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Mariana Galvani, Karina Mouzo, Natalia Ortiz Maldonado, Victoria Rangugni, Celina Recepter, Alina Lis Rios, Gabriela Rodrguez, Gabriela Seghezzo.
coleccin AC y AHORA
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A la inseguridad la hacemos entre todos : prcticas policiales, mediticas y acadmicas / Mariana Galvani, Karina Mouzo, Natalia Ortiz Maldonado, Victoria Rangugni, Celina Recepter, Alina Lis Rios, Gabriela Rodriguez, Gabriela Seghezzo. 1ra ed. - Buenos Aires: Hekht Libros, 2010.
280 p. ; 14x20 cm. ISBN 978-987-25914-0-3 1. Inseguridad. 2. Violencia. 3. Actuacin Policial. I. Galvani, Mariana CDD 363.2
Hecho el depsito que marca la ley 11.723. 1ra edicin. Buenos Aires: Hekht libros. Junio de 2010 2da impresin, junio 2011. Volumen 1 de la coleccin Ac y Ahora [email protected] www.hekht.wordpress.com Impreso por Tecno ofsset, J. J. Araujo 3293, CABA.
Los escritos que forman parte de este volumen estn protegidos con el sistema de licencias Creative Commons, por lo tanto usted es libre de copiar, distribuir, exhibir, ejecutar la obra y crear obra derivada siempre y cuando se cite debidamente la fuente y no se utilice la obra con fines comerciales. Desacreditamos a quienes imponen o promueven la propiedad privada de las ideas. Cada idea forma parte de un proceso cultural complejo y de un pasado comn sobre los que vamos inscribiendo nuestras experiencias, lecturas, reflexiones y, cuando escribimos un libro, nuestras voces. Alentamos la multiplicacin y reapropiacin de ideas, su puesta en comn, su dispersin, su contagio y su devenir otras ideas, otras polticas, otras poticas. Es por eso que sugerimos la utilizacin de las ideas de este libro y su transformacin en otras armas crticas, alentamos entonces la creacin de obras derivadas siempre y cuando sea con fines no comerciales, se cite la fuente y se nos avise, as nos contentamos. Para ms informacin puede consultarse el sitio web www.creativecommons.org
Contacto con las autoras: [email protected] Diseo de coleccin y tapa: Martn Gache. <[email protected]>
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Agradecimientos Presentacin. Juan S. Pegoraro Prefacio.Victoria Rangugni Hacer pensar. Uno. Qu estudiamos cuando estudiamos las fuerzas de seguridad. Una revisin crtica sobre la construccin del objeto. Mariana Galvani, Karina Mouzo, Alina Rios Dos. La cuestin del objeto y otras interrogaciones sobre el mtodo. Alina Ros Tres . Entre los derechos humanos y la (in)seguridad: modos de construccin de la violencia policial en las ciencias sociales. Gabriela Seghezzo Hacer decir. Cuatro. La problematizacin de la (in)seguridad en los medios de comunicacin: los imperativos del saber y del hacer. Gabriela Rodrguez y Gabriela Seghezzo
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Cinco. Pobres en accin. Un anlisis del programa de televisin Policas en Accin. Mariana Galvani y Karina Mouzo Seis. El poder de no saber. Estrategias de neoliberalismo aplicado. Natalia Ortiz Maldonado y Celina Recepter Siete. La paramos de pechito. La (in)seguridad en el discurso de los funcionarios policiales. Karina Mouzo, Alina Ros, Gabriela Rodrguez y Gabriela Seghezzo Hacer vivir y morir. Ocho. Hacer morir. Prcticas policiales y la (re)inscripcin del poder soberano en la economa del biopoder. Karina Mouzo, Alina Ros, Gabriela Rodrguez y Gabriela Seghezzo Nueve. Prcticas policiales y gobierno de la (in)seguridad en argentina. Apuntes para pensar el uso de la fuerza letal como tcnica de regulacin biopoltica. Victoria Rangugni Diez. Biopoltica y libertad. Notas para una cartografa de la racionalidad poltica neoliberal. Natalia Ortiz Maldonado Sobre las autoras
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Agradecimientos
Toda investigacin es una travesa. En la nuestra fueron indispensables los debates y las sugerencias de los colegas del Programa de Estudios sobre el Control Social. Asimismo, queremos destacar el apoyo del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, que nos brind el encuadre institucional dentro del cual fue posible el desarrollo de esta investigacin. Tambin agradecemos el financiamiento de la Secretara de Ciencia y Tcnica sin el cual nuestro trabajo tampoco hubiera podido llevarse a cabo. Queremos agradecer especialmente a Florencia Malcolm, Maximiliano Linzer, Diego Lpez y Eliana Debia por el compaerismo y los aportes en el procesamiento de datos, la realizacin de entrevistas y las discusiones del equipo. Destacamos tambin la enorme generosidad de los investigadores Pablo Alabarces, Pablo de Marinis y Gerardo Halpern que nos guiaron en momentos difciles del proceso de investigacin. A Nicols Dallorso y Emilio Ayos, pacientes lectores de las versiones preliminares, nuestro infinito agradecimiento no slo por lo imprescindible de sus aportes acadmicos, sino fundamentalmente por su profunda solidaridad y amistad. Finalmente, nuestro reconocimiento a Juan Segundo Pegoraro, director del proyecto, maestro y amigo, que nos brind su confianza, que una vez ms apost al trabajo colectivo y que nos gui en la tarea difcil pero no imposible de ensayar nuevos interrogantes. De todos ellos es gran parte del mrito que pueda haber en este trabajo, pero desde ya, ninguno de sus errores.
Las autoras.
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Presentacin.
Juan. S. Pegoraro.
Este es un libro que aborda la compleja relacin entre el delito y la sociedad en el marco de la dupla seguridad-inseguridad. Desde un enfoque sociolgico del fenmeno las autoras analizan una relacin que no se reduce al acto delictivo y su represin, sino que pone al descubierto la compleja red de interacciones entre instituciones, funcionarios pblicos, empresas, organizaciones de la sociedad civil e individuos. Las investigadoras abordan el fenmeno de la inseguridad desde la ciudadana y por lo tanto incluyen como objeto privilegiado de reflexin el accionar de las fuerzas policiales ante los delitos interpersonales y la sensacin de inseguridad que producen tanto los delitos como las mismas fuerzas. En esta lnea se indaga cmo los medios de comunicacin median: recepcionan y transforman en informacin pero tambin en mensajes, en mercancas, en ideologas, ciertos hechos que producen inseguridad y/o su sensacin. Acaso la impunidad del uso letal de la violencia represiva no es aceptada o encubierta por las instituciones estatales que actan en muchos casos corporativamente? Acaso la impunidad del uso letal de la violencia represiva no produce inseguridad en los sectores sociales ms desprotegidos? Esta forma de la poltica que dice conjurar la inseguridad tambin construye una impunidad que, de manera singular y contradictoria, no logra resolver su objetivo y hace sentir ms seguros a algunos y ms inseguros a otros.
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Estos trabajos tienen una identidad cuyo soporte es la acumulacin de conocimientos de quienes han participado en las investigaciones que se desarrollan en el Instituto Gino Germani dentro del Programa de Estudios del Control Social. En este sentido, los textos representan uno de los objetivos del Programa que desde siempre propuso una agenda de investigacin sobre la relacin entre la sociedad y el delito que no se reduce al sentido comn, sino que se concentra sobre las formas en que se presenta el poder de las instituciones que abordan el problema del control social. Los aportes tericos, conceptuales e interpretativos y el relevamiento emprico son en parte el producto de la formacin intelectual adquirida y desarrollada por las autoras en diferentes casas de estudio de la Universidad de Buenos Aires y en especial en las investigaciones abordadas en el Instituto de Investigaciones Gino Germani. Estos trabajos demuestran que las relaciones entre el delito y la sociedad estn mediadas por la poltica, y que son parte de las formas que asume el gobierno de las conductas de los hombres, de los integrantes del orden social que cumplen roles o papeles diversos: unos como sus beneficiarios, otros como sus custodios, otros como sus sometidos. Por otro lado, la herencia de la Escuela Sociolgica de Chicago de las dcadas del 50 y 60 del siglo XX est presente en estos textos que tienen como objeto de anlisis el funcionamiento real de las instituciones dedicadas al control social, en particular del control social punitivo, contingente, selectivo, que tolera y reprime de manera diferencial conductas ilegales. Es necesario destacar el novedoso y crtico enfoque de las autoras que no se inscriben ni en el sentido comn ni en la tradicin de estudios que abordan la problemtica desde la defensa social como si la llamada sociedad (que en la realidad es un orden social) nada tuviese que ver con la produccin de la inseguridad, a pesar de ser el espacio de relaciones sociales desiguales que se manifiesta en el acceso a derechos humanos tales como la vivienda, el trabajo, la salud, la educacin. Esta obra se inscribe dentro de las investigaciones develadoras y este es su aporte fundamental. Distancindose de las
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visiones jurdico-morales se aborda sociolgicamente el fenmeno de la inseguridad, se analizan los diferentes efectos y consecuencias segn los grupos o clases victimizados y se reflexiona sobre la manera en que la problemtica se ha instalado en paralelo a las polticas de debilitamiento de las funciones protectoras del Estado. Este cambio cualitativo produjo un fenmeno nuevo: el aumento de los delitos con caractersticas crecientemente violentas. Frente a este fenmeno se invoc y se invoca el mantra de Ley y Orden o el de Tolerancia cero y el aumento de la punitividad pero, en realidad, se los utiliza de manera retrica y acorde con una poltica penal que de manera paradojal excluye de su aplicacin a personas poderosas y fun- cionarios implicados en actividades ilegales, mientras castiga a personas socialmente dbiles. Sabemos desde Hobbes y Maquiavelo, pero tambin desde contemporneos como Elas Canetti y Robert Castel, que el miedo es un elemento esencial para mantener la dominacin social. Por lo tanto cabe preguntar si los gobernantes, cualquiera fuere su signo, desean en realidad conjurar el miedo que produce en gran medida la inseguridad, tanto personal como social. Es cierto que las fuerzas de la naturaleza tambin producen miedo, pero el miedo cotidiano es el miedo que sin lugar a dudas producen las relaciones de dominacin y sometimiento. Y si el miedo que produce la inseguridad es funcional a las polticas de gobierno? Esta pregunta sobrevuela gran parte de los aportes tericos de estos trabajos. Este texto trae consigo adems un aporte metodolgico y emprico riguroso en el campo acadmico que ilumina de forma singular las relaciones que quedan opacadas (cuando no ocultadas) por el impacto meditico que produce la violencia delictiva.
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Prefacio.
Victoria Rangugni.
El propsito que anima este libro es el de reproblematizar los modos en que diferentes prcticas han construido y construyen la (in)seguridad como problema. En el marco del Proyecto de Investigacin de Urgencia Social financiado por la Universidad de Buenos Aires Estudio multidisciplinario de violencia policial: muerte de chicos y adolescentes por uso de la fuerza letal/policial en el rea Metropolitana de Buenos Aires 19962004, result indispensable poner en cuestin el escenario donde las muertes de los jvenes son producidas y legitimadas. Ello implic un replanteo de nuestros interrogantes iniciales en torno al uso de la fuerza policial que debieron resituarse en el escenario donde esas prcticas se vuelven inteligibles: el problema de la inseguridad. En los ltimos aos la (in)seguridad se ha convertido en un tpico recurrente en mbitos tan diversos como el poltico, el meditico, el acadmico, etc. La matriz que anuda estos universos es el presupuesto segn el cual la inseguridad existe como una realidad irrefutable que requiere de intervenciones que garanticen la seguridad. Es as que la premisa del problema de la inseguridad como algo dado supone, especular y necesariamente, que la seguridad es un estado ptimo que se debe alcanzar. En este contexto, la tarea de reproblematizar aquello que aparece como una realidad evidente, implica el esfuerzo de repensar los presupuestos de estas construcciones.
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Repensar la cuestin de la inseguridad trajo consigo el replanteo de su reverso constitutivo, la seguridad, y es por ese motivo que preferimos hablar de (in)seguridad y dar cuenta as de la profunda articulacin que se establece entre ambos trminos. A partir de esas inquietudes iniciales intentamos un desplazamiento de la forma en que generalmente se analizan estos temas para buscar nuevos puntos de partida y dejar en suspenso las evidencias con las que contbamos. Quisimos hacerle preguntas a aquello que se nos presentaba con estatuto de verdad. Una serie de interrogantes fueron emergiendo y guiando nuestros recorridos en el proceso de trabajo colectivo: qu elementos discursivos y extradiscursivos intervienen en la construccin de la (in)seguridad como problema, qu se incluye y qu se expulsa en esta construccin, qu saberes se posicionan como vlidos, qu se visibiliza y naturaliza a travs de estos planteos, de qu manera las prcticas policiales se articulan con estos artefactos culturales... Contestar esos interrogantes nos oblig a dejar en claro que la (in)seguridad es una construccin. Esto no quiere decir que no exista sino que en determinado momento ciertas prcticas se coordinan con un rgimen de verdad y hacen que un fenmeno se inscriba como real en la vida social. Es por eso que hay que preguntarse por las condiciones de existencia de un fenmeno como ste. As las cosas, advertimos que en este trabajo no se encontrarn soluciones al problema de la inseguridad pues se trata de un trabajo crtico-analtico pero no propositivo cuyo objetivo es instalar nuevas preguntas que remuevan las certezas y permitan repensar nuestro presente. En ese horizonte y a partir de un rico trabajo de discusin, intercambio y anlisis se han dibujado los diferentes artculos y miradas de este libro. Pese a la diversidad temtica y a la especificidad de cada perspectiva, la sintona entre los textos radica en la problematizacin de un rea comn: la (in)seguridad. En la primera parte, Hacer pensar, se indaga en torno a los modos en que se definen y tematizan las prcticas de las fuerzas de seguridad en el mbito acadmico. En la segunda parte,
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Hacer decir, se aborda cmo se presenta el problema de la inseguridad en el dispositivo meditico (tanto en el soporte televisivo como grfico) y se visibilizan ciertas luchas simblicas y las estrategias de resistencia al interior de este dispositivo. All se realiza tambin un anlisis de las tramas discursivas donde los funcionarios policiales presentan y legitiman las prcticas que despliegan en el desempeo de lo que ellos entienden como su funcin policial. Cerrando el volumen, en Hacer vivir y morir se construyen herramientas tericas para un abordaje de las prcticas policiales en particular, y de la (in)seguridad en general, que proponen un corrimiento de las perspectivas con las que nos encontramos al comienzo de nuestras investigaciones. Procuramos abrir un espacio de reflexin que promueva el abordaje de temas que han resultado particularmente opacos a la mirada de las ciencias sociales. Es en ese sentido que este libro propone apostar al trabajo colectivo como forma privilegiada de conocimiento y compromiso.
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Hacer pensar
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Uno.
Qu estudiamos cuando estudiamos las fuerzas de seguridad? Una revisin crtica sobre la construccin del objeto.
Mariana Galvani, Karina Mouzo y Alina Rios.
Qu estudiamos cuando estudiamos las fuerzas de seguridad? Esta pregunta es ineludible desde el momento en que nos comprometemos con una actitud reflexiva respecto de un trabajo de investigacin. La pregunta nos obliga a una relectura crtica de la tradicin en la que nos inscribimos. Desde nuestra mirada, una tradicin no es un conjunto homogneo o monoltico sino por el contrario, una trama de tensiones que consideramos quedan mejor expresadas por la nocin de campo (Bourdieu, 1999). Esta relectura implica, a su vez, un posicionamiento. Un objeto de investigacin no es algo dado, implica siempre una construccin. Y a partir de esta ltima afirmacin se funda la posibilidad de nuestro interrogante: por qu las fuerzas de seguridad se volvieron un tema de estudio en nuestro pas y cules son las implicancias de los distintos abordajes de los cuales ellas son objeto? La posibilidad de una respuesta implica un trabajo de reflexin y la reconstruccin crtica del proceso histrico de configuracin del campo de estudio que se ha ido estructurando en torno al objeto que nos ocupa: las fuerzas de seguridad. Ante todo, estamos obligadas a realizar una aclaracin: esta reconstruccin es una de las posibles, y est marcada por la perspectiva de nuestra mirada y de nuestra posicin en ese mismo campo. Se trata de un mapeo singular de lo que identificamos como las distintas posiciones que pueden ser asumidas alternativamente por distintos agentes, y que no les son atribuidas de maneras fija. No es nuestra intencin sustancializar estas posiciones. Este mapa (que es uno entre los muchos que
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podran realizarse) slo pretende dar cuenta de las distancias y cercanas de los distintos posicionamientos, no para fijar en ellos a los distintos agentes sino para dar cuenta de los interrogantes que iluminan distintas aristas del mismo objeto. Como seala Bourdieu:
parafraseando un texto de Marx, no pintamos de rosado al empirista, al institucionalista o al metodlogo, tampoco nos referimos a personas sino en tanto personificacin de posiciones epistemolgicas que slo se comprenden totalmente en el campo social donde se apoyan (Bourdieu, Passeron y Chamboredon, 2002: 7).
I. El enfoque normativo. La emergencia del campo de estudios sobre las fuerzas de seguridad.
En Amrica Latina las fuerzas de seguridad comenzaron a ser consideradas relevantes para la investigacin recin durante los aos ochenta. Hasta entonces, haban sido eclipsadas por las fuerzas armadas en tanto ellas marcaron definitivamente la vida de los pases latinoamericanos (Waldmann, 1996). En este contexto jugaron un rol decisivo los organismos de defensa de los derechos humanos, quienes contaban con una trayectoria de denuncia a los gobiernos dictatoriales y, una vez inaugurada la transicin a la democracia, pudieron enfocarse en la vulneracin de estos derechos en las nuevas democracias latinoamericanas. Slo entonces las fuerzas de seguridad pudieron ser especificadas como objeto de reflexin y de estudio. En nuestro pas los estudios acadmicos que toman por objeto a las fuerzas de seguridad emergen como correlato de la preocupacin por repensar el accionar de estas fuerzas en el marco del estado de derecho y la vida democrtica. Y no es casual que los primeros en analizarlas fueran los organismos defensores de los derechos humanos. Esta inscripcin del problema lo delimit como un problema principalmente jurdico por lo que tradicionalmente los estudios sobre las fuerzas de seguridad en el campo acadmico argentino asumirn un enfoque normativo.
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La experiencia de la dictadura militar y del terrorismo de estado dej una grieta, un divorcio entre partes irreconciliables: la seguridad y el orden pblico por un lado, y la democracia por el otro. Esto en la medida en que la doctrina de la seguridad interior haba sido el fundamento y la legitimacin de las prcticas de terror y de violacin sistemtica de los derechos humanos. En este marco los primeros abordajes constituyeron, de alguna manera, intentos por restaurar o suturar la grieta abierta entre seguridad interior y democracia. Se trataba de pensar unas fuerzas de seguridad capaces de garantizar el orden pblico, pero replegadas a los principios de la democracia y el estado de derecho (Babini, 1990; Rico, 1981; Rico, 1983; Zaffaroni, 1984).1 En este comienzo ya vemos perfilarse lo que constituir la matriz de configuracin del campo actual en la que pretendemos distinguir, en principio, dos posiciones. Por un lado, un enfoque eminentemente jurdico-normativo ocupado por establecer las condiciones de un uso de la fuerza legtimo y legal en el marco del estado de derecho; por el otro, unas intervenciones articuladas fundamentalmente en la denuncia de abusos y la defensa de los derechos humanos. Esta ltima posicin se enraza en una tradicin que hace de la denuncia una herramienta de la militancia poltica y que es deudora del periodismo de investigacin del que Rodolfo Walsh es el ms ilustre exponente. Los organismos defensores de los derechos humanos y el periodismo de investigacin fueron quienes pusieron de relieve las denuncias sobre violencia, abusos y corrupcin en el accionar policial. En el caso de los organismos, sus actividades de denuncia y las acciones legales se realizaron a partir de casos
1 En esta tradicin se inscribe el desarrollo del Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales y Sociales (INECIP) el cual es una organizacin no gubernamental que inici sus actividades en el ao 1989. Su objetivo fundamental ha sido contribuir a la consolidacin y el progresivo fortalecimiento del Estado de Derecho en los pases de Amrica Latina y el Caribe, y para ello ha trabajado intensamente en el campo especfico de los procesos de transformacin de los sistemas judiciales y de los sistemas penales ligados a la transicin democrtica, promoviendo siempre, y desde una perspectiva cientfica y rigurosa, la defensa de los derechos fundamentales de las personas (www.inecip.org).
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considerados como paradigmticos de abusos de las fuerzas de seguridad del estado. Entre los organismos ms reconocidos y con mayor actividad en este sentido, resaltan el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS)2 fundado en 1979, y la Coordinadora contra la Represin Policial e Institucional (CORREPI)3 que comenz sus actividades en 1992. El periodismo de investigacin despliega las prcticas de denuncia a travs de artculos en la prensa escrita as como tambin en la publicacin de libros. Algunas de estas producciones ponen de relieve la relacin entre las fuerzas de seguridad (en tanto sistema complejo de relaciones sociales y polticas) y la produccin organizada de ilcitos, tales como la corrupcin, la participacin policial en comercios ilegales, etc.,4 al tiempo que otras producciones periodsticas se concentran en la investigacin y denuncia de casos singulares.5 La seriedad de las
2 Vale destacar que el CELS comenz sus actividades bajo la ltima dictadura militar en la lucha contra las violaciones de los derechos humanos cometidas durante ese perodo pero su trabajo no se interrumpi con el advenimiento de la democracia en 1983. En la actualidad cuentan con distintas reas de trabajo: Violencia institucional y seguridad ciudadana, Memoria y lucha contra la impunidad, Derechos econmicos sociales y culturales, Justicia democrtica y el Equipo de salud mental. 3 En la pgina que este organismo tiene en la red se detalla que: Esta organizacin se constituy en mayo de 1992, con la confluencia de militantes del campo popular, entre ellos algunos abogados, y familiares de vctimas de la represin policial, a partir de la caracterizacin del fenmeno represivo como funcional e inherente al sistema. Esta convergencia fue el fruto de la sntesis entre diversas experiencias anteriores, en particular las respuestas populares frente a la masacre de Budge (1987), al asesinato del militante cristiano Agustn Ramrez en San Francisco Solano (1988) (en la provincia de Buenos Aires) y al homicidio de Walter Bulacio (1991) en la Ciudad de Buenos Aires (www.correpi.lahaine. org). 4 Podemos mencionar a modo de ejemplo el trabajo de Dutil y Ragendorfer (1997) donde se relatan diversos hechos delictivos cometidos por la Polica de Provincia de Buenos Aires y el texto de Andersen (2002) donde se realiza un exhaustivo racconto histrico de la polica argentina y sus tramas legales e ilegales. 5 Entre ellas destacamos el texto de Cristian Alarcn realizado a partir de una serie de notas para el peridico Pgina/12 en las que se denuncia la existencia de escuadrones policiales que actuaban en la localidad de Tigre, Provincia de Buenos Aires. El libro de Alarcn narra la vida cotidiana de jvenes de un barrio marginado y la forma en que el joven apodado Frente Vital fue asesi-
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investigaciones y la llegada a un amplio pblico convierte al periodismo en una referencia para aquellos que buscan a quien recurrir al ser vctimas de abusos por parte de las fuerzas de seguridad. Tanto en la prctica del periodismo de investigacin como en la accin militante para la defensa de los derechos humanos, la matriz de la denuncia comporta un sesgo significativo en cuanto a la objetivacin de las fuerzas de seguridad. Esto se debe a dos rasgos que caracterizan dicha matriz: el primero, que los casos deben poder ser reinscriptos o narrados en clave de defensa de los derechos humanos; el segundo, que para que un caso se convierta en paradigmtico no basta con que se trate de una accin ilegtima e ilegal de las fuerzas de seguridad del estado contra la vida y la integridad de las personas, sino que adems debe tener repercusin pblica y/o meditica. El primer rasgo redunda en un recorte, una reduccin del problema a una cuestin meramente normativa relativa a la trasgresin individual de ciertas normas, remite el anlisis a la legalidad o ilegalidad del acto cometido por miembros de alguna de las fuerzas de seguridad. El segundo punto implica otro sesgo en tanto la objetivacin se produce por referencia a una excepcionalidad. En definitiva, las fuerzas de seguridad se construyen como objeto slo en funcin de una trasgresin y una brutalidad, es decir, en la medida que escapan a sus propios mrgenes, mrgenes que se les confieren en un estado de derecho.
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campo.
En la Argentina de los aos ochenta la preocupacin alrededor de las fuerzas militares y de seguridad se concentra en reabsorberlas dentro del esquema de gobierno democrtico, mientras que en ese mismo momento en los pases centrales el problema de la seguridad se redefine en trminos de seguridad ciudadana. A partir de los aos noventa, esta reconfiguracin de la seguridad es importada con xito por Amrica Latina. El problema no se definir entonces en trminos de mantenimiento del orden pblico, sino en trminos de la promocin de una seguridad ciudadana. Desde este enfoque, la preocupacin por el orden asume una forma que no contradice ni pone en peligro la vigencia de los derechos humanos sino que, por el contrario, se presenta como su condicin de posibilidad y reaseguro. Desde esta perspectiva, el concepto de seguridad ciudadana implica:
una superacin del concepto de seguridad estatal que privilegiaba el mantenimiento del orden pblico como valor superlativo cuya prioridad es la seguridad de las personas como un derecho exigible frente al Estado. No implica la eliminacin del Estado, sino su reordenamiento y fortalecimiento su recentramiento en el ciudadano en tanto ser comunitario para enfocar sus mejores capacidades analticas, operativas y estratgicas... [Se trata de] la ciudadanizacin de la seguridad () de un ejercicio democratizador, que exige nuevas instituciones participativas y de expresin de la sociedad civil no como supletoria sino complementaria de la labor estatal y que demanda nuevas respuestas administrativas, burocrticas y de articulacin del sector pblico con el resto de los actores comunitarios (Beliz y Alda, 2007: 2).
La introduccin de la seguridad ciudadana conlleva cambios profundos en la forma en que se concibe el rol del estado. Ya no se trata solamente de responder si el estado debe proteger derechos ciudadanos o imponer el (un) orden interno, sino que en cuestiones relativas a la seguridad pblica, el estado no es el nico actor al que se apela: se convoca a la ciudadana (Dammert, 2000) y dentro de ella a la academia, a los legisladores, etc. La seguridad ciudadana tiene por lgica promover el
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gobierno de la seguridad, y esto quiere decir que la seguridad es algo que hay que construir. A la seguridad la hacemos entre todos. No obstante, la responsabilizacin ciudadana respecto de esta construccin no quita centralidad a los mecanismos del sistema penal. La importancia poltica de la temtica va a redundar en un significativo reflujo de recursos que cristaliza en la financiacin de programas y proyectos de investigacin as como tambin en el surgimiento de organismos especficos, como el Instituto Latinoamericano de Seguridad y Democracia (ILSED). En algunos centros acadmicos tendr lugar, adems, la creacin de carreras especializadas como licenciaturas en seguridad ciudadana.6 Al mismo tiempo, a travs de sus agencias el estado financia este tipo de investigaciones convirtindolas en reas de vacancia, mientras que organismos internacionales como por ejemplo el PNUD y el BID tambin lo hacen estimulando an ms las producciones sobre estas temticas. En confrontacin con el sintagma orden pblico, respecto del cual la seguridad se define a partir de las nociones de seguridad interior y seguridad nacional, cuando la seguridad se define como seguridad ciudadana se vincula directamente a los derechos ciudadanos. Ahora bien, en este marco las fuerzas de seguridad aparecen como una fuente importante de inseguridad ciudadana en la medida en que vulneran los derechos de las personas. De all se desprende su inters como objeto de estudio dentro de esta matriz de problematizacin. A la luz de estas preocupaciones el estudio de las fuerzas de seguridad cobran un nuevo impulso y cada vez ms su organizacin y funcionamiento se convierten en una de las dimensiones del problema de la seguridad ciudadana. Si consideramos que los congresos, jornadas, foros, son un indicador de la relevancia que toma para las ciencias sociales cierto tema de estudio, entonces resulta relevante sealar que a fines de los noventa, pero sobre todo durante la primera dcada del nuevo
6 Tales los casos de la Universidad Nacional de Lans, la Universidad FASTA y la Universidad del Aconcagua.
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siglo, se multiplican los congresos, paneles y conferencias que bajo el ttulo seguridad ciudadana incluyen explcitamente a las fuerzas de seguridad como un eje de anlisis.
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parte, a estas respuestas subyace una apuesta que busca desentraar el vnculo que une poltica, polica y delito. Asimismo, muchas de estas investigaciones comienzan discutiendo no slo la nocin de inseguridad sino tambin la de criminalidad, poniendo en tensin la asimilacin lineal y determinista entre pobreza y criminalidad (Binder, 2004; Kaminsky, 2005; Kosovsky, 2006; Palmieri, 1999; Sain, 2004; Salinas, 2006). En estos planteos tambin se despliegan argumentos contra quienes postulan soluciones mgicas, es decir, contra quienes proponen resolver el problema de la seguridad y de las fuerzas especialmente la polica- aumentando la cantidad de efectivos, rodeando zonas, etc. Los autores sostienen que este tipo de soluciones mgicas no tienen en cuenta la heterogeneidad y complejidad de factores que convergen en estas problemticas (Binder, 2004). Para ellos resulta indispensable convertir el problema de la seguridad en un problema de estado, un problema que no quede en manos de los debates internos de las mismas fuerzas. En resumidas cuentas, el nfasis de estos estudios est puesto en distintas fases del proceso de reproduccin de las fuerzas de seguridad: la ley, la educacin, la cultura. Las propuestas de reforma/transformacin plantean desde la solucin de problemas macro sociales hasta reformas institucionales puntuales, desde lo deseable hasta lo posible. Por ltimo, estos diagnsticos comparten otro lugar comn, la revisin crtica de las reformas de la Polica Bonaerense. Los estudios orientados por las preguntas acerca de qu polica es necesaria, cul debe ser su funcin y cmo debe ser gobernada, se proyectan hacia la elaboracin y diseo de polticas pblicas. Es respecto de esta proyeccin que emerge una suerte de zona de intercambio entre el mbito intelectual y la gestin de gobierno, constituida por constantes migraciones de uno a otro campo. Como consecuencia, los analistas interpelan desde su trabajo no slo al campo cientfico sino que adems construyen a los posibles gobernantes como interlocutores vlidos. Es a estos interlocutores a quienes los analistas suponen como lectores privilegiados de sus trabajos ya que, en definitiva, son ellos quienes tienen en sus manos la posibilidad de tomar las decisiones polticas para una transformacin en la
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fuerzas de seguridad. Vemos as que detrs de la matriz que piensa y reflexiona la seguridad ciudadana como problema y apela a la ciudadana para resolverlo, subyace la imbricacin problema-solucin, as como tambin notamos una dispersin de los agentes posicionados en torno a la produccin del diagnstico y la poltica pblica. Cuando hablamos de una matriz de pensamiento y reflexin, no nos estamos refiriendo a algo que trasciende las prcticas, sino a la racionalidad inmanente de una prctica, una prctica que consiste precisamente en conformar un objeto como problema y construir un saber en torno a l. Quisiramos realizar aqu dos observaciones. La primera consiste en sealar que el esquema problema-solucin supone una relacin especular entre ambos trminos que imprime un sesgo caracterstico de los planteos positivistas. Este sesgo reside en que la propuesta de una solucin (en este caso la propuesta de una poltica pblica) es el horizonte de toda intervencin y define el mundo de las respuestas posibles. Todo diagnstico se piensa a partir de este mundo de soluciones posibles, disponibles y a la mano. De esta manera, la objetivacin de las fuerzas de seguridad aparece como subsidiaria del mundo de soluciones pensables para la poltica pblica en un momento determinado. Nuestra segunda observacin est muy ligada a la anterior, pues vemos que cuando los agentes del campo asumen su posicin como subsidiaria a la propuesta de una solucin, reproducen los trminos por los cuales su posicin se construye de esa manera, es decir, reproducen la matriz de seguridad ciudadana como problema que los convoca como partcipes necesarios, en tanto ciudadana responsable, para la solucin de dicho problema. Es en este punto que destacamos la importancia de una posicin dentro del campo que permita un corrimiento, un cuestionamiento de la forma seguridad ciudadana.
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cmo son los mecanismos que hacen posibles dichos espacios institucionales, cmo se establecen las relaciones de poder y de saber, cmo se construyen las subjetividades de sus miembros y cmo es posible la violencia sistemtica dentro de esos entramados burocrticos. Desde ya que muchos de los anlisis que se llevan adelante localmente con el objetivo de transformar el funcionamiento de las fuerzas de seguridad parten de la interrogacin por el cmo funcionan. Tal vez lo ms caracterstico de los estudios que a continuacin citamos (y en cuya tradicin estamos inscriptas) es que la reforma/mejoramiento de las fuerzas no es el horizonte que gua la reflexin, ms all de que luego puedan ser tomados como insumos a la hora de pensar posibles transformaciones institucionales. Desde el Programa de Estudios sobre el Control Social del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires, nuestro horizonte de trabajo es el anlisis de las prcticas policiales en relacin con la conformacin de una experiencia histrica que articula de manera singular formas de saber, relaciones de poder y estructuras de subjetividad, es decir, en su vinculacin con la problematizacin de la (in) seguridad. Analizamos las prcticas policiales como un mecanismo que se inscribe en una economa general de poder, idensofa y Letras de la UBA se ha abocado a estudiar cmo las formas de la violencia se vinculan con las lgicas burocrticas de las agencias del sistema penal, entre ellos cabe sealar el trabajo de Sofa Tiscornia (2004). Otro aporte que mencionamos a modo de ejemplo es el de Ivn Galvani, quien desde La Universidad Nacional de La Plata, indaga sobre la transmisin de saberes y sobre la construccin de subjetividad entre los cadetes del Servicio Penitenciario Bonaerense (I. Galvani, 2006). Por su parte, Paul Hathazy desde la Universidad de Berkeley aborda el estudio de los agentes antidisturb ios de la polica de Mendoza, y busca analizar el sistema simblico de la Guardia de Infantera a partir del anlisis de las dimensiones del sufrimiento y sometimiento corporal, y su relacin con la produccin de juicios morales (Hathazy, 2006). Desde una perspectiva sociolgica y criminolgica, Mximo Sozzo dirige un equipo de investigadores en la Universidad de Santa Fe que ha explorado diferentes temas respecto al sistema penal y ha publicado un libro con referencia exclusiva a la polica santafecina. Este grupo se propone analizar lo que los policas hacen mediante el uso de la estadstica y la encuesta cualitativa (Sozzo, 2002). Desde la historiografa se busca analizar cmo fue el pasado de las fuerzas de seguridad, tal como resulta, por ejemplo, de los trabajos de Barreneche (2001), Caimari (2004), Salvatore y Aguirre (1996), entre otros.
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tificando cmo se organiza, despliega, fundamenta y reproduce un particular uso de la fuerza que mata regularmente bajo la estrategia discursiva de la defensa social. Cuando hablamos del funcionamiento de las fuerzas de seguridad no slo nos referimos a la articulacin de una maquinaria institucional, con sus roles y funciones, sino que buscamos trasponer los lmites del institucionalismo. Por funcionamiento entendemos algo que no se pliega simplemente a los parmetros del anlisis funcional, sino que lo excede para hacer entrar en lo pensable otros procesos sociales complejos que atraviesan la institucin. De esta manera, esta perspectiva habilita diversos abordajes a las fuerzas: indagaciones sobre los procesos de produccin y movilizacin de subjetividades (M. Galvani, 2007; M. Galvani y Mouzo, 2008); anlisis para elucidar la articulacin estratgica de las fuerzas de seguridad con otros dispositivos de ejercicio del poder, as como las reapropiaciones tcticas de que son objeto, y los efectos globales o de conjunto en que se conjugan las prcticas que las constituyen como lo que son y no como debieran ser (M. Galvani, 2007; Mouzo, Rios, Rodrguez y Seghezzo, 2007; Rios, 2008). Creemos que es necesario resaltar la importancia de repensar los trminos en que se analizan las fuerzas de seguridad. Es as que nos parece necesario adoptar una mirada crtica para objetivar las fuerzas de seguridad en relacin a la produccin de cierto orden social y poltico. Nos interesa destacar en esta propuesta interpretativa el hecho de que la constitucin de la (in)seguridad en tanto problema y como el problema por excelencia de las sociedades y los gobiernos contemporneos, debe ser puesta en relacin con el ejercicio del poder y con las estrategias tendientes a normalizar y mantener un determinado estado de cosas, es decir, el (un) orden social. Nuestro planteo busca pensar esta problemtica desde una heterodoxia que enriquezca los debates y las producciones, ample los horizontes de anlisis y genere nuevos interrogantes que son, en definitiva, el motor de toda investigacin. Y para terminar, slo mencionamos que esta posibilidad heterodoxa de poner en cuestin los trminos en los que se definen las
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apuestas del campo de manera hegemnica, adems de permitir nuevos cuestionamientos sobre el objeto que nos ocupa, tambin nos habilita a asumir una posicin diferente desde la cual ensayar un planteo no programtico y sin embargo, crtico.
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Dos.
La cuestin del objeto y otras interrogaciones sobre el mtodo.
Alina Rios.
Reflexionar sobre la formacin y la eleccin del objeto de estudio es una tarea obligada para quien pretende hacer de su trabajo de investigacin una prctica reflexiva. Y dado que este es el compromiso que decidimos sostener, es necesario explicitar entonces el posicionamiento epistemolgico que adoptamos, analizando tambin sus potencialidades y limitaciones. Lo que sigue es resultado de los primeros esfuerzos que hemos dirigido en este sentido. Se trata de un intento por valorar contextualmente los aportes de Michel Foucault que han orientado nuestras preguntas y problemas.
I. De qu se trata conocer?
Cuando uno se pregunta algo acerca del conocimiento, la tradicin seala una referencia obligada: Johannes Hessen y su exposicin sistemtica de las teoras del conocimiento. Este autor propone una descripcin fenomenolgica del objeto de la reflexin filosfica que lo ocupa, es decir, del conocimiento. Y nos dice que:
En el conocimiento se hallan frente a frente la conciencia y el objeto, el sujeto y el objeto. El conocimiento se presenta como una relacin entre estos dos miembros, que permanecen en ella eternamente separados el uno del otro. El dualismo de sujeto y objeto pertenece a la esencia del conocimiento. La relacin entre los dos miembros es a la vez una correlacin. El sujeto slo es sujeto para un objeto y el objeto slo en objeto para un sujeto. Ambos slo son lo que son en cuanto son para el otro. Pero esta correlacin no es reversible. (...) no en el
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objeto, sino en el sujeto, cambia algo por obra de la funcin del conocimiento. En el sujeto surge una cosa que contiene las propiedades del objeto, surge una imagen del objeto (...). El conocimiento puede definirse, por ende, como una determinacin del sujeto por el objeto. Pero lo determinado no es el sujeto pura y simplemente, sino tan solo la imagen del objeto en l (Hessen, 1998: 30).1
Hessen describe una experiencia, que es la experiencia moderna del conocimiento, experiencia imbricada en una concepcin representacionalista del lenguaje. De Descartes a Kant, pasando por Locke y Hume, por nombrar los hitos del pensamiento filosfico moderno, los problemas se desplazan de la relacin entre las representaciones hacia la conformidad de la representacin con la cosa, o bien a las condiciones de posibilidad de esa representacin. Pero ms all de las diferencias entre los distintos discursos que se articulan a partir de esta experiencia,2 se pueden identificar otros anclajes ms fijos. En este sentido, se caracteriza al campo del conocimiento a partir de tres elementos principales y bien diferenciados: el sujeto, el objeto externo y enfrentado al sujeto, y la imagen o representacin del objeto que constituye el conocimiento (que surge como resultado de la confrontacin entre sujeto y objeto).
1 El subrayado es nuestro. 2 Uno de los puntos de difraccin de estos discursos se advierte en torno a la cuestin del origen del conocimiento, la cuestin epistemolgica tradicional de la definicin de los lmites de la posibilidad de conocimiento. El racionalismo es la teora del conocimiento que establece que slo la razn es fuente u origen adecuado del conocimiento (la experiencia de los sentidos no puede fundar el conocimiento); y por otro lado, que la autntica realidad es lo que se conoce mediante ideas universales y necesarias del entendimiento que tienen su fundamentos en las ideas innatas. La orientacin opuesta al racionalismo fue el empirismo, surgido en Inglaterra en el siglo XVII cuyos principios clsicos fueron establecidos por Locke en Ensayos sobre el entendimiento humano. Su afirmacin bsica es que no existen ideas innatas, que el entendimiento antes de toda experiencia no es ms que tabula rasa y que todo conocimiento comienza en los sentidos. No hay ms fuente del conocimiento que la experiencia. Se ha argumentado que este planteamiento tradicional del origen del conocimiento ha sido una manera errnea (por su orientacin preferentemente psicologista, por lo menos en el racionalismo y en el empirismo) de plantear una cuestin verdaderamente filosfica, que es la de cmo se relaciona el conocimiento con la experiencia.
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Hacia fines del siglo XIX comienza a formularse una crtica a la concepcin del conocimiento como representacin, una crtica que cuestiona los riesgos del solipsismo subjetivista (de la razn o de la percepcin). Se produce entonces cierto giro objetivista cuyo fundamento estar dado por el lenguaje en trminos de objetivacin de la representacin. As, durante la primera mitad del siglo XX se desarrolla el neopositivismo o empirismo lgico, que se basa en el uso de la lgica para la crtica del lenguaje formulada por Bertrand Russell, y en la epistemologa empirista como teora del conocimiento. Estas doctrinas son en buena parte resultado del modo en que los autores del Crculo de Viena entendieron el Tractatus de Wittgenstein.3 Si bien la filosofa de la ciencia se convierte en campo de debates y lgidas discusiones, todos ellos se desarrollan sobre un fondo de acuerdos, esto es as inclusive respecto de la controversia empirismo lgico versus realismo crtico popperiano. Recin pasada la mitad del siglo XX va a entrar en crisis el modelo representacionalista del conocimiento. A partir de la desmomificacin de la ciencia (Hacking, 1996), es decir, del reconocimiento de su carcter histrico, va a comenzar a esbozarse un nuevo escenario, el escenario posempirista (Hacking, 1996; Schuster, 2002). Este breve racconto no intenta ser un recorrido completo, ni mucho menos. Se trata de poder sentar unas lneas mnimas que nos permitan considerar contextualmente los planteos de Foucault y la ruptura epistemolgica francesa de la cual ste se reconoce heredero en cierto sentido (Foucault, 2002, p. 68 y ss.).
3 Wittgenstein publica el Tractactus Logicus-Philosophicus en el ao 1921, esta obra haba sido redactada en notas de cuadernos que Wittgenstein lleva consigo durante la Primera Guerra Mundial, en la que se enrola como voluntario.
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Este dualismo otorga mayor importancia a la razn y a la teora, no slo para conocer, sino tambin para constituir la experiencia misma: lo real es una objetivacin del pensamiento constructivo y, en el caso de la ciencia, de la teora, la objetivacin consiste en la correcta aplicacin del mtodo. La realidad no es la experiencia, de la misma forma que no hay conocimiento inmediato as como tampoco hay nada dado y todo es construido. Por eso mismo la ciencia no es mera experiencia, sino experiencia instruida por la razn: todo dato ha de ser entendido como un resultado (Bachelard, 1978). Por su parte, Canguilhem seala la ambigedad que encierra la nocin de experiencia:
La ciencia es experimental en la medida en que ella tiene relacin con la experiencia, pero esta relacin es un problema frente al cual la ciencia se presenta como solucin. No es verdaderamente ciencia sino porque se arriesga a ser solucin, es decir, sistema inteligible. La solucin de los problemas empricos no puede ser sino racional, los problemas que exigen soluciones racionales no pueden ser planteados sino por la razn (Canguilhem).6
No hay un mtodo experimental, dice Canguilhem, en tanto entendamos por tal un procedimiento puramente inductivo; la experiencia no es la inmediata irrupcin de lo que existe, no hay nunca tal cosa. La experiencia es una construccin: siempre existe la mediacin de la construccin de un problema. En este sentido, en los trminos de Foucault la nocin de problematizacin:
no quiere decir representacin de un objeto preexistente, ni tampoco creacin por medio del discurso de un objeto que no existe. Es el conjunto de las prcticas discursivas y no discursivas lo que hace entrar a algo en el juego de lo verdadero y de lo falso y lo constituye como objeto de pensamiento (Foucault, 1991: 231).
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donde cuestiona la concepcin moderna del conocimiento a travs de un corte, una separacin, o mejor an, una desidentificacin que opera entre objeto y referencia. Segn Foucault, entre las palabras y las cosas se despliega un espesor de alta densidad de prcticas y relaciones. El discurso, advierte, no es el simple entrecruzamiento de cosas y palabras, no es una delgada superficie de contacto entre una realidad y una lengua (Foucault, 1997: 81). Se ha roto el espejo del lenguaje. Hablar es ms y es menos, es otra cosa que representar. Es ms, porque implica producir una existencia, la del objeto, aquello de lo que se habla. Es menos, porque siempre implica una falta, la de lo no dicho, lo impensado. Cuando se dice algo se dice eso, no otra cosa. Que no se pueda hablar en cualquier momento de cualquier cosa no se debe a la presencia de algn obstculo que limite exteriormente la posibilidad de asir los objetos que preexistiran a la posibilidad de ser nombrados. El objeto no existe antes ni independientemente del discurso en el que emerge (Foucault, 1997: 73). De all que los discursos no sean ya considerados en tanto conjunto de reglas lexicales, lingsticas o significantes que reenvan a un conjunto de representaciones, sino como prcticas que generan y producen los objetos a los que se aplican. En definitiva, los objetos no son pura y simplemente las cosas. Se trata de prescindir de las cosas, despresentificarlas para hablar de los objetos (Foucault, 1997: 78). Los objetos no existen por s mismos, no son aquello que proviene del sustrato emprico y objetivo de la experiencia, como lo que ya esta ah. Como seala Sergio Albano, al establecer el carcter discursi- vo de todo objeto ya no se tratara de un ob-jetum, de aquello colocado delante del sujeto (Albano, 2003). Estas son las lneas rectoras de la perspectiva epistemolgica foucaultiana: sujeto y objeto no han de definirse como el par activo-pasivo (res- pectivamente) en relacin a la actividad de conocer7. El co7 Discusin aparte mereceran las connotaciones ontolgicas de este planteo: se predica algo acerca de lo que es o puede ser? o ms bien las implicancias son del orden del conocimiento y de lo que puede ser conocido?
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nocimiento es una prctica que tiene por efecto esta escisin y es siempre una relacin entre subjetivacin y objetivacin como produccin de objeto y sujeto. Profundizando este planteo epistemolgico en El poder psiquitrico, el curso que dicta entre 1973 y 1974 en el Collge de France, se plantear cierto distanciamiento respecto del anlisis desarrollado en Historia de la locura en la poca clsica. En este curso Foucault se aleja de su propio trabajo y marca una doble distancia. Por un lado, forjando una ruptura respecto de la manera de concebir el objeto, ya que haba supuesto algo as como una presencia ms all y antes del discurso, una experiencia de la locura que sera aprehendida de diferentes maneras. Esos cambios en la manera de percibir algo como la locura, seala, son los que habra que reconstruir para comprender las prcticas relativas a su tratamiento. Por otro lado, avanza sobre la cuestin de cmo determinadas prcticas y relaciones de poder pueden tener como efecto, entre otras cosas, la produccin de determinados discursos. En la clase inaugural del Curso que dicta en la temporada 1973-74 en el Collge, es decir, cuatro aos despus de la publicacin de La Arqueologa del saber y mientras trabaja en lo que se publicara bajo el ttulo Vigilar y castigar, Foucault nos dice:
(...) me haba quedado [en Historia de la Locura] en un anlisis de las representaciones. () Yo haba situado ese ncleo de representaciones como punto de partida, como lugar donde tienen origen las prcticas introducidas en relacin con la locura en los S XVII y XVIII. Haba privilegiado lo que podeAunque no podamos aqu fundamentarla, dejamos expresada nuestra opinin segn la cual el planeo de Foucault conlleva una apuesta de carcter ontolgico, que nosotros interpretamos como una afirmacin: propiamente hablando no hay sujeto y objeto, lo real es la produccin de esa diferencia y sus mediaciones. En ltima instancia lo que es, es una multiplicidad de prcticas que en su regularidad constituyen realidad. Ahora bien, ms all de que se pueda estar o no de acuerdo con nosotras en este punto, se nos aceptar que la propuesta foucaultiana comprende una perspectiva epistemolgica. Aunque no se ponga en juego la existencia de la cosa claramente no es de ella de la que se habla cuando se menciona al objeto. Si no se niega la existencia de la cosa al menos se la pone entre parntesis para habilitar la pregunta acerca de las condiciones que hacen posible que podamos hablar de ella y en qu trminos.
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Ahora quiere poner un nuevo punto de partida fuera del discurso mismo:
() en qu medida puede un dispositivo de poder ser productor de una serie de enunciados, de discursos y por consiguiente de todas las formas de representacin que a continuacin pueden derivarse de l? () Cmo pueden ese ordenamiento del poder, esas tcticas y estrategias del poder, dar origen a afirmaciones, negaciones, experiencias, teoras, en suma, a todo un juego de la verdad? (Foucault, 2005: 30).
Este es el ncleo de preocupaciones que acecha de cerca la produccin de Foucault. Y a partir de esto, un desplazamiento de acento que va desde la arqueologa hacia la genealoga como analtica del poder. En Seguridad, territorio, poblacin, el curso del Collge de France que dicta en 1977-78, Foucault va a retomar este cambio de perspectiva explicitado en El Poder psiquitrico sealando los lineamientos de lo que ha sido su proyecto, dice, la operacin del triple desplazamiento que caracterizara su trabajo de los ltimos aos (Foucault, 2005: 120). Triple desplazamiento que es un triple descentramiento en relacin con diferentes centra- lidades: la de la institucin (institucionalocentrismo), la de la funcin (funcionalocentrismo) y en tercer lugar, la centrali- dad del objeto, como hemos venido sealando, problema que lo ocupa desde La Arqueologa del saber. Sistematiza de esta ma- nera las opciones de mtodo que fue realizando en los ltimos aos. Se trata de un triple pasaje al exterior. Respecto de la institucin, Foucault haba sealado que en su anlisis lo importante no son las regularidades institucionales sino las disposiciones de poder, redes, relevos, desequilibrios que falsean y al mismo tiempo hacen funcionar la regularidad de la institucin y que son constitutivos a la vez del individuo y de la colectividad (Weeks, 1993: 32). Se trata de pasar por fuera de la institucin para encontrar el punto de vista global de una tecnologa de poder.
8 El subrayado es nuestro.
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El desplazamiento respecto de la funcin se ve claramente en el anlisis de la prisin que Foucault realiza en Vigilar y castigar (Foucault, 2000). Ir ms all del anlisis funcional implica reubicar la prisin (por tomar un ejemplo) en una economa general del poder, implica remitir su historia, no a la interioridad de las funciones esperadas, alcanzadas y realmente cumplidas, a los xitos y fracasos de su funcionalidad, sino a la exterioridad de las estrategias y tcticas en las que se inscribe. El programa de un discurso puede haber permanecido irrealizado pero esto no significa que no haya tenido efectos (Weeks, 1993: 99). El eje del anlisis no est puesto en la funcin sino en los efectos de poder. El tercer descentramiento implica un corrimiento respecto de la centralidad del objeto. No se trata de tomar un objeto dado (la delincuencia, la locura, la sexualidad, etc.) sino de asir el movimiento por el cual se constituye un campo de verdad con esos objetos de saber. Se trata de ir ms all del objeto, para remontarlo a los regmenes de verdad que hacen posible su emergencia, lo que es vlido decir o no acerca de ellos, las relaciones en las que se encuentran, etc.: El objetivo central de Foucault es precisamente cuestionar la naturalidad y la inevitabilidad de estos objetos histricos. Su preexistencia como objetos naturales que no sufren cambios no debe tomarse por cierta (Weeks, 1993). As, por ejemplo, el sexo no es la referencia del discurso sexual sino que es un fenmeno construido dentro del mismo discurso; no obstante, esto no implica desconocer la existencia de un cuerpo material, con funciones fsicas, deseos, necesidades. El sexo en tanto objeto, tal y cual hablamos de l y se convierte en objeto de discurso, pero tambin de intervenciones concretas, ms o menos institucionales en esos trminos, el sexo es un efecto de poder. A partir de esta reconceptualizacin el inters no est puesto tanto en las formaciones discursivas, en la descripcin de esas reglas que gobiernan el orden del discurso, sino en los regmenes de verdad. Weeks seala que ya: no hay una sola verdad respecto de la realidad sino perspectivas sin fin sobre la verdad, cada una de ellas construyendo, sometida al trabajo del poder, su propia realidad y sus verdades (Weeks, 1993: 90).
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A propsito de esta cuestin sostenemos que este triple desplazamiento, este pasar por fuera de la institucin, la funcin y el objeto, puede entenderse como el rodeo que le permite a Foucault hacerse cargo e intentar una especie de respuesta a una serie de objeciones que Weeks bien resume:
Vuelve la persistente pregunta cuales son los puntos de contacto entre estas entidades sociales (poblacin, sociedad, la infancia, la familia, la higiene)? Hay algn principio de articulacin en funcionamiento permanente entre ellos?, o slo hay un caos de historias no relacionadas cuyas conexiones nunca pueden ser completamente elaboradas? Pero sobre todo, dnde est el estado? A pesar de la rigurosidad de su mtodo, la visin del estado y sus aparatos es muy estrecha y convencional (Weeks, 1993: 104).
Rodeo que pasa por este triple recurso: a una generalidad extra-institucional, a una generalidad no-funcional y a una generalidad no objetiva. La generalidad no tiene que ver aqu sino con la generalizacin de unas prcticas y relaciones de poder concretas y singulares. Recurso estrechamente vinculado a la crtica de los universales que Foucault realiza explcitamente en Nacimiento de la biopoltica, el curso en el Collge de France en 1979, y que le ha valido la etiqueta de nominalismo metodolgico. En la primera clase del curso Foucault nos dice que, se trate de la locura, la delincuencia, la enfermedad, o el estado, la cuestin pasa por:
au lieu de partir des universaux pour en dduire des phnomnes concrets, ou plutt que de partir des universaux comme grille dintelligibilit obligatoire pour un certain nombre de pratiques concrtes, je voudrais partir de ces pratiques concrtes et passer en quelque sorte les universaux la grille de ces pratiques [ en lugar de partir de los universales para deducir de ellos los fenmenos concretos, o en vez de partir de los universales como grilla de inteligibilidad obligatoria para un cierto nmero de prcticas concretas, querra partir de esas prcticas concretas y de alguna manera pasar los universales por la grilla de esas prcticas] (Foucault, 2004a: 4-5).10
10 Las traducciones de las citas son propias.
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Foucault parte de la decisin, a la vez terica y metodolgica, que consiste en suponer que los universales no existen. No se trata de preguntarse si estos universales, sea la locura, la delincuencia o el estado existen, para ir con esta pregunta a interrogar a la historia para ver si sta nos habla o no de su existencia. Por el contrario, insiste Foucault, se trata de partir de la suposicin de la inexistencia de esos universales para preguntarse entonces cul es la historia que se puede hacer de esos acontecimientos y esas prcticas que se ordenan en torno de aquello que se reconoce como locura, delincuencia o estado.11 Tal como ya lo haba trabajado Foucault y como tambin aqu se ha mencionado, estos no son objetos que se hayan mantenido ocultos antes de ser descubiertos, sino que de alguna manera esos objetos no existen y sin embargo son algo. No existen al modo de las cosas y sin embargo esto no es igual a afirmar que no sean ms que vanas ilusiones. Para Foucault se trata de:
Il s agit de montrer par quelles interfrences toute une srie de pratiques partir du moment o elles sont cordones un rgime de vrit-, par quelles interfrences cette srie de pratiques a pu faire que ce que nexiste pas (la folie, la maladie, la dlinquance, la sexualit, etc.) devienne cependant vuelque chose, quelque chose qui pourtant continue ne pas exister. [demostrar por qu interferencias toda una serie de prcticas, a partir del momento que son ordenadas en funcin de un rgimen de verdad-, por qu interferencias esta serie de prcticas ha podido hacer que aquello que no existe (la locura, la enfermedad, la delincuencia, la sexualidad, etc.) deviene sin embargo algo, algo que no obstante contina sin existir] (Foucault, 2004a: 21).
11 En relacin a la cuestin del estado, se trata de hacerlo entrar en el anlisis, pero sin partir de una teora previa. Esto quiere decir poner entre parntesis las representaciones corrientes a partir de las cuales suele pensarse al estado (la abstraccin intemporal, el instrumento de dominacin de clase, etc.). Una teora del estado, afirma Foucault, procurara deducir las actividades modernas del gobierno a partir de las propiedades y propensiones esenciales del estado, en particular de su supuesta inclinacin a crecer y devorar o colonizar todo aquello que est fuera de s mismo. Foucault sostiene que el estado no posee tales propensiones inherentes; en un sentido ms general, el estado no posee ninguna esencia. El estado es una realidad compuesta, sus caractersticas en tanto institucin son, piensa l, una funcin de los cambios en las prcticas de gobierno y no a la inversa (Foucault, 2004a).
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Alrededor de estos desarrollos vemos forjarse la cuestin central de la genealoga: cmo las prcticas y relaciones de poder concretas y singulares, en su multiplicacin, difraccin, encabalgamiento, dispersin y heterogeneidad tienen efectos tanto de veridiccin como de realidad. En definitiva, se trata de:
() de montrer comment le couplage srie de pratiques rgime de vrit forme un dispositif de savoir-pouvoir qui marque effectivement dans le rel ce qui nexiste pas et le soumet lgitimement au partage du vrai et du faux [de mostrar cmo el acoplamiento serie de prcticas- rgimen de verdad forma un dispositivo de saber-poder que marca efectivamente en lo real aquello que no existe y lo somete legtimamente a la particin de lo verdadero y lo falso] (Foucault, 2004a: 22).
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Nuestro anlisis tambin concierne a la pregunta por cmo se constituye la violencia policial en objeto de estudio de las ciencias sociales. Nuestro desafo: no quedarnos en el nivel de las percepciones y representaciones, poder pensar estas construcciones discursivas respecto a las relaciones de fuerza en que se engarzan y los juegos de poder en y por los que se articulan. Se trata de poner la mirada sobre la serie de prcticas que han intervenido en la emergencia de la violencia policial como objeto. La indagacin debe considerar las prcticas de grupos sociales y de movimientos colectivos, sobre todo de aquellos que toman una posicin activa respecto al problema de la violencia policial. En ese sentido, resulta imprescindible conocer y analizar las formas en que las organizaciones de la sociedad civil y los medios de comunicacin, se constituyen como actores claves en la formacin de la violencia policial. Para terminar, quisiramos remarcar que asumir una perspectiva donde la investigacin debe ser constitutivamente reflexiva (Bourdieu, Passeron y Chamboredon, 2002) nos compromete con la tarea de emprender el anlisis genealgico de la formacin de nuestro objeto de estudio. Es esto lo que hemos querido poner de relieve en estas pginas. Al mismo tiempo hemos intentado pensar cules podran ser algunas lneas que debiera seguir este anlisis en relacin a nuestro objeto. Se trata esta de una tarea iniciada, mas no acabada, que atravesar el trabajo que desarrollemos en adelante.
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Tres.
Entre los derechos humanos y la (in)seguridad: modos de construccin de la violencia policial en las ciencias sociales.
Gabriela Seghezzo
La funcin del solucionar enigmas es iluminar como un relmpago la !gura del enigma y hacerla emerger, no empearse en escarbar hacia el fondo y acabar por alisarla T. W. Adorno, Actualidad de la !losofa Para saber qu es, para conocerlo realmente, para aprehenderlo en su raz, en su fabricacin, debemos aproximarnos a l no como !lsofos, sino como polticos, debemos comprender cules son las relaciones de lucha y de poder. Solamente en esas relaciones () comprendemos en qu consiste el conocimiento M. Foucault, La verdad y las formas jurdicas
I. Un ejercicio de problematizacin.
En el escenario actual, signado por la proliferacin de discursos sobre la inseguridad que demandan polticas de mano dura y donde suenan y resuenan voces de imponer la ley y el orden invocando la necesidad de polticas de tolerancia cero (Pegoraro, 2003), es urgente reflexionar sobre las maneras en que se construyen y definen esas intervenciones en las ciencias sociales. Las estrategias de construccin del objeto pueden ser una herramienta de crtica de las estructuras materiales y simblicas del orden social vigente, siempre en lucha con otras producciones de sentido que buscan consolidarlas. Ms an, resulta necesario atender a las luchas en, por y a travs de los modos en que se problematiza la violencia policial en los discursos de las ciencias sociales.
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La emergencia de la violencia policial como objeto de conocimiento de las ciencias sociales no es el resultado natural de cierto estado de cosas. Las prcticas desplegadas por las fuerzas policiales no son condicin suficiente para su surgimiento, en tanto el objeto (en este caso la violencia policial) no existe ni antes ni independientemente del discurso en el que emerge. Desde esta perspectiva, los discursos no son considerados como una mera transmisin posterior de un sentido o como la representacin de una realidad preexistente y ajena al entramado simblico, sino como prcticas que generan y producen los objetos a los que se aplican (Foucault, 1991, 2005a). Ello nos conduce a abandonar el supuesto segn el cual el objeto de conocimiento se constituye a partir de un simple reconocimiento de objetos dados y, a la vez, nos lleva a postular la necesidad de asir el movimiento por el cual se produce un campo de verdad con esos objetos de saber (Rios y Seghezzo, 2007). De manera que siempre se trata de situarlos en las relaciones de fuerza especficas donde ellos emergen moldeados de cierta manera, y de ese modo, cuestionar la naturalidad e inevitabilidad de estos objetos de conocimiento. Puntualmente, se trata de analizar la multiplicidad de discursos que producen determinados regmenes de visibilidad y de decibilidad, conformando un objeto que emerge como problema y se instituye en tanto experiencia, delimitando de esta manera lo que es posible (y lo que no) pensar, decir y hacer en torno a la violencia policial. Una interrogacin sobre la emergencia y formacin del objeto en estos trminos implica que no hay objetos que tengan en s mismos un origen absoluto y, a la vez, que toda formacin del objeto es inherentemente conflictiva y est histricamente determinada. En otras palabras:
no hay ni naturaleza, ni esencia, ni condiciones universales para el conocimiento, sino que ste es cada vez el resultado histrico y puntual de condiciones que no son del orden del conocimiento. El conocimiento es un efecto o un acontecimiento que puede ser colocado bajo el signo del conocer (Foucault, 2005b: 30).
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escenario homogneo e indiferenciado, sino ms bien como un campo de lucha simblica por fijar los sentidos. Si el discurso es aquello por lo que y a travs de lo cual se lucha (Foucault, 2001a), la violencia policial no es una identidad fija, el sentido de violencia policial no se presenta unvoco ni unidireccional sino que, por el contrario, est abierto, y su sutura ser el efecto, el resultado, siempre transitorio, de una lucha simblica (Zizek 2005a). Atender a esas luchas, deconstruir y tensionar esos modos de produccin del objeto, resulta una tarea esencial para el presente en la medida en que los discursos de las ciencias sociales son elementos creadores de estructuras simblicas capaces de intervenir sobre el proceso de subjetivacin y objetivacin y, en ese sentido, producen efectos que pueden contribuir a naturalizar y legitimar las prcticas vigentes o bien a plantear la necesidad de su transformacin. En otros trminos, los modos de la prctica cognitiva producen efectos de verdad y de realidad, y ello evidencia hasta qu punto la reflexin crtica del orden social requiere ineludiblemente una autointerrogacin crtica sobre los modos de produccin de conocimiento. En trminos foucaultianos, ello implica un ejercicio de problematizacin. Foucault nos sugiere que el pensamiento crtico requiere de una indagacin sobre las condiciones histricas que motivan nuestras conceptualizaciones (Foucault, 2001b). Con el concepto de problematizacin se pone en cuestin la nocin de representacin que supone la construccin del objeto de conocimiento como reflejo de objetos constituidos de antemano, as como tambin se cuestionan las conceptualizaciones textualistas que presentan al objeto como una quimera, una ilusin resultante de la mediacin discursiva (Restrepo, 2008). La problematizacin enfatiza en las maneras en que determinadas prcticas y comportamientos han sido reflexionados en un momento dado. Sin embargo, en tanto esos modos de reflexin no son expresin directa, inmediata o necesaria de ciertos procesos, ante una misma constelacin de dificultades o incertidumbres en un determinado dominio de prcticas se
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producen modos de reflexin diversos e inclusive contradictorios (en todo caso, lo que hay que comprender es lo que los hace simultneamente posibles). De manera que la problematizacin no depende de aquella forma de crtica que, bajo pretexto de un examen metdico, recusara todas las soluciones posibles, salvo una que sera la buena (Foucault, 1994a). Por el contrario, la problematizacin sugiere que:
El trabajo de un intelectual no es modelar la voluntad poltica de los otros; es, por el anlisis que l hace en los dominios que son los suyos, reinterrogar las evidencias y los postulados, sacudir los hbitos, las maneras de hacer y de pensar, disipar las familiaridades admitidas (Foucault, 1994b).1
Un gesto a la vez inmanente y crtico que pone en cuestin la naturalidad e inevitabilidad de los objetos de conocimiento y abre la posibilidad de una interrogacin sobre el sujeto de conocimiento. No se trata entonces de afirmar la preexistencia de un sujeto de conocimiento sino de atender a los modos en que relaciones histricas de saber-poder configuran subjetividades (Foucault, 2005b). Es entonces en ese trasfondo sobre los modos de construccin de la violencia policial que se dibujan asimismo los contornos de una subjetividad, y ello insina que la interrogacin sobre qu sujeto de conocimiento aparece delineado en estas prcticas cognitivas ms que posible, resulta necesario.2 Por ltimo, si bien es posible sealar el carcter productivo de una prctica cognitiva relativamente autnoma no sugerimos, sin embargo, que los discursos de las ciencias sociales se
1 Ms an: si el trabajo del pensamiento tiene algn sentido diferente del que consiste en reformar las instituciones y los cdigos es el de retomar desde la raz la manera en que los hombres problematizan su comportamiento (Foucault, 1996: 59). 2 Siguiendo los desarrollos de Foucault, las prcticas entendidas como modos de obrar y de pensar dan la clave de inteligibilidad para la construccin correlativa del sujeto y del objeto (Foucault, 1999: 367). El intento busca indagar cmo se constituye en un momento determinado una serie de acontecimientos que establecen un objeto, una posicin de sujeto, una red de categoras y unas subjetivaciones determinadas.
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produzcan en el vaco. stos se articulan en tramas discursivas ms amplias, yuxtaponindose, imbricndose, oponindose, respondiendo a, replicando otros discursos sociales. De all que el anlisis del discurso cientfico no pueda prescindir radicalmente de la consideracin de las tramas discursivas en las cuales se articula. Ms an, como esbozaremos al final del trabajo, asumir fronteras precisas entre el campo acadmico y otros espacios sociales resulta al menos problemtico por diversos motivos. No obstante esta situacin, en estos prrafos intentamos realizar una objetivacin del campo, y slo plantearemos algunos elementos incipientes que permitan discurrir sobre la constitucin de una expertise en torno a la violencia policial caracterizada por el entrecruzamiento de diferentes esferas sociales. En este caso presentaremos algunos nudos problemticos para reflexionar en torno a la emergencia y los modos de construccin de la violencia policial en el campo de las ciencias sociales.
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La violencia policial como objeto de estudio de las ciencias sociales parece constituirse bsicamente sobre dos ejes, sobre dos estrategias interpretativas diferentes que expresan distintos contextos de emergencia y que configuran el sentido de violencia policial en su articulacin con diferentes significantes. En trminos foucaultianos podramos decir que se trata de dos formaciones discursivas distintas.5 Ciertamente, tal distincin no supone postular la existencia de dos modelos puros y tajantemente enfrentados entre s, sino que busca aten- der a los matices y tensiones internas que atraviesan al campo del saber sobre la violencia policial. Cabe subrayar que las dos estrategias que proponemos diferenciar no son excluyentes ni se definen por oposicin. En el caso de algunos discursos anali- zados, hemos podido reconocer un anclaje doble y advertir in- cluso un desdibujamiento de los lmites entre ambos modelos.6 Sucintamente, podramos sealar que mientras en un modelo la violencia policial es concebida como un fenmeno anclado dentro de la problemtica de las violaciones a los derechos
recuperamos particularmente: a) el nfasis en el carcter performativo del discurso (Austin, 1987; Benveniste, 1991) debido a su capacidad para dar cuenta de la politicidad intrnseca de toda produccin discursiva (cuyo anlisis excede en mucho la simple enumeracin de contenidos), b) la interpretacin genrica de los discursos (Bajtn, 1982), que supone la definicin de la produccin simblica como una prctica histricamente determinada y que al mismo tiempo presenta una autonoma relativa, separndose de las concepciones mecanicistas, c) la perspectiva del dialogismo y la polifona, con el subsecuente nfasis en el carcter intersubjetivo/intertextual de toda produccin de sentido, que tambin tomamos de la obra de Bajtin (1982) como herramientas centrales para el anlisis. 5 Las formaciones discursivas son sistemas de dispersin entre enunciados, que elaboran conceptos, objetos, tipos de enunciados y fijan modos de relacin entre stos, legitiman instituciones, citas, etc. y determinan lo que puede y debe ser dicho en una coyuntura dada (Foucault, 2005a; di Stefano, 2006). La nocin de formacin discursiva permite dar cuenta de cmo una serie de discursos, an heterogneos entre s, pueden plantear cierta homogeneidad respecto a las reglas de formacin de sus enunciados (la formacin de los objetos, de los conceptos y de las posiciones de sujeto). No obstante, si bien la idea de formacin discursiva permite establecer regularidades en las formas de existencia de los enunciados, no por ello los homogeniza, ni neutraliza sus efectos o posibilidades tcticas y estratgicas. 6 Algunos libros que compilan diferentes artculos son paradigmticos en este sentido, pues all vemos cmo es posible anclar el anlisis en un modelo u en otro, as como tambin posicionar las reflexiones articulando ambas perspectivas. Ver Sozzo (1999), Gayol y Kessler (2002) e Islas (2007).
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En esta lnea interpretativa la violencia presenta un carcter estructural, es decir, es un elemento que define y constituye a las fuerzas de seguridad de las democracias latinoamericanas. Es as que se dice, por ejemplo, que la ecuacin entre poder de polica y violencia es constitutiva de las instituciones policiales de la regin (Tiscornia, 2000: 9), que lo que caracteriza a esta polica en relacin a la de los pases centrales es su naturaleza ferozmente represiva (Gann, 1999: 73), que en estos casos se trata de una violencia que presenta un carcter estructural y que configura el patrn o modalidad propia de las formas de accin y desempeo de las fuerzas de seguridad (Pita, 2004: 448).8 Al mismo tiempo, la violencia policial aparece aqu como un fenmeno cuyas causas estn ligadas a la articulacin entre la cultura autoritaria de la ltima dictadura militar y las prcticas policiales contemporneas. As, por ejemplo:
La violencia institucional y las acciones violatorias de los derechos humanos persisten como prcticas comunes dentro de la polica, que muestran el arraigo extendido y profundo de una cultura autoritaria (Verbitsky y Palmieri, 2008: 28).
Y en el mismo sentido:
Las manifestaciones de la violencia policial no son un fenmeno nuevo en nuestro pas, y se nutren en tradiciones violentas de control social de larga data. Las distintas policas argentinas tienen estructuras institucionales verticalistas y militarizadas, las cuales se fueron delineando y profundizando con cada uno de los golpes de Estado (Martnez y Eilbaum, 1999: 1).9
En esta trama discursiva las causas de la violencia policial tambin aparecen vinculadas a la ineficacia e impericia del poder judicial (Tiscornia et al., 1999; Verbitsky y Palmieri, 2008), as como a la ausencia de controles administrativos y
8 En el mismo sentido puede verse tambin Font (1999), Tiscornia (1999, 2004), Martnez (2002) y Sozzo (2005). 9 En esta misma lnea ver tambin Font (1999) y Eilbaum (2004).
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jurdicos democrticos sobre el accionar de las policas (Sozzo et al., 2000, Tiscornia, 2005). En tanto la violencia es pensada como constitutiva de las agencias de seguridad del estado, estos discursos apelan a una serie de propuestas para limitarla que muestran un carcter marcadamente jurdico, a la vez que otorgan un papel preponderante a las organizaciones de la sociedad civil para controlar a las fuerzas de seguridad del estado. Especficamente, las propuestas giran en torno a varias cuestiones entre las que podemos mencionar las siguientes: hacer un uso estratgico del derecho en particular y del campo judicial en general, como campos de disputa en los cuales librar microbatallas para el resguardo de los derechos y libertades (Tiscornia, 2004); otorgar un lugar preponderante a las prcticas llevadas a cabo por diversas organizaciones de la sociedad civil, en la puja por adecuar y controlar las leyes y las prcticas de las fuerzas de seguridad a los principios de los derechos humanos (Tiscornia, 2005); elaborar un marco normativo que permita delimitar de manera clara umbrales y techos de tolerancia de la violencia policial (Tiscornia, 2000, Corti, 1999); establecer controles judiciales y administrativos de las prcticas de las fuerzas de seguridad acordes a la vigencia de los derechos humanos (Tiscornia, 2000, Palmieri, et al. 1999, Sozzo, 2005, 2002).
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resolucin de los conflictos sociales y el crecimiento del pas. Discursos que fundamentalmente atravesaron y atraviesan el campo de los medios masivos de comunicacin y el campo poltico (Ortiz Maldonado et al., 2007; Rodrguez y Seghezzo, 2009) pero que tambin articularon y articulan las prcticas de algunas organizaciones de la sociedad civil autodenominadas de vctimas y familiares de vctimas de la inseguridad, como por ejemplo, la Fundacin Axel Blumberg. Por la vida de nuestros hijos10 y la Comisin Nacional contra la Inseguridad (CONACI).11 Asimismo, tambin adquirieron protagonismo en algunas organizaciones de la sociedad civil orientadas a armar equipos y disear polticas para incidir directamente el mbito estatal, como el Grupo Sophia.12 En este contexto, la segunda estrategia de construccin de la violencia policial en las ciencias sociales aparece como un discurso crtico que complejiza el fenmeno de la (in)seguridad pero que, sin embargo, presenta una solidaridad temtica con esta trama discursiva. Se parte de la premisa de un aumento considerable de la violencia social y del delito, producto de la desigualdad social extrema y del proceso de marginacin que ella implica (Binder, 2004; Sain, 2004a; Kaminsky, 2005; Kessler, 2004). As, por ejemplo:
para los pibes chorros de hoy, el objetivo es matar al polica donde se lo encuentre y al mismo tiempo robar. De all que cada dos das muere un bonaerense o un federal en la provincia o en la ciudad de Buenos Aires donde, al mismo tiempo, cada dos das se detiene a un menor homicida. Lamentablemente, estamos lejos de saber cuntos menores mueren en comisaras y en enfrentamientos reales o simulados, cuestin que los medios, con excepciones, ni siquiera se preguntan. Se est asistiendo a una guerra srdida, sucia, que acompaa la
10 Ver www.fundacionblumberg.com. 11 Ver www.conaci.org.ar. 12 El Grupo Sophia es un caso paradigmtico en este sentido, ya que es una organizacin de la sociedad civil en la que aparece claramente evidenciada la articulacin con el campo de produccin de conocimiento, especficamente, la participacin directa de sus miembros en diferentes actividades acadmicas y la produccin de artculos y libros sobre diferentes temticas. Ver www.gruposophia.org.ar.
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Es as que el fenmeno de la violencia policial aparece imbricado a la inseguridad en tanto ambos pareceran relacionarse con el incremento de otras violencias sociales, la ausencia de polticas y estrategias de seguridad, y la falta de modernizacin y profesionalizacin de las instituciones de seguridad. En este sentido, resulta elocuente el siguiente texto:
Si la conjuncin de la crisis social, el desempleo y el crecimiento del consumo de drogas y del trfico de armas aument el gatillo fcil de la delincuencia, la falta de polticas de seguridad y el des-gobierno poltico institucional sobre las polticas permiti el gatillo fcil policial (Sain, 2002: 10).13
En este caso el sentido de violencia policial se fija en trminos de excesos, abusos, deficiencias, arbitrariedades, extralimitaciones, excepcionalidades (Sain, 2002; Islas, 2002) por fuera de una racionalidad de accin propia de las fuerzas de seguridad del estado.14 As: Un uso desproporcionado, o no acorde con los intereses generales de la colectividad del poder policial, produce una distorsin que vulnera y cercena el concepto mismo de polica (Sain, 2002: 22). Este conjunto de discursos enfatiza la necesidad de una serie reformas que presentan un perfil tcnico-experto, en tanto se orientan fundamentalmente al diseo de polticas de gestin de la seguridad para resolver la problemtica de la violencia. Someramente, las propuestas centrales giran en torno a la puesta en marcha y articulacin de polticas sociales y polticas securitarias, entendiendo que stas ltimas requieren de la modernizacin y control de las agencias de seguridad (Isla y Mguez, 2003; Kessler, 2008; Sain, 2008). Ante este diagnstico
13 En ese sentido ver tambin Ciafardini (1999), Isla (2007) y Sain (2008). 14 La idea de gatillo fcil forma parte de esta matriz conceptual, en tanto es tributaria de la subyacente distincin entre una atribucin legtima del ejercicio de la violencia por parte de las fuerzas de seguridad y la violencia policial como el abuso o exceso de esa atribucin legtima.
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las propuestas de esta segunda matriz parecen orientarse fundamentalmente en una doble direccin: disminuir las condiciones que hacen posible el aumento de la violencia social (neutralizando los factores considerados crimingenos), y realizar reformas institucionales puntuales tendientes a modernizar y profesionalizar a las fuerzas de seguridad (Binder, 2004, Sain, 2002, 2004a, Mguez, 2002). Resuenan aqu los significantes modernizacin, profesionalizacin, gestin, eficacia, eficiencia (Sain, 2004b; Binder, 2004), dejando entrever la grilla econmica que circula en esta segunda matriz. Resulta interesante sealar que la proliferacin de conceptos caractersticos del campo de la economa atraviesan marcadamente este segundo modelo de construccin de la violencia policial en las ciencias sociales, poniendo en evidencia que el lenguaje profesional de los economistas se ha convertido en una nueva lingua franca que ha penetrado el territorio de otras disciplina y que, incluso, les confiere legitimidad (Markoff y Montecinos, 1994: 8). Al mismo tiempo, tambin aparecen referentes asociados a modelos delineados en el contexto internacional como responsiveness, accountability, empowerment (Sozzo, 2000). En esta malla de discursos aparece entonces una estrategia que privilegia algunos elementos producidos en otros contextos a la hora de proponer lneas de intervencin. En ese sentido, la produccin de saberes en cualquier campo acadmico local no est aislada de los procesos de circulacin internacional de teo- ras, individuos y modelos de accin poltica. Ms an, es posi- ble afirmar que el vnculo con lo internacional (la capacidad de gestionar el flujo de las importaciones) suele funcionar, en el plano domstico, como un principio de jerarquizacin, dan- do mayor legitimidad a unos individuos que a otros (Neiburg y Plotkin, 2004: 25), cuando no, a unos modos de construccin del problema ms que a otros.
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III. Tensiones, continuidades y discontinuidades en la lucha por la produccin de sentido. O sobre el (los) modo(s) de la crtica.
Recapitulando: mientras los discursos comprendidos en un modelo definen la violencia policial como abusos o deficiencias y fijan su sentido a la inseguridad, en el otro modelo se propone una definicin de la violencia como constitutiva de las prcticas de las fuerzas de seguridad latinoamericanas y se fija su sentido en relacin con los derechos humanos. Ello implica a su vez heterogneos modos de construccin de propuestas de intervencin: en un caso parecieran presentar un carcter jurdico mientras en el otro parecieran presentar un carcter tcnico-experto. De cualquier manera y sin dejar de afirmar estas discontinuidades, resulta posible sealar una serie de elementos comunes a ambos modos de construccin. Se trata de los puntos comunes donde enraza la posibilidad de coexistencia y simultaneidad de discursos mltiples e inclusive, muchas veces contradictorios. En ambos modelos aparece una inadecuacin entre las funciones que deberan tener las policas (control y conjura del delito, mantenimiento del orden, etc.) y las prcticas que efectivamente despliegan las fuerzas policiales. En el caso del modelo vinculado a los derechos humanos, la inadecuacin entre las funciones que deberan tener las policas y las prcticas que efectivamente despliegan se vincula con la manera en que se concibe la violencia. Luego de sostener que la violencia es un fenmeno definitorio de las fuerzas se seguridad latinoamericanas, pareciera desprenderse la idea segn la cual el deber ser est vinculado con las prcticas que despliegan las fuerzas de seguridad en otros pases. Por lo tanto, en ambos modelos, la violencia pareciera presentarse como una prctica, un mecanismo, cuyo carcter y efecto es nicamente represivo (cercena y reprime la vida) y no productivo, un modo de constitucin de las subjetividades. De alguna manera, referir las prcticas policiales a la categora violencia policial, pareciera necesariamente implicar un ejercicio cognitivo que posa la mirada en los efectos re-
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presivos del ejercicio de poder y que, por consiguiente, no privilegia una interrogacin por la eficacia productiva, la riqueza estratgica del ejercicio de poder (Benjamin, 2001; Agamben, 2001; Foucault, 2002; Mouzo, et al., 2009). Tambin resulta llamativo que en ambas estrategias el modo de la crtica en ciencias sociales pareciera estar ligado a la traducibilidad de las producciones acadmicas en polticas pblicas orientadas a disminuir o eliminar la violencia de las fuerzas policiales. Es as que el lugar de la crtica pareciera adquirir un carcter prescriptivo y la pregunta que la articulara sera qu hacer (Adorno, 2003). En los modos de construccin de la violencia policial pareciera delinearse un sujeto de conocimiento que produce un diagnstico y que, en el mismo movimiento, prescribe intervenciones, propone polticas. De manera que estos modos de construccin del objeto confluyen en un mismo modo de subjetivacin: gana protagonismo un sujeto de conocimiento capaz de detectar un problema dado de antemano y a la vez, recetar un tratamiento. Un esquema que se reduce, al fin de cuentas, a la construccin de propuestas de intervencin orientadas a disminuir o eliminar la violencia de las fuerzas policiales, frente al cual lo mnimo que se puede sealar es su curiosa afinidad con un intento de administracin de lo dado, donde el pensar queda subsumido a las posibilidades de intervencin. Asimismo, en ambas estrategias la violencia es construida como un problema que podra ser controlado/instrumentado por algn agente poltico, judicial, institucional (Zizek, 2005b). Estas coincidencias se vinculan con el proceso de conformacin de una expertise local que, a travs de universidades, congresos acadmicos, publicaciones y la participacin en organizaciones de la sociedad civil o directamente asesoras de gobierno, han logrado instaurarse como interlocutores vlidos en la formulacin e implementacin de polticas pblicas sobre esta cuestin.15 Irreductibles a un nico espacio, estos expertos en vio15 Resulta pertinente resaltar, siguiendo a Neiburg y Plotkin (2004), que si bien los conceptos intelectual y experto tienen contextos de emergencia divergentes (en el primer caso, vinculado al affaire Dreyfuss y, en el segundo, vinculado al contexto de la segunda posguerra bajo el influjo de las ciencias
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lencia policial permiten la mediacin y el ensamble entre tres esferas: la acadmica, las organizaciones de la sociedad civil y las polticas de gobierno de la seguridad.16 Siguiendo los anlisis de Mariana Heredia (2004), quizs resulte problemtica la nocin de campo de Pierre Bourdieu (1999) en tanto presupone que el microcosmos de los intelectuales est regido por reglas propias, irreductibles a las reglas que rigen la dinmica y la competencia en otros campos (Altamirano, 2006: 86). El estrecho vnculo entre las diferentes esferas hace que sea imposible pensar en trminos de fronteras fijas y reglas propias sino que por el contrario, permite pensar en espacios de intersecciones mltiples que posibilitan un triple juego de legitimaciones entre la produccin de saberes sobre la sociedad, las prcticas de las organizaciones de la sociedad civil y las prcticas estatales.17 Queda entonces delineada
sociales norteamericanas), consideramos que lejos de marcar puntos extremos en una lnea, constituyen ms bien un espacio de interseccin productiva (Neiburg y Plotkin, 2004: 17). Es precisamente dentro de este espacio (definido por el estado, el mundo de la academia, el espacio de las organizaciones de la sociedad civil) donde se produce el conocimiento sobre la sociedad: En lugar de preocuparnos en consagrar la separacin entre mbitos de accin (Neiburg y Plotkin, 2004), es interesante subrayar los pasajes y la circulacin de individuos, ideas, modelos institucionales y formas de intervencin. 16 De hecho, se vislumbra una multiplicidad de intersecciones entre estas diferentes esferas. A modo de ejemplo, Marcelo Sain es autor de numerosos libros, Profesor titular de la Universidad Nacional de Quilmes, Presidente del Instituto Latinoamericano de Seguridad y Democracia y, paralelamente, fue viceministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires, as como tambin ejerci el cargo de Interventor de la Polica de Seguridad Aeroportuaria. Sofa Tiscornia es la Directora del equipo de Antropologa Jurdica y Poltica del Instituto de Ciencias Antropolgicas de la Facultad de Filosofa y Letras de la Universidad de Buenos Aires, a la vez que coordina el Programa Violencia institucional, seguridad ciudadana y derechos humanos del Centro de Estudios Legales y Sociales. En el mismo sentido, resultan paradigmticas ciertas publicaciones del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo compuestas por artculos producidos desde las tres esferas, como por ejemplo el texto Estado, democracia y seguridad ciudadana. Aportes para el debate (AA.VV., 2008). 17 Segn Neiburg y Plotkin: los especialistas ofrecen un nmero de instrumentos obtenidos en mbitos acadmicos que ordenan el mundo social y que pueden sustentar las acciones del Estado, legitimando el diagnstico de problemas sociales y la formulacin de soluciones a stos que slo ellos estaran en condiciones de ofrecer. Por otro lado, el reconocimiento de esos saberes por parte de las instituciones estatales contribuye a legitimar socialmente (e incluso,
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una prctica cognitiva que produce un sujeto de conocimiento situado en el punto de convergencia, de yuxtaposicin entre estas esferas, que produce una forma de subjetividad que se constituye como tal y adquiere legitimidad en su posicin de mediacin y ensamble entre diferentes esferas. Por lo tanto, liminalidad entre prcticas y espacios que no presentan autonomas claras y que, por este motivo no pueden ser pensados bajo la clave de una presunta autorreferencialidad. A partir de los matices, semejanzas y diferencias que se expresan entre ambos modelos, y remitindonos a los campos que estas estrategias privilegian como relevantes para la definicin de la prcticas de las fuerzas de seguridad como violencia policial, creemos que resultara interesante profundizar el estudio sobre los modos de construccin de la violencia policial como objeto de conocimiento de las ciencias sociales a partir de los siguientes interrogantes: Existe alguna relacin entre stos modos de construccin y los modos en que las organizaciones de la sociedad civil y las polticas de gobierno de la in/seguridad definen y tematizan esta cuestin? Es posible rastrear una circulacin de sentidos comunes? Cul es la especificidad y la potencialidad crtica de las ciencias sociales en este contexto? Si bien existen algunos trabajos que intentan reflexionar so- bre las configuraciones de sentido de la violencia policial en el escenario de las organizaciones de la sociedad civil (Pita, 2005; Jelin et al. 1996), no existen an anlisis exhaustivos en tor- no a los modos en que las ciencias sociales problematizan esta cuestin,18 as como tampoco existen anlisis que indaguen en las relaciones entre estas problematizaciones y aquellas produ- cidas en el escenario de las organizaciones de la sociedad civil y en el campo las polticas de gobierno de la (in)seguridad. Ina dotar de autoridad cientfica) a esos especialistas (Neiburg y Plotkin, 2004: 20). Asimismo, quizs las prcticas de las organizaciones de la sociedad civil que no estn estrictamente identificadas con la poltica funcionan como vehculos de legitimacin de las prcticas de las otras dos esferas al presentarse como algo extrapoltico. 18 Slo se encuentran algunos trabajos de ordenamiento o ndices del campo de las ciencias sociales en torno a la violencia policial, como por ejemplo Montero (2007) y Galeano (2005).
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terrogantes, entonces, que quedan pendientes para un anlisis futuro pero que han servido de horizonte para las reflexiones precedentes y que creemos de fundamental relevancia. Si los modos de construccin en ciencias sociales, los modos de la crtica, son un problema poltico que atae a los modos actuales de la subjetividad dentro y fuera de la ciencia, la reflexin crtica del orden social requiere ineludiblemente una autointerrogacin sobre los modos de produccin de conocimiento. El imperativo que sostiene este anlisis es simplemente un imperativo condicional: si quiere luchar ac tiene algunos puntos clave, aqu tiene algunas lneas de fuerza, aqu tiene algunas bisagras y algunos bloqueos (Foucault, 2006: 1718). La intencin fundamental de este trabajo se inscribe precisamente dentro del horizonte de esos indicadores tcticos.
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Hacer decir
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Cuatro.
La problematizacin de la (in)seguridad en los medios de comunicacin: los imperativos del saber y del hacer.
Gabriela Rodrguez y Gabriela Seghezzo.
I. Apertura.
Uno de los debates centrales de la Argentina contempornea se formula en torno a la cuestin de la (in)seguridad. Una de las aristas de ese debate, que cobr especial relevancia durante los primeros meses de 2009, se orienta hacia la naturaleza y dimensin del fenmeno.1 En las pginas de los principales medios grficos del pas se expresan distintas voces periodis- tas, intelectuales, polticos del oficialismo y de la oposicin- que, a la par de delimitar el problema, sealan su relevancia y urgencia. As, por ejemplo:
No pasa un da sin que la delincuencia se cobre, en alguna localidad del pas, una nueva vctima. () Por supuesto, la delincuencia no es nunca hija del azar. Es siempre el producto de una correlacin de omisiones, negligencias y fracasos extendidos en el cuerpo social y acumulados en el tiempo. ()
1 Desde mediados de los aos noventa la (in)seguridad se presenta como un elemento clave a la hora de dirimir diferencias polticas, sobre todo en los perodos de campaa que anteceden actos eleccionarios. Ya sea a nivel nacional o a nivel local, los gobernantes y los candidatos siempre tienen algo que decir con respecto al problema. Teniendo en cuenta que durante el mes de marzo de 2009, la presidenta Cristina Fernndez de Kirchner envi al Congreso un proyecto de ley con el objetivo de anticipar las elecciones legislativas para el mes de junio, previstas inicialmente para el mes de octubre, no es casual que durante el mes de marzo, la cuestin relativa a la (in)seguridad tenga un peso considerable en los debates pblicos y sobre todo aparezca con fuerza en los medios masivos de comunicacin.
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Este rpido repaso de slo algunos de los hechos dolorosos o sombros que se registraron en los ltimos das debera servir para confirmarnos en la idea de que el gravsimo problema de la inseguridad remite a una pluralidad de causas y de conflictos y responde a un cmulo de factores, casi todos ellos de extremada complejidad (Las causas de la inseguridad, Editorial, La Nacin, 12-02-07). Mientras desde el gobierno nacional se brindan interpretaciones confusas que, a veces, rozan el ridculo sobre la dimensin del problema de la inseguridad, se sigue sin advertir el incremento de los episodios de autodefensa a que da lugar el auge de la delincuencia (Autodefensa, un recurso peligroso, Editorial, La Nacin, 03-04-09).
Como se desprende de los fragmentos citados la inseguridad es presentada como gravsimo problema. El auge de la delincuencia o bien su ineludible contracara el incremento de episodios de autodefensa son signos a partir de los cuales el problema de la inseguridad se hace evidente como tal. Otro elemento que sin duda aparece solidario a la caracterizacin de la inseguridad como problema es la reflexin sobre las causas. Se presenta una diagnosis de la (in)seguridad que liga su emergencia a un cmulo de factores, una multiplicidad de causas, que requieren intervenciones especficas. En la misma lnea, la delincuencia y su auge (primer significante asociado a inseguridad) que no es nunca hija del azar necesita ser descifrada. En sntesis, el imperativo del saber (la dimensin del fenmeno, su naturaleza, su etiologa) y el imperativo del hacer (demandar y proponer soluciones), atraviesa y unifica el registro de los discursos de los medios de comunicacin que analizamos en este escrito. Una lectura rpida de los principales peridicos nacionales permitira inferir que si bien las perspectivas son heterogneas, no habra discrepancias en cuanto a la relevancia del problema. El parteaguas se configura en torno al papel que los medios de comunicacin juegan en la problemtica. As aparecen dos frentes marcadamente contrapuestos: los medios de comunicacin expresan/reflejan fielmente una realidad preexistente
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o, por el contrario, contribuyen a producir, refuerzan la inseguridad, en el marco de internas polticas, mediante la amplificacin meditica del fenmeno? Durante el mes de marzo de 2009 y en el contexto del lanzamiento de un plan nacional de seguridad, la presidenta de la nacin afirmaba en un dilogo con periodistas:
Negar la seguridad sera temerario de una Presidenta o de cualquier ciudadano. Lo importante es comprender la complejidad del problema ().Yo no digo que est bien o est mal transmitir [un hecho policial] ochenta veces o transmitir una. El anlisis de eso les toca a ustedes que son periodistas () Lo importante es informar, no atemorizar, ese es el rol que tienen que tener todos ustedes (Cristina Fernndez de Kirchner, Agencia Tlam, 29-03-09).
En el mismo momento, desde la seccin Opinin del diario Clarn se rebatan los dichos de la mandataria en una nota bajo el ttulo Sbito plan con olor electoral:
Qu tiene que ver esto con la difusin de los crmenes que la Presidenta le reproch a los medios? Si no existiera inseguridad, no habra nada que publicar. Otra vez es poner el problema en otro lado. Y pretender sacrselo de encima (Sbito plan con olor electoral, Ricardo Roa, Clarn, 28-03-09).
En el mismo sentido, se insiste desde la columna editorial de La Nacin, curiosamente desde un artculo en cuyo ttulo y copete se deja leer Tengo un mundo de sensaciones. Pulseada intil entre quienes creen que la inseguridad es concreta y los que piensan que es un ardid meditico:
Teir de ideologa el tema de la inseguridad es de lo ms estpido que nos ha sucedido en los ltimos aos. El delincuente que mata o viola no pregunta antes a sus vctimas a qu signo poltico pertenece. No masacra con especial deleite al de derecha y dispensa del mal rato al de izquierda. Sin embargo, los sectores supuestamente ilustrados de ambos bandos han hecho una bandera del asunto: los ms conservadores (ahora, sorprendentemente, acicateados por conocidas figuras de la colonia artstica) abogan, sin ms, por la pena de muerte, como si sta pudiese ser incluida por mero clamor popular en el Cdigo
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Penal, en tanto que los autodenominados progresistas cercanos al Gobierno prefieren creer que la inseguridad es slo una sensacin y que los delincuentes existen por la desigualdad social (Tengo un mundo de sensaciones, Pablo Sirvn, La Nacin, 29-03-09).
De cualquier manera, las posiciones en torno a este debate no se presentan como bloques estancos corporativos. Vale decir, el discurso de los periodistas no es homogneo, sino que as como sucede con los discursos en el campo poltico, las posturas se articulan en torno a su posicionamiento con respecto a las polticas implementadas por el gobierno nacional. El escenario se conforma entonces alrededor de la disputa entre oficialismo y oposicin, y subsecuentemente se encolumnan las opiniones en torno al papel que desempean los medios de comunicacin en esta problemtica.2 De hecho, en otro peridico, la cuestin es planteada en estos trminos:
Los medios han logrado legitimar un discurso, mediante el cual ocultan que, adems o en lugar de reflejar la realidad, la producen. Lo hacen a travs de una construccin de sentidos por la que, sin ir ms lejos, uno mismo se pone a escribir para retrucar a esa bajada de lnea hegemnica, que no es otra cosa que la lgica de la dominacin porque los medios no son otra cosa que el poder mismo. Cuntos y quines reparan en eso? (El guin de la realidad, Eduardo Aliverti, Pgina 12, 16-0309). La seguridad se garantiza con una sociedad inclusiva que promueva la igualdad de oportunidades (). Las soluciones a la inseguridad, instalada mediticamente y cuyo fin no es otro que apuntalar el temor de algunos sectores de la sociedad, lejos de resolverla, la profundizan (Los ejes de la seguridad, Edgardo Binstock, Pgina 12, 31-10-08).
2 Si bien excede los lmites del presente artculo resulta necesario destacar que en el transcurso de la investigacin, el debate y la sancin de la ley de servicios de comunicacin audiovisual (ley 26.522), sancionada el 10 de octubre de 2009, trastoc profundamente el inestable equilibrio entre gobiernooposicin y gobierno-medios, tiendo con un nuevo color la problematizacin de la (in)seguridad a la par que dej en evidencia los intereses corporativos que atraviesan el campo de los medios de comunicacin.
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el pensador es ms un trmino que un origen: no es libre de elegir a la manera de observador distanciado, uno u otro fragmento de lo real a ttulo de objeto de estudio. En otras palabras, el trabajo terico se arraiga en Foucault al lugar en el que el sujeto pertenece a un complejo institucional, relacional y discursivo que lo supera: uno no reflexiona sobre lo que quiere (). Sin embargo, la trayectoria de esa reflexin no est preinscripta en su objeto, ni el pensador se limita a la recoleccin de un sentido desde siempre depositado en su cultura. Porque, precisamente, la experiencia est recorrida por sacudimientos sordos que abren la posibilidad de un trabajo y de un desplazamiento (): si hay una pequea fisura, entonces se puede reflexionar (Potte-Bonneville, 2007: 251).
Teniendo en cuenta este horizonte, en este artculo analizaremos la multiplicidad de discursos mediticos que van conformando y dando espesor a un objeto, el cual a travs de un complejo juego de luces y sombras emerge como problema, se instituye en tanto experiencia, delimitando de esta manera, lo que es posible pensar, decir y hacer. Puntualmente, abordaremos los diferentes elementos que aparecen en torno a la (in) seguridad a partir del anlisis de artculos publicados durante 2007, 2008 y 2009 en los tres medios grficos de mayor circulacin de la Argentina (Clarn, Pgina 12, La Nacin) intentando rastrear tensiones, continuidades y discontinuidades en estas producciones de sentido.3
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tos y la violencia fundamentalmente en los grandes ncleos urbanos. De all que en estos discursos la (in)seguridad fija su sentido en torno a la proteccin de la integridad fsica y la propiedad privada.
La poblacin tiene derecho a transitar en paz, todos tenemos derecho a que no se roben por fuerza nuestras pertenencias, tenemos incuestionable derecho a la vida. Quien nos ataca puede ser que tenga sus propias razones para hacerlo; pero a la vez est cercenando derechos, y actualmente a menudo ello conlleva formas extremas de violencia fsica, con muerte incluida. Ello no puede tomarse como una fatalidad, o como algo que resolveremos el da que la pobreza haya desaparecido; da que no sabemos si llegar, mientras la violencia se ejerce diariamente y deja vctimas de manera casi permanente. Asumamos, entonces, que el tema es relevante, y que nos pertenece tambin a los que queremos una sociedad mejor y ms justa (La inseguridad, cuestin de derechas?, Roberto Follari, Pgina 12, 26-10-08). En las ltimas semanas se produjeron varios delitos resonantes que costaron la vida de civiles y policas y que agudizaron la preocupacin por el problema de la inseguridad. () El ltimo de esos hechos fue el asesinato del subteniente de la Polica de la Provincia de Buenos Aires, Miguel ngel Martnez, que cay en cumplimiento de su deber (Responsabilidad y profesionalismo para la seguridad, Opinin, Clarn, 15-03-09). El delito, sea cual fuere su naturaleza o modalidad, siempre es infinitamente cruel y perverso, porque no slo se apodera de los bienes o la honra (cuando no de la vida misma) de sus vctimas, sino que, adems, en tanto puede hacer gala de descarada impunidad, va tejiendo en torno del conjunto de la sociedad una red de aprensiones y temores hasta lograr desgastarla y tornarla indefensa (La sociedad se siente desprotegida, Editorial, La Nacin, 10-10-08).
Como se desprende de las citas presentadas, si bien todas las voces coinciden en definir la (in)seguridad vinculada a los delitos y la violencia (y a trasgresiones que afectan la vida y la propiedad) las posiciones se desdoblan en la medida en que,
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para algunos, esta problemtica incluye otros elementos: aparece el fenmeno anexado a una dimensin social que debe ser tomada en cuenta en la delimitacin de la problemtica y en la bsqueda de soluciones. Como se deja leer en la columna de opinin del diario Clarn titulada Con la inseguridad, poco y nada: Todos sabemos que detrs de la imparable espiral de violencia estn la marginalidad, la desigualdad y la droga (Ricardo Roa, Clarn, 12-03-09). Incluso, en algunos discursos, ambas posiciones aparecen solapadas:
Cuando se discute sobre el auge de la inseguridad que padecemos los argentinos, dos tesis parecen enfrentarse () [Sin embargo] hay dos culpas concurrentes por el auge de la delincuencia. Una es la impunidad y la otra es el deterioro social. En la raz de ambas gravita sin embargo una sola causa principal: la inaccin del Estado (Ante una tesis de Argibay, Mariano Grondona, La Nacin, 25 de marzo de 2009).
Sin desconocer los matices que diferencian entre s ambas posturas, aparece en ellas el mismo emplazamiento que caracteriza los modos de problematizacin de la (in)seguridad en otros campos. En los discursos de los medios de comunicacin encontramos una matriz comn de construccin del problema que se pregunta por las causas y, en el mismo movimiento, propone soluciones. Matriz que en otros trabajos hemos denominado diagnstico-teraputica: entre diagnsticos y soluciones se muestra una marcada interdependencia, en otras palabras, los elementos que aparecen como causas de la inseguridad reaparecen de manera invertida como sus soluciones.4 Un esquema frente al cual lo mnimo que se puede sealar es su curiosa afinidad con el positivismo criminolgico. De alguna manera, el sujeto de la enunciacin se presenta a s mismo como una suerte de moderno patlogo social, capaz de detectar la enfermedad y prescribir su tratamiento.
Desde hace varios aos, la inseguridad aparece como el
4 Ver en este libro el artculo La paramos de pechito. La (in)seguridad en el discurso de los funcionarios policiales de Karina Mouzo, Alina Rios, Gabriela Rodrguez y Gabriela Seghezzo.
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problema ms sentido y el ms grave y urgente de los que afectan a los habitantes de la Argentina. Las razones que la provocan son un fenmeno complejo y multicausal, tanto en su origen cuanto en su dinmica, y es en este sentido como deben ser formuladas las respuestas (Inseguridad, el problema ms urgente, Editorial, La Nacin, 07-02-09). Est claro que todos esos factores son reales y necesariamente deben ser considerados, pero ninguno de ellos podra ser sealado como nico o excluyente a la hora de formular un diagnstico creble sobre la realidad social imperante en materia de delincuencia e inseguridad. Lo importante es atribuirles a todos ellos la gravedad que les corresponde y analizarlos con el mximo rigor, despolitizndolos y desideologizndolos, y tratando de establecer, adems, de qu manera se relacionan e interactan unos con otros (). Una poltica transformadora en ese campo slo ser eficiente y duradera si ha sido instrumentada a partir de un anlisis maduro y no unilateral ni tendencioso del fenmeno de la delincuencia y de sus mltiples causas culturales y sociales. Tengmoslo en cuenta a la hora de definir las estrategias tendientes a garantizar la seguridad gene- ral y el orden pblico, valores supremos de toda sociedad (Las causas de la inseguridad, Editorial, La Nacin, 12-02-07).
Como se desprende de estos fragmentos, el diagnstico del problema (lo que en los artculos se llama bsqueda de las razones o las mltiples causas culturales y sociales de la inseguridad) implica necesariamente la prescripcin de soluciones: formular respuestas, implementar una poltica transformadora o estrategias tendientes a garantizar la seguridad. De cualquier modo, si bien esta matriz de racionalidad unifica los discursos que circulan en distintos campos, los discursos en los medios de comunicacin presentan una particularidad: esa matriz adquiere la forma y la potencia de un imperativo, imperativo de saber y de hacer. Precisamente, en torno a esta matriz diagnstico-teraputica emergen una serie de elementos que juegan como factores constitutivos en la produccin de (in)seguridad.
La preocupacin por la seguridad pblica halla explicacin no slo en los indicios que transmite la vida cotidiana y que
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son recogidos por los medios de difusin, sino en la falta de una respuesta pblica, integral y coherente desde el Estado. () La cuestin requiere un abordaje integral que comience con la prevencin social del delito () Estas son algunas propuestas (): necesitamos un plan pblico, coherente y eficaz en seguridad pblica (Menos medidas aisladas y ms coherencia. Respuestas a la inseguridad, Jos Manuel Ugarte, Opinin, Clarn, 27-11-08). [En relacin a la inseguridad] No ms crceles sino mejores instituciones que se ocupen de la infancia, devolvindoles los derechos fundamentales de poder vivir y desarrollarse (Hambre y represin, Eduardo Pavlovsky, Pgina 12, 22-11-09). Una de las causas ms slidas y seguramente ms difcil de revertir es el proceso social que articula empobrecimiento, desintegracin de las familias, desocializacin de las personas por falta de trabajo y abandono de la escuela y expansin de las redes de narcotrfico. Este fenmeno afecta a capas crecientes de las poblaciones de centros urbanos, aqu y en casi todo el mundo, y slo puede enfrentarse con polticas que combinen las medidas tradicionales de seguridad, con programas para recomponer el tejido social mediante la creacin de oportunidades de trabajo y de estudio, especialmente para los mas chicos. Uno de los grandes desafos es, en este sentido, rescatar a las personas atrapadas por las redes de la droga, sea como consumidores o como partcipes en las actividades del narcotrfico, donde un nmero creciente de jvenes busca ingresos (La seguridad como preocupacin ciudadana, Clarn, 25-11-07).
De manera analtica pueden delimitarse dos elementos: por un lado, los sujetos y sus conductas causantes de la inseguridad y por el otro, la ausencia del estado. Paralelamente, y teniendo en cuenta que nos encontramos frente a una matriz que se pregunta por las causas y propone soluciones, tambin se van a formular o reclamar propuestas y soluciones orientadas hacia ambos frentes. Como analizaremos ms adelante, se propone/ reclama bajo la forma del imperativo, un amplio abanico de intervenciones que incluye desde polticas penales a polticas sociales, polticas que sin embargo no siempre aparecen enfrentadas entre s, sino que se presentan de manera solapada.
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Vale decir, las ms de las veces prevencin, rehabilitacin y represin de los sujetos ya definidos como causantes de la (in) seguridad aparecen imbricados y yuxtapuestos.
5 En trminos de Agamben, la estructura de la excepcin exclusininclusiva (Agamben, 2003). 6 Con casi siempre indicamos que desde las perspectivas ms autoritarias, la nocin de vctima se limita a un nosotros (real o potencial) objeto de la inseguridad, opuesto a un ellos-victimario. Por otra parte, desde las perspectivas ms crticas la nocin de vctima aparece ampliada ya que incluye a los reales o potenciales ofensores, en tanto stos son presentados como vctimas de la exclusin social. De cualquier manera, la estructura disyuntiva caracteriza a sendos modos de construccin del problema (in)seguridad.
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Los ciudadanos, como consecuencia, viven detrs de las rejas que ellos mismos se han forjado mientras las pocas crceles que ha construido el Gobierno no alcanzaran, aun si los delincuentes fueran realmente condenados, para contenerlos. Los ciudadanos cercados y los delincuentes libres: sta es la perturbadora imagen que hoy alimenta la indignacin de los argentinos (La idea errnea que alimenta a la inseguridad, Mariano Grondona, La Nacin, 15-03-09).
Los argentinos y los ciudadanos (as como tambin, otros significantes asociados: la sociedad, la poblacin, los vecinos) se presentan como universales o totalidades armnicas pero que, al mismo tiempo, presentan una grieta que los mina internamente, un elemento que funciona como su negacin interna: queda ntidamente delimitado un adversario a partir de su expulsin de la totalidad. De hecho, esta estrategia discursiva es reforzada apelando a metforas blicas. El paroxis- mo de esta lgica de oposiciones queda claramente evidencia- do en los significantes lucha, batalla, combate, mostrando en el lmite (y no tanto) la pretensin de eliminacin.
Se trata de brindar las bases de una planificacin a corto, mediano y largo plazo de la lucha contra el delito (Menos medidas aisladas y ms coherencia. Respuestas a la inseguridad, Jos Manuel Ugarte, Opinin, Clarn, 27-11-08). Las acciones tendientes a enfrentar con xito esta lacra y as darle respuesta a la legtima inquietud provocada por su subsistencia requeran intervenciones globales, desarrolladas desde todos los niveles y llevadas adelante en condicin de polticas de Estado. () Lo contrario equivaldra a correr el albur, tantas veces citado en esta columna editorial, de que la sociedad acosada llegase al extremo recurso de decidir defenderse por mano propia (La sociedad se siente desprotegida, Editorial, La Nacin, 10-10-08).
Las metforas blicas evocan la presencia de dos grupos contrapuestos, y en ese contexto no es asombroso que ciertas vidas aparezcan (poltica y socialmente) como sacrificios necesarios para la homeostasis social. La sociedad acosada en-
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contrara en la defensa por mano propia la nica posibilidad de resolucin para combatir, enfrentar, luchar por su seguridad. Definido en estos trminos el problema de la inseguridad las soluciones se delimitan en torno a la intervencin, la neutralizacin, o directamente la eliminacin de esos otros que han sido construidos como causa eficiente de la inseguridad. En otros trminos, si la ilusin de completitud hace emerger la pretensin de totalidad, la lucha contra el elemento que niega esa pretensin, los otros, el sntoma, permite creer que en su eliminacin radica la solucin al problema de la inseguridad.7 Eliminando el sntoma se alcanzar la totalizacin y as se ilumina el carcter dual de los otros: desmienten la posibilidad de totalizacin pero a su vez la disfrazan. En la preocupacin por buscar causas y soluciones, se hace evidente el intento de sutura de la totalidad. A travs del imperativo del hacer, esta falla aparece como meramente coyuntural, como una insuficiencia a ser abolida en un progreso ulterior, progreso slo alcanzable bajo el imperativo del saber. Ahora bien, cules son los atributos o acciones negativas que se invocan en la delimitacin de esa otredad? Sucintamente y como se desprende de los siguientes fragmentos: falta (de trabajo, de educacin, de valores, de oportunidades), pobreza, deterioro, exclusin, etc., aparecen como significantes que dan forma a la otredad.
La Presidenta hizo referencia a uno de los aspectos centrales del resguardo de la seguridad porque, como se ha sealado reiteradamente en esta columna, la falta de trabajo y de educacin conduce no slo al empobrecimiento, sino al deterioro de los valores que hacen a la integracin social y a la prdida de confianza en las posibilidades del progreso a travs del trabajo y el estudio. En las familias que caen en situaciones de pobreza estructural el problema es particularmente grave porque los chicos tienen mayor riesgo de abandonar la escuela, que es
7 Segn Zizek el sntoma es el elemento particular que subvierte su propio fundamento universal, una especie que subvierte su propio gnero (Zizek, 2005: 47).
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tanto un mbito de aprendizaje como de socializacin, y de caer en las redes del delito como alternativa de ingresos y tambin de pertenencia y de identificacin (Responsabilidad y profesionalismo para la seguridad, Editorial, Clarn, 15-03-09). El que no come no piensa y su arma es la inmediatez. El hambre es un crimen en nuestro pas, un crimen diario que potencia la delincuencia. () En la provincia de Buenos Aires, entre los 15 y los 20 aos los jvenes piensan que dentro de cinco aos van a estar muertos o excluidos (encuesta del Ministerio de Desarrollo Social). No pueden pensar ni imaginar el futuro. Y no poder imaginar un futuro o un proyecto los convierte en un ser de otra cultura, formada por otros valores, por otros ideales, adems de ser jvenes que han convivido con tres generaciones sin trabajo (Hambre y represin, Eduardo Pavlovsky, Pgina 12, 22-11-08).
Como ya lo sealamos desde los primeros prrafos de este trabajo, en estos discursos emerge una estrategia que establece una ntima relacin entre inseguridad y delincuencia. Estrategia que se complementa con una segunda (o mejor dicho, ambos elementos forman parte de la misma estrategia): se establece una ligazn causal entre pobreza-delincuencia. No resulta casual ni azarosa la emergencia de una suerte de cadena de equivalencias entre pobreza-delincuencia-inseguridad, que pone al descubierto una racionalidad que anexa la produccin de un saber construido en la observacin (clnica), una etiologa (diagnosis) y una teraputica. Una racionalidad, claro est, positivista. No es la pregunta por las causas en s misma la que adscribe un discurso a una racionalidad positivista sino la articulacin de estos tres elementos, que en el caso de los medios de comunicacin se expresa en la yuxtaposicin de los imperativos del saber y del hacer. Por lo tanto, en estos discursos, los sujetos que aparecen como la encarnacin de la violencia, el delito y la inseguridad son los pobres, fundamentalmente los jvenes-pobres. Como se argumenta en la nota de Pgina 12 sugestivamente titulada Los ejes de la inseguridad:
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A partir de 2003 se reinstal un nuevo paradigma basado en la produccin y la reconstruccin del trabajo y la recuperacin de la seguridad social. Sin embargo, el Estado y la sociedad tienen an una deuda con decenas de miles de jvenes. Con aquellos que, abandonados por el sistema educativo y sin perspectivas futuras, deambulan por las calles en un presente incierto (Los ejes de la inseguridad, Edgardo Binstock, Pgina 12, 31-10-09).
Un escenario de pobreza y marginacin se presenta como fbrica de delincuentes, sujetos que con otra cultura, otros valores, sin educacin, sin trabajo, sin perspectivas futuras, encarnacin de la otredad, entonces, jvenes-pobres que, en el proceso de conformarse en adultos, producen y reproducen la inseguridad.
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Es hora de que todas nuestras autoridades, sin excepcin les presten particular atencin a las demandas, paulatinamente ms y ms clamorosas, de mayor seguridad (La sociedad se siente desprotegida, Editorial, La Nacin, 10-10-08). La gente pide acciones eficientes para enfrentar el delito. Y el Gobierno contesta errticamente. Muchas veces como si el problema no fuese suyo. La Presidenta omiti el tema en el mensaje inaugural del Congreso. Y recin repar despus de que figuras de la TV hicieran de altoparlantes del reclamo colectivo (La inseguridad no es una marcha, Ricardo Roa, Clarn, 19-03-09).
Si bien se establece que todas las autoridades son responsables y se apunta a los distintos niveles de gobierno, luego se establecen jerarquas de manera que la principal crtica se dirige a las autoridades a nivel nacional. Indudablemente, sealar entre las causas el silencio o la falta de respuestas por parte de las autoridades nacionales, o su accionar errtico e incoherente, se inscribe no slo en la delimitacin de diagnsticos, sino simultneamente conforma un territorio apropiado para la disputa poltica entre oficialistas y opositores. De esta manera, la ausencia e incapacidad de las autoridades nacionales es reiteradamente sealada por autoridades de gobiernos locales de signo poltico partidario opuesto y, dependiendo de la coyuntura electoral, tambin por quienes bregan por presentarse como alternativa a quienes actualmente gobiernan. As el jefe de gobierno porteo, Mauricio Macri, se refera a su relacin con las autoridades nacionales y al problema de la inseguridad:
El dilogo hasta el momento es nulo. Hace meses planteamos una serie de inquietudes que no han evolucionado en soluciones () No hemos podido avanzar nada. Lo que pedimos es que nos acompaen en los trabajos conjuntos, que nos desbloqueen los trabajos. Estoy cada vez ms preocupado por la inseguridad. Esta aumenta en todos lados. El problema de inseguridad avanza en todo el pas y no podemos darle una solucin. Se ve que se ha hecho muy poco y nosotros tenemos una impotencia ya que no podemos tener autoridad sobre la posibilidad para accionar nuestro plan () No solo no podemos
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ocuparnos de los delitos graves, sino que ni siquiera podemos sacar unas carpas que se colocan de prepo (Macri neg la reunin con Massa y reconoci que hay ms inseguridad, La Nacin, 28- 07-08).
Asimismo, en una nota bajo el sugerente ttulo Ms cruces entre Macri y Fernndez por la inseguridad se expresa la palabra del mandatario porteo, quien pondera la gestin de Anbal Fernndez al frente del Ministerio de Seguridad, Justicia y Derechos Humanos:
Tenemos un ministro hace aos y las cosas estn cada vez peor. Si por cada una de sus palabras tuvisemos un delito menos, seramos el pas ms seguro [el Ministro] es un hombre incapacitado () necesitamos un ministro que entienda de seguridad (Ms cruces entre Macri y Fernndez por la inseguridad, Infobae, 21-01-09).
Por su parte la lder de la Coalicin Cvica, Elisa Carri, sostiene que la presidenta Cristina Fernndez de Kirchner est ausente:
Venimos a sealar que, no porque no hable la Presidenta, el clima de aumento de la inseguridad no adquiere caracteres de dramatismo inusual. No puede una Presidenta de la Nacin no hablar de la inseguridad o decir qu va a hacer con el crecimiento abrumador del narcotrfico. La seora Presidenta ni se entera que los sicarios del narcotrfico se estn matando en el conurbano () Si la seora Presidenta no dice qu poltica social y qu poltica de seguridad dar para el combate efectivo de la inseguridad, la verdad es que se puede estar en el pas estando ausente de sus dramas. Su presencia es de fachada, es de imagen, pero est profundamente ausente (Carri fustig al gobierno y advirti que Cristina est `ausente, La Nacin, 29-03-09).
Refirindose a la provincia de Buenos Aires el diputado nacional opositor, Francisco de Narvez, en una conferencia de prensa afirmaba:
Tengo la conviccin de que la batalla contra la delincuen-
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cia es la principal preocupacin de todos los bonaerenses y la Presidenta ni siquiera mencion el tema en su discurso ante la Asamblea legislativa. Ya no les creen ms (Agencia Nova, 20-03-09).
En cuanto a la gestin del actual gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, De Narvez sealaba:
est improvisando () ha decidido administrar la inseguridad () no hay una poltica de seguridad provincial (Agencia Nova, 20-03-09).
Ante una consulta referida a si no se senta depositario de las crticas del ex presidente Nstor Kirchner, quien seal en Merlo que hay algunos dirigentes de la oposicin que hacen poltica con el problema de la inseguridad, De Narvez fue categrico:
Quiero que Kirchner me escuche. Lo desafo a dar un debate, cuando quiera y donde quiera, sobre inseguridad. Pero que sea pblico (Agencia Nova, 20-03-09).
Las disputas polticas hacen eje entonces en el problema de la (in)seguridad, y los medios se constituyen en trinchera, arena de conflicto desde donde se juega el juego de la disputa electoral. Juego en el que participan los medios de comunicacin posicionndose en alguno de los frentes del debate. Pero ms all de los enfrentamientos, el efecto inmediato del cmulo de discursos es la reafirmacin de la (in)seguridad como prioridad y la cuestin se traduce en una urgencia poltica: responder a las demandas en forma rpida y eficiente. Un buen gobierno o un buen gobernante es entonces aquel que reconoce la urgencia y responde con medidas pertinentes. La interpelacin a las autoridades nacionales y provinciales cobra entonces gran significacin en el marco de disputas poltico-electorales. Si bien el diagnstico se orienta hacia la atribucin de responsabilidades a las autoridades gubernamentales, sin embargo tambin introduce una causalidad ms abarcativa: la ausencia del estado. La (in)seguridad aparece no slo como
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un problema vinculado a las inacciones o incompetencias de funcionarios de tal o cual signo partidario, sino que gira en torno al papel general del estado.
() la poltica de seguridad que se implemente tiene que incluir todos los factores que hacen a su problemtica. Y ello deber realizarse rpidamente, dado que la percepcin actual es que el Estado es ineficaz para resolver el problema (Inseguridad, el problema ms urgente, Editorial, La Nacin, 0702-09). [Entrevista a Marta Arriola, Subsecretaria de Niez y Adolescencia de la Provincia de Buenos Aires] No est de acuerdo en bajar la edad de imputabilidad y asegura que el debate debe centrarse en cmo rescatar a los pibes de la marginalidad en la que los abandona el estado: Los violentamos dice- despus delinquen y nos rasgamos las vestiduras () Empezamos a hablar de los pibes cuando el pibe aparece armado y comete un delito y mientras tanto tenemos cientos de miles de pibes en una situacin crtica y tenemos que ir por ellos, no cuando la situacin se transform en una situacin punible, porque ah ya perdimos el partido (De los pibes se habla recin cuando delinquen, Horacio Cecchi, Pgina 12, 08-11-08).
Presentado como ineficaz, insuficiente, errtico, ausente, el estado se conforma as como phrmakon: causa y cura de los males al mismo tiempo. Una ambivalencia por la cual el estado es simultneamente la enfermedad y el remedio. La cura contra la enfermedad est contenida en la enfermedad misma pero, claro est, la cuestin central gira en torno a la dosis apropiada para la inmunizacin.8 El estado produce inseguridad y sin embargo todas las propuestas teraputicas lo interpelan. Y es a travs de esta caracterizacin que se ponderan las polticas pblicas implementadas por las distintas agencias estatales: falta, carencia, ausencia, incapacidad son los significantes que confluyen en una diagnosis que orienta la teraputica
8 Esta idea de phrmakon como ambivalencia constitutiva es trabajada por Eligio Resta en La certeza y la esperanza. Ensayo sobre el derecho y la violencia (1995) y por Roberto Espsito en Immunitas. Proteccin y negacin de la vida (2005).
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en torno a ms estado y ms intervencin en el problema. Si como se desprende de los fragmentos citados, el estado es interpelado en sus carencias, sus faltas, sus ausencias, los discursos que llevan a cabo la interpelacin no constituyen una masa homognea e indiferenciada. Por el contrario, se diferencian entre s de acuerdo a las crticas a las que lo someten, los reclamos que enuncian y las soluciones que sugieren. Y desde esta perspectiva podemos delimitar dos nudos problemticos en torno a los cuales se configuran diagnsticos y teraputicas. En primer lugar, las causas se articulan en torno a la cuestin penal en sentido estricto. Se seala que la inseguridad como problema es causa directa de la ineficiencia-ineficacia del sistema penal. En este punto, lo que fundamentalmente se reclama al estado son ms recursos y una utilizacin eficiente y coherente de los mismos:
El plan del gobierno contiene elementos necesarios para solucionar el problema: el Gobierno aportar ms patrulleros, ms celulares, ms hombres, etctera. Pero, para que funcione adecuadamente, hay que coordinar muy bien todos esos elementos y, en ese punto, las fuerzas de seguridad acumulan muchos fracasos (La inseguridad es real, Adrin Ventura, La Nacin, 05-04-09). Se pueden fortalecer los esfuerzos ya realizados para mejorar la formacin y equipamiento de las policas provinciales y apoyar tcnicamente la conformacin de instancias polticotcnicas de conduccin de la seguridad pblica, rganos de inteligencia criminal e instancias de participacin comunitaria en la seguridad interior, en las provincias (Responsabilidad y profesionalismo para la seguridad, Editorial, Clarn, 15-0309). () La reciente decisin del gobierno nacional de movilizar a la Gendarmera Nacional para reforzar la seguridad en las calles constituye, por cierto, un buen paso hacia el fortalecimiento de las condiciones que permitirn neutralizar los avances de la delincuencia (Las causas de la inseguridad, Editorial, La Nacin, 12-02-07).
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La cantidad de efectivos policiales -e incluso la incorporacin de otras fuerzas como Gendarmera- y la calidad de la formacin profesional y el equipamiento son una constante en los diagnsticos que tienden a apuntalar una respuesta estatal de carcter policial. Sin embargo, no se trata solamente de ms fuerzas de seguridad, sino tambin de la creacin de instancias institucionales de coordinacin tcnica, cuando no de la racionalizacin y modernizacin del funcionamiento de las instituciones existentes. Todos estos elementos aparecen como solidarios en la evaluacin crtica de las polticas pblicas im- plementadas. En este marco, la produccin y la difusin de da- tos estadsticos adquieren una relevancia especial:
El drama de la inseguridad tiene vctimas de toda clase y condicin, no focaliza ni en ciertos grupos sociales ni en zonas urbanas o rurales, y como no contamos con estadsticas, no sabemos con certeza cuntas muertes acumulan la siniestralidad vial, la delincuencia comn o el gatillo fcil. El dato es vital para cualquier Estado (No mano dura, sino firme, Ema Cibotti, Clarn, 27-03-09).
La medicin estadstica del drama de la inseguridad, la produccin de datos que daran cuenta de la dimensin real del problema, se torna as un punto clave a partir del cual se pondera no slo la eficacia/eficiencia de las polticas pblicas implementadas por los distintos niveles de gobierno, sino tambin el accionar de las agencias del sistema penal. As, consultoras y diversos organismos del estado dan a conocer peridicamente, en los medios de comunicacin, el estado de la inseguridad a travs de los nmeros. Pero adems, los mismos medios producen datos a travs de encuestas as como tambin reproducen y procesan datos producidos por otros.
Encuestas recientes demuestran que un elevado porcentaje de la poblacin portea y del Gran Buenos Aires est siendo presa de esa agobiante sensacin de estar desprotegida ante el asedio de la delincuencia. Abundan los datos acerca de esa nociva tendencia, pero baste citar como ejemplo la encuesta realizada por el Centro de Opinin Pblica de la Universidad de Belgrano (Copub). Despus de consultar, entre el 27 de agosto y el 11 de septiembre ltimos, a 620 vecinos de la Ciudad de Bue-
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nos Aires, el resultado arroj la existencia de un 60 por ciento de opiniones segn las cuales la inseguridad sigue en crecimiento. En 2006 y 2007, ese criterio slo haba sido compartido por el 44 por ciento de los encuestados. El 71 por ciento de ellos afirma, asimismo, que la inseguridad es alta (La sociedad se siente desprotegida, Editorial, La Nacin, 10-10-08). A esta complejidad se suman otros elementos que dificultan an ms la elaboracin de polticas adecuadas, como la escasez de estudios sobre seguridad pblica y la inexistencia de sistemas estadsticos oficiales plenamente confiables. Por ello, se debe recurrir a mediciones efectuadas desde otros mbitos. As, por ejemplo, cabe mencionar la que realiza anualmente el Centro de Estudios para la Convergencia Democrtica, denominada ndice de temor ciudadano (ITC) (Inseguridad, el problema ms urgente, Editorial, La Nacin, 07-02-09).
En estos discursos los datos se conciben como un elemento clave del diagnstico que de manera indiscutida (e indiscutible) tendra una doble funcin: dotar de realismo objetivo al problema y permitir conocer sus dimensiones y caractersticas. Los datos son pensados entonces como un elemento imprescindible para el diseo de polticas de coherentes, efectivas y eficaces.
Partiendo de una capacidad de diagnstico basada en una estadstica criminal cuya creciente perfeccin, confiabilidad y publicidad debe constituir un objetivo fundamental, una Direccin Nacional de Inteligencia Criminal sera lo adecuado. Hablo de buenos cuadros, fortalecidos con la participacin del mejor personal policial y de seguridad especializado, con capacidades de anlisis espacial, temporal, personal y de modus operandi del delito, en comunicacin con similares en las provincias y con todas las instituciones participantes de la seguridad pblica. Se trata de brindar las bases de una planificacin a corto, mediano y largo plazo de la lucha contra el delito (Menos medidas aisladas y ms coherencia, Jos Manuel Ugarte, Clarn, 27-11-08).
Si los datos son fundamentales para la implementacin de polticas acertadas en la lucha contra el delito, la escasez, la
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imperfeccin o la ausencia de datos estadsticos oficiales engrosa la lista de las carencias atribuidas al estado. Esta carencia se traduce en una crtica directa a las autoridades y en consecuencia abre un nuevo frente de disputa en las internas polticas.
Las estadsticas, en las que insiste el ministro de Justicia Anbal Fernndez, slo reflejan datos en blanco, denuncias que llegan a la polica o a la justicia. Pero son muchos, muchsimos, los delitos que no se denuncian porque la vctima no sabe cmo hacerlo, tiene miedo a la polica que lo atiende, cree que la denuncia nunca servir para descubrir al delincuente o, simplemente teme que su situacin de vctima se empeore, por ejemplo, por una venganza de delincuentes o policas. Por eso, la cifra negra del delito es altsima, tres o cuatro veces mayor que la de los delitos que llegan a la Justicia (La inseguridad es real, Adrin Ventura, La Nacin, 05-04-09). La desaparicin de los alcances del pblico de la estadstica criminal con que cuenta el pas -incluyendo las encuestas de victimizacin- no contribuye al incremento de la confianza (Menos medidas aisladas y ms coherencia, Jos Manuel Ugarte, Clarn, 27-11-09). La encuesta del Copub revela que el 37 por ciento de los consultados le atribuye la inseguridad y su propia desproteccin a la pobreza, la desigualdad social y la desocupacin, y el 30 por ciento se lo adjudica a la lenidad de la legislacin vigente. A eso habra que sumarle la detestable influencia de la drogadiccin, sin que ello agote la penosa nmina de los factores que inducen a delinquir y, por ende, atentar contra la convivencia social () Todos esos datos concurren a dar pauta de que la gente comn descree de las estadsticas oficiales, invariablemente falseadas incluso a pesar de la rotunda desmentida que a esas estimaciones les plantea la cruda realidad (La sociedad se siente desprotegida, Editorial, La Nacin, 1010-08).
La disputa en torno a los datos se establece en, a partir y a travs de los datos. Vale decir, se afirma que los datos disponibles son insuficientes o falaces y para demostrarlo se recurre
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a datos.9 Las mediciones son entonces calificadas como insuficientes, denunciadas como falaces o consideradas deficientes cuando provienen de organismos oficiales, pero sin embargo nadie duda de su necesidad. Nadie duda del realismo del dato y de la necesidad de contar con ellos, en todo caso se sospecha de su fidelidad, o se denuncia su ausencia, y se reafirma as que lo que las estadsticas miden es una realidad exterior, preexistente e independiente de la definicin de una cuestin en tanto problema. De esta manera se invisibiliza que los datos son construcciones que, ms que medir una situacin preexistente, la instituyen en tanto tal. Irrumpe as de la mano de los datos, casi en forma transparente, la potencia del imperativo del saber como condicin de posibilidad del imperativo del hacer. En estrecha relacin con el nudo problemtico que seala la ineficacia o ausencia del estado en relacin a las causas y soluciones penales, el campo de intervenciones se ampla en la medida en que se introducen las causas sociales, reforzando de esta manera la ligazn pobreza-inseguridad. Si hay causas sociales de la (in)seguridad, se requieren entonces antdotos especficos: intervenciones sociales.
La ausencia de una poltica de Estado frente al retiro de fondos destinados a la ayuda social fue el origen del crimen juvenil. Los chicos de La Matanza y de La Cava son nuestros pequeos hustler. () El intendente Gustavo Posse dijo que
9 Un ejemplo interesante de la disputa poltica por, en y a travs de los datos, lo constituye la iniciativa del diputado provincial opositor De Narvez tantas veces publicitada en los medios de comunicacin, quien desde su pgina web convoca a participar a la ciudadana en la construccin de un mapa del delito, bajo la sugerente consigna Saber nos da seguridad: Como saben estoy muy preocupado por la situacin de inseguridad que estamos viviendo en la provincia de Buenos Aires. Por eso les ped a un grupo de profesionales que desarrollen una herramienta que nos permitir, a partir de hoy, luchar por seguridad. As logramos crear el mapa de la inseguridad un sitio de Internet interactivo donde las personas que fueron vctimas o testigos de un hecho de inseguridad dentro de la provincia de Buenos Aires, pueden ingresar su caso y relatar los hechos. Cul es el objetivo? Que ante la censura ejercida por el Gobierno sobre los datos oficiales, podamos empezar a construir una estadstica de la gente y as sepamos qu delitos nos estn sucediendo, esto obligar a las autoridades a no hacerse los distrados y nos ayudar a nosotros a cuidarnos todava un poco ms (www. mapadelainseguridad.com).
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el crimen del ingeniero Barrenechea est relacionado con el retiro de efectivos de Gendarmera en la villa La Cava. Alguien le contest: El triste suceso est relacionado con la ausencia de educacin, de salud, de trabajo, de buena alimentacin, de los derechos fundamentales del hombre: ausencia de igualdad, ausencia de oportunidades, ausencia de polticas que tiendan a preservar la dignidad humana, en ese asentamiento y en otros muchos puntos de la Repblica (Hambre y represin, Eduardo Pavlovsky, Pgina 12, 22-11-09).
Si los sujetos causantes de la inseguridad son definidos por la carencia, esas carencias son reenviadas a una carencia originaria: la ausencia de polticas de estado. Es as que el estado es causa de la inseguridad en un doble sentido: por su falta de polticas penales y por su falta de intervenciones sociales. El estado aparece como ausente, insuficiente y errtico a la hora de realizar las tareas que posibilitaran la prevencin y/o rehabilitacin de los sujetos ya definidos como causantes de la (in)seguridad. Si bien el estado es causa, si su ausencia fue el origen del crimen juvenil, tambin es interpelado como remedio o solucin:
En lugar de hablar del derecho a la seguridad hay que hablar de la seguridad de los derechos, y en la medida que se garantice el trabajo, la educacin y la inclusin habr una sociedad ms justa y ms segura (Los ejes de la inseguridad, Edgardo Binstock, Pgina 12, 31-10-08).
En apariencia se perfilan dos tendencias contrapuestas. En un intento por distanciarse de las respuestas penales, se proponen intervenciones que presentan un carcter menos punitivo o ms social. El imperativo del hacer se bifurca: por un lado, aquellos que reclaman ms estado en su faz de garante del orden y por el otro, aquellos que reclaman ms estado en su faz de integracin social. Ahora bien, la heterogeneidad que se desprende de esta bifurcacin no implica en ningn caso contradiccin, resulta obvio sealar que en ambos casos se reclama ms estado. Estas intervenciones no se presentan en los medios de comunicacin como opuestas, sino que las ms de las veces, aparece un movimiento pendular entre estos diferen-
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tes tipos de propuestas de intervencin, que busca romper las dicotomas sealando que las polticas deben ser integrales y que en todo caso, las diferencias se instauran en torno al corto y largo plazo. En algunos discursos analizados, la hetero- geneidad se expresa ms en una tensin que en una oposicin excluyente:
Las puntualizaciones oficiales son, en definitiva pertinentes, pero hay que tener en cuenta que las necesidades insatisfechas en materia de inclusin social, educacin y servicio policial son consecuencia de los dficit de las polticas pblicas de larga data, pero en los cuales el frente poltico gobernante tiene desde hace cinco aos una responsabilidad directa (Responsabilidad y profesionalismo para la seguridad, Opinin, Clarn, 15-03-09). Hay que tener en cuenta, en suma, la necesidad de mejorar las condiciones de seguridad de la poblacin con polticas integrales que contemplen optimizar el desempeo de los sistemas policiales y judicial, y tambin revertir la pobreza y la desintegra- cin social que exponen a los chicos al riesgo de caer en el delito (La realidad y las polticas para la seguridad, Editorial, Clarn, 26-07-09).
Incluso circunscribiendo la (in)seguridad a la cuestin penal, el horizonte se ampla considerablemente cuando a la mencionada escasez de recursos se le suman otros aspectos que se enuncian como causas: la precaria situacin de las crceles, la falta de adecuacin de las leyes vigentes, la falta de celeridad de la justicia (cuando no la impunidad en su ejercicio), la ausencia de coordinacin de las distintas agencias involucradas en el problema y la falta de estadsticas confiables. De todos estos elementos, el problema de la ley adquiere una relevancia particular, ya que los discursos analizados la interpelan como elemento que completa la diagnosis que instituye la inseguridad como problema.
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Lo que resulta ms llamativo de estas interpelaciones a la ley es el carcter ambivalente con que ella es convocada. Esta ambivalencia se expresa, en principio, en una serie de modulaciones: por una parte, la ley presenta un sentido marcadamente negativo y es homologada a un obstculo para la resolucin de la inseguridad. Por ejemplo, en el debate en torno a la posibilidad de creacin de una polica propia para la Ciudad de Buenos Aires aparece la ley, en este caso la Ley Cafiero,10 como impedimento.
La cuestin de la seguridad en una ciudad francamente insegura y asediada por el delito es una propuesta de suma importancia para cualquier candidato. Sin ninguna duda, al ciudadano comn le interesa mucho ms recuperar la sensacin de proteccin y seguridad que el aspecto formal de la jurisdiccin a la que pertenecen las fuerzas del orden. Hoy la sensacin de seguridad perdida a manos de los delincuentes que desvela a los habitantes de la ciudad trasciende la formalidad de que la metrpoli cuente con un cuerpo de polica propio. Pero no es
10 La ley 24.588 conocida como ley Cafiero, le reserva la competencia de poder de polica en el mbito de la Ciudad Autnoma de Buenos Aires al Gobierno Nacional.
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menos cierto, tambin, que la autonoma de la ciudad recin ser plena cuando sus autoridades y poblacin puedan tener efectivo control sobre las herramientas centrales del Estado an no delegadas por el poder central (Antes que una polica federal o local, una ciudad segura, Editorial I, La Nacin, 1604-07).
El rgimen de excarcelaciones en referencia al sistema de pulseras electrnicas para el control de procesados y condenados, aparece en los medios de comunicacin como un ejemplo ms de la ley que obstaculiza la resolucin del problema. En efecto, la nota publicada en el diario La Nacin del 7 de septiembre de 2008, bajo la volanta Inseguridad y titulada Control y descontrol: excarcelaciones en el banquillo, afirma lo siguiente:
Luis Cayuela, juez de Cmara penal de San Isidro y con 40 aos de experiencia en el mundo judicial, lo dice con todas las letras. El ministro puede decir y sugerir lo que quiera; yo me atengo a la letra de la ley y, si la ley me autoriza a actuar de tal manera, no tengo por qu atender sus recomendaciones. Si el Poder Ejecutivo quiere restringir el rgimen de excarcelaciones, que modifique la ley. Nosotros nos regimos por lo que dice el ttulo VI del Cdigo Procesal Penal, que es el que establece las reglas generales para las medidas de coercin. Cayuela, por otra parte, no parece ser un juez proclive a otorgar fcilmente pulseras electrnicas y no se suma entre aquellos denominados garantistas (Luis Moreiro, Control y descontrol: excarcelaciones en el banquillo, La Nacin, 07-09-08).11
11 Si bien anterior al perodo que estamos analizando, la figura de la ley como obstculo se evidencia claramente en los medios de comunicacin durante el ao 2001 a partir de los debates sobre la derogacin de la ley del dos por uno. La ley 24.390 estableca los plazos de la prisin preventiva e indicaba que una persona no puede estar ms de dos aos, a lo sumo tres, con prisin preventiva. Si este plazo se venciese, la ley estableca que cada ao en la crcel a partir de ese momento se computara doble cuando se dictase una eventual condena firme. En una nota del diario Clarn se argumentaba: Los especialistas consultados por Clarn recibieron la novedad de modos diferentes. El penalista y ex juez Nstor Blondi parece conforme: Es necesario encontrar un remedio. Hay un verdadero ejrcito de delincuentes armados en la calle decididos a matar en los robos. Muchas de estas personas han salido anticipadamente de la crcel con el beneficio de la ley (Acuerdan terminar con la ley del dos por uno, Clarn, 14-03-01).
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Por otro lado, la ley tambin adquiere significacin en su ausencia y es all donde se detecta la segunda modulacin en torno a la falta de leyes apropiadas. Una y otra vez los discursos sealan la ausencia de instrumentos legales. A modo de ejemplo, en el prrafo que transcribimos a continuacin se indica la necesidad de producir leyes adecuadas para resolver el presunto aumento de delitos cometidos por jvenes.
El tema de los chicos que delinquen es especialmente preocupante porque no slo estn afectando a sus vctimas y a la sociedad, sino comprometiendo desde muy temprano su futuro. La extensin de este problema requiere un estudio serio sobre cmo tratarlo, teniendo en cuenta varios factores. Uno de ellos es una eventual adecuacin de la legislacin penal a la realidad existente, si ello se considera necesario y til para reducir el nivel del delito juvenil. Otro es considerar el tratamiento que reciben los jvenes detenidos o condenados, porque el que reciben actualmente no slo viola en muchos casos derechos que garantiza la ley sino que no sirve para su reeducacin y reinsercin social (La realidad y las polticas para la seguridad, Editorial, Clarn, 26-07-09).
Las crnicas policiales (re)producen continuamente ciertos casos donde los victimarios son jvenes pobres bajo los efectos de las drogas, a la par que resaltan la urgencia de contar con instrumentos legales:
El asesinato del camionero Daniel Capristo desat una comprensible ola de indignacin entre sus vecinos y en la ciudadana en general y reactualiz el problemtico tema de los jvenes delincuentes y los dficit de los sistemas judicial y penal. El aumento del delito juvenil y de la violencia en el mismo no puede ser ignorado por las autoridades como muchas veces ha sucedido, especialmente en los ltimos aos. () Desde hace ms de diez aos se desarrolla un debate sobre la necesidad de adecuar el sistema vigente a la inocultable realidad que se comenta, pero las demoras burocrticas, la desidia y las manipulaciones polticas postergan la disposicin de un nuevo rgimen (Afrontar el tema de los jvenes que delinquen, Editorial, Clarn, 19-04-09).
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Este ltimo artculo es significativo pues all puede verse cmo en el mismo movimiento donde se diagnostica y se demanda una urgente resolucin se convocan las voces autorizadas de los expertos para que se pronuncien sobre la teraputica apropiada, fundamentalmente sobre qu hacer. Es as que entra en escena la disputa sobre la imputabilidad de los menores:
En relacin a esto, el juez de la Corte Suprema, Eugenio Ral Zaffaroni sostuvo que hoy se aplican penas a los menores sin proceso penal, expresando la necesidad de que se dicte una normativa que se ajuste al orden constitucional al tiempo que sugiri bajar la edad de imputabilidad a los 14 aos para, de esa forma, garantizar el debido proceso penal. La demora en asumir seriamente el tema contribuir a mantener la inseguridad, la violacin de derechos de los detenidos y a potenciar la desconfianza en las instituciones de los ciudadanos que se sienten desprotegidos ante el delito (Afrontar el tema de los jvenes que delinquen, Editorial, Clarn, 19-04-09). A pesar de mucha barbarie, el derecho a la defensa constituye una conquista irrenunciable de la modernidad. Paradjicamente, no pasa lo mismo en materia de infancia. Es en este contexto que debemos tratar de entender algunas peculiaridades del caso argentino: ms de catorce sentencias a reclusin perpetua a menores de edad desde 1997 hasta hoy y ms de 1500 menores de 16 aos privados de libertad, y sin defensa jurdica, por una mera imputacin policial, teniendo en cuenta que ni el ms abominable de los delincuentes adultos se encuentra en esta condicin jurdica (Debate. En defensa de los menores, Emilio Garca Mndez, Clarn, 05-07-08).
Si bien la ley es presentada como un elemento que habilita la intervencin punitiva de las agencia penales como solucin al problema de la inseguridad al mismo tiempo aparece como un freno, como un lmite necesario en la punicin. Es as que se invoca a la ley en su carcter de garantas y se demandan polticas de seguridad que se correspondan con los principios del estado de derecho. Como se argumenta en la nota del diario La Nacin, referida a la muerte de un polica en cumplimiento del deber:
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() Al mismo tiempo debe atenderse el ltimo peldao del sistema (etapa postdelictual) con adecuados tratamientos penitenciarios sobre los procesados o penados, que han sido apartados temporalmente de la vida en sociedad, en un marco de respeto a los derechos humanos consagrados por la Constitucin Nacional y los tratados internacionales. Sin descuidar el tratamiento a la vctima que requerir de toda la energa posible (Ral Torre, La sociedad se identifica con Garrido porque un buen polica fue vctima del delito, La Nacin, 18-02-09).
Otro tpico recurrente donde se amalgaman las propuestas punitivas con el respeto de los derechos y garantas de los ofensores, es el de las condiciones de encarcelamiento. En estos discursos el problema de las crceles aparece como una causa necesaria de la inseguridad, en la medida en que estos espacios no cumplen con su funcin de tratamiento y reintegracin social. Nuevamente, la matriz positivista se hace presente.
La reiteracin de delitos, que ahora se extienden a la costa atlntica, o la comisin de delitos graves, como los secuestros, contribuyen a sostener la sensacin de inseguridad an cuando algunas estadsticas oficiales muestran mejoras en la materia. Para que las percepciones de la poblacin se ajusten a los registros oficiales es necesaria una tarea ms profunda contra el delito que tiene que incluir la polica, el sistema judicial y las polticas sociales. () Queda, finalmente, considerar el problema de las crceles, que estn lejos de cumplir su funcin de reeducacin de los internos y que suelen ser, como sealan reiteradas investigaciones, mbito de violacin de derechos humanos (Las estadsticas y las percepciones sobre inseguridad, Clarn, 11-01-09).
No obstante, en algunos discursos analizados se construye el problema en trminos de un juego de suma cero: se prioriza la seguridad vulnerando derechos o se protegen derechos vulnerando la seguridad. En estos casos, aparece una abierta contradiccin entre seguridad y garantas en la medida en que las garantas potencialmente podran cercenar el derecho a la seguridad.
Por qu, en el legtimo afn de proteger los derechos de los imputados, se vulnera el pedido de justicia de las vctimas
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que quedan indefensas, sumidas en el desamparo? (No mano dura, sino firme, Ema Cibotti, Opinin, Clarn, 27-03-09). El presidente de la Corte Suprema de Justicia, Ricardo Lorenzetti, se sum ayer a las voces que piden una postura ms firme de los jueces en el tema de la liberacin de presos que luego reinciden en el delito. En ese sentido, sostuvo que hay que respetar el derecho al debido proceso, pero aclar que la gente tiene derecho a la seguridad. La discusin comenz tras el crimen del carnicero Abel Rossi, 51, cometido el 16 de octubre en el barrio de Versalles. Uno de los jvenes que particip en el homicidio de Versalles haba sido liberado por el juez Bernardo Mogaburu de Morn, y esa decisin provoc la reaccin de varios funcionarios. Entre ellos el ministro de Justicia, Anbal Fernndez, quien pidi a los jueces ajustarse a derecho (Lorenzetti: Respetar las garantas no significa que la Justicia sea una puerta giratoria, Pgina 12, 31-10-08).
Este diagnstico donde las garantas aparecen en franca contradiccin con la seguridad, como se desprende de la advertencia enunciada en el ttulo del segundo fragmento (Respetar las garantas no significa que la Justicia sea una puerta giratoria), hace emerger una aparente apora. Sin embargo, un problema que se presenta como irresoluble muestra su naturaleza falaz a la hora de proponer soluciones:
La gran incgnita es por qu si en el Congreso hay una docena de proyectos, algunos presentados desde hace aos, muchos de los cuales son coincidentes, nunca se sancion la ley que deroga un decreto de la dictadura, por el cual los menores son inimputables pero pueden ser detenidos por orden judicial, sin garantas procesales. Ayer, el ministro de Justicia, Anbal Fernndez, anunci que en los prximos das presentar un proyecto de ley en el Congreso para la creacin de un Rgimen Penal Juvenil a partir de los 14 aos que respete los derechos de los menores y permita eliminar el sistema tutelar actual. Se tiene que asegurar un proceso penal que hoy no existe y que se establezcan sanciones para los menores que cometen delitos, afirm (La semana prxima el Congreso empieza a tratar la Ley de Responsabilidad Penal Juvenil. Una ley demorada, acelerada por la tragedia, Eduardo Videla, Pgina 12, 1804-09).
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La posibilidad de punicin de los menores es lo que permite compatibilizar en ltima instancia, las garantas de los sujetos ofensores con el derecho las vctimas a travs de herramientas legales. Por ejemplo, como se argumenta en una nota titulada Inseguridad, imputabilidad y pena:
La inimputabilidad merece ser debatida porque produce un resultado paradojal, ya que abre las puertas a dos opciones: en una de ellas, el inimputable, sin proceso, sin veredicto de culpabilidad, puede ser privado de su libertad por un tiempo indefinido sin posibilidad de ejercer el legtimo derecho a la defensa; en la otra, sin proceso, puede ser puesto en libertad convalidndose la impunidad del crimen y despertando los lgicos reclamos de la sociedad (Inseguridad, imputabilidad y pena, Guillermo Greco, Pgina 12, 31-07-09).
Ms que oposicin o contradiccin, encontramos una intensa continuidad entre elementos dispares que se yuxtaponen en la dinmica de causas y soluciones: la pretensin de ampliacin del campo de intervenciones punitivas mediante nuevas leyes o leyes ms duras no se presenta en oposicin absoluta con la pretensin de establecer y respetar derechos y garantas. Vale decir, el intento de limitar las excarcelaciones o bajar la edad de imputabilidad pone en tensin la aparente negacin recproca entre defensa social y denuncia de la violacin de los derechos humanos. Precisamente, un ejemplo claro de este doble juego se evidencia en la palabra experta:
La ley vigente constituye una sntesis perfecta de lo peor de dos mundos: la brutalidad de un derecho penal de adultos aplicado a menores de edad y la discrecionalidad pseudo tutelarista del no derecho de menores. El Ministro de Justicia form una comisin destinada a crear un sistema de responsabilidad penal juvenil para la faja de 14 a 18 aos. Un sistema para administrar (ya que para resolver, el instrumento privilegiado seguir siendo la poltica social) el problema de la delincuencia juvenil. Es decir, un sistema que articule el sacrosanto derecho de la sociedad a su seguridad colectiva, con el sacrosanto derecho de los individuos (de cualquier edad) a sus garantas individuales. Este es el tamao del desafo (El rgimen penal
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En sntesis, inflacin legal y garantismo no constituyen posturas excluyentes sino que ms bien, la reivindicacin de la proteccin de los derechos humanos de los ofensores y la reivindicacin de la necesidad de preservacin de la totalidad, si bien no son homologables, muchas veces se presentan solidarios y reivindican una raz comn: la ley. El carcter no contradictorio y pendular entre las soluciones punitivas y las soluciones sociales, reaparece en la interpelacin a la ley: posiciones que en apariencia se presentan como contrapuestas (pedir leyes como instrumento punitivo y pedir leyes para garantizar derechos) se encabalgan. Por ltimo, una tercera modulacin: se interpela a la ley en su incumplimiento. En este caso, la ley es sealada como un problema, es decir, causa de la inseguridad, en la medida en que no se cumple. Ya no se trata de la existencia o no de leyes adecuadas, sino que la diagnosis se desplaza hacia un nuevo horizonte. El significante que articula este desplazamiento es impunidad.
Cada tema tiene uno o varios ejes. La seguridad tambin posee los suyos. El primero y precipuo es la impunidad. La falta de sancin es la llave maestra del delito. Contrariamente a lo que superficialmente se sostiene, no son las malas leyes, la Justicia morosa y burocrtica o la polica desentrenada y desmotivada las causas esenciales de la oleada delictiva que nos azota, flagela y azora. El origen primario de la expansin del crimen comn es que slo el dos por ciento de los delitos tienen condena (El combate contra la inseguridad, Alberto Asseff, La Nacin, 27-08-07). Otro problema de peso en materia de seguridad es el dficit en el funcionamiento de la Justicia. Como se registra en forma frecuente, muchas investigaciones se demoran por aos, lo que dificulta la recoleccin de pruebas y, eventualmente, la localizacin de los sospechosos. Por otra parte, los procesos se prolongan por largos perodos con dos consecuencias sobre12 La ley vigente alude al decreto 22.278 de 1980.
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salientes, por lo cual muchas personas pasan mucho tiempo privados de su libertad sin haber sido condenados y no pocos delitos prescriben, con los delincuentes disfrutando del beneficio de la impunidad (Las estadsticas y las percepciones sobre inseguridad, Clarn, 11-01-09).
La impunidad aparece aqu como el resultado de la ineficacia o la ausencia de sancin. Ahora bien, cuando la impunidad es definida en trminos de impericia, deficiencia o ineficacia el problema de ley se reenva a las falencias del funcionamiento institucional. En este sentido es que se seala como causa el mal funcionamiento de la institucin judicial:
Si bien es cierto que el aumento de la conflictividad social no se resuelve nicamente en los estrados judiciales -ya que hay causas ms profundas, de naturaleza econmica y social, que tampoco son adecuadamente atendidas-, lo cierto es que la estructura actual de la Justicia no se halla en condiciones de brindar una respuesta razonable, debido a la acumulacin de expedientes, a los mtodos de trabajo, a los rigorismos formalistas y a la falta de implementacin de herramientas informticas. Mejorar el funcionamiento de la Justicia es indispensable, en suma, para mejorar la seguridad, el goce de los derechos y la calidad de la democracia (Las deficiencias de la Justicia y sus consecuencias, Editorial, Clarn, 01-10-08).
Asimismo, las deficiencias de la justicia penal ponen en entredicho la eficacia necesaria para mejorar la seguridad:
La sensacin de inseguridad es palpable, creci el nmero de delitos y la justicia penal est sobrepasada. La primera parte del proceso sigue en manos de los jueces y de fiscales con poca infraestructura y es muy lenta. Adems, los tribunales orales no tienen capacidad ni recursos para realizar ni remotamente todos los juicios que deberan sustanciar. El resultado es malo. La eficacia del sistema es alarmantemente baja (Impulsan una reforma penal para acortar los procesos, Adrin Ventura, La Nacin, 26-02-07).
Al mismo tiempo que se seala el mal funcionamiento de la justicia, la impunidad tambin es reenviada al mal funcio-
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namiento de la institucin policial. En otras palabras, la impunidad en su faz de dficit institucional se encarna tambin en la denuncia del mal desempeo de las tareas policiales. Nuevamente la palabra experta es convocada para la propuesta de soluciones:
Las herramientas institucionales que tenemos no son adecuadas y nos urge llevar adelante, en el corto plazo, reformas judiciales, policiales y del gobierno de la seguridad que vayan al fondo de la renovacin instrumental. () El escollo principal sigue siendo la relacin entre esos mercados criminales y el uso que hacen sectores de la poltica y de las fuerzas de seguridad para financiar sus actividades y garantizar impunidad (Delito: lazos con la polica y la poltica, Alberto Binder, Clarn, 20-10-09).
Cuando la invocacin a la ley se modula en trminos de impunidad bajo el operador deficiencias institucionales, la matriz diagnstico-teraputica se orienta hacia la reforma. Vale decir que si el diagnstico se construye en torno al mal funcio- namiento institucional, la teraputica consiste en transforma- ciones institucionales: entra en escena el imperativo del hacer, en este caso, la reforma.
Los nmeros oficiales son auspiciosos, pero no alcanzan a revertir la sensacin de inseguridad instalada en la poblacin que se explica por la realidad cotidiana de miles de personas y por las propias estadsticas comentadas. () Es indudable que el funcionamiento de la polica provincial sigue presentando dficit importantes y que es necesario mejorar los sistemas de seleccin de personal, de control y de remuneraciones (Las estadsticas y las percepciones sobre inseguridad, Clarn, 1101-09).
A la denuncia en torno al dficit institucional, a la necesidad de reformas, se le suma tambin un nuevo operador: la corrupcin. Este significante aparece como causa de la no aplicacin de la ley, y por lo tanto como causa eficiente de la (in) seguridad. Como se argumenta en la nota del diario Clarn, titulada Las estadsticas y las percepciones sobre inseguridad:
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Es inquietante en este sentido, el hecho de que muchos policas tienen ingresos menores a los que sealan el nivel de pobreza, lo cual constituye un estmulo al bajo cumplimiento de una tarea arriesgada y tambin a la corrupcin. Pero ms preocupante an es que siga habiendo casos de policas que participan en delitos, lo cual revela un dficit en los sistemas de seleccin de personal y de control interno (Las estadsticas y las percepciones sobre inseguridad, Clarn, 11-01-09).
En el mismo sentido, en una editorial del diario La Nacin bajo el ttulo La vida de nuestros policas, a la vez que se plantea la necesidad de prestigiar la funcin policial, se seala el problema de la corrupcin de algunos policas:
Por eso la extrema gravedad de episodios reiterados, en los cuales se ha dispuesto de armas de fuego para atacar a quienes han hecho una profesin, en definitiva, del alistamiento con el propsito de arriesgar sus vidas puestas al servicio de la seguridad personal y los bienes de los argentinos. Los malos policas deben ser expelidos a tiempo de las instituciones a las que estn incorporados. Es peligrossimo tenerlos adentro. Pero tan importante como eso es estimular el reclutamiento ms exigente posible. Eso no se lograr si los gobernantes no realizan los mayores esfuerzos factibles por prestigiar las instituciones del Estado (La vida de nuestros policas, Editorial I, La Nacin, 18-04-07).
Como se desprende de malos policas o casos de policas que participan en delitos, cuando el operador de impunidad es corrupcin se produce un deslizamiento: el diagnstico se desplaza de lo institucional hacia los agentes individuales. De hecho, bajo el operador corrupcin se focaliza en la responsabilidad de sujetos particulares, reenviando el problema de la impunidad, a falencias de ndole individual. La solucin entonces gira en torno de la expulsin del elemento que es presentado como extrao a la propia lgica institucional. En esta tercera modulacin, entonces, la ley no es puesta en entredicho, el problema es la impunidad que se desdobla en ineficacia y corrupcin, as como tambin en la conjuncin y la articulacin entre ambas. Por lo tanto, el problema se
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reenva de la ley a las instituciones o bien a los funcionarios judiciales y policiales. En sntesis, en la tercera modulacin el problema de la ley no encuentra su causa en el instrumento legal en s mismo, sino en las instituciones o individuos encargados de vigilar el cumplimiento de la ley. As:
Las causas de la inseguridad son complejas y, por lo tanto, no pueden abordarse con propuestas demaggicas o emocionales ni, mucho menos, con anuncios o medidas cosmticas destinadas a aplacar los nimos de la ciudadana preocupada. () Es indispensable eficientizar el funcionamiento de los cuerpos policiales y, en el caso del distrito metropolitano coordinar las tareas de prevencin y combate al delito. Tambin es importante profundizar el combate contra la corrupcin policial y el delito cometido por miembros de las fuerzas, lo cual es indispensable para recuperar la confianza de la ciudadana en los encargados de vigilar el cumplimiento de la ley. Queda finalmente la urgencia de mejorar el funcionamiento de la Justicia para revertir el estado de las crceles, sobrecargadas de personas sin sentencia firme, y evitar los frecuentes casos de impunidad por investigaciones defectuosas o prescripcin de causas (La seguridad como preocupacin ciudadana, Clarn, 25-11-07).
Ya sea como obstculo, en su ausencia o bien en su incumplimiento, todas las voces convergen en la apelacin a la ley, en tanto instrumento privilegiado que puede contribuir al problema de la inseguridad o bien ser parte de su solucin. Parafraseando a Pern, resulta llamativo que dentro de la ley todos, fuera de la ley nada.
VII. Lo intolerable.
Si bien es cierto que la ley es un elemento central que atraviesa estos discursos, la (in)seguridad no slo se construye en torno a la transgresin normativa, es decir, a prcticas definidas como punibles por la ley. El problema excede la cuestin de la ley, la desborda, en el sentido de que la inseguridad remite a prcticas que son definidas como no tolerables, pero que no
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por ello han sido legalmente definidas como objeto plausible de intervenciones punitivas. As, en la nota del diario Clarn, bajo el ttulo Los controles no duraron y sigue la inseguridad en Constitucin se argumenta:
A fin de ao la Polica haba intensificado el patrullaje en las calles. Pero hoy los robos, la venta de drogas y la prostitucin vuelven a ser habituales. Los vecinos denuncian peleas y tienen miedo. El trajinar de la gente, que en su mayora va y viene de sus casas al trabajo, le deja lugar a una serie de delitos y contravenciones que complica la vida de los vecinos, generan inseguridad y mucha impotencia (). Oferta de sexo en las calles, peleas, ruidos molestos, venta de paco, robos y gente viviendo debajo de la autopista son algunas de las hostilidades con las que tienen que convivir los vecinos (Los controles no duraron y sigue la inseguridad en Constitucin, Silvia Gmez, Clarn, 14-03-09).
Es as como entra a jugar un nuevo elemento, las hostilidades con las que tienen que convivir los vecinos, que remite a un conjunto de conductas o situaciones que son ajenas al primer significante asociado a (in)seguridad, la delincuencia. Aparecen entonces dos elementos de naturaleza heterognea, las conductas tipificadas por la ley y las conductas indeseables que exceden las delimitaciones legales. Lo que resulta llamativo es que el miedo es el operador que logra articular la coexistencia de estos elementos dispares, y si el anlisis de la ley haba evidenciado que a la ligazn causal delincuencia-pobreza-inseguridad se le anexaba el elemento la impunidad, ahora la cadena de equivalencias que compone la (in)seguridad se completa a partir del elemento desorden. Si bien en estos discursos la ley aparece como constitutivamente desbordada por el elemento que la excede (el desorden), tanto la apelacin a la ley como la apelacin al orden cristalizan en la necesidad de intervencin y/o regulacin de ciertas maneras de ser y de vivir: robo y venta de drogas, pero tambin gente viviendo abajo de la autopista, peleas, ruidos molestos. El problema del desorden y la necesidad de intervencin y/o regulacin de ciertas maneras de ser y de vivir, aparece
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orientado hacia dos frentes que no son excluyentes sino que se implican mutuamente bajo el imperativo del hacer: la individualizacin y normalizacin de ciertos sujetos y, al mismo tiempo, la regulacin de espacios sociales.
Desconocemos la subcultura de las zonas ms carecientes, su lenguaje, sus valores, sus creencias y sus desesperanzas. Se nace all en la villa y all se forman sus valores, sus ideales, nada tienen que ver con los nuestros, que hemos podido alimentarnos, trabajar y estudiar () El joven villero que sale a robar o matar por dinero, o por el dinero que le ofrecen, slo siente que se es su trabajo, no existen en esa subcultura nuestras categoras del bien y del mal () La lgica de un pibe de La Matanza no es la lgica de un pibe de Capital o San Isidro. Son dos o tres generaciones donde los valores se han transformado en la cultura villera sobre el hacinamiento, la promiscuidad, la falta de higiene, agua potable y de la carencia de recursos humanos para vivir con dignidad (Hambre y represin, Eduardo Pavlovsky, Pgina 12, 22-11-08). En Pompeya, en especial en la llamada zona Zabaleta y en la Villa 21, hay chicas de once aos y chicos de ocho que son vctimas de abusos sexuales y del consumo de paco () Como lo ha podido constatar este medio, la vulnerabilidad, la violencia y las adicciones son muy visibles en la zona, pero a pesar de ello las ayudas asistenciales y los resguardos policiales y judiciales son insuficientes, a veces inadecuados y en otros casos sospechados de corrupcin () Para revertirlo, es necesario que las autoridades de la Nacin y de la Ciudad, de las reas asistenciales, educativas y de seguridad y Justicia acuerden estrategias que garanticen los derechos de las chicas y de los chicos, instrumentando formas de contencin social, de recuperacin de las adicciones y de edificacin de sus personalidades de cara a un futuro que hoy se les niega (Menores en riesgo por marginacin, Editorial, Clarn, 04-10-08).
Las conductas sobre las cuales hay que intervenir son reenviadas a sujetos particulares que, como hacamos referencia en los apartados anteriores, son presentados como inmersos en condiciones sociales desfavorables. Vale decir, generaciones de pibes donde los valores se han transformado en la cultura
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villera, el hacinamiento, la promiscuidad, la falta de higiene, agua potable como tambin sujetos vctimas del abuso sexual, consumo de paco. Es as que el imperativo del ha- cer implica trasformar sus subjetividades o bien, como sugiere una de las notas, edificar sus personalidades. De esta manera vuelve a ponerse en evidencia la marcada estructura disyunti- va que articula estos discursos: la oposicin entre el colectivo de identificacin (la sociedad o los pibes de Capital y San Isidro) y la otredad radical (los menores en riesgo o los pibes de la Matanza), una subcultura con otros valores, sin nuestras categoras del bien y del mal, otros ideales que nada tiene que ver con los nuestros. Otra vez la exclusin del elemento extrao que introduce el desorden se asume como la condicin de posibilidad de la armona, el orden y la seguridad de la totalidad social. Sin embargo, los fragmentos expuestos muestran que el imperativo del hacer en relacin al desorden no slo se encarna en ciertas conductas de sujetos particulares, sino que tambin se inscribe en una economa topolgica. Ciertos espacios o zonas emergen como productores de la (in)seguridad, espacios que se construyen como colonizados por los jvenes-pobres: la villa, La Matanza, la zona Zabaleta, Pompeya, o bien, la calle o las terminales ferroviarias, las reas verdes.
Muchos ciudadanos desconfan de la calle. Y acordes con esa tendencia han modificado costumbres otrora hondamente encarnadas en ellos: salen menos, sobre todo en horarios nocturnos, y han sumido en el olvido el hbito de caminar sin rumbo fijo (La sociedad se siente desprotegida, Editorial, La Nacin, 10-10-08). Constitucin es una de las zonas porteas ms postergadas. El paso obligado para las personas que circulan entre la Capital y la zona sur del conurbano presenta indicadores preocupantes de todo tipo: inseguridad, suciedad, desorden de trnsito y descuido de las reas verdes. Las inmediaciones de la estacin de trenes concentran una gran cantidad de marginales y de chicos de la calle, muchos de ellos aspirando pegamentos () Hoy la plaza Constitucin es un espacio abierto a la inseguridad y con signos de abandono y deterioro. Algo parecido ocurre con
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las terminales ferroviarias de Once y Retiro, cuyos entornos tienen, en mayor o menor medida, un aspecto descuidado. Se trata de reas en las que transcurren, durante muchas horas por semana, la vida de cientos de miles de ciudadanos. Por eso, mejorar y mantener seguro y limpio el espacio pblico de estas zonas, tanto para los vecinos como para los transentes, debe ser una tarea permanente de las autoridades porteas (La recuperacin de Constitucin, Editorial, Clarn, 06-06-07).
La dinmica de oposicin adquiere un nuevo matiz cuando, superpuesta a una economa topolgica, se reenva a un adentro y un afuera que expresa una delimitacin espacial. Esta delimitacin topolgica implica que ciertos sujetos del afuera estn fuera de lugar en el adentro. Como se enuncia en los fragmentos expuestos en los espacios pblicos hoy degradados hay ciertos sujetos (causa eficiente de la degradacin) que estn fuera de lugar. Marginales, chicos de la calle, prostitutas, los que viven debajo de la autopista, los que aspiran pegamento, con su sola presencia hostigan a los habitantes del adentro: los ciudadanos, los vecinos, los transentes. El imperativo del hacer se modula aqu en trminos de regulacin del espacio, intervencin ambiental que se presenta bajo la lgica de la tolerancia y de la visibilidad, es decir, qu puede ser visible y tolerado, de quin y dnde. En este sentido, resulta interesante la administracin diferencial de la tolerancia que la problematizacin de la (in)seguridad en los medios de comunicacin, ligada al desorden, habilita.
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rentes campos problematizan la (in)seguridad. Si bien en esta oportunidad hemos focalizado el anlisis en las producciones de sentido de los medios de comunicacin, en otros trabajos hemos orientado nuestro inters hacia los discursos producidos en otros campos sociales, como por ejemplo los discursos de los funcionarios policiales y los discursos de la expertise acadmica. En nuestros recorridos advertimos que ms all de la dispersin de cada campo, el establecimiento de causas y la propuesta de soluciones dota de homogeneidad a discursos de procedencia heterognea. Sin embargo, los discursos de los medios de comunicacin presentan ciertas especificidades que los distinguen de otras prcticas sociales. En este caso, la matriz diagnstico-teraputica se transcribe en imperativos particulares: el juego especular entre causas y soluciones se desdobla a su vez en la exigencia-urgencia de saber (las causas), y la exigencia-urgencia de hacer (intervenciones concretas que solucionen el problema). Volviendo sobre los prrafos de este trabajo diremos que el problema de la inseguridad implica la construccin de un problema que se circunscribe a ciertas causas en la clave de carencias de los sujetos o del estado (en su faz penal o en su faz de integracin social). En este sentido, las polticas estatales y las autoridades gubernamentales, son sealadas como causa y solucin del problema. Enfermedad y cura parecieran ligarse originariamente y por este motivo hemos planteado que, en esta matriz diagnstico-teraputica, el estado se asimila a un phrmakon. Una vez realizado el diagnstico en estos trminos, se prescribe una mayor intervencin estatal como tratamiento. Si bien hay diferencias entre los discursos que reclaman respuestas policiales (ms policas, ms equipamiento, ms leyes, ms celeridad de la justicia) y aquellos que solicitan intervenciones de carcter social inclusivo (ms educacin, ms trabajo, ms derechos de ciudadana), se trata de dos teraputicas distintas que por lo general aparecen articuladas. No se oponen, ni una constituye la negacin de la otra. Disputan, pero se vinculan y conviven en las prescripciones que se orientan a intervenir en el corto y el largo plazo.
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Encontramos este mismo juego especular en torno a la cuestin de la ley: ya sea como obstculo, en su ausencia o en su incumplimiento, los discursos de los medios convergen en la apelacin a la ley, en tanto instrumento privilegiado que puede contribuir al problema de la inseguridad o puede formar parte de la solucin. La ley aparece siempre desbordada. Se pueden tener tantas leyes como se quiera pero se asume que el desborde con respecto a la ley forma parte del problema de la (in)seguridad. Por este camino entra en escena una pieza clave, que se distingue y se articula con la ley: el desorden. Desde este diagnstico, las intervenciones se orientan a regular espacios y sujetos fuera de lugar: el problema se desliza hacia una modulacin compleja entre ley y orden. Los diferentes discursos encuentran su punto de apoyo comn en la ligazn entre inseguridad-impunidad-pobreza-delitodesorden. Ligazn que no es explicitada ni puesta en tensin sino que, por el contrario, su naturalizacin nos previene de su carcter dxico (Bourdieu, 1991). Ligazn evidente y necesaria, fija un encadenamiento entre elementos dispares, y da cuenta de una estrategia discursiva que hace emerger una totalidad y simultneamente, muestra y disfraza el elemento que la mina internamente: los otros, el desorden. Una y otra vez, es el sujeto de la enunciacin, desde un nosotros inclusivo, el operador de la pretensin de totalizacin, que instituye, delimita y naturaliza una otredad. Precisamente, si bien la pretensin de totalizacin y la delimitacin del elemento extrao que la corroe son prcticas que definen los modos en que diferentes campos problematizan la cuestin, debemos resaltar aqu otra especificidad de los discursos de los medios de comunicacin: ellos son productores de discursos y esos discursos son modos de construccin de una realidad. De hecho, la (in)seguridad en tanto realidad se discute, define y produce en, por y a travs de los medios de comunicacin. En este punto, resulta indudable que los discursos que se producen en, por y a travs de los medios de comunicacin ocupan una posicin privilegiada en la produccin de sentido en funcin de los efectos que producen. Efectos de verdad y realidad que bajo la forma de los imperativos hacen emerger a la (in)seguridad como el problema ms importante y ms urgente.
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Tensionar los presupuestos que operan en las formas de problematizacin de la (in)seguridad implica necesariamente poner en cuestin la matriz a partir de la cual se produce al objeto, as como tambin evidenciar las racionalidades inmanentes que le dan soporte. En estos discursos la amalgama saber-hacer, subsume el saber y el pensar a las posibilidades de intervencin, vale decir, se configuran unos discursos que tienden a producir un saber que pueda traducirse, sin mediaciones, en insumo para la produccin de seguridad. En este juego, las diferencias se instalan en torno a qu tipo de intervenciones deben producirse: individualizadoras, normalizadoras, legales o ambientales. Se pone de manifiesto notablemente el emplazamiento de elementos dispares pero que confluyen en la problematizacin de la (in)seguridad: una racionalidad neoliberal y una racionalidad positivista, suerte de borradura antropolgica del delincuente, intervencin sobre ciertas maneras de ser, de vivir y regulacin de los espacios. Entonces, no se trata de dos racionalidades que se suceden o que entran en un conflicto insalvable, sino de multiplicidad. Multiplicidad no quiere decir contradiccin sino tensiones, fricciones incompatibilidades mutuas, ajustes exitosos o malogrados, mezclas inestables, etc. (Foucault, 2007: 39). La articulacin compleja de racionalida- des diversas limita lo que es posible pensar, decir y hacer, y en consecuencia, cercena otras posibilidades. La reflexin crtica supone, entonces, hacer estallar esos lmites al hacer visible su carcter histrico, producido y no natural. Hacer estallar esos lmites es una prctica poltica indispensable para producir un saber crtico y transformador. Este fue nuestro intento.
Bibliografa.
Agamben, G. (2003). Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida. Valencia: Pre-Textos. Bourdieu, P. (1991). El sentido prctico. Madrid: Taurus.
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Esposito, R. (2005). Immunitas. Proteccin y negacin de la vida. Buenos Aires: Amorrortu. Foucault, M. (1991). Saber y Verdad. Madrid: La Piqueta. (2002a). Historia de la Sexualidad I. La voluntad de saber. Buenos Aires: Siglo XXI. (2002b). La arqueologa del saber. Buenos Aires: Siglo XXI. (2007). Nacimiento de la biopoltica. Buenos Aires: Fondo de Cultura Econmica. Potte-Bonneville, M. (2007). Michel Foucault, la inquietud de la historia. Buenos Aires: Manantial. Resta, E. (1995). La certeza y la esperanza. Ensayo sobre el derecho y la violencia. Barcelona: Paids. Zizek, S. (2005). El sublime objeto de la ideologa, Buenos Aires: Siglo XXI.
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Cinco.
Pobres en accin. Un anlisis del programa de televisin Policas en Accin.
Mariana Galvani y Karina Mouzo.
I. Introduccin.
Examinar las imgenes que los medios masivos de comunicacin construyen sobre las problemticas sociales implica analizar cmo una sociedad se est pensando a s misma, qu discursos circulan acerca de sus prcticas y cmo se las presenta. La cultura entendida como una arena de disputa es el espacio donde los mass media contribuirn a reforzar ciertos tpicos y desechar otros del imaginario colectivo. Lotman sostiene que cada cultura tiene su propia organizacin, pero tambin una imagen de esa organizacin y que la imagen de esa organiza- cin influye en la organizacin como texto entre otros (Fabri, 1995). Entendemos que esta influencia es material dado que las representaciones sociales del delito, de los delincuentes y de la fuerza pblica - los temas que aqu nos interesan - tienen efectos concretos sobre las personas (Garland, 2005). En el programa televisivo Policas en accin encontramos dos posturas que como veremos en el anlisis, se complementan. En primer lugar, la construccin de la inseguridad que se realiza en el programa refuerza la representacin socialmente hegemnica, dado que asimila seguridad a Orden Pblico y defensa de la propiedad privada, donde los sectores ms empobrecidos de la poblacin seran los sospechados de delinquir (Pegoraro, 1997, Tiscornia, 1998, Alabarces, 2004, Binder, 2004, San, 2004). En segundo lugar, se intenta poner en cuestin e incluso revertir algunos juicios sociales sobre la institucin policial. En este artculo analizaremos este programa televisivo por fuera de la intencionalidad de sus productores, es decir,
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por fuera de las intenciones u objetivos de los constructores del discurso. Indagaremos sobre el discurso mismo, como discurso producido. An cuando Policas en accin no es presentado por quienes lo producen como un programa institucional de la Polica de la Provincia de Buenos Aires, es la propia polica bonaerense quien chequea y aprueba los contenidos antes de su salida al aire.1 Por lo tanto, podemos sostener que en estas emisiones se plasma la versin/visin que la institucin quiere dar de s misma. Es en este sentido que consideramos a Policas en accin como un programa institucional, en tanto se configura como el modo que tiene esta fuerza policial de presentarse, de mos- trar su versin acerca de lo que sucede en su trabajo, definir a sus clientes 2 y, por ese camino, construir una imagen de la seguridad y (como correlato necesario) de la inseguridad. Para hablar de s misma la institucin tiene que hablar de otros, pues para identificar un nosotros policas bonaerenses se hace necesario plantear lo exterior constitutivo de la relacin. El programa dedica mucho ms tiempo a esos otros que a la propia agencia policial, esos otros son los que justifican la existencia de la misma institucin (identitaria y laboralmente). Parte del anlisis estar entonces centrado en ver quines son estos otros y cmo son descriptos por el programa. En Policas en accin se define qu es el orden y la seguridad a travs de los protagonistas de la inseguridad, esos otros lejanos que no pueden resolver ni siquiera sus problemas familiares. Este programa es la suma de dos modelos distintos de reality: el espaol, donde prima lo afectivo y el estadounidense, donde lo primordial es la accin (Lacalle, 1995). Las vcti1 Es as que por ejemplo el programa institucional Prevenir producido en su totalidad por la Polica Federal Argentina se presenta como el programa de la Institucin. 2 Sostiene el socilogo y analista de la polica Manuel Martn Fernndez que la polica es una organizacin que no se entiende sin clientes, donde las clases bajas son vctimas y clientes al mismo tiempo y en el mismo sentido, el autor considera que el poder de esta institucin provoca que algunas personas no recurran a la polica ya que han sido etiquetadas anteriormente como infractoras a la ley (Fernndez, 1994:6).
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mas estn ah para conmover, mostrar sus desgracias y pobrezas, mientras que los policas son los que establecen la accin cuando, por ejemplo, participan de algn tiroteo.3 Es as que unos pobres, las vctimas, discuten con otros pobres (en su rol de vctimas o victimarios) y sern controlados por otros pobres, los policas, que segn la ocasin actuarn compartiendo los cdigos o ejerciendo el poder-saber que les confiere su posicionamiento estratgico. Cabe aclarar que nunca se pone de manifiesto la relacin Estado-Polica aunque sea ella quien otorgue la autoridad para intervenir. En este sentido se hace vlida la reflexin de Ib Bondebjerg:
la mezcla ambivalente de reconstruccin y dramatizacin y la mezcla de la narracin dramatizada y la apelacin pblica reubican el trabajo policial en el familiar y acogedor mundo del entretenimiento televisivo (Bondebjerg, 1998:2).
En efecto, el enfrentamiento nunca tiene dimensiones polticas sino ms bien del orden del melodrama familiar. Estos programas son una manera de conocer/entender lo pblico, apelan a nuestra comprensin interpersonal y emocional de la vida para pensar la (in)seguridad, la delincuencia y la polica misma.
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Canal 13. Luego de dos programas especiales realizados para Navidad y Ao Nuevo logr convertirse en una emisin autnoma.4 Aunque la recepcin de Policas en accin no ser el eje de nuestro anlisis, cabe resaltar que el programa registr un promedio de 19 puntos de rating, es decir que un milln novecientas mil personas lo miran desde hace cuatro aos.5 Avanzar sobre las caractersticas de su formato nos permitir comprender algunos de los motivos que lo hacen exitoso. En este trabajo daremos cuenta de los programas emitidos entre los aos 2004 y 2007 y privilegiaremos al primer programa emitido (el 11 de abril de 2004) porque lo consideramos de importancia editorial. En esta primera emisin el programa se presenta, define a los personajes que van a formar parte del mismo y muestra al pblico las distintas temticas y sus modos de abordaje.6 Las historias de vida, originalmente un recurso dentro de los noticieros televisivos, fueron cobrando cada vez ms importancia, hasta el punto de autonomizarse, primero como un contenido en s mismo, para luego surgir como un nuevo formato televisivo: el reality show. Por algunas de sus caractersticas, el programa se inscribe en el gnero del reality: es un desprendimiento de un magazine de actualidad, cuenta historias de vida, las cmaras captan la labor policial en el mismo momento en que sucede, la accin policial aparece como no guionada. Sin embargo, tiene algunas particularidades que permitiran enmarcarlo en un subgnero del reality como docudrama o docurreality, un hbrido que trabaja ficcionalizando materiales reales (Contursi y otros, 2005: 3). Como veremos ms adelante el programa muestra casos rea4 La emisin pas por diferentes das y horarios, se transmiti los martes, los mircoles, los jueves y los viernes entre las 22 y las 23:30 horas, pero se mantuvo siempre en el Canal 13. A partir del 4 de julio de 2005, Reality TV (un canal producido por PRAMER) lo introdujo en su programacin de lunes a viernes a las 22 horas. 5 Datos suministrados por la medidora de audiencia IBOPE Argentina. 6 Cabe destacar que el mismo estuvo dedicado a Juan Castro, de manera que no solamente anuncia lo que ser Policas en Accin, sino que lo ancla en una historicidad particular.
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les visiblemente editados. La productora ENDEMOL traslad a nuestro pas el formato de Cops, un docu-reality de la televisin norteamericana sobre la polica de ese pas. El programa Policas en Accin responde a un formato global que adopta algunas especificidades locales. En este sentido son vlidas las afirmaciones que Andacht realiza para el anlisis de un fenmeno similar (Gran Hermano): inevitablemente, el programa mismo se glocaliza, es decir asimila localmente algo producido en otra tierra, para otro pblico, con costumbres diferentes (Andacht, 2003:11). En el caso de Policas en accin los protagonistas son los sectores populares, y podramos afirmar que lo son en las diversas posibilidades que presenta el programa: como policas, como vctimas o como victimarios. Aparecen tres actores en el relato: los policas (todos los sujetos pertenecientes a la institucin policial), las vctimas (todos los sujetos que se presentan como objeto de una infraccin) y los victimarios (todos los sujetos que se supone han cometido una infraccin). No hay un conductor televisivo, ni siquiera hay un locutor que lleve el hilo de las historias. La cmara recorre las ciudades a bordo de patrulleros y registra distintos procedimientos policiales. Despus de mostrar el hecho que guiar al relato por el lugar donde ocurri, el camargrafo va preguntando a policas, supuestas vctimas y/o victimarios, segn el caso, sus pareceres acerca de lo ocurrido. Luego la pantalla televisiva se divide en dos ventanas; mientras se repiten las imgenes recin vistas en una de ellas, en la otra un uniformado relata el acontecimiento de manera ordenada y le da un encuadre legal, describiendo el hecho cometido, la sancin que se supone corresponde, etc. Una serie de carteles que marcan el inicio de cada segmento con una tipografa tipo comic titulan lo que va a suceder. Otros carteles sobreimpresos agregan informacin sobre lo que se est viendo: lugar donde pasa el hecho, estadsticas y, cuando est terminando el relato, en qu situacin legal se encuentran los protagonistas del hecho. En cada emisin encontramos la descripcin de tres o cuatro casos, adems, hay un segmento dedicado a temas especiales, denominado expedientes, en el
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que se aborda una problemtica especfica: consumo de drogas, la violencia en los espectculos futbolsticos, la violencia sobre la mujer, etctera.
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(polica) deber establecerse indicialmente.7 Una porcin de pizza es identificada con la polica porque el mangueo de pizza est institucionalizado en la fuerza y en el imaginario sobre la fuerza. As por ejemplo, la pizza gratis es para la polica argentina toda una metfora de los ilegalismos legtimos dentro de la fuerza. Esto es tratado con humor puesto que parecera una falta menor, pero el anlisis de las prcticas de los agentes de la polica muestra que es el emergente de una forma de trabajo que lleva en s misma la ilegalidad (Galvani, 2007). Las relaciones indiciales aparecen continuamente y con frecuencia dan el efecto de realidad al programa, operan como lo que Andacht (2003) denomina el index-apell o apelativo indicial: aquellas expresiones emotivas (llantos, risas, sonrojamientos) que pueden emerger inesperadamente de la interaccin humana y que no estn libretadas. El pblico encuentra all lo verdadero, lo real, la no- ficcin. Estas relaciones indiciales slo pueden entenderse en el marco de una comunidad que comparte ciertos sentidos y puede establecer estos re-envos. As, encontramos a lo largo de los bloques las historias de vida de personas que llamaron a la polica y le cuentan a la cmara qu les sucedi y por qu pidieron intervencin policial. La mayora de las veces estos sucesos no tienen que ver con lo que comnmente se piensa como trabajo policial. En uno de los programas una mujer llama a la polica porque su ex marido se meti en su casa. Cuando los policas llegan al lugar el intruso les explica a los efectivos (y a la cmara) que se meti en la casa de su ex esposa porque: la puta de mi mujer si la dejo se coge a todo el mundo y el bloque gira en torno a la relacin de la (ex) pareja y los comentarios que se hacen mutuamente, sin que los policas cumplan ningn rol aparente. El programa no plantea, por otra parte, diferencias entre realidad y ficcin, en eso asienta su esttica y la eleccin del modo narrativo. Las nicas pautas de guin las marcan los cortes y los ttulos que anteceden a las historias: Cara a cara
7 Vern, retomando a Peirce, sostiene que: el nivel de funcionamiento indicial es una red compleja de reenvos sometida a la regla metonmica de la contigidad: parte/todo; aproximacin/alejamiento (Vern, 1986:141).
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con el ladrn, El ltimo baile, Yo me porto bien. La cmara nos va mostrando lo que pasa como si lo estuviramos viendo, entramos a travs de su ojo a los lugares donde son llamados los policas, participamos de los operativos y dialogamos con las vctimas. Se borran las huellas de la edicin. Esta frontera borrosa, este desdibujamiento de los lmites entre el mundo re- presentado y el contexto de referencia le permite decir a Ciam- berlani que la dcada de los noventa podra definirse cmo una poca donde el espacio de la casa es la sede de lo real (Ciamberlani, 1997:55). En otras palabras, el espacio privado se abre a su exposicin meditica a travs de conflictos que los sujetos parecieran no poder resolver sin la intervencin de un tercero y en pblico.
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nos daba desconfianza que se mostraran ciertas cosas. Pero al pensarlo mejor, dijimos: Trabajamos 16 horas seguidas. No tenemos por qu ocultar que comemos o tomamos mate (Perfil, 28-01-2007).
En uno de los bloques del programa emitido el 14 de abril de 2006 la cmara sigue a unos policas que van a comprar carne y chorizos para hacer un asado, luego se detiene varios minutos en las conversaciones acerca de cmo y quin va hacer el asado hasta que un agente en el patio de la misma comisara enciende el fuego, lava la verdura y pone la carne en la parrilla. En un momento comenta: en diez minutos comemos, luego se escucha una voz en la radio avisando de un accidente, todos salen corriendo y el camargrafo le pregunta al asador: esto pasa siempre?. El polica responde: la ms de las veces nos quedamos sin comer. A partir de un montaje, se intenta demostrar que el polica es un trabajador como cualquier otro, con responsabilidades que implican - como otras - sacrificar almuerzos, donde los hombres de la institucin buscan comunicarse y relajarse en su horario de comida. Los policas se emocionan o conmueven con algunos casos, sobre todo aquellos que sobrepasan su zona de injerencia, es decir, cuando se los llama para intervenir en cuestiones de orden afectivo que no requieren para su resolucin el uso de la fuerza. Esto queda claro en un bloque del primer programa cuando, bajo el ttulo De Rusia con amor, muestran a una seora de unos cincuenta aos de nacionalidad rusa que concurre a una comisara para denunciar que un hombre no la quiere atender, conmovida y con un castellano bastante precario, explica que ella vino de su pas solo por l. La escena se cierra con el primer plano de los ojos celestes hmedos, la msica suave de fondo y la cara de los policas explicando que no tienen nada que hacer en este caso pero que igual la van a ayudar. Esta historia se extiende al siguiente programa y los policas llaman al hombre y establecen una cita con ste, pero cuando van a la casa no los quiere recibir y tienen que explicarle a la seora que no puede acercarse ms a la casa. Contienen a la mujer dicindole que se tiene que preocupar por ella y que
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deje en paz al hombre que parece que est casado y sus promesas eran slo un engao. Junto con la compasin la comicidad tambin se utiliza como recurso en la tarea de humanizar a los policas. Estos, muchas veces hacen chistes respecto a los lugares donde van a ir o (se) ren con (de) los borrachos (las personas alcoholizadas son una constante en el programa). Los chistes, los comentarios sobre la vida personal, se dan por lo general en el vehculo policial durante el traslado al lugar donde son llamados, ah ocurre cierto momento de intimidad entre el camargrafo y los agentes. En ese marco un polica puede contar que prefiere el rock y odia la cumbia, otro expone una teora acerca de los piqueteros y su relacin con la droga, otro puede mostrar en San Isidro, la villa La Cava y realizar un anlisis sobre el delito y la pobreza. Si bien en este gesto de humanizar a los policas hay una intencin de generar empata con el televidente, no se trata de una apelacin a la identificacin sino al reconocimiento de que ser polica es tener un trabajo y que los miembros de la institucin, cuando realizan ese trabajo, se conmueven con las situaciones que viven. El segundo atributo que planteamos, la legalidad con la que se llevan a cabo los procedimientos policiales, contrasta con la imagen social de una polica corrupta y brutal. En los programas puede observarse que todos los policas actan de manera correcta, tratan muy bien a las personas con las que se vinculan, no utilizan la violencia salvo en casos muy extremos y sus reacciones son siempre medidas. Un ejemplo de esta manera de actuar bajo las normas legales se ve en la relacin que establece un agente con un anciano alcoholizado que pretende subirse a una bicicleta: el hombre que apenas se puede mantener en pie, abraza al polica que intenta determinar qu le sucede, el efectivo sonre ante la efusividad del individuo y mirando a la cmara explica: Lo vamos a llevar a la comisara para que se recupere, puede caerse de la bicicleta y lastimarse. Luego mira al anciano y le dice vamos amigo?. La cordialidad signa la accin de estos policas. En un programa se encuentran ante la situacin de separar a dos mujeres que se estn enfrentado por
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un marido dscolo, el polica intenta hacerlas entrar en razn esquivando las trompadas, sin enfurecerse ni violentarse. Las palabras rudas aparecen solamente cuando se enfrentan a lo que ellos consideran un posible delincuente. Un polica le grita a tres jvenes pongan los garfios sobre la pared o se piensan que soy boludo yo?. Aunque estas situaciones puedan ser ms violentas incluso para los mismos agentes, no hay agresiones sobre los detenidos ni nada que pueda aparecer como ilegal. Los infractores son muy bien tratados por estos policas, tanto es as que en el programa nmero 100 el festejo se realiza sumando a los detenidos y a los policas de una comisara, que brindan y festejan borrando por un momento toda diferencia entre ellos. Para finalizar podemos reconocer un tercer eje/atributo que el programa muestra claramente: para poder actuar de este modo los funcionarios sustentan un saber, que los pone en el rol de educadores de las vctimas y los victimarios, como as tambin de los espectadores. Adems se muestran como portadores del saber-hacer policial que se expresa en la prctica, en cada situacin a la que se enfrentan. Poseen el saber legal que les permite tanto tipificar cada uno de los incidentes luego de ocurridos como dar explicaciones de por qu suceden. Este saber policial se pone de manifiesto claramente en una seccin del programa (temporada 2006) denominada Expedientes, donde se muestran problemticas sociales que se traducen en hechos delictivos (por ejemplo, el consumo de drogas o la violencia en contra de la mujer). Los policas slo aparecen para explicar y aconsejar durante esta seccin utilizando el mismo tono pedaggico que se utiliza en los cierres de hechos en los que participaron.
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y policas articulando el relato a travs de la mirada policial.9 Los policas son parte del mundo de vctimas y victimarios. La cmara husmea en un mundo al cual no pertenece, mira ayudada por los policas pero no es como ellos, muestra ciertas distancias. Algunos indicios nos muestran esas convivencias de mundos aparentemente antagnicos. Por ejemplo, los policas mantienen dos registros de habla, uno es el que utilizan formalmente cuando estn representando a la institucin, y otro cuando se dirigen a las vctimas, victimarios y al camargrafo. Ejemplos del primer caso son cuando se apresa a alguien y se lo comunica por radio: dos Natalia Natalia (N.N.) posibles sospechosos, o cuando se dirigen a la audiencia para explicar lo que pas: fueron interceptados los dos mal vivientes denunciados. De este modo se separan de los otros para convertirse en policas. A la vez, este vocabulario formalinstitucional es dejado de lado cuando se establece la relacin con otros como pares, cuando le hablan al camargrafo camino a un operativo y cuentan situaciones personales o cuando se dirigen a vctimas y victimarios dale hijo de puta tirate al suelo. Estos policas van a los operativos a resolver cuestiones que no siempre son delictivas. La mayora de las veces aparecen en el programa convocados por la gente para resolver las cosas ms inslitas: la aparicin de extraterrestres, peleas conyugales, diferencias entre vecinos. Los policas acuden al llamado de personas que se consideran vctimas. Estas pertenecen a los estratos bajos y medios bajos, lo cual se puede inferir de los lugares a los que van, la precariedad de las viviendas y los consumos de estos sujetos. Las personas que acuden a la polica fueron victimizadas por otros sujetos del mismo sector social. En el programa no se muestran otros estratos sociales, los sectores populares aparecen cumpliendo todos los roles. Y esto es una invariante.
9 En los programas analizados solamente en una oportunidad la cmara se situ del otro lado (emisin del 10 de marzo de 2007) durante un proceso de desalojo. El camargrafo se encontraba en el lugar antes de que llegue la polica y transmiti la asamblea de los habitantes del predio ocupado y las negociaciones posteriores con la polica. De todas maneras la construccin institucional sigui siendo positiva: los policas ayudaron a la gente a llevarse sus cosas e intervinieron sin ningn tipo de agresiones.
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Los policas protagonistas del programa pertenecen al mismo sector social de vctimas y victimarios, son suboficiales de bajo rango, que a menudo viven en el mismo vecindario.10 Por eso mismo, unos y otros manifiestan pocas diferencias visibles para el receptor. Una vez ms surge la cuestin del contexto social en donde vctimas y victimarios comparten un mismo mundo, una misma realidad, que tambin incluye a los policas. En un programa que fue filmado el primero de mayo de 2005 podemos ver a cuatro policas que entran a un bar de paredes despintadas y afiches descoloridos donde se encuentran tres jvenes de menos de 25 aos y tres adultos de entre 40 y 50 aos. El primer polica solicita a los ocupantes de las mesas Caballeros, pueden ponerse contra la pared por favor y saquen las manos de los bolsillos. Un sujeto se presenta cmo el dueo del local y pregunta: Pasa algo? Soy propietario y tengo abierto desde las 7:30. Uno de los adultos empieza a hacerle burlas al polica que lo est cacheando, el compaero le dice: No lo jodas que tiene cara de cumplimiento y dirigindose a los policas contina: La verdad no lo puedo creer, primero de mayo trabajando muchachos, tienen que cumplir, les exigen mucho, pobres. El polica responde: Dse vuelta y ponga las manos en la pared. En la pantalla aparece sobre la imagen un cartel explicativo El 75% de la poblacin total comienza a tomar be- bidas alcohlicas antes de los 18 aos y filman a los jvenes: Le puedo hacer una pregunta oficial?, el polica responde afirmativamente a la vez que le indica: Usted ponga las manos ah por favor (sealando la pared) el joven, molesto, le replica: Est bien yo no le hago una pregunta, si no puedo preguntar no pregunto, pero yo lo conozco de chiquito recibiendo como respuesta por parte del suboficial: Tendras que tener vergen- za, yo me cri en la villa de ac, trabaj, estudi.
10 La polica se subdivide en dos grupos: los oficiales y los suboficiales. Estos ltimos tienen escasa formacin, cumplen nueve meses de entrenamiento y para ingresar a la fuerza slo necesitan tener cumplido el ciclo primario. Los oficiales tienen tres aos de entrenamiento y deben tener el secundario completo en el momento del ingreso. A la vez, los oficiales son los nicos que poseen la facultad de aplicar sanciones disciplinarias, y stas se aplican desde los superiores hacia los subalternos.
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En la escena que transcribimos los policas son reconocidos como pares, trabajadores (que incluso trabajan en das no laborables porque tienen que cumplir) y habitantes de un mismo barrio (uno de los jvenes lo reconoce). Pero el polica marca su diferencia explicndole al joven que el que se esfuerza puede lograr ascender o despegarse de su origen, de su estigma. Podramos agregar que se despega del estigma pobre posible criminal para ingresar al estigma polica posible criminal, ya que los policas en la Argentina son permanentemente sospechados de cometer actividades ilegales y cuestionados por lo que el periodismo denomin gatillo fcil.
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Policas en accin nos permite observar desde la tranquilidad de nuestro hogar a esos que no pueden solucionar su vida sin intervencin de terceros, a esos que pueden mostrar sus miserias, a esos que son brutos, borrachos, putas, a esos que no pueden ser ms que delincuentes o, si se esfuerzan y toman la senda del bien, llegan a ser policas. Como bien platean Contursi y Arzeno:
Hay algunos tropos omnipresentes en el programa: el exotismo, la animalizacin y la infantilizacin. El primero se manifiesta en la fascinacin por lo desconocido, por lo extrao. La cmara se mete en lugares donde el enunciatario construido jams se atrevera. La infantilizacin de los pobres se despliega al mostrarse el territorio y sus habitantes como caticos, salvajes que no saben ni hablar, que se encuentran en un estado de anomia, que no tienen propiedad privada porque sus residencias parecen madrigueras vulnerables, no hay lmites entre vecinos (promiscuidad), siempre es de noche y la gente aparece apabullada o alcoholizada o drogada o eufrica, no hay rastros de racionalidad (Contursi y Arzeno, 2007:4).
Descripciones de algunos bloques del corpus relevado nos permitirn ejemplificar estos tropos a la vez que completar este sentido construido por el programa sobre los sectores popula- res.
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cmara este es el shopping de los pobres, los cajetillas vienen pero no lo dicen, un comerciante que comenta: Hay que cuidar lo que comprs por el afano, hay mucho descuidistas. En todo el bloque no aparece ni un solo polica. No es necesario mostrar policas, aunque parezca una contradiccin con el ttulo del ciclo. Lo que s podemos ver es lo que los pobres-no policas hacen: compran de noche en un lugar peligroso (varios entrevistados hablan de los robos dentro del lugar) y lo que compran, cosas truchas, o lo que Bourdieu llama sustitutos en rebaja (Bourdieu, 1979).
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la animalizacin de estas dos seoras. La hija con los pechos al descubierto gritando, la madre acusndola de no cuidar a sus nietos. Las familias aparecen representadas como anmalas y disfuncionales, muy lejos del ideal burgus. En el programa tambin encontramos una enunciacin pedaggica cuando explican a las vctimas cmo solucionar sus problemas, esta instancia infantiliza a las clases populares a las que hay que educar. Como los nios, los pobres deben ser sometidos a un proceso de socializacin donde se intenta convertir a un nio en un producto tpico del medio donde sali (Bateson: 1985).
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calles de tierra y mirando a cmara el polica explica: Es difcil ubicar a los progenitores como vers es un lugar bastante inaccesible. Llegan a una casilla y en ella encuentran varios nios jugando, les preguntan por la madre sale una mujer joven y le piden que tome los documentos de su hijo y los acompae a la comisara. Mientras viajan junto a la seora el polica le dice con tono grave: Sabe que su hijo es piquetero?, la mujer asiente. Este episodio nos parece paradigmtico porque es del primer programa aquel que pone las pautas del contrato de lectura con el espectador- y adems porque la represin es mostrada de una manera particular. Los piqueteros son sectores organizados polticamente, sin embargo en Policas en accin no muestran a los piqueteros sino al piquetero, un individuo con un problema que debe ser informado a su madre. Los pobres son anmalos, no importa lo que hagan, se droguen, sean piqueteros, vayan a bailar... son todas patologas de los sectores que compran en lugares para pobres, viven como pobres y hacen cosas de pobres. Es en este sentido que el programa describe individuos que rompen las reglas o son perjudicados por su ruptura pero no intenta ninguna explicacin acerca de por qu se producen estas rupturas, ms bien pareciera afirmar construcciones vigentes que asocian pobrezadelincuencia e inseguridad. Bateson explica que lo anmalo depende de cada cultura (porque la norma depende de cada cultura) pero adems agrega que: Los fenmenos anmalos (...) apoyan los conceptos de estandarizacin cultural antes que un conflicto con ellos (Bateson, 1983:43). Los pobres del programa funcionan cmo lo anmalo para que los televidentes puedan sentirse normales. De esta manera, el delito es un problema de todos pero quienes lo ocasionan son otros que no forman parte de ese todos y que tienen una forma particular de vivir y son sancionados por gente que sali del mismo lugar pero que eligi la buena senda (los policas).
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ma tambin puede ser analizado por lo que no dice: la polica aparece siempre en un marco de legalidad que no se condice con las denuncias cotidianas que pesan sobre la institucin. La violencia es minimizada, en tanto los clientes de la institucin son tratados siempre de forma correcta. La polica aparece en convivencia pacfica con otros a los que socorre y nunca maltrata. Se borra de este modo todo conflicto. Como sealramos, un recurso muy utilizado es mostrar en cada bloque carteles sobreimpresos con los datos estadsticos del hecho que se presenta, ya se trate de cantidad de robos, cantidad de personas encarceladas, consumo de alcohol en la Argentina, etc.11 Estos datos aparecen como la explicitacin del contexto y como la justificacin de la accin llevada a cabo. Vemos all la superposicin de dos tcnicas de poder: por un lado, la institucin policial tiene injerencia sobre los modos de vida de cada individuo a travs de tcnicas disciplinarias y por el otro, en tanto institucin estatal regula a partir de su intervencin aquellos hechos que se le aparecen como estadsticamente relevantes. El dispositivo de seguridad, segn Foucault, se propone regular un medio buscando no tanto fijar sus lmites sino garantizar y permitir (as como obturar) distintos tipos de circulacin: de las gentes, de las mercancas. La estadstica ser la tcnica que le permite esta regulacin (Foucault, 2006). Pensamos que Policas en accin forma parte de una red de discursos que conforman el problema de la denominada (in)seguridad.12 Entendida esta problemtica como la conformacin de una experiencia histrica que articula de manera singular formas de saber, relaciones de poder y estructuras de subjetividad (Linzer, M. y otros, 2007). Precisamente, el programa se articula con la visin hegemnica que suele asimilar, bajo
11 Ejemplo de esto es un programa donde el dueo de un locutorio relata el asalto a uno de sus empleados y aparece una placa mencionando la cantidad de robos a locutorios del ltimo mes. 12 Al respecto Vern sostiene que El concepto de dimensin ideolgica de un discurso (o de un tipo de discurso) designa la relacin entre el discurso y sus condiciones sociales de produccin: esta relacin se concreta en el hecho de que el discurso en cuestin exhibe ciertas propiedades que se explican por las condiciones bajo las cuales ha sido producido (Vern, 1998: 141)
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el sustantivo inseguridad, la pobreza y la delincuencia ya que, como describimos, son siempre sectores de bajos recursos los que aparecen cometiendo delitos e infracciones. En este sentido, Foucault afirma que:
Ha sido absolutamente necesario constituir al pueblo en un sujeto moral, separarlo pues de la delincuencia, separar claramente el grupo de los delincuentes, mostrarlos como peligrosos, no slo para los ricos sino tambin para los pobres, mostrarlos cargados de todos los vicios y origen de los ms grandes peligros (Foucault, 1992:67).
La institucin policial aparece representada de una manera diferente a como es percibida socialmente. Esta institucin desprestigiada por la corrupcin y las situaciones de ilegalidad que la atraviesan, es mostrada como estrictamente legalista y portadora de un saber especfico que le permite ejercer doctamente su trabajo. A la vez se muestra el origen humilde de los agentes y ciertos cdigos que comparten con vctimas y victimarios, dando como resultado el mito del buen pobre: aquel que puede elegir no delinquir y va incluso ms all al combatir la delincuencia. Esta representacin refuerza lo expuesto anteriormente: por un lado, la pelea sigue siendo entre pobres (buenos policas y malos delincuentes) y por el otro, esto pasa slo en los sectores de menores recursos. Poner los problemas ajenos a este nosotros televidentes de sectores medios permite construir entonces la inseguridad como un problema causado por los sectores populares. As, la falta de seguridad estara vinculada con las carencias en un sentido mucho ms amplio, los otros son construidos como carentes de bienes, pero tambin de educacin, de sentimientos, etc. (Rodrguez y Seghezzo, 2009). La operacin de deshistorizacin es caracterstica de los medios, la negacin de la historia y el conflicto es funcional a la reproduccin de su hegemona (Martn Barbero, 1987; Hall, 1984).
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Seis.
El poder de no saber. Estrategias de neoliberalismo aplicado.
Natalia Ortiz Maldonado y Celina Recepter.
Podramos reconocer el carcter paranoico del poderoso en aquel que por todos los medios intenta mantener el peligro lejos de su persona. El peligro est por todos lados; es incluso ms grande a sus espaldas, donde no podra advertirlo a tiempo Elas Canetti. Masa y Poder.
Hace ms de medio siglo Elas Canetti reflexionaba sobre la manera en que el gobierno de las masas articula poder y paranoia. Algunas dcadas ms tarde, Michel Foucault llamara biopoltica a la administracin de la vida y la muerte de las poblaciones propia del neoliberalismo, donde se interviene sobre la vida colectiva para ajustarla al mercado y el poder se concentra en multiplicar/regular la circulacin de flujos de informacin diversos: capitales, mercancas, ideas, cdigos genticos, etc. Foucault llam a nuestras sociedades sociedades de seguridad indicando que en ellas el juego entre seguridades y peligros es la clave fundamental para el funcionamiento de tecnologas especficas, los dispositivos de seguridad. Tanto para Canetti como para Foucault, el nacionalsocialismo alemn no fue el final de una poca sino una experiencia colectiva que ofrece claves para la inteligibilidad de las sociedades futuras. Comenzamos nuestro trabajo preguntndonos por las diversas maneras en que el problema de inseguridad interpela al pensamiento y la accin en nuestros contextos, por las formas en que ciertos aspectos de la vida se perciben como algo sobre lo que es necesario intervenir, por las maneras de esas intervenciones y por los efectos que ellas producen. Para abordar
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algunas de estas cuestiones, en este ensayo nos detenemos en ciertas caractersticas de nuestro rgimen de verdad, es decir, nos detenemos en una de las dimensiones del conglomerado de saberes y poderes donde una cultura formula instituciones, espacialidades, cuerpos, relatos, subjetividades, deseos... Un rgimen de verdad alude entonces a las maneras en que cada poca organiza lo que considera posible ver, decir, pensar y hacer; pero tambin al lugar donde aquello que es imposible escapa a lo instituido y le resiste. Concentraremos nuestra reflexin en los discursos consolidados del saber-poder donde se formula el problema de la inseguridad y en su vnculo con los jvenes pobres. Entendemos que en dicha articulacin se produce una aparente paradoja que es central para el funcionamiento de las sociedades contemporneas: las voces altisonantes alrededor del peligro del que son portadores los otros y las redes de silencio en torno a la vida y la muerte de los nadies.
I. Lo que hacer).
Desde que comenzamos nuestro trabajo aceptamos el desafo y el riesgo que propone Michel Foucault para analizar lo real y desde entonces intentamos pensar que todo lo que llamamos social, poltico, econmico o cultural se compone de prcticas, de actos inmanentes que construyen su racionalidad en la red de la que forman parte, y cuyo sentido debe buscarse en los efectos de saber-poder-verdad que aseguran. Es as que para desentraar el juego de prcticas donde se administra la vida y la muerte de un grupo social particular, decidimos alejarnos de ciertas tradiciones que no dan cuenta de las conexiones que se producen entre tramas heterogneas y que, frecuentemente, se inscriben en la matriz jurdico-legal o bien se desenvuelven dentro de los lindes de las instituciones formales.1
1 Quisiramos alejarnos de los abordajes que construyen al problema en clave de violencia institucional y gatillo fcil segn se desarrolla en varios captulos de este libro. Tendremos especialmente en cuenta el triple desplazamiento foucaultiano (de la institucin, de la funcin y del objeto) que se desarrolla en el captulo La cuestin del objeto y otras interrogaciones sobre el
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Debemos sealar aqu que cuando nos referimos a los dispositivos de seguridad aludimos a las mltiples intervenciones del gobierno biopoltico que no se agotan en las tradicionales agencias de seguridad sino que las exceden ampliamente (Foucault, 2006). Los dispositivos operan a travs del extenso abanico de polticas sanitarias, demogrficas, educativas, alimentarias, penales, de seguridad y, por supuesto, a travs de polticas mediticas y comunicacionales. Aqu abordaremos el problema de la inseguridad a travs de la reflexin sobre los discursos de los medios de comunicacin escrita. Nos interesa analizar en ellos lo que nuestra cultura considera que es posible ver, decir, pensar y hacer; as como tambin detenernos en los cuestionamientos prcticos a esas tramas instituidas. Sabemos que las prcticas mediticas no agotan todo el universo del discurso as como tampoco se trata de los nicos actores relevantes para aquello que decidimos problematizar.2 Los medios de comunicacin masiva son un locus privilegiado para la construccin de verdad, una espacialidad alejada tanto del gora plural y democrtica, como de la objetividad en la que por momentos parecieran querer legitimarse. Los medios implican ms bien un nuevo rgimen tecnoesttico que cercena la experiencia cotidiana y pone en su lugar una teatralizacin profundamente moral y estereotipada. Y paranoica, agregara Paul Virilio desde las pginas de su texto Ciudad pnico (Virilio, 2005). Como premisa metodolgica, consideramos al discurso como aquello por lo que y a travs de lo cual se lucha, y a partir de all buscamos aprehenderlo utilizando la nocin foucaultiamtodo de Alina Rios, as como tambin las consideraciones que se realizan en el captulo Entre los derechos humanos y la (in)seguridad: modos de construccin de la violencia policial en las ciencias sociales de Gabriela Seghezzo. Finalmente, hemos rechazado la distincin entre inseguridad objetiva y subjetiva pues entendemos que ella deja en pie la cadena semntica entre inseguridad, delito y pobreza que este texto busca desestabilizar. 2 Creemos que junto a los medios de comunicacin es necesario considerar las prcticas de las organizaciones internacionales y de las organizaciones de la sociedad civil, as como tambin las prcticas acadmicas y de las agencias pblicas y privadas de seguridad. Muchos de estos abordajes se realizan en las pginas de este libro.
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na de formacin discursiva (Foucault, 2001). La unidad de discurso no est dada por un nico objeto sino por la existencia de un espacio construido por enunciados que nombran, designan, explican, denuncian, excluyen y narran las causas pasadas o las implicancias futuras de un fenmeno (Foucault, 1999 y 2001). Se trata de un entramado cuyo objeto no est dado por aquello a lo que las emisiones se refieren sino por la propia coexisten- cia de las mismas en el tiempo y el espacio. A lo largo de toda la indagacin se ha tenido en cuenta una recomendacin de mtodo que hace a las limitaciones de este trabajo. Una formacin discursiva siempre se encuentra inserta en un conglomerado de prcticas no discursivas que perma- nentemente circulan y construyen realidad social. Por ms ex- haustivo que sea el anlisis, la formacin discursiva no remite directamente a esas otras prcticas que las investigadoras no pueden desconocer y, a la vez, de las que no pueden dar cuenta en este tramo del trabajo. Sobre estas premisas construimos un corpus y detectamos las redes semnticas existentes al interior de la formacin discursiva.3 Tras la exploracin preliminar, optamos por la identificacin y el anlisis de los paradigmas argumentativos (Lavandera y Pardo, 1987), la categorizacin de los actores (Sacks, 1984), la categorizacin, predicacin y atribucin de acciones (Vasilachis 1997 y 2005, Wodack, 2000), las metforas (Blasco, 1999; Chilton y Schaffner, 2000) y finalmente, la manera en la que se construye el contexto social textual (Vasilachis, 2005).
3 La confeccin del corpus extenso de este trabajo se realiz a partir de la seleccin de las columnas dominicales de tres diarios nacionales (La Nacin, Pgina 12 y Clarn), al interior de cada peridico se escogieron dos columnas publicadas durante el perodo enero 2002- diciembre 2004. El parmetro utilizado se bas en tres lineamientos: 1) la continuidad de la columna en el perodo de tiempo a analizar, 2) la simultaneidad temporal de todos los artculos, y 3) la temtica abordada. Siguiendo este criterio se reunieron en soporte de papel los siguientes artculos dominicales: a) Editoriales de La Nacin: La Nacin, seccin Opinin, subseccin Editoriales, b) Mariano Grondona: La Nacin, seccin Opinin, subseccin La semana poltica I, c) Horacio Verbitsky: Pgina 12, d) Mario Wainfeld: Pgina 12, e) Editoriales de Clarn: Clarn, seccin Opinin, subseccin Editorial, f) Eduardo van der Kooy: Clarn, seccin Opinin, subseccin Panorama poltico. Los tres diarios estn disponibles en Internet.
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En los prrafos que siguen reflexionaremos sobre las constelaciones de sentido involucradas en el problema de la inseguridad, analizaremos los lindes de las maneras consolidadas de pensar nuestra cultura, proponer sus problemas y sealar las maneras vlidas para solucionarlos.
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econmicas o polticas (la seguridad social), en cambio, predomina su articulacin con la integridad fsica y la propiedad privada (la seguridad civil). La demanda de proteccin es infinita pero recortada. Infinita, porque forma parte de la lgica de los dispositivos la creacin simultnea de riesgos y de protecciones segn veremos en estos prrafos. Recortada, porque la inseguridad slo se identifica con la integridad fsica y la propiedad privada mientras que la vulnerabilidad vinculada con las segregaciones espaciales, econmicas, polticas y culturales no es percibida como tal (Castel, 2004). Este primer recorte naturaliza una nocin de inseguridad exclusivamente en trminos del peligro en la integridad fsica y la propiedad privada. Es en este primer movimiento donde las metforas de la guerra y del Apocalipsis comienzan a realizar sus desplazamientos de sentido. La metfora de la guerra suele aludir a una lucha contra la inseguridad a partir de una dicotoma entre quienes atacaran el espacio social desde afuera y los habitantes del adentro que deberan oponerse fsicamente a esa situacin (luchar, combatir). Por su parte, la metfora Apocalptica se vale generalmente de elementos propios de la naturaleza (la ola, el torbellino) pero tambin de la utilizacin de recursos lingsticos mdicos y religiosos (extirpar el mal, el final, la cada). Si bien estas metforas buscan naturalizar aquello a lo que se refieren presentando un estado de cosas ms all de la historicidad, del conflicto y de la transformacin poltica, ellas son una prctica discursiva con un sentido poltico claro: sostienen la necesidad de emplear la violencia contra grupos sociales precisos. Una y otra vez, los discursos que formulan el problema de la inseguridad apelan a los infinitos peligros que acechan la vida. Un enorme abanico de daos que acompaan cada una de las nuevas posibilidades sociotcnicas que cristaliza en los causantes de inseguridad: los jvenes urbanos desempleados. Las nociones de peligro y riesgo son inseparables de las dinmicas de los dispositivos porque en cada fenmeno particular se cuantifican los niveles de riesgo a los que cada grupo se
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expone, y se clculo muestra la existencia de zonas de mayor peligro. En este sentido, de la misma manera en que Castel seala la simetra entre proteccin y peligro (Castel, 2004), Foucault indica que nuestras racionalidades polticas incentivan una cultura del peligro que es su correlato psicolgico y su condicin de posibilidad: peligros de la vida, la salud, la higiene, la enfermedad, la degeneracin del individuo, de la familia, de la raza, de la especie humana (Foucault, 2007:68). Los discursos de la inseguridad producen un mundo violento donde todos los aspectos de la vida seran amenazados por un mal omnipresente. Vivimos en espacios sociopolticos donde la mtica de una seguridad perdida habilita intervenciones mltiples sobre la vida individual y colectiva. Se trata de una novedosa tecnologa de gobierno donde se percibe tanto una mutacin de las funciones y objetivos del estado, como la aparicin de nuevos actores y problemticas. Michel Foucault seala que a la luz de la racionalidad poltica neoliberal el principio gobernar lo menos posible debe ser comprendido ms en trminos de una redefinicin de las funciones del estado que como un rechazo de toda intervencin (Foucault, 2006:54). Ya no se trata del rgido disciplinamiento de lo social sino de ad- ministrar los recursos de una manera novedosa: ser preciso manipular, suscitar, facilitar, dejar hacer; en otras palabras, ser preciso manejar y ya no reglamentar (Foucault, 2006:403). En este sentido podramos pensar que el gobierno neoliberal se vincula con cierto modelo de la gestin que ha sucedido al moderno modelo revolucionario que caracteriz a los siglos anteriores al nuestro. Dentro del contexto argentino, Pablo de Marinis propone una lectura de las particularidades de la racionalidad poltica neoliberal a partir del anlisis de polticas pblicas determinadas. Desde su perspectiva, las dimensiones que dan cuenta de sus modificaciones abarcan distintas transformaciones que van desde la reconfiguracin de los roles estatales hasta la apelacin a la participacin comunitaria en el proceso de creacin e implementacin de polticas pblicas (caracterizadas por su multiplicidad y localidad), pasando por complejos procesos de
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rejerarquizaciones valorativas y por el surgimiento de nuevos actores que modifican sustancialmente las relaciones de saber y poder (de Marinis, 2004). La retraccin del estado no es otra cosa que una profunda redefinicin de sus funciones y de su propia estructura, fundamentalmente a partir de su necesidad de insercin en el mercado, de los procesos de privatizacin, de flexibilizacin laboral y de la modificacin en la prestacin de servicios. Junto a ello, la aparicin de nuevos actores sociales (supra e infra estatales) complejizan el entramado de relaciones pblico/privado y permiten, entre otras cosas, que la seguridad se convierta en un bien susceptible de ser comprado y vendido en el mercado, de manera tal que slo acceden a ella quienes pueden pagarla. En nuestro trabajo detectamos que si bien los estridentes discursos de la inseguridad apelan a la responsabilidad de las autoridades del estado nacional, provincial y municipal, la ciudadana aparece como un actor colectivo directa y moralmente involucrado en la lucha. Los ideales de una ciudad transparente suelen alentar las polticas microfsicas de la sospecha y la delacin masivas (Virilio, 2005). Se dice que todos somos vctimas reales o potenciales de la inseguridad y en tanto tales deberamos involucrarnos activamente en la batalla: llamando al 911 y otros sistemas telefnicos, concurriendo a los foros de participacin, utilizando tecnologas especficas en el hogar y en el trabajo, contribuyendo con las tareas de las agencias policiales, etc. No obstante la apelacin a la mancomunacin de los esfuerzos de todos, surge rpidamente que ciertos grupos estn excluidos del llamado, aquellos que son portadores de los estereotipos del peligro y por este motivo se encuentran por fuera de lo que los medios de comunicacin masiva llaman la ciudadana.
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insegurgeno, se argumenta que dada la gravedad del problema sera apremiante la intervencin sobre su arista ms urgente: la delincuencia. Se trata aqu del primer recorte del que hablamos en los prrafos precedentes cuando sealamos que aunque la inseguridad se predica de diferentes temas y situaciones, rpidamente se recorta sobre la vida y la propiedad privada. Es as que reiterada e incansablemente, los medios de comunicacin identifican como causantes de la inseguridad a los jvenes urbanos desempleados e inmediatamente construyen la cadena de equivalencias: inseguridad-delito-pobreza. Esta red semntica posee algunas particularidades en las que quisiramos detenernos un momento, pues en ella vemos muchos de los sucesivos recortes que permiten naturalizar el funcionamiento de los dispositivos. En primer lugar slo se llaman delitos determinados actos contra la propiedad privada (el robo y hurto que, en general, no son de gran cuanta) y se dejan por fuera actos tales como estafas, defraudaciones, cohecho, malversaciones, etctera que, por lo general, tienen un impacto econmico mucho mayor y sin embargo se distinguen discursivamente del delito como corrupcin.4 La segunda particularidad de esta cadena de equivalencias es la tendencia a diluir el fenmeno delictivo y suplantarlo directamente por los actos que componen ciertos modos de vivir asociados culturalmente a la pobreza. As, no es poco frecuente detectar que el discurso meditico vincula los actos que generan inseguridad con actitudes y actividades que nada tienen que ver con lo tipificado por el Cdigo Penal: el consumo de ciertas drogas, la vestimenta, el modo de hablar, los lugares y horarios de esparcimiento, la msica, etctera. Se trata de una trasgresin normativa muy cara para las sociedades de consumo al punto tal que se la equipara a un delito tipificado por la ley penal. Desde aqu podra pensarse que nuestras mximas culturales no slo se estructuran alrededor del consumo en general, sino alrededor de los consumos de los sectores altos y medios.
4 Resulta significativo considerar que nuestro Cdigo Penal prev ms de 50 figuras delictivas pero slo tres de ellas (y cuando revisten ciertas caractersticas) son sealadas como delitos que causan inseguridad.
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Pero el rasgo ms significativo en la construccin de los otros es que la violencia y la irracionalidad que se predica de ellos los coloca en un umbral donde podra dudarse de su humanidad. Es as que el trmino inhumano se predica de ellos y de sus acciones frecuentemente. Los otros no suelen tener nombres propios (son los delincuentes, los chorros, los inadaptados) as como tampoco historias de vida y, mucho menos, afectividades o posicionamientos polticos. Todas las acciones que se predican de ellos y aquellas que se les atribuyen son profundamente negativas (robar, matar, violar, huir, drogarse, estar tirados). Detectamos dos estrategias discursivas diferentes que generan el mismo efecto de deshumanizacin: sea por naturaleza o por necesidad los otros son extremadamente violentos. Mientras quienes sealan la naturaleza violenta vuelven a utilizar metforas de la naturaleza o de la medicina para sealar la irrecuperabilidad de estos chicos y adolescentes pobres (la enfermedad, los cardos, las manzanas podridas, la locura, etc.) quienes construyen estas subjetividades a partir de la necesidad suelen apoyarse en las figuras de la carencia (ausencia de educacin, de familia, de instituciones tutelares pblicas, etc.). Es necesario tener en cuenta que estas estrategias pueden aparecer argumentalmente juntas o separadas en los relatos. Si bien es cierto que en el caso de la violencia por naturaleza se configura una condena mientras que en la violencia por necesidad pareciera operar una dispensa, en ambos casos la cadena de significacin inseguridad-delito-pobreza no se cuestiona sino que se confirma. Por lo general, los otros se construyen con estrategias de oposicin que definen al grupo del adentro en trminos positivos y especularmente al grupo del afuera. Insistentemente se produce la particin del espacio social a partir de un adentro que se identifica con la existencia de derechos civiles y polticos (la ciudadana pero tambin el bien) y un afuera que se identifica con la violencia, la irracionalidad y la transgresin normativa (los inadaptados, violentos). Es frecuente que esta metfora se refuerce con la mencin de la primera
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persona del plural para el adentro y la tercera persona del plural para el afuera (nosotros/ellos). Es aqu donde vuelven las palabras de Foucault sealando que cada intervencin de los dispositivos distingue entre una poblacin cuya vida debe ser protegida y expandida (en el sentido amplio que los discursos confieren a la seguridad) y la serie, aquellos cuya vida no es objeto de proteccin (y que siempre pueden ser sealados como causantes de inseguridad). A travs de la nocin de serie Foucault analiza la situacin de los individuos, grupos o colectividades cuya vida no es regulada directamente por los dispositivos de seguridad sino que queda librada al abandono y, en algunos casos, a la muerte porque: la penuria que hacer morir a los individuos no slo no desaparece sino que no debe desaparecer (Foucault, 2006:63). Es frecuente detectar que el problema de la inseguridad se construye no slo en relacin con grupos sino tambin a zonas peligrosas, desde all es posible sostener que el gobierno neoliberal se vincula tambin con una espacialidad particular. Se trata de la puesta en marcha de un proceso circular a travs del cual las fragmentaciones espaciales, polticas y econmicas refuerzan la idea de un otro peligroso, y estas prcticas legitiman e intensifican las fragmentaciones. A mayor percepcin de inseguridad, mayor guetificacin y a mayor guetificacin, mayor percepcin de inseguridad (Bauman, 2000).5 Las intervenciones construyen zonas vulnerables donde el estado slo interviene intermitente y violentamente, y zonas de tolerancia en las que se regula en forma biopoltica, previendo racionalmente los costos y beneficios, permitiendo mrgenes variables de ilegalismos e irregularidades (Foucault, 2006 y 2007). La distincin entre zonas vulnerables y zonas de tolerancia se vuelve una cuestin central para el gobierno: la delimitacin de esos mrgenes de tolerancia adquieren un
5 Entendemos que la mayor percepcin de seguridad afecta tanto a quienes la identifican con la propiedad privada y la integridad fsica, como a quienes la perciben en relacin a las protecciones sociales. En este sentido, Bauman seala una doble guetificacin, la de los countries y la de los barrios privados. Ambas son parte del proceso de intensificacin de la percepcin de inseguridad (Bauman, 2000).
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carcter regulador (Foucault, 2006:165). Cada intervencin de los dispositivos crea o recrea espacios. Y justamente la posibilidad de intervenir en cualquier momento y en cualquier lugar ms que la intervencin efectiva, es otro de los rasgos que en el curso Seguridad, territorio, poblacin Foucault crea inseparables de esta nueva economa de poder (Foucault, 2006:166).6 La construccin de un otro, de un habitante del afuera que condensa todo lo anormal y patolgico se vincula con la manera en que Occidente articula sus relaciones de poder-saber en clave biopoltica. Sobre estos otros se ponen en funcionamiento regmenes particulares de visibilidad-invisibilidad, redes de saber-poder que oscilan entre el ninguneo a los nadies y el peligro ante la presencia de los otros con igual tenacidad en uno u otro caso.
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sibilidades, desde la dotacin de mayores recursos econmicos y la articulacin con el sistema judicial y legislativo, hasta las intervenciones fsicas directas. En este ltimo caso, predomina el uso de metforas propias de los discursos de la naturaleza, la guerra o la biologa (cortar los cardos, neutralizar a los atacantes, finalizar la epidemia, etc.), y una vez ms, tras la aparente neutralizacin que procuran las metforas encontramos una prstina politicidad: se exige utilizar la violencia contra los otros. Y cuando efectivamente se produce la muerte, detectamos la presencia de una potente estrategia que intenta disolver esa violencia: all los otros se convierten en nadies. Creemos que en el escenario de la guerra se extrema lo poltico hasta despolitizarlo por completo. Mientras por un lado se insta a la accin poltica (a la mancomunacin colectiva contra el caos), por el otro se presenta la conflictividad social de manera tal que se la priva de historicidad. La guerra contra las causas de la inseguridad no se piensa como una guerra contra un adversario poltico (lo que supone una disputa por la organizacin de las relaciones sociales), sino como una batalla cuasireligiosa contra las fuerzas del mal. Religin y naturaleza, las fuerzas centrfugas del peligro se perciben tambin como elementos biolgicos que deben ser eliminados o neutralizados (Foucault, 2001a). La muerte de los jvenes no se formula en trminos de muerte u homicidio, sino a partir de metforas blicas que aluden a la presencia de dos grupos antagnicos (el enfrentamiento), o bien, aquellas que sealan la desaparicin del enemigo militar (el abatimiento, la baja), pero que tambin utilizan trminos menos seculares como cada y final. En segundo lugar y como ya sealamos, quienes mueren no poseen historia, familiares ni afectos. Creemos que tanto la muerte por enfrentamiento como la lucha contra la inseguridad son emisiones importantes en tanto sintetizan no slo el adentroafuera de lo social, sino las maneras en que se producen la vinculacin entre los habitantes de ambos espacios discursivos. Cuando las fuerzas de seguridad matan a jvenes que no pertenecen a los sectores populares sino a los medios (no hubo
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ningn caso de sectores altos en el corpus analizado), las subjetividades se construyen utilizando el trmino vctima, se seala el nombre completo, la edad y la actividad social, as como tambin la presencia de familiares y amigos. En algunos casos, se representan textualmente las acciones de los allegados junto a las organizaciones de la sociedad civil que solicitan la intervencin del poder judicial. En un sentido similar, existe una asimetra muy significativa entre las representaciones de la muerte de los agentes policiales y las de los jvenes urbanos desempleados. Slo cuando se trata de policas se identifica claramente la identidad y la situacin personal a travs de diferentes recursos, se seala el nombre, la edad, se alude al dolor de sus familiares y amigos, se recrean ancdotas que resaltan valores positivos tales como entrega, honestidad, valor, sacrificio, etc. Cuando el discurso meditico se refiere a casos donde se impugna la muerte de jvenes (generalmente en la voz de organizaciones de la sociedad civil), las prcticas policiales se identifican con abusos o excesos en la lucha contra la inseguridad y se recomiendan sanciones individuales tales como la expulsin o la suspensin de los agentes policiales. Los otros no mueren, ninguna violencia se ejerce contra ellos sino todo lo contrario, son ellos quienes simbolizan el peligro, la irracionalidad y la violencia extrema. Slo los nadies mueren. Entre unos y otros, la red de estridencias y silencios de nuestras tramas de verdad. Estas muertes pueden repensarse desde lo que Foucault lla- m racismo dos aos antes de Seguridad, territorio, poblacin en un curso llamado Defender la sociedad (Foucault, 2001a). El racismo aparece all como una tecnologa complementaria y fundamental de la biopoltica en tanto garantiza que se pueda terminar con la vida para regular la vida. El racismo permi- te que la muerte del otro se vincule con la seguridad de la propia vida, porque reinscribe el antagonismo poltico en cla- ve de supervivencia biolgica: los peligros para la poblacin (Foucault, 2001a:206). El racismo es la solucin a la paradoja por la cual un poder no podra matar la vida que l mismo pro-
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duce, pero que ahora se separa de ella a partir de una fisura, a partir de la creacin de un otro diferente. La serie est regida por la ley del abandono, y en determinados casos, por la necesidad de muerte. Pero el abandono y la muerte no son la cara y la cruz de una misma moneda, porque el abandono no es la vida sino una muerte por omisin necesaria. Y a la vez, porque la muerte no se refiere exclusivamente a la eliminacin fsica sino tambin al hecho de exponer a la muerte o de multiplicar para algunos el riesgo de muerte, o ms simplemente la muerte poltica, la expulsin (Foucault, 2006:207). Creemos que tambin es til reponer la idea de un retorno de las clases peligrosas en dos sentidos estrechamente vinculados. El primero remite a la identificacin de los jvenes urbanos desempleados como sntesis de todos los riesgos y peligros: de todas las amenazas sociales (Castel, 2004:70). Como sealramos, la manera en que se construyen las subjetividades de los otros enfatiza de tal manera en su violencia, su irracionalidad y sus carencias (de trabajo, de educacin, de valores, de familia) que hace emerger la imagen de monstruos callejeros, seres cuya humanidad podra ser puesta (y de hecho se pone) en duda. En esta dimensin nos encontramos con el discurso racista, profundamente moral y dicotmico, que construye alteridades buenas y malas atravesando todo el cuerpo social. Por otro lado, es necesario subrayar que estos grupos son serie en trminos de los dispositivos de seguridad que requieren de ellos para su funcionamiento, pero tambin son un efecto de poder-saber de las prcticas de los mismos dispositivos. La serie opera simultneamente como prerrequisito y efecto de las tecnologas neoliberales. Se trata de aquello que queda por fuera de la vida que se debe proteger en sus mltiples aspectos, y de aquello cuya existencia justifica el funcionamiento de todas las programticas para la lucha contra la inseguridad. Cada iniciativa aumenta y consolida a su las fragmentaciones sociales produciendo as la (in)seguridad que dice venir a combatir. El peligro acta como articulador de la demanda y como legitimacin del dispositivo, pero tambin como secue-
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la de su intervencin. Se trata del oxmoron de las sociedades contemporneas, sociedades que nunca estuvieron tan protegidas pero tampoco se percibieron a s mismas tan inseguras. Ninguna de las intervenciones de los dispositivos se produce sobre abstracciones sino que cada una de ellas requiere siempre de una evaluacin de los costos (que suelen determinarse en la etapa de diseo de las dismiles polticas pblicas). Antes de cada intervencin se analizan los costos (econmicos y polticos) y se miden los riesgos pues ya no se trata tanto de suprimir un fenmeno (el delito, el hambre, la pobreza, etc.) sino de mantenerlo dentro de la medida de lo que es socialmente aceptable. En este sentido, la poblacin como pblico ocupa un lugar central, pues es el pblico quien fija los lmites de lo aceptable ms all de lo cual ya nada podr pasar (Foucault, 2006:21). Lo socialmente tolerable no es fijado exclusivamente por tcnicos o por polticos (aunque intervengan en ello y fundamentalmente a partir de ello) sino que es producido en la red social de significaciones donde los medios de comunicacin ocupan un lugar determinante. Estas definiciones sociales impactan directamente en las mltiples agencias de la gubernamentalidad contempornea. No se trata solamente de la relacin entre la legislacin y la opinin pblica, sino de mecanismos mucho ms capilares, microfsicos, que atraviesan y conforman subjetividades. El anlisis de las verdades sociales a partir del discurso meditico no debera inducirnos a pensar que se trata de imposiciones unidireccionales sino ms bien todo lo contrario, los medios formulan sus discursos en la interaccin con los sectores a los que van dirigidos. Se trata de verdades que naturalizan situaciones complejas y que circulan simplificadas en mltiples sectores del espacio social, es en esta medida que los medios intervienen (nunca solos) en la fijacin de los lmites a la intervencin de los dispositivos de seguridad. En las sociedades de seguridad se produce una aparente paradoja que hace evidente el nuevo funcionamiento de las
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relaciones de poder-saber, la percepcin de estar cada vez ms protegidos y ms inseguros revela el arcano de los dispositivos: el riesgo y el peligro no son previos sino que se reactivan en cada intervencin. Es as que la vida de ciertos individuos no est comprendida en las poblaciones reguladas, sino que se trata del margen de abandono y de muerte posible que los saberes-poderes de los dispositivos construyen y necesitan. Se presentan entonces como peligrosos quienes son destinatarios privilegiados (pero no exclusivos) de las estrategias mortales de regulacin neoliberal.
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resiste o descartarlo de la dimensin de lo posible. En nuestro presente esta estrategia debe ser inscripta en la dimensin tecnopoltica donde la vida se regula como fenmeno global y donde implosionan los estereotipos del peligro. Es as que los gestos que conjuren las rigideces de los dispositivos devienen intolerables, es por este motivo que los otros no hablan (los expertos hablan por ellos), no tienen una historia (ni individual ni como grupo socioeconmico), ni afectos (excepto la ira). El objetivo del saber-poder pareciera ser, en el extremo, lograr lo que algunos autores llaman una vida desnuda, una vida donde la poltica ha intervenido para llevarla hacia los umbrales de lo humano. Es as que desde nuestra mirada, los textos de Giorgio Agamben (1998) suelen expandir los deseos y efectos polticos del dispositivo: hacer de las subjetividades una nuda vida. Autores como Flix Guattari ofrecen algunas claves para pensar el pasaje desde el otro hacia las subjetividades. Se trata de comprender, sostiene Guattari, la manera en que ciertas personas y colectivos expresan elementos que pueden subvertir la modelizacin subjetiva neoliberal a pesar de propagar elementos de significacin de las ideologas dominantes (Guattari y Rolnik, 2005:77). Desde all podemos pensar que el neoliberalismo favorece, incentiva y requiere ciertos modos de subjeti- vacin (delincuentes, empresarios, ciudadanos, etc.) y rechaza otros. Estos ltimos nos envan hacia diferentes modos de vida resistenciales, hacia subjetivaciones nmades vinculadas con quienes son sealados negativamente por los dispositivos de saber-poder: los jvenes urbanos desempleados, pero tambin las mujeres, los pueblos originarios, los campesinos, los inmi- grantes, los desocupados, etc.8 Si el neoliberalismo se consolida y expande es precisamente porque logra instaurar procesos de subjetivacin especficos donde se articulan poderes, saberes y verdades. Una problemtica micropoltica, diremos, que no se formula en el nivel de las
8 Sobre la perspectiva foucaultiana de las resistencias y los modos de vida puede verse en este mismo volumen el texto Biopoltica y libertad. Notas para un mapa de la racionalidad poltica neoliberal.
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des es que no utilizan recursos que indiquen objetividad y se explicitan de diversas maneras los vnculos y afinidades (polticos, afectivos) con los chicos y adolescentes pobres (los pibes) as como tambin con los espacios donde ellos se encuentran. En la mayora de las notas, las voces de los pibes aparecen directamente en el relato y las emisiones transcriptas aluden a sus afectos, sus historias y sus expectativas, pero tambin a las violencias de las que son objeto (en manos de la polica, la tele, la gente). Se detallan nombres, edades, tramas familiares, laborales y comunitarias e, inclusive, las imgenes que acompaan los textos muestran rasgos de subjetivacin positiva tales como rostros sonrientes, nios jugando y diversas escenas de la vida cotidiana. Ante la proximidad del otro, la otredad desaparece. Estas subjetividades se formulan a partir de diferentes rasgos muy relacionados entre s. En primer lugar, se atribuyen y predican acciones de la vida cotidiana que no estn dotadas de sentido negativo (escuchar msica, enamorarse, bailar, discutir con la vieja, estudiar, trabajar, jugar al ftbol). Junto a ello, se destacan valores cooperativos indicando casos en que los chicos y adolescentes transforman positivamente sus contextos y, a la vez, se visibilizan estas espacialidades (merenderos, comedores, talleres, cooperativas, asambleas, plazas, casas de amigos). Por otro lado, se sealan problemticas especficas tales como vivir en la calle, cartonear, estar solos, etc. que se vinculan con la situacin econmica y social del pas (la flexibilizacin laboral de los noventa, la fragmentacin social) as como tambin con temticas ms amplias (la discriminacin, el consumismo). Estas tramas narrativas tambin se articulan textualmente con una serie de reas conflictivas (dentro de las cuales se ubican los jvenes urbanos desempleados): medio ambiente, pueblos originarios, campesinos y gnero. Resulta significativo que en la mayora de los casos no se exija la presencia estatal para solucionar las situaciones que se consideran problemticas sino que se destaca la presencia de las polticas comunitarias, la autoorganizacin y la cooperacin.
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La racionalidad neoliberal produce fragmentaciones econmicas, pero tambin culturales y polticas, de manera tal que la construccin del otro en la que participan activamente los dispositivos de seguridad no puede limitarse al territorio de lo que tradicionalmente se llama seguridad. Esta es, segn vimos, la reduccin que los dispositivos buscan producir, la clave fundamental para que funcione la serie de significacin inseguridad-delincuencia-pobreza. El neoliberalismo utiliza esa serie de recortes para administrar la vida, distinguiendo entre los que deben ser protegidos y los peligrosos. Nuestro sistema de verdad necesita invisibilizar que lo que l mismo llama problema de la inseguridad se vincula con las fragmentaciones mltiples que el neoliberalismo produce permanentemente. Los discursos de los medios no masivos escogidos producen enlaces de sentido muy diferentes y es all que desaparece la contundencia del problema de la inseguridad y emergen otro tipo de cuestiones e interrogantes. Frecuentemente aparecen directamente las voces de chicos y adolescentes que refuerzan los rasgos de subjetivacin de los que hablbamos prrafos atrs. Es as que detectamos la presencia de acciones positivas (somos, hacemos, queremos) a la vez que no se encuentran emisiones que sealen la carencia (centrales en los medios de comunicacin masiva). Por otro lado, se subraya la violencia que proviene de las agencias de seguridad pblicas y actores privados (conjuntamente la polica y los punteros) y se la vincula con la necesidad que dichas agencias tienen de controlar el territorio en el que actan y obtener recursos de diferentes fuentes (una de ellas, son los jvenes urbanos desempleados). En estos discursos la violencia ocupa un lugar central pero, a diferencia de lo que ocurre en los medios masivos, aqu aparece en una extensa gama de situaciones. Las violencias fsicas y no fsicas10 se vinculan con el accionar de las fuerzas de seguridad (pegan, torturan, matan, mandan a robar) y
10 De la misma manera en que sealamos que las prcticas discursivas crean y transforman realidad con la misma intensidad que las prcticas no discursivas, preferimos aqu hablar de violencias no fsicas entendiendo que ellas tienen la misma materialidad que las violencias fsicas.
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con otras agencias pblicas (asistentes sociales, institutos de menores), pero tambin con la gente (no le importa nada, no ayuda) y a la televisin (no estamos ah). En lneas generales, podramos sealar que mientras la violencia fsica se atribuye a las prcticas policiales, junto a ella se ubica la violencia no fsica atribuida a la gente pero tambin a los medios de comunicacin masiva. Los medios de comunicacin no masivos que seleccionamos para este tramo del trabajo despliegan su discursividad en tensin con las verdades mediticas naturalizadas, de manera tal que no es extrao que los discursos que ellos hacen circular aparezcan como ingenuos (en el mejor de los casos) o bien, como mentiras o exageraciones. Los sistemas de verdad condensan lo visible, lo enunciable y lo pensable en cierta idea de realidad y expulsan de s lo que esa constelacin histrica no puede soportar.
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quiz uno de los rasgos ms significativos de las sociedades biopolticas es que ellas han pasado de la amenaza de los grandes enemigos exteriores, a la multiplicidad de enemigos internos, capilares, mviles e imprecisos. Desde all se vuelve pensable que quienes otrora custodiaban las fronteras, hoy se involucren en la lucha contra la inseguridad. La tajante escisin de Carl Schmitt entre un enemigo interno perseguido por el derecho penal y un enemigo externo al que se le declara la guerra se ha desdibujado. El enemigo interno y el externo se funden y redistribuyen en los espacios reales e imaginarios. Doble proceso: eliminacin de lo extrao y extraamiento colectivo. En las arenas contemporneas ya no se trata de enemigos definidos sino que lo otro se percibe difuso y presente, siempre al acecho en sombras cercanas. En otras palabras, las paranoias sociales reclaman la eliminacin de lo extrao en un momento donde la fragmentacin de la experiencia colectiva hace que casi todo se perciba como extrao. Intentamos desajustar las cadenas de significado que enlazan la inseguridad con el delito y la pobreza, desde all decimos que los dispositivos donde se formulan los otros exceden y atraviesan los mecanismos penales, policiales o judiciales. Si es posible la falaz analoga entre delito y pobreza es, precisamente, porque diferentes dimensiones del quehacer social la estructuran de ese modo y sealan como delitos slo ciertos actos que lesionan la vida y la propiedad privada. Luego se equiparan al delito ciertas actitudes y estticas propias de los sectores pobres (de manera tal que se torna innecesaria la materialidad del delito). Y, finalmente, se percibe como inseguridad la ausencia de protecciones vinculadas con los derechos civiles y polticos, mientras se excluyen las protecciones econmicas, sociales y culturales. En todos los recortes y simplificaciones donde se construye la cadena de equivalencias entre inseguridad, delito y pobreza, detectamos la presencia de lo que podran llamarse las polticas del mientras tanto que garantizan los efectos de poder de esas equivalencias. Es as que al interior de un discurso apo-
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calptico se seala que la vida ha devenido frgil a partir de innumerables transformaciones sociotcnicas: las problemticas ambientales, genticas y comunicacionales, la aparente desarticulacin de las instituciones de la modernidad, etc. Esta narrativa indica la presencia de mltiples inseguridades e inmediatamente, vuelve a ceirse el cors sobre las inseguridades ms urgentes Polticas del mientras tanto, decimos, porque sealan que es imposible atender a la multiplicidad de factores que vulneran la vida, exceptuando aquellos que se vinculan con establecer las fisuras que demarquen las zonas habitadas por los otros y los nadies. Creemos que estas polticas no son una paradoja, una excepcin ni un fenmeno colateral, sino que ellas son la garanta misma del funcionamiento de la mquina neoliberal. Ellas administran la vida que se considera excedentaria impidiendo el cuestionamiento de la manera en que nuestras sociedades producen esa vida. Se trata de un mito nodal para el neoliberalismo: la gestin. El gobierno de la seguridad gestiona el bos de los otros en clave de excedente humano con plena conciencia de la desigualdad. Se asume lo dado y se reintensifica en cuanto dado. Y de esta manera slo cabe pensar en resoluciones en clave tcnica (y no poltica) para un problema que se formula a s mismo como urgente. Estadsticas, tasas, ndices y porcentajes que suben o bajan. Cartografas infinitas para la regulacin, es decir, para producir y mantener lo peligroso dentro de los parmetros social y econmicamente tolerables. La produccin de alteridades no es un elemento del que puedan prescindir los dispositivos pues todo el problema de la inseguridad se configura alrededor de lo extrao, al punto de diluirse el problema all donde se desmantelan estos estereotipos. Las verdades neoliberales posibilitan la intervencin de los poderes que ajustan la vida colectiva a las tramas del consumo y del mercado, es all donde el otro simboliza la vida que obstaculiza, la vida excedentaria, la vida insumisa. Es as que el problema de la inseguridad es gobierno de
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la (in)seguridad, una tecnologa que administra-produce fragmentaciones segn criterios econmicos (devenidos polticos) con el objetivo de garantizar la circulacin de flujos diversos (de personas, de bienes, de informacin, etc.). Los dispositivos recrean aquello que dicen combatir (la alteridad, el riesgo, el peligro) al mismo tiempo que regulan la vida y la muerte de las poblaciones. Inscripto en una matriz teraputico-propositiva, el problema de la inseguridad elabora un diagnstico y propone una solucin mientras interpela a toda la comunidad para inscribirse en una batalla profundamente moralizada, respaldada por una mtica marcadamente apocalptica. El problema de la inseguridad visibiliza, en definitiva, una mutacin en la praxis poltica contempornea que no slo produce fragmentaciones sino que renuncia explcitamente a eliminar las desigualdades. Este desplazamiento material y simblico de las tradiciones que dieron forma a la poltica de la modernidad no slo da cuenta de las mutaciones de nuestro sistema de verdad, sino que desafa la creatividad y la imaginacin de cualquier tarea crtica que pretenda pensar su presente sin reinstaurar una mtica.
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Siete.
La paramos de pechito. La (in)seguridad en el discurso de los funcionarios policiales.
Karina Mouzo, Alina Rios, Gabriela Rodrguez y Gabriela Seghezzo.
El trabajo de un intelectual no es modelar la voluntad poltica de los otros; es, por el anlisis que l hace en los dominios que son los suyos, reinterrogar las evidencias y los postulados, sacudir los hbitos, las maneras de hacer y de pensar, disipar las familiaridades admitidas... Michel Foucault. Le souci de la vrit.
I. Introduccin.
El presente artculo se inscribe en un proyecto ms amplio que toma por objeto de anlisis las prcticas policiales y su articulacin en el marco de la proliferacin de discursos polticos, mediticos, acadmicos y sociales que problematizan la (in)seguridad. En estas pginas analizaremos la manera en que los funcionarios policiales presentan, explican y legitiman sus prcticas cuando son entrevistados a propsito de lo que ellos entienden como su funcin policial. La especificidad de nuestra perspectiva radica en vincular el anlisis de las prcticas policiales al nudo problemtico (in)seguridad. Al respecto, cabe sealar que el concepto de problematizacin, tal como propone Michel Foucault, refiere a la manera en que se conforma cierta experiencia como objeto de reflexin y pensamiento.1 Al presentar esta nocin, Foucault realiza esa especie de lectura
1 En este sentido Foucault reinscribe sus trabajos anteriores (principalmente Foucault, 1967, 2000 y 2002) en tanto trabajos genealgicos que toman por objeto cierta experiencia: la locura, la sexualidad, la delincuencia, etc.
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retroactiva de su obra para decir que en sus trabajos siempre ha tratado de establecer cmo se forma una experiencia en donde la relacin con los otros y la relacin de cada uno con s mismo aparecen ligadas.2 Aqu, experiencia refiere a la conjugacin de tres ejes: la formacin de los saberes que a ella se refieren; los sistemas de poder que regulan sus prcticas; y las formas segn las cuales los individuos pueden y deben reconocerse como sujetos de esa experiencia (Foucault, 1999: 8). Nuestro horizonte de trabajo es el anlisis de las prcticas policiales en relacin con la conformacin de una experiencia histrica singular que articula formas de saber, relaciones de poder y estructuras de subjetividad. Asimismo, es nuestro inters que el anlisis de los discursos de los funcionarios policiales haga posible una doble lectura: centrar la mirada en los elementos comunes que presentan los discursos policiales y otros discursos en torno a la (in)seguridad (incluso aquellos que se presentan como radicalmente diferentes); y al mismo tiempo, rastrear la especificidad propia de los discursos policiales. Si tales objetivos se presentan fuera de nuestro alcance actual, no obstante presentamos lo que consideramos un avance hacia el logro de tal fin.
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tramos al abordar la cuestin desde una perspectiva cualitativa.3 El principal recurso tcnico-metodolgico utilizado ha sido la entrevista semiestructurada. Teniendo en cuenta que toda entrevista constituye una situacin de encuentro, implica un acuerdo reglado atravesado por condicionamientos estructurales/estructurantes cuyo efecto es preciso tomar en consideracin, tanto en el diseo de la entrevista cuanto al momento del anlisis.4 La situacin de encuentro con un polica en una entrevista compone un escenario complejo. Las instituciones policiales son reacias a permitir que sus funcionarios se presten a participar de procesos de investigacin. Una estructura institucional militarizada y jerrquica, la concepcin sobre la necesidad de mantener en secreto las modalidades de su accionar, y el temor a ser criticado o juzgado por sus prcticas, se expresan en una actitud de desconfianza ante cualquier extrao a la institucin que pretenda construir en torno a sta un saber. Mariana Gal- vani (2007) ha logrado describir con claridad la manera en que la situacin de entrevista, al constituir al polica en interroga- do, invierte su rol de interrogador con pleno dominio de la si- tuacin y cmo esto refuerza las estrategias defensivas que le permiten recomponer este dominio desde una nueva posicin. Resulta sugerente en este sentido sealar que para los funcio- narios policiales trminos como investigacin e informan- te (que para nosotros significan, respectivamente, proceso de
3 Nuestra aproximacin al campo fue posible gracias a la colaboracin desinteresada y la paciencia infinita de Maximiliano Linzer quien nos orient en el abordaje de la temtica. 4 Las entrevistas fueron realizadas durante el ltimo trimestre del 2005 y el primero del 2006, fueron grabadas, posteriormente desgrabadas y contextualizadas mediante notas de campo tomadas por los investigadores del proyecto. Si bien diseamos un instrumento claramente no-estructurado, discutimos los ejes que guiaran la interaccin entrevistador-entrevistado intentando mantener abierta la posibilidad de que el entrevistado se expresara sobre aquellos nudos temticos (nuestros ejes) de la forma ms libre posible, y que pudiera introducir nudos temticos no previstos por nosotros. Nos propusimos que los temas, las relaciones entre stos, los presupuestos y las explicaciones fueran lo menos pre-establecidas posible por nuestros intereses de investigacin. Por este motivo las entrevistas se desarrollaron sin un cuestionario preestablecido, sino con preguntas y respuestas abiertas focalizadas en una temtica (Guber, 1991).
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construccin de conocimiento y sujeto de investigacin que nos permite el acceso al trabajo de campo) constituyen categoras nativas con una fuerte carga de significacin, aunque dismil a la nuestra. Investigar, es para los funcionarios policiales descubrir actividades delictuales, mientras que el informante es el buchn. El silencio y la restriccin corporativa de la palabra se ven reforzados por la prohibicin normativa a hablar con personas ajenas a la institucin. Como menciona Galvani, el artculo 34 de la Reglamentacin de la Ley para el personal de la Polica Federal Argentina seala que: Salvo autorizacin expresa de la Jefatura, el personal en actividad o retiro no podr prestarse a reportajes ni emitir pblicamente su opinin en asuntos de carcter oficial o vinculados a la funcin o a los intereses policiales. Con lo cual la situacin de entrevista coloca al polica doblemente en la situacin de su otro cotidiano, y en este segundo sentido, incluso lo posiciona como posible transgresor de una norma. Al tomar los discursos policiales como objeto de anlisis lo que hacemos es centrarnos en qu dicen que hacen en tanto constituye sta una prctica entre otras. No se trata de adjudicar una transparencia al discurso en tanto expresin de un sujeto y una prctica verdaderos, tampoco de leer estos discursos como portadores de una opacidad que viene a velar la verdad de sus prcticas o sus motivos ocultos. Partiendo de una perspectiva pragmtica del lenguaje (Criado, 1998), que considera el discurso como una prctica ms, sostendremos que no existe el discurso verdadero del sujeto, sino una diversidad de prcticas discursivas segn las situaciones y los interlocutores. No se trata de buscar y encontrar el discurso verdadero de los policas sobre sus prcticas (ni la verdad de su discurso en su prctica, ni la verdad de su prctica expresada en un discurso), sino de explorar el espesor mismo de estos discursos en tanto prcticas producidas por estos sujetos en una situacin determinada. No entendemos que los discursos que tomamos por objeto sean la expresin de necesidades sociales que tienen su
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origen en otra parte. Los discursos constituyen por s mismos acontecimientos, son constituyentes y constitutivos de una realidad social. No es una relacin de expresin (entre ese algo y los discursos), sino una relacin de produccin que por otra parte, no es ni unvocamente determinante ni la nica relacin de produccin de lo social. Tampoco se trata de buscar y encontrar en lo discursivo la causa del despliegue del conjunto de prcticas reconocidas como extradiscursivas. En definitiva, consideramos que los discursos no son la expresin de un mbito original y primario no-discursivo; pero tampoco estas prcticas extradiscursivas seran la realizacin material de unos discursos que se presentan como causa eficiente. Se trata de diferenciar las prcticas discursivas y extradiscursivas como mbitos de produccin de lo real y en el mismo movimiento, dar por tierra con la dualidad que distingue entre la idea y la cosa. Tanto las prcticas discursivas como las extradiscursivas constituyen una realidad material. Es as que los discursos son prcticas, constituyen una positividad, un campo de regularidades, que son algo en s mismas y tienen sus propias reglas, reglas de formacin que tienen su origen no en una mentalidad (que las utilizara como medios de expresin) sino en el discurso mismo. En el discurso quiere decir que no hay una interioridad oculta, tampoco una exterioridad sobreimpuesta sino que se trata de la materialidad misma de la existencia discursiva en cuanto tal (Foucault, 1997).5
5 El recurso de Foucault a la nocin de regla es ampliamente deudor de la propuesta de Wittgenstein, desarrollada sobre todo en Investigaciones filosficas. No se trata slo de extender el anlisis para comprender las reglas sociales como reglas lingsticas, sino de retomar el planteo wittgensteriano all donde propone no tanto un modelo lingstico para comprender lo social, sino una reconceptualizacin del lenguaje considerndolo esencialmente actividad humana. No existe tal cosa como el lenguaje como unidad, sino juegos de lenguaje. El lenguaje existe en tanto y en cuanto es usado, es decir, en tanto se articulan estos juegos. Los juegos de lenguaje son prcticas sociales que implican la actividad de seguir una regla. Seguir una regla es una prctica, una tcnica, una habilidad que implica la capacidad de comprender lo que se dice. Esta capacidad de comprensin no aparece como la emergencia de principios reflexivos conscientes a modo de preceptos a priori a los cuales debe adecuarse, sino en funcin de principios, o ms bien guas que surgen de y en el mismo juego de lenguaje, y que slo pueden ser interpretadas en la inmanencia de ese juego que est en su origen. Este seguir una regla puede ser considerado como la estructura
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Si bien lo discursivo y lo no discursivo son dos formas de produccin de lo real, y si bien desde esta pragmtica del discurso decir es un hacer, el decir supone una especificidad que lo vuelve irreductible al dominio del hacer. Esta especificidad desdobla el dominio del hacer, y en el pliegue del decir sobre el hacer, se ordena la posibilidad de saber. Analizaremos el espesor de los discursos de los funcionarios policiales procurando una aproximacin a lo que los policas dicen del desempeo de su propia tarea, que en definitiva constituye su saber hacer. Luego realizaremos dos movimientos analticos que mantendremos en tensin para asegurarnos no perder la riqueza de su dualidad. Por un lado, pondremos la mirada en lo que estos discursos comparten con otros, ms all de su especificidad. All el concepto de formacin discursiva nos permitir situar estos discursos en un entramado complejo de produccin social de la realidad que se organiza en torno a la (in)seguridad como problema. Por otro lado, dedicaremos un esfuerzo analtico a destacar la especificidad del discurso policial, dado que una formacin discursiva no es un conjunto homogneo de discursos, ms an, presentan texturas diferentes y producen efectos diferenciales. Este es el doble registro en el que se desplaza el anlisis que realizamos en este escrito.
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lica implica poseer un saber que se adquiere en la prctica, o en trminos de Bourdieu, ser polica implica un sentido prctico que se adquiere en un espacio determinado a lo largo del tiempo (Bourdieu, 1991). Vale destacar al respecto que el espacio donde se aprende a ser polica no es exclusivamente el espacio institucional (entendido en este caso como la escuela de formacin de policas, o incluso la comisara) sino como nos sealaba un oficial un polica se hace en la calle. Uno de los saberes prcticos primordiales puestos en juego por estos funcionarios, y que constituye parte de lo que Bourdieu ha denominado habitus,6 es saber hacer la diferencia, lo cual implica saber de quin desconfiar, saber cmo y con qu criterios discriminar. Respecto a cmo realiza su trabajo, nos comentaba un oficial:
Si yo los veo que son todos buenos, no preguntonono investigo nada, nunca llego a nada. Me quedo con que son todos buenos, y listo. Vos tens que desconfiar en algo para poder llevar a alguien preso, cuando ests en una investigacin tens que desconfiar de todo el mundoes as, lamentablemente. Porquede algn lugarpuede salir algn dato.de una persona.que puede ser.que cometi un delito. No es fcil esto, eh? Nono es nada fcil porque tens que discriminarno te queda otra.
6 Segn Pierre Bourdieu: Los condicionamientos asociados a una clase particular de existencia producen habitus, sistemas de disposicin duraderos y trasladables, estructuras estructuradas dispuestas a funcionar como estructuras estructurantes, es decir, en cuanto principios generadores y organizadores de prcticas y representaciones que pueden ser objetivamente adaptadas a su meta sin suponer la orientacin consciente a fines y el control expreso de las operaciones necesarias para alcanzarlos, objetivamente regladas y regulares sin ser en absoluto el producto de la obediencia a reglas y, siendo todo esto, colectivamente orquestadas sin ser el producto de la accin organizadora de un director de orquesta (Bourdieu, 1991: 86).
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El tema es as: cuando vos retas a tus hijos, tus hijos se enojan con vos... la polica cumple un rol desagradable, ms all de sus limitaciones o fracasos; pero creo que a nadie nos gusta que nos pongan lmites, y la polica pone lmites.
Desconfiar, discriminar, poner lmites, establecer una cesura diramos nosotras,7 implica tener incorporadas determinadas categoras de percepcin y apreciacin del mundo social que se encuentran inscriptas en el habitus. Respecto a cmo realizan su trabajo, nos comentaban:
En general uno le pone rtulos a la gente, es una cuestin lgica, porque si yo no desconfo de todo el mundo no puedo llevar preso a nadie. El tpico malandra que dice la polica o que dice la gente, ese que tiene la capuchita, el jogging y las zapatillas Nike, o no?. Nosotros vamos y apuntamos a ese quecomo una de .las personas que pueden llegar a cometer un delito. En cambio, viste?, el pibe de traje, uno ms o menos lo tiene lo tiene un poquito apartado. No quiere decir que no sean unos delincuentes tambin o que no cometa ningn ilcito, pero es el menor enfocado de toda la sociedad me entends?. En las calles, todos los das, la mayor parte de los delitos son cometidos por pibes pobres, que no tienen trabajo, que estn marginados, ese tipo de gente, y son los delitos ms violentos. Tens un hombre de traje y tens un pibe que est con una gorrita as [gesticula ponindose la visera de lado] y se robaron recin el kiosco.y se est haciendo el gil dando vueltas... y as vos lo mirs al primero que vas a ir a identificar es al l. Seamos realistas. Lo vas y lo identifics. O sea, tens que discriminar muchas cosas, tens que discriminar muchas cosas; y tus compaeros muchas veces lo ven y otras veces no.
7 Como sealamos en el texto Hacer morir: prcticas policiales y la (re)inscripcin del poder soberano en la economa del biopoder que se encuentra en este libro, nuestra propuesta es pensar las prcticas policiales como estrategias que introducen o actualizan una cesura entre lo que debe vivir y lo que debe morir. Buscamos analizarlas como mecanismos y efectos de exclusin, descalificacin, exilio, rechazo, privacin, negacin, desconocimiento; es decir, todo el arsenal de mecanismos negativos de la exclusin (Foucault, 2006: 51).
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En este punto resulta evidente la delimitacin y focalizacin sobre ciertos sectores, sin embargo no resultan tan claros los fundamentos de esa focalizacin, es as que los policas dicen no saber si esa focalizacin es realizada con o sin razn. Las razones que no saben son las razones tericas, las razones legtimas dentro del campo acadmico (mxime si se tiene en cuenta que el entrevistador puede ser visto como un experto en la materia). Pero las que s saben, son las razones prcticas que los llevan a actuar de determinada forma y que componen su habitus. Nos comentaba un entrevistado:
O sea uno estigmatiza ciertas partes, no s si es con razn o no, pero yo te digo de que ms o menos el 75, 80 por ciento de cuando uno pone la vista en alguien, te puedo asegurar que es, o algo tuvo que ver, quizs no. Pero el 75 por ciento es el que es.
Las razones prcticas remiten a lo obvio, a lo natural, a aquello que no es cuestionado, y excluye desde el principio toda reflexin acerca de las condiciones de posibilidad de existencia de esas prcticas. Adems, como seala Bourdieu: La lgica de la prctica es ser lgica hasta el punto en que ser lgico implicara no ser prctico (Bourdieu, 2007: 84). De all se puede comprender que un entrevistado diga:
en general uno le pone rtulos a la gente, es una cuestin lgica, porque si yo no desconfo de todo el mundo no puedo llevar preso a nadie.
Por ello, tienen razn los porcentajes que sealan que en el 75, 80 por ciento de los casos, la estigmatizacin estuvo bien hecha. A partir de ello el llamado a ser realistas: es la realidad la que demuestra que hay una suerte de ajuste entre el sentido prctico y el mundo, a eso se lo denomina sentido comn. Ahora bien, la realidad de la que hablamos, es una construccin que garantiza la coincidencia de las estructuras objetivas y las estructuras incorporadas que procura la ilusin de la comprensin inmediata (Bourdieu, 1991: 48). Discriminar y estigmatizar a determinados sujetos ape-
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lando a la realidad es parte del proceso de construccin de una otredad. Las prcticas policiales construyen una imagen dicotmica de lo social a partir de la fractura entre un nosotros y un ellos. Ellos son los que deben ser controlados por las agencias del sistema penal (particularmente la polica). Como deca uno de los entrevistados respecto a cules son los sectores sociales que cometen delitos:
Digamos que no slo delinquen las clases bajas, no queda excluida la clase alta, el ladrn de guante blanco, pero el ladrn de guante blanco no tiene la cabeza quemada, hace cintura con las leyes, y de hecho, hecha la ley hecha la trampa. Por eso, [al ladrn de guante blanco] uno lo ve afuera, en libertad en pocos das, en pocas horas, en minutos, ni detenido. Mandan veinte abogados, y por qu? Se escucha a veces un caballito de batalla del garantismo, de los derechos humanos: por qu no meten presos a los ladrones de cuello blanco y se la agarran con los de la villa, eh?. Es decir, la ley es muy linda est escrita y algunos hacen abuso de eso, porque est tan prolija, tantos derechos, tanta garantas, tantas veces apelar, pero quin pue- de usar eso, hacer uso y abuso? Los que realmente no tienen la cabeza quemada, los que son vivos, los que estn apadrina- dos por algn poltico, amigo de jueces... Como por ejemplo, el caso de Mara Marta Belsunce que el marido est imputado de homicidio y est pelendola de afuera, en libertad, hasta se neg a sacarse el ADN.
De aqu podramos inferir que la delimitacin de aquellos sobre los que recae la intervencin policial escapa a la oposicin legal-ilegal por lo menos en dos sentidos. Por un lado, en Vigilar y Castigar Foucault (2000) dej establecida la forma en que se recorta la delincuencia del conjunto de los ilegalismos. Esa divisin mvil e histrica entre ilegalismos tolerados y no tolerados construye la subjetividad de los policas, forma parte de su sentido prctico. Para los policas no slo los pobres delinquen, para ellos en todos los sectores sociales hay transgresores y, sin embargo, no toda transgresin implica su conversin en delincuencia. Si bien la poblacin en su conjunto es potencialmente discriminable, aquel sobre quien recaer la intervencin policial (el discriminado) se define social e
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histricamente. En este sentido es que entendemos que en la intervencin policial cristaliza la conversin de los ilegalismos en delincuencia. Como contracara de esta administracin diferencial de los ilegalismos, la intervencin policial sobre lo efectivamente discriminado no requiere de la transgresin de la ley porque, en definitiva, la intervencin recae sobre quienes puede recaer, sobre quienes es lgico y natural que recaiga. La intervencin recae sobre los que son construidos en un orden social determinado como enemigos de la sociedad, peligrosos o bien potencialmente peligrosos, en tanto se interviene sobre maneras de ser y de vivir.
Yo soy el que coarto todas las cosas que estos pibes estn armando para cometer un delito. Porque para ellos no es cometer un delito, ellos ya estn acostumbrados, no es en todos los aspectos iguales sino que en la gran mayora ellos ya estn acostumbrados a vivir de eso y no conocen otra manera. Entran a la crcel y salen como si fuese la escuela de ah adentro. Porque cuando ellos salen de esa crcel se encuentran con exactamente la misma realidad, viven en una casa pobre, con techo de chapas, con piso de tierra, sin agua potable, sin luz siempre la misma realidad. Entonces qu puede llevar a esa persona a que cambie? No hay nada. Vos castigas al pibe, est preso y cuando sale est exactamente en la misma realidad que cuando entr, qu pretends, que sea mejor?. () el padre preso, el hermano preso, es el ejemplo que tienen ellos de que la vida es as, constantemente, desde los 14, los 13, desde que puede empuar un arma, digamos, ya puede haber cado preso una vez, sali, qu ejemplo se le da?, qu seguimiento tuvo ese menor? Es un futuro delincuente en potencia).
No resulta meramente accesoria la aclaracin de que ellos estn acostumbrados a vivir de ese modo y no conocen otra manera. Estas afirmaciones refuerzan y naturalizan las prcti- cas divisorias en torno a las cuales se estructura la actividad po-
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licial, objetivando a los sujetos sobre los cuales se interviene.8 De esta manera, se establece una ligazn causal entre pobreza y delito. Es a partir de esta ligazn que los policas justifican la intervencin focalizada sobre ciertos sectores de la poblacin: los pobres, y fundamentalmente, los jvenes pobres. As hablan de los otros (y, en contrapartida, de s mismos):
La mayor parte de los delitos son cometidos por gente indigente, gente pobre, que est marginada, ese tipo de gente. Y son los delitos ms violentos, no?
El otro se construye desde lo que no posee, no slo en trminos materiales (no tienen trabajo, estn marginados), sino tambin despojados de otro tipo de cualidades: afectividad, contencin familiar, educacin, capacidad de reflexionar, valores. En definitiva, carentes, privados, despojados en todos los planos.
Los menores de edad cometen delitos por muchos factores, muchos factores la institucin familiar, la falta de trabajo, la falta de estudio, las cuestiones econmicas, hay muchos factores que inciden sobre este temita. No estamos hablando de que un hombre es un delincuente porque es delincuente y nada ms. No, lo llevan muchas cosas a cometer un delito, la pobreza, los medios de vida necesarios que son siempre insuficientes, las necesidades bsicas insatisfechas, las condiciones de vida infra humanas.
Los entrevistados argumentan que estas carencias responden a una suerte de socializacin deficiente. Al respecto un polica nos deca: No es que nacen, se hacen, por cmo se sociabilizan. Y otro enfatizaba:
Al delincuente se lo hace, no nace, el estado, las presiones, el dejarlo de lado, se lo hace delincuente, a mi nunca nadie
8 Al respecto, seala Foucault: he estudiado la objetivacin del sujeto en lo que llamar prcticas divisorias. El sujeto, o bien se divide a s mismo o es dividido por los otros. Este proceso lo objetiva. Los ejemplos son el loco y el cuerdo; el enfermo y el sano; el criminal y los buenos muchachos (Foucault, 2001a: 241).
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me dio nada, y si no hubiese existido una ley, mi familia, sino hubiese existido la polica, eh? Yo hablo con conocimiento de causa.
Por otro lado, los entrevistados atribuyen al otro cierta naturaleza, una modalidad bajo la cual la distincin aparece segn formas ms estancas:
Si una persona digamos, si yo no soy ladrn, no soy violador, no soy asesino, no lo voy a ser, ahora si soy, no voy a cambiar y mucho menos preso.
O tambin:
Algunos dicen el delincuente nato no existe, haber nacido delincuente, pero son cosas que se dicen.
De esta manera, ser o devenir delincuente aparecen como efectos ya producidos difciles de revertir:
El que no es delincuente puede llegar a caer preso por un delito eventual, por un delito pasional ponele, un delincuente ocasional, mat a la mujer en un ataque de celos, de furia, de ira; no es un delincuente comn, ese va a salir y no va a volver a caer preso. Pero yo he tenido muy pocos casos, contado con los dedos de la mano, por ejemplo un chico joven de buena posicin, bancario que mat a la mujer, que era golpeado encima, golpeado por la mujer, se muda, al final la mujer lo fue a buscar, lo cag a palos y ste le vaci el cargador y se comi no se cuantos aos preso. Sufri, pero bueno, al final lo excarcelaron, despus de 5, 6 aos, y ese no es un delincuente, nunca ms va a volver a caer preso.
Esa diferencia natural o adquirida por una socializacin deficiente, se refuerza cuando se la articula con otras diferenciaciones relacionadas con estereotipos difundidos, por ejemplo la que se establece entre el pobre vago y el pobre laburante:
Vos fijate la idiosincrasia que ya tienen estos pibes: no, porque no me dan, yo si no trabajo me cago de hambre, sino
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trabajo no me la dan, y por eso no voy a salir a robar, si tengo que trabajar de noche, dos trabajos, tres trabajos aparte de esto. Yo nunca met preso a un tipo por robar que haya salido a robar que haya perdido el trabajo el da anterior, es decir, es una mentira que el laburador porque no hay trabajo sale a robar, el laburador est haciendo zanjas, cortando el pasto, lavando autos, cortando rboles, arreglando una lucecita en una casa. Y la clase baja son los que nos aborrecen tambin, porque es en la clase baja donde tens el cincuenta por ciento que es delincuente y familiares de delincuente y en la clase baja tambin tens el otro cincuenta por ciento que es humilde y trabajadora, que es la gente que agarra y dice: Fulano de tal es el que est robando en el barrio, y si uno le pregunta Me sale de testigo?, Si, cmo no. Y es la que aporta mayores datos y es la que le da un poco ms de impulso a la polica para que siga investigando.
Apelando al carcter innato o a defectos de socializacin, a cualidades subjetivas o del medio social, e inclusive a una combinatoria de varias de estas formas, se actualiza una distribucin diferencial de los cuerpos. Consideramos que esta definicin del otro y esta naturalizacin de relaciones sociales no es una invencin policial. La prctica policial rearticula y refuerza distinciones que son producidas tambin por otras prcticas sociales. Como sealamos anteriormente, estos discursos forman parte de una formacin discursiva atravesada por el denominado problema de la inseguridad. En definitiva, sobre esta poco novedosa identificacin de un otro (como el no deseado, el peligroso) se articula la prctica policial como una de las instancias que recorta lo discriminado del universo de lo discriminable.
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cmo una serie de discursos tan heterogneos como los discursos polticos, mediticos, judiciales, acadmicos y policiales pueden plantear cierta homogeneidad respecto a las reglas de formacin de sus enunciados (la formacin de los objetos, de los conceptos y de las posiciones de sujeto). Al respecto plantea Foucault:
Et lorsque, dans un groupe dnoncs, on peut reprer et dcrire un rfrentiel, un type dcart nonciatif, un rseau thorique, un champ de possibilits stratgiques, alors on peut ter sr quils appartiennent ce quon purrait appeler une formation discursive. Cuando en un grupo de enunciados se puede delimitar y describir un referencial, un tipo de desfasaje enunciativo, una red terica, un campo de posibilidades estratgicas, entonces se puede estar seguro de que pertenecen a lo que puede llamarse una formacin discursiva (Foucault, 2001d: 747).
Desde la perspectiva arqueolgica, la unidad de anlisis es el enunciado y la nocin de formaciones discursivas surge, precisamente, respecto a la formacin de estos enunciados.9 Nos interesa identificar esas lneas de continuidad que ponen en
9 Edgardo Castro sostiene que la perspectiva arqueolgica concibe la prctica de la historia como una arqueologa del saber, sta no se ocupa de los conocimientos descriptos segn su progreso hacia una objetividad (que encontrara su expresin en el presente de la ciencia), sino que consiste en una historia de las condiciones histricas de posibilidad del saber. Fundamentalmente, la arqueologa no pretende la bsqueda del origen o invencin de un objeto determinado, sino de la regularidad de los enunciados que a l refieren (Castro, 2004). En sntesis, la arqueologa no es interpretativa, no trata los documentos como signo de otra cosa, los describe como prcticas sin buscar con ello establecer ni la gnesis, ni la totalizacin, muy por el contrario se trata de abordar su especificidad. Al respecto seala Foucault: La arqueologa pone tambin de manifiesto unas relaciones entre las formaciones discursivas y unos dominios no discursivos (instituciones, acontecimientos polticos, prcticas y procesos econmicos). Estas confrontaciones no tienen como finalidad sacar a la luz grandes continuidades culturales, o aislar mecanismos de causalidad. Ante un conjunto de hechos enunciativos, la arqueologa no se pregunta lo que ha podido motivarlo (tal es la bsqueda de los contextos de formulacin); tampoco trata de descubrir lo que se expresa en ellos (tarea de una hermenutica); intenta determinar cmo las reglas de formacin de que depende y que caracterizan la positividad a la que pertenece- pueden estar ligadas a sistemas no discursivos: trata de definir unas formas especficas de articulacin (Foucault, 1997: 272).
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duda la originalidad, en nuestro caso, de los discursos policiales. Estos discursos no son islas de sentido sino que se enlazan en tramas discursivas ms amplias y ests ltimas son las que, en definitiva, vuelven inteligible al discurso policial. Una formacin discursiva implica, entre otras cuestiones, la formacin de conceptos y aunque aqu nuestra intencin no es realizar una arqueologa de su formacin, s pretendemos sealar la masa crtica que componen, la malla de inteligibilidad e interpretacin. En este sentido, la (in)seguridad no es para nosotras, como ya hemos sealado, un objeto que preexiste a las mltiples formas de su expresin, una exterioridad que se imprimira en un discurso, pero tampoco la creacin discursiva de un objeto que no existe. No planteamos como novedad la constitucin misma de la (in)seguridad como objeto, pues no podemos desconocer que de seguridad ya hablaba Hobbes10 que este ha sido un tpico central del liberalismo desde sus inicios. Sin embargo insistimos en caracterizar la especificidad de la emergencia de una particular experiencia histrica (ni natural, ni universal, ni atemporal), donde la (in)seguridad tiene un sentido especfico. La emergencia de la problematizacin de la (in)seguridad se remonta a los aos ochenta en los pases centrales, donde comienza a plantearse la necesidad de resolver el problema del tratamiento de la cuestin penal a partir de la modernizacin de las estructuras burocrticas y de su orientacin ajustada a las normativas propias de un estado de derecho. Se plantea en consecuencia la necesidad de disear e implementar polticas que preserven la seguridad de los ciudadanos, entendida sta como un derecho que debe ser garantizado por el estado. Numerosos informes de organismos internacionales definen el problema y delimitan posibles soluciones. A modo
10 La misin del soberano (sea un monarca o una asamblea) consiste en el fin para el cual fue investido con el soberano poder, que no es otro sino el de procurar la seguridad del pueblo. A ello est obligado por la ley de naturaleza, as como a rendir cuentas a Dios, autor de esta ley, y a nadie sino a l. Pero por seguridad no se entiende una simple conservacin de la vida, sino tambin de todas las excelencia que el hombre puede adquirir para s mismo por medio de una actividad legal, sin peligro ni dao para el Estado [cursivas en el original] (Hobbes, 2007: 275).
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de ejemplo podemos considerar la siguiente definicin contenida en un informe de La Organizacin de las Naciones Unidas sobre Latinoamrica:
La seguridad ciudadana tiene como principal significado el no temer una agresin violenta, saber respetada la integridad fsica y sobre todo, poder disfrutar de la seguridad del hogar sin miedo a ser asaltado y poder circular tranquilamente por las calles sin temer un robo o una agresin. La seguridad sera una creacin cultural que hoy en da implica una forma igualitaria de socialidad, un mbito libremente compartido por todos (PNUD, 1999: 9).
Y en el mismo informe se plantea la seguridad pblica como uno de los aspectos de la seguridad ciudadana:
La seguridad pblica ha sido definida como el conjunto de polticas y acciones coherentes y articuladas, que tienden a garantizar la paz pblica por medio de la prevencin y represin de los delitos y las faltas contra el orden pblico, mediante el sistema de control penal y el de la polica administrativa (PNUD, 1999: 9).
En las ltimas dcadas la (in)seguridad deviene un tema central de las agendas pblicas tanto de pases centrales como perifricos, y se configura en tanto problema a partir de un diagnstico: el aumento generalizado en la cantidad de delitos cometidos fundamentalmente en los grandes ncleos urbanos y la ineficiencia/ineficacia de las distintas agencias que componen el sistema penal, entre ellas, la polica. Falta de presupuesto, de recursos, de personal policial, o de formacin profesional de los mismos son algunos de los tpicos que resuenan en una multiplicidad de voces que, aunque provenientes de mbitos diversos (polticos, mediticos, acadmicos), coinciden en sealar la urgencia y la necesidad de intervenir en la solucin de la denominada crisis de seguridad. Resuenan los significantes delito, violencia, gestin, eficiencia, eficacia. Se plantea la necesidad de proteccin de la integridad fsica y la propiedad privada, as como la necesidad de la modernizacin de las estructuras estatales como condicin indispensable para la resolucin democrtica de los conflictos sociales. Todos estos conceptos en-
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tramados conforman una rejilla de inteligibilidad del mundo: se piensa y se habla as y no de otra manera. Ahora bien, el problema de la inseguridad y el de las polticas pblicas que se disean e implementan para intervenir en l ocupan el centro de la escena en el debate pblico y orientan la preocupacin de los dirigentes polticos. Es as que aparece como un imperativo poltico la necesidad de dar respuestas locales al problema de la seguridad. Adems de proliferar en el campo poltico, estos discursos atravesaron el campo de los medios masivos de comunicacin,11 as como tambin articularon las prcticas de algunas organizaciones de la sociedad civil autodenominadas de vctimas y familiares de vctimas de la inseguridad.12 Adquiere visibilidad la emergencia de grupos ms o menos articulados que reclaman al estado por ms seguridad. Este escenario ha dado lugar a la proliferacin de propuestas, comnmente denominadas de mano dura que, enmarcadas en campaas polticas y mediticas de ley y orden, tienden a proponer e impulsar sus soluciones a partir de una mayor represin policial y la inflacin de instrumentos legales. Propuestas que han encontrado inspiracin en experiencias derivadas de corrientes terico-prcticas implementadas en los aos noventa en Estados Unidos.13 Como contrapunto de lo que hasta aqu hemos sealado, es
11 Ver en este mismo volumen La problematizacin de la (in)seguridad en los medios de comunicacin: los imperativos del saber y del hacer de Gabriela Rodrguez y Gabriela Seghezzo, y El poder de no saber. Estrategias de neoliberalismo aplicado, de Natalia Ortiz Maldonado y Celina Recepter. 12 Citaremos aqu a modo de ejemplo la Fundacin Axel Blumberg. Por la vida de nuestros hijos (www.fundacionblumberg.com), as como tambin a la Comisin Nacional contra la Inseguridad (www.conaci.org.ar). 13 En ese sentido puede consultarse los artculos Soluciones al crimen. 18 cosas que podemos hacer para luchar contra l (AA.VV. 2001) y Ventanas Rotas. La polica y la seguridad en los barrios (Wilson y Kelling, 2001) que se publicaron respectivamente en 1982 y 1995. En la Argentina fueron reunidos por la Revista Delito y Sociedad en el Dossier Los realistas de derecha en el pensamiento criminolgico y publicados junto a un anlisis crtico de estas corrientes: Derecha criminolgica, neoliberalismo y poltica penal (Pegoraro, 2001).
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posible detectar la configuracin en el campo acadmico (y en el poltico a travs de expertos y asesores) de un nuevo objeto de intervencin con respecto al control del delito: la nueva prevencin. Partiendo del mismo diagnstico (el aumento de los delitos que se desprende de estadsticas oficiales y no oficiales y la presuncin de que el estado, mediante sus agencias, es incapaz de dar respuestas a la mencionada crisis) se propone un giro en la manera de gestionar la cuestin criminal. Se configura entonces un discurso alrededor de la produccin de un saber que debe poder transformarse en insumo para la produccin de seguridad en trminos de polticas de seguridad preventivas.14 Estas polticas incluyen la participacin de la comunidad local en la delimitacin de la agenda pblica y son presentadas socialmente como una respuesta del estado que busca distanciarse de las respuestas punitivas elaborando formas de intervencin preventivas diseadas para ser implementadas en mbitos locales.15 En cuanto al campo acadmico, la multiplicacin de congresos y seminarios organizados en torno a los problemas de seguridad, seguridad ciudadana y seguridad pblica, las publicaciones especializadas en el tema, as como la creacin de carreras de grado y posgrado en seguridad, dan una pauta de hasta qu punto la (in)seguridad se convierte en un nudo problemtico difcil de desenmaraar. Lejos de hacerse eco de los discursos que circulan en los medios de comunicacin sin ningn tipo de mediacin, las ciencias sociales producen un discurso crtico sobre la inseguridad. Sin embargo, parten de los mismos presupuestos: la premisa de un aumento considerable de la violencia y del delito, producto de la desigualdad social
14 Cabe aclarar que las polticas de seguridad implementadas en Argentina se inspiran en experiencias llevadas a cabo en Francia, Inglaterra, Estados Unidos e Italia, entre otros. 15 En Argentina luego de algunas experiencias piloto llevadas a cabo a mediados de los noventa, desde el ao 2000 se disea e implementa el Plan Nacional de Prevencin del Delito, que constituye la materializacin en el mbito nacional de los lineamientos generales que hemos sealado. En su programtica la participacin de la comunidad local es concebida como herramienta que permitira resolver problemas de gestin estatal, al tiempo que aparece como un mecanismo que democratizara las instancias de gobierno.
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extrema y del proceso de marginacin que ella implica.16 Nos encontramos entonces con dos polos en torno a los cuales se piensa y se recomienda una teraputica apropiada: por un lado, una visin marcadamente autoritaria que acompaa el clamor popular por una mayor represin de las fuerzas del orden; y por el otro, una visin progresista que aboga por la prevencin y la proteccin de los derechos ciudadanos de vctimas y ofensores. No obstante los matices que las diferencian, ambas posturas coinciden en que las causas del presunto aumento en la comisin de delitos remiten a las carencias de los presuntos ofensores: los discursos de tinte ms autoritario sealan la crisis moral o ausencia de autoridad que supuestamente se extendera entre los jvenes de los sectores populares. Por otra parte, las visiones ms crticas enfatizan en las carencias materiales o en la falta de oportunidades resultado del brutal proceso de pauperizacin y los altos ndices de desempleo consecuencia de las polticas de los aos noventa que padece una gran parte de la poblacin. Aunque por distintos derroteros y con dismiles intenciones unos y otros tienden a reforzar la vieja matriz positivista que estableci una ligazn entre pobres y delincuentes. Estos discursos presentan entonces elementos heterogneos e irreductibles, sin embargo poseen al mismo tiempo cierta homogeneidad: todas las voces coinciden en la bsqueda de soluciones, en la urgencia sobre qu hacer, cmo hacer y en relacin a qu hacer. A partir de all el debate se establece sobre una falsa antinomia (represin o prevencin), y en torno a qu lugar ocupan las fuerzas de seguridad y la poblacin en la ges- tin del orden pblico. En sntesis, sin desconocer los matices que diferencian entre s estas posturas, es nuestro inters recu- perar aquellos ncleos duros que organizan el debate: todas las voces coinciden en delimitar el problema de la inseguridad en relacin a la integridad fsica y el resguardo de la propie- dad privada, para luego proponer intervenciones alrededor de
16 Estos puntos son tratados detenidamente en este libro en La cuestin del objeto y otras interrogaciones sobre el mtodo de Alina Rios y en Entre los derechos humanos y la (in)seguridad: modos de construccin de la violencia policial en las ciencias sociales de Gabriela Seghezzo.
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la prevencin y/o represin de los delitos de menor cuanta (robos, hurtos, arrebatos). Al mismo tiempo, se van constituyendo nuevas categoras de intervencin, comportamientos y actitudes considerados disvaliosos17 que engrosan el cuerpo de problemas a los que hay que dar una respuesta rpida y contundente. Jvenes reunidos en esquinas o plazas, travestis y prostitutas que ofrecen sus servicios en la va publica, vendedores ambulantes, cartoneros que recorren la ciudad por las noches, indigentes y personas sin techo, componen un cuadro general que junto a los delincuentes de poca monta aparecen como los causantes de todos los males, una suerte de cuerpo extrao en la ciudad, lugar desde donde emergen las preocupaciones de expertos, polticos, periodistas, policas ocupados en proteger a una ciudadana que es (re)presentada en los medios de comunicacin en tanto vctima honesta y atemorizada. Las reuniones de vecinos con policas y funcionarios del gobierno local, la marcacin del espacio pblico en mapas del delito, la promocin de actitudes y rutinas preventivas por parte de los habitantes de la ciudad, junto a una mayor presencia policial en sus actividades de vigilancia y patrullaje, son algunas de las intervenciones de prevencin que se despliegan en torno al problema de la inseguridad.18 Ahora bien, si prevenir es una
17 En el marco de la problematizacin de la (in)seguridad aparecen nuevos objetos de intervencin vinculados a la sensacin de inseguridad. Tal es el caso de lo que Aniyar de Castro sealada como incivilites diciendo: Las incivilites son malas conductas, infracciones o conductas agresivas o atemorizadoras, previstas o no en las leyes, pero que no siempre llegan a ser consideradas delitos (). Son incivilites por ejemplo: la destruccin de los aparatos telefnicos pblicos, los destrozos en el alumbrado, las amenazas o cobro de peaje a los vecinos, las acciones tendientes a asustar a los pasajeros en los metros o subterrneos, u otros vehculos de transporte en comn, o la evasin del pago del mismo, la destruccin de sus asientos, o de las instalaciones elctricas, las expresiones obscenas reiteradas contra alguien, el mostrar los genitales a las mujeres del vecindario, el robar la ropa puesta a secar en los patios de las casas, u objetos de adorno o uso cotidiano, la borrachera pblica, etc. (Aniyar de Castro, 1999: 187). 18 Nos estamos refiriendo a las polticas preventivas cuya modalidad de intervencin es la prevencin situacional. Si bien excede el objetivo de nuestro trabajo es importante mencionar que en el marco de las intervenciones
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anticipacin, un accionar que se anticipa a otra accin esperable en ciertas circunstancias, es indudable que la focalizacin sobre ciertos sectores de la poblacin es parte constitutiva de la intervencin. La vigilancia constante y el eventual castigo se organizan alrededor al olfato policial, es decir, al sentido prctico y la alarma social (y moral) de los buenos vecinos. De all el recorte y la intervencin sobre los sospechosos de siempre ms que posible, es inevitable.
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Una vez ms el problema de la inseguridad gira en torno al resguardo de la integridad fsica y la propiedad privada. Sin embargo, ante esta premisa ampliamente compartida aparece un matiz propio: la inseguridad atraviesa y envuelve el trabajo policial en su conjunto. Ms an, si tenemos presente la dinmica argumentativa de estos discursos (que define al escenario contemporneo sobre la dicotoma nosotros/ellos), resulta evidente que la posicin del enunciador (los policas) es colocada permanentemente en uno de los campos: el sujeto de la enunciacin forma parte del nosotros-vctimas en oposicin a ellos-pobres-delincuentes. Por lo tanto, discriminar, poner lmites y estigmatizar slo se vuelven inteligibles como correlato de pararla de pechito y hacer lo que podemos y ms de lo que podemos, hacer en relacin con la (in)seguridad. Nos en- contramos, una vez ms, con dos movimientos yuxtapuestos, la identificacin con el nosotros y, como se desprende de la propia construccin del nosotros, los propios policas se posi- cionan en el lugar de vctimas. En ese sentido, los entrevista- dos sealaban:
El caso de Kosteki y Santilln en Avellaneda tambin, estn muertos esos muchachos, tienen a los culpables?, no, no saben si tienen a los culpables, porque realmente no saben si tienen a los culpables, pero, ah est, el gobierno mir por las cmaras de televisin que estaban filmando, cmo se desat eso? quines fueron los que empezaron eso? El gobierno lo sabe, que son los piqueteros, la polica se defendi, tuvo la desgracia que mataron a dos, pero tienen a los culpables realmente? Nadie lo sabe, nadie sabe si realmente ellos tienen a los culpables, yo pienso que estn totalmente equivocados, porque
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no vieron la reaccin de la gente antes de que pasara eso, y no estn castigando la reaccin de esa gente ahora, porque gracias a la reaccin de esa gente, pas lo que pas. Nosotros tambin somos vctimas y no lo reconocen.19 Ah est, ah estn donde entran los derechos humanos, el polica no tiene derechos humanos, por el simple hecho de ser polica y elegir esa vocacin se cortaron los derechos para ese polica, y si hubo maltrato o fue un delincuente abatido en un enfrentamiento, o si nos desbordaron en el ejercicio de nuestro deber, el fiscal va e investiga el lugar. Y si lo tiene que procesar al polica, el fiscal tiene su fundamento para procesarlo.
La caracterizacin de un contexto adverso signado por el incremento del delito, la violencia, los conflictos sociales, posiciona la prctica policial como necesariamente exigida y constantemente desbordada. La desgracia y la mala suerte juegan como errores, descuidos, equivocaciones que resultan constitutivos de la tarea policial para dar respuesta urgente a la crisis de seguridad:
Eso influye tambin a veces en la moralidad del personal policial, en Almirante Brown, hace un mes atrs ms o menos, un muchacho rob una bicicleta, se baja la polica y el muchacho con el arma en la mano, y el polica le dice: Qudate quieto ah. Se le escapa el tiro y lo mata, qu hizo el polica?, se suicid, se mat porque, pensando que despus, eh, bueno, vena todo lo que viene, pero fue un accidente. A una persona que est con un arma en la calle, un delincuente, qu vas a pedirle: por favor, baja el arma?. Hace poco tuvimos un enfrentamiento y yo le revent las cubiertas a un camin a tiros y con tanta mala suerte que una
19 La muerte de Maximiliano Kosteki y Daro Santilln el 26 de junio de 2002 fue resultado de un operativo de las fuerzas de seguridad destinado a desalojar un piquete que varias agrupaciones sociales llevaban a cabo en el puente Pueyrredn que comunica la Ciudad de Buenos Aires con el partido de Avellaneda en la Provincia de Buenos Aires. La investigacin judicial posterior apunt a resaltar la responsabilidad directa de un funcionario de la polica, tras el aporte de imgenes fotogrficas de un periodista que estaba cubriendo la protesta. La secuencia de imgenes fotogrficas puede verse en www.masacredeavellaneda.org
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bala rebot en la calle y entr en la casa; y le pegu en la espalda a una mujer que estaba sentada; vino el fiscal y le cont como fue todo, averigu el fiscal por la zona, vio el fiscal que yo, que no fue intencional, que la mujer estaba fuera de peligro, y a m no me proces el fiscal, porque entendi, entendi que lo que yo iba persiguiendo poda ocasionar mucho mal, ms mal de lo que yo provoqu. Tranquilamente podra haber dicho: No, yo no tir, dej que el camin se vaya, no tir nin- gn tiro. Pero para qu la voy a embarrar, si el fiscal a la larga sigue investigando, me puede procesar, y me puede llegar a poner preso por falso testimonio?.
La desgracia y la mala suerte ms que accidentes a ser eliminados son entonces engranajes que forman parte inherente del ejercicio policial, es decir, las prcticas policiales toman la forma del desborde, un desborde, claro est, que es constitutivo y que produce efectos. Recapitulando, junto con la descripcin de los sujetos causantes de inseguridad (delincuentes-pobres-jvenes) y la presentacin del posicionamiento policial como vctimas, en estos discursos tambin reaparece con fuerza una matriz que se pregunta por las causas y que propone soluciones al problema de la inseguridad. Vale decir, la inseguridad como eje de los discursos policiales se constituye bsicamente sobre dos ejes, dos estrategias, que no estn tajantemente enfrentadas ni se definen por oposicin: las causas y las soluciones al problema de la inseguridad, un encadenamiento de diferentes elementos que funcionan como su causa inmanente o bien como la condicin de posibilidad de su resolucin. En estos discursos se hace evidente la apelacin a una estrategia de doble faz: por un lado, aparece una diagnosis de la inseguridad y como su contracara necesaria, se plantea una teraputica. El diagnstico implica necesariamente la prescripcin de soluciones, mostrando una marcada interdependencia especular: los elementos que aparecen como causas de la inseguridad reaparecen, de manera invertida, como sus soluciones. Sin embargo, antes que divergentes, las soluciones y las causas constituyen gestos simtricos. Un esquema frente al cual lo mnimo que se puede sealar, como ya marcramos en relacin con otros campos, es
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su curiosa afinidad con el positivismo criminolgico.20 De alguna manera, el sujeto de la enunciacin se presenta a s mismo como una suerte de moderno patlogo social, capaz de detectar la enfermedad y prescribir el tratamiento simultneamente. En torno a esta matriz diagnstico-teraputica aparecen una serie de elementos que juegan como factores influyentes en la produccin de (in)seguridad. De manera analtica pueden delimitarse tres factores: la educacin, la situacin econmica y los medios de comunicacin. Primero, entonces, la educacin. Uno de los diagnsticos que caracteriza estos discursos es el privilegio que adquiere la educacin en relacin con la inseguridad. La educacin, sea formal-escolar o familiar, es denunciada como un espacio deficitario, un mbito signado por la ausencia de lmites. Nos comentaban los entrevistados:
Yo creo que hay un dficit en la educacin desde el nivel inicial, desde la familia, y un dficit en la educacin en lo que es lo acadmico, en la escuela primaria, secundaria. Esta inseguridad yo creo que tiene que ver con una falta de lmites desde la familia, las instituciones no cumplen su funcin y la primera o la ms grande es la familia, para mi es la familia. Y justamente porque salen de los barrios esos, de chiquitos tienen que salir a trabajar para mantener a la familia o delinquen para mantener a la familia y no tienen tiempo para ir al colegio, entonces, decime, cmo quieren despus bajar la inseguridad?.
De este modo aparece un primer movimiento donde la educacin formal y familiar adquiere un signo marcadamente negativo. Sin embargo, en un segundo movimiento se advierte una tensin y se presenta con toda claridad la impronta ambivalente que envuelve a la educacin en estos discursos. La educacin reaparece tambin con un sentido positivo.
La base para m, la situacin como se encara el tema de
20 Ver en este mismo libro La problematizacin de la (in)seguridad en los medios de comunicacin: los imperativos del saber y del hacer de Gabriela Rodrguez y Gabriela Seghezzo.
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seguridad, la base como para dar un cambio rotundo o empezar a dar un cambio rotundo, es en educacin, dar un panorama desde chico, desde el vamos, como le ensean el abecedario, sumar, restar tambin tienen que saber lo que es el delito, incluirle, hacer la diferencia entre los malos y los buenos. Yo conozco un caso de un homicidio del que el menor ste se quebr, se cur y bueno est trabajando. Est trabajando y lo detuvimos con la anuencia de los padres, los padres nos llamaron y lo fuimos a detener a la casa, o sea que los padres tambin estaban interesados en que el chico se recuperara, lamentablemente no todas las familias funcionan igual.
La familia y la educacin no son portadores exclusivamente de un signo negativo, como espacios deficitarios, de ausencias. La educacin formal-familiar tambin aparece con un sentido positivo, como garante de la seguridad. Dicha tensin es parte constitutiva de la matriz diagnstico-teraputica que adquiere toda su complejidad a la luz de un doble desplazamiento. Por un lado, de la familia disfuncional, desbordada que contribuye como causa al problema de la inseguridad a la familia como el lugar del orden y garanta de la seguridad. Por otro lado, un desplazamiento similar opera en relacin a la escuela cuando se opone trmino a trmino la escuela pblica y la escuela privada. En palabras de un entrevistado:
Por ejemplo qu hemos hecho con mi seora?, adems de conocer los amigos, la familia de los amigos, y dems, el colegio, tenemos la suerte tambin, tenemos la suerte, porque no es que yo tengo la varita mgica, y adems no s cmo va a salir, pero la suerte de poder pagar un colegio privado, pero sin embargo cuando nos mudamos desde el interior para ac por un tema de mi trabajo, vinimos a mitad de ao y lo tuve que meter, consegu cupo en una escuela del estado, fueron los peores seis meses, todos los das a la salida del colegio el nene mo a las trompadas, diciendo que los chicos le queran sacar las zapatillas, cosa que yo veo en la calle o en la comisara, o sea, eh, nenes comportndose con una idiosincrasia carcelaria.
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causal entre inseguridad y jvenes, que a su vez se complementa por la referencia a otros dos elementos que operan como contracara de la familia (funcional) y la educacin (privada): la droga y la calle.
Roban para el vicio, el 90% de los delincuentes roba para el vicio, una muletilla que se escucha, que es porque no hay trabajo, el 90 % de los delincuentes que dicen que es para comer, roban para los vicios, es para drogarse, para los vicios, cigarrillos no faltan, droga no falta, en la casa no hay piso, esos valores, lo confortable y lo no confortable, cmo se lo hacemos ver cuando ya tiene 20 aos, lo que est bien y lo que est mal?, si el mbito de l es la mugre, el piojo, el chupi, la droga, la calle cmo se lo hacemos ver?.
La misma lgica se despliega en torno a otro de los elementos de esta matriz: la situacin econmica. Teniendo en cuenta los desarrollos precedentes resulta obvio decir que la pobreza (o como dira uno de nuestros entrevistados es pobre y bien o mal no tiene otra forma de conseguir un mango que no sea robando) es un factor fundamental del problema de la inseguridad. Una y otra vez, la pobreza suena y resuena como raz primordial. En trminos morales o materiales, al igual que en los discursos producidos en otros campos, la clave que aglutina estos diagnsticos es la idea de carencia: la falta de educacin y la ausencia de lmites de los padres aparecen como explicacin del aumento de la violencia y el delito. La escuela y la familia slo emergen como productores de seguridad cuando no presentan faltas o carencias: la escuela privada y la familia que no es pobre. Sin embargo, la carencia en trminos econmicos no slo opera como causa del semillero de inseguridad, sino que adems aparece como una limitante a la hora de realizar las tareas que posibilitaran la prevencin y/o rehabilitacin de los sujetos causantes de la inseguridad. La ausencia del estado como proveedor de recursos econmicos no slo aparece como una dificultad en la solucin de la inseguridad, sino que opera tambin como una de sus causas. Respecto a la falta de recursos, argumentaban los entrevistados:
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Volvamos a otra cosa, el problema econmico, el tema econmico, en un departamento como el de Lomas de Zamora que tiene 6 partidos, hace dos aos atrs haba 10 fiscalas, supuestamente se crearon las fiscalas y desde un principio hacan falta 45 para poder manejar bien las causas y recin hoy hay 20, as que estamos desfasados en 25, pero cuando se creen las 25 restantes, el nmero de causas acumuladas va a ser inmanejable si vamos a inventar algo, vamos a reformar algo, hagmoslo completo, pero el problema es econmico, nuestros sueldos, por ejemplo. Adems, seis juzgados de menores pueden manejar todos los problemas de los menores del partido de Avellaneda, Lomas, Echeverra, Almirante Brown y Ezeiza? seis jueces de menores pueden manejar todo eso? Y noAh est El estado no te manda nada, el Estado nos puede llegar a mandar dos mil pesos de combustible por mes entends lo que te digo? Dos mil pesos, tens que mantener siete patrulleros, que son camionetas, que no salen los repuestos dos pesos, ehh, cubiertas Entonces ellos se piensan que tens un vehculo que te va a durar toda la vida y no se fijan que le tens que hacer mantenimiento, y Cmo hacs para hacerlo? De dnde sale? Las armas, las municiones las pagamos nosotros y ahora nos pagan a nosotros mantenimiento de equipo, nos pagan ochenta y siete pesos por mes, mantenimiento de equipo Qu es? tens que comprarte un pantaln y una camisa ya tens ciento cincuenta pesos Cmo hacs?.
La diagnosis policial converge con la manera en que problematizan la cuestin polticos, acadmicos y periodistas: por ausencia o carencia lo que debieran ser soluciones forman parte del problema. Un caso paradigmtico de esta convergencia es la manera en que aparece el accionar de algunas agencias del sistema de justicia. Lentitud, falta, desborde son los significantes a partir de los cuales se definen las prcticas de la justicia. En palabras de los entrevistados:
Las crceles ac estn abarrotadas, dejaron siempre aos y aos que pase lo que est pasando, por eso te digo que no es la justicia mala pero es lerda, por eso tambin es que hay tantos detenidos en la crcel, y no hay lugar, y estn haciendo cada
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vez ms crceles y cada vez se llenan ms, la sociedad tiene la posibilidad de volver a regenerar toda esa gente, no vamos a decir el cien por ciento pero si el cuarenta o cincuenta por ciento y si saldran y saldran con trabajo sera otra cosa, sera darle una oportunidad. Las leyes que tenemos ac en la Argentina son buenas, pero son lentas, estn todos los fiscales y todos los jueces cargados de trabajo, entonces eso va dilatando, va cansando, siguen entrando delitos, siguen trabajando
Construido el escenario a partir de la carencia, la ausencia y el desborde, adquiere inteligibilidad la produccin de un s mismo como parte de un nosotros victimizado. En definitiva, frente a este panorama slo queda el cuerpo, y de all que los policas definan su actividad como un la paramos de pechito. Por ltimo, los medios de comunicacin tambin se proponen como uno de los elementos que componen la diagnosis en torno al problema de la inseguridad. Como comentaba un entrevistado:
Lo que dicen los medios de comunicacin, ellos cuentan una historia y encasillan, yo no s cul es el objetivo de ellos, pareciera que les gustara estar en esta inseguridad, en esta inestabilidad social.
En este caso resulta llamativo que los medios no ocupan el lugar de causa primera, sino que aparecen reforzando los otros elementos que funcionan como causas primeras. Los medios de comunicacin refuerzan aqu el escenario de inseguridad en la medida que incentivan ciertas prcticas vinculadas al delito. Comentaban los entrevistados:
Se ha popularizado, se ha, digamos, difundido y se ha vendido, porque tambin debe ser un tema comercial, el tema de la jerga, la msica y todo lo que es carcelario, todo esto de la cumbia villera, lxicos desde que empez Tumberos, digamos desde hace unos aos atrs, mediados de la dcada del 90. 21 Y
21 Tumberos era un unitario televisivo que pretenda retratar la cotidianeidad de personas privadas de libertad. Se emiti semanalmente durante el
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no se puede combatir con eso, con los medios de comunicacin. Antes era una jerga muy restringida, hasta haba terminologas y hasta valores entre comillas que eran internos de la crcel. Lo carcelario en la televisin ahora es normal. El delincuente va haciendo lo que se le atraviesa, la culpa la tienen los medios, la tienen los medios, vos le ests dando pie a otro delincuente a que vaya a afanar de la misma manera.
En estos discursos los medios de comunicacin no slo acentan el problema de la inseguridad difundiendo e incentivando ciertas prcticas vinculadas al delito, sino que adems desprestigian a las propias prcticas policiales que, segn nuestros entrevistados, operaran como uno de los lmites a la inseguridad. As:
Segn qu diario agarrs, te vas a dar cuenta, porque mir que diferente suena un polica mata a un joven tras un asalto, no un delincuente cae abatido tras enfrentarse con la polica no suena diferente? Eso es un juego de la comunicacin, ese medio est en contra del gobierno de turno, y ah estamos en el medio, la polica hay pobrecito, le mat por la espalda los medios tergiversan, achican, agrandan, agitan, incentivan. Los medios son los que tiran mucho abajo a la polica, porque no van al foco del problema, al foco de la inseguridad. Los medios hacen difusin de un ttulo no cierto?, la polica no le vende informacin ni le da la informacin al periodismo no, no se la da por qu? Porque el polica quiere seguir investigando, el fiscal quiere seguir investigando. Date cuenta que el periodismo cuando va a ser una encuesta no va a buscar a los testigos precisamente, sino a cualquiera que est por la calle.Y tiene problema de inseguridad? Y el que va por la calle: S, s, no hay ningn polica. Y a lo mejor, en la calle en la casa de l, est rodeado de policas, pero en el lugar donde est l transi- tando no hay ningn polica. Y los medios venden, venden, venden, es una cuestin coao 2002 en el canal de aire Amrica.
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mercial. Fijate que la polica ha hecho procedimientos grandes, buenos, ha detenido a superbandas y salen en un pedacito, en cambio cuando roban, que se yo, en Capital pas, robaron una farmacia, creo que en frente o la vuelta de una comisara, y sali bien grande, en todo momento y sali durante toda la semana. Y capaz que la polica hace mil millones de cosas ms, cmo es? Para prevenir la inseguridad, pero eso no lo ven los medios, los medios no lo ven. Los medios reaccionan y no van a ver por qu la polica lo mat, qu hizo antes de eso, y rob, mat, viol, pero ellos te dicen: Gatillo fcil, la polica mat a un pobre. Y ponen a los familiares.
Ya sea impulsados por motivos econmicos y/o alianzas po- lticas, los medios emergen como tergiversadores y reactivadores de una problemtica que pareciera precederlos. Sin embargo, en torno a ellos surge la ambigedad que caracteriza las refe- rencias a las diagnosis del problema en estos discursos. Los medios de comunicacin no siempre son construidos con un sentido marcadamente negativo, sino que tambin aparecen como un elemento que podra formar parte de la solucin. La torsin especfica que apuntala la matriz diagnstico-teraputi- ca adquiere la forma de la concientizacin:
Para m lo que tienen que hacer los medios, en vez de decir: uhh!!, mataron a otro abuelito o la polica no hace nada, por qu no agarran los periodistas ya que dicen que mataron a otro anciano o lo golpearon, por qu no lo aconsejan a los viejitos tambin: no le abran la puerta a nadie, no es que se queden adentro como un ogro, pero s que le presten atencin a la gente que pasa o la gente que est por la puerta de su casa, no se deje convencer de que vengo de parte de su hijo, pero no, no lo hacen eso, no concientizan del peligro.
En este punto ya no resulta llamativo que todos los elementos que en estos discursos aparecen como soluciones a la inseguridad (fundamentalmente la familia y la educacin), reaparezcan con signo invertido como su causa. Lo pensable en estos discursos se subsume a las posibilidades de intervencin. Estos modos de construccin del problema de la inseguridad
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no constituyen una innovacin absoluta de los discursos policiales sino que son rasgos que caracterizan los modos en que otros campos problematizan la (in)seguridad. Nada en los discursos policiales tiene la forma de una innovacin radical, ni de un quiebre absoluto y sin embargo, tampoco es una repeticin infinita de lo mismo, sino ms bien una torsin especfica de presupuestos comunes. Si bien como comentaba uno de nuestros entrevistados, es necesario apuntar que la inseguridad no es netamente un problema policial y an ms, que la polica es un actor entre otros, de cualquier modo las prcticas policiales no son prcticas homologables a otras prcticas sociales, puesto que poseen su propia especificidad. Atender a esa especificidad, creemos, resulta indispensable.
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ble para unos, no lo es para otros. En relacin a la produccin de esta distincin, las diferentes prcticas adquieren un valor diferencial. De esta manera, la riqueza del concepto de dispositivo es permitirnos poner en relacin las distintas prcticas discursivas y extradiscursivas, en tanto se diferencian respecto a la posicin que ocupan, los efectos que pueden producir y las apropiaciones estratgicas en las que se articulan. La nocin de violencia simblica desarrollada por Pierre Bourdieu nos permite dar cuenta de los distintos efectos que las prcticas discursivas y no discursivas tienen de acuerdo al lugar donde son producidas dentro del espacio social. Dicho espacio es relacional, y es donde se producen y reproducen visiones y divisiones del mundo social que luchan por imponerse, legitimarse, y naturalizarse. Cada una de las visiones y divisiones que atraviesan el espacio social expresan puntos de vista, que son a su vez vistas tomadas a partir de un punto, es decir de una posicin determinada (Bourdieu, 2000: 133). Este autor, al igual que Foucault, considera a los discursos como prcticas que (segn la posicin desde la cual son producidas) pueden habilitar determinadas apropiaciones estratgicas y pueden tener mayores o menores posibilidades de producir determinados efectos, convertirse en el punto de vista legtimo y ejercer violencia simblica a travs de, como ya hemos sealado, imponer formas de hacer, decir y ver. Nos interesa escuchar los discursos de los policas entrevistados sin esencializar estas palabras como su palabra (solo suyas y originadas en ellos), porque los discursos circulan y en esa circulacin se producen efectos, pero tambin porque la especificidad del discurso policial no se explica por una particularidad del sujeto que lo pronuncia. En relacin con este ltimo punto vale recordar el principio foucaultiano segn el cual el sujeto es una funcin de los enunciados que aparece en todo caso como un producto y no como un factor causal en la produccin de ese discurso (Foucault, 1997).22
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Los discursos policiales presentan una especificidad que deviene no de la esencializacin del sujeto que lo enuncia (el polica) sino de los efectos que produce. As, si recortamos nuestro discurso objeto como el discurso de estos policas, no es porque este recorte exista per se cual realidad sustancial, sino porque dicho recorte resulta de una operacin terico metodo- lgica que, sin imprimir a los discursos de los que hablamos una independencia o autonoma respecto de otras prcticas y otros discursos, nos permite objetivar la manera en que los po- licas problematizan su propia prctica, de qu manera hablan de lo que hacen y cmo piensan sus prcticas en relacin a los otros. Entendemos que el saber policial es un saber hacer la diferencia entre los buenos y los malos que se encarna en lo que hemos llamado prcticas divisorias.23 Ahora bien, estas prcticas divisorias anclan no slo en construcciones identitarias de la otredad, sino tambin en la diferenciacin del espacio social. Al respecto cabe detenerse en cmo aparece la diferenciacin de espacios y zonas de intervencin en los discursos por los cuales los policas (se) explican sus prcticas. Lo haremos considerando especialmente que lo espacial no disuelve lo social, sino que es su sustrato, punto de aplicacin y de expresin de las relaciones sociales y posiciones sociales en juego. El espacio construido y heredado puede tener la virtualidad de retradu- cir el espacio social, pero siempre de una manera ms o menos confusa, produciendo un efecto de naturalizacin de las reali- dades sociales o, para decirlo con un giro de Pierre Bourdieu, generando unos efectos de lugar (Bourdieu, 2000: 159). Esta ins- cripcin en el espacio fsico de las relaciones sociales se natu- raliza a travs de las explicaciones espontneamente sustancia23 Las prcticas divisorias no son un efecto exclusivo del quehacer policial, la objetivacin del sujeto como producto de estas prcticas puede realizarse desde cualquier punto del espacio social con impactos dismiles. Un ejemplo de esta objetivacin del sujeto y de la divisin del espacio social que deviene en territorial lo conforma el denominado mapa del delito (impulsado por del Instituto para la Seguridad la y Justicia y financiado por el empresario y diputado nacional Francisco de Narvez) que busca armar una cartografa en la que los ciudadanos pueden marcar zonas y territorios a partir de su experiencia como vctima- o no- de algn delito (www.mapadelainseguridad.com).
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listas y reduccionistas. A continuacin vemos cmo aparecen claramente diferenciados los espacios o lugares asignados a esa otredad a cuya delimitacin nos referamos en el apartado anterior:
Cuando yo patrullo las calles, muchas veces se hace mucha discriminacin entre los barrios marginales y los barrios de clase media. No discriminacin por lo que son, sino a modo de clasificar un tipo de delito y otro tipo de delito, no se si me entends. Son mucho ms violentos, vos fijate que estn inmersos en una subcultura que tiene los valores propios de que para ser alguien dentro de su cultura tens que robar o matar un policaeso para ellos son valores. Por decrtelo de alguna manera, ellos no seran nada dentro de un grupo de gente de clase media, sino que seran el tipo estigmatizado, el tipo que es marginal. Pero dentro de ellos mismos ehellos obtienen as formas de poder. Y dicen a veces que es discriminatorio, que los controles en la villa, los operativos en la villa, que discriminan a la clase baja y pobre que es dejada de lado por el Estado, etc. Se los victimiza, pero lamentablemente, es desde ah donde salen los hechos de violencia, los hechos de sangre, los hechos de robo. Segn la zona, por ejemplo, vos agarrs a un hombre armado en un barrio precario o villa de emergencia, los mismos vecinos salen a defenderlo, cmo haces vos? Tens que pelear con medio barrio, en cambio en las zonas ricas es otro tipo de delito.
La espacialidad es una dimensin constitutiva de la otredad. Esos otros estn en alguna parte, son localizados y localizables. La construccin del espacio ocupado por el otro (pobrejoven), el espacio que por excelencia es la villa, la calle, la esquina, se articula con formas de accin e intervencin tambin diferenciadas a partir de la identificacin de zonas conflictivas habitadas por el delito, la pobreza, la violencia, que se contraponen a otras zonas de clase media (significante con el que identifican su propia posicin social los policas entrevistados).
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Segn la zona, hay gente que dice: stos trabajan mucho, ac vos pregunts a cualquier vecino y te va a decir que est conforme con nosotros, es ms, no quieren que se vaya nuestro jefe, llamaron todos para decir: por qu se fue?. En cambio, en las zonas de barrios pobres, vos pars a uno y le decs: Bueno flaco prstame tu documento o buen da seor me permite el documento y te responden: Yo vivo ac y vos no me vas a identificar a m, y si pregunts: dnde vivs, te dicen: en mi casa. Entonces, ah se van juntando los vecinos y se va armando un conflicto, entonces hay que dejarlos que ellos vivan como quieren y cuando salen
La construccin fragmentaria del espacio social como un espacio diferenciado, como elemento de particin y objetivacin de los sujetos opera en todas las relaciones sociales. Pero las prcticas policiales tienen la particularidad de, en ltima instancia, poner en juego la vida. Constituyen, en el lmite, una prctica divisoria entre la vida y la muerte. Y sobre esta posibilidad de dar muerte es que se pone en funcionamiento toda una economa de la regulacin de la circulacin de hombres y mercancas. Si adentro es un espacio ajeno para los policas, cuando salen, en su afuera, los habitantes de la villa sern marcados como elementos fuera de (su) lugar. Averiguacin de identidad, requisas, son estas algunas de las prcticas que producen esta marcacin que objetiva a estos sujetos como desubicados, extraos, en un sitio en el que son extranjeros. Luego de habernos detenido en los efectos de lugar y espacializacin social de los discursos policiales, cabe preguntarnos por los efectos relativos a la construccin de verdad que estos discursos activan (Foucault, 2006: 24). Cabe entonces mencionar que la efectividad de estos discursos es reasegurada no slo por un poder de vida y de muerte que resuena como ltima instancia, sino que tambin tiene efectividad el hecho de que estos discursos habiliten una funcin sujeto que se engarza de en un dispositivo ms general de saber-poder para producir una verdad y una realidad. El polica funciona en estos dispositivos como sujeto supuesto saber (Lacan, 2003: 238), es decir, como sujeto al que se le supone un saber y como sujeto de un supuesto saber.
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Los discursos policiales son discursos que suponen un sujeto de la enunciacin como sujeto calificado, un sujeto que sabe, un sujeto que mediatiza un saber. En el caso de los policas este saber ancla en una expertisse, su experiencia, conocer la calle, saber cmo son las cosas, su olfato policial. Esta funcin de sujeto que trasunta en funcin de verdad se articula para producir sus efectos con mecanismos que exceden lo propiamente policial. Es as que el insumo principal del procedimiento judicial en primera instancia es el informe policial. Es as que el polica como auxiliar de la justicia es la figura autorizada para enunciar la verdad. Los medios de comunicacin construyen las crnicas policiales a partir de la versin que los policas dan de los acontecimientos. Entonces, tanto sus prcticas divisorias como sus discursos de verdad pueden, en ltima instancia, hacer morir y es esto lo que convierte a las prcticas policiales en irreductibles y especficas.
Teniendo como horizonte la experiencia de la (in)seguridad hemos analizado la manera en que los policas explican sus prcticas. Al comienzo de estas pginas planteamos que nuestro objeto se inscribe en el contexto de la (in)seguridad como experiencia histrica y dijimos que el trmino problematiza-
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cin daba cuenta de la trama compleja de las formas de pensar y de hacer que conectan diversas prcticas y significantes. En cuanto reconocimos tal problematizacin como producto histrico, buscamos realizar un esfuerzo de reproblematizacin sobre nuestro propio anlisis. Se trata de un trabajo que nos coloca en un doble juego: por un lado, la historizacin arqueolgica y genealgica que nos lleva a considerar la estructura de una experiencia y su formacin a partir de un conjunto de prcticas que han entrado en el dominio del pensamiento; por otro lado, en tanto la actividad intelectual es un pensar, se relaciona con la posibilidad de un trabajo de reproblematizacin sobre el presente que nos compromete con una interpelacin poltica, que no propone soluciones y respuestas correctas, sino que busca formular nuevas preguntas, cuestionando las familiaridades y los lugares comunes. Si no asumimos una posicin programtica, no por ello es menos crtica nuestra intervencin. No buscamos establecer qu es lo mejor que se puede hacer (sea en relacin a la inseguridad, la violencia policial, el gatillo fcil, etc.) sino que intentamos contribuir a la reproblematizacin de estas cuestiones, poniendo signos de interrogacin all donde habitualmente se reproducen ncleos de certezas.
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Ocho.
Hacer morir: prcticas policiales y la (re) inscripcin del poder soberano en la economa del biopoder.1
Karina Mouzo, Alina Rios, Gabriela Rodriguez y Gabriela Seghezzo.
I. Apertura.
El 2 de diciembre de 2008 un fallo de la Suprema Corte de Justicia revoc una sentencia de Casacin Penal que ordenaba la liberacin de 60 jvenes menores de 16 aos privados de su libertad y alojados en un instituto de la Ciudad de Buenos Aires. Este hecho fue ampliamente cubierto por la prensa y suscit cierta polmica, no tanto por la argumentacin formal de la decisin, sino por los dichos de la camarista Carmen Argibay. Interpelada por periodistas de los distitntos medios Argibay fundament la decisin tomada afirmando que dicha resolucin tena el objetivo de proteger a estos jvenes de la muerte, ya que en la calle se convertiran en blancos mviles del gatillo fcil.2 De esta manera la camarista daba por
1 Presentamos una versin preliminar de este artculo en las II Jornadas de Filosofa Contempornea, Michael Foucault y la poltica, de la Universidad Nacional de San Martn, 3 y 4 de noviembre de 2006. 2 En la nota Para Carmen Argibay, liberar menores detenidos puede convertirlos en blanco del gatillo fcil, publicada por el diario Clarn el mircoles 3 de diciembre de 2008 se argumenta: La jueza de la Corte Suprema justific la negativa del Mximo Tribunal a excarcelar a los chicos de hasta 16 aos en Capital. Dijo que estn marcados y que sufriran el maltrato, la explotacin o la muerte si se los libera sin averiguar a dnde pueden ir. En la misma nota, se precisa: La jueza de la Corte Suprema de Justicia Carmen Argibay asegur hoy que el mximo tribunal fren la liberacin de 60 menores detenidos en el instituto porteo San Martn para protegerlos del gatillo fcil y la muerte, ya que estn marcados y son blancos mviles, dijo en declaraciones a los periodistas en el Palacio de Justicia. Y la jueza misma dice: Lo que no podemos
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sentado que en caso de salir en libertad, los jvenes hallaran la muerte en manos de las fuerzas de seguridad del estado. Si este fallo suscit alguna polmica es por hacer visible una situacin conocida por todos pero que en contados casos es impugnada. La polica puede hacer morir, dar muerte, a quienes son construidos como un peligro para la vida de la poblacin. En este artculo quisiramos presentar algunas reflexio- nes sobre esta posibilidad de dar muerte y, para ello, anali- zamos las prcticas policiales como un mecanismo especfico que se inserta en una economa general de poder cuya princi- pal caracterstica es que toma a su cargo la vida individual y colectivamente (Foucault, 2001). Hablaremos entonces de las prcticas policiales y de un hacer morir que se articula con los mecanismos de la gestin de la vida, el biopoder. Nuestro propsito entonces no responde a la bsqueda de un por qu, en el sentido de encontrar una causa que hiciera inteligibles o necesarias estas muertes,3 sino que buscamos comprender el cmo, es decir, cules son las condiciones de posibilidad de esas muertes, cmo son naturalizadas, invisibilizadas y hasta presentadas socialmente como necesarias. Se trata de identi- ficar cmo se organiza, fundamenta y reproduce un particular uso de la fuerza que mata regularmente bajo la estrategia dis- cursiva de la defensa social, en trminos de una guerra interna como defensa de la sociedad contra los peligros que nacen en su propio cuerpo y de su propio cuerpo (Foucault, 2001: 198). En este sentido, la construccin de peligrosidad, la construchacer es largar a estos chicos a la calle sin averiguar qu pasa, porque sin averiguar qu pasa lo que estamos haciendo es ofreciendo blancos mviles. Porque hay una cosa que yo creo que todava no se termin en Argentina, desgraciadamente, que es el gatillo fcil. Y estos chicos estn marcados. Entonces, si nosotros, sin averiguar adnde pueden ir para que estn seguros, los largamos a la calle, hacemos de ellos chicos de la calle, que van a sufrir el maltrato la explotacin o la muerte (www.clarin.com/diario/2008/12/03/um/m-01815272.htm). 3 La pregunta por el por qu suele resolverse en respuestas simplistas y en el lmite tautolgicas que encuentran en la manera en que es delimitado el problema de la (in)seguridad (aumento de los delitos y la violencia) la clave para entender que la polica, entre otras acciones, mata. Se liga as la muerte de ciertos sectores de la poblacin a la represin y se reduce la complejidad de las prcticas policiales a un hacer frente a la situacin que las desbordara constantemente: el delito.
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cin de un enemigo, de un otro que pone en riesgo la vida y la seguridad de todos, es clave para nuestro propsito. Desde nuestra perspectiva las prcticas policiales no son prcticas aisladas (fruto de abusos, desbordes o impericia de agentes individuales) sino que se ensamblan en cierta lgica de accin, justificacin y legitimacin de las fuerzas de seguridad. Ello no significa que la totalidad de las prcticas policiales puedan reducirse al esquema de hacer morir pues la polica no slo mata, sino que la articulacin de estas prcticas como defensa social permite que dar muerte sea posible y necesario. Pero adems, esta articulacin permite que el dar muerte encuentre una justificacin en su contratara, la preservacin de la vida. Creemos entonces que para reflexionar sobre las prcticas policiales resulta fructfero operar un distanciamiento de los enfoques centrados en la polaridad legal/ilegal que hacen de la trasgresin a las normas vigentes un eje fundamental del anlisis y desde all conciben a las prcticas en clave de gatillo fcil o de violencia policial. En este punto es necesario realizar una aclaracin. La nocin de gatillo fcil, con la que Argibay nomina la posibilidad de la muerte, fue acuada por organismos de derechos humanos y el periodismo a partir de los hechos denominados de violencia policial suscitados bajo gobiernos democrticos. La muerte de Walter Bulacio en 1991, producto de una razzia policial y la posterior golpiza del joven en la comisara nro. 35 de la Ciudad de Buenos Aires, fue tomada como hecho emblemtico de violencia policial. A partir de all, toda muerte identificada como producida por fuera de los marcos legales por agentes de las fuerzas de seguridad fue denominada como violencia policial o como gatillo fcil. Consideramos que la denominacin gatillo fcil es til en la denuncia y la visibilizacin de la violacin de los derechos humanos por parte de las policas y dems agencias del sistema penal. Esta enunciacin hace posible discutir el accionar de las fuerzas, as como tambin ofrece la posibilidad de impugnar las prcticas policiales e instaurar un debate acerca de su regulacin. Sin embargo, las nociones de gatillo fcil y de
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violencia policial a la vez que permiten disputar en la arena poltica derechos y garantas, obturan ciertas posibilidades de anlisis y, consecuentemente, de prcticas polticas. Hablar de gatillo fcil o de violencia policial puede llevar a presuponer su excepcionalidad ms que su sistematicidad ya que estos enfoques tienden a concebir el problema en clave de abusos o infortunios. Pensar el hacer policial poniendo en cuestin estos presupuestos permite analizarlo como un conjunto de prcti- cas que, aunque situadas y singulares, son regulares, prcticas que forman parte de mecanismos de poder y que producen efectos especficos. Otras formas de abordaje centran la mirada en el funcionamiento de la institucin. Cuando esto ocurre, la violencia aparece como algo que surge en las grietas de lo instituido como un efecto de desconocimiento y como el resultado de prcticas de ocultamiento. Desde all, se sostiene que para contrarrestar esta violencia se requiere un saber que transparente la institucin (Foucault, 2005). Estas perspectivas no slo parten de la institucin para denunciar la violencia que se ejerce en ella y la opacidad que vendra a velarla, sino que adems buscan principios explicativos al interior de la misma institucin. Esto ha llevado a que en algunos casos se plantee la existencia de una cultura propia de las fuerzas de seguridad como causa que explicara las prcticas violentas. Mientras en esos relatos se parte de la institucin para explicar determinadas prcticas, aqu nos proponemos una inversin de este enfoque. Partimos de ciertas relaciones de poder que generan prcticas y de un rgimen positivo de produccin de discursos que las toman por objeto. Se trata de una inversin en los trminos en que pretendemos llevar adelante el anlisis, pues entendemos que la institucin es un efecto de ciertas prcticas, lo que nos lleva a inscribirla en un esquema general de poder. Priorizamos entonces las relaciones de fuerza que atraviesan y ponen en funcionamiento los mecanismos que cristalizan en las instituciones. Retomamos las mltiples determinaciones del espacio institucional con un afuera que lo moldea, un diagrama de relaciones de fuerza que configuran el ejercicio del poder
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que acta como su causa inmanente (Deleuze, 2003: 63). Para pensar este hacer morir de las prcticas policiales y (re)inscribirlo en una economa general de poder, utilizamos con insistencia una serie de categoras propuestas por Michel Foucault porque a travs de ellas se abre un horizonte de reflexin en torno a la relacin entre produccin de vida y produccin de muerte: hacer vivir y dejar morir (Foucault, 2001). La pregunta que Foucault se formula es cmo se mata, o mejor dicho cmo se hace entrar la muerte en un esquema de ejercicio de poder cuyo fundamento es la produccin de vida? Cmo hacer morir?, es decir, cmo integrar la muerte sin que sta anule o se presente como lmite o envs del poder? Foucault resuelve esta tensin sealando que entre los mecanismos por los cuales se pretende defender la sociedad desde fines del siglo XIX vemos incluirse la accin de dar muerte a algunos como (re)inscripcin del poder soberano en el marco del poder sobre la vida (Foucault, 2000). Es en esta clave de lectura que el hacer morir puede ser considerado como la (re) inscripcin del poder de soberana dentro del biopoder.
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cesarias para la produccin de un orden. Siguiendo a Rancire, se puede decir que todo orden social y simblico es un rgimen de visibilidad, una pauta de particin de los cuerpos y los lugares, lo que el autor llama un orden policial (Rancire, 1996). El orden, en tanto construccin simblica, puede presentarse como cerrado, acabado (como un sistema, una totalidad que hace posible la inteleccin de un sentido) slo a condicin de un olvido, un resto, una exclusin. Esta exclusin es fundadora de toda totalizacin simblica, pero qu singularidad atraviesa esta operacin de totalizacin que construye la muerte como necesaria? Se trata de una totalizacin que cierra sobre un sentido fundamental: la vida, la vida de la sociedad, del cuerpo social. Defender la sociedad significa preservar la totalidad respecto de aquello que amenaza su existencia. Y esta defensa instala una particin fundamental entre vida y muerte. El poder sobre la vida, hacer vivir, presupone la preservacin de la vida, la conjura de los peligros que la acechan que toma la forma de un matar para vivir. En este contexto, las prcticas policiales comprenden un hacer morir, materializacin del ejercicio del poder soberano que pretende una restitucin pero, como mencionramos anteriormente, no es la restitucin de una soberana territorial y jurdica sino la restitucin de una totalidad amenazada: la sociedad. Se trata de un hacer morir que se corre y escapa a la lgica de la defensa del soberano y de su propia supervivencia. O mejor, el soberano y la soberana son redefinidos y ya no se corresponden con un sujeto jurdico. El soberano no es el Leviathan hobbesiano, sino la sociedad (y las frmulas asociadas: los vecinos, la comunidad, la ciudadana, la gente). La soberana no reside tanto en la investidura jurdica del estado como en la integridad perdida del cuerpo social; opera entonces una lgica de restitucin de la totalidad que conlleva una exclusin. La construccin de una amenaza es subsidiaria de la necesidad de exclusin porque totalizacin y amenaza a esa totalizacin constituyen elementos simtricos: la eliminacin de ciertas vidas, ciertas maneras de ser y de vivir es un correlato necesario
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de la defensa de la sociedad. Pensar las prcticas policiales en relacin con la lgica de la totalizacin que opera en nombre de la defensa social permite concebir el hacer morir como la reactualizacin de una diferencia entre lo que debe vivir y lo que debe morir. Las prcticas policiales producen cortes, incisiones, rupturas, desniveles. La vida no aparece como un todo homogneo e indiferenciado, se producen valoraciones diferenciales: no vale lo mismo ni la vida ni la muerte de todos. La muerte de algunos es presentada en este esquema de la defensa social como la condicin de po- sibilidad de la vida de la totalidad. Ms an, lo que en esta eco- noma de poder aparece como problemtico no es la muerte en s, sino la muerte de los que segn la particin de cada cesura, no deban morir. Sobre esta matriz se articula, por ejemplo, la nocin de vctima inocente. No se pone en cuestin la po- tencia de muerte sino que se impugna sta o aquella muerte. Ahora bien, la muerte no slo se presenta en este esquema como necesaria, sino que se espera, se demanda y se desea la muerte de algunos. Se trata de un poder que se ejerce de manera discontinua, que en el instante donde hace morir reactualiza el mito del origen, la totalidad fundadora, la sociedad. A partir de esta reac- tualizacin se produce la diferenciacin de espacios y sujetos, la segmentacin de la poblacin, como diferenciaciones hete- rogneas entre s que no pueden ser integradas en un sistema nico de diferencias. La especificidad del hacer morir se pue- de delinear en contraposicin a los mecanismos propios de un ejercicio de poder disciplinario. En el curso dictado en 1973 en el Collge de France, El poder psiquitrico, Foucault define estos mecanismos como procedimientos de control constante, un ejercicio de poder progresivo y graduado, caracterizado por tcnicas que producen diferenciaciones que aparecen inte- gradas a un sistema nico de diferencias, relaciones de poder que no suponen la referencia a un acontecimiento originario, sino que se refieren al porvenir, a un estado terminal u ptimo (Foucault, 2005). Por el contrario, el hacer morir en las prcticas policiales es un mecanismo especfico de reactualizacin
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de la cesura. Cmo son los modos en que opera esta diferenciacin, esta cesura? El hacer morir de las prcticas policiales remite a intervenciones que como decamos, no se presentan como un ejercicio de poder continuo y meticuloso, sino como un acto que se pliega al orden de la ejemplaridad soberana. Se trata de acciones visibles, o mostradas -(de)mostracin de fuerza y de presencia- que a diferencia del acto soberano tradicional dirigido a todo el pueblo, tiene un rgimen de mostracin selectiva. Alejndose de la ejemplaridad soberana a la que se refiere Foucault en Vigilar y castigar (2002a) este ejercicio de poder tiene la forma de una microejemplaridad con un rgimen de visibilidad diferente. Mientras el sujeto de la accin soberana tradicional aparece en el centro de la escena y es visible para una multiplicidad de elementos no individualizables, esta microejemplaridad implica una mostracin orientada especficamente a quien va dirigida, y que por lo tanto, supone su individualizacin. La microejemplaridad implica otro juego de luces y sombras. Se trata de una individualizacin que se produce como efecto de cierta mostracin de fuerza. Se lo individualiza como aqul que puede ver (la muerte, lo que le puede pasar, lo que pasa, cmo son las cosas) y este poder ver descansa en la identificacin con aqul sobre el que efectivamente ha recado la muerte, se subjetiva como aqul sobre el que la muerte puede caer. Se trata de un poder que se ejerce en el instante mismo en que hace morir y que inscribe la muerte en un rgimen de visibilidad donde la muerte slo es expuesta y visible para aquellos sobre los cuales ese poder puede ejercerse. En este punto, resulta esclarecedora una disgresin. Puesto que la excepcin vuelve inteligible la regla, nos detendremos en la manera en que esta dinmica se hace evidente cuando el mecanismo aparece dislocado, bloqueado: si en este rgimen de visibilidad la muerte no es cuestionada qu sucede cuando la muerte se vuelve visible para otros? Por un lado, se abre un campo de disputa circunscripto a la problematizacin de esa muerte singular. Se abre un campo de lucha por la categorizacin de la
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muerte en funcin de la vida sobre la que recae, y a partir de ello, el debate se presenta en torno a una serie de definiciones como delincuente, vctima, inocente, civil. Vale decir, lo que est en juego es su adscripcin a un modo de vida particular, precisamente esa muerte se califica a partir de cmo se califica la vida que acaba de suprimirse. La suerte de esta categorizacin abre la posibilidad de discutir la legitimidad del hacer morir, pero otra vez, la posibilidad de cuestionamiento se subsume a la singularidad de ese acontecimiento, de esa muerte, y en ese sentido, es presentada por fuera de una regularidad propia de las prcticas policiales. En esta pugna, la problematizacin se presenta en trminos de enfrentamiento (en la guerra contra el crimen), o bien en trminos de exceso, arbitrariedades, abusos, desbordes, ms an, gatillo fcil de ciertos policas en el cumplimiento de su tarea. Finalmente, ante cada muerte se abre una lucha por la visibilizacin (pero visibilizacin de una muerte singular por fuera de los mecanismos regulares de su produccin). Cuando se singulariza una muerte se fragmentan los mecanismos de su produccin, se identifica un hacer morir y no hacer morir como ejercicio de poder. Por ello, cuando la lucha se circunscribe a la visibilidad de una muerte en particular, lo que se pone en cuestin es ese hacer morir implicado en esa muerte, situacin que refuerza este ejercicio de poder. Ejemplo de ello resultan las formas en que los medios de comunicacin y el poder judicial hacen visibles esas muertes: siempre se trata de casos, de situaciones singulares que son impugnadas, as como tambin, cuando estas muertes se cuantifican el resultado de dicha cuantificacin es un nmero que se obtiene como producto de la suma de los casos (1+1+1). Estas prcticas de visibilizacin, cuantificacin y procedimiento legal no hacen ms que reforzar la individualizacin de estas muertes, y en esa conversin en una sumatoria de casos, se procede a su despolitizacin. Este poder disruptivo toma la forma de una microejemplaridad en un sentido muy particular. No se trata de la ejemplaridad como medio por el cual se hace extensiva una funcin
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pedaggica, aleccionadora y moralizante, que refuerza la moral colectiva. No se trata de una economa del ejemplo, sino ms bien de una micropoltica del terror: hacer sensible la manifestacin de la fuerza a los sujetos sobre los cuales puede recaer, a partir de la exposicin y visibilizacin de la muerte. Una reactivacin espasmdica y discontinua del ejercicio del poder. Cada muerte sutura la totalidad del orden social y en ese mismo movimiento, sutura las exclusiones que l implica. Cada reactualizacin es a la vez conservacin y produccin de un orden. En este sentido, las prcticas policiales escapan a las competencias que institucionalmente se les asignan. La polica, tal como propone Benjamin en Para una crtica de la violencia, es una violencia fundadora al mismo tiempo que una violencia conservadora de cierto orden:
En contraste con el derecho, que reconoce la decisin tomada en un lugar y un tiempo () la polica, por su parte, no se funda en nada sustancial. Su violencia carece de forma, as como su irrupcin inconcebible, generalizada y monstruosa, en la vida del Estado civilizado (Benjamin, 2001: 32).
Las prcticas policiales como ejercicio de poder reactualizan y producen un orden al tiempo que reactualizan y producen cesuras. Hacer morir es una regularidad que no se explica por su adecuacin a la ley ni por su ausencia, sino precisamente, porque excede y desborda permanentemente esa distincin. Ms an, como seala Giorgio Agamben, la polica acta bajo un estado de excepcin permanente, all donde derecho y hecho se confunden, all donde la ley es suspendida para su aplicacin. En palabras del autor: el estado de excepcin como figura de la necesidad se presenta como una disposicin ilegal pero perfectamente jurdica y constitucional que se concreta en la produccin de nuevas normas (Agamben, 2005: 65). Ya no se trata del antiguo derecho soberano de matar, sino de la no menos soberana capacidad de producir la excepcin. En este marco la reactivacin del poder soberano se opera a partir de una doble inscripcin: se activa a partir de la inflacin de los mecanismos jurdico-legales, pero no exclusivamente. Se ejerce a partir de la produccin de ley pero tambin a partir
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de su suspensin. En definitiva, se ejerce produciendo estado de excepcin, en donde la ley es suspendida; no es necesaria la ley para matar, ni la ley se activa una vez que se asesina (Agamben, 2003).
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en la produccin de un desequilibrio que permite fragmentar la totalidad, a partir de la introduccin de una cesura que establece una distincin entre quienes forman parte de la totalidad y quienes constituyen su amenaza. Estos ltimos son definidos como peligro. Es imperativo, entonces, defender la sociedad. Y de esta manera, la particin se establece entre quienes deben ser defendidos y quienes son construidos como un peligro para los primeros. . En un pasaje del prlogo de 1895 a La lucha de clases en Francia de Marx, Engels nos habla de una merma en la efectividad de la lucha en las calles mediante la estrategia de la barricada, y plantea que esto se debe a que este tipo de lucha tena una efectividad ms moral que material, pues era un medio para quebrantar la entereza de las tropas, de las fuerzas del orden. El autor seala que en 1849 la barricada haba perdido su encanto; el soldado ya no vea detrs de ella al pueblo, sino a rebeldes, a agitadores, a saqueadores, a partidarios del reparto, a la hez de la sociedad (Engels, 2005: 114). Si la barricada pierde su fuerza es porque puede ser desagregada en los elementos que la constituyen, y deslegitimada la unin de los mismos. Ya no se trata del pueblo sino de una banda de agitadores o saqueadores. Ya no se trata del pueblo que como sujeto poltico cuestiona el orden al tomar la palabra, sino de una serie de individuos que vienen a perturbar el carssimo orden y pueden ser identificados con la excrecencia ms pestilente de la sociedad. Lo que subyace entonces es el hecho de que ha sido operada una ruptura, una cesura tal que habilita la emergencia de un enemigo para la sociedad y, en tanto identificable como tal, tambin eliminable. Ruptura, cesura, escisin que como sugiere Agamben en Qu es un pueblo? opera y se expresa en la propia categora de pueblo. Por un lado, el autor seala la presencia de un Pueblo con mayscula, como el cuerpo poltico integral, la totalidad poltica constitutiva y, por el otro, pueblo con minscula, como la multiplicidad fragmentaria de los excluidos. La inclusin que pretende no dejar nada afuera anuncia en el mismo movimiento, una exclusin: El pueblo es lo que no puede ser incluido en el todo del que forma parte y lo
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que no puede pertenecer al conjunto en el que est ya siempre incluido (Agamben, 2002a: 28). El orden social y cultural contemporneo puede ser comprendido en clave de defensa social, asumiendo que sta es la forma de clausura central que pone fuera de cuestin cierta distribucin de los cuerpos y las miradas. Es necesario marcar un otro e identificarlo como un peligro para todos, otro sobre el cual debe sobrevenir la intervencin saneadora. En nuestro caso, la construccin de un otro se vincula con su criminalizacin, presentarlo como un peligro que atenta contra la seguridad de todos. Y en este diagrama, el deslizamiento hacia la necesidad de su neutralizacin, segregacin y en el lmite, su muerte. El hacer morir se justifica en nombre de la vida, la muerte de algunos es, como ya sealamos, presentada, legitimada y justificada como necesaria para preservar la vida de todos, la vida de la totalidad:
Se podra decir que mientras el antiguo derecho soberano se ocupa de la vida desde el punto de vista de la distribucin de la muerte, el nuevo orden poltico hace tambin a la muerte funcional para la exigencia de la reproduccin de la vida (Esposito, 2005: 192).
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prcticas que son su condicin de posibilidad. Y si bien la polica es la que mata, en ella no se encuentra el ncleo originario de la forma en que se fragmenta la poblacin y se identifica el peligro; en todo caso, la polica (re)inscribe una cesura a partir de sus prcticas. Otro de los problemas de pensar el hacer morir como violencia policial es que la violencia policial es conceptualizada como una cuestin de derecho, ya sea porque algunas prcticas policiales son ledas como ilcitas, o porque hay un vaco jurdico que se supone las permite, o porque violan derechos humanos fundamentales. Como seala Agamben, ello resulta problemtico en la medida en que la polica: es quizs el lugar en que se muestra al desnudo con mayor claridad la proximidad, la intercambiabilidad casi, entre violencia y derecho que caracteriza la figura del soberano (2002b:75). Nos encontramos ante un ejercicio de poder donde produccin de vida y produccin de muerte no pueden ser escindidas. Un poder que se ejerce de manera bifurcada: se orienta a la produccin de vida pero, en ese movimiento, incluye la muerte como su condicin de posibilidad. El lmite, la cesura entre ambos polos se articula en torno a la nocin de peligro y de defensa social. La produccin poltica de la vida implica mecanismos en los que la muerte se inscribe como factor esencial. En este sentido, la muerte no es el afuera del poder, no lo excluye, no es su lmite, el poder la incluye como condicin necesaria de la preservacin de la vida.4 Se puede, entonces, a partir del recorrido que hemos realizado, hablar de violencia policial cuando se trata de hacer morir? Creemos que no es posible hacerlo. Sugerimos no referir las prcticas policiales a la categora violencia policial pues esto supone pensar el ejercicio del poder en trminos represivos. Por el contrario, nuestro planteo busca reinscribir los mecanismos de represin en un diagrama productivo, que produce cuerpos y subjetividades. Ello implica realizar un co4 En palabras de Foucault: las guerras ya no se hacen en nombre del soberano que hay que proteger, se hacen en nombre de la existencia de todos; las matanzas han llegado a ser vitales (Foucault, 2001: 165).
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rrimiento: salir de las oposiciones absolutas, de cortes binarios para pensar en trminos de articulacin de diferentes mecanismos de poder, de coexistencia de elementos dispares, en otros trminos sustituir la lgica de la dialctica por una lgica de la estrategia (), la lgica de la conexin de lo heterogneo y no la lgica de la homogenizacin de lo contradictorio (Foucault, 2007: 62) Creemos que los futuros anlisis deberan poner en evidencia que para cuestionar los mecanismos de exclusin y de muerte es preciso cuestionar los mecanismos de inclusin y produccin de vida. Slo as se podr asir de manera acabada la ntima relacin entre hacer morir y hacer vivir: La sacralidad de la vida, que hoy se pretende hacer valer frente al poder soberano como un derecho humano fundamental, expresa, por el contrario, en su propio origen, la sujecin de la vida a un poder de muerte (Agamben, 2003: 109).
Bibliografa.
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Nueve.
Prcticas policiales y gobierno de la (in)seguridad en Argentina. Apuntes para pensar el uso de la fuerza letal como tcnica de regulacin biopoltica.
Victoria Rangugni.
En estas lneas se intenta reflexionar en torno de aquellos elementos que conforman un dispositivo de gobierno especfico donde el uso de la fuerza letal (en adelante UFL) es una tcnica no slo vlida sino promovida y ponderada cuyo efecto ms visible son las muertes que comporta. Para ello se propone pensar con la ayuda de las herramientas tericas foucaulteanas, que la emergencia del UFL como tcnica del gobierno de la (in)seguridad debe analizarse en el marco de una mutacin en el diagrama de poder de las sociedades contemporneas que pasa del orden de las disciplinas al de la seguridad (Foucault, 2006). La eleccin de nuestras herramientas tericas se apoya en la flexibilidad que stas presentan para poder leer y descifrar la heterogeneidad y complejidad de lo que nos propusimos analizar. Valoramos la posibilidad de pensar la coexistencia de diversas tecnologas, prcticas, tcnicas y dis- positivos que se articulan de manera especfica definiendo una modalidad determinada de ejercicio de poder. Se trata, enton- ces, de desarmar esa modalidad especfica. Durante largos aos se apel recurrentemente a la idea de sociedades disciplinarias entendidas como un tipo cerrado de modalidad de poder. ste, se dijo, estara debilitndose y su ocaso estara dando paso a algo distinto, definido incluso por esa idea de reemplazo del diagrama previo bajo el rtulo de sociedad post-disciplinaria (Deleuze, 1996). Sin embargo, la reciente publicacin de los cursos de 1977-1978 y 1978-1979 que dictara Foucault permiten fortalecer la idea de una yuxtaposi-
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cin entre tecnologas, tcnicas y dispositivos, ms que la de una crisis de un modelo y la entrada en vigor de otro (de Marinis, 1998). Foucault plantea con claridad que no es conveniente analizar los mecanismos de poder a travs de una matriz que enlaza soberana-disciplina-gobierno como tres momentos sucesivos, como tres diagramas de poder que se reemplazan uno a otro (Foucault, 2006).
No tenemos de ninguna manera una serie en la cual los elementos se van a suceder unos a otros y los que aparecen provocan la desaparicin de los precedentes. No hay la era de lo legal, era de lo disciplinario, era de la seguridad. No tenemos mecanismos de seguridad que tomen el lugar de los mecanismos disciplinarios, que a su vez hayan tomado el lugar de los mecanismos jurdico legales. De hecho, hay una serie de edificios complejos en los cuales el cambio afectar, desde luego, las tcnicas mismas que van a perfeccionarse o en todo caso a complicarse, pero lo que va a cambiar es sobre todo la dominante, o ms exactamente, el sistema de correlacin entre los mecanismos jurdico legales, los mecanismos disciplinarios y los mecanismos de seguridad (Foucault, 2006).
Un anlisis del poder que haga uso del andamiaje foucaultiano debe asumir, entonces, que no es posible establecer a priori cul es el tipo de tecnologa de poder que prevalece en un campo de accin determinado. La indagacin sobre ese campo permitir dar cuenta de las modalidades locales de ejercicio de poder, de las articulaciones entre modalidades de saber, es de- cir, de las intrincadas formas de objetivacin y de subjetivacin que comporta ese dominio. Desde una perspectiva como sta David Garland (2005) aborda el complejo mbito que definimos como gobierno de la (in)seguridad y muestra cmo en Estados Unidos e Inglaterra tcnicas propias de un diagrama discipli- nario (como el encierro correctivo) conviven con las polticas de prevencin situacionales-ambientales ms vinculadas a una lgica de previsin y gestin de riesgos. Sin embargo estos ele- mentos no entran en contradiccin y se articulan de manera novedosa en el dispositivo contemporneo de gobierno del delito (Garland, 2005). En este sentido, nuestro trabajo intenta pensar un conjunto de elementos dispersos, heterogneos y
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en apariencia contradictorios, para ver de qu modo el UFL se convierte en una tcnica privilegiada en el campo del gobierno de la (in)seguridad en los ltimos aos en nuestro pas.
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sin de tipo ejemplar y discontinua o una represin continua? Cul es el costo comparado del robo y su represin? Qu es mejor, aflojar un poco el robo o la represin? Otras preguntas todava. Una vez que uno tiene al culpable: Vale la pena que se lo castigue? Cunto costara castigarlo? De qu modo? Cas- tigarlo o reeducarlo? Esta lgica propia del dispositivo de segu- ridad, inserta el fenmeno del delito en el interior de una serie de acontecimientos probables, ubica las reacciones del poder frente a determinados ilegalismos en un clculo de costos (no slo econmicos obviamente) estableciendo por un lado una media considerada ptima y por el otro, delimitando el contor- no de lo aceptable, ms all del cual no podr desbordarse. La ley no es su medida, su punto de partida o su lmite. La conduc- ta individual, tampoco (Foucault, 2006). Foucault ha planteado con claridad que a partir del siglo XVIII las disciplinas prevalecen y se articulan de modo tal que conforman un diagrama general de dominacin (Foucault, 1992, 1993). No ser necesario abundar aqu sobre la modalidad de funcionamiento y el objeto de las disciplinas. Slo mencionar que la penalidad ocupa en el anlisis foucaultiano un lugar destacado para caracterizar ese diagrama general de poder. El encierro correctivo es, desde finales del siglo XVIII y especialmente desde principios del XIX, la herramienta privilegiada de gestin diferencial de los ilegalismos. Por su parte, la propia teora penal sostiene que la utilizacin de la pena privativa de libertad ha sido el instrumento central de la poltica criminal moderna (Baratta, 1998). A travs del encierro la tcnica disciplinaria toma como objeto las fuerzas del cuerpo para disminuirlas en trminos polticos, generando obediencia, y acrecentarlas en trminos econmicos, buscando acrecentar su utilidad productiva (Foucault, 1992). Las formas de objetivacin y las de subjetivacin encuentran en las disciplinas (y su distincin constitutiva entre lo normal y lo patolgico) un terreno frtil que caracterizar todo el sigo XIX y la primera mitad del XX. La indagacin en diversos campos muestra la prevalencia de este diagrama en ese perodo. Sin embargo, la primaca de la lgica correctiva ha entrado en crisis desde hace al menos 30 aos y existe hoy cierto con-
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senso al respecto (Young, 1999; Garland, 2005; Foucault, 2006; Pavarini, 2006; Sozzo 2008). La fundamentacin del encierro resocializador ha hecho aguas en varios frentes y como contrapartida, han ganado terreno los reclamos del endurecimiento de las condiciones de detencin y de la propia utilizacin de la crcel (bien con fines intimidatorios, bien con fines de incapacitacin/neutralizacin de los que estn privados de libertad). Aunque aventurada, la hiptesis de una economa general del poder que estara pasando a ser del orden de la seguridad o del gobierno (Foucault, 2006:26) encuentra apoyo cuando se mira el campo del control de la (in)seguridad en nuestro pas. La gestin de los ilegalismos comienza a organizarse en torno a ejes diferentes sobre el final del siglo XX. Desde entonces se plantea cmo mantener un tipo de criminalidad dentro de los lmites social y econmicamente aceptables, pero tambin alrededor de una media que se considera ptima para un funcionamiento social determinado. Ya no se trata de encauzar las conductas de los individuos, sino de regular los fenmenos de modo tal que se mantengan en ciertos mrgenes tolerables. El eje ya no es el cdigo legal, tampoco el mecanismo disciplinario, sino el dispositivo de seguridad. Esto quiere decir que el delito (o ciertos tipos de delitos) van a ser considerados como un fenmeno que no es eliminable, y que se inscribe en el interior de una serie de acontecimientos probables. Acontecimientos probables que es necesario gobernar. En vez de instaurar una particin binaria entre lo permitido y lo prohibido, los mecanismos de seguridad fijan una media considerada como ptima y adems fijan los lmites de lo aceptable; lmites que no tendrn que rebasarse. Una distribucin distinta de las cosas y de los mecanismos que es preciso indagar. A la hora de pensar el UFL como una tcnica que emerge y gana terreno en el gobierno de la (in)seguridad en nuestro pas, creemos precisamente que es posible afirmar que en los ltimos aos se ha producido una profunda mutacin segn la cual el gobierno del delito ya no se organiza en torno de la norma que disciplina cuerpos indciles, pero tampoco se funda en la ley ni en los avatares de las prcticas en torno de ella (Foucault, 1992, 1993). Esta mutacin comporta inicialmente
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la reproblematizacin del delito que se traduce hoy en el problema de la inseguridad. Se trata ahora de un proceso de objetivacin diverso del que inaugura la criminologa del siglo XIX cuyo centro era la figura del delincuente y que habilit ciertas articulaciones entre formas de saber y de poder, tal como analiza Foucault, especialmente en Vigilar y castigar (1992). Dispositivos propiamente disciplinarios, como el carcelario, incorporan hoy tcnicas nuevas y conviven con otros elementos que si bien responden a lgicas diversas parecen tener los mismos objetivos. Hoy el problema del delincuente y las tcnicas orientadas a corregirlo han cedido terreno ante el fenmeno de la inseguridad: se construye un peligro difuso frente al cual se debe intervenir a nivel de la poblacin (Foucault, 2006). Sin embargo, en lnea con lo planteado, sostener que el gobierno del delito ha dejado de estar primordialmente organizado en torno a la norma disciplinaria y que se van afianzando mecanismos propios de los dispositivos de seguridad, no debe hacernos pensar en una sucesin lineal de diagramas de poder. Podra ms bien hablarse de una explosin de tcnicas de seguridad novedosas que nos obliga a analizar el modo en que se despliegan en escenarios especficos y se inscriben en tecnologas de gobierno de los sujetos y las poblaciones contemporneos. En esta matriz las prcticas policiales adquieren una clara relevancia. Los modos a travs de los cuales la polica se dispersa en el territorio, el uso de la fuerza que despliega, los modos en que se objetiva dicha accin, la nueva modalidad de relacin entre la polica y determinadas poblaciones pueden ser pensadas a partir de su inscripcin en el dispositivo de seguridad (Foucault, 2006). Esta inscripcin no implica procurar encontrar el origen remoto y unvoco que explique el sentido de las prcticas contemporneas. Se trata ms bien de analizar a travs de qu acontecimientos (que pueden parecer nimios y hasta contradictorios) el UFL se constituye como tcnica relevante en el gobierno del delito y a la vez, adquiere el estatus a partir del cual es impunemente promovida (Foucault, 1991).
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El anlisis del UFL como tcnica de gobierno de la (in)seguridad, entonces, no puede desvincularse del dispositivo con el cual se articula. Siempre se trata de pensar estas prcticas en tensin con la red de relaciones que se establece entre los distintos elementos del dispositivo de la seguridad: discursos, instituciones, construcciones arquitectnicas, reglamentos, leyes, medidas administrativas, enunciados cientficos, proposiciones morales, filantrpicas, etc. En definitiva, se trata de repensar el UFL desplegado por la polica en el marco de aquello que viene definido como el problema de la inseguridad y la lucha contra el delito, antes atravesados por el predominio de tcnicas disciplinares, de saberes propios de las ciencias humanas y la construccin/distincin del par normal/patolgico, y que hoy es preciso repensar en clave biopoltica.
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La asimilacin entre poltica criminal y poltica de seguridad sobre la que reflexiona Baratta (1998), parte de un recorte (errneo pero no ingenuo) que tiende a presentar el problema de la seguridad como el problema del delito, limitando la idea de delito a ciertos delitos contra la propiedad y contra las personas. Definir poltica criminal es complejo y su incumbencia responde siempre a amplios mrgenes de valoracin de los actores que la ponen en marcha. Sin embargo, su finalidad declarada siempre estuvo vinculada a controlar la criminalidad, a reducir el nmero de infracciones a la ley penal y, en algunos casos, se puede extender su campo de accin hacia el control de las consecuencias del delito (Baratta, 1998). Desde luego que la poltica criminal tambin opera sobre un recorte especfico que suele dejar fuera de su rbita el abordaje de aquellos delitos (y sus consecuencias) que no conforman el universo de los delitos callejeros o comunes. Un conjunto amplio de conductas contempladas por la legislacin penal, que causan daos socialmente relevantes no suelen incluirse en la agenda de las polticas criminales como, por ejemplo, la violencia de gnero, la malversacin de fondos pblicos, el enriquecimiento ilcito, los delitos de trnsito, la contaminacin (Pegoraro, 2003; Daroqui, 2003; Varela, 2004). Ese sesgo de la poltica criminal se amplifica cuando la poltica de seguridad toma como propio slo el problema del delito ya recortado por la poltica criminal. Es decir, que deja fuera una serie de conductas delictivas que constituyen claras fuentes de inseguridad de personas y colectivos. Cabe preguntarse entonces qu es lo que permite que (in)seguridad y delito urbano se hayan asociado de manera tan acabada como para bloquear la inclusin dentro del problema de la inseguridad de actos que atentan contra la integridad fsica y psquica de las personas con una frecuencia posiblemente mayor que los denominados delitos urbanos.1 Y es as que los delitos ocurridos
1 No deberamos pensar que los nicos responsables de este recorte en la problematizacin de la (in)seguridad son aquellos agentes que tienen a su cargo el diseo y ejecucin de las polticas mencionadas; tampoco los medios de comunicacin, aunque tengan un papel relevante. Las contiendas electorales, el campo acadmico, ciertos nuevos saberes expertos, organismos internacionales y organismos no gubernamentales locales (con creciente injerencia desde
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en el mbito domstico, los delitos de trnsito, los vinculados al mundo econmico, la violencia intermitente del estado, la violencia contra las mujeres, la destruccin de recursos naturales, etc. no forman parte de la problematizacin de la (in) seguridad. Debera evitarse entonces analizar el problema de la inseguridad en los mismos trminos y con los mismos elementos que ese planteo propone como vlidos. No se trata de limitarse a ver cunto creci el ndice de delitos callejeros ni de indagar sobre la incapacidad de las fuerzas policiales para reducir la inseguridad. Del mismo modo que fue preciso preguntarse por qu un dispositivo como el carcelario adquiere tanta relevancia en el siglo XIX a pesar de la evidencia de su fracaso, hoy es posible preguntarse qu hace posible que la polica mate regularmente para defender la propiedad. Por tanto, ser preciso salir del problema y no slo tratar de responder a determinados interrogantes: por qu suben los robos? o qu relacin hay entre aumento del delito y aumento de la pobreza? Es preciso poner en cuestin tambin esas preguntas, en tanto forman parte del mismo proceso de objetivacin que se pretende analizar. El problema de la inseguridad se objetiva as a partir de un recorte especfico pero tambin incluye elementos nuevos. El miedo al delito se objetiva como un espacio emergente del gobierno de la (in)seguridad, es as que la sensacin de (in)seguridad se constituye como elemento constitutivo del problema. El miedo a ser vctima de un delito est fuertemente concentrado en los delitos callejeros, y est mucho ms generalizado que la experiencia efectiva de haberlo padecido. Esa percepcin se encuentra usualmente acompaada de una fuerte asociacin entre delito y pobreza que identifica a los habitantes de barrios marginados como una amenaza (Guemureman, 2002; Varela, 2004). En este sentido podemos pensar que el miedo al delito alimenta procesos ms complejos de rechazo a la exclusin social: por eso es importante recorlos aos noventa) han contribuido de manera importante a la construccin del problema en estos trminos.
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dar que durante la dcada del noventa la estructura social en Argentina sufri enormes transformaciones (Torrado, 2007) y que esos cambios fueron acompaados por procesos de naturalizacin de la desigualdad. La criminalizacin de la pobreza fue un elemento central de esos procesos de naturalizacin, permitiendo percibir a los sectores ms empobrecidos como poblaciones peligrosas, amenazantes. Ante esa amenaza se estructuran respuestas que no apuntan a la dilucin de esa desigualdad sino a una gestin que permita la neutralizacin del peligro que comporta. Esta combinacin imprecisa entre temor y delito callejero agota muchas veces las explicaciones sobre el problema de la inseguridad y se erige en fundamento de las fuertes demandas de seguridad y de la necesidad de modos de intervencin novedosos.
III. Rede!nicin de las tcnicas de gobierno de la (in)seguridad en Argentina: Giro punitivo, mano dura y reivindicacion del UFL.
La poltica criminal se ha caracterizado por la centralidad de la pena como forma de gobierno de aquellos delitos que buscaban controlarse. Esto quiere decir que se ha perseguido gestionar los delitos considerados intolerables a travs de intervenciones reactivas, que se ponen en marcha una vez ocurrida la trasgresin. El fracaso de las herramientas penales en la consecucin de los objetivos declarados hoy ya no se discu- te; tampoco quedan dudas de la capacidad de las herramientas penales para gestionar diferencialmente los ilegalismos; esto quiere decir que han estado siempre enfocadas al delito de los ms dbiles e indiferentes respecto al delito de los poderosos. Sin embargo, la privacin de libertad como forma privilegia- da de castigo atraviesa una crisis de legitimidad evidente. Se han escuchado argumentaciones tanto de derecha como de iz- quierda denunciando la incapacidad de la crcel como forma idnea de gestin del delito: su ineficacia, su elevado costo, su inhumanidad, su violencia, su sinrazn. Desde uno u otro ngulo se ha coincidido en que el encierro no cumple con los
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objetivos que manifiesta. Este fracaso de lo que podramos llamar hoy una poltica tradicional de gestin del delito suele aparecer como fundamento del reclamo de polticas ms duras. El enunciado es recurrente: al fracasar las herramientas conocidas, debe apelarse a nuevas medidas que reemplacen o complementen las medidas tradicionales. El escenario argentino muestra con nitidez estas transformaciones. Durante los aos noventa (y con mayor claridad en la segunda mitad de la dcada) se conform un heterogneo, pero ntido, polo proactivo, ex-ante, de la(s) poltica(s) de control del delito urbano (PNPD, 2000; Hener, 2005). Sin embargo, contradiciendo los pronsticos especializados, ello no implic la ms mnima retraccin del modelo reactivo, punitivo, sino su sostenido incremento. El fracaso del encierro como forma de gobierno del delito no ha comportado un replanteo sobre su utilizacin aunque s una mutacin de sus fundamentos. Las crticas a las condiciones de detencin no slo no es puesta en cuestin, sino que se reclama crueldad en el encierro que ya no apunta a mejorar a los individuos sino, evidentemente, a hacerlos sufrir. El modelo punitivo no slo no fue abandonado en los aos noventa, sino que desde el comienzo de la dcada cobr una fuerza notable. Para reconocerlo basta remitirse a los crecientes ndices de encarcelamiento, la generalizacin de la prisin preventiva, la puesta en marcha de construccin de nuevas crceles tan mentada en el perodo, los nutridos reclamos y las rpidas respuestas en torno a polticas de mano dura que se apoyaron en una furiosa retrica punitiva presente tanto en los medios masivos de comunicacin como en las intervenciones del sistema penal, en los discursos mediticos y electorales. Este nfasis punitivo se reflej tambin en una fuerte apuesta a la tarea reactiva/represiva de la polica que, en la lucha contra el delito, puede/debe hacer todo lo que est a su alcance; en la inflacin penal llamada a cumplir la tan manipulada funcin disuasiva de la pena; en las reformas procesales que han permi- tido avanzar sobre las garantas jurdicas del proceso penal.
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La crudeza de los discursos punitivos alcanzaron el paroxismo a finales de los noventa, ms precisamente en la campaa electoral de 1999 cuando, con Menem en la presidencia, Carlos Ruckauf era vicepresidente y haca campaa para la gobernacin de la Provincia de Buenos Aires (Sozzo, 2008b). Desde el lugar ms alto de la administracin del estado manifest preferir la seguridad al respeto de los derechos humanos de los delincuentes, adems de convocar a las fuerzas policiales a meter bala a los delincuentes.2 No hace falta recordar que el vicepresidente gan las elecciones, se convirti en gobernador y nombr a Aldo Rico como su ministro de seguridad. La ponderacin de la mano dura como poltica de estado alcanzaba el alto grado de consenso que suscit y permiti naturalizar un incremento notorio de las tasas de encarcelamiento, el deterioro sostenido de las condiciones de detencin y la promocin del UFL como herramienta privilegiada de gestin del delito en aras de resolver el problema de la inseguridad. Durante 2004 se registra otra importante oleada de apelacin a la mano dura como forma de gestin de la seguridad a partir de la muerte de Axel Blumberg y la utilizacin poltica del caso. Esta oleada tuvo tambin como consecuencia reformas normativas que endurecieron el proceso penal y algunas de las condiciones de ejecucin de las penas privativas de libertad (Bombini, 2008). Este giro punitivo (Hallsworth, 2006) se tradujo rpidamente en el aumento del encierro carcelario. Entre 1990 y 2002 se duplica la cantidad de personas presas en el mbito federal. A su vez el porcentaje de presos sin condena se fue incrementando llegando a ser del 58% en 2002, situacin que no se ha revertido.3 La utilizacin generalizada de la prisin preventiva
2 Ver, por ejemplo, www.pagina12.com.ar/1999/99-08/99-0809/pag09.htm 3 En la Provincia de Buenos Aires el endurecimiento de las medidas penales instalado durante la dcada de los noventa adquiri caractersticas an ms alarmantes: entre 1990 y 2003 la poblacin privada de libertad en crceles del Servicio Penitenciario de la provincia de Buenos Aires aument significativamente. Bajo esta poltica de exacerbacin de la violencia penal, la Provincia de Buenos Aires alcanz en 2003 una tasa de encarcelamiento que rozaba los 220 presos cada 100.000 habitantes, una de las ms altas de Latinoamrica, luego
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y la habilitacin de las comisaras como lugares de detencin permanente son otras de las tcnicas que reclaman ser analizadas y que se instalan en el periodo.4 Siguiendo el patrn punitivo, la Provincia de Buenos Aires alcanz el porcentaje ms alto de presos sin condena en el ao 2002, cuando un 87,1% de los presos bonaerenses cumpla encierro por la aplicacin de una medida cautelar.5 Con esta poltica se logr en poco tiempo un marcado deterioro de las siempre deplorables condiciones de detencin con niveles de superpoblacin y hacinamiento insospechados. Sin embargo, durante los noventa esta poltica no slo se defendi sino que se promovi abiertamente. El accionar duro de la polica y la creciente legitimidad que esas prcticas obtuvieron muestran tambin cmo se construy un modelo vernculo de tolerancia cero frente al delito de los ms dbiles, mientras se alentaba el delito de los poderosos. La exacerbacin de la violencia policial en los noventa se instala como forma legtima de gobernar el delito callejero y como tal es demandada y ponderada sistemticamente. Este despliegue del uso de la fuerza policial debe analizarse en el contexto de la promocin/aceptacin de una poltica de mano dura frente al delito, de manera que la accin policial debe analizarse en clave de prctica social y no nicamente como parte de una cultura institucional, tal como se plantea en otro artculo de esta publicacin.6 La utilizacin de la fuerza letal policial fue manifiestamente demandada como poltica frente a los ilegalismos populares reemplazando todo un andamiaje code Chile que para el mismo ao tena una tasa de 252 presos cada 100.000 habitantes (CELS; 2008). 4 En 1998, cuando empieza a cuestionarse el cumplimiento de prisin prventiva en comisaras se inform de la detencin de 2.866 personas; en 2002 la cantidad de personas detenidas en dependencias policiales lleg a 7.507. Situacin que comenz a descomprimirse recin en 2003. 5 En marzo de 2000 se sancion la ley 12.405 que endureci las normas procesales para la excarcelacin, promoviendo la utilizacin del encierro procesal como castigo. Ver www.clarin.com/diario/2001/07/11/o-02203. htm 6 Los datos que reflejan la regularidad y las modalidades de despliegue del UFL en el AMBA entre 1996-2004 fueron publicados en Delito y Sociedad. Revista de Ciencias Sociales (Linzer et al, 2007).
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rrectivo que prevaleca en el gobierno de dichos ilegalismos. Esta exacerbacin de la violencia de las agencias del sistema penal (reflejada en el accionar policial, pero tambin como dijimos en el incremento del encierro, en las condiciones a las que son sometidas las personas encerradas, en los modos de funcionamiento de la administracin de justicia) vinieron de la mano de discursos temerarios que en lugar de enfatizar la racionalidad de las intervenciones, apelaban al imperativo de lo urgente y a la expresividad de las medidas punitivas (Hallsworth, 2006). La venganza fue asomando cada vez con ms intensidad como motor de la intervencin del sistema penal, desandando un camino de doscientos aos de pretensin racional del entramado punitivo. Distintos elementos fueron rpidamente articulados en la configuracin de un dispositivo de gestin del delito que abandona la primaca correctiva y se orienta a la regulacin de un fenmeno que aparece como amenazante para el conjunto de la poblacin. El reingreso de la funcin expresiva de la intervencin penal y la promocin de la violencia policial se apoyan en sentimientos de hostilidad hacia aquellas poblaciones que son definidas como portadoras de inseguridad. La creciente criminalizacin de la pobreza refleja un debilitamiento de los sentimientos de compasin, comprensin y solidaridad frente a las poblaciones menos favorecidas y un incremento de la hostilidad. En consonancia con ese desplazamiento se registra un claro debilitamiento del fundamento integrador de las prcticas punitivas y el fortalecimiento de una lgica punitiva claramente neutralizante, incapacitadora,7 que en ocasiones apela lisa y llanamente a la idea de venganza pura y dura (AAVV, 2001; Pegoraro, 2001). En este sentido cabe mencionar que el llamado populismo punitivo se apoya en la oposicin entre un ciudadano comn y un otro al que hay que neutralizar a cualquier precio.8 Por ello al referirse a estas polticas Garland
7 Sin embargo, la racionalidad poltica neoliberal no est atravesada por una idea de inclusin, en cambio la gestin de la fragmentacin est presente en ella. Las polticas de seguridad punitivas y preventivas- son un operador material y simblico indispensable de esa gestin. 8 Ver el artculo El poder de no saber. Estrategias de neoliberalismo
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(2005) las denomina criminologa del otro. Ese otro reafirma la oposicin entre los incluidos y los excluidos de un modelo econmico, social y cultural que se funda en esa divisin, que no puede prescindir de ella. En la Argentina de los noventa la criminologa del otro se apoya fuertemente en un accionar policial que utiliza la fuerza letal regularmente, en la utilizacin del encierro como depsito y en la amplificacin de una histeria colectiva frente a la proximidad de los extraos.9
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que es un importante promotor de determinadas formas de ver, pensar y actuar. Es imprescindible, entonces, desandar el ca- rcter productivo de las polticas de seguridad. Creemos que la manera en que se plantea el problema de la inseguridad construye relaciones altamente desiguales, ampla la fragmen- tacin social, y sobrevulnera a los sectores ms empobrecidos frente a las formas de organizacin econmico-sociales que se consolidan en Argentina en la dcada del noventa al tiempo y, a la vez, habilita intervenciones como el UFL que antes no con- formaban una tcnica regular. Del mismo modo en que es po- sible pensar la penalidad moderna en trminos productivos a partir de la centralidad de la crcel en dicho modelo (Foucault, 2992), tambin es necesario pensar que el problema de la inseguridad produce ciertas formas de ver el mundo y de actuar en l. Es decir, produce determinado orden de cosas. Precisamente, el problema de la inseguridad desde los aos noventa devino una herramienta privilegiada del neoliberalismo al proponer la lgica empresarial como forma de gestin de la vida y de las relaciones sociales (Foucault, 2007). Esta impronta se hace evidente en el campo del control del delito al observar la creciente privatizacin/mercantilizacin de servicios de seguridad, la promocin de la responsabilidad individual en la prevencin y denuncia de delitos callejeros, determinada convocatoria al compromiso ciudadano en el diseo y ejecucin de polticas de seguridad, etc. (Pavarini, 2006; Garland, 2005; Wacquant, 2000). Al mismo tiempo el problema de la inseguridad naturaliza la fragmentacin social a partir de la distincin entre aquellos que reclaman seguridad y aquellos que la amenazan. Finalmente, se promueve permanentemen- te el descrdito de lo poltico como campo de transformacin del orden social apelando a lo apoltico como elemento indis- pensable para resolver, al fin, la (in)seguridad que acecha, que amenaza a todos y que, por tanto, habilita a respuestas urgen- tes y contundentes que otrora hubiesen sido rechazadas. En este proceso, las discusiones sobre qu hacer al respecto reemplazaron otras discusiones fundamentales del quehacer poltico. Este eclipse que el problema de la inseguridad produce sobre lo poltico es un elemento central para analizar su
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potencial como emblema del neoliberalismo. El acuerdo construido en torno a la imperiosa necesidad de hacer algo frente a la inseguridad ms all de las diferencias polticas devela no tanto la importancia del problema, sino la capacidad de la avanzada neoliberal para instalar un consenso en torno al descrdito de lo poltico como espacio de transformacin del orden social. Devela tambin las dificultades de un quehacer crtico que pue- da desarmar los pilares de esa construccin. El neoliberalismo instala en Argentina un orden social que se enuncia nico, la desigualdad y la fragmentacin social se presentan inevitables, naturales. La (in)seguridad emerge, en ese contexto, como un hecho incontrastable que es preciso gestionar ms all de la poltica que a su vez se define como un espacio de corrupcin incorregible, desacreditada absolutamente como espacio de accin colectiva, cuestionamiento y transformacin. Teniendo en cuenta lo anterior, es preciso repetir que los modos en que se construye el problema de la inseguridad estn estrechamente vinculados a la imposicin de ese nuevo orden que logra el desmantelamiento del estado social (desmantelamiento de lo que exista de l y, sobretodo, de la idea de un modelo plausible). Un orden que reconstruye la prioridad en el acceso a los recursos econmicos, polticos y sociales, naturalizando modelos de alta exclusin respecto a esos recursos. La nueva derecha logra con xito desarmar las protecciones del estado y volver aceptable la exclusin de algunas poblaciones a travs de la criminalizacin de su estatuto (por ello es indispensable cuestionar la asociacin entre delito y pobreza en lugar de reforzarla): aquellos que en los noventa quedan afuera (es decir en la base de la estructura social) comienzan a ser percibidos no como vctimas de un sistema social injusto sino como sujetos que es intolerable incluir: la polica aparece como un actor relevante a la hora de regular ese peligro difuso que es la inseguridad/pobreza y esa regulacin tiene un costo aceptable. Por este motivo es indispensable continuar la reflexin crtica en torno a la reconfiguracin de los modos de gobierno de la (in)seguridad en nuestro pas en tanto sus derivas, slidamente instaladas, deberan ser motivo real de alarma y preocupacin.
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Diez.
Biopoltica y libertad. Notas para un mapa de la racionalidad poltica neoliberal.
Natalia Ortiz Maldonado
la frmula de los ministerios del interior podra ser: una macropoltica de la sociedad para y por una micropoltica de la inseguridad. Gilles Deleuze y Flix Guattari. Mil Mesetas.
I. Introduccin.
Una racionalidad poltica puede ser pensada como un sistema de verdad, como un rgimen dentro del cual ciertos poderes, saberes y subjetividades son ciertos, necesarios, legtimos, naturales. Es as que cada racionalidad es un efecto de conjunto, una trama donde ciertas prcticas discursivas y no discursivas dan forma a lo que se considera real y posible en un momento histrico preciso. Las brujas existieron en el medioevo y los peligrosos annimos existen en el neoliberalismo. Hace ms de dos dcadas Michel Foucault sealaba que las tecnologas de control contemporneas slo podan ser pensadas desde la seguridad-inseguridad; pero adems, que esa seguridad-inseguridad se articulaba con una nocin de libertad muy particular. En este ensayo nos detenemos sobre este ltimo aspecto del relato foucaulteano, sobre el modo en que se despliega una crtica afirmativa de las libertades liberales que creemos fundamental para comprender y desandar los caminos del neoliberalismo. Y cuando nos referimos al neoliberalismo, no nos referimos a una racionalidad poltica concentrada en eliminar la inseguridad sino una racionalidad poltica que
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produce la seguridad/inseguridad como estrategia de gobierno de la poblacin. En los prrafos que siguen, explorar el problema de la libertad neoliberal requerir comprender un desplazamiento entre los abordajes que se realizan en los textos foucaulteanos de los aos sesenta y setenta, y aquellos que se producen en los escritos y entrevistas posteriores. En los primeros, la libertad se piensa como un engranaje fundamental de las tecnologas de saber, poder y verdad, mientras que en los textos posteriores la nocin de libertad ya no reenva a las tramas instituidas sino a una prctica que se resiste a ellas y puede transformarlas. Aqu se busca dar cuenta de este movimiento sobre la hiptesis de que los cursos sobre el liberalismo y el neoliberalismo del Colegio de Francia de 1978 y 1979 ocupan un lugar central en la modificacin de la perspectiva foucaulteana. El anlisis de las tecnologas que regulan la vida desde hace ms de dos siglos parecieran indicar a Foucault no slo la existencia de un nudo gordiano entre bos, poder y libertad, sino adems la necesidad (y la posibilidad) de una estrategia para intervenir en l. Dado que se trabaja sobre diferentes momentos del pensamiento foucaulteano, se han adoptado las sugerencias de Roger Chartier (2001) y Miguel Morey (1990). Tras analizar las sucesivas sistematizaciones que realiza Foucault sobre sus investigaciones, estos autores desaconsejan trabajar los textos con periodizaciones establecidas de antemano y recomiendan abordarlos de acuerdo a problemas especficos. Es as que no se pretende dar cuenta de la discursividad y sus disrupciones como un todo, sino ms bien considerar la manera en que el problema de la libertad se formula desde diferentes enfoques. No corresponde entonces detenerse aqu en lo atinente a la datacin de las etapas del trabajo y sus distintas problemticas que, por lo dems, han sido objeto de profundos y valiosos estudios por parte de sus comentaristas. En este escrito se analiza, en primer lugar, la manera en que se despliega un discurso crtico de la modernidad donde la nocin de libertad se refiere a prcticas (psiquitricas, jurdicas, filosficas, comerciales, etctera) constitutivas de las
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redes de saber, poder y verdad. En el apartado siguiente, se considera el movimiento que comienza en los textos sobre la antigedad y culmina con la metamorfosis de la nocin de libertad que Foucault utiliza para reflexionar su presente. Luego nos detendremos en la particular manera en que se visibilizan y caracterizan estas prcticas en los primeros aos de la dcada del ochenta.
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tabes. Desde la perspectiva foucaulteana, esta produccin de discursos multiplic y dispers un conjunto de dispositivos de poder que sujetaron a los individuos en el mismo momento en que se reorganizaba la trama social. Es aqu donde se explicita la idea de un poder que no reprime ni coacciona sino que produce discursos, cuerpos e instituciones.2 Pero la investigacin no se detiene en este punto sino que lleva a Foucault a preguntarse no slo por las tecnologas disciplinarias sino tambin por aquellos mecanismos que aprehenden la vida como fenmeno colectivo. Cuando las tecnologas de poder ya no buscan instituir un soberano, ni persiguen producir corporalidades segn lo permitido-prohibido sino que procuran distribuir lo viviente en un dominio de valor y utilidad (Foucault, 1999:174), se hace evidente que el poder debe inmiscuirse en los intersticios de la vida e intensificarla. Mientras la anatomopoltica aumenta las aptitudes de la vida en los cuerpos individuales, la biopoltica regula la vida poblacional y la ajusta a fenmenos econmicos de conjunto. No se trata de un poder que libera a la vida, sino de un poder que intensifica la vida que se produce y administra en sus propias tecnologas. En estos textos la articulacin entre vida, poder y libertad se produce tanto por el lado del vnculo entre libertad y disciplinas (que se plante en Vigilar y castigar y que se mantiene en estos escritos de 1976), como a partir de la formulacin de los mecanismos que no intentan cercenar la vida sino fortalecerla en el plano de lo mltiple. Y esta ser la lnea de anlisis que se explorar en los cursos del Colegio de Francia de los aos posteriores.
2 Segn Gilles Deleuze, esta nocin de poder derrib los siguientes postulados tradicionales: 1) de la propiedad, donde el poder es un objeto que poseen quienes lo han conquistado, 2) de la localizacin, donde el poder se localiza en los aparatos del Estado, 3) de la subordinacin, donde la economa determina al poder, 4) de la esencia, donde el poder es una esencia que distingue a quienes lo tienen (dominantes) de quienes no (dominados), 5) de la modalidad, donde el poder acta a travs de la violencia o de la ideologa (Deleuze, 1987: 51-57).
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necesarios para que las poblaciones estn en situacin de mercado. El neoliberalismo procura de esta manera multiplicar la forma empresa dentro del cuerpo social (Foucault, 2007:186). El gobierno biopoltico regula flujos de intercambio diversos segn el modelo empresario, es decir, es un gobierno que procura alcanzar una sociedad ajustada no a la mercanca y su uniformidad, sino a la multiplicidad y la diferenciacin de empresas (Foucault, 2007:187). Foucault se detiene en este punto para sealar que esta Poltica de la Vida no puede identificarse con la imagen de sociedades concentracionarias, con el gobierno de lo uniforme ni con automatismos polticos o culturales. El gobierno de la vida contempornea remite a un fenmeno diferente pues se trata de tecnologas que no refractan lo mltiple o lo azaroso, sino que procuran su manipulacin antes que su supresin. Si libertad y biopoltica se amalgaman en un nudo imposible de deshacer es porque esta tecnologa consume libertades y para ello necesita producirlas as como tambin debe organizarlas y destruirlas (Foucault, 2006:84-85). No se trata entonces de un s libre absoluto, sino de intervenir al bos construyendo el lugar donde esa vida ser gobernada. Por este motivo las tecnologas biopolticas se presentan diciendo: voy a producir en ti lo que se requiere para que seas libre. Voy a procurar que seas libre de ser libre (Foucault, 2006: 84). Es en este juego de produccin y destruccin de libertades que constituye el corazn mismo del gobierno neoliberal donde debe pensarse en la destruccin de la vida de algunos para la proteccin de la vida de la poblacin. Y por poblacin ha de entenderse no solamente la vida colectiva sino adems la vida competitiva, la vida que forma parte del flujo de intercambio y no lo obstaculiza.3 A partir de la centralidad que adquiere el anlisis de las libertades en estos cursos, algunos autores proponen la adhesin
3 Sobre el vnculo entre la biopoltica y la muerte ver este volumen El poder de no saber. Estrategias de neoliberalismo aplicado de Natalia Ortiz Maldonado y Celina Recepter, y Hacer morir. Prcticas policiales y la (re)inscripcin del poder soberano en la economa del biopoder de Karina Mouzo, Alina Rios, Gabriela Rodrguez y Gabriela Seghezzo.
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foucaulteana a los postulados del liberalismo,4 y si bien esta discusin no parece central de acuerdo a los objetivos de estas pginas es necesario indicar que tal aseveracin no parece ser acertada. En primer lugar, porque es propio de este pensamiento indicar la originalidad de un ensamble de saber, poder y verdad sin que ello implique una adhesin a sus principios. En este sentido podra pensarse en el anlisis sobre los dispositivos carcelarios y la participacin de Foucault en el Groupe dinformation sur les Prisions.5 En segundo lugar y en relacin con una argumentacin que se vincula directamente con este trabajo, cabe detenerse en uno de los rasgos ms significativos del relato foucaulteano, aquel que consiste en detectar la presencia de prcticas que escapan a los escenarios del poder en el mismo momento en que esos escenarios son analizados. Este gesto no es azaroso puesto que las tcnicas y estrategias del poder se estructuran, precisamente, sobre la pretensin de aprehender las heterodoxas fuerzas que se les oponen: improbables, espontneas, salvajes, solitarias, concertadas, rpidas para la transaccin, interesadas o sacrificiales (Foucault: 1999:116). En cada uno de los pliegues donde se reflexiona la modernidad se visibilizan prcticas en tensin, nunca tan cerca como para ser parte de las tecnologas instituidas ni tan lejos como para confundirse con ellas.6 Es as que Foucault indica la presencia de las trasgresiones cuando reflexiona a la modernidad desde la perspectiva de la instauracin de la razn y la locura, se refiere a las resistencias cuando analiza la emergencia y consolidacin de los dispositivos disciplinarios, as como tam4 Sobre este punto resulta de especial inters el trabajo de Colin Gordon, Governmental rationality: an introduction, en The Foucault effect: studies in governmentality, compilado por Graham Burchell, Colin Gordon y Peter Miller (Burchell, Gordon y Miller, 1991). 5 Para un estudio pormenorizado de la participacin de Foucault en el Groupe dinformation sur les Prisions (G.I.P) puede consultarse el trabajo de Didier Eribon, Michel Foucault (Eribon, 1989: 274-290). 6 Si bien abundan los textos donde Foucault analiza el carcter relacional entre el poder y las fuerzas que escapan a l, quiz una de las exposiciones ms precisas es la que se realiza en el primer volumen de la Historia de la Sexualidad cuando esta tensin es abordada en trminos de poderes y resistencias (Foucault, 1999a: 112-116).
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bin utiliza la nocin de contraconductas para sealar las oposiciones a la Razn de Estado y al liberalismo. Estas prcticas no se denominan nunca libertades porque en estos pliegues de su pensamiento la libertad forma parte de la trama hegemnica que es trasgredida, resistida o contraefectuada. Foucault no abandona la perspectiva crtica cuando profundiza sus estudios sobre la biopoltica y el neoliberalismo sino que, por el contrario, estas investigaciones hacen evidente la manera en que la vida es aprehendida por dispositivos de poder especficos, los mecanismos de seguridad (Foucault, 2006). Sobre este punto cabe considerar lo que Michel Senellart sostuvo en un artculo publicado a propsito de la aparicin de estos cursos en 2004. Segn este autor, no cabe deducir de ellos cierta mirada complaciente sobre los postulados del neoliberalismo sino que deben interpretarse a partir del inters por desentraar la racionalidad poltica que gobierna a lo viviente desde hace ms de dos siglos: racionalidad que funciona sin lugar a dudas a partir de la libertad, pero que no deja, a partir de ella y alrededor de ella, de reforzar estrategias de seguridad (Senellart, 2004). En los cursos de 1978 y 1979 la libertad deja de ser un correlato de las tecnologas de poder para emerger como una precondicin y un objetivo poltico. Es una precondicin, porque es indispensable que los bienes, las ideas y las personas puedan desplazarse sin obstculos en diversos medios (como por ejemplo las ciudades o el mercado); y es un objetivo poltico, porque las tecnologas gubernamentales procuran garantizar la circulacin y el intercambio que requieren, precisamente, de ciertas prcticas. Cuando Foucault reflexiona sobre la especificidad histrica, poltica y econmica del biopoder la nocin de libertad se refiere a la posibilidad de movimientos e intercambios imprescindibles cuando ya no se trata de la produccin de individualidades sino de la regulacin del bos como fenmeno colectivo. Es por eso que en la clase del 18 de enero de 1978 dice que se equivoc en la caracterizacin de la libertad como contrapartida del poder en sus trabajos sobre las disciplinas, puesto que desde la perspectiva biopoltica la libertad no es
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una contraparte sino un eje fundamental del poder (Foucault, 2006:70-71). Los cursos muestran entonces un punto extremo en la crtica y no su abandono: la superposicin entre bos, poder y libertad nunca haba sido tan ntida ni tan intensa.
III.1. La antigedad.
Desde la problemtica de la libertad las exploraciones de Foucault sobre la antigedad pueden ser ledas como una distancia pero tambin como una cercana con las indagaciones que las anteceden. Los antiguos, tal como se presentan en El uso de los placeres y en La inquietud de s, concibieron la libertad de una manera muy similar a la forma en que l mismo pens las resistencias y las contraconductas durante la dcada del setenta. Ellos no actan el poder como aquello que reprime o prohbe, sino como una relacin productiva donde la libertad no es un opuesto (lgico, filosfico, poltico) del poder, sino una de las fuerzas constitutivas de esa relacin. Esta tensin se piensa en la dimensin de la tica, pues el thos se refiere a las maneras en que la libertad como poder sobre s produce transformaciones en las maneras de estar, de pensar, de hablar, de conducirse y de vestir. Este poder sobre s, seala, es
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una aptitud de resistencia donde, cuando y como se quiere (Foucault, 1999b:66). El inters de Foucault por la antigedad provoc distintas opiniones entre quienes estudiaron sus trabajos. Mientras autores como James Miller (1995) o Alexander Nehamas (2000), sostienen que este movimiento se explica en motivaciones personales, autores como Gilles Deleuze (1987) o Didier Eribon (2004) prefieren atribuirlo a necesidades tericas. Seguiremos esta ltima hiptesis ya que desde nuestro enfoque los estudios sobre la antigedad se articulan tanto con los trabajos anteriores como con los textos de los primeros aos de la dcada del ochenta. Como ya se seal, en estos textos Foucault indica que los antiguos formularon su nocin de libertad de una manera similar a la que l mismo propuso para sealar las resistencias y contraconductas. Pero adems, la nocin de libertad antigua marca una distancia con las libertades liberales y neoliberales en un sentido especfico. Mientras liberales y neoliberales llaman libertades a las prcticas que se producen en la trama del mercado una vez que el bos ha sido ajustado a ella (y perciben inseguridades en la situacin contraria), los antiguos llaman libertades a una transformacin del s mismo que se percibe como una tensin permanente y como una forja de la propia subjetividad. Ellos hacen visible la distancia entre una cultura que acta la libertad articulando la tica con la esttica y la poltica, y una cultura que la supedita slo a ciertas instituciones y objetivos. En los textos sobre la antigedad, la tica deviene esttica en tanto las prcticas del thos se regulan segn una idea de vida bella compartida socialmente. Pero adems, la tica es inevitablemente poltica, no slo porque el gobierno de s es un prerrequisito para el gobierno de otros, sino tambin porque la libertad es en s misma un valor poltico (Foucault, 1999c:76). Estos escritos pueden ser ledos entonces en la clave de un esfuerzo por reinscribir la vinculacin entre bos, poder y libertad en un contexto diferente, ms para desestabilizar esa relacin y problematizar al presente que para huir de l o estetizarlo.7
7 Para una interpretacin diferente de la que se expone en este tra-
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Sobre este punto, Frederic Gros sostiene que las indagaciones ticas de Michel Foucault jams son otra cosa que pensar la poltica (Gros, 2004:9). Los antiguos visibilizan una trama donde el vnculo entre bos, poder y libertad no produce un sujeto de conocimiento de s, un sujeto objetivado, sino un sujeto que se experimenta y transforma en (y no ms all de) las tramas de saber, poder y verdad de las que forma parte. Cuando se le pregunta por la especificidad de estos estudios en relacin con sus inquietudes anteriores, Foucault seala que slo desde el anlisis de la antigedad es posible pensar que la disociacin entre poder y libertad es simultnea a la disociacin entre tica, esttica y poltica. Desde all es posible ver cmo la modernidad produce su esttica como tarea institucionalizada que slo se relaciona con otros objetos y no con los individuos o con la vida (Foucault, 2001:269). Cuando el cristianismo y la modernidad cercenan la posibilidad de pensar la creatividad en el contexto de la vida, seala, coartan algo muy significativo: la idea de bos como material para una obra de arte (Foucault, 2001: 268). En el mismo sentido indica que los antiguos hacen evidente que no es posible modificar una tecnologa de gobierno sin desequilibrar la economa, la sociedad y la poltica. Desde su perspectiva no se trata de negar las libertades liberales ni de proponer la reinstauracin de las libertades antiguas sino de comprender que se trata de prcticas distintas, y que en esa distancia pueden detectarse claves para la inteligibilidad del gobierno neoliberal y sus libertades.
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investigaciones el pensamiento foucaulteano vuelve sobre su presente de una manera novedosa y desde entonces las libertades dejan de remitir al escenario donde las tecnologas gubernamentales bloquean la posibilidad de transformar al propio bos para referirse precisamente a lo contrario. Es entonces donde se percibe el giro nominalista a travs del cual las prcticas que haban sido llamadas resistencias, contraconductas, insumisio- nes, sublevaciones, etctera, pasarn a llamarse libertades. Este giro se advierte en diferentes artculos y entrevistas de los primeros aos de la dcada del ochenta. Es as que en Sujeto y Poder, un escrito que se publica en 1982 junto a la investigacin de Hubert Dreyfus y Paul Rabinow sobre el trabajo de Foucault, las resistencias aparecen definidas en trminos de libertad. Libertad, a la manera en que los antiguos pensaron las prcticas del combate presente e infinito; libertad a la manera en que Foucault pens a las fuerzas heterogneas de la resistencia y las contraconductas en la dcada del setenta. En este texto de 1982 se vuelve sobre la idea de un poder que no domina ni reprime sino que es una accin, una fuerza en acto, que se dispone para producir otras acciones: incita, induce, seduce, facilita o dificulta (Foucault, 2001:253). Definir al poder de esta manera, seala, tiene el objetivo de hacer de la libertad un elemento central. Si el poder existe, es porque puede que aquello que pretende no se produzca, puede que el sentido de la fuerza se tuerza o modifique. Las relaciones de poder se definen por su movilidad, por el juego entre los extremos de una tensin: la libertad debe existir para que se ejerza (el poder), y tambin como su soporte permanente, dado que sin la posibilidad de resistencia, el poder sera equivalente a determinacin fsica (Foucault, 2001:254). De la misma manera en que resistencias y contraconductas aparecan como elementos que nunca estaban tan lejos del poder como para escapar de l definitivamente (pero tampoco tan cerca como para confundirse), Foucault seala que las relaciones de poder y el rechazo a someterse de la libertad no pueden pensarse autnomamente: El verdadero centro de las relaciones de poder es la reluctancia de la voluntad y la intran-
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sigencia de la libertad (Foucault, 2001:254). Inmediatamente despus de identificar resistencias y libertades, indica que no puede hablarse de cierta libertad esencial sino de una relacin que es al mismo tiempo de recproca incitacin y lucha, un agonismo fundamental. En el mismo texto la nocin de libertad tambin se utiliza para sealar la presencia de las estrategias de lucha que se oponen a las tecnologas de poder, es decir, para nominar las codificaciones entre los puntos de resistencia que en determinado momento pueden subvertir lo establecido. Es- trategias de poder y estrategias de lucha se limitan mutuamen- te en el juego de lo simultneo, pues en cada momento la rela- cin de poder puede convertirse en una confrontacin donde esa relacin se desestabilice, as como tambin las estrategias de lucha pueden dar lugar a la puesta en funcionamiento de mecanismos de poder (Foucault, 2001:258). Finalmente, el giro nominalista se extrema en la entrevista que se publica como La tica del cuidado de s como prctica de libertad donde Foucault asegura que no est satisfecho con la manera en que ha reflexionado sobre las relaciones de poder, y decide hablar de ellas en trminos de juegos de libertades (Foucault, 1999e). Cuando las prcticas que se encuentran en tensin con el poder se denominan libertades no se desplaza el estatuto conceptual de las resistencias y contraconductas ya que la manera en que Foucault caracteriza estas prcticas sigue siendo la misma. Por el contrario, en este giro nominalista es posible percibir la intencin de poner nuevos acentos (como ya lo haba hecho en la dcada del setenta) en la inmanencia de las relaciones de poder, es decir, en la posibilidad de intervenir- las y transformarlas.
III.3. La modernidad.
En el gesto a travs del cual Foucault se reapropia de la libertad se percibe un movimiento profundo que no se agota en el giro nominalista sino que se extiende hasta retomar el problema de la modernidad de una manera distinta a sus plan-
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t H o d a o c s e r H v a i v c i e r r y v i m v i r o y r i r m o D r i r i e z D i e z
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teos anteriores. En este pliegue del pensamiento se pone en juego la polivalencia tctica de los discursos que constituyen la modernidad y se percibe el gesto de reapropiacin de su sentido.8 En los ltimos trabajos ya no se trata de la crtica de las tecnologas modernas tal como se produce en los textos anteriores, sino que la modernidad misma se define en trminos de prctica crtica. Este desplazamiento cristaliza en los textos que se publicaron en 1984 bajo el ttulo Qu es la Ilustracin? donde Foucault propone una ontologa crtica del presente. Si desde el punto de vista de las tecnologas de poder, saber y verdad la modernidad comienza con Descartes, la modernidad que Foucault propone como reflexin sobre el presente comienza con Kant y se vincula con una prctica determinada: me pregunto si no se puede considerar a la modernidad ms bien como una actitud que como un perodo de la historia () Un poco como lo que los antiguos llamaban un thos (Foucault, 1999d: 341-342). En este texto la modernidad se reflexiona como una actitud del pensamiento que cuestiona el rgimen de verdad en el que ella misma se produce. Y si Foucault identifica esta prctica con la libertad es porque se trata de una estrategia de resistencia particular: Dicha transfiguracin no es la anulacin de lo real, sino juego difcil entre la verdad de lo real y el ejercicio de la libertad () transformarlo no destru- yndolo, sino captndolo en lo que es (Foucault, 1999d:344). La crtica ser una prctica de libertad en tanto no consolide lo que se presenta como universal, natural u obligatorio, sino que busque all lo que hay de particular, contingente e impues- to. La relacin con las categoras instituidas ser crtica, sea- la Judith Butler, si en lugar de acatarlas las interroga de una manera particular y las inscribe en los lmites del horizonte de verdad donde estas categoras (y aquello que las interroga) se formulan. Esta visibilizacin del lmite implica en s misma una transformacin de lo que en cada momento histrico se considera posible (Butler, 2006).
8 Foucault propone la nocin de polivalencia tctica cuando critica la distincin entre discursos permitidos y prohibidos sealando que es posible que una misma estrategia se formule a partir de discursos diferentes as como tambin es posible que un mismo discurso se vuelva sobre el poder que circula en l y lo obstaculice (Foucault, 1999a: 123).
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A propsito del estatuto de la prctica crtica en el relato foucaultiano, es interesante considerar un artculo que bajo el ttulo Foucault se public en 1984 en el Dictionaire des philosophes. Utilizando un seudnimo, Maurice Florence, Foucault se ubica a s mismo en la tradicin kantiana de la historia crtica del pensamiento siempre y cuando por pensamiento se entienda el acto que instaura un objeto y un sujeto, donde hacer su historia es analizar las condiciones en que se instituyeron y modificaron estas relaciones entre objeto y sujeto (Foucault, 1999g: 363). El pensamiento es entonces algo distinto del conjunto de las representaciones que sustentan un comportamiento, no es lo que habita una conducta ni aquello que le da un sentido. El pensamiento que Foucault desea desarrollar haciendo su historia es otra de las maneras de la libertad, una distancia y un anclaje: El pensamiento es la libertad con respecto a lo que se hace, el movimiento mediante el cual () lo construimos como objeto y lo reflejamos como problema (Foucault, 1999h: 359).
IV. rmar.
A!
En el universo foucaulteano pensar la libertad no remite a una especulacin ex nihilo ni a las interrogaciones por lo otro del poder as como tampoco a las preguntas por la libertad perdida, soterrada o futura. Segn se ha venido analizando, se trata de comprender a qu prcticas se les llama libertad en la trama de verdades neoliberales para luego reapropiarse del trmino visibilizando otro tipo de prcticas. Es que el cuestionamiento a un rgimen de verdad no se formula denunciando su falsedad en nombre de otros principios generales sino mostrando el horizonte donde esas verdades son posibles (y necesarias). En la manera foucaulteana de abordar el problema de la libertad se perciben los contornos de una crtica afirmativa, de una disputa prctica por el sentido del trmino en el mismo plano donde el trmino se produce. Las libertades liberales son una manera de estar, pensar y
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actuar al mundo, un thos articulado con una racionalidad poltica especfica donde el mercado es un principio de regulacin econmico-poltica y las seguridades/inseguridades remiten a estrategias de control poblacional. La manera en que Foucault se reapropia de la libertad visibiliza prcticas que implican un thos diferente y la presencia de un bos distinto. Pero no se trata de prcticas que se dan como lo otro del poder, sino de prcticas que se producen como intervencin en las condiciones individuales y colectivas, afectivas, econmicas, sociales, culturales. Foucault no denuncia la falsedad de las libertades liberales (pues pertenecen a un sistema de verdad dentro del cual son verdaderas) sino que junto a ellas, en tensin con ellas, esgrime otras formas de la libertad. Segn lo que se ha sealado en el apartado anterior, en los textos de la dcada del ochenta cristalizan distintas perspectivas de la libertad. Por un lado, la libertad como prctica constituti- va de todas las relaciones sociales, como elemento enfrentador presente y activo que alude (como antes las resistencias o las contraconductas) a la fuerza que el poder pretende apresar por completo sin lograrlo nunca del todo. Por otro lado, la libertad es la prctica de reflexin que se vincula de cierta manera con el presente. Sin que puedan considerarse dimensiones diferen- tes, la primera hace hincapi en la reformulacin del problema de las resistencias y contraconductas, mientras que la segunda explicita la cuestin del modo de vida, de la eticidad como cier- ta produccin del bos. Y si bien Foucault propone a la crtica como un modo de vida particular, como un thos, esto no equi- vale a decir que ese sea el nico modo de vida libertario sobre el que reflexion. Para comprender la intensidad conceptual del thos que Foucault opone al thos neoliberal es necesario tener en cuenta que sus consideraciones no son independientes del anlisis sobre la biopoltica y el liberalismo ni de su reapropiacin de la modernidad. Si los cursos de la dcada del setenta diagnosticaban que la biopoltica aprehende al bos produciendo y destruyendo libertades, la reapropiacin de la modernidad visibiliza el campo de batalla donde se disputa la produccin del bos en
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acto. Las estrategias de libertad, entonces, disputan los modos de vida en el nivel de la produccin masificada de poblaciones y donde se produce individualizacin identitaria. Ya no se trata tanto de la objecin contra las formas de dominacin (tnica, social, religiosa) ni de la explotacin que separa al individuo de aquello que produce, sino del rechazo a lo que liga al individuo a s mismo y simultneamente, lo masifica: lucha contra la sujecin, contra las formas de subjetividad y de sumisin (Foucault, 2001:245). Foucault encuentra caractersticas significativas que separan las luchas por el bos de los enfrentamientos contra la dominacin o la explotacin. Se trata de luchas transversales que no se despliegan contra una forma genrica de gobierno sino que impugnan los efectos de la gubernamentalidad efectiva. Seala adems que son luchas inmediatas de dos maneras, impugnan las instancias de poder que afectan directamente a quienes las llevan adelante y a la vez, no se supeditan a la concrecin de un proyecto futuro en trminos de liberaciones, revoluciones o el fin de la lucha de clases (Foucault, 1999d:348). Estos enfrentamientos se desplazan alrededor de un triple campo de disputa: el status del individuo, los privilegios del saber y las abstracciones del poder. En primer lugar, son luchas contra el gobierno de la individualizacin, que reivindican la diferencia y enfrentan lo que separa, lo que impide construir comunidad, lo que fuerza al individuo a volver sobre s mismo y lo ata a su propia identidad de forma constrictiva (Foucault, 2001:244). Por otro lado, son enfrentamientos que se oponen a las estrategias de fragmentacin de lo mltiple para gobernarlo e impugnan el rgimen de saber instituido. Dado que parten del reconocimiento y cuestionamiento de ciertos efectos de poder, no se trata de luchas nihilistas ni escpticas. Finalmente, rechazan las abstracciones biopolticas que legitiman las prcticas de produccin y administracin del bos, as como tambin denuncian la investigacin cientfica o administrativa que determina lo que es cada uno (Foucault, 2001:245). En los primeros aos de la dcada del ochenta Foucault se refiere especficamente a la creacin de modos de vida. Sin negar la importancia de las reivindicaciones jurdicas, sostiene
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que es imprescindible ir ms all de ellas y se muestra particularmente interesado en sealar que la disputa por el bos tiene ms que ver con la definicin y desarrollo de modos de vida colectivos que con las luchas por el reconocimiento o descubrimiento de una identidad. Un modo de vida, dice, implica relaciones diferentes de las que se formulan segn el parmetro de las clases sociales o los niveles culturales, se trata ms bien de intensidades distintas de las institucionalizadas aunque su institucionalizacin sea inevitable en el mediano o largo plazo. Un modo de vida remite a una manera de estar colectiva y, simultneamente, a una asksis cuyo objetivo es crear una forma de ser todava improbable (Foucault, 2003:248). La constitucin de modos de vida se refiere entonces a la creacin cultural, pero no se trata de crear una cultura especfica en oposicin a otras pues no se trata de defenderse, sino de afirmar una cultura (Foucault, 1999f:420). La disputa biopoltica se plantea en estos textos como la posibilidad de utilizar una situacin estratgica de una manera diferente a la institucionalizada, o sea, como la posibilidad de intervencin en la inmanencia. Nada hay en una estrategia de lucha que le garantice su permanencia en el tiempo, de hecho, las permanentes reapropiaciones de las libertades no son una excepcin sino una de las reglas del juego. Una estrategia de lucha seguir siendo tal en la medida en que contine impugnando a lo instituido, o en trminos foucaulteanos, en la medida en que siga reconfigurando sus estrategias y pueda transformarse. En un contexto donde la biopoltica se ejerce en la produccin y administracin del bos (que no excluye a la muerte sino que la administra), las prcticas de libertad implican una disputa en la misma superficie de aplicacin del poder. En el thos foucaul- tiano la produccin de modos de vida no podra darse sino en tensin con la racionalidad poltica neoliberal.
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Foucault parece ms interesado en subrayar lo que las aleja: la manera en que dos culturas actan la libertad, la vida y el poder. En este devenir se inscribe el giro nominalista donde los juegos de libertades toman el lugar de las relaciones de poder y donde se desestabiliza la idea misma de modernidad. De esta manera, la modernidad no es slo el momento en que una racionalidad poltica vincula una idea de razn con el saber y el poder, sino que tambin es el momento donde el pensamiento se vuelve sobre sus propios lmites y excesos. Cuando la modernidad es thos crtico y la libertad una prctica de transformacin afirmativa sobre las limitaciones prcticas, la apretada madeja entre bos, poder y libertad comienza a desarmarse. Si se lo sigue a travs de las maneras en que piensa la libertad, Foucault no es un pensador del caos ni un escptico, tampoco un exegeta de las formas en que el poder determina a los hombres ni al mundo. Parece ms bien tratarse de una voz que no deja de repetir que el modo en que se acta la poltica, el cuerpo, la vida o la libertad, siempre es el resultado de una tcnica. Pero adems, que esas tcnicas se instituyen en un antagonismo permanente con lo que resiste y desobedece en acto. Es as que en el movimiento donde comienza a reapropiarse de la modernidad, Foucault propone una tcnica especfica donde reflexionar sobre la libertad presente equivale a producir libertad. Uno de los principales problemas de los relatos crticos de la modernidad pareciera constituirse en la tensin entre las generalizaciones conceptuales y los anlisis que se circunscriben a la descripcin de lo existente. Si las distancias son grandes, se reinstituyen las mticas; pero si no hay distancias de ningn tipo, no hay manera de objetar el presente. En un texto que se publica en 1985 Foucault seala que la vida es aquello que es capaz de error (Foucault, 2007:55). No se trata de una sustancia homognea o de una latencia sino de aquello que puede escapar (porque de hecho, escapa) a los criterios de verdad, de saber y de poder. Pensar sin las categoras de la modernidad puede parecer una tarea condenada al fracaso, pero pensar
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en lo que yerra parece asequible. En este sentido, la manera en que concibe al pensamiento adquiere una singular importancia, pues si el pensamiento es un acto que instituye a lo pensado en el mundo (tal y como es pensado), las voces que subrayan la imposibilidad, imposibilitan; mientras que quienes persiguen intersticios, los abren.
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Natalia Ortiz Maldonado es Magster en Ciencias Sociales y Polticas (FLACSO), doctoranda en ciencias sociales (UBA) y becaria del Consejo Nacional de Investigaciones Cientficas y Tcnicas (CONICET). Es docente en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de Lans. Su participacin en proyectos de investigacin, as como los trabajos que ha publicado en el pas y el extranjero, versan sobre la biopoltica neoliberal, la inmanencia, los poderes-saberes de resistencia y la crtica cultural. Victoria Rangugni es Magster en Sistema Penal y Problemas Sociales (Universidad de Barcelona-Espaa) y doctoranda en Ciencias Sociales (UBA). Es adems docente e investigadora de la Universidad de Lans y de la Universidad de Buenos Aires y forma parte del Consejo de redaccin de la revista Delito y Sociedad. Su trayectoria en la investigacin y las diversas publicaciones en las que particip versan sobre las problemticas vinculadas con las modalidades del control social y el gobierno de la (in)seguridad contempornea. Celina Recepter es Licenciada en Sociologa (UBA), maestranda en Ciencias Polticas y Sociologa (FLACSO) y doctoranda en Ciencias Sociales (UBA). Es becaria del Consejo Nacional de Investigaciones Cientficas y Tcnicas (CONICET), docente de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad Nacional de Lans y colaboradora de la revista Delito y Sociedad. Actualmente realiza una investigacin que trata acerca de las estrategias de reproduccin social que despliegan las mujeres jvenes pertenecientes a sectores populares urbanos del conurbano bonaerense. Alina Lis Rios es Licenciada en Sociologa (UBA), maestranda en Investigacin en Ciencias Sociales (UBA) y doctoranda en Ciencias Sociales (UBA). Es becaria del Consejo Nacional de Investigaciones Cientficas y Tcnicas (CONICET), docente en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires
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y colaboradora en la revista Delito y Sociedad. Su trabajo de investigacin se desarrolla sobre temas relativos al ejercicio del poder de polica, la construccin del problema de la inseguridad y el despliegue de polticas de seguridad. Gabriela Esther Rodrguez es Profesora en Ciencias Antropolgicas y doctoranda en Antropologa (UBA). Es adems docente de la Facultad de Ciencias Sociales y del Ciclo Bsico Comn (UBA) y colaboradora en la revista Delito y Sociedad. A lo largo de su carrera ha participado como investigadora en diversos proyectos referidos al control social penal. Su trabajo de investigacin actual se desarrolla sobre temas relativos a la implementacin de polticas de prevencin del delito y la construccin del problema de la inseguridad. Gabriela Seghezzo es Licenciada en Ciencia Poltica (UBA), maestranda en Sociologa de la Cultura y Anlisis Cultural (IDAES UNSAM), doctoranda en Ciencias Sociales (UBA), becaria del Consejo Nacional de Investigaciones Cientficas (CONICET) y docente en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Ha participado en proyectos de investigacin y publicado indagaciones individuales y colectivas sobre los modos de problematizacin de la violencia policial y la inseguridad en el campo acadmico. Colabora adems en la revista Delito y Sociedad.
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Este libro es el primero de la coleccin Ac y Ahora de Hekht libros Impreso por Tecno ofsset, J. J. Araujo 3293 CABA Buenos Aires Junio de 2011.
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