Blas Alberti - Reportaje en Revista "Amauta"

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Reportaje a BLAS ALBERTI

Respondiendo a las preguntas que le formulara Daniel Cecchini, el profesor


de la Universidad de Buenos Aires, Blas Alberti, habló de los alcances y
características de la Antropología Latinoamericana, de sus más notables
representantes y de la tarea que le compete para enfrentar al dogmatismo
de la cultura academicista.

-Es posible hablar de una Antropología Latinoamericana?


B.A.:-Decir una “Antropología Latinoamericana” es evocar, aparentemente, una
relación de especialidad geográfica pero, más allá de eso, es pertinente en la medida que
supone la posibilidad de revisar el conjunto de la producción teórico práctica de la
Antropología y de las Ciencias Sociales en Latinoamérica y saca r algunas conclusiones
a la luz de varios ejes de diagnóstico.

-¿Cuáles son esos ejes?


B.A.:-Primero, desde qué lugar se piensa y se produce nuestra Antropología. Segundo,
cuál es el resultado teórico y práctico de una ciencia cuyo objeto es la diferencia y, en
ese sentido entonces, importa fundamentalmente entender a la Antropología a partir de
su especificidad histórica, social y cultural.

-¿A qué lleva contemplar esas especificidades que usted nombra?


B.A.:-Esto implica varias rupturas. En primer lugar, supone descentrar el eje de
reflexión, yendo de lo eurocéntrico a lo latinoamericanocéntrico. A partir de aquí se
cuestiona, entonces, la producción científica y social europea en sus condicionamientos
concretos, a fin de extraer de ella fundamentalmente como material instrumental,
aquellos puntos de partida o fundamentos epistemológicos que la constituyeron. Así es
posible dialogar críticamente con Marx, con Freíd, con Durkheim, con la antropología
francesa, liberándose de los “ismos” que, como discursos textuales de elaboraciones
secundarias, impiden pensar con la propia cabeza.

-¿Dónde se hace visible la influencia de los “ismos”?


B.A.:-Este impedimento se manifiesta como un poder cuya expresión clásica en
América Latina ha sido la sociología y antropología académicas, el marxismo
dogmático o el psicoanálisis dogmático (si incluyo al psicoanálisis es porque, desde mi
perspectiva, la teoría de Freud constituyó un aporte revolucionario en la dimensión del
sujeto de la cultura).

-¿Cómo se puede implementar la perspectiva de la Antropología


Latinoamericana?
B.A.:-En primer lugar, reconociendo que el científico social no es un extraño, tal como
sucedía en la antropología clásica europea, cuya carga adicional estaba dada porque el
“científico” formaba parte, a la vez, de una comunidad de investigadores y de una
potencia colonial. En nuestra América Latina no hay pueblos “primitivos”, hay
latinoamericanos marginados y latinoamericanos privilegiados, o a mitad de camino,
pero que forman en su conjunto una realidad ante la cual el antropólogo debe actuar
como en su propio medio, y en éste tiene mucho que ver la concepción teórica e
ideológica que se maneje.

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-¿Puede dar ejemplos?
B.A.:-Se habla mucho de “Antropología Aplicada” como forma a través de la cual el
científico social ocuparía un lugar complementario en el seno de políticas de
transformación social o comunitaria. Esta práctica, tomada como práctica, sin un
análisis en profundidad del contexto histórico-cultural desde el que fue formulada (la
antropología anglo-sajona y la necesidad de ajustar mecanismos de control de culturas o
sociedades periféricas en países coloniales y semicoloniales) lleva a una suerte de vicio
profesionalista que transforma al antropólogo en un auxiliar acrítico de cualquier tipo de
política reaccionaria. Esta posición de “neutralidad” deja para el poder externo la
manipulación de los contenidos de la práctica y transforma al profesional en un vehículo
ingenuo de ideologías y prácticas de las que, en el mejor de los casos, desconoce su
sentido.

-¿Existe un cuerpo teórico constituido de lo que llamaríamos Antropología


Latinoamericana?
B.A.:-No existe un cuerpo teórico, del adormecimiento al que la sometieron la
concepción evolucionista clásica (cuyos ejemplos de aplicación pueden ser Sarmiento,
Ramos Mejía, el boliviano Alcides Arguedas y otros), el funcionalismo, el estructural-
funcionalismo, el culturalismo norteamericano, el marxismo positivista y la perspectiva
de los estudios “sociedad Fol.-sociedad urbana”, dominantes en las últimas décadas. Sin
embargo, hay una revisión profunda que desde diversos planos confluyen para otorgar
originalidad a nuestro pensamiento.

-¿Quiénes son sus representantes más notables?


B.A.:-Podemos citar a Darcy Ribeiro, quien en su “Las Américas y la civilización”
propone vías teóricas liberadas de los prejuicios eurocéntricos. En México,
antropólogos como Angel Palerm, Bomfil Batalla, Arturo Warman; el argentino
Eduardo Menéndez, que desde hace diez años produce en México. Todos ellos
denuncian una impregnación inteligente de la realidad sociocultural circundante
expresada, en el caso de Menéndez, por ejemplo, en interesantes propuestas como “Cura
y Control”, donde analiza los problemas de la práctica psiquiátrica y sus
categorizaciones alienadas en América Latina.
Está también el caso de la producción peruana, la que además de la obra de José María
Arguedas, cuenta con las publicaciones del Instituto de Estudios Peruanos, a través del
cual se reflejan años de labor en estudios de antropología económica y social en las
zonas agrarias de dicho país. En la Argentina rescatamos como un intento
verdaderamente interesante, aunque polémico y contradictorio, la obra de Rodolfo
Kusch, lamentablemente tan poco reconocido en las instituciones académicas. De la
lectura de estos autores (la lista es más grande) se desprende una reflexión-conclusión
que antagoniza con el practicismo profesionalista de muchos “antropólogos
institucionales”. Esta reflexión apunta a la necesidad de discriminar positivamente a
favor de la profundización de la problemática teórica, a fin de desbrozar, de ese modo,
el camino para una práctica original, rompiendo con las escuelas que en los países
centrales son el resultado de necesidades que muy poco tienen que ver con nosotros.

-¿De ahí el cuestionamiento que se hace a conceptos tales como modernidad o


progreso?
B.A.:-La Antropología Latinoamericana debe sostener el derecho a la diferencia y,
desde allí, valorizar términos como “progreso” o “modernización”, que sirvieron

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clásicamente para conceptualizar acciones de depredación y vasallaje de los países
coloniales y semicoloniales.
-¿Existe una persecución político-ideológica contra la Antropología
Latinoamericana?
B.A.:-Depende, en general, los planteos críticos, si apuntan verdaderamente al
cuestionamiento de nuestra realidad semicolonial, sufren las consecuencias represivas
de dicho régimen. Las principales son: la muerte, la cárcel, la proscripción, y en otros
casos, la marginación académica o la puesta en ridículo por parte de “científicos”
propietarios del saber científico-social. Un concurso para acceder a una cátedra puede
ser oportunidad para que a los que pensamos de ese modo se nos impida el derecho a la
palabra.

-De todos modos, hay un crecimiento efectivo den la producción teórica de quienes
participan de esta línea de pensamiento ¿no es cierto?
B.A.:-De acuerdo a las producciones más recientes y destacadas, y contando con ciertas
condiciones de estabilidad, es posible pensar que en las próximas décadas pueda
constituirse sólidamente un pensamiento que nos identifique en el conjunto del proceso
liberador y unificador que aguarda a Latinoamérica.
En primer lugar, debemos romper con la concepción unilateral de la “Historia
Universal” que produjo Europa y en la que incorporó, por la violencia física o el
dominio espiritual, al mundo semicolonial del que formamos parte. Desgajarnos de esa
concepción única de la historia, para percibirnos desde una historicidad propia que nos
atraviesa como cauce original, constituirá, sin duda, un paso decisivo en la estrategia de
nuestra liberación continental.
En segundo lugar, debemos enfrentar el dogmatismo textual de nuestra cultura
académica como una de las tareas de “desconstrucción” más necesarias y urgentes. Los
estragos que el “marxismo”, el liberalismo, los modelos sociologistas o economicistas,
han provocado en nuestro sistema conceptual suponen una distorsión de tal naturaleza
que conviene que, en este aspecto, seamos lo más cuidadosos posible.
Debemos convencernos en primer lugar, y actuar en consecuencia , de que una teoría es
un conjunto de aperturas problemáticas hacia la realidad, siempre fluyente e inabarcable
con los criterios de verdad que ha elaborado la tradición racionalista de Occidente. De
esta ilusión positivista, cuyo finalismo aspira al logro de un saber capaz de hacer
accesible todo lo real, no escaparon ni Marx ni Freíd, quienes entre otros, hicieron
rupturas revolucionarias en relación con los fundamentos consagrados del conocimiento
y la práctica de su propia cultura.
La experiencia de los pueblos que han sobrevivido, con sus culturas, sus cosmologías,
sus costumbres, a la obra destructora de esta civilización occidental, nos habla de una
realidad que ratifica el valor de la diferencia como punto de arranque de un análisis que
integra al sujeto de la cultura como eslabón fundamental, en la elaboración conceptual
propia de las ciencias que llamamos sociales. De este modo, aquello que en el
racionalismo burgués ocupa el lugar desvalorizado del mito es, desde la perspectiva de
la experiencia de los pueblos marginados, un lugar de anclaje con una historia que
conserva vigencia porque está situada como presupuesto de una identidad que funda, no
sólo su razón de ser, sino su sentido estratégico.
La antropología mucho tiene que decir al respecto. Si es capaz de traducir el fragmento
de realidad que le toca, dejándose atravesar por esa particular historia que la encierra,
será capaz de producir conceptos originales…porque como decía el gran escritor rudo:
Habla de tu aldea y serás universal”.

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