PLATON - Libro VII Republica. Ed Porrua

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Platn, Libro sptimo de La Repblica.

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Platn. Libro sptimo de La Repblica en Platn Dilogos. Mxico: Porra, 2000. Pgs. 551-554 Represntate ahora el estado la naturaleza humana respecto de ciencia y de la ignorancia, segn el cuadro qu de l voy a trazarte. Imagina un antro subterrneo que tiene todo a lo largo una abertura que deja libre a la luz el paso, y, en ese antro, unos hombres encadenados desde su infancia, de suerte que no puedan cambiar de lugar ni volver la cabeza por causa de las cadenas que les sujetan las piernas y el cuello, pudiendo solamente ver los objetos que tengan delante. A su espalda, a cierta distancia y a cierta altura, hay un fuego cuyo fulgor les alumbra, y entre ese fuego y los cautivos se halla un camino escarpado. A lo largo de ese camino, imagina un muro semejante a esas vallas que los charlatanes ponen entre ellos y los espectadores, para ocultar a stos el juego y los secretos trucos de las maravillas que les muestran. Todo eso me represento. Figrate unos hombres que pasan a lo largo de ese muro, porteando objetos de todas clases, figuras de hombres y de animales de madera o de piedra, de suerte que todo ello se aparezca por encima del muro. Los que los portean, unos hablan entre s, otros pasan sin decir nada. Extrao cuadro y extraos prisioneros! Sin embargo, se nos parecen punto por punto. Y, ante todo, crees que vern otra cosa, de s mismos y de los que se hallan a su lado, ms que las sombras que van a producirse frente a ellos al fondo de la caverna? Qu ms pueden ver, puesto que desde su nacimiento se hallan forzados a tener siempre inmvil a cabeza? Vern, asimismo, otra cosa que las sombras de los objetos que pasen por detrs de ellos? No. Si pudiesen conversar entre s, no convendran en dar a las sombras que ven los nom bres de esas mismas cosas? Indudablemente. Finalmente, no creeran que existiese nada real fuera de las sombras. Sin duda. Mira ahora lo que naturalmente habr de sucederles, si son libertados de sus hierros y se les cura de su error. Destese a uno de esos cautivos y oblguesele inmediatamente a levantarse, a volver la cabeza, a caminar y a mirar hacia la luz; nada de eso har sin infinito trabajo; la luz le abrasar los ojos y el deslumbramiento que le produzca le impedir distinguir los objetos cuyas sombras vea antes. Qu crees que respondera si se dijesen que hasta entonces no ha visto ms que fantasmas, que ahora tiene ante los ojos objetos ms reales y ms prximos a la verdad? Si se le muestran luego las cosas a medida que vayan presentndose, y se le obliga, en fuerza de preguntas, a decir qu es cada una de ellas, no se le sumir en perplejidad, y no se persuadir a que lo que antes vea era ms real que lo que ahora se le muestra? Sin duda. Y si le obligase a mirar al fuego, no enfermara de los ojos? No desviara sus miradas para dirigirlas a la sombra, que afronta sin esfuerzo? No estimara que esa sombra posee algo ms claro y distinto que todo lo que se le hace ver? Seguramente.

Platn, Libro sptimo de La Repblica. En Dilogos. Col. Sepan Cuantos no. 13.Mxico: Ed. Porra, 2000.

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Si ahora se le arranca de la caverna, y se le arrastra, por el sendero spero y escarpado, hasta la claridad del sol, qu suplicio no ser para l ser as arrastrado!, qu furor el suyo! Y cuando haya llegado a la luz libre, ofuscados con su fulgor los ojos, podra ver nada de la multitud de objetos que llamamos seres reales? Le sera imposible, al primer pronto. Necesitara tiempo, sin duda, para acostumbrarse a ello. Lo que mejor distinguira sera, primero, las sombras y luego, las imgenes de los hombres y de los dems objetos, pintadas en la superficie de las aguas; finalmente, los objetos mismos. De ah dirigira sus miradas al cielo, cuya vista sostendra con mayor facilidad durante la noche, al claror de la luna y de las estrellas, que por el da y a la luz del sol. Sin duda. Finalmente. se hallara en condiciones, no slo de ver la imagen del sol en las aguas y en todo aquello que se refleja, sino de fijar en l la mirada de contemplar al verdadero sol en verdadero lugar. Si llegase entonces a recordar su primera morada, la idea que en ella se tiene la sabidura, y a sus compaeros de esclavitud no se alborozara de su mudanza, y no tendra compasin de la desdicha de aqullos? Seguramente No preferira, como Aquiles en Homero, pasarse la vida al servicio de un pobre labrador y sufrirlo todo, antes que volver a su primer estado y a sus ilusiones primeras? No dudo que estara dispuesto a soportar todos los males del mundo, mejor que vivir de tal suerte. Pues pon atencin a esto otro: Si de nuevo tornase a su prisin, para volver a ocupar en ella su antiguo puesto, no se encontrara como enceguecido en el sbito trnsito de la luz del da a la oscuridad? S. Y si mientras an no distingue nada, y antes de que sus ojos se hayan repuesto, cosa que no podra suceder sino despus de pasado bastante tiempo, tuviese que discutir con los dems prisioneros sobre esas sombras, no dara qu rer a los dems, que diran de l que, por haber subido a lo alto, ha perdido la vista, aadiendo que sera una locura que ellos quisiesen salir del lugar en que se hallan, y que si a alguien se le ocurriese querer sacarlos de all y llevarlos a la regin superior, habra que apoderarse de l y darle muerte? Indiscutiblemente. Pues sa es precisamente, mi querido Glaucn, la imagen de la condicin humana. En los ltimos lmites del mundo inteligible est la idea del bien, que se percibe con trabajo, pero que no puede ser percibida sin concluir que ella es la causa primera de cuanto hay de bueno y de bello en el universo; que ella, en este mundo visible, produce la luz y el astro de quien la luz viene directamente; que, en el mundo invisible engendra la verdad y la inteligencia; que es preciso, en fin, tener puestos los ojos en esa idea, si queremos conducirnos cuerdamente en la vida pblica y privada. Soy de tu parecer, en cuanto puedo comprender tu pensamiento. Consiente, pues, asimismo, en no extraarte de que los que han llegado a esa sublime contemplacin desdeen la intervencin de los asuntos humanos, y que sus almas aspiren sin tregua a establecerse en ese eminente lugar. La cosa debe ser as, si es conforme a la pintura alegrica que de ella he trazado. As debe ser.
Platn, Libro sptimo de La Repblica. En Dilogos. Col. Sepan Cuantos no. 13.Mxico: Ed. Porra, 2000.

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Un hombre sensato se har la reflexin de que la vista puede ser turbada de dos maneras y por dos causas opuestas: por el paso de la luz a la oscuridad, o por el de la oscuridad a la luz; y aplicando a los ojos del alma lo que acontece a los del cuerpo, cuando la vea turbada y embarazada para distinguir ciertos objetos, en lugar de rerse sin razn de semejante perplejidad, examinar si proviene de que descienda de un estado ms luminoso, o si es porque, pasando de la ignorancia a la luz, quede ofuscada por su fulgor excesivo. En el segundo caso, la felicitar por su perplejidad; en el primero, compadecer su suerte; o, si quiere rerse a costa suya, sus burlas sern menos ridiculas que si se dirigiesen al alma que vuelve a descender de la morada de la luz. Sensatsimo es lo que dices. Ahora bien, si todo esto es cierto, fuerza es concluir de ello que la ciencia no ensea en la forma en que cierta gente pretende. Se alaban de hacerla penetrar en un alma en que nada hay de ella, aproximadamente como podra darse vista a unos ojos ciegos. A voz en cuello lo dicen. Pero el presente discurso nos hace ver que todos poseen en su alma la facultad de aprender, con un rgano a ello destinado; que todo el secreto consiste en apartar a ese rgano, con toda el alma, de la visin de lo que nace, hacia la contemplacin de lo que es, hasta que pueda fijar sus miradas en lo que hay de ms luminoso en el ser; es decir, segn nosotros, en el bien; del mismo modo que, si el ojo no estuviese dotado de movimiento propio, ocurrira por fuerza que todo el cuerpo habra de girar con l, en el trnsito de las tinieblas a la luz; no es as? En efecto. En esa evolucin que se obliga a hacer al alma, todo el arte consiste, pues, en hacerla girar de la manera ms fcil y ms til. No se trata de conferirle facultad de ver, que ya tiene; pero su rgano est orientado en mala direccin, no mira adonde es debido, y eso es lo que hay que corregir. Me parece que no hay otro secreto.

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Platn, Libro sptimo de La Repblica. En Dilogos. Col. Sepan Cuantos no. 13.Mxico: Ed. Porra, 2000.

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