Polis 2011-2

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nueva poca segundo semestre 2009 Volumen 5 Nmero 2 nueva poca segundo semestre 2011 volumen 7 nmero 2
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: 1870-2333
1 991 - 201 1
Veinte aos
NDICE DE REVISTAS MEXICANAS DE
INVESTIGACIN CIENTFICA
Y TECNOLGICA
Casa abierta al tiempo
Casa abierta al tiempo
UNIVERSIDAD AUTNOMA METROPOLITANA
UNIDAD IZTAPALAPA Divisin de Ciencias Sociales y Humanidades
Departamento de Sociologa
ARTCULOS
Antonio Alonso Concheiro Los futuros de Mxico: encrucijada y clavos en el
zapato
Ricardo Espinoza Toledo Mxico: una democracia expuesta a riesgos
Enrique G. Gallegos Del sujeto abstracto al ciudadano: apertura y
clausura de la ciudadana en la modernidad
Mario Zaragoza Ramrez La comunicacin poltica en la red global.
Entendimiento y espacio pblico
Jorge Mendoza Garca La tortura en el marco de la guerra sucia en Mxico:
un ejercicio de memoria colectiva
Mario Bassols Ricrdez Construccin social del espacio urbano: Ecatepec y
Maribel Espinosa Castillo Nezahualcyotl. Dos gigantes del oriente
Horacio Mackinlay La agroindustria del tabaco en Mxico y la formacin
de la empresa paraestatal Tabamex: 1920-1972
RESEAS
Citlali Villafranco Robles Elecciones y partidos polticos en Mxico 2009
Josefina Maldonado Montes Hagamos entre todos la poltica pblica. Una
reflexin sobre la visin relacional de la poltica
pblica
1
POLIS
nueva poca / segundo semestre 2011
volumen 7, nmero 2
2

UNIVERSIDAD AUTNOMA METROPOLITANA
UNIDAD IZTAPALAPA Divisin de Ciencias Sociales y Humanidades
Departamento de Sociologa
Rector General
Dr. Enrique Fernndez Fassnacht
Secretaria General
Mtra. Iris Santacruz Fabila
UNIDAD IZTAPALAPA
Rector
Dr. Javier Velzquez Moctezuma
Secretario
Dr. scar Comas Rodrguez
Director de la Divisin de Ciencias Sociales y Humanidades
Dr. Jos Octavio Nateras Domnguez
Jefe del Departamento de Sociologa
Dr. Enrique Cuna Prez
Editora
Dra. Laura del Alizal Arriaga
Asistente Editorial
Mtro. Mario Alberto Zaragoza Ramrez
Comit Editorial del Departamento de Sociologa
Dra. Laura del Alizal Arriaga, Dr. Miguel ngel Aguilar Daz, Mtra. Martha Bauelos Crde-
nas, Mtra. Clara Ins Charry Snchez, Dr. Enrique Cuna Prez, Dr. Manuel Gonzlez Navarro,
Mtro. Omar Manjarrez Ibarra, Dr. Rafael Montesinos Carrera, Dr. Martn Mora Ledesma,
Dra. Ana Lourdes Vega Jimnez de la Cuesta
Comit Asesor
Dr. Manuel Alcntara (U. de Salamanca), Dr. Guillermo Almeyra (uxax), Dr. Marcelo Arnold
Cathalifaud (U. de Chile), Dra. Ana Bock (cii de Brasil), Dr. Vctor Manuel Durand Ponte
(uxax), Dr. Agris Galvanovskis (uiia Puebla), Dra. Mireya Lozada Santeliz (U. Central de
Venezuela), Dr. Carlos A. de Mattos (U. Catlica de Chile), Dr. Ricardo Melgar Bao (ixau),
Dr. Martn Mora (U. de G.), Dr. Marco Eduardo Murueta Reyes (uxax)
Produccin editorial y cuidado de la edicin
Grcos eFe
POLIS es una publicacin semestral editada y distribuida por el Departamento de Sociologa de la uax-
Iztapalapa, edicio H, cubculo 101, Av. San Rafael Atlixco 186, colonia Vicentina, 09340, Mxico, D.F.,
correo electrnico: [email protected]. Editor responsable: Laura del Alizal Arriaga. Certi-
cado de licitud de ttulo 13177. Certicado de licitud de contenido 10750. Certicado de reserva de de-
rechos al uso exclusivo de ttulo 04-2009-043017160400-102. issx: 1870-2333. Julio-diciembre de 2011

Integrante del ndice de Revistas Mexicanas de Investigacin Cientca y Tecnolgica del Consejo
Nacional de Ciencia y Tecnologa
Tiro: 500 ejemplares D. R. Universidad Autnoma Metropolitana, Iztapalapa, 2011
3

POLIS
nueva poca / segundo semestre 2011
volumen 7, nmero 2
Presentacin 7
Aircuios coxxixoiarivos ioi ii :o axiviisaiio
Antonio Alonso Concheiro
Los futuros de Mxico: encrucijada y clavos en el zapato 15
Ricardo Espinoza Toledo
Mxico: una democracia expuesta a riesgos 41
Aircuios
Enrique G. Gallegos
Del sujeto abstracto al ciudadano: apertura y clausura
de la ciudadana en la modernidad 65
Mario Zaragoza Ramrez
La comunicacin poltica en la red global.
Entendimiento y espacio pblico 95
Jorge Mendoza Garca
La tortura en el marco de la guerra sucia en Mxico:
un ejercicio de memoria colectiva 139
Mario Bassols Ricrdez y Maribel Espinosa Castillo
Construccin social del espacio urbano: Ecatepec
y Nezahualcyotl. Dos gigantes del oriente 181
Horacio Mackinlay
La agroindustria del tabaco en Mxico y la formacin
de la empresa paraestatal Tabamex: 1920-1972 213
4

Risixas
Citlali Villafranco Robles resea Elecciones y partidos polticos
en Mxico 2009. UAM-I 265
Josena Maldonado Montes resea Hagamos entre todos
la poltica pblica. Una reexin sobre la visin relacional
de la poltica pblica 273
Ansriacrs 283
5
Este nmero se dedica a la memoria
del profesor Jorge Fuentes Mora
6
7

Presentacin
L
a realidad social se transform en los ltimos 20 aos de una ma-
nera vertiginosa y a veces radical; provoc cambios profundos en la
manera de vivir, percibir, describir, entender y comprender el mundo.
Al quedar las ciencias sociales rebasadas en su intento de denicin y
construccin terica con respecto al avance de la realidad, se originaron
cambios profundos en los principios epistemolgicos y metodolgicos
propios del quehacer cientco social. Las ciencias sociales respondieron
de mltiples maneras. Buscando la porosidad de las fronteras, la hibri-
dacin o amalgamacin entre ellas, repensando las premisas clsicas de
cada una de las disciplinas, olvidando la idea de evolucin y progreso,
tratando de dejar atrs las disputas sobre el mtodo, e incluso inaugu-
rando paradigmas del quehacer intelectual y cientco.
Durante estos 20 aos, POLIS ha buscado contribuir con nuevas
concepciones del camino a seguir en la investigacin para tratar de res-
ponder a la complejidad cada vez mayor (existen fenmenos que no
existan o no eran signicativos ayer) y a la pluralidad de la humani-
dad (esta pluralidad suscita diversas formas de interpretar y conocer la
realidad social y acenta el inters por diversos tipos de problemas en
sociedades y momentos distintos). As, POLIS se ha convertido en refe-
rente acadmico obligado en este lapso de la historia social del Mxico
entre siglos.
Hoy POLIS festeja su vigsimo aniversario y, para celebrarlo, el
Comit Editorial ha pedido a seis reconocidos especialistas sus con-
tribuciones para reexionar sobre los cambios que en la realidad social
nacional, y en consecuencia en las ciencias sociales, se han dado en ese
periodo. A partir de este nmero presentaremos dos de esos interesan-
tes textos en cada entrega. La idea es relacionar las miradas que desde
la Ciencia Poltica, la Sociologa, la Geografa Humana y la Psicologa
Social existen sobre el pasado, presente y futuro de nuestra nacin, as
como los cambios que se han producido y los que se auguran.
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Inauguramos esta reexin multidisciplinaria con un claro y preciso
ensayo de Antonio Alonso Concheiro, una visin crtica sobre las tras-
formaciones que Mxico ha vivido en las dos dcadas recientes en las
reas de la demografa, economa, poltica y sociedad. La pregunta que
gua Los futuros en Mxico: encrucijada y clavos en el zapato hace
cuestionamientos sobre la compleja situacin de la sociedad mexicana y
la insuperable paciencia que muestra la ciudadana de nuestro pas.
Hace 20 aos, Mxico tena 30 millones de habitantes menos que
hoy, iniciaba entonces un proceso de desconcentracin de la poblacin,
se empezaban a fraguar las consecuencias del llamado modelo neolibe-
ral, haba no ms de 11 millones de personas ligadas al sector informal
de la economa. Si bien el futuro se avizoraba complejo, el grado de
incertidumbre era soportable.
A 20 aos de distancia, no solo el futuro es incierto, sino tambin el
presente. Ante esto, Antonio Alonso hace un repaso muy puntual por las
principales problemticas (seguridad, ruptura del tejido familiar, retro-
ceso democrtico, desempleo, crisis econmica, ausencia del Estado de
derecho) para concluir con la propuesta de que a la sociedad civil organi-
zada consciente y despierta le corresponde guiar e imaginar los futuros
nacionales. Para el autor, el futuro es colectivo y plural, es ciudadano.
Por su parte, desde la Ciencia Poltica, Ricardo Espinoza Toledo, en
el artculo Mxico: una democracia expuesta a riesgos, comparte la idea
de que en nuestro pas las marcadas desigualdades y la inequidad limitan
el ejercicio efectivo de los derechos polticos, civiles y sociales. La exclu-
sin escolar, la carencia de empleos formales, la precariedad social, la des-
integracin de las fuentes de solidaridad colectiva, el dcit de bienestar
social, debilitan rpidamente las incipientes bases de la reciente democra-
cia mexicana, entendiendo a esta como un sistema creador de ciudadana
que sirve para que la mayora disfrute plenamente de sus derechos.
Alejndose de la concepcin puramente procedimental de la demo-
cracia, Ricardo Espinoza retoma la concepcin ampliada de esta, que
involucra no solo el disfrute de derechos polticos, sino tambin el de
los derechos sociales y civiles. Con base en esa idea, el artculo discu-
te sobre la relacin democracia-desigualdad en Mxico, para concluir
despus de un estudio detallado y argumentado que la democracia
se legitima en el progreso de un pas que atiende la exclusin educati-
va, el empleo juvenil, la pobreza, el ingreso de las familias, el bienestar
social, la equidad, la rendicin de cuentas y el aprecio por las mismas
Exiiqui Cuxa Piiiz
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instituciones democrticas. Esto es, propone indicadores precisos para
el anlisis de la calidad de la democracia. Sin embargo, la democracia
mexicana poco ha ayudado en la generacin de ciudadana.
Acompaan a estas contribuciones especiales cinco artculos y dos
reseas.
Del sujeto abstracto al ciudadano: apertura y clausura de la ciuda-
dana en la modernidad es un interesante artculo que desde la loso-
fa poltica propone que la categora de ciudadano no est plenamente
constituida sino en permanente construccin, pues si bien desde la an-
tigedad griega el sujeto existe en el pensamiento poltico, la moder-
nidad losca ha ocultado, minimizado o rechazado dicha categora,
reduciendo la ciudadana a nociones marginales e incluso negativas.
Enrique G. Gallegos analiza el concepto en Hobbes, Nietzsche, Orte-
ga, Schumpeter, Rousseau, Tocqueville y Mosca, mostrando las formas
bajo las que se presenta en esos pensadores una de las categoras ms
relevantes en el mundo social actual.
La tesis del artculo propone que el trnsito conceptual de la anti-
gedad a la modernidad es de franco ocultamiento, en los albores de la
modernidad el ciudadano fue oscurecido por lo absoluto del poder del
soberano, en una relacin total de sumisin poltica. Bien lo enuncia:
Conforme el ciudadano desapareca de la vida pblica, se introduca
la versin fuerte de un sujeto racional, autnomo e independiente, el
tratamiento que la categora ha tenido en mucho ha mostrado despre-
cio y desconanza por sus atributos polticos. Por ello, el autor propone
revisar el concepto y su ejercicio en relacin con la economa liberal y
globalizada, pensar al ciudadano dentro de un contexto de actividades
laborales y mercantiles, de crisis social y econmica, y volverlo a repen-
sar, si no se pregunta cmo asegurar ciudadanos participativos?
Mario Zaragoza Ramrez con su artculo La comunicacin poltica
en la red global. Entendimiento y espacio pblico explora tericamen-
te la herramienta de la Internet como nuevo espacio no slo de hacer
poltica sino tambin como mecanismo de expresin y dilogo que edu-
ca a los ciudadanos en la responsabilidad, la informacin y la opinin
racional y argumentada en todos los mbitos pblicos, espacio para el
ejercicio de la comunicacin poltica con potenciales signicativos en la
creacin de ciudadana.
Sin embargo, el autor bien reconoce que su uso y su rango de ac-
cin an son limitados, pues desarrollar todo su potencial involucra
Piisixracix
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la superacin de las desigualdades econmicas y sociales que imperan
en la sociedad y se maniestan tambin en el uso y acceso a las nuevas
tecnologas. As, el artculo revisa a los autores ms representativos de
la literatura en comunicacin poltica y nuevas tecnologas, no para
acrecentar la fetichizacin de la herramienta sino para reexionar sobre
el uso social de este instrumento de dilogo a partir de la disposicin e
inters del propio usuario para conformar un gora poltica alrededor
de lo cotidiano. Esto es, la herramienta depende del uso social y de las
condiciones econmicas que permitan el acceso a la red y no solo del
avance tecnolgico del mismo. De ah que se sugiera ms que hablar de
participacin en la red, nombrar la interaccin horizontal que el medio
posibilita, esto es, mirarlo como un elemento del espacio pblico donde
la deliberacin intercambio, discusin, argumentacin le dan sentido
a la comunicacin.
Jorge Mendoza Garca, con su contribucin La tortura en el mar-
co de la guerra sucia en Mxico: un ejercicio de memoria colectiva,
reconstruye a travs de testimonios algunas experiencias de tortura su-
cedidas durante las dcadas de los sesenta y setenta en nuestro pas con
el n de ir esclareciendo la violencia que se ejerci como poltica del
Estado mexicano durante la llamada guerra sucia, y evidencia de manera
notable el marco de accin autoritario que poco ayud en la formacin
de ciudadanas plenas, pero que de manera indirecta con su represin
foment el hartazgo popular que desencaden en la serie de reformas
electorales y polticas que produjo la llamada transicin.
Desde la memoria colectiva entendida como un proceso social de
reconstruccin desde el presente de un pasado signicado por una co-
lectividad, el artculo describe la represin a travs de la tortura que
grupos sociales y armados recibieron como respuesta desde el Estado a
sus demandas y peticiones. La tortura desde el Estado narrada es clara en
sus objetivos: reducir y minimizar al torturado, aniquilar al siempre con-
siderado por el Estado como el enemigo, el comunista, el terrorista, el mal.
Mendoza Garca contribuye, as, a no olvidar la historia, la actuacin y
el contexto de un Estado que aplic una poltica sistemtica de tortura
y exterminio, que hoy duele an al pueblo mexicano. La reconstruccin
del pasado tortuoso, del relato del torturado, recuerda lo que hay que
impedir en el presente: la impunidad, el olvido, la apata, la tortura.
La colaboracin de Mario Bassols y Maribel Espinosa, Construc-
cin social del espacio urbano: Ecatepec y Nezahualcyotl. Dos gigan-
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tes del oriente, revisa aspectos generales de la conformacin espacial
en dos municipios del Estado de Mxico considerados, por su tamao
demogrco, poltico, econmico y socioeconmico, como microurbes
que contribuyen a la produccin social del espacio en una megaciudad.
El objetivo del artculo es elaborar una interpretacin del proceso de
metropolizacin y de la capacidad de sus actores para construir un es-
pacio habitable en la periferia capitalina.
El texto plantea que en Ecatepec las formas tradicionales de organiza-
cin de la vida poltica, social y econmica se trasformaron vertiginosa-
mente a partir de la llegada de nuevos pobladores urbanos no ligados a la
cultura obrera; arribo iniciado a partir de la dcada de los aos setenta y
que ha tenido un punto culminante en la desaparicin de la empresa de
Sosa Texcoco y la creacin de la Plaza de las Amricas, centro comercial
y espacio urbano sin paralelo en todo el oriente de la ciudad de Mxico.
Por su parte, el municipio de Nezahualcyotl ha tenido cambios en su
estructura urbana y en su integracin a la capital caracterizados por el for-
talecimiento de reas comerciales y un patrn demogrco a la baja con
poblacin joven ligada a estilos de vida y consumo propios de la sociedad
global. Los cambios que en el artculo se resean permiten a los autores
proponer que la nocin de zona metropolitana comienza a ser desbor-
dada analticamente para comprender los nuevos procesos de recongu-
racin territorial basados en un carcter espacial difuso, discontinuo y
sometido cada vez menos a procesos regulados por el Estado.
Por su parte, Horacio Mackinlay nos presenta, en un recorrido his-
trico de la agroindustria tabacalera mexicana, la manera en que in-
tervino el Estado mexicano en el desarrollo econmico de las regiones
tabacaleras y en la propia industria fomentando y mediando en las rela-
ciones entre las empresas privadas y los productores de tabaco, estable-
ciendo criterios de eciencia y productividad desde el propio Estado.
El artculo La agroindustria del tabaco en Mxico y la formacin de
la empresa paraestatal Tabamex: 1920-1972 centra su anlisis en la
dimensin econmica productiva y en los aspectos sociopolticos que la
intervencin estatal produjo en la materia, sobre todo para el desarrollo
del estado de Nayarit.
Utilizando la entrevista profunda como herramienta metodolgica
para obtener informacin de los propios actores de dicho proceso hist-
rico tabacaleros nayaritas, empresarios del ramo, etctera, Mackinlay
sugiere que esa etapa de la agroindustria tabacalera fue la poca de oro,
Piisixracix
12
aorada y recordada con entusiasmo por los entrevistados. Fuente de
excelentes ingresos, la industria tambin fue centro de protesta y des-
contento por el impacto socialmente diferenciado por la restructuracin
de esa poca. Sin embargo, esta poltica estudiada ilustra la autonoma
del Estado mexicano con respecto a los sectores econmicamente do-
minantes que prevaleci en gran parte del siglo xx y que contrasta no-
tablemente con la actuacin actual del Estado nacional.
Este nmero de POLIS cierra con dos interesantes reseas. Citlali
Villafranco Robles describe y comenta el libro Elecciones y partidos po-
lticos en Mxico, 2009, editado por la Universidad Autnoma Metro-
politana Unidad Iztapalapa y coordinado por Manuel Larrosa y Javier
Santiago, texto que hace un balance general de las elecciones federales
y locales de 2009, en donde el Partido Revolucionario Institucional
fue el ganador tanto en preferencias electorales como en posiciones de
poder al interior de los congresos estatales y federal. Mientras tanto, Jo-
sena Maldonado Montes resea el libro Hagamos entre todos la poltica
pblica. Una reexin sobre la visin relacional de la poltica pblica, de
Freddy Mariez. En general, se trata de una interesante propuesta te-
rica y emprica de la llamada nueva gobernanza, que propugna reformas
que consideren una nueva relacin entre gobernantes y ciudadanos pero
tambin entre gobernantes y funcionarios.
Sirva esta presentacin para celebrar el vigsimo aniversario de
POLIS y sirva tambin al lector de estas letras como bienvenida a este
nmero.


Enrique Cuna Prez,
coordinador del Comit Editorial ,
noviembre de 2011
Exiiqui Cuxa Piiiz
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Artculos conmemorativos
por el 20 aniversario

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15
Los futuros de Mxico: encrucijada y
clavos en el zapato
Antonio Alonso Concheiro*
El artculo propone que Mxico tiene pendiente la tarea de imaginar
sus futuros de largo plazo, planteando que es urgente que lo haga en
un esfuerzo colectivo, sistemtico y riguroso. Como anticipo, bosque-
ja a vuelo de pjaro, con una visin crtica, lo ocurrido en los ltimos
20 aos, desde el nacimiento de la revista POLIS hasta el presente, en
varias esferas de la vida nacional: demografa, economa, poltica, so-
ciedad. En cada caso tambin esboza posibles futuros en las prximas
dos dcadas, o asuntos que sera importante considerar al imaginar
tales futuros.
Palabras clave: Mxico, pasado, futuros, escenarios, demografa, eco-
noma, poltica, sociedad.
Encrucijada: (a) Lugar en donde se cruzan dos o ms calles o caminos;
(b) Ocasin que se aprovecha para hacer dao a alguien, emboscada,
asechanza; (c) Situacin difcil en que no se sabe qu conducta seguir.
Diccionario de la Lengua Espaola, 22
a
ed., 2001.
Clavos en el zapato: Asunto doloroso, que impide caminar sin dolor.
Introduccin
E
l Mxico actual parece estar pasmado. Como si la historia pasase
por encima de l, arrollndolo las ms de las veces, como una turba
que todo lo desmiembra. No acertamos a vernos diferentes de lo que
somos; tal vez ni siquiera estamos viendo lo que somos.
* Ingeniero mecnico elctrico y doctor en Ingeniera de Control por la Imperial College of
Science and Technology, Londres. Autor o coautor de Futuros del sistema nacional de ciencia y
tecnologa y Los futuros de la salud en Mxico 2050. Durante los ltimos 30 aos se ha dedicado
a la prospectiva y la planeacin estratgica. Correo electrnico: [email protected] P
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Desde su descubrimiento por los espaoles, Mxico, Amrica, fue
territorio de futuros: un Nuevo Mundo, donde era posible soar un
renacimiento sin los viejos vicios de Europa. Y ms de 500 aos des-
pus, Mxico sigue siendo apenas eso: una promesa de lo que podra
ser, sin llegar a serlo. Pero, a diferencia de hace unas cuantas dcadas,
hoy no tenemos nada claro lo que podramos ser; por lo menos, as
parece a juzgar por la ausencia de proyectos, de grandes visiones de
pas que nos orienten y guen, aunque solo sea como utopas que
perseguir.
Mxico parece haber perdido el rumbo. Y quin si no los mexica-
nos para encontrarlo? Ms de una vez he advertido que si nosotros no
imaginamos los futuros de nuestro pas, los posibles, los preferidos y
los indeseables, alguien ms, desde afuera, los imaginar por nosotros y
terminar por imponernos sus visiones. Habremos entregado as nues-
tro porvenir sin siquiera haber intentado ser sus dueos. Por qu esa
ausencia casi total de futuros nacionales? Estaremos tan atrapados por
nuestro pasado como para no poder imaginar nuestros maanas? O
ser que nuestro presente es tan abrumador que no deja espacio a la
imaginacin de un porvenir diferente?
Nos guste o no, Mxico no podr permanecer esttico. Si no cambia
por voluntad propia tendr que hacerlo por las transformaciones que
est viviendo el mundo de manera acelerada. La geopoltica mundial
de hoy est viva y cambiando. Los avances tecnolgicos no dan respiro
a los modos de vida y los comportamientos individuales y sociales es-
tablecidos. La economa y las nanzas internacionales tienen un gran
contenido de volatilidad. La poltica nacional es de pacotilla, cada vez
ms de comerciales y campaas de imagen, y de corrupcin. Y la in-
seguridad es rampante. El tejido social parece estar deshebrndose sin
agujas visibles para recomponerlo. Hay quienes alegan que nada podr
hacerse por el pas sin las llamadas reformas estructurales. Hay quienes se
oponen a ellas sosteniendo que nos conducirn por un camino todava
peor. Lo cierto es que hay un inmovilismo evidente. Hasta cundo
aguantar Mxico sin una refundacin que remueva los cimientos sobre
los que est basada nuestra sociedad?
Mxico est en una encrucijada. No sern otros quienes nos saquen
de ella. Cualquiera de las tres acepciones de encrucijada que incluye el
Diccionario de la Lengua Espaola parece aplicable al Mxico actual.
Nuestro pas tiene ante s diferentes opciones de futuro; enfrenta una
Axroxio Aioxso Coxcuiiio
17
situacin difcil en la que parece estar pasmado, sin saber qu o cmo
actuar, y los pocos aprovechan la situacin, con lo cual daan a los
muchos. Mxico parece haber perdido el rumbo o, si se preere, parece
haberlo equivocado y est empecinado en no reconocerlo. En esa encru-
cijada, el echarse a andar se vuelve difcil por los muchos clavos que el
pas tiene en sus zapatos. Algunos de ellos forman parte del contenido
de este ensayo. El zapatero que los retire tendr que ser el colectivo na-
cional. La tarea no es de uno o unos, sino de todos.
POLIS celebra ahora su vigsimo aniversario. Dos dcadas repre-
sentan una larga vida para una revista (son pocas las que alcanzan esa
edad). Pero probablemente no sean mucho para la vida de un pas.
Aunque quiz s, cuando se trata de uno como el nuestro, que ape-
nas cumple 200 de existir como nacin moderna, independiente (al
menos en papel), pues dos dcadas constituyen 10% de su vida. Por
alguna razn extraa de la condicin humana, los aniversarios (en
particular aquellos que terminan en cero) suelen ser ocasin para la
reexin sobre lo vivido y acerca del presente; son, tambin, ocasin
para formular planes y jarse metas, esto es, para imaginar futuros.
Mxico desperdici su 200 aniversario y el centenario del inicio de su
Revolucin acudiendo solo a conmemoraciones de su historia (y eso,
bastante pobres). Estas sin duda son necesarias (la historia se reescri-
be de modo permanente), pero conviene acompaarlas de una visin
de futuros. El presente es apenas un fugaz punto de trnsito entre el
pasado y el futuro, y difcilmente puede aprehenderse sin acudir a
uno y otro. Y es en el futuro donde el pas vivir el resto de sus das.
Hoy tenemos ms informacin y ms herramientas para imaginar los
futuros posibles de Mxico y para discutir cules seran los preferibles.
Los futuros, como entes imaginarios, estn siempre en competencia.
No existe tal cosa como el destino nacional. Cada futuro posible re-
presenta la derrota de otros futuros que compiten con l. Cada futuro
preferible o deseable lo es slo dentro del conjunto de valores en los
que se sustenta. Cada futuro deseable representa la apuesta de quienes
con l se benecian. La construccin de futuros no es, pues, un ejer-
cicio neutro; y justo porque no lo es resulta ms valioso ponerlos en
blanco y negro. Como la historia, la prospectiva es un ejercicio para
comprender mejor el momento actual, una ayuda para tomar decisio-
nes mejor informadas en el presente.
Los iuruios ii Mixico: ixciuci;aia \ ciavos ix ii zaiaro
18
Demografa
Dos dcadas no son mucho, pero hace 20 aos Mxico era otro. Para
empezar, el territorio nacional estaba habitado por casi 30 millones me-
nos de mexicanos que en la actualidad (112.3 millones, segn el Censo
de Poblacin de 2010). Dentro de 20 aos la poblacin nacional podra
llegar a sumar entre 131 y 142 millones (20 a 30 millones de habitantes
ms que en la actualidad) y hacia la mitad de este siglo alcanzar entre
141 y 160 millones. Nuestras proyecciones son bastante mayores que las
que el Consejo Nacional de Poblacin propona hace unos aos (121
millones para 2030 y 122 millones cuando cruzramos la mitad de siglo).
Las implicaciones de un mayor crecimiento de la poblacin son formida-
bles y es seguro que se manifestarn en prcticamente todos los rdenes
de la vida nacional. Luego de haber tenido en la dcada de los setenta
una de las tasas de crecimiento poblacional ms altas del mundo, la po-
ltica demogrca del pas se obsesion con lograr la estabilizacin de la
poblacin, esto es, con alcanzar una tasa de crecimiento nula. Y, en efecto,
las proyecciones previas al Censo de 2010 postulaban que eso ocurrira
antes de arribar a la mitad de este siglo. Crecer con tasas elevadas como las
habidas en el pasado resulta insensato, porque, entre otros inconvenien-
tes, obliga a incrementar la infraestructura (vivienda, dotacin de agua
potable y drenaje, energa elctrica, etctera) y servicios (educacin, salud,
entre otros) y la dotacin de empleos con tasas que son imposibles de
lograr con los recursos disponibles. Pero dejar de crecer tampoco parece
sensato, sobre todo porque la riqueza de una nacin no est en sus recur-
sos materiales sino en el nmero de sus nacionales capaces de generarla.
Aun suponiendo que en el futuro se presentasen escenarios demogrcos
como los aqu propuestos, Mxico seguira siendo un pas relativamente
despoblado, con densidades de poblacin inferiores a las que hoy tienen
las naciones europeas, China o la India.
Por otra parte, como resultado de la dinmica de la natalidad y la
mortalidad (y de la migracin), hace 20 aos la estructura de la poblacin
por grupos de edades apenas empezaba a cambiar de la pirmide de ancha
base que la haba caracterizado todo el siglo xx, hacia una rectangular,
con una burbuja ascendente, aunque hoy se asemeje ms a un trompo
invertido. La poblacin mostraba ya, pero apenas de modo incipiente,
los inicios de un proceso de envejecimiento que seguramente tambin
marcar el futuro de Mxico en las prximas dcadas. En los ltimos 20
Axroxio Aioxso Coxcuiiio
19
aos la esperanza de vida al nacer de los mexicanos pas de de 69.7 a
75.4 y la mediana de edad de la poblacin se increment en siete aos,
hasta llegar en 2010 a 26 aos. Este envejecimiento relativo de la pobla-
cin repite en cierta medida el ya ocurrido con mayor profundidad en
los pases con una transicin demogrca ms avanzada, y tendr im-
portantes repercusiones econmicas (principalmente por el lado de un
incremento de las pensiones de retiro), polticas (posiblemente con un
avance gradual de posiciones ms conservadoras y ms reticentes al cam-
bio), sociales (con una mayor carga socioeconmica sobre los jvenes y
un balance intergeneracional diferente), sobre el sistema de salud (por
una mayor prevalencia de las enfermedades crnico degenerativas y, en
consecuencia, mayores costos de atencin a la salud per cpita), etctera.
Entre otros cambios demogrcos de las ltimas dos dcadas, conviene
destacar tambin el inicio de un proceso de desconcentracin de la po-
blacin (iniciado en 1980, pero conrmado solo con los datos del Censo
de 2010) que, de continuar, probablemente har que la regin del centro
del pas
1
pierda cerca de tres puntos porcentuales de la total entre hoy y el
ao 2050 (cuando en la regin centro podra habitar entre 28.5% y 29%
de la poblacin total). Parece, as, que en el futuro no cabe esperar que
el proceso de desconcentracin sea ni muy acelerado ni muy profundo,
pero s, en cambio, que contine lentamente. En trminos demogrcos,
al parecer las regiones ganadoras sern las del norte del pas, quiz por su
cercana con Estados Unidos. Con respecto al proceso de urbanizacin,
parece ya claro que este se desaceler a partir de 1990 y que los escenarios
apuntan ahora a que en el ao 2050 la poblacin nacional asentada en lo-
calidades de 15 000 o ms habitantes podra llegar apenas a poco ms de
70% de la total nacional (contra 62.5% registrado en el Censo de 2010).
Si bien ello signica un posible incremento cercano al 10% con respecto
a la proporcin actual, representa tambin cerca de 10% menos de lo que
hasta hace poco se calculaba que podra ocurrir. Lo anterior implica que
dentro de 40 aos todava poco menos de la tercera parte de la poblacin
del pas se asentar en localidades pequeas, con las dicultades corres-
pondientes para proporcionarles infraestructura y servicios (como edu-
cacin y salud) adecuados. Ello da para pensar en polticas pblicas que
pudiesen alterar este futuro tendencial, buscando agrupamientos entre las
pequeas comunidades.
1
Distrito Federal, Hidalgo, Mxico, Morelos, Puebla y Tlaxcala.
Los iuruios ii Mixico: ixciuci;aia \ ciavos ix ii zaiaro
20
Economa
Si en los ltimos 20 aos la demografa nacional cambi, las modi-
caciones en la economa fueron quiz incluso ms profundas. En
1990 el modelo econmico nacional hacia adentro, con una fuerte
presencia estatal, en el que el mundo se vea apenas dbilmente segn
lo no mucho que atravesaba nuestras fronteras, se haba empezado a
desmoronar. El sueo nacionalista estaba a punto de ceder a la glo-
balizacin, acelerada por la cada del muro de Berln (en 1989) y el
desmantelamiento de la Unin Sovitica (en 1991); una globaliza-
cin dirigida por Estados Unidos y las instituciones nacidas de los
acuerdos de Bretton Woods: el Banco Mundial, el Fondo Monetario
Internacional y el Acuerdo General de Aranceles Aduaneros y Comer-
cio (carr). Estados Unidos surga entonces como la gran potencia
victoriosa sin un rival que la enfrentara. Para algunos, como Francis
Fukuyama, sonaban las trompetas del n de la historia. La economa
de mercado y la democracia liberal lo abarcaran todo de manera irre-
mediable y Mxico tena como opcin nica inscribirse de la mejor
manera posible en ese mundo unipolar en el que, afortunadamente,
nos tocaba en suerte ser la frontera ms larga del mundo entre el sur y
el norte, y no cualquier norte, sino justamente el denido por Estados
Unidos. En 1990 Mxico todava era, a pesar de su ingreso al carr en
1986, una economa cerrada. Pero no lo sera por mucho tiempo ms;
la polmica de entonces sobre su postura frente al exterior quedara
sellada en 1994 con su ingreso a la Organizacin para la Cooperacin
y el Desarrollo Econmicos y la entrada en vigor del Acuerdo de Li-
bre Comercio de Amrica del Norte (acuerdo para Estados Unidos
y tratado para Mxico; diferencia no menor por lo que implica en
trminos de jerarqua legislativa). La receta era simple: abandonar la
economa a las leyes del mercado y abrirla al exterior para aprovechar
las ventajas de la globalizacin, con lo que ganaramos acceso a los
mercados internacionales. En las ltimas dos dcadas as ocurri y
Mxico rm una larga serie adicional de tratados de libre comercio
con distintos pases y regiones. A pesar de ello, nuestra dependencia
econmica de Estados Unidos sigue siendo muy elevada, casi asxian-
te, y parece que as seguir siendo durante los siguientes 20 aos. Si
bien la economa se abri al exterior, el aprovechamiento de las venta-
jas de la globalizacin quedara como tarea pendiente.
Axroxio Aioxso Coxcuiiio
21
La adopcin de un modelo denominado neoliberal, bajo la divisa
de una supuesta eciencia econmica (centrada ms en el cmo que en
el qu o por qu), empezara a minar las bases del incompleto Estado
benefactor que el pas haba venido construyendo desde despus de la
segunda Guerra Mundial. Se planteaba como necesaria la retirada del
Estado de la economa nacional y el consecuente adelgazamiento del
Estado. Justo alrededor de 1990 se inici, ejemplo notable, la privati-
zacin de la banca nacional. Para 1991 se haban privatizado ya cuatro
bancos (Multibanco Mercantil, Banpas, Banca Cremi y Banco Con-
fa). Luego seguiran los dos mayores bancos del pas: Banamex (adqui-
rido por City Group) y Bancomer (adquirido por el grupo BBVA). La
banca quedara as dominada por el capital extranjero, operando con
reglas que le son muy favorables. Con el argumento de la ineciencia
administrativa del sector pblico, las empresas descentralizadas empe-
zaron a desaparecer y a ser transferidas a la iniciativa privada en todos
los sectores: en los que pareca razonable que as fuese y en los que no.
La ebre de privatizacin se extendi durante las ltimas dos dcadas,
con diversos articios, hasta otros sectores como el elctrico (donde
los privados quedaron autorizados a construir plantas para satisfacer
sus propias necesidades y a vender los excedentes a la Comisin Na-
cional de Electricidad), y todava hoy amenaza con ampliarse a otros
considerados por muchos mexicanos como patrimonio inalienable de la
nacin, como el petrolero (para el que, luego de varios intentos fallidos
de privatizacin y de la implantacin de los anticonstitucionales con-
tratos incentivados para la exploracin y explotacin de yacimientos,
el presidente Felipe Caldern anunci que propondr al Congreso una
apertura al capital privado a la Petrobras). Como corresponde a un pas
como el nuestro, si bien la desincorporacin de empresas paraestatales
y la apertura de diversas actividades al capital privado cobraron bros,
con la consecuente reduccin de las responsabilidades del Estado, este
no se adelgaz en la medida que deba haberle correspondido; por el
contrario, la burocracia sigui creciendo.
En una lgica de crecimiento econmico basada en la competencia
en los mercados globales, que por serlo incluyen al mercado interno
como territorio de competencia internacional, hay quienes, con una
buena dosis de razn, culpan a la falta de competitividad nacional del
insuciente crecimiento econmico del pas. La competitividad es un
asunto multifactorial y muy dinmico, y motivo de polticas pblicas
Los iuruios ii Mixico: ixciuci;aia \ ciavos ix ii zaiaro
22
en la mayor parte de los pases. En el nuestro, cuando se habla de po-
lticas para mejorarla es frecuente acudir a argumentos que se reeren
a la tasa de cambio de nuestra moneda, a asuntos scales relativos a los
impuestos que pagan (o deberan pagar) las empresas, a la regulacin de
todo tipo (incluyendo la existente para abrir o cerrar un negocio), a la
rigidez de la legislacin laboral y la necesidad de exibilizarla, y hasta
a la corrupcin. Pero el gran ausente en esas discusiones suele ser, justa-
mente, el tema central de la competitividad: la capacidad tecnolgica y
de innovacin del pas y sus empresas. La competitividad se conquista
con nuevos productos y servicios o con procesos de produccin ms
ecientes y ecaces, y estos son consecuencia fundamentalmente de la
capacidad cientca y tecnolgica para innovar. Todo lo dems es acce-
sorio y voltil. Y en los ltimos 20 aos, a pesar de haberse aprobado
una legislacin que propone que el gasto nacional en investigacin y
desarrollo cientco y tecnolgico debe alcanzar el 1% del Producto
Interno Bruto (iin) cifra moderada con respecto a los que otros pases
competidores del nuestro invierten ya en ello, el pas sigue destinando
a dicho rubro menos de 0.5% del iin y aplicndolo sin una poltica
medianamente orientadora. Innovar implica riesgos y Mxico parece
tenerles aversin. Mientras que en otros pases intentar y fracasar es
un activo (porque se considera un proceso normal de aprendizaje), en
Mxico fracasar en un intento es un estigma difcil de combatir.
En todo caso, salvo para unos cuantos, el cambio de orientacin en
el modelo econmico (que algunos plantean como una transicin de
un modelo de sustitucin de importaciones a otro de promocin de ex-
portaciones) no muestra en los hechos resultados siquiera cercanos a lo
prometido. En las ltimas dos dcadas el crecimiento anual medio del
iin ha sido de apenas 2.64%, muy por debajo de las tasas de alrededor
de 6% habidas durante las cuatro dcadas comprendidas entre 1940 y
1980. La llamada dcada perdida de los ochenta se ha prolongado as
durante ya 30 aos. Los mexicanos menores de 40 aos han crecido en
un pas que va de crisis en crisis y que no les da respiro. Durante los
ltimos 20 aos el salario mnimo sigui perdiendo valor adquisitivo
en trminos reales; pero, por otra parte, se ha venido reduciendo la
proporcin de los trabajadores que perciben un salario mnimo, lo que,
en trminos gruesos, hace que la capacidad adquisitiva de los mexicanos
prcticamente no haya variado. En ese lapso, la injusta distribucin de
la riqueza que prevalece en el pas no mostr mejoras importantes; ha-
Axroxio Aioxso Coxcuiiio
23
cia 1990 la razn de ingresos entre el 10% ms rico y el 10% ms pobre
de la poblacin era de 23.97; en 2008 fue de 21.8, segn la Encuesta
Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares, o de 34.4 si se atiende
a los Indicadores de Desarrollo Mundial 2010 del Banco Mundial. No
resulta sorprendente, entonces, que la pobreza siga siendo hoy uno de
los principales problemas del pas, a pesar de que medirla no resulta
fcil y hacerlo se presta a mltiples desacuerdos y, en un pas donde
todo est bajo sospecha, a dudas sobre una posible manipulacin de las
cifras. Ms all de ello, no debe haber duda de que Mxico es un pas
con un enorme y altamente indeseable nmero de pobres. De acuerdo
con las cifras ociales (del Consejo Nacional de Evaluacin de la Pol-
tica Social), la crisis econmica de 1995 hizo que entre 1994 y 1996 el
porcentaje de pobres patrimoniales del pas
2
se elevara de 52% a 69%
de la poblacin, y el de mexicanos en pobreza alimentaria
3
de 21.2% al
37.4% de la poblacin. De entonces a 2006 el nmero de mexicanos en
condiciones de pobreza se fue reduciendo de manera importante; pero
de 2006 a 2008 la poblacin pobre del pas volvi a pegar un salto (que
algunos atribuyen en parte importante a incrementos en los precios de
los alimentos) y en el ltimo de esos aos se calculaba que 50.6 millones
de mexicanos (prcticamente la mitad de la poblacin) vivan en con-
diciones de pobreza patrimonial y, de ellos, 19.5 millones (uno de cada
cinco mexicanos) vivan en pobreza alimentaria. Las diferencias entre
regiones son notables, con un norte con menor nmero de pobres y un
sur ms pauperizado, y con un mayor nmero de pobres alimentarios
entre la poblacin rural que entre la urbana. Hoy, despus de la crisis
econmica de 2008-2009, la situacin solo puede ser peor, y quiz uno
de cada cuatro mexicanos viva en pobreza extrema.
Hay quienes proponen que la mejor manera de redistribuir la rique-
za es a travs del empleo bien dignamente remunerado. La actual
administracin del Ejecutivo federal se haba autoanunciado, de mane-
ra afortunada, como la del empleo (aunque a poco de haber andado
se convirti en la de la seguridad y el combate al crimen organizado).
Tan solo para mantener el statu quo de desempleo, el crecimiento de-
2
Se considera pobres patrimoniales a aquellos que cuentan con un ingreso insuficiente para
satisfacer sus necesidades de salud, de educacin, de alimentacin, de vivienda, de vestido y de
transporte pblico, aun si dedicasen la totalidad de sus recursos econmicos a ese propsito.
3
Se consideran pobres alimentarios a quienes tienen ingresos insuficientes para adquirir
una canasta bsica de alimentos, incluso si los destinasen exclusivamente para ese fin.
Los iuruios ii Mixico: ixciuci;aia \ ciavos ix ii zaiaro
24
mogrco obliga a la economa nacional a crear alrededor de un milln
de nuevos empleos por ao (cifra de jvenes que ingresan al mercado
de trabajo anualmente). Crear empleos requiere de inversiones nuevas;
aun pensando en actividades de bajo valor agregado, crear un milln
de empleos por ao requerira una inversin anual cercana a 3-4% del
iin (cifra superior a la tasa de crecimiento anual de nuestra economa).
En los ltimos cuatro aos el nmero de nuevos empleos generados
no llega a la mitad de los requeridos tericamente. En buena parte, sin
duda, ello se debe a la crisis econmica de 2008-2009. El caso es que
el desempleo no se ha resuelto. Quienes no pueden ingresar al mercado
laboral formal, o bien quedan desempleados y sin ingresos, o bien se
incorporan a las las de la economa informal, en actividades legales
o ilegales. Entre 1990 y 2010 la poblacin econmicamente activa del
pas pas de poco ms de 24 millones a algo ms de 47 millones; en ese
mismo lapso la poblacin empleada en el sector formal de la economa
(asegurados del Instituto Mexicano del Seguro Social, el Instituto de
Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado, las fuerzas
armadas, etctera) pas de alrededor de 13 millones a cerca de 22 mi-
llones. Lo anterior implica que en las ltimas dos dcadas el nmero de
empleados en el sector informal de la economa creci a ms del doble,
pasando de unos 11 millones de personas a cerca de 25 millones.
Dentro de los factores que podran inuir de manera importante so-
bre la futura economa nacional est la posible evolucin de la produc-
cin de hidrocarburos. Si bien la economa nacional no est petroliza-
da, el presupuesto federal s depende en buena media de la industria
petrolera (los ingresos petroleros representaban en 1990 el 29.1% de los
ingresos del gobierno federal, y en 2009 el 26.8%). Por otra parte, el
petrleo es la principal fuente de divisas de Mxico. Los recursos petro-
leros son, adems, para muchos mexicanos, motivo de orgullo nacional
y presupuesto bsico de la soberana del pas, por lo que los intentos de
abrir el sector al capital privado son combatidos con ereza por diversos
grupos. En 1990 las reservas totales de petrleo llegaban a unos 45 000
millones de barriles (luego de haber alcanzado un nivel mximo histri-
co cercano a los 50 000 millones en 1983) e iban en descenso; aunque
no hay cifras ociales, las reservas probadas tal vez rondaban entonces
los 30 000 millones, tambin con una tendencia a disminuir. La razn
entre reservas probadas y produccin (medida en aos) en 1990 posi-
blemente era superior a los 30 aos. Dos dcadas ms tarde, las reservas
Axroxio Aioxso Coxcuiiio
25
totales de petrleo son de 30 000 millones de barriles; las probadas, de
apenas poco ms de 10 000 millones y la razn entre reservas proba-
das y produccin, de apenas 10 aos. Si en el futuro continuaran las
tendencias aparentes desde 1983, en el ao 2030 las reservas totales de
petrleo del pas llegaran a cerca de 10 000 millones de barriles, las
probadas estaran bien por debajo de los 5 000 millones y la razn entre
reservas y produccin (si esta tambin siguiera su trayectoria tenden-
cial) ser cercana a dos aos. En los ltimos cinco aos la produccin
nacional de crudo tuvo una fuerte cada (que la llev a 1018 millones
de barriles por ao en 2009, 16.3% menos que en 2005). Ello puede
ser un bache temporal, o bien estar marcando una nueva tendencia
de ms largo plazo. El gobierno federal y Petrleos Mexicanos parecen
estar convencidos de que se trata de lo primero. Adems de una recupe-
racin en las reservas totales y probadas de petrleo, han planteado que
la produccin del mismo recuperar los niveles de 2005 dentro de unos
aos; otros ven en la disminucin de la produccin el inicio de una
tendencia hacia reducciones todava mayores en el futuro, atribuyendo
tal comportamiento, entre otros, a malas prcticas de explotacin de los
yacimientos. En todo caso, dado que durante las prximas dos dcadas,
salvo por rupturas tecnolgicas mayores, el consumo nacional de petr-
leo por unidad de producto difcilmente se reducir en ms de 15%, y
en vista de que en esos 20 aos ms nos vale que el iin nacional por lo
menos se duplique (tasa anual media de crecimiento de 3.5%), es claro
que aun si se recupera la produccin de crudo a niveles de 2005 el mar-
gen para las exportaciones de crudo se ir reduciendo, al grado de que el
pas podra convertirse en importador neto de petrleo crudo antes del
ao 2030. Si as ocurriera, el pas tendra que encontrar nuevas fuentes
de divisas para pagar por las importaciones de crudo, y hoy no est claro
cules podran ser estas. Por supuesto, en ese escenario, los recursos p-
blicos sufriran un duro golpe, que requerira ajustes mayores en el gasto
pblico, probablemente obligando a una reduccin de la burocracia, lo
que contribuira a un mayor desempleo.
En resumen, qu cabe esperar en la economa nacional dentro de
20 aos? La pregunta no tiene, por supuesto, una respuesta fcil. De no
cambiar sustantivamente el modelo econmico, es probable que vea-
mos ms de lo mismo. Un pas con un inaceptable elevado nmero de
pobres, aun si en los prximos 20 aos se recuperara la tendencia a la
baja habida entre 1996 y 2007. Una economa con tasas de crecimiento
Los iuruios ii Mixico: ixciuci;aia \ ciavos ix ii zaiaro
26
del iin de 2% a 4% anual, lo que llevara a que el iin del ao 2030
fuera 50% mayor que en el 2010 si el crecimiento estuviera en el lmite
inferior, o algo ms del doble del de 2010 si dicho crecimiento fuera el
del lmite superior. En otras palabras, una economa dentro de 20 aos
con un iin un poco mayor del que tuvo Espaa en 2010 y un poco me-
nor que el de Italia en el mismo ao, nada por lo cual estar orgullosos.
Un pas con una oferta insuciente de trabajos para sus jvenes y ms
trabajadores en la economa informal (la que podra representar entre
30% y 40% del iin) que en la formal. Una economa todava volcada
hacia el exterior y con un mercado interno insuciente como para servir
de plataforma de despegue. Una economa con un ahorro interno por
lo menos cinco puntos porcentuales del iin por debajo de lo deseable.
Un pas que habr dejado pasar la oportunidad de insertarse en la eco-
noma global del conocimiento por no haber querido ser una sociedad
de aprendizaje, con un sistema nacional de ciencia y tecnologa todava
raqutico y mayormente desvinculado del sector productivo.
Todos estos descriptores de la economa nacional en 2030 corres-
ponden a un escenario tendencial que repite los errores del pasado. Un
pas, as, prolongacin del que hemos vivido durante los ltimos 20
aos, sin muchas esperanzas y expectativas, slo es posible imaginarlo
si el aguante de la sociedad mexicana es cercano al estoicismo. Sera,
posiblemente, un pas que vivira, por lo menos en lo econmico, per-
manentemente al borde de la insurreccin.
Pero, por supuesto, el descrito arriba es slo uno de los posibles esce-
narios. Puede pensarse tambin en una futura economa en la que se ha-
yan puesto en marcha procesos de redistribucin de la riqueza (con una
creciente generacin de empleos de mayor valor agregado e incremen-
tos salariales anuales de por lo menos un punto porcentual por encima
de la inacin), con un sentido colectivo de solidaridad. Una economa
en la que las grandes empresas paguen los impuestos que en teora les
corresponden, y en la que la progresividad en el pago de impuestos sea
mayor. Un pas con una cultura cientca y tecnolgica todava insu-
ciente, pero muy superior a la actual, con un sistema nacional de ciencia
y tecnologa ms slido y ms vinculado con las necesidades de la po-
blacin y los sectores productivos, y en el que la inversin en ciencia y
tecnologa supere holgadamente a lo que la ley obliga y que contribuya
a agregarle valor a los sistemas de produccin. Una economa con cade-
nas productivas bien articuladas, con una contribucin importante de
Axroxio Aioxso Coxcuiiio
27
los sectores de gran valor agregado y tecnologa desarrollada. Un pas en
el que la capacitacin de la fuerza laboral no sea objeto de simulacin
y se le vea ms como una inversin que como un gasto. Una economa
con un ahorro interno sostenidamente superior a 25% del iin y una
banca que, a diferencia de la actual, privilegie el crdito a las inversiones
productivas por encima del crdito al consumo. Un pas que nalmente
entiende que el crecimiento econmico no es un objetivo por s mismo
y que, como meta, dicho crecimiento es vlido solo si sirve para ase-
gurar el bienestar de la poblacin. En n, un pas que, visto desde las
condiciones actuales y las tendencias del pasado inmediato, se parece un
poco a una carta a los Reyes Magos.
Los dos futuros escenarios econmicos bosquejados antes a grandes
brochazos no agotan ni con mucho el universo de los posibles. Son s,
quiz, una especie de escenarios lmite (lo que algunos denominaran
como los escenarios pesimista y optimista) entre los que posiblemente se
desenvolver nuestro futuro, y ni de eso podemos estar seguros. Y vale la
pena aclarar que nuestra trayectoria podra oscilar a lo largo del tiempo,
aproximndose unas veces a un lado y en otras al otro, y que en algunos
rubros tender a acercarse al lado optimista y, en otros, al pesimista.
En lo aqu dicho con respecto a los pasados 20 aos y las prximas dos
dcadas prcticamente hemos omitido al entorno econmico interna-
cional. No es que este no haya tenido o no vaya a tener importancia
alguna para el futuro desarrollo econmico del pas; pensar as sera,
por decir lo menos, iluso. Hoy mismo, a pesar de la supuesta solidez
y blindaje ocialmente declarados de la economa nacional frente a
los choques externos, creo que nadie en su sano juicio (y sin necesidad
poltica de vender mundos color de rosa) se atrevera a armar que la
falta de una resolucin aceptable para el techo de endeudamiento de la
economa estadounidense y, como consecuencia, su posible desplome
(o al menos el del dlar), o la incertidumbre no resuelta de un posible
contagio de las crisis de algunas de las economas menores de Europa
(Portugal, Grecia) a los mayores de dicha regin (Alemania), no gol-
pearan a la economa mundial lo suciente como para poner en jaque
a la economa mexicana. Pero analizar los posibles futuros del entorno
econmico internacional requiere de un espacio mayor del aqu dispo-
nible. Con todo, a modo de compactsimo resumen, vale destacar que
en las prximas dos dcadas el entorno internacional probablemente
ser de cambios importantes, de complejidad creciente, con un mayor
Los iuruios ii Mixico: ixciuci;aia \ ciavos ix ii zaiaro
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grado de incertidumbre acerca del futuro mismo y sobre el impacto de
nuestras intervenciones, y con grandes presiones de competencia. Todo
ello en un marco en el que la sustentabilidad se ver amenazada cada
vez ms (sin poder descartar crisis del agua, un cambio climtico por el
calentamiento global, crisis alimentarias, etctera).
Poltica
Los cambios de las dos ltimas dcadas en el sistema poltico nacional
fueron tambin profundos. Cuando naci POLIS el pas acababa de pa-
sar por unas elecciones presidenciales (en 1988) controvertidas, despus
de las cuales Carlos Salinas de Gortari fue declarado presidente electo.
Por primera vez desde al menos los aos cincuenta, la posibilidad de que
el Partido Revolucionario Institucional (iii) perdiera las elecciones presi-
denciales haba parecido real y cercana; incluso hay quienes arman que,
de hecho, las perdi frente a Cuauhtmoc Crdenas. Pero ello no se con-
sum (al menos no en las cifras ociales); as, en 1990, tal como haba
sido desde haca tres cuartos de siglo, Mxico segua siendo gobernado
en el mbito federal por el iii, tanto desde el Ejecutivo como desde el
Legislativo, donde tena mayora absoluta en ambas cmaras. Y tambin
en el mbito estatal: en 1990 el iii gobernaba en todos los estados de
la Repblica, con excepcin de Baja California, la primera entidad en
la que fue derrotado en las elecciones gubernamentales por un partido
de la oposicin (el Partido Accin Nacional, iax), lo que haba ocurrido
apenas un ao antes, en 1989. Veinte aos ms tarde el iii ha perdido la
Presidencia de la Repblica en dos ocasiones consecutivas, quedando su
candidato en tercer lugar en las ltimas. Luego de haber sido la tercera
fuerza poltica en la Cmara de Diputados y la segunda en el Senado en
la LX Legislatura, 2006-2009 (en 1997 haba perdido la mayora absoluta
en la Cmara de Diputados por primera vez), recuper la mayora (no ab-
soluta) en esa cmara, pero se mantiene como la segunda fuerza en la de
Senadores. Hoy gobierna con un candidato propio (ganador sin alianzas
partidistas) solo en seis estados de la Repblica, y en otros 12 de manera
compartida como producto de diversas alianzas.
En la primera mitad de la dcada de los noventa el pas se vio sacudido
por varios acontecimientos polticos de gran magnitud. En mayo de 1993
el cardenal Juan Jess Posadas Ocampo fue muerto en un tiroteo en el
Axroxio Aioxso Coxcuiiio
29
aeropuerto de Guadalajara, sin que a la fecha se haya resuelto el crimen.
En 1994, justo en la fecha de la entrada en vigor del Tratado de Libre
Comercio de Amrica del Norte, el primero de enero sorpresivamente
estall el levantamiento indgena zapatista armado (precariamente) en
Chiapas. En marzo de ese ao fue asesinado Luis Donaldo Colosio, can-
didato ocial del iii a la Presidencia de la Repblica, lo que trastocara
los procesos establecidos de sucesin presidencial del partido entonces
en el poder. Poco ms tarde, en septiembre, fue asesinado tambin, Jos
Francisco Ruiz Massieu (quien haba sido secretario general del iii y era
exesposo de una hermana del presidente Carlos Salinas de Gortari), sien-
do diputado electo y hermano del entonces subprocurador general de
justicia, Mario Ruiz Massieu (quien aparentemente se suicid en Estados
Unidos, en 1999). Estos hechos sacudieron al mundo poltico nacional.
Aunque el iii, gracias a su maquinaria electoral, gan las elecciones pre-
sidenciales de 1994 con un candidato construido al vapor y que no se
distingua por su carisma popular, el desarreglo interno y su creciente
debilidad eran ya maniestas. As, en el ao 2000, en el ltimo ao de
un siglo en el que el poder nacional haba sido de su propiedad exclusi-
va, el iii tuvo que entregar la banda presidencial al candidato del iax.
Las ms recientes elecciones presidenciales, de 2006, fueron todava ms
controvertidas que las de 1998, aunque ninguno de los dos protagonistas
principales de la disputa a que dieron lugar era del iii. La legitimidad
de los rbitros electorales y de los resultados fue puesta en duda y el pas
qued polarizado. Se consum la transicin del sistema poltico nacional
de uno de un partido a otro de tres grandes y una coleccin de pequeos.
En las elecciones para gobernadores no solo fue cambiando el color de los
partidos en el poder, sino que el margen de votos entre los ganadores de
las elecciones locales y los ocupantes del segundo lugar se fue estrechando.
La frecuencia de las elecciones impugnadas creci y la importancia de los
tribunales electorales aument.
Ms all de lo anterior, no hay duda de que en las ltimas dos dcadas
el sistema poltico nacional se transform de manera trascendental en
muchos otros aspectos. El sistema presidencialista en que el titular del
Ejecutivo concentraba el poder de manera casi absoluta en una dicta-
blanda (como presidente, jefe del partido, gran elector, cacique supremo,
coordinador de las cmaras de diputados y senadores, distribuidor de car-
gos y prebendas, etctera), dej de ser. La separacin de poderes entre el
Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial cobr vigencia, y acot la capacidad
Los iuruios ii Mixico: ixciuci;aia \ ciavos ix ii zaiaro
30
de maniobra presidencial; los poderes metaconstitucionales asociados con
la banda presidencial se fueron perdiendo. La frecuente queja del pasado
por la sumisin del Legislativo al Ejecutivo se transform en otra sobre
la falta de coordinacin y la permanente lucha de poder entre el primero
y el segundo; hoy, con frecuencia uno a otro se lanzan acusaciones de
estar impidiendo la aprobacin de medidas que beneciaran al pas. Al
interior del Legislativo suele tambin haber discrepancias que impiden
o retrasan acuerdos. Hay quienes piensan que el nmero de diputados y
senadores, pero particularmente el primero, es excesivo y que los legisla-
dores de representacin proporcional ya no tienen sentido. Por otra parte,
con los procesos de descentralizacin, los gobernadores tomaron distan-
cia del poder central y se convirtieron en actores polticos importantes,
reproduciendo a escala local el sistema absolutista federal del pasado. Si
hace 20 aos era impensable que los candidatos presidenciables del par-
tido en el poder no salieran del gabinete del Ejecutivo, hoy, para aspirar
a ser presidenciable en cualquiera de los partidos aparentemente resulta
ms valioso como activo ser o haber sido gobernador. En todo caso, la
designacin desde el centro de candidatos a puestos locales de eleccin
popular enfrenta hoy, a diferencia del pasado, grandes resistencias. La
democracia mexicana abierta, que durante aos fue una quimera a la que
atribuamos un supuesto poder curativo de todos los males nacionales,
termin siendo una ramera muy costosa. Su chapern, el Instituto Fede-
ral Electoral, concebido como rgano supervisor independiente, termin
siendo instrumento partidista. Al nal, las frecuentes disputas electorales
que llegan a tribunales hacen que los ganadores sean elegidos, no por los
votantes, sino por un puado de magistrados, que ni siquiera ocupan sus
puestos por eleccin popular.
En 1990 el sistema poltico todava mostraba cierta disciplina par-
tidista. Los aspirantes a algn cargo poltico an se formaban en gran
parte en la la de su partido, en espera de ser seleccionados por las
estructuras nacionales o el Gran Elector. Es cierto que las elecciones de
1988 haban roto con parte de la disciplina (en el Partido de la Revo-
lucin Democrtica se haba formado ya una la alternativa para los
priistas que no perciban un futuro promisorio dentro del iii). Pero
quienes haban perturbado el orden quedaban fuera sin posibilidades
aparentes de retornar como hijos prdigos. La izquierda todava era un
remedo razonable de la izquierda, el centro revolucionario segua sien-
do el centro y la derecha, la derecha. La sociedad civil, la ciudadana,
Axroxio Aioxso Coxcuiiio
31
apenas empezaba a despertar como actor de los procesos polticos, y a
nombre de ella se gobernaba para los de siempre.
Veinte aos despus, los tres partidos ms importantes del pas mues-
tran desarreglos importantes, resultado de pugnas internas por el poder.
Con mucha mayor frecuencia de la deseada, los candidatos a puestos de
eleccin popular saltan de un partido a otro sin remordimiento alguno,
con tal de colocarse en el primer lugar de los aspirantes a un puesto dado;
los hay que han recorrido ya prcticamente toda la gama partidista. Los
partidos los acogen si estiman que el posicionamiento de estos personajes
entre el electorado les da alguna ventaja sobre los posibles candidatos de
su propio partido. As, los polticos cambian de chaqueta a convenien-
cia y buscan votos en contiendas en las que se vale todo (hasta el fuego
amigo), excepto quiz las propuestas positivas y serias (plausibles) para
darle rumbo y crearle un mejor traje de futuro al pas. Todava ms, los
partidos de supuestas ideologas encontradas estn dispuestos a jugar con
la idea de rmar alianzas electorales perversas con tal de derrotar al terce-
ro en discordia. Las diferencias en los paradigmas y programas de accin
o la consistencia entre el dogma y la praxis parecen ser lo de menos. La
alternancia en el poder es incluso a veces difcil de reconocer; cambia el
partido ganador pero con un candidato que poco antes perteneca a uno
de los partidos perdedores. La poltica se ha convertido, as, abiertamente,
en una bsqueda del poder por el poder, en la que lo nico que importa
parece ser conseguirlo. Como resultado de ello y de otros factores el
grado de desconanza y descontento de los ciudadanos (que afortunada-
mente poco a poco parece que han venido cobrando mayor conciencia
poltica) frente a los partidos es elevado y creciente.
Si bien en los 20 aos transcurridos desde 1990 hubo cambios im-
portantes en el sistema poltico nacional, parece haber tambin algunas
constantes polticas (claro est, seguramente con algunas excepciones):
los gobernantes siguen tan desentendidos como siempre de las opiniones,
aspiraciones y demandas populares de sus gobernados. El hartazgo de los
ciudadanos con el partido en el poder simplemente se hizo extensivo a
todos los partidos. Los polticos siguen siendo tan znganos y tan cen-
trados en su conveniencia personal como antao. Los poderes fcticos,
los poderosos intereses econmicos, siguen acotando lo que es posible y
lo que no. Lo que ha cambiado es la composicin y peso al interior de
dichos poderes, agregndose algunos como los narcotracantes, per-
maneciendo otros como los medios de comunicacin, en particular las
Los iuruios ii Mixico: ixciuci;aia \ ciavos ix ii zaiaro
32
televisoras, y cambiando de nacionalidad otros ms como la banca,
pero no las aspiraciones de poder de todos ellos. La bsqueda del poder
por el poder sigue intacta, con la nica salvedad de que si antes el poder se
entenda como la capacidad para hacer lo que se quera, ahora se entiende
como la capacidad para impedir que otros hagan lo que quieren.
Para el futuro queda abierta la posibilidad de una reforma poltica
profunda. Porciones de ella, quiz las menos profundas, forman ya parte
de la agenda poltica (la segunda vuelta en las elecciones, la eliminacin
o reduccin del nmero de legisladores plurinominales, la aprobacin
de los miembros del gabinete por parte de Legislativo, entre otras) y
algunas, como la reeleccin de los legisladores y las candidaturas inde-
pendientes, parecen haber sido ya negociadas con xito entre los actores
polticos. Otras, como la posible adopcin de un sistema parlamentario,
se ven lejanas. En todo caso, como quienes debern aprobar la reforma
sern los propios polticos que operan al sistema actual, parece difcil
que la reforma incluya cambios que vayan en contra de sus intereses.
Lo realmente importante sera que los actores del sistema poltico ad-
quirieran una actitud de servicio pblico y de atencin al bien comn;
pero como ello seguramente es pedirle peras al olmo, quiz tendremos
que conformarnos con preguntar si ser o no posible una refundacin
poltica de la Repblica que incluya mecanismos formales reales de par-
ticipacin de la sociedad civil en la toma de decisiones y que acote la
sinvergenza de los actores polticos. De cualquier forma, creo que sera
sensato que, aun pensando en que los vientos le fuesen del todo favo-
rables a nuestra democracia, abandonramos la idea de que eso sera la
frmula mgica, la bala de plata que corregira todos nuestros males.
Sin duda ayudara, pero tenemos problemas estructurales que requieren
algo ms. Nuestra democracia, llena de adjetivos (e improperios), aun-
que le pese a Enrique Krauze, no puede con el paquete.
Sociedad
La sociedad mexicana tambin tuvo su dosis de cambio en las ltimas
dos dcadas. En trminos generales, quiz no sea exagerado armar que
el tejido familiar y social del pas se ha visto distendido de manera im-
portante y, en algunos sentidos, empieza a deshebrarse. La estructura
familiar se modic, agregando un estrs creciente a la familia tradi-
Axroxio Aioxso Coxcuiiio
33
cional. Por una parte, el tamao medio de las familias mexicanas se
redujo como consecuencia de la disminucin en la tasa de fecundidad.
Una contraccin en la proporcin de familias extendidas y una ma-
yor participacin de las familias nucleares en el total han contribuido
a reducir el sentimiento de participacin familiar y la capacidad de las
redes familiares de atender a sus miembros, en particular a los viejos
y los enfermos. Por otra parte, la creciente tasa de participacin de la
mujer en el mercado de trabajo (que hoy supera ya el 50%), empujada
por las condiciones econmicas y la insuciencia de ingresos familiares,
se agrega a lo anterior e impone obligadamente una menor atencin al
tejido familiar. Con seguridad esto se acentuar en el futuro (de conti-
nuar las tendencias es probable que dentro de 30 aos la tasa de parti-
cipacin en la poblacin econmicamente activa de las mujeres iguale
a la de los hombres), con consecuencias todava no evaluadas. A ello se
aade el que un porcentaje cada vez mayor de los hogares del pas son
encabezados por mujeres (15% de ellos en 1990, casi 25% en 2010 y
probablemente ms de la tercera parte en 2030), siendo una buena par-
te de ellos uniparentales. La carga familiar y laboral simultnea para las
mujeres mexicanas se est volviendo cada vez ms pesada. Para agravar
las cosas, a trabajos y responsabilidades iguales, los salarios de las mu-
jeres son inferiores a los de los hombres, y todava existen limitaciones
importantes para que las mujeres puedan progresar en su carrera laboral
con igualdad frente a ellos. A pesar de los avances habidos en materia
de igualdad de gnero durante los ltimos 20 aos, Mxico sigue siendo
un pas machista, que en muchos rubros y sectores parece seguir monta-
do en el pasado. Como en muchos otros asuntos, los avances en papel se
cumplen apenas a medias en la vida real (como botn de muestra baste
la desatencin de los partidos polticos en la proporcin acordada para
las mujeres en las candidaturas a cargos de representacin popular).
Todo lo anterior ser importante para el futuro nacional, en particular
porque la mujeres han tenido tradicionalmente la responsabilidad de la
transmisin de los valores sociales; su menor tiempo de presencia fami-
liar est dejando un hueco en esta funcin que, salvo por excepcin, no
est siendo llenado por los hombres y s, en cambio, por los medios de
comunicacin masiva, en particular la televisin, donde los valores que
imperan no son, por cierto, los ms deseables.
A lo anterior se agregan otras tendencias importantes para la es-
tructura familiar. Por una parte, en los ltimos 20 aos la edad de la
Los iuruios ii Mixico: ixciuci;aia \ ciavos ix ii zaiaro
34
mujer en la primera unin ha aumentado (y probablemente seguir
aumentando durante los prximos 20) y los porcentajes de casados y
solteros perdieron cada uno cinco puntos porcentuales, mientras que
el de aquellos en unin libre gan siete puntos porcentuales y el de los
separados o divorciados gan ms de tres; en otras palabras, las familias
se forman ms tarde y la estabilidad familiar se debilita gradualmente.
La educacin de los mexicanos se plantea hoy como clave para el
futuro del pas y como uno de los grandes retos en espera de solucin.
La poblacin nacional tiene hoy una escolaridad media (8.6 aos) dos
aos mayor que en 1990, la tasa de analfabetismo (6.9%) es la mitad
que hace 20 aos, y la poblacin de 15 a 24 aos que asiste a la escuela
(40.4%) es 10% mayor que hace dos dcadas. En trminos cuantitati-
vos, pues, la educacin de los mexicanos es hoy mayor que la de 1990.
Pero los avances cuantitativos sealados son solo parte de la pelcula. El
resto de ella muestra que la educacin recibida no es buena. Las medi-
ciones disponibles, nacionales e internacionales, sobre el estado cultural
de los alumnos mexicanos no son nada halageas. Una parte impor-
tante de los alumnos de secundaria son incapaces de sealar que Mxico
se encuentra en Norteamrica; que Sonora, Sinaloa y Tamaulipas tienen
costa, o que Monterrey es el mayor centro industrial del norte del pas.
Nuestro sistema escolar no parece ser apto para reducir nuestra igno-
rancia en la medida esperable. Tampoco parece serlo para conseguir que
podamos aplicar los conocimientos adquiridos en la solucin de pro-
blemas. Ello es grave, repito, ms cuando la sociedad de la informacin
se ha transformado ya, para los pases desarrollados, en la sociedad del
conocimiento. La educacin nacional sigue estando centrada en la en-
seanza (los maestros) ms que en el aprendizaje (los alumnos), y caben
todas las dudas sobre su pertinencia. Por ello resulta todava ms dolo-
roso descubrir que un porcentaje importante de los maestros tampoco
tienen los conocimientos que se supone deben transmitir.
En un escenario tendencial, dentro de 20 aos probablemente la
escolaridad media de los mexicanos habr crecido dos o tres aos ms,
la poblacin de 15 a 24 aos que asistir a la escuela posiblemente ser
de 10 a 15% ms que hoy, y la cobertura del bachillerato completo
prcticamente ser universal, la de educacin superior quiz cercana al
doble de la actual, y la de posgrado (maestra y doctorado) ligeramente
mayor a la de hoy. Todo esto sin duda sera positivo, y quiz todava
pueda esperarse algo ms si el pas hace un esfuerzo adicional en edu-
Axroxio Aioxso Coxcuiiio
35
cacin. Pero con todo, ello no ser garanta de que constituyamos una
poblacin mucho ms educada. Los mexicanos leemos muy poco y la
acelerada acumulacin de conocimientos hace rpidamente obsoletos a
aquellos que se adquirieron durante el lapso de escolarizacin formal.
Dados los avances cuantitativos habidos y la disminucin en la tasa de
crecimiento demogrco, la preocupacin cuantitativa por aumentar la
cobertura ser en las prximas dos dcadas menor que en las dos anterio-
res; habr as, por lo menos, mayor espacio para pensar en cmo elevar la
calidad de la educacin. De hecho, el tema de la calidad de la educacin
empez a ser preocupacin institucional en Mxico desde hace ms de
una dcada: en 1994 se cre el Centro Nacional para la Evaluacin de la
Educacin Superior, en 2000 Mxico particip en el primer ejercicio de
evaluacin del Programa para la Evaluacin Internacional de Alumnos, y
en 2002 se cre el Instituto Nacional para la Evaluacin de la Educacin.
Pero el camino por recorrer todava es largo. Para empezar habra que
comprender mejor qu es una educacin de buena calidad. Las medicio-
nes estndar de calidad educativa son casi en su totalidad (dentro y fuera
de Mxico) mediciones de salida (los egresados) y de dotacin de infraes-
tructura. Pero si la educacin es principalmente un cambio en el estado
cultural de las personas, la medicin de la calidad tiene que medir dicho
cambio y no slo el resultado nal (un sistema educativo al que ingresaran
ingenieros consumados y del que egresaran aprendices de ingeniero sera
de psima calidad, independientemente de qu tan buenos fueran los
aprendices de ingeniera egresados y de la infraestructura disponible en el
sistema). Hoy el paradigma educativo del pas requiere cambios profun-
dos e innovaciones radicales. Los cambios y ajustes menores conducirn
a avances menores; lo que se requiere, y con urgencia, es una verdadera
revolucin. Que esta pueda o no darse dentro de los prximos 20 aos
depender en buena parte de la actitud y disposicin del Sindicato Nacio-
nal de Trabajadores de la Educacin, al que ms de uno le atribuye ser un
poderoso freno al cambio, y de si el gobierno y la sociedad le permiten a
este seguir siendo lo que es. La privatizacin de la educacin, proceso en
marcha sobre todo en algunos niveles, como el de la educacin superior,
agrega interrogantes a los futuros educativos del pas, como tambin lo
hacen los desarrollos en las tecnologas de la informacin y las comunica-
ciones que prometen posibilidades de una educacin a distancia ubicua y
a la vez amenazan con una globalizacin de las opciones educativas y una
mercantilizacin creciente de la educacin.
Los iuruios ii Mixico: ixciuci;aia \ ciavos ix ii zaiaro
36
Entre las preocupaciones sociales del Mxico del maana habr que
agregar la correspondiente al futuro de la seguridad social. Los impul-
sores de cambio, con la retirada del Estado benefactor, parecen indicar
que en el futuro la seguridad social podra ser un asunto ms indi-
vidual que gubernamental. El Sistema de Ahorro para el Retiro y el
crecimiento de los seguros individuales o colectivos para la salud, in-
cluido el Seguro Popular, parecen formar parte de esta tendencia. Hasta
ahora, en Mxico la seguridad social ha estado atada al mercado laboral;
las prestaciones correspondientes se adquieren junto con un empleo en
la economa formal. Y dada la insuciencia de esta ltima y el creci-
miento de la informalidad laboral, con todo y los avances pregonados
por las diversas administraciones federales, en 2008 el Banco Mundial
estimaba que seis de cada 10 mexicanos en edad de trabajar no tena
acceso a la seguridad social. Lo cierto es que los pobres tienen hoy ms
dicultades que hace 15 aos, cuando el pas inici su insercin al rea
de libre comercio de Amrica del Norte, para insertarse en el mercado
de trabajo formal, y por tanto para hacerse beneciarios de la seguridad
social. Por otra parte, el deterioro nanciero del Instituto Mexicano del
Seguro Social (ixss) lo ha puesto en una situacin de quiebra. Para evi-
tarla se requerirn cambios fundamentales en la institucin, y muchos
recursos econmicos que no est claro de dnde podran provenir. De
hecho, en las pasadas dos dcadas la capacidad del ixss ha tenido un
deterioro continuo que no ser sostenible en las prximas dos. Con la
actual estructura organizacional y legal, los cambios requeridos se ven
difciles. La reforma completa del sistema de seguridad social del pas,
por ms que sea necesaria, tampoco parece fcil.
En los ltimos 20 aos el cambio social del pas parece haber empe-
zado a afectar tambin a las convicciones ms profundas de los mexica-
nos. En 1990, 89.7% de la poblacin nacional de cinco o ms aos se
declaraba catlica (muchos dirn que la etiqueta debera ser ms bien la
de guadalupanos, y que entre la declaracin de serlo y serlo en la realidad
hay una brecha); 20 aos despus el porcentaje haba descendido a 83.9%
(ganando peso los protestantes y evanglicos, 7.6%, y quienes no profesan
religin alguna, 4.6%). El descenso de seis puntos porcentuales de los ca-
tlicos en 20 aos no parece mucho. Pero si nos atenemos a lo que dicen
los modelos logsticos de competencia, esos seis puntos habrn sido los
ms difciles de perder, por lo que en el ao 2030 la poblacin no catlica
del pas podra constituir entre una cuarta y una tercera parte del total. La
Axroxio Aioxso Coxcuiiio
37
descatolizacin del pas parece extenderse desde el sur (donde la prdida de
feligreses catlicos ha sido ms pronunciada) hacia el norte, agregando a
las diferencias en el grado desarrollo humano y de marginacin y pobreza
entre una y otra regin un factor adicional de diferenciacin (y conicto
potencial). No est claro cules podran ser las implicaciones futuras de
un Mxico ms o menos catlico, aunque no son escasos los estudios
que apuntan a que la religin condiciona, por ejemplo, la tica laboral,
la actitud empresarial, la inclinacin hacia la innovacin, etctera, y en
trminos no favorables para los valores catlicos.
Hoy, a diferencia de hace 20 aos, es obligado incluir entre los cla-
vos del zapato nacional que contribuyen a la desintegracin social a las
adicciones, el crimen organizado, la violencia y la inseguridad. Mxico
ha empezado a convertirse de un pas productor y de paso de las drogas
hacia el vecino del norte, a un pas consumidor de las mismas. Cerca de
70% de los mexicanos mayores de 18 aos consumen bebidas alcoh-
licas, una droga legal, y alrededor de tres millones presentan problemas
de alcoholismo (10% de ellos mujeres y, otro tanto, menores de edad).
Adicionalmente, el alcohol (junto con el tabaco) es una droga de inicio
que propicia el consumo de drogas ilegales. Cerca de 3.5 millones de
mexicanos reconocen haber consumido drogas ilegales por lo menos una
vez (poco ms del 6% de ellos son menores de edad) y al menos unos
600 000 consumen ya dichas drogas de manera frecuente. Dentro de 20
aos posiblemente seis millones de mexicanos habrn consumido drogas
ilegales al menos una vez y cerca de un milln y medio podra consumir-
las de manera frecuente. Las drogas mismas han vivido un proceso de
transformacin, en el que las sustancias sintticas (qumicas, como crack,
ice, piedra, anfetaminas, etctera) han cobrado mayor peso; estas ltimas
son ms baratas y, en cierto sentido, tienen consecuencias ms dainas
para la salud. Quiz el crecimiento en el consumo de drogas a edades
cada vez ms tempranas est relacionado con los cambios en los valores,
donde la velocidad de las transformaciones y la creciente incertidumbre
nos empujan a preferir la retribucin inmediata, descontando al futuro
de manera tan atroz que el maana prcticamente deja de tener valor. El
esfuerzo sostenido para alcanzar una satisfaccin sana en el futuro es hoy
fcilmente superado por la retribucin inmediata, aunque esta sea pro-
fundamente daina y cancele nuestro futuro de largo plazo.
Cada vez parece ms evidente que el uso de la fuerza del Estado como
eje central del combate al crimen organizado no est dando resultados;
Los iuruios ii Mixico: ixciuci;aia \ ciavos ix ii zaiaro
38
parte de la sociedad civil parece haberlo entendido as. Resulta difcil
creer que dicha estrategia podra dar los resultados deseados cuando,
entre otros, existe un nmero importante de mexicanos en pobreza ex-
trema y un verdadero ejrcito de jvenes etiquetados como los ninis (ni
estudian ni trabajan) que son reclutas relativamente fciles de las bandas
criminales, cuando el crimen organizado se ha inltrado en al menos
parte de la estructura policial que debe combatirlo, y cuando la impuni-
dad y la desigual aplicacin de la ley son rasgos caracterstico de nuestro
sistema judicial. No se trata de discutir si el Estado debe o no enfrentar
a dichas bandas haciendo uso de su monopolio de la fuerza (que hoy
ya no lo es), sino de reexionar sobre cul es la manera ms efectiva y
de menor costo econmico y social para hacerlo. La accin policial y
militar sin una poltica social ecaz parece conducir a un callejn sin
salida; a una disputa por el territorio nacional entre bandas y policas y
militares. El futuro desenlace de la lucha contra el crimen organizado
est, as, lleno de incertidumbres, pero merece al menos experimentar
nuevos caminos. Por lo pronto, sin un cambio en la orientacin de las
polticas pblicas, ms dirigido a la mitigacin de los factores determi-
nantes de la criminalidad, las prximas dos dcadas podran ser no solo
ms de lo mismo, sino escenario de cosas peores.
Entre lo que ha variado poco en Mxico en los ltimos aos est la
situacin del Estado de derecho. Mxico es en el papel un pas de leyes;
en muchos casos su legislacin es de avanzada. El problema reside en la
falta de aplicacin irrestricta y pareja de las mismas. El problema es pro-
fundo. No se trata solo, aunque lo abarca, de una aplicacin diferenciada
de la ley de acuerdo con la clase social a la que se pertenece o los ingresos
que se tienen, lo que ya de por s resulta escandaloso. Las autoridades del
pas, lo mismo del Ejecutivo que del Legislativo o el Judicial, incumplen
con la ley, con frecuencia de manera impune. Unas veces por intereses
polticos, otras por benecios personales, y algunas ms por incapacidad.
Las leyes son interpretadas a conveniencia y el que tiene ms saliva traga
ms pinole. Mxico es hoy quiz tanto o ms corrupto que hace 20 aos.
Tal vez el mundo entero lo sea y lo que ocurre en Mxico es solo la ma-
nifestacin local de una tendencia mundial. En 1983 se cre la entonces
llamada Secretara de la Contralora General de la Federacin, ms tarde
(1994) convertida en Secretara de Contralora y Desarrollo Administrati-
vo, y hoy (desde 2003) Secretara de la Funcin Pblica, como organismo
de control y vigilancia del ejercicio pblico del gobierno federal. El valor
Axroxio Aioxso Coxcuiiio
39
de tal estructura de control es, por decir lo menos, dudoso. Quiz es por
eso que durante la crisis del 2009, en aras de un ahorro para las nanzas
pblicas, el propio presidente pens en la desaparicin de esa secretara.
En la asignacin de recursos pblicos probablemente el resultado ms im-
portante de contar con dicha estructura ha sido un encarecimiento de la
corrupcin. Las mediciones del fenmeno por parte de organismos como
Transparencia Nacional cuantican parte de la corrupcin al menudeo
(las mordidas que los ciudadanos pagan para obtener los servicios que
deberan cubrir sus impuestos o para no ser acreedores a las sanciones por
cometer faltas menores). Los grandes negocios de la corrupcin al ma-
yoreo quedan fuera de toda medicin. Hoy todos somos la corrupcin.
Sin una refundacin moral del pas, que no sabemos si puede o debe ser
de abajo hacia arriba o de arriba hacia abajo, dentro de 20 aos Mxico
seguramente seguir siendo un pas de leyes asegn y de corrupcin.
Afortunadamente hoy, a diferencia de hace 20 aos, en Mxico pa-
rece estar surgiendo una sociedad civil del pas algo ms consciente y
ms despierta. El nmero de organizaciones no gubernamentales ha
aumentado de manera signicativa en las ltimas dos dcadas y el n-
mero de quienes participan en ellas es creciente. Son todava, en gran
medida, grupos con agendas especcas y desagregadas, sin conexin
entre s. La falta de una visin amplia hace que se mantengan desarti-
culados unos de otros y sin una agenda comn. As, su grado de orga-
nizacin y su disposicin a actuar estn todava lejos de convertirlas en
uno de los principales actores del pas, pero por lo menos muestran una
capacidad creciente de vigilancia activa y de inters para intervenir en
los procesos de cambio. Hoy todava no existen en el pas mecanismos
formales para incluir de manera directa a la sociedad civil en la toma de
decisiones.
4
El desarrollo de las redes virtuales seguramente ayudar a
que en el futuro la capacidad de movilizacin de la poblacin por fuera
de las instituciones tradicionales crezca; el poder de convocatoria de las
mismas ser un factor a tomar en cuenta. Pero, por otra parte, dichas
redes estn ya permitiendo medir la condicin y preferencias de la po-
blacin (o de segmentos de ella), con posibilidades de manipulacin
por parte del Estado y los poderes fcticos antes no imaginables. En la
4
En Mxico ha habido resistencia a crear un Consejo Econmico y Social nacional, como
el que ya existe en muchos pases (e incluso en algunos estados de la Repblica), que, aun sin
agotar las formas de participacin de la sociedad civil, s abrira un camino de expresin formal
de sus deseos y preocupaciones.
Los iuruios ii Mixico: ixciuci;aia \ ciavos ix ii zaiaro
40
medida en que los canales tradicionales de representacin formal de la
sociedad sean inoperantes y las respuestas a las necesidades especcas
sean insucientes, las organizaciones sociales tendrn campo frtil para
crecer y aanzarse.
Colofn
El presente de Mxico es, sin duda, de grandes contrastes. A una parte
de los mexicanos, minoritaria, seguramente les bastar con que el futuro
nacional sea una mera prolongacin del pasado. Pero estoy seguro de que
ese no es el caso de la mayora. Un futuro que esencialmente proyecte
los ltimos 20 aos hacia delante para las prximas dos dcadas resulta
insatisfactorio. La miopa de pensar en la solucin de los problemas con
una visin que solo incluye al presente y al futuro de corto plazo, resulta
ser conformista y el equivalente a dar palos de ciego. Este ensayo queda,
por supuesto, muy corto en la tarea de imaginar los futuros nacionales.
No podra haber sido de otra manera. Entre otras razones, porque la tarea
no puede ser individual; ha de ser colectiva y plural. Muchos de los juicios
anotados aqu seguramente les parecern desatinos a algunos lectores. Si
el ensayo lograse tan solo que algunos de ellos abrazaran el propsito de
pensar seriamente en el largo plazo del pas, desde su punto de vista, con
sus propias percepciones, este ensayo habra logrado en mucho su prop-
sito. Pero lo que Mxico necesita es una reexin mucho ms profunda
y comprehensiva sobre lo que podra ocurrir y sera preferible que eso
ocurriera en, por lo menos, las prximas dos dcadas. Existe la necesidad,
existen las herramientas formales para hacerlo, pero ha faltado la volun-
tad y los recursos para realizar el esfuerzo riguroso y sistemtico que ello
requiere. Quiz nuestro futuro sera otro si se realizara un ejercicio tal.
Construir una visin alternativa para nuestra sociedad, as sea en el papel,
que cree consensos y compromisos para lograrla, representara la esperan-
za. Nuestro pas, como la casa del poeta espaol Miguel Hernndez, est
pintado del color de las grandes pasiones y desgracias. Y como l, no
sobra gritar: Dejadme la esperanza.
Artculo recibido el 19 de septiembre de 2011
y aceptado el 28 de octubre de 2022.
Axroxio Aioxso Coxcuiiio
41
Mxico: una democracia
expuesta a riesgos
Ricardo Espinoza Toledo*
En Mxico, las marcadas desigualdades y la inequidad limitan el ejer-
cicio efectivo de los derechos polticos, civiles y sociales. La falta de
equidad se observa en la exclusin escolar, en la carencia de empleos
formales, en los bajos ingresos, en el dficit de bienestar social y en la
pobreza. Esa falta de desarrollo asociada a las deficiencias en la parti-
cipacin y la representacin debilitan, deslegitiman y ponen en riesgo
a la joven democracia mexicana.
Palabras clave: desarrollo, democracia, equidad, desigualdad, de-
rechos.
Introduccin
E
l cambio democrtico en Mxico ha signicado la conquista de
libertades polticas; sin embargo, tambin ha acentuado la preca-
riedad social de la mayora, acelerado la desintegracin de las fuentes
colectivas de solidaridad y debilitado las bases de la reciente democra-
cia. La desigualdad es la causante de la baja participacin o la escasa
participacin es causa de mayores desigualdades?
La Comisin Econmica para Amrica Latina y el Caribe (ciiai,
2000) ha sostenido que entre ms desigual sea una sociedad, ser menos
participativa, porque la pobreza conduce a la marginalidad. En esas cir-
cunstancias, los pobres no participan libremente en la vida econmica,
ni en la social, ni en la poltica; es decir, no tienen posibilidades de
inuir decisivamente para superar su situacin de pobreza (Jaguaribe,
1993; Prats, 2000). Ese problema, sin embargo, no es unilateral, por-
* Profesor-investigador de tiempo completo de la licenciatura en Ciencia Poltica y la maes-
tra y doctorado en Procesos Polticos de la Universidad Autnoma Metropolitana, Unidad Iz-
tapalapa. Doctor en Ciencia Poltica por la Universidad Pars I-Sorbona. Miembro del Sistema
Nacional de Investigadores. Correo electrnico: <[email protected]>. P
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que la desigualdad puede ser la causante de la poca participacin y, por
su lado, la baja participacin puede ser el origen de mayores desigual-
dades. Las desigualdades sociales son concebidas como expresiones de
las asimetras del poder; el poder se reere a la distribucin y posesin
de lo que Rawls (2000) llama bienes sociales primarios, esto es, acceso
a servicios bsicos, como salud, educacin, trabajo y proteccin social.
As, la democracia es tambin un sistema creador de ciudadana en el
sentido que debe servir para que la inmensa mayora disfrute todos los
servicios como ejercicio efectivo de sus derechos (ixui, 2010).
Se argumentar, con razn, que esta concepcin se aleja de los ar-
gumentos clsicos de la democracia. En efecto, en las democracias occi-
dentales consolidadas el individuo con derechos sociales y civiles existe
antes de la extensin universalista de la ciudadana poltica. Esta misma
concepcin fue elaborada y progresivamente implantada, al ritmo de la
expansin del Estado moderno, como una doctrina legal que atribuy
condiciones de agentes a los individuos:
Tras una larga y compleja trayectoria histrica, en los pases iniciadores
en general y no sin abruptas interrupciones ocurri la extensin bastan-
te amplia de una (mayoritariamente masculina) ciudadana civil, basada
en la atribucin legal de agencia en esta esfera. Esta fue la base, legal y
sociolgica, de un desarrollo posterior, la democracia poltica, centrada
en la ciudadana poltica. Esta a su vez se bas en una concepcin de
agencia ya desarrollada en esos pases en el terreno de los derechos civiles
(ODonnell, Lazzeta y Vargas, 2003: 64).
En contraste con esos pases, en la mayor parte de Amrica Latina,
comprendido Mxico, los derechos polticos fueron obtenidos, o han
sido recuperados recientemente, antes de completarse la generalizacin
de los derechos civiles. En nuestros pases, la penetracin y efectividad
de la legalidad estatal ha sido a intervalos y socialmente limitada. Ade-
ms, en varios de estos pases, incluso bajo gobiernos democrticamente
electos, las regiones desprotegidas por la legalidad estatal no han dismi-
nuido y los derechos civiles han, incluso, retrocedido (ixui, 2004).
1
1
Esta obra incluye a un variado grupo de especialistas que hacen una enriquecedora y ori-
ginal reflexin acerca de los contenidos de la democracia en Amrica Latina.
Ricaiio Esiixoza Toiiio
43
En este texto abordamos la relacin desigualdad-democracia en
Mxico. Progresivamente analizamos: a) cmo la democracia se legitima
en el progreso; b) la exclusin que se observa en el sistema educativo;
c) un pas de jvenes sin empleo; d) en el que la pobreza se incrementa
y e) el ingreso de las familias cae; f ) con un deciente bienestar social;
g) cuyo problema central es la falta de equidad; h) con mecanismos d-
biles de rendicin de cuentas as como i) el bajo aprecio ciudadano por
las instituciones de la democracia.
La democracia se legitima en el progreso
Como la poltica es importante para las instituciones y las instituciones
son importantes para el desarrollo, la poltica importa para el desarrollo
(Valverde Viesca y Salas-Porras, 2005).
2
Las instituciones relacionadas
con la economa de mercado estn necesariamente inmersas en un con-
junto de instituciones polticas ajenas a esa economa. Para contar con
instituciones ecientes relacionadas con la economa de mercado pa-
reciera necesario disponer de instituciones polticas democrticas que
permitan garantizar la creacin de normas justas que se apliquen de
manera equitativa y sistemtica (Rodrik, 2000: 13; nii-iiia, 2003).
De ah la unidad de las polticas democrticas, econmicas y socia-
les, debido a que la eciencia econmica requiere de un gobierno que
garantice el cumplimiento de los derechos individuales y promueva un
entorno de respeto y justicia:
Hoy disponemos [] de evidencias empricas que abonan una correlacin
positiva entre desarrollo institucional y crecimiento econmico. Tomando
como indicadores de desarrollo institucional la garanta y asignacin de los
derechos de propiedad, la garanta de cumplimiento de los contratos, la
existencia y abilidad de mecanismos de solucin de disputas incluido el
poder judicial, la vigencia efectiva del sistema de mrito y el grado de co-
rrupcin existente, se evidencia una correlacin positiva entre estos indica-
dores y las mayores tasas de crecimiento de los pases (Prats, 2000: 19).
2
En el libro coordinado por Valverde Viesca y Salas-Porras se presentan diversas perspec-
tivas sobre el desarrollo.
Mixico: uxa iixociacia ixiuisra a iiiscos
44
As, democracia y desarrollo se complementan y fortalecen mutua-
mente y, a la inversa, su divorcio puede conducir a la inviabilidad de
ambos (ixui, 2010). Su conjuncin posibilita su permanencia debido
a que la democracia se consolida con medidas econmicas y sociales que
propician el desarrollo, y viceversa: el desarrollo requiere de la legitimi-
dad que solo otorga la participacin democrtica (Mirn, 2005).
Adam Przeworski (1995) sostiene que entre las condiciones para
que un pas sea democrtico se encuentran, adems de las instituciones
democrticas, crecimiento, descenso de la desigualdad e instituciones
parlamentarias. De acuerdo con este autor, el grado de desarrollo eco-
nmico de un pas tiene un efecto casi decisivo sobre las probabilidades
de supervivencia de su democracia. Las democracias pobres, con ingre-
so per cpita bajo, son extremadamente frgiles (Sirvent, 2005).
En el pasado mexicano reciente, las crisis econmicas recurrentes
cancelaron las oportunidades de mayor bienestar social. Luego de la
crisis econmica de 1994-1995 y hasta 2008, el pas logr la estabilidad
macroeconmica. La crisis nanciera internacional que estall en 2008
afect duramente a Mxico debido a la cada de las exportaciones y de
la actividad manufacturera, el aumento del desempleo (el desempleo
abierto lleg a 5% a inicios de 2009), la cada de los precios interna-
cionales del petrleo y la devaluacin del peso. Diversos programas de
combate a la pobreza, acompaados de ms de una dcada de esta-
bilidad macroeconmica, dieron lugar a su disminucin parcial desde
1994. Pese a este logro, la reduccin de la pobreza entre 1996 y 2005
solo ha permitido restablecer los niveles de pobreza prevalecientes hasta
antes de la crisis econmica de 1995 (iii, 2007: 144). Despus, entre
2006 y 2008, la pobreza volvi a aumentar, hasta alcanzar cifras nunca
antes vistas: la pobreza se extendi a ms sectores de la poblacin.
Las nuevas democracias, como la nuestra, se enfrentan a varios retos
simultneos. Por un lado, tienen la necesidad de consolidar las nuevas
instituciones polticas; por otro, deben impulsar las reformas que eviten
el colapso econmico y recuperen el crecimiento econmico y la distri-
bucin del ingreso. Estas medidas pueden entrar en conicto y detener
la consolidacin democrtica (Sirvent, 2005). De ser as, democracia y
ausencia de desarrollo acaban siendo incompatibles. A pesar de que en
Amrica Latina la democratizacin estuvo conectada con la instrumen-
tacin de reformas polticas y econmicas liberales, no han disminuido
la pobreza ni la inequidad. Por esa razn, entre otras, la ciiai ha con-
Ricaiio Esiixoza Toiiio
45
cluido que es necesario reorientar los patrones regionales de desarrollo
en torno a un eje principal: la equidad, es decir, la reduccin de la des-
igualdad social en sus mltiples manifestaciones, especialmente cuando
se trata de los pases con mayores niveles de desigualdad del mundo.
Eso debe ir acompaado de esfuerzos efectivos por construir tejidos
sociales que permitan gestar sociedades ms integradas, en el entendido
de que esa construccin solo puede realizarse en el marco de sociedades
ms democrticas, lo que signica una ciudadana fortalecida (Ocam-
po, 2000).
Vista de esa manera, la democracia es para el progreso. Se le concibe
como un mtodo de organizacin del poder y la sociedad para que sus
habitantes progresen en la realizacin efectiva de sus derechos, enten-
diendo el paso de lo nominal a lo real como la creacin de ciudadana.
La calidad de la democracia, a su vez, est directamente vinculada con
su capacidad para generar ciudadana. Y la ciudadana consiste precisa-
mente en hacer efectivos los derechos individuales (ixui, 2010).
Con base en lo anterior, la democracia no se limita a procesos elec-
torales transparentes, regulares y limpios, sino que va ms all: es una
forma de organizar el poder para ampliar la ciudadana en sus tres di-
mensiones (poltica, civil y social) y evitar o limitar la dominacin de
unos individuos o grupos sobre los dems. As, se dene por su origen,
su ejercicio y su nalidad: su origen, la soberana popular como fuente
del poder; su ejercicio se da a travs de las instituciones republicanas de
gobierno, normado en el Estado democrtico de derecho, y su nalidad
es garantizar, materializar y extender los derechos ciudadanos en las tres
esferas bsicas de la ciudadana (ixui, 2010).
Las tres dimensiones de la ciudadana son la poltica, la civil y la
social:
La ciudadana poltica reere las formas de acceso y las condiciones de
permanencia en los cargos pblicos; la representacin de mujeres y mi-
noras tnicas; los mecanismos de toma de decisiones de gobierno (en
particular en lo que respecta a las relaciones entre los poderes Ejecutivo
y Legislativo), y el diseo del marco constitucional y sus procesos de
reforma. En el campo de la ciudadana civil se consideran, a su vez, la
vigencia de las libertades bsicas, el acceso a la justicia y el acceso a la
informacin pblica; en el de la ciudadana social, el decitario acceso
de las mayoras a servicios de salud, educacin y proteccin social, y la
Mixico: uxa iixociacia ixiuisra a iiiscos
46
enorme extensin de la pobreza y la desigualdad (Marshall, 1965: 22-23;
ixui, 2010: 16).
3
Cuando el propsito esencial del desarrollo es la construccin de
sociedades ms equitativas, se coloca en primer plano la vigencia de los
derechos civiles y polticos, que garantizan la autonoma individual
frente al poder del Estado y la participacin en las decisiones pblicas,
y la de los derechos econmicos, sociales y culturales que responden a la
igualdad, la solidaridad y la no discriminacin, en tanto valores univer-
sales, indivisibles e interdependientes:
Si bien los derechos civiles y polticos y los derechos econmicos, sociales
y culturales pueden regirse por estatutos jurdicos diversos en cuanto a su
carcter, exigibilidad y mecanismos de proteccin, todos ellos forman par-
te de una visin integral de los derechos fundamentales de las personas. De
esta manera, si no se logran avances respecto de los derechos econmicos,
sociales y culturales, los derechos civiles y polticos [] tienden a perder
sentido para los sectores con menores recursos y ms bajos niveles de edu-
cacin e informacin. Pobreza y ausencia del ejercicio de la ciudadana van
muchas veces de la mano (Ocampo, 2000: 49).
Junto al mtodo de eleccin de gobernantes y representantes, la de-
mocracia implica una garanta para que las libertades y todos los dere-
chos vinculados a ellas sean efectivamente ejercidos en una sociedad.
Por eso, la creacin de ciudadana es tambin creacin de libertades.
Otorga a los ciudadanos el ejercicio de los derechos que permiten que
la libertad sea realmente practicada: el derecho a elegir, a vivir una vida
digna, a la seguridad, a no ser perseguido, a la educacin, a un trabajo
y salario decentes, a la salud, a la proteccin social. La democracia ten-
dr mejores condiciones para perdurar en tanto sirva a la creacin del
bienestar individual y colectivo de una sociedad. Si fracasa en esa tarea,
aumentar su debilidad y la probabilidad de ser reemplazada (ixui,
2010).
En ese contexto, la disfuncin democrtica se expresa en autorida-
des polticas acusadas de actos de corrupcin, en procesos y resultados
3
La clasificacin de las tres esferas de la ciudadana es de Marshall y ha sido recuperada por
el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (ixui).
Ricaiio Esiixoza Toiiio
47
electorales cuestionados por las fuerzas polticas de oposicin y en la
lucha continua del Estado por preservar el imperio de la ley contra
inuencias como las agrupaciones del crimen organizado, narcotra-
cantes (nii-iiia, 2003) y otros poderes fcticos. Si bien eso ocurre en
Mxico, la caracterstica dominante en este pas es, sobre todo, el dcit
de derechos sociales y civiles, lo cual se traduce en la exclusin.
La exclusin tiene lugar en el sistema educativo
El acceso a la educacin proporciona la mejor posibilidad de construir
mbitos ms equitativos, desde los cuales superar la desigualdad en el
mercado de trabajo y la participacin en el poder:
La educacin es una llave maestra para incidir simultneamente sobre la
equidad, el desarrollo y la ciudadana. Es crucial para superar la reproduc-
cin intergeneracional de la pobreza y la desigualdad. La educacin mejora
el ambiente educacional de los hogares futuros y, con ello, el rendimiento
educativo de las prximas generaciones; mejora las condiciones de salud
del hogar, y permite una mayor movilidad socio-ocupacional ascenden-
te a quienes egresan del sistema educativo, proporcionndoles, adems,
herramientas esenciales de la vida moderna que eviten la marginalidad
sociocultural (Ocampo, 2000: 53).
Con base en datos recuperados por el Instituto de Estudios para la
Transicin Democrtica (iiri, 2010), hacia el ao 2010, en Mxico
haba ms de 32 millones de alumnos. De ellos, casi 25 millones eran
nios que cursaban la educacin bsica y representaban el 77% del to-
tal. Los jvenes en educacin media superior eran 3 658 000 (11.3%
de los educandos en el pas) y los de educacin superior cercanos a los
2 500 000 (7.6%). El nmero de mexicanos de entre 15 y 18 aos, es
decir, los que podran estar cursando el bachillerato, ascenda a 8 392
millones. De ellos, solo 43% se encontraba incorporado a la educacin
media superior. Con esta tendencia, seis de cada 10 jvenes en edad de
ir al bachillerato se quedaban fuera. La cobertura en educacin superior
es todava menor. De los casi 10 millones de jvenes de entre 19 y 23
aos en 2005 y hasta el ao 2008 (9 692 116 personas), 25% tuvo ca-
bida en la educacin superior. As, tres de cada cuatro jvenes en edad
Mixico: uxa iixociacia ixiuisra a iiiscos
48
universitaria no acceden a ella, esto es, 7 250 millones de jvenes. Ese
es el tamao de la exclusin educativa que se ha acumulado en nuestro
pas (iiri, 2010). Aunque el sistema educativo mexicano ha alcanzado
buenos niveles de cobertura en la educacin primaria, existe un gran
rezago en la educacin, sobre todo, secundaria y superior.
La baja permanencia en la educacin formal, junto con altos niveles
de reprobacin, desercin e inasistencia escolares concentrados en las
zonas ms pobres tiene relacin directa con la reproduccin interge-
neracional de la pobreza, por un lado. Por otro, existe una dinmica
de devaluacin educativa debido a la cual, a medida que aumentan los
logros educativos promedio y se acrecientan las exigencias productivas
y culturales, se requieren ms aos de educacin formal para contar con
opciones de mejor insercin productiva y mayor movilidad social. Por
este motivo, la falta de continuidad afecta con mayor dureza a quie-
nes abandonan tempranamente el sistema escolar. Segn clculos de la
ciiai, actualmente se requiere, como promedio regional, un mnimo
de 10 a 11 aos de educacin formal y, en muchos casos, completar el
ciclo medio (12 aos de educacin) para contar con 90% o ms de pro-
babilidades de no caer, o no seguir, en la pobreza. Asimismo, solo dos
aos menos de estudio implican un prdida de ingresos de alrededor de
20% durante toda la vida activa (Ocampo, 2000).
Es necesaria la transformacin educativa para lograr la equidad,
entendida como igualdad de oportunidades y compensacin de dife-
rencias, y el desempeo, referido a la evaluacin de los rendimientos y
el incentivo a la innovacin (Ocampo, 2000), de los cuales sigue ale-
jado nuestro pas. En conferencia de prensa realizada el 29 de junio de
2011, la lder del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educacin,
profesora Elba Esther Gordillo, declar haber pactado con el candida-
to presidencial del Partido Accin Nacional en 2006, Felipe Caldern
Hinojosa, para otorgarle apoyo electoral a cambio de cargos pblicos
para sus seguidores. Seguramente eso explica por qu el presidente
Caldern no emprendi la reforma educativa y desvirtu la promesa
gubernamental de alcanzar una educacin de calidad y superar el
marasmo de intereses a n de que la educacin sea la puerta grande
para salir de la pobreza (discurso del 2 de septiembre de 2009). Esa
alianza se tradujo en la imposibilidad de reformar y transformar el
deciente sistema educativo mexicano. Algo igualmente grave ocurre
con el empleo.
Ricaiio Esiixoza Toiiio
49
Un pas de jvenes sin empleo
El empleo es el principal medio de generacin de ingresos del grueso de
los hogares y, adems, un mecanismo de integracin social y realizacin
personal (Ocampo, 2000). El desempleo y el subempleo, a su vez, obs-
truyen el desarrollo.
La sociedad mexicana es mayoritariamente urbana, cada vez ms es-
colarizada y an joven en trminos absolutos. Quienes tienen entre 16 y
30 aos representan 26% de la poblacin, mientras aquellos que tienen
entre 31 y 50 aos constituyen 25%. Total: ms del 50% de jvenes.
Esta sociedad tiene ms educacin e informacin, pero medios de co-
municacin que ayudan poco a enmendar los rezagos en una cultura
que privilegia los valores laicos y liberales en el terreno de los derechos
de las personas y mantiene buena dosis de fanatismo e intolerancia.
Entre 2006 y 2010 se observ una ampliacin de 1.3 millones de per-
sonas por ao en la Poblacin Econmicamente Activa. Para evitar que el
desempleo crezca es necesario generar ese volumen de puestos de trabajo
anuales. De acuerdo con los datos del Instituto Nacional de Estadstica y
Geografa, en esos cuatro aos slo se generaron 817 000 nuevos empleos
con prestaciones (es decir, los que incluyen acceso a instituciones de segu-
ridad social), lo que implica apenas 204 000 nuevos empleos por ao. En
ese sentido, Mxico tuvo un dcit de 1.1 millones de empleos formales
por ao en los primeros cuatro aos del gobierno de Felipe Caldern.
El dcit en la creacin de empleos formales en Mxico en los lti-
mos quince aos se comprueba al contrastar la ampliacin de los ocupa-
dos (10 millones y medio de personas) con los nuevos trabajadores ase-
gurados en el Instituto Mexicano del Seguro Social (ixss), cuya cifra es
inferior a los cuatro millones. Lo anterior signica que por cada empleo
formal se ha creado un empleo y medio en el sector informal. Este ya
era uno de los ms graves problemas de Mxico aun antes de que inicia-
ra la crisis econmica de 2008, cuyo efecto negativo agrav la situacin
general, al destruir altos volmenes de empleo (ms de 600 000 entre
octubre de 2008 y los primeros dos trimestres de 2009, cifra que no se
recuper en el primer tercio de 2010). De esa manera, a la incapacidad
para crear nueva ocupacin formal se suman los efectos negativos de la
crisis. Mxico cuenta con jvenes en edad de trabajar y producir, pero
atraviesa un prolongado periodo de exclusin y carencia de empleo, con
una consecuencia adicional: lo que pudo ser una oportunidad produc-
Mixico: uxa iixociacia ixiuisra a iiiscos
50
tiva, el bono demogrco, podra transformarse en tensin social sin
punto de retorno (iiri, 2010).
Si se toma en cuenta que cada ao se generan nicamente 204 000
nuevos empleos formales, puede ubicarse la difcil situacin que enfren-
ta el bienestar de los jvenes y los adultos. Los esfuerzos y las inversiones
destinados a incrementar los logros educativos mediante la reduccin
de las tasas de desercin y reprobacin tienen efectos positivos en tr-
minos de reducir la pobreza y la desigualdad:
El efecto de la educacin en este mbito es triple: mejora el ambiente
educacional de los hogares futuros y, con ello, el rendimiento educativo de
las prximas generaciones; incide positivamente en la salud reproductiva
e infantil y, por ltimo, permite una mayor movilidad socioocupacional
ascendente de quienes egresan del sistema educativo. A mayor nivel de
educacin formal, menor es la probabilidad de ser pobre o caer en la po-
breza. Por otra parte, la educacin es el principal expediente para superar
tanto la pobreza como las causas estructurales que la reproducen: baja
productividad en el trabajo, escaso acceso a las herramientas de la vida
moderna, marginalidad sociocultural, mayor vulnerabilidad de las familias
en el plano de la salud, y discontinuidad y bajos logros en la educacin de
los hijos (Ocampo, 2000: 101).
La generacin de empleos permanentes, que cuenten con una ade-
cuada proteccin social, debe convertirse en el objetivo central de las
polticas pblicas. Flexibilizar la contratacin laboral, como quiere la
reforma promovida por priistas y panistas (2010-2011), no es una solu-
cin a los problemas de demanda de empleo. Por lo dems, una poltica
macroeconmica cuyo resultado es un crecimiento econmico inestable
e insuciente, como en Mxico, difcilmente puede contrarrestar los
efectos negativos que tiene sobre la generacin de empleo.
La pobreza se incrementa y el ingreso de las familias cae
Hacia 2006, una poblacin de 44 millones de mexicanos se encontraba
en una situacin que le imposibilitaba cubrir sus gastos de alimenta-
cin, educacin, vestido, salud, vivienda y transporte. Antes de la crisis
de 2008, el entonces Instituto Nacional de Estadstica, Geografa e In-
Ricaiio Esiixoza Toiiio
51
formtica (que desde 2008 se denomina Instituto Nacional de Estads-
tica y Geografa, Inegi) informaba de una contraccin en el ingreso de
los hogares, de manera que ms miembros del hogar deben trabajar y,
aun as, el ingreso familiar es menor.
Los pobladores de reas rurales y urbanas empobrecidas, los indge-
nas y los migrantes internos tienen escaso acceso al ejercicio de sus dere-
chos econmicos y sociales. Se calcula en unos 30 millones las personas
que carecen de estabilidad laboral y de seguridad social. De ingresos ba-
jos y sin capacidad para aliarse al Seguro Popular o para acceder a una
vivienda digna, tienen adems dicultades para satisfacer sus necesida-
des bsicas de alimentacin, vestido y recreacin. Para su subsistencia,
muchos de ellos dependen en buena medida de los subsidios y apoyos
que otorgan los programas gubernamentales de combate a la pobreza
(Emmerich, 2009).
Las cifras de incremento de la pobreza en el pas muestran tambin un
escenario preocupante. De acuerdo con las mediciones del Consejo Nacio-
nal de Evaluacin de la Poltica Social (Coneval, 2009), los mexicanos en
pobreza alimentaria pasaron de 14.4 millones a 19.5 millones entre 2006 y
2008 (de 13.8% a 18.2%), esto es, cinco millones de pobres extremos ms
en slo dos aos y ello sin incluir el efecto de la crisis nanciera internacio-
nal de 2008. La pobreza de capacidades afect en 2008 a 26.8 millones, por
21.7 millones en 2006 (pas de 20.7% a 25.1% de la poblacin). En situa-
cin de pobreza patrimonial hubo 50.5 millones de mexicanos en 2008,
5.8 millones ms que en 2006 (pas de 42.6% a 47.4%). De modo que
tenemos un pas ms desigual y tambin ms pobre. Los datos que incor-
poran los efectos de la crisis econmica, indican que en 2009 se sumaron
nueve millones de personas a la pobreza en Amrica Latina, de los cuales
40% ciento corresponde a Mxico. As, el nmero de pobres mexicanos
aument en 3.6 millones durante 2009, lo que hace un universo de 54
millones de pobres en 2010, casi exactamente la mitad de una poblacin de
108 millones, en ese ao, segn el Consejo Nacional de Poblacin (Cona-
po) (iiri, 2010).
En 2002-2004, un 5% de la poblacin padeca desnutricin, por-
centaje igual al registrado en 1990-1992 (World Bank, 2007). Ante esas
carencias, los programas gubernamentales de combate a la pobreza han
otorgado apoyos econmicos destinados a alimentacin, educacin y
salud a las familias ms vulnerables como medidas de combate a la po-
breza (Emmerich, 2009). Las personas voluntariamente inscritas en el
Mixico: uxa iixociacia ixiuisra a iiiscos
52
Seguro Popular y nios aliados al Seguro para una Nueva Generacin,
disponen de seguro mdico, aunque no de alta calidad, al que se suman
el ixss y el Instituto de Seguridad Social al Servicio de los Trabajadores
del Estado, carentes de equipamiento, medicamentos y de los mdicos
necesarios.
El bienestar ciudadano es el objetivo nal del sistema democrti-
co, una fuente de revitalizacin, duracin y ampliacin del sistema.
Existe, sin embargo, un razonable acuerdo en que por debajo de un
cierto umbral carecemos de condiciones necesarias para el desenvol-
vimiento democrtico. La existencia de elecciones libres y transparen-
tes, el respeto de la libertad y seguridad de las personas, la defensa de
la libre expresin o una nutricin bsica son algunos de los derechos
indispensables que caracterizan el mnimo de ciudadana que debe es-
tar presente en una democracia. Un nivel de vida digno en la prctica
implica la existencia de condiciones que permitan hacerlo. La igual-
dad de oportunidades debe ser una nalidad de la democracia. Para
realizarlos, se requiere la construccin de consensos y de mayoras po-
lticas. En este sentido, la alta concentracin de ingresos y poder que
exhibe nuestro pas es un obstculo bsico para alcanzar el bienestar
ciudadano e incompatible con el objetivo de redistribucin de poder,
conocimiento e ingresos esenciales para la democracia de ciudadana
(ixui, 2010).
El bienestar social
La nocin poltica de bienestar, bienestar ciudadano o sociedad de bien-
estar, pone el acento en la progresiva adquisicin efectiva de derechos, y
es el resultado de la ampliacin de la ciudadana (ixui, 2010). Cuando
existe un dcit de derechos sociales y civiles no pueden existir verda-
deros ciudadanos. Un individuo que no tiene asegurados sus derechos
sociales primarios, es decir, sus condiciones bsicas de subsistencia, no
es un ciudadano pleno porque no puede ejercer sus derechos polti-
cos; como es comprensible, antes tiene que asegurar su subsistencia. En
Mxico, aproximadamente 50% de la poblacin vive en condiciones
de pobreza y pobreza extrema. Eso signica que la mitad de nuestros
ciudadanos no puede hacer uso pleno de sus derechos polticos, sociales
y civiles.
Ricaiio Esiixoza Toiiio
53
Hay sucientes razones para suponer que democracia y desigualdad
son antitticos, no pueden coexistir porque los excluidos de la econo-
ma y de los logros sociales solo tienen una participacin poltica mar-
ginal o limitada (si es que tienen alguna), sin posibilidades de inuir
decisivamente para superar su situacin de pobreza. Si, de acuerdo con
el Inegi, el Coneval y el Conapo, aproximadamente la mitad de la po-
blacin mexicana vive en condiciones de pobreza y pobreza extrema, la
nueva democracia mexicana solo puede ser una democracia dbil; si los
poderes Ejecutivo y Legislativo no son capaces de disear las polticas
pblicas necesarias para ofrecer oportunidades, empleo y seguridad; si
adems tampoco pueden combatir ecazmente las desigualdades ni la
corrupcin, quiere decir que el gobierno, en su acepcin general, no
ofrece buenos resultados.
Lo realmente delicado es que en la base de esa estructura de po-
der se encuentran individuos desprovistos de derechos civiles y sociales.
Cuando un individuo no tiene las posibilidades de alcanzar las ms
elementales capacidades, tales como las de vivir una vida larga y salu-
dable, ser socialmente reconocido y disfrutar de un estndar de vida
decente (ODonnell, Lazzeta y Vargas C., 2003), no hay lugar para
una democracia slida. Sin autnticos ciudadanos solo puede haber una
democracia frgil.
La falta de equidad, el problema central
La democracia, as entendida, es tambin corresponsabilidad ciuda-
dana. Los pilares del desarrollo son el Estado y los actores sociales.
Para construir sociedades ms participativas y solidarias no basta
un Estado garante de derechos; es igualmente necesario contar con
actores sociales que se preocupen por los diversos aspectos del de-
sarrollo y por la ampliacin de espacios deliberativos en los que se
puedan concertar acuerdos y tomar decisiones que incidan en la vida
de la comunidad. En este sentido, ms ciudadana signica ms so-
ciedad: una comunidad de personas que no se restringen a sus activi-
dades privadas, sino que adems concurren en el espacio y el debate
pblicos para participar en proyectos y en decisiones compartidas
(Ocampo, 2000). El Banco Mundial estableci en su Informe de
1997 que han fracasado los intentos de producir desarrollo slo
Mixico: uxa iixociacia ixiuisra a iiiscos
54
desde el Estado, pero tambin fracasarn los que pretendan hacerse
sin l (Prats, 2000: 32).
Desde esta perspectiva, la ciudadana implica un compromiso rec-
proco entre el poder pblico y los individuos. El primero debe respetar
la autonoma individual, permitir y promover la participacin en la po-
ltica y brindar, en la medida que el desarrollo lo permita, posibilidades
de bienestar social y oportunidades productivas. Los segundos deben
ejercer su capacidad de presin para que el Estado cumpla los compro-
misos indicados, pero a la vez deben contribuir con su participacin en
el mbito pblico (Ocampo, 2000).
Como correlato del proceso de democratizacin, en Mxico supe-
ramos las limitaciones que el sistema de partido hegemnico (Sartori,
1987) impona al libre ejercicio de los derechos polticos. Sin embargo,
solo hemos conquistado una limitada y parcial implantacin de dere-
chos civiles que, adems, estn poco extendidos para amplios segmentos
de la poblacin. Seguramente por ello el apoyo al rgimen democrtico
es bajo y sigue disminuyendo (Vase infra).
A pesar de los programas gubernamentales que se han instrumentado,
los resultados del desarrollo son insatisfactorios en trminos econmicos
y sociales. Para una gran parte de la poblacin esta situacin va acompa-
ada de una limitacin de sus derechos ciudadanos, que en los terrenos
jurdico y poltico se maniesta en una desigualdad fundamental en el
acceso a la justicia y una escasa participacin en las decisiones polticas,
mientras que en las esferas econmica y social se traduce en disparidad de
oportunidades, inestabilidad laboral, bajos ingresos e indefensin frente
al infortunio. De all que el principal desafo sea el de construir sociedades
ms equitativas. Este es el referente fundamental con que debe medirse la
calidad del desarrollo (Ocampo, 2000) y de la democracia.
La equidad es la verdadera expresin de los objetivos de la socie-
dad, pues dentro de las formas de organizacin econmica, tanto la
actividad privada y el mercado como la intervencin de Estado son
solo instrumentos para lograr el bienestar colectivo. El artculo 27 de
la Constitucin Poltica de los Estados Unidos Mexicanos establece la
existencia de la propiedad privada justicada por su servicio y utilidad
pblicos. El objetivo de elevar los niveles de bienestar del conjunto de
la poblacin no se lograr sin avances en la consolidacin de economas
dinmicas y competitivas. Ese es el contenido de la eciencia, que signi-
ca capacidad para maximizar los objetivos sociales con recursos escasos
Ricaiio Esiixoza Toiiio
55
(Ocampo, 2000). Pero cuando eso no se da, la democracia se aleja de
sus objetivos y se debilita.
La insuciencia de la redistribucin estatal y la supervivencia de las
prcticas patrimonialistas no han forzado a los partidos a generar pro-
yectos polticos que alienten la organizacin y participacin poltica de
la gente, por lo que se presenta una disyuntiva: O nuestras democra-
cias son capaces de reformarse o no sern capaces de producir desarrollo
para todos (Prats, 2000: 40), con lo que dejarn el campo preparado
para nuevos emprendedores polticos cuyo rumbo no tiene por qu ser
democrtico.
La rendicin de cuentas
El Estado democrtico de derecho es la proteccin de los derechos ci-
viles y de participacin. El poder poltico no es solamente para los ciu-
dadanos sino tambin de ellos. La idea bsica de la democracia poltica
contempornea, o poliarqua, es que el poder poltico (ms precisamen-
te, la autoridad para ejercer ese poder) proviene de los ciudadanos, que
son la gran mayora de los adultos que habitan el territorio delimitado
por un Estado. Los ciudadanos son individuos con derechos, que inclu-
yen el derecho de participar en los procesos para elegir gobernantes y
representantes, y por lo menos un conjunto mnimo de derechos civiles
sin los cuales no puede haber participacin poltica. La efectividad de
estos derechos es condicin necesaria para la existencia del poder po-
ltico democrtico y de su autoridad para gobernar. En consecuencia,
el ejercicio de este poder no puede violentar estos derechos; al mismo
tiempo, a los gobernantes les corresponde fomentar su difusin y asegu-
rar su goce. No es suciente con disponer de reglas legales que reconoz-
can los derechos; se necesita de un sistema legal que los aplique ecaz y
consistentemente en el territorio de un Estado (ODonnell, 1998). En
el Estado democrtico de derecho nadie est por encima de las obliga-
ciones establecidas por el sistema legal en su conjunto. Este principio
nace del propsito de proteger los derechos civiles y de participacin.
Cuando los derechos civiles y de participacin no estn protegidos o
garantizados, se atenta en contra de los ciudadanos.
Ahora bien, como hemos comentado antes, la existencia de procesos
electorales razonablemente conables es condicin necesaria de la demo-
Mixico: uxa iixociacia ixiuisra a iiiscos
56
cracia, pero hacen falta otros mecanismos de control sobre los polticos, lo
que globalmente se conoce como rendicin de cuentas. La rendicin de
cuentas es dbil en Mxico. Tal vez lo que mejor ilustra esa debilidad es la
corrupcin. La corrupcin consiste en ventajas ilcitas que los funciona-
rios obtienen para s mismos o para su crculo cercano. Un problema se-
mejante son las transgresiones, es decir, cuando alguna institucin estatal
sobrepasa los lmites de su propia jurisdiccin legalmente establecida, e
invade los de otras. Estas prcticas constituyen un serio defecto de nuestra
democracia, precisamente porque son acciones a travs de las cuales se
vulneran los derechos civiles y de participacin (Espinoza, 2010).
Para contribuir a reparar algunas de esas transgresiones, en nuestro
pas se introdujeron dos dispositivos legales: la controversia constitucio-
nal (cuando una autoridad invade las atribuciones de otra) y la accin de
inconstitucionalidad (cuando una ley contraviene el espritu y la letra de
la Constitucin). Casi simultneamente se fueron creando otras agencias
para prevenir riesgos de transgresin y corrupcin entre los poderes p-
blicos, como la Comisin Nacional de los Derechos Humanos (cxiu),
las contraloras, los auditores y scales especiales legalmente encargados
de supervisar, prevenir, desalentar, promover la sancin, o sancionar ac-
ciones u omisiones presuntamente ilegales de otras agencias estatales.
En 1990 se cre la cxiu, as como sus similares en las entidades
federativas, con la misin de atender quejas por violacin a las garantas
individuales por parte de autoridades. Sin embargo, estas comisiones
no gozan de total autonoma y no pueden imponer sanciones, sino solo
emitir recomendaciones de cumplimiento voluntario por las instancias
a las que van dirigidas. En 2008, el gobierno federal aprob el Programa
Nacional de Derechos Humanos, con miras a su mejor proteccin y a
erradicar vicios que limitan su ecacia (Emmerich, 2009).
Con todo, estas agencias, creadas para prevenir riesgos de trans-
gresin o de corrupcin, ofrecen algunas ventajas; por ejemplo, que
pueden ser continuas en su actividad y ecaces en prevenir o disuadir
acciones ilegales de las agencias que supervisan. Otra ventaja es que
sus acciones se fundan en criterios profesionales y no corresponden a
decisiones de los partidos polticos. Finalmente, por su carcter conti-
nuo y profesionalizado, estas agencias pueden desarrollar capacidades
que les permiten examinar asuntos de polticas estatales. A todo ello se
agregan los mecanismos sociales y mediticos que pueden supervisar la
legalidad de los procedimientos seguidos por polticos y funcionarios
Ricaiio Esiixoza Toiiio
57
pblicos (ODonnell, 1998), como las organizaciones sociales y civiles
de distinta naturaleza e incluso la prensa.
La tarea es muy compleja. En el encuentro del presidente Caldern
con el representante del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad,
Javier Sicilia, que se llev a cabo el 23 de junio de 2011, ambas par-
tes reconocieron pblicamente que entre las autoridades encargadas de
combatir el crimen existe corrupcin y colusin con la delincuencia. El
presidente seal las ventajas de expulsar de las corporaciones de poli-
cas a los elementos asociados con el crimen organizado porque es muy
grave tener a esos delincuentes dentro de las corporaciones policiacas
bajo el cobijo institucional y utilizando todos los recursos del Estado
contra los ciudadanos.
Bajo aprecio ciudadano por las instituciones de la
democracia
Los mexicanos quieren tener conanza en sus instituciones polticas,
pues casi 60% tena algo o mucha de conanza en el presidente de la
Repblica y ms de 41% la tena en los legisladores, segn la Encuesta
Nacional sobre Cultura Poltica y Prcticas Ciudadanas de 2008,

levan-
tada por la Secretara de Gobernacin (Encup, 2008). Pero apenas 27%
tena una opinin similar sobre los partidos polticos. Paralelamente, se
observa un muy marcado desnimo y desencanto con la democracia y
sus instituciones, como se muestra en el Informe 2010 de Latinobar-
metro, a partir de una serie de encuestas aplicadas en 18 pases de Am-
rica Latina, Mxico incluido (Corporacin Latinobarmetro, 2010).
El aprecio por la democracia en la regin tiende a incrementarse,
pero en Mxico disminuye: de 1996 a 2009, Mxico pas del 53% al
42%, esto es, 11 puntos menos. A la pregunta de si los gobiernos de-
mocrticos estn ms preparados para enfrentar las crisis, Mxico qued
en el penltimo lugar de Amrica Latina, con solo 40%. No obstante,
67% de los mexicanos contest que la democracia puede tener proble-
mas, pero es el mejor sistema de gobierno.
A la armacin de: sin Congreso Nacional no puede haber demo-
cracia, en Mxico 52% contest que s. Slo 28% est satisfecho con la
democracia y 21% arma que los gobiernos actan por el bien de todos.
A la vez, 41% de las personas estn de acuerdo con la armacin de que
Mixico: uxa iixociacia ixiuisra a iiiscos
58
la democracia permite solucionar los problemas; solo 15% cree que la
distribucin de la riqueza es justa; nicamente 23% considera que las
elecciones son limpias y 24%, que el pas est progresando; por ltimo,
un escaso 15% se siente satisfecho con la situacin econmica.
En la prctica, la ciudadana mexicana est inconforme con la forma
como opera la democracia en el pas y no la convence su clase poltica
Este posicionamiento revela que nuestra democracia adolece de una
debilidad sustancial que se traduce en problemas de representatividad
y participacin.
Problemas de representatividad, en primer lugar, porque si bien la
gente piensa que los partidos polticos son indispensables para el fun-
cionamiento de la democracia, un porcentaje muy elevado cree que no
deenden el bienestar colectivo, sino al contrario, que los intereses sec-
toriales, de grupos y personales son la prioridad de los partidos, y no el
inters nacional. Las personas tienden a descalicar a los partidos porque
los ven como espacios de conictos interminables y sinnimo de corrup-
cin, adems de extremadamente costosos en materia de nanciamiento.
De esta suerte, los ciudadanos apoyan la democracia de partidos, pero no
a los partidos ni a sus dirigentes y representantes. La desconanza hacia
los partidos va de la mano de la desconanza de los ciudadanos hacia las
instituciones del Estado porque consideran que son las que menos toman
en cuenta la opinin de los ciudadanos. Al mismo tiempo objetan a la
democracia tal y como funciona en la prctica, de la misma manera que
rechazan la forma en que funcionan los partidos y la mala representa-
cin de los ciudadanos por parte de los polticos.
Problemas de participacin, tambin, en razn de que los dirigentes
partidistas tienen una capacidad de inuencia sobre los parlamentarios
sin contrapeso de los electores. Un mecanismo muy ecaz de control
dentro de los partidos deriva del control de los recursos nancieros;
otro, de la denicin de las listas de candidatos, o sea, por medio del
mecanismo de confeccin de las listas, cerradas y bloqueadas, de can-
didatos a diputados y senadores. Esto otorga a los dirigentes partidistas
una capacidad de inuencia sobre los parlamentarios mayor a la de los
electores, mecanismos que les restan efectividad democrtica pues des-
virtan la representacin, bloquean la gobernabilidad y propician que
los partidos se conviertan en organizaciones cupulares, es decir, fuera
del alcance del ciudadano. As, los partidos aparecen como organizacio-
nes vaciadas de contenido ideolgico porque han pasado de la utopa
Ricaiio Esiixoza Toiiio
59
al empirismo y al pragmatismo; se les percibe como organizaciones de
lite, partidos cerrados, orientados hacia el poder ms que a la repre-
sentacin, como si su objetivo fundamental fuera acaparar todos los
espacios de poder con su personal. Los polticos, a su vez, son vistos
como un grupo o conjunto de grupos con intereses propios y autno-
mos que, para los ciudadanos, han conscado en su provecho particular
la representacin popular.
La desconanza se ha instalado en la vida pblica mexicana. El ma-
lestar y la desesperanza son parte del ambiente. En ese nimo, no ex-
traa que en nuestro pas, 27% de los habitantes diga que es probable
que haya un golpe de Estado, aunque 56% no apoyara en ninguna
circunstancia un gobierno militar, segn revela el Informe Anual 2010
de Latinobarmetro.
Reexiones nales
Las dos llaves maestras del desarrollo la educacin y el empleo no se
han atendido ecazmente en Mxico. Buena parte de la explicacin de
ese dcit estriba en el hecho de que, en esta joven democracia, las ins-
tituciones formales del Estado de derecho se hallan montadas sobre una
economa con fuertes vestigios mercantilistas, corporativos y de captura
de rentas, coherentes con un Estado patrimonial, burocrtico, cliente-
lar y altamente discrecional que dividen a la sociedad y perpetan la
exclusin y la pobreza (Prats, 2000). La baja eciencia de la gestin de
gobierno, a su vez, afecta su legitimidad al no resolver los problemas
del pas.
Asimismo, la produccin y el comercio internacional de la droga
han generado la narcoviolencia. La violencia, en general, es expresin de
la debilidad del Estado y una prueba de su incapacidad para asegurar el
derecho a la vida, un derecho fundamental de los ciudadanos y justi-
cacin de la existencia del mismo Estado. En lo que va del gobierno de
Caldern, segn se dice, las cifras de muertos a causa de la violencia van
de los 40 000 a los 50 000, aunque se deben matizar en razn de que no
todas esas muertes estn relacionadas con el combate al crimen organi-
zado (Escalante, 2011). Esa situacin de desproteccin fue el origen del
Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad que encabeza el poeta
Javier Sicilia. Ajeno a banderas polticas, ese movimiento encarna la
Mixico: uxa iixociacia ixiuisra a iiiscos
60
lucha social contra la corrupcin, la impunidad, el abuso de autoridad,
la delincuencia, y es una exigencia a las autoridades para que cumplan
sus compromisos y funciones frente a la sociedad. La libertad de prensa
y el derecho a la informacin pblica tambin se ven afectadas en esas
circunstancias.
La procuracin y administracin de justicia, otro aspecto de la
ciudadana civil, presenta problemas, pues la justicia no llega a todos.
Todos somos iguales ante la ley, pero la ley no es igual para todos.
Asimismo, el debido proceso y los derechos de propiedad registran
un deterioro. Las debilidades institucionales se hacen evidentes en
los escndalos de corrupcin que involucran a funcionarios guberna-
mentales, en las deciencias en la calidad de los servicios pblicos y
en los retrasos en el trmite de casos judiciales, su desatencin o su
mala atencin. Adems, subsisten violaciones a los derechos huma-
nos: en su gran mayora, estas violaciones constituyen otro aspecto de
la incapacidad del Estado para controlar la fuerza pblica, lo que est
directamente asociado a la corrupcin y la impunidad. En cuanto a la
informacin, su diversidad y pluralidad y los derechos de la audiencia
se limitan a medida que aumenta la concentracin de la propiedad
de los medios, como ocurre con el duopolio televisivo (Televisa y TV
Azteca) en Mxico.
Las encuestas de opinin pblica muestran que en lugar de lograr
un arraigo ms profundo y una mayor legitimidad, las instituciones
de la nueva democracia mexicana se debilitan y pierden credibilidad.
Los ciudadanos tienen poca conanza en los partidos polticos, en el
Congreso, en la administracin pblica y en el Poder Judicial, y les
dan calicaciones bajas a los gobiernos democrticos en lo referente a
su capacidad de mejorar el nivel de vida y reducir la pobreza, proveer
servicios de calidad, y combatir la delincuencia y la corrupcin.
Para terminar, aunque la democracia se presenta como un rgimen
siempre marcado por formas de incompletud y de incumplimiento
(Rosanvallon, 2004: 196; ixui, 2010), su objetivo es el bienestar ciu-
dadano. Los menores niveles de bienestar no implican menos demo-
cracia, pero indican que la democracia se aleja de sus objetivos. Esto es
fundamental para la legitimidad de la democracia a mediano plazo. En
lo inmediato, aceptamos los gobiernos porque son votados, se justi-
can mediante leyes y pensamos que traern bienestar. Cuando esto no
sucede, se afecta la legitimidad de la democracia. Por eso es relevante
Ricaiio Esiixoza Toiiio
61
el binomio democracia-bienestar. Su divorcio expone a la democracia a
grandes riesgos (ixui, 2010). Finalmente, las democracias latinoame-
ricanas se encuentran entre las constricciones histricas y los desafos
de la globalizacin. Por esa razn, el estudio de los procesos naciona-
les debe enderezar una crtica a la inecacia del rgimen presidencial
e incorporar tambin la dimensin internacional para evaluar las po-
sibilidades de transformar la globalizacin de la pobreza por la de las
oportunidades y del bienestar social.
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Artculos
66
67
Del sujeto abstracto al ciudadano:
apertura y clausura de la ciudadana
en la modernidad
Enrique G. Gallegos*
Uno de los problemas centrales para la filosofa poltica, la teora pol-
tica y la ciencia poltica de los ltimos 40 aos ha sido la construccin
de una ciudadana plena. Sin embargo, la revisin del pensamiento
filosfico y poltico de la modernidad muestra que pensadores como
Hobbes, Rousseau, Kant, Nietzsche, Tocqueville, Ortega y Gasset,
Mosca y Schumpeter han contribuido de distinta manera a la clau-
sura de la categora de ciudadano. Esta tensin hace relevante rastrear
las formas argumentativas que ha adquirido esa clausura y, a su vez,
precisar las condiciones en las que se ha rechazado y desconfiado de la
ciudadana. La adecuada exposicin de estos desplazamientos permite
comprender los problemas de desencanto, apata, incompetencia e in-
madurez poltica que se le han imputado a la ciudadana. En la ltima
parte de este ensayo se presentan tres dificultades a las que se enfrenta
la ciudadana en el siglo xxi.
Palabras clave: sujeto, ciudadano, modernidad, democracia.
Introduccin
E
n un conocido texto de 1966, Michel Foucault arma, de manera
por dems provocadora, que el hombre es una invencin reciente
(Foucault, 2004: 375). El adjetivo reciente enclaustra el largo perio-
do que se inici en el siglo xvi y, segn el mismo autor, termin en el
decenio de los aos sesenta del siglo pasado. Se puede armar algo
* Profesor e investigador en la Universidad Autnoma Metropolitana, Unidad Cuajimalpa.
Cuenta con una estancia posdoctoral en filosofa por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecno-
loga y la Universidad de Guadalajara. Es doctor en Procesos Polticos y maestro en Filosofa.
Correo electrnico: <[email protected]>. P
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6
7
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9
4
68
similar para el caso del ciudadano? Si el ciudadano es una de las expre-
siones de la subjetividad moderna, cabra aventurar la hiptesis de que
es tambin una construccin relativamente reciente. Es esto sostenible?
De ser correcta esta hiptesis, los problemas de desencanto, apata,
incompetencia e inmadurez poltica de la ciudadana, entre otros que se
le han adjudicado, no derivarn de lo que podramos denominar prema-
turidad?, ser que la ciudadana es un concepto cuya plena identidad
an no ha terminado de madurar plenamente?
La tesis que aqu queremos plantear es la siguiente: si bien la cons-
truccin del ciudadano se puede identicar con claridad en cierto pen-
samiento poltico de la antigedad griega,
1
la revisin del sujeto polti-
co en la losofa poltica de la modernidad muestra que un segmento
importante de los pensadores y lsofos considerados centrales para
la losofa moderna han tendido a ocultar o rechazar dicha categora,
lo que ha dado como resultado su reduccin a nociones marginales y
negativas (sbdito en Hobbes, rebao en Nietzsche, masa en Ortega y
Gasset, primitivo en Schumpeter, etctera) o su neutralizacin poltica
(a travs de la voluntad general en Rousseau, la nivelacin en Tocque-
ville, etctera). Mediante esta travesa conceptual pretendemos mostrar
las formas que ha asumido ese pensamiento enclaustrador de la cate-
gora del ciudadano en algunos lsofos y pensadores centrales para la
modernidad poltica: Descartes, Hobbes, Rousseau, Kant, Tocqueville,
Nietzsche, Ortega y Gasset, Mosca y Schumpeter. En la ltima parte
de este escrito se esbozan de forma general tres dicultades a las que
se enfrenta la ciudadana y se enuncia una posible salida. La primera
de esas dicultades tiene que ver con el capitalismo, la segunda, con la
tensin entre ciudadana abstracta y concreta, y la tercera, con la crisis
de sentido de la poltica; en esta ltima convergen las dos primeras y en
cierto sentido se aanza la incredulidad del ciudadano.
1
En este caso me refiero especficamente a la tradicin terica que abreva en Aristteles, segn
se precisa ms adelante. Una tradicin que habr que tomar con cautela por los vastos segmentos
de poblacin que dejaba fuera de la ciudadana (esclavos, mujeres, no griegos, etctera).
Exiiqui G. Gaiiicos
69
Ciudadano de la ciudad
El concepto contemporneo de ciudadana ha perdido el sentido inme-
diato, concreto y contextual tal y como fue entendido por Aristteles.
Las traducciones al espaol de los textos griegos ocultan el signicado
conceptual de la ciudadana. Ejemplo de este ocultamiento se encuen-
tra en la desvinculacin grca-semntica entre poltica y ciudadana
que sucede en castellano, ingls y francs. Mientras que para los griegos
exista una relacin grca y semntica entre las voces polticas, ciudad,
poltico y ciudadano (politika, polis, politikou, polites), para los contem-
porneos dichas voces no reeren de manera inmediata e intuitiva a
un mismo mbito semntico (Aristteles, 2000a; 2000b). Para estos, el
ciudadano puede resultar una abstraccin que trae aparejados derechos
de diversa ndole, por ejemplo, obtener una pasaporte o adquirir un
predio en las costas o fronteras, pero no necesariamente el sentido de la
inmediatez poltica y su praxis cotidiana.
Aristteles es, quiz, quien maniesta una mayor preocupacin por
precisar el contenido conceptual del ciudadano. En una de sus clebres
deniciones seala: Despus de esto resulta claro quin es el ciudada-
no: quien tiene la posibilidad de participar en la funcin deliberativa o
judicial, a ese llamamos ciudadano de esa ciudad; y llamamos ciudad,
por decirlo brevemente, al conjunto de tales ciudadanos suciente para
vivir con autarqua (Aristteles, 2000a: 113-114).
La anterior trascripcin en buena medida sintetiza la concepcin y
prctica de la ciudadana de los griegos en tiempos de Aristteles. Lo pri-
mero que hay que destacar es que la ciudadana no se dene de manera
abstracta sino a travs de otro concepto muy estimado en el pensamiento
aristotlico: la accin (praxis). Ser ciudadano es participar en la funciones
de gobierno: en la asamblea, en los tribunales, en la administracin pbli-
ca. La identidad provena de su efectiva participacin poltica en la vida
pblica. Era ciudadano porque participaba en la polis; no porque primero
tuviera derechos o jurara una lealtad abstracta, sino como parte del actuar
en la comunidad poltica con los otros ciudadanos.
El segundo aspecto relevante de la denicin aristotlica es su ne-
cesaria vinculacin con la ciudad. Se era ciudadano de la ciudad y no
ciudadano en o para la ciudad. Exista una relacin de copertenencia,
aunque en el sentido de que la ciudad la hacan y conformaban los ciu-
dadanos. La ciudad no era, como en el pensamiento contemporneo,
Dii su;iro ansriacro ai ciuiaiaxo
70
un conjunto de edicios, calles, casas, comercios y orientaciones para la
movilidad sociourbana. Sin ciudadanos no poda haber ciudad. Esto se
aclara mejor si recordamos que las ciudades contemporneas estn habi-
tadas por individuos con diversas identidades: empleados, comerciantes,
jornaleros, periodistas, policas, peatones, pero difcilmente por ciudada-
nos. Contemporneamente el ciudadano no hace la ciudad: la habita, la
transita, hace negocios en ella, la cruza o acude a divertirse a sus espacios
de entretenimiento. No es que los antiguos griegos no habitaran la ciudad
tambin como profesores, peatones, gimnastas o jefes de familia, sino que
la ciudad era ante todo el espacio privilegiado del ciudadano.
El ocultamiento del ciudadano y la emergencia del sujeto
moderno
El trnsito conceptual de la antigedad a la modernidad se da con una
especie de ocultamiento del ciudadano. En Santo Toms, la unidad gr-
co-semntica de la ciudadana con la poltica y la ciudad es radicalmente
separada mediante la introduccin de la bienaventuranza divina (Santo
Toms, s.f.: 7). La ciudad slo es una estancia de paso hacia un ms all
verdadero. En el opsculo Del gobierno de los prncipes los hombres se
convierten en sbditos. El sbdito, como la raz etimolgica lo indica, es
el que est sometido. La sumisin a la que se reere es una sumisin sin
reservas al soberano. Por ello, no es legtimo oponerse al rey (ni siquiera
deponer a un tirano), y cuando el prncipe comete injusticias, slo cabe
apelar a Dios para que modique su endurecido corazn.
As, si el universo es gobernado por un dios, es conforme a la razn
que la ciudad sea gobernada por un rey (Santo Toms, s.f.: 22). La legi-
timidad del gobernante termina por tener su fundamento en la legiti-
midad de Dios; de aqu que la nalidad de rey no pueda ser otra que la
bienaventuranza divina. Una legitimidad derivada de Dios y concesio-
nada por l no puede sino exigir sumisin total. Sumisin y bienaventu-
ranza divina son dos conceptos dependientes que se mueven en planos
diversos: el primero, en el de la realidad y sus exigencias de control reli-
gioso y poltico, que poda ser cruel y descarnado; el segundo, en el de
las esperanzas y siempre lejanos sueos, pero con una mutua dependen-
cia: asegurar al soberano la absoluta obediencia y prometer al sbdito
una retribucin en el ms all. En el fondo, al postergar la retribucin
Exiiqui G. Gaiiicos
71
terrenal, no se haca sino fortalecer el poder del soberano. Ciertamen-
te se puede argumentar que en determinados momentos del medievo
pervivi alguna nocin de ciudadana y hubo intentos para practicarla
como privilegio, inmunidad o fuero en ciertas ciudades o poblaciones,
aunque en un esquema de prncipes, seores feudales y vasallos (Hea-
ter, 2007). Quiz en ciudades como la Florencia del Renacimiento fue
mucho ms evidente la recuperacin de la ciudadana;
2
Marsilio de Pa-
dua y Leonardo Bruni, destacados renacentistas, estuvieron entre sus
decididos defensores. Sin embargo, la fuerza del cristianismo, en tanto
religin ultramundana, termin por neutralizar a la ciudadana al su-
bordinarla a la eternidad del ms all, mientras que el ascenso de las
monarquas la fue enclaustrando en la categora de sbdito.
Este complejo proceso en el que el concepto de ciudadano termina
por ocultarse, se reeja con claridad en el pensamiento de Hobbes. Para
algunos, con l se inicia la modernidad poltica, para otros reeja el
n del medievo (Bobbio, 1997; Strauss, 2006; Schmitt, 2008). Pero la
mejor forma de entender la tensin que se da al inicio de la moderni-
dad es recordar el cambio de lenguaje en el mismo Hobbes: mientras
en De cive
3
para referirse al sujeto-contractuante del Estado utiliza la
voz civitas (Hobbes, 1657: 86) y en la versin en ingls mantiene la
traduccin citizen (Hobbes, 2000: 31), cuando publica el Leviatn en
1651 introduce un giro radicalmente opuesto: en lugar de la voz civitas
(ciudadano) utiliza subject (sbdito), ms acorde con la propuesta po-
ltica planteada en el Leviatn, pues se trata de una obediencia total al
soberano en contextos de vida y de muerte (Hobbes, 1990: 174). Las
restricciones impuesta por el tema limite de vida/muerte y el imperativo
de la unidad y seguridad del soberano hacen que los problemas referen-
tes a la ciudadana se oculten y terminen por desaparecer del Leviatn.
Lo que ocurri en los albores de la modernidad fue un proceso de
ocultamiento del ciudadano en lo absoluto del poder del soberano. Por
2
Aqu nuevamente se repite el esquema discriminatorio de la polis antigua, pero ahora solo
eran ciudadanos los miembros de los gremios que hacan las veces de una clase que concentraba
el poder; se deja fuera, por ejemplo, a la gente del campo, los plebeyos y vastos segmentos de
la poblacin.
3
Publicado originalmente en latn en 1642 pocos aos despus traducido al ingls, segn
cuenta uno de sus los traductores al castellano; se trata de una traduccin, si no realizada por
el mismo Hobbes, al menos aceptada, pues vio la luz en marzo de 1651, cuando an viva el
filsofo (Mellizo, 2000: 23).
Dii su;iro ansriacro ai ciuiaiaxo
72
ello no caba sino hablar de sbdito, pues este representa una relacin
de total sumisin poltica. No deja de ser interesante constatar cmo
en la medida en que se desvaneca la semntica singular del ciudadano,
con su exigencia de participacin poltica, iniciaba su despliegue la te-
matizacin del sujeto moderno con todos sus atributos de racionalidad,
autonoma y libertad. Dicho de otra manera: conforme el ciudadano
desapareca de la vida pblica, se introduca la versin fuerte de un
sujeto racional, autnomo e independiente. El cogito cartesiano en el
que se duda de todo excepto del pienso ilustra bien este proceso de
subjetivacin de la historia. Se trata de un sujeto independiente que a
partir de su propia razn construye la abilidad de las proposiciones del
conocimiento (Descartes, 1984).
La misma propuesta poltica hobbesiana es pensada como un inten-
to por sentar la poltica sobre bases estipuladas por una razn infalible:
la imagen del articio que atraviesa todo el Leviatn y articula sus pro-
posiciones denota la idea del sujeto que toma distancia de la realidad y
despliega su conocimiento, habilidades y esfuerzo cognitivo para fabri-
car una realidad propia, separndose de la naturaleza, divina o terrenal.
As, el Estado es un hombre articial (articial man); la soberana, un
alma articial (articial soul), y los magistrados, articulaciones articia-
les (articial joynts) (Hobbes, 1990: 3). Si bien es cierto que durante el
periodo tendrn lugar diversas luchas por arrebatar segmentos de poder
al soberano, no ser sino hasta el siglo xviii cuando comience un rena-
cer conceptual de la idea de ciudadano. Rousseau representa bastante
bien el inicio de este cambio en la recuperacin y prctica del ciudada-
no, aun cuando termin por volverla a enclaustrar en una irrestricta e
incuestionable volont gnrale.
Rousseau acostumbraba rmar sus discursos y despedirse en sus car-
tas como citoyen (ciudadano). La primera parte (presentacin) del Dis-
curso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres
fue rmada de la siguiente manera Vuestro muy humilde y obediente
servidor y conciudadano [concitoyen] (Rousseau, 2005: 267). La au-
topercepcin de Rousseau como ciudadano en el contexto poltico de
otros ciudadanos que son sus iguales por ello, el nfasis del con del
concitoyen muestra la conciencia del desocultamiento del ciudadano
y su reintroduccin en la historia poltica, la losofa poltica y las na-
cientes instituciones polticas del periodo, como tambin se expresa en
la Declaracin de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789.
Exiiqui G. Gaiiicos
73
Ciertamente, es una recuperacin abstracta en la que los otros supues-
tos conciudadanos europeos siguen siendo sbditos de los monarcas del
siglo xviii. Pero documentos como la Declaracin sern fundamentales
para condensar las renovadas aspiraciones ciudadanas, presionar fc-
ticamente a las instituciones y situar al ciudadano en el centro de las
controversias loscas y polticas de los siguientes siglos.
Rousseau es quiz quien ha tenido mayor conciencia de los pro-
blemas que trae aparejada la ciudadana, as como de algunos matices
olvidados cuando se analiza dicho concepto. De entrada, la distincin
capital entre ciudadano y sbdito que plantea en el Contrato social. Ciu-
dadano es el que participa del poder poltico; sbdito, el que se encuen-
tra sometido a dicho poder. El primero es activo, el segundo, pasivo. Sin
embargo, deja sin resolver la tensin entre la participacin poltica del
ciudadano y la existencia de una voluntad colectiva absoluta, indivisible
e incuestionable que termina por anular la identidad del ciudadano.
Esta volont gnrale se traduce en una soberana tan absoluta como la
del propio Hobbes y termina por superponer al ciudadano la pasividad y
total obediencia del sbdito. As, lo que en Rousseau pareca una recu-
peracin signicativa del ciudadano termina por volverse a ocultar en la
nulidad poltica del sbdito.
Si Rousseau criticaba la sumisin del hombre al poder arbitrario y
absoluto, y propona el desocultamiento del ciudadano, solo fue a cambio
de que este terminara convertido en sbdito de otro poder no menos
absoluto: la volont gnrale. De aqu la misticacin que se opera en el
Contrato social de esa voluntad y la constitucin de un peuple (pueblo)
como entidad orgnica. No es gratuito el alegato a favor de una religin
civil con el que concluye el Contrato social. El peuple termina por asumir
el papel de la bienaventuranza divina de Santo Toms y la presencia
cuasirreligiosa del soberano hobbesiano. Su supuesta infalibilidad e in-
violabilidad terminar por nutrir y justicar el rechazo del ciudadano por
el pensamiento losco y poltico en los siglos xix y xx (segn veremos
prrafos abajo con Nietzsche, Ortega y Gasset, Mosca y Schumpeter).
Esta tensin entre sujeto moderno y ciudadana se expresa en parte a
pesar de la pretensin moral y pedaggica con la que se presenta en la
Ilustracin y la gloricacin del homme de lettres que termina por expulsar
al ciudadano ordinario, por lo regular iletrado y sumido en el desprecio,
de la Republica de las Letras y de los salones de madame Georin, ma-
dame Necker y madame du Mabert, frecuentados por la lite ilustrada y
Dii su;iro ansriacro ai ciuiaiaxo
74
culta (Godineau, 1995: 419). No deja de ser por dems paradjico que
haya sido precisamente el pacto de cuo ilustrado que los ciudadanos
celebraron para crear el Estado el que terminara por sentar las bases para
socavar los incipientes presupuestos del ciudadano: ... el ciudadano ya
no es juez del peligro al cual la ley quiere que se exponga, y cuando el
prncipe le diga: resulta conveniente para el Estado que mueras, debe
morir, porque tan solo con esta condicin ha vivido en seguridad hasta
entonces, puesto que su vida ya no es solamente un regalo de la Naturale-
za, sino un don condicional del Estado (Rousseau, 2005: 78)
Lo anterior signica que al participar el ciudadano en la constitu-
cin del Estado tcitamente anula su identidad; sin voluntad ni capaci-
dad para deliberar, el ciudadano se anega en una maquinaria que decide
sobre su vida y su muerte. Sin embargo, conviene matizar, pues el Dis-
curso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres
desencadena un movimiento inverso al introducir la piedad y la libertad
moral, que terminaron por devenir ejes centrales en la percepcin del
individuo y la construccin del sujeto moderno. La piedad atempera el
ardor que tiene [el hombre] por su bienestar con una repugnancia inna-
ta a ver sufrir a su semejante (Rousseau, 2005: 311). Segn el lsofo
suizo, la piedad es un sentimiento natural anterior a la razn y del cual
proceden todas las virtudes sociales: la generosidad, la clemencia, la hu-
manidad, la benevolencia e incluso la amistad. Ella inspira la siguiente
mxima en la conducta de los hombres: haz tu bien con el menor mal
posible a los dems (Rousseau, 2005: 314). La capacidad para realizar
plenamente esta sentencia tiene su origen en la calidad de agente libre
del hombre (Rousseau, 2005: 294), quien no acta como una mquina
o una bestia; la primera atada al dispositivo y la segunda a la naturaleza,
sino que siempre tiene la libertad para decidir en un sentido o en otro.
Si en Rousseau se da el doble movimiento de recuperacin de la ca-
tegora del ciudadano y a la vez su anulacin en el radicalismo del sobe-
rano indiscutible, sagrado e inviolable, con las ideas de piedad y libertad
moral asistimos a la construccin del sujeto de la modernidad. No deja
de llamar la atencin que en Descartes se opera un movimiento similar:
mientras el hombre comn se mantiene atado a las prescripciones y cos-
tumbres morales, religiosas y polticas, el sujeto racional y cognoscente de
la modernidad comienza por someter todo a la duda metdica. En el pri-
mero se lquida la identidad del ciudadano como individuo y se le anega
en la moral, la religin y el pacto poltico; en el segundo se contribuye a la
Exiiqui G. Gaiiicos
75
constitucin del sujeto epistemolgico que hace las veces del Gran Sujeto
fundador de la losofa de la modernidad y que asume la identidad de
lsofo o, en menor medida, de cientco. Esta importante contribucin
a la construccin del sujeto no pas inadvertida para Kant.
La inuencia de Rousseau en la construccin de la autonoma del
sujeto moderno est por dems demostrada (Cassirer, 2007: 157-178;
Schnneewind, 2009: 597-598). Se suele recordar que Kant se refera a
Rousseau como el Newton de la moral, anlogo con el que pretenda si-
tuar la verdadera estatura losca de Rousseau (Reale y Antiseri, 2002:
635).
4
Lo que en Rousseau es el agente libre, en Kant adquirir la forma
denida de la autonoma. En un importante y conocido pasaje de la
Crtica de la razn prctica arma lo siguiente:
La autonoma de la voluntad es el nico principio de todas las leyes mo-
rales y de los deberes conformes a ellas; toda heteronoma del albedro,
en cambio, no solo no funda obligacin alguna, sino que ms bien es
contraria al principio de la misma y de la moralidad de la voluntad [...]
As, pues, la ley moral no expresa nada ms que la autonoma de la razn
prctica, es decir, la libertad, y esta es incluso la condicin formal de todas
las mximas bajo cuya condicin solamente pueden estas coincidir con la
ley prctica suprema (Kant, 1998: 52-53).
La oposicin entre autonoma y heteronoma tiene similar forma
que la oposicin mencionada por Rousseau entre el agente libre y el
animal en estado de naturaleza. El primero responde de sus actos ni-
camente ante s mismo, mientras el segundo responde a los llamados
inexcusables de la naturaleza. Pero podemos extender ms la analoga
y situar al Gran Sujeto de la modernidad como el lmpido represen-
tante de la autonoma, mientras que el ciudadano resulta la borrosa
expresin de la heteronoma, del individuo anegado en lo absoluto e
irrefutable del pacto social y su criatura: el Estado.
4
Hay quienes ponen en duda esta y otras ancdotas, como la que expresa Cassirer cuando
recuerda que el nico retrato que Kant tena en su estudio era el de Rousseau (Schnneewind,
2009: 578).
Dii su;iro ansriacro ai ciuiaiaxo
76
Del ciudadano despreciado a la desconanza poltica
La concepcin de la ciudadana pasar de su ocultamiento en la Edad
Media y los albores de la modernidad, y su posterior enclaustramiento
en las ilustradas formas polticas del sbdito, a un deliberado desprecio
y desconanza de sus atributos polticos. El movimiento conceptual
que va del ocultamiento al desprecio se opera en varios pensadores del
siglo xix y asume diversos matices que pueden ser precisados en la obra
de Nietzsche, Tocqueville, Ortega y Gasset, Mosca y Schumpeter. El l-
timo giro de este movimiento se expresa en la denominada teora elitista
de la democracia. Analicemos esto.
El pensamiento de Nietzsche ha sido descrito como un poderoso
movimiento disolvente de la subjetividad de la modernidad (Vattimo,
1991). Operando en varios frentes epistemolgico, moral, poltico y
social, la obra de este lsofo se constituye en un enrgico solvente
que termina por poner en duda las preciadas categoras y conceptos
de la losofa occidental. De forma singular, la crtica que realiza al
sujeto se expresa en un doble movimiento: por un lado, la crtica fe-
roz de la moral predominante que apela al reconocimiento y justica-
cin de la otredad; por el otro, la oposicin a esta intersubjetividad del
mutuo reconocimiento, la superioridad excepcional del hombre redentor
(Nietzsche, 2006: 161).
Segn Nietzsche las pretensiones de respeto, compasin y amor al
prjimo postulados por las sociedades modernas no hacen sino ocultar
una verdad original, esencial y puricadora. Por ello, se plantea como
objetivo elaborar una crtica de los valores morales que le permita
rastrear el verdadero origen y procedencia de la moral (Nietzsche, 2006:
32 y 46). Este engao es producto del vergonzoso reblandecimiento
moderno de los sentimientos y del declinar de los juicios aristocrticos
(Nietzsche, 2006: 32 y 43). Si para Rousseau (2005: 311) la piedad era
la verdadera y ms universal de las virtudes naturales, para Nietzsche
ese valor y otros similares no hacen sino reejar estrategias y engaos
de la moral del resentimiento. Esta ltima invierte los valores y socava
la aristocrtica legitimidad de la magnica bestia rubia (Nietzsche,
2006: 67): lo que antes era bueno, noble y poderoso termina por ser lo
perverso, malo y daino; lo que antes era bajo, ruin y plebeyo acaba por
ocupar el lugar de lo superior y prestigioso. As se opera la transvalora-
cin de los valores, la inversin del orden genuino.
Exiiqui G. Gaiiicos
77
El proceso de transvaloracin que se realiza en la modernidad ha
llevado a entronizar a un tipo de hombre caracterizado por su empe-
queecimiento, mediana e instinto de rebao (Nietzsche, 2006: 43).
El deforme, el enfermo, el miserable, el desahuciado, el impotente, el
pobre, termina por ser el bueno, el valioso y prototipo de la humanidad.
Segn Nietzsche, este entronizamiento de la mediocridad y la nivela-
cin del hombre promedio coinciden con las formas polticas propias
de la democracia, pues esta era la forma de una decadencia del Estado,
de una degeneracin de la raza, de un predominio de los malogrados
(Nietzsche, 2004: 171). La democracia reeja bastante bien cmo ope-
ra la moral del resentimiento: no es la accin soberana la que determina
el curso de los hechos sino la reaccin y resistencia de los dbiles y
resentidos frente al podero del fuerte y distinguido. Este era el verda-
dero signicado de la Revolucin Francesa y de sus ideales de libertad,
igualdad y fraternidad. No era un movimiento histrico constructivo
y liberador sino la batahola de resentidos y frustrados integrantes del
lumpen, un esfuerzo por legitimar la mediana y la nivelacin del me-
diocre. Por ello, la democracia moderna, en tanto que heredera de los
ideales revolucionarios del siglo xviii, representaba con claridad la vo-
luntad de descenso, de rebajamiento, de nivelacin, de hundimiento y
crepsculo del hombre (Nietzsche, 2006: 87).
La visin genealgica de la moral y la poltica pretende desocultar la
inversin y restituir el valor genuino ocultado por el resentimiento y los
ideales democrticos. Para ello debe advenir el hombre redentor; este es
el individuo soberano que se sita por encima de la eticidad de las cos-
tumbres, que despliega su voluntad, libertad, superioridad y orgulloso
poder; el nico al que le est dado necesariamente el dominio de las
circunstancias, de la naturaleza y de todas las criaturas menos ables
(Nietzsche, 2006: 97). No es el sucesor del sujeto losco de la Ilustra-
cin, demasiado abstracto y noumnico para dominar el mundo; es su
opuesto y destructor. Tampoco es el seor hobbesiano que se constituye
a partir de las limitaciones y restricciones impuestas por el pacto entre
sbditos y soberano. Por el contrario, el hombre redentor es seor de s
mismo, dador de honras y desprecios; bestia rubia que se sita en el pi-
nculo de la historia y determina el sentido y signicacin del mundo en
su triple integracin: circunstancias, naturaleza y hombres. Es un artista
cuya obra es un instintivo crear-formas, imprimir-formas y realizar
una concrecin de dominio dotada de vida (Nietzsche, 2006: 144).
Dii su;iro ansriacro ai ciuiaiaxo
78
Pero si es el hombre por advenir y el sujeto del futuro, termina por ser
tan abstracto como el sujeto losco de la modernidad; no un nome-
no kantiano, sino un energmeno nietzscheano. Al nal, tan articial el
primero como descocado el segundo.
De esta forma, el sujeto de la democracia, el ciudadano comn y
corriente, el ciudadano que acude a elecciones y deposita su voto, ter-
mina por sintetizar ntidamente el resentimiento del hombre mediano
frente a la soberana y podero del energmeno redentor nietzscheano.
Pero, a pesar de estas crticas, aun en tiempos de Nietzsche continuaba
el ascenso y la valoracin no exenta de problemas en su signicacin
de la democracia.
La nivelacin histrica del hombre comn advertida por Nietzsche
no poda pasar inadvertida por otros pensadores del mismo periodo y
que son centrales en la construccin conceptual de la democracia, como
en el caso de Tocqueville. Este anunciaba, por ejemplo, el terror religioso
que produca esa nivelacin histrica de hombres, hechos y acciones
(Tocqueville 1984: 34). Aunque se suelen recuperar los signos positivos
de los anlisis sobre la democracia realizados por este autor, se olvida
que la nivelacin en sus escritos tiene un sentido negativo. Es un tipo de
igualdad que nivela hacia abajo, hacia lo mediano, y que por momen-
tos adquiere la forma de lo mediocre, al grado que, si se le opona, el
hombre excepcional corra el riesgo de tener que renunciar a sus propios
derechos de ciudadano (Tocqueville, 1984).
Jos Ortega y Gasset retoma los signos de la nivelacin bajo la for-
ma del diagnstico epocal y el anuncio de un nuevo sujeto social. Los
juicios sobre lo que el lsofo espaol denominaba el hombre masa os-
cilarn entre el desprecio y la desconanza y servirn como ajustado
eslabn en el trnsito a la teora elitista de la democracia, que si bien
incorpora como su sujeto al ciudadano, lo mantiene connado en un
mbito de desconanza respecto a su solvencia poltica.
Mientras en Nietzsche el sujeto mediano se apodera de la tempora-
lidad histrica para imponer una interpretacin distorsionadora de los
valores morales (transvaloracin), el hombre masa de Ortega y Gasset
se entrega al festn del actualismo: vive en un presente inmvil y ju-
venil, desvinculado del pasado y del futuro. Si Nietzsche realiza una
crtica desocultadora de la inversin de los valores y Tocqueville descon-
fa de ese igualitarismo nivelador, Ortega y Gasset pretende establecer
un diagnstico del espritu de la poca y sus posibles causas. La lnea
Exiiqui G. Gaiiicos
79
de continuidad entre esos pensadores se maniesta en la crtica de la
nivelacin histrica del sujeto mediano, comn y ordinario. Pero en
Ortega y Gasset adquiere la singular connotacin de hombre masa, que
conviene analizar para comprender el paso posterior que realizaremos
para introducir al sujeto de la teora de la democracia elitista.
Desde distintos ngulos toda una literatura del periodo comenzaba
a dar cuenta del fenmeno del advenimiento de las masas al pleno
podero social (Ortega, 2005: 73).
5
Y no se trataba slo de que estas
masas se hicieran del poder poltico sino de algo ms profundo que im-
plicaba una transformacin en todos los mbitos social, moral, cultu-
ral, religioso, intelectual, incluidos aspectos en apariencia irrelevantes,
como la forma de vestir y el gozo del tiempo libre. Segn el lsofo
espaol, si bien existan datos duros de este advenimiento,
6
era una
prueba visual harto evidente para cualquiera que quisiera constatarlo
que las aglomeraciones, el gento y la muchedumbre se posesionaban de
calles, locales, espacios urbanos, salas, cafs, plazas pblicas, mercados,
incluidos los hbitos y las formas del trato cotidiano, los utensilios y
herramientas de todo tipo, particularmente en las ciudades.
Este advenimiento tena la forma de una poderosa corriente de homo-
genizacin que se estaba realizando en Europa y las principales ciudades
del mundo (Ortega, 2005: 49). Frente a un tipo de homogeneidad posi-
tiva que reeja los orgenes plurales del pensamiento, la losofa y la cul-
tura occidental, la homogenizacin negativa, de consecuencias nocivas,
implicaba la entronizacin del hombre-masa, cuya estructura psicolgica,
moral y poltica haba sido hecha de prisa, vaciado de historia, sin cono-
cimiento y respeto de la tradicin, sin una intimidad propia e intransfe-
rible, sin una rica subjetividad que permitiera identicar que detrs del
hombre-masa exista una personalidad genuina e idntica a s misma. De
aqu que este hombre siempre estuviera en disponibilidad para ngir
ser cualquier cosa (Ortega, 2005: 50). Este individuo era una especie de
5
Pienso, por ejemplo, entre otros, en el Problema del ser espiritual. Investigaciones para la
fundamentacin de la filosofa de la historia y de las ciencias del espritu de Nicolai Hartmann
(2007); en El ser y el tiempo de Martn Heidegger (1986); en Psicologa de las masas de Sigmund
Freud (1991), todos, libros publicados en las primeras dcadas del siglo xx y que refieren desde
ngulos diversos a este fenmeno.
6
Menciona el dato que del siglo vi al xviii la poblacin no pas de 160 millones, mientras
que a partir del siglo xix y hacia los aos treinta del xx ya era de 460 millones (Ortega, 2005:
107). Hasta donde hoy sabemos, estos datos son cercanos a la realidad.
Dii su;iro ansriacro ai ciuiaiaxo
80
caparazn vaco y yermo, que tan pronto poda ser una cosa como otra y
cambiar de gustos e intereses como de zapatos y vestimenta.
El vaciamiento de la subjetividad que se operaba en el hombre masa
tuvo una serie de consecuencias para la concepcin de la vida social y
poltica. Para este hombre todo pasaba por resultar de una desenvoltu-
ra, comodidad y complacencia inusual. Se desenvolva con una facilidad
material, viva con un confort cotidiano, protegido por un orden pblico
ms o menos establecido y resguardado por un tejido de leyes e insti-
tuciones, de tal manera que la vida terminaba por presentrsele como
exenta de impedimentos (Ortega, 2005: 111-114). Esa vida libre de
impedimentos haca que el hombre medio no tuviera respeto ni la ms
mnima idea del esfuerzo, dedicacin, sangre y sufrimiento que haba
costado la construccin de ese tejido social de instituciones, saberes y
prcticas que lo resguardaban y le daban cierta seguridad. Esto generaba
el penoso espectculo de un hombre libre de obligaciones, pero que exi-
ga y demandaba mayores benecios. No puede uno dejar de recordar el
retrato que hace Platn del hombre democrtico: un individuo cuya
alma est vaca de conocimientos y preocupaciones rectas y de discursos
verdaderos, que vive sin orden ni obligacin, entregado a la desmesura,
la anarqua, la prodigalidad y la impudicia (Platn, 2000: 407-412).
Pero de dnde procedi este inslito fenmeno? Se trataba, sen-
cillamente, que el mundo, de repente, ha crecido y, con l, la vida
(Ortega, 2005: 97). Era un doble fenmeno: el hombre mediano se
ha apoderado de mundo y este, parejamente, se ha medianizado. Tan
mediano un europeo como un americano. Uno y otro leen las mismas
noticias y se levantan con las mismas imgenes en el televisor. La ropa,
los gustos, los hbitos, los problemas, las inseguridades son idnticos
para este tipo de hombre. Si bien esto apunta a la uniformizacin del
mundo, tambin implica su ensanchamiento. La ciudad ms alejada
irrumpe al instante en imgenes con el zapping. Pero no son estos as-
pectos los que le dan su singularidad a la nueva situacin social; para
ser ms justos, esas situaciones son expresiones de un fenmeno ms
profundo: lo que Ortega y Gasset denominaba las circunstancias, esto
es, la apertura casi innita de posibilidades de eleccin con que cuenta
el hombre mediano (Ortega, 2005: 99). El conocimiento, las artes, los
ocios, los gustos, los deseos, las diversiones prcticamente cualquier
actividad humana ofrecan un amplio e insospechado repertorio de
oportunidades de decisin.
Exiiqui G. Gaiiicos
81
Esa circunstancia y sus posibilidades de decisin fueron facilitadas
por siglos de lucha, dedicacin, esfuerzo, error y acierto. Particularmen-
te por la perfecta conuencia de la tcnica (industrialismo y el experi-
mentalismo) y la democracia liberal del siglo xix. La tcnica y la pol-
tica como praxis de minoras selectas haban posibilitado la comodidad,
la solidez, la altura de los tiempos y el advenimiento de las masas, que
terminaban por hacerse de un inusual podero social. Todo esto llevaba
a una situacin lastimosa para la tradicin que segua postulando un
lugar privilegiado para el Gran Sujeto de la modernidad y sus mltiples
expresiones. Ortega resuma de la siguiente manera la situacin a la
que haba conducido la entronizacin del hombre masa. ... primera,
las masas ejercen hoy un repertorio vital que coincide en gran parte con
lo que antes pareca reservado exclusivamente a las minoras; segunda, al
propio tiempo, las masas se han hecho indciles frente a las minoras: no
las obedecen, no las siguen, no las respetan, sino que, por el contrario, las
dan de lado y las suplantan (Ortega, 2005: 82).
El problema no era que las masas representaran un fuerte movi-
miento hacia la homogenizacin, el vaciamiento de la experiencia in-
dividual y la desubjetivacin, sino que el hombre masa realizara una
doble indocilidad: no solo no permita que se le dirigiera, representara o
gobernara, sino que tomaba el lugar que histricamente le corresponda
al lsofo, al cientco, al lder y al representante, y se atreva a regen-
tear su propio destino. El hombre ordinario pasaba de una situacin
pasiva, indiferente, subordinada y annima a otra de autorrepresenta-
cin y autoelevamiento. Se proclamaba a s mismo como el prototipo
del periodo histrico. Se trataba de un nuevo hombre, dominado por el
instinto de rebao que despreciaba Nietzsche y haca pensar a Ortega
y Gasset que bastaran 30 aos para que nuestro continente retroceda
a la barbarie (Nietzsche, 2006: 43; Ortega, 2005: 110).
Empero, el trnsito del desprecio a la desconanza del hombre co-
mn paradjicamente sera asumido con solvencia argumentativa por
la denominada teora de la democracia elitista. Se trataba de un movi-
miento argumentativo paradojal porque al tiempo que la democracia
situaba como su ncleo normativo al ciudadano tambin terminaba por
minusvalorar el potencial poltico de este.
Como bien reere Bachrach, los orgenes de la teora elitista de
la democracia no pueden ser plenamente entendidos sin los estudios
previos que Mosca le dedica a la clase poltica (1972: 31). Si Ortega y
Dii su;iro ansriacro ai ciuiaiaxo
82
Gasset pretenda hacer un diagnstico epocal y no conceda demasiada
importancia a la poltica, Mosca (1998: 43) se centraba en compren-
der las leyes y las modalidades que regulan la accin poltica. Esta
pretensin de buscar patrones regulares en diversas pocas y regmenes
y la vocacin por extraer leyes constantes, fueron los elementos que
hicieron armar que Mosca era el fundador de la ciencia poltica con-
tempornea (Bobbio, 1998: 34).
A diferencia de Ortega y Gasset, que diriga su anlisis al surgimiento
de un nuevo tipo de hombre masicado y mediano, Mosca se centraba
en el estudio de lo que consideraba una tendencia y un hecho constante,
que se encuentra en todos los organismos polticos [...], cuya eviden-
cia se impone fcilmente a todo observador: la existencia de dos clases
de individuos, la de los gobernantes y la de los gobernados (Mosca,
1998: 106). Pero en realidad a Mosca solo le interesaba la primera, no las
formas de expresin, constitucin y sufrimiento de la segunda. La clase
poltica fue el tema central al que le dedic casi toda la energa intelectual
a lo largo de su vida (Bobbio, 1998). No importa si se trataba de la polis
griega o de la Edad Media, si de la monarqua absoluta del siglo xvii o
de los regmenes parlamentarios del xix. Todos los gobiernos de todas las
pocas mostraban el mismo fenmeno: una clase poltica que determina-
ba, diriga, regulaba y organizaba la vida poltica. Los otros, el pueblo, la
gran mayora, la plebe, los estratos bajos, solo tenan el modesto papel de
plegarse a los deseos y pretensiones de la clase dirigente.
En la medida en que el sujeto mosquiano era quien diriga y gober-
naba, tena en sus manos la importante funcin de determinar el tipo
poltico y el grado de civilizacin de los pueblos (Mosca, 1998: 108).
No es tarea menor que el destino de las sociedades, los regmenes polti-
cos y las instituciones dependan de esta clase poltica. Una clase que en
parte deba su poder a su riqueza, nacimiento, educacin, cultura o, en
menor medida, al voto popular. Ciertamente, no era suciente con po-
seer estos requerimientos para constituir al sujeto integrante de esa clase
poltica. Tampoco que, por elemental economa organizativa, los grupos
ms pequeos siempre tendan a organizarse mejor y ms rpido que las
mayoras. El fundamento del poder de la clase poltica descansaba en un
conjunto de creencias, ideas, costumbres, sentimientos y prcticas gene-
ralmente compartidas y aceptadas por todos los miembros de la comu-
nidad, que le daban sustento moral, poltico, cultural y hasta religioso al
poder ejercido por esa minora. A esto Mosca lo denomin la frmula
Exiiqui G. Gaiiicos
83
poltica; otros lo llaman el principio de soberana, la ideologa o, ms con-
temporneamente, la legitimidad del poder (Mosca, 1998: 131).
Mosca distingua dos corrientes histricas en la formacin de la clase
poltica, a las que denominaba tendencia aristocrtica y tendencia democr-
tica. La primera se inclinaba a constituir una clase poltica cerrada y exclu-
yente; la segunda, a conformar una clase abierta y relativamente incluyen-
te, aunque no lo suciente como para permitir que todos ni siquiera la
mayora ingresaran abiertamente. Junto a estas dos tendencias tambin
sealaba la existencia de dos principios de organizacin para mantener la
cohesin y ejercer el poder: el autocrtico, caracterizado por una transmi-
sin del mismo de arriba hacia abajo (descendente), y el democrtico-li-
beral, que transmita el poder de abajo hacia arriba (ascendente) (Bobbio,
1998: 21). A pesar de esta alusin a la organizacin y conformacin del
poder democrtico-liberal no debe pensarse que Mosca analiza los reg-
menes democrticos. De hecho, es demasiado crtico y desconado de las
democracias. Ms bien, lo que le interesa es la forma como se organiza
y estructura la clase poltica; utiliza, en consecuencia, dichas categoras
como tipologas descriptivas de comportamiento en los regmenes polti-
cos y deja de lado la revisin o referencia a los aspectos singulares, norma-
tivos y descriptivos de la democracia y su sujeto (el ciudadano).
Pero, qu pasaba, entonces, con aquellos individuos que no formaban
parte de la clase poltica? Aunque las ms de las veces parecan destinados
a una silenciosa obediencia, Mosca reconoci que se daban fenmenos de
presin, descontento y malestar que podan desencadenar movimientos,
revoluciones y terminar por destronar a la clase dirigente. Sin embargo,
la tendencia y el hecho constante de la necesidad de una clase poltica se
volvan a repetir, pero ahora en el seno de la mayora que haba derrocado
a la anterior clase poltica (Mosca, 1998: 108). Desde el propio ncleo de
esa mayora, ahora constituida en grupo dominante, se eriga una nueva
clase poltica. Esta era la inexcusable ley de organizacin de las sociedades
polticas. Dicho de otra manera, no haba forma de organizarse poltica-
mente fuera del predominio de una clase poltica que estructurara, diri-
giera y controlara el curso de las acciones polticas.
Por ello, el sujeto poltico de cuo mosquiano no acta desde la so-
ledad del trono, el plpito, el castillo o el palacio; no es ni el monarca
hobbesiano, ni el lsofo kantiano ni el hombre redentor nietzscheniano;
es, ms bien, parte de una clase poltica que comparte un conjunto de
ideales, creencias, una historia comn, una vocacin y una serie de intere-
Dii su;iro ansriacro ai ciuiaiaxo
84
ses ms o menos homogneos; adems, se encuentra en necesaria relacin
con un estrato intermedio (sacerdotes, militares, burocracia, etctera) que
sirve como trabazn entre la masa y permite organizar de manera adecua-
da la accin poltica de esta (Mosca, 1998: 314). Por ello, a diferencia de
los sujetos de la democracia antigua que podemos simbolizar grcamen-
te en la gura de un crculo;
7
en Mosca la imagen ms representativa es la
del tringulo, donde todas las rdenes, los mandatos y acciones provienen
de los sujetos situados en el pinculo. Al estrato intermedio le toca ejecu-
tar esas rdenes, y a la masa, prestar obediencia.
Conviene precisar que en Mosca todava no se establece una rela-
cin necesaria entre clase poltica y democracia. De hecho, la democra-
cia y su principal institucin, el sufragio universal, son vistos por l con
profunda desconanza y recelo. Tendra que venir Joseph Schumpeter
para plantear la relacin intrnseca entre elitismo y democracia. Clase
dirigente y democracia encuadrarn a la perfeccin en el esquema de-
mocrtico reconstruido por este economista (Bachrach, 1972: 47).
La paradoja es que sea la propia teora de la democracia la que in-
tente encapsularlo en una categorizacin negativa y pasiva. Si en Nietzs-
che, en Tocqueville, en Ortega y Gasset y en Mosca la desconanza del
hombre comn y del individuo masicado y, por ende, del ciudadano,
provena de un mbito discursivo ajeno a la democracia fuera de la ge-
nealoga en Nietzsche, la visin aristocrtica en Tocqueville, el diagns-
tico socioepocal en Ortega y Gasset y la bsqueda de constantes sociales
y polticas en el comportamiento de las lites en Mosca, ahora nos en-
frentamos a un rechazo y desconanza que germinar desde dentro de
los propios discursos legitimadores y normativos de la democracia. Un
cambio de registro que se hace evidente, segn coinciden varios tericos
de la democracia (Bachrach, 1972; Sartori, 2000), en Schumpeter y que
acua el concepto de teora de la democracia.
El aparato argumental dado por Schumpeter para conducir la teora
de la democracia al elitismo fue, a juicio de Bachrach (1972: 44), un
golpe maestro. Mediante ese desplazamiento se despoj a la democra-
cia de su sustento normativo y moral el ciudadano comn y, paralela-
mente, se insert una enorme cua o distancia entre la democracia y los
7
Ello porque, de acuerdo con Jean-Pierre Vernant (1973), la democracia est organizada de
forma simtrica en torno a un centro, que produce una reciprocidad entre iguales.
Exiiqui G. Gaiiicos
85
ciudadanos: los representantes.
8
El representante poltico pas a ocupar
los lugares privilegiados que antes ocupaban el soberano hobbesiano en
el siglo xvi, el lsofo de la Ilustracin en el xviii, el hombre redentor de
Nietzsche en el xix, y el intelectual de Ortega y Gasset y la clase poltica
de Mosca en la primera mitad del xx. As, el movimiento natural que se
vena operando en el sentido de crear y buscar las mejores condiciones
para la participacin poltica del hombre comn, termin por truncarse y
orientarse en el sentido de una inexcusabilidad del representante poltico.
Es cierto que desde la formacin de los Estados modernos con su exten-
sin territorial, aumento de poblacin y creciente complejidad existan
condiciones sociales y estructurales que debilitaban la apuesta por la in-
tensidad en la participacin poltica del ciudadano. Empero, la teora eli-
tista de la democracia no solo se justica por el carcter ineludible de estos
problemas por dems, bastante reales, sino porque se apoya de modo
particular en una concepcin radicalmente negativa del ciudadano.
Schumpeter distingua entre la teora clsica de la democracia y la teo-
ra elitista de la democracia. Sobre el contraste, las limitaciones y decien-
cias de la primera, construy la segunda. No sera una reconstruccin
que idealizara las instituciones griegas o que retomara las alabanzas a la
democracia ateniense expresadas en el Discurso fnebre de Pericles. La
mayora de las objeciones del autor a la teora clsica de la democracia se
reducan a una: ser patentemente contraria a los hechos (Schumpeter,
1982: 324 y 338). El postulado fundamental, la existencia de una vo-
luntad general rousseauniana fcilmente discernible y asequible, care-
ca de todo sustento. Tampoco exista el otro elemento primordial de
la teora clsica: el bien comn; pues no solo diversos grupos pueden
pretender propsitos distintos al bien comn sino que puede tener
signicados diferentes, y aun en el supuesto de coincidir en un mismo
objeto, queda la posibilidad de discrepar sobre su contenido.
9
Pero el
error que ms destaca de esta teora es la necesidad prctica de atribuir
a la voluntad del individuo una independencia y calidad racional que
son completamente irreales (Schumpeter, 1982: 325).
8
Para un anlisis sucinto del desarrollo histrico de la representacin poltica y de sus pro-
blemas conceptuales, cfr. Sartori (2005) y Regalia (2000).
9
El argumento de Schumpeter puede resultar impecable: por ejemplo, se puede estar de
acuerdo en que el bien comn tenga por objetivo la salud, pero aun as faltara ponerse de acuer-
do para decidir si el presupuesto se destina a combatir una epidemia o a prevenir las muertes
por abortos clandestinos.
Dii su;iro ansriacro ai ciuiaiaxo
86
La teora clsica presupone un ciudadano racional, responsable e in-
dependiente, que al participar en la poltica traslada esos atributos a los
asuntos pblicos. Sin embargo, segn Schumpeter, lo que demostraba la
prueba de lo hechos era algo totalmente diferente. Como economis-
ta que era y en su afn de buscar puntos de referencia para analizar el
comportamiento del ciudadano, compara a este con los consumidores
de la economa capitalista. Al igual que el ciudadano, el consumidor se
encuentra sometido a la propaganda y a los esfuerzos del comerciante por
incidir y manipular su conducta. Una y otra vez le repiten las mil bonda-
des y benecios de un producto. La propaganda comercial al igual que
la poltica intentar llegar al subconsciente, posesionarse de este, proce-
der mediante reiteraciones y discursos esquivos y simuladores, para crear
asociaciones favorables al producto (Schumpeter, 1982: 330, 336-337).
El consumidor puede, sin duda, sucumbir a esas inuencias y estrategias
y, al nal, comprar el producto ofrecido. Empero, el curso ordinario de
las decisiones que toma el consumidor en la vida cotidiana contiene un
importante elemento neutralizador: la experiencia individual.
Por ms que la propaganda comercial arguya bondades y delicias
de un producto, el consumidor termina por remitir sus decisiones a la
inuencia saludable y racionalizadora de sus experimentos favorables y
desfavorables (Schumpeter, 1982: 330). Ah est la gran diferencia con
respecto al ciudadano. Este, al igual que los consumidores, se encuen-
tra sometido a la propaganda poltica y debe tomar decisiones. Pero a
diferencia del consumidor, el ciudadano tiende a carecer de la saludable
inuencia de la experiencia cotidiana sobre los productos de la pol-
tica. Los temas, problemas y propuestas relativas a los asuntos pblicos
estn tan alejados de su mundo ordinario que terminan por parecer
cticios. Si la compra de un par de zapatos es una experiencia inmediata
y cotidiana para el consumidor, la discusin sobre las bondades del libre
comercio o la estatizacin de la banca comercial terminan por ser enun-
ciados vacos y alejados del inters inmediato del ciudadano ordinario.
Este hecho impide generar un sentido de responsabilidad y una capaci-
dad racional para tomar las decisiones ms adecuadas a los problemas. A
esto hay que agregar que el ciudadano moderno surge en el contexto de
las grandes ciudades y las aglomeraciones que generan la sbita desapa-
ricin, en un estado de excitacin, de los frenos morales, de los modos
civilizados de pensar y sentir; la sbita erupcin de impulsos primitivos,
de infantilismos y tendencias criminales (Schumpeter, 1982: 329). Por
Exiiqui G. Gaiiicos
87
ello, una simple armacin repetida innitamente terminaba por tener
ms peso en la decisin del ciudadano que un argumento racional.
Aunque Schumpeter inicialmente parte del supuesto de que la pol-
tica es algo alejado de los intereses cotidianos del hombre, especula con
la idea de que el ciudadano pudiera comportarse de forma ms racional
en la medida en que los asuntos pblicos estuvieran ms cerca de sus
problemas cotidianos y locales; sin embargo, esta idea es inmediata-
mente desechada por el autor al confrontarla con la complejidad de la
poltica, la divisin del trabajo y la propia propensin del individuo a
enclaustrarse en la vida privada, imposibilitando, en cualquier caso, la
construccin de un ciudadano responsable e independiente. Al com-
parar las decisiones de la vida privada del individuo con las de la vida
pblica del ciudadano, se acenta la irracionalidad, la premura, el pri-
mitivismo e infantilismo de este ltimo.
Esta percepcin del ciudadano como un sujeto primitivo, irracional,
voluble, fcilmente manipulable, irresponsable y dependiente, llev a
Schumpeter a invertir el postulado central de la teora clsica de la de-
mocracia. Si esta sostiene que el pueblo tiene una voluntad general y eli-
ge a sus representantes para hacer cumplir esa voluntad, en la inversin
schumpeteriana lo nico que hace el pueblo es elegir a los representan-
tes, quienes se encargan de tomar libremente las decisiones que conside-
ren pertinentes (Schumpeter, 1982: 343). Puede parecer que el cambio
introducido de alguna manera respeta la voluntad de los ciudadanos; sin
embargo, la inversin hecha por Schumpeter resulta una propuesta ms
demoledora de lo que parece. Primero, porque la volont gnrale que
est en el centro argumental de la teora clsica es para Schumpeter una
seudorreligin, una ilusin, por cuya desaparicin ora piadosamente
(1982: 345); segundo, porque el ciudadano carece absolutamente de los
atributos positivos como para poder actuar en las decisiones de gobier-
no. No es casual que la teora de la democracia termine por reducirse a
un simple elemento dentro de una teora del caudillaje competitivo y
que cualquier inters por el buen funcionamiento de la administracin,
de las leyes y del gobierno acabe como subproducto de la lucha por la
conquista del poder (Schumpeter, 1982: 361 y 364).
Al nal, de eso trataba la reconstruccin conceptual de la democrtica
emprendida por Schumpeter: un mtodo para procesar la lucha por la
conquista del poder. Por ello, critica cualquier pretensin idealizante de
la democracia. La igualdad, la libertad, la solidaridad, la justicia social y
Dii su;iro ansriacro ai ciuiaiaxo
88
cualquier otro ideal o bien sustantivo podrn ser benignos para la huma-
nidad, pero hacer de ellos los nes de la democracia es un craso error.
Sobre los despojos del ciudadano ordinario, Schumpeter constru-
y un sujeto poltico dotado de cualidades prominentes. Frente al ciu-
dadano irracional, irresponsable y voluble de la teora clsica, se erige
el opuesto de la teora elitista: racional, responsable, juicioso. Parad-
jicamente, el idealismo rechazado por Schumpeter se le inltra por la
puerta trasera. Es un idealismo que, a causa de su rechazo, se muestra
magnicado, pero termina por revestir la forma de un sujeto poltico
no menos inexistente, fantasmagrico e irreal que el ciudadano ordi-
nario que critica y rechaza. Es la continuidad del sujeto racionalizante
losco de la modernidad y del superhombre nietzscheniano; por-
que para seguir siendo consistente en su argumentacin, puede ser tan
irracional el ciudadano comn como este superpoltico, tan instintivo
e irresponsable el uno como el otro. De distinta manera, por diferen-
tes motivos y procesos, pero ambos pueden tomar decisiones que no
necesariamente redundan en el inters colectivo; dicho de otra mane-
ra: ambos pueden actuar priorizando la satisfaccin de sus instintos,
intereses y necesidades.
Detrs del sujeto de la teora elitista de la democracia lo que se en-
cuentra es la versin poltica del homo economicus criticado por Arendt
(2005: 181) bajo el concepto de homo faber. No es gratuito el esfuerzo
que hace Schumpeter por comparar y extrapolar las experiencias del
comerciante, del productor, del consumidor y del vendedor a las del
ciudadano y el poltico. Se trata de reducir la poltica a un intercam-
bio mercantil y a un proceso de toma de decisiones. De aqu que la
democracia quede reducida al modus procedenci. Como en una gran
mquina o fbrica de produccin en serie, los ciudadanos ordinarios
son simples operarios y autmatas del gran proceso comercial. Oculto
en su faceta de consumidor, el ciudadano languidece. El elemento
creador que acompaa a toda actividad humana queda reducido por
una tcnica, que al paso del tiempo termina por volverse mecnica
y repetitiva. La poltica, que por principio de cuentas surge de la
imposibilidad de pronosticar las consecuencias de un acto en una co-
munidad de iguales en la que todo el mundo tiene la misma capacidad
de actuar (Arendt, 2005: 262), en las manos del elitismo econmico
queda connada a una de las tantas actividades previsibles e instru-
mentadas por la fuerza comercial.
Exiiqui G. Gaiiicos
89
A modo de conclusin
El largo recorrido que ha experimentado la categora conceptual del ciu-
dadano en la losofa poltica desde su feliz concepcin en el pensamien-
to aristotlico muestra una tensin que a la fecha no ha sido resuelta y que
quiz deriva de su propia construccin discriminante que dejaba fuera a
vastos segmentos de la poblacin. Por momento oculto en el absolutismo
del Leviatn hobbesiano, recuperado y ahogado al mismo tiempo en la
volont gnrale de Rousseau, despojado de su concrecin en la abstraccin
del sujeto losco de la Ilustracin, oprimido por la nivelacin histrica
en Tocqueville, ninguneado en su calidad de rebao y masa por Nietzsche
y Ortega y Gasset, ocultado por el discurso de la clase poltica en Mosca y,
al nal, reducido por el elitismo poltico a una caterva espasmdica, in-
tempestiva e irracional, el ciudadano se mantiene escindido en un arriba
y un abajo, entre el ejercicio del poder y su carencia, entre la vida privada
y la vida pblica, entre la participacin y la abstencin, entre el sujeto y el
objeto. La clausura total y parcial, que oscila del ocultamiento a la publi-
cidad de la categora del ciudadano que se opera en Hobbes, Rousseau,
Nietzsche, Tocqueville, Ortega y Gasset, Mosca y Schumpeter desoculta
el viejo designio aorado por los tiranos de todos los tiempos: que los
ciudadanos se recluyan en la vida privada y abandonen la poltica.
10
Los ltimos 40 aos han renovado la discusin sobre la importan-
cia del ciudadano en la teora de la democracia. A la par de la ola de
democratizacin que recorri el mundo (Huntington, 1994), el sujeto
de la democracia tambin se levant de las catacumbas en las que se le
mantena encadenado. Pero desocultar al sujeto de la democracia no es lo
mismo que volverlo a situar en el centro normativo y prctico de la demo-
cracia. Podemos, como Digenes el cnico quien buscaba a un hombre
con su lmpara en plena luz del da, salir a buscar al ciudadano en la
plaza pblica y nunca encontrarlo. O ms bien, mantenerlo oculto con
otras mscaras, inmerso en situaciones que impiden su reconocimiento
y escindido en mltiples identidades. Podemos, a manera de conclusin
problematizadora que ms que cerrar los planteamientos aqu tratados,
abre otro horizonte de problemas, indicar tres de las dicultades a las
10
La referencia es a Aristteles (2000a); Arendt (2005), como ya era costumbre en ella,
sigue al primero.
Dii su;iro ansriacro ai ciuiaiaxo
90
que se enfrenta la construccin de una ciudadana plena en los albores del
siglo xxi y la enunciacin de una posible salida a esta problemtica.
1. Temporalidad capitalista contra temporalidad poltica. Desde la anti-
gedad griega se reconoce que la temporalidad poltica no puede asumir
la forma de intervenciones intermitentes y ocasionales. Para evitarlo, se
sabe que Pericles tom la iniciativa de pagarles a los ciudadanos atenienses
para que pudieran asistir a las asambleas (Aristteles, 2000a). Pero la l-
gica capitalista, que es utilidad, ganancia y rendimientos (time is money),
labora en contra de la temporalidad poltica. Esta relacin estructural y
necesaria entre economa familiar y ciudadana, tan evidente para el pen-
samiento antiguo, parece no serlo para los tericos de la democracia de
los ltimos 40 aos. Una economa liberal y globalizada orientada a la
utilidad y al rendimiento tiende a determinar estructuralmente todos sus
componentes en el mismo sentido. Si el ciudadano promedio dedica la
mayor parte de su tiempo a las actividades laborales, si su principal ener-
ga se orienta a obtener un salario que le permita participar del sistema de
compra-venta: cmo construir ciudadanas plenas y participativas?
11
2. De la ciudadana abstracta a las ciudadanas concretas. El segundo
problema que opera contra la construccin de una ciudadana plena
surge de los propios discursos loscos y polticos que siguen enclaus-
trando al ciudadano en abstracciones y entelequias metafsicas. Los de-
rechos y las obligaciones a que se reere la ciudadana reintroducen
en muchos sentidos al sujeto abstracto de la losofa y lo aderezan con
proposiciones sin contenido concreto. Siguiendo a Aristteles, Rous-
seau indic de forma inmejorable una parte del problema: La mayor
parte de la gente toma una poblacin por una ciudad y un burgus por
un ciudadano. No saben que las casas constituyen la poblacin, pero
que los ciudadanos hacen la ciudad (2005: 6465). Volver al ciudada-
no de carne y hueso y sus concreciones especcas -ama de casa, obrero,
empleado, peatn, estudiante, etctera- es uno de los principales retos.
Cmo, pues, pensar la singularidad y concrecin sin volver a un relati-
vismo intolerante, y sin nulicarlo en abstracciones?
11
Uno de mis lectores annimos me hace notar los avances en materia de los derechos de
los ciudadanos. Indudablemente la existencia de una primera, segunda y tercera generacin
en los derechos fundamentales es un logro; pero en mi opinin estos avances no invalidan el ar-
gumento: el desajuste estructural entre la orientacin del capitalismo y la participacin poltica,
que demanda otra temporalidad y por ende otro arreglo entre economa y poltica.
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91
3. La ciudadana en contexto del cambio y la crisis epocal. El tercer
problema engloba los dos anteriores y es ms complejo y esquivo para
describir. La teora crtica reere la instrumentalizacin de la vida social
que termina por reicar a los sujetos; la posmodernidad, la incredulidad
de los metarrelatos que impide establecer pautas permanentes y vlidas
de relacin entre los sujetos; los socilogos, la sociedad del riesgo que
termina por instalar una espiral de incertidumbres en las decisiones co-
lectivas e individuales (Horkheimer y Adorno 2006; Lyotard, 2004;
Beck, 2007): lsofos y socilogos parecen coincidir en que asistimos
a una profunda transformacin de las sociedades contemporneas, que
en algunos adquiere la grave forma de crisis y en otros la ms atenuada
de cambio epocal (segn el matiz y orientacin de cada pensador). En
ese contexto global, la experiencia poltica parece que se vaca y termina
por carecer de sentido.
La poltica tan pronto es una cosa como otra. Signo inequvoco
de ello es su identicacin en el imaginario social como corrupcin;
esto es, cuando se convierte en todo lo opuesto de lo que debera ser
y se le asimila con una actividad humana disolvente. Y si la poltica es
sinnimo de corrupcin, su sujeto normativo (el ciudadano), termina
por salpicarse de ella y volverse no menos sospechoso. As, frente a esa
sospecha, que hace las veces de una mcula, el ciudadano preere vol-
ver a ocultarse en la seguridad de la vida privada aun cuando lo nico
que asegure sea la incertidumbre y dejarles la poltica a los polticos
autoproclamados como profesionales. Es cierto que tambin cabe una
reaccin que tienda a la participacin poltica como en los movimientos
sociales de los ochenta y noventa del siglo pasado o en las recientes pro-
testas en el mundo rabe. Pero la raz del problema se mantiene estable:
el vaciamiento de la experiencia poltica.
4. La enunciacin de una posible salida tendra la siguiente forma:
a) El cambio del tiempo laboral por el tiempo poltico, reduciendo,
por ejemplo, la duracin dedicada a las actividades laborales. Volver a
introducir el concepto de ocio cultural: un ocio politizado que reoriente
la energa del ciudadano. Pero esto solo es posible si a su vez se da un
cambio en la distribucin de la riqueza y la lgica con la que opera el
capitalismo;
b) Involucrar a los ciudadanos en las tareas pblicas inmediatas de
su comunidad y su horizonte concreto de exigencias, necesidades e
ilusiones; esto es, concretar la denicin abstracta de ciudadana. Esto
Dii su;iro ansriacro ai ciuiaiaxo
92
signica que sobre estas bases se rechazara de raz la idea nodal de la
democracia contempornea: la representacin.
c) Solo cuando la poltica se volviera concreta, cuando la participa-
cin fuera real, cuando sus decisiones fueran autoasumidas y sus efectos
maniestos, la experiencia poltica estara en condiciones de volver a
adquirir un sentido. Pero aqu conviene despejar un malentendido y
precisar que el sentido no lo establece la poltica y que tampoco se trata
de politizar la vida cotidiana del ciudadano, sino hacer de la poltica el
medio mediante la cual como apunta Jean-Luc Nancy se mantenga
una apertura y se abra un espacio agonal para lo incalculable que sumi-
nistra sentido: el amor, la amistad, el arte, el saber, el pensamiento...
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Artculo recibido el 1 de febrero
y aceptado el 20 de mayo de 2011
Exiiqui G. Gaiiicos
95
La comunicacin poltica en la red global.
Entendimiento y espacio pblico
Mario Zaragoza Ramrez
Este artculo describe cmo se entiende la comunicacin poltica arti-
culada en el espacio de la red electrnica y la participacin selectiva
de diversos actores. Se considera que la comunicacin poltica posibi-
lita, si se toma en cuenta como un dilogo, los discursos autogestivos
que buscan difundir una parte de la realidad que queda relegada de los
espacios informativos convencionales y que pueden encontrarse en la
red. As, en medio de la polarizacin, la comunicacin poltica, en la
medida en que permite la interaccin entre grupos y actores diversos,
puede ser parte del problema y de la solucin. Se propone, as, que
esta sea parte de la democratizacin del conocimiento, y del dilogo
que puede resolver o desmitificar los problemas polticos, sociales y
econmicos que enfrenta la sociedad de principios del siglo xxi.
Palabras clave: comunicacin poltica, dilogo poltico, accin co-
municativa, entendimiento, Internet, nuevas tecnologas de informa-
cin y comunicacin, espacio pblico.
Introduccin
E
n este artculo se explora una de las herramientas que se erigen
como posibilidades para el dilogo en materia poltica, la Internet y
su actuacin en algunas de las nuevas formas de hacer poltica, aunque
se expone slo una pequea muestra del enorme botn de posibilidades
que la red tiene para difundir, inuenciar, increpar, resolver y llegar a
millones de personas, aprovechando sus caractersticas globales, lo que
Maestro en Comunicacin por la Universidad Nacional Autnoma de Mxico; asistente
editorial del Departamento de Sociologa de la Universidad Autnoma Metropolitana, Unidad
Iztapalapa. Correo electrnico: <[email protected]>. P
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Dii su;iro ansriacro ai ciuiaiaxo
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permite tambin una mayor libertad de expresin en comparacin a los
medios tradicionales, como la televisin, la prensa escrita y la radio.
La Internet abre un nuevo espacio para el ejercicio de la comunica-
cin poltica, en virtud de que se trata de una tecnologa que potencia
la interaccin ms que la mera relacin inmediata entre mensaje y
respuesta, presupone la activacin del dilogo mismo que si bien en
Mxico todava est limitada en su alcance y extensin, ha dado mues-
tras de una vitalidad social signicativa, sobre todo si se mira en rela-
cin con el conicto poselectoral de 2006, las elecciones intermedias de
2009 y algunos acontecimientos recientes.
La comunicacin poltica se apoya en las caractersticas de la red
porque las condiciones sociales han cambiado y, por ende, se puede
aprovechar la herramienta; si no existiera la Internet, sera otro el medio
a emplear, ya que es la sociedad civil la que hace un uso social de este y
no es solo el medio el que permite una mayor interaccin. La intencin
es no llegar a la fetichizacin tecnolgica. Es la apropiacin cultural la
que determina los usos del medio (Williams, 1974).
Hoy, la Internet representa un medio no solo masivo, sino global, tal
como lo seala Manuel Castells (2001); como herramienta, hace suya
la idea de la aldea global, o mejor dicho, de la sociedad en red (Cardoso,
2008), donde las personas tienen la posibilidad de compartir informacin
y entretenimiento desde casi cualquier lugar del mundo. Por lo que las
posibilidades de difundir un mensaje y que este sea visto son innumera-
bles. Sin embargo, no todas las personas tienen acceso a este medio, lo
que limita su rango de accin. Y es constitutivo a las desigualdades que
imperan en el mundo generadas por el modo de produccin capitalista,
por lo que sigue siendo una minora la que tiene esta posibilidad.
Los temas referentes a la poltica no son la excepcin y tambin se
difunden en la red de manera inmediata y con posibles repercusiones
importantes. Resulta innegable entonces la inuencia que tiene la Inter-
net y la que puede llegar a tener para la denicin de temas o posiciones
polticas, sobre todo en cuanto a cargos que se obtienen mediante el
voto popular; pero eso depender del acceso y del inters de quienes
generen y se apropien de esos contenidos.
El objetivo es mostrar de forma exploratoria la articulacin que exis-
te entre la comunicacin poltica y la Internet. No desde la concepcin
de la comunicacin poltica como una herramienta para el mercadeo
poltico aquella que ocurre de forma vertical y que es emitida, difundi-
Maiio Zaiacoza Raxiiz
97
da y desarrollada por la lite gobernante, sino desde una ptica donde
se entienda a la comunicacin poltica como accin, desde la teora
de la accin comunicativa de Jrgen Habermas (1981a, 1981b). Reto-
mando la denicin de Dominique Wolton (Wolton y Ferry, 1995) del
tringulo de la comunicacin poltica entre gobierno-medios-opinin
pblica, pero con la variante de la interrelacin entre estos, no solo
como un juego de poder donde el gobierno y los medios tienen mayores
posibilidades de intervencin que la sociedad civil en las decisiones im-
portantes de la vida en comn. Se propone, en cambio, favorecer la co-
municacin entre los tres actores polticos a travs de la Internet, donde
se practique ese espacio circular que les permita dialogar con la plena
conviccin de entenderse en asuntos pblicos. Cabe aclarar que esto no
sustituye a otras formas de circulacin de la informacin poltica, en
trminos de la comunicacin poltica: la Internet tiene una centralidad
particular, pero de ningn modo se traduce en el nico medio.
La socializacin de la informacin representa aqu la materia prima,
ya que solo a partir de la libre difusin de las ideas se puede pensar en
la posibilidad de construir un dilogo entre lites y pueblo. Se dice
que la informacin es poder, pero, ms bien, el conocimiento es poder,
la palabra como universo espiritual de los ciudadanos, en alusin a la
obra de Jean-Pierre Vernant (1992) y su idea de conceder y publicitar
el conocimiento a los gobernados para que puedan dialogar, en la justa
medida, en igualdad de condiciones con los gobernantes. Es de esta
forma que el libre acceso a la informacin permite ventajas a quienes
tengan la posibilidad de interactuar desde sus computadoras con la vida
poltica en comn, como se dijo, en un gobierno democrtico.
As, la propuesta se nutre de la idea de hacer que la Internet sirva
para dar cabida a la comunicacin poltica incluyente y denitoria de
la vida pblica, no a la fetichizacin de la herramienta, sino al uso so-
cial que se hace de esta. Las nuevas tecnologas permiten una enorme
cantidad de posibilidades para la creacin de redes y la facilitacin en
algunos casos de una ciudadana responsable y consciente; he ah una
de sus grandes virtudes, aunque tambin representa un importante ins-
trumento para el entretenimiento, la dispersin y el ocio, que genera
grandes ganancias econmicas a las industrias culturales. Vctor Sam-
pedro Blanco seala (2008: 5): Desde sus terminales telemticas los
ciudadanos tendran capacidad para tomar voz y parte en una demo-
cracia (auto) representativa. La tecnopoltica llegara a alterar los rasgos
La coxuxicacix ioirica ix ia RED GLOBAL
98
polticos que, incluso, desembocaran en democracias deliberativas (a
medio camino de la directa). Esta es la visin integrada, optimista, que
dira Eco. Claro que como versin romntica de los hechos parece que
la comunicacin poltica encontr el espacio indicado y las soluciones
estn por venir; empero, la comunidad red no tiene pies ni cabeza de-
nidos, es el grupo social ms heterogneo y global conocido hasta hoy.
Las posibilidades de la red global son innitas, desde la difusin de men-
sajes amistosos y familiares hasta la de mensajes polticos trascendentes
para la vida pblica.
Las caractersticas de la Internet permiten pensar en este medio como
una alternativa, gracias a la apertura de informacin, su libre trnsito, su
facilidad de acceso y de publicitar sus contenidos los cuales no pueden
manipularse de la misma forma que los de otros medios de manera in-
mediata. Esto da pie al periodismo ciudadano (Sampedro Blanco, 2008)
o a los usuarios como generadores de sus propios contenidos (Castells,
2007), los mass self communication, que no son ms que los foros, chats,
blogs y dems secciones abiertas a la participacin de casi cualquiera, lo
cual fomenta la intervencin de quienes estn interesados en los asuntos
crticos de la vida pblica.
A partir del estudio y descripcin de la comunicacin poltica en la
Internet se podr dibujar una caracterizacin para pensar tericamente
la relacin que tienen y el escenario que conforman donde suceda el
dilogo poltico, y, as, enfatizar la posibilidad de la red global para pu-
blicitar el conocimiento y la informacin, que a largo plazo puede hacer
de la relacin lites-pueblo un dilogo entre iguales en la bsqueda del
entendimiento.
De acuerdo con Jay Blumler y Michael Gurevitch (2005), los es-
tudios en comunicacin poltica se ven modicados e inuenciados
por los avances tecnolgicos, tal como las disciplinas que tienen como
referencia lo social. La manera como los polticos entran al juego de
los medios y sobre todo las posibilidades que las nuevas tecnologas de
informacin y comunicacin (xric) les brindan para buscar benecios
en su carrera por el poder se han modicado. En este sentido, ambos
autores enfatizan en la necesidad de conformar estudios tericos que
expliquen estas nuevas realidades, que permitan entender las nuevas
arenas polticas y las formas en cmo se emplean las novedosas herra-
mientas. Es claro que esta propuesta pone de maniesto la exigencia de
comprender y desarrollar conceptos como el de esfera pblica de Haber-
Maiio Zaiacoza Raxiiz
99
mas en un contexto donde la tecnologa es un tema recurrente, ya que
la comunicacin poltica se puede entender como accin en el mbito
poltico, en el espacio pblico que actualmente se ve modicado e in-
cluso transformado por las xric.
El objetivo de este artculo es describir el problema mediante la expli-
cacin de la comunicacin poltica como un proceso incluyente, alimento
de la esfera pblica en respeto de las diferencias, con el entendimiento y
disenso como factores que permitan la paridad de condiciones para el di-
logo, promotor del conocimiento y la convivencia como materia prima,
donde su principal aliado sea la Internet y sus enormes alcances sociales.
Una comunicacin hecha por los ciudadanos para los ciudadanos, que
lleve a cabo lo que Vico seala como verum factum (Mondolfo, 1980): se
comprende mejor lo que est hecho por nosotros mismos y es verdadero
en tanto que nosotros somos los propios creadores de eso. Porque en
nuestro tiempo las posibilidades tecnolgicas nos dan la posibilidad de
pensar en este tipo de alternativa, ser parte de la revolucin tecnolgica,
aprovechar los recursos para el bienestar comn.
Nuevas tecnologas de informacin y comunicacin
en el dilogo poltico
A partir de entender a la comunicacin poltica como accin, se puede
pensar en la Internet como el medio que propiciara la construccin de
acuerdos, aprovechando las caractersticas del medio, formar y fomen-
tar la creacin de redes que dialoguen, y busquen formular consensos
en los asuntos importantes para la convivencia. Comunidades virtuales
que privilegien la comunicacin abierta, sin dueos, sin imposiciones
ni de opiniones ni de formas de pensar, una verdadera comunicacin en
el sentido losco, en la bsqueda del con-saber. Reconociendo en las
diferencias la igualdad que los une.
En plena construccin del con-saber que reere Antonio Pasquali
(1972) a travs de la comunicacin, de esa accin comunicativa que per-
mite el entendimiento en el mundo de la vida, la red es solo un instru-
mento que facilita, a veces, el encuentro cara a cara. Que permite a los
participantes conversar y a su vez eliminar algunas barreras. La comuni-
cacin poltica ser entonces la que use el medio en este caso la Inter-
net para darle cauce a los intereses que surjan de la propia comunidad e
La coxuxicacix ioirica ix ia RED GLOBAL
100
intentar resolver o simplemente mantener vigentes en la agenda las nece-
sidades e intereses colectivos: La tradicin de la autoorganizacin de la
sociedad civil (Curran, 2002: 148). La comunicacin poltica encuentra
cabida en las nuevas tecnologas para dimensionar o re-dimensionar sus
posibilidades, se auxilia innegablemente de la herramienta para consoli-
darse como la accin comunicativa en asuntos polticos.
Las xric constituyen un concepto relativamente nuevo, ya que
como su nombre lo indica se reere a los cambios o transformacio-
nes tecnolgicas para la difusin de la informacin y la comunicacin.
Como procesos distintos, la informacin equivale al intercambio unila-
teral de datos y la comunicacin implica el dilogo y el entendimiento
(Becerra Giovannini, 1984). Por eso es importante decir que esas xric
se reeren a un fenmeno convergente entre distintas tecnologas de
comunicacin e informacin (Gmez, 2009: 293).
De modo que las xric son esos sitios que permiten a travs de la tec-
nologa un inmediato ujo de informacin y, en algunos casos, establecer
un proceso comunicativo, va chats, blogs, pginas de interaccin social,
etctera. Las tecnologas de informacin y comunicacin (rics) merecen
un (muy?) especial inters. Estas tecnologas representan un conjunto
heterogneo de tcnicas, sistemas electrnicos, mquinas inteligentes, re-
des tecnolgicas, programas informticos y usos sociotcnicos y culturales
que se hallan en pleno crecimiento exponencial (Vizer, 2003: 234).
Estos avances tecnolgicos potencian la conformacin de redes, de
socializacin a travs de los medios, con alcances nunca antes experi-
mentados por los medios tradicionales; sin embargo, no son los produc-
tores de este intercambio de formas sociales, son solamente los poten-
ciadores. podemos mencionar la creacin de redes comunitarias de
rics en la forma de redes electrnicas voluntarias, implementadas por
grupos preocupados por la promocin, la defensa o el mantenimiento
de valores, bienes e intereses pblicos comunes, a los que podemos aso-
ciar la promocin y el crecimiento del capital social y cultural propio
de una comunidad o un grupo: espacios pblicos, derechos humanos,
salud, etctera (Vizer, 2003: 234). Aquellos que en general estn inte-
resados en algunos temas, vern en la Internet la posibilidad de expan-
dir y extender sus intereses.
Sin embargo, las xric no representan per se la solucin a los proble-
mas ni mucho menos. Tampoco se trata de encumbrarlas y sealarlas
como la panacea para resolver los problemas que aquejan al mundo, no
Maiio Zaiacoza Raxiiz
101
se trata de caer en la fetichizacin de la tcnica, la intencin es argu-
mentar que el uso social de esta permitira fomentar esas conversaciones
de asuntos que competen e interesan a las personas. Tal y como lo ar-
ma Ral Trejo Delarbre: esos recursos no cambiarn por s solos a la
humanidad ni extirparn sus defectos y adversidades (2006: 14).
En el mismo sentido, Finquelievich arma (2000):
la democratizacin del acceso a las rics se va concretando a pasos agi-
gantados por medio de las redes ciudadanas sustentadas por rics como
sistemas informticos on-line concebidos para promover y estimular la
comunicacin, la cooperacin, la participacin y el intercambio de infor-
macin, experiencias, bienes y servicios entre los ciudadanos y los actores
pblicos y privados de una comunidad (oxcs, instituciones gubernamen-
tales, y empresas privadas. Simultneamente, se abre la comunidad local a
la comunicacin en red con la comunidad global.
Esto fortalece la idea de que no es solo con la tecnologa como se
pueden resolver las cosas, debe haber antes la disposicin o el inters
para participar o buscar las soluciones a lo que socialmente se puede
considerar como problemas.
El desafo fundamental para las ric consiste en demostrar que pueden
incrementar cuantitativa y cualitativamente no solamente la capacidad
individual sino tambin colectiva de los recursos para crear diferentes for-
mas de capital y de formacin de valor: valores econmicos, simblicos,
sociales y culturales. Cuando la tecnologa es miticada y junto a ella una
ideologa del poder y el control sobre el mundo natural o el social, ella se
torna en una forma temible de reicacin; o sea, en lo contrario a la for-
macin de sentido y de valor (Vizer, 2003: 237-238).
Sin nimos triunfalistas, las xric permiten pensar que desde una
computadora se puede gestar un movimiento o una respuesta organi-
zada ante los principales problemas que aquejan a la sociedad: Esta
gran familia sabe que tambin millones de pantallas de computadoras
y de ciberactivistas annimos, como David frente a Goliat, de un solo
hondazo certero pueden dejar ciego al gigante (al menos por unas horas,
el sueo de muchos anarquistas se hace realidad en el mundo virtual: el
sistema realmente se cae) (Vizer, 2003: 239).
La coxuxicacix ioirica ix ia RED GLOBAL
102
De esta forma surge la inevitable posicin de lo evidente, tal como
seala Vizer, se mira a la tecnologa como signo apocalptico o como
smbolo de la integracin y el desarrollo humano a travs de la homo-
geneizacin de intereses, consumos y actividades. Tal como Habermas
sealaba a los medios de informacin como contrainstituciones, en esta
misma idea las xric tienen hoy mayores posibilidades para ser conside-
radas como ese David que organizado podra dar la sorpresa a Goliat.
Contina Vizer (2003: 349): Ello pone a la sociedad civil ante una
encrucijada: su rol hacia adelante se limitar al de consumidor, como
ocurre con la televisin, solo que interactivo, o armar la lgica ciu-
dadana que ha caracterizado su bautizo en este medio? Nunca antes ha
tenido, como ahora, la posibilidad de inuir en la conguracin de un
nuevo medio de comunicacin, en benecio de la humanidad. De-
nitivamente ms activo gracias a la tecnologa, pues las xric permiten
una mayor interaccin; sin embargo, seguir dependiendo del esfuerzo
intelectual y la disposicin de las personas por participar en los temas
denitorios de la vida en comn.
En un Estado ideal, la participacin social en los medios pblicos
en el caso del estudio de James Curran sobre la televisin pblica
debe estar en el centro de la discusin, rodeados del sector privado, la
sociedad civil, el sector econmico del mercado y un sector profesional
(2005: 139). Ante ese panorama, la televisin, la radio, la Internet y los
medios pblicos en general pueden representar una alternativa para la
participacin aunque siempre ser selectiva; sin embargo, tal como
lo enuncia Gustavo Cardoso (2008), las personas hacen uso de todos
los medios al mismo tiempo, prenden la televisin mientras escriben o
buscan informacin en su computadora, escuchan la radio por la va
tradicional o por la Internet, revisan peridicos, etctera. Hay un medio
que predomina en su uso, pero, generalmente, se articulan entre ellos o
se unen de manera transversal.
De ah que la Internet represente, a diferencia de los medios tradi-
cionales, una opcin que lleve a cabo la idea que han tenido algunos
medios pblicos: hacer que las audiencias o usuarios puedan incidir en
la programacin. En el caso de la Internet no solo se puede ser partcipe
de los contenidos sino prcticamente hacerlos, construirlos uno a uno
a travs de algunos sitios. Convertirse en lo que Manuel Castells dene
como mass self-communication (2007), que se puede traducir como me-
dios masivos propios o apropiados o hechos por uno mismo.
Maiio Zaiacoza Raxiiz
103
Es en este sentido que arma: Bajo estas condiciones, las polticas
insurgentes y los movimientos sociales estn habilitados para intervenir
ms decisivamente en los nuevos espacios de comunicacin (Castells,
2007: 238), y de esta forma inuir o participar en la creacin de una
agenda comunicativa y sobre todo poltica. De ah el uso de los mass
self-communication en las relaciones entre poder y contra-poder como
polticas formales o insurgentes y en las nuevas manifestaciones de los
movimientos sociales (Castells, 2007: 239).
Resulta lgico pensar que si existe la herramienta, se modicarn las
prcticas o se podran generar nuevas, sin embargo, y en coincidencia
con Gabriela Sued (2004), la tecnologa es socialmente construida, de
nada sirve la conexin inalmbrica y veloz a la Internet si no hay antes
disposicin a dialogar asuntos comunes o polticos y luego concretar los
acuerdos.
Indudablemente, los avances tecnolgicos han abierto la posibilidad
de una participacin mayor que la de los medios tradicionales, ya que se
encuentran un poco ms lejos de la censura y de la institucionalizacin
de los mensajes. Porque, de acuerdo con Castells (2007: 241), lo que
no existe en los medios no existe en el ideario pblico; por lo tanto, un
mensaje poltico es necesariamente un mensaje meditico. En nuestras
sociedades, los polticos dependen de los medios. El lenguaje de los
medios es norma para el proceder de estos, que estn interesados en dar
una cara amable a la gente; sin embargo, tambin estn ms expuestos
al escrutinio pblico y a que a travs de las xric puedan ser criticados y
satirizados. Los medios son los espacios donde se forja el poder, mas no
la fuente para poseer el poder (Castells, 2007: 244).
Blogs, chats, sitios de interaccin social, etctera: donde todas las
cadenas de medios tradicionales y los polticos de todos los partidos
tienen o buscan tener acceso para mantenerse vigentes. Lo cual nos
habla no solo de la importancia y trascendencia del medio, sino de las
posibilidades que la tecnologa podra brindarnos ahora y cmo muta
el proceso de la comunicacin poltica.
Esta apropiacin de los medios permite una mayor participacin; sin
embargo, ninguna intervencin poltica en la esfera pblica requiere ne-
cesariamente tener presencia en el espacio meditico, pues este es creado
alrededor de los procesos de los mass self-communication (Castells, 2007:
246); es decir, de hacerlos propios, como comunicacin masiva hecha por
las propias audiencias, pero an es necesario fortalecer la participacin co-
La coxuxicacix ioirica ix ia RED GLOBAL
104
lectiva en las xric. Es en ese sentido que Trejo Delarbre (2006) entiende
el acceso a la red con la metfora de Borges del Aleph, el paraso de la in-
formacin debe tomarse en su justa dimensin. Son muchos los alcances
y posibilidades; sin embargo, el elemento clave sigue siendo el inters y
sus contextos socioculturales, polticos y econmicos.
Seala Anbal Ford (1994: 43): McLuhan elabor su metfora cuan-
do previ los impactos de un desarrollo tecnolgico comunicacional to-
dava incipiente. Vio lo que se vena pero fall en el diagnstico. Como
muchos otros utpicos de la comunicacin. Pronostic una aldea comu-
nicada por todas partes, una homogeneidad lograda a partir de la tecno-
loga. Pero hoy queda demostrado que las caractersticas de la red global
fomentan lo heterogneo, dan cabida a lo distinto, es incluyente, pero al
mismo tiempo separa a los usuarios, con todo y que el ingls se posicione
como el idioma universal, existen detalles, formas, que impiden el pensa-
miento fcil de una aldea global interconectada. Es ms que eso.
Aqu, el fetichismo por el hardware es una suerte de enfermedad profesio-
nal. Se trata de una losofa histrica porque la computadora, que segn
Turing est ocupando el poder, ocupa el lugar del espritu universal; las
teoras conspirativas que se enganchan en este punto lo llaman entonces
por su nombre. Los fanticos del hardware son simplemente reduccionis-
tas: aoran las elementalidades y las causalidades (Bolz, 2006: 40).
No todo est resuelto con poseer una computadora con acceso a la
Internet. Si la computadora es un medio, no puede formar comunica-
cin. Ms bien podra decirse lo contrario, que la comunicacin impri-
me formas en el medio computadora (Bolz, 2006: 41).
Es en este punto donde se requiere hacer nfasis en que la comuni-
cacin poltica en la Internet requiere, primero, entender que no im-
plica solamente la difusin de la informacin poltica o la imagen de
algunos polticos. Consiste en aprovechar las herramientas, tal como
arma Dominique Wolton (2004: 62):
Solo el surgimiento progresivo de una comunicacin poltica contradic-
toria [en el sentido de no limitarse solo al marketing poltico] permitir
esclarecer un poco ms esta cuestin de la identidad cultural colectiva que
en cierto modo condensa todas las aspiraciones de nuestras sociedades:
libertad e igualdad, individualismo y adhesin a una pertenencia colectiva,
Maiio Zaiacoza Raxiiz
105
apertura y necesidad de races. Modernidad y miedo a no formar parte de
la tradicin, mundializacin y deseo de identidad nacional.
As, La constitucin de los objetos como formas simblicas presupo-
ne que sean producidos, construidos o empleados por un sujeto para di-
rigirlos a un sujeto o sujetos, o que sean percibidos como si hubieran sido
producidos as por el sujeto o sujetos que los reciben (Tompson, 1993:
206). De esta manera es evidente que lo hecho y difundido en la Internet,
es una comunicacin hecha por los ciudadanos para los ciudadanos. Que
lleve a cabo lo que Vico seala como verum factum (Mondolfo, 1980), se
comprende mejor lo que est hecho por nosotros mismos y es verdadero
en tanto que nosotros somos los propios creadores de eso. Porque en
nuestro tiempo, las posibilidades tecnolgicas nos dan la oportunidad de
pensar en este tipo de alternativa, ser parte de la revolucin tecnolgica,
aprovechar los recursos para el bienestar comn.
Tal como seala Anthony Giddens (1997: 38) sin tomar en cuenta
que los medios electrnicos quedaron un tanto relegados, en lo que a su
alcance se reere, ante las xric, que permiten pensar que la emancipa-
cin es posible a travs del uso social:
con el desarrollo de los medios de comunicacin, particularmente la
comunicacin electrnica, la interpretacin del autodesarrollo y de los sis-
temas sociales, incluyendo sistemas globales, se hace ms pronunciada. El
mundo en el que vivimos hoy es, por eso, muy distinto del que habita-
ron los seres humanos en anteriores periodos de la historia. Es un mundo
nico, que posee un marco unitario de experiencia (por ejemplo, respecto
a los ejes de tiempo y espacio) y, al mismo tiempo, es otro encargado
de crear nuevas formas de fragmentacin y dispersin. Un universo de
actividad social en el que los medios electrnicos tienen un rol central y
constitutivo, sin embargo, no se trata de un mundo de la hiperrealidad
en el sentido que da Baudrillard a este trmino. Una tal idea confunde el
omnipresente impacto de la experiencia mediada con la referencialidad
interna de los sistemas sociales de la modernidad el hecho de que estos
sistemas devienen, a todos los efectos, autnomos y determinados por sus
propias inuencias constitutivas.
Quienes se decidan a participar a travs de las xric, ya sea de ma-
nera selectiva o constante, estarn aprovechando el medio y las caracte-
La coxuxicacix ioirica ix ia RED GLOBAL
106
rsticas de este; sin embargo, la nica forma de que la tecnologa brinde
sus servicios ser, solo, si existe en primera instancia la voluntad y/o el
inters de participar en los asuntos pblicos y dialogar en la bsqueda
del benecio en comn; adems, de sortear los impedimentos que im-
plica el acceso a las tecnologas.
De llevarse a cabo, la participacin poltica y por lo tanto la cultura
poltica dar ese salto cualitativo que implica la conviccin e inters
por los asuntos de inters general, esto, en el contexto de la sociedad
en red, o tambin llamada Sociedad de la Informacin; donde las xric
desempean un papel fundamental, como se explicar en los siguientes
prrafos para la concrecin de novedosas formas de relaciones sociales y
por tanto comunicativas.
Comunicacin poltica en la sociedad en red
La idea de consolidar la comunicacin poltica en la Internet, surge
gracias a los notorios avances tecnolgicos que brindan los mecanismos
necesarios para pensar en medios de informacin inmediatos y ecaces;
incluso, algunos de estos podran considerarse medios de comunicacin.
Lo anterior en un contexto actual, donde algunos tericos apostaran
por considerarlo posmodernidad o modernidad tarda; sin embargo, el
concepto que realmente hace eco es de la Sociedad de la Informacin
(Castells, 1997) en general y en este caso particular el de la sociedad en
red (Cardoso, 2008). La diferencia radica en que En la sociedad en red
la organizacin de los sistemas de los medios y su evolucin depende en
gran medida del modo en el que nos apropiamos socialmente de ellos
(Cardoso, 2008: 32). Cabe sealar que no todas las sociedades tecnol-
gicamente desarrolladas transitan o se ubican de esta manera, sino tal y
como estamos relacionados socialmente a travs del uso que le damos a
las xric y los medios tradicionales.
As, la sociedad que hoy se encuentra interconectada o en red, es
una sociedad sumamente heterognea, donde casi cualquiera ya que
es necesaria la conexin a la Internet y tener una computadora pue-
de participar. Las relaciones que de esto surgen representan formas de
convivencia social, iguales a las de siempre, pero con el plus de las xric.
Mediante la tendencia secular a la individualizacin, se dice luego, se
torna poroso el conglomerado social, la sociedad pierde conciencia co-
Maiio Zaiacoza Raxiiz
107
lectiva y, por ende, su capacidad de negociacin poltica. La bsqueda
de respuestas polticas a las grandes cuestiones del futuro se ha quedado
ya sin sujeto y sin lugar (Beck, 1998: 25). Sin lugar jo y sin un sujeto
determinado, la sociedad en red permite, a quien as lo desee, convivir
con otros, aunque esto siempre sucedi, la diferencia es que hoy, la tec-
nologa potencia esas posibilidades.
Tericos como Ulrich Beck (1994) han estudiado y trabajado am-
pliamente en torno a la globalizacin, cuya referencia espacio-temporal
es obligada para la sociedad en red. Ya que tal como lo explica Cardoso,
es la sociedad que hoy en da normalmente conocemos, pero articulada
con el uso que la gente hace de las xric. El concepto parte, como se ex-
plic lneas arriba, de la nocin de Sociedad de la Informacin, donde
la tecnologa permite la difusin e intercambio informativo que reper-
cute en lo econmico, lo poltico y por supuesto en lo cultural.
Abunda Gustavo Cardoso (2008: 51): Hablar de Sociedad de
Informacin, an reconociendo la existencia de un discurso ocial
estandarizado, no siempre es hablar sobre una misma realidad. Hay
quien le da ms valor a la dimensin econmica de la informacin,
otros a la dimensin poltica y otros a la valoracin personal, cultural
y educativa como elementos clave de la caracterizacin de nuestra
sociedad. Lo cierto es que en la sociedad en red, la informacin y
el libre trnsito de esta tienen eco en todas las esferas de la vida en
comn, por lo que resulta innegable la trascendencia que tienen las
xric en la actualidad.
Se podra asegurar, entonces, que el concepto de la Sociedad de la
Informacin podra ayudar a entender y mejorar aquellas exigencias
contemporneas, pero, por qu emplear el concepto de sociedad en red
entonces? Porque el concepto de la sociedad de la informacin no ser
el ms adecuado para captar la complejidad de los cambios en curso
en la sociedad contempornea ni para comprender cmo los diferentes
medios se conguran como facilitadores de empowerment individual
[empoderamiento individual] y, consecuentemente, de autonoma co-
municativa y sociopoltica (Cardoso, 2008: 52). Ya que la informacin
que uye a travs de las xric no es la solucin por s misma, es el uso
que se hace de ella.
Lo que nos ayuda a entender las repercusiones que tiene el uso
transversal de los medios de todos o los que se tengan al alcance al
mismo tiempo, a manera de redes, es que de conformarse un espacio
La coxuxicacix ioirica ix ia RED GLOBAL
108
de discusin, la tecnologa puede potenciar aquellas relaciones sociales
que buscan el cambio y la libertad.
la aparicin de las tecnologas de la informacin y comunicacin en red
[], por un lado, y por otro la digitalizacin de los contenidos, aliada a las
tendencias (aunque pocas veces concretizadas) de convergencia tecnolgi-
ca entre ordenadores, telecomunicaciones y televisin, ha aportado una
nueva aproximacin entre los intereses de las ciencias de comunicacin y
de la informacin (Cardoso, 2008: 52).
De regreso al acercamiento terico de la sociedad en red, esta nos
permite ver un poco ms all que en la Sociedad de la informacin,
donde esta ltima es ciertamente ms uida, abundante e inmediata.
Desde el punto de vista de la construccin cultural, sociedad de informa-
cin, como sntesis de la discusin que hemos tratado hasta este punto,
podemos admitir que, al hablar de Sociedad de Informacin, nos estamos
reriendo a una sociedad en la que el intercambio de informacin y la acti-
vidad social central es predominante [] ideolgicamente, podemos denir
la sociedad de informacin como un proceso de cambio social basado en la in-
formacin, la cual, es a su vez, en s misma, la expresin del conocimiento
humano (Cardoso, 2008: 53).
Es as que la Sociedad de la Informacin nos sirve como marco de
referencia para acercarnos, pues, al concepto de sociedad en red.
Castells no es el nico que propone un anlisis de carcter intersectorial.
Pues, tal como Anthony Giddens arma (1998), nos encontramos ante el
cambio de algunos de los ejes que caracterizan a la modernidad, principal-
mente a nivel econmico, en aquello que Castells denomina el cambio de
un modo de desarrollo industrial hacia un modo de desarrollo informacional
(Cardoso, 2008: 55).
Un avance en cuanto a difusin y transmisin de informacin se
reere. Pero algo debe hacerse con esas posibilidades informativas.
De acuerdo con Cardoso (2008: 56):
Maiio Zaiacoza Raxiiz
109
La Sociedad de la Informacin [] existe como construccin cultural, que
no es lo mismo que armar que existe. Por qu? Porque, como Anthony
Giddens (1998) sugiere y Manuel Castells sintetiza, la comunicacin del
conocimiento ha sido crtica en todas las sociedades, incluyendo la Europa
medieval que era culturalmente estructurada y, hasta cierto punto, estaba
unicada por la educacin escolstica [] una infraestructura intelectual
(Castells, 2002).
Porque las sociedades siempre han estado informadas y por lo tanto
comunicadas, pero hoy se potencian al mximo esas posibilidades.
Contina Cardoso (2008: 59): La sociedad informacional que Ma-
nuel Castells nos propone como fruto de los cambios tecnolgicos y
econmicos, y de los movimientos sociales de las tres ltimas dcadas
tiene, como una de sus caractersticas principales, la lgica de la red de
su estructura bsica. As, podemos entender que la sociedad en red es
la clave para distinguir entre los usos que se hacen de la informacin,
ya que el simple ujo informativo no transforma la realidad, es solo a
partir del uso que se haga de esta que se puede concretar un proceso de
comunicacin en la sociedad interconectada.
Podemos armar que nuestras sociedades son informacionales todo
el tiempo y as lo han sido, debido a que la produccin de la infor-
macin, su procesamiento y transmisin son factores para construir
el poder poltico. Esta posesin de la informacin fue la que ayud a
construir las bases de las sociedades contemporneas, con todo y los
usos jerarquizados de lo que se dice y lo que no. Sin embargo, hoy el
proceso de la informacin es ms exible y se adapta a las necesidades
contemporneas con la ayuda de los medios. En trminos tecnolgi-
cos, aunque la gnesis de la sociedad en red radique en las posibilidades
ofrecidas por el desarrollo de las comunicaciones, software y hardware
de los aos 70, encuentra su momento de difusin de la Internet en las
familias y en la generalidad del tejido empresarial durante la segunda
mitad de la dcada de los 90 (Cardoso, 2008: 59).
Si bien hoy los avances tecnolgicos podran generar mayor inters
y participacin, en la sociedad en red sigue siendo primordial la accin
social de los usuarios antes que los nimos triunfalistas sobre la tcnica;
ya que se puede tener acceso a la Internet, pero se necesita la disposicin
e inters para conformar un dilogo poltico alrededor de lo que nos
sucede en lo cotidiano.
La coxuxicacix ioirica ix ia RED GLOBAL
110
Tal como Jos Ignacio Porras (2005) explica y tiene algunos puntos
de encuentro con este escrito, aparecen nuevas oportunidades para de-
liberar en el espacio pblico, todas, gracias a los avances tecnolgicos;
pero el detalle fundamental es la forma en cmo cada individuo hace
uso de la tcnica y entonces se la apropia socialmente para lo que se po-
dra considerar como su benecio. Es decir, emplearla para constituirse
en un sujeto de accin social (Touraine, 2002).
La existencia de este nuevo modo de desarrollo informacional y la
preponderancia del espacio de ujos sobre el espacio de lugares tiene
como resultado una globalizacin creciente, lo que no es negativo, ya
que representa la idea de que todos pueden comunicarse con todos, com-
prar y vender globalmente y as formar una comunidad global. La reali-
dad de la globalizacin representa para una gran parte de la humanidad
una retirada de poder poltico y el consiguiente empobrecimiento eco-
nmico (Castells, 1997).
Si bien la sociedad siempre ha estado informada y por lo tanto
siempre puede comunicarse con sus integrantes, est claro que en
nuestros tiempos, en los que se vive la sociedad en red, todos o quie-
nes as lo deseen pueden aportar temas a la discusin, ser partcipes
del proceso.
Como sugiere Nordenstreng (2001), tomar como punto de partida el
concepto de sociedad informacional, tanto en trminos histricos como
econmicos, en la denicin de lo que quiere decir informacin en nues-
tras sociedades (o de como ellas la apropian) constituy una contribucin
particularmente til, toda vez que permite una contextualizacin, para la
comprensin del sistema de los medios y de la forma en la que domes-
ticamos las tecnologas y su uso, en los espacios de mediacin simblica
(Silverstone 1999, Ortoleva 2004, Coln 2003). De ah que el primer
estadio de la comprensin sobre cmo se dirige la autonoma y cmo se
ejerce la ciudadana, en la Era de la Informacin, a travs de la seleccin y
articulacin de diferentes medios pasa necesariamente por el anlisis de los
modelos informacionales de sociedad (Cardoso, 2008: 71).
As, en una sociedad como la nuestra, que vive de la informacin
que recibe, transmite y retransmite, su accin frente a las xric represen-
ta el motor de la sociedad en red, donde efectivamente la informacin y
las redes son las materias primas; empero, el segundo paso es el uso que
Maiio Zaiacoza Raxiiz
111
se hace de estos medios. La comunicacin poltica se puede convertir
en accin en un medio como la Internet, porque nuestro contexto lo
permite a travs de la apropiacin de la tecnologa.
Hoy, se puede decir que Cada individuo o cada pequeo grupo ac-
ta en estos casos de forma autnoma, pero con la conciencia de que su
manera de mostrarse dice algo a los dems, que generar una respuesta
en ellos y contribuir a crear un ambiente o una atmsfera compartida
que teir las acciones de todos (Taylor, 2006: 196). Es este sentimien-
to de interaccin lo que permea a las redes sociales en la Internet.
De esta forma se puede ser copartcipes del proceso, construir el
con-saber que la comunicacin permite, llevar a cabo ese dilogo que
antes estaba solo destinado a la conversacin cara a cara. Dar el paso a
un mundo horizontal y de acceso directo, enraizado en un tiempo se-
cular, deba traer consigo una nueva concepcin de nuestra situacin en
el tiempo y en el espacio. Y con ello tambin una nueva concepcin de
la historia y de las formas de narrarla (Taylor: 2006, 203). Esta nueva
forma de comunicarse se puede llevar a cabo gracias a las caractersticas
del medio; sin embargo, de no existir, esta nueva forma de entender lo
social, lo cultural y lo histrico encontrara una ventana para hacerse
presente, porque lo que cambi, en parte, fue la sociedad a la par de la
tecnologa.
Porque en la red no todo es dilogo poltico o discusiones por el
bienestar comn, pues predominan el ocio y el entretenimiento. Sin
embargo, es una opcin viable mientras existan otros que usen in-
ternet para explorar en el panorama de los issues o temas polticos ideas
ms extensas y profundas al respecto (Blumler y Gurevitch, 2005:
110). Puede considerarse como una opcin y/o alternativa frente a la
informacin que difunden los medios tradicionales. En tanto que hay
personas que lo hacen.
Como se ha dicho, estas nuevas condiciones tal vez enciendan la
tensin entre una enorme libertad para elegir y una mayor incapacidad
para evitar los materiales polticos (Blumler y Gurevitch, 2005: 110).
Sin embargo, todo recae en la responsabilidad y capacidad de sntesis y
de informacin de los usuarios de la red. Porque puede generar conoci-
miento e incluso ayudar a construir una nocin de ciudadana (Trejo
Delarbre, 2006); empero, la utilizacin tecnolgica no lo es todo, como
se ha dicho, es necesario para ello, la conciencia de causa a la hora de
La coxuxicacix ioirica ix ia RED GLOBAL
112
participar, siempre y cuando se libre la primera barrera, esa que implica
el acceso a la tecnologa.
Muchos esfuerzos se han hecho para enganchar a los votantes en
nuevas historias creadas con la participacin de comentarios de ciu-
dadanos ordinarios. Las voces y opiniones de hombres y mujeres en la
calle se convierten en verdaderas exposiciones en formatos populares y
aproximaciones que aparecen en los talk shows, mensajes de telfonos
celulares, llamadas, faxes, correos electrnicos en respuesta a las entre-
vistas de los polticos (Blumler y Gurevitch, 2005: 111). Esto exige una
mayor participacin, pero tambin un mayor cuidado de los polticos
frente a lo que normalmente eran audiencias aparentemente pasivas.
lo cual incrementa lo asertivo de la participacin en los medios de
la sociedad civil organizada (2005: 114). Porque ahora es tiempo de
dar respuestas.
Las personas o usuarios de la red pueden ser tambin productoras
de contenidos, de mensajes polticos, de la misma manera como son
espectadores o consumidores de estos; las posibilidades que les brinda
la herramienta es quiz ms interactiva que la que tena con los medios
tradicionales (Gmez, 2009).
Retoman Jay Blumler y Michael Gurevitch (2005: 115) a Castells
cuando este seala:
No es que los medios controlen la poltica como tal, algo de eso es lo que
han venido haciendo y por lo que constituyen el espacio en el cual la pol-
tica ahora sucede principalmente para la mayora de la gente en sociedades
supuestamente avanzadas [ pero] Si estamos de acuerdo con l o no,
en cuanto al engao en el discurso poltico se reere, debemos ahora hacer
tal anlisis con los medios.
Es decir, una lectura crtica igualmente para los mensajes polticos
como para los medios.
Lo anterior habla de una sociedad ms crtica frente a los retos que
aparecen en el espacio pblico; se puede presentar mayor resistencia
que en otros tiempos donde la censura y los candados a la informacin
impedan un libre ujo de los temas que interesaban o podran interesar
por su trascendencia a la sociedad civil.
Maiio Zaiacoza Raxiiz
113
y con los medios cambia al crear ms canales para que aparezcan y
sean ventilados los secretos, en tal sistema puede haber ms ocasiones
para que ms voces sean odas, ms problemas que atraern la atencin
de la gente, y en ms ocasiones formen parte de lo que la gente quiere
encontrar y lo que desean or, lo que consideran o saben alrededor de
algunos temas. Pero puede tambin ser ms difcil juntar todo esto en
el centro del debate. El contraste poda estar entre una esfera pblica
de cacofona [incomprensible] y una coherente (Blumler y Gurevitch,
2005: 117-118).
Toda la informacin o casi toda se vuelve ms conocida en la so-
ciedad en red aunque tambin se dispersa y se pierde, lo que permite
tener la expectativa de que esto fomente la participacin de la gente; sin
embargo, adems de encontrarse con los impedimentos tcnicos y/o de
acceso a las posibilidades que brindan los medios, existe el problema del
desinters y la falta de conanza en las acciones polticas, lo cual podra
ser un impedimento para que la comunicacin poltica, como accin,
se llevara a cabo.
El dilogo poltico que surge en un contexto como el de la sociedad
en red a travs de un medio como la Internet, nos brinda la posibilidad
de considerar que representa una opcin viable para el desarrollo de
una sociedad ms crtica, en tanto que est ms informada e interesada
en los sucesos que inciden en su entorno, familiar, laboral e incluso
emocional. La participacin de la gente es la que nutre la comunica-
cin poltica, y esta se volver accin comunicativa hasta que quienes
sean partcipes de ese proceso sean conscientes de que la discusin de
los asuntos pblicos pueden transformarlos en sujetos de accin, y as
incidir en los temas polticos gracias a su entendimiento de la realidad y
su previa discusin para articular, gracias al medio, un espacio donde se
puede construir una novedosa forma de participacin ciudadana.
La Internet como una alternativa para la comunicacin
poltica
Lejos de las ideas triunfalistas, la Internet es una opcin para llevar a cabo
el dilogo poltico, donde la accin comunicativa de Jrgen Habermas
cobra no slo relevancia sino, en algunos casos, materialidad, donde el
La coxuxicacix ioirica ix ia RED GLOBAL
114
consenso es parte de la forma y del fondo. Mostrar que la capacidad de
dilogo; y por lo tanto, de accin comunicativa, puede suceder en algu-
nos sitios electrnicos, donde la interaccin es un elemento vital, que se
desarrolla de manera distinta a los medios habituales. Es en este entorno
donde la red lleva a cabo cuando las circunstancias as lo permiten un
intercambio particular entre quienes tienen las condiciones necesarias,
pero, sobre todo, cuando se tiene el nimo de participar.
Un mundo de la vida que Habermas no contempl en la Internet,
pero que sin lugar a dudas, nuestro momento histrico nos permite y
obliga a pensarlo como una opcin no slo vlida, sino relevante para el
desarrollo de lo poltico, lo econmico y lo social, as como una herra-
mienta que est presente en nuestra cotidianidad y la hace posible.
De inicio resulta fundamental reconocer que la Internet es una he-
rramienta o un medio resultado de la modernidad y el desarrollo tecno-
lgico; la red de redes surge en el contexto de la globalizacin, en medio
de ideas triunfalistas sobre los alcances de la tecnologa como la aldea
global de Marshall McLuhan que se pronunciaba por una sociedad in-
terconectada gracias a los medios. Pero la realidad comprueba que las
computadoras o la conexin a la Internet por s mismas no solucionan
los problemas de convivencia y tampoco generan un mundo globali-
zado y homogneo o necesariamente una mejor comunicacin o una
sociedad ms comunicada.
Sin embargo, en la misma medida, se debe decir que la Internet es,
sin lugar a dudas, el medio que recientemente plantea un cambio en la
manera en como las personas se relacionan entre s. Sonia Livingstone
(2005) conrma que la Internet es un medio global de comunicacin.
Permite estar en contacto con otras personas en lugares distantes, inclu-
so, puede ser una herramienta que suple por momentos el dilogo
cara a cara si la situacin geogrca as lo sugiere.
Tambin, es considerado un medio global por sus alcances, como
se menciona en este trabajo, la sociedad en red es hoy lo que permite
que muchos tengan al alcance informacin de diferentes latitudes, que
puedan establecer relaciones a distancia y tener cercana de manera
virtual con sucesos y personas distantes. Otro elemento es la inmedia-
tez, aunque tambin lo efmero de la informacin en la red. Los sitios
pueden ser permanentes, pero solo son un referente inmediato, luego
de un tiempo todo cae en la misma caja del olvido.
Maiio Zaiacoza Raxiiz
115
Por supuesto que tampoco es una competencia para los medios tra-
dicionales, al contrario, estos han buscado la forma de acercarse a la pla-
taforma ciberntica y generar contenidos en la Internet; sin embargo,
debe apuntarse que la plataforma tiene sus propias reglas. As como la
televisin no puede entenderse a travs del lenguaje cinematogrco y
mucho menos emular sus contenidos, puede en alguna manera repro-
ducir lmes, pero con su propia esttica y su propia forma. De ah que la
Internet no pueda explicarse con formas antiguas; as como los medios
tradicionales, la red de redes tiene sus propias caractersticas, virtudes y
limitaciones. Aunque al mismo tiempo se traslapan sus usos, sobre todo
en los consumos, y tambin sus contenidos. Esto, si miramos la historia
de las tecnologas mediticas, es una constante. Tal y como la relacin
del ser humano y la tcnica (Sfez, 1995).
Los estudios acerca de la Internet comienzan de manera seria (Li-
vingstone, 2005) en los sesenta, cuando es reconocido como aparnet,
aunque solo como una herramienta que permita intercambiar infor-
macin, sobre todo en un contexto blico. Y se puede conrmar que
en 1975 se envi el primer correo electrnico. Si bien la historia de
la Internet no es relevante para este artculo, es importante situar que
como herramienta, aparece en la dcada de los setenta del siglo anterior
y cobra relevancia hacia nales del mismo siglo xx para llegar a nuestros
das bajo la lgica intempestiva de la panacea tecnolgica.
Hoy la Internet es considerada en los estudios relevantes de las cien-
cias sociales precisamente por su asombroso xito (Livingstone, 2005),
lo que la ubica como uno de los temas favoritos a desarrollar; sin em-
bargo, es menor el esfuerzo que se ha hecho por problematizar al res-
pecto. Aun as, los autores que aqu se citan coinciden en mostrar que
la herramienta depende del uso social y de las condiciones econmicas
que permitan el acceso a la red. A diferencia de aquellos que plantean la
panacea tecnolgica solo por los avances del medio.
Por lo anterior, la Internet tiene una relevancia especca en el
mbito acadmico, explica Sonia Livingstone el por qu: primero, es
un medio novedoso y fundamentalmente modic la forma como la
sociedad se acercaba a la tecnologa, permitindole el uso transversal
de diferentes medios en uno; segundo, es la forma arquetpica de or-
ganizacin de las sociedades contemporneas empleando la tecnologa
(referencia); tercero, su ubicuidad sus caractersticas, como lo hemos
dicho en este trabajo le permite ser un medio para informar pero
La coxuxicacix ioirica ix ia RED GLOBAL
116
tambin para el entretenimiento sin lmites, y cuarto, la interactivi-
dad o interaccin que le permite al usuario con el medio y con otros
usuarios, marca, en comparacin con los medios tradicionales, una
diferencia sustancial.
Una caracterstica ms que se puede sumar a la relevancia de la In-
ternet, es que para algunos autores, como Guiomar Rovira, Henry Jen-
kins, Vctor Sampedro Blanco, Ingrid Volkmer, Lance Bennett y el pro-
pio Manuel Castells por mencionar algunos, la tecnologa hoy se puede
pensar tambin como una herramienta para el activismo poltico y los
esfuerzos antiglobalizacin, altermundistas, etctera. Empero, desde su
origen, no fue contemplado para ello ni de cerca.
Otro factor trascendente para los estudios acerca de la Internet es el
acceso. Livingstone cita a Graham Murdock y a Oscar Gandy cuando
seala que el acceso a la Internet se convirti en un elemento bsico de
la ciudadana en esta poca, en lo que se ha sealado en esta investiga-
cin como sociedad en red y/o la era digital. Sin embargo, en muchos
pases como el caso de Mxico y otros de Amrica Latina, el acceso
an es reducido: en 2008 se deca que Mxico contaba con 27.6 millo-
nes de usuarios de la Internet.
1
De manera que participar en la Internet
se vuelve una oportunidad para unos cuantos.
Por ello, resulta arriesgado hablar de la participacin como sinnimo
de ejercicio ciudadano a travs de este medio. Pero s se volvi una ne-
cesidad, una obligacin para los gobiernos que se dicen democrticos o
intentan serlo, de tomar en cuenta las expresiones que surgen y que estos
mismos desean difundir en la Internet. Para autores como Giovanni Sar-
tori (1989), la democracia, como forma de gobierno, imperante al menos
en Occidente, busca que sus ciudadanos participen de manera constante
a partir de la difusin de la informacin relevante. Esto, claro, en el deber
ser de una democracia. Para la ciencia poltica, la participacin polti-
ca del ciudadano cobra relevancia en un contexto democrtico y toma
fuerza as un concepto como el de sociedad civil y la idea de sociedades
cosmopolitas. De tal manera que la Internet es la puerta de entrada para
esa posible interaccin entre gobernados y gobierno.
Reemplazando a la sociedad civil tradicional, al menos tericamente
(Livingstone, 2005), por una menos conformista en lo social, se puede
interactuar en mayor medida en los sucesos que interesan en lo colecti-
1
Suben 16.4% usuarios de Internet en Mxico, en Milenio online (2009).
Maiio Zaiacoza Raxiiz
117
vo. El inters y el entendimiento son las dos condicionantes que harn
que la herramienta realmente sea considerada como ecaz.
Livingstone (2005) argumenta, siguiendo a Habermas, que la In-
ternet es democrtica porque no tiene dueo, porque incita e invita
a generar cambios cualitativos y potencia la democratizacin de la in-
formacin. La democratizacin de la Internet incluye la posibilidad de
tener acceso a ms informacin, pero, sobre todo, a comentar e inte-
ractuar con esa informacin. Llevando a cabo la mxima del con-saber
y logrando de esta manera un entendimiento en que tiene su base la
accin comunicativa.
Se puede hablar de interaccin en el momento en que posibilita
ciudadanos creadores de los propios contenidos que se difunden y re-
ceptores ms crticos; adems de intercalar el proceso vertical de la in-
formacin con la comunicacin horizontal (Livingstone, 2005).
La posibilidad de tener acceso a mayor informacin hace que la
agenda poltica tenga muchas aristas y, sobre todo, permite una lectura
ms afortunada y ciudadanos mejor informados. Sin embargo, es im-
portante aclarar que el exceso de informacin en muchos casos desin-
forma. Lo que muestra que la conexin a la Internet o el acceso mltiple
y transversal a diferentes sitios no garantiza el ejercicio de la ciudadana,
el debate consistente y una cultura poltica acabada.
Como lecciones aprendidas, dice Livingstone, los estudiosos de la
Internet se pueden dividir en los optimistas y los pesimistas; los prime-
ros, conados en la panacea tecnolgica solo por los avances propios de
la tecnologa y el desarrollo industrial, los segundos, ms cautos en lo
que a la transformacin de las relaciones sociales a travs del medio se
reere, pero, al parecer, apuntan hacia un rotundo fracaso.
Plantear una democracia virtual, e-democracy o democracia-online,
depende directamente de la actuacin de sus ciudadanos. Giovanni Sar-
tori es muy claro al sealar en su Teora de la democracia (1989) que los
medios para l en especco la televisin y la radio pueden ayudar en
el proceso de difusin de la informacin mediante la bsqueda del for-
talecimiento de un gobierno democrtico. Y a pesar de la claridad con
la que la Internet se presenta en el espacio pblico, no es suciente solo
con su presencia o, en todo caso, con garantizar el acceso.
Con el debido cuidado de no analizar algo novedoso con formas
viejas, y evitar el problema de quienes emplean y se explican los sitios
web como si fueran extensiones de la televisin o la radio pero con ca-
La coxuxicacix ioirica ix ia RED GLOBAL
118
ractersticas distintas, el planteamiento es abordar a la Internet como un
nuevo elemento del espacio pblico. En este caso, el espacio pblico se
ve modicado no en su estructura, sino en sus procedimientos; la lnea
que divide lo privado de lo pblico se desdibuja y, por ello, la red est
ms cerca del concepto de esfera pblica.
Se pregunta Sonia Livingstone si esos cambios son para mejorar el
mbito pblico y por ende lo social. Se puede armar que s, pero se debe
ser cuidadoso porque pareciera que recargar todo el peso en la tecnologa
nos pondra en un papel de ingenuidad comprobada. Sin embargo, la
teora crtica, desde su gnesis, plantea la transformacin desde el interior
del problema; un cambio estructural implica un todo. De modo que la
tecnologa solo se considera una respuesta si se atina a plantear su uso
social. Apropiando la versin de Habermas de accin comunicativa y eri-
giendo al dilogo como punto de partida del entendimiento cuando as lo
permita el espacio pblico, es decir, la informacin que se comparte.
A partir de la idea de que la comunicacin poltica no es un mo-
mento estanco, un proceso que nunca sucede en el vaco y depende de
un contexto (Dahlgren y Gurevitch, 2005), con un enfoque histrico-
cultural y siempre asida a un tiempo y espacio especcos, es decir, que
los cambios y manifestaciones culturales inciden directamente en esta,
resulta sustancial la importancia de sealar a la Internet como un pro-
ducto de la modernidad, tal como Herbert Marcuse (1987) seala al
respecto de la tecnologa, como un elemento tambin liberador si se
emplea con esa nalidad.
Como campo de estudio, la comunicacin poltica es la interaccin
entre los actores formales ciudadanos, con el sistema poltico a travs
de los medios (Dahlgren y Gurevitch, 2005). Nuestro acercamiento
terico se construye a partir de esta idea, pero enfatiza la interaccin que
tiene la sociedad civil entre s, a travs de la Internet en mayor medida
por las caractersticas del medio y la repercusin que esto tiene para la
clase poltica. La idea de dilogo poltico se conserva; de hecho, es po-
tenciada por la red, de ah que el campo de estudio se enfoque no en la
novedad tecnolgica, sino en la categora conceptual que permita actua-
lizar el dilogo y la accin. Internet, por ejemplo, es una herramienta,
pero en s misma, no har automticamente que la historia transite a un
determinado sendero (Dahlgren y Gurevitch, 2005: 391).
Es lo anterior la pauta que permite entender cmo la Internet mo-
dica las nociones del espacio pblico, dibuja de manera muy tenue la
Maiio Zaiacoza Raxiiz
119
lnea imaginaria que divide la informacin privada de la pblica y la
generacin de contenidos queda en manos de los propios usuarios. En
materia poltica, un gobierno que se precie de ser medianamente demo-
crtico tendra por obligacin que alimentar el espacio del escrutinio
pblico con informacin de inters general. En esa lgica, los cambios
o modicaciones que trajo la Internet en lo poltico y social reeren un
entendimiento distinto del espacio pblico.
Desde siempre, el espacio pblico se conforma como ese mbito
donde se publicita cierta informacin de inters colectivo y que tie-
ne una trascendencia para la sociedad (Habermas, 1981a, 1981b;
Arendt, 2005). De tal manera que en nuestros das una herramienta
que perfectamente puede cubrir esa labor informativa, pero, sobre todo
inmediata, es la red de redes, por todo lo que implica en la difusin y
extensin del espacio pblico y por lo que se seal como su inujo en
el campo acadmico y social.
Es, entonces, el contenido en la Internet una creacin de los usuarios
para los usuarios, lo que benecia y promueve el dilogo que Antonio
Pasquali reconoce entre iguales, en la medida en que el conocimiento es
generado por ellos mismos, llevando a cabo lo que Rodolfo Mondolfo
(1980) recupera de Vico sobre lo que est hecho por uno mismo y lo
verdadero que esto puede ser, por estar concebido y creado por uno
mismo, tal como los contenidos en la Internet, que son entendidos por
quien los hace porque concretan la mxima de Vico, el Verum ipso fac-
tum, es real en tanto que ellos mismos son los creadores del contenido.
Filoscamente, es verdad y es comprendido por quien lo hace.
El debate de la esfera pblica llevado a la Internet
Tratar de decir qu se discute o dialoga en la red es casi imposible;
resultara una tarea titnica encontrar un tema favorito o recurrente,
y adems sera arriesgado sealar qu tiene mayor inters para quie-
nes decidan por medio del acceso de qu cosas enterarse y qu vale la
pena discutir. La red tiene presencia por s misma en la socializacin de
mensajes de la ms diversa ndole (Trejo Delarbre, 2009), lo mismo se
puede hablar de poltica, que de la farndula o de un conocido. De ah
la vitalidad de los contenidos y la posibilidad que tienen para potenciar
el entendimiento y, por ende, acuerdos.
La coxuxicacix ioirica ix ia RED GLOBAL
120
La relevancia del dilogo en la Internet no es otra que la de alimentar
la esfera pblica, concepto que para Jrgen Habermas (2006) toma rele-
vancia porque implica el mbito donde se busca concretar consensos para
el mundo de la vida, alejado del estratgico convencimiento de un punto
de vista sobre otro. Tomando en cuenta lo escrito en prrafos anteriores,
el dilogo que surge a travs de la Internet, y nutre la esfera pblica, no
es relevante porque suceda a travs de esa tecnologa sino por el hecho de
tratarse de una manifestacin de la accin comunicativa.
El concepto de esfera pblica ha sido empleado en diversas maneras,
generalmente como sinnimo de procesos que conforman la opinin
pblica o como los nuevos medios por s mismos. Es decir, las xric;
sin embargo, para Habermas, la esfera pbica tiene un signicado slo
como el espacio de discusin no necesariamente a travs de los me-
dios en un modo de produccin capitalista: esfera pblica burguesa,
tal y como la llama Peter Dahlgren (Dahlgren y Sparks, 1991), reto-
mando el concepto de Habermas.
Los estudios de Habermas enfatizan la descripcin del declive de la
esfera pblica burguesa y su nal desintegracin, en los Estados indus-
trializados y desarrollados tecnolgicamente, los pases capitalistas. Esto
en su libro La transformacin estructural de la esfera pblica (1989), el
cual est enfocado, sobre todo, a los pases desarrollados y que la tradi-
cin anglosajona ha seguido.
Segn James Curran (1991), se puede hacer un acercamiento te-
rico a la esfera pblica desde la concepcin de las democracias liberales
europeas y desde la tradicin marxista (comunista). Ambas coinciden
en sealar que es un espacio que propicia el consenso; sin embargo, la
diferencia radical estriba en que el objetivo de una es fortalecer procesos
democrticos que incluyen solo las garantas para una parte de la
poblacin y solo se pueden observar en pases desarrollados tecnolgi-
camente y la otra, el bienestar social. Se puede armar entonces que
no estn tan separadas como categoras conceptuales; sin embargo, en
su nalidad y su praxis es donde se distinguen. La esfera pblica liberal
se ve nutrida por la relacin medios-gobierno-ciudadanos; en la mar-
xista, desempea un papel fundamental el ciudadano y su (interaccin)
generacin de sentido a travs del uso del medio.
De acuerdo entonces con la teora liberal clsica, la esfera pblica
o foro pblico es el espacio entre el gobierno y la sociedad donde
los ejercicios individuales, privados, formales e informales, que normal-
Maiio Zaiacoza Raxiiz
121
mente estn controlados por el Estado, son expuestos a la opinin p-
blica (Curran, 1991: 29). Esto para democracias liberales, donde por lo
general en los tiempos electorales se comparte mucha informacin en
torno a los candidatos.
La concepcin marxista que retoma Curran es naturalmente una crti-
ca a ese espacio entre la sociedad y el gobierno articulado por los medios,
ya que se considera a estos como difusores de una ideologa predominante;
sin embargo, resulta importante destacar que para la concepcin crtica de
la esfera pblica, es donde realmente se retoma a Jrgen Habermas para
sealar que el papel relevante est depositado en el ciudadano, en quien
haga uso de los medios para informarse y entonces generar un estado de la
opinin pblica a travs del conocimiento comn y lograr as consensos.
Se debe reconocer, entonces, que este trabajo se ubica en el acerca-
miento terico reconocido por Habermas y sealado por James Curran
como el radical democrtico de tradicin marxista, donde el ciudadano;
es decir, las personas interesadas, hacen uso de la tecnologa para dialo-
gar y de ser posible, consensuar sobre aspectos de inters general.
As, la esfera pblica (segn lo dicho por Habermas) es ese nuevo
espacio social o campo que se establece entre la sociedad civil y el Estado
(Dahlgren y Sparks, 1991). Esta esfera pblica, que aparece luego del
quiebre de las relaciones tradicionales que Habermas ubic en las socie-
dades desarrolladas tecnolgicamente, principalmente en Occidente, es
una posibilidad para que los ciudadanos se involucren con las discusiones
propias del ejercicio del poder en un Estado (Dahlgren y Sparks, 1991).
Toma relevancia con las diferentes discusiones por los derechos b-
sicos de los ciudadanos en un gobierno democrtico, como el acceso a la
informacin, ergo, a la esfera pblica y el voto libre que si bien no incluye
a todos solo los ciudadanos y est limitado a algunos, es un ejercicio de
participacin cvica que hoy nutre a la mayora de los gobiernos.
La opinin pblica no es ms un proceso racional discursivo y tam-
poco el resultado de los contenidos difundidos por los medios masivos
(Dahlgren y Sparks, 1991). Se reere ms a los temas que imperan y
permean las discusiones que se traduce en un estado de esa opinin
pblica en constante cambio y nunca estancada que tiende a desa-
rrollarse, si la tecnologa as se lo permite, pero sobre todo si existen las
condiciones democrticas y las prcticas comunicativas orientadas hacia
la construccin de una cultura poltica deliberativa y participativa sobre
lo pblico y la polis.
La coxuxicacix ioirica ix ia RED GLOBAL
122
El ideal de esta esfera pblica, segn dice Habermas en el tomo II de
la Teora de la accin comunicativa (1981b), es la discusin de asuntos
de inters general o issues concretos que sean socialmente considerables
para ser discutidos. De modo que presenta en este contexto un debate
entre lo que debe hacerse pblico; es decir informarse o no a la ciudada-
na. Una dicotoma entre lo pblico y lo privado (Dahlgren y Sparks,
1991: 6). Es claro que entre mayor sea la libertad de informacin, se
hablar de una esfera pblica ms nutrida.
Para la Escuela de Frankfurt y la teora crtica, el concepto de esfera
pblica se concreta especca e intelectualmente en una disertacin te-
rica de los procesos a travs de los cuales se pueden construir categoras
conceptuales que permitan el anlisis de los fenmenos, y brindar una
explicacin. Dialogar para llegar al conocimiento.
Habermas se enfoc primero en explicar la esfera pblica burguesa sin
aceptar la denicin como inamovible y as elucidar un acercamiento al
concepto que considere modicaciones espacio-temporales. Por ejemplo,
para Habermas, la esfera pblica tericamente es un espacio donde con-
vergen las opiniones de los ciudadanos interesados y el poder poltico; qui-
z la Internet nunca fue considerada como potencial esfera pblica, pero
hoy no podramos dejar de considerarla como tal, al menos en el plano
terico, pues es un reejo de los usos sociales que le dan los ciudadanos.
La esfera pblica ms que un objeto material o algo tangible es una
categora conceptual, que nos ayuda a explicar la comunicacin poltica
que sucede en la Internet. No desde la esfera pblica occidental que Ha-
bermas critica, sino a partir de una que se nutre de diferentes factores.
No solo campaas polticas, sino espacios ciudadanos que potencian el
dilogo, que alimentan a la esfera pblica.
Un elemento trascendental para la esfera pblica es la generacin de
sentido, al igual que para la accin comunicativa, as como el inters y el
consenso. El mutuo entendimiento se vuelve indispensable para el di-
logo y en buena medida para conseguir llegar a acuerdos. La intencin
es crear una prctica, que permita no slo participar sino fortalecer la
esfera pblica como categora de anlisis, como concepto.
Habermas enfrenta la denicin de esfera pblica como mediadora
entre la poltica y otros mbitos, como smil de una red para describirla
(Trejo Delarbre, 2009). Seguro que Habermas no pens en la Internet
cuando formul esta explicacin; resulta obvio, no exista, pero consti-
tuye un excelente reejo, con el cuidado que implica el acercamiento,
Maiio Zaiacoza Raxiiz
123
es el medio idneo para que el entendimiento supere a la estrategia.
Epistemolgicamente no hay un cambio, la modicacin es en el terre-
no de la tcnica.
Es la esfera pblica el territorio de interrelaciones de calidad donde
se puede articular la deliberacin intercambio, discusin, argumenta-
cin capaz de generar un estado de la opinin pblica y el espacio p-
blico como un mbito ms amplio y donde no necesariamente domina
el debate racional.
La importancia que tiene para Habermas la vitalidad del circuito
informal de la comunicacin pblica, es por la voluntad poltica que
reeja el ejercicio de la ciudadana (Origlio, 2009), por participar acti-
vamente en el debate y construir consensos. Aunque para ello exige de
igualdad de acceso a la informacin y, por ende, igualdad de condiciones.
La comunicacin poltica o pblica solo puede entenderse en un contex-
to democrtico y a pesar del idealismo de la ciencia poltica, no en una
democracia perfecta o perfectible; sino en lo ms cercano al concepto que
es la democracia liberal en Occidente. De ah que el acercamiento terico
de Habermas se realice en torno a esta realidad poltica.
En la esfera pblica, el punto de vista o la opinin de los ciudada-
nos se debe difundir de abajo hacia arriba, de manera horizontal si lo
que se desea es tener injerencia en los asuntos pblicos. Como categora
conceptual parece ideal, y en nuestros das, la Internet, es un medio que
por sus caractersticas puede dibujar en s mismo esas caractersticas que
forman la esfera pblica, as como la va de transmisin que alimenta y
delinea dicha esfera.
La esfera pblica es considerada en las democracias liberales como el
espacio donde los gobernantes (o polticos) intercambian informacin
con sus ciudadanos (gobernados), principalmente a travs de los medios
de informacin. Sin embargo, en la parte ideal los tres actores involu-
crados deberan tener el mismo peso especco, es decir, las mismas
posibilidades y/o un intercambio similar de opiniones. Sin embargo,
la denicin provista por Wolton (Wolton y Ferry, 1995) contempla a
la comunicacin poltica como ese tringulo donde interactan los go-
bernantes, los medios y las audiencias. Los contrastes saltan a la vista, la
diferencia de accin de cada uno y su acceso a los medios es de manera
clara y evidentemente desigual.
Para una real injerencia, se necesita de medios que permitan la mis-
ma posibilidad de acceso y potenciar as la interaccin; por lo que en
La coxuxicacix ioirica ix ia RED GLOBAL
124
este plano la Internet es el que lleva la delantera. Para James Curran
(1991), el concepto de esfera pblica es muy similar, en un contexto
democrtico liberal europeo, un espacio donde los temas polticos son
tratados segn la relacin que quienes gobiernan tienen con los medios.
Porque en circunstancias ideales es el entretenimiento el que permea
el espacio pblico y no la discusin de los temas de inters general. La
televisin por s misma no va a democratizar la informacin y mucho
menos a la sociedad; ser el uso que se haga de ella. De la misma manera
que la Internet o el acceso a este no dene ni construye los consensos
de la vida en comn.
El otro acercamiento a la esfera pblica que retoma Curran es, como
se dijo, el marxista; la diferencia es cualitativa, la esfera pblica debe
ser til para la difusin de la ideologa del proletariado. En trminos
estrictos, esta concepcin de la esfera pblica es la que permite una
mayor integracin de las personas interesadas en el debate pblico por
una razn, no hay una posicin dominante, se trata de un intercambio
horizontal, una concepcin ms cercana a la comunicacin, a su ideal:
el mutuo acuerdo (Habermas, 1981a, 1981b; Pasquali, 1972). Ya que
se antepone el inters social y la generalizacin de las demandas por
las necesidades del inters particular. Por ello cobra relevancia lo que
la economa poltica de la comunicacin seala sobre la comunicacin
poltica, inseparable de la estructura econmica, cultural, histrica y
poltica por sus repercusiones e interacciones en lo social.
Dice Zizi Papacharissi (2002) sobre la red de redes:
un nuevo espacio pblico no es sinnimo de una nueva esfera pblica.
Como espacio pblico, internet proporciona otro foro para la reexin po-
ltica. Como esfera pblica, internet podra facilitar la discusin que pro-
mueva un intercambio democrtico de ideas y opiniones. Un espacio virtual
incrementa la discusin; una esfera virtual incrementa la democracia.
Y un dilogo que aproveche esas condiciones puede fortalecer el
entendimiento.
En esa misma lgica: entre los ciudadanos que ya no pueden
conocerse unos a otros cara a cara, solamente el proceso de la opinin
pblica y la formacin del albedro puede funcionar para reproducir
una quebradiza forma de identidad colectiva. Por esta razn, el estado
crtico de una democracia puede medirse tomndole el pulso a la vida
Maiio Zaiacoza Raxiiz
125
de su esfera pblica poltica (Habermas, 2004). Emplear socialmente
la herramienta para el comn benecio.
La dicultad para discernir qu contenidos contribuyen al dilo-
go pblico, y cules son intrascendentes para la reexin creativa, dice
Trejo Delarbre (2007), se vuelve complicada, pero, si se complejiza lo
suciente, es posible acercarse a la posibilidad de que la mayora de la
informacin pueda servir, ya que representa el sentir de una parte de
la sociedad, en tono de burla, stira, comentarios sencillos, complejos,
profundos, cualquiera representa material para el dilogo. En la red hay
espacios que inducen al dilogo, promueven la interaccin e incluso,
de manera explcita, abordan, documentan y enriquecen la reexin
sobre temas de la mayor relevancia para nuestras sociedades (Trejo De-
larbre, 2009). Sitios que propician el comn acuerdo, maravillas de
la tecnologa a las cuales errneamente se les ha endilgado el papel de
liberadoras o transformadoras, sin notar que son los usuarios los res-
ponsables de esos acuerdos y ese entendimiento.
Para Blumler y Gurevitch la comunicacin poltica es posible por-
que existe el inters entre quienes normalmente participan; son los in-
teresados los que construyen la materia prima de la esfera pblica que
busca hacer del dilogo poltico su aliado para el entendimiento. Desde
el principio, la Internet ha sido considerada solo como el vehculo. Por-
que utilizar la Internet no garantiza la democratizacin del gobierno ni
de sus decisiones, pero constituye una nueva forma de relacin entre
unos y otros (Trejo Delarbre, 2009).
La apropiacin de los contenidos en blogs, sitios como You Tube,
Twitter, Facebook, etctera, depende de cada persona, pero esta sucede
desde el momento en que la tecnologa permite que cada individuo
sea el productor de sus propios mensajes y contenidos. Apropiarse el
discurso y a pesar de lucir ms cercanos a la alienacin y al consumidor
impasible del mundo sistmico, puede ser tambin un momento de re-
exin y vitalidad. Se est remodelando al espacio pblico y, en menor
pero ya constante medida, comienzan a redenir tambin a la esfera
pblica. Ni uno, ni otra, podran entenderse ni desenvolverse hoy en
da sin la existencia de la Internet. Los medios a veces se encargan de
facilitar la discusin pblica sobre temas de inters pblico. Pero no son
una constante, se requiere de un esfuerzo intelectual que no todos estn
dispuestos a realizar.
La coxuxicacix ioirica ix ia RED GLOBAL
126
Los estudios y explicaciones de los medios de informacin han gira-
do en torno a teoras sobre recepcin de los pblicos y/o usos y grati-
caciones de estos, en los que evidentemente no entra esta investigacin,
y tampoco en esas categoras de anlisis, la esfera pblica de Habermas
toma forma o se dibuja como concepto lo ms cercano posible en la
Internet y el consenso no es un asunto material, es una propuesta teri-
ca que en algunos sitios toma signicacin.
Brbara Origlio (2009) habla de la televisin como un medio que si
bien toma en cuenta a sus pblicos, no est hecho para que las minoras
encuentren en la pantalla ms que su identicacin en el mejor de
los casos y que son excluidas de los contenidos. Tal y como Teodor
Adorno y Max Horkheimer reconocen en la Dialctica de la Ilustracin
(1994). Pero el contraste con la red de redes resulta evidente, las mino-
ras y las mayoras se desdibujan como conceptos, los sitios estn hechos
para un pblico global, pero igual funcionan con solo dos personas. Es
cierto que el acceso borr todo impedimento y potenci la inclusin de
la gente que hace uso de sus computadoras.
Pero en la Internet algunos contenidos siguen orientndose para las
mayoras raciales, intelectuales, etctera; es la idea de globalizacin que
tenan algunos de homogenizar a partir de los mismos contenidos a
los usuarios. Sin embargo, la realidad respondi de tal manera que hoy
resulta impensable considerar a la Internet como un medio para las ma-
yoras o las minoras o para homogenizar. Casi cualquiera puede tener
acceso. Y, sobre todo, cualquiera puede denir sus consumos culturales
(Martn-Barbero, 2010).
Para Rosala Winocur (2001), la herramienta tiende a reproducir
desigualdades que se dan en otros mbitos, y es cierto, lo que parece
propicio para el dilogo culmina como un espacio para los insultos y
la sinrazn, para publicar puntos de vista contrarios en el mismo lugar.
Por ello se debe cuidar el propsito inicial de la Internet, potenciar la
actividad que las personas normalmente llevan a cabo.
Los medios en general son parte de un espacio pblico; la esfera
pblica puede ser compartida, slo si el medio permite la interaccin
contundente o real, como la Internet que permite librando los obst-
culos tcnicos y materiales a las minoras, participar si es de su inters.
De modo que la Internet es el primer medio (Castells, 2007) que debe
tomar en cuenta a las audiencias porque estas tienen la posibilidad de
generar sus propios contenidos.
Maiio Zaiacoza Raxiiz
127
Por qu resulta entonces relevante la comunicacin poltica en la
esfera pblica? Porque tal como hemos sealado, tericamente el acer-
camiento del dilogo poltico representa la base, la sustancia de una es-
fera que potencia la comunicacin pblica con el entendimiento como
nico n.
Hacer todo el recorrido terico implica reconocer, en un medio
como la Internet, un espacio tecnolgico que permita realizar un dilo-
go que el ser humano ha realizado desde siempre, dialogar para llegar a
acuerdos de la vida en comn.
La comunicacin poltica como una alternativa para el
dilogo poltico
Es entonces el dilogo lo que ayudar a la transformacin social, no el
simple uso de la Internet. Es claro que la herramienta potencia las posi-
bilidades, pero la necesidad de convivencia existi desde antes de que la
tecnologa permitiera pensar en el contacto con otros sujetos, sin impor-
tar las condiciones geogrcas. Volkmer (2003), por ejemplo, contempla
a la red de redes como el elemento que ayudar a pensar en verdaderos
cambios en el mbito global, lo equipara incluso con el espritu del mun-
do. Y Trejo Delarbre nos haba ayudado a situarlo como el nuevo Aleph
siguiendo la metfora de Jorge Luis Borges. Un espacio donde se puede
ver todo al mismo tiempo, un universo de posibilidades.
Un espacio dialctico (Volkmer, 2003), como la esfera pblica, que
ayuda a quienes participan en el dilogo, tiene una nueva posibilidad en
la Internet, una alternativa para llevar a cabo la concrecin de acuerdos
a travs del entendimiento.
Algo fundamental para ir de la aldea global a la diversidad global, al
mundo de diferencias pero interconectado entre s, mucho ms com-
plejo que la idea que tena McLuhan (Volkmer, 2003), es pensar seria-
mente en el individuo que transite para convertirse en sujeto de accin.
No hay hbitos ni culturas homogenizadas, ni es posible hacerlo a travs
de la red. Un medio novedoso que permite ampliar el punto de vista
que el propio mundo tiene de s mismo. El paradigma de la globaliza-
cin ha cambiado, dice Volkmer (2003); en el centro del debate del vi-
raje sociolgico, ante la idea de globalizacin, aparece la comunicacin
poltica y las nociones de la esfera pblica global, que dan la posibilidad
La coxuxicacix ioirica ix ia RED GLOBAL
128
de considerar esta investigacin como un aporte cientco a las ciencias
sociales. La red provee entretenimiento y es usada por las lites econ-
micas de igual manera que los medios tradicionales, con nes comercia-
les, mercantiles. Sin embargo, hay una transicin fundamental cuando
involucra a la sociedad civil.
Con base en lo que seal Castells (2001) respecto de la complejidad
de la red de redes, Volkmer sostiene que la idea macluhiana de la aldea
global es demasiado simplista porque la Internet provee en muchos sen-
tidos una forma de abarcar al mundo que no se haba visto, y no en el
sentido de monotona sealado por McLuhan, al contrario: la Internet
es heterogeneidad.
Por ello, resulta necesario tener una nueva forma de acercarse a la
complejidad del fenmeno; cuando Alain Touraine pens a un sujeto
de accin social tampoco lo imagin en la Internet, as como se argu-
ment que Habermas no consolid su idea de esfera pblica en la red.
Sin embargo, hoy la realidad plantea como imposible no argumentar
con los anteriores conceptos que los sitios web son una ventana para los
sujetos de accin.
La Internet es una metfora de la nueva infraestructura global des-
centralizada, el avanzado proceso de globalizacin cre, siguiendo nue-
vamente a Castells, una nueva infraestructura social, cultural, poltica e
incluso econmica que no ha sido reconocida lo sucientemente en el
mbito acadmico de manera seria (Volkmer, 2003). Sobre todo, por-
que se ha cado en el error de estudiar y explicar a la tecnologa por la
tecnologa.
Lejos de la censura de los medios tradicionales, no son los contenidos
los que estn expuestos a esta el caso de China es particular, se censura
pero igualmente se esquivan los candados, sino que es el acceso el que
determina quin puede participar en el dilogo. Las condiciones econ-
micas representan el primer obstculo a vencer; sin embargo, da tras da
se puede considerar que hay un avance en esas cuestiones, cada vez hay
ms lugares que brindan la conexin de manera gratuita o a bajo costo.
La responsabilidad, entonces, no solo es de los periodistas o de los
dueos de los medios que difunden informacin, ahora tambin es de
los usuarios (Castells, 2007; Rovira, 2009; Sampedro Blanco, 2004);
son estos los generadores de contenidos y por lo tanto corresponsables
de lo que se difunde en la red. Sin embargo, los periodistas siguen
siendo mediadores necesarios para entender y cuestionar lo pblico.
Maiio Zaiacoza Raxiiz
129
La relacin solo es ms recproca en el caso de que sea el usuario
el que intercambia informacin con otro y as construyen juntos un
dilogo.
El concepto de esfera pblica implica cada vez ms una relacin
dialctica entre las esferas privadas con la sociedad y la vida pblica. La
dialctica radica en la transformacin paulatina de lo pblico dentro de
la esfera privada y el crecimiento interdependiente entre lo privado y lo
pblico (Volkmer, 2003: 14). Existe, as, una dialctica entre lo global
y lo local tambin alrededor de las xric y los usuarios.
La esfera pblica que puede ser global es ese espacio donde existe
la dialctica entre lo pblico y lo privado, y adems lo global y lo local,
lo que genera una sntesis propicia para el dilogo de los muchos y los
pocos.
Para Habermas, el mundo de la vida se construye; la apuesta de este
texto es sealar que si la Internet se emplea como una contrainstitucin
2

(Habermas, 1981a, 1981b) puede concebir un dilogo a travs de este y
la consolidacin de la esfera pblica; ergo, la transformacin de la vida en
comn. Lo ms probable es que el mismo Habermas no haya imaginado
que la Internet pudiera ser una opcin para la construccin de una esfera
pblica, en sealamientos que retoma Trejo Delarbre de un discurso pro-
nunciado por el pensador alemn al recibir el premio Bruno Kreisky en
2006 (un extracto de ese discurso, traducido al ingls, se puede consultar
en Habermas, 2006); en tanto, un texto que publica un sitio web dedica-
do a este autor
3
destaca que Habermas reconoce ahora que la tecnologa
brinda la posibilidad de alimentar la idea de la esfera pblica, pero insiste
en mantenerla como una categora conceptual, es decir, concebirla en la
teora para poder sustentar pero, sobre todo, explicar que el dilogo pue-
de constituirse como el objetivo del bien comn.
En un dilogo franco con el texto de Rosala Winocur (2001), se
puede armar que la idea general de comunidad es previa a la creacin o
mantenimiento de un perl en algn sitio electrnico, as como la idea
de participacin poltica y el mutuo acuerdo; la apuesta es al entendi-
miento en trminos de Habermas. La pregunta nal es para qu? Para
la concrecin de respuestas colectivas a problemas comunes.
2
Para Habermas, una contrainstitucin es una institucin que nace en el Mundo Sistmico,
pero que puede ser un aliado para el entendimiento si se asume como alternativa en el Mundo
de la Vida.
3
Se puede consultar en: <http://www.helsinki.fi/~amkauppi/hablinks>.
La coxuxicacix ioirica ix ia RED GLOBAL
130
De manera que la Internet se erige como una opcin real para bus-
car consensos, acuerdos o, al menos, para dialogar acerca de asuntos de
inters general, lejos de la censura y quiz con la posibilidad de conver-
tirse en motor de una transformacin social.
Conclusiones
A lo largo de este trabajo se ha expuesto que el inters es la pieza clave
para la accin comunicativa durante momentos especcos donde la con-
tingencia y/o la coyuntura poltica hacen que la ciudadana es decir, los
sujetos tomen accin en los sucesos donde se involucran directamente,
cuando les afectan o les conciernen tambin de manera directa.
Se vive un momento contingente, propicio para pensar en los
cambios necesarios, incluso en la transformacin social, y todo gra-
cias a la tecnologa. Sin embargo, no es posible caer en la ingenuidad,
animados por ese momento o deslumbrados por la tcnica; es nece-
sario pensar y estudiar sus posibilidades. Si la Internet es un espacio
propicio para la comunicacin poltica, solo lo ser a partir del uso
social que puede tener. La aportacin de este artculo a la discusin al
respecto est en mostrar que es una posibilidad. Si lo consigue o no,
es cuestin de tiempo.
Por ello, era importante argumentar tericamente los alcances que
hoy puede presentar la Internet, pero con la mirada bien puesta en que
todo dilogo poltico depende del inters, del entendimiento, de la con-
ciencia y de la accin que cada sujeto tome. Para Touraine (2002), la
sociedad est compuesta de individuos, que tal como seala Marcuse,
son individuos ensimismados, poco conscientes de su realidad, inmersos
en la unidimensionalidad caracterstica de nuestros tiempos, introyecta-
dos por la dominacin de las lites que tienen el poder. Empero, cuando
estos individuos por inters, formacin intelectual y la suma de muchos
factores toman conciencia del momento que viven y retoman una causa
especca, se convierten en sujetos de accin. Sujetos de accin social que
pueden sensibilizarse a los intereses colectivos, a la solucin de problemas
reales que involucran a su comunidad. Sujetos informados que conocen
sus derechos y actan segn sus intereses orientados al bienestar social.
Sujetos que reconocen en el otro un igual que, adems, es diferente. Un
reconocimiento de que la nocin de sujeto permite entender el devenir
Maiio Zaiacoza Raxiiz
131
entre el mundo de la vida y el mundo sistmico en los actos comunicativos
como parte del ser humano, de la esencia humana que busca compartir.
El dilogo como posibilidad de entendimiento y, por ende, de relaciones
sociales que tengan como base el bienestar comn.
Las acciones orientadas al entendimiento buscan conformar un mun-
do de la vida, donde idealmente las personas puedan convivir a travs de
la comunicacin. A travs de compartir y buscar soluciones comunes.
Es as que desde la teora de la accin comunicativa se reconoci a
la comunicacin poltica como ese dilogo que se establece entre dos o
ms personas con la mutua voluntad de entenderse, para llegar juntos
al con-saber y mostrar que la Internet es hoy la ventana ideal para que
ese dilogo poltico suceda y entonces ayude a la transformacin social.
Cosa que no ha sucedido an, pero que tampoco luce imposible.
Si bien las ciencias sociales no buscan idealizar en el sentido ms
amplio, se puede generar un horizonte y, como consecuencia, suge-
rir trabajos tericos que propongan un momento donde los sujetos se
planteen la posibilidad de dialogar y, gracias a eso, reconocer y obtener
benecios con su propia comunidad y en su propia forma de vida.
La discusin gir en torno al dilogo de lo poltico y cmo en un es-
pacio pblico que cada vez es ms amplio o que no tiene barreras cla-
ras ni denidas y poroso, puede ser concebido como la materia prima
que nutra la idea que Habermas plante en la esfera pblica y entonces
consolidar ese espacio que fomente la crtica, que haga de los argumen-
tos la base del dilogo, para as anteponer el entendimiento a cualquier
intento estratgico por imponer una razn, un punto de vista.
La idea recurrente de tratar de encontrar un momento donde el
dilogo poltico sucediera, donde se mostraran empricamente esas po-
sibilidades de entendimiento, quiz qued fuera de este trabajo. Y no
porque no se haya buscado incesantemente, sino porque concretar el
mundo de la vida propuesto por Habermas en la realidad es una labor
constante, en la que se requiere repensar a cada sujeto.
De esta manera, se establece que la Internet es una posibilidad, mas
no la panacea que las democracias requieren. Resulta lgico pensar que
si los sitios web no tienen un ejemplo especco o un prototipo, enton-
ces es infundada la idea de que la red puede proveer entendimiento.
Sin embargo, en un contexto como el nuestro, donde la democracia no
slo es entendida como gobierno sino como la garanta de libertades,
derechos y donde los medios electrnicos y sus avances tecnolgicos
La coxuxicacix ioirica ix ia RED GLOBAL
132
se presentan como los grandes descubrimientos que modican y modi-
carn nuestro entorno, nuestras formas de relacionarnos y la vida en
comn, es genuino el inters por encontrar en la tecnologa el elemento
que permita mejores formas para comunicarnos. Por ello, sin caer en
las garras del triunfalismo, la propuesta de este trabajo de investigacin
fue presentar con un fundamento terico que la ventana est abierta a
un nmero importante de posibilidades, y una de ellas es, sin lugar a
dudas, el cambio social.
Lucien Sfez (1995) es claro al sealar que mayor cantidad de in-
formacin y tecnologa no garantiza mayor comunicacin; de hecho,
gracias a esto se explic que la idea de que vivimos en una sociedad ms
y mejor comunicada es tan falsa como contraproducente. Los medios y
sus avances tecnolgicos nos permiten hacer uso de la tecn y aprovechar
esos adelantos para el benecio colectivo; sin embargo, los adminculos
no garantizan, ni lo harn nunca, un desarrollo en el mbito social.
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La coxuxicacix ioirica ix ia RED GLOBAL
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139
La tortura en el marco de la guerra sucia
en Mxico: un ejercicio de memoria
colectiva

Jorge Mendoza Garca
En los aos sesenta y setenta del siglo xx en Mxico actuaron diver-
sos grupos guerrilleros que surgieron en distintos puntos del pas. Lo
mismo en las zonas rurales, como Guerrero, que en las grandes ciuda-
des, como Monterrey, Guadalajara y la ciudad de Mxico. El Estado
mexicano, ante esta ola de grupos armados, decidi enfrentarlos, no
con la ley, sino con violencia, que rebasaba incluso los marcos legales
instituidos en nuestro pas. A esta manera terrorfica de enfrentar a
los guerrilleros se le conoce como guerra sucia. En esta guerra sucia
que implement el gobierno, despleg mltiples prcticas, como el
encarcelamiento ilegal, la desaparicin forzada, la detencin de fami-
liares de guerrilleros y la tortura. Esta ltima se les infligi lo mismo
a hombres que a mujeres acusados de ser guerrilleros o de brindar
apoyo a estos grupos. Desde marcas, golpes y mutilaciones, hasta la
introduccin de objetos en el cuerpo, fueron algunas formas que la
tortura cobr en esta guerra sucia. A partir de diversos testimonios,
este texto reconstruye desde la perspectiva de la memoria colectiva
algunas experiencias de esas dcadas, al mismo tiempo que va escla-
reciendo el ejercicio de la violencia que descargan sobre el cuerpo los
que ejercen el terror a travs del poder.
Palabras clave: guerra sucia, violencia, tortura, cuerpo, memoria co-
lectiva.
Licenciado en Psicologa y maestro en Psicologa Social por la Facultad de Psicologa de
la Universidad Nacional Autnoma de Mxico; doctor en Ciencias Sociales por la Universidad
Autnoma Metropolitana, Unidad Xochimilco. Profesor titular de la licenciatura en Psicologa
Educativa en la Universidad Pedaggica Nacional. Correo electrnico: <[email protected]>. P
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La visin de memoria colectiva
L
a visin de la memoria que insiste en que es menos una facultad indi-
vidual y ms un proceso de edicacin cultural, colectiva, se expuso
a principios del siglo xx. En esta accin se puede citar al menos a cuatro
estudiosos: Charles Blondel (1928), Frederic Bartlett (1932), Lev Vygots-
ky (1930) y Maurice Halbwachs (1925). Este ltimo desarroll la idea y
el concepto de memoria colectiva (1925, 1950), el cual aqu se suscribe.
Bien. La memoria es colectiva, siquiera por los marcos en que se
contiene, como el espacio, el tiempo, la afectividad y el lenguaje, sobre
la base de los cuales se construye, porque son eso, marcos en los que
se contienen, en los que cobran sentido los acontecimientos que han
de ser dignos de mantenerse para despus comunicarse. Los marcos
sociales posibilitan estabilidad, porque son puntos jos, coordenadas
que permiten contener, y por ello el contenido se puede modicar, pero
los marcos, jos como son, se mantienen: Son aquello jo donde pue-
de apoyarse lo que se mueve (Fernndez Christlieb, 1994: 95). Los
marcos son signicativos en la medida en que se acuerdan de forma
colectiva y se estipulan para las colectividades: una fecha y un lugar
resultan de inters para las personas en la medida que les dicen algo,
los interpelan, les comunican algo signicativo; de lo contrario seran
fechas y lugares distantes, sin inters, ajenos e incomunicables.
Desde esta postura, el espacio es el signicado que adquieren un
conjunto de dimensiones en las que se vive, y a la inversa: Dimensio-
nes que condicionan en funcin de sus caractersticas, la forma de vivir
que se produce en su interior (Torrijos, 1988: 19-20). Se puede ase-
verar que al espacio como territorio y orientacin le corresponde una
expresin simblica, donde entra el lenguaje y las relaciones que en l
se establecen (Fernndez Christlieb, 1994); por eso, los grupos sienten
suyos ciertos emplazamientos, porque los habitan y usan: los signican.
En consecuencia, las colectividades que poseen una memoria cultural,
transforman el espacio de un modo profundo y duradero, pues cuando
un grupo se inserta en una parte del espacio, la transforma a su imagen,
y el grupo se encierra dentro del marco que ha construido (Halbwachs,
1950). Los lugares, entonces, cobran sentido en funcin de lo que ah se
ha experimentado y guardado, como si fuera un recipiente, receptculo,
que permite que se alberguen sucesos con sentido; ah han de quedarse
para su posterior recuperacin. Ello acontece porque es en los lugares
Joici Mixioza Gaica
141
donde las experiencias se guardan, sea en los rincones, en los parques,
en los edicios, en las plazas, en los salones, en los cafs o en cualquier
otro sitio donde los grupos viven su realidad y, por tanto, ah signican
sus experiencias. Por eso, las personas que vuelven al sitio donde experi-
mentaron un evento signicativo en el pasado, se sienten asaltadas por la
sensacin de ese entonces, el recuerdo les llega, como sin aviso, porque
efectivamente el recuerdo no lo traan en la cabeza, sino que se posibilita
por virtud del marco social, en este caso el espacio. De ah que no resulte
gratuito enunciar que los lugares traen recuerdos, porque exactamente
as sucede, lo cual saben muy bien los grupos que demandan o levantan
monumentos o placas conmemorativas en lugares signicativos, porque
ah los grupos y las colectividades conservan y rondan su memoria.
De igual forma, es en el interior del tiempo donde un grupo busca
reencontrar o reconstruir sus recuerdos y en el tiempo encuentra su apo-
yo, argumentar Halbwachs (1950), y ello porque el tiempo desempea
ese papel en la medida en que nos lo representamos como un medio con-
tinuo que ha permanecido tal cual entre el ayer y el hoy, y as podemos
encontrar el ayer en el hoy. Ciertamente, as como ocurre con el espacio
sucede otro tanto con el tiempo, que se traduce empricamente en fechas,
las cuales guardan eventos signicativos para su posterior conmemoracin
(Fernndez Christlieb, 1994). La temporalidad, en este caso, no es lineal,
no es cronolgica, no es la que marcan los relojes; es un tiempo sentido y
signicado, que vale la pena conmemorar. En efecto, el tiempo vivido no
se detiene, y los signicados de ciertos eventos que se endosan a ciertos
periodos, aos, meses, das o momentos, permanecen para su comuni-
cacin y posterior recuerdo, incluso por generaciones que an no estn
presentes. Las fechas no tienen signicado alguno por s mismas, sino
que hay que dotarlas de algn sentido, por eso, determinadas sociedades
dividen su tiempo con un tipo de calendario especco, inscribiendo en l
momentos y eventos que han de perdurar, de esa manera se puede hablar
de la existencia de tantos tiempos como grupos que los signiquen. En
consecuencia, ocurre que el tiempo en cierto grupo es el que debe de ser,
siendo que las personas que pertenecen a ese tiempo lo piensan segn
la marcha de sus necesidades y de sus tradiciones (Halbwachs, 1950);
siendo estas tonalidades las que le dan vida al tiempo que de otra forma
sera esttico. Por eso, argumentaba Bachelard (1932: 36) que el tiempo
no es nada si en l no ocurre nada; y la materia con que la que se nutre
son los acontecimientos signicativos que un grupo vivencia y comunica,
La roiruia ix ii xaico ii ia cuiiia sucia ix Mixico
142
y que pueden expresarse en situaciones como los aniversarios, las gestas
de independencia, las inauguraciones de establecimientos, los santorales
de los barrios o el inicio de una revuelta. En ese caso, existen mltiples
conmemoraciones que para un grupo o sociedad adquieren sentido y al-
rededor de las cuales se unica.
Ahora bien, como lo ha sealado Remo Bodei (1998: 58), hay un
ineliminable tono afectivo en la jacin de las formas y los lugares de la
memoria. No podra ser de otra forma, toda vez que acuerdo proviene
de cor, cordis, del corazn, por eso el acuerdo entre dos o ms personas las
aproxima, las acerca, en ellas hay un trato cordial, del corazn, y se busca
la concordia. En otros tiempos acordar signic hacer que alguien vuelva
a su juicio, esto es, que reencontrara su corazn, metfora antigua de la
conciencia. La raz etimolgica de recordar, re-cordis, es volver a pasar
por el corazn, es decir, nos remite a lo sentido, pues nos acordamos de
aquello que nuestro corazn seala como digno de guardar y que lo hace
latir, que no es otra cosa que el dicho de la memoria: volver a vivir. En
efecto, las palabras han acumulado tambin un signicado emocional
que acompaar siempre a sus timos (Grijelmo, 2000: 19-21).
Habr que sealar que lo afectivo al momento de hacer memoria no
es una simple cuestin de la implicacin de estados y humores emocio-
nales. Se trata de que el afecto es un marcador principal de signicado de
por qu las cosas importan a la gente, de qu es lo que las hace recordables
o dignas de hablar sobre ellas (Schank et al., en Vzquez, 2001: 120).
El propio Halbwachs (1925: 172-174) se interrogaba respecto de si los
recuerdos no emergen debido a que los acontecimientos contienen un
carcter afectivo que los vincula a las personas. Cualquier acontecimiento
triste que se intente recordar tendr su atmsfera, su contexto, sus puntos
de apoyo: la ventana abierta, el da gris, el comedor vaco, las lgrimas
rodando, representaciones familiares estas que son un marco apropiado
para evocar el recuerdo de esa tarde en la que me encontraba sumamente
triste. A la inversa tambin puede ocurrir, esto es, que la persona que ex-
perimenta un sentimiento interior de tristeza tender ms bien a recordar
experiencias calicadas ellas mismas de tristes, dando as en cierta manera
una visin sesgada de su propia vida. Esta dependencia contextual partici-
pa de la reconstruccin de los recuerdos (Candau, 1998: 72). Corrientes
de pensamiento, las denominaba Halbwachs.
Esto se entiende, puesto que cuando a la gente se le pide que recuerde
ciertos pasajes o acontecimientos, lo que sale a ote de inmediato es la ac-
Joici Mixioza Gaica
143
titud. Hay una actitud que impresiona y que dota de signicado a lo que
ha de recordarse, y la actitud es una cuestin de sentimiento, de afecto:
Cuando se pide a un sujeto que recuerde, muy a menudo lo primero que
surge es algo de la ndole de una actitud; el recuerdo es, por tanto, una
construccin en gran parte basada en esta actitud y su efecto general es
una justicacin de la misma (Bartlett, 1932: 275). Siempre en un mar-
co mayor, en una corriente de pensamiento ms amplia: la colectividad.
Los sucesos que ha experimentado una colectividad o sociedad, aconte-
cimientos sentidos y signicados, estos deben recordarse y por tanto se
convierte en un deber su recuerdo. Quiz a eso se refera Todorov (1995:
26) cuando adverta que la memoria no es slo responsable de nuestras
convicciones sino tambin de nuestros sentimientos.
As como la memoria se contiene en marcos, recurre tambin a ins-
trumentos para edicarse, y el ms acabado y a la vez marco central
de la memoria colectiva, es el lenguaje, y con este, sea oral, pictogr-
co o escrito, se construyen, se mantienen y transmiten los contenidos
y signicados de la memoria (Blondel, 1928; Halbwachs, 1950). Ello
porque el lenguaje es el marco ms estable de la memoria, dada su
posibilidad de anclaje: El lenguaje representa uno de los poderes con-
servadores ms rmes de la cultura. Sin este conservatismo no llegara
a cumplir su misin principal, la comunicacin (Cassirer, 1944: 330).
De ah que Blondel (1928) armara que el lenguaje es el espacio social
de las ideas, que es una cosa social, que es un asunto de la colecti-
vidad. En todos los estudiosos originarios de la memoria (Halbwachs,
1925, 1950; Blondel, 1928; Vygotsky, 1930; Bartlett, 1932) existe una
relacin entre lenguaje y memoria. No poda ser de otro modo, toda
vez que para comunicar los signicados hay que recurrir al lenguaje, esa
creacin cultural que permite acordarnos de algo: Los hombres que vi-
ven en sociedad usan palabras de las cuales comprenden el sentido: esta
es la condicin del pensamiento colectivo, y es que cada palabra que se
comprende se ve acompaada de recuerdos, y no hay recuerdos a los
que no podamos hacerles corresponder palabras. Hablamos de nuestros
recuerdos antes de evocarlos; as es el lenguaje, y as es todo el sistema
de convenciones que le son solidarias, las cuales nos permiten a cada
instante reconstruir nuestro pasado (Halbwachs, 1950: 279).
Como se ha mencionado, para comunicar los signicados hay que
recurrir al lenguaje, toda vez que la memoria se abre paso a travs de
la verbalizacin, solo como uno de sus numerosos caminos (Calvei-
La roiruia ix ii xaico ii ia cuiiia sucia ix Mixico
144
ro, 2001: 18-19), no obstante que las formas de la memoria puedan
exceder la palabra misma, y aunque haya una memoria imborrable e
incluso innombrable y se manieste de distintas formas se la llama y
se la modela desde el lenguaje; de ah que Vygotsky (1930) asegurara
que la memoria es verbal, se encuentra mediada y se ayuda de los sig-
nos. Es la misma razn que esgrime Paul Ricoeur (1999: 27) cuando
habla de memoria declarativa, pues esta alude siempre a algo: Decir
que nos acordamos de algo, es declarar que hemos visto, escuchado,
sabido o aprehendido algo, y esta memoria declarativa se expresa en el
lenguaje de todos, insertndose, al mismo tiempo, en la memoria co-
lectiva. Aunque el lenguaje que usamos en la cotidianidad no totaliza
la realidad simblica colectiva, s constituye el pensamiento colectivo,
es decir, la interpretacin y concepcin que la colectividad tiene de s
misma (Fernndez Christlieb, 1994). En este pensamiento se inscribe
buena parte de la realidad social, pasada y presente, que es la memoria.
Estos elementos nos dan una idea de memoria colectiva y si se quie-
re una especie de denicin ha de decirse que la memoria colectiva es
un proceso social de reconstruccin de un pasado vivido y/o signicado
por un grupo, sociedad o colectividad. Tal reconstruccin se realiza en
todo momento desde el presente. Para ello son de especial relevancia
los marcos sociales, en especial el lenguaje, con que se comunican los
contenidos y signicados de la memoria.
Desde este marco de la memoria colectiva se han realizado diversos
estudios, los relevantes en este caso son los que tienen que ver con la
reconstruccin de periodos violentos, por ejemplo, en Latinoamrica.
Desde la memoria colectiva se han trabajado momentos ocultados por el
terror de las dictaduras militares en distintos pases; tal es el caso de Chile,
Uruguay, Brasil y Argentina (Jelin, 2002). La perspectiva de la memoria
colectiva, entonces, posibilita una aproximacin valiosa y amplia a este
tipo de situaciones: los de represin, de terror, de guerra sucia. Como es
el caso del Mxico de los aos sesenta y setenta del pasado siglo.
Algo de contexto
Mxico vivi en las dcadas de los sesenta y setenta del pasado siglo xx
una explosin de grupos guerrilleros. Estos surgieron en el marco de mo-
vilizaciones de diversos sectores: magisteriales, ferrocarrileros, mdicos,
Joici Mixioza Gaica
145
copreros, campesinos en demanda de tierras, y estudiantes universitarios.
La mayora de estos movimientos fueron violentamente reprimidos: cam-
pesinos, mdicos, ferrocarrileros, maestros y estudiantes encarcelados y
muertos fue la respuesta que el Estado mexicano dio a las demandas de
estos sectores. Muchos de los reprimidos, y otros que vieron de cerca la
represin, llegaron a la conclusin de que no quedaba otra ruta que la va
armada; esto es, la toma de las armas signic para muchos de ellos la l-
tima opcin que el poder les dejaba. El control social que no funcion dio
paso a formas intolerantes de ejercicio de poder, violentas ellas, a quienes
desaaban el orden imperante. Veamos algo del contexto en que surgen
las organizaciones armadas en Mxico.
Durante el proceso electoral de 1952, el candidato a la Presidencia
por parte de la Federacin de Partidos del Pueblo Mexicano, Miguel
Henrquez Guzmn, denuncia que los comicios son fraudulentos. Un
mitin del candidato es reprimido, con saldo de detenidos, lesionados
y muertos (Pineda, 2003). En septiembre de 1956 el Ejrcito toma las
instalaciones del Instituto Politcnico Nacional (iix), en respuesta al
movimiento estudiantil que exige una Ley Orgnica justa. Ese mismo
ao surge el Movimiento Revolucionario del Magisterio, que aglutina
a maestros de educacin bsica de distintos puntos del pas. En 1958
sus lderes son encarcelados. Por su parte, los ferrocarrileros toman las
calles y paran labores. La represin es la respuesta. Sus lderes, entre los
que destacan Demetrio Vallejo y Valentn Campa, son encarcelados.
Estamos a nes de los cincuenta.
A principios de los sesenta, en 1961, se funda el Movimiento de Li-
beracin Nacional, auspiciado por el general Lzaro Crdenas. Se intenta
aglutinar a las distintas izquierdas e inuir en el rumbo nacional, adems
de apoyar a la Revolucin cubana. En su propia dinmica, el Partido Co-
munista Mexicano, en alianza con otras fuerzas, forma el Frente Electoral
del Pueblo, intenta participar en los procesos electorales, y lanza como su
candidato a las elecciones presidenciales al dirigente de la Central Cam-
pesina Independiente, Ramn Danzs Palomino. La Secretara de Gober-
nacin les niega el registro. La participacin de la oposicin en el campo
electoral se encuentra prcticamente nulicada. Las manifestaciones de
inconformidad son reprimidas. No hay espacio de accin social posible.
En el plano internacional, diversos acontecimientos incidirn en la
manera como un sector de los mexicanos, especialmente jvenes univer-
sitarios y de izquierda, mirarn e idealizarn su realidad. A partir de 1954,
La roiruia ix ii xaico ii ia cuiiia sucia ix Mixico
146
cuando los franceses son derrotados en Vietnam, la gura de Ho Chi
Minh se difunde por distintos puntos del orbe. Algunos mexicanos mi-
rarn a ese personaje y sus acciones como un ideal. El movimiento estu-
diantil de 1968 lo atestiguar. De igual manera, cuando el 1 de enero de
1959 el Ejrcito Rebelde del Movimiento 26 de Julio toma La Habana,
y con el triunfo de la Revolucin, vientos de insurreccin se alimentan
en suelo mexicano; la gura del Che Guevara que recorre Latinoamrica
tendr su repercusin en Mxico. En 1961, en Honduras, se funda el
Frente Farabundo Mart de Liberacin Nacional que actuar en El Sal-
vador. En Colombia es ya una leyenda Manuel Marulanda Vlez, Tiro
Fijo. El padre Camilo Torres se incorpora a la guerrilla. Uruguay tiene a
los Tupamaros, guerrilla urbana, en accin. En contraposicin, a los be-
carios de Amrica Latina que arriban a la Universidad Patricio Lumumba
se intenta dictarles la lnea ocial del Partido Comunista de la entonces
Unin de Repblicas Soviticas Socialistas (URSS), en el sentido de ir
contra la violencia revolucionaria. No todos la escucharn, entre ellos los
mexicanos que asisten a estudiar en esa institucin. Uno de los que estuvo
inscrito ah menciona la importancia de Cuba para el pensamiento de
muchos de sus compaeros: Dentro de este contexto, la gesta cubana se
convirti en un ejemplo de consecuencias impredecibles. Surgieron los li-
bros y folletos que avalaban la guerra de guerrillas y los focos guerrilleros
aparecieron como hongos en Centro y Sudamrica, en selvas, serranas y
ciudades del continente americano. Por qu Mxico iba a ser la excep-
cin, si las similitudes abundaban? (Pineda, 2003: 224).
Guerrilla y guerra sucia en Mxico
Los movimientos sociales, con sus programas y acciones, intentan mo-
dicar el orden de cosas establecido, es decir, demandan el cambio so-
cial. Su organizacin, su proyecto, sus acciones, se encaminan a ello.
1

1
El trmino movimiento social aparece en la dcada de los cincuenta en la sociologa estado-
unidense para abordar formas antiguas de rebelda (Burke, 1997). La caracterizacin que desde
entonces se ha hecho de este tipo de movimientos es la que sigue: a) es un fenmeno de accin co-
lectiva, con cierta permanencia, que construye espacios y sentimientos de inclusin y de exclusin;
b) tiene proyecto y actores propios; c) tales proyectos intentan desbordar un orden establecido y
su accin puede tomar una forma antigubernamental o antiestatal; d) sus demandas pueden ir
desde lo cotidiano hasta una forma de sociedad distinta a la actual, y e) sus formas organizativas
Joici Mixioza Gaica
147
Los movimientos armados no siempre lo fueron; antes, varios de sus
integrantes participaron en movimientos sociales, civiles, incluso pac-
cos y legales. Pero se enfrentaron a formas duras y autoritarias del poder,
que en mltiples casos los orill a la toma de las armas. Este transitar
por las armas termin por cobrar forma en tres momentos u olas (Esteve
Daz, 1995) de la historia mexicana en el siglo xx: el primer momento
u ola se presenta iniciando el siglo; la segunda ola se vivencia en las
dcadas de los sesenta y setenta; la tercera ola es la que estamos experi-
mentando a nes del siglo xx y principios del xxi. Estos movimientos
armados constituyen una respuesta, orillada las ms de las veces, a las
condiciones econmicas, sociales y polticas que pone en prctica cada
gobierno en turno (Montemayor, 1999).
Varias agrupaciones guerrilleras de los aos sesenta y setenta, de la
segunda ola, que es la que nos ocupa en este artculo, tienen ese paso
que se da de movimiento social a la lucha armada.
Al respecto, podemos mencionar algunos casos. Genaro Vzquez
particip en el movimiento de oposicin al Partido Revolucionario Ins-
titucional en las elecciones de diciembre de 1962 en Guerrero. Ante el
monumental fraude electoral, hay protestas en las calles de distintas ciu-
dades del estado, las cuales son reprimidas. Hay enfrentamientos con la
polica y el Ejrcito, acciones de las que se responsabiliza a Genaro. Este
es aprehendido en la ciudad de Mxico y traslado a Guerrero donde
pasa dos aos en prisin. Su entonces Asociacin Cvica Guerrerense se
tornar Revolucionaria y Nacional. En una entrevista en 1971 Genaro
Vzquez seala: Se luch por todas las formas posibles y legales. Miles
de papeles con quejas pasaron por mis manos sin que ninguna de estas
fuera resuelta en forma razonable para los campesinos Y nos cansa-
mos (en Bartra, 1996: 143). Por su parte, Lucio Cabaas particip
cuando era estudiante en la Federacin de Estudiantes Campesinos So-
cialista de Mxico, a la cual dirigi. Luego, como maestro de primaria,
luch contra las imposiciones de las autoridades de su escuela y de otras
ms de la regin. Asesor a campesinos en su lucha contra las empresas
madereras. La remocin de su plaza y traslado a otra entidad de la Re-
suelen ser poco complejas y con rasgos de solidaridad, lo que cohesiona al movimiento y por tanto
lo dota de ciertas formas identitarias. En efecto, un movimiento social debe contener lazos de so-
lidaridad ms o menos permanentes, ya que si carece de ellos puede tratarse de una rebelin o de
una algarada, que son ms fugaces. Se edifica en conjunto con oportunidades, repertorios, redes y
marcos; esos son los materiales con que se construyen un movimiento semejante.
La roiruia ix ii xaico ii ia cuiiia sucia ix Mixico
148
pblica fue la respuesta ocial a sus reclamos. De regreso a Guerrero y
a su Atoyac, encabeza, al lado de padres de familia, una manifestacin
contra la directora de una escuela, protesta que es reprimida por la po-
lica judicial, con el resultado de varios muertos y detenidos. A Lucio
se le seala como responsables de esas acciones. Para no ser detenido
o asesinado, toma el rumbo de la sierra y de las armas (Surez, 1985).
En su momento, tambin Lucio Cabaas expresar: Nosotros organi-
zbamos a los maestros y unamos a los campesinos para luchar contra
las compaas madereras y [contra] tantos impuestos [] Y tambin
unamos al pequeo comercio, pero los reprimieron una y otra vez, y
tambin se cansaron (Bartra, 1996: 143; Montemayor, 1991). Genaro
Vzquez encabez la Asociacin Cvica Nacional Revolucionaria y Lu-
cio Cabaas, el Partido de los Pobres. A esta guerrilla, que surgi en el
campo, se le denomin guerrilla rural. En sentido estricto, estos grupos
armados surgen, primero, como movimientos polticos, de copreros,
magisteriales y campesinos en defensa de sus productos y con demandas
de su sector, luego, por protestar, varios de sus integrantes y dirigentes
son reprimidos y encarcelados. Solo despus de sufrir la violencia insti-
tucional, como respuesta, se armaron (Montemayor, 1998).
Por otro lado, en Monterrey un grupo de estudiantes cristianos,
algunos de ellos provenientes del Instituto Tecnolgico y de Estudios
Superiores de Monterrey, al contactarse con la realidad cruda y pobre
de comunidades donde realizaban su servicio social, se radicalizan y
participan, a su manera, en las protestas estudiantiles de 1968. Varios
son expulsados de sus escuelas y otros ms reprimidos. En Culiacn,
la federacin de estudiantes local se divide. Los ms radicales, que se
enfrentan a la Rectora de la Universidad Autnoma de Sinaloa y al go-
bierno estatal, son denominados Los Enfermos. Se enfrentan con la poli-
ca; apoyan movimientos obreros, las tomas de tierra, y son reprimidos.
En Guadalajara, cansados del caciquismo ejercido por la Federacin
de Estudiantes de Guadalajara (iic), que impidi la actividad poltica
de respaldo al movimiento de 1968, varios grupos se unen y forman el
Frente Estudiantil Revolucionario (iii). La iic, auspiciada por el go-
bierno local, y hasta con apoyo del federal, arremete a balazos en plenos
pasillos de la universidad contra integrantes del iii. A estos se les acusa
de los enfrentamientos. Los miembros del iii son perseguidos y algu-
nos encarcelados. Muertos de por medio los hay. Aos despus, estos
grupos de Monterrey, Culiacn y Guadalajara, entre otros, conuirn
Joici Mixioza Gaica
149
en la Liga Comunista 23 de Septiembre. De hecho, se ha mencionado
que los principales cuadros polticos de la Liga eran Los Enfermos, se-
guidos de los del iii; despus estaban los de Monterrey y, al nal, los
provenientes del Distrito Federal (Aguayo, 2001). A la Liga Comunista
23 de Septiembre la han referido como la expresin guerrillera urbana
de mayor alcance, toda vez que tuvo presencia en varios estados del
pas y constituy el grupo ms amplio en trminos numricos en tanto
grupo urbano. En efecto, a esta guerrilla que surge en las ciudades se
le denomin guerrilla urbana. Ms all del elemento de sobreideologi-
zacin que se les intenta endosar a los jvenes de entonces, estos pasan
a engrosar las las armadas solo despus de la represin que sufren los
movimientos estudiantiles de 1968 y 1971; es decir, pasan de partici-
pantes en un movimiento social pacco y legal a uno armado.
Entre la guerrilla rural y urbana suman ms de 30 agrupaciones en
las dcadas sealadas y tendrn presencia en 23 entidades del pas.
A la presencia y actuacin de la guerrilla, el Estado mexicano le
opuso una violencia cruenta, feroz, sanguinaria. Despleg una serie de
prcticas que rebasaron los lmites de la legalidad. Pueblos arrasados en
comunidades alejadas, all en las montaas, detenciones masivas, de-
tenciones ilegales, enclaustramiento en crceles clandestinas, destierro,
persecucin, tortura y desapariciones fueron algunas de esas prcticas. A
esta actuacin del Estado mexicano se le ha denominado guerra sucia.
La guerra sucia lo es, precisamente, porque se rechaza la propia ley
que se dice defender, y se hace desde el poder, en este caso desde el
Estado mismo. No se responde desde la legalidad, sino que desde ah
se acta y se quebranta. Se tortura, se asesina. No se aplica la justicia,
se burla. Cierto, la guerra sucia es esa etapa en que se volc toda la
fuerza de los aparatos de inteligencia para eliminar cualquier acto de
subversin e inconformidad social (Rodrguez Mungua, 2004: 10).
Lo que seala el carcter de guerra sucia es, precisamente, el rechazo de
la ley desde el Estado, y es que al gobierno le corresponde responder
a la insurgencia armada, pero dentro de la legalidad, sin torturar, des-
aparecer, asesinar. Se linch con furia detallada a los guerrilleros []
se arrojaron cadveres al mar [] si en la guerrilla se cometan actos de
salvajismo, al Estado no tocaba la revancha sin escrpulos (Monsivis,
en Garca Hernndez, 2004: 3).
En ese contexto, la guerrilla no es reconocida como tal; a sus inte-
grantes se les niega el derecho a engrosar las las del movimiento social;
La roiruia ix ii xaico ii ia cuiiia sucia ix Mixico
150
son depositados por el discurso ocial en el campo de la delincuencia
y del terrorismo. Denegacin de su lucha y de las causas de esta. No
son luchadores sociales, no tienen programas polticos, no pretenden
cambios. La prensa nacional se hace eco de esa voz, y se les ideologiza,
mandndolos, desde ese momento, a la zona del olvido. En cierta medi-
da por eso, en una ruta a contracorriente, los sufrientes de la represin
han intentado reconstruir lo que aconteci en aquellos aos oscuros.
Primero en susurros, luego escribiendo, despus en foros. Ahora se va
delineando esa memoria negada. Esa memoria colectiva, el recuerdo de
los grupos reprimidos, el recuerdo de los familiares de los agraviados,
recuerdos que se contraponen a la versin ocial que niega que tales he-
chos cruentos de la guerra sucia hayan acontecido: desde la versin del
poder nada ocurri en torno a la guerra sucia. Lo que a continuacin
se presenta es parte de esa memoria colectiva, de las signicaciones de
aquellos eventos, la reconstruccin de ese periodo, recogida a trocitos,
con dolor, pero con nimo de que se instale en el presente y d cuenta
de lo que ocurri, y algo se haga al respecto. Algo.
Idea de la tortura
La tortura es un ejercicio de violencia. Violencia y castigos han ha-
bido, y durante siglos, incluso milenios; estos eran abiertos, pblicos,
para el escarmiento de ciertos grupos, lo mismo disidentes que muje-
res, esclavos que herejes, pobres que hurtadores, la tortura buscaba ser
ejemplar. Los romanos, por caso, crucicaban para el escarmiento.
Lo mismo existi la lapidacin y el circo, formas ellas tambin del su-
frimiento. Siglos despus, el suplicio implementado desde las las del
cristianismo, con nes de control, cobr arraigo: evitar la hereja y la di-
sidencia constitua parte de sus nalidades. Surgen instituciones alrede-
dor de la tortura, La Inquisicin supo bien de eso, pues durante varios
siglos impuso el tormento pblico en nombre de su poder y dogma. No
obstante, a nes del siglo xvi, en tanto que los suplicios abiertos estaban
ya resultando intolerables, era necesario practicar otras formas de casti-
go, menos abiertas, ms cerradas, algo que no fuera visto por la gente.
Castigar menos, para castigar mejor, fue una de las respuestas, y la
dio Beccaria, el padre de la entonces nueva penalidad (Perrot, 1998).
Lo aberrante a los ojos humanos, comenz a ocultarse. De hecho, en
Joici Mixioza Gaica
151
Europa a mediados del siglo xviii, con la denominada Ilustracin, la
tortura es ya ilegal. La tortura se despliega ahora de forma oculta y se le
niega. No es el caso para Amrica Latina; en estas tierras se tardar ms
tiempo en ocultarla. El siglo xix da muestras de ello: en lo que ahora co-
nocemos como Mxico, desde centurias atrs, este tipo de de prcticas
violentas que el poder implementa para escarmiento de la disidencia,
sea religiosa, militar o poltica, es muy extendida. Un caso, para ilustrar,
es el de Hermenegildo Galeana, lugarteniente y gran amigo de Jos Ma-
ra Morelos y Pavn: en 1814, Galeana es decapitado y su cabeza puesta
en el portal de una iglesia como muestra de lo que poda ocurrirles a
aquellos que desaaran al poder (Palou, 2009). Varios de los dirigentes
de la guerra de Independencia en Mxico capturados tambin fueron
decapitados. Al respecto, el siglo xx no ser menos cruento.
Bien. La tortura se presenta, en el caso que nos ocupa, en el denomi-
nado marco de la guerra sucia, ese es su contexto. En l hay que enten-
der lo que sucedi en esos aos de violencia institucional. Este trabajo
realiza una reconstruccin mediante la perspectiva de la memoria colec-
tiva, de ese ejercicio de tortura que se practic contra las personas que,
acusadas de ser guerrilleras, se les someti a tratos crueles, y la manera
cmo sus protagonistas reconstruyen ese trozo de pasado antes negado;
es decir, cmo lo signicaron. Cuando los sealados de pertenecer a la
guerrilla eran detenidos tenan varios destinos posibles: ser enviados a
alguna crcel clandestina y despus a alguna crcel legal, ser desapareci-
dos o ser asesinados. A quien se le mantena con vida, se le sola torturar
antes de ser presentado ante el Ministerio Pblico, o bien, mora en el
proceso de la tortura. Muchos estuvieron detenidos, ilegalmente, en
el Campo Militar Nmero Uno (cxx1), acondicionado como crcel
clandestina, y donde a varios de los ahora desaparecidos se les mir con
vida por ltima ocasin.
Este trabajo forma parte de un proyecto ms amplio, en el cual se
reconstruye la guerra sucia en Mxico, entre 1965 y 1984, aos en que
se manifest la denominada Segunda Ola Guerrillera (Esteve, 1995) y a
la que el Estado mexicano enfrent con la denominada guerra sucia. La
reconstruccin de este trabajo se realiza a partir de dos tipos de fuentes:
a) oral, mediante entrevistas o registro grabado en mesas, foros o encuen-
tros de exguerrilleros o familiares, y b) mediante la recuperacin de me-
morias, escritos, testimonios, entrevistas dadas a otros investigadores o
periodistas, libros o documentos que se elaboraron con el n de rescatar
La roiruia ix ii xaico ii ia cuiiia sucia ix Mixico
152
los testimonios de lo que sucedi en ese periodo poco abordado. Ambos
tipos de fuentes, oral y escrita, son formas narrativas (Bruner, 2002) que
posibilitan la reconstruccin de la memoria colectiva de la represin que
sufri un grupo; en este caso, la guerrilla. En cada caso, se citar la fuen-
te.
Bien. Pasar por las crceles, principalmente las clandestinas, impli-
caba por fuerza el sometimiento a tratos inhumanos, a torturas destina-
das a obtener informacin para que el Ejrcito mexicano o la Direccin
Federal de Seguridad (iis)
2
pudieran dar con el paradero de otros gue-
rrilleros y, a la vez, saber qu acciones planeaban realizar estos. La eti-
mologa de la palabra tortura, que viene del latn tardo, signica torcer,
dar vuelta, tormento, suplicio (Gmez de Silva, 1985), como ese suplicio
que experimentaban aquellos que fueron sometidos a las torceduras hu-
manas. En la actualidad no hay texto constitucional en Occidente que
mantenga la tortura en la legalidad. No obstante, la tortura es una prc-
tica muy comn, ms de lo que se piensa. Se tortura para hacer confesar,
para que se hable. La historia de la tortura pertenece a la del secreto,
de un doble secreto: se tortura para arrancar el secreto, pero el hecho de
haber torturado se convierte a su vez en secreto (Vincent, 1987: 204).
Secretud, porque aquellos que la ejercieron (o ejercen) no quieren ha-
blar de ello; y secretud, porque con tormento depilan informacin que
lleva, en muchos casos, a la aniquilacin del sujeto de tortura.
En este caso, las torturas podan ir desde la forma psicolgica hasta
la muerte, por exceso de golpes. Poda ser a solas o frente a algn fami-
liar, para ablandar al interrogado. A un integrante del Movimiento de
Accin Revolucionaria (xai)
3
lo torturaron frente a su familia, esposa e
hijo de dos aos de edad: Los quieres mucho, verdad, hijo de la chinga-
da?, le inquiri el jefe policiaco: Ya probaste de lo que somos capaces,
si no cooperas les vamos a partir su madre (Pineda, 2003: 216) Eso
narra Fernando Pineda, quien perteneci al xai y estuvo recluido por el
2
La iis se crea entre fines de 1946 e inicios de 1947. En ese momento depende de la Pre-
sidencia de la Repblica. Despus estar bajo las rdenes de la Secretara de Gobernacin. No
participan militares en su fundacin, pero tiempo despus se incorporarn. Desde un inicio sus
integrantes se dedican a espiar opositores y a integrantes del propio rgimen. Con el paso del tiem-
po su fama de crueles, por los mtodos que usan, se volver un lugar comn (Aguayo, 2001).
3
El xai surge en los pasillos de la Universidad de Mosc, en la entonces URSS. Sus
integrantes se fueron becados a estudiar a la Universidad Patricio Lumumba. Varios de ellos
provenan del estado de Michoacn. Se entrenaron militarmente en Corea del Norte. Eso fue a
fines de los aos sesenta (Pineda, 2003).
Joici Mixioza Gaica
153
intento de tomar las armas. Ciertamente, la prctica de torturar frente a
los familiares era muy recurrente: la pareja de uno de ellos fue obligada a
observar cmo torturaban a su compaero, Dionisio: le ponan cigarros
encendidos en las partes ntimas, golpes en todo el cuerpo, lo amarraron
a un tabln y con los ojos vendados lo sumergieron en la pila de agua
hasta casi la asxia, al tiempo que le aplicaron descargas elctricas con una
picana, que se usaba para movilizar al ganado (Ulloa, 2004: 178-179).
Mostrar a los dems, a algn familiar, que a alguien se le torturaba
generaba terror, pnico. Anunciar o dejar escuchar la tortura a quie-
nes se encontraban detenidos era tambin terrorco, fulminante. El
tiempo de espera para la tortura propia era paralizador. Es ese terror
practicado, destinado a que quien mira o escucha se atemorice, in-
cluso antes de ser violentado (Martn-Bar, 1983). En ese sentido, la
intencin de los torturadores era clara: inculcar miedo, mucho miedo.
Cuando sacaban a alguien de su celda, los ocupantes de las dems
sentan cmo sus corazones latan acelerados, sus bocas se secaban y
su respiracin se reduca al mnimo; cuando se interrogaba a un pri-
sionero la msica cesaba, para que as se escucharan los gritos de dolor
del torturado: En los primeros das de mi arribo, llevaron al stano,
proveniente de otro lugar, a un joven educado (as lo evidenciaba su
modo de hablar) a quien nunca vi, pero que fue sumergido de cabeza
varias veces dentro de un tambo de acero lleno de agua hasta matarlo
por asxia [] alguno de los torturadores dijo: Este pendejo ya se
fue (Ulloa, 2004: 34).
En otros casos, la tortura llegaba sin anunciarse:
Sin decir palabra, abrieron la celda y me condujeron al cuarto localizado
frente a la pileta. All me ordenaron desvestirme, me amarraron juntas
las manos por detrs de la cintura, me cubrieron los ojos con unas ven-
das sucias y de pie, luego de mojarme el torso, me aplicaron electricidad
en las tetillas con un simple cable pelado de las puntas, al tiempo que
con insultos me conminaban a confesar en qu asaltos y secuestros haba
participado. Cuando, en medio del dolor, comenc a balbucear una res-
puesta negativa, recib un tremendo golpe en mi costado izquierdo que
me mand fulminado al piso. No poda respirar y las piernas y brazos no
me respondan [] No s cmo logr incorporarme, pero comprend que
el tipo me haba golpeado con la frula de yeso y que me iba a destrozar
las costillas a golpes con ella, as que decid aceptar mi participacin en
La roiruia ix ii xaico ii ia cuiiia sucia ix Mixico
154
el traslado de unas cuantas armas viejas al estado de Guerrero, que haba
realizado solo y entregado en un punto desierto de la carretera Acapulco-
Pinotepa Nacional en la Costa Chica (Ulloa, 2004: 33).
Esto narra Alberto Ulloa, quien fuera militante de la Liga Espartaco,
y apoy en la ciudad al grupo de Lucio Cabaas. En sus memorias habla
sobre y desde el cxx1. La narracin como testimonio, como manera de
comunicacin, como forma que permite la reconstruccin de episodios,
en este caso, crudos y cruentos. Memoria de la tragedia.
La tortura a Ulloa es clara: intenta reducir y minimizar al torturado.
Pero sobre esta violencia hay ms. Cuando seala las limitaciones de la
nocin de tortura que enuncia la Organizacin de las Naciones Uni-
das, Amnista Internacional apunta: La tortura tiene un fundamento
terico: el aislamiento, la humillacin, la presin psicolgica y el dolor
fsico son medios de obtener informacin, de someter al preso y de in-
timidar a sus allegados (en Dobles, 1990: 198). Lo cual, como hemos
visto hasta aqu, sucedi prcticamente de manera literal en el caso que
revisamos. Aos despus, en enero de 2001, Amnista Internacional
manifestaba: La tortura persiste como mtodo para investigar delitos,
extraer confesiones, extorsionar dinero y castigar; persiste porque quie-
nes la llevan a cabo saben que podrn quedar impunes y porque la ciu-
dadana espera el castigo inmediato para los delincuentes, factores todos
ellos que guardan relacin con las deciencias existentes en el orden
jurdico penal. Lo cual aplica para Mxico.
La tortura, se ha dicho, es una agresin que comete el Estado por
medio de las fuerzas armadas, de seguridad o funcionarios; es una ma-
nera de poner en pausa a la gente, y lo hacen va fsica o psicolgica,
toda vez que es un recurso de terror, es una especie de implementacin
de la falta de voluntad, del desnimo: quitarles la voluntad a los tortu-
rados, y que ello se irradie al grupo al que pertenecen. A ellos se dirige
el mensaje de la tortura.
Torturar para aniquilar
La tortura, a decir de Martn-Bar (1983), se congura con cuatro
elementos: a) la estructura formal, donde en un marco de impunidad
se presenta y se intenta debilitar y humillar al torturado, hacerlo sentir
Joici Mixioza Gaica
155
impotente; b) el rol personal, donde ms all de las caracterizaciones
patolgicas que se puedan hacer desde la psiquiatra o la psicologa in-
dividual, hay determinados papeles que les toca asumir a quienes par-
ticipan en la tortura: hay quienes ordenan y no realizan accin alguna,
y hay quienes obedecen, ejecutan; c) el contexto posibilitador, el cual
se reere un contexto histrico que posibilita que ciertas expresiones
surjan y otras no; gente que se adeca a ciertas circunstancias y ejerce
represin, ordenados, por supuesto, en un contexto de institucin
que as lo demanda, y en consecuencia hay personas que terminan
asumiendo las posturas de los grupos dominantes, y d) el fondo ideo-
lgico; donde la violencia se genera desde ciertas posiciones de poder,
con determinados intereses, en los que se expresan valores, creencias,
lgicas racionales, que permiten que se mantenga un estado de cosas
con una ideologa que lo sustenta. Hay, pues, una justicacin ideo-
lgica de la violencia; por ejemplo, en nombre del nacionalismo, de
la seguridad nacional, de la defensa ante fuerzas extranjeras, contra
el comunismo internacional y las ideas extranjerizantes. En conse-
cuencia, de acuerdo con esta lgica, se tortura a quien se considera
enemigo, un comunista, no se trata de una persona, se lucha contra
amenazas, contra terroristas. Este es el proceso de deshumanizacin.
Se les responsabiliza del mal.
En la lucha contra la guerrilla desempe un papel importante el
Ejrcito, principalmente en el caso de la guerrilla rural. Ah tuvo su
mayor actuacin. Lejos de las miradas de la prensa y de quienes pu-
dieran revelar sus excesos; as se fue manufacturando el olvido social:
nada se deca ni se comunicaba sobre sus acciones, sus operativos
contra la guerrilla, todo se escondi en una retrica de lucha con-
tra las gavillas y los asaltacaminos; no hubo reconocimiento de la
existencia de la guerrilla. Negacin que se anticipaba a la memoria.
No obstante, la manera como oper el Ejrcito en los ltimos tiempos
se ha ido dibujando, sabiendo, reconstruyendo: buscaban el mal en
los asaltacaminos, en los delincuentes, como llamaban a los gue-
rrilleros. Muchos inocentes sufrieron la represin del Ejrcito, ajenos
a la lucha guerrillera, eran piezas de presin para dar con el paradero
de los guerrilleros que actuaban en las montaas, para dar con Genaro
Vzquez y Lucio Cabaas, por ejemplo. El siguiente es un testimonio
de quien sufri la violencia institucional: el 7 de septiembre de 1974
La roiruia ix ii xaico ii ia cuiiia sucia ix Mixico
156
detuvieron en Atoyac a varias personas, entre ellos a Evaristo Casta-
n Flores, quien recuerda:
No s cuntos das estuvimos all. Nos presentaron ante el juez. Estbamos
confesos de haber ido a poner la emboscada all en la sierra a los soldados,
cosa que nunca aceptamos, antes preferamos morirnos. Sin embargo, yo
pienso que varios compaeros no aguantaron la tortura. Unos se murie-
ron, otros desaparecieron, porque ya cuando nos trajeron a la crcel ya no
regresamos todos los que fuimos [] No recuerdo si salimos o llegamos a
la crcel el 15 de septiembre, pero recuerdo que oa el grito en el radio y
escuchaba que decan: Viva Mxico, viva la libertad. Y yo me deca cul
libertad? Entonces yo sent que antes, cuando conmemorbamos el 15 de
septiembre era muy bonito, porque yo crea en mi gobierno, pero despus
de lo que nos hicieron todo se me volte (en Scherer, 2004: 97).
Ese era el Ejrcito, en plena lucha contrainsurgente, su actuacin
en la guerra sucia, sobre todo movilizndose en el campo, en la sierra,
intentando, como aos despus se sabra por la escasa documentacin
ocial y, como seala en entrevista David Cabaas, quitarle el agua al
pez, es decir, con el propsito de eliminar los potenciales apoyos a la
guerrilla mediante la represin a la gente, desaparecindola.
En las ciudades (pero no solo ah, pues tambin actu en el campo),
oper la iis; esta temida organizacin, conocida en ese tiempo por su
brutal forma de actuar. Directores de esta polica poltica fueron, en dis-
tintos momentos, personajes como Fernando Gutirrez Barrios, Luis de
la Barreda Moreno, Javier Garca Paniagua y Miguel Nazar Haro. Este
ltimo de especial relevancia en la tctica que sigui la iis para aniqui-
lar a la guerrilla en Mxico, pues cre la Brigada Blanca
4
, grupo que se
abocara a la eliminacin de la Liga Comunista 23 de Septiembre.
Esta polica poltica inltr a la mayora de los grupos guerrilleros
urbanos, obtena informacin, dejaba que actuaran de algn modo y des-
pus los enfrentaba de manera violenta. As, por ejemplo, los agentes de
la iis saban que los guerrilleros detenidos tenan rdenes de mantener-
4
La Brigada Blanca la cre la iis en respuesta a la Brigada Roja con que operaba la Liga
Comunista 23 de Septiembre. La Brigada Blanca se caracteriz por ser especialmente cruel. Se
le asign la eliminacin de la Liga, aunque particip en operativos contra otros grupos guerri-
lleros. Tena a su disposicin una gran cantidad de recursos e infraestructura, y sus instalaciones
se encontraban en el cxx1.
Joici Mixioza Gaica
157
se en silencio durante tres das, para que sus contactos y los domicilios
conocidos pudieran ser evacuados, y esconderse los militantes. Por tanto,
la informacin deba obtenerse lo ms rpido posible, no importaban
los medios. Resulta peculiar, y entendible, que en algunos documentos
de la iis solo se mencione que se les ejerci presin e interrogatorios
preliminares y no tortura a los detenidos (Aguayo, 2001). Se seala que
es entendible que los policas signen sus informes con el anuncio de in-
terrogatorio porque, como se ha dicho, la tortura pertenece a la esfera
del secreto, secretad que alimenta el olvido, olvido que estaba facturando
la polica poltica pues saba que sus mtodos de interrogacin eran
inhumanos, crapulosos, ilegales, pertenecientes a la guerra sucia. Guerra
sucia que fue negada por la parte ocial. Contrapuesta a la versin o-
cial de negacin de tal guerra, exguerrilleros sobrevivientes de esos tratos
crueles o familiares de los que murieron en el transcurso de la tortura
hablan, dicen, narran, brindan esa versin que durante aos fue acallada
o que no encontraba odos receptivos: hablan de espacios y tiempos, de
esos marcos de la memoria colectiva; reconstruyen desde el presente, dan
cuenta de lo que signic su paso por los tratos crueles. Narran, tienen
mucho que decir. A muchos se les aplicaba el clsico rol del polica bueno
y el malo, como dicta la preparacin de los agentes. Con los acusados de
ser guerrilleros se pona en juego una y otra vez. Un grupo de policas se
presenta como los buenos y empiezan: Est usted en manos del Poder
Ejecutivo Federal. Para usted ya se termin el anonimato, la clandestini-
dad, y continuaban: Recuerde que, segn sus propias reglas, usted tena
la obligacin de guardar silencio durante las primeras setenta y dos horas
a partir de su detencin y ya pasaron. Debe entender que entre usted y
nosotros hay un abismo infranqueable, que solo podr usted superar si
coopera con el gobierno. Soy todo odos, dganos su historia (en Ulloa,
2004: 35-36).
Salvador Castaeda (1980: 50), integrante del xai, recuerda lo ocu-
rrido: a uno lo agarran, lo tienen en instalaciones militares, por el ruido
de las botas ubica el sitio. Quien lo interroga, das atrs haba apareci-
do en fotografas, de esos que golpeaban estudiantes el 10 de junio de
1971. Lo reconoce, es un halcn. Este paramilitar le espeta: Ya pasaron
setenta y dos horas desde que los agarramos y de seguro sus camaradas
tomaron las medidas necesarias para la seguridad del grupo, as que co-
mience a hablar. Ellos estn libres y usted est aqu, no se le olvide. Y
empieza la tortura: introducirlo en una pila de agua, asxia
La roiruia ix ii xaico ii ia cuiiia sucia ix Mixico
158
Esto acaece en el cxx1, principal centro de reclusin clandestina.
Sitio donde ocurrieron mltiples prcticas de tortura. Varios de los so-
brevivientes, segn literatura y testimonios, estuvieron ah. En ese lugar
se encuentra parte de la memoria de la represin, de la guerra sucia. El
espacio es un marco social de la memoria, y en tanto tal, posibilita que
los sucesos, sus signicados, se mantengan, pues es en el espacio donde se
acumulan experiencias: Evocamos al recuerdo solo para llenar el marco
y prcticamente no tendramos el recuerdo si no tuviramos el marco
para llenar (Blondel, 1928: 151). Los sitios son un punto que emplazan
a la memoria. El Campo Militar donde estuvieron los exguerrilleros tiene
especial signicacin para ellos: ah fueron torturados, ah estuvieron en
la lnea de la muerte, a disposicin de los que operaban la represin.
Desde ah narran, desde ah reconstruyen. La narrativa constituye
una forma de comunicar, de transmitir, de hacer partcipes a otras per-
sonas de algn suceso concerniente a la vida del grupo al que se perte-
nece o forma parte. Es una manera de sealar lo que sucedi, de contar,
de relatar, de agregar y omitir elementos, pero siempre con la intencin
de la permanencia. En este caso, los recuerdos en las narrativas de dis-
tintos sobrevivientes van reconstruyendo esos momentos, coinciden: a
los detenidos en el cxx1 les practican: pocito, sumergiendo la cabeza,
y el cuerpo atado a una tabla, en depsitos sucios y con excremento
humano; descargas elctricas, les arrancan las uas, los cuelgan de los
dedos pulgares; les aplican el tehuacanazo (agua mineral en la nariz), a
los hombres les atan un hilo en los testculos y los ponen de cuclillas, de
forma tal que si se mueven pueden castrarse. En ese sitio de tortura hay
un mdico, por si se llega a cometer algn exceso que est a punto de
poner en la muerte al torturado (Castellanos, 2007).
Un sobreviviente de ese Campo relata varios casos que vivi de cer-
ca. Un prisionero, del grupo de Carmelo Corts, de las Fuerzas Ar-
madas Revolucionarias,
5
es llevado al cxx1, lo torturan y muere: El
muchacho era un valiente. Aguant un castigo tremendo y no delat a
Carmelo ni a nadie ms. Otro. Wenceslao Jos Garca, quien estuvo en
medio de una balacera y persecucin en las inmediaciones del Parque
Hundido de la ciudad de Mxico, fue llevado herido al Campo Mili-
5
Las Fuerzas Armadas Revolucionarias es un grupo que cre Carmelo Corts despus
de alejarse de las filas del Partido de los Pobres. A mediados de 1974 esta agrupacin ya est
formada y entra en accin en agosto de ese ao, con el secuestro de una empresaria local en el
estado de Guerrero.
Joici Mixioza Gaica
159
tar, a donde lleg Nazar Haro, al frente de un grupo de policas, para
torturar en su celda al retenido: Lleg un momento en que los gritos
se escuchaban terribles y despus se produjo un espeso silencio de mal
augurio los gritos del compaero haban sido tan fuertes e intensos
durante el interrogatorio, que su absoluto silencio posterior me conven-
ci de que los federales ngan y que la verdad era que se les haba pa-
sado la mano (Ulloa, 2004: 52, 65-66). Al sitio arrib un mdico y se
quej de la condicin en que haban trasladado al prisionero al Campo
Militar y su posterior sesin de tortura. Entraron con camilla. Sacaron
al secuestrado, prcticamente muerto. Despus sera trasladado a una
prisin, por presin de los mdicos militares.
La tortura en ese y otros campos, en instalaciones de la polica po-
ltica u otras policas, era cruel, especialmente cruel. Los recuerdos no
se van, porque signicativa es la memoria. Los que vivieron esos mo-
mentos siguen narrando, no se cansan, buscan que se les crea, que la
memoria sea algo menos marginal, que se enfrente a la historia ocial,
porque la historia es una, la que niega, la que omite, la que da cuenta
de la linealidad del tiempo donde solo hay grandes hombres y gran-
des sucesos, las rupturas (Halbwachs, 1950). Esa historia positivista no
contempla a los grupos golpeados, a los perdedores. La memoria insiste
en que esa parte del pasado importa, porque ha forjado el presente, per-
mite entenderlo, nos puede ensear que no hay futuro olvidando. Por
eso se dedican a narrarlo a quien quiera escucharlo.
Como en su momento seal Umberto Eco (1999: 184) para ciertas
omisiones histricas: La memoria colectiva se las arregla, a veces, para
sobrevivir a las censuras del poder y a los silencios de la historia. En eso
estn aquellos que sufrieron la represin en cuerpo propio. Como Pe-
dro Cassian Olvera, de las Fuerzas Revolucionarias Armadas del Pueblo
(iiai),
6
quien fue detenido en octubre de 1974 por la iis, y recuerda:
De inmediato me vendaron los ojos y me llevaron a una casa [] en
donde se me desnud y se me empez a golpear en todo el cuerpo y prin-
cipalmente con golpes de karate en la garganta y en la nuca, despus me
6
Las iiai son en buena medida consecuencia directa del iii, que surge alrededor de la
Universidad de Guadalajara para enfrentar a la iic, la cual es apoyada por el poder poltico local
y del centro del pas. En mayo de 1973, las iiai secuestran al cnsul estadounidense en Guada-
lajara, Terrance George Leonhardy. A cambio de su liberacin solicitan dinero, la difusin de un
comunicado y la excarcelacin de sus compaeros y que estos vuelen a Cuba. Y lo logran.
La roiruia ix ii xaico ii ia cuiiia sucia ix Mixico
160
mojaron y empezaron a darme toques elctricos con una picana (chicha-
rra-barra elctrica) en el pene, los testculos, el ano, en una cicatriz que
tengo, en las orejas, dentro de las fosas nasales, en los labios, en las encas y
en la lengua, despus de esto me hicieron comer dos tazas de excremento,
luego me tendieron en el suelo y Miguel Nazar Haro me pona una pistola
en la sien jalando el gatillo (simulacro de fusilamiento) [] Tambin me
amenazaban con que iban a llevar a mi familia para torturarla en mi pre-
sencia (Cassian, en Poniatowska, 1980: 109).
Las escenas se repiten, porque la memoria es reiterativa, insistidora, y
porque esas fueron las prcticas replicadas de la guerra sucia. Jess Mora-
les, otro torturado, es ms rme y acusador: Casi todos los que estuvi-
mos detenidos tenemos una marca en el tabique de la nariz. As quedas de
la venda que nunca te sacan y te va jodiendo porque te mojan, te meten
la cabeza en los excusados y luego se seca, se llaga y se infecta. Y agrega:
Uno aguantaba, pero hay un momento, compa, cuando lo que quieres
es morirte. Y te mueres el chingo de veces y regresas a lo mismo y te
vuelves a morir poco a poquito. Y les dices que te maten y noms se ren.
Haba que creer para aguantar (en Aguayo, 2001: 186).
Los testimonios coinciden y con sus narraciones se va ampliando
el pasado, se ensancha, hay ms cosas, cosas que antes se encontraban
ocultas; el pretrito cobra otras formas, distintas a las sabidas, a las do-
minantes; las narrativas de los sobrevivientes en ese contexto cobran
sentido, son refrendadas, porque como otras maneras de relatar, como
el canto o la recitacin, devienen forma de recordar, de mantener vivo
ese pasado experimentado, y de comunicarle a la sociedad cmo han
sido las cosas (Bruner, 2002).
Asimismo, reiterativo es el modo de actuacin de la polica poltica
hacia los guerrilleros. En el asalto bancario que efectu la Liga Comu-
nista 23 de Septiembre en abril de 1975 en la ciudad de Mxico, se
mostr un mtodo claro con el que actuaba la polica poltica. En el
enfrentamiento con la polica algunos guerrilleros son baleados en las
piernas, con lo que se imposibilita su huda, y adems, accin clave, no
matarlos al momento y llevrselos heridos. Dejarlos que se desangren
y no brindarles ayuda mdica, a menos que proporcionen informacin
acerca del paradero de otros integrantes de la organizacin. Esta era otra
modalidad de la tortura, la cercana con la muerte, a travs del dolor
fsico que amenaza con llevar al deceso. Ms an, ante la muerte de
Joici Mixioza Gaica
161
algunos policas en ese enfrentamiento, el entonces director de Polica
y Trnsito declaraba: La conducta de los delincuentes revela no solo
total desprecio al orden establecido, sino a la vida humana; por su par-
te, el presidente Luis Echeverra espetaba que los actos de la Liga eran
sangrientos, primitivos y de eras (en Castellanos, 2007: 255). En
consecuencia, as los trataron.
La justicacin: el discurso policiaco
En efecto, no solo fue en el terreno fsico que se practic un trato cruel
a los sealados de ser guerrilleros, por parte del Estado mexicano, pues
tambin dicho trato se justic retrica y discursivamente: mediante
el discurso creaban seres incmodos que permitieran justicar la ac-
tuacin represiva de la polica y el Ejrcito. Si se le cree a los cons-
truccionistas sociales, el lenguaje media entre la realidad y las personas
(Shotter, 1993). Cierto, el lenguaje ayuda a edicar lo que se considera
como real, por eso se hace uso de l y se llega a abusar, tal como lo hizo
la polica poltica, justicando su actuacin. Luchaban contra comu-
nistas, por el bien de Mxico; libraban una batalla contra terroristas,
contra feroces asesinos, contra el mal, etctera.
Fernando Pineda, del xai, cay a inicios de 1971 en manos de Na-
zar Haro; estuvo secuestrado 40 das. De 22 aos de edad, tena que
instruir militarmente a los integrantes de otras clulas de su agrupacin,
para lo cual deba alquilar una vivienda en Jalapa, Veracruz. No se ente-
r de que el dueo de la casa era un exjefe de la polica del estado. Poco
tiempo despus, la iis lo detuvo, as como a varios de sus compaeros.
A l lo trasladaron de Jalapa al Distrito Federal, todo el tiempo tirado en
el piso del auto. Lo llevaron a las instalaciones de la iis. Cuando fue in-
terrogado por primera vez, Nazar Haro no saba prcticamente nada del
xai. La tortura comenz desde el primer momento: pantalones abajo
y descargas elctricas en los testculos para ablandarlo e interrogarlo.
Colgado de unas esposas, fue puesto en una celda en las mismas insta-
laciones. Despus se dara cuenta de que ah se encontraban otros com-
paeros suyos, entre ellos Ana Mara Tecla (actualmente desaparecida),
a quien le aplicaban descargas elctricas en los senos para que diera in-
formacin acerca de su grupo guerrillero. Tenan en esas instalaciones a
Fabrizio Gmez, cabeza del xai, pero Nazar no saba quin era; tenan
La roiruia ix ii xaico ii ia cuiiia sucia ix Mixico
162
un documento, La experiencia, y la polica no descifraba la conexin
con Corea del Norte, donde la gente de este grupo se haba entrena-
do militarmente. A Fernando le aplicaron ms tortura, ms descargas
elctricas en la boca. En otro momento, Nazar lleg a interrogarlo y le
exigi: Dime todo lo que sepas de esto y se alargaba los ojos simu-
lando ser oriental. La iis tena informacin acerca del entrenamiento
del xai en Corea del Norte. En marzo de ese ao lo presentaron ante
las autoridades (en Petrich, 2003). Por lo dems, entre febrero y marzo
de 1971 cayeron 19 integrantes del xai; todos estuvieron en manos de
Nazar Haro.
Este caso es muy relajado con respecto a los siguientes, especialmen-
te fuertes, crueles; la retrica es clara, as pensaba y as actuaba la polica
poltica. Durante un mes Jos Luis Moreno estuvo como desaparecido.
La iis lo detuvo el 19 de mayo de 1975. Fue sometido a brutales tor-
turas. De las instalaciones de Tlatelolco fue llevado al cxx1, donde
Salomn Tans, quien se encontraba al frente de la Direccin de In-
vestigaciones para la Prevencin de la Delincuencia (iiii), lo tortur.
Permaneci en el Campo hasta el 16 de junio. Nazar Haro le dijo: Yo
s que a la larga van a ganar, pero voy a hacer hasta lo imposible por
retrasar ese momento. Moreno era militante de la Liga Comunista 23
de Septiembre, y cuando Nazar le dijo eso, se encontraba como desapa-
recido. Era integrante del Comit Militar de la Brigada Roja de la Liga,
que haba participado en la emboscada a un tren que viajaba de Cuautla
a la ciudad de Mxico; en esa accin murieron cuatro militares. Jos
Luis Moreno recuerda:
Me trasladaron al Campo Militar Nmero Uno. Ah Salomn Tans, jefe
de la iiii, diriga y ejecutaba las torturas: me daban golpes en todas par-
tes, me aplicaban toques con picana en todo el cuerpo, me ataban a una
tabla y me sumergan al abrevadero hasta el punto de la asxia. Amenaza-
ban con torturar a mi familia si no hablaba. En una ocasin me colgaron
de los brazos a una viga, despus de un largo tiempo al agente no le pareci
suciente, as que me dej suspendido de un solo brazo durante horas (en
Ramrez, 2005b: 15).
Como consecuencia de esa tortura, Moreno perdi la mano izquier-
da. En esos interrogatorios, Nazar representaba el papel de polica bue-
no. Por su parte, los militares lo torturaban, ensandose con l por la
Joici Mixioza Gaica
163
muerte de cuatro castrenses en la emboscada al tren. A los militares,
recuerda, no les interesaban datos de casas, contactos, quines los diri-
gan, sino quin los entrenaba, dnde adquiran las armas y dnde ha-
can prcticas militares. Jos Luis Moreno fue consignado ante un juez
el 22 de junio de 1975 y llevado a Lecumberri. Antes de ser trasladado
a prisin, Nazar le espet: Te voy a dar dos mensajes, uno para la gente
de adentro y otro para la gente de afuera. Yo s que vas a tener comu-
nicacin con la gente de fuera. El primero es que quien sale libre y se
vuelve a meter, no regresa. El segundo es que este es el ltimo grupo que
llega a la crcel. El exmilitante de la Liga recuerda que, efectivamente,
su grupo fue el ltimo en arribar a la crcel legal: Despus de nosotros
la mayora cae muerta en enfrentamientos o son desaparecidos (en Ra-
mrez, 2005a: 14). A partir de mediados de 1975 se despliega la guerra
de exterminio contra la Liga.
Otro torturado por el jefe de la iiii fue Mario lvaro Cartagena
Lpez, El Guaymas, tambin militante de la Liga. Estuvo detenido ile-
galmente en el cxx1. En entrevista narra:
Al salir de ah me dijeron: Sabes qu cabrn, no queremos que digas nada
de lo que viste. A los dos meses me sacan de ah y a los dos meses me
llevan a una crcel pblica. Llegando al Reclusorio le dije a doa Rosario
Ibarra: Quiero dar testimonio. Me lleva a Jos Reveles, de Proceso, y le
digo lo que vi en el Campo. Proceso publica en primera plana que hay
presos desaparecidos en el Campo Militar [] al otro da llega gente de
la Brigada Blanca, me sacan de la crcel y me llevan al Campo otra vez, y
me dice Salomn Tans: De qu se va tratar hijo de la chingada? Sigues
con tus pinches mamaditas y te vamos a dar en la madre a ti y a tu familia
[] y yo frente a la polica me amedrent. El hecho de llegar al Campo, el
miedo es tal que algunos compaeros casi casi te zurras.
El hecho de que se le indique, se le imponga, que no hable al respec-
to de lo que mir en el cxx1 es parte del entramado del silencio que
rodea a la guerra sucia; de ese silencio que va congurando el olvido:
el silencio material del olvido, el lenguaje material de la memoria. El
poder, Ejrcito y iis apostndole al olvido; los torturados apostndole
a la memoria: La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la
memoria contra el olvido (Kundera, 1978: 10). De ah la necesidad del
silencio por parte de unos, y de narrar por parte de otros. Por lo dems,
La roiruia ix ii xaico ii ia cuiiia sucia ix Mixico
164
ese mismo polica poltico le espetar: Yo soy Salomn Tans, el que te
puede dar o quitar la vida; si quieres vivir tienes que hablar, confesar
(en Ramrez, 2005a: 14).
La tortura es cruel, y se comunica. Benjamn Prez Aragn, que quera
ser sacerdote y termin en el grupo Los Lacandones,
7
recuerda la tortura
que sufri tras ser aprehendido: Despus de la tortura la crcel result
un descanso porque a los Lacandones nos torturaron mucho. En vez de
introducirnos la cabeza en el pocito que es un tanque de agua, lo hicieron
en los excusados. A un compaero lo tuvieron colgado mucho tiempo
y estuvo a punto de perder una mano por tumoracin. Narra lo cruel:
Nos hicieron lo del pollo rostizado, t ests hincado y amarrado de los
brazos y de las piernas encima de un palo; t mismo tienes que guardar el
equilibrio porque te amarran de los genitales de tal modo que si pierdes
el equilibrio pierdes otra parte. Agrega: Despus de eso, los golpes y
hasta los toques elctricos en los odos, en la lengua a m donde ms me
molestaba era en la lengua en cualquier herida o cicatriz, eran poca cosa.
Lo peor es el pollo rostizado (en Poniatowska, 1980: 168).
La tortura se ejerce desde una posicin de ventaja, instruye, en be-
necio del ms fuerte, relaciones ventajosas economizando trabajo y pa-
labras, en este sentido el apogeo de la violencia no es el homicidio (que
suprime el objeto mismo de la violencia), sino la tortura, pues esta asocia
la vctima, a pesar suyo, a su verdugo (J. M. Domenach, en Dobles,
1990: 199). De cierta forma, el torturador le hace saber que de l depen-
de su vida, su fsico, su permanencia. Junto con el discurso, la retrica de
la autoridad, va la prctica, para mostrar el poder del que se goza. Aunado
a eso, se van sosticando los mtodos de la violencia. La ciencia participa
en ello; los cientcos contribuyen a mejorar esos mtodos, se va profe-
sionalizando. As, en este caso, desde inicios de los aos setenta, agentes
de la iis reciben asesora de sus pares sudamericanos; as sosticaron sus
mtodos de tortura; perfeccionaron el pocito y los toques elctricos en
partes nobles: estos sern sus mtodos por excelencia.
De todas estas prcticas de represin que ejerci la polica poltica
a los que acusaba de ser guerrilleros, y que ellos mismos reconstruyen
dcadas ms tarde, Nazar Haro espeta tajante: Eran y son los maes-
7
Los Lacandones, en buena medida, provenan de los comits de lucha de la Universidad
Nacional Autnoma de Mxico y del iix. Participaron en el movimiento estudiantil de 1968;
despus de la represin del 2 de octubre tomaron la ruta de las armas.
Joici Mixioza Gaica
165
tros de la mentira (en Castillo, 2003a). No obstante, aos despus, un
exagente de la iis recordar varias cosas sobre las sesiones de tortura:
El miedo tiene olor; las celdas olan a miedo, olan mal (en Torres,
2008: 101), al dar cuenta de que en la sede de la iis, en la Plaza de la
Repblica de la ciudad de Mxico, haba siete u ocho celdas para los
interrogatorios, todas ellas impregnadas de ese olor.
Tal parece que la infraestructura con que contaban las instalaciones
militares se queran reproducir en las instalaciones de la iis, pues en
un documento que se localiz en el Archivo General de la Nacin se da
cuenta de los aditamentos que en 1979 solicit Nazar Haro para el edi-
cio de la iis, entre ellos un incinerador (Rodrguez Mungua, 2003).
Para qu un incinerador en un edicio donde muchos exguerrilleros
aseguran que los torturaban? La respuesta parece clara, en tanto que hay
un testimonio sobre crematorios en el cxx1.
La crueldad sobre ellas
Como se ha dejado entrever en algunos testimonios, no solo hombres
eran torturados en las crceles clandestinas de la polica poltica. Las mu-
jeres tambin sufrieron vejaciones, torturas, humillaciones, crueldades.
Ellas, de igual manera, reconstruyen, por virtud de la palabra, la narrativa
y la memoria, lo que se denomina referencia a distancia, sea en tiempo o
espacio, eso que aconteci puede hacerse presente (Bruner, 2002). Tanto
hablante como oyente comprenden lo que se narra, lo que se recuerda. La
memoria colectiva posibilita que eso que se experiment en el pasado se
actualice, que lo que se pudo ostentar en algn momento como ruptura
en el tiempo, se convierta en continuidad; que lo que aconteci, se mani-
este; que las emociones vuelvan a aparecer, porque la memoria colectiva,
como se ha sealado, es afectiva (Halbwachs, 1950).
Laura Elena Gaytn Saldvar ha sealado que el 12 de abril de
1979 en Torren, Coahuila, Jos Luis Martnez Prez, de 32 aos
de edad, y Eln Santiago Muoz, de 28 aos, fueron muertos por el
mismo cuerpo policiaco. Reere: Se me detena por ser la esposa
de Jos Luis Martnez, miembro del xai; agrega: Inmediatamente
empezaron los interrogatorios y no tardaron en hacerse presentes los
insultos y los golpes que se me propinaban con toda saa en las par-
tes ms sensibles de mi cuerpo, como en la cabeza, senos, estmago,
La roiruia ix ii xaico ii ia cuiiia sucia ix Mixico
166
espalda; fui vctima tambin de algunos intentos de asxias; todo esto
apareado con una serie de amenazas que incluan la integridad fsica y
mental de mi hermana Patricia Gaytn, la de mi pequeo hijo de dos
aos y medio de edad, Inti, y por supuesto la ma (en Poniatowska,
1980: 111).
Otro caso. Es abril de 1978, en Torren, Coahuila. Es la reunin na-
cional del xai. La dirigencia es detenida; entre ellos, Humberto Zazue-
ta y su esposa Bertha Alicia Lpez, junto con su hija Tania. La hermana
de Humberto y su esposo, junto con su hijo Beto de dos aos y medio,
tambin son detenidos. Empieza el camino tortuoso. Con el siguiente
relato inicia el informe presentado por la Comisin Nacional de De-
rechos Humanos (cxiu) en noviembre de 2001, sobre desapariciones
forzadas. Bertha Alicia Lpez narra:
Ya en la calle fuimos tirados al suelo y empezaron los agentes a golpear
salvajemente a mi esposo para que dijera la direccin de otras dos per-
sonas: luego lo arrastraron de los cabellos y lo metieron en la cajuela de
un auto; enseguida hicieron lo mismo conmigo [...] Nos llevaron a un
local [] Enseguida o que le decan a mi esposo: Ahorita vas a hablar
cabrn, triganme a su vieja. Enseguida me levantaron, me quitaron el
trapo que tena en la cabeza y me obligaron a desnudarme por completo.
Luego me llevaron a presenciar a mi esposo, el cual se encontraba tam-
bin desnudo y le estaban aplicando toques elctricos en los testculos.
Me tiraron al suelo, me golpearon en su presencia y me levantaron de los
pechos estirndome los pezones. Despus me introdujeron en la vagina
un erro al cual me dijeron que le iban aplicar corriente elctrica (cosa
que despus no hicieron) pero s me dieron toques en la vulva y en los
pechos [...]
A m me traan en un carro seis agentes: tres en la parte delantera y tres
atrs conmigo, uno de ellos me abrazaba (yo estaba amarrada) y los otros
me manoseaban el cuerpo diciendo obscenidades [...] Uno de ellos me
dijo: tienes hijos?. S, una nia de un ao. Bueno, ya viene en cami-
no para que esta cabrona sepa lo que sabemos hacer (deca otro). Sabes
que te vamos a matar?. Por qu?. Por guerrillera, no te hagas la pen-
deja. Yo no soy guerrillera. Al rato vas a jurar por tu madre que lo eres
(otro). Sabes lo que les hacemos a las cabronas como t? Las matamos
pero de a poquito mamita y se mueren hasta que a nosotros se nos pega la
gana. Vas a suplicar que te matemos [...]
Joici Mixioza Gaica
167
A mi hijita Tania, de un ao dos meses, la torturaron en mi presencia
maltratndola y aplicndole toques elctricos en todo su cuerpecito [...]
(cxiu, 2001: 1).
Despus de la tortura, los adultos son trasladados al Campo Militar
La Joya; ah sigue la tortura. El infante Beto es liberado; a Tania, la hija
de Zazueta y Lpez, se la lleva el jefe de la Polica Judicial de Coahuila.
Despus, los detenidos son trasladados al cxx1. A los tres meses, las
cuatro mujeres detenidas son liberadas, Pero con la advertencia de que
las matarn si hablan de lo ocurrido. Ellas denuncian lo sucedido. En El
Universal, por vez primera, se da a conocer lo que sucede en el cxx1.
Bertha Alicia, esposa de Zazueta, recupera a su hija Tania, y el caso es
presentado ante las Naciones Unidas (Castellanos, 2007: 303).
Otro caso, tambin muy cruel: Cuando me detuvieron, lo nico que
les peda era que no me golpearan en el vientre. Tena un embarazo de sie-
te meses. Pero la respuesta fue: Que se muera el engendro del demonio,
porque va a ser un guerrillero igual que su padre (en Castillo, 2003b:
54). Eso narra Martha Alicia Camacho Loaiza, una sinaloense, que fue
detenida el 19 de agosto de 1977 por la Brigada Blanca. Estuvo ilegal-
mente apresada durante dos meses. Su esposo coordinaba una brigada
de la Liga Comunista 23 de Septiembre. Llegaron los agentes a su casa y
preguntaron por ella, despus por el marido, quien era acadmico de la
Universidad Autnoma de Sinaloa. Esperaron escondidos en la casa, hasta
que lleg el profesor universitario y lo acribillaron. Ella fue llevada, segn
recuerda, a unas instalaciones militares, la novena Zona Militar, donde
fue interrogada por personal castrense. Ah se encontraban otras personas
detenidas de quienes despus ya no se sabra ms, gente de Sinaloa, quiz
de Los Enfermos. Lleg con siete meses de embarazo, su hijo naci en la
prisin clandestina, el 29 de septiembre de 1977. Reconstruye:
Cuando naci mi hijo, me levantaron la venda de un ojo y me dijeron:
Mira, mira a tu hijo, se llama Tompson; sabes por qu? y en el mo-
mento en que me levantaron as, para que viera el beb, tena una ame-
tralladora en la cabeza, mi beb todava ensangrentado, y me dijeron que
se llamaba Tompson, porque es lo primero que estaba sintiendo l, una
metralleta Tompson en su cabeza, y que si yo no deca todo lo que saba,
que le iban a volar la (en Castillo, 2003b: 54).
La roiruia ix ii xaico ii ia cuiiia sucia ix Mixico
168
La siguieron torturando, con la amenaza de quitarle al beb. Final-
mente, la dejaron libre el 7 de octubre de 1977.
Ms casos, igual de indignantes y humillantes, ocurrieron a mujeres
cuyas parejas se encontraban detenidos en campos militares. Al menos
un militar, que particip como testigo ante un tribunal castrense que
investigaba los excesos de varios militares cometidos en esos tiempos en el
estado de Guerrero, lo declar. Margarito Monroy Candia, piloto, expre-
s que en la base algunos militares obligaban a las mujeres a tener relacio-
nes sexuales con ellos, con la promesa de dejar libres a sus parejas (Daz,
2002a, 2002b). Lo ltimo, liberarlos, evidentemente no ocurri.
Degradacin del otro, sometimiento del torturado y de sus allega-
dos; el poder del torturador se maniesta, y hay un contexto posiblita-
dor: la guerra sucia, la lucha contra los terroristas, contra los comunis-
tas, contra los que quieren introducir ideas extranjeras en Mxico. Esa
es su justicacin. Todo esto constituye piezas de los excesos, muchos
excesos que se produjeron. Y en el presente se reconstruyen.
El relato es una prctica milenaria, las culturas mesoamericanas lo
obraban, as se comunicaban los descubrimientos, las invenciones, los
conocimientos, lo vivido, por excelencia de esta manera cobraba forma.
Eso permita entender y comprender el mundo. En la reconstruccin de
la memoria colectiva, lo que importa es que lo que se pone en el relato re-
sulte signicativo para quien narra y para quien escucha. En esa narracin
se van reconstruyendo los pasajes de un pasado antes ocultado, negado,
silenciado. La palabra se asoma al pasado: la palabra es contrabandista de
ideas, en este caso, de eventos que se crean no estaban ya. Lo sucedido se
va dibujando, el recuerdo lo va haciendo. Por memoria colectiva se puede
entender la reconstruccin de un pasado vivido y/o experimentado por
un grupo o colectividad. En este caso, el grupo es el de los guerrilleros so-
brevivientes de las torturas, torturas que realiz un aparato represivo que,
con una justicacin ideolgica, pretenda aniquilarlos. Para ello, pusie-
ron en prctica la denominada guerra sucia, guerra injusta y cruel contra
aquellos que pensaban distinto a lo que las instituciones decretaban. Pu-
sieron en marcha una serie de prcticas sucias que dejaron su marca en
los cuerpos de aquellos a quien iba dirigida (y tambin en muchos cuer-
pos ajenos a esta lucha). La picana elctrica, las tablas para atar cuerpos,
los hilos en las partes nobles, los tubos introducidos; los tehuacanazos,
las vendas en los ojos, todo mediado por un discurso del torturador: yo
tengo el poder de decidir cundo y cmo sales de aqu o cmo y cundo
Joici Mixioza Gaica
169
mueres. La retrica del torturador. La amenaza de traer a la familia y tor-
turarla frente al detenido; la humillacin y denigracin permanente hacia
las mujeres. Todo esto tambin se neg. Ocialmente, nunca existi. En
la historia no se registr. Se le apost al olvido.
Contra todo eso, la reconstruccin que realizan los que sufrieron la
embestida de la violencia, han estado enfrentndose: contra lo negado.
La memoria de los torturados emerge, se va delineando, va iluminando
zonas oscuras del pasado mexicano, y cobra signicado lo que dicen. Ante
esto hay que abrir los ojos, los odos, escuchar, pues no basta narrar para
que haya comunicacin: se debe escuchar y comprender lo narrado. El
acto de comunicar implica, a su vez, un acto de recibir; recibir reere
a hacer volver y reconquistar, volver a tomar que no es otra cosa
que actualizar, actualizar eso que ha estado otando en el ambiente, eso
obligado al silencio, pero murmurado durante aos. Las doas gritando
en el Zcalo de la ciudad de Mxico que les entreguen a sus hijos, aunque
sea trozados de tanta tortura, repitindolo una y otra vez, ao tras ao:
repetir para conjurar el riesgo del olvido, acusa la memoria.
No cierre: de cuerpos y memoria
Otros ms, cientos, despus de ser torturados fueron desaparecidos;
personas de las que ms nada se supo. Pero que se les mir en un cam-
po militar, en una crcel clandestina, por ltima vez. De esto hay una
cantidad de relatos. Para ilustrar, un caso, que al mismo tiempo propor-
ciona elementos de lo que en cientos de casos ms ocurri.
Rafael Ramrez Duarte, militante de la Liga Comunista 23 de Sep-
tiembre, es detenido el 9 de junio de 1977 en el Estado de Mxico,
junto con otras personas; entre ellas estn algunos de sus hermanos:
Los hicieron pasar a todos por torturas, narra en entrevista Tania
Ramrez, hija de Rafael e integrante desde el ao 2000 de la organiza-
cin Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio
seccin Mxico.
8
En chas y documentos pertenecientes a la iis y
que ahora se encuentran en ocinas del Centro de Investigacin y
8
Hijos es una organizacin que surge a mediados de los aos noventa en Argentina. Des-
pus en otros pases se crean organizaciones similares, con hijos de desaparecidos polticos. Es
el caso de Mxico, organizacin formada en 1990, y que desde su surgimiento ha demandado
la presentacin con vida de sus familiares.
La roiruia ix ii xaico ii ia cuiiia sucia ix Mixico
170
Seguridad Nacional y el Archivo General de la Nacin, se consigna
que la iis detuvo a Rafael Ramrez, pues ah est su cha signalctica,
elaborada el 17 de junio de 1977; en el reverso se consigan la fecha de
detencin y se indica que estaba bajo investigacin. Existen, adems,
testimonios que arman que fue interceptado por integrantes de la
Brigada Blanca y despus llevado al cxx1, donde fue sometido a tor-
tura; tres personas fueron testigos de ello: lo torturaban con descargas
elctricas y lo sumergan en una pileta con agua. En ese Campo se
le vio ensangrentado por ltima vez, segn estos testigos que fueron
liberados. Eso consigna en su informe la cxiu. En efecto, los fami-
liares de Rafael fueron puestos en libertad, y eso narran ellos desde
afuera, que Rafael se qued:
Los testimonios que se tienen son de las personas que salen, el Campo
Militar sigue siendo un campo en operaciones y est bajo el resguardo
militar ms frreo [] nalmente salieron el resto de los hermanos, pero
mi pap se qued ah; en algn momento le dijeron a sus hermanos que
era un hombre peligroso por lo que saba y por lo que haca, y que por eso
no sala (Tania Ramrez).
Por otra documentacin, se sabe que la iis acusaba a Rafael de ha-
ber planeado el secuestro del industrial cervecero Antonio Fernndez,
razn por la cual decidieron mantenerlo en prisin clandestina. El 29
de marzo de 1977, la Liga haba secuestrado al presidente del Consejo
de Administracin de la Cervecera Modelo, Antonio Fernndez, con la
demanda, a cambio de su liberacin, de una suma de dinero, la reins-
talacin de 130 obreros despedidos, el pago de jubilacin a 92 extra-
bajadores y que se publicara un comunicado. Parte de las demandas se
lograron, pero la feroz cacera contra los integrantes de la Liga continu
su marcha. Vctima de esa batida fue Rafael Ramrez. Contina con su
relato Tania:
Mi padre se qued ah, en el cxx1. Cuando el resto de mis tos y una
ta que estuvo algunas semanas ah tambin salieron, dieron testimonio
de que ah estaba. Estaba golpeado, recuperndose de una costilla rota,
saliendo de los daos fsicos de la tortura. Pero estaba vivo [] estaba
en el cxx1. Es el ltimo lugar en el que se le vio con vida. Y lo seguimos
reclamando con vida [] para septiembre-octubre del 77, todava, las
Joici Mixioza Gaica
171
personas que salieron dieron testimonio de que estaba ah, es decir que
estuvo meses ah, con vida.
Sobre este caso, en su informe la cxiu concluye:
Se logr acreditar que elementos de la extinta Direccin Federal de Segu-
ridad, entonces perteneciente a la Secretara de Gobernacin, as como
del Ejrcito mexicano, incurrieron en un ejercicio indebido del cargo, al
detener arbitrariamente y retener ilegalmente a Rafael Ramrez Duarte, a
quien adems de interrogarlo sin estar facultados para ello, no lo pusieron
a disposicin de la autoridad inmediata una vez lograda su detencin []
se logr establecer que la ltima noticia que se tuvo de su paradero, fue el
25 de octubre de 1977, cuando se encontraba en el Campo Militar N-
mero 1 [] y desde entonces se desconoce su paradero.
En efecto, despus de ser torturado y de encontrarse en el cxx1, a
Rafael Ramrez lo desaparecieron. Nada ms se dijo sobre l o acerca de
su paradero. Su hija Tania Ramrez relata:
La nica respuesta ocial que tuvimos fue un citatorio que lleg a casa de
doa Rosario Ibarra, a nombre de mi padre y a nombre de muchos otros,
diciendo que se presentaran, lo cual signica un acto de cinismo y, en el
mejor de los casos, de ineptitud. Si no es ineptitud y fue deliberado, es un
acto de crueldad profunda pensar que se puede enviar un citatorio a un
desparecido poltico, para que se presente para que las averiguaciones se
sigan completando.
En muchos casos la tortura llev a la muerte y desaparicin de per-
sonas; ms de 500 a decir de registros de algunas organizaciones que de-
mandan su presentacin con vida. Rodrguez Mungua (2004: 9) seala
que entre 1972 y 1982 a los aparatos de seguridad del Estado mexicano
se les atribuyen al menos 532 desapariciones. Muchos de los actuales
desaparecidos fueron arrojados al mar. Otros, incinerados, como narra
un exagente de la iis.
En un documento de la iiii y de la Direccin General de Polica
y Trnsito del Distrito Federal se muestran las chas de 27 guerrilleros,
25 con fotografas, detenidos entre mayo y agosto de 1975. Estn en el
cuartel del Batalln de Granaderos de Tlatelolco. Diez de los que ah se
La roiruia ix ii xaico ii ia cuiiia sucia ix Mixico
172
registran se encuentran actualmente como desaparecidos. Pero ah estn
sus chas: fueron detenidos y despus nada se supo de ellos (Ramrez,
2005a). En ese mismo documento aparecen las chas de los presuntos
guerrilleros que fueron abatidos en las instalaciones de la Ciudad Uni-
versitaria, en la Universidad Nacional Autnoma de Mxico: Adolfo
Lozano Prez, Mariano/Adolfo, y Teresa Hernndez Antonio, Alejandra.
El 15 de junio de 1975 se veran con David Jimnez Sarmiento, cabeza
de la Liga, y all fueron muertos por la polica poltica. Los asistentes a
una exposicin canina fueron testigos del hecho. La prensa solo repor-
t que los desconocidos fueron alcanzados por las balas, aunque en
el encabezado de la nota periodstica se seala: Saldo: dos terroristas
muertos y 14 presos (El Universal, 1994: 204).
Jos Luis Moreno, de quien hablamos antes y que perdi un brazo
a consecuencia de las torturas, recuerda que en esos das Nazar Haro le
mostr unas fotos de Adolfo y Alejandra (los muertos en Ciudad Uni-
versitaria) y despus lo llevaron al Servicio Mdico Forense para que
identicara los cadveres. El mismo Jos Luis Moreno, en ese mismo
junio de 1975, en el cuartel del Batalln de Granaderos, en las instala-
ciones de Tlatelolco, comparti celda con David Jimnez Fragoso, pa-
dre de Jimnez Sarmiento, quien hasta la fecha contina desaparecido
(Ramrez, 2005b).
Cuerpos arrojados, gente ausente, guerrilleros que no regresaron de
la prisin clandestina. Los gobiernos en turno lo han negado. La histo-
ria no los reconoce. A los familiares de los desaparecidos les han hecho
malas narraciones, malas por ser tergiversadas, incompletas, contradic-
torias y sin sentido: que no tienen a sus hijos, a sus padres, a sus her-
manos, a sus primos, no obstante que muchos de ellos fueron vistos
por ltima vez en algn campo militar del estado de Guerrero o de la
ciudad de Mxico. Su demanda ha sido clara: Vivos se los llevaron, vi-
vos los queremos; aunque algunos intuyen que a tres dcadas de haber
desaparecido su familiar, estar muerto. En tales casos lo que deman-
dan es que se les presente el cuerpo. Lo siempre negado, pero luego
en los hechos reconocido: recientemente la Procuradura General de la
Repblica (ici) entreg restos de cuerpos identicados como de per-
sonas vctimas de la guerra sucia. De esta manera, ocialmente se est
reconociendo que existieron desaparecidos y ejecuciones extrajudiciales
(Olivares, 2007: 10). Los cuerpos se devolvieron no sin antes amenazar
con que de haber prensa presente esto no se realizara.
Joici Mixioza Gaica
173
Como imgenes materiales, una funcin de los artefactos, como los
cuerpos humanos con o sin vida, es facilitar la relacin entre actitudes
e intereses que constrien y guan los recuerdos de los afectados (Ra-
dley, 1990: 72). Los cuerpos como artefactos del recuerdo: las cicatrices,
las marcas, la ausencia de alguna extremidad. El cuerpo es recipiente
del recuerdo. Pero no solo el cuerpo, lo es tambin el espacio donde se
sufri la tortura: los campos militares, las instalaciones policiacas, los
lugares que la polica poltica emplazaba para violentar los cuerpos y
someterlos, para horrorizarlos, para deshumanizarlos. Lo son, asimis-
mo, marcos de la memoria, las fechas, como ese 15 de septiembre que
se recordar toda la vida y que inicialmente remite a una Independencia
y Libertad, y que en la prctica no existe, porque se violenta una y otra
vez por aquellos que se supone deben garantizarlas.
Cuerpos, espacios y fechas conuyen en los relatos, y se organizan
de acuerdo con las circunstancias presentes, porque la memoria opera
desde el presente: se reconstruyen los pasajes, los trozos del pasado tor-
tuoso, y se les da coherencia; como en todo relato, se le lleva al terreno
de la signicacin, de las palabras, de lo compartido, y de esa manera se
edica nuevamente eso que se experiment, ahora en el odo de aquel
que escucha el relato, aunque es a travs del relato del torturado que
quien escucha va reconociendo lo acontecido.
La demanda de entrega de cuerpos tiene razones de memoria: en un
sentido amplio facilita la expresin pblica del dolor social, al tiempo
que posibilita una cierta reintegracin de la comunidad, reconocien-
do en ese momento y de manera abierta una prdida, posibilitando de
esta forma la generacin de lazos de solidaridad. En la familia los ritos
alrededor del cuerpo, por ejemplo el funeral, permiten la expresin del
dolor y el reconocimiento abierto de la mortandad, mitigando as la
separacin y prdida del familiar. El dolor y la prdida son reconocidos
por los dems. Pero para ello se requiere el cuerpo: tener el cuerpo de
un ser querido es tener aquello que se ha de recordar y depositarlo en un
sitio, panten, lpida, urna. Tener un sitio donde el cuerpo es deposita-
do, es tener un sitio para la memoria. Hay memoria del muerto.
Esto no puede ocurrir necesariamente de esa manera con los despa-
recidos polticos, porque sus cuerpos no estn, no han aparecido. La
muerte ota en el aire. No tener el cuerpo y un sitio donde conarlo es
no tener un sitio para el recuerdo de esa persona. Por tanto, la entrega
de cuerpos se hace apremiante y necesaria, porque sin ellos los familia-
La roiruia ix ii xaico ii ia cuiiia sucia ix Mixico
174
res de los desaparecidos no podrn conmemorar y entonces sus vidas
estarn ocupadas por el olvido, y un trozo de su identidad estar vaco.
Desaparecer personas y luego negar la entrega de sus restos es, en parte,
a lo que se le denomin guerra sucia en Mxico. Y sucio etimolgica-
mente signica hmedo. Y la humedad incomoda.
Guerra sucia: entre memoria y olvido
El dominio sobre la memoria y el olvido, como prcticas sociales, es
un proceso eminentemente poltico, y deviene elemento fundamental
para el control y ejercicio del gobierno en una sociedad. Apoderarse de
la memoria y, por supuesto, del olvido de una sociedad es una de las
preocupaciones de los grupos de poder. De ello son muestra sus olvidos
y silencios: de la manipulacin de la memoria. La memoria de una so-
ciedad es uno de los lugares privilegiados de la ideologa, y mediante la
representacin del pasado que en ella se forja se puede justicar el pre-
sente y proyectar el futuro. En Mxico, en el caso de la guerra sucia, la
apuesta del gobierno mexicano fue el olvido. La guerra desatada contra
las agrupaciones subversivas fue en todo momento acallada. El silencio
fue el recurso del que se hizo uso. A ello contribuy la prensa, televisiva
y escrita. A la guerrilla no se le reconoci como tal, se le enclaustr en
la categora de delincuentes y terroristas. Su manifestacin como actor
social pas desapercibida para una gran parte de la poblacin mexicana.
Si no haba guerrilleros tampoco podan existir excesos contra ellos:
hubo, en consecuencia, una especie de programacin del olvido pues al
no haber noticias sobre los actos de represin, estos, en los hechos, no
existieron. Ese manejo de la situacin, al paso del tiempo, es el manejo
de la relacin memoria-olvido, olvido que posibilita la garanta de la
impunidad: lo que no se sabe o no se recuerda no ocurri, no tuvo lugar
en el pensamiento de la sociedad y, por tanto, no se puede condenar.
Los familiares de los encarcelados y desaparecidos recuerdan, es cier-
to, lo que sucedi. Es cierto que se han manifestado frente a la Catedral,
frente al Palacio Nacional, frente a la ici, el primer sbado de cada mes
frente a la Suprema Corte de Justicia de la Nacin, en diversos sitios,
pero su voz sigue sin tener el eco requerido: que se encuentre en el es-
pacio pblico para ser considerada en la toma de decisiones para aclarar
lo ocurrido en esas dcadas. Si la opinin pblica es algo as como esa
Joici Mixioza Gaica
175
parte de la sociedad que recuerda, en consecuencia no hay opinin so-
bre la guerra sucia. Apenas se encuentra en formacin, toda vez que el
intento de exterminio de la guerrilla en nuestro pas fue algo que en el
discurso pblico no ocurri: olvido en construccin. Negacin y omi-
sin: procesos con los que se edica el olvido social.
La disputa sigue siendo la de siglos atrs: memoria versus olvido im-
puesto. Olvido de una parte de la vida social y poltica de nuestro pas.
Olvido de acontecimientos que en alguna medida contribuyeron al cam-
bio de rgimen en el ao 2000. Olvido de hechos que, aunque dolorosos
y mortferos, contribuyeron a una reforma poltica en los aos setenta
del pasado siglo. Sucesos sin los cuales no puede entenderse la presencia
actual de la guerrilla, que en buena medida proviene de esos tiempos,
porque la guerrilla simple y sencillamente no fue aniquilada. Muchos de
sus integrantes se replegaron y ahora resurgen. Pues bien, seguir ocultan-
do ese periodo de la denominada guerra sucia en Mxico no lleva sino a
un desconocimiento de la actuacin de algunos grupos en el presente.
Desconocer el pasado es incmodo, porque no saber de dnde se viene,
no saber los principios, lleva a no saber cul es el rumbo, a dnde se va.
Por fortuna ha habido grupos que han insistido en que este episodio
de la vida mexicana no quede enterrado en el olvido. Han insistido en
su discusin, en su esclarecimiento. Algunos eventos, desde la academia
hasta foros donde se brindan testimonios acerca de lo ocurrido en esos
aos, estn contribuyendo al rescate de esa memoria. El presente traba-
jo pretende asistir a este intento.
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La roiruia ix ii xaico ii ia cuiiia sucia ix Mixico
180
181
Construccin social del espacio urbano:
Ecatepec y Nezahualcyotl.
Dos gigantes del oriente
Mario Bassols Ricrdez
Maribel Espinosa Castillo
La produccin social del espacio en una megaciudad que en la actuali-
dad rebasa los 20 millones de habitantes, ha sido fuertemente jaloneada
por la dinmica urbana experimentada a partir de la posguerra, en el
oriente y nororiente de la ciudad de Mxico. De entre los casos ms
significativos y relevantes, destacan los dos municipios ms poblados
del Estado de Mxico: Ecatepec de Morelos y Ciudad Nezahualcyotl.
Dadas sus caractersticas sociohistricas, su particular proceso de in-
tegracin a la capital del pas y los rasgos polticos y culturales que los
identifican, este trabajo se limita a presentar aspectos generales de su
conformacin espacial reciente, a la vez que analiza de manera sucinta
sus elementos comunes y los que les son propios. Concluye con una
reflexin acerca del impacto de los procesos ligados a la economa global
en sus entornos locales, con nfasis en la primera dcada del siglo xxi.
Palabras clave: metropolizacin, espacio urbano, estructura territo-
rial, globalizacin, ciudad de Mxico.
Profesor-investigador de la Universidad Autnoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa. Co-
rreo electrnico: <[email protected]>. El autor dedica esta colaboracin a Luca Esparza,
luchadora social comunitaria en Ciudad Nezahualcyotl, a 10 aos de su fallecimiento.
Doctora en Geografa por la Universidad Nacional Autnoma de Mxico; profesora e
investigadora del Centro Interdisciplinario de Investigaciones y Estudios sobre Medio Ambien-
te y Desarrollo del Instituto Politcnico Nacional. Correo electrnico: <escasmar@hotmail.
com> y <[email protected]>. P
O
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1
8
1
-
2
1
2
182
Prembulo
L
os estudios sobre grandes metrpolis en el mundo contemporneo se
han multiplicado y diversicado en los ltimos 20 aos. Su abordaje
es ahora de carcter cada vez ms interdisciplinario y en l caben anlisis
urbansticos, econmicos, demogrcos, geogrcos, polticos, culturales
y ambientales, por citar solo algunos de los enfoques ms relevantes.
1

Entre esas grandes metrpolis, la conguracin territorial de la ciu-
dad de Mxico fue desde hace tiempo objeto de atencin por parte de
especialistas nacionales y extranjeros, en torno a lo cual se ha construido
una vasta bibliografa. Es innegable que se han presentado resultados de
investigacin con gran fuerza analtica acerca de su gnesis, desarrollo y
mltiples signicados en el proceso de produccin del espacio urbano.
2
Una veta interesante en el anlisis de los procesos metropolitanos es
el estudio del espacio local. Este trabajo se propone elaborar una inter-
pretacin del proceso de metropolizacin de dos municipios conurba-
dos de la ciudad de Mxico, cuya insercin espacial reviste particular
importancia en este contexto. Ecatepec de Morelos y Nezahualcyotl
son municipios localizados al oriente y nororiente de la ciudad de Mxi-
co, que denen el perl de una poca de intensa expansin urbana.
Son, asimismo, un ejemplo de la capacidad de sus actores locales para
construir un espacio habitable en la periferia capitalina, en un abanico
de distintas formas de hbitat urbano, casi todas de rasgos populares.
Para efectos del anlisis se presentan dos apartados, en los cuales de
manera particular se desarrollan una serie de reexiones alrededor de cada
municipio, con nfasis en la evolucin de procesos locales aparejados con
la transformacin del espacio. Al nal, se concluye con una suerte de
comparacin entre ambos municipios, a partir de su peculiar imbricacin
en la dinmica econmica global en la que se insertan hoy en da.
Ecatepec: un espacio urbano multifactico
El municipio de Ecatepec de Morelos se integr a la Zona Metropoli-
tana de la Ciudad de Mxico (zxcx) casi al mismo tiempo en que las
1
Ver, por ejemplo, Aguilar (2004), Garza, Filion y Sands (2003), y Rojas, Cuadrado-Roura
y Fernndez (2005).
2
Por mencionar algunos: Ward (1991), Davis (1999) y Duhau y Giglia (2008).
Maiio Bassois Riciiiz \ Maiinii Esiixosa Casriiio
183
colonias del ex Vaso de Texcoco comenzaban a surgir en las orillas
de la ciudad. Esto ocurri hace ms de 50 aos, cuando la metrpoli
capitalina iniciaba su expansin territorial hacia el Estado de Mxico.
En el oriente y nororiente lo hara en torno a los municipios de Ecate-
pec, Tlalnepantla y Chimalhuacn, principalmente. Sin embargo, en
el entonces recientemente constituido municipio de Nezahualcyotl, a
principios de los aos setenta, fue donde adquiri mayor relevancia esta
accin de expansin y mayor su impacto, debido en particular por las
grandes deciencias en equipamiento urbano y una tenencia de la tierra
irregular durante dcadas enteras.
Si bien el municipio de Ciudad Nezahualcyotl naci como un
municipio atpico, pues se cre como un enorme conglomerado casi
exclusivamente habitacional, el espacio colindante hacia el norte de l,
Ecatepec de Morelos, mostraba una pluralidad de usos de suelo, que
con el tiempo se modicara (agrcola, industrial, habitacional, comer-
cial). Al arribar el siglo xxi y despus de ms de 60 aos de procesos
de transformacin territorial ocurridos en el nororiente de la ciudad
de Mxico, Ecatepec se destaca dentro del conjunto en virtud de los
siguientes factores: a) es el de mayor tamao poblacional del Estado de
Mxico (1 658 806 habitantes, segn el Censo de 2010); b) es uno de
los seis municipios conurbados ms grandes en cuanto a extensin terri-
torial (186.9 kilmetros cuadrados), solo rebasado por Chalco, Nicols
Romero, Tepotzotln, Texcoco y Zumpango; pero an ms importante:
c) posee la mayor extensin de supercie urbanizada, sea municipal
o delegacional de toda la zxcx, an mayor que la de la delegacin
Iztapalapa,
3
y d) no se debe pasar por alto el signicativo capital poltico
que este municipio (junto con el de Nezahualcyotl) representa para los
partidos en procesos electorales locales y nacionales.
Mientras que en Nezahualcyotl y Tlalnepantla, para citar dos casos
relevantes, la oferta de tierra urbana disponible se haba agotado mucho
antes de concluir el siglo xx, en Ecatepec este proceso se prolong hasta
la primera dcada del presente, en virtud de la vasta extensin de su
territorio rural. De hecho el clmax de su crecimiento poblacional fue
en 2005; cinco aos despus inicia un ligero declive. Con ello Ecatepec
se enlaza a la fase de metropolizacin experimentada aos atrs por los
municipios arriba sealados. Dadas estas caractersticas se arma que
3
Ver Aguilar y Alvarado (2004: 277-278).
Coxsriuccix sociai iii isiacio uinaxo: Ecariiic \ Nizauuaic\ori
184
Ecatepec ha llegado al nal de un largo proceso de transformacin del
espacio, que abarc los ltimos 60 aos, cuando inici su integracin a
la zxcx (gura 1).
Figura 1. Principales puntos de inters de Ecatepec de Morelos
Dadas las dimensiones territoriales del municipio, el intenso ritmo
de su crecimiento y el tipo de procesos de ocupacin del espacio que
le acompaaron, cabe preguntarse de qu manera dicho municipio
junto con el de Nezahualcyotl, se ha integrado histricamente a la
metrpoli y cules han sido los condicionantes internos que delimitan
tal proceso. Para ello es necesario un rpido recuento de los principales
procesos de ocupacin del espacio y transformacin del territorio.
Municipio rural, con claras races prehispnicas, por centurias estu-
vo dedicado a actividades agrcolas y ganaderas, hasta la primera mitad
del siglo xx, despus Ecatepec se transform de forma vertiginosa con
un proceso de industrializacin y urbanizacin que se intensic en
las dcadas de los cincuenta a los setenta. Hacia 1980 un contingente
Maiio Bassois Riciiiz \ Maiinii Esiixosa Casriiio
185
mayor a los 50 000 obreros laboraba en las fbricas instaladas en el mu-
nicipio. Acaso su punto culminante de desarrollo industrial.
Una breve periodizacin histrica del municipio puede ayudar a en-
tender mejor los procesos de transformacin econmica y territorial del
espacio local. Su punto de quiebre con respecto al viejo modo de vida
rural y arcaico que le distingui, se puede situar en el 1943, cuando pro-
ducto de la promocin del desarrollo industrial se instala la fbrica Sosa
Texcoco. A partir de entonces se distinguen cuatro etapas: a) de 1943
a 1950, cuando se sientan las bases del proceso de industrializacin del
municipio, con polticas de exencin de impuestos a las nuevas industrias
y la creacin de los primeros parques industriales en la zona; b) de 1951
a 1982, en que se conforman las primeras colonias de habitacin popu-
lar, se consolida la concentracin industrial, se acenta la intervencin
territorial del Estado, a la vez que tiene lugar la creacin de capitales in-
mobiliarios con el sistema de fraccionamientos habitacionales. Tambin
le caracterizar en esta fase el ascenso de movimientos urbano-populares
y, en contrapartida, el paulatino quiebre de la insurgencia obrera; c) de
1982 a 2000, la cual se caracteriza por la fase de agotamiento del modelo
de sustitucin de importaciones en todo el mbito nacional, el cierre de
empresas a lo largo de la dcada de los ochenta y la prdida de centralidad
del proceso industrializador en el municipio, es decir, se trata, en sntesis,
de un largo reacomodamiento dentro del nuevo modelo de economa
neoliberal que da lugar a su fase actual, la cual constituye una larga fase
de transicin, y d) de 2000 en adelante, cuando Ecatepec y otros muni-
cipios de la zona metropolitana se integran de manera consistente a los
procesos de la economa global, sin que en este caso desaparezca la vieja
estructura industrial que lo caracteriz durante varias dcadas.
El proceso de industrializacin tuvo como principal eje espacial la
zona de Xalostoc, pero en la dcada de los cincuenta se extendi por todo
el camino de la antigua carretera a Pachuca. Este precedente marca de
forma denitiva una etapa cualitativamente distinta (marcada con fuerza
por un escenario de vida rural ligado a los ejidos), pues se inicia el proceso
de concentracin industrial y estimula a su vez, el poblamiento masivo
del municipio, todo ello a partir de la segunda mitad de los cincuenta.
Estas acciones estuvieron unidas a una poltica estatal que favoreci
la localizacin industrial en el municipio mediante la construccin de
carreteras, corredores industriales, vas ferroviarias, exencin de impues-
tos, control salarial y aprovechamiento de la mano de obra, lo que mo-
Coxsriuccix sociai iii isiacio uinaxo: Ecariiic \ Nizauuaic\ori
186
dic de manera profunda y en relativamente pocos aos la situacin
socioeconmica, la estructura espacial e incluso la cultura, costumbres y
modo de vida familiar de los antiguos pueblos del municipio.
En este periodo, principalmente de 1964 en adelante, se incremen-
taron las autorizaciones de fraccionamientos, solicitadas por empresas
inmobiliarias como Fraccionadora Ecatepec, S.A., o Incobusa, entre
otras. Es en esta poca se da la creciente accin estatal en este mbito,
en particular desde la dcada de los setenta: el Instituto de Accin Ur-
bana e Integracin Social, el Instituto Nacional para el Desarrollo de la
Comunidad y de la Vivienda Popular, el Instituto del Fondo Nacional
de la Vivienda para los Trabajadores y el Fondo de Vivienda del Insti-
tuto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado
fomentaron la creacin de fraccionamientos populares o construyeron
unidades habitacionales. Ms tarde, en los noventa, sern los grupos
inmobiliarios privados los que ampliarn su radio de accin conforme
el Estado se retira de la construccin de la vivienda de inters social.
Ecatepec dio as un salto enorme en menos de 10 aos que lo coloc
en la primera la de los municipios ms industrializados de la entidad.
Ello se debi en parte a la instalacin de la fbrica de Sosa Texcoco,
S.A., pues constituy desde su inicio de actividades una gran planta
de productos qumicos derivados de las aguas saladas del subsuelo del
antiguo lago de Texcoco (en la zona conocida como El Caracol), que
al parecer le otorgaba al municipio un fuerte perl orientado hacia la
industria qumica. Con todo, el proceso no fue unidireccional, ni, por
tanto, se pudo concentrar en una sola rama industrial.
El segundo periodo establece una nueva modalidad en el proceso, la
cual se dene por el establecimiento de la mayora de las grandes em-
presas industriales y que se convirtieron en caractersticas del municipio
hasta aos recientes. Varias de estas formarn ms tarde grupos indus-
triales, en coalicin con otras empresas de capital privado nacional y/o
extranjero. Entre ellos destacan: Babcock, iqx, Hoechst y Vitro, entre
otros. La magnitud del emplazamiento de nuevas empresas, hizo del
municipio uno de los ms industrializados del pas, situacin que an
se mantiene, si bien muy disminuida.
Industrias como Aceros Ecatepec (establecida en 1951), Qumica
Hoechst (1957), Compaa Industrial de San Cristbal (1951), Basf
Mexicana, S.A. (1964), se instalaron en este importante periodo y ocu-
paron un lugar entre las ms grandes empresas del pas, incluso hasta
Maiio Bassois Riciiiz \ Maiinii Esiixosa Casriiio
187
principios de la dcada de los ochenta. Esto es, en los aos en que estaba
por concluir el proceso de sustitucin de importaciones. De esta manera,
durante un periodo que se inicia en los aos cuarenta y se consolida en los
setenta del siglo pasado, uno de los smbolos distintivos de la vida urbana
en Ecatepec est estrechamente ligado a una cultura obrera, donde los
sindicatos y la representacin patronal escenicaron diversos conictos y
huelgas, algunas de ellas prolongadas.
4
Es importante anotar que alrede-
dor de los corredores y parques o fraccionamientos industriales crecieron,
desde los aos cincuenta algunas de las primeras colonias populares de
Ecatepec, de manera similar como ocurri con las colonias del ex Vaso
de Texcoco. Por ltimo, el proceso de industrializacin por sustitucin de
importaciones tuvo un creciente componente de capital trasnacional que
dio lugar a una amalgama de capitales locales-nacionales y extranjeros.
Como resultado del crecimiento de la clase obrera en Ecatepec, los
sindicatos ms importantes llegaron a tener un peso poltico relevante
en el mbito de las luchas sociales regionales y en el propio gobierno
municipal. As, por ejemplo, en el auge del proceso industrializador, el
presidente municipal emerga de la representacin sindical de Sosa Tex-
coco. La fuerza y el peso sindical concentrado en empresas como Aceros
Ecatepec, Aceros Tepeyac, Alcan Aluminio, le producan puestos en la
administracin municipal (regiduras, la jefatura de la polica local, en-
tre otros). Esto ocurri por la mancuerna de la Confederacin de Tra-
bajadores de Mxico y el Partido Revolucionario Institucional (iii), lo
cual fue una constante hasta bien entrada la dcada de los ochenta.
Este panorama privar en la vida poltica del municipio hasta nali-
zar el siglo xx. No obstante que en el marco de la transicin democrtica
de los aos noventa la competencia interpartidista ser una constante.
Junto al iii, los partidos de la Revolucin Democrtica (iii) y Accin
Nacional (iax) establecern una lucha cerrada por el ayuntamiento, en
particular desde el proceso electoral de 1996. Pero por las caractersticas
histricas de control y representacin poltica en Ecatepec, hasta el ao
2000 (cuando el iii pierde por primera vez esta plaza municipal, y la
gana el iax), la gestin municipal era todava de tipo clientelar; esto es,
se negociaba en primera instancia con las organizaciones corporativas
del iii (Arzaluz, 2002). Se trataba, pues, de un tipo de gestin arcaica,
poco eciente y donde el municipio se conceba como un centro de
4
Ver Bassols Ricrdez (1984, 1985)
Coxsriuccix sociai iii isiacio uinaxo: Ecariiic \ Nizauuaic\ori
188
gestin de intereses de grupos caciquiles y de partido, con un dbil
componente de participacin ciudadana genuina.
La presencia de nuevos pobladores urbanos, sin vnculos con la
vida y cultura obreras, van a sumarse de manera decisiva a los com-
ponentes sociales y polticos del municipio, incluso desde la poca de
auge del proceso industrializador. Este sector social es el que puebla los
principales asentamientos humanos que brotan a lo largo y ancho del
municipio, ya sea en terrenos de propiedad comunal, ejidal o privada.
La dcada de los sesenta ser la de mayor crecimiento demogrco en
Ecatepec: alcanza la cifra de 18.8% anual; en la siguiente dcada man-
tendr un ritmo todava intenso (13.2%). Esta tasa bajar a 3.2% hacia
1995, para concluir su expansin a mediados de la primera dcada del
siglo xxi y detener su tendencia histrica de crecimiento en la segunda
dcada de la presente centuria.
Ecatepec ha sido clasicado por los analistas urbanos
5
en la franja
integrada por diversos municipios del oriente de la zxcx, considerados
como de nivel socioeconmico bajo. Sin embargo, en esa gran franja
territorial existen matices relevantes.
Ecatepec creci a la par de y form parte de una ciudad capitalista
espacialmente fragmentada, con una presencia mayoritaria de poblacin
de bajos recursos que se ubic en la zona oriente de la metrpoli. Adems,
este municipio se constituy en su momento con una poblacin econ-
micamente activa (iia) vinculada al sector secundario, lo que no impact
fuertemente en una mayor estraticacin social. As, en 1995 se registra-
ron 3026 establecimientos industriales, con una planta diversicada en
42 ramas y con una ocupacin de poco menos de 50 000 personas.
Qu cambi entonces con el declive de la sustitucin de importa-
ciones? Una hiptesis es que la planta industrial se reorient hacia la
micro y pequea industria, muchas veces de tipo familiar y con fuertes
rasgos de informalidad econmica. La periferia maquiladorizada le lla-
ma Hiernaux-Nicolas (1998: 687). En 1995 y en el marco de una pro-
funda crisis econmica, 88.5% de las unidades industriales correspon-
dan a este sector (2680 establecimientos), mientras que a la mediana
industria le correspondan 186 unidades y a la gran industria, 131. No
obstante, en trminos de ocupacin de la mano de obra, sucede curio-
samente que la gran industria an concentraba 30.6% de la iia total
5
Entre ellos, Hiernaux-Nicolas (1998) y Aguilar y Alvarado (2004).
Maiio Bassois Riciiiz \ Maiinii Esiixosa Casriiio
189
en el sector manufacturero, la mediana empresa solo 18.3% y la micro
y pequea industria, 46.8% (Arzaluz, 2002: 120).
Aun cuando la fbrica de Sosa Texcoco desapareci a principios
de los noventa, la vocacin industrial de Ecatepec sigue vinculada a la
rama de la qumica bsica y sus derivados, as como a la celulosa y el
papel. No es objeto de este ensayo precisar el impacto de la produccin
posfordista en el municipio, pero es evidente que la reestructuracin
industrial iniciada en los aos ochenta estuvo acompaada de la cada
de grupos industriales locales (la ligada a la siderurgia, por ejemplo), la
recomposicin de la base obrera sometida al trabajo exible, desvincu-
lada del viejo mundo sindical y la desregulacin laboral que la acompa-
a. A la par del trabajo industrial, creci el sector de servicios, aunque
este tuvo poco impacto en la creacin de empleos bien remunerados.
En este sector gura de manera creciente el llamado sector informal, el
cual ha tenido un crecimiento importante en toda la zxcx.
La dcada de los ochenta constituy un revs para la economa na-
cional, sobre todo para la ciudad de Mxico. Muchos pensaron que la
desconcentracin industrial marchaba con pasos rmes. Para autores
como Juan Castaignts, la apertura econmica que sigui a la rma del
Tratado de Libre Comercio de Amrica del Norte produjo regiones per-
dedoras, unas, y ganadoras, otras. Una de las primeras perdedoras fue el
corredor triangular formado por el Distrito Federal, Cuernavaca y Pue-
bla (Castaignts, 2000: 66). Aunque no se menciona a los municipios
industriales conurbados de la ciudad de Mxico, no hay razn para no
incluirlos, dadas sus caractersticas de una creciente obsolescencia de su
aparato industrial, la ausencia de industrias de alta tecnologa y la baja
competitividad maniesta ante la apertura comercial.
Sin profundizar en este apartado, Ecatepec tuvo durante esta transi-
cin grandes dicultades para la supervivencia de su vieja planta indus-
trial. Aunque es cierto que se abrieron nuevos giros productivos orien-
tados a la exportacin (como la fabricacin de productos de madera),
con lo que se formaron nuevos capitales regionales, o bien se relanzaron
capitales para apuntalar procesos productivos y ofrecer nuevos produc-
tos al mercado (el ejemplo de la empresa Jumex es muy elocuente), o
en su caso apuntalaron un nicho comercializador del oriente con la
Central de Abasto de Ecatepec. Sin embargo, la tnica general es ms
bien de un sensible declive del sector industrial. Comienza a producirse
en el escenario urbano el abandono de las naves industriales, el descuido
Coxsriuccix sociai iii isiacio uinaxo: Ecariiic \ Nizauuaic\ori
190
de la infraestructura urbana que rodea las zonas fabriles, y los primeros
espacios vacos que al modo de Chicago o Detroit se convirtieron
en objeto de creciente atencin para las autoridades municipales en la
primera dcada del nuevo siglo.
El punto culminante de este recuento histrico es precisamente el
enorme espacio que leg la empresa Sosa Texcoco, que despus de un
largo conicto sindical y con el vencimiento de la concesin por medio
siglo de los terrenos ya mencionados, permiti una reconversin de su
suelo: de industrial a urbano y comercial. As, gran parte de su super-
cie total (unas 841 hectreas) fue objeto de una de las ms importantes
obras de renovacin urbana, bajo el cuo de la inversin privada con
intervencin estatal.
A mediados de la gestin del gobernador Arturo Montiel (1999-
2005), se anunci la creacin de la Plaza Las Amricas, en el municipio
de Ecatepec de Morelos. Al parecer esta obra se vincul al frustrado pro-
yecto de creacin del nuevo aeropuerto internacional para la ciudad de
Mxico en las indmitas tierras de Atenco. En este municipio limtrofe
al de Ecatepec, el impacto econmico y espacial del nuevo aeropuerto
gener grandes expectativas para inversionistas privados del Estado de
Mxico. Si bien la construccin del nuevo aeropuerto no prosper, el
proyecto de la nueva plaza comercial sigui adelante y a ello se ligaron
obras de inversin pblico-privada que abarcaron desde una autopista
de cuota (Circuito Exterior Texcoco-Jorobas), que atraviesa Texcoco,
Nezahualcyotl, Ecatepec y Zumpango; la construccin de un hospital
general de zona y un nuevo desarrollo habitacional para sectores medios
de la poblacin metropolitana (impulsado por Inmobiliaria Ara). El
mall comercial y el espacio urbano construido no tienen paralelo, ni en
el municipio ni en todo el oriente de la ciudad de Mxico. La obra se
encuentra en su fase de consolidacin comercial, con tiendas de marca
como Liverpool, Sams Club, Sears, Sanborns, Vips, adems de un Ho-
tel Fiesta Inn, entre otros grandes establecimientos comerciales.
Una primera apreciacin que se puede hacer es que la reestructura-
cin territorial que acompa al declive del viejo modelo industrializa-
dor, trajo como consecuencia el surgimiento de los primeros centros co-
merciales en Ecatepec, a lo largo de la avenida Central; entre los cuales,
el ms importante fue Plaza Aragn, que con el tiempo se ha convertido
en un espacio de consumo preferencial para los sectores medios y popu-
lares de la zona oriente (Nezahualcyotl y Ecatepec). La modernizacin
Maiio Bassois Riciiiz \ Maiinii Esiixosa Casriiio
191
de esta estratgica arteria vial se signic por la introduccin de la lnea
B del Metro, que va de la estacin Buenavista a Ciudad Azteca, muy
cerca del mencionado centro comercial, as como de la construccin
de puentes y el reencarpetado asfltico de varios kilmetros de la ave-
nida Central. De este lado del municipio no se observan grandes zonas
industriales, pues estas se localizan cerca de los antiguos pueblos de
Tulpetlac, Santa Clara y Xalostoc, alrededor de la Va Morelos. En otras
palabras, existe una fragmentacin espacial al interior del municipio,
acentuada por las nuevas centralidades comerciales, espacialmente ms
perifricas. No se trata, sin embargo, de un corredor comercial homog-
neo a lo largo de la avenida Central, sino de una mezcla entre lo popular
y lo moderno que adquiere tintes propios de la zona: restaurantes de
cadena, bancos, cines y espacios de recreacin infantil, cerca de zonas de
vivienda deterioradas, comercio ambulante, moteles, escuelas pblicas
y privadas, con una gama amplia de usos del suelo. En su conjunto, la
periferia mexiquense de la ciudad de Mxico tena hasta 1999 un to-
tal de 42 plazas comerciales de diferentes escalas, 46 supermercados y
588 tiendas comerciales (Hoyos, 2000: 83). En ese conjunto, Ecatepec
abarcaba algo as como 15% del total en materia de servicios. Eviden-
temente estos datos se han visto modicados a ms de 10 aos de su
cuanticacin, y con seguridad Ecatepec ha ampliado su insercin.
La segunda apreciacin relevante radica en que precisamente el
mencionado mall rompe con lo que se haba augurado como destino
inevitable para el oriente de la ciudad de Mxico: una gran zona para
los asentamientos humanos de bajos recursos socioeconmicos, sin po-
sibilidades de modicarse en los prximos aos. Lejos de convertirse en
un nuevo Santa Fe, se trata ms bien de un emplazamiento comercial
y turstico de tipo enclave, rodeado de fraccionamientos y colonias casi
todos ellos de tipo popular. Con la signicativa excepcin de Jardines
de Morelos, un fraccionamiento expresamente construido para pobla-
cin de medianos recursos econmicos, la gran mayora de ellos no se
ajusta al molde ni a la capacidad de consumo esperada para las grandes
tiendas. Sin embargo, est claro que las estrategias comerciales de las
grandes cadenas y el cambio hacia patrones culturales de tipo consu-
mista harn su parte e inuirn en las pautas de vida cotidiana de sus
pobladores, como de hecho est sucediendo. Al igual que en Santa Fe, la
existencia cercana de colonias de bajos ingresos no es un obstculo para
la realizacin de las ventas, puesto que una carretera de peaje conecta
Coxsriuccix sociai iii isiacio uinaxo: Ecariiic \ Nizauuaic\ori
192
ya en este momento a la zona comercial con otros municipios, entre los
cuales quiz el ms importante sea Texcoco. Como colofn se puede
sealar que la presencia de grandes centros comerciales en periferias
econmicamente pobres, se explica desde la lgica de las redes y los u-
jos de competencia comercial; aunque funciona como instrumento de
exclusin de su hinterland y es de escasa productividad, a juicio de una
estudiosa de tales procesos, es socialmente necesaria (Hoyos: 2000).
La tercera apreciacin es que a diferencia tambin de Santa Fe, don-
de se aprovech un espacio antiguamente destinado al depsito de resi-
duos slidos, en Ecatepec el nuevo mall es producto del reciclaje de los
espacios otrora industriales, que han formado baldos (frichesurbaines,
los llama Hiernaux-Nicolas, 1998: 689). El caso de Plaza Las Amricas
es notable por la rapidez con que se han desarrollado las obras pblicas
y privadas, la seleccin del lugar y el tipo de establecimientos comer-
ciales y de servicios, en funcionamiento a partir de la segunda mitad
de la dcada pasada. Aunque no era en denitiva la nica opcin para
la reconversin del uso del suelo, pues se pudo haber pensado en un
gran centro cultural, artstico y/ deportivo que sirviera a toda la zona
oriente. Pero est claro que se impusieron los intereses de los grandes
capitales inmobiliarios, comerciales y de servicios, en un contexto ms
general de globalizacin econmica que alcanza a la zona oriente de la
metrpoli en el despertar del siglo xxi.
Las intervenciones estatales no han cesado tanto en Ecatepec como
en Nezahualcyotl. Ahora aparecen bajo la gura de coinversiones p-
blico-privadas. Por ejemplo, se ha logrado poner en marcha una ruta
del Mexibus, en el tramo Ciudad Azteca-Tecmac, o como se ver ms
adelante, construir un nuevo centro comercial, el ms grande y moder-
no de Nezahualcyotl, denominado Ciudad Jardn Bicentenario, con
capital aportado hasta en 70% por el empresario Carlos Slim (Lahera
Ramn, 2011). El siguiente apartado reexionar acerca de este otro
municipio del oriente metropolitano.
Nezahualcyotl: municipio emblemtico en la metrpoli
Nezahualcyotl es el segundo municipio ms poblado del Estado de
Mxico. Bien se puede decir que sus caractersticas son nicas por el
proceso de urbanizacin seguido en la dcada de los cincuenta y sesen-
Maiio Bassois Riciiiz \ Maiinii Esiixosa Casriiio
193
ta, y por la permanente problemtica sociourbana que histricamente
ha enfrentado. Representa un prototipo clsico (y por aadidura emble-
mtico) en el proceso de construccin social del espacio metropolitano.
Nezahualcyotl y Ecatepec se erigen como dos gigantes urbanos del
oriente de la metrpoli, con una gama de similitudes en su proceso de
urbanizacin. La puesta al da en su anlisis es impostergable frente a la
dinmica social y poltica del futuro inmediato, en momentos en que
en ese fragmento del territorio metropolitano se han modicado los
procesos urbanos que antao lo caracterizaron.
Desde hace algunos aos, Nezahualcyotl ha observado tasas de
crecimiento negativas, despus del boom poblacional de las dcada de
los cincuenta y sesenta del siglo pasado. Tiene porcentajes de servicios
pblicos cubiertos de ms de 98% y representa ms de 7.3% de la po-
blacin total del Estado (Inegi, 2010).
El proceso de metropolizacin de Nezahualcyotl que se inici en la
dcada de los cincuenta y las dinmicas que gener, han cambiado me-
dio siglo despus. Los actores, las actividades productivas y los procesos
socioculturales y tecnolgicos que vive la ciudad y el mundo, son otros;
de ah la necesidad de repensar la metrpoli, en particular el proceso
que vivi uno de los municipios ms estudiados del pas (a diferencia
de Ecatepec), desde su gnesis hasta el siglo xxi.
6
De hecho se trata de
uno de los municipios ms emblemticos de toda la metrpoli, sobre el
cual se ha construido una identidad cultural propia. As, para referirse
al lugar, son conocidas curiosas transguraciones de su nombre: MiNe-
zota, NezaYork, etctera.
Este y otros fenmenos particulares del espacio obligan a repensar
cmo ha sido el proceso de urbanizacin del municipio. Algo que pare-
ce esencial para explicar qu cambios ha tenido su estructura urbana? y
cmo se integra actualmente a la ciudad de Mxico? Veamos enseguida
sus rasgos histricos esenciales.
6
Uno de los primeros trabajos referidos a esa zona de la periferia capitalina es el del an-
troplogo Oscar Lewis, en cuya Antropologa de la pobreza, que se public en 1959 (1980),
una de las cinco familias estudiadas la Snchez se desenvuelve en el agreste escenario de las
colonias del ex Vaso de Texcoco. Posteriormente, en la dcada de los setenta, la literatura sobre
Nezahualcyotl tiene su cenit (De la Rosa, 1974; Huitrn, 1975; Ferras, 1977; Iglesias, 1978,
entre otros), precisamente cuando se impulsa en Mxico el anlisis acerca de los asentamientos
populares en las grandes ciudades (Lomnitz, 1975; Garca et al., 1978; Cornelius, 1980, Mon-
tao, 1976; Schteingart, 1973). Asimismo, la produccin de tesis de licenciatura y posgrado
alrededor de Nezahualcyotl es incontable.
Coxsriuccix sociai iii isiacio uinaxo: Ecariiic \ Nizauuaic\ori
194
Figura 2. Principales puntos de inters de Nezahualcyotl
Las primeras colonias de Nezahualcyotl se ubicaron a las orillas
del rea urbana limtrofe con el Distrito Federal. Estas primeras urba-
nizaciones fueron las colonias Jurez Pantitln, Mxico y El Sol (1944-
1960). La cercana de las nuevas colonias con el rea urbana del Distrito
Federal permiti extender los servicios de agua y electricidad de una
entidad a otra. Poco a poco, conforme se desec el terreno donde algu-
na vez fue el lago de Texcoco, se fraccion la tierra para convertirla en
colonias, las cuales se ofrecieron a personas de bajos recursos, a n de
que construyeran sus viviendas (Garca Luna, 1990).
Nezahualcyotl surge en la poca en que las tendencias migratorias
campo-ciudad estaban en pleno apogeo y se produjo el xodo rural
hacia las grandes metrpolis del pas, durante la dcada posterior a la
segunda posguerra.
Los terrenos se vendieron a migrantes que llegaban a la ciudad de
Mxico, quienes no podan pagar los altos alquileres de las viviendas, por
ello, la oferta de terrenos baratos en la periferia de la ciudad constituy una
opcin de supervivencia. Irregularidad en la tenencia del suelo, carencia de
servicios bsicos, hacinamiento, enfermedades respiratorias y estomacales
Maiio Bassois Riciiiz \ Maiinii Esiixosa Casriiio
195
y una grave problemtica social se vivi en aquellos aos de la funda-
cin de los asentamientos. No fue sino hasta abril de 1963 cuando con la
creacin del municipio de Nezahualcyotl (Gobierno Constitucional del
Estado de Mxico, 1963), que comenz la regularizacin de los terrenos
y la dotacin formal de servicios bsicos a las denominadas colonias del
ex Vaso de Texcoco. Desde entonces el municipio vivira varias etapas en
su integracin a la ciudad de Mxico. A la etapa que precede este proceso
se le ha denominado de consolidacin, ya que al interior del municipio se
dio la redenicin y fortalecimiento de su estructura urbana, as como la
integracin de Nezahualcyotl con la ciudad de Mxico y su paulatina
incorporacin a la dinmica nacional y global (Espinosa Castillo, 2010).
La siguiente periodizacin muestra el curso seguido por el proceso
sociourbano en la construccin del municipio de Nezahualcyotl: a) de
1944 a 1963, se sita en la virtual marginalidad poltica y urbana de los
primeros asentamientos humanos en la zona, cuyos pobladores llevaron
a cabo por s mismos gran parte del acondicionamiento fsico y urbano
de sus colonias, prcticamente al margen de la intervencin del Estado;
b) de 1964 a 1980, se corresponde con las primeras administraciones lo-
cales del recientemente creado municipio, durante el cual se fortalece su
estructura urbana, mejoran de forma paulatina sus servicios, y se legalizan
sus tierras, a la vez; durante este periodo se suceden las ms importantes
movilizaciones sociales al interior de su territorio; c) de 1980 a 2000, se
da el desarrollo de importantes obras viales y de infraestructura, las cua-
les permiten que el municipio se integre de forma plena al espacio me-
tropolitano; asimismo, decrecen las luchas sociales por el mejoramiento
de los servicios, aunque se incrementa la actividad de los partidos en el
municipio, al tiempo que se produce la alternancia poltica; d) de 2000
en adelante, se fortalecen y crean las reas comerciales, y se observa un
patrn demogrco, a la baja, que desde nales del siglo xx comenz a
marcar ese tendencia, orientado ahora hacia su consolidacin. En este
ltimo periodo se observa una poblacin joven de mayor nivel educativo;
muchos de ellos universitarios formados en estilos de vida y de consumo
ligados o subordinados a la sociedad global.
El municipio de Nezahualcyotl se estructura administrativamente
en tres zonas: centro, oriente y norte. En principio se conform con
terrenos desecados del lago de Texcoco y terrenos del municipio de Chi-
malhuacn. Su parte ms conocida es la que se encuentra al centro y
oriente, es decir, aquella que corre paralela a la carretera a Puebla. Sobre
Coxsriuccix sociai iii isiacio uinaxo: Ecariiic \ Nizauuaic\ori
196
este espacio se trazaron las grandes avenidas en damero que dieron or-
den a las innumerables colonias del ex Vaso de Texcoco conformadas en
la dcada de los cincuenta y sesenta del siglo xx.
Cuando se concluy el Palacio de Gobierno, en 1983, este se con-
virti en el punto de referencia simblico ms importante de los pobla-
dores. En l estaban centradas sus esperanzas de justicia en una tierra
donde se impona la ley del ms fuerte. Constituy el espacio que pro-
vey certidumbre acerca de un futuro ms promisorio para el conjunto
de la poblacin. Aunque cabe decir que no fue un proceso inmediato ni
a la fecha concluido.
A su vez, la hoy conocida zona norte de Nezahualcyotl vivi un pro-
ceso de urbanizacin diferente al resto del municipio. Alejada del centro
del poder municipal y albergando uno de los fraccionamientos para po-
blacin de alto poder adquisitivo, Bosques de Aragn, los pobladores de
la zona norte en no pocas ocasiones han reclamado su independencia de
Nezahualcyotl, para crear una administracin local que responda ms
ecazmente a sus necesidades inmediatas (Santiago, 2004). En tempo-
rada de lluvias, sobre todo, su separacin con respecto del municipio de
Nezahualcyotl cobra fuerza, por el olvido en la atencin de servicios
urbanos que vive la zona. Existe una separacin fsica real entre la zona
centro y la norte, y eso se hace evidente en la atencin a sus habitantes.
A diferencia del resto del municipio, la zona norte de Nezahualc-
yotl tiene una mayor proximidad a los rasgos de conformacin territo-
rial que tuvo Ecatepec en su V zona. Surgi de una parte de los terrenos
que comprendan la antigua hacienda de Aragn. Ah se crearon las
colonias Campestre Guadalupana y Vergel de Guadalupe, a inicios de
la dcada de los sesenta. Sin embargo, no fue sino hasta 1967 cuando
comenzaron las obras para la construccin de la unidad administrativa
denominada Delegacin Zona Norte, mejor conocido como La Bola.
La delegacin es, en efecto, el espacio de poder y legalidad que tiene el
ayuntamiento en el territorio del norte.
Un elemento muy importante en la estructura urbana de la zona nor-
te de Nezahualcyotl es la Facultad de Estudios Superiores Aragn (iis
Aragn) de la Universidad Nacional Autnoma de Mxico. Apoyo fun-
damental en su etapa de consolidacin, pero que en primera instancia ha
beneciado poco a pobladores del municipio, ya que, como se seal, ha
existido poca comunicacin vial y trasporte entre la zona norte y el cen-
tro del municipio. Por su origen, la iis Aragn est destinada a cubrir la
Maiio Bassois Riciiiz \ Maiinii Esiixosa Casriiio
197
demanda educativa nacional, no solo de Nezahualcyotl, y responde de
forma particular a la demanda del norte de la ciudad de Mxico.
La zona norte de Nezahualcyotl se hizo ms visible a partir del 2000,
cuando el Sistema de Trasporte Colectivo Metro, dependiente del go-
bierno del Distrito Federal, la modic de golpe, al llegar este medio de
transporte a Ecatepec y con ello revalorizar el suelo y generar una dinmi-
ca comercial ms intensa, lo cual facilit integrarla funcionalmente a los
canales de interaccin e inuencia de la economa metropolitana.
Otro elemento que inuye de manera decisiva en la estructura e
imagen urbana de Nezahualcyotl es el Bordo de Xochiaca. Este se
encuentra en los lmites del municipio, abarcando las zonas centro y
oriente. Desde 1981 ha recibido los desechos de los municipios vecinos
y de la ciudad de Mxico. Cobr fama cuando en l se deposit los
escombros que gener el sismo de 1985, lo que hizo ms amplias las
orillas del lago de Texcoco y aceler su proceso de desecacin.
En los planos ms antiguos del Bordo de Xochiaca, se observa que
era una barranca que corra a lado del camino del ferrocarril a Chi-
malhuacn. Por ah se transportaban ores y legumbres a la ciudad de
Mxico. El tiradero del Bordo de Xochiaca era el terreno que separa el
ferrocarril de las colonias existentes en aquel momento: El Sol, Tamau-
lipas y Benito Jurez (antes Aurora). En la barranca donde se iniciaba el
lago de Texcoco se depositaron los desechos de las colonias que inicia-
ron el municipio en el transcurso de la metropolizacin.
No es ocioso recordar que en Nezahualcyotl, al igual que en la V
zona de Ecatepec, por ser terrenos ganados al lago de Texcoco, los pobla-
dores sufren una problemtica crtica de inundaciones en poca de lluvias
(Ibaes, 2001). Ao con ao las lluvias reactivan el lago; el riesgo latente
en el tiradero del Bordo es la ltracin de sustancias nocivas en el subsue-
lo del lago, que la rpida descomposicin de la basura genere enfermeda-
des y malos olores, o que el metano provoque explosiones que afecten a
las viviendas cercanas, con las consecuentes prdidas econmicas.
El Bordo se conoce por ser el tiradero de la ciudad de Mxico (sobre
todo a raz del cierre de los tiraderos de Santa Cruz Meyehualco, en
Iztapalapa, y de Santa Fe, en Cuajimalpa) y uno de los ms grandes de
Amrica Latina. El tiradero recibe al menos 10 000 toneladas de basura
cada da (Huerta, 2010). Aunque a partir de 2011 se ha ido disminu-
yendo de manera paulatina la llegada de basura al Bordo, el hecho ha
incidido en la imagen urbana que se tiene de Nezahualcyotl. Tratn-
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198
dose de un tiradero a cielo abierto, ha sido fcil que los vientos levanten
basura y polvo, y los depositen en las calles del municipio. Esa imagen
de las calles se conjunta con los malos olores y la fauna nociva, lo que
hace que las reas urbanas cercanas a l muestren una imagen desfavo-
rable para la poblacin y la ciudad.
Hoy cuando se escucha la palabra Bordo de Xochiaca inmediata-
mente se piensa en la problemtica de recoleccin de basura que tiene
la ciudad. Enclavado en los terrenos del lago de Texcoco, se ha aclarado
que los terrenos donde se ubica el tiradero de basura son de propiedad
federal, hecho que ha ayudado a que se dena su jurisdiccin, cesen las
disputas sobre su propiedad y se decida acerca de su cierre inminente;
decisin que favorecer la imagen municipal.
Por ltimo, con el cierre del Bordo Poniente en diciembre del 2011
no se resolver el problema de la basura, pues con enviar los desechos
al vecino municipio de Chimalhuacn no se eliminarn los procesos de
degradacin ambiental en la zona: estos forman parte de un ciclo ms
complejo de entropa urbana que compete a toda la regin metropo-
litana. La separacin de basura, el reciclaje, el connamiento de dese-
chos peligrosos, el aprovechamiento de gas metano o la elaboracin de
composta, son alternativas en el manejo de desechos que ninguna de las
administraciones municipales o de la ciudad han podido abordar con
xito, aun cuando existan ejemplos en el mbito mundial que pudieran
ser replicados (Bassols Ricrdez, 2003).
De forma paralela al cierre del basurero se edica un complejo co-
mercial y de servicios, denominado Ciudad Jardn Bicentenario, cuyo
espacio contrasta con el antiguo paisaje de la zona. Ah se concentran
establecimientos comerciales del Grupo Walmart (en la Plaza Ecolgica
Ciudad Jardn) y del Grupo Carso (en el Centro Comercial Ciudad Jar-
dn), adems de contar con grandes espacios de uso deportivo, cultural
y de atencin mdica (Lahera Ramn, 2011).
El fortalecimiento de la estructura urbana, despus del crecimiento
de la vivienda, se inici con la creacin de una gran red comercial a lo
largo de sus principales avenidas. Entre otras, las avenidas Lpez Mateos,
Sor Juana, Chimalhuacn, Carmelo Prez, Villada y Pantitln, como las
identican sus habitantes, vieron nacer una variada red de pequeos es-
tablecimientos comerciales que contribuyeron a que los pobladores que
se quedaban da a da en Nezahualcyotl sobrevivieran y construyeran
fsica y socialmente su espacio. Este proceso hace recordar las reexiones
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199
de un conocido crtico marxista del siglo xx, en torno a vida cotidiana en
los espacios urbanos (Lefebvre, 2001). Tortilleras, miscelneas, recaude-
ras, carniceras y, por supuesto, tlapaleras y casas de materiales para la
construccin permitieron que la poblacin construyera su vivienda y las
relaciones sociales con su familia y vecinos (Espinosa Castillo, 2010).
Para la integracin de servicios pblicos en los asentamientos, la
mayora de las veces se requiri de la regularizacin de la propiedad
del suelo. La irregularidad gener un sinnmero de conictos, pues
frente a la falta de vigilancia de uso del suelo por parte del gobierno
estatal, cualquier persona se declaraba propietaria, entonces fraccionaba
y venda terrenos, con lo cual se creaba un asentamiento que era difcil
retirar despus. La regularizacin represent el primer paso para la con-
solidacin de los asentamientos, pues a partir de ella se poda no solo
gestionar los servicios bsicos, sino fortalecer la incipiente estructura
comercial (Espinosa Castillo, 2010).
Con la pavimentacin de las principales avenidas se garantizaron
los ujos comerciales y el desplazamiento de la poblacin que sala a
trabajar o a estudiar a la ciudad de Mxico y que regresaba con vveres
y recursos para el sostenimiento de sus familias y la consolidacin de las
viviendas. Nezahualcyotl, al igual que muchos de los municipios co-
nurbados, observ una dependencia funcional con la ciudad de Mxi-
co. La educacin, el trabajo y el esparcimiento se realizaba y an es
as fuera del municipio (Espinosa Castillo, 2010).
Por otro lado, la relacin del municipio con la zona norte y con su
vecino Ecatepec se aceler en la dcada de los ochenta, cuando el antiguo
camino del Bordo de Xochiaca (que iniciaba en la calle 7, atravesaba los
lmites del aeropuerto y se comunicaba con la avenida Pen Texcoco en
Ciudad Lago) se hizo ms activa con la construccin de una va corta y
ms transporte para la comunicacin de las dos reas urbanas.
El transporte no solo conect a la poblacin municipal, sino que
fue el inicio de una interconexin regional, pues las nuevas rutas de
transporte llegaban hasta los vecinos municipios de Ecatepec de Mo-
relos y Coacalco de Berriozbal. Con esas vas se acort el tiempo para
trasladarse del centro de Nezahualcyotl a la zona norte y al municipio
de Ecatepec, pero sobre todo se inici el desarrollo de una regin con
grandes potencialidades comerciales.
De esta manera, en la dcada de los ochenta se inici el establecimien-
to de un corredor comercial alrededor de la avenida Central, que hoy es de
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200
indudable importancia. Al nal de esta avenida y de su rea urbanizada, se
asent, alrededor de 1979, un nuevo emplazamiento comercial y de servi-
cios denominado Plaza Aragn. La estrategia de urbanizacin consisti en
construir un rea comercial al borde del rea urbanizada para alentar la re-
densicacin poblacional. A partir de la construccin de la Plaza Aragn,
los comercios en la avenida se multiplicaron. Pocos aos despus la misma
prctica se realiz en el municipio de Nezahualcyotl, con la creacin, por
ah de 1983, de la Plaza Rey Neza, al nororiente del municipio, tambin
al borde del rea urbanizada. Si bien no tuvo las mismas dimensiones que
Plaza Aragn, s se lograron los mismos objetivos: urbanizar el suelo res-
tante en los extremos del municipio, densicar el rea urbana, revalorizar
el suelo urbano e incentivar su dinmica comercial. Este hecho era lgico
en un municipio cuya poblacin se dedicaba y dedica en buena medida
a las actividades comerciales y de servicios. Pero a diferencia del municipio
de Ecatepec con una fuerte tradicin industrial, en Nezahualcyotl esta no
es signicativa (Espinosa Castillo, 2010).
De este modo, el proyecto de desarrollo regional se bas en la vialidad
y el transporte, que sala de Nezahualcyotl, circundaba el Bordo de Xo-
chiaca, corra sobre avenida Central, atravesaba Plaza Aragn y llegaba a
San Cristbal, a partir de ese momento la venta de suelo se increment as
como las actividades comerciales y de servicios en todo ese recorrido.
Con estas acciones comenz el desarrollo de uno de los ms grandes
mercados urbanos. Hay que recordar que sumada la poblacin de los
municipios de Ecatepec y Nezahualcyotl se obtiene un aproximado de
2.7 millones de habitantes, equivalentes a 18.2% de la poblacin estatal
(Inegi, 2010).
La importancia de la regin estriba en que juntos Ecatepec y Ne-
zahualcyotl representan un signicativo mercado econmico y uno de
tipo poltico de la mayor importancia en los procesos electorales locales
y federales. En 2009 se tuvo el sensor de las preferencias electorales en la
entidad y en el municipio de Nezahualcyotl, cuando el iii recobr el
espacio poltico creado a base de prcticas clientelares en los aos de la
fundacin del municipio. Desde 1997 cuando el iii lleg a la Presiden-
cia Municipal, la izquierda mexicana haba ganado un amplio territorio
mexiquense. El cinturn amarillo de la del iii empez a rodear a la ciu-
dad de Mxico desde 1997, para nalmente perder esos espacios en 2009.
En ambos municipios, en diferente ao, el iii recobr el gobierno del
municipio, as como sucedi en otras zonas conurbadas de la capital del
Maiio Bassois Riciiiz \ Maiinii Esiixosa Casriiio
201
pas. Los programas de apoyo clientelar dirigidos desde el gobierno estatal
en la eleccin de 2009 tuvieron un gran peso en la votacin nal.
Por las calles, en la lechera, el mercado y en los transportes se co-
noci el contenido de las despensas, los juguetes y las bicicletas que se
obsequiaron. La alternancia en el poder municipal y la lucha poltica
nalmente le arrebataron la municipalidad a las fuerzas perredistas an-
cladas en el oriente metropolitano.
La construccin de una ciudadana responsable inicia desde el co-
nocimiento de la oferta partidista, hasta la accin poltica para crear
alternativas de solucin. En Nezahualcyotl, como en muchas partes
del estado y el pas, la opcin de la poblacin es la abstencin poltica,
y con ello el convencimiento meditico de un ganador, el manipuleo
de las votaciones o el robo de una eleccin pasan desapercibidos para el
grueso de la poblacin que poco se informa y menos participa.
De esta suerte, con la dinmica econmica apoyada en las vialidades y
reforzada con las plazas comerciales se prepar a Ciudad Nezahualcyotl
para entrar a los circuitos de la economa global. A partir de la dcada de
los noventa, los comercios y servicios no bsicos se multiplicaron y llega-
ron los comercios de comida rpida, agencias de viajes, servicios de hospe-
daje y tiendas de marcas nacionales e internacionales. Primero arribaron a
las plazas comerciales y despus se asentaron a lo largo de las avenidas. No
era una oferta comercial para toda la poblacin, pero s para una creciente
generacin de comerciantes y profesionistas de mayor poder adquisitivo,
con aspiraciones de consumo de mercancas y servicios de calidad. La ve-
cindad con el Distrito Federal y la dependencia laboral haca l, hacen
que la dinmica comercial y social seguida en la metrpoli constituya un
modelo imaginario a seguir por Nezahualcyotl y otros municipios conur-
bados, a pesar del bajo poder adquisitivo de la mayora de su poblacin.
La globalizacin se aanz, al igual que en el resto del pas, con la
llegada de los servicios de comunicacin de la Internet. Con la comu-
nicacin en lnea, los negocios y servicios adquirieron una nueva faceta,
y en una poblacin tan dinmica como la de Ciudad Nezahualcyotl
resulta impensable la ausencia de este tipo de servicios. La era de las
telecomunicaciones y el espacio virtual, aunque restringidos para las
zonas populares, comienzan, en efecto, a ser una realidad.
El rea de servicios que corre paralela a la avenida Bordo ha adquiri-
do importancia desde la dcada de los noventa, cuando se comenzaron
a asentar innumerables dependencias que concentran actividades gu-
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202
bernamentales y de servicios. En esta avenida se encuentra la Catedral,
el Hospital General Gustavo Baz, el Centro de Readaptacin Social
Neza-Bordo, la Escuela de Polica del Estado de Mxico, la Unidad Aca-
dmica Profesional Nezahualcyotl de la Universidad Autnoma del
Estado de Mxico, la Universidad La Salle Nezahualcyotl, el Centro de
Rehabilitacin Infantil (Teletn) Neza y ms recientemente la Ciudad
Jardn Bicentenario, que alberga una gama de comercios y servicios para
una poblacin con creciente capacidad de consumo: un sector de clases
medias que ya existe en ese municipio.
La globalizacin y sus efectos se palpan en la dinmica diaria de Ne-
zahualcyotl. Esto es, en el transporte, las comunicaciones electrnicas, el
comercio y los servicios, en las actividades culturales y deportivas, entre
otras. Son mltiples y signicativos los esfuerzos por proyectar a Neza-
hualcyotl hacia el exterior. Conferencias en el extranjero para dar a co-
nocer la cultura nezahualcoyense, exposiciones artsticas en los centros
culturales, carreras deportivas para fomentar la prctica de los deportes, o
concursos de expresiones culturales de los jvenes en el municipio.
Despus de ms de 50 aos de historia, los espacios, los actores, las
tendencias y el futuro se ven diferentes. El municipio de Nezahualc-
yotl evolucion de manera paralela (aunque subordinada) a los ritmos
de la economa del Distrito Federal. Para repensar a este gigante del
oriente, se requiere conocer su historia e identicar los caminos por los
que ha transcurrido.
Frente al desarrollo tecnolgico de principios de siglo, la crisis econ-
mica que afecta al pas, las corrientes polticas que impactan en el mbito
municipal y la dinmica social y cultural al interior de su tejido social, se
necesita considerar a Nezahualcyotl de manera integral y asociada a los
procesos metropolitanos que la acompaan, a n de poder aquilatar mejor
su presente y vislumbrar sus posibles escenarios en el futuro inmediato.
Discusin
En la transicin de una estructura mononuclear a una polinuclear de la
ciudad de Mxico (Aguilar y Alvarado, 2004), el papel desempeado
por los municipios del Estado de Mxico ha sido cada vez ms relevan-
te, conforme madura el proceso de aglomeracin urbana con sus rasgos
de polarizacin espacial y productiva.
Maiio Bassois Riciiiz \ Maiinii Esiixosa Casriiio
203
Ecatepec se distingue por haberse insertado en esa estructura poli-
nuclear a partir de la industrializacin ampliada de la ciudad de Mxi-
co en terrenos del Estado de Mxico. En su momento fue uno de los
tres grandes municipios industriales, solo superado por Naucalpan y
Tlalnepantla. A partir de la crisis de 1982, con el efecto desindustria-
lizador de la economa metropolitana y el ascenso del neoliberalismo,
las economas locales siguieron rumbos inciertos y dispares, en tanto
se ajustaban a los nuevos parmetros de la economa global. Vistas as
las cosas, ha habido tambin municipios ganadores y perdedores; o
sea, gobiernos y economas locales que han sabido engarzarse mejor que
otras en la era de la competitividad y la conquista de mercados.
Los procesos de transformacin territorial de los ltimos 25 aos han
ocurrido a diferentes escalas territoriales y muchas veces en asincrona
con los cambios locales, regionales y globales o mundiales. No es posible
observar los mismos procesos de transformacin territorial en cada uno
de los espacios municipales de la zxcx, dada la gran heterogeneidad de
actores sociales, identidades locales y formas de gestin municipal.
7
Pero incluso la nocin misma de zona metropolitana comienza a ser
desbordada analticamente para la comprensin de los nuevos procesos
de reconguracin territorial a partir de nodos, redes de comunicacin,
ujos de capital y de informacin, que en su conjunto le coneren a la
regin metropolitana un carcter espacial difuso, discontinuo y someti-
do cada vez menos a procesos regulados por el Estado.
Asimismo, el concepto de periferia se volatiliza no solo por las
distintas interpretaciones que se han distinguido en las nuevas inter-
pretaciones del proceso urbano y la vida cotidiana de sus pobladores
(Hiernaux-Nicolas y Lindn, 2004), sino porque la expansin metro-
politana hacia nuevos territorios de la regin centro ha sido intensa y
difcil de precisar en sus contornos.
En ese sentido, un municipio como Ecatepec presenta los rasgos de un
viejo centro industrial y urbano ampliamente integrado al ritmo cotidia-
no de vida de la ciudad de Mxico, pero tambin muestra signos contras-
tantes de espacios que se transforman y hacen ms complejos, incluyendo
los otrora suelos de uso industrial. Para su comprensin se precisa de una
mayor aproximacin analtica acerca de las transformaciones del modelo
industrial en el paso de la ciudad nuclear a la regin metropolitana, don-
7
Ver Arzaluz (2002) y Moreno Prez (2008).
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204
de la sociedad se fragmenta y diferencia, y la estructura territorial se hace
ms compleja e interconectada (Caravaca y Mndez, 2003).
De cualquier manera, Ecatepec se observa como uno de los munici-
pios ms dinmicos y heterogneos del Estado de Mxico, con formas
de hbitat diverso: pueblos ancestrales, fraccionamientos residenciales
medios y populares, colonias populares y an cotos cerrados dentro del
modelo de ciudad insular.
8
Por su lado, Nezahualcyotl se visualiza como un municipio ms
homogneo en su composicin socioterritorial, aunque con ritmos de
vida muy parecidos a los de la ciudad de Mxico. La dinmica sociour-
bana en que creci ha llevado a caracterizarlo como uno de los ms
problemticos en la zona metropolitana. Sin embargo, es preciso se-
alar que en el emblemtico Nezahualcyotl del siglo xxi se observa
una dinmica social donde estn presentes los extremos. As, desde el
Ayuntamiento se promueven los programas ms innovadores de gestin
municipal, como la sensibilizacin de policas para que lean obras clsi-
cas, hasta los no aislados casos de corrupcin policial, donde cualquier
falta administrativa se resuelve con un soborno. De manera paralela,
una masa de poblacin de escasos recursos va al da, en contraste con
un sector de la poblacin (ciertamente menor pero visible) que vive en
situaciones cercanas al lujo y el confort, caractersticos de otras zonas al
sur y poniente de la ciudad de Mxico. Existe una nueva generacin de
profesionistas y artistas talentosos, la cual ha impreso su huella cultural
en las ltimas dcadas y contribuido a generar nuevos modos de vida al
interior del municipio. Se tiene, en suma, un territorio con mltiples y
contrastantes dimensiones socioculturales.
Con lo anterior se arma que en el actual contexto nacional, Neza-
hualcyotl no es solo un lugar donde se concentra el atraso y la pobreza.
Hoy en da tambin es un lugar de negocios y cuna de empresarios
relativamente prsperos. Al tiempo que emerge una dinmica actividad
cultural, donde est presente un amplio abanico de opciones (Calva
Gmez, 2003).
En Nezahualcyotl se presenta una reconstruccin constante del es-
pacio. La construccin social del territorio de las dcadas de los sesenta y
setenta dio paso a la ocupacin intermitente del espacio, expresada en es-
pacios ocupados por actividades deportivas, musicales, literarias, etctera.
8
Ver la caracterizacin de Duhau y Giglia (2008).
Maiio Bassois Riciiiz \ Maiinii Esiixosa Casriiio
205
Por otro lado, la globalizacin no hizo ms que acelerar el dinamis-
mo econmico con el que naci Nezahualcyotl. La tercerizacin de la
economa es una actividad de larga historia en el municipio. Su propia
estructura urbana y el carcter de su poblacin fundadora hizo de este
un pueblo de comerciantes que mantuvo un mercado ms bien de ca-
rcter popular, pero incorporado cada vez ms a la globalizacin desde
nales del siglo xx.
Sin embargo, hay que reconocer que Ecatepec y Nezahualcyotl,
como entidades locales, se han visto afectadas de diferente manera por
el fenmeno de la globalizacin. Se constatan impactos en su estructura
urbana, principalmente en vialidades y transportes, en la ampliacin
del mercado, sobre todo el de consumo inmediato. Pero se destacan
tambin cambios en los patrones de recreacin y consumo, as como en
las relaciones sociales de sus pobladores, cada vez ms insertos en la lla-
mada sociedad global (Ianni, 1998). Desde esta perspectiva se abre una
veta de anlisis que dista de estar agotada en sus distintas dimensiones
sobre la ciudad de Mxico y su zona metropolitana.
Ni duda cabe de que la insercin del nororiente metropolitano en la
economa global es parcial, debido a los sectores sociales a los que va di-
rigida, as como fragmentada, por los espacios que ocupa en el territorio
municipal. Pero, adems, esta insercin no se produce necesariamente
en un vaco de gestin poltica. Al contrario, en cierta medida, algunos
procesos globalizadores pasan por el tamiz de lo local, se procesan y
convierten en propuestas concretas, como el caso de la reconversin de
los antiguos terrenos de la fbrica de Sosa Texcoco.
A poco ms de 60 aos del primer jaln industrializador en los mu-
nicipios mexiquenses conurbados, el concepto tradicional de fbrica
ciertamente est desapareciendo y se sustituye por el de los espacios de
consumo (Nivn Boln, 2004), que arrojan a Ecatepec, Nezahualcyotl
y otros municipios circundantes a un sendero de contornos indenidos.
Si bien se puede reconocer la presencia de dinmicas y ritmos vinculados
a la economa global en ciertos nichos econmicos y espacios urbanos,
los procesos locales no quedan por fuerza subordinados a lo global.
Estos ltimos hay que explicarlos dentro de otras lgicas de vida
urbana conectadas al espacio familiar y privado, al mundo de la infor-
malidad, a la cotidianeidad del barrio y el hbitat popular y aun en los
espacios de ruralidad (como quiera que se la entienda) que subsiste en la
Coxsriuccix sociai iii isiacio uinaxo: Ecariiic \ Nizauuaic\ori
206
metrpoli y que contrasta sobremanera con los nuevos emplazamientos
de la modernidad.
Si se particulariza respecto de los contrastes y similitudes entre los
dos municipios, se puede apuntar que aunque el desarrollo econmico
de Ecatepec tuvo un fuerte apoyo en el desarrollo industrial, hoy esa
dinmica ya se modic, dada su dimensin poblacional y los cambios
en la economa regional. En la actualidad, gran parte de la poblacin de
Ecatepec, al igual que la de Nezahualcyotl, se sostiene de la actividad
comercial y de servicios.
Nezahualcyotl y Ecatepec tienen en comn que observaron un pro-
ceso sociourbano similar, sobre todo en la V Zona del desecado Vaso de
Texcoco. Comparten un medio ambiente rido y lacustre, que en tempo-
rada de lluvia provoca graves inundaciones; ambos se asientan en lo que
fueron las tierras ganadas al lago de Texcoco. Pero desde una perspectiva
histrica de largo plazo en la construccin social del espacio, los dos mu-
nicipios tienen especicidades propias de su desarrollo local, de las trans-
formaciones del paisaje y, por lo tanto, de su historia ambiental.
Con frecuencia se seala a ambos municipios como contenedores de
poblaciones inmensas dentro de la escala metropolitana. Sin embargo,
sus tasas de crecimiento demogrco han descendido de manera sensi-
ble, al grado de comenzar a revertirse su tendencia histrica. Ello ocu-
rri primero en Nezahualcyotl cuando conclua el siglo xx, mientras
que Ecatepec experiment un proceso similar desde el segundo lustro
del presente siglo. Adems, son espacios que arrastran graves problemas
sociales y una limitada capacidad en su infraestructura urbana, si se
compara con la instalada en el Distrito Federal.
Ambos municipios, en parte por su origen comn (Espinoza Cas-
tillo, 2010), se integraron a la dinmica socioeconmica de la ciudad
de Mxico de manera casi simultnea. Sin embargo, hay que efectuar
la siguiente aclaracin de carcter histrico, que marca una diferencia
importante entre los dos casos: antiguas poblaciones de origen prehis-
pnico distinguieron a Ecatepec durante siglos, las cuales mantuvieron
sus estilos de vida rural hasta bien entrado el siglo xx. Con la paulatina
expansin de la ciudad de Mxico hacia los municipios mexiquenses,
los viejos pueblos se transformaron, y a mediados de la dcada de los
ochenta se encontraban prcticamente inmersos en la vorgine metro-
politana. La vieja ruralidad ecatepense si bien no desapareci del todo,
Maiio Bassois Riciiiz \ Maiinii Esiixosa Casriiio
207
se debi ajustar entonces a las nuevas pautas y ritmos de la vida urbana
y servirse tambin de ella para sus propios nes comunitarios.
En la actualidad, la estructura urbana y la red de transportes que
distingue a estos dos gigantes del oriente, facilitan la incorporacin de
su poblacin a las dinmicas econmicas de la ciudad de Mxico y de su
globalidad. As, se observa una dependencia funcional muy cercana al
tipo en donde los pobladores viven la dinmica de su localidad, pero al
ritmo y direccin del proceso metropolitano dominante. Esto en clara
dependencia con el mercado laboral y el espacio de comercio y consumo
que caracteriza al Distrito Federal. Se puede decir que frente a la falta
de servicios de salud, educativos, deportivos y culturales que se vive en
ambos municipios, la poblacin recurre a los servicios que ofrece la ca-
pital federal. Por supuesto, est situacin se incentiv con la extensin
del Servicio de Transporte Colectivo Metro a territorio mexiquense. Pa-
recera como si la poblacin no obtuviera respuestas satisfactorias del
gobierno estatal a sus necesidades sociales de transporte y provisin de
servicios. Sin embargo, la localizacin y el mejor acceso a las comunica-
ciones metropolitanas permite que esas necesidades y problemticas las
resuelva, medianamente, el gobierno de la ciudad de Mxico.
De igual manera, en el mbito de la vida cotidiana de sus moradores
(con sus debidas particularidades), tanto Nezahualcyotl como Ecate-
pec tienden a seguir pautas culturales similares, debido a esta nueva fase
de metropolizacin-globalizacin, cuyas tendencias mundiales parecen
imponerse a las viejas tradiciones y costumbres locales.
Con excepcin del proyecto econmico industrializador en Ecatepec
y del dinamismo comercial con las plazas comerciales de ambos munici-
pios, resulta patente que el espacio urbano metropolitano al oriente de la
ciudad ha sido construido, gestionado y mantenido socialmente por los
pobladores. Las nuevas dinmicas que enfrenta la poblacin no se han
discutido o mediado en relacin con los nuevos emplazamientos comer-
ciales orientados hacia estilos de vida y de consumo globales. Despus de
la regularizacin, los gobiernos municipales han administrado los recur-
sos y servicios a la poblacin, pero ha sido una entidad externa a la muni-
cipalidad la que ha impulsado el fortalecimiento de la estructura urbana
y la extensin de las vialidades y comunicaciones. Todo ello a pesar de la
planeacin y desarrollo de las vialidades y el transporte municipales. Los
ritmos del crecimiento de Nezahualcyotl y Ecatepec seran muy distin-
tos sino fuesen municipios conurbados de la ciudad de Mxico.
Coxsriuccix sociai iii isiacio uinaxo: Ecariiic \ Nizauuaic\ori
208
Sera deseable un proyecto urbano a largo plazo que contara con la
participacin de amplios sectores de la poblacin. El reto es para los
gobiernos locales, con la esperanza de que puedan capitalizar no solo
el capital humano de los dos municipios ms grandes del Estado de
Mxico, sino tambin la permanente disposicin de una poblacin que
de manera constante recongura su espacio.
Este artculo discuti algunos aspectos de la historia urbana de Ecate-
pec y Nezahualcyotl, con el n de situarlos en el mbito de los estudios
urbanos regionales en Mxico. A diferencia de los tradicionales estudios
de urbanizaciones municipales, de carcter monogrco, la escala local
es redimensionada para mostrar sus posibles contornos globales que la
contienen. Asimismo, arma que los procesos metropolitanos recon-
guran los espacios municipales en diversas direcciones, por lo que se
requieren estudios de mayor profundidad para expresar la diversidad y
heterogeneidad que en s misma contiene una gran metrpoli.
Ecatepec y Nezahualcyotl representan, en muchos sentidos, una uni-
dad funcional, no solo determinada por su proximidad, sino tambin por
su problemtica urbana, conguracin poltica y dinmica econmica
que las distingue. Estudiar la especicidad de su espacio puede ser un
buen punto de partida, a n de identicar algunos de los rasgos ms sig-
nicativos del hbitat popular en las ciudades mexicanas del siglo xxi.
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La agroindustria del tabaco en
Mxico y la formacin de la empresa
paraestatal Tabamex: 1920-1972
Horacio Mackinlay*
Se lleva a cabo una revisin histrica de la agroindustria tabacalera a
partir de la dcada de los veinte y hasta la formacin de la empresa
paraestatal Tabacos Mexicanos, S.A. de C.V. (Tabamex) en 1972. Su
objetivo principal es ilustrar y comprender, a travs de un estudio de
caso, la manera como se desarroll la intervencin del Estado mexica-
no en las regiones tabacaleras y en la propia agroindustria. Con base
en una descripcin de los aspectos productivos subyacentes, interesa
analizar las acciones emprendidas por los gobiernos estatales y el fe-
deral para fomentar la actividad tabacalera e incidir y mediar en las
relaciones entre las empresas privadas y los productores de tabaco.
Un aspecto que se destaca, por considerarlo de particular relevancia,
es la construccin social de una imagen negativa de la relacin entre
los productores y las trasnacionales que, convertida en leyenda negra
a mediados de la dcada de los sesenta, sirvi de argumento para pro-
ceder a la nacionalizacin de la agroindustria del tabaco en 1972. Sin
embargo, ms que relaciones deliberadamente injustas y arbitrarias,
en realidad el conflicto subyacente consista en una pugna por el esta-
blecimiento de criterios de eficiencia y productividad.
Palabras clave: tabaco, tabaco en rama, agricultura de contrato,
agroindustria tabacalera, compaas trasnacionales, Partido Popular
Socialista.
* Profesor-investigador del Departamento de Sociologa de la Universidad Autnoma Me-
tropolitana, Unidad Iztapalapa. Correo electrnico: <[email protected]>. P
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214
Introduccin
En la poca actual, fuertemente inuida por la idea de la primaca del
libre juego de las fuerzas del mercado, se tiende a asociar el interven-
cionismo estatal con el gigantismo burocrtico, la ineciencia del sector
pblico, la excesiva regulacin inhibidora de la actividad econmica, la
proteccin arancelaria a ultranza, la ausencia de competencia entre los
diversos agentes que concurren en la economa. Este tipo de valoracin
reviste a menudo de una fuerte carga ideolgica, donde se descalica
por principio el intervencionismo, sin llevarse a cabo una evaluacin
ms compleja de las polticas econmicas keynesianas que se propusie-
ron emplear diversos instrumentos de polticas pblicas para regular las
economas, a n de corregir los desequilibrios que podan ser causantes
de crisis econmicas y encauzar a los pases capitalistas hacia formas de
crecimiento econmico estables.
Cabe aclarar que este papel activo que asumieron los Estados capi-
talistas despus de la crisis de 1929, donde se replantearon las verdades
absolutas del liberalismo clsico del laissez faire y el laissez passer, no es
necesariamente sinnimo de un intervencionismo nivelador de las bre-
chas sociales encaminado a promover a los grupos sociales subordinados.
Si bien esto se podra vericar ms bien en la experiencia histrica de
los pases centrales durante la era del Estado de bienestar, en los pases
latinoamericanos no dur mucho el impulso distributivo iniciado por
los regmenes populistas de las dcadas de los treinta a los cincuenta. En
estos ltimos pases, y tambin en cierta medida en los centrales, se tra-
t sobre todo de formas de intervencin donde predominaron con sus
excepciones en determinados periodos polticas tendientes a promover
la actividad productiva y la acumulacin de capital del sector privado
bajo la conduccin del Estado, con moderados impactos sociales.
En Mxico, el reconocimiento de la necesidad de un Estado inter-
ventor antecede al que se efectu en los pases centrales. Esto encuentra
su explicacin en la Revolucin mexicana de 1910, episodio muy par-
ticular de nuestra nacin que no tuvo correspondencia con otros pro-
cesos polticos similares. Este acontecimiento propici la Constitucin
de 1917, que es considerada como una de las ms progresistas y avan-
zadas de la poca, impregnada de un fuerte espritu intervencionista,
nacionalista y antiimperialista (Hamilton, 1983). Sin embargo, aunque
el papel del Estado en la regulacin y fomento econmico durante la
Hoiacio Macxixia\
215
dcada de los veinte es destacable en comparacin con la mayora de los
pases latinoamericanos, habr que esperar varias dcadas ms para que
se instaure un Estado benefactor cercanamente parecido al de los pases
centrales.
En cambio, la intervencin estatal en Mxico s result notable
en las esferas poltica y social. Terminada la fase armada de la Revo-
lucin, las lites poltico-militares que se disputaban el vaco de poder
derivado del derrumbe del antiguo Estado porrista, desplegaron una
poltica de alianzas, manipulacin e injerencia en la movilizacin de los
grupos populares. Ello determin que el Estado se convirtiese en uno de
los precursores en el mbito mundial de la intervencin relacionada con
el control poltico y la regulacin de las relaciones sociales; esta inter-
vencin la ejerci tanto en lo que atae a las clases subordinadas como a
las clases econmicamente dominantes. El largo periodo de estabilidad
poltica de los regmenes emanados del Partido Revolucionario Institu-
cional (iii) que prevaleci hasta nales del siglo xx no se puede explicar
sin considerar este factor.
No es el lugar indicado para abundar en consideraciones tericas acer-
ca del intervencionismo estatal ni sobre el sistema poltico mexicano pos-
revolucionario, aspectos que he desarrollado en otros trabajos (Mackin-
lay, 2004; Mackinlay y Otero, 2006). A travs de un recorrido histrico
que inicia en la dcada de los veinte y que termina con la formacin de
la empresa paraestatal Tabamex en 1972, lo que pretendo en este artculo
es ilustrar y comprender la manera como se desarroll la intervencin del
Estado mexicano en las regiones tabacaleras y en la propia agroindustria.
Con base en una descripcin de los aspectos productivos subyacentes,
me interesa analizar las acciones emprendidas por los gobiernos estatales
y el federal para fomentar la actividad tabacalera e incidir y mediar en las
relaciones entre las empresas privadas y los productores de tabaco.
Esta intervencin, guiada a partir de la dcada de los cuarenta por
la industrializacin sustitutiva de importaciones, obedeci no solo a
la importancia econmica que reviste el impuesto del cigarrillo, una
de las principales fuentes de ingresos de los gobiernos modernos, sino
tambin al hecho de que las empresas nacionales y trasnacionales no te-
nan ms alternativa que contratar, para producir la materia prima que
requeran sus fbricas, a pequeos productores campesinos, en su gran
mayora ejidatarios que haban accedido a la tierra a travs de la reforma
agraria. Si las diversas instancias de gobierno con algunas excepciones
La acioixiusriia iii ranaco ix Mixico \ ia ioixacix ii Tanaxix
216
se mostraron por lo general poco diligentes para promover realmente
los intereses y el bienestar social de los campesinos tabacaleros, siempre
estuvieron muy atentas en hacer todo lo posible para evitar brotes de
inestabilidad social que pusieran en peligro la paz social priista.
En el primer apartado de este trabajo se plantean los antecedentes
histricos de la temprana concentracin de la industria cigarrera mexi-
cana y la formacin de un mercado mundial oligoplico, dominado por
un reducido nmero de empresas trasnacionales, a nes del siglo xix y
principios del xx. En el segundo se describen los mecanismos bsicos de
la agricultura de contrato que se estableci entre las empresas tabacale-
ras y los campesinos productores de la hoja de tabaco. El tercero habla
de la sustitucin de importaciones y de la integracin vertical en esta
rama productiva. En el cuarto se abordan los diversos problemas sociales
que empiezan a surgir en la poca de los intermediarios y la estructura
corporativa autoritaria que se establece para controlar y mediatizar los
conictos sociales. El quinto gira en torno de los cambios del proceso
productivo en la dcada de los sesenta, motivados por la necesidad de
culminar el proceso de sustitucin de importaciones, y sus repercusio-
nes en las distintas regiones tabacaleras, con la consolidacin de Nayarit
como el principal estado productor de tabacos rubios para cigarrillos y
el declive de las antiguas regiones ms tradicionales de tabacos oscuros
de Veracruz y Oaxaca.
Despus de centrar el anlisis en la dimensin econmica-produc-
tiva y en los aspectos sociales, en los siguientes apartados se otorga
una mayor atencin a los asuntos de ndole poltica. El sexto apar-
tado resea la intervencin poltica estatal en esa misma dcada, con
especial atencin en el periodo presidencial de Adolfo Lpez Mateos,
quien, por un lado, intenta contrarrestar el poder de las grandes em-
presas de la produccin tabacalera y, por el otro, impulsa a la guber-
natura de Nayarit a un personaje perteneciente al ala nacionalista de
izquierda del iii. Un aspecto nodal va a ser la confrontacin que se
genera en esa entidad con las grandes empresas trasnacionales ciga-
rreras y exportadoras de tabaco desvenado. En el sptimo se presenta
una interpretacin de los conictos sociales que se desarrollan en las
distintas regiones tabacaleras, como uno que se deriva no tanto del
autoritarismo y despotismo de dichas empresas, como se present
ante la opinin pblica y qued plasmado en los relatos histricos,
sino ms bien como un conicto motivado por la implementacin de
Hoiacio Macxixia\
217
un nuevo paquete tecnolgico que requera elevar de forma sustancial
los niveles de eciencia, productividad y calidad de la produccin.
El octavo y ltimo apartado naliza con la nacionalizacin de la fase
agroindustrial y la formacin de la empresa paraestatal Tabamex.
En las conclusiones se hace una recapitulacin y sntesis de la evolu-
cin del intervencionismo estatal en los mbitos econmico, poltico y
social entre 1920 y 1972. Un asunto que se destaca por considerarse de
particular relevancia es la construccin social de una imagen negativa
de la relacin entre los productores y las trasnacionales que, convertida
en leyenda negra a mediados de la dcada de los sesenta, sirvi de argu-
mento para proceder a la nacionalizacin de esta industria y la forma-
cin de Tabamex en 1972.
Antecedentes histricos
La planta del tabaco, originaria del continente americano, se cultivaba en
numerosas regiones del Mxico prehispnico. Durante la Colonia, debido
a la importancia comercial que adquiri en todo el mundo, la actividad
tabacalera comenz a ser reglamentada con el objeto de gravarla imposi-
tivamente. Las diversas disposiciones y ordenanzas en la materia emitidas
en los siglos xvii y xviii alternaron entre las opciones de producir y co-
mercializar la solancea a travs del monopolio estatal del estanco o bien
concesionar estas funciones a particulares. Durante las primeras dcadas
de vida independiente del pas, la poltica de los numerosos gobiernos
que se sucedieron en ese entonces, no obstante algunos tmidos ensayos
por liberalizar su produccin, oscil bsicamente entre mantener el estan-
co y concesionar la recaudacin del impuesto del tabaco a particulares.
No ser sino hasta 1856 que se decrete la libre siembra y manufactura de
los productos del tabaco, lo cual estimul su cultivo principalmente en los
estados de Veracruz, Oaxaca, Tabasco, Campeche, Yucatn y Nayarit y,
en menor escala, en Morelos, Michoacn, Guerrero, Colima, Sinaloa y
Chiapas (Tabamex-Inegi, 1989: 40).
A nes del siglo xix, cuando se consolida el sistema agrominero ex-
portador y se establecen polticas altamente favorables para la inversin
de capitales, las exportaciones de tabaco conocieron una notable expan-
sin. Debido a las condiciones naturales del trpico hmedo, propicias
para el cultivo de tabacos oscuros, los estados de Veracruz y Oaxaca, cuyos
La acioixiusriia iii ranaco ix Mixico \ ia ioixacix ii Tanaxix
218
tabacos se cotizaban cada vez mejor en el mercado internacional, llegaron
a producir, hacia 1897, ms de la mitad de la produccin nacional de
tabaco en rama. Los tabacos oscuros se emplean para producir, adems de
puros, tabaco picado para pipa, rap (picadura na para inhalar) y tabaco
en barras para mascar, entre otros. Tambin sirven para manufacturar
cigarrillos negros o como parte de las mezclas de los cigarrillos rubios.
Tradicionalmente la produccin de tabaco era suministrada por pe-
queos productores campesinos que abastecan los talleres artesanales y
los mercados locales. Sin embargo, durante el Porriato, a medida que
las puertas del mercado mundial se ensanchaban, comenzaron a emer-
ger nuevos sistemas de produccin en mayor escala. As, se establecie-
ron los ms diversos tipos de contratos entre grandes propietarios que
invertan en la compra de tierras y se asociaban con pequeos y media-
nos productores, encargados de producir la codiciada hoja. Se empez a
delinear el sistema de las habilitaciones, mediante el cual el propietario
adelantaba el nanciamiento a cambio de asegurarse la compra de la co-
secha (Bartra, 1996: 131-133). En algunas regiones, los inversionistas
no desaprovecharon las oportunidades de imponer relaciones de ser-
vidumbre por endeudamiento e incluso formas de retencin compul-
siva de la fuerza de trabajo parecidas a la esclavitud, caractersticas del
Mxico nisecular. En las inhspitas tierras del Valle Nacional (Oaxa-
ca), para citar el caso ms conocido, se formaron grandes plantaciones
que recurran al reclutamiento forzoso de mano de obra a travs del
mecanismo del enganche, donde la mano de obra esclava no sobreviva
ms de un ao en promedio, segn relat John Kenneth Turner en su
famosa obra Mxico brbaro (1985).
Una vez concluida la fase armada de la Revolucin mexicana (1910-
1920), se preservaron grandes propiedades tabacaleras con peones aca-
sillados, pero se abolieron en casi todas las regiones las formas ms ex-
tremas de explotacin de la fuerza de trabajo, lo que llev al declive
de regiones enteras como Valle Nacional. Asimismo, el impresionante
avance del consumo de cigarrillos manufacturados con tabacos rubios
empez a superar en volumen de produccin a las tradicionales regiones
tabacaleras de Veracruz y Oaxaca. As se inici la rpida e inexorable
expansin del cultivo en Nayarit, en cuya planicie costera se presentan
suelos y condiciones climticas de trpico seco ms adecuadas para los
tipos de tabacos rubios empleados en la fabricacin de cigarrillos. A
nales del siglo xix, Nayarit participaba con menos de 19% de la pro-
Hoiacio Macxixia\
219
duccin nacional. Hacia 1925, esta proporcin se haba incrementado
a 41% de la produccin nacional, con 32% de la supercie cultivada
y, en 1930, estas cifras eran 52 y 42%, respectivamente, las cuales son
indicativas tambin de ms altos ndices de productividad (Tabamex-
Inegi, 1989: 43).
Otra temprana tendencia que se debe mencionar es la formacin
de los grandes monopolios cigarreros en el trnsito del siglo xix al xx.
En Estados Unidos, las cinco grandes empresas que dominaban 90%
del mercado interno de ese pas se fusionaron en 1890 para formar
la American Tobacco Company y lanzarse a la conquista del merca-
do ingls. En respuesta, en 1901 se asociaron en Inglaterra 13 em-
presas para crear la Imperial Tobacco Company con el objetivo de
competir en mejores condiciones con los estadounidenses, tanto en
el viejo como en el nuevo continente (Llanos Lerma, 1970: 66). En
1902, para evitar una guerra comercial, ambos monopolios acorda-
ron dividirse las zonas de inuencia, quedndose el primero con el
mercado de Estados Unidos, Cuba y Puerto Rico y el segundo con
el del Reino Unido, a la vez que se asociaron para formar la British
American Tobacco (nar) con la intencin de penetrar los mercados de
los dems pases del mundo. En 1911, la aplicacin de la Ley antitrust
de Sherman dividi a la nar en 16 compaas, cinco de las cuales se-
guiran siendo verdaderos gigantes (R.J. Reynolds Tobacco, Lorillard
Company, American Tobacco, Liggett and Myers y Philip Morris).
Pero esta medida no frenara la constitucin de un mercado mundial
oligoplico, dominado por un reducido grupo de empresas herma-
nas que conformaran lo que Frederick Clairmonte denomin el con-
glomerado trasnacional del tabaco (Clairmonte, 1983).
En Mxico, coincidiendo con estas tendencias internacionales, la
concentracin y mecanizacin de la industria se reeja en las siguientes
cifras: de 721 establecimientos dedicados al ramo del tabaco que exis-
tan en 1899, solamente quedaron 440 en 1910; el nivel de ocupacin
en la industria descendi de 20 392 plazas en 1900 a 9604 en 1910, a la
par que aumentaba en forma exponencial el consumo y la produccin
(Sinz y Echegaray, 1988: 203). Las primeras fbricas en introducir mo-
dernas mquinas engargoladoras para producir cigarrillos en gran escala
fueron El Buen Tono, instalada en 1894, y La Tabacalera Mexicana, de
1899. Otra empresa importante constituida en este ltimo ao fue La
Cigarrera Mexicana, con capitales extranjeros residentes asociados con
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220
capitales nacionales que no formaban parte del conglomerado trasna-
cional.
1
Para 1910 El Buen Tono produca un poco ms de la mitad de los
cigarrillos consumidos en el pas (Tabamex-Inegi, 1989: 42). Dos d-
cadas despus, en 1933, no haba ms de 151 establecimientos rela-
cionados con la produccin de tabaco, de los cuales 47 eran fbricas
de cigarrillos y el resto pequeos y medianos talleres de puros. Para
aquel entonces la Compaa Manufacturera de Cigarros El guila, S.A.
fundada en 1923, lial de la nar haba desplazado a las compaas
pioneras de nales del siglo xix, ya que produjo 66.4% de las cajetillas
de cigarrillos que se vendieron ese ao, mientras que El Buen Tono, la
Cigarrera Mexicana y La Tabacalera Mexicana estaban en el segundo,
tercer y octavo lugar en ventas con 14.3%, 3.4% y 1.2%, respectiva-
mente. Las dems 44 cigarreras se repartan tan solo el restante 14.7%
del mercado (Sinz y Echegaray, 1988: 215).
La produccin primaria y el establecimiento de la
agricultura de contrato
Antes de la Revolucin, las compaas cigarreras se relacionaban de forma
primordial con hacendados y grandes productores para proveer de tabaco
a sus fbricas de cigarrillos, pero en el transcurso de la dcada de los veinte
se vieron en la necesidad de recurrir cada vez ms a pequeos agricultores
para aumentar la produccin y asegurar su abasto. Debido al ambiente de
turbulencia poltica que prevaleca en el Mxico rural posrevolucionario
y dado que lo principal del negocio radicaba en la venta de cigarrillos, en
vez de producir ellas mismas la materia prima (las hojas de tabaco), las
compaas ms grandes por lo general preferan asociarse con intermedia-
rios nacionales conocedores de las regiones y del cultivo, para que estos se
encargaran de contratar la produccin agrcola.
A partir de la segunda mitad de esta dcada, los intermediarios desa-
rrollaron una campaa para convencer a los productores establecidos en
las tierras ms aptas de la planicie costera de las bondades del tabaco. A
1
El Buen Tono tena predominio de capitales franceses y La Tabacalera Mexicana, de
capitales espaoles, mientras que La Cigarrera Mexicana fue formada por un grupo de inversio-
nistas mexicanos, franceses y alemanes.
Hoiacio Macxixia\
221
cambio de los recursos monetarios, semillas y otros insumos necesarios
para producir, dependiendo de los arreglos, se llegaba a un acuerdo de
exclusividad mediante el cual los agricultores se comprometan a vender
su produccin a quien otorgase los recursos adelantados. Este nancia-
miento, llamado crdito de habilitacin, era sin intereses y el precio de
venta se estableca a inicios del ciclo productivo (Castelln Fonseca,
1992: 39). Es as como en 1927, impulsada por El guila, la empresa
intermediaria Pedro Maus y Ca se instal en el pueblo nayarita de San-
tiago Ixcuintla, en la regin Costa Norte, encabezada por quien diera
el nombre al negocio y por Leopoldo Caraballo, su socio. Su radio de
accin abarcaba el corredor Santiago-Villa Hidalgo, centro neurlgico
de la actividad tabacalera de Nayarit (Sinz y Echegaray, 1988: 212).
Tambin surgieron intermediarios en otras localidades de la Costa
Norte, como Tuxpan, Autn, La Presa, Acaponeta, Ruiz y, en la regin
Costa Sur, alrededor del municipio de Compostela, el cual se conver-
tira a la postre en el segundo gran polo de la actividad tabacalera en
Nayarit. Pedro Maus y Ca era la empresa intermediaria ms importan-
te que, adems de sus propios habilitados, se ocupaba de supervisar las
plantaciones de los intermediarios que abastecan a El guila (Valtierra
Pacheco, 1984: 82). Esta compaa intermediaria nacional, que cambi
de razn social en 1933 para pasar a ser la Compaa Comercial Naya-
rita, S.A., en asociacin con El guila, fue pionera en la introduccin y
experimentacin de nuevas variedades de tabacos originarias de Estados
Unidos. De estos aos datan las primeras experimentaciones realizadas
por esta y otras compaas con semillas Burley y Virginia, que son las
variedades de tabaco que perduran hasta nuestros das.
En esta etapa de la agricultura de contrato los intermediarios se
asociaban sobre todo con propietarios privados, ya sea hacendados o
pequeos productores, toda vez que no exista un gran nmero de eji-
datarios por lo limitado que haba sido el reparto agrario. Sin embargo,
la reforma agraria cardenista llevada a cabo entre 1934 y 1936 fraccio-
n los latifundios de la regin y en su lugar dej numerosos ejidos. La
redistribucin de la tierra beneci primero a los peones acasillados y
posteriormente a los trabajadores eventuales de las haciendas. Debido
al relativo despoblamiento de la planicie costera, se registr durante las
siguientes dcadas una importante auencia de campesinos que emi-
graron en busca de tierras y trabajo, provenientes sobre todo de las en-
tidades circunvecinas. Algunos hacendados mantuvieron el cultivo del
La acioixiusriia iii ranaco ix Mixico \ ia ioixacix ii Tanaxix
222
tabaco en las mejores supercies de sus antiguos latifundios. Aquellos
que ya participaban desde antes en la estructura de intermediacin, for-
maron sus propias compaas intermediarias. Puesto que la propiedad
social agraria lleg a ser la forma de tenencia predominante, se generali-
zaron los contratos con ejidatarios
2
(Amndola Massiotti, 1984: 76).
En ese entonces, los habilitados eran los que se responsabilizaban de
las eventuales prdidas nancieras frente a los grandes intermediarios.
Los arreglos con los productores eran sumamente variados, pero no era
costumbre aportar en garanta la propiedad de la tierra sino que por lo
general se recurra al endeudamiento a cuenta de futuras cosechas. Una
vez desmantelada la antigua estructura latifundista, para solucionar este
asunto, debido al carcter inembargable de la propiedad ejidal, se ide el
sistema de los grupos solidarios o de responsabilidad comn en los ejidos.
Estos grupos servan para asegurar la inversin realizada por la empresa:
En caso de prdida de algn ejidatario el resto (del grupo) tena que res-
ponder para resarcir la deuda contrada, descontndoseles de sus alcances
[utilidades] nales
3
el monto de la prdida, lo que obligaba a los miem-
bros del grupo a establecer un sistema de vigilancia para que ninguno se
retrasara en la realizacin de las labores, porque si uno perda la cosecha
perdan todos (Valtierra Pacheco, 1984: 96). Este sistema pronto se ge-
neraliz en las dems regiones productoras de tabaco del pas.
A diferencia de los productores ms grandes que contrataban traba-
jadores asalariados, los pequeos productores empleaban fuerza de tra-
bajo familiar y solo recurran a la contratacin de jornaleros externos al
ncleo domstico para la cosecha y el ensarte, labores tradicionalmente
realizadas por familias pertenecientes a las etnias que viven en la Sierra
del Nayar los huicholes, los coras, los tepehuanos y los mexicaneros.
En esa poca, la mayor parte de la produccin consista en un producto
denominado tabaco en rama, es decir, las hojas de tabaco que, inme-
diatamente despus de cosechadas, eran curadas (secadas) en sartas.
4

2
La propiedad social agraria estaba constituida por ejidos y comunidades agrarias. Para
todo lo relativo a la tenencia de la tierra durante la era de la reforma agraria mexicana (1917-
1992) vase Prez Castaeda (2002).
3
El trmino alcances se refiere a lo que alcanza a quedar despus de la liquidacin, es
decir, cuando se hacen cuentas finales para saldar la diferencia entre el crdito otorgado durante
el ciclo productivo y el valor de la produccin entregada. De manera ms formal, las empresas
y las asociaciones campesinas emplean el trmino utilidades.
4
El ensarte es el proceso mediante el cual una cantidad de 400 a 500 hojas de tabaco se
atraviesan con aguja e hilillo de ixtle en su vena central para formar sartas, que se secan a la
Hoiacio Macxixia\
223
Sin embargo, lo ms selecto de la produccin de los tabacos virginia se
entregaba recin cosechado (tabaco verde) para ser deshidratado en las
plantas de hornos que se construyeron en la regin Costa Norte.
En 1936 se instal en el pas una nueva empresa relacionada con
el conglomerado trasnacional: la Cigarrera La Moderna, S.A., lial de
la trasnacional Brown & Williamson, que se asoci con la nar para el
suministro de la materia prima. As, la Comercial Nayarita abasteci
durante 10 aos a las trasnacionales El guila y La Moderna; la prime-
ra, especializada en las marcas ms baratas, y la segunda, en las de precio
alto. La contribucin de la Comercial Nayarita a la modernizacin de
los procesos productivos fue fundamental: experimentacin con diver-
sos tipos de semillas; prueba de fertilizantes, herbicidas y pesticidas qu-
micos que entonces hacan su aparicin; introduccin de tractores para
preparar las tierras; construccin de los referidos hornos para el secado,
as como otros adelantos tecnolgicos.
Sin embargo, hacia 1946 las dos trasnacionales obligaron prctica-
mente a los propietarios de esta compaa intermediaria a vendrselas
para absorberla dentro de su propia compaa habilitadora: Tabaco en
Rama, S.A. (riisa). Esto se debi a la decisin de la industria cigarrera
de controlar ms de cerca el proceso productivo que estaba en manos
de los intermediarios, aunque no por ello prescindi del todo de ellos:
los antiguos socios de la Comercial Nayarita fundaron La Tabaquera
Nacional, propiedad de Pedro Maus y Rafael Tortajada, con sede en
Tuxpan, y Tabacos Nayaritas, de Leopoldo Caraballo, que operaba en
la zona de Villa Hidalgo. El guila y La Moderna siguieron comprando
parte de sus requerimientos de tabaco a estas nuevas empresas, as como
a otros intermediarios (Sinz y Echegaray, 1988: 216).
La sustitucin de importaciones y la integracin vertical
de la industria cigarrera
En la dcada de los treinta, los pequeos y medianos industriales pro-
ductores de cigarrillos intentaron enfrentar la concentracin monop-
lica. En 1931 constituyeron la Asociacin Nacional de Fabricantes de
Cigarros y, en 1936, durante la celebracin de la Convencin Cigarrera,
intemperie o dentro de estructuras de madera con techo de palma (galeras) protegidas del sol.
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224
se pronunciaron contra la competencia desleal de las empresas tras-
nacionales que pona en peligro su existencia (Sinz y Echegaray, 1988:
217-218). Empero, no ser sino hasta que el gobierno promueva am-
pliamente la industrializacin sustitutiva de importaciones, a partir de
la dcada de los cuarenta, que tendrn ms probabilidades de xito. As,
para proteger a la pequea industria nacional, el 25 de abril de 1944
se decret la saturacin de la industria. En el considerando nmero 4
del decreto publicado en el Diario Ocial de la Federacin, emitido du-
rante el gobierno del presidente Manuel vila Camacho (1940-1946),
se explica claramente su signicado:
Que si las necesidades del consumo se encuentran debidamente satisfechas
por las fbricas existentes, el permitir la instalacin de nuevos centros de
produccin cigarrera, no solo imposibilitara en mayor grado el desarrollo
de esta industria, sino tambin pondra en mayor peligro la existencia de la
pequea, por lo cual es conveniente que se declare saturada esta industria,
en lo que se reere a la instalacin de nuevas fbricas o de nuevo equipo
en las fbricas ya existentes (Diario Ocial de la Federacin, 25 de abril de
1944, en Sinz y Echegaray, 1988).
Este decreto, vigente entre 1944 y 1950, cre tambin un rgano re-
gulador, la Comisin Coordinadora de la Industria Cigarrera Nacional,
con facultades para incidir en los precios y los volmenes de produccin
y de venta y dictar medidas scales para favorecer a los industriales
nacionales. Esta medida permiti una relativa recuperacin de las pe-
queas fbricas, toda vez que estas frenaron su declive para aumentar su
porcentaje de 7.2% de la produccin nacional de cajetillas, en 1944, a
10.1%, en 1949. No obstante, el gobierno del presidente Miguel Ale-
mn (1946-1952), en su afn de promover a toda costa la inversin
extranjera una vez nalizada la segunda Guerra Mundial, dispuso la
desaturacin de la industria el 4 de abril de 1950, condenando a los
pequeos industriales a una paulatina desaparicin del mercado.
5
El
rgano regulador se mantuvo un tiempo, pero con una orientacin y
prioridades diferentes (Valtierra Pacheco, 1984: 116-118).
5
Valtierra Pacheco, basado en Lpez (1951), proporciona los porcentajes de ventas en el
mercado nacional de cigarrillos en 1949 y la localizacin fsica de las fbricas: El guila (Distri-
to Federal y Guanajuato): 47.79%; La Moderna (Monterrey); El Buen Tono (Distrito Federal y
Guanajuato): 8.45%; La Tabacalera Mexicana (Toluca): 7.93, y otras fbricas, 10.10%.
Hoiacio Macxixia\
225
En los hechos, pues, en contradiccin con el discurso poltico, en la
rama del tabaco no se impuls a los pequeos industriales nacionales,
6

pero la poltica pblica que s se aplic con todo rigor a partir de 1940
fue la sustitucin de importaciones que obligaba a las compaas ciga-
rreras, sin importar el origen de sus capitales, a reducir de forma paula-
tina sus importaciones tanto de insumos como de los productos nales.
Para lograr este propsito se llev a cabo una elevacin gradual de los
aranceles a la importacin entre 1940 y 1970. En este marco de poltica
industrial, en 1951 El guila construy la primera gran planta indus-
trial beneciadora de tabaco instalada en la ciudad de Tepic la hoy
llamada Desvenadora Lzaro Crdenas, donde se retira la nervadura
de la hoja, se la clasica y se acondicionan las pacas de tabaco para su
conservacin y venta, para producir nacionalmente el tabaco desvenado,
principal insumo de las fbricas de cigarrillos.
En el gobierno del presidente Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958) se
emitieron nuevas directrices para avanzar con pasos ms rmes hacia
la sustitucin de importaciones en la rama del tabaco. Ello oblig a las
empresas habilitadoras a involucrarse en forma cada vez ms directa en
la supervisin del proceso productivo, a n de elaborar tabaco desvena-
do con las caractersticas tcnicas y de calidad que requera la industria
cigarrera. En consecuencia, a partir de 1956, riisa inici un ambicioso
programa de investigacin y experimentacin en torno a la adaptacin
de las semillas de distintas variedades de tabacos nativos de Estados
Unidos, fundamentalmente Burley y Virginia, a los suelos del pas, con
el objeto de producir en Mxico la totalidad de su produccin. La pro-
duccin nacional se destinaba a las marcas baratas pero para las marcas
de precio alto como Raleigh, la marca emblema de La Moderna, se
deba recurrir a la importacin de la mayor parte del tabaco que se uti-
lizaba para manufacturar estos cigarrillos.
Al respecto, cabe mencionar otra forma de intervencin estatal que
se conoce durante las dcadas de los cuarenta y cincuenta, aunque de
6
La norma legal que supuestamente deba garantizar la hegemona de los capitales nacio-
nales era la Ley de Inversiones Extranjeras, segn la cual los capitales provenientes del exterior
no podan tener la mayora accionaria de las empresas instaladas en Mxico, pero esta tampo-
co era realmente llevada a la prctica por el gobierno mexicano. En los hechos, no se pona
trabas para que las empresas extranjeras recurrieran a prestanombres, quienes a menudo eran
los gerentes mexicanos de suma confianza. En ocasiones recurran a la nacionalizacin de sus
ejecutivos extranjeros. riisa, por ejemplo, emple ambos procedimientos.
La acioixiusriia iii ranaco ix Mixico \ ia ioixacix ii Tanaxix
226
limitado alcance: la banca de fomento. Operada a travs del Banco Na-
cional de Crdito Ejidal (Banjidal), sola otorgar algunos crditos de ha-
bilitacin en zonas con problemas de salinizacin de las tierras, median-
te convenios con las empresas intermediarias para que estas compraran
el tabaco a precios subsidiados, a n de preservar las fuentes de trabajo
y prevenir manifestaciones de descontento de parte de los afectados.
Ello a pesar de que los gobiernos de la poca no se destacaron por ser
especialmente favorecedores de la economa campesina, sino que, por el
contrario, frenaron la reforma agraria y depositaron en los empresarios
agrcolas y ganaderos el liderazgo de la produccin y exportacin de
productos alimentarios (Mackinlay, 1991).
Los problemas sociales en la era de los intermediarios
Para los aos cincuenta, lo que cambi en el escenario cotidiano fueron
los cada vez ms numerosos conictos que comenzaron a surgir. Segn
coinciden la mayora de los anlisis, el principal motivo de estos radica-
ba en la estructura de intermediacin que empezaba a manifestar signos
de agotamiento. En efecto, los intermediarios convinieron inicialmente
a las compaas cigarreras, ya que les evitaban tener que entablar tratos
directos con un nmero elevado de pequeos productores, pero a la
larga se generaron problemas que llegaron incluso a poner en peligro la
provisin de la materia prima en forma oportuna. Asimismo, a medi-
da que el paquete tecnolgico se sosticaba, los intermediarios menos
capacitados en formacin agronmica, que eran la mayor parte, deja-
ban de ser un adecuado vehculo para la transferencia de tecnologa a
los productores, cuestin que se tornaba cada vez ms importante para
ciertos tipos de tabaco, en particular los de mejor calidad, que eran re-
queridos crecientemente en mayor medida.
De forma simultnea, algunos de los intermediarios ms grandes se
haban convertido en verdaderos caciques con gran podero econmico.
Diversicados hacia otros giros de la actividad econmica, no siempre
actuaban de manera subordinada a las compaas cigarreras: a menu-
do utilizaban parte de los insumos adelantados en actividades agrcolas
ajenas al tabaco y vendan en el mercado libre, donde se comerciaba el
tabaco no sujeto a contratacin, una fraccin de la produccin com-
prometida. En ocasiones, en vez de canalizar las habilitaciones a los
Hoiacio Macxixia\
227
productores que corresponda, algunos intermediarios muchos de los
cuales para ese entonces provenan de los grupos caciquiles que se ha-
ban formado dentro de los ejidos arrendaban de forma ilegal tierras
para producir ellos mismos la solancea.
Despus del viraje que emprendieron los gobiernos poscardenistas en
el sentido de relegar al sector campesino a un papel productivo secunda-
rio, los mecanismos de control poltico del sector ejidal se reforzaron. La
Confederacin Nacional Campesina (cxc), principal organizacin rural
del iii y vehculo prcticamente obligado para acceder a la posesin de
la tierra, asumi un papel cada vez ms marcado como aparato polti-
co de contencin preventiva de las movilizaciones campesinas despus
de 1940 (Gordillo 1988: 151). Este impresionante aparato agrario, es-
tructurado en forma piramidal, tena en su base los numerosos ejidos
que proliferaron a lo largo y ancho del pas, los cuales estaban agrupados
en diversas instancias regionales como los comits locales o municipales.
Estos ltimos convergan en las Ligas de Comunidades Agrarias de las
distintas entidades federativas del pas, normalmente controladas por los
gobernadores. Las 32 Ligas de la Repblica conuan en el Comit Ejecu-
tivo Nacional, que ejerca un control vertical descendente, cuyo lder era
nombrado por el presidente de la Repblica, segn las reglas no escritas
del sistema (Gordillo y Rello, 1981: 30; Mackinlay 1996: 180-184).
Despus del reparto de tierras, se desarroll un proceso encubierto de
acaparamiento y renta de parcelas y todo un mercado de tierras clandes-
tino al interior de los ejidos, cuyas reglas y modalidades eran sumamente
variables, debido a la prohibicin del arrendamiento y venta de tierras
ejidales. Instrumentadas estas prcticas por lo general desde el comisaria-
do ejidal, esta instancia se convirti en el bastin de los grupos caciquiles
dominantes. En las regiones tabacaleras estos grupos se reforzaron ms de
lo habitual gracias a las facultades que tena el presidente del comisariado
ejidal para intervenir en la asignacin de las tierras tabacaleras. Si bien
algunos ejidos desarrollaron de manera excepcional formas de gobierno
ms democrticas, donde las asambleas ejidales realmente funcionaban y
tenan un mayor control sobre sus instancias ejecutivas, no fue as en la
mayor parte del pas. En el caso de la produccin del tabaco en rama, los
caciques ejidales lograron acaparar sustanciales supercies de tabaco en
favor de s mismos o de sus allegados.
En todas las regiones tabaqueras proliferaron contratistas y subcontra-
tistas, generndose desde minifundios hasta el cultivo de algunos surcos de
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228
tabaco, como en algunas localidades de Oaxaca y Veracruz. En el otro lado
del tablero, los crditos eran acaparados por pocos: contratos arriba de 10
hectreas y algunos cercanos a las 100 hectreas en manos de medianos y
grandes propietarios privados y ciertos ejidatarios. Haba gran disparidad
de condiciones de nanciamiento: en ciertos casos era insuciente y de-
terminaba que los productores tuvieran que recurrir a prstamos usureros
para nanciar parte del proceso productivo, en espera de recuperarse a la
hora de las cuentas nales despus de entregar la cosecha.
Adems, segn reportan los estudios disponibles, no eran infrecuen-
tes el cobro indebido de intereses por los adelantos recibidos; problemas
con el pesado a la hora de la entrega de la produccin; arbitrariedades
en la clasicacin y descuentos injusticados, con el pretexto de de-
ciencias de calidad, y muchos otros causados por la voracidad de los
intermediarios que siempre buscaban mejorar la comisin que obte-
nan por cada carga de 138 kilogramos de tabaco. Cuando surgan
problemas de cierta trascendencia, estos eran solucionados de forma
coyuntural con la intervencin de las Ligas de Comunidades Agrarias,
las dependencias federales como el Departamento de Asuntos Agra-
rios y Colonizacin (iaac) y la Secretara de Agricultura y Ganadera
(sac), o los gobernadores en turno, de acuerdo con las situaciones que
se presentaran (Heredia y Villaseor, 1987; Rodrguez Canto, 1985;
Sinz y Echegaray, 1988; Valtierra Pacheco, 1984).
El motivo central de conicto entre los productores y los intermedia-
rios empez a girar en torno a los precios de la materia prima. Durante
los aos cuarenta se registraron en Nayarit numerosas peticiones de au-
mentos de estos, articuladas a travs de comits formados de manera es-
pontnea, cuyas demandas terminaban siendo canalizadas por conducto
de la Liga de Comunidades Agrarias y se resolvan por lo general con la
intervencin nal del gobernador del estado (Heredia y Villaseor, 1987:
85-86). A partir de 1946, con el ascenso al poder en Nayarit del go-
bernador Gilberto Flores Muoz (1946-1952), personaje estrechamente
identicado con los grandes intereses de las compaas cigarreras, quien
se convertira en el hombre fuerte de la entidad y en un prominente per-
sonaje poltico en el mbito nacional, se ejercera un manejo sumamente
autoritario de las relaciones con los grupos sociales subordinados. Du-
rante el maximato de Flores Muoz as denominado debido a que su
inuencia como factor de poder dentro de la entidad perdur hasta la
dcada de los sesenta los precios pagados a los productores de tabaco
Hoiacio Macxixia\
229
prcticamente se estancaron, no obstante el desencadenamiento de una
considerable tendencia inacionaria a partir de 1956.
Otro gran y delicado motivo de conicto era el llamado tabaco libre
producido por cosecheros sin contrato ni convenio con las empresas
intermediarias o con las liales de las cigarreras. Este tabaco provena
de productores espontneos y, en ocasiones, de los propios productores
contratados que plantaban supercies adicionales con los mismos re-
cursos de la habilitacin, para vender esta produccin a terceros, en per-
juicio de la calidad del producto. Los intermediarios tambin podan
obtener un ingreso extraordinario mediante el aumento del nmero
de hectreas con poca o nula inversin adicional. No era fcil evitar el
orecimiento de este mercado paralelo, pues en ese entonces exista un
considerable nmero de compradores que, de acuerdo con las coyuntu-
ras del mercado, podan ofrecer precios atractivos.
De esta manera, las cigarreras haban conocido un proceso de con-
centracin pero todava subsista cierto nmero de pequeas fbricas que
coexistan con las grandes e impedan que las primeras controlaran mo-
noplicamente el mercado y se pusieran de acuerdo sobre precios y con-
diciones de contratacin. En el mercado de los tabacos oscuros existan
an ms agentes que podan interesarse en la materia prima, como pe-
queos fabricantes de puros, purillos, cigarros de hoja, de mascar y dems
subproductos. Numerosos ejidatarios que no lograban rmar contratos
con las empresas participaban en este mercado paralelo. En temporadas
de sobreproduccin solan recurrir a la protesta y a la movilizacin para
obligar a las empresas a adquirir su produccin.
No obstante, a pesar de los problemas que se presentaban con los
intermediarios, el tabaco era altamente apreciado, ya que junto con la
caa de azcar, era relativamente de los pocos cultivos que proporcio-
naban mrgenes de utilidad considerablemente elevados y ofrecan un
nanciamiento completo del proceso productivo, consistente en el pago
de los insumos, servicios agrcolas con maquinaria y equipo y los jorna-
les necesarios. Otros cultivos, en particular los cereales bsicos como el
maz y frijol, eran cada vez menos redituables y sus precios de garanta
fueron prcticamente congelados a partir de 1959, durante el desarrollo
estabilizador. Por ello, se gener una fuerte presin social en contra de
la existencia de grandes supercies tabacaleras que, si bien difcilmente
sobrepasaban los lmites de la propiedad privada agrcola estipulados en el
Cdigo Agrario, eran vistas como acaparadoras de los contratos.
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Las protestas cada vez ms recurrentes y la necesidad de elevar la
calidad de la produccin eran indicadores del agotamiento de la capaci-
dad de los intermediarios de manejar de manera adecuada la agricultura
de contrato. En 1956, a raz de una crisis de sobreproduccin impor-
tante que nalmente oblig a las empresas a comprar los excedentes del
mercado libre para apaciguar el conicto, se emprendi una gradual
eliminacin de los intermediarios, hasta que en 1960 se rm, en Tepic,
capital del estado de Nayarit, un acuerdo entre la sac y las empresas
cigarreras mediante el cual estas se comprometan a realizar las contra-
taciones en forma directa o a travs de subsidiarias propias.
Con la sustitucin del intermediarismo por la operacin directa de
las compaas, el proceso de integracin vertical que se vena forjando
desde la poca de la Comercial Nayarita alcanz un mayor grado de
consolidacin, puesto que la fase agrcola qued todava ms integrada
al proceso de transformacin industrial. Solo dos grandes compaas
habilitadoras quedaron en operacin, riisa y Tabacos Mexicanos, S.A.;
esta ltima lial de La Tabacalera Mexicana.
7
Las dems cigarreras y las
empresas especializadas en la exportacin de tabaco desvenado deban
recurrir a sus departamentos de campo, pero por lo general el grueso
de su abastecimiento lo obtenan a travs de convenios con estas dos
habilitadoras, sobre todo de riisa, que era la natural aliada de las tras-
nacionales de origen ingls y estadounidense.
Al ser la compaa ms grande (a nes de la dcada de los cincuenta
controlaba alrededor de 80% de la produccin de tabaco en Nayarit),
riisa marcaba la pauta en lo que a montos de la habilitacin y precios
pagados al productor se reere (Amndola Massiotti, 1984: 178). Fren-
te a la presin que ejerca el gobierno para reducir las importaciones, la
supercie cosechada y la produccin en Nayarit se dispararon a partir
de 1954: de alrededor de 18 000 hectreas y 20 000 toneladas, se pas
a cifras superiores a las 27 000 hectreas y 50 000 toneladas hacia nes
de la dcada de los sesenta (cuadro 1).
7
Las dos nicas grandes compaas nacionales que haban logrado mantenerse en el mercado,
El Buen Tono, de Ernesto Pugibet, y La Tabacalera Mexicana, de Jos Mara Basagoiti, se fusiona-
ron en 1960, conservando la razn social de la segunda. La nueva compaa se asociara en 1966
con la Liggets & Myers Tobacco Company, empresa perteneciente al Conglomerado Transnacional
de la British American Tobacco (Valtierra Pacheco, 1984: 269; Llanos Lerma, 1970: 66).
Hoiacio Macxixia\
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Auge y crisis de la agroindustria del tabaco durante la
dcada de los sesenta
Esta es una dcada de grandes cambios, motivados sobre todo por las
instrucciones gubernamentales de avanzar en la sustitucin de impor-
taciones y aumentar las exportaciones. La inminencia de medidas aran-
celarias ms drsticas oblig a riisa a acelerar el ritmo de sus experi-
mentaciones agronmicas y a buscar lugares adecuados para producir
virtualmente todos los tipos de tabacos que necesitaba. A mediados de
la dcada, el Poder Ejecutivo emiti un decreto que oblig a concluir el
proceso, con lo que en pocos aos prcticamente se eliminaron las im-
portaciones y se pas de un saldo decitario de la balanza comercial de
22.2 millones de pesos en 1965 a uno superavitario de 182.6 millones
en 1972 (Chumacero, 1985: 42).
Desde el punto de vista de las tecnologas utilizadas, se generalizaron
una serie de modicaciones al paquete tecnolgico, con la introduccin
de variedades mejoradas de tabacos Burley y Virginia, el aumento del
nmero de labores agrcolas asociadas con la ampliacin del uso de ferti-
lizantes e insecticidas qumicos, un mayor nmero de riegos a las planta-
ciones, cambios en la manera de cosechar y en los mtodos del curado (o
secado) y otros que contribuyeron la elevacin de los rendimientos por
hectrea y repercutieron en un incremento del empleo rural. El tabaco
aanz su lugar como uno de los cultivos comerciales que emplea el ms
alto nmero de jornales por hectrea. El nivel de utilizacin de maqui-
naria se mantuvo en una situacin intermedia: se incorpor para ciertas
labores adicionales pero se desech para otras. Los tractores se utilizaran
sobre todo para la preparacin de los suelos. Tambin se difundira am-
pliamente la utilizacin de bombas y equipos de riego y aparatos livia-
nos para la aplicacin de agroqumicos. Despus de diversos ensayos, se
abandonaron los intentos de mecanizar ms ampliamente el trabajo en
los planteros donde se producan los almcigos, no dieron resultado las
mquinas ensartadoras ensayadas ni se juzg conveniente la utilizacin de
mquinas plantadoras (Amndola Massiotti, 1984: 88-98).
Partiendo de la premisa del bajo costo de la mano de obra rural
mexicana se sopesaron los pros y contras, como el hecho de que ciertos
trabajos mecanizados podan representar un ahorro en salarios pero no
producan un resultado de la calidad deseada, as como la aceptacin o
rechazo de estas tcnicas por parte de los productores campesinos, natu-
Hoiacio Macxixia\
233
ralmente inclinados a emplear fuerza de trabajo en vez de sustituirla por
mquinas. El paquete tecnolgico del tabaco, importado en buena par-
te de sus aspectos, tambin incorpor elementos y tcnicas tradicionales
campesinas, como el curado en sartas y algunas otras. Confrontado con
las condiciones naturales y sociales especcas de cada regin, combin
tecnologas avanzadas con actividades manuales y artesanales.
Al principio hubo reticencias por parte de los productores en seguir
al pie de la letra las nuevas indicaciones. Ms all de que implicaban una
mayor dedicacin a las labores agrcolas, cambiaban una serie de reglas
y mtodos con respecto a los que estaban acostumbrados en el pasado.
Una manera de presionarlos fue mediante la aplicacin de criterios ms
estrictos en el recibo del tabaco, ya que se pagaba de acuerdo con dos
calidades diferenciadas, lo que signica que si se valuaba la produccin
en el nivel ms bajo, ello repercuta en un menor ingreso. Adems, si la
produccin no tena suciente calidad, poda ser total o parcialmente
rechazada o ser objeto de penalizaciones con descuentos monetarios.
Para transferir la nueva tecnologa, las compaas multiplicaron el n-
mero de supervisores de campo encargados de la asistencia tcnica y
de la vigilancia de la correcta aplicacin del paquete tecnolgico, a la
vez que se modicaron los contratos para desglosar en forma precisa
las labores a realizar y los montos de la habilitacin correspondientes a
cada una de ellas. Estas quedaron asentadas en listas llamadas costos del
cultivo o cuotas de habilitacin (Valtierra Pacheco, 1984: 157).
La poltica de sustitucin de importaciones tuvo dos efectos principa-
les: un aumento de la supercie cultivada en determinadas zonas de ex-
pansin y una reorganizacin general de las reas de cultivo en el mbito
nacional que implic el retiro de las supercies menos rentables. Gracias
al relevamiento de los suelos realizado por riisa, se seleccionaron nuevas
zonas, tanto en la planicie costera de Nayarit como en los dems estados
de la Repblica. La regin abierta al cultivo ms importante fue la de
Zimatln, en los Valles Centrales de Oaxaca, en 1967, donde se encon-
traron condiciones propicias para la produccin de tabacos de tipo turco
o aromtico, necesarios en pequeas cantidades pero indispensables para
la manufactura de cigarrillos. De forma paralela, se registr un repliegue
de ciertas zonas cuya produccin haba dejado de ser redituable debido a
la cada de la demanda mundial de tabacos oscuros, porque sus suelos no
eran de la calidad deseada o registraban altos ndices de salinidad, inclu-
yendo algunas zonas del norte de la regin tabacalera de Nayarit. El retiro
La acioixiusriia iii ranaco ix Mixico \ ia ioixacix ii Tanaxix
234
de los crditos para producir tabaco generara, como veremos adelante,
graves problemas sociales y polticos.
En 1967, 81.4% del valor total de la produccin correspondi a
Nayarit, 8.88% a Veracruz, 6.39% a Oaxaca y 3.33% a otras entida-
des. Veracruz se subdivida en tres grandes regiones, el norte (lamo,
Papantla y Platn Snchez), el centro (Crdoba) y el sur (San Andrs
Tuxtla). En el norte y el centro el grueso de la produccin, donde se
producan tabacos oscuros para cigarrillos, era habilitado por las com-
paas cigarreras, mientras que este no era el caso del sur debido a que
se trataba de tabacos oscuros para puros. Ese ao las cigarreras contrata-
ron en Nayarit a 6132 ejidatarios y a 169 propietarios privados con un
total de 18 684 hectreas, con una supercie media de 2.96 hectreas
por productor contratado. En contraste, en Veracruz esas mismas cifras
fueron: 3482 hectreas habilitadas, correspondientes a 6312 a ejida-
tarios y 203 pequeos propietarios, con una supercie media de 0.53
hectreas
8
(Llanos Lerma, 1970: 62 y 64).
Como se puede notar, haba un nmero similar de ejidatarios en Na-
yarit y Veracruz para una supercie seis veces menor en el ltimo. En este
caso, el nmero promedio de hectreas habilitadas por ejidatario era de
poco ms de media hectrea, ciertamente muy bajo. Sin embargo, esta
estadstica resulta engaosa porque incluye a los miles de microproducto-
res de Crdoba, donde los ejidatarios siembran pequeas parcelas en las
laderas de las montaas y en los corrales y patios de sus casas (Llanos Ler-
ma, 1970: 64). Veracruz, que haba sido una de las grandes zonas produc-
toras del siglo xix, debido a la paulatina prdida de mercado registrada
por los puros, primero, y por los cigarrillos manufacturados con tabacos
oscuros, despus, sufri una reduccin paulatina de esta actividad, ya que
en Mxico no se desarroll un mercado importante de cigarrillos negros,
como fue el caso de Francia, por ejemplo, con sus Gauloise y Gitanes. Su
participacin en la economa tabacalera se restringa al poco dinmico
mercado de tabaco para puros y pipa y a la menguante produccin de
tabacos oscuros, empleados cada vez en menor proporcin en las mezclas
de cigarrillos. El impresionante crecimiento del consumo de cigarrillos
rubios afect seriamente a tradicionales marcas, como los Delicados de La
8
Existe una diferencia de 1 500 hectreas en las calculadas para Nayarit, en relacin con
las que se presentan en el cuadro 1, pero puede ser que las cifras de Llanos Lerma se refieran a
la superficie contratada por las empresas cigarreras, mientras que las del cuadro 1 incluyen las
de la banca de fomento.
Hoiacio Macxixia\
235
Tabacalera Mexicana. En el cuadro 1 es muy notoria la cada sostenida
de la supercie del rubro resto del pas bsicamente Veracruz y Oaxaca,
que pas de un promedio aproximado de 25 000 hectreas a principios
de 1960 al de 12 000 hacia nes de la dcada.
En Oaxaca la tradicional regin productora de tabacos para puros de
Tuxtepec-Valle Nacional, gravemente afectada por la plaga del moho azul,
haba continuado su declive desde principios de siglo, mientras que la re-
cin abierta zona de tabaco aromtico para cigarrillos de Zimatln-Valles
Centrales llegara a contar a principios de la dcada de los setenta con
alrededor de 4000 microproductores con un promedio de una dcima de
hectrea cada uno, cosechada dos veces al ao (Gonzlez Lpez, 1971:
124). Los microproductores de Crdoba y de los Valles Centrales no ha-
ban superado su tradicional situacin de marginacin social. A pesar de
que haban recibido tierras ejidales durante el siglo xx que los haban libe-
rado, en ciertos casos, de las formas de trabajo forzado o semiforzado de la
centuria anterior, la reforma agraria mexicana no los haba dotado de su-
cientes tierras ni los haba apoyado con infraestructura y recursos de fo-
mento para mejorar de manera sustancial sus condiciones de vida.
La situacin no era tan mala para los productores del norte del estado
de Veracruz, con extensiones un poco ms grandes, en su mayora cam-
pesinos de un nivel socioeconmico ms alto cuyas supercies de taba-
co oscilaban entre media hectrea y una hectrea y media. Enfrentados
al deterioro de los precios del maz y frijol, obtenan un ingreso com-
plementario nada desdeable, derivado tanto de los salarios adelantados
por las empresas en el crdito de habilitacin que en su mayor parte
permanecan dentro de la unidad domstica, ya que las labores agrcolas
eran realizadas por miembros de la familia del productor, como de las
utilidades obtenidas de la liquidacin. En esta regin tambin haba
productores que tenan supercies considerablemente mayores, como
los pequeos y medianos propietarios privados de Platn Snchez, que
producan ellos mismos en sus propias tierras o distribuan parte de la
habilitacin entre ms pequeos cosecheros indgenas y mestizos.
De todas formas, los tabacaleros de estas regiones nunca conocieron
como veremos enseguida una bonanza comparable a la de Nayarit.
Durante los aos sesenta empezaron a caer en una situacin de precarie-
dad, ya que muchos perdieron sus habilitaciones y los que se sostenan
en la actividad se veran constantemente amenazados con las fuertes
reducciones de la supercie de nes de la dcada y principios de la si-
La acioixiusriia iii ranaco ix Mixico \ ia ioixacix ii Tanaxix
236
guiente. Como arma Chumacero: En general, la supercie cultivada
de tabacos oscuros sufri severas reducciones, despareciendo la zona
central de Veracruz y disminuyendo la de la Huasteca (Platn Snchez)
y la de lamo, as como la de Valle Nacional en Oaxaca (1985: 30).
En Nayarit, en contraste, la reorganizacin de las reas de cultivo y
el retiro de las zonas salinas afect a zonas enteras, como las del norte de
la entidad, y a un nmero importante de productores pero, a diferen-
cia de Veracruz y Oaxaca, la supercie total se mantuvo ms o menos
estable durante la dcada e incluso conoci un aumento entre 1968 y
1972, en pocas de descenso de la supercie para el resto de las regiones
(cuadro 1). Si se analiza la columna de los rendimientos de este cuadro,
se puede notar su incremento en Nayarit desde nes de los cincuenta,
cuando aquellos empezaron a oscilar en torno a una tonelada y media
por hectrea, coincidiendo con los cambios en el paquete tecnolgico,
pero el despegue ms signicativo se dio durante el lustro 1968-1972,
cuando llegan a 1.93 en promedio.
Esto se explica por el hecho de que para esas fechas la reestructuracin
productiva y la supervisin tcnica estaban dando resultados, mientras
que en el resto del pas los rendimientos haban permanecido bajos y
estancados (cuadro 1). Si se recurre a las pocas cifras sobre ingresos, dispo-
nibles para Nayarit, se tiene que en 1966 estos haban alcanzado niveles
muy altos, despus de un aumento de los precios cuyos orgenes sern
vistos en el prximo apartado. El promedio de utilidades por hectrea de
los diversos tipos de tabaco plantados fue de 6654 pesos en la temporada
1965-1966 y de 7220 pesos en la temporada 1968-1969, lo que equivala
a 15 474 y 15 592 pesos de 1996, respectivamente, cifras nunca antes
conocidas por los tabacaleros nayaritas (Chumacero, 1985: 43; Llanos
Lerma, 1970: 64). A juicio de Valtierra Pacheco:
Los campesinos durante el tiempo en que oper riisa obtuvieron los
mayores ingresos reales (por lo menos hasta 1965-1966). Algunos de ellos
manifestaron que en el ciclo 1980-1981 haban obtenido utilidades del
tabaco en monto nominal casi iguales a las obtenidas en otro ciclo agrcola
unos quince aos atrs y que de entonces a la fecha no haban tenido una
mejora en sus ingresos. Durante muchos aos el tabaco, en lo que hace a
utilidades, no tuvo comparacin con el resto de los cultivos porque riisa
siempre procur que la solancea fuera el ms rentable de los cultivos para
eliminar cualquier signo de competencia. Esta situacin se manifestaba en
Hoiacio Macxixia\
237
que todos lo aos ms y ms campesinos pedan ingresar a la produccin
de tabaco (1984: 169).
Poltica de izquierda e intervencin estatal en la dcada
de los sesenta
El sexenio de Adolfo Lpez Mateos (1958-1964) fue escenario de la parte
nal de un ciclo importante de luchas campesinas que se haba iniciado
a principios de la dcada de los cincuenta, cuyos epicentros fueron, en el
norte del pas, la Unin General de Obreros y Campesinos de Mxico,
aliada al Partido Popular, y, en el estado de Morelos, el Partido Agrario
Obrero Morelense, liderado por Rubn Jaramillo.
9
El gobierno de Lpez
Mateos, calicado por el mismo presidente como de extrema izquierda
dentro de la Constitucin (Medina Pea, 1994), llev a cabo una polti-
ca de mayor apoyo a la economa campesina, sobre todo en comparacin
con la poltica francamente desfavorable de los tres sexenios que le antece-
dieron, conceptualizados como el periodo de la contrarreforma agraria
(Bartra, 1985). Ahora bien, Lpez Mateos va a llevar sobre sus espaldas
el peso histrico del asesinato de Jaramillo en 1962, despus de haberle
otorgado la amnista, y poco se recordar de que durante su gobierno se
reactiv de manera considerable el reparto agrario, se derog la coloni-
zacin privada para restringirla a la colonizacin ejidal, se puso trmino
a numerosas concesiones ganaderas cuestionadas por encubrir autnti-
cos latifundios, se aumentaron los crditos de la banca de fomento y los
subsidios dirigidos a los ejidatarios y campesinos pequeos propietarios,
entre otras acciones (Mackinlay, 1991: 138-139).
En la rama del tabaco se tomaron diversos tipos de iniciativas enca-
minadas a regular y fomentar la actividad tabacalera y amortiguar los
conictos sociales. Las acciones gubernamentales abarcaron desde una
intervencin en favor de un aumento de los precios del tabaco y una
serie de recomendaciones que se hicieron durante la segunda mitad de
1961 que pretendan normar los contratos y atender ciertas quejas de
los productores, sin mayor trascendencia en trminos prcticos, has-
ta otras ms decididas como promover las exportaciones con nancia-
miento dado por las instituciones crediticias ociales.
9
Vase De Grammont (1989).
La acioixiusriia iii ranaco ix Mixico \ ia ioixacix ii Tanaxix
238
Durante este sexenio, as como en el del presidente Gustavo Daz
Ordaz (1964-1970), se realiz una importante inversin pblica en in-
fraestructura hidrulica: entre 1960 y 1970, la supercie de riego del
estado de Nayarit aument de 328 a 10 432 hectreas, con lo que se be-
neci en gran medida a la regin Costa Norte (Domike y Rodrguez,
1976, citado en Amndola Massiotti, 1984: 207).
Durante la Presidencia de Lpez Mateos se busc impulsar las ex-
portaciones y contrarrestar el excesivo poder de las trasnacionales, por lo
que se promovi la implantacin de compaas competidoras de riisa.
La empresa exportadora de capital italiano, la compaa Santa Mara
de Mxico, S. A. dedicada a exportar tabaco desvenado que colocaba
en el mercado internacional, inici sus operaciones con la adquisicin
de 4000 toneladas de tabaco libre que se haban generado durante la
sobreproduccin de la temporada 1961-1962, cuando numerosos pro-
ductores no sujetos a contratacin se quedaron con el producto en sus
manos y las compaas cigarreras se negaron a comprarlo.
Esta empresa, que se instal con la promesa de invertir en la construc-
cin de hornos para el secado, habilit cerca de 3000 hectreas durante
las dos siguientes temporadas con el apoyo nanciero del Banco Na-
cional de Crdito Agrcola (Bangrcola), pero sigui comprando tabaco
libre, lo cual provocaba la airada protesta de los gerentes de riisa, que
argumentaban de que no solo subsidiaban a la Santa Mara de Mxico,
sino que con ello se afectaba la calidad de la produccin. Las protestas
de riisa fructicaron durante el gobierno de Daz Ordaz, cuya poltica
retorn a la senda favorable a las grandes empresas cigarreras y expor-
tadoras, aunque no en forma inmediata. As, el Bangrcola redujo el
apoyo a la compaa italiana hasta provocar su retiro del pas en 1966
y el ingreso de nuevas empresas exportadoras, ahora relacionadas con el
conglomerado trasnacional (Valtierra Pacheco, 1984: 153-154).
En efecto, despus del retiro de la Santa Mara, el Bangrcola man-
tuvo sus operaciones pero esta vez mediante el otorgamiento de crditos
agrcolas a dos compaas habilitadoras y exportadoras estadouniden-
ses: Tabacos Azteca, S.A., lial de la K.R. Edwards Leaf Tobacco Co, y
la Exportadora de Tabacos Mexicanos, S.A. de C.V. (Extamex), lial de
Te Austin Co., trasnacionales que se instalaron en Mxico en 1966.
Estas dos compaas invirtieron en la construccin de sus respectivas
plantas desvenadoras en Tepic. Otras que gozaron del apoyo del Ban-
grcola fueron la nueva empresa exportadora Cigarros Bayoln, lial de
Hoiacio Macxixia\
239
R.J. Reynolds y la compaa Cigarrera Nacional, lial de Philip Morris
International, asociadas con Extamex para la obtencin de tabaco des-
venado. En el mbito industrial, continu el proceso de concentracin,
con la absorcin de las fbricas ms pequeas por las grandes. Hacia -
nes de los sesenta, El guila, La Moderna y La Tabacalera Mexicana, de
un total de 14 cigarreras registradas, acaparaban 96% de la produccin
nacional de cigarrillos (Llanos Lerma, 1970: 65).
En la recta nal de su periodo presidencial, Lpez Mateos tom una
decisin que a la postre sera la que ms afectara los intereses de los gran-
des grupos nacionales y trasnacionales cigarreros: optar por la designa-
cin, en 1963, de un candidato progresista del iii para la gubernatura de
Nayarit para el periodo 1964-1970, Julin Gascn Mercado, con lo que
se conclua de esta forma con 18 aos de cacicazgo de Flores Muoz. La
primera accin signicativa del nuevo gobernador, que tena fuertes vn-
culos con el Partido Popular, fue reglamentar en el mbito estatal la Ley
Federal de Tierras Ociosas y revitalizar el reparto agrario en la entidad,
cuya intensidad haba disminuido de forma notable desde el cardenismo,
para afrontar el creciente desempleo rural causado, entre otros factores,
por la terminacin de los Convenios de Braceros con Estados Unidos que
afect a numerosos migrantes nayaritas. Su segunda accin fue su intento
por incidir para elevar los precios y mejorar las condiciones de contrata-
cin de los productores en la agroindustria del tabaco, principal actividad
econmica del estado, para lo cual se acord la convocatoria, de parte del
titular del iaac, a nombre del saliente presidente de la Repblica, a una
reunin para analizar los precios de las distintas variedades de tabaco para
la temporada 1964-1965, donde participaron funcionarios gubernamen-
tales, representantes de las compaas, los gobernadores de Veracruz y
Oaxaca, y los dirigentes de las Ligas de Comunidades Agrarias de los tres
mayores estados productores de tabaco.
Como las conversaciones con los representantes de las compaas
cigarreras no prosperaban, cuando se inici la segunda ronda de nego-
ciaciones, ahora sin la participacin de los gobernadores de Veracruz
y Oaxaca, Gascn Mercado convino con los dirigentes campesinos de
Nayarit detener la plantacin del tabaco. Sin embargo, esta medida de
presin no tuvo otro efecto ms que desatar una fuerte contraofensiva
de los intereses afectados, los cuales, en medio de una intensa campa-
a en los medios de comunicacin para desacreditar la demanda de
aumento de precios, organizaron el envo por parte de productores na-
La acioixiusriia iii ranaco ix Mixico \ ia ioixacix ii Tanaxix
240
yaritas de miles de telegramas a las autoridades federales, donde desau-
torizaban esa demanda y exigan que se abrieran las contrataciones para
dicha temporada. En vista del conjunto de circunstancias que hacan
imposible mantener esa medida de presin, en palabras del propio go-
bernador: Nos declaramos derrotados por las empresas extranjeras y
aceptamos que se iniciaran las contrataciones en las mismas condiciones
que en aos anteriores (Gascn Mercado, 1989: 47).
En 1965 se present una coyuntura para que el gobernador de Na-
yarit retomara la iniciativa poltica. A raz de los retiros del crdito de
habilitacin a algunos ejidos de la zona norte del estado se form una
sociedad cooperativa en el ejido de Palma Grande, municipio de Ro-
samorada, Nayarit, con la participacin de militantes del Partido Po-
pular. El gobernador Gascn Mercado, que haba promovido a inver-
sionistas extranjeros ajenos al conglomerado trasnacional, facilit el en-
cuentro de los cooperativistas con la compaa checoslovaca Transakta
Pzo. Nada ms y nada menos que una compaa de un pas ubicado del
otro lado de la Cortina de Hierro! La cooperativa, despus de muchas
gestiones ya que el gobierno federal, a travs del Banjidal, se mostraba
reticente a apoyarla, nalmente obtuvo nanciamiento de este banco y
rm un convenio con la cooperativa, donde pact un precio tres veces
ms alto del que se pagaba en la entidad.
La forma de pago era bastante peculiar: 40% en efectivo y 60% en
maquinaria agrcola. Aun as, la cantidad obtenida en efectivo (4.40
pesos) era superior a lo que pagaban para ese momento las compa-
as de Nayarit (3.64 pesos), con el benecio adicional de obtener la
maquinaria que necesitaban, como los 30 tractores Zetor del primer
pago (Valtierra Pacheco, 1984: 146). Aunque el trato inicial era por
la compra de 350 toneladas y el nmero de asociados nunca rebas
los 200, se gener una gran conmocin a escala estatal y nacional: a la
constitucin de la cooperativa asistieron ms de 1400 campesinos y el
hecho se destac ampliamente en la prensa nacional, donde aparecieron
artculos en los cuales se denunciaba el carcter abusivo de las compa-
as trasnacionales y la gran disparidad entre los precios internacionales
y los prevalecientes en Mxico.
10
La gesta de la Cooperativa de Palma
10
Vanse los artculos publicados en la revista Siempre! en 1966, reproducidos en Chuma-
cero (1985: 127-151).
Hoiacio Macxixia\
241
Grande se convirti en un referente bsico de las luchas de la izquierda
y de los sectores ms marcadamente nacionalistas del iii.
11
En octubre de 1966, durante el gobierno de Daz Ordaz, a iniciativa
de las autoridades federales las compaas aceptaron integrar el Comi-
t Nacional del Tabaco (cxr) con el objeto de generar un espacio de
discusin y resolucin de los diferentes problemas de la actividad. Este
Comit estaba formado por representantes de varias secretaras de Estado
encabezadas por la sac, de los gobiernos estatales de Nayarit, Veracruz
y Oaxaca, de la cxc a nivel nacional y de las Ligas de Comunidades
Agrarias de las mismas entidades. Despus de un mes y medio de arduas
negociaciones, el principal acuerdo fue el compromiso de las compaas
de hacer una revisin peridica de los precios, empezando por los de la
temporada 1966-1967, por lo que se otorg un fuerte aumento de entre
71 y 128%, en funcin de las variedades, para los tabacos producidos en
Nayarit; de 45 y 46% en Veracruz, y de 11 y 12% en Oaxaca, aunque
ms tarde subieron un poco ms en este ltimo estado para ubicarse en el
rango de 18 y 19% respecto de los precios vigentes antes del convenio.
El acuerdo tambin incluy, entre otros aspectos, un incremento de
los montos de nanciamiento o cuotas de habilitacin por hectrea, para
ajustarlos a los costos de produccin de cada variedad de tabaco; la jacin
de una sola categora de calidad para recibir la produccin de tabaco, en
vez de las dos que existan anteriormente; la libertad para los productores
de adquirir los insumos por su cuenta, en particular los agroqumicos; la
reduccin de los plazos de las empresas para efectuar las liquidaciones de
la cosecha, y el establecimiento de supercies mximas a los contratos, de
cuatro hectreas tratndose de ejidatarios y 12 para pequeos propieta-
rios. Otras demandas, como la incorporacin de los tabacaleros al Insti-
tuto Mexicano del Seguro Social (ixss), fueron remitidas a una comisin
para su estudio (Llanos Lerma, 1970: 76-81).
Con posterioridad a esta reunin, el cxr result inoperante debido a
que se estableci como criterio de la toma de decisiones el consenso entre
sus integrantes. En adelante no se efectuara la revisin de los precios pac-
tada, ya que la parte empresarial se opondra a ello de forma sistemtica.
Otros acuerdos, como el referido a los lmites en los contratos para reducir
11
Para ms detalles acerca de esta experiencia y el movimiento campesino tabacalero en
general, vanse: Chumacero, 1985; Gascn Mercado, 1989; Sinz y Echegaray, 1988, y Rodr-
guez Canto, 1985.
La acioixiusriia iii ranaco ix Mixico \ ia ioixacix ii Tanaxix
242
la concentracin de las supercies, se cumplieron solo de manera parcial.
Mucho menos se avanz con el tema del ixss. Por el contrario, animadas
por un cambio a su favor en la correlacin de fuerzas en las esferas go-
bernantes del pas hacia la mitad de la administracin de Daz Ordaz,
12

las compaas cigarreras asumieron una actitud de endurecimiento en
cuanto a las reivindicaciones de los productores de tabaco, lo que deter-
min que despus de 1967 las utilidades de estos ltimos disminuyeran,
no obstante los aumentos de los precios de los cigarrillos autorizados en
1967 y 1971 (Chumacero, 1985: 43 y 154).
La contraofensiva de las empresas cigarreras y exportadoras estaba
guiada por su percepcin de que haban hecho demasiadas concesiones
en la negociacin de 1966 y que resultaba necesario inclinar la balanza
hacia su lado. Una de sus prioridades fue neutralizar al gobernador de
Nayarit, por lo que se redobl la campaa de boicot que no haba cesa-
do desde los primeros enfrentamientos de 1964. En 1967, las empresas
llevaron a cabo una fuerte ofensiva para destituirlo, lo que incluy una
movilizacin de todos sus aliados dentro del estado, incluyendo a lde-
res campesinos, obreros y del sector popular, altos ociales del Ejrcito,
polticos cercanos al antiguo cacique Flores Muoz. Aunque no se logr
destituir al gobernador, esta movilizacin poltica empresarial culmin
con la renuncia del secretario general de Gobierno, principal operador
poltico de Gascn Mercado, lo que debilit en gran medida a este en
los ltimos dos aos de su mandato.
13
Crisis de la agroindustria tabacalera y formacin de
Tabamex (1967-1972)
Ms que protestas por el deterioro de los ingresos despus de haber al-
canzado su pico ms alto en 1967, lo que ms llama la atencin en los
documentos escritos sobre la poca son las denuncias respecto de la p-
sima relacin entre productores y empresas. No obstante los acuerdos
alcanzados en el seno del cxr que haban atendido algunas de las reivin-
dicaciones ms sentidas, en la literatura se repiten una serie de denuncias
12
Julin Gascn Mercado, en sus memorias (1989), menciona a un poderoso funcionario
de la Secretara de Agricultura que defina la poltica federal hacia la rama del tabaco.
13
Vase Chumacero, 1985, y Gascn Mercado, 1989.
Hoiacio Macxixia\
243
acerca de la concentracin de las supercies en determinadas localidades;
la insuciencia de las cuotas de habilitacin que obligaba a los produc-
tores a endeudarse con altas tasas de inters con particulares para llevar
adelante la produccin; el autoritarismo de las empresas en lo tocante a la
clasicacin y pesado del producto, aplicndose descuentos injusticados
por deciencias del tabaco entregado; la imposicin de los agroqumicos
a precios sumamente altos; la persistencia de siembras libres, fuera de
programacin, fomentadas por las empresas; la corrupcin de los inspec-
tores, calicados como los personajes ms odiados, [] ms temidos
por los campesinos y el retiro sbito, sin previo aviso, de determinadas
supercies y de zonas enteras por motivos polticos.
14
Entre los analistas de la agroindustria tabacalera de entonces se repi-
te la armacin de que el mercado libre era tolerado e incluso fomen-
tado por las empresas cigarreras, ya que les serva para regular la oferta
e incidir en los precios hacia la baja. Segn Antonio Chumacero, el
mecanismo era el siguiente: ya que los rendimientos variaban conside-
rablemente ao con ao, se calculaba que la supercie contratada fuera
un poco inferior a las necesidades. La parte restante para cubrir la tota-
lidad provena de las siembras libres de las que se obtena un tabaco a
precios menores a los ociales, producido con poca o nula habilitacin
(1985: 31). Aunque se hizo costumbre responsabilizar a las empresas
habilitadoras liales de las grandes cigarreras, como reconoce Valtierra
Pacheco, el mercado libre tambin poda perjudicar a las ms grandes,
como riisa, ya que como se dijo con anterioridad, los productores po-
dan utilizar los recursos de la habilitacin para producir una cantidad
adicional, en detrimento de la calidad.
Sin embargo, la sospecha sobre las compaas cigarreras se derivaba
del hecho de que muchas veces terminaban comprando esta produccin.
Esta opinin no es compartida por Jos Mara Basagoiti, presidente de La
Tabacalera Mexicana, para quien las siembras libres se derivaban del ca-
rcter sumamente redituable del tabaco, no de la iniciativa de las empre-
sas, que no han tenido ms participacin que la de resolver el problema
social [....]. La historia de nuestras tantas veces excesivo y no planeados
inventarios, as lo demuestra (Basagoiti, 1972: 3). Intervinieran o no las
14
La anterior cita proviene de Chumacero (1985: 26); vanse tambin Bonfil, 1985; Gon-
zlez Sierra, 1987 y Teubal et al., 1982.
La acioixiusriia iii ranaco ix Mixico \ ia ioixacix ii Tanaxix
244
grandes compaas habilitadoras, esta cuestin se torn en un asunto de
primera importancia en el debate poltico tabacalero del momento.
Hay que tomar con reserva varias de las imputaciones, en su gran
mayora provenientes de polticos, dirigentes campesinos, militantes,
funcionarios y periodistas crticos muchas veces por principios de
las trasnacionales. En la rama del tabaco, los antecedentes de esta f-
rrea crtica se remontan, como vimos, a la campaa emprendida por el
gobernador Gascn Mercado para mejorar e igualar las condiciones de
los productores de su estado, que encontraron eco en el grupo de inte-
lectuales de izquierda como Renato Leduc agrupados en torno a la
revista Siempre!. Todos ellos lgicamente buscaban resaltar el presunto
mal trato al que estaban sometidos los productores de tabaco, sin rea-
lizar un anlisis pormenorizado del problema. Los trabajos acadmicos
posteriores simplemente dan por cierta esta visin.
No hubiera cuestionado estas armaciones, que en la primera lec-
tura me parecan convincentes, a no ser porque en el trabajo de campo,
en dilogos con viejos tabacaleros nayaritas que vivieron este periodo,
no encontr una visin negativa de esos aos sino que, por el contra-
rio, percib un sentimiento de aoranza de esa que, en realidad, fue la
poca de oro de la agroindustria. Armaciones recurrentes en el sentido
de que esos eran tiempos en los que s se poda trabajar denotan no
solo satisfaccin por los ingresos sino tambin por el trabajo mismo.
Tambin llama la atencin el hecho de que, aunque por lo general estos
productores no se expresan negativamente de la etapa que le sigui a
esta, cuando la agroindustria tabacalera fue manejada por la empresa
paraestatal Tabamex (1972-1990), en la que tambin obtuvieron bue-
nas prestaciones e ingresos, las expresiones positivas acerca de riisa
predominan de manera abrumadora y muy poco se elogia a Tabamex.
No cabe duda de que en el transcurso de los sesenta las empresas
habilitadoras empezaron a ser ms estrictas que en las dcadas anterio-
res en cuanto a la aplicacin del paquete tecnolgico y la calidad en el
recibo del tabaco. A partir de las nuevas exigencias de elevar la calidad
del producto, cambiaron de una actitud tolerante hacia una estricta ac-
titud ecientista basada en la cabal aplicacin del paquete tecnolgico.
Respecto de la corrupcin de los inspectores,
15
es sumamente difcil
15
Segn Chumacero, el campesino obtena el crdito a condicin de que le entregara al
inspector la mitad de sus alcances (utilidades) al final del ciclo; otras veces el pago era anticipa-
Hoiacio Macxixia\
245
dilucidar despus de tanto tiempo, aunque es poco creble que se tratara
de una poltica instituida, por lo menos en el caso de riisa, que no
poda obtener muchas ganancias adicionales con tales actitudes. Una
de las dicultades para evaluar la veracidad de estas denuncias, formu-
ladas a nes de la dcada de los sesenta, es que no se especica bien el
periodo de que se trata, y en ocasiones es notorio que se realiza una
extrapolacin con respecto a la era de los intermediarios, con lo que se
adjudica a las empresas imputaciones del pasado, cuando entonces no
administraban directamente todos los crditos.
Habra que ponderar si es que las quejas de los tabacaleros contra
los inspectores reejaban, sobre todo, su protesta en contra de la su-
pervisin tcnica en s misma. Antes de los aos sesenta, en la medida
en que los requisitos de calidad no eran tan altos, los productores esta-
ban acostumbrados a trabajar sin mayor inspeccin y a administrar los
recursos de la habilitacin en forma mucho ms autnoma. Era muy
comn, por ejemplo, que se desviaran recursos hacia otros cultivos o al
consumo de la unidad domstica, e incluso, como vimos, para producir
un excedente comercializado en el mercado libre. Con la generalizacin
del nuevo paquete tecnolgico, los inspectores tuvieron que asumir un
papel ms activo en la nada popular tarea de vigilar que esto no suce-
diera, mediante la exigencia de un cabal cumplimiento de los trabajos
calendarizados y que se acataran todas las especicaciones tcnicas esti-
puladas en los contratos, a n de que se obtuviera un producto con las
caractersticas y la calidad acordadas.
16

Pero existe una diferencia cuando esta situacin deriva en la prdida
de la fuente de trabajo y cuando no sucede as. Por ello, a pesar de que
do; en no pocas ocasiones les concedan prstamos personales, siempre y cuando le entregaran
una parte al inspector. [] En mi opinin, estaba perfectamente calculado por las compaas:
a su personal de campo les pagaban sueldos muy bajos, con lo cual los forzaban a explotar a los
campesinos, explotacin que no solo consista en lo antes mencionado, sino que tambin signi-
ficaba tener controlados a los productores para que no se quejaran y exigieran mayores precios o
ms habilitacin: si alguno se quejaba, perda el crdito (Chumacero, 1985: 26-27).
16
Conozco una situacin parecida en los aos noventa cuando la aplicacin de un nuevo
paquete tecnolgico, acompaado de procedimientos para elevar la eficiencia y la productivi-
dad, fue interpretada como autoritarismo, ya que afectaba una importante dosis de autonoma
que los productores haban desarrollado durante la poca de Tabamex y, desde luego, tambin
repercuta en su grado de implicacin en el proceso productivo. De ah que es posible sostener
que en ambos casos se escenific una pugna por los niveles de productividad del trabajo, donde
las empresas pretendan un nivel ms alto y los grupos de productores inconformes uno menos
elevado. Para la dcada de los noventa vase Mackinlay (1998, 1999).
La acioixiusriia iii ranaco ix Mixico \ ia ioixacix ii Tanaxix
246
los productores ubicados en las mejores tierras y ms ecientes pueden
haber expresado en ocasiones descontento acerca del autoritarismo
(del paquete tecnolgico ms que de las empresas habilitadoras), no
estaban amenazados de perder su fuente de ingresos, ni estaban en rea-
lidad tan insatisfechos con las condiciones generales en las que se des-
empeaban. Prueba de ello es la alianza con las empresas manifestada
en las movilizaciones que se llevaron a cabo en contra del gobierno de
Gascn Mercado, realizadas a pesar de que este controlaba el aparato
corporativo estatal; adems de la memoria histrica positiva que guar-
dan los viejos tabacaleros nayaritas.
La paradoja de la dcada de los sesenta consisti en que fue una de
las de mejores ingresos para los productores y, al mismo tiempo, de
mayores niveles de protesta y descontento en el campo tabaquero. Esto
se explica, en mi opinin, por el impacto socialmente diferenciado de la
restructuracin de la agroindustria en esa poca. Por un lado estaban los
productores contratados en las mejores tierras que se beneciaban de
esta bonanza concentrados en Nayarit, aunque tambin los haban en
otras regiones y, por el otro, aquellos que haban perdido el crdito de
habilitacin o estaban amenazados de que ello sucediera por el retiro de
los crditos de las supercies con tabacos oscuros (Oaxaca y Veracruz) y
de las tierras salinas (en todas las regiones).
Cuando sobrevino el deterioro de los precios pagados al produc-
tor despus de 1967, los productores econmicamente viables, para
utilizar una expresin contempornea, fueron los nicos que pudieron
amortiguar el impacto, ya que conocieron un aumento considerable en
sus niveles de productividad, mientras que los dems, cuyos ingresos de
todas formas nunca fueron demasiado elevados debido a lo reducido
de sus parcelas y al hecho de que los tabacos oscuros tenan un precio
ms bajo, no solo tuvieron que enfrentar dicultades econmicas sino
tambin un trato ms estricto de los inspectores e incluso presiones para
que abandonaran el cultivo.
Algo similar suceda con los retiros de los crditos de habilitacin
que dejaban a los campesinos sin el codiciado nanciamiento del taba-
co. La manera como lo sealaban estos crticos, lo cual a veces corres-
ponda con la apreciacin subjetiva de muchos campesinos afectados,
era que ello no obedeca a razones tcnicas sino a motivaciones polti-
cas. En una intervencin donde Alfredo V. Bonl, secretario general de
la cxc, recoge los resultados de una serie de consultas realizadas con or-
Hoiacio Macxixia\
247
ganizaciones tabacaleras, invoca en repetidas ocasiones argumentos en
el sentido de que reas enteras se cancelan injusticadamente y luego
vuelven a abrirse con condiciones polticas distintas, o que el reparto
de las supercies de siembra atenda al grado de lealtad o sumisin de
los campesinos con la empresa (Bonl, 1985: 154-155).
El retiro por consideraciones polticas efectivamente suceda, tal como
lo pudimos constatar en la entrevista que sostuvimos con Basagoiti, quien
sostiene que s intentaban salir de las zonas ms politizadas pero no por una
cuestin de principios sino porque la actitud de los lderes (rerindose a
Csar del ngel) dicultaba de manera considerable sus operaciones. En
la actualidad pocos cuestionaran el derecho de las empresas de proceder
en este sentido, pero hay que considerar que en aquellos tiempos, donde
todava prevalecan fuertes sentimientos de justicia social en el marco del
Estado intervencionista posrevolucionario, no se perciba como descabe-
llada la solicitud del secretario general de una organizacin campesina de
exigir que el retiro de los crditos se realizara bajo algn mecanismo de
vigilancia gubernamental para evitar arbitrariedades. Sin embargo, si bien
el fenmeno de una extrema politizacin suceda en algunas localidades
hay sobradas razones para pensar de que s suceda con los partidarios de
Csar del ngel, el repliegue de las compaas habilitadoras no se expli-
ca tanto por motivos polticos sino por tratarse de regiones productoras
de tabacos oscuros cuyo mercado haba realmente decado, tierras que
se haban salinizado con el paso del tiempo o que haban dejado de ser
idneas con base en las nuevas exigencias de la industria.
Estos crticos nunca sealaron las importantes concesiones arranca-
das a las empresas durante las negociaciones de 1967 en el marco del
cxr, entre las que vale la pena comentar la jacin de una sola calidad
para el recibo del tabaco y el hecho de que se eliminaran los grandes
contratos para establecer el lmite de cuatro hectreas para ejidatarios y
de 12 para pequeos propietarios. Con la primera desapareci el incen-
tivo para obtener el precio ms alto, para producir mejor; bastaba con
cumplir con las exigencias mnimas para evitar que la produccin fuese
rechazada. Tambin dicult enormemente el recibo de la produccin,
ya que impona como nico mecanismo de control de calidad la posibi-
lidad de rechazar total o parcialmente la produccin por inservible. En
cuanto a la reduccin y democratizacin del tamao de la supercie
habilitada que distribuy entre ms pequeos productores un mayor
nmero de contratos, tampoco es seguro de que tendiese a fomentar
La acioixiusriia iii ranaco ix Mixico \ ia ioixacix ii Tanaxix
248
la productividad, toda vez que se fragmentaba la tierra probablemente
en exceso y se poda desperdiciar la oportunidad de plantar en una su-
percie de muy buena calidad sin tratarse necesariamente de grandes
concentraciones ms all del lmite permitido.
No es de extraarse que las empresas habilitadoras buscaran el modo
de evitar la aplicacin de estos acuerdos despus de 1967, los cuales
eran percibidos por estas como una imposicin gubernamental perju-
dicial para los rendimientos y por los productores y sus dirigentes, en
particular los ms radicales, como un derecho adquirido inamovible.
Estos acuerdos contribuyeron a la generacin de las tensiones que se
han comentado. Pero sus repercusiones no quedaron como ancdota de
la poca sino que impactaran sensiblemente en el futuro. Establecieron
en la agenda de la negociacin una serie de principios poco proclives
al fomento de la eciencia en el terreno productivo sobre todo el pri-
mero, francamente negativo al respecto, que seran retomados una vez
que se cre Tabamex.
Hacia la formacin de la empresa paraestatal Tabamex
Todo lo anterior explica el hecho de que las manifestaciones de organi-
zacin y movilizacin campesinas ms signicativas que antecedieron
a la nacionalizacin de la agroindustria tabacalera y la formacin de
Tabamex, a principios de la dcada de los setenta, provinieran, funda-
mentalmente, de los contingentes campesinos afectados por la reestruc-
turacin de la agroindustria. Su movilizacin adquiri una gran fuerza
cuando empezaron a ser impulsados por el gobierno federal, cuya pol-
tica durante la Presidencia de Luis Echeverra (1970-1976) conoci un
nuevo viraje con respecto a la administracin de Daz Ordaz. Aunque
ambos se enmarcan en una era intervencionista del Estado, el segundo,
al igual que casi todos sus predecesores desde 1940, consideraba a la ini-
ciativa privada el eje fundamental del desarrollo econmico. Echeverra,
cuyas polticas guardan ms parecido con las de Lpez Mateos, tena
un enfoque ms estatista, distributivo del ingreso y buscaba impulsar
al rezagado sector social campesino. El proyecto echeverrista pona es-
pecial nfasis en el campo, donde se propona enfrentar la inminente
crisis productiva que amenazaba con hacer perder la autosuciencia ali-
mentaria que haba prevalecido desde los aos cuarenta mediante la
Hoiacio Macxixia\
249
expansin del sector paraestatal.
17
Una de las primeras iniciativas de su
administracin consisti en abocarse a la tarea de crear las condiciones
polticas que propiciaron la intervencin directa del Estado en la indus-
tria tabacalera.
En Nayarit, bajo el liderazgo del carismtico Bonl, la cxc conform
a nes de 1971 la Sociedad Ejidal Esteban Baca Caldern. Esta nueva
organizacin inici sus operaciones gestionando crditos ante el Banjidal
destinados a productores que se haban quedado sin habilitacin prin-
cipalmente por ocupar tierras con problemas de salinidad, con el doble
propsito de hacerse de una base poltica y a la vez minar el monopolio
de las empresas trasnacionales. En la temporada 1971-1972 nanci el
cultivo de 1000 hectreas, pero la produccin qued embodegada ya que
ninguna cigarrera accedi a comprarla. En los trabajos histricos citados
se habla de boicot, mientras que las compaas cigarreras aducan que,
al no haber contratado esta produccin, nada las obligaba a comprarla,
an menos considerando su cuestionable nivel de calidad. En 1972 la
Baca Caldern se reestructur porque no haba alcanzado el peso poltico
deseado (se convirti en la Asociacin Ejidal de Produccin Agropecuaria
General Esteban Baca Caldern), en busca de objetivos ms amplios que
oscilaban entre una funcin de representacin gremial del conjunto de los
productores de Nayarit en esta tesitura, se autonombr representante de
los 156 ejidos tabacaleros del estado y otra consistente en desempear
un papel principal como organizacin econmica campesina. A nes del
mismo ao, se constituy en punta de lanza del Estado mexicano para
lograr el apoyo de los tabacaleros de Nayarit a la iniciativa gubernamen-
tal (Juregui et. al., 1980: 73).
En Veracruz, las movilizaciones sociales que precedieron a la for-
macin de Tabamex tuvieron un carcter ms autntico que en Na-
yarit. Involucraron tanto a pequeos como a medianos productores
afectados por igual por la crisis de los tabacos oscuros. La vanguardia
de los primeros la constituyeron los aliados al Movimiento Nacio-
nal de los 400 Pueblos de Csar del ngel, cuya mayor fuerza radicaba,
como se dijo, en la localidad de lamo. En contraste, Platn Snchez,
enclavado en la zona de la Huasteca, se distingua por la presencia de
un fuerte grupo de pequeos propietarios privados aliados al partido
ocial con supercies de tabaco considerablemente ms grandes que
17
Vase Moguel (1990).
La acioixiusriia iii ranaco ix Mixico \ ia ioixacix ii Tanaxix
250
las de los ejidatarios, que ejerca relaciones caciquiles de domina-
cin, monopolizando los puestos de eleccin popular y la direccin de
las organizaciones de base campesinas, tanto las de su propio sector,
el privado, como tambin las del sector social: miembros de la mis-
ma familia llegaron a ser dirigentes regionales de la Confederacin
Nacional Ganadera y de la cxc casi al mismo tiempo. Este grupo,
que tena buena capacidad para movilizar indgenas y campesinos po-
bres, encabezara las movilizaciones polticas en esta regin (Lonard
y Mackinlay, 2000).
Otro argumento que se emiti en la poca giraba en torno a la uti-
lizacin poltica que las empresas cigarreras y exportadoras hacan de
su enorme poder econmico, presentndolas prcticamente como un
Estado dentro del Estado. En Nayarit no se puede poner en duda su
gran podero econmico. Julin Gascn Mercado (1989: 79 y 94) sea-
la que el presupuesto de riisa para habilitar sus cosechas en 1964 era
10 veces mayor al presupuesto anual del gobierno del Estado, y que a l
las compaas le ofrecieron en 1965 un soborno equivalente al monto
presupuestal estatal de un ao para detener sus acciones de promocin
de los intereses de los productores. Adems de las sospechas de que co-
rrompan a altos funcionarios, las compaas aportaban recursos nan-
cieros a las tesoreras estatales en todas las regiones para la realizacin de
obras pblicas en las comunidades tabacaleras.
En Veracruz y Oaxaca las grandes compaas eran sumamente po-
derosas pero su impacto se restringa a las regiones donde se desem-
peaban. No tenan una magnitud estatal como en Nayarit, donde la
produccin de tabaco abarcaba una buena cantidad de municipios y
representaba la actividad ms importante en trminos de inversin,
empleos y derrama econmica en general. La confrontacin con el go-
bernador Gascn Mercado durante el periodo de 1964 a 1969 puso al
desnudo su enorme capacidad desestabilizadora, lo cual generaba una
gran irritacin en determinados crculos polticos del pas. Segn Bon-
l, las trasnacionales haban incursionado muy evidentemente en la
dominacin campesina. El control de las estructuras locales de poder,
desde el ejido hasta los municipios y las gubernaturas, atentaba con-
tra las funciones estatales propiamente dichas (citado por Ceballos,
Daz Pineda y Gomescsar, 1985: 60). El presidente Echeverra hizo
eco de estas aseveraciones cuando recrimin a las compaas cigarreras
de comportarse como las antiguas empresas petroleras.
Hoiacio Macxixia\
251
Este tipo de armaciones, que solo coincidan parcialmente con los
hechos reales, derivaron en conclusiones exageradas al sugerir que las
compaas cigarreras y exportadoras incursionaban en la poltica en
forma permanente, cuando en realidad lo hacan en coyunturas deter-
minadas, ya que su vocacin eran los negocios, no la poltica en s mis-
ma. No existen bases para armar adems de que constituira un caso
inusitado en el Mxico posrevolucionario del periodo estudiado que
el grupo de empresas trasnacionales en cuestin se desempeaba prc-
ticamente como un partido poltico regional establecido. Sin embargo,
esto result en un poderoso argumento justicador y legitimador de la
intervencin estatal, dirigido tanto a los habitantes del campo como
tambin a las clases medias urbanas e ilustradas que seguan las noticias.
Con esto se cerraba la pinza para que los sectores nacionalistas dentro
del sistema poltico empezaran a pensar en las diversas alternativas de
reorganizacin de la actividad tabacalera bajo la gida estatal.
En septiembre de 1972 se convoc a una manifestacin que reuni
a alrededor de 500 tabacaleros provenientes de todas la zonas producto-
ras del pas. La marcha a lo largo del Paseo de la Reforma de la ciudad
de Mxico culmin en la casa presidencial de Los Pinos, donde los lde-
res tabacaleros fueron recibidos por el presidente Echeverra. Los con-
tingentes ms importantes eran del Movimiento Nacional de los 400
Pueblos de lamo, y el grupo de Nayarit, encabezado por la Asociacin
Ejidal Esteban Baca Caldern. Para entonces se haban vinculado al
movimiento tabacalero dirigentes de organizaciones de izquierda, como
Heberto Castillo, Luis Cervantes Cabeza de Vaca y Manuel Aguilar
Talamantes, antiguos militantes del movimiento estudiantil de 1968,
tambin relacionados con la movilizacin de los caeros veracruzanos
de esos aos. El presidente Echeverra acord con los lderes de la mar-
cha la celebracin de una suerte de congreso que se realizara en lamo
el 23 de septiembre de 1972; ah se haran propuestas para solucionar la
crisis del sector, a la que concurriran representaciones de tabacaleros de
todo el pas, dirigentes de organizaciones campesinas ociales, tcnicos
especialistas en tabaco, funcionarios gubernamentales y representantes
de los industriales (Teubal et al. 1982: 282).
La eleccin del norte de Veracruz para la denominada reunin de tra-
bajo con el presidente de la Repblica, donde se promoveran las grandes
transformaciones de la agroindustria tabacalera, se debe a que era la zona
de mayor radicalizacin poltica, y lamo la localidad con ms alto gra-
La acioixiusriia iii ranaco ix Mixico \ ia ioixacix ii Tanaxix
252
do de movilizacin de las bases campesinas. Esta entidad federativa, con
fuerte inuencia de las corrientes de izquierda que emergan en el pano-
rama nacional, era el epicentro de la movilizacin de los productores de
caa de azcar una agroindustria establecida en numerosos estados de
la Repblica, mucho ms importante en el pas que la del tabaco. El go-
bierno deseaba mostrar su buena voluntad hacia los productores rurales,
en una poca de intensa movilizacin campesina de lucha por la tierra.
Es signicativo que esta reunin se llev a cabo en un estado pro-
ductor de tabacos oscuros que estaba sumido en una profunda crisis y
no en Nayarit, entidad que ya aportaba en ese entonces alrededor de
80% de la produccin nacional de tabaco.
18
Esta eleccin era seal de
que el gobierno tena en mente intentar reactivar la produccin en las
zonas que estaban siendo abandonadas por las compaas cigarreras y, a
la vez, reejaba el hecho de que en Nayarit, aparte de la Cooperativa de
Palma Grande, cuya organizacin sin duda fue autntica, y la Esteban
Baca Caldern, promovida por el Estado, la mayora de los produc-
tores, presidentes municipales, comisariados ejidales e incluso algunos
dirigentes de la cxc poco estaban interesados en la nacionalizacin de la
agroindustria tabacalera. A contracorriente de las ideas vertidas por los
intelectuales, por Bonl y los funcionarios pblicos que participaron en
la reunin de lamo, el gobernador de Nayarit que sucedi a Gascn
Mercado, Gilberto Gmez Reyes, declar: No pedimos la nacionali-
zacin de las compaas tabaqueras, solo relaciones justas y equitativas.
Acabar con la mano servil, eso es lo que quieren los ejidatarios (citado
por Valtierra Pacheco, 1984: 177).
Con todos los argumentos vertidos y su difusin en los medios ma-
sivos de comunicacin, no es de extraar que ya permeara entre amplios
segmentos de tabacaleros un malestar por el deterioro de los ingresos y
por el autoritarismo de las empresas, pero hablar de nacionalizacin
francamente escapaba a sus aspiraciones. Tal como estaba estructurado,
el cultivo del tabaco segua resultando, con un amplio margen, el ms in-
teresante en comparacin con los otros cultivos y actividades productivas
en el campo. La lucha de los productores con problemas de contratacin
iba simplemente en el sentido de que les mantuvieran o restituyeran los
18
Para enmendar el desdn a Nayarit, poco antes de anunciarse la creacin de Tabamex se
organiz un acto de masas en Tuxpan, Nayarit, con la presencia de Luis Echeverra, donde se
concentr a 28 000 personas (Teubal et al., 1982: 286).
Hoiacio Macxixia\
253
crditos de habilitacin, mientras que para los que tenan asegurada su
continuidad como productores, sus reivindicaciones se limitaban a plan-
teamientos relacionados con los precios, las condiciones de produccin y
venta de la solancea y las prestaciones sociales asociadas con el cultivo.
En realidad se trat de un proyecto ideado desde fuera de su experiencia
histrica, sobre el cual no tenan motivo especial para apoyarlo con entu-
siasmo, ni tampoco mayores bases para oponerse a l. Aprovechando que
se plante la propuesta, se haba desarrollado un clamor generalizado en
torno a la inscripcin de los tabacaleros al ixss.
Hubo voces en el Congreso de lamo, como las de Manuel Stephens,
del Partido Popular Socialista (iis; anteriormente Partido Popular) y de
Csar del ngel, que plantearon la conveniencia de nacionalizar toda la
cadena productiva, desde la produccin y exportacin de tabaco desve-
nado hasta la fabricacin y comercializacin de cigarrillos (Teubal et al.,
1982: 283). Empero, el gobierno opt por restringirla a la fase agroin-
dustrial, con una decidida intencin de impulsar la exportacin de tabaco
desvenado, bajo el esquema de una empresa tripartita, donde el Estado se
asign 52% de las acciones, las empresas privadas nacionales y extranje-
ras, 24% y los campesinos organizados, el restante 24%.
Hay que advertir la escasa oposicin manifestada por las compaas
cigarreras que se plegaron sin mayor resistencia a la nacionalizacin de
riisa y de todos los activos de las empresas dedicadas a la produccin
de tabaco desvenado. En efecto, los industriales del tabaco mantuvie-
ron una actitud de silencio durante todo el proceso echeverrista. En el
lapso que transcurri entre la reunin de lamo y la promulgacin del
decreto presidencial, se abocaron a negociar con el gobierno las posibles
alternativas. Una vez que este se public, Jos Mara Basagoiti, en virtud
de ser el nico empresario mexicano importante, se manifest pblica-
mente. Despus de negar que las compaas haban sido explotadoras
de campesinos, mostr una actitud de resignacin, sobre todo consi-
derando que nicamente se afect la fase de produccin primaria pero
no fueron tocadas las fases de manufactura y comercializacin de ciga-
rrillos, principales fuentes de acumulacin de la industria cigarrera: Lo
que se ha hecho con la creacin de Tabamex es que nosotros no vamos
a tener nada con los campesinos, recibiremos el tabaco ya empaqueta-
do y procederemos a la manufactura de cigarros. Nada ms. Eso para
nosotros va a ser un descanso, ya estbamos fastidiados de mentiras y
calumnias, por eso hemos aceptado gustosos (Exclsior, 7 de noviembre
La acioixiusriia iii ranaco ix Mixico \ ia ioixacix ii Tanaxix
254
de 1972, citado por Teubal et. al., 1982: 287). En efecto, una de las im-
plicaciones principales de la nacionalizacin fue precisamente cancelar
la relacin directa que, a travs de la agricultura de contrato, vinculaba
a los pequeos productores con las empresas cigarreras, para que el Es-
tado mexicano se encargara de habilitar la produccin y asumiera las
dems funciones de la fase agroindustrial.
La empresa paraestatal Tabamex se cre en noviembre de 1972, sin
el beneplcito de las compaas cigarreras, sumamente escpticas de la
eciencia que podra demostrar la amante nueva empresa estatal para
abastecer a sus industrias con tabaco de calidad. Estas compaas tu-
vieron que ser fuertemente presionadas por el propio presidente de la
Repblica para que aceptaran la solucin propuesta. En el discurso que
pronunci Basagoiti en el acto de Los Pinos donde se anunci la forma-
cin de Tabamex (el cual no se difundi a la prensa), plantea una intere-
sante interpretacin del deterioro de las relaciones entre las empresas y
los campesinos basada en la necesidad de imponer criterios de eciencia
productiva, que l llama ecacia: Los campesinos han sido vctimas
de la necesidad de la ecacia. Una ecacia planeada desde arriba; una
ecacia planeada sin participacin, porque hasta ahora el mundo haba
credo en ella solamente as. Tambin plantea que, aunque con Taba-
mex se intentar subordinar los imperativos de la ecacia al servicio del
hombre, no se podr desatender este imperativo (1972: 5).
Conclusiones
Entre 1920 y 1940 el Mxico rural estuvo sumido en un profundo proce-
so de cambio estructural agrario que culmin con la gran reforma agraria
cardenista de la segunda mitad de la dcada de los treinta. Si bien desde
antes se haba empezado a desarrollar la agricultura de contrato entre em-
presas tabacaleras y pequeos agricultores, no haba ms alternativa que
esta forma de relacin econmica debido a que las leyes agrarias prohiban
que las sociedades mercantiles por acciones fueran propietarias de tierras.
El que predominaran ejidatarios y no productores privados individuales
se debe a que en las supercies ms aptas para el cultivo del tabaco se for-
maron ejidos en sustitucin de los antiguos latifundios. Adems de esta
situacin que tiene que ver con las leyes agrarias federales, no hay mucho
que decir acerca de la intervencin del Estado en la rama en esta poca:
Hoiacio Macxixia\
255
las relaciones entre particulares eran la tnica dominante y no requeran
de mayor intervencin estatal. La comparativamente alta retribucin que
obtenan los campesinos por sus servicios a las empresas, realizada a travs
de los intermediarios encargados de proporcionar el crdito de habilita-
cin, opac los conictos que empezaron a surgir entre ambas partes.
A partir de la dcada de los cuarenta, tratndose de una actividad
econmica con disponibilidad de capitales, el Estado tampoco inter-
vino en la creacin de infraestructura productiva relacionada con esta
actividad, como sucedi en otros sectores de la economa. No ser sino
hasta la dcada de los sesenta que la inversin pblica se haga presente,
pero esto se llev a cabo con la creacin de infraestructura de riego en la
zona costera, no solamente en benecio de los tabacaleros sino de todos
los agricultores asentados en los distritos de riego de la Costa Norte del
Nayarit. Por el mismo motivo, tampoco fue necesario que la banca de
fomento interviniera mayormente en el aspecto nanciero, aunque s
lo hizo en una escala reducida motivada por consideraciones de carc-
ter social y poltico. Entre 1940 y 1960, el Banjidal otorg prstamos
destinados a ayudar a campesinos cuyas tierras haban desarrollado pro-
blemas de salinidad, con el objeto de proteger las fuentes de empleo y
prevenir eventuales conictos sociales.
En el transcurso de la dcada de los sesenta, los crditos otorgados
por el Banjidal, aunque tenan la misma motivacin de ayudar a pro-
ductores afectados por el problema de la salinizacin, se convirtieron
tambin en un arma poltica. En el primer caso se trat de los crditos
gestionados por el gobernador Gascn Mercado para la Sociedad Coo-
perativa de Palma Grande a mediados del decenio, a partir de lo cual
se deton un entramado de sucesos que culminaron con la negociacin
que se dio en el seno del cxr, la cual elev sustancialmente los precios
pagados al productor por su materia prima y otorg otras concesiones
favorables a los pequeos agricultores, como establecer lmites mximos
para los contratos y un precio nico de compra, en vez de las dos calida-
des anteriormente vigentes. En el segundo caso, se trat de los crditos
otorgados a principios de la dcada de los setenta a la Sociedad Ejidal
Esteban Baca Caldern, creada expresamente por la cxc en coordina-
cin con el gobierno echeverrista para generar una base social de apoyo
en Nayarit a la nacionalizacin de la agroindustria tabacalera.
La banca de fomento tambin intervino a travs del Bangrcola. Re-
curdese que en la divisin institucional, el Banjidal estaba destinado
La acioixiusriia iii ranaco ix Mixico \ ia ioixacix ii Tanaxix
256
a dar servicio a ejidatarios y el Bangrcola era para propietarios y em-
presas privadas; en los hechos, el primero tena una orientacin ms
bien de tipo social y asistencialista, el segundo, una orientacin sobre
todo productiva. Durante el gobierno de Lpez Mateos, el Bangrcola
otorg crditos agrcolas a la empresa exportadora de tabaco desvenado,
la compaa de capital italiano Santa Mara de Mxico, donde se entre-
mezclaron varios propsitos, a saber: a) adquirir miles de toneladas de
tabaco producidas sin contrato para dar respuesta a un problema social;
b) promover la instalacin de empresas exportadoras de tabaco desve-
nado para incentivar la produccin y generar divisas; c) contrarrestar
el poder de las empresas pertenecientes al conglomerado trasnacional
liderado por la nar, y d) motivar a la Santa Mara a invertir en la cons-
truccin de una planta desvenadora. Una vez que cambi la correlacin
de fuerzas poltica durante el gobierno de Daz Ordaz, se forz la salida
de la Santa Mara y se traslad esta lnea de crdito principalmente a dos
empresas pertenecientes al conglomerado trasnacional: la K.R. Edwards
Leaf Tobacco Co. y Te Austin Co., que terminaron invirtiendo en la
construccin de sendas plantas desvenadoras en Nayarit.
Sin embargo, la intervencin ms importante que despleg el Esta-
do a partir de 1940 consisti en la aplicacin de una estricta poltica
de sustitucin de importaciones, la cual oblig a las empresas nacionales
y extranjeras a sustituir de manera gradual por produccin nacional las
importaciones de tabacos de mejor calidad, proceso que culmin en la
dcada de los sesenta. Esta poltica pblica foment toda una serie de
actividades, como el incremento de la supercie cosechada y el nmero
de productores habilitados en las distintas regiones tabacaleras; la contra-
tacin de numerosos jornaleros indgenas migrantes huicholes, coras y
de otros grupos tnicos provenientes de la Sierra del Nayar, para quienes
el tabaco se convirti en una fuente de ingresos muy importante durante
la temporada de la cosecha y el ensarte;
19
el empleo de profesionistas y per-
sonal administrativo de las empresas y de un gran nmero de obreros en
las plantas de hornos, desvenadoras y fbricas de cigarrillos instaladas en
diversas ciudades; la investigacin agronmica, con la consecuente incor-
poracin a la agroindustria de profesionales egresados de las universidades
agrcolas del pas; la produccin y venta de maquinaria agrcola, ferti-
lizantes e insumos agroqumicos, tambin producidos dentro del pas,
19
Vase Mackinlay (2008).
Hoiacio Macxixia\
257
etctera. Sera difcil enumerar todos los efectos multiplicadores del com-
plejo tabacalero; basta mencionar algunos de los ms importantes para
dar cuenta de las repercusiones de esta poltica arancelaria.
Result signicativa la intervencin relacionada con el control
poltico y la regulacin de las relaciones sociales ejercida tanto por las
agencias gubernamentales locales y federales como por los aparatos pol-
tico-corporativos del Estado. Este siempre busc adelantarse a las expre-
siones de descontento social o atraerlas a su mbito, para que se desenvol-
vieran bajo sus propias reglas del juego, como fue el caso del Movimiento
Nacional de los 400 Pueblos del estado de Veracruz y del Partido Popu-
lar, principal fuerza poltica opositora de Nayarit y de varias regiones del
Mxico rural en la poca. La poltica desplegada por el gobierno de Julin
Gascn Mercado fue uno de los factores que contribuy a consolidar la
alianza de este partido (que despus sera el iis) con el Estado mexicano,
la cual dur hasta nales de la dcada de los ochenta.
En varias ocasiones, el Estado mexicano del periodo histrico que se
analiz impuso sus prioridades a las empresas cigarreras y exportadoras
nacionales y trasnacionales (como apoyar a los productores de tierras sa-
linizadas y presionar a las empresas para que compraran estos tabacos); o
directamente las enfrent (durante la gubernatura de Gascn Mercado;
con motivo de la creacin de Tabamex) y hasta se dio el lujo de tomar
medidas para contrarrestar lo que consideraba un excesivo poder (atraer a
reales competidores, fomentar el mercado libre no sujeto a contratacin).
Aunque en estos casos los responsables fueron los presidentes considera-
dos ms progresistas, pudimos observar que el mismo gobierno de Daz
Ordaz tard hasta mediados de su sexenio en cambiar la correlacin de
fuerzas polticas a favor de las empresas. Este tipo de polticas ilustran el
importante grado de autonoma del que gozaba el Estado mexicano con
respecto de las clases econmicamente dominantes, lo cual es sumamente
contrastante con lo que sucede en la actualidad, etapa caracterizada por
un muy escaso, si no es que casi nulo, margen de autonoma.
Otro asunto de sumo inters fue la construccin social de la leyenda
negra acerca de las trasnacionales, que sirvi para preparar las condicio-
nes que hicieron posible la nacionalizacin de la agroindustria tabaca-
lera. Enfatizo construccin social porque no fue una simple invencin
maquiavlicamente orquestada, sino que se bas en una interpretacin
que determinados grupos de productores hicieron de su problemtica,
donde asimilaron el despliegue de un nuevo paquete tecnolgico que
La acioixiusriia iii ranaco ix Mixico \ ia ioixacix ii Tanaxix
258
requera de mayores niveles de eciencia y productividad, con una espe-
cie de autoritarismo innato e injusticado de parte de las trasnacionales.
El conicto real consisti en una pugna entre las empresas habilitadoras
y ciertos grupos de tabacaleros por el establecimiento del nivel de pro-
ductividad del trabajo.
Sin duda, los acuerdos de 1966 alcanzados en el cxr haban en-
rarecido el ambiente; adems, existan antecedentes de pocas previas
que abonaron en el desarrollo de este punto de vista; es lgico tambin
que los grupos de productores afectados lo asumieran como bandera de
batalla para defenderse de la perspectiva de perder su fuente de trabajo.
Pero tambin es cierto que en determinados medios polticos de izquier-
da existe un reejo acrtico de aceptar todo reproche a las trasnacionales
como verdico, como pudimos ver en varias partes de este artculo. Es-
tos reproches fueron fcilmente retomados por los interesados en llevar
adelante el proyecto de la nacionalizacin, con los resultados sealados.
Un problema, probablemente menor, es que esta versin no solamente
se convirti en la historia ocial sino que fue asumida como una ver-
dad histrica incuestionada. Otro asunto ms importante, ya que tuvo
implicaciones en el desarrollo histrico concreto, es que Tabamex naci
y se desarroll bajo un signo netamente asistencialista, donde la priori-
dad otorgada a la eciencia y la productividad, que toda empresa debe
procurar, fue baja desde el principio. Pero esto es un tema que amerita
una investigacin posterior.
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Reseas
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Elecciones y partidos polticos en Mxico, 2009,
Manuel Larrosa Haro y Javier Santiago Castillo, coords.,
Mxico, uax-i, 2011, 572 pp.
Citlali Villafranco Robles*
E
ste libro rene 23 captulos que, divididos en tres secciones, revisan
diferentes aspectos de las elecciones federales y locales. Se trata de
un anlisis que se enriquece con mltiples miradas y que, como en un
caleidoscopio, revela los claroscuros del fenmeno electoral en una co-
yuntura particular.
La entrega nmero nueve de la serie Elecciones y partidos polticos
en Mxico, del Centro de Estudios de la Democracia y Elecciones de la
uax-I, ofrece informacin que usa fuentes de primera mano, til para las
tareas de investigacin. Los autores, adems, agregan elaborados anlisis e
interesantes hiptesis sobre los resultados electorales de 2009.
Prcticamente todos los autores coinciden y conrman opiniones
que hoy ya son generalizadas:
1. El balance general de la Reforma Electoral de 2007-2008 es positi-
vo, pues cumpli con uno de sus objetivos al reducir el costo de los
procesos electorales y aumentar las posibilidades de scalizacin del
Instituto Federal Electoral.
2. El Partido Revolucionario Institucional (iii) fue el gran ganador de las
elecciones federales y locales de 2009. El presidente de la Republica y
el Partido Accin Nacional (iax) resultaron los grandes perdedores, ya
que la fraccin parlamentaria de este partido en la Cmara de Diputa-
dos decreci y perdi importantes espacios en el mbito subnacional.
El otro gran perdedor fue el Partido de la Revolucin Democrtica
(iii), que qued relegado a un muy lejano tercer lugar.
Integrante del Sistema Nacional de Investigadores. Licenciada y maestra por
la Facultad de Ciencias Polticas y Sociales de la Universidad Nacional Autnoma
de Mxico. Doctora en Ciencias Sociales con especialidad en Ciencia Poltica por la
Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. Correo electrnico: <villafrancoc@
hotmail.com>. P
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266
3. Estos resultados hacen urgente el desarrollo de investigaciones que
expliquen los cambios en las preferencias electorales de los votantes
mexicanos, pues aunque los autores coinciden en sealar que la cri-
sis econmica mundial, as como el aumento de la inseguridad y los
malos resultados de la guerra contra la delincuencia, constituyen ele-
mentos que se deben tener en cuenta al examinar el cambio de prefe-
rencias electorales, tambin destacan que las razones explicativas son
mltiples y pueden responder a dinmicas locales.
4. El accidentado proceso electoral de 2006 desgast la conanza en los
rganos electorales y distanci a importantes sectores de la poblacin
de los partidos polticos. Esto se expres en las elecciones de 2009 en
la campaa a favor del voto en blanco, lo que quedar como un rasgo
de este proceso electoral.
En la primera seccin del libro se agrupan los trabajos que hacen el anlisis
general de los procesos electorales de 2009. Alejandro Favela recuerda la im-
portancia de estas elecciones para evaluar a los partidos polticos y al conjun-
to del sistema. Las elecciones intermedias tienen una importancia capital
para los partidos polticos, pues en funcin de los resultados electorales que
en ellas obtengan, ser la cuanta de recursos nancieros a que podrn acce-
der para nanciarse durante los tres aos subsecuentes y que llevan implci-
tos los trabajos previos y de campaa para la eleccin presidencial (p. 20).
Explica las preferencias electorales a partir de la identicacin par-
tidista. Postula una hiptesis que contradice la opinin generalizada
de que el iii ganar las elecciones de 2012: sostiene que el repunte a
favor del iii no implica necesariamente que est en mejor posicin para
competir en las elecciones federales de 2012, sino solamente que va a
contar con un mayor nanciamiento pblico (p. 22).
Pablo Javier Becerra ofrece una interesante sntesis de los resultados de
la eleccin federal y de las 13 elecciones locales de 2009. Puntualiza que
los resultados colocan al sistema de partidos mexicano en una confron-
tacin bipartidista iii-iax. Adems de las elecciones federales, su diag-
nstico acerca de la evolucin hacia el bipartidismo se basa en que el iii
result la tercera fuerza en Nuevo Len, San Luis Potos y Sonora, y la
cuarta fuerza en Colima. En Campeche y Quertaro incluso fue superado
en el cuarto puesto por el Partido Verde Ecologista de Mxico (ivix).
Adems, ofrece tres conclusiones interesantes: el grado de implantacin
del iax es muy bajo; el aumento en el umbral de votacin para conservar
Ciriaii Viiiaiiaxco Roniis
267
el registro como partido poltico nacional no impact mayormente a los
partidos minoritarios, pues solo el Partido Socialdemcrata (isi) perdi
su registro; la gran sorpresa fue el voto nulo, que en el mbito nacional
lleg a 5.4% y en el Distrito Federal alcanz un sorprendente 10.9%.
La importancia del voto nulo es abordada por Alfonso Len Prez,
quien analiza las posturas de las organizaciones civiles en el proceso elec-
toral de 2009: por un lado, el papel tradicional como observadores electo-
rales y, por otro, la convocatoria al voto en blanco como protesta contra el
sistema de partidos. Esta protesta tuvo gran aceptacin, en especial entre
los jvenes, lo que pone de relieve el creciente descontento con el sistema
de partidos y con las formas de representacin. Por ello, seala la urgencia
de implementar mecanismos adicionales de participacin ciudadana.
Acerca de la justicia electoral mexicana, Luis Medina Torres con-
cluye que durante 2009 el comportamiento de la Suprema Corte de
Justicia de la Nacin fue adecuado; en cuanto al Tribunal Electoral del
Poder Judicial de la Federacin (rii;i), responde a la crtica que se le
ha hecho a la justicia electoral mediante la siguiente armacin: Los
partidos abominan la judicializacin, pero ellos mismos la provocan, ya
que no son capaces de dirimir sus diferencias internas mediante proce-
dimientos polticos (p. 47).
El trabajo de Javier Santiago, El nanciamiento a los partidos polti-
cos en la nueva reforma electoral, analiza dos de los aspectos centrales de
la reforma de 2007-2008: la reduccin del gasto en las campaas electora-
les y el fortalecimiento de las atribuciones de la autoridad para favorecer la
scalizacin. Santiago concluye que esta reforma result exitosa, pues con
la nueva frmula se logr evitar el crecimiento exponencial del nancia-
miento pblico (p. 195); lo que se corresponde con el cambio de modelo
de propaganda electoral y la reduccin de los tiempos de campaa.
Para disminuir an ms el nanciamiento pblico a las campaas
electorales, plantea dos vas alternas: reducir el porcentaje de salario m-
nimo sobre el que se realizan los clculos, para pasar de 65% a 50%, lo
que conducira a que el efecto multiplicador disminuyese; hacer los cl-
culos a partir del nmero total de ciudadanos que asistieron a las urnas
y no del listado nominal. Estas propuestas que, sin duda, abarataran
de forma sustancial las campaas, merecen una revisin pues no se trata
solo de disminuir el nanciamiento sino evitar privilegios.
En la segunda seccin de esta obra se analiza a los partidos polticos
que participaron en las elecciones de 2009. Para Francisco Reveles, la
eleccin de ese ao era ms importante para el iax. Por esto, el proceso
Eiiccioxis \ iairiios ioiricos ix Mixico, :oo,
268
de mayor relevancia que vivi este partido fue la fuerte inuencia del
titular del Poder Ejecutivo en su vida interna. Con la llegada de jvenes
a la direccin del iax, la toma de decisiones en el cix [Comit Ejecu-
tivo Nacional] qued en manos de los dirigentes anes al presidente
(p. 83); la vida interna del partido qued supeditada al Ejecutivo, la
dimensin electoral fue ms importante que la dimensin organizativa.
El problema fue que para ganar las elecciones se necesitaba del partido
(p. 85). Segn Reveles, en el iax los resultados electorales revelaron el
estancamiento organizativo.
En contraste, Javier Oliva Posada maniesta que en el iii, a partir de
los resultados de 2006, la divisa de la unidad partidista ha gravitado ms
como una consigna para convertirse en un objetivo protagonizado por
la persona del potencial candidato (p. 104). De acuerdo con Oliva, en
la eleccin de 2009 la victoria la obtuvo el partido mejor implantado en
el terreno. Fue un eleccin de estructuras partidistas con real capacidad
de movilizacin. Extrae una interesante conclusin, con la que varios
autores que trabajaron las elecciones estatales coinciden: El riesgo de la
derrota es ms prximo cuando se deja de lado la solidaridad y compro-
miso intrapartidista a la luz de los resultados de 2009 existen reales
condiciones de que el iii, el iax o el iii como gobiernos estatales pier-
dan cuando enfrentan desunin o conictos internos (p. 112).
Los triunfos del iii y las derrotas del iii conrman esta hiptesis.
Para Mara Teresa Ramrez, la recuperacin del iii fue a costa de los
votos del iax y del iii, pues el iii solo conserv su mayora en seis
entidades, mientras que en 19 no lleg ni al 10% de los sufragios y en
15 de estos su porcentaje est por debajo del ivix, en tres ms qued
por abajo del ir [Partido del Trabajo] y Convergencia (p. 144).
Los conictos que enfrent el iii, en particular en el Distrito Fe-
deral, merecieron la atencin de Manuel Larrosa. En dos captulos, es-
critos en coautora con Cecilia Hernndez y Emilio Garca, estudia los
problemas internos en la eleccin de la dirigencia nacional y de los can-
didatos a puestos de eleccin popular, los cuales llegaron a tal grado que
hicieron imposible su resolucin por la va poltica. Entonces, una de
las partes busc la intervencin del rii;i. Esto profundiz la divisin
interna, por lo que el partido lleg a las elecciones con una organizacin
debilitada.
Frente al desencanto ciudadano con los partidos polticos que se expre-
s mediante el voto nulo, Enrique Cuna presenta la siguiente hiptesis:
Ciriaii Viiiaiiaxco Roniis
269
los partidos polticos emergentes podran constituirse en interlocutores
de las demandas ciudadanas no representadas por los partidos grandes.
Esta posibilidad se desperdicia por la poltica de alianzas que garantiza su
sobrevivencia. La prdida del registro del Partido Socialdemcrata ratica
la conveniencia de esta poltica y la inviabilidad de competir solos. Los
partidos emergentes que conservaron su registro denieron su estrategia
con dos metas claras: mantener su registro con las consecuentes prerro-
gativas asignadas-, y convertirse en fuerzas determinantes para la confor-
macin de mayoras en el Congreso (p. 153).
En la tercera parte del libro estn los captulos que se ocupan de
las elecciones locales. Esta seccin es la ms sugerente de toda la obra,
pues contiene tal cantidad de informacin y lneas de investigacin que
sera imposible researlas en unas cuantas cuartillas. Los textos fueron
elaborados por investigadores de las entidades donde se llevaron a cabo
las elecciones, y sus conclusiones se fundan en la comprensin de la
situacin poltica y social, lo que les da una mayor solidez. Esta es una
seccin til tanto para los investigadores de asuntos electorales, como
para quienes empiezan a interesarse en estos temas.
Por la riqueza de los materiales me concentrar en las seis entidades
que tuvieron elecciones para gobernador: Campeche, Colima, Nuevo
Len, Quertaro, San Luis Potos y Sonora. En cinco casos gan el iii,
mientras el iax nicamente gan en Sonora. En las seis entidades am-
bos partidos se situaron en el primero o segundo lugar.
En el proceso electoral local de Campeche se eligi gobernador, 21
diputados locales, 11 ayuntamientos y 20 juntas municipales. Esta es
una de las entidades en las que no ha habido alternancia en el Ejecuti-
vo local. Un solo partido ha mantenido un electorado cautivo y con
fuerte identicacin partidista (p. 212). En estos resultados tambin
inuye que se mantienen prcticas de compra y coaccin del voto, jun-
to con ddivas y prebendas materiales del partido entregados a escasos
das de la eleccin. De acuerdo con Alberto Escamilla, el triunfo del iii
en Campeche se explica por la situacin del iax y el iii: Un factor
sustancial en la correlacin de fuerzas polticas en el estado de Cam-
peche era la inuencia poltica que ejerca la familia Mourio. Con la
muerte del ex Secretario de Gobernacin, en noviembre de 2008, esta
inuencia se vio mermada (p. 214). La situacin del iii no fue mejor
pues concurri a la eleccin sin candidato a gobernador.
Eiiccioxis \ iairiios ioiricos ix Mixico, :oo,
270
El iax y el gobierno federal estaban muy interesados en los resulta-
dos de esa entidad. El periodo de campaas electorales estuvo marcado
por acusaciones de desvos de recursos federales a favor del iax. Esta
accin fue contrarrestada por los recursos estatales a favor del iii, el
cual gan la gubernatura del estado, y 17 de las 21 diputaciones locales
en disputa; el iax se qued con las restantes cuatro. El iii no obtuvo,
obviamente, ninguna. El gobernador de Campeche tendr en el con-
greso local mayora absoluta, Campeche es de las pocas entidades donde
no hay gobierno dividido, seala Escamilla.
Colima es otro caso de gobierno unicado dominado por el iii en
el Ejecutivo, en el congreso local y en la mayora de ayuntamientos.
Mariana Hernndez y Karen Palomino sealan: En Colima todos los
partidos vivieron con dicultad sus procesos de seleccin. Se presenta-
ron acusaciones severas de candidatos involucrados con el narcotrco
tanto del iax como del iii (p. 335). Pese a estas acusaciones, el iii fue
el gran ganador: obtuvo la gubernatura, y se le asignaron, por ambos
principios de eleccin, 14 legisladores, siete al iax y tres a Nueva Alian-
za. EL ivix, iii y isi no alcanzaron escaos.
Las elecciones que ratican la armacin de que el gran ganador de
2009 fue el iii son las de Nuevo Len y Quertaro. En Nuevo Len se
celebraron elecciones para renovar la gubernatura, 42 diputaciones y 51
alcaldas. El ganador fue el iii que, en alianza con el ivix, y los parti-
dos locales Cruzada Ciudadana y Partido Demcrata, obtuvo 49% de
la votacin, mientras que el iax lleg a 43% y el iii apenas a 3.4%.
Marta Gloria Morales argumenta que la derrota del iax en Que-
rtaro era inesperada pues gobernaba desde 1997, con mayora en el
Congreso y en las presidencias municipales. Para explicar esta situacin
aventura una hiptesis interesante: Con altos niveles de competitivi-
dad y estrechos mrgenes de victoria, los elementos coyunturales de-
nen los resultados electorales (p. 468).
Uno de los factores coyunturales fue el peso de la situacin interna
de los partidos polticos: Los panistas conaron en que la eleccin
de 2009 sera una raticacin de su fuerza electoral en el estado y por
lo tanto que los procesos internos eran prcticamente denitivos. Esto
propici que la lucha por las candidaturas al interior del iax fueran tan
agresivas como si fueran constitucionales y mostraron un partido no
solo dividido sino muy lastimado y polarizado (p. 471). A esto hay que
sumar que el candidato a la gubernatura fue criticado por corrupcin
en obras municipales y por nepotismo. En cambio, el iii logr que el
Ciriaii Viiiaiiaxco Roniis
271
proceso interno no solo para gobernador sino tambin para presidentes
municipales no generara rupturas pblicas muy evidentes (p. 477);
mientras, el iii sum a la debilidad derivada del desgaste en el mbito
nacional una violenta disputa por las candidaturas en Tequisquiapan.
Las campaas resultaron el segundo factor coyuntural: La campaa
del iax fue conservadora pues tenan mucho que perder y la certeza de
ganar, no se pag a profesionales ni se llam a votar, no se desmintieron
las campaas negativas y no tuvieron la capacidad de asumir que los
candidatos internos derrotados tienen la capacidad de afectar los resul-
tados. Estos elementos se vigorizaron porque la campaa del iii fue
justamente lo contrario (p. 483).
La quinta gubernatura ganada por el iii fue la de San Luis Potos.
Patricia Rubio y Hctor Hbiles exponen que en 2009 el iii recuper
la gubernatura, mientras que el iax perdi la mayora en el Congreso
y el ayuntamiento de la capital del estado. En esta entidad tambin
parece vericarse la hiptesis de que la divisin interna del iax es un
factor explicativo de su derrota: Junto a estas dicultades tambin se
modicaron los mecanismos para la seleccin de sus candidaturas. La
intervencin del Comit Ejecutivo Nacional rompi con una tradicin
de participacin de la militancia domstica en los procesos internos, lo
que contribuy a incrementar la desafeccin por la manera en que se
tomaron las decisiones al interior del partido (p. 510).
Un evento adicional fue que unos cuantos das antes de la jornada
electoral renunci el alcalde de la capital al iax (p. 510). Una conclu-
sin central en el trabajo de estos autores es que hay que desmontar
la idea muy extendida de que el iax arrolla en las ciudades y el iii lo
hace en el campo, porque eso ya no es as. Hay triunfos de uno y otro
partido tanto en grandes concentraciones urbanas como en el campo
potosino (p. 514).
La nica eleccin de gobernador que el iii perdi en 2009 fue la de
Sonora, donde ocurri por primera vez la alternancia partidista en la gu-
bernatura. Esta alternancia tambin ocurri en 59% de los municipios.
Juan Poom y Jos Arturo Rodrguez ofrecen una interesante explicacin
de este hecho. El primer dato a tomar en cuenta es que desde 1994 y
hasta 2006 ningn partido poltico logr tener la mayora absoluta en
las elecciones municipales, legislativas y de gobernador, en estos cuatro
trienios el estado vivi con un gobierno dividido (p. 523).
Para raticar la hiptesis de que la cohesin de los partidos polticos
es un factor explicativo para su triunfo, en el caso de Sonora el iii en-
Eiiccioxis \ iairiios ioiricos ix Mixico, :oo,
272
frent dicultades y descontento con el proceso de seleccin del candi-
dato a la gubernatura, mientras que los panistas fueron muy cuidadosos
con los mecanismos de seleccin. Este mismo supuesto se cumple en el
caso del iii, pues a ltima hora su Comit Ejecutivo Nacional decidi
suspender la eleccin interna, incluso cuando ya se haban impreso las
boletas, lo que gener descontento e inconformidad.
El triunfo del iax en Sonora se ha explicado como resultado direc-
to del incendio del 5 de junio de ese ao de elecciones en la guardera
ABC. A diferencia de esta percepcin generalizada, Poom y Rodrguez
aseveran: El argumento que relaciona la tragedia con el resultado de
la eleccin se debilita conforme se analizan los datos y aunque queda
claro que la tragedia inuy en muchos electores, resulta difcil tomarlo
como el factor determinante que explica el resultado (p. 534). En su
opinin: Fue la conjuncin de varios factores: La forma en que Elas
Serrano consigui la candidatura, lo que origin el descontento de una
cantidad importante de militantes y simpatizantes del iii, y el voto del
hartazgo que pudo haber prevalecido en la jornada electoral a lo que se
sum la tragedia de la guardera ABC (p. 535).
Los otros captulos de esta seccin expresan particularidades y rasgos
interesantes que ocurrieron en cada una de las elecciones subnacionales
que se celebraron en 2009. El predominio del iii en Coahuila, donde
tiene la condicin de partido predominante. La eleccin en el Distrito
Federal, donde destaca la intervencin del rii;i en la eleccin a jefe
delegacional en Iztapalapa, as como la campaa a favor del voto nulo.
La eleccin de Guanajuato, en la cual se observ un descenso en la
votacin a favor del iax que anuncia la posible prdida de su hegemo-
na. La eleccin en Jalisco, donde el iax tiene la gubernatura, pero con
gobierno dividido y en la cual el iii, despus de 15 aos de no lograrlo,
gan la alcalda de Guadalajara. Las elecciones en el Estado de Mxico,
donde el iii volvi a ser la primera fuerza electoral despus de haber
obtenido el tercer lugar en las elecciones presidenciales de 2006. En n,
cada eleccin local tuvo rasgos dignos de inters y se advierten intere-
santes lneas de investigacin.
Ciriaii Viiiaiiaxco Roniis
273
Hagamos entre todos la poltica pblica. Una
reflexin sobre la visin relacional
de la poltica pblica,
Freddy Mariez Navarro, Mxico, Tecnolgico de
Monterrey-Miguel ngel Porra, 2011, 207 pp.
Josena Maldonado Montes

L
a globalizacin de la economa y las innovaciones de las telecomu-
nicaciones, as como el proceso de democratizacin de algunos reg-
menes polticos, han incidido en la participacin de la sociedad civil en
la toma de decisiones del quehacer gubernamental mediante un proceso
de negociacin. Se trata de un proceso relacional donde los diversos
actores pueden actuar porque poseen cierta informacin y poder que
resultan necesarios para una toma de decisiones ecaz. A esta nueva
forma de gobernar se le ha llamado nueva gobernanza. Estos son los
aspectos que analiza Freddy Mariez Navarro, catedrtico de la Escuela
de Graduados en Administracin Pblica y Poltica Pblica (icai).
La obra se divide en dos partes. La primera inicia con un estudio
introductorio, dedicado a la visin estadocntrica. Le siguen cinco ca-
ptulos tericos, en los cuales se analizan los elementos constitutivos de
la nueva gobernanza. La segunda parte revisa cuatro polticas pblicas
implementadas en Nuevo Len; la ltima de estas se observa de forma
comparativa con una que se puso en marcha en Beln, Costa Rica.
En el estudio introductorio, Mariez Navarro examina las caracte-
rsticas de la visin estadocentrista que predomin hasta la dcada de
los aos setenta en las polticas pblicas y en la administracin pblica,
as como los fenmenos que inuyeron en el paso de un Estado como
actor nico en el quehacer gubernamental hacia un Estado como actor
central en esa tarea.
* Doctora en Procesos Polticos del posgrado en Estudios Sociales. Profesora de la licencia-
tura de Ciencia Poltica en el Departamento de Sociologa de la Universidad Autnoma Metro-
politana, Unidad Iztapalapa. Correo electrnico: <[email protected]>. P
O
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1
274
De acuerdo con la visin estadocntrica, el Estado ejerca un control
autoritario de los aparatos burocrticos, dispona de los recursos exis-
tentes y dena su orientacin, mientras ignoraba que lo pblico hace
referencia a lo que es de inters de la comunidad, lo cual supona una
participacin de esta en el quehacer gubernamental. La legitimidad de
esta visin descansaba en un conjunto de reglamentaciones, donde se
denan las actividades a las cuales podan tener acceso los actores.
Entre los aos setenta y ochenta, la visin estadocntrica result
inoperante, pues el Estado dej de tener el monopolio sobre el ujo
de la informacin, as como de los recursos polticos e institucionales
necesarios para gobernar.
Frente a las deciencias del modelo tradicional de gobierno, Ma-
riez propugna por la participacin de agentes gubernamentales y no
gubernamentales, que operen con base en las redes de polticas, las cua-
les hacen referencia a un conjunto de relaciones ms o menos estables
entre diversos actores autnomos, que al perseguir objetivos comunes
se insertan en una relacin de cooperacin.
Desde el estudio introductorio, Mariez Navarro destaca la impor-
tancia que tienen las redes de polticas como un nuevo paradigma en el
estudio del proceso de hechura de las polticas pblicas. Aunque Agui-
lar Villanueva reere que las polticas pblicas son decisiones de gobier-
no, estas decisiones constituyen una expresin de decisiones colectivas
democrticas. Esto queda claro en el mismo concepto de Aguilar Vi-
llanueva, para quien las polticas pblicas son: decisiones de gobierno
que incorporan la opinin, la participacin, la corresponsabilidad y el
dinero de los privados, en calidad de ciudadanos electores y contribu-
yentes (2000: 26). De la revisin terica que realiza Mariez Navarro
en torno a las polticas pblicas, concluye que estas incorporan tres ele-
mentos. Primero, la importancia de las decisiones en las cuales est im-
plcito el conicto debido a la diversidad de intereses de los actores in-
volucrados. El segundo elemento es la existencia de las acciones. Existe
poltica pblica cuando esta se ejecuta. En este sentido, la decisin lleva
a una accin. El ltimo elemento de las polticas pblicas se relaciona
con el alcance de lo pblico (autoridad y legitimidad). Esta relacin es
explicada por Yves Meny y Jean Claude Tenig as: Una autoridad se
considera pblica si ejerce funciones de gobierno sobre administrados y
territorios denidos, especialmente como depositaria de la legitimidad
estatal, dotada de potestades pblicas (Meny y Tenig, 1992, citados
por Mariez Navarro, p. 25).
Josiiixa Maiioxaio Moxris
275
En el primer captulo, El capital informacional en sociedades en
red de poltica, Mariez Navarro destaca la importancia que tiene el
capital informacional en las sociedades regidas por gobiernos democr-
ticos y esta es una de las aportaciones ms signicativas de su libro.
Al referirse al proceso de apropiacin de la informacin por parte de
los actores sociales, el capital informacional se perla como un compo-
nente esencial en la nueva estructura administrativa caracterizada por
la descentralizacin, pues hace ms democrticas las relaciones entre los
prestadores de servicios y los ciudadanos y acrecienta la ecacia.
En el marco de la nueva gobernanza, la nocin de capital informa-
cional se relaciona de una manera muy estrecha con el concepto gestin
de conocimiento, el cual hace alusin a la cooperacin entre actores para
la generacin de informacin y conocimiento con el propsito de me-
jorar la consecucin de los objetivos, pero de la cooperacin de que se
trata es aquella que se basa en redes. Para concretar el capital informa-
cional y la gestin del conocimiento, un gobierno democrtico debe
fomentar la cultura del aprendizaje y la sensibilizacin en el uso de la
tecnologa de la informacin entre los ciudadanos.
El segundo captulo, Necesidad de la reforma poltica de la ad-
ministracin pblica, se desarrolla alrededor de los cambios que han
generado la economa globalizada, las innovaciones en las telecomuni-
caciones, as como la democratizacin de los regmenes polticos, los
cuales son factores que han sido determinantes en la reformulacin de
la relacin entre gobernantes y ciudadanos, pero tambin entre gober-
nantes y funcionarios pblicos. Sin embargo, en muchos de esos re-
gmenes prevalece un desfase entre el marco normativo y las prcticas
administrativas. Este hecho justica una reforma poltica de la adminis-
tracin pblica que contemple y legitime la nueva relacin de agentes
no gubernamentales con instituciones de la administracin pblica, por
una parte, y que considere la participacin y responsabilidad de los
funcionarios de rango bajo y de la ciudadana en torno al destino de los
recursos pblicos, por el otro. En el caso de los funcionarios pblicos,
la reforma debe contemplar la nocin de la tica del liderazgo pblico,
donde se consideran aspectos como el valor pblico y la rendicin de
cuentas. En cuanto a la participacin ciudadana, la reforma debe dotar
a los ciudadanos de autnticos medios de inuencia sobre la adminis-
tracin pblica que, a su vez, permitan un reequilibrio de poder, pero
tambin de mejores mecanismos de control que aseguren la ecacia de
la administracin pblica.
Hacaxos ixrii roios ia ioirica iniica
276
Mariez, en el tercer captulo, hace una revisin acerca de los orgenes
del Estado de bienestar y sus componentes, donde resalta los de carcter
social. Plantea que los diversos estudios alrededor del Estado de bienestar
conducen a armar que en la actualidad este enfrenta una serie de crticas
y problemas, producto de cambios polticos y econmicos.
Adems de los problemas de nanciamiento del Estado benefactor
y de los cambios socioeconmicos generados en el orbe, existe otro fe-
nmeno que inuy en la crisis del Estado de bienestar. Como sostiene
Gianfranco Pasquino (2000, citado por Mariez, p. 75), el Estado de
bienestar, al estar sustentado en la base de la intervencin y el corpora-
tivismo, restringi la esfera democrtica donde subyacen valores como
la libertad, el Estado de derecho y el derecho que poseen los ciudadanos
de decidir el espacio y la magnitud que le otorgan a otros valores, como
la justicia social, la igualdad y la solidaridad.
Ante la crisis del Estado de bienestar surgieron dos escenarios como
opciones. El primero de ellos fue el Estado neoliberal cuyo eje central
es la transferencia de un nmero mayor de funciones reguladoras a las
fuerzas del mercado. El otro escenario, que coincide con la propuesta
del catedrtico de la icai, descansa en una reformulacin de las fun-
ciones del Estado y una creciente participacin ciudadana que conlleve
a una reconsideracin del espacio pblico. Se trata de una recongura-
cin de la relacin entre Estado, sociedad civil y sector privado, cada
uno de ellos con ciertas responsabilidades. Pero tambin en el rescate de
ciertos valores democrticos como la solidaridad.
El cuarto captulo, La poltica democrtica para la calidad de las ins-
tituciones pblicas, se dedica a explicar la poltica democrtica, entendi-
da como acciones polticas que se adecuan a un marco institucional, y se
le relaciona con la tica y los actores en las decisiones pblicas. El autor
subraya la importancia que tiene la democratizacin en el mbito elec-
toral y administrativo como sustento de la calidad de las instituciones
democrticas. Para que el proceso democratizador pueda concretarse,
considera que las instituciones pblicas democrticas deben construir
espacios pblicos donde se estructuren y procesen demandas que poste-
riormente puedan convertirse en decisiones pblicas democrticas.
Los espacios pblicos son aquellas instancias deliberativas que per-
miten el reconocimiento de nuevos actores y temas. Son instancias en
las cuales los actores tienen voz propia y son heterogneas en el sentido
de que reejan la pluralidad social y poltica. Como Mariez Navarro
puntualiza, la cristalizacin de la deliberacin supone la existencia de
Josiiixa Maiioxaio Moxris
277
una poltica democrtica que contribuya a la creacin de canales insti-
tucionales y de un marco normativo que permita y estimule un mayor
acercamiento entre el Estado, el rgimen y la ciudadana (p. 85).
Sin embargo, la deliberacin, entendida como un proceso de con-
versacin racional, no es un proceso suciente para llegar a acuerdos en
un contexto donde prevalecen el conicto abierto y grandes diferencias
de poder (Blauert et al., 2006: 604). Estos autores argumentan que
para que un espacio para la participacin o el proceso deliberativo sea
ecaz, necesita brindarle a los sujetos seguridad ontolgica porque as
los habilita en la bsqueda o reforzamiento del respeto a s mismos y
la autoestima, elementos necesarios para los procesos de negociacin
con los otros. Desde esta perspectiva, sin ese sentido de ser o de
conanza bsica, los sujetos carecen de toda experiencia de una comu-
nidad interior. Para la construccin de esta, se requiere que ese espacio
deliberativo considere la necesidad de que las distintas voces sean escu-
chadas, lo cual habla de un compromiso en el dilogo, sustentado en la
tolerancia y la persistencia. En este sentido, es necesario que el proceso
deliberativo vaya ms all de lo racional y considere lo emocional.
Despus de analizar tres modalidades del comportamiento tico en
la poltica la del Estado justo, la del realismo poltico y la del Estado
legtimo Mariez Navarro retoma este ltimo para relacionar la tica
con la poltica democrtica. El comportamiento tico vinculado a un
Estado legtimo basa su concepto de poder en la conjuncin de la li-
bertad individual y civil con la autoridad legtima del Estado (p. 86).
En este tipo de Estado, las distintas relaciones son reguladas conforme a
un orden institucional consensuado, promotor del inters pblico y ga-
rante de los derechos humanos. La legitimidad de este Estado descansa
en el reconocimiento pblico de ese marco institucional.
El comportamiento tico vinculado al Estado legtimo reconoce un
marco normativo de justicia sustentado en un creciente equilibrio de
poderes y el Estado de derecho, con lo cual se genera un rgimen po-
ltico democrtico donde la participacin y la rendicin de cuentas se
constituyen en elementos clave.
En las democracias representativas, la rendicin de cuentas se expre-
sa a travs de dos vas: la rendicin de cuentas electoral y la rendicin
de cuentas societal o social. En el primer caso, los partidos polticos re-
presentan el instrumento fundamental de la accountability electoral. La
rendicin de cuentas social incorpora la esfera pblica y la sociedad civil.
Hacaxos ixrii roios ia ioirica iniica
278
Con relacin a la tica democrtica, las dos vas de rendicin de cuentas
estn sustentadas en los principios de publicidad y transparencia.
En el ltimo captulo terico del texto de Freddy Mariez, titulado
Participacin y accin pblicas. Esfuerzos para una nueva forma de
hacer poltica pblica, se analiza la relacin que guardan la participa-
cin ciudadana, una ciudadana activa y la calidad de la democracia.
En un rgimen democrtico la participacin ciudadana no se limi-
ta al mbito electoral, sino ampla su radio de accin en la deteccin
y resolucin de problemas sociales. En este sentido, la sociedad civil
representa la plataforma de despegue de la democracia. Visualizar as a
la sociedad civil es identicar en ella un espacio donde se pueden en-
contrar nuevos espacios de consenso y nuevas fuentes de legitimidad.
Para el acadmico de la icai, estos pueden alcanzarse mediante la to-
lerancia y el debate. A travs del dilogo, los actores pueden llegar a un
acuerdo y tomar en ese sentido una decisin que afectar a todos de una
manera positiva o negativa, directa o indirecta.
En pases donde la toma de decisiones es producto del dilogo y la
negociacin se presenta un cambio importante en la relacin gobierno-
sociedad. En esta nueva relacin entre gobernante y gobernados, la accin
pblica se convierte en un elemento clave. Para Alejandro Nieto (2008,
citado por Mariez, p. 102), una accin pblica es entendida: como
accin colectiva en que actores gubernamentales y no gubernamentales
forman parte conjunta del proceso en torno a un asunto pblico, la ac-
cin pblica puede verse como un proceso de gobernanza en red.
La segunda parte de esta obra, Casos de prcticas de poltica pbli-
ca, abre con el captulo (In)Seguridad pblica y violencia: un ejemplo
de accin NO pblica. El caso de Nuevo Len, Mxico. Ah el autor
analiza una poltica pblica implementada en 2008 por el entonces go-
bernador Jos Natividad Gonzlez Pars para combatir los problemas
de violencia e inseguridad a causa del crimen organizado y de la de-
lincuencia comn. Como parte de esa poltica pblica, se reform la
Ley de Seguridad Pblica para el Estado de Nuevo Len. Aunque las
enmiendas garantizaban una relacin entre los tres rdenes de gobier-
no, as como la participacin de la ciudadana a travs de los Consejos
de Participacin Ciudadana, a nal de cuentas se trat de una poltica
carente de una coordinacin intersectorial entre los tres rdenes de go-
bierno. La participacin ciudadana, a su vez, result fugaz, pues al poco
tiempo los Consejos de Participacin Ciudadana dejaron de funcionar.
Josiiixa Maiioxaio Moxris
279
En el siguiente captulo, el sptimo, Dilogo, participacin y de-
cisin pblica: el desencuentro entre gobierno y ciudadanos, se seala
que en 2005 el gobierno de Nuevo Len tom la decisin de ampliar la
Lnea 2 del servicio pblico de transporte colectivo Metro hacia el mu-
nicipio de Escobedo, pasando por los municipios de San Nicols de los
Garza y Apodaca. Pese a que la poblacin perciba la saturacin vial como
un problema real, la poltica pblica implementada por Gonzlez Pars
encontr oposicin por parte de la ciudadana, la cual recurri a diversos
medios para detener esta obra. La postura ms extremista del movimiento
vecinal consisti en la ocupacin de un tramo de la avenida Universidad,
cerca del rea de trabajo donde estaban instalados los equipos y maquina-
ria de la empresa contratista Siemens y Grupo Garza Ponce. La respuesta
del gobierno consisti en la utilizacin de la fuerza pblica, bajo el argu-
mento de que esos bloqueos impedan la programacin de la obra.
Como seala Mariez Navarro, la participacin de la ciudadana se
limit a la generacin de propuestas. Los ciudadanos se percibieron solo
como receptores de la accin gubernamental. Adems, ni los actores
sociales ni los gubernamentales siguieron procedimientos tendientes a
la solucin del conicto.
En la primera parte del octavo captulo, Es relacional la poltica
de desarrollo Ciudad Internacional del Conocimiento de Monterrey?,
el autor analiza varias polticas pblicas que se llevaron a cabo en la
zona metropolitana de Monterrey, conformada por nueve municipios
neoloneses, de manera relacional gracias a su capital social, el cual hace
referencia a relaciones institucionales de cooperacin entre la sociedad
y el Estado.
En la segunda parte del captulo, Mariez resalta la importancia del
proyecto Ciudad Internacional de Conocimiento de Monterrey, pero
tambin seala algunos factores que han impedido su realizacin.
Aunque personal del gobierno de Nuevo Len y del Instituto Tec-
nolgico y de Estudios Superiores de Monterrey han coincidido en que
el proyecto de la: ciudad de conocimiento es una gran alianza entre
los diferentes sectores de la comunidad para detonar una economa
en la que el conocimiento es creado, transmitido, adquirido y usado
ms efectivamente por sus ciudadanos y su organizacin con el n de
promover el desarrollo econmico y social de la propia comunidad
(Tecnolgico de Monterrey/icai-Gobierno de Nuevo Len, 2005, ci-
tado por Mariez, p. 162), nuestro autor reere que ese plan no se ha
concretado debido a que si bien los actores ya estn denidos, los tipos
Hacaxos ixrii roios ia ioirica iniica
280
de relaciones entre ellos carecen de interdependencia, lo que hace impo-
sible el intercambio de recursos.
El ltimo captulo contiene el anlisis comparativo efectuado entre
la municipalidad de Beln, Costa Rica, y el municipio neolons de San
Pedro Garza Garca. Se trata de dos regiones distintas en trminos de
densidad de poblacin. San Pedro Garza Garca sextuplica el nmero
de habitantes de Beln. En algunos ndices socioeconmicos, la muni-
cipalidad costarricense se encuentra en desventaja frente a San Pedro
Garza; su baja escolaridad es muestra de ello.
Los programas comparados fueron: Aqu decidimos juntos los j-
venes y los Presupuestos participativos, en el caso de San Pedro Garza
Garca. De la municipalidad de Beln se eligieron: Programa capullo y
Beln 2030.
Las variables en que se apoy la investigacin fueron la trasparencia,
la comunicacin y la participacin ciudadana en el proceso de puesta en
marcha de estos programas pblicos.
Llama la atencin que Costa Rica, un pas altamente centralizado
en la toma de decisiones, haya arrojado mejores resultados en cuanto a
participacin ciudadana. En San Pedro Garza Garca la participacin en
la poltica pblica solo se dio en la fase de la construccin de la agenda
pero no en la puesta en marcha ni en la evaluacin. En contraparte, en
Beln la participacin se plasm en la identicacin de los problemas
pblicos, en la construccin de la agenda y en la fase de la implemen-
tacin. Tambin se detect que la comunicacin entre el gobierno y
los ciudadanos de la municipalidad de Beln es ms comn que la que
tienen sus contrapartes en San Pedro Garza Garca.
En regmenes de transicin a la democracia, como es el caso de
Mxico, la revisin terica de Mariez Navarro resulta oportuna por-
que pone al descubierto la importancia que adquieren no solo las re-
formas electorales sino las relacionadas con la administracin pblica.
En el caso de esta ltima, son necesarias reformas que consideren una
nueva relacin entre gobernantes y ciudadanos, pero tambin entre go-
bernantes y funcionarios. Deben ser reformas con cierta ingeniera ins-
titucional que garanticen la participacin real de la sociedad civil, pero
tambin que contemplen mecanismos de control hacia los ejecutores de
las decisiones pblicas. Para ello, la conquista del derecho a la informa-
cin resulta imprescindible.
Josiiixa Maiioxaio Moxris
281
Bibliografa
Aguilar Villanueva, Luis F.
2000 El estudio de las polticas pblicas, 3 ed., Mxico, Miguel n-
gel Porra.
Blauert, Jutta, Martha Rosas, Salvador Anta y Sergio Graf
2006 Espacios para la deliberacin o la toma de decisiones? Lec-
ciones para la participacin y las polticas en consejos ambien-
tales en Mxico, en Ernesto Isunza Vera y Alberto J. Olvera,
coords., Democratizacin, rendicin de cuentas y sociedad civil:
participacin ciudadana y control social, Mxico, H. Cmara de
Diputados/LIX Legislatura-ciisas-Universidad Veracruzana-
Miguel ngel Porra, pp. 597-639.
Hacaxos ixrii roios ia ioirica iniica
282
283
Abstracts

Mexicos futures: crossroad and pain in the neck
Antonio Alonso Concheiro
The essay argues that, up to now, Mexico still lacks to imagine its long
term futures; it states that it is urgent to make a collective, systematic
and rigorous effort to do so. Anticipating such an effort, the essay
outlines in an overall view, a critical perspective of what has happe-
ned in the last twenty years-since the birth of POLIS and up to our
days-in several spheres of the national life: demography, economics,
politics and society. In each case it also sketches possible futures over
the next two decades, or issues that would be important to consider
in imagining such futures.
Key words: Mexico; past; futures; scenarios; demography; econo-
mics; politics; society.
Mexico: a democracy exposed to risks
Ricardo Espinoza Toledo
In Mexico, the accentuated inequalities and inequity limit the effec-
tive exercise of political, civil and social rights. The lack of equity can
be seen in school exclusion, the lack of formal jobs, low income, the
deficit of social welfare and poverty. This lack of development associa-
ted with the impairing in participation and representation, weaken,
undermine and jeopardize the toddling Mexican democracy.
Key words: development, democracy, equality, inequality, political,
social and civil rights.
284
Abstract subject to citizen: opening and closing of
citizenship in modernity age
Enrique G. Gallegos
Construction of a full citizenship has been a centermost problem
for Political Philosophy, Political Theory and the Political Science
in the last forty years. However, a review of philosophic and politi-
cal thought of modernity shows that thinkers as Hobbes, Rousseau,
Kant, Nietzsche, Tocqueville, Ortega y Gasset, Mosca and Schumpe-
ter have contributed in different ways to the foreclosure of the citizen
category. This tension makes it relevant to track the argumentative
modes acquired by that foreclosure and at the same time, to specify
the condition in which citizenship has been rejected and distrusted. A
suitable exposition of these displacements would allow understanding
of the problems of disenchantment, apathy, incompetence and im-
maturity attributed to citizenship. At the end the essay presents three
difficulties which citizenship faces in the twenty-first century.
Key words: subject, citizen, modernity, democracy
Internet and political communication. Understanding
and public space
Mario Zaragoza Ramrez
This article describes how the political communication articulated
through the Internet space and the selective participation of diffe-
rent actors is understood. It considers that political communication
allows, if taken to account as a dialogue, self-management speeches
seeking to spread a part of the reality that is relegated from conven-
tional media spaces and that may be found on the network. In this
way, in the midst of polarization, political communication allowing
the interaction between different actors can be part of the problem
and of the solution. The article proposes that the democratization of
knowledge and dialogue can solve or demystify the political, social
and economic problems faced by society in the beginning of the 21st
century.
Key words: Political Communication, dialogue, communicative ac-
tions, understanding, internet, public space.
Ansriacrs
285
Torture in the context of Mexicos Guerra Sucia: an
exercise of collective memory
Jorge Mendoza Garca
During the last centurys 60s and 70s, in Mexico, guerrilla groups
emerged all over the country; equally in rural areas such as the state of
Guerrero, as in cities like Monterrey, Guadalajara and Mexico City. In
facing this wave of armed groups, the Mexican State resorted not to
the law but to violent strategies, surpassing even the legal frameworks
instituted in the country. This terrifying manner of confronting the
guerrillas was known as guerra sucia (dirty war). It displayed multiple
tactics such as illegal imprisonment, forced disappearance, detention
of guerrillas kin and torture. Torture was practiced equally on men
and women accused of being guerrillas or of providing support to the-
se groups. Branding, beatings, mutilations, and even the introduction
of objects into the body, were some of the manners that torture adop-
ted in this guerra sucia. By means of several testimonies presented as
an exercise of collective memory, this essay aims to reconstruct some
of the experiences of those decades and, at the same time, clarify the
use of bodily violence by those who exert terror through power.
Key words: guerra sucia, violence, torture, body, collective memory.
Social construction of urban space: Ecatepec, and
Nezahualcoyotl. Two oriental giants
Mario Bassols Ricrdez
Maribel Espinosa Castillo
The social production of space in a metropolis that currently exceeds
20 million people has been heavily towed about by urban dynamics
experienced in the post-war period, in the east and north-east of
Mexico City. Among the most significant and relevant cases, are the
two most populous municipalities of the State of Mexico: Ecatepec
de Morelos and Nezahualcoyotl. Given their socio-historical features,
their unique process of integration to the metropolis and the political
and cultural traits that identify them, this essay limits itself to the ge-
neral aspects of their recent spatial conformation, as well as it briefly
examines their common elements and those particular to each one.
Ansriacrs
286
It concludes with a reflection on the impact that the processes linked
to the global economy have had in their local environments, with
emphasis in the first decade of the 21st century.
Key words: urban space, territorial structure, globalization
Mexicos tobacco agro industry and the formation of
Tabamex, 1920-1972
Horacio Mackinlay
The article presents a historical review of the tobacco agribusiness
from last centurys 20s up to 1972 when the public sector company,
Tabacos Mexicanos, S.A. (Mexican Tobaccos, Tabamex) was founded.
Its chief goal is to understand and illustrate by means of a case stu-
dy, the way in which Mexicos State intervention developed in the
tobacco-growing regions and its agribusiness. Based on a description
of the underlying productive aspects, it analyzes state and federal-
level government actions to promote tobacco-related activities and to
influence and mediate between private firms and tobacco producers.
Given its particular relevance, the article highlights the social cons-
truction of a negative image of the relation between producers and
transnational corporations which, after becoming a black legend in
the 60s, was instrumental to nationalizing the tobacco industry in
1972. Rather than deliberately unfair or arbitrary however, the reality
of the underlying conflict was a struggle for the establishment of effi-
ciency and productivity criteria.
Key words: tobacco leaf, contract farming, tobacco industry, transnatio-
nal corporations, Partido Popular Socialista (Socialist Popular Party).
Ansriacrs
287
Requisitos para las colaboraciones
1. Los artculos que se enven para ser publicados debern ser resulta-
do de investigaciones de alto nivel dentro de las lneas temticas de
la convocatoria correspondiente. Asimismo, debern ser inditos y
no haber sido ni ser sometidos simultneamente a la consideracin
de otras publicaciones. Se otorgar al Comit Editorial de la revista
POLIS la autorizacin para su difusin por los medios y en las for-
mas que considere pertinentes.
2. Los trabajos debern entregarse al Comit Editorial o enviarse
por correo electrnico dentro del plazo establecido a la direccin:
<[email protected]>.
3. Las colaboraciones se acompaarn de una breve referencia de
los(as) autores(as), que contenga: nombres completos, institucin
de referencia, reas de investigacin, direccin, telfono, fax y co-
rreo electrnico.
4. Los textos se entregarn en original, elaborados en computadora en
el programa Word, tanto impresos en papel como en archivo elec-
trnico (en disquete o ci), con las siguientes caractersticas: una
pgina de resumen que contenga el nombre del artculo en ingls
y espaol, la cha curricular del autor, el resumen en espaol, el
abstract en ingls y las palabras clave en ingls y espaol. La primera
pgina del artculo slo tendr el ttulo. La extensin del trabajo
deber ser de entre 30 y 40 cuartillas, cada una con 27 renglones a
doble espacio y cada rengln de 65 golpes o espacios, en tipo Times
New Roman de 12 puntos, lo que corresponde a entre 45 mil y
55 000 caracteres, incluidos los espacios.
5. Se recomienda que el ttulo no exceda de 60 caracteres, incluyendo
espacios.
6. Las referencias en los textos se presentarn de acuerdo con las es-
pecicaciones tcnicas del estilo Harvard: dentro del cuerpo del
288
trabajo se indicar el apellido del(os) autor(es) y el ao de la edicin
consultada. Ejemplos: (Sorauf, 1967), (Alcntara y Freidenberg,
2001); (Cohen, March y Olsen, 1972); (Pugh et al., 1968), cuando
se trata de ms de tres autores. Si hay una cita textual, se deber
incluir el nmero de pgina o conjunto de pginas; por ejemplo
(Weber, 2004: 8-9). Cuando haya ms de una obra del mismo au-
tor con el mismo ao de publicacin, se distinguirn con letras
minsculas junto al ao, de la siguiente manera: (Weber, 2004a)
y (Weber, 2004b).
Al nal del texto se incluir la bibliografa completa, por orden al-
fabtico del apellido de los autores, con todos los datos de las obras
citadas. Por ejemplo, para el caso de un libro: apellido y nombre
del autor (si hubiese ms de un autor, el orden de los datos a par-
tir del segundo autor sern nombre y apellido), ao de la edicin,
ttulo del libro, nmero de la edicin (slo cuando no sea la prime-
ra), nombre del traductor en su caso, lugar de la edicin, editorial.
Todos los datos se separan con comas.
7. Si la colaboracin incluye citas textuales, stas debern ajustarse a
las siguientes modalidades: si ocupan cinco lneas o menos, irn
precedidas de dos puntos y entrecomilladas; si son de mayor exten-
sin, se ubicaran en prrafo aparte, con sangrado, sin entrecomillar
y a un espacio. Los agregados del autor dentro de una cita textual
debern anotarse entre corchetes.
8. Cuando se utilicen siglas o acrnimos, el nombre correspondiente
deber escribirse in extenso la primera vez que aparezca, seguido de la
sigla o el acrnimo entre parntesis. Las subsecuentes veces se utiliza-
r slo la sigla o el acrnimo.
9. Los cuadros, grcas, fotografas, mapas y todo elemento grco
que forme parte del trabajo debern entregarse tal y como se obtie-
nen del programa o el equipo con que se hayan elaborado, creado
o capturado (es decir, sin importarlos desde Word o Acrobat). De-
bern ir acompaados de referencias precisas tanto de localizacin
como de contenido; en cualquier caso, tendrn que ser de calidad
suciente para permitir su ptima reproduccin.
10. Las reseas bibliogrcas deben seguir los lineamientos de forma
de los artculos en programa Word, tipo Times New Roman de
12 puntos y con las siguientes especicaciones: extensin de siete
cuartillas como mnimo a 15 como mximo; contendr los seala-
Riquisiros iaia ias coianoiacioxis
289
mientos bsicos de la obra y una visin crtica del texto, y privile-
giar las opiniones fundamentadas.
Slo se aceptarn los artculos que satisfagan todos los requisitos
aqu sealados. Los trabajos estarn sujetos a un primer dictamen del
Comit Editorial y a dos o ms dictmenes posteriores de especialistas
en la materia con el mtodo doble ciego. Se considerar la pertinencia
temtica y sus contenidos acadmicos y formales. Los resultados de los
dictmenes se noticarn a la brevedad a los autores. Las colaboraciones
aceptadas se sometern a correccin de estilo y su publicacin estar
sujeta a la disponibilidad de espacio en cada nmero. En ningn caso
se devolvern originales. El envo de cualquier colaboracin a la revista
implica la aceptacin de lo establecido en estos requisitos.
Riquisiros iaia ias coianoiacioxis
290
291
292
293
POLIS
Ixvisricacix socioioirica \ axiisis isicosociai
Rivisra iii Diiairaxixro ii Socioioca,
Uxiviisiiai Aurxoxa Mirioioiiraxa Izraiaiaia
Domicilio / Address
Av. San Rafael Atlixco nmero 186, Colonia Vicentina,
Delegacin Iztapalapa, C.P. 09340, Mxico, Distrito Federal
Divisin de Ciencias Sociales y Humanidades
Departamento de Sociologa, Edicio H, primer piso, cubculo 101
Nmeros recientes / Recent issues
POLIS segundo semestre 2010, vol. 6, nm. 1
POLIS primer semestre 2011, vol. 6, nm. 2
POLIS segundo semestre 2011, vol. 7, nm. 1
Precio del ejemplar / Copy cost
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Suscripcin anual (dos nmeros) / Annual suscription (two issues per year)
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$100.00 (one hundred pesos), plus shipping and handling.
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I enclose certied check to Universidad Autnoma Metropolitana by the ammount of
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Ciudad / City Estado / State
C.P. / ZIP Code Telfono / phone e-mail
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POLIS, nueva poca, segundo semestre 2011,
vol. 7, nm. 2, se imprimi en diciembre de
2011 en Impresos Grafit, Joaqun Baranda
nm. 16, Col. El Santuario, Iztapalapa,
Mxico D.F. Correccin de estilo: Wenceslao
Huerta, Bertha Trejo. Composicin tipogrfica:
Jess Fernndez Vaca. La edicin consta de
500 ejemplares.
POLIS
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nueva poca segundo semestre 2009 Volumen 5 Nmero 2 nueva poca segundo semestre 2011 volumen 7 nmero 2
2
: 1870-2333
1 991 - 201 1
Veinte aos
NDICE DE REVISTAS MEXICANAS DE
INVESTIGACIN CIENTFICA
Y TECNOLGICA
Casa abierta al tiempo
Casa abierta al tiempo
UNIVERSIDAD AUTNOMA METROPOLITANA
UNIDAD IZTAPALAPA Divisin de Ciencias Sociales y Humanidades
Departamento de Sociologa
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