Nabokov - Gloria (Tiempos Romanticos)

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VLADIMIR NABOKOV Gloria (Tiempos romnticos)

Ttulo de la edicin en lengua inglesa: Glory Traduccin: Romn Garca-Azcrate Publicado por Editorial Lumen PROLOGO A LA EDICIN INGLESA Este trabajo completa la serie de versiones inglesas que conforman el total de mis nueve novelas rusas (escritas en Europa occidental entre 1925 y 1937, y publicadas por sociedades emigres entre 1926 y 1902) que estn a disposicin de los lectores ingleses y norteamericanos. Quien observe la lista siguiente podr apreciar el dramtico vaco entre 1938 y 1959: Mashenka, 1926 (Mary, 1970) Korol', Dama, Valet, 1928 (King, Queen, Knave, 1968) Zashchita Luzhina, 1930 (The Defense, 1964) Soglyadatay, 1930 (The Eye, 1968) Podvig, 1932 (Glory, 1971) Kamera obscura, 1933 (Laughter in the Dark, 1936) Otchayanie, 1935 (Despair, 1966) Priglashenie na Kazn', 1936 (Invitation to a Beheading) (1959) Dar, 1952 (The Gift,1963) La presente traduccin al ingls es meticulosamente fiel al texto original. Trabajando a intervalos, mi hijo tard tres aos para hacer el primer borrador, despus de lo cual yo pas tres meses preparando una copia en limpio. Las grandes preocupaciones rusas por el movimiento y los gestos fsicos, caminar y sentarse, sonrer y mirar por-entre-las-pestaas, son especialmente notables en Podvig y esto dificult an ms nuestra tarea. 7 Comenc Podvig en mayo de 1930, inmediatamente despus de escribir Soglyadatay, y la complet a fines de ese ao. Sin hijos todava, mi esposa y yo alquilbamos un recibidor y un dormitorio en Luitpoldstrasse, Berln Oeste, en el triste y amplio piso del cojo General Von Bardeleben, un seor de edad que slo se dedicaba a resolver su rbol genealgico; su frente despejada tena un toque nabokoviano, y, en efecto, estaba emparentado con el conocido ajedrecista Bardeleben, cuya muerte se pareca a la de mi Luzhin. Un da a principios de verano, Ilya Fondaminski, editor jefe del Sovremennye Zapiski, fue all desde Pars para comprar el libro na kornyu, en estado de raz (como se dice de los sembrados de grano antes de la cosecha). Era revolucionario social, judo, ferviente cristiano, instruido historicista y enteramente amable (tiempo despus fue asesinado por los alemanes en uno de sus campos de exterminio), y cun vivamente recuerdo el esplndido gesto de deleite con que se golpe las rodillas antes de levantarse de nuestro sof de color verde apagado despus de que el trato se hubo cerrado. El ttulo inicial del libro (posteriormente reemplazado por el ms expresivo Podvig, proeza galante, noble hazaa) era Romanticheskiy vek, tiempos romnticos verdaderamente muy atractivo, que en parte haba yo elegido porque estaba cansado de or que los periodistas occidentales llamaban a nuestra era materialista, prctica, utilitaria, etc., pero principalmente porque el propsito de mi novela es enfatizar la emocin y el encanto que mi joven expatriado encuentra tanto en los placeres ms triviales como en las aventuras

aparentemente sin sentido de su vida solitaria. Para facilitar la tarea a cierto tipo de crticos (y particularmente para aquellos inocentes insulares a los que afecta mi trabajo, tan extraamente que se podra pensar que los hipnotic desde el aire para que hicieran gestos indecentes) sealar las faltas de la novela. Basta decir que, antes de caer en el falso exotismo o en la comedia frvola, Podvig se eleva hasta las alturas de la pureza y la melancola que slo he logrado en Ada, novela muy posterior. Qu relacin tienen los personajes de Podvig con los de mis otras catorce novelas?, puede preguntar quien busca el inters humano. Martin es el ms amable, ntegro y conmovedor de todos mis personajes jvenes, y la pequea Sonia, la de los opacos y oscuros ojos, el pelo spero y negro, debera ser aclamada por los expertos en las tentaciones y la ciencia del amor, como la ms extraamente atractiva de todas mis jvenes, aunque, obviamente, en un coqueteo variable y despiadado. Si bien hasta cierto punto Martin podra ser considerado como mi primo lejano (ms simptico que yo, pero tambin mucho ms ingenuo de lo que yo siempre he sido), con quien comparto ciertos recuerdos infantiles, ciertas preferencias y aversiones, sus desvados padres, per contra, no se parecen a los mos en ningn sentido racional. Respecto a los amigos de Cambridge, Darwin es una invencin total, al igual que Moon; pero Vadim y Teddy existieron en la realidad de mi propio pasado en Cambridge: los mencion en Speak, Memory, 1966, captulo XIII, penltimo prrafo, bajo sus iniciales N. R. y R. C, respectivamente. Los tres leales patriotas, dedicados a las actividades anti-bolcheviques, Zilanov, Iogolevich y Gruzinov, pertenecen a ese grupo de gente, politicamente situados algo a la derecha de los viejos terroristas y algo a la izquierda de los demcratas constitucionales, y tan lejos de los monrquicos por un lado como de los marxistas por el otro, que conoc muy bien en el ambiente de la revista que publicaba Podvig por entregas, pero ninguno es retrato exacto de un individuo en especial. Me siento obligado a establecer la justa determinacin de este tipo poltico (reconocido de inmediato, con la precisin inconsciente del conocimiento diario, por el inteligente ruso, principal lector de mis obras), ya que todava no puedo aceptar el hecho que merece ser conmemorado con un despliegue pirotcnico anual de sarcasmo y desprecio de que, mientras tanto, los intelectuales norteamericanos fueron condicionados por la propaganda bolchevique de modo que menospreciaran profundamente la vigorosa existencia de pensamiento liberal entre los expatriados rusos. (Es usted trotskista, entonces?, sugiri sagazmente en 1940 un escritor izquierdista en extremo limitado, en Nueva York, cuando dije que no estaba ni con los soviets ni con ningn zar.) El hroe de Podvig, sin embargo, no necesariamente se interesa por la poltica: ese es el primero de dos trucos geniales realizados por el sabio que cre a Martin. La realizacin personal es un tema fugal de su destino; l es as de raro: una persona cuyos sueos se convierten en realidad. Pero la satisfaccin personal est invariablemente impregnada de una conmovedora nostalgia. El recuerdo de las fantasas infantiles se mezcla con la espera de la muerte. El peligroso sendero que finalmente escoge Martin para entrar en la vedada Zoorlandia (sin conexin alguna con la Zembla de Nabokov!), slo contina el final ilgico del camino de cuento de hadas que serpentea a travs de los coloridos bosques de un cuadro en la pared del dormitorio de Martin. Es la gloria de una gran aventura y una proeza desinteresada, la gloria de esta tierra y su abigarrado paraso, la gloria del valor individual, la gloria del mrtir radiante. En nuestros das, cuando se desacreditan las teoras de Freud, el autor recuerda con asombro que no mucho tiempo atrs, se supona que la personalidad infantil se divida automticamente como consecuencia de la identificacin con los padres al divorciarse. La separacin de los padres de Martin no produce tal efecto en su mente, y slo a un tonto desesperado, bajo el sufrimiento de un anlisis angustioso, puede perdonrsele que relacione la carrera de Martin hacia la tierra paterna con la separacin de sus padres. No sera menos osado sealar, con uterina incertidumbre, que la madre de Martin y la muchacha a quien ama llevan el mismo nombre. Mi segundo toque mgico es ste: tuve mucho cuidado de no incluir el talento entre los numerosos dones que confer a Martin. Hubiera sido muy fcil convertirlo en un artista, en escritor. Fue muy difcil no hacerlo mientras le otorgaba la extraa sensibilidad que generalmente se asocia con la criatura creadora. Qu cruel fue evitar que encontrara en el arte no un escape (qu slo es una celda ms limpia en un piso ms tranquilo), sino un alivio del dolor de ser! Prevaleci la tentacin de realizar mi pequea proeza propia dentro del nimbo colectivo. El resultado me hace recordar un problema de ajedrez que plante hace tiempo. Su belleza radicaba en un primer movimiento paradjico: la reina blanca tena cuatro posiciones probables a su disposicin, pero en cualquiera de ellas se interpona en el camino

(una pieza tan poderosa, y se interpone en el camino! de uno de los caballos blancos en cuatro variantes de mate. En otras palabras, no pudiendo realizar ningn papel en el juego siguiente, tena que exilarse a una esquina neutral tras un pen inerte y permanecer all enclavada en la ociosa oscuridad. La construccin del problema fue diablicamente difcil. Como tambin fue Podvig. El autor confa en que los lectores prudentes no se zambullan vidamente en su autobiogrfica Speak, Memory en bsqueda de los mismos temas o similares escenarios. La diversin de Podvig est en todas partes. Debe buscarse en el eco y la unin de los hechos menores, en los cambios pasado-y-presente, que producen una ilusin de mpetu: en una vieja fantasa que se convierte en la bendicin de una pelota abrazada contra el pecho, o en la visin casual de la madre de Martin penando ms all del marco temporal de la novela en una abstraccin del futuro que el lector slo puede adivinar incluso despus de haberse precipitado a travs de los siete ltimos captulos, donde la regular locura de dobleces estructurales y un baile de mscaras entre todos los personajes culmina en un final furioso, aunque en el final mismo no sucede nada: slo un pjaro posado en una portezuela en la penumbra de un da de lluvia. V. N. 8 de diciembre de 1970. Montreux. 1 Por extrao que parezca, Edelweiss, el abuelo de Martin, era suizo: un suizo robusto, de poblado bigote, que hacia 1860 haba sido tutor de los hijos de un terrateniente de San Petersburgo, llamado Indrikov, y se haba casado con la menor de sus hijas. Al principio Martin crea que la blanca y aterciopelada flor alpina, esa nia mimada de los herbarios, llevaba el nombre en honor a su abuelo. Incluso tiempo despus no pudo abandonar totalmente esta idea. Recordaba a su abuelo claramente, pero slo de un modo y en una sola posicin: como un viejo corpulento, totalmente vestido de blanco, con tupidas patillas, sombrero de jipijapa y chaleco de piqu adornado con dijes (el ms atractivo era una daga del tamao de una ua), sentado en un banco delante de su casa, bajo la sombra inquieta de un tilo. Haba muerto en ese mismo banco, sosteniendo en la palma de la mano su querido reloj de oro, cuya tapa pareca un pequeo espejo. Lo haba sorprendido un ataque de apopleja en aquel gesto circunstancial y, segn la leyenda familiar, las manecillas se haban detenido en el mismo momento que su corazn. Durante varios aos, el recuerdo del abuelo Edelweiss se conserv en un grueso lbum con cubiertas de cuero; en su poca las fotografas eran de buen gusto, de elaborada preparacin. La operacin era algo muy serio; el paciente deba estar inmvil un largo tiempo y esperar a que le permitieran sonrer, en el momento de la instantnea. A la complejidad del heliograbado responden la gravedad y la firmeza de muchas de las varoniles poses del abuelo Edelweiss en aquellos retratos algo desvanecidos pero de muy buena calidad: el abuelo cuando era joven, con una perdiz recin cazada a sus pies; el abuelo montado en la yegua Daisy; el abuelo en un asiento rayado de la galera con un perro de caza negro, que se haba negado a permanecer inmvil y haba salido con tres colas en la fotografa. Recin en 1918 el abuelo Edelweiss desapareci por completo, ya que el lbum se consumi en llamas, al igual que la mesa en que estaba colocado, y, de hecho, la casa de campo que estpidamente quemaron los pastores de la villa cercana, en lugar de obtener algn beneficio del mobiliario. El padre de Martin era un famoso dermatlogo. Al igual que el abuelo, tambin era robusto y de piel muy blanca, le gustaba pescar gobios en su tiempo libre, y posea una magnfica coleccin de sables y dagas, as como largas y extraas pistolas, por causa de las cuales, otros que usaban armas ms modernas estuvieron a punto de ponerlo ante un pelotn de fusilamiento. A principios de 1918 comenz a hincharse y a respirar con dificultad, y finalmente muri alrededor del diez de marzo en circunstancias poco claras. Por aquel entonces su esposa Sofa y su hijo vivan cerca de Yalta: la ciudad ensayaba un rgimen hoy, otro maana, y as permanentemente, sin llegar a adoptar ninguno. Ella era una mujer joven, de piel rosada y pecosa, cabellos claros recogidos en un gran rodete, altas cejas que se ensanchaban hacia el puente de la nariz hacindose casi imperceptibles cerca de las sienes, y pequeos cortes (hechos para pendientes que ya no llevaba) en los alargados lbulos de sus delicadas orejas. Poco tiempo atrs, en la casa de campo del norte, todava sola jugar giles e intensos partidos de tenis en la cancha del jardn, construida en los aos ochenta. Durante el otoo pasaba largos ratos conduciendo una bicicleta Enfield de color negro sobre las crujientes alfombras de hojas secas y

enmohecidas que cubran las avenidas del parque. O si no, sala a caminar por la pintoresca carretera que una Olkhovo con Voskresensk y recorra el largo camino, muy querido desde su niez, elevando y dejando caer, como un caminante habituado, el extremo de su costoso bastn con mango de coral. En San Petersburgo se la conoca como ferviente anglfila y esta fama la deleitaba; discuta con elocuencia sobre temas como los boy scouts o Kipling y encontraba un placer especial en sus frecuentes visitas a la tienda inglesa Drew's, donde, ya en las escaleras, ante un gran cartel con una mujer que enjabonaba abundantemente la cabeza de un nio, el cliente era recibido por un maravilloso olor a jabn y a lavanda, mezclado con algo ms, con algo que haca pensar en baeras de goma plegables, balones de ftbol y budines de Navidad redondos y pesados, prolijamente envueltos. De all se desprende que los primeros libros de Martin estuvieran escritos en ingls: su madre aborreca la revista rusa para nios Zadnshevnoe Slovo (El mundo sincero), y haba inspirado en l tal aversin por las heronas de Madame Charski, jvenes y de cutis tan oscuro como sus ttulos de nobleza, que mucho tiempo despus Martin se mostraba receloso ante cualquier libro escrito por una mujer, porque senta que, aun los mejores, respondan al deseo inconsciente de alguna dama madura y tal vez regordeta de adoptar un nombre bonito y acurrucarse en un sof como una gatita. Sofa detestaba los diminutivos, mantena un estricto control sobre s misma para evitar usarlos y le molestaba que su marido dijera El niito tiene tosecillas otra vez... Veamos si tiene temperaturkci. La literatura infantil rusa abundaba en palabras que imitaban el balbuceo de los nios, cuando no pecaba de moralista. Si el apellido del abuelo de Martin floreca en las montaas, el origen mgico del apellido de soltera de su abuela estaba en el grito lejano de diversos volkovs (lobos), kunitsyns (martas) o belkins (ardillas), y perteneca a la fauna de la fbula rusa. En otros tiempos por nuestro pas merodeaban bestias maravillosas. Pero Sofa pensaba que los cuentos de hadas rusos eran toscos, crueles y miserables; que las canciones populares rusas eran tontas y las adivinanzas idiotas. No crea en la famosa niera de Pushkin y deca que la haba inventado el poeta, al igual que sus cuentos de hadas, sus agujas de tejer y su dolor de corazn. Por tal motivo, Martin no pudo familiarizarse en su primera infancia con algo que, posteriormente, a travs de las ondas prismticas de la memoria, agregara un nuevo encanto a su vida. Sin embargo, no le faltaron encantos, ni tuvo motivos para quejarse de que no fuera Rusln, el caballero errante ruso, sino su hermano occidental, quien despertara su imaginacin de nio. Pero qu poda importar entonces de dnde provena el suave impulso que incita el alma al movimiento y la echa a andar, condenndola a no detenerse nunca? 2 Sobre la brillante pared, encima de la estrecha camita de nio, con sus redes laterales de cuerda blanca y el pequeo icono en la cabecera (el rostro moreno de un santo, barnizado y enmarcado en oropel, con el reverso de felpa roja un tanto comido por las polillas, o tal vez por el mismo Martin), colgaba una acuarela que representaba un espeso bosque con un sendero sinuoso que se perda dentro de su propia profundidad. En uno de los libros ingleses que su madre sola leerle (cuan lenta y misteriosamente pronunciaba las palabras y cmo abra los ojos cuando llegaba al final de una pgina, y mientras la cubra con su mano pequea, ligeramente pecosa, preguntaba: Y qu crees que sucedi entonces?) haba un cuento sobre un cuadro parecido a aqul, con un sendero en el bosque, justo sobre la cama de un nio, quien, en una noche estrellada, tal como estaba, con su camisa de dormir, haba salido de la cama y entrado en el cuadro, haba caminado por el sendero y haba desaparecido en el bosque. Su madre pensaba Martin ansiosamente podra descubrir la similitud entre la acuarela de la pared y la ilustracin del libro; entonces se alarmara y, de acuerdo a los clculos de Martin, quitara el cuadro para impedir el viaje nocturno. Por eso, cada vez que rezaba en la cama antes de dormirse (primero vena una corta plegaria en ingls: Buen Jess, benigno y humilde, escucha a este niito, y luego el Padre Nuestro en la sibilante, y sibilina, versin eslava), dando pasitos cortos y rpidos, y tratando de poner sus rodillas sobre la almohada inadmisible, segn su madre, en el terreno asctico, Martin rogaba a Dios que ella no reparara en el tentador sendero que estaba sobre su cabeza. Cuando de joven recordara el pasado, se preguntara si alguna noche no habra saltado desde la cama hasta el cuadro, y si se no habra sido el comienzo del viaje, pleno de dicha y angustia, en que se haba convertido su vida entera. Le parecera recordar el contacto con el suelo helado, la verde penumbra del bosque, las curvas del sendero (cruzado de tanto en tanto por alguna raz grande y protuberante), los troncos de los rboles pasando rpidamente a su lado mientras corra descalzo entre ellos, y el extrao aire oscuro, lleno de fabulosas posibilidades. La abuela Edelweiss, Indrikov de soltera, haba hecho esmerados trabajos con acuarelas en

su juventud, pero, mientras mezclaba en su paleta de porcelana la pintura azul con la amarilla, difcilmente haba podido prever que un da, por ese verdor naciente, vagara su nieto. El estremecimiento que descubri Martin, y que lo acompa durante toda su vida desde ese momento, en diversas manifestaciones y matices, result ser el mismo sentimiento que su madre esperaba despertar en l, aunque incluso a ella misma le hubiera sido difcil darle un nombre exacto; saba que cada noche debera alimentar a Martin con lo que ella misma haba sido alimentada por su difunta institutriz, la vieja y sabia seora Brook, cuyo hijo haba cultivado orqudeas en Borneo, volado en globo sobre el Sahara y muerto en un bao turco al explotar la caldera. Ella lea y Martin escuchaba, arrodillado sobre una silla, con los codos apoyados sobre la mesa redonda que iluminaba una lmpara; y era muy difcil dejar de leer y llevarlo a la cama, pues l siempre le peda que siguiera leyendo. A veces lo llevaba sobre la espalda hasta su cuarto en el piso superior: esto se llamaba cargar el leo. A la hora de acostarse, Martin reciba una galleta inglesa de una caja de lata forrada con papel azul. Las de la primera capa eran de una maravillosa variedad, recubiertas con azcar; luego haba galletas de jengibre y coco; y la triste noche en que llegaba a la capa inferior tena que conformarse con una variedad de tercera clase, vulgar e inspida. Martin no malgastaba nada: ni las crujientes galletas inglesas ni las aventuras de los caballeros del Rey Arturo. Qu momento sin igual era aquel en que un mancebo tal vez un sobrino de Sir Tristam? se pona por primera vez, pieza por pieza, su convexa y brillante armadura y se diriga hacia su primer combate! Tambin estaban esas distantes islas circulares en las que una damisela miraba desde la playa con sus vestidos ondeando al viento y un halcn encapuchado posado en su mueca. Y Simbad con su pauelo rojo y su aro de oro; y la serpiente marina, con sus cilindricos segmentos verdes combndose fuera del agua hacia el horizonte. Y el nio que hallaba el sitio donde el fin del arco iris se encontraba con el suelo. Y, como un eco de todo esto, como imagen en cierto modo relacionada con ello, estaba la magnfica maqueta de un coche cama de paredes marrones en el escaparate de la Socit des Wagons-lits et des Grands Express Europens de la Avenida Nevsky, por donde uno haba caminado en un da triste y helado, mientras caan delgados hilos de nieve, y haba tenido que llevar pantalones para la nieve, de punto, negros, sobre los calcetines y los pantalones cortos. 3 La madre amaba a Martin con tanto celo, con tanta violencia y tanta intensidad que su corazn pareca quedar ronco. Cuando su matrimonio fracas y ella comenz a vivir sola con Martin, l sola ir a visitar a su padre, los domingos, a su antiguo apartamento, donde pasaba largo tiempo con las pistolas y las dagas, mientras su padre lea el peridico impasiblemente y de vez en cuando responda sin levantar los ojos: S, est cargada o S, envenenada. En esas ocasiones Sofa apenas poda soportar el quedarse en casa, atormentada por la ridcula idea de que su indolente marido tratara de hacer algo para retener a Martin a su lado. Por otra parte, Martin era muy carioso y amable con su padre, a fin de hacerle ms llevadero el castigo, pues crea que su padre haba sido confinado por un delito cometido una tarde de verano, en su casa de campo, cuando le hizo algo al piano que lo haba hecho emitir un sonido absolutamente estremecedor, como si alguien le hubiera pisado el rabo, y al da siguiente se haba ido a San Petersburgo para no regresar jams. Esto ocurri el mismo ao en que el Gran Duque de Austria fue asesinado en un serrallo. Martin haba imaginado muy precisamente aquel serrallo y su divn, y al Gran Duque con un sombrero de plumas, defendindose con su espada de media docena de conspiradores envueltos en sus capas negras, y se desilusion cuando su error se hizo evidente. El golpe en el piano haba ocurrido durante su ausencia: estaba en el cuarto contiguo, cepillndose los dientes con una gruesa pasta dentfrica, espumosa y dulzona, a la que la inscripcin en ingls haca especialmente atractiva: No podamos mejorar el dentfrico; por eso mejoramos el tubo. Efectivamente, la apertura tena forma de ranura, de modo que la pasta, segn se presionaba el tubo, no se deslizaba sobre el cepillo como un gusano sino como una cinta. El da en que la noticia de la muerte de su esposo la sorprendi en Yalta, Sofa recordaba ntegramente aquella ltima discusin con su marido, en cada detalle y en cada matiz. El haba estado sentado junto a una pequea mesa de mimbre, examinando las yemas de sus dedos cortos y separados, y ella le haba estado diciendo que no podan seguir ms de ese modo, que haca tiempo que se haban convertido en extraos, y que estaba deseando llevarse a su hijo e irse, incluso al da siguiente. Su esposo haba sonredo indolentemente y con una voz calma y ligeramente ronca haba respondido que ella tena razn, por desgracia, y haba dicho que se ira y que buscara un apartamento en la ciudad. Su voz calma, su plcida obesidad, y sobre todo la lima con la que mutilaba sin cesar sus delicadas uas,

sacaban de quicio a Sofa, y la tranquilidad con que discutan su separacin le pareca monstruosa, si bien el dilogo violento o las lgrimas hubieran sido an ms terribles. Al cabo de unos instantes, l se haba levantado y, sin dejar de limarse las uas, haba comenzado a pasearse por el cuarto, de un lado para otro, hablando con una leve sonrisa en los labios sobre los detalles domsticos ms pequeos de su futura existencia separada (y aqu, un carruaje para la ciudad haba jugado un papel absurdo). Luego, sbitamente y sin motivo alguno, al pasar por el piano abierto, haba golpeado el puo con toda su fuerza contra el teclado y haba parecido como si un disonante aullido se hubiera colado dentro de la habitacin por una puerta momentneamente abierta. Despus de esto haba retomado la frase interrumpida con el mismo tono de voz calmo, y al volver a pasar por el piano haba bajado la tapa cuidadosamente. La muerte de su padre, a quien no quera mucho, haba impresionado a Martin por la sencilla razn de que no lo haba querido como deba; y, adems, no poda evitar pensar que su padre haba muerto en desgracia. Fue entonces cuando Martin comprendi por primera vez que la vida humana corra haciendo zig-zags, que ahora haba pasado la primera curva, y que su propia vida se haba transformado en el instante en que, estando en el paseo de los cipreses, su madre lo llam a la terraza y con voz extraa le dijo: He recibido una carta de Zilanov. Y luego continu en ingls: Debes ser valiente... muy valiente. Se trata de tu padre... Ha muerto. Martin se puso plido y sonri confusamente. Despus vag largo rato por el parque Voronstsov, repitiendo de vez en cuando un sobrenombre infantil que una vez haba dado a su padre, y tratando de imaginar e imaginando con una clida lgica de ensueo que su padre estaba a su lado, frente a l, detrs de l, bajo aquel cedro, all, en el declive de aquel prado, muy cerca, muy lejos, en todas partes. Haca calor, pese a que poco tiempo atrs haba arreciado una fuerte tormenta con lluvias. Alrededor de los arbustos de nsperos zumbaban los moscardones. Un cisne negro y arisco flotaba en la laguna, moviendo de lado a lado un pico tan rojo que pareca pintado. Los ptalos de los almendros haban cado sobre la tierra oscura del sendero mojado, y se destacaban, plidos, como las almendras en el pan de jengibre. No lejos de algunos cedros enormes, creca un solitario abedul, con la peculiar inclinacin del follaje que slo tienen esos rboles (como si una muchacha hubiera dejado caer hacia un lado su cabello para peinarlo y se hubiera quedado inmvil). Un pjaro rayado como las cebras pas suavemente, extendiendo y juntando la cola. El aire resplandeciente, las sombras de los cipreses (rboles viejos, con un tono herrumbroso y diminutas pinas semiescondidas bajo sus capas); el cristal negro de la laguna, en la que se extendan los crculos concntricos que rodeaban al cisne; el azul radiante en el que se elevaba el monte Petri, luciendo un ancho cinturn de pinos: todo estaba penetrado por un placer agonizante, y a Martin le pareci que, de algn modo, su padre jugaba parte en la distribucin de luz y sombras. Si tuvieras veinte aos en vez de quince le dijo su madre esa tarde, si ya hubieras terminado el colegio y yo ya no viviera, entonces, podras, por supuesto... Creo que sera tu deber... Se detuvo en mitad de la oracin, pensando en el Ejrcito Blanco y viendo con el ojo de su mente las praderas rusas del sur y jinetes con gorros de cosaco, entre los que desde lejos trataba de reconocer a Martin. Pero, gracias a Dios, l estaba cerca suyo, con una camisa de cuello abierto, el cabello cortado casi al cero, la piel tostada por el sol y pequeas lneas sin broncear que partan de los extremos de sus ojos. Mientras que, por otra parte, si regresamos a San Petersburgo... continu en tono de pregunta, pero en alguna estacin annima explot una bomba y la locomotora tuvo que retroceder. Probablemente todo esto termine algn da agreg tras una pausa. Mientras tanto debemos pensar en algo. Me voy a nadar dijo Martin, en tono conciliatorio. Toda la pandilla est all, Nicky, Lida. S, claro, ve repuso Sofa. Despus de todo, la revolucin terminar algn da y ser extrao recordarla. Nuestra estada en Crimea le ha sentado magnficamente a tu salud. Y de algn modo terminars tus clases en la escuela superior de Yalta. Mira aquel risco, no queda hermoso con esa luz? Esa noche madre e hijo no pudieron dormir, y ambos pensaron en la muerte. Sofa trataba de pensar en silencio, es decir, sin sollozar ni suspirar (la puerta del cuarto de su hijo estaba entreabierta). Nuevamente record, puntillosamente y en detalle, todo lo que haba conducido a su separacin de Edelweiss. Repasando cada instante, vio claramente que en tal o cual circunstancia no poda haber actuado de otro modo. Pero an la acechaba un error, escondido en alguna parte: si no se hubieran separado, l no habra muerto as, solo en un cuarto vaco, sofocndose, desvalido, recordando tal vez el ltimo ao de felicidad (una felicidad bastante relativa, sin embargo) y el ltimo viaje al extranjero, a Biarritz, la excursin

a Croix-de-Mougure y las pequeas galeras de Bayonne. Ella crea firmemente en cierto poder que guardaba la misma semejanza con Dios que la casa de un hombre a quien uno nunca ha visto, sus pertenencias, su invernadero y sus colmenas, su voz distante, oda al azar en un campo abierto, guardan con su dueo. Llamar Dios a ese poder la habra incomodado, as como hay Pedros e Ivanes incapaces de pronunciar Perico o Vanya sin una sensacin de falsedad, mientras que hay quienes, en una larga conversacin, repiten con gusto sus propios nombres, o peor, sus sobrenombres, veinte veces o ms. Este poder no tena relacin con la Iglesia, ni absolva o purgaba pecado alguno. Era slo que, a veces, Sofa senta vergenza en presencia de un rbol, una nube, un perro, o el aire mismo, que transportaba tanto una palabra dura como una amable. Y ahora, mientras pensaba en su desagradable y mal querido esposo y en su muerte, aun cuando repeta las palabras de las oraciones que le eran familiares desde su niez, esforzaba de tal modo todo su ser ayudada por dos o tres recuerdos felices, a travs de la niebla, a travs de grandes espacios, a travs de todo aquello que seguira incomprensible para siempre que podra haber besado a su marido en la frente. Nunca discuta abiertamente este tipo de cosas con Martin, pero siempre senta que a travs de su voz y de su amor, cualquier otra cosa de la que hablaran creaba en l el mismo sentimiento de divinidad que habitaba en ella. Acostado en el cuarto contiguo y fingiendo roncar para que su madre no supiera que estaba despierto, Martin tambin record cosas horripilantes, tambin trat de comprender la muerte de su padre y de atrapar un puado de ternura postuma en la oscuridad de la habitacin. Pensaba en su padre con toda la fuerza de su alma, e incluso haca algunos experimentos: si en este instante cruje una madera del piso o hay algn golpe, es que me est escuchando y me responde. Asustado, Martin aguardaba el golpe. La proximidad del aire nocturno lo oprima; poda or el romper de las olas; los mosquitos emitan su agudo quejido. O bien, con absoluta claridad, vea sbitamente la cara redonda de su padre, sus quevedos, el prolijo corte de cabello, el botn carnoso de su verruga junto a una de las ventanas de la nariz y el brillante anillo formado por dos serpientes de oro alrededor del nudo de la corbata. Luego, cuando el sueo lo venci, se encontr sentado en un aula con los deberes sin hacer, mientras Lida se rascaba ociosamente la rodilla y le deca que los georgianos no tomaban helados: Gruziny ne edyat tnorozhenogo. 4 No inform a Lida ni a su hermano de la muerte de su padre, porque dudaba pudiera expresar la noticia naturalmente, mientras que contarla emocionado hubiera sido indecoroso. Desde su ms temprana niez, su madre le haba enseado que tratar en pblico una experiencia emocional profunda que al aire libre se disipa y desaparece de inmediato y, curiosamente, se vuelve similar a una experiencia anloga del interlocutor no slo era vulgar, sino, adems, un pecado en contra del sentimiento. Sofa detestaba las cintas de las coronas fnebres con inscripciones plateadas tales como A nuestro joven hroe o A nuestra inolvidable y querida hija, y reprobaba a esa gente, muy sosegada pero fastidiosamente sentimental, que cuando pierde a un ser querido cree posible derramar lgrimas en pblico mientras que en otro momento, en un da de buena suerte, aun cuando por dentro salten de alegra, jams se permitiran prorrumpir en risas frente a cualquier extrao que pase. Una vez, cuando tena alrededor de ocho aos, Martin haba intentado cortar el pelo a un perrito lanudo y sin querer le haba cortado una oreja. Demasiado turbado para explicar que simplemente haba querido recortar los mechones sobrantes antes de que el perro pareciera un tigre, Martin afront la indignacin de su madre con un silencio estoico. Ella le orden bajarse los pantalones e inclinar el torso hacia delante. El lo hizo en completo silencio, y en completo silencio ella lo castig con una fusta de cuerda de tripa. Despus l se subi los pantalones y ella le ayud a abotonrselos al chaleco, pues Martin haba comenzado a hacerlo mal. Despus l sali, y recin all, en el parque, permiti que su corazn sollozara y las lgrimas se mezclaran con los arndanos. Mientras tanto la madre lloraba en su alcoba y por la tarde apenas pudo contener nuevas lgrimas, cuando un Martin regordete y muy alegre jug en la baera con un cisne de celuloide y al rato se incorpor para que le enjabonara la espalda y ella pudo ver las marcas de color rosa vivo sobre sus tiernas nalgas. Dicho castigo slo tuvo lugar una vez y Sofa no volvi a alzar la mano para amenazar a su hijo con pegarle por tal o cual diablura insignificante como hacan las madres francesas y alemanas. Martin, que haba aprendido tempranamente a reprimir las lgrimas y ocultar las emociones, sorprenda a sus maestros por su insensibilidad. A su vez, pronto descubri en s un rasgo que se sinti obligado a ocultar con particular tenacidad, y que a los diecisis aos, en

Crimea, sera causa de algunos tormentos. Martin notaba que en ciertas ocasiones tena tanto miedo de parecer poco hombre, de que lo creyeran un cobarde, que involuntariamente reaccionaba del modo exacto en que lo hara un cobarde: la sangre dejaba su rostro, las piernas le temblaban y el corazn le lata rpidamente. Aunque admita no poseer una innata y genuina sang-froid, se resolvi firmemente a comportarse siempre como en su lugar lo hara un hombre temerario. Al mismo tiempo, la vanidad y el amor propio se desarrollaban noblemente en l. Kolya, el hermano de Lida, a pesar de tener la misma edad de Martin, era muy delgado y bajo. Martin pensaba que poda derribarlo sin mayor esfuerzo. Y sin embargo, la posibilidad de una derrota casual lo pona tan nervioso, la imaginaba de un modo tan horriblemente claro, que jams habl de iniciar una lucha con l. No obstante, aceptara de buena gana el desafo de Ivanov, un oficial de caballera de veinte aos, con msculos como piedras redondas (muerto seis meses ms tarde en la batalla de Melitopol), que lo tratara con dureza, despiadadamente, y, tras una agobiadora pelea, lo apretara, colorado y jadeante, contra la hierba. Tambin hubo aquella noche, aquella clida noche de Crimea, con el azul oscuro de los cipreses resaltando sobre el blanco tiza de las fantasmales paredes trtaras bajo la luz de la luna, en la que, yendo Martin camino a su casa desde Adreiz, donde viva la familia de Lida, en una curva del camino arenoso que llevaba hacia la carretera apareci bruscamente una figura humana y una voz profunda pregunt: Quin anda all? Martin not disgustado que su corazn daba un vuelco. Aja, debe ser Dedman el Trtaro agreg la voz, y un rostro de hombre avanz rasgando amenazadoramente la negra trama de sombras. No dijo Martin. Djeme pasar, por favor. Pues yo digo que eres Dedman-Akhmet insisti el otro, en un tono sereno pero spero, y un rayo de luna permiti ver que el hombre tena un gran revlver en la mano. Muy bien... Ponte contra la pared dijo el desconocido, cuya voz no era ya amenazadora, sino conciliatoria y vulgar. Las sombras volvieron a cubrir la plida mano y el arma, pero en el lugar en que stas haban estado quedaba una mancha reluciente. Martin se hallaba frente a dos alternativas. La primera era insistir en una explicacin; la segunda, escabullirse en la oscuridad y correr. Creo que me ha confundido con otra persona dijo incmodamente, y dio su nombre. Contra la pared, contra la pared chill el hombre. No hay ninguna pared aqu seal Martin. Esperar hasta que haya alguna afirm enigmticamente el hombre y, con un crujido de guijarros, se sent o se arrodill: era imposible determinarlo en la oscuridad. Martin permaneci donde estaba, sintiendo un ligero escozor en el lado izquierdo de su pecho, adonde deba estar apuntando el ahora invisible can del arma. Un solo movimiento y te mato murmur el hombre, agregando algo ininteligible. Martin se qued quieto un rato, y luego un rato ms largo, tratando de pensar qu hara en su lugar un hombre osado y desarmado. No se le ocurri nada, pero sbitamente pregunt: Quiere un cigarrillo? Llevo algunos conmigo. No saba cmo se le haba escapado aquello e inmediatamente se sinti avergonzado, especialmente porque el ofrecimiento haba quedado sin respuesta. Entonces decidi que la nica forma de redimir sus vergonzosas palabras era hacer frente al hombre, y abatirlo de un golpe si era necesario, pero, en cualquier caso, pasar. Pens en la partida de campo programada para el da siguiente, en las piernas de Lida, uniformemente cubiertas por un tostado terso y suave de color oro rojizo, e imagin que tal vez su propio padre estuviera esperndolo esa noche, que tal vez estuviera haciendo algn tipo de preparativos para su encuentro: y aqu Martin se sorprendi sintiendo una extraa hostilidad hacia su padre, por la que se reprochara, despus, largo tiempo. Poda orse el murmullo del mar, con el romper de las olas regularmente espaciado; sonoros grillos empeados en una mecnica competencia de chirridos; y all estaba aquel imbcil en la oscuridad. Martin, como l mismo acababa de advertir, tena la mano puesta sobre el corazn; llamndose cobarde una ltima vez, se lanz bruscamente hacia adelante. No ocurri nada. Tropez con la pierna del hombre, pero ste no la apart: estaba sentado con la espalda arqueada, la cabeza inclinada, roncando suavemente, y despeda un espeso y rico olor a vino. Despus de llegar sano y salvo a su casa y haber disfrutado de un buen sueo, a la maana siguiente, en el balcn rodeado por la wistaria, Martin lament no haber desarmado al borracho inerte: hubiera sido bonito exhibir enigmticamente el revlver confiscado. Sigui disgustado consigo mismo porque, en su opinin, no haba podido estar totalmente a la altura de las circunstancias al encontrarse con el peligro largamente esperado. Cuntas veces, en la ruta de sus sueos, llevando antifaz y grandes botas, haba detenido tanto a diligencias como a importantes berlinas, o jinetes, y luego haba distribuido los ducados de los mercaderes entre la gente pobre! En su poca de capitn de una corveta pirata, haba

peleado con una sola mano y de espaldas al mstil mayor contra la arremetida de la tripulacin amotinada. Haba sido enviado a las profundidades del frica en busca de un explorador desaparecido, y, cuando finalmente pudo encontrarlo en la jungla virgen de una regin sin nombre, fue hacia l con una corts reverencia, haciendo gala de gran dominio de s mismo. Haba escapado de campos de trabajos forzados a travs de pantanos tropicales, haba marchado hacia el polo en medio de asombrados y erguidos pinginos, haba montado un corcel enjabonado y con el sable desenvainado haba sido el primero en abrirse paso en el Mosc insurgente. Y ahora Martin se sorprenda embelesado en rememorar el absurdo y bastante inspido incidente nocturno, que no guardaba ms relacin con la vida real que l haba vivido en sus fantasas, que la que tiene un sueo incoherente con la realidad plena y autntica. Y del mismo modo en que ciertas veces contamos un sueo embellecindolo, suavizando aqu, redondeando all, como para elevarlo al nivel de lo plausible o del absurdo realista, Martin, al referir la historia de su encuentro nocturno (aunque, en el fondo, no quera hacerlo pblico), pint al extrao ms sombro, al revlver ms funcional, y a sus propias palabras ms ingeniosas. 5 Al da siguiente, mientras se pasaba una pelota de ftbol de aqu para all con Kolya o buscaba con Lida, en la pedregosa playa, curiosidades marinas (una piedrecilla redonda con un cinturn de color, una pequea herradura granulosa y de un marrn rojizo por el herrumbre, fragmentos verde plido de vidrio de botella pulidos por el mar, que le recordaban su niez y Biarritz), Martin reflexion sobre la aventura nocturna, dud que hubiera ocurrido realmente, y la impuls cada vez ms decididamente hacia esa regin en la que todo lo que l haba escogido del mundo para uso de su alma echaba races y comenzaba a vivir una existencia independiente y maravillosa. Una ola se hencha, herva con la espuma y caa rotundamente, desparramndose y corriendo por las ripias. Despus, no pudiendo llegar ms lejos, se deslizaba hacia atrs, provocando el ruido sordo las ripias que despertaba; y apenas haba retrocedido cuando una nueva ola, igualmente redonda, con el mismo chapoteo alegre, llegaba, rompa y se extenda como una capa transparente hasta el lmite que tena fijado. Kolya arrojaba un trozo de tabla que haba encontrado para que Lady, la perrita fox-terrier, se lo trajera de vuelta, y sta levantaba ambas patas delanteras y brincaba en el agua antes de proceder a nadar tensamente. La ola siguiente la sorprenda, envindola poderosamente hacia atrs y depositndola en la total seguridad de la playa. Despus se quedaba goteando sobre las ripias, frente a la madera que el mar le haba arrancado, y se sacuda violentamente. Mientras los dos muchachos nadaban en cueros, Lida, que se haba baado esa maana con su madre y Sofa, mucho ms temprano, se retir a unas rocas que llamaba Ayvazovskian en honor a los paisajes marinos de ese pintor. Kolya nadaba con movimientos desparejos, al estilo trtaro, en tanto que Martin se enorgulleca del crol correcto y veloz que le haba enseado un profesor particular ingls durante su ltimo verano en el norte. Sin embargo, ninguno de los muchachos se alejaba mucho de la costa, aun cuando, con respecto a esto, una de las fantasas ms caras de Martin era un mar desolado y tormentoso, despus de un naufragio, en el que l, solo en la oscuridad, sostena a flote a una muchacha criolla con quien la noche anterior haba bailado el tango sobre cubierta. Era sumamente agradable echarse despus de un bao sobre las piedras calientes y mirar, con la cabeza vuelta hacia atrs, los cipreses enclavados como negras dagas en el cielo. Kolya, hijo de un doctor de Yalta, que haba pasado toda su vida en Crimea, tomaba estos cipreces, el cielo esttico y el mar maravillosamente azul con sus deslumbrantes escamas metlicas, como algo natural y rutinario, y a Martin le era difcil atraerlo hacia sus juegos favoritos, transformndolo en el esposo de la muchacha criolla, casualmente arrastrado por la corriente hasta la isla deshabitada. A la tarde treparan por entre los angostos senderos de cipreces hasta Adreiz. La villa, grande y ridcula con sus cuantiosas escaleras, pasadizos y galeras (su construccin era tan divertida que uno a veces no saba en qu nivel estaba, o tal vez, subiendo unos pocos escalones de repente se encontraba, no en el entresuelo, sino en la terraza del jardn), siempre estaba iluminada por una amarillenta lmpara de petrleo y desde la veranda principal poda orse el tintineo de la vajilla. Lida se pasara al grupo de los mayores. Kolya se atracara de comida y se ira inmediatamente a dormir. Martin se sentara en la penumbra de los ltimos escalones, comiendo cerezas de su mano, escuchando con atencin las voces alegres y vivaces, las carcajadas de Ivanov, la charla agradable de Lida y una discusin entre su padre y el pintor Danilevski, un locuaz tartamudo. En general los huspedes eran numerosos: risueas muchachas con alegres pauelos, oficiales de Yalta y vecinos viejos y miedosos, que el invierno ltimo se haban retirado en masse a las montaas durante una

incursin de los rojos. Nunca estaba claro quin haba trado a quin, ni quin era amigo de quin, pero la hospitalidad de la madre de Lida, una mujer poco notable que usaba gafas y gorguera, no conoca fronteras. De esta suerte, un da apareci Arkady Zaryanski, un hombre flaco y plido como un cadver, que tena alguna que otra relacin con el teatro: uno de esos personajes absurdos que recorren los frentes de batalla dando recitales de poesa con acompaamiento musical, programan representaciones en la vspera de la devastacin de una ciudad, salen corriendo a comprar charreteras y vuelven en cambio, resoplando felices, con un sombrero de copa milagrosamente obtenido para el ltimo acto de Sueo de amor. Haba empezado a perder el pelo y tena un perfil fino y dinmico, pero en face comenzaba a ser menos apuesto: bajo sus ojos color de barro colgaban dos bolsas y le faltaba un incisivo. En cuanto a su personalidad, era un hombre gentil, amable y sensitivo, y esa noche, cuando todos salieron a dar un paseo, cantara en un aterciopelado tono bartono la romanza que comienza diciendo: Recuerdas nuestras horas en la playa, el sol encenda el cielo con franjas escarlata, o contara un chiste armenio en la oscuridad, y en la oscuridad alguien reira. Al encontrarlo por primera vez, Martin reconoci en l, con asombro y aun con cierto horror, al borracho que lo haba invitado a colocarse contra la pared para dispararle, pero aparentemente Zaryanski no recordaba nada, de modo que la identidad de Dedman qued en la oscuridad. Zaryanski era un excepcional bebedor y se volva violento cuando estaba en copas, pero el revlver, que un da reapareci durante una partida de campo en una meseta cercana a Yalta, una noche impregnada de luz de luna, chirrido de grillos y vino moscatel, result tener el cilindro vaco. Durante largo tiempo Zaryanski continu gritando, amenazando y murmurando, hablando de cierto amor fatal suyo. Lo cubrieron con un levitn militar y se fue a dormir. Lida se sent cerca de la fogata, con el mentn apoyado entre las manos y con sus ojos brillantes y danzarines, de un castao rojizo por las llamas, mirando saltar las chispas. Al cabo de un rato, Martin se incorpor, ascendi una oscura cuesta con csped y camin hacia el borde del precipicio. Bajo sus pies vio un abismo totalmente negro, y ms all el mar, que pareca elevarse y aproximarse, con la estela de la luna llena: la huella de turco, que se extenda en el centro y se angostaba al llegar al horizonte. A la izquierda, separadas por la misteriosa y lbrega distancia, las luces de Yalta rielaban como diamantes. Cada vez que se volva, Martin vea no lejos de all el incansable y flamante lecho del fuego, las siluetas de la gente a su alrededor, y la mano de alguien que agregaba una rama. Los grillos seguan chirriando; de tanto en tanto llegaba una vaharada de enebros ardientes; y sobre la negra estepa alpestrina, sobre el sedoso mar, el cielo enorme que todo lo cubra y al que las estrellas daban un color gris paloma, haca que uno girara la cabeza hacia l. Entonces, sbitamente, Martin volvi a experimentar una sensacin que haba percibido ms de una vez en su niez: una incontenible intensificacin de todos sus sentidos, un impulso arrebatador y mgico, la presencia de algo, slo por lo cual vala la pena vivir. 6 La estela centelleante de aquella luna lo seduca del mismo modo que el sendero en el bosque del cuadro de su cuarto de nio. Y el enjambre de luces de Yalta entre la extensa negrura, de composicin y poderes desconocidos, tambin le recordaban una impresin que haba tenido en su niez: a la edad de nueve aos, vestido slo con su camisa de dormir y con los pies helados por el fro, estaba arrodillado frente a la ventanilla de un coche cama; el Sud Express atravesaba velozmente la campia francesa. Sofa, despus de haber puesto a su hijo en la cama, se haba reunido con su esposo en el coche comedor. La criada dorma profundamente en la litera superior. Estaba oscuro en el estrecho compartimiento; la pantalla flexible de pao azul dejaba pasar slo un poco de luz de la lmpara de noche. Sus borlas se balanceaban y las paredes crujan levemente. Tres escurrirse de las sbanas, Martin haba reptado por la alfombra hasta la ventanilla y haba levantado la cortina de cuero. Para esto haba tenido que soltar un broche, tras lo cual la cortina se haba deslizado suavemente. Temblaba de fro y le dolan las rodillas, pero no poda apartarse de la ventanilla, ms all de la cual pasaban fugazmente las laderas oblicuas de la noche. Fue entonces cuando de repente vio lo que ahora recordaba en la meseta de Crimea: un puado de luces en la distancia, en el doblez de la oscuridad entre dos colinas. Las luces se escondan y reaparecan, luego volvan titilando en una direccin completamente distinta y bruscamente se desvanecan, como si alguien las hubiera cubierto con un pauelo negro. Pronto el tren fren y se detuvo. Dentro del coche se hicieron audibles varios ruidos extraamente

incorpreos: conversaciones montonas, toses; luego, la voz de su madre lleg desde el pasillo; y, deduciendo que sus padres deban de estar regresando del coche comedor y podan de paso echar una ojeada en el compartimiento adyacente, Martin volvi a meterse en la cama. Poco ms tarde el tren comenz a moverse, pero luego se detuvo un buen rato, emitiendo un suspiro de alivio muy largo y sibilante, y, simultneamente, al oscuro compartimiento llegaron plidas franjas de luz. Martin serpente nuevamente hacia la ventanilla: vio el andn iluminado de una estacin; un hombre pasaba haciendo rodar una carretilla para equipajes con un sordo traqueteo, y sobre la carretilla de hierro haba un canasto con la misteriosa inscripcin FRGIL. Varias moscas de agua y una gran polilla giraban alrededor de un farol de gas. A lo largo del andn caminaban oscuras personas, conversando al pasar de cosas desconocidas. Despus se oy el ruidoso choque de los topes del vagn y el tren se puso en marcha. Los faroles pasaban y desaparecan; tambin pas una pequea estructura con una fila de palancas en el interior y muy iluminada. El tren se bamboleaba ligeramente cada vez que se desviaba a otros rieles. Al otro lado de la ventanilla todo se oscureci y, otra vez, slo qued la noche fugaz. Y nuevamente, saliendo de la nada, no ya entre dos colinas sino mucho ms cerca y ms tangibles, las luces familiares se esparcieron frente a l, y la mquina emiti un silbido quejumbroso, como si tambin ella lamentara dejarlas atrs. Despus se escuch un violento estrpito y en direccin opuesta pas un tren como un disparo... y se esfum como si nunca hubiera existido. La noche negra y ondulante continu su fluida carrera y las elusivas luces fueron achicndose gradualmente hasta quedar en la nada. Cuando desaparecieron por completo, Martin baj la cortina y se acost. Despert muy temprano. El tren pareca moverse de un modo ms plcido y uniforme, como si se hubiera acostumbrado a la marcha rpida. Cuando Martin solt la cortina, sinti un mareo momentneo, pues el campo pasaba en sentido contrario, no haba esperado encontrarse con las primeras luces del cielo, de un color ceniza plido, y las colinas con terrazas cubiertas de olivos le resultaban absolutamente nuevas. Desde la estacin fueron a Biarritz en un lando alquilado, a travs de un camino polvoriento rodeado por zarzas polvorientas, y puesto que Martin vea moras por primera vez, y por algn motivo la estacin se llamaba La Negra, tuvo mil preguntas que hacer. Hoy, a los diecisis aos, segua comparando el mar de Crimea con el ocano en Biarritz: s, las olas de Vizcaya eran ms altas y las rompientes ms violentas, y el gordo baigneur vasco, con su traje de bao eternamente hmedo (Esa profesin es mortal, sola decir su padre), acostumbraba a tomar a Martin de la mano y lo guiaba hacia la parte menos profunda del agua. Entonces ambos se ponan de espaldas al mar y una ola inmensa y rugiente se precipitaba sobre ellos, arrastrando e inundando el mundo entero. En la primera franja de playa, una mujer morena, con algunos pelos grises en el mentn, iba al encuentro de los que haban terminado de baarse y les echaba una toalla esponjosa sobre los hombros. Ms atrs, en una cabina que ola a alquitrn, un empleado lo ayudaba a uno a zafarse de las pegajosas batas de bao, y traa una batea con agua caliente, casi hirviendo, donde haba que sumergir los pies. Despus, una vez vestidos, Martin y sus padres solan sentarse en la playa: la madre, con su gran sombrero blanco, bajo una sombrilla blanca y escarolada; el padre, tambin bajo una sombrilla, pero de color crema y muy masculina; y Martin, llevando una camiseta a rayas y un sombrero de paja tostada con la leyenda H.M.S. Indomitable en una cinta ajustada a la copa. Con los pantalones totalmente arremangados, acostumbraba a construir un castillo de arena rodeado de fosos. Un barquillero que usaba boina se acercaba y haca girar, rechinando, el manubrio del cilindro de lata roja que contena su mercadera. Esos largos trozos curvos de barquillo, mezclados con la arena que llevaba el viento y la sal del mar, permaneceran entre los recuerdos ms vividos de ese perodo. Detrs de la playa, sobre el paseo de piedra que anegaban las olas en los das de tormenta, una jovial florista, muy maquillada y bastante lejos de ser joven, pondra el acostumbrado clavel en el ojal de la chaqueta blanca del padre, mientras ste observaba el procedimiento, entre amable y divertido, echando hacia adelante el labio inferior y apoyando los pliegues de la barbilla contra la solapa. Fue una lstima abandonar, a fines de septiembre, aquella playa feliz y la blanca casa de campo con su higuera nudosa que se negaba a ceder tan siquiera un solo fruto maduro. Camino a casa se detuvieron en Berln, donde varios muchachos, y hasta algn adulto con un portafolios bajo el brazo, se deslizaban con el ruido caracterstico de los patines sobre las calles asfaltadas. Y adems estaban las maravillosas jugueteras (locomotoras, tneles, viaductos), los campos de tenis en las afueras de la ciudad, en el Kurfrstendamm, el cielorraso del Wintergarten simulando una noche estrellada, y el viaje al bosque de pinos de Charlottenburg, que hicieron un da fro y claro, en un emocionante cup blanco. En la frontera, donde haba que hacer transbordo de trenes, Martin se dio cuenta de que

haba dejado olvidado en su compartimiento el portaplumas con la delgada lente de cristal, en la cual, al llevrsela al ojo, surga como un destello un paisaje azul y ncar, pero durante la cena en la estacin (gallina con avellanas y salsa de gemiana) el camarero del coche cama lo trajo y el padre de Martin le dio un rublo. Al llegar a lado ruso de la frontera, los recibieron el hielo y la nieve. Toda una montaa de troncos se hinchaba en el tnder del ferrocarril. La locomotora rusa, de color carmes, fue equipada con un quitanieve en forma de abanico y de su alta chimenea fluy un humo blanco y rizado. El Nord-Express, rusificado en Verzhbolovo, conserv el revestimiento marrn de sus vagones, pero su aspecto qued mucho ms formal, sus flancos cubiertos hasta una altura mayor, hubo calefaccin en todo su interior, y, en vez de alcanzar velocidad inmediatamente, le llevaba mucho tiempo ganar impulso despus de cada parada. Fue agradable encaramarse sobre uno de los asientos rebatibles del pasillo alfombrado de azul, pero al pasar el obeso revisor de uniforme marrn chocolate golpe a Martin en la cabeza con la linterna que empuaba en la mano. Afuera se extendan los campos blancos; aqu y all, sauces sin hojas sobresalan del manto de nieve. Junto a la barrera de un paso a nivel, una mujer con botas de fieltro sostena una bandera verde; un campesino que haba saltado de su trineo cubra con sus mitones los ojos de su caballo de tiro. Y por la noche Martin vio algo maravilloso; al otro lado de la ventana negra y de su reflejo volaban miles de chispas: rasgos en forma de flecha con la punta de fuego. 7 A partir de ese ao, en Martin se desarroll una verdadera pasin por los trenes, los viajes, las luces distantes, los estremecedores lamentos de las locomotoras en la oscuridad de la noche y la vivacidad de museo de cera que haba en las fugaces estaciones locales, con gente que nunca volvera a ver. Ni su lento desplazamiento, ni el rechinar del varn del timn, ni el temblor interno del carguero canadiense en que l y su madre dejaron Crimea en abril de 1919, o el tormentoso mar y la impetuosa lluvia, provocaban tanto el entusiasmo de viajar como un tren expreso y slo muy gradualmente Martin se dej invadir por este nuevo encanto. Una desgreada muchacha que llevaba impermeable y una bufanda negra y blanca alrededor del cuello se paseaba por cubierta resoplndose el cabello que le haca cosquillas en el rostro, acompaada por su plido esposo, hasta que el mar termin de indisponerlo, y en la figura de la mujer y en su bufanda al viento Martin reconoci la emocin de viaje que lo cautivaba al ver la gorra a cuadros y los guantes de cabritilla que su padre sola ponerse en los compartimientos del ferrocarril, o el maletn con la correa al hombro que usaba aquella nia francesa, con quien haba sido tan entretenido vagar por los largos pasillos de un tren rpido, insertado en el transitorio paisaje. Aquella muchacha era la nica que pareca un marino ejemplar, muy diferente del resto de los pasajeros a quienes el capitn de ese buque fletado improvisadamente, al no encontrar carga en la revuelta Crimea, haba admitido a bordo, para no hacer el viaje de vuelta con la nave vaca. Pese al abundante equipaje lleno de bultos, reunido precipitadamente, atado con sogas en lugar de correas, toda aquella gente pareca navegar por casualidad o estar all para hacer un viaje breve. La frmula de los viajes distantes no lograba adaptarse a la confusin ni a la melancola de aquellos pasajeros. Huan de un peligro mortal, pero por alguna causa, Martin se preocupaba muy poco por esta circunstancia o porque ese usurero de rostro agrisado con un cmulo de piedras preciosas sujetas en un cinturn ajustado a su piel, de haberse quedado en Crimea, hubiera sido muerto en el acto por el primer hombre del Ejrcito Rojo que se tentara con el fulgor de los diamantes. Martin segua la costa rusa con una mirada casi indiferente, a medida que sta retroceda en la lluviosa neblina, muy simple y moderadamente, sin que un solo signo permitiera entrever la sobrenatural duracin de la separacin. Slo cuando todo se desvaneci en la bruma, record vidamente, en un instante, Adreiz, los cipreses y la alegre casa, cuyos moradores respondan incansablemente a las preguntas de los atnitos vecinos: Huir? Pero dnde podramos vivir sino en Crimea? Y su recuerdo de Lida tena matices muy diferentes de los de su verdadera relacin original: recordaba que una vez en que ella se quejaba por la picadura de un mosquito y se rascaba la pantorrilla, enrojecida sobre el bronceado, l haba querido mostrarle cmo hacer un corte con la ua sobre la roncha, y ella le haba pegado en la mano sin motivo alguno. Tambin recordaba la visita de despedida, cuando ninguno de los dos saba de qu conversar y hablaban permanentemente de Kolya, que se haba ido de compras a Yalta, y el alivio que haba sido que finalmente regresara. Ahora el largo y delicado rostro de Lida persegua obsesivamente a Martin. Mientras descansaba en una litera bajo un sonoro reloj, en la cabina del capitn, con quien se haban hecho grandes amigos, o comparta en reverente silencio la mirada de su primer compaero, un canadiense picado de viruela que raramente hablaba y que cuando lo haca pronunciaba el ingls como si estuviera masticando, pero que haba

helado misteriosamente el corazn de Martin cuando le inform que los viejos lobos de mar no se sentaban ni aun despus de haberse retirado, que los nietos se sentaban pero los abuelos permanecan de pie (la fuerza del mar permanece en las piernas): mientras se acostumbraba a todas estas novedades nuticas, al olor del aceite y al balanceo del barco, a las extraas y diversas variedades de pan, una de las cuales saba a la eucarstica prosfora rusa, Martin trataba de convencerse de que haba partido de viaje por despecho, de que sobrellevaba un amor desdichado, pero que nadie, al ver su semblante tranquilo, ya curtido por el viento, podra sospechar su angustia. Inesperadamente apareca la gente ms sorprendente y misteriosa: estaba la persona que haba fletado el barco, un hosco puritano de Nueva Escocia, cuyo impermeable colgaba del retrete del capitn (que estaba en condiciones lamentables), oscilando justo sobre el asiento. Estaba el segundo compaero de Martin, llamado Patkin, un judo oriundo de Odessa, en cuyo ingls con acento norteamericano podan distinguirse los rasgos borrosos del idioma ruso. Y entre los marineros haba un tal Silvio, un sudamericano que siempre andaba descalzo y llevaba consigo un pual. Cierto da el capitn apareci con una mano herida; al principio dijo que lo haba araado un gato, pero ms tarde su amistad le hizo confesar a Martin que Silvio lo haba mordido al pegarle l por estar borracho a bordo. Fue as como Martin se inici en la vida de los marinos. La compleja estructura arquitectnica del buque, todos esos pasillos, esos pasajes labernticos y puertas batientes, le entregaron pronto sus secretos y se le hizo difcil encontrar un rincn todava desconocido. Mientras tanto, la joven con la bufanda a rayas pareca compartir la curiosidad de Martin, pues pasaba como una sombra por los lugares ms inesperados, siempre con el cabello henchido por el viento, siempre mirando a la distancia. Ya al segundo da su esposo fue obligado a permanecer recostado, dormitando y con el cuello de la camisa desabrochado, en una de las banquetas de hule del saln, mientras en otra banqueta descansaba Sofa, con una rodaja de limn entre los labios. De vez en cuando Martin tambin senta un vaco en la boca del estmago y una especie de inseguridad general, en tanto que la joven era infatigable. Martin ya haba decidido que era a ella a quien salvara en caso de desastre. Pero a pesar del turbulento mar, el barco lleg al puerto de Constantinopla un amanecer con nubes de color lechoso e inmediatamente un turco mojado apareci en cubierta, y Patkin, que pensaba que la cuarentena deba ser recproca, le grit Te voy a 'hund'! (ya tebya utonu), e incluso lo amenaz con una pistola. Al da siguiente se desplazaron hasta el mar de Mrmara, pero el Bosforo no lleg a dejar huellas en la memoria de Martin, aunque s tres o cuatro de sus minaretes que parecan chimeneas de fbrica en la nieve, y la voz de la muchacha del impermeable, que hablaba sola en voz alta, mirando la brumosa costa. Martin, esforzndose para escuchar, crey distinguir el adjetivo amatista (ametisto-vy), pero finalmente decidi que estaba en un error. 8 Despus de Contantinopla el cielo aclar, aunque como dijo Patkin, el mar permaneci ochen (muy) picado. Sofa se arriesg a salir a cubierta, pero al poco tiempo retorn al saln, diciendo que no haba nada ms odioso en el mundo que aquel servil hundirse y resurgir de las visceras de uno, a comps con el hundirse y resurgir de la proa del barco. El marido de la muchacha gema preguntando a Dios cundo terminara todo aquello y apresuradamente, con manos temblorosas, se apoderaba de la jofaina. Martin, a quien su madre, reclinada en el asiento, tomaba de la mano, sinti que, a menos que se fuera de una vez, l tambin vomitara. En ese momento entr la joven, echndose la bufanda hacia atrs con un movimiento rpido y haciendo una compasiva pregunta al marido. El marido, sin hablar ni abrir los ojos, hizo un gesto muy ruso con la mano, como si se cortara la garganta a la altura de la nuez (queriendo decir: Esto me est matando), y entonces ella repiti la misma pregunta a Sofa, que respondi con una martirizada sonrisa. Usted tampoco parece muy feliz dijo la muchacha, mirando seriamente a Martin. Luego vacil, volvi a echarse el extremo de la bufanda sobre el hombro y sali. Martin fue tras ella. El viento fresco y la vista del mar azul intenso y coronado de nieve lo hicieron sentirse mejor. Ella se sent sobre unas sogas amarillas y comenz a escribir en una pequea libreta de tafilete. El da anterior uno de los pasajeros, hablando de ella, haba dicho: No est mal esa hembra, y Martin se haba dado vuelta indignado, pero no haba podido identificar al bellaco entre el desesperado grupo de hombres con los cuellos de sus abrigos levantados. Ahora, al mirar los rojos labios de la joven, por los que ella se pasaba la lengua a medida que su lpiz garabateaba la pgina, Martin se senta turbado, no saba de qu hablar y en sus propios labios senta un gusto salado. La muchacha segua escribiendo y no pareca reparar en l. Sin embargo, la cara redonda y agradable de Martin, sus diecisiete aos, una

cierta firmeza en su figura y sus movimientos, a menudo frecuente en los rusos pero por alguna causa conocida como algo britnico, en fin, toda la apariencia de Martin en su abrigo azul con cinturn ajustado haba causado cierta impresin en la joven. Ella tena veinticinco aos, se llamaba Alia y escriba poemas: tres cosas, se dira, que no podan sino hacer fascinante a una mujer. Sus poetas favoritos eran dos mediocres de moda: Paul Graldy y Vctor Gofman. Y sus propios poemas, tan sonoros, tan sabrosos, estaban escritos en forma coloquial (t, en lugar de vos) y abundaban en brillantes rubes, rojos como la sangre. Recientemente uno de ellos haba disfrutado de gran xito en la sociedad de San Petersburgo. Comenzaba as: Sobre una seda prpura, bajo una capa imperial, tus caricias de vampiro se apoderaron de m; maana juntos moriremos, abrasados por un fuego carmes, y nuestros cuerpos en la arena hallarn su paz mortal. De una a otra las damas lo haban copiado para s, lo haban aprendido de memoria y lo recitaban, y un cadete naval le haba puesto msica. Casada a los dieciocho aos, la joven haba permanecido fiel a su esposo durante dos aos, pero el mundo que la rodeaba estaba saturado del rubdeo humo del pecado; persistentes caballeros de rostros prolijamente afeitados fijaban la hora de sus suicidios para el jueves a la siete de la tarde, la medianoche de Navidad, o las tres de la madrugada bajo las ventanas de su casa; las citas se superponan y se haca difcil cumplirlas todas. Un gran duque haba languidecido por su culpa; Rasputn la haba asediado durante un mes con sus llamadas telefnicas. Pero ella sola decir que la vida no era ms que el humo leve con perfume mbar de un cigarrillo Rgie. Martin no entenda nada de aquello. La poesa de la joven lo dejaba algo perplejo. Cuando dijo que Constantinopla era cualquier cosa menos color amatista, Alia replic que careca totalmente de imaginacin potica, y al llegar a Atenas le regal las Chansons de Bilitis de Pierre Louys, en la edicin en rstica, ilustrada con figuras de adolescentes desnudos, de la cual le leera algunos pasajes pronunciando sugestivamente el francs, al caer la tarde, en la Acrpolis; el lugar ms indicado, podra decirse. Lo que ms atraa a Martin de la forma de hablar de Alia era el modo en que pronunciaba la letra r, como si en lugar de una sola letra hubiera toda una galera, acompaada, como si aquello fuera poco, por la reflexin de la voz en el agua. Pero en lugar de aquellos coribnticos franceses, aquellas noches blancas de San Petersburgo plenas de guitarras o aquellos libertinos sonetos de cinco estrofas, Martin logr encontrar en esa muchacha con nombre difcil de asimilar algo muy, muy diferente. La relacin que haba comenzado imperceptiblemente a bordo del barco continu en Grecia, junto al mar, en uno de los blancos hoteles de Falero. Sofa y su hijo fueron a parar a un cuarto muy chico y sucio. Su nica ventana daba a un patio polvoriento en el que, al alba, tras varios y agnicos preparativos, luego de batir las alas y hacer otros sonidos, un gallo comenzaba su larga serie de gritos roncos y alegres. Martin dorma en un duro canap azul; la cama de Sofa era estrecha y poco firme y tena un colchn lleno de bultos. El nico representante del reino de los insectos en la habitacin era una pulga solitaria que, en compensacin, era muy taimada, voraz y totalmente inatrapable. Alia, que haba tenido la fortuna de conseguir un excelente cuarto con dos camas, invit a Sofa a que fuera a dormir con ella, mandando en cambio a su esposo a dormir con Martin. Despus de decir varias veces seguidas No faltara ms, no faltara ms, Sofa acept encantada, y el cambio tuvo lugar ese mismo da. Chernosvitov era grande, zancudo, hurao y llenaba el pequeo cuarto con su presencia. Aparentemente la pulga se envenen con su sangre, porque no volvi a aparecer. Martin se deprima ante los implementos de tocador de aquel hombre un espejo dividido por una grieta, agua de colonia, una brocha de afeitar que siempre olvidaba enjuagar y que quedaba todo el da sobre el alfizar de la ventana, la mesa o una silla, y la intrusin se haca especialmente difcil de tolerar a la hora de acostarse, cuando Martin se vea obligado a despejar el canap de diversas corbatas y camisetas de malla. Mientras se desvesta, Chernosvitov se rascaba negligentemente entre bostezo y bostezo. Despus colocaba un gran pie desnudo sobre el travesano de una silla y, mesndose el cabello, se quedaba esttico en aquella incmoda posicin, hasta que lentamente se pona otra vez en movimiento, daba cuerda a su reloj, se meta en la cama, y luego, durante largo tiempo, gruendo y gimiendo, amasaba el colchn con el cuerpo. Poco despus, en la oscuridad, su voz repeta siempre la misma oracin: Slo te pido algo, muchacho: no envicies el aire. Cuando ambos se afeitaban por la maana, invariablemente deca: Crema para el acn. A tu edad es indispensable.

Mientras se vesta, escogiendo, cuando era posible, calcetines que le garantizaran cierto decoro por tener los agujeros en el dedo gordo y no sobre el taln, sola exclamar (citando a un bardo popular): Ah, s, a tu edad yo tambin era un buen corcel. Y silbaba suavemente por entre los dientes. Todo aquello era muy montono y aburrido. Martin sonrea cortesmente. Sin embargo, el hecho de saber que corra cierto riesgo le proporcionaba algn consuelo. Una noche cualquiera, durante un sueo traicionero, poda pronunciar claramente un nombre y, otra noche cualquiera, el exasperado marido poda llegar silenciosamente hasta l con una afilada navaja de afeitar. Chernosvitov, naturalmente, slo se afeitaba con una maquinilla; trataba este pequeo instrumento con el mismo descuido que la brocha, y en el cenicero siempre haba una hoja de afeitar oxidada, con flecos de jabn petrificado que alternaban con pelos negros. Su malhumor y sus frases inspidas eran para Martin una prueba de sus celos, reprimidos pero profundamente arraigados. Yendo como iba todo el da a Atenas por cuestiones de negocios, no poda evitar la sospecha de que su mujer pasara el tiempo que se quedaba sola con el muchacho simptico y calmo pero mundano que Martin vea en s mismo. 9 El da estaba muy caluroso y polvoriento. En los cafs servan enormes vasos de agua helada acompaados con una taza diminuta de un brebaje negro y dulce. En los cercos que bordeaban la playa, los carteles que anunciaban a una soprano rusa comenzaban a rasgarse. El tren elctrico que iba hacia Atenas llenaba el ocioso da con su rumor sordo y continuo, tras lo cual todo volva a la quietud. Las soolientas casitas de Atenas recordaban pequeos pueblos bvaros. A distancia, las atezadas montaas se vean portentosas. En la Acrpolis, plidas amapolas temblaban con el viento, entre trozos de mrmol roto. Justo en medio de la calle, accidentalmente, empezaban las vas sobre las que descansaban vagones de trenes de refuerzo. En los jardines maduraban naranjas. Poda haber un lote de terreno vacante con un soberbio grupo de columnas una de ellas cada y fracturada en tres partes dentro de l. Todo ese mrmol amarillento que se desmoronaba paulatinamente quedaba nuevamente bajo la custodia de la naturaleza. El hotel de Martin, mucho ms nuevo, dado su perodo de construccin, compartira el mismo destino. Mientras se hallaba en la playa con Alia, se deca, con arrobado estremecimiento, que estaba en una hermosa tierra remota. Y qu condimento era aquel de estar enamorado, qu placer permanecer al viento junto a una mujer sonriente con los cabellos en desorden, con la inquieta falda por momentos agitada y por momentos apretada contra las rodillas por la misma brisa que una vez hinchiera las velas de Ulises. Un da, mientras vagaban por la ondulada arena, Alia tropez. Martin la sujet, ella mir por encima del hombro la suela de su zapato, levantando en alto el pie, y volvi a caerse. Aquello fue suficiente, y Martin apret su boca contra los labios entreabiertos de la muchacha. Durante ese prolongado beso, algo torpe, ambos casi perdieron el equilibrio. Ella se zaf de los brazos de l y, riendo, declar que los besos de Martin eran muy hmedos y que deba tomar algunas lecciones. Martin repar en el humillante temblor de sus propias piernas y en el intenso latir de su corazn. Le enfureca estar agitado de ese modo, como despus de una pelea en la escuela, cuando sus compaeros exclamaban: Mirad qu plido est! No obstante, este primer beso de su vida con los ojos cerrados, muy profundo, sintiendo una especie de cosquilleo interior, cuyo origen no pudo comprender en aquel momento, fue tan maravilloso, satisfizo tan generosamente sus expectativas, que su descontento consigo mismo se disip inmediatamente. El resto de aquel da ventoso y turbulento transcurri en medio de apasionadas repeticiones y perfeccionamientos. Por la tarde, Martin se senta cansado como si hubiera estado acarreando leos sobre los hombros. Y cuando Alia, acompaada por el esposo, entr en el comedor, donde l y su madre pelaban ya sus naranjas, y se sent en la mesa ms cercana (desdoblando hbilmente la mitra que formaba su servilleta, dejndola caer sobre su falda con un gil movimiento de manos y aproximndose a la mesa junto con la silla), un rubor lento invadi el rostro de Martin y durante largo rato le falt coraje para salir al encuentro de su mirada. Pero, cuando finalmente lo hizo, no pudo hallar en los ojos de la joven la respuesta turbada que esperaba. La vida, desenfrenada imaginacin de Martin, siempre haba sido incompatible con la castidad. Esas fantasas que habitualmente se toman por impuras lo haban atormentado durante los ltimos dos o tres aos, pero l no haba hecho mayores esfuerzos para resistirlas. En un principio existieron separadamente de las verdaderas pasiones del comienzo de su adolescencia. Una inolvidable noche de invierno en San Petersburgo,

despus de haber tomado parte en ciertas representaciones teatrales caseras y estando an maquillado, con las cejas pintadas de carbn, y vestido con una tpica camisa rusa de color blanco, se encerr en un ropero con una prima de su edad, tambin maquillada y con un pauelo atado al nivel de las cejas, y, mientras apretaba las manitas hmedas de la chica, Martin sinti la naturaleza romntica de su comportamiento, mas no se excit. Maurice Gerald, el hroe de Mayne Reid, tras detener su corcel junto al de Louise Pointdexter, rodeaba con su brazo la frgil cintura de la rubia criolla, y entonces el autor exclamaba en un aparte: Qu puede compararse a un beso as? Cosas como sta provocaban en Martin un erotismo mucho ms profundo. Lo que invariablemente lo excitaba era lo remoto, lo prohibido, lo vago cualquier cosa lo bastante indefinida como para hacer que su imaginacin se esforzara en apartar los detalles, tanto como un retrato de Lady Hamilton o los susurros que, con ojos desorbitados, haca algn compaero sobre las casas de mala reputacin. Ahora la niebla se haba disipado, la visibilidad haba mejorado. Estaba demasiado absorbido por estas sensaciones como para prestar la debida atencin a las declaraciones de Alia: Siempre ser un sueo encantador para ti, Soy locamente voluptuosa, Nunca me olvidars como se olvida una vieja novela leda hace mucho tiempo (conoces esa cancin?), Y nunca, nunca debes hablarles de m a tus futuras amantes. En cuanto a Sofa, estaba contenta y descontenta al mismo tiempo. Cuando alguna conocida le informaba recatadamente: Estbamos paseando y vimos a su muchacho, s, lo vimos, del brazo con esa poetisa, con la cabeza totalmente perdida, Sofa responda que eso era muy natural a su edad. La temprana revelacin de las pasiones masculinas de Martin la enorgulleca, aunque no poda ignorar el hecho de que, si bien Alia era una joven dulce y amable, tal vez fuera un poquito demasiado rpida, como dicen los ingleses, y mientras justificaba la locura de su hijo, Sofa no perdonaba la atractiva vulgaridad de Alia. Afortunadamente, la estada en Grecia llegaba a su fin: Sofa esperaba que en unos pocos das le llegara respuesta de Suiza, de Enrique Edelweiss (primo de su marido), a una carta suya muy sincera, escrita con gran dificultad, acerca de la muerte de su esposo y el agotamiento de sus bienes. Enrique sola visitarlos cuando estaban en Rusia, haba sido buen amigo de su marido y suyo, estaba encariado con su hijo y gozaba de una reputacin de hombre honesto y generoso. Recuerdas, Martin, cundo fue la ltima vez que el to Enrique vino a visitarnos? De todos modos fue antes, no? Ese antes, siempre carente de complemento, significaba antes de la disputa, antes de la separacin de su marido, y Martin tambin acostumbraba a hablar de un antes y de un despus, sin otra especificacin. Creo que fue despus dijo, recordando la llegada del to Enrique a su dacha, la conversacin privada que haba tenido con su madre, y cmo haba salido de ella con los ojos colorados, pues era particularmente lacrimoso e incluso lloraba en el cine. S, por supuesto... Qu tonteras digo agreg Sofa rpidamente, reconstruyendo sbitamente la visita, la discusin que haban tenido sobre su marido, los consejos de Enrique para que ambos se reconciliaran. Pero te acuerdas de l, no? Cada vez que vena te traa algo. La ltima vez fue un telfono para hablar de una habitacin a otra observ Martin haciendo una mueca. Instalar el telfono resultaba fastidioso, y, cuando finalmente alguien lo instal, tendiendo una lnea entre su cuarto y el de su madre, nunca funcion bien. Despus se descompuso del todo y qued abandonado junto con los regalos anteriores del to Enrique, como El Robinson suizo, extremadamente pesado en comparacin al verdadero Robinson Crusoe, o los pequeos vagones de carga que provocaron secretas lgrimas de desencanto, pues a Martin slo le gustaban los trenes de pasajeros. Por qu pones esa cara? pregunt Sofa. Martin lo explic y ella dijo sonriendo: Es verdad, es verdad. Y se detuvo por un momento a pensar en la niez de Martin, en cosas irrecuperables, inefables; haba un desgarrador encanto en su evocacin: Qu rpido pasa todo...! Piensa: ha empezado a afeitarse, tiene las uas limpias, esa elegante corbata lila, esa mujer. Esa mujer es muy dulce, eh? dijo. Pero no crees que es un poquito apresurada? No deberas dejarte arrebatar de ese modo. Dime... no, prefiero no preguntarte nada. Es slo que dicen que en San Petersburgo era una coqueta terrible. Y no me dirs que realmente te gusta su poesa, ese demonismo femenino. Tiene una manera tan afectada de recitar versos... Es verdad que habis llegado al punto de... no s, de tomarse las manos o algo parecido? Martin sonri enigmticamente. Estoy segura de que no hay nada entre vosotros coment Sofa astutamente,

estudiando con amor el pestaear de los ojos igualmente astutos de su hijo. Estoy convencida de que no hay nada. No tienes edad suficiente todava. Martin sonri; Sofa lo atrajo hacia ella y le dio un beso jugoso, voraz, en la mejilla. Todo esto ocurra junto a una mesa de jardn, en la terraza del hotel, una maana temprano. El da prometa ser hermoso; el cielo sin nubes conservaba an un matiz borroso, como la hoja de papel de seda que a veces cubre la portada excepcionalmente vivida de una costosa edicin de cuentos de hadas. Martin apart cuidadosamente la hoja translcida y all, por los escalones blancos, meneando su baja cadera ms suavemente que nunca, llevando una falda de color azul intenso por la que se deslizaba una prolija onda a medida que, descendiendo con calculada lentitud, primero un pie y luego el otro, extenda la punta del lustroso zapato, balanceando rtmicamente su bolso de brocado, sonriendo ya, y con el cabello echado hacia un lado, lleg una mujer de ojos claros, y cuello fino, y largos pendientes negros que tambin oscilaban a ritmo con el descenso. Martin fue a su encuentro, le bes la mano, retrocedi unos pasos, y ella, riendo y pronunciando vibrantemente las erres, salud a Sofa, que descansaba en un silln de mimbre fumando un grueso cigarrillo ingls, el primero que encenda despus del caf de la maana. Dormas tan bien, Alia, que no quise despertarte dijo Sofa, sosteniendo a cierta distancia su boquilla esmaltada y mirando con el rabillo del ojo a Martin, que ahora estaba sentado sobre la balaustrada, balanceando las piernas. Rebosando entusiasmo, Alia comenz a contar los sueos que haba tenido aquella noche, maravillosos sueos de mrmol, con sacerdotes de la antigua Grecia, de cuya capacidad para aparecer en sueos Sofa dudaba seriamente. Y la grava regada pocos minutos atrs reluca hmedamente. La curiosidad de Martin creca. Los paseos por las playas y los besos que cualquiera poda espiar empezaron a parecerle un prlogo muy largo. Al mismo tiempo, su deseo por el texto principal se mezclaba con la ansiedad: no poda imaginar determinados detalles y su inexperiencia lo abrumaba. El inolvidable da en que Alia le dijo que no estaba hecha de madera, que no la acariciara as, y en el que, despus del almuerzo, cuando su marido estaba convenientemente alejado en la ciudad y Sofa dorma la siesta, se desliz en el cuarto de Martin para leerle los poemas de alguien, ese da fue el mismo que comenzara con la conversacin sobre el to Enrique y el telfono de habitacin a habitacin. Cuando tiempo despus, en Suiza, el to Enrique le diera a Martin una estatuilla negra (un jugador de ftbol con el baln a los pies) para su cumpleaos, Martin no podra entender por qu, en el mismo instante en que su to colocaba el inservible objeto sobre la mesa, l record con asombrosa claridad una maana tierna y distante, en Grecia, y a Alia que descenda la escalera blanca. Inmediatamente despus del almuerzo, Martin haba ido a su cuarto y haba comenzado a esperar. Haba escondido la brocha de Chernosvitov detrs del espejo: en alguna medida su presencia le estorbaba. Desde el patio llegaban el ruido de un balde, el salpicar del agua y el sonido de un lenguaje gutural. La cortina amarilla de la ventana se hencha melosamente y un rayo de sol cambiaba de forma al tocar el suelo. En vez de crculos, las moscas describan paralelogramos y trapezoides alrededor de la caa de la lmpara colgante, posndose de vez en cuando en el bronce. Martin se quit la chaqueta y el cuello duro, se recost boca arriba sobre el canap y convers con los intensos latidos de su corazn. Cuando oy las dbiles pisadas de Alia y el golpe en la puerta, algo pareci restallar en la boca de su estmago. Mira, he trado toda una coleccin dijo ella en un susurro cmplice, pero en aquel momento a Martin no podan importarle menos los poemas. Qu impetuoso eres, Dios mo, qu muchacho ms impetuoso continu susurrando Alia, mientras lo ayudaba discretamente. El ansiado arrebato de Martin era incontenible; ella le cubri la boca con la mano, diciendo en voz baja: Shhh, silencio... pueden ornos... Este pequeo obsequio, al menos, es algo que te acompaar siempre observ el to Enrique, alzando la voz y echndose hacia atrs para admirar abiertamente la estatuilla. A los dieciocho aos ya se debe pensar en decorar el futuro cuarto de estudio, y como te gustan los deportes ingleses... Es hermosa dijo Martin, que no quera herir a su to, y desliz sus dedos por la pelota inmvil junto al pie del jugador. En torno al chalet de madera crecan frondosos abetos; la niebla ocultaba las montaas. La morena y clida Grecia haba quedado decididamente lejos. Pero qu vibrante haba permanecido la emocin de aquel da magnfico y gozoso: Tengo una amante! Qu aire conspiratorio haba tenido ms tarde el canap azul! A la hora de acostarse, Chernosvitov se haba rascado los omplatos como de costumbre, haba adoptado sus habituales poses de cansancio, luego haba hecho crujir su cama, haba rogado a Martin que no dejara escapar ninguna ventosidad y por ltimo haba roncado, silbando por la nariz, mientras Martin pensaba Ah, si tan slo supiera... Y ms tarde, un da, cuando sin lugar a dudas el marido

de Alia deba haber estado en la ciudad, y en el cuarto suyo y de Martin ella se pona nuevamente el vestido (despus de haber atisbado el paraso, como sola decir), mientras Martin, transpirado y desgreado, buscaba un gemelo extraviado en el mismo paraso, de repente, dando un poderoso empujn a la puerta, entr Chernosvitov y dijo: Conque estabas aqu, querida. Por cierto, olvid llevar conmigo la carta de Spiridonov. Hubiera sido fastidioso. Alia desliz su mano por la falda arrugada y frunciendo el ceo pregunt: Ha firmado ya? Ese zorro viejo de Bernstein sigue perdiendo el tiempo repuso Chernosvitov, buscando en los bolsillos de un traje. Si quieren demorar el pago, pueden zafarse del lo en cuanto quieran, los muy marranos. No te olvides de la prrroga, eso es lo principal dijo Alia. Bueno, lo has encontrado? Maldita sea su madre murmuraba Chernosvitov revolviendo unos sobres. Tiene que estar aqu. Despus de todo no puede haberse perdido. Si se ha perdido, todo el asunto se vendr abajo observ Alia disgustada. Perdiendo el tiempo, perdiendo el tiempo murmuraba Chernosvitov. Esa no es forma de hacer negocios. Es para volverse loco. Spiridinov me har un favor si no acepta. Oye, no te pongas as, ya aparecer dijo Alia, pero tambin estaba visiblemente preocupada. Aqu est, gracias a Dios! grit Chernosvitov, y examin el papel que haba encontrado, con la mandbula colgando en un gesto de concentracin. No te olvides de mencionar la prrroga le record Alia. De acuerdo dijo Chernosvitov, y sali presurosamente del cuarto. Aquella conversacin de negocios dej un tanto perplejo a Martin. Ni el marido ni la mujer haban simulado: absorbidos por sus problemas como estaban, haban olvidado verdaderamente, y por completo, que l estaba presente. No obstante, Alia recobr su buen talante, hizo bromas sobre la ineficacia de las cerraduras griegas que cedan al menor esfuerzo y, encogindose de hombros, contest la alarmada pregunta de Martin: No te preocupes. No se ha dado cuenta de nada. Aquella noche Martin no pudo dormirse durante un buen rato y, con la misma perplejidad, se qued escuchando el complaciente ronquido. Cuando, tres das ms tarde, se embarc con su madre hacia Marsella, los Chernosvitov fueron a despedirlos al Pireo. Se quedaron sobre el muelle, cogidos del brazo, y Alia, sonriendo, agit en alto una rama de mimosa. El da anterior, sin embargo, haba derramado una lgrima o dos. 10 Sobre ella, sobre aquella portada, que tras quitarle el papel de seda haba resultado un poquito burda, demasiado llamativa, Martin volvi a colocar el velo de niebla, y a travs de ste los colores recobraron su misterioso encanto. Luego, en el gran crucero transatlntico, donde todo era limpio, pulido y espacioso, donde haba una tienda de artculos de tocador, una galera de pintura y una peluquera, y donde los pasajeros bailaban el two-step y el foxtrot por la noche en la cubierta, Martin pens con arrobada nostalgia en la cariosa mujer de ojos claros y pecho tiernamente hundido, y en el modo en que su cuerpo frgil cruja en los brazos, haciendo que, suavemente, ella dijera: Ay, me vas a quebrar. Mientras tanto, las costas del frica seguan acercndose, la franja prpura de Sicilia pas por el horizonte norte, despus el barco se desliz entre Crcega y Cerdea, y todas esas trridas regiones que existan en los alrededores, en algn lugar cercano, pero que pasaban sin ser vistas, cautivaron a Martin con su incorprea presencia. Durante el viaje nocturno desde Marsella a Suiza, crey reconocer sus queridas luces entre las montaas y, aunque no se trataba ya de un train de luxe sino de un expreso comn, oscuro y tiznado de polvo de carbn y que saltaba todo el tiempo, la magia fue tan poderosa como siempre: aquellas luces, aquellos lamentos en la noche. Desde Lausanne fueron en auto hasta el chalet situado en las montaas, cien metros ms arriba, y Martin, que viajaba junto al conductor, de tanto en tanto se volva para mirar sonriendo a su madre y a su to, ambos con anteojos de conducir y ambos con las manos cadas sobre la falda, entrelazadas del mismo modo. Enrique Edelweiss se haba quedado soltero, usaba un frondoso bigote, y ciertas inflexiones de su voz y la manera de jugar con un escarbadientes o una lima para uas hacan que Martin recordara a su padre. Al dar la bienvenida a Sofa en la estacin de Lausanne, el to Enrique no haba podido contener el llanto, pero ms tarde, en el restaurante, logr calmarse y, en un francs un tanto pomposo, comenz a hablar de Rusia y de los viajes que haba hecho all en otras pocas.

Qu fortuna dijo a Sofa, qu gran fortuna que tus padres no hayan vivido para ver esa terrible revolucin. Recuerdo perfectamente a la vieja princesa, con su cabello blanco. Cunto quera al pobre Sergio. Y ante el recuerdo de su primo, de los ojos de Enrique volvieron a brotar lgrimas azul celeste. S, mi madre lo quera mucho, es verdad asinti Sofa, aunque en esa poca quera a todos y a todo. Pero dime, cmo encuentras a Martin? Dijo esto ltimo rpidamente, como tratando de apartar a Enrique de ciertos temas melanclicos que, en su boca de suaves bigotes, cobraban un aire de sentimentalismo insoportable. S, s, se parece mucho a Sergio exclam Enrique. La misma frente, los mismos... Pero no ha crecido mucho? le interrumpi inmediatamente Sofa. Y ya ha estado enamorado, sabes, apasionadamente... El to Enrique continu hablando de poltica. Esa revolucin pregunt retricamente, cunto puede durar? S, nadie lo sabe. La pobre y hermosa Rusia perece lentamente. Tal vez la mano firme de un dictador pusiera fin a los excesos. Pero de muchas cosas hermosas, vuestras tierras, vuestra mansin en el campo, quemada por la turba ruin, de todas esas cosas puedes despedirte para siempre. Cunto cuesta aqu un par de esqus? pregunt Martin. No lo s respondi el to Enrique con un suspiro. Nunca he incurrido en ese deporte ingls. Dicho sea de paso, hablas en francs con acento ingls. No es bueno eso. Tendremos que solucionarlo. Ha olvidado muchsimo intercedi Sofa por su hijo. En los ltimos aos mademoiselle Planche dej de darle clases. Muerta dijo gravemente el to Enrique. Otra muerta ms. No, no sonri Sofa. Qu te ha hecho pensar eso? Se cas con un finlands y vive tranquilamente en Vyborg. En cualquier caso, todo esto es muy triste insisti el to Enrique. Yo deseaba tanto que Sergio y t vinierais aqu algn da. Pero uno nunca obtiene lo que ms anhela, y slo Dios sabe lo que puede sobrevenir. Si ya habis saciado vuestro apetito y estis seguros de no querer nada ms, podemos partir. El camino tena muchas curvas y brillaba con la luz del sol. A la derecha se elevaba una pared de piedra con arbustos espinosos en las grietas, mientras que a la izquierda haba un precipicio y un valle por donde el agua corra formando medias lunas de espuma entre las rocas. Luego venan oscuras coniferas agrupadas en estrechas hileras, ya a un lado, ya al otro. Las montaas descollaban por todas partes cambiando imperceptiblemente de posicin. Unas verdosas con rastros de nieve; otras, ms grises, parecan mirar por encima de sus hombros, y mucho ms all haba gigantes de una blancura opaca y violcea, pero stas nunca se movan y sobre ellas el cielo pareca descolorido en comparacin con el azul brillante de los retazos que quedaban entre las puntas de los abetos negros bajo los cuales pasaba el auto. De repente, con una sensacin nueva an para l, Martin record el denso cerco de abetos que bordeaba su parque en Rusia, visto a travs de un rombo azul, en el cristal de la veranda. Y cuando al estirar sus piernas ligeramente temblorosas y, sientiendo un zumbido transparente en la cabeza, sali del coche, lo impresionaron vivamente el aroma fresco y spero de la tierra y la nieve derretida, y la rstica belleza de la casa de su to. Estaba ubicada a medio kilmetro de la aldea ms cercana y el balcn ms alto ofreca una de esas vistas maravillosas que llegan incluso a asustar por su etrea perfeccin. El mismo cielo invernal y azul de Rusia entraba por la ventana del pequeo y pulcro retrete, con su olor a madera y resina. Por todas partes, en el jardn con su arriate negro y raso y sus flores de manzano blancas, en el bosque de abetos que comenzaba inmediatamente detrs del huerto y en el camino de tierra que llevaba a la aldea, haba un silencio fro, feliz, un silencio que sabia algo. Martin se sinti un poco mareado, tal vez por el silencio, tal vez por los aromas, o tal vez por la reciente y placentera quietud que sigui a las tres horas de viaje en coche. Martin vivi en el chalet hasta los ltimos das del otoo. Se supona que aquel mismo invierno ingresara en la universidad de Ginebra. Sin embargo, despus de un intenso intercambio de correspondencia con amigos suyos en Inglaterra, Sofa lo mand a Cambridge. El to Enrique no se resign inmediatamente: le disgustaban los ingleses, a quienes consideraba un pueblo fro y prfido. Por otro lado, el pensar en los gastos que acarreaba la famosa universidad, no slo no lo entristeca sino que, por el contrario, lo entusiasmaba. Con todo lo que le gustaba economizar en pequeneces, sujetando una moneda de un penique en la mano izquierda, firm con gusto cuantiosos cheques con la derecha, especialmente cuando la cantidad era honorable. A veces, con cierto patetismo, simulaba una exagerada tozudez, golpeando la mesa con la palma de su mano,

resoplndose el bigote y gritando: Si lo hago, lo hago porque me da placer! Suspirando, Sofa jugueteaba con el brazalete de su reloj pulsera de Ginebra, mientras Enrique, con lgrimas en los ojos, extraa de su bolsillo un voluminoso pauelo, se sonaba ruidosamente una vez, despus otra y luego se alisaba el bigote hacia la derecha y hacia la izquierda. Cuando irrumpi el verano, las ovejas marcadas con una cruz fueron llevadas en rebaos hacia las zonas ms altas de la montaa. Un tintineo metlico y constante, de direccin y origen desconocidos, se haca gradualmente ms audible. Al flotar ms cerca an el tintineo envolva a quien lo escuchaba, provocndole una extraa sensacin de cascabeleo en la boca. Despus, en medio de una nube de polvo, llegaba, ondulante, una masa compacta, rizada y gris, de ovejas, rozndose unas con otras, y el hueco repiqueteo de los cencerros, que era un deleite para todos los sentidos, creca, y brotaba tan misteriosamente, que hasta el polvo mismo pareca repicar, a medida que se levantaba como una ola por encima de los inquietos lomos de las ovejas. De vez en cuando, alguna de ellas se separaba del resto trotando, y entonces un perro peludo la conduca de vuelta al rebao. Detrs, pisando suavemente, caminaba el pastor. Despus el campanilleo cambiara de timbre, y nuevamente volvera a hacerse ms hueco, ms delicado, pero durante un largo rato permanecera en el aire junto con el polvo. Qu bonito, qu bonito, se dira Martin en un susurro, escuchando el tintineo hasta el fin, y continuara su paseo favorito, que comenzaba con un camino agreste y senderos en el bosque. La arboleda de abetos terminaba abruptamente dando lugar a frtiles prados y el sendero de piedras descenda entre setos de espinos. Ocasionalmente una vaca de hocico rosado y hmedo se detena frente a Martin, sacuda bruscamente la cola, y balanceando la cabeza continuaba su marcha. Detrs de la vaca vena una gil viejecita con bastn, que miraba a Martin con malevolencia. Ms abajo, rodeado de lamos y arces, haba un gran hotel, blanco, cuyo propietario era un pariente lejano de Enrique Edelweiss. En el curso de ese verano, Martin se volvi ms robusto, sus hombros se ensancharon y su voz adquiri un tono profundo y parejo. Al mismo tiempo pasaba por un estado de confusin interna, y en l despertaban sentimientos que no llegaba a comprender del todo, evocados por cosas tales como la frialdad campestre de los cuartos, tan agudamente perceptible tras el calor del exterior; un moscardn que golpeaba contra el cielo raso zumbando lastimeramente; las zarpas de los abetos contra el azul del cielo; o el pequeo y firme tronco de rbol que haba encontrado en el lmite del bosque. El inminente viaje a Inglaterra lo excitaba y lo alegraba. El recuerdo de Alia Chernosvitov haba alcanzado su perfeccin final. Martin se dira a s mismo que no haba apreciado suficientemente los felices das de Grecia. La sed que ella haba apagado, slo para intensificarla, lo atormentaba de tal modo que de noche no poda conciliar el sueo durante largo tiempo, imaginando, entre numerosas aventuras, que todas las muchachas lo esperaban al alba en las ciudades, y, ocasionalmente, repeta en voz alta algn nombre femenino Isabella, Nina, Margarita, un nombre todava fro y desocupado, una casa vaca cuya duea demoraba en habitar. Y trataba de adivinar cul de estos nombres cobrara vida repentinamente, volvindose tan vivido y familiar que nunca ms podra pronunciarlo tan misteriosamente como ahora. Por las maanas sola venir Marie, la sobrina del ama de llaves, para ayudar en las tareas domsticas. Tena diecisiete aos, era muy callada y apuesta, con mejillas color rosa oscuro y unas coletas de cabello rubio fuertemente atadas alrededor de la cabeza. A veces, cuando Martin sala al jardn, ella abra de golpe alguna de las ventanas de arriba, sacuda su trapo de limpieza y se quedaba inmvil mirando fijamente, quizs, hacia las resplandecientes nubes, hacia el deslizarse de sus sombras ovales por las laderas de las montaas. Despus se pasaba el dorso de la mano por la sien y volva a entrar. Martin suba a los dormitorios, deduca por la corriente de aire el lugar donde continuaba la limpieza y encontraba a Marie meditando arrodillada en medio del brillo de las tablas hmedas del piso. La vea desde atrs, con sus medias negras de lana y su vestido a lunares. Ella nunca mir a Martin, salvo una vez y fue todo un acontecimiento!, cuando, pasando con un balde vaco en la mano, sonri insegura, tiernamene: no a l, sin embargo, sino a los pollitos. Martin se jur iniciar alguna conversacin con ella y abrazarla furtivamente. No obstante, cierta vez que ella acababa de salir de una habitacin, Sofa olfate el aire, hizo un gesto despectivo y abri apresuradamente todas las ventanas. Martin sinti desencanto y aversin hacia Marie y slo muy gradualmente, con el correr de sus apariciones sucesivas enmarcada en una ventana o entrevista a travs del follaje cercano al pozo de agua, volvi a sucumbir a su encanto. Slo que ahora tema acercrsele. De este modo, algo feliz y lnguido lo atraa desde lejos, pero no estaba destinado a l. Una vez, despus de haber trepado a gran altura por una ladera, se sent en cuclillas sobre una gran roca de borde curvo. Abajo, por el sinuoso sendero, pas un rebao con un campanilleo melodioso y melanclico, y, detrs, un pastor alegre, harapiento, y una joven sonriente que teja una media mientras caminaba. Pasaron

sin mirar a Martin, como si fuera incorpreo, pero l los observ durante largo rato. Sin detener su paso, el hombre puso el brazo alrededor de los hombros de su compaera, y por la nuca de sta poda saberse que segua y segua tejiendo a medida que se internaban en otro valle. Y en la cancha de tenis del hotel aparecan chicas con blusas blancas y brazos desnudos, gritando y ahuyentando los tbanos con sus raquetas, pero qu torpes e intiles parecan apenas empezaban a jugar, especialmente porque Martin mismo era un excelente jugador y derrotaba sin piedad a cualquiera de las jvenes argentinas del hotel: a temprana edad haba asimilado la armona esencial para el aprovechamiento de todas las propiedades de la esfera, la coordinacin de todos los elementos que intervienen en el golpe que se aplica a la pelota blanca, de modo que el impulso iniciado con un balanceo arqueado contine despus del vibrante sonido de las cuerdas tensas, pasando a travs de todos los msculos del brazo, hasta el hombro, como cerrando un prolijo crculo, a partir del cual, con igual fluidez, nace el impulso siguiente. Un caluroso da de agosto, Bob Kitson, un profesional de Niza, apareci en la cancha e invit a Martin a jugar con l. Martin sinti ese temor estpido y familiar que es la venganza de las imaginaciones muy activas. No obstante, comenz bien, voleando la pelota hacia la red o golpendola con fuerza desde la lnea de base hasta el rincn ms lejano. Alrededor de la cancha haba atentos espectadores y esto le agradaba. Su cara estaba encendida; senta una sed enloquecedora. Con slo servir una vez ms, golpeando violentamente la pelota hacia abajo y transformando la inclinacin de su cuerpo en un veloz embate hacia la red, Martin estuvo a punto de ganar el set. Pero el profesional, un muchacho de gafas, delgado y cerebral, cuyo juego haba parecido un lento paseo hasta ese momento, despert sbitamente y con cinco sorprendentes disparos igual el marcador. Martin comenz a sentirse cansado y preocupado. El sol le daba en los ojos. La camisa se le sala del pantaln. Si su oponente aprovechaba aquello, sera el fin. Kitson, desde una incmoda posicin en una esquina, envi la peIota con un voleo alto y tendido, y Martin, retrocediendo como en una danza de negros, se prepar para darle un revs. Mientras bajaba la raqueta, tuvo una fugaz visin de derrota y de malicioso regocijo por parte de sus compaeras de juego habituales. Por desgracia, la pelota cay sin fuerzas en la red. Mala suerte dijo airosamente Kitson. Martin le contest con una sonrisa, controlando heroicamente su decepcin. 11 Camino a su casa, reconstruy mentalmente cada golpe, transformando la derrota en victoria, y luego, meneando la cabeza, pens qu difcil, pero qu difcil era capturar la felicidad. Los arroyos rebosaban de alegra, ocultos entre el follaje; sobre las zonas hmedas del camino revoloteaban mariposas azules; en los arbustos, los pjaros aleteaban sin parar. Todo estaba depresivamente asoleado y despreocupado. Como de costumbre, esa noche, despus de cenar, se sentaron en la sala. La puerta que daba a la galera estaba abierta de par en par y, como haba habido un corte de luz, en los candelabros se consuman velas. De tanto en tanto, sus llamas se inclinaban y desde abajo de los sillones se extendan negras sombras. Martin se hurgaba la nariz, mientras lea un pequeo volumen de cuentos de Maupassant con antiguas ilustraciones: el bigotudo Bel Ami, con el cuello de la camisa levantado, apareca desvistiendo, con habilidad propia de la doncella de alguna dama, a una recatada mujer de anchas caderas. El to Enrique haba dejado caer su peridico y, con los brazos en jarras, observaba las cartas que Sofa distribua sobre una mesa cubierta por un tapete verde. La negra y calurosa noche penetraba por la puerta y la ventana. Repentinamente, Martin irgui la cabeza y escuch atentamente, como si hubiera un vago llamado en aquella armona de noche y luz de velas. La ltima vez que me sali este solitario fue en Rusia dijo Sofa. En general sale muy pocas veces. Separando los dedos, recogi las cartas diseminadas sobre la mesa y comenz a barajar de nuevo. El to Enrique suspir. Cansado de leer, Martin se desperez y sali al balcn. Afuera estaba muy oscuro; el aire ola a humedad y a flores nocturnas. Pas una estrella fugaz, pero lamentablemente, como tan a menudo ocurre, no cay dentro del campo que abarcaba su vista, sino ms hacia la derecha, de modo que su ojo slo percibi la punzada de un silencioso cambio en el cielo. Las siluetas de las montaas eran confusas, y aqu y all, en los pliegues de la oscuridad, centelleaban puntos de luz, de dos en dos, o de tres en tres. Viajar, dijo Martin quedamente. Y repiti la palabra durante un largo rato, hasta exprimirle todo significado, despus de lo cual retir la larga y sedosa piel que aqulla haba segregado y al momento la palabra revivi. Estrella. Va Lctea. Va. Viaje, dijo pronunciando cuidadosamente las palabras y admirando, cada vez, qu tenue es el lazo que une los sonidos con su significado.

A qu lugar remoto haba llegado este joven, qu tierras lejanas haba visto ya, qu haca all, de noche, en las montaas, y por qu todo era tan extrao en el mundo, tan estremecedor? Estremecedor, repiti Martin en voz alta, y la palabra le agrad. Otra estrella cay rodando. Martin fij los ojos en el cielo, como una vez, cuando regresaban a casa en la victoria, desde la propiedad de un vecino, por un oscuro camino del bosque, y l, que era muy pequeo y oscilaba en aquel momento al borde del sueo, ech hacia atrs la cabeza y observ, entre el cmulo de rboles, el celestial ro en que flotaba. En qu otro lugar durante su vida, se preguntaba, contemplara otra vez como entonces, como ahora el cielo de la noche? En qu muelle, en qu estacin, en la plaza de qu ciudad? Para que la felicidad fuera completa era imprescindible sentir una soledad opulenta, que a menudo haba experimentado entre las multitudes el placer que le produca decirse: Ninguna de estas personas, cada una ocupada en lo suyo, sabe quin soy, de dnde vengo, en qu estoy pensando, y Martin, en xtasis, se imagin completamente solo, en una ciudad extranjera Londres, por ejemplo, vagando de noche por calles desconocidas. Vio los negros taxis cabriol salpicando a travs de la niebla, un polica con capa negra, luces sobre el Tmesis y otras imgenes tpicas de las novelas inglesas. Haba dejado su equipaje en la estacin y paseaba por innumerables tiendas inglesas iluminadas, buscando agitadamente a Isabel, Nina o Margaret: alguien con cuyo nombre pudiera bautizar la noche. Pero ella, quin creera que era l? Un artista, un marino, un ladrn de guante blanco? Ella no aceptara su dinero, sera muy tierna con l y a la maana no querra dejarlo partir. Qu niebla haba en las calles, empero, y qu difcil y tumultuosa se haca la bsqueda! Pero aunque muchas cosas se vean distintas, y los cabriols casi se haban extinguido, pudo reconocer ciertas cosas cuando, en una tarde de otoo, sali caminando sin equipaje de Victoria Station. Reconoci el aire oscuro y grasoso, la capa de hule corta de los bobbies, los reflejos, el sonido del salpicar del agua. En la estacin haba tomado una excelente ducha en una cabina pequea, alegre y limpia, se haba secado con una toalla tibia y esponjosa que le haba trado un camarero acalorado, se haba puesto ropa limpia y su mejor traje. Haba dejado sus dos maletas en consigna y ahora se senta orgulloso de haberse comportado tan sensatamente. El viaje lo haba fatigado muy poco; slo senta un entusiasmo vivaz. Los grandes autobuses salpicaban reciamente al pasar por los charcos del asfalto. Sobre las fachadas rojo oscuro de las casas se encendan y volvan a apagarse anuncios luminosos. Martin se adelantaba a las muchachas, volvindose para mirarlas, pero, cuanto ms lindo era el rostro, ms difcil se haca abordarlas. Aqu no existan atractivos cafs, como en Atenas o Lausanne, y en el pub donde bebi un vaso de cerveza slo encontr hombres, enardecidos, speros, con venas rojas en el blanco de sus ojos saltones. Una vaga sensacin de irritacin comenz a apoderarse poco a poco de l: seguramente la familia rusa con la cual, por acuerdo epistolar, deba hospedarse una semana, estara esperndolo, preocupndose. Deba tomar sumisamente un taxi y olvidarse de la noche imaginada? Su falta de fe en ella le pareci vergonzosa: con qu intensidad la haba esperado desde el amanecer, mirando por la ventanilla del tren hacia las planicies, hacia el cielo rosado y fro, o hacia la negra silueta de un molino de viento! Cobarda y traicin dijo quedamente. Al reconocer el escaparate de una tienda lleno de collares de perlas, repar en que era la segunda vez que caminaba por la misma calle. Se detuvo e hizo una rpida verificacin de su prolongada aversin hacia las perlas: hemorroides de ostras con un resplandor enfermizo. Una muchacha con paraguas se detuvo junto a l. Martin la mir con el rabillo del ojo: figura delgada, traje negro, un alfiler brillante en el sombrero. Ella volvi su rostro hacia l, sonri y, frunciendo los labios, hizo un ligero sonido como de u. Martin vio en sus ojos las luces brillantes, el juego de reflejos multicolores, el rielar de la lluvia, y torpemente murmur: Buenas noches. Apenas estuvieron en la oscuridad del taxi, la bes, arrebatado por el contacto de la servil delgadez de la joven. Ella sonri y se cubri el rostro con las manos. Ms tarde, en la habitacin del hotel, cuando l extrajo incmodamente la billetera, ella dijo: No, no. Si quieres, llvame maana a un restaurante de lujo. Le pregunt de dnde vena, si era francs y, ante su requerimiento, empez a adivinar: belga?, holands? No le crey cuando l dijo que era ruso. Despus Martin dio a entender que viva del juego en los cruceros transatlnticos, le habl de sus viajes, adornando un poco aqu, agregando algo all, y, mientras describa un Npoles que nunca haba visto, miraba cariosamente los hombros desnudos e infantiles de la muchacha y su cola de cabello rubio. Se senta completamente feliz. A la maana temprano, cuando todava dorma, ella se visti rpidamente y se fue, robndole diez libras de la billetera. La maana que sigue a la orga, pens Martin con una sonrisa en los labios y cerrando la billetera que acababa de recoger del

suelo. Se lav con agua de la palangana, salpicando todo el lugar, y sigui sonriendo mientras pensaba en la placentera noche. Era una lstima que ella se hubiese ido tan tontamente, que l no pudiera volver a encontrarla. Se llamaba Bess. Cuando Martin sali del hotel y comenz a caminar por las espaciosas calles de la maana, tuvo ganas de saltar y cantar de alegra, y, para dar rienda suelta a su buen humor, trep por una escalera apoyada junto a un farol de alumbrado. Como resultado tuvo una larga y cmica discusin con un anciano transente, quien, desde abajo, lo amenazaba con su bastn. 12 La segunda reprimenda vino por parte de Olga Zilanov. El da anterior, esta seora lo haba esperado hasta muy entrada la noche y, puesto que por algn motivo haba supuesto que Martin era ms joven e indefenso de lo que en realidad result ser, su preocupacin haba aumentado con el correr de los minutos. Martin le explic que haba extraviado la direccin y que la haba encontrado demasiado tarde en un bolsillo que usaba muy poco, y que haba pasado la noche en un hotel cercano a la estacin. La seora Zilanov quiso saber por qu no haba llamado por telfono, y cul haba sido el hotel. Martin invent un nombre bueno y poco comn, Hotel Good Night, y dijo que haba buscado el nmero en la gua telefnica, pero que no lo haba encontrado. Qu vergenza! dijo disgustada la seora Zilanov, e inmediatamente esboz una hermosa sonrisa que transfigur maravillosamente su rostro flojo y melanclico. Martin recordaba esa sonrisa desde los das de San Petersburgo y, como entonces era un nio y las mujeres solan sonrer cada vez que se dirigan a un nio ajeno, su memoria haba retenido la imagen radiante del rostro de la seora Zilanov, pero en un principio se haba quedado perplejo al encontrarla tan vieja y triste. El marido de la seora Zilanov, que haba sido una conocida personalidad en Rusia, estaba accidentalmente fuera de la ciudad, por lo que Martin fue alojado en su estudio. El estudio y el comedor quedaban en el primer piso, la sala de estar en el segundo, y los dormitorios en el tercero. Todas las casas de esa apacible calle residencial eran igualmente estrechas e indistinguibles una de otra; la distribucin vertical de sus habitaciones era idntica. En la esquina, un buzn rojo vivo contribua con su nota de color. Detrs de la hilera de casas de la derecha, haba jardines en los que, durante el verano, florecan los rododendros, y detrs de la hilera de la izquierda, los elevados olmos de un pequeo parque, con una cancha de tenis sobre el csped, comenzaban a ponerse amarillentos y a perder sus hojas. La hija mayor de los Zilanov, Nelly, se haba casado poco tiempo atrs con un oficial del ejrcito ruso que haba llegado a Inglaterra despus de haber estado prisionero en Alemania. Sonia, la hija menor, estaba por terminar la escuela secundaria en la que continuaba los estudios iniciados en la Escuela Superior Stoyuning de San Petersburgo. Luego estaban la hermana de la seora Zilanov, Elena, y su hija Irina, una pobre criatura muy fea e idiota. La semana que Martin pas en esa casa, mientras se acostumbraba a Inglaterra, le pareci bastante cansadora. Estaba entre extraos todo el da, y no poda dar un paso solo. Sonia lo molestaba burlndose de su guardarropas: camisas con pecheras y puos almidonados, sus calcetines prpura vivo favoritos, sus zapatos de color marrn amarillento con botones, comprados en Atenas. Estos son americanos dijo Martin con estudiada calma. Los americanos los hacen especialmente para vendrselos a los negros y a los rusos replic mordazmente Sonia. Adems, trascendi que Martin no haba llevado consigo su camisa de dormir, y cuando, por las maanas, iba al cuarto de bao pudorosamente cubierto con su ropa de cama, Sonia deca que le recordaba a sus primas y a sus compaeras de escuela, quienes, cuando visitaban la casa de campo de los Zilanov, dorman desnudas, se paseaban por la maana envueltas en sbanas y hacan sus necesidades en el jardn. Finalmente Martin hizo tantas compras en Londres que diez libras no le fueron suficientes y tuvo que escribir a su to, lo que fue particularmente desagradable por las vagas explicaciones que tuvo que dar para justificar la desaparicin de las otras diez libras. S, fue una semana difcil y desdichada. Incluso su pronunciacin inglesa, de la cual Martin se enorgulleca secretamente, result ser otro motivo de burlonas correcciones por parte de Sonia. De ese modo totalmente inesperado, Martin se encontr con que lo tildaban de ignorante, adolescente y nio de mam. Sinti que aquello era injusto, que l haba tenido infinitamente ms experiencias y aventuras que una virgen de diecisis aos. Por lo tanto, senta un rencoroso placer al derrotar completamente a algunos amigos de Sonia jugando al tenis. Y la ltima noche tuvo oportunidad de demostrar que bailaba impecablemente desde el two-step (aprendido durante los das pasados en el Mediterrneo) hasta los lamentos hawaianos que reproduca el fongrafo.

En Cambridge se sinti an ms extranjero. Al hablar con sus compaeros de estudio ingleses, not con sorpresa su inequvoca esencia rusa. De su niez semi-inglesa retena cosas que los ingleses nativos de su edad, que de nios haban ledo los mismos libros, haban relegado a la oscuridad del pasado destinada a los recuerdos infantiles, mientras que, en un momento determinado, la vida de Martin haba girado bruscamente tomando un curso diferente y por esta razn, los hbitos, los contornos de su niez haban adquirido cierto sabor a cuentos de hadas, y los libros que le haban gustado en aquella poca eran ahora ms encantadores y permanecan ms vividos en su memoria que los mismos libros en la memoria de sus compaeros ingleses. Las expresiones que recordaba haban sido corrientes entre los estudiantes ingleses diez aos atrs, pero ahora eran consideradas vulgares o ridculamente anticuadas. En San Petersburgo, el plum pudding no se serva solamente para Navidad, como en Inglaterra, sino cualquier da del ao y, segn la opinin de mucha gente, el cocinero de los Edelweiss lo haca ms rico que cualquiera de los que se vendan en las tiendas. Los petersburgueses jugaban al ftbol sobre canchas de tierra, no sobre csped, y al puntapi de penalty se lo llamaba pendel, trmino desconocido en Inglaterra. Martin no volvera a atreverse a usar su jersey a rayas comprado tiempo atrs en Drew's, la tienda inglesa de la Avenida Nevsky, porque sus colores correspondan al uniforme deportivo de una escuela pblica a la que nunca haba asistido. En verdad, toda esta anglicidad, de naturaleza ms bien fortuita, se filtraba a travs de su esencia natal, tindose con peculiares matices rusos. 13 El esplndido otoo que acababa de ver en Suiza perdur de algn modo en el conjunto de sus primeras impresiones de Cambridge. Por las maanas una niebla delicada sola envolver los Alpes. En medio del camino, cuyos surcos estaban cubiertos por una delgada capa de hielo que pareca mica, yaca un fruto de fresno roto. Pese a la ausencia de viento, el follaje amarillo claro de los abedules disminua a cada da que pasaba, y a su travs el cielo turquesa miraba hacia abajo jovialmente, los exuberantes helchos se tornaban rosados y por todas partes flotaban iridiscentes hebras de telaraa, aquellas que el to Enrique llamaba los cabellos de la Virgen. Martin miraba hacia arriba, creyendo or el remoto canto de las grullas, pero las grullas nunca se dejaban ver. Sola vagar durante largo rato, como buscando algo. Andaba en una ruinosa bicicleta de uno de los sirvientes a lo largo de los crujientes senderos, mientras su madre, pensativa, sentada en un banco bajo un arce, atravesaba con su bastn las hmedas hojas carmes cadas sobre el suelo marrn. Esa belleza, variada y salvaje, no exista en Inglaterra, donde la naturaleza tena una mansa apariencia de invernculo, y un poco imaginativo otoo se desvaneca en jardines geomtricos bajo el cielo lluvioso. Pero todo, las paredes color gris rosado, los prados rectangulares que amanecan cubiertos por un hielo plateado en los escasos das de sol, el estrecho ro, el puente de piedra, cuyo arco formaba un crculo completo con su reflejo perfecto, tena una belleza propia. Ni el psimo tiempo ni el fro helado de su dormitorio, donde la tradicin prohiba las calefacciones, podan alterar el meditativo joie de vivre caracterstico de Martin. Se encari sinceramente con su pequeo cuarto de estar, con la agradable chimenea, la polvorienta pianola, las inofensivas litografas de las paredes, los bajos sillones de mimbre y los baratos objetos de porcelana que haba en los estantes. Cuando, tarde por la noche, la llama sagrada del hogar amenazaba con extinguirse, Martin sola reunir las brasas en el centro, apilaba algunas astillas sobre ellas, colocaba encima una montaita de carbn, avivaba el fuego con un fuelle y provocaba el tiraje de la chimenea extendiendo una amplia hoja del Times sobre la boca del hogar. La hoja, tensa, se calentaba, hacindose transparente, y las lneas impresas, al confundirse con las del lado opuesto, parecan la extraa escritura de alguna tribu negra. Luego, cuando el susurro y la agitacin del fuego aumentaban, en el centro del papel apareca una mancha rojiza que se oscureca hasta encenderse sbitamente. Toda la hoja, ahora en llamas, era aspirada inmediatamente por la garganta de la chimenea, que la arrojaba en vuelo al exterior. Pero algn transente sorprendido por la oscuridad de la noche gtica, algn profesor vestido con su toga, poda observar la bruja de cabellos de fuego que ascenda de la chimenea hacia el cielo estrellado. Al da siguiente, Martin pagaba una multa. Siendo de temperamento vivo y sociable, Martin no permaneci solo durante mucho tiempo. Relativamente pronto, trab amistad con Darwin, el vecino de abajo, al igual que con varios otros hombres en la cancha de ftbol, el club y el saln comedor. Observ que todo el mundo crea su deber cambiar opiniones sobre Rusia con l y enterarse de lo que l pensaba de la revolucin, la intervencin, Lenin y Trotsky. Mientras otros, que haban visitado Rusia, elogiaban la hospitalidad de sus habitantes y le preguntaban si por casualidad no conoca a

un tal Ivanov que viva en Mosc. Martin se asqueaba con estas conversaciones; extrayendo como al descuido un volumen de Pushkin de su escritorio, lea en voz alat Otoo, en la traduccin de Archibald Moon: Oh funesto perodo, encanto visual, qu dulce es tu belleza de adis. Amo el suntuoso marchitar de la naturaleza, la formacin de bosques vestidos de oro y prpura. Este hecho causaba cierto asombro, y slo Darwin, un ingls robusto, de aspecto sooliento y blusa amarillo canario, que acostumbraba a sentarse en un silln con los brazos y las piernas extendidas, extrayendo jadeantes sonidos de su pipa y contemplando fijamente el cielo raso, asenta con aprobacin. Este tal Darwin, que sola visitarlo a menudo despus de cenar, explic a Martin con lujo de detalles algunas de las estrictas leyes primordiales para su conducta en la universidad: los estudiantes no deban usar sombrero o abrigo por ms fro que hiciera; cuando uno se encontraba con algn conocido, aunque fuera el mismo Atom Thompson, no haba que estrecharle la mano ni decir buenos das, sino saludarlo con una sonrisa burlona y alguna exclamacin chispeante; era de mala educacin remar en el ro con un bote ordinario: para eso existan las bateas y las piraguas; no haba que repetir nunca los viejos chistes de la universidad, que tanto entusiasmaban a los novatos. Recuerda, no obstante agreg sabiamente Darwin, que no debes excederte ni siquiera en cumplir con estas tradiciones, porque a veces, para fastidiar a los snobs, es conveniente salir con un sombrero hongo y un paraguas bajo el brazo. A Martin le pareca que Darwin haba estado mucho tiempo en la universidad, varios aos, y lo compadeca como a ningn otro en ese lugar. Darwin lo pasmaba por su som-noliencia, la pereza de sus movimientos, ese aire de comodidad que haba en todo su ser. Tratando de suscitar su envidia, Martin, impetuosamente, le cont sus viajes, intercalando inconscientemente algunas de las cosas que haba inventado estando con Bess, casi sin notar cmo se haba consolidado la ficcin. A decir verdad, sus exageraciones eran bastante inocentes: los dos o tres picnics en la meseta de Crimea se haban convertido en un habitual paseo con bastn y mochila por las estepas; Alia Chernosvitov se haba transformado en una misteriosa compaera de sus cruceros en yate, sus caminatas con ella en una prolongada estada en una isla griega y el purpreo contorno de Sicilia en jardines y villas verdaderos. Darwin asenta sin dejar de mirar hacia el cielo raso. Sus ojos eran de un azul plido, vacos e inexpresivos; las suelas de sus zapatos, siempre a la vista, dada su costumbre de adoptar posturas semi-reclinadas, con los pies en alto, en alguna posicin cmoda, tenan un complicado sistema de tiras de goma. Todo en l, desde aquellos pies slidamente calzados hasta su huesuda nariz, era de buena calidad, grande e imperturbable. 14 Unas tres veces por mes, Martin era convocado por su tutor, o sea, el profesor encargado de supervisar la asistencia a clase, visitar al estudiante cuando ste estaba enfermo, autorizar los viajes a Londres, y reprenderle a uno cuando lo multaban (por llegar a su casa despus de la medianoche o no usar la toga acadmica por la tarde). El tutor era un viejecito arrugado, de ojos penetrantes, que caminaba con los pies torcidos hacia adentro, latinista, traductor de Horacio y gran aficionado a las ostras. Tu ingls ha mejorado le dijo un da a Martin. Eso es bueno. Has conocido a mucha gente? Oh, s contest Martin. Te has hecho amigo de Darwin, por casualidad? S repuso Martin. Me alegro. Es un magnfico espcimen. Tres aos en trincheras, Francia, Mesopotamia, condecorado con la Cruz de la Victoria, y ni un rasguo, ni fsico ni moral. Su xito en literatura podra habrsele subido a la cabeza, pero tampoco eso sucedi. Adems del hecho de que Darwin haba interrumpido sus estudios en el colegio a los dieciocho aos para enrolarse y de que recientemente haba publicado un libro de cuentos cuyos lectores se deshacan en elogios, Martin supo que tambin era el representante en boxeo de la universidad, que haba pasado su infancia en Madeira y Hawai, y que su padre era un famoso almirante. A Martin, la experiencia propia le pareci insignificante, pattica, y sinti vergenza de haber inventado algunas historias. Aquella noche, cuando Darwin entr en su cuarto, la situacin fue tan cmica como incmoda. Poco a poco Martin comenz a

recavar informacin sobre Mesopotamia y los cuentos, pero Darwin slo le responda con chistes, diciendo que el mejor libro que haba escrito era un pequeo manual para estudiantes titulado Descripcin completa de setenta y siete modos de entrar al Trinity College despus del cierre de sus puertas, con un plano detallado de sus muros y verjas. Primera y ltima edicin, revisada numerosas veces por el autor, que nunca fue atrapado. Pero Martin insisti en lo que para l era interesante e importante: el volumen de cuentos que los lectores tanto elogiaban. Finalmente, Darwin dijo: De acuerdo, te dar un ejemplar. Vayamos a mi habitacin. El mismo haba amueblado la habitacin, de acuerdo a su gusto. En ella haba sillones de cuero extraordinariamente cmodos, en los cuales el cuerpo se relajaba al tiempo que se hunda en un dcil abismo, y sobre el manto de la chimenea haba una fotografa de una perra echada de costado, en completa calma, con los traseros regordetes de sus seis cachorros de teta en fila. Martin ya haba visto varios cuartos de estudiantes: los haba como el suyo, agradables pero no decorados por el inquilino sino provistos con cosas del propietario; los haba como los de los atletas, con trofeos de plata en una repisa y un remo roto en la pared; haba cuchitriles cubiertos de libros en desorden y ceniza de cigarrillos; y por ltimo haba uno de los recintos ms desagradables que se poda encontrar: casi pelado, con paredes empapeladas en amarillo chilln, era un cuarto en el que slo haba un cuadro, pero ese cuadro era de Czanne (un grabado en carbn que recordaba vagamente las formas femeninas), y en el que un obispo del siglo XIV, tallado y pintado en madera, enseaba el mun de su brazo. De todos, el cuarto ms acogedor era el de Darwin, especialmente si uno lo observaba detenidamente y hurgaba un poco: qu joyas, por ejemplo, eran los peridicos que Darwin haba editado en las trincheras! El papel era alegre, vistoso, lleno de frases ingeniosas, graciosas; slo Dios saba dnde y cmo se haban compuesto los tipos; y para adornar los espacios en blanco haba utilizado fortuitos cliss: avisos de corss encontrados entre las ruinas de alguna imprenta. Aqu tienes dijo Darwin mostrndole un libro. Tmalo. El libro result ser excelente. Las obras no eran realmente cuentos; no, ms bien eran tratados, veinte tratados de igual extensin. El primero se llamaba Los Tirabuzones y contena mil datos interesantes sobre los sacacorchos, su historia, belleza y virtudes. Otro era sobre los loros, un tercero sobre los naipes, un cuarto sobre mquinas infernales, un quinto sobre los reflejos del agua. Haba otro sobre trenes y en ste Martin encontr todo lo que tanto le gustaba: los postes telegrficos que interrumpan la trayectoria ascendente de los cables, el coche comedor con sus botellas de Vichy o Evian que parecan escudriar a travs de las ventanillas el veloz pasar de los rboles, esos camareros con ojos ansiosos, y esa minscula cocina en la que, balancendose y transpirando, poda verse a un cocinero de gorro blanco desmenuzando un pescado. Si alguna vez Martin hubiera pensado en ser escritor y se hubiera dejado atormentar por la avidez de los novelistas (tan emparentada con el temor a la muerte), por ese constante estado de ansiedad que obliga a fijar indeleblemente esta o aquella fugaz insignificancia, tal vez estas disertaciones sobre la minucia, que le eran tan familiares, hubieran provocado en l un ataque de envidia y el deseo de escribir an mejor sobre esas mismas cosas. En cambio, era tal la inclinacin que senta hacia Darwin, que hasta lleg a sentir un cosquilleo en los ojos. Y a la maana siguiente, cuando camino a las clases alcanz a su amigo en la esquina, le dijo con perfecto decoro y sin mirarlo a la cara que le haba gustado el libro, y silenciosamente camin junto a l, cediendo a su paso indolente pero cadencioso. Las aulas estaban distribuidas por toda la ciudad. Si una clase segua inmediatamente a otra, pero se dictaba en un aula diferente, uno tena que montar en bicicleta o echarse a correr por las callejuelas y cruzar el eco de las piedras de cada patio. Un ntido repiquetear de campanas llamaba de un lado para el otro, de una torre a otra. El estrpito de las motocicletas, el crepitar de las ruedas, el tintineo de los timbres de las bicicletas llenaban las estrechas calles. Durante las clases, el brillante enjambre de bicicletas agrupado en las puertas esperaba a sus dueos. El catedrtico, vistiendo su tnica negra, suba a la plataforma, y con un golpe dejaba caer sobre el facistol su gorra cuadrada de la que colgaba una borla. 15 Despus de entrar en la universidad, a Martin le llev largo tiempo decidirse por una carrera. Haba muchsimas y todas eran fascinantes. Se demoraba en los aledaos de cada una, encontrando en todas partes el mismo y mgico manantial de elixir vital. Se entusiasmaba con el viaducto suspendido sobre un precipicio alpino, construido gracias al acero, a la divina exactitud del clculo. Comprenda al arquelogo impresionable que, despus de haberse

abierto paso hasta tumbas y tesoros an desconocidos, golpeaba a la puerta antes de entrar y, una vez adentro, se desmayaba por la emocin. La belleza habita en la luz y la quietud de los laboratorios: como un buzo experto que se desliza a travs del agua con los ojos abiertos, el bilogo observa con prpados tranquilos las profundidades del microscopio, su cuello y su frente comienzan a sonrojarse y, apartndose bruscamente del ocular, el cientfico dice: Esto lo demuestra todo. El pensamiento humano, volando sobre los trapecios del universo estelar, basndose en las matemticas, era como un acrbata que trabajaba con una red debajo, pero que sbitamente caa en la cuenta de que en realidad no hay ninguna red. Martin envidiaba a aquellos que enfrentaban ese vrtigo y que, con nuevos clculos, se sobreponan a su temor. Predecir un elemento qumico o crear una teora, poner nombre a un nuevo animal o descubrir una cadena de montaas, todo era igualmente tentador. En cuanto al estudio de la historia, Martin se inclinaba por lo que poda imaginar claramente; por eso prefera a Carlyle. Con su pobre memoria para las fechas y su desprecio por la generalizacin, buscaba vidamente lo que era vivo, humano, lo que perteneca a esa clase de sorprendentes detalles que bien podrn saciar a las generaciones venideras cuando stas miren los viejos y llovidos films de nuestros das. Imaginaba vvidamente el escalofriante da blanco, la simplicidad de la guillotina negra y el torpe forcejeo en el patbulo, donde el verdugo sujeta tenazmente a un hombre gordo con el torso desnudo mientras, entre la multitud, un afable citoyen levanta por los codos a una citoyenne cuya curiosidad excede su estatura. Haba otros campos de estudio ms indefinidos, como las brumas de la ley, el gobierno y la economa. Lo que lo asustaba, apartndolo de ellas, era que la chispa que buscaba en todas las carreras estuviera enterrada muy profundamente en stas. Sin poder decidir qu rumbo tomar, qu elegir, Martin fue rechazando gradualmente todo aquello que pudiera absorverlo demasiado. An deba considerar la literatura. Tambin en ella Martin encontr insinuaciones de placer. Qu emocionante era esa charla trivial sobre el tiempo y el deporte entre Horacio y Mecenas, o la congoja del viejo Lear pronunciando los amanerados nombres de los lebreles de sus hijas que ladraban ante l! Del mismo modo en que, en la versin del Nuevo Testamento, Martin disfrutaba al encontrarse con expresiones como hierbas verdes o ndigo chitn, en literatura no buscaba el sentido general sino los inesperados claros iluminados por el sol en los cuales uno poda extenderse hasta hacer crujir sus articulaciones y permanecer extasiado. Lea realmente mucho, pero era ms lo que relea. Y a menudo sola equivocarse en el curso de alguna charla literaria. Por ejemplo, una vez confundi a Plutarco con Petrarca, y otra vez dijo que Caldern era un poeta escocs. No todos los escritores lo conmovan. Permaneci impasible cuando, por consejo de su to, ley a Lamartine, o cuando su propio to declam Le Lac con un sollozo en la voz, meneando la cabeza y agregando con desamparada emocin: Comme c'est beau. La perspectiva de estudiar obras verborrgicas, lacrimgenas y su influencia sobre otras obras igualmente verborrgicas y lacrimgenas no le atraa. Probablemente no hubiera llegado a decidirse nunca en este sentido si cierta voz misteriosa no le hubiera susurrado incesantemente que no era libre para elegir, que slo haba una cosa que l deba estudiar. Durante el suntuoso otoo pasado en Suiza, sinti por primera vez que, despus de todo, era un exilado condenado a vivir fuera de su patria. Esa palabra exilado tena un sonido delicioso: Martin record la negrura de la noche conifera, sinti una palidez byroniana en las mejillas y se vio vistiendo una capa. Vesta esta capa en Cambridge, aunque slo era una ligera toga acadmica, de tela azulina, semitransparente cuando se la pona a trasluz, con muchos pliegues en los hombros y medias mangas sueltas que se usaban echadas hacia atrs. El placer de la soledad espiritual y el entusiasmo de los viajes adquirieron un nuevo significado. Fue como si Martin hubiera encontrado la exacta clave de todos los sentimientos vagos, tiernos y fieros que lo asediaban. En esa poca, la ctedra de Historia y Literatura Rusas estaba a cargo del distinguido erudito Archibald Moon. Moon haba vivido bastante tiempo en Rusia, haba estado en todas partes, haba conocido a todo el mundo y haba visto todo lo que all se poda ver. Ahora, plido, de cabello oscuro y con lentes en su nariz fina, poda vrselo pasar, sentado muy erguidamente, en una bicicleta de manillar alto. O a la hora de cenar, en el renombrado saln con mesas de roble y altas ventanas con vidrios de colores, sola sacudir su cabeza de un lado al otro, como un pjaro, desmigajando extremadamente rpido un trozo de pan entre sus largos dedos. Se deca que la nica cosa que este ingls amaba en el mundo era Rusia. Mucha gente no alcanzaba a comprender por qu no se haba quedado all. La respuesta de Moon a ese tipo de preguntas era invariable: Pregntenle a Robertson, deca aludiendo al orientalista, por qu no se qued en Babilonia. Entonces surga la objecin totalmente lgica de que Babilonia no exista. Moon asenta con una sonrisa astuta y silenciosa. Vea una finalidad bien definida en la insurreccin bolchevique. Mientras admita de buena gana que, con el correr del tiempo, despus de las fases primitivas, en la Unin Sovitica poda

desarrollarse cierta civilizacin, sostena, no obstante, que Rusia haba concluido y era irrepetible, que se la poda considerar como una hermosa nfora y colocarla en una vitrina. La vasija de arcilla que se estaba horneando entonces all, no tena nada que ver con ella. La guerra civil era absurda para Archibald Moon: un lado peleando por el fantasma del pasado, el otro por el fantasma del futuro, y mientras, silenciosamente, l se haba robado Rusia y la haba encerrado en su estudio. Admiraba esa finalidad. Estaba teida del azul de las aguas y el prfido transparente de la poesa de Pushkin. Haba estado trabajando durante dos aos en una historia de Rusia en ingls y esperaba poder comprimirla en un ancho volumen nico. Llevara una leyenda obvia (Un objeto de belleza es un placer eterno), papel extrafino y una suave encuademacin en tafilete. La tarea era difcil: encontrar una relacin armnica entre la erudicin y la prosa pintoresca pero compacta; dar una imagen perfecta de un milenio orbicular. 16 Archibald Moon asombraba y cautivaba a Martin. Su lento hablar en ruso, del cual le haba llevado aos de paciencia quitar hasta el ltimo vestigio de pronunciacin inglesa, era fluido, sencillo y expresivo. Su erudicin se distingua por su frescura, precisin y profundidad. Lea, en voz alta, poetas rusos de quienes Martin no conoca ni los nombres. Sosteniendo las pginas con sus largos dedos ligeramente temblorosos, Archibald Moon escanciaba, uno tras otros, tetrmetros ymbicos. La habitacin estaba en penumbra; la lmpara slo iluminaba la pgina y el rostro de Moon, que tena un leve brillo en los pmulos, dbiles arrugas en la frente y orejas de un rosa traslcido. Al terminar, apretara sus finos labios, se quitara los lentes tan cuidadosamente como si fueran una liblula, y los limpiara con un trozo de gamuza. Martin estaba sentado en el borde de un silln con su negra gorra cuadrada sobre las rodillas. Por el amor de Dios, qutate esa toga y pon la gorra en alguna parte dira Moon, con un gesto afligido. No me digas que te divierte juguetear con esa borla. Djala por ah, hombre. Extendera a Martin una cigarrera de cristal con el blasn de la universidad sobre la tapa de plata, o extraera, de un armario empotrado en la pared, una botella de whisky, un sifn y dos vasos. A propsito, sabes cmo se llaman en Rusia las carretas para transportar uvas? pregunt con un movimiento de cabeza, y, habindose asegurado de que Martin no lo saba, continu entusiasmado: Mozhara, mozhara, seor. Era difcil saber qu lo entusiasmaba ms: si conocer Crimea mejor que Martin o poder pronunciar la palabra seor como lo hara un ruso. Alegremente inform a Martin de que el uhuligan ruso provena del nombre de una pandilla de forajidos irlandeses, y de que el nombre de la isla de Golodai no guardaba relacin con golod (hambre) sino con un ingls llamado Holiday, que haba construido una fbrica all. Una vez, cuando, hablando de un periodista ignorante (a quien Moon haba criticado furiosamente en el Times), Martin dijo que el periodista no haba respondido porque probablemente sdreyfil (se hubiera acobardado), Moon arque las cejas, consult un diccionario y le pregunt si por casualidad haba vivido alguna vez en la regin del Volga. En otra ocasin, cuando Martin utiliz la expresin familiar ugrobil (se lo carg), Moon mont en clera y grit que esa palabra no exista ni poda existir en ruso. Yo la he escuchado, todo el mundo la sabe dijo Martin humildemente, y fue apoyado por Sonia, que estaba sentada en un silln junto a la seora Zilanov, y que observaba, no sin curiosidad, a Martin haciendo de anfitrin. La construccin de palabras rusa, cuna de neologismos observ Moon, volvindose repentinamente hacia el sonriente Darwin, termin junto con Rusia, es decir, dos aos atrs. Todo lo que sigui es blatnaya muzka (jerga de ladrones). No entiendo el ruso. Traduzca, por favor replic Darwin. S, siempre terminamos hablndolo dijo la seora Zilanov. No est bien. Ingls, por favor, todo el mundo. Mientras tanto Martin levant la cpula de metal que cubra algunos bollos y panecillos calientes (que haba trado un camarero de la cantina de la facultad), verificando si le haban mandado lo que haba pedido, y arrim la fuente a las llamas del hogar. Adems de Darwin y Moon, haba invitado a un estudiante ruso a quien todos llamaban simplemente por su nombre de pila, Vadim, y ahora Martin no saba si continuar esperndolo o seguir adelante con el t. Aquella era la primera vez que la seora Zilanov y su hija haban ido a visitarlo, y tema constantemente que Sonia se burlara de l. La chica llevaba un traje azul marino y un robusto par de zapatos marrones, pequeos, con largas lengetas que pasaban por debajo de los cordones y luego volvan a caer, cubrindolos, para terminar en una serie de pliegues.

Su cabello negro, cortado a la altura del cuello y de aspecto un tanto spero, caa en un parejo flequillo sobre su frente. Los hoyuelos de sus plidas mejillas armonizaban particularmente bien con sus ojos oscuros y opacos, ligeramente rasgados. Esa maana, cuando Martin se encontr con ella y la seora Zilanov en la estacin, y ms tarde, cuando les mostraba los antiguos patios, las fuentes y las avenidas de gigantescos rboles sin hojas, de los cuales alzaban vuelo, graznando, pesados cuervos sin gracia, Sonia haba estado irritable y malhumorada, diciendo que tena fro. Mientras miraba por sobre un parapeto de piedra las aguas rizadas del Cam, sus orillas verde mate y las torres grises que haba ms all, la muchacha entrecerr rpidamente los ojos y pregunt a Martin si planeaba unirse a las fuerzas antibolcheviques del General Yudenich destacadas en el Norte. Sorprendido, Martin contest que no. Y esa casa rosada que hay all qu es? Es el edificio de la biblioteca explic Martin. Unos minutos despus, cuando caminaba bajo una arcada junto a Sonia y su madre, dijo enigmticamente: Un lado est peleando por el fantasma del pasado y el otro por el fantasma del futuro. S, exactamente intervino la seora Zilanov. Este contraste me impide apreciar realmente Cambridge. Me molesta el hecho de que junto a estos maravillosos edificios haya tantos automviles, bicicletas, tiendas de deportes, pelotas de ftbol... En la poca de Shakespeare tambin jugaban al ftbol coment Sonia. Y agreg: Lo que me molesta a m son las frases rimbombantes que dicen algunas personas. Sonia, prtate bien, por favor le dijo la madre. No lo deca por ti repuso Sonia suspirando. Continuaron caminando en silencio. Creo que est empezando a garuar coment Martin extendiendo hacia adelante la palma de su mano. Por qu no decir Jupiter pluvius o El cielo est llorando? observ Sonia sarcsticamente, cambiando de paso para coincidir con el de su madre. Luego, almorzando en el mejor restaurante de la ciudad, su espritu mejor. La diverta el nombre simio del amigo de Martin y se entretuvo con el dilogo entre Darwin y un viejo camarero increblemente amable. Qu est estudiando? pregunt cortsmente la seora Zilanov. Yo? Nada contest Darwin levantando la cabeza. Es que pens que este pescado tena un hueso ms que los que debera tener. No, no, me refera a sus estudios, a sus clases. Disculpe, la entend mal explic Darwin, pero su pregunta me toma igualmente desprevenido. Por algn motivo, mi memoria no es consecuente entre una clase y la siguiente. Esta misma maana me preguntaba qu demonios estaba estudiando. Mnemotecnia? Difcilmente. Despus de almorzar dieron otro paseo, pero mucho ms placentero que el anterior, porque, en primer lugar, sali el sol, y, en segundo lugar, Darwin los llev a todos a una galera donde, segn l, haba un antiguo eco notablemente alerta: cuando se daba un golpe con el pie, el sonido rebotaba en una pared distante como si fuera una pelota de goma. Darwin golpe con su pie, pero no hubo ningn eco; entonces dijo que algn americano deba de habrselo llevado a su casa de Massachusetts. Despus fueron caminando hasta el cuarto de Martin, pronto lleg Archibald Moon, y Sonia le pregunt en voz baja a Darwin por qu estaba empolvada la nariz del profesor. Moon comenz a hablar en su melodioso ruso, haciendo gala de extraos y jugosos proverbios. Martin pens que la conducta de Sonia era decididamente censurable. La muchacha permaneca sentada con un semblante de piedra, y se rea sin ningn motivo cada vez que sus ojos se encontraban con los de Darwin. Este ltimo estaba sentado con las piernas cruzadas, apisonando tabaco en su pipa. Por qu no habr llegado an Vadim? murmur Martin impaciente, y toc la tetera llena. No te preocupes y empieza ya a servir exclam Sonia. Martin pas a ocuparse de las tazas. Todos quedaron en silencio, observndolo. Moon fumaba un cigarrillo de color tostado: del tipo al que en Inglaterra se denominaba ruso. Te escribe a menudo tu madre? pregunt la seora Zilanov. Todas las semanas contest Martin. Debe de echarte de menos dijo la seora Zilanov soplando su t. Caramba, no veo por ninguna parte el limn nacional observ sutilmente Moon, de nuevo en ruso. Darwin, bajando la voz, le pidi a Sonia que tradujera. Moon le ech una mirada de soslayo y verti lo dicho al ingls. Imitando deliberada y maliciosamente el habitual amaneramiento de

Cambridge, dijo que haba llovido un poco, pero que ya haba aclarado y que lo ms probable era que no volviera a llover; habl de regatas; dio una versin detallada del conocido chiste del estudiante, la prima y el ropero. Darwin sigui fumando y murmurando: Muy bien, seor, muy bien. He aqu al autntico y sobrio britnico en sus ratos de ocio. 17 Desde las escaleras lleg un ruido de pasos, se abri la puerta y entr Vadim. Simultneamente, su bicicleta, que haba dejado en la calle con un pedal levantado y apoyado contra el bordillo de la acera, cay al suelo con un ruido metlico que lleg fcilmente hasta el bajo segundo piso. Las pequeas manos de Vadim tenan las uas comidas y estaban coloradas de sujetarse al manillar en el fro. Su rostro, cubierto por un color rosado extraordinariamente delicado y uniforme, tena una expresin de ofuscada vergenza que l trataba de ocultar jadeando como si estuviera sin aliento y aspirando ruidosamente por la nariz, que habitualmente estaba hmeda por dentro. Llevaba pantalones de franela gris clara arrugados, una chaqueta marrn de excelente corte y un viejo par de mocasines que usaba en cualquier clase de tiempo. Resollando an y sonriendo algo confundido, salud a todos y se sent junto a Darwin, a quien quera mucho y por alguna razn llamaba Mamka (nodriza). Vadim haba creado una inevitable, absurda y jocosa quintilla de rimas rusas: Priytno zret', kogd bol'shy medvd'vedyt pod rchku mlen'kuyu schku, chtob ey pot (Es muy gracioso ver a un gran oso llevar a su casa a una perra del brazo con fin amoroso). Su forma de hablar, rpida e incisiva, iba acompaada de toda clase de siseos, grititos y berridos, como la conversacin de un nio, tan escaso de ideas como de palabras, pero incapaz de estarse quieto. Cuando tena vergenza se volva an ms absurdo e inconexo y pareca una mezcla entre un tmido adulto con algn impedimento en el habla y un nio caprichoso. Si no, era un compaero atractivo, bueno y sociable, siempre dispuesto a rerse y capaz de sutiles percepciones (cierta vez, en una poca muy posterior, una tarde de primavera en que haban ido a remar al ro, cuando una brisa casual trajo un vago aroma de arrayanes, vaya uno a saber de dnde, Vadim dijo: El mismo olor de Crimea, cosa totalmente cierta). Tena mucho xito con los ingleses. Su tutor, un viejo gordo y asmtico, especialista en moluscos, pronunciaba su nombre a la vez gutural y tiernamente, y responda a su total haraganera con toda indulgencia. Una noche oscura, Martin y Darwin ayudaron a Vadim a sacar el cartel de una cigarrera y desde entonces ese cartel adorn su cuarto para siempre. Vadim se consigui tambin un casco de polica por medio de una treta simple pero ingeniosa: a cambio de una moneda de media corona que haba hecho relucir a la luz de la luna, pidi a un bondadoso guardia que lo ayudara a trepar a un muro y, una vez arriba, antes de pasar al otro lado, se inclin y atrap el casco de la cabeza del hombre. Tambin fue el instigador del episodio de la carreta ardiente: esto ocurri durante los festejos del da de Guy Fawkes. La ciudad ntegra estaba arrojando fuegos artificiales, en la plaza arda una fogata, y Vadim y sus compinches cargaron con paja un viejo lando adquirido en un par de libras y le prendieron fuego. Tirando de este lando corrieron por las calles, llegando poco menos que a quemar por completo la casa del Ayuntamiento. Por sobre todas las cosas, Vadim era un maestro del lenguaje obsceno: uno de esos a quienes se les pega una cantinela y la repiten interminablemente y son afectos a los insultos dirigidos a la madre, a mimosos trminos psicolgicos y a fragmentos de poesa pornogrfica atribuidos a Lermontov. Su educacin era poco distinguida, su ingls muy gracioso y carioso pero escasamente comprensible. Senta pasin por la marina, los siembraminas, la belleza de los modernos acorazados ingleses en formacin de combate. Sola jugar durante horas con soldaditos de juguete, disparando garbanzos con un can de plata. Sus ocurrencias, sus mocasines y sus travesuras, su delicado perfil con ese contorno de pelusilla dorada, todo esto, combinado con el esplendor de su ttulo principesco, despertaba un impetuoso e irresistible afecto en Archibald Moon; algo as como el champn y las almendras saladas que este plido y solitario ingls de lentes empaados paladeaba en otros tiempos, escuchando a los gitanos de Mosc. Ahora, en cambio, Moon estaba sentado junto al fuego, con una taza de t en la mano, masticando con fruicin un panecillo y escuchando a la seora Zilanov, que le hablaba del peridico ruso que planeaba publicar su marido en Pars. Mientras, Martin pensaba alarmado que haba sido un error invitar a Vadim, quien se haba quedado en silencio, turbado por Sonia, y furtivamente le arrojaba a Darwin pasas de uva tomadas de la torta. Sonia tambin se haba quedado en silencio, sentada, mirando pensativamente la pianola. Balancendose ligeramente, Darwin fue hasta el hogar, dio algunos golpes a su pipa para vaciar la ceniza y, dando la espalda a las llamas, comenz a calentarse. Mamka mascull Vadim a media voz, rindose entre dientes.

La seora Zilanov segua hablando de temas que a Moon no le interesaban en lo ms mnimo. Afuera haba oscurecido y en algn lugar distante los vendedores de peridicos voceaban las noticias. 18 Era hora de que los Zilanov partieran para tomar el tren a Londres. Archibald Moon dijo adis en la primera esquina y, sonriendo tiernamente a Vadim (que a sus espaldas sola referirse a l con una mala palabra seguida de en patines), se alej caminando muy erguido. Durante un rato Vadim camin lentamente por el bordillo de la acera con un brazo alrededor de los hombros de Darwin, que marchaba a su lado; despus salud breve pero bulliciosamente y desapareci, haciendo con sus labios un sonido que imitaba una bocina rota. Llegaron a la estacin y Darwin compr billetes de andn para l y Martin. Sonia estaba cansada, irritada, y segua entrecerrando los ojos. Bueno, gracias por la hospitalidad, por la agradable reunin dijo la seora Zilanov. Dale saludos de mi parte a tu madre cuando le escribas. Pero Martin no transmiti los saludos: esas cosas difcilmente se transmiten. Generalmente le costaba mucho escribir cartas. Cmo describir, por ejemplo, un da algo embotante, ms bien infructuoso y poco ameno? Garabate unas diez lneas, cont la ancdota del estudiante, la prima y el ropero, asegur a su madre que se encontraba en perfecto estado de salud, que coma regularmente y que usaba camiseta (lo cual no era cierto). Sbitamente vio en su mente al cartero caminando a travs de la nieve; la nieve cruja ligeramente y sobre ella quedaban huellas azules. Lo describi as: El cartero llevar mi carta. Aqu, llueve. Lo pens mejor y tach lo del cartero, dejando slo la lluvia. Escribi la direccin con letra grande y cuidada, recordando por dcima vez mientras lo haca, lo que le haba dicho un compaero de estudios: A juzgar por tu apellido, cre que eras norteamericano. Lamentaba acordarse de desarrollar esto en la carta cada vez que acababa de cerrar el sobre, y no tena ganas de volver a abrirlo. Sin querer hizo un manchn en una de las esquinas del sobre. Lo mir durante un largo rato y finalmente lo convirti en un gato negro visto desde atrs. La seora Edelweiss conserv el sobre junto con todas sus cartas. Al final de cada semestre las juntaba en un montoncito y las ataba con una cinta. Varios aos ms tarde tuvo ocasin de releerlas. Las cartas del primer semestre eran relativamente abundantes. En ellas estaba la llegada de Martin a Cambridge; estaba la primera mencin de Darwin, Vadim, Archibald Moon; haba una carta fechada el 9 de noviembre, da de su santo: Este es el da escriba Martin en que la oca pisa el hielo y el zorro cambia de cubil; y haba una carta con la frase, tachada pero claramente legible: El cartero llevar mi carta. La seora Edelweiss record con aguda nitidez sus habituales caminatas con Enrique por el centelleante camino entre abetos cargados de nieve y el tintineo de mltiples campanillas que llegaba junto con el trineo postal, la carta, y su apuro por quitarse los guantes para abrir el sobre. Record cmo, durante todo ese perodo, y casi todo el ao siguiente, haba temido poderosamente que Martin, sin decirle nada, se incorporara al Ejrcito Blanco del norte. Encontraba cierto consuelo en saber que all, en Cambridge, un verdadero ngel ejerca pacfica influencia sobre su hijo: el excelente y sensible Archibald Moon. Aun as, Martin poda escurrrsele. Su mente quedaba en pleno sosiego slo cuando Martin estaba con ella en Suiza de vacaciones. Aos ms tarde, cuando con gran angustia la seora Edelweiss reley las cartas, stas le parecieron, pese a su tangibilidad, mucho ms etreas que los intervalos entre ellas. Su memoria agrupaba los intervalos con la presencia viva de Martin: Navidad, Pascuas, el verano. De este modo, durante un perodo de tres aos, hasta que Martin termin sus estudios, la vida de su madre fue como una serie de ventanas. All estaban las primeras vacaciones de invierno, los esqus que Enrique le haba comprado a Martin por sugerencia de ella, y Martin ponindoselos. Debo tener coraje se dijo en voz baja la seora Edelweiss. Despus de todo, los milagros ocurren. Slo hay que tener fe y esperar. Si Enrique vuelve a aparecer con eso del brazal negro, simplemente lo dejar. Y sonri entre las lgrimas que corran por su rostro mientras, con manos temblorosas, segua desenvolviendo cartas. Aquel primer regreso a casa para Navidad, que tan vivamente impreso quedara en la memoria de su madre, fue tambin para Martin una ocasin gozosa. Tena la extraa sensacin de haber regresado a Rusia tan blanco estaba todo, pero, avergonzado de su sensibilidad, no lo comparti con su madre, privndola en el futuro, por igual motivo, de otros recuerdos todava ms penetrantes. El regalo de su to le gustaba. Por un instante se materializ ante l la colina nevada de un suburbio de San Petersburgo, aunque, desde luego, en aquellos das lejanos, sus pequeas botas de fieltro solan estar calzadas en un par

de esqus livianos para nios, que adems tenan una cuerda (para control del esquiador) atada a las puntas curvadas hacia arriba. No as los nuevos, verdaderos y slidos esqus de madera de fresno, flexibles; y las botas, tambin, eran verdaderas botas de esquiar. Doblando una rodilla, Martin se ajust la correa del taln y baj la tensa palanca de la echada lateral. El metal, fro como el hielo, le aguijone los dedos. Cuando se hubo puesto el otro esqu, recogi los mitones de la nieve, se incorpor, pis una o dos veces para cerciorarse de que todo estaba seguro y se lanz hacia adelante. S, se encontraba nuevamente en Rusia. All estaban las esplndidas alfombras de nieve extendidas en el poema de Pushkin que Archibald Moon recitaba tan armoniosamente, salpicando, revelndose en los celajes de su tetrmetro ymbico. Sobre los grvidos abetos resaltaba el cielo, claro y brillante. La nieve desalojada por un grajo que volaba de rama en rama se disipaba en el aire. Martin se desliz por los bosques hasta el claro desde el que, el verano anterior, bajaba hacia el Majestic Hotel. Poda verlo muy lejos, all abajo, con una recta columna de humo color rosa que sala de una de sus chimeneas. Qu tena ese hotel que lo atraa tan poderosamente? Por qu deba precipitarse hacia all otra vez, cuando todo lo que haba visto en el verano era un grupo de veinteaeras inglesas, huesudas y roncas? Pero no caba duda de que el hotel lo llamaba: el sol que se reflejaba en las ventanas le enviaba una silenciosa seal de invitacin. Esa intrusin enigmtica, esa misteriosa insistencia, llegaba a asustar a Martin. Haba visto antes esa seal, expresada por algn detalle del paisaje. Deba bajar hasta all: hubiera sido un error ignorar tales requiebros. La firme superficie comenz a silbar bajo sus esqus, mientras Martin se deslizaba cuesta abajo cada vez ms rpido. Cuntas veces, despus, en su helado cuarto de Cambridge, se desliz as en sueos y, sbitamente, con una sorprendente explosin de nieve, caa y se despertaba. Todo estaba como de costumbre. Poda or el tictac del reloj en la sala de estar contigua. En el suelo un ratn roa un terrn de azcar. Se escuchaba el ruido de pasos por la acera, y luego se desvanecan. Martin giraba en la cama e instantneamente volva a dormirse. A la maana, todava adormilado, escuchaba nuevos ruidos en la sala: la seora Newman andando de aqu para all, moviendo cosas, poniendo carbn en el hogar, rompiendo papeles, encendiendo un fsforo... y al cabo de unos minutos se iba, y el silencio se llenaba placentera y gradualmente con el rumor matinal del fuego encendido. No haba nada especial, despus de todo reflexion Martin, extendiendo el brazo hacia la mesa de noche en busca de cigarrillos. La mayora eran personas maduras, con jerseys. Buen ejemplo de cmo puede engaarte la metafsica. Ah, hoy es sbado: a Londres. Cmo es que Darwin sigue recibiendo cartas de Sonia? Tendr que enfriar el asunto. He hecho bien en dejar la clase de Grzhezinsky. Aqu viene la bruja a despertarme. La seora Newman le trajo el t. Era una mujer mayor, pelirroja, y tena pequeos ojos de zorro. Anoche sali usted sin su toga, seor le hizo notar flemticamente. Tendr que informar de ello a su tutor. Abri las cortinas, dio un breve pero exacto parte meteorolgico y se fue. Martin se puso la bata, descendi la crujiente escalera y golpe a la puerta de Darwin. Darwin, ya lavado y afeitado, estaba comiendo huevos revueltos con tocino. Abierto junto a su plato, estaba el Marshall, un grueso libro de texto de economa poltica. Has recibido otra carta hoy? pregunt speramente Martin. De mi sastre respondi Darwin masticando con avidez. La letra de Sonia no es muy buena observ Martin. Es horrible coincidi Darwin, apurando un trago de caf. Martin camin alrededor de l y se coloc detrs, pas las manos alrededor del cuello de Darwin y comenz a apretar. De todos modos el tocino ya baj dijo Darwin con voz forzosa y afectada. 19 Aquella noche los dos fueron a Londres. Darwin pas la noche en uno de esos acogedores apartamentos de dos habitaciones que proporcionan los clubs de solteros a sus socios; adems, su club era de los ms elegantes y formales de Londres, con sillones mullidos, revistas atractivas y alfombras gruesas y silenciosas. Martin termin el da en casa de los Zilanov, en uno de los cuartos de arriba, ya que Nelly estaba en Reval y su esposo marchaba hacia San Petersburgo. Cuando lleg Martin, no haba nadie en la casa, salvo el mismo Mihail Platonovich Zilanov, que escriba activamente en su escritorio. Era un hombre grueso, robusto, con rasgos trtaros y los mismos ojos oscuros y opacos de Sonia, que usaba invariablemente puos cilindricos desmontables y camisa almidonada. La pechera, abultada, confera a su torso la apariencia de una cpula. Era uno de esos rusos que, despus de

levantarse, lo primero que hacen es ponerse sus pantalones con tirantes; que slo se lavan la cara, la nuca y las manos por la maana, pero lo hacen con gran meticulosidad, y que contemplan su bao semanal como un acontecimiento no exento de cierto riesgo. En su poca haba viajado frecuentemente, era un activo militante de la poltica liberal, conceba la vida como una sucesin de congresos en diversas ciudades, haba escapado milagrosamente a una muerte sovitica, y siempre llevaba consigo un abultado portafolios. Y cuando alguien deca meditativamente: Est lloviendo, qu har con estos libros?, en silencio, inmediatamente y con gran habilidad, l envolva los libros con una hoja de peridico, buscaba entre los papeles de su portafolios, sacaba una cuerda y en un abrir y cerrar de ojos la ataba, cruzndola alrededor del prolijo paquete; proceso que el desafortunado conocido, repartiendo su peso de un pie a otro, observaba con aprensivo altendrissement. Aqu tiene usted, seor, sola decir Zilanov, y tras un presuroso saludo parta hacia Riga, Belgrado o Pars. Siempre viajaba ligero de equipaje, con tres pauelos limpios en el portafolios, y en el vagn del ferrocarril permaneca completamente ajeno a los pintorescos lugares (que el rpido tren atravesaba en un confiado esfuerzo por agradar), sumido en un folleto y escribiendo ocasionalmente alguna nota al margen. Si bien se sorprenda de su falta de atencin por el paisaje, la comodidad y la limpieza, Martin admiraba no obstante a Zilanov por su ajetreado y seco coraje, y siempre que lo vea no poda evitar recordar que aquel hombre tan poco atltico en apariencia y tan falto de elegancia, que probablemente slo jugara al billar y tal vez a los bolos, haba escapado de los bolcheviques arrastrndose por un tubo de desage, y en otra oportunidad se haba batido en duelo con el octubrista Tuchkov. Bienvenido dijo Zilanov, extendiendo una mano atezada. Sintate. Martin se sent. Zilanov volvi a contemplar la hoja de papel a medio llenar que haba sobre su escritorio, tom la pluma, le imparti un movimiento tembloroso y vacilante directamente sobre el papel, antes de convertir el temblor en el veloz rasgueo de la escritura, y luego, simultneamente, devolvi la libertad a su estilogrfica y dijo: Regresarn de un momento a otro. Martin se estir para tomar un peridico que haba sobre una mesa cercana. Result ser uno de esos ejemplares rusos para emigrados, publicado en Pars. Qu tal la facultad? pregunt Zilanov sin levantar la vista del parejo deslizarse de la pluma. Muy bien respondi Martin, dejando el peridico. Cunto tiempo hace que salieron? Zilanov no respondi: la estilogrfica corra a toda marcha. Sin embargo, unos minutos ms tarde volvi a hablar, sin mirar a Martin. Supongo que estars malgastando tu tiempo. Lo nico de que se ocupan aqu las facultades es de le sport. Martin esboz una sonrisa. Zilanov estamp una hoja de papel secante sobre las lneas que haba escrito y dijo: Tu madre no deja de pedirme que le enve informacin adicional, pero no s nada ms. Le escrib desde Crimea en su momento, contndole todo lo que saba. Martin carraspe. Sho vi (qu es eso)? pregunt Zilanov, que haba aprendido esa frase de mal ruso en Mosc. Nada repuso Martin. Me estoy refiriendo a la muerte de tu padre, naturalmente puntualiz Zilanov, mirando con sus ojos opacos a Martin. Si recuerdas, fui yo quien os lo notific en su momento. S, s, lo s dijo Martin, asintiendo apresuradamente con la cabeza. Siempre le daba vergenza que los extraos incluso con buenas intenciones le hablaran de su padre. Nuestro ltimo encuentro est tan claro en mi mente como si hubiera ocurrido ayer continu Zilanov. Nos encontramos casualmente en la calle. Por aquel entonces yo ya haba empezado a ocultarme. En un principio no quise ir hacia l. Pero Sergey Robertovich tena un semblante de enfermo estremecedor. Recuerdo que estaba al corriente de cuanto os ocurra a ti y a tu madre en Crimea. Y un par de das ms tarde fui a verlo, pero ya se estaban llevando el fretro. Martin segua asintiendo con la cabeza, buscando desesperadamente el modo de cambiar de tema. Era la tercera vez que Zilanov le contaba todo aquello, y, en conjunto, su narracin era ms bien plida. Zilanov volvi a su hoja. Su pluma revolote y volvi a escribir. Para matar el tiempo, Martin volvi a coger el peridico, pero en ese preciso instante se oy el ruido de la puerta de entrada y desde el vestbulo lleg el sonido de las voces, el arrastrarse de los pies, y el horrible cloqueo de la risa de Irina.

20 Martin sali a recibir a las mujeres, y, como generalmente ocurra cuando se encontraba con Sonia, de repente tuvo la sensacin de destacarse en relieve contra un fondo oscuro. Lo mismo le haba ocurrido durante la ltima visita de ella a Cambridge (Sonia haba ido con el padre, que lo haba atormentado con preguntas sobre la antigedad de diversas facultades y el nmero de libros que haba en la biblioteca, mientras ella y Darwin rean en silencio por una cosa u otra), y ahora ese extrao entorpecimiento volva a apoderarse de l. Su corbata azul celeste, las afiladas puntas de su fino cuello, su traje cruzado, todo pareca estar en orden, pero sin embargo Martin tena la impresin, bajo la impenetrable mirada de Sonia, de que estaba vestido andrajosamente, de que su cabello estaba despeinado, de que sus hombros parecan los de un empleado de mudanzas, y de que la redondez de su cara era la forma de la estupidez. No menos repulsivos eran sus gruesos nudillos, que ltimamente se haban enrojecido e hinchado, en parte por jugar de guardameta y en parte por las lecciones de boxeo. La slida sensacin de complacencia, en cierto modo vinculada con la fuerza de sus hombros, la frialdad de sus mejillas prolijamente afeitadas y la seguridad de un diente recientemente empastado, todo se desvaneca de inmediato en presencia de Sonia. Y lo que a Martin se le antojaba particularmente tonto era el modo en que se extinguan sus cejas: eran espesas slo en el lugar de su nacimiento y luego, hacia las sienes, adquiran un aspecto de asombrada dispersin. Sirvieron la cena. La seora Pavlov, una mujer regordeta y severa que se pareca a su hermana (pero que sonrea an con menos frecuencia que ella), observaba a Irina con una mirada habitual y discreta, vigilando que su hija comiera decorosamente, sin inclinarse demasiado sobre la mesa y sin pasar la lengua por el cuchillo. Zilanov lleg unos momentos ms tarde, de un modo rpido y enrgico introdujo una punta de su servilleta bajo el cuello de su camisa y, levantndose apenas de la silla, alcanz un panecillo que haba al otro lado de la mesa, lo reban en dos y lo unt con mantequilla. Su mujer lea una carta de Reval, y, sin dejar de leer, le dijo a Martin: Srvete. A la izquierda de Martin, Irina, inquieta, se rascaba una axila y emita sonidos de entusiasmo dirigidos al cordero fro. A la derecha estaba sentada Sonia, cuya forma de servirse sal con la punta del cuchillo, el brillo spero de su pelo negro y corto, y el hoyuelo en su plida mejilla, lo irritaban inevitablemente. Despus de cenar, hubo una llamada telefnica de Darwin, quien sugiri que fueran a bailar. Al principio Sonia se mostr esquiva, pero luego acept. Martin fue a cambiarse de ropas y ya estaba ponindose los calcetines de seda cuando a travs de la puerta Sonia le dijo que estaba cansada y que despus de todo no ira. Media hora ms tarde lleg Darwin, muy alegre, muy grande y elegante, con su sombrero de copa ladeado y entradas para un costoso saln de baile en el bolsillo. Martin le dijo que Sonia haba perdido el entusiasmo y se haba ido a acostar, y entonces Darwin bebi una taza de t tibio, bostez de un modo casi natural y dijo que en este mundo todo era para bien. Martin saba que haba viajado hasta Londres con el solo propsito de ver a Sonia, y cuando Darwin, con su sombrero de copa y su abrigo de etiqueta ya innecesarios, se fue silbando calle abajo, Martin se sinti muy dolido por l. Cerr suavemente la puerta de la calle y subi a su dormitorio. Sonia se desliz de su cuarto y fue a encontrarlo en el pasillo. Llevaba un kimono y pareca muy baja con sus chinelas sin tacn. Se fue? pregunt. Ha estado muy mal de tu parte coment Martin en un susurro, sin detenerse. Podras haberlo retenido dijo ella, siguindole y agregando inmediatamente: Ya s lo que har. Bajar, lo llamar por telfono e iremos a bailar. Eso har. Sin responder, Martin se encerr en su cuarto dando un portazo, se cepill los dientes disgustado, abri la cama con furia, como si quisiera echar a alguien de ella, y, dando un golpe asesino al interruptor de la luz, se cubri con las frazadas hasta la cabeza. Pero algunos minutos despus, el espesor de las mantas no le impidi or los pasos de Sonia caminando aprisa por el corredor ni el cerrarse de su puerta: era posible que hubiera bajado realmente y hubiera telefoneado? Escuch atentamente, y, tras un nuevo perodo de silencio, volvieron a orse los pasos de la muchacha, slo que ahora tenan un sonido diferente, ms leve, casi etreo. Martin no pudo contenerse, sali al pasillo y alcanz a ver a Sonia balancendose escaleras abajo con un vestido de color flamenco, un abanico de plumas en la mano y algo brillante envolviendo su cabello negro. Haba dejado la puerta de su cuarto abierta y la luz encendida. En la habitacin perduraba una nubcula de polvo, como el humo que sigue a un disparo; una media yaca muerta bajo una silla; y las abigarradas entraas del guardarropas se haban derramado sobre la alfombra. En vez de alegrarse por su amigo, Martin se sinti herido. Todo estaba en silencio; slo se oan los ronquidos que provenan del dormitorio principal. Maldita sea, murmur Martin, y

por un rato se debati pensando si deba unirse a ambos en el saln de baile. Despus de todo, haba tres entradas. Se vio subiendo raudamente la suntuosa escalera, calzado con sus escarpines, luciendo su smoking y su camisa de seda con puntillas (tal como las llevaban los dandies ese ao). El ardor de la msica brotaba de las puertas abiertas. La caricia gil y tierna de una suave pierna de muchacha, cediendo paso y no obstante apretndose contra uno, el fragante cabello junto a los labios, una mejilla que deja restos de maquillaje sobre la sedosa solapa: todas estas banalidades inmemoriales conmovieron profundamente a Martin. Goz bailando con una bella desconocida, disfrut la charla casta y vacua, a travs de la cual se escucha atentamente ese algo vago y hechizante que penetra en uno y en la joven, que se prolonga en un par de piezas ms y luego, no encontrando solucin, se desvanece para siempre y se olvida por completo. Pero mientras el encierro de los cuerpos no se ha roto, es cuando comienzan a cobrar forma los contornos del affaire amoroso y el boceto lo incluye ya todo: el repentino silencio entre dos personas en algn cuarto de luz escasa, el hombre que con dedos temblorosos coloca cuidadosamente en el borde de un cenicero el cigarrillo recin encendido pero ya incmodo, la mujer que cierra lentamente los ojos como en una escena filmada, la arrabatadora penumbra y en ella un punto de luz, una lustrosa limousine desplazndose velozmente a travs de la noche lluviosa, y de repente una terraza blanca y el deslumbrante rielar del mar, y Martin diciendo suavemente a la muchacha que haba atrado hasta all: Tu nombre... cul es tu nombre? La sombra de las hojas juguetea en el luminoso vestido de la joven. Ella se incorpora y se va. El rapaz croupier se lleva las ltimas fichas de Martin, a quien no le queda ms que hundir las manos en los bolsillos vacos del smoking y descender lentamente hacia el jardn del casino y, despus, alistarse como estibador... pero all vuelve a aparecer ella, en el yate de alguna otra persona, esplndida, sonriente, arrojando monedas al agua. Es curioso dijo Darwin una noche, mientras l y Martin salan de un pequeo cine de Cambridge, todo es indudablemente pobre, vulgar y casi trivial, y sin embargo hay algo excitante en torno a esa espuma voladora, la femme fatale del yate, el andrajoso y arruinado macho tragndose las lgrimas. Es muy lindo viajar dijo Martin. Me gustara viajar muchsimo. Aquel fragmento de conversacin, sobreviviendo por azar a una noche de abril, volvi a Martin cuando, a principios de las vacaciones de verano, ya en Suiza, recibi una carta de Darwin desde Tenerife. Tenerife: por Dios, qu palabra encantadora (y esmeralda)! Era de maana. Marie, con el semblante desastrosamente deteriorado y una apariencia general curiosamente hinchada, estaba arrodillada en un rincn, escurriendo el trapo de piso en el balde. Sobre las montaas pasaban grandes nubes blancas, enganchndose en los picos, y de tanto en tanto algunos filamentos de humo descendan por las laderas, sobre las cuales la luz cambiaba continuamente por el flujo y reflujo del sol. Martin sali al jardn, donde su to Enrique, que llevaba un enorme sombrero de paja, estaba conversando con el cura de la villa. Cuando el cura, un hombrecito que constantemente se ajustaba las gafas con el pulgar y el ndice de la mano izquierda, hizo una profunda reverencia y, con un leve susurro de su sotana negra, se alej caminando junto a la resplandeciente pared blanca y trep a su cabriol, acoplado a un gordo caballo blancorrosado con manchas de color mostaza, Martin dijo: Todo es hermoso aqu, y yo adoro esta regin, pero, tal vez, slo por un par de semanas, me gustara hacer un viaje a alguna parte... Las Islas Canarias, por ejemplo. Qu locura, qu locura contest con temor el to Enrique, y el bigote se le eriz levemente. Tu madre, que te ha esperado con tanta ansiedad, que est tan contenta de que te quedes hasta octubre... y de pronto t te vas... Podramos ir todos juntos sugiri Martin. Quelle folie insisti el to Enrique. Ms adelante, cuando finalices tus estudios, no me opondr. Siempre he pensado que los jvenes deben conocer el mundo. Recuerda que tu madre est recobrndose recin ahora de las emociones que ha sufrido. No, no, no. Martin se encogi de hombros y, con las manos en los bolsillos de sus shorts, vag por la huella que llevaba a la cada de agua. Saba que su madre lo esperaba en la gruta sombreada por los alerces: se haba sido el acuerdo. Ella acostumbraba a salir a caminar muy temprano y, no queriendo despertar a Martin, le dejaba una nota: En la gruta a las diez o Junto a la cascada del camino a Ste. Claire. Sin embargo, aun sabiendo que ella lo esperaba, sbitamente Martin cambi de direccin, dej la huella y empez a trepar a travs de la bermejuela. 21 La ladera se haca cada vez ms escarpada, el sol se haba tornado abrasador, las moscas trataban de posarse insistentemente en sus ojos y sus labios. Al llegar a un crculo de

abedules, descans, fum un cigarrillo, se ajust las medias sport y continu la ascensin, masticando una hoja de abedul. La bermejuela estaba resbaladiza y crujiente. De vez en cuando Martin se enredaba un pie en los arbustos bajos y espinosos. En la cima de la pendiente fulguraba un macizo de rocas, por entre las cuales corra una grieta. Esta se extenda hacia l y estaba llena de pequeos despojos de piedra que se movan cuando l la pisaba. Aquel no era buen camino para alcanzar la cima, de modo que Martin comenz a trepar directamente hacia la cara de las rocas. Ocasionalmente algunas de las races o trozos de musgo a los que se aferraba se desprendan de la piedra y l buscaba ansiosamente un apoyo para su pie, o era el soporte de su pie el que ceda y Martin quedaba colgando de las manos y deba esforzarse penosamente para subir. El pico estaba casi al alcance de su mano cuando de repente el resbal y empez a deslizarse, aferrndose a los mantojos de flores silvestres; perdi su asidero, sinti un dolor quemante en la rodilla raspada contra la roca, intent abrazar la pendiente que se deslizaba bajo su cuerpo... cuando, abruptamente, la salvacin rebot contra sus suelas. Se encontr sobre una cornisa. Hacia la derecha se estrechaba y emerga en un risco, pero hacia la izquierda se la vea avanzar un par de metros antes de girar en una esquina: lo que ocurra ms all era desconocido. La situacin de Martin se asemejaba a la puesta en escena de las pesadillas. Permaneci inmvil, apretndose estrechamente a la roca contra la que haba golpeado su pecho al caer, sin atreverse a despegarse de ella. Esforzndose en mirar por encima del hombro, vio un gigantesco precipicio bajo sus talones, un abismo iluminado por el sol, y, en sus profundidades, varios abetos separados que corran atemorizados hacia el bosque descendente, y, ms abajo an, las onduladas praderas y el diminuto hotel blanco como el marfil. De modo que ste era su mensaje, pens Martin agitado por un supersticioso temblor. Voy a caerme, morir, por eso est el hotel all. Por eso... por eso... Era tan aterrador mirar hacia el precipicio como hacia el risco vertical que se elevaba sobre l. Un espacio del ancho de un estante para libros bajo sus pies y un saliente en la pared del tamao de un botn al que se agarraban sus dedos era todo lo que Martin retena del mundo al que se haba acostumbrado. Senta vrtigo, languidez, un miedo enfermizo, y sin embargo, al mismo tiempo se vea a s mismo desde afuera, observando con inusitada lucidez su camisa de franela con el cuello abierto, su torpe posicin sobre el borde, el abrojo que se haba adherido a su media y la mariposa totalmente negra que flotaba con envidiable indiferencia, como un diablillo silencioso, y comenzaba a elevarse junto a la cara de la roca. Y, aunque no haba nadie all ante quien hacer alardes, Martin se puso a silbar. Despus se prometi solemnemente que no prestara atencin a la invitacin del abismo y comenz a desplazar lentamente un pie, movindose hacia la izquierda. Ah, si uno tan slo pudiera saber qu haba ms all del recodo donde se perda la cornisa! La rocosa pared pareca oprimirse contra su pecho, empujndolo hacia el precipicio, cuyo aliento impaciente Martin poda sentir en la espalda. Sus uas se hundan en la piedra, la piedra estaba caliente, los penachos de flores eran de un azul intenso, una lagartija traz un fugaz nmero ocho incompleto y volvi a inmovilizarse, las moscas cosquillearon en su rostro. A cada instante Martin deba detenerse, y se oa quejarse No puedo ms, no puedo, y, cuando se sorprenda hacindolo, sus labios comenzaban a modular una rudimentaria meloda, un fox-trot o la Marsellesa. Despus se humedeca los labios y, de nuevo quejndose, prosegua su avance lateral. Slo quedaba poco menos de un metro hasta el recodo, cuando algo comenz a desmoronarse bajo la suela de su zapato. No pudo evitar volver la mirada y en el soleado vaco la mancha blanca del hotel inici una lenta rotacin. Martin cerr los ojos y se qued quieto, pero luego control su nusea y volvi a moverse. En el recodo dijo rpidamente: Por favor, te lo ruego, por favor. Y su ruego fue inmediatamente satisfecho: al otro lado del recodo la cornisa se ensanchaba, transformndose en una plataforma, y ms all estaba el familiar pedregal y la ladera cubierta por la bermejuela. All recobr el aliento. Su cuerpo entero vibraba y le dola. Sus uas se haban puesto de color rojo oscuro, como si hubiera estado recogiendo fresas; la rodilla que se haba araado le arda. El peligro que acababa de vivir le pareca ms real que aquel con que se haba topado en Crimea. Ahora se senta orgulloso de s mismo, pero el orgullo perdi todo su sabor cuando Martin se pregunt si podra volver a realizar, esta vez deliberadamente, lo que haba realizado por accidente. Al cabo de unos das cedi y volvi a trepar la ladera de bermejuela, pero, cuando lleg a la plataforma de donde naca la cornisa, no logr decidirse a poner los pies en ella. El hecho lo enfureca. Trat de darse nimos, de azuzar su propia cobarda, imagin que Darwin lo miraba con una sonrisa burlona en los labios... Permaneci all durante unos minutos, despus se encogi de hombros y emprendi el regreso, haciendo lo posible por ignorar al matn que rabiaba en su interior. Una y otra vez,

hasta el final mismo de sus vacaciones, el bravucn se hizo presente, insultndolo tan ofensivamente que Martin opt por no subir ms a aquella montaa, para evitar el tormento que le provocaba la vista del estrecho anaquel que no se atreva a pisar. En octubre regres a Inglaterra con una corrosiva actitud de autodesprecio. Desde la estacin fue directamente a visitar a los Zilanov. La criada que le abri la puerta era nueva, y ese hecho era desagradable, pues le daba la sensacin de haber llegado a una nueva casa desconocida. Sonia, toda vestida de negro, se detuvo en el centro de la sala acaricindose las sienes y extendi la mano en un gesto franco y rgido, tal como era su costumbre. Martin repar sorprendido en que durante sus vacaciones no haba pensado ni una sola vez en ella, y ni una sola vez le haba escrito, pero tambin en que de todos modos hubiera valido la pena hacerlo, habiendo hecho un viaje tan largo, aunque slo fuera para evitar la vergenza que ahora senta al mirar el rostro plido y triste de la chica. Probablemente no te hayas enterado de nuestra desgracia dijo Sonia en un tono sombro, vinculado a que la semana anterior, el mismo da, haban recibido la noticia de que Nelly haba muerto al dar a luz en Brindisi, y de que haban matado a su esposo en Crimea. Ah, entonces dej a Yudenich para unirse a Wrangel coment vanamente Martin, y con excepcional claridad se represent al esposo de Nelly, a quien slo haba visto una vez, y a Nelly misma, que en aquella oportunidad le haba parecido aburrida e inspida y que ahora haba ido a morir a Brindisi. Mam est en un estado lamentable dijo Sonia hojeando un libro abandonado sobre el sof. Despus de un rato, separando varias pginas con el pulgar y dejndolas caer rpidamente en abanico, agreg: Y pap ha estado viajando en secreto Dios sabe por qu lugares, posiblemente tan lejos como hasta Kiev. Martin se sent en un silln restregndose las manos. Sonia cerr bruscamente el libro y levantando la mirada declar: Darwin ha estado perfecto, sencillamente perfecto. Ha sido una gran ayuda para nosotros. Tan conmovedor, y ni una palabra de ms. Te quedars a pasar la noche? En realidad repuso Martin, podra ir a Cambridge esta misma noche. Seguramente os incomodar alojarme y todo lo dems. No, qu tontera dijo Sonia suspirando. Desde las habitaciones de abajo lleg hasta ellos el gong de la cena y su sonido contrast con la atmsfera de duelo que predominaba en la casa. Martin fue a lavarse las manos. Al entrar al lavabo se top con Zilanov, que no sola echar el cerrojo a la puerta. Mir a Martin con sus ojos opacos, mientras sin prisa alguna se abotonaba la bragueta. Reciba usted mi ms sentido psame murmur Martin, y choc estpidamente sus tacones. Zilanov dej caer los prpados en seal de agradecimiento y estrech la mano de Martin. El hecho de que esto ocurriera en el umbral del lavabo acentuaba lo absurdo del apretn de manos y las palabras convencionales. Zilanov se alej lentamente, agitando sus muslos como si tratara de sacudir algo entre ellos. La nariz de Martin, como su dueo not frente al espejo, estaba arrugada por la afliccin. Despus de todo, no tena ms remedio que decir algo murmur entre dientes. La cena transcurri en silencio, si no se tiene en cuenta el eterno sorber con que Zilanov tomaba la sopa. Irina y su madre estaban en un sanatorio de los suburbios, y la seora Zilanov no baj a cenar, de modo que comieron ellos tres solos. Son el telfono y Zilanov march hacia su estudio masticando por el camino. S que no te gusta el cordero dijo Sonia en voz baja, y Martin esboz en silencio una leve sonrisa. Va a venir Iogolevich anunci Zilanov, retomando su lugar en la mesa. Acaba de regresar de San Petersburgo. Alcnzame la mostaza. Dice que ha cruzado la frontera envuelto en una mortaja. Sobre la nieve es menos llamativo dijo Martin un momento ms tarde para mantener la conversacin, pero la conversacin no continu. Aleksandr Naumovich Iogolevich result ser un hombre grueso y barbudo, vestido con un chaleco gris y un rado traje negro con caspa sobre los hombros. La caa de sus botines de un tejido negro estaba separada en el centro y los lazos de sus calzoncillos largos se destacaban bajo los calcetines cados. El modo en que ignoraba por completo los objetos inanimados (como el brazo del silln que golpeaba mecnicamente con la palma de la mano, o el ancho libro sobre el que se haba sentado sin darse cuenta, que luego haba quitado sin sonrer siquiera y que haba puesto a un lado sin mirarlo) indicaba una secreta afinidad con Zilanov. Asintiendo con su gran cabeza rizada, slo responda con un breve chasquido de lengua a las nuevas de la sensible prdida de su amigo. Pasndose luego la palma de la mano por el rostro curtido, sin preliminar alguno, se lanz a contar su propia historia. Era

obvio que la nica cosa que llenaba su conciencia, la nica cosa que lo preocupaba y afectaba, era el desastre de Rusia, y Martin pens con agrado en lo que ocurrira si l interrumpiera el tormentoso y tenso relato de Iogolevich para contar la ancdota del estudiante y la prima. Sonia permaneca sentada algo apartada, con los codos apoyados en las rodillas y la cara en las palmas. Zilanov mantena un dedo extendido junto a la nariz, y ocasionalmente lo apartaba para decir: Disclpeme, Aleksandr Naumovich, pero cuando usted hace referencia a... Iogolevich se interrumpa durante un instante, parpadeaba, continuaba su cuento con un constante y notorio movimiento de sus rasgos groseros e incesantemente cambiantes cejas hirsutas, las ventanas de su nariz con forma de pera, los pliegues de sus barbadas mejillas y tampoco sus manos con vello en las falanges descansaban un solo instante : tomaban algo, lo echaban al aire, volvan a cogerlo, lo meneaban en todas direcciones, y todo ese tiempo, acaloradamente, en una constante verborragia, hablaba de ejecuciones, de hambre, de que San Petersburgo se haba transformado en un desierto, del rgimen de maldad, estupidez y barbarie. Se fue despus de medianoche y, volvindose bruscamente en el umbral de la puerta, pregunt cunto costaban en Londres las kaloshi (chanclos de goma). Despus de cerrar la puerta, Zilanov se qued inmvil, absorto en sus pensamientos, y subi a ver a su esposa. Tres minutos despus, son el timbre de la puerta de calle: Iogolevich haba regresado; no saba el camino hacia la estacin del metro. Martin ofreci llevarlo hasta all y, mientras marchaba a su lado, se esforz por encontrar un tema de conversacin. Recurdale a tu padre dijo de repente Iogolevich que casi olvid que Maksimov est impaciente por recibir el artculo con las impresiones de su visita al Ejrcito de Voluntarios del Sur. El sabr de qu se trata. Slo dselo. Maksimov ya le ha escrito antes. Desde luego repuso Martin; estuvo a punto de agregar algo pero desisti. Retorn a la casa lentamente, imaginando ahora a Iogolevich cruzando la frontera envuelto en un sudario y luego a Zilanov con su portafolios en una estacin de tren derruida bajo el estrellado cielo ucraniano. La casa estaba en silencio cuando subi a su cuarto. Bostez varias veces mientras se desvesta. Senta una vaga y extraa angustia. La lmpara de la mesa brillaba con una luz pareja, la ancha cama se vea suave y blanca. La sirvienta haba sacado de la valija su bata de dormir de lustrosa seda azul, que colgaba atractivamente en el silln. Con sbito disgusto se dio cuenta de que en la sala haba dejado olvidado un libro que le haba interesado vivamente y que haba reservado con satisfaccin para leer en la cama. Se enfund la bata de dormir y baj al segundo piso. El libro era un maltratado volumen de cuentos de Chejov. Lo encontr por algn motivo el libro estaba en el suelo y regres a su dormitorio. Pero la congoja no se disip, si bien Martin era de esas personas para quienes leer un buen libro antes de dormir es algo que esperan durante todo el da. Tras recordar, entre sus ocupaciones de rutina, que sobre la mesa de noche los aguarda un libro en total seguridad, tales personas sienten una ola de felicidad inexpresable. Martin empez a leer escogiendo el cuento que conoca, que adoraba y que podra leer cien veces seguidas: La dama del perrito. Ah, qu encantadoramente perda ella sus gemelos de teatro entre la multitud del muelle de Yalta! Y entonces, sin razn aparente, Martin comprendi qu era lo que tanto lo turbaba. En ese cuarto, un ao atrs, haba dormido Nelly, y ahora estaba muerta. Qu tontera murmur, y trat de continuar la lectura, pero le result imposible. Record aquellas noches lejanas en que esperaba que el fantasma de su padre hiciera algn sonido en un rincn. El corazn de Martin comenz a latir aprisa, la cama se torn calurosa e incmoda. Imagin cmo morira l mismo algn da, y sinti como si el cielo raso bajara hacia l lenta e inexorablemente. Algo empez a tamborilear rpidamente en la parte ms oscura de la habitacin, y su corazn dio un brinco. Pero no era ms que un poco de agua que haba cado sobre el lavabo y ahora goteaba sobre el linleo. Qu extrao sin embargo: si los fantasmas existan, entonces todo estaba muy bien, puesto que eso probaba que las almas podan moverse despus de la muerte. Por qu entonces era tan atemorizador el hecho? Cmo habr de morir yo?, pens Martin, y se dedic a pasar revista mentalmente a diversos tipos de muerte. Se vio frente a un paredn, inhalando todo el aire que sus pulmones podan albergar, esperando la andanada de proyectiles de fusil y aferrndose con salvaje desesperacin al minuto presente, a aquel cuarto iluminado, a la noche suave, la despreocupacin, la seguridad. Luego siguieron las enfermedades temibles, enfermedades que le desgarraban las visceras. O bien poda ser un accidente de tren. O, sencillamente, la lenta dilacin de la vejez y la muerte durante el sueo. O un bosque oscuro y una persecucin. Pavadas!, pens Martin, an me queda mucho tiempo. Adems, cada ao representa toda una poca. Por qu preocuparse? Aunque tal vez Nelly est aqu, mirndome. Har quizs ahora en este instante alguna seal? Consult el reloj; eran cerca de las dos. La tensin estaba volvindose insoportable. El silencio pareca esperar: el

sonido distante de la bocina de un automvil hubiera llegado a ser un xtasis. El nivel de silencio sigui ascendiendo y de pronto se derram al llegar al extremo mximo: alguien, en puntas de pie, caminaba descalzo por el corredor. Ests despierto? fue la pregunta susurrada que lleg desde el otro lado de la puerta. La contraccin de su garganta impidi que por un instante Martin respondiera. Ella se desliz dentro de la habitacin, apoyando suavemente los dedos del pie y luego el taln. Llevaba un pijama amarillo, sus negros cabellos estaban desordenados. Se qued quieta durante uno o dos instantes, parpadeando tras sus opacas ondas. Martin, incorporado en la cama, sonri tontamente. Ni pensar en dormir dijo Sonia con voz extraa. Estoy sobresaltada. Atemorizada. Y, encima de todo, los horrores de que habl Iogolevich! Por qu ests descalza, Sonia? Quieres mis pantuflas? Sonia neg con la cabeza, hizo un mohn de tristeza, se sacudi el pelo y ech una vaga mirada a la cama de Martin. Allez hop dijo Martin, palmeando el cobertor en el extremo del lecho. Sonia trep a la cama. Primero se arrodill, despus se desplaz lentamente y finalmente se acurruc sobre el cobertor en el ngulo que formaba el pie de la cama con la pared. Martin tir de la almohada que tena bajo la cabeza para ponerla detrs de la espalda de Sonia. Spasibo (gracias) respondi ella quedamente: la forma de la palabra slo pudo descubrirse por el movimiento de sus labios gruesos y plidos. Ests cmoda? le pregunt Martin nerviosamente, encogiendo las piernas como para no estorbarla. Pero en seguida volvi a inclinarse hacia adelante, y, tomando de una silla cercana su bata de cama, cubri con ella los pies desnudos de la joven. Dame un cigarrillo pidi Sonia tras un minuto de silencio. De su cuerpo emanaba una delicada onda de calor; una fina cadenita de oro rodeaba su adorable cuello. Aspir el humo entrecerrando los ojos y alcanz el cigarrillo a Martin. Es muy fuerte dijo apenada. Qu has hecho este verano? inquiri Martin, esforzndose por ocultar algo oscuro, que era loco e inconcebible y que incluso le provocaba un temblor febril. Nada en especial. Fuimos a Brighton suspir, y aadi: Vol en hidroavin. Y yo casi me mato confes Martin. S, casi, casi. En alta montaa. Trepando por una roca. Perd mi asidero. Me salv por milagro. Sonia sonri enigmticamente y dijo: Sabes, Martin, ella afirmaba siempre que lo ms importante en la vida era que cada uno cumpliera siempre con su deber sin pensar en nada ms. Es un concepto muy correcto, no? S, posiblemente contest Martin, extinguiendo en el cenicero el cigarrillo sin terminar. Posiblemente. Pero un poco aburrido a veces. Oh, no, nada de eso... No lo entiendes, ella no se refera al trabajo, ni a ningn empleo, sino a una especie de... Bueno, a esa clase de cosas que tienen una importancia interior. Hizo una pausa, y Martin la vio estremecerse bajo su ligero pijama. Tienes fro observ Martin. S, creo que s. Y se era el deber a cumplir. Pero algunos, yo, por ejemplo, no tienen tal cosa adentro. Sonia dijo Martin, querras tal vez...? Levant una punta de las frazadas, y ella se puso de rodillas, avanzando lentamente en direccin a l. Y me parece prosigui Sonia mientras se deslizaba bajo las ropas de cama, que Martin, sin prestar atencin a lo que ella deca, corri sobre los cuerpos de ambos, me parece que mucha gente no sabe esto, y por no saberlo... Respirando hondo, Martin la abraz y peg sus labios a la mejilla de ella. Sonia le aferr la mueca y salt de la cama en el acto. Dios mo! exclam. Dios mo! En sus ojos oscuros brillaron lgrimas, y en un instante toda su cara estuvo mojada y surcada por las largas y brillantes franjas que caan por sus mejillas. Oh, por favor, por favor, no... Yo solamente... Oh, no s, oh, Sonia... murmuraba insistentemente Martin, sin atreverse a tocarla, enloquecido ante la idea de que la muchacha pudiera empezar a gritar despertando a toda la familia. Cmo no te diste cuenta? se lament Sonia. Cmo no te diste cuenta de que ste era el modo en que yo sola venir a ver a Nelly, y las dos nos quedbamos charlando hasta el amanecer? Dio media vuelta y abandon la habitacin llorando. Martin permaneci sentado en el desorden de mantas con una desamparada expresin de disculpa en el rostro. Sonia cerr la

puerta al salir, pero volvi a abrirla y asom la cabeza: Idiota dijo de un modo totalmente calmo y formal, a lo cual sigui el rumor de sus pies descalzos alejndose por el corredor. Martin se qued mirando la puerta blanca durante un rato. Despus apag la luz e intent dormir. Le pareci imposible. Pens que debera vestirse al alba, hacer el equipaje y dejar en silencio la casa para ir directamente a la estacin. Por desgracia se durmi en medio de estas reflexiones y despert a las nueve menos cuarto. Habr sido todo un sueo, quiz?, se dijo con un resto de esperanza, pero de inmediato sacudi la cabeza y acongojado por su penosa vergenza se pregunt cmo hara para enfrentarse a Sonia despus de aquello. Tuvo una maana desafortunada: cuando se precipit al cuarto de bao para ducharse, all, frente al lavabo, estaba Zilanov, con sus cortas piernas enfundadas en un pantaln negro y muy separadas entre s y su torso robusto bajo una camiseta de franela, e inclinado hacia adelante, frotndose las mejillas y la frente hasta que la piel rechinaba, resoplando bajo el chorro del grifo, apretndose de a una por vez las aletas de la nariz, desocupando toscamente sus fosas nasales, y tosiendo. Entra, entra, yo ya termino exclam el hombre y, cegado por el agua, goteando, y contrayendo los brazos como si fueran un par de alas cortas, se escabull hacia su cuarto, donde prefera guardar su toalla. Luego, algunos minutos ms tarde, mientras Martin bajaba las escaleras hacia el comedor para tomar su taza de cicuta, se top con la seora Zilanov: el rostro de la mujer, lvido e hinchado, tena un aspecto horrible, y Martin se sinti asustado y confundido, no atrevindose a pronunciar gastadas palabras de compasin, pero no conociendo otras con que reemplazarlas. Reconociendo su silencio, la seora Zilanov llev sus brazos a los hombros de Martin, lo bes en la frente, y haciendo con la mano un gesto de resignacin march hasta el fondo del corredor, donde su esposo le coment algo de un pasaporte, con un tono de voz inesperadamente tierno, del que haba parecido totalmente incapaz. Sonia encontr a Martin en el comedor, y lo primero que dijo fue: Te perdono, porque eres suizo, y la palabra cretino es una palabra suiza. Tenlo en cuenta. Martin haba pensado explicarle que l no haba tenido en absoluto malas intenciones, lo cual en el fondo era cierto, que todo lo que haba querido era estar ms cerca de ella y besarla en la mejilla... pero Sonia pareca tan malhumorada y triste en su vestido negro que a Martin le pareci mejor callar. Pap parte hoy hacia Brindisi dijo ella finalmente. Gracias a Dios, al fin le dieron el visado. Observaba como censurando la escasamente contenida avidez con que Martin, siempre voraz por las maanas, devoraba los huevos fritos. Martin se dijo que no deba perder tiempo, que el da prometa ser complicado, con el ritual de la despedida y todo lo dems. Ha telefoneado Darwin agreg Sonia. 23 Darwin hizo su aparicin con la precisin de la comedia: inmediatamente despus del comentario de Sonia, como si hubiera estado aguardando entre bastidores. El sol de la playa haba quemado su cutis como un rosbif; llevaba un esplndido traje gris plido. El recibimiento de Sonia le pareci demasiado lnguido a Martin. A l, Darwin lo abraz fuertemente, lo golpe en un hombro, y en el pecho, preguntndole con insistencia por qu no le haba comunicado su llegada. De hecho, aquel da el Darwin de ordinario indolente exhiba una energa sin precedentes. En la estacin de Liverpool Street tom el bal de un desconocido que cargaba un mozo de cordel y lo llev sobre la nuca haciendo equilibrio. En el coche saln, a mitad de camino entre Londres y Cambridge, despus de echar un vistazo a su reloj, llam al revisor, le entreg un billete y tir solemnemente del freno de emergencia. El tren gimi agnicamente y se detuvo, mientras Darwin explicaba a todos los presentes que haba nacido exactamente veinticuatro aos atrs. Al da siguiente, uno de los peridicos ms dinmicos comentaba el hecho en un artculo, con el llamativo encabezamiento: JOVEN ESCRITOR DETIENE UN TREN EN SU CUMPLEAOS. A todo esto, Darwin haba sido llamado por su tutor, a quien ahora trataba de hipnotizar con un detallado informe del mercado de caballos, cules eran las mejores razas y cmo se los criaba. El mismo desaliento recibi a Martin en su cuarto. Se escuchaba el mismo dilogo de siempre entre los campanarios, y del mismo y repetido modo Vadim insistira con una muestra del mismo alfabeto ruso, en rima, cuyo primer verso consista en un tema didctico de inters general (Armenia es la aficin a cazar y pescar o Balones jams se hacen con ladrillos) y cuyo segundo verso, igualmente didctico, empezaba con la misma letra, pero no

guardaba relacin con el primero y era notoriamente ms grosero. Sin embargo Archibald Moon, si bien en cierto sentido segua siendo el mismo, pareca diferente: Martin no pudo atrapar su antiguo atractivo. Moon le dijo que durante el verano haba logrado completar otras diecisis pginas de su historia de Rusia, diecisis pginas ntegras. Explic que haba podido llevar a cabo tanto por haber dedicado cada hora de los largos das de verano a trabajar, y a medida que lo deca haca con los dedos un gesto que representaba la elasticidad y el escarceo de cada una de las frases que haba creado. Martin pareci discernir un s es no es extremadamente depravado en su gesto, y escuchar la rica exposicin de Moon fue como masticar un pastel espeso y gomoso, espolvoreado con azcar impalpable. Por primera vez Martin se sinti ofendido en carne propia por el tratamiento que Moon haca de Rusia, como si fuera un artculo de lujo y sin vida. Cuando se lo confes a Darwin, Darwin se rio, negando con la cabeza, y dijo que Moon se comportaba de ese modo debido a su tendencia al uranismo. Aquello requera mayor atencin, pero despus de una ocasin en que sin ninguna justificacin Moon acarici con dedos temblorosos el cabello de Martin, Martin dej de visitarlo, y saltaba silenciosamente por la ventana, descendiendo por el tubo de desage hasta la vereda, cada vez que escuchaba aquella ansiosa y solitaria llamada en la puerta de su cuarto. No obstante, sigui asistiendo a las clases de Moon, pero ahora al estudiar literatura rusa se esforzaba por borrar de su odo las inflexiones de Moon, que seguan persiguindolo, especialmente en el ritmo de los poemas. Termin pasndose a la clase de otro maestro, el grande y viejo profesor Stephens, cuyas interpretaciones de Pushkin y Tolstoi eran tan honestas como pesadas, y que hablaba ruso de un modo entrecortado, como si ladrara, y con el frecuente agregado de expresiones polacas y servias. Aun as, a Martin le llev un buen tiempo desligarse de Moon definitivamente. Recordaba con involuntaria admiracin el talento artstico de las exposiciones del profesor, pero al momento siguiente perciba con la vividez de la realidad la imagen de Moon llevndose a su cuarto un sarcfago con una momia rusa. Finalmente Martin consigui librarse de l por completo, a la vez que se apropiaba de algn que otro elemento, pero convirtindolo en propiedad suya, y despus, por fin, las voces de las musas rusas empezaron a sonar con toda su pureza. A veces vea a Moon en la calle, en compaa de un hermoso joven, regordete y de abundante cabello rubio, que impresionaba a las muchachas en las obras de Shakespeare que se representaban en la universidad, durante las cuales Moon se derreta con tierna emocin en una de las butacas de platea, y, junto con otros aficionados, trataba de hacer callar a Darwin, quien, en una pose de fingido xtasis, estallaba en payasescos aplausos en los momentos menos oportunos. Pero Martin haba ajustado cuentas tambin con Darwin. Ocurra que a veces Darwin se iba a Londres solo, y Martin se pasaba la noche del sbado, hasta la madrugada, sentado en la sepulcral succin de la chimenea, y persistentemente, salvajemente, como si se apretara una muela dolorida, imaginndose a Sonia y a Darwin en un automvil oscuro. Cierta vez, no pudiendo soportarlo ms, se fue a Londres, para concurrir a un baile al que no haba sido invitado, y recorri los salones con la impresin de estar muy plido y rgido, pero despus descubri por casualidad en un espejo el reflejo de su cara redonda y rosada con un chichn en la frente, producto de una zambullida en busca del baln que llevaban dos pies a la carrera el da anterior. Al rato, llegaron: Sonia vestida como una gitana, aparentemente sin recordar que menos de cuatro meses atrs haba muerto su hermana; y Darwin vestido como un ingls de una novela del continente: con un traje de grandes cuadros, un casco tropical con un pauelo para proteger la nuca del sol pompeyano, una gua Baedeker bajo el brazo y pelirrojas patillas. Haba msica, haba serpentinas, haba abundancia de confetti, y por un frentico instante Martin se sinti como tomando parte de un sutil drama de mscaras. Ces la msica. Desconociendo el obvio deseo de Darwin de estar a solas con Sonia, Martin subi al mismo taxi que ellos. Cuando un casual rayo de luz penetr en el taxi, le pareci ver que Sonia y Darwin iban cogidos de la mano y trat de convencerse miserablemente de que slo se trataba de una ilusin de luz y sombras. Ms deprimentes an eran las ocasiones en que Sonia iba a Cambridge: Martin se senta despreciado, imaginaba que constantemente ellos trataban de desprenderse de l. Su segundo verano en Suiza incluy la derrota a uno de los mejores jugadores de tenis suizos, pero qu le importaban a Sonia sus victorias en tenis, boxeo o ftbol? A veces Martin se vea en pintorescas quimeras regresando junto a Sonia desde el frente de Crimea, y la palabra caballera tronaba en sus odos, el viento silbaba, trozos de barro golpeaban su rostro al ataque, al ataque!, y oa el batir de los cascos de los caballos, anapesto del galope. Pero era muy tarde ya; la guerra en Crimea haba terminado mucho tiempo atrs, lejos estaba el da en que el marido de Nelly, lanzado a toda carrera hacia una ametralladora enemiga, se haba acercado ms y ms a ella hasta cruzar inadvertidamente la lnea invisible de una regin en la que an vibraba el eco suave de la vida terrenal, pero donde no haba ametralladoras ni ataques de caballera. (Siempre lento,

siempre lento, grua para s Martin, sombramente. Y, con la punzante sensacin de haber perdido algo para siempre, segua imaginando una y otra vez la condecoracin de San Jorge, la leve herida en el hombro izquierdo (tena que ser el izquierdo), y a Sonia yendo a recibirlo a Victoria Station. Se irrit con la sonrisa tierna y las palabras que su madre no pudo contener: Ahora vers que todo fue en vano, y que hubieras muerto en vano. El marido de Nelly... es un caso distinto. l era soldado profesional, esas personas no pueden vivir sin guerras, y muri del modo en que quera morir. Pero esos cientos de jvenes segados... Sin embargo, en presencia de desconocidos, su madre insista siempre en la necesidad de la accin militar continua... Especialmente ahora que todo haba terminado, y que no haba nada en sus palabras que pudiera tentar al hijo. En aos posteriores, al recordar su alivio y su tranquilidad, la seora Edelweiss se lamentaba en voz alta: Oh, s, l habra regresado a mi lado, Martin no hubiera podido desor tan fcilmente mis consejos, hubiera sido ms cuidadoso, hubiera estado siempre alerta... y, quin sabe?, quizs hubiera sido mejor que se enrolara realmente en el Ejrcito Blanco, que lo hirieran, que contrajera el tifus, y, a este precio, que se librara de una buena vez de la atraccin que el peligro ejerce sobre los jvenes. Pero por qu abrigar tales pensamientos, por qu ceder a la desesperacin? Ms fe, ms coraje. Efectivamente, la gente se pierde, pero despus regresa. Pueden circular rumores de que han atrapado a alguien en la frontera y lo han fusilado por espionaje, y sin embargo, de repente, all est, vivo, con su risa familiar y su voz grave, all mismo, en el zagun. Y si Enrique vuelve a... 24 No slo la efmera sonrisa de su madre irrit a Martin en aquel segundo verano. Haba algo ms, algo mucho ms desagradable. La vida en el chalet le pareca extraamente cambiada, como si se moviera de puntillas y con aliento entrecortado. Era raro or que el to Enrique no llamara como antes Sophie a la seora Edelweiss, sino chre amie; y ella, tambin, de tanto en tanto se diriga a l dicindole querido. En l haba surgido una suavidad distinta, y sus movimientos eran ms delicados; los elogios hechos a la sopa o algn bistec eran suficientes para empaar sus ojos con un atisbo de lgrimas. El culto a la memoria del padre de Martin haba adquirido un matiz de misticismo insoportable. La seora Edelweiss era ms consciente que nunca de su culpa ante su difunto esposo, en tanto que el to Enrique pareca sealarle un difcil pero seguro camino de expiacin cuando comentaba qu feliz deba estar el espritu de Sergio al verla a ella en la casa de su primo. Cierta vez lleg incluso a extraer de entre sus ropas una lima, y con moderada melancola empez a pasarla de un lado a otro de sus uas, pero ante esto la seora Edelweiss no pudo contenerse y emiti una risa falsa, que inesperadamente se convirti en un ataque de histeria. En su apuro por ayudar, Martin abri el grifo de la cocina con tal brusquedad que el agua le salpic los pantalones de franela blanca. No con poca frecuencia observ a su madre mientras caminaba por el jardn apoyndose fatigada en el brazo de Enrique, o mientras a la hora de acostarse llevaba a Enrique una taza de aromtico t de tilo. Todo era depresivo, desconcertante y extrao. Minutos antes de la partida de Martin hacia Cambridge, evidentemente su madre quiso darle la noticia, pero se sinti tan avergonzada como l. Titube y solamente dijo que pronto le escribira contndole un importante acontecimiento. Y, en efecto, aquel invierno Martin recibi una carta, no de ella sino de su to, que en pginas de fluida escritura y lenguaje ampuloso y sensiblero le informaba de que se casaba con su madre una ceremonia muy modesta en la iglesia de la villa, y slo al llegar a la posdata Martin comprendi que la boda ya haba tenido lugar y agradeci mentalmente a su madre haber hecho coincidir esa horrible celebracin con su ausencia. Al mismo tiempo, no dejaba de preguntarse cmo hara para volver a enfrentarla, de qu hablaran, y si l podra perdonarla por la traicin. Porque, sin importar cmo se enfocara, el hecho era, ms all de cualquier duda, una traicin a la memoria de su padre. Mas an, lo acosaba la idea de tener por padrastro a ese to Enrique de patillas sedosas e ingenio escaso. Cuando Martin lleg para las Navidades, su madre no poda dejar de abrazarlo y llorar, como olvidando, para complacer al to Enrique, su habitual moderacin. Y sencillamente no hubo lugar donde esconderse de la suave emocin de los cariosos ojos de su padrastro y de la solemnidad de su tosecilla. Durante el ltimo ao en la universidad, en general, Martin advirti una y otra vez la presencia de una fuerza malvola que trataba de convencerlo obstinadamente de que la vida no era en absoluto la alegre cosa que l haba imaginado. La existencia de Sonia, la constante e injustificada atencin que suscitaba en su alma, el tono burlesco de la chanza que se haba establecido entre ellos, todo era sumamente cansador. Pese a todo, aquel amor

desairado no le impeda correr detrs de todas las chicas monas que encontraba, ni sentir un placentero cosquilleo cuando, por ejemplo, Rose, la diosa del saln de t, aceptaba salir a dar un paseo en coche con l. En aquel saln, muy frecuentado por los estudiantes, se poda comprar pasteles de todos los colores imaginables: rojo vivo con lunares de crema que les daban aspecto de amanitas mortales; azul purpreo, como el jabn con fragancia a violetas; y negro satinado, como un negroide con el alma blanca. En la eterna esperanza de encontrar algo realmente bueno, uno no paraba de devorar un pastel tras otro, hasta que el estmago se le hinchaba. Con un oscuro rubor en las aterciopeladas mejillas y una mirada lmpida, enfundada en un vestido negro con un gracioso delantalito, Rose circulaba de un lado a otro del saln, evitando gilmente el chocar con las otras camareras que tambin navegaban a toda velocidad. Martin repar inmediatamente en las manos coloradas y con dedos gruesos de Rosa, en absoluto favorecidas por la pequea piedra de su anillo barato, y decidi con sensatez no volver a mirarlas, para concentrarse en cambio en sus largas pestaas, que ella bajaba tan encantadoramente cuando preparaba una cuenta. Un da, mientras tomaba un rico chocolate dulce, Martin le pas una nota y ese da caminaron juntos bajo la lluvia. El sbado alquil la desvencijada limousine de costumbre y pas la noche con Rose en una antigua posada, a unos cincuenta kilmetros de Cambridge. Se sinti algo sorprendido, a la vez que halagado, cuando ella le dijo que era su primera aventura. La muchacha haca el amor con torpeza, rstica, tempestuosamente, y Martin, que haba esperado encontrar en ella una frvola y experta sirena, se desconcert tanto que recurri a Darwin en busca de consejo. Te echarn de la universidad le dijo Darwin tranquilamente. Qu disparate! replic Martin frunciendo el entrecejo. As, cuando tres semanas ms tarde Rose le dijo en un rpido susurro que estaba encinta, le pareci como si uno de esos meteoritos que habitualmente se estrellan en algn lugar del desierto de Gobi hubiera cado directamente sobre l. Felicitaciones le dijo Darwin, despus de lo cual, no sin cierto alarde artstico, comenz a describir el destino de las jvenes pecadoras con una criatura en las entraas, agregando luego: Y a ti te expulsarn. No cabe duda. Nadie lo sabr, me encargar de ponerlo todo en orden tartamude Martin. Es intil afirm Darwin. De pronto Martin perdi la calma y se fue dando un portazo. Sali corriendo a la escalera y casi cay al suelo bajo el impacto de un gran almohadn que su amigo le haba lanzado diestramente a la cabeza desde la ventana del segundo piso. Cuando lleg a la esquina y se volvi a mirar, vio a Darwin salir a la calle, recoger el almohadn, sacudirlo y regresar a la casa. Pedazo de bruto murmur Martin, y se encamin al saln de t. Estaba atestado de gente. Rose, con sus ojos vivarachos y sus mejillas oscuras, iba de mesa en mesa. Caminaba llevando una bandeja, o, humedeciendo delicadamente un lpiz con la punta de la lengua, escriba los nmeros de una cuenta. Tambin l escribi algunas lneas en una hoja de su agenda, a saber: Quiero que te cases conmigo. Martin Edelweiss. Puso la hoja en la horrible mano de la muchacha. Despus se fue, pas un par de horas vagando por la ciudad, volvi a su casa, se tendi en el sof, y permaneci all hasta el anochecer. 25 Al anochecer lleg Darwin, se quit la toga arrojndola esplndidamente a un lado, se sent junto al fuego, e inmediatamente comenz a avivar el carbn encendido con el hurgn. Martin segua echado en silencio, desbordando autocompasin, imaginndose repetidas veces al salir de la iglesia con Rose, que llevaba guantes de cabritilla blanca, calzados a duras penas. Maana Sonia vendr sola coment Darwin despreocupadamente. La madre tiene gripe, una gripe bastante seria. Martin no respondi, representndose con una pizca de entusiasmo el partido de ftbol del da siguiente. Cmo vas a jugar estando as? pregunt Darwin. Ese, por supuesto, es el problema. Martin permaneci callado. Mal, probablemente continu Darwin. La portera requiere presencia de nimo, y t ests en psimo estado. Sabes, acabo de tener una charla con esa chica. Silencio. Las campanadas del reloj de la torre cruzaron la ciudad. Una personalidad potica, con tendencia a la fantasa prosigui Darwin un minuto despus. No est ms embarazada que yo, pongo por caso. Quieres apostar cinco libras a que puedo torcer ese hurgn y convertirlo en un nmero? (Martin yaca como un muerto.)

...Interpreto tu silencio como afirmacin. Veamos. Darwin gru una vez, dos veces: No, hoy no puedo hacerlo. El dinero es tuyo. Pagu exactamente cinco libras por tu estpida declaracin. Estamos a mano entonces, y todo queda como antes. Martin callaba, pero su corazn haba empezado a latir violentamente. Pero recuerda dijo Darwin, si vuelves a poner tus pies en esa pastelera mala y cara, te echarn a patadas de la universidad. Esa muchacha puede quedar preada con un simple apretn de manos; no lo olvides. Darwin se incorpor, estirndose. No ests muy conversador, compadre. Debo confesar que, en cierto modo, t y tu ramera me habis estropeado el da de maana: quiero decir, el da de maana que uno tiene en mente. Cerrando tras de s la puerta silenciosamente, se fue, y Martin pens simultneamente tres cosas: que tena un hambre tremenda, que no era posible encontrar mejor amigo que aqul, y que al da siguiente aquel amigo hara su peticin de matrimonio. En aquel momento dese alegre y vivamente que Sonia aceptara, pero el momento pas, y, al da siguiente, cuando l y Darwin se encontraron con Sonia en la estacin, sinti sus viejos, montonos y familiares celos. (La nica y ms bien pattica ventaja que tena sobre Darwin era la reciente transicin, celebrada con un vino, a la ntima segunda persona del singular, en ruso ty, en su trato con Sonia. En Inglaterra esa forma se haba extinguido junto con los arqueros. Sin embargo, Darwin tambin haba bebido auf Bruderschaft con Sonia, y toda la noche se haba dirigido a ella con el arcaico vos.) Hola, flor le dijo ella inusitadamente a Martin, aludiendo a su botnico apellido. Despus, volvindose en el acto, empez a contarle a Darwin cosas que tambin podan haber interesado a Martin. Qu hay de atractivo en ella, despus de todo?, pens Martin por ensima vez. De acuerdo, tiene esos hoyuelos, ese cutis plido, pero eso no es suficiente. Sus ojos son regulares, medio gitanos, y sus dientes desiguales. Y sus labios son tan gruesos, tan lustrosos... Si uno pudiera detenerlos, cerrarlos con un beso... Y se cree muy inglesa con ese traje sastre azul y esos zapatos de tacones bajos. No veis vosotros acaso que no es ms que una pobre chica? Martin no saba quines eran aquellos vosotros, pero fueran quienes fueran no se las hubieran visto muy bien si pronunciaban su juicio, porque, tan pronto como Martin adoptaba una actitud diferente hacia Sonia, reparaba en lo graciosa que era la espalda de la joven, en el modo en que inclinaba la cabeza, sus ojos almendrados lo atravesaban con un vivo temblor, y la oculta corriente de jbilo que haba en su hablar baaba la base de todas sus frases, hasta que, sbitamente, su risa estallaba descubrindose; la muchacha acentuaba sus palabras con una sacudida del paraguas estrechamente plegado, que no sostena por el mango, sino por el cuerpo de seda. Y, cambiando de paso desatentadamente, ora detrs de ellos, ora a su lado, por el empedrado de guijarros (era imposible caminar de a tres por la acerca, a causa del elstico colchn de aire que rodeaba el robusto cuerpo de Darwin, y a causa de los pasos cortos y ondulantes de Sonia), Martin consideraba que, sumando todas las horas sueltas que haba pasado con ella, all y en Londres, el total no sera ms que un mes y medio de compaa ininterrumpida: pensar que la haba conocido haca dos aos, y que ahora en el tercero, y ltimo, el invierno de Cambridge decaa ya, an no poda saber qu clase de persona era ella, si estaba o no enamorada de Darwin, cmo reaccionara si Darwin le contara la experiencia del da anterior, y si le habra hablado a alguien de aquella noche, aquella noche miserable, no obstante ahora extraamente encantadora y en absoluto vergonzosa, cuando, temblando, descalza, con su austero pijama amarillo, Sonia se haba dejado arrastrar por una ola de silencio que la haba depositado sobre su manta. Llegaron a destino. Sonia se lav las manos en el cuarto de Darwin. Extrajo una borla de su polvera, la sopl y se empolv la cara. La mesa del almuerzo estaba servida para cinco personas. Naturalmente, Vadim haba sido invitado, pero haca tiempo que Archibald Moon haba desaparecido del crculo de amigos, e incluso era algo extrao recordar que en una poca haba sido un husped deseable. El quinto integrante de la reunin era un joven rubio, delgado, de nariz respingona, no buen mozo pero de complexin agradable y vestido un tanto excntricamente. Tena las manos finas y largas con que los novelistas populares suelen dotar a los artistas, si bien no era pintor ni poeta, y ese algo confuso, gracioso y delicado que haba en l, junto con sus conocimientos de francs e italiano y sus ademanes levemente no ingleses pero muy elegantes, se atribuan en Cambridge al origen florentino de su padre. Teddy, el bondadoso y etreo Teddy, perteneca a la Iglesia de Roma, gustaba de escalar y esquiar en los Alpes, era buen remero, jugaba al viejo deporte real del tenis, y, mientras que saba ser muy tierno con las mujeres, practicaba la castidad hasta extremos ridculos. (Un

ao ms tarde, sin embargo, en una nota que envi a Martin desde Pars dio muestras de cierto cambio: Ayer escriba me ligu una mujerzuela, muy limpia y todo lo dems. Bajo la estudiada vulgaridad, haba algo triste y nervioso en aquella frase. Martin record sus repentinos ataques de melancola y autocastigo, de amor por Leopardi y por la nieve, y, cmo haba hecho aicos, enfurecido, un inocente jarrn etrusco por no haber obtenido en un examen una clasificacin lo suficientemente brillante.) Es muy gracioso ver a un gran oso... Y Sonia remedaba a Vadim, que haba hecho migas con ella largo tiempo atrs (aunque omitiendo prudentemente el verso que segua a una perra del brazo): ...vedyot za ruchkumalerkuyu suchku... En tanto que Teddy, que no entenda ruso, adelantaba la cabeza para preguntar: Qu quiere decir malenxus? Como despus todos rieron, y nadie lo explic, comenz a dirigirse a Sonia as: ...vedyot za ruchku malen'kuyu suchku... Nervioso?, nervioso? le pregunt Vadim a Martin. No seas tonto replic Martin. No he dormido bien anoche y eso se traducir hoy en fallos. Ellos tienen tres jugadores internacionales, nosotros slo dos. No soporto el ftbol declar Teddy. Darwin lo apoy. Ambos haban estudiado en Eton, y Eton tena su propio juego especial en lugar del ftbol. 26 Efectivamente, Martin estaba nervioso, y no poco. Jugaba de guardavallas para el Trinity. Su equipo, despus de un gran esfuerzo, haba llegado a los finales, y ese da deba enfrentar al St. John por el campeonato de la Universidad de Cambridge. Martin estaba orgulloso de formar parte, siendo extranjero, del primer equipo, y, por su brillante juego, de haberse calificado para el galardn azul del College, que le daba derecho a usar una esplndida chaqueta azul celeste. Ahora sola evocar con placentero asombro los das de su niez en Rusia cuando, acurrucado en un suave hueco de la noche en su cuarto, y abandonado a fantasas que imperceptiblemente lo transportaban al sueo, se vea convertido en un crack de ftbol. Le bastaba cerrar los ojos para representarse un campo de ftbol o, digamos, los vagones largos y marrones de un tren expreso que l mismo conduca, y su mente tomaba ritmo, serenndose agradablemente, se depuraba, por as decirlo, y, pulida y aceitada, se deslizaba hacia el olvido. En vez de un tren, marchando a toda velocidad (deslizndose a travs de bosques de abetos color amarillo intenso, luego sobre ciudades extraas, cruzando puentes que se extendan por encima de las calles, y ms all, hacia el sur, atravesando tneles que tenan su propio y sbito amanecer, y junto a la playa de un mar deslumbrante), podra haber sido un aeroplano, un coche de carreras, un trineo de dos rastras, girando en una curva cerrada y formando un remolino de nieve, o simplemente un sendero en el bosque, por el que uno corre y corre. Al recordar, Martin not cierta peculiaridad en su vida: la facultad de cristalizarse y transformarse en realidad que tenan sus fantasas, como antao se haban transformado en sueos. Esto le pareca una garanta de que la nueva serie de ensueos que haba desarrollado acerca de una expedicin clandestina ilegal tambin cobraran solidez, llenndose de vida, como haban cobrado cuerpo, encarnndose, los sueos en los que sola demorarse tan lujuriosamente, tan artsticamente, cuando, temiendo llegar demasiado rpido a la deliciosa esencia, se demoraba en todos los detalles de los preparativos del juego: calzarse las medias de puntas coloridas, ponerse los pantalones cortos negros, atarse los lazos de los robustos botines. Gru y se enderez. Fue reconfortante arrimarse al calor del hogar, y en cierto modo eso le ayud a diluir el temblor de su nerviosismo. Se aboton la chaqueta celeste sobre el jersey blanco con escote en pico. Qu gastados estaban sus guantes de portero! Bien, estaba listo. Las ropas estaban desparramadas a su alrededor tal cual las haba dejado caer. Recogi todo y lo llev al dormitorio. En comparacin con el calor del jersey de lana senta las piernas, descubiertas hasta la rodilla, extraordinariamente fras bajo los espaciosos y finos pantalones cortos. Vaya! exclam al entrar en el cuarto de Darwin. No podris decir que no me he cambiado rpido. Andando dijo Sonia, mientras se levantaba del sof. Teddy le envi una mirada suplicante. Os pido mil perdones implor, pero, creedme, no puedo acompaaros. Me esperan en otro lugar. Se fue. Vadim tambin se fue, prometiendo ir ms tarde al campo de juego, en bicicleta. Tal vez no sea tan interesante despus de todo dijo Sonia, dirigindose a Darwin.

Quizs nosotros mismos podramos no ir tampoco. No, no, nosotros iremos de todos modos afirm Darwin con una sonrisa, dando a Martin un apretn en el hombro. Cuando los tres estuvieron en la calle, Martin se dio cuenta de que Sonia no lo haba mirado ni una sola vez, aun cuando sa era la primera oportunidad en que apareca ante ella con su indumentaria de futbolista. Caminemos un poco ms rpido dijo, que si no podramos llegar tarde. Nadie se morir por ello replic Sonia, detenindose frente a la vitrina de una tienda. Est bien, yo seguir andando dijo Martin y, pisando firmemente con los tacones de goma de sus botines, acort camino por una callejuela y se dirigi hacia el campo dando grandes zancadas. Haba gran cantidad de espectadores, en parte debido al hermoso da, con su ventoso cielo azul plido y su aire difano. Martin entr en el pabelln donde los dems jugadores ya estaban reunidos. Armstrong, el capitn del equipo, un individuo larguirucho de bigote recortado, sonri tmidamente, mientras por centsima vez le deca a Martin que deba usar rodilleras. Momentos ms tarde, los once jugadores salan del pabelln trotando en fila, y Martin perciba una gama de caras sensaciones: el ntido olor del csped hmedo, la elstica resistencia que opona a sus pies, miles de personas en las tribunas, el sitio negro y vaco frente a la portera, y el rebotar del baln impulsado por el otro equipo. El arbitro entr en el campo y coloc en el crculo blanco del centro del terreno de juego un flamante baln amarillo claro. Los jugadores ocuparon sus puestos y son el silbato. En ese instante la tensin de Martin se desvaneci y, apoyndose tranquilamente contra el poste izquierdo, mir en derredor buscando a Darwin y Sonia. El juego se desarrollaba en el extremo opuesto del campo, y l poda gozar del aire fresco, del verde opaco del csped, de la charla de las personas situadas detrs de la red de la portera, y de la gloria de sentir que el sueo de su niez se haba hecho realidad, que aquel pelirrojo, el capitn del St. John, que ahora reciba y pasaba el baln con una precisin exquisita, haba jugado recientemente contra Escocia, y que haba alguien entre el pblico por quien vala la pena hacer un esfuerzo especial. En los aos de su niez, el sueo sola apoderarse de l en aquellos momentos de la apertura del juego, pues Martin se detena tanto en los detalles del prlogo que nunca llegaba a la parte principal del texto. As, difera el deleite, postponiendo para otra noche, en que tuviera menos sueo, el partido en s, rpido y vivaz, con el batir de los pies al acercarse, y ahora alcanzaba a or el jadeo del ataque a la vez que el pelirrojo se desprenda del resto: y all vena, sacudiendo su mata de pelo, y luego su legendario pie impuls el baln silbando a ras de tierra hacia un rincn de la portera, pero el portero, zambullndosee de largo a largo, logr detener aquella centella, el baln estaba ya en sus manos y, eludiendo a los oponentes ms cercanos, Martin lo envi, con toda la fuerza de su botn, en un resonante puntazo que se curv sobre el campo y fue a dar al otro lado de las tarimas. Durante el breve descanso, los jugadores se dispersaron por el campo, chupando limones, y, cuando los equipos cambiaron de ubicacin, Martin, desde su nueva posicin, trat nuevamente de divisar a Darwin y a Sonia entre la multitud. No tuvo mucho tiempo para buscar, empero, porque el juego se anim y l tuvo que estar alerta constantemente. Varias veces, todas encorvado, ataj verdaderas balas de can; varias veces rechaz tiros altos con los puos; y de este modo mantuvo virgen su portera hasta el final del partido, sonriendo con jbilo cuando, un segundo antes del silbato final, el guardameta adversario dej caer el resbaladizo baln, a lo que Armstrong respondi con un violento golpe que lo impuls dentro de la red. Todo haba terminado, los espectadores haban invadido el campo y l no haba podido localizar an a Darwin y a Sonia. Detrs de la tribuna principal, entre la multitud que se iba, distingui a Vadim montado en su bicicleta, hacindole seas con la mano y un sonido de trompeta con los labios. Se han ido hace un buen rato dijo en respuesta a una pregunta de Martin, inmediatamente despus del descanso, y, sabes... Aqu segua una burla a Darwin que Martin, pese a todo, no escuch hasta el fin, pues en ese instante Philpott, uno de los compaeros del equipo, detuvo su explosiva motocicleta roja y le ofreci llevarlo. Martin subi detrs de l y Philpott aceler. Hubiera dado igual que no me esforzara en sacar el ltimo baln por sobre el larguero, pens Martin, arrugando la cara frente al viento. Se senta deprimido, amargado, y, cuando despus de desmontar en la esquina de su calle camin hacia su casa, reflexion con desagrado sobre el da anterior y las artimaas de Rose, y se sinti an ms herido. Estarn tomando el t en alguna parte murmur, pero por las dudas mir en el cuarto de Darwin. Sonia estaba recostada en el canap, y, cuando entr Martin, su mano se mova hacia arriba

en un gesto ligero, tratando de atrapar una polilla al vuelo. Y Darwin? pregunt Martin. An vive. Ha ido a comprar pasteles contest Sonia, siguiendo malignamente con sus ojos la mancha blancuzca que escapara a su zarpazo. Es una vergenza que no os hayis quedado hasta el final dijo Martin, hundindose en el abismo de un silln. Hemos ganado. Uno a cero. Deberas lavarte observ ella. Fjate cmo tienes las rodillas. [Son un espectculo! Y has dejado marcas negras en el piso. Est bien. Espera a que recobre el aliento. Martin respir profundamente varias veces y se incorpor con un gruido de cansancio. Aguarda un minuto dijo Sonia. Tienes que or esto, te har morir de risa. Acaba de declarrseme. Por supuesto, yo saba que ocurrira... Era algo que estaba madurando y finalmente brot... Estir el cuerpo y mir sombramente a Martin, cuyas cejas se haban arqueado. Qu expresin inteligente tienes agreg Sonia, y, desviando la mirada, continu: Simplemente no comprendo qu esperara. Un muchacho muy agradable, y todo lo dems, pero es un tronco, un verdadero tronco de roble ingls. Me morira de tedio en una semana. Ah est esa polilla revoloteando de nuevo. Martin carraspe y dijo: No te creo. S que le has contestado que s. Ests loco! grit Sonia sentndose y golpeando el canap con ambas manos. Cmo puedes pensar semejante cosa? Darwin es inteligente, sensible, puedo asegurarte que es cualquier cosa menos un tronco asegur Martin con voz apagada. Ella volvi a golpear el canap. Pero no es una persona formada, no te das cuenta, idiota? Eso es un verdadero insulto. No es una persona, es un personaje vaco. No tiene nada adentro, como no sea su humor. Eso est muy bien para ir a bailar, pero, a la larga, el humor puede volverse exasperante. Es escritor, los entendidos se deshacen en elogios a sus cuentos musit Martin haciendo un esfuerzo, y decidi que ya haba cumplido con su deber, que haba tratado de convencerla lo suficiente y que las actitudes nobles tenan un lmite. Exactamente, exactamente, los entendidos! Encantadores, muy bien escritos, pero todos son tan superficiales, tan cmodos, tan... Aqu Martin sinti que la fuerza de un flgido torrente venca sus compuertas, record el injustificado resentimiento que haba estado alimentando, record que el affaire con Rose se haba solucionado, que esa noche haba un banquete en el club, que l era fuerte y saludable, que el da siguiente, y el otro, y a lo largo de muchos, muchos otros das la vida seguira su marcha, pletrica de toda clase de alegras. Todo esto se apoder de l durante un vertiginoso instante y Martin tom en sus brazos a Sonia junto con el almohadn al que ella se haba aferrado, y empez a besar los dientes hmedos de la muchacha, sus ojos, su nariz fra, y ella se resisti, y patale, y su cabello negro con perfume a violetas se meti una y otra vez en los labios de Martin. Por ltimo, riendo ruidosamente, la dej caer en el sof. Entonces se abri la puerta. Primero apareci un pie, luego, cargado de golosinas, entr Darwin. Trat de cerrar la puerta con el pie, pero se le cay un saco de papel del que rodaron merengues. Martin ha estado arrojando almohadones dijo Sonia con voz quejumbrosa, sin aliento. Uno a cero no es tanto despus de todo, por qu se comporta como un loco? 27 Al da siguiente, tanto Darwin como Martin tenan una temperatura de 38,5 grados, molestias e incomodidades, dolor de garganta y un zumbido en los odos: todos los sntomas de la gripe. Por placentero que fuera pensar que el agente de contagio probablemente hubiera sido Sonia, ambos estaban para el arrastre, y Darwin, que se negaba categricamente a guardar cama, pareca, con su bata de vivos colores, un boxedor peso pesado, todo enrojecido y desgreado como despus de una larga pelea. Vadim, desdeando heroicamente el contagio, trajo los medicamentos, mientras Martin, que haba echado una manta y un abrigo (ninguno de los cuales haca mucho por alejar sus temblores) sobre el cobertor, permaneci en la cama con el semblante ceudo, y, en cada forma, en cada relacin entre objetos cualesquiera, manchas o sombras, vea perfiles humanos: rostros narigones, narices aguileas, mohines negroides; a menudo uno se pregunta por qu la fiebre se especializa tan asiduamente en dibujar caricaturas ms bien vulgares. Dormitaba, y de inmediato estaba bailando el fox-trot con un esqueleto, que, al bailar, empezaba a desajustarse y a perder los

huesos, por lo menos hasta el final del baile. O deba presentarse a un atroz examen, muy distinto del que Martin debera rendir un par de meses ms tarde, en mayo. En el examen del sueo se le planteaban monstruosos problemas con grandes equis de acero envueltas en algodn en rama, mientras que en el verdadero, en una aula espaciosa cruzada por un polvoriento rayo de sol, los estudiantes de filologa deban redactar tres composiciones en una hora, y Martin, echando un vistazo de vez en cuando al reloj de pared, escribi, con su letra grande y redonda, sobre la banda de Ivn el Terrible, sobre Baratynski, sobre las reformas de Pedro el Grande, sobre Loris-Melikov. La vida en Cambridge se acercaba a su fin, pero un algo de radiante apoteosis esperaba a los das finales, pues mientras se aguardaban los resultados de los exmenes uno poda pasarse la tarde tomando sol echado en un colchn que flotaba lnguidamente por el Cam bajo el majestuoso auspicio de los castaos rosados. En aquella primavera, Sonia se traslad con su familia a Berln, donde Zilanov haba comenzado a publicar un semanario escrito en ruso, y ahora Martin, boca arriba bajo el lento desplazamiento de las ramas, recordaba su ltimo viaje a Londres. Darwin no haba querido ir. Pidi indolentemente que se transmitieran sus saludos a Sonia, mene sus dedos en el aire y volvi a sumergirse en su libro. Cuando Martin lleg, la casa de los Zilanov estaba en ese temible estado de asolamiento que tanto odian los viejos perros falderos; los basset gordos, por ejemplo. La sirvienta y un joven de cabellos despeinados con un cigarrillo detrs de la oreja bajaban un bal por la escalera. En el living, ensimismada en impenetrables pensamientos, una Irina llorosa se coma las uas. En uno de los dormitorios cay al suelo un objeto de cristal, rompindose, y como respuesta inmediata son el telfono del estudio, sin que nadie le prestara la menor atencin. En el comedor, cubierto por otro, aguardaba humildemente un plato, cuyo contenido no dejaba de ser misterio. Desde algn lugar lleg Zilanov, vestido con un abrigo negro a pesar del tiempo caluroso, y se sent a escribir con la misma frialdad que si se tratara de un da cualquiera. Nmada inveterado, evidentemente no le importaba en lo ms mnimo que al cabo de una hora debieran partir hacia la estacin, o que, en un rincn, una canasta de libros esperara an que la cerraran. Escriba como si nada ocurriera, sentado en una corriente de aire que encabritaba las tiras de papel engomado para envolver y las hojas de los peridicos viejos. Sonia estaba de pie en el centro de su cuarto, con las manos en las sienes y repartiendo su melanclica mirada entre un voluminoso paquete y una maleta totalmente llena. Martin se sent a fumar en el antepecho de la ventana. La madre y la ta de Sonia entraban a menudo a buscar alguna cosa, no lograban encontrarla, y se iban. Ests contenta de irte a Berln? pregunt Martin sombramente, observando el cigarrillo, con su excrecencia de ceniza que se asemejaba al follaje de los abetos atacados de liquen con un ominoso sol brillando detrs. No me importa respondi Sonia, calculando mentalmente si la maleta cerrara. Sonia dijo Martin un minuto despus. Qu? Qu quieres? murmur ella, saliendo de su trance, y de pronto comenz a zangolotear la maleta, planeando tomarla por sorpresa con una sbita arremetida. Sonia repiti Martin, es cierto realmente que...? Volvi a entrar la ta, busc en un rincn y, respondiendo negativamente a alguien que estaba en el comedor, sali presurosamente sin cerrar la puerta. Puede ser realmente cierto prosigui Martin que no volvamos a vernos ms? Eso lo decidir Dios contest distrada Sonia. Sonia insisti Martin. Ella lo mir con una mueca en los labios (o era una sonrisa?). Sabes coment, me ha devuelto todas las cartas, todas las fotos, todo. Qu tipo raro. Podra haberse guardado las cartas. Perd media hora rompindolas y echndolas por el retrete, y ahora el retrete est obstruido. Te has portado mal con ldijo Martin speramente. No puedes alimentar las esperanzas de una persona y luego volverle la espalda. T no te metas exclam Sonia con un pequeo chillido en la voz. Esperanzas de qu? Cmo te atreves a hablar de esperanzas? Qu vulgaridad, qu basura! Y, en general, por qu no dejas de molestarme? Trata de sentarte sobre esta maleta en cambio agreg en un tono ms bajo. Martin se sent sobre la tapa y presion con fuerza. No cerrar dijo con voz ronca. Y no entiendo por qu te enfadas de ese modo. Yo slo quera decir... En ese momento se oy un desganado clic y, sin dar tiempo a que la maleta se recobrara, Sonia gir la llavecilla en la cerradura. Ahora todo est bien dijo. Ven, Martin. Vamos a hablar sinceramente. Por la puerta asom la cabeza de Zilanov.

Dnde est mam? pregunt. No dije que dejaran mi escritorio como estaba? Ahora ha desaparecido el cenicero; tena dos sellos dentro. Cuando se fue, Martin tom la mano de Sonia entre las suyas, la apret con las palmas y dej escapar un melanclico suspiro. Eres un muchacho muy amable, despus de todo dijo Sonia. Nos escribiremos, y tal vez algn da vayas a Berln, o quizs algn da nos encontremos en Rusia, no sera divertido? Martin mene la cabeza y sinti que a sus ojos asomaban las lgrimas. Sonia apart la mano. Ah, bueno, si quieres hacer pucheros dijo enojada, anda, hazlos, para satisfaccin de tu corazn. Ah, Sonia... suspir Martin, apenado. Qu es exactamente lo que quieres de m? pregunt ella entrecerrando los ojos. Por favor, dime, qu es lo que quieres de m? Martin volvi la cabeza y se encogi de hombros. Escucha dijo Sonia, es hora de bajar, hora de irse, y tus lloriqueos slo consiguen exasperarme. Por el amor de Dios, por qu no podemos dejar que todo siga siendo hermoso y simple? En Berln te casars musit Martin, desesperado. Como en una farsa, la sirvienta entr de golpe y tom la maleta. La seora Zilanov, con el sombrero ya puesto, apareci tras ella. Es hora de salir dijo. Has recogido todo lo de aqu? No te olvidas de nada? Esto es horrible coment dirigindose a Martin. Habamos planeado salir maana, con tranquilidad. Desapareci, pero por un instante su voz sigui oyndose en el pasillo, donde le hablaba a alguien de los urgentes negocios de su esposo, y Martin se sinti tan profunda, tan irremediablemente entristecido por toda aquella conmocin y aquel desorden, que dese despedirse de Sonia de mala manera, desligarse de ella lo ms rpido posible y regresar a Cambridge y a su sol perezoso. Sonia sonri, lo tom de los hombros y lo bes en el puente de la nariz. No lo s... tal vez susurr, y, esquivando velozmente el violento abrazo de Martin, levant un dedo admonitorio. Tout beau, perrito advirti, pero luego se distrajo, pues en ese momento, desde el piso inferior, llegaba el sonido de tremendos, imposibles sollozos que conmovan toda la casa. Vamos, vamos apur Sonia. No puedo entender por qu la pobre criatura est tan triste por tener que mudarse. Termina, maldita sea, sultame! Al pie de la escalera, Irina se sacuda dando alaridos, aferrada a la baranda. Su madre la consolaba tiernamente, dicindole Ira, Irochka, en tanto que Zilanov, utilizando un frecuente recurso, extrajo su pauelo, le hizo rpidamente un grueso nudo con grandes orejas, se calz el pauelo en la mano y lo manipul de modo que pareciera un hombrecillo en camisn y gorro que se meta cmodamente en la cama. En la estacin, Irina rompi a llorar de nuevo, slo que ms resignada y silenciosamente. Martin desliz en su bolsillo una caja de dulces que en realidad estaba destinada a Sonia. Zilanov no tard ms en sentarse que en abrir su peridico. La seora Zilanov y la seora Pavlov contaron las maletas con los ojos. Con su ruido caracterstico, las puertas empezaron a cerrarse; el tren se movi. Sonia asom la cabeza, apoy los codos sobre la ventanilla, y por unos instantes Martin camin junto al vagn. Luego se qued atrs, y una Sonia ya muy lejana le envi un beso con la mano, y Martin tropez con una cajas que haba sobre el andn. Bueno, all van suspir, y sinti cierto alivio. Emprendi camino hacia la otra estacin, compr el ltimo nmero de una revista humorstica con un monigote en la portada, todo nariz, mentn y joroba, y, cuando hubo ledo hasta el ltimo chiste que haba en ella, fij la mirada en los tranquilos campos que pasaban. Amor mo, amor mo repiti varias veces. Y, observando a travs de una clida lgrima la verde escenografa, imagin que, despus de muchas aventuras, llegara a Berln, buscara a Sonia, y, como Otelo, le contara una historia de fugas escalofriantes y riesgos desastrosos. No, no puedo seguir as dijo, restregndose el prpado con un dedo y tensando el labio superior. No, no. Menos palabras y ms accin. Cerrando los ojos y arrellanndose cmodamente en el rincn, comenz a prepararse para una peligrosa expedicin, estudiando un mapa imaginario. Nadie saba lo que se propona hacer. Slo podra decrselo a Darwin: adis, buena suerte, el tren del norte empieza a andar. Y en medio de estos preparativos Martin se duerme, como en otros tiempos sola dormirse mientras se pona las ropas de jugar al ftbol en sus fantasas. Estaba oscuro cuando lleg a

Cambridge. Darwin lea an el mismo libro, y bostez como un len cuando entr Martin. Y aqu Martin cedi a una pequea y maligna tentacin por la que habra de pagar posteriormente. Fingiendo una sonrisa evocadora, se qued mirando al vaco, y Darwin, terminando de bostezar sin prisa alguna, lo mir intrigado. Soy el hombre ms feliz del mundo dijo Martin en voz baja y cargada de sentimiento. Oh, si pudiera contrtelo todo... En cierto sentido aquello era verdad, pues, cuando se haba quedado dormido en el tren, haba urdido un sueo inspirado en algo dicho por Sonia. En el sueo ella apretaba la cabeza de Martin contra su tierno hombro y se inclinaba sobre l, rozndolo con los labios, musitando tenues palabras de amor, y ahora se haca difcil separar la fantasa de los hechos. Bueno, me alegro por ti dijo Darwin. Una vergenza sbita se apoder de Martin, y, silbando como para s, se fue a dormir. Una semana ms tarde recibi una postal con una fotografa de la Puerta de Brandenburgo cubierta por la desprolija letra de Sonia, descifrando la cual pas largo tiempo, tratando en vano de encontrar un significado oculto donde slo haba palabras triviales. Y ahora, derivando por el ro bajo las ramas en flor ms cercanas, Martin rememoraba su ltimo encuentro con Sonia en Londres, analizndolo, probndolo con distintos cidos: una labor agradable, pero no muy fructuosa. Era un da caluroso. El sol penetraba sus prpados con un lnguido color rojo fresa; oa el apacible chapaleo del agua y la msica suave y distante de los fongrafos flotantes. Al rato abri los ojos y all, en el torrente de luz solar, estaba Darwin, reclinado sobre los almohadones del lado opuesto, vestido, como l, con pantalones de franela blancos y camisa con cuello abierto. La prtiga que impulsaba la batea estaba en manos de Vadim. En sus agrietados zapatones brillaban gotas de agua y haba una expresin resuelta en su rostro de facciones definidas: le gustaba navegar, y ahora cumpla un rito sagrado, por as decirlo, manejando hbilmente la prtiga, rtmiramente, sacndola del agua y volviendo a hundirla cada vez. La batea se deslizaba entre las floridas orillas; el agua verde transparente reflejaba ora castaos, ora cambrones con flores de color blanco lechoso. De vez en cuando caa algn ptalo y se poda ver cmo el reflejo corra a encontrarse con l desde las profundidades del ro, y luego ambos convergan. Perezosa, silenciosamente si se descontaba el arrullo de los fongrafos, pasaban otras bateas, o de vez en cuando una canoa. Hacia adelante, Martin repar en una sombrilla de vivos colores que giraba hacia uno y otro lado, pero nada se vea de la muchacha que la haca rotar, excepto una mano, incongruentemente enfundada en un guante blanco. Un muchacho con gafas conduca la batea, manejando la prtiga con muy poca destreza, de modo que el bote segua un curso ondulante, haciendo que Vadim, empapado de desprecio, no supiera por qu lado pasar. En el primer meandro, la batea enfil inexorablemente hacia la orilla, la sombrilla qued de perfil, y Martin reconoci a Rose. Mirad, qu divertido dijo. Y Darwin, sin mover los gruesos trazos sobre los que descansaba su nuca, volvi los ojos en la direccin de la mirada de Martin. No debes saludarla observ con calma. Martin sonri. Oh, s. Claro que lo har. Si lo haces le advirti lentamente Darwin, te arrancar la cabeza. Haba una mirada extraa en sus ojos, y Martin se sinti molesto, pero, precisamente porque la amenaza de Darwin no le haba parecido una broma y lo haba atemorizado, al pasar junto a la batea encallada entre los arbustos de la orilla, grit: Hola! Hola, Rose! Y ella sonri en silencio, haciendo centellear los ojos y girar la sombrilla. En su esfuerzo el muchacho de las gafas dej caer la prtiga, salpicando, y al poco rato los dos quedaron ocultos tras la curva, y Martin volvi a recostarse para contemplar el cielo. Despus de haberse desplazado en silencio durante unos minutos, Darwin salud a su vez a otra persona: John! bram. Rema hacia aqu! John sonri y empez a retroceder. El joven, de cejas negras y cuerpo macizo de tanto remar, era un brillante matemtico que recientemente haba ganado un premio por uno de sus ensayos. Navegaba en una baja piragua (nomenclatura de Vadim), moviendo el reluciente remo muy junto al costado del bote. Oye, John anunci Darwin. Aqu me han retado a pelear, y quiero que seas mi padrino. Elegiremos un sitio tranquilo. De acuerdo contest John, sin demostrar la menor sorpresa. Y, mientras remaba al costado de la batea, comenz a hablar de un estudiante que haba adquirido haca poco una canoa de fondo y la haba estrellado en seguida en un intento de carrera por el estrecho Cam. Martin permaneci reclinado sobre los almohadones, inmvil.

All estaban, el familiar temblor y la debilidad en las piernas. Tal vez Darwin estuviera bromeando despus de todo. Qu motivos tena para enfadarse de ese modo? Vadim, inmerso en la mstica de la navegacin, pareca no haber odo nada. Dos o tres vueltas despus, Darwin le pidi que se dirigiera hacia la costa. El atardecer ya se acercaba. El ro estaba desierto en aquel punto. Vadim enfil la batea hacia una pequea lengua de tierra verde que se proyectaba desde detrs de una bveda de hojas. La embistieron suavemente, detenindose. 28 Darwin fue el primero en saltar a tierra y ayud a Vadim a amarrar el bote. Martin se estir, se incorpor sin prisa y tambin desembarc. Ayer empec a leer Chejov le dijo John, arrugando las cejas. Te agradezco mucho los consejos. Es un escritor muy interesante, humano. Oh, s que lo es afirm Martin, y de inmediato pens para s: Ir en serio lo de la pelea? Por all dijo Darwin, acercndose. Cruzando por esos arbustos saldremos a un prado, y nadie podr vernos desde el ro. Slo entonces Vadim comprendi qu era lo que iba a ocurrir. Mamka te matar le dijo en ruso a Martin. Tonteras replic Martin. Soy tan buen boxeador como l. Ni pienses en boxear susurr Vadim de modo febril. Dale inmediatamente una buena patada. Y especific exactamente dnde. Estaba de parte de Martin por puro patriotismo. El pequeo prado, rodeado de avellanos, result tener la suavidad del terciopelo. Darwin se enroll las mangas, pero, pensndolo mejor, volvi a bajrselas y se quit la camisa, exhibiendo un torso robusto y rosado con un brillo muscular en los hombros y un sendero de vellos dorados en el centro del ancho pecho. Se ajust el cinturn y de repente se ech a rer. Es una broma, pens Martin, pero, para asegurarse, tambin se sac la camisa. Su piel era de un tono ms cremoso, con numerosas pecas de nacimiento, comunes entre los rusos. Se quit el crucifijo, contempl la cadena en su mano y se meti el puado de oro reluciente en el bolsillo. El sol de la tarde baaba su espalda con todo su calor. Cmo queris que sea, con descansos? pregunt John, dejndose caer confortablemente sobre la hierba. Darwin lanz una mirada inquisitiva a Martin, que estaba de pie, con las piernas abiertas y los brazos cruzados. Para m es igual coment Martin, mientras por su mente cruzaba el pensamiento: No, va en serio, qu espantoso... ! Vadim deambul con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos, respirando fuerte, sonriendo incmodamente, y luego se sent con las piernas cruzadas junto a John. John se sac el reloj. De todos modos cinco minutos deberan ser suficientes, no crees, Vadim? Vadim asinti confundido. Bueno, podis comenzar dijo John. Con los puos apretados y las piernas flexionadas, ambos comenzaron a bailar en redondo. Martin no poda imaginarse pegndole a Darwin en el rostro, en ese rostro grande y bien afeitado, con tenues arrugas alrededor de la boca. Sin embargo, cuando Darwin dispar su izquierda y alcanz a Martin en la mandbula, todo cambi: toda la ansiedad se desvaneci, l se sinti relajado, radiante por dentro, y el zumbido en la cabeza, debido al golpe recibido, se transform en un canto a Sonia, por quien, en cierto modo, tena lugar aquel duelo. Esquivando otra trompada, castig el rostro blando de Darwin, agazapado bajo su vengativa derecha, e intent colocar un uppercut, pero recibi un golpe en el ojo, tan negro, tan lleno de franjas y estrellas, que trastabill y apenas se dio maa para eludir los ms defectuosos de media docena de puetazos. Se agach, hizo una finta y peg tan bien en la boca de Darwin que sus nudillos sintieron la dureza de los dientes a travs de la humedad de los labios, pero de inmediato fue golpeado en el vientre por meterse con lo que pareca el extremo saliente de una viga de hierro. Se empujaron el uno contra el otro y siguieron girando en crculo. Darwin tena un fleco rojo en una de las comisuras de la boca. Escupi dos veces y la pelea continu. John, echando bocanadas de humo por sobre la pipa, superpuso en su mente la experiencia de Darwin y la rapidez de Martin y decidi que, si tuviera que elegir uno de aquellos pesos pesados en un ring, se inclinara a apostar por el de mayor edad. El ojo izquierdo de Martin ya estaba cerrado e hinchado, y ambos combatientes brillosos de sudor y manchados de sangre. Entre tanto Vadim se haba excitado y gritaba acaloradamente en

ruso; John lo azuzaba. Paf! En una oreja. Martin perdi el equilibrio, y, mientras se tambaleaba, Darwin se las compuso para golpearlo una segunda vez, con lo que Martin cay sentado con todo su peso sobre un grupo de guijarros, lastimndose el coxis, pero se incorpor de inmediato y retorn al combate. A pesar del dolor y el zumbido que senta en la cabeza, y del velo carmes que flotaba ante sus ojos, Martin no tena dudas de estar descargando sobre Darwin una paliza mayor que la que reciba de l, pero John, amante del pugilismo, ya haba visto claramente que slo entonces Darwin comenzaba a poner ahnco en la tarea, y que al cabo de unos instantes el menor de los dos caera definitivamente. Pero Martin se sobrepuso milagrosamente a una serie de ganchos e incluso se ingeni para castigar al otro de nuevo en la boca. Ahora jadeaba, no pensaba con claridad, y lo que vea frente a s ya no se llamaba Darwin, y de hecho no tena nombre humano alguno, sino que sencillamente se haba convertido en una masa rosada y resbaladiza que se mova rpidamente y a la que deba golpear hasta con el ltimo resto de fuerza. Consigui colocar an otro slido y satisfactorio golpe en algn lugar no vio dnde, pero en seguida se sinti aporreado por un sinnmero de puos que llegaban desde lejos, desde todas partes, adondequiera que l se volviese. Busc porfiadamente una brecha en aquel remolino, encontr una, peg contra un todo de pulpa sofocada, sinti de pronto que su propia cabeza se le desprenda, resbal, y qued colgando de Darwin en un hmedo forcejeo. Tiempo! La voz de John lleg desde un lugar remoto y los dos contrincantes se separaron. Martin se derrumb sobre la hierba, y Darwin, con la boca ensangrentada formando una mueca, cay a plomo junto a l, rode cariosamente con sus brazos los hombros de Martin, y ambos quedaron inmviles, inclinando las cabezas y respirando profundamente. Debis lavaros indic John, mientras Vadim se arrimaba cautelosamente y empezaba a examinar los rostros magullados. Puedes levantarte? pregunt solcitamente Darwin. Martin asinti con la cabeza y, apoyndose en l, se incorpor. Los dos caminaron con trabajo hacia el ro, rodeando cada uno con un brazo los hombros del otro. John palme sus viscosas espaldas desnudas. Vadim se adelant para buscar una caleta aislada. Una vez all, Darwin ayud a Martin a dar una buena lavada a su cara y su cuerpo, luego Martin hizo lo mismo con Darwin, y durante todo el tiempo ambos se preguntaban en un tono bajo y amable dnde les dola y si el agua no picaba. 29 Estaba acentundose el crepsculo, los ruiseores comenzaban a trinar, los opacos prados y los oscuros matorrales respiraban humedad. La niebla del ro se haba tragado a John y a su canoa. Empujando otra vez la batea, Vadim, una blanca y fantasmal figura en las tinieblas, sumerga su espectral prtiga con un suave movimiento de sonmbulo. Martin y Darwin, flojos, lnguidos y magullados, iban sentados uno al lado del otro sobre los cojines, contemplando con sus tres ojos sanos el cielo, que de tanto en tanto era cruzado por alguna rama oscura. Y aquel cielo, y la rama, y el mero chapaleo del agua, y la silueta de Vadim, ennoblecida por su amor a la navegacin, y las luces de colores de las linternas de papel sobre las proas de las bateas que pasaban, y el pensar que al cabo de unos pocos das Cambridge habra terminado, que tal vez aqulla fuera la ltima vez que los tres paseaban juntos en bote por el estrecho y nebuloso ro, todo aquello se mezcl en la mente de Martin convirtindose en algo prodigioso, fascinante, y el intenso dolor en la cabeza y los hombros se le antoj dueo de una cualidad romntica, exaltada, pues herido de igual modo haba flotado Tristn, solo, con su arpa. Una vuelta ms y llegaron a la costa. La costa en la que Martin desembarc era muy serena, clara y llena de distracciones. El saba, no obstante, que por ejemplo el to Enrique segua convencido de que aquellos tres aos de deportes acuticos en Cambridge haban sido un despilfarro, porque Martin se haba embarcado en un crucero filolgico, un crucero no precisamente muy distante, en lugar de aprender una profesin til. Pero Martin, con toda honestidad, no entenda por qu era peor ser experto en letras rusas que ingeniero de transportes o comerciante. En realidad, la casa de fieras del to Enrique todo el mundo tiene la suya albergaba, entre otras criaturas, una pequea bestia negra, y para l esta bte noire era el siglo xx. Ahora bien, esto sorprenda a Martin, puesto que segn su opinin uno no poda siquiera imaginar un siglo mejor que aquel en que l viva. Ninguna otra poca haba tenido tal brillantez, tal atrevimiento, tales proyectos. Todo lo que haba alboreado en otras pocas la pasin por explorar tierras desconocidas, los experimentos audaces, las gloriosas proezas de la curiosidad desinteresada, los cientficos que quedaban ciegos o explotaban en pedazos, las conspiraciones heroicas ahora emerga con una fuerza sin

precedentes. El fro suicidio de un hombre despus de haber perdido millones en la bolsa impactaba la imaginacin de Martin tanto como, pongamos por caso, la muerte de un general romano abalanzndose sobre su propia espada. El anuncio de un automvil atrayendo vivamente la atencin sobre s desde un salvaje y pintoresco desfiladero en algn paraje de un pico alpino absolutamente inaccesible lo emocionaba hasta las lgrimas. La afable y expresiva constitucin de las mquinas muy complicadas y a la vez muy simples, como el tractor o la linotipia, por ejemplo, lo inducan a reflexionar que el bien de la humanidad era tan contagioso que infectaba al metal. Cuando, a una pasmosa altura del cielo azul que cubra la ciudad, un avin del tamao de un mosquito emita esponjosas letras de un blanco lechoso, cien veces ms grandes que l, reproduciendo en dimensiones divinas el nombre de una firma, a Martin lo invada un sentimiento de impotencia y maravilla. Pero el to Enrique, como si arrojara golosinas a su bestezuela negra, hablaba con horror y repulsin del ocaso de Europa, de la fatiga de postguerra, de esta pragmtica poca nuestra, de la invasin de las mquinas inanimadas. En su imaginacin exista cierta conexin diablica entre el fox-trot y los rascacielos por un lado, y entre las modas de las mujeres y los ccteles por el otro. Ms an, el to Enrique tena la impresin de vivir en una poca de terrible prisa, y era particularmente divertido cuando charlaba de esta prisa, algn da de verano, al costado de un camino de montaa, con el cura local, mientras las nubes se desplazaban serenamente y el viejo caballo rosado del abate, haciendo tintinear su cencerro al espantarse las moscas, parpadeando con sus blancas pestaas, bajaba su cabeza con un movimiento lleno de inefable cario y mordisqueaba con fruicin la hierba que bordeaba el camino, con espasmdicas sacudidas de su piel o un cambio de cascos de vez en cuando, y, si la conversacin sobre el desenfrenado apuro de nuestros das, sobre el todopoderoso dlar o sobre los argentinos que seducan a todas las muchachas de Suiza, se prolongaba demasiado, y el caballo ya haba comido los ltimos tallos tiernos de entre otros ms duros de un sector dado, se mova un poquito hacia adelante, acompaado por el rechinar de las altas ruedas del calesn. Y Martin no poda apartar sus ojos de los suaves labios del equino y de las hojas de hierba cogidas en cada bocadito. Sin ir ms lejos, este muchacho, por ejemplo deca el to Enrique, sealando a Martin con su bastn, ha terminado sus estudios en una de las universidades ms caras del mundo, pero pregntele usted qu ha aprendido, para qu est preparado. No tengo la menor idea de qu es lo que har ahora. En mis tiempos los jvenes se metan a doctores, soldados, notarios, mientras que l probablemente suee con ser aviador o gigol. Martin no saba como ejemplo de qu serva exactamente, pero en apariencia el abate comprenda las paradojas de su to Enrique y sonrea compasivamente. A veces Martin se irritaba tanto con las conversaciones de este tipo que estaba a punto de decirle alguna grosera a su to que tambin, por desgracia, era su padrastro, pero se contena a tiempo, porque notaba la expresin que apareca en el rostro de su madre cada vez que Enrique se pona conversador durante la cena. La expresin inclua una pizca de burla amistosa, cierta tristeza y una silenciosa splica de perdn para el manitico, y an algo ms, inexpresable pero muy sabio. Martin permaneca en silencio, respondiendo mentalmente al to Enrique de este modo, por ejemplo: No es verdad que en Cambridge haya dedicado mi tiempo a menudencias. No es verdad que no haya aprendido nada. Coln, antes de intentar meterse a mayores, viaj de incgnito a Islandia para procurarse cierta informacin, pues saba que los marinos de ese lugar eran navegantes de largo alcance y muy sagaces. Yo tambin me propongo explorar una tierra distante. 30 Su madre no lo fastidiaba con la tediosa charla a que era tan afecto el to Enrique; no le preguntaba qu ocupacin escogera, pues senta que de un modo u otro todo aquello se resolvera solo. Estaba satisfecha con la felicidad inmediata: con que Martin estuviera con ella ahora, sano, ancho de espaldas y bronceado; con que hubiera abandonado el tenis, hablara en voz baja, se afeitara todos los das, e hiciera que Madame Guichart, la joven esposa de un comerciante local, se ruborizara hasta quedar colorada como una amapola. A veces se preguntaba cundo se desprendera Rusia del sueo malfico, cundo se levantara la barrera rayada de la frontera para que todos regresaran y retomaran sus antiguos lugares. Y, Dios mo, cmo han crecido los rboles, cmo se ha contrado la casa, qu tristeza y qu jbilo, qu olor a tierra! De maana esperaba al cartero con la misma avidez que durante los aos que su hijo haba pasado en Cambridge, y ahora, cuando llegaba una carta para Martin (cosa poco frecuente), en un sobre comercial, con las seas escritas en letra descuidada y con matasellos de Berln, senta la ms genuina alegra y, arrebatando la carta, corra al cuarto de l. Martin an estaba en la cama, muy despeinado, fumando un cigarrillo, con la

mano en el mentn. Vea en el espejo la herida de luz solar al abrirse la puerta y esa expresin especial en la cara rosada y pecosa de su madre: por el pliegue de sus labios, tensamente apretados pero listos para extenderse en una sonrisa, Martin poda adivinar que haba carta. No hay nada para ti hoy deca quedamente la seora Edelweiss, escondiendo una mano detrs de la espalda. Pero el hijo extenda de inmediato sus dedos impacientes, y, radiante de dicha, ella apretaba el sobre contra el pecho, y los dos rean. Despus, no queriendo interferir en la alegra de Martin, iba hasta la ventana, se encaramaba sobre el antepecho apoyando el rostro en las manos, y miraba las montaas con un sentimiento pleno de felicidad, y en particular un pico rojizo y distante que slo era visible desde aquella ventana. Martin, que devoraba las cartas en un santiamn, simulaba alegrarse considerablemente ms de lo que en realidad ocurra, de modo que su madre imaginara que aquellas cartas de la niita Zilanov estaban llenas de ternura, y probablemente se habra sentido tristemente herido si ella hubiera llegado a leerlas alguna vez. Su madre recordaba a la chica Zilanov con cierta extraa claridad: como una pequea de cabello negro, plida, que siempre estaba enferma con la garganta inflamada, o convaleciendo despus de haberlo estado, y con el cuello vendado o amarillo por el yodo. Recordaba que una vez haba llevado a Martin, quien entonces tena diez aos, a una fiesta de Navidad en el piso que los Zilanov tenan en San Petersburgo, y que la pequea Sonia tena puesto un vestido de encaje blanco, con una ancha faja de seda alrededor de la cadera. En cuanto a Martin, no recordaba aquello en absoluto; haba ido a muchas fiestas de Navidad, y todas se mezclaban en su memoria. Slo una cosa permaneca muy vivida para l, pues se haba reptido todas las veces: su madre dicindole que era hora de irse a casa y metiendo los dedos dentro de la parte de atrs del cuello de su traje marinero para ver si no estaba demasiado transpirado despus de tanto correr, mientras l, con una galleta envuelta en papel dorado, trataba de zafarse, pero la garra de su madre era tenaz, y al poco rato ella le pona los pantalones para la nieve (que le llegaban poco menos que hasta las axilas), y a continuacin venan las galochas y el abrigo de piel, con su ceida presilla en el cuello y las odiosas cosquillas de la capucha caucsica, y al minuto siguiente venan los arcoiris helados de los faroles de la calle a travs de las ventanas del carruaje cerrado. Martin se estremeca al notar que la expresin de los ojos de su madre era ahora la misma que entonces, que tambin ahora le tocaba el cuello cuando l regresaba a casa despus del tenis, y que le traa las cartas de Sonia con el mismo cario con que una vez le haba trado, en su larga caja de cartn, un rifle de aire comprimido encargado especialmente para Martin a Inglaterra. El rifle no haba resultado ser tal como l haba esperado, no haba coincidido exactamente con la imagen que Martin se haba hecho de l, del mismo modo que ahora las cartas de Sonia no eran del tipo que hubiera querido. Sonia escriba, por decirlo as, a las sacudidas, sin una sola frase que sugiriera algn misterio, y Martin tena que contentarse con comentarios como A menudo me acuerdo del viejo Cambridge o Te deseo lo mejor, mi pequea y querida flor. Dame tu pata para estrecharla. Sonia le cont que trabajaba en una oficina taquimecanografa, que pasaban momentos muy difciles con Irina constantes ataques de histeria, que el padre no haba tenido xito con su peridico escrito en ruso y que ahora estaba organizando un negocio editorial libros de autores emigres, que nunca haba un penique en la casa lo cual era bastante triste, que tenan muchos amigos lo cual era muy divertido, que los tranvas de Berln eran verdes, y que los berlineses jugaban al tenis con tirantes y cuello duro. El tormento de Martin se prolong a lo largo de todo el verano, el otoo y el invierno. Despus, a mediados de abril de 1923, en su vigesimoprimer cumpleaos, anunci a su to Enrique que parta hacia Berln. El to lo mir severamente y dijo disgustado: Para m, mon ami, eso carece de todo sentido. Siempre tendrs tiempo para conocer Europa. Dicho sea de paso, yo pensaba llevaros a ti y a tu madre a Italia el prximo otoo. Pero no se puede andar holgazaneando siempre. Resumiendo, estaba por sugerirte que probaras tus energas juveniles en Ginebra. (Martin saba perfectamente qu significaba aquello: ese tema funesto ya haba hecho furtivas apariciones varias veces antes; estaba vinculado con cierta empresa perteneciente a los hermanos Petit, con quienes el to Enrique tena relaciones comerciales.) Que pruebes tes jeunes forces repiti el to Enrique. En esta poca cruel, en esta poca tan pragmtica, los jvenes deben aprender a ganarse el pan y a abrirse camino en la vida. Tienes conocimientos slidos del idioma ingls. La correspondencia con el extranjero en el mundo de los negocios es algo muy interesante. En cuanto a Berln... Tu alemn no ha mejorado mucho, verdad? No me imagino qu vas a hacer all. Supn que no haga nada dijo Martin sombramente. El to Enrique lo mir sorprendido.

Esa es una mala respuesta. No s qu hubiera pensado tu padre de una respuesta as. Pienso que se sorprendera tanto como yo de que un muchacho joven, lleno de salud y vitalidad, desprecie todo lo que sea trabajo. Por favor, entindelo agreg presurosamente al ver que Martin se haba puesto desagradablemente colorado, no quiero ser mezquino, je ne suis pas mesquin. Soy lo bastante rico, gracias a Dios, como para mantenerte, y hago de ello un deber y un placer, pero sera tonto que no aceptaras un empleo. Europa est pasando por una crisis increble, y un hombre puede perder una fortuna en un abrir y cerrar de ojos. Es as, y no se puede hacer nada por cambiarlo. No necesito tu dinero afirm Martin con voz baja y hostil. El to Enrique simul no or, pero a sus ojos asomaron lgrimas. No tienes ninguna ambicin en absoluto? No piensas nunca en hacer carrera? Los Edelweiss siempre supimos cmo trabajar. Tu abuelo comenz siendo un pobre tutor, enseando francs a des princes russes. Cuando se le declar a tu abuela, los padres de ella lo echaron de la casa. Pero volvi al ao siguiente, como director de una compaa de exportaciones, y entonces, obviamente, todos los obstculos quedaron de lado. No necesito tu dinero repiti Martin en voz an ms baja. Y en cuanto a lo del abuelo, no es ms que una tonta leyenda familiar, y t lo sabes. Qu pasa con l? Qu pasa con l? murmur el to Enrique asustado. Qu derecho tienes t a ofenderme de este modo? Qu mal te he hecho? Yo, que siempre he... El fondo de la cuestin es que yo me voy a Berln lo interrumpi Martin, y dej el cuarto, temblando. 31 Aquella tarde hubo una reconciliacin, abrazos, pauelos y emotivas carrasperas..., pero Martin mantuvo su posicin. Su madre, que senta su alejamiento para ver a Sonia, result ser una aliada y sonri con entereza cuando Martin subi al coche. Apenas qued la casa fuera del alcance de la vista, Martin cambi de lugar con el conductor. Tomando el volante delicadamente, casi tiernamente, como si fuera algo viviente y precioso, mirando cmo el poderoso automvil trepaba por el camino, experiment aproximadamente la misma sensacin que cuando, en su niez, sentado en el suelo con los pies apoyados en los pedales del piano, sujetaba el asiento redondo y giratorio del taburete entre las piernas y lo manejaba como un volante para conducir, dando esplndidas curvas a toda velocidad, apretando el pedal una y otra vez (lo que haca que el piano emitiera un zumbido), y entornando los ojos debido al viento imaginario. Luego, en el expreso alemn, donde, entre las ventanillas del pasillo, haba colgados mapas con regiones por las que el tren no pasaba, Martin disfrut del viaje, comiendo chocolate, fumando, extinguiendo la colilla del cigarrillo bajo la tapa metlica del cenicero lleno de restos de cigarros. Era de noche cuando lleg a Berln. Mirando desde el tren las hmedas calles iluminadas, record su impresin infantil de Berln, cuyos afortunados habitantes podan gozar, si queran, viendo trenes con destinos fabulosos desplazndose a travs de un puente negro sobre una montona calle cerrada: a este respecto Berln difera de San Petersburgo, en donde las operaciones ferroviarias se ocultaban como un rito secreto. Una semana ms tarde, sin embargo, cuando sus ojos ya se haban acostumbrado a la ciudad, Martin estuvo en condiciones de reconstruir la perspectiva desde donde las caractersticas de Berln le parecieron familiares. Fue como cuando uno se encuentra con alguien a quien no ha visto durante aos: primero se reconocen los rasgos y la voz; luego se mira con ms detenimiento, y all, frente a los ojos, la transformacin imperceptiblemente forjada por el tiempo se extiende en veloz despliegue. Los rasgos se alteran, el parecido se deteriora, y uno tiene frente a s a un extrao de aspecto relamido, despus de haber devorado a su propio doble, joven y frgil. Cuando Martin visit deliberadamente aquella interseccin en Berln, aquella plaza que haba visto de nio, no encontr nada que le provocara el menor indicio de entusiasmo, pero, por otro lado, alguna accidental vaharada de humo de carbn o del tubo de escape de un automvil, cierto matiz especialmente plido del cielo visto a travs de una cortina de encaje, o el temblor de los cristales de las ventanas ocasionado por el paso de un camin, le devolvan de inmediato la esencia de maana gris, de hotel y de ciudad, parte de la imagen de Berln que lo haba impresionado en otro tiempo. Las jugueteras de la otrora elegante Friedrichstrasse haban disminuido en nmero y perdido su esplendor, y las locomotoras que haba en sus escaparates parecan ms pequeas y feas. El empedrado de la calle estaba levantado y un grupo de obreros en mangas de camisa barrenaba y cavaba hondos pozos humeantes, de modo que haba que caminar sobre tablones, y a veces incluso sobre la arena suelta. En el Panopticon de figuras de cera, en Unter den Linden, el hombre amortajado que saltaba enrgicamente de su tumba, y la Doncella de Acero, aquel instrumento de violentas y crueles

torturas, haban perdido su espantoso encanto. Martin fue al Kurfrstendamm para buscar la enorme pista de patinaje que tan bien recordaba, con el rumor de las ruedas, los instructores de uniformes rojos, el foso para la orquesta, las tortas de moca ligeramente saladas que servan en los quioscos circundantes y el pas de patineurs que l sola bailar con cualquier clase de msica, flexionando primero la derecha y luego la izquierda de sus piernas calzadas con patines (y qu porrazo se dio una vez!), slo para descubrir que una docena de aos haban sido suficientes para abolirlo por completo. El Kurfrstendamm mismo haba cambiado tambin, alargndose, y en alguna parte tal vez bajo alguno de los edificios nuevos estaba la tumba de un establecimiento de veinte canchas de tenis, al que Martin haba ido un par de veces con su madre, que acostumbraba a acompaar sus saques bajos con un ntido Juego! y cuya falda cruja al correr. Ahora, sin dejar siquiera los lmites de la ciudad, pudo llegar hasta el Grunewald, donde vivan los Zilanov, para enterarse por Sonia de que no vala la pena que l fuera a Wertheim's para hacer sus compras, y de que no era en absoluto obligatorio visitar el Wintergarten, bajo cuyo fabuloso cielo raso negro y atestado de estrellas, oficiales prusianos de ceidos corss ocupaban las mesas iluminadas de los palcos, mientras sobre el escenario doce muchachas con las piernas desnudas cantaban con voces metlicas y se inclinaban cogidas de los brazos de derecha a izquierda y viceversa, levantando doce piernas blancas. El pequeo Martin hubiera dejado escapar una dbil exclamacin de sorpresa al reconocer en ellas a las recatadas y bonitas seoritas inglesas que, como l, de da iban a patinar a la pista de madera. Pero tal vez la cosa ms inesperada de este nuevo y muy ensanchado Berln de postguerra, tan pacfico, rstico y diligente, comparado con la compacta y elegante ciudad de la niez de Martin, fue la Rusia desenvuelta y altisonante que conversaba en todas partes, en los tranvas, en las tiendas, en las esquinas de las calles, en los balcones de las casas de apartamentos. Ms o menos diez aos atrs, en una de sus fantasas profticas (y cualquier persona con mucha imaginacin tiene fantasas profticas de vez en cuando: tal es la estadstica de las fantasas), Martin, un escolar de la segura San Petersburgo de 1913, se imagin exiliado en los aos venideros, y sinti que le brotaban lgrimas cuando, en la oscura plataforma de la estacin extranjera de su ensueo, inesperadamente se encontraba con quin? con un compatriota, sentado en un bal, en una noche de temblores y demoras, y qu maravillosa charla tenan! Para los roles de estos exiliados elega simplemente a los rusos que haba visto durante aquel lejano viaje al extranjero: una familia de Biarritz, completa, con gobernanta, tutor, un valet muy bien afeitado y un basset marrn; una fascinante seora de cabello rubio en el Kaiserhof de Berln; o, en el pasillo del Nord-Express, un seor mayor con gorro negro, a quien el padre de Martin haba identificado como el escritor Boborykin. Luego, despus de haber escogido para ellos las vestimentas y los dilogos ms apropiados, los despachaba a encontrarse con l mismo en los lugares ms remotos de la tierra. Hoy, en 1923, aquella fantasa casual (consecuencia de Dios sabe qu libro para nios) hallaba plena encarnacin, acentuada incluso por cierta sobreactuacin. Cuando en el tranva, una gruesa dama rusa, de slida complexin, se colg del agarrador con vocinglero abatimiento y vole por sobre el hombro una resonante frase en ruso a su acompaante, un viejo de bigote gris: Sorprendente, es realmente sorprendente que ninguno de estos extranjeros mal criados ofrezca su asiento, Martin se incorpor de un salto y, con una amplia sonrisa, repitiendo lo que haba ensayado en las fantasas de su niez, exclam: Pozhaluysta! y, palideciendo inmediatamente por la emocin vivida, se colg a su vez del agarrador. Los apacibles alemanes a quienes la dama haba llamado mal criados eran todos obreros hambrientos y cansados, y los grises bocadillos que masticaban en el tranva, aun cuando en efecto irritaran a los rusos, eran indispensables. Pues los almuerzos verdaderos eran caros en aquel ao de monstruosa inflacin, y, cuando Martin cambi un billete de dlar en el tranva, en lugar de invertirlo en bienes races, las manos del cobrador temblaron de asombro y diversin. Martin ganaba su valuta americana de un modo muy especial, del que estaba muy orgulloso. Efectivamente, su labor era ardua. Desde mayo, poca en que haba dado con ese trabajo (gracias a Kindermann, un encantador ruso-alemn que desde haca un par de aos daba clases de tenis a cuantos clientes ricos se le presentaran), y hasta mediados de octubre, cuando se fue a pasar el verano con su madre, y luego otra vez en la primavera de 1924, Martin trabaj casi a diario desde las primeras horas de la maana hasta el atardecer, sujetando cinco pelotas en la mano izquierda (Kindermann se las arreglaba para sujetar seis) y mandndolas una tras otra al otro lado de la red con un golpe siempre idntico y suave de su raqueta, mientras el tenso alumno de edad madura (varn o mujer) balanceaba la suya al otro lado de la red, y no pocas veces fallaba el golpe. Al principio Martin se cansaba tanto, el hombro derecho y los pies le dolan de tal modo, que apenas ganaba cinco o seis dlares se iba a dormir. El pelo se le aclar y la piel se le oscureci por el sol, de modo que l pareca un negativo de s mismo. La patrona de su casa,

una viuda de un mayor a la que le ocultaba su profesin para parecer ms misterioso, supona que el pobre muchacho como mucha gente culta, lamentablemente se vea obligado a trabajar de pen, cargando rocas, por ejemplo (de all el bronceado), y que tena vergenza de ello, como le ocurrira a cualquier persona refinada. Por las tardes, suspirando con delicadeza, lo invitaba con salchichas que su hiia le enviaba desde su finca en Pomerania. La seora meda un metro ochenta, era de complexin robusta, los domingos se pona colonia y tena un loro y una tortuga en su cuarto. A Martin lo consideraba el inquilino ideal: rara vez estaba en la casa, no reciba invitados y nunca utilizaba el cuarto de bao (este ltimo reemplazado con holgura por la ducha en el club de tenis y el lago del Grunewald). Este cuarto de bao estaba emplastado con cabellos de la duea de casa en el interior, trapos annimos secndose en una soga a la altura de la cabeza, y una vieja bicicleta oxidada y llena de polvo, apoyada contra la pared opuesta. Adems no era tarea fcil llegar hasta l: haba que seguir un largo y oscuro corredor con extraordinario nmero de vueltas y con todo tipo de porqueras apiladas en l. El cuarto de Martin, en cambio, no estaba nada mal, y tena su lado divertido. Contena objetos de lujo, tales como un piano vertical, fuertemente cerrado desde tiempos inmemoriales, y un slido y complicado barmetro que haba dejado de funcionar dos aos antes de la guerra, mientras que en la pared verde, sobre el silln, como un constante y benvolo recordatorio, el mismo individuo desnudo y armado con un tridente surga de entre las olas de Bcklin, tal como lo haca si bien con un marco ms sencillo en la pared del recibidor de los Zilanov. 32 La primera vez que Martin los visit y vio su apartamento oscuro y barato, que constaba de cuatro habitaciones y una cocina, donde una Sonia extraa, con un peinado diferente, estaba sentada sobre la mesa, balanceando las piernas enfundadas en medias con zurcidos, resollando ruidosamente y pelando patatas, Martin comprendi que no poda esperar nada de Sonia como no fueran sinsabores y que aquel viaje a Berln careca de sentido. Todo en ella era desconocido: el jersey de color bronce, las orejas al descubierto, la voz tomada. Estaba en el punto lgido de un resfriado serio y en las ventanas de la nariz tena la piel colorada; dejaba de pelar para sonarse la nariz, grua con desconsuelo y cortaba una nueva espiral de cscara marrn con el cuchillo. A la hora de la cena comieron smola de trigo sarraceno con margarina en lugar de mantequilla. Irina lleg a la mesa llevando en brazos un gatito del que no se separaba nunca y salud a Martin con una sonrisa alegre y tremenda. Durante el ao transcurrido las dos madres haban envejecido y haban llegado a parecerse an ms. Slo Zilanov era el mismo, y masticaba el pan con el mismo vigor de siempre. He odo crunch, cric que Gruzinov est en Lausanne. Por casualidad crunch te has encontrado con l? Es un gran amigo mo y una persona notablemente voluntariosa y decidida. Martin no tena ni la ms remota idea de quin era Gruzinov, pero no hizo ninguna pregunta por temor a decir un disparate. Despus de cenar, Sonia lav los platos y l los sec, rompiendo uno. Es una situacin imposible exclam Sonia, y especific: No me refiero a nuestras finanzas sino a mi nariz; no puedo respirar. La situacin econmica tambin es terrible, dicho sea de paso. Despus lo acompa hasta abajo para abrirle la puerta de entrada. Tras apretar un botn se oy un grato clic y las luces de la escalera se encendieron. Martin carraspe todo el tiempo y no pudo articular una sola de las muchas palabras que haba preparado. Siguieron veladas de naturaleza totalmente distinta: multitud de invitados, bailes al comps de discos, bailes en un caf cercano, la oscuridad del cine de la esquina. Por todas partes en torno a Martin cobraban cuerpo nuevas personas; la niebla dio luz a las palabras. Encontr rasgos y rtulos definitivos para la esencia rusa diseminada en Berln, para todos aquellos elementos de expatriacin que tanto lo atraan, sea por el mero escuchar al azar una conversacin rutinaria entre la juventud que se apretujaba en las aceras, por alguna palabra camalen (como aquel plural rusificado, con su variable acentuacin: dllary, dollry, dollar), o el recitado de una pareja riiendo (Pero te digo que..., para voz femenina; Oh, haz lo que te parezca..., para voz masculina), o, en una noche de verano, un hombre con la cabeza echada hacia atrs y batiendo palmas bajo una ventana iluminada y gritando un nombre resonante y un patronmico que haca que toda la calle vibrara y que un taxi emitiera un nervioso chillido y respingara hacia un costado despus de haber atropellado casi al vocinglero visitante, que a esa altura haba retrocedido hasta el medio del asfalto, para ver mejor si la persona a quien buscaba apareca como un ttere en la ventana. A travs de los Zilanov, Martin conoci a gente entre la que al principio se sinti ignorante y extrao. En cierto

sentido volvi a experimentar de nuevo todo lo que lo haba turbado cuando vio a los Zilanov por primera vez en Londres. Y ahora, cuando en el apartamento de Stepan Bubnov la conversacin remontaba muy alto, cargada de alusiones a autores modernos, y la bien informada Sonia le lanzaba soslayadas miradas de irnica compasin, Martin enrojeca, titubeaba, estaba a punto de aportar su pequea y frgil contribucin a las olas del dilogo de las otras personas, pero tema que sus palabras zozobraran inmediatamente, y entonces se quedaba callado. En compensacin, avergonzado por el retraso de su erudicin, dedic cada hora de lluvia a leer, y pronto se familiariz con aquel olor especial, el olor a bibliotecas de prisin, que emanaba de la literatura sovitica. 33 El escritor Bubnov (que sola comentar con satisfaccin cuantos nombres de literatos rusos distinguidos del siglo xx empezaban con la letra B) era un hombre rudo, de treinta aos, con frente muy ancha, ojos hmedos y mentn cuadrado. Fumaba en pipa, ahondando notoriamente los carrillos en cada bocanada, usaba una vieja corbata de lazo negra, y consideraba a Martin un petimetre y un forastero. En cuanto a Martin, estaba muy entusiasmado con el modo de hablar enrgico y rotundo de Bubnov y con su fama plenamente justificada. Bubnov, cuya carrera literaria haba comenzado en el exilio, haba dado a luz tres excelentes novelas publicadas por un editor ruso emigr en Berln, y ahora estaba escribiendo una cuarta. El hroe de sta era Cristbal Coln, o, para ser ms exactos, un escribano moscovita que, despus de muchas correras, haba terminado de marinero en una de las caravelas de Coln. Bubnov no conoca otro idioma que el ruso, de modo que, cuando tena que ir a la Biblioteca del Estado para hacer sus averiguaciones y Martin estaba libre, lo llevaba gustosamente consigo. Al ser mediocre el dominio que Martin tena del alemn, se alegraba cuando algn texto estaba casualmente escrito en francs, ingls o, mejor an, en italiano. A decir verdad conoca menos este idioma que el alemn, pero apreciaba particularmente su escaso conocimiento, recordando cmo acostumbraba a leer Dante con la melanclica ayuda de Teddy. El apartamento de Bubnov era frecuentado por todo el mundillo literario emigr: escritores de ficcin, periodistas, jvenes poetas con acn. Segn Bubnov, toda aquella gente era de talento mediocre, y l reinaba entre ellos justamente, escuchando cada vez, con la mano puesta sobre los ojos, un nuevo poema de la nostalgia por la patria o evocaciones de San Petersburgo (con el Jinete de Bronce siempre presente) y diciendo luego, mientras descubra sus salientes cejas y se acariciaba el mentn: S, es bueno. Despus, enfocando sus plidos ojos en algn punto fijo, repeta Bueno en un tono menos convencido, y, cambiando nuevamente la direccin de la mirada, agregaba: No est mal, y luego: Slo que, sabes, muestras un San Petersburgo muy porttil. Y as, decreciendo gradualmente la evaluacin, llegaba al punto en que murmuraba en tono hueco, con un suspiro: Todo ese asunto est mal, es innecesario. Y meneaba la cabeza decepcionado, despus de lo cual, abruptamente, con vivo entusiasmo, tronaba al recitar un poema de Pushkin. Cierta vez, cuando un joven poeta se ofendi, aduciendo: Ese es de Pushkin, y ste es mo, Bubnov reflexion un momento y respondi: Aun as, el tuyo es peor. Despus, nuevamente habra ocasiones en que algn recin llegado trajera una obra realmente buena, debido a lo cual Bubnov en especial si la obra estaba escrita en prosa se ensombreca de un modo extrao y permaneca malhumorado durante varios das. La amistad de Bubnov con Martin, que nunca escriba nada (excepto cartas a su madre y por esto un chistoso lo llamaba nuestra Madame de Svign), era sincera y libre de recelos. Incluso hubo una noche en la que, relajado y transparente despus de su tercera jarra de Pilsener, Bubnov empez a hablar soadoramente (y esto trajo a colacin una fogata de campamento en las montaas de Crimea) de una muchacha cuya alma era una cancin, cuyos oscuros ojos cantaban, cuya piel era plida como una porcelana preciosa. Luego, con fiera mirada, agreg: S, esto est muy trillado, es nauseabundo, uf! Desprecame, si quieres. Puedo carecer de todo talento, pero estoy enamorado de ella. Su nombre es como el domo de una iglesia, como el susurro de las alas de las palomas. Veo una luz radiante en su nombre, esa luz especial, el kanainum de los antiguos sabios del Khadir. Una luz de all, de Oriente. Ah, se es un gran misterio, un misterio pasmoso... Bajando la voz a un suspiro demente, aadi: El encanto de una mujer es una cosa terrible, comprendes, terrible. Y sus pequeas y pobres chinelas estn gastadas en los talones, s, muy gastadas... Martin se senta incmodo y afirmaba en silencio con la cabeza. En compaa de Bubnov

experimentaba siempre una extraa sensacin, como si todo fuera un sueo, y en cierto modo no tena plena fe en l ni en los ancianos del Khadir. Las otras amistades de Sonia, por ejemplo el alegre e ingenioso Kallistratov, un antiguo oficial que ahora estaba en el negocio del transporte en automvil, o la amena y rolliza muchacha Veretennikov, de piel muy plida, que tocaba la guitarra y cantaba Hay un alto pico en el Volga con una rica voz de contralto, o el joven Iogolevich, un muchacho inteligente, viperino y taciturno, de gafas con armazn de asta, que haba ledo a Proust y a Joyce, eran de lejos menos complicados que Bubnov. Mezclados con estos amigos de Sonia estaban los viejos conocidos de sus padres, todos respetables, activistas polticos, gente de buen corazn, ampliamente merecedores de un obituario de cien impecables renglones. Pero cuando, en un da de julio, el viejo Iogolevich cay a plomo en la acera, muerto de un paro cardaco, y los peridicos emigres publicaron extenso material sobre la prdida irremplazable y el verdadero trabajador, y Mihail Platonovich Zilanov, impropiamente descubierto y con el portafolios bajo el brazo, camin a la vanguardia del cortejo fnebre entre las rosas y el mrmol negro de las tumbas judas, Martin tuvo la impresin de que las palabras del escritor obituario, arda de amor por Rusia o siempre sostuvo en alto su pluma, excedan de algn modo al difunto, puesto que idnticas palabras hubieran sido igualmente aplicables tanto a Zilanov como al venerable necrlogo mismo. Ms que nada, Martin echaba de menos la originalidad del difunto, que era verdaderamente irremplazable: sus gestos, su barba, sus majestuosas arrugas, su repentina sonrisa tmida, el botn de la chaqueta colgado de un hilo, y su modo de humedecer un sello con toda la lengua antes de pegarlo en un sobre y golpearlo con el puo. En cierto sentido eso tena mayor valor que los mritos sociales para los que existan esos pobres cliss tan fciles, y en un inesperado cambio de pensamiento Martin jur para s que nunca se unira a ningn partido poltico ni concurrira a ningn mitin, que nunca sera el personaje al que se le concede la palabra o que difiere las actuaciones, a la vez que se deleita con los goces de la virtud cvica. Y a menudo Martin se sorprendera de su propia incapacidad para mencionar sus largamente atesorados planes secretos a Zilanov o a los amigos de Zilanov o a cualquiera de aquellos laboriosos y prominentes rusos, tan llenos de desinteresado amor por su patria. 34 Pero Sonia, ah, Sonia... Desde los pensamientos nocturnos sobre la gloriosa y enigmtica expedicin, desde sus charlas literarias con Bubnov, desde sus faenas diarias en el club de tenis, Martin retornaba a ella una y otra vez, y colocaba por ella una cerilla sobre la cocina de gas, tras lo cual, con una sonora efusin, la llama azul desplegaba todos sus garfios. Hablarle de amor a Sonia era intil, pero una vez, mientras la acompaaba a casa desde el caf, donde haban bebido ponche sueco con caitas al lamento de un violn rumano, l estaba sumido en una pasin tan melosa, por la calidez de la noche y porque en cada puerta haba una pareja inmvil tan contagiosos eran su jovialidad y sus susurros, y sus sbitos silencios, la ondulacin crepuscular de las lilas en los jardines de las quintas, y las sombras fantsticas con que la luz de los faroles del alumbrado animaba el andamiaje de una casa en proceso de renovacin, que Martin olvid su habitual reserva, su habitual temor a que ella se burlara de l, y, por algn milagro, comenz a hablar de qu? de Horacio. S. Horacio haba vivido en Roma, y Roma, a pesar de sus numerosos edificios de mrmol, tena el aspecto de una aldea extensa, y en ella se poda ver gente persiguiendo a un perro loco, o cerdos chapoteando en el lodo junto a sus cochinillos negros, y por todas partes haba construcciones: los carpinteros martilleaban, una carreta cargando mrmol ligurino o un pino enorme pasaba traqueteando. Pero hacia el atardecer el barullo cesaba, as como Berln caa en el silencio a la hora del crepsculo, tras lo cual vena el rechinar de las cadenas de hierro de las tiendas que cerraban ante la proximidad de la noche, muy parecido al rechinar de las tiendas de Berln a la hora de cerrar, y Horacio iniciaba su paseo hacia el Campo de Marte, dbil pero panzudo, con su cabeza calva y sus grandes orejas, enfundado en una toga sucia y mojada, y escuchaba los cariosos susurros bajo los prticos, las fascinantes risas en los rincones oscuros. Eres tan amoroso dijo Sonia de repente que tendr que besarte. Espera, vayamos all. Cerca del portal de un parque, bajo un desborde de oscuro follaje, Martin atrajo a Sonia contra s, y, para no perderse ni el menor detalle de aquel momento, no cerr los ojos mientras besaba lentamente los labios fros y suaves de la muchacha, mirando el reflejo de luz plida en la mejilla y el tremor de los prpados entornados: stos se elevaron durante un instante, descubriendo un resplandor hmedo, ciego, y volvieron a cerrarse. La agitaban pequeos estremecimientos, sus labios se abran bajo los de l, pero rompiendo el hechizo su mano apart el rostro de Martin, y en un dbil susurro, castaeteando los dientes, le

implor que se detuviera. Qu pasara si yo estuviera enamorada de otra persona? pregunt Sonia con inusitada vivacidad cuando estuvieron nuevamente caminando por la calle. Sera horrible dijo Martin. Senta que haba habido un momento en el que poda haber cogido firmemente a Sonia, pero ahora ella haba vuelto a escaprsele. Quita el brazo indic la muchacha. No puedo caminar as. Te comportas como un empleado de tienda en domingo. Y la ltima esperanza de Martin, la placentera sensacin del brazo de Sonia bajo la palma de su mano, tambin se desvaneci. Por lo menos l tiene talento dijo ella, pero t, t no eres nada; slo un chico que viaja. Talento? De quin ests hablando? Ella no contest y guard silencio durante el resto del camino hasta la casa. No obstante volvi a besarlo en el umbral, rodendole el cuello con su brazo desnudo. Su expresin fue seria y su mirada se mantuvo baja, mientras cerraba la puerta con llave desde el interior. El la mir a travs del cristal: all va, subiendo las escaleras, acariciando la baranda, y ahora la curva de la escalera la oculta... y esa luz que se ve es la de su pieza. A Darwin le hizo lo mismo, pens Martin, y sinti una tremenda necesidad de ver a su viejo amigo. Darwin, sin embargo, estaba lejos, en Norteamrica, desempeando una corresponsala para un peridico de Londres. Al da siguiente todos los rastros del romance haban desaparecido, como si nunca hubiera existido, y Sonia se fue al campo con sus amigos, a Peacock Island, a nadar y a un picnic, sin que Martin lo supiera. Aquella tarde, un minuto antes del cierre de las tiendas, l haba comprado un perro de peluche con una gran cinta carmes y estaba llegando a casa de Sonia con el objeto bajo el brazo cuando se encontr con todo el grupo de regreso en la calle. Sonia tena la americana de Kallistratov sobre los hombros, y entre l y ella resplandeca repetidas veces un gesto de burla, cuyo significado nadie se molest en explicar a Martin. Martin le escribi una carta a Sonia y se mantuvo alejado durante varios das. Ella le contest una semana ms tarde aproximadamente, con una postal en colores que mostraba a un chico bien parecido inclinado sobre el respaldo de un banco verde en el que estaba sentada una chica muy guapa, admirando un ramo de rosas, con una rima alemana en letras doradas al pie: Deja que un corazn sincero calle lo que dicen las rosas del valle. En el reverso Sonia haba garrapateado: No son dulces? Aqu tienes un verdadero noviazgo. Oye, necesito tu ayuda, a mi raqueta se le han soltado tres cuerdas. Y ni una sola palabra de la carta! No obstante, durante una de las visitas siguientes de Martin, Sonia dijo: Me parece ridculo que no puedas faltar uno o dos das de vez en cuando. Seguramente Kindermann puede reemplazarte. El tiene sus propias lecciones respondi Martin, dudando. Pero habl con Kindermann, y as una maravillosa maana, impecable, sin una sola nube, Martin y Sonia partieron hacia las afueras de la ciudad, con sus pinos, sus caas y su lago, y Martin cumpli heroicamente su promesa de no ponerse cargoso, segn las palabras de Sonia, y no intent besarla. Algo que discutieron aquel da termin originando una serie de intercambios muy especiales entre los dos. Con nimos de impresionar la imaginacin de Sonia, Martin aludi vagamente a que se haba unido a un grupo secreto de conspiradores antibolcheviques que organizaban operaciones de reconocimiento. Era totalmente cierto que dicho grupo exista; de hecho, un amigo comn a ambos, el teniente Melkikh, haba cruzado la frontera dos veces en misiones peligrosas. Tambin era cierto que Martin no cesaba de buscar una oportunidad de hacerse amigo suyo (incluso una vez lo haba invitado a cenar), y siempre lamentaba no haber conocido en Suiza al misterioso Gruzinov, a quien Zilanov haba mencionado, y quien, de acuerdo con la informacin que Martin haba reunido, emerga como hombre de grandes aventuras, terrorista, espa muy especial y cerebro de las recientes rebeliones campesinas en contra del orden sovitico. Jams se me ocurri que pensaras en esas cosas dijo Sonia. Claro que, sabes, si realmente has entrado en esa organizacin, es muy ingenuo andar divulgndolo inmediatamente por ah. Oh, slo estaba bromeando dijo Martin, y entrecerr los ojos enigmticamente, como para que Sonia pensara que haba querido transformar el asunto en una broma. Sin embargo, ella no repar en ese matiz; extendida sobre la tierra seca y salpicada de hierba, bajo los pinos cuyos troncos manchaba de color el sol, puso los brazos desnudos tras su cabeza, descubriendo sus encantadoras axilas, que haba empezado a afeitarse recientemente y que ahora estaban sombreadas como con lpiz, y dijo que era algo extrao, pero que ella haba pensado muy a menudo en la existencia de una tierra en la que no se admitiera a los mortales comunes.

Cmo llamaremos a esta tierra? pregunt Martin, recordando de pronto sus juegos con Lida en la fabulosa costa de Crimea. Con algn nombre del norte contest Sonia. Mira aquella ardilla. La ardilla, jugando al escondite, trep saltando al tronco de un rbol y desapareci entre el follaje. Zoorlandia, por ejemplo dijo Martin. Un marino normando la menciona. S, por supuesto: Zoorlandia coincidi Sonia. Y Martin sonri ampliamente, algo asombrado por la inesperada capacidad de la joven para soar despierta. Puedo sacar una hormiga? pregunt Martin, cambiando de tema. Depende de dnde. Tu media. Largo de aqu, compinche exclam Sonia dirigindose a la hormiga. La apart con la mano y prosigui: Los inviernos son fros all, y de los aleros cuelgan carmbanos enormes, formando un sistema, como los tubos de los rganos. Luego se derriten, todo queda muy acuoso y hay manchas de holln en la nieve que se deshiela. Oh, puedo contarte muy bien cmo es todo. Por ejemplo, acaban de sacar una ley que dice que todos los habitantes deben rasurarse las cabezas, o sea que ahora la gente ms importante e influyente son los peluqueros. Igualdad de cabezas coment Martin. S. Y naturalmente los pelados son los mejores. Y, sabes... Bubnov se lo pasara muy bien all intervino Martin jocosamente. Por algn motivo Sonia se ofendi y qued en silencio. Con todo, desde ese da condescendi ocasionalmente a jugar a Zoorlandia con l, pero a Martin lo atormentaba la idea de que ella pudiera estar mofndose en secreto y en cualquier momento le hiciera dar un paso en falso, impulsndolo hacia el lmite en que la fantasmagora pierde su gracia y se sacude al sonmbulo para que vea el borde del techo sobre el que est oscilando, su andariega camisa de dormir, la gente que lo mira desde la acera, los cascos de los bomberos. Pero aun cuando por parte de Sonia aqulla fuera una forma de burlarse, no importaba, no importaba, Martin gozaba de la oportunidad de explayarse en presencia de ella. Juntos estudiaron las leyes y las costumbres de Zoorlandia. La regin era rocosa, borrascosa, y el viento era considerado una fuerza positiva, puesto que al abogar por la igualdad, no tolerando ni torres ni rboles altos, se subordinaba a las aspiraciones pblicas, contentndose con ser un mero estrato atmosfrico que mantena estrecha vigilancia sobre la uniformidad de la temperatura. Y, desde luego, las ciencias y las artes puras estaban proscritas, a fin de evitar que los honestos zopencos se ofendieran al ver el ceo caviloso de los estudiantes o libros ofensivamente gordos. Rapados y ataviados con sotanas pardas, los felices zoorlandeses se calentaban junto a las nogueras, mientras las cuerdas de ardientes violines chasqueaban en elevados registros, y tramaban planes para nivelar la tierra dinamitando las montaas que se erguan con demasiada presuncin. De vez en cuando, en medio de la charla general en la mesa, pongamos por caso, Sonia sola volverse repentinamente hacia l y le susurraba: Te has enterado? Hay una nueva ley que prohibe a las orugas transformarse en crislidas, o: Olvid decirte, el Salvador y Aporreador (apodo de uno de los caudillos) ha ordenado a los mdicos que dejen de meditar y que traten todas las enfermedades exactamente del mismo modo. 35 Cuando regres a Suiza en el invierno, Martin esper ansiosamente recibir una correspondencia entretenida, pero Sonia no hizo mencin de Zoorlandia en sus poco frecuentes cartas. En una de ellas, no obstane, le pidi que diera saludos de parte de su padre a Gruzinov. Gruzinov result estar alojado en el Majestic, el hotel que tan extraa atraccin ejerca en Martin. Pero cuando lleg esquiando hasta el hotel, se encontr con que Gruzinov se haba marchado y estara fuera durante un tiempo. Transmiti los saludos de Zilanov a la esposa de Gruzinov, una mujer de aspecto joven, elegantemente vestida, que frisaba los cuarenta, con cabellos negroazulados y una cautelosa sonrisa que procuraba ocultar sus incisivos salientes y siempre manchados de carmn. Martin nunca haba visto manos ms exquisitas que las de aquella mujer. Eran pequeas y suaves, y estaban adornadas con relucientes anillos. Pero aunque todos la consideraban atractiva y admiraban su voz melodiosa y acariciadora, los sentidos de Martin no lograban conmoverse; es ms, le fastidiaba pensar que, tal vez, ella estuviera tratando de prendarlo. Sus sospechas eran infundadas. Martin le era tan indiferente a la seora Gruzinov como el alto y narign ingls de angosta cabeza con pelo gris y crespo y bufanda a rayas alrededor del cuello que la llevaba a

pasear en trineo. Mi esposo no regresar hasta julio dijo la seora Gruznov, y comenz a preguntarle a Martin por los Zilanov. S, s. Compadezco a su madre. (Martin haba mencionado a Irina.) Usted ha de saber cmo comenz todo, no? Martin lo saba. Durante la guerra civil, en el sur de Rusia, Irina, a la sazn una robusta chica de catorce aos, tranquila y normal aunque un poco melanclica, viajaba en un tren con su madre: haban tenido que conformarse con un banco en un vagn de carga atestado de toda clase de gentuza, y durante el extenso viaje dos rufianes, ignorando las protestas de algunos de sus compadres, manosearon, pellizcaron y se divirtieron con la nia, dicindole monstruosas obscenidades. La seora Pavlov, esbozando la sonrisa del horror desesperado, y esforzndose todo lo que poda por proteger a su hija, repeta: No importa, Irochka, no importa... Oh, por favor, dejad en paz a la nia, deberais avergonzaros de vosotros mismos... No importa, Irochka... Luego, en el tren siguiente, ms cerca de Mosc, con gritos y murmullos similares, la mujer volvi a cobijar la cabeza de su hija cuando otros matones, desertores o algo por el estilo, despidieron a su corpulento marido, empujndolo por la ventanilla mientras el tren iba a toda velocidad. S, era muy gordo, y rea histricamente cuando consiguieron sacarle la mitad del cuerpo hacia el otro lado, pero finalmente, con un empelln final, los otros lograron lo que se proponan, y l desapareci de la vista, y en la ventanilla vaca slo qued la nieve ciega que pasaba. Milagrosamente el hombre se reuni con su familia en una pequea estacin del ferrocarril enterrada en la nieve. Y, milagrosamente tambin, Irina sobrevivi a una grave infeccin tifoidea, pero perdi el poder del habla, y slo un ao ms tarde, en Londres, aprendi a emitir algo parecido a mugidos con distintas entonaciones y a pronunciar mama con tolerable claridad. Martin, que nunca haba prestado mucha atencin a Irina, pues se haba acostumbrado pronto a su deficiencia mental, sinti ahora un extrao impacto cuando la seora Gruzinov agreg: Es as como los Zilanov tienen en su casa un permanente smbolo vivo. Aquella noche Zoorlandia le pareci an ms oscura, su bosque salvaje ms profundo, y Martin supo que nada ni nadie podra impedirle penetrar, como peregrino libre, en esos bosques, donde se tortura a los nios gordos en la oscuridad, y el olor a quemado y a podredumbre penetra el aire. Cuando en la primavera regres a Berln y a Sonia, casi poda creer (tan pobladas de aventuras haban estado sus fantasas nocturno-invernales) que la solitaria y osada expedicin ya haba concluido, y que ahora iba a hablar y hablar de sus aventuras. Cuando entr en el cuarto de la joven, dijo (ansioso de expresarlo antes de que el familiar y frustrante efecto de los ojos opacos de Sonia volviera a afirmarse): As, as, algn da regresar como ahora, y entonces, ah, entonces... Nunca pasar nada exclam ella en el tono de la Naina de Pushkin (Hroe, an no os amo!). Estaba todava ms plida que de costumbre; el trabajo de su oficina era agotador. En su casa usaba un viejo vestido negro de terciopelo con un angosto cinturn de cuero en las caderas y chinelas sin taln con pompones rados. Muchas veces, despus de la cena, se pona el impermeable y sala, y Martin, tras pasearse desanimadamente de un cuarto a otro durante un rato, tambin se iba y caminaba despacio hasta la parada del tranva, con las manos hundidas en los bolsillos del pantaln. En el otro extremo de Berln sola silbar quedamente bajo la ventana de una bailarina de cabaret que haba conocido en el club de tenis. La joven sala rpidamente al balcn, se quedaba inmvil durante un instante sobre la baranda, desapareca, volva a asomarse y le arrojaba la llave de la casa envuelta en un papel. Ya en el cuarto, Martin beba crema de menta verde y besaba a la mujer en la espalda desnuda, de color marrn dorado, e, inclinando la cabeza, ella contraa rgidamente los omplatos. Le gustaba mirarla caminar por la habitacin, juntar sus piernas musculosas y bronceadas e insultar con furia siempre al mismo agente teatral. Le gustaba su rostro pequeo y grotesco con el cutis matizado de naranja, las cejas artificialmente finas y el cabello delicadamente cepillado hacia atrs. Y en vano trataba de no pensar en Sonia. Una noche de mayo Martin emiti su quedo silbido con un trino especial, pero, en lugar de su amante, al balcn sali un hombre mayor en mangas de camisa y Martin suspir y se fue. Volvi en tranva hasta la casa de los Zilanov y empez a caminar sin cesar entre dos faroles. Sonia regres pasada la medianoche, sola, y, mientras ella buscaba las llaves en el bolso, Martin se le acerc y le pregunt tmidamente dnde haba estado. Es que nunca vas a dejarme en paz? grit Sonia. Y sin esperar respuesta dio vuelta a la llave hacindola crujir dos veces, y la slida puerta se abri, permaneci un instante detenida y se cerr de un golpe. Despus sigui una poca en la que Martin comenz a imaginar que no slo Sonia, sino todas sus amistades comunes, lo

rehuan, que no lo queran, que nadie se interesaba por l. Fue a visitar a Bubnov, pero ste lo mir de un modo raro, se disculp y sigui escribiendo. Al fin pensando que si esa situacin se prolongaba l no tardara en convertirse en la sombra de Sonia y seguira deambulando por las calles de Berln hasta el fin de sus das, malgastando en una pasin ftil ese algo importante y solemne que estaba madurando en l, Martin decidi dar por concluida su estancia en Berln, a fin de meditar en purificadora soledad el plan de la expedicin. A mediados de mayo de 1924, con el billete a Estrasburgo ya en la cartera, fue a despedirse de Sonia, y, por supuesto, no la encontr en casa. En la penumbra del cuarto, toda vestida de blanco, estaba sentada Irina, que pareca flotar en las tinieblas como una tortuga fantasma. No dej de mirar a Martin ni un solo momento. El escribi en un sobre: En Zoorlandia han decretado la noche polar, lo puso sobre la almohada en el cuarto de Sonia, subi al taxi que lo estaba aguardando, y, sin llevar abrigo ni sombrero, con slo una maleta, parti hacia la estacin. 36 Apenas se puso en movimiento el tren, Martin revivi, recobr la jovialidad, comenz a disfrutar la emocin de viajar: algo que l consideraba una especie de entrenamiento indispensable. Cuando hizo el transbordo a un tren francs que iba hacia el sur pasando por Lyon, le pareci estar completamente liberado de los nebulosos hechizos de Sonia. Tras pasar Lyon, la noche surea fue extendiendo gradualmente su manto. Los plidos rectngulos reflejados por las ventanillas del vagn corran junto al negro terrapln. En el sucio e insufriblemente sofocante coche de segunda clase, el nico compaero de Martin era un francs de mediana edad. El hombre se quit la chaqueta y con un solo movimiento de sus dedos hacia abajo se desprendi todos los botones del chaleco; se sac los puos de la camisa como si se desenroscara las muecas y coloc los dos cilindros almidonados sobre la malla para equipajes. Luego se adelant hasta el borde del asiento y mecindose el tren iba muy rpido, con el mentn erguido, se afloj el cuello de la camisa y la corbata. Y como la corbata era de esas que se desabrochan por detrs, pareca que el hombre estuviera separndose y a punto de sacarse la cabeza. La piel de la parte frontal de su cuello era flcida como la de un pavo; movi la cabeza de derecha a izquierda con alivio, despus se dobl hacia adelante y, gruendo, se cambi los botines por unas pantuflas. Con la camisa abierta sobre el pecho rizado, tena ahora el aspecto de uno de esos tipos ms bien vigorosos que han bebido demasiado: pues esos compaeros de viaje en tren nocturno, con sus caras plidas y lustrosas y sus ojos vidriosos, siempre parecen estar borrachos por el meneo y el calor del vagn. Extrajo de una canasta una botella de vino tinto y una gran naranja; primero bebi un trago de la botella, se rechup los labios, presionando con fuerza volvi a poner el corcho en su lugar, y luego empez a pelar la naranja con el pulgar, despus de cortar la cscara de un mordisco en la coronilla de la fruta. En ese momento sus ojos se encontraron con los de Martin, que acababa de poner su gua Tauchnitz sobre sus rodillas preparndose para un bostezo, y el francs habl. Ya casi estamos en Provence dijo vivazmente, sealando con una ceja hirsuta hacia la ventanilla, en cuyo espejo de vidrio negro el opaco doble tambin pelaba una naranja. Oui, on sent le sud contest Martin. Es usted ingls? inquiri el otro, cortando en dos su naranja pelada y coronada de gris. En efecto respondi Martin. Cmo lo adivin? El francs, masticando suculentamente, encogi un hombro: No fue muy difcil dijo. Trag y, tras una mirada examinadora, apunt un dedo velludo hacia el Tauchnitz. Martin sonri complacido. Yo soy de Lyon continu el francs. Trabajo en el comercio del vino. Debo viajar mucho, pero me gusta ir de un sitio a otro. Uno llega a conocer nuevos lugares, gentes nuevas... el mundo, quoi. Secndose las puntas de sus dedos separados con un trozo de peridico, aadi: Tengo esposa y una hermana pequea. Entonces, observando otra vez a Martin, mirando su maleta estropeada y su pantaln arrugado, y deduciendo que un milord ingls difcilmente viajara en segunda clase, coment, asintiendo con la cabeza por anticipado: Es usted viajante? Martin entendi que aqulla era una mera abreviacin de viajante comercial. S, por cierto, soy viajante respondi, imitando cuidadosamente el acento ingls, pero en un sentido ms amplio de la palabra. Viajo muy lejos.

Pero como comerciante? Martin mene la cabeza. Entonces lo hace por placer. Si as lo prefiere... El francs medit en silencio; a poco, pregunt: De momento va hacia Marsella, verdad? S, probablemente a Marsella. An no he acabado todos mis preparativos. El francs asinti con la cabeza, pero estaba visiblemente confundido. En estos casos prosigui Martin, los preparativos deben hacerse con el mayor cuidado. He pasado cerca de un ao en Berln, donde esperaba obtener cierta informacin esencial, y no puede usted imaginarse... Mi sobrino es ingeniero interrumpi esperanzado el francs. Oh no, no tengo nada que ver con la tecnologa, no es por eso que visit Alemania. Pero, como le estaba diciendo, no puede imaginarse lo difcil que es averiguar ese tipo de informacin. El hecho es que estoy planeando explorar cierta regin remota, casi inaccesible. Slo unos pocos aventureros han llegado hasta ella, pero, cmo encontrarlos? Cmo hacer que hablen? De qu dispongo? Slo de un mapa. Y Martin seal su maleta, que en efecto contena, adems de sus camisas de seda y su baera plegable, un mapa en escala de un vershok a una versta, adquirido en Berln, en el antiguo Cuartel General Militar. Sigui un silencio. El tren traqueteaba y se balanceaba. Yo siempre afirmo dijo el francs que nuestras colonias tienen un gran futuro. Naturalmente, las vuestras tambin, y tenis muchas. Un amigo mo pas diez aos en el trpico y dice que volvera all con gusto. Una vez me dijo que haba visto unos monos que utilizaban un tronco de rbol cado para cruzar el ro, cogindose cada uno de la cola del que tena delante: es endiabladamente drle, cogerse de las colas! Cogerse de las colas! Las colonias tampoco tienen nada que ver dijo Martin. No estoy planeando ir a nuestras colonias. Mi senda me llevar a travs de lugares peligrosos, y, quin sabe, podra no regresar. Se trata de una expedicin cientfica o algo as? pregunt el francs, macerando un bostezo con sus molares. En parte. Pero... cmo le dir? La ciencia, el conocimiento... Nada de eso es lo fundamental. Lo fundamental, el propsito fundamental es... No, realmente no s cmo explicrselo. Ya comprendo, ya comprendo dijo el francs, abrumado. Vosotros, les Anglais, sois muy aficionados a las apuestas, a los records (su records son como un gruido somnoliento). A quin le interesa una roca pelada en el cielo? O... por Dios, qu sueo da viajar en tren!... O los icebergs, o como se llamen... o, sin duda, el Polo Norte? O esos pantanos en que se muere debido a la malaria? S, podra usted haber acertado. Pero aun as, le sport no lo es todo. Adems estn... cmo le dir? La gloria, el amor, el cario a la tierra, mil sentimientos bastante misteriosos. El francs bostez y despus, echndose hacia adelante, palme suavemente la rodilla de Martin. Se est burlando de m, eh? observ afablemente. Oh, no, en absoluto! Vamos dijo el hombre, apoyndose contra el rincn, usted es muy joven para vagar por el Sahara. Con su permiso, ahora apagar la luz y dormir una siesta. 37 Oscuridad. Casi en seguida el francs empez a roncar. S, se crey de veras que yo era ingls. Ong sang lei sud. As viajar hacia el norte, exactamente as, en un tren que no se puede detener... Y despus de eso, despus de eso... Comenz a internarse por el sendero de un bosque. Avanz, sigui avanzando, pero no logr conciliar el sueo. Abri los ojos. No estara mal bajar la ventanilla. Una noche clida ba su rostro y, entrecerrando los ojos, Martin se asom fuera del vagn, pero un polvo invisible se le meti en los ojos y la velocidad lo ceg. Volvi a entrar la cabeza. En la penumbra del compartimiento reson una tos. No, no. Si es tan amable dijo una voz molesta, no querra dormir bajo las estrellas. Cirrela, cirrela. Cirrela usted replic Martin. Sali al pasillo y camin junto a los compartimientos en los que se poda adivinar la confusa presencia de cuerpos semidormidos, indefensos y a medio vestir, jadeos y suspiros, bocas abiertas como las de los peces, una cabeza hundida que vuelve a incorporarse, un pie blanco

junto a la nariz de un desconocido. Abrindose paso entre el rechinar de las plataformas de unin, Martin recorri dos coches de tercera clase. Las puertas corredizas de algunos de los compartimientos estaban abiertas; en uno de ellos un grupo de soldados con uniformes de color gris azulado jugaba ruidosamente a las cartas. Ms adelante, en el corredor de un coche cama, Martin se detuvo ante una ventanilla a medio bajar, y record, con claridad excepcional, el viaje de su niez por el sur de Francia: aquel asiento strapontin junto a la ventanilla, aquel aro de tela que le permita manejar el tren, aquella encantadora meloda en tres idiomas, especialmente: pericoloso. Pens que vida tan, pero tan extraa le haba tocado en suerte. Era como si toda ella hubiera transcurrido en un tren expreso, errando de un vagn a otro: y uno de ellos iba ocupado por ingleses jvenes, entre los cuales estaba Darwin, en el momento mismo de tirar solemnemente del freno de emergencia; en el otro viajaban Alia y su marido; o bien el grupo de Crimea; o el to Enrique, roncando; o los Zilanov, el padre con su eterno peridico, y Sonia, mirando por la ventanilla con sus ojos de terciopelo negro. Y luego seguir a pie murmur excitado Martin: un bosque, un sendero sinuoso, qu rboles enormes! All, en aquel coche cama, deba de haber viajado su niez, deba de haber vibrado, mientras desprenda el botn de la cortina de cuero. Y si uno avanzara un pequeo trecho ms por el pasillo azul, llegara al coche restaurante, donde cenaban los padres de Martin, y encima de la mesa estara la misma imitacin de una tableta de chocolate con envoltura violeta, y sobre la puerta un ventilador de hlice brillara dbilmente en un jardn de anuncios. En ese instante, como respuesta a sus recuerdos, Martin vio por la ventanilla lo que haba visto de chico: una diadema de luces distantes, entre oscuras colinas. Pareca como si alguien estuviera derramndolas de una mano a la otra y guardndoselas en el bolsillo. Mientras miraba, el tren empez a aminorar la marcha, y Martin se dijo que, si se detena, l se apeara e ira en busca de aquellas luces. Comenz a verse el andn de una estacin, luego la luna llena del disco de un reloj, y el tren se detuvo exhalando un suspiro. Martin regres corriendo a su vagn, dos veces se precipit en la oscuridad y los ronquidos de un compartimiento equivocado, encontr el suyo, encendi la luz, y el francs se incorpor a medias en su asiento restregndose los ojos con las manos. Martin baj su maleta de un tirn y recogi su Tauchnitz. Con el apuro no repar en que el tren haba echado a andar de nuevo, y por lo tanto casi dio por tierra cuando salt a la plataforma en movimiento. Una larga fila de ventanillas pas y se fue. No qued nada excepto los rieles vacos con el brillo del polvo de carbn entre ellos. Jadeando todava, Martin atraves el andn. Un mozo que empujaba un gran cajn con la inscripcin Frgil sobre la carretilla para equipajes, le dijo animadamente, con el peculiar acento metlico de la Provenza: Se despert en el momento justo, Monsieur. Dgame pregunt Martin, qu hay en esa caja? El mozo la mir como si reparara en ella por primera vez, y ley en voz alta la direccin: Museo de Ciencias Naturales. Ah s, una coleccin de insectos, no cabe duda dijo Martin, y camin hacia el grupito de mesas que haba en la entrada del bar escasamente iluminado. El aire era clido y aterciopelado. Alrededor de una blanquecina lmpara de arco voltaico, revoloteaban plidas moscas de agua y una gran polilla oscura con bordes claros. Un anuncio de dos metros adornaba la pared: era un intento por parte del Ministerio de Guerra de describir, en beneficio de los jvenes, los atractivos del servicio militar: en primer trmino, un valiente soldado francs; atrs, una palmera, un dromedario y un rabe con albornoz; y en la esquina, dos opulentas siluetas femeninas en charshafs. El andn estaba desierto. A poca distancia haba algunas jaulas con gallinas dormidas. Al otro lado de los rieles se alcanzaba a distinguir una maraa de arbustos negros. El aire ola a carbn, a enebros y a orina. Una vieja sombra miraba hacia afuera de la buvette, y Martin pidi un apritif cuyo delicioso nombre haba visto anunciado. Un obrero vestido de azul se sent en la mesa contigua y se durmi con la cabeza apoyada en el brazo. Querra hacerle una pregunta le dijo Martin a la mujer. Poco antes de detenerse el tren, vi algunas luces a lo lejos. Dnde? Por all? pregunt la vieja, sealando en la direccin de donde haba venido el tren. Martin asinti. Eso slo pudo haber sido Molignac dijo la mujer. S, Molignac, un pueblecito. Martin pag y ech a andar con su maleta hacia la salida. Una plaza oscura, pltanos silvestres, una hilera de casas fantasmales y una calle angosta. Ya casi se haba internado en ella, cuando repar en que haba olvidado mirar el letrero de la estacin, y ahora no saba el nombre de la poblacin en la que se encontraba. Se estremeci gratamente. Quin sabe:

tal vez, por algn capricho del espacio, ya estuviera al otro lado de la frontera de Zoorlandia, en la noche incierta, y en breve le dieran el alto. 38 Cuando despert a la maana siguiente, Martin no pudo reconstruir de inmediato el da anterior. Y la causa de que se despertara fue que las moscas le hacan cosquillas en la cara. Una cama notablemente mullida, un asctico lavabo, y, a su lado, un mueble de excusado con forma de violn. La intensa luz azul se colaba por una abertura en la cortina de la ventana. Haca mucho tiempo que Martin no dorma tan bien, haca mucho tiempo que no tena tanto apetito. Descorri las cortinas y vio ante s una deslumbrante pared blanca. Ms all, hacia la izquierda, haba tiendas con toldos a rayas, un perro manchado sentado en la calle, rascndose detrs de la oreja con la pata trasera, y un arroyuelo de agua chispeante que corra junto al bordillo. El sonido del botn del timbre que oprimi reson en toda la posada de dos plantas y, taconeando descaradamente, lleg una camarera de ojos vivaces. Martin encarg mucho pan, mucha mantequilla, mucho caf, y cuando la camarera lo hubo trado todo, le pregunt cmo poda llegar a Molignac. La mujer result ser conversadora y preguntona. Martin mencion como al descuido que era alemn, que haba sido enviado all para recolectar insectos. Al or esto, ella mir intrigada la pared, donde haba unas manchas pardorrojizas de aspecto sospechoso. Gradualmente le inform que en un mes, y quizs antes, se establecera un servicio de autocares entre el pueblo y Molignac. Es decir que uno debe ir caminando? pregunt Martin. Quince kilmetros! exclam la camarera con horror. Qu idea! Y con este calor! Martin dej sus cosas en la posada y, tras comprar un mapa de la regin en el estanco, cuyo cartel era una pipa tricolor que asomaba sobre la puerta, empez a caminar por el lado soleado de la calle, e inmediatamente se dio cuenta de que el cuello abierto de su camisa y la ausencia de una prenda en la cabeza llamaban la atencin general. El pueblo pareca dibujado con tiza blanca y estaba ntidamente dividido en luz y sombra; tena numerosas pasteleras. Al cabo de un rato, las casas agrupadas fueron extinguindose hasta desaparecer y el camino pavimentado entre dos filas de enormes pltanos con manchas de color carne en sus troncos verdes sigui extendindose por entre los viedos. Las escasas personas con quienes se cruz, bocartes, escolares y esposas campesinas con sombreros de paja negros, lo devoraron con los ojos. A Martin se le ocurri practicar algo que pudiera resultarle til en el futuro. Procedi a avanzar con el mayor sigilo, cruzando zanjas y escondindose tras los zarzales cada vez que divisaba a lo lejos alguna carreta tirada por un burro con anteojeras o un polvoriento y desvencijado carromato de motor. Despus de un par de kilmetros, abandon el camino por completo y comenz a abrirse paso paralelo a l junto a la ladera en donde lo ocultaban el breal de los robles, los lustrosos arrayanes, los almeces. El sol quemaba fieramente, las cigarras cantaban, el fuerte aroma de las especias logr marearlo, y Martin se ech a la sombra durante un minuto, enjugndose el cuello transpirado con un pauelo. Una ojeada al mapa le indic que en el quinto kilmetro el camino describa una curva muy pronunciada, y que para llegar a l se poda tomar un atajo por aquella colina, toda amarilla por la retama florecida. Cuando descendi al otro lado, la serpiente blanca del camino reapareci y, mientras caminaba de nuevo junto a l a travs de la fragante maleza, se alegr de su capacidad para orientarse. De pronto oy el fresco sonido del agua que corre... No poda existir en el mundo una msica mejor! En un tnel formado por el follaje y sobre piedras chatas saltaba un arroyo. Martin se arrodill, saci su sed y exhal un profundo suspiro. Encendi un cigarrillo. La cerilla ardi en el aire con una llama invisible, y un sabor dulzn a sulfuro se extendi hacia la lengua de Martin. As, sentado en una roca y escuchando el murmullo del arroyo, goz la plenitud de su libertad nmada, su libertad de cualquier otro compromiso: era un vagabundo, solitario y perdido en un mundo maravilloso, totalmente indiferente hacia su persona, en el que bailaban las mariposas, corran las lagartijas y las hojas resplandecan, del mismo modo que en los bosques rusos o africanos. Fue largo tiempo despus del medioda cuando Martin lleg a Molignac. Conque era all donde por la noche brillaban las luces que lo haban llamado desde la niez! Silencio, un calor abrasador. A travs del sinuoso arroyuelo que corra junto a la estrecha acera se vea su lecho abigarrado, formado por vidrios rotos. Sobre los guijarros dormitaban tmidos perros blancos, demasiado flacos. En el centro de una plazoleta se ergua un monumento: un personaje femenino, con alas, levantando un estandarte. En primer lugar Martin visit el correo, un lugar fro, oscuro y sooliento. All escribi una postal para su madre, acompaado por el penetrante lamento de una mosca, una de cuyas

patas haba quedado adherida a la cola de un papel cazamoscas de color meladura, fijado en el alfizar de una ventana. Aquella postal fue la primera de un nuevo lote de cartas de los que la seora Edelweiss guardaba en su cmoda: el penltimo lote. 39 A la mujer que atenda la nica posada de Molignac le dijo que era suizo (cosa que fue confirmada por su pasaporte) y le dio a entender que haba errado largo tiempo por el mundo, trabajando en empleos temporarios aqu y all. Idntica informacin confi al hermano de la posadera, un granjero, prpura a fuerza de vino y sanguineidad, por quien, a consecuencia de la total indigencia del trotamundos, fue contratado como jornalero. Era, pues, la tercera vez en una semana que Martin cambiaba de nacionalidad, poniendo a prueba la credulidad de los desconocidos y aprendiendo a vivir de incgnito. El hecho de que hubiera nacido en una remota tierra del norte haba adquirido desde mucho tiempo atrs una sombra de misterio fascinante. Como desenfadado visitante que provena de un paraje lejano, se pase por los bazares de los infieles, y todo result interesante y colorido, pero, fuera donde fuese, nada podra debilitar en l la prodigiosa sensacin de ser diferente y elegido. Tales palabras, tales nociones e imgenes, como aquellas que haba engendrado Rusia, no existan en otros pases, y a menudo ocurra que Martin caa en una incoherencia, o empezaba a rer nerviosamente al tratar de explicar en vano a determinado extranjero los diversos significados de algn trmino especial, digamos, poshlost. Le agradaba el apasionamiento de los ingleses por Chejov, el de los alemanes por Dostoyevski. Cierta vez, en Cambridge, descubri en un ejemplar de la revista local aparecido sesenta aos atrs, un poema firmado a secas: A. Jameson. Comenzaba as: Voy por el camino solitario, lejos se extiende mi pedregoso sendero, queda es la noche y fra la piedra, y las estrellas conversan con las estrellas... Y era una vergonzosa parfrasis del ms grande poema lrico de Lermontov. Una profunda melancola lo invada cuando, a veces, de las profundidades de un patio en Berln surga el sonido de una gaita ignorante de que la meloda hecha suya haba emocionado los corazones de sentimentales borrachos en las tabernas rusas. La msica! Martin lamentaba que un centinela interno prohibiera a sus cuerdas vocales los sonidos que habitaban en sus odos. Pese a todo, cuando sus compaeros de trabajo, jvenes italianos, cantaban a viva voz, por entre las ramas de los cerezos de la Provenza, Martin daba comienzo a su propia cancin torpe, osadamente, y fenomenalmente desafinada, y aquella cancin evocara las noches en el campo de Crimea, cuando el bartono Zaryanski, acompaado por el coro, cantaba al compaero de las siete cuerdas, o a la pequea copa. Muy por encima de l ondeaba la alfalfa; desde arriba del brillante azul que lo oprima, las hojas con nervaduras plateadas crujan muy junto a sus mejillas, y el saco de hule suspendido de la rama de un rbol ganaba peso gradualmente a medida que iba llenndose del esmaltado fruto negro que Martin extraa por su rgido tallo. Cuando estuvieron cosechadas las cerezas, vinieron los albaricoques impregnados de sol, y preciosos melocotones, que deban acunarse delicadamente en la mano para que no se machucaran. Tambin haba otros tipos de trabajo. Con el torso desnudo y la espalda ya del color de la terracota, Martin, para complacer al maz joven, aflojaba la tierra y la apilaba en montaitas, escardaba con el extremo puntiagudo de su azada la artera y obstinada hierba de los prados, o se inclinaba durante horas sobre los brotes de los rboles menores, manzanos y perales, maniobrando sus tijeras de podar. Le gustaba especialmente llevar el agua del aljibe del patio al planto, donde los surcos abiertos con una zapa se encontraban entre s y con los pozos cavados en torno a los tallos. Al diseminarse por toda la joven plantacin, el agua elega su camino como si estuviera viva; aqu se detena, all segua corriendo, extendiendo brillantes tentculos, y Martin, haciendo alguna que otra mueca por las punzadas de las cabezas de los cardos, se embarraba hasta los tobillos con un grueso lodo de color prpura, hundiendo con todas sus fuerzas un resguardo de hierro como barrera o, al contrario, ayudando a pasar a un hilo de agua. La tierra ahuecada se llenaba de un agua marrn y burbujeante y, palpndola con la azada, Martin alisaba piadosamente el suelo, hasta que algo ceda deliciosamente, y el agua, filtrndose, se hunda lavando las races. Se senta feliz de saber saciar la sed de una planta, feliz de que el azar lo hubiera ayudado a encontrar un trabajo que poda servirle para comprobar tanto su sagacidad como su resistencia. Se alojaba en una barraca junto con los otros peones, beba, como ellos, un litro y medio de vino por da, y hallaba satisfaccin en

tener el mismo aspecto de ellos, exceptuando la pequea barba rubia que se haba dejado crecer en silencio. Al atardecer, antes de regresar, caminaba hasta los bosques de alcornoques que haba al otro lado de la granja, fumaba y meditaba. Sobre su cabeza los ruiseores silbaban frases cortas y ricas; desde el estanque llegaba el gomoso croar de las ranas. El aire era tierno, lnguido, no del todo crepuscular an, pero ya no diurno, y los olivos en las terrazas y las mitogrficas colinas a lo lejos y aquel pino separado que se ergua en una roca, el paisaje todo, era inconsolable y algo desfalleciente, bajo el parejo desvanecimiento del cielo, que oprima, que adormeca y que haca anhelar la vivificante aparicin de las estrellas. Caa la noche, las luces titilaban en las siluetas de las colinas, las ventanas de la granja se iluminaban. Y cuando lejos, muy lejos, en la oscuridad desconocida, pasaba un diminuto tren casi inaudible, quebrado en vividos segmentos, Martin se deca con profunda satisfaccin que desde all, desde aquel tren, la granja y Molignac parecan un puado de joyas. Se alegraba de haber escuchado la llamada de aquellas luces, de haber descubierto su encantadora y apacible esencia. Un domingo por la noche, en Molignac, encontr una casita blanca, al pie de los escarpados viedos. Un viejo y destartalado cartel rezaba: Se vende. Y, a decir verdad, no sera mejor abandonar el peligroso y osado proyecto, renunciar al deseo de asomarse a la despiadada noche de Zoorlandia, para establecerse con una joven esposa en aquel mismo lugar, en aquella cua de suelo frtil a la espera de un amo trabajador? S, deba decidir: el tiempo se le escapaba de las manos, la oscura noche de otoo que haba elegido para colarse por la frontera se acercaba, y l ahora se senta tranquilo, restablecido, seguro de poder salir airoso de cualquier personificacin, de que nunca perdera su presencia de nimo, de que se adaptara donde fuera y cuando fuera al tipo de vida que las circunstancias exigiesen. Probando suerte, le escribi a Sonia. La respuesta lleg rpidamente y, despus de leerla, Martin suspir aliviado. Deja de atormentarme, escriba Sonia. Ya es suficiente, por el amor de Dios. Nunca me casar contigo. Es ms, detesto los viedos, el calor, los lagartos y especialmente el ajo. Tchame de la lista, hazme ese favor, querido. Aquel mismo da parti hacia la ciudad en el flamante autocar, se afeit la barba, retir su maleta de la posada y fue andando hasta la estacin. All, en la misma mesa, con la cabeza apoyada en el brazo, dorma el mismo obrero. Estaban encendiendo las luces, los murcilagos pasaban rasando, el cielo verdoso se marchitaba. Proshchay, proshchay (adis, adis), reson en los odos de Martin, con el estribillo de una cancin rusa, mientras contemplaba los enmaraados enebros al otro lado de los rieles ya vibrantes, las luces de las seales, la silueta negra de un hombre empujando la silueta negra de una carretilla para equipajes. El expreso nocturno entr pesadamente en la estacin. Un minuto ms tarde volvi a partir, y Martin sinti un momentneo impulso de saltar de l y regresar a la feliz granja de cuento de hadas. Pero la estacin ya haba dejado de existir. Se qued mirando por la ventanilla, esperando la aparicin de sus queridas luces, para decirles adis. Ah llegaban, lejanas, las joyas vertidas en la oscuridad, increblemente encantadoras... Dgame pregunt Martin al revisor, aquellas luces, son de Molignac, verdad? Qu luces? pregunt el hombre mirando por la ventanilla. Pero en aquel momento todo qued oculto por la repentina aparicin del terrapln negro. De todos modos no es Molignac dijo el conductor. Molignac no puede verse desde el tren. En el quiosco de la estacin de Lausanne, Martin compr la edicin dominical de un peridico ruso emigr publicado en Berln. Apenas pudo creer lo que vean sus ojos cuando en la mitad inferior de la segunda pgina encontr un folletn titulado: Zoorlandia. Lo firmaba S. Bubnov, y result ser un cuento escrito en el admirable estilo de aquel autor, con un toque de fantasa, como se complacan en decir los crticos. Martin descubri en l, con disgusto y vergenza (como si estuviera presenciando un acto oscuro y temible), mucho de lo que l y Sonia solan inventar, extraamente iluminado ahora por la imaginacin de un intruso. Qu traidora es, al fin y al cabo, reflexion Martin, y, en un agudo y desesperado rapto de celos, record haberlos visto a ella y a Bubnov caminando del brazo por una calle oscura, y cmo haba tratado l de creer en lo que ella le haba dicho al otro da: que haba ido al cine con la chica de Veretennikov. Estaba lloviznando, y slo poda divisarse la mitad inferior de las montaas, cuando, aprisionado entre canastas y corpulentas mujeres, lleg en charabn pblico a la poblacin situada a diez kilmetros de la villa de su to. La seora Edelweiss saba que su hijo estaba al llegar. Durante tres das haba esperado un cable y haba aguardado entusiasmada la emocin de bajar hasta la estacin para recibirlo. Estaba en la sala bordando, cuando desde el jardn lleg la voz grave y joven de su hijo y la risa ronca y suave, tpica de su

comportamiento cuando regresaba tras una larga separacin. Martin caminaba junto a la sonrojada Marie, que intentaba librarlo del peso de la maleta, mientras l la cambiaba de una mano a otra y de vuelta a la primera sin dejar de andar. Su rostro estaba de color cobre oscuro, el tono de sus ojos pareca haber empalidecido por contraste, y l ola maravillosamente a tabaco rancio, a chaqueta de lana hmeda y a tren. Habrs venido para quedarte mucho, mucho tiempo ahora repiti una y otra vez su madre, con voz alegre y gritona. En trminos generales, s contest Martin para tranquilizarla. Slo tendr que ir a Berln por negocios dentro de unas dos semanas y despus regresar. Oh, deja a un lado los negocios, pueden esperar! exclam la madre. Y el to Enrique, que descansaba en su cuarto despus de almorzar, se despert, escuch, se calz rpidamente los zapatos y baj. El hijo prdigo dijo al llegar. Encantado de volver a verte. Martin toc la mejilla de su to con la suya propia, y simultneamente ambos besaron el vaco, como era su costumbre en tales circunstancias. Espero que... por cierto tiempo? pregunt el to, sin apartar sus ojos de Martin. Mirndolo todava fijamente, busc a tientas el respaldo de una silla y se sent con las rodillas separadas. En trminos generales, s contest Martin. Slo tendr que ir a Berln dentro de unas dos semanas, pero volver. No lo hars dijo riendo la seora Edelweiss. Te conozco. Anda, dinos cmo fue todo. Es posible que en serio hayas arado, que hayas cosechado heno y ordeado vacas? Es divertido ordear coment Martin, y separando dos dedos demostr cmo se haca. (Ordear era precisamente lo nico que no haba hecho en Molignac sa era tarea de su tocayo Martin Roe y no qued claro por qu empez su historia con un detalle espurio cuando tena tanto ms, autntico, para contar.) A la maana siguiente, mientras contemplaba las montaas, Martin volvi a pensar, con la misma meloda plaidera, Adis, adis, pero en seguida se reprendi por su intil pusilanimidad. En aquel momento entr su madre con una carta, y desde el umbral dijo con jbilo, antes de que Martin tuviera tiempo para suponer errneamente que la carta era de Sonia: Creo que es letra de Darwin. Olvid drtela anoche. Despus de leer los primeros renglones, Martin empez a rer entre dientes. Darwin escriba que estaba a punto de casarse con una esplndida inglesa que haba conocido en un hotel en las cataratas del Nigara, que l viajaba mucho, y que en una semana estara en Berln. Invtalo a venir se apresur a decir la seora Edelweiss. No podra haber nada mas sencillo. No, no. Te digo que tengo que ir a Berln. Todo coincide a la perfeccin. Martin... comenz a decir la madre, pero vacil y qued en silencio. Qu pasa? pregunt Martin jovialmente. Qu tal marcha...? Bueno, sabes a qu me refiero... Tal vez ya te hayas comprometido. Martin entorn los ojos y sonri, pero no contest. Me encariar con ella susurr devotamente la seora Edelweiss. Vamos a dar un paseo. Con este tiempo glorioso... dijo Martin, simulando cambiar de tema a propsito. Ve t respondi la madre. Como buena tonta, he invitado, justo hoy, al viejo matrimonio Dronet. Moriran de un ataque al corazn si uno tratara de telefonearles. En el jardn, el to Enrique estaba colocando una escalera junto al tronco de un manzano. Luego, con el mayor cuidado, trep hasta el tercer peldao. Junto al pozo, con los brazos en jarras, Marie miraba hacia la nada con la mirada perdida, ajena al balde que desbordaba un agua reluciente. Haba aumentado mucho de peso en los ltimos aos, pero en aquel instante, con el juego del sol en el vestido y en el cuello, que las ceidas trenzas firmemente sujetas a la cabeza dejaban al descubierto, le hizo recordar a Martin su efmera pasin. De pronto la muchacha volvi la cara hacia l. Era una cara gorda e inexpresiva. 40 Mientras caminaba con paso elstico a travs del monte de abetos de la ladera, cuya negrura rompa en algunos lugares el esplendor de un delgado abedul, presinti embelesado una espesura similar, penetrada por el sol, en una lejana planicie del norte, con telaraas tendidas al sol, y con hmedas caas obturadas de hierba de sauce, y, ms all, los luminosos espacios abiertos, los vacos campos otoales y la iglesia chata y blanca sobre una loma, vigilando por as decirlo las isbas que parecan a punto de empezar a rodar; y,

rodeando la loma, estara la reluciente curva de un ro, rebosando enredados reflejos. Lleg casi a sorprenderse cuando entrevio la ladera alpina por entre las conferas. Aquello le record que antes de partir deba saldar una cuenta con su conciencia. Sin prisa, decidido, ascendi la ladera y lleg a las agrietadas rocas grises. Trep la rocosa escarpa y se encontr en la misma pequea plataforma desde donde la cornisa empezaba a rodear el empinado risco. Sin vacilar, obedeciendo una orden interior que no poda ser desoda, comenz a desplazarse de lado por el angosto anaquel. Cuando ste se estrech hasta terminar, Martin mir hacia abajo por encima del hombro y vio, bajo sus propios talones, el soleado precipicio y en su fondo el hotel de porcelana. Ah tienes dijo Martin a la diminuta mancha blanca. chpate sa! Y, luchando contra el vrtigo, empez a moverse hacia el lugar de donde haba venido. Con todo, volvi a detenerse y, comprobando su control de s mismo, intent extraer la pitillera del bolsillo del pantaln y fumar. Lleg un momento en el que estuvo meramente apoyado con el pecho contra el risco, sin sujetarse, y sinti que tras l el abismo haca grandes esfuerzos por tirar de sus pantorrillas y sus hombros. No encendi el cigarrillo, porque se le cay la caja de cerillas. El total silencio de la cada fue aterrador, y, cuando Martin prosigui su avance por la cornisa, en l perduraba la sensacin de que la caja de cerillas segua hundindose en el espacio. Al llegar sano y salvo a la plataforma, gru de alegra, y del mismo modo decidido, con un firme sentido del deber cumplido, descendi por el pedregal y la bermejuela, encontr el sendero correcto y baj hacia el Majestic... para ver qu deca. En un banco junto a la cancha de tenis del jardn estaba sentada la seora Gruzinov, al lado de un hombre de pantalones blancos. Martin esper que ella no reparara en l. Estaba poco dispuesto a dilapidar tan pronto el tesoro trado desde la cima de la montaa. Hola, Martin! grit la mujer. Martin sonri y fue hacia ella. Yurochka, ste es el hijo del doctor Edelweiss dijo la seora Gruzinov a su acompaante. Este ltimo se incorpor a medias y, sin quitarse el sombrero de paja, llev hacia atrs el codo, tom un impulso considerable y, disparando su palma hacia adelante, estrech la mano de Martin. Gruzinov dijo quedamente, como comunicando un secreto. Ha venido por mucho tiempo, Martin? pregunt la seora Gruzinov con una sonrisa, y se apresur a bajar su velloso labio superior sobre los dientes siempre teidos de rosa. En trminos generales, s. Debo hacer un rpido viaje de negocios a Berln y luego regresar aqu. Martin Sergeevich? inquiri Gruzinov, y, despus de que Martin respondiera en forma afirmativa, dej caer la mirada y repiti una vez ms para s el patronmico de Martin. Bueno, por cierto que ha... coment la seora Gruzinov, y sus hermosas manos delinearon la forma de un jarrn en el aire. Desde luego respondi Martin. He estado trabajando en una granja al sur de Francia. La vida es tan apacible all que uno no puede evitar aumentar de peso. Gruzinov se apret las comisuras de la boca con el ndice y el pulgar, gesto que confera un algo de la expresin de las pastoras a su rostro de aspecto firme, rasgos definidos y cutis tan cremoso que invitaba a hacer melcocha con sus mejillas. Ya lo tengo! dijo. El hombre se llama Kruglov. Est casado con una mujer turca. Venga, sintese intervino la seora Gruzinov, y con dos movimientos de su cuerpo delicado y generosamente perfumado hizo un lugar para Martin. Da la casualidad de que tiene un pequeo zamindario en el sur de Francia explic Gruzinov y creo que se gana la vida abasteciendo la ciudad de jazmines. Ha estado tambin en la regin perfumera? Martin le dijo el nombre de la poblacin ms cercana. Esa es afirm Gruzinov. No est lejos de donde l reside. O mejor dicho, es probable que no lo est. Usted asiste a la universidad en Berln? No, he terminado en Cambridge. Muy interesante dijo seriamente Gruzinov. An hay algunos acueductos romanos all continu dirigindose a su esposa. Imagnate, querida, aquellos romanos, tan lejos de la patria, establecindose en una tierra desconocida, y hacindolo, mira t, realmente bien, confortablemente, al estilo patricio. Martin no haba dado con ningn acueducto en Cambridge. No obstante, crey necesario asentir. En presencia de gente notable, de gente con un pasado extraordinario, senta siempre un agradable entusiasmo, y ahora trataba de averiguar cmo extraer el mximo de esta nueva relacin. Sin embargo, result que Yuri Gruzinov no era de esas personas a quien es fcil poner en esos estados de nimo en que los hombres salen gateando de su propio yo,

como si salieran de una madriguera, y toman baos de sol en cueros. Yuri Gruzinov se negaba a gatear. Era totalmente benvolo, pero a la vez impenetrable. Estaba dispuesto a conversar sobre cualquier tema fenmenos naturales o asuntos humanos, pero en su charla siempre haba algo que forzaba al interlocutor a dudar si no le estara tomando atrozmente el pelo aquel caballero apuesto, macizo y apeteciblemente suave, cuyos ojos vidriosos parecan estar en cierto modo ausentes de la conversacin. Antes, cuando oa hablar a la gente de la pasin de Gruzinov por el peligro, de sus cruces ilegales de la frontera ms peligrosa del mundo y de las misteriosas rebeliones que se deca instigaba en Zoorlandia, Martin lo supona un hombre de aspecto poderoso, aquilino. Pero ahora, vindolo separar de un golpecito las dos partes del estuche y calarse un sencillo par de gafas para leer, del tipo de las que usan las abuelas y que podran haber encajado en la nariz de un anciano carpintero con una vara de medir plegada en el bolsillo de la blusa, Martin comprendi que Gruzinov no poda haber tenido otra apariencia. Su simplicidad rayana en cierta debilidad de conducta, lo anticuado de sus ropas (aquella americana de franela a rayas por ejemplo), sus enigmticas bromas, su minuciosidad: todo aquello conformaba un capullo que Martin no consegua rasgar. No obstante, le pareci que el hecho de haberlo encontrado casi en las vsperas de intentar una incursin secreta era un presagio de su xito. Y haba sido doblemente afortunado: pues si hubiera regresado a Suiza tan slo un mes ms tarde, Gruzinov no hubiera estado all: ya hubiera estado en Besarabia. 41 Los paseos que dieron: a la Cascada, a Ste. Claire, a la Gruta donde en un tiempo haba vivido un ermitao. Y de vuelta. Septiembre de 1924 fue especialmente estable. Poda haber una niebla hmeda de maana, pero al medioda el mundo centelleaba bajo el sol, los troncos de los rboles estaban brillantes, en el camino relucan charcos azules y, entibiadas por el sol, las montaas se quitaban su traje de brumas. La seora Edelweiss caminaba al frente con la seora Gruzinov; Gruzinov y Martin iban detrs. Gruzinov marchaba con placer, apoyndose firmemente en su bastn casero y molestndose si alguien se detena a admirar el paisaje: afirmaba que los paisajes destruan el ritmo del paseo. Una vez sucedi que de una granja sali un perro ovejero y se interpuso, gruendo, en el camino. La seora Gruzinov dijo Tengo miedo y se escondi detrs de su marido, y Martin tom el bastn de su madre, mientras ella procuraba apaciguar al perro emitiendo en direccin a l sonidos que se utilizaban en Rusia para apurar a los caballos. Slo Gruzinov hizo lo correcto: simul coger una piedra del sendero, y en el acto el perro dio un brinco y se alej. Una tontada, por supuesto, pero Martin apreciaba esa clase de tontadas. En otra ocasin, pensando que Martin tena dificultad para subir sin bastn por un sendero muy empinado, Gruzinov sac una navaja del bolsillo, escogi un vstago apropiado y, manipulando el cuchillo con gran precisin, le confeccion hbil y silenciosamente un bastn. Era suave y blanco, an estaba vivo, an era fro al tacto. Otra tontada, pero de alguna manera aquel bastn pareca oler a Rusia. La seora Edelweiss encontraba encantador a Gruzinov, y cierta vez, durante el almuerzo, le dijo a su esposo que deba trabar amistad con aquel hombre, que Gruzinov se haba convertido en una figura legendaria entre los emigrs. Desde luego, desde luego respondi el to Enrique vertiendo vinagre sobre la ensalada, pero es un aventurero, y no pertenece del todo a los nuestros. Pero, por supuesto, invtalo si quieres. Martin lament no poder escuchar a Gruzinov cautivando al to Enrique en una conversacin sobre el despotismo de las mquinas y el materialismo de nuestra poca. Despus del almuerzo, sigui al to Enrique hasta su estudio y le dijo: El jueves parto hacia Berln. Puedo hablar unas palabras contigo? Qu es lo que te hace vagar por ah de este modo? le pregunt el to Enrique disgustado, y moviendo los ojos y meneando la cabeza agreg: Tu madre estar extremadamente preocupada, lo sabes muy bien. Me veo obligado a ir prosigui Martin. Debo arreglar un asunto. Es un asunto amoroso? El to Enrique estaba ansioso por saberlo. Martin neg con la cabeza sin sonrer. Qu entonces? susurr el to, examinando la punta del escarbadientes que haba usado durante un rato para las excavaciones. Pues, se trata de dinero dijo Martin con bastante firmeza. Quiero pedirte un prstamo. Sabes que en verano me defiendo bien. Te pagar entonces. Cunto? pregunt el to Enrique, mientras su rostro adoptaba una expresin complacida y un velo hmedo le cubra los ojos. Le encantaba demostrarle a Martin su generosidad.

Quinientos francos. Las cejas del to Enrique se arquearon. Ah, una deuda de juego, verdad? Si no ests dispuesto... empez a decir Martin, mirando con odio el modo en que su to chupaba el escarbadientes. Inmediatamente el to se asust. Tengo una regla expres en un tono de voz conciliatorio. Nunca debes esperar franqueza de un joven. He sido joven, y s lo atolondrados que pueden ser los jvenes. Es natural. Pero los juegos de azar deben... Aguarda, aguarda, aguarda, dnde vas? Te dar, te dar lo que quieres, con todo gusto. Y en cuanto a la devolucin... Exactamente quinientos, entonces dijo Martin. Y partir el jueves. La puerta se abri ligeramente. Puedo entrar? pregunt con voz aguda la seora Edelweiss. Qu clase de secretos tenis? continu sutilmente, cambiando la mirada del hijo al esposo. Por qu no podis decrmelos? Es siempre el mismo asunto, esos hermanos Petit contest Martin. A propsito, Martin se va el jueves anunci el to Enrique, guardndose el escarbadientes en el bolsillo del chaleco. Qu? Tan pronto? exclam apenada la madre. S, tan pronto, tan pronto, tan pronto respondi su hijo con involuntario enfado. Y sali del cuarto. Va a enloquecer sin un empleo observ el to Enrique, comentando el portazo. 42 Cuando Martin entr en el jardn del hotel, cuya vista ahora lo aburra, encontr a Gruzinov junto a la cancha de tenis, en la que se desarrollaba un juego bastante animado entre dos muchachos. Mrelos: brincando como dos cabras seal Gruzinov. En Kostroma tenamos un herrero que jugaba maravillosamente al marro; poda batear una pelota por encima del campanario o a la otra orilla del ro como si nada. Si lo tuviramos aqu, les dara una paliza a estos jvenes. Las reglas del tenis son diferentes observ Martin. Los destrozara, con reglas o sin reglas replic tranquilamente Gruzinov. Un silencio. El golpear de las pelotas de tenis. Martin entorn los ojos. El rubio tiene un drive bastante elegante. No se da por vencido fcilmente, eh? insinu Gruzinov, y lo palme en la espalda. En aquel momento apareci la mujer, balanceando graciosamente las caderas. Repar en dos chicas inglesas a quienes conoca y procedi a marchar en direccin a ellas. Yuri Timofeich dijo Martin, querra hacerle una consulta acerca de algo sumamente importante y confidencial. Ser un placer escucharlo. Soy mudo como una tumba. Martin mir a su alrededor y vacil. Vamos a mi habitacin sugiri Gruzinov. El cuarto del hotel estaba atiborrado de objetos, oscuro, e impregnado del perfume de la seora Gruzinov. Gruzinov abri la ventana. Por un instante pareci un gran pjaro negro extendido contra un fondo dorado; despus la luz del sol invadi el suelo de una zancada, detenindose en seco ante la puerta que Martin haba cerrado ruidosamente tras s. Me temo que el cuarto es un revoltijo; espero que no le importe dijo Gruzinov echando una mirada de soslayo a la cama de matrimonio, deshecha por la siesta del medioda. Sintese en aquel silln, amigo. Estas manzanitas son dulces como el azcar. Srvase. En realidad quera hablar con usted sobre el siguiente asunto: tengo un compaero que planea cruzar ilegalmente a Rusia desde Latvia... Tome sta, que tiene buen color interrumpi Gruzinov. No dejo de preguntarme continu Martin si lograr o no hacerlo. Supongamos que ha estudiado con detenimiento un mapa topogrfico, pero no basta con eso. Es seguro que habr guardias fronterizos, agentes de inteligencia y espas por todas partes. Quera pedirle, bueno, algunas indicaciones tiles. Gruzinov, con el codo apoyado sobre la mesa, coma una manzana, volvindola en la mano, extrayndole crujientes bocados, ora aqu, ora all, volvindola otra vez para elegir un nuevo punto de ataque. Y por qu quiere su amigo ir a vagar por all? inquiri, lanzando una rpida mirada a Martin.

No lo s, lo mantiene en secreto. Creo que quiere visitar a algunos familiares en Ostrov o en Pskov. Qu clase de pasaporte? pregunt Gruzinov. Pasaporte extranjero. Es ciudadano extranjero, lituano o algo as. Qu ocurre entonces? Se niegan a darle el visado? Eso no lo s. Creo que en realidad no quiere ningn visado. Se propone hacerlo a su modo. O tal vez, efectivamente, no le den permiso para entrar. Gruzinov termin su manzana y dijo: Sigo buscando el sabor especial que tienen nuestras manzanas antonovkas. A veces pienso: ste es, lo he encontrado, pero luego lo paladeo con ms cuidado, y no, el gusto no es el mismo. Los visados son una cuestin complicada, por lo general. Le dije alguna vez que mi cuado excedi la cuota norteamericana? Pens que usted podra querer dar alguna clase de consejos dijo Martin dbilmente. Mala idea! Seguramente su amigo conoce todo esto mucho mejor. As y todo estoy un poco preocupado por l adujo Martin con voz queda. Pens con tristeza que la conversacin estaba resultando muy diferente de lo que l se haba imaginado, y que Gruzinov nunca le dira cmo haba cruzado la frontera tantas veces. No es de extraar que se preocupe usted observ Gruzinov, especialmente si l es un novato. No obstante, all siempre se puede encontrar un gua. Oh, no, eso sera peligroso! exclam Martin. Se puede caer en manos de un traidor. Naturalmente, hay que ser cauteloso convino Gruzinov, restregndose un ojo y estudiando a Martin por entre sus dedos plidos y gordos. Y, por supuesto agreg con voz apagada, es muy importante conocer la localidad. Aqu Martin despleg rpidamente un mapa. Lo conoca de memoria, a menudo se haba entretenido reproducindolo sin mirarlo, pero por el momento deba ocultar sus conocimientos. Ve usted, hasta me he procurado un mapa yo mismo coment jovialmente. Por algn motivo se me ocurre que Nick cruzar aqu, por ejemplo, o aqu. Ah, de modo que se llama Nicols destac Gruzinov. Lo tendr en cuenta, lo tendr en cuenta. Es un buen mapa ste. Aguarde un instante (apareci el estuche para lentes; las gafas brillaron). Veamos, qu escala es sta? Ah, bien. Aqu est Matanzagrado, aqu est Torturovka, justo en la frontera. Tengo un camarada, que tambin se llama Nick, por extraa coincidencia, y que en una oportunidad vade este ro y fue as, hasta aqu, y sali desde aqu y despus fue por el bosque. Es un bosque muy tupido, llamado Rogozhin, y si uno gira hacia el nordeste... La conversacin se anim y Gruzinov empez a hablar cada vez ms rpido, pinchando el mapa con la punta de un alfiler de seguridad que haba desdoblado. En un minuto haba trazado media docena de itinerarios, y continuaba divulgando los nombres de las poblaciones y revelando sendas invisibles. Pero, cuanto ms animadamente hablaba, Martin poda ver con mayor claridad que estaba burlndose de l. Desde el jardn dos voces femeninas gritaron el nombre de Gruzinov, acentuando la primer slaba en lugar de la segunda. Gruzinov se asom. Las dos muchachas inglesas queran que fuera a tomar un helado (era popular entre las chicas, en cuyo honor adoptaba la personalidad de un papanatas bonachn). Cmo les gusta molestarme coment Gruzinov. Nunca tomo helados, por otra parte. Por un instante a Martin le pareci que alguna vez, en alguna parte, se haban dicho las mismas palabras (como en la obra de Blok Incgnita), y que tanto entonces como ahora l estaba confundido por algo, trataba de dilucidar algo. Ahora bien, ste es mi consejo abrevi Gruzinov, enrollando diestramente el mapa y devolvindoselo a Martin. Dgale a Nicky que se quede en casa y encuentre algo ms constructivo para hacer. Es un buen tipo, estoy seguro, y sera una lstima que extraviara su camino. Lo sabe todo mejor que yo replic Martin vengativamente. Bajaron al jardn. Martin se esforzaba por sonrer, pero senta odio hacia Gruzinov, hacia sus ojos fros, su frente tersa e impenetrable. Una cosa, pese a todo, lo alegraba: la charla se haba llevado a cabo, ahora perteneca al pasado. A decir verdad, lo haban tratado como a un nio, pero no importaba, al diablo con Gruzi, la conciencia de Martin estaba en claro ahora, poda empacar sus cosas y partir en paz. 43 El da de la partida se despert muy temprano, como sola hacerlo en la maana de Navidad durante su niez. Siguiendo una costumbre inglesa, en mitad de la noche la madre se habra deslizado dentro del cuarto de su nio para colgar una media llena de regalos al pie de la

cama. A fin de mantener una verosimilitud total, la seora Edelweiss se pona una barba de lana de algodn y el bashlyk de su marido. Si por casualidad Martin no hubiese estado dormido, hubiera visto a Pap Noel con sus propios ojos. Luego, por la maana, con las luces encendidas y emanando su amarillo lnguido bajo la mirada sombra de la ventiscosa alborada de San Petersburgo (aquel cielo pardo sobre la oscura casa al otro lado de la calle, aquellas fachadas, aquellas cornisas dibujadas en blanco por la nieve), Martin palpaba la media larga y crujiente de su madre, tensamente cargada hasta el tope con pequeos paquetes que podan distinguirse a travs de la seda. Con el aliento entrecortado, Martin introduca la mano y empezaba a sacar y desenvolver animalitos de juguete y diminutas bomboneras que representaban slo una introduccin al regalo en escala real: una locomotora con vagones y rieles de lata (con los que se poda construir ochos enormes) que lo aguardaba en la sala. Hoy tambin lo aguardaba un tren; sala de Lausanne hacia el atardecer para llegar a Berln alrededor de las nueve de la maana siguiente. La seora Edelweiss estaba plenamente convencida de que el nico propsito de aquel viaje era ver a la chica Zilanov. Haba notado que no haban llegado cartas de Berln para Martin y la atormentaba el pensamiento de que tal vez la chica Zilanov no lo quisiera lo suficiente y pudiera ser una mala esposa para l. Se esmeraba para que la partida fuese lo ms alegre posible, ocultando bajo una animacin casi febril su ansiedad y su tristeza. El to Enrique, que tena la cara hinchada, estuvo malhumorado y poco comunicativo durante toda la cena. Martin mir el pimentero que trataba de alcanzar su to y se conmovi al pensar que aquella era la ltima vez que lo vea. El pimentero tena forma de maniqu gordo con perforaciones en la cabeza calva y plateada. Rpidamente Martin transfiri la mirada a su madre, observando sus tiernas manos con pecas claras, su perfil delicado y el ceo ligeramente arqueado (como si estuviera asombrada ante la vista del exquisito guisado), y otra vez se dijo que era la ltima vez que vera aquellas pecas, aquel ceo, aquel plato. Simultneamente, todos los muebles de la habitacin, y la imagen lluviosa de la ventana, y el reloj con cuadrante de madera junto al aparador, y las fotografas ampliadas de notables patilludos con levita en marcos negros, todo, en sntesis, pareci estallar en un trgico parlamento exigiendo atencin ante la inminente partida. Puedo acompaarte a Lausanne? pregunt la madre, y, al ver que Martin frunca la nariz, se apresur a decir: Oh, s que no te gusta que vayan a despedirte, pero no ira solamente con el propsito de despedirte. Simplemente me gustara dar un paseo, y adems tengo que comprar un par de cosas. Martin suspir. Est bien, si no quieres que vaya no ir aadi la seora Edelweiss con excepcional jovialidad. No me gusta meterme cuando no me invitan. Pero te pondrs el abrigo; en eso insisto. Madre e hijo hablaban siempre en ruso entre ellos, y aquello irritaba constantemente al to Enrique, que slo saba una palabra, nichevo, en la que por alguna razn perciba un smbolo del fatalismo eslavo. Aquel da se senta deprimido, adems de estar molesto por el dolor en la mandbula. En ese momento corri su silla con mpetu hacia atrs, se quit las migas del estmago con la servilleta, y, chupndose un diente, se retir a su estudio. Qu viejo est, pens Martin mirndole la nuca encanecida. O es la luz..., el tiempo tan sombro? Bueno, ya casi es hora de que vayas preparndote observ la seora Edelweiss. Probablemente ya habrn trado el coche. Mir por la ventana. S, ya est aqu. Mira qu curioso: hacia all no se ve nada por la niebla, como si no existieran las montaas. Curioso, no? Creo que he olvidado la mquina de afeitar dijo Martin. Subi a su habitacin, recogi la mquina de afeitar y las zapatillas, y tuvo dificultad para cerrar la maleta. En Riga o Rezhitsa comprara cosas simples y ordinarias: una gorra, una capa corta de badana, botas. Tal vez, una pistola? Proshchay, proshchay, cant en tempo rpido la biblioteca coronada con la estatuilla negra de un jugador de ftbol, que por alguna oscura asociacin de recuerdos siempre le haca pensar en Alia Chernosvitov. En el amplio zagun de la planta baja estaba la seora Edelweiss, de pie, con las manos metidas en los bolsillos de su impermeable, y tarareaba como acostumbraba a hacerlo en los momentos de tensin. No hubiera sido mejor que te quedaras en casa? pregunt, al bajar Martin. De veras, por qu tienes que irte? Por la puerta de la derecha, la que tena la cabeza de antlope encima, apareci el to Enrique, y, mirando a Martin con el ceo fruncido, le pregunt: Ests seguro de que tienes suficiente dinero? Ms que suficiente contest Martin. Gracias.

Adis dijo el to Enrique. Me despido de ti ahora, porque quiero evitar salir. Si otra persona hubiera tenido semejante dolor de muelas, hace rato que estara en el manicomio. Vamos indic la seora Edelweiss. Tengo miedo de que pierdas el tren. Lluvia, viento. El cabello de su madre se despein en seguida y ella empez a alisrselo contra las orejas. Espera dijo, poco antes de que Martin llegara al portillo del jardn, un sitio cercano a dos abetos entre cuyos troncos colgaba una hamaca durante el verano. Quiero darte un beso. Martin dej la maleta en el suelo. Dale saludos de mi parte susurr la madre con una sonrisa significativa. Y Martin asinti. Oh, partir! Esto es insoportable. El chfer les abri gentilmente la portezuela. El auto brillaba por las gotas de agua; la lluvia haca un sonido tintineante al golpear contra l. Y por favor no dejes de escribir, aunque sea una vez por semana dijo la seora Edelweiss. Y dio un paso hacia atrs, y agit la mano sonriendo, y chapoteando en el lodo el coche se perdi tras la arboleda de abetos. 44 El viaje nocturno, en el coche cama de color ciruela sucio de un Schnellzug, pareca no tener fin: por momentos Martin se dorma, luego se despertaba con algn arranque del tren, despus volva a encontrarse bajando pendientes de parque de diversiones y otra vez suba traqueteando, y escuchaba entre el sordo golpear de las ruedas los ronquidos del pasajero de la litera inferior, un jadeo rtmico que sonaba como una parte del mecanismo del tren. Mucho antes de la llegada, mientras en el vagn todo el mundo dorma an, Martin descendi de su litera y, tomando esponja, jabn, toalla, elementos para afeitarse y la baera plegable, se dirigi al lavabo. Primero que nada extendi sobre el nauseabundo piso una capa de hojas del Times de Londres que haba comprado en Lausanne; despleg sobre ellas la baera de goma, de contornos algo inestables pero todava til; se sac el pijama y procedi a cubrir con espuma de jabn su cuerpo musculoso y bronceado. No haba mucho espacio, el vagn se balanceaba violentamente, Martin tena conciencia de la transparente proximidad de los veloces rieles y del peligro de entrar inesperadamente en contacto con las mugrientas instalaciones. Pero no poda pasarse sin su bao matinal (en el mar, en un estanque, en una ducha, o en esa baera), que representaba, segn l, una especie de heroica defensa; defensa en contra del obstinado ataque de la tierra, a travs de una pelcula de insidioso polvo, como si no pudiera esperar a tomar posesin de un hombre a su debido tiempo. Por pobre que hubiera sido el descanso de Martin, despus de baarse quedaba penetrado de un vigor benfico. En tales momentos, la idea de la muerte, la idea de que alguna vez, tal vez pronto (quin podra saberlo?), se vera obligado a rendirse a aquello por lo que haban pasado millones y millones de seres humanos, aquella idea de una muerte inevitable y accesible a todo el mundo, lo perturbaba tan slo ligeramente. Cobraba vigor recin hacia el atardecer, y con la llegada de la noche se dilataba a veces hasta alcanzar dimensiones monstruosas. Martin pensaba que la costumbre de que las ejecuciones se llevaran a cabo al amanecer era caritativa: el Seor permita que ocurra de maana, cuando el hombre ejerce control sobre s mismo, se aclara la garganta, sonre, y luego se planta bien erguido, extendiendo los brazos. Cuando se ape en el andn de la estacin Anhalter, inhal el fro y humoso aire de la maana. Lejos de all, en la direccin de donde haba llegado el tren, a travs de la abertura del arco de hierro y vidrio, se poda ver un cielo azul plido y un destello de rieles, y en comparacin con aquella luminosidad todo era pardusco bajo la bveda de la estacin. Camin hasta rebasar los sombros vagones; rebas la resollante y sudorosa locomotora, y, tras entregar su billete a la mano humana de una cabina de control, descendi los escalones que llevaban a la calle. Por apego a las imgenes de su niez, decidi escoger como punto de partida para su viaje la estacin Friedrich, donde, en un da remoto, sus padres y l, despus de alojarse en el vecino Continental, haban tomado el Nord-Express. La maleta pesaba mucho, pero Martin estaba tan excitado e inquieto que decidi caminar. Sin embargo, cuando lleg a la Postdamerstrasse, empez a sentir un hambre atroz, y, tras estimar la distancia restante hasta la Friedrich Bahnhof, cogi sabiamente un autobs. Desde el principio mismo de aquel da inusual tuvo todos los sentidos aguzados: le pareca estar aprendiendo de memoria los rostros de todos los transentes, y percibir con particular agudeza los colores, los olores y los sonidos. Los bocinazos de los automviles que en las noches de lluvia solan torturarle el odo con sus groseros tonos hmedos, ahora sonaban en cierta manera extramundanos, melodiosos y lastimeros. Mientras viajaba sentado en el

autobs, oy un escarceo de lenguaje moscovita cerca de l. Provena de un matrimonio, de aspecto ms sovitico que emigr, y de sus dos hijitos de ojos atnitos. El mayor se haba colocado junto a la ventanilla, el menor se apretujaba contra su hermano. Un restaurante dijo extticamente el ms grande. Mira, un restaurante! exclam el ms pequeo, apretujndose contra l. Puedo verlo sin que me lo digas replic su hermano con brusquedad. Es un restaurante afirm convencido el ms pequeo. Calla, idiota dijo el hermano. No es la calle Linden todava, verdad? pregunt la madre, preocupada. An estamos en el Post Dammer explic el padre, con autoridad. Ya pasamos el Post Dammer gritaron los nios. Y sigui una corta discusin. Qu arco ste! A ti te servir de clase exclam gozoso el mayor, golpeando la ventanilla con el dedo. No grites as indic el padre. Qu es aquello? Te he dicho que no grites. El nio pareci herido. En primer lugar habl suavemente, y no grit en absoluto. Arco murmur asombrado el pequeo. La familia entera qued absorta contemplando la Puerta de Brandenburgo. Lugar histrico declar el mayor de los chicos. Un arco antiguo, s confirm el padre. Cmo haremos para pasar? pregunt el nio ms grande. Es muy apretado! Pues hemos pasado! suspir aliviado el ms pequeo. Y esto de aqu es la Unter grit la madre. Hay que bajarse. La Unter es una calle muy, muy larga dijo el mayor. La he visto en el plano. Esta es la calle Presidente dijo lentamente el pequeo. Calla, idiota! Es la Unter Linden. Luego, a coro: La Unter es larga, larga, larga. Y en un solo de voz masculina: Es un viaje interminable. All descendi Martin. Su niez, pens con extraa angustia, su entusiasmo infantil haba sido similar, y a la vez totalmente distinto. La juxtaposicin dur un instante: cant y se hundi. Despus de facturar la maleta y comprar un billete para el tren de la tarde a Riga, se sent en la bulliciosa cafetera de la estacin, en donde le sirvieron una prolija racin de huevos fritos que parecan soles. En el ltimo nmero del semanario emigr que ley mientras coma, encontr un rencoroso anlisis del ltimo libro de Bubnov, Caravella. Cuando hubo apaciguado su hambre, encendi un cigarrillo y mir en derredor. En la mesa ms cercana una muchacha escriba y se enjugaba las lgrimas. La chica lo mir durante un instante con ojos borrosos y hmedos, apretando el lpiz contra los labios, y, habiendo encontrado la palabra que buscaba, volvi a escribir, cogiendo el lpiz como lo hacen los nios: casi de la punta, con el dedo ndice tensamente curvado. Abrigo negro con una gastada piel de conejo en el cuello abierto, rosario de mbar, garganta tierna y blanca, pauelo arrugado en el puo. Martin pag lo que haba comido y, dispuesto a seguirla, empez a esperar que la chica se levantara. Pero cuando ella termin de escribir, apoy los codos sobre la mesa y sigui sentada all, observando, con los labios entreabiertos. Permaneci sentada durante largo rato, mientras desde algn lugar al otro lado de los ventanales partan los trenes, y Martin, que deba llegar al consulado de Latvia antes de que cerraran, decidi darle slo cinco minutos ms, e irse. Pasaron los cinco minutos. Todo lo que hara sera pedirle que nos encontrramos por la tarde para tomar una copa, slo eso, aleg mentalmente, imaginando al mismo tiempo que aludira al peligroso y distante viaje, y que ella llorara. Pas otro minuto. Est bien, djala, se dijo, y, echndose el impermeable sobre el hombro a la manera inglesa, march hacia la salida. 45 El taxi se desplaz con un sonido susurrante. Martin admir el arremolinarse del Tiergarten a su alrededor, los encantadores matices clidos de su follaje: Oh funesto perodo, encanto visual... Castaos sin flores pero no obstante suntuosos contemplaban su propio reflejo en el canal. Al pasar sobre el puente, reconoci el len de piedra de Hrcules y not que la parte

de su cola recientemente reparada estaba an muy blanca y probablemente tardara mucho tiempo en adquirir el aclimatado tono del resto del grupo. Cunto? Diez, quince aos? Por qu es tan difcil imaginarse a s mismo a los cuarenta? El stano del consulado de Latvia estaba atestado de gente. Toe, toe, sonaba el sello de goma. Al cabo de unos minutos, el ciudadano suizo Edelweiss haba salido de all y se diriga a una oscura mansin cercana, donde obtendra el barato visado de trnsito lituano. Ahora poda buscar a Darwin. Su hotel daba frente al jardn zoolgico. No est dijo el empleado. No, no s cundo volver. Qu fastidio, pens Martin al regresar a la calle. Deb haberle dicho una fecha precisa, no simplemente "Uno de estos das". Es una pega Qu fastidio! Consult el reloj. Las once y media. Su pasaporte estaba en orden; tena el billete en el bolsillo. El da que se haba anunciado lleno de actividad de pronto se haba vaciado. Qu hacer? Visitar el zoolgico? Escribir una carta a mam? No, eso vendra ms tarde. Pero mientras meditaba, en las profundidades de su conciencia se desarrollaba una actividad oculta. Martin se resisti a ella, trat de ignorarla, pues tras el rechazo de su desesperada proposicin haba decidido firmemente no volver a ver nunca ms a Sonia. Por desgracia el aire de Berln estaba saturado de recuerdos de ella. Hacia all, en el zoolgico, haban observado juntos un faisn chino rojo-dorado, las fabulosas ventanas de la nariz del hipoptamo, el amarillento perro salvaje de Australia que poda saltar tan alto. Ahora ella est en la oficina, reflexion Martin, pero debo visitar a los Zilanov sin falta. El Kurfrstendamm empez a pasar. Los automviles se adelantaron al tranva, el tranva se adelant a las bicicletas. Luego vino el puente, el humo de los trenes que corran mucho ms abajo, miles de rieles, el misterioso cielo azul. Despus una curva, y Martin estuvo en medio de la belleza otoal del Grunewald. Inesperadamente, fue Sonia quien lo hizo entrar. Llevaba puesto un vestido negro, se la vea despeinada, sus ojos rasgados tenan un aspecto algo sooliento, en sus plidas mejillas pareca haber hoyuelos desconocidos. A quien ven mis ojos declam con lentitud, haciendo una profunda reverencia y dejando colgar los brazos frente a s. Bienvenido, bienvenido agreg enderezndose, y una hebra de cabello negro cay en arco sobre su sien. La ech hacia atrs con un golpecito del dedo ndice. Ven por aqu indic, y empez a caminar por el pasillo golpeando suavemente el piso con las chinelas. Tem que pudieras estar en la oficina dijo Martin, tratando esforzadamente de no mirar la adorable nuca de la muchacha. Jaqueca explic ella sin volverse, y emiti un leve gruido, mientras recoga al pasar un estropajo para arrojarlo sobre un bal del corredor. Entraron en la sala. Sintate y cuntame todo dijo Sonia, dejndose caer con los brazos extendidos sobre un silln. Pero al instante se incorpor y volvi a sentarse con una pierna bajo el cuerpo. La sala estaba como siempre: el oscuro Bcklin en la pared, el gastado peluche en los muebles, cierta especie de indestructible planta de hojas plidas en una maceta, y aquel deprimente candelabro en forma de nadadora con cola, con el pecho y la cabeza de una muchacha bvara, y cuernos de ciervo que le salan por todas partes. En realidad he llegado recin hoy dijo Martin encendiendo un cigarrillo. Pienso trabajar aqu. Es decir, no aqu precisamente, sino en el vecindario. En una fbrica y, dicho sea de paso, en esta fbrica trabajar como simple obrero. De veras? murmur Sonia, y, reparando en la ceniza de Martin y en su mirada inquisitiva, agreg: chala al suelo, no te preocupes. Ahora, se da esta curiosa circunstancia continu Martin. Vers, en realidad no quiero que mam sepa que trabajo de obrero. De modo que, por favor, si ella le escribe a tu madre, sabes, a veces quiere saber por otros si yo estoy bien, bueno, entonces, comprendes, habra que decirle, por favor, que vengo a veros a menudo. Naturalmente, a decir verdad, vendr a visitaros muy, muy de vez en cuando. No tendr tiempo para hacerlo. Has perdido tu buen semblante coment Sonia pensativamente. Y hay algo grotesco en tu cara... Tal vez sea el bronceado. He recorrido todo el sur de Francia dijo Martin secamente, he trabajado en granjas, he vivido como un vago, y, los domingos, me vesta y me iba a Montecarlo para pasar un buen rato. La ruleta, qu cosa fascinante! Y t, qu has estado haciendo? Todo el mundo est bien? Los mayores estn bien contest Sonia con un suspiro, pero Irina se ha vuelto casi ingobernable. Qu carga! Y la situacin econmica sigue tan oscura como siempre. Pap dice que debemos trasladarnos a Pars. Has estado en Pars?

S, un da respondi Martin sin darle importancia (aquel da pasado en Pars, muchos aos atrs, en camino de Biarritz a Berln, nios con aros en el Jardn de las Tulleras, veleros de juguete en la fuente, un viejo dando de comer a los gorriones, la filigrama plateada de la torre, la tumba de Napolen, donde las columnas parecan sucre d'orge enroscado). S, solamente de paso. A propsito, has odo la ltima noticia? Darwin est aqu. Sonia sonri y parpade varias veces. Oh, no dejes de venir con l! Debes hacerlo sin falta, sera muy divertido. No lo he visto an. Est aqu haciendo un trabajo para The Morning News. Antes lo enviaron a hacer un viaje por Norteamrica. Pero lo principal es esto: tiene una novia en Inglaterra, y se casa en primavera. Qu increble! coment Sonia en voz baja. Todo coincide con las reglas. Puedo imaginrmela muy bien: alta, ojos como platillos y la madre idntica a ella, slo que ms flaca y ms coloradota. Pobre Darwin! Tonteras, estoy seguro de que es muy mona e inteligente. Bueno, qu ms puedes decirme? pregunt Sonia despus de un silencio. Martin se encogi de hombros. Qu atolondrado de su parte haber gastado de golpe todo el acopio de temas de conversacin. Le pareca horriblemente absurdo que Sonia estuviese sentada frente a l y l no se atreviera a decir nada de importancia, no se atreviera a mencionar su ltima carta, no se atreviera a preguntarle si iba a casarse con Bubnov: no se atreviera a decir ni a hacer nada. Trat de verse sentado all, en aquella misma habitacin, despus de su regreso: lo revelara entonces todo con la misma indiscrecin? Y Sonia, se rascara suavemente la canilla a travs de la seda, como lo haca ahora, mirando ms all de l cosas que l desconoca? Se le ocurri que poda haber llegado en mal momento, que ella poda estar esperando a otra persona, que se senta incmoda con l. Pero no poda decidirse a partir, como tampoco poda pensar en nada interesante que decir, y Sonia pareca estar tratando de provocarlo deliberadamente con su silencio. Un momento ms y Martin hubiera perdido el dominio de s y lo hubiera revelado todo: su expedicin, su amor, y aquel algo ntimo y misterioso, que aunaba la expedicin, el amor y la oda al otoo de Pushkin. Se abri la puerta de entrada, se oyeron pasos, Zilanov entr en la sala: Ah dijo, encantado. Cmo est tu madre? Poco despus, por otra puerta entr la seora Zilanov e hizo la misma pregunta. No almorzars con nosotros? aadi. Fueron hacia el comedor. Irina, al ver a Martin, se qued helada. Despus se abalanz hacia l y comenz a besarlo con labios hmedos. Ira, Iroshka repiti varias veces su madre con una sonrisa impotente. Sobre una gran fuente de servir haba apiladas unas cuantas albndigas oscuras. Zilanov despleg su servilleta y coloc una punta tras el cuello de su camisa. Durante la comida, Martin le ense a Irina a cruzar el mayor y el anular para tocar una sola bolita de pan y sentir dos. Por un buen rato ella no pudo colocar los dedos del modo apropiado, pero cuando al fin, con la ayuda de Martin, la bolita se dividi en dos bajo su tacto, Irina ronrone extasiada. Igual que un mono que ve su propia imagen en un fragmento de espejo trata de averiguar si no hay otro mono detrs, as ella, tambin, agachaba la cabeza para comprobar si, despus de todo, no habra dos mendrugos bajo sus dedos. Cuando termin el almuerzo y Sonia llev a Martin hasta el telfono situado a la vuelta de un pasillo con cajas y bales en fila, Irina se lanz tras ellos con un quejido, temiendo que Martin estuviera yndose del todo. Cuando la convencieron de que no era as, regres al comedor para gatear bajo la mesa en busca de su miga de pan, que haba rodado fuera del alcance de la vista. Quiero llamar a Darwin dijo Martin. Debo averiguar el nmero de su hotel. El rostro de Sonia se encendi, mientras ella, balbuceando por el entusiasmo, deca: Oh, djame, yo lo har, le hablar yo, ser fantstico. Ven, lo desconcertar por completo. No, no lo hagas replic Martin. De qu sirve? Luego te pasar a ti. No tiene nada de malo, verdad? Cul es el nmero? Sonia se inclin sobre la gua telefnica que Martin haba abierto, y l sinti el calor del pelo de ella. En su mejilla, apenas debajo del ojo, haba una pestaa extraviada. Repitiendo velozmente el nmero en voz baja, para no olvidarlo, Sonia se sent sobre un bal y descolg el receptor. Todo lo que hars es ponernos al habla, tenlo en cuenta indic Martin seriamente. Con esmerada claridad Sonia dio el nmero y esper, moviendo inquieta los ojos, golpeando suavemente los talones contra la pared del bal. Luego sonri, acercando an ms el receptor a su odo, y Martin extendi su mano, pero Sonia la apart con el hombro y se encorv, mientras preguntaba por Darwin con un ntido tono de voz. Psamelo dijo Martin, no es justo.

Pero Sonia se acurruc todava ms. Cortar amenaz Martin. Sonia hizo un rpido movimiento para proteger la horquilla, y al mismo tiempo arque las cejas. No, nada gracias dijo, y colg. Mirando a Martin desde abajo, le inform: No est. Pierde cuidado, querido, no volver a llamarlo. Y t sigues siendo el mismo patn que eras. Se dej caer del bal, busc a tientas, encontr con el pulgar del pie la chinela perdida, y regres al comedor. La mesa estaba levantada; la madre de Irina hablaba con sta, pero no lograba que se volviera. Te encontrar por aqu ms tarde? pregunt Zilanov. Pues no lo s. En realidad debera irme ahora. Me despedir de ti por si acaso dijo Zilanov, y se retir a trabajar a su cuarto. No te olvides de nosotros dijeron simultneamente las dos seoras, y cada una toc la manga negra de la otra, con una sonrisa que acusaba la supersticin. Martin salud con la cabeza. Irina se precipit hacia l y le agarr las solapas de la chaqueta con ambas manos. Martin se sinti incmodo, trat de soltarle los dedos, pero Irina se asa con firmeza, y, cuando la seora Pavlov la tom de los hombros por detrs, la pobre criatura se deshizo en turbulentos sollozos. Martin apenas pudo disimular su reaccin al observar la temible expresin de aquel rostro, el sarpullido rojo en la frente. Con un movimiento brusco, por no decir grosero, consigui zafarse de la posesin de Irina. Ella fue llevada aparte, su soberbio gemido fue cediendo y por ltimo se calm. Siempre las mismas preocupaciones declar Sonia, mientras acompaaba a Martin hacia el vestbulo. Martin se puso su impermeable; el impermeable era un asunto complicado, y le llev algn tiempo acomodarse el cinturn correctamente. Ven de vez en cuando alguna tarde sugiri Sonia observando la operacin, con las manos hundidas en los bolsillos delanteros del vestido. Martin mene tristemente la cabeza. Nos reunimos y bailamos coment Sonia. Y con las piernas muy juntas, levant primero las puntas de los pies, luego los talones, otra vez las puntas y otra vez los talones, en un leve desplazamiento lateral. Bien dijo Martin, palpndose los bolsillos. Creo que no he trado ningn paquete. Te acuerdas? pregunt Sonia, y empez a silbar despacito la meloda de un foxtrot de Londres. Martin carraspe. No me gusta tu sombrero observ ella. Ya no se llevan as. Proshchay dijo Martin. Y aforndola hbilmente apret sus labios contra los dientes, la mejilla, la tierna parte de detrs de la oreja de Sonia. Despus la dej irse (ella retrocedi y casi cay), y se march rpidamente, cerrando sin quererlo de un portazo. 46 Se dio cuenta de que estaba sonriendo y sin aliento, y de que su corazn lata deprisa. ( Bueno, no hay ms que hablar, se dijo, y comenz a alejarse dando grandes zancadas como si estuviera apurado. Pero no tena dnde ir. La ausencia de Darwin enturbiaba sus planes. Mientras caminaba por el Kurfrstendamm, observ con una tristeza vaga la familiar fisonoma de Berln: la austera iglesia en el apartadero, tan solitaria entre los cines paganos; la Tauentzienstrasse, en donde los peatones evitaban inexplicablemente el bulevar central, prefiriendo avanzar en apretado torrente junto a los escaparates. El ciego, que venda vistas y lumbre, agitaba una caja de cerrillas en la oscuridad eterna. Haba puestos con bermejuela y steres, puestos con pltanos y manzanas. Encaramado sobre el asiento de un viejo auto descapotable, un individuo de abrigo marrn exhiba un abanico de tabletas de chocolate sin nombre, cuya exquisita calidad describa a un pequeo grupo de haraganes. Martin se meti por una calle lateral y entr en una librera rusa donde haba obras soviticas y emigres junto a revistas extranjeras. Un hombre corpulento, con cara de reptil amable, despleg sobre el mostrador lo que l llamaba novinki, novedades. Martin no encontr nada de su gusto y compr un ejemplar de Punch. Y despus qu? La comida en casa de los Zilanov haba sido decididamente escasa. Dirigi sus pasos hacia el Pir Goroy, donde acostumbraba a comer al ao anterior. Desde all telefone al hotel de Darwin. Darwin no haba regresado an. Zwanzig pfennig, pozhaluysta le dijo la empolvada mujer que haba detrs del mostrador. Merci.

El propietario era el pintor Danilewski, a quien Martin haba conocido en Adreiz; un hombre bajo que usaba cuello duro, de cara rosada e infantil y una verruga rubia debajo del ojo. Fue hasta la mesa de Martin y le pregunt tmidamente : T-te parece bien un bo-borshch? (Como a muchos tartamudos le atraan los sonidos ms difciles de dominar.) S, como no respondi Martin, y como siempre sinti una ternura conmovedora al imaginarse a Danilewski contra el teln de la noche de Crimea. El pintor tom asiento y observ complacido cmo Martin daba cuenta de su sopa. Te cont que de acuerdo a cierta informacin hay algunos que han e-e-estado viviendo en Adreiz durante todos estos aos? Increble! (Es posible que nunca los hayan molestado en sus fincas?, pens Martin. Es posible que todo haya quedado igual: aquellas peras, por ejemplo, secndose en el techo de la veranda?) Mohicanos murmur abstrado Danilewski. El saln estaba casi vaco. Divanes chicos, una estufa con el cao en zigzag, peridicos en soportes de madera. Voy a mejorar todo esto. Podra pintar las paredes con, bah! bah! babas, si no estuviera tan mal v-vestidos b-bri-llantes pero caras lvidas con ojos como caballos. Al fin y al cabo, as es como me sale en los bocetos. O si no podra poner nubes y abajo, y abajo una franja con un bosque. Vamos a ensanchar el local. Llam a un carpintero para que viniera ayer, pero no se dej ver. Muchos clientes? Habitualmente, s. Esta no es la hora de comer, de modo que no saques conclusiones. La cofrada literaria, literaria, est bien representada. Rakitn, por ejemplo, el periodista, sabes quin, ese que se divierte riendo... Y hace unos das, bu, hace unos das, bu, Sergey Bubnov, se puso a estrellar platos aqu mismo. Est bebiendo mucho, desengao amoroso, rorrompi su compromiso. Danilewski suspir y sus dedos tamborilearon sobre la mesa. Despus se incorpor lentamente y camin hacia la cocina. Reapareci cuando Martin tomaba su sombrero del perchero. Maana habr shashlik dijo Danilewski. Te esperamos. Martin sinti un fugaz deseo de decirle algo muy amable a aquel hombre entraable, melanclico, y con semejante tartamudeo eufnico, pero qu poda uno decir? 47 Cruz el patio empedrado, con la silenciosa estatua en el centro del terreno de csped en el que crecan algunas tuyas, abri una puerta que le era familiar, subi las escaleras que olan a repollo y a gatos, y toc el timbre. Sali uno de los inquilinos, un alemn joven, y dijo que Bubnov estaba enfermo, pero al pasar golpe a la puerta de este ltimo y se oy la gruesa voz del escritor, ahora ronca y malhumorada, gritar: Herein! Bubnov estaba sentado sobre la cama, vestido con pantalones negros y camisa abierta, el rostro hinchado y sin afeitar, los prpados inflamados. Haba hojas de papel desparramadas sobre la cama, el piso y la mesa, encima de la cual se vea un vaso de t turbio. Bubnov result estar dando los toques finales a un cuento y al mismo tiempo tratando de redactar en alemn una emotiva carta para los seores del Finanzamt, que le exigan que pagara sus impuestos. No estaba bebido, pero tampoco poda decirse que estuviera sobrio. Sus ansias haban pasado, pero todo en l haba sido deformado y sacudido por el huracn; sus pensamientos erraban buscando sus viejas moradas y encontrando slo ruinas. No demostr sorpresa ante la aparicin de Martin, a quien no vea desde la primavera, y en seguida empez a vapulear a cierto crtico, como si Martin fuera el responsable de su anlisis. Me estn hostigando repeta fieramente Bubnov. Su rostro de rbitas profundas pareca casi cadavrico. Tena tendencia a suponer que todas las crticas adversas a sus libros se inspiraban en extraas consideraciones, en la envidia, en la antipata personal o en el deseo de vengar una afrenta. Y, escuchando su incoherente estudio de la intriga literaria, Martin se sorprendi de que alguien pudiera tomarse tan a pecho la opinin de otro hombre y resisti la tentacin de decirle a Bubnov que su cuento Zoorlandia era un fracaso, un trabajo pseudoartstico y sin valor. Pero, cuando de pronto Bubnov abandon ese tema y empez a hablar de que le haban dado calabazas, Martin maldijo la obstinada curiosidad que lo haba llevado hasta all. No la nombrar y vos no debis preguntarme su nombre dijo Bubnov, que poda pasar a la emotiva segunda persona del singular en ruso con la facilidad de un actor. As y todo

recurdalo, no ser el ltimo en perecer por culpa de ella. Dios sabe cunto la am! Qu feliz fui! Fue esa clase de sentimientos tremendos que le hacen a uno or el trueno de las alas de los ngeles. Pero ella se asust de mis alturas celestiales... Martin esper un instante, sinti que en l brotaba una angustia intolerable, y se levant en silencio. Sollozando, Bubnov lo acompa hasta la puerta. Algunos das ms tarde (cuando estaba ya en Latvia), Martin encontr en un peridico emigr otra de las novellas de Bubnov, recin salida del horno. Esta vez era excelente, y en ella el protagonista, un joven alemn, llevaba la corbata gris plida con rayas rosas que Martin tena puesta aquel da (atesorada reliquia de un club de Cambridge), de la que Bubnov, a pesar de estar aparentemente embargado por su dolor, se haba apropiado como un diestro ladrn que enjuga sus lgrimas con una mano mientras se apodera del reloj de un hombre con la otra. Detenindose en una papelera, Martin compr media docena de tarjetas postales y recarg su estilogrfica. Despus se encamino hacia el hotel de Darwin, en donde decidi aguardar hasta el ltimo momento del tiempo que le quedaba e ir a la estacin directamente desde all. El cielo de la tarde era un vaco triste y sin sol. Los bocinazos de los autos parecan ahora ensordecidos por la niebla. Tirado por un par de caballos flacos y huesudos, pas un carromato descubierto; amontonado sobre l haba moblaje suficiente como para amueblar una casa: un sof, una cmoda, un paisaje marino con marco dorado y una pila de otros melanclicos enseres. Una mujer de luto cruzaba el asfalto con manchas hmedas; empujaba un cochecito y sobre ste iba sentado un atento nio de ojos azules; al llegar a la acera impuls hacia abajo la barra, forzando al cochecito a levantarse. Pas un perro de aguas persiguiendo a un lebrel a toda carrera; este ltimo se detuvo y mir hacia atrs atemorizado, alzando una pata delantera y temblando. Qu es lo que me ocurre, por el amor de Dios?, pens Martin. Qu es lo que me pasa? S que voy a regresar. Tengo que regresar. Entr al vestbulo del hotel. Darwin no haba llegado an. Encontr un cmodo silln tapizado en cuero, desenrosc el capuchn de su pluma y empez a escribir a su madre. El espacio de la postal era limitado, su letra era grande; por lo tanto no pudo decir mucho: Todo marcha muy bien, escribi, presionando con fuerza la estilogrfica. Me he alojado en el mismo lugar de siempre; enva tus cartas all. Espero que el dolor de muelas de to Enrique siga mejor. No he visto a Darwin an. Los Zilanov te mandan saludos. No escribir durante una semana, pues no tengo absolutamente nada que decir. Muchos besos. Lo reley todo dos veces y sinti una extraa angustia; un estremecimiento le recorri la espalda. Nada de tonteras, por favor, se dijo Martin, y, presionando otra vez con fuerza, escribi a la viuda del mayor pidindole que le guardara la correspondencia. Tras echar las postales, retorn a su asiento, se recost en l, y comenz a esperar, mirando el reloj de tanto en tanto. Pas un cuarto de hora, luego veinte minutos, luego veinticinco. Dos chicas mulatas con piernas extraordinariamente delgadas subieron las escaleras. De pronto oy a su espalda una poderosa respiracin que reconoci en el acto. Se incorpor de un salto, y Darwin, haciendo roncas exclamaciones, le palme la espalda. Qu canalla eres murmur Martin alegremente, qu canalla. Te he estado buscando desde la maana. 48 Darwin haba ganado algo de peso, su cabello pareca ms escaso, y se haba dejado crecer un bigotito bien recortado. Tanto l como Martin se sentan de algn modo turbados y no podan encontrar un tema de conversacin. Se empujaban el uno al otro, riendo y alborotando. Qu vas a beber? pregunt Darwin, cuando entraron a su pequeo pero elegante cuarto. Whisky con soda? Un cctel? O simplemente un poco de t? No tiene importancia, no tiene importancia, lo que te guste contest Martin, tomando de la mesa una gran fotografa costosamente enmarcada. Ella dijo Darwin. Retrato de una joven con diadema. Aquellas cejas que se encontraban sobre el puente de la nariz, aquellos ojos claros, aquel cuello largo y gracioso, todo en ella era autoritario y definitivo. Se llama Evelyn, canta bastante bien. Estoy seguro de que os haris muy buenos amigos. Darwin tom el retrato y le ech una larga mirada antes de devolverlo a su sitio. Bien dijo, dejndose caer sobre el silln y extendiendo inmediatamente las piernas, qu novedades tienes? Veo que llevas la corbata del C.C.C. Un camarero trajo los ccteles. Martin bebi de mala gana un trago de vermut con ginebra y cont en pocas palabras cmo haba pasado los ltimos dos aos. Le sorprendi que, apenas qued l en silencio, Darwin empezara a hablar de s mismo, de un modo minucioso

y autocomplaciente: algo que jams pasaba antes. Qu extrao era or de aquellos labios virtuosos e indolentes una historia de xitos, de ganancias, de esplndidas esperanzas para el futuro! Tambin result que Darwin ya no escriba aquellas encantadoras nimiedades sobre crepsculos y sanguijuelas, sino que redactaba artculos acerca de temas polticos y financieros, y estaba particularmente interesado en las sepulcralmente sonoras moratorias, fueran lo que fuesen. Cuando Martin, aprovechando una repentina pausa, le hizo recordar la carreta en llamas, Rose y la pelea entre ellos dos, Darwin dijo con indiferencia: S, qu tiempos aqullos. Y para su horror, Martin comprendi que los recuerdos de Darwin haban muerto, o estaban ausentes, y lo nico que quedaba era una descolorida muestra sin valor. Y en qu anda el prncipe Vadim? pregunt Darwin ahogando un bostezo. Vadim est en Bruselas. Tiene un empleo all. Y los Zilanov estn aqu. Suelo ver a Sonia con frecuencia. Todava no se ha casado. Darwin lanz una gran nube de humo. Dale saludos de mi parte dijo. Pero qu hay de tus cosas? Es una pena que andes un poco a la deriva. Maana te presentar a alguna gente importante. Estoy seguro de que te gustar el periodismo. Martin tosi. Haba llegado el momento de tratar el asunto principal, el asunto que tanto haba deseado tratar con Darwin. Te lo agradezco dijo, pero es imposible. Dejo Berln dentro de una hora. Darwin se incorpor ligeramente. De veras? Por qu te vas? En un minuto lo vers. Ahora voy a contarte algo que nadie ms sabe. Durante varios aos, s, varios aos... Pero eso no es lo esencial. Titube. Darwin suspir y dijo: Lo he adivinado todo. Yo ser el padrino. Calla, por favor. Esto es en serio. He estado todo el da tratando de encontrarte con el firme propsito de discutirlo. El hecho es que planeo cruzar ilegalmente a Rusia desde Latvia, slo por veinticuatro horas, s, y luego regresar. Ahora bien, aqu es donde entras en juego t: te dar cuatro postales; las enviars a mi madre, una cada semana, cada jueves, digamos. Yo espero estar de vuelta en menos tiempo, pero no puedo prever cunto me llevar investigarlo todo, escoger el itinerario exacto, etctera. Desde luego, ya he obtenido buena cantidad de informacin esencial de cierta persona. Pero pueden prenderme y tal vez no pueda escapar inmediatamente. Comprendes, mi madre no debe saber nada de esto, debe recibir mis postales desde Berln regularmente. Le he dado mi antigua direccin, es muy sencillo. Silencio. S, por supuesto, es muy sencillo dijo Darwin. Otra vez silencio. Slo que no termino de ver con qu propsito lo haces. Pinsalo un poco, y lo vers. Un complot contra los viejos soviets? Quieres ver a alguien? Entregar un mensaje secreto, contrabandear algo? Confieso que de nio fantaseaba bastante sobre esos oscuros tipos con barba que arrojaban bombas a la troika del cruel gobernador. Malhumorado, Martin neg con la cabeza. Y si simplemente quieres visitar la tierra de tus padres, aunque tu padre era medio suizo, verdad?, pero es igual, si tienes tantas ganas de verla, no sera ms sencillo obtener un visado sovitico comn y corriente y cruzar la frontera en tren? No quieres? Tal vez crees que despus de ese asesinato en una cafetera suiza no te darn el visado? Est bien, te conseguir un pasaporte ingls. Todo lo que imaginas est mal dijo Martin. Esperaba que lo entendieras todo en seguida. Darwin dobl un brazo sobre su cabeza. No poda saber con certeza si Martin estaba o no tomndole el pelo, y si no, qu lo impulsaba realmente a embarcarse en aquella empresa descabellada. Sopl su pipa durante unos momentos y dijo: Si, por ltimo, lo que buscas es puro riesgo, no hay necesidad de viajar tan lejos. Inventemos algo fuera de lo comn, algo que pueda realizarse aqu mismo, ahora mismo, sin pasar del antepecho de la ventana. Y despus comemos alguna cosa y nos vamos a una sala de variedades. Martin permaneci callado, pero su cara se vea triste. Esto es absurdo, reflexion Darwin, absurdo y bastante raro. Se qued muy tranquilo en Cambridge mientras en Rusia haba guerra civil, y ahora va detrs de un balazo en la cabeza por espionaje. Est tratando de burlarse de m? Qu conversacin ms idiota. Martin se sobresalt, mir su reloj y se puso de pie. Mira, deja de hacerte el tonto indic

Darwin, mientras de su pipa sala humo profusamente. A fin de cuentas, esto es muy poco corts. No nos hemos visto desde Cambridge. As que cuntamelo todo, inteligiblemente, o admite que ests bromeando y hablemos de otra cosa. Te lo he contado todo dijo Martin. Todo. Y ahora debo irme. Se puso el impermeable, recogi su sombrero del suelo. Darwin, que continuaba tranquilamente en el silln, bostez y volvi la cara hacia la pared. Hasta pronto dijo Martin. Pero Darwin no respondi. Hasta pronto repiti Martin. Tonteras, no puede ser cierto, pens Darwin. Volvi a bostezar y cerr los ojos. No se ir, dijo para s, y con modorra, puso en alto una pierna. Durante cierto tiempo se mantuvo un extrao silencio. Por ltimo Darwin rio suavemente y volvi la cabeza. Pero no haba nadie en el cuarto. Pareca imposible que Martin hubiera salido tan silenciosamente. Tal vez estuviera escondido detrs de algn mueble. Darwin permaneci echado durante algunos minutos ms; luego recorri con mirada cautelosa el cuarto ya oscurecido, baj la pierna de donde la haba puesto y se irgui. Bueno, ya est bien. Sal exclam al or un dbil crujido en el armario para equipajes, entre el guardarropa y la puerta. No sali nadie. Darwin fue hasta all y mir dentro del armario. Nadie. Slo una hoja de papel de envolver que habra quedado de alguna compra. Darwin encendi la luz, frunci el ceo y abri la puerta que daba al corredor. El corredor era largo, estaba bien iluminado, y vaco. La brisa de la tarde trat de cerrar la ventana. Al diablo con l murmur Darwin. Y se qued otra vez pensativo. Pero de repente sacudi la cabeza para espabilarse y deliberadamente empez a cambiarse de ropas para cenar. Senta cierta incomodidad, sentimiento que rara vez experimentara de ah en adelante. La llegada de Martin no slo lo haba entusiasmado como tierno eco de sus das en la universidad sino que haba sido en s misma extraordinaria. Todo en Martin haba sido extraordinario: el spero bronceado, la voz jadeante, sus expresiones oscuras y raras, y la nueva y altanera mirada de sus ojos. Pese a todo, Darwin haba llevado ltimamente un tipo de vida tan equilibrado, su corazn haba estado latiendo de un modo tan regular (incluso cuando se declar), su mente haba decidido tan firmemente que pasados los problemas y las emociones de juventud ahora l haba llegado a un camino regularmente pavimentado, que era difcil no lograra sobreponerse a la perturbadora impresin causada por Martin, y obligarse a creer que el necio bromista reaparecera aquella misma noche. Ya se haba puesto el smoking y examinaba su robusta figura y su rostro de nariz aguilea en el espejo del guardarropa, cuando llam el telfono de la mesita de noche. O porque la comunicacin era mala o porque realmente no recordaba el tono de Martin por telfono, tuvo dificultad para reconocerlo: Es para recordarte mi pedido dijo la confusa voz. Recibirs las cartas en un par de das. Envalas una por una. Mi tren est a punto de partir. Qu? Dije que mi tren... S, s, tren... La voz se apag. Darwin colg ruidosamente el receptor y se qued un rato rascndose la mejilla. Despus se dirigi al ascensor y baj en l. Abajo pidi los horarios. S, correcto. Qu diablos...? Aquella noche no sali. Se qued esperando algo, algn tipo de desenlace ulterior. Cuando se sent a escribirle a la novia, no encontr nada que decirle. Pasaron varios das. El mircoles recibi un abultado sobre de Riga y en su interior encontr cuatro tarjetas postales con vistas de Berln dirigidas a la seora Edelweiss, a Suiza. En una de ellas, intercalada en el texto ruso, Darwin descubri una frase en ingls: A menudo voy a salas de variedades con Darwin. Aquello le produjo una profunda desazn. El jueves por la maana, con la temerosa sensacin de estar participando en un mal asunto, introdujo escrupulosamente la postal con fecha ms inmediata en el buzn azul que haba cerca de la entrada del hotel. Pas una semana. Darwin ech la segunda tarjeta. Despus no pudo resistir ms y viaj a Riga, donde visit al cnsul ingls, al cnsul suizo, el Registro General y la polica, pero no obtuvo ninguna clase de informacin. Martin pareca haberse disuelto en el aire. Darwin regres a Berln y ech de mala gana la tercera postal. El viernes, un hombre corpulento, obviamente extranjero, llam a la nueva editorial de Zilanov (calendarios rusos y panfletos polticos). Tras mirar con ms atencin, Zilanov reconoci en l al joven ingls que haba cortejado a su hija en Londres. Hablando en alemn (Zilanov lo comprenda algo mejor que el ingls), Darwin relat sosegadamente su conversacin con Martin. Espere un poco dijo Zilanov. Hay algo en esto que no es lgico. El le dijo a mi hija que iba a trabajar en una fbrica cercana a Berln. Est seguro de que se ha ido? Qu extraa

historia! Al principio cre que estaba bromeando explic Darwin, pero ahora no s qu pensar. Si realmente ha... Qu to ms loco! exclam Zilanov. Quin lo hubiera pensado! El muchacho inspiraba sensacin de cordura, de solidez. Es difcil de creer, sabe; parece una especie de provocacin. Gut. Lo primero que hay que hacer es averiguar si mi hija sabe algo de esto. Vamos a mi domicilio. Cuando Sonia vio entrar a su padre con Darwin y repar en la extraa y solemne expresin de sus rostros, pens durante una centsima de segundo que Darwin haba venido a hacer, esta vez oficialmente, una proposicin de matrimonio (se sabe que tales pesadillas momentneas ocurren). Hola, hola Sonia exclam Darwin con artificial soltura. Zilanov, clavando sus opacos ojos oscuros en la hija y preparndola, le rog que no se asustara y le cont prcticamente toda la historia all mismo, en el zagun. Sonia se puso blanca como un papel y se desplom sobre uno de los sillones del vestbulo. Pero es horrible dijo en un susurro de voz. Tras una pequea pausa se golpe las rodillas con las manos y repiti en voz an ms baja: Es horrible. Te ha dicho algo a ti? Tienes alguna informacin? preguntaba una y otra vez Zilanov, en ruso y en alemn. Darwin segua de pie, acaricindose la mejilla y tratando de no mirar a Sonia. Senta la cosa ms espantosa que un hombre de su rango y condicin puede sentir: la imperiosa necesidad de romper a llorar. Por supuesto, yo lo s todo afirm Sonia en un leve crescendo. En el fondo apareci la seora Zilanov, y el marido le indic que no los molestara. Qu sabes exactamente? Vamos, habla sin rodeos dijo Zilanov, poniendo una mano sobre el hombro de Sonia. Ella se ech hacia adelante y empez a sollozar estrepitosamente, hundiendo la cara entre las manos. Luego se enderez y emiti un fuerte sonido entrecortado, como si se estuviera ahogando, trag, y empez a gritar entre sollozos: Lo van a matar, Dios mo, lo van a matar. Domnate le orden Zilanov. No grites. Te exijo que expliques tranquila y claramente qu es lo que te ha dicho. Olga (dirigindose a su esposa), lleva a este caballero a alguna parte... S, a la sala de estar; bah, no te preocupes por el electricista. Sonia! Deja de gritar! Asustars a Irina. Calla, te lo exijo. Pas largo tiempo calmndola y hacindole preguntas. Darwin permaneci sentado y serio en la sala. Tambin haba all un electricista, arreglando con esmero un toma de corriente y un enchufe, y mirando hacia arriba y de nuevo hacia abajo a medida que la luz se encenda y se apagaba. Es obvio que la chica tiene razn en pedir que se tomen medidas inmediatas observ Zilanov, cuando l y Darwin ganaron otra vez la calle. Pero qu se puede hacer? Adems, no creo tanto que esto sea un romance de aventuras como ella cree. Ella tiene tendencia a ver las cosas de ese modo. Temperamento muy sobreexcitado. Sencillamente me niego a creer que este joven, muy alejado de los problemas polticos rusos, y ms bien de corte extranjero, dira yo, resulte capaz de... bueno, de una gran hazaa, si le parece. Naturalmente, me pondr en contacto con alguna gente, y puede ser que deba ir a Latvia, pero el caso es bastante desesperado, si es que el muchacho ha tratado realmente de cruzar la frontera sin ser visto. A propsito, es extrao, pero fui yo quien, s, yo, quien aos atrs inform a Frau Edelweiss de la muerte de su primer marido. Pasaron algunos das ms. La nica condicin para ver con claridad era ser paciente y aguardar. No fue Zilanov, sino Darwin quien se traslad a Suiza para informar a la seora Edelweiss. En Lausanne todo pareca gris, caa una fina llovizna. Ms arriba, en las montaas, haba olor a nieve mojada, y los rboles goteaban debido al brusco deshielo que haba seguido a las primeras heladas. El auto que haba alquilado lo llev rpidamente a la aldea, resbal en una curva y volc en una zanja. El nico dao fue el brazo contuso del conductor. Darwin sali arrastrndose, se sacudi la nieve hmeda del abrigo y pregunt a un lugareo qu distancia haba hasta la casa de Enrique Edelweiss. El aldeano le indic el trayecto ms corto, un sendero a travs de un bosque de abetos. Una vez fuera del monte, Darwin cruz un camino de tierra, subi por una arboleda y vio la ornamentada casa verde y marrn. Las suelas de goma de sus pesados zapatos dejaron los dibujos de sus huellas en el oscuro suelo del portillo. Las pisadas fueron llenndose lentamente de agua barrosa, y poco despus el portillo que no haba cerrado bien cruji ante un embate de viento hmedo y se abri violentamente. Despus un hornerillo se pos sobre l, emiti un tsi-tsi-tsi y un inchaincha y vol hacia la rama de un abeto. Todo estaba muy hmedo y oscuro. Transcurri una

hora. Darwin sali de las pardas profundidades del melanclico jardn, cerr el portillo tras l (pronto volvi a abrirse), y comenz a volver por el sendero a travs del bosque. All se detuvo a encender su pipa. Llevaba el amplio abrigo de pelo de camello desabrochado; los extremos de la bufanda a rayas colgaban sobre su pecho. En el bosque haba un gran silencio. Todo lo que poda orse era un dbil gorgoteo: en algn lugar corra el agua bajo la nieve hmeda y gris. Darwin escuch y sin motivo aparente mene la cabeza. Su pipa, que se haba apagado, emiti un sonido aspirado. Darwin dijo algo en voz baja, se acarici la mejilla pensativamente y sigui caminando. El aire estaba empaado, aqu y all las races de los rboles atravesaban la huella; de tanto en tanto las negras lanzas de los abetos le rozaban los hombros, el oscuro sendero pasaba entre los troncos de los rboles dando pintorescos y misteriosos rodeos. ***

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