Teoría Del Delito - Tema 10
Teoría Del Delito - Tema 10
Teoría Del Delito - Tema 10
Delito
TEMA 10
Las consecuencias
jurídicas del delito.
La pena y la medida
de seguridad.
La determinación de la pena
a) las teorías absolutas, basadas en la idea de justicia que postulan como principio
legitimante de la pena la retribución justa, o sea, que cada quien pague “lo que sus
hechos valen” y
b) las teorías relativas que legitiman el poder punitivo del Estado en función de la
persecución de un fin preventivo: Prevención general y prevención especial 261.
392
toda pena. “solo es justa la pena que opere preventivamente”. En ese sentido se desarrolló el criterio de que la pena para ser útil, debía
tener límites basados en el principio de proporcionalidad. En la actualidad la teoría de la unión es hegemónica en el derecho positivo, sin
embargo, en la dogmática en los últimos tiempos se han propuesto algunas variantes que excluyen el retribucionismo y reivindicando una
teoría unificadora preventiva (Roxin).
393
263 ROXIN, p. 99.
264 ZAFFARONI, Eugenio R., Manual de Derecho Penal, p. 39.
265 ZAFFARONI, pàg. 45.
266 ZAFFARONI, pàg. 46.
al individuo del ejercicio de algún derecho, constituye un castigo o un mal, cuyo su-
frimiento recae sobre el que ha sido declarado culpable de la realización de algún
delito. El carácter sancionatorio de la pena no es discutible, pues sobre ese particular
hay consenso entre los estudiosos más acreditados de este fenómeno sin importar
la corriente que defiendan. Mir Puig, al referirse a ese punto sostiene que “la pena
es sin duda un castigo. Aquí no valen eufemismos, y también la teoría preventiva
debe empezar por reconocer el carácter de castigo de la pena ”. La construcción
del concepto de pena a partir de lo que ésta significa conduce necesariamente a una
definición que ponga en perspectiva su carácter aflictivo, en razón de que hay tres
aspectos relacionados con su naturaleza que impiden explicar su sentido a partir de
otro criterio. Veamos:
observado las debidas formalidades”269. El legendario autor italiano entiende que con
la imposición de una pena el Estado reafirma la vigencia del orden jurídico impuesto
por el Derecho y al mismo tiempo procura el restablecimiento de la confianza social
en ese orden.
396
271 ROXIN, Claus. Derecho Penal Parte General. Fundamentos. La Estructura de la Teoría del Delito, p. 98. primera edición. Civitas.
Madrid. 1997.
272 JAKOBS, Gunther, Dogmática de Derecho Penal y la Configuración normativa de la sociedad. p. 41, CIVITAS. Madrid. 2004.
273 JAKOBS, p. 42.
No es posible deducir el fin de la pena a través del discurso abstracto del le-
gislador, pues esto solo sería posible en el supuesto de que existiera coherencia en
los tres niveles de determinación de la pena, es decir, en el legal, en el judicial y en el
administrativo. La coherencia a la que nos referimos es a la correspondencia entre
lo dispuesto por la ley y lo ejecutado en la realidad. En los sistemas en los que no
hay coherencia entre los procesos de determinación legal, judicial y administrativo, el
verdadero fin de la pena queda determinado por el tipo de penas impuestas por los
jueces y por el modo de ejecución real y concreto llevado a cabo por las autoridades
administrativa.
276 La República Dominicana es signataria de los principales instrumentos internacionales sobre tratamiento de los reclusos. Sobresalen
en ese sentido Las Reglas Mínimas aprobadas por las Naciones Unidas en 1955, Los Principios aprobados por ese mismo organis-
399
mo en el año 1990, El pacto Internacional sobre Derechos Civiles y Políticos, La Convención Americana de Derechos Humanos
entre otros. Ver Derecho Procesal Penal. Escuela Nacional de la Judicatura, p. 498.
277 CARRARA, Francesco. Programa de Derecho Criminal, Parte General, p. 33,Volumen II, Segunda reimpresión de la tercera edición.
Editorial Temis, S. A. Santa Fe de Bogota. Colombia. 2000.
LECTURA
La pena como prevención de la violencia
402 281 RANIERI, Silvio. Manual de Derecho Penal,Tomo II, Parte General, pág. 374. Editorial Temis S. A. Santa Fe de Bogotá- Colombia, 2000.
282 Sobre el tema de las medidas de seguridad, ver a Righi, p. 54 y ss.
283 CARRARA, p. 36
carácter preventivo a la pena, lo que ha traído como consecuencia que tanto la pena
como la medida de seguridad sirvan a los mimos fines. En la actualidad las medidas de
seguridad se le aplican tanto a imputables como inimputables. En ese mismo sentido
hoy en día muy pocas medidas de seguridad son indeterminadas, en razón de que
para su imposición se procura aplicarle ciertos criterios de proporcionalidad.
En los últimos tiempos ha tomado mucho auge en las legislaciones modernas
el denominado sistema vicarial o de aplicación conjunta. En este sistema el criterio
de diferenciación entre pena y medida de seguridad parte de la justificación de la
reacción estatal. La pena es una “reacción que mira al pasado, porque presupone
entonces la culpabilidad del autor por la comisión de un hecho antijurídico”284. La
medida de seguridad en cambio mira hacia el futuro, “ya que presupone una peligrosi-
dad duradera del autor” 285. Gracias a este sistema la pena impuesta en determinados
casos puede ser sustituida por medidas de seguridad. Además, tal y como lo expresa
Righi, “una vez cumplida la medida de seguridad, el tiempo de la misma es computado
para el cumplimiento de la pena, pudiendo el juez optar entre ordenar que se cum-
pla el remanente o resolver la remisión condicional, considerando el pronóstico de
conducta en función de la personalidad del sujeto y las exigencias de defensa social286.
Este sistema ha sido incorporado aunque tímidamente en la legislación dominicana
principalmente a través de la ley 50-88 sobre drogas y en el Código Procesal Penal,
mediante el sistema de suspensión condicional de la pena. Sin embargo, al sistema
vicarial se le formulan algunas críticas razonables.
Como crítica al sistema vicarial se plantea que este modelo crea duplicidades
en los procesos de ejecución y excesos en contra de los condenados “que en nada
difieren del doble castigo ”287. De ahí que las nuevas corrientes propugnan porque se
cree un modelo en el que converjan las penas y las medidas de seguridad, pero utilizan-
do una estrategia de aplicación judicial optativa, en el sentido de que al momento de
llevar a cabo la individualización si el juez impone pena, no debe imponer medidas de
seguridad y viceversa288. Así mismo, al igual que la pena, la medida de seguridad se rige
por el principio de legalidad, en el sentido de que toda medida debe estar prevista en
la ley y en virtud de presupuestos previamente establecidos. De igual modo deben ser
impuestas por un órgano jurisdiccional, mediante un proceso y por último la medida de
seguridad debe ser proporcional tomando como base el hecho que la genera289.
En conclusión, en un sistema penal que por lo menos en teoría adopte pre-
ponderantemente los criterios de prevención como fin esencial de la pena, no hay
posibilidad de establecer diferencias desde el punto de vista teleológico entre las me-
284 RIGHI, Esteban, Teoría de la Pena, p. 57. Editorial Hamurabi. Buenos Aires. 2001.
285 Jescheck, Tratado de Derecho Penal. Parte General, pàg. 74 y ss; Basigalupo, Derecho Penal. Parte General, p. 49
403
286 RIGHI, p. 59.
287 RIGHI, p 59.
288 RIGHI, p. 60.
289 RIGHI, p. 61.
404
290 ROXIN, p. 104.
LECTURA
Legitimidad de las medidas de seguridad
Desde la adopción de sistema de “doble vía”, las razones de utilidad social que
explican la existencia de medida de seguridad se vinculan con las tradicionales teorías
preventivas, que han puesto de manifiesto una evidente imposibilidad para fundamen-
tar por qué es legítimo que el Estado las utilice.
Demostrando la insuficiencia de los criterios utilitarios y de oportunidad para fun-
damentar las medidas, se sostuvo la necesidad de limitarlas, argumentando con el
elocuente ejemplo de que “aunque sea conveniente castrar a un hombre que tiene por
hábito la violación de mujeres, con ello no se resuelve el problema de si al Estado le es
permitido actuar de esa manera”.
Al igual que respecto de la pena, con los principios de utilidad y finalidad de las
medidas de seguridad no se logra en modo alguno justificar la intervención en contra
del individuo, ya que tales razones en el mejor de los casos solo demuestran su conve-
niencia, pero no tiene la virtud de establecer su intangibilidad ética. De la clara com-
prensión de que jamás la sola utilidad social puede justificar la aplicación de un medio,
se concluye que solo su admisibilidad ética es lo que puede establecer una limitación
ante los excesos propios de un poder estatal totalitario
Fue por ello que se propuso en relación a las medidas de seguridad, que debía
servir de base el principio ético-social general, de que solo puede participar en forma
íntegra de la vida en comunidad el que se deja dirigir por sus normas, por que quien
como el enfermo mental no es capaz de autodeterminarse por carecer de libertad
interior, no puede pretender una total libertad social.
Pero no ha sido ese el punto de vista seguido por la doctrina dominante, pues
se adjudica a las medidas “un carácter puramente preventivo especial”, “cuya única
finalidad consiste en combatir con intervenciones terapéuticas, de aseguramiento o de
eliminación de peligrosidad del autor para el futuro, expresada en el hecho y en su vida
anterior”, siendo por ello que su “cometido primario es en todo caso preventivo espe-
cial porque, con la ayuda de la medida de seguridad, se trata de evitar futuros actos
delictivos del afectado por ella”.
La evaluación ulterior que se ofrece desde el punto de vista de la “prevención ge-
neral positiva”, si bien al describir el derecho vigente establece una distinción según se
trate de medidas “complementarias” de la pena que se imponen a sujetos culpables,
de las que se imponen “En lugar de la pena”, permite:
a) En primer lugar, reconocer como pauta de legitimación para las medidas, su
vinculación con la estabilización de las normas.
405
b) En la medida en que se pone de manifiesto que la distinción con las penas, solo
es posible de las medidas que reemplazan a la pena, permite calificar las llamadas
“complementarias” como auténticas penas, a las que se adjudica otra denominación
en virtud de un “fraude de etiqueta” destinado a encubrir que su imposición no respeta
pautas de culpabilidad por el hecho.
Queda así expresado por qué no debe considerarse legítimo que el sistema de
reacciones permita la aplicación conjunta de penas y medidas de seguridad, ni siquiera
bajo las modalidades de la solución de compromiso que representa la adopción del
sistema vicariante. La medida de seguridad criminal debe estar reservada para adultos
inimputables y menores infractores, por lo que no debe ser aplicada a imputables, como
sucede en el derecho argentino con la reclusión por tiempo indeterminado prevista
para el homicidio calificado (Artículos 52 y 80 del Código Penal).
La objeción no desaparece aunque se considere que la llamada “medida accesoria”
prevista en el articulo 52 del código penal es una pena poniendo de manifiesto su verda-
dera naturaleza, pues como tal resulta lesiva al principio de culpabilidad por el hecho.
Las normas constitucionales que garantizan al ciudadano, cuando en su contra
se formulan pretensiones punitivas de cualquier naturaleza, resultan aplicables a los
casos en que el Estado pretende imponer medidas de seguridad por lo mismo, es in-
compatible con la idea del estado de derecho, un sistema de reacciones penales que
consagre “medidas de seguridad predelictuales”, como ocurre entre nosotros con la
regla contenida en el párrafo III artículo 2 de la Ley 22.278 que establece el “régimen
penal de minoridad”.
(RIGHI, ESTEBAN,Teoría de la Pena, pp. 63-64. Editorial Hamurabi. Buenos Aires. 2001
291 MIR PUIG., S. p. 676. En esta obra el autor hace un análisis interesante de la evolución de la pena privativa de libertad, en el que
vincula las estructuras políticas económicas y sociales como factores a tomar en cuenta en los procesos de determinación de la
407
pena.
292 Sobre el origen de la pena y del Derecho penal, Francisco Carrara dedica el segundo tomo de su Programa de Derecho Criminal.
Editorial Temis, S. A., Santa Fe de Bogotá- Colombia. 2000.
293 CARRARA, F., Derecho Penal, P. 59, Impresora Castillo Hnos. México. D.F., Oxford, 2000.
408
294 CARRARA, F., Derecho Penal, P. 59, Impresora Castillo Hnos. México. D.F., OXFORD, 2000.
294 Decreto número 58 del 4 de julio de 1845. “Desde la publicación del presente decreto, se observaran en todos los tribunales de
la República Dominicana, los códigos franceses de la Restauración, con las modificaciones que contiene la ley Orgánica para los
Tribunales de ella.”. Ver también a PÉREZ MÉNDEZ, A. Código Penal Anotado, libro 1 y 2, Santo Domingo, 1996.-
conquistas de incuestionable valor, como las tendencias que propugnan por la elimi-
nación de la pena de muerte, la desaparición por completo de las penas corporales
legales, la reivindicación del carácter preventivo y resocializador atribuido a la pena por
oposición a las concepciones absolutas, etc. A todo lo anterior debemos agregar que
hoy en día existe un cuestionamiento sistemático a la pertinencia, sentido y utilidad de
la pena privativa de libertad, situación que ha hecho posible su reemplazo por otras
alternativas en una gran cantidad de delitos en un número importante de legislaciones.
La tendencia actual es ir reservando su utilización sólo para hechos graves296.
Ejercicio I
1.- La pena de muerte dejó de existir en la República Dominicana desde el año 1924.
Actualmente nuestra Constitución establece que en virtud del respeto al derecho a la Vida
esta pena no puede ser impuesta. De igual modo, la Convención Americana de Derechos
Humanos y otros pactos internacionales de los cuales el Estado dominicano es signatario
prohíben o restringen la imposición de la pena de muerte. Tomando como parámetro el
marco normativo constitucional y supranacional antes descrito, así como la realidad que
vive nuestra sociedad en cuanto al incremento de la criminalidad, inseguridad ciudadana
y ausencia de efectividad en el ámbito de la prevención del delito, haga un análisis sobre
la expectativa futura que tiene la pena de muerte en la República Dominicana. De igual
modo, elabore una reflexión sobre las ejecuciones mediante “intercambio de disparos”
que hace la Policía Nacional y explique si ese tipo de ejecuciones pueden ser considera-
das como una modalidad especial de pena de muerte.
412 298 PERE MENDEZ, Artagnan, Código Penal Dominicano anotado, Tomo I, p.145, Editora Taller, Santo Domingo. 1996.
299 BECARIA, P. 44, Ver también, RAMOS, Leoncio, p. 131.
legislación desde 1924 con la ley 64300. En lo que respecta a la pena de trabajos
públicos, esta fue abolida formalmente desde 1984 con la puesta en vigencia de la
ley 224 224, aunque en verdad este tipo de pena no se aplicaba en la práctica desde la
caída de la tiranía de Trujillo en 1961.
300 RAMOS, Leoncio, pàg. 344, ver también a PÉREZ MÉNDEZ, A., p. 184
301 PÉREZ MÉNDEZ, A. p. 179
413
302 RAMOS, Leoncio, Notas del Derecho Penal Dominicano, tomo II, p. 63. Editora Taller. Santo Domingo, 1954.
drogas y la 24-97 sobre violencia intrafamiliar. Dichos textos legales hacían obligato-
ria la prisión preventiva y prohibían el otorgamiento de libertad provisional a favor
de quienes se encontraran guardando prisión preventiva. Todas esas arbitrariedades
persiguen atemorizar a los ciudadanos con la finalidad de que no incurran en la co-
misión de esos delitos.
aplicables las penas aflictivas y las infamantes son las que el propio código denomina
crímenes, tal y como lo establece el articulo uno en su parte final: “La infracción que
las leyes castigan con una pena aflictiva o infamante, es un crimen”.
Ahora bien, como ya hemos planteado anteriormente, los conceptos “aflictiva
e infamante” constituyen sendos anacronismos para estos tiempos en razón de que
los criterios en que se funda la pena por lo menos en teoría no son el dolor ni la
deshonra del condenado, sino el respeto a la dignidad humana y la resocialización, por
lo que la clasificación de las penas en aflictivas e infamantes carece de importancia
en razón de que la evolución y desarrollo de nuestro derecho penal tiende hacia una
concepción preventiva de la pena305.
Un ejemplo de pena aflictiva es la contenida en el articulo 302 CP, que esta-
blece que “se castigará con la pena de treinta años de trabajos públicos a los culpa-
bles de asesinato, parricidio, infanticidio y envenenamiento”. La pena aflictiva sería la
que causa dolor en el condenado, de ahí que cuando el legislador instituyó la pena
de trabajos públicos tomó en cuenta las crueles e inhumanas condiciones en que se
ejecutaban este tipo de sanción, en términos de exceso de trabajo, escasa alimenta-
ción, exposición al peligro y el hacinamiento. En ese sentido, el artículo 15 del códi-
go penal establece: “Los hombres condenados a trabajos públicos se emplearán en
los más penosos” lo que demuestra el interés del legislador por hacer prevalecer
la noción de castigo a través de este tipo de penas. Con respecto a las mujeres se
estableció cierta indulgencia, en razón de que las penas de trabajos públicos serían
cumplidas por éstas haciendo tareas interiores en las cárceles y presidios. (Ver ar-
tículo 16). La pena de trabajos públicos como tal fue derogada por la ley 224, de
1984 sobre Régimen Penitenciario, siendo sustituida por la de Reclusión Mayor.
El articulo 106 de la ley 224 que es la norma que suprime los trabajos públi-
cos, incurre en una contradicción con los principios en que se funda esa importante
legislación, en razón de que siendo esta ley un instrumento de reforma que intro-
duce una nueva visión sobre la función de la pena orientándose hacia la resocializa-
cion del condenado, al mismo tiempo establece que “en lo sucesivo las penas aflic-
tiva e infamante serán solamente la detención y la reclusión”. El legislador debió
suprimir el obsoleto carácter aflictivo e infamante de las penas en materia criminal
y asignarle una función a la pena coherente con la filosofía en que se inspira la ley
224. A partir de esta ley debió desaparecer el carácter aflictivo de la pena puesto
que esta legislación se orienta totalmente hacia los esquemas modernos que ven
en la pena un medio de rehabilitación y de reeducaciòn de los condenados y no
como un castigo.
En ese mismo sentido se pronuncia la Convención Americana de Derechos
416
306 PÉREZ MÉNDEZ, A. p. 180. También RAMOS, L. p. 340.
306 OLIVARES GRULLÓN, Félix D. Ramón Emilio Núñez Núñez. CODIGO PROCESAL PENAL CONCORDADO. Normativa
Complementaria y Notas explicativas, pp 388 - 389. Ediciones Jurídicas Trajano potentini. Ver artículos 5 y 6 de la Convención 417
Americana de los Derechos Humanos relativos a los Derechos a la integridad personal prohibición de la esclavitud y
servidumbre.
que más la aplican los tribunales es en los crímenes contra las personas, como el
asesinato, envenenamiento, infanticidio y parricidio, (art. 302). Aunque esta pena es
pronunciada con cierta frecuencia, en realidad pocos condenados llegan a cumplirla
en su totalidad, esto se debe probablemente a que las condiciones de vidas en las
cárceles son tan malas que difícilmente un condenado sobreviva tanto tiempo. Un
medio más razonable utilizado para evadir el cumplimiento de esta pena es median-
te el beneficio de la libertad condicional una vez que se haya cumplido la mitad de
la pena. La ausencia de antecedentes de cumplimiento de la pena de 30 años en la
RD, pone de manifiesto la ineficacia de las penas largas en este país, situación que
deben tomar en cuenta los tribunales al momento de pronunciar condenas inne-
cesariamente desproporcionadas, así como nuestro legislador cuando se presente la
oportunidad reformar nuestra legislación penal.
Pena de 20 años de trabajos públicos (reclusión mayor). Esta es una pena fija
que a partir de la ley 224 de 1984 sobre régimen penitenciario, con la supresión de
los trabajos públicos quedó transformada en reclusión mayor. Es la segunda pena más
grave dentro del ordenamiento, y se aplica en caso de crímenes considerados graves.
Como ejemplo de este tipo de pena podríamos citar el articulo 92 que castiga con
20 años de trabajos públicos (reclusión mayor) a los que sin autorización levanten
ejércitos.
420
309 CÓDIGO PENAL DOMINICANO, artículos 18 y 304, párrafo II. Ver también RAMOS, Leoncio, p. 335.
La pena de multa no opera de pleno derecho, como sucede por ejemplo con la
degradación cívica, sino que solo se aplica en los casos en que un texto legal lo dispone
y en virtud de una decisión de un juez. Así lo entiende el profesor Pérez Médez: “De
que la multa es una verdadera pena se concluye que la misma no puede aplicarse, sino
cuando un texto de la ley así lo determina”313. En el marco de la nueva reforma procesal
penal, al regir el principio de justicia rogada la imposición de una multa esta condicionada
a que la misma sea solicitada de forma expresa por la parte persiguiente.
En los últimos tiempos la pena de multa se ha ido constituyendo un importante
instrumento de reacción frente al delito alternativo a la pena privativa de libertad,
fundamentalmente en aquellos delitos que son de interés privado. Un ejemplo ilus-
trativo de lo anterior lo constituye la ley 20-00, sobre propiedad industrial, la cual
en su artículo 166, establece la imposición tanto de la prisión correccional como la
multa de diez a cincuenta salarios mínimos a los que violen el derecho de propiedad
industrial, conjuntamente, teniendo el juez la potestad de imponer una u otra sanción
o ambas a la vez. Esto ha traído como consecuencia que en los tribunales muchos
jueces prefieren al momento de condenar, aplicar solo la multa y desechar la prisión
correccional. La misma situación sucede con la ley de cheques. Es de esperarse que
en el futuro el derecho penal se oriente con mayor fuerza hacia la opción de las
penas pecuniarias y que paulatinamente vaya prescindiendo de la pena privativa de
libertad en la medida en que cada vez es más evidente su inutilidad, especialmente en
delitos de interés casi exclusivamente privados.
Creemos que más que medidas de seguridad, las enumeradas por el legendario
profesor son verdaderas penas concebidas conscientemente por el legislador como
una forma accesoria de punición para prolongar el reproche de los condenados más
allá del término de sus condenas. Nuestra afirmación se fundamenta en la redacción
del propio Código Penal que le da la categoría de penas o de castigo, sin ni siquiera
sugerir la posibilidad de enmienda o de reforma. Tanto la vigilancia de la alta policía,
como la degradación cívica y la privación de derechos son consideradas por el propio
legislador como condena.
ley (art. 66). En ese mismo orden el artículo 67 establece como pena la clausura de
determinados establecimientos que no cumplan con determinados parámetros de
control. El 68 establece la suspensión para el ejercicio profesional para los regentes
de farmacias en caso de que se dediquen a vender medicamentos controlados por
la ley sin autorización. El artículo 70 que consiste en la inhabilitación para el ejercicio
profesional por el término de 1 año para los médicos, dentistas y veterinarios que no
cumplan las previsiones de los artículos 31, 38 y 49.
En su artículo 86, se prohíbe aplicar circunstancias atenuantes a los declarados
culpables de violación de la ley 50-88. Esta disposición por si sola pone de manifiesto
el interés del legislador porque este instrumento normativo cumpliera una función
intimidante de carácter general.
Las cuantías de las penas, las restricciones establecidas por la propia ley para
aplicar el principio de proporcionalidad y el exagerado sistema de agravantes con-
firman la apuesta del Estado por la prevención general. Esa política de penas altas
se combinó con el establecimiento de otras coacciones que ya han sido derogadas,
pero que permanecieron durante muchos años vigentes, como la prisión preventiva
obligatoria, la imposibilidad de obtener libertad provisional, libertad condicional y
perdón condicional.
Todos estos elementos hicieron de la ley 50-88, uno de los instrumentos
legales más arbitrarios de todos los que han existido en el ordenamiento jurídico
dominicano, sin embargo esa arbitrariedad no ha producido ninguno de los efectos
disuasivos del narcotráfico que en su momento se propuso el legislador y la sociedad
dominicana en sentido general. Muy por el contrario, el trafico y consumo de drogas
narcóticas en el país ha crecido de forma exponencial y dramática en los últimos
tiempos, situación que pone en evidencia la cuestionable utilidad de la pena como
mecanismo de prevención del delito.
varios miembros de la familia o contra cualquier persona que mantenga una relación
de convivencia, contra el cónyuge, ex cónyuge, conviviente o ex conviviente o pareja
consensual, o contra la persona con quien haya procreado un hijo o una hija...”.
Esta normativa significó un agravamiento de todas las consecuencias jurídicas
derivadas de las infracciones relacionadas con la violencia contra la mujer o violencia
doméstica o intrafamiliar. El objetivo fue prevenir este tipo de violencias, a través de
amenazas punitivas de alto perfil, así como mediante el establecimiento de un con-
junto de medidas de seguridad que al aplicarse sirvieran de protección al miembro
familiar agredido o en riesgo de seguir siendo maltratado. A partir de ese criterio se
diseñó una escala punitiva novedosa y diferente al sistema tradicional que habíamos
heredado del Código Penal. La pena de prisión, que anteriormente solo llegaba a dos
años, ahora se estableció con un mínimo un año y un máximo de cinco. En el supues-
to establecido en el artículo 333 la prisión de 5 años se instituyó como pena única.
Otra pena única establecida en la ley 24-97, es la reclusión mayor de 10 años (art.
333) aplicables a los que cometan agresión sexual en contra de víctimas que tengan
una condición particularmente vulnerable.
Anteriormente existía una escala de 3 a 10 años de reclusión mayor, sin embar-
go en esta ley aparece una nueva de 5 a 10 años de reclusión mayor. (Ver art. 309-2
y 309-3, ley 24-97). Otra novedad punitiva establecida en la ley 24-97 es la Reclusión
Mayor de 10 a 15 años y de 10 a 20 años, aplicables a los declarados culpables de
agresión sexual precedida de actos de barbaries o torturas, (art. 303-2) y de viola-
ción sexual. (ver artículos 331. También se estableció la pena de 15 a 20 años de
reclusión mayor para aquellos casos de barbaries o torturas que sigan otro crimen
que no constituya violación, (art. 303-3)
La pena de restitución. El artículo 309-4 introduce la pena de restitución como con-
denación accesoria a los que sean declarados culpables de violencias en los términos
y condiciones establecidas en el artículo 309-3. En este caso, si el autor de violencia
produjo la destrucción, ocultación o daño en bienes al momento de ejercer violencia
doméstica o intrafamiliar, podrá ser condenado a su restitución.
Tentativa. En los casos de tentativa de incesto (332-1 y 332-2), ésta se castigará siem-
pre como si la acción se hubiera realizado (art. 332-2). En este supuesto se introduce
una variante a la tradición legislativa provista por nuestro Código Penal, en razón de
que el texto viejo en su redacción sobre la tentativa en el artículo 2 establece que
esta “podrá ser condenada como el crimen mismo”, sin embargo en el supuesto del
artículo 332-2 se establece que la tentativa se castiga como el hecho consumado.
Prohibición expresa de las circunstancias atenuantes. De conformidad con lo dis-
puesto en los artículos 309-4 y 332-2, los culpables de violencia e incesto respecti-
428 vamente, no podrán ser beneficiados con reducción de penas en virtud de circuns-
tancias atenuantes. Esta disposición constituye una evidencia reveladora del carácter
intimidatorio que prima en la ley 24-97. Sin embargo si se hace un examen de efica-
cia al referido texto, muy probablemente llegaríamos a la conclusión que los objetivos
preventivos que se trazó el legislador con esta legislación aún no se han cumplido,
situación que debe llevar a reflexionar sobre si es la pena grave, el instrumento más
adecuado para enfrentar la inseguridad y la delincuencia.
a) Al ser aplicada a la categoría de simple posesión, excluye que puedan ser someti-
dos al programa de rehabilitación a adictos o enfermos que son apresados con una
cantidad mayor de sustancia, aunque se determine es para consumirla.
b) En el ámbito del microtráfico, una cantidad importante de distribuidores llegan a esa
actividad debido a su adicción, ya sea por constreñimiento originado en deudas con
suplidores o en virtud de que no poseen otro medio para sustentar el costo de su
adicción. Este tipo de imputados deberían ser beneficiados por este tipo de medidas.
c) En la cultura jurídica nuestra este tipo de medidas se entienden como actos de per-
dón o de indulto judicial, y no como un verdadero y efectivo mecanismo de reacción
contra el delito que cumple indudablemente un papel más efectivo que la pena.
d) La Comisión Multidisciplinaria dificulta el acceso este tipo de medidas, ya que es un
organismo sumamente complejo no controlado jurisdiccionalmente, sino que opera
como un supra poder. Para que la aplicación de este tipo de medidas de seguridad
pueda ser efectivo el proceso de determinación debe estar a cargo del juez, quien a
partir de los experticios médicos correspondientes es la única autoridad que debe
decidir sobre el particular.
430
315 La tendencia de esta legislación por la protección de la victima queda confirmada en el artículo 309-4. En todos los casos previstos
en los artículos precedentes, el tribunal dictará orden de protección a favor de la víctima de violencia, no pudiendo, en ningún caso,
acogerse circunstancias atenuantes en provecho del agresor. El tribunal condenará además, en estos casos, al agresor a la restitución
de los bienes destruidos, dañados u ocultados.
de orientación familiar por un lapso no menor de seis (6) meses en una institución
pública o privada. El cumplimiento de esta pena y sus resultados serán controlados
por el tribunal”. Nótese que las medidas establecidas en la disposición legal anterior
tienen un carácter accesorio, no principal, lo que pone de manifiesto que es la pena el
tipo de reacción en el que el sistema confía, pero no por su efectividad, sino porque
constituye un medio de castigo.
Un aspecto relevante en la ley 24-97, fue el establecimiento de un sistema de
medidas de seguridad (orden de protección), de carácter cautelar aplicables “previa a
la instrucción y juicio”, en principio. La importancia de esta disposición radica en que
por primera vez al derecho penal positivo se introducen opciones con fines preventi-
vos diferentes a las medidas clásicas que ya conocíamos como la prisión preventiva o
la prestación de fianza. El articulo 309-6 detalla el conjunto de estas medidas y aunque
no constituyen un tipo de reacción material frente a los delitos de violencia intrafa-
miliar, sino más bien que son medidas cautelares, pueden transformarse en “penas ac-
cesorias” al momento de que el tribunal apoderado juzgue el fondo de la imputación.
Entendemos que por su importancia vale la pena enumerarlas a continuación:
3. DETERMINACIÓN DE LA PENA EN
EL SISTEMA DE JUSTICIA DOMINICANO
3.1 CONCEPTO
Determinar la pena es establecer la consecuencia jurídica que habrá de derivar-
se de cada delito. Una pena implica siempre la afectación de uno o varios de los bie-
nes jurídicos de los que es titular el condenado. En consecuencia, la determinación de
la pena implica establecer cuál es el bien jurídico que se va a afectar, por cuánto tiem-
po y en qué condiciones o modalidad316. El derecho penal vigente en una sociedad
no se estructura con un único tipo de penas, ni en género ni en modalidad, sino que
dependiendo de la naturaleza y gravedad de los delitos que se comenten, así como
de las características culturales del grupo social, se establecen distintas modalidades
de punición como la pena de muerte, la privación de libertad, la pena pecuniaria, la
realización de trabajos sociales o a favor de la víctima, la restricción de la libertad
tránsito, la inhabilitación para el ejercicio de derecho civiles y políticos, etc.
En sentido amplio, el concepto de determinación de la pena incluye también la
posibilidad del perdón (art. 340 CPP), la suspensión (art. 341 CPP), las condiciones
especiales de cumplimiento, (art. 342 CPP), así como la sustitución de la pena por
medida de seguridad317.
432 316 RAMOS, L., p. 325.
317 MIR PUIG, S., p. 714.
que “la Asamblea Constituyente, para terminar con el poder arbitrario de los jueces,
decretó la fijeza de las penas, de tal modo, que desde ese momento, el juez quedó
convertido en distribuidor automático de ellas, sin que le fuese permitido adaptarlas
a las diversas circunstancias de hecho, relativa unas al hecho mismo, y otras al agente;
y, finalmente, suprimió, debido a los abusos a que había dado lugar, la facultad de con-
ceder gracia a los condenados”321. Este escenario de extrema determinación legal de
la pena trajo como consecuencia la imposibilidad de que los jueces pudieran valorar
y medir razonablemente cada caso en particular a fin de conocer las circunstancias de
hechos positivas o negativas que le permitieran graduar la intensidad de la punición,
situación que al igual que el sistema de absoluta discreción conduce a la ocurrencia
de injusticias.
Con la reforma de 1810 se corrigieron los extremos que al implementar el
principio de legalidad incurrió la Asamblea Constituyente en 1791, estableciendo un
sistema flexible de determinación de penas en el que el legislador fijaba los límites
mínimos y máximos de la pena, permitiéndole al juez la posibilidad de desplazarse dis-
crecionalmente en un rango considerable dentro del cual podía fijar el monto exacto
de la pena en función de criterios de justicia y equidad. Así nació el sistema mixto de
determinación de pena, que combina la autoridad abstracta del legislador con el po-
der de apreciación del juez en cada caso en concreto, siendo éste el procedimiento
más utilizado desde esa época hasta la actualidad322.
Algunas legislaciones modernas, dentro de las cuales se encuentra el Nuevo
Código Penal francés de 1994, han aumentado el poder de apreciación del juez a
favor del imputado, mediante la eliminación del límite inferior de la pena y solo fijando
el límite mayor. Este sistema permite que el juez pueda determinar el monto de la
pena desde cero hasta el límite mayor establecido por el legislador.
El proceso de determinación de la pena no se agota en el ámbito legal y en el
judicial, en razón de que además de esas dos esferas interviene otra que es la ad-
ministrativa, es decir aquella área del sistema penal que se encarga de materializar la
ejecución, de ahí que desde 1898, Saleilles identificó tres niveles de individualización
de la pena: el legal, el judicial y el administrativo o penitenciario323. En el anterior
concepto se afirma que en la realización del derecho penal en lo que respecta a la
imposición de una pena en un caso en concreto intervienen tres instancias: a) el le-
gislador, a través del cual se garantiza que la pena impuesta se ajuste a los dictámenes
del principio de legalidad, b) el juez, quien es que interpreta al legislador y determina
la pena cumpliendo con la garantía del debido proceso, y c) el sistema penitenciario,
que tiene a su cargo la responsabilidad administrativa de la ejecución de la pena dis-
puesta.
3.2.1 Legalidad
El principio de legalidad de la pena es una de las principales garantías con que
cuenta el ciudadano frente al poder punitivo del Estado o ius puniendi. Este principio
es consustancial al modelo de sociedad organizada como Estado social democrático
de derecho y postula que no hay delitos ni penas si no es en virtud de una determi-
nación legal: nullum crimen nulla pena sine previa lege penale. El carácter garantista de
este principio se manifiesta en la posibilidad que tienen los ciudadanos de conocer de
antemano cuales son las conductas desaprobadas por el derecho penal, así como las
penas o cualquier otra consecuencia jurídica a que se expone la persona que incurra
en la comisión de alguna de esos actos delictivos.
En todos los ordenamientos jurídicos modernos el principio de legalidad de
la pena es de rango constitucional. En la Republica Dominicana rige el principio de
legalidad en las disposiciones establecidas en el artículo 8, numeral 2, letra J, donde
establece la legalidad del proceso. El numeral 5 del mismo artículo establece el prin-
cipio general de legalidad al disponer que “a nadie se le puede obligar a hacer lo que
la ley no manda ni impedirle lo que la ley no prohíbe”324. Esta disposición aplica per-
fectamente a los actos jurisdiccionales en el sentido de que las acciones consideradas
delitos, cuyas realizaciones se les prohíben a los ciudadanos y las sanciones aplicadas
como consecuencia de esas acciones deben estar consignadas en las leyes. En ese
mismo orden la Convención Americana de los Derechos Humanos establece en su
artículo 9 que “….tampoco se puede imponer pena más grave que la aplicable en el
momento de la comisión del delito”. En ese mismo orden se expresa el Código Penal
dominicano en su artículo 4 cuando establece que “las contravenciones, los delitos y
los crímenes que se cometan, no podrán penarse, sino en virtud de una disposición
de ley promulgada con anterioridad a su comisión”. A partir de las disposiciones
anteriores se confirma que en virtud del principio de legalidad de la pena, es al le-
gislador a quien le corresponde la facultad de crear un marco general de punición
para cada delito, en el que se establece la identidad de las penas o las medidas de
seguridad, su límite temporal y las condiciones de ejecución.
La determinación ex ante del marco general de pena por parte del legislador
constituye un aspecto positivo para la administración de justicia y para la protección
de los derechos de los ciudadanos, puesto que orienta al juez sobre cual pena impo-
ner, dentro de cuales limites y en el marco de qué condiciones, impidiendo de esa
435
324 OLIVARES GRULLÓN Y RAMÓN EMILIO NUÑEZ. Código Procesal Penal Concordado. Ver articulo 8, numeral 2, letra J y 5
de la Constitución de la República Dominicana, pág.277. Convención Americana de Derechos Humanos, articulo 9, p. 393. Pacto
internacional de los Derechos Civiles y Políticos, art. 15, p. 435. En jurisprudencia constitucional ver también el principio 4 de la
Resolución 1920 relativa.
436
325 OLIVARES GRULLÓN Y R. NUÑEZ., p. 276. Ver también artículo 5 de la Convención Americana de los Derechos Humanos;
artículo 7 del Pacto Internacional sobre Derechos Civiles y Políticos y principio 7 de la Resolución 1920.
Ejercicio
438
227 OLIVARES GRULLÓN, F. Y RAMÓN N. , p. 277
sí, como el bajo grado de lesividad o cualquier otro aspecto que justifique una dismi-
nución de la pena. Las circunstancias subjetivas son aquellas que se refieren al autor
del delito, su intención delictiva, su honestidad manifiesta, su arrepentimiento, su edad,
su condición de delincuente primario, el nivel de seguridad que le dé al juzgador de
que no volvería a delinquir, etc. En principio, las circunstancias atenuantes pueden ser
aplicadas siempre a menos que una disposición legal especial no diga lo contrario, tal
es el caso de la ley 50-88 y la 24-97, que prohíbe aplicar circunstancias atenuantes a
los culpables de violar estas leyes.
en los incisos primero y segundo del artículo 56 del Código Penal, los cuales dispo-
nen….pero al decir, en el inciso tercero que “ si el segundo crimen mereciese la pena
de trabajos públicos, se le impondrá el doble de la pena que sufrió primeramente”,
se hace de la reincidencia, en varios casos, una causa de atenuación de la pena en vez
de serlo de agravación; lo que es evidentemente absurdo y obliga a reconocer que
en la redacción de este tercer inciso hay un error; que probablemente, lo que quiso
decir fue que se aplicaría el doble de la pena que correspondiese al nuevo crimen,
claro está, que el error no puede ser corregido por los jueces en el sentido de esa
hipótesis, puesto que sería necesario un texto de ley para imponer tal pena, pero por
otra parte, la razón y la justicia se opone a que por aplicación literal del inciso tercero
del artículo 56, se imponga al criminal reincidente, por el hecho de serlo, una pena
aflictiva e infamante. En presencia del manifiesto error del inciso tercero del artículo
56, forzoso es considerar que en el caso que en él se prevé, no puede agravarse la
pena al reincidente, por no estar determinada por la ley, la pena más grave que debe-
rá imponérsele; y que por tanto el juez podrá imponerle la pena de trabajos públicos
dentro de los límites correspondientes, al crimen de que se trata331.(Suprema Corte
de Justicia 28 de Febrero del año 1927, B.J. 199, p. 17 y 18)330.
Los artículos 58 y 59 regulan la reincidencia en ocasión de una segunda pena,
cuando ésta es correccional antecedida de una condena mayor de un año y el su-
puesto de una persona que habiendo sido condenada a una pena correccional de un
año o menos, cometiere de nuevo un delito. En el primer caso la pena aplicable es
el máximun fijado, pudiendo ser elevada hasta el doble y en el segundo caso se apli-
cará el máximun de la pena fijada, pudiendo alzarse su duración al duplo del tiempo
fijado, además del sometimiento del condenado a la vigilancia de la alta policía por un
período de uno a cinco año332.
444
RAMOS desarrolla uno de los estudios más completo que se haya escrito sobre ese tema. El profesor analiza profundamente
nuestra legislación, la francesa y la española en cuanto al tema del Excusa legal de la provocación y critica duramente la posición de
la jurisprudencia dominicana que ha asumido el texto francés contrariando el texto dominicano que es más amplio y mas liberal
que el de nuestra legislación modelo.
En gran medida, las anteriores razones de atenuación son las mismas exigidas
en el articulo 339 CPP para la determinación de la pena, lo que nos demuestra que
el interés del legislador al pautar el procedimiento de determinación de pena es
tendente casi exclusivamente racionalizar los montos mediante la atenuación, la libe-
ración total y el uso de alternativas de sustitución de la pena privativa de libertad en
los casos en que sea posible.
Sin embargo, al aplicar el perdón judicial se presentan algunas situaciones de
carácter interpretativos que deben ser resueltas. Veamos:
1.- En su parte cabecera el artículo 340 CP establece como condición primaria
para aplicar el perdón judicial que la “pena imponible no supere los diez años de
prisión”. ¿Se refiere esa disposición a la pena abstracta (la que establece a la ley)
o a la pena en concreto luego de que el órgano juzgador ha hecho el proceso de
individualización en el caso particular? Aunque la norma no entra en esos detalles,
es evidente que el legislador se refiere a la pena en concreto, por una razón sencilla:
la pena imponible en cada caso concreto debe ser el resultado de la combinación
efectiva del proceso de determinación abstracta que pone los primeros límites, con-
juntamente con el procedimiento de individualización concreta que hacen los jueces.
En consecuencia, la pena abstracta es una proyección general que debe ser ajustada
y subsumida por el órgano juzgador.
2.- El segundo aspecto relevante que amerita esclarecimiento al aplicar el per-
dón judicial es en lo relativo a establecer si las 9 causales de atenuantes expresamente
descritas por el artículo 340 CPP son concurrentes o si por el contrario con una o 449
varias de ellas sería suficiente para que los jueces acojan el perdón. La forma de la
redacción de la norma, unida a la abundancia de razones de atenuación enunciadas
nos permiten asegurar que no es necesario la concurrencia de todas las atenuantes
establecidas en el texto analizado para que pueda acogerse el perdón judicial. Por
ejemplo, el artículo 340 establece que: “siempre que la pena imponible no supere los
diez años de prisión, atendiendo a las siguientes razones”.
Si al legislador le hubiese interesado que dichas circunstancias tuvieran que
presentarse de forma concomitante, la redacción probablemente hubiese sido la
siguiente: “siempre que concurran las siguientes razones”. Esto se puede demostrar
fácilmente mediante el examen de otras disposiciones semejantes del mismo código,
como es el caso de la norma 227 CPP relativa a las medidas de coerción, la cual
establece que “procede aplicar medidas de coerción, cuando concurran todas las
circunstancias siguientes”. Lo anterior indica que el legislador en estos casos hace
las matizaciones pertinentes cuando decide darle cierta rigurosidad a determinadas
aplicaciones, por lo que en el caso del articulo 340 CPP no creemos que haya sido
la intención de la ley requerir la concurrencia de las nueves causales de atenuación
requeridas para aplicar el perdón judicial.
3.- El tercer aspecto a considerar es el que se refiere a si para la aplicación del
perdón judicial rige el principio de justicia rogada o si, por el contrario, los jueces
de oficio están facultados para otorgarlo. Por principio general la normativa tiende
a darle libertad de acción a los jueces cuando se trata de decisiones que favorecen
al imputado, así lo dispone el articulo 25 CPP relativo a la interpretación de las nor-
mas, así como el 335 CPP en su parte final cuando establece que “en la sentencia,
el tribunal puede dar al hecho una calificación jurídica diferente de contenida en la
acusación, o aplicar penas distintas de las solicitadas, pero nunca superiores”. Como
el perdón judicial es una decisión que favorece al imputado y siendo obligatorio para
los jueces observar los criterios de determinación establecidos en el artículo 339 CPP,
así como la discrecionalidad positiva instituida en el artículo 336 CPP, es evidente que
el perdón judicial puede ser declarado de oficio por parte del tribunal juzgador.
Del estudio integral de los artículos 336, 337, 338, 338, 339, 340, 341, 342
CPP, podemos concluir que el proceso de individualización de la pena en cada caso
concreto por parte de los jueces cubrir de forma oficial los siguientes puntos: 1.
Establecer la culpabilidad, 2. Establecer los criterios de determinación de la pena al
caso concreto, 3. Individualizar el monto imponible a cada imputado en particular,
tomando en cuenta las circunstancias particulares del caso y el principio de propor-
cionalidad objetiva y subjetiva 4. Examinar si es aplicable o no el perdón condicional,
la suspensión condicional de la pena, las condiciones especiales de cumplimiento o
cualquier otra atenuante o beneficio establecido en el ordenamiento, 5. Tomando
450 como punto de partida el análisis anterior, se procede a tomar la decisión.
337 Sobre este punto resultan sumamente interesantes las disposiciones del artículo 352 sobre las reglas que deben observarse al
453
momento de elaborar el informe. El artículo 353 sobre el proceso de deliberación en los casos de juicio sobre la pena.
Lectura
454
338 Ver artículos 363, 364 y365 sobre el acuerdo pleno. Sobre el acuerdo parcial donde se hace un juicio sobre la pena ver artículos
366, 367 y 368.
III.- Se le hace ver al juzgador que, de conformidad con los artículos 142,
363 inciso b) y 369 inciso d) del Código Procesal Penal, al dictar una sentencia
condenatoria tiene siempre la obligación de motivar en forma adecuada la pena
a imponer. En este sentido, la Sala Constitucional ha indicado reiteradamente que:
“… el derecho a una adecuada, razonada y suficiente fundamentacion del monto
de la pena a imponer, forma parte del debido proceso.” (ver, por ejemplo, voto
número 2000-0424, de las 15:51 horas del 12 de enero de 2000). Al respecto, es
importante acotar que ya esta Cámara se ha pronunciado ampliamente sobre los
requisitos que deben cumplirse a la hora de motivar la imposición de la pena. Así,
en el voto 2002-053 de las 10:15 horas del 1 de febrero de 2002.
A parte de reconocerse que con el proceso abreviado las garantías consti-
tucionales no se suspenden ni se renuncian, por lo que el tribunal de juicio tiene
el deber de fundamentación, se indicó, además, lo siguiente: “ III.1) Finalidad de la
pena: Para la fijación de la pena el tribunal parte de la premisa original de Ziffer
(ZIFFER, Patricia S.: Lineamientos de la determinación de la pena; Ad-Hoc, Honrad
Adenauer Stiftung, CIEDLA; Buenos Aires; 1996), quien con acierto señala que la
individualización de la pena debe responder a los fines políticamente asignados
a esta. La decisión del fin de la pena es de naturaleza política criminal de modo
que los tribunales, sin hacer político-criminal en el caso correcto y si separarse
de las líneas maestras señaladas por el ordenamiento jurídico en abstracto-por el
legislador en otras palabras-, debe cuantificar la pena en cumplimiento de aquellos
principios básicos de la política criminal. Consecuencia de lo anterior es la obligada
Const.Pol. y a otras fuentes de derecho, en orden descendente, para determinar
antes que otra cosa la finalidad política de la pena en el derecho costarricense. La
carta Constitucional guarda silencio acerca del tema, por lo que debe acudirse a
los tratados internacionales que, de acuerdo al artículo 7 de la Const. Pol., tiene
fuerza inferior a la constitución pero superior a la ley. Así encontramos el artículos
5 de la Convención americana sobre Derechos Humanos que en los artículo 5.3
y 5.6 dispone: “La pena no puede trascender de la persona delincuente” y “ Las
penas privativas de la libertad tendrán como finalidad esencial la reforma y la re-
adaptación social de los condenados”. En igual sentido el artículo 10.3 del Pacto in-
ternacional de los Derechos Civiles y Político, que lo conducente reza: “El régimen
penitenciario consistirá en un tratamiento cuya finalidad esencial será la reforma
y la readaptación social de lo penados…”; y el artículo 51 del C.P., que establece
la “acción rehabilitadota” como finalidad de las penas. De aquí derivan dos conse-
cuencias importantes: (i) la pena no puede ir mas aya del condenado, en cuanto no
debería afectar a otros con su cónyuge o hijos, pero tampoco puede trascender a
otro miembros de la sociedad como un mensaje de prevención general negativa,
por lo menos no puede imponerse la pena con esta intención; y (ii) se la finalidad 455
de la pena es la reforma y la readaptación social del condenado, su propósito- de
456
Por lo visto el control que ejerce el juez de la ejecución afecta todas las eta-
pas del proceso y se proyecta tanto en el ámbito jurisdiccional propiamente dicho
como en el administrativo. Su función general es vigilar la ejecución efectiva de las
sentencias y el velar por el funcionamiento adecuado de los centros penitenciarios,
procurando que se respeten los derechos de los condenados. La presencia del juez
de la ejecución debe tener un impacto positivo en todo el sistema, puesto que su
labor de control constituye una garantía para el fiel respeto al principio de legalidad
de la ejecución penal, así como la coherencia entre el proceso de individualización
legal, el judicial y el administrativo de la pena.
341 Escuela Nacional de la Judicatura. Derecho Procesal Penal, p. 492. Editora Amigo del Hogar. Santo Domingo, primera
459
edición. 2006
condenado del mundo exterior y que ese es su castigo. De lo que se concluye que al
condenado no hay que adherirle más sufrimiento que el que entraña haber perdido
su libertad, lo que indica que mientras dure el período de cumplimiento todos los de-
más derechos que no estén afectados por la sentencia deben ser respetados y garan-
tizados por el Estado. A las Reglas mínimas de 1955 se unieron los Principios Básicos
para el tratamiento de los Reclusos aprobado por las Naciones Unidas en 1990.
En lo que respecta a la República Dominicana, además de la legislación supra-
nacional vinculante en materia de ejecución penal, contamos en el plano interno
con la Ley 224 del año 19984. Esta ley constituye una pieza legislativa sumamente
importante porque define una política penitenciaria que en la letra repudia la noción
del castigo por el castigo y en cambio reivindica la readaptación y la resocializacion
como fin principal de la ejecución de la pena privativa de libertad. El fin preventivo
de la pena acogido por la Ley 224, debió implicar la reestructuración total de los
establecimientos carcelarios del país en el orden físico, logístico y administrativo. De
igual modo. Estado debió crear un sistema educativo integral, sistemático y perma-
nente orientado a garantizar un mínimo oferta educativa y resocializadora a favor de
los condenados, al tiempo que el sistema de justicia creara las condiciones necesarias
para invertir la correlación desequilibrada entre presos preventivos y condenados
definitivamente.
El proceso de individualización administrativa establecido en la ley nunca ha
sido implementado, en razón de que la normativa instituye una infraestructura que
clasifica los establecimientos penales en a) penitenciarias, que serían las destinadas a
las ejecuciones de condenas mayores de dos años, b) los presidios destinados a con-
denados a penas menores de dos años, c) las cárceles para los que guarden prisión
preventiva y d) los institutos especiales destinados para condenados con característi-
cas especiales como los enfermos mentales, reclusos primarios o que se encuentren
en período de prueba. Estos institutos podrán ser establecimientos abiertos o granjas
agrícolas. (Articulo 1 de la ley 224). Sin embargo, el sistema hasta el día de hoy no ha
procedido a crear esos establecimientos, sino que hemos dependido exclusivamente
de las estructuras carcelarias tradicionales. En muy pocos centros y en muy pocos
centros carcelarios se clasifican eficientemente los condenados en función del tipo
de penas o tomando en cuenta determinadas condiciones especiales. Ni siquiera ha
existido una política de individualización que tienda a separar los internos preventivos
de los condenados. Es cierto que en los últimos tiempos se ha puesto en vigencia un
nuevo modelo penitenciario que ha transformado sustancialmente el funcionamiento
y la filosofía de algunos centros, pero se trata aun de un proyecto piloto, que requiere
permanencia en el tiempo y expandirse a toda la población carcelaria. La ley 224
prohíbe formalmente todo tipo de violaciones a los derechos humanos y crea un ca-
tálogo de reglas de funcionamiento interno de los recintos que de aplicarse garantiza 461
los derechos de los condenados. Sin embargo, el proceso de aplicación real de la
1. Prisión de 30 a 40 años;
2. Prisión de 20 a 30 años;
3. Prisión de 7 a 40 años;
4. Prisión de 6 a 30 años;
5. Prisión de 5 a 20 años y;
6. Prisión de 4 a 10 años;
1) 8 a 50 salarios;
2) 7 a 40 salarios;
3) 6 a 30 salarios;
4) 5 a 20 salarios;
5) 4 a 10 salarios;
El sistema de multa establecido pudiera ser una importante herramienta de
punición alternativa a la pena privativa de libertad. Sin embargo, si examinamos la
parte especial del proyecto nos damos cuenta que la multa solo se utiliza como pena
principal en supuestos de muy poca importancia y de escasa incidencia en los tribu-
nales, lo que pone de manifiesto que es la pena privativa de libertad el instrumento
determinante en la nueva propuesta, recurriéndose a la multa como pena comple-
mentaria fundamentalmente. La misma situación puede advertirse en la propuesta de
medidas de seguridad. Este tipo de reacción tiene un carácter residual en el proyecto,
aplicables no como reacción principal fundamentalmente sino conjuntamente con la
pena privativa de libertad. Solo en caso de infracciones de escasa importancia es que
se establecen medidas de seguridad como consecuencia principal.
465