El Decamerón Analisis Clásico

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El Decamern

Tercera jornada - Narracin primera


[Cuento. Texto completo]

Giovanni Boccaccio
NARRACIN PRIMERA Masetto de Lamporecchio se hace el mudo y entra como hortelano en un monasterio de mujeres, que porfan en acostarse con l.

-Hermossimas seoras, bastantes hombres y mujeres hay que son tan necios que creen demasiado confiadamente que cuando a una joven se le ponen en la cabeza las tocas blancas y sobre los hombros se le echa la cogulla negra, que deja de ser mujer y ya no siente los femeninos apetitos, como si se la hubiese convertido en piedra al hacerla monja; y si por acaso algo oyen contra esa creencia suya, tanto se enojan cuanto si se hubiera cometido un grandsimo y criminal pecado contra natura, no pensando ni tenindose en consideracin a s mismos, a quienes la plena libertad de hacer lo que quieran no puede saciar, ni tampoco al gran poder del ocio y la soledad. Y semejantemente hay todava muchos que creen demasiado confiadamente que la azada y la pala y las comidas bastas y las incomodidades quitan por completo a los labradores los apetitos concupiscentes y los hacen bastsimos de inteligencia y astucia. Pero cun engaados estn cuantos as creen me complace (puesto que la reina me lo ha mandado, sin salirme de lo propuesto por ella) demostraros ms claramente con una pequea historieta. En esta comarca nuestra hubo y todava hay un monasterio de mujeres, muy famoso por su santidad, que no nombrar por no disminuir en nada su fama; en el cual, no hace mucho tiempo, no habiendo entonces ms que ocho seoras con una abadesa, y todas jvenes, haba un buen hombrecillo hortelano de un hermossimo jardn suyo que, no contentndose con el salario, pidiendo la cuenta al mayordomo de las monjas, a Lamporecchio, de donde era, se volvi. All, entre los dems que alegremente le recibieron, haba un joven labrador fuerte y robusto, y para villano hermoso en su persona, cuyo nombre era Masetto; y le pregunt dnde haba estado tanto tiempo. El buen hombre, que se llamaba Nuto, se lo dijo; al cual, Masetto le pregunt a qu atenda en el monasterio. Al que Nuto repuso: -Yo trabajaba en un jardn suyo hermoso y grande, y adems de esto, iba alguna vez al bosque por lea, traa agua y haca otros tales servicios; pero las seoras me daban tan poco salario que apenas poda pagarme los zapatos. Y adems de esto, son todas jvenes y parece que tienen el diablo en el cuerpo, que no se hace nada a su gusto; as, cuando yo trabajaba alguna vez en el huerto, una deca: Pon esto aqu, y la otra: Pon aqu aquello y otra me quitaba la azada de la mano y deca: Esto no est bien; y me daba tanto coraje que dejaba el laboreo y me iba del huerto, as que, entre por una cosa y la otra, no quise estarme ms y me he venido. Y me pidi su mayordomo, cuando me vine, que si tena alguien a mano que entendiera en aquello, que se lo mandase, y se lo promet, pero as le guarde Dios los riones que ni buscar ni le mandar a nadie.

A Masetto, oyendo las palabras de Nuto, le vino al nimo un deseo tan grande de estar con estas monjas que todo se derreta comprendiendo por las palabras de Nuto que podra conseguir algo de lo que deseaba. Y considerando que no lo conseguira si deca algo a Nuto, le dijo: -Ah, qu bien has hecho en venirte! Qu es un hombre entre mujeres? Mejor estara con diablos: de siete veces seis no saben lo que ellas mismas quieren. Pero luego, terminada su conversacin, empez Masetto a pensar qu camino deba seguir para poder estar con ellas; y conociendo que saba hacer bien los trabajos que Nuto haca, no temi perderlo por aquello, pero temi no ser admitido porque era demasiado joven y aparente. Por lo que, dando vueltas a muchas cosas, pens: El lugar es bastante alejado de aqu y nadie me conoce all, si s fingir que soy mudo, por cierto que me admitirn. Y detenindose en aquel pensamiento, con una segur al hombro, sin decir a nadie adnde fuese, a guisa de un hombre pobre se fue al monasterio; donde, llegado, entr dentro y por ventura encontr al mayordomo en el patio, a quien, haciendo gestos como hacen los mudos, mostr que le peda de comer por amor de Dios y que l, si lo necesitaba, le partira la lea. El mayordomo le dio de comer de buena gana; y luego de ello le puso delante de algunos troncos que Nuto no haba podido partir, los que ste, que era fortsimo, en un momento hizo pedazos. El mayordomo, que necesitaba ir al bosque, lo llev consigo y all le hizo cortar lea; despus de lo que, ponindole el asno delante, por seas le dio a entender que lo llevase a casa. l lo hizo muy bien, por lo que el mayordomo, hacindole hacer ciertos trabajos que le eran necesarios, ms das quiso tenerlo; de los cuales sucedi que un da la abadesa lo vio, y pregunt al mayordomo quin era. El cual le dijo: -Seora, es un pobre hombre mudo y sordo, que vino uno de estos das a pedir limosna, as que le he hecho un favor y le he hecho hacer bastantes cosas de que haba necesidad. Si supiese labrar un huerto y quisiera quedarse, creo estaramos bien servidos, porque l lo necesita y es fuerte y se podra hacer de l lo que se quisiera; y adems de esto no tendrais que preocuparos de que gastase bromas a vuestras jvenes. Al que dijo la abadesa: -Por Dios que dices verdad: entrate si sabe labrar e ingniate en retenerlo; dale unos pares de escarpines, algn capisayo viejo, y halgalo, hazle mimos, dale bien de comer. El mayordomo dijo que lo hara. Masetto no estaba muy lejos, pero fingiendo barrer el patio oa todas estas palabras y se deca: Si me metis ah dentro, os labrar el huerto tan bien como nunca os fue labrado. Ahora, habiendo el mayordomo visto que saba ptimamente labrar y preguntndole por seas si quera quedarse aqu, y ste por seas respondindole que quera hacer lo que l quisiese, habindolo admitido, le mand que labrase el huerto y le ense lo que tena que hacer; luego se fue a otros asuntos del monasterio y lo dej. El cual, labrando un da tras otro, las monjas empezaron a molestarle y a ponerlo en canciones, como muchas veces sucede que otros hacen a los mudos, y le decan las palabras ms malvadas del mundo no creyendo ser odas por l; y la abadesa

que tal vez juzgaba que l tan sin cola estaba como sin habla, de ello poco o nada se preocupaba. Pero sucedi que habiendo trabajado un da mucho y estando descansando, dos monjas que andaban por el jardn se acercaron a donde estaba, y empezaron a mirarle mientras l finga dormir. Por lo que una de ellas, que era algo ms decidida, dijo a la otra: -Si creyese que me guardabas el secreto te dira un pensamiento que he tenido muchas veces, que tal vez a ti tambin podra agradarte. La otra repuso: -Habla con confianza, que por cierto no lo dir nunca a nadie. Entonces la decidida comenz: -No s si has pensado cun estrictamente vivimos y que aqu nunca ha entrado un hombre sino el mayordomo, que es viejo, y este mudo: y muchas veces he odo decir a muchas mujeres que han venido a vernos que todas las dulzuras del mundo son una broma con relacin a aquella de unirse la mujer al hombre. Por lo que muchas veces me ha venido al nimo, puesto que con otro no puedo, probar con este mudo si es as, y ste es lo mejor del mundo para ello porque, aunque quisiera, no podra ni sabra contarlo; ya ves que es un mozo tonto, ms crecido que con juicio. Con gusto oir lo que te parece de esto. -Ay! -dijo la otra-, qu es lo que dices? No sabes que hemos prometido nuestra virginidad a Dios? -Oh! -dijo ella-, cuntas cosas se le prometen todos los das de las que no se cumple ninguna! Si se lo hemos prometido, que sea otra u otras quienes cumplan la promesa! A lo que la compaera dijo: -Y si nos quedsemos grvidas, qu iba a pasar? Entonces aqulla dijo: -Empiezas a pensar en el mal antes de que te llegue; si sucediere, entonces pensaremos en ello: podran hacerse mil cosas de manera que nunca se sepa, siempre que nosotras mismas no lo digamos. Esta, oyendo esto, teniendo ms ganas que la otra de probar qu animal era el hombre, dijo: -Pues bien, qu haremos? A quien aqulla repuso: -Ves que va a ser nona; creo que las sores estn todas durmiendo menos nosotras; miremos por el huerto a ver si hay alguien, y si no hay nadie, qu vamos a hacer sino cogerlo de la mano y llevarlo a la cabaa donde se refugia cuando llueve, y all una se queda dentro con l y la otra hace guardia? Es tan tonto que se acomodar a lo que queremos.

Masetto oa todo este razonamiento, y dispuesto a obedecer, no esperaba sino ser tomado por una de ellas. Ellas, mirando bien por todas partes y viendo que desde ninguna podan ser vistas, aproximndose la que haba iniciado la conversacin a Masetto, le despert y l incontinenti se puso en pie; por lo que ella con gestos halagadores le cogi de la mano, y l dando sus tontas risotadas, lo llev a la cabaa, donde Masetto, sin hacerse mucho rogar hizo lo que ella quera. La cual, como leal compaera, habiendo obtenido lo que quera, dej el lugar a la otra, y Masetto, siempre mostrndose simple, haca lo que ellas queran; por lo que antes de irse de all, ms de una vez quiso cada una probar cmo cabalgaba el mudo, y luego, hablando entre ellas muchas veces, decan que en verdad aquello era tan dulce cosa, y ms, como haban odo; y buscando los momentos oportunos, con el mudo iban a juguetear. Sucedi un da que una compaera suya, desde una ventana de su celda se apercibi del tejemaneje y se lo ense a otras dos; y primero tomaron la decisin de acusarlas a la abadesa, pero despus, cambiando de parecer y puestas de acuerdo con aqullas, en participantes con ellas se convirtieron del poder de Masetto; a las cuales, las otras tres, por diversos accidentes, hicieron compaa en varias ocasiones. Por ltimo, la abadesa, que todava no se haba dado cuenta de estas cosas, paseando un da sola por el jardn, siendo grande el calor, se encontr a Masetto (el cual con poco trabajo se cansaba durante el da por el demasiado cabalgar de la noche) que se haba dormido echado a la sombra de un almendro, y habindole el viento levantado las ropas, todo al descubierto estaba. Lo cual mirando la seora y vindose sola, cay en aquel mismo apetito en que haban cado sus monjitas; y despertando a Masetto, a su alcoba se lo llev, donde varios das, con gran quejumbre de las monjas porque el hortelano no vena a labrar el huerto, lo tuvo, probando y volviendo a probar aquella dulzura que antes sola censurar ante las otras. Por ltimo, mandndole de su alcoba a la habitacin de l y requirindole con mucha frecuencia y queriendo de l ms de una parte, no pudiendo Masetto satisfacer a tantas, pens que de su mudez si duraba ms podra venirle gran dao; y por ello una noche, estando con la abadesa, roto el frenillo, empez a decir: -Seora, he odo que un gallo basta a diez gallinas, pero que diez hombres pueden mal y con trabajo satisfacer a una mujer, y yo que tengo que servir a nueve; en lo que por nada del mundo podr aguantarlo, pues que he venido a tal, por lo que hasta ahora he hecho, que no puedo hacer ni poco ni mucho; y por ello, o me dejis irme con Dios o le encontris un arreglo a esto. La seora, oyendo hablar a este a quien tena por mudo, toda se pasm, y dijo: -Qu es esto? Crea que eras mudo. -Seora -dijo Masetto-, s lo era pero no de nacimiento, sino por una enfermedad que me quit el habla, y por primera vez esta noche siento que me ha sido restituida, por lo que alabo a Dios cuanto puedo. La seora le crey y le pregunt qu quera decir aquello de que a nueve tena que servir. Masetto le dijo lo que pasaba, lo que oyendo la abadesa, se dio cuenta de que no haba monja que no fuese mucho ms sabia que ella; por lo que, como discreta, sin dejar irse a Masetto, se dispuso a llegar con sus monjas a un entendimiento en estos asuntos, para que por Masetto no fuese vituperado el

monasterio. Y habiendo por aquellos das muerto el mayordomo, de comn acuerdo, hacindose manifiesto en todas lo que a espaldas de todas se haba estado haciendo, con placer de Masetto hicieron de manera que las gentes de los alrededores creyeran que por sus oraciones y por los mritos del santo a quien estaba dedicado el monasterio, a Masetto, que haba sido mudo largo tiempo, le haba sido restituida el habla, y le hicieron mayordomo; y de tal modo se repartieron sus trabajos que pudo soportarlos. Y en ellos bastantes monaguillos engendr pero con tal discrecin se procedi en esto que nada lleg a saberse hasta despus de la muerte de la abadesa, estando ya Masetto viejo y deseoso de volver rico a su casa; lo que, cuando se supo, fcilmente lo consigui. As, pues, Masetto, viejo, padre y rico, sin tener el trabajo de alimentar a sus hijos ni pagar sus gastos, por su astucia habiendo sabido bien proveer a su juventud, al lugar de donde haba salido con una segur al hombro, volvi, afirmando que as trataba Cristo a quien le pona los cuernos sobre la guirnalda.

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