Un Estilo Vagabundo y Fuera de Casa (Capítulo de Libro)
Un Estilo Vagabundo y Fuera de Casa (Capítulo de Libro)
Un Estilo Vagabundo y Fuera de Casa (Capítulo de Libro)
1. Los comienzos
diferente a las primeras dcadas del siglo XX; asi como reconocen a Lenidas y Osvaldo Lamborghini como faros literarios y destacan el valor literario de la obra narrativa de Csar Aira. La seccin, a su vez, adelanta lo que ser, aos ms tarde, el horizonte de transformacin de la teora y crtica literarias que se desarrollar en
2. La dispersin de la lectura
No hace falta decir que para un narrador toda referencia literaria y paseo sobre su biblioteca personal, por incidental que parezca, puede promover un debate infinito entre las aseveraciones crticas de una obra ajena y la inscripcin especular, que declara un autor como sujeto de su propio entendimiento. En el espejo de la lectura, la crtica de un escritor puede pensarse como un autoretrato, donde el artista y el modelo parecen coincidir, y los desplazamientos de la identidad autoral pueden ser excursiones mudas y sin ruido, marcas de legitimidad de la propia obra. Bajo los seudnimos de Sergio Racuzzi o de Rita Fonseca, en sus primeras intervenciones, Chejfec comenz a delinear, en breves notas o reseas, su pensamiento literario y su prctica crtica que, en muchos casos, podran pensarse como relatos en espejo: hablar sobre los libros ajenos es hablar al mismo tiempo de los propios. Ficciones crticas y brevsimas lecturas que, a manera de trazos o de huellas inscriptas, permiten entrever como un mapa literario, las capas y los sedimentos de su potica, entrevista en fragmentos anticipatorios. As por ejemplo, la breve nota, firmada con el pseudnimo femenino de Rita Fonseca, sobre la publicacin en espaol de los relatos de Thomas Bernhardt en la revista Fin de siglo (n 8: 61), su
comentario sobre la obtensin del Premio Nadal por parte de Jun Jos Saer, o la Nota introductoria a la entrevista que le realizara al autor santafecino, en la revista
Pie de pgina (1983: 3) junto a Mnica Tamborenea, y firmada con las iniciales S. R.
(luego confirmadas por el nombre completo de Sergio Racuzzi), sealizaban la leccin de sus primeros maestros, visibles en su primera novela, Lenta biografa (1990). En la nota introductoria se colocaba a la produccin de Saer bajo el signo de la marginalidad (o mejor de los caminos marginales) y la excentricidad. Y, Chejfec, convalidaba su obra a partir de una contundencia que no puede sino tener (una) descendencia en la literatura argentina. Operacin, si se quiere, borgeana, el futuro autor o el novelista en estado de enunciacin prefigura los signos que podrn leerse en su propia obra; colocndose como un continuador de una obra central, dentro de su perspectiva, en la literatura argentina. La afirmacin de Chejfec, se lee no lejos de las afirmaciones de Iuri Tinianov en Avanguardia e tradizione (1968: 135); o, muy cerca de la inflexin pardica de Emilio Renzi en Respiracin artificial (1980) de Ricardo Piglia: [...}quiz habr de fundar en el pas cierta descendencia de sobrinos (1983: 3). Quiz, en este sentido, no sea causal el apartado dedicado a la novela El entenado y la dedicatoria a Juan Jos Saer que abre El punto vacilante. Literatura, ideas y mundo (2005), el ltimo libro de ensayos de Chejfec. Se podra decir que si en los comienzos la narrativa del autor convocaba a Juan Jos Saer, como su ancestro y padre textual privilegiado, a partir de El aire (1992) y, ms precisamente, con sus novelas Los planetas (1999) y Boca de lobo (2000) se percibe cierto efecto o eco evanescente propio de la narrativa de Csar Aira. La incidencia ficcional de ciertos actos banales no impide al autor, que cualquier fragmento o escena narrativa, por insignificante que parezca, resulte un terreno de experimentacin o se encuentre vacilante, ante la impresin grvida del ensayo. La inversin o el desvo de las intenciones prima rias generan, muchas veces, en Chejfec, una anomala y una suerte de des-composicin del concepto clsico de novela, que remite como sabemos, en sus presupuestos estticos bsicos, a la gran tradicin del realismo europeo.
As por ejemplo, La novela Boca de lobo reanuda ciertos tpicos y motivos de la llamada novela social de los aos 60: la localizacin de los hechos en un barrio suburbano, una fbrica como espacio central, un obrero despedido porque se resiste a aprehender el funcionamiento de una nueva mquina, un hombre adulto que, en la novela oficia como narrador, se enamora de Delia, una trabajadora fabril adolescente, abandonada cuando queda embarazada. La novela vuelve sobre una problemtica propia de esa poca: las relaciones de dominacin, la alienacin producto de la divisin del trabajo, la relacin enajenante entre el trabajador y la mquina de trabajo, la relacin entre trabajador y su producto de trabajo. Sin embargo, no hay en Boca de
Personajes des-figurados. Con esto quiero decir que estan construidos por fuera de los protocolos de la teora lukacsiana del personaje en tanto tipos o figuras representativas- , ya que tienden a desvanecerse, como en una fbula kafkiana, en las iniciales de una letra F, M o G-
cuando la clase obrera, en la actualidad, se halla en pleno proceso de desproletarizacin. 2 Si es verdad, como afirma Gilles Deleuze (1989: 93-96), que el sentido comn es el peor de los sentidos, con Chejfec asistimos a una experiencia narrativa que nos dice que el sentido no es lo que falta, sino que las palabras, siempre errantes y en suspenso, se construyen y significan en la falta. Se sabe, alguien, en algn lugar, hace creer, y alguien descree de lo dicho. La contracara del pacto de fe de la ficcin, como sabemos, es la traicin. La historia en Chejfec, siempre hay que buscarla en otro lugar: ah donde el tiempo proyecta la sombra de un aplazamiento o, all, donde la escritura traza el rostro de su propio enigma. La verdad, dira Chejfec, siempre es aleatoria.
3. Retrato de autor
Un anlisis ms detallado de la novela lo desarroll en mi artculo Ficciones proletarias. Literatura y ciudad en las ltimas dcadas (2003: 172-178).
que me interesa resaltar es una lectura que hace Sarlo de sus primeras novelas
Lenta biografa y Moral, ambas de 1990- que preanuncia, si se quiere, algunos rasgos
de la apuesta narrativa del autor. Por esos aos, Beatriz Sarlo afirmaba:
Leyendo sus novelas, estamos en una situacin de inseguridad continua pero atenuada: las palabras a veces no parecen responder del todo a lo que se acostumbra, a veces se desvan haca un lado incorrecto, o buscan extenderse hasta ocupar el lugar de otras palabras. Escribe como si mirara el lenguaje de reojo, no por desconfianza (eso sera casi un lugar comn) sino como si no tuviera recuerdos del lenguaje, como si ese instrumento fuera algo que conoce perfectamente pero que, al mismo tiempo, le resulta un territorio extrao del que tiene que apropiarse. Sera equivocado pensar que su relacin es insegura, se trata ms bien de una perspectiva en diagonal sobre un espacio que habitualmente miramos de frente. Al escribir recorre sendas laterales y caminos desviados (Sarlo 1994: 149).
Esa situacin de peligro, que estaba presente ya en las primeras novelas del autor, se constitua, principalmente, en la configuracin de un contrato de lectura, lento y moroso, a partir de una sintaxis narrativa que haca de las frases extensas, saturadas de guiones y parntesis su modo de ser bsico.3 En este sentido, muchas veces, como lectores, quedamos atrapados en una suerte de telaraa ante el naufragio de la lengua, sumergidos en la torsin de las palabras que se enrollan sobre s mismas y se desarrollan, vacilantes, en infinitos erizos. El arte de dar vueltas la frase y extender los posibles narrativos tendr, ms tarde, su equivalencia con la mana ambulatoria de sus personajes sobre el territorio urbano. Si se quiere el caminar, el vagabundear encuentra una primera definicin como espacio de enunciacin. Como si sus novelas fueran una ficcin terica sobre cierta manera de
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Hace unos aos, el escritor argentino Carlos Eduardo Feiling afirmaba a propsito de la primera novela de Chejfec : Como toda novela, Lenta biografa es pedaggica, ofrece al lector una forma de ejercitar su sensibilidad, de cultivar sus ocios a travs de una suspensin inmoral de la teleologa cotidiana. Como toda novela buena, Lenta biografa ha sabido resolver un problema alegrico: la medida de su triunfo reside en haber encontrado los procedimientos (parntesis, guiones) con que presentar a la figura del perseguido de una manera estticamente atractiva. Cfr. Feiling 1990: 170.
caminar. Una manera de aproximarse a tientas sobre los bordes imprecisos e inestables de la experiencia narrativa. Asimismo, la singular decisin de convertir la ambigedad y la incertidumbre en el propio objeto narrativo, mostraba un itinerario que no elega los caminos ms seguros y previsibles. Podramos decir que la potica de narrativa de Chejfec se potencia en una radical negatividad que vulnera y erosiona cualquier intento de clasificacin y de definicin ms o menos imaginable. Si para George Steiner (2000:34-35) la literatura contempornea puede ser considerada como una literatura de exilio permanente, el estilo de Chejfec, como la identidad de sus personajes, es un estilo vagabundo y fuera de casa, al manejar el cdigo novelstico como un extranjero. En este sentido, la narrativa de Chejfec se presenta bajo la forma inestable del ensayo la experimentacin- afirmando la inconclusin permanente de la novela. Los registros mezclados, la vibracin de fronteras genricas, la estetizacin y politizacin de la memoria, las descripciones apenas entrevistas, l as ideas fuera de lugar y la errancia como escenario del discurso son motivos y entonaciones que convocan a la constitucin de un nombre propio. Cmo poner a prueba un pensamiento errtico? Cmo dar forma a historias sin terminar? Cmo narrar lo indeterminado? Cmo narrar las capas delgadas e imprecisas que emergen sobre el estado de las cosas? Esos son algunos de los interrogantes que Chejfec asume como propios del arte narrativo contemporneo.
El no lugar de una historia familiar, la ausencia de una persona amada o la presencia-ausencia de un amigo desaparecido que interpela en tanto cuerpo insepultoconvocando su propia rememoracin son algunos focos o centros
Los recuerdos en las novelas de Chejfec son como monedas gastadas y perdidas, incapaces de encadenarse en una sucesin. Si el uso desviado del registro autobiogrfico (en particular en su vertiente biogrfica), tanto en Lenta biografa como en Moral, convoca secretamente a Marcel Schwob y a Jorge Luis Borges, en donde la intensidad (sinttica y emblemtica) se roza con la extensin (morosa, digresiva y, por momentos, autoreferencial), en El extranjero (1993), el recue rdo se extiende en el tiempo inmvil que produce la muerte de un hermano (Ernesto en el relato) o, en la novela Los planetas, se concentra en los efectos migratorios del pasado (en el hipottico e irreal destino de M, el amigo de S, desaparecido en los aos 70, persistiendo, como un pacto velado de ausencia, en el presente continuo de una foto).4 As tambin, en su incursin en el registro potico, Chejfec remite a la coartada genealgica. En Botn de guerra, el primer poema de su serie Tres
Sobre el uso del registro autobiogrfico y el particular tratamiento del gnero por parte de Chejfec, son interesantes las reflexiones que l mismo autor sostie ne en una entrevista que le realizara junto
narrador. Donar al padre una versin de su vida, si se quiere, es un acto de fidelidad; pero tambin, es hacerlo perder el rostro en la dispora de las palabras ajenas. Si la primera novela convocaba, en un relato que circulaba a media voz y en sordina en los entreactos de sobremesa, a la historia de un sobreviviente de los campos de exterminio nazi, en Los planetas (1999), Chejfec apartndose visiblemente del registro testimonial y encubriendo los nombres propios de una historia personal en los desdoblamientos del sujeto (M de Miguel o de Mauricio; tambin podra decir M de Daniel ya que, como sabemos, detrs de las letras puede haber cualquier nombre [1999: 18]), transforma la historia de un desaparecido de la ltima dictadura militar, en una historia de escritura. Quien quiere recordar a su amigo de la infancia y de la adolescencia, porque ha olvidado, reconstruye una historia de la que S (suponemos que Sergio) es su heredero. La escritura, en este sentido, cumple, otra vez, la funcin de un don: escribir sobre M es devolver la palabra a aquel que ya no puede hablar. Un narrador externo y neutro a la historia ensaya contar -porque el registro de la novela es a la vez, ensaystico e ntimo- lo que sabe el amigo de M y lo que ste puede conjeturar sobre su vida. La novela se extiende sobre los efectos migratorios y errticos del pasado de un personaje, que como un cuerpo ausente y fantasma, migra, de escena en escena, de relato en relato, atravesando y poblando los rastros huidizos de quien quiere estar en estado de memoria. Y si las historias de vida de S y M constituyen dos planos que se ofrecen simtricos y complementarios, cuando M desaparece, lo hace para que S empiece el libro:
Ultimaron los detalles en la puerta, y gozando por anticipado la ilusin proveniente slo de su imaginacin, ambos rieron de felicidad al trocar sus nombres. Sergio le dijo Sergio a Miguel y Miguel le dijo Mi guel a Sergio. (Chejfec 1999: 47). Eran equivalentes. Decir Sergio, por ejemplo, significaba decir eso mismo y el otro a la vez; lo mismo suceda al decir Miguel (Chejfec 1999: 53)
a Nancy Fernndez, en el ao 1999. Ver Berg, Edgardo y Fernndez, Nancy (1999: 319 -332).
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El desaparecido, el ausente impone la tutela y la mirada perpetua e interminable. Cuando ya no importe la posibilidad de narrar la ex-tensin de los posibles y las escenas narrativas parezcan haber terminado, est lo que viene despus: las fotografas de infancia conservadas como talismanes, el block maravilloso de un diario incompleto y fragmentario que, como un palimpsesto, inscribe la huella permanente de lo escrito y su borramiento. Y si la olvidadiza memoria es el carril indispensable que recorre el intercambio narrativo, el narrador, el sujeto en estado de memoria, es un Aquiles que enfrenta, andando hacia atrs, a la tortuga paradjica del tiempo.
5. Ciudad
Deca que el arte de dar vueltas a las frases y extender los posibles narrativos tiene como su equivalente el arte ambulatorio de los personajes sobre el territorio urbano. En casi todos sus textos, Chejfec introduce la figura de un personaje de naturaleza vagabunda y aventurera. Barroso ( El aire), la narradora, amiga de Estela e Isabel (El llamado de la especie), Sergio o Miguel (Los planetas), Delia o su compaero (Boca de lobo) y Flix (Los incompletos) son sujetos que marchan, siempre en estado de paseo o errancia. Ajenos a la seguridad que da la pertenencia a un sitio y desprovistos, por eleccin, de identidad civil o barrial, convocan la imagen y el rostro desfigurado del forastero y el migrante, que nos remiten al tpico del judo errante y a la tradicin cultural de las fbulas jasdicas. Dice Michel De Certeau (1996: 116) que andar es no tener lugar. Los personajes de Chejfec, muchas veces, desprovistos de un lugar seguro y caracterizados por un nomadismo crnico, son sujetos desterritorializados que slo fijan residencias transitorias. Y si los personajes, como en los relatos kafkianos, pierden a menudo su identidad y son nombrados, muchas veces, por las iniciales del nombre propio o con una letra del alfabeto (X, Y, Z, en El llamado de la especie, M y S en Los planetas), al
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recorrer el espacio urbano, transitan una ciudad extraada, sin contornos precisos. El eclipse del rostro, el borramiento paulatino de la identidad fija de sus personajes se corresponde con el paseo por un territorio inhspito o fantasmal. Chejfec se detiene sobre los desperdicios del paisaje urbano, como si una catstrofe hubiera dejado sus rastros. Terrenos baldos, barrios abandonados y pauperizados, cmulos de desperdicios y de chatarras. Al modo de un paisaje postindustrial, propio de la ciencia ficcin contempornea, las ciudades modernas se han convertido, ms que en un espacio urbano, en una capa geolgica. Espacios vacios y amorfos que
pierden sus coordenadas euclideanas y olvidan sus lmites. Parece como si todo estuviera a punto de su disolucin, bajo el estado incivil de la vegetacin y la presencia inerte de los cuerpos inorgnicos. Bajo la mirada del que est extasiado el espacio urbano puede construirse como una alegora de tiempos superpuestos. La entrada sigilosa y enigmtica de una carta por debajo de una puerta puede generar una intriga, una historia de amor o de ausencia. Se podra decir que El aire de Sergio Chejfec comienza ah, cuando se ha abierto una fisura o se ha roto un pacto o una alianza. La primera carta que el protagonista reconoce de su mujer, como ndice de desorganizacin de un sistema cerrado-el espacio ntimo y privado de un departamento - forja un exceso, origina y da lugar a la narracin:
Adentro haba una pequea hoja doblada en dos, y en ella un breve mensaje escrito con esa misma letra que antes o despus haba puesto Barroso: Me voy a Carmelo. No me sigas. Ms adelante voy a escribirte . No haba firma, cosa para l innecesaria; haba reconocido la letra de Benavente (1992: 14).
Este episodio, verdadera armazn del relato, funda la espera y deviene en el texto como coordenada de espacio-tiempo. En tanto intervalo es un vaco que se ha abierto en la vida de Barroso en relacin al tiempo de otro (su mujer, Benavente); en tanto intersticio, es una grieta que el protagonista percibir, ms tarde, en el paisaje
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urbano. La repeticin de la instancia de la letra -las tres cartas que recibe Barroso de su mujer- confirman un estado expectante del protagonista que invierte el narrema clsico: es Barroso el que espera y Benavente la que viaja. La intriga se mantiene en el texto, por la ausencia de la mujer y la postergacin infinita del encuentro. El creer para Barroso, toma la forma de una palabra -la carta-siempre diferida y aplazada, que colma el intervalo entre una prdida presente y la creencia de un encuentro futuro.5 Sumergido en un presente continuo (el pasado era el olvido, el futuro era irreal, quedaba entonces por lo tanto el presente aislado del universo), el riesgo que asume el protagonista es estar expuesto al tiempo que depende de otro. Mientras Benavente viaja por la costa uruguaya,. Barroso se queda inmvil por el encantamiento del tiempo de la espera.6 Hasta que no ingrese la carta como inscripcin del tiempo de la ausencia ese hueco o vaco percibido en primer trmino, por la falta de un cepillo de dientes en el bao-, para el ingeniero Barroso lo real se reduce al cmputo de magnitudes y medidas. Despus de ese vaco, nada de lo real est asegurado, y la obsesin de afirmar juicios y conclusiones lgicas comienza a desmoronarse. Esas distancias, medidas y pesos son categoras que simplifican o reducen la natural complejidad del mundo. La carta, deca, es un exceso, un ex-cursus. La falta o la ausencia que las tres cartas traslucen, provocan otro sistema de circulacin, otro itinerario. Los desplazamientos y migraciones de la ausente determinan a Barroso, lo arrojan fuera
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En un excelente artculo sobre la funcin social del creer, dice Michel de Certeau que el creer mantiene una relacin privilegiada con la palabra: Frecuentemente toma la forma de una palabra, que colma el intervalo entre una prdida presente (lo que se confa) y una remuneracin por venir (lo que ser recuperado). Bifaz, la palabra sumerge a este presente de prdida en un porvenir anticipado. Su status (qu no es acaso el de toda palabra?) es decir a la vez la ausencia de la cosa y la promesa de su retorno (1992, 51). En este sentido, se podra decir que Barroso es un crdulo que espera la confirmacin de una alianza o contrato de fe a partir de una carta, que nunca llega. 6 En el captulo sobre la espera de Fragmentos de un discurso amoroso, Roland Barthes se detiene en el gesto y la escenografa que la misma produce como una pieza de teatro. La espera instala una temporalidad diferente y define al que espera como un sujeto sedentario e inmvil, subordinado a un conjunto de interdicciones y retrasos: cartas, citas, llamadas telefnicas. Como un bulto en un rincn, ese sujeto encogido en un lugar, en sufrimiento, se halla sometido al tiempo del otro. Por eso Barthes va decir: La espera es un encantamiento: recib la orden de no moverme (Barthes 1989: 124).
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de lugar como un sujeto extra-vagante. Cuando el protagonista desecha la posibilidad de agotar la semiosis o de capturar el sentido siempre furtivo de la letra y abandona el proyecto de seguir a su mujer por Carmelo, Colonia o Montevideo, de donde llegan las tres cartas, se extrava en la escena pblica. La fisura que abre el tiempo de la espera provoca ese desfasaje, un pasaje de lo privado a la otra escena: la grafa del camino urbano. Barroso circula, traspasa casi sin saberlo, de una grafa privada a una cartografa pblica. Los rastros que disemina la topografa urbana proyectan un paisaje, una ciudad en vas de su desintegracin. El dinero ha sido reemplazado por el vidrio y por Buenos Aires circulan nuevos traperos; y los recientes lmpenes, son botelleros profesionales. Trastocando centro y periferia, ahora, los asentamientos no son extramuros sino que ocupan las terrazas y los techos de los edificios ms prximos. La disgregacin social y las transformaciones negativas del paisaje disean una hiptesis regresiva; son los sedimentos de la pesadilla futura: plantas silvestres que crecen, vecindarios degradados y gente portando botellas o rescatando los desechos de los contenedores de los edificios y los restaurantes.El aire urbano se vuelve irresistible, viscoso, porque se ha abierto otra grieta. La visin de la ciudad es literalmente alegrica, si se me permite este oxmoron, porque rene los fragmentos, los desperdicios y ruinas del diseo urbano. Su imagen se ha hecho quebradiza, como el vidrio que es moneda de cambio de los nuevos lmpenes o parias sociales de la ciudad. Para Barroso, el espacio hueco, la grieta que origina la ausencia de Benavente, ahora, se percibe como pura extensin. Las manchas de pasto, el pajonal, la tierra balda son seales de irrupcin de otro tiempo. Ese cambio de la causalidad en el trayecto ciudadano es una fuga hacia el pasado preurbano, o una inclusin de la naturaleza rural en la ciudad.7
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La desintegracin urbana que en la novela de Chejfec funciona como una suerte de ruralismo moderno o escena retro -al modo de la ciencia-ficcin, en las reflexiones de Ezequiel Martnez Estrada, del cual la novela toma prestada ciertas reflexiones y funcionan como inscripciones a modo de homenaje, se constituye como un relato atemporal que deconstruye el ideologema moderno de la ciudad. Cuando Martnez Estrada describe la topografa y el perfil arquitectnico porteo, no hace otra cosa que contar un relato genealgico que nos remite al esquema civilizacin /barbarie pero invertido en sus trminos. Buenos Aires es una especie de reduplicacin de la pampa porque ha ido
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formndose de manera discontinua y quebrada, a travs de grietas. por fracturas y zonas francas: Los terrenos baldos de ayer son las casas de un piso ahora. Al principio se construa sobre la tierra, a la izquierda o la derecha, espordicamente; hoy se utiliza el primer piso como terreno, y las casas de un piso ya son los terrenos baldos de las casas de dos o ms (Martnez Estrada: [1933] 1991: 203)
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Las diferentes historias que la narradora cuenta o quiere recordar transcurren en un lugar incierto, probablemente latinoamericano. San Carlos es ms o menos igual a cualquier lugar o sitio contemporneo. Espacios imprecisos y cambiantes, poblados fantasmas donde duerme gente emigrada al costado de la ruta o vagan, extraviados, personajes sin nombre (x, y o z) y perros anmicos y sin olfato. La narradora recorre y se sumerge por el detritus urbano; y los desechos y los terrenos baldos comienzan a confundir, otra vez, la naturaleza rural y la urbana, presagiando un inevitable retorno a lo silvestre. Fbricas, ranchos, galpones abandonados, calles sin retorno o destino, lugares desplazados e incompletos, ruinas o escombros; en definitiva, los nuevos escenarios urbanos se configuran sobre la base de la destruccin del barrio o la zona. Pero qu pasa cuando la ciudad, la geografa urbana forma parte del recuerdo? O cuando las calles prximas que transitamos, en la niez o en la
adolescencia, mudan sus temporalidades y retornan cargadas de lejana? Qu lugar ocupa la ausencia? O mejor, dnde se aloja el cuerpo ausente en la complicidad silenciosa de la ciudad ? En este sentido, en Los planetas, la ciudad cuenta tambin un relato de identidad y despojo; y registra la compleja relacin entre la memoria histrica y el olvido. Lo perdido o extraviado se renueva y conserva, sugiriendo una paradjica persistencia, al modo de las pistas dejadas atrs despus de una caminata. Dicho de otro modo, la aventura del tiempo que postula la novela es al mismo tiempo una aventura espacial. Buenos Aires exhibe las marcas de su historia, las huellas de un tiempo pasado percibido antes de su disolucin u olvido. Los fragmentos narrativos, las microhistorias y las fbulas, levemente kafkianas, narran tambin, a su modo, cmo una ciudad familiar puede convertirse, bajo la mirada del que recuerda o trata de recordar, en un espacio extraado y desconocido. Y si la (auto)biografa que cuenta la novela tiene que ver con el transcurso del tiempo del otro, el perpetuo presente, planetario y errante que evoca a M, las huellas de una ciudad perdida, con sus calles fuera de destino y sus lugares transformados, forman parte, si se quiere, de una (auto)biografa espacial. Y si andar es no tener un sitio o un lugar fijo, el que
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recuerda, olvidando, en su vagabundeo por las calles descubre, como resto, la herida y el surco cavado en el pozo del tiempo: Y en su permanente zig-zag, la escritura se transforma en un torbellino de tiempos fracturados y superpuestos. Los lugares y espacios vividos, los zonas recorridas son historias ambulatorias, pasados-presentes que van y vienen; y se despliegan dialogando como relatos en espera. Cuando las iniciales de un cuerpo presente en su ausencia se entrecruzan con la prdida de la cadena onomstica que designa las calles transitadas, el espacio urbano adquiere su ptina mortuoria con los restos esparcidos sobre su extensin. Y es aqu, cuando Buenos Aires, escenifica un teatro sinies tro y verista como forma subsidiaria de la estela dejada por los cadveres insepultos que inundan la ciudad: Si las calles de una ciudad estn preadas de un pasado inconcluso que nunca termina de decir lo que tiene que decir y el escribir es un acto de cercana y vecindad con el otro, la historia que cuenta Los planetas de Sergio Chejfec bien podra pensarse como un acto de redencin poltica: el futuro de un pasado que an no ha terminado.8
Robert Musil escribi, hace tiempo, una novela titulada El hombre sin
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En el contexto global de las comunicaciones instantneas, donde todo puede suceder simultneamente, al mismo tiempo y en cualquier lugar, alguien, en Buenos Aires, recibe postales y esquelas de un amigo que ha decidido viajar por el mundo y convertirse en un argentino en fuga permanente. Se podra afirmar que la espera es la respiracin de la ltima novela de Sergio Chejfec y el entretiempo es el comps narrativo que permite el intercambio comunicativo, la circulacin de historias fragmentarias y a medio hacer. Los incompletos (2004), nos vuelve a mostrar, como si fueran las siluetas de un panorama reflejado en una tarjeta postal, las vidas artificales y las memorias huecas de personajes anclados en una Mosc indeterminada. Al igual que maneques, sin rostro ni identidad, manejados por un tramoyista, se mueven por la vida como fichas de madera de un domin ciego. La novela de Chejfec, en este sentido, no es otra cosa que las cavilaciones, hiptesis y conjeturas imaginarias de un narrador sobre el destino irreal e inconcluso de sus personajes. Quien narra en Los incompletos, traduce o imagina los pasos de Flix, un personaje atrapado entre dos tiempos: el tiempo de las referencias que remiten a una Mosc extraada y enigmtica y el tiempo anterior de la parti da, que si regresa, regresa de modo azaroso, cmo esquirlas de acontecimientos. Si se quiere, los protagonistas de este dilogo, el narrador sedentario y el viajero crnico, siempre hablan a destiempo. La vida quiz sea una novela. Los protagonistas de Los incompletos transcurren buena parte de sus das en el hotel Salgado, un hotel incierto, perdido y abandonado en las afueras de Mosc; y mantienen con la novela que los alberga una relacin de incertidumbre. Masha y Flix, extraados para el mundo como para s mismos, son sujetos reducidos al estado del fragmento, incompletos. Flix, Masha o H, son maquetas, hiptesis, ideas, proyectos inconclusos, la parte de una vida que ignoran. El personaje de la novela, en el sentido tradicional que damos a este
Tomo prestadas algunas ideas sobre la dinmica del recuerdo y las temporalidades superpuestas que implica el ejercicio de la memoria desarrolladas por Andreas Huyssen (2002).
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narrador, como una persona plana, sin psicologa, sin contradicciones e incluso sin subjetividad. Lo mismo puede decirse de Masha (Chejfec 2004: 147). Pero en la inseguridad incierta de un breve lapsus o de una interrupcin, en algn momento, Masha y Flix maridan sus duraciones y se prestan sus vidas: quieren convertirse en personajes de una novela (Chejfec: 84 -89; 97). Masha imagina la vida de Flix como sacada de un libro y Flix, al mismo tiempo, imagina la vida de Masha como la historia de una herona recien salida de una novela a punto de leer. Como monedas de cambio, las vidas son los billetes contados en la pgina oculta que sostiene Masha y el libro es el sitio donde el dinero (novelesco) duerme . Muchas veces hemos ledo o escuchado que el gnero novelstico ha llegado a su fin: argumento, espacio, tiempo, personajes, todo el inventario del arte de narrar ha desaparecido o se ha reducido hasta lo irreconocible. La progresin narrativa en Chejfec, suele ser un continuo de breves episodios, encuentros-desencuentros y situaciones-prlogos. Se trata, ms bien, de una progresin engaosa de historias inconclusas y truncas. Como relatos en suspenso adquieren la forma de anuncios, siluetas o advertencias que nunca se cumplen del todo. Estas microhistorias a medio borrar parecen describir, como rbitas flotantes, el trazo irregular y discontinuo de la escritura. Y si los textos de Chejfec avanzan hacia algn lugar, si es posible hablar de avance en sus novelas, es porque registran, entre la proximidad y la lejana, la herida intempestiva del pasado en el presente. Chejfec, con su ltima novela, lleva el espacio narrativo hasta los confines y su bsqueda se transforma en un plano que parece vaco o deshabitado. Se dira que la novela se ha convertido en un ensayo sobre el gnero, o ms precisamente que la novela es un ensayo sobre las ruinas del arte novelesco. Escenas que se intersectan con otras, soluciones provisorias, encrucijadas imaginarias que no cierran. Escribir puede tener al menos un sentido, como lo sugiere Maurice Blanchot (1990: 54-55): explorar y gastar los errores. Para Chejfec, la novela no es un gnero petrificado, ni una forma fija, codificada histricamente, sino ms bien un modo de relatar, a tientas, un mundo de acciones indeterminadas y posibles. El riesgo que
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asume Chejfec es experimentar y narrar sobre las huellas visibles de lo que todava no es. Una novela si se quiere en construccin.
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REFERENCIAS BIBLIOGRFICAS
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