado mucho si
utilizar el trmino eclesial en lugar de ecle-
sistico. Con uno y otro me refiero a la forma
concreta de percibir la vida de la iglesia y de
una manera muy especial a travs del conoci-
miento o encuentro con sacerdotes y miembros
de las rdenes religiosas, en una palabra con
el clero que tanto peso ha tenido en nuestra
historia, y de manera peculiar en la Posguerra
Civil, incluido el universo universitario y pol-
tico, ocupando ctedras y asesoras religiosas
en instituciones sindicales, laborales y polti-
cas. Pero junto a estos hechos hay otros que de-
terminaron la orientacin personal de Maras y
en los que permaneci atenido a sus orientacio-
nes coherentes con el propio pensar. Me voy a
referir solo a tres sacerdotes importantes en su
biografa. El primero es Don Juan Zarageta, el
amigo, confidente y valedor de Zubiri a lo largo
de sus virajes, rodeos y permanencias. Hombre
de gran dignidad personal, bondad y seriedad,
creador de concordia en tiempos de guerra y de
nimo en tiempos de paz dimidiada. Los otros
dos los encuentra Maras en un marco nuevo:
las Conversaciones de intelectuales catlicos
en Gredos, animadas espiritual y litrgicamen-
te por dos sacerdotes. La figura clave, como
hombre y sacerdote, como licurgo y gua es-
piritual antes que como profesor o intelectual,
fue Don Alfonso Querejazu Urriolagoitia. A lo
largo de veinticinco aos reuni todo un grupo
de pensadores, poetas, profesores, mdicos, al-
gn poltico, las ms granadas en liberalismo,
preocupacin por Espaa, abertura intelectual
y esfuerzo por la reconciliacin entre la Espaa
de la permanencia y la Espaa del exilio. En
otro lugar he hecho la historia de este grupo
sin el cual es ininteligible el desarrollo espi-
ritual de Espaa entre 1950 y 1970.
5
En esas
Conversaciones, celebradas en el Parador de
Gredos (vila) todos esos aos durante la se-
mana de Pentecosts participaba un religioso
jesuita, el P. Ramn Ceal, persona de una in-
finita delicadeza y humildad, de rigurosa for-
macin intelectual y de cercana humana. Era
tambin gran conocedor de la filosofa moder-
na y valedor de todos estos hombres a los que
la situacin eclesistica y poltica miraba en
parte con preocupacin aviesa y en parte con
envidia reprimida. Estos tres sacerdotes, por su
verdad sacerdotal, formacin cultural, abertura
a la mejor historia de Espaa y mirada a Euro-
pa, trasmitieron a Maras de manera real antes
que doctrinal una traduccin de lo que puede y
debe ser un catolicismo tan moderno como ver-
dadero. Desde aqu podemos entender tambin
la pugna a la que con tanta serenidad como
claridad, tuvo que asistir Maras cuando un
clrigo y varios jesuitas arremetieran de forma
corta mentalmente y peligrosa cristianamente
contra Ortega: los famosos Tres antpodas y
la polmica en torno al libro del dominico de
Salamanca, P. Santiago Ramrez, sobre Ortega
Zubiri se concentr en el riguroso
ejercicio del pensar metafsico, de las
preguntas por el ser, el movimiento,
la verdad, el tiempo, Dios, el hombre,
la religin, las religiones,
el cristianismo
86
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
y Gasset. Textos estos ltimos que se pueden
ver recogidos en el tomo IX de sus Obras Com-
pletas (I-X. Madrid 1957-1982)
III
Maras se ha ocupado del cristianismo como pen-
sador situado en una historia, como filsofo profe-
sional y como cristiano en activo. Sus reflexiones
sobre l han ido naciendo en el camino de la vida,
por la necesidad de descubrir su seriedad e ir a
su raz, para saber a qu atenerse y de esta forma
poseer una actitud responsable. Solo aludir a dos
libros donde se sedimenta su pensamiento de ma-
nera explcita. Uno de ellos, Problemas del cris-
tianismo, fue creciendo en ediciones sucesivas,
desde la primera en 1978 a la tercera en 1995 y
siguientes. Slo voy a subrayar dos captulos. Uno
de ellos el ms largo del libro: Cristianismo y
filosofa, y el otro, el ms incisivo y decisivo en
la situacin que estamos viviendo en este inicio
de 2014 en Espaa. Lleva por ttulo: Una visin
antropolgica del aborto, que se cierra con estas
pginas y que a su vez cierran el libro: La acep-
tacin social del aborto es, sin excepcin, lo ms
grave que ha acontecido en este siglo que se va
acercando a su final.
6
El otro libro es una pequea joya: La perspec-
tiva cristiana (1999). Escrito al final de la vida,
tendiendo al hecho y realidades esenciales del
cristianismo; con un conocimiento de su histo-
ria reducida a los elementos esenciales; con la
concentracin en los ncleos que lo constituyen
y sostienen (Captulos XI: Dios amor y XII:
Criatura amorosa); con un atrevimiento cr-
tico respecto de sus malentendidos tericos o
perversiones prcticas (Captulo XIII: Las in-
fidelidades cristianas al cristianismo); con el
desenmascaramiento de su rechazo (XIV: La
hostilidad al cristianismo). Este libro contie-
ne la mdula de un cristianismo, liberado de
moralismo pero radicado en su estructura per-
sonal y moral, por ello radical. De esas races
le nacen a Maras algunas convicciones funda-
mentales, como su comprensin de la persona
con sus mltiples dimensiones en su innegable
e insobornable dignidad; tema al que ha de-
dicado libros irrenunciables como Mapa del
mundo personal (1993) y Persona (1996).
El sentido y posibilidad de estas perspectivas
filosficas son mostradas por el autor en el pr-
logo a La perspectiva cristiana, con estas pala-
bras: El cristianismo lleva consigo una visin
de la realidad, enteramente original y que se
aade a su contenido religioso, del cual emerge
y que no se reduce a l. El hombre cristiano,
por serlo, atiende a ciertos aspectos de lo real,
establece entre ellos una jerarqua, descubre
problemas y acaso evidencias que de otro modo
le seran ajenos. Esto es lo que llam la pers-
pectiva cristiana.
7
IV
Si ahora hablo personalmente, mi deber de
gratitud no es pequeo, ms all del don de la
amistad, siempre gratuita y siempre enrique-
cedora. Como todos he admirado su capacidad
de trabajo, su amplitud de ideas y de miras, su
perseverancia en los ideales, la tersura y tras-
parencia de su estilo, su ejemplaridad moral.
Pero ms all de ello le he admirado desde mi
quehacer y responsabilidad teolgica. Yo he
querido hacer teologa con el mismo rigor de
conceptos y dignidad literaria con que l haca
filosofa, conociendo a los grandes autores, tra-
ducindolos, desde Aristteles a Husserl, des-
de Sneca a Leibniz.
Cuando volv de Alemania encontr la Espaa
equivalente en la distancia temporal a la que
Ortega haba encontrado al volver de Marburgo
y de Berln: con un grave menester de teologa
por delante. Menester doble: de urgencia y de
profesin. Los telogos como sujetos vivientes
entre nosotros, no existan: telogos eran los
muertos y el ms cercano en la historia espao-
la era Surez. Para esta eminente e inminente
tarea que me esperaba encontr en Maras una
frmula admirable. El deca en 1946: urge una
filosofa espaola actual, subrayando los tres
trminos: filosofa, (no discurso social o ret-
rica poltica); espaola (enraizada en nuestra
lengua y experiencia nacional); actual (naci-
da de una percepcin presente del presente).
8
Pocos aos antes una frmula semejante haba
provocado mucho ruido y desencadenado la
marginacin de un telogo (H. Bouillard) que
haba escrito: una teologa que no es actual,
no es teologa.
9
Yo me dije a m mismo: esta
Maras se ha ocupado del cristianismo
como pensador situado en una
historia, como filsofo profesional
y como cristiano en activo
87
E N S AYO S
es mi misin en la teologa, y con tales pensa-
res me aposent hasta hoy en Salamanca. No
basta estar informados: hay que pensar; para
heredar hay que crear; siendo necesario no es
suficiente traducir a los dems y hay que hacer
obra original; no basta remedar el latn clsico
o el alemn moderno sino que hay que crear
una lengua teolgica en la que tengan cabida
el zumo y jugo entraados en la propia lengua
espaola.
Una segunda idea me fue entonces orientadora,
la que dedica a la persona y obra de Garca Mo-
rente. Haciendo el elogio de su inmenso trabajo
como profesor, decano de la Facultad y traduc-
tor aade: no pretendi ni ser un repetidor de
los dems ni un genio, sino ser un maestro. Esto
significaba crear un mbito de ideales intelec-
tuales, un marco de convivencia, un espacio
casi de familia donde pensar y hacer filosofa
fueran un hecho vivido, un doloroso y gozoso
quehacer comn.
10
No otra cosa pretend yo al
comenzar en Salamanca hace ms de cuarenta
aos. J. Maras fue propuesto para Doctor hono-
ris causa por nuestra Facultad de teologa de la
Universidad Pontificia y ella me confiri el ho-
nor de encargarme la laudatio. Le acompaaba
en el mismo reconocimiento otra persona a la
que l deba amistad y nosotros agradecimiento
por tantas aportaciones intelectuales, cvicas y
religiosas: Pedro Lan Entralgo.
11
Hoy quiero agradecerle pblicamente haber
vivido, pensado y escrito como lo hizo. Elogio
su dignidad pblica como ciudadano, servicial
y libre hasta el final frente a diversos regme-
nes, para terminar siendo marginado por cier-
tos partidos e ideologas. Cmo fue posible
que un peridico, que l colabor a fundar y
alimentar, hiciera despus silencio absoluto
sobre l hasta hacer desaparecer su nombre de
manera que a partir de un momento no volvi
a aparecer jams en sus pginas? Agradecer-
le su vigilancia creadora y su aportacin como
filsofo al cristianismo como verdad, su ejem-
plaridad de vida tanto en el orden moral como
religioso. Los extremismos le marginaron; los
adherentes de regmenes o grupos que haban
dado un salto al lmite yendo de viejas posturas
autoritarias y premodernas a otras igualmente
autoritarias y premodernas, quisieron cegar su
voz para que no contara la historia verdadera.
Ciertos catlicos anteriores al Concilio Vatica-
no II le tuvieron por sospechoso, como resul-
tado de su fidelidad, nunca infantil y siempre
crtica a Unamuno, Ortega, Morente y Zubiri;
mientras que otros posteriores al Concilio Va-
ticano II no le consideraron suficientemente
radical y progresista.
Yo no tengo autoridad para hablar en nombre
de la Iglesia, pero en nombre personal agra-
dezco a Julin Maras su pensamiento, su ser-
vicio y su permanencia fiel en la fe catlica
a lo largo de todas las fases de su vida. Y lo
digo teniendo ante los ojos los vuelcos y giros,
silencios y ambigedades de tantos escritores
y profesores, autores y actores, en los cuatro
ltimos decenios. La verdad y la fidelidad ya
no son evidentes; por ello cuando aparecen
con tal claridad hay que reconocerlas y agra-
decerlas. Evidentemente l no era la voz de
la filosofa, ni pudo abarcar ni ser suficien-
temente sensible a todas las corrientes nue-
vas de pensamiento posteriores a su momento
formativo y creativo, ni representaba el nico
modo capaz de conferir significacin histrica
al cristianismo. l fue solo una voz entre otras
ejemplares con su grandeza y sus lmites, pero
una voz alta, rigurosa, creble. Ante mucho
silencio pblico, ante la retirada del pensa-
miento universitario: al mero ejercicio tcnico
sin responsabilizacin cvica, a los apriscos
polticos o al medro econmico, y no menos
ante la ambigedad cultural y perplejidad
moral, el recuerdo agradecido y la recreacin
fiel en nuestro contexto diverso de la forma de
vida de hombres como Julin Maras es una
responsabilidad sagrada. No otra cosa que r
ecogerla y agradecerla he intentado con estas
lneas.
Elogio su dignidad pblica como
ciudadano, servicial y libre hasta el
final frente a diversos regmenes,
para terminar siendo marginado
por ciertos partidos e ideologas
Yo he querido hacer teologa
con el mismo rigor de conceptos
y dignidad literaria con que Julin
Maras haca filosofa
88
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
NOTAS
1. J. Maras, La perspectiva cristiana (Madrid), 9
2. J.Ortega y Gasset, Obras Completas. Obra pstuma e
ndices generales. Tomo X (Madrid 2010)
3. J. Maras, La filosofa espaola actual. Unamuno, Or-
tega, Morente, Zubiri (Buenos Aires 1948)23-72 (Genio y
figura de M. de Unamuno); Id., Miguel de Unamuno (Bue-
nos Aires 1943)
4. X. Zubiri, Cursos universitarios. Volumen I (Madrid
2007). Vanse en nuestra perspectiva los siguientes libros
fundamentales: El hombre y Dios. Nueva edicin (Madrid
2012); Id., El problema filosfico de la historia de las reli-
giones (Madrid 1993); Id., El problema teologal del hom-
bre: el cristianismo (Madrid 1997)
5. Cf. A. Garrigues-O. Gonzlez de Cardedal, Alfonso Que-
rejazu. Conversaciones catlicas de Gredos (Madrid 1977);
O. Gonzlez de Cardedal, Alfonso Querejazu - Joaqun Garri-
gues. Correspondencia y Escritos 1954 -1974 (Madrid 2000)
6. J. Maras, Problemas del cristianismo (Barcelona 1995)
221; 118-153 (Filosofa y cristianismo)
7. J. Maras, La perspectiva cristiana, 10
8. J. Maras, La filosofa espaola actual, 18
9. H. Bouillard, Vrit du christianisme (Paris 1979)
10. J.Maras, La filosofa espaola actual, 14; 123-132
11. O.Gonzlez de Cardedal, Historia, Hombres, Dios
(Madrid 385-406 (Julin Maras)
89
E N S AYO S
Julin Maras y los derechos
civiles
SANTIAGO GRISOLA
BIOQUMICO
C
onoc a Julin Maras hace tantos
aos que ni siquiera logro recordar
nuestro primer encuentro. Pero mis
recuerdos sobre l hacen que sea
un placer y un honor aadir un pe-
queo artculo a un nmero de Cuenta y Razn
dedicado a su memoria.
Julin Maras era un librepensador y un dem-
crata convencido, con el que tuve frecuentes
charlas cuando coincidamos en el Colegio Li-
bre de Emritos, creado por Jos ngel Sn-
chez Asian, del que fue uno de los fundadores
en 1986, as como cuando le fue concedida la
Medalla de Plata de la Fundacin Valenciana
de Estudios Avanzados, una de las pocas perso-
nas a las que se le ha concedido, sin ser miem-
bro de su Patronato. Su defensa a ultranza de
las libertades, su rechazo de las dictaduras y su
respeto por sus maestros, como Ortega y Gas-
set y Zubiri, a quin tuve el placer de conocer
bastante por su amistad con Paco Grande y sus
reuniones en la casa de las Siete Chimeneas,
cuando era uno de los pocos lugares de discu-
sin libre y propiedad del Banco de Urquijo,
me han hecho decidirme por la preocupante li-
mitacin de los derechos de los ciudadanos que
est volviendo a producirse en Espaa, porque
creo que al Julin Maras que recuerdo, vctima
de las vejaciones, injurias y traiciones de quie-
nes por su vinculacin con el gobierno republi-
cano, en cuyo ejrcito se alist apenas acabada
su licenciatura en el ao 1936, lo persiguieron
durante y despus de la Guerra Civil.
Puedo asegurarles que en los aos ochenta y
hasta su muerte en 2005, mantuvo su ideologa
y su preocupacin por los derechos civiles.
Estoy convencido que l como las escasas perso-
nas de mi generacin que todava podemos con-
tar lo ocurrido, tenamos la esperanza de que,
tras haber vivido la Guerra Civil, la postguerra,
las luchas por los derechos civiles tanto en Eu-
ropa como en Estados Unidos, y la erradicacin
del apartheid en Sudfrica en poca tan re-
ciente como 1992, podramos morir dejando un
mundo mejor que lo era cuando nacimos. Las
evidencias nos demuestran nuestro error.
Pondr varios casos americanos por mi lar-
ga experiencia en los Estados Unidos, y para
ejemplo de que mucho de lo que nos quejamos
en Espaa sucede desgraciadamente en mu-
chos otros pases. Adems, Julin Maras tuvo
gran inters en los Estados Unidos.
La conocida como Acta Patritica que promul-
g George Bush hijo en 2001 poco despus del
terrible atentado de las Torres Gemelas, permi-
te la detencin de un sospechoso sin explica-
cin alguna por tiempo indefinido. Se promulg
como una ley excepcional que deba ser retira-
da en 2005. Entonces, se debati en el Congre-
so (de mayora republicana) y en el Senado (de
mayora demcrata) y llegaron a conclusiones
Al Julin Maras que recuerdo, ()
lo persiguieron durante y despus
de la Guerra Civil.
90
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
contradictorias. Mientras el Senado dejaba sin
efecto la mayora de las limitaciones de los de-
rechos civiles, el Congreso sancionaba su pr-
rroga y Bush la promulg como ley en 2006.
Nadie ha cancelado ese desmn. Y es que la
manipulacin y recorte de las libertades a tra-
vs del miedo es una prctica antiqusima de la
humanidad.
Es de sealar que durante siglos, la Inquisi-
cin extendi el horror por Europa y otros pa-
ses, con la excusa de atacar al demonio en sus
diferentes formas. Qu lejos del mensaje cris-
tiano seguido en los primeros aos que, segn
recogen las crnicas admiraba a los paganos
por el cario con que los seguidores de Cris-
to se trataban! (ese famoso: Mirdles cmo se
aman). Desgraciadamente, Espaa suele ser
acusada de la institucin de la persecucin
religiosa ms despiadada y sanguinaria. Re-
cordemos que la Inquisicin fue creada en la
Francia del siglo XII para persecucin de los
Ctaros y los Templarios. A Espaa lleg en
1249 a la Corona de Aragn, pero fue la pro-
teccin oficial por los Reyes Catlicos la que
consolid su poder. La leyenda negra acusa a
Toms de Torquemada de las peores tropelas,
olvidando el horror de la persecucin a los he-
rejes llevada a cabo en Centro Europa, como
bien recoge la novela La cruz de ceniza, que
tanto recuerda la terrible crueldad que aos
ms tarde caracteriz la persecucin nazi de
judos, gitanos y otros grupos, durante la Se-
gunda Guerra Mundial.
En el mes de Agosto de 2013, la revista The
New Yorker, recoga un largo y excelente ar-
tculo de Sarah Stillman, en que se narraban
sucesos lamentables. Lo cierto es que mi hijo
Bill lo dej en casa durante una visita que nos
hizo por entonces. Los relatos de Stillman son
verdaderamente vergonzantes y confirman mis
temores de que, al parecer, nuevamente esta
generacin va a tener que hacer un gran esfuer-
zo para defender los derechos humanos frente a
la ignorancia y el despotismo.
Como recoge el artculo, la seguridad es la vie-
ja excusa esgrimida para ocultar motivos me-
nos confesables que los religiosos, o de protec-
cin del ciudadano, como la confiscacin de
bienes. Eso s, recubiertos de una brutalidad y
sinrazn que hacen temer tanto a los defenso-
res como a aquellos terroristas, endemoniados
o apestados de cualquier otro tipo de los que
aseguran defendernos.
El artculo de Sarah Stillman, en una serie de
ejemplos bien documentados, muestra cmo la
polica americana es capaz de detener y apro-
piarse de propiedades, dinero, joyas y dar a
elegir entre una acusacin muy grave o no se-
guir con la acusacin, si se accede a la dona-
cin. El total de las cantidades colecciona-
das, segn documentaba, son muy grandes;
al igual que lo fueron durante la inquisicin o
durante los progromos a los judos que dieron
lugar a grandes fortunas entre los Nazis.
En la actualidad hemos visto en Espaa cmo
se ha levantado, y con razn, un gran escndalo
con los desahucios. Pues bien, en los Estados
Unidos, especialmente en ciertos Estados, es
posible desahuciar con gran crueldad como en
los ejemplos que cita el artculo. Parece una
vuelta al oscurantismo medieval que creamos
haber erradicado para siempre.
Es ms, tropelas de este tipo pueden recaer
en personas cuyas relaciones o familiares ten-
gan problemas considerados ilegales. As por
ejemplo, recordamos el flagrante caso en Es-
paa de la familia de una mujer asesinada por
su esposo a la que la justicia requiri durante
un tiempo cubrir las deudas en que haba in-
currido el asesino. Casos similares ocurren en
muchos pases incluyendo Estados Unidos.
Aunque en general los sufridores son gente
modesta y con pocos medios, la polica ameri-
cana no se arredra por nada, vase el siguiente
caso profusamente descrito en el valiente ar-
tculo de Stillman: el Centro de Bellas Artes
de Detroit fue asaltado en 2008, durante una
ceremonia social nocturna, por un grupo de en
torno a 40 policas con uniforme de asalto, que
obligaron a tumbarse en el suelo a todos los
asistentes a la fiesta, con tales modales que
a una seora que estaba todava de rodillas,
adems de insultarla, la echaron al suelo a
puntapis. Requisaron las llaves de los coches
Nuevamente esta generacin va a
tener que hacer un gran esfuerzo
para defender los derechos humanos
frente a la ignorancia y el despotismo
91
E N S AYO S
de los asaltados y les obligaron a pagar, en 24
horas, 1.000 dlares para poder recuperarlos o
venderan los coches.
Evidentemente, en estos tiempos (y en cual-
quier otro desde la Revolucin francesa), el
comportamiento inquisitorial no debe tolerar-
se. Por eso, aumenta el desconcierto con los
lderes y la justicia americana que permite lo
indicado y mucho ms, adems de un Guant-
namo y un sistema de espionaje vergonzoso en
el que parece que Espaa es alumno aventaja-
do. Lo cual no me sorprende, dada la aficin al
chismorreo y la habladura.
Estados Unidos tiene un Presidente de color,
pero sus ciudadanos que no tienen piel clara y
ojos azules pueden ver sus derechos pisotea-
dos con ms facilidad. Y Rose Parks ya no est
para defender su derecho a sentarse en aquel
famoso autobs.
Escribo estas lneas con profundo
dolor y recordando mi gratitud a la
Amrica que yo conoc, as como la
generosidad y tolerancia de Julin
Maras
Se habla mucho de que la justicia es igual para
todos, lo que parece bastante improbable vistos
los muchos ejemplos mediticos que estamos vi-
viendo actualmente, o la continua preocupacin
con temas tales como la homosexualidad, colec-
tivo que recibe fuertes castigos, incluyendo la
cadena perpetua, que acaba de establecerse en
Uganda. Las persecuciones de cristianos cop-
tos y otras minoras religiosas en toda frica,
el hambre y las plagas. Mientras los ms graves
derechos humanitarios tales como el desempleo
y el hambre continan.
Me temo que el terror no es algo del pasado, y
que la muerte por garrote vil por la Inquisi-
cin, de un pobre maestro valenciano a mitad del
siglo XIX, o la quema del desenterrado cadver
de la madre de Luis Vives, no deben olvidarse.
Y a los europeos que huan del horror y la into-
lerancia a refugiarse en la que crean la tierra de
las libertades, no les queda un lugar absoluta-
mente seguro donde encontrar refugio. Desde los
talibanes a los justicieros, el mundo est lleno
de personas que pretenden, dicen, salvarnos.
Escribo estas lneas con profundo dolor y
recordando mi gratitud a la Amrica que yo
conoc, as como la generosidad y tolerancia
de Julin Maras. Menos mal que an quedan
hombres buenos como lo fue l.
93
E N S AYO S
Julin Maras: un liberal
JUAN E. IRANZO
DECANO-PRESIDENTE DEL COLEGIO DE ECONOMISTAS DE MADRID
J
ulin Maras fue un liberal ejerciente que
siempre defendi la libertad individual,
como un concepto global. Comnmente
entendemos la libertad como capacidad
para elegir, pero, si vamos a su raz, la li-
bertad del hombre es libertad de conciencia, tanto
de la conciencia ontolgica como de la conciencia
oral. La grandeza de la libertad se manifiesta en
el desarrollo de las cualidades personales y en el
progreso de la humanidad, y muestra su radical
autonoma tanto en el acto heroico como en la
transgresin, cuando un movimiento de la voluntad
surge frente a la razn, la norma o la conveniencia.
La libertad es algo ms que una facultad; perte-
nece al reducido crculo de la intimidad perso-
nal, donde el sujeto y su accin llegan a confun-
dirse. De alguna manera puede decirse que la
persona est hecha de libertad.
Cuando hablamos de libertad poltica o econ-
mica no estamos pensando en esa libertad on-
tolgica, aunque tampoco dejamos de hacerlo.
La libertad poltica o econmica se refiere nor-
malmente a una situacin social en la que los
ciudadanos tienen ms capacidad para tomar de-
cisiones o estn menos coaccionados. Pero esto
sucede porque las organizaciones que conside-
ramos ms libres tienen en cuenta consciente
o inconscientemente- que en las personas existe
ese ncleo de libertad previo a cualquier cons-
truccin social.
El reconocimiento de las libertades o derechos
fundamentales de nuestras Constituciones es la
manera de proteger ese mbito de libertad per-
sonal de los excesos de la lgica colectiva. Los
derechos fundamentales tienen un contenido
esencial que debe ser respetado por los poderes
pblicos y por los dems ciudadanos. Dentro del
permetro de este contenido esencial no debera
penetrar nadie. A fin de cuentas, el ltimo sentido
de la accin poltica, e incluso del pacto social
que la respalda, vuelve a encontrarse en las per-
sonas individuales, en el enriquecimiento de sus
derechos y libertades, porque fuera de la persona
no existe en este mundo ningn otro sujeto con
realidad verdaderamente autnoma, ni, por tanto,
ningn otro soporte real equivalente a quien atri-
buir valores, derechos o responsabilidades, ni en
quien depositar el progreso material y moral.
La libertad es la forma de ser y de actuar de las per-
sonas. En cuanto forma de ser, la libertad no tiene
lmites. En cuanto forma de actuar necesita algn
cauce, para que la libertad de cada uno contribu-
ya tambin a enriquecer la libertad de los dems.
La libertad econmica es imprescindible para que
cada persona pueda desarrollar su capacidad de
creacin y de trabajo y tenga el estmulo necesa-
rio para ello. El primer analogado de la libertad
de empresa se encuentra en esa decisin autno-
ma de concebir y realizar una actividad til, que
satisface un deseo, que cubre una necesidad.
En cuanto forma de actuar
la libertad de cada uno
necesita algn cauce, para que
contribuya tambin a enriquecer
la libertad de los dems.
94
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
Para el Diccionario de la Real Academia Es-
paola, empresa significa accin ardua y
dificultosa que valerosamente se comienza;
intento o designio de hacer una cosa; obra
o designio llevado a cabo, en especial cuando
en l intervienen varias personas, y slo en
ltimo lugar entidad integrada por el capital
y el trabajo como factores de la produccin, y
dedicada a actividades industriales, mercanti-
les o de prestacin de servicios con fines lucra-
tivos y con la consiguiente responsabilidad.
Tenemos, por tanto, un autorizado apoyo para
entender que el concepto de libertad de em-
presa comprende, en primer lugar, la libertad
de emprender, de actuar, y que este valor se-
mntico no debe olvidarse en la lectura de la
Constitucin. Hay, por tanto, en la libertad de
empresa un primer contenido indudable, que
surge del derecho de cualquier persona a con-
cebir y emprender una actividad til, sola o
con el concurso de otras.
La libertad econmica tambin incluye el dere-
cho a la propiedad de los bienes conseguidos y
la capacidad para intercambiarlos. La propie-
dad privada es la forma ms razonable de do-
minio sobre los bienes porque las personas son
los primeros sujetos econmicos. En realidad,
la propiedad corporativa y la propiedad pblica
bien podran concebirse como propiedades de-
legadas, reservas provisionales de propiedades
privadas con el objeto de conseguir beneficios
de inters comn para los asociados o para to-
dos los ciudadanos, quienes, a tal fin, deben
conservar las facultades de designacin de los
gestores y el control de la administracin.
El respeto de la propiedad privada es, tambin,
uno de los rasgos que caracterizan a las socie-
dades prsperas. De hecho, los intentos de sus-
tituir la propiedad privada por la colectiva han
conducido al fracaso. La seguridad jurdica de
la propiedad es un gran estmulo de la iniciativa
econmica, favorece la movilidad social y con-
tribuye a elevar el nivel general de bienestar.
El mercado libre no es un juego de suma cero.
Es el mejor procedimiento para que los recur-
sos acudan a satisfacer las necesidades, para
identificar la escasez de los bienes demandados
y para estimular la reaccin de la oferta. Gra-
cias al comercio libre aumenta la cantidad, la
calidad y la variedad de la oferta, se modera el
precio y mejora el grado de satisfaccin de la
demanda. Hoy en da no conocemos mejor sis-
tema que la economa de mercado para garan-
tizar el acceso y la igualdad de trato a todos los
que tienen algo que vender y a cuantos desean
comprar. El mercado acta como un gigantesco
procesador de la informacin emprica necesa-
ria para determinar los precios y dar con ellos
una indicacin precisa de la relacin cambian-
te entre la oferta y la demanda.
Cuando el artculo 38 de la Constitucin recono-
ce la libertad de empresa en el marco de la eco-
noma de mercado, hay que entender, en primer
lugar, que es el mercado -no las instituciones
pblicas- el que mejor determina cules son los
deseos y las necesidades de los ciudadanos. No
es funcin de los poderes pblicos suplantar al
mercado y dictar o interpretar lo que quieren las
personas, sino ayudar a que el mercado funcione
bien con una regulacin que asegure el acceso y
la igualdad de oportunidades a cuantos agentes
operen en l. Por estas razones es evidente que
el marco de la economa de mercado no debe
entenderse como una limitacin a la libertad de
empresa, sino como una condicin de su posibi-
lidad. No es posible imaginar siquiera la libertad
de empresa en una economa intervenida.
La libertad y la igualdad son los valores que sir-
ven de referencia para comprender e interpre-
tar el artculo 38 de la Constitucin. La libertad
es el primer valor de la accin emprendedora
y la igualdad es el primer valor del mercado.
La libertad es el atributo de una persona y de
su accin. La igualdad es la cualidad de una
relacin. Lo que caracteriza a la persona no es
la igualdad, sino la privacidad: cada persona
es nica. La igualdad es un valor propio de la
relacin social y tambin de la relacin eco-
nmica: todos somos iguales ante la ley; todos
somos iguales en el mercado. De este modo se
comprende que la libertad y la igualdad no son
valores contradictorios en el orden econmico
cuando se acentan correctamente: la libertad,
en la accin emprendedora y productiva; la
igualdad en el mercado.
La seguridad jurdica de la propiedad
es un gran estmulo de la iniciativa
econmica, favorece la movilidad
social y contribuye a elevar el nivel
general de bienestar.
95
E N S AYO S
S
obrepasados ya mis 90 aos, con la
memoria cansada y las fuerzas un tanto
justas, pretender hacer una semblanza
de Julin Maras est ms all de mis
posibilidades. Permtanme simple-
mente esbozar mis recuerdos ms vivos dejando
a otros ms autorizados la tarea de comentar y
ensalzar la figura de don Julin Maras.
Mi primer contacto con la actividad intelectual
de Maras vino a travs de la revista Alfrez, en
octubre de 1948, de la que yo formaba parte de
su consejo de redaccin. All publicamos una
breve resea dando a conocer su iniciativa de
poner en marcha el Instituto de Humanidades
en colaboracin con don Jos Ortega y Gasset.
El anuncio de la creacin del Instituto aparece-
ra el 18 de noviembre de aquel mismo ao en
una nota publicada en el diario ABC de Madrid.
Tendra que esperar hasta el curso siguiente,
siendo yo director del Colegio Mayor Nuestra
Seora de Guadalupe, para conocer personal-
mente a Julin Maras. l era ya un intelectual
de renombre y en el Colegio Mayor tenamos
por costumbre organizar unas veladas con los
residentes en las que personalidades de muy
diferente actividad y procedencia compartiesen
sus inquietudes y experiencias. Un grupo de j-
venes colegiales, tanto espaoles como hispano-
americanos, estaban interesados en conocerle,
as que le llam y le invit a almorzar para que
pudiera charlar con todos nosotros. Recuerdo
una breve ancdota de aquel encuentro: tras la
comida subimos a casa a tomar caf, pues como
director tena la residencia en el mismo cole-
gio. Yo, habindole conocido con ocasin de
aquel encuentro, lo trataba de usted pero Berta,
mi mujer, saltndose las formalidades sociales
propias de la poca le trat de t. Recuerdo que
aquella actitud me sorprendi y hasta cierto
punto me violent, pero no la correg ya que me
pareci que l, haciendo gala de su buen juicio
y comprensin, era consciente de que no se tra-
taba de una falta de respeto sino una muestra
de afecto y cario. Aquel primer encuentro de-
jara en m una profunda huella de la vala y el
saber humanstico de Julin Maras.
A pesar de que l no perteneca al grupo de
amigos e intelectuales que me invitaron a ve-
nir a Madrid, como fueron Joaqun Ruiz Jim-
nez o Alfredo Snchez Bella, y con los cuales
empezaba a abrirme camino en el mundo de la
cultura y las letras, desde que conoc a Julin
Maras el contacto fue continuo, coincidiendo
en diferentes actos, seminarios y conferencias,
disfrutando de su simpata y reconocimiento
sincero. As, recuerdo un viaje a Toledo que
hicimos en coche Julin Maras y su mujer, Lo-
lita, conmigo y con Berta, con motivo de un en-
cuentro de intelectuales hispanoamericanos, y
no he olvidado la agradable charla que tuvimos
El Julin Maras que yo
recuerdo
ANTONIO LAGO CARBALLO
ESCRITOR
Permtanme simplemente esbozar
mis recuerdos ms vivos dejando
a otros ms autorizados la tarea
de comentar y ensalzar la figura
de don Julin Maras
96
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
sobre temas tan diversos como variopintos. Sin
duda era un magnfico conversador. Quiz fuese
aquella misma pasin compartida por el mundo
hispanoamericano lo que reforzara mi admira-
cin por su obra. Su encuentro con la Amrica
espaola se produjo en el ao 1951 en su pri-
mer viaje a Per, y desde entonces no perde-
ra nunca el contacto con aquella realidad. Sus
ideas y experiencias quedaran fielmente refle-
jadas en sus memorias Una vida presente. Para
Maras, como l mismo afirmaba, era evidente
que la realizacin plena de un espaol pasaba
por su compromiso con Amrica, de la misma
manera que un hispanoamericano estaba in-
completo si no conoca la realidad esencial de
Espaa. Esa profunda vinculacin a todo cuan-
to se refera a la realidad hispanoamericana fue
una constante a lo largo de su vida como tam-
bin lo fue sin duda en la ma, una realidad que
nos uni y nos mantendra en contacto por un
inters comn.
Por otro lado, de todos es conocida la amistad
que una a Maras y a Pedro Lan Entralgo, del
cual yo fui gran admirador y buen amigo. Co-
noc a Pedro Lan Entralgo recin llegado yo a
Madrid de Salamanca y mantuve con l una gran
amistad que perdur hasta el final de su vida.
A travs de Pedro Lan tuve la oportunidad de
disfrutar de nuevos encuentros con Julin Ma-
ras, en los que profundizbamos sobre los te-
mas de nuestro inters y en los que pude volver
a constatar su enorme vala como intelectual y
pensador que marcara a toda una generacin
de espaoles y que supo mantener vivo el lega-
do de don Jos Ortega y Gasset. No dudo que
fue mi propio inters por el pensamiento y la
obra de Ortega, al cul tuve el privilegio de es-
Desde que conoc a Julin Maras el
contacto fue continuo, coincidiendo
en diferentes actos, seminarios y
conferencias, disfrutando de su
simpata y reconocimiento sincero
cuchar en varias ocasiones, otro de los factores
que me acercaran tambin a la figura de Julin
Maras y su labor filosfica.
Desde que Maras entr en la escena cultural
espaola su figura fue creciendo muy a la som-
bra de Ortega. Maras nunca fue un hombre po-
ltico y del rgimen, o al menos yo siempre
as lo percib, es decir, no era hombre que fuese
una figura dentro del rgimen, sino que era
un hombre vinculado fundamentalmente a Or-
tega, muy identificado con su figura, y de todos
es sabido que Ortega nunca se identific espe-
cialmente con el rgimen. Pero Maras tam-
poco fue contrario u opositor al rgimen, sino
que desarroll su carrera intelectual al margen
de los canales oficiales, sin acomodarse a los
modelos acadmicos y universitarios, sin
querer ser protagonista de la historia oficial y
siempre fiel a la obra de su maestro. Ya despus,
con el paso del tiempo, fue construyendo su pro-
pia personalidad intelectual, fue publicando su
extensa obra, forjndose como un buen confe-
renciante y un indudable maestro de la palabra.
Mi ltima relacin directa con Julin Maras,
ms de medio siglo despus de aquel primer
encuentro del Colegio Mayor Guadalupe, sera
con motivo del XVI Premio Internacional Me-
nndez Pelayo que la Universidad cntabra le
concedi al filsofo en el verano de 2002. El
Patronato de la misma, del que yo era miembro
por aquel entonces, quiso con este gesto reco-
nocer la larga trayectoria vital e intelectual de
una figura fundamental para entender la cul-
tura espaola del siglo XX.
Fue mi propio inters por el
pensamiento y la obra de Ortega,
al cul tuve el privilegio de
escuchar en varias ocasiones,
otro de los factores que me
acercaran tambin a la
figura de Julin Maras
97
E N S AYO S
Q
uerido y muy admirado Julin: con
enorme inters acepto el dificilsi-
mo reto de escribir algo sobre ti para
este nmero especial de Cuenta y
Razn dedicado a tu persona en se-
al del homenaje que te mereces y que nadie,
absolutamente nadie, discute.
Son muchos los obstculos que tengo que su-
perar. Uno de ellos es referir algo distinto y de
inters que no vayan a decir los componentes
del elenco de este asunto, en el que figuran
personas de muy alto nivel en muy variados
campos y con muy reconocido criterio. Tam-
poco quiero repetir algo ms de lo mismo, ni
siquiera de lo difundido en mis escritos an-
teriores. Por eso, bajo muchos escalones, y
me voy a mover en mis amistosos recuerdos
personales de nuestros encuentros en Fundes,
cuando tan felizmente nos presidas con tanto
acierto.
Como no soy bigrafo no voy a entrar en tu bio-
grafa que desconozco. Tampoco pretendo ser
un analista de tu obra profesional, por caren-
cia de criterio o autoridad, as que me limito
a hacer la semblanza del personaje histrico
que conozco como maestro y amigo, con toda
sinceridad, lealtad y honradez para cumplir lo
que se me pide, hacindolo, supuestamente,
desde otra perspectiva distinta a la de quienes
se van a ocupar tambin de ello. Pienso que
mi visin puede ser complementaria a lo que
otros digan, pero con la conviccin de que va
a tener su inters para quienes traten de co-
nocerte mejor como personalidad intelectual
y referencial del tiempo del que hemos sido
coetneos, aunque con cierta diferencia tem-
poral y generacional.
Por supuesto, te pido disculpas anticipadas
por aquello que sea errneo, que slo tendra
la razn del puro desconocimiento por mi par-
te. Creo que en ningn caso sera grave, por lo
que cuento con tu benevolencia anticipada.
Sigo teniendo muy marcado en mi mente tu do-
minio magistral del idioma espaol para ma-
nejar el rigor, la certeza y la autoridad, incluso
con buen humor, sarcasmo, y menosprecio por
lo frvolo, superficial y, por supuesto, por lo
falso. Puedo recordar los diferentes gestos de
tu cara y manos en esas diferentes circunstan-
cias, de modo que, en ocasiones, se poda pre-
sumir lo que iba a venir a continuacin.
Desde hace muchos aos he tenido la gran
suerte de leer libros tuyos en nuestro queri-
do idioma espaol respaldado por tu sapiencia
y por la documentacin emanada de fuentes
lejanas, autnticas y directas, debido al vasto
conocimiento de lenguas que dominabas, pro-
fesor. Mi suerte se vio incrementada cuando
tuve oportunidad de orte directamente o delei-
tarme en la lectura de tus conferencias. Mayor
todava fue esa suerte cuando pude disfrutar
Me voy a mover en mis amistosos
recuerdos personales de nuestros
encuentros en Fundes, cuando
tan felizmente nos presidas
Homenaje a Julin Maras
ANTONIO LAMELA
DR. ARQUITECTO Y ACADMICO
98
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
de tu contacto humano y amistad personal, de
lo que an sigo gozando a travs de FUNDES,
donde nos encontrbamos vinculados bajo tu
Presidencia, siempre cargada del seoro que
te corresponde.
Es conocida tu indiscutible talla intelectual
y humana que, al igual que ocurre con tan-
tas otras personalidades histricas, te hace
ser una figura referencial de tu poca, por tu
calidad de gran filsofo y pensador. Ello te
permite irradiar tu vasto saber, as como in-
fluir de manera holstica en muchos y variados
sectores del conocimiento humano. Del mismo
modo ocurre con tus personales planteamien-
tos genricos, envueltos en aroma orteguiano.
Estas sugerentes propuestas generales son las
que enfatizo marginando, intencionadamente,
otras ms especficas a las que otros van a
dedicar su atencin de forma ms capaz y ri-
gurosa que la que yo realizo.
Cuando impartes, llana y claramente, tus pro-
fundos conocimientos filosficos y sociolgi-
cos nos ests abriendo un sinnmero de puer-
tas que conducen a caminos muy ilusionantes
e interesantes para fructferas reflexiones. Son
itinerarios por los que podemos discurrir espe-
cialistas y profesionales de otras muchas mate-
rias, a pesar de que pueda parecer que estamos
muy alejados de cuanto tratas, como consecuen-
cia de nuestros distantes campos de actuacin.
Considero que soy uno de quienes han reci-
bido muy provechosas enseanzas tuyas -sin
que fueras consciente de cunto nos benefi-
ciabas- y que, en mi caso, era inmediatamente
aplicable a la Arquitectura que proyectaba,
al Urbanismo que planteaba, a la Planifica-
cin Territorial que propona y al Geosmo
que intua. Sucede as, por esa inevitable in-
terrelacin holstica que existe entre nuestros
conocimientos y comportamientos de seres ra-
cionales que todo lo entrelaza e interrelaciona,
y que hoy apreciamos mejor.
Contribuyes a ello muy eficazmente ayudndo-
nos a la reafirmacin de nuestros convenci-
mientos, recordndonos que las actuaciones e
intervenciones de todos y cada uno de nosotros
tienen que tener contemplaciones y objetivos
eminentemente humanos y sociales, deriva-
dos de planteamientos de ndole superior que
irradien moral, de la que no debemos prescin-
dir jams. Como gran apasionado y defensor
de lo veraz, incluso con modos radicales a pe-
sar de su aparente mesura y objetividad, nos
alertas del peligro que se corre cuando se vive
al margen de la verdad, as como de la per-
versidad que entraa y se genera cuando se
est claramente contra ella. Nos enseas que
la verdad ayuda a saber a qu atenernos para
no desorientarnos, -circunstancia muy comn
en nuestra Sociedad actual- y evitar la apari-
cin de grupos humanos que degeneran en in-
aceptables anarquismos y fanatismos de muy
diversos rdenes. Como gran defensor de la li-
bertad, aseguras que si se abandona la verdad
no es posible conseguir la libertad y que el ser
humano cuando se olvida de que es persona no
puede poseer verdad ni libertad, tan esencia-
les para nuestra existencia y desarrollo.
Son estas enseanzas tuyas las que asimila-
mos y por las que encontramos en ti un mag-
nfico apoyo los profesionales que trabajamos
en sectores donde el humanismo social, y la
moral deben siempre estar permanentemente
presentes, sin ninguna otra opcin contrapues-
ta. Es otra manera ms de adquirir la impres-
cindible seguridad necesaria.
Una de tus mltiples inquietudes ha sido des-
cubrir el verdadero sentido del hoy, para poder
vivirlo con todas sus consecuencias, de manera
actual y decente, calificativo que te gus-
taba mucho utilizar. Para quienes trabajamos
en mi profesin, tal enseanza nos estimula a
aprovechar y hacer uso de todo lo que nos brin-
da el cuantioso y alucinante desarrollo tcnico
de la poca que nos toca vivir, pero sin olvi-
dar enseanzas del pasado, sin prescindir de la
Descubrir el verdadero sentido
del hoy, para poder vivirlo con
todas sus consecuencias,
de manera actual y decente
Las actuaciones e intervenciones
de todos y cada uno de nosotros
tienen que tener contemplaciones
y objetivos eminentemente
humanos y sociales
99
E N S AYO S
imaginacin, ni del inevitable idealismo, ni
siquiera de la utopa, que deben ser acompaa-
miento del obligado pragmatismo que necesita-
mos cotidianamente. De esta manera, nuestras
realizaciones podrn llegar a ser ms sugeren-
tes y perdurables a lo largo de los tiempos. Slo
as conseguiremos para la Sociedad Humana
resultados que sean verdaderamente vlidos y
ms aceptables en Arquitectura, Urbanismo,
Planificacin Territorial y Geosmo. Pues,
en todo ello, -por haber mucha ms intencio-
nalidad y fundamento humanstico y social que
tcnico- es bsico que aparezca esa gran carga
de transparente y limpio humanismo con el que
t, insigne maestro nos aleccionas e invitas.
Por lo tanto, podemos decir que, sin presumir-
lo ni pretenderlo, querido Julin, entre tantas
otras muchas cosas, devienes indirectamente
en arquitecto, urbanista y geosta, desde tu
magistral pdium orquestal filosfico. To-
dos te debemos estar muy agradecidos, desde
nuestros diversos campos de actividad, grati-
tud que debe culminar en la del conjunto de
la Sociedad misma, de la que formamos parte.
Yo, al menos, as lo siento y aprecio, por lo que
manifiesto mi pblica gratitud al gran pensa-
dor, maestro y amigo, con el ferviente deseo de
que nos sigas instruyendo y alentando ventu-
rosamente durante muchos aos ms.
Antes de concluir, como simple adenda de hu-
mor, relato una ancdota que tiene muchsimas
posibilidades de ser totalmente apcrifa y que
se atribuye a tu persona. Segn se dice, en al-
gn momento, t comentabas que enseabas
a hablar a tu perro -en el supuesto de que lo
tuvieras- y tus amigos mostraban su increduli-
dad a tal cosa. Ante tal repeticin de hechos,
un da decidiste invitar a tus ms allegados a
tomar caf en tu casa para hacer la demostra-
cin en su presencia. Una vez tomado el caf,
mandaste que alguien de la casa trajera al su-
puesto perro, Dog, para ordenarlo que expli-
cara a la concurrencia como t le enseabas a
hablar en distintos idiomas, lenguas y hablas.
As se lo ordenabas una y otra vez en diferentes
modos, pero Dog, sentado en el cetro del cr-
culo ni se alteraba, su boca permaneca cerra-
da. Pasado corto tiempo, ante la recalcitrante
actitud de Dog, t te dirigiste a tus invitados
diciendo: veis que es cierto que le enseo a
hablar, pero l no entiende.
A continuacin, en voz ms baja su-
surraste: esto tambin me pasa con muchos
humanos.
Manifiesto mi pblica gratitud
al gran pensador, maestro
y amigo, con el ferviente deseo
de que nos sigas instruyendo
y alentando venturosamente
durante muchos aos ms
101
E N S AYO S
Julin Maras cumple 100 aos
Notas en recuerdo de J. M.
1914-2005
MIGUEL MARTNEZ CUADRADO
CATEDRTICO DE DERECHO CONSTITUCIONAL Y EUROPEO
UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID
I.
Breve Memoria de un filsofo en
accin durante ocho decenios.
Julin Maras en su Seminario de Hu-
manidades de los aos sesenta repe-
ta con frecuencia la pregunta de a
quin seguan leyendo las generaciones ms j-
venes y por qu motivaciones. La generacin de
1898 gozaba de preferencias por su capacidad
de creacin literaria, artstica y por el espritu de
regeneracionismo de la vida hispnica que ha
sido una corriente siempre atractiva para jvenes
lectores. Sin embargo las generaciones posterio-
res de 1913-14, 1928-1936, y de la postguerra,
ofrecan lgicamente ms inters por cuanto se
preocupaban de cuestiones mucho ms inmedia-
tas a los problemas coetneos. El seguimiento de
las lecturas seguidas en los centros de enseanza
media o superior estaba detrs de la pregunta del
humanista que intentaba avizorar parte del futu-
ro partiendo del anlisis sustancial del contenido
ms inmediato de la enseanza del propio pas.
Cuando Maras cumple cien aos de existencia
podemos recrear sus preguntas para conocer en
qu grado las ideas, las obras, el legado de co-
nocimiento que nos ha dejado el mismo en he-
rencia, siguen vivas y nos suscitan relecturas y
opiniones de inters para nuestro presente. Quie-
nes tuvimos el gran privilegio de haberle ledo
asiduamente, y tratado durante muchos pero-
dos de su larga vida, seguimos formulndonos
interrogantes y respuestas en tanto en cuanto el
filsofo se mantiene vivo en nuestro recuerdo. Por
si se nos ocurriera perdernos en otros derroteros,
sus amigos siguen recordndonos la presencia del
ilustre escritor. Con Helio Carpintero, presidente
de la Asociacin de Amigos de J.M. guardamos
la buena costumbre de releerlo y evocarlo con la
frecuencia debida. Y la Revista Cuenta y Razn
por l fundada con objetivos nunca devaluados,
nos llama al orden para someternos a un test de
control de sus ideas y de la pervivencia que en
nuestro horizonte pueden seguir defendindose
frente a otras del pasado o del presente.
Maras sigue siendo un autor que se lee en lo que
nos queda de la Galaxia Gutenberg pero tambin
se hace en la nueva Galaxia Internet como mues-
tran las ediciones de obras y las entradas a las
rbricas de los nuevos intermediarios de la era
postindustrial.
Sin salir de la cuestin no deja de ser un dato de in-
ters que en el mbito del gnero de la poltica, el
rey Juan Carlos le nombra senador constituyente.
El legado de conocimiento que nos
ha dejado Julin Maras en herencia,
siguen vivas y nos suscitan relecturas
y opiniones de inters para nuestro
presente
102
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
Y al menos tres presidentes de Gobierno de Espa-
a, le han considerado como el filsofo de referen-
cia en su propio pensamiento. Adolfo Surez tuvo
una relacin excepcional con Maras a lo largo de
su perodo de influencia poltica. Calvo-Sotelo
y Mariano Rajoy le consideraron de igual modo
como el mayor filsofo de la reciente historia de
Espaa. En esa lnea otros pensadores prximos
a la accin poltica mantuvieron el respeto debi-
do hacia la obra del discpulo de Ortega y amigo
de Besteiro. Enrique Tierno Galvn, Jos Luis
Aranguren, comprometidos en tantos empeos
heterodoxos con respecto a la lnea firmemente
seguida por Maras, siempre mantuvieron el reco-
nocimiento a la influencia del pensamiento y los
escritos mayores como, Historia de la Filosofa e
Introduccin a la Filosofa, publicados al princi-
pio de los aos cuarenta y reeditados constante-
mente con posterioridad.
Al mismo tiempo que se mantiene al da en el
pensamiento filosfico, siempre en dos lneas de
convergencia, la existencial de Unamuno a Hei-
degger y la racio-vitalista de Ortega, Julin Ma-
ras fue capaz de mantener toda su vida lo que Po
Baroja o Talcott Parsons llamaran una lnea de
hombre de accin. Lo fue como estudiante, con
la colaboracin de su idolatrada mujer de toda la
vida, Lolita Franco, redactora inicial de sus apun-
tes. En el famoso viaje mediterrneo en los meses
anteriores al desencadenamiento de la Contienda
de 1936. En el Madrid de la Guerra Civil de 1936
a 1939, buscando la paz y en colaboracin con la
posicin de Julin Besteiro en sus artculos del
ABC republicano. En el difcil perodo de la Se-
gunda Guerra Mundial y postguerra, donde se le
recluy en un exilio interior que soport estoica-
mente durante gran parte de su vida. Desde 1945
vuelve a intensificar su relacin con Ortega en los
proyectos para una Universidad de Humanidades
y en el ncleo orteguiano de la Revista de Oc-
cidente. Durante el decenio 1945 a 1955, desde
el retorno a Madrid hasta la muerte de Ortega,
Maras alienta proyectos y actividades y contri-
buye a crear un ncleo minoritario pero muy se-
lecto de seguidores y amistades que proyectan un
ideario ciudadano para la salida de la dictadura.
Aquella proyeccin se orientaba con el maestro
Ortega en varias direcciones. Vinculndose con
el pensamiento filosfico y poltico de la Europa
democrtica y de las Amricas. Especialmente
con las Universidades norteamericanas y con los
exiliados de la Guerra Civil.
En la experiencia del Instituto de Humanidades,
con Ortega y Javier Zubiri, Maras encontr un
apoyo estratgico en los responsables del Banco
Urquijo-Hispano, particularmente Juan Llad y
Jos-Antonio Muoz Rojas, quienes entendieron
el horizonte sobre el que Ortega y Maras pro-
yectaron su accin euroamericana y la inevitable
atraccin condicionada por entonces hacia mino-
ras selectas. La influencia de Maras en Estados
Unidos se acrecienta como el ms ilustre sucesor
de Ortega en el horizonte de las Humanidades
y hacia 1959-1960 consigue que las grandes
Fundaciones norteamericanas que operan en la
Europa democrtica impulsen una cooperacin
avanzada con los dirigentes del Banco Urquijo
y con Maras como gran intermediario. La Casa
de las Siete Chimeneas, sitio histrico restaura-
do por su amigo el arquitecto Fernando Chueca,
ser al mismo tiempo que una especie de rela-
ciones econmicas internacionales del Urquijo,
la sede de las Seminarios que a partir de 1960
actuarn entre ese ao hasta 1977 como sede de
una intenssima actividad de anlisis proyectivo
del futuro de la sociedad espaola.
En las Siete Chimeneas tendrn lgica pre-
ferencia Maras y Zubiri, que dirigen respec-
tivamente el Seminario de Humanidades y de
Filosofa, con grandes colaboradores y otros par-
ticipantes siguiendo el mtodo universitario de
colaboraciones anuales y seminarios semanales.
Aparte de la propia evolucin de las Universi-
dades espaolas a partir de los acontecimientos
de ruptura de 1955 a 1956 con el pensamiento
del rgimen autoritario, en el Banco Urquijo se
concentrar un autntico Think-Tank en el que
humanistas, filsofos, economistas, juristas, his-
toriadores del arte, y cientfico-sociales de varia
condicin, crearn las bases de entendimien-
to para la Espaa del futuro, inequvocamente
vinculada a las democracias pluralistas. Maras
dar enseguida a luz un libro particularmente
relevante sobre esta cuestin, La Espaa posi-
ble en tiempos de Carlos III. Ser antecedente
de una posicin proyectada hacia el futuro aun-
que tomase como pretexto el antecedente de la
Maras contribuye a crear un ncleo
de seguidores y amistades que
proyectan un ideario ciudadano
para la salida de la dictadura
103
E N S AYO S
Ilustracin y del prudente rey Carlos III como
reloj de prncipe para otra Espaa posible, la
Espaa democrtica.
A partir de los fecundos Aos Sesenta Maras se
convierte en punto de referencia en los foros eu-
ropeos y americanos. En el Concilio Vaticano II.
1964, es llamado como consultor y tuvo sin duda
influencia en la adopcin de los acuerdos que
pusieron fin a la secular disputa sobre la confe-
sionalidad de los Estados del orbe catlico, que
tantas desgracias causaron en las relaciones entre
el doctrinarismo vaticano y los Estados de estirpe
cristiana. El Concilio permiti salir airosamente
de esta disputa para entrar en otra era de las rela-
ciones Estados-Iglesia, la independencia de am-
bas potestades y la libertad ms amplia para los
ciudadanos en su relacin con la religin catlica.
La Biblioteca Vaticana muestra todava la impor-
tante presencia de las obras del filsofo y de su
lectura entre visitantes y Curia pontificia.
Del exilio interior pasar entonces a la llamada
a las Academias, con una influencia de su fuerte
personalidad en la Real Academia de la Lengua.
Fuera de la Universidad una parte importante de
universitarios siguen mucho ms de cerca la lec-
tura de sus manuales que los que impona la orto-
doxia integrista instalada en los aos cuarenta.
Aunque poco conocida, la influencia del gran
humanista sobre los momentos de la salida del
rgimen autoritario hacia la monarqua par-
lamentaria ser muy importante entre 1969 y
1979. De ah la designacin como Senador cons-
tituyente por parte del rey en 1977, lo que repre-
sentaba el reconocimiento de una larga serie de
servicios prestados en forma de reflexin sobre
la forma monrquica del Estado y los imperati-
vos de la democracia pluralista. Estos puntos de
vista son recogidos desde el libro de 1962 sobre
la Espaa posible a las constantes referen-
cias en sus artculos de prensa y en parte de sus
consideraciones sobre el cambio social, las re-
giones de Espaa, la poltica cultural, y la evo-
lucin de la sociedad mundial.
La Universidad espaola, por iniciativa de los
gobiernos de Adolfo Surez le reconocer fi-
nalmente por sus mritos excepcionales como
Catedrtico de Universidad. Tuvo todava la po-
sibilidad de profesar en sus ltimos aos como
docente extraordinario desde 1977. Su ansiada
vocacin de juventud pudo concretarse tarda-
mente en los aos prximos a la edad de la jubi-
lacin. Este reconocimiento no le impedir, ms
bien ser un estmulo vital para ello, mantenerse
en forma como acadmico, escritor, columnista y
director de Seminarios peridicos que testan la
realidad social y poltica con la llamada a prota-
gonistas de la actualidad como hizo en la etapa
del Seminario de Humanidades aos atrs.
Entre 1974 y 1984, Julin Maras sigui con
igual asiduidad la accin pblica en tiempos di-
fciles para la sociedad espaola, pero una vez
ms con su presencia activa a las demandas de
sus amigos de etapas anteriores en Revista de
Occidente y el Instituto o Seminario de Huma-
nidades. La amistad con Jos Ortega Spotorno,
fundador del peridico El Pas en 1974, le llev
a ser impulsor y columnista en la primera etapa
del grupo de prensa.
Cuando Salvador de Madariaga retorna a Es-
paa en 1977, tras su largo exilio desde 1936,
viene a Madrid para tomar posesin de su si-
lln en las Academias de la Lengua y Mora-
les y Polticas, y pide previamente a Julin
Maras pronunciar el discurso de recepcin en
la RAL. El veterano expresidente de la Inter-
nacional Liberal, amigo de Churchill y uno de
los tres grandes protagonistas de la Conferen-
cia de La Haya de 1948, y del Congreso del
Movimiento europeo de 1962, quiso manifestar
inequvocamente con su eleccin la lnea de re-
ferencia entre viejos y nuevos lderes del pen-
samiento y la ideologa bsica de la tradicin
liberal hispnica a lo largo del siglo XX. Las
intervenciones en el Senado y en la prensa en-
tre 1977 y 1980, reflejan ese eje de continui-
dad y adaptacin de las ideas liberales al nuevo
tiempo democrtico del pas.
Con Fernando Chueca y otros amigos liberales como
Paulino Garagorri, el director de cine Luis Berlan-
ga, Mabel Prez Serrano, los profesores Francisco
Yndurain y Miguel Martnez Cuadrado, encabez
y gan la lista para presidir el Ateneo de Madrid
en 1980, frente a adversarios como Joaqun Ruz
Gimnez, Fernndez Ordoez y Miguel Boyer. El
La influencia de Maras sobre la
salida del rgimen autoritario hacia
la monarqua parlamentaria ser muy
importante entre 1969 y 1979
104
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
Ateneo logr sobrevivir a una prolongada crisis de
subsistencia y tanto Maras como Chueca dedicaron
esfuerzos considerables para superar la tensin que
siempre anida en aquella secular institucin civil.
Para seguir las realidades cambiantes de cada
momento Maras forja y pone en prctica la crea-
cin de una revista testimonio de esa permanente
accin de vigilancia, Cuenta y Razn, revista a la
que dedicar atencin preferente hasta los das
finales prologando sus nmeros regulares, movi-
lizando a las nuevas generaciones de escritores
destacados en todas las ciencias y siguiendo los
imperativos de la actualidad ms inmediata. En
Cuenta y Razn Maras consigui dejar un legado,
a modo de minuta del trnsito del viejo al nuevo
siglo XXI; testimonio escrito al cual deben aa-
dirse sus declaraciones en televisin, donde re-
cordar con su conocida elocuencia y capacidad
para traspasar el medio, a sus maestros Unamuno,
Ortega, Zubiri, y a los existencialistas europeos.
La estrella y el alma de sus antecesores han se-
guido brillando en el firmamento de las ideas del
tiempo del centenario, cuando celebramos los
cien aos de su nacimiento en el Valladolid de
1914, en fecha de un significado poco brillante
de la historia de Europa, pero s para el recuerdo
de uno de los reformadores ms importantes de
Espaa y para seguir la lectura de alguno de sus
libros tan vivos como la Historia de la Filosofa
que sigue atrayendo a lectores de muy diversa
procedencia social todava en el siglo XXI.
II. En la vanguardia del pensamiento
europeo del siglo xx:
Raymond Aron (1905-1983), Isaas Berln
(1909-1997), Julin Maras (1914-2005).
Cada tiempo histrico marca las preferencias de las
generaciones por una serie de lderes de opinin y
pensamiento. A pesar de los cambios acelerados
que desde el Renacimiento hasta las sucesivas Re-
voluciones industriales de los siglos XVIII al XXI
han vivido las sociedades europeas, el pensamien-
to fundamental filosfico-poltico puede circuns-
cribirse a muy contados nombres y referencias.
Desde las llamadas revoluciones atlnticas que tu-
vieron lugar en Inglaterra, Estados Unidos, Francia
y Espaa entre 1689 y 1812, el ncleo del pensa-
miento poltico capaz de atraer a grandes masas de
ciudadanos ha discurrido por una senda principal.
Desde el cartesianismo y el racionalismo del XVII
se han fraguado pensadores como Spinoza, Locke,
Montesquieu, Rousseau, Kant, Constant, las es-
cuelas econmicas desde Adam Smith a la vienesa
y norteamericana del siglo XX.
Desde el primer liberalismo se han sucedido di-
ferentes ciclos democrticos hasta la democracia
social avanzada de la II postguerra mundial que
han generado un pensamiento a veces continuo y
casi siempre discontinuo desde el siglo XVII al
XXI. Siempre en vanguardia de las revoluciones
polticas o en otros momentos como retaguardia de-
fensiva frente a otras invasiones ideolgicas igual-
mente producto de convulsos movimientos sociales
y polticos. La fecha de 1914 abre una profunda
sima en la trayectoria dominante del pensamien-
to liberal-democrtico al confrontarse durante un
largo perodo con el pensamiento totalitario nacido
de la IGM, coincidente adems con la emergencia
de los emergentes movimientos descolonizadores
que se realizan sobre todo despus de la IIGM. La
generacin europea que vive entre 1914 y la cada
del imperio sovitico en 1991 ser precisamente la
que se topa con tales nuevas fuerzas contrarias a la
lnea troncal del pensamiento liberal-democrtico.
Durante ms de ochenta aos corresponder a un
grupo eminente de figuras seeras de este pensa-
miento enfrentarse con sus mejores armas, la es-
critura, el pensamiento, las tribunas universitarias,
los foros de reflexin plural, al empuje de los tota-
litarismos destructores de la libertad de una parte
de las sociedades democrticas. La amenaza de los
diferentes tipos de totalitarismo y tercermundismo
primario, requera una presencia y un liderazgo in-
telectual de especial envergadura.
Muchos defensores de la idea liberal y de la demo-
cracia como vida social han luchado contra tantos
enconados adversarios, que adems dominan vastos
territorios desde 1917 a 1991. Pero entre esos de-
fensores siempre merecen ser citados algunos ms
destacados que han actuado de lderes del pensa-
miento europeo a lo largo de todo el siglo XX. En
otros foros hemos venido defendiendo la presencia
de Julin Maras como protagonista de excepcin en
esa vanguardia, junto a otros destacados nombres
como Raymond Aron e Isaas Berln. El ltimo, na-
cionalizado britnico pero originario de la Europa
En Cuenta y Razn Maras
consigui dejar un legado,
a modo de minuta del trnsito
del viejo al nuevo siglo XXI
105
E N S AYO S
oriental; el segundo, francs desde la III a la V Re-
pblica; Maras, espaol que atraviesa en diferentes
etapas de su vida la monarqua alfonsina, la II Re-
pblica, la Guerra Civil, la dictadura, la Transicin
y la Monarqua Parlamentaria. Los tres pensadores,
coetneos, que han contribuido a mantener vivo el
pensamiento liberal-democrtico europeo, en hori-
zontes mucho ms extensos que los de sus pases
de origen, posean muy arraigadas creencias reli-
giosas: Maras en el catolicismo, Aron y Berln en
la tradicin hebrea. Unnimes en la defensa de los
regmenes democrtico-liberales y como firme mu-
ralla frente al pensamiento totalitario, aliados de los
Estados Unidos, aunque crticos de alguna de sus
derivas, como Aron en su libro sobre la Repblica
imperial, Maras en su defensa de un porvenir de-
mocrtico para Amrica Latina, y Berln en su ori-
ginal forma de entender la libertad negativa como
lucha frente a quienes la entienden como libertad
positiva sin defenderla adecuadamente.
Los tres pensadores nos han dejado libros y testi-
monios personales que traspasan su propio siglo.
Las obras de Aron, Introduccin a la filosofa de
la Historia, 1938, Paz y Guerra entre las Nacio-
nes, 1961, Democracia y totalitarismo, 1964, Cin-
cuenta aos de Reflexin poltica, 1983. Las de
Maras, desde los aos cuarenta, Introduccin a la
Filosofa, Historia de la Filosofa, a Sobre Ortega,
Espaa Inteligible, Hispanoamrica, Una Vida Pre-
sente, Memorias. Berln, Sobre el Concepto de Liber-
tad, 1958, Cuatro Ensayos sobre la Libertad, 1962,
Contra la Corriente, 1979, Orgenes del Irraciona-
lismo moderno, 1993. Entre otros muchos libros
sus escritos en la prensa diaria en Pars, Madrid o
Londres, completan un anlisis de su propio siglo
y de los avatares del pensamiento ante un conjunto
de hechos sociales y polticos que hacen del siglo
XX un observatorio imprescindible, precisamente
por el rigor del conjunto de sus anlisis.
III. Notas a la vida de Julin Maras cuan-
do cumple cien aos.
En el Seminario de Humanidades, en el que parti-
cip desde 1962 a 1977, Maras reuni a persona-
lidades destacadas de ambos bandos de la Guerra
Civil, con las cuales mantuvo una actitud com-
prensiva y de amistad. Recuerdo esa afabilidad en
su comportamiento siempre afectuoso por ejemplo
con Pedro Lan, Jos Luis Aranguren, Fernndez
Almagro, Manuel Tern, Jorge Campos, Lafuen-
te Ferrari, y con los ms jvenes que profesaban
igualmente en distintas ideologas.
En 1976, durante los momentos iniciales de la
Transicin, Aron, en su visita a Madrid, con Dez
del Corral y Maras, defendieron la Ley para la Re-
forma Poltica que se present a referndum el 15
de diciembre de 1978 y que cont con ms votos
que los obtenidos dos aos despus en el refern-
dum aprobatorio de la Constitucin. Adolfo Surez,
en el homenaje que rindi a Maras en el libro co-
ordinado por Helio Carpintero, Un siglo de Espaa,
AE 2002, destac la importancia de los artculos
y libros de Maras en hacer llegar a sus conciu-
dadanos la importancia de apoyar dicha reforma,
esencial para la restauracin de la democracia, la
convivencia y el posterior consenso constitucional.
Durante los aos posteriores a 1978, la obra de
Maras en sus Seminarios anuales y en la direc-
cin de Cuenta y Razn, se implicaba de ma-
nera muy personal en cuestiones como la lucha
contra la impunidad que determinadas conduc-
tas suponan en el proceso democrtico; contra
la corrupcin y los excesos de ciertas minoras
territoriales que atentaron contra la libertad
y los valores de la convivencia democrtica.
Contempl perfectamente cmo era necesario
delimitar tales desviaciones y proceder a su
cauterizacin en tiempo real. Tales desviacio-
nes que actuaron desde los momentos iniciales
amenazaban a esa otra Espaa posible disea-
da desde la pre-Transicin. Tanto Maras como
sus maestros Ortega y Unamuno, alertaron tem-
pranamente de los peligros que tales conductas
acarreaban. En este sentido las alertas de Isaas
Berln, Albert Camus (otro coetneo defensor de
la libertad) y Aron, siguen siendo vlidas para el
pensamiento de la sociedad abierta y la potencia
real de sus enemigos.
Maras atraviesa en diferentes
etapas de su vida la monarqua
alfonsina, la II Repblica, la Guerra
Civil, la dictadura, la Transicin
y la Monarqua Parlamentaria
Maras reuni a personalidades
destacadas de ambos bandos de la
Guerra Civil, con las cuales mantuvo
una actitud comprensiva y de amistad
107
E N S AYO S
C
ien aos desde el nacimiento de una
persona significan, si su vida ha
sido larga, el relato de su biografa
llenando una buena parte de ellos y
su prolongacin an breve mediante
el recuerdo. Si, adems, esa vida ha sido plena,
frtil e influyente, tal tiempo est impregnado
por su presencia. Quien haya seguido la vida
intelectual espaola desde el fin de nuestra
guerra civil a lo largo del siglo XX e inicios
del XXI sabr la irradiacin que tuvo la activa
intervencin en ella de Julin Maras, aunque
slo fuera desde la palabra escrita y hablada,
nunca escasa. Amplia irradiacin de calidad de
pensamiento, de capacidad conductora de las
ideas y de esclarecimiento de esas sombras,
tantas veces errticas, que se proyectan con
insistencia en nuestros escenarios comunes.
Slo hace ocho aos de su muerte, cuando esto
escribo, y numerosas veces he echado en falta
en este tiempo su reflexin sobre los derroteros
colectivos o las vicisitudes personales. Qu
hubiera dicho Maras ante esto?, me he pregun-
tado con frecuencia. Por ello he vuelto entonces
a sus libros con fidelidad y sin decepcin o me
he visto impulsado a una cavilacin propia pro-
curando seguir, en lo que me es posible, lo que
considero su mismo mtodo: independencia de
criterio, juicio veraz, razonamiento ponderado,
sereno y prudente, conocimiento de los hechos,
pensamiento. Y entusiasmo por el mundo.
Conoc a Maras a finales de los aos cincuen-
ta, cuando yo era an estudiante, a caballo en-
tre la geografa y la historia, y l era el slido
pensador, respetado por las gentes de letras y
ciencias aunque apartado por las instituciones,
que ya haba formado su imagen. El autor, entre
otras obras, de la popular Historia de la filoso-
fa o de tan slidas contribuciones como Intro-
duccin a la filosofa, La Filosofa espaola ac-
tual, El intelectual y su mundo o La estructura
social. Siempre terreno firme. Pero, visto des-
de hoy, esa figura no estaba cerrada ni mucho
menos tan tempranamente. Los aos siguientes
fueron, por ejemplo, los del libro particular-
mente aclarador La Espaa posible en tiempo
de Carlos III, que, si no fuera por la toleran-
cia debida, habra de ser lectura obligada para
todo compatriota, y los de contribuciones tan
esperadas y fundamentales como Ortega. Cir-
cunstancia y vocacin. A ellos sucedi un acer-
camiento mayor al terreno en Espaa inteligi-
ble, en sus Memorias y, territorialmente, en su
Consideracin de Catalua y en Nuestra Anda-
luca. Aunque en realidad su inters por anotar
lugares vena de lejos: ah estn sus Notas de
un viaje a Oriente. Diario y correspondencia del
Crucero Universitario por el Mediterrneo de
1933, recuperadas en 2011. Maras fue un ex-
celente escritor y orador, en forma y fondo, en
creatividad y solvencia, como expresin acerta-
da de un fondo cultural bastante asombroso en
todos los asuntos tratados y de una capacidad
de pensamiento infrecuente; pero, sobre todo,
su escritura y sus conferencias se exponan
con facilidad para su seguimiento por el lec-
tor o el oyente, con una llamativa claridad de
ideas, expresadas brillantemente, comunica-
das con ingenio y simpata y concatenadas en
una estructura rigurosamente trabada. La bue-
na composicin del artculo, del captulo o de
Julin Maras y la geografa
EDUARDO MARTNEZ DE PISN
C CO E TO DE G A
UNIVERSIDAD AUTNOMA DE MADRID
ATEDRTI MRI EOGRAF
108
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
la conferencia proceda sin duda de una virtud
particular, creo que orteguiana: la de aspirar a
la claridad. Si su escribir era de fuerte perso-
nalidad, su decir, hasta su tono, fue propio e
inmediatamente identificable. Todo esto estu-
vo en copiosa accin intelectual sin desmayo
en Espaa largo tiempo, principalmente entre
1941 y 2005. Durante ms de medio siglo, ao
tras ao, se oy su voz razonable y se sucedie-
ron sus pginas como algo normal, esperable
entre nosotros.
La geografa me inclina ahora al recuerdo es-
pecial de su tratado sobre la estructura social
y hacia sus experiencias viajeras por Espaa
o por Israel, la India y Estados Unidos. Pero
fue l, adems, quien directamente me incit
a escribir sobre asuntos tan variados como la
geografa de los escritores del 98 o sobre la
primera imagen geogrfica recibida y expresa-
da por los exploradores espaoles en la Am-
rica de los descubrimientos o sobre los cons-
tituyentes territoriales de Espaa, o quien me
aconsej la lectura detallada de Feijoo. Entre
muchas ms cosas. Pero debo explicar breve-
mente cmo ocurri esta influencia. Dije an-
tes que conoc a Maras siendo yo estudiante
en la facultad de Filosofa y Letras de Madrid,
pero no all, donde le haban cerrado las puer-
tas, sino a travs de Helio Carpintero, amigo a
travs de las dcadas casi desde siempre (nos
conocimos siendo alumnos en la facultad). Ma-
ras, con generosidad evidente, nos reuni en
su casa en seminarios informales a varios jve-
nes y all comenc y segu un lado decisivo de
mi formacin intelectual. Cuando Maras orga-
niz su Seminario de Humanidades en la Casa
de las Siete Chimeneas de Madrid, particip en
l. All estaban, gran encuentro, Aranguren,
Lan, Lafuente Ferrari, Fernndez Almagro,
Lapesa, Jorge Campos, Carmen Martn Gai-
te, entre otros, y jvenes discpulos entonces
-y hoy humanistas bien conocidos- de las mejo-
res escuelas espaolas de historia y pensamien-
to de los aos sesenta. He de decir, al paso, que
tuve mucha suerte al formarme no slo en aquel
ambiente intelectual, sino tambin en mis ac-
tividades geogrficas gracias al magisterio de
Manuel de Tern, que diriga mi tesis doctoral,
y al aprender el oficio de profesor donde mejor
podra haberlo hecho, en el Colegio Estudio,
dirigido entonces por Jimena Menndez-Pidal.
Por eso puedo dar testimonio de que, cuando
se habla con ligereza del desierto intelectual
espaol en aquellos aos, no se respeta la rea-
lidad. Esto no quiere decir que las cosas fueran
fciles, pero desierto no es la palabra apro-
piada para describirlas: en cambio, respecto
a lo que aqu sealo, oasis tal vez s lo sea;
es decir, enclaves de vida intensa entre vacos.
Continuaron as con asiduidad los seminarios
con Maras y la relacin acogedora que siempre
tuvo con toda persona. Por lo tanto, no dudo en
decir que Maras influy en la geografa; al me-
nos, est claro que s lo hizo en mi geografa.
Para empezar, la lectura en 1959 de La estruc-
tura social, libro editado en 1955, fue para m
un fundamento terico sustancial, pues enton-
ces estaba empezando a trabajar en la geogra-
fa urbana de Madrid y de Segovia. Si no te
contentas slo con los datos primarios sociales,
si aspiras a una interpretacin de esa convi-
vencia sucesiva que es la sociedad estudiada,
una estructura en movimiento, con trayectoria,
a la vez perdurando e innovando, se han de
abrir una atencin expresa, una teora y un m-
todo para entender, en palabras de Maras, las
presiones, pretensiones, insistencias y resis-
tencias, con las cuales se realiza la consisten-
cia de la unidad social. De modo que, si se
hace as, usando los datos como hechos revela-
dores de la estructura social, se sita en primer
plano la historicidad de tales sociedades, la
sucesin de situaciones y niveles, el sentido
del relato como el de una empresa colectiva.
Eso requiere encontrar el argumento expreso
y compartido de la vida, individual y colectiva.
Durante ms de medio siglo, ao
tras ao, se oy su voz razonable y
se sucedieron sus pginas como algo
normal, esperable, entre nosotros
Independencia de criterio,
juicio veraz, razonamiento
ponderado, sereno y prudente,
conocimiento de los hechos,
pensamiento. Y entusiasmo
por el mundo. En esto considero
que consiste el mtodo
de Julin Maras.
109
E N S AYO S
Ms all del catlogo de la sociedad hay que
seguir otros rastros que conducen a los supues-
tos que la mueven y la hacen inteligible: los
datos requieren, por tanto, inexcusablemente,
una interpretacin o hermenutica, algo as
como el mbito de los datos.
Por este camino, fcilmente llevaba Maras al
lector hacia Ortega, a la circunstancia, las vi-
gencias, las creencias, los usos, las clases y a
la teora de las generaciones. Lo salvaba de la
dura epidermis de los meros datos y abra una
brecha hacia el magma de la sociedad en ac-
cin, de sus realidades actuantes. Distinguir
entonces el vigor y los lmites de las vigencias
sociales, su tiempo, sus tipos bsicos, sus ca-
racteres parciales o negativos, sus discrepan-
cias y violaciones y, en suma, su sistema, sera
como penetrar en la sociedad estudiada, en
sus conductas y en sus proyectos, porque la
trama [...] de vigencias bsicas coincidentes
constituye una sociedad; el rea determinada
por esa coincidencia marca su extensin; las
fronteras de una sociedad quedan trazadas por
el imperio de un sistema de vigencias comunes
[...] Si imaginamos un mapa y simbolizamos en
l mediante un rayado distinto cada vigencia,
la superposicin de stas ir haciendo ms o
menos tupido el rayado de cada porcin del
territorio. Obtendramos as una imagen pls-
tica e intuitiva de lo que podramos llamar la
densidad o consistencia de las diversas so-
ciedades. Una cartografa social -sit venia ver-
bo- es perfectamente posible. Qu ms poda
pedir un gegrafo?
Pero las vigencias no slo adquieren una tci-
ta adhesin; tambin se fragmentan y se quie-
bran o se pueden volver opinables, limitantes,
opresivas, polmicas e invasoras, discrepan y
pugnan entre s: una sociedad dice Maras-
no significa, ni mucho menos, unanimidad.
La discrepancia es un motor de la sociedad y
slo las sociedades dbiles, disociadas o en
discordia, ni piden ni aceptan esos contenidos
discrepantes. Pero hay unas vigencias fun-
damentales que establecen una disposicin
general de la vida colectiva, y sobre ese fon-
do actan diversas fuerzas que determina todo
un sistema de campos. La observacin de una
ciudad o de un barrio revelaba inmediatamente
tales campos y fuerzas, si la alerta estaba pre-
viamente despierta. Se deca entonces entre los
Julin Maras en Segovia el 20 de mayo de 1995. A la izquierda de la foto
Antonio Ruiz Hernando, catedrtico de historia del arte, y, a la derecha,
Eduardo Martnez de Pisn, catedrtico de geografa y autor de este artculo
Salvaba a su lector de la dura
epidermis de los meros datos y
abra una brecha hacia el magma
de la sociedad en accin, de sus
realidades actuantes
110
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
gegrafos que toda ciudad tiene forma, estruc-
tura y funcin. La forma, el paisaje urbano, se
asienta sobre un terreno, al que aprovecha, al
que se adapta y al que adapta, y depende de
unas determinadas circunstancias histricas
de las que derivan, por un lado, sus funciones
urbanas, administrativas, polticas, religiosas
(incluso guerreras durante muchos tiempos) y
econmicas, de las que resultan lgicamente
morfologas apropiadas, y por otra parte tam-
bin su estructura social, propia de una agrupa-
cin, un momento y un espacio. Pero tal estruc-
tura es un organismo vivo, no slo un inventario
de datos, y hay que intentar verlo y restituirlo.
Para eso era necesaria una teora de la vida
colectiva: la ms exhaustiva acumulacin de
materiales, las ms completas estadsticas, la
informacin toda, supuesta ilimitada, es inca-
paz de hacernos entender la realidad social. Lo
primero que hace falta -entindase bien, lo pri-
mero- es la imaginacin. [...] El nico medio de
que los datos, las informaciones y estadsticas
sirvan de algo es irse a vivir imaginariamente
a la sociedad que se trata de estudiar, aada
Maras, para as reconstruir su tono vital. Sin
duda tales frases nos despertaron y lo que los
gegrafos llamaban la inmersin en el terreno
mediante el viaje, posible en el presente, para
complementar en l observacin e imaginacin,
se hizo prctica habitual y obligacin intelectual.
Un inters particular tena para m en aquel
momento su consideracin sobre la morfologa
de las ciudades: en pocas cosas se refleja me-
jor la forma de la vida colectiva [...] una ciudad
es el texto en que puede leerse la contextura de
un alma. Esto me hizo ver Segovia de un modo
en principio imprevisto. Y era la clave. La ciu-
dad duradera, recibida y usada por generacio-
nes sucesivas; la ciudad pequea, construida
en el campo de paisaje dominante, adaptada
como una piel al terreno de las gargantas que
la defendieron en siglos de zozobra, lanzando
al cielo el orgullo de las torres de decenas de
iglesias, de la catedral, de los seores y del
alczar, casi entonces como un gran pueblo,
un mundo cerrado -s, an lo era- finito y defi-
nido, donde los conciudadanos todava se co-
nocan. La ciudad era comprensible, as, como
rgano de socializacin, potenciado por su
clausura por las murallas donde ms urbana es
y dividida intramuros en barrios de estructu-
ras definidas. All asist a la vida cotidiana, al
tiempo, al ritmo, las pausas, las calmas de la
ciudad y particip en las horas, las calles, las
plazas, las gentes del da y de la noche y de
todo ello sali la comprensin, ms prxima a
lo ya entendido como estructura social, que,
en efecto, no podan mostrar por s solos los ar-
chivos.
El contraste, el paisaje urbano descrito tambin
por Maras en Los Estados Unidos en escorzo,
muestra todo lo que se puede encerrar bajo el
nombre de ciudad. Las estadsticas, por ejemplo,
de Los ngeles conducen al estupor. Es el asom-
bro ante las ciudades extendidas pelicularmente
por valles, colinas y costas, con servidumbres
propias de sus dimensiones, donde es imposi-
ble ir a pie, incluso vivirlas, ciudades acfalas,
invertebradas, inasequibles en conjunto, gran
reunin de soledades juntas, y reducida la vida
a la vecindad o al repliegue en el hogar. Todo
ello frente a los rasgos de la vieja ciudad euro-
pea, mbito de convivencia, presencia, compa-
a, conversacin, gora, foro, zoco, plaza mayor,
clausura frente al campo. En una obra posterior,
Anlisis de los Estados Unidos, reflexiona Maras
de nuevo sobre la ciudad, con distintos matices.
Y lo hace porque configuran nuestra vida; de
su morfologa depende gran parte de la forma de
nuestro vivir [...] condiciona lo que vamos a ha-
cer. La ciudad norteamericana se ha funciona-
lizado y la casa no est en la ciudad. Son aho-
ra su objeto de descripcin las towns, donde se
convive, y los suburbs, donde se duerme. En otro
momento, al referirse a un viaje en avin, aade:
no estaba tratando con un espacio geogrfico,
sino funcional. Un anticipo del mundo.
Claro est, hay mucho ms, pero un artculo
como ste de amistosa evocacin no pretende
anlisis ms extensos. Slo sera indispensable
un recuerdo breve a su visin de tierras y pai-
sajes con dos citas del libro Ser espaol. Ideas y
creencias en el mundo hispnico, que elijo muy
conscientemente, donde sostiene que nuestras
regiones son sociedades insertivas, los mo-
dos concretos de pertenencia a una dimensin
Lo que los gegrafos llamaban
la inmersin en el terreno
mediante el viaje para complementar
en l observacin e imaginacin,
se hizo prctica habitual y
obligacin intelectual.
111
E N S AYO S
geogrfica e histrica mayor. En razn de ello
escribe: La regin es una maravillosa, entra-
able realidad, hecha de formas cotidianas, de
recuerdos, de costumbres, de finas modulacio-
nes, de proyectos; es un instrumento que se in-
corpora, bien templado, a una orquesta. No hay
impiedad mayor que querer destruir la realidad
regional: para que no sea o para que sea otra
cosa. Unidad no es uniformidad, haba escri-
to Prez de Ayala en 1926.Y la segunda cita,
complementaria, pertenece a su delectacin en
el paisaje: Esperemos que mientras tanto los
espaoles se den cuenta de la asombrosa be-
lleza de su tierra, del valor de la expresin, la
diversidad, la sorpresa, como remedios contra
la monotona, la homogeneidad, la depresin, el
aburrimiento, la peor amenaza contra la busca
de la felicidad en nuestro tiempo.
Si averiguar cosas como el sistema estimati-
vo de una sociedad o su imagen intelectual
pueden ser temas absorbentes y clarificadores,
hay un punto en el que la geografa parece que
Si Maras pareca exigirnos
profundidad en la mirada al
paisaje como obligacin del
gegrafo, algunos lo entendimos
as para nuestra mayor complacencia
en la observacin del mundo
debera detenerse y dar paso al socilogo cultu-
ral. Lo que ocurre es que, como todos saben, el
mundo no se acaba en la geografa. Para quie-
nes tenan la atencin y la curiosidad despier-
tas, incluso la pasin intelectual avivada por
aquellas lecturas, en todo lo dems no era nece-
sario poner lmites precisos, aunque el control
de la actividad cientfica los mantuviera sobre
el papel y sobre el mapa. Otros campos no pro-
fesionales del ejercicio de la vida intelectual
conducen lgicamente a la exploracin de esos
terrenos culturales con grandes satisfacciones
para el espritu. Por lo tanto, si Maras pareca
exigirnos, por supuesto sin pretenderlo, profun-
didad en la mirada al paisaje como obligacin
del gegrafo, algunos lo entendimos as para
nuestra mayor complacencia en la observacin
del mundo, y tambin fue un puente para re-
clamarla en los dems rdenes de la ciencia, la
cultura y las artes. Incluso en la vida personal.
Uno de sus libros, ya de 1993, se titula preci-
samente Mapa del mundo personal y all dice:
El hombre es persona, pero no todo en l es
personal [...]. Cada perspectiva que se abre so-
bre la realidad lleva consigo la exigencia de un
mtodo adecuado, desde las categoras y con-
ceptos hasta el gnero literario, y por supuesto
el estilo. Como el mundo no es slo donde se
est sino donde se vive y la vida humana tiene
argumento, el mapa personal no puede ser des-
criptivo sino narrativo. Pero este mapa que di-
buja el fondo de la persona es ya asunto de otra
geografa tan profunda como inagotable.
113
E N S AYO S
Julin Maras, la palabra
FEDERICO MAYOR ZARAGOZA
PRESIDENTE DE FUNDACIN CULTURA DE PAZ
abandonado
de la palabra que
tal vez aun podra/
levantarme
Jos ngel Valente
en Fragmentos de un libro futuro.
NOTAS
1. Maras se dio cuenta desde la temprana fecha de 1947 de
la dimensin emprica de la vida humana e hizo referencias
formales a ella en 1952 (La vida humana y su estructura
emprica, Obras, IV), pgs 341-347.
Los siguientes estudios son altamente recomendables para
elucidar con admirable claridad aspectos de trayectoria fi-
losfica y biogrfica de Maras:
Si la vida es la realidad radical, la mxima
creacin, es inteligible su perduracin e
ilgica su desaparicion definitiva ()
si la vida es perdurable quiere decir que
es nica y la vamos viviendo ya
132
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
A.Helio Carpintero Capell, Julin Maras. Una vida en la
verdad (Madrid. Editorial Biblioteca Nueva, 2008)
B.Enrique Gonzlez Fernndez, Pensar Espaa con Ju-
lin Maras (Madrid. Editorial Rialp, 2012)
C.Rafael Hidalgo Navarro, Juli Maras. Retrato de un
filsofo enamorado (Madrid. Editorial Rialp, 2011)
No son estos los nicos libros de mrito. A diferencia de
Ortega, durante aos blanco de enemigos implacables cu-
yas crticas inmoderadas rayaban en la absurdidad, los
amigos leales de Maras, y eran -y son- muchos, aunque
tambin eran numerosos los enemigos, siempre le apre-
ciaron y admiraron su manera de pensar. Espero ver pu-
blicadas pronto varias tesis doctorales sobre aspectos de
su pensamiento. Algunos habrn salido ya. Lamento que
otro libro excelente del Dr. Gonzlez Fernndez, Julin
Maras y la razn vital, que yo sepa, an no haya salido.
2. Maras, Innovacin y arcasmo (Madrid, Revista de Oc-
cidente. Coleccin El Alcin, 1973), pg. 19.
3. Ortega, Qu es filosofa? (Madrid, Revista de Occi-
dente. Obras completas, 1961, VII), pg. 325.
4. Maras, Razn de la filosofa (Madrid, Alianza Editorial,
1993), pg. 287
5. Maras, Mapa del mundo personal (Madrid, Alianza
Editorial, 1993), pgs. 30-31.
6. Mapa, pgs. 21-22.
7. La fuerza de la razn (Madrid, Alianza Editorial, 2005),
pg. 28.
8. Qu es filosofa? pg. 317.
9. Maras, Antropologa metafsica (Madrid, Revista de
Occidente, 1970), pg. 114.
10. Mapa, pg. 108.
11. Mapa, pg. 153.
12. Antropologa, pg. 307.
13. Antropologa, pgs. 307-308.
14. Sobre el tema del aborto desde perspectivas comple-
mentarias de la ciencia y la filosofa (ideas respectivas
de Jerme Lejeune, fundador de la gentica moderna y
gran defensor de la vida y Julin Maras) es altamente
recomendable el libro del Profesor Enrique Gonzlez
Fernndez, Dejar vivir (Madrid, Editorial Rialp, 2013).
133
E N S AYO S
Itinerarios
del concepto de persona
NGEL SNCHEZ DE LA TORRE
CATEDRTICO EMRITO DE FILOSOFA DEL DERECHO
DE LA REAL ACADEMIA DE JURISPRUDENCIA Y LEGISLACIN
U
na investigacin que pretenda re-
plantear aportaciones filosficas a la
teora de la persona tiene que estar
de acuerdo en lo siguiente: la afirma-
cin de J. Maras de que el ncleo
irreductible de la persona humana es su carc-
ter proyectivo
1
, coincide con los orgenes de las
palabras grecolatinas que enuncian su concepto,
prsopon, persona, cuya raz para el trmino grie-
go es el verbo prso, ir hacia adelante, de donde
prsopon es el rostro que mira hacia adelante, y
prosdion avance entonando ritmos rituales.
Hay un largo recorrido de 3.000 aos, desde los
poemas picos griegos hasta el momento actual,
y por ello el concepto persona est integrado
por afluencias venidas desde muchos horizontes
culturales y desde numerosas aplicaciones an-
tropolgicas. Y correlativamente, es la nocin
de persona la que ms influencia haya tenido
en fijar el curso de las culturas y en humanizar
los valores sociales que prevalecen, al menos en
cuanto valores ideales, en la sociedad actual.
No sera exagerado indicar que hasta el lengua-
je de la filosofa moderna ha sido transformado
al reflejar tales valores, donde las estructuras
de intimidad y trascendencia se anudan en
una perspectiva unitaria, y J. Zubiri ha pensado
que el ser humano se autentifica en la cualidad
ontolgica de personeidad, o sea la posibili-
dad de llegar a constituirse en cuanto perso-
na. Tambin la expresin orteguiana yo y mi
circunstancia no hace sino reconstituir la ms
antigua teora de la persona en que el auts o
el em psykh
2
juega su destino dentro de las
peristseis (concepto aristotlico) que las exi-
gencias vitales y las dificultades de la fortuna
deparan en la existencia de cada da. Pues el
alguien debe seleccionar decisiones (proaresis)
en trminos acordes con una buena inteligencia
de las cosas (dinoia, enoia) para decantar una
determinacin (bolesis) acertada.
Una teora actual acerca de la persona resu-
mira que el ser humano se hace a s mismo,
como alguien digno de ser tenido en cuenta en
su esencia, su presencia, su accin y su estado,
al personalizarse; y se trivializara, al desper-
sonalizarse.
Habremos de acordar que en esta lnea se halla
el antiguo precepto dlfico gnthi seautn, que
Scrates supo convertir en vocacin filosfica,
pero tambin la limitacin de los saberes que
en esta misma filosofa de la persona expresaba
S. Agustn: neque ipse capio totum quod sum,
no soy capaz de imaginar todo cuanto hay en
mi persona.
El ncleo irreductible de la persona
humana es su carcter proyectivo
134
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
Se requiere, pues, introducir, al menos, clarida-
des y distinciones antes de poder fijar un concep-
to suficiente para expresar la nocin de perso-
na. Se trata del itinerario que, desde la tibieza
del hyponoin, hypnoia de la caverna platnica
pudiera alcanzar la luz de la aleth ousa reflejo
de la realidad plenaria
3
. Nosotros nos atendremos
a unos planos ms modestos. En un itinerario hay
punto de partida, recorrido y meta. Nosotros aten-
deremos a la meta -aqu estn ahora las investiga-
ciones de J. Maras- pero slo fijaremos algunos
puntos de partida y sus primeras jornadas. Pues
hay tantos puntos de partida como sistemas cultu-
rales apuntan hacia esta meta, y algunos de modo
privilegiado, porque en ellos se trata de expresar
precisamente el objetivo de esa meta. Los diver-
sos aspectos de la condicin humana (trmino
ms significativo actualmente que el tradicional
de naturaleza humana) permiten conjugar on-
tolgicamente perfiles que aparecen en orden
disperso en las experiencias individuales y so-
ciales efectivas, donde nos encontramos con pro-
yecciones vitales tan notorias e influyentes como
stas: los humanos pueden estar, consideran-
do aspectos reales de su existencia, indigentes o
satisfechos, inquietos o seguros, perezosos o di-
nmicos, cordiales o reservados, voluntariosos o
indiferentes, comunicados o aislados, autnticos
o vulgares, independientes o sumisos, reflexivos o
ideologizados, modlicos o forajidos, benficos o
daosos... de modo ms o menos ocasional y ms
o menos permanente.
Todo ello obliga a imaginar una estructura perso-
nal donde quepan tantas cualidades, y para ello
hay que ensanchar ms su concepto. Los indivi-
duos estn en el denso mundo exterior instalados
como personas. Estn dentro de generaciones y
de entrelazamientos mltiples: varones y mujeres,
padres e hijos, parientes y extraos, amigos y ri-
vales, ciudadanos y extranjeros, necios y sabios,
ricos y pobres. Y tambin su existencia procede
de un pasado, se halla en varios cordeles de vida
colectiva, y se enfrenta a incgnitas acerca de lo
que pudo pasar, de lo que est pasando, y de lo
que suceder ms adelante por ms que se esfuer-
ce en prevenir su propio futuro.
Entendido como persona el individuo humano
contiene dentro de s estas lneas de reflexin y
de penetracin, pero adems de tener conciencia
de s ha de incluir en ella la conciencia de los
otros y de ser otro ante los otros. Este regreso
reflexivo de la conciencia es lo que expresaba
S. Agustn: no te diluyas en lo que sucede fuera,
vuelve haca ti buscando la verdad en la interiori-
zacin de todo lo que importa.
Pero estos son los jalones prximos a la meta.
Nosotros saltaremos hacia atrs para retroceder
ahora a los puntos de partida. Tratndose de un
concepto tan importante como es persona esos
puntos seran casi infinitos. La nocin de perso-
na puede aparecer en muchos trminos, en mu-
chas expresiones, en muchas concepciones de la
vida que no coincidan e incluso que no contengan
trmino equivalente a nuestro persona. Tal in-
vestigacin se realiza desde la historia comparada
de las culturas. Pero nosotros tenemos bastantes
con ocuparnos de los trminos que en nuestro len-
guaje lo expresan, bien directamente, bien anlo-
gamente, bien como sustitutos, bien como sin-
nimos, bien como aspectos parciales, bien como
antecedentes que lo adivinaban. Y ni siquiera
este campo podramos abarcar en su totalidad.
Por ello nos atendremos a sugerencias capitales
dentro de los tpicos ms cercanos a nuestra cul-
tura histrica.
Hemos de tener en cuenta que, en nuestro tiempo,
el sustantivo persona (estructura ontolgica del
ser humano) viene ya cualificado con un alcance
restrictivo en el adjetivo personal (singular, se-
lecto) cuya sustantivacin personalidad no cu-
bre todas las dimensiones posibles de persona
sino que decanta determinada calidad de la mis-
ma. Sin romper expresamente la conexin esencial
individuo/mundo, la determinacin de cada per-
sonalidad deja en penumbra ese alcance mximo
para fijarse en precisiones ms inmediatas.
Efectivamente, la personalidad es idiosincrasia
peculiar y temperamental propia de alguien. Cada
uno tiene cierta unidad de carcter, y se distin-
gue de otros cualitativamente, y se tiene perso-
nalidad como cosa suya a la que su propietario
puede dar un sentido determinado y modificarla.
Se refleja en elementos de su entorno inmediato
y se estimula en ellos para hacer lo conveniente
y encontrarse a s mismo. Sus aspectos psquicos
se integran en rdenes biogenticos y bioticos.
La personalidad es idiosincrasia
peculiar y temperamental
propia de alguien
135
E N S AYO S
El campo de la afectividad se construye en el m-
bito de las necesidades propias donde interacta
con afines y extraos. Ampliando lo inmanen-
temente propio hacia sus fronteras exteriores lo
que entendemos como personalidad, podra-
mos alcanzar lo que sera en su integridad ser
humano. Pero resultara un concepto demasiado
diluido, muy alejado de lo autnticamente perso-
nal, pues no todo lo humano es personal, sino
solamente aquello que se construye, en cada indi-
viduo, como personalidad. Esto es el problema
donde buscar.
Los puntos de partida ms ambiciosos se contie-
nen dentro de la conciencia de s mismo, dentro de
conexiones entre humanos, y de relaciones entre
humanos y dioses, y ms inicialmente an entre
espritu y cuerpo e incluso entre partes directivas
del cuerpo (cabeza, corazn, entraas) y partes
instrumentales del cuerpo (brazos, piernas); y en
los comienzos mismos el protagonismo de los sen-
tidos corpreos (vista y odo, principalmente) para
las percepciones ms elementales. Pero todos
estos elementos pueden ser significativos de un
quehacer personal al integrar a los restantes en
su protagonismo pragmtico, centrado desde una
referencia slo aparentemente ocasional.
Para mantener una secuencia razonable traza-
remos, dentro de los diversos caminos que se
trazaron oteando la meta de persona, los hitos
mitolgicos griegos, las semejanzas hombre-dios
apuntadas en la tradicin bblica, la adaptacin
romana de un concepto jurdico de persona y,
por ltimo, pero filosficamente lo primero, el
planteamiento terico que hizo necesario buscar
y hallar el trmino latino persona, para expresar
el concepto que actualmente representamos por
idntica palabra, en el lenguaje actual. Todo ello
bajo la metodologa lingstica ms elemental
que describa las significaciones de las palabras
en la antigedad heleno-latina, y sin perder la
iluminacin que desde el campo filosfico apun-
ta los pasos oportunos.
Para esto contamos con una palabra central en
griego, prsopon, y que se convierte tambin en
central cuando los dialectos bblicos son tradu-
cidos al griego por los ms ilustres sabios de la
poca alejandrina (s. I. a.C.) y poco despus son
los romanos quienes emplean persona para tra-
ducir ese mismo trmino al latn. En todo caso
prsopon y persona se concentran en contemplar
un modo de ser humano que no era captado an
en sus perfiles ms notorios en los vocablos ms
genricos que anteriormente se empleaban, res-
pectivamente, con alcance amplsimo, nthropos
y homo. Dichos vocablos se contraponan o frente
a Dios o frente a los irracionales, primero; y frente
a anr o vir, que contenan ya cierta cualificacin
valiosa frente al comn de los mortales, ms ade-
lante; antes de ser tales precedentes sustituidos,
en esa concepcin ms intensa de la vala huma-
na, por los indicados prsopon y persona.
En la mitologa griega que conocemos en sus ms
antiguos poemas picos, el hombre era originaria-
mente, como vemos en su milagroso salto desde
la indigencia hasta la vocacin de felicidad
4
, una
especie mortal que tena capacidad para ganarse
la vida y para convivir con otros seres superiores
e inferiores a s misma, dotada de una mente que
le permita distinguir apariencias de verdades y
seguir conductas acertadas.
El prsopon sera primordialmente la expresin
del rostro considerada en un individuo sometido
a ciertas circunstancias que le someten a prueba.
Es ah donde los dems le miran cara a cara,
y desde donde se encara a los otros, mante-
niendo su posicin
5
, y atenindose a un aspecto
que inspira respeto hacia todos. Despus sera la
caracterizacin de un individuo que opera por s
mismo, en persona y no mediante representan-
te. Tambin sera el aspecto que presenta alguien
o algo, o un referente para denotar la singularidad
de alguien, incluyendo su imagen o su retrato.
Desde el carcter de un individuo singular pue-
de hallarse analoga en la caracterizacin de un
personaje dramtico a travs de su mscara o de
su porte que lo denota de modo inconfundible. Y
tambin hay personas gramaticales en la con-
jugacin verbal, y personas que actan ante un
tribunal (denunciante, denunciado, tercero como
testigo, rbitro o juez).
Los individuos designados en la actitud designa-
da en los primeros eslabones de esa cadena ana-
lgica, no estn meramente a la expectativa, sino
que se los contempla en el texto de una lucha
Desde el carcter de un individuo
singular puede hallarse analoga en
la caracterizacin de un personaje
dramtico a travs de su mscara
136
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
frente a otros poderes, humanos pero tambin a
veces divinos, donde se pone en juego el desti-
no propio. Se trata de una posicin ms singular
que la genrica de los seres humanos que, como
cantaba el prodigioso Ovidio, el ms helenizado
de los poetas latinos
6
, mientras los dems vi-
vientes tienen el rostro mirando al suelo, Dios
dio al humano un rostro elevado y le ajust para
que mirase al cielo y levantara su visin hacia
los astros. ...Le dio al hombre lenguaje sublime,
le mand mirar hacia los espacios y alzar el ros-
tro hacia los astros brillantes.
Estas claves ilustran cmo el humano se sita
entre la irracionalidad animal y la sabidura
inmortal, cuya expresin est en los trminos
nthropos u homine que sirven de signos de
reconocimiento
7
, una vez que se identifique el
sistema interno que d sentido a tales seales
(nesis de un determinado sma).
Aclarando el modo en que la mitologa greco-
latina del despliegue humano (donde la figura
de Prometeo es esencial, pues supera al prso-
pon, encarar hacia adelante en cuanto que
es prmedon, reflexionar para prevenir) pone
nombres propios a los verbos de accin; tal
mitologa crea los conceptos referidos a la cons-
titucin del mundo, dando sentido definido a la
conducta de los sujetos (creadores o destructo-
res: pues hay tanto una genealoga de la odiosa
Noche como una genealoga del resplandecien-
te ter). La suerte histrica sigui alentando, en
cuanto Prometeo consigui mantener ntegra la
esperanza de que el resultado del caos inicial pu-
diera reconducirse, a travs de muchos riesgos y
desmanes, hacia el orden necesario. A partir de
entonces los humanos encaraban tambin su res-
ponsabilidad propia, mientras se afanan por ga-
narse la vida trabajando sobre la superficie de la
tierra antes de caer y quedar sepultados en ella.
Esto es lo que significa ser humanos mortales,
thneti, vagantes sobre el haz de la tierra.
nthropos y prsopon podran distinguirse entre s,
inicialmente, tanto como dista la nocin de ser
humano en general y carcter humano egregio
en particular. Un anlisis de los textos picos y
dramticos griegos anteriores ya al s. IV podra
demostrarlo hasta la saciedad, y la intuicin filo-
sfica de J. Maras no necesit tales demostracio-
nes para alcanzar su sentido cuando estudi el
origen de la persona, en una larga marcha que no
cesa hasta cuando Polibio, ya en el s. II, emplea
la palabra prsopon en la acepcin que forzosa-
mente haya de ser traducida, no ya slo como
persona, sino como individuo
8
, y cuando Phi-
lodemo hace lo mismo en un texto de su Retrica
(I, 52).
La nocin de persona, sin embargo, no se em-
pleara solamente en la palabra prsopon, dado
que sta denota cierto carcter egregio ma-
nifestado en hroes picos y en sus representa-
ciones dramticas. Adems de lo que tiene de
carcter comn dado en cualquier individuo,
el sujeto humano se expresa, o en los nombres
propios, o en los pronombres personales que lo
aluden bajo trminos abstractos, unos ms in-
definidos como ts, kastos, ouds; y otros ms
personalizados como otos, auts; por no referir-
nos a los rganos perceptivos corpreos cuando
asumen funciones representativas de la totalidad
del individuo como son sma, dmas, kephal,
karda, thyms, psych y otros.
Otras huellas semejantes aparecen en la tradi-
cin bblica, que se nos ofrece en la magistral
versin griega (poca alejandrina) a partir de la
cual podemos establecer nuestras connotaciones.
Si Zeus era el padre de los dioses y de los hom-
bres (guin que se continu hasta las poblacio-
nes de la ltima especie de stos, los Hombres de
Hierro, por la incesante intervencin de hroes y
semidioses que fueron a su vez padres de pue-
blos), Yahwh cre a los humanos hacindolos a
su imagen y semejanza. Y una vez que varn y
hembra se reconocieron entre s, seran fecundos,
llenaran la tierra, pondran nombre a animales
y cosas, labraran y cuidaran la tierra, mientras
adquiran dos grandes certezas: que estaban des-
tinados a morir, y que deberan distinguir entre
bien y mal. Por entonces todos los humanos dis-
ponan de un mismo lenguaje para comunicarse
9
.
La subjetividad humana nos viene expresada
10
por trminos que indican partes del cuerpo y
que se extienden analgicamente a sus funcio-
nes vitales incluyendo las ms semejantes a las
que actualmente tenemos por espirituales: gar-
ganta (cuello, anhelo, alma, vida, lo personal);
cuerpo (carne, parentesco, debilidad); vien-
to (aliento, fuerza vital, nimo, fuerza de vo-
luntad, espritu); corazn (sentimiento, deseo,
razn, medida divina del hombre). Se cubre en
definitiva desde estos trminos la amplitud de la
estructura anmica donde radican las directrices
pragmticas de la persona humana.
137
E N S AYO S
En la Versin (helenstica) de los 70 aparecen in-
numerables veces los trminos nthropos y pr-
sopon.
En los versculos primeros de Gnesis se des-
cribe a un Yahwh que dialoga consigo mismo:
hagamos..., como si fuera al mismo tiempo
uno y mltiple, y en un acto creador: Hagamos
al nthropos a imagen comparable a nosotros,
de tal modo que sea dueo... de todo lo crea-
do (1,26). Y los cre... a su imagen (para que
tambin fueran creadores) macho y hembra
11
.
Ampla luego el texto de Gnesis esa descrip-
cin, cuando Dios bendijo a la pareja de hu-
manos dicindoles: creced, cread multitudes, y
extendeos a lo ancho de la tierra, y sed dueos
de todos los dems vivientes (2,7). Y dio forma
al hombre (plasen tn nthropon, 2,8) y para
que no estuviera solo dio forma a la mujer de
tal modo que Adn, viendo acostada a su lado
(prs, 2,22) a la mujer, la reconoci como igual a
s mismo diciendo (2,23): esto ahora hueso de
mi hueso y carne de m. sta ser llamada mujer
porque ella fue tomada por el varn
12
. Y tomn-
dose uno a otro (4,1, syllambno) engendraron...
Y ella adquiri conciencia de ser s misma, al
exclamar (salvando cierto juego de palabras que
desde el texto semtico se prolonga en su ver-
sin griega): Gracias a Dios, soy duea de m
como ser humano (ktomai nthropos). Adn se
dirigi a ella llamndola Vida (Dson) y se re-
conoci a s mismo al hallar en ella Felicidad
(gno Euan, 3,22). Haba llegado el momento en
que los humanos fueran personas, o sea, res-
ponsables, y esto quiere decir la frase divina:
Puesto que Adn ha llegado a ser como noso-
tros, para conocer el bien y el mal...
Desde entonces los humanos tuvieron opciones,
las emplearon para bien o para mal, y arros-
traron su propio destino. Pronto ejercieron su
poder de dar nombre a todos los dems vivien-
tes, y tal como los designaron tal fue su nombre
(2,19). Desde ese momento estaban: por encima,
Yahwh; por debajo, todos los seres creados, y,
en el centro, los humanos.
El mtodo para detallar el drama de la persona-
lidad humana libre y responsable lo hallamos,
dentro de los textos bblicos, en un lugar privile-
giado que es la leyenda de Job.
Viene descrito el carcter egregio del nthro-
pos Job (que se identificara con lo que vere-
mos como prsopon modlico) con estas virtu-
des: veraz, sincero, justo, respetuoso con Dios,
alejado de toda accin reprobable, bien nacido,
solidario para trabajar y ganarse la vida jun-
to con su familia. Reconoce en Dios al dador
de bienes y protector de los humanos (1,9 y
10). Desde su sinceridad abre su propio Yo y
no se identifica a s mismo con los poderosos
de la tierra prevalidos de armas y riquezas (3,
14-15). Pues persona (prsopon, 4,15) es el
hombre que alienta para el bien sin encerrar-
se en s mismo. Y ese trmino no es aplicado
solamente al humano sino tambin al propio
Yahwh, cuando al final de este poema se dirija
expresamente a Job.
Pero hay distancia entre el humano y el divino.
El hombre es identificado mediante su forma y
su voz, y su distancia respecto a Dios es infini-
ta. Ante Dios un humano no es bastante puro
ni bastante valioso, carece de sabidura, no se
entiende con los dems, es insensato y se halla
indefenso (4,17 a 5,3). El hombre nace para tra-
bajar penosamente, mientras que Dios es crea-
dor de grandezas, misterios y maravillas (5,7-9).
El hombre slo puede llegar a ser feliz si Dios
se cuida de l dirigindole hacia la luz, incluso
castigndole para que sepa salvarse (6,17-18).
El ser humano puede as ver, escuchar, recono-
cerse, actuar (5,27).
Pero ante las desgracias el humano no tendra
donde asirse si no tuviera esperanza, que es
quien le da fuerza y aliento. El poema expresa
la angustia de quien clama a un Dios que no le
contesta. Job atiende a sus prjimos porque no
renuncia a Dios, y manifiesta sus verdades a sus
interlocutores (eis prsopa, 6,28-29, traduccin
que estara ya de acuerdo con la nocin de perso-
na en el gramtico latino Varrn).
En versos posteriores se suceden una serie de
expresiones que designan al yo hablante: mi
garganta, mi vida, mi aliento, mi ojo, mi ansia
de inmortalidad; que buscan dirigirse hacia la
grandeza del Dios creador que lo atiende y cuida
(6,30-7,19), mirndolo permanentemente.
El mtodo para detallar el drama de la
personalidad humana libre y responsable
lo hallamos, () en un lugar privilegiado
que es la leyenda de Job
138
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
As se describe cuando Dios est presente sobre
la mente de los humanos y, en el poema, se si-
ta cara a cara con Job (7,20). La expresin me
katetkeutn sou tiene significacin exactamente
idntica a prsopon13. El posterior empleo de
hypolambno para responder denota, adems
de respuesta, sumisin humilde, que es la posi-
cin lgica del humano frente a Dios, pero afir-
mando la propia conciencia de interlocutor.
Este argumento se consolida cuando (9,3-4) se
emplea como responder, hablar frente a, ser
interlocutor, el trmino antepei (donde se hallan
las mismas races de nthropos y parcialmente de
prsopon), y la palabra enanton auto tampoco
debe ser traducidas como enemigo, sino como
interlocutor (pues contiene la misma raz que
nthropos)
14
. Por el contrario, la nocin de perso-
na se confirma (negativamente) porque desapa-
rece si hubiera un interlocutor al que no se ve
(ou m ido) y por tanto no se le reconoce (m
gnon, 9,11) y por tanto el otro no reconocer mi
voz (ou eisaktnon mou, 9.16) y por ello no se le
podr considerar interlocutor.
El interlocutor humano propiamente hablando
es el hombre a mi medida (nthropos kat em,
9,32) frente al cual tiene que hablar para obtener
respuestas, cara a cara (9,32; 13,15-18; 13,32)
15
.
Pero el hombre es tambin interlocutor de los
otros hombres, adems de por palabras, por he-
chos. En lugar de luchar contra ellos como ha-
ran las bestias, el hombre choca la mano con el
prjimo (tei kheir mou syndethto, 17,3-18,3). El
sentido comn abre la inteligencia al humano, a
quien se reconoce por haber levantado su morada
en lugar propicio (20,3-9), y es bien acogido por
sus vecinos. En presencia (ap prospoi, tradu-
cido a facie eius, 23,15) del justo todos son igua-
les: nios, jvenes, nobles, jefes, hurfanos, men-
digos, moribundos, viudas, ciegos, desconocidos,
pues la amistad hace a todos interlocutores y les
permite llegar a conocer juntamente lo que sea
correcto, dado que todos son igualmente humanos
hijos de humanos, bajo la mirada del mismo Dios,
y juntos podrn enfrentarse victoriosamente a los
mayores enemigos (37,24-41,3).
Se presenta Dios a los humanos mostrando un
rostro propio en que pueda ser reconocido? To-
dava ms acuciante la pregunta: Es reconocido
Dios mismo por los humanos mostrndose bajo
diferentes rostros? Y ms difcil an: hay una
persona divina que es tambin humana?
La teologa de la Trinidad se mueve en estos par-
metros. Segn el arzobispo sevillano Isidoro, hijo
de griegos bizantinos, erigido como supremo in-
telectual entre los visigodos, cuyo idioma comn
era el latino, escribi
16
que los vocablos indican
suficientemente lo que por ellos se entiende pues
en su propia estructura contienen la razn de su
nombre. Y que la nocin incluida en la palabra
latina persona
17
llega a dar razn de cmo se
unen la condicin divina y humana en una mis-
ma realidad: la naturaleza humana est conjugada
en el hijo de Dios de tal modo que de dos sus-
tancias se realice una sola persona. Cristo es
Segunda Persona en una Trinidad (nombre ape-
lativo relativo) cuyo nombre esencial propio
es Dios (o sea, Yahwh mismo), nombre a su vez
sobrehumano porque se compone solamente de
vocales y semivocales de donde se halla ausente
toda raz lingstica identificable en consonantes
existentes, y as para los humanos no hay nombre
de Dios sino la perfrasis El que Es, y slo pue-
de ser nombrado en sus personas. As Cristo asu-
mi en su nombre humano propio formam servi...
susceptae humanitatis, primognito del Padre se-
cundum susceptionem hominis, en cuya condicin
pudo hacerse humano entre humanos asumin-
dolos como hermanos suyos (fratres habere dig-
natus est) una vez que pudo hacerse humano al
haberse encarnado como humano, antes de poder
reintegrar al favor divino (per adoptionis gratiam)
al conjunto de la Humanidad dada su naturale-
za sustancial, en cuanto Persona Divina. Pues
apud Graecos hypostasis persona intelligitur
18
.
Como vemos la nocin isidoriana de persona no
era ya la que proceda del bblico prsopon (casi
siempre traducido como facies o vultus divina,
encarada hacia los humanos en sus diversas
circunstancias); sino la que tena en cuenta las
discusiones bizantinas acerca de la naturaleza
divina y juntamente humana de Cristo, donde
divinidad y humanidad tenan cierta conexin
subyacente comn (hyp) de cuya interpretacin
surgieron diversas teologas.
La nocin isidoriana de persona no era
ya la que proceda del bblico prsopon
(); sino la que tena en cuenta las
discusiones bizantinas acerca de la
naturaleza divina y juntamente
humana de Cristo
139
E N S AYO S
Volvamos por ello a los trminos de prsopon. En
diversos textos griegos habra de traducirse como
persona o alguno de sus sustitutos parciales, a
partir del significado del verbo prso. Para Gale-
no el rostro, prsopon, sera lo primero que se
advierte al fijarse en alguien. Para Esquilo prso-
pon significara la continuidad de quien pretende
alcanzar alto grado de virtud. Para Platn sera
capacidad de resistencia. Para Aristteles al-
canzar la virtud de la justicia, un significado que
en J. Maras incluira la vida personal en la vida
comunitaria. Prosotho significa empujar hacia
adelante, y prosonoma el nombre reconocido
por pertenecer a determinada familia (como el la-
tino cognomen).
Antes de que hubieran surgido las discusiones
teolgicas bizantinas (desde el s. I estaban ya
teologizando los cristianos monofisitas), el
predicador Pablo de feso empleaba an prso-
pon que era traducido luego al latn como per-
sona
19
sin dificultades. Muchos aos ms tarde
telogos cristianos llegaran a una teora unifica-
da de persona donde se analoga la estructura
divino-humana, tal como la representaban los
antiguos cristianos, con la estructura racional-
humana peculiar de los renacentistas europeos.
La persona resultara ser cualidad fundante de
la identidad humana (hypostasis) al constituir
la subjetivacin de la racionalidad humana en
cada individuo
20
, integrando tambin los distin-
tos elementos de su naturaleza. Para Vzquez de
Belmonte, por ejemplo, la persona humana se
construye a s misma al realizarse en el mundo,
hasta el punto de que la personalidad es el modo
propio de la existencia de cada uno. La persona
es una subsistentia juntamente real y racional.
Pero no ya dentro del dilema hypstasis/ousa
discutido como problema de la comprensin hu-
mana de la Trinidad, sino en la coincidencia de
lo permanente y de lo variable en la conforma-
cin del individuo humano (Desde esa filosofa
de la persona podramos explicarnos fcilmente
el alcance de las meditaciones de J. Maras so-
bre la analoga y la sustancialidad de la persona,
tan semejantes a las que vemos en aquel telogo,
digno rival de F. Surez).
La nocin de persona alcanz una cierta plenitud
en el lenguaje jurdico, en un proceso de adop-
cin terminolgica cuyo itinerario se produce en-
tre el s. II a.C y el III de nuestra Era, hasta llegar
al momento (la codificacin de Justiniano, en el s.
VI) donde la ciencia jurdica se articulaba sobre
tres pivotes esenciales que configuraban la tridi-
mensionalidad del espacio del Derecho: personae,
res, actiones; y persona comprenda toda clase de
humanos: liberi, servi, si bien contemplados des-
de las perspectivas en que los sujetos jurdicos
habran de tener libertades y responsabilidades
conformes a sus condiciones propias (ciudadana,
edad, familia, condicin de propietario o de no
propietario, etc.), por lo cual la persona en cuanto
sui iuris o alieni iuris es de suyo una aplicacin
y no una teora del concepto de persona
21
, por
ms que de ello se puedan obtener datos precio-
sos para la teora de un filsofo.
Nos fijaremos ya en el trmino latino persona. El
uso de la palabra persona se ha generalizado en
todos los idiomas del mundo que lo han introduci-
do con su significado tico, poltico y jurdico ac-
tual, a partir de su empleo en los idiomas roman-
ces y en aquellos otros que lo asimilaron por no
tener correspondencia desde sus races propias.
Por tratarse de un fenmeno que se apreciaba ya
en el momento en que se construy esta palabra
dentro del lenguaje latino, habremos de explicar-
lo desde la boca de quienes lo adoptaron as. Nos
someteremos por tanto a la ciencia gramatical
del s. I a.C., en la obra de Marco Terencio Va-
rrn (compaero de estudios griegos de Cicern,
militante tambin en el bando pompeyano, y del
que se conserva parte importante de su Tratado
De lingua latina).
Cada palabra -escribe este mximo exponente de
la cultura romana de su tiempo- posee dos peculia-
ridades congnitas: de qu objetividad se parte; y
a qu tipo de realidad se aplica. Ello contiene dos
tipos de investigacin, que debe ser coordinada,
a los que los Griegos llamaban, respectivamente,
etymologha (etimologa) y per semaimnon (cir-
cuitos semnticos). El primero es muy difcil de
realizar aisladamente, porque faltan formas anti-
guas de muchos trminos; y el segundo es tam-
bin difcil al ser muy amplio desde que muchos
nombres habrn cambiado de significacin en el
transcurso del tiempo.
Uno de los ejemplos que estudia Varrn nos im-
porta aqu. Al estudiar la etimologa de hablar
(loqui, palabra adems interesantsima porque en
su significacin activa tiene forma pasiva, de tal
modo que se podra traducir como interhablar
pues quien habla tambin es hablado y por
tanto cada uno habr escuchado al otro) roza el
problema de la persona: as como el retrato de un
140
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
hombre no es ese hombre, del mismo modo los
vagidos emitidos por un beb no son palabras sino
algo parecido a palabras (VI, 56).
Mas lo importante es cuando emplea directamente
el trmino persona. Los hablantes de palabras
(loquentes) ocupan lugares diferentes en el espa-
cio, y se hallan: aqu en primera persona, ah
en segunda persona, o all en tercera persona,
segn que se trate de quien dice; o a quien
se dice, o de quien se dice: personarum natu-
ra triplex, qui loqueretur, ad quem, de quo (VIII,
20). Se entiende fcilmente cmo en la poca de
Plauto se denominara persona a cada uno de los
personajes dentro de la accin dramtica (drama,
nombre puesto a las representaciones porque en
todas ellas haba intervenciones de mensajeros
que entraban o salan de escena a la carrera), y por
tanto, dada la asuncin por Plauto del gnero tea-
tral griego, dentro del dramatiks lgos los prota-
gonistas eran prsopa as como prsopon su carac-
terizacin, expresada en el latino persona creado
entonces al efecto como ms tarde se muestra.
Los cambios semnticos de las palabras se expli-
can a partir del sentido originario que las inventa,
pero considerando el modo en que ciertas signi-
ficaciones varan a travs de ciertas semejanzas
que hay entre la realidad originaria y otras que
se le aparentan por cualquier motivo (XI, 4). Ta-
les semejanzas se decantan en cierta raciona-
lidad (analogha) que explica por qu se haya
cambiado algn uso denotativo aplicable a otra
realidad distinta. Y esto es lo importante -expli-
ca- pues quienes no admitan el juego de estos
contactos analgicos, no slo ignoran la natura-
leza del lenguaje (hay ms objetos que nombres,
pues los objetos son innumerables y los nombres
limitados) sino tambin cmo es posible imagi-
nar la estructura del mundo (IX, 33).
Reconoce Varrn que en estas investigaciones hay
tambin dificultades insuperables. Pone de ejem-
plo de ello una palabra que es muy importante
para la nocin de persona, que es el verbo ser
(sum, es, esse, fui, futurum esse, IX,100). Fijmo-
nos en que este verbo rene races de estar,
haber, estar en alto, comer, sucesin des-
de el pasado hacia el futuro, existir, y permite
significar otras que aparecen desde sus mltiples
compuestos. Esto le induce a reconocer que en
los verbos la relacin analgica resulta confusa,
hasta el punto de no poder compararse su razn,
como no sea comparando cada forma con la de otra
persona gramatical (formas sum, est, por ejemplo)
o con otro tiempo o modo verbal. Pero adems hay
formas verbales que no pueden asignarse a perso-
nas gramaticalmente determinadas (en lmites de
tiempo o de espacio), porque expresan situaciones
reflexivas, interrogativas, imperativas, optativas,
o en formas infinitivas, etc. (X, 321)
En esta perspectiva, las razones primordiales de
analoga vienen dadas desde la necesidad de co-
municacin, y en la riqueza de matices que con-
tiene cada precisin y cada veracidad en el modo
de enunciar algo. O sea, que la consideracin
de persona como alguien que quiere y o puede
expresarse, de tal modo que otros entiendan lo
que pretende enunciar, es un dato irrenuncia-
ble. En el escenario dramtico persona era quien
comentaba o preguntaba o responda algo. En el
escenario jurdico latino (aunque coincidente en
los textos legales con el dikaniks lgos de los
griegos) persona era el actor, o el reus, o el terstis,
arbiter, iudex; o aquel de cuius iure agitur. Tal es-
quema se extendera tambin en el lenguaje tico
de Cicern o de Sneca y en el lenguaje jurdico
de Quintiliano, Paulo y Ulpiano (asesinado el ao
238 as como Cicern lo haba sido el 43 a.C.).
Este concepto persona tena ya en comn la idea
de responder de algo, pero haba tenido su ori-
gen en ser interlocutor. Incluso persona es in-
terlocutor consciente de sus responsabilidades.
Al hablar anuncia algo, se pronuncia acerca
de algo (pronuntiare dictum a pro et nuntiare (VI,
58). Cuando los juristas romanos hayan visto la
utilidad de persona la usarn como fuente de ar-
gumentos trazados en torno al sujeto jurdico
22
.
Pues irn ms all de lo que indicaba al referirse
a las partes procesales (persona accusatoris, per-
sona rei) al actuar ante el tribunal, o al vestirse
y gesticular el orador que defenda a su cliente.
Cicern
23
poda distinguir as, entre los asuntos
debatidos, y entre los sujetos afectados, designn-
dolos por su palabra griega cuya traduccin lati-
na adjuntaba para aclarar bien lo que deca: kat
prgmata, in negotiis; kat prsopa, in personis
24
.
La consideracin de persona como
alguien que quiere y o puede expresarse,
de tal modo que otros entiendan lo
que pretende enunciar, es un dato
irrenunciable
141
E N S AYO S
El juego de la nocin persona en el lenguaje jurdi-
co y poltico nos advierte de cmo aquel concepto
haya quedado estructurado dentro de las formas
culturales de la realidad social, pero tambin nos
emite un mensaje muy importante: cmo la nocin
persona se haya convertido en factor estructuran-
te, no slo de sus formas culturales modernas,
sino de los valores ticos representativos de lo
ms valioso de la sociedad. As lo ha advertido ya
J. Maras al estudiar, en su teora de la persona,
las polaridades de perfeccin e imperfeccin, y
la hondura del mtodo de la ilusin.
Para calificar el significado de un trmino no bas-
ta compararlo con sinnimos y anlogos, sino que
se precisa mucho ms comparndolo con sus con-
tradictorios y con sus antnimos. Podemos inten-
tarlo con prsopon y con persona.
El griego prsopon tena como opuesto a notaos, o
sea, cobarde, insustancial, vacuo, perver-
so (el que vuelve la cara, el que no tiene palabra,
el que da la espalda, incluso en sentido obsceno
el verbo notobato). En latn sera exacta la con-
traposicin persona-perversus.
El hroe antiguo aguantaba, haca frente, resis-
ta, daba la cara, ergua altaneramente su prso-
pon. Podramos compararlo tambin con el h-
roe cristiano que, ante la ofensa, no vacila ni se
espanta, sino que ofrece la otra mejilla en que el
ofensor injusto podr continuar mostrando odio
hacia quien cumple el deber de amar a su ene-
migo (y lo descoloca al darle una respuesta inex-
plicable, pues desde una lgica rastreramente
egocntrica devolver bien por mal seria absur-
do, abyecto cuando no retrgrado y cobarde).
Tenemos entonces que -adelantando conclusio-
nes- persona no es mero sustantivo, sino la sus-
tantivacin de una cualidad, versin real de un
modo de ser creador de humanizacin mejor,
un camino de aristea, no entendida ya como va-
lenta guerrera o como clase social privilegiada,
sino como culminacin valiosa conseguida des-
de algn ngulo de virtualidad humana. Por ello
y por haber tenido en cuenta que los caminos de
la virtud pueden no ser recorridos hasta el final, J.
Maras adverta que hay grados de personalidad.
Incluso -segn este maestro-, dado que la virtud
suprema consistira en la entrega propia a la feli-
cidad de la persona amada, llegar a ser plenamen-
te persona sera el fruto granado de la radical
experiencia del amor. En todo caso la revelacin
mxima de la persona tendra forma de concien-
cia de s, incluyendo lo que J. Maras denomi-
na interpenetracin de personas (prolongando
el eco agustiniano del inteipsum reddi, as como
la reflexin cartesiana en el frecuentativo cogito
conectado con el afirmativo sum, cuyo sentido pro-
fundo podramos traducir: cuando insisto sobre
mi situacin en el mundo me siento persona).
Retornemos al s. I a.C. para situar el trmino lati-
no persona en el centro de este problema. Todo el
lenguaje latino tuvo que adaptarse a las dimen-
siones reales del mundo humano existente en el
trnsito cultural, desde la democracia aristocr-
tica hasta la autocracia imperial, que haca crisis
en esa poca. Nuevas necesidades de expresin
que fijara nuevas funciones de grupos e indivi-
duos diseaban un nuevo mundo de comporta-
mientos, que deban mantener algo y variar algo
donde estaban en juego las maiorum virtutes y la
rerum novarum cupiditas. Deberan hallarse e in-
cluso ponerse de moda ciertas expresiones nue-
vas o aplicaciones semnticas nuevas. Ello era
preciso para que el conocimiento no fuera ca-
tico sino estructurado. Pues no es verificable ni
comunicable el sentido de algo sin que haya
alguna forma lingstica que lo signifique. La
dificultad estriba en que no es posible entender
tales palabras, sin haber entendido cmo se co-
nectan entre s al integrarse en una significacin
o en una accin parcialmente comn denotada en
diversas formas gramaticales que las articulen
como sujeto, objeto, verbo, predicado, adverbio,
preposicin, conjuncin, etc. De la misma ma-
nera en que su nombre indica una persona, as
tambin esa misma palabra significa lo que tal
persona hace y dice
25
. Y aade el sabio sevi-
llano: adems la persona puede ser agente de
una accin, pero tambin sujeto acerca del cual
se realiza una accin (o sea, en trminos gra-
maticales, la persona puede tener funciones
o de sujeto agente o de sujeto paciente). Proba-
blemente el concepto jurdico romanista persona
constituye una buena intuicin fenomenolgica
del sujeto jurdico, pero no coincide con las
exigencias que planteara una fenomenologa
Persona no es mero sustantivo, sino la
sustantivacin de una cualidad, versin
real de un modo de ser creador de
humanizacin mejor
142
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
tipificadora del ser humano en cuanto tal, que
es el objetivo buscado de suyo por una antropolo-
ga filosfica cabal.
El juego analgico de persona ha sido mostrado
hace aos
26
precisamente en la obra literaria y
cientfica de Cicern. Pero sus acepciones fe-
nomnicas y predicativas de persona no la
concretaban an en su acepcin esencial y ob-
jetiva. Traduce, en De officiis, prsopon como
persona, pero no explica la razn, seguramente
porque era ya suficientemente inteligible, y tal
vez fuera usual este emple
27
.
Sin embargo, ha sido en un estudio referente
a la ciencia jurdica donde Cicern nos ofrece
una acepcin de persona centrada en la nocin
que buscamos. Lo hace como al pasar, en una
explicacin de un tema jurdicamente relevan-
te: la fiabilidad de los testigos dentro de un
proceso judicial. Un testigo -nos viene a de-
cir- es fiable y responsable de su testimonio en
cuanto que es persona, pues su ndole como
persona proviene de haber adquirido autoridad
que le convierte en testigo fiable. Mas ello no
se queda en mera afirmacin, sino que describe
cmo se articula esa auctoritas en trminos de
virtud personal (Topica, 73).
Ser persona tiene una cualidad que no alcanza
cualquiera, pues slo se inspira fiabilidad cuan-
do se tiene cierta autoridad, y esta autoridad es
adquirida por la ndole y por la vida ejemplar
de alguien. La ndole propia de una persona se
halla en sus virtudes, y estas virtudes han de
estar mostradas en el modo de vida. Son tenidas
as en cuenta talento, posicin social, madurez,
xito en sus empresas, profesionalidad, presti-
gio, importancia, amistades, colaboraciones, in-
cluso buena suerte en los eventos ciudadanos.
Pues nadie suele negar que, quienes se hayan
ganado este tipo de estimaciones, han tenido
que desplegar grandes mritos originados en
sus propias virtudes, siempre que tales cuali-
dades se hayan evidenciado en la laboriosidad
y en el esfuerzo propio (n. 76).
De este modo casi neutral, propio de un pasaje
secundario, obiter dictum, se describe casi exac-
tamente lo que ahora mismo podramos entender
como tener personalidad.
Pero hay un contemporneo de Cicern, gran
poeta y el ms notorio de los filsofos del mbito
latino de su tiempo, que investig estos proble-
mas hasta el punto de que no lleg a fijar el nom-
bre que habra de dar a esa realidad humana que
nosotros denominamos ahora persona, pero se-
al la necesidad de que hubiera que encontrar
una palabra para decir lo que ahora tal palabra
persona dice
28
. Plantea tal cuestin desde su-
puestos juntamente antropolgicos y teolgicos.
Como suele suceder en la dialctica entre filso-
fos y poetas, el poeta Lucrecio imagina ensueos
y el filsofo Lucrecio detecta problemas a los
que hay que disear soluciones.
Se trata, en nuestra determinacin del concepto
latino persona, palabra que en su lenguaje poti-
co slo llegar a ser destilada desde la pluma de
Lucrecio para otro objetivo. Pero una investiga-
cin deslumbrante muestra, para nosotros que lo
leemos dos mil doscientos aos despus, por qu
tal palabra, o algn sinnimo semnticamente
idntico pero nunca cado en cuenta, sea nece-
saria para nombrar lo mismo que nosotros ahora
designamos con persona.
El intento filosfico de Lucrecio es ingente. Pre-
tende nada menos que emplear todo su talento
y toda su inteligencia en dar razn de la exis-
tencia del mundo y de todo cuanto en l existe.
El gnero humano encierra muchas incgnitas
que inducen a buscar cul sea su origen (II,
975). Hay en el ser humano intelecto (animus)
y principio vital (anima, III, 35 s.). Influen-
ciado por los antiguos filsofos jonios admite
nuestro poeta que la animi natura pueda ser
sangre o aire (III, 43), pero tambin, el dato de
que los humanos tengamos voluntariedad, obli-
ga a admitir que en esta tiene que haber algn
elemento racional (voluntas...quicquam nostrae
rationis egeret, III, 45). Y cuando desde lo ms
profundo de la razn vital (anima) emergen pa-
labras, su veracidad levanta la mscara de
la realidad y la ofrece desnuda y autntica. En
este lenguaje potico persona oculta la res. Si
nosotros no furamos comentaristas estrictos,
diramos que se haba alcanzado nuestro obje-
tivo. Persona sera la fenomenologa del ser
humano de cuya personalidad se tratase.
Se podra decir que persona es el
conjunto de apariencias que hay
que levantar o atravesar hasta el
conocimiento pleno de alguna realidad
143
E N S AYO S
Literalmente (eripitur persona, manet res, III,
58), se podra decir que persona es el conjun-
to de apariencias que hay que levantar o atrave-
sar hasta el conocimiento pleno de alguna rea-
lidad. Pero en ese texto Lucrecio no se estaba
refiriendo a la ndole o cualidades del homo.
Es ms adelante (III, 94-97) cuando aplica ese
esfuerzo terico a los seres humanos. Desde su
doctrina atomista Lucrecio afirma que los homi-
nes son vivientes corpreos, donde el animus y
la mens no se hallan en algn lugar determinado
del cuerpo, sino que son cierta cualidad vital que
los griegos llaman harmona (III, 98-101) y estn
estructurados corpreamente, mientras que a su
vez el anima s se halla localizada como si fue-
ra una parte del ser humano, quasi pars hominis
(III, 130-131). Al estar mutuamente implicados
animus y anima resulta que se configuran arti-
culadamente unidos (unam naturam conficere
ex se, III, 136 s.) asumiendo la direccin de los
elementos corpreos. Pero ello no explica cmo
la articulacin de los elementos fsicos (aliento,
movimiento) llega a constituir la mente ni como
se completa desde ella la naturaleza humana (III,
231 ss.): Pues se alcanza un nivel de organiza-
cin para el que no hay nombre (III, 242: ...East
omnino nomine expers), al no haber palabra ca-
paz de expresar, tanto el dinamismo humano,
como su imprevisible proyeccin (III, 243-244).
Lucrecio no da el paso de denominar persona esa
cualidad de la condicin humana, aunque es-
tuviera sin extender a este supuesto semntico,
incluso si ya la hubiera aplicado Cicern para
objetivos anlogos en el campo jurdico.
Cul sera la palabra mgica que, segn Lucre-
cio, hubiera de expresar la esencialidad de la
existencia humana?
En los versos consecutivos asume la actitud de
un filsofo que reconoce su incapacidad para
obtener esa palabra (pues el uso de persona que
ha manejado no le resulta suficientemente defi-
nitoria para esta radical pretensin), y reacciona
tratando de imaginar cules seran los perfiles
requeridos para expresar lo que necesita nom-
brar. Con ello nos ofrece un molde, un nega-
tivo de la fotografa de persona.
La realidad humana opera mediante impulsos
infinitesimales (III, 246) cuyo modo conjunto
de actuar resulta en s mismo incomprensible,
pues me lo impide la carencia de poder decirlo
con ninguna palabra de las que hay en mi idio-
ma (III, 258 ss.: abstrahit invitum patrii sermonis
egestas), para expresar cmo todas las sinergias
latentes se integran en una realidad humana con-
junta, aunque son inmensas en comparacin con
la pequeez de cada cuerpo (III, 265: quasi mul-
tae vis unius corporis exstant). La palabra que bus-
co -escribe- tiene que reflejar eso que dentro de la
condicin humana la cimenta y la constituye (III,
273: prorsum latet haec natura subestque).
En este momento de su investigacin, Lucrecio
tantea an en el vaco, pero nos aclara qu est
buscando. Frente al homo naturalis material-
mente definido e identificable, echa en falta algo
que d sentido a sus actividades y a sus proyec-
ciones, que lo envuelva e identifique de modo
constitutivo e irreductible a cualquiera de sus
partes o actos. No se desanima en este objetivo,
pero comienza a buscarlo desde el comienzo de
la senda adecuada: cmo se educa al humano
para que se despliegue vital y racionalmente?
Se advierte que la formacin filosfica de Lucre-
cio no le aleja de los mtodos que haban segui-
do antes de l Scrates, Jenofonte, Platn y el
mismo Aristteles -por no mencionar a todos los
filsofos griegos sin excepcin. Pero ahora cen-
trado en un punto.
Se fija en los caracteres universales de todo
proceso de aprendizaje, donde la objetividad de
las materias enseadas no anula los datos natu-
rales de cada uno (III, 307-309). En el proceso
educativo la mente (animus vitae) impulsa el
progreso ms que las dotes vitales (vis animae)
aunque estn unidos entre s, pues la mente es
el mecanismo de percepcin unitaria (mens est
hominis pars una) sin la cual no hay ser hu-
mano, aunque su poder no pueda manifestarse
fuera de los lmites del propio cuerpo. En defi-
nitiva, vida, capacidad, dinamismo y felicidad
han de darse en una combinacin existencial de
cuerpo y de mente, articulados entre s dentro
Lucrecio () echa en falta algo que
d sentido a sus actividades y a sus
proyecciones, que lo envuelva e
identifique de modo constitutivo e
irreductible a cualquiera de sus
partes o actos
144
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
de la misma realidad (III, 558 s.: corporis atque
animi vivata potestas/ inter se coniuncta valent
itaque fruuntur). A qu estara esperando para
darle a esta estructuracin humana el nombre
persona u otro anlogo que desde su creativa
imaginacin se le ocurriera?
Pero Lucrecio reconoce que no llega a explicar-
se cmo esto pueda ser as (615-617), aunque lo
intenta con la expresin siguiente: imaginemos
cmo la mente d vida unitaria a todas las capa-
cidades humanas (678-679: nobis inferri... animi
vivata potestas), sin olvidarnos nunca de lo poco
que somos (1068: hoc se quisque modo fugit).
Nos ha ofrecido el poeta una radiografa de
lo definidor de persona pero sin nombrar a la
realidad radiografiada. Al no encontrar la pa-
labra adecuada nos invita a nosotros mismos a
aportarla. Me permito sugerir, no ya esa pala-
bra, sino un planteamiento que encontramos en
la filosofa de J. Maras: no aluda ste a las
ocultaciones de la persona?
Nuestro poeta era consciente de este ocultamien-
to, e incluso disfrutaba en mantenerlo cuando in-
siste, empleando ese mtodo de bsqueda filos-
fica que caracteriza a su aventura investigadora:
recorro lugares sin senderos nunca antes pisados
por planta humana (IV, 1-8), y me agrada beber en
manantiales vrgenes... Entretanto busco esa vi-
sin milagrosa que aflore desde la superficie de la
realidad (IV, 63-64: imago ab rebus mitti summo
de corpore rerum).
No le faltan elementos de reflexin para encon-
trar nombres como el que ahora buscamos de su
mano, y entonces vuelve de nuevo sobre sus pa-
sos. La naturaleza -dice- obliga a los vivientes a
emitir sonidos para manifestarse, y los humanos
dieron nombres distintos a las cosas distintas (V,
1013-4). Es la manera de que, con el transcur-
so del tiempo, salga adelante el conocimiento de
todo, y el raciocinio lo enderece hacia la claridad
(V, 1388-9). La continuidad (usus) y una bsque-
da esforzada (impigra experientia) de la mente fue
enseando, poco a poco, y avanzando paso a paso
(V, 1452-3). Se vean clarear unas cosas con otras,
y el ser humano se estimulaba para llegar al fin
buscado. Toda su empresa se concentraba en un
punto: caminar por donde su corazn le incitaba a
buscar (VI, 32: ...quibus e portis occurri cuique de-
ceret). Vemos que esa nocin que buscaba habra
de tener una eficacia proyectiva evidente.
Llegados a este punto, dentro del itinerario
filosfico que nos orienta en la direccin en
que tratemos de investigar sobre la nocin de
persona, y tras haber admirado la radicali-
dad con que este problema haya sido planteado
por Lucrecio, podemos ofrecer, para hacer un
provisional alto en un camino que deber ser
prolongado en otras etapas, y tal vez bajo otras
inspiraciones tambin oportunas para el mismo
objetivo, dos conclusiones:
Primera: que el poeta-filsofo Lucrecio nos
ofrece ya un diseo general de lo que sera una
teora filosfica de la persona, donde sola-
mente nos resta la tarea de ponerle nosotros
el nombre que sabemos, pues cabra en estos
trminos: Existen ciertamente formas ideales
del conjunto de los elementos humanos, figuras
semejantes entre s, singulares, a las que na-
die puede percibir con ojos corpreos, y que no
pueden ser entendidas de ninguna otra manera,
que no sea cierta imagen de s, residente, de
modo que no consigo adivinar, en la condicin
humana (IV, 104-108).
Segunda: que la investigacin del problema de
la nocin de persona debera ser un reto per-
manente a la vocacin de los filsofos, y que
para ello convendr partir ms bien de pregun-
tas y de dificultades, que de frases manidas, y
de aseveraciones grotescas de haberse alcanza-
do ya resultados plenamente satisfactorios en
esta bsqueda. En Julin Maras tenemos un
modelo de investigacin filosfica abierta a la
nocin de persona.
NOTAS
1. J. Maras, Persona, 1996, 167
2. Eurpides, Alcestes, 142 y 604
3. Recordemos que, en las teoras teolgicas acerca de las
Personas Trinitarias, eran trminos influyentes en tal pol-
mica las expresiones de persona como hypstasis, o como
ousa, o como hypokemenon..
En Julin Maras tenemos un modelo
de investigacin filosfica abierta a la
nocin de persona
145
E N S AYO S
4. A. Snchez de la Torre, Hesiodo: caos y cosmos, 2012; y
Hesodo, s. VIII, 2012.
5. Diversos diccionarios etimolgicos aducen textos que al-
canzan desde los poetas picos hasta los historiadores pa-
sando por dramaturgos y filsofos. De las tragedias procede
el significado de mscara teatral (tambin prosopopeon e
hypocrsis en griego, larva en latn) con que se identifican los
personajes que aparecen en el escenario, donde solamente
haba tres actores, siempre masculinos, mientras que el re-
parto era mucho ms numeroso por lo cual aquellos deberan
cambiarse de careta cada vez que salieran de nuevo a esce-
na. Los Diccionarios de Liddell-Scott, Rodrguez Adrados-E.
Gangutia, Walde, Ernout-Meillet, Du Cange, De Miguel son
instrumentos valiosos e imprescindibles, adems de suficien-
tes a nuestros efectos, para el idioma griego, el latn clsico
y el medieval, respectivamente, adems de los Vocabularios
indoeuropeos de C.D. Buck, Grandsaignes dHauterive, y de
Benveniste que enmarcan la totalidad de estas materias.
6. Ovidio Nasn, Metamorfosis, I, 84
7. P. Nagy, Greek Mythology and Poetics, 1985, 206 s., y M.
Grammont, Phontique du grec ancien, 1047. La palabra n-
thropos podra entraar la nocin de captacin (ant rop),
y paralelamente homo (manus).
8. R. Hirzel, Die Person, 1814, 45
9. Gnesis III,11,1
10. Nos servimos de los trminos hebreos mencionados y
aplicados por H.W.Wolf Antropologa del Antiguo Testamen-
to, trad. 1974
11. rse, thly respectivamente. El primero conlleva tambin
significado de fuerte, y el segundo de grcil. Parecen
diseados as ciertos arquetipos, respectivamente masculino
y femenino.
12. Se describe la transicin cultural desde el nthropos
competidor-violador-predador hacia el Adam terrestre-com-
paero-responsable, cuando la mujer se hace tambin por-
tadora de vida y donante de bienes. No se puede olvidar
aqu que Hesodo describira la creacin de Pandora tam-
bin en dos textos, en Teogona y en Trabajos y Das, y que
este arquetipo femenino es calificado, por los dioses que la
configuraban, como bien que traa males y mal que traa
bienes.
13. En mi opinin se evidencia cierta inadecuacin de la
versin latina de Vulgata me contrarium tibi posuisti, pues
contrarium significara, y as suele ser traducido, como ene-
migo (fuera de todo sentido contextual) en lugar de dando
cara, frente a frente que son los significados propios de
contra.
14. El hombre es interlocutor con Dios desde el momento en
que Yahwh le llam por su nombre en la escena paradisaca
en que se le haba ocultado avergonzado por hallarse desnu-
do, tras la infraccin consistente en querer buscar inmorta-
lidad incondicionada y en no querer distinguir entre el bien
y el mal (simbolizados en el rbol de la vida y en el rbol
de la ciencia, respectivamente).
15. La Vulgata sigue traduciendo prsopon por faciem eius,
como en 14,20, y en mltiples expresiones se afirma en el
texto griego la nocin de persona por los recursos antro-
polgicamente usuales como son: en cuerpo y alma, con
mi corazn y mis ojos, con mis entraas y mis prpados,
con toda la sangre que me da vida, etc. (14,22-16,18) sin
que deje de respetarse la distancia que el hombre mantiene
respecto a Dios (16,21), y conservando fielmente las metfo-
ras semticas.
16. Isidoro de Sevilla, Etimologas, VII, 1
17. Santo Toms de Aquino, abusando de esa inclinacin de
revertir la semntica hacia la filologa, que adornaba a los
gramticos pero tambin a los filsofos antiguos, explicaba la
palabra persona como si estuviera integrada por los trminos
per se una. Probablemente alguien lo habra aducido antes
que l.
18. Etimologas, VII, 4,5, 4,2, 2,36-49
19. S. Pablo, 2 Corintios 1,11: ek polln prospon, traducido
ut ex multorum personis...Y poco ms tarde lo empleaba el
alejandrino Tertuliano. Vase S. Schlossmann, Persona und
Prsopon, und christliche Dogma, 1906, citado por Schouler
y Boriaud.
20. G. Vzquez de Belmonte, Disputationes Metaphysicae,
ed. 1616, VIII,6; IX,1; IX,3; X,1
21. Estos planteamientos han sido objeto de varios estudios
del autor, pues se trata de un tema que nunca deja de tener
una trascendencia terica permanente en el conocimiento
jurdico.
22. Vase B. Schouler e Y. Boriaud, Persona, en Historisches
Wrterbuch des Rhetorik, t. 6, 2003, p. 807
23. M.T. Cicern, Rhetorica ad Herennium, ver en nota anterior
24. No insistiremos en que la trascendencia jurdica de per-
sona se acreditara posteriormente en las siguientes expre-
siones contenidas en las Instituciones de Justiniano: omne
146
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
ius, personarum causa constitutum est; as como su trascen-
dencia poltica desde que persona est homo cum statu quo-
dam consideratus.
25. Afirmar S. Isidoro, Etimologas, 1,7,1-2; y para lo que
sigue 1,9,1.
26. M. Ndoncelle, Prsopon et personne dans lantiquit
classique, Rvue des Sciences Rligieuses, 1948, 297 ss. lo
comprueba en las acepciones siguientes: partes en un proce-
dimiento judicial, personalidad social, realidades colectivas,
notabilidad social, persona jurdica por oposicin a cosas,
carcter concreto de un individuo, trmino identificador de
un ser humano, la condicin humana donde hay aspec-
tos parciales que podran constituir la integracin del indivi-
duo en cuanto compuesto de cuerpo y alma,
27. Aunque a veces explica otros trminos relacionados,
como es el caso de kharkter y katkhresis en De oratore, XI
28. Se trata de Tito Lucrecio Caro, y de su poema filosfico
(desde su escuela helnica atomista, aunque le suelen ca-
lificar materialista, en lo que manifiesto mi desacuerdo)
De rerum natura. Los textos que habr de citar se hallan en
versos de los Libros II, III, IV y V, como se ver puntual-
mente.
147
E N S AYO S
La persona en Julin Maras
JUANA SNCHEZ-GEY VENEGAS
UNIVERSIDAD AUTNOMA DE MADRID
1.
Introduccin. La reflexin so-
bre la persona en la filosofa
espaola.
Julin Maras puede ser considera-
do como el filsofo espaol contem-
porneo ms personalista. Es verdad que incluirle
en este movimiento supondra encuadrarle en una
corriente filosfica, que desarrolla unas propues-
tas concretas, que organizan actividades conjun-
tas, que reconocen el liderazgo de un pensador,
etc. Y hemos de subrayar que Julin Maras slo
ha reconocido como maestro a Ortega y Gasset
(1883-1955) y slo se ha vinculado como miem-
bro de la Escuela de Madrid. Ahora bien, puede
llamrsele personalista porque pensar sobre la
persona ha sido una constante preocupacin en
su pensamiento, as el propio autor lo refiere en el
prlogo de su obra Persona (1996):
La conciencia de este problema me ha acompaa-
do a lo largo de toda la historia de mi pensamien-
to filosfico. Por sorprendente que pueda parecer,
aparece ya en mi primer ensayo San Anselmo y
el insensato, escrito en 1935, a los veintin aos,
y que termina con estas palabras: Resulta claro
al final de este ensayo que el argumento se funda,
en ltima instancia, en el hombre mismo, recogi-
do en su mente, que tropieza con Dios. San Ansel-
mo arguye con la propia intimidad de su persona.
Y esto nos explica aquel extrao calor que al co-
mienzo sentamos, al ver a San Anselmo afanosa,
personalmente vinculado a su argumentacin
1
.
Tambin es importante subrayar que la filosofa
espaola es antropolgica. As la razn vital orte-
guiana, la actitud o la potenciacin de una razn
por y para la vida ha tenido siempre un componente
peculiar: la reflexin acerca del hombre. Esta cla-
ve humanista y antropolgica supone, en muchos
casos, que su centralidad ha recado en el concep-
to de persona. En el siglo XX espaol: Xavier Zu-
biri (1898-1983); Mara Zambrano (1904-1991);
Pedro Lan Entralgo (1908-2001); Julin Maras y
Fernando Rielo (1923-2004) han reflexionado de
modo antropolgico con centro en la persona.
La cortesa del filsofo, que Maras, siguiendo a
su maestro, practica de modo metdico y hasta
didctico, nos lleva a comprender que esta re-
flexin est en el origen de su filosofa. Ahora
bien, la peculiaridad reside en que Maras al-
canza la madurez al exponer el mtodo que re-
quiere el pensar sobre la persona y las categoras
de dicho mtodo. A ello nos vamos a referir ms
adelante, porque es cierto que la propuesta de
mtodo supone una aportacin del filsofo a este
estudio, mas tambin es peculiar la motivacin
del tema de la persona y su fundamento, cuan-
do era un joven estudiante. Esta aportacin le
es propia, an cuando se reconozca en el ma-
gisterio de Ortega. En Persona Julin Maras
se refiere tres veces a su maestro, en el primer
captulo para rememorar su muerte y su medi-
tacin acerca de su papel como filsofo, y dos
veces ms. Una de ellas es para aclarar que la
reflexin sobre la persona no est en Ortega: la
palabra persona aparece muy pocas veces, y slo
alusivamente, en su obra. Ahora reclama nuestra
plena, directa atencin
2
.
As pues, el tema de la persona y sus dimen-
siones como el amor, la libertad, la muerte
constituyen el ncleo del pensamiento de Julin
Maras y de la peculiaridad de su aportacin a
148
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
la historia de la filosofa. Este tema le hace dis-
tanciarse de su maestro en cuanto que aporta un
pensamiento propio, aunque l mismo reconoce
que acepta su mtodo, pues la centralidad de
vida humana (Ortega) slo se ha comprendido de
manera profunda en este siglo-dice Maras-, y
aadimos que el discpulo posee un sello pecu-
liar, puesto que su punto de partida es el viviente
que habita esa vida humana. No slo la categora
de vida humana. De este modo, la obra de Maras
se adentra en la persona, halla la plenitud en la
Antropologa Metafsica (1970) y pasa a exponer
una sntesis condensada y profunda en su obra
ms tarda de Persona (1996).
Resumimos: Julin Maras es profundamente per-
sonalista por la reflexin sobre la persona como
ncleo central de su obra; la persona est en la
gnesis de su pensamiento y genetiza toda su re-
flexin. Consecuencia de esta aportacin es que
su obra madura sea la Antropologa Metafsica.
Ahora bien, el pensamiento de Maras es tambin
orteguiano porque parte de la razn vital de su
maestro. No obstante, se acerca a la persona con
su sello peculiar: la evidencia, y propone partir
de lo que vemos, ajenos a las cosas y a las ideas.
La evidencia hcese entonces vivencia que nos
hace reconocer que somos alguien y conocemos
a alguien. Esa presencia inteligible de la persona
slo puede reconocerse desde la ilusin, y la ilu-
sin ser el mtodo de Maras para saber en qu
consiste ser persona.
2. Gnesis de la idea de persona
Las primeras publicaciones de Julin Maras tratan
sobre San Anselmo y el Padre Gratry. La de 1935
trata sobre el argumento ontolgico de San Ansel-
mo y se entusiasma al reconocer que en el interior
de la persona hay un indicio acerca de Dios. Esta
reflexin da qu pensar a Maras porque desea en-
contrar la explicacin sobre el hombre, que siendo
finito puede concebir la infinitud. El ensayo que
escribe San Anselmo y el insensato es un escrito
juvenil, pero muestra la importancia de entender a
la persona como un ser relacional, como criatura
abierta al Creador. La intimidad como fuente origi-
naria, inmanencia, que se abre a la trascendencia.
En 1940 tradujo la obra de Gratry El conocimien-
to de Dios y posteriormente escribe La filosofa
del P. Gratry (1941) donde expone la importancia
de este pensamiento que explica la existencia de
Dios desde la estructura de la persona. En efecto,
Gratry propone que la persona humana posee un
sentido, que es la sntesis del entendimiento y la
voluntad. El alma humana no es slo intelectiva
ni slo volitiva, sino que esta potencia primera o
sentido, sntesis de las otras dos facultades del
alma, une y permite la integracin de las otras dos
y se orienta a Dios. De este modo conocer a la
persona en su intimidad permite tambin cono-
cer a Dios. Gratry concede enorme importancia
al sentido, pues unifica e integra el alma humana,
constituye su esencia y capacita a la trascenden-
cia o apertura a Dios. El hombre, pues, no est
solo y aislado, sino que se apoya en Dios
3
.
Le interesa conocer la realidad humana en su
profundidad y el primer entusiasmo le viene del
argumento ontolgico, no en su versin idealista,
sino en la ms integradora de Gratry que, como
hemos visto, analiza la estructura personal ex-
plicando que el alma humana tiene constitutiva-
mente la huella de su Creador. Por tanto la per-
sona es un ser en relacin con otro, un alguien
que habla de Alguien, dir Fernando Rielo, con
trminos que tambin usa Julin Maras. Llegar
a decir que no se ha de partir de Dios, como tesis
demostrada, sino salir a buscarle, y esto puede
hacerse desde la realidad personal:
...la dificultad es que siempre se ha partido de Dios
para entender la creacin, y Dios no es patente,
no est disponible, no podemos partir de l,
sino buscarlo. Lo evidente es el resultado de la
creacin, la criatura, innovacin radical de la rea-
lidad...
4
.
Cuando escribe Persona (1996) no subraya,
como tres dcadas antes la obra de San Ansel-
mo o de Gratry; se sita en la instalacin vecto-
rial de la persona, pero veremos que la ilusin,
el amor o la condicin sexuada son referencias
vectoriales de una persona que encontrndose
en la mismidad est abocada a la plenitud. Por
ello, dedica su atencin a la ilusin y la com-
para a la bsqueda de perfeccin de la criatura
que ser define como imagen finita de la infini-
tud, imago Dei
5
.
Durante estos aos Maras est tambin muy
cerca de Zubiri quien le ensea, segn relata
La ilusin ser el mtodo de Maras
para saber en qu consiste
ser persona
149
E N S AYO S
Maras en sus Memorias
6
, el manuscrito En tor-
no al problema de Dios (1935) y le conmueve,
porque encuentra una forma de comprender a
Dios desde la razn humana, abierta y orien-
tada hacia el infinito. Es cierto que esta razn
no es absoluta pero tampoco limitada, sino que
sus lmites se abren ms y ms a Alguien. Tras
estos primeros escritos y a partir de esta g-
nesis se ir adentrando en el conocimiento de
la filosofa, alejado de movimientos idealistas
y naturalistas publica la Antropologa Metaf-
sica, y en posteriores publicaciones completa
su reflexin sobre la persona. La razn vital,
que asume, recorre la vida del la mujer como
persona femenina (La mujer en el siglo XX y
La mujer y su sombra), las dimensiones de la
persona: la felicidad humana, que da ttulo a
una de sus publicaciones, La educacin senti-
mental, el Tratado de lo mejor o Breve Tratado
de la ilusin. El recorrido de los ttulos de sus
obras nos sirve para subrayar que se adentra en
la estructura emprica de la vida humana, para
fundamentar la realidad plena e irreductible:
la persona humana. Diramos que sus ltimas
obras sobre el cristianismo tienen que ver con
la persona, tambin las que tratan sobre filo-
sofa y novela, puesto que la razn narrativa,
consecuencia de la razn vital, es carcter del
mtodo que Maras propone para evidenciar a
la persona como el viviente, como un alguien
irreductible a la realidad.
Algunas definiciones de persona
Como el ser de Aristteles, la persona, en Julin
Maras, se dice de muchas maneras y todas ellas
van matizando esta realidad irreductible de toda
cualquier otra. Podramos, no obstante, sinteti-
zar varias lneas fundamentales de acercamiento
a la persona: la primera, la persona no es cosa,
por lo que conviene alejarse de todo naturalismo
incluido el griego; la segunda, la superacin del
nihilismo; la tercera, la persona no es slo suje-
to, por lo que rechaza el idealismo; y finalmente,
su postura afirmativa: la persona es siempre una
realidad abierta, que alcanza progresivamente
una plenitud a partir de su natural indigencia.
a) El despegue del naturalismo.
Maras se aleja de cualquier naturalismo de co-
mienzo de la filosofa, antes de que el cristia-
nismo irrumpa en la historia del pensamiento
con su idea de persona, y subraya que persona
no es lo dado, no es cosa, no es algo puesto, que
est ah, sino, por el contrario, es una realidad
recibida que ha de proyectarse y ha de hacerse
durante la vida. Propone el carcter de irrea-
lidad, esto es, mientras que el objeto es slo
presente y es todo lo que est ah, sin embargo
el hombre es siempre algo ms, alguien ms,
que escapa a lo dado y al propio presente. Es
cierto que vivimos con cosas y cuesta a veces
superar su imposicin, pero la persona es ms
que cosa.
Si esto se toma en serio, como es necesario, quiere
decir que a la persona le pertenece un elemento
de irrealidad que le es constitutivo, precisamente
para poseer un grado de irrealidad incompara-
blemente superior al de toda cosa
7
.
Esta irrealidad, que no es materia, se abre a la
temporalidad, a la memoria de un pasado, que
ya no es, del presente que es, y especialmente
de un futuro, irrealidad, que le proyecta, futu-
ro con el que tiene que contar. Por esto, Ma-
ras propone la definicin de hombre como ser
futurizo. Cualquier reduccin a lo dado coarta
el ms al que la persona se abre, como interio-
ridad abierta, ser relacional que busca al t,
que permite a la persona estar en ella y con
otra persona. La persona es a la vez intimidad y
trascendencia
8
. Las relaciones personales y el
carcter convivencial de la persona aportan sig-
nificado al vivir humano y lo llena de posibilida-
des. Maras dedica mucha atencin a la amistad
como constitutivo personal, que permite cono-
cer la realidad y conocerse, pues el saber de s
mismo no es sin el qu de los dems. La vida
humana es siempre ms enriquecedora cuando
se vive el amor, sea el amor o la amistad.
Maras atiende al cuerpo, pero afirma que la
persona es alguien corporal, ms que decir
tengo cuerpo o incluso ser corpreo subraya
el alguien corporal. Lo corpreo es fsico, pero
es alguien que no slo es fsico. Convendra
entonces distinguir entre seres vivos y seres
personales, entre animales y personas. Maras
dice que el hombre es animal que tiene vida
humana, lo decisivo es la vida humana y no
La persona es siempre una realidad
abierta, que alcanza progresivamente
una plenitud a partir de su natural
indigencia
150
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
el organismo. En el animal tambin est todo
dado, mientras que el hombre -irrealidad- se
introduce un futuro incierto que ha de afron-
tar, sopesar, deliberar. Y cuando se olvida esta
dimensin, se cosifica, y aparece el sinsentido
de la vida y de la muerte, tan actuales en estos
tiempos y que Maras rechaz. La despersona-
lizacin o cosificacin pretende esquivar el he-
cho de saber que la persona es el nico ser que
sabe que morir, y ello le lleva a que puede
morir por amor y por salvar otras vidas, puede
tambin aceptar el dolor de la muerte para vivir
y amar ms. En estos ltimos casos, el hombre
se plantea el futuro al ejercer su propia liber-
tad. La persona es libertad.
b) La insuficiencia del materialismo.
La irrealidad da pie a que Maras proponga otras
categoras como la de irreductibilidad, puesto
que la realidad personal es distinta de toda otra,
no se puede reducir jams a cosa, no se puede
reducir a nada. En la realidad personal se da la
inclusin de la realidad como proyecto, como ex-
pectativa que incluye la ilusin. La vida no es
un mero factum, sino que para vivir es menester
buscar un sentido
9
. Apellida el faciendum or-
teguiano aadiendo que el vivir humano nece-
sita de sentido para alcanzar personalizacin y
autenticidad. Este carcter proyectivo le hace al
mismo tiempo intangible, no sometida a cuales-
quiera mediciones del mundo material, medible
y calculable. Sino que la persona por ser irre-
ductible presenta un extrao carcter absolu-
to, a pesar de su finitud
10
. Vemos, pues, que
de la irrealidad pasamos a exponer la plenitud
humana, como un finito capaz de lo absoluto.
La presencia del absoluto en la finitud permite
hablar de temas como el sentido o la ilusin que
son dimensiones de la persona y que llenan de
contenido una vida que est por hacer, carcter
proyectivo, y que no se reduce a las cosas o al tener.
c) La falacia del nihilismo.
La bsqueda de sentido propia del tratamiento
de la persona en Julin Maras posibilita que ha-
ble de la muerte como pocos autores han hecho
en los ltimos tiempos, lo cual significa que el
vivir tiene sentido, y an ms, tiene sentido ms
all de la muerte. El hombre, dice, es moriturus,
es mortal, pero sabe que lo es y puede dotar de
sentido su vida y su muerte. Maras entiende que
la muerte no se refiere a la prdida del cuerpo,
sino a la quiebra de proyectos, de poder dar sen-
tido al vivir. Por eso, afirma que cuando se vive
de forma personalizada, cuando el corazn no
est en el tener sino en lo ms humano, en su
hondn, entonces los proyectos no acaban, pues-
to que el amor o la vocacin de ser personas no
acaban nunca. El amor y la vocacin son la rea-
lidad de la persona.
d) La falsedad del idealismo.
Tampoco la persona es slo sujeto, no se ha de
caer en el subjetivismo, porque la realidad per-
sonal es futuriza y transitiva. No aprecia que se
hable del yo con el artculo, como hizo el idea-
lismo alemn, pues se cosifica la realidad de ese
yo, se encapsula, y no se tiene en cuenta que esta
realidad est constituida por la instalacin vec-
torial, circunstancia y vocacin, que estructuran
el yo. El idealismo se superpone a la evidencia
y no deja ver la persona tal cual es, se siguen es-
quemas mentales que no dejan ver la realidad. La
absolutizacin del sujeto no ve con evidencia ni
siquiera lo visible: la corporalidad, y a lo sumo
se dice yo tengo un cuerpo, como si ste fuera
accidental porque lo sustantivo es el yo.
3. El mtodo para conocer a la persona
La reflexin sobre la persona aboca a temas
como: la felicidad, la ilusin, etc. Tal vez lo ms
importante sea su propuesta de mtodo para
comprender la persona en su radical existencia.
La persona est entre cosas, pero ya hemos visto
que no es cosa, por tanto se impone llegar a la
vida real sin las mediaciones de las cosas para
descubrir la peculiaridad de la persona. Maras
se lo plantea as, a la muerte de Ortega:
La necesidad de comprender esto llevaba a plan-
tear una cuestin nueva y particularmente espi-
nosa, casi siempre eludida por toda la tradicin
filosfica: la forma de realidad que pertenece a ese
alguien, a ese yo inseparable de su circunstancia
-sea esta cualquiera-; esto es, lo que llamamos per-
sona
11
.
Est claro que en esta propuesta hay razn vi-
tal, el yo y las circunstancias, que radican en la
vida y se imbrican en ella. Pero hay algo ms,
El hombre, dice Maras, es moriturus,
es mortal, pero sabe que lo es y puede
dotar de sentido su vida y su muerte
151
E N S AYO S
la intencin de comprender ese alguien en su
evidencia, tal cual es, sin otras mediaciones.
La evidencia se borra de nuestra visin porque
las cosas se interponen y las ideas, o casi fan-
tasmas, que estn en la mente nos preceden,
prejuicios que impiden ver la evidencia de la
persona que no puede ser conceptuada con re-
presentaciones estticas o cerradas. Ortega cri-
tic denodadamente el realismo vulgar y los ra-
cionalismos para llegar a la razn vital. Maras
recurre a las vivencias en las que se descubre la
condicin personal. Son aqullas en las que nos
sentimos alguien y en las que reconocemos al
otro como alguien. Maras propone como mto-
do la ilusin, a fin de captar la presencia inteli-
gible de la persona. Tener ilusin por alguien
o por un proyecto es el medio de integrarse en
la dimensin futuriza de la persona, por tanto,
el mtodo de comprender su realidad.
La ilusin consiste en realizacin proyectiva
del deseo con argumento
12
, slo la ilusin por
una persona te ayuda a comprenderla y com-
prender su carcter futurizo que no se refiere
slo a lo que ser o no, sino a la inseguridad
del futuro personal, puesto que el futuro que
proyecta puede realizarse o no. El anlisis on-
tolgico de la realidad humana consiste en el
afn de perfeccin humana, an desde su con-
dicin imperfecta, que le propone ilusionada-
mente algo ms a lo que aspira. La ilusin es
horizonte que nunca acaba y que siempre atrae
ms, porque cumplida una etapa se abre una
nueva proyeccin, pues si acabara tambin se
terminara la ilusin.
La ilusin permite la compenetracin, el com-
prender desde dentro y no slo etiquetar con
un concepto abstracto la realidad humana,
por ello Maras la ha llamado vectorial, pues
la ilusin dibuja una trayectoria ilimitada en
una realidad finita y condicionada como es la
humana, pero que, al mismo tiempo, rompe l-
mites mediante la ilusin y as vierte alguna
luz sobre la posible relacin del hombre con
Dios
13
. La ilusin acompaa lo mejor de lo
humano, la autenticidad en la vocacin, es
amiga de la tenacidad y la creatividad para
contribuir personal y socialmente a una vida
mejorable. La ilusin tiene como raz el amor.
Y no hay mejor conocimiento y compenetracin
que el amor, pues el amor es lcido, es fuente
y raz del conocimiento. No se ama sin ilusin,
no hay ilusin sin amor.
El mtodo de la ilusin no es un constructo que
se crea externo a la persona para comprender a
la persona, sino que la constituye. Sin ilusin se
cae en la despersonalizacin. La ilusin define y
as: a ms ilusin mayor personalizacin. Le da
su carcter proyectivo, le abre posibilidades y
por eso es futuriza, pues da alas para su realiza-
cin y plenitud, y as la persona se hace si vis-
lumbra un sentido que le permita ir alcanzando
niveles y grados de autenticidad.
Con este mtodo, Maras se aleja de nocin fi-
sicalista, de la cosa, tan presente en el mundo
griego incluido la ousia aristotlica. Reconoce
que Ortega parti de la vida humana y tambin
se alej de la ousia, de la sustancia cerrada en s
misma, y Maras propone un paso ms.
Pero queda en pie una cuestin decisiva: quin
soy yo, el viviente, el yo que se afana en una cir-
cunstancia, inseparable de ella, el que hace su
vida con las cosas sin confundirse con ellas, sin
ser una de ellas, sino algo absolutamente irreduc-
tible, con un modo de realidad que difiere del que
les pertenece
14
.
Ensaya diversas formas de adentrarse en esa
realidad humana que no est cerrada ni cosi-
ficada, que est constituida por la irrealidad y
as la persona es elusiva y misteriosa. Quin
puede medir o predecir con total seguridad el
acontecer de una vida humana? No obstante,
la persona es una realidad patente y ejer-
ce una influencia sobre los dems y los de-
ms sobre ella misma. Maras propone la ra-
zn narrativa en la que se van observando las
distintas trayectorias personales, las cuales
parten de categoras nunca estudiadas como la
ilusin y algunas otras ms conocidas como la
corporalidad, la mortalidad, la temporalidad y
el amor, entre otras. Se narra la evidencia de
lo que se ve y luego sta se justifica. La evi-
dencia tiene que ver con la visin responsable
que propugna y la justificacin con el recorri-
do que hay que cotejar una y mil veces porque
No hay mejor conocimiento y
compenetracin que el amor, pues el
amor es lcido, es fuente y raz del
conocimiento
152
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
la vida humana, como el pensamiento filosfi-
co, es dinmico y va mirando y descubriendo
la realidad.
4. La estructura emprica de la vida hu-
mana.
Hemos visto que la corporeidad es manifesta-
cin de la persona, tambin de los animales,
pero este aspecto psicofsico que se recibe por
generacin no es lo propio de los seres huma-
nos. La persona no se distingue por lo que es
sino quin es. Y en esta distincin se evi-
dencia la creacin personal. Persona es una
realidad nueva que irrumpe como alguien irre-
ductible. Como irrealidad, es preciso constatar
que no es slo presente, sino que tiene pasado
y futuro. Persona no es cosa porque en el na-
cimiento han intervenido personas, el origen
es personal y, adems, el nacido no es slo un
organismo semejante al de los padres, sino un
alguien distinto, irreductible. Maras lo deno-
mina un suelto de, trmino zubiriano, o un
absoluto recibido, pues sus padres le trans-
miten lo que es pero no quin es.
As a la persona le pertenecen las categoras
de unicidad, que es ms que individualidad; la
de irreductibilidad, que no significa aislamien-
to, porque cada persona hace referencia a los
dems. Y en esta comunicabilidad se explica
el lenguaje o la palabra humana. Palabra que
es razonada, lo cual significa que la comuni-
cacin humana no es mecnica o artificial, ni
es como la animal que es sensorial o instintiva,
sino que slo en el hombre se da la anticipa-
cin, que unida a la irrealidad, le hace prever,
configurar, comprender o conexionar la irreali-
dad y la realidad. De ah se deriva el moriturus
como dimensin radical de la persona huma-
na. La irrealidad o apriorismo se observa en la
anticipacin mediante la cual se presenta o
evidencia el futuro, que todava no es.
Esta misma anticipacin nos lleva a compren-
der la condicin sexuada de la persona, que es
ms que la sexualidad, que poseen los seres vi-
vos: vegetales y animales. Esta condicin indica
la complementariedad y la referencia entre va-
rn y mujer y, ms an, la peculiar forma de ser:
persona masculina o persona femenina, pues
esta condicin sexuada forma el modo de ser. Se
vive, se habla, se ora o se trabaja como varn
o como mujer. Somos, deca Maras, igualmente
personas pero no personas iguales, porque va-
rn y mujer tienen trayectorias de direccin y
significacin enteramente diferentes
15
.
Diremos algo ms: que la estructura metafsica
de la persona consiste en su instalacin vec-
torial, circunstancia y vocacin, ese ms que
puede salvar, dira Ortega, aunque l no se de-
tuvo en evidenciar a la persona. La temporali-
dad evidencia el origen recibido, pasivo, y sin
embargo, la actividad lleva a tener que hacerse.
El proyecto personal o vocacin le adviene al
hombre, circunstancialidad, pero elige seguirlo
o no. La instalacin le condiciona en sus notas
de: corprea, sexuada, comunicativa, etc. Pero
la persona puede ser una u otra, porque la per-
sona se hace. Los proyectos singularizan a la
persona, el carcter proyectivo o vectorial es el
ncleo irreductible de la persona humana. En
la persona lo que es lo ha recibido pero ha de
decidir el quin.
La corporalidad es dimensin humana si lo es de
un alguien. En las relaciones personales se mani-
fiesta con evidencia que cuando vivo a una persona
no es debido a su cuerpo sino vivo el quin de esa
persona en su corporeidad, el quin convoca a la
amistad o a la convivencia. As, se manifiesta en
las relaciones personales, y se observa su carcter
proyectivo, pues si se intenta reducirlas a lo mera-
mente actual se las cosifica y desvirta. La digni-
dad humana, que el cristianismo y la modernidad
exaltan, tiene que ver con esta fuerza de la perso-
na que vale por s misma, porque si nos valemos
de ella no se le da el reconocimiento que se mere-
ce, es un trato para el propio uso o inters. Las re-
laciones personales tienen pues valor intrnseco.
Adems, Maras recorre otros valores como la fe-
licidad que se abre a un proyecto, futurizo, ilimi-
tado, y crece como progreso moral de la persona.
La persona no se distingue por lo que
es sino quin es. Y en esta distincin
se evidencia la creacin personal
La temporalidad evidencia el origen
recibido, pasivo, y sin embargo, la
actividad lleva a tener que hacerse
153
E N S AYO S
La felicidad es creativa, se propone nuevas metas
en la medida que asimila un ms inabarcable en
su totalidad y realizable en el quehacer de cada
da. En esa conquista crece la persona y tambin
los pueblos. Lo contrario sera la cosificacin de
un placer o bienestar que se materializan si
se esquiva la vectorial de la felicidad.
5. Conclusin
Podramos decir que los grandes temas de la
filosofa de Maras han sido desde el origen
Dios y la persona; con estas publicaciones abre
y cierra el discurrir de su filosofa. Dios ser
la vocacin de la persona, pues es su realidad
ms ntima y constitutiva. Este tratamiento
acerca de Dios evidencia la importancia de la
persona. El mismo Julin Maras lo afirma y
dice que est presente en su reflexin tica,
esttica etc.; en efecto, stas tienen su sello
peculiar pues todas las dimensiones humanas
son personales.
Nos parece tambin original la aportacin de
Maras en el mtodo, pues propone como pun-
to de partida no los conceptos, sino la evidencia
con la que la realidad personal se manifiesta,
los conceptos vienen despus, stos han de dar
cuenta de dicha evidencia.
NOTAS
1. Julin MARAS, J. Persona. Madrid: Alianza Editorial,
1996, p. 10.
2. Ibdem, p. 136.
3. Julin MARAS, La filosofa del P. Gratry: Obras Com-
pletas, IV. Madrid: Revista de Occidente, 1959, p. 255
4. Julin MARAS, J. Persona, ob.cit., p. 122.
5. Ibdem, p. 112.
6. Julin MARAS, Una vida presente. Memorias I, II, III.
Madrid: Alianza Editorial, 1988-1989.
7. Julin MARAS, J. Persona, ob.cit., p.23.
8. Ibdem, p.17.
9. Ibdem, p. 125.
10. Ibdem, p. 127.
11. Ibdem, p. 14.
12. Ibdem, p. 111.
13. Idem, p. 112.
14. Ibidem, p. 117.
15. Ibdem, p. 145.
155
E N S AYO S
Tres encuentros con Julin
Maras
SALVADOR SNCHEZ-TERN
EX MINISTRO DE LA TRANSICIN
N
o me refiero a las ocasiones diversas
en las que he coincidido y hablado
con Julin Maras a lo largo de su
vida, sino a los tres encuentros in-
telectuales que considero esenciales
para fundamentar mi afecto y alta valoracin de
la persona y del pensador y que cronolgicamente
son: el estudio de su obra: El mtodo histrico
de las generaciones; su anlisis y profunda re-
flexin poltica y social sobre La Transicin y
la coincidencia en el esquema histrico que con-
figura la Generacin de la Concordia.
Desde mis lecturas sobre Ortega y Gasset en la
biblioteca del Colegio Mayor San Pablo, me cal
hondo el concepto de generacin como motor
de la historia. Pocos aos despus, al asumir la
responsabilidad de dirigir los movimientos juve-
niles de Accin Catlica, sent la necesidad de
profundizar en dicha idea y en ese momento lleg
a mis manos la obra El mtodo histrico de las
generaciones de Maras. La le y la subray pro-
fusamente en 1960.
El texto afirma que la primera teora de las
generaciones que ha existido es la de Ortega
1
y lo explaya con la conocida cita orteguiana de
El tema de nuestro tiempo en la que llega a una
nocin precisa y rigurosa: Las variaciones de
la sensibilidad vital que son decisivas en la his-
toria se presentan bajo la forma de generacin.
Una generacin no es un puado de hombres
egregios, ni simplemente una masa: es como un
nuevo cuerpo social ntegro con su minora se-
lecta y su muchedumbre, que ha sido lanzado
sobre el mbito de la existencia en una trayec-
toria vital determinada. La generacin, compro-
miso dinmico entre masas e individuos, es el
concepto ms importante de la historia y, por
decirlo as, el gozne sobre el que sta ejecuta
sus movimientos.
2
Maras, tras explicar que el sujeto de la historia
es la sociedad, la cual es un sistema de usos de-
sarrolla su mtodo: Podemos considerar la vida
en cinco periodos de quince aos, que sumaran
un total de setenta y cinco.
- Primeros quince aos: niez
- De quince a treinta aos: juventud.
- De treinta a cuarenta y cinco aos: iniciacin.
- De cuarenta y cinco a sesenta aos: predominio.
- De sesenta a setenta y cinco aos: vejez.
3
Y analiza el contenido de cada etapa.
La generacin, compromiso dinmico
entre masas e individuos, es el concepto
ms importante de la historia y, por
decirlo as, el gozne sobre el que sta
ejecuta sus movimientos
156
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
Aos ms tarde en La Estructura Social vuel-
ve al tema al considerar el alargamiento de la
vida en la segunda mitad del siglo XX y afirma
la generacin ms vieja, la de los mayores de
sesenta aos persiste La presencia de una
generacin ms no es un asunto balad, porque
significa una alteracin en la estructura
4
.
En su estudio sobre el siglo XIX, Maras es-
tablece los siguientes hitos generacionales
1.809-24-39-54-69-84-99. Y en los comienzos
del siglo XX los de: 1.901-16-31-46. Y expli-
ca que la historia es una realidad sumamente
compleja y sus mtodos exigen plegarse a la
rica multiplicidad de sus ingredientes y a sus
conexiones reales No es difcil de terminar
en las pocas que se da una gran innovacin
histrica, que son las ms aptas para investigar
en ellas la escala de las generaciones
5
y para
el descubrimiento de lo que Ortega llama una
generacin decisiva.
Y en La Estructura Social vuelve a estudiar
la dinmica y articulacin de las generaciones
y responde a la pregunta: Cuntas generacio-
nes coexisten en una sociedad, es decir, viven
simultneamente en un momento del tiempo?
El Mtodo histrico relata con amplitud la
evolucin del concepto de generacin anali-
zando lo tratado por los principales pensado-
res que lo han abordado, desde Hesodo y He-
rodoto y despus Platn y Aristteles, que las
tuvieron en cuenta al explicar el conflicto en
la sociedad y los cambios en el pensamiento,
hasta la renovacin de su anlisis en la Ilus-
tracin y a las principales aportaciones hechas
a sus estudio durante el siglo XIX y XX por
personalidades como Mill, Comte, Dilthey,
Dromel, Manheim y Ortega.
Las generaciones engarzan la sucesin en la
continuidad del gnero humano, como un fen-
meno biolgico-demogrfico, sociolgico, psi-
colgico, poltico y cultural.
Julin Maras, por su trayectoria vital, ha cono-
cido intelectualmente la compleja y a veces do-
lorosa, historia de la Espaa del siglo XX. Pero
nos centraremos ahora en su anlisis sobre los
principales aspectos de La Transicin.
Aunque se ha referido a este tema en nume-
rosos artculos y estudios nos basaremos en la
excelente sntesis titulada Espaa: una recon-
quista de la libertad que public el nmero 1
de CUENTA Y RAZN (Invierno 1981) y que
Helio Carpintero ha tenido el gran acierto de
reeditar en el ltimo nmero de dicha revista
(Otoo 2013), precedido de su artculo Ha-
ciendo la transicin inteligible. Realizaremos
un denso resumen de sus reflexiones polticas:
Legitimidad y legalidad
Maras afirma con toda claridad que Espaa
viva en un estado de ilegitimidad social,
aunque, ciertamente un estado de legalidad
y confiesa que desde 1976 vive un un asombro
permanente porque cuesta creer lo que estamos
viendo: se ha partido de esa legalidad, sin
alterarla, ni romperla, sin que haya habido un
momento de dejacin o abandono del poder, de
anarqua, intranquilidad o desamparo. No ha
habido solucin de continuidadSe ha realiza-
do una operacin consistente en recrear una
legitimidad partiendo de la ilegtima legalidad
vigente, haciendo que ella misma acepte y san-
cione su propia disolucin.
Yo dira que del rgimen anterior no
queda nada, pero de Espaa queda todo.
Podra decirse que una larga dictadura se ha
disuelto en la sociedad en lugar de ser derri-
bada o derrocada. La sociedad espaola la ha
absorbido fundindola en un proceso que ha
sido a la ved de innovacin y legitimacin
6
.
Convendra aadir que este proceso de cambio
que a nuestro pensador produce tal asombro,
fue asumido con toda naturalidad por la socie-
dad espaola, lo que demuestra que responda
a los anhelos ms profundos de la clase dirigen-
te y de la masa social.
La Monarqua
El 20 de noviembre de 1975, inici su reinado
Juan Carlos I. En aquel momento careca de la
legitimidad necesaria y exigible: ni posea la
dinstica -dentro de un supuesto monrquico-
ya que los derechos de la Corona pertenecan
Se ha realizado una operacin
consistente en recrear una legitimidad
partiendo de la ilegtima legalidad
vigente, haciendo que ella misma acepte
y sancione su propia disolucin
157
E N S AYO S
a su padre, D. Juan de Borbn, ni la democr-
tica puesto que todos los actos, desde la ley de
sucesin hasta su designacin personal como
sucesor estaban viciados por la ilegitimidad del
rgimen.
Siguiendo su discurso inicial en el acto de ju-
ramento y proclamacin, el Rey propuso, en el
fondo, tres objetivos: la inversin programti-
ca del pasado, la liquidacin de la guerra civil,
la promesa de legitimidad. Y se cumplieron
en tres pasos sucesivos: el referndum del
15 de diciembre de 1976, primera aprobacin
mayoritaria de la transformacin; la cesin de
los derechos dinsticos por el Conde de Bar-
celona a su hijo, su reconocimiento como Rey;
finalmente las elecciones democrticas de 15
de junio de 1977. A partir de ese momento, la
legitimidad del Rey ha sido plena, saturada, sin
sombras. Y a las palabras de Maras podramos
aadir la rotunda aprobacin de la Constitucin
por el pueblo espaol.
Y el pensador concluye: La intervencin de la
Monarqua y personalmente del Rey en el pro-
ceso de legitimacin de la vida pblica ha sido
decisiva; creo que sin ella simplemente no hu-
biera sido posible
La Monarqua ha significado la posibilidad de
cambio profundo sin poner en cuestin la uni-
dad y coherencia de la nacin espaola
7
. Y
podramos precisar que esta rotunda afirma-
cin, no responde -conociendo la trayectoria
del pensamiento poltico de Maras-, a un sen-
timiento monrquico preexistente, sino a una
valoracin objetiva de la funcin desempeada
por el Rey.
Liberalismo y democracia
En la transformacin espaola, el ms impor-
tante de los factores de carcter poltico es, a
mi juicio, que durante aproximadamente un ao
y medio -un semestre con lentitud, con mayor
aceleracin desde el nombramiento de Surez
como presidente del Gobierno- se ha procedi-
do a una liberalizacin antes de iniciar la de-
mocratizacin. Esto es, creo yo, la clave del
acierto, la gran originalidad poltica de este pe-
riodo, lo que ha permitido esa asombrosa ope-
racin que antes he examinado.
Lo interesante no es que se esper ao y medio
para celebrar elecciones en Espaa; es que se
liberaliz el pas, y con ello se hizo posible la
existencia de una opinin pblica. Cuando se
hicieron las elecciones result que fueron pac-
ficas, limpias, impecables, alegres; el pas las
sinti como una fiesta. Lo ms sorprenden-
te, lo que perece asombroso, es que, tras una
guerra civil y una largusima dictadura sin vida
poltica, en Espaa nadie est excluido.
8
Los partidos
La Monarqua de 1975 se presentaba al ao
siguiente con un horizonte mucho peor: las lis-
tas de partidos y candidatos concurrentes a las
elecciones de 1977 eran aterradoras, por no de-
cir ridculas: ocupaban pginas enteras en los
peridicos. La reaccin electoral fue mucho ms
inteligente: aparte de los partidos regionales
(en muchos casos filiales o por los menos hom-
logos de los partidos nacionales) solamente
cuatro quedaron en pie y con alguna fuerza: la
Unin de Centro Democrtico en primer trmi-
no; despus el Partido Socialista; a gran distan-
cia, el Partido Comunista y el que ha terminado
por llamarse Coalicin Democrtica.
Contra las apariencias, contra lo que sus
adversarios dicen, la Unin de Centro Demo-
crtico es el nico partido nuevo y creo que
de ah le viene su evidente fuerza Ha re-
chazado el viejo y trasnochado esquema de iz-
quierdas y derechas en que casi todos han
recado.
9
Obviamente esta afirmacin est realizada en
el ao 1981. Pero desafortunadamente dos
aos despus la opcin de Centro se dilua y
desapareca la UCD, volviendo al trasnochado
esquema de izquierdas y derechas a cuyos
enfrentamientos hemos asistido, con ms o me-
nos virulencia, segn las pocas, en los ltimos
treinta aos. En este periodo ninguno de los
intentos de consolidar un nuevo partido de cen-
tro ha cuajado.
Desafortunadamente dos aos despus la
opcin de Centro se dilua y desapareca
la UCD, volviendo al trasnochado
esquema de izquierdas y derechas a
cuyos enfrentamientos hemos asistido,
con ms o menos virulencia, segn las
pocas, en los ltimos treinta aos
158
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
La Constitucin
Julin Maras fue senador por designacin real
y particip activamente en el debate sobre la
Constitucin. He aqu sus opiniones: No creo
que haya habido crtico ms temprano y riguro-
so de ella, desde que se conoci su primer an-
teproyecto; aunque algunos de sus errores ms
graves se salvaron y fueron rectificados, todava
me parece lejos de la perfeccin, con ambige-
dades peligrosas, con deficiencias y desajustes
considerables. No tengo entusiasmo por su con-
tenido ni su redaccin; tengo entusiasmo por su
existencia, por su legitimidad, por haber dado
una estructura legal a la vida colectiva de los
espaoles y permitir el fundamento de las ins-
tituciones y, es tambin importante que haya
sido aprobada por abrumadora mayora parla-
mentaria y por un referndum popular, que no
haya sido impuesta por una partido triunfante
al resto de la nacin.
Los cauces de la vida poltica de Espaa estn
abiertos, incluso para la reforma y enmienda de
la Constitucin, si algn da se considera nece-
saria.
10
Las autonomas
Seguramente es el captulo de la Transicin en
el que el anlisis de Maras es ms crtico, pero
no en el sentido que muchos pudieran pensar.
stas son sus ideas: Por muy varias razones de
las que he hablado largamente desde hace mu-
chos aos, el ms grave problema de Espaa ha
sido y es an el problema regional Como las
unidades reales (histrica, social, cultural, eco-
nmicamente) son las regiones, y las provincias
son slo partes menos diferenciadas de ellas
la disposicin de la joven monarqua democr-
tica a reconocer y aceptar la fuerte personali-
dad de las regiones fue un extraordinario paso
adelante en la reorganizacin de Espaa.
Creo, sin embargo, que en el proceso polti-
co de la democracia espaola se han desliza-
do en este captulo varios errores, algunos de
bastantes consecuencias. Tal vez algunos han
sido inevitables -o slo se hubieran evitado
pagando un precio demasiado alto, otros han
sido aceptados con ligereza o timidez, sin pen-
sar en las consecuencias. Intentar enumerar-
los muy brevemente.
El primer error ha sido identificar regionaliza-
cin con autonomas, dar por supuesto que re-
gin quiere decir regin autnoma. Haba
regiones, en efecto, que deseaban la autono-
ma, cuyo proyecto poltico era alcanzarla, que
la necesitaban. Otras no haban sentido nunca
necesidad de instituciones autonmicas, aun-
que hubiesen deseado y les hubiese convenido
disponer de instituciones regionales y no pro-
vinciales (o adems de las provinciales) Se
ha deslizado la idea de que la autonoma cons-
tituye una superioridad
Todo esto es ridculo y ha llevado a una situa-
cin general de mimetismo, llena de riesgos:
gastos innecesarios, rivalidades entre regiones,
descontento de los que no alcanzan el ms alto
nivel de autonoma....
El segundo error ha sido la interpretacin na-
cionalista de las regiones. El nacionalismo
de las naciones, me parece un error gravsimo
que ha trado males sin cuento a la humanidad
(y, sobre todo, a las naciones que lo han pade-
cido: pinsese en la segunda guerra mundial);
el hecho de que el marxismo que siempre fue
internacionalista y adverso incluso a las nacio-
nes, se haya vuelto ahora nacionalista en todo
el mundo, es uno de los mayores factores de
perturbacin en nuestra poca. Pero ms grave
an es el nacionalismo de las regiones, que ha
llevado a la ridcula nocin que la palabra re-
gin no es digna. Me opuse con toda energa
y hasta el final a la introduccin del trmino
nacionalidades en nuestra Constitucin, por las
razones lingsticas, histricas y sociolgicas
que expuse en detalle ya que prevea graves
consecuencias para el futuro.
El tercer error ha sido el narcisismo de las
regiones. Se han colmado de elogios a s mis-
mas -contra la actitud tradicional de los espa-
oles, que han llevado siempre su autocrtica
ms all de lo justo-.
Hay que hacer constar que entre los obstculos
no se ha contado el centralismo, que en otros
tiempos fue un factor negativo; hoy no hay cen-
tralismo, toda Espaa acepta la personalidad
De todo el anlisis sobre la Transicin,
realizado por Maras, ste relativo a las
autonomas ser el ms controvertido
159
E N S AYO S
(y la autonoma) de las regiones. Solamente
grupos minsculos se oponen cerradamente a
ello
En este momento nos encontramos con un pro-
blema regional resuelto aceptablemente en el
terreno legal para Catalua y el Pas Vasco (los
Estatutos de Autonoma son muy amplios, ms
que los de la Repblica y no comprometen la
unidad e integridad de Espaa).
11
De todo el anlisis sobre la Transicin, realiza-
do por Maras, ste relativo a las autonomas
ser el ms controvertido, desde los puntos de
vista ms dispares (vuelta al centralismo an-
terior, transformacin del Estado autonmico
en federal; Estado autonmico asimtrico con
competencias notablemente diferenciadas; o
derecho a decidir por cada regin).
Si consultamos las encuestas solventes compro-
baremos que la opinin pblica est muy divi-
dida entre las opciones anteriores, aunque con
mayora relativa para el Estado de las Autono-
mas en su configuracin actual, o con algunos
retoques en ms o en menos.
Sera necesaria una Jornada de Estudios para ana-
lizar en profundidad la evolucin del Estado auto-
nmico en estos ltimos treinta aos y contrastar-
la con las tesis mantenidas por nuestro autor. En
todo caso me permito compartir su afirmacin de
que las unidades reales (histrica, social, cultural
y econmicamente) son las regiones, muy anterio-
res en la configuracin de Espaa a la distribucin
en provincias realizada a mediados del siglo XIX.
Y que los tres errores que seala: identificar el
concepto de regionalizacin con el de autonoma,
con tendencia al mimetismo; la interpretacin
nacionalista de las regiones; y el narcisismo de
las regiones de magnificar su realidad frete a la de
la Nacin merecen un anlisis detallado, sobre
todo en momentos como el actual, en el que el
debate sobre la estructura del Estado est en el
centro de la escena poltica.
La Economa
En Espaa existe, definida constitucionalmen-
te una economa de mercado. Durante el rgi-
men anterior as se consideraba, pero un mer-
cado perturbado por interferencias estatales de
signo opuesto. Empresarios y trabajadores es-
taban excesivamente protegidos, a cambio de
notorias servidumbres
En cuanto a la accin econmica del Gobier-
no, creo que lo ms importante de ella ha sido
la reforma fiscal. Era tan necesaria y justificada
que ha sido aceptada -ahora s- por un verdade-
ro consenso.
12
Digamos, para terminar este apartado que, en
conjunto la solucin dada por la Transicin al
planteamiento econmico-financiero-laboral
basado en el trpode: economa libre de mer-
cado, Pactos de la Moncloa y reforma fiscal fue
un gran acierto y que superadas las dos crisis
del petrleo de mediados de los 70, proporcio-
n a Espaa los treinta aos de mayor prospe-
ridad, crecimiento econmico y justicia social
de nuestra historia. Lo que elev a la economa
espaola a los ms altos niveles en el mbito
mundial. Slo cuando a partir de mediados del
periodo 2000-2010 las burbujas inmobiliaria y
financiera, muy mal gestionadas por el gobier-
no y las entidades de crdito, confluyeron con
la crisis internacional y nos condujeron a los
ltimos aos de retroceso y paro.
Para algn autor la Transicin es el fruto de la
actuacin de unas personas clarividentes que
llevaron pacficamente a Espaa por el camino
de la democracia. Pero centrar la Transicin en
un reducido nmero -ms o menos amplio- de
personalidades es minimizar su profundo signi-
ficado y no situarlo en el contexto de la Historia
de Espaa.
Para explicar el verdadero sentido histrico y
social de la Transicin hay que recurrir al m-
todo de las generaciones, ya que los fenme-
nos generacionales constituyen una de las cla-
ves para el anlisis de la Historia.
El pensamiento espaol del siglo XX ha crea-
do la Escuela Histrica y el mtodo de las
generaciones estudiados por Ortega y Gas-
set y Julin Maras como hemos explicado al
En conjunto la solucin dada
por la Transicin al planteamiento
econmico-financiero-laboral
basado en el trpode: economa
libre de mercado, Pactos de
la Moncloa y reforma fiscal
fue un gran acierto
160
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
principio de este artculo. Tambin ha habido
aportaciones importantes como las de Lan En-
tralgo que define lo que una generacin depo-
ne, lo que propone o lo que impone. O la de
Aranguren, al precisar que cada generacin se
define o se configura en torno a un hecho ge-
neracional
13
Julin Maras desde el primer momento identi-
fic la Transicin como una nueva generacin.
En el estudio que hemos citado y tras recorrer
dos periodos generacionales desde 1931 con-
cluye as: La democracia espaola ha nacido
con un periodo generacional nuevo, cuyo co-
mienzo anunci en varias ocasiones, dos aos
antes. Su fisonoma es ms alegre, ms gene-
rosa, menos torva; espero que ms inteligente.
En otro clima hubiera sido posible el pacfico,
gozoso proceso de transicin, de transformacin
profunda de Espaa que estoy examinando?
14
Todos los autores que posteriormente han trata-
do sobre la superacin de las dos Espaas o de
la convivencia de los hijos de los vencedores y
vencidos, inciden de una manera directa o indi-
recta en el tema generacional.
Desde mis convicciones juveniles generacio-
nistas, y siempre desde la actualizacin de ese
pensamiento, como hemos reseado en los p-
rrafos anteriores: no determinismo, no explica-
cin generacional exclusiva, zonas de edades,
vivencias histricas comunes; etc., afirmo que
no puede entenderse globalmente la Transi-
cin, sin destacar el papel clave de la genera-
cin activa, de la generacin decisiva que
ha sido la generacin de la concordia.
He propuesto esta tesis en varias ocasiones. En
el acto en el que di posesin al alcalde Barce-
lona Jos Mara Socas en el Saln del Consejo
de Ciento - otoo del 76 - , defin as a la Gene-
racin de la Concordia: ... los que no hicimos
la guerra, pero vivimos sus inmediatas conse-
cuencias de paz y de tristeza, de austeridad y
de esperanza; los que trabajamos y estudiamos
en silencio, no en manifestaciones y huelgas;
los que forjamos en el interior de nuestro cora-
zn el propsito de no volver jams a protagoni-
zar, un enfrentamiento entre hermanos; los que
compartimos la amistad juvenil de los hijos de
ambos bandos; los que hemos aportado nues-
tra competencia profesional, forjada en la paz,
para hacer la Espaa del desarrollo; los que ex-
presamos nuestra rebelda juvenil ante el con-
traste de las consignas triunfales y la realida-
des pobres de nuestro pueblo; quienes fuimos
llamados la generacin silenciosa y hoy pre-
cisamente hacemos or nuestra voz desde el go-
bierno o desde la oposicin; quienes formamos
la llamada generacin puente y estamos rea-
lizando precisamente el puente entre el pasado
y el futuro, desde la gerencia de las empresas
o desde sus jurados de trabajadores, desde la
Administracin, desde las organizaciones sin-
dicales, desde el Gobierno Civil y la alcalda
de Barcelona, desde el Consejo de Ministros y
desde el Palacio de la Zarzuela(94).
En defensa de la tesis generacionista, en la
conferencia Centro, Estado y Sociedad pro-
nunciada en febrero del 79 en el Club Siglo
XXI aport los siguientes datos sobre las eda-
des de los diputados de los principales grupos
parlamentarios en la Cortes Constituyentes: el
grupo mayoritario de los diputados de PSOE se
encontraba entre los treinta y cuarenta aos; el
de UCD entre los cuarenta y los cincuenta; el
de Alianza Popular entre los cincuenta y los se-
senta y el del PCE entre los sesenta y los seten-
ta. Y adems para apuntalar el dato generacio-
nal sus lderes se encontraban en la media de
sus respectivos grupos parlamentarios: Felipe
Gonzlez con 36 aos; Surez con 46, Fraga con
56 y Carrillo con 63.
Desde mis convicciones juveniles
generacionistas () afirmo que no
puede entenderse globalmente la
Transicin, sin destacar el papel
clave de la generacin activa, de la
generacin decisiva que ha sido
la generacin de la concordia
Una generacin ayuna de libertad
durante treinta aos, trajo a Espaa
la democracia; () una generacin
que no pudo viajar al extranjero,
hizo de Europa su objetivo; ()
una generacin hija de la guerra,
dijo desde lo ms profundo de su ser
no ms guerras civiles
161
E N S AYO S
Estaba claro que gobernaba UCD; y la lgica so-
ciolgica deca que en la dcada siguiente -los
80- lo hara el PSOE; que los hombres de AP lo
haban hecho en la ltima dcada del franquismo
y que el PCE con aquella estructura de direccin
no gobernara. Ntese que si AP -transformada
en PP- lleg a gobernar en los 90 fue tras un ne-
cesario cambio generacional en el partido.
Estaba adems claro que la Transicin y la
construccin del nuevo Estado democrtico la
estaban haciendo y la iban a culminar los hom-
bres y las mujeres de UCD y el PSOE.
Estos datos demuestran que los diputados de
UCD y el PSOE se encontraban en la zona or-
teguiana de los 40 y los de AP y PCE en la de
los 60.
En la historia quedar escrito que una gene-
racin ayuna de libertad durante treinta aos,
trajo a Espaa la democracia; que una genera-
cin que no pudo viajar al extranjero, hizo de
Europa su objetivo; que una generacin hija de
la guerra, dijo desde lo ms profundo de su ser
no ms guerras civiles
Paz, Democracia y Europa son los pilares de la
Generacin de la Concordia que constituye la
clave ms profunda de la Transicin.
Julin Maras maravilla a todo el que se acerca a
l, con sencillez y sin prejuicios, por la grandeza
y profundidad de su vida intelectual. Sus siete
decenas de libros, con una amplitud temtica in-
creble, traducidos al menos a ocho idiomas, sus
premios, su constante magisterio a nivel inter-
nacional y nacional, a pesar de ser vetado en las
universidades franquistas, le proclaman como
una figura egregia del siglo XX en Espaa.
Su existencia le permiti una vivencia genera-
cional de las situaciones histricas de la vida
espaola: Repblica, Guerra Civil, Dictadura,
Transicin y Monarqua Democrtica. En todas
ellas analiz, como intelectual, con gran luci-
dez la situacin poltica-social, en la medida
que le dejaron en libertad. Y sufri las dursi-
mas consecuencias del final de la guerra civil y
del principio de la dictadura.
Fue siempre un hombre honesto, de una tica
pblica intachable, promotor de la Concordia
y del Bien Comn Colectivo y un luchador per-
manente -sin ningn atisbo de violencia- por la
libertad del pueblo espaol.
NOTAS
1. Julia Maras. El Mtodo Histrico de las generaciones.
OC IV pg. 67
2. Ortega y Gasset. El tema de nuestro tiempo OC III - pg.
147.
3. J. Maras. El Mtodo Histrico de las generaciones. OC
IV pg.86.
4. J. Maras. La Estructura Social OC IV pg. 213.
5. J. Maras. El Mtodo Histrico de las generaciones. OC
IV - pg.139 y siguientes.
6. CUENTA Y RAZN N 29 otoo 2013, pg. 107 y 108.
7. CUENTA Y RAZN N 29 otoo 2013, pg. 109 y 110.
8. CUENTA Y RAZN N 29 otoo 2013, pg. 111.
9. CUENTA Y RAZN N 29 otoo 2013, pg. 112 y 113.
10. CUENTA Y RAZN N 29 otoo 2013, pg. 114.
11. CUENTA Y RAZN N 29 otoo 2013, pg. 116 y 117.
12. CUENTA Y RAZN N 29 otoo 2013, pg. 117 y 118.
13. Salvador Snchez-Tern La Transicin. Sntesis y cla-
ves pg. 318.
14. CUENTA Y RAZN N 29 otoo 2013, pg. 119.
Fue siempre un hombre honesto,
de una tica pblica intachable,
promotor de la Concordia y del
Bien Comn Colectivo y un luchador
permanente -sin ningn atisbo de
violencia- por la libertad del pueblo
espaol
163
E N S AYO S
M
i ejemplar de la Historia de la filo-
sofa de Julin Maras, lleva, una
firma escrita a lpiz, la ma, y una
fecha, la del ao de 1951. Era yo
an estudiante de bachillerato y
por las marcas veo que no entend mucho de lo
que lea. Ms tarde volv a ese manual, como
lo denominaba la editorial Revista de Occidente
en la portada. Caramba con el manual! Su lec-
tura y relectura me abri las puertas de la filo-
sofa, un saber con el que me he mantenido en
comunicacin durante toda una vida profesional
dedicada a otras cosas.
La gestacin de la Historia de la Filosofa
La completsima Historia de Maras expone la his-
toria de la filosofa desde los presocrticos hasta
el mismo ao de 1941 en que se public. Su autor
era un joven perseguido, apartado de la Universi-
dad, con apenas medios para subsistir. Parece casi
imposible que lo escribiera y se publicase. Dice
Maras en el tomo 1 de sus Memorias
1
que quera
que lo lanzara una de las dos editoriales entonces
con prestigio, Revista de Occidente o Espasa Cal-
pe. Para ello, el nivel de calidad tena que ser alto
pero era tambin necesario que se vendiera bien.
Tena que ser atractivo por su tema y estilo. l
aspiraba a ser filsofo pero tambin ser escritor:
profundidad, claridad, elegancia, incluso cuando
explicara las fumosas doctrinas de un Husserl o
un Heidegger, desentraadas con heroico empeo
en las pginas finales del libro. Se propuso com-
poner, no un rosario de retratos y doctrinas del
pasado sin ilacin, sino una trabada historia del
progreso del conocimiento filosfico occidental
desde sus inicios. Era la biografa de un saber,
casi una novela intelectual al estilo de las de Una-
muno, como ms tarde explic que deban ser los
libros de filosofa, al escribir su estudio sobre el
romntico existencialista castellano.
Ya desde el Bachillerato vena nuestro autor colec-
cionando grandes libros en lengua original, compra-
dos en libreros de viejo o por catlogo en Alemania
y en Francia. Durante su poca de estudiante en la
Facultad fue ciendo sus compras a los textos de
filosofa, en los idiomas que haba aprendido a leer:
griego, latn, alemn, francs, italiano, ingls. Esa
gran pequea biblioteca constituida con sus pocos
dineros le fue de ayuda indispensable para escribir
su Historia de la filosofa. Sin acceso a colecciones
pblicas, sin pertenecer a la Universidad, tuvo a
mano los textos de los grandes pensadores.
l aspiraba a ser filsofo pero tambin
ser escritor: profundidad, claridad,
elegancia, incluso cuando explicara
las fumosas doctrinas de un Husserl
o un Heidegger
Julin Maras: La Historia de
la filosofa como continuidad
de una cultura
PEDRO SCHWARTZ
CATEDRTICO RAFAEL DEL PINO EN LA UNIVERSIDAD SAN PABLO CEU
164
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
Por fortuna, tena las ediciones de los clsicos,
de los filsofos cuyos sistemas tena que exponer;
me fund, mucho ms que en exposiciones sobre
ellos, en sus propios textos. (Pg. 294)
Siendo an estudiante de Licenciatura, algunas
de sus compaeras de estudios le pidieron que
les diera unas clases de historia de la filosofa.
As lo hizo durante dos cursos, desde los preso-
crticos hasta el siglo XX, como lo hara en su
manual. Tuve que esforzarme en poner en claro,
en sus lneas generales, toda la filosofa occiden-
tal. (Pg. 141) La que aos ms tarde sera su
mujer, Lolita Franco, le anim a que empren-
diese la tarea de convertirlas en un libro com-
pleto, casi imposible en las circunstancias de la
post-guerra, entregndole las copiosas notas que
haba tomado en esos cursos. Pocos relatos he
ledo con mayor emocin que ste de Maras en
sus memorias, de cmo compuso este libro en las
circunstancias ms adversas.
Era un texto escrito con la conviccin de que
la filosofa deba ser una ciencia, quiz inaca-
bada, mas necesariamente estricta, como haba
pedido precisamente Husserl, que titul uno de
sus primeros libros, La filosofa como ciencia
rigurosa (1911). Dijo Maras: La historia de la
filosofa no apareca como un catlogo de opi-
niones y ocurrencias, ni como un repertorio de
errores que hay que refutar, sino como los pa-
sos libres y necesarios de la mente occidental en
busca de la verdad radical sobre la realidad.
La reaccin de los lectores fue que aquello
se entenda, no slo las ideas, sino el argu-
mento de la historia. (Pgs. 298-299) Por todo
eso, el de Maras result ser un libro extenso,
complejo, de esos que se escriben en plena ma-
durez. Contaba el autor con slo veinticinco
aos cuando empez a escribirlo tras el gran
parntesis de la guerra civil y con veintisis
en el momento de la publicacin. El milagro se
hizo. El xito fue sorprendente e inmediato. Mi
ejemplar es de la cuarta edicin de 1948. Pudo
empezar a pensar en casarse con su Lolita, a
quien se lo haba dedicado.
Ortega y la Facultad de Filosofa
El alto nivel y especial enfoque de la Historia es
un indicio de la calidad y carcter de las ense-
anzas recibidas por Maras en la Facultad de
Filosofa y Letras de la Universidad Central. Sin
duda tiene razn al decir que la Facultad que
eligi para sus estudios era la mejor institucin
universitaria de la historia espaola, por lo me-
nos despus del Siglo de Oro. La lista de los
profesores impresiona, pues en ella enseaban
entonces Ortega, Morente, Gaos, Zubiri, Bes-
teiro, Menndez Pidal, Ballesteros, Po Zabala,
Amrico Castro, Snchez Albornoz, Asn Pala-
cios y otros muchos que han dejado su nombre
inscrito en los anales de la cultura espaola.
Profesores y alumnos compartan el mismo en-
tusiasmo, pero era ste un entusiasmo crtico,
implacable; aquello era de tal importancia que
en ello nos iba la vida, y no poda servirnos ms
que si era rigurosa verdad justificada.
Para Maras la influencia principal, como es
bien sabido, fue la de Ortega. Todos atendan a
las explicaciones del sabio. En la Facultad, por
las maanas Ortega comentaba un texto filosfi-
co y por las tarde su propio sistema, Principios
de metafsica segn la razn vital (Pg. 299) Con
buen tiempo, luego le acompaaban peripatti-
cos desde la nueva Facultad hasta la Moncloa. A
veces Ortega se sentaba entre ellos, a escuchar
algn curso, como el que Gaos y Montesinos dic-
taron al alimn sobre Teora y dialctica de las
ciencias del espritu (Pg. 118) El retrato que
hace de la figura bien plantada del maestro es
inolvidable, incluida la cariosa alusin a una
pequea coquetera: calvo desde joven, cubra
su cabeza con escasos pelos diestramente dis-
puestos. Recuerda: Los ojos eran lo ms no-
table: luminosos, penetrantes, no como el acero,
sino como la luz. Y sobre todo ello destacaba
la voz extraordinaria, bien timbrada, modula-
da con destreza oratoria. Cuando hablaba se lo
vea pensar, concluye (Pgs. 111-112)
Se ha dicho que Ortega no tena mucha conside-
racin por quien fue su discpulo fidelsimo. No
lo creo o por lo menos Maras da la impresin
totalmente contraria. Son muchas las muestras
de amistad que le prodig Ortega a lo largo de
los aos. Escrito el libro que nos ocupa, joven
desconocido y postergado que era, necesitaba
apoyo ms que nadie. Maras propuso a Jos
Ortega que la publicara la editorial Revista de
Occidente. Lo consult con su padre, que es-
taba en Buenos Aires. Sin ver el libro, su res-
puesta fue terminante: publcala.
Centralidad de lo filosfico
Hoy nos cuesta mucho entender la importancia
de la filosofa para esos jvenes y el peso de la
165
E N S AYO S
filosofa misma en la vida intelectual y an po-
ltica en los tiempos de la Repblica. Segn se
la conceba en la Facultad en la que se form
Maras, la filosofa enseaba a pensar, constitua
el meollo de la vida cultural, y se la vea capaz
de dar solucin a los problemas del pas. Indicio
de ello es el inmenso prestigio y repercusin de
los discursos, ensayos y artculos de Ortega.
La filosofa representaba en la vida social el pa-
pel que hoy en da desempea la economa. Es
notable que, en un pas tan pobre y necesitado
como Espaa, los polticos estuviesen tan ayunos
de conocimientos econmicos, como sin duda lo
estaban
2
. Se saba algo de finanzas, haba mucha
discusin del tipo de cambio pero faltaba el inte-
rs por conocer las regularidades econmicas de
las sociedades humanas. Incluso un filsofo tan
agudo como Ortega, tras expresar brevemente un
inters por lo econmico al proclamar su nueva
poltica de liberalismo y nacionalizacin en
1914, prefiri luego ahondar en la sociologa
3
.
La tesis de la Historia de la Filosofa
Como digo, la Historia escrita por Maras no era
un esfuerzo ex novo sino la plasmacin de la ma-
nera de filosofar en la Facultad de la Universidad
Central. La filosofa, para Maras y sus maestros
Ortega, Morente, Zubiri, Gaos, era necesaria-
mente un saber histrico, puesto que cada sis-
tema [] tiene que incluir todos los anteriores
como ingredientes de su propia situacin (Pg.
17). Tambin era una certidumbre radical y
universal, que [] se justifica a s misma. Por
fin, era y slo poda ser una metafsica, un sa-
ber previo a todos los dems, sustento de todas
las otras formas de conocer la realidad. Es ste,
pues, un libro con una visin muy definida de la
ciencia filosfica, progresiva, autnoma y b-
sica. Desde Platn y Aristteles -y an desde
Parmnides- hasta Descartes y Leibniz y luego
Kant y Hegel, y despus an, vea una lnea
ininterrumpida en los problemas de la verdad y
tal vez del tiempo; y esa lnea es, ni ms ni me-
nos, la de la historia de la filosofa (Pg. 181)
Ello hace que Maras padezca un cierto daltonis-
mo, si se me permite la metfora, que lleva a que
el autor a no vea con claridad o a pase por alto el
pensamiento de escuelas que no encajan en esa
visin del saber filosfico: as, no acaba de expo-
ner bien la filosofa de Galileo, de Hobbes, de los
empiristas britnicos o de los utilitaristas; y hace
una mera mencin de pasada de Darwin. Ello no
es bice, sin embargo, para que cuantos autores
y sistemas toca queden expuestos con el rigor, la
claridad y la amplitud de miras exigidas por un
texto universitario.
La conversacin con los grandes filsofos
Algunos de sus retratos intelectuales son, den-
tro de la necesaria brevedad, magistrales -espe-
cialmente cuando el autor estudiado participa
en la concepcin de la filosofa en la que se
ha formado el autor-. En esas pginas se nota
la formacin griega, latina, francesa y alemana
adquirida por Maras a lo largo de sus aos de
estudiante, cual se exiga en su Facultad a los
jvenes que quisiesen destacar.
Platn
La teora del conocimiento de Platn la expone con
gran acierto. Maras destaca su genial descubri-
miento de las ideas y cmo este descubrimien-
to culmina en la discusin de las dificultades y
problemas que las ideas plantean, en dilogo con
Aristteles. Es cierto que la intuicin platnica
de que las ideas existen en cierto modo indepen-
dientemente de si alguien las piensa es un gran
adelanto respecto de las teoras empiristas o in-
ductivistas de su tiempo y de siglos futuros. Hus-
serl, en el s. XX, iba a sostener que una frmula
como la de Newton, si es verdad, ser verdad in-
dependientemente de que alguien la piense; ade-
ms, al incluir frmulas imposibles, como la de
un crculo cuadrado en el acervo de las ideas per-
mita que los errores tambin fuesen objeto de la
discusin filosfica
4
. Pero en este caso, ya no sera
posible pensar que las ideas eran la esencia de las
cosas. Precisamente aqu es donde Maras, citan-
do a Ortega, seala la dificultad fundamental de
la teora de las ideas de Platn: l se preguntaba
por el ser de las cosas; ahora ha encontrado el ser;
pero no sabe lo que son las cosas
5
.
Aristteles
El captulo sobre Aristteles es deslumbrante
por lo completo, conciso y claro. El tamao de
la copiosa obra del Estargirita hacen de l una
mina inacabable para posteriores estudiosos,
En la Facultad en la que se form
Maras, la filosofa enseaba a
pensar, constitua el meollo de la
vida cultural, y se la vea capaz de
dar solucin a los problemas del pas
166
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
en especial los que, como Maras, consideran
que el Ser, las esencias, y su despliegue en una
realidad imperfecta constituyen el problema
central de la filosofa.
Para Aristteles, las ideas que Platn haba des-
plazado al mundo soleado de fuera de la caverna
forman parte de cada una de las cosas y dirigen
su desarrollo y evolucin. La tarea del filsofo
es aprehender esa naturaleza de las cosas con
una acertada definicin, para as comprender y
prever su movimiento.
Aristteles presenta las categoras lgicas, cual
la definicin de las esencias y el organon de la
silogstica, como traducciones del mundo verda-
dero de la metafsica. La lgica no es otra cosa
que la metafsica. A Maras le parece acertado
y necesario que el metafsico se ocupe del Ser,
cuando a muchos nos parece una bsqueda in-
necesaria e incluso imposible, que poco puede
decirnos sobre los problemas con que nos en-
frentamos los hombres. En efecto, considero que
el realismo de Aristteles ha sido derrotado por
el nominalismo de Duns Escoto y Guillermo de
Ockham. Hemos aprendido de la biologa que no
hay esencias ni trasuntos reales del mundo de
las ideas; que las definiciones son, o bien expli-
caciones del uso de las palabras, o bien hiptesis
sobre la permanencia de determinas relaciones.
San Agustn
Pese a pertenecer Agustn de Hipona a la otra
lnea de la filosofa que la de los metafsicos de
Platn a Heidegger, el tratamiento que Maras da
a su persona y pensamiento es de todo punto se-
ductor. El ntimo filsofo de las Confesiones basa
su visin del mundo en la voluntad ms que en el
intelecto, en la gracia ms que en las obras. Sin
embargo, s que aade importantes elementos a
la tradicin explicada por Maras: la idea de pro-
greso necesario, la creencia de que la Civitas Dei
vive y obra dentro de la Civitas terrenalis, y una
filosofa del fin de la historia que nos consuela de
las tragedias de la historia real.
La continuacin de la metafsica
Sobre estas bases tan bien comprendidas y ex-
plicadas, construye Maras el edificio de la co-
rriente metafsica, empezando por un complet-
simo anlisis del pensamiento de Sto. Toms y de
la Escolstica toda, incluida la espaola del s.
XVI. Luego vienen Descartes, Leibniz y Kant.
Los empiristas
Antes he dicho que, en el libro de Maras, el
estudio de los pensadores empiristas y ms
cercanos a los modos de las ciencias naturales,
adolece de cierta incomprensin de sus prota-
gonistas. As, interpreta el dicho de Galileo de
que el gran libro de la naturaleza est escrito
en caracteres matemticos como que la fsica
se separaba definitivamente de la filosofa. La
fsica ya no sera ciencia de las cosas, sino de
variaciones de fenmenos.
La fsica aristotlica y medieval peda su prin-
cipio, por tanto, una afirmacin real sobre las
cosas; la fsica moderna renuncia a los princi-
pios y pide slo su ley. [] Las afirmaciones de
la fsica no son afirmaciones sobre las cosas,
sino sobre los fenmenos (Pg. 199)
Debo decir que esos empiristas s que buscaban
la verdad de las cosas. Galileo se empeaba en
hacer observar a los cardenales de la Iglesia, a
travs de sus lentes, los satlites de Jpiter, con
grave peligro para su persona. El propio Maras
nota que la ciencia de Newton consiste en partir
de los fenmenos y los experimentos y elevarse
a leyes universales. (Pg. 200) Maras no ve que,
con la scienza nuova, haba nacido un saber rival
del saber metafsico desarrollado de Parmnides
a Husserl, que l consideraba como el centro de
la historia de la filosofa. Podra haberse pregun-
tado qu vala esa antigua filosofa de las esen-
cias, comparada con los nuevos estudios tericos
y experimentales de la realidad.
Esto no quiere decir que no haya que revisar las
doctrinas de esos empiristas, sino que tienen mu-
cha ms importancia y efecto de lo que les con-
cede Maras. De aqu el exiguo peso que concede
a Hobbes y su antropologa materialista, a Loc-
ke y la visin del hombre como tabula rasa, y al
escptico Hume muy especialmente. Reduce el
estudio de la teora del conocimiento de Hume
a un apartado del artculo sobre Kant, cuando es
un filsofo que est a la altura de Kant, tanto en
teora del conocimiento, como en tica, como en
El captulo sobre Aristteles es
deslumbrante por lo completo, conciso
y claro. El tamao de la copiosa obra
del Estargirita hacen de l una mina
inacabable para posteriores estudiosos
167
E N S AYO S
economa y adems fue un historiador notable.
Hume estaba sealando, no la imposibilidad del
conocimiento sino el error de perseguir la certeza.
De Hume nace la gnoseologa actual, compatible
con el modo dubitativo de hacer ciencia, y no con
la tradicin metafsica del estudio del Ser.
Kant
El captulo sobre Kant alcanza el mismo nivel
de excelencia que los dedicados a Platn y Aris-
tteles. Me atrevera a aconsejar a quienquiera
busque acercarse al filsofo de Knigsberg que
lea esas pginas.
Dos son las cuestiones en que se basa la expli-
cacin de Maras. Como punto de partida, Kant
buscaba responder al escepticismo de Hume,
que le despert del sueo dogmtico del racio-
nalismo. La cuestin estaba en la relacin entre
el sujeto del conocimiento y el objeto del cono-
cimiento, as como entre la volicin individual y
las normas de conducta. Para el escocs nuestra
forma de conocer y de actuar era un reflejo de
las cosas y de la utilidad social. Kant invirti los
trminos: nuestras categoras racionales innatas
organizaban el caos que es la realidad; y nuestra
libertad nos llevaba a obedecer el imperativo ca-
tegrico, sin atender a consecuencias.
No hay duda de que la teora de Locke de la
tabula rasa es un error, pues vamos al mun-
do desde la ms tierna infancia con categoras
preconcebidas. Sin embargo, esas expectativas
pueden ser errneas, con lo cual hay que insistir
en que la certeza no es alcanzable. Tambin es
verdad que toda moralidad tiene una dimensin
de respeto por el ser humano en general. Empero
vivimos en sociedades concretas y no se nos pue-
de pedir que obedezcamos en toda circunstancia
el aforismo fiat iustitia, pereat mundus. Una
sociedad kantiana basada en la pura razn y la
pura voluntad es imposible y sera invivible.
Darwin (y Mendeleyev)
En el captulo sobre La filosofa de inspiracin
positivista concede Maras once lneas al utili-
tarismo y ocho lneas a Darwin. Estoy de acuer-
do en que la filosofa utilitarista se ha levantado
sobre bases muy endebles pero no hay duda de
su continuada influencia dos siglos despus de su
formulacin por Jeremas Bentham. Incluso ms
sorprendente es que diga de Darwin que aunque
no fue un filsofo, tuvo gran influjo [...como] bi-
logo (Pg. 339). Las lneas de investigacin inicia-
das por Darwin no slo han transformado nuestra
comprensin del mundo y la sociedad, sino que
son las que han echado abajo la metafsica del
Ser y del cambio de Aristteles y sus seguidores,
especialmente los de lengua alemana.
Las esencias de los seres vivos se entienden
hoy en trminos genticos. Incluso las esen-
cias de los elementos no-vivos de la tabla pe-
ridica descubierta por el gran Mendeleyev, se
han formulado con precisin sobre la base de
su nmero atmico. De hecho el origen de esos
elementos es tambin producto de una evolu-
cin, puesto que todos nacieron del hidrgeno
inicial, y no reflejo de unas esencias eternas.
Cun otra es esta filosofa de la naturaleza que
la de la tradicin metafsica!
Saltemos al idealismo de Hegel, Husserl y
Heidegger
No hay lugar para entrar en las razones de la
excesiva indulgencia de Maras para con los
tres filsofos alemanes marcados por el signo
de la H. No ayuda que en el caso de los tres la
oscuridad de exposicin haga poco menos que
imposible ejercer una labor crtica. El propio
Ortega les reconvena educadamente al decir
que la cortesa del filsofo es la claridad.
Sin entrar a exponer el sistema de Hegel, me
parece que basta aqu aludir a sus consecuen-
cias. El providencialismo de Agustn se ha
transformado en el aforismo de que todo lo
racional es real y todo lo real es racional. La
civitas Dei inmanente en la civitas terrenalis se
Las lneas de investigacin iniciadas
por Darwin no slo han transformado
nuestra comprensin del mundo y la
sociedad, sino que son las que han
echado abajo la metafsica del Ser y del
cambio de Aristteles y sus seguidores
De Hume nace la gnoseologa actual,
compatible con el modo dubitativo
de hacer ciencia, y no con la tradicin
metafsica del estudio del Ser
168
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
transforma en manos de Hegel en que el Estado
es la encarnacin del Espritu Objetivo. La fi-
losofa de la historia del de Hipona se convier-
te en la astucia de la historia, segn la cual
hasta los actos ms crueles de un Napolen han
de perdonarse porque contribuyen involunta-
riamente al progreso de la Humanidad.
Tanto Husserl como Heidegger proponen la feno-
menologa como mtodo de conocer la realidad.
Consiste en buscar la esencia de las cosas en s
mismas evitando lo que llaman psicologismo, que
es el efecto de las cosas sobre la mente del obser-
vador. Me parece una forma complicada de decir
lo que todo investigador de las ciencias natura-
les o sociales sabe: en la medida de lo posible,
hay que distanciarse de las propias preferencias y
prejuicios con ayuda del mtodo crtico. El error
est otra vez en suponer que, al poner los fenme-
nos entre parntesis, el fenomenlogo consigue
la certeza. La consecuencia es que acaban mo-
vindose en un mundo de entes sin relacin con la
experiencia real. De Ortega se rumorea que dijo
a Heidegger en alguna ocasin que prestara aten-
cin al mundo, a lo que pasa en la calle.
La metafsica de la vida en Ortega
Se entiende, pues, por qu prest Maras tanta im-
portancia a la filosofa de la razn vital de Ortega:
no era tanto porque fuese su venerado maestro,
sino porque le pareca que haba resuelto el pro-
blema de hablar de la realidad sin abandonar la
metafsica. Como dice Maras, Ortega ha buscado
la superacin de todo subjetivismo e idealismo
unida a la exigencia de sistema y el predominio
absoluto de la metafsica: un camino intermedio
definido por la metafsica segn la razn vital.
Ortega va ms lejos que el solo proponer que
la filosofa se ocupe de la realidad de la vida de
los hombres. Nuestra razn est inmersa en la
Se entiende, pues, por qu prest
Maras tanta importancia a la
filosofa de la razn vital de Ortega:
no era tanto porque fuese su
venerado maestro, sino porque
le pareca que haba resuelto el
problema de hablar de la realidad
sin abandonar la metafsica
vida. Subraya Maras la proposicin de Ortega
de que la realidad de las cosas o del yo se da
en la vida, como un momento de ella. Ms an:
La realidad radical es nuestra vida (Pg. 411).
Por eso me atrevo yo a decir que Ortega es el
verdadero existencialista.
El papel de la filosofa se torna crucial, porque
la razn, que es una de las formas de vivir, ya no
puede desempear el papel deus ex macchina
que los racionalistas le haban atribuido. La
razn es slo una forma y funcin de la vida,
dice Maras citando a Ortega. Por eso la filoso-
fa se hace indispensable para el vivir.
El hombre no est nunca en puro saber, pero
tampoco en el puro no saber. [] El hombre po-
see muchas certidumbres, pero sin un ltimo fun-
damento y en colisin una con otras. Necesita
una certidumbre radical, una instancia suprema
que dirima los antagonismos: esta certidumbre
es la filosofa (Pg. 414)
Son stas unas intuiciones interesantes pero fun-
damentalmente incompletas. El propio Maras
dice en 1941 que la obra de Ortega es in fieri.
Para entender al filsofo es indispensable ha-
ber asistido a los cursos universitarios de 1929
a 1936. La exposicin del sistema filosfico de
Ortega, subraya, no ha sido publicada an (Pg.
405). El concepto de razn vital no dice mu-
cho. La intuicin de Ortega tomara ms tarde
concrecin al ir separndose de la metafsica:
Hayek iba a presentar la razn crtica como una
institucin social al mismo nivel que el lenguaje;
e iba a hablar de la triple naturaleza de los seres
humanos, biolgica, racional e institucional, por
razn de lo cual no puede la razn juzgar desapa-
sionadamente la cultura de la que es un produc-
to
6
. En 1941, Maras no poda saberlo.
El mrito del filsofo Julin Maras
La Historia de la filosofa suscit viva irritacin
en los crculos oficialistas. Fue casi milagroso
Debemos de estar agradecidos de que
el joven Julin Maras se atreviera con la
valiente labor de escribir este libro ()
que es la exposicin del desarrollo a lo
largo de los siglos de una manera
de entender la filosofa
169
E N S AYO S
que pudiera publicarla en el ambiente de re-
presin y suspicacia de los primeros aos del
franquismo. Cierto es que las posibilidades de
publicar, ensear, sobrevivir para un paria como
Maras estaban reducidas a las estrictamente
privadas, sin una sola rendija de apertura hacia
el mundo de lo oficial. Exista, sin embargo,
un sector empresarial privado que permita que
Espaa pudiera respirar, incluso en el mundo
de la cultura.
Esto fue lo que me hizo sentir el valor del liberalismo
econmico. [] En la Espaa posterior a la guerra
descubr el inmenso alcance de la economa priva-
da: poder comprar la carne, las verduras, los trajes
en un comercio particular, no en un mercado estatal;
poder publicar en una editorial privada, o en una
revista del mismo carcter, aunque fuese con censu-
ra. [] Eran cortapisas a una realidad que segua
siendo privada, mltiple, con la cual se poda contar
y tratar. (Memorias I, pgs. 347-348)
Por suerte Espaa no era, ni siquiera entonces, un
pas totalitario, como la Alemania nazi o la Rusia
comunista.
Sin esta aportacin de Julin Maras, la cultura fi-
losfica de Espaa habra sido mucho ms pobre.
Era la exposicin de una doctrina coherente, la
metafsica de las esencias del Ser, cultivada por
grandes nombres de la historia del pensamiento
occidental. Quienes nos interesamos por la filo-
sofa en el mundo de habla hispana debemos de
estar agradecidos de que el joven Julin Maras
se atreviera con la valiente labor de escribir este
libro, que es mucho ms que una historia, que es
la exposicin del desarrollo a lo largo de los siglos
de una manera de entender la filosofa.
NOTAS
1. Julin Maras: Una vida presente. Memorias 1
(1914-1951). Alianza Editorial, Madrid, 1988.
2. Por ejemplo, hoy vemos con asombro con qu entre-
ga se apoyaba Azaa en el malogrado Jaume Carner,
cual si fuera un taumaturgo irrepetible.
3. Mientras preparaba su conferencia del 23 de marzo
de 1914 sobre Vieja y nueva poltica (Obras comple-
tas, tomo I, Taurus, Madrid, 2004), en la que recla-
mara liberalismo y nacionalizacin, Ortega recab
la ayuda del joven Luis Olariaga para una campaa
contra el Banco de Espaa. Esa poltica era la nue-
va direccin tomada por el filsofo, tras dejar atrs
su inters por el utopismo revolucionario. (Vase el
prlogo de Juan Velarde a los Escritos varios. Adver-
tencias, incitaciones y reformas de Luis Olariaga Pu-
jana, FUNCAS, Madrid, 1989. Pgs. xiv y xix). Ortega
se confirm en este nuevo camino por influencia de
Nicols Mara de Urgoiti, el financiador de la edito-
rial Calpe y el editor de El Sol. Tambin cabe recoger
una nota de pie de pgina al final de Misin de la
Universidad (1930), en la que Ortega escribi: Es
inconcebible [] que ante un problema como el del
cambio [de divisas], que hoy preocupa tanto a Espa-
a, la Universidad no ofrezca al pblico serio sobre
tan difcil cuestin econmica. (OC, IV, pg. 568)
Poca cosa, en suma.
4. Karl Popper, al explicar el Mundo III o mundo de
las ideas, tanto verdaderas como falsas, nos daba, por
un lado, el ejemplo en clase de la tabla de logaritmos
en base 10, en la que quedaban idealmente definidas
mantisas que nadie haba escrito, calculado o ni si-
quiera pensado; y por otro, las leyes de evolucin de
la Historia.
5. Maras recoge sin dar seal alguna de escndalo lo
propuesto en la Repblica y sobre todo en Las leyes
para organizar la polis: total aislamiento, desprecio de
la plebe, comunidad de bienes, mujeres e hijos de los
vigilantes y los filsofos; profunda subordinacin del
individuo al inters de la comunidad. No poda estar
de acuerdo.
6. F. A. von Hayek: Las tres fuentes de los valores hu-
manos, Eplogo de Derecho, legislacin y libertad,
vol. III (1979, 1982) Unin Editorial. Madrid.
171
E N S AYO S
La libertad que uno se toma
(en el centenario de Julin
Maras)
1
JAVIER ZAMORA BONILLA
PROFESOR DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLTICO
UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID
DIRECTOR DEL CENTRO DE ESTUDIOS ORTEGUIANOS
FUNDACIN JOS ORTEGA Y GASSET - GREGORIO MARAN
M
aras, discpulo de Ortega
Conmemoramos el centenario
del nacimiento de Julin Maras
(1914-2005), uno de los princi-
pales discpulos del filsofo Jos
Ortega y Gasset -junto a Jos Gaos, Mara Zam-
brano, Antonio Rodrguez Huscar, Luis Dez
del Corral, Jos Antonio Maravall y Paulino
Garagorri, entre otros- que elabor una filosofa
propia desde la base del pensamiento orteguia-
no. Vino al mundo un mes antes de que estalla-
se la Gran Guerra el ao 1914 que se convirti
en bisagra de dos mundos, como explica Stefan
Zweig en sus memorias
2
, y cuando -como Maras
afirm mucho despus- su maestro Ortega se dio
de alta en la vida pblica
3
con su conferencia
Vieja y nueva poltica y sus Meditaciones del
Quijote, cuyos centenarios tambin conmemora-
mos. Ese ao nacieron asimismo otras dos per-
sonas muy importantes, con distinta intensidad,
claro, en la biografa de Ortega, su hija Soledad
y Julio Caro Baroja, uno de los discpulos con los
que ms relacin mantuvo en sus ltimos aos.
El magisterio de Ortega fue fundamental en la
conformacin del pensamiento de Maras en to-
dos los rdenes y en la configuracin de su propia
personalidad. Las cartas entre el maestro y el dis-
cpulo que se conservan en el archivo de la Fun-
dacin Jos Ortega y Gasset - Gregorio Maran,
y muy especialmente las cartas de la mujer de
Maras, Dolores Franco, con el que tambin fue su
maestro, muestran la profundidad de la relacin
discipular que Maras tuvo con Ortega y la necesi-
dad que tena del contacto con su maestro para el
desarrollo de su propia obra. Muchas ideas de Or-
tega influyeron decisivamente en el pensamiento
de Maras, por ejemplo, la razn vital e histrica
en la elaboracin de su antropologa metafsica
y en su teora de las generaciones. El discpulo
ha dedicado muchas pginas de su inmensa obra
y varios libros a exponer la filosofa orteguiana,
con empeo de mostrar su sistematicidad y su
coherente evolucin. Lo hizo desde muy pronto,
cuando ni siquiera estaba bien visto en Espaa
estudiar a Ortega. No me quiero entretener aqu
en comentar los escritos que Maras dedic a de-
fender la filosofa orteguiana cuando Ortega re-
cibi duros, y groseros, ataques por parte de in-
telectuales y acadmicos bien colocados en los
centros de poder de la Espaa franquista de los
aos 40 y 50, muy especialmente desde la rbita
catlica neoescolstica, y tambin procedentes de
esta misma esfera desde fuera Espaa. No merece
172
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
la pena demorarse ahora en un debate que hoy
suena tan extrao y alejado de nuestra realidad
y de la altura que han alcanzado los estudios or-
teguianos, y que, por otro lado, ha analizado sufi-
cientemente y con mucha precisin Pedro Carlos
Gonzlez Cuevas
4
.
S mi interesa sealar que Maras hizo un esfuer-
zo enorme para que la filosofa orteguiana fuese
comprendida por el mundo catlico desde el que
en aquellos aos tanto se atacaba a su maestro. La
atencin que las universidades catlicas prestan
hoy en todo el mundo, y muy especialmente en
Iberoamrica, a los estudios orteguianos se debe
en gran medida a esta labor de Maras, quien
intent mostrar -sin conseguirlo del todo, en mi
opinin, porque quiz la empresa era imposible-
la compatibilidad de la filosofa de Ortega con el
catolicismo: quiz Ortega no se plante a fon-
do -escribe- la pregunta de si el catolicismo era
efectivamente as
5
; si lo hubiera hecho, acaso
hubiese hallado que era de otro modo, en el cual
se hubiera podido sentir autnticamente inserto.
No parece haber existido ninguna ruptura con-
creta, precisa, con la fe de la infancia; ningn
conflicto, como entonces se sola decir. Por
eso he hablado de evaporacin. La forma de
religin en que Ortega fue educado le pareci
inconsistente, insuficiente, desde el principio;
desde antes de que tuviese ninguna filosofa per-
sonal, desde antes de ir a Alemania, quiz desde
antes de iniciar serios estudios universitarios
6
.
La incompatibilidad de algunos presupuestos de
la filosofa de la razn vital e histrica con el
catolicismo no supone -como muchas veces se
ha tergiversado- que en Ortega haya un recha-
zo de lo religioso. Se declar acatlico, como es
conocido: Yo, seores, no soy catlico y desde
mi mocedad he procurado que hasta los humil-
des detalles oficiales de mi vida privada queden
formalizados acatlicamente; pero no estoy dis-
puesto a dejarme imponer por los mascarones de
proa de un arcaico anticlericalismo, dijo entre
aplausos en su conferencia Rectificacin de la
Repblica (diciembre de 1931) contra el trata-
miento jurdicos que finalmente se haba dado
al tema religioso en la Constitucin republica-
na
7
. El filsofo nunca renunci al fondo religioso
que entenda habita en el interior del hombre y
en el mundo; de ah su crtica al agnosticismo
y su fe panentesta, de origen krausoinstitucio-
nista, en que, como haban dicho Aristteles,
Spinoza y Leibniz, entre otros, detrs de todo
hubiese una inteligencia, lo que para l era ya
terreno del misterio
8
.
Maras rastre con celo, a veces excesivo, los
orgenes y la originalidad de la razn vital orte-
guiana. Para Maras, en textos como Adn en el
Paraso o las Meditaciones del Quijote ya po-
demos encontrar in nuce la razn vital. Tambin
le pareca plenamente coherente el pensamiento
poltico orteguiano. Las ideas polticas que Orte-
ga presenta en Vieja y nueva poltica bajo los
lemas de liberalismo y nacionalizacin, nos
dice Maras, formuladas en la primera accin
plenamente poltica, van a acompaar a Ortega
durante toda su vida. Si, con ellas a la vista, se
recorre su trayectoria pblica ntegra hasta su
muerte -sus intervenciones, sus adoctrinamien-
tos, sus palabras, sus silencios- se ve que toda
ella, con absoluta coherencia -prosigue Maras-,
se ajusta a ese programa inicial. Las variaciones
de esa trayectoria son la condicin misma de esa
coherencia de la fidelidad a ese punto de vista:
al cambiar las circunstancias, va cambiando lo
que hay que hacer, la accin exigida por ese mis-
mo imperativo de autenticidad, tempranamente
formulado al filo de los treinta aos
9
. Es una
cuestin discutible y los estudios orteguianos
de los ltimos aos han mostrado las distintas
etapas del pensamiento filosfico y poltico de
Ortega, pero es reconocible el esfuerzo del dis-
cpulo por intentar sistematizar y dar coherencia
al pensamiento de su maestro.
El encuentro con Ortega fue para Maras todo
un acontecimiento, por utilizar la expresin
de otro de los discpulos orteguianos, Fernan-
do G. Vela. Ortega, como ha recordado tambin
Mara Zambrano, gustaba del trato personal con
sus alumnos y se preocupaba por sus vidas y
La incompatibilidad de algunos
presupuestos de la filosofa de la razn
vital e histrica con el catolicismo no
supone que en Ortega haya un rechazo
de lo religioso
Ortega gustaba del trato personal con
sus alumnos y se preocupaba por sus
vidas y quehaceres intelectuales
173
E N S AYO S
quehaceres intelectuales. Sus clases cautivaban
al joven auditorio, como tambin cautivaron a
pblicos diversos dentro y fuera de Espaa. La
ctedra de Metafsica -escribi Maras- pertene-
ca al doctorado de una Facultad con muy pocos
estudiantes entonces, la mayora de los cuales
se quedaban en la licenciatura. Ortega tuvo, du-
rante muchos aos, poqusimos alumnos. Slo
en los ltimos aos de su docencia universitaria,
cuando yo fui discpulo suyo, asista a sus cursos
un grupo considerable de estudiantes, que por
lo dems no pasaba de cincuenta, menos an en
los seminarios o comentarios de textos
10
.
Cuenta Maras cuando conoci personalmente
a Ortega en el curso Principios de metafsica
segn la razn vital y nos traslada la emocin
que aquel encuentro le produjo: Cuando entr
en el aula mir por primera vez su rostro: grave
y a la vez amistoso, surcado de arrugas profun-
das, con algo de labrador y de emperador romano
al mismo tiempo. Los ojos claros, penetrantes,
pero sin dureza; no atravesaban como el acero,
sino como la luz. De cuando en cuando se le en-
cenda la faz con una sonrisa alegre y caliente,
con un relmpago de gracia espaola. Empez
a hablar. Acaso su voz era lo primero que deca
quin era Ortega; estaba todo en ella. Grave, a
veces ronca; notas bajas, dramticas, al final de
las frases; llena de matices expresivos. Las pa-
labras parecan rodar entre los dientes, salir de
entre sus labios, destinadas precisamente a cada
uno de nosotros. Las palabras eran en su boca
ms palabras que en otra alguna. No en vano ha
sido Ortega uno de los dos ltimos retricos de
nuestro tiempo -el otro es Churchill-. Las manos
de Ortega, sobre la mesa, iban diciendo su parte
con sobrios, elegantes gestos mediterrneos: gra-
vedad y gracia juntas en un ademn
11
.
Tambin ha dejado Maras testimonios importan-
tes de la etapa en que ms trat a Ortega cuan-
do este regres de Buenos Aires y se instal en
Lisboa en 1942 y, sobre todo, cuando desde 1945
volvi a pasar temporadas en Espaa. Maras,
por ejemplo, nos ha dejado una relacin de los
integrantes de la tertulia que por aquellos aos
mantuvo Ortega en Madrid: los asiduos eran sus
hijos Jos y Miguel, su hermano Manuel, su pri-
mo Jos Gasset, su discpulo Fernando G. Vela
cuando estaba en Madrid, y los amigos Jos Ruiz
Castillo, Pepe Tudela, Antonio Botn Polanco, y el
propio Julin Maras; tambin acudan -salvo sus
largas estancias en el extranjero- Antonio Rodr-
guez Huscar, Luis Dez del Corral, Jos Antonio
Maravall y Toms R. Bachiller. Eran habituales,
aunque con menos constancia, Alfonso Garca
Valdecasas, Emilio Garca Gmez, Jos Vergara.
Ocasionalmente participaban Pedro Lan Entral-
go, Xavier Zubiri, Dmaso Alonso. Paulino Gara-
gorri se incorpor con asiduidad en 1955. Tam-
bin aparecan de vez en cuando Edgar Neville,
Julio Camba, Antonio Daz Caabate, Domingo
Ortega, Fernando Chueca, Julio Caro Baroja, Jos
Germain y Jos Miguel Sacristn, entre otros
12
.
Frente a una imagen de un Ortega decado y si-
lencioso, que el mismo filsofo cultiv en cierta
forma, Maras nos presenta a un Ortega muy ac-
tivo y esperanzado en esos ltimos aos de su
vida. Lo decisivo -escribe- es que Ortega, fiel
a su idea de que naufragar no es forzosamente
ahogarse, sino ms bien salir nadando, y sal-
var los restos del naufragio para seguir la vida,
vio pasar los grandes desastres, el particular de
nuestro pas y el universal, sin desanimarse, sin
perder la moral, sin pensar ni por un momento
en adaptarse a lo que imperaba, en dejar de
ser l mismo
13
. Y nos da algn dato preciso
de aquella actitud. Cita, por ejemplo, una car-
ta que le envi el 29 de diciembre de 1944:
Es un error de nuestro maestro claro, el de
Stagira! cuando dice que la mente crece hasta
los cincuenta aos? Yo llevo varios esperando
la evidencia de mi declinacin y los prdromos
de mi idiotez pero, con enorme sorpresa, veo
que es todo lo contrario. Cunto quisiera tener-
le aqu para que discutisemos como dos tigres
de la dialctica!. U otra carta del 12 de marzo
de 1946 en la que Ortega le dice a Maras: En
cuanto a mi trabajo, le dir que es sin duda la
poca mejor de trabajo -en cantidad y calidad-
que he tenido en mi vida
14
.
Sin nimo de desmentir a quien tuvo noticia
directa de los hechos, es cierto, como creo ha-
ber mostrado en mi biografa de Ortega, que el
filsofo trabaj muy concienzuda y seriamente
durante esos aos finales y que es discutible
hablar de su silencio, pero no lo es menos
Frente a una imagen de un Ortega
decado y silencioso, Maras nos presenta
a un Ortega muy activo y esperanzado
en esos ltimos aos de su vida
174
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
que, junto a estos momentos de gran entusias-
mo y actividad que narra Maras, hubo otros de
desesperacin ante la realidad que mostraba la
circunstancia, especialmente la espaola
15
.
La iniciativa cultural y pedaggica ms importan-
te de este periodo fue para Ortega la fundacin
del Instituto de Humanidades, que ech a andar
con Maras en el otoo de 1948. El problema de la
constitucin jurdica del Instituto lo solucionaron
aprovechando la cobertura legal de la institucin
Aula Nueva, una academia que Maras y su
mujer haban fundado con Soledad y Jos Ortega
Spottorno, y Mara y Rosa Vergara, para preparar
el llamado examen de Estado. En el folleto de pre-
sentacin del Instituto, que apareci en la Revis-
ta de Psicologa General y Aplicada, dirigida por
Jos Germain, se lea: No nos dirigimos al pbli-
co, no lo buscamos. Se trata de formar un grupo
de colaboracin completamente privada, que no
pretende ejercer la menor influencia sobre la vida
nacional ni practicar proselitismo (...). La mayor
parte de los temas en que vamos a ocuparnos, por
su propio carcter, excluyen automticamente las
grandes audiencias. Invitamos a unos cuantos
para trabajar en un rincn. El primer curso de
Ortega, sobre la interpretacin de la historia uni-
versal de Toynbee, se tuvo que dar en el Crculo
de la Unin Mercantil, en la Gran Va, con ca-
pacidad para 650 personas, por la gran demanda
que hubo. Al ao siguiente el curso de Ortega,
que se dedic a El hombre y la gente, se trasla-
d al Cine Barcel porque la matrcula fue supe-
rior, hasta el punto de que se ocuparon los 1265
asientos del local. La censura estableci que slo
se podran publicar veinte lneas sobre las acti-
vidades del Instituto y de los cursos orteguianos.
Desde la prensa, especialmente la controlada por
la Iglesia, hubo furibundos ataques. Tambin die-
ron cursos Emilio Garca Gmez, La situacin
del arabismo en comparacin con la de la filosofa
clsica; el propio Maras, El mtodo histrico
de las generaciones; Benito Gaya, La cultura
de Mohenjo-Daro; Dmaso Alonso, Poesa es-
paola; Julio Caro Baroja, Geografa social de
Espaa; Enrique Lafuente Ferrari, Caractersti-
cas del arte de Goya; Alfonso Garca Valdecasas,
La guerra; y Luis Dez del Corral, El rgimen
mixto como idea y como forma poltica. A esto
hay que aadir las investigaciones que se hicie-
ron sobre Los orgenes de la leyenda de Goya,
los coloquios sobre Estructura social del precio,
Ensayo de los modismos, Las Nubes de Arist-
fanes y Scrates. En las actividades participaban
tambin Julio Casares, Salvador Fernndez Ram-
rez, Antonio Tovar, Valentn de Sambricio, Jos
Camn Aznar, Manuel de Tern
16
.
Maras era entonces un joven maduro que sufra
ciertas inseguridades, las cuales sola salvar co-
rriendo hacia delante. No tienen desperdicio las
cartas de su mujer, Dolores Franco, reclamando
a Ortega un poco de atencin para Juliancito.
Maras era capaz de buscar los cauces que fuesen
movilizando interiormente a la sociedad espaola
desde un exilio interior, que bien defini l mis-
mo en Innovacin y arcasmo como un exilio del
Estado, un exilio de la vida oficial, pero no de la
sociedad espaola. Le haban cerrado mezqui-
namente el paso a la universidad espaola aun-
que era uno de los ms notables miembros de esa
magnfica generacin de jvenes que se licenci
en la nueva Facultad de Filosofa y Letras de la
Universidad Central un mes antes de que empe-
zase la Guerra Civil. Sin la destruccin material
y moral que sta supuso, Maras habra escrito
en pocos aos su tesis de doctorado y habra en-
trado de ayudante en aquella Facultad de antes
del conflicto donde daban clases Manuel Garca
Morente, Julin Besteiro, Ramn Menndez Pi-
dal, Amrico Castro, Snchez Albornoz, Luis de
Zulueta, Jos Gaos, Xavier Zubiri, Enrique La-
fuente Ferrari, Pedro Salinas y Mara Zambrano,
entre otros. Pronto hubiera optado a una ctedra
y habra podido desempear una vida acadmica
normal y reconocida. Refirindose a sus maestros
y a aquella Facultad, Maras escribe: no slo te-
nan espritu y dedicacin y una moral intelec-
tual que penetraba hasta a los menos ilustres y,
por supuesto, a los estudiantes; era adems una
escuela de convivencia, de veracidad, de rigor
intelectual, de respecto, de libertad. Mi deuda
con aquella Facultad no se puede pagar ms que
de una manera: siendo fiel a ella, a lo que fue
cinco aos y debi ser siempre
17
. Pero la gue-
rra ech todo al traste. La ausencia de una vida
acadmica normal influy -incluso por necesi-
dad econmica- en esa hiperactividad de Maras
durante los aos cuarenta y cincuenta, que lleg
a molestar a Zubiri y a Ortega, como muestra el
Maras era entonces un joven
maduro que sufra ciertas
inseguridades, las cuales sola
salvar corriendo hacia delante
175
E N S AYO S
epistolario al que me he referido y la biografa que
de Zubiri han publicado Jordi Corominas y Joan
Albert
18
. Ortega, en varias ocasiones, recomend
a Maras paciencia ante la impetuosidad que ste
mostraba por recuperar la vigencia de la figura de
su maestro en Espaa y le critic algunas de sus
iniciativas, a veces de forma expresa y otras con
silencios muy reveladores, como cuando Maras
quera llevarlo a los encuentros de Gredos, en los
que la discusin intelectual se completaba con
ejercicios espirituales.
Un intelectual liberal
Maras trabaj mucho y bien durante aquellos
aos, que fueron difciles, despus de haber pasa-
do una breve temporada por la crcel franquista.
Durante la guerra, se haba quedado en el Madrid
republicano y haba sido un hombre de confian-
za del socialista y catedrtico de Lgica don Ju-
lin Besteiro, cuyo trgico final tambin influy
en Maras, quien se preocup por la situacin de
aqul en las crceles terribles de postguerra has-
ta su muerte en la de Carmona en 1940. Nunca
ocult su relacin con el viejo lder de la UGT e
incluso le haca llegar libros al penal.
Maras, siendo muy joven, public en 1941 su
Historia de la filosofa, que, como l reconoci
luego y se ha mostrado despus, est basada en
los apuntes que tomaba con sumo inters en las
clases de Zubiri. En 1947 public su Introduc-
cin a la filosofa, basada sustancialmente en
los apuntes que Maras tomaba de las clases de
Ortega. Estos dos libros han sido ledos con in-
ters y traducidos a otras lenguas, pero no siem-
pre han estado como referencias en los curricu-
la acadmicos. Slo hay que hacer un pequeo
esfuerzo de pensamiento para imaginarse lo que
hubiera supuesto para la universidad espaola
que la presencia de Ortega y Zubiri, mediada por
Maras, hubiese continuado siendo activa en la
formacin superior de los estudiantes inmedia-
tamente despus de la Guerra Civil.
Cul hubiera sido la obra de Maras si hubie-
ra podido estar en la universidad desde finales
de los aos 30? No es fcil responder a esta
pregunta, pero pienso que Maras hubiera sido
en cualquier caso, como su maestro Ortega, un
intelectual, es decir, que adems de su trabajo
acadmico hubiese tenido una presencia pbli-
ca en la prensa porque se dedic a una de las
ms finas labores espirituales: mirar la reali-
dad y analizarla responsable y sinceramente
19
.
Desde los aos cincuenta escribi con bastante
frecuencia en la prensa, y despus sus artculos
compusieron libros. En esos artculos analiz
la cultura espaola y universal, y la circuns-
tancia poltica, muchas veces bordeando cen-
suras nada agradables. Sugiere muchas veces
rutas liberalizadoras y democratizadoras en
los ltimos aos del rgimen de Franco y en
la Transicin (v. gr., los artculos recogidos en
La Espaa real, 1976, La devolucin de Espa-
a, 1977, Espaa en nuestras manos, 1978, y
Cinco aos de Espaa, 1981
20
). Estos artculos
ejercieron una notable influencia en un pbli-
co que los segua como referente precisamente
porque Maras ejerca de intelectual mostrando
su ideologa pero sin comprometerse doctrina-
riamente con ningn partido. Nunca he com-
prendido -escribe Maras- cmo un intelectual
puede identificarse con un partido poltico; po-
dr sentir simpata por l, pensar que conviene
al pas su predominio; pero si es intelectual, no
puede menos de ver que es esencial que coexis-
ta y conviva con los dems, que haya, adems
de l, otras cosas, otras propuestas y solucio-
nes, otras formas de humanidad. Al intelectual
le complace todo lo que es real, todo lo que es
verdadero, y lo nico ante lo cual siente hostili-
dad es la suplantacin, la falsificacin
21
. En
suma, hay que sentir asco ante la falsificacin
de la realidad
22
, escribe Maras. La falsifica-
cin le irritaba, tanto la que naca de la poltica
como la que proceda de la prensa. Refirindo-
se a sta, escribe: Lejos de ser algo visceral
y profundo, la realidad que se muestra en las
columnas del diario es algo azaroso, reciente,
improvisado, magnificado por la publicidad,
por la noticia difundida una vez y otra, por el
incesante comentario. Vea una gran artifi-
cialidad en la reconstruccin de la realidad
que haca la prensa, pero crea ingenuamente
en 1974 que se estaba llegando a un punto
de saturacin, que iba a producirse un tedio
ante la estupidez
23
.
Son numerosas las ocasiones en las que Ma-
ras se autodefine como liberal a lo largo de su
obra
24
. En varias ocasiones habl del temple
Maras ejerca de intelectual mostrando
su ideologa pero sin comprometerse
doctrinariamente con ningn partido
176
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
fundamental del liberalismo, que defina -en
expresin no del todo acertada- como melan-
cola entusiasta
25
. El liberalismo, cuando lo es
realmente, cuando est basado en su prstino
significado de liberalidad y desprendimiento,
nace de una profunda confianza en la bondad
metafsica del hombre, en su capacidad de ha-
cer el bien, de respetar a los dems en el ejer-
cicio de su propia vida. Comparto con Maras el
calificativo: el liberalismo es entusiasta. Pero
no comparto el sustantivo: no es melancola,
sino esperanza. Cuestin distinta es si el sis-
tema poltico denominado liberal que se viene
configurando en distintas versiones desde el si-
glo XVIII -y especialmente el liberalismo eco-
nmico- est fundado sobre una antropologa
hobbesiana del homo hominis lupus, heredada
por Locke a pesar de las apariencias a contra-
rio, como bien vio Shaftesbury y ha mostrado
Agustn Andreu en distintos estudios
26
.
Para Maras, desde la base del raciovitalismo his-
trico de Ortega, la vida humana es intrnseca-
mente libre, consiste en libertad
27
, pero sta no
es slo una condicin jurdica sino un hacer, un
ejercer la libertad, la que cada uno se toma, en
una determinada situacin. Tan importante como
la libertad que uno tiene es la libertad que uno se
toma, y esto especialmente en los momentos en
los que las circunstancias de la vida ofrecen un
panorama poltico y social exento de libertades.
Maras siempre se tom esa libertad que a veces
las circunstancias no permitan. Pueden ponerse
varios ejemplos. Pondr dos: 1) En el Madrid re-
publicano, Maras publica un artculo en las pgi-
nas del incautado ABC, del que lleg a ser pluma
annima editorial, criticando que los revoluciona-
rios que se haban hecho con el control de Madrid
tras el golpe militar estuvieran cambiando los
nombres de las calles, y que hubieran renominado
la avenida de Prncipe de Vergara como 18 de
Julio. A Maras le pareca que los que lo haban
hecho o bien desconocan que el Prncipe de Ver-
gara era el general liberal Baldomero Espartero,
lo que le pareca preocupante, o bien, sabindolo,
renunciaban a una de las figuras ms notables de
la tradicin liberal espaola. Adems no entenda
cmo poda conmemorarse por los republicanos
una fecha como el 18 de Julio, que era un golpe
de estado contra la legalidad constitucional. En
realidad, Maras lo entenda bien y era consciente
de que lo que se conmemoraba era el inicio de la
revolucin social, pero lo deca sin decirlo.
Es muy interesante ver por qu Maras se
qued en Espaa despus de la Guerra Civil.
Escuchemos sus palabras: En 1936 tena yo
veintids aos y acaba de licenciarme cuando
estall la guerra civil. Cuando me di cuenta
de que era eso, no un motn o un mero pro-
nunciamiento o un golpe de Estado, mi pri-
mer comentario fue este: Seor, qu exa-
geracin!. Y despus pens: Tendremos
que elegir entre una Iglesia perseguida o una
Iglesia profanada. Pronto comprend que el
mundo en que me haba formado y en que te-
na esperanza estaba perdido en todo caso. Pero
tambin comprend que el tiempo de nuestra
vida es el nico de que disponemos, que no
se puede vivir entre parntesis, que no hay
mal llamados aos.
Movilizado en el Ejrcito de la Repblica -prosi-
gue Maras-, corr algunos riesgos, pero estoy se-
guro de no haber siquiera contribuido a la muerte
de nadie. Fue un tiempo de herosmo, esperan-
za, valor, crueldad y horror por ambas partes, del
que todava se ha hablado con verdad muy poco,
y no voy a hacerlo aqu. De todo este periodo slo
quiero recordar ahora un nombre, por el que sien-
to enorme admiracin y respeto moral, con cuya
amistad me honr: Don Julin Besteiro, profesor
de Lgica en la Universidad, viejo socialista, pro-
fundamente liberal y generoso, que haba sido
Presidente de las Cortes y desde que empez la
guerra slo tuvo, como yo, un sueo: acabarla.
Muri en la prisin de Carmona, cerca de Sevilla,
en 1940, traduciendo un libro del telogo alemn
Karl Adam, que yo le haba enviado.
Al terminar la guerra civil pens que Espaa
estaba donde siempre haba estado, entre los
Pirineos y el estrecho de Gibraltar; que, como
deca Danton, no se puede uno llevar la patria
en las suelas de los zapatos; y sobre todo, que lo
que haba pasado en Espaa lo habamos hecho
nosotros, los espaoles -con varias ayudas, se
dir; s, responder yo, pero pedidas y aceptadas
por nosotros-; que, por consiguiente, Espaa era
nuestro destino irrenunciable.
A Maras le parece que el Estado
debe evitar la miseria pero
no asegurar contra la pobreza
177
E N S AYO S
[...] Cuando en 1941, a los veintisis aos, publi-
qu una Historia de la Filosofa, mi primer libro,
proclam mi fidelidad a ciertos principios intelec-
tuales y a mi maestro Ortega, lo cual significaba
entonces cerrarse las puertas de las institucio-
nes oficiales espaolas. Lo hice a sabiendas, con
plena conciencia, y desde entonces me dediqu
a organizar una modesta vida privada, cuyos dos
principios se podran resumir as: hacer; y decir
con frecuencia: No
28
.
2) En 1962, Maras escribe: El nico proble-
ma grave de Espaa es el de ella misma. Quie-
ro decir salvar su concordia, tantas veces rota y
siempre amenazada; respetar la multiplicidad de
elementos -regiones, grupos sociales, intereses,
opiniones- de que su unidad se nutre, sin intentar
sustituir una unidad viviente por un inerte blo-
que monoltico; abrirle el futuro, que es reino de
libertad
29
. No cabe en menos palabras una posi-
cin ms rotunda y frontal al rgimen de Franco:
frente a la unidad ficticia y monoltica del Mo-
vimiento nacional, la unidad viviente basada
en la pluralidad de regiones, grupos sociales,
intereses y opiniones que permitiera una con-
cordia real entre espaoles, para que pudieran
proyectarse en libertad hacia el futuro.
Para Maras una de las cuestiones esenciales del
liberalismo es que sea posible una parcela de
la vida privada donde nadie intervenga
30
, de ah
sus inflexibles crticas contra los totalitarismos,
contra los intentos de los poderes polticos para
extender su legitimidad poltica a aspectos que
van ms all de la misma
31
. A Maras le interes
siempre, como a Ortega, el fondo del liberalismo
ms que su plasmacin en un sistema poltico
determinado, lo que no quiere decir que no de-
fendieran ambos la democracia liberal y creye-
ran que en ltimo trmino la verdadera libertad
slo es posible en las democracias liberales. El
nico peligro verdadero que corre el liberalismo
-escribe Maras- es que los liberales dejen de
serlo
32
, porque no hay posibilidad de liberalis-
mo donde no hay liberales, como no hay demo-
cracia donde no hay demcratas.
Por eso Maras vio siempre con mucho recelo el ex-
cesivo intervencionismo del Estado en cuestiones
que, en palabra que suele utilizar, extravasaban
sus atribuciones, pero fue consciente del gran logro
que para el liberalismo supuso el pensamiento so-
cialista decimonnico y su plasmacin en el siglo
XX en tanto que hizo presente terica y prctica-
mente que, para que cada uno pueda tomarse la
libertad, hace falta partir de unos recursos efecti-
vos, hacen falta unos mnimos vitales. La cuanta
de estos mnimos nunca llega a expresarla Maras.
Y es desconcertante su distincin entre miseria y
pobreza. A Maras le parece que el Estado debe
evitar la miseria pero no asegurar contra la pobre-
za. Cree que hay una obsesin por la seguridad y
le inquieta profundamente el Estado del bienes-
tar, porque ejerce una accin niveladora sobre el
hombre y le da una falsa seguridad, que lo lleva a
instalarse en formas de vida ficticiamente seguras,
que no corresponden a esa condicin esencial e
irrenunciable de la vida: el riesgo, la posibilidad
del enriquecimiento o del empobrecimiento
33
.
Para Maras, el lmite de la libertad es la libertad
de los dems, porque aunque la libertad pueda
definirse como hacer lo que uno quiera, ese
hacer no puede violar la libertad ajena. La li-
bertad es algo que se limita y se refrena
34
,
exige cierto compromiso con los otros, porque la
libertad no puede pensarse en abstracto ni slo
de forma individual porque el hombre es social,
vive en una circunstancia rodeado de otros. Este
compromiso es lo que Maras llama el uso de la
libertad, que vendra a ser como el uso de la
razn prctica kantiana, reinterpretada desde
la razn vital e histrica de su maestro Ortega
35
.
Maras distingue la libertad humana o personal de
la libertad poltica
36
, pero seala que aqulla est
ms garantizada donde existe sta, que se define a
travs de una serie de libertades y derechos (vida,
pensamiento, movimiento, prensa, seguridad f-
sica y jurdica), que forman un sistema de las
libertades, que se entreayudan y se apoyan
mutuamente unas en las otras
37
, por eso es im-
portante garantizarlas todas. Algunos hablan de
libertades formales dando a entender que carecen
de importancia, que no son reales, y que por tanto
no actan efectivamente o que no pasa nada por
suprimirlas -las libertades negativas de que habla
Isaiah Berlin, aunque no en este sentido
38
-, pero
es iluso pensar que si una se suprime el resto se
mantendrn. Esas libertades en verdad infor-
man la sociedad, la dan forma, la constituyen.
La gran virtud de la democracia liberal,
es para Maras que sus decisiones son
reversibles, pueden ser cambiadas por
nuevas mayoras
178
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
Para Maras, la mejor garanta de la libertad hu-
mana es la democracia liberal: Yo creo -escribe
en 1964- que la democracia es admirable si es
democracia liberal, pero no si no lo es. El libe-
ralismo consiste -aunque no exclusivamente- en
la limitacin del poder, y por eso cabe un libe-
ralismo no democrtico, y cabra en el extremo
hasta un liberalismo autocrtico, si el autcrata
respetara los lmites que l fijara. Mas que el
liberalismo sea limitacin del poder no quiere
decir que ste sea poco, sino que tenga lmites
y definicin, que deje en franqua al indivi-
duo para hacer su propia vida personal. Si la
democracia est unida al liberalismo y es demo-
cracia liberal -insiste-, me parece excelente, me
parece la manera ms humana que se ha inven-
tado hasta ahora de gobernar a los pueblos -y por
eso no es extrao que todos los torpes y violen-
tos, que profesan oponerse ferozmente entre s,
se pongan siempre de acuerdo para ir contra ella
y destruirla-; pero si la democracia no es liberal,
si no est hecha de acatamiento a la voluntad de
las mayoras y de respeto a las minoras, si la
democracia no se permite ese lujo supremo del
estado de alma liberal que consiste en dejar que
los dems sean lo que son y permitirles serlo,
luchando con ellos sin pretender aniquilarlos ni
despojarlos de la parcela de razn que tienen, si
la democracia no es eso, tampoco es libre, sino
que significa otra manera de opresin
39
.
La gran virtud de la democracia liberal, lo
que hace de ella la solucin poltica ms inteli-
gente y civilizada, es para Maras que sus de-
cisiones son reversibles, pueden ser cambiadas
por nuevas mayoras
40
.
Maras fue especialmente activo como intelec-
tual liberal en el declive del rgimen de Franco
y en los aos de la Transicin. Desde la prensa
intent influir en el devenir de los aconteci-
mientos porque le preocupaba que la despoliti-
zacin de las mayoras espaolas las llevase
a no defender la libertades, ni las que no les
interesaban porque no queran ejercerlas, ni las
que s
41
. Maras defendi que se atendiese a la
realidad, que se escuchasen todos los puntos de
vista y no se diera por inexistente a una fuerza
social o poltica porque pareciera antiptica o
mal orientada. Si exista, haba que contar con
ella, porque en toda realidad hay algo de verda-
dero y hay que escuchar sus razones. Adems
escribe Maras, el juego de las fuerzas reales,
por reflejar lo verdaderamente existente, suele
desembocar en zonas amplias de convergencia:
casi siempre se puede uno entender con los que
expresan y afirman lo que verdaderamente es,
aunque lo hagan de una manera parcial y extre-
mosa; corregida la parcialidad, queda un torso
de coincidencia, de convivencia
42
.
NOTAS
1. Movido a sumarme al homenaje a Julin Maras, pero
falto de tiempo por otros compromisos, ofrezco este artculo
en cuya segunda parte reutilizo algunos prrafos de mi obra
Maras, en la senda liberal, en Jos Mara Atencia Pez
(coord.), Julin Maras. Una filosofa en libertad, Universi-
dad de Mlaga, Mlaga, 2008, pp. 205 y ss.
2. Stefan Zweig, El mundo de ayer. Memorias de un eu-
ropeo, El Acantilado, Barcelona, 2001 (1. ed. en alemn,
1941). Eric J. Hobswam sita en la Gran Guerra el comien-
zo del corto siglo XX: Historia del siglo XX, 1914-1991,
Crtica, Barcelona, 1995.
3. Julin Maras, Ortega. Circunstancia y vocacin, Alian-
za Editorial, Madrid, 1983 (1. ed. en Revista de Occidente,
Madrid, 1973), p. 221.
4. Pedro Carlos Gonzlez Cuevas, El franquismo: las
ofensivas clericales, en Ortega y Gasset: el conservadu-
rismo heterodoxo, en Conservadurismo heterodoxo. Tres
vas ante las derechas espaolas: Maurice Barrs, Jos
Ortega y Gasset y Gonzalo Fernndez de la Mora, Biblio-
teca Nueva, Madrid, 2009, pp. 106 y ss.; y Las polmicas
sobre Ortega durante el rgimen de Franco (1942-1965),
Revista de Estudios Orteguianos, n. 14-15, 2007, pp.
203-228.
5. Se refiere a la descripcin que de l hace en su resea de
El Santo de Fogazzaro en 1908. Cfr. Jos Ortega y Gasset,
Sobre El Santo, en Obras completas, Taurus / Fundacin
Jos Ortega y Gasset, Madrid, 2004-2010, t. II, pp. 19 y
ss.
6. Julin Maras, Ortega. Circunstancia y vocacin, ob. cit.,
pp. 114-115.
7. Jos Ortega y Gasset, Obras completas, ob. cit., t. IV, p. 847.
8. La crtica de Ortega al agnosticismo, dispersa en varios
lugares de su obra, puede verse v. gr. en Pleamar filos-
fica (1925), en Obras completas, ob. cit., t. III, p. 810.
Sobre la religiosidad de Ortega, el anlisis ms lcido es el
de Agustn Andreu, Ortega: mstica, lrica y metafsica,
Revista de Estudios Orteguianos, n 19, 2009, pp. 5-31.
179
E N S AYO S
9. Julin Maras, Ortega. Circunstancia y vocacin, ob. cit.,
p. 230.
10. Ibdem, p. 237.
11. Julin Maras, Acerca de Ortega, Espasa Calpe, Madrid,
1991, p. 100.
12. Julin Maras, Ortega. Las trayectorias, Alianza Edito-
rial, Madrid, 1983, p. 165.
13. Ibdem, p. 388.
14. Ibdem, p. 395.
15. Javier Zamora Bonilla, Ortega y Gasset, Plaza & Jans,
Barcelona, 2002. Una visin muy diferente a la de Maras en
la tesis doctoral an indita de Eve Fourmont Giustiniani,
Une biographie intellectuelle de Jos Ortega y Gasset pen-
dant l'exil (1936-1946): silence politique ou collaboration
passive?, Universit de Provence, Aix-Marseille I, 2008.
16. Julin Maras, Ortega. Las trayectorias, ob. cit., pp. 399-405.
17. Carta abierta, en El tiempo que no vuelve ni tropieza
(1964), en Obras completas, Ediciones de la Revista de Oc-
cidente, Madrid, 1966, p. 435.
18. Xavier Zubiri. La soledad sonora, Taurus, Madrid, 2006.
19. V. Harold Raley, La visin responsable, Espasa-Calpe,
Madrid, 1977.
20. Recopilados juntos en La Espaa real, Espasa-Calpe,
Madrid, 1998.
21. Las partes del todo (1974), en La Espaa real, ob. cit., p.
22. De dentro a fuera (1974), en La Espaa real, ob. cit.,
p.
23. Saturacin (1974), en La Espaa real, ob. cit., p.
24. V. gr., Carta abierta, en El tiempo que ni vuelve ni
tropieza, ob. cit., p. 437.
25. Los espaoles (1962), en Obras completas, Ediciones de
la Revista de Occidente, Madrid, 1966, t. VII, p. 13.
26. Shaftesbury. Crisis de la civilizacin puritana, Instituto
de Filosofa del CSIC / Universidad Politcnica de Valencia,
Valencia, 1998, y sus introducciones a Shaftesbury, Sensus
communis. Ensayo sobre la libertad de ingenio y humor, Pre-
Textos, Valencia, 1995, y Shaftesbury, Investigacin sobre la
virtud o el mrito, Consejo Superior de Investigaciones Cien-
tficas, Madrid, 1997.
27. El espaol. Carta abierta a la opinin americana, en
Los espaoles, ob. cit., p. 21, y fundamentalmente las pgi-
nas de Introduccin a la filosofa (1947) dedicadas a carac-
terizar la vida humana siguiendo los principios del raciovi-
talismo histrico de Ortega (en Obras completas, Ediciones
de la Revista de Occidente, Madrid, 1982, 3. ed., t. II).
28. Carta abierta, en El tiempo que ni vuelve ni tropieza,
ob. cit., p.
29. El espaol. Carta abierta a la opinin americana, en
Los espaoles, ob. cit., p. 23.
30. Carta abierta, en El tiempo que ni vuelve ni tropieza,
ob. cit., p. 437.
31. Reflexiones sobre la tolerancia, en El tiempo que ni
vuelve ni tropieza, ob. cit., pp. 444-445.
32. Ibdem, p. 446.
33. El futuro de la libertad, en El tiempo que ni vuelve ni
tropieza, ob. cit., pp. 451-453. Sobre el afn de inseguri-
dad puede verse tambin El maana no escrito (1974), en
La Espaa real, ob. cit., p. 93.
34. El futuro de la libertad, en El tiempo que ni vuelve ni
tropieza, ob. cit., p. 453.
35. Ibdem, p.455.
36. Libertad humana y libertad poltica, en La Espaa
real, ob. cit., pp. 153-180.
37. El futuro de la libertad, en El tiempo que ni vuelve ni
tropieza, ob. cit., p. 457.
38. Four Essays on Liberty, Oxford University Press, Oxford,
1969.
39. El futuro de la libertad, en El tiempo que ni vuelve ni
tropieza, ob. cit., p. 462.
40. Formas de violencia (1974), en La Espaa real, ob.
cit., p. 87.
41. El estado de la libertad (1974), en La Espaa real, ob.
cit., p. 54.
42. El motor y el volante (1974), en La Espaa real, ob.
cit., pp. 73-74.
181
O B R A S O C IA L LA C A IXA
L
a Obra Social "la Caixa" nace en
1904 con la finalidad de compro-
meterse en las necesidades sociales
y el bienestar de las personas; este
compromiso adquiere hoy, en estas
circunstancias de crisis, mayor relieve y nuevos
acentos.
La Fundacin mantendr el presupuesto de
500 millones de euros durante el presen-
te ao, confirmndose como la primera entidad
privada de Espaa y una de las ms importan-
tes del mundo.
Teniendo como horizonte la respuesta a los pro-
blemas ms acuciantes y la atencin a los ms
vulnerables, ms de la mitad del presupuesto,
un 67%, se destina a programas sociales y
asistenciales. Los programas de Ciencia, In-
vestigacin y Medio ambiente supondrn el
13,2% (66,1 millones). El apartado cultural
acaparar el 12,9% de la inversin (64,3 millo-
nes); La educacin y la formacin son tambin
incentivadas, con un 7% de la inversin total.
No basta con tener grandes ideales, es preciso lle-
varlos a cabo eficazmente, por eso la Obra Social
tiene como objetivo responder a los grandes retos
sociales. Por un lado fomentar la igualdad de
oportunidades en los colectivos ms desfa-
vorecidos, esto es, la equidad. Otro de los re-
tos es un envejecimiento activo y saludable,
con plena participacin social. Otro de los retos
es la gestin de la diversidad, especialmente
la creciente interculturalidad. El cuarto reto es el
desarrollo socioeconmico perdurable: la soste-
nibilidad. Dentro de este contexto, los objetivos
son: crear oportunidades laborales, luchar contra
la marginacin, procurar el acceso de personas y
familias con dificultades a una vivienda digna, y
la calidad de vida de nuestros ancianos. Estas han
sido las lneas de actuacin estratgica que han
marcado el trabajo del pasado ao.
El programa Incorpora ha facilitado cerca de
15.000 empleos en 2013, incrementando el n-
mero de contratos conseguidos en el ao anterior.
En el programa de atencin a la infancia en situa-
cin de pobreza y exclusin social, se ha atendido
a casi 60.000 nios. La Fundacin de la Espe-
ranza, para la lucha contra la exclusin ha inicia-
do su accin directa mediante un centro ubicado
en Barcelona.
El programa Vivienda asequible, dirigido a j-
venes, ancianos y familias, que naci en el ao
2004, con rentas inferiores a las de proteccin
No basta con tener grandes
ideales, es preciso llevarlos a cabo
eficazmente, por eso la Obra Social
tiene como objetivo responder a los
grandes retos sociales
Cerca de 9 millones de personas
participaron en las iniciativas
y proyectos de la Obra Social
la Caixa en 2013
FUNDACIN "LA CAIXA"
182
O B R A S O C IA L LA C A IXA
oficial. Junto a este proyecto se sita el de Al-
quiler solidario, por el que se facilitan vivien-
das por un precio de entre 85-150 euros, y que
est dirigido a personas con ingresos inferiores
a 18.600 anuales. Se han entregado ms de
18.000 pisos en total.
Las actividades dirigidas a las personas mayores
se centran por un lado en el proyecto Gente 3.0,
por el que se fomenta la vida saludable y activa,
estimulando la lectura, ayudando a mejorar los
trastornos del sueo, compartiendo historias de
superacin y de optimismo, aprendiendo a llevar
un envejecimiento saludableTambin se
han establecido proyectos para atender a los que
padecen enfermedades avanzadas y a sus fa-
miliares, atendiendo en el momento de la muerte
a casi 14.000 pacientes. La reinsercin social
y profesional de recursos en la parte final de su
condena, el apoyo a las mujeres vctimas de la
violencia domstica, el respaldo y la promocin
del voluntariado y el fomento de la cohesin
social en lugares de elevada diversidad cultural,
acaparan tambin los esfuerzos de esta entidad
el ao pasado.
Tambin se han apoyado 898 iniciativas impul-
sadas por entidades sin nimo de lucro en
toda Espaa a favor de colectivos en situacin de
vulnerabilidad, as como acciones concretas res-
paldadas por la red de oficinas de "la Caixa".
En el mbito internacional la Obra Social sigue
trabajando en la vacunacin infantil en pases
en vas de desarrollo junto al trabajo en el desa-
rrollo econmico sostenible mediante 74 proyec-
tos que continan vigentes en 29 pases. La aten-
cin a las vctimas de emergencias, como las del
tifn Hayan en Filipinas se ha concretado en la
recaudacin de 760.000 euros, que sern gestio-
nados por Unicef.
En el mbito educativo, eduCaixa pone de
manifiesto el apoyo de la entidad a la formacin
de alumnos en edad escolar junto al trabajo de
profesores y asociaciones de padres de alumnos.
Uno de los ejes de este compromiso es el impulso
del emprendimiento, que se ha concretado en
la entrega de siento 183 becas para cursar es-
tudios de posgrado en universidades espaolas y
extranjeras; tambin los doctorados de investiga-
cin para los centros distinguidos con el sello de
excelencia Severo Ochoa. Adems ha continuado
Crear oportunidades laborales, luchar
contra la marginacin, procurar el acceso
de personas y familias con dificultades a
una vivienda digna, y la calidad de vida
de nuestros ancianos
183
O B R A S O C IA L LA C A IXA
impulsando el avance del conocimiento en mbi-
tos universitarios (programa RecerCaixa) as como
la investigacin en torno al Sida (irsiCaixa), el
Cncer (Unidad de Terapia Molecular la Caixa
en el Hospital Vall dHebron), la ciruga endosc-
pica digestiva (Centro Wider) y las enfermedades
neurodegenerativas (junto al CSIC y en el marco
del Proyecto BarcelonaBeta) o cardiovasculares
(CNIC), entre otras.
La Obra Social ha intensificado sus esfuerzos en el
aspecto medioambiental para la conservacin
y mejora de los espacios naturales de toda Espa-
a. A lo largo de 2013, se han impulsado 265
proyectos que, adems, han priorizado la contra-
tacin de personas en riesgo de exclusin para el
desarrollo de las acciones de preservacin.
La divulgacin de la cultura como herramien-
ta para el crecimiento de las personas es otro de
los ejes bsicos de la Obra Social. En este terre-
no, la Caixa renov en 2013 su acuerdo con el
Museo del Prado, fruto del cual, la pinacoteca
dispone de un nuevo pabelln para acoger sus
actividades escolares y sell una nueva alianza
estratgica con la Fira de Barcelona, el MNAC
y las instituciones pblicas de cara a impulsar
la Montaa de los Museos, en Montjuc. Entre
las muestras organizadas por la Obra Social que
han contado con el respaldo masivo del pblico
durante el pasado ao destacan las dedicadas
al legado cinematogrfico de George Mlis; a la
obra del pintor impresionista Camille Pissarro;
la dedicada a la civilizacin de Mesopotamia.
Antes del diluvio; la exposicin en torno a La
fascinacin del arte japons; o las esculturas de
Henry Moore, exhibidas en el marco del proyec-
to Arte en la calle. La Fundacin Arte y Me-
cenazgo, los conciertos participativos, y la pro-
gramacin de conferencias y humanidades
ahondan en el compromiso de la Obra Social en
el mbito cultural.
En total, ms de 3 millones de visitantes respal-
daron en 2013 la programacin y propuestas de
los centros CaixaForum y Museos de la Ciencia
CosmoCaixa, concebidas todas ellas, con el ob-
jetivo de acercar el conocimiento a pblicos de
todas las edades y niveles de formacin.
En definitiva, un ao intenso y exigente en el que
la bsqueda de la eficiencia ha sido una constan-
te para la Obra Social la Caixa con el objetivo
de ahondar en la razn de ser de la entidad: su
compromiso con las personas y con el avance de
la sociedad.
184
C uenta y R a z n | Prima vera 2 01 4
Fundacin de Estudios Sociolgicos
Fundador Julin Maras
Este nmero de la Revista Cuenta y Razn
Especial dedicado al CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE JULIN MARAS
ACS ACTIVIDADES DE CONSTRUCCIN Y SERVICIOS, S. A.
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FUNDACIN VALENCIANA DE ESTUDIOS AVANZADOS
GRUPO EULEN
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JUNTA DE CASTILLA Y LEN
RENTA 4 BANCO
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ha sido patrocinado por:
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. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . a . . . . . . . d e . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . d e 2 0 1 4
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ORGANIZA PATROCINA COLABORA ALIANZA SOLIDARIA CON:
C U A N D O E L
AGUA ES ARTE
EXPOSICIN 21 MAR - 14 SEP
M U S E O C E N T R O G A I S
cidadedacultura.org
Los valores significan mucho.
Sobre todo, si tienes el valor
de mantenerlos durante 110 aos.
Hace 110 aos, la Caixa se fund como una entidad
financiera de carcter social, orientada a promover el
ahorro, las pensiones y el bienestar de las personas.
Y desde entonces, en el Grupo la Caixa, miles de
hombres y mujeres se mantienen fieles a sus valores
haciendo posible, ao tras ao, la mayor obra social de
Espaa, con un presupuesto de 500 millones de euros,
para seguir ayudando a las personas que ms lo necesitan:
Viviendas de alquiler social entregadas: 18.000
Oportunidades laborales para personas en riesgo
de exclusin: 67.000
Nios en situacin de pobreza atendidos: 222.000
Pacientes con enfermedades avanzadas
asistidos: 51.000
Jvenes becados para ampliar estudios en las
mejores universidades del mundo: 3.780
Personas mayores que han participado anualmente
en nuestras actividades: 734.000
Obra Social la Caixa,
la primera obra social de Espaa