Albert Camus Por Nicola Chairomonte

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poseer como resultado de haber vivido un cierto tipo de existencia. Eltestimonio de Chiaromonte es convincente. Si se acepta la seleccin de escritores que Chiaromonte emplea para plantear su argumentacin (Balzac, Mann, Proust o Conrad, hasta Dickens, le habran sido ms tiles que Malraux, Martin du Gard o Pasternak), parece adecuada su tesis principal relativa al tipo de conocimiento sobre el "mundo real" que podemos derivar de la narrativa. Si se aceptan sus interpretaciones de ciertos escritores, como Flaubert y Rugo, la condena al "esteticismo" del primero y el "misticismo" del segundo parecern correctos a quien quiera que crea que la forma en que uno ve la historia es un asunto de tica ms que de ciencia, religin o esttica. y si el libro es ambiguo en sus conclusiones y "vago" (como les pareci a algunos de los primeros comentaristas) en cuanto a lo que tenemos que hacer para salir de nuestra mala fe, a m me parece que es consecuencia de su premisa de que no contamos con un "conocimiento" capaz de decirnos cmo debemos vivir nuestras vidas como individuos. Lo que tenemos, dice Chiaromonte, son slo creencias y las convicciones, sostenidas con mayor o menor firmeza, que emergen de ellas. Nuestras vidas pueden acabar malo (relativamente) bien. Pero sea como sea, no podemos encontrar una justificacin posible en la creencia de que nosotros no somos responsables de lo que somos, de cmo vivimos y de la calidad de nuestras relaciones con los dems. A fin de cuentas, no podemos echarle la culpa de nuestra condicin a la historia, toda vez que la historia no es sino la suma total de todos los acontecimientos causados por los seres humanos de los que nadie se hace responsable.

... no podemos echarle la culpa de nuestra condicin a la historia, toda vez que la historia no es sino la suma total de todos los acontecimientos causados por los seres humanos.

Albert Camus*
Nicola Chiaromonte

Muere un hombre: piensas en la expresin de su cara, en sus gestos, en sus actos y en los momentos que ustedes compartieron por tratar de recuperar una imagen que se ha
* Traduccin de Miriam Chiaromonte y Antonio Saborit.

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El arte y el pensamiento no son ms que mudas reliquias que sobreviven a la erosin del tiempo y a los desastres de la historia.

disuelto para siempre. Muere un escritor: reflexionas en su obra, en cada uno de sus libros, en el hilo conductor que los atravesaba, en el movimiento vital de estos libros en busca de un significado ms profundo; e intentas formarte un juicio que considere el origen secreto del que surgieron los libros y que ahora est inmvil. Slo que la imagen del hombre no est hecha de la suma de tus recuerdos; como tampoco la figura del escritor est hecha de la suma de sus obras. Y no se puede descubrir al hombre por medio del escritor, o al escritor por medio del hombre. Todo es fragmentario, todo es incompleto, todo est en manos de la mortalidad, aun cuando el destino pareciera haberle dado tanto al hombre como al escritor el don de vivir hasta el lmite de sus fuerzas y de dar todo lo humanamente posible, como en el caso de Tolstoi. La historia de un hombre siempre es incompleta; basta con pensar en lo que pudo ser diferente -casi todo-- para saber que su historia nunca podr contener el sentido de una vida humana, sino nicamente lo que a esa existencia le fue dado ser y ofrecer. La verdad era la presencia viva; y nada la puede reemplazar. La inmortalidad es una ilusin para el pensamiento y para el arte, igual que para el hombre. El arte y el pensamiento no son ms que mudas reliquias que sobreviven a la erosin del tiempo y a los desastres de la historia, como los monumentos en piedra. Pero es en esta misma fragilidad -que iguala a la existencia ms humilde con aquella a la que llamamos falsamente "grande", y que lo es nada ms porque se le dio la oportunidad de expresarse- donde se encuentra el sentido y el valor de la vida humana. Y ese valor es eterno. Albert Camus apareci en mi vida en abril de 1941, en Argelia, a donde fui a dar en calidad de refugiado proveniente de Francia. Lo conoc poco despus de mi llegada, pues all en Argelia era famoso: la cabeza de un grupo de jvenes periodistas, escritores en ciernes, estudiantes, amigos de los rabes, enemigos de la burguesa local y de Ptain. Vivan juntos, se pasaban los das cerca del mar o a un lado del cerro y las noches poniendo discos y bailando, esperanzados en la victoria de Inglaterra y en dar rienda suelta a su enojo con lo que le haba sucedido a Francia y a Europa. Tambin montaban obras de teatro, y en esa poca estaban preparando una produccin de Hamlet en la que Camus, adems de dirigir, haca el papel principal contrario al de la Ofelia que haca Francine, su mujer. Camus haba publicado un volumen de poemas en prosa titulado Noces, me dijeron. No lo le, no porque en ese tiempo no estuviera de nimo para los poemas en prosa, sino simplemente porque me bastaba con la compaa de Camus y con la

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compaa de sus amigos. Entre ellos encontr la Francia que yo amaba y el calor puro y ntido de la amistad francesa. Asist a los ensayos de Hamlet, fui al mar con ellos, me pasee con ellos, conversando sobre lo que pasaba en el mundo. Hitler acababa de ocupar Grecia y la sustica ondeaba en la Acrpolis. Estos hechos me hacan padecer una nusea y una soledad constantes. Pero, solitario y callado como yo era, era el husped de estos jvenes. Para conocer el valor de la hospitalidad es preciso haber estado solo y sin casa. Trato de recordar los detalles, como si por medio de ellos pudiera revivir esos das y aprehender algo ms sobre ese joven escritor con el que poco hablaba, pues l no estaba de un nimo conversador superior al mo. Me acuerdo'que me obsesionaba un solo pensamiento: habamos llegado a la hora cero de la humanidad y la historia careca de sentido; lo nico que tena sentido era esa parte del hombre que permaneca fuera de la historia, ajena e impermeable al remolino de los acontecimientos. En el caso de que existiera tal parte, de hecho. Yo pensaba que esta idea era un privilegio exclusivo mo; senta que nadie ms poda estar tan posedo por l; y sin embargo, deseaba intensamente tener a alguien con quien poder compartirlo. No era una idea compatible con la vida normal, sino nada ms con la literatura ---o eso era lo que me pareca a m. Sin embargo, s haba algo que yo tena en com~n con este escritor de veintiocho aos: el amor al mar, el gusto por el mar, la admiracin exttica por el mar. Esto lo descubr el da en que fui su husped en Orn y fuimos en bicicleta a una playa vaca ms all de Mers-el-Kebir. Incluso esa ocasin hablamos poco, pero elogiamos al mar, al que no hay que entender, el inacabable, y el que nunca harta. Estuvimos de acuerdo en que lo contrario es lo que sucede con todas las dems bellezas. Este acuerdo sell nuestra amistad. Camus me dijo entonces que escriba una tragedia sobre Calgula y trat de entender qu era lo que poda atraer a tal tema a un escritor moderno. La tirana sin lmites? Slo que la tirana contempornea no me pareca tener mucho en comn con la de Calgula. De Orn continu mi viaje a Casablanca, de donde se me haba dicho que me podra embarcar hacia Nueva York. Me desped de Camus y de su esposa, sabiendo que habamos intercambiado el don de la amistad. En el centro de sta haba algo sumamente hermoso, algo no dicho e impersonal que se dej sentir en la forma en que me recibieron y en la manera en que estuvimos juntos. Habamos identificado en nosotros mismos la seal del destino -que era, creo yo, el antiguo significado del encuentro entre extrao y anfitrin-o

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Camus haba dominado este tema y lo haba llevado a conclusiones extremas y lcidas. Haba logrado decir, en su estilo apasionado y en una argumentacin con la tirantez de un arco, por qu, a pesar de la furia y del horror de la historia, el hombre es un absoluto

A m me estaban sacando de Europa; ellos se quedaban, expuestos a la violencia que a m me expulsaba. De Camus me llev conmigo la impresin de alguien que en un momento era capaz de ser casi tiernamente afectuoso, y que al siguiente poda ser framente reservado, y que sin embargo todo el tiempo estaba anhelando la amistad. Lo volv A ver en Nueva York en 1946, en el muelle al que fui a recibir su barco. Me pareci un hombre salido directamente del campo de batalla que cargaba sus marcas, el orgullo y el dolor. Para entonces yo ya haba ledo El extranjero, El mito de Ssifo y Calgula. En esos negros aos el joven originario de Argelia haba dado la batalla y haba triunfado. Se haba convertido, junto con Jean-Paul Sartre, en el smbolo de una Francia derrotada, la cual gracias a ellos se haba impuesto triunfante en su terreno elegido: la inteligencia. Camus se haba ganado su lugar en el escenario del mundo; era famoso; sus libros eran brillantes. Pero para m Camus haba triunfado en un sentido an ms valioso. Se haba enfrentado a un tema que a m me pareca crucial y que me obsesionaba muchsimo en los das en que lo conoc. Camus haba dominado este tema y lo haba llevado a conclusiones extremas y lcidas. Haba logrado decir, en su estilo apasionado y en una argumentacin con la tirantez de un arco, por qu, a pesar de la furia y del horror de la historia, el hombre es un absoluto; y haba indicado precisamente en dnde, segn l, se encontraba este absoluto: en la conciencia, hasta cuando est callada y quieta; en mantenerse sincero al propio yo, hasta cuando los dioses nos condenen a repetir una y otra vez la misma vana tarea. En esto, para m, se encontraba el valor de El extranjero y de El mito de Ssifo. Sartre haba dicho algo semejante con una casi monstruosa riqueza de ideas y de vigor. Slo que cuando llegaba al asunto de la conexin entre el hombre y la historia hoy en da, entre el hombre y las elecciones que hoy se imponen, Sartre pareca extraviar el hilo de su razonamiento, volvindose hacia el realismo, hacia las obligaciones categricas impuestas al hombre desde fuera, y, peor, hacia las ideas de lo polticamente oportuno. Camus no claudic, arriesgndose a exponerse, indefenso, a la crtica de los dialcticos y a dar la impresin de que pasaba bruscamente de la lgica a la afirmacin emotiva. Es verdad que lo que lo indujo a no claudicar no fue un sistema ideolgico, sino el sentimiento, tan vehementemente expresado en El extranjero y en algunas de las pginas de El mito de Ssifo, del secreto inviolable que se encuentra en el corazn de todo hombre por el slo hecho de estar "condenado a morir". Esa es la trascendencia del hombre. Esa es la trascendencia del hombre con respecto a la

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historia; esa es la verdad que no puede borrar ningn imperativo social. Trascendencia y verdad desesperadas, pues se ven desafiadas desde el mismo corazn del hombre, quien conoce que es mortal y eternamente culpable, sabindose sin defensa alguna en contra del destino. Absurda trascendencia y absurda verdad, pero absurdas y todo, volvan a renacer cada vez que Ssifo descenda "con pesados pero idnticos pasos hacia el tormento a cuyo final jams habra de acercarse..." Este secreto, como la "eterna joya" de Macbeth, nunca se ha de poder abarcar o violar sin cometer sacrilegio. Albert Camus supo cmo darle forma a este sentimiento y cmo conservarse fiel a l. Debido a esto, su presencia le aadi algo al mundo de todos, volvindolo ms real y menos insensato. Y debido a esto, no a la fama de Camus, el joven escritor originario de Argelia haba "crecido" en mis ojos, hacindolo digno no slo de la amistad sino tambin de la admiracin. Ya no se trataba de un asunto exclusivamente literario, sino de confrontar directamente al mundo. El espacio literario, ese trompe d'oeil que se inventara en el siglo XIX para defender el derecho a ser diferente del artista individual, estaba roto_ Camus (y Sartre, en su tan diferente manera), por el slo hecho de plantear la pregunta del valor de la existencia, afirm la voluntad de participar activamente, en primera persona, en el mundo; es decir, desafiar directamente la situacin real del hombre contemporneo en nombre de una conciencia cuyo rigor no estaba atenuado por consideraciones de tipo pragmtico. Con lo anterior, podra decirse, Camus volvi a la raison d'etre de la escritura. Cuestionar al mundo significa cuestionarse a uno mismo y abandonar el derecho tradicional del artista a permanecer al margen de su obra, un creador puro. En el lenguaje de Camus esto significa que si el mundo es absurdo, el artista debe vivir inmerso en el absurdo, debe cargar su peso, y debe tratar de probarlo para los dems. Este era el nico significado real y vlido del compromiso. Tal eleccin llevaba dentro de s la amenaza de la negacin cancerosa que Camus llamaba nihilismo. Haba que pasar por la experiencia del nihilismo y luchar contra ella. El acto ms sencillo de la vida es un acto de afirmacin; es la aceptacin de la propia vida y de la vida de los dems como punto de partida de toda reflexin. Pero vivir por el nihilismo es vivir de la mala fe, tal y como un burgus vive de su ingreso. En 1946 Camus fue invitado a dirigirse a los estudiantes de la Universidad de Columbia, en Nueva York. Conservo notas de su conferencia y estoy seguro que la puedo reconstruir sin traicionar su significado. La sustancia de su charla fue como sigue:

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... el veneno que impregnaba al Hitlerismo no se ha eliminado; est presente en cada uno de nosotros. Quien sea que hoy en da hable de la existencia humana en trminos de poder, eficiencia y "tareas histricas" expande ese veneno.

Nacimos al principio de la Primera Guerra Mundial. De adolescentes tuvimos la crisis de 1929; a los veinte, Hitler. Luego vinieron la guerra de Etiopa, la guerra civil espaola y Munich. stos fueron los cimientos de nuestra educacin. Luego sigui la Segunda Guerra Mundial, la derrota y Hitler en nuestras casas y ciudades. Habiendo nacido y crecido en ese mundo, en qu creamos? En nada. En nada salvo la obstinada negacin en la que nosotros mismos nos vimos obligados a encerrarnos desde el mero comienzo. El mundo al que se nos haba trado a existir era un mundo absurdo y no exista ningn otro mundo en el cual refugiarnos. El mundo de la cultura era hermoso, slo que no era real. Y cuando nos vimos frente a frente con el terror de Hitler, en qu valores podas hallar alivio, qu valores podamos oponer a tal negacin? En ninguno. Si el problema hubiera sido la bancarrota de alguna ideologa poltica o de un sistema de gobierno, hubiera sido sumamente sencillo. Pero lo que haba sucedido provena de la raz misma del hombre y de la sociedad. No haba duda alguna al respecto, y da tras da lo confirmaba no tanto la conducta de los criminales sino la del hombre promedio. Los hechos mostraban que los hombres se merecan lo que les estaba pasando. Su manera de vivir posea tan poco valor; y la violencia de la negacin hitleriana era en s misma lgica. Pero era insoportable y nos enfrentamos a ella. Ahora que Hitler se ha ido sabemos unas cuantas cosas. La primera es que el veneno que impregnaba al hitlerismo no se ha eliminado; est presente en cada uno de nosotros. Quien sea que hoy en da hable de la existencia humana en trminos de poder, eficiencia y "tareas histricas" expande ese veneno. Es un asesino verdadero o en potencia. Pues si el problema del hombre se reduce a cualquier tipo de "tarea histrica", el hombre no es sino la materia prima de la historia y se puede hacer lo que se quiera con el hombre. Otra cosa que hemos aprendido es que no podemos aceptar ninguna concepcin optimista de la existencia, ningn final feliz, cualquiera que sea. Pero si creemos que el optimismo es tonto, tambin sabemos que el pesimismo relativo a la accin del hombre entre los suyos es cobarda. Nosotros nos opusimos al terror porque el terror nos obliga a elegir entre asesinar y ser asesinados; y porque vuelve imposible la comunicacin. Por esto rechazamos cualquier ideologa que pretenda controlar toda la vida humana.

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Hoy me parece que en esta conferencia, que fue una especie de autobiografia, estuvieron presentes todos los temas de la obra posterior de Camus, de La peste a Los justos y a El hombre rebelde. Pero en ella estuvo presente, discretamente en la sombra, el otro Camus, el Camus al que no puedo llamar ni ms sincero ni artsticamente superior, pues simplemente es "el otro", celosamente oculto en su ser secreto: el Camus angustiado, oscuro, misntropo, cuyo anhelo de comunicacin humana tal vez era an ms grande que el del autor de La peste; el hombre que, al cuestionar al mundo, se cuestionaba a s mismo, y al hacerlo daba testimonio de su propia vocacin. Este es el Camus de las pginas finales de El extranjero, y en especial el Camus de La cada, en donde escuchamos su ser ms hondo, el atormentador que atormenta, habla, se opone a todas las formas de la complacencia y de la autosatisfaccin moral. Camus escribi: "me persegua una aprehensin ridcula: no puede uno mori~ sin haber confesado todas sus propias mentiras... de otro modo, de haber una falsedad oculta en una vida, la muerte sera definitiva... este asesinato absoluto de la verdad me causaba vrtigo..." Con estas palabras, me parece, el dilogo de Albert Camus con sus contemporneos, truncado por su muerte, es completo, a pesar de todo.

El jesuita*
Nicola Chiaromonte

Fuimos a la misma escuela, al Collegio Massimo, el antiguo colegio de los jesuitas en el que los hijos de la clase media romana compartan el aula sin mezclarse con los descendientes de la aristocracia "negra".! Juntos fuimos responsables de un acto colectivo que consisti en saludar al maestro de francs con la palabra Escita susurrada por treinta bocas, y
* Traduccin y notas de Antonio Saborit
1 Se refiere a la aristocracia romana creada por los papas, y no por los reyes. (Nota de los editores de Partisan Review.)

E;RNS WUTU'NOW

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