LIBRO Familia Conflicto Cultura
LIBRO Familia Conflicto Cultura
LIBRO Familia Conflicto Cultura
SERIE PENSAMIENTOS Familia, conicto, territorio y cultura Medelln, noviembre del 2004 Editan: Corporacin Regin Calle 55 N 41-10 Medelln, Colombia Tel: (57-4) 21668 22, Fax: (57-4) 2395544 [email protected] www.region.org.co Instituto de Estudios Regionales Iner Universidad de Antioquia Calle 67 N 53-108 Bloque 9 Ocina 243 Telfono: (57-4) 2105699, Fax: (57-4) 2110696 Medelln, Colombia [email protected] www.iner.udea.edu.co ISBN: 958-8134-26-9 Serie Pensamientos ISBN: 958-8134-25-0 Coordinacin editorial Luz Elly Carvajal G. Comit Acadmico Clara Ins Garca, Lucelly Villegas Elsa Blair, Jess Mara lvarez Diego Herrera, Rubn Fernndez Sergio Valencia Diseo e impresin Pregn Ltda.
Para esta publicacin la Corporacin Regin recibe el apoyo de Terre des Hommes - Suiza y el Iner de la rectora de la Universidad de Antioquia
Impreso en papel ecolgico fabricado con bra de caa de azcar
CONTENIDO
Captulo I. LA FAMILIA: Un asunto estructural del mundo social y cultural .................................................................. La familia en Antioquia hoy y sus perspectivas para el ao 2000 .......... Visin histrico-antropolgica del padre. Esbozos de obertura en cuatro tiempos . ................................................. La familia en el contexto de la nueva marginalidad urbana .................. Pasado, presente y futuro de la familia en Colombia: Presupuestos socioculturales para repensarla ......................................... Un hombre en casa, la imagen del padre hoy ........................................
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Captulo II. EL CONFLICTO ARMADO Y LAS VIOLENCIAS: Su comprensin en el compromiso con la paz y la convivencia ....... 101 Vivido, deseado, posible: A propsito de los conictos y el futuro en una regin de localidades ................................................. Violencia y paz, una mirada desde la antropologa ............................... Las ciencias sociales y humanas como instrumento para la convivencia ................................................................................. Los medios y la sociedad ante los retos de paz: Una mirada desde la antropologa .......................................................... Medelln: ciudad de pueblos y violencias. Reexiones sobre la socializacin en situaciones de conicto .................................. 103 117 125 129 133 5
Captulo III. TERRITORIO Y CULTURA: Anclajes de identidad ........................................................................... 143 Territorios e instituciones de la cultura en torno a los procesos culturales regionales ............................................................................... La tierra ramos nosotros ....................................................................... Nociones de futuro desde la Antioquia actual ........................................ El regreso de los invisibles ..................................................................... Los desplazados: Nuevos nmadas ........................................................ Alternativa de investigacin regional sobre la cultura: Reexiones en torno al programa y al Seminario Permanente sobre el Oriente Antioqueo ................................................................... El Oriente antioqueo: Una cultura en transicin .................................. 145 159 163 188 201
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Bibliografa
La muerte del profesor Hernn Henao constituy un rudo golpe para todo el equipo de trabajo de la Corporacin Regin. Su moral, el sentido de su trabajo se vieron de pronto puestos en vilo. Lo absurdo y abominable del hecho nos record que Colombia atraviesa un perodo en donde la voz ciega de la pistola se ha convertido en la reina que decide sobre casi todo, incluso, sobre quien vive y quien no y que los tiempos soados del gora, de la libre expresin, del argumento como principal herramienta de lo pblico, estn an lejos de construirse. Por fortuna el tiempo que sana las heridas, se encarga de que en la memoria vaya quedando el sustrato de lo mejor de las realizaciones de las personas. As, al recordar hoy a Hernn vienen con nosotros su mano extendida, su amistad y su trabajo acadmico comprometido. La serie Pensamientos quiere ser una palanca de esa memoria para que intelectuales, acadmicos y gentes de la regin tengan en sus manos, con un esfuerzo sistemtico y panormico, la obra de otros que ya han hecho camino en algn campo de las ciencias sociales, humanas y la cultura. No se trata de superhombres que han realizado obras inalcanzables. Muy por el contrario, se trata de nuestros vecinos y compaeros de trabajo, quienes sencillamente han hecho lo suyo con juicio y honradez. Por esto, que el segundo volumen de la serie contenga una recopilacin de la obra de Hernn Henao, con lo mejor de sus escritos sobre los temas de que se ocup en vida, es para nosotros motivo de orgullo y de satisfaccin. Es una manera 7
de decir que una vida y una obra como estas, sobreviven al triste personaje que aprieta el gatillo y a quien paga por hacerlo. Esta obra, fraguada con no poco dolor es, pues, un pequeo monumento a la vida, la misma que al nal, por encima de todos los verdugos, se erige triunfante.
Rubn Fernndez
Presidente Corporacin Regin
Para el Instituto de Estudios Regionales, INER, de la Universidad de Antioquia, en la conmemoracin de los 15 aos de labores, presentar a la comunidad acadmica en el campo de las ciencias sociales y humanas y al pblico en general esta compilacin de artculos que sintetizan el pensamiento y la contribucin intelectual del antroplogo Hernn Henao Delgado tiene una enorme signicacin: Con ello rendimos homenaje a la memoria del colega y amigo, acadmico, profesor y directivo universitario de tiempo completo como pocos lo han sido, tan atroz e injustamente sacricado en medio de esta infame guerra fratricida. En este sentido, no podemos dejar de sealar, resaltar y lamentar el carcter pstumo y luctuoso que este homenaje tiene para todos, especialmente para el INER, instituto del cual era director Hernn en el momento de su trgica partida, y donde dejo una huella imborrable. No obstante, no queremos quedarnos en la triste evocacin del dramtico nal de su vida, que hace de esta una obra inevitablemente inconclusa, sino que, por el contrario, preferimos exaltar lo mejor que nos leg como resultado de muchos y largos das de incansable y apasionada labor intelectual, de generosa y desinteresada actividad al servicio de la universidad, de su profesin, de sus estudiantes y colegas, de la ciudad, la regin y el pas. Es su produccin y su ejemplo lo que ms queremos destacar, y en este otro sentido es tambin un honor y una satisfaccin para la institucin como lo es personalmente para todos quienes fuimos sus compaeros de trabajo, entregar este libro, el cual constituye el mejor y ms duradero reconocimiento a su capacidad 9
para analizar, interpretar y comprender los complejos procesos polticos, sociales y culturales de la regin y del pas, a su total dedicacin al trabajo acadmico y a la vida universitaria en muy diversos campos, a su rectitud e integridad profesional e intelectual, as como a su inmensa calidad humana y simpata personal. Sea, pues, esta breve presentacin, una invitacin a que leamos con atencin sus artculos, reexionemos crticamente sobre ellos, nos sirvamos de sus aportes y sugerencias, actualizndolos y desarrollndolos, como l mismo lo hubiera hecho, con el rigor y la seriedad que lo caracterizaron, sin que ello nos prive, como no lo priv nunca a l, del optimismo y de la franca sonrisa.
Diego Herrera Gmez
Director del Instituto de Estudios Regionales, INER
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Como una protesta ronca y lcida contra la insensatez, se renen en este libro, algunas de las expresiones del pensamiento de Hernn, alrededor de los temas que fueron su pasin: la familia, el padre, el gnero, la regin y el territorio, rescatadas de borradores y publicaciones dispersas. Esta publicacin nos trae el recuerdo de su risa y an una nota de alegra al imaginar su felicidad por ver reunidos sus ensayos, nos permite rendirle un homenaje en los trminos de su vida: inteligente, defensor de la libertad, amoroso y lleno de fe en la humanidad. Gracias a la Corporacin Regin y al Instituto de Estudios Regionales por el trabajo paciente y cuidadoso de bsqueda y edicin de los materiales, que hacen que su memoria tenga el sentido de una bsqueda por medio de la reexin y el pensamiento, la nica forma que l imaginaba de construccin de un pas ms justo.
Dora Helena Tamayo
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PRLOGO
El conjunto de artculos, ponencias y ensayos que conforman este homenaje a la produccin intelectual del antroplogo Hernn Henao Delgado, despliegan ante la juiciosa mirada del lector un panorama vital rubricado por la tarea de indagar, inquirir y examinar procesos de la cultura en Colombia a travs de profundos anclajes en las circunstancias locales y regionales de Antioquia. Permanece en ellos, como legado, el testimonio de la evolucin del pensamiento de un hombre que asumi los compromisos de raz, explorando los laberintos de los temas tras el propsito de despejar cuestiones tradicionales mediante la formulacin de autnticos problemas contemporneos. En el camino de esta mutacin se identica la actitud del cientco social, del pedagogo y del ciudadano, rasgos que en Hernn Henao se imbrican como evidencia de los convulsivos aos que, ms all de la trayectoria de un individuo, han signado una de las fases ms dolorosas del trnsito del pas hacia la modernidad, la insercin en el mundo globalizado y la expansin de las conquistas de la democracia en todas sus dimensiones. Est fuera de toda duda, como seal Clifford Geertz1, que aunque todo sujeto tiene ante s la posibilidad de vivir un millar de clases de vidas, la propia cultura nos inscribe en una, que acaba siendo nuestra insustituible biografa personal. La contundencia de esta ley de la naturaleza y de la historia pone de relieve el balance que, en una forma parecida al signicado de esta obra, ejerce la memoria colectiva sobre nuestros legados. Con la serenidad que impone la distancia temporal de su
1. La interpretacin de las culturas. Gedisa, 1996.
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trgica partida, vemos el esfuerzo por situar a la antropologa acadmica en el torrente de la urbanizacin de las formas de vida y de los mestizajes e hibridaciones hacia los cuales orient Hernn Henao sus anlisis durante ms de veinte aos; quiso entender un pas que demandaba consolidar una antropologa de los mundos contemporneos, como la design Marc Aug, con toda la carga de las estructuras mentales del mundo aldeano reciente, pero bajo una concepcin de la cultura situada en los escenarios de la vida cotidiana, perspectiva que inauguraba un reto tras la construccin de uno de los tantos proyectos colectivos que gest y anim el inolvidable colega: La cultura est en la familia, la cocina, la arriera, el espacio pblico, la red informal, el rito y el ceremonialismo, la religiosidad, la literatura oral, etc. La tarea colectiva consiste en aprehenderla () porque aunque ella est presente en los hechos cotidianos tanto como en eventos excepcionales de la vida social, quien se ocupa de estudiarla tiene que seleccionar de ese complejo de manifestaciones, aspectos que cumplan con la condicin de ser signicativos y operables 2. El signicado ms profundo de esta invitacin traduce en el plano regional una importante ruptura con la tradicin colonial de la antropologa en la versin latinoamericana del indigenismo. Hernn Henao reeja en lo dicho la focalizacin de nuevos temas y problemas, en parte como efecto de una dcada de debate y reconceptualizacin del indio y de lo indio, en parte como una postura alternativa al papel del cientco social convertido en el ventrlocuo de las otredades, mediacin que hoy por hoy se diluye a medida que los objetos tradicionales de la antropologa acadmica, al repensar, redenir y rearmar su etnicidad han recuperado la palabra, el territorio, el tiempo y la memoria, como expresara el clebre antroplogo mexicano Guillermo Bonl Batalla, otro de los artces de ese gran cambio, a quien Hernn y otros de nuestra generacin lemos con entusiasmo, nos estremecimos conceptualmente con su desenfado intelectual y trabamos amistad desde el primer congreso nacional de la disciplina, en la monacal y aristocrtica Popayn de 19783. De ah que las muchas lecturas a las que se ofrece este libro permiten hilvanar, si se quiere, una trayectoria que condensa regionalmente los quiebres y trnsitos de las ciencias sociales, y en particular de la antropologa, en un conjunto de nexos con otras antropologas regionales que paulatinamente emergan al debate internacional contestando los modelos metropolitanos. Un asunto de identidades tambin, eje
2. Una alternativa de investigacin regional sobre la cultura. 1984. 3. Un revisin ms amplia de la trayectoria de Hernn Henao en relacin con la Antropologa y la vida universitaria se encuentra en Hernn Henao, la presencia y la ausencia, artculo conmemorativo del mismo autor de este Prlogo, publicado en el Boletn de Antropologa de la Universidad de Antioquia, Vol. 14, Nmero 31, 2000, un ao despus de su muerte.
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sobre el cual se anud con todo vigor el trabajo prctico, la gestin institucional y las diversas reexiones que contiene este volumen, en el cual, adems de dar cuenta de los diferentes momentos y pasajes de la antropologa, puede reconocerse la ampliacin del campo y la redenicin del objeto, para transmutar la atraccin de lo extico por el drama de las exclusiones, y el espectro de los particularismos servidos en la apetecida salsa de la diversidad por la especicidad de los reconocimientos de las alteridades en tanto que sujetos sociales y polticos. Ah tambin comenz a recobrar dignidad la voz y el rostro de los nuevos nmades, esos desarraigados campesinos sin campo, pobladores sin pueblo y ciudadanos sin ciudad, que conguran las nuevas masas de las metrpolis colombianas. El territorio, los tejidos sociales primarios e institucionales, y los espacios del reconocimiento y la negociacin de las diferencias en el conicto o en la generacin de alternativas de futuro constituyen las tres grandes dimensiones de la trayectoria intelectual y de las ejecuciones prcticas en las que se plasma el legado de Hernn Henao. Pocos como l tuvieron claras las fronteras del hombre de pensamiento y del hombre de accin, como muchas veces lo reri en sus trabajos al rendir tributo al maestro Max Weber en la distincin entre el poltico y el cientco. Pero pocos como l, en su generacin, hicieron del intelectual orgnico gramciano una vivencia plena, ms all de la retrica. Los ensayos y artculos que versan sobre el tema de la paz, la convivencia y las conquistas de la democracia participativa local, presentan en todo su vigor ese sincero compromiso, el de alguien que crea rmemente en sus convicciones y le apost, hasta el ltimo minuto de su vida, a la ligrana de la construccin colectiva de un futuro de ciudad, de regin y de Nacin. En esa compleja trama, que liga a las redes familiares con los territorios y sus instituciones, Hernn Henao ampli la frontera de los horizontes trazados por pioneros de la disciplina como la fecunda pareja de Roberto Pineda y su esposa Virgina Gutirrez Doa Virginia. Como se dijo en otro lugar, Hernn recorri metafricamente la misma senda de sus maestros de la primera generacin, para ms tarde, en su madurez intelectual y profesional, volcar todo ese bagaje en la visionaria creacin del Instituto de Estudios Regionales y en la profundizacin en el estudio de las localidades y los territorios, reconstruyendo cartografas culturales y sociales desde la voz de sus protagonistas, innovando e instaurando metodologas para el estudio de lo vivido, lo deseado y lo posible, como podr examinarse en detalle en esta coleccin de escritos selectos. Desde el recurso de las nuevas estrategias de investigacin y en la armacin concreta de la importancia de la interdisciplinariedad a travs del despegue y consolidacin del INER, la mirada a lo local ya no volvi a ser la misma. Cobr vida as una nueva manera de hacer etnografa y de hacer historia, de aproximarse a la pluralidad de las memorias, los 15
territorios y los paisajes culturales. Hoy en da ese modelo de investigacin tiene sello propio, el del acumulado de una experiencia colectiva que Hernn Henao gest apasionadamente y que ha crecido en calidad y cantidad a travs de sus reconocidos grupos de investigacin y de sus publicaciones. No puedo ser, sin contradecirme, el ventrlocuo de quien puso esa pasin tambin en la escritura. Apenas quiero, como amigo y colega, anunciar que este libro recobra con justicia el pensamiento, la palabra y la obra de uno de los intelectuales ms lcidos y visionarios que entreg a la universidad, a la regin y al pas, todo lo que tuvo, hasta la propia vida.
dgar Bolvar R.
Antroplogo. Profesor Titular, Departamento de Antropologa Universidad de Antioquia.
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Introduccin
En esta lnea, la urgencia por encontrar la razn de la escalada violenta en el pas y develar las lgicas de una realidad que desbordaba el sentido de un hecho coyuntural lo impuls a cuestionar el planteamiento de la cultura de la violencia, legitimado con tanta fuerza en el pas y en el exterior desde nales de la dcada de los 80 del siglo XX. A este respecto, rechaz con pasin argumentativa esta denominacin, por incluir el sentido perverso de una generalizacin y asignacin atvica que distorsiona el papel que ocupa la cultura en la construccin de las identidades. Desde la visin disciplinar sustent la diferencia entre la muerte y el matar; la primera como un marco de referencia de un ritual cultural que puede contener en muchos casos la dimensin del sacricio, derivando la razn de esta prctica en los lmites de la valoracin y el signicado simblico de la vida humana en todos los tiempos y espacios histricos y sociales. Mientras que la segunda, el matar, indica la expresin de la venganza y la bsqueda maquiavlica de diversos poderes, y por ende, la aparicin de la violencia. Es por ello que su planteamiento de la muerte al matar hay una gran distancia se constituye en un contrapeso a la tendencia de naturalizar la violencia como un componente de la identidad colombiana. El compromiso poltico con el pas y con la sociedad es presente en toda su produccin. Una accin y un pensamiento que se entrelazaron en cinco ejes de convergencia Familia, conicto, territorio y cultura; los cuales no son asuntos independientes, todo lo contrario, indican conectores del mundo cultural colombiano y las complejas y difciles trayectorias de los procesos de cambio y transformacin con sus permanencias, continuidades y discontinuidades. El trasfondo de estas temticas se encuentra en el reto de hacer visible lo que se pretendi histricamente mantener oculto; y para lograrlo transit en el camino de develar los entramados de la dicotoma pblico-privado; una temtica con profundo sabor femenino a la que le aport su bsqueda masculina, convirtindose en uno de los pioneros en el abordaje del gnero desde la visin de los hombres y con una propuesta que se constituy en una carta de navegacin en su trabajo investigativo Pero si bien cada uno de estos campos temticos y problemticos demarcan la produccin de Hernn Henao y cada uno tiene sus propios desarrollos, es la cuestin de la familia la que aparece, no siempre de manera explcita, proyectando una triple funcin enunciativa; por una parte, como el CONTEXTO ms inmediato en la formacin de los patrones culturales, espacio de experiencias primarias socializantes, mbito de construccin o inhibicin de conductas ticas y ciudadanas y escenario de descubrimiento de los cambios en los roles de gnero y generacin. Por otra, como TEXTO de las transformaciones culturales y sociales en el pas, con 18
su aporte a la conguracin de los territorios y a la comprensin de las tensiones entre lo rural y lo urbano. Finalmente, como PRE-TEXTO en el develamiento de los complejos entramados de los conictos y las violencias que conguran la historia reciente del pas. Desde una ptica metodolgica, estos abordajes permiten descifrar dos asuntos; por una parte, expresan el pensamiento, el sentimiento y la accin en torno a realidades culturales particulares puestas en una dinmica espacio temporal; y por otra, indican las trayectorias de las temticas con sus movimientos de continuidad, discontinuidad y nuevas inclusiones. Desde esta perspectiva, se elabora la recuperacin temtica de los cinco vrtices, no slo desde los contenidos y su intencionalidad sino desde su movimiento cronolgico. La familia es una cuestin no slo transversal en su produccin, tuvo presencia explcita entre 1990 y 1997. El anlisis de la familia como realidad social y cultural enlaza la visin histrica con la situacin de un presente; constituyndose en un proceso comprensivo que le permite trasegar por los cambios experimentados en su estructura, organizacin y dinmica interna. En esta lectura particular, proyecta a la familia como una especie de nicho o matriz a travs de la cual se puede recrear no slo la historia sino los procesos estructurantes de las dinmicas sociales actuales. En la bsqueda de la gnesis institucionalizante encuentra la conuencia de las diversas marcas culturales entregadas por el aporte espaol, negro e indio y las complejas combinaciones que le permiten sealar que la diferencia es la constante en la pautas socioculturales que le dan origen a las formas familiares y de esta manera, sustentar en la lnea de la maestra Virginia Gutirrez de Pineda, el polimorsmo familiar como caracterstica de los diversos tiempos en la sociedad y la cultura colombiana. Al identicar los conectores de la organizacin familiar con la dinmica modernizante, plantea la paradoja de la inclusin y la exclusin que se experimenta en las conguraciones urbanas. Respecto a la primera, da cuenta de nuevas formas de vida, oportunidades y acceso a los requerimientos del desarrollo urbano y por consiguiente, la exigibilidad de prcticas, discursos y representaciones a los integrantes de la institucin familiar; y con relacin a la segunda, la expansin de la marginalidad familiar como un indicador de la estructuracin urbana. As mismo, seala la tensin y el conicto entre el arraigo de lo sacralizado y la emergencia de nuevos roles y patrones de comportamiento, la reconguracin de las relaciones y vnculos parentales derivados del empoderamiento femenino y la debilidad de la gura y la presencia del padre, de manera signicativa en la familia marginal urbana. El anlisis de esta institucin social como un espacio estructurante de las identidades culturales le sugiri caminos de reexin por las condiciones de g19
nero, generacin y etnia; tres categoras que le permitiran develar la exclusin y la iniquidad experimentada en la familia y en el mundo social. Los cambios en la vida cotidiana familiar y social que se hicieron ms evidentes en el pas, a partir de la dcada de los aos 60 como efecto de los procesos de modernizacin, industrializacin y urbanizacin, lo impulsaron a buscar al padre, al hombre, a lo masculino. En este sentido, el marco de la cultura paisa se convirti en el escenario por excelencia de esta indagacin, al proveerle pistas sobre la crisis cultural y el desenclave de las identidades masculinas y paternales tradicionales. Y es en este horizonte donde reporta la ausencia o dbil presencia del padre y la reconguracin de las nuevas prcticas e imaginarios culturales en torno al lugar que va ganando en el mundo domstico. De esta manera, su trabajo en el campo de familia y gnero impulsa el requerimiento de hacer visible lo que la cultura hegemnica pretendi mantener oculto e interdicto a la mirada pblica y poltica. El desarrollo del campo temtico del conicto demarca sus esfuerzos entre 1990 y 1995. Lo puso en el camino de anar las correspondientes responsabilidades sociales, polticas y disciplinarias para su comprensin y bsqueda de alternativas respecto a otro tipo de convivencia social distante de la violencia. No fue slo la Antropologa su plataforma de anlisis, la urgencia de encontrarle salidas a la situacin de la sociedad colombiana le ampli el reclamo por el compromiso institucional de las universidades y el requerimiento de una articulacin sugerente entre la sociedad, el Estado y las Ciencias Sociales y Humanas, otorgndole a esta ltima la denominacin de ser la tercera palabra que reconociendo la del otro, la interroga de manera distinta, con otra mirada dentro de otros contextos, dndole valor y relativizndola. As mismo, Antioquia y, de manera especial, Medelln fueron los escenarios privilegiados de indagacin y reexin por las dinmicas de los conictos y las violencias; dando cuenta de una regin que desde una racionalidad urbana integra sus localidades en la conguracin de su propia geografa y demarca una trama de conictividades que producen rupturas de sentidos, construccin de sin sentidos y alternativas con sentido. Tres situaciones que atraviesan la vida cotidiana de la regin y sus localidades, indicando la urgente necesidad de transformar la realidad de las violencias no futuro hacia un proceso de empoderamiento y construccin de la sociedad civil futuro deseado y posible. Y en este asunto es la familia el puente y la mediadora en la construccin de la habitabilidad social, donde se inicia el aprendizaje de la convivencia y se revierte el compromiso poltico de la corresponsabilidad del Estado, la sociedad y las instituciones. Un colofn explcito en la permanencia de esta reexin es su preocupacin por la paz y la convivencia. En este sentido, asume una postura frente a la degra20
dacin de las violencias internas, la erosin de las sociabilidades y los profundos giros de los movimientos culturales, que se hacen evidentes en el pas y de manera especial en Antioquia, desde la dcada de los 80. El anlisis del territorio se hace taxativo entre 1991 y 1995. La pregunta por la ciudad, por la regin, por las localidades, deja explcito el problema de la cultura, no slo desde sus diversidades urbanas y rurales y las tensiones entre las prcticas hegemnicas y emergentes, sino por el papel que juega el espacio en la cotidianidad y el lugar del parentesco y el linaje como factores estructurantes de las identidades culturales. Por esta va tambin indaga por las problemticas de deterioro ambiental, la desestructuracin de las condiciones y calidad de vida de sus habitantes, la fragmentacin de los sentidos de pertenencia e identidad, la erosin de la convivencia familiar y privada, la prdida de los referentes pblicos y la denominacin de la calle como espacio de violencia. En esta perspectiva, la mirada sobre el territorio permite transitar en dos dimensiones, por una parte desde los procesos particulares de Antioquia como regin de regiones, donde cada regin es una constelacin de localidades y cada localidad es un universo de diversidades para identicar las territorialidades de la socializacin y la conguracin de las identidades culturales. Y por la otra, en los impactos que las violencias producen en las dinmicas territoriales del pas y la regin. La lectura de las dinmicas culturales y sociales del pas y sus diferentes regiones, abre el panorama al sealamiento de la realidad estructural de la marginalidad, el efecto perverso en la exclusin y el reclamo urgente de la inclusin, como otro vrtice de la produccin de Hernn Henao entre 1992 y 1999. El nomadismo que provocan las violencias logra entrelazar las regiones y las localidades. Una historia y una geografa construida a partir de retazos donde se encuentran las huellas y las pistas de las condiciones de marginalidad y exclusin que imponen lugares invisibles pero que a su vez demandan la responsabilidad de hacerlos visibles. Realidades como el desplazamiento forzado que impregnan los nuevos rumbos de la reconguracin territorial, detonan problemticas urbanas, fracturan las potencialidades del ejercicio ciudadano e impactan las trayectorias de vida familiar, vecinal y comunitaria. El pas, con la compleja geografa social que posee, es por excelencia un escenario de exclusin y marginalidad. No son slo regiones como la Amazona, en la ciudad y en el campo tambin se encuentran grupos poblacionales o sujetos sometidos a una devastacin histrica a quienes se les ha negado el ejercicio de sus derechos. Indios, marginales urbanos, personas en condicin de desplazamiento, campesinos, hombres y mujeres han sido construidos y se construyen desde territorios vedados, que sobreviven desde una lgica liminal. Un mundo que indica la 21
complejidad de las dinmicas territoriales y espaciales; pero a su vez, debe proyectar el compromiso del Estado y la sociedad de una inclusin que se fundamente en el reconocimiento, respeto y defensa sus derechos. El ltimo eje de reexin que demarca esta produccin alude al tema de la cultura; tratamiento que inici desde 1984 y lo acompa hasta 1995. En este punto se cruzan dos niveles de anlisis. Por una parte, una apuesta de alternativa de investigacin regional sobre la cultura, en la cual propone conjugar lo conceptual y lo metodolgico con una lectura poltica e histrica que permita desentraar los entramados relacionales de los procesos y movimientos culturales y, de esta manera, establecer las particularidades regionales. Y por la otra, proyecta la complejidad del ethos paisa como una cultura en transicin; desde el perl de los movimientos transicionales y las tensiones presentes entre la urbanizacin acelerada y el arraigo de los estilos rurales que an persisten en las localidades antioqueas y desde los cambios institucionales de la familia, la escuela y la iglesia. Este panorama que marca la herencia conceptual y metodolgica sobre algunos aspectos del mundo cultural deja explcita la necesidad de traducir el sentido de su accin en la continuidad del esfuerzo de encontrar desde el Estado, las instituciones y las disciplinas otras alternativas de vida para el pas. La invitacin a mantener la indagacin vigilante en torno al cambio de las prcticas y los discursos sociales y culturales se constituye en una especie de acta de compromiso para las Ciencias Sociales y Humanas. Por lo tanto, fortalecer la lectura del claro oscuro de la realidad colombiana, de las diversas regiones y diferentes grupos y colectividades, no obstante generar a veces confusin, tambin muestra nuevas tendencias y la emergencia de otras fuerzas que pueden enriquecer el legado de la preocupacin acadmica, investigativa y poltica de Hernn Henao. Finalmente, estas lneas pretenden acompaar la invitacin de la Corporacin Regin para retomar el camino de aprendizaje de las enseanzas que nos dej.
Mara Cristina Palacio Valencia
Sociloga, Profesora titular, Departamento de Estudios de Familia, Universidad de Caldas.
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La subregin de Urab, por su parte, se integra a la vida econmica antioquea en los ltimos treinta aos del siglo XX, pese a que su importancia se registraba mucho tiempo antes, al menos en opinin de ilustres pioneros de la actividad empresarial4. Sobre la subregin del Nordeste, tradicionalmente identicada como aportante del oro y la etnia negra a la vida antioquea, el registro histrico nos lleva hasta los primeros tiempos de la colonizacin por el ro Magdalena5. La recuperacin de la importancia de esta parte del territorio se debe al auge de la explotacin aurfera, con la introduccin de sistemas microempresariales de resultados altamente estimados por los pobladores como es el caso de las pequeas dragas. Sobre la subregin del suroeste, en el siglo XIX, adquiere importancia desde el momento en el cual la economa del caf toma el lugar ms relevante de la participacin en la riqueza agroproductora y agroexportadora nacional6. El rea Metropolitana del Valle de Aburr es el reejo de un mosaico de culturas pueblerinas, muchas de las cuales estn presentes desde el momento en que la violencia clsica expulsa campesinos de diversas partes de la geografa antioquea y se van aglomerando en su capital y sus alrededores. No es tampoco posible encontrar un comportamiento citadino homogneo, a pesar del peso de los estratos medios. Este poblamiento permanente implica oleadas portadoras de costumbres y valores diferentes, que han entrado en choque con las expresiones de mayor tradicin citadina en ms de una ocasin. Una memoria valiosa de esta realidad son las historias de los barrios escritas por los pobladores mismos, que han sido recogidas en los concursos promovidos por la Secretara de Desarrollo Municipal. Las dems subregiones antioqueas se incorporan en momentos diferentes a la vida regional. Aqu reside uno de los puntos bsicos para proponer que la familia en Antioquia no es ni ha sido una y nica, en los casi quinientos aos de existencia de la regin que se vio sometida al mestizaje tritnico y que se congura culturalmente de maneras distintas, en la medida en que la relacin con el medio se haca por causas diversas y por pobladores diferentes. Las apreciaciones de Virginia Gutirrez de Pineda (1976-1983) son de inigualable valor para entender el proceso general de mestizaje, y para captar los modelos
4. Hago referencia a personajes como Alejandro Lpez, Gonzalo Meja y en general la plyade de hombres ilustres salidos de la Escuela de Minas. Al respecto ver a Mayor, 1984; y a Safford, 1989. 5. Vase a Brew, Roger et. al. Tambin son importantes los recientes trabajos del Centro de investigaciones Ambientales de la Universidad de Antioquia. 6. El profesor Vctor lvarez ha emprendido la tarea de hacer la historia regional del Suroeste (Comunicacin personal).
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con los cuales se conguraron las familias de los territorios que han tipicado la colonizacin antioquea; pero ella misma ha reconocido en sus ltimas exposiciones que falta mucho por entender de las partes del territorio que, an siendo conocidas de tiempo atrs, entran a formar parte de nuevos modos de vida.
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Una realidad adicional que informa de las diferencias de comportamiento familiar se consigna as: En las comarcas costeras, mineras y uviales de las regiones de Barranquilla y Medelln, la familia de hecho nuclear predominante es la constituida a travs de la unin libre sucesiva. En este contexto regional, cultural y topolgico, la familia extensa cumple un papel fundamental debido a la inestabilidad de la gura paterna que aumenta con los desplazamientos masculinos en bsqueda de trabajo. Un comportamiento que reeja el deterioro de la vida familiar y a la vez un drama que crea la inestabilidad hogarea, es el aborto. Segn el Anuario Estadstico de Antioquia de 1985, en Medelln se registraron 7.034 abortos frente a 32.710 partos. En el rea Metropolitana la relacin fue de 81.115 abortos frente a 38.107 partos. Y aunque el aborto es sancionado como crimen y pecado, se practica con medios antihiginicos, poniendo en alto riesgo a la mujer. La relacin entre el sexo, el matrimonio y la familia dejan maltrecha a esta ltima. No se imparte educacin sexual en familia ni en las instituciones escolares lo sucientemente adecuada para que se conozcan los riesgos de, por ejemplo, la promiscuidad, el goce sexual espordico con persona desconocida, la prostitucin. La cultura antioquea se ha negado a recuperar el cuerpo en toda su dimensin, no slo la del trabajo, incluso, la moda forzada constantemente por el consumismo, desprecia la esttica del cuerpo. No se establece relacin entre el cuerpo y el vestido; al primero se le impone el segundo porque lo que corresponde es vestirse a la moda o usar ropa de marca. Al viajar por la geografa pueblerina de Antioquia, se ven los contrastes ms llamativos: tenis Reebok deambulando por parajes plenos de boiga, minifaldas ascendiendo difcilmente por un camino de herradura. El matrimonio se ha pensado culturalmente como el paso obligado a la paternidad, a la maternidad y a la familia. De all que no sea difcil encontrar un dualismo en el comportamiento varonil: madre para la procreacin y prostituta para la recreacin. La liberacin de cadenas muchas veces es el descubrimiento desaforado y enfermizo del sexo que no se conoci en su plenitud. La sexualidad reprimida es causante de muchos dramas en las familias de Antioquia. Desde otro lugar se puede percibir la dinmica del cambio en la familia, para conducirnos a nuevos tipos el socilogo Ovidio Tamayo (1987:2-9) indica que para el ao 85, en el rea Metropolitana de Medelln se registraron 15.838 hombres separados, frente a 44.050 mujeres en igual situacin. El aumento registrado por los censos de 1973 y 1985 indicaba un cambio de 1.7% a 3.6% en la misma rea. La iniciativa de la separacin, dice el mismo autor, cambi del hombre a la mujer. Si antes de los aos 50 el hombre optaba por separarse ante la indelidad de su esposa, o en razn de haber conseguido otra mujer con quien vivir, ahora es la mujer, capaz de valerse por s misma, quien toma la iniciativa. 28
Otro dato importante es que Las mujeres casadas y separadas de los estratos socioeconmicos alto y medio estn acudiendo, en ms de un 50% de los casos, a los trabajos remunerados fuera del hogar y a los centros docentes. Las mujeres casadas y separadas de los estratos populares, a duras penas llegan al 30%. En 1985, en Medelln, por un hombre separado haba tres mujeres. La mujer ya no slo es del hogar, tambin es del mundo. La Iglesia ha venido perdiendo su inuencia sobre la conciencia de los creyentes, nos dice Tamayo, realidad que nosotros hemos encontrado en nuestras propias investigaciones (Henao, 1985). Evidentemente, hay cambio en la apreciacin y las creencias de las personas frente a los dogmas y cierto tambin que El matrimonio por el rito catlico est perdiendo aceptacin en todos los estratos sociales y, en especial, en el popular. Muchas parejas estn optando por el matrimonio civil o por la unin libre. Segn el censo de 1985 en Antioquia haban 211.616 personas en unin de hecho. La Iglesia fue un estructurante cultural en la familia, ubicndose muchas veces en el lugar del padre ausente, con el cura como consejero de la madre y como educador con el mensaje bblico. La tica ciudadana estaba cruzada por los postulados teolgicos y las imgenes del mundo trascendental. Todo esto deja de tener vigencia, con el agravante de que no surgi una tica secular. El maestro no se aperson de esta tarea por su postura contestataria frente al Estado, que lo llev a negar un discurso propio para la sociedad desacralizada. La realidad del estado civil o conyugal, de acuerdo con el censo de 1985, para Antioquia, nos pone de cara a cambios de conducta que anuncian tipos nuevos de familia. Veamos algunas estadsticas: En una poblacin de 2939.116 para Antioquia el 49.3% eran solteros, el 35.3% casados, el 7.2% estaban en unin libre, 2.9% estaban separados o divorciados y haba un 4.2% de viudos (Dane: 1986). En una poblacin de hombres que representaba el 48.29%, haba 25.14% de solteros, 17.50% de casados, 3.51% de unin libre, 0.80% de separados o divorciados y 0.74% de viudos. En una poblacin de mujeres que representaba el 51.71% haba 24.17% de solteras, 17.82% de casadas, 3.67% de unin libre, 2.06% de separadas o divorciadas y 3.43% de viudas. Salta a la vista en primer lugar el alto porcentaje de mujeres frente a hombres separados: 1.26% por encima. Tambin hay una tendencia dominante en el sexo femenino de uniones libres frente a los varones: 0.16% por encima. Si se compara con la situacin de 1964, podemos ver que de 2477.299 personas censadas en ese ao, el nmero de hombres en unin libre representaba el 0.77%, mientras que el de mujeres era de 1.15%, lo que indica que hay un incremento signicativo de alternativas de unin conyugal y de familia en el departamento. La 29
poblacin de casados en hombres era de 12.32% y en mujeres era de 13.16%. En trminos proporcionales, tambin aumentan los matrimonios. Lo que no se hace explcito en los censos es la opcin matrimonial escogida la civil o la religiosa (Dane, 1987). Pero todas las informaciones recogidas por investigadores contemporneos subrayan la conducta antimatrimonial de los colombianos. Lo dice Teresa Bocanegra Saavedra (1987), presidenta nacional de la Unin de Ciudadanas de Colombia en su conferencia inaugural del III Congreso Nacional Mujer y Familia: La crisis de la familia nos rodea por doquier: Las estadsticas colombianas hablan de una reduccin drstica hacia el matrimonio en un 60.4% en 1973 a un 57.16% en 1978. En slo cinco aos en la edad de la consolidacin de los matrimonios (34 a 39 aos) con ndices de otras formas de vivencias familiares que alcanzan en el ao de 1978 hasta 28.6% entre uniones libres con 17.4% y divorcios con 11.2%. El cuadro antioqueo lo dibujan autores como Julio Csar Montoya y Azucena Vlez (1987:3-23), quienes al mirar La familia colombiana a travs de los censos encuentran que el comportamiento de las uniones libres en las capitales de departamento son, para Medelln, en 1973: 15.028, y en 1985: 65.508, lo que indica un aumento en 50.554, o sea 4.4 veces. La comparacin del comportamiento entre casados y en unin libre, del departamento frente a la capital, muestra que la relacin departamental es 82 casados por 18 UL frente a 86 casados por 14 UL en Medelln. Los mismos autores plantean una transformacin de valores en la familia de Medelln, comparada por estratos (medio y alto frente a popular). En estos cuadros merece resaltarse la respuesta de los hombres menores de 40 aos frente a las mujeres cuando arman que ellas aceptan el cambio social de manera moderada (un 68.6% de las respuestas). De igual modo y a la inversa, las mujeres menores de 40 aos (en el 43.8% de los casos) arman que el hombre acepta los cambios moderados. Hombres y mujeres mayores de 40 aos miran con mayor recelo las actitudes frente a lo moderno y muy moderno. En los estratos populares la situacin es a la inversa, ganan las posturas que se ubican entre lo tradicional y lo moderno, pero la tendencia se inclina hacia lo tradicional y muy tradicional, tanto en personas menores como mayores de 40 aos. En el nico caso en el hay un porcentaje mayor 51.5% es cuando los hombres dicen que las mujeres aceptan el cambio social pero de manera moderada. Frente a la unin libre, los mismos autores ensean algunos cuadros que vale la pena comentar. El primero hace referencia al estado civil anterior a la UL. Las respuestas en porcentajes, fueron ambos solteros, 52.5%; soltero(a) y casado(a) 39.2%; antes ambos casados, 3.1%; viudo uno de los dos, 5.2%.
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Queda en evidencia que la UL es una modalidad de unin privilegiada por los grupos ms jvenes, en tanto que el matrimonio es lo propio de personas con ms de 40 aos. Se observa tambin que despus de los seis aos la UL sufre un quiebre importante en todos los grupos de edad, siendo el ms visible el que corresponde a quienes estn entre 20 y 29 aos. La otra percepcin es que cuando aumentan los aos de unin, tienden a parecerse la UL y el matrimonio. Otro aspecto que los autores mencionados recogen es la opinin sobre la preferencia de la unin libre frente al matrimonio legal:
Porque uno de los dos es casado No hay requisitos. En la relacin libre no hay ataduras ni papeles Es una prueba. Nos podemos separar fcil. Existen menos compromisos y obligaciones La unin libre es como cualquier matrimonio: slo el amor une a la pareja En la unin libre existe ms preocupacin entre ambos. El matrimonio termina el amor 26.6% 24.8% 21.0% 19.6% 8.0%
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No podemos armar que Medelln se confunde con Antioquia, en muchos aspectos, tampoco en el relativo al matrimonio y la familia; pero los elementos recogidos por otros investigadores y por nosotros mismos8, permiten decir que la situacin del matrimonio y la familia en Antioquia y Medelln debe pensarse en trminos de cambios signicativos en la actitud y la conducta de la poblacin frente a los modelos tradicionales en el sentido en que estos ltimos son dibujados por Gutirrez de Pineda. Decamos al comienzo que Antioquia es un mosaico de regiones y formas familiares. La posibilidad de caracterizar cada regin en trminos de familia slo puede resultar de un trabajo de investigacin que est por hacerse. Sin embargo, intentamos proponer un instrumento conceptual para proceder a esa tipologizacin.
En el mismo foro, y a propsito de un acercamiento a la familia en el suroeste cafetero (Henao y Jimnez, 1983:17-35), proponemos abordarla bajo dos perspectivas, posibles en la medida en que los procesos econmicos son ms fcilmente detectables que los polticos o los simblicos. Una es congurar agrupamientos
8. Para una mirada ms detallada remitirse a los trabajos de Carvajal, 1986.
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que comprometen al crculo de parientes anes y consanguneos de acuerdo con el tamao de las explotaciones, y su capacidad de reproduccin a partir de la produccin econmica. Se habla entonces de explotaciones subfamiliares que no suplen las necesidades bsicas de reproduccin familiar; explotaciones familiares que alcanzan a suplir las necesidades de reproduccin familiar; y explotaciones multifamiliares que adems de comprometer al grupo familiar en la produccin, (o de incluso no requerirlo en pleno) demandan fundamentalmente trabajo asalariado. Dado que la tipologa anterior deja de lado formas familiares que no tiene relaciones de propiedad con la tierra, como son los jornaleros, los aparceros y los arrendatarios, nos atrevemos a proponer la va de identicar familias por modalidades de trabajo de la tierra. As cabe hablar, por ejemplo, de familias de semiproletarios, en la medida en que todo el grupo se vea abocado a la bsqueda de un trabajo complementario al que realiza en su propiedad, para poder suplir las necesidades bsicas. Otro caso es el de familias de jornaleros, en donde hay una tendencia a la especializacin en la actividad asalariada, por fuera del entorno vecinal e incluso regional, es poblacin potencialmente migrante a otros lugares en donde se trabaja en actividades diferentes a las originarias puede pasar de cafetero a bananero o a caero, aunque no necesariamente se tiene que producir este desplazamiento de actividad laboral. Esta poblacin empieza a constituir los asentamientos semiurbanos de muchas localidades. Otro tipo de formas familiares se congura con agregados y aparceros, en las que se hace mencin a una relacin social de la produccin en la que el dueo de la tierra entrega en compaa su explotacin: El agregado usufructa vivienda, agua, lea, pltano, y dems alimentos disponibles en el rea de pancoger. Se benecia de la leche y puede poner a pastar reses. Como contraprestacin, debe entregar su fuerza de trabajo y la de su familia al propietario de la tierra. Los lazos de dependencia que se establecen sujetan al agregado al pago en especie y en dinero, tienen trabajo extra sin remuneracin, por ejemplo, la mujer del agregado o sus hijas deben preparar y repartir alimentos para los jornaleros que trabajan en la explotacin. En el mismo texto se plantea un fenmeno propio de la economa cafetera que sigue vigente: Las variaciones estacionales que produce el cultivo de caf generan perodos de desempleo y subempleo. La subsistencia debe buscarse por diversos medios, como pueden ser el trabajo intensivo en la microparcela o en las reas de pancoger, el cultivo de hortalizas y otros alimentos, la cra de animales, el lavado de ropa y el servicio domstico. Cuando estas condiciones mnimas para la subsistencia familiar tampoco se logran, se produce la desintegracin familiar con la migracin de los jvenes, inicialmente hacia las cabeceras municipales y luego hacia los centros regionales. 33
Otro elemento que se recoge en el trabajo citado, hace referencia a los procesos de composicin, recomposicin y descomposicin familiar, resultantes del comportamiento de la actividad econmica. Puede hablarse as de formas familiares que se conguran por primera vez, heredando el modelo parental (nuclear o extenso) con posibilidades de autoabastecerse. La movilidad aparece con los procesos de recomposicin y descomposicin, derivados de la oportunidad de agregar riqueza en un caso o de privarse de medios de produccin en el opuesto. La descomposicin ascendente, se asimila as a la recomposicin, mientras que la descomposicin descendente se asemeja a la pauperizacin progresiva. Un aspecto adicional digno de rescatarse en el estudio que referenciamos, es el relativo a las formas familiares que superan la economa campesina por la va de acumular excedentes que son utilizados en reinversiones productivas. Las explotaciones multifamiliares medianas y grandes dan gura al terrateniente y al hacendado. Hay quienes trabajan la tierra sin que estn apremiados, y hay quienes son ausentistas. En estas formas familiares aparecen los productores y comercializadores de los productos del campo, quienes muchas veces tienen inversiones en otros frentes econmicos, y circulan del campo a la urbe sin dicultad. Tienen distintos niveles de integracin al medio urbano y se acercan a la que podramos llamar, en genrico, familia burguesa o urbana.
No hay duda de que en el medio urbano la apropiacin del espacio familiar incide signicativamente en el modo de vida, en las actitudes y conductas de los pobladores. Una serie de trabajos aportan elementos a la comprensin del problema. Vale la pena mencionar la pelcula Rodrigo D No Futuro, del cinematograsta Vctor Gaviria, en donde el testimonio visual ahorra palabras. El trabajo de Fernando Viviescas Monsalve (1989:131-155) pone ms de un punto sobre las es del asunto:
En menos de cincuenta aos se ha desvirtuado el concepto de morada, es decir, la referencia espacial inmediata del descubrimiento y la sorpresa de la infancia, del temor y de la audacia juveniles y de la reexin y la maduracin adultas de todos los ciudadanos, para encasillarla en la idea del tugurio sealizado, institucional o de invasin.
Viviescas encuentra que la ausencia del ciudadano del espacio pblico, incluso fsicamente, ms all de la no participacin de la poblacin en su planeacin, es resultado, en gran medida, de la no conguracin de una cultura urbana que hubiese elaborado una reexin sobre dicha espacialidad, de tal manera que en el mbito poltico la mostrara en todo su potencial de realizacin ciudadana y que la sustentara como derecho del ente colectivo. Y si se vuelve al espacio domstico, parece como si desde cada unidad de habitacin se lograra trazar una particular codicacin para referirse a la identidad espacial del barrio que slo entienden o dominan aquellos que estn vinculados entre s, por lo cual el control y conocimiento de la ubicacin de cada individuo perteneciente a cada grupo puede ser relativamente garantizado. Hay una armacin global y conclusiva que nos regresa a la indeterminacin del mbito territorial urbano para las familias que han resuelto hacer su vida aqu, dice Viviescas: Mientras permanezcan vigentes las actuales concepciones polticas y culturales del espacio urbano, hacia el futuro no habra una evolucin que vaya asumiendo y superando contradicciones y sntesis espaciales que se complejizan, sino que se presentar la imposicin de una especca concepcin del espacio, con la que la falta de identidad y de reconocimiento de los pobladores impedir la conformacin del barrio como un lugar para vivir. A propsito de la vinculacin a la produccin, un acercamiento al censo del 85 nos informa que para Antioquia, con 2777.147 habitantes, el 46.0% de la poblacin econmicamente activa se encontraban trabajando; y de la poblacin econmicamente inactiva, que era el 49.3%, un 0.5% era rentista, 1.4% eran jubilados o pensionados, 13.4% estudiantes, 24.5% estaban en el hogar, y haba un 9.4% sin actividad conocida. La tasa de desempleo era de 4.8%. De un total de 48.18% de hombres, el 32.40% estaba trabajando; y de un 51.82% de mujeres, el 13.62% laboraba. La tasa de desempleo masculina era de 4.60% y la femenina de 5.28%. 35
En Medelln, con 1107.810 habitantes, el 44.1% de la poblacin econmicamente activa estaba trabajando; y del 51.4% de poblacin econmicamente inactiva, 15.9% eran estudiantes, 23.6% se dedicaban al hogar, 9.4% no tenan actividad. Adems, la tasa de desempleo era de 7.8%. En los hombres esta tasa creca hasta 8.07% y en las mujeres mermaba hasta 7.35%. A su vez las estadsticas departamentales para el ao 85 informaban que la tasa de desempleo para Medelln alcanzaba el 15.7% y para toda el rea Metropolitana el 14.7%. El subempleo oscilaba entre 13.7% y 14.0% para Medelln y el rea Metropolitana.
Un estudio realizado por un grupo de investigadores de la Unin de Ciudadanas de Colombia en mujeres trabajadoras del rea Metropolitana lleg a conclusiones como las siguientes: Las mujeres estn sujetas a sub-remuneracin frente al varn, por el mismo ocio, porque ste tiene ms responsabilidades, los empresarios irrespetan las prescripciones legales frente al trabajo femenino, aduciendo razones econmicas y culturales: la mujer pertenece primordialmente al hogar, hay tendencia en los esposos y compaeros a descuidar las obligaciones familiares, conados en los ingresos de la mujer.
Medelln Delitos contra la vida y la integridad personal Homicidio, lesiones personales, aborto, abandono de menores y de personas desvalidas. Delitos contra la familia Incesto, bigamia, matrimonios ilegales, supresin, alteracin o suposicin del estado civil y asistencia alimentaria.
Resto
14.063
13.808
366
357
El total de delitos por sumarios iniciados, en Medelln, fue de 50.961 y en el resto de 37.717. La ciudad de Medelln sale a la vista muy maltrecha de todo lo que pasa en materia de contravencin al Estado de derecho. Para no repetir estadsticas y conclusiones por todos verbalizadas, quiero recoger unas pocas notas de un ensayo reciente que escrib a propsito de la juventud:
Al recorrer la geografa humana colombiana nos encontramos con territorios diferentes: asentamientos, aldeas, pueblos y ciudades. En todos ellos se escenican cotidianidades diferenciables. Los actores son de diversas edades. Entre ellos estn los jvenes citadinos, los que alborotan, los que hacen locuras, los que aprendieron a fundirse en la moto con su look estrambtico, los que hacen el culto al Mtal, al rock; los que matan por la paga; los que se lanzaron de cabeza a la piscina de la droga y se ahogaron. La geografa urbana ensea tambin jvenes comedidos que asisten al colegio o la universidad y construyen pacientemente su futuro profesional. Unos y otros hacen uso de un tiempo y una edad que se les ha demarcado para el estudio, el deporte, el reformatorio, si exceden la cuota tolerada de agresividad natural. Pero quedan dudas: Les ha abierto la sociedad un espacio para que sean jvenes? Qu saben ellos mismos de lo que es la juventud? El investigador que recorre territorios, que interroga a las gentes del campo, se encuentra con otra situacin. A medida que las familias son ms pobres hay menos jvenes. La adolescencia campesina es un accidente biolgico. Lo que s vale cantidades es que cada joven es fuerza de trabajo barata o gratis. El salto a la productividad desde la niez difcilmente admite tiempos para la escuela o la recreacin. En este caso saltan preguntas: Puede existir la adolescencia en el campo pobre? Existe una vida distinta a la de la produccin de bienes y la reproduccin de la especie? Dos conjeturas podemos hacer: 1. En los conglomerados urbanos se presenta una gama de formas de la adolescencia que van desde su existencia plena y prolongada, hasta su no existencia sociocultural; 2. En las zonas rurales la adolescencia es una etapa de la vida que no se vive o se vive dbilmente.
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lamiento no especco de los viejos, aunque su causa s es particular. Se da por ocurrencia del fenmeno biosocial de la edad; determinacin caprichosa de topes, ms all de los cuales la sociedad ha decidido que el individuo sea improductivo. Y agrega: La improductividad necesariamente cobra forma en los ingresos, pero an en el evento de una vejez solvente, y bien servida, la marginacin laboral convierte al viejo en un ser disminuido, comprometiendo su realizacin personal y social. Hacen falta acercamientos al problema cultural que vive el anciano en Antioquia que permitan proponer algo ms que hiptesis; pero conviene sugerir algunas derivadas de nuestro contacto directo con este grupo de edad en los estudios que hemos realizado en los ltimos aos. El viejo es un marginado cultural en el entorno urbano, en la medida en que se torna carga onerosa para la familia y se le desconoce su papel endoculturador. Cambia la situacin del viejo campesino, limitado fsico, porque adems de resistir el trabajo productivo hasta muy avanzado en edad, cumple la funcin de transmisor cultural para las nuevas generaciones. No sucede igual con el viejo ubicado en familias de estratos socioeconmicos bajos, en donde es pesada carga, que con el de familias de estratos medios y altos, en donde se tiene capacidad de sostenerlo, en donde muy seguramente l tambin es aportante econmico por su jubilacin o su renta. Pero ello no implica que a mejores condiciones de vida socioeconmica mejor estatuto para el anciano. Las distancias generacionales se han hecho tan grandes que los lenguajes, las modas y los modos de vida entran en colisin permanente generacin tras generacin. Si algunos ensayistas han visto quiebras generacionales fuertes entre padres e hijos, el asunto es ms dramtico con el mundo de los abuelos. En muchos pueblos antioqueos los nicos espacios disponibles para los viejos son su propio hogar, encerrados o casi enjaulados, las sillas del parque, y la iglesia; para unos pocos, los ms pobres, el hogar del anciano; en la metrpoli, adems de los pocos sitios de reclusin, las iglesias prximas al hogar y los cuartos hogareos; prcticamente no hay ms. No se cuenta con espacios pblicos para los viejos, e incluso edicios y vehculos de transporte colectivo estn hechos para jvenes y adultos, no para los usuarios de la tercera edad.
familias antioqueas, en donde el ser nio era estar de ltimo a la hora de la cena, despus del padre y los mayores. El nio es un interlocutor problemtico, cada vez ms, porque la respuesta a las preguntas que salen del programa de televisin o el dilogo escolar no encuentra resonancia en los adultos y en los padres. En otro lugar armbamos que un factor socializador terciario son los medios de comunicacin, algunos de ellos como la radio y la televisin han desplazado muchas otras actividades de la vida familiar. El dilogo entre padres e hijos ha disminuido, la bsqueda de otras fuentes recreativas es menos exigente. Pero el problema de estos medios, reposa en el indiscutible efecto que ha empezado a tener en las conductas de generaciones radio y tele adictas, que asumen como ejemplo a seguir lo que el modelo les ensea (Henao, 1987:11-12). No hay un nio, como tampoco un joven o un viejo, que sean los tipos ideales de la cultura antioquea. Hay muchos nios, de estratos sociales distintos, con posibilidades de acceder a gamas muy variadas de educacin e incluso a no poder gozar del papel y el lpiz. Hoy en da hay nios que estn aprendiendo las artes del sicariato, y que no tienen empacho en amenazar con la muerte a alguien que los conmina a respetar el pacto econmico adquirido con otro9. Pero hay nios tambin que recorren escenarios en Cantoalegre y gozan de las vacaciones creativas. Hay nios a quienes no se les da tiempo de pasar por jvenes, porque incluso como nios son incorporados a la fuerza de trabajo familiar que se necesita para sobrevivir. En el I Foro de Familia realizado por el Icbf en 1983, una buena parte de los trabajos que se presentaron estuvieron dedicados a la mujer y al nio. El nio se ha visto desde ngulos muy diversos: gestacin, parto, puerperio, desarrollo psicomotrz, apropiacin del lenguaje, alternativas de socializacin, proteccin frente al abandono, adopcin, violencia. El Icbf se ha ocupado de estudiar en detalle los problemas del menor de la calle (Carvajal et al, 1981), y muchas monografas de grado de las facultades y departamentos de disciplinas sociales de la regin se han ocupado de abordar el asunto. En el trabajo sobre la niez de la calle se hace un diagnstico importante para lo que sucede en la familia, en las instituciones que atienden al menor, incluido el mismo Icbf. Los datos hasta 1979, han sido rebasados hoy; el problema es que no se ha agregado la informacin, mucha de la cual est en trabajos dispersos. En este trabajo se propone una tipologa de los nios de la calle interesante: el nio que trabaja, el mendigo, el migrante y el gamin. Hoy la gura del menor abandonado ha hecho carrera.
9. Un psiquiatra nos comentaba la amenaza de que fue objeto por parte de un nio de 9 aos contra su vida, porque le neg pago por cuidar su vehculo, dado que ya haba pactado con otro infante, quien tambin fue conminado por su compaero.
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Donde hace falta profundizar es en el universo cultural de los nios. Si se acepta su protagonismo social, su capacidad de interlocucin que adquiere en ocasiones calidad de afrenta, hacen falta estudios que semanticen el mundo infantil. Un paso interesante lo estn dando los escritores antioqueos dedicados a la llamada literatura infantil Luis Fernando Macas y Jaime Alberto Vlez, porque han empezado a penetrar el alma de los pequeos con xito singular.
soportar la situacin como un deber moral de la mujer por ser el maltrato una situacin inherente a la relacin matrimonial o de pareja. De igual forma, en su mayora argumentaban sus creencias religiosas como impedimentos para entablar o pedir un trato diferente. Un factor que inexplicablemente se justica para el padecimiento de la violencia es el factor econmico; y decimos inexplicablemente puesto que en su mayora trabajaban o aportaban otras ayudas, con recursos que ellas mismas conseguan. En algunos de los casos, en los cuales el hombre no trabajaba y era mantenido por ellas, tardaron mayor tiempo en comprender la posibilidad de tener un trato respetuoso o la necesidad de tomar otra alternativa. Todas las asistentes esperaban que el compaero se fuera sin problemas o razonablemente y no era claro por qu deseaban convivir con ellas. El temor ms constante para estas mujeres no era tanto su situacin de maltrato, sino el llegar a ser acusadas de malas mujeres y este temor fue en muchos de los casos, el motivo de consulta.
15 de noviembre de 1989 se informaba en radio y prensa que el promedio de personas muertas violentamente cada da se elevaba a 13. Se indicaba, adems, como hay hasta 32 casos de muerte violenta en un n de semana. La vulnerabilidad de la que hablamos no slo hace referencia a varones sino adems a territorios. Las zonas de frontera, de colonizacin, en la Antioquia actual: Urab, Magdalena Medio, Bajo Cauca, Suroriente extremo, Noroeste, ponen una cuota de sangre que se torna apabullante, frente al resto del pas. Y ello no implica que se olviden otras regiones en donde la situacin no es ms favorable. Lo que se quiere subrayar es que las vctimas y los victimarios de tal clima de inseguridad son en su gran mayora varones que tienen edades entre 18 y 35 aos. Muchos son los datos recogidos en investigaciones de campo que hablan de migrantes masculinos a tierras nuevas (la caliente dicen en el Oriente para hablar del Magdalena Medio), que se van apertrechados de decisin para conquistar nuevos espacios, aunque sea a costa de la propia vida. El narcotrco canaliza mucha de la energa contenida en cantidades de jvenes varones, para quienes el drama del No Futuro, es la justicacin expedita que se esgrime cuando se les interroga.
Qu queda?
Tanto las formas familiares rurales como urbanas de la Antioquia actual deben ser pensadas teniendo en cuenta un signicativo nmero de variables. No es posible encasillar en un modelo nico lo que sucede en Urab con lo que acontece en el Oriente o en Medelln. No basta con hablar de familia nuclear o extensa, ni de unin rota o distintas variantes de la unin de hecho. La familia que se congura en los aos 80 y que entra en accin para los aos 90 del siglo XX, tiene mltiples formas, unas ms prximas a viejos modelos rurales incluso modelos decimonnicos y otras llegan a la cada vez ms reconocida dada lioparental, en donde la vida la hacen padre e hijos o madre e hijos, y hay una separacin grande entre afectividad-socializacin y relacin ertica. Se puede armar que no slo cambian las formas de familia, sino que adems entran a intervenir nuevos mecanismos e instrumentos para la socializacin. Hoy en da es imposible hablar de educacin en familia y olvidar la presencia del receptor de televisin, e incluso, del radio por donde se transmiten mensajes de toda naturaleza, que tienden a incidir en creencias, actitudes, valores y comportamientos de todos aquellos que estn sujetos a la socializacin, sean nios, jvenes, adultos o ancianos. Es claro que el mayor impacto se causa en quienes tienen su mente abierta a lo nuevo porque para ellos es novedoso vivir y los medios les ayudan a empezar a vivir ms temprano. Pero no puede olvidarse el efecto subliminal que 43
los mensajes audiovisuales tiene sobre el receptor, con los cuales sutil y lentamente se conguran nuevos modos de ver y vivir la vida. Lo dicho deja interrogantes sobre la pertinencia de contar con la familia para emprender la tarea de construir una tica civil y ciudadana que acabe con las patologas sociales de hoy. Debe reconocerse ante todo que por un hecho de naturaleza, o sea la inmediatez en la procreacin de la mujer con el hijo, hay de entrada un universo de posibilidades para incidir en la tarea de conguracin de la personalidad bsica. A la mujer le cabe un papel protagnico indiscutible, siempre y cuando se le capacite fsica, psquica y culturalmente para asumir la maternidad. Por el lado masculino la situacin es ms difcil, en tanto la lejana real en el proceso de gestacin y parto puede llevarlo a no sentirse comprometido con tareas de socializacin. Un primer paso, que se est dando sutilmente, y con el cual podran vencerse barreras, es la obligacin cada vez ms clara que tiene el hombre de valerse por s mismo. Puede parecer obvio, pero cuando el varn sabe que tiene que arreglarse su ropa, hacerse su comida, limpiar los trastos, barrer la casa, comprar lo que va a consumir, pagar la renta, en n, entrar en la rutina domstica, va a tener mejor disposicin cultural para asumir la tarea de la paternidad. En nuestra mirada, la socializacin primaria sigue siendo un trabajo bsicamente familiar, sometido a todas las fallas que puede tener una maternidad o una paternidad mal asumida. El dilogo que retroalimenta no se obtiene con el aparato de audio o video. Un dilogo desordenado, apasionado, cargado de afectos, con mltiples formas de comunicacin verbal y no verbal, no se logra con una pantalla de 14 o 21 pulgadas. De all que sea vlido insistir en que para la familia como socializador primario no hay remplazo. Tampoco lo son la escuela ni la iglesia. Sobre la ltima no vale la pena insistir mucho porque su insercin en el mundo domstico la hemos planteado a travs del discurso materno y as su inuencia resulta mediada. Ameritan s, tanto iglesia como religiosidad, una reexin de mayor envergadura, pero en otro lugar y momento. La iglesia ha sido el para-estado en muchos lugares de la repblica en donde el Estado mismo ha sido ausencia centenaria. Su alejamiento de muchos escenarios en donde fue la nica institucionalidad por mucho tiempo, con el correr de las ltimas dcadas, deja a la sociedad civil sin protector responsable. Un problema ms es que esta sociedad no fue entrenada para actuar por su propia cuenta en la tolerancia y el dilogo para concertar proyectos de vida, imgenes de futuro. La escuela por su parte s ha sido pensada por muchos como el lugar natural en donde debe darse la socializacin, habida cuenta de la falta de tiempo de pap y mam para atender a los hijos. No es posible aceptar sin benecio de inventario el trabajo que se hace en las aulas. All hay programas, discursos institucionales, 44
que se disean para formar la conciencia del alumno. No hay y, no tiene por qu haber, lugar para la afectividad y el desorden. Si se da tiene que permanecer bajo control, no caben los desbordamientos. Una razn de estado media entre el docente y el discente. La espontaneidad prcticamente resulta forzada. Solamente cuando se separan la actividad pedaggica de la convivencia vecinal, puede encontrrsele otra dimensin a quienes representan los papeles de profesor y alumno. No es la escuela un espacio domstico; todo lo contrario, es pblico y posibilita otro tipo de relaciones, las pblicas, precisamente. Aunque se pretenda que ella puede reemplazar la familia de orientacin, no es fcilmente demostrable cuando se hace la evaluacin del ejercicio magisterial. Le queda a la familia, por tanto, una tarea que puede hacer sin la esperada calidad: endoculturar (as se dice en Antropologa para enfatizar la calidad intragrupal del hecho), pero que produce marcas en la historia de la vida de cualquier ser humano que se vuelven imborrables.
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explcita a la comunicacin entre padre-madre e hijos. La literatura acumulada sobre el tema de la dada madre-hijo es amplia; pero queda el benecio de la duda sobre el grado de anlisis que ha merecido el varn en su estatus-rol de padre. La tercera: La nocin de padre (como la de madre) no se puede reducir a trminos biolgicos, por la funcin procreadora en la que toma parte protagnica; ni a trminos, psicolgicos, por el imaginario que el individuo construye alrededor de su padre. Hay dimensiones socioculturales que sobrepasan el nivel de las versiones patologizantes. Nociones como las de poder, autoridad, saber, fuerza, habilidad, riesgo, aventura, proteccin, defensa, provisin y otras tantas, se ubican en el ngulo varonil paterno de la trada estructural de la familia. La cuarta: La realidad familiar colombiana nos enfrenta con lo que podemos llamar sin equvocos crisis de la funcin y la gura paterna. Hay muchos motivos para hablar as, entre otros podemos ver que por la entrada de la mujer en el mbito laboral con igual y superior calicacin al varn, ste qued desplazado como exclusivo proveedor econmico, llegando al punto de convertirse, muchas veces, en dependiente absoluto de aquella. El Estado resolvi hace ms de dos dcadas asignarle al padre dos responsabilidades: reconocer al hijo de sangre y sostenerlo materialmente. Persistentemente hablan los agentes del Estado en las instituciones que atienden los asuntos de la familia y la comunidad, de la familia como asunto de madres. Y cuando se trabaja entre familias y se intenta el acercamiento al padre, ste asume que el tema hogareo es de competencia femenina. Los problemas delincuenciales que agitan al pas en los ltimos aos, con excesos como el del sicario y el narcoterrorista, ensean en los jvenes vctimas-victimarios una constante de vaco de padre. Todos preguntan Qu se hizo el seor? Las preguntas por el padre son muchas y variadas, ameritan por tanto unos esbozos de obertura en cuatro tiempos, acerca de las imgenes que las culturas se han hecho alrededor suyo.
Tiempos griegos
La voz de Apolo en las Eumnides anuncia el peso del varn sobre la hembra:
No es la madre engendradora del que llaman su hijo, sino slo nodriza del germen sembrado en sus entraas. Quien con ella se junta es el que engendra. La mujer es como huspeda que recibe en hospedaje el germen de otro y le guarda, si el cielo no dispone otra cosa. Te dar la prueba de mi proposicin. Se puede llegar a ser padre sin necesidad de madre, y de ello aqu tenemos un testigo, la hija de Zeus Olmpico, que no se nutri en las tinieblas de materno seno; pero criatura cual diosa ninguna hubiese podido engendrarla. (Esquilo, 1962:281).
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La instauracin del rgimen patriarcal, del dominio del principio masculino trascendido a condicin divina, para diferenciarlo radicalmente de la mujer ubicada en estado de naturaleza y por ello slo instrumento procreador cuando es requerido. Coincide adems con el nacimiento de la justicia y la ciudadana, como lo consigna Atenea en la misma obra:
Ciudadanos de Atenas, que vais a juzgar por primera vez en causa de sangre, mirad ahora la institucin que yo fundo. En adelante subsistir por siempre en el pueblo de Egeo este senado de jueces. Y aqu (en el Arepago) velarn por los ciudadanos el respeto y el temor, igual de da que de noche, y contendrn la injusticia mientras los mismos ciudadanos no alteren las leyes. Od mi consejo, ciudadanos que habis de mirar por la repblica: no rindis culto a la anarqua ni al despotismo; pero no desterris de la ciudad todo temor, que sin temor no hay hombre justo. Yo os doy (termina diciendo) un tribunal que nadie podr cohechar; venerado, severo, guarda de esta ciudad que velar por los que duermen (Esquilo, 1962:282).
Raticacin de un postulado que ha hecho casi ley la ciencia social: con el hombre al mando se reconoce la vida pblica, aparece el Estado como ordenador de las relaciones sociales. Es el momento de la intervencin, como dir Lvi-Strauss (1969:68) cuando ratica el surgimiento de la regla o sea la cultura. Es adems la conrmacin de la desigualdad, del sometimiento, del poder y la autoridad, de la misma manera que aparecen las voces de la esclavitud o de la servidumbre. La voz de Atenea es pattica:
Este es mi voto que aadir a los que haya en favor de Orestes. Yo no nac de madre, y, salvo el himeneo, en lo dems amo con toda el alma todo lo varonil. Estoy por entero con la causa del padre. No ha de pesar ms en mi nimo la suerte de una mujer que mat a su marido, al dueo de la casa. Orestes vencer, an en igualdad de votos por entrambas partes (Esquilo, 1962:284).
Se fundan la casa y la patria, en un movimiento divino y humano que deja el pasado matriarcal para memoria de los templos (Esquilo, 1962:286). Medea, por su parte, nos cuenta Eurpides, emprende protesta por la imposicin masculina:
No mora la justicia en los ojos de los hombres, pues antes de conocer a fondo a los dems, odian a la simple vista, sin ser provocados a ello por injuria alguna. Mi esposo, el peor de los hombres, me ha abandonado, cuando en l tena cifrada mi mayor dicha; de todos los seres que sienten y conocen, nosotras las mujeres somos las ms desventuradas, porque necesitamos comprar primero un esposo a costa de grandes riquezas y darle el seoro de nuestro cuerpo. No es honesto el divorcio en las mujeres, ni posible repudiar al marido. Habiendo de observar nuevas
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costumbres y nuevas leyes, como son las del matrimonio, es preciso ser adivino, no habindolas aprendido antes, como sucede, en efecto, para saber cmo nos hemos de conducir con nuestro esposo. El hombre, cuando se haya mal en casa, se sale de ella y se liberta del fastidio o en la del amigo, o en la de sus compaeros, verdad es que dicen que pasamos la vida en nuestro hogar libres de peligros, y que ellos pelean con la lanza; pero piensan mal, qu ms quisiera yo embrazar tres veces el escudo que parir una sola. Pero tu suerte es distinta de la ma, y contigo no rezan mis palabras; sta es tu patria, ste tu hogar paterno, y aqu disfrutas de las comodidades de la vida y del trato de los amigos (Eurpides, 1962:855-856).
Un nuevo rgimen, tiempos de hombres, n de los reinos de dioses ante las leyes que han tomado en sus manos, que los llevan incluso a reconvenir a la naturaleza que impone a la mujer. Las palabras de Jasn son duras: Convendra que los mortales procreasen hijos por otros medios, y que no hubiese mujeres, y as se veran libres de todo mal (Eurpides, 1962:865). En la tradicin de los pensadores evolucionistas, el mundo griego, igual que el romano certica un proceso largo de transformaciones sociales que termina con el rgimen matriarcal en benecio del patriarcado. Empiezan con el neoltico la agricultura y la metalurgia, y paralelamente, el parentesco se convirti en patrilineal, el estatuto de la mujer declin y el hombre, despus de haber adquirido la inteligencia metalrgica, se convirti en el elemento preponderante en la familia y la sociedad. Mientras que, durante millares de aos, la Diosa Madre haba sido el nico objeto de veneracin, empezaron a aparecer estatuillas con representaciones masculinas y el smbolo masculino, el falo, fue modelado en barro y grabado en piedra (Andre, 1974:27). En la mirada de pensadores como Lewis Morgan, Federico Engels y Gordon Childe, la inteligencia metalrgica adquirida por el hombre en la segunda revolucin neoltica, le sign preponderancia dentro de la familia y la sociedad (Andre, 1974:27). Tambin se inaugura, en la concepcin evolucionista, el matrimonio mongamo, con el dominio masculino, con un rgimen desigual de tratamiento para cada sexo, en detrimento de la mujer, con la consolidacin de la propiedad privada y la transmisin patrimonial va patrilineal. Las dudas que deja el esquema anterior, por la secuencialidad de regmenes basados en el sexo (primero el matriarcado, despus el patriarcado y el nal feliz matri-patri o ni matri ni patri), ha sido planteada muchas veces por autores como Durkheim, Lvi-Strauss o Parsons, para citar nombres de relevancia. Lvi-Strauss arma un punto de mira distinto, en donde la relevancia se pone en la diferenciacin cultural de las posiciones y las funciones de hombres y mujeres en cualquier sociedad, en virtud de reglas de intercambio y reciprocidad que hacen de la mujer un bien escaso pero esencial para la vida del grupo, un bien cuyo reparto re49
quiere la intervencin colectiva, sobre todo porque las mujeres no son, en primer lugar, un signo de valor social sino un estimulante natural y el estmulo del nico instinto cuya satisfaccin puede diferirse: el nico, en consecuencia, por el cual, en el acto de intercambio y por la percepcin de la reciprocidad, puede operarse la transformacin del estmulo en signo y, al denir por este paso fundamental el pasaje de la naturaleza a la cultura, orecer (el intercambio) como institucin (Lvi-Strauss, 1969:75-103). La relectura de los griegos podra conducirnos a una reexin que en lugar de armar el matriarcado primero y el patriarcado despus, reconozca el juego combinado de ambas fuerzas en el moldeamiento de una sociedad que hace palabra humana su identidad, en un forcejeo permanente con los dioses, del cual salen gananciosos los ciudadanos. En palabras de Esquilo (Lvi-Strauss, 1969:292): Jams se empape el suelo en la sangre de los ciudadanos, derramada en fratricidas y vengativas contiendas, sino antes con el deseo del bien comn sean unas sus mutuas alegras y unos tambin sus odios: que en la unin tienen los hombres el remedio de sus mayores infortunios.
y a su complemento obligado: las alianzas de sangre (con la mujer como valor supremo del intercambio), como garantes de paz. En este contexto la diferencia entre los sexos es vital para desarmar los espritus. Pero hay un elemento adicional, que hace diferente la polaridad que aqu se dibuja: el padre como poder adquiere ms claramente la imagen de padre como autoridad y sabidura, en otras palabras, la imagen del patriarca, del gua bajo cuya direccin se superan los escollos de la cotidianidad en benecio colectivo (para jvenes y nios e incluso adultos jvenes de ambos sexos)1.
Tiempos cervantinos
Don Quijote anuncia la lengua pero tambin la cultura hispana que habr de tomar posesin del nuevo continente a partir del siglo XVl. El ordenamiento familiar es parte del abecedario cervantino:
Los hijos, seor (dirigindose a Sancho), son pedazos de las entraas de sus padres, y as, se han de querer, o buenos o malos que sean, como se quieren las almas que nos dan vida; a los padres toca el encaminarlos desde pequeos por los pasos de la virtud, de la buena crianza y de las buenas y cristianas costumbres, para que cuando grandes sean bculo de la vejez de sus padres y gloria de su posteridad (De Cervantes, 1978:155).
Por otra parte, Fray Bernardino de Sahagn (1982:13) consigna en breves notas sus tesis:
El padre es la primera raz y cepa del parentesco: la propiedad del padre es ser diligente, cuidadoso, que con perseverancia rija su casa y la sustente. El buen padre cra y mantiene a sus hijos y dales buena crianza y doctrina y relos y da los buenos ejemplos y buenos consejos y hace tesoro para ellos y guarda: tiene cuenta con el gasto de su casa y regla a sus hijos en el gasto y provee las cosas de adelante. La propiedad del mal padre es ser perezoso, descuidado, ocioso, no se cura de nadie, deja por ojera de hacerlo, que es obligado, pierde el tiempo en balde.
La instauracin del padre bajo patrones trascendentes, en la ortodoxia judeocristiana, es la gua tica que irrigar las sociedades neohispnicas; y que se impondr incluso sobre las sociedades indgenas a despecho de sus principios avunculares e incluso patrilineales. La versin misionera permitir trasladar la ptica europea al discurso indgena. Lo dice Ralph Beals (1982:100-104), confrontando la obra de
1. Ver a Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Diversas ediciones, ver en especial, la presentacin sobre la familia esclavista grecoromana, la familia germnica y la familia monogmica.
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los cronistas con lo que sucede en las sociedades indgenas mexicanas del siglo XX: El jefe reparta cada ao la tierra entre los hombres casados, de acuerdo con el tamao de sus familias. Esto representa las condiciones imperantes despus de la cristianizacin. Y ms adelante, hablando de los mayas, encontrar que los nombres de los padres duran siempre en los hijos; en las hijas no. A sus hijos e hijas los llamaban siempre por el nombre del padre y de la madre; el del padre como propio, y el de la madre como apelativo. Y termina armando Que los indios no admitan que las hijas heredaran con los hermanos sino por la va de piedad o voluntad. El rgimen patriarcal se erige bajo dos pilares bsicos: la imagen del padre eterno, que todos suponen modelador de voluntades humanas; y la imagen del proveedor de bienestar material, para lo cual su ausencia del entorno familiar se justica siempre. Y hay un elemento adicional, que repite con fuerza la antropologa contempornea: el padre est ah para darle un nombre al hijo. Lo dice as Lucy Mair (1972:10-19):
En la mayor parte de las sociedades humanas conocidas las madres y los nios dependen de los hombres para algo ms que la mera proteccin fsica. En realidad, en una sociedad polticamente organizada, esa responsabilidad no incumbe individualmente al marido. En casi todos los lugares del mundo, el nio hereda la posicin social del padre; y an en los casos en que la lnea de descendencia se traza a partir de la madre, no deja de ser una ventaja que el padre tenga un rango social elevado. En algunos casos, es el hombre quien desea ser padre y, por consiguiente, debe ser marido, teniendo en cuenta que el simple acto de procrear no es suciente para que el hombre sea considerado como padre a los ojos de la sociedad, (en denitiva) la importancia primordial de los maridos reside en la paternidad; es decir, que son hombres que dan su nombre, su situacin social y el derecho a heredar su propiedad, a los hijos de la mujer con la que han celebrado cierto tipo especial de contrato.
Tiempos tnicos
La presencia paterna y masculina, con poder, est en muchas sociedades humanas, de aquellas que ha trabajado histricamente la antropologa y han posibilitado una amplia cobertura sobre los asuntos del parentesco. Para esta ocasin nos apoyamos en los casos que trae Van Den Berghe (1983:139-140), quien a su vez se ocupa en detalle de la muestra etnogrca recogida por G.P. Murdock. Arma el autor a manera de conclusin general: Aunque hay muchos mitos de matriarcados, no hay un solo caso documentado de una sociedad matriarcal. Ni parece probable que la organizacin matrilineal fuera el prototipo de las sociedades 52
humanas, parece que la descendencia bilateral es la candidata ms factible para la sociedad humana primitiva. En todas las sociedades matrilineales conocidas es el hombre la suprema autoridad legal, en forma muy parecida a la sociedad patrilineal, pero la transmisin de la autoridad est entre el hermano de la madre y el hijo de la hija. En ambas sociedades, matrilineales y patrilineales, es el hombre el que gobierna, pero en la primera el hombre invierte sus recursos y pasa el grueso de su propiedad y autoridad a sobrinos uterinos en lugar de sus propios hijos. Entre los Kung San del desierto del Kalahari (antes llamados bushmen, nombre peyorativo), el dominio del varn tiene que ver con la caza, el matrimonio y la localizacin del campamento. Entre los Yanomamo de la cuenca selvtica del Orinoco venezolano-brasileo el dominio varonil es absoluto, est cargado de agresividad; se permite el intercambio de mujeres sin consultar sus deseos; los hombres cazan y realizan trabajos agrcolas, en especial se ocupan de la guerra y de los asuntos polticos. Entre los Navajo del sur de los Estados Unidos, el varn se ocupa de la agricultura, hacer la casa y el corral, cuidar los caballos, vacunos, carros y artculos de cuero, cortar lea y acarrear el agua. Y aunque son matrilineales, el padre es una gura importante en el hogar, los nios tienen la misma actitud hacia el padre que la que tienen los estadounidenses blancos, excepto que no lo consideran, el banco de la familia. El hermano de la madre es la gura con mayor autoridad en el hogar, aunque por efectos de la aculturacin el padre biolgico interviene cada vez ms. En denitiva, los navajo son, claramente, una sociedad dominada por los varones, aunque las mujeres tienen propiedades, incluyendo ganado, por su propio derecho, y tienen considerable inuencia econmica y libertad sexual. En las esferas tanto pblicas como privadas de la familia, los hombres son polticamente dominantes. Los Nupe de Nigeria son preindustriales o feudales y jerrquicamente patrilineales, en decisiones sobre herencia, descendencia, disposicin del trabajo, matrimonio, concubinato y divorcio (Van Den Berghe, 1983:184-214). Son materias que vuelven a verse dibujadas y aumentadas en las familias de las sociedades industriales contemporneas (el autor trabaja sobre las sociedades norteamericana y japonesa); en donde a pesar de toda la tecnologa en favor de la merma del trabajo individual en el hogar, para hombres y mujeres, y todo el aprestamiento social para suplir actividades antes ligadas con las funciones materna y paterna, se sigue presentando la relacin de desigualdad en los papeles sexuales, incluyendo los aspectos erticos. Concluye Van Den Berghe: Los hombres estn predispuestos para tomar el papel activo, agresivo, en las relaciones sexuales; pueden ser amenazados hasta el punto de la disfuncin sexual cuando las mujeres intentan asumir el papel dominante; hay una clara asociacin entre sexualidad y dominacin, con los hombres predispuestos a tomar el papel dominante. 53
Pero hay algo ms relevante en las conclusiones del autor: Para los que quieren hijos no hay todava un buen sustituto para la familia, como lugar para criarlos, si decidimos ser padres, la familia convencional es todava, y con mucho, el arreglo ms conveniente (Van Den Berghe, 1983:255-257). Y ello, aunque las ideologas paternalistas admiten la desigualdad, justican la autoridad y el poder a travs de la liacin del parentesco y con todo eso se han hecho obsoletas. No de otra manera ha procedido Occidente con las grandes religiones, en particular con el cristianismo, que postula al padre nuestro como el creador de todas las cosas, como la deidad suprema, como la suma gura paternal, que confunde a dios con el hombre, y que ha servido de trampa o de tabla de sustentacin, por siglos, a detentadores del poder terreno y trascendental (Van Den Berghe, 1983:270-281).
Padre: instrumento-expresin
La propuesta de Parsons, de asignarle a la mujer el rol expresivo y al varn el rol instrumental en la familia (Andre, 1974:70), choca con la literatura que rastrea la multivocalidad de la presencia paterna. El padre enlaza al individuo con la sociedad humana, pero tambin con lo trascendental; e incluso discierne el lugar del ser frente a los estados de naturaleza que se derivan de la maternidad (la reproduccin biolgica es un legado femenino). Tampoco termina en el padre la proveedura econmica, entendindola como un proceso completo de produccin-distribucin-consumo. Recuerdo siempre el ejemplo samoano de reparticin del bfalo entre parientes, segn ordenamiento claramente establecido, que asocia Lvi-Strauss (1969:72) con la distribucin del precio de la novia, en donde se realiza un hecho social total, para recordar la frase de Marcel Mauss, pero slo se maniesta un acontecimiento. Tampoco podra catalogarse de meramente instrumental el dar un nombre, razn por la cual Mair arma la necesidad del marido-padre en toda cultura. Dar un nombre debe entenderse como instaurar un lenguaje con el cual se comunicarn los humanos, conocern las reglas de convivencia social, organizarn instituciones, establecern sistemas de intercambio y reciprocidad (como lo han enseado Mauss y Lvi-Strauss en sus trabajos sobre el don), harn la historia de su sociedad, levantarn los mitos fundadores y moralizadores y, en n, adecuarn el futuro a los posibles de que es capaz el ser. La socializacin, por su parte, entendida en trminos parsonianos como la internacionalizacin de la cultura en el seno de la cual naci el nio (Andre, 1974:74-75) o extendida al proceso bidireccional de endoculturacin padres-hijos, hijos-padres como hoy se maneja, ubica al padre en un papel protagnico por ausencia o presencia. Por lo primero, en cuanto los discursos en boca de guras 54
alternas (la madre, la escuela, la iglesia, los abuelos, los mayores, los padrastros, los abuelastros nocin acuada por Ligia Echeverri de F.), instauran una imagen de padre, que bien puede idealizarlo, caso en el cual se asemejara a la gura trascendental propiciada por la tradicin religiosa; o bien puede condenarlo y maldecirlo (en el joven de Medelln se escuchan ecos de esa aproximacin) y por ese camino se arma la negacin del pasado y del futuro, se vive en presente, de afn, esperando el n a la vuelta de la esquina. Si el padre es una presencia, como lo ensea la literatura histrica y etnogrca, las sociedades aprenden a tamizar los conictos, arman en mitos y ritos su identidad y dedican sus horas al juego de la cotidianidad que rearma la existencia del individuo y el colectivo. La dimensin expresiva, en el interior de la familia, que Parsons reclama para la mujer, por la cercana afectiva con los hijos, y de la cual excluye al padre, plantea el problema del desdoblamiento de la gura masculina para colocar una de sus manifestaciones, la del esposo-amante-ertico en relacin horizontal, con una eventual posibilidad de explorar sus potencialidades afectivas; y al tiempo, la del padre-autoridad-sabidura, en relacin vertical frente a los hijos y a la mujer (su esposa), afectivamente lejano para unos y otra. Cabe dudar del reduccionismo al que se somete, en este caso, una paternidad que ha sido propuesta como instauradora del principio de cultura en las sociedades humanas. La cultura juega con el afecto y la razn, con la memoria y el olvido, con la conguracin del otro y con la guerra frente a l. Los esbozos de padre que hemos recogido, y los que podemos recoger, en diversas sociedades, incluyendo la nuestra, en la cual parece diluirse en medio del conicto y la crisis de familia, apuntan a armar que ha hecho falta mirar al padre desde otro lugar, en donde no se le oponga a la madre ni se le niegue a los hijos. Pero no mirarlo para la defensa de ocio, sino para revolucionarlo.
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La familia es una institucin que por su condicin estructurante de toda sociedad est sometida a las crisis propias de la dinmica social; y en casos de agudizacin de las crisis, cuando el conicto toma fuerza hasta la violencia es la clula ms sensible y la ms inmediata vctima en su estructura y sus componentes de los efectos de esa agudizacin. Con la familia se afectan dos contextos importantes en la vida de todo individuo: el domstico y el vecinal. En el primero se realiza la vida privada, la socializacin primaria, la conguracin de la personalidad bsica del sujeto; es ante todo el entorno para la construccin de la nocin del yo. En el segundo se abren las compuertas a la vida pblica, a la socializacin secundaria, a la conguracin de la personalidad cultural, a la construccin de la nocin del otro. El conicto surge cuando uno y otro contextos son negados a los miembros de la familia. El caso de Medelln es el de una ciudad en la cual se violenta la vida domstica y se niega el derecho a las relaciones vecinales para muchos miembros de la poblacin, especialmente para quienes constituyen los estratos populares de la ciudad.
* Tomado de: Ponencia presentada al seminario Gnero, generacin y familia. Optimizacin de las Comisaras de Familia de Medelln. Programa Presidencial para el joven, la Mujer y la familia. Secretara de Bienestar Social de Medelln, Corporacin Regin. Agosto 8 y 9 de 1994.
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En Medelln se vivi en la ltima dcada del siglo XX, el quebrantamiento del modelo tradicional de la familia antioquea que sirvi de soporte, en el primer momento, a la miticada gesta colonizadora; y en el segundo, a la edicacin del tipo empresarial paisa. Los procesos migratorios de los ltimos 40 aos a la ciudad se dan en condiciones carentes de alternativas de vida digna. La expulsin del campo, por la violencia rural y pueblerina, por la falta de oportunidades para el trabajo en esos espacios, es factor de ampliacin de los cinturones subnormales en la ciudad. Con la llegada de los primeros miembros de una familia se crean las condiciones para la entrada masiva de nuevos pobladores. Sin embargo, los estudios de los ltimos 10 aos hablan de que el crecimiento de la ciudad es menos por inmigracin que por crecimiento vegetativo. El otro movimiento poblacional se presenta en la ciudad misma. Es la lgica de la constitucin de nuevos hogares, del cambio de trabajo, de la adquisicin de vivienda propia, de la expulsin de algunos barrios por motivos de conictos vecinales, del enriquecimiento ilcito. En situaciones de pauperizacin, por prdida de empleo, por violencia social con efectos en los hogares y las familias, por descomposicin social drogadiccin, alcoholismo, delincuencia se han formado enclaves en el corazn de la ciudad construida, tocando espacios antes no habitables (Moravia, La Iguan) y deteriorando barrios tradicionales de la ciudad (Aranjuez, Barrio Antioquia).
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Lo propio de esas urbes es el polimorsmo cultural, con el consiguiente conicto entre lo tradicional y lo moderno. La ciudad no ofrece patrones aculturativos de ningn tipo (en familia, educacin, salud, religin, ciencia, poltica), pero se ve forzada a asumirlos, vengan de donde vengan. Las presiones sociales exigen la apertura y ampliacin de servicios para grandes segmentos de poblacin. Las redes de comunicacin en todos los rdenes se extienden. La secularizacin de la sociedad se impone. El efecto en la familia es visto por Gutirrez de Pineda en dos formas estructurales: la familia nuclear legal y la familia inestable de facto. La primera es heredera de la tradicin hispnico-religiosa dominante y se extiende a todos los estratos, aunque con menor fuerza a medida que se desciende. Es una familia que para sobrevivir depende de su vinculacin al mercado de trabajo y no puede contar con la ayuda parental. La educacin formal cada vez ms amplia para enfrentar los retos urbanos, reemplaza los mecanismos tradicionales de capacitacin. Quedar por fuera de la red educativa es ya un factor de crisis en la familia y ante la sociedad. Los egos toman fuerza, en especial el femenino. La procreacin adquiere connotacin racional y voluntaria. La relacin padres-hijos cambia, stos no son el seguro para la vejez. La autoridad adquiere nuevas formas, la mujer interviene cada vez ms y sin demrito consecuente del hombre. La segunda modalidad es la familia inestable de facto, propia del polimorsmo cultural, con todas sus particularidades. Es una familia transicional que alterna con matrimonio y prostitucin. Puede conducir al madresolterismo. Es endgama en estratos bajos, y cuando es interclase la mujer pertenece a la ms baja. El inquilinato facilita la familia de facto, al mismo tiempo que desajusta los grupos matrimoniales y maritales. Los ms afectados son los nios y las mujeres sin capacitacin para el trabajo. La mujer encuentra el grupo multifraternal de respaldo cuando se queda sola, y cuando no, el abandono del hogar por ella y nios de 12 y ms aos se torna frecuente. Las instituciones de atencin al infante suplen la asistencia materna, especialmente, en el proceso socializador, pero con las limitaciones propias de su cobertura y la calidad de su trabajo pedaggico. La dcada del sesenta irrumpe en la escena familiar introduciendo el polimorsmo en su estructura y tambin en los modos de vida y la ideologa de las gentes. La variacin no remite a estratos bajos sino que permea toda la sociedad. Crece la presencia de la dada materno-lial, va madresolterismo; pero tambin aparece la dada paterno-lial. Ambas provienen de uniones legales y de facto. Se diferencia la funcin sexual de graticacin de la funcin sexual procreadora. Crece el nmero de parejas que dieren de la funcin procreadora.
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La familia nuclear se consolida con fuerza entre sectores de profesionales, y con residencia neolocal. A la vez, es unidad dinmica, cambiante, lugar de rupturas y nuevas uniones. Ello la acerca a la red extensa, que se convierte en respaldo econmico, afectivo y para tareas de socializacin. En sectores rurales pervive la unidad familiar extensa, de estructura vertical. En algunos ncleos urbanos tambin es funcional esta forma organizativa. En los litorales tiene fuerte presencia la abuela; en Antioquia pesa la madre y por extensin la parentela por va femenina; en Santander domina la parentela de va masculina. De extensa, esta familia puede tornarse en corporada (extendida), incluyendo progenitores, parentela bilateral por consanguinidad o anidad, compadres, ahijados, huspedes e incluso servidumbre. De las tipologas resultantes, unas mantienen el estatuto tradicional, la familia legal con reconocimiento religioso (catlico), y con reconocimiento civil. En el mbito de las uniones libres es donde se presenta una gran diversidad, en algunos casos proveniente de la ruptura de las formas legales. La unin libre presenta el tipo mongamo, entre solteros, o mongamo en unidades superpuestas, cuando uno o ambos cnyuges provienen de relaciones rotas. En este caso la ruptura puede venir de unin libre previa o de unin legal, en cuyo caso, mientras no se de la nulidad o el divorcio vincular, se hablara de concubinato: simple cuando slo una persona viene de relacin anterior, y doble, cuando ambos cnyuges tuvieron relacin previa. Una segunda modalidad de hecho se produce con parejas heterosexuales cuyo enlace busca slo graticacin sexo-ertica. Pueden o no tener unidad habitacional. A veces se confunde con el amao, que en comunidades indgenas era un matrimonio a prueba. La duolocalidad es favorecida entre profesionales. No se comparte la vivienda, ni lo econmico y en ocasiones tampoco hay reconocimiento social de la relacin. Aqu cabe el adulterio. Como lo arma Gutirrez de Pineda (1990:20): En lo relativo a la vida familiar se puso de maniesto un individualismo, un profundo hedonismo en las relaciones de pareja y principios basados solamente en un compromiso de la persona ante s y nada ms. Otros valores previos quedaron obsoletos. La edad para el matrimonio ha variado. El varn que no es el providente de antes, es muy poco mayor a la mujer. Zamudio y Rubiano hablan de 25 aos promedio para el varn que se une, y de 22 para la mujer. Esta, a su vez, se ha profesionalizado, labora y diere su maternidad en aras del trabajo. Esto implica cambios de imagen del hombre y de la mujer en la sociedad actual. La inestabilidad familiar es signo de la hora. Rupturas y nuevas nupcias se hacen frecuentes, rompiendo con el valor sacramental que se le daba a la institucin. Es creciente la opcin por la unin libre, sobre todo cuando se reincide. Un fenmeno 59
nuevo es la complejidad de las estructuras familiares que se estn congurando. Las imgenes progeniturales se pluralizan y se suceden padrastro, madrastra y por tanto se multiplican las redes anes constituidas por sus consanguneos. Tambin se dan relaciones nuevas entre los pares: el multifraternalismo con hermanos completos, medios hermanos y hermanastros, o pares sin ninguna relacin. Y tambin hay que agregar al cuadro los abuelastros, los tiastros y los sobrinastros, por utilizar una terminologa analgica. Se pasa de la tradicional familia bilateral extensa a la de innmeras redes sociales de complejo tejido (Gutirrez, 1990:22). Los huspedes sin parentesco aumentan en las familias y los hogares de hoy. Todo ello tiene efectos an no estudiados en la vida domstica. Los roles familiares estn cambiando. La divisin radical de antes desaparece: coprovidencia femenina, jefatura femenina, el hombre en quehaceres hogareos con dicultad, relaciones horizontales de pareja. En el estatus de gnero tambin se dan cambios. Merma el poder paterno e incluso el territorio discriminado para cada quien. Los hijos adquieren mayor presencia decisoria junto con la madre. La mujer es ms permeable a los cambios que el varn; ambos estn en el lo de la dinmica y los dos marchan con muchas contradicciones y conictos a la equiparacin de sus espacios y acciones en la familia, la sociedad y la cultura.
Polimorsmo familiar
En relacin con la familia ha surgido lo que hoy en da se denomina el polimorsmo familiar, fenmeno mediante el cual se explica la presencia de mltiples formas familiares. Se parte de aquellas que replican los modelos de familia extensa y extendida, de corte patriarcalista, entendiendo por ellas las que reconocen miembros de ms de dos generaciones, o sea en las que los abuelos y los tos siguen desempeando roles intrafamillares, o en las que se adscriben otras personas con funciones dentro del entorno familiar (colaterales por consanguinidad y anidad, e incluso personas que se vinculan a los hogares en el desempeo de ocios domsticos, pero con estatus superior al de meros sirvientes). Entre los migrantes de pueblos antioqueos que conguran colonias en la ciudad es comn encontrar este tipo de organizacin familiar. Vienen enseguida las formas nuclearizadas, en donde se reconocen padre y madre o en donde funciona una gura parental, las llamadas dadas parento-liales, en donde domina estadsticamente la mujer como cabeza de familia por dos vas: por madresolterismo antes culpabilizado y ahora asumido conscientemente en muchos casos o por separaciones y divorcios, en cuyo caso es la mujer quien se queda con los hijos. 60
Aparecen tambin las familias superpuestas, cuyo origen fueron las uniones concubinarias producto de matrimonios catlicos rotos y no resueltos jurdicamente, o las uniones libres rotas. En este caso aparece una gama muy variada de relaciones nuevas, nominadas hasta el presente con los trminos de madrastrismo y padrastrismo, pero cuyo efecto astral trasciende a padres e hijos (hijastros), para darle cabida a los abuelastros, los tiastros, los nietastros, los sobrinastros (valga el neologismo). El mundo astral tiene fuerza en la medida en que entre los miembros de las familias superpuestas se dan mltiples relaciones y obligaciones mutuas. Tambin se generan afectos y posibilidades de intervencin de algunos de los miembros del mundo astral con quienes previamente no los ligaban vnculos de anidad o consanguinidad. En el contexto de las dadas parento-liales y las familias superpuestas es en donde surgen los conictos intrafamiliares que se registran en las estadsticas ociales. En el resto el mundo de las familias normales slo se conocen crisis y conictos cuando se abordan por va indirecta, generalmente en estudios relativos a la educacin y al trabajo. Por ello resulta necesario leer los informes de actividades del Icbf, porque en esta institucin se registran los casos reconocibles. Un complemento de ello sera acudir a los informes de gestin de las ONG que trabajan con la familia como grupo, en educacin y prevencin, o atendiendo a los miembros de la familia vctimas de psico y sociopatologas. En relacin con la unin conyugal se da una evolucin importante en Antioquia y su capital. La sacralidad del vnculo religioso y la afectacin moral por no realizar el rito ha perdido fuerza aunque menos que en otras regiones del pas y le ha dado cabida a la unin de hecho y al matrimonio civil. Sin embargo, tiene ms fuerza la primera que el segundo, en ste canalizan las uniones entre individuos previamente casados que no han podido romper su primer vnculo. Slo la Constitucin de 1991 abre posibilidades al divorcio del matrimonio catlico, y ello demora en entrar en la cultura de un pueblo ancado en tradiciones como el antioqueo.
Se presenta, adems, el conicto con la gura paterna: el padre que abandona su hogar denitivamente, el padre que maltrata a su mujer y a sus hijos porque asume la autoridad por la va de la fuerza, el padre alcohlico o drogadicto incapaz de atenderse a s mismo, el padre que lucha infructuosamente por encontrar trabajo y atender sus obligaciones pero carece de las capacidades para hacerlo, el padre vinculado a la delincuencia y que representa la contraimagen cultural del patriarca. El joven varn que no encuentra en la gura paterna el principio ordenador, que no logra precisar en l los valores tipicantes del mito paisa para el hombre, ha empezado a construir unas imgenes con los retazos que le ha dejado la familia y la cultura que no logran precisarse del todo. Hay algo de vengador, de aventurero, de acumulador de riqueza, de creyente mgico, de proveedor efmero. Pero hay una diferencia importante: el joven con xito es ostentoso, por oposicin a la austeridad de que hizo gala el viejo paisa. Y en la marginalidad urbana la ostentosidad signica modas de marca, menaje domstico elctrico, antena parablica, autos de renombre, viviendas recargadas. En estas guras masculinas la indelidad deja de existir; la posibilidad de tener muchas mujeres en relacin efmera se torna costumbre e incluso pago o recompensa por un trabajo. La paternidad producto de las relaciones espordicas es accidental e irresponsable. Pero en la cultura del varn todava existe la nocin de esposa como madre, que resulta de la transferencia de la imagen materna, virginalizada, en quien se deposita la conanza de tener los hijos propios, que son la garanta del apellido y la sangre. Con la mujer se presenta una situacin tambin compleja. Subsiste la madre tradicional, la orientadora, el soporte hogareo que resiste la presencia del varn disminuido, pero a quien se le reconoce como el padre de los hijos. Esta mujer es cada vez ms escasa. Por contrapartida aparece aquella que enfrenta el mundo sola, porque fue abandonada y debe ingenirselas para sobrevivir con sus hijos y hace lo que se le presente. Es una mujer cada vez ms endurecida en los afectos, que fcilmente cae en la apologa del hijo que delinque para resolver las necesidades bsicas (Salazar, 1990). La ausencia de futuro en la unin conyugal lleva a la mujer al madresolterismo o a la soltera (no solterona). Es la mujer que desea el hijo y toma la pinta del hombre que la atrae. No demanda ms de l porque teme que le falte, y ser faltn en esta tierra es causal de la mxima venganza o el mximo castigo. As como el joven es un ser en crisis, en cambio, en mutacin (Acosta, 1993 y Dolto, 1990), tambin la sociedad lo es con mayor o menor intensidad, segn sea la fuerza y el peso que los grupos generacionales pongan en ello. Las sociedades occidentales de los aos sesenta alcanzaron tasas de poblacin juvenil suciente62
mente grandes para que su poder se hiciera sentir frente a otras franjas generacionales. Desde entonces se desarroll una intensa campaa de control natal que fue disminuyendo la franja poblacional juvenil a niveles manejables, si hablsemos desde el punto de vista de quienes ejercen el poder. De la brecha generacional se ha hablado en la cultura occidental por varias dcadas, especialmente desde cuando la generacin de los jvenes decidi tomarse la palabra y emprender acciones sin pedirle permiso al establecimiento. Entre los jvenes, las mujeres han avanzado ms, contagiando a otras generaciones, con lo que toman la delantera en muchas mutaciones, colocando la poca en que vivimos frente a dos revoluciones culturales: la de generacin y la de gnero. El tiempo parental es el de las instituciones y las normas con las que se resuelve todo y se ejerce el mando en sentido vertical; el tiempo lial es el de la puesta en duda de todo este andamiaje, y el de la rplica oscilante que ensaya el grupo (la barra, la banda) como institucin y como escenario de reglas. La sociedad le ha concedido al tiempo juvenil la representacin para la historia. Es usual la expresin en mis tiempos en el dilogo intergeneracional. Por lo general cautiva ms al joven la historia de los abuelos que la de los padres. La distancia hace ms clara la diferencia, ms mtica la representacin y ms cautivante al otro; al punto que podra ensayarse su puesta en escena como juego, sin que amenace la autonoma del nieto. El problema de la sociedad colombiana actual es que cada vez hay menos encuentros entre generaciones alternadas, por la disminucin del tamao de la familia (a menos de 4 personas en la ciudad y a menos de 6 en la ruralidad, segn los datos censales de 1985); por la neolocalizacin de la familia nuclear, con el consiguiente distanciamiento de la familia de origen; por el envejecimiento de la familia de procreacin, que da menos oportunidad a la existencia de los abuelos durante el tiempo de juventud de sus nietos; por la recomposicin familiar que generan las familias superpuestas, producto de la reincidencia matrimonial, lo que produce el alejamiento de los hijos del padre, de la madre y de ambos, de sus abuelos respectivos (Zamudio y Rubiano, 1991a) Las experiencias del padre y de la madre estn secularizadas a la vista de los hijos; aparecen como vivencias imposibles de ser replicadas conscientemente. Su puesta en escena por parte de los jvenes aparece ms como una burla o como una caricatura, que como una opcin de vida. El rito de la representacin se hace como reversin, para controlar su ocurrencia en la vida real, para evitar el contagio. El acceso a la edad de la razn como era comn decir en los tiempos del poder socializador de la iglesia catlica, por parte del nio, ocurre cuando su adolescencia lo aboca a presentarse a los pares desprendido de la vigilancia y la proteccin parental. 63
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En este estudio se armaba que la situacin dominante en la ciudad, en todos los estratos de la poblacin, favoreca la unin matrimonial dentro de la familia nuclear, pero no discriminaba la calidad de unin (de hecho o de derecho). La nupcialidad en Medelln es dominante, si recogemos los resultados del trabajo realizado por Planeacin Metropolitana en 1991: 62.33% de hombres, 16.15% de mujeres, para un gran total de 51.55%. Por su parte los hombres en Unin de Hecho son el 24.09%, las mujeres el 6.36%, para un total de 19.95%. Esto indicara que el total de poblacin casada y unida registrada en 1991 representa el 71.5% del total. Se hace relacin a cabezas de familia hombres y mujeres con algn tipo de alianza vigente. Veamos el comportamiento de los matrimonios y la nupcialidad en Medelln en varios aos, desde 1962 hasta 1991:
Ao 1962 1967 1971 1985 1991 Poblacin 690.648 919.350 1.161.097 1.645.900* 1.639.074** N Matrimonios 4.207 4.559 5.323 6.179 5.839 Nupcialidad 6.1% 5.0% 4.5% 3.7% 3.5%
Fuentes: Dane, Censo 1971-1985 y Anuario Estadstico de Antioquia. * Segn Planeacin Metropolitana ** Segn Departamento Administrativo de Planeacin
Se observa una progresiva disminucin en los coecientes de nupcialidad con base en la creciente poblacin de la ciudad. Zamudio y Rubiano tienen la siguiente relacin, sobre tipo de nupcialidad para la poblacin urbana en Medelln, para ver frente a Barranquilla y a Bogot:
Catlico H Antioquia Atlntico Bogot 85.0 62.4 74.2 M 84.4 62.4 74.3 T 84.7 62.4 74.2 H 2.5 3.7 6.0 Civil M 2.5 3.6 5.5 T 2.5 3.6 5.8 H 12.5 33.9 19.8 Unin libre M 13.1 34.0 20.2 T 12.8 34.0 20.0
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Antioquia y Medelln se mantienen como los ms tradicionales defensores del matrimonio catlico y los ms limitados impulsores de la modalidad civil y de unin libre. Queda el interrogante sobre dnde reposan los cambios en la vida familiar. Son acaso en la estructura o en los roles que desempean los miembros? Si bien las apariencias ensean una situacin de solidez en la estructura tradicional, pese a los cambios que lentamente se vienen introduciendo en las formas familiares, los registros del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar informan sobre situaciones crticas en los sectores que acuden a sus servicios. La Unin de Hecho en Medelln presenta los siguientes datos porcentuales para principios de los aos 80: Unin Libre Estable, 34.5%; Unin Libre Sucesiva, 27.3%, para un total de 61.8% de Unin Libre. Para el Concubinato Simple, 12.5%; y el Concubinato Doble, 7.3%, para un total de 28.2 de concubinato. En pocas palabras esto signica que comparativamente entre ambas formas de hecho la unin entre solteros duplica la unin en la que alguno de los miembros de la nueva pareja, o ambos, est casado previamente. Coinciden estos datos de Echeverri de Ferruno (1984:11) con los de Zamudio y Rubiano (1991b:38), quienes ven un comportamiento nacional para nales de la dcada de los aos 80 de 63.2% de incidencia en uniones libres en jvenes de 15 a 19 aos. La composicin de la tipologa familiar de hecho por grupos de edad, para Medelln en 1984, ensea que en menores de 37 aos la ULE es de 73.7%, la ULS es de 66.7%, el CS es 64.7% y el CD es 50%. Mientras que en mayores de 37 aos la ULE es de 55.3%, la ULS es de 33.3%, el CS es de 66.7% y el CD es de 50%. Esto hace referencia al peso especco que han tomado las formas de facto en la conguracin familiar entre las generaciones de jvenes, cuando se desbordan las normas o las pautas religiosas tradicionales en busca de relaciones privadas de nuevo tipo, ms individualizadas, como parece ser el comportamiento tpico de la vida ciudadana. En familias de hecho vale la pena comparar lo que sucede en las cuatro grandes ciudades del pas (Echeverri de Ferruno, 1984:57):
Ciudad Medelln Bogot Barranquilla Cali Unin Libre 61.8% 58.1% 74.0% 64.3% Concubinato 28.2% 41.9% 26.0% 35.7%
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Las formas estructurales de la familia de hecho, segn Echeverri de Ferruno (1984:93-94) son:
Nuclear:
Completa: madre, padre e hijos Incompleta: cuando falta alguno de los miembros anteriores. Bilateral: incluye parientes colaterales por las dos lneas de descendencia. Unilineal: incluye parientes de una sola lnea, paterna o materna. Dada conyugal: Con una pareja conyugal en estatus procreativo, madresoltera, padresoltero. Monogamia sucesiva femenina o masculina: Unin Libre rota con recomposicin de la unin con un nuevo cnyuge, o combinacin de uniones legales con uniones libres que terminan en uniones libres. Polignica: Del soltero o del casado que sera concubinato Polindrica: Mujer en relacin convivencial con varios hombres, de soltera o casada que resulta en concubinato. Poliginia-poliandria: Relacin convivencial grupal entre solteros o entre casados, en este caso resulta en concubinato o bigamia.
Extensa:
Mongama:
Polgama:
Medelln se convierte en centro nucleador de actores sociales herederos de patrones de conducta diversos, resultantes de procesos de mestizaje que incorporan contenidos nuevos a la vida familiar, domstico-vecinal y pblica. Echeverri de Ferruno dice que:
A pesar de que Medelln y Manizales presentan los menores ndices de ULE, esta modalidad se presenta hoy tanto en el campo como en la ciudad, y en estratos sociales medios, donde hasta hace una o dos dcadas era prcticamente inexistente debido a las normas culturales y ticas propias de estas regiones con una marcada inuencia religiosa, donde siempre ha predominado el matrimonio catlico como forma aceptada de constituir familia
Recomposicin familiar
Zamudio y Rubiano muestran el siguiente comportamiento en Medelln respecto a separaciones y uniones sucesivas: 67
Hay una tendencia creciente a replantear la organizacin familiar, que tiene como resultado la superposicin de grupos parentales provenientes de varias uniones conyugales. El fenmeno de la superposicin familiar es visto muy supercialmente an, pero se deriva de lo que Zamudio y Rubiano (1991b:49-64) denominan la nupcialidad reincidente, que involucra en Colombia a hombres y mujeres antes de haber cumplido los 35 aos de edad, no slo una o dos sino tres veces. En Medelln la reincidencia es del 22.5% la segunda y 24.0% la tercera, mientras que en la regin atlntica (Barranquilla) la segunda es 53.2% y la tercera 39.7%.
La iglesia de los aos 80 ha venido perdiendo su inuencia sobre la conciencia de los creyentes, dice Tamayo, realidad que nosotros hemos encontrado en nuestras propias investigaciones (Tamayo, 1987 y Henao et.al, 1985). Evidentemente, hay cambios en la apreciacin y las creencias de las personas frente a los dogmas y cierto tambin que el matrimonio por el rito catlico est perdiendo aceptacin en todos los estratos sociales y en especial en el popular. Muchas parejas estn optando por el matrimonio civil o por la unin libre. Segn el censo de 1985 en Antioquia haba 211.616 personas en unin de hecho.
Hacia la monoparentalidad?
Por otro lado se relacionan solteros, separados o divorciados y viudos que son cabeza de familia. Las proporciones hablan por s solas: hombres solteros: 10.16%, mujeres solteras 30.04%. El madresolterismo en Medelln es creciente en todos los estratos, pero domina en los bajos, siendo ms del 30% desde comienzos de la dcada de los 80 (Lpez, 1983). La ULE se caracteriza ahora en regiones como las de Manizales y Medelln, por ser explcita tanto en las zonas rurales como urbanas. Echeverri de Ferruno dice: En el rea rural la ULE muestra una tendencia a evolucionar hacia el madresolterismo por abandono del hombre, o hacia la ULS cuando se reemplaza al cnyuge en una nueva relacin convivencial. Es creciente un comportamiento similar de la unin libre estable al madresolterismo, tambin en las ciudades grandes del pas, por abandono del hombre y por exclusin consciente que la mujer hace de l cuando se ha tenido una experiencia inicial negativa. La mujer escoge quedarse sola, contando con graticacin sexual espordica. Los estudios de Zamudio y Rubiano (1991a:19-22) permiten ver que en esta regin del pas es donde menos tentada se siente la mujer a reincidir en el matrimonio; pero adems, es aqu donde estadsticamente se registra un mayor porcentaje de mujeres que no se casan. Las autoras mencionadas muestran el siguiente panorama respecto a la nupcialidad nal por generaciones y sexo, para la regin antioquea:
Generacin 1950-54 1955-59 1960-64 1965-69 1970-74 Hombres 81.38 68.36 45.20 15.96 3.05 Mujeres 84.02 74.00 60.03 35.10 8.81 Total 88.00 71.30 52.90 26.00 6.40
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Al momento de terminar el estudio ste era el comportamiento de las generaciones respecto a las primeras nupcias. La realidad del estado civil o conyugal, de acuerdo con el censo de 1985, para Antioquia, nos pone de cara a cambios de conducta que anuncian tipos nuevos de familia. En una poblacin de 2939.116 para Antioquia, el 49.3% eran solteros, el 35.3% casados, el 7.2% estaban en unin libre, 2.9% estaban separados o divorciados y haba un 4.2% de viudos. El comportamiento de Medelln era el siguiente: 51.0% solteros, 34.2% casados, 5.6% separados o divorciados y 4.7% viudos. En una poblacin de hombres que representaba el 48.29%, haba 25.14% de solteros, 17.50% de casados, 3.51% de unin libre, 0.80% de separados o divorciados, y 0.74% de viudos. En Medelln, los hombres mayores de 10 aos representaban el 45.77% de la poblacin; de ellos eran 24.46% solteros, 16.74% casados, 2.64% unin libre, 1.05% separados o divorciados y 0.63% viudos. La situacin del estado civil de los hombres de Medelln en 1991, comparada con Antioquia y Medelln en 1985, denida en trminos de jefes de hogar segn estado civil en el 1991, y en trminos de mayores de 10 aos para el 1985, es la siguiente:
Estado civil Soltero Casado Unido Separado-Divorciado Viudo Otros N Hombres 29.990 213.285 22.282 3.646 5.721 456 % Med- 91 10.89 77.45 8.09 1.32 2.08 0.17 % Antioq- 85 52.06 36.23 7.26 1.65 1.53 1.22 % Med- 85 53.44 36.57 5.76 2.29 1.37 0.54
La comparacin resulta un tanto difcil porque el parmetro de medicin es diferente. Sin embargo, llaman la atencin algunos asuntos: la poblacin de solteros que se reconocen como tales en 1991 es cuatro veces menor que lo que el censo de 1985 registra; al mismo tiempo la poblacin de casados se duplica entre 1985 y 1991. Los unidos conservan diferencias muy escasas, lo mismo que los dems estados civiles. Ello hablara, en el ao 1991, de un fenmeno de una paternidad providente, que Lpez registra para 1983 por estratos as: en el bajo, del 47.6%; 70
en el medio, del 51%; y en el alto, del 84.6%, lo que en promedio hablara de un 61.06% de paternidad providente, o en otro lenguaje, hombres casados cabeza de hogar. En una poblacin de mujeres que representaba el 51.71%, haba 24.17% de solteras, 17.82% de casadas, 3.67% de unin libre, 2.06% de separadas o divorciadas y 3.43% de viudas. En Medelln la poblacin femenina de ms de 10 aos representaba el 54.23%; y de ella eran 26.58% solteras, 17.43% casadas, 2.94% en unin libre, 2.98% separadas o divorciadas y 4.02% viudas (Dane, 1986). Para 1991, el nmero de jefes de hogar femenino por estado civil, a comparar con las mujeres de Antioquia y Medelln mayores de 10 aos, en el nmero relativo con que aparecen en 1985, es el siguiente:
Estado civil Soltera Casada Unida Separada-Divorciada Viuda Otros N Mujeres 22.697 22.360 3.608 12.424 30.141 581 % Med- 91 24.72 24.35 3.93 13.53 32.83 0.63 % Antioq- 85 46.74 34.46 7.09 3.98 6.63 1.10 % Med- 85 49.01 32.14 5.42 5.49 7.41 0.51
La cantidad de mujeres que aparecen como solteras en 1985 duplica a las que se registran en 1991. La poblacin de mujeres casadas representa una cuarta parte de la poblacin en 1991, mientras que en 1985 son la tercera parte de la poblacin de Antioquia y Medelln. La situacin de separacin ensea cambios grandes del 85 al 91: se triplica. Y una situacin contrastante en el lapso de seis aos es el relativo a la viudez, que aumentado en aproximadamente cinco veces. Observando los datos de 1991 de hombres y mujeres, sorprende el crecimiento desaforado de mujeres viudas; se da una relacin de un hombre viudo por 15.59% de mujeres. La situacin de muerte de hombres y mujeres ha crecido en forma negativa para los varones. En 1987 se habla de una relacin de 7 hombres muertos por una mujer, (Henao, 1987) cinco aos ms tarde la situacin se duplica.
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El encuentro de las culturas en el siglo XVI en el Nuevo Mundo, sucedi entre sociedades diferentes y desiguales en muchos rdenes. En Europa suceda el declive del rgimen feudal y el nacimiento del mercantilismo, pugnaban los credos y las ideologas de la reforma y la contrarreforma, fenecan los caballeros de rancia estirpe y las doncellas de ocultas dotes amatorias. En frica se viva el enfrentamiento de las sociedades que buscaban consolidar sus estados centralizados con los colonizadores europeos que encontraban all una fuerza de trabajo hbil para las duras tareas de ultramar. En el Nuevo Mundo convivan estados fuertes (Aztecas e Incas), con sociedades que estaban en la fase de centralizacin del poder (Muiscas) y con comunidades que sobrevivan de la recoleccin y la caza en agrupamientos claniles (los pueblos del bosque hmedo tropical). Las culturas que se encontraron en el Nuevo Mundo portaban diversas creencias, valores, costumbres y conductas. Sus representantes individuales y colectivos aportaron diversos elementos al resultante mestizo que se fue congurando en estas tierras.
* Tomado de: Serie de Ensayos N 4. Instituto de Estudios Regionales Iner, Universidad de Antioquia. Medelln, 1995.
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La familia estuvo presente, en todos los casos, como agrupacin de hecho ms no de derecho. Su presencia legalizada y ligada al Estado y a la iglesia, fue espaola. No hubo en un principio presencia de familia por parte de las etnias negras que vinieron del frica. Las etnias indgenas tenan incorporados patrones de organizacin y vida familiar pero no haban accedido a regmenes normativos de imposicin explcita. Para sealar el contraste de estas presencias familiares en la constitucin de la cultura mestiza americana, se podra plantear que mientras que las culturas europeas aportaron la familia como institucin legalmente reconocida, las culturas africanas llegaron sin familia al comienzo y con agrupamientos de hecho un poco despus, y las culturas del nuevo mundo aportaron familias que eran ms hechos naturales que edicios sociales. La presencia de la familia, como institucin de respaldo al rgimen colonial, estuvo signada desde un comienzo por las disposiciones de la corona, y por el ordenamiento patriarcal proveniente de la metrpoli. La mezcla fue compleja porque no bastaba con la norma aunque ella se tornase referente exclusivo para el comportamiento y la moral del poblador. Sobre los ejes jurdico-religiosos patriarcales se levant una gama de formas culturales y familiares digna de estudios comparados a nivel continental. Al respecto son de gran valor los trabajos de Ots (1945) y Morner (1970). En el caso del Nuevo Reino de Granada, la diversidad ha sido ya puesta en evidencia en los estudios de Virginia Gutirrez de Pineda (1963) y Jaime Jaramillo Uribe (1968). Para trascender las teoras ya reconocidas del componente trirracial en el mestizaje americano hace falta aadir el mosaico de actores sociales que tuvieron presencia como aculturadores y aculturados. Hace falta volver sobre la cotidianidad en la vida rural y ciudadana del mundo colonial para encontrar esa realidad polimorfa. El testimonio que cronistas y literatos dejaron, frente al recorrido que han realizado los investigadores sociales, est todava en un punto en el que los patrones de conducta se resaltan ms que los hechos, al menos en lo que al tema de la familia se trata. Hagamos un breve recorrido por alguna literatura referida al mundo colonial con la intencin de resaltar su variedad y potencialidad para hacerle nuevas lecturas. Ots (1946:15) arma que las grandes diferencias geogrcas, econmicas y sociales hicieron prcticamente inaplicable, en muchos aspectos, el viejo derecho castellano para regir la vida de las nuevas ciudades coloniales. Hubo necesidad de dictar desde la metrpoli, y an por las propias autoridades coloniales, con aprobacin de los monarcas, normas jurdicas especiales que regulasen los problemas surgidos a impulsos de una realidad siempre apremiante y cada vez ms alejada de los viejos mdulos peninsulares, toda esta normatividad conuy en el Derecho Indiano. 73
Pero el ngulo normatizador segua siendo hispano. El mismo autor arma que se mantena una tendencia asimiladora y uniformista, un casuismo reiterado para normatizar lo inmediato y generalizar un hondo sentido religioso y espiritual que hizo de la fe catlica y la conversin pilares de la accin colonizadora (1946:15-17). Todo ello conuye en la separacin entre el derecho y los hechos, constante reconocida por los historiadores como tpica del mundo colonial. Quienes llegaron al Nuevo Mundo de tierras espaolas empezaron a apuntalar la variedad de formas sociales que se fueron congurando a lo largo de los siglos de la colonia, en detrimento de lo que pudiera llamarse el patrn hispano. Llegaron segundones josdalgos, o sea mayorazgos sin herencia en la metrpoli; y menestrales, artesanos y labradores impulsados por la propia corona para asentar sus reales en las nuevas tierras, quienes conguraron las capas sociales inferiores del Nuevo Reino. Entre la gama de conquistadores se contaban desde los simples encomenderos hasta quienes alcanzaron ttulos nobiliarios. Y llegaron tambin muchos extranjeros, entre quienes se incluan otros europeos y los propios espaoles no castellanos (Ots, 1946:27-33). A propsito de los extranjeros, dice Ots (1945:185): Slo a los sbditos de los monarcas castellanos se les permiti el paso a Las Indias y el ejercicio en ellas de actividades comerciales. Los extranjeros quedaron al margen, en trminos generales, de toda expedicin colonizadora. Obviamente esta norma tampoco se cumpli y fueron muchos los individuos que se instalaron en las nuevas tierras merced a licencias individuales, porque la necesidad de fomentar en Indias el ejercicio de ciertos ocios y profesiones mecnicas, hizo abrir la mano a los gobernantes espaoles y permitir la entrada en aquellos territorios a extranjeros hbiles en semejantes menesteres. Llegaron as artilleros, maestres de naos, pilotos y marineros, carpinteros, albailes, canteros, herreros y espaderos y otros ms dedicados a granjeras de perlas, laboreo de metales, cultivo de plantaciones agrcolas. Llegaron navarros, aragoneses, catalanes, valencianos, mallorquines, napolitanos, amencos, alemanes, portugueses, italianos, holandeses. La recopilacin de Leyes de Indias de 1680 debi darle reconocimiento a esta multiplicidad de gentes y ocios que se asentaron en las nuevas tierras (Ots, 1945:186-190). La poblacin negra que vino del frica y de Europa se distingui por la diversidad. La relacin detallada que hace Aquiles Escalante (1964:12-16) sobre el comercio y transporte de esclavos, enfatizando el pas europeo encargado del negocio segn perodos, pone de presente la inmensa cantidad de naciones africanas de origen de los esclavos. A comienzos del siglo XVI se abre la trata para Amrica: El 3 de septiembre de 1501 los Reyes Catlicos nombran a Nicols de Ovando, caballero de la Orden de Alcntara, Gobernador de la Espaola, Indias y Tierra 74
Firme. En las instrucciones que se le dieron, mndesele que no consintiese ir ni estar en las Indias, judos ni moros, ni nuevos convertidos; pero que dejase introducir en ellas negros esclavos, con tal que fuesen nacidos en poder de cristianos. Poco despus se revoca la orden porque los negros esclavos se huan y juntaban con los indios, ensendoles malas costumbres y nunca podan ser cogidos. Por un perodo slo se admiten esclavos blancos, pero ante la evidencia de que el trabajo de un negro equivala al de cuatro indios, y las demandas econmicas especialmente mineras de la corona se resuelve instalar denitivamente las licencias desde los aos 30. El trabajo de Escalante informa en su segunda parte sobre los orgenes tnicos de los inmigrantes africanos. Zonica el continente y detalla las etnias de las cuales se tienen referentes en el Nuevo Mundo. Por ejemplo, del Sudn Occidental menciona entre otros a los Mandinga y los Bambara; de la costa de Guinea a los Biafares, los Bissos, los Assanti, los Arar, los Yoruba, los Edo, los Ibo; del rea del Congo a los Bant, los Kongo, los Manicongo, los Angola (Escalante, 1964:71-104). El negro, en su mezcla con el blanco, genera una serie de castas que van a tener un papel en la posicin social de los individuos y sus familias: mulatos, tercerones, cuarterones, quinterones, segn sea el grado de la mezcla tomando como opcin para perder lo negro la relacin con el blanco; as, blanco y cuartern dan quintern, quien est ms prximo a los derechos del blanco; vendrn enseguida el ochavn (hijo de cuartern y blanca) y el puchuelo (hijo de ochavn y blanca) y podr suceder que ya nadie los rechaza en los pblicos consejos, en el gobierno de los pueblos, son admitidos en las rdenes Sagradas y a las ms importantes comunidades religiosas (Escalante, 1964:136-138 y Gutirrez de Pineda, 1963:195-218). La adscripcin de casta es de enorme importancia durante la colonia para acceder a los ocios, las posiciones de prestigio y poder, la educacin y los benecios del Estado. Al mosaico cultural de la colonia tambin aporta una variada gama la poblacin indgena. Virginia Gutirrez de Pineda (1963:23) rescata esa diversidad a propsito de las relaciones parentales, las formas matrimoniales y la conguracin familiar. La nominacin de todos los grupos a la luz de los cronistas resulta fatigosa sabiendo hoy que muchas veces a una misma etnia (o familia lingstica) se bautiz con distinto patronmico. Es el caso de los grupos Panche, constituido por Ambalemas, Anapoimas, Anolaimas, Bituimas, Bulandaimas, Calandaimas, Conchinas, Quataques, Tocaremas, Inqueimas, Lachimes, Matimaes, Mimaimas, Nocaimas, Sasaimas, Siquimas, Suitaimas, Tocaimas, o los grupos Tukano (Cbeos, Wananos, Desanos, Piratapuyos, Sirianos). Jaime Jaramillo Uribe (1968:89-127) habla del empadronamiento de indios con la clasicacin sobre su utilidad para el colonizador: tiles, reservados, viejos, ausentes, chusma, mujeres y nios. Los tiles eran tributarios (edad de 18 75
a 50 aos, varn). En Antioquia se les denominaba indios de mina y macana. Recorriendo la geografa con los cronistas, se encuentra el territorio poblado de gentes diversas; as aparecen Ansermas, Picaras, Gorrones, Armas, Quimbayas, Guamzes, Guambianos, Paeces, Pastos, Panches, Muzos, Pantgoras, Pijaos, Timanes, Muiscas, Laches, Taironas, Zenes, Chiricoas, Guahibos, Achaguas, Betoyes, Cacatos, Caribes, Piraguas, Salivas. Estos pueblos fueron diezmados por la obra colonizadora, en palabras de Jaramillo Uribe las causas reducidas a un esquema, seran las siguientes: acciones blicas del perodo de conquista, dureza del rgimen de trabajo en minas, obrajes y haciendas, nuevas enfermedades tradas por el conquistador (viruela, gripe, sarampin, tifo), destruccin transitoria de la economa y desorganizacin de las tradicionales formas de cultura y vida social; competencia vital de la poblacin conquistadora y colonizadora que, sobre todo, en la primera centuria, consuma y no produca, lo que produjo un descenso en las posibilidades alimenticias de la poblacin nativa. Finalmente, la introduccin de formas nuevas de cultura y nuevas relaciones sociales se tradujeron en disolucin de familias y tribus, apata por la reproduccin y dicultad del contacto sexual con sus consecuencias negativas sobre la realidad demogrca. La complejidad de la mezcla de clases, castas, etnias y razas es punto de partida para entender que la organizacin social en el Nuevo Reino present desde un comienzo tal heterogeneidad, que se hace valioso el regreso a la historiografa de la vida cotidiana.
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netos se encontraban casados con ms de una mujer, siendo verdaderamente difcil resolver en justicia cul de stas tuviera mejor derecho, ya que no poda aceptarse el que siguieran en aquel estado de peligrosa desmoralizacin. El Pontce Pablo III trat de resolver este conicto declarando que en estos casos deba considerarse como legtima a la mujer con la que primeramente se hubiera tenido acceso carnal, reservando al marido la facultad de elegir, para cuando aquello no pudiera precisarse; pero esta ltima salvedad del legislador fue portillo abierto a toda clase de abusos y de torcidas interpretaciones, porque los indios, maliciosamente aleccionados, ngan siempre ignorar cul haba sido su mujer primera, para de este modo poder elegir entre todas aquella que ms les conviniese o les gustase. Hubo, pues, que pensar en corregir tales excesos, y para ello se retir a los interesados la facultad que hasta entonces haban tenido de designar por s mismos con cul de sus mujeres haban contrado primeramente enlace matrimonial, encomendando esta misin a los indios ms viejos de cada parroquia, quienes sentenciaban despus de haber escuchado las razones que cada uno alegaba en apoyo de sus pretensiones. Elegida as la que haba de seguir siendo desde entonces nica mujer del contrayente, se consagraba en ella el matrimonio, y a las dems se las dotaba convenientemente para que pudieran atender en adelante a sus necesidades propias y las de los hijos que quedaban en su poder.
Al tiempo que se exiga cumplimiento de la ley al espaol que llegara a las nuevas tierras (ir con esposa), al soltero (casarse), al que se trasladase dentro del Nuevo Reino (llevar siempre a su mujer), tambin al indio se le exiga que no quebrantase el domicilio conyugal (exigencia que se haca extensiva al encomendero). Se dispona tambin que ninguna india casada puede concertarse para servir en casa de espaol, ni a eso sea apremiada si no sirviere su marido en la misma casa, ni tampoco las solteras querindose estar y residir en los pueblos, y la que tuviere padre o madre no pueda concertarse sin su voluntad. Igualmente haba disposicin respecto a los hijos los habidos por mujeres casadas se tengan y reputen por del marido y no se pueda admitir probanza en contrario, y como hijo de tal indio hayan de seguir el pueblo del padre, aunque se diga que son hijos de espaol, y los de indias solteras sigan el de la madre (Ots, 1946:106). Esta ltima disposicin es tpicamente patriarcalista, como lo sern los mayorazgos jados por Cdula Real desde 1631. Tambin absolvi el derecho real situaciones sacrlegas: Se legitima a los hijos de Don Salvador de Bayamo, a pesar de haber sido procreados de padre Ordenado in Sacris, siendo su madre casada, mediante una composicin de 20 reales (Ots, 1946:108-109). El patriarcalismo se ve repetidamente en las disposiciones respecto a la mujer. En el derecho espaol, slo en situaciones de hecho excepcionales se reconoca a la mujer una plena capacidad civil; el orden jurdico familiar absorba de tal modo 77
la personalidad de la mujer, que nicamente en circunstancias muy calicadas poda aquella destacar su individualidad con una plena soberana de sus actos (Ots, 1945:424 y 1946:116). Se prohiba a las mujeres de los ministros que interviniesen en negocios suyos ni ajenos, que escribiesen cartas de ruegos ni intercesiones y que se sirvieran o dejaran acompaar por negociantes; y a las de los Presidentes y Oidores, que hicieran partido con abogados ni Receptores o recibieran ddivas. Los juegos de evite y azar de cualquier cantidad que sea estaban tambin vedados a las esposas de estos altos funcionarios (Ots, 1946:119-120). Respecto a las mujeres de los indgenas sometidos no haban de ser obligadas a trabajar en las minas, ni a amasar el pan, ni a ejercer, en general, ninguna clase de trabajo tenido por excesivamente rudo o penoso (Ots, 1946:120-121). Sin embargo, tambin en esta materia el derecho colisionaba con los hechos: las mujeres indgenas pagaban tributos y se sostenan as antiguas costumbres. La etiqueta y la mujer fueron asunto de normas para la poca; un ejemplo grco que trae Ots (1946:127): Que en las capillas mayores de las catedrales no hubiera estrados de madera para las mujeres de los presidentes, oidores, las cuales deban sentarse en la peana de la capilla mayor, por la parte de afuera, en compaa de otras personas de autoridad, sus familiares y otras mujeres principales que llevasen consigo, y no indias, negras, ni mulatas. El estado femenil era el ltimo en ser tenido en cuenta. Hacia los siglos XVI y XVII los libros piadosos establecan subestados para las mujeres: doncella, casada, viuda y monja, dice ngela Ins Robledo (1991:30). Pero la mujer para la familia fue preocupacin mayor durante la colonia, incluso en detrimento de la vida monacal: Los conventos y la soltera no conciliaban con las preocupaciones demogrcas de la Corona. Esta, en 1539, expidi un documento que subraya la no necesidad de monasterios femeninos en Indias y urge a todos los peninsulares, hombres y mujeres, a casarse; en especial a las hijas recin venidas de espaoles y a los encomenderos (Robledo, 1991:32). La proteccin se extenda a la mujer indgena: La primordial preocupacin del legislador fue poner a las mujeres indias al amparo de los hbitos de violencia de soldados y colonizadores. En la Recopilacin de 1680 se dispona que se hagan y conserven casas de recogimiento en que se cren las indias, que las justicias apremien a las indias amancebadas a irse a sus pueblos a servir, y que no se permitiese a las mujeres esclavas vivir fuera de sus casas, ni ir desnudos a los esclavos de uno y otro sexo (Ots, 1946:139). En el terreno de la liacin y la sucesin, la normatividad del reino impuso el modelo patriarcal, centrado en el espaol y sus descendientes ms puros. Una Real Cdula de 1552 dispone: Cuando falleciere alguno y dejase dos, tres o ms hijos, o hijas, y el mayor que segn la Provisin antecedente (de 1536) debiese suceder en los yndios entrase en Religin o tuviese otro impedimento, deber pasar 78
al segundo y as consiguiente hasta acabar los varones; sucediendo lo mismo en las hijas por falta de aquellos, y por la de unos y otras la mujer. Por su parte, a los hijos corresponda prestar alimentos a sus hermanos o hermanas y a su madre mientras no contrajesen segundas nupcias, entre tanto que no tuvieren con qu se sustentar (Ots, 1946:142-150). Al respecto subraya Virginia Gutirrez de Pineda (1963:161-162): Estas normas de mayorazgo se aplicaron a la herencia de las encomiendas en Amrica con ms especialidad, y a travs de ellas puede verse las formas de derecho familiar. Para determinar la sucesin se tena presente la lnea, el sexo y la edad. El sexo masculino tena prelacin sobre el femenino y la edad as mismo daba preferencia. Era necesaria as mismo la legitimidad. El derecho real era por tanto el estatuto nico a travs del cual deban moldearse las instituciones del Nuevo Reino, as interpretase con justeza las peculiaridades de los pobladores no hispanos. Articulados al derecho respecto de la familia y la vida en sociedad estaban la religin y la iglesia. Morner (1970:18-22) lo enfatiza en estos trminos: Para cristianizar a los naturales, primero es necesario que sean hombres que vivan polticamente. El vivir sin polica era vivir como un animal, sin Dios ni ley. El vivir en polica lleg a ser sinnimo con el vivir en repblica. En 1503 la Corona, al enviar rdenes a Ovando, sent el principio de que tambin los indios se reparten en pueblos en que vivan juntamente, y que los unos no estn ni anden apartados de los otros por los montes. En estos pueblos, cada familia india deba tener su casa propia para que vivan y estn segn y de la manera que tienen los vecinos de estos nuestros Reinos. Cada uno de los pueblos deba ponerse bajo la tutela y jurisdiccin de un vecino espaol, quien entre otras cosas, no consentira que los indios vendiesen ni trocasen con los espaoles sus bienes ni heredades por cosas de poco valor. Adems habra un capelln para el servicio religioso. Virginia Gutirrez de Pineda (1963:153-156) desarrolla en varios captulos de su obra sobre el Trasfondo histrico de la familia en Colombia las pautas religiosas que iluminan las leyes espaolas. Dice la autora: Gran parte de los valores tericos de la institucin primaria espaola estaban implcitos en la denicin de matrimonio que recoge las Siete Partidas, en la cual lo describe como ayuntamiento o enlace de hombre y mujer, hecho con intencin de vivir siempre en uno, guardndose mutua delidad, carcter religioso que heredamos por cuanto el sacramento del matrimonio, es sacramento de la ley de gracia. Agrega Gutirrez de Pineda que adems el matrimonio deba cumplirse y practicarse bajo el concepto cristiano de amor los casados se amasen el uno al otro y se tratasen con limpieza y honestidad. Adems la familia se constitua como rplica del catolicismo en trminos de autoridad y poder: Por cuanto el hombre es cabeza de la mujer, as como Cristo es cabeza de la iglesia. 79
La iglesia fue el instrumento aculturador por excelencia; en particular para el indio, la Corona dispone que se les predique y ensee nuestra santa fe y se les administren los sacramentos. Para esta tarea tuvieron los curas doctrineros un instrumento muy valioso, el catecismo del ilustrsimo seor Zapata de Crdenas, publicado en 1573 (Gutirrez de Pineda, 1963:260). Existe, por tanto, un solo derecho, el espaol, iluminado en los postulados tico-religiosos de la iglesia romana. Las sociedades negras e indgenas se mueven con patrones de comportamiento que no poseen la misma solidez, que no reposan en cdigos que trascienden al grupo en referencia, y estn sujetos a la sobredeterminacin del modelo colonizador. Virginia Gutirrez de Pineda realiz un valioso trabajo de rescate historiogrco y etnogrco de los patrones familiares indgenas que sirve de punto de referencia para contrastar el poder moldeador del rgimen espaol con las formas de parentesco, matrimonio y familia nativos. Retomamos algunos elementos a manera de ejemplo. La nominacin clasicatoria de los parientes con diversos agrupamientos entre los mismos y los otros; por ejemplo, los Caribe llaman, unos y otros, hermanos y hermanas a los parientes y parientas de segundo y tercer grado; los Pez, con un mismo trmino (iakt) nominan para un ego masculino los hermanos y los primos de las ramas materna y paterna. Otro (pesh) cobija a las hermanas y a las primas del lado materno y paterno (Gutirrez de Pineda, 1963:17). La liacin y el matrimonio contrastan con el modelo hispano: entre los indios de La Palma se trata del derecho a disponer de las parientas para adquirir esposas mediante el sistema de trueque de mujeres y tienen, en este caso, ms seoro los hermanos sobre las hermanas que el padre ni la madre (Gutirrez de Pineda, 1963:20). En relacin con la residencia arma la autora: Un ego dado nace en la tierra de su padre y familiares paternos. Pero en este suelo es un forastero, un extrao; su verdadera ciudadana, dijramos, la alcanza en la tierra de su madre y familiares maternos o sistema avnculo-local. Si el ego es mujer, al llegar al matrimonio tendr que emigrar a tierra de su marido mientras dura su vida marital. Si sta se rompe por viudez o repudio, regresa, no al lugar donde naci sino a la tierra de los familiares de su madre. Si es hombre, permanecer en el suelo de sus familiares maternos, a donde llegarn las mujeres que constituyen su constelacin familiar. Pero los hijos habidos en ellas, no sern ciudadanos en su tierra, sino en la de las mujeres madres que los han concebido. Respecto al complejo universo familiar negro poco se ha avanzado en direccin similar a la sealada por Gutirrez de Pineda, aunque bueno es tener en cuenta consideraciones como estas: El esclavo no es un ser extrao de su seor. Es, por el contrario, una parte del cuerpo vivo del seor pero separada de l; por ello existe 80
una comunidad de intereses y una cierta amistad entre el esclavo y su dueo. El eje sobre el cual gira la organizacin domstica adquiere un carcter polifuncional (dueo, esposo, padre) referido a tres estamentos subordinados de la vida social (esclavo, esposa, hijos). La familia incluye la crematstica (palabra griega que incluye bienes, propiedades, dinero, negocios) con la cual el sistema de poder se cierra sobre su base material. El esclavo ingresa de esta forma en un sistema que transforma su forma de vida, la concepcin del mundo, sus creencias, en general todo su sistema cultural. El sistema deculturacin-aculturacin se desarrolla como algo propio de la sociedad colonial. Todos los aspectos de la vida social van cayendo progresivamente en una estructura de normas que, en su reproduccin, aseguran el mantenimiento de la diferencia y la lgica de su disolucin cultural (Barona, 1986:70).
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El proceso de mestizaje constituy el elemento dinmico de la sociedad colonial. En el territorio actual de Colombia el mestizaje, con diferencias regionales, se dio con cierta celeridad. El proceso fue facilitado por la relativa poca densidad demogrca y cultural de sus poblaciones prehispnicas, o si se quiere, por la rapidez con que fueron destruidas o dominadas. (Para nes del siglo XVIII) la poblacin indgena subsistente hablaba el espaol y practicaba la religin catlica o como se deca entonces era poblacin ladina
Concluye la reexin el autor con un reconocimiento a la elevacin de estatus del mestizo porque: Representaba el proceso dinmico que tenda a eliminar diferencias socio-raciales y constitua una posibilidad de ascenso y mejoramiento del estatus, las prerrogativas y privilegios legales y de hecho. La constitucin de castas, y los consiguientes linajes con tendencias endogmicas, actu permanentemente en el rgimen matrimonial hasta entrada la repblica. Jaramillo Uribe ejemplica las disputas por la pureza de sangre para aceptar la unin, con el caso de Francisco de Aguirre, de la ciudad de Antioquia, quien interpone un juicio de disenso matrimonial para evitar el casamiento de su hija con Luis Sarrzola, a quien tilda de mulato. Este a su vez emprende una rplica que es un modelo de historia del mestizaje para devolver la afrenta demostrando que el plebeyo era el otro. En la ciudad de San Gil doa Ignacia Consuegra de Mutis, con el n de oponerse al matrimonio de su hijo Fernando con Antonia Amaya, abre proceso contra los Amayas de la misma ciudad para probar su calidad de plebeyos. Del proceso result probado que los Amaya eran reputados como nobles, limpios de toda mala raza (Jaramillo, 1972:187-189). Las fronteras tnicas, raciales y sociales no se superaron con la constitucin de la repblica. Es ms bien una constante de la historia nacional. Las formas familiares que se conguran en el territorio resultan en buena medida de esa diferenciacin. Obras literarias del siglo XIX ponen al descubierto la diversidad, la discriminacin y el contrapunto social. En Eugenio Daz Castro, por ejemplo, la novela Manuela habla del mundo de los descalzos, de la familia desintegrada, del madresolterismo, del padrastrismo, de la unin de hecho, del cura moralizador. Toms Carrasquilla 82
en Frutos de mi Tierra reeja los mundos de la aristocracia familiar tradicional (los Escandn), en pugna con los grupos familiares en ascenso (los Alzate). Eustaquio Palacios en El Alfrez Real dibuja las virtudes y el bucolismo del mundo esclavista. Luis Segundo Silvestre en Trnsito ensea las relaciones entre blancos y negros ribereos del Ro Magdalena. Una exploracin detallada a los cuadros de costumbres y la narrativa referida a los siglos XVIII y XIX resulta de gran ayuda para entender la trama cotidiana del mestizaje y la discriminacin social y familiar. La nacin diversa que constituye el perodo que Virginia Gutirrez de Pineda (1983:269-270) ha llamado de la Consolidacin criolla, en donde se hacen presentes una sociedad y una cultura compartimentalizadas regionalmente, a manera de claustros etnogeogrcos, secuencia de un proceso histrico vivido localmente, as se van delineando los complejos culturales. La rigurosidad cientca en el tratamiento de las formas sociales y culturales que adquiere el mestizaje y la familia en Colombia se va a encontrar en los trabajos que empiezan a publicarse desde los aos 60. Pero muchos de ellos han tomado con benecio de inventario elementos de la literatura producida por la intelectualidad anterior, que no dista mucho de las ideologas dominantes respecto a quines y cmo son los pobladores de la nacin. Un trabajo relevante es el de Luis Lpez de Mesa (1970), quien propone para los aos 30 una versin De cmo se ha formado la nacin colombiana. Las diferencias del pas, producto del mestizaje, las seala Lpez de Mesa en el trabajo citado; veamos algunos ejemplos. El grupo hispano-chibcha: A principios del siglo XIX el proletariado bogotano, y no se diga menos del pueblerino y rural de toda la comarca, era sucio, vicioso, ignorante, lerdo y poco escrupuloso moralmente. Usaba un castellano deteriorado, lleno de regionalismos indianos, con psima conjugacin y abuso de trminos rastreros que daban grima. Hoy el habla popular se corrige ampliamente. El pueblo se va contagiando del gusto por la limpieza del cuerpo y de vestido que es peculiar del hombre moderno, el contacto de una cultura superior ha levantado el concepto de la personalidad, hacindole reconocer en la tica un escaln ms alto de dignidad y de utilidad. El grupo racial santandereano es caracterizado as por el autor: De aventajada estatura, buen color, acento agradable, pueblo romntico, que a mediados del siglo XIX ensay en el gobierno teoras audaces y fue el primero en legislar sobre el sufragio femenino en su famosa constitucin de Vlez. Su temperamento, altivo, independiente, individualista, guerrero y laborioso. El grupo ibero-afro-americano del litoral o costeo se da todo en expansivo gesto. En poco se recata y esconde, en casi todo se pronuncia explosivamente: en el hablar, en el rer, en el amor fulminante y fugaz, en el fervor poltico de una hora, en el acento tribunicio de sus hombres, en el derroche de palabras, de alabanza y 83
vituperio, de dinero, en n, porque son de suyo generosos, gastadores sin cuento, imprevisores y eternamente simpticos como toda exaltacin de vida. El grupo antioqueo: Pueblo emprendedor, migrador y comerciante, activo, ambicioso, fuerte, se asemeja al sirio montelibans, tmido y orgulloso, honrado, progresista, civilista, pacista (Lpez de Mesa, 1970:68-100). La correspondencia de estas imgenes con la sociedad contempornea queda a la sabia interpretacin del lector de estas lneas. Nuestra lectura del pasado para el presente nos lleva a conrmar la pervivencia de factores tnicos, econmicos, sociales y culturales que hacen abigarrada la formacin sociofamiliar en el pas y en sus diversas regiones. Al respecto vale la pena reconocer la existencia de dos trabajos valiosos, aparecidos en la dcada de los aos 80 que hacen la radiografa de la familia colombiana como realidad polimorfe (Gonzlez y Andrade, 1983). El otro trabajo es el de Ligia Echeverri de Ferruno (1984:22-456), La familia de hecho en Colombia, en el que se pone a prueba una hiptesis: En un sistema social se constituye un patrn cultural general que irradia su inuencia en todos los sectores del mismo, lo cual va en detrimento de las culturas regionales. Este patrn general comprende en su contenido la legitimacin de las conductas signicativas, por ejemplo, la continuidad de la especie a travs de la familia, por medio de una o varias formas de matrimonio aceptadas por la sociedad y reguladas por el orden jurdico. La expansin generalizante de este nico esquema cultural se supone que elimina gradualmente las subculturas regionales y as, toda accin de los individuos a nivel regional, estara determinada por este esquema general y nico. La autora concluye, al nal que la familia de hecho est tan generalizada en los diversos sectores de la sociedad que bien puede decirse que constituye una verdadera endemia. La circunstancia de su alta frecuencia global y de su generalizacin en los distintos grupos o estratos sociales, denota que sus causas son muy complejas y profundas; y agrega esta sentencia: La sociedad moderna ha ido generando nuevos valores tanto en el seno de los matrimonios como en toda situacin de pareja. Es indispensable reconocer entonces la existencia de una revolucin social y familiar. Por qu? Porque aunque siempre hubo relaciones sexuales prematrimoniales y extramatrimoniales, ahora stas y aqullas se generalizan y crece el grado de admisibilidad social. Una conclusin general que nos deja este recorrido es que el forcejeo del Estado por unicar la sociedad bajo su mando resulta infructuoso. La diferenciacin es la constante en todos los rdenes, y muy especialmente en el de las pautas socioculturales que dan origen a formas familiares. Caben nuevos estudios que exploren las variantes del patriarcalismo, del matriarcalismo, de la monogamia, de la poligamia, del derecho, del hecho y en n del mestizaje que constituyen el mosaico familiar de la historia nacional. 84
informacin) el mundo de lo pblico. Los afectos, la historia particular, la valoracin de todo, la conguracin de las imgenes derivadas del parentesco, la etiqueta, los hbitos, en n, la rutinizacin que invita a la constitucin de la personalidad social, se levantan en familia. Este legado histrico-natural no lo ha depositado ninguna sociedad en otra institucin (la escuela no llena los espacios intangibles y subliminales que si propicia la familia). El estado de crisis permanente que se le diagnostica a la familia urbana habla ms bien del conicto entre la ley y la costumbre. Reconociendo la ltima (que llega a ser ms dinmica de lo que se piensa) se puede ampliar el espectro de la regulacin. El escenario urbano es eminentemente pblico. A l llegan las individualidades portando sus arreos culturales obtenidos inicial y fundamentalmente en la familia y posteriormente (cuando es posible) en la escuela (escolarizada y desescolarizada, en la cual podra ubicarse a los mass media). En la medida en que los modelos de vida rural, aldeana o pueblerina hayan pervivido en la mentalidad de los pobladores urbanos, se tendr una vida ciudadana condicionada por las imgenes derivadas de esos modelos de vida. En la palabra del habitante urbano (el dirigente tanto como el individuo del comn) es recurrente la referencia al bucolismo agropecuario. No hay discurso noble y carioso para la ciudad. Se recogen incluso sus desechos socioespaciales para valorar la valenta de convivir con ellos; se acepta con resignacin de negociante la tortura de acumular riqueza y poder en mbito tan agresivo a la naturaleza humana. La mirada alienada sobre lo pblico, que es crucial en la ciudad, la reitera Viviescas (1989:134) en estos trminos: Los sectores medios de las ciudades colombianas expresan claramente esa extraeza en relacin con el entorno colectivo. Una muestra de esta concepcin puede verse en la delirante debilidad de estos segmentos sociales por los condominios y unidades cerradas, modelos de sus conjuntos habitacionales. La exacerbacin del encerramiento es una prueba fehaciente de lo arraigado de este desarraigo territorial de las capas medias. Quizs con ms fuerza an aparece este marginamiento del espacio pblico en los barrios residenciales de los sectores ms exclusivos y poderosos de nuestras ciudades. El camino que tiene que ayudar a abrir la familia, para que se d el anudamiento entre las relaciones privadas y pblicas, sea cual sea la forma familiar que se presente (insistimos en recoger de la familia sus relaciones fundacionales ms que sus caractersticas formales), empieza en la casa de habitacin, contina por la calle, el parque, el bus y llega al centro, o sea al sitio en donde lo colectivo hace annimos por un fragmento de tiempo a los individuos. Una respuesta por la familia del futuro en Colombia pasa por la ciudad, desde la que se derivarn las formas operativas y las relaciones adjetivas. Hay, sin em86
bargo, un nivel estructural que pensamos inalterable con el paso del tiempo, es el referido a la construccin de los cimientos intelectuales del individuo que nace y se hace a partir del tetraedro padre-madre-hijo-hermano(a), del que se desprenden todas las versiones posibles sobre el individuo y la sociedad, sobre lo privado y lo pblico, sobre lo cotidiano y lo trascendente. De ese tetraedro no hay salida, as la realidad ensee ausencias y negaciones. Sucede con la familia algo parecido a lo que acontece con la ciudad: nos convoca y nos fascina, aunque muchas veces no sepamos exactamente en dnde reposa su atraccin.
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La imagen del padre que planteo en este ensayo surge de un trabajo realizado en Medelln con pobladores hombres y mujeres, de diferente estrato econmico, profesin, ocupacin y residencia. Es una muestra aleatoria, que para el caso retoma 400 instrumentos aplicados a una poblacin urbana de ambos sexos (aproximadamente el 50% de cada sexo), y de edades que van desde los 15 aos en adelante, incluyendo personas ancianas. Durante varios aos de la dcada del 90 del siglo XX he aplicado una encuesta1 que interroga por papeles y valores referidos al varn padre, buscando llegar a la validacin que ste tiene en el entorno ciudadano, y que eventualmente, sera la hiptesis, cambia con aquella imagen que suscriba la tradicin regional antioquea (Lpez de Mesa, 1970 y Gutirrez de Pineda, 1994). Los resultados parciales que entrego se inscriben en una obra mayor sobre la imagen del hombre en nuestra cultura.
* Tomado de: Revista Nmadas N 6. Marzo-abril de 1997. 1. Realizada con estudiantes del posgrado en Familia de la Universidad Ponticia Bolivariana. Para este ensayo acud a los trabajos de Marta Eney Riascos Riascos, Carmen Eugenia Gallego, Luz Elena Ramrez, Ana Rosalba Herrera Vlez, Vernica Villegas Arango, Beatriz Aguilar Ra, Luz Patricia Vlez, Marta Cecilia Buitrago Murcia, Noem Rendn Hurtado, Mara Bernarda Franco Duque, Gloria Patricia Pelez, Ligia Duque Ruiz, Martha Ligia Giraldo, Claudia Mara Mora y Jorge Enrique Garca Gmez.
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Conserva buena tradicin de honradez, pero es ambicioso y un poco tahr en los negocios. Progresista y civilista, ama la paz y la civilizacin material, muy inclinado a un socialismo de estado, a un subordinarse a la autoridad, a la comunidad municipal, a su departamento. Y en cuanto a pacista, es fama en todo el pas que no acoge guerra en su territorio.
La antroploga Virginia Gutirrez de Pineda (1994:403-426) propone ver la gura del varn antioqueo desde el ngulo que ella denomina del machismo catrtico en tanto:
Recorta los rasgos caricaturescos genricos en otras regiones de Colombia y sublimiza a travs de los canales sociales de expresin los impulsos primarios que la mueven. Esta imagen varonil no est exenta de agresin; por el contrario, se encuentra motivada como las dems, por un impulso agresivo fundamental, de variada raigambre, que busca su realizacin a travs de una plenitud lograda en las instituciones. Pero, sin lugar a dudas, la actividad que gest la imagen del paisa, por hombre de la cultura antioquea, fue el comercio.
Esta condicin ha llevado a que en la tradicin popular se le identique como judo. En n de cuentas, un audaz hombre de empresa, un forjador de riqueza. El dinero jerarquiza en la escala social. Por ello dice Gutirrez de Pineda que cuando de ubicar a un individuo y a su familia se trata, conscientemente el informador de este complejo cultural hace referencia inmediata al capital del personaje o del grupo consanguneo: tanto tiene, tanto vale, es su equivalencia. Y contina la autora armando: La nalidad econmica de la cultura que la socializacin moldea orienta la educacin. Sabidura que no da plata, es msica que no suena. Aqu el profesionalismo no encarna forzosamente un valor de ascenso en la dinmica social. Un profesional sin plata vale menos que cualquier individuo sin educacin alguna pero creador de riqueza. Para reforzar el peso de lo econmico una frase lapidaria: Lo nico que no es permitido en este juego es el perder, lo dems, es legtimo, y mide la capacidad creativa del individuo, su versatilidad, su poder de adaptacin, sus fuerzas. Para el hombre salir del hogar es el primer reto trascendental, rompe el cordn umbilical hogareo, es su rito de paso, su bautismo cultural, el logro de la edad adulta. Y la riqueza que empiece a acumular ser para el gasto, por el poder que conlleva. Con pocas excepciones, dice Virginia Gutirrez de Pineda, el individuo de Antioquia piensa en funcin de las satisfacciones de diversa ndole que la riqueza adquiere y con tal premisa satura su existencia y la de los suyos de todas las satisfacciones que pueda brindar. Y la riqueza adquiere su pleno funcionalismo en la familia (nuclear y extensa): La unidad hogarea es la que en ltima instancia condensa y cristaliza todo el esfuerzo creador del padre, traduce todo su poder, centrofocaliza su extraversin, de modo que sta es la razn que 90
estimula el que todas sus necesidades vitales sean cubiertas condicionndose el enriquecimiento a la satisfaccin de dichas necesidades. El por qu y el para qu trabaja cada hombre en Antioquia, halla representacin en la clula familiar. Por esto individual y recprocamente lo que ella representa, est de acuerdo con lo que l vale, porque el individuo y sus conquistas constituyen una unidad con un grupo consanguneo, jams por s solas, separadas del mismo, pues si deja atrs a los suyos se ha quedado rezagado socialmente. En otra parte (Henao, 1993:61-62) concluamos, luego de recorrer una extensa literatura sobre las imgenes culturales del hombre y la mujer antioqueos, que la familia, como dispositivo social y econmico del cambio en la vida antioquea, aparece con la colonizacin, sin que se haya detenido del todo. En esa familia, el varn se hace a plenitud con las imgenes culturales que han recorrido la literatura oral y escrita. Son emblemas el aserrador, el arriero, el guaquero, el nquero, el minero, el culebrero, el agiotista. En n, el negociante. En todas estas imgenes el hombre en genrico, y el padre en especco, es un individuo para quien la cultura ha congurado un contorno hogareo en donde es presuntamente la gura mayor, a causa del peso que tienen sus actividades extrahogareas, en particular las econmicas o productivas. En sntesis, se concibe al padre como proveedor.
En tiempos de crisis la lucha intergeneracional se hace ms evidente y la redenicin de los roles empieza a tomar fuerza. Mientras el mundo parental se anca en las instituciones y las normas con las que se resuelve todo y se ejerce el mando en sentido vertical, el mundo lial apuesta a la duda, mueve el andamiaje, ensaya, renueva, replica y vuelve y ensaya. Tampoco se queda atrs la pugna de gnero. Ya desde mediados de la dcada de los 80 se registraba un cambio en el comportamiento de hombres y mujeres separados: por un hombre, tres mujeres, siendo stas las que en muchas ocasiones llevaban la iniciativa de la separacin. La situacin de prdida de peso del hombre podra verse en estadsticas del Dane en 1985 y Planeacin Metropolitana en 1991, por poblacin de mujeres en estado civil viudas y por consiguiente jefas de hogar: en 1985 representaban el 7.41%, y en 1991 el 32.83%. La crisis social del varn se vea pattica en familia, con un tercio de las mujeres casadas y obligadas a asumir la jefatura familiar. Por otro lado, las estadsticas de Planeacin Metropolitana de los aos 80 hablan de un madresolterismo en Medelln del orden del 30%. Y los datos de la misma entidad mostraban para 1991 una poblacin de hombres solteros del 10.89%, mientras que las mujeres en similar estado ascendan al 24.72%, lo cual podra interpretarse que por cada hombre soltero hay dos mujeres en similar situacin, poco tentadas, quizs, de acogerse a una unin con varones inestables. Y otro dato estadstico que muestra la dinmica de gnero, en favor de las mujeres frente a los hombres, la proveen las entidades de estadsticas arriba mencionadas respecto a separados y divorciados: en Medelln, 1991, era de 1.32% hombres y 13.53% mujeres. Vivimos en tiempos en los cuales la identidad del hombre en cuanto gnero est en crisis. La misma Badinter (1993:303-304) lo plantea: Cuando los hombres tomaron conciencia de esa desventaja natural, crearon un paliativo cultural de gran envergadura: el sistema patriarcal. Hoy, forzados a decirle adis al patriarca, deben inventar un nuevo padre y, por lo tanto, una nueva virilidad.
Descubriendo el gnero
La hora, para el hombre, es de descubrimiento de su otra dimensin: la sociocultural del sexo, o sea el gnero. En palabras de Marta Lamas (1995:61) las distintas anatomas de los cuerpos femenino y masculino ya no bastan como referencias para registrar las diferencias entre los hombres y la mujeres, ni para explicar sus procesos identicatorios. Por su parte, Laura Guzmn Stein (1994:515-516) dice: El gnero es una construccin cultural de lo que entendemos por femenino y masculino y por 92
ello hace referencia a los aspectos no biolgicos del sexo. Es una categora de anlisis desarrollada para el estudio de las relaciones entre mujeres y hombres y la comprensin de los factores estructurantes que inuyen en subordinacin y discriminacin femenina, el gnero explica la dicotoma que presentan los sexos como opuestos, as como aquellas formas de comportamiento, representaciones y valoraciones que la cultura identica como femeninas o masculinas, de acuerdo a la asignacin de roles distintos para cada uno de los sexos. Se trata de diferenciar el sexo del gnero. Existen potencias de uno y otro gnero en cada sexo. La cultura nos ensea que los modelos o los paradigmas slo sirven como referentes ideogrcos, mas no como realidades cotidianas. Vivimos tiempos en los que conviene hablar de las maneras de ser hombre o mujer, de asumir los masculino y lo femenino en las condiciones del entorno cultural y la vida corriente. La variabilidad del discurrir del sexo surge precisamente por sobre la determinacin del gnero. Hombres y mujeres estamos compelidos a asumir nuevos roles en los espacios privados y pblicos. Lo domstico no slo existe en casa, hay domesticidad en los espacios pblicos en donde vivimos rutinas de estudio y trabajo, el hombre tambin es de rutinas y de mundos privados. Por su parte las mujeres son hoy tan habitantes de lo pblico como los hombres, y por ello no han abandonado ni perdido sus valores de sexo y gnero.
mnima expresin, en las imgenes infantiles, las labores domsticas o una que acercara mucho al padre con sus hijos: contar o leer cuentos. Tambin es irrelevante la vida religiosa del padre con sus hijos. En el rango de otras actividades aparecen compras, vueltas, mimos, cantar y fabricar juguetes.
Tabla N 1. Actividades realizadas por el padre cuando la persona encuestada es nio o nia Actividad Jugar Contar, leer cuentos Recreacin Trabajar, estudiar Dialogar Pasear Deportes Visita familiar Religin Domsticas Otras Ninguna Nio 33 3 40 37 15 41 5 2 1 2 36 24 Nia 43 5 41 28 19 34 0 1 3 1 38 38
La tabla N 2 interroga por las actividades realizadas por el padre cuando la persona encuestada era joven. En este caso las frecuencias mayores en los hombres estn en la recreacin, el trabajo, el estudio y las labores domsticas, 30, 31 y 30. En mujeres, las mayores frecuencias estn en dilogo, labores domsticas, trabajo, estudio y recreacin, 33, 31, 29 y 27. La diferencia en dilogo de hombres y mujeres es marcada: 33 casos en mujeres contra 18 en hombres. La actividad de jugar pierde total importancia al igual que la actividad de pasear; y de vida religiosa poco o nada se habla. En este caso las actividades domsticas toman fuerza en ambos casos; y hay actividades que son nulas, como las visitas a la familia. En el rango de otras actividades, encontramos: hacer vueltas, ir de compras, jugar cartas y cuidar la familia. Podra percibirse un cambio de ptica generacional frente al padre, en tanto para los jvenes ste aparece realizando labores domsticas, de lo cual estaba prcticamente ausente en la infancia (frecuencias de 2 y 1 para nios y nias contra frecuencias de 30 y 31 para jvenes hombres y mujeres. 94
Tabla N 2. Actividades realizadas por el padre cuando la persona encuestada era joven Actividad Jugar Contar, leer cuentos Recreacin Trabajar, estudiar Dialogar Pasear Deportes Visita familiar Religin Domsticas Otras Ninguna Joven hombre 4 26 31 30 18 9 Joven mujer 2 20 27 29 33 6 5
1 30 31
31 32
La tabla N 3 consigna las tareas que la persona entrevistada preferira realizar en casa si fuera padre de familia. Se destacan en el caso de los hombres y las mujeres los ocios domsticos, 81 y 85, muy por encima de la labor de crianza de los hijos 37 y 45, de las labores de reparacin que en algunos casos podran agregarse a los ocios y aumentara signicativamente ese rango; y de las de recreacin y dilogo con los hijos, 17, 12 y 10 y 13 respectivamente. Una actividad que se destaca singularmente es la de cocinar: 36 casos en hombres y 18 en mujeres; y las de jardinera: 17 hombres y 7 mujeres. Poca relevancia tienen labores como estudiar con los hijos: 8 y 8. Y aparecen an actividades que no parecen estar ligadas con la vida hogarea, como el descanso: 7 y 5 para hombres y mujeres; la lectura: 1 y 2; y el trabajo: 2 y 2. En el rango de otras tareas aparecen ver televisin, pasear y mercar. La tabla N 4 recoge la informacin relativa a los defectos del padre cuando la persona entrevistada era nio o nia. Es la valoracin negativa, que destaca por encima de todo la irresponsabilidad: 75 nios y 72 nias. Se ubica por encima del maltrato: 42 y 54; y de la condicin de vicioso: 56 y 38. Se observa el mayor peso que tiene el vicio para nios y el maltrato para nias. En un rango muy inferior se ubican los defectos de mujeriego: 10 y 16; deshonesto: 20 y 13; alcohlico: 20 y 19; y poco carioso o afectuoso: 11 y 15. En rango inferior estn los defectos por ser adicto: 7 y 9; injusto o incomprensivo: 4 y 4; y de mal carcter o mal genio: 3 y 3. Llama la atencin que no se menciona casi la condicin de machista o autoritario: 1 y 3. Otros defectos en la condicin del padre para tener en cuenta son: ladrn, egocntrico, mal educador, inel, avaro, tirano, desaseado, inmaduro, egosta, promiscuo, ordinario, celoso. 95
Tabla N 3. Tareas que la persona encuestada preferira realizar en casa si fuera padre de familia Actividad Ocios domsticos Cocinar Jardinera Reparaciones Crianza de los hijos Estudiar con hijos Recreacin Dilogo con hijos De descanso Artsticas De trabajo Leer Ejemplo moral Otras Ninguna, o no responde Hombres 81 36 17 24 37 8 17 10 7 0 2 4 0 26 2 Mujeres 85 18 7 20 45 8 12 13 5 2 2 1 1 31 8
Tabla N 4. Defectos del padre cuando la persona entrevistada era nio o nia Actividad Vicioso Irresponsable Maltrato Mujeriego, inel Adicto Deshonesto Poco carioso, poco afectuoso Alcohlico Mal carcter, mal genio Indelicado Injusto, incomprensivo Machista, autoritario Irrespetuoso Otras Ninguna, o no recuerda Nio 56 75 42 10 7 20 11 20 3 1 4 1 0 46 5 Nia 38 72 54 16 9 13 15 19 3 1 4 3 2 50 108
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La quinta tabla muestra las cualidades que debe tener un buen padre hoy, para hombres y mujeres. Se destaca la responsabilidad muy por encima de otras cualidades: 58 hombres y 63 mujeres; le sigue en importancia su condicin de ser carioso: 45 y 49; que si se agrega a la de amoroso: 28 y 29, daran cuenta de una gran demanda actual para los padres en trminos de la expresin de los afectos en familia, algo de lo cual se careca en la imagen del viejo patriarca, a quien ante todo, se le calicaba por su responsabilidad. Y en orden descendente hay otras cualidades importantes para el buen padre de hoy: ser dialogante: 32 hombres y 22 mujeres; ser honesto: 17 y 12; colaborador y dispuesto a compartir: 20 y 18; comprensivo: 18 y 27; dar buen ejemplo: 9 y 11; conciliador: 7 y 7; amigo: 4 y 7. Adems hay una cualidad que poco se menciona directamente hoy: proveedor: 2 hombres y ninguna mujer. En el menor rango aparecen otras cualidades, como la de el, sabio, trabajador, aunque sta podra ligarse con la de responsable y buen educador. En el rango de otras cualidades aparecen las siguientes: juicioso, ordenado, recto, comunicador y modelo de identicacin.
Tabla N 5. Cualidades de un buen padre hoy, para hombres y mujeres Actividad Amoroso Responsable Buen ejemplo Honesto Conciliador Carioso Dialogante Respetuoso Colaborador, dispuesto a compartir Comprensivo Amigo Proveedor Fiel Sabio Trabajador Buen educador Otros Hombres 28 58 9 17 7 45 32 18 20 18 4 2 5 3 2 5 38 Mujeres 29 63 11 12 7 49 22 24 18 27 7 0 6 1 2 0 42
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En el rango de otras cualidades aparecen las siguientes: juicioso, ordenado, recto, comunicador y modelo de identicacin. Las tareas que como padre de familia realizara la persona encuestada hoy, dependiendo de su ocupacin actual, muestran un panorama interesante. En la mayora de los casos se resaltan las labores domsticas y de mantenimiento en el hogar. En un rango menor se ubican las de ensear o hacer tareas, cocinar, ayudar y disfrutar con los nios y el dilogo en familia. En la tabla N 6 los empleados de las labores domsticas y de mantenimiento tienen una frecuencia de 53; en estudiantes de 68, siendo una poblacin importante en esta muestra; en las amas de casa, categora que incorpora la poblacin encuestada, 31 casos; y en trabajadores independientes, 19 casos. Otro grupo importante, no gracado, es el de educadores, que registra 21 casos. Para la actividad de realizar tareas o ensear es la poblacin estudiantil la que mayor demanda le hace a la imagen paterna, con 50 casos, muy por encima de las otras ocupaciones: 7 en empleados, 8 en educadores, 3 en amas de casa y 2 en trabajadores independientes.
Tabla N 6. Tareas como padre de familia que realizara la persona encuestada segn su ocupacin actual
Tareas
Actividades recreativas y deportivas Ayudar a disfrutar nios Ensear a hacer tareas Ninguna No responde Labores domsticas mantenimiento
Arreglo jardn
Ver televisin
Ocupacin
Dilogo en familia
Descansar
Sociales
Empleado Educador Estudiante Desempleado Ama de casa Independiente Comerciante Agropecuario Jubilado
14 2 19 2 2 4 1
7 8 50 2 3 2 3
53 21 68 1 31 19 9 2 3
3 11 15 1 1 2 1
13 9 10
22 13 13
1 1 2
1 2 8
1 3 2 1
0 1
1 1
5 12 3 2
8 10 4
0 0
1 1
1 3 2
0 2
2 2 2
0 1
0 1
1 1
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Trabajar
Cocinar
Pasear
Leer
1 0
La tarea de cocinar es muy destacada en los empleados, con 13 casos, los trabajadores independientes con 12 y en estudiantes con 10. Slo 5 amas de casa llaman a la cocina al varn. Pero a ayudar y a disfrutar con nios y nias, el llamado es a 22 en empleados, 13 en estudiantes y educadores, y 10 en independientes. Aqu tambin las amas de casa llaman a esa tarea en 8 ocasiones. Slo estudiantes y educadores destacan las actividades recreativas y deportivas, 15 y 11 casos respectivamente. Y el dilogo en familia es muy importante para 19 estudiantes y 14 empleados.
incluso la enriquezca. Es posible adems que la sensibilidad femenina d rienda suelta a potencias ocultas, y que el encuentro de los gneros acompae a los sexos para hacer una vida ms rica, ms plena, en benecio de las generaciones nacientes (Henao, 1995b:7). Podramos parafrasear a Luis Carlos Restrepo (1994:24) para decir que como somos (los hombres) algo ms que el cascarn de identidad masculina que nos ha impuesto la cultura, percibimos los remezones que sacuden a la familia, nos lanzamos a las lgicas de lo sensible, y podemos encontrar un discurso, unos papeles y unas cualidades que se llenen de ternura y de vitalidad emotiva.
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Captulo II EL CONFLICTO ARMADO Y LAS VIOLENCIAS Su comprensin en el compromiso con la paz y la convivencia
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Vivido, deseado, posible A propsito de los conictos y el futuro en una regin de localidades
De dnde venimos?
Desde 1984 iniciamos una tarea de investigacin regional en el Oriente Antioqueo, subregin del departamento de Antioquia que tiene como centro de desarrollo la ciudad de Rionegro, que comprende 26 localidades. En distintos proyectos de investigacin hemos trabajado en 17 de ellas, centrando nuestra preocupacin en el tema de la identidad cultural y el sentido de pertenencia de los pobladores con sus localidades y la regin (Colcultura, Ican y Faes, 1986). A medida que nos acercamos a los protagonistas de la vida local, hemos descubierto muchos procesos que cada vez se hacen menos silentes y annimos, por su impacto en contextos mayores, dado el agravamiento de las tensiones y los conictos sociales y polticos que ha vivido el pas en el ltimo lustro. Vamos a recoger en este ensayo algunos casos de la vida local que ilustran la presencia de conictos y la crisis de futuro, y trataremos de hacer algunas inferencias globales sobre la regin bajo los parmetros de su existencia cultural y poltica.
Tomado de Serie de Ensayos N 6. Instituto de Estudios Regionales Iner Universidad de Antioquia. Medelln, marzo de 1990.
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Mara Crdova, la zona franca y es centro del nudo vial regional, pero adems, es paso obligado de la autopista Medelln-Bogot. Rionegro es cuna del modelo rionegrero de la colonizacin hacia el sur (Sonsn, Aguadas, Salamina, Manizales), y sede de las deliberaciones que llevaron a los constitucionalitas decimonnicos a redactar la Constitucin de 1863; orgullos ambos que se reiteran cotidianamente en la memoria colectiva. Tambin se expidi en Rionegro la Primera Constitucin de Antioquia, el 21 de marzo de 1812 (Lpez, 1967:223-227 y Henao, 1989d). En los aos 60, en tiempos de hegemona de las lites tradicionales, nace una generacin poltica de extraccin campesina que empieza a romper los dominios aristocrticos y se va adueando del escenario social y poltico. En los aos 70 aparecen los lderes cvicos que pretenden revivir el modelo aristocrtico, y que en efecto impulsan obras de envergadura (en los 60 la industrializacin, en los 70 el aeropuerto y la autopista, en los 80 la zona franca y el segundo piso de Medelln). En los aos 80 aparecen las corrientes cvico-populares1. La estructura social rionegrera es compleja, prcticamente no puede hablarse de integracin en nada, porque no existe tampoco un proyecto comn. La complejidad social se encuentra a cada paso. Pierden peso los campesinos tradicionales, y aparecen nuevos ocios: mayordomos, jardineros, venteros de comestibles, conductores, guas tursticos. Algunos ncleos campesinos an siguen regidos por las acciones comunales, aunque en stas tienen mucho peso las urbanas. La movilizacin ciudadana en dcada de los 80 dej rastro. Fueron famosos los paros regionales de 1982 y 1983, pro defensa del pueblo, ligados con los paros regionales que defendan asuntos como la autonoma (Sonsn), la poblacin (El Peol y Guatap), y en general, los usuarios de energa del Oriente. Tambin los ciudadanos se han agrupado en sindicatos ligados principalmente a las textileras (Pepalfa, Textiles Crdova, Riotex, Textiles Rionegro) y aunque en un comienzo fueron la Utran-UTC las federaciones aglutinantes apareci luego la Fedeta-Cstc, y desde 1987 la CUT, uniendo al 98% de los sindicatos. La ilustre ciudad liberal es, adems, centro orgulloso de tradicin religiosa hacia Nuestra Seora del Rosario de Arma, a quien el Concejo Municipal de 1960 nombra presidenta y alcaldesa perpetua de Rionegro. Un nuevo honor se le concede en 1968: la Orden de San Nicols el Magno, por su labor en benecio de la ciudad. Rionegro logra exorcizar el mal que lo haba atacado por dcadas, cuando en 1958 se consagra a Nuestra Seora. Desde entonces progreso, crecimiento y
1. El comportamiento electoral en Rionegro muestra lo siguiente: Para Asamblea Departamental: 1962: 489 conservadores, 2.940 liberales, relacin de 1 a 6; 1986: 2.656 conservadores, 8.675 liberales, relacin de 1 a 4. Para presidente: 1978: Belisario Betancur 2.365, Julio Csar Turbay 5.602; 1982: Belisario Betancur 4.329, Alfonso Lpez 8.100; 1986: lvaro Gmez 530, Virgilio Barco 12.995.
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desarrollo han sido permanentes, en un ambiente que Lpez Lozano (1967:5) dibuja as: Rionegro ha sido siempre tierra de libertad y de tolerancia. Siendo una ciudad casi integralmente liberal, all han vivido y prosperado, sin embargo, en el mayor ambiente de tranquilidad, elementos conservadores distinguidos que nunca sufrieron la menor persecucin por razones polticas como les ocurra a muchas minoras liberales en algunas regiones conservadoras. Raro ejemplo de tolerancia ste, que slo pudo presentarse en Rionegro, an en pocas de tremenda agitacin partidista, y cuando ella vea correr por sus calles la sangre de sus hijos perseguidos por el sectarismo poltico. Existe el rastro de la confrontacin poltica partidista, y todava se hace eco al contrapunto Marinilla-Rionegro. Se recuerda el incendio de Rionegro promovido por bellanitas conservadores y adjudicado a los marinillos en muchas narraciones populares. Existe el enfrentamiento con las lites que mantienen sus propiedades en la ciudad y la regin, y se radicaliza el enfrentamiento partidario, pero no puede armarse que all se tiene un escenario de la guerra. Los efectos del narcotrco en, por ejemplo, la compra de propiedades para el descanso, es un hecho reconocido por todos mas no conrmado ocialmente. La invasin sabatina y dominical de gentes extraas que afectan el bucolismo proclamado por rionegreros raizales, tambin es una realidad que deja las huellas propias del alcoholismo, la drogadiccin, la delincuencia comn y la prostitucin. Sin duda, Rionegro est sometida a los avatares propios del crecimiento de un polo alrededor del que empieza a girar la expansin metropolitana de Medelln en el siglo XXI. Los jvenes lo saben y lo dicen. Su opinin sobre el efecto de los cambios es contradictoria: de aceptacin en unos y de rechazo en otros. Con todo, la inevitabilidad de las transformaciones no los angustia tanto como a otros grupos generacionales (adultos ancianos) (Cenics, 1987:171-178). Y las palabras de un testigo excepcional pueden servir de conclusin adecuada: Rionegro, como suspendido en la eternidad del tiempo, fue siempre el mismo en su conguracin fsica durante siglos hasta los aos 60 del siglo XX, cuando su era empieza a partirse en dos, hasta el punto en que en slo 25 aos el casco de la antigua ciudad se encuentra rodeado de numerosos barrios nuevos, ncleos educacionales, industriales y comerciales, con todas las comodidades e incomodidades que conlleva la poca actual y augurndose que esto es slo el comienzo de un inusitado progreso que lo llevar a ocupar, con toda razn, el ttulo que ya le est asignado: Rionegro, capital del Oriente Antioqueo (Gallego, 1987).
con la existencia de un contrapunto campo-cabecera. Los lazos pueblerinos solidarios (e insolidarios, en este caso) se hacen diferentes a los que se establecen con el campesino y el citadino. Existe un pasado histrico que se vuelve posibilidad para construir futuro. Desde la cabecera se dirigen los destinos econmicos, polticos y culturales de toda la poblacin. Hay grados de estraticacin socioeconmica; se supera la sociedad parental y domstica y se cambia por otra civil con polaridades polticas generacionales y de diversos sectores sociales. En un pueblo como este, ribereo, calentano, tropical, con 26.616 habitantes, de los cuales el 34% viven en la cabecera y el 66% en el resto, se vivi con dramatismo la construccin de los embalses de Punchin y Las Playas (que dan origen a las centrales de Playas y San Carlos, y representan 1300.000 kilovatios de energa). Las prcticas agrcolas (caf y caa), ganaderas y forestales se vieron afectadas por la incorporacin de campesinos y pueblerinos a las obras y por la presencia masiva de extraos durante ms de una dcada. Aqu la intolerancia ideolgica y poltica de la violencia de los aos 50 se revivi en el momento en que surgieron las movilizaciones de los pobladores del comn liderados por jvenes bachilleres y profesionales, en defensa de niveles mnimos de calidad de vida, a principios de los 80. Un doloroso bao de sangre abort la propuesta cvico-popular impulsada por las jvenes generaciones (Henao, 1989d:17). Desde su fundacin en 1786, sin embargo, ha existido en San Carlos polaridad, confrontacin e intolerancia social. Se liga su nacimiento al mito fundacional de Doa Mara del Pardo, quien incendi por el siglo XVI una ciudad llamada Santa gueda o Santa Mara de la gueda, ubicada en ese territorio. En la fundacin, ordenada por el Oidor Mon y Velarde con gentes provenientes de Marinilla, se present una seria diferencia entre los pobladores iniciales, asociada al parecer con el reparto de tierras y el control de las estructuras locales de poder. Los descontentos abandonaron el poblado y se ubicaron en un lugar que primero se llam Canoas (lugar que serva de cruce de los caminos del Nare Islitas y Remolinos), y luego Jordn. En el perodo republicano Jordn se adscribe al partido liberal y se identica ms con el pas rionegrero (Cenics, 1987:86-94). Los sancarlitanos participaron en las confrontaciones entre Rionegro y Marinilla, al punto que tuvieron participacin en la Batalla del Cascajo, donde muri el caudillo liberal Pascual Bravo, lo que permiti el acceso a la presidencia del Estado Soberano de Antioquia al conservador Pedro Justo Berro (1864). El partido conservador ha sido para los sancarlitanos, como para los marinillos, principio de identidad local y de cohesin social. El paramilitarismo ha tenido presencia local de tiempo atrs. Lo tuvo para controlar las avanzadas liberales en Jordn, Saman, Narices o Juanes. Tambin 107
las fuerzas militares han ejercido su mando fuerte en la zona, especialmente en Saman, Puerto Velo (inundado por la represa de Punchin), y ms lejos en el hoy municipio de Puerto Triunfo, contencin conservadora desde los aos 50 de las guerrillas liberales que se ubicaron en el Magdalena Medio. Son los macroproyectos estatales los que reviven el pueblo y reactivan la confrontacin, a nes de los 70 y comienzos de los 80. La mayora de la poblacin, desprevenida, con slo algunos lderes y gamonales tradicionales conocedores del proceso que avanza y las implicaciones que tiene, se siente vapuleada. La inconformidad se torna movimiento y paro cvico, articulndose desde el 78 a las movilizaciones regionales. Surgen agrupamientos alternativos (Movimiento de Accin Sancarlitana, que luego se llamar Unin Cvica Municipal) que desplazan en el concejo la representacin tradicional en los aos 84 y 88 2. La respuesta a las denuncias y al intento por consolidar una nueva propuesta de accin por el municipio, es la muerte de la dirigencia de los grupos nuevos hasta su casi extincin total. La lite tradicional est muy comprometida con el sacricio de vidas jvenes, muchas personas se ven obligadas a emigrar y refugiarse en distintas partes del territorio nacional. Aunque hasta all llegan los sicarios encargados de hacer el ajuste de cuentas. La dominacin tradicional se mantiene, en buena medida por el atemorizamiento de los pobladores. Las fuerzas conservadoras son hegemnicas y viven incluso enfrascadas en una lucha fratricida intrapartidaria, que acta en contrava de las directrices regionales. El partido liberal, por el contrario, se mueve bajo los parmetros que se imponen desde Medelln (cenics, 1987:105-110). Pese a la lgica de la exclusin, con la que se vive la poltica en San Carlos, la localidad avanza. Interconexin Elctrica S.A. ISA se ve obligada a negociar con la poblacin y a conceder una serie de obras civiles de benecio colectivo. Una nueva movilizacin ciudadana busca rumbos para un pueblo abandonado y empobrecido despus del auge de las construcciones, que busca afanosamente en la agricultura, en el turismo, en la ganadera, e incluso en la minera, reencontrar su optimismo. Sectores eclesisticos, magisteriales, campesinos, culturales y juveniles se aglutinan alrededor de una propuesta cvico-cultural que pretende conectar la localidad a la regin y la nacin, reconociendo la ruptura de usos y costumbres respecto a la tierra, la propiedad, las relaciones familiares y polticas, la moral, la religin e incluso la esperanza de vida. Los mismos pobladores estn creando los
2. Villeguistas: concejales en 1988 con 2.079 votos; Progresistas (antigua Anapo): 3 concejales con 423 votos. Casi no hay liberales. Progresistas de Jordn: 356 votos; el resto para elegir 1 liberal guerrista y otro del sector democrtico. Los liberales dependen de Medelln. (cenics, 1987:102).
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mecanismos para avanzar hacia el futuro: Han elaborado una idea de nacin en la que ellos son importantes. Claman porque se les d instrumentos para ayudar a completar el rompecabezas de la nacin que se llama Colombia. Es la misma comunidad quien congura elementos de identidad que pertenecen a todos los sancarlitanos (cenics, 1987:105-110).
po, de los espacios econmicos y sociopolticos regionales y nacionales (Ceinics, 1987), aislado por carencia de vas, por desconexin con los circuitos econmicos y poltico-administrativos. Pero no es un territorio vaco. Viven all ms de tres generaciones de pobladores dispersos en la inmensidad del campo, que no encuentran un eje aglutinante (poblado) que los represente. All alguien puede hacerse invisible, negarse y jams haber vivido la institucionalidad pblica (si acaso la privada, la domstico-vecinal); y eventualmente se instauran otras institucionalidades (la del indgena, la del negro, la del paramilitar, la del guerrillero). De San Francisco hace ms de cinco aos se fue la polica, no hay crcel y tampoco haba, un concejo encargado de regir los destinos colegiados del municipio porque la disputa por unas llaves inmoviliz a sus miembros. En San Francisco se concreta el poder sacralizado, en cabeza del prroco. Los pobladores obedecen, acatan, reverencian, veneran y suplican su proteccin contra el mal. Es el facttum, es el mito fundacional viviente: con l empieza la historia y la historia se confunde con l. Es el representante de Dios en la tierra y de los poderes pblicos y las instituciones estatales, es la institucionalidad y la municipalizacin (Iner, 1989:704-709). A tal punto llega la preeminencia del cura prroco que incluso el partido conservador, hegemnico en la localidad, se torna no-institucional, es frgil; y para sobrevivir debe someterse a las directrices parroquiales. Por otro lado, la parainstitucionalidad campea. Las Farc y el ELN deambulan por el territorio sin incidir sobre los pobladores. Hay justicia privada y resistencia autodefensiva. Hay grupos invisibles, como los indgenas y los campesino-indgenas que por centenares de aos han poblado el territorio (pobladores originarios unos y migrantes de El Peol otros) sin haber sido reconocidos por los censos ni las autoridades, bien porque ellos mismos se ocultaron de la presencia aculturadora y etnocida de espaoles y mestizos, o bien porque en su proceso de contacto con el blanco terminaron por olvidarse de su sustrato tnico. Pervive la endogamia, se mantienen las actividades colectivas (las campaas). Y en el registro demogrco y parental se conservan muchos apellidos que evidencian el sustrato indgena: Nav, Buritic, Quintero, Guarn, Quincha, Suaza, Ciro, Pamplona, Daza. La brujera es un mecanismo de control social de conictos internos. El cura es, como ensea la Antropologa, curer and healer en la enseanza de David Mandelbaum (Iner, 1989:693-697). El municipio es constituido como tal apenas en 1986, el nmero 123 de Antioquia, hermano de San Juan de Urab, el municipio liberal que lo acompa en el acto aprobatorio por parte de la Asamblea Departamental. Se contabilizan 13.748 habitantes en toda la localidad, de los cuales slo 2.400 viven en la cabecera. Surge como desprendimiento de Cocorn, localidad vecina poseedora de un 110
vasto territorio que era incapaz de atender por motivos econmicos, polticos y administrativos, porque tiene buena parte del territorio dentro de lo que llamamos territorio vasto. La municipalizacin tiene virtudes para los pobladores de San Francisco. Signica la ampliacin de los referentes vividos y pensados de toda la colectividad y coadyuva en la formacin y denicin de la identidad local. Es la consecuencia de la delimitacin territorial, en la que de todos modos no se respetan los linderos culturales tradicionales (que debieron incluir a Pailania, La Florida e incluso Agualinda, tierras de Cocorn). La alcalda, el concejo, las secretaras de desarrollo y agricultura, el Sena, el Icbf, Cornare, y el Servicio Seccional de Salud son las organizaciones que llevan la presencia del Estado. La gente concluye: desde que esto se volvi municipio es que hemos progresado. Aqu los maestros y los jvenes son una tmida corriente renovadora, sujetos a la directriz del cura prroco, pero cada vez ms ansiosos de marcarle derroteros a la localidad. La ausencia de canales de salida saca a la juventud de San Francisco, los lleva a Medelln o a la caliente, donde estn las explotadoras de cemento, oro, petrleo, e incluso, la oferta de las cocinas de coca. En los maestros, se encuentra un grupo de inmigrantes que estn intentando sembrar races all, pero deben someterse a los ritmos del poblador local; y otros, como es comn en muchas localidades antioqueas, que trabajan la semana cumpliendo la jornada estricta pero esperan ansiosos la llegada del viernes en la tarde, cuando pueden salir presurosos hacia la capital (donde los espera su casa y su vida); quedan los que son de all y llegaron a maestros como un medio de sobresalir en la escena, pero deben someterse al tejido local de las redes de poder y a los estilos de vida que no soportan autonomas ni diferencias. En San Francisco prevalece la rutina sobre la novedad y el asombro. No son claros el Estado de derecho ni los parmetros que permitan hablar de una sociedad civil en la localidad. Es un poblado parroquial que ha delegado en una gura trascendental (o trascendida) el encargo de construir el territorio, es uno de dos poblados (el otro es Aquitania) ubicado en un territorio vasto, reducto de una poblacin desarticulada que desciende hacia la frontera para defenderse de la amenaza de destruccin. Desde all, la construccin es una empresa que apenas comienza, en donde la voluntad divina no parece estar plenamente correspondida por la voluntad humana (Iner, 1989:697).
renciacin interna tan grande, que unirlos alrededor de un proyecto regional comn es un reto, pero, quizs ms, es una utopa. Las tres localidades que hemos dibujado a grandes trazos son ejemplo de la heterogeneidad y el reto que puede ser para un constructor de futuros hacer regin de localidades y nacin de regiones. Enfrentarse a la regin sujeto, aquella que es vivida y pensada (en proyectos poltico-culturales), pone a los mismos protagonistas de la vida privada y pblica a encontrar asideros para construir su regin. Decamos que las lites rionegreras (y antioqueas) de los aos 60 y 70 propusieron una regin (la de las grandes obras que hoy se han concretado) pero no calcularon la fragmentacin espacial, la descomposicin social y cultural y el derrumbe poltico a que veran sometido su territorio un cuarto de siglo despus. El proyecto poltico ciudadano de los movimientos cvicos, de eventual proyeccin regional, hizo hincapi en el localismo, precisamente por las peculiaridades del ordenamiento en cada lugar, pero no contempl cabalmente la capacidad de resistencia incluyendo la aniquilacin del contrario al cambio que pusiera en piso inseguro las viejas hegemonas. En la mira de muchos de estos lderes aparece otra fantasa: la comunitariedad de los compaeros de lucha. En otros lugares hemos confrontado la nocin de comunidad por su carcter nocivo para entender la sociedad y proponer alternativas de salida a los conictos (Iner: 1979). La condicin por excelencia del ciudadano es la diferencia, no la semejanza nos lo ense la Revolucin Francesa). Con la nocin de comunidad negamos las diferencias y le abrimos una compuerta a la intolerancia, el concepto de comunidad se generaliz, legitim e interioriz socialmente, llegando a hacer parte del lenguaje de la vida cotidiana, como palabra mgica de polticos, acadmicos, investigadores, planicadores, funcionarios pblicos y privados, sacerdotes, campesinos, obreros, amas de casa. Sin embargo, la comunidad en cuanto poblacin radicada o vinculada a una localidad o regin est compuesta por mltiples y diversas fuerzas sociales, con intereses contradictorios, con frecuencia enfrentados, en conicto abierto y que por lo tanto difcilmente se pueden convocar y unir en torno a unos objetivos comunes. Existe una meta y un camino trazado: construir comunidad sobre la base de su homogeneizacin, del rescate de valores, intereses y formas de pensamiento comunes. Se plantean mtodos, procedimientos y tcnicas para acercarse y trabajar con la comunidad: en el campo de la planeacin se trata de impulsar proyectos nicos, homogeneizantes y hegemonizantes. La preocupacin poltica se centra en promover formas de organizacin que garanticen vida en comunidad basada en la integracin, la cohesin, la armona, en la comunidad de intereses. En estos presupuestos subyace un proyecto poltico homogeneizante: construir comunidad sobre la base de lo comn, de los proyectos nicos. No ser un contrasentido 112
plantear proyectos de esta ndole a colectividades donde se cruzan y relacionan fuerzas y actores sociales con intereses diferentes y a veces antagnicos? Ser real una unidad creada sobre la base de la homogeneizacin de una sociedad que es por esencia heterognea y diversa? (Iner, 1979:3-6).
Cestera o territorialidad
Nuestra reexin nos lleva a proponer la nocin de ciudadana y participacin ciudadana como alternativa a las nociones de comunidad y participacin comunitaria. Con aquellas se trata de reconocer la diferencia, la divergencia, el conicto; se trata de defender la alteridad, la tolerancia, el contrapunto y en denitiva la democracia y la convivencia. Es un camino alternativo para encontrar la sociedad civil y la moral secular que deben corresponderle a las naciones de ciudadanos, por oposicin a las hordas de comuneros que todava se guen por el fetiche y el ttem. Las nociones de concertacin y espacios de concertacin se ligan con las anteriores. La conuencia de puntos de vista distintos para proyectos comunes (no comunitarios, insistimos) exige la existencia de lugares polticos en los que puedan encontrarse los actores y las fuerzas sociales que traen consigo pueblos (y regiones) pensados y posibles. Esos lugares polticos los hemos concebido como escenarios en donde puedan construirse imgenes de futuro. En los ejercicios de participacin ciudadana en los que se han ensayado dinmicas para pensar lo que signica vivir la vida de localidad e imaginar la de regin, es posible proyectar espacios y relaciones hacia el futuro prximo o lejano. Mientras que la desazn y el desgarre interior invaden al interlocutor individual o colectivo cuando se lo enfrenta al pasado reciente y lejano (conicto visto como guerra y de guerra misma), es el optimismo y la esperanza los que perlan las posibilidades del futuro. A pesar del no futuro, que insistentemente encontramos en el discurso circular de jvenes y adultos de las localidades recorridas, tambin percibimos un trasfondo de deseos coartados por derrotas persistentes. La meta de lo posible, sobrepuesta a la de lo deseado puede ensear frutos, cuando se liga con los espacios en donde debe hablarse de concertacin. La experiencia de talleres de trabajo con amplia participacin ciudadana deja enseanzas valiosas para los pobladores y los investigadores. Uno en especial deja ver la capacidad de apropiacin que cada individuo tiene de su entorno: el taller Pueblo vivido, pueblo deseado, pueblo posible. La propuesta de trabajo que se hace consiste, primero, en elaborar un mapa de la localidad (cabecera y ruralidad), que se va llenando de hitos naturales y culturales a partir de la imagen mental que tiene y plantea cada poblador (hemos experimentado tambin el trabajo colectivo y es igualmente creador). Adems del 113
dibujo, hay una narracin que suple las insuciencias del trabajo manual (la educacin colombiana no ensea geografa viva del territorio propio, de los espacios signicados para el poblador cotidiano). El trabajo manual y verbal, con un referente espacial bidimensional (hay quienes logran la tridimensionalidad en el dibujo), recorre primero el espacio fsico, los accidentes geofsicos, la fauna, la ora, los cultivos, los bosques, la vivienda. Enseguida se va poblando la cabecera de calles, parques, iglesias, escuelas, edicios de administracin, unidades de salud, cafeteras, tabernas, zonas, barrios y casas. A medida que el narrador describe los hitos arquitectnicos y naturales, se va sumergiendo en la vida domstica y pblica de su localidad. Va dando cuenta de las redes sociales existentes, de los lazos parentales y las instancias de poder que tienen peso en la vida cotidiana, de los eventos religiosos, deportivos y festivos que comprometen a la poblacin, de los acontecimientos culturales (en referencia a la cultura institucional, ocial y de lites) que logran eco. Se va dando cuenta del grado de apropiacin que tiene de su patria chica. Lo importante, para quienes comparten experiencias como esta, es el debate que inmediatamente surge entre todos por las precisiones requeridas a propsito de cada asunto. La experiencia alcanza ribetes de confrontacin, pero sometida a los parmetros ldicos con que originalmente se propone el taller. De lo vivido se transita a lo deseado. Al encontrar vacos y reiterar necesidades, cada poblador hace el listado de qu le hace falta a l y a los suyos. En la mente de cada quien lo deseado supera siempre a lo posible. De all que se proponga inicialmente el ejercicio para sumar los deseos que cumpliran a cabalidad con el derecho a la mejor calidad de vida para todos. La pauta normal es que el joven desea mucho ms, hasta el sueo y lamentablemente hasta la desesperanza. Es por ello que resulta tan comn la expresin de no futuro con el que se identica a las juventudes de estas tierras. El problema no se vive slo en Medelln, podramos armar que es ms agudo en los municipios antioqueos. El paso a lo posible viene de lgica. Ante las necesidades individuales y sociales (combinacin que se propone en el ejercicio) es obligacin calicar la urgencia de las soluciones y medir objetivamente las limitaciones y los alcances de todos los instrumentos (materiales y sociales) con los que se cuenta para el trabajo de construccin. Tambin dentro de lo posible estn el Estado en sus expresiones municipal, departamental y nacional, las dems instituciones presentes en la localidad que pueden impulsar o entrabar las realizaciones, y los otros el conjunto ciudadano que apoya o confronta ideas y acciones. Cuando hablamos de espacios de concertacin, entendemos agentes individuales o colectivos, representativos de alguna forma de vida local con presencia entre todos los pobladores, que tienen capacidad 114
de convocatoria, que pueden sentar en la mesa de conversaciones y negociaciones a tirios y troyanos. El futuro se hace de posibles. Esta va permite dimensionar con ajuste a lo real concreto cualquier deseo, iniciativa o propuesta. Con el futuro se hace mutis frente a las historias particulares que eventualmente impediran el dilogo, la tolerancia y la accin conjunta. Nuestra experiencia nos pone frente a narraciones trgicas para hablar del ayer, que se vuelven llagas insanables entre protagonistas de conictos de primera, segunda y hasta tercera generacin. Como complemento al taller, encontramos otra fuente nutricia de participacin ciudadana y convergencia en afectos y deseos comunes a travs de foros de la cultura en los que compartimos material fotogrco tomado previamente sobre cada localidad. Impresiona el goce de ver la casa del vecino, la calle principal, el parque de todas las maanas, la tienda de don fulano, la escena de juego de nias en la placa del liceo, la fachada del hospital, la torre de la iglesia, la sonrisa del personaje del pueblo. Aqu se tiene un camino complementario para ver lo nunca visto, las necesidades sentidas pero nunca pensadas. Se tiene tambin ocasin para darle dimensin humana al contradictor permanente, al usurero, al gamonal, al prroco emprendedor, al maestro polemista, al otro. Se logra incluso que desciendan de la torre de marl los intocables que aparecen en todo lugar. Se alcanza a verbalizar el conicto, punto de partida para empezar a resolverlo. Hay dimensiones simblicas del ser que resultan en ocasiones indescifrables, por ejemplo, el sentimiento de arraigo a un terruo y la calidez y conanza que inspiran quienes hicieron parte de la misma generacin de juegos y rias. Ser hijo de la tierra es algo que cuenta mucho, especialmente, cuando se mantiene un nexo permanente con ella y no se tiene la experiencia de otras tierras y ofertas de vida. La infancia tiene una fuerza cultural signicativa a la hora de dar un paso atrs para saltar dos o tres adelante. Lo vivido tambin se piensa en esta dimensin inconsciente diran desde la psicologa para poder soar y lograr lo alcanzable. Aunque parezca extrao, la ternura es una cualidad humana que puede lanzarse como carta marcada en un pker de batallas para ganar la partida, siempre y cuando el escenario sea el que sirvi para crecer y multiplicarse.
ejemplo, el no futuro juvenil, es conciencia de impotencia, es claridad de que tal como andan las cosas, para esa franja generacional no hay alternativa; y cuando se sugieren algunas, como en el caso de San Carlos, el futuro es la muerte. El silencio sepulcral de los lderes regionales de Antioquia frente a la gigantesca ola violenta que ha sometido el territorio y sus gentes en el ltimo lustro, es una muestra ms de la incapacidad de proponer salidas a causa de la ignorancia o el desprecio por interrogarse a profundidad sobre lo que acontece. Las tres localidades tomadas como ejemplo de un mosaico cultural propio de la regin sujeto del suroriente antioqueo (nominacin atrevida frente a la debilidad de los hilos articuladores entre ellas) indican que vamos para lugares distintos, que no hay an elementos integradores que tengan fuerza para atraer hacia una misma propuesta. Queda la conviccin de que la nica posibilidad actual para la regin, en lo poltico y cultural, es la unidad estratgica a partir de la diversidad tctica, o en otros trminos, la identidad en la diversidad. Lo importante, pese a todo, es que quienes han comenzado a darse cuenta de que el camino de la construccin de localidades y regin parte de propuestas poltico-culturales alternativas a las preexistentes, son grupos inquietos de jvenes adultos y adultos jvenes.
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Para muchos estudiosos el contrapunto propio de situaciones de alta tensin social est en las nociones de guerra y paz, lo que implica pensar escenarios y actores que adquieren perles relativamente fciles de discernir e interpelar en vas a la concertacin. Pero cuando la nocin de violencia se hace presente el panorama se ensombrece, por la multiplicidad de caras que adquiere la crisis social. El campanazo inicial lo dieron los estudiosos que consignaron en el libro Colombia: violencia y democracia el ms reciente memorando a la nacin sobre su lenta agona. Un aspecto en particular merece pensarse a manera de invitacin a quienes buscamos entender el fenmeno en sus causas y desarrollo actual, pero a la vez intentamos encontrar caminos para superarlo. Hago referencia a armaciones como la que concluye que vivimos inmersos en la cultura de la violencia y nos corresponde salir de all en busca de una cultura de la paz, o de la tolerancia, o de la democracia, o de la participacin ciudadana. La intencionalidad es positiva en todos los llamados, pero es desacertada la circunscripcin de un hecho social e histrico como el de la violencia a una dimensin universal de toda sociedad humana como es la cultura. El asunto no es de trminos, como podran argir algunos acadmicos; trasciende en la medida en que
* Tomado de: Artesanos por la paz. Seminario interdisciplinar sobre violencia y paz en Colombia. Bogot: Programa por la paz, 1991.
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se le est dando calicacin de universal a una realidad dimensionable, descifrable y transformable. Lo contrario sera armar que la violencia est incorporada a la gentica de las poblaciones. En este terreno los debates son amplios y giran alrededor de conceptos como el de agresin, conicto, contradiccin y similares. Las notas que siguen pretenden pensar la violencia y la paz en un marco cultural especco, el de la realidad colombiana, dibujada a grandes trazos.
Violencia en la cultura
La cultura es un sistema interrelacionado de creencias, valores, actitudes, comportamientos, costumbres, rutinas y recetas propio de toda organizacin humana, que resulta descifrable en la medida en que adquiere institucionalidad y formas comunicativas verbales y no verbales. En su presentacin institucional y comunicativa la cultura puede trabajarse o estudiarse a nivel de manifestaciones concretas, como la cultura material de la que se sirven el arquelogo y el etngrafo; los sistemas de representaciones, en los que se apoyan el semilogo y el etnlogo; y las formas de organizacin social, que alimentan el ocio del socilogo y el antroplogo social. En el mbito de las representaciones y las formas de organizacin social estn presentes siempre el contrapunto y el conicto, como realidades potenciadoras de creacin y transformacin, como vas para la acumulacin de experiencias y saberes. El rito y el mito son concreciones en cada sociedad y cultura del engranaje con el que se regulan relaciones, funciones y posiciones de cada uno de los individuos de un colectivo y del colectivo como un todo. Son tambin maneras de explicar el orden y el desorden del mundo real, en virtud de la trascendencia que se presupone en todo acto o acontecimiento humano. La muerte, as vista, est cobijada entre los ritos del paso, como Van Gennep lo propuso, y se remite a informar de un continuo, de un proceso, de una potencia, de una contradiccin siempre resuelta, porque adelante o al frente o en el otro polo est la vida. La vida se traduce culturalmente en ciclos por medio de los ritos de paso y los mitos, que se fundan alrededor del principio, del n y de los momentos lmites o puntos ms altos en cada ciclo: nacimiento, ingreso al mundo adulto, constitucin de familia por va del matrimonio y concrecin de la potenciacin procreativa, acceso a estatus-roles de jefatura, mando o autoridad, ingreso a la vejez y la sabidura y nal proyectado del ciclo individual. La muerte inscrita en los ciclos de la vida es un eslabn de la cadena y es asumida socialmente. Hay imploraciones a la naturaleza o a los imaginarios del 118
mundo trascendental para que resuelvan el vaco parcial, porque el colectivo afectado tiene la situacin bajo su control. Cuando la violencia denida como dao fsico o psquico que un A individual o colectivo produce sobre un B tambin individual o colectivo, aparece en escena, se trastoca el orden social y cultural. La violencia es conicto no inscrito en la red de relaciones sociales, es agresin no dimensionada en los parmetros de la tolerancia que toda cultura establece para los contradictores que antagonizan, es trasgresin del rito y es vaco mtico. La violencia no hace parte del desorden permitido por cualquier sociedad humana que se funda siempre sobre prescripciones y prohibiciones como magistralmente lo ha enseado Lvi-Strauss. La violencia es una trasgresin de las prescripciones y las prohibiciones o, en pocas palabras, es una violacin a la norma. La violencia as vista es una agresin a la cultura, razn por la que sta se ve obligada a reconocerla, entenderla y superarla, pero no a aceptarla como consubstancial a su naturaleza propia. En este orden de ideas, la violencia aparece en la cultura en cualquier momento histrico para ponerla en crisis e incitar a la sociedad a producir transformaciones profundas en el mbito de las relaciones y de las representaciones sociales.
Las violencias pblicas tienen efecto en grandes grupos de poblacin y han merecido la accin sistemtica del Estado, los partidos polticos y los grupos de poder econmico, con el n de desactivar las causas que motivan a la accin violenta. El contradictor responde en todos los casos para abrirle paso a las negociaciones. Hay forcejeo de parte y parte, pero tambin hay esperanzas de concertacin. Las violencias privadas tienen caras ocultas que se siguen auscultando por parte de estudiosos de lo psquico, lo lingstico, lo biosocial, lo cultural y de saberes hermanos. Un signicativo volumen de estudios informa de los hechos. Habla, por ejemplo, de la violencia del marido contra su mujer, o del padrastro contra su hijastra, o del hijo drogadicto contra su madre, o del maestro dogmtico e intolerante contra el alumno, o del delincuente contra el ciudadano, o del mensaje subliminal que deja el programa de video, sangre y muerte en el inconsciente infanto-juvenil, o de la moral religiosa intolerante impuesta desde el plpito y el confesionario. Las violencias privadas carecen de proyectos, no surgen de la conciencia por un acto que desborda los lmites de tolerancia individual y grupal. Incluso algunas son negadas por los mismos protagonistas como violencia. Son, por ejemplo, el caso del estudiante que tolera el castigo del maestro o del padre de familia que azota al nio por un incumplimiento de la norma escolar, o de la mujer que incorpora a la relacin de pareja el insulto, la golpiza y hasta la herida propinada por su hombre. Tambin es el caso del programador de televisin que vende seriados con excesivas dosis de horror para satisfacer una morbosa demanda comercial. La sociedad y el Estado se enfrentan a las violencias privadas con algunos instrumentos para desactivarlas; pero aqu la concertacin no resulta factible, en tanto no hay proyectos ni programas, ni mucho menos proclamas. El origen de la manifestacin violenta no se conoce del todo. El contradictor no lo es frente al Estado, sino que se la juega en los escenarios establecidos por la sociedad, y en esa medida es un desestabilizador permanente, nacido de su seno, subvertor y trasgresor de sus ordenamientos. La sociedad misma no capta con precisin el momento en el cual un hecho accidental se torna en fenmeno social. Sera, pensando en casos concretos, la situacin vivida frente al sicariato, que se vuelve asunto pblico cuando es agredida la sociedad mayor o las individualidades que incidan en la marcha de la nacin. Los niveles de tolerancia frente a la violencia aumentan en la medida en que en el orden de lo privado se amplen las fronteras de lo que es admitido como dao irreparable. Cada vez que una sociedad se crea capaz culturalmente de absorber el efecto desestabilizador, se encontrar licencia para la trasgresin. Colombia ha ensayado procesos de paz y acciones conducentes al reconocimiento de la justicia que han empezado a mostrar el camino apropiado para enfrentar el futuro inmediato. Ms de un interlocutor desde el Estado ha verbalizado 120
propuestas frente a la violencia pblica. Sin embargo, son pocos y muy tmidos los que institucionalmente hablan para los etreos interlocutores de la violencia privada. Se puede sealar con el ndice la posibilidad de una interlocucin clara en cuatro frentes: la familia, la escuela, la iglesia y los medios masivos de comunicacin.
e institucin, inscrita en una sociedad determinada y sujeta a las regulaciones del Estado como expresin institucional de toda la sociedad. Los gobiernos de las ltimas dcadas, desde comienzos del Frente Nacional, optaron por intervenir de diferente manera en la accin socializadora que estos cuatro instrumentos ejercen sobre la sociedad. En familia, por ejemplo, creando el Instituto de Bienestar Familiar en los aos 60 y estableciendo la jurisdiccin de familia al nal de los 80. Aqu las normas y las acciones no han sido del todo acertadas, en la medida en que se desconocen las dinmicas locales y regionales que instauran tipologas familiares muy diversas y patologas familiares para las cuales no hay respuestas claras por parte de los agentes estatales. Por ejemplo, la paternidad como hecho sociocultural masculino se desconoce, la vejez como alternativa de vida se deja pendiente, la familia superpuesta como violacin a la ley con legitimacin social se evade, y se aplazan las relaciones horizontales de gnero y sexo con todas las variantes que tienen. Hemos planteado hiptesis relativas a la gestacin de una conducta delictiva derivada de vacos de padre, discurso paterno e imagen paterna; de ausencias y silencios maternos; de discursos maternos que asumen para s o remiten a otro la culpa por ejercicios enfermizos de la paternidad y la maternidad; socializacin intrageneracional (en jvenes y nios) con carencia de referentes histricos, que incide en la inexistencia de presupuestos para delinear futuros posibles. La desazn en el entorno hogareo es potenciador de diversas formas de violencia, privadas y pblicas. Las instituciones del Estado no son conscientes de la urgencia de superar los niveles descriptivos de los fenmenos para avanzar hasta los anlisis y encontrar causas y alternativas ecientes en la resolucin de estas situaciones. Los gobiernos han sido afectos a reformas del aparato educativo como tal, pero tmidos frente al reto de instaurar nuevos modelos pedaggicos. La escuela nueva y la etnoeducacin tienen hace ms de un lustro carcter experimental. La descentralizacin escolar ha sido planteada ms como un problema administrativo y econmico que como una alternativa cultural para instrumentalizar la construccin de una identidad nacional basada en la tica civil. Los aparatos del gremio educativo expresan a su vez el manejo fundamentalmente laboral que le coneren a la actividad pedaggica, dejando en la incertidumbre propuestas alternativas de nacin que podran ser los pilares de una nueva sociedad. Es muy polmica una accin poltica magisterial que se ubica en el mismo orden de las acciones sindicales propias de los trabajadores de la industria o el comercio. El producto del trabajo del maestro es un nio o un joven que recibe un segundo paquete socializador, en el cual se incorporan saberes socialmente reconocidos. Se espera que el maestro sirva de bisagra entre el hogar y la vida pblica, en la que todo ser humano se desempea cuando llega a la adultez. Aqu est presente un nudo crtico para la 122
construccin de la paz. El maestro es un agente socializador con enorme juego en las nuevas generaciones. Percibe la duda sobre su capacidad de transformarse para poder incidir creadoramente en sus discpulos. En Colombia hay muchas iglesias y numerosas religiones. Sin embargo, el catolicismo es dominante. En su seno se mueven concepciones diferentes sobre la sociedad y la cultura que deben proponerse para la instauracin de una nueva Colombia. Ayer tuvo peso la institucin, hoy lo tienen ms los agentes. Es el sacerdote, es el religioso cercano a un grupo social determinado el que con sus actos se gana la credibilidad y la conanza de la feligresa. Por ejemplo, la posibilidad que tuvo en el pasado el cura del pueblo, de convertirse en el alter ego materno para socializar a los hijos y complementar la imagen del padre (que se dedicaba principalmente a fungir de proveedor econmico) se desplaz hacia la accin organizativa de la comunidad (como legado posconciliar). Los vacos que dej el cura con su discurso socializador hogareo no fueron suplidos por la sociedad (no lo fueron por el maestro, tampoco por el padre proveedor). La contradiccin que se estableci entre las agrupaciones religiosas por la existencia de proyectos opuestos, no alcanz a permear al conjunto general de la sociedad hacia una u otra alternativa, dejando espacio abierto para que tambin desde el punto de vista de las opciones religiosas se pudiese justicar la violencia contra el otro cristiano. La tica secular, como propuesta frente a la religiosa, apenas comienza a esbozarse, pero el espacio de cada una an no es claro, ni mucho menos la sociedad ha podido establecer sus pautas morales civilistas despojadas de los dogmatismos propios de la moral religiosa. Aqu hay otro eslabn estructurante de una situacin de violencia que urge debatirse desde la sociedad civil, ante el concordato y la institucin eclesial. Hay otro espacio de la socializacin que gana fuerza y avasalla, pero que no ha sido asumido como estructurante cultural. Ese espacio lo cubren los medios masivos de comunicacin y en especial la televisin. Sorprende escuchar al director de los medios minimizando el peso que tiene en la inconsciencia individual y colectiva un programa televisivo. El libro del comunicador social Alonso Salazar (1990), No nacimos pa semilla, pone presente la condicin audiovisual de los lenguajes coloquiales urbanos (caso Medelln). Pero, adems, hace explcito el sentido televisivo que adquieren la violencia y la muerte en contextos sociales en donde no hay mediaciones entre la imagen-sonido de un aparato y el nio o joven receptor de mensajes. Entendemos una mediacin cultural como la presencia del otro, como el referente histrico, como el diferente, como la alternativa, como la crtica, como la negacin de una sola posibilidad de ser y hacer. Esto no aparece claro en sectores de distintos estratos socioeconmicos en los cuales las guras y las instituciones socializadoras estn ausentes. Cuando no hay padre, ni madre, ni cura, ni maestro; cuando slo est el compaero de juego o el silencio de una vivienda deshabitada. 123
El reto de hacerse hombre o mujer a la propia inventiva, forcejeando con las agresiones, fascinados por la simpleza con que se puede llegar a ser rico, amar o morir. En los medios hay otro reto para la paz que, pese al escenario de violencia en que se ha vivido en los ltimos aos, apenas merece unos cortos minutos de parte del Estado para informar cmo se construyen retazos de nacin.
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Se puede reclamar al Estado que acte en procura de la defensa de los derechos ciudadanos; el gran pero es que no queda claro si su accin se corresponde con la comprensin efectiva de la sociedad en que acta y de las causas de la violencia que la aquejan. A la universidad y a las ciencias sociales y humanas les corresponde hoy hacer escuchar su voz en medio de metrallas y sangre derramada, hasta que se entienda que su palabra no es de guerra ni amenaza el bien pblico. Esta voz es una de las llamadas a explicar y proponer alternativas de salida, mediante posturas que la saquen del claustro y la ubiquen en el papel del tercero ante los acontecimientos.
l, t y yo
Las tcnicas de la investigacin-accin-participacin dan lugar a posiciones ideolgicas y polticas de rechazo a contabilizar en todo proceso de conocimiento al sujeto que conoce. A su vez, las tcnicas ortodoxas de investigacin que acuden a la extrapolacin entre el sujeto que conoce y el objeto de conocimiento, le niegan el derecho a la palabra al actor social sobre su propia experiencia. Una postura intelectual diferente llama a ubicarse en el tercer ngulo de un tringulo imaginario, en donde el primer ngulo lo constituye el sujeto de conocimiento, incluyendo su propia versin de lo que conoce; el segundo ngulo lo hace el sujeto que conoce con su versin de lo conocido; y el tercero se congura al distanciarse (en forma equidistante) el sujeto que conoce de los dos anteriores, para observar y analizar con efecto de extraamiento (a lo Bertold Brecht en el teatro) las signicaciones de las dos primeras versiones. Esta mirada y su consiguiente expresin discursiva es la que hace posible procesos de conocimiento y transformacin, en donde el investigador de las ciencias sociales y humanas recupera su postura, sin fundirse y sin distanciarse hasta la arrogancia de la sociedad y la cultura del otro. En palabras ms simples: no es la hora de que nuestras ciencias resignen su derecho a hablar sobre el otro, aunque tampoco estamos en pocas en la que se habla por el otro. La hora es de una tercera palabra, que reconociendo la del otro, la interroga de manera distinta, con otra mirada, dentro de otros contextos, dndole valor y a la vez relativizndola. Figurando una primera escena podramos decir que en un ngulo se ubica la sociedad, en el otro el Estado, y en el tercero las ciencias sociales y humanas. El investigador reconoce las dos versiones frente a un tema especco, pero no se confunde con ninguna de ellas, las somete a vericacin y propone respuestas y salidas por va concertada. 126
Una segunda escena puede ser aquella en la que se ubican en contrapunto estratos socioeconmicos bajos y altos frente a una misma realidad: el empleo. Desde una posicin, el problema se enuncia como la falta de voluntad de quienes poseen el capital para abrir fuentes de trabajo; desde la otra posicin el problema se concibe como la imposibilidad de sacricar tecnologa y bajos costos por capital humano, los sindicales y altos costos. Al investigador de las ciencias sociales y humanas corresponde hallar sustento a una y otra argumentacin y proponer salidas que reconozcan el derecho de trabajo a unos y de ganancia a los otros. Una sociedad madura y un Estado consolidado podran darle pleno derecho a las ciencias sociales y humanas para que sirvieran de espacios de concertacin entre organizaciones y expresiones encontradas. Cuando se mencionan la poltica y la cultura como mbitos de la experiencia humana, que deben reconocerse en estos tiempos de reconstitucin de la vida ciudadana, el investigador de estas materias debera ser uno de los principales llamados a proponer alternativas de futuro, pero no por el prurito de su saber sino de su mirada.
La ubicacin como el tercero, en el tringulo propuesto inicialmente, corresponde a la otra mirada que obliga hacerse a los procesos sociales para entender su dinmica y ver los senderos que pueden optarse hacia adelante. Experiencias de investigacin nos han enseado que la mirada hacia el pasado que pueden realizar los actores sociales comprometidos en luchas y enfrentamientos crnicos, adems de sesgada, es profundamente intolerante con el opositor. Se requiere, por el contrario, ubicarse en espacios sociales de concertacin, en donde medien terceros que propicien la imaginacin de futuros deseados y posibles. Primero deseados, si concedemos el derecho a soar, y segundo posibles, si aceptamos la obligacin de sembrar de proyectos la realidad. Las ciencias sociales y humanas tienen un papel importante en la doble direccin que hemos sealado: como instrumentos para la reexin y la interpretacin de un lado, y como mediadores entre actores sociales enfrentados. Su voz, siempre crtica, ser el mejor garante de un paso rme, dado en la conquista de su propio espacio, en la tradicin centenaria que consagr Galileo Galilei para toda ciencia con su clebre, no importa s mtica, frase: Y sin embargo se mueve!.
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Los medios y la sociedad ante los retos de paz Una mirada desde la antropologa*
En abril de 1990 ocurri el primer Seminario Internacional de Periodismo hecho en Medelln, promovido por la alcalda de la ciudad1. En l se expidi un maniesto que a mi juicio conserva su vigencia, del que retomo tres numerales: El 3 dice: Percibimos que los colombianos buscamos construir esta nacin sobre la base de la democracia, la tolerancia, el respeto a la vida, la dignidad y el reconocimiento de las contradicciones como parte enriquecedora de la sociedad. Para nosotros esto implica anteponer el bien comn sobre el afn sensacionalista de la chiva. El 4 dice: Al hacer nfasis exclusivo en los hechos inmediatos e inconexos, los periodistas servimos a la desinformacin y reforzamos la ausencia de la interpretacin global de lo actual. Para oponernos a esta manipulacin debemos asumir una subjetividad honesta que nos permita mirar todas las versiones sin naufragar en ninguna de ellas. El 5 dice: Para que la nueva nacin no quede por fuera de los espacios informativos, debemos tambin volver fuentes noticiosas a los sectores hoy excluidos: el pas que piensa, investiga, emprende, crea; y a los sectores a los que se les ha
* Tomado de: Serie de Ensayo N 2. Instituto de Estudios Regionales Iner Universidad de Antioquia. Medelln, 1995. 1. Organizado por Va Comunicaciones bajo la direccin de la periodista Ana Mara Cano. Hay memoria del evento, publicada por la alcalda el mismo ao.
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negado el espacio y el reconocimiento. Ensanchando las fronteras de nuestro periodismo ayudaremos a abrir espacio para que quepa esta nueva nacin. En aquel seminario participamos varios estudiosos de la sociedad y la cultura, y lanzamos dardos fraternales a los colegas comunicadores. No creo que todo lo dicho desde nuestra otredad haya cado en el vaco. Algunos han mostrado con su hacer los cambios de valoracin y actitud que requieren la sociedad y el periodismo. Pero tal vez son los jvenes de todas las edades, quienes abandonaron o nunca han estado en el ponticado; porque un buen nmero de sumos sacerdotes y sacerdotisas resolvieron hacerle altar a la guerra, que es la que da dividendos en poca neoliberal. Las ideas que siguen slo tratan de agregar algunos elementos de reexin a lo dicho en 1990 2, pero se mueven en una direccin polmica, interpretando el nuevo destino del hacer antropolgico, como lo dice bien el profesor Marc Auge (1987:179): Si existe una urgencia intelectual para la investigacin antropolgica es la de denunciar todas las empresas pseudoculturalistas de recuperacin que, en el nombre de una denicin bastarda e idealista de cultura, llevan a cabo algunos especialistas al recolectar meramente vestigios artesanales y folclricos. Le corresponde a la cultura antioquea volcarse sobre s misma para, quizs, enderezar un camino: el que han recorrido los medios masivos de comunicacin. Como dice el profesor Edmund Leach (1968:65), tal vez sea por el recurrente exceso de moralidad propio de la cultura paisa. Y eso es sano, en la medida en que podamos decirle denitivamente s al futuro.
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an lo antes innombrable, que ahora, gracias a un medio masivo, recibe un nombre, se ubica en un texto y entra en el contexto del receptor. En la medida en que el medio informa lo mismo para todos, supone que hay detrs en la otra lnea, del otro lado del canal, un consumidor que se alimenta con su mensaje, que lo recibe sin frmula de juicio, al menos en el inicio del proceso receptivo. En este dilogo peculiar de los medios masivos de comunicacin, cabe preguntarse quin fabula. O mejor, para empezar por el presunto derecho: Quin parte de la realidad? El que enva el mensaje? El que lo recibe? Porque en principio nadie est en el lugar que le ha correspondido en suerte, ambos estn descentrados gracias a la ccin que se crea con la sintona en un acto comunicativo. La ms clara actuacin de descentramiento del mundo real o del mundo familiar, por ejemplo, se observa en el nio, ensimismado (consigo, para s, por s) ante la pantalla de televisin. El nio est sintonizado, y consecuentemente descentrado de los otros mundos que pueden estarse viviendo a su alrededor. Y obviamente el programador hace tabla rasa del contexto del receptor; se preocupa bsicamente de enviar un texto que ser visto, odo o ledo por alguien, de cualquier sexo y edad, en cualquier lugar, a cualquier hora. Es una realidad virtual la que resulta del encuentro con el medio. Una realidad producto del entrecruzarse, del contaminarse de las mltiples imgenes, interpretaciones y reconstrucciones que compiten entre s, o que, de cualquier manera, sin coordinacin central alguna, distribuyen los media. El mundo verdadero se convierte, al nal, en fbula (Vattimo, 1990:81) Con la multiplicacin de imgenes podemos ingresar al mundo de los fantasmas, es decir, de los temores, de las amenazas, que nos impiden asirnos a alguna verdad, a alguna autoridad, a algn orden. En la medida en que los medios se toman la casa, me acuerdo siempre de Cortzar, puede suceder que nos vamos quedando sin espacio para tejer, como lo haca Irene, o para la biblioteca, o para el dormitorio o para cocinar. Hasta que estemos bien, y poco a poco empecemos a no pensar. Se puede vivir sin pensar. E incluso se puede llegar a tirar la llave de la casa a la alcantarilla para que a nadie se le ocurra robar en la casa tomada (Cortzar, 1965:154-155). Como en las imgenes, las metforas para el caso de Cortzar, los medios pueden convertirse en el otro desconocido, fantasmagrico, que se va tomando al receptor, subliminalmente, hasta expulsarlo de su realidad, de su contexto, y adentrarlo en un texto que no tiene asidero ms que en la fabulacin, entendida como el arte de armar modelos sin fundamento o inventar seres y situaciones que se parecen a las propias de los seres humanos. 131
Aparece aqu el dialecto (Vattimo, 1990:84-86), que permite hablar un lenguaje singular, propio de las construcciones culturales que se hacen localmente, y gracias a la contextualizacin inevitable que todo mensaje impone al receptor cuando se le impreca a entrar a la cadena comunicativa, la de sus congneres. Sin embargo, este dialecto tiene una connotacin especial: es propio de la identidad del sujeto individual o colectivo; es extrao respecto a otras identidades adquiridas merced a las interpretaciones posibles de los mundos vividos y massmediados por otros sujetos; pero se mueve en la esfera de la fabulacin resultante de la aldea global, en donde todos tenemos parte de nuestra existencia. La intervencin de los medios masivos de comunicacin debe mirarse desde varios ngulos. Son numerosas las entradas que siguen el comps del no futuro, son los cantos a la muerte, muy propios de una cultura que siempre ha vivido en el borde del precipicio, arriesgando todo para aumentar las arcas del mito paisa. Los viejos valores son retomados y fabulados para construir dos rdenes morales contrapuestos: el de la cultura bicentenaria que levant el gran edicio social y el de la contracultura emergente, que decide trastocar las viejas jerarquas sociales merced a la rejerarquizacin econmica. Los medios le abren las puertas a las propuestas contraculturales, por la va de los mensajes ocultos, los que resultan de un ordenamiento del discurso que no estaba en la accin comunicativa desencadenada por el emisor. Es el viejo aprendizaje proveniente del ejemplo negativo, pero siempre cautivador, en tanto es la exploracin de la dimensin oculta del ser.
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referencia a una forma de familia, sino a todas las posibles. Desde la extensa, concebida como pilar del ethos tradicional, hasta la dada madre-hijo, a la que se le concede la institucionalidad. En los ltimos tiempos se vienen debatiendo dos convocatorias entre los antioqueos, y ms estrictamente entre los medellinenses (de nacimiento y adopcin). Una habla de recuperar los valores perdidos y otra de construir nuevos valores. En la primera propuesta, el trasfondo del llamado es la sociedad rural, decimonnica, que permiti elaborar el mito de la antioqueidad que ha recorrido la patria con gran fuerza, favoreciendo al portador de esa imagen en el mundo de la economa y por aadidura en otros terrenos (social, poltico, cultural). En la segunda propuesta, es la realidad de hoy, resultante de medio siglo de grandes transformaciones, el hecho grueso que se pone sobre el tapete. Apenas ahora, en el cenit de la crisis, el problema se convierte en asunto de todos, los de adentro, que viven los pormenores del drama; y los de afuera, que ven sorprendidos y temerosos lo que pasa en el centro del huracn pero se sienten relativamente impotentes para actuar. En el momento hay frenetismo por hacer cosas que permitan cambiarle el curso a los acontecimientos. Queda la duda del grado de proyeccin que pueden lograr esos haceres. Se parte de la conviccin de que la familia es uno de los instrumentos de mayor peso en el moldeamiento de los individuos de cualquier sociedad. En la clsica concepcin de Linton (1965:58):
Todas las sociedades reconocen la existencia de ciertas unidades cooperativas compactas, organizadas internamente, intermedias entre el individuo y la sociedad total a la que pertenece. Tericamente, toda persona pertenece a una u otra de estas unidades, por razn de relaciones biolgicas establecidas por el ayuntamiento sexual o la ascendencia comn. De hecho, tal asignacin puede tambin apoyarse sobre la base de sustitutos reconocidos, como la paternidad supuesta y la adopcin. Estas unidades tienen siempre funciones especcas en relacin tanto con sus miembros como con el total de la sociedad. El hecho de pertenecer a una de estas unidades signica para el individuo una serie de derechos y deberes especcos con respecto a otros miembros y tambin una serie de actitudes bastante bien denidas. La unidad ha de ser el foco principal de lealtad e inters para sus miembros. Los que pertenecen a ella estn unidos por el deber de cooperar y de ayudarse mutuamente, colocando los intereses de los otros miembros por encima de los de los extraos. La interaccin de las personalidades dentro de la unidad es estrecha y continua y su ajuste mutuo deber ser, en consecuencia, completo. Idealmente, los miembros de una familia estn unidos tanto por lazos de afecto como por lazos de inters comn, y las disputas entre ellos se consideran ms reprobables que las desavenencias entre miembros de la familia y extraos.
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Hay adems una serie de funciones en la familia que vienen de su doble condicin biolgica y cultural, como la reproduccin, la produccin econmica, el cuidado de los ancianos, la proteccin de sus miembros contra los extraos y la educacin y cuidado de los hijos. Esta ltima funcin hace referencia a lo que muchos autores llaman socializacin o endoculturacin, el punto alrededor del cual quiero proponer mis interrogantes sobre el caso de Medelln, porque en esta instancia es en donde se suponen concientes, o por lo menos presentes, las actividades propias de la transmisin de patrones de comportamiento entre hombres y mujeres y grupos humanos de todo orden y condicin.
pueblerina; y en el fondo hay un reiterado lamento por lo que se tiene que soportar en la ciudad. Unas imgenes ensean la condolencia por lo perdido: El patriarca, Joaqun Cadavid Gonzlez, tuvo 15 hijos, en una casa con corredores de ladrillo y el patio de cemento con eras de jardn adornado con palmas y surtidores, narcisos, crisantemos, tulipanes, rosas y azaleas. El ambiente viva perfumado y el murmullo del agua de los surtidores lo alegraba y refrescaba. La misma historia dir ms adelante: En el barrio viven hoy personas de un estrato socioeconmico medio alto. En su mayora viven en residencias unifamiliares de dos pisos, con amplios jardines tcnicamente planeados, actualmente nadie sabe quin es el vecino; se puede morir uno y no se dan por enterados. En otro barrio la historia tiene sello diferente: El solar era el sitio de alegra de los muchachos y el lugar que permita siembras para el sostenimiento diario. Hoy, debido a la carencia de tierra, se extingue poco a poco (Henao, 1990:60-62). Si retomamos unas notas sobre la ciudad de Luis Latorre Mendoza (1985:67), encontramos reiterados y vivaces apuntes de campesinos y pueblerinos. En 1860 el paseo de La Playa terminaba en Los Naranjitos, cuadra y media arriba de donde hoy est el puente de Crdoba. De ah hasta La Toma segua un arrabal de casas pajizas con arboledas y zarzales por delante, en donde viva la gente con sus perros, marranos y gallinas. Y este otro de Simn Guberek (1985:44): De 40 aos a hoy (1974) Medelln ha cambiado completamente de traje. Palac, Colombia, Junn, la Plaza de Berro, son hoy irreconocibles. Viejas casas han cedido el campo a los rascacielos. Las remodelaciones han hecho una urbe de lo que ayer era una pequea ciudad siglo-decimonono raizal. Los ciudadanos estn en el deber de reclamar su espacio privado, para sembrar races como las que arman al hijo a las tierras campesinas y pueblerinas. Adems de la superacin del drama que implican los asentamientos subnormales, como lo ensean los anlisis de Hctor de los Ros y Jaime Ruiz Restrepo (1990:10), sera indispensable pensar en la restitucin de relaciones hogareas y familiares que permitan el libre juego de las vivencias cotidianas, los ritos comunes que impiden sentir desesperacin por los afanes diarios. Si cada hora y cada da carecen de perspectiva, el fantasma de la violencia est en su ley para encauzar la agresividad del actor que vive la tragedia. Alonso Salazar (1990:25-63) presenta una imagen pattica del entorno que le hace juego a la muerte:
El ambiente de apariencia tranquila no deja ver a los ojos del pasajero ocasional la realidad. Todo parece en calma. En las heladeras suenan los temas de msica guasca, tangos y vallenatos. En la calle se venden fritangas. Las manos juiciosas de las madres descuelgan la ropa seca de las terrazas y los balcones, arreglan las
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matas de los jardines, barren las calles y las aceras. Todo para que la pobreza no se confunda con el desaseo. Rostros viejos se asoman a las ventanas. Los campesinos que fundaron el barrio, contra viento y marea, pasan su tiempo discretos y recogidos. Segn ellos ya no se vive la calma de antes, todo ha cambiado. Desde hace unos aos la guerra ha visitado cada uno de los rincones del barrio. Una guerra de jvenes, casi de nios. Una guerra que gener otra guerra. La de un grupo de habitantes que se declararon cansados de tanto atropello y decidieron limpiar su barrio de las bandas que se lo haban tomado.
Jhon Jairo Henao (1991), trae un testimonio adicional de vivencias recogidas en barrios en donde los jvenes se enfrentaron entre s desde el da de los brujitos el 31 de octubre de 1990 hasta el 6 de enero de 1991: A eso de las siete y media de la noche, estbamos con unos chinches elevando un globo, cuando llegaron como diez cabrones, ms bien armados que un chucho y qu fumigada nos pegaron. Unos corran pa un lado, otros pa otro, y en todo ese carrern le pegaron un pepazo de mgnum 45 en la frente a una seora, a la mujer del Mono Prez; y ese man que tiene un hermano en la Dijn, mejor dicho qu putiada se peg esa noche por aqu. La ley se meti al hueco, tumbaron puertas, daaron casas, se llevaron a tres manes. Fue entonces cuando llegaron las milicias y le metieron la mano al asunto. Ellos no improvisan, saben lo que estn haciendo. El drama mayor est en la solucin de muerte a la muerte, que hace al viejo campesino emigrado de la violencia, y al joven Robin Hood, recoger unos erros y empezar a accionar. En ocasiones, una cara del honor ligada a la venganza: No le hago mal a nadie pero el que se mete conmigo la lleva perdida, es que a uno le tumban a un parcero o a un familiar y uno la arma para cascarle al faltn o a otro familiar de l, con tal de que no sea mujer. Si uno no acciona se la montan (Salazar, 1990:25-63). Las relaciones privadas se vienen alimentando de mltiples insatisfacciones, carencias, desarreglos y formas del deseo de venganza: el padre que se ausenta de la casa, la madre que no tiene tiempo para su hogar, el hijo que no obedece ni le encuentra sentido a la vida de familia, el padre que viola a su hija, la mujer que reniega de su maternidad, el joven que huye mental y fsicamente de la pobreza de su familia, el hambre que impide ir a la escuela, el empleo que no resulta, el deseo de vestir a la moda a toda costa. En sus conclusiones sobre las familias de las cuales provienen los sicarios, Jaramillo y Bedoya (1990:14), generalizan diciendo que:
Tienen un ancestro campesino antioqueo en el que prevalece el matriarcado. Vivieron la violencia de los aos 50 en Colombia. Son familias de condicin econmica baja o muy baja. El centro del hogar lo constituye la madre. Con frecuencia son madres solteras o abandonadas. El padre (cuando existe) y la
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madre son generalmente personas subempleadas celadores trabajadores de la economa informal, albailes, empleadas del servicio.
Todo ello se convierte en caldo de cultivo para que alguien saque conclusiones como esta: La vida ma era as. Por donde me muevo la llevo perdida, o como sta: Uno no puede ser bobo, tiene que sacar las alas, yo saqu las alas y a volar, todo el que tocaba conmigo le iba mal (Salazar, 1990:25-63). Queda el interrogante sobre si existe la posibilidad de un momento para la vida privada, en donde las relaciones que se entretejan podran darle respiro a una cultura urbana que est en construccin. No hay espacios privados. El 70% de los pobladores de Medelln vive en lugares en donde la casa y el hogar son una mentira cultural. La vida de familia es un recuerdo de abuelos. La socializacin primaria, en donde la trada padre-madrehijo con sus colateralidades poda socorrer las ausencias de la escuela, la iglesia y las instituciones estatales a las cuales les corresponda formar ciudadanos, es una socializacin primaria que est dando una identidad propia del salvajismo de la combinatoria de imgenes extrapoladas.
junto con los aguinaldos empezaban los preparativos del pesebre. Los muchachos salan a los campos vecinos a recoger musgo, helechos y plantas parsitas para el arreglo de verdaderas obras de arte. Todas las tardes se reunan las familias alrededor del pesebre, desde el 16 hasta el 24 para rezar la novena, cantar villancicos, quemar plvora, echar o elevar globos. Las estas navideas reunan a las familias, regresaban en este tiempo los miembros ausentes o los que residan en otras partes del pas o en los campos. Los vecinos se agrupaban para formar verdaderos clanes que mutuamente se visitaban, se intercambiaban y prestaban utensilios, vajillas, muebles, vveres. Se formaban grupos segn edades, iban a baarse al ro, hacan saraos, bailes, murgas y toda clase de reuniones sociales con meriendas y ambigues, los acionados formaban grupos teatrales y sainetes. En el viejo Medelln era muy comn el juego de lotera, tablas y chas entre los vecinos que se reunan a matar el tiempo, como se deca corrientemente. Se jugaba sin apuestas o stas eran muy mdicas. Otra institucin cuya memoria no debe olvidar el que escriba la historia de Medelln, fue la maa. Se llam as a un grupo de jvenes de la mejor sociedad de Medelln que formaron una barra o conjunto para burlarse de las costumbres y de las modas pueblerinas de la poca. Casi todas sus actuaciones fueron jocosas y festivas y las gentes gozaban con sus excentricidades; algunas no pasaron de ocasionar un mal rato o un disgusto a un ciudadano o a una familia o a una institucin, pero siempre tuvieron un n plausible. Bernal Nicholls se dedica a reconstruir la ciudad que llega hasta mediados de los aos cincuenta. Las imgenes que se recogen atrs circulan en el siglo XIX y comienzos del XX. Tiempo largo que se queda en la memoria de muchos de quienes todava hoy hablan del rescate de valores perdidos, de costumbres sanas en el otrora pueblo. Por otra parte, Salazar (1990:204) se enfrenta a las imgenes que circulan hoy, como esta otra, tomada al azar, de su libro: Por esos das regres al barrio El Cojo, un viejo atracador que estaba pagando una condena en Bellavista. Vino tan regenerado que al otro da empez con sus fechoras. Se rob el televisor y la licuadora en la casa de doa Teresa, una seora muy pobre, atrac a Don Francisco un viernes que suba con su pago y as. En el interregno, entre lo que cuentan cada uno de los narradores mencionados, otra imagen apunta a insinuar los tiempos nuevos, por la va de lo que se empieza a aprender:
Y la televisin lleg, la sala de las Vanegas se llenaba de chinchamenta ansiosa de ver a Tarzn y a Hechizada. Llegaron los dolos que nos inventaron los gringos, Lassy, el Investigador Submarino, el Santo, Guillermo Tell, con la televisin olvidamos (al supremo y al ftbol) para reencarnar los vaqueros del lejano oeste. Las bandas se organizaron, con sus guaridas, sus territorios, sus trampas, como en las pelculas de Hollywood. Los indios eran malos, brutales, casi como los
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negros, en cambio todos queran ser El Llanero Solitario, Toro o Supermn (Henao, 1990:66).
La ltima historia habla del Medelln de los aos 50 y 60, cuando muchas transformaciones operaron sobre la ciudad, al punto de que se desencaden el poblamiento acelerado, sin darle respiro al habitante pueblerino que se vio inmerso en espacios y redes sociales que a cada paso desvirtuaban el mito antioqueo sobre el cual se haba congurado la regin. En un documento de la Corporacin Regin (1990:2) se sealan las causas de la violencia de mil cabezas que cunde por Medelln. Las resumen as: La crisis de la institucionalidad poltica y el Estado. La crisis (ausencia) de una tica social. Un ambiente social de tolerancia con el delito y la corrupcin. La impunidad generalizada como consecuencia de la ineciencia de la administracin de justicia. La corrupcin de los organismos de seguridad del Estado. La situacin socioeconmica. La inuencia del narcotrco. Crisis de los modelos culturales tradicionales y ausencia de una cultura urbana slida. El ltimo enunciado apunta en la direccin que se quiere proponer aqu. No ha existido el tiempo para que la agitacin de vivir en la ciudad alcance el signicado que requieren aquellos que no tienen memoria de campo, ni de pueblo ni de ciudad. Quienes han vivido el atropello de la migracin que eleva de 300 en 1951 a casi dos millones en 1985 la poblacin, en un perodo de treinta aos, no estn en capacidad de asimilar los cambios culturales que se producen en las generaciones nuevas, desarraigadas en su propio entorno familiar y vecinal, pero adems ausentes de vivencias pueblerinas o campesinas que les hubiesen permitido congurar su personalidad social por el camino de la comparacin de modos de vida. El acercamiento al poblador rural ensea que el tiempo no le es dado para vivir la niez ni la juventud, porque las demandas econmicas familiares y sociales lo ponen muy rpido en frente de tareas productivas. Se hubiese podido pensar que la ciudad s da tiempo al nio y al joven para cruzar estas etapas de la vida con la intensidad requerida para fundar personalidad. No parece ser as, por lo evidenciado en la voz de quienes se han dedicado a gozar el instante: La vida es el instante. Ni el pasado ni el futuro existen. Vive la vida hoy, aunque maana te mueras. Vivir a lo pelcula. En vivo y en directo (Salazar, 1990:200). Es el parce o parcero quien asume la tarea socializadora, pero en condiciones en las cuales los saberes y los afectos vienen cruzados por las vivencias cotidia140
nas; por las enseanzas acumuladas en el trajn que no da paso a la reexin, que de nada sirve, en tanto tampoco hay esperanzas. Es conclusiva esta armacin de Jaramillo y Bedoya (1990:16): Su postura obediencial en el hogar (aluden al sicario) es asumida ante la pandilla. La palabra est en el congnere y el castigo al faltn tambin opera en principio dentro de esa verticalidad en la relacin. Luego vendr el desarreglo frente a todo lo dems, por ejemplo, frente a los padres que no encontraron manera de darle sentido a los tiempos del hijo.
la especie es la mujer, a quien la carga de transportar los discursos de la cultura le ha correspondido por siglos, es un error de los tiempos. La familia no es slo asunto de mujeres. En muchas etnias del mundo el asunto de la familia se disuelve en aras del parentesco y este tema es privilegiado por los antroplogos, porque entre sociedad y familias concretas y reales no existe la ruptura que metodolgicamente podra pensarse. La cuestin es asunto de nfasis en si lo domstico slo hace relacin con la suplencia de necesidades bsicas, como no lo es; o si lo pblico slo se ocupa de los procesos polticos, como tampoco sucede. Vivir lo domstico es gozar la cotidianidad, fundar ritos y mitos para toda accin y pensamiento y expresarlo a travs de rutinas y recetas. Vivir lo pblico es disfrutar del goce del otro, para construir conjuntamente las redes sociales que permitan fundar ciudad, regin y nacin con identidad.
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o sociedades enteras; a los enjambres de usos sociales que alcanzan altos grados de regularidad; a los patrones de conducta durables, complejos e integrados, con los cuales se ejerce control social y a travs de los que se pueden atender deseos o necesidades bsicas. Los actores sociales son gente de la cultura, si entendemos que sta es el producto de creencias, valores, actitudes y comportamientos que tienen lugar en un espacio determinado, y se canalizan a travs de instituciones en las que es posible reconocer su presencia.
En la medida en que el Estado est ausente, es el poblador mismo quien disea las reglas de convivencia y los sistemas de control social. En el reto por sobrevivir, las reglas del juego frente a la naturaleza y entre los miembros del grupo surgen de all mismo. Slo teniendo referentes externos, producto de la educacin o las familias de origen, se puede contar con unos parmetros para la comparacin de modos y reglas de vida; de resto, la tarea para el investigador y para quien ejecuta planes y programas es entender primero el funcionamiento de estas microsociedades. Lo importante, tambin, es aceptar que en todas las zonas de colonizacin que le quedan al pas, incluyendo en especial las del territorio andino el presuntamente poblado en un todo, los territorios que presentan un comportamiento similar son muchos ms de los estadsticamente contemplados; y, de alguna manera, son los espacios donde las guerrillas, las autodefensas y el paramilitarismo se han protegido, en el perodo reciente de violencia en el pas. La unidad veredal es contemplada como espacialidad propia del entorno rural con estatuto jurdico ante el Estado. Se ligan a la existencia de la vereda, la fonda o la tienda, la accin comunal, la escuela primaria, la capilla y el puesto de salud. En la escuela se incluye, constructivamente la placa polideportiva y en muchas ocasiones la caseta comunal. El amoblaje veredal implica la existencia de un centro poblado mnimo en donde se cruzan los caminos de los habitantes del campo. No necesariamente todos los elementos constructivos estn en la vereda, pero es la tendencia que reconoce el poblador como propia, motivo por el que es comn la solicitud o la presin ante el Estado y los polticos para que se concedan aquellos servicios a los potenciales usuarios. Al enfrentar la realidad veredal puede captarse una dimensin territorial que trasciende esta unidad, pero que no tiene nombre; hacemos referencia a los conjuntos veredales 2, que son entidades de raz histrica porque hacen parte de una gran propiedad territorial con un solo dueo; que con el paso de los aos se ha subdividido varias veces, bien por la fragmentacin permanente derivada de la llegada de pobladores nuevos, bien porque la herencia de sangre obliga a dividir muchas veces una extensin de tierra para cumplir la regla de entregar al hijo la porcin de tierra a que tiene derecho. Dentro del conjunto veredal se encuentran: la vereda madre, el camino principal, la fonda que se ha consolidado como el centro de acopio de productos del campo y el centro de distribucin de bienes de consumo, la accin comunal que tiene el liderazgo frente a las organizaciones hermanas, el grupo deportivo que produce los campeones de la zona. En n, la multicentralidad que dene un con2. Los antroplogos Clara Ins Aramburo, Sergio Carmona y Mara Teresa Arcila han trabajado distintas facetas de lo veredal: espacios, relaciones parentales, formas econmicas, asociaciones comunales.
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junto veredal para cada uno de los elementos constructivos y las diversas formas organizativas con efecto social, que trasciende lo domstico familiar, hacen que sea realmente sta la unidad espacial rural de la que debe darse cuenta a la hora de las investigaciones culturales. Las subdivisiones dejan un rastro de identidad, es fcil encontrar en un conjunto veredal todas las construcciones requeridas y la produccin de bienes necesarios para una vida rural relativamente autosuciente. Los linajes entran en juego en estas unidades espaciales, para la regulacin de las relaciones sociales, polticas, econmicas y culturales. La articulacin con la sociedad mayor, con el Estado en sus rdenes municipal, regional y nacional, es un dado, pero su intensidad es mayor o menor segn la presencia y la accin de los pobladores fuera de su mbito propio. Cuando enfrentamos la realidad espacial de un corregimiento o un municipio, reconocidos dentro del ordenamiento jurdico y poltico de la nacin, queda la duda sobre la validez del trmino con el que se debera caracterizar culturalmente uno y otro territorio. En primer lugar, parece sobreentenderse, en el caso del corregimiento, que se habla de un conjunto espacial amoblado y construido en donde se concentran, en pequeo, todos o casi todos los servicios que provee el Estado: administracin, salud educacin, polica, comercio, actividades religiosas y polticas. En el municipio se combinan dos territorialidades: la rural, con pobladores tan diversos como las actividades que puedan desarrollarse all, y para la cual utilizamos la nocin de conjunto veredal con nes operativos; y la de la cabecera, en donde estn presuntamente y en grado igual o mayor que en el corregimiento todos los servicios del Estado y mltiples formas de amoblamiento para muy distintas prcticas sociales. Los dispositivos que en las cabeceras pueden encontrarse para ligarlas con la ruralidad, para autorreproducirse y para establecer vnculos con centros de mayor peso regional y nacional, nos obligan a reconocer la importancia de la diversidad territorial y a pensar nociones que trasciendan la confusin reinante con conceptos como el de corregimiento, municipio y cabecera. En primer lugar, utilizamos el concepto de localidad, como genrico para entender nucleamientos poblacionales que tienen una centralidad denida por la concentracin de construcciones que responden a los servicios demandados por cualquier sociedad humana y adems poseen un entorno rural que est vitalmente ligado con el centro. En la localidad se da una relacin continua entre el centro y su periferia. Sin embargo, encontramos que la determinacin del funcionamiento en la localidad puede surgir de su periferia o de su centro, segn sea la vida del campo o la del centro poblado la que ocupe los liderazgos econmico, poltico, social y cultural. De esa manera puede proponerse una tipologa para las localidades que permita entender los procesos sociales que en cada una se desarrollan. En nuestros 148
trabajos, la validez de estos instrumentos conceptuales se evidencian cuando podemos entender, por ejemplo, que hay localidades escenario de acontecimientos de orden nacional, colindantes con localidades en que se escenican eventos de orden eminentemente interno. Esos instrumentos tambin nos permiten la comprensin de historias particulares que sesgan ineludiblemente los futuros posibles para los habitantes de la respectiva localidad. En segundo lugar, proponemos unas nociones que apuntan a diferenciar las variaciones observadas en las localidades, aunque bueno es insistir en que tienen carcter provisorio, porque se derivan de nuestras experiencias directas en Antioquia, que podran renarse con la confrontacin de signicaciones concedidas a localidades de otras regiones del pas. Estas nociones son las de asentamiento, aldea y pueblo. Incursionamos tambin en la nocin de ciudad intermedia confrontndola con la de pueblo por un lado y la de metrpoli por el otro, pero estamos convencidos de que como nocin para el anlisis requiere tener en consideracin una amplia y rica cantidad de variables que ameritan ms profundos estudios. El asentamiento es una entidad territorial en formacin, en una avanzada colonizadora que constituye uno o varios centros poblados que no alcanzan a concentrar todos los servicios que una sociedad demanda; por lo cual se presenta una permanente pugnacidad entre los pobladores para lograr el liderazgo en la bsqueda de la centralidad. La ambigedad entre el campo y el poblado se corresponde con las dbiles relaciones entre los pobladores. Los modos de vida rural dominan el ambiente, perlndose en la gura del colono, el tipo humano por excelencia. El reconocimiento de las instituciones por parte de los pobladores oscila entre nulo e incipiente, al punto en que caben fcilmente las formas de organizacin paraestatales y se dan regmenes privados de normalizacin de la vida cotidiana. De parte del Estado la contrapartida propia es su casi total ausencia o su dbil inuencia en la vida social. Las organizaciones de base de los pobladores son pocas, se derivan del mundo domstico vecinal y de las identidades nacidas en pasados comunes (ncleos humanos que provienen de la misma tierra original); los proyectos sociales son de corto plazo cuando existen. En suma, un asentamiento es una entidad territorial y humana en construccin, en donde el conicto por la posesin y la propiedad puede darle el carcter de invasores a personas que desplacen a los pobladores iniciales; y es tambin el primer paso social para el establecimiento del poder y la identidad cultural bajo parmetros urbanos. La aldea es una entidad territorial consolidada, en la cual la centralidad est ubicada en la cabecera pero depende enteramente del campo. Es el centro de servicios requerido por el poblador rural para abastecerse de los bienes que no produce en su parcela, su mina o en el bosque y utilizado para llevar los productos de su trabajo. La vida aldeana gira en torno de las parentelas y las vecindades. Los lazos 149
de anidad y consanguinidad cruzan las organizaciones pblicas e intervienen en las estructuras de poder local. Los componentes rurales dominan las expresiones culturales de los aldeanos. Los proyectos de futuro tienen en la ruralidad el punto de referencia obligado, aunque el agotamiento de la tierra genere angustia y lleve con frecuencia a sealar al Estado como ausente e indiferente a la suerte de quienes superviven merced a las fuerzas de sus propios brazos. Es comn encontrar alguna gura que concentra mltiples poderes y controla propiedades y voluntades humanas; su perspectiva de vida se hace extensiva a quienes le rodean y la velocidad de sus movimientos dene los ritmos de vida propios para toda la comunidad aldeana. El pueblo es tambin una entidad territorial consolidada, con una centralidad claramente ubicada en la cabecera, que permite resolver el contrapunto campo-poblado en favor del poblado. En la cabecera se concentran los servicios requeridos por la poblacin, y se generan actividades que tienen relativa o total autonoma del campo en los rdenes econmico (manufactura, microempresa), social (sociedad de mejoras pblicas, hogar del anciano, sociedad de San Vicente de Pal), poltico (movimientos cvicos, comit barrial), y cultural (casa de la cultura, biblioteca, peridico, emisora). Aparecen, adems, espacios abiertos que invitan a la actividad pueblerina: parques, unidades deportivas, plazas, cafeteras, tabernas, atrios, unidades escolares y multifuncionales. En general son los grupos juveniles los que hacen uso de estos espacios, especialmente cuando en ellos se permiten prcticas deportivas y recreativas; pero tambin los hay de adultos y ancianos, para actividades econmicas, polticas y de intercambios en diversos planos de la vida social. El pueblerino es un signo de identidad diferenciador frente al campesino y el citadino. Hay pasado histrico, proyectos del futuro que nacen del poblado mismo e irrigan su entorno rural. La estraticacin aparece ligada a una ya compleja red del poder, en donde pierde peso el parentesco de anidad y consanguinidad frente a la vida pblica. Las polaridades aparecen en todos los rdenes, siendo signicativas en lo poltico, en tanto pueden debatirse abiertamente y como ejercicio cotidiano entre los pobladores para quienes el tema adquiere relevancia particular; y en lo generacional, por el grado de diferenciacin e identicacin que cada grupo logra de s mismo, siendo los jvenes quienes adquieren el derecho a la palabra y crecientes grados de protagonismo en la vida local con sus proyectos y propuestas propias. No debe desconocerse, sin embargo, la queja reiterada de las generaciones nuevas por su carencia de futuro pueblerino, a lo cual se agrega el desconocimiento adulto por el peso de estas voces, especialmente entre quienes tienen en sus manos el manejo de la poltica local con los esquemas partidarios tradicionales. Slo las avalanchas ideolgicas y polticas que tienen nombres y alcances locales cautivan a muchos jvenes; pero la intolerancia acta con frecuencia contra ellas, liquidndolas. 150
El peso de lo citadino es grande en la vida pueblerina, especialmente entre las generaciones jvenes, para quienes la seduccin de la metrpoli en toda su gama de ofertas est presente a travs de mltiples medios de comunicacin que se tornan comunes en el pueblo. El freno a la atraccin metropolitana lo ponen las generaciones adultas y ancianas, experimentadas en la vida rural y aldeana que confronta su bucolismo con la aceleracin propia de la gran ciudad. De all que los ritmos de vida entre jvenes y viejos entren en conicto; y que los hbitos, usos, costumbres, rutinas y modas ofrezcan un llamativo contraste al observador externo. La existencia de ms de mil localidades en Colombia hace homenaje al pueblo como unidad espacial por excelencia en todo el territorio. E incluso cabe la hiptesis de que nuestras formaciones culturales apuntan ms claramente a modos de vida pueblerinos que citadinos. Vemos el pueblo como la bisagra que une lo rural con lo urbano, o como el umbral a lo citadino, en donde todava perviven prcticas propias de la vida en el campo y concepciones del mundo que tienen niveles muy directos de relacin entre la naturaleza y el ser humano; al punto en que no existe, por ejemplo, nocin de juventud que le permita a quienes cruzan esta etapa de la vida escenicar las comedias y las tragedias propias de su edad; pero en donde adems se presenta bajo formas dispares y fragmentarias lo propio de la vida citadina: tiempos cortos, ritmos veloces, roles individuales mltiples en los mundos privado y pblico, cruce interminables de relaciones, adscripcin a innumerables grupos; mediciones cada vez ms exigentes entre la naturaleza y el ser humano para realizar prcticas de supervivencia que abren el boquete conictivo al desempleo y el subempleo; y, en n, representaciones del mundo que sacrican el ayer por el hoy y la esperanza por la urgencia de sobrevivir. La ciudad es un dado cultural complejo, y con una literatura acumulada sobre su ser y su funcionamiento, por centurias de experiencias en el viejo mundo, pero con historias particulares propias de cada nueva entidad que va surgiendo. La historia cultural de las ciudades colombianas es un reto a los investigadores de hoy, que deben responder al creciente nmero de productos artsticos, en el caso de Antioquia, poesa: Hel Ramrez; novela: Juan Jos Hoyos; cuento: scar Castro; teatro, plstica, msica e incluso danza: EPA, en los que los elementos urbanos adquieren toda su fuerza. Las conmemoraciones recientes sirven para que aparezcan vistosos libros sobre algunas ciudades del pas con nostlgicas pginas sobre las bellezas del ayer y notas accidentales sobre las tristezas de hoy, pero hacen falta los trabajos que enseen los rostros invisibles en la vida cotidiana de las ltimas dcadas. Un camino saludable de reconocimiento de cmo se formaron las ciudades colombianas, son los concursos de historias de barrios impulsadas por algunas entidades y gobiernos locales, que permiten descubrir facetas sorprendentes y puntuales de la conguracin de cada una de ellas. 151
En nuestros trabajos hemos tenido ocasin de leer con atencin historias relativas a Medelln y Rionegro, en Antioquia, dos nicas entidades territoriales a las que puede asignrseles el apelativo de ciudad en la regin. Al mismo tiempo, hemos recorrido escenarios y dialogado con actores diversos que nos convencen de la importancia de adelantar un proyecto interdisciplinario de trabajo sobre la ciudad en el cual la reexin se combine con las acciones de transformacin del entorno, por la celeridad con que se suceden los hechos. Medelln es un enjambre de microculturas producto de procesos migratorios sucesivos y de la reconstitucin cultural obligada a los medellinenses de nacimiento. Rionegro, representa un polo subregional con presencia bicentenaria en la historia nacional, aunque con declive durante los primeros cincuenta aos del siglo XX; pero se reencuentra como protagonista de la vida subregional y nacional a partir de los aos 60, y se enfrenta a la construccin de su nueva identidad (citadina) en el forcejeo de la historia propia frente a la inuencia avasalladora de Medelln. Hay ritmos distintos de sucesin de acontecimientos en las dos ciudades que he mencionado. A Medelln se la juzga como metrpoli, y cabe reconocerle ese estatuto en tanto es el centro polivalente e indiscutible de una regin del pas que trasciende al departamento; es, en trminos de Ernesto Ghl (1976), el epicentro regional por excelencia del noroccidente colombiano. Pero tambin nos hemos atrevido a sealar3 que la ciudad es un conglomerado de culturas pueblerinas, con colonias enclavadas en todo el Valle que replican los usos, costumbres e incluso los valores y las creencias de sus aldeas o pueblos de origen. En el continuo rural-urbano es indispensable trabajar esta dimensin territorial (la metrpoli) porque es la fuerza impulsadora de cambios en la periferia y el polo de atraccin de quienes sienten agotado su espacio familiar, domstico y vecinal y hacen de la ciudad su panacea. Rionegro, por contraste, puede concebirse como ejemplo del pueblo que va perdiendo ese nivel de identidad para convertirse en ciudad. De all que le asignemos la condicin de ciudad intermedia; condicin que slo puede entenderse si la intermediacin es entre realidades territoriales y sociales diferentes. A nuestro juicio la ciudad intermedia es la formacin transitoria entre pueblo y ciudad. Es la entidad centralizada en lo urbano, con sectores sociales que utilizan medios de vida que no estn directamente vinculados al campo, como son los obreros de la industria y los empleados de los diferentes servicios del Estado y las instituciones privadas; con una oferta amplia de servicios para los pobladores, con claros estratos econmico-sociales, con una gama de expresiones polticas y culturales que apuntan en direcciones muy distintas, al punto de que de
3. Hemos venido trabajando en algunos proyectos sobre Medelln desde el ao 87. Actualmente avanzamos en propuestas colectivas de estudio sobre temas de conicto y violencia, con el Iner y el Grupo de Estudios sobre la Violencia.
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all resultan proyectos que son slo banderas parcializadas, aglutinantes de sectores, en donde la hegemona de alguno resulta de la imposicin social y poltica; con un paisaje urbano cargado de hitos arquitectnicos que privilegian el edicio frente a la casa, la retcula simtrica, el barrio y todo el amoblaje propicio a la vida en piso de cemento. El poblador de la ciudad es, o se presume que sea, el ciudadano. En un abreviado ejercicio colectivo4 se han planteado siete principios generales que deberan guiar la vida del ciudadano: 1. Respetar la vida del otro como fundamento de la ciudadana. 2. Tolerar la forma de vivir y de pensar de los dems. 3. Entender el ejercicio democrtico como la aceptacin de la existencia de mltiples opciones polticas. 4. Respetar las diferencias polticas, tnicas, de religin y de sexo. 5. Crear nuevos espacios de participacin ciudadana. 6. Buscar un pacto social que regule ecazmente las relaciones de los ciudadanos entre s y de stos con el Estado. 7. Concertar los intereses individuales de los colectivos. Una realidad que no existe, al menos en los territorios en que hemos trabajado en los ltimos aos, es la del ciudadano conciente de su estatuto diferenciador frente al pueblerino y el campesino, por el entorno en el que le toca vivir. No hay instrumentos socializadores que le hayan permitido a las nuevas generaciones concebir su condicin de existencia, dentro de las caractersticas propias de la formacin de ciudades en Colombia. Los postulados cvicos con los que se dibuja el ejercicio de la democracia (representativa pero no participativa) hacen tabla rasa de las conguraciones socio-espaciales que viene adquiriendo la nacin. La aprehensin intelectual de la ciudad es ms difcil para el individuo, por su complejo entramado. De all que sea ms sencillo rescatar el espritu pueblerino, vivir la nostalgia de la patria chica que se alimentaba del juego entre el campo y la pequea cabecera (aprehensible fsica y mentalmente). Pero pensar la ciudad, al igual que vivirla, son afrentas para su habitante comn, que las resuelve de manera simple: vive la vida, lucha cada espacio, forcejea contra su congnere, no se el toma tiempo para el pensar colectivo que haga eco al reconocimiento del otro y la tolerancia de sus puntos de vista diferentes. En la dcada de los 80 se hicieron trabajos sistemticos de reexin sobre la ciudad5 que ya dan frutos; al menos para llamar la atencin de los grupos de decisin y de poder econmico y poltico, que ven desmoronarse el reino de este mundo en donde pretendieron vivir a sus anchas, contando con la servidumbre que se someta diligente a su paternalismo austero.
4. El alcalde Juan Gmez Martnez suscribi la Convocatoria a la ciudadana, y la publicit en octubre de 1988. Poco a poco, las tesis all esbozadas toman fuerza en distintos sectores de opinin. Incluso la revista Semana, en un artculo, retoma partes extensas del texto elaborado por el grupo de estudiosos de la violencia; sin embargo se olvida de dar crditos. 5. Fernando Viviescas y Alberto Saldarriaga son dos arquitectos y urbanistas que han trabajado, desde pticas distintas, los problemas de la ciudad.
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En los procesos culturales regionales hay otra dimensin territorial que cuenta como expresin del conjunto: la regin misma. Asumimos aqu que se habla de regiones dentro de un contexto nacional y dentro de cada una de ellas, la pregunta bsica es por la identidad y el sentido de pertenencia que el poblador mismo reconoce. A la regin que se puede aludir, desde el punto de vista de los procesos culturales, es a la regin sujeto, en cuanto tiene signicado como conjunto para sus pobladores, o sea que hay memoria y vivencia del entorno, hay historia y se mantienen las relaciones entre los diferentes asentamientos que constituyen la regin, bien sea en la convergencia bien en el contrapunto. Al espacio dado se le agrega una posibilidad de ser integrado, se le concibe como construible, se le denen lmites, fronteras histricas y sociales. La regin sujeto es una regin vivida y no necesariamente pensada por cada uno de sus habitantes; sin embargo, ser hijo de la tierra es una expresin tpica para armarse frente a los dems con imgenes que se verbalizan desordenadamente, a manera de aspectos que forman parte de la idiosincrasia particular. Hay adems un aspecto especial que merece enfatizarse: la regin existe en cuanto haya presencia de proyectos culturales (implcitos o explcitos) que slo pueden hacerse vigentes (de conciencia) mediante decisiones polticas de quienes trascienden el mbito local en su accionar proselitista. Y otro elemento juega en la conguracin de una regin cultural: la participacin de todos los pobladores en las prcticas que anudan las localidades, desde las que simplemente apuntan a la supervivencia hasta las que hacen honor al placer y el amor. Hemos experimentado una modalidad de trabajo con pobladores de localidades y regiones en Antioquia que nos dejan enseanzas muy valiosas. A travs de talleres con el nombre de Pueblo vivido, deseado y posible, hemos captado con mapas, fotografas, escritos y narraciones, la dimensin que los actores sociales tienen de sus territorios: las imgenes de la cabecera, de la ruralidad, de la regin, los hitos naturales y arquitectnicos, los vacos espaciales, las necesidades sentidas, las relaciones sociales que se dan, los conictos, los silencios entre vecinos, las organizaciones activas, las instituciones reales. Hemos logrado que cada quien construya su nocin de futuro congurando mentalmente escenarios, vertiendo sus deseos en imgenes. Incluso es conciente el ejercicio de aludir primero al futuro que al pasado, sobre todo cuando en el pasado la violencia, en cualquiera de sus presentaciones, marca la vida particular del invitado al taller. En el empeo de encontrarle va real al deseo invitamos al ejercicio de dimensionar lo deseado con lo posible, de tal modo que de all puedan surgir proyectos y programas de corto, mediano y largo plazo. 154
El taller en mencin, en donde las territorialidades se convierten en el punto de entrada y salida del ejercicio participativo, posee la virtud de alejar al actor de escenarios en los que el drama o la tragedia le impidan imaginar horizontes para s y para las generaciones futuras.
Compartimos con Virginia Gutirrez de Pineda la nocin de que el ro Magdalena (como muralla imaginaria) dividi en dos el pas: matriarcalismo al occidente y patriarcalismo al oriente (los complejos andino y santandereano patri, los negroide y antioqueo matri). Frente a las polticas de Estado en Colombia respecto a la familia hay muchos asuntos por debatir; sin embargo, uno en particular amerita plantearse: la dada madre-hijo es vital para la existencia de un embrin de familia, pero no es familia en sentido pleno. No es sano asumir que la tarea de construccin del entorno social y cultural puede dejar de lado el componente y la presencia masculina. Los conictos y la violencia que azotan actualmente al pas ponen en evidencia que tambin (porque es un elemento ms de la crisis) existe un trato equvoco al papel masculino y paternal en los que podran ser sus ocios domsticos. En la cotidianidad, en las cosas aparentemente simples de la vida, el varn puede cumplir tareas que desactivaran la amenaza de convertirse cada vez ms en un ser intil, en tanto los espacios que antes se le haban reservado han sido cubiertos muchas veces con mayor ecacia por la mujer. En los procesos culturales regionales la familia sigue siendo instrumento ecaz de transmisin cultural. A medida que se campesiniza, mayor presencia tiene la red familiar en la vida de cada individuo. Pero el contexto urbano llama a pensar la recomposicin de esta estructura, sin desligarla de la tarea socializadora. La escuela juega un papel diferente al de la familia en la transmisin cultural. Hacemos alusin a todo el aparato escolar, desde la vida de jardn hasta el postsecundario, en donde el individuo se integra a un proceso dentro de un proyecto de acumulacin de saberes con arreglo a nes que estn ligados al destino de una nacin. Aunque el sello que puede imponerle cada maestro lleva a identicar las particularidades, los parmetros de conjunto que estn fuera del resorte suyo. El abandono de la funcin formadora en sentido integral por parte del maestro, condujo a que durante varios lustros ste se convirtiera en un contradictor incontrolable de toda presencia estatal y, en secuencia, se abrieran puertas a la negacin de Estado y de sociedad nacional. Aunque la hiptesis resulte fuerte, vale la pena armar que en las tres ltimas dcadas es poco el papel jugado por el magisterio y la escuela en la formacin de ciudadanos dentro de una ptica civil y no confesional, secular y no sagrada, culturalmente heterodoxa y no sometida a los rgidos patrones agraristas con los que se quiere hacer sentir a todos la idea de nacin. La escuela y el maestro son los dos ejes articuladores de la vida regional; sin su concurso es difcil pensar en la conformacin de una intelectualidad ligada a la vida local y regional (continuo que est en una y otro proponer desde la docencia), activadora de tareas colectivas que propendan por el mejoramiento de la calidad de vida de todo el conglomerado. Pero no slo su tarea intelectual es desvirtuada 156
sino incluso su derecho poltico. No slo por la presin del Estado sino tambin por la concepcin equvoca del maestro mismo, quien al considerarse solamente como un asalariado se est negando el derecho (gramciano para darle estatus) de ser orgnico al devenir de su propia sociedad. En una visin de futuro, es al magisterio a quien ms la compete intervenir para crear un marco de referencia de futuros posibles; e incluso a quien le corresponde por ordenamiento metodolgico indicar los vacos y las urgencias. Preocupa la vigencia en el pensamiento y la prctica magisterial de un cierto dualismo en la vida como individuos y en la vida como parte de un sector social. Para lo primero su comportamiento est ntimamente conectado a los trminos de funcionamiento de su sociedad; pero para lo segundo, tal parece como si la profesin debiera guiarse por una declaracin de fe antinormativa. Los talleres que hemos realizado con maestros nos arman en la necesidad de fortalecer trabajos de debate y replanteamiento de su ejercicio pedaggico, buscando modelos novedosos de enseanza y aprendizaje. Una localidad puede conocerse por las versiones mltiples que un maestro puede lograr de los alumnos y padres de familia que dialogan permanentemente con l. Pero para ello se requiere que el maestro est inscrito en su propio contexto social, de tal modo que los aprendizajes tengan doble direccin, y no, como es el estilo tradicional, una nica, dogmtica y vertical propuesta de asimilar los saberes. La iglesia fue crucial en la educacin familiar y social hasta los aos sesenta. El Concilio Vaticano Segundo produjo un remezn general en las comunidades religiosas, que tuvo entre otros efectos, para nuestras realidades regionales, la culminacin de un largo perodo de hegemona intelectual sobre todas las generaciones de colombianos. Pero tambin de crisis en el dominio tico y de la prdida de patronazgo en la enseanza de los saberes profanos. En el mbito familiar hemos planteado la hiptesis del cura como alter ego del padre, en conjuncin con una madre educada y educadora bajo los principios trascendentales de la enseanza bblica. La vinculacin de la mujer al trabajo productivo y la convocatoria al religioso para que abandonara el mbito domstico en procura de incidir sobre colectivos amplios fueron causales de la prdida de peso de la iglesia en el proceso de transmisin cultural. A ello se agrega la progresiva conversin de la sociedad agraria (creyente y medianamente religiosa) y pueblerina (contexto de mayor incidencia de la iglesia) en sociedades ciudadanas, en donde la bsqueda de una respuesta cultural urbana no resiste el trajn discursivo de mitologas y ritos agrarios. Algunos estudios de religiosidad popular que se realizan en el pas ponen de presente la enorme gama de alternativas regionales que el ciudadano anhela para cubrir los vacos de los espacios trascendentales. 157
Las corrientes religiosas que deenden los derechos del ciudadano por tener una tica secular diferenciada claramente de la tica sagrada, dan un paso importante en la recuperacin de su capacidad de convocatoria. Pero en el pas forcejean dos tendencias, la una claramente conservadurista que se atiene a la ortodoxia y a la literalidad de los textos y las costumbres, y la otra, innovadora en materia de intervencin social, que reivindica para el ser humano la realizacin de s mismo en las prcticas de cada da sobre la tierra. Para las nuevas generaciones la religiosidad sigue siendo asunto de trascendencia; pero funciona ms el ritual que la creencia. Hay grados de distanciamiento del religioso y su feligresa. Hay tambin alternativas religiosas crecientes, sobre las que tampoco se ha trabajado, pero con cuyo esclarecimiento se podran descubrir dimensiones insospechadas de las nuevas expresiones culturales que se agitan en el pas. Un caso especial, analizado en la dcada de los setenta, fueron los misioneros del Instituto Lingstico de Verano, quienes actuaron ecazmente sobre poblaciones indgenas del pas, reconociendo, primero, el contexto socio-cultural de cada comunidad, sumergindose luego en las lenguas originarias y procediendo nalmente a trabajar en el montaje de nuevos postulados religiosos y nuevas concepciones del mundo derivadas del cristianismo reformado.
Dos conclusiones
La primera tiene que ver con los territorios que hemos pensado en el contacto entre distintas formas de localidad y las posibles regiones, en donde los actores sociales, como individuos y como colectivos, se mueven contradictoriamente. No hay procesos sin espacios signicados, y quien puede signicarlos adquiere calidad de actor con puesta en escena. Lo que hay parece variado y complejo. Lo que se cree y para lo que se construyen modelos, desdibuja las sociedades concretas generadoras de cultura. La segunda gira en torno a las instituciones, que miramos en una secuencia pretendidamente lgica, en la medida en que les concedemos grados progresivos de intervencin endoculturadora: la familia, institucin primaria; la escuela y la iglesia, instituciones secundarias. De no ligarlas mediante un articio mental, no estaremos en capacidad de captar los lmites y las desventuras de la transmisin cultural de generacin en estos tiempos de intolerancia y de clera.
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la poltica y representaciones que van de las simples e inmediatas, derivadas de la cotidianidad, hasta las complejas y mediatas, nacidas de la reexin artstica, religiosa, cientca o losca. Los pobladores congelan su espacio o lo ponen en movimiento cuando se ven abocados a hablar de l. Igual deben hacerlo el investigador de campo, el tcnico o el visitante extranjero. La mirada de cada uno de ellos concede valores diferentes pero complementarios al espacio de referencia. En el poblador comn existe una diferencia con el cientco, el tcnico y con el extranjero, en la dosis de racionalidad que anteponen stos a la sensibilidad que acompaa a aquel. Mientras ms se haya actuado en ese espacio, ms profunda y amplia se torna la mirada, se escuchan de l hasta los sonidos ms insignicantes, se huelen los perfumes de la naturaleza y de los hbitats y se mueve con soltura el cuerpo en l. El espacio que es vivido lleva a la sublimacin y admite el rito y el mito. La rutina se vuelve sagrada, inconmovible. El espacio se vive, se recuerda, se suea, se desea, se expande, se contrae en la accin y en la representacin de cada actor social en su escenario. Es necesario mirar el espacio como territorio, como un mbito subjetivizado, como una red de lugares con un signicado, los cuales se entrelazan en el tiempo: es el contexto en el que se da la multiplicidad de relaciones que un ser humano puede establecer en todas las edades de su vida. Para decirlo en palabras de un terico del espacio, Jos Luis Garca (1976): El territorio humano es un espacio socializado y culturizado. Un espacio que adquiere signicado social y cultural, con un sentido de exclusividad positiva (los incluidos) para los grupos humanos que le son propios, o sea, los hijos de la tierra, y con un sentido de exclusividad negativa (los excluidos) para quienes se ubican en el afuera, o sea los extraos o extranjeros. Los antioqueos sacralizaron desde el siglo XVIII, el espacio que les correspondi en suerte. El mito paisa es el mito de la tierra rural. Para muestra, el himno antioqueo, que es la sublimacin del espacio. Un espacio tejido en la dura brega de la vida cotidiana de la primera clula del entramado social: la familia. Antioquia toda se constituye sobre la base de territorialidades muy diversas. Unas tienen presencia de poblacin histrica y a ellas se les puede denominar territorialidades consolidadas, como el rea Metropolitana y Medelln en particular; el oriente (el altiplano); el suroeste (cafetero) y el nordeste (minero). En cambio otras territorialidades apenas entran a formar parte del departamento y del pas, en sentido econmico, social, poltico y cultural, como el Magdalena Medio, el Bajo Cauca y Urab. Estas podrn llamarse territorialidades emergentes o en proceso de conguracin. 160
Los nuevos territorios son fronteras de colonizacin vivas, a los que llegan oleadas migratorias en busca de la tierra soada. All los contactos y las mezclas estn en plena ebullicin, razn por la cual el sentido ltimo de la identidad, el mito territorial, an no se esboza y penden an del ideario del colonizador de la montaa. Los actores en escena son mltiples y diferentes en estos nuevos territorios. En la vasta ruralidad estn: el minero barequero, el minero draguero, el empresario minero, el agrominero, el aserrador, el colono, el arriero, el agricultor minifundista, el agricultor mediano, el hacendado, el panelero, el bananero, el ganadero, el arriero, el jornalero, el mayordomo, el pescador. Para el poblador del campo las tierras no se han acabado ni se han agotado las minas ni han muerto los ros y quebradas. Todava hay una esperanza de provisin en ellas tanto para el varn como para la mujer, en una cultura cuyo temperamento se model con patrones masculinos y rurales. Por vertientes y valles se siembran pueblos en Antioquia. Las fondas y las parroquias de los siglos XVIII y XIX se volvieron cabeceras municipales. El paisaje se ve cortado y trazado por redes de caminos, afectos, endeudes y arraigos. El epicentrismo pueblerino ha sido un eje funcional y fundacional del territorio antioqueo. El pueblo como dimensin de territorio y de relaciones sociales es esencia de lo paisa. La identidad regional tiene el mismo tamao pueblerino, por eso an no cabe en ella la ciudad. El orgnico proyecto poltico y cultural de los intelectuales antioqueos del siglo XIX no lleg hasta concebir la ciudad como territorio. En la ciudad que Medelln forcejea por ser, se diluyen las relaciones domsticas y vecinales del pueblo y se pierde el arraigo al territorio propio. Inquilinos y arrendatarios circulan sin sentido de pertenencia; la religiosidad est en crisis; la sexualidad rompe barreras; la informalidad econmica desestabiliza la vida de familia y deja a los individuos sin esperanza de futuro. La mujer convierte su gnero en distancia del otro gnero y el hombre no sale de su asombro frente a esto. A pesar de las violencias mltiples que cruzan la geografa antioquea hay un modo de ser de la antioqueidad que es reclamado por todos y para todos: incluso el mercenario mata con el criterio del justiciero frente al faltn y la moral de quien provee en la familia obedece al postulado acendrado en este territorio de conseguir plata, conseguirla honradamente y si no, de todos modos conseguirla. Y el narcotracante corona su derrota de la pobreza con caballos de paso y oro por todo el cuerpo. El parentesco de sangre, vital para anudar relaciones y solidaridades en Antioquia, no ha perdido fuerza alguna, as se hayan transformado visiblemente esos 161
modelos familiares que el mito paisa estableci e inculc como estandarte de la energa de la raza. El parentesco espiritual, el del compadrazgo, todava se invoca en los campos y en los pueblos, entre las colonias y los barrios de migrantes en la metrpoli y lo invocan incluso los que se han capitalizado de la noche a la maana. Durante cinco siglos se han congurado en el pas supra-regiones en las que se multiplican las mezclas. Antioquia en medio de esto es pluricultural, multitnica, plurieconmica y multipoltica. Es paz y guerra. Es aristocracia y burguesa, de abolengo y tambin emergente y maosa. Es la tierra del rebusque y del xito empresarial, de la apertura y del terror a la competencia. Es el teatro de un rancio conservadurismo en costumbres sexuales y polticas, y a la vez es escenario del destape y la heterodoxia. Antioquia, a la vez una y diversa, es un territorio de exclusiones positivas o inclusiones, que es como se entienden las apropiaciones y asimilaciones de lo otro, de lo exgeno, en un tortuoso encuentro con sus posibilidades creadoras y erticas; se identica en el mito paisa de muy larga duracin. Pero es tambin la incertidumbre, la exclusin de signo negativo, la fortaleza inexpugnable, una casa donde el antrin no recibe al visitante, la frontera que los de afuera no pueden cruzar. Es esa Antioquia que no se encuentra a s misma, intolerante, expulsora, insolidaria, tantica y suicida. Las territorialidades que reclama el reordenamiento geogrco del pas son las que corresponden a las regiones-sujeto, o sea las territorialidades que tienen un signicado ntegro para sus pobladores. All donde hay memoria y vivencia del entorno, donde hay historias comunes y relaciones permanentes entre los habitantes, bien sea para la convergencia o para el contrapunto entre ellos. El espacio que les corresponde es construible y expansible, a la vez que limitable, en cuanto corresponde a los hijos de la misma sangre que es lo mismo que decir hijos de la misma tierra. Como dice en una frase Whitlesey: la regin es una expresin de lealtades innatas que refuerzan las evidencias extremas de su individualidad regional. Las regiones-sujeto son vividas y no necesariamente pensadas, pero son el referente espacial ineludible en boca del poblador porque es parte de s mismo. Esas regiones pueden verbalizarse desordenadamente, en el amor y el desamor. Son especialidades para seres humanos deseantes. Son los puntos de encuentro al nal de las jornadas diarias y de cuando los tiempos del ser humano comienzan a detenerse en la etapa ms lenta de cada vida.
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ferentes, por ejemplo, a la del minero barequero curtido por el sol, semidesnudo, hundido hasta el cuello en aguas de ros de oro. Todava circula el mito del montaero, del arriero, de ese paisa aventurero que le jala a todo y tiene xito en la empresa ms insospechada. Se trabaja con imgenes de una vida de campo y pueblo que no se corresponden con el acelerado proceso de centralizacin de toda actividad econmica, social, poltica y cultural en Medelln y el Valle de Aburr. En este valle, hoy para muchos de lgrimas, se est congurando una nueva realidad que apenas ahora empezamos a descifrar. La intencin que nos gua en este ensayo es la de volver a pensar los escenarios de las acciones, entendindoles como espacios signicados o territorialidades culturales, y algunas caractersticas de los actores y las instituciones, como individuos y colectivos que conguran agrupamientos y trasladan sentimientos e ideas de una generacin a otra. Vamos a guiar la mirada con la nocin de socializacin que podemos entender como la manera en que unas generaciones se comunican con otras, transmiten creencias, valores, actitudes y comportamientos acudiendo a diversas instituciones y mecanismos como la familia, la escuela, la iglesia, los medios masivos de comunicacin y las entidades de la cultura. La socializacin debe entenderse adems como el mecanismo mediante el cual el individuo se hace ciudadano, entabla la relacin social frente al otro, para asemejrsele o para diferenciarse y, por consiguiente, armarse en s mismo. La socializacin es una de las llaves maestras de la construccin de sociedad civil, de entorno psicosocial dentro de la tolerancia, de tica secular, de sentido de trascendencia, de sentimiento de pertenencia, de identidad en la diversidad. Vamos a empezar por los territorios del hombre y la mujer antioqueos que denominaremos territorialidades de la socializacin, en donde se practican mltiples relaciones sociales privadas y pblicas, que son la base de la sustentacin de diferentes formaciones culturales e invitan a que se las identique en su diversidad y peculiaridad porque afectan tanto la cotidianidad como los momentos de trascendencia social. En esas territorialidades se practica la confraternizacin, de la misma manera que se acta para la guerra. Algunas dimensiones de los espacios signicados jams han merecido una mirada, porque se los supone obvios o insignicantes. As sucedi, por ejemplo, con los territorios vastos en los que se hizo invisible el indgena que huy del espaol y se escondi por centurias, o el campesino que huy de la violencia poltica en los aos 50 y se perdi en la manigua. Y as ha sucedido tambin con los pequeos espacios urbanos que han sido borrados de los mapas del Estado porque en ellos se vive sin Dios ni ley, en el decir popular.
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de insidias y chismes. El espacio nocturno, para el joven pueblerino y citadino, es el que atrae a la aventura y el riesgo fuera de casa, a la bsqueda delirante de sorpresas para el goce (o el dolor, casi lo mismo) del cuerpo y el espritu. El joven y la joven campesinos tienen espacios para el trabajo, al lado del padre o la madre. Su juventud desaparece en virtud del trabajo productivo y domstico. No hay tiempo ni espacio para ser joven y gozar del encuentro con el compaero de generacin con quien establecer una relacin de amistad o de amor. Los jvenes pueblerinos y citadinos tienen las calles, las cafeteras, las tabernas, las discotecas, las canchas, los atrios, los parques; pero casi ninguno tiene su espacio privado y propio (si exceptuamos los de alquiler para encuentros clandestinos de cualquier tipo). Los espacios privados se reducen y deterioran. La vivienda es una carencia repetidamente sealada por diversos sectores de la poblacin como factor esencial que desmejora la calidad de vida. Pero no es slo eso, la ausencia de espacios en donde construir relaciones sociales privadas y pblicas es un comienzo de agresin al individuo que necesita socializarse. Este acta en consecuencia, rompiendo las barreras que le impiden desplegar su energa vital en busca de la identicacin. Se reutilizan espacios para el juego aunque los adultos le hayan asignado unas funciones diferentes. Se destruyen las obras pblicas aunque haya sido el Estado el que las construy como mojones del cumplimiento con el electorado cautivo. Y en el entorno ms pequeo, la casa propia, se mantiene la sensacin de cuerpo presente pero espritu ausente. Como en la cancin, un joven podra entonar este verso: No soy de aqu ni soy de all, no tengo edad.... La vivienda es el primer espacio de la socializacin. Cualquier forma familiar acta en ese escenario, recogiendo la memoria de generaciones y transmitindola de unas a otras. La literatura antioquea, especialmente la rural y la pueblerina, est llena de escenas caseras. Los costumbristas del siglo XIX como Emiro Kastos y Manuel Uribe ngel, Toms Carrasquilla en la frontera de los dos ltimos siglos, Efe Gmez, Manuel Meja Vallejo, son hitos de esas imgenes. Todava est sin escribirse la literatura urbana que dibuje a plenitud los modos de vida que trae la metrpoli, aunque haya indicios en obras como Una mujer de cuatro en conducta de Jaime Sann Echeverri y se tengan algunas visiones en los escritores de los ltimos veinte aos. Para hoy el cine y la televisin tambin podran aportar sus versiones, lo mismo que vienen haciendo tmidamente las disciplinas sociales sin que tengamos an la comprensin global de las culturas barriales. Ms adelante volveremos a ver el entorno de lo privado, a propsito de la familia como institucin socializadora, en la que cada funcin y cada relacin, presente o ausente, anuncia realizaciones y conictos, todos ellos estructuradores de la identidad individual y colectiva. 166
ausencia de guras parentales, magisteriales, eclesiales, e incluso la ausencia misma del Estado mediador (no el Estado represor), estn contribuyendo enormemente a que existan referentes de identidad fragmentados, contradictorios, negativos, ante los cuales no puede esperarse una respuesta articulada y positiva.
regionales de la socializacin en la vida pblica, en lo que podra llamarse el primer entorno que trasciende lo domstico, en donde se pueda proyectar en pequeo la nacin. Intentamos, como propuesta, una territorializacin derivada de contactos culturales (a veces los denominamos tambin contactos intertnicos) que sugiere regiones de viejos y consolidados proyectos culturales, que le dan cierto grado de unidad sincrtica y los hacen relativamente conservadores (suroeste, suroriente, norte altiplano); regiones estas que son contiguas a otras en donde hay intensos contactos culturales, que dan origen a regiones pluriculturales (multitnicas) porque todava forcejean usos y costumbres, creencias y valores provenientes de muy distintas regiones del pas y grupos raciales y culturales. Es el caso del Magdalena Medio, el Bajo Cauca y Urab. All las localidades se diferencian, ms que asemejarse, en tanto cada grupo de poblacin intenta signar su entorno con sus tradiciones en materia de relacin con la naturaleza y entre los miembros de la sociedad. As pues, la armacin de que Antioquia es una constelacin de localidades vale tanto para la historia como para la sociedad y la cultura contemporneas. Si algunas regiones pueden exhibir alguna homogeneidad (e incluso haber originado algunas imgenes tipo como la del cafetero o la del arriero), otras estn lejos de admitir un modelo de poblador y una real identidad. Al recorrer toda la geografa antioquea no puede armarse que exista una relacin directa y mecnica entre oferta natural y apropiacin cultural, ni que los migrantes desde los centros de irradiacin de las oleadas colonizadoras hayan atendido a un plan de expansin de fronteras que se incorporan a la vida del departamento. Huir, esconderse, refugiarse, hacerse invisible, construir talanqueras, aislarse para favorecer el delito, abocarse al enriquecimiento salvaje, son marcas muy profundas en el poblamiento y conguracin territorial de Antioquia. El problema es que la nacin y toda la regin se saturaron, al menos al punto de hacer imposibles, casi en todas partes, las tierras Sin Dios ni ley. Y valga anotar que uno y otro principio el trascendental y el terreno han estado ligados a las fundaciones y a las erecciones municipales. En los quinientos aos del poblamiento de Amrica por europeos, y en los mil o ms que anteceden a la presencia blanca, el territorio antioqueo ensea una variada forma de relacin del hombre con la naturaleza. En unos casos es la apropiacin simple de las riquezas que esa naturaleza provee la que determina la vida familiar y social. El hombre se hace hijo de la tierra en sentido literal. La parcela, el cultivo de bienes alimenticios, regula su ciclo vital. El suelo regala sus vegetales, sus minerales y sus misterios. El campesino, el indgena, el minero-agricultor, el ganadero, el aserrador, el draguero y el hacendado giran alrededor de las provisiones que concede la madre tierra mediante un trabajo que no necesariamente exige 169
altas tecnologas. En otros casos, la bondad de las tierras queda condicionada a los intereses contrapuestos de sus propietarios; es el caso de la ganaderizacin de tierras ptimas para cultivos agrcolas modernos, o de la aplicacin de cultivos tradicionales que cargan consigo los mitos de la riqueza en tierras infrtiles (con el caf sucede repetidamente); o ms recientemente las dedicaciones a la narcoproduccin y a la recreacin en tierras que deberan contribuir a ampliar la frontera productiva y socializadora de una poblacin necesitada de mejorar sus niveles de vida. La gama de pobladores del campo es grande y variada, cada uno tiene su manera de relacionarse con la naturaleza pero tambin de congurar su red de relaciones sociales. Hay territorios en donde el individuo es rey solitario, no hay instituciones mediadoras (ni escuelas, ni iglesia, ni Estado), y si alguna aparece deber sujetarse al ordenamiento (la ley del monte diran algunos) de los pobladores originarios. En el territorio vasto, donde slo puntos y parajes se identican, caben las organizaciones parainstitucionales, las que desbordan los presupuestos legales, las normas impartidas por el Estado, para darse su propia regulacin, a manera de supervivencia colectiva y de resistencia frente al extrao. Las territorialidades que estn en procesos de colonizacin o de reasentamiento (Urab, Magdalena Medio, vertientes bajas de las cordilleras central y occidental, Cauca Medio), tienen la efervescencia de nuevos modos de vida. Los moldes validados para regular relaciones en el pasado no juegan. En sectores grandes del territorio antioqueo se presenta un contacto cultural intenso, resultante de procesos migratorios de gentes provenientes de muy distintos lugares del pas, que invita a pensar en complejos pluriculturales en formacin. Un reto es reconocer esas nuevas realidades socioculturales, que ponen, por ejemplo, en contacto a chocoanos, sabaneros, chilapos, antioqueos, boyacenses, santandereanos, cunas, ember-catos, zenes, en tierras de Urab; o tolimenses, santandereanos, cundiboyacenses, antioqueos, caldenses, vallunos, momposinos, costeos, en tierras del Magdalena Medio. Similares fenmenos migratorios se presentan en el Nordeste y el Bajo Cauca, contribuyendo a cambiar la imagen de la vieja Antioquia, montaera, arriera, cafetera, caera y minera en los viejos patrones. La regin cultural que conserva aunque cada vez ms dbilmente las imgenes que tipicaron al paisa, est ubicada en una franja pequea de cuchillas, altiplanos y vertientes altas y medias de la cordillera central (norte, suroeste, suroriente, noroeste cercano a Medelln antes de cruzar el ro Cauca), y nordeste cercano a Medelln (curso alto y medio del ro Nus). Esas imgenes son rurales (alpargatas, carriel, poncho, sombrero aguadeo, peinilla, zurriago, navaja, naipe, mula), pero entran en franco retroceso a medida que se viaja de los parajes rurales, de los poblados y de las aldeas sometidos al trajn de la ruralidad, y se ingresa a los pueblos y a las pocas ciudades que hay en Antioquia (si acaso hay ms de dos). 170
La gura del pueblerino est desplazando a las que nacan del ambiente rural. Un pueblo, por contraste con una aldea o un poblado, es ms que un centro de servicios, en donde instituciones pblicas y privadas hacen presencia para absolver las necesidades del visitante semanal (sabatino o dominical) que habita el campo y debe abastecerse de artculos esenciales (mercado, insumos, licor, santa misa, ropa, droga). Un pueblo tiene una relativa autonoma del campo; posee medios de vida producto de la artesana y la manufactura, de la importacin desde centros urbanos mayores; y regula la produccin agropecuaria en benecio de sus habitantes. Espacialmente hace desaparecer los hitos arquitectnicos con sello rural (casas con jardn y patio-parcela) para darle entrada a construcciones en material, doble planta o edicios, local comercial, garaje, y todos los dems elementos que se suponen modelo constructivo propio de ciudad, hasta incluir el cerramiento con malla y portera. En lo poltico y lo cultural determina las relaciones y dene las demandas para el conjunto de la poblacin (de cabecera y del campo). Mantiene una permanente expectativa frente a las ofertas que provienen de centros mayores, cuando no es una relacin permanente, mediada en la mayora de las veces por las colonias (son mltiples las que se han asentado en Medelln de tiempo atrs y en el Oriente Altiplano en la ltima dcada). El pueblo ofrece mltiples servicios al habitante de la localidad: salud, hospital; educacin, bachillerato diversicado, tecnologas, universidad; religin, parroquias, grupos parroquiales; recreacin, canchas, deportes, cines, teatros, tabernas; banca, servicios varios; comercio, mayorista y minorista, supermercados; convirtindose en la instancia mediadora (culturalmente hablando) entre el campo y la ciudad. Tiene de ambos componentes que pueden identicarse con una mirada cuidadosa a los grupos generacionales. Mientras que los ancianos pueden expresar el polo rural, los jvenes evidencian el polo citadino. Apartad, Yarumal, Santa Fe de Antioquia, Sonsn, Marinilla, Bolvar, Santo Domingo y muchas otras localidades del departamento se ponen a la cabeza de una polaridad que busca afanosamente integrar en su seno modos y modas de vida, expectativas de futuro, que se asemejen a las de la ciudad, entendida sta en la imagen que adquiere para las clases medias. El pueblo es un ambiente espacial en donde se dibujan adems las crisis y los conictos, e incluso la violencia que hoy agita a Antioquia. No satisfacen las ofertas del medio a los pobladores, especialmente a las generaciones ms jvenes. El desempleo del bachiller, por ejemplo, es una realidad dramtica reconocida por muchos. Un joven bachiller tiene ante s la amenaza (as la asume en alta proporcin) de volver al campo, en donde lo nico que le espera es desbrozar la tierra, como sus antepasados, para sobrevivir. O tiene tambin la afrenta de una cabecera que lo utiliza como dependiente de un bar o de un almacn, o lo inscribe en un 171
puesto minsculo de la administracin pblica, o lo subemplea en una de las pocas microempresas o famiempresas con que cuenta la localidad. La ausencia de futuro empieza aqu. La tentacin por repetir la gesta del aventurero mtico que andando en el lo de la navaja, hacindole pases a la vida y a la muerte, pudo salir victorioso, se convierte en el horizonte de los ms atrevidos. Al varn se le admite soar as y jugrsela. A la mujer no hay ms remedio que dejarla atreverse, aunque circulen por la cabeza de familiares y vecinos los peores augurios, como que lo nico que puede quedarle es la prdida de los valores ms caros al sexo femenino (virginidad, maternidad, delidad, honestidad, bondad, sabidura y sentido comn para educar). El pueblo que ve invadidas sus escasas habitaciones por migrantes decididos a quedarse un buen rato, mientras duran las obras que usualmente cambian los paisajes, se desarticula rpidamente. Las grandes obras de impacto como suele identicrselas en lenguaje tcnico sin explicitar cmo y a quin impactan trastocan a ms de un pueblo antioqueo, en los ritmos de vida buclica y sedentaria. Las enfermedades sociales comnmente enunciadas (delincuencia, drogadiccin, alcoholismo, farmacodependencia, prostitucin, madresolterismo, desempleo y subempleo, violencia intrafamiliar y social) pasan a hacer parte de la cotidianidad de este tipo de pueblos. As sucedi con Apartad, San Carlos, San Rafael, Remedios, Segovia, Bolvar. En estas localidades se presupone presente el Estado en distintas formas para atender los frentes en que se requiere su mediacin. Dos males aquejan al funcionario de pueblo: su abulia burocrtica y la carencia de proyectos. El rgimen de descentralizacin municipal es un paso importante en la cualicacin de los agentes del Estado a este nivel. Y la tarea de educacin para el ejercicio de su ocio es una urgencia ineludible. El aprendizaje de la planicacin integral es mandamiento para quien pretenda hacer participacin ciudadana. En materia de dinamizacin de la vida local es conveniente mirar los pasos dados por las agrupaciones polticas que intentan caminos alternativos, en muchos de los cuales se puede hablar de proyectos tico-culturales que reconocen las diferencias del ayer al hoy y que entienden los cambios y se plantean otro futuro.
Vinieron luego negros y criollos a abrirle trocha al oro cruzando minas de veta y aluvin. Se desplazaron luego oleadas de mestizos por las agrestes vertientes en donde poda cultivarse el promisorio caf. Continuaron tumbando selva virgen para sembrar caa y luego poner a pastar ganado. Finalmente volvieron a territorios invisibilizados que haban quedado en manos de los excluidos, para levantar agroindustrias, hidroelctricas, autopistas, petropuertos, narcoterritorios, y entretanto se instalaron colonias en el centro multipueblerino: Medelln y el Valle de Aburr con su cola del Oriente cercano, especialmente el municipio de Rionegro. Antioquia es un mosaico de contactos intertnicos (entendiendo etnia por agrupamiento social con referentes histricos e ideolgicos comunes) en el que la antigedad y variabilidad de etnias aportantes es diverso. Puede hablarse de un viejo contacto bitnico para el oriente, el sur o el nordeste y de un antiguo contacto tritnico para el occidente. Pero hay que reconocer el contacto multitnico que hoy agita a Apartad y a sus alrededores, a Puerto Berro, Remedios, San Rafael o Caucasia y a las regiones y subregiones en que se inscriben. Y al desplazarse a la capital del departamento y los municipios vecinos se repite la dosis, aunque con mayor intensidad y dramatismo. La nueva colonizacin, que en trminos clsicos se denomina inmigracin (y signica emigracin para otros), acta en dos direcciones: de la periferia al centro urbano y de la periferia a las fronteras histrico-culturales, a esos territorios vastos que parecan reserva natural propiedad del Estado (o de nadie) y que pasan a integrarse al nuevo mapa del poblamiento, el que aparece en escena despus de los aos 50 del siglo XX. Medelln y el Valle de Aburr reciben un volumen de poblacin que en el curso de los ltimos cuarenta aos se quintuplica, invadiendo las laderas en forma desordenada, desbordando todo intento de planicacin urbana, imponiendo reutilizaciones permanentes de los espacios urbanos, derrumbando sin contemplacin los escasos hitos espaciales que pudieran identicar la ciudad tricentenaria. El poblamiento de la ciudad se asemeja al de enclaves cerrados, en donde colonias de migrantes toman posesin de un territorio y le imponen lmites mentales y muchas veces fsicos, imposibles de cruzar sin que aparezcan sntomas de una cierta xenofobia pueblerina. En broma y en serio, muchas historias de barrios cuentan de las batallas juveniles entre sus pobladores tres o cuatro dcadas atrs; y ahora menos romnticamente de la conducta de muchos delincuentes que aparecen como individuos solidarios, benefactores y personas de bien en su barriada, mientras ejercen su ocio exterminador en las vecindades. La ciudad luce como una colcha de retazos, de telas de mala calidad, en la que se ha carecido de un proyecto urbano integral en donde se reconozcan tanto los espacios domsticos como los servicios pblicos y los que simplemente (o fundamentalmente) deben constituir pulmones espirituales para el habitante so173
metido al ajetreo de la supervivencia. Sorprende la capacidad autodestructiva del espacio fsico en donde no hay retcula que valga. Los muones del Valle se ven por todos lados: calles inconclusas, parques semidestruidos, edicios inacabados, barrios residenciales sometidos a la inclemencia de las orugas, sectores industriales y comerciales invadidos por la suciedad y el deterioro. Un centro de Medelln que luce como la llaga del mendigo y la tristeza del expsito. Difcil ver en esa selva de caminantes sin rumbo que llenan andenes y estrechan calles, una sonrisa plcida, una caricia plena de ternura, una mirada tranquila y feliz. El temor y la sospecha parecen acompaar al peatn que se atreve a visitar el centro de la ciudad. En los ltimos tiempos peligra quien est cerca de un carro policial o quienes se junten en tertulia frente a una tienda de barrio popular. En unos barrios la seguridad es asunto de amedrentamiento de los que imponen su orden criminal a una poblacin atemorizada y desvalida; en otros los muros, las mallas, las porteras, los guardianes y hasta las armas apuntando hacia afuera (en la tpica defensa de fortn) pretenden ser la garanta de seguridad de quienes se refugian en su espacio ntimo para olvidarse, aunque sea momentneamente, de las sombras que cubren el paisaje urbano. En Medelln los espacios abiertos son ms una amenaza para la convivencia que sitios de encuentro en donde se construyen relaciones, en donde la socializacin para la vida civil logre escenicarse. En el oriente cercano se destaca Rionegro como la ciudad intermedia que vuelve a adquirir protagonismo, pero no ya como localidad autnoma y contrapunto frente a las otras localidades que protagonizaron gestas colonizadoras y fueron capitales de regiones distintas. Rionegro luce como el piso alto del Valle de Aburr, como la puerta de entrada al proceso de urbanizacin que arrastra consigo a los municipios del oriente altiplano. Sin embargo, oscila entre una ciudad con planes y proyectos que ataran el crecimiento poblacional y las transformaciones urbansticas y una ciudad catica, que no tiene ms remedio que ver llegar a cientos de familias que van armando cinturones habitacionales y demandando servicios estatales, en condiciones de presin permanente y conictiva por encontrar fuentes de trabajo. El proyecto de desarrollo diseado por lderes de la regin en la dcada de los 60 para el oriente cercano, que muchos creen ver realizado o en camino de realizacin a nales del siglo XX, no contempl la diferencia y la autonoma relativa que ameritan su historia y cultura. Rionegro est viviendo el mismo fenmeno de reconguracin social y urbanstica que han soportado las localidades ubicadas en el Valle de Aburr; la nica defensa que tiene todava es de tamao demogrco, que no hace tan trgicos la fragmentacin y el deterioro. Quizs una salida salvadora est en la fuerza interior que cabe extraer de la savia ciudadana para defender con la descentralizacin un proyecto municipal que tenga sello propio. Pero no puede repetirse aqu ni en el resto de la geografa antioquea, la experiencia metropolitana 174
de hacer ciudad mediante la presencia de los instrumentos de control y represin estatales. Los uniformes verde olivo y los centros de atencin inmediata al ciudadano se han convertido en el presunto smbolo de seguridad y proteccin del poblador de la ciudad. Pero es difcil para una sociedad sometida a la saturacin de formas autoritarias y represivas de presencia del Estado, que las fuerzas ociales del orden alcancen una cara amable si antes no existen otras formas de presencia estatal que sirvan de mediadores para la construccin de sociedad civil en donde lo militar sea, como una democracia lo propone, el ltimo eslabn en la secuencia normatizante de la convivencia ciudadana. Los agrupamientos sociales que posibilita el mosaico regional son tambin variados. Mientras las acciones comunales como entidades reguladas por el Estado y depositarias del benecio poltico-clientelista se extienden por todo el territorio, los usuarios campesinos apenas se reconocen en zonas de tensin por la tierra y, los sindicatos se deenden contra los contratos a destajo. Las organizaciones espontneas de los pobladores, ligadas a reivindicaciones concretas e inmediatas (los movimientos cvicos, los convites, las brigadas de salvamento), son formas comunes y cada vez ms amplias de presencia ciudadana. Tienen la fuerza interior de los actores que viven el drama y no contemplan mediaciones posibles para la resolucin de sus necesidades, desbordan el gamonalismo y el clientelismo de los partidos polticos, se alejan de la accin poltica, por considerarla inocua o asumen la ley y el orden a riesgo propio, olvidndose de consultar a un Estado de derecho que slo se hace sentir como eco lejano en boca de cualquier intrprete elemental e ignaro. El reconocimiento por parte de los agentes del Estado de las formas nuevas en que se estn agrupando los pobladores, es condicin bsica para abrir espacios de dilogo y concertacin que permitan disear futuros deseables y posibles.
Tampoco es cierta la armona interior de las familias, ni la sancin religiosa a toda unin. El conicto y la crisis de familia hacen parte de la historia domstica antioquea. Las uniones de hecho, los concubinatos, las uniones libres tienen presencia viva a lo largo de los siglos y a lo ancho del territorio rural y urbano. En materia poltica, los pensamientos y proyectos alternativos al bipartidismo en sus versiones ortodoxas recorren las tribunas, los plpitos y los hogares; la tendencia a las posturas radicales es comn entre las gentes paisas: ultraconservador o ultralibertario. En estas tierras tienen lugar tanto las ms crudas formas de la defensa de la tradicin y la propiedad privada, como proyectos de modernidad y formas nuevas de propiedad comunitaria. Tambin la intolerancia y la aniquilacin del contrario estn presentes en la ideologa autodefensiva del antioqueo. Se llega hasta el autocastigo para saldar la deuda o el pecado. Para muchos, pragmatismo y austeridad son principios reguladores de la vida privada y pblica, no hay derecho al goce terrenal, el placer se diere para otra vida. Pero tiene lugar, por efecto de repulsin contra los viejos patrones, un fenmeno sorprendente: Los hijos de la frugalidad se embarcaron en empresas de alto riesgo y altsimos niveles de acumulacin de riqueza material que les permitieron gastar a manos llenas, como era el sueo irrealizable de los antepasados que se reservaban ese placer para la otra vida. El contrabando y el narcotrco son la panacea de generaciones jvenes que no tuvieron lugar en la fundacin de las empresas smbolo de la vieja antioqueidad. La acumulacin salvaje de estas nuevas generaciones, trae consigo nuevos patrones culturales, en los que la ostentacin y la prepotencia se unen a la valenta y el riesgo del viejo aventurero que haca caso al principio de conseguir plata honradamente o si no, de todos modos, conseguirla. Se repite con frecuencia la crisis de la familia como institucin socializadora, especialmente en los ncleos pueblerinos y urbanos, en donde otras instituciones asumen presuntamente las tareas formativas de las nuevas generaciones. Algunos elementos generales de anlisis pueden activar una mirada distinta del asunto. Ante todo, la familia clsica (el modelo) se fundamentaba en la iglesia y la religiosidad para manejar las relaciones intrafamiliares. En remplazo de la gura paterna, usualmente dedicada a la vida de los negocios para poder proveer al hogar, el trabajo materno se apoyaba en la instruccin tica y cvica que aportaban el cura y el religioso mediante el uso del plpito, el confesionario y la visita sacerdotal al feligrs, como a travs de la educacin formal, entregada a su saber y entender en virtud de los arreglos concordatarios del Estado colombiano y el Vaticano. La imagen del padre antioqueo en algunos casos aparece difusa; no resulta tan claro si es el patriarca que manda en todo y a quien todos rinden pleitesa por su condicin de slido y pleno proveedor de bienestar material, o es la del hombre severo e 176
inclemente que cede el rejo a la madre pero imparte la orden. No es tan claro que esa gura sea distinta a la del padre castigador moldeada por la tradicin judeocristiana, ms bblica que montaera, ms ideal que real, ms propia del discurso materno-sacerdotal que de la prctica masculina. La imagen del varn luce fuerte pero es dbil. Se ha construido tradicionalmente con las enseanzas femeninas, con los mitos de la arriera y la vida dedicada a los negocios. El campesino medio cafetero, el culebrero, el comerciante, aparecen constantemente como las imgenes tipicantes del ser antioqueo. Quizs una imagen que resuma todas las dems es la del negociante, el personaje que recorre todo el proceso econmico en vista a la acumulacin individual de riquezas materiales, sin parar mientes en los efectos negativos que pueda producir por fuera del mbito de los mos. En lo profundo de su comportamiento se concreta la enseanza aparentemente inocente del primero yo, segundo yo, tercero yo. Se presupone que debe responder valientemente a todo reto que se le imponga, no hay empresa imposible; el riesgo, jugrsela como sea y donde sea, marca su sendero. Con esa expresin tpica de que el paisa anda sobre el lo de la navaja, instrumento insustituible en las tradiciones de la arriera, se evidencia la carga que la cultura pone sobre sus hombros. De all que armemos que hay un principio tantico en la estructuracin de la cultura antioquea. Se arriesga la vida, o sea que se evita la muerte, pero se tiene siempre como la sombra amenazante para poder vivirla. Es un varn en el cual el machismo sexual deja dudas, al punto de que fcilmente se lo puede encontrar jugando a la bisexualidad en la medida en que la cultura ha aceptado el dualismo del sexo: para la reproduccin y para el goce, en cabeza de guras sexuales distintas. Las prcticas sexuales reproductivas exigen la presencia de una mujer casta, pura, honrada, en quien se pueda depositar toda la conanza para la crianza de los hijos. La sexualidad del goce puede practicarse con la prostituta o el prostituto (se hace humor con expresiones como la del gusto por la carne de res y de cerdo). Pero la sexualidad, superando la genitalidad e ingresando a la imagen del gnero se torna confusa. El cuerpo no se reconoce en todas sus potencialidades para el deporte y el arte (cuaja el ftbol pero no el voleibol, no caben la danza ni la plstica). Los placeres del espritu (literatura, losofa, msica) tienen poco espacio dentro del pragmatismo de las prcticas ldicas: lo que no d plata no sirve. Al varn no se le ha admitido tiempo para la conguracin de una individualidad que pueda proyectarse como energa espiritual creadora. Poco puede pedrsele entonces para que ejerza una paternidad o tenga una funcionalidad responsable (caso del hijo trabajador) en esferas distintas a la de la provisin econmica. El joven delincuente tendr as ganado su lugar de respeto y prestigio en la familia, en la medida en que responda, como sea, a la expectativa que se tiene de l: traer plata. 177
La fortaleza la familia antioquea tradicional reposa en la madre. Su prolongacin ms inmediata est en la escuela primaria, normalmente a cargo de maestras. En la medida en que ella se aleja del escenario domstico, por el trabajo que se ha visto obligada a asumir para suplir las necesidades bsicas, bien porque lo dena como derecho de autonoma (en su liberacin de la sujecin al varn), o como inevitable condena ante el abandono y la soledad en que puede quedar, con hijos bajo su proteccin, deja el espacio vaco. Se piensa que existen instituciones alternativas en cuyas manos quedara la tarea socializadora de primera instancia. Pero la aparente solucin no es tan real y efectiva como se presupone. La expresin madre no hay sino una no es tan gratuita, en una tradicin cultural en la que las instituciones socializadoras complementarias (la iglesia y la escuela) estaban ntimamente ligadas con el mbito domstico. El alejamiento de la iglesia y la escuela es reciente por lo cual el rastro que dejan en la mentalidad de los antioqueos no ha desaparecido del todo. La madre ausente, aadindose al padre que nunca ha estado realmente presente en la tarea socializadora de primera instancia, deja el terreno abonado para un ambiente en que el azar es el que se hace cargo de la socializacin de nios y jvenes. Esta situacin lmite, de abandono total en la difcil tarea de estructuracin de una personalidad bsica, ha pretendido resolverse con el establecimiento de hogares comunitarios en los cuales unas madres comunitarias asumen los ocios de la socializacin. La intencin no salva, si no est mediada por un trabajo educativo de los grupos sociales en los cuales se pretende ejercer la accin, de tal modo que no aparezcan (como ya ha sucedido) las organizaciones demandando mejoras salariales para poder ejercer el ocio. La maternidad (y la paternidad) no son ocios, no son negocio, en ninguna cultura humana; son, por el contrario, estatutos adultos del ser, optativos, que se asumen como prolongacin biolgica y espiritual e incluso como trascendencia del yo. La socializacin infantil y juvenil que queda en manos del azar, de la calle, de los congneres, presenta un vaco enorme: no hay nociones de pasado y presente que permitan el contraste y la comparacin. Desaparecen los referentes domsticos: vacos de padre y de madre, del adulto con quin identicarse en un primer momento y frente a quin diferenciarse luego. Si a las ausencias se agrega como es el drama de la ciudad un discurso (del cual la madre ha sido por tradicin la portadora) que descalica al varn-padre (por violento con la esposa o compaera, con los hijos, por irresponsable, por vagabundo, por inel) la alternativa que tiene frente a s el infante que inicia su proceso de identicacin del yo y el otro es mnima. El ser que aparece est cruzado por imgenes contradictorias y difusas, est fragmentado. Asume la construccin de su espacio y las relaciones sociales con parmetros derivados de la mezcla de mensajes recibidos de muchas partes e 178
introyectados en una individualidad eminentemente introspectiva, autodefensiva, aislada y solitaria. Las estadsticas muestran crisis y conicto en la familia antioquea porque una cuarta parte de las uniones que se practican no atienden a las leyes del Estado ni a las normas de la iglesia; porque el abandono de los hijos por parte de los padres y de la esposa o compaera por parte del varn es creciente, especialmente en contextos urbanos (alcanzando niveles dramticos en Medelln, como lo diagnostica el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar); porque la agresin fsica y psquica es permanente en las relaciones de pareja y en las paterno-materno-liales, al punto que abundan las instituciones de atencin a personas afectadas por todo tipo de patologas sociales y psquicas, igual que las que se dedican a educar para la vida en familia. Los registros de muertes y delitos alcanzan un dramatismo tal que en los medios masivos de comunicacin, igual que en las tertulias de amigos y familiares, comienza a volverse circular el discurso sobre lo mismo con la impotencia ante la ignorancia de caminos de salida para frenar la ola de violencia que adquiere formas y ribetes insospechados. La inculpacin se dirige al Estado y a la sociedad, en abstracto, pero quizs no se ha intentado penetrar en los factores estructurantes de esa sociedad y ese Estado, que a nuestro juicio tienen una raz cultural repetidamente ignorada y despreciada. La familia es el primer espacio de estructuracin cultural de una sociedad. Al hablar de creencias, valores, actitudes comportamientos es crucial preguntar por las relaciones que se establecen en este ncleo, por las imgenes que se van congurando desde all, a propsito de la autoridad, el respeto del otro, la tolerancia, los placeres del cuerpo y del espritu, las nociones sobre lo social y lo trascendental. La accin estatal, respecto a la familia, se ha consagrado por ms de veinte aos en atender a la madre y al nio. Se olvidaron los legisladores de un varn que deba asumir su papel domstico ms all de proveer econmicamente. Hoy no se contempla un ingreso familiar ni una cabeza de hogar en los hombros exclusivos del hombre. Sin embargo, no hay propuestas de Estado que permitan abrirle un espacio domstico al varn sin desvalorizarlo en su masculinidad. El abrirle las puertas del hogar implica una revolucin elemental pero trascendental, por la cual se acepta el estatuto igual de mujer y hombre en los ocios privados y pblicos y se integra al trabajo productivo cualquiera de los dos, pero adems se reconoce el trabajo en familia como una ms de las posibilidades laborales del individuo en la sociedad, con la responsabilidad contractual que debe tener quien lo asuma. El reto de educar para la vida y la democracia empieza en casa. No importa que la estructura familiar se reduzca a la dada materno-lial o paterno-lial, que se sostenga en la familia nuclear o se extienda hasta la familia que cuenta con abuelos 179
y tos. En todos los casos, el papel del varn como realidad y como imagen, debe asumirse en todos los planos del universo domstico. La mujer ha dado un paso irreversible y trascendental que no es adecuadamente ledo por los gestores de normas y leyes: ingresado a todas las rbitas de la vida humana y no tiene por qu ser la nica responsable de la crianza de los hijos. As como la cultura permiti al varn disociar la procreacin del goce sexual, la cultura est obligada, en los retos del futuro, a aceptarle a ellas que la gestacin, el parto y el puerperio no signan el destino individual, ni condenan a ser la sombra del otro o la segunda de a bordo en los mbitos empresariales del mundo social y poltico. La crisis de familia, en medio de la crisis social, no se resuelve llamando a recuperar las viejas formas ni los ocios ligados a cada sexo como imperativo categrico. Y aunque en el terreno biolgico es mucho lo que puede decirse a propsito de la diferencia de sexo y de gnero, el asunto aqu es eminentemente social y cultural. Se ha producido una transformacin radical en la concepcin y funcin de los gneros (aunque sobrevivan vestigios de viejas formas) que no es reconocida por la sociedad o apenas empieza a evidenciarla por sus efectos negativos; y que mucho menos logra producir efectos sobre el diseo de polticas nuevas en materia de educacin para la vida civil que empiecen en familia.
domstico y vecinal del practicante. Se abandonaron los esquemas verticales de relacin que facilitaban el ejercicio de la autoridad y el castigo para abrirle camino a las relaciones horizontales entre grupos de oracin y accin que buscaban la transformacin de s mismos y de su sociedad. En Antioquia fueron muchos los sacerdotes, religiosos y grupos cristianos que optaron por prcticas religiosas alternativas. En la memoria colectiva se recuerdan los curas de Golconda, la Conferencia Episcopal de Medelln, los grupos comprometidos con la teologa de la liberacin. En muchos pueblos de Antioquia y barrios de Medelln se renov el fervor popular con los mensajes de una iglesia practicante de la confraternidad y defensora del derecho a la divergencia. La confrontacin con otra iglesia que se mantena en las tradiciones preconciliares y vea amenazada su hegemona sobre las conciencias cristianas, condujo a la prdida de espacio de una y otra corriente en la sociedad y al debilitamiento de su papel socializador. Acceden a la escena religiosa otras iglesias, mensajeras de creencias y conductas budistas, mahometanas, zen, luteranas, calvinistas, que logran impactar a grupos de pobladores esperanzados en hallar tablas de salvacin para sus angustias cotidianas. Pero la fuerza de las iglesias en el moldeamiento de una tica secular y de unas enseanzas no afectadas por dogmas religiosos, no parece haber sido tema de reexin de quienes las dirigen. Tampoco parece haber sido tema de preocupacin de los funcionarios del Estado dedicados a la planicacin de la educacin, ni motivo de anlisis de quienes se ocupan del trabajo con la familia y con las generaciones que estn en proceso de formacin. Es posible que las iglesias ejerzan su responsabilidad social asumiendo espacios de accin distintos para proyectos diferentes. En un recorrido por la geografa antioquea se pueden encontrar muchas localidades en las cuales el cura y la iglesia representan el poder, la autoridad, la palabra y la capacidad de aplacar los nimos e invitar a la convivencia. Muchos son los casos en los que estos emisarios de la poblacin son desconocidos por lderes y funcionarios de fuera, por agentes y fuerzas del gobierno central. Frente a unos y otros est el reto por entender que hay papeles sociales protagonizados por personajes que ostentan distintos emblemas, papeles que se les pide representar en virtud de la legitimacin social que han recibido. El religioso y la iglesia siguen teniendo en Antioquia una gran importancia, especialmente en la vida aldeana y pueblerina, sobre todo cuando se hacen partcipes de la vida local y reciben la legitimacin de sus conciudadanos. Su imagen tiene alguna dosis de trascendentalidad, pero se sustenta principalmente en la capacidad de gestin para la vida secular que todos anhelan ver mejorada con la ayuda del cura. La iglesia posconciliar pervive en la conciencia de muchos eles como la 181
alternativa reconciliadora entre el mundo de los principios trascendentales y el mundo de las ejecutorias humanas.
maniesten luego su repulsin por toda regulacin y preeran encontrarse en la parainstitucionalidad o en la organizacin de formas de autogobierno en donde slo cabe su ley y su orden, es decir, a desconocer al Estado, muchas veces como lo reclaman angustiadas algunas vecindades de barrio destruyendo toda posibilidad de organizacin y limitando la confraternizacin. La escuela no atrae al joven. La desercin es un mal de la poca. En zonas cafeteras se alude a que el estudiante debe rendirle primero a la parcela y lo que quede ser para el estudio de las primeras letras. En tierras de minera la atraccin por el oro cautiva de tal modo al joven que fcilmente deja para despus las aulas, pocos retornan. En zonas impactadas por grandes proyectos estatales, el joven debe contribuir a la supervivencia de la familia inventndose nuevas formas de trabajo productivo. En los pueblos saturados de jvenes desempleados y sin futuro, ir a la escuela (el colegio o el liceo, como suelen decir) es ms una oportunidad para encontrarse con el amigo o aprender el coqueteo, que la salvacin contra la ignorancia y la garanta de empleo. En las barriadas populares citadinas es la oportunidad de verse con la gallada, la pandilla, de hacerle el quite al aburrimiento y la desesperanza, de compartir la aventura de la noche anterior, de acordar el trabajito. La educacin que se limita a la jornada para la instruccin, dejando de lado tiempos para la recreacin, el juego, el deporte, el goce del arte, como sucede en las instituciones que deben abrir aulas para dos y hasta tres jornadas diarias, es una educacin incompleta; pero adems tiene el agravante de que deja durante perodos muy largos al nio o al joven como vagos de la calle, como grupos llenos de energa que no encuentran espacios para canalizarla y fcilmente se dejan cautivar por la droga, el alcohol y las empresas del terror y la sangre. Los proyectos pedaggicos que se vienen impulsando en la ltima dcada, que tienen todava carcter experimental y se adelantan como estudios de caso, ameritan mucho mayor apoyo del Estado y la sociedad para que sean convertidos aunque la experimentacin no se haya terminado en programas de amplia cobertura a corto plazo que ayuden a desactivar los dispositivos que estn llevando a la agudizacin de la crisis y el conicto, que terminan por dejar una estela de violencia y muerte juvenil aterradora. La escuela nueva, por ejemplo, que tiene en Antioquia una de las experiencias lderes, carece de apoyo logstico y de proyectos de capacitacin para quienes deben practicarla, especialmente en los campos. La etnoeducacin, experiencia pedaggica que parte del reconocimiento de la diferencia cultural de los pobladores logra resultados tmidos en algunos enclaves indgenas cunas y catos; pero el reconocimiento de la diferencia debe ampliarse a poblaciones negras mestizas y mulatas que se riegan por todo el territorio y ameritan paquetes educativos propi183
ciatorios del reconocimiento de s mismos en el contexto de la nacin, adems de los aprendizajes pertinentes en la ciencia y la tcnica. Otros eslabones problemticos en la escuela antioquea son las escuelas de padres y las asociaciones de padres de familia. En las primeras se presume la capacitacin del adulto para abordar conjuntamente con el maestro la tarea educativa de los hijos. En las segundas se espera la organizacin parental para atender las necesidades del centro de educacin de sus hijos. En uno y otro caso la crtica comn es que no hay proyectos adecuados al contexto en que se monta el apa-rato formal; y aunque se obedezca la regla, se cumple pobremente el cometido hasta convertirse en dilogo de sordos o en la accin de unos pocos quijotes que como padres y maestros ponen un grano de arena, al menos para cambiar su mundo. Las disciplinas que estudian la sociedad y la cultura estn obligadas a trabajar conjuntamente con la pedagoga, en proyectos nuevos que permitan encontrar luces al dilema de una enseanza que se vuelve vaca, frente a la presencia de otros instrumentos y mecanismos de instruccin, como los medios masivos de comunicacin. De todos modos, pese a todas las fallas, la escuela presupone estrategias, nes ltimos, progresin, acumulacin de saberes y habilidades. En la medida en que el maestro y la escuela sirvan de guas para ingresar a espacios desconocidos, pero cautivantes; en la medida en que la enseanza sea un placer y no una tortura, una amenaza o una ocasin para destilar rencores y odios contra el Estado y la sociedad, podr recuperrsela como tabla salvadora para una poblacin que no percibe horizontes de esperanza. La crisis de la escuela no parece tocar de igual manera a hombres y mujeres. Estas ltimas parecen librar una lucha diferente: la de la aceptacin de su derecho al estudio hasta los mximos niveles de la educacin. En muchos hogares campesinos resulta ms fcil para una jovencita continuar su primaria en la aldea o el pueblo, que para el varn que debe ayudar en la parcela. Las actividades hogareas (facilitadas por la introduccin de tecnologas derivadas de la luz elctrica) parecen favorecer antes no suceda as el estudio femenino. Tambin las ciudades favorecen a pesar de las dicultades el estudio de la mujer, que adems est ms dispuesta a ubicarse en una gama muy variada de escuelas de capacitacin formal y no formal. En las estadsticas de muertes violentas en Medelln, para ejemplicar, tres aos atrs la relacin era de una mujer por cada siete varones. La situacin actual distancia ms a la una de los otros. Nos atrevemos a pensar que pese a todas las crisis de familia y de la escuela, la mujer todava encuentra en estos escenarios tiempo para vivir y funciones para cumplir. Vuelve a quedarse el varn sin campo de accin que no sea el de la supervivencia salvaje. 184
El Estado est llamado a facilitar todos los medios necesarios para adecuar aceleradamente la escuela a los retos de hoy; es la institucin en la que con mayores posibilidades puede intervenir para dinamizar cambios de creencias, valores y comportamientos. El rgimen de descentralizacin educativo puede ser un primer paso en el sentido de acercar el maestro a la sociedad en que labora; pero no debe ser la ocasin para que la nacin se desentienda de que la construccin de identidad nacional empieza en la localidad, contina en la regin, traspasa incluso el pas, pero debe acomodarse a l. Los principios reguladores de la convivencia ciudadana deben empezar a aplicarse en familia, pero es en la escuela en donde deben ejercerse a plenitud, en la medida en que la anidad y la consanguinidad no son las ataduras entre los individuos, como sucede entre parientes. La escuela es lugar de confrontacin con el otro, de construccin intelectual y racional del yo y de aprendizaje de las relaciones de intercambio entre individuos y grupos sociales distintos e incluso distantes.
Las entidades culturales y los medios masivos de transmisin cultural: Lo ocial versus lo popular
La socializacin trasciende a todas las instituciones humanas; pero algunas tienen mayor responsabilidad que otras por la conciencia de estar transportando mensajes a grandes sectores de poblacin, como destino propio de su existencia. Es lo que sucede con casas de cultura, sociedades de mejoras pblicas, cajas de compensacin familiar, corporaciones deportivas y recreativas y en general las ONG, grupos de teatro, artes y msica, peridicos y revistas, radio y televisin. Un censo de la presencia de muchas de estas entidades y medios en Antioquia conrma la existencia de dispositivos ms o menos adecuados en todo el territorio que pueden servir a la promocin de proyectos culturales que atiendan la dinmica local y regional. El teatro, por ejemplo, es un bien cultural popular muy reiterado entre las formas de recreacin de la realidad que atraen a grandes y chicos de todas partes. Las msicas populares arrastran cantidades de adeptos. No hay pueblo que se respete que no tenga su peridico local ni localidad de cierta presencia que carezca de emisora parroquial. En las festividades religiosas y en los onomsticos patrios abundan los grupos que en cada localidad se dedican a las demostraciones del espritu. Pero el prurito educativo formal, que da existencia legal a muchas de estas entidades y mecanismos, conduce a prcticas unidireccionales en la transmisin de mensajes culturales. Es frecuente encontrar que una casa de la cultura impulsa la presentacin de la obra teatral del grupo X que viene de Medelln, o promueve el conjunto musical trado de la capital, o se engalana con el montaje de un clsico espaol o ingls, o convoca al concurso plstico o potico que se calica con los 185
parmetros de la alta cultura. Si se observa la prensa, la radio y la televisin, difcil resulta armar que se le haga eco a lo nuestro en el sentido de potencias desconocidas para la construccin de un nuevo ser, de una nueva cultura. El drama mayor lo representa Teleantioquia, entidad sometida a la supervivencia a partir de la comercializacin y banalizacin de su programacin, que copia a veces bien, a veces mal las pautas nacidas en la televisin nacional, el telecable o la parablica. Una televisin para el consumidor no parece estar ubicada en un territorio en el cual un porcentaje importante est en incapacidad de adquirir lo publicitado, o si lo hace es precisamente por la va de la criminalizacin de su vida. Aunque las teoras de los efectos mecnicos de los medios son duramente cuestionadas, el problema estriba en que las presuntas mediaciones, que podran interponerse a la unilateralidad de los mensajes, no se ven muy claras en una sociedad que se encontr sin pensarlo invadida por las tecnologas de la posmodernidad. La pregunta por la cultura del otro no existe porque se trabaja con una equvoca nocin de cultura en la que lo que vale es lo que viene atado a buenos modales o el saber ocial. La cultura del otro (por muchos llamada cultura popular o alternativa), por la que hay que interrogarse, es urgente y necesaria si se quiere construir una nueva sociedad, de las ruinas urbanas y rurales que hemos hecho. Esa nueva cultura nace en la cotidianidad, cruza las aparentes ignorancias del ejercicio vital que cada individuo y cada colectivo hacen para ubicarse en el tiempo y el espacio. Son las generaciones jvenes las que ms se atreven a irrumpir contra lo establecido, con el sentimiento ms que con la razn, a la manera de quien sospecha que el camino del futuro es el suyo, aunque no tenga la certeza. Se presume ignorancia en el receptor o espectador y por ello se le trae cultura; la intencin es cultivarlo, civilizarlo. Se parte de la pasividad en el consumidor de mensajes; y a fe que es as cuando no hay referentes institucionales slidos que inviten a la comparacin, la diferenciacin y la crtica de lo que se recibe. En la medida en que la familia, la escuela (e incluso las iglesias) no adecen instrumentos para repensar lo que se recibe de los medios y las entidades que hacen educacin informal, o en que no haya canales de intercomunicacin entre ellos que permitan complementar sus enseanzas, la vctima es el receptor indefenso. Si no hay lugar para la palabra que compare la realidad con la ccin, lo vivido con lo imaginado, puede llegarse a encontrar un ser escindido en su interior (con frecuencia se le puede ver en el joven delincuente que recorre las calles de Medelln), que liga el sueo del hroe de pelcula con su cuerpo y su razn de existencia. Hace falta un trabajo en detalle sobre las entidades promotoras de cultura y los medios masivos de transmisin cultural que actan en cada localidad antioquea, en cada regin y en el departamento como un todo. Su control y manejo sigue siendo elitario, sin que pueda asegurarse que existen proyectos culturales que hayan 186
logrado trascender la letra del texto. Aunque al menos hay que apreciar la voluntad poltica de quienes le dan juego a los planicadores y promotores de la cultura institucional. Quizs de all surjan los planes de desarrollo cultural, los comits participativos de produccin cultural y la nueva memoria de la cultura que resulta de los contactos del hombre con la naturaleza, de los seres humanos entre s y de las instituciones y los medios que envuelven a los individuos.
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Un individuo que ha optado por la antropologa como saber y como actitud vital por ms de veinte aos tiene una obligacin entre muchas: contar su historia de cmo se ha ido forjando un pequeo espacio en el tiempo que le ha correspondido ser actor en escena. Algunos viejos maestros lo han hecho en tiempos recientes Chaves, 1986; Arcila, s.f.). Otros de mi generacin han hecho lo propio, para darle fundacin a uno de los deberes hacia el futuro: pensar el desarrollo de la ciencia propia a partir de la historia de nuestra disciplina1. Hay dos formas distintas de contar esa historia, y en este caso me propongo hacerlo de la siguiente manera: Luego de haber optado por la Antropologa Social en la Universidad Nacional con refuerzo ulterior en la Universidad de California (Berkeley), mis primeros contactos sistemticos con el objeto de investigacin fueron las sociedades campesinas y el movimiento campesino de la regin cafetera del noroccidente colombiano. Por este camino me acerqu a las sociedades campesinas del Vaups, el Cauca (Cric) y el Putumayo y al movimiento indgena naciente de los aos 70, privilegiando
* Texto presentado al VI Congreso de Antropologa en Colombia. Universidad de Los Andes, Bogot, julio de 1992.Mimeo. 1. Crece el grupo de historiadores de la Antropologa: Roberto Pineda Giraldo, Jaime Arocha, Nina S. de Friedemann, Roberto Pineda Camacho, Carlos Alberto Uribe, Miryam Jimeno, Felipe Paz, Jorge Eduardo Rueda, Nstor Miranda, Carlos Patio, a quienes me uno en el inters por descifrar lo que hemos hecho.
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la que mirada desde hoy debera llamarse misin poltica del antroplogo combatiente, para darle una vuelta a ese antroplogo del debate al que aluden Arocha y Friedemann (1986). El ejercicio profesional me acerc a otros mundos indgenas (Ember-Cham) y campesinos (noroccidente colombiano), pero me fue llevando tambin, lentamente, a observar los modos de vida de sociedades aldeanas, pueblerinas y citadinas. En este mbito de reexin y accin me muevo desde hace ms de una dcada, con un privilegio especial en los dos ltimos aos: estar vinculado con la Consejera para Medelln y el rea Metropolitana en la tarea de reconstruccin del tejido social y en la bsqueda de la identidad (las identidades) cultural propia de los pobladores de una ciudad con visos de metrpoli. El itinerario no tiene nada de novedoso, excepto que como individuo que tiene su lugar en el barco para recordar a Dumont (1988) evidencio que el aprendizaje terico-prctico obtenido en ese asistemtico acercamiento al mundo indgena sigue siendo luz para iluminar el camino que me exige comprender, actuar e incluso ayudar a transformar el mundo urbano. Las notas que siguen son un primer paso en la reexin valorativa del acceso de las sociedades indgenas a la sociedad nacional, y en su comparacin con lo que acaece entre sociedades urbanas que se enfrentan dolorosamente a vivir en una nacin de ciudades. Un eje importante en la mirada es el que me permite armar que somos espectadores (e incluso actores, como intelectuales que oyen y ven cada vez ms) del progresivo aumento de visibilidad de dos grandes agrupamientos sociales cuya existencia era un DADO, pero un no PENSADO desde las lites, el poder, el saber y el Estado.
Mirada al indgena
El indgena cometa
No me reero al indgena que hacia parte del paisaje natural y que le permita a Coln hacer descripciones como estas: En las tierras hay muchas minas de metales e hay gente en inestimable numero o Siempre en lo que hasta all haba descubierto iba de bien en mejor, as en las tierras y arboledas y hierbas y frutos y ores como en las gentes (Todorov, 1987:41). Tampoco se trata del indgena sobre el que actu Hernn Corts, quien en palabras de Todorov (1987:107) fue el primero que tuvo una conciencia poltica e incluso histrica en sus actos; y quien con el apoyo de pueblos indios, entre los cuales el smbolo puede ser La Malinche, inici el proceso de el mestizaje de las culturas (Todorov, 1987:109). 189
El indgena visible que busco no es el que se consagr en la Ley 89 de noviembre 25 de 1890: Por la cual se determina la manera como deben ser gobernados los salvajes que vayan reducindose a la vida civilizada (Triana, 1980:121). En este contexto cabe reconocer la habilidad del indio para luchar por sus derechos pese a la desventaja de lo legal, social y cultural con el cual se expiden normas de esta naturaleza por parte de la sociedad mayor. Hasta 1991 las comunidades indgenas colombianas utilizaron como bandera de lucha disposiciones legales inscritas en la constitucin de 1886 y la Ley 89. La visibilizacin del indgena tiene una gura destacada en la historia de este siglo: Manuel Quintn Lame Chantr (1883-1967), quien durante 50 aos (1910-1960) luch tesoneramente por los derechos de la tierra, la organizacin y el reconocimiento cultural de los indgenas del sudoeste colombiano Cauca, Tolima, Huila (Lame, 1971 y 1973). Al respecto de cmo se hizo visible Lame vale traer a cuento la referencia al poeta y poltico Guillermo Valencia, enemigo acrrimo del indgena, quien armaba Lame solicit su destierro de Colombia, a lo que se opuso el ministro de gobierno en 1918, Miguel Abada Mndez. Un captulo posmortem, narrado por Gonzalo Castillo, pone en evidencia la inexistencia de los indgenas: Son las 11 de maana del 7 de octubre de 1970. Los indgenas van saliendo de la casita marginal del pueblo de Ortega, Tolima, hacia un antiguo cementerio situado a tres kilmetros de la poblacin. Van rendir honores y homenajes a la memoria del General Manuel Quintn Lame Chantr, que haba muerto en Ortega haca exactamente tres aos. A la cabeza van los miembros del cabildo, que segn las personas importantes del pueblo y los estudios ociales del gobierno, no existe. El cementerio indgena Monserrate fue la tumba para Lame, porque sus enemigos no dejaron enterrarlo en el cementerio de Ortega, ni llevarlo al Espinal donde el mismo Quintn haba deseado dormir su sueo nal. En n, los dos libros de Quintn Lame, como todos solemos nombrarlo, son una muestra importante de la memoria rescatada a un invisible que se hizo, en su momento, fugazmente visible, como un cometa en la oscuridad celeste.
El indgena rescatado
Los estudiosos de la sociedad y la cultura rescatan en lo fundamental una dimensin de lo indgena: aquella que tiene relacin con su diferencia del contexto nacional. En otros trminos se han escrito numerosos y valiosos textos histricos y arqueolgicos, etnogrcos y etnolgicos que nos permiten contar hoy en da con un mapa indgena del pas. En la casi totalidad de estos trabajos el punto de vista sobre el indgena proviene del otro. Ello ha permitido que muchas comunidades indgenas tengan ocasin de asumirse como espectadoras de lo que los investigadores registran como su realidad de vida. Casos hay en que los lenguajes no se 190
encuentran y por consiguiente no hay mensaje alguno, o en que lo dicho por el investigador luzca a espritu puro del indio o a campana de cristal. Desde nuestra disciplina es vlida y necesaria esa mirada del otro2. Algunos la aceptan y la toman como insumo para su trabajo de autodescubrimiento; otros nos niegan el derecho a incursionar en su mundo. Como profesionales de un saber acadmico, la convalidacin del trabajo circula preferencialmente entre los iniciados y las instancias de poder poltico y prestigio social, en donde este saber es muestra de exotismo, aventura y magia. Tenemos tambin el derecho a exigir el reconocimiento de parte de las sociedades indgenas actuales, en la medida en que se las hace visibles, por ms distorsionado que pueda estar el lente de observacin.
El indgena visible
El indgena contemporneo, que termina hacindose plenamente visible en 1991 con la nueva Constitucin colombiana, es para m el que inicia su lucha a principios de la dcada de los 70. La diferencia, frente a situaciones anteriores, reside en que es un indgena que, parafraseando a Quintn Lame, baja de la montaa al valle de la civilizacin. En otros trminos, una lectura detenida de la literatura producida por el Consejo Regional Indgena del Cauca, Cric, durante 21 aos y por la Organizacin Nacional Indgena de Colombia, Onic3 a lo largo de 10 aos, muestra una voluntad poltica de bsqueda de organizacin en torno a un proyecto indgena que se inserte en la nacin colombiana. Este proyecto tico-cultural se orienta en dos sentidos: el primero consiste en construir la identidad de etnia, el s mismo del que habla Sthal (1981:323), presentndose casos en los que se parte de casi cero (San Andrs de Sotavento, segn estudios de Sandra Turbay y Susana Jaramillo), o se tiene una slida tradicin social y cultural (los Cog, segn los trabajos del profesor ReichelDolmatoff). A medida que se fortalecen los lazos comunitarios se buscan ms profundos factores de identidad de etnia. Si se revisan los documentos del Cric, para comienzos
2. Es valioso el trabajo etnogrco de los maestros de la antropologa colombiana de los aos 40, consignado en el Boletn del Servicio de Arqueologa, la Revista del Instituto Etnolgico Nacional y la Revista Colombiana de Antropologa. Tiene su cuota el Instituto Colombiano de Antropologa. Tambin los libros, revistas y boletines publicados en las universidades de los Andes, del Cauca, de Antioquia, Nacional y Javeriana. Algunos ttulos signicativos se deben a Colcultura y Procultura. Y las publicaciones del Instituto Caro y Cuervo, las ONG, como Manoa, Etnollano, Cead. 3. Ver dos seriados de invaluable valor: Unidad Indgena, que ya pasa del centenar de nmeros y la Unidad lvaro Ulcu que va para los 25 nmeros. Ver en especial el nmero 100 del primero y los nmeros 19 y 20 del segundo.
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de los 70, por ejemplo, se puede constatar el nivel de generalidad de la conciencia organizativa y reivindicativa con la cual se lucha. Y aunque no pierden validez sus siete puntos 1. Recuperar las tierras de los resguardos, 2. Ampliar los resguardos, 3. Fortalecer los cabildos indgenas, 4. No pagar terrajes, 5. Hacer conocer las leyes sobre indgenas y exigir su justa aplicacin, 6. Defender la historia, la lengua y las costumbres indgenas, 7. Formar profesores indgenas para educar de acuerdo con la situacin de los indgenas y en su respectiva lengua (Boletn de Antropologa, 1975), el panorama actual es altamente diversicado en bsquedas y propuestas4. Otro tanto sucede con la Onic, organizacin que a travs de la difusin de lo particular se ha encargado de acercar a los diferentes, que no antagnicos5. La otra orientacin del proyecto, ms difcil pero decisiva en la perspectiva de la visibilizacin, es la de la organizacin politnica en diversos grados regionales, a nivel nacional e internacional (entre pases limtrofes con territorios de la misma etnia indgena, caso Wayu). Es la unidad en la diversidad, como reza la presentacin de esos grupos en el nmero 100 de Unidad Indgena. La participacin en la Asamblea Nacional Constituyente de los lderes Francisco Rojas, Lorenzo Muelas y Alfonso Pea, posibilit la concertacin entre organizaciones que se mueven con propuestas diferentes respecto a su insercin en la vida nacional, pero a quienes en n de cuentas compromete, en particular, el inters por lo indgena. El otro logro fue hacerse visibles ante ms de 70 constituyentes y el pas nacional a travs de los medios masivos de comunicacin. Y como continuacin de este proceso de ingreso a escena, llegan al senado de la Repblica Gabriel Muyuy Jacanamijoy por la Onic, Floro Alberto Tunubal por Aico (Autoridades Indgenas de Colombia) y Anatolio Quir Guaua por la ASI, (Alianza Social Indgena). Expresin del regreso de los visibles es el aparte de Unidad Indgena N 99 que transcribo en extenso:
4. Asuntos de inters actual se pueden ver a travs de titulares como los siguientes, tomados de Unidad lvaro Ulcu N 24: Salud: taller Saberes mdicos indgenas del suroccidente colombiano; xito en concurso de danzas folclricas; Primer maniesto de los jvenes yanaconas; En Totor se fomenta el deporte y la cultura. N 23: La tierra protagonista de nuestra historia; Crnica de una masacre anunciada; Profesionalizacin. N 21: Simposio de la Etnobotnica; Radionoticias 1040; Nuestra cultura; Fundacin Proindgenas, forjando desarrollo. En Unidad Indgena N 99: Nuevas tribus en Venezuela; La sal en Manaure; Autodescubrimiento; Una frontera de oro; Mujer indgena. N 94: Cultura y religin: base de la sobrevivencia indgena; Marco ideolgico del movimiento indgena; Las leyes que nos protegen. N 95: La tierra es la vida para los indgenas; Derechos humanos de los indgenas. 5. Muestra de unidad en la diversidad son organizaciones como el Consejo Regional Indgena del Vaups, Consejo Indgena del Amazonas, Organizacin Indgena Binacional de los ros Querar y Vaups; Organizacin Zonal Indgena Marit-Amazonas, Cabildo Indgena Mayor del Trapecio Amaznico, Consejo Regional Indgena del Tolima, Consejo Regional Indgena del Risaralda,
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El 6 de mayo de 1991 deber ser una fecha que nunca se borre de nuestra memoria india. El 6 de mayo ser un da que nunca se borrar de la memoria negra. El 6 de mayo ser una fecha que no se va a borrar de la memoria de los raizales de la isla de San Andrs, y debe ser una fecha que nunca se borre de nuestra memoria mestiza. Porque el 6 de mayo de 1991: salimos del olvido, dejamos de ser invisibles. Porque el 6 de mayo brotaron nuestras races. Porque el 6 de mayo de 1991 la Asamblea Nacional Constituyente dijo: El Estado reconoce el carcter multitnico y pluricultural del pueblo. Gritemos con alegra: despus de 500 aos de resistencia, otros 500 aos de lucha nos esperan; porque es el comienzo, no el n.
El reto del ahora adquiere entre los indgenas carcter nacional, y son conscientes de estar representando intereses que desbordan, pero no sacrican, los de cada etnia: No es suciente un proyecto electoral sino que hay que profundizar en una propuesta poltica que benecie al movimiento indgena, a los negros, a los raizales de San Andrs Islas, y que tambin est en funcin de los intereses de las mayoras del pas6. La nueva Carta Constitucional consagra derechos para los pueblos indgenas en territorio, autonoma, planes de desarrollo, presupuestos, salud, justicia, educacin y lengua. Sobre la participacin en diferentes escenarios polticos los nmeros 23 y 24 de Unidad lvaro Ulcu hacen una relacin de los indgenas y campesinos que ascendieron a las alcaldas (8), concejos (46), y a la Asamblea del Cauca (1). En Antioquia, Tolima y Choc logran diputados, y en Bogot, Francisco Rojas Birry llega al concejo. En el Cauca, el movimiento indgena se ubic por encima de los partidos tradicionales. No todo, sin embargo, es luna de miel en el regreso del indgena con cdula de ciudadano pleno y distinto a la nacin proclamada. La celebracin de los 500 aos puso en posicin antagnica al gobierno de Gaviria con el movimiento indgena nacional. De nuevo la palabra fue vetada a los tres congresistas indgenas en la instalacin de la Comisin 5 Centenario. No todo se ha dicho sobre el signicado de este choque de dos mundos, que en vez de ser encuentro como lo proclaman muchos gobiernos con sus idelogos es para otros un fenomenal desencuentro, en el que quizs Europa se autoencontr pero a costa de la invisibilizacin de las culturas indgenas (Columbres, 1988).
Organizacin Ember Waunana, Organizacin Indgena Uluua del oriente colombiano, Confederacin Indgena Tairona, Organizacin Indgena de Antioquia, Movimiento Cvico Wayu. Ver: Unidad Indgena N 100 para la relacin de todas las organizaciones por comunidad, zona y regin. 6. Ver el nmero especial de Unidad lvaro Ulcu. Septiembre 1991.
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El poblador urbano
La nocin de poblador
El grupo humano de Medelln con el que mantengo contacto en los dos ltimos aos se puede identicar con el apelativo comn de poblador, entendindolo como habitante de un espacio propio o ajeno, en el cual hace su vida familiar, vecinal, econmica, poltica, cultural, religiosa y artstica. Tiene algn grado de representatividad de su grupo vecinal o su comunidad, a nivel de sector, barrio, comuna y zona. Se le asume como actor con base social para establecer interlocucin con diferentes agentes del Estado, los gremios con poder econmico y poltico, las iglesias, las universidades y las organizaciones no gubernamentales. En el poblador cuenta su posicin de clase respecto al grado de solidaridad que tiene con quienes son sus pares y la fuerza de las redes que constituye, que para el caso permitira establecer la relacin siguiente: a medida que la posicin de clase es ms alta, las redes vecinales y la solidaridad como poblador es menor; pero este sujeto es ante todo un actor (pasivo o activo) en un territorio que se torna para l espacio vivido y signicado (Wirth, 1962; Silva, 1987; Torres, 1988 y Garca, 1976). El Medelln metropolitano es resultante de un mosaico de culturas pueblerinas que se asentaron en el Valle de Aburr a lo largo del siglo XX, con intensidad marcada a partir de los aos treinta en 1898 haba 30.000 habitantes urbanos y en 1985, un milln 948 mil (Botero, 1991). El drama parece estar en que es un territorio construido que no ha podido ser ciudad. Su proceso de urbanizacin a partir de los aos 50 careci de un proyecto integrador de convivencia ciudadana y el resultado fue un agregado de gentes que migraron de distintas regiones de Antioquia. Algunos expulsados por la violencia, otros en bsqueda de nuevas oportunidades, continuaron reproduciendo modelos de comportamiento y valores propios de sus pueblos de origen. El poblador de Medelln es culturalmente pueblerino, con remanentes culturales e ideolgicos campesinos, la antioqueidad se iconiza con el arriero, el carriel, el zurriago, la mulera y la ruana, la alpargata, el machete y el hacha. Hasta las narcoimgenes de bonanza y poder hacen honor a la moda popular. Slo las ltimas generaciones que comienzan a aparecer en escena (modeladas como hbridos con lo propio conictivo y violento y lo exgeno que llega gracias a la internacionalizacin de los medios de comunicacin bajo patrones euronorteamericanos) ensean algunos rasgos propios de una cultura urbana en germinacin7.
7. Testigos urbanos son Hel Ramrez, Rubn Daro Lotero, scar Castro, Juan Jos Hoyos, Alonso Salazar, Vctor Gaviria, Diego Bedoya, Julio Jaramillo, Fernando Viviescas, Gilberto Arango, Daro Ruiz y Manuel Meja Vallejo.
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Aparecen el barrio, la pobreza, el hacinamiento, el semiempleo y el desempleo, el rock y sus derivados, el sexo fugaz, el abandono paterno, la soledad de la mujer madre, el enriquecimiento ilcito, el aceleramiento del ritmo de vida, el odio al polica, la desercin de la escuela, los ocios inslitos, el presente contra el futuro, el sin pasado, la muerte insulsa y cotidiana. En el mejor de los casos estamos ante lo que lo que llama Wirth (1962) un crisol de razas, gentes y culturas y la base ms favorable para nuevos hbridos biolgicos y culturales. El poblador con quien entablamos el dilogo oscila entre el que se podra calicar de campesino y pueblerino tpico en los municipios de Caldas, Barbosa, Girardota o Copacabana que todava no se siente inscrito en la metrpoli; y el que est ligado hace rato a la industria y los servicios como obrero o empleado, y se niega a vivir fuera de la ciudad; se siente atado a ella, sin que en muchos casos tenga la conciencia del por qu. A este sujeto nadie lo interrog antes sobre su existencia, aunque pudiese ser objeto de planicacin y desarrollo urbano en el estilo clsico de manejar el Estado. Como individuo y como colectivo, por ms de 20 aos, el poblador fue miembro de un apndice del Estado clientelista: la accin comunal. En el poblador campesino y pueblerino se pueden encontrar rasgos que lo acercan a la identidad de etnia del indgena. En el poblador citadino, en muchos casos un transente, un inquilino, no podra decirse, como con el indgena, que asociamos la tierra con la persona, que es un raizal, que tiene sentido de pertenencia ms all de los linderos de su hbitat privado. El personaje puede hacerse invisible por dos razones: porque mientras est ms inserto en la ciudad, est ms perdido en las luchas cotidianas por la supervivencia, incluso preere pasar agachado para que no caigan sobre sus hombros responsabilidades de ciudadano que no est en capacidad de asumir; entonces no se moviliza, no habla, delega su palabra en el gamonal y sujeta sus demandas al calendario que ste le ja. La otra razn viene del Estado fundado en la democracia representativa (o sea de aquel en el que los que saben tienen y pueden, controlan los ritmos en que debe moverse la sociedad total); en este caso conviene al Estado no ver ni escuchar a sus sbditos directamente sino a travs de la cadena de mediaciones de quienes poseen el arte de tamizar las demandas sociales para ajustarlas al itinerario econmico y poltico del gobierno de turno. En nuestro lenguaje cotidiano resulta chocante el trmino urbanos como lo usa Wirth (1962) para referirse a ese nuevo sujeto que hace la historia de las naciones modernas. Sin embargo la realidad colombiana se ver agitada cada vez ms por los problemas que aquejan a los urbanos, de mayor intensidad y complejidad de los que tienen los campesinos, los aldeanos, los pueblerinos y los indgenas. 196
Adems, no puede olvidarse que todos, despus la Constitucin de 1991, somos ciudadanos.
El Estado colombiano, a travs de la Consejera para Medelln y el rea Metropolitana, asumi la interlocucin con El Otro, en este caso el poblador (y los otros: militares, gremios, gobiernos local y departamental) en el transcurso de su 197
gestin. La Consejera (1992) lo hace explcito: A pesar de todo, la crisis ha puesto al descubierto en el escenario social, potencialidades y nuevas dinmicas a partir de las cuales es posible la construccin del futuro. El conocimiento obtenido de Medelln a travs de los foros comunales permite tener certeza sobre el potencial para construir ciudadana expresada en el gran nmero de organizaciones sociales, no gubernamentales, existentes, que desde su barrio o su vecindario tratan de solucionar necesidades puntuales, aplicando a estas metodologas alternativas para superar la desesperanza. La identidad de los pobladores con su barrio y su regin, la conanza en sus propias fuerzas para modicar su situacin, es la certeza sobre el mejoramiento del futuro; el conocimiento intuitivo de que las soluciones no son simples ni a corto plazo y la conciencia de que la participacin es necesaria en la bsqueda de salidas y en la construccin de las mismas, son la expresin de una nueva sociedad que pugna por ser reconocida. La presencia de los invisibles urbanos en distintos escenarios fue patente en el seminario. Hablaron de empleo, ingresos, apertura, vivienda, espacio pblico, salud, medio ambiente, educacin, recreacin, deportes, cultura, seguridad, bienestar social, organizacin comunitaria, participacin ciudadana. Hubo otros interlocutores, como lo consigna la declaracin nal (Consejera Presidencial, 1992): Respondieron positivamente las ms diversas organizaciones sociales y polticas de la ciudad, las instituciones y los empresarios, en un esfuerzo por debatir de manera franca y abierta los problemas que nos aquejan. En este seminario se reunieron por primera vez en la ciudad sectores que nunca antes lo haban hecho. Otra respuesta desde el Estado queda consignada en el documento Promocin de la convivencia pacca en Medelln y su rea Metropolitana, que dene la constitucin del Consejo Metropolitano de Seguridad, un programa intenso de difusin de los deberes y los derechos ciudadanos; el impulso a un instrumento colectivo de concertacin como las juntas de participacin y conciliacin ciudadana, la creacin de las Comisaras de Familia, la atencin a los problemas de justicia en la ciudad, la renovacin policial, la creacin de la polica cvica con los bachilleres, el rescate del inspector de polica como funcionario cvico, el estmulo a la participacin y la organizacin juvenil, la defensa de los derechos humanos y en especial del menor (Consejera Presidencial, 1992). El remate de este proceso, que como tal consagra la posibilidad de avanzar en la cobertura social e intensidad poltica en busca de un nuevo proyecto tico cultural, es la convocatoria a suscribir un nuevo pacto social para que la ciudad no sucumba. Este pacto requiere de la concurrencia de todos los actores institucionales con personera jurdica o no, y de la sociedad civil, dispuestos a ceder parte de los intereses particulares e individuales en una actitud franca y abierta al dilogo, buscando la concertacin (Consejera Presidencial, 1992). 198
Pacto Social que se ensaya en Medelln y Antioquia permitir que los invisibles lleguen por municipios, zonas y comunas a plantear por segunda vez, en un escenario pluricultural, sus propuestas de futuro.
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perodo no fue as nombrado3. Se utilizaron palabras como expulsin, movilizacin, migracin, Daro Fajardo (1985:286) Lo dice as: Al nalizar el perodo crtico de la Violencia en la primera mitad de los aos sesenta, Colombia presentaba una sonoma notablemente diferente de la que caracterizaba al pas en dcadas anteriores y ms especcamente en la dcada en la cual se inici la guerra civil. El mismo autor plantea: El impacto de la violencia en las comarcas campesinas fue y sigue siendo brutal, pero tambin diferenciado. La violencia, cumplida en estas localidades bajo la forma de masacres indiscriminadas y encubiertas, como enfrentamientos sectarios, expuls a los sobrevivientes, proyectndolos hacia otras reas rurales (ya como colonos, para producir el ciclo de la migracin-colonizacinconicto-migracin, ya como jornaleros agrcolas) o hacia los ncleos urbanos. El despoblamiento de las comarcas campesinas liquid su ordenamiento econmico y de paso la funcin de los pequeos epicentros aldeanos hacia los cuales ya no uiran excedentes de las economas campesinas. En su remplazo se establecieron, en varios casos, y de modo conocido, haciendas ganaderas, caracterizadas por su baja productividad, subutilizacin de la tierra y baja incorporacin de mano de obra (Fajardo, 1993:209). No obstante los efectos de la violencia bipartidista hasta mediados de los aos sesenta, el proceso expulsivo continu su marcha por nuevos factores y con nuevos actores de violencia: guerrilla y narcotrco en los aos setenta y ochenta. Y desde los ochenta, la nueva gura: las autodefensas, cuya condicin poltico ideolgica no es clara en este momento. El Ministro de Defensa Luis Carlos Camacho Leyva les concedi a las FARC estatuto de autodefensas, lo que permite decir a Fajardo (1993:216) que: El Estado acogi las tesis de autodefensa, bajo la cual se organizaron contingentes guerrilleros en la poca de la violencia, los cuales desde entonces mantienen en armas a ciertos sectores campesinos. La violencia, en denitiva, se mantiene como mecanismo transformador del campo en Colombia. El mismo Fajardo (1993:217-228) encuentra efectos al finalizar los aos ochenta, en lo que denomina la diferenciacin regional del desarrollo, y una consecuente geografa de la violencia con la conguracin de reas y conictos diferenciados. De no producirse transformacin en la accin del Estado y de los agentes econmicos y polticos, no ser posible, deja entrever el autor, detener los procesos expulsivos. Pero en la vastedad del territorio no urbanizado perviven poblaciones que se siguen viendo forzadas a abandonarlo por presiones externas, especialmente econmicas y polticas; es el caso del fenmeno que se presenta en los aos 90,
3. Los tugurianos de los aos sesenta y setenta han pasado a ser rebautizados hoy como pobladores de asentamientos subnormales. No hay palabra para estos habitantes que llegan para quedarse y vivir del rebusque, de la economa informal. Sern semiciudadanos?
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cuando a un sector de la vctimas de la violencia se les nomina con el trmino desplazados. En la ltima dcada ese proceso ha sido reconocido pblicamente como desplazamiento forzado y ha merecido, como nunca antes, la mirada atenta de los estudiosos de la violencia y los promotores de la paz.
El fenmeno y la vctima
Proponemos pensar el desplazamiento forzado como un fenmeno de migracin involuntaria originado por la violencia (Conferencia Episcopal, 1995). En el caso colombiano reciente, lo ocasiona el conicto armado que lleva al cruce de fuegos entre militares, guerrillas, autodefensas y narcotracantes. Segn el informe de Amnista Internacional Los desplazados huyen a causa de las amenazas, los ataques y las operaciones indiscriminadas de que son objeto por parte de los bandos del conicto, debido a la amenaza de reclutamiento forzado o por haber quedado atrapados entre las Fuerzas Militares, los paramilitares y los grupos armados de oposicin (xodo N 6, 1997:22). Podra plantearse la diferencia con un tipo de desplazamiento producto de la realizacin de obras de impacto socio-ambiental, forzoso en la medida en que se transforma el medio y obliga a movilizarse a poblaciones enteras para dar paso al desarrollo que tiene inters general. En este caso existen agentes econmicos nacionales e internacionales que actan con la aceptacin del Estado, en tanto asumen la accin a su nombre (en la versin del gobierno que acta en representacin del Estado). En Colombia son muchos los casos que podran ejemplicar este tipo de desplazamiento: Guatavita, El Peol-Guatap, Urr, Chivor, como ejemplos de grandes proyectos hidroelctricos; y no deben olvidarse casos como el de los Uwa, para planes petrolferos, o el del Cerrejn y los Wayu para los de carbn. La desventaja de asimilar uno y otro proceso es mltiple. Pero para no extendernos, valdra la pena sealar que en el caso de acciones estatales se presuponen estudios previos, planeacin estratgica, acompaamiento a las comunidades, propuestas de reubicacin, apropiacin y adecuacin de nuevos espacios de vida, vigilancia compartida del proceso por parte de las comunidades afectadas y el Estado, seguimiento al proceso, reorganizacin de la trama comunitaria, veeduras externas acogidas por las partes, concertacin permanente, ejercicio jurdico legal y legtimo cuando se producen actos que afectan a las partes, etctera. Nada de esto se presenta en el caso del desplazamiento forzado por acciones violentas4.
4. Diversos estudios usan indiscriminadamente uno y otro trmino, y en efecto, no hay mayor diferencia entre ambos trminos a la luz del diccionario de la Real Academia Espaola o el de Mara
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Se considera desplazada toda persona que se ha visto obligada a migrar dentro del territorio nacional, abandonando su localidad de residencia o sus actividades econmicas habituales, porque su vida, integridad fsica o libertad han sido vulneradas o se encuentran amenazadas. No se le concede el mismo estatuto de la persona refugiada, condicin reconocida en el mundo para quienes se ven obligados a abandonar su pas por presiones de diverso orden, y que pueden vivir en condiciones de inmensa pobreza en el pas que les recibe5. Aunque el fenmeno es muy similar, conviene diferenciar una y otra situacin. A propsito del refugiado vale la pena recoger la nocin que reconoce el mundo, y que lo dene como cualquier persona que debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religin, nacionalidad u opinin poltica se encuentre fuera del pas de su nacionalidad, y no pueda a causa de dichos temores o de razones que no sean de mera conveniencia personal, y no quiera acogerse a la proteccin de ese pas; o por carcter de nacionalidad y estando fuera del pas donde antes tena su residencia habitual, no puede a causa de dichos temores o de razones que no sean mera conveniencia personal, no quiera regresar a l. Igualmente son refugiados las personas que han salido de sus pases porque sus vidas, seguridad o libertad han sido amenazadas por la violencia generalizada, la agresin extranjera, los conictos internos, la violacin masiva de los derechos humanos u otras circunstancias que hayan perturbado gravemente el orden pblico (Instituto Popular de Capacitacin IPC, 1995:10). Por proceso de desplazamiento se entiende el conjunto de eventos relacionados con el conicto armado interno que obliga a la movilizacin de grupos de poblacin; este proceso presenta tres fases tpicas que son: aislamiento, desplazamiento fsico y retorno o, en su defecto, reubicacin. Cada una de estas fases merecera un anlisis por aparte. Lo corriente ha sido trabajar el momento del desplazamiento fsico y el retorno y reubicacin. La solidaridad internacional y las acciones estatales se concentran en uno y otro frente. Pero est por analizarse a profundidad el problema del aislamiento, fase que hace vulnerable a poblacin de muy diversa naturaleza en el momento de la guerra que se vive. Es obvio que los ms pobres y aislados en la geografa rural, ubicados en regiones geoestratgicas, estn en mayor riesgo. Pero en la medida en que los actores armados van adquiriendo fuerza en zonas perifricas a los grandes centros poblados, y en las mismas ciudades, el aisMoliner. Lo que vara es el acento. Moliner entiende forzado como participio adjetivo que signica hecho con esfuerzo o violencia. Y entiende forzoso como necesario, indefectible o inevitable u obligado. En el caso de forzado, Moliner habla de un fenmeno no natural espontneo; y en el de forzoso, contra razn o derecho. 5. Este hecho es mundial, como numerosos informes lo sealan: 27 de los 47 millones de seres humanos que en el mundo viven en esta situacin tienen la calidad de refugiados. Ver el Informe de la Ocina del Alto Comisionado para la Paz. Bogot, 1996.
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lamiento afect a sectores de clases medias e incluso altas cuando stas se niegan a cohonestar con la guerra. Estas fases que sufre toda persona o comunidad sometida a la amenaza permanente o crnica, son una agresin a sus libertades y derechos fundamentales. Implican un movimiento fsico de la persona, familia o comunidad hacia un lugar regularmente no predeterminado, como respuesta al aislamiento y al peligro para la vida e integridad fsica y mental. La vctima principal es la poblacin civil y que se ve obligada a abandonar de su lugar habitual de residencia o de trabajo. Andrs Franco (1998) propone tres tipos de desplazamientos: temporales (que suponen posibilidad de retorno), denitivos (que imponen la reubicacin en otros territorios o en ciudades) e intermitentes (con retornos y nuevos desplazamientos; y reconoce tres alternativas de acuerdo con el nmero de desplazados: xodos campesinos, desplazamientos familiares y desplazamientos individuales. El drama en Colombia se ha puesto en evidencia, indica el autor, especialmente en el caso de los xodos. En el desplazamiento forzado por la violencia, el evento de la salida de su hogar (para las vctimas) constituye slo una parte del proceso, debido a la dinmica particular que tiene el conjunto de circunstancias previas y posteriores que lo conforman. La vctima (individual o colectiva) inicia una vida itinerante cuyo n no puede avizorar. El desplazamiento forzado por la violencia es arbitrario e ilegal; se trata de actuaciones brutales y terroristas que vulneran en primer lugar las normas del Derecho Internacional Humanitario y los derechos fundamentales de la persona humana (Franco, 1998:7). Otras caractersticas del desplazamiento forzado son las siguientes: Es espontneo: Por lo general no es planicado y se da en el momento en que la presin obliga a un ser humano a abandonar lo que para l es lo ms querido: su hogar. Es disperso: Cada quien toma el camino que supone le garantiza la supervivencia. Es oculto y semiclandestino: El mismo hecho de ser vctima del terror y la amenaza hacen que el desplazado tienda a ocultar su condicin. Ha sido un problema silenciado, inadvertido e invisibilizado. Y no slo porque lo quieran las vctimas, para quienes el que se les identique como desplazadas es marcarlas de entrada, sino porque el efecto poltico y social que el desplazamiento conlleva slo conmueve a la opinin pblica y a las instituciones (en especial al Estado) cuando adquiere grandes proporciones. El desplazamiento forzado a que aludimos en este ensayo se mueve en la direccin de la guerra, que tiene en Colombia una serie de actores en armas, cada 205
vez ms cualicados, y que para hacer demostracin de su fuerza actan sobre territorios en los que preexiste una poblacin civil que, en su mirada, resulta ser base social de apoyo del grupo fundamental contra el cual se combate. Me distancio de la tesis asimilacionista de un estudio reciente de Miguel lvarez Correa (1998:19) y otros, cuando se colocan en el mismo saco los desplazamientos de poblacin originados por grupos en armas (violencia directa), y los movimientos de poblacin resultantes de la realizacin de grandes obras estatales (violencia indirecta). Los grupos en armas deben diferenciarse en el anlisis, aunque los actos que ejecuten contra las vctimas terminen parecindose. Las armas son legalmente portadas en el caso de las fuerzas militares, aunque no siempre son legalmente utilizadas; y son ilegalmente portadas en los otros casos aunque su porte y uso sea legitimado por algunos grupos de poblacin ante la ausencia del Estado. Los grupos armados, sin excepcin, son generadores del desplazamiento violento. A partir del estudio del caso de Urab encontramos otros aspectos del problema que quiero proponer. El desplazamiento debe verse como un tipo de violencia polimorfa con efectos psicosociales mltiples, especialmente en las nuevas generaciones; afectacin profunda de la estructura y el funcionamiento familiar y acomodamiento coyuntural a formas de agrupacin afectiva de carcter autodefensivo; inestabilidad permanente en los espacios de la vida cotidiana con prdida de referentes de identidad. No hay lugar para la inocencia. Ese desplazamiento produce dao fsico y psquico en la vida de las familias afectadas. El mundo domstico se destruye, la cotidianidad se rompe, la desazn se instaura en cada individuo. El fenmeno o el proceso se denomina desplazamiento; y a quien lo vive se le denomina desplazado. Quin es este sujeto masculino o femenino, de cualquier edad que carga a su espalda ese destino? Hemos dicho que es toda persona que se ha visto obligada a migrar dentro del territorio nacional, abandonando su localidad de residencia o sus actividades econmicas habituales porque su vida, su integridad fsica o libertad han sido vulneradas o se encuentran amenazadas (Cruz Roja Colombiana, Iner, Cruz Roja Sueca, 1998: 15-16). Pero el desplazado es algo ms: es habitante de un territorio que deja de pertenecerle en virtud de una voluntad externa; por ello termina siendo un habitante sin habitacin, un terrcola sin tierra, un poblador sin pueblo. El desplazado es productor de riqueza para la subsistencia personal, familiar y comunitaria que no legitiman quienes tienen la mirada puesta en sus actividades, por lo cual termina siendo un ser improductivo, una carga econmica para la sociedad y el Estado. El desplazado es culpable de vivir y actuar (an a su pesar) en un entorno en el que todo el mundo ha tomado partido y (se presume y asume) acta en concordancia 206
con la opcin poltica que le ha tocado en suerte. No importa que el desplazado desconozca los sentidos de la guerra porque est involuntariamente envuelto en la trama y la urdimbre que se teje. Otro elemento en el desplazamiento es la calidad de habitante temporal o permanente en un nuevo espacio de su mismo pas, una Colombia separada por regiones y ciudades que no perlan una nacin, y en las que el problema mayor es la falta de ciudadana. El desplazado empieza a adquirir esta condicin en el instante en que es conminado (por cualquier va) a abandonar su vivienda, su parcela, su trabajo, su familia, su comunidad, su direccin de vida. Cargar consigo esta condicin hasta el momento en que pueda restituir integralmente su sentido de la vida. No es seguro, sin embargo, que quien sufre tanto dao pueda lograr la reparacin plena (Osorio, 1998:49). La complejidad y confusin en que deja el desplazamiento a la poblacin puede percibirse a travs de algunos fragmentos de historias de vidas.
Cada rato sonaban tiros y hgale! Y uno muy asustao, porque uno est acostumbrao a eso pero uno se asusta, y muertos al otro da, amanecan por ah tiraos, entonces a nosotros nos fue dando miedo, dijimos, vamos a comprar una nca y nos vamos!, yo tengo con qu comprar una nquita en Oviedo. Los tales paramilitares que llegaron a la caseta, haba un seor, que todo el mundo lo quera y un da llegaron los paramilitares y ah mismo lo mataron delante de la gente cada que entraban mataban gente y entonces nosotros, ya estbamos asustados, ya no perdan la entrada, mate y mate ms, la gente. All de onde doa Marta, de don Elio, habamos tres familias que nosotros que no tenamos problemas de ninguna clase, nosotros no queramos salir, nosotros sabamos pues qu pasaban por ah y ni ellos con nosotros no se metan ni nosotros con ellos; la guerrilla, con nosotros no tocaban para nada, pero por ah pasaban, nosotros tenamos nada, mejor dicho qu nos van a hacer! eh... ni nos matan ya nos vamos a quedar aqu! Habamos tres familias en la vereda de Oviedo aguantatos ah, entonces cuando ya actuaron que nos daban ocho das de plazo, entonces yo estaba cogiendo maz y all fueron donde estaba y me dijeron le vamos a dar ocho das de plazo, pa que se nos pierda de ah y no queremos ver a nadie, porque nosotros necesitamos esto solo, sin un habitante, usted ver pa onde se va, me dijo un man con un fusil largo, y se vea que era muy asesino. Usted ver pa onde putas se va pero de aqu se va. Nosotros somos los grupos paramilitares, los mocha-cabezas, si no nos conoce aqu estamos presentes; a uno le da como escaramucias eso y ya sabiendo que haban matado gente con una motosierra, cortndole la cabeza, uno sabiendo eso. Entonces yo les dije: hombre, yo no quiero ms problemitas, como voy a dejar mis animalitos, me voy a otra parte pues a morirme de hambre!... No hombre as tampoco es, dmosle quince
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das de plazo hombre, para que el seor saque sus cositas y como se va a ir pues as sin nada, la gente es muy formal tambin, entonces l me dijo bueno ya, ya no hablemos ms. Nosotros quedamos ah sin saber qu hacer. Bueno a partir de la fecha nosotros no vamos a respetar vida aqu, ni ancianos, ni nios, lo que haya aqu lo matamos (Hombre adulto de Apartad, 1997).
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a cargo de campesinos y colonos ubicados en regiones de presencia guerrillera, hay acuerdos de cooperacin o medios de regulacin de la relacin a travs del aludido sistema tributario. Segn sea la parte del territorio nacional de la que se hable, el arreglo de intereses entre los actores de la guerra lleva a que las vctimas parezcan diferentes. Bien arma Zuluaga (1998:6) que los actores del conicto armado denen sus enemigos de acuerdo a las caractersticas locales o regionales de los conictos. En el Magdalena Medio guerrillas y narcotracantes se tienen por enemigos, y chocan a travs de los paramilitares. En algunas regiones del suroriente del pas no chocan, por el contrario cooperan entre s y seguramente a ello obedece la ausencia de paramilitares asociados a los narcotracantes en esas zonas. Eso signica que los actores en estos conictos carecen de identidad unvoca, la tienen plural o multiforme: la red de relaciones entre ellos es variable, de acuerdo a las zonas y a las interferencias de intereses. La lucha armada desarticula a la poblacin y la subordina a los actores armados, quienes terminan sometiendo a regmenes de terror a sus vctimas. Un ejemplo son las mujeres de Pavarand, en el Choc, quienes en una denuncia ante el mundo sealan: Antes de la llegada de la violencia ramos muy pobres, pero vivamos de la agricultura, la pesca y los animales domsticos, en 49 comunidades del medio y del bajo Atrato chocoano y antioqueo. Tenamos herramientas, medicinas, comprbamos lo que necesitbamos. Tras el bloqueo econmico al que fuimos sometidos se agot la posibilidad de conseguir nuestros alimentos. Ellos estn interesados en nuestras tierras por lo del Canal y por lo de los recursos de nuestro territorio Corporacin Viva la Ciudadana, 1998:15). En otro contexto, la realidad es del mismo orden: De los paras tena que ir a llevarle mensajes a la guerrilla y la guerrilla lo coga a llevarle mensajes a los paras. Entonces usted cree que no lo iban a matar as? Si no... si trabajaba con los paras, entonces la guerrilla iba y nos mataba a todos nosotros, y si trabaja pa la guerrilla iban los paras y nos mataban a todos nosotros. Entonces l dijo: El n mo va a ser muerto, porque si no le obedezco a uno le tengo que obedecer al otro (Cruz Roja Colombiana, Iner, Cruz Roja Sueca, 1998:15). El desplazado no lo quiere, pero el otro, que tiene diferentes rostros, as lo quiso. Vale la pena resaltar la siguiente conclusin de Amnista Internacional (1997:22): En algunas ocasiones, las fuerzas de la guerrilla han fomentado y organizado activamente el abandono de pueblos y la marcha de los habitantes hacia centros de poblacin locales de mayor tamao para protestar contra los avances de los paramilitares o del Ejrcito en la zona. Sin embargo, en muchas ocasiones, cuando las comunidades han huido espontneamente, las autoridades militares han acusado a los desplazados de obedecer rdenes de la guerrilla a n de crear dicultades 210
polticas al gobierno, acusaciones que suelen ser el preludio de nuevos actos de represin contra ellos. En otro aparte del mismo informe se concluye: Los factores que provocan el desplazamiento son diversos y las causas pueden variar segn la regin. No obstante, la principal causa es el conicto armado. Los desplazados huyen a causa de las amenazas, los ataques y las operaciones indiscriminadas de que son objeto por parte de los bandos del conicto, debido a la amenaza de reclutamiento forzado o por haber quedado atrapados entre las Fuerzas Militares, los paramilitares y los grupos armados de oposicin. En el estudio del problema que hizo el IPC (1997:154) se encuentra que el 47% de los desplazados salen por amenazas de los actores armados, 31% por el miedo la violencia, 10% por la vivencia de asesinatos y atentados, y 9% por combinacin de varios de estos factores. El aspecto desencadenante del desplazamiento en el estudio que nosotros hicimos en Urab fue el miedo, en ms de la mitad de los casos; la muerte de un familiar, el 25% de las veces; la amenaza, en el 20% de las ocasiones y la persecucin en el 5% de las sesenta familias estudiadas. La misma institucin analiza de nuevo el problema (IPC, 1998) un ao despus y recoge anlisis del Cinep, de Acnur, de foros regionales, de eventos realizados en el pas, como movimiento creciente para darle la real y trgica dimensin que tiene. Es preocupante que Colombia se ubique en sptimo lugar en el mundo; que ms de un milln de personas sean desplazadas estadsticamente registradas sin que se pueda conocer el desplazamiento invisible que se produce gota a gota; que el acrecentamiento del conicto armado tienda a agudizar el desplazamiento. El caso es que varios informes conrman que los desplazados preeren permanecer en el nuevo lugar donde se han ubicado antes que regresar porque la violencia se mantiene El 18% insiste en ubicarse en otra zona del pas, el 16% desea retornar para reunicar la familia o recuperar los bienes abandonados, y el 68% quiere permanecer lejos de donde debi salir (Codhes, 1997:3).
la naturaleza, pero que no ejerce ninguna labor transformadora, porque vive al da y de lo que el sol y la naturaleza provean. Volver a vivir la aventura de construir el futuro no es tarea fcil. Existe una relacin inversa entre la edad individual y familiar y el deseo de levantar hogar y labor. El sentimiento de derrota es mayor para quienes tienen ms edad. Del lugar de donde se sali queda la sombra de muerte; del (no) lugar donde se permanece (se est de paso) surgen la duda, la angustia, la desesperanza. Hay poco en qu creer si viene del otro (Estado); algo se cree en quien es solidario (las organizaciones civiles); y no es mucho lo que se puede creer en uno mismo si tiene las manos vacas Amnista Internacional, 1997:3).
Ser desplazado es llevar consigo un estigma, porque viven la experiencia gota a gota o invisible, porque el desplazado no informa que se va de la regin, de la vereda o del barrio; no comunica a nadie por qu deja sola su casa o por qu decide perder lo cosechado durante aos de esfuerzos. El estigma es a veces inexplicable: en Urab, los pastores de las iglesias cristianas han sido perseguidos y asesinados por su valerosa actitud de defensa de sus comunidades. Quin demoniza en casos como stos? Porque los culpables vienen de todas las religiones, posiciones polticas e incluso condiciones socioeconmicas. Puede contrastar con el que se hace organizadamente, el que Franco identica como xodo, y en el cual opera la accin organizada y la atencin o apoyo de organizaciones no gubernamentales o el mismo Estado (IPC, 1998:122-123). La situacin que vive la persona desplazada es puesta en evidencia con los estudios de Flor Alba Romero, Donny Meertens y Nora Segura (Ican, 1998), y en nuestro estudio de Urab. El caso es que el hombre se ve obligado a ubicarse en el mercado laboral del lugar al que llega, si es que lo logra (y no se le teme por el estigma con que carga); generalmente es el trabajo en la construccin donde ms fcilmente puede acceder. La mujer por su parte ingresa al servicio domstico, sobre todo si se trata de personas de origen pobre. Tampoco el maestro, el campesino medio, sobre todo entre quienes son desplazados del campo, se ubica en ocios acordes con su nivel previo de vida. El deterioro en las condiciones de existencia es la pauta dominante. No se niega el esfuerzo que hacen organismos no gubernamentales nacionales e internacionales, e incluso pases hermanos (y algunas agencias del gobierno colombiano tambin, valga reconocerlo), para reconstruir una vida digna; pero los signos que hasta el momento son ms visibles reiteran la gravedad del problema y su no visible solucin en el corto ni en el mediano plazo. De all que al desplazado puede vrsele como un desarraigado fsica y mentalmente, no tiene silla dnde reposar para reencontrarse con su vida, mientras la sociedad colombiana que lo expuls de su nicho no detenga la mquina de guerra que aceit hace 180 aos y que no ha parado de botar fuego por negar el derecho a que los hermanos disputen, dialoguen y crezcan. Por desastroso que parezca, en un pas que parece estar condenado a vivir entre catstrofes naturales y siniestros sociales, el desplazado en Colombia de esta fase de la violencia no parece tener otro rostro que el del desarraigado. Por ello contrastan palabras como las de una mujer de 23 aos de Currulao, Antioquia, quien reconoce que al desplazarse la familia todos llegaron de arrimados, ahora algunos tienen casita y se han ido separando unos de otros, pero todos siguen unidos. Queda viva la pregunta: es el desplazado un desarraigado? Y se impone una ms es el desplazado un nmada? A la primera pregunta cabra responder a modo de hiptesis que todo indica que s lo es. No hemos analizado el fenmeno (no se hizo para la violencia de 213
los aos cuarenta a sesenta), al punto de poder armar que realmente se logr el arraigo a nuevos entornos. La frase de Marco Palacios merece recordarse: nuestro problema es falta de ciudadana. En aquel momento se abandonaron forzadamente los campos y se fortalecieron ciudades, pero se logr acaso que se produjese la reconversin de los pobladores nuevos (y de los viejos de casta pueblerina) en ciudadanos? Y a la segunda pregunta, vale la pena entrar con la denicin de nmada que propone Mara Moliner (1972): Errante. Se dice del que no tiene residencia ja, sino que se traslada de un sitio a otro. Esta acepcin es del mismo corte de la antropolgica, que no obstante reconoce la posibilidad de retorno cclico. En palabras de Charles Winick (1972), el nomadismo habla de movimientos estacionales o cclicos realizados por un grupo para obtener alimento. La variante primitiva que el autor reconoce est en que los cambios de ubicacin se producen de un lugar conocido a otro tambin conocido por sus ofertas para la subsistencia. En el caso de los desplazados en Colombia no parece del todo claro que puede hablarse de ciclos ni de reubicaciones para garantizar la subsistencia. Su situacin parecera ser peor que la de los nmadas, pero, como dice la sabidura popular: la esperanza es lo ltimo que se pierde. En este sentido actan las instituciones y personas que trabajan por la restitucin de los derechos humanos de los desplazados. Manteniendo en alto los principios de voluntariedad, integridad, dignidad y reparacin se trabaja por la estabilizacin socioeconmica y la reconstruccin del tejido social de las personas y comunidades desplazadas, garantizando tambin la no repeticin del desplazamiento (Amnista Internacional, 1998).
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Alternativa de investigacin regional sobre la cultura Reexiones en torno al programa y al Seminario Permanente sobre el Oriente Antioqueo*
El presente ensayo es resultado de una reexin personal sobre una experiencia colectiva, que viene desarrollndose en Medelln por un grupo interdisciplinario e interinstitucional, con un taller realizado entre el 29 de febrero y el 2 de marzo de 1984, en el que se discuti la propuesta del Instituto Colombiano de Antropologa Ican de realizar un trabajo de investigacin sobre Cultura Regional en el Oriente Antioqueo. Entre los puntos planteados por el Ican, sobresale el relativo a la elaboracin del perl de la nacionalidad, que exige, en Colombia, lograr una sntesis comparativa de las identidades regionales en el estudio de la cultura como eje de la investigacin 1. La propuesta cuenta con el respaldo de la Presidencia de la Repblica y la Segunda Expedicin Botnica, est bajo la direccin y coordinacin del Ican, y contempla una vinculacin efectiva de profesionales de la Antropologa y de otras
* Ponencia presentada al III Congreso de Antropologa en Colombia, Bogot, 2-l 6 de octubre de 1984. 1. Seminario Permanente. S.P. Relatoria N 1.
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Ciencias Sociales a cada proyecto. Las instituciones participantes (Universidad de Antioquia, Fundacin Antioquea para los Estudios Sociales Faes, Ican) aceptaron iniciar un trabajo conjunto, a travs de un grupo de investigadores, en un Seminario Permanente. En su primera fase, el seminario adelantara la discusin sobre aspectos metodolgicos concernientes a la nocin de regin y regionalizacin, evaluara la informacin existente, convocara a otros investigadores y dara inicio a la elaboracin de proyectos especcos siguiendo los lineamientos del programa nacional que incluye las regiones: Valle del Sin, Centro del Cauca, Altiplano Cundiboyacense, zona Tabacalera de Santander y Oriente Antioqueo. El Seminario se instal el 4 de abril, y ha venido trabajando regularmente en las instalaciones del Faes. Hasta la fecha, combina sus actividades recogiendo as otros trabajos, experiencias y reexiones de invitados especiales; activando en los participantes reexiones tericas y metodolgicas y propuestas de investigacin; y promoviendo el diseo de proyectos especcos. Para el prximo futuro, el Seminario asumir una tarea conjunta de exploracin en terreno, sobre aspectos que den cuenta de la identidad cultural de la regin objeto de estudio. La dinmica del seminario ha obligado a ampliar los temas de discusin previstos en el taller inicial, con otros tales como cultura e identidad cultural, interdisciplinariedad, tiempo y espacio de la cultura, trabajo de campo. Esta experiencia, nueva para nosotros a diversos niveles, me ha motivado a hacer una reexin que me permita articular el sentido de la accin, como dira Weber. No es una reexin sobre algo acabado, en cuanto que el trabajo est en marcha; no pretendo tampoco asumir una reexin que en un momento posterior pueda hacer el propio seminario, si lo considera pertinente. Lo que aqu escribo slo compromete al suscrito, quien busca aprender de cada gesto y en cada palabra. Despus de una larga noche, nos alegra saber que el nuevo da traer luz. Recuerdo a Cavas en Cuando el centinela vio la luz2: Invierno y verano pasaba el centinela al acecho en el tejado de los Atridas. Anuncia ahora buenas. Invierno y verano pasaba el centinela al acecho en el tejado de los Atridas. Anuncia ahora buenas. Vio a lo lejos fuego encendido. Y se alegra; es el nal de sus desvelos (Cavas, 1983:227).
2. Agradezco a Dora Helena Tamayo, Vctor lvarez, dgar Bolvar, Ana Luca Snchez, Blanca Ins Jimnez y a Clara Ins Aramburo las anotaciones, precisiones y correcciones que varias personas le hicieron al texto.
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pierde con signicativa celeridad para dar paso a lo que seran procesos socialistas africanos, resultantes de un signicativo nmero de luchas de liberacin nacional (Angola, Mozambique, Zimbabwe). Son luchas en procura del retorno a las fuentes, y a partir de all el reconocimiento y la construccin de sociedades de nuevo tipo. En el caso africano, amplias son las capas de la poblacin en las que la dominacin colonial no hace mella. No se produce, dice Cabral (1975:2) una depreciacin importante de la cultura y las tradiciones; y agrega el autor: Reprimida, perseguida, humillada, traicionada por ciertas categoras sociales comprometidas con el extranjero, refugiada, en los poblados, en los bosques y en el espritu de las vctimas de la dominacin, la cultura sobrevive a todas las tempestades, para despus, gracias a las luchas de liberacin, recobrar todo su poder de orecimiento. Estudiosos africanos actuales evidencian el fracaso modernizante: Las teoras del desarrollo y de la modernizacin han fallado en un nmero de puntos y no menos su tendencia prooccidental y realmente proimperialista (Chege, 1982:614). Para ellos, la unidad continental africana y la integracin nacional pasan por una genuina liberacin nacional: En una genuina liberacin nacional encontraremos la solucin de los problemas polticos y econmicos que estrangulan a frica (Shivji, 1982:747). La revitalizacin africana aparece marcada por procesos no slo econmicos y polticos, sino adems culturales, los cuales le permitirn situarse sin complejos de superioridad o de inferioridad, en la civilizacin universal, como una parcela del patrimonio comn de la humanidad y en la perspectiva de su integracin armoniosa en el mundo actual (Cabral, 1975:5). El caso americano, en especial el resultante del mestizaje multirracial y multitnico en la Amrica Latina, ha ocupado relativamente poco a los estudiosos de las ciencias sociales (y en particular en Colombia). En trminos generales, el producto nal latinoamericano inclina su balanza en favor de los aportes ibricos hasta el siglo XIX; y desde entonces vamos a empezar a vivir a tono con el ajetreo intelectual de los grandes centros de la cultura europea durante un buen tiempo; hasta que nos coge la hora de mirar hacia el norte de nuestro propio continente. El interesante men resultante de la economa inglesa, la poltica francesa y la losofa alemana ha estado servido en la mesa de nuestras naciones con una no menos llamativa salsa de contrarreforma ignaciana. En otras palabras, es difcil precisar una realidad cultural latinoamericana que no sea dominantemente euronorteamericanizante; como lo fue para las lites que fundaron nuestras repblicas independientes y como lo sigue siendo en el contexto del neocolonialismo3.
3. Mi amigo, el historiador Vctor lvarez, me seala que el men cobija sin duda a las lites; pero no a otros estratos sociales que nunca tuvieron acceso a tan elegante mesa. Aceptando la
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Las etnias indgenas americanas que dejaron su herencia a la posteridad mestiza son ms importantes en otras naciones latinas que en la nuestra, si exceptuamos el caso de los Muiscas, y algunos otros grupos dispersos, de impacto limitado sobre poblaciones no indgenas (hablo de los del sur andino y la Sierra Nevada de Santa Marta). Los pases latinoamericanos sustentados por una tradicin indgena milenaria, como Mxico, Per, Bolivia o Guatemala y Ecuador, han logrado nutrir a sus creadores con el fondo total de esta tradicin que no es slo india sino que contiene una conuencia originalsima de elementos prehispnicos y occidentales (Arguedas, 1975:187). La incidencia de los pequeos enclaves humanos prehispnicos sobrevivientes no se ha estudiado con suciente profundidad en Colombia, para medir a cabalidad el grado de autonoma que poseen, y por lo tanto su etnicidad; ni mucho menos se ha asumido la tarea sistemtica de recoger su aporte en el proceso de contacto cultural4. El indigenismo en Amrica sirvi y sirve fundamentalmente de integrador de las minoras tnicas al concierto de las naciones modernas. La Antropologa de Rescate del Indio ha apuntado bsicamente a descubrir sus races autonmicas y a valorarlas en s mismas; son precarios los intentos por ver su presencia e incidencia en la poblacin mestiza que constituye la entidad real dominante de las naciones latinoamericanas (Henao, 1965:3). No sera del caso operar con posturas radicales como la de Bonl Batalla, quien sostiene que La contradiccin indio-occidente plantea el problema y la solucin fuera de la civilizacin occidental (Sociedad Antropolgica de Colombia, 1980:1). La alternativa es entender que la solucin est en la comprensin, dentro de una versin latinoamericana, de la civilizacin occidental, en la cual el indio y el negro han jugado papeles claves para el moldeamiento de nuevas formas raciales y culturales. Por este camino es que se hace necesaria la comprensin etnolgica de nosotros mismos. Jaulin propone al respecto asumir una posicin poltica y terica nueva: La etnologa pretende entender lo que son las civilizaciones producidas por el ser humano, la etnologa lucha por el respeto de los valores de las comunidades indgenas. En occidente la izquierda y la derecha, aunque luchan en oposicin, se reeren al mismo modelo. Tenemos que hacer la etnologa del Occidente y entender cmo
precisin, vale la pena ventilar el problema de la recuperacin de la otra historia, de la que sobrevive poca memoria oral y tal vez casi nada escrito. En lo que concierne a la cultura el reto es para ensayar interpretaciones alternativas. 4. En la tarea de rescatar su etnicidad sobresalen los indgenas Paeces (Cric) y los de la Sierra Nevada de Santa Marta. En la labor investigativa sobre comunidades mestizas, siguen siendo clsicos los estudios de Reichel-Dolmatoff: The People of Aritama; y de Fals Borda: Campesinos de los Andes.
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funciona nuestro propio sistema (Sociedad Antropolgica de Colombia, 1980:2). Aunque polmica, es una invitacin a entender y aceptar la diferencia y a vernos a nosotros mismos con los instrumentos que maneja la etnologa. Dos propuestas surgen de estas reexiones: la primera es la de pensar nuestra realidad sociocultural como producto del mestizaje, lo que nos compromete a recibir con benecio de inventario la literatura que levanta imgenes de una formacin sociocultural neohispnica. A lo cual habra que agregarle los otros aportes exgenos que la historia del contacto con los centros metropolitanos hace ineludible. Esto signica que es hora de trabajar menos en la ptica indgena e indigenista y ms en la del mestizaje. La otra propuesta surge de la demanda que se le hace a la Antropologa y a la ciencia social para que supere los estudios microsociales, de aislados demogrcos aprehensibles mediante modelos mecnicos (Lvi-Strauss, 1968:255). La escala del objeto convoca a estudios de rango demogrco amplio, haciendo uso de modelos estadsticos, de series de fenmenos que permitan la comparacin en aras de establecer semejanzas y diferencias. Como lo dice Darcy Ribeiro (1984:1-3), se nos pide explicar a Colombia entre los pueblos de Amrica Latina y del tercer mundo y en el mundo; en otras palabras, estamos obligados a avanzar teoras regionales que busquen una teora global de nosotros mismos para lo cual nuestra cultura sera el leit motiv unicador.
El trabajo sobre familia y cultura propuso un cuadro de identidades culturales para una buena porcin del pas, que ha sido referencia obligada hasta nuestros 220
das, cuando se quieren mostrar las diferencias que marcan a los connacionales. Subsiste la imagen del antioqueo forjador de riqueza y el esposo, frente al del varn hipersexual y polignico de las costas y los grandes ros. La religiosidad como va de sometimiento en el complejo cultural andino o americano se ve enfrentada a una religiosidad como ideal de realizacin humana entre los antioqueos. Los procesos econmico-sociales que se van produciendo con inusitada celeridad despus de los aos 50, llevan al pas a transformaciones profundas en pocos aos. El masivo abandono del campo cambia la relacin demogrca de la poblacin rural y urbana. Para los aos 70 el 70% de la poblacin se ubicaba en zonas urbanas. Estos cambios llevan a la misma Virginia Gutirrez de Pineda (1983:32) a proponer en tres grandes perodos para ubicar la cultura, la sociedad y la familia colombianas. Los denomina: 1. Dominacin aculturativa hispnica, que va desde comienzos del siglo XVI hasta el nal de las guerras de independencia de Espaa, 1819. 2. Consolidacin criolla, que abarcar el perodo comprendido entre la independencia de Colombia y los primeros aos de la dcada de los 50, y en la que estaran los tipos culturales propuestos por ella. Y 3. El perodo de emergencia de la unidad nacional, que se inicia con la mitad de la centuria y llega hasta nuestros das. Este perodo est marcado por el proceso migratorio hacia las ciudades de una poblacin mestiza en proceso de homogeneizacin tnica, que llega a urbes carentes de las condiciones mnimas para la vida citadina, pero que son de todos modos nuevas formas de asentamiento con todas las secuelas que de all se derivan. Los valores y el comportamiento tradicionales de cada nuevo ciudadano van a sufrir un proceso de revaluacin selectiva a instancias del inujo urbano y de la confusin creada por los diferentes patrones que coexisten. No hay patrones denidos de cultura, todo est en transicin. La ciudad implicar otras formas culturales para sus habitantes, y tambin desde ella se irn generando cambios en la vida rural. La industria y el comercio van desarrollando usos y costumbres homogneos primero en las ciudades y despus en los campos. Los medios masivos de comunicacin se encargan de crear imgenes culturales similares, modicando las dimensiones espaciotemporales de sus receptores. El impacto que estos vertiginosos cambios tienen sobre los distintos sectores de la poblacin apuntan hacia lo que Gutirrez de Pineda llama Emergencia de la unidad nacional, pero la transicin se vive en diferentes ncleos humanos y a diferentes ritmos. La tendencia dominante no invalida ni coarta los procesos locales y regionales. No es aventurado postular que la fase histrica en que vivimos, de crisis y transicin sociocultural, est generando distintas respuestas, ya no principalmente a nivel de regiones aunque las peculiaridades regionales sobrevivan sino tambin, y ms importante, a nivel de clases, estratos y sectores 221
sociales. Los factores tnicos (lengua, territorio, raza, costumbres) pueden estar cediendo terreno a factores determinados por la estraticacin socioeconmica. El estudio sobre la cultura en el oriente implica pensar este continuo ruralurbano para poder dar cuenta cabal de lo que es la regin.
Tiempos y ciclos
Una misma sociedad alarga y contrae el tiempo de los procesos que le son vitales. La cultura, como la ideologa, parece dar pie a movimientos de larga duracin; la economa y la poltica, por el contrario, parecen moverse en ciclos de corta duracin. En las zonas rurales el tiempo se mueve ms lentamente que en las urbes. El reloj del tiempo no es una medida universal. En el caso del Oriente Antioqueo es necesario conocer y distinguir el peso de lo esttico y lo dinmico en su devenir. Lvi-Strauss (1964:339) construye hermosas guras para distinguir las sociedades fras y las sociedades calientes: unas de las cuales buscan, gracias a las instituciones que se dan, anular de manera casi automtica el efecto que los factores histricos podran tener sobre su equilibrio y su continuidad; en tanto que las otras interiorizaran resueltamente el devenir histrico para hacer de l el motor de su desarrollo histrico. Y agrega que la nalidad de las sociedades fras es obrar de manera que el orden de sucesin temporal inuya lo menos posible en el contenido de cada una. Sin duda no lo logran sino imperfectamente; pero es la norma que se jan, la verdadera cuestin no consiste en saber cules son los resultados reales que obtienen, sino cul es la intencin duradera que los gua, pues la imagen que se forman de s mismos es una parte esencial de su realidad. Dando por descontado que no existen los extremos fro y caliente como irreductibles, la empresa que se propone para el Oriente Antioqueo parte de aceptar, para poder reconocer, las variaciones rtmicas de un siglo de historia. No se ha escrito una historia particular de la regin, pero hay una serie de estudios sobre Antioquia. Un ejemplo es lvaro Lpez Toro (1970:61) en su ensayo Migracin y cambio social en Antioquia durante el siglo XIX. Seala el autor que hasta el ao de 1880 el movimiento colonizador haba logrado, del lado positivo: primero, la superacin del estrangulamiento en la produccin agropecuaria que haba sumido la economa de la vieja provincia en la ms absoluta decadencia; segundo, el alza del nivel de vida y la creacin de nuevas oportunidades de trabajo para una capa social muy necesitada; tercero, la acumulacin de capital en ganado y en desmonte de ncas; cuarto, el desarrollo de una poblacin ms numerosa, menos estraticada socialmente y con mejores condiciones de movilidad ocupacional y territorial. Y aade el autor: ntimamente ligada a todos estos procesos, hay que mencionar la diversicacin de las actividades del poderoso grupo comerciante, directa e indirectamente relacionadas con la colonizacin. Las empresas especulativas 222
en concesiones de tierra, la ampliacin de los mercados de artculos de importacin, la experiencia poltica en cuanto al fomento de una nueva orientacin agraria, fueron todos factores que contribuyeron a ampliar el horizonte de accin de este inuyente grupo y a arraigar en l una tradicin empresarial cuyos frutos se multiplicaran al iniciarse posteriormente la gran corriente de industrializacin. Del lado negativo, Lpez Toro encuentra las siguientes limitaciones: Primera, la desigualdad social de los benecios otorgados a los emigrantes; segunda, la operacin del movimiento colonizador dentro de un sistema poltico sometido a recurrentes convulsiones; tercera, el predominio de una economa de semisubsistencia a la cual hasta 1880 estaban dedicadas las dos terceras partes de la fuerza de trabajo antioquea, lastrada por muy decientes condiciones de transporte, por una tecnologa incipiente y por muy desfavorables mecanismos de mercadeo; cuarta, la destruccin masiva de recursos forestales que, como consecuencia de las prcticas de cultivo, tendra que descontarse de la acumulacin de capital en la apertura de parcelas y en el establecimiento de haciendas (Lpez, 1970:62). Ms adelante, el mismo autor esboza algunos eventos que en los ltimos 20 aos del siglo XIX conduciran a cambios fundamentales en la vida antioquea: Entre 1880 y 1900 convergen varios hilos de la historia econmica de Antioquia hacia fenmenos de conspicua transicin del desarrollo regional, cuyo anlisis elaborado parece ser requisito indispensable de un estudio de los procesos sociales y culturales del siglo XX. En el marco de los fenmenos sociopolticos de centralizacin, derivados de la regeneracin de Nez, Lpez Toro ve en la economa regional que en primer lugar, las formas individualistas de colonizacin remplazaron denitivamente las modalidades de tipo colectivista, al tiempo que el advenimiento del cultivo cafetero arraig a la tierra a los grupos campesinos emigrantes, que antes haban mostrado rasgos de denido nomadismo. En segundo lugar, la misma industria cafetera desplaz el centro de gravedad de la agricultura, antes localizado en las actividades de subsistencia, hacia una economa de mercado que, al ser vitalizada por mejores vas de comunicacin, ofreci buenas oportunidades al desarrollo manufacturero. En tercer lugar, el control de la distribucin de las mercancas importadas con destino al Valle del Cauca y al Cauca, que antes estaba en manos de los comerciantes antioqueos, desapareci cuando en Cali surgieron rmas mercantiles estimuladas por las mejores facilidades de comunicacin con el Pacco. En cuarto lugar, se registraron radicales cambios en la industria minera. Y nalmente, al terminar la Guerra de los Mil Das, se sentaron bases de estabilidad poltica que permitieron el desarrollo de la actividad econmica en una forma ms ordenada y menos interrumpida por los recurrentes traumas que trajeron consigo los conictos polticos del siglo anterior. 223
Todas esas fuerzas parecen haber contribuido a congurar, en una u otra forma, la coyuntura histrica a partir de la cual se inici el movimiento de industrializacin en Antioquia. En el texto de Lpez Toro (1970:84-83), se perciben cambios de temporalidad para procesos que pondrn su sello a la historia de la regin, y que permitirn a otros denir ciclos en esa historia. Un buen ejemplo es Marco Palacios, quien sostiene: Parece existir acuerdo entre los especialistas acerca de las etapas que caracterizaran la historia socioeconmica de Antioquia desde nes del siglo XVIII hasta el presente. Tres seran esas pocas: la de la minera y el comercio de oro, la del caf y nalmente la de la industrializacin (Palacios, 1982:85). La delimitacin de un siglo para el trabajo sobre la cultura en el Oriente Antioqueo, acordada por el seminario, se fortalece en aquellos aportes; y a su vez le plantea nuevas tareas. Una de ellas es hacer un trabajo de sistematizacin de los grandes procesos econmicos, sociales y polticos que ha vivido la regin del oriente, para comprender desde ese marco lo que podra llamarse la historia cultural de la regin. La serie de proyectos especcos contribuira as, desde distintos ngulos y con los lmites cronolgicos que impone el objeto de conocimiento, a construir la imagen cultural del oriente. Conviene recoger la siguiente recomendacin de Ghislaine Ibiza de R.: Tenemos una serie bastante abundante de interpretaciones paralelas sobre Antioquia, algunas de ellas a veces logran converger en algn punto; creo que todas las versiones que tenemos en este momento permiten hacer una sntesis. El problema es cmo hacerlo para dar un paso ms adelante en ese proceso de estudios sobre Antioquia (Faes, 1982:153). Es evidente, tal como lo comprueban las mltiples bibliografas sobre Antioquia, que los aspectos socioeconmicos se han mirado desde diversos ngulos. Pero no se puede asegurar lo mismo si vamos a hablar de la cultura. Para el Oriente Antioqueo hace falta sistematizar la informacin dispersa que habla de los procesos socioeconmicos en el ltimo siglo. Hace falta tambin congurar su historia cultural, y esta es una de las tareas. Adems, para captar la realidad actual, el seminario aboca, con proyectos especcos, la construccin de la imagen cultural, es decir, de la concepcin que sobre s mismos han elaborado quienes se identican con esa regin o rea cultural.
hasta nuestros das. Otras disciplinas, como la economa, la sociologa y la ciencia poltica, tienen un buen historial en lo que para Julin Steward es el estudio de reas euroamericanas. No existe entre nosotros una prctica sistemtica sucientemente evaluada y promovida (en la perspectiva de una ciencia social universal) para el trabajo interdisciplinario sobre reas, en donde se pueden percibir diversos niveles de integracin comunitaria, con el consiguiente peso relativo que tiene la tradicin y la modernidad, lo viejo y lo nuevo, la esttica y la dinmica, el equilibrio y el conicto para sus individuos5. El rea cultural es un objeto de conocimiento, en el momento en que proyectos especcos determinen el contexto geogrco y social, o como dice Lvi-Strauss, el aislado demogrco. El rea cultural es un instrumento conceptual para el conocimiento de una realidad en la medida en que permite delimitar el universo de anlisis, jar niveles de accin y fronteras de articulacin de hechos culturales. Para Steward, cualquier rea, independientemente de cmo se la dena, presenta una variedad de problemas que interesarn a diversos cientcos, pero son grandes las probabilidades de que cada cientco enfoque su atencin sobre una parte del rea con la nalidad de satisfacer sus propios intereses, que no siempre coincidirn con los de sus colegas de otras disciplinas. Y prosigue: La nica alternativa a esta situacin parece ser la de denir primero los problemas, y estudiarlos por medio, de las reas y subreas que parezcan pertinentes (Steward, 1965:3). El rea es un objeto maleable de trabajo, segn sean los ojos y los medios con los cuales quiera acercrsele el investigador. De all que sea tan valioso el trabajo interdisciplinario sobre reas culturales. Dice Steward que parece probable que si un grupo de cientcos sociales llega a conocer una misma rea reducida a travs de un estudio comn, encontrar mucho en qu estar de acuerdo, en parte porque los datos de un rea limitada se manejan ms fcilmente, y en parte porque cada uno habr alcanzado una mejor comprensin de la terminologa y la metodologa de los dems. Un cuerpo comn de conocimientos, sobre el cual todos puedan estar de acuerdo, constituira una base sobre la cual proseguir acumulando investigaciones (Steward, 1965:5). El seminario se ha visto enfrentado a la discusin sobre las condiciones particulares de aprestamiento investigativo que resultan de la formacin del investigador en disciplinas diferentes, aunque a todas se las pueda englobar con el mote de sociales o humanas.
5. Un enfoque interdisciplinario en el estudio de rea sugiere el anlisis terico y metodolgico de: 1. El carcter de la unidad rea. 2. Los mtodos de la cooperacin interdisciplinaria. 3. La teora y la prctica del estudio de reas. 4. Los problemas particulares que guan el estudio.
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Ya no en el terreno de la postulacin terica sino en el de la prctica misma de esas habilidades tericas y metodolgicas que supone cada disciplina, se encuentra, por ejemplo, el desigual nivel de rigurosidad para incursionar en la fuente documental o en el trabajo directo con una comunidad viva. En el manejo de fuentes y la rigurosidad de instrumentos, la historia y la sociologa tienen mucho que ensear. Sobre observacin pasiva y participante, la Antropologa cuenta con un bagaje apreciable. Una necesidad de la interdisciplinariedad efectiva es comunicar el valor, el sentido y el alcance de cada uno de estos mtodos y tcnicas. Frente a la complejidad del asunto, el seminario ha optado inicialmente por el trabajo con fuentes secundarias y la observacin meramente exploratoria del terreno. Lleg a asumir esta modalidad de trabajo ante la necesidad de hacer un reconocimiento del rea de trabajo, bajo unos parmetros generales comunes que le permitan profundizar y ampliar la discusin acerca de la subregionalizacin, en trminos de aquellos elementos que inicialmente se consideran constitutivos de la identidad cultural 6. El camino escogido para el trabajo exploratorio estuvo antecedido de dos conclusiones importantes. La primera llev a asumir una subregionalizacin del oriente con base en convergencias histricas, econmicas, sociales y polticas. La segunda fue la de asumir una nocin operativa de cultura que permitiera, en la exploracin, captar las concepciones de individuos de las comunidades que se visitaran, sobre una serie de aspectos generales: las actividades econmicas, las relaciones entre lo urbano y lo rural, las relaciones intergeneracionales, las nociones espaciotemporales, las creencias ticas y religiosas, las labores de aprendizaje formal e informal y las modalidades de organizacin y jerarqua social7. En el punto en que se encuentra el seminario, ha empezado a producir conclusiones operativas, frente a una tarea colectiva a un plazo no muy corto de responder por la identidad regional del Oriente Antioqueo. Esto implica, a mi modo de ver, una renuncia a concebir el seminario como un lugar de conuencia semanal en el cual cada investigador da cuenta de los avances parciales de su trabajo independiente. Signica tambin que los proyectos especcos contemplados desde un principio adquieren un doble valor. Por un lado avanzan en el conocimiento de aspectos importantes de la vida de una regin, y por el otro aportan su cuota a la construccin de un tipo de formacin cultural en el pas, cuyos lmites estn por descubrirse.
6. Cfr. Plan de Actividades del Seminario Permanente. Pg. 2. 7. Relatoras N 20 y 21. Seminario Permanente. Pg. 4 y 2.
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colectiva consiste en aprehenderla, partiendo del trabajo puntual de cada proyecto. Porque aunque ella est presente en los hechos cotidianos tanto como en eventos excepcionales de la vida social, quien se ocupa de estudiarla tiene que seleccionar de ese complejo de manifestaciones, aspectos que cumplan con la condicin de ser signicativos y operables. Una tarea difcil, que est en progreso en el seminario, es la de encontrar la articulacin de esos proyectos especcos, en la medida en que se reconoce que la identicacin cultural del oriente exige comprender la totalidad de los procesos que all se han vivido. Para apoyar lo anterior, se ve necesario un trabajo relativo a la comprensin sistemtica de los procesos econmicos, sociales y polticos que ha vivido el oriente en el ltimo siglo, que le permita al seminario sustentar su visin del desarrollo cultural de la regin. Las propuestas y proyectos pueden avanzar hacia la elaboracin de tipologas que describan distintas variantes (por subregiones, estratos sociales y momentos) del comportamiento sociocultural de la poblacin del oriente. Un trabajo ligado al anterior, y poco aventurado entre nosotros, es el de descifrar el funcionamiento de complejos (o sistemas) culturales intrarregionales. Puede ser un camino adecuado para alcanzar la meta nal de identicar las constantes y las variables de un complejo cultural regional, es decir, su identidad cultural dinmica. Hablo de las constantes y las variables del complejo porque el hecho mismo de que el seminario haya denido un corte temporal que comprende un siglo, implica ver en trminos de proceso tanto los complejos intrarregionales como el regional. As pues, las tipologas posibles incorporan coordenadas espacios temporales con sus correspondientes movimientos de expansin y contraccin, para captar momentos y lugares. Todas las miradas estn dirigidas sobre el mismo objeto y contribuirn a construir su representacin.
Diversidad e identidad
La validez del estudio de una cultura regional trasciende los intereses nacionales. Y el que se haga mediante la participacin de diferentes disciplinas est en la perspectiva de las propuestas de la Unesco para el perodo que empieza ahora y terminar a nes de la dcada.
la economa nacional. Ferro. Redes informales o redes asociativas. Aramburo. Espacios colectivos e identidad cultural: una aproximacin antropolgica. Londoo. El estudio del arte literario oral en el Oriente Antioqueo. Grisales y Reiter. Familia y cultura en el Oriente Antioqueo. Jimnez y Arcila. Henao hace propuestas relativas a ritos y ceremonias del ciclo vital, religiosidad, salud, enfermedad y medicina tradicional, historia de la regin. Senz hace una investigacin sobre movimientos y paros cvicos. Y Escobar y Toro hacen un estudio sobre mentalidades.
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En su estrategia de accin sobre la cultura, la organizacin mundial propone: En cuanto a los estudios de culturas regionales, ligados a la armacin de la identidad cultural y, tambin, al conocimiento mutuo de las culturas, la organizacin, aplicando a su propia accin una estrategia intercultural, debera proponer como principio no slo la interdisciplinariedad sino la interculturalidad de los equipos de investigadores encargados de realizarlos. As mismo debera efectuar esos estudios en relacin ms directa que en el pasado con las actividades que se reeren al patrimonio, para crear en la opinin mundial una conciencia clara de que el conjunto de las culturas y de sus testimonios materiales e inmateriales forman parte del patrimonio comn de la humanidad (Unesco, 1982:8). Esa postura se apoya en una concepcin de la dimensin cultural del desarrollo, que reconoce en la cultura a la vez el motor y el n del desarrollo nalidad de nalidades, con relacin a la cual se ordenan todos los objetivos de crecimiento y progreso de una sociedad. Se trata de pensar el desarrollo a partir de otros puntos de referencia, es decir, considerar el auge econmico y el progreso tcnico, y tambin la vivienda, el trabajo, los ingresos, la enseanza, la formacin la informacin, el tiempo libre, el urbanismo en trminos de valoracin cultural (Unesco, 1982:4). Para proyectar este trabajo a nivel mundial, la conferencia general propone una nocin de gran signicacin para el seminario permanente, la de identidad cultural: La identidad cultural de una sociedad puede entenderse, del exterior como del interior, como el conjunto de las obras que la expresan a travs de la historia, es decir su patrimonio cultural, fsico y no fsico. A otro nivel de anlisis, se expresa a travs de los sistemas de valores ticos, espirituales y culturales, estticos. Por ltimo, corresponde al sentimiento que experimentan los miembros de una colectividad que se reconoce en esa cultura, de que slo pueden expresarse elmente y desarrollarse libremente a partir de esta ltima: es el sentimiento de pertenencia y el descubrimiento de sus races (Unesco, 1982:11-12). Est en el orden del da el trabajo sobre la identidad cultural; pero hay algo ms, frente al fenmeno actual de mundializacin que conduce a la homogeneizacin cultural, a la uniformizacin cada vez mayor de los modos de vida y de ciertas expresiones culturales, la organizacin llama a reconocer y defender la diversidad cultural:
El signicado de la identidad cultural se revela como ncleo viviente y principio dinmico de toda cultura, como expresin de la innita diversidad de maneras de ser un hombre. La salvaguardia y la promocin de las mltiples identidades es una exigencia objetiva que resulta de la diversidad humana. Es cierto que vivimos la mundializacin, pero lo que caracteriza el mundo actual sigue siendo la profunda diversidad de los pueblos y de sus culturas. Por lo dems No podra una sociedad planetaria de la homogeneidad, paralizarse, anquilosarse, sucumbir a las leyes de la entropa, que se reere tambin al campo de la cultura? Se puede, en efecto,
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pensar que la diversidad de culturas es, en el reino humano, tan necesaria como lo es, en el reino de los seres vivos, la conservacin de las especies vegetales y animales. La diversidad es indispensable a la adaptacin, al progreso y tal vez a la supervivencia misma de la especie humana (Unesco, 1982:1).
La identidad se alimenta de la diversidad. La nocin es pensada como un proceso de perpetua recreacin de una sociedad por s misma, que se nutre de diversidades internas asimiladas y de intercambios constantes con el exterior (Unesco, 1982:12). Las investigaciones sobre la identidad son vistas como la va para la coexistencia ms armoniosa de las culturas, con el consiguiente rechazo a los etnocentrismos y los estereotipos, y el reconocimiento del pluralismo cultural, dentro de fronteras nacionales y ms all de ellas (Unesco, 1982:12). El llamado a investigar sobre la identidad cultural para sociedades como las nuestras, en las cuales los modos de vida occidentales parecer ser determinantes, tiene sentido en la medida en que asumamos de entrada una historia que nos evidencia haber vivido y seguir viviendo formas de vida diferentes, creencias y costumbres con toques de excepcin frente a otras. O visto de otra manera, la identidad cultural merece ser entendida en la medida en que nos ayude a reconocer nuestro sentimiento de pertenencia, eso que nos permite vivir como peces en el agua y sin lo cual naufragaramos en otros mares. La identidad cultural no puede entenderse como una defensa del nosotros poniendo talanqueras para que los otros no invadan nuestro territorio. Esto es imposible a la luz de la historia de la humanidad, que a la manera de decir de Bastide (1973:9) es la historia de la intensicacin progresiva de las relaciones humanas. Tenemos que diferenciar entre la lucha por una identidad cultural que nos posibilite el dilogo intercultural, y aquella guerra ya resuelta por el etnocentrismo. Volvamos con Bastide en su defensa de la paz y el desarrollo bajo la bandera de la cultura, cuando arma: Creemos que nicamente la preservacin de sus identidades culturales permitir a los grupos establecer lazos fraternales entre s, porque entonces cada uno adquirir el sentido de su dignidad, que consiste en contribuir al acrecentamiento de la riqueza comn con un aporte nico a la gran aventura de la especie humana sobre la tierra (Bastide, (1973:10).
creencias, los mitos, una o varias lenguas, las tradiciones orales, y una produccin literaria y artstica. Las nociones de la Unesco, que tienen importancia en cuanto pesan para la denicin de polticas culturales en una gran cantidad de naciones, pasan a engrosar el listado que Kroeber y Kluckhohn clasicaban segn los nfasis y sesgos. Para ellos, unas nociones eran descriptivas, las otras histricas; algunas normativas, otras psicolgicas y otras ms genticas. En la tarea de buscar una nocin unicadora, es conveniente hacer el anlisis comparativo de diversas acepciones, de tal modo que captemos no slo la idea general, sino tambin los componentes y su articulacin. Sin hacernos exhaustivos, veamos algunas deniciones, Tylor: Cultura es ese todo complejo que comprende el conocimiento, las creencias, el arte moral, la ley, la costumbre y otras facultades y hbitos adquiridos por el hombre en cuanto miembro de la sociedad. Boas: La cultura incluye todas las manifestaciones de los hbitos sociales de una comunidad, las reacciones del individuo en la medida en que se vean afectadas por las costumbres del grupo en que vive, y los productos de las actividades humanas en la medida en que se vean determinadas por dichas costumbres. Kroeber: La cultura la constituye la mayor parte de las reacciones motoras, los hbitos, las tcnicas, las ideas y valores aprendidos y transmitidos y la conducta que provocan. La cultura es el producto especial y exclusivo del hombre, y es la cualidad que lo distingue en el Cosmos. Malinowski: La palabra cultura se utiliza a veces como sinnimo de civilizacin, pero es mejor utilizar los dos trminos distinguindolos, reservando civilizacin para un aspecto especial de las culturas ms avanzadas. La cultura incluye los artefactos, bienes, procedimientos tcnicos, ideas, hbitos y valores heredados. White: Si denimos la cultura como compuesta de cosas y acontecimientos directa o indirectamente observables en el mundo exterior, tendremos igualmente que denir cul es el lugar de ocurrencia y el grado de realidad de estos fenmenos, es decir, resolver la cuestin de cul sea el lugar de la cultura. Y la respuesta es: las cosas y acontecimientos que comprende la cultura se maniestan en el tiempo y el espacio a) en los organismos humanos, en forma de creencias, conceptos, emociones, actitudes; b) en el proceso de interaccin social entre los seres humanos; y c) en los objetos materiales (hachas, fbricas, ferrocarriles, cuencos de cermica) que rodean a los organismos humanos integrados en las pautas de interaccin social. El lugar de la cultura es pues a la vez intraorgnico, interorgnico y extra orgnico. Leach: La cultura es el contenido de las relaciones sociales. El trmino hace hincapi en el componente de los recursos humanos acumulados, materiales, as como inmateriales, que las personas heredan, utilizan, transforman, aumentan y transmiten. Estas deniciones estn contenidas en un trabajo nuestro sobre: Discusin de la nocin terica de cultura. 231
A manera de sntesis globalizadora, Lvi-Strauss (1962:1968:57) dice: Llamamos cultura a todo conjunto etnogrco que desde el punto de vista de la prospeccin presenta, con relacin a otros conjuntos, variaciones signicativas. Y en la misma direccin anota Lucy Mair (1970:16) que la cultura es la posesin de un conjunto tnico que comparte las mismas tradiciones. De las distintas nociones comparadas, se observa que unas permiten acercarnos, de distintos modos, a la realidad positiva, y extraer de all lo necesario para entender la forma en que se expresa una cultura; las otras nos invitan a descubrir unos lmites dentro de los cuales todo lo que acaece tiene calidad de manifestacin cultural. Del conjunto de deniciones he intentado encontrar unas constantes que me permitan acoger alguna nocin operativa. Lo constante es ver al hombre: 1. En la accin repetitiva, 2. En relacin con la naturaleza, 3. En relacin social, 4. En trabajo de abstraccin y produccin de ideas y actos, 5. En relaciones limitadas de comunicacin, 6. Inmerso en un espacio y un tiempo delimitados. Esa Babel inevitable, que evidencia la ambigedad del objeto general que la Antropologa debe abordar cientcamente, est en correspondencia con el desarrollo de la disciplina en occidente, sujeto a mltiples tendencias y corrientes tericas. De todos modos, el que estemos abocados a tomar como objeto de trabajo la cultura, nos obliga a optar por una denicin que ubique en un terreno concreto aquello a lo que se va a dirigir la mirada sistemtica. En la construccin de dicha nocin encontramos vlida y actual la propuesta de Ward Goodenough (1970:198) que concreta la cultura en formas, proposiciones, creencias, valores, reglas, recetas, rutinas y costumbres y el contenido de la cultura es el siguiente: 1. Las formas en que la gente ha organizado sus experiencias del mundo real de tal manera que tenga una estructura como mundo fenomnico de formas, es decir, sus percepciones y conceptos. 2. Las formas en que la gente ha organizado sus experiencias del mundo fenomnico de tal forma que tenga estructura como un sistema de relaciones de causa efecto, es decir, las proposiciones y creencias mediante las cuales explican los acontecimientos y planean tcticas para llevar a cabo sus propsitos. 3. La forma en que la gente ha organizado sus experiencias del mundo fenomnico para estructurar sus diversas disposiciones en jerarquas de preferencias, es decir, sus sistemas de valores o de sentimientos. Estos proporcionan los principios para seleccionar y establecer propsitos y para mantenerse conscientemente orientado en un mundo fenomnico cambiante. 4. La forma en que la gente ha organizado sus experiencias de los pasados esfuerzos de realizar propsitos repetidos en procederes operativos para realizar sus propsitos en el futuro, es decir, el conjunto de principios gramaticales de la accin y una serie de recetas para tratar con las personas as como para tratar con las cosas materiales. La cultura, pues, consta de normas para decidir lo que es, normas para 232
decidir lo que puede ser, normas para decidir lo que no siente, normas para decidir qu hacer y normas para decidir cmo hacerlo. Cada uno de estos aspectos tendra signicado y funcin en sociedades concretas; y lo entendemos de la siguiente manera: Las formas hacen referencia al catlogo de categoras formales mediante las cuales se puede constituir un conjunto con rasgos distintivos, por ejemplo el color, la lengua, la cocina, el parentesco, la moda. Mediante proposiciones se establecen relaciones espaciales, temporales, semnticas, simblicas, de inclusin y de exclusin (Goodenough, 1970:202). De esta manera se puede desechar lo viejo y admitir lo nuevo, recongurar los conjuntos signicativos, entender las variaciones discursivas, reconocer el valor que en una comunidad poseen tanto la magia y la mitologa como el arte y la fantasa. Las proposiciones nos conducen a armaciones a las que damos plena validez, al punto de convertirlas en creencias. Ests creencias tiene vigencia en la medida en que la sociedad que las asume les d pleno valor lgico o emprico. Las creencias sistematizan la experiencia de una comunidad aclarando incoherencias y uniendo dominios de categoras ms amplias. Son tan importantes las creencias privadas como las pblicas, y deben ser asumidas por el investigador para captar comportamientos equivalentes y formas de vida organizada. En los seres humanos las creencias estn teidas de valoraciones individuales y colectivas que ponen en juego los sentimientos, que buscan la graticacin de deseos y necesidades. Una sociedad debe aceptar este cometido organizadamente, balancear la valoracin de cada cosa de tal forma que signique utilidad comn. Por lo anterior se hacen necesarias reglas sociales o cdigos de conducta que especiquen los derechos y privilegios que tienen las personas y las cosas socialmente distribuidas. Y en trminos de Lvi-Strauss, seran prohibiciones y prescripciones que permitan el intercambio y la reciprocidad humana. Se da por entendido que el grupo asume para todos sus individuos la observancia de las mismas reglas. Al no existir la plena libertad de accin individual, en tanto que las reglas sociales restringen, se opera en la gente el fenmeno, dice Goodenough, de que desarrolla recetas o frmulas para muchos propsitos que se repiten, con ello se reduce la improvisacin, se aaden restricciones y se estructura ms la organizacin sintctica de la actividad humana (Goodenough, 1970:215). Las recetas daran cuenta de cmo hacer las cosas. Seran las rutinas o hbitos y las costumbres de all derivadas, las que daran cuenta de la realizacin de las recetas. La frontera entre la rutina y la costumbre podra captarse en la distancia que va de la realizacin de un acto repetitivo que no ha sido pensado por su ejecutante (rutina o hbito), al acto repetitivo ya pensado por el ejecutante, convertido en el camino natural o expedito de actuar socialmente, 233
hasta el punto de tornarse costumbre o derecho consuetudinario. Por este camino es que puede entenderse que la costumbre sea la llave que abre la puerta a diversas instituciones sociales. La reiteracin de las actividades derivadas de las costumbres de una comunidad, en razn de su ecacia y de la garanta como armonizadores de las relaciones sociales, da pie a la fundacin de instituciones. Malinowski (1931:93) arma que las instituciones son las verdaderas unidades componentes de las culturas que tienen un considerable grado de permanencia, universalidad e independencia, en cuanto que son sistemas organizados de actividades humanas. Aunque la cultura est presente en los hechos cotidianos tanto como en los eventos excepcionales en la vida de una comunidad, quien va a ocuparse de estudiarla tiene que seleccionar de ese complejo de manifestaciones culturales, aspectos que cumplan con la condicin de ser signicativos y manipulables en el laboratorio. De all la importancia que tiene la formalizacin de la cultura para el investigador de campo. En este sentido es que el debate del seminario sobre la cultura superar los escollos tericos en el momento en que confronte su nocin operativa con la realidad regional cuyo estudio est en marcha.
Enseanzas e inquietudes
El seminario permanente sobre el desarrollo cultural en el Oriente Antioqueo ha sido el motivador de estas lneas, que no buscan agotar el debate sobre problemas, de mayor o menor signicacin, frente a los cuales hemos gastado largas y fructferas horas. De gran valor ha sido el dilogo interdisciplinario, que muestra su creatividad cuando se enfrenta a procesos investigativos. La ctedra universitaria podra alimentarse enormemente de este tipo de experiencias, pero el primer paso que hay que dar es asumir con humildad los niveles de ignorancia y sabidura que tenemos, debido a la formacin profesional aislada y aislacionista en la que se mueve nuestra academia. Por otro lado, debemos recoger la iniciativa que la comunidad cultural de naciones ha hecho suya, para fortalecer la comunicacin intercultural, desarrollar el aprecio mutuo de las culturas, y en tal sentido avanzar en la investigacin cientca profunda, que ponga de maniesto a la vez los aspectos enriquecedores y los aspectos crticos de la comunicacin entre culturas, como son los ujos tursticos, las migraciones del campo a la ciudad, la situacin cultural de los pases pluritnicos, las culturas de mestizaje (Unesco, 1982:12-13). Finalmente, podemos recoger varias ideas luminosas de Gramsci (1967:97) para avanzar en la tarea que nos hemos propuesto: La cuestin de qu es el hombre es, 234
de antiguo, el llamado problema de la naturaleza humana, la bsqueda por crear una ciencia del hombre, una losofa que arranque del concepto individual y colectivo que pueda contener todo lo humano. Pero, como concepto y hecho unitario lo humano es un punto de partida o de llegada? o esta bsqueda, planteada como punto de partida, no es, realmente, sedimento teolgico y metafsico?. La losofa no se debe reducir a ser un naturalismo antropolgico, ya que la unidad del gnero humano no procede de la naturaleza biolgica del hombre. Las diferencias que para el hombre cuentan en la historia no son las biolgicas (razas, conformacin del crneo, color de la piel). Y si a esto se reduce la armacin de que el hombre es lo que come trigo en Europa, arroz en Asia quedara, a su vez, reducida a esta otra: el hombre es el pas donde habita; porque, por lo general, la mayor parte de la alimentacin est ligada a la tierra donde se vive, y ni siquiera la unidad biolgica ha contado nunca gran cosa en la historia. El hombre es el animal que se comi a s mismo en la poca en que se hallaba ms prximo al estado natural, cuando no poda multiplicar articialmente la produccin de bienes materiales. Tampoco la facultad de razonar o el espritu crearon unidad, ni se pueden reconocer como hechos unitarios, sino simplemente como conceptos formales, categricos. No es el pensamiento sino lo que se piensa lo que realmente une o diferencia a los hombres (Gramsci, 1967:97).
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La transicin cultural
Otra va de acercamiento a la identidad regional es la informacin proveniente de los procesos de socializacin que adelantan la familia, la iglesia, la escuela, las instituciones promotoras de cultura y los medios masivos de comunicacin. El hombre creador de riqueza y la mujer madre aparecen desde el principio en el discurso de la familia antioquea. Al mismo tiempo aparece la nocin de riesgo, la idea de caminar sobre el lo de la navaja, entre la vida y la muerte, para vencer los obstculos y alcanzar la ganancia. Las familias de colonos, arrieros y negociantes con principios catlicos y conservadores signaron la cotidianidad del parcelero marinillo, santuariano, granadino o sonsoneo. Por su parte, los valores asociados con el riesgo, la aventura y el canto libertario, inuyeron en la formacin del sanrafaelita, del alejandrino y del guarneo. Y los
1. La nocin campesino es genrica y ambigua, cuando se hace referencia a una ruralidad de jornaleros, mineros, colonos y estratos sociales diferentes. La nocin poblador rural podra ser ms englobadora.
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caminos de arriera dieron lugar al jugador empedernido, al machista montaero, al culebrero y al trovador conquistador de las vertientes fronterizas. En relacin con la iglesia, esta fue un socializador importante en el pasado de las localidades del Oriente. Como en la totalidad del departamento, la iglesia tiene tal peso que ha remplazado al hombre colonizador como gura y realidad paterna, convirtindose el cura en una presencia domstica junto a la mujer madre. Hoy es clara la diferencia entre dicha institucin y el comportamiento del poblador. Si bien la religiosidad catlica se mantiene, slo la iglesia que ha sabido comunicarse con las ansiedades espirituales y con las necesidades materiales de los habitantes actuales, tiene presencia e inuencia. As, en Sonsn o Marinilla el sacerdote conserva su distancia del habitante del comn, mientras que en El Peol o en San Carlos la cercana entre el feligrs y el cura los lleva a fundirse en diversas actividades de la vida cotidiana. El grado de distanciamiento entre la iglesia y los pobladores da la idea del peso que las pautas del comportamiento religioso o secular tienen hoy entre ellos. Hay tendencias a la secularizacin de la vida ciudadana en contrapunteo con la religiosidad de la vida campesina.
No futuro
La escuela tiene cada vez mayor inuencia en la poblacin, aunque en muchos aspectos el contenido de la educacin vaya en contrava de las necesidades de formacin de las nuevas generaciones. Las opciones de capacitacin estn directamente relacionadas con el tamao de las concentraciones urbanas. Rionegro, Marinilla, Sonsn y Granada, ofrecen una amplia gama de frentes de capacitacin. Pero municipios como San Vicente, El Peol, Puerto Triunfo, Alejandra, San Roque, entre otros, no responden a las necesidades educativas. Ms all de estos factores, la formacin acadmica incide en las expectativas de jvenes y viejos pobladores. El joven de Rionegro demanda especializaciones relacionadas con las perspectivas de centro exportador del municipio. Mientras que el estudiante de Puerto Triunfo no sabe cmo articular su educacin con la recoleccin de pescado y limn, o con la vida para-institucional nacida del narcotrco. En muchos casos la educacin ubica al joven en un espacio social diferente al de su localidad. Los deseos de irse a la ciudad y formarse profesionalmente en alguna ciencia que poca conexin tiene con el medio en que vive, crean inestabilidad y desarraigo en este grupo generacional. La mayora de los jvenes reconocen la diferencia entre un futuro deseable y un futuro posible y concluyen que lo que tienen enfrente es un no futuro. 238
El complemento directo a tal desazn proviene de un magisterio capacitado para un proyecto de nacin urbana que poco coincide con las sociedades en las que se ejerce el ocio. Lastimosamente la excepcin en el Oriente es que el maestro sea un dinamizador social y cultural, que posea nociones sobre lo particular y lo general, lo local y lo nacional, lo rural y lo urbano, lo campesino y lo citadino, y dosique lo uno con lo otro en su ejercicio docente. En el Oriente muchos maestros se han visto obligados a emigrar por amenazas contra sus vidas despus de haber asumido un papel participativo en la vida local. La intolerancia ideolgica lleva a que sectores ultratradicionales confundan propuestas de cambio y reformas con proyectos polticos y militares ultrarradicales. Los medios masivos de comunicacin son el quinto mecanismo de transmisin cultural que acta en la regin. El peso socializador de los medios es creciente, su irradiacin en los ltimos 30 aos ha sido acelerada. Los patrones occidentales de vida se acentan cada vez ms. La televisin se ha encargado de mostrar otras formas de comportamiento y otros modos de vida. La electricacin y los transistores pusieron al alcance de habitantes de estratos socioeconmicos muy distintos, ideas, costumbres, rutinas diferentes. Los efectos subliminales de los medios no han sido sucientemente evaluados. La adquisicin fcil de riqueza, la desvalorizacin de la vida, la intrascendencia de la muerte, la ausencia del dolor, la desaparicin de la culpa, la reduccin de la sexualidad a la genitalidad, son elementos culturales de otra manera de ser que deben mucho a los medios. Pero al mismo tiempo se reduce en la mente de los espectadores la geografa, desaparece el peligro de otras gentes y costumbres. Todo esto y ms est en juego cuando las audiencias campesinas o pueblerinas se sientan afanosas alrededor de la telenovela del medioda, de la tarde o de la noche. La prensa es otro medio de conguracin y transformacin de la identidad. La prensa local tuvo la funcin de creadora de opinin y organizadora de la sociedad, como sucedi en Sonsn, Rionegro o Marinilla. Ser importante era encontrarse alguna vez en letras de imprenta. En muchos casos la prensa auspiciaba acciones comunitarias o llevaba al cambio de conductas. La prensa era el otro buen vecino. El peso de la prensa local ha disminuido en algo por la presencia diaria de la prensa nacional. Pero no ha perdido toda su ecacia, pues sigue siendo la memoria de la vida pueblerina o aldeana. Tanto la prensa como la radio local tienen importancia para los habitantes, convirtindose de esa manera en cohesionantes sociales y culturales y en factores de identidad y memoria del pasado. 239
Expresiones culturales
Otra va para entender la idiosincrasia de los pobladores del Oriente son sus expresiones espirituales, que reejan los valores ticos y estticos enraizados en la memoria colectiva. En trminos generales, hay dos tipos de expresin en la regin. Uno es promovido por las instituciones de la cultura, universalizante, que se repite con igual similitud en Medelln, Puerto Triunfo o San Vicente y que est sujeto a los parmetros de la cultura occidental: danza clsica, teatro universal, msica culta, arte, poesa. Este tipo de expresin cultural es promovida por las lites, con la intencin de educar a la gente, de cultivarla en los valores estticos que se presumen universales del espritu humano. La otra forma de expresin es localista, espontnea, coyuntural, repentina, montaera y provinciana. Puede englobarse con el trmino costumbrismo. La nocin de costumbrismo es muy prxima al concepto genrico de folclor: formas institucionalizadas de expresin que han alcanzado a trascender un pequeo territorio y unas pocas generaciones de pobladores. Luca Javier, escritora sonsonea, es un buen ejemplo del costumbrismo paisa. Estas expresiones son el reejo inmediato de lo que est cerca, especialmente en la vida rural, por ejemplo, la trova, el sainete, la msica de carrilera. La cotidianidad es la savia de este tipo de expresin. La vida cotidiana alimenta tambin eventos peridicos de la comunidad, estas sagradas y profanas, conmemoraciones o das especiales. Las estas del maz en Sonsn, de la colina en San Vicente, del limn en Puerto Triunfo, del tomate en El Peol, la Semana Santa en Marinilla, la constitucin federalista en Rionegro, son algunos de esos eventos. Las sociedades que poseen expresiones culturales slidas, identicatorias de lo propio, mantienen el rito de la esta o la conmemoracin por encima de los avatares polticos y sociales. La prdida de peso e inuencia de estos eventos signica la insercin en un mundo cultural complejo, urbano, de clases y sectores con intereses contradictorios.
Bsqueda cultural
Finalmente, se puede decir que el Oriente antioqueo es una regin histrica y culturalmente importante para entender el ethos paisa. Esa manera de ser del colonizador, aventurero y jugador, que se extendi desde Rionegro y Marinilla en un comienzo y luego desde Sonsn, es el modelo de colonizacin que ha dado lugar a numerosos estudios. Hoy ese Oriente es complejo, distinto en el altiplano, la vertiente y la ribera. Diferente despus de las grandes obras de impacto como el sistema hidroelctrico 240
y la autopista Medelln-Bogot, entre otras. El Oriente es en la actualidad una constelacin de localidades en donde conviven en conicto valores viejos y nuevos, modos de vida informal y subterrneos, con proyectos cvicos culturales, populares y religiosos que luchan por rescatar el lado positivo de los ciudadanos. La regin tiene una ventaja sobre otras zonas de Antioquia, hay un buen nmero de instituciones y personas ligadas a su destino econmico, poltico, social y cultural que estn apersonndose de su futuro. Se trata ahora de levantar una sociedad con una identidad cultural que la obligue a construir la vida.
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2. Tomado de Plan de Actividades Septiembre-Diciembre de 1984. Seminario Desarrollo Cultural del Oriente Antioqueo. Medelln, 31 Agosto de 1984. Pgs. 3-4.
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sido de tal magnitud que claramente autorizan considerarla como una subregin especial. En ella se encuentran Cocorn y San Luis. Corresponde a la vertiente de la cordillera occidental de claras diferencias con la zona de la meseta de Rionegro desde el punto de vista de las condiciones climticas y de explotacin agrcola. Es una zona de frontera con el Magdalena Medio. La que integran los municipios de Abejorral, Sonsn, Argelia, Nario y Salamina. A excepcin de ste ltimo, constituyen la conocida zona del suroriente antioqueo. Subregin de economa agrcola tradicional que ha recibido muy dbilmente el impacto de nuevas actividades. Histricamente es de gran importancia por haber sido la zona de la que partieron los movimientos de la llamada colonizacin antioquea.
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