Manual de Introducción A La Ciencia Politica

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 278

JOS CAZORLA PREZ

MANUAL DE INTRODUCCIN A LA CIENCIA POLTICA

GRANADA - 2008

Edita: FUNDACIN NCLEO de ESCO. Coleccin Nuevas tendencias de la comunicacin Diseo y Maquetacin: Fundacin Ncleo Depsito Legal: GR 2250/08 ISBN: 978-84-612-7497-0 ISBN-13: 978-84-612-7497-0

PRLOGO

En el prembulo de un libro publicado en 1983, bajo el ttulo "Fundamentos sociales del Estado y la Constitucin. Una introduccin a la Ciencia Poltica" y escrito con la colaboracin de los Profesores Dres. D. Juan Jos Ruiz-Rico y D. Manuel Bonachela, decamos que intentbamos ofrecer una perspectiva actualizada de la compleja relacin existente entre la estructura social y las instituciones, en particular las jurdico-polticas. Slo sobr la base de este conocimiento -aadamos- se puede interpretar la especificidad de dichas instituciones y en general la diversidad de las relaciones de poder. Han transcurrido nueve anos, el libro ha sido utilizado por otras tantas promociones de alumnos d las Facultades de Derecho de Granada y otras Universidades, y desde 1988 por los de la nueva Facultad de CC. Polticas y Sociologa de Granada, pero los cambios ocurridos en -paradjicamentetan breve intervalo, exigen una reconsideracin de su contenido. Resulta irnico que tratados clsicos del antiguo Derecho Poltico o incluso de Ciencia Poltica durasen dcadas sin apreciables modificaciones, y ahora, esa relacin entre las instituciones y la realidad social precise de una urgente renovacin en su planteamiento, so pena de convertirse en mera crnica histrica, o, lo que es peor, en teora desfasada. Por tal razn, y ante la renuncia de mis queridos compaeros, a los que siempre estar agradecido por haberme ayudado decisivamente a ofrecer aquel primer Manual, he decidido publicar uno nuevo, que sirva de soporte a las enseanzas de primer curso en Facultades de CC. Polticas y Sociologa, y no menos en aquellas de Derecho que siguen apreciando en todo su valor, la importancia de las relaciones sociales -y en especial de poder- como base previa a las superestructuras jurdicas, administrativas, 5

comerciales (y muchas de carcter informal), en que se organiza el mundo en que vivimos. No debe perderse de vista que el Derecho sucede y procede de la evolucin de la estructura social, y que sin comprender esta, difcilmente se entender el funcionamiento real -otra cosa es el formal- de sus instituciones y procedimientos. En todo caso, la necesaria y estrecha relacin entre las materias objeto de estudio en las Facultades de Derecho y de CC. Polticas y Sociologa, requiere algunos de los conocimientos que aqu intentamos desarrollar, y que son fruto de una experiencia docente que dura ya ms de tres dcadas. Conocimientos -eso s- que los alumnos de esta ltima Facultad tendrn mltiples ocasiones de perfeccionar a lo largo de la carrera, mientras que los de Derecho slo ocasionalmente -y casi siempre luego, en su experiencia profesional- tendrn oportunidad de mejorar y ampliar. El presente volumen se ha estructurado en siete captulos. Comienza con una Introduccin, reproducida en su mayor parte del citado libro "Fundamentos... ", y en laque se han actualizado y aumentado solo algunos de los epgrafes finales, sobre todo con particular referencia al tema de la cultura poltica. Siguen dos captulos sobre sociedad industrial y postindustrial, as como sobre los efectos del cambio en la estructura de clases sociales, y se incluye a continuacin, sin modificaciones, un captulo del volumen mencionado, en torno a la estratificacin social en Espaa. El captulo V, referente a la opinin pblica y los medios de masas, procede igualmente de "Fundamentos... " El captulo VI se ha dedicado principalmente a los partidos polticos, con especial hincapi en su evolucin en Espaa, y situacin desde la transicin. Este captulo procede de un texto publicado tambin en 1983, en colaboracin con los dos autores mencionados, bajo el ttulo "Derechos, instituciones y poderes en la Constitucin de 1978''. El ltimo se ha dedicado a un tema de tanta actualidad como es el conflicto, las variedades de la violencia poltica y el consenso. Como se puede apreciar, los captulos I (modificado), IV, V y VI, pertenecen a dos publicaciones anteriores. No ha sido posible actualizar, por imperativos de impresin, los captulos IV y V, cosa que esperamos conseguir en una prxima edicin del presente libro. Por supuesto, en las explicaciones de ciase a las que este servir de base, mantendremos su contenido al da en lodo lo pertinente.

Los cuatro captulos procedentes de los citados textos, como es lgico. fueron originalmente escritos en exclusiva por el que suscribe. En cuanto a los tres restantes (II, III y VII), inditos hasta el presente, compusieron en su momento la mayor parte del volumen al que en 1988 se otorg el Premio Nacional de Ciencia Poltica y Sociologa en Concurso convocado por el Centro de Investigacin Sociolgicas. El nico captulo de dicho estudio que aqu no aparece, se public como VIII del libro colectivo dirigido) por S. Giner "Espaa, Sociedad y Poltica", bajo el ttulo "La cultura poltica en Espaa" (Espasa Calpe, Madrid, 1990). No pretendemos presentar aqu un completo manual introductorio a la temtica de la Ciencia Poltica. Nos consta la ausencia o insuficiente tratamiento de temas importantes, como los grupos de presin, la burocracia o los sistemas polticos contemporneos. Esperamos tener ocasin en una prxima edicin de dedicar en el manual suficiente espacio a estos y algn otro tema apropiados, que en todo caso se explicarn en el periodo lectivo con la extensin imprescindible. Lo que ms nos importa es que los alumnos encuentren aqu un texto comprensible, informativo, pedaggico y doctrinalmente fundamentado, sobre una serie de cuestiones que -evidentemente- resultan muy bsicas para la Ciencia Poltica actual, aunque ahora solo puedan abordarse con carcter introductorio. En realidad, la aportacin cotidiana, comentarios y dilogo con muchas promociones de alumnos nos han enseado tanto o ms que los propios textos, y de muchas maneras han terminado por reflejarse en este que presentamos. Por eso, es un grato deber dar desde aqu las ms sinceras gracias a nuestros estudiantes. Jos Cazorla Universidad de Ora nada Septiembre, 1991

NDICE

Pginas PRLOGO....................................................................................................... Cap. I. INTRODUCCIN. LA SOCIEDAD Y LA POLTICA ................ 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 5 13

Las Ciencias Sociales y los orgenes de la teora socio-poltica ............. 15 Ciencia Poltica y Derecho Constitucional ............................................. 23 El problema de los valores ............................................................... '.... 27 Las relaciones entre las Ciencias Sociales .............................................. 32 La metodologa cientfica. Diferencias y semejanzas entre Ciencias Sociales y Ciencias de la Naturaleza ........................................................................ 33 Terminologa y teoras ............................................................................ 37 La cultura como condicionante de lo poltico ......................................... 43 Elementos de la cultura ........................................................................... 47 La legitimacin del Derecho a travs de los valores............................... 49 La personalidad y el proceso de socializacin ........................................ 51 La relacin cultura-personalidad a partir de Freud ................................. 52 La tesis de Riesman ................................................................................ 55 Cultura poltica y cambio........................................................................ 56 Cultura poltica y democracia ................................................................. 61 Grupos sociales ....................................................................................... 63 El concepto de "accin social" y algunas de sus derivaciones tericas . 65 Dos Definiciones .................................................................................... 67

-Bibliografa-

Cap. II. SOCIEDAD INDUSTRIAL Y POSTINDUSTRIAI ..................... 1. 2. 3. 4. 5. 6. Cambio social y sociedades modernas ..................................................... Tecnologa y evolucin de la sociedad ..................................................... El papel de las ideologas ......................................................................... Consecuencias internacionales de la dicotoma poblacin-produccin La modernizacin: fases y efectos ............................................................ Algunas caractersticas de la sociedad postindustrial ............................... -Bibliografa-

71 73 75 76 80 87 92

Cap. III. CAMBIO, DESIGUALDAD Y CLASES SOCIALES 1. 2. 3. 4. 5. 6. Introduccin ............................................................................................ El papel del status en los sistemas cerrados y abiertos ............................ Las sociedades clasistas: caractersticas y teoras .............................. ;... La percepcin de la posicin social ......................................................... Evolucin de la estratificacin ................................................................. Los intentos por superar la desigualdad ...................................................

97 99 103 105 110 115 119

-Bibliografa-

Cap. IV. LA ESTRATIFICACIN SOCIAL EN ESPAA ...................... 1. 2. 3. 4. 5. 6. Breve introduccin histrica: de la Reconquista al siglo XX .................. El siglo XX: la poblacin ......................................................................... Evolucin de las clases sociales ............................................................... La estratificacin, a mediados de los aos 70 ____ ................................ La estratificacin desde 1980................................................................... A modo de apndice: las minoras tnicas ...............................................

125 127 131 134 139 I4i 146

-Bibliografa-

Cap. V. OPININ PBLICA Y MEDIOS DE MASAS............................ 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. Comunicacin y opinin ......................................................... ...........'. Antecedentes .......................................................................................... El comportamiento colectivo y la opinin pblica ................................ Concepto moderno de opinin pblica .................................................. La expresin de la opinin pblica . . . ............................................... Inters y participacin ............................................................................ Representatividad poltica y opinin ..................................................... Los sondeos de opinin.......................................................................... Otras formas de expresin de la opinin pblica................................... Los medios de masas: su clasificacin .................................................. La imprenta y la prensa ......................................................................... El cine .................................................................................................... La radio ..................................................................................................

149 151 152 153 155 160 162 165 167 171 173 174 177 '181

10

14. 15. 16. 17. 18. 19.

La televisin ........................................................................................... Las agencias de prensa ......................................................................... Los medios de masas, como instrumento de cambio social ................... Algunas opiniones doctrinales sobre los efectos de los medios ............. La opinin pblica ante los medios........................................................ Propaganda y publicidad ........................................................................

184 190 192 194 198 200

-Bibliografa-

Cap. VI. EVOLUCIN Y SISTEMAS DE PARTIDOS. EL CASO DE ESPAA ................................................................................... 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 207

Introduccin ............................................................................................ 209 Los sistemas de partidos en la actualidad ................................................ 213 Sistemas electorales y sistemas de partidos ............................................. 216 El reconocimiento legal y la constitucionalizacin de los partidos polticos ..................................................................................................... 219 El factor histrico como condicionante del sistema de partidos .............. 228 La evolucin especfica de los partidos y las organizaciones sindicales en Espaa ...................................................................................................... 230 La juridificacin y constitucionalizacin de los partidos polticos en Espaa, desde 1976 ............................................................................................... 245 Oirs fuerzas polticas en la Constitucin ................................................ 255 Los partidos polticos desde la transicin ................................................ 257

-Bibliografa-

Cap. VIL CONFLICTO, VIOLENCIA POLTICA Y CONSENSO 1. 2. 3. 4. 5. 6. Cambio y conflicto: algunas teoras contemporneas.............................. Conflicto poltico y violencia ................................................................... Formas extremas de conflicto: a) la revolucin ........................................ Formas extremas de conflicto: b) la guerra .............................................. Formas extremas de conflicto: c) el terrorismo ........................................ La resolucin de los conflictos: cooperacin y consenso ......................... -Bibliografa-

261 263 267 272 276 279 282

11

CAPTULO I INTRODUCCIN. LA SOCIEDAD Y LA POLTICA

1 Las Ciencias Sociales y los orgenes de la teora sociopoltica. 2 Ciencia Poltica y Derecho Constitucional 3 El problema de los valores. 4 Las relaciones entre las Ciencias Sociales. 5 La metodologa cientfica. Diferencias y semejanzas entre Ciencias Sociales y Ciencias de la Naturaleza. 6 Terminologa y teoras. 7 La Cultura como condicionante de lo poltico. 8 Elementos de la cultura. 9 La legitimacin del Derecho a travs de los valores. 10 La personalidad y el proceso de socializacin. 11 La Relacin cultura-personalidad, a partir de Freud. 12 La tesis de Riesman. 13 Cultura poltica y cambio. 14 Cultura poltica y democracia. 15 Grupos sociales. 16 El concepto de accin social y algunas de sus derivaciones tericas. 17 Dos definiciones.

1. LAS CIENCIAS SOCIALES Y LOS ORGENES DE LA TEORA SOCIO-POLITICA La sociedad slo es visible a travs de sus manifestaciones exteriores. Pero la estructura social, las instituciones y las fuerzas polticas que se encuentran dentro de ella, en cuanto tales, no se perciben del mismo modo. Y esto se debe a que, a diferencia de los animales, la vida del ser humano est condicionada, no slo por los objetos materiales que lo rodean el medio ambiente sino tambin por sus propias creaciones: las organizaciones, las leyes, la cultura, en resumidas cuentas, por las invenciones sociales y tecnolgicas. Antes de entrar a hablar especficamente de Ciencia Poltica es preciso determinar qu sea ciencia, las diferencias que puedan darse entre las Ciencias de la Naturaleza y las Ciencias Humanas, y tambin entre sus respectivos enfoques metodolgicos. Como ha dicho Kingsley Davis, una ciencia slo surge cuando desarrolla un cuerpo sistemtico de teora abstracta y empricamente comprobada. Por consiguiente, es preciso determinar en qu condiciones puede comenzar a hablarse de una Ciencia Poltica en cuanto tal, dentro del conjunto de las ciencias que se ocupan del hombre. Los precursores de las teoras sociolgicas y polticas (a menudo inextricablemente mezcladas), son tan antiguos como la civilizacin; desde que el hombre lleg a dominar las artes de la lectura y la escritura, ha venido especulando acerca de si mismo, de su mundo y de su relacin con los dems. Tanto en la antigedad oriental como en la occidental, al desarrollarse grandes civilizaciones, a menudo los filsofos anticiparon ideas que luego requirieron milenios hasta llegar a adquirir una base moderna. Se ha dicho que nunca ha habido nada nuevo bajo el sol, y que toda filosofa no es ms que una glosa de Platn. Incluso la ciencia fsica puede quedar despojada de su novedad si recordamos, por ejemplo, que una teora atmica de la materia fue establecida mucho antes de la era cristiana por Demcrito y Lucrecio. Es un hecho pues, que durante miles de aos los hombres han observado y reflexionado acerca de las sociedades y grupos en que vivan. Ahora bien, la formulacin como ciencias de las Ciencias Sociales no llega ms all de unos doscientos anos, en que comenzaron a establecerse sus bases lgicas, segn los presupuestos y exigencias de la mentalidad cientfica moderna. 15

Generalmente se ha sealado que las imperfecciones metodolgicas de estas disciplinas proceden de su falta de madurez, de su escaso desarrollo. Sin embargo, esto es muy relativo. Las especulaciones teorticas y analticas acerca de materias de orden social son tan antiguas como las especulaciones similares sobre el universo fsico o biolgico. La Repblica de Platn es ms o menos contempornea de la Coleccin Hipocrtica, y es un hecho que los escritos polticos de Aristteles aparecieron dos generaciones antes que las obras de Arqumedes sobre mecnica. Todo lo ms, solo puede decirse que las ciencias fsicas son algo ms antiguas en tanto en cuanto se las considere como sistemas organizados de conocimiento. Realmente ninguna de las Ciencias Naturales adquiri forma con anterioridad a Kepler y Galileo. Los comienzos de la Astronoma como cuerpo unificado de conocimientos se remontan al siglo XVI, y los de la Mecnica al XVII. La Historia, la Economa y la Ciencia Poltica son slo un poco ms jvenes como tales disciplinas unificadas. Lo curioso es que en los ciento cincuenta aos que siguieron a la segunda dcada del siglo XVII, comenz a producirse una imponente sucesin de consecuciones e innovaciones en el terreno de las ciencias fsicas y biolgicas, al par que las sociales permanecan relativamente estancadas. Son realmente pocas las aportaciones que en esa poca pueden compararse a los trabajos de Galileo, Linneo o Newton. El inters en torno a las Ciencias Naturales fue mximo en la segunda mitad del XVII y primera del XVIII. Puede decirse que este influjo caus la decadencia del punto de vista histrico en favor del punto de vista cientfico. Una serie de interpretaciones de orden religioso cristiano haban venido abonando aqul, al extremo de que los mayores progresos de la ciencia fsica medieval habanse conseguido par rabes y judos, con la excepcin del emprico Roger Bacon, que en verdad merece ms este apelativo por su punto de vista metodolgico que por sus investigaciones empricas, propiamente dichas. Todava en el siglo XVI el mayor inters no se concentraba an en las Ciencias Naturales. Los lderes intelectuales d aqul periodo no fueron los cientficos de la naturaleza, sino humanistas como Erasmo o Toms Moro, y los hombres que encabezaban los movimientos religiosos de la poca. Entre 1.620 y 1.760 se hicieron algunos esfuerzos por estudiar el hombre, la sociedad y la poltica, entre los que destacan el Leviatan de Hobbes, Dos tratados sobre el gobierno civil, de Locke, La ciencia nueva, de Vico y El espritu de las leyes de Montesquieu. Esta ltima obra fue la que realmente tuvo mayor trascendencia, suscitando muchas de las cuestiones que luego haban de ser objeto de la ciencia social en su forma moderna.

Como dice Hoselitz, la renovacin del inters por la ciencia social, se produjo a mediados del siglo XVIII, difundindose desde Francia a otros 16

pases. Sus races se encuentran en la filosofa moral escocesa, la rebelin inglesa contra la ortodoxia religiosa y la filosofa crtica alemana. El contexto en que se produca ese movimiento contaba ya con el nuevo elemento del capitalismo, que empezaba a superar su fase primitiva para convertirse en el sistema socioeconmico predominante en la Europa Septentrional y Occidental. En aquel momento contina el autor a que nos referimos la clase media naciente haba ganado ya importantes posiciones en la vida social de los pases industrialmente ms importantes, y, en particular, Francia, Holanda e Inglaterra, al par que en Italia y Alemania quedaba algo atrasada en su desarrollo. Ahora bien,' a medida que la burguesa adquira influencia poltica y las antiguas instituciones establecidas comenzaban a ceder bajo las tensiones del capitalismo, comenz a ponerse en tela de juicio el origen, el valor y las funciones de tales instituciones. La estructura social y poltica fue objeto de anlisis crtico, al igual que doscientos aos antes haba ocurrido con las rbitas de los planetas y las revoluciones del sistema solar. Simultneamente con la creciente influencia de la burguesa como clase, con el industrialismo en aumento, y con la an ms perfecta racionalizacin de la vida econmica, se produjeron cambios en la fbrica social de los pases europeos occidentales que eran demasiado evidentes para ser pasados por alto por sus contemporneos. El ms destacado, y en muchos casos punto de partida para propuestas de reforma social, fue el cambio en la poblacin y el rpido desarrollo de ciudades superpobladas, grandes, mseras. Muchas poblaciones inglesas pasaron de tener unos pocos miles de habitantes en 1.700, a ser ciudades que haban multiplicado muchas veces el nmero de estos en 1.760. En la segunda mitad del siglo XVIII la urbanizacin y el incremento de la poblacin se aceleraron, y fue durante este periodo cuando aparecieron los primeros sntomas de desorganizacin como barrios bajos, alcoholismo, brutalidad de comportamiento, etc., sntomas que iban a ser objeto de los reformadores sociales en las generaciones subsiguientes. De aqu que las nuevas condiciones la transmisin gradual del poder poltico a una nueva clase; el incremento de la riqueza natural visible mediante la inversin en nuevas instalaciones; las nuevas experiencias a travs de un contacto ms frecuente y profundo con pueblos extraos y exticos; la acumulacin de riqueza obtenida en arriesgadas empresas de Ultramar; y la creciente concentracin de trabajadores pobres en las ciudades fuesen acontecimientos tan patentes que exigan un anlisis cientfico y un estudio particular. Otro de los factores que a ello contribuyeron fue el desenvolvimiento de nuevas ideas filosficas. En trminos generales, puede decirse que la caracterstica decisiva de la filosofa que se desarroll en la mayor parte de Europa en los siglos XVII y XVIII, es el escepticismo. Se inici este con Descartes, es 17

visible en la obra de Locke, y encontr su culminacin en los escritos filosficos de David Hume. Es decir, aqu se encuentra el punto de inflexin entre la antigua orientacin del pensamiento social y la nueva visin, ms cientfica, que haba de informar las pocas posteriores. Los pensadores griegos no contemplaban el estudio de la sociedad con una actitud cientfica desinteresada, sino con el propsito de contribuir a crear una sociedad ideal. El sistema preconizado en La Repblica, por Platn, fue propuesto por este a sus discpulos para su aplicacin prctica en Siracusa. Esta obra, as como la Poltica de Aristteles, son muestras seeras no slo del pensamiento utpico griego sino del modo en que en l se mezclaban inextricablemente las instituciones sociales y polticas, sin diferenciacin alguna. Por otro lado, la preocupacin de estos autores por dar origen a una sociedad ideal les hizo apartarse de un acercamiento objetivo y desinteresado al anlisis de los fenmenos sociales. Asimismo, su inters en explicar los orgenes de las instituciones sociales y polticas y el curso de la Historia, hizo que su atencin se concentrase en torno a acontecimientos histricos singulares ms que en pautas sociales repetitivas. Pero es obvio que la visin que los filsofos griegos tuvieron de la vida social, fue profunda e imaginativa y constituy una gua segura para los tratadistas de pocas posteriores, que resucitaron una y otra vez aquellas cuestiones. Las teoras de los autores de los siglos XVII y XVIII, son en muchos aspectos ms que investigaciones cientficas, argumentaciones polmicas. Al igual que en el caso de los griegos, abogan por una filosofa poltica. No obstante, algunos de ellos supieron ya poner de relieve la diferenciacin entre el estudio de la sociedad y el de su gobierno, como en el caso de Hobbes, Locke y Rousseau. Sin embargo, hubo de llegarse al siglo XIX para que se diese y se aceptase generalmente una definicin y distincin explcitas del estudio poltico del gobierno y el sociolgico de la sociedad. Pero no olvidemos que en el Estado absolutista predominante en el siglo XVIII en el continente europeo, con sus intereses dinsticos particulares, carecan de todo inters las relaciones sociales de todas las clases, salvo las de los ms elevados rangos de la aristocracia. No se contemplaba unidad alguna en la Historia, ni se procuraba ninguna investigacin de relaciones polticas, sociolgicas o econmicas. De aqu que los crticos del orden social existentes dirigiesen su atencin al hallazgo de los principios de un supuesto orden natural de la sociedad, en contraste con el entonces existente, que se perciba por ellos como obstculo al libre desarrollo de la clase media ya creciente. El estudio del orden natural les llev de modo casi inconsciente a la comparacin entre los sistemas legales, sociales y polticos en general de los Estados 18

europeos, con los de la antigedad y los de las tierras recientemente descubiertas o redescubiertas. Como apunta tambin Hoselitz, el mismo papel que en la Astronoma desempe el telescopio y en las Ciencias Naturales el laboratorio, lo protagoniz el hombre en estado de naturaleza, el salvaje primitivo de Amrica en las ciencias sociales del XVIII, que le hacan servir de mdulo para la medicin de las instituciones sociales y polticas existentes. Comenz as a aplicarse a fondo el mtodo comparativo al estudio de estas. En El espritu de las leyes, de Montesquieu, encontramos como decamos antes un feliz resultado de su aplicacin, mostrndonos dos caractersticas que le hacen sobresalir entre los clsicos de las Ciencias Sociales. En l comienza a centrarse el contenido de estas, y da una configuracin esencialmente emprica y positiva a la Ciencia Poltica, en lugar de la orientacin normativa que haba tenido hasta entonces. Por otro lado, el estudio de los primitivos y de la antigedad clsica contribuy grandemente a la gradual elaboracin de una teora de la Historia. A travs de ella, lleg a difundirse como dogma casi universalmente aceptado la idea del progreso, ilustrada con numerosas evidencias histricas demostrativas de una corriente constante y casi palpable. Es ms, la vigencia de esta idea fue tan generalizada que, aunque hoy abandonada por supuesto como tal hiptesis cientfica, subsiste en forma vulgarizada en las masas populares, que han tendido a identificar el progreso con la creacin de cosas o artefactos mayores y mejores, ya se trate de casas, automviles o ingenios nucleares. Puede decirse que al par que Voltaire y Montesquieu abran un nuevo camino a la Poltica y la Historia, Hutcheson, Ferguson, Reid y Adam Smith establecan las bases del posterior desarrollo de la tica, la Economa, la Sociologa y la Psicologa. Cabe destacar como rasgos fundamentales de la Historia de la ciencia social en el siglo XIX a los tres siguientes: las diversas disciplinas se elaboraron y definieron mejor recprocamente; se reconoci a las Ciencias Sociales y en particular al Derecho Poltico como ramas independientes de enseanza acadmica e investigacin; y se llevaron a cabo intentos conscientes para desarrollar procedimientos metodolgicos adecuados a las diversas Ciencias Sociales. Realmente, uno de los mayores obstculos a la sntesis eficaz de la ciencia ha partido del espritu de clan de muchos cientficos. Como en otras ciencias, los celos profesionales, la rigidez de pensamiento marcada por la tradicin, los intereses creados de teoras, conceptos y procedimientos de investigacin, han bloqueado innecesariamente durante mucho tiempo el crecimiento de las Ciencias Sociales. La formacin de una nueva disciplina especializada en cualquier terreno de la ciencia depende de tres condiciones. La primera es la existencia y recono19

cimiento de un conjunto de nuevos problemas que atraen la atencin de nuevos investigadores. I-a segunda es la recopilacin de un nmero suficiente de datos que permita la elaboracin de generalizaciones, lo bastante amplias como para poner de relieve los rasgos comunes de los problemas que se trata de investigar. La tercera es la obtencin del reconocimiento oficial o institucional de la nueva disciplina. Las diversas ramas de las Ciencias Sociales siguieron durante el siglo XIX estas tres fases de manera bastante visible, al igual que haba ocurrido con otras ciencias anteriormente. Como despus veremos, al reconocimiento del Derecho Poltico contribuy poderosamente la promulgacin de numerosas Constituciones. El desarrollo de la Antropologa, la Psicologa y la Sociologa como disciplinas separadas, no obstante, hubo de retrasarse un tanto hasta la aparicin de la obra de Darwin, an cuando Comte haba sentado ya las bases fundamentales de la nueva ciencia sociolgica. Darwin fue el primero en coordinar los avances independientes que se haban producido en el segundo cuarto del siglo XIX en Embriologa, Teora celular, Fisiologa, Paleontologa y Anatoma comparada, constituyendo su aportacin a los conocimientos humanos una de las ms importantes de todo el siglo. El trmino progreso fue sustituido por evolucin, estudindose empricamente el desenvolvimiento fsico del hombre. Ello permita tambin que, aplicado el cambio cultural, fuese fructfero el estudio comparado de culturas e instituciones culturales. Precisamente, la aparicin de El origen de las especies fue muy oportuna, por cuanto en 1859 el estudio de la sociedad pasaba una grave crisis. La teora del progreso haba quedado descartada como base de generalizaciones en torno a la organizacin y a la estructura social; el materialismo histrico, que pudo haberla sustituido, era considerado en los crculos acadmicos como producto de un polemista radical, y se encontraba todava demasiado poco desarrollado para servir como hiptesis central de la teora sociolgica; la psicologa utilitaria, debido a su simplicidad e ingenuidad, tropezaba con dificultades insuperables, que incluso la nueva expresin que le dio John Stuart Mili fue incapaz de evitar. En cambio, la aplicacin de los principios de la evolucin a los fenmenos sociales pareca ofrecer una va de solucin del problema. Emergieron as dos ramas del anlisis sociolgico que se basan en una extensin de la teora de la evolucin biolgica a la sociedad humana: las teoras de la sociedad como organismo y la interpretacin del desarrollo social como una lucha competitiva por la supervivencia, interpretacin que se conoce usualmente con el nombre de darwinismo social. No tard mucho en descubrirse que ambas teoras ofrecan defectos tan serios que era preciso descartarlas. Pero en el proceso necesario para ello, 20

Durkheim, Tarde y LeBon en Francia y Gumplowicz, Weber y Simmel en Alemania, entre otros, desarrollaron sistemas de pensamiento sociolgico que constituyeron una base segura para nuevos avances en una teora general de la sociedad. En realidad, aunque esta slo ha alcanzado un escaso incremento significativo despus de los logros de los fundadores de la Sociologa moderna, se ha reunido una gran cantidad de material emprico y se han mejorado mucho los mtodos de investigacin. nicamente despus que la Antropologa, la Psicologa y la Sociologa descartaron las analogas puramente biolgicas que tuvieron su ms destacado representante en Spencer y cada una de ellas encontr su propia va de desarrollo, se consiguieron verdaderos avances. Ahora bien, cuando las ciencias sociales cuenten con un sistema terico bien desarrollado propio de cada una, su mayor integracin mutua e interrelacin permiten esperar que se alcance el sueo cotidiano de una ciencia general del hombre y la sociedad, aunque con las limitaciones a que nos referiremos despus. Otro de los elementos ms trascendentales en el avance de las teoras sociolgicas y polticas deriva de la preocupacin por los problemas sociales. La revolucin industrial, como apuntbamos ames, haba producido en torno a las ciudades de Inglaterra, y luego del continente, anchos cinturones de miseria en los que ya desde finales del siglo XVIII se amontonaban muchos miles de personas en condiciones de vida precarias y lamentables por todos los conceptos. Por otra parte, el trabajo en minas y fbricas, en las circunstancias de laissez faire propias de la poca, se desarrollaba asimismo en condiciones a menudo inhumanas. Con la expansin industrial fruto de las guerras napolenicas, el incesante crecimiento del proletariado y sus potencialidades revolucionarias, que no escapaban a la percepcin de la burguesa, comenz a preocupar a muchos. Por ello, ya en 1802 se hicieron notar las primeras observaciones al respecto en el Parlamento ingls, hasta conseguir en la dcada de 1830 la promulgacin de las famosas Factory Acts, en que se corregan una serie de abusos y se regulaba el empleo de nios. El ms prominente defensor de estas reformas fue Jeremas Bentham, para quien una legislacin cientfica deba basarse en un conocimiento adecuado de las condiciones reales de la vida social. Esta idea tambin inspir el estudio de Le Play sobre Les Ouvriers Europens, aparecido en 1855, y sobre todo, la famosa obra Life and Labour of the People in London-(Vida y trabajos del pueblo de Londres), que dirigida por Charles Booth, en 1892-97, constituy un punto de partida fundamental en el desarrollo de las tcnicas empricas de investigacin. El siglo XIX es definitivo pues, para situar al hombre en su propia perspectiva, y por tanto para hacer surgir unas autnticas Ciencias Sociales. Entre 21

otros muchos pensadores destacan Marx, y algo despus Weber, Freud y Durkheim, ya entre los siglos XIX y XX. No es este el lugar de hacer un anlisis ni siquiera simplificado del pensamiento de Marx. Posteriormente nos referiremos en concreto a algunas de sus ms salientes aportaciones al conocimiento crtico de la sociedad. Es evidente que, sin Marx, el mundo actual sera distinto. No sabemos si mejor o peor eso depende de las propias valoraciones pero desde luego muy diferente. No se olvide que aproximadamente la mitad de los seres humanos viven hoy bajo regmenes polticos que se dicen inspirados en los principios desarrollados por Marx, aunque no slo por l. Otra cosa ser el grado en que tales principios son aplicables a las sociedades actuales, a menudo mucho ms complejas que las de su tiempo, y la medida en que dicha aplicacin no se aleja con frecuencia enormemente de lo que l propugn- Pero se est o no de acuerdo con l, lo que no puede es desconocerse la impresionante aportacin de Marx al pensamiento poltico y a la realidad actuales. Bsicamente, Marx puso de relieve la importancia del factor econmico, como motivacin principal de la lucha de clases, considerada a su vez por l como motor de la Historia. Frente a una mera narracin de los acontecimientos de esta en cuanto protagonizados por individuos, Marx subray que son los grupos humanos, la mayora de las veces en abierta oposicin, los verdaderos protagonistas de la Historia. Por eminentes que sean, los individuos slo han sido producto de unas fuerzas especficas que Marx identifica con las clases sociales que en un momento determinado les confirieron en particular poder o influencia. Los cambios histricos y naturales son englobados como ciencia por Marx, respectivamente en cuanto materialismo histrico y materialismo dialctico. Tambin nos referiremos posteriormente a la obra de Weber, cuyos conocimientos enciclopdicos sobre la evolucin histrica de las sociedades humanas tenan poco que envidiar a los de Marx. Frente al determinismo econmico de Marx, Max Weber hizo hincapi en la importancia de la cultura, y en particular en algunos de sus rasgos, como las creencias religiosas y ticas. Sus estudios sobre el origen del capitalismo, su concepto de la accin social, su sistematizacin de los rasgos comunes a las grandes organizaciones (tipos ideales) resultan imprescindibles para comprender aspectos decisivos de la sociedad de hoy. Tanto Weber como Freud vivieron hasta bien entrado el siglo XX, por lo que su perspectiva necesariamente pudo ser ms completa que la de Marx, y en consecuencia, de gran utilidad para el avance de las Ciencias Sociales en general y en particular de la Ciencia Poltica. 22

La aportacin de Freud al conocimiento del hombre, fue decisiva y contribuy junto con las antes mencionadas de Coprnico, Galileo y Darwin a desmitificar su papel etnocntrico y auto asignado como rey de la creacin. Su plena racionalidad quedaba en duda tras las observaciones de Freud respecto a la importancia del subconsciente, la presin de los instintos de agresin y sexualidad, y otras fuerzas oscuras, presentes en la personalidad humana. Es decir, el yo consciente no domina plenamente a esta, contra lo que se pensaba. Finalmente, y ms o menos en la misma poca en que Freud y Weber publicaron sus principales escritos, apareci tambin la obra de Durkhcim. Sealaba este que era preciso contemplar los hechos sociales como cosas, es decir, aplicarles los mtodos empricos de observacin usuales en las Ciencias de la Naturaleza. Su estudio sobre bases estadsticas del fenmeno del suicidio ha quedado como modelo de anlisis innovador y fructfero, con pleno fundamento cientfico, de algo que hasta entonces era objeto de mera especulacin. El uso de los datos estadsticos y de las cuantificaciones ms diversas, de inmensa utilidad para la obtencin de conclusiones de orden socio-poltico, tan utilizados hoy da, tuvo uno de sus ms preclaros precursores en la figura de Emile Durkheim. Del pensamiento de los autores mencionados hasta aqu y de otros muchos, acumulado hasta comienzos del siglo XX, surgi un cuerpo de saberes que, con su desarrollo posterior, ha sido el cimiento de la Ciencia Poltica, y de manera ms indirecta, del Derecho Constitucional. 2. CIENCIA POLTICA Y DERECHO CONSTITUCIONAL Simultneamente al crecimiento de los conocimientos que en torno a la sociedad y en particular a sus aspectos polticos, fue producindose -en las pocas ya sealadas, surgi tambin toda una nueva rama del Derecho, consecuencia a su vez de acontecimientos histricos y de circunstancias sociales sin precedentes. La acumulacin de poder de la burguesa ya en el siglo XV11I, su pujanza como nueva clase en los pases ms avanzados, y la reaccin igualitaria (en lo jurdico, no en lo econmico) que en muchos de sus miembros provoc su habitual fracaso en conseguir ttulos mobiliarios, dio lugar a presiones en pro de un derecho comn a todos los ciudadanos. A ello contribuy poderosamente, como es sabido, el pensamiento de la Ilustracin, que en la famosa frase de Rouseau, consideraba a la ley como expresin de la voluntad general. Las revoluciones americana y francesa impulsaron definitivamente esta actitud poltica, y el enfrentamiento al absolutismo de los monarcas present como nicas opciones progresistas las del sometimiento de todos a la ley, la 23

divisin de poderes, la garanta de ciertas libertades, la representatividad de los Parlamentos, y en fin, lo que hoy generalmente se considera como los fundamentos de un Estado de Derecho, de lo que nos ocuparemos en otro lugar. La suprema expresin de estos principios de igualdad, respeto a las libertades y derechos, e independencia de la Justicia, se manifest en las Constituciones, iniciadas aparte de importantes precedentes, como la Carta Magna britnica por la Constitucin de Estados Unidos (1787) seguida por la Declaracin de Derechos del Hombre y el Ciudadano de 1789, y sucesivas Constituciones francesas, la espaola de 1812 e innumerables otras en todos los pases. La igualdad jurdica, ciertamente, tard mucho en conseguirse pese a las proclamaciones de principio de las Constituciones. Diversas formas de restriccin del sufragio, por ejemplo, por razn de posicin econmica, edad, raza o sexo, hubieron de ser superadas a lo largo del siglo XIX, y todava en el XX. Pero la supremaca de los derechos constitucionales lleg a ser universalmente reconocida, incluso en los pases dictatoriales, en que slo se les utiliza como fachada. En todo caso, como realidad o como al menos posibilidad, se ha venido contemplando el constitucionalismo como un hito fundamental para la consecucin de una sociedad ms libre y justa. Y de aqu que surgiese ya desde hace dos siglos toda una rama del Derecho, hoy de inmenso e intrincado desarrollo, que es el Derecho Constitucional. En Espaa, ya desde 1813, se crearon Ctedras de Constitucin dentro de las Facultades de Derecho, que a partir de la Ley Moyano (1857) se denominaron Instituciones de Derecho Poltico,' y posteriormente otras similares. Ahora bien, como ha sealado Lucas Verd, el Derecho Poltico no tiene sustantividad, porque no es posible juridificar toda la poltica. Por ello las relaciones muy estrechas se daran en la realidad entre el Derecho Constitucional, rama autnticamente normativo-institucional, y la Ciencia Poltica. Por razones sobre todo oficiales y tradicionales, se mantiene la rbrica Derecho Poltico agrupando dos sectores distintos. Lo importante es que si se ignora el influjo de los factores polticos y sociales sobre las normas e instituciones objeto del Derecho Constitucional, este se convierte en puro formalismo. Los factores socio-polticos, en particular la estructura social de cada momento, conforman las modalidades de la organizacin, regulacin y control de la sociedad, las cuales se decantan en un conjunto de normas legales, encabezadas por la Constitucin. Como 24

dijo el profesor Ramiro Rico, merus jurista, purus asinus. Dicho de modo algo ms benvolo, la ignorancia de lo social como conformador de lo poltico, y del reflejo de este a su vez en lo jurdico, conduce a una estrechez de perspectivas esterilizante. El problema radica en que, si bien el contenido de una de las ramas del Derecho Poltico est claro, en cuanto Derecho Constitucional, no siempre ha habido acuerdo en nuestro pas respecto a cual debiera ser su fundamento previo. Y ello, porque desde hace muchas dcadas, bajo tal concepto genrico se han dictado dos cursos en las Facultades de Derecho. As, unos profesores han explicado en primer ao Teora del Estado, Historia de las Ideas Polticas, Teora Poltica, Instituciones Polticas, e incluso algunos, mezcla de estas y an de Filosofa Poltica. Otros, especialmente en poca reciente, han dado Ciencia Poltica o Sociologa Poltica. En la actualidad esta tendencia predomina, aun cuando los aspectos sociolgicos sean considerados por algunos como secundarios a los institucionalformales. En tal sentido, parte de la doctrina, con autores de gran prestigio como Aron, Duverger, Dowse y Hughes, Prelot, Pizzorno, Cot y Mounier, Bendix, Lipset, y entre nosotros, una buena parte de la Escuela granadina de Ciencia Poltica y Sociologa *, consideran que hay pocas diferencias entre Sociologa Poltica y Politologa (o Ciencia Poltica). Para algunos de estos tratadistas no existe diferenciacin alguna, y por lo dems, es unnime la opinin de que desde el punto de vista metodolgico no cabe distinguir entre ellas. Bajo uno u otro encabezamiento (a menudo con una disciplina aadida en el plan de estudios como Sociologa General), aparecen estas enseanzas en las Facultades de Derecho de muchos pases occidentales. Si tenemos en cuenta que en la Facultad de Ciencias Polticas y Sociologa (hasta ahora nica en Espaa) se cursan en torno a esta rbrica varias docenas de materias distintas, se comprender la dificultad de proporcionar en un slo curso la base necesaria para la adecuada comprensin del Derecho Constitucional, y de los fundamentos socio-polticos del Derecho que todo jurista debe poseer. De ah la variedad de enfoques que sobre todo al primer curso de la asignatura se da an en Espaa. Lo que parece evidente es que, como denominador comn a Derecho Constitucional y Ciencia Poltica, se encuentra el problema bsico del uso del poder. Su ejercicio legtimo, a travs de las instituciones libremente establecidas y elegidas; su ejercicio meramente legal, siguiendo los procedimientos prescritos, pero no siempre en base a un apoyo popular que los respalde; y su * Cuyo principal exponente y fundador fue Enrique Gmez Arboleya. Su antecedente fue Fernando de los Ros, y sus sucesores Luis Snchez Agesta y Francisco Murillo Ferrol. 25

ejercicio al margen de la legalidad y/o de la legitimidad, son sin duda el objeto mismo, el denominador comn de la Ciencia Poltica y el Derecho Constitucional. Como del tema del poder nos ocuparemos ms por extenso posteriormente, nos limitamos aqu a subrayar su importancia para el concepto de nuestra disciplina. Pero debe quedar claro desde ahora que son las relaciones de poder las que determinan el mbito de lo poltico. Recurdese que tales relaciones se producen entre organizaciones supranacionales, entre Estados, entre grupos sociales generalmente dentro de los Estados y finalmente entre individuos como tales. El quien y el cmo de la Poltica se concretan en quin toma las decisiones y de qu manera se adoptan. Por eso es preciso contemplar los sistemas polticos como entidades completas que se interrelacionan con sus respectivos entornos. Dicho de otro modo, los fenmenos polticos no se producen en el vaco, sino en el marco de una sociedad concreta. De aqu que las normas jurdicas sean un eslabn al final de una cadena que se inicia en una determinada evolucin histrica, que da Jugar a un medio ambiente socio-econmico, en el que es preciso tomar constantemente decisiones polticas. Estas decisiones, tras acuerdos, compromisos, coacciones o invocacin de unos valores, se plasman en unas instituciones jurdicas que les dan forma normativa. Su aplicacin desencadena otra serie de reacciones que vuelven a completar el crculo. Por consiguiente, tras toda norma jurdico-formal, existe una estructura social y unas relaciones de poder y dominacin que explican su contenido.

Otro tanto ocurre con otros fenmenos polticos no concretados necesariamente en normas jurdicas. Por ejemplo, en un pas pluralista, unos resultados electorales slo se comprenden en funcin de la estructura social y las circunstancias especficas de una circunscripcin cualquiera.

El estudio de la legislacin comparada es de indiscutible utilidad. Pero no basta quedarse en el superficial comentario de las diferencias de redaccin y los diferentes conceptos que aparezcan respecto a unas instituciones jurdicas. Precisamente esas diferencias sern resultado de una realidad social subyacente, que es necesario comprender y explicitar, y que lgicamente es fruto de un proceso histrico. En definitiva, tal realidad compone un sistema social, que es regulado a travs de decisiones polticas, las cuales a menudo adquieren formo jurdica. La expresin suprema de esta es la Constitucin. 26

3.- EL PROBLEMA DE LOS VALORES Decimos que es necesario comprender qu realidad social se esconde tras unas decisiones polticas y eventualmente unas normas jurdicas. Pero es posible contemplar esa realidad y sus consecuencias con absoluta objetividad y neutralidad? En qu medida no influirn sus propios valores en todos aquellos que estudien la sociedad y en concreto la poltica? Los datos no surgen de la realidad ordenados y clasificados por s mismos. Precisamente por virtud de esa manipulacin que es consiguiente a su mera observacin, el pensamiento marxista ha venido achacando no sin fundamento a gran parte de las escuelas socio-polticas occidentales el estar influidas por el llamado mito de la neutralidad tica. Los valores son algo comn a todas las sociedades humanas. El trmino griego arete se refera a las cualidades propias de un hombre virtuoso. Todas las culturas tienen su propia forma de arete incluso si no le adjudican una palabra concreta. En principio, podemos decir con Goldschmidt que son valores aquellas cualidades individuales que se consideran como deseables por los miembros de una determinada cultura (o subcultura, nos atreveramos a aadir). Los valores se fijan a travs de la tradicin en la sociedad y el individuo los internaliza a lo largo del proceso de socializacin, como veremos despus. Por regla general, el carcter del sistema de valores refleja ciertas necesidades bsicas del sistema social en el contexto de su medio ambiente y su tecnologa. Se trata, en resumidas cuentas, de un imperativo social. Un cambio en las condiciones de vida de un pueblo tendr repercusin inmediata en sus valoraciones. As, por ejemplo, Mannheim cita la obra de Chadwick La edad heroica, en la que se nos muestra claramente cmo en un espacio muy corto de tiempo, durante la gran migracin de los pueblos, los grupos aventureros tuvieron una oportunidad de conquistas fciles. Esto produjo una divisin entre los grupos guerreros y la comunidad campesina en las tribus germnicas, a lo que correspondi la creacin de una escala de valores completamente diferente. En la comunidad campesina se mantuvieron los antiguos valores comunitarios: conformidad, ayuda mutua, valoracin del trabajo. En los nuevos grupos guerreros se desarrollaron sbitamente los valores de una banda heroica: individualismo, valenta, facilidad para el pillaje, adhesin a un jefe. La diversificacin de ambos sistemas de valores se reflej incluso en-las diferentes divinidades a que adoraban: Thor y Wotan, cada una con su carcter propio. Como muy oportunamente apunta el profesor Murrillo en la Introduccin a sus Estudios de Sociologa poltica, la relacin ciencia-valor tiene 27

mucho ms mbito en las Ciencias Sociales que en las de la Naturaleza. Casi la totalidad de los datos utilizados por la Sociologa, la Ciencia Poltica, la Economa, etc., hacen referencia a valoraciones. Es por ello que este problema adquiri hasta poca relativamente reciente un especial encono en las discusiones de la doctrina, ya que el defender el relativismo o el socio-logismo de los valores, como propugnar a la inversa, su inmutable consistencia ntica, eran actitudes derivadas y secundarias de la adscripcin respectiva a supuestos ms elementales. Hoy esta polmica se ha ido sosegando, y la gran mayora de los tratadistas de la ciencia social saben que no slo no se puede prescindir de las valoraciones como objeto de estudio, sino que tambin han de tener presentes las suyas propias al enfocar cualquier problema de la sociedad. Lo que ocurre es que en la ciencia moderna existe un valor que le es propio, hasta cierto punto suplementario del ms general de la fe en la racionalidad. Se trata de la indiferencia emotiva como garanta indispensable de la racionalidad activa. Advirtase que la emocin constituye una condicin indispensable en el brote de los impulsos vocacionales, por ejemplo; pero debe reprimirse no por lo que en s sea o represente, sino porque mediante la indiferencia emotiva se acrecienta el poder de la racionalidad y se consigue ensanchar su esfera de accin. Muchos han tratado de eludir la cuestin, diciendo que lo importante para el cientfico de la sociedad es discriminar los hechos significativos o pertinentes de los que no lo son, y luego situar aquellos ante una luz puramente objetiva. Esto en realidad es una simplificacin extrema y como tal, imposible de conseguir en la prctica. As, en su aguda obra Knowledge for What (Conocimiento para qu?), Lynd puso de relieve cmo palabras o expresiones bastante vagas, como significativo, nueva aportacin al conocimiento o bienestar general, significan cosas distintas para personas distintas y an a veces estas no tienen una idea muy clara de donde van a parar en realidad. En un mundo, como el nuestro, en que la neutralidad de la ciencia se acepta como un dogma inconmovible, al menos como un dogma ideal, el hecho de que el cientfico sea un ser animado que participa en un sistema de valoraciones, enfrenta con una serie de dificultades a la realizacin efectiva del dogma de la neutralidad. Este planteamiento del tema no ha entrado en el terreno de la Ciencia Poltica hasta fechas muy recientes. Porque en las discusiones en torno a los valores y sus relaciones con la actividad cientfica, ha sido frecuente tomar en consideracin slo las valoraciones de carcter ideolgico, tales como idearios polticos o creencias religiosas o teoras econmicas. Acaso esa perspectiva sea la adecuada respecto de la realidad natural. Pero, respecto de la realidad social, esa perspectiva se muestra rpi28

damente insuficiente al adquirir cada vez mayor importancia las valoraciones que se refieren a la participacin en determinados grupos. Es importante, en el proceso de la indagacin cientfica el que e; cientfico pertenezca a una determinada clase social, est inserto en un determinado sistema de cultura o subcultura y respire el aire de una determinada tradicin intelectual. Estos ltimos factores afectan a la pretendida neutralidad de la ciencia. Y la afectan de muy diversa manera. Solemos ponernos en guardia frente a las valoraciones que se organizan en un sistema ideolgico concreto sea religioso, poltico o econmico y en cambio a menudo descuidamos la influencia de las valoraciones que proceden de la pertenencia a un determinado grupo social. Desde un inteligente punto de vista, y siguiendo lo antes apuntado por Lynd, tanto Myrdal como Dahrendorfhan hecho notar los sesgos que suelen enmascararse tras de Ja terminologa que, en s misma, entraa una valoracin de la realidad social a que se trata de aplicar. Entre estos conceptos se encuentran armona, equilibrio, ajuste, adaptacin, desajuste, organizacin, proceso social, lag cultural, y otros. El denominar armnica o equilibrada una situacin, parece implicar que es deseable en s y que se debe intentar alcanzarla, y al contrario ocurre con trminos tales como desorganizacin o inadaptacin. Otro tanto ocurre con el trmino funcin: una descripcin de las instituciones sociales slo sobre la base de sus funciones, tiene que conducir a una ideologa conservadora, ha dicho G. Lanteri-Laura. Por todo ello, Myrdal y Dahrendorf, entre otros muchos autores modernos, por supuesto, concluyen que los prejuicios son inevitables en la investigacin social. Slo que el cientfico social est ms libre de prejuicios que el hombre de la calle, especialmente porque es consciente de su existencia. En un proyecto cualquiera de investigacin sociolgica, sealan estos autores, los sesgos pueden presentarse en cualquiera de sus etapas: el que patrocina la investigacin tiene sus propios valores; la eleccin de la situacin que se va a estudiar parte de sus propios valores; hay siempre presunciones de valor implcitas, que hacen que las inferencias obtenidas de la investigacin sean prejuzgadas. De aqu que sea ftil el intento de atenerse a los hechos. Es preciso formular preguntas e hiptesis antes de que esperemos la respuesta de los hechos. Y tales preguntas contienen necesariamente los elementos de una especulacin apriori. Resume Myrdal de modo conciso las reglas principales que deben aplicarse al anlisis social. Las premisas de valor deben introducirse abierta29

mente. Deben establecerse de manera explcita y no mantenerse ocultas como supuestos tcitos. Deben utilizarse como premisas no slo para nuestras conclusiones en cuanto a la lnea de conducta a seguir, sino tambin para determinar la direccin de nuestra investigacin positiva. El principal mrito de Myrdal ha sido el haber superado el planteamiento weberiano del tema de los valores en la actividad cientfica del socilogo, ejemplificando y subrayando el peligro real que acecha a las ciencias sociales: los valores implcitos y no reconocidos como tales, es decir los sesgos que se introducen en nuestro pensamiento teortico y en nuestra actividad investigadora. La aportacin de este autor ha sido tan trascendental que hoy puede decirse que ningn cientfico social serio deja de tener muy presentes sus conclusiones. Sin embargo, a la vista de las dificultades de Myrdal para sacar a flote sus propias valoraciones ya que supo en su calidad de extranjero hacerlo muy bien por el contrario con las del pueblo de Estados Unidos, nos hace pensar si la regla que propugna para mitigar los prejuicios no debe ser ms que un postulado de la investigacin, un programa de Sociologa del conocimiento. El socilogo dice por su parte Dahrendorf ha de ser algo ms que un hombre que se ocupa de la Sociologa. Lo que hace, lo que dice y escribe, influye de modo especial en la sociedad. Puede ser cierto que los socilogos no sean por lo general ni mejores ni peores que la sociedad en que viven. Pero an cuando la investigacin sociolgica contribuya slo a vigorizar tendencias ya de por si existentes en la realidad, no puede absolverse al socilogo de las consecuencias de su accin. As pues, es obvio que si la sociedad influye en el socilogo, este tampoco puede olvidar que l influye a su vez en la sociedad. Slo teniendo presente esta interacin puede acometerse dignamente el estudio cientfico de la sociedad, y con mayor razn, de la poltica. Por eso, Whitehead ha afirmado con toda razn: El deber surge de nuestro control potencial sobre el curso de los acontecimientos. All donde un conocimiento obtenible pudo cambiar un problema, la ignorancia es culpable por defecto. Toda esta cuestin la ha resumido en forma admirable Arnold Brecht al definir lo que l entiende por relativismo axiolgico cientfico. Brecht enuncia dos proposiciones: I. La cuestin de si algo es valioso no puede contestarse cientficamente ms que apelando: a) a un fin u objetivo, para cuya persecucin sea til (o valioso) o no algo, o 30

b) a representaciones, ideas u opiniones que tengan un individuo o un grupo de personas acerca de lo que es valioso y lo que no lo es; y que consiguientemente es 2. imposible determinar cientficamente qu fines u objetivos son valiosossin apelar; a) al valor que tengan para la consecucin de otros fines u objetivos

b) a las representaciones, ideas u opiniones que alguien tenga acerca de fines y objetivos deseables especialmente acerca de fines u objetivos mediatos o ltimos. En la medida pues, que un cientfico, un poltico o un grupo social definan a priori como valioso un objetivo ltimo, y adecuados los medios para conseguirlo, y los expliciten, actuarn legtimamente, a partir de unos valores determinados. El anlisis que despus hagan de unos hechos histricos o de unas realidades actuales, efectuados deliberadamente desde una determinada ideologa, que no se oculta, es aceptable en cuanto tal, aun cuando no pretenda ser neutral. Otra cosa ser que se est o no de acuerdo con los valores previos que se proponen. Este es el caso de innumerables anlisis efectuados a partir de una posicin coincidente con la doctrina social del catolicismo, o del marxismo, por citar dos ejemplos muy frecuentes. Igualmente, muchos estudios actuales dan por supuesta la adhesin a principios hoy muy extendidos, como son los de eficiencia, democracia y justicia, y que en definitiva corresponden a valores como cualesquiera otros. Por la misma razn, una tarea del socilogo o del politiclogo entre otros puede ser en nuestros das la de situar los correspondientes valores en una perspectiva tal, que permitan sugerir los medios institucionales a travs de los cuales se conciben las viejas exigencias de una estructura cultural determinada, con las nuevas realidades sociales a que esta ha de hacer frente. En todo caso, cualquiera que se interese por los problemas de la sociedad y la poltica, tendr que procurar delimitar lo mejor posible la frontera entre lo deseable y lo existente. El propugnar un determinado deber ser, no quita valor a un anlisis cientfico preexistente, si este se ha atenido a las normas metodolgicas consiguientes. Pero siempre ser preciso deslindar entre el deber ser y el ser, entre la percepcin de una realidad y nuestra interpretacin subjetiva en torno a ella. Y, como decamos antes, habremos de valorar tambin cmo en tal interpretacin han podido influir circunstancias no siempre explcitas, tales como nuestra pertenencia a ciertas clases, edades, sexos o grupos. 31

4. LAS RELACIONES ENTRE LAS CIENCIAS SOCIALES Aunque, como despus veremos, se han efectuado importantes trabajos que intentan encontrar un denominador comn a la concepcin terica de las Ciencias Sociales, el hecho es que estas coinciden en su objetivo, pero no siempre en sus tcnicas metodolgicas. Es decir, el hombre, generalmente en cuanto grupo o en conexin con grupos, es contemplado desde distintos enfoques por cada una de las Ciencias Sociales. Unas mismas realidades empricas son objeto de atencin por parte de la Antropologa, la Economa, la Psicologa, o la Ciencia Poltica. Por tanto, estas y otras Ciencias Sociales no slo no constituyen compartimentos estancos, sino que se benefician mutuamente de los hallazgos que se realizan en el campo de cada una de ellas, lo cual no obsta al mantenimiento de su divisin segn sus respectivos objetos formales. Por ejemplo, las tcnicas de observacin primitivamente utilizadas por los socilogos como el citado caso de Durkheim han sido utilizadas posteriormente por la Ciencia Poltica para estudios de actitudes y comportamientos muy diversos, por ejemplo, de tipo electoral. Hasta el punto de que el conocido autor Maurice Duverger public una primera edicin de su obra Mtodos de la Ciencia Poltica, y en otras tiradas posteriores le cambi el ttulo a Mtodos de las Ciencias Sociales por entender que no haba diferencia entre unos y otros. De hecho, sin embargo, hay distintas terminologas y tcnicas especficas que las distinguen, pero es igualmente evidente que la colaboracin entre cientficos sociales de diferentes especialidades frente a un tema suficientemente importante, resulta indispensable. Hoy adems, su utilizacin de tcnicas estadsticas es frecuentsima y a veces insustituible. Por la misma razn, la existencia actualmente de mltiples datos en torno a realidades sociales concretas, descalifica la mera especulacin sobre ellas, que pudo estar justificada en otro tiempo. Con gran frecuencia, estudios de Antropologa o Sociologa Poltica han de recurrir a la Historia para explicar situaciones actuales. Y a su vez, la Historia no se concibe ya como la mera descripcin de sucesos sucesivos, protagonizados en unos reyes o unas guerras, sino que hace amplio uso de interpretaciones culturales y sociolgicoideolgicas para entender la evolucin de tales situaciones. Tan estrecha es la conexin entre Historia poltica y Ciencia Poltica, que no pocas veces resulta difcil definir un estudio como perteneciente a una u otra, especialmente si se trata de acontecimientos relativamente recientes. De hecho, el nico criterio aceptable es el de si se aplican modelos propios de la Ciencia Poltica al anlisis histrico, o si se utilizan ms bien otros de orden descriptivo o encuadrables en las tcnicas usuales de los historiadores. 32

En cualquier caso, las coincidencias y superposiciones entre las Ciencias Sociales no slo son inevitables, sino a menudo deseables, en cuanto mutuamente enriquecedoras. 5. LA METODOLOGA CIENTFICA. DIFERENCIAS Y SEMEJANZAS ENTRE CIENCIAS SOCIALES Y CIENCIAS DE LA NATURALEZA

Es evidente que la complejidad del comportamiento humano excluye toda posibilidad de encontrar unas leyes generales que lo rijan, como supona Augusto Comte, fundador de la Sociologa cientfica, a mediados del siglo pasado. Sin embargo, no es menos cierto que, por muchas que sean las diferencias entre los grupos humanos y por supuesto entre los individuos que los componen, su estudio debe realizarse cumpliendo en lo posible las exigencias del mtodo cientfico, incluidas las propias valoraciones, como hemos visto. El nico medio de evitar la especulacin o la ligereza en las deducciones, como seala Nicol, es cumplir los rasgos constitutivos de toda Ciencia. Son estos: mtodo, objetividad, racionalidad y sistema. La conciencia de tales requerimientos, evita tambin las deformaciones del absolutismo y del dogmatismo. La ciencia es una manera especial de preguntar, es decir que el carcter cientfico de una proposicin depende ya desde Tales de Mileto no tanto del contenido de la respuesta que ofrece, como de la forma en que se hace la pregunta. Tomada conciencia de un problema, las respuestas variarn segn el grado de los conocimientos adquiridos. O sea, que esa conciencia interrogante es el ethos profesional del cientfico. Por consiguiente, tales requerimientos son antes ticos que tcnicos. En este sentido ha desempeado un papel fundamental la acumulacin de conocimientos que es fruto de la herencia social. Como muy bien dice Barber, los esquemas conceptuales, una vez descubiertos y formulados aparecen siempre de una simplicidad desconcertante. As se explica que an los ms atrasados estudiantes que asisten a las aulas, conciban con la mayor facilidad abstractas nociones contra las cuales se estrellaron durante siglos los ms poderosos intelectos cientficos. Ello no quita que existan importantes diferencias entre los distintos esquemas conceptuales, diferencias que afectan a su grado de generalizacin y sistematizacin. Por ende, las relaciones y afinidades que permiten establecer, no siempre alcanzan la misma precisin y determinismo. 33

En este sentido, ha llegado el momento de distinguir entra mtodo y tcnicas. El mtodo cientfico, como es sabido, se caracteriza por la existencia de una hiptesis previa, la obtencin de todos los dalos pertinentes a la misma, su clasificacin en la forma ms objetiva y til posible, y en la medida en que se confirme o modifique, su generalizacin a otras situaciones. Las tcnicas pueden variar mucho entre las Ciencias Sociales y no digamos con las de la Naturaleza. As, puede decirse que el mtodo es como el camino por el que marchamos hacia un objetivo predeterminado, mientras que las tcnicas se asemejan al vehculo o modo por el que circuamos por dicho camino. Pero advirtase que una vez acreditada la utilidad de unas tcnicas, no puede prescindirse de ellas para marchar atrs, sino slo para perfeccionarlas. Otra cuestin muy distinta, y conectada con el problema de los valores, como sabemos, es la interpretacin que se de a los datos obtenidos. En todas partes del mundo se hace uso de los datos estadsticos, las referencias doctrinales y bibliogrficas, los anlisis de contenido, la observacin participante, la encuesta, o la legislacin comparada, por citar algunas tcnicas muy conocidas. Pero la interpretacin de los resultados variar mucho a veces diametralmente en funcin de la ideologa del investigador. Para una adecuada obtencin y clasificacin de los datos pues, es preciso partir de unos esquemas conceptuales previos, que determinan unas teoras, las cuales son comprobadas, refutadas o modificadas mediante los datos.

Lo que ocurre es que los esquemas conceptuales de las Ciencias fsicas, en comparacin con las de los sociales, ofrecen una precisin y exactitud muy superiores, por cuanto los datos empricos de que se parte pueden medirse mejor por virtud de la existencia de una terminologa universalmente admitida, y sobre todo de unos instrumentos de observacin ya muy perfeccionados. Sin embargo, el perfeccionamiento de las tcnicas de observacin de la sociedad y la poltica, y del tratamiento de los datos (mediante algunos instrumentos sofisticados, como el ordenador), hacen que en toda una serie de ramas de las Ciencias Sociales est influyendo cada vez ms la cuantificacin. Como ha dicho Homans, en tal sentido hay que tener precaucin y evitar fetichismos: hagamos a lo importante cuantitativo, y no a lo cuantitativo importante. El problema est en cmo convertir informaciones cualitativas en datos cuantitativos. Para poner un ejemplo, tal vez simplista: se puede decir de una persona que es doblemente de izquierdas que otra? Por eso, los cientficos 34

sociales an no han conseguido instrumentos no ya de precisin, sino ni siquiera definir una medida comn y tan sencilla como el metro o el kilo. Por otro lado, y como apuntbamos al comienzo de este Captulo, no es justo tachar de inmadurez a las Ciencias Sociales, por cuanto los hechos que observan son infinitamente ms complejos que los de la Naturaleza. No se dan, como en sta, variables ms o menos aislables y determinantes, sino mucho ms numerosas, interdependientes y difcilmente graduables segn su importancia. La sociedad se encuentra en continuo cambio, especialmente en nuestro tiempo, y en ella se producen efectos de rebote, desconocidos en las Ciencias naturales, o consecuencias remotamente alejadas de un acontecimiento original, o influencias imprevisibles de valores no coincidentes con los del investigador social. Como dice Knig, incluso en procesos concretos de investigacin, a veces, slo es posible continuar la discusin en un momento dado, a partir de reflexiones de orden filosfico. Tampoco se deben mitificar los avances de las Ciencias naturales, como sealbamos anteriormente. No se puede olvidar la infinidad de fenmenos para los que estas no dan explicacin alguna. Y el hecho de que, por ejemplo, una ciencia como la Medicina, tan antigua como la Humanidad misma, slo cuenta con algunos remedios verdaderamente eficaces desde hace histricamente muy poco tiempo. En tal sentido es preciso subrayar tambin que hasta poca muy reciente la imagen que los fsicos tenan del Universo era bsicamente determinista. Las leyes eran de cumplimiento inflexible y general. Todo marchaba con arreglo a las especificaciones de los principios descubiertos. Pero llegaron formulaciones revolucionarias como las de la relatividad, los quanta, o el principio de incertidumbre de Heisemberg, y las viejas leyes, las certidumbres, quedaron sustituidas simplemente por predicciones de resultados probables. Hoy, las confiadas predicciones de la fsica newtoniana se convierten en probabilsticas, sealando slo unas tendencias. Y he aqu por donde las predicciones de las Ciencias Sociales son tambin probabilsticas, incluso hasta grados relativamente prximos a la certidumbre. Por ejemplo, en las elecciones legislativas inglesas de 1966, como en otras muchas, se predijo con un error inferior al 1% el nmero de escaos que los laboristas obtendran sobre sus contricantes, con una base de muchos millones de votos. Es decir, cada vez se consigue un mayor grado de precisin en las Ciencias Sociales, grado que las est acercando en ciertos aspectos considerablemente a los resultados de las Ciencias Naturales, aunque sin duda nunca llegarn a equipararse. Y ello porque su objeto y sus tcnicas son muy diferentes. Precisamente por eso, el ltimo de los requisitos del mtodo cientfico no se cubre en el caso de las Ciencias Sociales. No es posible generalizar ni inducir 35

de unos hechos comprobados toda una teora predictiva. En ellas no hay ni habr nunca algo equivalente a la teora de la gravitacin universal. Decimos que es posible predecir unos comportamientos humanos colectivos. Ciertamente, las encuestas prelectorales por citar lo que es quizs el caso ms comn as lo demuestran, y de su trascendencia es buena prueba su rigurosa regulacin jurdica en muchos pases democrticos. Pero tal prediccin en modo alguno es generalizaba, sino tan slo inmediata al acontecimiento previsto, referida nicamente a l y no a otros momentos o grupos humanos y a veces falible. Tampoco es aplicable jams a individuos en particular, sino a colectivos generalmente numerosos, puesto que sobre aquellos operarn motivaciones personales imposibles de valorar para un momento concreto. En cambio, no es aceptable la atribucin que a veces se ha hecho a algunas Ciencias Sociales, en particular la Sociologa y la Ciencia poltica, de limitarse a la descripcin de situaciones estticas. Evidentemente la realidad social es dinmica, pero hay tcnicas de obtencin de datos que permiten sistemticamente la comparacin sucesiva de un colectivo con respecto a s mismo a lo largo de un perodo de tiempo. Con lo cual se consigue obtener una perspectiva de sus cambios a travs de la comparacin de una serie de situaciones fijas, en momentos dados. Podemos concretar en suma, que se ha producido un acercamiento entre la teora social y la teora en las Ciencias de la Naturaleza. Por un lado, como decamos, stas han ido abandonando gradualmente la nocin de que sus tcnicas permitan la prediccin infalible de los acontecimientos fsicos. Por otro, las Ciencias Sociales han desarrollado: 1 o ) tcnicas estadsticas que definen con precisin el grado de imprecisin; 2o) una actitud operativa respecto de las afirmaciones acerca de la sociedad, de tal modo que la aptitud de comprobacin ha llegado a convertirse en elprincipal criterio para la consideracin de un planteamiento cientfico; 3o) modelos matemticos y otros, utilizados a menudo para comprobar las consecuencias lgicas de supuestos deliberadamente simplificados en torno a la conducta. El hecho es que se ha producido modernamente una verdadera revolucin tanto en la recogida como en la evaluacin de los datos en las Ciencias Sociales. Ello se ha conseguido gracias al perfeccionamiento de las tcnicas y mtodos, lo que es ya algo aunque a muchos nos parezca an un resultado pobre en exceso. Lo ms importante es, con todo, la aparicin de una nueva actitud hacia el uso de los datos. El cientfico social y el politiclogo ya no suponen que los hechos bsicos pueden conocerse fcilmente por observacin casual, introspeccin o lectura sistemtica. Es evidente que el uso de nuevas tcnicas permite conocer nuevos aspectos del ser humano, lo mismo que antes 36

del microscopio no se poda saber de la existencia de los microbios. Lo que hoy se pone en duda no es slo la interpretacin, sino los hechos mismos. Por tanto, lo importante es el mtodo mediante el que se recogen y seleccionan. Este mtodo ha de ser sistemtico, fiable y susceptible de duplicacin. Por la misma razn habr de ser pblico y explcito. Lo que se pregunta es si la seleccin de los hechos se efectu de tal manera que es posible establecer algn tipo de deduccin cientficamente til y comparable con otras situaciones acerca de las personas o acontecimientos que se describen. En tal sentido, el socilogo y el politiclogo se parecen demasiado a otro cientfico que tambin carece de todo control sobre las fuerzas que describe: el meteorlogo. Uno y otro son mucho ms capaces de postdecir que de predecir. Pero en todo caso, los primeros tienen al menos la facultad de crear sus propios datos. Es decir, no puede admitirse que nos vengan necesariamente dados por otros, sino que, a ser posible, vayamos a obtenerlos nosotros directamente. Las tcnicas de encuesta o de observacin participante son los mejores ejemplos al respecto. El plantearnos ante una estructura o situacin poltica cualquiera, la clsica pregunta sociolgica de quin dice qu?, puede iluminar datos de otro modo confusos o intiles. Como veremos posteriormente, al referirnos a la opinin pblica, tambin puede tener importancia el indagar cmo se dice y a quien. 6.TERMINOLOGA Y TEORAS Es evidente que hoy conocemos mucho ms acerca del comportamiento humano que en tiempos de Augusto Comte, lo que nos lleva al convencimiento de no establecer paralelismos de ninguna clase entre las leyes del mundo fsico y el funcionamiento de la sociedad. Sin embargo, las aportaciones de numerosos autores en diversos campos de las Ciencias Sociales nos han permitido, en un tiempo relativamente breve, un conocimiento sobre nuestros semejantes, que no puede desconocerse ni en cuanto a las tcnicas utilizadas, ni sobre todo en cuanto a sus resultados. Por esta razn decamos antes que all donde existen datos fiables, no es admisible ya la mera especulacin o elucubracin. Una de las consecuencias de este avance ha sido la aproximacin entre los autores de diversas procedencias ideolgicas respecto al significado de algunos trminos comnmente utilizados en Sociologa, Ciencia Poltica y Derecho Constitucional. Los conceptos de estructura y sistema, por ejemplo, suelen entenderse respectivamente en sentido esttico y dinmico. La estructura en general, se 37

refiere a la disposicin en que se encuentran mutuamente relacionadas las parles de una colectividad. En una mquina en reposo, como un reloj o un motor, pueden verse las distintas piezas que la componen y comprenderse sus respectivas funciones y conexiones. El sistema se refiere, tambin en trminos generales, a una perspectiva no ya esttica, sino dinmica de aquella estructura, en que se observa el todo en funcionamiento y se valora la importancia operativa de los diferentes mecanismos respecto al conjunto y al resultado final, obtenido o bien esperado. Lo bsico del sistema social es la interaccin, de tal manera que, como dice Levy Strauss, toda modificacin de un elemento o de una relacin, provoca la modificacin de otros elementos y relaciones, y con ellos, del todo. Tambin trminos como burocracia han adquirido carta de naturaleza, generalmente admitida en cuanto a su contenido, tras la definicin de sus elementos componentes, funciones y disfunciones, a partir de modelos teorticos decisivos para su comprensin, como es el de Max Weber. Por supuesto, existe tambin bastante acuerdo en cuanto al concepto de Estado, como organizacin de una nacin o naciones bajo un gobierno y unas leyes comunes. Igualmente, suele haber coincidencia en aceptar la definicin de poder dada por Weber, como la capacidad de imponer la propia voluntad sobre otros, incluso frente a su voluntad. Sin embargo, otros muchos trminos, como los de ciase social, estrato, progreso, desarrollo, bienestar, inters general, y similares, continan siendo objeto de polmica a partir de premisas ideolgicas. Incluso viejos conceptos como los de nacin o nacionalismo, son interpretados desde puntos de vista diametralmentc opuestos, segn posiciones doctrinales igualmente influidas por lo ideolgico, inevitablemente. Por nuestra parte, con respecto en concreto al vocablo nacin, podemos aceptar que es el conjunto de seres humanos que viven en un mismo territorio y poseen una comunidad de origen, historia, costumbres y a veces lengua (Schwartzenbcrg). Como decimos, hoy estamos muy lejos ya de suponer que la conducta humana se atiene a algn tipo de leyes universales fijas en el tiempo y en el espacio, que la determinen en forma exclusiva, tal y como se crea hace poco ms de un siglo. Sin embargo, ello no ha impedido que entonces y ahora, algunos autores hayan intentado encontrar sntesis teorticas que de algn modo sentaran las bases de una ciencia comn, relativamente explicativa de todas las actividades humanas, o al menos determinante de su dinmica. 38

Los estudios de Marx y de Weber sobre la evolucin de sociedades humanas del pasado que se encontraban muy lejos de su experiencia directa, por limitados que puedan ser, considerados desde-puntos de vista ideolgicos o de nuevos avances en la investigacin, proporcionaron las bases sobre las que miles de autores, posteriormente, han construido sus propias teoras. Y an algunos polticos sus propias carreras. Pero no han sido muchos los tratadistas que se han atrevido a elaborar lo que en la jerga de las Ciencias Sociales hoy, se denomina la gran teora. Por ejemplo, los intentos de Talcott Parsons, ya hacia la mitad de nuestro siglo, por sintetizar todo el sistema social en sus mltiples variedades, en base a los conceptos que ampliamente desarroll e interrelacion de cultura, sociedad y personalidad, no han tenido prcticamente paralelo en toda esta poca, ni se aprecian continuidades doctrinales de ambicin similar a la de ellos. En cambio, han proliferado en las ltimas dcadas incontables pequeos estudios de grupos a menudo insignificantes, arropados por grandes conceptos y con el uso de sofisticadas tcnicas estadsticas, que con demasiada frecuencia, aparte de proporcionar saneados ingresos a sus autores, so capa de la mitificacin de las nuevas tcnicas, slo han venido a descubrir lo obvio. Entre las grandes teoras y los estudios de alcance deliberadamente limitado, sin llegar a ser parroquiales, desempean un papel importante y que no se puede desconocer hoy, las llamadas teoras de alcance medio. Segn Merton, se trata de teoras que se hallan en un punto intermedio entre las hiptesis menores de trabajo, que evolucionan en abundancia durante las rutinas cotidianas de la investigacin, y las especulaciones omnicomprensivas que incluyen un esquema conceptual supremo, del que se espera derivar un gran nmero de uniformidades de comportamiento social, observadas empricamente. A partir de un volumen reducido de datos y con unos objetivos deliberadamente limitados, estas teoras son bastante fciles de verificar y resultan de utilidad inmediata, aunque en ningn caso se pretende que sean generalizables. Por ejemplo, entre ellas se encuentra la expuesta por el propio R.K. Merton, que distingue entre las funciones manifiestas y las funciones latentes de ciertos acontecimientos relevantes para numerosos grupos sociales, como es el caso de ritos y ceremonias de carcter original o aparentemente religioso. As, a travs de ellos puede en efecto rendirse culto a una divinidad, pero a la vez, en forma no explcitamente reconocida, se percibe un reforzamiento de la solidaridad del grupo mediante su participacin conjunta en el rito. Otro concepto de utilidad similar, tambin desarrollado por Parsons y Merton, es el de status y roles, que cabra integrar en este tipo de teoras. Es 39

preciso ampliar algo esta nocin, indispensable para entender otras a que nos referiremos posteriormente. Parlamos del principio de que la sociedad es un sistema de interacciones que se desarrollan a nivel individual no colectivo desde status y entre roles. A efectos de mejor comprensin, puede decirse provisionalmente que el status equivale a la posicin de una persona en una comunidad cualquiera. Esta posicin posee un prestigio, mayor o menor, derivado de la importancia que la colectividad confiere a lo que hace en ella o es el individuo en cuestin. En el tema de la estratificacin social nos ocuparemos de los orgenes y significado real d tal apreciacin.

Cabe tambin hablar genricamente del status de un grupo en cuanto tal, por ejemplo en virtud de unas caractersticas raciales. En la valoracin que de tal individuo o grupo haga la colectividad, tendrn gran importancia las tradiciones, la Historia y los valores predominantes en aquella. Hay una serie de criterios bsicos para determinar el status de una persona, basados en variables como los ingresos y riqueza, la raza, la etnia, la religin, el linaje familiar, la profesin, la educacin y el comportamiento especfico que se supone en virtud de aquellos. No existe sin embargo un slo status para un individuo concreto, sino un conjunto de status, determinados por aquellas variables bsicas. Por ejemplo, se puede a la vez ser mujer, mdico, de edad mediana y clase alta. Tericamente pues, una persona puede ocupar status diferentes dentro de grupos o instituciones diferentes. Quienes ocupan status altos, de gran prestigio, poseen un inters creado que les lleva a comportamientos en los que ciertos rasgos culturales como el consumo ostentatorio, por ejemplo-refuerzan su diferencia respecto los otros mantenindoles por encima de ellos. En una sociedad mvil, la riqueza puede adquirirse con cierta facilidad, pero no las maneras que distinguen a un nuevo rico del miembro de una vieja familia. El status y los roles que les son consiguientes, cumplen en la estructura social la importante misin de simplificar y facilitar las relaciones, especialmente entre individuos que no se conocen personalmente, porque permiten prever la conducta de los dems. Los status son siempre adscritos y adquiridos. Los primeros, independientes de la voluntad del individuo, tenan en pocas pasadas mayor importancia que hoy, y prcticamente determinaban la vida total de aquel. Incluso personas de reconocido mrito, hasta no hace mucho seguan siendo consideradas plebeyas, por razn de su nacimiento. A la vez, un noble gozaba de privilegios jurdicamente reconocidos, tambin debidos a su origen familiar, cualquiera que fuese su conducta. 40

Los status adquiridos son hoy relativamente frecuentes, especialmente en sociedades desarrolladas, con gran movilidad vertical, aun cuando a menudo dependen a su vez de una adscripcin previa. Dicho de otro modo, es mucho ms fcil para el descendiente de una familia adinerada adquirir unos conocimientos profesionales que le mantengan en su alto status, que para el hijo de una familia de escasos medios econmicos. La clase social originaria es todava hoy decisiva para la adquisicin del status. En muchos pases, existe un status clave que determina por s slo los dems status de un individuo. As, la raza en frica del Sur o la casta en la India son decisivas, cualesquiera otras cualidades que posea la persona. Ello se especifica incluso en trminos jurdicos, como puede ser la privacin de derechos electorales. A veces no es clara la determinacin del status, como en el caso del jubilado, que depende en gran parte de circunstancias anteriores, y no actuales, por tanto no ya adquiribles.

En otras ocasiones, esta ambigedad puede derivar de que la persona se encuentra, por as decir, entre dos culturas, como en el caso de los emigrantes, que han de luchar entre valores que segn su origen les imponen unas determinadas conductas, y otros diferentes, predominantes en el lugar en que residen. Esto da lugar con frecuencia a hombres marginales, con comportamientos calificados a menudo de asociales o abiertamente ilegales. Los conflictos interiores en el individuo que son resultado de valores encontrados, diametralmente opuestos, originan conductas anmicas en expresin de Durkheim.

El concepto derivado del status es el rol. Equivale a papel como denota el origen francs del vocablo, e implica el ejercicio de un status en funcin del status de otros. Facilita enormemente la interrelacin social por cuanto se trata de una expectativa de conducta. Hay una presin de la sociedad que nos rodea, la cual nos induce fuertemente a desempear nuestro papel de un modo determinado, y con arreglo al status que en ella tenemos asignado (por adscripcin, adquisicin o ambas). En virtud de un status determinado llevamos a cabo diferentes roles, cada uno de los cuales tiene un comportamiento exigido, un comportamiento permitido y un comportamiento prohibido. El primero y el ltimo, sobre todo, estn sujetos a sanciones muy diversas, religiosas, sociales o jurdicas. Por ejemplo, un militar posee el status de tal, pero sus roles sern diferentes segn trate a superiores, iguales o inferiores en graduacin, o a otros, no militares. Las rupturas de tales comportamientos que de l se esperan tendrn diferentes sanciones, a su vez. Por eso se dice que los roles son uniformidades de conducta, que en general el grupo comparte, precisamente porque sobre l existe un techo comn de normas, que acata. 41

A lo largo del proceso vital, los status-roles van cambiando. Por ejemplo, en el orden familiar, se pasa de hijo a marido-yerno-padre-suegro-abuelo, que sucesivamente son objeto de aprendizaje. No pocas veces los fallos iniciales de un individuo con nueva responsabilidad poltica, por ejemplo, derivan de su falta de comprensin de todas las obligaciones derechos de sus nuevos roles, dependientes del status recin adquirido. Pueden darse conflictos dentro de un mismo status o entre diferentes status de una persona. En el primer caso, podran citarse para ilustrarlo los problemas derivados de un secreto de confesin, para un sacerdote, que, de guardarse, pudiera provocar una situacin catastrfica para terceros. En el segundo, el clsico tema de un padre que, como jefe militar, hubiera de enviar a un hijo suyo a un puesto de alta peligrosidad. Tambin pueden darse conflictos de status-roles entre los conceptos que el propio individuo que los desempea tenga de ellos, y los que otros, por ejemplo sus clientes, esperan de el. Todas estas situaciones han proporcionado innumerables argumentos de carcter ms o menos dramtico, a la literatura, el teatro y el cine, desde que existen las distintas variedades de la ficcin. Cabe sealar, en suma, que el sistema social define los contenidos de los distintos status-roles, Al mismo tiempo, el sistema de poder distribuye autoritariamente estos entre aquellos. Un ltimo ejemplo de las teoras de alcance medio puede encontrarse en las importantes aportaciones de Easton y otros autores a la llamada teora de los sistemas. Existe incluso la posibilidad de que algunos la consideren como una categora superior a aquella, prxima quizs a las de carcter general. A partir de 1960, esta teora se difunde con bastante xito, estableciendo smiles en cierto modo orgnicos respecto al sistema social en general, y poltico en particular. Se trata de un esquema conceptual originario, en que se supone que la sociedad engendra demandas y apoyos (inputs) sobre un determinado aparato de gobierno, que adopta, modifica o rechaza tales demandas y apoyos. Tras este proceso, que se concreta en unas decisiones se dan rdenes al mecanismo administrativo, que las ejecuta, (outputs) lo que a su vez produce reacciones o ms exactamente retroacciones en el sistema social, que a su vez origina nuevas demandas y apoyos, en un esquema visiblemente circular. La aplicacin de este modelo terico ha sido de considerable utilidad para el estudio sobre las relaciones reciprocas entre distintos sistemas o subsistemas, como el eclesistico y el poltico, por ejemplo, en unas circunstancias histricas determinadas. En definitiva, y sin perjuicio de orientar toda una perspectiva metodolgico-ideolgica en funcin de alguna de las grandes teoras, es indispensable la utilidad de las de alcance medio, que a su vez no* son en modo alguno incompatibles con aquellas, a efectos incluso interpretativos. 42

7._ LA CULTURA COMO CONDICIONANTE DE LO POLTICO Durante largo tiempo se ha prestado atencin al estudio de sociedades animales, a efectos comparativos con las sociedades humanas. Aun cuando este enfoque est hoy relativamente superado, gracias a esos trabajos sabemos que en la sociedad humana no hay un esquema casi rgido de estmulos y respuestas, sino que en ella existe un factor nuevo, el cambio, la innovacin, que la diferencia profundamente de otros grupos zoolgicos. Los grupos humanos, pues, actan en base a comportamientos imprevisibles a nivel individual, aunque, como ya sabemos, previsibles colectivamente. Ahora bien, esta prediccin es muy relativa en el espacio y en el tiempo, frente a lo que ocurre en el caso de los animales. Un factor diferenciador fundamental entre unas y otras sociedades es la cultura. La cultura se adquiere en el proceso de interrelacin con otros seres humanos, y de este concepto han llegado a darse ms de trescientas definiciones distintas. En ningn caso debe confundirse con su significacin popular, que la equipara a educacin formal. La cultura, se recibe ciertamente de manera formal, a travs de la enseanza institucionalizada, y tambin informalmente, mediante la convivencia y la simple contemplacin de nuestro entorno. Hoy, el influjo de los medios de comunicacin de masas tiene un poderoso efecto en la adquisicin de la cultura, especialmente en los nios. Etimolgicamente procede ste trmino de lo que se cultiva. Se entiende por cultura, segn una definicin muy generalmente aceptada de Taylor. ese complejo de arte, moral, derecho y cualesquiera otras capacidades adquiridas por el hombre como miembro de una sociedad. Este trmino es muy relativo, por cuando su derivado, subcultura depende de lo que se entienda por cultura. As, si se habla de cultura occidental se entender por subcultura la de los respectivos pases que componen esa porcin del mundo; si se habla de la cultura de un pas determinado, subculturas sern las de aquellos grupos humanos que, en el seno de dicho pas, posean suficiente entidad para que generalmente se considere que sin diferir ni oponerse diametralmente a los valores, normas y creencias predominantes en el mismo, difieren de tal modo en alguno de ellos, que son identificables como un subgrupo especfico con una subcultura propia. En definitiva, puede decirse que la cultura constituye un conjunto de pautas abstractas con las que el hombre se enfrenta a los acontecimientos de su vida cotidiana. Se trata de algo que toda sociedad impone a sus miembros por el simple hecho de tomar parte en ella, y aun, su dominio es tan grande, que el techo cultural determina las nociones de lo bueno y lo malo, de lo natural y de lo antinatural. Esto es muy importante para el grupo, ya que hace que mantenga su cohesin. Se origina as el sentimiento de etnocentrismo 43

caracterstico de pocas pasadas y pueblos aislados, con su inevitable resulta do de la xenofobia. En grupos ultranacionalistas todava hoy se perciben ambos rasgos, complementarios entre s.

incluso las necesidades que aparentemente son de orden puramente biolgico, de hecho se encuentran condicionadas por la cultura, hasta el punto de que Jaspers ha dicho que en el hombre no cabe encontrar biologa pura sino siempre biologa ms cultura. Se da as una disposicin de las necesidades, que incluso puede llegar a oponerse a stas partiendo de valores que exalten su represin. El repertorio que hereda un animal es de orden fundamentalmente instintivo (an cuando lo suelen modificar algo las circunstancias de su medio ambiente). Ahora bien, el hombre recibe proporcionalmente muchas menos soluciones a sus necesidades en el momento de nacer, por lo cual resulta que viene equipado con stas, pero no con aquellas. Por tanto el hombre tiene que aprender a satisfacer en una cierta forma tales necesidades, forma que le es impuesta por su cultura. Esta capacidad de aprendizaje le es facilitada inmensamente por su herencia social, que le permite disponer de los conocimientos de todas las generaciones que le han precedido, frente a lo que ocurre con el animal, quien se enfrenta con sus problemas vitales tan desasistido de ayudas como lo estuvieron sus remotos antepasados. Es ms, el hombre tiene una enorme capacidad de adaptacin y de invencin que le permiten sobrevivir en medios muy distintos. El animal es ciertamente capaz de aprender hasta cierto punto, pero no de transmitir a sus semejantes o a sus descendientes sus nuevos conocimientos. En cambio, como dice Parsons, la cultura humana es transmitida, aprendida y compartida. Una distincin importante a este respecto es la que se da entre cultura material y cultura inmaterial. Esta se refiere a la cultura en cunto a sistema de normas, y de actitudes y comportamientos que derivan de aquellas. La cultura material se expresa en un conjunto de instrumentos, artefactos, productos, de cosas fsicas en suma, que hasta no hace mucho eran caractersticas de cada cultura. Robert M. Macver ha hecho una brillante distincin en este sentido considerando como cultura propiamente dicha a la primera, y civilizacin a su expresin en objetos materiales. Resulta mucho ms fcil transmitir y adquirir los elementos de la civilizacin que los de la cultura. Precisamente la rpida adaptacin en muchos nuevos Estados-nacin al uso de los artefactos de la civilizacin occidental, contrasta agudamente con su incapacidad de adoptar frmulas que en el mundo occidental vienen teniendo bastante eficacia, como por ejemplo en el orden poltico. Los trasplantes de instituciones jurdico-polticas suelen provocar rechazos como si se tratara de un organismo vivo. Es mucho ms fcil en cambio, trasladar y recibir 44

elementos de la civilizacin, en particular de tipo mecnico. Lo que da como resultado, que hoy tienda a haber en todo el mundo una sola civilizacin con tecnologa de origen occidental, mientras an subsisten muy diversas culturas. Aunque tambin sobre estas los medios de masas estn produciendo erosin, o si queremos, un acercamiento a ciertas pautas de conducta occidentales, y en particular anglosajonas. Por la misma razn, no se puede decir que haya culturas superiores a otras, pero si civilizaciones superiores, por cuanto pueden ayudar al hombre mejor en su lucha por la supervivencia. Son muchos quienes piensan que probablemente el mayor problema con que la humanidad se enfrenta hoy, radique en la creciente separacin que en todos los pases se da entre cultura y civilizacin. La acumulacin de invenciones materiales ha permitido al hombre disponer de un notable dominio sobre las energas naturales que le rodean y sobre su medio ambiente. Pero el crecimiento de aquellos aspectos de su cultura que le permitiran un control racional de tales elementos fsicos es mucho ms lento. Por eso ningn socilogo puede hablar hoy seriamente del progreso, por cuanto no es posible estar seguros del destino a que nos conduzca el constante incremento de nuestros medios tecnolgicos. El desfase entre cultura y civilizacin da origen al fenmeno que se suele denominar lag o retraso cultural. Problemas actuales de gran envergadura como los derivados de la contaminacin o la carrera armamentista, que afectan a todos los pases, son resultado de este retraso. Rara vez ha ocurrido lo contrario, y cuando se ha intentado introducir, por as decir antes de tiempo., un factor de mejor convivencia en la cultura, su protagonista por lo general ha sido incomprendido y perseguido. Pinsese como caso seero, pero en modo alguno nico, en el ejemplo de los orgenes del cristianismo. El problema del referido desfase radica en que hay descubrimientos e invenciones que sera preferible desconocer, pero eso ya no es posible, de hecho. As, por ejemplo, las aplicaciones de la energa nuclear no pueden ser olvidadas. Con lo cual, la nica alternativa al peligro de la destruccin por estas armas, consiste en su control a travs de un compromiso y una legislacin internacional, es decir, por una va cultural. El crecimiento de los conocimientos humanos, especialmente en el terreno de la tecnologa, se ha producido aceleradamente en los dos ltimos siglos, hasta el punto de que segn un equipo de socilogos alemanes, los cambios ocurridos slo en la dcada 1950-60 equivalieron a los acumulados durante todo el siglo XIX. En ello ha desempeado un papel fundamental el dominio del lenguaje escrito y su difusin a travs de la imprenta, y muy 45

recientemente las tcnicas de electrnicas. No se pierda de vista, sin embargo, que las invenciones tambin han sido de tipo cultural, como los Tribunales de Justicia, las Constituciones, o las diversas expresiones del arte. Cada nueva invencin tcnica ha hecho uso del saber acumulado anteriormente, y a menudo es resultado de la aplicacin de hallazgos en muy diversos campos del conocimiento. El automvil, por ejemplo, fue resultado de la combinacin de descubrimientos en la Qumica, la tecnologa de los metales, la electricidad, etc. Y su proliferacin requiri enseguida nuevas normas legales e instituciones jurdicas. Se han propuesto muy diversas teoras sobre el desarrollo de culturas especficas de pueblos, que mediante ciertos avances tecnolgicos consiguieron dominar en un momento de la Historia, para luego entrar en decadencia y ser sustituidos. As por ejemplo, los estudios de Spengler y ms recientemente de Toynbee, con su tesis del reto-respuesta, en los que no nos es posible entrar aqu. En el dominio del hombre sobre su medio ambiente, ha jugado un papel fundamental su capacidad de almacenar y usar energa e informacin. Y en el dominio del hombre sobre el hombre, el perfeccionamiento de la tecnologa blica ha sido igualmente decisivo, desde la edad de piedra hasta el momento actual, como acertadamente dice Lilley. El control de estos tres elementos de la civilizacin, proporciona hoy la principal base de su poder poltico a las grandes potencias. No siempre las invenciones y descubrimientos se han abierto paso fcilmente. Ya nos hemos referido antes el caso del cristianismo, y otro tanto ocurri con hallazgos importantes en las ciencias aplicadas. As, Miguel Servet muri en la hoguera, e incluso hoy todava se da una fuerte resistencia a la implantacin general del sistema mtrico decimal en los pases de tradicin anglosajona. Las razones para tales-oposiciones varan mucho, desde los intereses creados hasta races culturales y religiosas. Tambin pueden verse favorecidas por circunstancias histrico-culturales determinadas, como agudamente hizo notar Weber en su famoso estudio sobre la influencia de la tica protestante en la aparicin del espritu del capitalismo. El desarrollo de la tecnologa en los pases occidentales, ha permitido que dominen el mundo a travs de ella. El caso del Japn, que en un espacio de tiempo sorprendentemente breve adapt su cultura a las exigencias de una civilizacin tecnolgica, es quizs el mejor ejemplo de su eficacia. Y no se pierda de vista que la dependencia tecnolgica se traduce inevitablemente en dependencia poltica, hoy ms que nunca. 46

Tampoco se pueden olvidar las consecuencias polticas de la diferenciacin cultural. Las aspiraciones autonmicas o nacionalistas se apoyan, ms que en cualquier otro factor, en tradiciones histrico-culturales y valores especficos de un pueblo frente a otros. En la medida en que tales aspiraciones son compartidas y se expresan en una voluntad suficientemente generalizada, se dan todos los rasgos necesarios para la aparicin de un Estado-nacin, o al menos para intentar su creacin. Desde luego son precisas tambin otras condiciones, tales como un cierto volumen del grupo, que su territorio se encuentre claramente definido, y que en un momento concreto la voluntad de autogobierno antes mencionada, sea impulsada por un grupo con suficiente capacidad y protagonismo. 8. ELEMENTOS DE LA CULTURA La cultura se compone de una serie de elementos entre los que brevemente nos referiremos a normas, usos y costumbres, valores, ideas, creencias y smbolos. Toda norma implica un mandato sometido a una sancin, que vara segn sea la norma de orden cultural, moral o jurdico. Las normas se agrupan en cdigos de conducta, que pueden entrar en conflicto entre s. En cuanto a los usos, son formas de conducta reconocidas o aceptadas en sociedad, que varan mucho entre los distintos grupos. El contenido de los usos no suele afectar a la supervivencia del grupo, por lo que sus sanciones, cuando las hay, son dbiles. Se entienden por costumbres aquellas normas que regulan conductas a las que el grupo atribuy gran importancia para su propia subsistencia, por lo que la sancin suele ser mucho ms enrgica, hasta el punto de que suelen intervenir sanciones reguladas por los cdigos jurdicos, sociales y religiosos, a menudo conjuntamente. Las costumbres determinan aspectos bsicos de los status-roles. Por otro lado, los valores desempean un. papel fundamental en el comportamiento. Se trata de los criterios de definicin de lo bueno o de lo malo, de preferencia o de rechazo ante las situaciones u objetos ms dispares. Justamente, los valores tienen una gran importancia para el socilogo y el politiclogo, por cuanto no slo han de saber calibrar su influjo sobre los comportamientos que observen en los dems, sino que tambin han de saber apreciar hasta qu punto sus propias valoraciones no influyan en sus razonamientos, como hemos visto. Cada grupo tiene valores propios, que a menudo considera superiores a los de los dems. Las diferencias entre unos y otros son grandes y a veces se consideran intangibles valores diametralmente opuestos. Lo que para unos es sagrado, para otros puede resultar risible, y viceversa. Sin embargo la consi47

deracin en un sentido u otro de tales valores rara vez es fruto de la casualidad. Por lo regular tienen detrs una carga histrica que quizs ha empezado a perder importancia ante otros factores d cambio social y cultural. En todo caso, es evidente que los valores son algo muy relativo en el tiempo y en el espacio, aunque su cambio sea lento. Suelen utilizarse smbolos para representar los valores. Se atribuye as convencionalmente un significado a un objeto, gesto o accin, significado que slo adquiere su verdadera dimensin en un contexto cultural determinado. Por la misma razn, fcilmente resultar incomprensible e incluso absurdo para quienes no compartan tal significado. Pero su importancia es tan grande, que millones de personas han dado su vida por defender smbolos que representaban para ellos valores religiosos o polticos, por ejemplo-supremos. Expresiones simblicas son tambin los ritos y ceremonias, por cuanto sirven para exteriorizar en ciertas ocasiones solemnes, circunstancias a las que el grupo confiere un especial significado. Se basan en la impersonalidad (por ejemplo, los militares saludan a la graduacin, no a la persona), y la utilidad (facilitan la interrelacin en momentos trascendentales, como el matrimonio o la muerte). De aqu tambin la importancia del protocolo, que exterioriza una jerarquizacin social. Dos elementos de la cultura que se relacionan estrechamente son los de creencias e ideas. Las primeras no pueden ser probadas empricamente. A menudo se relacionan con el mbito de los valores. Pero el hecho de que no puedan aplicrseles los requisitos de la observacin cientfica, en modo alguno impide una profunda adscripcin a ellas, como es el caso de las creencias religiosas o polticas. Por el contrario, las ideas s pueden ser objeto de comprobacin objetiva, y demostrarse su existencia real. Muchas polmicas de la antigedad lo fueron precisamente entre creencias e ideas, por cuanto se confera a aquellas el valor que hoy nosotros atribuimos a estas. Pero en la actualidad, el valor generalmente reconocido de la prueba cientfica hace que las creencias tengan que adecuarse ya a las ideas. Ello no significa que las creencias hayan perdido importancia en cuanto tales. A menudo, las seas de identidad de un pueblo se basan precisamente en creencias que no siempre coinciden de lleno con la Historia, pero que le confieren un sentimiento de coparticipacin en una empresa comn, proporcionndole as un impulso poltico, que de otro modo no tendra. La desviacin o el rechazo de los valores y creencias predominantes, a nivel individual da lugar a hombres marginales, pero a nivel de grupo, produce contraculturas. Si recordamos el principio de que lo normal es 48

aquello a lo que estamos acostumbrados, advertiremos que en ciertas sociedades puede considerarse como contracultural lo que en otras se contempla como perfectamente normal. En todo caso, las contraculturas ponen de relieve sus diferencias. Por ejemplo, en las sociedades urbano-industriales actuales, que uniformizan comportamientos y modos de vida, surgen grupos que ofrecen otras alternativas, mostrando su especificidad frente a la integracin cultural forzada. Tambin en la raz de movimientos autonomistas de muchos pases se dan motivaciones similares slo parcialmente contraculturales que tratan de luchar contra el colonialismo interior y el centralismo, destacando los rasgos de su identidad regional. Todava hoy las creencias religiosas cumplen funciones diferentes de su sentido original. Con gran frecuencia, como se comprueba en la Historia, se las ha utilizado para respaldar al poder poltico, hasta el punto de sacralizar en ocasiones su ejercicio. En cuanto representaba unos valores ltimos, la religin ha sido utilizada para amparar sistemas sociopolticos muy diferentes, a los que la gente muy generalmente obedeca y consideraba legtimos en la medida en que aquella los apoyaba, cualquiera que fuese su posicin en ellos. 9. LA LEGITIMACIN DEL DERECHO A TRAVS DE LOS VALORES No podemos entrar aqu en todo un mbito que es ms propio de la Filosofa del Derecho, pero tenemos que hacer en este punto al menos algunas precisiones. Como ha sealado Murillo Ferrol, los valores y creencias producen una presin sobre los miembros de una sociedad, que les lleva a cumplir unas normas establecidas por esta, muy a menudo por el convencimiento de que es su obligacin el hacerlo as. En frase de Linton, la gente vive principalmente segn hbitos, obrando en la forma en que se le ha enseado a actuar, sin pararse primero a pensar. De aqu que quienes tienen el poder, al dictar tales normas, se acojan precisamente a valores compartidos por todos los miembros de aquella cultura, justificando as sus decisiones. De hecho, tanto en pases pluralistas como dictatoriales, numerosas presiones encontradas habrn conducido a una decisin final. Presiones que en unos casos, respondern a intereses generales y quizs en otros a intereses ms particulares. Pero de todas las motivaciones que producen la decisin, el legislador o el gobernante elijen alguna o algunas, coincidentes siempre con valores a los que se considera duraderos y superiores. Con lo cual muy frecuentemente se enmascara con estos, que se presentan frontalmente, sus normas, en las cuales han podido pesar en cambio otros factores menos visibles. 49

El pensamiento marxista ha venido considerando por su parte al Estado (burgus) como el mero gestor de los intereses de una clase social. Y en consecuencia, al Derecho, como un mero sistema de relaciones sociales correspondientes a los intereses de la clase dominante, tuteladas por la fuerza organizada de esa clase (Stucka). En forma menos radical, algunos autores de esta lnea de pensamiento tienden hoy a creer que el Derecho no es tanto resultado directo de la lucha de clases, sino matizando tal apreciacin, resultado de un compromiso entre las fuerzas sociales, especialmente en los pases desarrollados. En tal compromiso predominar, como es lgico, el inters de una clase o fraccin de clase, y tambin la ideologa de los propios lderes. En la medida en que unos valores sustituyen a otros y son considerados a su vez superiores, cambian las bases de la legitimacin de unos gobernantes, que dictan unas normas jurdicas. As, en ciertos pases, las creencias religiosas que sustentaban el derecho de las autoridades polticas han cambiado, y hoy se considera como supremo valor quizs, a la eficacia. Es decir, a la capacidad de un Gobierno para proporcionar a los ciudadanos una satisfaccin de sus necesidades individuales, a travs de unos servicios pblicos. Si el sistema poltico consigue que la mayora de la poblacin acepte este valor mucho ms complejo de como lo describimos aqu, porque por ejemplo puede llevar implcito el orgullo nacional u otros factores psicolgicos el sistema queda legitimado para ella. En otros pases, en cambio, como los de Europa occidental, se parte de considerar como valores supremos los democrticos, el respeto y las libertades y derechos, al pluralismo, la tolerancia y la lucha frente a la desigualdad. En ellos no se aceptara, digamos por caso, un mejor nivel de vida a costa de aquellos. De aqu que la definicin del Derecho sea tan relativa en el tiempo y en el espacio como cualquier otro valor. Un simple cambio de poder poltico, puede conducir a una legislacin diametralmente opuesta a la anterior, hasta el punto deque difcilmente se encuentra un rgimen poltico que sea legal ni legtimo con arreglo a las normas del que le precedi. Lo que ocurre en algunos pases del Este de Europa merece a este respecto comentarse. Puesto que segn la teora de Marx la divisin en clases es resultado de la posesin de los medios de produccin por una clase minoritaria, una vez eliminada la causa, desaparece automticamente la antigua estratificacin, y al mismo tiempo se autolegitima el nuevo sistema poltico. De hecho, sin embargo, como veremos en otro lugar, lo que hasta el momento ha ocurrido ha sido la sustitucin de una clase de propietarios por una nueva clase de controladores de los medios de produccin, a travs de una poderosa burocracia. 50

Naturalmente, es posible establecer una legalidad que no responda a una legitimidad. Las involuciones desde una democracia a una dictadura, que en el siglo XX han sido relativamente frecuentes, as lo demuestran. Como ya dijo en otro tiempo ngel Ganivet, el Derecho es una mujerzuela flaca y tornadiza, que se marcha con el primero que hace sonar las espuelas y arrastra el sable. Pero en la medida en que la mayora de los ciudadanos compartan unas creencias no exclusivamente referidas al mero mantenimiento del orden pblico, y basadas en el principio de que la soberana reside en el pueblo, la legitimidad terminar por cambiar la legalidad. Una vez ms, se trata de una cuestin de valores compartidos. 10, LA PERSONALIDAD V EL PROCESO DE SOCIALIZACIN Aunque posteriormente nos ocuparemos en particular del proceso y resultados de la socializacin poltica, es preciso partir de algunas consideraciones generales sobre la formacin y desarrollo de la personalidad. Es esta un producto de la sociedad, que la moldea con arreglo a los elementos componentes de la cultura. Por consiguiente, no hay personalidad sin sociedad. Precisamente este razonamiento fue el que llev a Aristteles a definir al hombre como animal social. Tan importante es el influjo de la cultura en la formacin de la personalidad, que condiciona la manera en que el hombre satisface sus necesidades, otorgando a tales maneras valoraciones positivas o negativas. Jimnez Blanco ha definido a la personalidad como organizacin individual de motivaciones de la conducta. Segn Piaget, el nio adquiere conciencia de s mismo hacia un ao y medio despus de su nacimiento; antes y despus de este momento, acta observando las reacciones de los dems para con l, lo que ha dado origen a que se hable de culturas ms o menos permisivas. Lo cual es importante por cuanto se condicionan, desde muy tempranamente, comportamientos de su vida adulta, en el campo poltico o econmico, que de otro modo no tendran explicacin.

El proceso en el que el individuo incorpora a su personalidad los componentes de la cultura se denomina socializacin^ por cuanto se integra un socio en una sociedad. Este proceso, de trascendental importancia en la infancia, en que se forma la urdimbre de la personalidad (segn Rof Carballo), dura toda la vida, y, mejor o peor, va produciendo sucesivas adaptaciones a los cambios de la sociedad y a las propias circunstancias personales. Es decir, se van aprendiendo sucesivos status-roles, como ya hemos sealado. -SI

Ahora bien, el que las normas impongan unas regularidades de conducta y un grupo de individuos comparta una misma cultura, no origina que sus comportamientos sean totalmente iguales. Por el contrario, la experiencia cotidiana muestra grandes diferencias entre ellas. Durante algn tiempo se ha polemizado en torno al origen de estas diferenciaciones. Una escuela de pensamiento supona que se deben a la herencia biolgica, y otra al medio ambiente social y fsico. Las implicaciones polticas de aquella son evidentes: una herencia gentica mejor o peor justificara toda clase de discriminaciones raciales y tnicas. Sin embargo, como ha sealado Yela, ciertos rasgos de la personalidad dependen de una peculiaridad cromosmica. Entre ellos, las aptitudes, el temperamento, la extraversin y tal vez las grandes psicosis. Otros, en cambio son moldeados por el medio ambiente, como los componentes de la cultura que antes hemos mencionado en su manifestacin individual, las aspiraciones, efectos, odios, prejuicios y actitudes hacia el arte o el trabajo. Sobre todo, este autor subraya que el contacto humano determina en gran parte las actitudes bsicas. Una actitud abierta en que el individuo se siente seguro de si mismo, le hace percibir las dificultades como problemas, que hay que resolver racionalmente. Un ncleo de convivencia distinto puede originar actitudes cerradas, con sentimientos de inseguridad, dependencia y fracaso, en que el sujeto tiende a percibir las dificultades como amenazas, y a defenderse, encubrirse e incomunicarse frente a ellas. Las consecuencias a nivel colectivo de uno u otro ambiente, son evidentes, en la medida en que estos se encuentren suficientemente generalizados. Advirtase tambin que en las aptitudes fsicas puede influir decisivamente, ya desde antes del nacimiento, el medio ambiente social. La alimentacin y trabajo que realice la madre, las atenciones higinicas y mdicas de que disponga, y la transmisin de enfermedades, son factores sociales que durante siglos han venido condicionando el desarrollo del ser humano y su supervivencia misma. No se pierda de vista que, todava hoy, en los pases de baja renta per cpita, la tasa de mortalidad infantil es muy superior a la de los pases avanzados, incluso en proporcin de diez a uno. 11. LA RELACIN CULTURA-PERSONALIDAD, A PARTIR DE FREUD Una de las mayores aportaciones al conocimiento de cmo la sociedad influye en la formacin de la personalidad la realiz Sigmund Freud. Al poner de relieve el molesto hecho de la sociedad, haca notar que toda personalidad queda coaccionada por las normas de su cultura. El individuo interioriza en su superego tales normas en su sentido ms puro e ideal, a travs de mecanismos de imitacin entre los cuales destacaba Freud la superacin del complejo de Edipo (cuestin sta discutida por Malinowski). El 52

segundo aspecto de la personalidad analizado por Freud, era el ego, que establece un compromiso consciente entre lo que la cultura le dice al individuo que debe hacer y lo que a este le conviene o interesa ms en ese momento. Hay una transaccin, que adapta la norma ideal a una situacin concreta. Finalmente, apuntaba Freud a la existencia del id, un mundo de impulsos para l fundamentalmente de origen sexual oscuros, no siempre claramente percibidos por el individuo, que la sociedad refrena para mantener la convivencia. Marcuse, Wilhelm Reich y otros han hecho nuevas aportaciones, con posterioridad, al carcter represivo de la cultura en sociedades actuales. Se comprueba as que existe en toda personalidad una faceta inconsciente, que slo surge cuando en los sueos, o en estado de hipnosis, por ejemplo, se levanta la censura que bloquea al id. Jung y Fromm han hablado de un inconsciente colectivo compartido por la mayora de los miembros de una sociedad; unos impulsos que no se dejan aflorar, precisamente para facilitar su funcionamiento. Conectando la tesis de Freud con los elementos componentes de la cultura y la personalidad, esquemticamente encontraramos una disposicin como la que sigue: valores \ normas \ motivaciones actitudes y I comportamientos (status-roles) Conocemos ya en qu sentido deben usarse los conceptos de valores y normas. En cuanto a los dems, aunque sean de uso bastante comn, no es ociosa una corta explicacin. Por motivaciones entendemos predisposiciones de nimo, tendencias arraigadas en el individuo concreto, como por ejemplo la ambicin poltica, o la necesidad de logro, estudiada por MacClelland, y que particularmente explica los fundamentos psicolgicos del desarrollo econmico. Una persona estar motivada, en fin, a votar habitualmente por los partidos de la derecha frente a los de izquierda, o viceversa, o simplemente a no votar. La actitud manifiesta al exterior aquella motivacin, o un estado de nimo en particular. Es un gesto o un mero decir. En cambio el comportamiento es algo mas; se trata de un hacer. Entre una y otra hay importantes 53 cultura

superego

ego e id

personalidad

diferencias, que se exteriorizan precisamente en un* de las debilidades de la tcnica de encuesta. Se puede manifestar genricamente la conveniencia de establecer un fondo especial de ayuda a personas disminuidas, por ejemplo, pero en La conducta real no dar un cntimo para tal fondo. Estas diferencias usuales entre actitudes y comportamientos pueden en ocasiones plantear graves dilemas a los polticos, y an a veces confrontarlos con la distancia existente entre sus programas y promesas electorales y las realidades de gobierno. En su esplndida obra Carcter y estructura social, H. Gerth y C.W. Mills, relacionan actitudes hacia las normas o ideales, con el comportamiento real respecto a ellos, lo que da lugar a una tabla de doble entrada que definira cuatro modelos o arquetipos. Actitud hacia las normas o ideales + I Comportamiento real respecto a normas o ideales II

III

IV

El tipo l, segn esta mutua relacin, da lugar a una congruencia total entre actitudes y comportamientos. Si la referimos por ejemplo a las creencias del cristianismo, surge el modelo de conducta protagonizado por S. Francisco de Ass. Tambin, desde el punto de vista poltico, encontramos aqu el fantico, que lleva hacia sus ltimas consecuencias sus convicciones. El tipo II es un oportunista, que carece de tales convicciones, al menos en aspeaos importantes de su personalidad, pero que acta como si creyese en ellas. Intenta quedar bien ante los dems, pero en su superego no ha internalizado unos valores y normas, con arreglo a los cuales aparentemente se comporta. Es un hipcrita, en suma, a quien interesa mucho el qu dirn. Se trata de una conducta muy frecuente en personas que han de presentar una imagen pblica de respetabilidad, por su posicin social o cargo institucional. En el fondo, son en estos casos unos cnicos que actan en la forma ms pa. El tipo III igualmente es un oportunista, pero en circunstancias diferentes del anterior. Posee en efecto unas convicciones en su superego, pero su ego le dice que en ese momento lo que le conviene es hacer otra cosa muy distinta, y a veces, contraria a aquellas. Como arquetipo, este es el caso del traidor o 54

del cobarde. Como ya sealaba Michels a comienzos de siglo, quienes tienen un puesto con responsabilidad poltica, a menudo han de llegar a compromisos no siempre acordes con los ideales que dicen profesar. Naturalmente, es preciso en tal caso distinguir si tal compromiso se acepta por ser inevitable o por beneficiar en definitiva los intereses de la mayora, o si se llega a l simplemente para beneficio propio. Slo en este caso nos encontraramos en las circunstancias del tipo III. Finalmente, el tipo IV corresponde a la persona que se Opone a los cdigos prevalecientes y acta en consecuencia. Se trata pues del cnico, el escptico o el revolucionario. Es tambin el caso de los protagonistas de toda contracultura. Se trata de un no conformista no slo de palabra, sino tambin de hechos. En cierto modo cabra incluir aqu a los delincuentes, pero en muchos casos estos entraran en el tipo I I I . No es necesario subrayar que los tipos I y II son anormales, pero que los cuatro, en cuanto modelos no son atribuibles a personas concretas por lo regular. Ms bien, todos los seres humanos actan segn los cuatro tipos cada da, en distintas situaciones. 12. LA TESIS DE RIESMAN En un libro que ha tenido bastante difusin, La muchedumbre solitaria, David Riesman estableci una teora que giraba en torno a las diferentes maneras en que, en el mundo occidental, se ha ido produciendo a lo largo de la Historia la introduccin de la cultura en !a personalidad. Segn Riesman.cn la sociedad de la antigedad, se daba un hombre dirigido por la tradicin, de tal modo que esta le dotaba de unos objetivos, bsicamente de orden religioso, y le indicaba los medios para alcanzarlos. Con la Reforma protestante, la cultura va a sufrir un importante cambio: aparece el hombre dirigido desde dentro. Se le indican al individuo unos fines a alcanzar, de nuevo referidos fundamentalmente a su salvacin, pero queda a su propia interpretacin y a su conciencia el cmo conseguirlo. No se le indican, pues, los medios a travs de los que alcanzar tales fines. Dicho sea de paso, segn Weber, esa indeterminacin fue causa indirecta de la aparicin y difusin en ciertos pases del espritu capitalista. En ambos tipos de hombres descritos, la familia constitua el ms poderoso agente de socializacin y transmisin de los valores, muy por encima de cualquier otro. Era el grupo de referencia supremo. Pero modernamente surge, siempre segn la tesis de Riesman, el hombre dirigido por otros. La institucin familiar pierde importancia, y actan con eficacia otros agentes de 55

socializacin que veremos en detalle al hablar de la socializacin poltica, como el grupo de iguales, los medios de comunicacin de masas y las instituciones educativas. La cultura es transmitida por estos agentes en forma mucho ms difusa y menos congruente que en pocas anteriores y ya no se ofrecen ni unos fines ni unos medios como valores trascendentales. Hay menos coordinacin entre actitudes y comportamientos, as como entre los componentes de los status-roles. Con todo ello, se encuentra un superego debilitado, y en cierto modo, inseguro. Frente a l, ciertos grupos de inters, polticos y comerciales sobre todo, que s tienen unos fines muy concretos producen sobre este hombre una permanente presin, desde muy distintas direcciones, convirtindose prcticamente en orientadores de la cultura. Con lo cual, el individuo adquiere un especie de moral de radar en la que est pendiente de lo que le dicen o hacen los otros para imitarlos. La influencia de estos es muy grande cuando los refuerzan los medios de comunicacin de masas, como veremos al hablar de la opinin pblica. Aparece as una cultura de masas que incita a un consumo a menudo irracional a las personalidades moldeadas por ella. Psicolgicamente algunos encuentran en tales consumos una forma de evasin de sus frustraciones. Pero a la vez, con gran frecuencia surgen nuevas situaciones anmicas y de frustracin, cuando los potentes medios de difusin de la publicidad provocan nuevas necesidades e incentivan nuevas aspiraciones. A la vez, en una contradiccin nsita a la cultura de los pases de economa capitalista, esta no ofrece ms que a unos pocos la posibilidad de satisfacer aquellas. Con ello, la tensin psicolgica en el hombre dirigido por otros es mayor, al tener muchas cosas que apetecer y escasos medios institucionales para alcanzarlas. A lo cual, adems contribuye su pertenencia a una sociedad de clases, en la que no predomina ya un conformismo con un destino predeterminado por la accin de unas fuerzas ultraterrenas. 13. CULTURA POLTICA Y CAMBIO A partir del desarrollo del concepto de cultura, que hemos visto, conviene fijar los lmites del de cultura poltica, cuya importancia no hay que resaltar en nuestro contexto. Entendemos por ella un sistema mayorita-riamente compartido de valores, creencias, ideas, smbolos y normas, que motiva a los miembros de dicho grupo hacindoles reaccionar en forma de actitudes y comportamientos, en todo lo que se refiere al sistema poltico, especialmente en cuanto al uso del poder y adopcin de decisiones, y ms en general en cuanto a la manera en que debe estar regulado (y por quienes), el sistema social. 56

Uno de los fines del proceso de socializacin es el de legitimar ante los miembros de un grupo cultural determinado a los incumbentes de los roles pblicos, a los principios y decisiones de gobierno, y sobre todo a las instituciones propias del sistema poltico en que viven, a menudo a travs de ellas mismas, aunque en el mundo moderno operan tambin otras influencias. De este modo, cuando la persona llega a un determinado grado de madurez, adquiere un "modelo" de sistema poltico ideal o deseable, que luego coincide o difiere ms o menos tanto del existente en el propio pas, como de otros. Por consiguiente, el respaldo popular que un sistema poltico concreto reciba, depender de la medida en que sea capaz de responder a tales expectativas. Precisamente por esa razn, todo sistema procura estimular o resaltar mediante diversas agencias o "aparatos ideolgicos" (escuelas, iglesias, medios de masas), aquellos valores que lo refuerzan, aunque es preciso aceptar siempre una cierta diferencia entre estos y la realidad, a la que, como sabemos, enmascaran en mayor o menor grado. Esa diferencia es lgicamente ms grande, y los procedimientos aplicados tambin varan, segn se trate de sistemas democrticos o no.

En opinin de autorizados antroplogos, la resistencia al cambio constituye una de las caractersticas ms salientes del conservadurismo, hasta el punto de identificarlo por s sola. Cuanto ms pequeos, aislados o tradicionales son los grupos, ms se resisten al cambio, por regia general. Ello se explica, porque la cohesin interna es para cualquier grupo un factor decisivo de supervivencia frente a fuerzas hostiles procedentes del ambiente exterior, sean humanas o naturales. La pervivencia de hbitos de reconocida eficacia para la subsistencia personal o colectiva, determina as un substrato sicolgico que se resiste a toda innovacin. Este es un fenmeno tan antiguo como la Humanidad, pero que resulta especialmente visible en los ltimos tiempos. La falta de contacto con "otros", sean pueblos o personas, produce un sentimiento compartido de intragrupo que se apoya en una "superioridad" sicolgica (en la mayora de los casos objetivamente falsa, pero subjetivamente tranquilizadora), y su inevitable secuela de la xenofobia. En estos casos, las variaciones sobre la pauta comn son mucho menos numerosas, y por consiguiente, las sanciones son ms duras. Precisamente la cultura espaola se caracteriz durante varios siglos por un peculiar aislamiento respecto a las corrientes del pensamiento occidental, y como se ver ms adelante, este aislamiento marc nuestra evolucin cultural colectiva en forma poco frecuente respecto a aquel. 57

Sin embargo, debe advertirse que aun cuando la cultura de un pas -y la cultura poltica como parte de ella- est determinada por la evolucin histrica y las circunstancias ambientales que la rodean, no se puede hablar seriamente de un "carcter nacional" o de una cultura uniforme comn a todos los habitantes de un territorio determinado. Lo que especifica el mbito de una cultura es el grado en que, a partir de una pauta central de valores y creencias compartidas por la mayora de la poblacin, se admiten o no variaciones individuales o colectivas de comportamiento. Pero el referirse a la "manera de ser" de los espaoles o los italianos no es mas que una manera de estereotipar, simplificar y- en definitiva caricaturizar procesos mucho ms complejos, en cuanto sociales. Uno de los aspectos fundamentales de toda cultura radica en el modo en que habita a sus componentes a contemplar la poltica, entendida en su sentido ms amplio, como regulacin de las relaciones sociales que se producen dentro de un sistema determinado. Ya en 1963, Almond y Verba se refirieron con este trmino a las orientaciones polticas de un individuo o individuos dentro de un sistema, clasificndolas en varios tipos a los que despus se mencionar. Toda cultura poltica origina en sus miembros valores, vinculacin a smbolos y aceptacin de normas, de muy diversa ndole. Al igual que los dems elementos de la cultura, los de orden poltico tienden a persistir a lo largo del tiempo, modificndose con lentitud, justamente porque son fruto de un dilatado proceso histrico. El proceso de socializacin poltica confiere legitimidad en la mente de cada persona a un determinado sistema poltico, ideal o deseable, que luego coincide o difiere ms o menos tanto del existente en el propio pas, como de otros. As pues, el respaldo popular que un sistema concreto reciba, depender del grado en que sea capaz de responder a tales expectativas. Precisamente por esa razn, todo sistema procura estimular o resaltar mediante diversas agencias -escuela, medios de masas- aquellos valores que lo refuerzan. Como es lgico, los procedimientos a que para ello se recurre son muy diferentes, segn se trate de sistemas dictatoriales o democrticos. A lo largo de la Histeria ha sido muy frecuente que los valores polticos y los de orden religioso se apoyasen mutuamente, en recproco provecho de las instituciones a que respaldaban. Recurdese, por citar un solo ejemplo, la antigua utilizacin -no solo en las culturas occidentales- de la doctrina del origen divino del poder. Pero a partir de la Ilustracin, se sientan otras bases de legitimacin, fruto del poder de una pujante clase social, lo que da lu58

gar a que las culturas polticas predominantemente estamentales sean sustituidas de modo paulatino por las predominantemente clasistas. Circunstancias coyunturales, pueden contribuir a reforzar o disminuir la influencia de los valores componentes de una cultura poltica concreta. Por ejemplo, las circunstancias en que se produjo la invasin alemana a la URSS durante la II guerra mundial, estimularon los sentimientos patriticos de la mayora de sus habitantes, e indirectamente contribuyeron a reforzar el rgimen sovitico. Del mismo modo, la invasin napolenica en Espaa, como despus veremos, produjo una oleada popular antiliberal, cuyas consecuencias han alcanzado casi hasta nuestro tiempo. Segn Almond y Verba, las motivaciones u orientaciones de orden poltico pueden ser meramente cognitivas, incluir tambin sentimientos afectivos o emocionales y, en un mayor grado de desarrollo, llegar a ser plenamente evaluativas a travs de una suficiente informacin y valoracin de los objetos a que se dirigen. A su vez, estos pueden ser: "Io) roles o estructuras especficas, tales como cuerpos legislativos, ejecutivos o burocrticos; 2o) incumbentes de dichos roles, como son monarcas, legisladores y administradores; y 3o) principios de gobierno, decisiones o imposiciones de decisiones, pblicas y especficas". Estos autores clasifican las diferentes culturas polticas en tres tipos principales: parroquial, con escaso cambio y en la que los individuos no perciben ms que muy vagamente el sistema poltico global de que forman parte; sbdita, en que hay mayor conocimiento de este y de sus actuaciones, pero se mantiene a la vez una actitud muy pasiva, y no se concibe forma alguna de participacin, y participante, en que se pasa a contar e interesarse por una buena informacin, ofrecindose una actitud de activa participacin en las demandas y apoyos canalizados hacia el sistema o en los procesos polticos mismos. Naturalmente, estos tres tipos se mezclan de diferentes maneras en los sistemas polticos existentes (Almond y Verba, 1963). El proceso de creciente diferenciacin de la estructura social y los factores de modernizacin, as como el desarrollo de complejos intereses y problemas polticos, econmicos y sociales, han conducido a la aparicin de culturas polticas que tienden a ser cada vez ms participativas, pero en cuyo seno se producen tensiones frente a los elementos ms tradicionales. Por esta y otras razones de orden cultural y socioeconmico, no solo no se puede hablar de una cultura poltica de "todos" los habitantes de un pas -como antes apuntbamos- sino que la existencia de fuertes diferencias entre ellos no necesariamente resquebraja la cultura poltica dominante, al incor59

porar como valor asumido la subsistencia y el respeto a tales diferencias. Este es precisamente el caso de los sistemas democrticos. En base a una investigacin efectuada sobre seis mil varones jvenes de seis pases, se lleg a la conclusin de que a travs del proceso de modernizacin surge hoy una forma de cultura poltica que propende a hacer a sus miembros ms abiertos al cambio, ms tolerantes, ms interesados hacia el futuro y ms preocupados por los asuntos pblicos, que tienden a ser polticamente ms activos, consideran que es deseable una estructura racional de normas y regulaciones, y estn abiertos a la cooperacin con otros (Inkeles, 1966, 1969). Uno de los resultados ms evidentes de este proceso cultural ha sido la aparicin de fuertes sentimientos nacionalistas en pueblos colonizados hasta bien avanzado el siglo XX. Una creciente conciencia de unidad frente a explotadores extranjeros ha marcado con apreciable rapidez el nacimiento de buen nmero de Estados-nacin a partir del fina! de la II guerra mundial. Las innovaciones polticas que a menudo sus lderes han intentado introducir -en ocasiones- " importando" incluso Constituciones enteras de origen occidental- han chocado con igual frecuencia con los rasgos cambiantes ms lentamente de la vieja cultura poltica. As sucede con las estructuras tribales y sus especfico sistema de poder, en muchos pases africanos. La adaptacin entre la cultura autctona y las instituciones polticas "trasplantadas" rara vez ha dado resultado. Incluso hoy, la diferenciacin entre culturas polticas sigue siendo tan grande como la existente entre cualesquiera otros valores o creencias, no polticos. As por ejemplo, en muchos pases de Centro y Suramrica, y africanos, un valor extendido en casi todas las capas de la poblacin y que se contempla como positivo, es el de la aceptacin de beneficios econmicos o de otra clase, como parte de los derechos inherentes al ejercicio de cualquier oficio pblico, aparte de los legalmente reconocidos. En definitiva, el soborno o el cohecho abarcan la casi totalidad del sistema poltico. El proverbio argentino que dice "el que no afana es un gil", es un ejemplo muy representativo de toda una variedad de culturas polticas, en oposicin a lo que se comparte en otras. Por otro lado, no debe perderse de vista que a menudo, los intereses son presentados al pblico como si fuesen valores, falseando deliberadamente su fundamento. Es decir, se introduce un componente tico -justificativo- en lo que no es ms que puro beneficio personal. Este es un recurso utilizado con mucha frecuencia por personajes de relevancia pblica. 60

Y, a la inversa, el mismo mecanismo hace que se presente al disidente (el agnstico, el objetor de conciencia, el inconformista), como un traidor a los intereses del grupo. En resumen, cada vez menos, se puede hablar de una cultura poltica comn a un grupo humano medianamente extenso, sino -todo lo ms- de una cultura poltica predominante. Con mayor razn al tratarse de pases de extensin y poblacin considerables, como es el caso de Espaa, no ya en la actualidad, sino desde hace siglos. AI tender a incrementarse la diferenciacin en la actualidad, suele convertirse como tal en un valor en s, en suma, en un derecho a ejercer. Evidentemente, en la medida que las sociedades quedan ms influidas por los factores de la modernizacin, tienden a ser ms urbano-industriales y ms complejas. Tambin se da en ellas una mayor variedad de actitudes y comportamientos polticos, unida muy frecuentemente a un mayor grado de libertad poltica y de respeto a los derechos humanos. Un factor positivo, dentro de la actual problemtica mundial, es que la intercomunicacin aumenta cada vez ms, lo que contribuye poderosamente a reforzar los valores predominantes en la sociedad occidental, especialmente los de la tolerancia y el derecho a la diferencia.

14. CULTURA POLTICA Y DEMOCRACIA Tradicionalmente, la Teora del Estado sealaba que el territorio y las materias primas constituan dos de los ms importantes fundamentos de los Estados-nacin. Otros, como pueblo y soberana, han perdido buena parte de su significacin, por cuanto en Estados modernos Y con mayor razn en Comunidades como la CE, se habla de "pueblos"; en cuanto a la soberana, su antiguo carcter de perpetua, absoluta c indivisible, segn los clsicos, nunca fue ms que un supuesto, pero con mayor razn, hoy, los mltiples compromisos que vinculan al Estado la convierten en slo una sombra de lo que fue o pudo ser. En cambio, como ha sealado Daniel Bell (1991), desde la II Guerra Mundial, han adquirido una enorme importancia dos nuevos factores que refuerzan la presencia de los Estados, de las empresas multinacionales o de las Comunidades de Estados: la capacidad de incremento del conocimiento humano, y su correlato el desarrollo tecnolgico. Cada vez ms, la economa ha sustituido al poder militar como base de la soberana de un Estado, y esta depende hoy en extremo de la tecnologa. Hace ya largo tiempo 61

que esta relacin qued de manifiesto, pero acontecimientos como la guerra del Golfo Prsico han contribuido an ms a confirmarlo, hasta el punto de que recientemente se ha dicho que "La economa es la continuacin de la guerra por otros medios". La interdependencia ha llegado a ser tal en ciertas partes del globo, que por ejemplo, carece hoy de sentido hablar de una guerra internacional entre los pases de Europa occidental, tras 45 aos de paz sin precedentes. Los conflictos del mundo desarrollado tienden a producirse no a tiros, sino entre formas de dominio del mercado, capacidades de produccin y distribucin, y competencias entre la eficiencia de tecnologas y de uso del capital. A ello contribuye la reduccin de la vieja clase trabajadora, sustituida en parte por la mecanizacin y la presencia de subproletariados inmigrantes. En contraste hiriente, subsisten simultneamente en el llamado 'Tercer mundo" modos de produccin que apenas han cambiado, masas crecientes de poblacin sin posibilidad de empleo, dependencia tecnolgica casi total de los pases desarrollados, y endeudamientos pblicos casi imposibles de solucionar. Lo cual, como veremos en otro lugar, da origen a que, finalizado el conflicto Este-Oeste, se hable cada vez ms de su sucesor potencial, el Norte-Sur. La reduccin de las tensiones entre los bloques socialista y capitalista, y la subsiguiente desaparicin de aqul, ha provocado desde 1989 optimismos desaforados en algunos crculos, que tuvieron su primera y muy difundida expresin en un artculo publicado por Fukuyama (1989), funcionario hasta entonces desconocido del Departamento de Estado norteamericano. La verdad es que las fuertes diferenciaciones econmicas e ideolgicas subsistentes (e incluso en aumento), entre los pases ms y menos desarrollados implican la paralela pervivencia de culturas polticas muy distintas, de difcil comprensin mutua, y en ocasiones opuestas. Tampoco es legtimo confundir automticamente capitalismo con democracia. No debe perderse de vista que si incluso entre los propios pases ms ricos se han observado importantes divergencias en la estructura y funcionamiento de sus instituciones bsicas, y en la manera en que el hombre de la calle las contempla, con mayor razn estas divergencias se acentan al estudiar pueblos de tradicin. Historia y cultura no occidentales. As, en las obras de Banfield (1958), Almond y Verba (1963) y otras, se deduca que ciertos rasgos de la cultura se encuentran estrechamente relacionados con las instituciones democrticas. En particular, la confianza 62

Interpersonal, influye mucho en la promocin de asociaciones voluntarias, y estas a su vez propician la participacin poltica-Pero diversas investigaciones efectuadas en Italia y Espaa pusieron de relieve que dicha confianza era en estos pases muy baja, lo que constituye un obstculo al funcionamiento y estabilidad de la democracia. En cambio, daneses y holandeses daban ndices muy altos, coincidentes con su grado de satisfaccin con la vida. Estudiando esta cuestin, Inglchart (1988) llega a la conclusin de que periodos prolongados de bienestar o frustracin colectiva se reflejan en predisposiciones, y por tanto en normas culturales diferentes, que se reflejan en actitudes positivas o negativas ante la sociedad en su conjunto. De hecho, el citado autor adviene que los pases que ames de 1900 mantenan instituciones democrticas, mostraban unos niveles medios de satisfaccin ante la vida relativamente altos, mientras que en los Estados en que aquellas no surgieron hasta 1945 o an no gozan de sistemas democrticos, sus niveles de satisfaccin son bastante menores. Dicho de otro modo, aparece una tuerte correlacin entre esos niveles y los de desarrollo econmico, as como con los de viabilidad y duracin de las instituciones democrticas (con alguna excepcin). 15. GRUPOS SOCIALES Hasta ahora hemos hablado de la cultura y la personalidad, pero es preciso conectarlas con una primera perspectiva de los grupos sociales, en cuanto tales, que ms tarde desarrollaremos en sus aspectos polticos. Sin perjuicio de dar despus una definicin ms completa de grupo social, cuando dispongamos de todos sus componentes analticos, en principio parece claro que cabe entender por 61 a todo conjunto de seres humanos en el que estos se encuentran interrelacionados. Los grupos han sido objeto de muy diversas clasificaciones, aunque la ms habitual los distribuye segn el tipo de intereses que persiguen. En una sociedad primitiva, en cualquier caso, los grupos se diferenciaban segn caracteres generalmente adscritos. Hoy, en sociedades avanzadas, es muy frecuente la vinculacin a asociaciones voluntarias o intermedias, segn intereses polticos, religiosos, artsticos, deportivos, aficiones etc. La pertenencia a ellas va en funcin de la disponibilidad de un mayor ocio y un ms alto nivel econmico, aparte de ciertas tradiciones poltico-culturales. Por lo dems, el nmero de actividades, oficios y profesiones se ha multiplicado enormemente, hasta llegar a clasificarse por ejemplo en Estados Unidos cerca de 40.000 diferentes. 63

A los efectos que nos interesan, una de las ms fructferas divisiones que Cabe considerar en los grupos es la que se refiere a intragrupos y extragrupos. Se da en los primeros un sentimiento subjetivo resultado del proceso de socializacin de pertenencia conjunta, de coparticipacin con otros en un grupo. Somos nosotros los varones, los protestantes, los conservadores, o los miembros de un equipo de ftbol. El extragrupo son todos los dems. El nio aprende a pasar del yo al nosotros muy pronto, en diversas variedades de intragrupos. Mientras las diferencias entre los miembros del intragrupo son muy bien percibidas por ellos, lo que no obsta a su sentimiento comn, a los otros se les contempla en forma mucho menos detallada. En la propaganda poltica se hace amplio uso como veremos de esta diferente percepcin basada en arquetipos y estereotipos. Igualmente, los sentimientos etnocntricos-xenof-bicos se apoyan en fuertes prejuicios frente a los extragrupos. A menudo se ha hecho tambin uso por los dirigentes polticos de los defectos (supuestos) de los otros para exaltar lo nuestro. O de la amenaza de un extragrupo a nuestros valores, territorios, tradicin o poblacin, para reforzar su poder en un momento de crisis, a travs de la cohesin y solidaridad que tal amenaza inmediatamente producen. Otra importante clasificacin de los grupos es la que distingue en ellos los llamados grupos primarios. No es posible referirse a tales grupos aqu ms que simplificadamente. Bastar decir que de su estudio han surgido ramas enteras de la Sociologa, como la Sociologa de la familia, la Sociologa de las relaciones laborales, o la Sociologa militar, y tcnicas como el sociograma. Se trata de pequeos grupos, con relaciones espontneas, en que sus miembros se contemplan como personalidades totales y no en funcin de unos status-roles limitados. Son grupos cara a cara como la familia, el equipo de trabajo o de juegos, la tertulia de amigos, el grupo de combate o la pequea comunidad rural. Las interrelaciones de todos ellos s caracterizan por un sentimiento de intimidad, no de impersonalidad. Es el grupo en el que vivimos.

A veces se producen falsas relaciones primarias, unilaterales, resultantes de una familiaridad con personajes popularizados del arte, la poltica o al deporte, a travs de los medios de masas. Muchos problemas psicolgicos actuales surgen precisamente de la ruptura de los lazos primarios. El emigrante experimenta as un fuerte sentimiento de nostalgia, al desaparecer de pronto todos los lazos afectivos que le vinculaban a diversos grupos primarios en su localidad de origen. Y al anciano jubilado, por diferentes razones, puede ocurrirle lo mismo. En consecuencia, no pocas veces resultan 64

de estas situaciones anomalas psicopatolgicas, o comportamientos desviados o delictivos, demostrativos de la importancia de estos grupos para el equilibrio, personal. Como categora residual, se considera a todas las dems relaciones como secundarias. Estas suelen ser mucho ms formalizadas e impersonales. 16.- EL CONCEPTO DE ACCIN SOCIAL Y ALGUNAS DE SUS DERIVACIONES TERICAS Segn Weber, seguido por Parsons, y posteriormente por Touraine, lo que da origen a la sociedad, la cultura y la personalidad es. en ltima instancia, la accin social. Por as decir, es esta la materia de que se ocupan todas las ciencias sociales, su punto ltimo de referencia. Esta teora seala que todo actor se encuentra en una situacin ante la que puede adoptar diversos comportamientos dicotmcos, El actor puede ser un ego, un alter o una colectividad, y la situacin se compone de objetos de tres clases distintas: culturales, sociales y fsicos. Pero no porque se de un intercambio entre actor y situacin, hay accin social necesariamente, sino que para que exista, tal accin ha de tener una significacin motivacional para d ego, d alter o la colectividad (es decir, se trata de obtener un mximo de gratificacin y un mnimo de deprivacin por el actor). En el sistema social la accin se organiza en status-roles. En la accin se previene la reaccin de los dems; hay unas expectativas sobre las acciones que provocar la accin del actor. No es preciso que esta postura sea activa, puede ser un mero esperar a ver qu harn los dems, pero se considera como accin en tanto los tenga en cuenta. La dificultad de encontrar leyes generalizables respecto a la accin social radica en que esta dependa de diferentes normativas de orden cultural, que producen comportamientos tambin distintos. Por eso la ciencia social ha conseguido hasta ahora producir conocimientos muy seguros sobre sociedades concretas, pero-no generalizables a toda la Humanidad. Esto solo cabe esperarlo para un futuro an muy lejano, en que quizs exista una sola cultura mundial, como hemos dicho. Uno de los anlisis ms fructferos a este respecto ha sido el de Talcott Parsons, el cual ha introducido en El sistema social y otros escritos el concepto de variables pautadas (Pattern-variables). Segn l, la situacin obliga al actor a optar entre alternativas dicotmicas, como decamos, que ha reducido a cuatro pares principales, a saber: I Afectividad-disciplina. II Difusividad-especificacin. III Particularismo-universalismo. IV Adscripcin-adquisicin. 65

El contenido de las respectivas variables-pautadas se comprender mejor si lo ilustramos brevemente a continuacin. En la primera pareja, el actor ha de elegir entre un impulso gratificador o rechazarlo. Se puede as adquirir algo que nos guste, o bien ahorrar para invertir en el futuro. Los impulsos autodisciplinarios fueron, por ejemplo, muy caractersticos de las culturas sometidas a la tica protestante, y sus circunstancias, como hemos apuntado antes, muy importantes segn las tesis de Weber para la difusin del capitalismo. La segunda alternativa establece para el actor unas obligaciones muy vagas o por el contrario, concretas. As un esclavo de pocas pasadas tena toda clase de obligaciones para con su dueo, y este todos los derechos, incluso el de la vida. En cambio, las obligaciones y derechos recprocos estn muy claros y son perfectamente especficos, cuando un tcnico viene a hacer una reparacin en nuestro domicilio. La dicotoma particularismo-universalismo se rige segn relaciones de carcter personal o normas universales, y se encuentra estrechamente vinculada a la anterior. El-hbito de las recomendaciones en Espaa para ocupar un puesto en la Administracin u obtener una calificacin en una disciplina universitaria, rompe expresamente con el principio de igualdad de derechos a igualdad de capacidad. Finalmente, la cuarta alternativa determina que las cualidades del status-rol que se desempea vengan determinadas por circunstancias no dependientes de la voluntad del actor, o libremente queridas por l. Ya nos hemos referido a esta pauta anteriormente, en el concepto de status-roles. Estas variables se dan a todos los niveles, desde el de la cultura, a la personalidad, y finalmente a situaciones concretas. Los status-roles corresponden precisamente al segundo nivel, y el individuo puede atener su comportamiento a ellos o excepcionalmente no hacerlo. Se ha utilizado con gran fruto a las variables pautadas para el estudio comparado de los distintos pases, advirtiendo cmo son mucho ms frecuentes comportamientos (acordes a normas y estructuras) particularistas, difusos y adscriptivos en las sociedades menos desarrolladas, y sus opuestos en las ms desarrolladas. Axial, en un extenso estudio sobre estructura social de Andaluca publicado por nosotros en 1970, introdujimos una serie de preguntas tendentes a detectar la presencia a nivel bastante generalizado en la cultura, de ciertas pautas an difusas y particularistas. Un nmero apreciable de respondentes, especialmente en los niveles ms bajos de educacin e ingresos, consideraba 66

que un obrero debera prestar a su patrono ciertos servicios no contractuales, como ayudarle a llevar un paquete y similares. Del mismo modo, estas personas decan que elegiran a un amigo o familiar, frente a un desconocido, incluso si este pareca ms competente, a la hora de emplearlo o darle un cargo que de ellos dependiera, en actitud obviamente particularista. El que efectivamente, las conductas afectivas, difusas, particularistas y adscriptivas sean ms frecuentes en culturas correspondientes a sociedades subdesarrolladas, no debe llevarnos a considerarlas necesariamente inferiores. Simplemente, las condiciones de su evolucin histrica las han impuesto, como respuesta al reto de la supervivencia. En el fondo, es un valor como otro cualquiera el que nos hace preferir sus opuestas. Por supuesto, estos tipos no se dan puros sino que adems en todas las naciones actuales hay diversas proporciones y combinaciones de ambos, si bien como decimos, en unas predominan unas pautas y en otras, sus opuestas. Otro tanto se puede decir de las diferentes capas sociales, dentro ya de un mismo pas. Lo que si est claro es que las agencias modernas de socializacin (grupos de iguales, medios de comunicacin, escuelas), propenden a aculturar a su vez en pautas modernas, frente a las tradicionales. 17. DOS DEFINICIONES A consecuencia de todo lo anteriormente expuesto, cabe establecer una definicin del grupo humano, con el Prof. Jimnez Blanco, segn los siguientes caracteres: Todo grupo es un sistema de accin social organizada en torno a una constelacin de status-roles, que presupone unas personalidades motivadas por una cultura y que est adaptado a un medio ecolgico. Dicho de otro modo, presupone un sistema de relaciones de organismos en interdependencia recproca y con los objetos no sociales en el medio o situacin (Parsons). Es claro, pues, que los objetos fsicos condicionan en parte la accin social, por cuanto han configurado antes las pautas culturales. Pero a su vez, tambin el hombre modifica su medio a travs de su civilizacin. Al fin y al cabo, qu es la herencia social sino la acumulacin de conocimientos para hacer mejor frente al medio y adaptarlo a las necesidades humanas?. No se trata aqu de una interaccin, que por definicin requiere dos objetos sociales, o ms. El proceso funcional por el que el hombre ha respondido a su medio ha obrado en un doble sentido: moldeando su cultura y creando instrumentos que han modificado aquel. Este cambio ha acarreado nuevas transformaciones en las pautas culturales, que dan lugar a nuevos elementos de la civilizacin y as sucesivamente. 67

Tambin nos encontramos ya en condiciones de dar una definicin de Ciencia Poltica, por cuanto contamos al final de este captulo general introductorio con una explicacin previa de todos sus componentes. Cabe as decir que Ciencia Poltica es aquella que estudia a estructura y los sistemas de accin de y en los grupos sociales en cuanto se refiere a relaciones de orden poltico, entendiendo por tales todas las relativas al poder y a la regulacin del sistema. La forma jurdica suprema que adquiere tal regulacin es el ordenamiento constitucional. Advirtase que al decir de y en (los grupos sociales) nos referimos a que corresponden a su objeto tanto las interacciones que se produzcan entre ellos, como las que en el seno de cualquiera de los mismos tengan lugar.

BIBLIOGRAFA El propsito de las bibliografas contenidas en los sucesivos captulos de la presente obra es meramente orientativo, a efectos de unas posibles lecturas complementarias del texto. Por tanto, en modo alguno se pretende abarcar ..mas que algunas obras destacadas en la materia de que se trate, o de actualidad. A veces no llegarn siquiera a incluirse publicaciones o autores a los que se hacen referencias slo de pasada. Pinsese que, por ejemplo, el pretender dar una bibliografa mnima de los temas a que se refiere este primer captulo, impondra una extensin por s sola no menor que el volumen total del libro.

F. Morillo Ferrol: Estudios de Sociologa Poltica (Tccnos, Madrid, 1963) L. Snchez Agesta: Principios de Teora Poltica (Edit. Nacional, Madrid, 1970) J. Ferrando Bada: Estudios de Ciencia Poltica (Tecnos, Madrid, 1982) E. Gmez Arboleya: Estudios de Teora de la Sociedad y del Estado (Inst. de E. Polticos, Madrid 1962) E. Gmez Arboleya: Historia de la estructura y del pensamiento social (Inst. de E. Polticos, Madrid 1957) J.A. Gonzlez Casanova: Teora del Estado y Derecho Constitucional (Vicens-Vives, Barcelona, 1.980) A. Brecht: Teora Poltica(Ariel, Barcelona, 1963) 68

J. Blondel; Introduccin al estudio comparativo de los gobiernos (Rcv. de Occidente, Madrid, 1972) E. Stein: Derecho Poltico (Aguilar, Madrid, 1972) M. Duverger: Sociologa de la Poltica (Ariel, Barcelona, 1975) M.Duverger: Mtodos de las Ciencias Sociales (Ariel, Barcelona, 1962) H.M. Blalock: Social Statistics (McGraw-Hill, Co. 1972) R .E.Do wse y J. A. Hughess: Sociologa Poltica (Alianza edit., Madrid, 1975) M. Prtot: SociologicPolitique (Dallo*. 1973) J.P. Cot y J.P. Mounier: Sociologa Poltica (Blunie, Barcelona, 1978) A. Pizzorno (edit.): Politcal Sociology. (Penguin Books, 1971) J.C. Chariesworth (edit.): Contemporary Politcal Analysis (Frec Press, Nueva York, 1967) S.N. Eisenstadt (edit.): Political Sociology (Basic Books. Nueva York, 1971) R.A.Dahl: Anlisis sociolgico de la poltica (Fontanella, Barcelona, 1968) M. Weber: Economa y Sociedad (F.C.E. Mxico, 1969) R.M. Maciver y C.H. Page: Sociologa (Tecnos, Madrid, 1961) T. Parsons: El sistema social (Rev. de Occidente, Madrid, 1966) W.J.M. Mackenzie: Poltica y Ciencia Social (Aguilar, Madrid, 1972) W.C. Pirtle y J.J.Grant: The Social Sciences (Random House, Nueva York, 1972) H.Gerth y C-W. Mills: Character and Social Structure(Harcourl. Brace, Nueva York, 1964) R. Dahrenforf: Sociedad y Sociologa (Tecnos. Madrid, 1966) R. Dahrenforf: Sociedad y libertad (Tecnos, Madrid, 1966) M. Beltrn-. Ciencia y Sociologa (CIS, Madrid 1979) N. Ramiro Rico: El animal ladino y otros estudios polticos (Alianza edit. Madrid, 1980) H. Kelsen: Compendio de teora general del Estado (Blume, Barcelona, 1979) M. Garca Ferrando: Sobre el mtodo CIS. Madrid, 1980) J. Prez Royo: Introduccin a la teora del Estado (Blume, Barcelona 1980) R.K. Merton: On Theoretical Sociology (Free Press, Nueva York, 1967) M. Garca Pelayo: Del mito y de la razn en el pensamiento poltico (Rev. de Occidente, Madrid, 1968) E. Durkeim: Suicide(Free Press. Nueva York, 1966) K.Von Beyme: Teoras polticas contemporneas (Inst. de E. Polticos, Madrid, 1977) M, Ramiro: Supuestos actuales de la Ciencia Poltica (Tecnos, Madrid, 1972) D. Kiesman y otros-. The Lonely Crowd (Dubleday, Nueva York, 1953) R. Linton: Estudio del hombre (FCE Mxico, 1961) T. Parsons y otros: Theories of Society (Free Press, Nueva York, 1961) M.M. Drachkovich (edil.): Marxism in the Modern Word(Stanford V. Press, 196 ) J.L. Aranguren: El Marxismo como moral (Alianza edit. Madrid 1968) G. Lichtheim: Marxism: An Histrica! and critical Study(Praeger, Nueva York, 1973) G. I,uckcs: Marxism and Human Liberation (Dell, Nueva York, 1973) L. Derfler: Socialism since Marx (Si. Martin Press, Nueva York, 1973) G.L- Rusconi: Teoria critica de la sociedad (Martnez Roca, Barcelona, 1969) L. Althusser: La revolucin terica de Marx (Siglo XXI, Madrid, 1972) L. Althusser y E. Balibar: Para leer El Capital (Siglo XXI, Madrid 1972) Varias; Critica de la teora sociolgica (Papers, Revista de Sociologa, Univ. Autnoma de Barcelona, n 6,1977) R, Garaudy: Marxisme du XX sicle (U.G. d'Editions, Pars, 1966) J, Jimnez Blanco: Sociologa (Unidades didcticas, UNED, Madrid, 1976) G- Myrdal:An American Dilemma (Free Press, Nueva York, 1959) S. UUey: Men, machines and History (International Publ. Nueva York. 1965) H- Heller: Teora del Estado (F.C.E. Mxico. 1942) B-F. Hosetttz y otros: A. Reader's Guide to the Social Sciences (Free Press, Nueva York, 1959) E. Nicol: Los principios de la Ciencia (F.C.E. Mxico, 1965) J. Meynaud: Introduccin a la Ciencia Poltica (Tecnos, Madrid, 1964)

J.J. Ruiz-Rico: Hacia una nueva configuracin del espacio poltico (C. Ahorros, Guipzcoa, 1978) R. Fernndez-Carvajal: El lugar de la Ciencia Poltica (Universidad de Murcia, 1981) C.J. Friedrich: Gobierno constitucional y democracia (Inst. de E. polticos, Madrid, 1975, 2 vots.). M. Bonachela Mesas: Las lites andaluzas (Mezquita, Madrid, 1983). A.W. GouMner; The coming crisis of Western Sociology (Avon Books, Nueva York, 1970). K.R. Popper: La lgica de la investigacin cientfica (Tecnos, Madrid, 1977) R. Inglehart; Cultura poltica y democracia estable-, en 'RES', nm. 42, CIS, Madrid 1988. Banfield, E.C.: The Moral Basis of a Backward Socicty-, The Free Press, New York, 1958. G.A. Almond y S. Verba: La cultura cvica, Euramerica, Madrid, 1963. F. Fukuyama: El fin de la Historia?, en rev. 'The National Interest', Washington, junio 1989. D. Bell: La empresa y el ambiente sociopoltico en el umbral del nuevo siglo, en Rev. "Atlntida". num. 6. abril-junio 1991

70

CAPITULO II

SOCIEDAD INDUSTRIAL Y POSTINDUSTRIAL

1 Cambio social y sociedades modernas. 2 Tecnologa y evolucin de la sociedad. 3 El papel de las ideologas. 4 Consecuencias internacionales de la dicotoma poblacin-produccin. 5 La modernizacin: fases y efectos. 6 Algunas caractersticas de la sociedad postindustrial.

1. CAMBIO SOCIAL Y SOCIEDADES MODERNAS El fenmeno del cambio social ha constituido un tema central en todos los estudios sobre las sociedades, no solo contemporneas, sino tambin del pasado. Aun cuando sea un hecho admitido generalmente que en el ltimo siglo o siglo y medio ha experimentado una apreciable aceleracin, la Humanidad ha contemplado cambios en s misma desde el origen de las civilizaciones, y ello produjo desde entonces intentos ms o menos afortunados para comprenderlos y explicarlos. A partir del siglo XIX, con el nacimiento de la Sociologa en cuanto disciplina autnoma, tendi a producirse una separacin entre las interpretaciones filosficas del cambio y las de carcter ms estrictamente sociolgico, aunque a veces no es fcil establecer los lmites precisos de unas y otras. Las aportaciones de Marx, Weber, Durkheim y Tnnies destacan entre las muchas que se efectuaron, aun cuando predominaba en ellas el enfoque terico sobre el emprico. Ms recientemente, Talcott Parsons (1971), seal que cada sociedad posee su propia forma de evolucin, tendiendo a diferenciarse entre s cada vez ms, a travs de una elevacin adaptativa, en el sentido de que las ms desarrolladas suelen ser ms eficientes que las dems. Es preciso advertir aqu que no necesariamente son mejores, por cuanto ello implica la introduccin de un juicio de valor. Como ya hemos dicho, los valores, las creencias y otros elementos de la cultura no son comparables entre s. En cambio, los instrumentos de la civilizacin pueden permitir a esta un mayor o menor dominio sobre la Naturaleza. En consecuencia, una civilizacin tecnolgicamente ms avanzada que otra estar en condiciones de proporcionar una mayor probabilidad de supervivencia a sus miembros, y una mejor calidad de vida, por lo que se puede calificar de mejor que otra ms atrasada. Slo en este sentido cabe, pues, aplicar tal calificativo, pero no en el mbito de los valores. Cuestin distinta es el frecuente desfase entre los elementos de la cultura y su aplicacin material en instrumentos de la civilizacin a que nos hemos referido en el captulo I. A este respecto, Ogburn (1964), puso de relieve que los avances tecnolgicos suelen ir muy por delante del control cultural -por lo general a travs de normas de un tipo u otro- que las sociedades 73

son capaces de desarrollar. Esto origina problemas a menudo muy graves, en los ms diversos mbitos, laborales, econmicos o incluso blicos. As por ejemplo, la actual preocupacin por los temas de la contaminacin, no es sino resultado del lag entre las necesidades de la produccin industrial y la capacidad poltica y normativa de las sociedades para mantenerla dentro de los lmites que el bienestar de la mayora de la poblacin exige-Una perspectiva del cambio social que ha alcanzado gran difusin ha sido la que caba denominar conflictiva, que tuvo su ms seero representante en Karl Marx. No vamos aqu a entrar en ella, por cuanto le prestaremos la necesaria atencin en temas posteriores, al ocuparnos de la estratificacin y de las modalidades del conflicto. En todo caso, nos limitaremos a recordar que la propiedad o no de los medios de produccin marcaba la diferencia entre capitalistas y proletarios, originando un conflicto histrico entre los intereses de ambas clases, lo que ha producido una sucesin de cambios y de etapas, que culminaran en una revolucin de los explotados y finalmente en una sociedad sin clases y sin Estado. Como en el caso de tantos otros autores, la gran diferencia entre estas predicciones de Marx y la realidad, demuestra la dificultad de prever a qu aspectos concretos y en qu proporcin afectar el cambio a la sociedad. En definitiva, en todo lo que concierne a esta es mucho ms fcil postdecir que predecir. En lo que respecta en particular al cambio de los regmenes polticos, Moruno (1980), ha propuesto una clasificacin bastante comprensiva, que diferencia entre: 1) cambio continuo y discontinuo; 2) pacfico y violento; 3) equilibrado y desequilibrado; 4) fundamental y marginal; 5) acelerado y lento; 6) interno y externo. Este ltimo diferencia entre acontecimientos que provocan el cambio, como derrotas u ocupaciones militares, de orden causal, frente a otros tipos de cambio, ms operativos, como el l), que distingue entre la ruptura y la adaptacin al cambio de las condiciones, el 2), entre convulsiones interiores y formas legales y controladas, y el 4), entre una transformacin total, al pasar de un rgimen a otro, o por el contrario de manera gradual, adaptndose. La dinmica del cambio es bidireccional y puede comprender aspectos muy diversos; la decadencia o la estabilidad de los regmenes no son las nicas circunstancias a tomar en consideracin. Segn Richard Rose (1969), con arreglo a la forma de ejercer su autoridad, pueden legitimarse o aislarse, y recurrir a la coercin en lugar de reconocer una repudiacin que prelu74

dia su fin. Morlino llega por su parte a establecer nueve fases, desde la crisis a la reconsolidacin, pasando por la transicin continua o discontinua, y la persistencia estable o inestable (Rouqui, 1985).

2. TECNOLOGA Y EVOLUCIN DE LA SOCIEDAD Hasta el siglo XVIII, predomin en el planeta un tipo de sociedades cuya economa se apoyaba fundamentalmente en la agricultura. A partir de entonces se produce la denominada revolucin industrial, en que las aplicaciones de la tcnica a la produccin y a la vida cotidiana transformaron irreversiblemente el mundo, no solo en sus aspectos materiales, sino tambin en sus valores y consiguientes comportamientos. A partir de mediados del siglo XX se hacen notorios nuevos avances tcnicos, con importantes consecuencias sociales, que unos han denominado la segunda revolucin industrial, y otros (D. Bell, 1973) la sociedad postindustrial, en la cual la poblacin activa de los pases ms avanzados, dedicada al sector secundario, disminuye relativamente, al par que aumenta la de servicios. I-o que debe quedar claro es que el fenmeno ms importante de la poca moderna no es el capitalismo sino la difusin de la tcnica aplicada, la mecanizacin. A partir de ella todas las sociedades se han transformado, en mayor o menor proporcin, cambiando los papeles tradicionales de la mujer, los sistemas familiares y religiosos, la estructura de clases, los hbitos laborales, la tctica y la estrategia militar, multiplicndose las especializa-ciones, las empresas mercantiles y financieras, la productividad, los transportes y comunicaciones, las instituciones y asociaciones de todas clases, originndose fuertes migraciones rural-urbanas, un cierto incremento de los -sistemas democrticos, y en suma, una sociedad de masas sin precedentes en la Historia humana, que fundamentalmente caracteriza a esta nueva forma de civilizacin es su capacidad de acumular y controlar energa e informacin, como bases del dominio tecnolgico. Como ha sealado Linton (1942), las invenciones y descubrimientos cientficos tienen los ms diversos orgenes, pero fue la cultura occidental la que supo encontrarles aplicacin industrial a partir de finales del siglo XVIII, y ello le ha permitido el dominio econmico y poltico, al cabo de algn tiempo, de todas las dems culturas. Por supuesto, subsisten las diferenciaciones entre estas, pero al mismo tiempo se observa una tendencia irresistible a la difusin de una sola civilizacin material, que usa mundialmente unos mismos instrumentos y elementos de la tcnica, hoy insustituibles. 75

Advirtase que este dominio es histricamente un fenmeno muy reciente, por cuanto la aplicacin del desarrollo tecnolgico a la vida cotidiana lo ha sido tambin. Antecedente obvio fue el avance en las tcnicas de construccin naval y navegacin, que permitieron a los europeos el descubrimiento de Amrica y la creacin de colonias mercantiles -luego focos de dominacin poltica- en frica, Asia y Oceana. Igualmente, la expansin del capitalismo y la mentalidad empresarial, a que nos referiremos despus. Pero si contemplamos la evolucin de la Humanidad, limitndonos a solo los ltimos 50.000 aos, el desarrollo de la tecnologa y sus consecuencias sociopolticas aparecen como un acontecimiento prcticamente actual. Equiparando ese espacio de tiempo a 24 horas, resultara que el hombre vivi en las cavernas hasta las 19 horas, invent la imprenta hacia las 23,45, la mquina de vapor hacia las 23,55, y en el ltimo minuto y medio, la prctica totalidad de los bienes materiales que usa a diario, as como invenciones y descubrimientos trascendentales, como la aviacin y la radio comercial, la televisin, los antibiticos, la mayora de los anticonceptivos, las aplicaciones de la energa nuclear, los ordenadores, etc. Como ya hemos dicho, no solo la tecnologa en cuanto tal, sino las aportaciones de Coprnico y Galileo, que demostraron que la Tierra no era el centro del Universo, de Darwin, que hizo ver el origen evolutivo del hombre, de Freud, que sac a la lux los aspectos menos racionales de la mente humana, y desde finales del XIX, de la Antropologa y la Sociologa emprica, presentando la diversidad de los comportamientos humanos, sentaron las bases de las Ciencias Sociales modernas, y por ende, de la mejor comprensin de los factores de cambio social. Si su capacidad de predic-cin, como sabemos, es muy limitada, no es menos cierro que han contribuido en e! ltimo siglo a un conocimiento sin precedentes de todo lo que concierne a los fenmenos de la sociedad, especialmente de sus transformaciones, c incluso a la produccin misma de estas.

3. EL PAPEL DE LAS IDEOLOGAS En el origen de la sociedad industrial desempe tambin un papel muy importante una ideologa concreta, de carcter religioso, que Max Wcber analiz magistralmente en su obra "La tica protestante y el espritu del capitalismo ''. Segn Weber, fue esta tica el factor diferenciador c impulsor de una nueva clase empresarial, que promovi un cambio econmico decisivo desde Europa Central. Colapsado el sistema feudal, el capitalismo incipiente hace mucho ms hincapi en el status adquirido que en el adscrito, en 7G

la iniciativa privada, en la especializacin, en la libertad de trfico, contratacin y comercio, en instituciones financieras e industriales modernas, y por supuesto en el uso de la tcnica. Surgi un nuevo tipo de personalidad disciplinada y entregada a su trabajo, que obtena la seguridad de su salvacin dedicndose totalmente a su labor, como una forma especial de ganarse el favor divino, y que rechazaba lujos y placeres. Todo ocio era pecaminoso en s. I-a iniciativa, el ahorro, la sobriedad y la autodisciplina eran valores bsicos para los calvinistas, y el xito en el trabajo era considerado como un signo del apoyo celestial ante la incgnita de la predestinacin. La extensin a millones de personas de esta manera de contemplar el mundo, penetr con el tiempo en la cultura misma, haciendo que el trabajo asiduo asumiese un valor en cuanto tal!, al par que poco a poco desapareca su connotacin religiosa. Como dice Weber, una vez que el capitalismo se convirti en el orden econmico ms generalizado y dominante, no necesitaba ya de la religin. La actual creencia en el trabajo duro, la iniciativa y el xito como valores predominantes en la cultura norteamericana y otras, son buen ejemplo de ello, frente a valores distintos y hasta hace poco muy difundidos en otras sociedades, incluso del Sur de Europa, como la exhibicin del ocio en cuanto mximo ejemplo de consumo ostentatorio (tema sobre el que volveremos ms adelante). Asimismo, es preciso sealar que en el desarrollo tecnolgico, cuya importancia antes hemos subrayado en cuanto forma de dominacin, influy tambin considerablemente el calvinismo. Como ha puesto de relieve Merton (1973), mientras los protestantes tendan a interesarse por la Ciencia experimental, los catlicos estudiaban preferentemente cuestiones clsicas y teolgicas. Otra ideologa que tuvo gran influencia en la aparicin de la sociedad industrial fue la del progreso. En las antiguas culturas, se parta del supuesto de que las divinidades constituan la fuente primordial de la dinmica social. El hombre careca de toda posibilidad de influir en las decisiones de! ms all, y por tanto se originaba una visin fatalista que todava hoy subsiste en muchas regiones del mundo, y que en el fondo es un obstculo a la remocin de los obstculos que se oponen a la consecucin de libertades y derechos. Pero las ideas que acompaaron a la Ilustracin (con antecedentes en Erasmo y Guillermo de Ockham, entre otros), establecieron el principio de que el hombre era capaz, por su sola razn, de entender el mundo, y aun de organizado en la forma que ms conviniera a sus intereses. Era la razn burguesa, que fcilmente confundi el progreso de su propia clase, con el de la Humanidad entera. 77

Los descubrimientos geogrficos y cientficos estimularon la sustitucin de los antiguos principios dogmticos poltico-religiosos por la creencia en el avance, la mejora tcnica, la innovacin, la educacin y la riqueza. No obstante, pensadores como Rousseau, Tocqueville y Dirkheim mostraron su desilusin por el hecho de que el hombre no era efectivamente capaz de alcanzar un verdadero progreso y mejorar su condicin humana. Otros, como Spengler, Toynbee o Sorokin advirtieron la existencia de pautas cclicas de crecimiento y retroceso en pocas sucesivas. Pero la realidad es que hasta comienzos del siglo XX se mantuvo el auge de esta ideologa, que, promoviendo la fe en un futuro ms bien nebuloso de bienestar y paz para todos cumpli importantes funciones de apaciguamiento, no muy diferentes de las que hasta poco antes haban llenado las creencias religiosas. El transcurso del tiempo demostr que el comportamiento humano no se atena a unas supuestas leyes universales, que las Ciencias aplicadas slo aprovechaban de inmediato a algunas minoras, que la Historia no era movida por la razn sino por la ambicin individual y por la lucha entre grupos de diferentes intereses y niveles sociales, que las frreas leyes de la libre empresa impedan la mejora generalizada de las condiciones de trabajo y que la terica igualdad jurdico-poltica estaba lejos de verse acompaada por la econmica educativa y social. La I Guerra Mundial y el hundimiento econmico de 1929 culminaron los motivos de desaparicin de esta creencia, de la que en ocasiones subsisten restos meramente retricos en la fraseologa de algunos polticos. Tras la 11 Guerra Mundial, aupada por la victoria aliada, surge primero en Estados Unidos y luego en el mundo occidental, una oleada de optimismo que se concreta en una nueva ideologa; la del desarrollo. Presenta esta importante semejanzas con su predecesora, la del progreso. Los descubrimientos y aplicaciones de la tcnica, con las espectaculares previsiones del uso pacfico de la energa nuclear, los avances de los transportes, las comunicaciones y la Medicina la "pax americana" impuesta a casi la mitad del globo, la inmensa expansin comercial e industrial, y la superacin definitiva de las consecuencias de la depresin de los aos 30, hacen pensar en una prosperidad ilimitada. Los pases vencidos en la guerra, sobre todo Alemania y Japn, se recuperan a velocidad insospechada y asimilan muchos de los valores del "credo americano". Junto a ellos, en el mundo occidental y en otros muchos lugares del planeta, se absorbe tambin la creencia de que el ameri-can way of life constituye para todos una meta no solo deseable, sino 78

imprescindible. Se estimula a travs de los medios de masas un consumismo irracional, que sustituye a viejos valores y formas de ocio, de diversin, de convivencia, y aun religiosas, a las que se considera ya periclitadas. Como ha sealado Francisco Murillo, esta ideologa del desarrollismo va a encubrir en unos casos, variedades de paternalismo poltico y econmico no pocas veces prximas a la dictadura. En otros, es utilizada nuevamente como medio de apaciguamiento, por cuanto bajo ella subyace una visin optimista de la Historia, no una visin dialctica de la Historia. Se presentaban as como indiscutibles, las tres siguientes premisas: 1) el desarrollo abarcaba o abarcara todos los niveles sociales y todas las regiones; 2) su carcter era bsicamente econmico, no poltico; y 3) avanzbamos todos hacia l (o en l) con paso firme e inalterable. Junto a la funcin de apaciguamiento antes mencionada, la ideologa del desarrollo cumpla otra no menos trascendente: !a de legitimacin. Se justificaba la imposicin de unos sacrificios a todo un pueblo o la existencia de unas desigualdades, sociales o regionales, sobre la creencia, cuidadosamente cultivada, de que en algn momento impreciso del futuro, todos alcanzaran los beneficios del desarrollo. Durante los aos 60, al menos en el mundo occidental, la evolucin de los acontecimientos pareci prestar algn apoyo a esta ideologa. En una coyuntura de expansin muy favorable a las grandes corporaciones, y sobre una creciente espiral de crditos y prstamos, una oleada de prosperidad hizo disfrutar a millones de personas de bienes y servicios a los que poco antes no haban podido ni siquiera aspirar. Surgi toda una clase media nueva -sobre todo en pases como Espaa- que precisamente por su rpida movilidad ascendente era -y es- enormemente conservadora en lo poltico. Por el momento lo que importaba era el desarrollo econmico. Con lo que se escamoteaba todo pensamiento de ampliacin o comienzo -segn los casos- de la participacin del pueblo en las decisiones polticas, a cambio del disfrute inmediato de ciertos bienes materiales. Con estas adquisiciones, tantas veces a costa de innumerables sacrificios y frustraciones, no solo se estimulaba la economa, sino que se contentaba a las masas, limitando el mbito de sus aspiraciones, evitando que pensaran en sustituir a las oligarquas dominantes. Es decir, si elevaban su nivel de consumo, reduciran sus aspiraciones polticas y "nosotros" no correramos ningn riesgo de bajar del poder. La hipocresa bsica de la ideologa desarrollista encontr una de sus mejores expresiones en el pdico y frecuente trmino * 'pases en vas de de79

sarrollo" o "en desarrollo", que continan an hoy usndose, a la vista de las connotaciones peyorativas del concepto "subdesarrollo". Se heredaba del viejo progreso la suposicin de que los beneficios del desarrollo alcanzaran alguna vez a los numerosos territorios que an no lo disfrutaban. Por tanto se da por sentado que tarde o temprano llegarn a l, cosa que es preciso comprobar, como luego veremos. Ahora bien, el desgaste de esta ideologa ha sido mucho ms rpido que el de su predecesora, a Jo que han concurrido una serie de circunstancias. Ante todo, y aun en los momentos de mayor euforia, existan ya graves preocupaciones sobre las consecuencias de la masificacin urbana y la industrializacin incontrolada sobre el equilibrio ecolgico. Desde entonces, esta fundada actitud solo ha tenido motivos para seguir creciendo, ante la constante reduccin de la masa forestal mundial, la imparable contaminacin de las aguas y la atmsfera, y el agotamiento de recursos naturales y energticos. Por citar un solo ejemplo, es bien sabido que la poblacin de Estados Unidos (5% de la mundial) absorbe -a menudo despilfarra- un tercio de la energa y las materias primas totales. Innumerables ejemplos de destruccin ambiental y paisajstica, los casos de contaminacin nuclear, y otras circunstancias, han llevado a una creciente conciencia de que este deterioro no solo es evitable, sino que sus desproporcionados beneficios son privilegio exclusivo de una insignificante minora, que utiliza la tcnica y la ley para su medro personal. Al igual que en 1929, la crisis econmica iniciada en 1973 demostr lo falso de las premisas del desarrollismo, y datos econmicos y demogrficos recopilados desde entonces -que despus trataremos con algn detallehacen ver que el autntico desarrollo se reduce a una fraccin que tiende a ser cada vez ms pequea de la poblacin del planeta. Todo ello, con independencia de que no se puede hablar de desarrollo econmico separndolo del disfrute de libertades*/ derechos plenamente democrticos. En consecuencia, aunque en los discursos de los polticos y en ciertos medios de masas aparecen aun con alguna frecuencia connotaciones de la ideologa desarrollista, se tiende a hacer menos uso de ella, en particular por las duras reacciones que puede suscitar.

4.-^ CONSECUENCIAS INTERNACIONALES DE LA DICOTOMA POBLACIN-PRODUCCIN La mejora de las condiciones higinicas de la poblacin y una serie de avances mdicos comenzaron a reducir la mortalidad -sobre todo infantil-hace ya ms de tres siglos, con lo que se apreci de inmediato un crecimien80

to de la poblacin sin precedentes. Ya en su conocida obra "Ensayo sobre el Principio de poblacin" (1718), Thomas Malthus mostr su preocupacin a! respecto, distinguiendo entre los que denomin frenos positivos y frenos preventivos a este crecimiento. Hacia 1830 se lleg por primera vez a la cifra de mil millones de seres humanos, y un siglo despus se alcanzaban los dos mil millones. Slo treinta aos ms tarde, en 1960, el volumen de poblacin ascenda a tres mil millones, se pasaba a cuatro mil en 1975, a cinco mil en 1987, y al iniciarse el siglo XXI se calcula que habr unos seis mil quinientos millones de personas. Desde entonces los demgrafos estiman que se aumentar en mil millones cada nueve aos, segn lo previsible en funcin de la poblacin y la tendencia actual. Naturalmente, este incremento no podr continuar por mucho tiempo al mismo ritmo. Actualmente se observan importantes diferencias entre los distintos pases en cuanto a su respectivo crecimiento. Histricamente se denotan tres fases sucesivas, de alta natalidad y alta mortalidad (correspondiente a sociedades primitivas o de la antigedad), alta natalidad y baja mortalidad (en la que entran la mayora de los pases del llamado Tercer mundo), y finalmente bajas natalidad y mortalidad, en que se incardinan las sociedades de economa avanzada, socialistas o capitalistas. El problema de los pases que se encuentran en la segunda etapa, presentado cu la forma ms simplista, radica en que su poblacin crece mucho ms aprisa que su produccin. Y ello, con independencia de las fuertes desigualdades de riqueza ya existentes en su interior, o de otros importantes factores, como la pesada deuda externa de la mayora de ellos, que es una remora al incremento de tal produccin. Ello provoca un creciente paro, mayores diferencias sociales, fuertes emigraciones a los centros urbanos, crisis de hambre, epidemias, bajo nivel de vida, y en definitiva problemas sociales y polticos de muy difcil solucin a corto plazo. A la difusin de tcnicas que reduzcan la natalidad se oponen a menudo factores de orden cultural y material que por su propia naturaleza cambian solo con lentitud. As, actitudes enraizadas en la cultura, o de orden religioso, propicias a tener muchos hijos, bajo nivel educativo e ignorancia de tcnicas de control de la natalidad, o insuficiencia econmica para adquirir los medios necesarios, y circunstancias similares, hacen que muchos colectivos humanos no limiten su natalidad hasta que no alcanzan unas ciertas condiciones mnimas imprescindibles. El resultado es un crculo vicioso del que ellos son las primeras vctimas. Por ejemplo, a co81

mienzos de los aos 70 se calcul que haba ms probabilidades de muerte para una madre abortante en la India que para un soldado en el campo de batalla de Viet-Nam. Advirtase que incluso en pases avanzados el control de la natalidad est muy lejos del ideal que se supone. As, aproximadamente una quinta parte de los nios nacidos en Estados Unidos en los aos 70 no haban sido deseados por sus padres. Inevitablemente, esta cuestin alcanz proyeccin poltica en los foros internacionales. Los sucesivos Congresos Mundiales de Poblacin, a partir los aos 60, fueron escenario de duras polmicas entre los demgrafos occidentales, por un lado y los de los pases socialistas y del Tercer Mundo, por otro. Mientras los primeros sostenan que era condicin previa e indispensable la reduccin de la natalidad, antes de alcanzar un crecimiento econmico sostenido, los otros decan que las desigualdades internas y con los desarrollados tenan que reducirse, dentro de una sociedad ms equitativa, en que una minora no monopolizase en su provecho los medios de produccin. En definitiva, un dilogo de sordos que se prolong dos dcadas, y que recientemente ha llegado a una especie de entente eclctica, en el sentido de que ambas soluciones deben procurarse ms o menos en forma simultnea. De hecho, ya Japn en 1948 legaliz el aborto y sancion el uso de anticonceptivos, de manera que su tasa de natalidad se redujo de 35 por mil a 16 por mil con rapidez inusitada. Por su parte, la India, con cerca de 800 millones de habitantes hoy, ha propugnado un mximo de dos hijos por pareja entre sus funcionarios pblicos y otros, mediante diversos incentivos. Y a partir de 1980, China ha establecido en forma muy radical el principio del hijo nico por pareja, con fuertes sanciones fiscales a los infractores (salvo si la primera es hija, desde 1988). El Banco Mundial publica peridicamente "informes sobre el Desarrollo Mundial'\ cuyos datos permiten ilustrar en forma muy clara toda esta problemtica del actual contraste entre pases industrializados y no industrializados, en base a la dicotoma poblacin-produccin. A la vez, cabe realizar algunas predicciones de las tendencias previsibles, en funcin de uno y otro factor, para ambos conjuntos de pases. Ello permitir determinar si realmente los no industrializados estn o no en vas de desarrollo. Concretamente, en el Atlas 1984 de dicho Banco, aparecen datos concernientes a unos 170 territorios y Estados-nacin, inidentificables en dicha fecha, y de los que vamos a seleccionar algunos referentes a la poblacin y la renta p.c., para dos conjuntos de pases. Se trata de elegir solo los que se 82

encuentran en la parte superior y en la inferior, respectivamente, del ran-king mundial, para presentar mejor el contraste entre unos y otros. Si utisemos de comentar todos, adems, este empeo nos llevara ms all del propsito y de la extensin adecuados al presente tema. De manera que prescindimos no solo del voluminoso grupo de los ''intermedios" (entre ellos la URSS y Espaa), sino tambin de los exportadores de petrleo, debido a la peculiaridad de la composicin de su renta, derivada, por as decir, de un monocultivo, que les aleja del concepto usual de desarrollados, el cual requiere una apreciable diversificacin de recursos. Excluimos tambin el caso especial de China, no solo por su reciente y brusco cambio en la natalidad, ya comentado, sino por la escasa fiabilidad de sus estadsticas de produccin, aunque parecen haber oscilado en las dos ltimas dcadas alrededor de un 4% sostenido, acumulativo. Los diecinueve pases desarrollados (que se enumeran al pie de la tabla adjunta), tenan en 1982 una poblacin total de 723 millones de habitantes, cuyo lento crecimiento, en conjunto, de solo el 0,6% anual -y en algunos casos nulo-, significa que en el ao 2000 habrn alcanzado unos 780 millones de habitantes. En el mismo periodo, los 33 pases "de bajos ingresos" habrn subido desde 1260 millones a unos 1900 millones de habitantes, considerando que, segn los casos, su incremento oscila entre el 1.9% y el 2,9% anual. El grupo de pases "ricos" se reducir respecto a la poblacin mundial total, desde el 16% al 12%, al par que los "pobres" aumentarn del 27,4% al 29% de aquella. El grupo de pases desarrollados presentaba una renta media p.c. de algo ms de 11.000 dlares en 1982. Suponiendo que se mantengan a un ritmo del 3,3% acumulativo -como est comprobndose en los aos transcurridos desde 1982- para comienzos de siglo habrn superado ampliamente los 20.000 dlares p.c. Advirtase que a estos pases les afectan menos las oscilaciones de precios de las materias primas o las crisis econmicas, y tienen abundantes medios de eludirlas, compensarlas o repercutirlas en otros, menos poderosos y ms dependientes de ellos. Al mismo tiempo, los pases "en vas" de desarrollo, cuyo crecimiento econmico oscilaba entre el 1,1% y el 2,1% acumulativo, pasarn de unos 250-280 dlares p.c. en 1982, a slo 326 o 398 dlares, segn los casos, en el ao 2000. (Vase tambin el grfico que reproducimos de Magstadt y Schotten). Comparando pues, las respectivas evoluciones de la poblacin y la renta de ambos grupos de pases, para los prximos aos, se hace evidente que 83

DIFERENCIAS NORTE - SUR EN 1982 Y 2000 Pases desarrollados 1982 2.000 723 780 0,6 11.070 3,3 16 12 1 a 42 (2) 1 a 63 (3) 1 a 52 20.500 250-280 393(3) 326 (2) Pases en desarrollo 1982 2.000

Poblacin (en Mili.) % A Pobl. 1982-2000 Renta p.c. en$ % A renta p.c. 1960-1982 % sobre Poblacin mundial Difa 1982 DiP 2000

1260

1900 (541 + 1360) 1.9-2,9(1)

(2) ' = 541 Mal 1,196 (3) = 1.360 Mal 2,1% 27,4 29

Fuente: Elaborado por J. Cazorla sobre datos del Atlas del Banco Mundial, 1984. Los pases desarrollados son 19, incluyendo USA, Canad, Islandia, Australia, Benelux, RFA y Francia. Los "en vas" son casi todos los subsaharianos, Guatemala, Nicaragua, El Salvador, Hait, Bolivia y algn asitico como Bangla Desh. Se excluye China, pero se incluye India. En total suman 33 pases. (1) India y algn otro suman unos mil millones, que crecen al 1,9%. Los dems, al 2,9%. (2) La renta de unos 540 millones de habitantes crece al 1,1% anual. (3) La renta de los 1.360 millones restantes crece al 2.1% anual. r la distancia entre unos y otros era en 1982 de 1 a 42. Dicho de otro modo, los ingresos de un habitante medio de los "ricos" equivalan a los de 42 "pobres". En el ao 2000, esta distancia habr aumentado hasta 1 a 52 o incluso hasta l a 63, segn los casos. Lo cual es demostracin de la falacia de suponer que los "pobres" se encuentran "en vas" de desarrollo. De hecho, cada vez se alejan ms de los "ricos". Con lo cual se cumplir pero a escala global, no nacional- la famosa prediccin de Marx, en el sentido de que los ricos seran cada vez menos numerosos y ms ricos, y los pobres cada vez ms, y ms pobres an. Esta quizs sea la gran paradoja de !a sociedad postindustrial, de la sociedad del prximo futuro. La situacin, adems, se complica para los menos desarrollados como consecuencia del abrumador peso de su deuda exterior, la cual en 1986 84

EL CONTRASTE NORTE - SUR Medido con arreglo a su producto nacional bruto, el Hemisferio Norte es un gigante que controla la mayor parte de la riqueza del planeta. Por el contrario, medido segn su poblacin, el Sur constituye una masa en aumento, cuyos problemas econmicos se multiplican por causa de sus elevadas tasas de natalidad.

FUENTE: T.M. Magstadl y P.M. ScboUcn. "Undestanding PoIitics", St. Martn Press, New York 1964.

85

ascenda en total a ms de 800.000 millones de dlares, que muy pocos estn en condiciones de amortizar, y ni siquiera de pagar en sus intereses. Polticas pblicas muy frecuentes de adquisiciones ostentosas, de lneas areas intiles, de compra de costosos armamentos, contribuyen a mantener graves dficits, fuertes desigualdades interiores, e inevitablemente, acarrean tensiones polticas que la violencia no puede eliminar, y que contribuyen a cerrar el crculo vicioso de la pobreza. En otro lugar nos referiremos a la problemtica del conflicto y la violencia poltica. La fuerte desigualdad internacional que se deduce de estos datos, y que ha sido frecuentemente denominada el contraste Norte-Sur, se refuerza merced a algunos otros factores que slo vamos a enunciar muy brevemente. Ante todo, en los pases ms desarrollados de economa de mercado, suele encontrarse un subproletariado inmigrante (muchas veces en forma ilegal o irregular), el cual ocupa el ltimo escaln de la pirmide social y que desempea las tareas que no agradan a los nacionales, o que estn peor pagadas. Tal es el caso de los chicanos en Estados Unidos, en donde suman varios millones, los turcos en la RFA, y los africanos en varios pases de Europa occidental. Por otro lado, los pases "en desarrollo" mantienen fuertes lazos de dependencia con los ms avanzados -a menudo sus antiguos colonizadores-que controlan muy de cerca su deuda exterior, sus importaciones de maquinaria y tecnologa, su adscripcin a grupos o pactos internacionales., las inversiones de las oligarquas gobernantes, e incluso su poltica interior. En estos pases, el concepto de soberana nacional -en cualquier caso hoy tan desgastado- no es ms que una caricatura de su habitual significado terico. Dicho en pocas palabras, en ambos bloques, la dependencia econmica y tecnolgica se traduce en dependencia militar y poltica. No pocas veces, se proclama enfticamente por los responsables de los pases ms avanzados la concesin de prstamos y otras "ayudas" financieras o tcnicas a los ms atrasados. Aparte de que por esta va -como decimos- se refuerzan los vnculos de dependencia, es frecuente que haya fuertes diferencias entre los objetivos a que aparentemente se destinan tales ayudas y su uso real. Entre aquellos, se suele consignar la mejora de la Administracin pblica, la mejor distribucin de la renta, la elevacin del nivel de vida, la aplicacin efectiva de derechos cvicos y sociales, el desarrollo de instituciones democrticas, la creacin de servicios pblicos y otros similares. De hecho, demasiadas veces se utilizan para reforzar Gobiernos propicios, aunque acten dictatorialmente, para comprar influencias o manipu86

lar votos, para apoyar polticos corruptos o Juntas militares, o para ejercer presiones sobre quienes intenten salirse de la rbita que se les ha impuesto. No negamos, en fin, la posibilidad de que se aspire a alcanzar un desarrollo equilibrado. Pero para que se pueda hablar de tal, sin demagogia ni propaganda alienante, este habr de ser integral, generalizado, sostenido, y sobre todo, democrticamente controlado.

5. LA MODERNIZACIN: FASES Y EFECTOS Varias docenas de pases poco o nada desarrollados, en casi todos los casos pertenecientes al llamado Tercer Mundo, obtuvieron presencia nter-nacional a partir de los procesos de descolonizacin subsiguientes a la II guerra mundial. Sus problemas, a que ya hemos aludido, y sus tuertes diferencias con los mundos capitalista avanzado y socialista, provocaron la aparicin de teoras especficas sobre la evolucin y consecuencias del rpido cambio social que en su mayora mostraban. En particular, la teora de la modernizacin ha intentado obtener una pauta o modelo aplicable a tales pases, a partir de lo ocurrido en los que ya alcanzaron un estadio superior. Advirtase que por consiguiente se supone que lo deseable es llegar a dicho estadio, o sea a una situacin de economa avanzada como la de los pases hoy desarrollados, lo que inevitablemente implica la aceptacin de ciertos valores, no siempre comunes en sociedades no occidentales. Algn autor, como Smelser (1976), ha propuesto la sustitucin del trmino "desarrollo econmico", cuyas connotaciones conocemos, por el de "modernizacin", tal vez ms neutral. El proceso de modernizacin exige la sustitucin o superacin de una serie de barreras incardinadas en las so-ciedades tradicionales, como cienos valores y vinculaciones familiares y parroquiales, formas adscriptivas de estratificacin, o actitudes de rechazo a tcnicas o procedimientos cientficos. Una parte de este proceso radica en 1 a diferenciacin estructural, es decir, en una mayor divisin del trabajo, la construccin de un sistema educativo adecuado, y la promocin de partidos polticos (en lugar, por ejemplo, de vinculaciones tribales). Tambin se hace necesaria la integracin, manifestada en nuevas formas de asociacin y grupos de adscripcin voluntaria, sindicatos de trabajadores, y otros similares, que contribuyen a unir una poblacin polticamente difusa. Y un tercer rasgo de todo este proceso es la disrupcin, de manera que todos los cambios ocurridos forzosamente han de dar lugar a tensiones y conflictos, a desfases entre instituciones que se aferran al pasado y otras que se modifican 87

rpidamente, y a menudo a desrdenes de carcter ms o menos generalizado. Una perspectiva ms amplia del proceso de modernizacin, sin embargo, es la que con considerable difusin- ha venido sosteniendo CE. Black (1966), quien a partir de un anlisis histrico de la evolucin de ciertos pases occidentales, establece unos determinados problemas crticos, con los que todas las sociedades modernizantes han de enfrentarse. Tales problemas son; el reto de la modernidad, la consolidacin de un liderazgo modernizante, la transformacin social y econmica, y la integracin de la sociedad. Conviene prestarles alguna atencin, por cuanto resultan bastante tiles para entender en qu momento o fase del proceso se encuentran determinados pases, y cuales son las dificultades con las que an pueden tropezar. Naturalmente, todo ello dentro de los amplios mrgenes de lo que no es ms que una tipologa genrica. Es evidente que las sociedades que consiguieron modernizarse antes, como Inglaterra, tuvieron ms tiempo para absorber el impacto de la tecnologa y de los nuevos conocimientos e ideas que comenzaron a difundirse a partir de los siglos XVI y XVII. El crecimiento urbano, la mayor movilidad y la necesidad de organizar mejor los recursos humanos, condujeron al desarrollo de nuevos negocios y de comunicaciones ms eficientes. La autoridad real se consolid y la administracin pblica, en particular la fiscal, se perfeccion. Aunque los gobernantes tradicionales aceptaron reformas, siempre lo hicieron esperando conservar sus plenos privilegios. Slo cuando se produjeron las revoluciones inglesa, francesa y americana, desapareci finalmente el marco oligrquico de la sociedad tradicional. La consolidacin de un liderazgo moderno requiri a menudo cambios violentos, como los ocurridos en Turqua, China o Cuba. Otros se produjeron sin violencia, como en el caso del fin del rgimen Tokugawa en Japn, en 1868. La reforma de la propiedad agraria fue igualmente un rasgo comn a esta consolidacin, por cuanto aquella era el sector ms conservador de la sociedad y era necesario a la vez aumentar la productividad de la agricultura y proporcionar capital a las inversiones en la industria. La resistencia de los latifundistas en pases de Latinoamrica y Cercano Oriente provoc en muchos casos revoluciones polticas abiertas. Slo un puado de pases contaban adems con una estructura estatal y una identidad nacional suficientemente desarrolladas y estables para acometer su modernizacin, sin tener que ocuparse al mismo tiempo de defender sus fronteras. Para otros muchos, el nacionalismo no constituy un fin en s, sino un medio para al88

canzar la modernizacin. La lucha de pases como Alemania e Italia por alcanzar su unificacin, o la de otros por lograr su independencia fue un paso previo y difcil, pero imprescindible para llegar a dicha meta. I-a fase de transformacin social y econmica, corresponde al momento del acceso de unos lderes modernizantes al poder poltico, y del desarrollo de una sociedad predominantemente urbana, en que el foco de la movilizacin se concentra en el conjunto de aquella. Como dice Black, esta fase del proceso de modernizacin es menos dramtica que la anterior, pero mucho ms profunda. Al fin y al cabo, los acontecimientos de aquella afectaron en poco a la vida cotidiana de los ciudadanos, y en todo caso lo hicieron muy lentamente. Por el contrario, a partir de este nuevo periodo, el cambio que advierte el hombre medio de los pases avanzados en sus valores y forma de vida, es mayor entre mediados del siglo XIX y del XX, que el que se registra entre la antigua China o Egipto y los comienzos del periodo moderno. Recurdese que es en este momento cuando se desarrolla virtualmente toda la ciencia aplicada y la tecnologa. Se produce una concentracin de esfuerzos en el mbito del Estado-nacin, que se cierra un tanto en s mismo, intensificndose el nacionalismo, como antes hemos sealado. Se produce a la vez un trasvase de la poblacin rural al medio urbano, y durante esta fase se edifica la casi totalidad de las instalaciones industriales y del sistema de comunicaciones. Crecen la educacin secundaria y la asistencia mdica, as como los servicios, que pueden llegar a representar la mitad de la poblacin activa, y se ensancha la base del grupo en el poder, con la aportacin de tcnicos y hombres de negocios. El peso de estos cambios lo soportan sobre todo los campesinos, que en gran nmero abandonan el medio rural y se marchan a residir a los suburbios de zonas industriales, manteniendo durante un tiempo muchos de sus hbitos y formas culturales. La cuarta fase del proceso de modernizacin ha recibido hasta veinte denominaciones diferentes, como las de sociedad integrada, de logro, ambiciosa, avanzada, de masas, tecnolgica, urbana, post-industrial, y otras. Lo esencial es que en ella, el fuerte trasvase rural-urbano transforma una sociedad relativamente estructurada por grupos regionales, profesionales y organizativos, que vinculan al individuo, en otra diferente, ms fragmentada y especializada, en que el individuo se encuentra relativamente ms aislado, y en la cual se refuerzan -aunque parezca paradjico- sus lazos con la estructura urbana e industrial. Esta le proporciona en forma ms flexible 89

un mayor acceso a oportunidades de educacin, consumo y diversos servicios. La renta nacional p.c. es alta, as como las prestaciones de la seguridad social, la educacin y el grado de ocio. Pero al mismo tiempo, surgen tambin ms posibilidades de desorganizacin cuando ciertos factores entran en conflicto, como ocurre en circunstancias de depresin econmica, en que aumentan el paro y otras variedades de desorganizacin social. En todo caso, la alta tasa de poblacin ocupada en los sectores secundarios y terciario y tambin el fuerte ndice del PNB suelen encabezar otros indicadores de orden educativo, asistencial, de comunicaciones y urbanizacin, que denotan cuales son los pases que han entrado en esta fase. Una importante diferencia con los que an se encuentran en la anterior radica en sus respectivas estructuras de poder poltico. El poder personal tiende a institucionalizarse a travs de la burocratizacin, diversificndose necesariamente, y coincidiendo con tendencias paralelas en la estratificacin social, que prima los conocimientos especializados. Al aumentar los grupos dirigentes, que dependen ya mas del mrito que de status adscritos -como veremos en un lugar posterior de este volumense reduce relativamente el nmero de los que ocupan el otro extremo de la escala social (al menos en el mbito de ciertos Estados-nacin, no de la comunidad internacional, .como ya hemos indicado). Igualmente tienden a perder importancia las discriminaciones por razn de sexo o raza. La movilidad social vertical se incrementa, con menor influencia de los orgenes sociales, y se ensanchan los estratos sociales medios, especialmente los asalariados. La desigualdad disminuye como causa y efecto de que la produccin en masa no puede sostenerse sin un consumo de masas. A la vez, descienden tambin las diferencias ideolgicas entre los grupos en competencia, establecindose cauces institucionalizados de resolucin de los conflictos. Naturalmente, todas las sociedades no han pasado (o, segn supone Black), pasarn por estas fases a ritmo similar. El hecho de que, por ejemplo, Nigeria se encontrase hacia 1960 en una fase tericamente similar a la de Alemania un siglo antes, no significa que la evolucin futura de aquella seguir una secuencia temporal similar a la de esta. De hecho, habra que retroceder mucho en la Historia europea, para encontrar un tipo de organizacin poltica o de desarrollo social y econmico, que permitiese establecer un verdadero paralelo. 90

Segn esta teora, las primeras sociedades que consolidaron un lideraz-go moderno fueron el Reino Unido y Estados Unidos, seguidas, tras la revolucin francesa, por Francia, Canad, Nueva Zelanda, el Benelux, Suiza, Alemania, Italia, los pases escandinavos, Espaa, Portugal, Austria, Grecia, los del este de Europa, y varios latinoamericanos tras su independencia. Otros alcanzaron esta fase por influencia occidental desde mediados del XIX a comienzos del XX, como Rusia, Japn, China, Turqua e Irn, y otros muchos de Asia y frica a partir de su proceso de descolonizacin. La transformacin social y econmica se inici en esa misma poca en los antes citados, completndose hacia 1945, salvo en el caso de Espaa y los que la siguen en la lista. Segn Black, en nuestro pas comenz esta fase hacia 1909, pero cuando redact su teora (1966) an no la haba completado. En nuestra opinin, y con todas las matizaciones que requiere esta tesis, no es aventurado suponer que -de aceptarla en principio- se cierra hacia 1975, en paralelo probablemente con el caso de Portugal, puesto que en ambos pases se sigue un proceso en lneas generales no muy diferente del descrito por el citado autor para ese periodo. Finalmente, se clasificaran en la fase de integracin social todos los pases que encabezan la lista, ms Espaa, Portugal, Austria, Grecia y quizs alguno ms, encontrndose en la fase de transformacin social y econmica muchos de los restantes, e incluso un considerable nmero estara pendiente an de consolidar un liderazgo moderno, sobre todo en frica. Hay algunos casos no fcilmente encuadrables en las sucesivas fases, como Israel, Liberia o Sudfrica. Por otro lado, aquellas no son lgicamente exactas, y muchas de sus circunstancias definitorias se solapan o se retrasan, debido a resistencias y tensiones internas. Lo que merece destacarse es que los dems aspectos del proceso de modernizacin se encuentran reiteradamente conectados con lo poltico. Como ha sealado Badic (1980), previniendo contra el influjo de las valoraciones en este terreno, las teoras del evolucionismo poltico no siempre han tenido en cuenta que "ms que una realizacin progresiva de la igualdad, la historia de las sociedades consagrara por el contrario la sucesin de diferentes conceptos de la igualdad y la justicia social, demostrando que cada modelo de organizacin social, lejos de imponerse como etapas o frmulas de transicin, concibe formas de relacin social que poseen significado propio, y a las que no cabe estudiar ms que desde ese punto de vista".

91

Por tal razn, prosigue este autor,, con respecto a algunas de las consideraciones que hasta aqu hemos efectuado, "el Tercer mundo, en su actual proceso de transformacin poltica, se enfrenta con una enorme contradiccin: modernizarse en funcin de una racionalidad poltica que no va de acuerdo con su identidad cultural, ni con su historia, ni con su estructura social, ni con su organizacin econmica. Esta situacin le presiona hacia su insercin en un sistema internacional dominado por Occidente -o por el Norte-, pero a la vez tropieza con la incapacidad propia de todo sistema social de crear, a corto plazo, una frmula original y duradera de desarrollo poltico. En consecuencia, la modernizacin poltica debe ser reconsiderada con relacin a esta circunstancia de ruptura, que explica bien los rasgos autoritarios que caracterizan la casi totalidad de los sistemas polticos del Tercer mundo".

6, ALGUNAS CARACTERSTICAS DE LA SOCIEDAD POST-INDIJSTRIAL Parece claro que las tesis de la modernizacin son, en cualquier caso, aplicables a las sociedades avanzadas, en las que cabra encontrar unos aspectos comunes, concretados en la diferenciacin, la institucionalizacin y la universalizacin. Ya hemos hecho referencia a la primera, por cuanto es evidente la creciente especializacin de roles, estructuras y funciones que se da en la familia, la escuela, y dems grupos sociales, religiosos y polticos. La adaptacin de estos a unas reglas del juego estables y comunes exige a la vez su institucionalizacin. De este modo, los roles sociales terminan por independizarse de su titular, lo que coincide con el tipo weberiano racional-legal. En lo que se refiere a la universalizacin, implica la disminucin de las relaciones particularistas y de la organizacin fraccional de la sociedad, tendiendo a crear una sociedad ms movilizada y participante, que se aleja de sus vinculaciones tradicionales, y que a la vez pretende la igualdad y la homogeneidad. De aqu la generalizacin del derecho de sufragio (como parte de un conjunto de derechos del ciudadano), la extensin de los principios de legalidad y territorialidad, y la aceptacin generalizada del modelo democrtico occidental. De aqu tambin las ya mencionadas dificultades de realizacin de este en sociedades marcadas, por ejemplo, por una cultura poltica tribal y no territorial. 92

Desde el punto de vista econmico, las sociedades avanzadas se caracterizan por la dominacin de la mecanizacin y la innovacin tecnolgica; por una economa monetaria condicionada por la existencia de un consumidor que se identifica con un pblico annimo; por una fuerte diferenciacin con respecto a otras esferas de actividad social y de empresas que separan productores y medios de produccin; y por la bsqueda del mximo beneficio, reduciendo los costos y valorando el xito econmico. En cuanto a su estructura social, se registra una mayor densidad de poblacin, el crecimiento de los centros urbanos y una atomizacin que se denota por ejemplo en la generalizacin de la familia nuclear. Aumentan en extremo las posibilidades de eleccin libre y no prescrita, por ejemplo en cuanto al cnyuge o las opciones polticas. AI mismo tiempo, se valora la innovacin frente a la tradicin, la secularidad respecto a lo sagrado, la despersonalizacin frente a lazos de clientela o familia, y los status adquiridos obtienen preeminencia frente a los adscritos. En lo que se refiere al plano poltico, la poltica se autonomiza cada vez ms con relacin a otros planos de la vida social, apareciendo un centro que pretende el monopolio de la funcin poltica, el control sistemtico de la periferia, y la creacin de burocracias capaces de hacerse cargo de las tareas de coordinacin y redistribucin. Ciertos grupos o formas de asociacin sindical o similar aseguran la transmisin de las demandas desde la periferia al centro, y el ejercicio del poder, en suma, no aparece ya como propiedad personal), sino como mandato derivado de una legitimidad popular que es en s intrnsecamente moderna (Badie, 1985). Ahora bien, la que Brzezinski llam "la sociedad tecnotrnica" favorece por otro lado una cierta personalizacin del poder, que compensa el exceso de burocratizacin y e! forzoso alejamiento de los dirigentes polticos, los cuales a menudo "utilizan eficazmente las ltimas tcnicas de comunicacin para manipular las emociones y dirigir las inteligencias", en una especie de resurgimiento de los carismas. Igualmente el saber -los conocimientos especializados- han adquirido una importancia cada vez mayor, que ha acuado el trmino tecnocracia. \A desempean pues, tcnicos que usan sus capacidades para adquirir y ejercer un poder poltico, sin posibilidad de eleccin por parte de los ciudadanos, lo que acrecienta el sentimiento de alienacin de estos. Como la burocracia se encamina hacia la consecucin de la eficacia, encaja mal con la disidencia o la crtica, caractersticas de la democracia. Por eso se acusa con tanta frecuencia de irracionalidad a la sociedad moderna, cuya 93

economa, adems, se caracteriza por estimular el consumo de bienes, a menudo superfluos, cuya necesidad previamente ha creado. La tecnoestructura utiliza la informacin como factor de poder, y en el fondo, de decisin, tanto en el plano de las Administraciones pblicas, como de las empresas, que terminan por actuar no solo en coordinacin, sino que se intercambian tcnicos y dirigentes, apareciendo una "lite polivalente". Esto explica tambin la facilidad con que la Administracin del Estado, la patronal y los sindicatos concluyen acuerdos o concertaciones, aparentemente evitando conflictos y en beneficio del inters general., pero dando origen a una "'sociedad corporativa" o "corporatista", que ha sido objeto de anlisis crtico en los ltimos aos (Giner y Prez Yruela, 1979. entre otros.) Otros fenmenos polticos que se aprecian en las sociedades occidentales avanzadas, son la desideologizacin de los partidos polticos, que dejan de ser clasistas, convinindose en "partidos cogelo-todo", lo cual tiene el efecto beneficioso de evitar polarizaciones y enfrentamientos extremos, pero e( inconveniente de quitar importancia al papel del Parlamento (en coincidencia con otras circunstancias, claro est). A su vez, ello repercute en una disminucin del papel de la oposicin, con lo que aparecen fuerzas extraparlamentarias y grupos de presin que tienden a suplantar a esta. No es posible entrar aqu en todas las repercusiones que el rpido cambio social ocurrido en particular desde la dcada de los 60, tuvo en otros aspectos de las sociedades avanzadas. Bastar recordar la abundante literatura crtica de la cultura establecida, desde Sartre a Marcuse, que tanto influy en el movimiento contestatario de 1968, y la difusin de organizaciones feministas, de reivindicacin de derechos de minoras tnicas, nacionalistas u otras. Toda una contra-cultura surgi, en la que se rechaza la sociedad de consumo -pero al mismo tiempo se aprovechan sus aspectos marginales-, se predica la liberacin sexual, se promueve el ecologismo, etc. Sin embargo, este clima cultural se modific apreciablemente a partir de la crisis econmica de 1973, por cuanto, en cierto modo, era resudado de la prosperidad creciente, entonces interrumpida. Hasta el punto de que se ha hablado de "la sociedad postcontestataria", con grupos punks, y sectores yuppies, totalmente opuestos en su comportamiento y manera de pensar a los antiguos hippies. No menos importancia tiene un cierto renacimiento de la ultraderecha, particularmente visible en Francia. En 1974 Le Pen obtuvo tan solo el 0,7% de los sufragios. Pero en las elecciones presidenciales de 1988, logr alcanzar el 14,5%, y desde 1986 el Frente Nacional posee en la 94

Asamblea Nacional 35 diputados. La similitud con las condiciones econmicas, laborales y sociales de comienzos de los aos 30 en Europa no es casual. Cabe pensar tambin que en un pas como Espaa, en donde a aquellas se une un cierto desencanto respecto a las instituciones y en especial los partidos, la extrema derecha no consigue por el momento una mayor clientela. debido a la proximidad aun de la poca franquista. Por otro lado, Schwartzenberg (1988) ha sealado que gran parte de la nueva generacin de jvenes, "es ms tica que la poltica, ms idealista que ideolgica, y cree en los principios, ms que en los programas". No se debe confundir el apoliticismo con el desapego a ciertas formas gastadas de accin poltica, que resultan poco atractivas para esta generacin. Pero ella cree en la democracia, y en el respeto a las reglas (razn por la que rechaza a un gobierno que las vulnera). Los jvenes de hoy, contina sealando el autor citado, son reformistas, pragmticos, no revolucionarios. Afirman la igualdad de oportunidades, y se muestran contrarios a la discriminacin y la exclusin, sobre todo cuando derivan del origen de clase. Rechazando la desigualdad, en fin, promueven la solidaridad. Este resurgimiento de valores propicios a la convivencia en los jvenes de hoy, coincide con la afirmacin de un nuevo tipo de derechos del hombre: los denominados "de la tercera generacin". Se trata del derecho a la paz. al desarrollo, a disfrutar de un ambiente sano y equilibrado, al patrimonio comn de la Humanidad. La primera generacin de los derechos del hombre se centraba en el individuo. La segunda se dedicaba a los de- rechos econmicos y sociales. Como dice Schwartzenberg, "esta tercera generacin consagrara los de la especie humana, amenazada por las guerras, el subdesarrollo, la contaminacin, o en su dimensin cultural, por los atentados al patrimonio comn de la Humanidad".

BIBLIOGRAFA
B. Badie: "Formes et transformations des communauts politiques", en Grawiu y I.-eca (coord.) Traite de Science Politique:. Pars, PUF. 1985. vol. I. capt. X. D. Bell: The Corning of Post-lndustrial society: A Veniure in Social Forecasting. New York, Basic Books, 1973. CE. Black: "Phases of Modcrnization, en Finkle y Gable (edits.) ,Political Development and Social Change, New York, Wiley & Sons, 1971, capt. 13. S.N. Eisenstadt: Ensayos sobre el cambio social y la modernizacin, Madrid Tecnos, 1970. J.K. Galbrailh: The New Industrial State, Boston, Houghton Mifflin, 1967 (hay traduccin al castellano). 95

M. Garca Pelayo: Las transformaciones del Estado contemporneo, Madrid. Alianza editorial, 1977. S. Giner y M. Prez Yruela: La sociedad corporativa, Madrid, CIS, 1979 R.T. Holt y J.E. Turner: Las bases polticas del desarrollo econmico, Madrid, Euramerica, 1973. R. Linton: Estudio del hombre, Mxico, FCE, 1942. J.F. I,pez Aguilar: "Consideraciones crticas sobre la definicin de modernizacin", en Revista de la Facultad de Derecho, Universidad de Granada, 1986, n 9. D.C. MacCIelland: La sociedad ambiciosa: factores psicolgicos en el desarrollo econmico, Madrid, Guadarrama, 1968, 2 vols. R. Merton: The Sociology of Science, Chicago, University of Chicago Press, 1973. L. Morlino:Come cambiano i regimi politici, strumenti di analisi, Milano F. Angel edit., 1980. W.F. Ogburn: Social Change, New York, Viking Press, 1964. T. Parsons: The System of Modern Societies, New Jersey. Prentice-Hall, 1971. A. Rouqul: "Changemwit politique et transformation des regimes", en el libro coord. por Grawitz y Leca, cit., vol. 2 capit. VI. R.G. Schwartzenberg: Sociologie politique, Pars, Montchrcsticn, 1988. N.J. Smelser: The Sociology ofEconomic Life. E. Cliffs, N.J., Prcntcc-Hall, 1976. A. Toffler: The Third Wave, Londres, Pan Books, 1981. (Hay traduccin al castellano).

96

CAPITULO III CAMBIO, DESIGUALDAD Y CLASES SOCIALES

/ Introduccin. 2 El papel del status en los sistemas cerrados y abiertos. 3 Las sociedades clasistas: caractersticas y teoras. 4 La percepcin de la posicin social. 5 Evolucin de la estratificacin. 6 Los intentos por superar la desigualdad.

1. INTRODUCCIN En su obra ' 'El hombre y la gente'', Ortega y Gasset incluye un prrafo que nos parece muy expresivo para iniciar este tema, y que dice as: "En el ltimo fondo de nuestra persona llevamos sin sospecharlo un ;omplicadsimo balance estimativo. No hay persona de nuestro contorno so-cial que no est en l inscrita con el logaritmo de su relacin jerrquica con nosotros- Por lo visto apenas sabemos de un prjimo, comienza tcitamente a funcionar la ntima oficina; sopesa el valor de aquel y decide si vale ms, igual o menos que nuestra persona... Entre los ingredientes que componen nuestro ser, es ese sentimiento del nivel uno de los ms decisivos". Ciertamente, este agudo fragmento de nuestro filsofo describe uno de los aspectos ms comunes del comportamiento humano: la universalidad del fenmeno de la desigualdad y su inevitable consecuencia en la estratificacin social. Las diferencias entre los seres humanos segn sus sexos, edades, etnias, rasgos fsicos, aptitudes mentales y dems, provocan valoraciones sociales, que a su vez determinan preferencias y rechazos, los cuales se exteriorizan en distintos comportamientos recprocos. Cuando las desigualdades sociales se estructuran con arreglo a unas pautas y se transmiten familiarmente de una generacin a la siguiente, nos encontramos ante el fenmeno de la estratificacin. Dicho de otro modo, las principales instituciones sociales contribuyen a reforzar desigualdades colectivas de poder, riqueza o prestigio, y en consecuencia estas tienden a mantenerse y perpetuarse, establecindose as una jerarquizacin que facilita o restringe el acceso a bienes y servicios. En este proceso, el poder poltico juega un importante papel respaldando a quienes se encuentran en posiciones ms privilegiadas. Por esta razn, F. Murillo (1969) ha sealado acertadamente que *'la sociedad es responsable: a) en una parte que todava no sabemos, de que los hombres nazcan desiguales; b) de que los hombres crezcan diferentes, ofrecindoles desigualdad de oportunidades a capacidades iguales, y c) de la gravacin de todo lo anterior con su propio sistema, estrictamente social, de desigualdad... Extender la creencia de que el lote de dolor o de felicidad 99

que a cada uno le toca en esta vida es resultado de su propia actuacin es una forma enmascarada de legitimar la desigualdad. Cada uno puede ser hijo de sus obras, pero lo que no sabemos es en qu medida es padre de ellas". Por consiguiente, no toda diferenciacin social se refleja en la estratificacin, pero tradicionalmente esta se ha basado en aquellas. Ahora bien, lo que se tiene en cuenta no son tanto atributos individuales como posiciones sociales, a las que se define convencionalmente como superiores o inferiores. Slo en grupos muy primitivos y poco frecuentes se ha observado la inexistencia de estratificacin. Es ms, los etlogos han comprobado que en numerosas especies animales se dan fenmenos hasta cierto punto de jerar-quizacin, basados en la posesin y defensa de un territorio mayor o menor, segn la capacidad fsica de su propietario para defenderlo. Se manifiesta tambin -por citar otro ejemplo- en el llamado pecking order (orden de picoteo), de ciertas agrupaciones de aves, en que el lugar que se ocupa en el grupo se exterioriza segn el nmero de sus miembros que picotean a uno determinado o son picoteados por l. En el origen de la estratificacin se encuentra precisamente la posibilidad de imponerse a otros. Es til recordar aqu el concepto de Weber sobre el poder, como la capacidad de imponer la propia voluntad a otros, aun frente a su voluntad. Esta capacidad a menudo ha dependido de la posesin y uso de mejores armas, que conferan una superioridad decisiva sobre otros. De este modo, Lilley (1960), seala que desde las pocas ms remotas la jerarquizacin humana ha dependido en gran medida del perfeccionamiento de artefactos aptos para dominar a otros hombres mediante la fuerza. El paso de las culturas de la piedra a las de los metales, de estas al uso de la caballera, de la plvora, de blindajes, proyectiles, carros de combate, aviones, y finalmente armas nucleares, ilustra a la vez que el progreso de la Historia humana, el resultado del sometimiento de unos pueblos por otros en virtud del uso de tcnicas blicas cada vez ms perfeccionadas. La restringida posesin hoy por un reducido nmero de pases, no ya de artefactos nucleares, sino de la capacidad de alcanzar con ellos a un potencial enemigo, coincide, no por casualidad, con la superioridad tecnolgica y poltica de tales pases. La capacidad de dominar a otros, sin remontarnos a pocas muy remotas, permiti a algunos clanes o pequeos grupos esclavizar a los vencidos, siendo esta probablemente !a primera forma de estratificacin conocida. Ms tarde, la domesticacin de animales contribuy a acentuar las diferen100

cas entre los que los posean o no, y el asentamiento definitivo que se manifiesta en [esculturas hidrulicas, da origen a la posesin y explotacin de tierras, como factor decisivo en la produccin y en la diferenciacin social. Al mismo tiempo, al hacerse ms complejas estas sociedades, se diversifican en ellas las actividades, lo que confiere a la divisin del trabajo un valor bsico en el origen de la estratificacin. Mucho ms tarde, hace ya menos de dos siglos, la introduccin de las mquinas en los mecanismos sociales de la produccin, diversifica nuevamente a sus propietarios de los meros asalariados, lo que unido al crecimiento demogrfico, provoca fenmenos y movimientos sociales sin igual hasta entonces en el mundo. Finalmente, ya bien entrado el siglo XX, un factor de gran importancia en la estratificacin, procede no tanto de la pro piedad en s de los medios de produccin como de su control, e igualmente del control de servicios de produccin y distribucin, sin que por ello, natu ralmente, la propiedad pierda como tal su valor en la sociedad contempornea. Tampoco se debe olvidar que, junto a la superioridad fsica, econmica o poltica, la posesin de conocimientos, de informacin, ha desempeado desde largo tiempo atrs un importante papel en la diferenciacin social. En otras pocas, saberes esotricos, mgico-religiosos, confirieron un papel preeminente a quienes se los reservaban, en todas las sociedades. Incluso hoy, las burocracias religiosas siguen teniendo considerable poder. Ms recientemente, tal y como decamos en el captulo anterior, los tecncratas y aun ciertos tcnicos en economa u otros saberes, gozan de posiciones privilegiadas, que no necesariamente parten de una riqueza previa. Sin perjuicio de detallar algo ms de los conceptos posteriormente, cabe decir aqu que, en definitiva, los estratos se diferencian entre s por el hecho de que cada uno de ellos proporciona a sus componentes unas oportunidades vitales similares, tales como educacin, riqueza o incluso supervivencia. El trmino estrato comenz a utilizarse por la doctrina a partir de 1940, en un intento de neutralizar la carga poltica de otro, hasta entonces el ms usual, es decir, la clase , de la que tambin nos ocuparemos despus con mayor profundidad. En realidad, el uso del vocablo estrato y sus derivados, se ha extendido por encima de las ideologas, dada su evidente utilidad. Decamos antes que las diferencias sociales se exteriorizan socialmente en conductas muy diversas, segn los grupos y las pocas. Desde tiempo inmemorial, la vivienda, la educacin, la alimentacin, el atuendo, el lenguaje, las maneras han servido para marcar distancias entre los estratos. 101

Con frecuencia, estas distancias se manifestaban y se manifiestan aun de los modos ms inslitos. Por ejemplo, Huxley cuenta como el preceptor del futuro Luis XIII, descubierto, castigaba con una fusta el trasero del joven prncipe (que haba cometido alguna travesura), el cual permaneca sin pantalones, pero con el sombrero puesto. La exteriorizacin de las diferencias se produce en la conducta individual, como por ejemplo ocurre con el tuteo entre iguales, o el tratamiento de Vd. o ,4seor" entre desiguales. Tambin tal exteriorizacin surge insti-tucionalmente, como en el mobiliario, tamao y ubicacin del despacho de un alto burcrata, frente al de sus subordinados. En este sentido, cabe recordar que una caracterstica comn a todas las burocracias -incluso las ms rudimentarias y primitivas- es la jerarquizacin. En todas las ocasiones de la vida aparecen smbolos de desigualdad, en particular en las ocasiones solemnes, como el matrimonio o la muerte. Algunos autores han sealado la persistencia de los signos de estratificacin incluso en las formas funerarias, y BARBHR (1964), lleg a calcular con un cierto tono irnico que ms del 80% de las personas canonizadas por la iglesia catlica pertenecieron en vida a los estratos medios o altos. Se explica esta curiosa preferencia como consecuencia de la preeminencia social de tales personas, cuyas virtudes o santidad las hacan especialmente ostensibles, frente a otras de igual cualidad, pero desconocidas hasta por su propia iglesia, La mera supervivencia depende muy a menudo de la clase a que se per-tenece. Es evidente que aun con buenos servicios pblicos de salud, una persona pudiente puede pagarse tratamientos privados especiales que salven o prolonguen su vida. Ms claro an resulta el hecho de que las probabilidades de mortalidad infantil son mucho mayores a nivel ms bajo de clase. Para no prolongar ms esta ejemplificacin de las diferenciaciones, bastar decir que incluso en situaciones de desastres pblicos tambin influye el nivel a que pertenezcan quienes los sufren. Se ha calculado as que en el clebre hundimiento del 'Titanic", pereci solo el 3% de las mujeres que viajaban en primera clase, el 16% de las de segunda y el 45% de las de tercera. Slo muri un nio de primera y segunda clase, pero en cambio desaparecieron 53 de los 76 que viajaban en tercera. El ms importante componente de la diferenciacin social es el status o conjunto de Status de una persona, del que nos vamos a ocupar a continuacin, y que resulta bsico para percibir las diferencias entre sociedades de estratificacin abierta o cerrada. 102

2. EL PAPEL DEL STATUS EN LOS SISTEMAS CERRADOS Y ABIERTOS En la estratificacin social ha jugado siempre un papel decisivo la valoracin que los grupos ms poderosos han atribuido a sus propios status y a los de los dems. Es decir, se ha impuesto un orden social de superioridad c inferioridad, que -al depender de valores convencionalmente aceptados en la cultura- ha vanado enormemente en el tiempo y en el espacio. Pero en todos los casos, los de arriba se han esforzado en "poner distancia" entre ellos y los de abajo , en funcin de sus respectivos status. Es til traer aqu el concepto de status clave, que se refiere a aquel de los status de una persona -o que comparte un grupo- que determina por si solo su posicin ante el resto de la sociedad. Por ejemplo, el sexo hasta muy recientemente, o bien la raza, o la casta, todava en algunos pases. Ser mujer, ser negro o ser paria han sido o son status clave, con independencia de cualesquiera otras cualidades adscritas o adquiridas del individuo de que se trate. De aqu que se acepte comnmente que en las sociedades tradicionales {amovilidad vertical era muy limitada, puesto que resultaba muy difcil subir o bajar de posicin en una rgida jerarquizacin en que el status clave quedaba fijado por el nacimiento. Desde luego, tambin se encontraba muy restringida la E ovilidad horizontal (o sea, d pasar de unos puestos econmicos, polticos, etc. a otros dentro del mismo nivel, o a otras localidades o pases). En la medida en que las sociedades han alcanzado un mayor grado de desarrollo, se han multiplicado las demandas de especializacin y las oportunidades laborales, y eso ha provocado una rpida movilidad ascendente en millones de personas, que han nutrido sobre todo el sector de la llamada "clase media nueva*' a que despus nos referiremos. As pues, son estos los denominados sistemas abiertos de estratificacin, en oposicin a los cerra-dos. Cabe advertir que no se pueden tomar en sentido absoluto ambas expresiones. En aquellos subsisten numerosas barreras, econmicas, culturales o sociales que obstaculizan la movilidad ascendente, y por la misma razn, tampoco ninguna sociedad del pasado -o las que quedan actualmente- ha sido totalmente impermeable entre sus estratos. La forma ms extrema de sis-tema cerrado corresponda lgicamente a las sociedades en que se aceptaba normalmente la esclavitud, en que un individuo era apropiado por otro. Pe103

ro es preciso advertir que en la antigedad no se identificaba la esclavitud con ninguna raza especfica. Slo a partir del siglo XIX se introdujo en Amrica la idea de que la supuesta inferioridad de la raza negra justificaba su esclavizacin. Opera aqu pues el concepto de casta, al impedirse total o casi totalmente toda movilidad vertical a los que comparten un status, por razn de su raza, como en frica del Sur actualmente, o de su religin, como ocurre todava hoy en la India, Pakistn y Sri Lanka. En estos ltimos pases, las castas se estratifican en funcin de muchos centenares de ocupaciones gremiales transmitidas de generacin en generacin, con slo los mnimos contactos ritualizados necesarios entre unas y otras, siempre desde una posicin de superioridad-inferioridad- Preciso es sealar que se da aqu un componente de voluntaria aceptacin, resultado de la creencia hinduista en la transmigracin, hasta el punto de que el intentar subir, se contempla como algo inmoral. En la justificacin cultural de la discriminacin o exclusin de ciertos grupos sociales, ms o menos similares a la casta, operaba a veces un status clave profesional que les haca rechazables por el resto de la sociedad, al romper ciertos tabes compartidos por esta. Por ejemplo, los embalsamado-res en el antiguo Egipto, los verdugos en Europa, o los judos (en especial por su actividad financiera). En el caso de los gitanos -no solo en Espaa-por su raza y tambin por su incontrolabilidad, resultado de su nomadismo, que les haca sospechosos a los ojos de las autoridades establecidas. En ocasiones, la distancia que marcan los grupos *'superiores" se refuerza con prescripciones religiosas o sociales, hasta el punto de que, por citar un solo dato, la mera sombra de un paria contamina la comida de las castas superiores en la India u obliga a complicadas ceremonias de purificacin. Al tender a ser ms abiertas las sociedades actuales no solo la movi-lidad es mayor sino que en algunos pases cabe "pasarse" de una casta discriminada a una posicin ms favorable. Por ejemplo, en Estados Unidos los negros han conseguido ya dejar de ser una casta en cuanto tal, aunque la mayora de ellos ocupan an posiciones inferiores a las de la mayora de los blancos. Los mestizajes han provocado en muchos casos una aproximacin a rasgos ms caucsicos, lo que -variando de residencia e incluso de identidad- permite a un apreciable nmero de ellos hacerse pasar por blancos al cabo de varias generaciones, con todas las ventajas que esto acarrea. Los sistemas de castas, o ms en general, cerrados, coinciden histricamente con las sociedades estamentales, segn una expresin de Max We104

ber. En estas -como en el caso de la Europa medieval, por ejemplo- la poblacin se divida en estados, cada uno de ellos con su Derecho propio. Como es sabido, el monarca gobernaba e imparta justicia sobre todos ellos a partir del principio del origen divino de su poder, y nobles, clero y pueblo llano, aunque algo menos rgidos que las castas, componan una sociedad estable, casi inmvil. En virtud de las creencias religiosas, cada estado era necesario para el mantenimiento del todo, por lo que no se cuestionaban la posicin del individuo ni del 'stado o stamento como tal en la estructura social. Simplemente se daba por supuesto que as lo establecan la voluntad divina y el or-den natural Cada ocupacin contribua a mantener el status quo, y era determinante de la posicin social, incluso con independencia de la riqueza. Slo cuando la burguesa adquiere suficiente poder econmico y volumen, surge en unos pases antes, en otros despus- el inicio de lo que ser la sociedad de clases, cuyos valores bsicos cambian mucho respecto a los anteriores. En todo caso, debe tenerse presente que no puede hablarse en trminos absolutos de sociedades estamentales y clasistas, sino slo predominantemente una cosa u otra.

3. LAS SOCIEDADES CLASISTAS: CARACTERSTICAS Y TEORAS Frente a lo que sola ocurrir en las sociedades estamentales, en. que el status adscrito por el nacimiento marcaba la posicin social, incluso frente a la riqueza, en las sociedades clasistas, que se desarrollan ms modernamente, cada clase tiende a considerarse como la ms importante para el sostenimiento de la sociedad, e incluso en determinadas circunstancias un nmero mayor o menor de sus miembros puede contemplar con hostilidad o temor a las otras, en su conjunto. La visin del mundo cambia por completo, pues, y frente a la sociedad estamental, en que la estructura se conceba, por as decir, de arriba abajo, en la clasista se mira de abajo arriba. No es que no hubiera conflictos en aquellas, per0 tendan ms bien a reducir privilegios o evitar abusos. Lo que no solan era dirigirse contra el orden estamental mismo. En las sociedades clasistas, hay en consecuencia una dialctica ms o menos explcita, y de hecho es mucho ms permeable. No obstante, subsisten an residuos de los antiguos valores, como se observa en el papel que todava se atribuye socialmente a los ttulos nobiliarios. 105

Junto a la mencionada dialctica, modernamente se comprueba que la sociedad de clases, no solo tiende a ser la ms comn, sino que, al ofrecer una mayor oportunidad de movilidad que sus predecesoras, mantiene un sistema estable de estratificacin. No se pierda de vista que las sociedades agrarias del pasado fueron probablemente las que mayor grado de desigualdad ofrecieron, pese a las fuertes diferencias que -como hemos visto en otro lugar- subsisten an en el planeta. L-a sociedad de clases es resultado de la industrializacin, y es comn a los sistemas capitalistas o socialistas, aunque en estos se rechace por definicin que subsisten las clases. La educacin, el esfuerzo individual y la movilidad son valores de extraordinaria importancia en este tipo de sociedad. Riqueza, poder y educacin se distribuyen an en forma ms o menos desigual, segn los pases, pero en casi todos se valoran como medios de movilidad ascendente, lo que constituye una forma cultural cualitativamente distinta de la de pocas pasadas. Segn Ossowski (1966), todo sistema de clase comparte cuatro caractersticas bsicas: 1) posee un orden vertical de clases, 2) los intereses permanentes de clase se encuentran bien diferenciados, 3) hay conciencia de clase, y 4) existe una distancia social entre las clases. La percepcin personal del lugar que se ocupa en la estratificacin tiene tal importancia que, para Eysenck, clase es "la creencia que los individuos tienen respecto a su propia posicin en el sistema de clases". Llegados a este punto, se hace preciso acudir a la doctrina, con objeto de percibir con la necesaria precisin hasta qu punto ha existido o no acuerdo respecto al problema de si las clases, o ms en general, las desigualdades sociales se encuentran justificadas por razones naturales. En el fondo, el problema de la desigualdad social puede sintetizarse en la pregunta, quien obtiene qu, y porqu?, la cual ha obsesionado a centenares de pensadores de todas las pocas. Desde siempre se han distinguido a este respecto dos tendencias principales: la que aprobaba el status quo, al considerar que la desigual distribucin de las recompensas es necesaria para el normal funcionamiento de la sociedad, y la contraria, que contempla al sistema distributivo como injusto e injustificado. Entre los filsofos de la antigua Grecia o en los escritores del cristianismo, por citar solo dos ejemplos, aparecen representantes de una y otra corrientes de pensamiento. Algunas expresiones crticas de Padres de la iglesia parecen antecedentes directos del movimiento radical de muchos siglos ms tarde. As por ejemplo, S. Basilio dice: "Los ricos, por haberse apoderado los primeros de lo que es comn, se lo apropian a ttulo de ocu106

pacin primera". Y por su parte S. Jernimo no se queda atrs. "Es un acierto llamar injustas a las riquezas*\ seala. "Todas las riquezas no tienen otro origen que la injusticia. Los ricos son ricos por su propia injusticia o por haber heredado bienes adquiridos injustamente concluye. La que llamaramos escuela crtica, frente a los principales conservadores del liberalismo econmico, alcanza su principal expresin ya en el siglo XIX, con Karl Marx. No es posible en este lugar entrar a fondo en su pensamiento, tanto por limitaciones de espacio, como por ocuparnos ms adelante nuevamente de sus planteamientos en torno al tema del conflicto social. Marx parti de una perspectiva cientfica de las clases sociales, en funcin del principio de la dialctica histrica. Para l, clase era todo conjunto de personas que desempean un papel similar en los mecanismos de la produccin. En "/ Capital" distingua fundamentalmente entre capitalistas, trabajadores y terratenientes, si bien, dentro de cada una de estas categoras estableca otras diferenciaciones. La ciase gobernante controla todas las instituciones, especialmente las educativas y religiosas, con objeto de mantener su dominio. La aparicin de la conciencia de clase determinaba que una clase pasara de ser en s ("Ann sich"), a serlo para s ("fur sich"), en cuyo momento se daran las condiciones necesarias para convertirse e proletariado autocons-ciente y acometer la lucha de clases contra la burguesa, responsable de su expropiacin y alienacin. Slo cuando los trabajadores consiguieran eliminar la propiedad privada de los medios de produccin, desapareceran la alienacin y las desigualdades. Las mquinas produciran en abundancia para todos, segn sus necesidades, en una sociedad final (tras las etapas de la dictadura del proletariado y la sociedad socialista), en que ya no habra clases ni Estado. Por su parte, Weber se manifest de acuerdo con algunas de las propuestas de Marx, pero no crea que la conciencia de clase se extendera y por tanto se producira inevitablemente la revolucin del proletariado. Para l, lo que exista eran dos jerarquizaciones paralelas en la sociedad, basadas respectivamente en la clase (en cuanto determinada por lo econmico), y el status (fundado en el prestigio y la estima de los dems). Aunque la riqueza a menudo confiere un status elevado, no necesariamente lo garantiza, como ocurre con el caso del nueva rico frente a una buena familia, Segin Weber, la importancia de la percepcin de los dems para la va107

loracin del status, significa que se le considera por encima del mero dinero, precisamente porque es ms fcil ganarlo o perderlo que en el caso del status. Quienes gozan de este procuran separar la clase del status y poner distancia frente a quienes solo son ricos, siendo por tanto un obstculo a la movilidad social, al partir de elementos en buena parte adscritos. En el fondo, lo que se implica es que un alto status entraa aspectos que no se compran. Conectaba as esta inteligente tesis con la de Veblen, quien haba subrayado en su "Teora de la clase ociosa" (1989) que el "consumo ostentato-rio", cumple precisamente la funcin de marcar las distancias, a travs de comportamientos no improvisables y de estilos de vida peculiares, que identificaban a grupos de alto status. Tal es el caso de ' 'las maneras de mesa'', o de la exhibicin del ocio en regiones de paro endmico. En resumidas cuentas, tanto la ciase como el status son para Weber recursos de poder, y se manifiestan tanto en individuos como en instituciones, con arreglo al peso relativo que las reglas del juego confieren a unos u otras. con el transcurso del tiempo. Pinsese por ejemplo en la diferencia de influencias que posean las altas jerarquas eclesisticas en la Espaa de la dcada de 1940, frente a la que tienen cuarenta aos ms tarde. La propiedad de los medios de produccin no era por tanto el factor decisivo de la estratificacin para Weber, sino la pertenencia a grandes organizaciones burocrticas, que al exigir conformismo y lealtad a sus miembros, los despersonalizan y alienan. La proliferacin de estas burocracias, que Weber genialmente prevea, no solo impide diferenciar a este respecto entre pases socialistas y capitalistas, sino que no parece tener salida, y constituye por tanto un punto de vista bastante ms pesimista que el de Marx. Resultara presuntuoso aqu intentar siquiera un resumen de las teoras que despus de estos dos grandes autores han surgido en torno al espinoso lema de la sociedad de clases. Por un lado los marxistas posteriores, como Gramsci, Lukacs, Althusser y Poulantzas han destacado especialmente el papel del Estado como instrumento de la clase dominante a travs de sus aparatos ideolgicos y represivo. Por otra parte, tambin la "Escuela de Frankfurt" ha realizado una importante aportacin crtica frente a las visiones conservadoras sobre la estratificacin. En particular, algunos miembros de la "escuela funcionalista", como Davis y Moore, han argumentado que para ciertas ocupaciones se requieren aptitudes especiales que son ms importantes para la supervivencia de la sociedad que otras. Son pocas las personas -dicen- que tienen el "talento" ne108

cesario para desempear tales ocupaciones, y adems, han de invertir en su preparacin tiempo, dinero y esfuerzo. El mejor medio de motivar a estas personas consiste en ofrecerles recompensas suficientes, en forma de dinero, ocio y prestigio. Como las recompensas son mayores para unas personas que para otras, concluyen estos autores, la desigualdad social es bsica e inevitable. Frente a esta tesis ha habido gran nmero de crticas, en especial de M.M. Tumin, quien seala que las "posiciones funcionalmente importantes" pueden ser muchas, sin que la sociedad motive a todos sus miembros por igual para ocuparlas, ni menos an les ofrezca similares oportunidades. Lo que ocurre es que las personas privilegiadas intentan justificar su posicin y sobre todo, que las satisfacciones que les proporciona esta superan con mucho sus "sacrificios". Por el contrario, quienes ocupan los lugares ms bajos de la estructura se sienten frustrados frente a la sociedad y a menudo son incapaces de superar su situacin, cualesquiera que sean sus aptitudes ms o menos potenciales (vase J. Cazorla J.J. Ruiz -Rico y M. Bo-nachela, 1984, para una discusin ms extensa de esta polmica). Para no entrar ms en el farragoso terreno de las aportaciones tericas al problema de la estratificacin, mencionaremos por ltimo la de B.E. Vanfossen (1979), quien intenta solucionarlo desde un punto de vista sist-mico. Segn l los seres humanos tienden a actuar -cuando se les presenta la oportunidad- en funcin de sus intereses propios o los del grupo con el que se identifican. Tales intereses pueden variar mucho, pero generalmente incluyen la adquisicin o control de bienes y servicios escasos y a los que se confiere valor. El conseguirlos depende mucho de contar con otros recursos con los que negociar. En las sociedades modernas, la institucin econmica determina la forma bsica que la estratificacin adoptar. Bienes, servicios y riqueza proporcionan instrumentos de poder, manipulacin e influencia. Pero junto a aquella se encuentra la institucin poltica, no menos importante. Las dems instituciones -familia, religin, educacin, medios de masas-, juegan ms bien papeles de apoyo al sistema de estratificacin establecido por las lites econmica y poltica. Algunas, como las instituciones jurdicas, militares o de orden pblico, imponen la estratificacin bajo la amenaza de la fuerza. Otras, como las mencionadas arriba, producen aquiescencia hacia el sistema mediante la socializacin y el adoctrinamiento. El sistema educativo, adems, facilita a unos y obstaculiza a otros el acceso a las ocupaciones ms altamente valoradas. La interconexin de unas y otras instituciones produce

109

la estabilidad. Cambios tecnolgicos o de otro tipo pueden permitir que grupos subordinados consigan acceder a ciertos recursos y transformar el equilibrio del poder. Para Vanfossen, en resumen, el poder obtenido en un primer momento mediante el conflicto violento, se legitima cuando se consigue movilizar las instituciones de apoyo, que garantizan la necesaria estabilidad al funcionamiento normal de la sociedad.

4. LA PERCEPCIN DE LA POSICIN SOCIAL Los tericos de la estratificacin social han discutido hasta la saciedad sobre sus causas, inevitabilidad o no, y consecuencias. Pero es evidente que debe haber algn o algunos mtodos para concretar qu lugar ocupa un individuo o grupo relativamente homogneo de ellos, con respecto a los dems, dentro de una misma sociedad. Por otro lado, no es menos importante averiguar hasta qu punto ese lugar, influye en la manera en que tales personas perciben las diferencias existentes dentro de la estructura social de que forman parte. Y, finalmente, se ha comprobado con reiteracin que el estrato constituye el factor singular ms importante en la determinacin de actitudes y comportamientos, finiendo, por lo regular, mayor influencia en ellos que cualquier otra caracterstica personal, lo que explica la necesidad de establecerlo de algn modo. Ya desde los estudios de Warner y colaboradores, efectuados en la dcada de 1930, se acreditaron varios procedimientos, de carcter ms o menos objetivo, para llegar a dicha especificacin. Desde luego, se prescinda del importante componente de la conciencia de clase, no solo porque es bastante difcil de cuantificar, sino sobre todo porque con demasiada frecuencia se la deja a un lado debido a su contenido "poltico". En todo caso, no se puede negar la utilidad de algunas de estas tcnicas, si a la vez se tienen presentes sus puntos flacos, y se complementan con otras formas de observacin o interpretacin de la realidad social. Vamos a exponer sucintamente las ms usuales, a la vez que hacemos algn comentario crtico sobre ellas. Desde luego, una de las ms frecuentes es la de la autoclasificacin, en la cual se pide -en el curso de la aplicacin de un cuestionario- que el propio encuestado se site a s mismo entre las diversas clases que se le proponen. El problema radica en que si tiene que escoger entre, por ejemplo, tres clases, no solo no puede matizar sino que se da por supuesto que nicamente hay tres. En el estudio sociolgico que sobre Andaluca public un grupo de 110

profesores de la Universidad de Granada, por encargo de la OCDE, dirigido por MURILLO (1970), se introdujo a continuacin de esta peticin de opinin subjetiva, una pregunta complementaria, que intentaba corregir este sesgo. Consisti en dejar abierta la respuesta a la pregunta Y, en que se diferencia su clase de las dems?", un nmero apreciable de respondentes, todos de clase trabajadora y generalmente campesinos, bas tal diferencia en el trabajo. Dicho de otro modo, a ellos les separaba de los (iros (los que estaban ms arriba), el que su trabajo era duro, inseguro, mal retribuido, y sin posibilidad clara de movilidad ascendente. Su percepcin de la estructura era muy marcadamente clasista, y demostraba la persistencia de una estructura social anticuada y poco movilizada. Un procedimiento distinto consiste en preguntar especficamente qu clases hay en la comunidad que se investiga o a qu clase pertenece, en opinin del entrevistado, una determinada persona o grupo de personas (segn su profesin, por ejemplo). Aparte de que las interpretaciones de donde empiece o termine una clase pueden variar enormemente, lo cual es bien cierto, razones de orden cultural o de nivel de educacin suelen influir mucho en este tipo de respuestas. Conocemos ejemplos de alguna localidad rural en la que ante una encuesta en trminos similares a los expuestos, la mayora de los respondentes manifestaron que -salvo unos cuantos *'ricos"- all haba muy pocas diferencias sociales, y que no se podan distinguir clases concretas. Un estudio realizado poco despus mediante una tcnica diferente, de "observacin participante" durante varios meses, dej perfectamente clara la existencia de hasta ocho estratos bien delimitados, cada uno con su denominacin peculiar de aquel pueblo. Un tercer medio de determinacin de la posicin social consiste en cuantificarla en funcin de ciertas caractersticas comunes y socialmente valoradas, como ingresos, profesin u ocupacin, y nivel de educacin (en algunos pases raza, lugar de residencia y otras), entre las cuales suele haber una fuerte correlacin. Hoy tiende a utilizarse cada vez menos la posesin de ciertas comodidades en el hogar, automvil, etc., como indicador de posicin social. La ocupacin misma, que es bastante til como indicador de esta, no puede diferenciar entre un profesional muy prestigioso y otro que comience su carrera, y como sabemos, el prestigio juega un importante papel en la estratificacin, incluso desde el punto de vista ms conservador. En una visin crtica de estos mtodos, se ha llegado a citar el caso de la maestra de escuela, la cual desde el punto de vista subjetivo, en una pequea localidad podra considerarse como perteneciente a la clase alta. Preguntando a sus convencinos, es probable que estos la clasificaran en la clase meIII

dia. Pero si nos atuviramos a sus ingresos, resultara que se encontraba en la clase baja. De manera que cada mtodo le atribuira una posicin distinta. Algunos datos estadsticos pueden contribuir parcialmente a determinar ciertos grados de desigualdad, especialmente en lo econmico. Por ejemplo, es til a efectos comparativos saber que segn datos de la Interna-cional Labour Review, hacia 1965, en Brasil el 5% de la poblacin, segn el ranking de ingresos, obtena nada menos que un 38% de la renta total, y el 40% ms bajo solo se distribua el 13% de esta. En Estados Unidos tales proporciones eran respectivamente del 15% y el 18%. Sin perjuicio de ver luego con mayor detalle datos referentes a Espaa, es evidente que la desigualdad econmica ha disminuido en nuestro pas en el transcurso de las tres ltimas dcadas. Prueba de ello es, por ejemplo, la comparacin de los porcentajes de renta obtenidos en 1967 y 1987 por las correspondientes decilas de poblacin (segn datos primarios elaborados sobre los de "Informacin Comercial Espaola", nms. 617-618, de 1984, y 686, de 1990). Decila 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 1967 1.3% 3 4.2 5.5 6.6 7.7 8.4 9.7 12.1 41.3 1989 3.25% 4.86 5.93 6.94 7.95 9.09 10.43 12.18 15 24.37

Las diferencias -aunque an considerables- han disminuido en Espaa en forma tal que no requieren mayor comentario. Desde hace ya algn tiempo, se han efectuado valoraciones del prestigio de una lista standard de ocupaciones ("escala North-Hatt"), simultneamente en varios pases, obtenindose un apreciable grado de unanimidad respecto a la mayora de ellas. As, sobre una escala de 100 puntos como mximo, alcanzaban en la dcada de 1960 los primeros lugares las profesiones de magistrado del Tribunal Supremo, cientfico, mdico, y profesor de Universidad, y los ltimos, empleado de la limpieza pblica y limpiabo112

tas. Naturalmente, en tales evaluaciones repercuten fcilmente las consecuencias del cambio social y poltico, como se puede apreciar, por ejemplo en la Espaa actual, con algunas de las antes citadas. Tambin contribuye a ello en buena medida la influencia de la movilidad social, caracterstica de las sociedades avanzadas. En efecto, en las sociedades cerradas, estamentales, con predominio de status adscritos, sola haber una fuerte homogeneidad y coincidencia entre los distintos indicadores de la posicin social. El noble generalmente era rico, prestigioso, con poder poltico propio, de origen tambin noble, dedicado a una ocupacin considerada como deseable (latifundista, militar de alta graduacin), casado con una persona de posicin similar, etc. En expresin de LENSKI (1966), posea un status "altamente cristalizado*', coherente. Pero en las sociedades urbano-industriales, la apertura de nuevas posibilidades de rpido ascenso social a travs de los ingresos, a menudo rompe tal coherencia. Por citar un solo caso, un hombre emprendedor, de escaso nivel de educacin, que empezase como oficial de albail, en no muchos aos ha podido en pases como Espaa montar una empresa de construccin y ganar un considerable capital. Comparando su ocupacin, con su educacin y sus ingresos, la correlacin simplemente no existe. Es decir, su status tiene un bajo nivel de "cristalizacin". Por consiguiente es ms difcil juzgar su prestigio social en cuanto tal, y asignarle un puesto definido en el ranking. En cualquier caso, en la manera en que el individuo contempla la estratificacin de su sociedad -es decir, de aquella que le resulta ms prxima-pesa mucho precisamente el lugar que ocupa en ella. Ya hemos mencionado antes el caso de los trabajadores andaluces, que se autodiferenciaban de todos los dems en funcin de su propia ocupacin. Y es que, al formar parte de unintragrupo, se perciben muy bien las variedades existentes dentro de l, pero por el contrario se tiende a encajar a todos los dems extragrupos dentro de una sola categora. En el aspecto concreto de la estratificacin, quienes se encuentran por ejemplo en las posiciones ms bajas, han aprendido a distinguir bien a los jornaleros sin tierra, de los pequeos propietarios, y tambin a los empleados de ltimo nivel de los servicios municipales, de los peones de la industria, y as sucesivamente. Pero para ellos, los de arriba, solo son "los ricos". Y a su vez, para estos, que diferencian entre los aristcratas, los par-venus, los grandes financieros, los polticos enriquecidos, y otros muchos, los de abajo son simplemente "la clase trabajadora". 113

De hecho, estas simplificaciones juegan un papel importante en las imgenes dicotmicas de la sociedad, que a su vez tanto influyen en la radicali-zacin de ciertas posiciones polticas, sean de derecha o de izquierda. En todo caso, la subsistencia de desigualdades -incluso de extremas desigualdades- no justifica posturas, a menudo interesadas, que ignoran, de-liberadamente o no, la complejidad del mundo en que hoy vivimos. Ni siquiera Marx, que vivi en una sociedad algo menos compleja que la nuestra, cay en la trampa de suponer como real tal dicotoma. Sin embargo, una de las consecuencias ms conocidas de la posicin social, es su influencia en las actividades polticas, incluso porque a menudo opera en ellas, como sabemos, la conciencia del lugar que se ocupa en la estructura. Nos limitaremos en este punto al mnimo, puesto que en otro lugar se comentar el tema de la participacin ms extensamente. Cabe sealar que en los estratos ms bajos se ha detectado tradicionalmente un menor inters y participacin poltica que en los dems, debido a que al disponer sus componentes de menor seguridad econmica, poseen menor sentido de su posibilidad de control de la poltica, al contrario que ocurre en los grupos de mejor posicin. En estos, tambin puede percibirse a nivel individual el beneficio obtenido con tal actividad, mientras que en los ms bajos, tal beneficio slo puede ser colectivo. Igualmente, en ellos hay menor experiencia e influencia, lo que da menor confianza en los resultados de la participacin. Incluso el proceso de socializacin mismo contribuye poderosamente en la clase baja a esta motivacin, al darse en su subcultura menor importancia a aquella. Y de todas maneras, comprueban visiblemente que la mayora de los cargos y roles polticos coinciden con personas procedentes de estratos altos. En cambio, en los grupos de ms elevada posicin, la crianza inculca valores como "el privilegio significa responsabilidad", y similares. Adems, se sienten ms incentivados, precisamente porque tienen mayores probabilidades de ocupar puestos polticos (R.E. Lae, 1959). Una variedad de desinters por la participacin poltica fue la comentada por Banfield (1958) respecto al Sur de Italia, y por nosotros (Murillo y otros, 1970) sobre Andaluca, y que aqul denomin amoralismo familiar. Como resultado de factores histrico-estructurales, la clase trabajadora de estas regiones mostraba una subcultura poltica en que se tenda a considerar sistemticamente a los polticos como corruptos, y se sospechaba de todo aquel que se interesara por los asuntos de la comunidad, salvo que se perci114

biera que ello le beneficiaba a l o a su familia. Tal motivacin, en suma, constitua en s un obstculo al desarrollo econmico y poltico, y todava hoy se observan abundantes restos de ella. Desde que se extendi el sufragio universal, se comprob que por lo general estaba muy influido por la estratificacin. Como en otro lugar nos ocuparemos de los partidos polticos ms por extenso, bastar aqu sealar que la clase trabajadora tenda a votar a partidos de izquierda y las clases media y alta a partidos conservadores. Por su parte, la "ciase media nueva'', a la que nos referiremos en el siguiente epgrafe, mostraba una clara propensin -en circunstancias de crisis- a apoyar movimientos o partidos de corte fascista o ultraconservador, que le garantizaban el mantenimiento de su posicin, dificultosamente conseguida. A partir de mediados de siglo, en las democracias occidentales avanzadas, se ha reducido mucho la polarizacin ideolgica, y casi todos los partidos son "cogelo-todo", es decir, interclasistas.

5. EVOLUCIN DE LA ESTRATIFICACIN Comparando las sociedades menos y ms avanzadas, de inmediato se ofrece una imagen completamente distinta de la forma que adquiere su estratificacin. Mientras las primeras aparecen como una especie de cono, de lados un tanto curvados hacia dentro, con una amplia base y gran distancia entre esta y el vrtice, las sociedades desarrolladas podran representarse grficamente con algo parecido a un romboide, cuya distancia entre sus extremos sera bastante menor. . La diferencia, como es lgico, deriva sobre todo de la presencia de unos voluminosos estratos medios en las sociedades urbano-industriales, cualquiera que sea su forma poltica. En el pasado, y todava hoy en muchos pases -como ya hemos visto- se observan enormes diferencias entre una gran masa proletaria, sin recursos, a menudo indigente, e incluso al borde de la supervivencia, y los propietarios o controladores de los medios de produccin, junto a algunos otros reducidos estratos privilegiados. Slo hace pocos siglos, como sabemos, comenz a desarrollarse una burguesa suficientemente prspera, para que lo que llamaramos "la parte central de la pirmide", empezara a ensancharse algo. Desde un punto de vista objetivo, pues, hay una inmensa distancia entre los estratos ms altos y ms bajos de las sociedades menos desarrolladas. Aquellos disponen con abundancia de toda clase de bienes y servicios, 115

mientras estos permanecen en la miseria e incluso en algunos pases mueren de hambre diariamente por centenares, como ocurre en la India o Etiopa. Ahora bien, en ciertas sociedades, los valores culturales y en particular los religiosos, introducen en los estratos ms bajos un conformismo fatalista que les impide, no ya rebelarse contra su situacin -tomar conciencia de clase-, sino salir de su vasta, esforzndose de algn modo por mejorar su nivel de vida. Por el contrario, (y aparte de la existencia de voluminosas clases medias, a las que despus nos referiremos), la distancia social entre los estratos altos y bajos de una sociedad desarrollada, es mucho menor. Puede decirse que buena parte de estos posee un nivel de acceso a bienes y servicios -habitualmente proporcionados por las Administraciones pblicas o entidades benficas- equiparables al de los estratos medios de sociedades atrasadas. As por ejemplo, se ha calculado que la poblacin de raza negra de Chicago dispone de mayor nmero relativo de servicios de baos y duchas que la totalidad de las viviendas de Estocolmo. En 1974, solo la dcima parte de las familias negras de Filadelfia tena ms de una persona por habitacin, proporcin que en Ginebra era del 20% (FRIED. 1975). Objetivamente pues, la mayor parte de las personas situadas en los estratos bajos de las sociedades desarrolladas se encuentra en mucha mejor situacin que sus equivalentes en las no desarrolladas. Esto incluye tambin a la mayora de los inmigrantes extranjeros en aquellas, que -al precio de desarraigos y otros muchos sacrificios- constituyen un subproletariado que, en conjunto, vive sin embargo mejor que en su pas de origen, como en el caso de los turcos en la RFA, o los chicanos en Estados Unidos. Pero subjetivamente no sucede as. Estos sectores sociales residen en sociedades en que reciben el constante estmulo al consumo -racional o no- a travs de los medios de masas, y se comparan constantemente con quienes les rodean. Opera aqu el importante factor psicolgico de la privacin relativa. Sobre ellos no actan, al menos con fuerza similar, valores religiosos o culturales que les inciten a conformarse con su suerte. De manera que se da el curioso fenmeno de que si objetivamente estn mejor que los de los pases pobres, subjetivamente se consideran en peor situacin. Lo cual explica fenmenos colectivos e individuales tales como motines raciales, suicidios o inesperadas violencias personales, frecuentes en estos estratos en los pases avanzados, resultado, en suma, de profundas frustraciones colectivas.

116

Limitndonos ahora a las sociedades avanzadas con economas de mercado, cabe presentar una breve panormica de su actual estructura de clases. Ya en 1964, el prestigioso autor francs R. Aron, haca notar que la complejidad de la estratificacin de las sociedades industriales ha reducido mucho la polarizacin en dos clases antagnicas. Son muchos los factores que confluyen en tal complejidad. As, el nmero de trabajadores manuales ha disminuido, aumentando en cambio el de empleados "de cuello blanco", como se comprueba por ejemplo, en datos de la RFA, demostrativos de que la proporcin de obreros por empleados era hace un siglo de 20 a 1 y actualmente es de 1 a 1. Simultneamente acta un proceso de tecnificacin de los antiguos obreros, que en muchos casos les aproxima a formacin e ingresos no muy lejanos de los de tcnicos superiores. Igualmente, la mayora de aquellos reciben salarios que les permiten no slo satisfacer sus necesidades bsicas, sino hasta cierto punto adquirir artculos de consumo de buena calidad. Opera aqu tanto el abaratamiento de costos, resultado de la mecanizacin y la produccin en masa, como la necesidad del propio sistema capitalista de incrementar el nivel de consumo de grandes masas de poblacin. Adems tienen acceso a servicios de salud, vacaciones, ocio y vivienda adecuados, que a menudo les facilita la Administracin pblica. La antigua cohesin de clase en los medios industriales se ha modificado, al integrarla pacficamente el sistema socio-poltico. Los sindicatos de trabajadores "no tratan ya de destruir el sistema econmico, sino de adaptarlo a los propios intereses, buscando una mejor situacin dentro de l... (de aqu) que la clase obrera sabe que las mejoras adquiridas solo se pueden mantener y ampliar no ya sin poner en riesgo los supuestos del sistema, sino sin crearle perturbaciones que no pueda absorber" (Garca Pelayo, 1975). Justamente esta actitud explica la actuacin de los sindicatos obreros en Francia, en mayo de 1968, en que no solo no participaron, sino que hicieron todo lo posible por abortar el movimiento contestatario que se haba iniciado. En el fondo, esta integracin con el sistema es resultado de que las organizaciones de izquierda han adquirido una apreciable influencia en las decisiones del poder pblico, poseyendo a menudo expresin propia a travs de los medios de masas, y apoyando las manifestaciones del pluralismo democrtico. Se ha escrito mucho en los ltimos aos sobre "el aburguesamiento" de los trabajadores en los pases de economa avanzada de mercado, y sobre "la nueva clase obrera", tema en el que no es posible entrar

117

aqu (vase el libro cit., de J. Cazorla y otros, 1984, para bibliografa y una detallada discusin al respecto). En todo caso, debe quedar claro que la desaparicin de la radicaliza-cin de los movimientos obreros, paralela a la paulatina disminucin de votantes en los partidos ms a la izquierda en Europa, puede ser tambin resultado de que las alternativas que se ofrecen no parecen garantizar el alto costo de alcanzarlas, y no menos, del aumento de la alienacin como condicin inevitable de la evolucin de la sociedad capitalista tarda. Los conflictos sociales de esta "no son de la misma naturaleza que los de la sociedad anterior. La oposicin se da menos entre el capital y el trabajo que entre los aparatos de decisin econmica y poltica, y quienes estn sometidos a una participacin dependiente" (Touraine, 1969). Por lo que se refiere a la clase media, empecemos por decir que Dahrendorf (1970), la denomina "un grupo que no es un grupo, una clase que no es una clase, un estrato que no es un estrato", lo que da idea de su categora residual entre dos clases hasta no hace mucho relativamente bien definidas, es decir, las convencionales alta y trabajadora. En cierto modo, no era difcil identificar la llamada "clase media tradicional", en la que predominaban profesionales liberales, muchos funcionarios pblicos, propietarios inmobiliarios acomodados, comerciantes y empresarios medios. Desde el siglo XIX fue este sector el que nutri principalmente las filas de la clase poltica en Espaa. Preciso es sealar que con frecuencia, sus ingresos no han sido muy superiores a los de trabajadores especializados y similares -incluso a veces, inferiores- pero el mantener un sentimiento de cierta superioridad de status, obligaba a exteriorizar este, a veces a costa de penosos sacrificios. Lo cual explica tpicos como el de "las sufridas clases medias", especialmente en lo que se refiere a jubilados, pensionistas, familias "venidas a menos", y muchos casos parecidos. A partir de la I Guerra Mundial, surgi una "clase media nueva", con ingresos semejantes a los de la tradicional, pero diferenciada de esta por los hbitos de vida, tipo de ocupacin, techo de valores y motivaciones, y prestigio social. Muy generalmente se trataba de asalariados sin propiedad (aparte de la vivienda), ms a menudo empleados en empresas privadas que pblicas, resultado de la proliferacin de nuevas profesiones (vendedores, reparadores, tcnicos medios), y el crecimiento de grandes organizaciones de produccin, distribucin y venta, o subsidiarias de estas. En muchos casos, estas personas procedan de los estratos superiores de la clase trabajadora, ascendiendo rpidamente, en virtud de la creciente demanda de sus servicios. Su expansin ha sido tan grande, que en los pases ms de118

sarrollados no solo supone una proporcin muy superior a la de la clase media tradicional, sino que, unidas ambas, se aproximan o incluso superan la mitad del total de poblacin, segn opiniones subjetivas. Aunque hay situaciones intermedias, como ocurre con la burocratizacin de las viejas pro-lesiones liberales, el hecho es que todava hoy subsisten apreciables diferencias de status, valores y comportamientos entre ambos sectores de la clase media, por lo que suele usarse convenientemente el plural. En cuanto a la clase alta, es bien evidente que el cambio la ha afectado tanto o ms que a las otras. Ya nos hemos referido en otro lugar a la presencia e importancia de la tecnoestructura en las sociedades postindustriales, y no es exagerado decir que es esta la que marca la pauta de la actual clase alta. Los altos expertos de la empresa pblica y privada se intercambian, disponen de elevadas cuotas de informacin privilegiada, poder, ingresos y prestigio, y gozan de todo ello en base a la legitimidad que -en cuanto valor de gran trascendencia- se asigna hoy en nuestra sociedad a la eficacia. La mera propiedad, inmobiliaria o empresarial, exige el respaldo de conocimientos especializados y capacidad de actuacin, en un mundo competitivo en el que la carencia de estos implica la marginacin . La creciente e inevitable intervencin del Estado en la economa, la intrincada interrela-cin de grandes intereses (multinacionales, pblicoprivados, interestatales), lleva a la clase neocapitalista a asociarse a tal actividad y a obtener gran provecho de ella. En definitiva, tal clase slo puede reproducirse cuando su situacin patrimonial se ve complementada por su capacidad. Es ms, incluso se da con frecuencia el caso de que la posesin de esta se valore mucho ms que aquella a la hora de ser cooptado para entrar en es-la lite. En suma, como ya dijo C.W. Mills (1957), "el ser clebre, rico o poderoso requiere hoy tener acceso a las principales instituciones", que son justamente las que determinan su posibilidad de acceso a la fama, el dinero o el poder. Y ello, a su vez, explica la importancia del fenmeno corporatis-ta en nuestro tiempo, que es resultado del funcionamiento de un modelo oligrquico de decisiones poltico-econmicas en las sociedades capitalistas avanzadas.

6. LOS INTENTOS POR SUPERAR LA DESIGUALDAD Ha sido muy abundante la literatura, que, a lo largo de los siglos, vino proponiendo diversas soluciones al problema de la desigualdad, aparte de 119

hacer las crticas a que antes nos hemos referido. Platn, Moro. Campa-nella, Bacon, Wells, Huxley son nombres de todos conocidos, que en obras de tesis o de ficcin, ingeniaron utopas y describieron sociedades igualitarias, o en las que esta igualdad no llegaba a ciertos inferiores biolgicos. Una inteligente aportacin, algo ms reciente, es la de M. Young (1958), quien escribe supuestamente en el ao 2033, en el que funciona un sistema meritocrtico , basado exclusivamente en la inteligencia mas el esfuerzo individual. Todos tienen igual oportunidad de acceso a la educacin, y un avanzado procedimiento cientfico determina el lugar de cada cual en la estratificacin, sin que influya para nada el origen familiar, la influencia, o el dinero. Tal sistema, que a los antepasados del siglo XX hubiera parecido ideal, sin embargo tampoco resulta a gusto de todos, y provoca frustraciones y conflictos violentos. Irnicamente, la tesis de YOUNG demuestra -una vez ms- que la valoracin de la desigualdad admite infinitas variaciones. Pero lo que nos interesa aqu es comprobar si hubo casos en que se intentara hacer realidad el principio de la igualdad social a nivel colectivo. Ya la Reforma protestante produjo interpretaciones bblicas favorables a la puesta de todos los bienes en comn, propugnada por los anabaptistas y otras sectas (Harmony, Amana, Shakers, Orreidas), que se establecieron sobre todo en Estados Unidos. Todas estas tentativas fracasaron al cabo de pocos aos, al igual que las de Fourier, Owen y los Icarianos. En la actualidad, varios miles de personas -Hutteritas, Amys- viven en Norteamrica en granjas colectivas, practicando una especie de socialismo pacifista, basado en particulares versiones de la Sagrada Escritura, del que incluso alguna representacin ha llegado a Espaa. En cuanto al ya fenecido movimiento hippy de los aos 60, tuvo bases similares, aunque no protestantes, y limitadas a un sector de la juventud occidental, generalmente de origen burgus. Ms interesante es para nosotros observar lo ocurrido con intentos de superar la desigualdad desde el Estado. Probablemente el ms destacado en el mundo occidental sea el concerniente a la organizacin del kibutt en Israel. En este tipo de granja colectiva no se admite ms propiedad privada que la de pequeos objetos personales, y rige el principio de "de cada uno segn sus capacidades, a cada uno segn sus necesidades". Se suele rotar en los diferentes trabajos; todos ellos tienen igual retribucin, y las decisiones importantes las adopta un Consejo. Aunque ciertas personas desempean durante dos o tres aos los cargos de tesorero, gerente, etc., que requieren conocimientos especiales, y desde luego ejercen poder, no reciben por ello recompensa material ni privilegio alguno. A los nios se les procura socializar 120

de manera que nunca se consideren superiores a otros, ni se les permiten objetos o juguetes propios. De hecho, sin embargo, es inevitable que haya personas ms prestigiosas que otras, y por lo dems, la economa del "ki-butz" -corno la de Israel en su conjunto, depende mucho de la ayuda exterior, tanto de la comunidad juda mundial como de Estados Unidos en particular. Por supuesto, en teora son los pases de economa e ideologa socialista los de mayor importancia ante toda esta cuestin de la desigualdad. Hasta 1989, la propiedad privada de los medios de produccin, o no ha existido o se limitaba extraordinariamente. Por tanto, y axiomticamente, al no haber motivo para la lucha de clases, esta no exista. Con ello el rgimen se auto-legitimaba al tener "detrs" y no "delante" la revolucin. Pero en realidad las cosas eran muy diferentes, y mucho ms complejas. Ante todo, al hablar de los "pases socialistas" nos referimos a sociedades tan distintas como las de Cuba, Bulgaria o China. Antes de 1989 haba una cierta tolerancia respecto a a propiedad de la tierra y su explotacin individual en Polonia, cosa que no ocurra en la mayora de los otros pases socialistas. En Checoeslovaquia y Hungra, desde hace ms de dos dcadas un buen nmero de empresas funcionaba competitivamente, salvo que su propiedad segua siendo estatal. En casi todos los del Este de Europa, pequeos negocios, comercios, artesanas y servicios eran semiprivados. Pero la movilidad geogrfica o sectorial estaba muy controlada, lo que evitaba fuertes movimientos migratorios interiores o hacia el Oeste, como los que se iniciaron en 1989. No haba paro, pero la productividad era mucho ms baja que en Europa Occidental. Este fenmeno se percibe muy agudamente en la zona oriental de Alemania, tras su unificacin, y est requiriendo ingentes inversiones y subvenciones. Las viviendas eran alquiladas por el Estado con rentas bastante bajas, pero en todos aquellos pases hay una escasez endmica de ellas y su superficie es bastante inferior a la media de Europa occidental. En cuanto a los bienes de consumo, su variedad (y a menudo su calidad) era muy escasa, por lo que los ciudadanos teman pocas posibilidades de consumo -al contrario que en los pases occidentales- lo que les induca a ahorrar, beneficindose con ello indirectamente el Estado. Los servicios pblicos y de ocio solan ser bastante buenos, en especial los relacionados con las expresiones de la cultura y el arte. La educacin era gratuita, pero el acceso a la enseanza universitaria se encontraba bastante restringido segn "cupos" determinados por altas exigencias acadmicas y a veces, polticas. 121

Por lo que se refiere a la estratificacin como tal, los expertos que han estudiado el "sistema" y sus derivados, suelen sealar que no se poda hablar de "clases" en el sentido habitual de la palabra, en aquellos pases. Pero ciertamente, haba apreciables diferencias de orden econmico, de prestigio y de poder en su poblacin. Inkeles (1966), sealaba que en los aos 40 eran distinguibles claramente hasta diez "categoras*' sociales superpuestas en la URSS, que iban desde la "lite gobernante" hasta los "trabajadores forzados". Ya en los aos 50, M. Djilas, hasta entonces ministro de Asuntos Exteriores de Yugoeslavia, public un libro que tuvo gran difusin, titulado "La nueva clase". En l probaba que la antigua clase dominante de terratenientes y capitalistas del Este, haba sido sustituida en bloque por otra "nueva", compuesta por los lderes de los partidos comunista en aquellos, cuyos niveles de vida y capacidad de poder no tenan nada que envidiar a la antigua nobleza. Tampoco les era necesario poseer los medios de produccin para ocupar los estratos ms altos, bastndoles con controlarlos desde los aparatos del Estado y del Partido. Como caba esperar, la realidad crtica expuesta por Djilas contribuy a su desaparicin definitiva del escenario poltico. Ciertamente en estos pases se redujeron mucho las enormes diferencias sociales existentes en pocas anteriores. Formalmente, incluso, las diferencias de ingresos entre un alto cargo poltico y un empleado de la limpieza pblica no eran (o son, en los que subsisten), muy grandes, pero de hecho, aquel tiene acceso a infinidad de privilegios automviles, villas campestres o de vacaciones, tiendas especiales con objetos de importacin, servicios privados de salud- que debidamente valorados, multiplicaran por un importante factor su salario. Estos privilegios van en proporcin a la valoracin poltica de la aportacin que el individuo hace al esfuerzo comn. Valoracin que, a su vez, ha dependido de las respectivas "cspides" polticas (las cuales empiezan por recompensarse a s mismas). A la desigualdad existente han contribuido en forma indirecta dos factores ms. Por un lado, el estrepitoso fracaso de la "revolucin cultural" en China, que entre 1966 y 1972 puso en peligro no solo la economa toda del pas, sino el rgimen mismo. La supresin de toda jerarqua en el Ejrcito, la Administracin o la vida civil, llevando por ejemplo a eminentes cientficos o diplomticos a trabajar durante aos a establos o granjas, termin por ser rechazada por la mayora de aquellos que en principio lo propugnaron, reforzando el mantenimiento de una cierta estratificacin. Por otro lado, desde finales de los aos 70. se fueron introduciendo en

varios pases del Este de Europa modalidades de economa de mercado. Como hemos dicho antes, los gerentes, directores, tcnicos y ejecutivos de las empresas estatales, terminaban recibiendo "incentivos", gratificaciones y otros privilegios que incrementaban su distancia social respecto a los simples trabajadores. En definitiva, hasta 1989 en estos pases se redujo la desigualdad, los niveles elemental y medio de la educacin quedaron al alcance de todos, haba bienes materiales asequibles y generalizados, aunque con crnicas escaseces, y se daba una abundancia de bienes culturales y ciertos servicios pblicos. En los que mantienen regmenes socialistas no democrticos, la situacin no ha cambiado. Pero en todo caso, siempre les ha faltado mucho para llegar a una sociedad sin clases. Recordando la tesis de Vanfossen, antes expuesta, es evidente que quienes disponan o disponen de mejor posicin de ingresos, prestigio y poder, han procurado por todos los medios mantener el apoyo de los grupos e instituciones que les sirven de base. Y ello no diferencia los sistemas socialistas de los de economa de mercado. Por un tiempo previsible, las diferencias sociales subsistirn, aunque en la medida en que los pases alcancen un mayor nivel de desarrollo y democratizacin, tales diferencias se reducirn, a costa del mantenimiento de grupos marginados, o ms simplemente, de la explotacin de terceros paises. BIBLIOGRAFA
R. Aron: La lutte de classes, Pars, PUF, 1964. B. Barben Estratificacin social, Mxico. FCE, 1964. J. Cazorla: Problemas de estratificacin social en Espaa, Madrid, EDICUSA, 1973. "El contraste solidaridad-desigualdad en el marco del Hstado de las Autonomas", en el libro col. Comunidades autnomas e instntmentos de cooperacin intenerritoral, Sevilla, Parlamento de Andaluca. 1988. J. Cor\a, J.J. Ruiz-Rico y M. Bonachela: Fundamentos sociales del Estado y la Constititucin: una introduccin a la Ciencia Poltica, Granada. 1984. R. Dahrendorf: Sociedad y libertad, Madrid, Tecnos, 1966. Sociedad y Sociologa, Madrid. Tecnos. 1966. o.v clases sociales y su conflicto en la sociedad industria!, MaoVid, 1970. Oportunidades vitales. Madrid. Espasa-Calpe, 1983. R.C. Fried'; "Comparative Urban Policy and Performance", en el libro coord. por Oreenslein y Polsby, Handbook of Political Science, Addison-Wcsley, Reading. Mass. 1975, vol. 6, cap. 6, nota I I . R. Garca Colarelo: "Conflicto de intereses o la lucha de clases", en el libro col. coord. por J. del Pino, El conflicto social, MUaga. UNHU. 1988. 123

R. Garca de la Serrana: "Estudios sobre la estratificacin en Espaa", en el libro col. Informe sociolgico sobre el cambio social en Espaa, J973-83, Madrid, FOESSA, 1983, Anexo I. L. Garca San Miguel: Las clases sociales en la Espaa actual, Madrid, CIS, 1980. M. Garca Pelayo:La estratificacin social de los paises desarrollados, Caracas, U. Central de Venezuela. 1975. A. Inkeles: "Social Stratification and Mobility in the Soviet Union", en el libro col. coord. por Bcndix y I.ipset, Class, Status and Power, New York, bree Press, 966. J. Jerez Mir: "La composicin de las lites en los Estados Unidos" , enRevista de Estudios Polticos, n48. Madrid, 1985. D. Lae: "Social Class and Poltical Participation", en el libro col.Political Life Glencoe, 111., Free Press, 1959 Politics and Society in the USSR, New York, Random House, 1971. G. Lensk: Poder y privilegio. Teora de la estratificacin social, Buenos Aires. Paidos, 1969. A. Lilley: Hombres, mquinas e Historia, Madrid, Ciencia Nueva, 1967. R, Rendix y S.M. Lpset: Class, Status and Power, cit. D. Milln y otros: People's China, New York, Random House, 1974. C.W. Mills: La lite del poder. Mxico FCE. 1957. A. de Miguel: La pirmide social espaola, Barcelona, Ariel, 1977 (entre otros). F. Murillo: Las clases medias espaolas, Granada, E. Social, 1959. "La distribucin de la renta en Andaluca". en Anales de Sociologa n" 4-5, Barcelona. 1969. F. Murillo y M. Beltrn: "Estructura social y desigualdad en Espaa", en el Informe FOESSA, cit. A. Ort: "Estratificacin social y estructura del poder", en el libro-homenaje a F. Murillo, Politica y Sociedad, Madrid. CIS y CEC, 1987. S. Ossowki: Estructura de clases y conciencia social, Barcelona, Pennsula, 1969. N. Poulantzas: Poder poltico y clases sociales en el Estado capitalista. Mxico. Siglo XXI, 1971. J.J. Ruiz-Rico: Hacia una nueva configuracin del espacio poltico. C. Ahorros de Guipzcoa. S. Sebastin, 1978. J.J. Tezanos: Estructura de clases y conflictos de poder en la Espaa postfranquista. Madrid, EDICUSA, 1978. A. T0uraine:a sociedadpost-industrial, Barcelona, Ariel, 1969. B.E. Vanfossen: The Structure of Social Ineauality, Boston, Littlc-Brown. 1979. Varios Autores: "La economa regional espaola", en Papeles de Economa Espaola n" 34 y 35, Madrid, abril 1988. M. Weber: Economa y Sociedad, Mxico, FCE, 1969, 2 vols. M. Young: The Rise of Meritocracy, Baltimore, Penguin, 1971.

124

CAPITULO IV

LA ESTRATIFICACIN SOCIAL EN ESPAA


1 Breve introduccin histrica: de la Reconquista al siglo XX. 2 El siglo XX: la poblacin. 3 Evolucin de las clases sociales. 4 La estratificacin, a mediados de los aos 70. 5 La estratificacin desde 1980. 6 A modo de apndice: las minoras tnicas.

Breve introduccin histrica: de la Reconquista al siglo XX

Una fecha clave de la historia de Espaa, como es bien sabido, se con creta en 1492. En este ao, se consigue la unidad peninsular con la conquista de- la ciudad de Granada. Inmediatamente, se inicia la unificacin religiosa con la expulsin de los judos (completada a comienzos del XVII con la de los ltimos moriscos), y se abre la nueva frontera de Amrica. Se sientan as las bases para la aparicin de uno de los primeros Estados en el sentido moderno de la expresin que surgen en el mundo occidental AJ contrario que en otros, se va a conseguir una centralizacin de la organizacin poltica mucho antes de que se alcance un sentido colectivo de identidad nacional. Pero hasta aquel momento, el lentsimo proceso de la Reconquista dio lugar a lo que Amrico Castro ha llamado una mentalidad heroica, en cierto modo irracional, que habitu a muchos cristianos de la Pennsula a dominar el mundo, no mediante su trabajo, sino en un gesto de valenta en que se lo jugaban todo. Durante ocho siglos una frontera va a ir descendiendo hacia el sur. Lo habitual es el estado de guerra, que no slo enfrenta a cristianos con musulmanes, sino a sectores de unos y otros. Millones de personas se habitan a compartir unos valores que generalmente se alejan de una pacfica laboriosidad, los cuales en Europa Central, por ejemplo, comienzan a constituir el germen del capitalismo. El ocuparse del mundo para transformarlo con el arte se considera aqu tarea subalterna y de muy inferior calidad. Slo se contemplan como actividades dignas el ejercicio de las armas, la propiedad agraria y la pertenencia al clero. Y ello origina desde arriba una particular concepcin del trabajo, que va a perdurar en extensos sectores de la poblacin casi hasta nuestros das. Incidentalmente cabe recordar que las peculiaridades de la conquista del Sur y la pervivencia del Reino de Granada durante dos siglos y medio, producen una estructura de la propiedad agraria que todava hoy influye all profundamente en la estructura de clases. La apertura de la frontera americana co el mismo ao en que se cierra la peninsular, en un mbito mucho ms extenso, permite la continuidad del peculiar techo de valores hispnicos, a lo que contribuyen las gastosas guerras de religin en Europa, el constante drenaje de poblacin que marcha a las nuevas tierras, y la expulsin de moriscos y judos. 127

Se produce as el fenmeno de una sociedad, en muchos aspectos avanzada, pero en que prcticamente no existe burguesa, por no haberse dado las condiciones necesarias para su aparicin. Y ello da lugar a que sean escasas ciertas formas de expresin artstica, y sobre todo, que aparezcan tar damente manifestaciones de actividad econmica y financiera, pujantes en otros pases desde largo tiempo atrs. Tiene que avanzar el siglo XVIII para que surjan minoras ilustradas e iniciativas que lentamente sientan las bases de una sociedad menos cerrada en s misma. La reaccin popular frente a la invasin napolenica significa un nuevo obstculo a la penetracin en Espaa de las corrientes modernas de pensamiento, y en especial al liberalismo. El hecho es que la totalidad de los autores que han tratado el tema estn de acuerdo en que en Espaa concluye el siglo XIX sin que haya producido el tpico fenmeno europeo de la poca, la revolucin burguesa, ni tampoco la revolucin industrial, ms que muy parcialmente, y sta en espacios geogrficamente muy limitados. Segn Lacomba, hacia 1803 caba estimar que la composicin de la sociedad espaola era la siguiente: Nobleza y clero Burguesa incipiente (comerciantes, fabricantes, algunos propietarios) Clases medias (administracin, ejrcito, empleados, profesiones liberales) Clases bajas (criados, artesanos, jornaleros, mayor parte de campesinos) Total 16 % 2,5 10 71,5 100

No debe extraar el aparente volumen de nobleza y clero si tenemos en cuenta que buena parte de la poblacin de varias provincias del norte ostentaba juridicamentc la condicin de hidalgo, de tal modo que constaban como nobles unas 400.000 personas, de un total de 10,5 millones de espaoles. Por otro lado, datos de 1769 fijaban la cifra de un clrigo por cada 45 habitantes. Se aprecia un enorme proletariado y unas dbiles clases medias, poco estables, junto a una burguesa tampoco muy segura de su papel especfico. Lo que hay es una sociedad dual, en que la principal fuente de poder, la propiedad, queda en manos de grupos estamentales. Entre la aristocracia y la iglesia se repartan la mayor y mejor porcin de las tierras espaolas, a la vez que slo 6 de cada 100 habitantes saba leer y escribir. . 128

Las duras circunstancias en que se inicia el siglo XIX, van a producir 30 aos de permanente agitacin y violencia en Espaa (1808-J839) que son poco propicios a la estabilizacin y reforzamiento de unos estratos medios que equilibraran la tradicional estructura dual de nuestra sociedad. Pero sucesivas guerras (de la Independencia, de Emancipacin en Amrica, de Trienio Constitucional y Carlistas), no slo lo van a impedir, sino que confieren un papel preponderante al estamento militar en la poltica, papel que se prolongar durante ms de un siglo, y que va en detrimento del que hubiera correspondido normalmente a las ciases medias, y en particular a la alta burguesa. Durante la mayor parte del siglo XIX y aun con frecuencia en el XX, la inmovilidad de la estructura social ofreca muy escasas vas de ascenso. En el medio rural, sobre todo, algunos jvenes, hijos de propietarios pequeos y medios, utilizaban las carreras eclesistica y militar desde abajo para ascender a status que de otro modo les estaban totalmente vedados. En paralelo a la creciente concentracin de poblacin en la periferia, tambin la mayora de los ncleos burgueses espaoles se ubicaban en esta (Catalua, Pas Vasco, Santander, Asturias, y en menor proporcin Cdiz, Sevilla y Mlaga). Todos ellos lejos del eje de poder que monopoliza Madrid, como ha sealado Jutglar. Adems de dispersa, esta burguesa tema en conjunto escasa capacidad econmica (en trminos relativos, claro est; la in-fuencia del capital extranjero haba sido tradicionalmente muy importante). Y, por ltimo, careca de suficiente coherencia ideolgica como para llevar adelante una accin poltica conjunta propia. El lamentable desarrollo de la Desamortizacin, no consigui crear una clase de propietarios agrcolas medios, social y polticamente equilibradora, mantenindose durante todo el siglo y an en el XX dos tipos muy distintos de poblacin rural. Manchegos, extremeos y andaluces, componen una altsima proporcin del proletariado agrcola, sin ms medios que su fuerza de trabajo. En otras regiones ms al norte, pequeos y medios propietarios y arrendatariqs superaban a los jornaleros en nmero, y proporcionaban las bases de una estructura menos desigual y por tanto ms estable. La creacin de la Guardia Crv, en 1844, no fue ajena al temor en los gobernantes ante las consecuencias de una creciente agitacin campesina.

A la vez comienza a surgir un proletariado industrial que sobre todo se incrementa en la segunda mitad del siglo XIX y primeras dcadas del XX en Valencia, Catalua, Pas Vasco y algunos otros puntps ms aislados. Las condiciones de explotacin de estos trabajadores resultan infrahumanas para nuestra mentalidad actual Mujeres y nios trabajan de 14 a 16 horas 129

diarias; slo en 1853 se consigue en algunas manufacturas reducir la jornada a 12 horas. La primera huelga general de la historia espaola se produce en 1855, y a lo largo de todo el perodo se suceden las tentativas de promocin del asociacinismo obrero tema en el que aqu no podemos entrar, que culmina en 1870 en el I Congreso de la Internacional, en Barcelona. Desde 1872 coexisten en Espaa dos organizaciones proletarias (autoritarios y libertarios), fundndose en 1878 el Partido Socialista y diez aos despus la Unin General de Trabajadores. Al mismo tiempo, el crecimiento del anarquismo en Andaluca y Catalua result verdaderamente espectacular. No podemos por menos de recordar aqu una certera frase de Vicens Vives al respecto, y que explica el germen de los enfrentamientos de clase que durante un siglo iban a ensangrentar la historia espaola. En el origen del anarquismo, dice el prestigioso autor cataln, se encuentra la ciega incomprensin de una sociedad que considera los problemas del trabajo como meras cuestiones de orden pblico. Este mismo historiador se ha referido al pacto triangular ms o menos explcito, a que llegan hacia 1840 los nuevos burgueses, es decir, los comerciantes y fabricantes textiles catalanes y los propietarios mineros y fabricantes metalrgicos del norte, con los inmovuistas grandes propietarios de Castilla y Andaluca. Pacto que constituye una remora a la dinmica de la evolucin que la estructura social espaola requera. De aqu el lento crecimiento de nuestros sectores secundario y terciario y, sobre todo, la persistencia de actitudes retrgadas en la burguesa de pura explotacin, como las mencionadas que explican por ejemplo el que slo en 1900 se aprobase la Ley de Accidentes de Trabajo. En realidad, el rpido crecimiento del proletariado industrial slo se inicia en el ltimo cuarto de siglo, como hemos dicho. As, en el Censo de 1860, la estructura social se manifiesta en general (segn Garrorena) como sigue: Clase alta y burguesa (propietarios rentistas con ms de 300 reales de contribucin) Clases medias (profesionales, clero, comerciantes, fabricantes) Clase media baja (artesanos, pequeos comerciantes, propietarios medios) Proletariado tradicional y rural (pequeos arrendatarios y propietarios, jornale ros, sirvientes, pobres) Nuevo proletariado industrial Total 130 3,5%

4,5 14,5 75

2.5 100

Como se apreciar, ya no se incluye el concepto de nobleza y clero, especialmente si tenemos en cuenta que no slo ambos se haban reducido (este ltimo era ya nicamente una cuarta parte que a comienzos de siglo), sino que el primero haba sido abandonado en cuanto criterio estadstico. Pero las clases medias en su conjunto no haban crecido mucho, y el proletariado tradicional segua teniendo un volumen similar, aun cuando en algunos sectores hubiese mejorado en sus condiciones de vida. Dominado por el caciquismo, su poder poltico era prcticamente inexistente. Lo ms interesante es el todava muy bajo porcentaje de proletariado industrial, incapaz pues de constituir una potente fuerza social, al contrario de lo que por entonces ocurra en otros pases europeos. Todava en 1900, un 70% de la poblacin viva de y para la agricultura, estructura que en una parte considerable del territorio espaol se prolonga an varias dcadas. En aquel momento, la poblacin agraria asciende a 4,5 millones, mientras que en el sector secundario ha llegado a un milln, duplicndose entre 1850 y 1900.

2.EL SIGLO XX: LA POBLACIN No es objeto del presente captulo el efectuar un anlisis de los diversos aspectos de la estructura social espaola, lo que rebasara con mucho su propsito. Haremos simplemente mencin de algunos datos de particular relevancia para la mejor comprensin de nuestra estratificacin social actual. La primera guerra mundial y en especial el auge econmico que se inicia hacia 1959 van a ser decisivos para la modificacin de la tradicional es tructura sectorial espaola, con su inevitable repercusin en la estructura social Veamos cmo evoluciona en los ochenta aos transcurridos.

Porcentajes de poblacin por sectores, 1900-1980 1900 ------------------------ 69,6 Agricultura Industria y 15,2 construccin Servicios 15,2 1920 59,1 21,7 19,2 1940 51,9 24 24,1 1960 41,7 31,7 26,6 1980 17,6 37,7 44,7

Como se puede apreciar, la disminucin de la poblacin agraria y el incremento del sector terciario son constantes, pero alcanzan dimensiones es1.1!

pcctacularcs en el periodo 1960-1980, lo que coincidi con otras considerables transformaciones ocurridas en el pas. Desde comienzos de siglo hasta 1960 la poblacin que resida en localidades inferiores a 10.000 habitantes, permaneci estacionaria, al par que aumentaba la de los municipios superiores a dicha cifra. Pero a partir de aquel ao, se aceler el incremento de stos, fundamentalmente a costa de la disminucin de los municipios pequeos, en especial los de menos de 2.000 habitantes. Resulta as que si en 1900 la poblacin residente en localidades verdaderamente rurales (-10.000) se aproximaba al 68% de !a total, en 1981 era ya slo de 26,8%. En ej mismo intervalo, los municipios de ms de 100.000 habitantes, urbanos, pasaron del 9% al 42% de la poblacin total espaola. A la vez, sta aument desde 18.617.000 de habitantes a 37.682.000, Tngase en cuenta que estos cambios tienen consecuencias no slo cuantitativas sino cualitativas y, en particular, el incremento de la poblacin urbana, puesto que lo rural y lo urbano no son nicamente adscripciones geogrficas, sino mucho ms importante, formas muy diversas de vida. Tales consecuencias son en particular de orden poltico, ya que en los centros urbanos las actitudes y comportamientos tienden con mayor frecuencia a ser de carcter progresista, o en todo caso, menos conservador que en el medio rural. Ahora bien, este crecimiento no se produjo en forma equilibrada respecto a todos los centros urbanos. La oferta de empleo secundario y terciario en las regiones tradicionalmente ms dinmicas, unida a la creacin de un cinturn industrial en Madrid desde comienzos de los aos 50, produjo una fuerte concentracin en ciertas zonas. Se registran as actualmente municipios con una altsima densidad de poblacin, como Hospitalet de Llobregat, con ms de 20.000 habitantes por k7 y otros con menos de 100, como muchos gallegos. Es preciso hablar desde los aos 60 de las reas metropolitanas de Barcelona, Madrid, Bilbao y Valencia que a su vez influyen profundamente en sus regiones circundantes y aun absorben recursos demogrficos, econmicos y naturales de todo el pas. Por tal razn, se increment paralelamente la diferencia en niveles de vida de unas y otras zonas, a la vez que las necesidades de infraestructura de las grandes concentraciones urbanas eran atendidas preferentemente a cualesquiera otras. Tan desequilibrado crecimiento se vio propiciado desde los detentadores del poder ya a partir de la guerra civil, y sobre todo desde finales de los aos 50, bajo el supuesto de que el desarrollo de las regiones prsperas actuara de motor de las dems. De hecho ocurri exactamente lo contrario. Advirtase que, segn el Censo de 1981, en las Comunidades Autnomas de Catalua, Euzkadi, Madrid y Valencia se concentra el 43,7% de la pobla132

cin total espaola. Y ello en una superficie que slo alcanza en conjunto al 14,6% del territorio nacional. Esto explica que numerosos autores hayan hablado del proceso de creciente deserizacin de comarcas enteras, y de las consecuencias irreversibles de los fuertes movimientos migratorios interiores. Algunos de estos movimientos tuvieron incluso carcter intraprovincial, como en el caso de Mlaga, con un fuerte sector terciario en su costa y comarcas muy subdcsarrolladas a pocos kilmetros, en el interior (Serrana de Ronda). Paralelamente, centenares de miles de emigrantes se dirigieron tambin hacia Centroeuropa, procedentes en su gran mayora de las regiones subdesarrolladas, en un movimiento sin precedentes, que dur desde 1959 a 1973. Por ejemplo, slo Andaluca proporcion segn los aos del 33% al 40% del total de emigrantes exteriores en aquel perodo. A partir de 1973, la crisis econmica ha hecho disminuir y en algunos casos detenerse tamo las migraciones interiores como exteriores- Pero al no incrementarse a nivel local la oferta de empleo, el paro ha crecido hasta aproximarse a una quinta pane de la poblacin activa total en 1984. Segn J. R. Rapado, en 1983 continan despoblndose todava las regiones ms expulsoras, es decir, ambas Castillas y Extremadura, debido a la atraccin del rea metropolitana de Madrid, que est colonizando incluso algunas comarcas de sus provincias iimlrofes. Andaluca se ha despoblado relativamente menos que las regiones anteriormente mencionadas, y se re querira una urgente reforma agraria que evitase la saturacin de ciudades como Sevilla y Mlaga, o del sector turstico. Galicia mejora algo gracias a la zona costera de Pontevedra, ms activa inciustrialmente, aunque con problemas de reconversin de la industria nava). Junto a las dos Castillas, Aragn es la regin ms desertizada, y a la vez padece la macrocefalia de Zaragoza, que contiene casi la mitad de la poblacin total aragonesa. A partir de 1975, el Pas Vasco se ha convertido en regin de expulsin y no de inmigracin. Se han reducido mucho los saldos positivos de Madrid y Catalua, pero no el valenciano. En ciertos casos se est volviendo a las provincias de origen y en otros se confa en emigraciones de temporada (vendimia en Francia, hostelera en Baleares) combinadas en las regiones subdesarrolladas con empleos eventuales y subsidios estatales. Las mayores prdidas de empleo en a industria se han producido en las regiones expulso ras, mucho ms que en las receptoras (salvo Madrid). Una cuarta parte de las empresas de Castilla-La Mancha y Andaluca han desaparecido. En cuanto a la construccin, porcentualmentc ha disminuido ms en las cuatro grandes reas inmigratorias. A la vez se han acentuado las migraciones in-traprovinciales, que son ya a veces ms importantes que las interprovinciales. Rapado seala tambin que a diferencia de otros pases europeos, la 133

falta de inters por parte del Estado sobre el tema de las migraciones internas es total. Volveremos despus sobre esta cuestin.

3.EVOLUCIN DE LAS CLASES SOCIALES A la vez que se consolida una autntica burguesa financiera y comer-cial en las primeras dcadas del siglo, propiciada por los pinges beneficios derivados de la primera guerra mundial, creca en importancia tambin el proletariado industrial en el norte y noroeste. Inici ste un protagonismo alarmante para aquella a raz de la Semana Trgica de Barcelona, en 1909. Las huelgas revolucionarias de 1917-1919 fueron muestra de la potencia de las organizaciones obreras urbanas y tras su violenta represin, constituyeron un factor ms que llev a amplios sectores de la patronal a apoyar el advenimiento de la Dictadura en.1923. Sin embargo, en la mayor parte del pas continuaba mantenindose una estructura caracterizada por una fuerte desigualdad, sin que hubiese crecido el sector de clases medias en forma apreciable, y an con plena vigencia del poder caciquil. Los resultados electorales de la II Repblica, muestran en general una considerable polarizacin ideolgica, que se va acentuando para* lelamente el enfrentamicnto de clases, separadas por grandes diferencias de renta, empleo y educacin- Y en las que a la vez se desarrolla una rpida conciencia de su necesario protagonismo poltico. Tal polarizacin, adems, se concretaba geogrficamente en un voto conservador caracterstico de Castilla-Len y de parte de Galicia, cornisa cantbrica y Aragn, frente al resto del pas, muy marcadamente de izquierda. La coincidencia de unas ideologas mutuamente intolerantes, junto a una fuerte desigualdad y explotacin objetivas, la endeblez de las clases medias en la zona ms radicalizada, y la consiguiente ruptura geogrfica en dos bandos, hicieron inevitable el sangriento conflicto, en cuanto principales causas del mismo. Slo a mediados de los aos 50 se consigui recuperar el nivel de vida de veinte aos atrs. Estimaciones de Murillo, el I Informe Foessa, y J. Ca-zorla, para entonces, sitan el nivel de clases medias entre un tercio y casi un 40% del total, y el de la clase trabajadora entre un 55 y un 60%. La clase alta oscilaba exclusivamente en la estructura' de ocupaciones del pas en su conjunto, si bien Cazorla hizo una estimacin aproximada para cada provincia, referida a 1957. Nuevos datos para mediados de ios aos 60 y 1970 aumentaban slo ligeramente el supuesto volumen de clases medias, disminuyendo por tanto algo el de clase trabajadora. En todo caso, sta segua abarcando ms de la mitad de la poblacin total, lo que ofreca la clsica imagen de sociedad no desarrollada. Pero tambin debe tenerse en cuenta 134

que al establecerse lmites meramente convencionales en funcin de las respectivas ocupaciones, los correspondientes porcentajes variaban incluso en un 10%. Lo que pareca bastante claro.es que segn casi todas las estimaciones, hasta 1970 el estrato o conjunto de estratos ms bajos de la pirmide social superaba numricamente a todos los dems reunidos. Paralelamente al movimiento de poblacin antes descrito, en el Informe Foessa de 1970 se observaba que en los cien aos anteriores se haba producido un descenso sistemtico y pronunciado de la case de los jornaleros del campo y un ascenso paralelo de los obreros urbanos. A la vez, un descenso muy lento de los agricultores y un lento ascenso de las clases medias urbanas. A partir de 1960 el cambio es vertiginoso, agudizndose en extremo todos los procesos anteriores, hasta el punto de que la pirmide de ocupaciones de 1971 se va a distanciar ms de la de 1950 que la de esta ltima en relacin con la de 1860. As, el cambio social ocurrido en menos de dos dcadas supera en magnitud al que ha tenido lugar en todo un siglo. Tales cambios originaron en muy breve plazo un incremento de ciertos grupos ocupacionales, de cuyos conocimientos habra fuerte demanda, tales como los profesionales, personal administrativo comercial, tcnico y de servicios, empresarios y gerentes y obreros especializados. Por el contrario, disminuyeron simultneamente los obreros no cualificados, propietarios agrcolas sin asalariados y peones, empresarios sin asalariados, y trabajadores independientes. 'Es decir, aument mucho el volumen de la nueva clase media relativamente a la vieja o tradicional clase media, compuesta por pequeos empresarios de industria y comercio, patronos agrcolas, profesionales liberales y algunos tipos de gerentes. En particular, l enorme incremento del sector servicios en los centros urbanos fue decisivo para la reestructuracin de la pirmide social espaola. Es preciso advertir que aunque la vieja clase media no fue ni es muy importante cuantitativamente (a mediados de los aos 70 se le calculaba en un 6% del total de poblacin activa), sus comportamientos suelen ser imitados por nuevos grupos sociales emergentes. As, influye indirectamente en el techo de los valores de buena parte de la nueva clase media, que slo en su sector de personal administrativo, comercial y tcnico abarcaba en la misma poca al 20% de la poblacin activa, En cuanto a sus actitudes polticas, no debe olvidarse otra consecuencia del cambio de la sociedad (frente al inmovilismo del rgimen) antes de la restauracin de la democracia. En encuestas efectuadas por entonces, un porcentaje bastante alto de miembros de esta clase media-nueva se manifestaban favorables al socialismo o a posiciones en todo caso de centro-izquierda. Lo 135

cual fue un importante factor entre otros para la prctica desaparicin de la polarizacin ideolgica ante comentada, y el surgimiento de partidos polticos cgelotodo, de que nos ocuparemos en otro lugar. Como se ha visto, en el mismo perodo se produjo un fuerte descenso de la poblacin agraria, especialmente en su sector de asalariados. Tambin disminuy en trminos relativos el nmero de propietarios pequeos, que en muchos aspectos son totalmente asimilables a los anteriores. Tngase en cuenta que a mediados de los aos 70 se calculaba que las tres cuartas partes de las explotaciones agrarias lo eran en rgimen de propiedad. Pero todava la desigualdad en dicha poblacin segua siendo extraordinaria, y superior a la de cualquier otro pas europeo. En trminos generales, segn el Censo Agrario de 1972, la mitad de la superficie agrcola total perteneca nicamente al 1,2% de las explotaciones (es de destacar que el 0,2% ocupaba por s solo el 27% deja superficie). A la vez, el 48% de las explotaciones, con menos de 3 Has, dispona tan solo del 3,1% de la superficie. En algunas regiones, como parte de Andaluca y Extremadura, esta desigualdad era y es an ms acentuada. Como antes hemos apuntado, la compra de tierras en la Desamortizacin contribuy a esta situacin, y aunque era notorio que ciertos nobles teman extensas propiedades (encabezados por Me-dinaceli, con casi 80.000 Has.) la mayor parte de aquellas pertenecen a personas sin ttulo nobiliario. En Badajoz, por ejemplo, segn Malekafis, unos 400 individuos, a menudo emparentados entre s, posean todava hacia 1970 un tercio de la superficie total de la provincia. Aunque es evidente que los jornaleros han sido el grupo que tradicio-nalmente ha ocupado los estratos ms bajos de la sociedad espaola, no es menos cierto que la mayora de los pequeos propietarios, como hemos dicho, se encuentra en situacin parecida (excepcin seran los dedicados a cultivos extratempranos en la costa sur y similares). En lo referente al nivel de vida, prcticamente no hay ninguna diferencia en todo el sur, oeste de la pennsula y Canarias. Aunque al retornar de la emigracin algunos de ellos han adquirido a veces tierras y mejorado algo su posicin, en general ofrecen los niveles de vida ms bajos del pas entre la poblacin que no figura oficialmente en paro. La aparicin de nuevas expectativas en este sector, lejos ya de una mentalidad estamental, consciente de que vive en una sociedad en cambio, pero con una estructura de propiedad que sigue siendo muy desigual, puede provocar en las regiones menos industrializadas problemas de radicalizacin poltica, de consecuencias imprevisibles. En cuanto a los trabajadores del sector secundario, ha ido creciendo constantemente la proporcin que entre dios se encontraba con un nivel medio o alto de cualificacin, a medida que lo exigan las sucesivas transfor136

maciones y modernizacin del sector, sobre todo desde 1960. La retribucin salarial (y las prestaciones de la Seguridad Social) crecieron considerablemente a partir de entonces, hasta el punto de que por trmino medio se multiplic aquella por diez en las dos dcadas transcurridas. Ahora bien, el incremento de los ingresos de los trabajadores industriales se produjo sobre todo entre 1975 y 1980, duplicndose en tan breve plazo. Este factor coincidi con la disminucin de pedidos resultante de la crisis econmica surgida en 1973, con la elevacin de las tasas de inters ban-cario y con la creciente automatizacin de la produccin. En consecuencia, los ndices de paro aumentaron en todos los pases industrializados, lo que a su vez impidi en Centroeuropa la absorcin de inmigrantes extranjeros. De aqu la aparicin de tasas de paro desconocidas en Espaa desde los aos 50, y la existencia de diversas formas de economa sumergida. En todo caso, y aparte de estos fenmenos, es evidente que la tendencia se orienta hacia una disminucin relativa de los trabajadores industriales propiamente dichos y a un incremento paralelo del sector servicios. El crecimiento del nmero de tcnicos y profesionales en los pases ms avanzados, sin embargo, lleva aparejada la prdida de su independencia per-sonaL Es decir, los antiguos profesionales liberales estn siendo absorbidos cada vez con ms frecuencia por organizaciones y tecnocracias que, al par que estimulan su incremento, les exigen una constante actualizacin de sus conocimientos, les hacen depender de un salario, y los concentran y fun-cionalizan por especialidades. As, slo en el perodo 1973-1982, el total de sueldos y salarios (excluidas cotizaciones sociales) pas del 57,6% de la renta espaola a nada menos que el 68,8%. Las exigencias de la rpida adaptacin de nuestra sociedad a estas circunstancias, unidas a un acceso relativamente menos restringido a los estudios universitarios, han provocado tambin el paro de un considerable nmero de recin licenciados, para cuyos conocimientos haba escasa demanda en el mercado. Lo que resulta claramente perceptible, en esta burocratizacin creciente de la sociedad espaola, es el fuerte incremento de los efectivos de la Administracin pblica. Aunque no se conoce muy exactamente su magnitud, y a veces ni siquiera est claro que ciertas actividades puedan considerarse como funcin pblica, cabe estimar que su volumen supera ampliamente d milln de personas, distribuidas hasta el presente en ms de dos centenares de Cuerpos (segn estimaciones de 1984, el total de Cuerpos se eleva a 972, lo que da idea de la total confusin en este tema). Algunos de estos cuerpos, considerados como lite burocrtica, han acumulado considerablemente poder poltico, influencia e ingresos privile137

giados. Por ejemplo, se ha comprobado que en el rgimen de Franco, ms de las tres cuartas partes de sus 114 ministros procedan del funcionariado (incluidos militares), en su mayora abogados del Estado, letrados del Consejo de Estado, catedrticos de Universidad y miembros del Cuerpo General Tcnico de la Administracin civil del Estado.

La repetida presencia de miembros de slo una docena de Cuerpos en consejos de administracin de importantes empresas de los sectores pblico y privado, ha llevado a Baena a considerar que esta lite burocrtica constituye "el grupo detentador del mximo poder poltico y econmico en Espaa".

No se puede olvidar, sin embargo, que por su parte .la lite financiera posee una capacidad de poder tan elevada, que Tamames la ha calificado como fraccin hegemnica de la burguesa. Este autor sealaba que en los aos 60, un grupo reducido de 275 consejeros comunes a los principales bancos y empresas, representaba la mxima personificacin de la oligarqua financiera, que como estrato social est situado en la parte ms alta de las clases burguesas, constituyendo la superestructura espaola, con una notable influencia sobre la superestructura poltica, con la cual est ntimamente interpenetrada.

A comienzos de los aos 70, J. Muoz demostr igualmente que los siete principales bancos controlaban los sectores claves de nuestra economa, de tal manera que 177 financieros se encontraban entre las personas con mayor poder del pas. Un cierto nmero de personas con ttulo nobiliario se hallaba a cargo de importantes empresas espaolas. En particular, 12 aristcratas pertenecan al reducido ncleo central de la oligarqua econmica, compuesto por 51 individuos o familias, que acumulaban casi la mitad de los Consejos de Administracin de las grandes empresas espaolas, a razn de una media de unos 17 consejos por persona o familia. Una lista algo ms amplia de 300 personas (incluidos los anteriores) controlaba un total de 1.748 consejos de entidades financieras y empresas del pas.

La recompensa a los servicios prestados, implicaba en fin que todava en 1978 un total de 41 exministros del rgimen anterior, ocuparan sustanciosos puestos en los Consejos de importantes empresas de los sectores pblico y privado (a menudo en varias de ellas, simultneamente). 138

4.LA ESTRATIFICACIN, A MEDIADOS DE LOS AOS 70 Sobre datos exclusivamente de orden econmico, procedentes de la Revista Sindical de Estadstica, cabra estimar en trminos generales el volumen de los tres estratos bsicos convencionales de la sociedad espaola hacia 1975. Segn tales datos, puede efectuarse una estimacin que tuviese en cuenta a qu nmero de hogares corresponda por entonces qu proporcin de la renta nacional. Naturalmente, con ello como en los clculos anteriores, no se pretende establecer el influjo de la conciencia de clase, sino meramente la respectiva disposicin de bienes y servicios de que, en virtud de sus ingresos, disfrutaba a finales de la poca franquista cada una de las tres capas habitualmente utilizadas como perspectiva de la estratificacin social. En resumen, la relacin respectiva quedara como sigue:

Porcentaje de hogares en 1975

Porcentaje de renta nacional que les correspondi

1,2 47,8 51,0

22,4 56,0 21,6

100,0

100,0

Como se puede apreciar, la desigualdad caracterstica de nuestra estructura se mantena, quiz con alguna atenuacin, poco apreciable en datos tan generales. En todo caso era evidente la permanencia de la acumulacin de la renta en el habitual estrato superior, que obtena por s slo el 22,4% de los ingresos, con poco ms del 1,1% de los hogares. Poco despus se publicaban datos tambin referidos al mismo ao, y procedentes del Anuario de Banesto (1978), que distribuan los porcentajes de poblacin en todos los municipios de Espaa, segn el nivel medio de renta en stos. Resumiendo estos datos, aparece una nueva manifestacin de la desigualdad, esta vez contemplada desde el punto de vista geogrfico. 139

Porcentajes de poblacin residentes en los municipios, segn niveles de renta de stos en 1975 (En miles de pesetas)

Menos de 100 De 100 a 200

Ms de 200

Andaluca Euzkadi y Navarra Madrid Espaa

53 7 2,4 30,3

45,8 66,2 14,9 50,6

1,2 26,8 82,7 19,1

Fcilmente se observar la fuerte disparidad interregional, de la que slo hemos presentado tres ejemplos. Mientras en Madrid 83 de cada cien habitantes vivan en municipios de alta renta media, en Andaluca slo el 1,2% de la poblacin se encontraba en situacin similar. Especficamente se trataba del municipio de Marbella, de conocidas caractersticas en el mbito sobre todo de los servicios tursticos. Es obvio que toda la poblacin en uno u otro caso no gozaba de altos ingresos, puesto que se trataba de un promedio. Pero no es menos cierto que una proporcin mucho mayor de habitantes dispona en un caso de aqullos, frente a una baja proporcin en el otro. Tambin es significativa la comparacin con el conjunto nacional, en ambos casos. Utilizando una serie de indicadores socioeconmicos, J. Cazorla elabor para los primeros aos 70 una distribucin de las regiones histricas con arreglo a sus respectivos ndices de bienestar social (en base a determinados consumos o servicios colectivos, saldos migratorios, niveles de educacin, e ndices de movilidad ascendente). Una vez ms aparecan con altos promedios Madrid, Catalua, Pas Vasco y Navarra y Baleares. En el fondo de esta distribucin se repetan tambin Andaluca, Castilla-Len, Galicia y Extremadura. La desigualdad entre las regiones espaolas no slo se mantena, segn estos ndices, sino que haba aumentado en las casi cuatro dcadas transcurridas desde 1936. Es ms, datos del Ministerio de Agricultura referidos a finales de los aos 70 demostraban la existencia de comarcas sumidas secularmente en la miseria, como las que abarcaban nada menos que la tercera parte de la poblacin total de la provincia de Granada, frente a niveles de consumo e ingresos claramente similares a los centroeuropeos en las grandes -ciudades del pas. 140

En resumidas cuentas, algunas regiones espaolas presentaban en el momento de la transicin hacia la democracia 7y exclusivamente en funcin de sus distintos niveles de renta, no de otras consideraciones perfiles muy parecidos a los de las sociedades avanzadas, especialmente con engro-samientos apreciables en los estratos medios, que segn este criterio abarcaban a los dos tercios o ms de su poblacin total. Simultneamente otras, que comprendan la mayor parte del territorio nacional y muy poco ms de la mitad de su poblacin, ofrecan una estructura en que la parte ms baja de la pirmide segua siendo an bastante ms extensa que las restantes, hasta alcanzar en algunas zonas tambin los dos tercios o ms de los habitantes. Tal disparidad, como despus veremos, se repeta en algunos casos a nivel intraprovincial. La mejora de algunos servicios pblicos en las localidades rurales, el uso generalizado de radio y televisin, la mayor frecuencia de viajes, la desaparicin del tradicional aislamiento rural, la fuerte disminucin del analfabetismo, confieren una apariencia a nuestro medio rural en la mayor parte del pas, de lo que en otro lugar hemos calificado de desarrollo cosmtico o alternativamente de modernizacin sin desarrollo.

Pero a la vez, la fuerte diversidad de rentas entre medio rural y urbano, entre las regiones, o incluso las comarcas, a que nos referimos, no debe hacer olvidar que las clases dominantes han sido siempre las mismas, en el centro, o en la periferia espaola.

5.LA ESTRATIFICACIN DESDE 1980 Una aportacin decisiva al conocimiento de nuestra ms reciente estratificacin ha sido la de Murillo y Beltrn en el Informe Foessa 1983, que vamos a sintetizar para ofrecer la panormica ms actualizada sobre este problema. Como bien advierten, una cosa es que se haya producido una indiscutible alza en el nivel de vida (que con alternativas viene creciendo desde las cavernas) y otra es que haya disminuido suficientemente la desigualdad en la distribucin. Sealan as que entre 1964 y 1974, es decir, durante el desarrollo, el escaso cambio habido se orient a favorecer al 10% de los hogares con rentas ms altas. Esta decila reciba en 1964 el 37% del .total de las rentas familiares, mientras a la ltima decila le quedaba tan slo el 1,4. Pues bien, clculos referidos a la misma distribucin para diez aos despus mostraban que la ms baja se haba incrementado en tres dcimas (1,7) mientras que la 141

primera pasaba al 39,6%. La oscilacin de los escalones intermedios era en general pequea. Comparando con otros pases occidentales resultaba que en Espaa la concentracin de las rentas ms altas en la decila superior era mucho mayor que en cualquier otro (Suecia, 21,3; Estados Unidos, 26,6; Italia, la ms prxima a nosotros, 30,9). Significa esto que aunque prcticamente todos los estratos sociales mejoraron en trminos absolutos en aquel perodo, no disminuy apreciable mente la distancia entre los dos extremos de la pirmide social espaola. No se trata de una cuestin de nivel, sino de desigualdad. Es decir, habr tanta mayor sensibilidad cuanta mayor distancia exista entre ambos extremos, y mayores expectativas de mejora se hayan provocado en los estratos menos favorecidos. Ciertamente, como antes indicbamos, en el intervalo 1975-1980 los salarios se duplicaron; pero a la vez y todava en la actualidad, se increment progresivamente el ndice de desempleo, hasta aproximarse en 1984 al 20% de la poblacin activa (en algunas comarcas este ndice era casi del 50%). En consecuencia, esa alta proporcin casi en su totalidad perteneciente a los estratos ms bajos refuerza la situacin de desigualdad, ya que los factores fiscales de correccin estn comenzando a operar desde hace slo tres o cuatro aos, y an muy parcialmente. Y en el desarrollo de las expectativas que incrementan la sensibilidad a la desigualdad, no puede olvidarse el importante papel que desempean tanto los estmulos al consumo, especialmente a travs de los medios de masas, como las promesas polticas incumplidas. Una muy reciente estimacin del Banco de Bilbao, no obstante, considera que en los ltimos anos se ha producido una mejora real en la distribucin personal de la renta. Segn esta fuente, hacia 1980 la decila ms baja de la poblacin absorba ya aproximadamente un 2% de la renta nacional y la ms elevada hacia el 30%, lo que nos aproximaba dicho ao apreciable-mente al modelo europeo de tal distribucin. Subsisten por supuesto fuertes desigualdades, pero parece que han comenzado a disminuir. Veamos ahora la repercusin de los cambios ms recientes en la distribucin geogrfica de las desigualdades sociales. Como es ya conocido, en el perodo desarrollista, se concentr con gran rapidez poblacin y recursos en Catalua, Madrid y Baleares, y en menor proporcin en el Pas Vasco. Extremadura y las dos Castillas quedaron muy atrs. A la altura de 1975 las cinco provincias con mayor renta per cpita eran las mimas que en 1955 (Madrid, Barcelona y las tres vascas). Tambin las cinco con menor renta del conjunto nacional fueron las mismas en el perodo: Granada, Jan, Orense y las dos extremeas. Es ms, la distancia absoluta entre las rentas 142

de unas y otras se increment, debido al estancamiento econmico de las ms deprimidas. As pues, es claro que el proceso de desarrollo econmico se orient para favorecer preferentemente los intereses de una determinada clase social y a zonas geogrficamente limitadas del territorio espaol, a costa del resto. Este cedi a aqullas no slo poblacin, sino recursos financieros y naturales, en un proceso que hasta casi finales de la dcada de los 70 se mantuvo sin modificaciones. Por ejemplo, Madrid y su provincia crecieron en esc periodo de ms de veinte aos a una tasa (calculada en moneda constante), prcticamente doble que la de Extremadura, a pesar de que adems Madrid aumentaba rpidamente su poblacin, mientras Extremadura la perda. Ahora bien, la repercusin de la crisis econmica hace que a finales de la dcada se paralice paulatinamente la emigracin interior (la exterior ces desde 1974), producindose en ocasiones un cierto volumen de retorno y quedando afectadas sobre todo la agricultura, ciertas industrias (principalmente textil, metlicas, calzados, madera) y la construccin. Mejor algo el sector terciario y aument mucho el peso del sector pblico. Pero el paro y el crecimiento del nmero de jubilados, segn el Banco de Bilbao, estn absorbiendo con creces los modestos incrementos de producto en los aos de crisis, lo cual paraliza el crecimiento econmico y dificulta a los jvenes el acceso al empleo. Una de las consecuencias imprevistas de la crisis ha sido curiosamente la disminucin relativa de las diferencias regionales y provinciales. En efecto, en 1967 la disparidad alcanz quiz su mxima expresin de tal modo que considerando a Espaa como ndice base 100, en rentas "per cpita", la provincia de Vizcaya alcanzaba 152,1 y Almera 51,4. Es decir, que aquella triplicaba la renta de sta.

Los ltimos datos disponibles, para 1981, reducen mucho la diferencia entre las provincias mejor y peor situadas en la escala. As, aparece Baleares a la cabeza, con 129,4 y al final Cuenca, con 68,6, lo que disminuye su distancia a menos de la mitad. En este fenmeno han influido por lo menos dos importantes factores: por un lado la disminucin de la actividad econmica en el Pas Vasco, tanto por sus especficas circunstancias polticas como por las crisis de muchas de sus industrias, lo que repercuti en las dems actividades econmicas (por ejemplo, la construccin se redujo a la mitad que en 1973). Aun siendo excepcional el caso del Pas Vasco, tambin la crisis afect (en menor grado) a las otras regiones o provincias hasta entonces prsperas. 143

Pero el segundo factor fue el definitivo cmputo de la inmigracin a aqullas. Hasta prcticamente el censo de 1981, en numerosas localidades, sobre todo rurales, figuraba mayor poblacin de la realmente residente, tanto por defectos de clculo como por ciertos intereses municipales cara a determinadas subvenciones del Estado. Sin embargo, los fuertes trasvases de poblacin rural a los centros urbanos, en especial de las regiones ms desarrolladas, aparecieron al fin en toda su realidad en dicho Censo. En consecuencia, los cmputos de las rentas "per cpita" fuesen ms exactos que hasta entonces. Y al situarse el divisor (volumen de poblacin) en su verda dera dimensin, mantenindose una produccin (dividendo) constante, se crea la imagen de un alto o bajo nivel de desarrollo. Aparte de eso, alguna provincia mejor tambin su posicin apreciablemente en el ranking, como es el caso de Almera, en cuya produccin total media pesaron mucho desde 1975 los excelentes resultados de su agricultura especializada en la costa sur. En el perfeccionamiento de los cmputos de poblacin, en fin, han influido igualmente los censos electorales, que antes de i 977 haba poco inters en actualizar. En ltimo lugar, la transferencia desde las regiones ms prsperas a las ms deprimidas a travs de las Administraciones pblicas de una parte de sus ingresos, ha tenido tambin algn efecto en esta relativa aproximacin de sus respectivas rentas per cpita. En la distribucin de la renta en 1981, aunque bajan Guipzcoa y Vizcaya, sin embargo Madrid, Barcelona y lava se mantienen entre las cinco primeras provincias, y entre las cinco ltimas, las extremeas y Granada, lo cual indica que pese a los cambios habidos, la mayor parte de las zonas ricas y pobres del pas siguen siendo las mismas que 30 aos atrs. Segn una reciente publicacin, por citar un slo ejemplo, desde Madrid se controla a la inmensa mayora de las grandes empresas espaolas, o lo que es lo mismo, las decisiones de qu producir, cmo y para quines, continan centralizadas pese a la poltica autonmica establecida, lo cual tiene evidentes repercusiones econmicas. Volviendo a las estimaciones de Murillo y Beltrn para 1981, efectan un clculo de la estructura de clases en ese momento, en base a las actividades u ocupaciones declaradas por la muestra nacional entrevistada. Deducen as que cabra establecer una clase alta que abarcase aproximadamente el 5% de la poblacin, unas clases medias con el 42% y una clase obrera con el 53% para el conjunto nacional. En trminos relativos, pues, esta ltima ha disminuido en su peso respecto de la poblacin total en ms de una cuarta parte, debido a la movilidad hacia nuevas ocupaciones (propias de clase media nueva) de una parte de los sectores ms altos de la clase trabajadora, al cabo de una generacin. Pero a la vez los autores advierten que el volumen total del proletariado en trminos absolutos no ha disminuido en los 144

pasados treinta aos, es decir, que veinte millones de espaoles siguen estando donde estaban hace 30 aos, aunque obviamente su nivel de vida haya cambiado de manera notable. Adems, es preciso tener en cuenta que en el conjunto nacional uno de cada tres obreros figura como no especializado y que como apuntbamos antes el volumen de parados ha alcanzado cotas extraordinariamente altas, afectando sobre todo a los niveles menos favorecidos de la poblacin. Un fenmeno tambin apreciable de las ltimas dcadas consiste en la concentracin en los centros urbanos del sector ms pudiente de la poblacin. Aunque ello haba ocurrido desde tiempo atrs, se acenta recientemente, hasta el punto de que, sin poder llegar a grandes precisiones, no sera exagerado afirmar que en las ciudades se renen (por razones de mayor comodidad, facilidades y especializacin del empleo, volumen del sector terciario, educacin de hijos y similares) las dos terceras partes o ms de las clases medias, mientras que en el medio rural se encuentra la mayor parte de la poblacin trabajadora, lgicamente en sus estratos ms bajos, es decir, los campesinos.

Coincidiendo con estas apreciaciones, todava a comienzos de los aos 80 el promedio de poblacin que gozaba de estudios medios o altos era francamente reducido, lo que lgicamente limitaba sus posibilidades de mo vilidad ascendente. Apareca as en los datos del INE un 9% de analfabetos, un 16% sin estudios, y un 57% con slo estudios primarios. En consecuencia, slo un 16-17% contaba con estudios medios y un 3-4% figuraba con estudios superiores.

Todo ello daba como consecuencia que en el Informe Foessa 83 se intentase comprobar en qu medida siguiendo el planteamiento de Dahrendorf tenan los espaoles una imagen dicotmica de la sociedad, diferenciada segn la capacidad de poder o de decisin en unos y no en otros. Se plante as a sus respondentes si crean que existe una lnea que separa a los que estn arriba, que son los que cuentan, y otros que estn abajo, y que no cuentan. De quienes contestaron a tal pregunta, el 84% se situaba por debajo de la supuesta lnea divisoria. Lo cual puede ser indicio de que una importante parte de nuestra poblacin carece de conciencia de participacin en las decisiones -rasgo deseablemente democrtico probablemente porque tal opinin responde simple y llanamente a la realidad. 145

Segn la misma encuesta, la mitad de los entrevistados crea que en Espaa haba, en mayor o menor grado, una lucha de clases. Es decir, que la dinmica de nuestra estructura social y en particular de nuestra estratificacin, caracterizada por la desigual distribucin de la riqueza, la educacin y el empleo, parece producir una frecuente conciencia de clase pese a los profundos cambios habidos en el ltimo medio siglo. Ahora bien, esta conciencia, que se refleja en cierto modo en la abundante conflictividad laboral de los aos 70 y 80, afortunadamente discurre actualmente por cauces institucionalizados, demostrativos de una indiscutible mejora en nuestra tolerancia mutua y de aceptacin de unas reglas del juego, en que los intereses se confrontan sin agresividad, y sobre todo, sin violencia. Es muy probable que la prxima evolucin de la sociedad espaola permita que, a travs de esos mecanismos democrticos, disminuya bastante ms la manifestacin de nuestras desigualdades.

6.A MODO DE APNDICE: LAS MINORAS TNICAS Hasta aqu hemos venido hablando de la estratificacin social sobre bases principalmente socioeconmicas, que afectan al 99% de los espaoles. Pero no sera correcto terminar este captulo silenciando otro factor de estratificacin que, desde hace siglos, ha venido operando simultneamente y reduciendo en varias regiones o en todo el territorio espaol a ciertas minoras a un status discriminado, habitualmente en el fondo de la escala social y por tanto en las ms bajas condiciones socioeconmicas por causa de circunstancias tnicas. En conjunto, una serie de grupos, que no superan el 1% del conjunto, han sido secularmente considerados aparte del resto de la poblacin espaola y con la excepcin a que luego nos referiremos, han sido condenados a un nico modo de vida, basado en la ganadera, y a una endogamia cas: total. Lo que ocurre es que el reducido volumen total de estos grupos ha hecho olvidar a menudo incluso su propia existencia y an dar por supuesto que en nuestro pas no exista forma alguna de discriminacin racial o tnica, lo cual es radicalmente falso. En efecto, objeto de tai exclusin han sido los vaqueiros de alzada (unos 15.000 en Asturias), los pasiegos (aproximadamente 4.000, tambin an Asturias), los agotes (en nmero indeterminado, pero muy pocos miles, en Navarra), los maragatos (unos 12.000, en Astor-ga, Len), los xuetes (ms o menos 10.000 en Mallorca), y el grupo ms numeroso, los gitanos (en toda Espaa, pero sobre todo en Andaluca y Catalua, con aproximadamente 350.000). 146

No es ste el lugar de entrar en un estudio antropolgico-social de tales minoras. nicamente cabe sealar que los xuetes, en cuanto descendientes de judos, consiguieron mantener una posicin econmica generalmente desahogada, a menudo en actividades financieras y de joyera, pero que no libr a sus quince linajes o apellidos del desprecio y el aislamiento social hasta casi nuestros das. Por otro lado, el nomadismo caracterstico de los gitanos, tambin hasta hace muy poco tiempo, condujo al poder civil, desde su llegada a la pennsula en el siglo XV, a dictar normas jurdicas especficas para su control y castigo. La marginacin de las instituciones del Estado les llev a contemplarlas en su conjunto como represivas, y no como protectoras de unos derechos ciudadanos, rigindose por tanto segn unos cdigos consuetudinarios y tribales, circunstancia sta an no plenamente superada. En definitiva, criterios de clase y status han condenado a estas minoras tnicas a la exclusin de la sociedad civil, a las consecuencias de muy diversas formas de discriminacin, y a su casi general condena a permanecer en el fondo de nuestra estratificacin social.

BIBLIOGRAFA
Banco de Bilbao: Renta nacional de Espaa y su distribucin provincial, Vizcaya, 1983. M. Beltrn: La lite burocrtica espaola. Ariel, Barcelona 1977. A. Castro: La realidad histrica de Espaa. Porra, Mxico, 1971. J. Cazorla: Problemas de estratificacin social en Espaa. Edicusa, Madrid, 1973. Anlisis Anlisis sociolgico de algunos comportamientos de los gitanos espaoles, en Los marginados en Espaa, Fundamentos, Madrid, 1978. J. Diez Nicols y J. del Pino: Estratificacin y movilidad social en Espaa en la dcada de los aos 70, en La Espaa de los aos 70, vol. I Edit Moneda y Crdito. Madrid, 1972. A. Domnguez. Ortiz: Las clases privilegiadas en la Espaa del Antiguo Rgimen. Itsmo, Madrid, 1973. D. Lacalle: Los trabajadores intelectuales y la lucha de clases. CIS, Madrid, 1982. J. J. Linz y A. de Miguel: Wthin-Nation Differences and Comparisons: The Eight Spains, en Comparing Nations, Yale University Press, 1966. C. Lison: Sobre reas culturales en Espaa, en La Espaa en los aos 70 vol I, Edit. Moneda y Crdito, Madrid, 1972. A. Lpez Pina (coord.): Poder y clases sociales, Tecnos, Madrid, 1978. A. de Miguel: La pirmide social espaola, Ariel, Barcelona, 1977. F. Murillo y M. Beltrn: Estructura social y desigualdad en Espaa, IV Informe Focssa, Madrid, 1983. F. Murillo: Las clases medias espaolas. E. Social, Granada, 1959. V. Prez Daz: Pueblos y clases sociales en el campo espaob>. Siglo XXI, Madrid, 1974. L. G. San Miguel: Las clases sociales en la Espaa actual. CIS, Madrid, 1980. 147

R. Tamames: La oligarqua financiera en Espaa. Planeta, Barcelona, 1977. F. Tezanos: Estructura de clases y conflictos de poder en la Espaa post franquista. Edicusa, Madrid, 1978. Varios: Historia social de Espaa en el siglo XIX. Guadiana. Madrid, 1972. La burocracia en Espaa, Informacin Comercial Espaola, Ministerio de Economa, nm. 522, febrero, 1977. Los gitanos en la sociedad espaola. Documentacin Social. Madrid, nm. 41, octubre diciembre, 1981. Estructura regional de la economa espaola. Informacin Comercial Espaola, Ministerio de Economa, nm. 609, mayo, 1984.

148

CAPITULO V

OPININ PUBLICA Y MEDIOS DE MASAS

1 Comunicacin y opinin. 2 Antecedentes. 3 El comportamiento colectivo y la opinin pblica. 4 Concepto moderno de opinin pblica. 5 La expresin de la opinin pblica. 6 Inters y participacin, 7 Representatividad poltica y opinin. 8 Los sondeos de opinin. 9 Otras formas de expresin de la opinin pblica. 10 Los medios de masas: su clasificacin. 11 La imprenta y la prensa. 12 El cine. 13 La radio. 14 La televisin. 15 Las agencias de prensa. 16 Los medios de masas, como instrumento de cambio social. 17 Algunas opiniones doctrinales sobre los efectos de los medios. 18 La opinin pblica ante los medios. 19 Propaganda y publicidad.

1.COMUNICACIN Y OPININ

La comunicacin no es una caracterstica exclusiva de la especie humana. Gran nmero de especies animales son capaces de transmitir ciertas informaciones a sus semejantes o a oros. Ello lo realizan por medios acsticos, olfativos tctiles o visuales, separada o conjuntamente. Durante algn tiempo se pens por los naturalistas que los animales se comportaban tan slo a travs de instintos heredados genticamente. Sin embargo, la experiencia demuestra que los animales, an en especies muy simples, son capaces de aprender hasta cierto punto. A menudo han mostrado incluso una capacidad insospechada de adaptacin y modificacin de comportamientos, a travs del aprendizaje, aplicndolos a diferentes situaciones de las que les fueron habituales. En circunstancias de cambios climticos, movimientos migratorios, etc., repetidamente se ha comprobado en muchas especies tal aptitud de cambio de conducta. No obstante, es tambin evidente que el "lenguaje'* utilizado por numerosas especies animales slo transmite signos directos. Es pues, especfico y determinado. Se informa a los "otros" de un estado de nimo, de una disposicin a buscar pareja, o de los limites de un territorio de dominio excluyente. En el caso del hombre, la comunicacin resulta mucho ms amplia. No slo es capaz de mostrar tales signos, sino que ha inventado un complejo conjunto de smbolos o sea, representaciones convencionales que adquieren por tradicin un significado, a menudo no slo especfico sino tambin abstracto. En cierto modo, la indeterminacin de un smbolo puede decirse que vara con las culturas, precisamente porque se parte de un significado convencional. Al variar el medio ambiente, la cultura es inevitablemente distinta y ello puede provocar la ambigedad de tal smbolo. Slo quienes comparten su significado pueden interpretarlo correctamente. Como dijimos anteriormente, la importancia de los smbolos en la vida humana es extraordinaria, y juegan un papel primordial en la transmisin de la cultura. De hecho, han constituido el principal instrumento de promocin del hombre. El desarrollo de un lenguaje hablado en el que lentamente se introdujeron elementos abstractos, en base a una lgica inductiva, se vio mucho ms tarde complementado con el lenguaje escrito. Este ltimo, espe151

cialmente, ha permitido acumular la casi totalidad de los saberes conseguidos por el ser humano, unidos a las dems expresiones de la tradicin cultural, es decir, las manifestaciones literarias, filosficas, religiosas, etc. Ambos lenguajes se han visto complementados a partir del siglo XIX, con la reproduccin de imgenes de la realidad o la ficcin, primero fijas, y luego en movimiento. Su difusin en el cine y en la televisin, como veremos despus, especialmente desde comienzos de la segunda mitad del siglo XXf va a proporcionar una mayor diversidad a las formas de comunicacin e informacin. Estas ltimas, a su vez, reciben un fuerte impulso en las dos ltimas dcadas con el uso y multiplicacin de los ordenadores.

2.ANTECEDENTES

Ante todo, es evidente que la comunicacin resulta proporcionalmente ms fcil y completa entre quienes comparten unas mismas capacidades, aptitudes, cultura, valores, clase social, edad, sexo o educacin, por citar slo algunas variables bsicas, y quienes difieren en ellas. Al acelerarse el cambio social, fenmeno caracterstico de nuestro tiempo, y del que nos ocuparemos en otro lugar, las posibilidades de comunicacin y por lo tanto de comprensin disminuyen entre personas de diferentes generaciones, por ejemplo. Al mismo tiempo, y aunque parezca paradjico, el uso en la actualidad d ciertos medios de comunicacin, en particular los medios de masas, permite conectar ms fcilmente entre si a personas de diferentes orgenes sociales o tnicos, precisamente porque a travs de tales medios se comparten conocimientos, creencias, gustos, modas, que de otro modo no se habran difundido. Y por tanto, contribuyen poderosamente a reducir la xenofobia y el etnocentrismo, presentes en tan gran medida a lo largo de la Historia humana. En lo que a nuestra materia concierne, desde pocas remotas se han utilizado muy diversos procedimientos para conseguir transmitir informaciones de contenido poltico y exaltar a lderes y gobernantes. Estatuas, cuadros, monedas e himnos en honor de estos se conocen desde tiempos muy lejanos. Representaciones teatrales en que se les satirizaba o se les exaltaba fueron frecuentes en la antigedad, y en cuanto a su intencin, han alcanzado incluso xito en nuestros das. El mismo propsito se cumpla con carteles o folletos, que, reproducidos en unas pocas docenas, circulaban de mano en mano, especialmente en las esferas de la Corte, surtiendo en ellas apreciables efectos polticos. 152

Pero en todos los casos, su difusin era enormemente limitada. En efecto, un orador slo poda alcanzar con su voz a unos cuantos centenares de personas, fsicamente prximas en un lugar, razn por la cual los mercados tuvieron durante mucho tiempo una considerable importancia poltica y an hoy son lugar de "canvassing". La descripcin dramatizada del amotinamiento del pueblo romano contra Bruto, en presencia del cadver de Julio Cesar, en la famosa tragedia de Shakespeare, constituye una buena ilustracin de situaciones que no pocas veces se produjeron en la realidad. Y de ellas procede tambin la clsica arenga de los generales a sus tropas, poco antes de la bala-lia. En cualquier caso, como decimos, la capacidad de llegar simultneamente a muchas personas, sobre todo si estas se encontraban dispersas, no exista. Para obtener algn efecto poltico ms duradero, a menudo se acuda al cartel, ms tarde llamado pasqun que, fijado en un lugar conveniente, serva para transmitir un mensaje, luego repetido de boca a odo. As por ejemplo, cuando Lutero decidi hacer pblica su posicin frente a Roma, eligi precisamente la puerta de la Catedral de Wittemberg para clavar en ella sus famosas 95 tesis. Y la eligi tanto por representar de forma seera la institucin contra la que l se alzaba, como por ser precisamente un lugar muy concurrido, en el que su escrito adquirira inmediata difusin. Todava hoy, los "dazibaos" o grandes carteles murales, se han venido usando en China como importante vehculo de transmisin pronta de noticias polticas, en base a las grandes multitudes habitualmente circulantes en los centros urbanos de aquel pas. Igualmente, las pintadas callejeras han adquirido un sorprendente protagonismo en el mundo occidental a partir de mayo del 68, como vehculo de expresin de quienes no han dispuesto de otro medio, o han temido las represalias polticas de los aludidos. Sin embargo, slo con la aplicacin de la imprenta a la prensa diaria, y ms tarde con el cine, la radio y la televisin, se producen fenmenos sin precedentes en la conformacin de la opinin pblica.

3.EL COMPORTAMIENTO COLECTIVO Y LA OPININ PUBLICA

Antes de entrar en el estudio de los efectos polticos producidos por los medios modernos de comunicacin sobre la poblacin, resulta preciso establecer qu deba entenderse por opinin pblica, partiendo de los conceptos previos de masa, multitud y pblico. 153

Como tantos otros de las ciencias sociales, a menudo carecen estos trminos de suficiente precisin, son usados en sentidos diversos, e incluso opuestos, y su utilizacin no cientfica contribuye a confundir su contenido. Segn Blumer, por masa cabe entender grandes agrupaciones heterogneas humanas, de muy diferentes caractersticas y orgenes, a menudo dispersas geogrficamente, y no estructuradas en principio hacia la consecucin de unos objetivos comunes mediante con esfuerzo conjunto. En el pensamiento poltico reciente, especialmente en lideres marxistas, se ha hecho mucho hincapi en el papel de las masas, propiciando su permanente movilizacin como forma de legitimacin de ciertos regmenes. As, el tan famoso como conciso "libro rojo" de Mao Tse Tung haca referencia a este tema nada menos que 123 veces. Se intentaba de este modo contraponer la accin de las masas frente a una teora elitista que constitua uno de los fundamentos del pensamiento fascista. El hecho evidente es que en nuestro tiempo, no slo la sociedad humana ha alcanzado un volumen y un ritmo de crecimiento jams vistos, sino que cabe hablar de una "cultura de masas" a cuya formacin contribuyen poderosamente los medios de comunicacin de masas. Y es tambin claro que grupos de ciudadanos, cada vez ms numerosos incluso en pases poco desarrollados, intentan o consiguen alcanzar un protagonismo en la conduccin de los asuntos pblicos que era privilegio de slo una oligarqua. El trmino multitud supone un conjunto relativamente considerable de personas en proximidad fsica, que pueden compartir un inters especfico, como por ejemplo, presenciar un espectculo. Puede igualmente no tener un objetivo tan concreto, sino muchos y muy diferentes, como ocurre en el caso de la multitud que llena las calles de una ciudad en un da de asueto. La presencia de los dems, estimula la conciencia de pertenencia a la multitud, e imparte a la vez un sentido de igualdad de anonimato, de casi "invisibilidad" que origina comportamientos a menudo no del todo racionales, y que en otras circunstancias no se realizaran. Ello explica que un pequeo grupo bien organizado pueda dirigir con cierta facilidad a una muchedumbre no conocedora de su existencia o sus propsitos hacia un objetivo concreto. A veces no resulta fcil diferenciar una multitud de un pblico. Tal es el caso de un auditorio. En todos los casos, se comparte un inters comn y enfocado hacia algo concreto. Pero por lo regular se le atribuye al pblico un carcter mas racional, ms equilibrado que a la multitud. Finalmente, se dan en l diversas interpretaciones de lo que ocurre, que pueden fcilmente enfrentarse. Por ejemplo, ante un orador puede haber partidarios y oponentes. En cambio, en la multitud, tal capacidad crtica es mucho menor. 154

Por otro lado, el pblico puede no encontrarse en proximidad fsica. Millones de personas pueden por ejemplo contemplar un determinado programa de televisin, desde sus respectivos hogares, constituyendo un pblico que tenga posiblemente muy distintas opiniones respecto a tal programa. De hecho, existen muchos pblicos en la sociedad moderna. Su diferenciacin radica en la multiplicidad de sus intereses especficos, sean deportivos, artsticos, polticos, religiosos, etc. Puede decirse que el nmero de pblicos es proporcional al nivel de desarrollo de una sociedad. Sin embargo, pocas veces puede decirse que un pas entero y mucho menos todo un conjunto de pases o an la mayor parte de la poblacin del globo constituye una opinin. Ha de tratarse de algn acontecimiento muy excepcional para que pueda afectar a un volumen tal de poblacin, que esta se constituya en una opinin. Quizs el primer caso histrico al respecto fuese el comienzo de la 1 guerra mundial, en que la prensa abarcaba ya a un nmero suficiente de Estados como para que el acontecimiento adquiriese carcter casi global y simultneo. Por supuesto, posteriormente tales situaciones s han multiplicado, no tanto por su gravedad como por su inmediata difusin a travs de tcnicas de comunicacin instantneas. As, el asesinato del presidente Kennedy, la dimisin de Nixon o la muerte del general Franco, constituyeron- informaciones que en pocos momentos alcanzaron a centenares de millones de personas, provocando una oleada posterior de opiniones, a veces encontradas, que representaban o intentaban encauzar una opinin pblica mayoritaria, en modo alguno restringida a un pas. No se pierda de vista, que un acontecimiento prolongado durante varios arios, como fue. la guerra de Viet-Nam, termin por provocar un estado muy generalizado de opinin cuyos orgenes fueron muy complejos, pero en que una amplia informacin result decisiva opinin que en definitiva elimin toda pretensin de legitimidad a Estados Unidos en el enfrentamiento blico. Por otro lado, la opinin puede referirse a circunstancias pasajeras o de mayor profundidad en la sociedad. Como parte de los usos, las modas por ejemplo, son objetos de la opinin. En cambio, las costumbres, las creencias, cambian mucho ms lentamente justo porque calan ms hondo en ella. 4.CONCEPTO MODERNO DE OPININ PBLICA En todo caso, debe quedar claro que el concepto de opinin pblica es de origen moderno, e implica no slo una suficiente informacin que alcanza o se encuentra a disposicin de la gran mayora de los ciudadanos, sino que en 155

contrapartida, estos tienen conciencia de que, de algn modo, pueden e incluso deben participar en los asuntos que se someten a su consideracin. Y ello, especialmente en cuanto se refiera a asuntos pblicos. Sin embargo, este es un valor, como decimos, moderno, o sea de reciente difusin. En otras pocas, sin duda, la gente tena opiniones, pero careca de ambos factores en la mayor parte de los casos. Es decir, ni haba una adecuada informacin, ni se tena conciencia de la capacidad aunque sea muy limitada de participacin. Incluso hoy, todava muchos pueblos de Asia, frica o Latinoamrica se encuentran a este respecto, en una situacin comparable a la de los europeos de hace un siglo o mas. Como es lgico, los asuntos polticos y los temas de la Corte afectaban en otros tiempos a los habitantes de cualquier pas. Pero el nivel de informacin de que disponan, era muchsimo menor que el actual incluso si sta se encuentra casi siempre deformada y, por otro lado, aquello que comentaban, en cualquier caso se encontraba tan lejos de su alcance como los fenmenos meteorolgicos. Como ha dicho Murillo Ferrol, solo a partir de nuestra guerra de la Independencia comenz a surgir una verdadera preocupacin en Espaa por la cosa pblica. De este modo, "si en el antiguo rgimen la poltica interesaba por ser un ingrediente que poda influir con gran peso en la vida de todo hombre, ahora, en la nueva situacin, el inters radica en que la vida de todo hombre puede influir en la poltica0. Para que se llegase al menos en los pases de nivel de desarrollo medio y alto a esta toma de conciencia que conforma una verdadera opinin pblica, tuvieron que superarse varios obstculos de orden social, tecnolgico y poltico. Hasta poca relativamente reciente, las condiciones de vida mantenan en el aislamiento a millones de personas. La mayor parte de la poblacin resida en reas rurales, en las que el contacto con el exterior resultaba poco frecuente. Se ha calculado que una gran mayora de los habitantes permaneca toda su vida sin alejarse ms all de unos 15 20 Kms. de su lugar de nacimiento. Slo circunstancias excepcionales, como el servicio militar obligatorio para todos o una parte de los jvenes, enfrentamientos blicos, epidemias y dems, interrumpan transitoriamente tal incomunicacin. En una o dos ocasiones de su vida, un cierto nmero de personas marchaban a la capital de provincia, y mucho ms raramente a la Corte, para resolver algn asunto particularmente importante. Las noticias se transmitan oralmente, por boca de viajeros o comerciantes que pasaban por el lugar, con las inevitables deformaciones resultantes de 156

su repeticin. Era aquella una sociedad de comunidades aisladas, en que las influencias exteriores penetraban con gran lentitud. A este aislamiento contribua poderosamente el escaso nmero de adultos que dominaban los smbolos del lenguaje escrito. Como seal hace ya tiempo Snchez Agesta, todava a comienzos de nuestro siglo, casi las tres cuartas partes de los electores espaoles (varones mayores de veinticinco aos) eran analfabetos. Y en el caso de las mujeres, tal proporcin era an mayor. Es evidente que el bajo nivel de educacin, el parroquialismo, el fatalismo, la ignorancia, el desconocimiento del mundo exterior, constituyeron durante muchos siglos obstculos que impidieron en todo el globo la formacin de una autntica opinin pblica. Pinsese que tan bajo grado de comunicacin indispensable para la comprensin entre los seres humanos slo comenz a cambiar ya bien avanzado el siglo XIX en unos pases, entrado el siglo XX en otros, y an no se ha superado en un importante sector del llamado 'tercer mundo". Por citar un solo ejemplo, se ha dicho que el total de comunicaciones postales que circulaban a comienzos del siglo XIX durante todo un ao en Estados Unidos, equivale al de un solo da actualmente en la ciudad de Nueva York. Y ello teniendo en cuenta que hoy existen otros muchos medios entonces inasequibles, como el telex, el telfono, etc. No es necesario insistir en que el desarrollo de nuevos medios tcnicos de transporte y comunicaciones inici la ruptura de tal incomunicacin. Por orden cronolgico, desde mediados del siglo XIX, el ferrocarril, la navegacin a vapor, el automvil y la aviacin comercial, introdujeron una inusitada aproximacin entre los habitantes del planeta, reduciendo a pocos das u horas las insalvables distancias anteriores, y an ms importante, reduciendo tambin los costes del transporte al proliferar este y hacerse masivo. Por otro lado, no slo los habitantes de la mayora de los pases adquirieron mayor movilidad, sino que al cambiar las condiciones econmicas, en los pases ms avanzados, un nmero creciente de ellos obtuvo la capacidad de viajar no slo por necesidad, sino tambin por placer. Capacidad no slo econmica, sino tambin psicolgica, derivada de un mejor nivel de educacin, que ya le era asequible. A la vez, y tambin por este orden, el mundo comenz a llegar hasta las ms apartadas localidades, e incluso hasta la intimidad de los hogares, primero con la difusin de la Prensa, luego con el cine, y ya aceleradamente con la radio y con la televisin. De su influencia en las actitudes y comportamientos en particular de orden poltico nos ocuparemos despus. 157

Un tercer factor que obstaculiz el desarrollo de la opinin pblica, de no menor importancia que los anteriores, fu de orden filosfico-poltico. Segn Schramm, desde la ms remota antigedad la tradicin creada por los propios gobernantes (hereditarios, por lo general), tenda a proteger y reforzar su status privilegiado, como consecuencia del respaldo que les proporcionaba el uso de la coaccin y la legitimacin religiosa. Prcticamente todos los sistemas polticos, algunos de ellos casi hasta nuestro tiempo, han hecho amplio uso de los valores ltimos representativos de lo religioso, inatacables por cuanto eran compartidos o hechos compartir por la inmensa mayora de la poblacin. Y esto abarca no slo a los ms altos gobernantes faraones, emperadores o reyes sino a toda la estructura social fabricando una perspectiva estamental de una sociedad rgidamente estratificada. * Se produca as una cuasi simbiosis de poderes. Por un lado el poder poltico apoyaba a una jerarqua religiosa por lo general monopolista y poco transigente con todos los medios a su alcance. Por otra parte, esta jerarqua facilitaba enormemente el ejercicio de aquel al legitimarlo en exclusiva, confirindole a menudo un carcter sacral. As, la Iglesia, en todo caso la organizacin religiosa, parta de una interpretacin autoritaria de una fe, que la haca depositara nica de una revelacin divina. Este carcter, le permita a su vez "proteger" al "rebao" de fieles de toda doctrina impura, contaminadora. Un ejemplo seero, pero en modo alguno aislado de tal simbiosis, lo encontramos en la duradera alianza Estado-Iglesia en Espaa, con su instrumento de la Inquisicin, desde finales del siglo XV hasta comienzos del XIX. No en vano se trata del perodo coincidente con las variedades de la monarqua absoluta en nuestro pas. Se lleg as a extremos tales como las disposiciones de Felipe II prohibiendo la venta de libros cientficos en el Reino o impidiendo la salida incluso a los estudiantes de medicina, para evitar su "contagio" de la hereja protestante. Z-o cual, dicho sea de paso, constituy un prominente factor en el comienzo del aislamiento de la ciencia espaola, cuya decadencia ha llegado hasta nuestros das. A esta mentalidad muy generalizada, propicia a interpretaciones excluyeme;. de cualquier otra opcin en lo religioso y en lo poltico, contribua toda una escuela de pensamiento que se remontaba hasta la filosofa griega, El fundamento ms importante en la tradicin cristiana, sobre el origen divino del poder, puede encontrarse tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. "Es por mi por lo que los reyes reinan" (Proverbios, VIH, 15-16) "Cualquiera que resista a una autoridad, resiste al orden establecido por Dios" (Romanos, XII, 1-2). 158

por lo menos. An constndole la injusticia de su condena, Scrates testimoni con su propia vida hasta qu punto obligaba a los ciudadanos el deber de obediencia respecto a sus gobernantes. Maquiavelo no dud en mostrar qu medios usaban los prncipes de su tiempo para mantener la seguridad del Estado, es decir, de ellos mismos. El propio Hegel sent las bases para interpretaciones autoritarias del poder ms modernas, al ridiculizar la idea de que los ciudadanos deben participar en los asuntos pblicos. El ataque decisivo frente a tales interpretaciones, y en general frente a toda la irreversible corriente filosfico-poltica que hemos mencionado, va a surgir de la Ilustracin. Bastara aqu decir que el principio de que "las masas no estaban preparadas para comprender" que an recientemente se ha repetido a veces se puso en cela de juicio ya en el siglo XVIII. Se cuestion entonces que lo que los gobernantes decan o hacan era necesariamente bueno para todos; que la unidad y continuidad del sistema establecido deba mantenerse a toda costa; que el uso del poder automticamente legitimaba la autoridad de los gobernantes; y que por tanto, el uso de la fuerza por estos frente a los disidentes (es decir, los "traidores") era perfectamente correcto, como haba venido creyndose. Por el contrario, se afirmaba que la unidad no deba mantenerse a costa de la diversidad; que el cambio era preferible al inmovilismo, y que el ciudadano tena el derecho a ejercer la crtica dentro de ciertos lmites a quienes ejercan el poder, fuese del Estado o de la Iglesia. Se parta, en suma, de la conviccin bsica de que "el conocimiento humano es capaz de por s, y sin recurrir al auxilio sobrenatural, de comprender el sistema del mundo, y esta nueva forma de comprenderlo conducir a su vez a una nueva forma de dominarlo". El pensamiento ilustrado pues, produjo el inicio de la secularizacin de la cultura e introdujo como decisivo argumento el de la razn. Pero no una razn cualquiera: la razn de una clase social que, pujante en lo econmico, haba visto frustradas en Francia sus expectativas de ennoblecimiento. Es decir, la razn burguesa. El principio de la igualdad fue impuesto a la aristocracia desde abajo, ya que ella, desde arriba no lo haba aceptado. Por descontado, a ello contribuy tambin el pensamiento liberal, entonces naciente, que J.S. Mili redujo en Sobre la libertad al principio individualista uno frente a los dems. A partir de la Revolucin francesa, esta corriente iba a extenderse a todo d mundo occidental, creando las bases de la fe en el "progreso", de que nos ocuparemos en otro lugar. En todo caso, es claro que empezaba a desaparecer 159

una perspectiva de la sociedad en cuanto estamental para ser sustituida por una sociedad de clases. Y en esta, la opinin pblica dira o intentara decir la ltima palabra.

5.LA EXPRESIN DE LA OPININ PUBLICA Como sealbamos antes, hoy existen ms posibilidades de expresin de la opinin que nunca, al menos desde los puntos de vista tcnico y social, ya que no siempre en el poltico. Es decir, en un pas democrtico, el ciudadano medio tiene oportunidades considerables de expresarse, no slo mediante el voto, sino a travs de asociaciones intermedias muy diversas, cartas a la Prensa, entrevistas en la radio y en menor grado en la televisin, participacin en sondeos de opinin y otras. A su vez, los gobernantes tienen la posibilidad de conocer mucho mejor que en pocas anteriores, el sentir de los ciudadanos con respecto a los asuntos polticos o de otra ndole, y no pocas veces patrocinan la realizacin de encuestas representativas a travs de agencias especializadas, incluso a veces estas no son comerciales, sino que forman parle de la Administracin pblica, como ocurri en Espaa con el Instituto de la Opinin Pblica, y hoy con el Centro de Investigaciones Sociolgicas. El desarrollo de las tcnicas de sondeo se ha producido en particular, a partir de la II guerra mundial, an cuando hay muchos precedentes ya desde los aos 20 e incluso antes. A tal desarrollo ha contribuido la mejora de las tcnicas por una parte y el creciente inters de diversos organismos y empresas por conocer sus posibilidades en el "mercado". Efectivamente, los instrumentos de percepcin de la opinin pblica han mejorado mucho en las ltimas dcadas. El perfeccionamiento de las tcnicas de muestreo estadstico, el mejor nivel de conocimiento de los asuntos pblicos por parte de una proporcin creciente de la poblacin, y la utilizacin creciente de los ordenadores, son factores de la mayor importancia a este respecto. No se olvide que la obtencin y la clasificacin significativa de los datos son requisitos indispensables del mtodo cientfico. Y precisamente el ordenador acumula y reordena los datos con una capacidad y precisin hasta no hace mucho desconocida. Naturalmente, en los sistemas dictatoriales los polticos no se suelen preocupar demasiado de la "imagen" que presentan, al menos en principio. Aunque Maquiavelo ya hizo notar que no se puede prescindir de la opinin del pueblo indefinidamente, y que el gobernante por tanto debe realizar gestos 160

que se la atraigan, a menudo los dictadores descuidan ste ngulo, confiados simplemente en la fuerza. Pero en los pases democrticos, si no hay una imagen previa (caso de Eisenhower, que la tena en cuanto general victorioso) se hace preciso crearla. E igualmente el poltico en ellos tiene que saber quienes le votan y por qu le votan, justamente para conseguir que le voten ms. Y ello tanto si gana como si pierde las elecciones. De aqu que una de las ramas ms desarrolladas de toda la Ciencia Poltica y de los mtodos y tcnicas de investigacin se conecte estrechamente con la Sociologa electoral, debido a su constante aplicacin. Algo no muy distinto ocurre con las empresas comerciales. La venta de un producto o servicio cualquiera requiere el conocimiento de quienes compran qu y por qu. Las tcnicas aplicadas en un caso u otro no difieren mucho. La universalidad de estas en modo alguno sustituibles hoy por la mera especulacin hace que se apliquen incluso en sistemas polticos no democrticos. Es decir, son insustituibles para la obtencin de perfiles de la opinin pblica. Otra cosa muy distinta es qu interpretacin se aplique a los datos as obtenidos. Por ejemplo, en los pases del Este de Europa se usan las tcnicas de sondeo para establecer el estado de la cuestin en una serie de problemas sociales y econmicos, por supuesto hay numerosos aspectos sobre todo de orden poltico en torno a los cuales no se hace pregunta alguna. Pero una vez obtenidas las respuestas, es precisa su interpretacin. Pues bien, mientras en los pases democrticos, a partir de unos mismos datos objetivamente obtenidos, se producen versiones muy diversas (funcionalistas o marxistas, por ejemplo), en los Estados bajo la rbita sovitica, todas las interpretaciones coinciden en la ortodoxia del marxismoleninismo. Naturalmente, sta ser a veces la va ms correcta, pero en otras ocasiones distorsionar una realidad a la que slo se arrojar luz mediante un mtodo diferente. Una cuestin distinta es en qu medida puede hablarse de una opinin publica libre e informada. Como veremos despus, an en los pases ms avanzados, los medios de masas moldean la opinin para conformarla a ciertos bloques de intereses, pocas veces objetivos y neutrales. El principio :no quiero tener razn, quiero tener verdad no parece importarles mucho. Pero an si no interfieren tales intereses, el pblico no siempre est bien informado. Si los problemas son de alto nivel tcnico, o por su naturaleza intrnseca estn reservados slo al conocimiento de los gobernantes (el llamado secreto de Estado), o simplemente escapan al campo de saberes o inters real de sectores ms o menos extensos del pblico, el preguntar a este en torno a ellos puede a su vez dar una versin equvoca de tales problemas. 161

As, si se interroga en torno a un tema especfico y se recibe un nmero alto de no sabe o no contesta significar que la gente no se ha hecho una idea clara en torno a l, bien porque an no se haya decidido por una alternativa, bien porque ignore los fundamentos mismos del asunto. En el primer caso se encuentran, por citar un ejemplo muy normal, quienes dicen que no saben a quin votarn en unas elecciones venideras. En el segundo, quienes no saben de qu se les habla. Y en sta ltima circunstancia, demasiadas veces se finge un conocimiento que en realidad no se posee. Como la experiencia demuestra, se intenta quedar bien ante el entrevistado^ lo cual da lugar a pintorescas situaciones, recogidas habitualmente en los libros de tcnicas de investigacin, en que una apreciable proporcin de respondentes afirma estar de acuerdo en que se apruebe una supuesta Ley de metales metlicos, o en que un inexistente rey de Rumania recupere su trono. No se pierda de vista que. la presentacin misma de los temas puede inducir a confusin en los entrevistados. Se ha comprobado repetidamente que unos mismos trminos significan cosas distintas para diferentes personas especialmente en funcin de su clase social y nivel de educacin. Y, por otro lado, puede ocurrir que en pro de su inters concreto comercial o poltico se fuerce al interrogado a responder de una cierta forma, para dar despus apoyo a un falsamente objetivo sondeo de opinin. Consideramos que no es apropiado aqu entrar en mayor detalle sobre la amplia temtica de las condiciones cientficas para la realizacin de estudios fiables en torno a la opinin pblica, y bastar con los ejemplos citados para dar una idea de su complejidad y dificultad. 6.INTERS Y PARTICIPACIN

Una cuestin distinta es la de en qu medida se corresponde el inters de un pblico, concretamente por los temas polticos, con su participacin efectiva en la poltica. Como es sabido, la forma ms usual de participar es mediante el sufragio. Restringido ste todava en el siglo XIX a ciertas capas sociales, a las que se reconoca capacidad (educacin, profesin, ingresos, raza), en exclusiva, fue amplindose en el mundo occidental paulatinamente hasta pasar del sufragio censitario al sufragio universal. Bien entendido que a su vez este concerna slo a varones mayores de una cierta edad. Concretamente en Espaa fue definitivamente universal desde 1890 para los que contasen con 25 aos de edad o ms. La lucha de las sufragistas para que el voto fuese un derecho ms de la mujer, constituy uno de los rasgos salientes de la vida 162

poltica europea en las primeras dcadas del siglo. A su vez, la edad se fu reduciendo hasta ser hoy una mayora los pases que lo reconocen como tal derecho a partir de los 18 aos. Sin embargo, es evidente que hay otras muchas maneras de participar en la vida poltica, aparte de la mera accin de votar, que probablemente no es la ms importante de todas. Y hemos mencionado alguna de ellas, y en particular, para quienes desean hacer carrera poltica, la actuacin tiene que ser mucho ms completa. Desde afiliarse a un partido, ir a los mtines, distribuir propaganda, incitar a votar una determinada candidatura, hasta llegar a ostentar un cargo en el Gobierno, cabra establecer toda una secuencia de actos que constituira quizs un modelo de tal carrera. Pero no es menos cierto que en los pases con sistemas pluralistas, slo una proporcin menor de la poblacin se dedica con asiduidad a tales actividades y an que muchos se declaran abiertamente desinteresados de la poltica. Ahora bien, no siempre el inters conduce a la participacin electoral ni a la inversa. Cabe as fijar una tabla de doble entrada en la que surgen cuatro situaciones distinguibles Inters

1 ideal democrtico Participacin electoral 3 rechazo del sistema

coaccin

4 apata desconfianza cinismo.

En el primer caso, nos encontramos ante la situacin ms deseable desde el punto de vista de nuestros valores. La gente tiene inters y participa en efecto, dentro de diversas opciones. Advirtase que la movilizacin forzada de algunos pases dictatoriales no debe confundirse con esta situacin, puesto que por definicin resulta incompatible con el pluralismo. Puede ocurrir, en segundo lugar, que una masa de ciudadanos carezca de inters por la poltica por diversas razones. Bien porque estn convencidos de que ganen quienes ganen su situacin no va a cambiar. Bien porque se encuentren en un bajsimo nivel de educacin, que les impide ver la necesidad de intervenir en los asuntos pblicos. O bien por ambas razones, cosa desgracia163

damente an frecuente en el llamado tercer mundo en la actualidad. Pero, paradjicamente en algunos casos aparece un alto nivel de participacin en el sufragio. Porqu?. En ciertos regmenes polticos, pretensiones de legitimacin cara al exterior pueden llevar a los lderes a manipular a los electores, de tal manera que stos se vean obligados a votar, naturalmente en la direccin que aquellos les sealan. Por ejemplo, en unas elecciones celebradas en 1982 en El Salvador, los telespectadores observaron con asombro que multitudes de electores se agolpaban ante la puerta del colegio electoral, llegando incluso a la agresin fsica en su afn de ejercer tal derecho. La cosa hubiera resultado inexplicable, si no hubieran aadido algunos comentaristas que a partir de aquel momento se exiga un certificado de haber votado para cobrar nminas del Estado o empresas privadas, pensiones, prestaciones de la Seguridad Social, o simplemente para identificacin por las fuerzas de orden pblico. Se eliminaba as la opcin poltica de los guerrilleros y sus simpatizantes, a la vez que se les privaba de unos importantes derechos en cuanto ciudadanos. Cuestin diferente es que en unas elecciones organizadas en un sistema no democrtico aparezcan formalmente, como suele ser usual, porcentajes de votantes prximos al 100%. En tal circunstancia pueden desde luego haberse utilizado mecanismos como el descrito, pero a los efectos del apoyo al sistema, el resultado se asegura simplemente por la va de la falsificacin de votos, su introduccin o recuento falsos, o procedimientos similares. De este modo no hace falta movilizar a la poblacin, puesto que el resultado se garantiza de antemano. Por la misma razn, cabe decir que los nicos sondeos predecibles por completo son los efectuados en las dictaduras. Que sepamos, slo ha habido una excepcin; la Constitucin propuesta en Uruguay en 1981 fue rechazada por el voto popular. Probablemente sea el mayor ejemplo mundial de incompetencia en una dictadura militar. No fueron capaces ni siquiera de triunfar en un referendum que ellos mismos haban organizado. El tercer supuesto se refiere al caso exactamente contrario. Determinados sectores pueden tener unas profundas convicciones polticas, un gran inters por la cosa pblica, pero no participar a travs del sufragio. Se trata en este caso del rechazo total a un sistema que les hace considerar al sufragio incluso en pases democrticos como no verdaderamente representativo. Un ejemplo de ello lo tenemos en Espaa, con los miembros o simpatizantes de ETA, profundamente inmersos en la problemtica poltica de la regin vasca, pero que sistemticamente se abstienen de votar. Finalmente, encontramos que la falta de inters coincide con la falta de participacin. Ello ocurre por razones muy diversas y a veces contrapuestas. As, en lo que Lipset denomina apata democrtica caracterizada a veces 164

por un sentimiento de impotencia ante la Administracin, que produce el desinters de ciertos sectores sociales respecto a la poltica, y por tanto la no participacin electoral. En zonas con fuerte control caciquil y bajo nivel de desarrollo puede ocurrir as, como en el caso de Galicia, que ha dado tradicionalmente en su medio rural muy bajos ndices de votantes- Esta actitud puede resumirse en la frase vote yo a quien vote, seguirn mandando los mismos, o similares. Un caso algo diferente, dentro de este casillero, es el de quien est de vuelta de todo, y adopta ante la poltica, que conoce o cree conocer muy bien, una actitud de cinismo y desdn. Tambin es distinta en sus causas, aunque sus consecuencias resulten parecidas, la postura de quienes no participan ni tienen inters, por encontrarse suficientemente de acuerdo con el sistema, a la vez que en este no aparecen alternativas lo bastante diferenciadas. Ejemplo de ello es la habitual abstencin electoral de muchos ciudadanos norteamericanos, que aceptan en general la marcha del pas y que saben que sta no se alterar tanto si gana el partido republicano como el demcrata, dada la inexistencia de diferencias de fondo entre ellos. Como puede apreciarse, pues, muy diversas circunstancias pueden producir desinters por la poltica e inducir por tanto al abstencionismo. Naturalmente, la ms importante de todas es la pura y simple ignorancia, que en bastantes pases es fomentada por los gobernantes en base al principio la poltica, para los polticos. Principio que tiene para ellos la inestimable ventaja de permitirles actuar prescindiendo de todo control ciudadano, y por tanto, de la opinin pblica.

7.REPRESENTATIVIDAD POLTICA Y OPININ

No es posible entrar aqu en la detallada discusin de los principios de la democracia representativa, que nos llevara lejos del tema central objeto del presente captulo. Sin embargo, resulta preciso distinguir al menos algunos puntos bsicos, con objeto de establecer los fundamentos de la representatividad y de ah obtener algunas deducciones sobre el valor atribuible a los sondeos de opinin. En su conocido libro La democracia en Amrica, Alexis de Tocqueville se mostraba admirado del modo en que, ya a comienzos del siglo XIX, se 165

gobernaban las pequeas comunidades de Estados Unidos, mediante asambleas en que participaban todos los ciudadanos, y en que se debatan y decidan los asuntos pblicos. Este sistema de democracia directa subsiste an en algunos pequeos cantones suizos, por ejemplo, de manera que no puede decirse que se encuentre por completo obsoleto. Ahora bien, en la medida en que no es posible reunir a miles y menos an a millones de ciudadanos para tratar de los asuntos comunes, desde pocas muy remotas estos quedaban representados por algunas personas que, designadas o elegidas por diversos procedimientos, desempeaban la funcin de consejeros consultivos o decisorios. Recurdese por ejemplo el papel del Parlamento ingls ya desde la Carta Magna en la aprobacin del importante tema de los impuestos. En la mayora de las asambleas de la antigedad, sin embargo, los representantes lo hacan exclusivamente en nombre de su estamento social y/o de una parte del territorio. El resultado era que cuando acudan a la asamblea no slo tenan que obedecer las instrucciones de sus electores, sino que a menudo estas constaban por escrito formalmente (cuaderno de instrucciones). Este sistema del mandato imperativo daba lugar a grandes dificultades para que los distintos diputados se pusieran de acuerdo entre s, y obstaculizaba el funcionamiento de tales asambleas. En Gran Bretaa, pues, se inici la aplicacin del principio del mandato representativo, que a partir de los comienzos de la Revolucin francesa se generaliz, prohibindose expresamente el imperativo. Una disposicin de diciembre de 1789 y la Constitucin de 1791 as lo proclamaban, establecindose que los diputados no representaban a ninguna porcin del territorio en particular, con lo cual no tenan que aceptar ni obedecer las instrucciones de sus electores. Por el contrario, reunidos representaban a la nacin entera y el mandato de sus electores slo les vinculaba a la conciencia de su deber para con el pas. La Constitucin espaola de 1978 tambin proclama en su art. 67.2, que los miembros de las Cortes generales no estarn ligados por mandato imperativo. Actualmente algunos autores se plantean en qu medida la disciplina impuesta por la pertenencia a los partidos polticos, no constituye una forma indirecta de mandato imperativo. Sin entrar en esta cuestin, que nos llevara lejos de nuestro propsito aqu, puede decirse al respecto de la manera ms concisa que una serie de mecanismos de la democracia parlamentaria se oponen a esta interpretacin: el papel reconocido y protegido que desempea la oposicin, los programas de los propios partidos, expuestos previamente y que son su interpretacin de las soluciones necesarias para los problemas del pas, la frecuente proteccin jurdica del diputado que rompe !a 166

disciplina o abandona el partido, y la presin misma de una opinin pblica madura, son algunos entre los muchos instrumentos que hoy impiden aceptar como vlida tal teora. Es decir, en las democracias pluralistas se parte de que la soberana del pueblo se encuentra por encima de los propios partidos y se manifiesta en la expresin conjunta o mayoritaria de las voluntades de los mandatarios, quienes no tienen obligacin alguna de rendir cuentas de su actuacin ante quienes les eligieron, en funcin de los intereses de estos. Ello, claro est, a salvo de los sistemas constitucionales de control de su responsabilidad, en todas partes vigentes. Por esta razn puede afirmarse que la renovacin de los Parlamentos, a travs de las elecciones peridicas, sirve para actualizar la voluntad popular, acta como mecanismo de encauzamiento de esta y tambin de relajacin de tensiones, operando al mismo tiempo como frmula eficaz de legitimacin del sistema. Cabe en consecuencia aceptar como muy adecuada la definicin de Juan J. Linz. Llamamos democrtico a un sistema poltico, dice el politlogo espaol, cuanto permite la libre formulacin de preferencias polticas, a travs del uso de las libertades bsicas de asociacin, informacin y comunica-cin, para el propsito de que la libre competencia entre lderes revalide a intervalos regulares, y por medios no violentos, su pretensin de gobernar; un sistema democrtico consigue esto sin que quede excluido de la competencia ningn oficio poltico efectivo, ni se prohba mediante normas que exijan el uso de la fuerza a cualesquiera miembros de la comunidad poltica, que expresen sus preferencias. 8.LOS SONDEOS DE OPININ

Es evidente que el fundamento de los sistemas democrticos radica en el sufragio, expresado segn las condiciones sealadas, entre otros, por Linz. As pues, la legitimacin jurdica ltima de aquellos se apoya en un acuerdo muy general, que acepta como reglas del juego la eleccin decidida por una mayora. Pero una crtica procedente de diversos campos del pensamiento poltico, ha sido la de que en una democracia deseable, no debera bastar con una consulta electoral a la voluntad popular cada dos, tres o cuatro aos. La capacidad de iniciativa del poder ejecutivo, que tan fuertemente se ha visto reforzada en los sistemas pluralistas en las ltimas dcadas (aunque ya 167

tuvo su antecedente con Roosevelt en los aos 30), a menudo ha sustituido funciones que en otro tiempo correspondan a los parlamentarios en cuanto representantes directos del pueblo. Por otro lado, el mayor nivel educativo medio de los ciudadanos, y por tanto su creciente capacidad crtica, el volumen y diversidad de las asociaciones voluntarias, y las restantes posibilidades de expresin de la opinin, confieren en los ltimos tiempos una cierta cualidad de insuficiencia al mero ejercicio del voto, por respetable y necesario que sea. Es evidente, como despus veremos con Garaudy, que se hacen precisos mayores y mejores canales de comunicacin entre gobernantes y ciudadanos, si se quiere alcanzar una verdadera democracia. Y entonces cabe plantearse en qu medida pueden ser tiles a esta los tan frecuentes sondeos de opinin. No hay duda de que a efectos informativos, resultan insustituibles. Tan importantes son, que para evitar sus efectos sobre el electorado, la legislacin de .algunos pases prohbe la publicacin de sus resultados en cuanto se anuncia la convocatoria formal de elecciones, o pocos das antes de estas. Las tcnicas de sondeo de la opinin han alcanzado tal grado de perfeccin dentro de ciertas condiciones que en repetidas ocasiones han predi-cho con errores inferiores al 197o el nmero de diputados que obtendra un determinado partido. Verdaderamente son, con todas sus limitaciones, uno de los instrumentos predictivos ms fiables probablemente el nico de las Ciencias Sociales, como ya decamos en el Captulo I. Cabra as preguntarse s un Gobierno que deseara mantener un constante contacto con las necesidades, aspiraciones y demandas de sus ciudadanos no podra utilizar tales tcnicas para satisfacer los legtimos deseos de stos. Como se ha dicho en ocasiones, los problemas de un pas sern tanto menores cuanta mejor informacin tenga el Gobierno sobre las apetencias de la poblacin, mayor capacidad tenga de hecho de satisfacerlas, y mayor voluntad posea efectivamente para su realizacin. Pues bien, parece claro que un Gobierno, incluso en pases dictatoriales, tiene hoy abundantes medios para estar informado respecto a las demandas reales o potenciales de los ciudadanos. Pero se tratara de dar un paso mas y atribuir a estas un valor jurdico. Actualmente slo adquieren tal valor las elecciones peridicas y referenda eventuales, en cuanto reconocidos en las Constituciones y dems cuerpos legales. Luego si se deseara evitar el altsimo costo (econmico y de un cierto cansancio) derivado de preguntar constantemente a la poblacin en torno a problemas financieros, internacionales o polticos nada impedira, desde el 168

punto de vista tcnico, acudir a una muestra debidamente representativa de la poblacin en pro de tales opiniones. Y con ello se mantendra un deseable aflujo constante hacia el Gobierno de opiniones fundadas, que descargara la grave responsabilidad de las decisiones que este ha de tomar constantemente, y a veces bajo las ms fuertes presiones, interiores o exteriores. No otra es, en el fondo, una de las bases racionales de la vieja institucin jurdica del juicio por jurado. Es ms, hoy existen ya instrumentos tcnicos que podran sustituir ventajosamente a las modalidades habituales de los sondeos de opinin, a travs del avance de la electrnica. As por ejemplo, hace pocos aos se experiment en la Repblica Federal de Alemania un sencillo aparato (telesKopie) que, adicionado a un televisor y conectado por lnea telefnica con un ordenador central, permita conocer en cualquier momento no slo los volmenes de audiencia de un programa concreto, sino toda una serie de caractersticas de quienes lo presenciaban. Es claro que este tipo de instrumentos podran servir a los gobernantes para en un futuro no lejano obtener opiniones representativas e instantneas de una muestra de poblacin, sobre cualquier tema relevante. Pero otra cosa muy distinta es que se les atribuya en ningn momento un valor jurdico similar al del sufragio. A ello se oponen argumentos que durante bastante tiempo sern convincentes. Ante todo, por madura que se considere hoy a una opinin pblica, ante ciertas decisiones o problemas podra cambiar fcilmente. Y esto lo decimos en un pas en que frente al reiterado argumento del rgimen anterior, que parta del supuesto de que los espaoles ramos ingobernables la poblacin ha demostrado un nivel de sensatez y responsabilidad en estos ltimos aos tan admirable como comprensible. No obstante, es tambin cierto que con frecuencia los Gobiernos han de adoptar medidas impopulares. Devaluaciones, subida de impuestos, restriccin de ciertas importaciones, son slo unas pocas entre las muchas que se podran citar, y ello slo en el aspecto econmico, por no entrar en el poltico. Esto llevara a la opinin de una mayora de los consultados a oponerse a tales medidas o a aconsejar otras ms o menos utpicas. El resultado obvio sera que, en efecto, la responsabilidad del Gobierno sera menor, pero el pas marchara en una lnea poltica zigzagueante, insegura, en que los lderes no podran establecer un rumbo fijo para un perodo razonable de su mandato, porque no habra modo de saber qu opinara el pueblo maana. Citaremos un caso concreto: una muestra representativa de espaoles con capacidad electora!, afirm en 1981, en sus dos terceras partes, ante una encuesta de 169

opinin, que no se debera comprometer Espaa a entrar en la OTAN sin un referendum previo. Este tipo de sondeo, si hubiese sido vinculante, hubiera tenido el mismo valor que tal referendum. Y aunque muchas veces la gente muestra en estas consultas actitudes que luego no se compaginan exactamente con sus comportamientos lo que constituye el taln de Aquiles de toda tcnica de encuesta transcurrir an mucho tiempo antes de que se plantee con suficiente profundidad la posibilidad de asignar valor jurdico a muestras de opinin obtenidas por cualquier mtodo representativo. De aqu que los pases del Este de Europa proclamen que los principios del centralismo democrtico son ms representativos que los de los pases de economa de mercado. Ello podra ser cierto si en aquellos existiera verdadero pluralismo, y no monopolio de poder controlado a travs de una oligarqua y una burocracia, estrechamente conectadas a la maquinaria de un partido omnipotente y excluyente de cualquier otra opcin. Son pocos, en cualquier caso, los que disienten de la conveniencia de un ms continuo y comprometido contacto entre los gobernantes y los ciudadanos, si se desea mantener una democracia con verdadero sentido en la sociedad actual. Entre las iniciativas doctrinales al respecto, destaca la de Roger Garaudy, quien en su obra La alternativa propugna la conveniencia de un continuo aflujo de consultas desde la direccin del pas hacia las bases, representadas en asociaciones de vecinos, comits de fbrica, sindicatos, asociaciones profesionales y dems. A su vez, estas asociaciones, de una manera permanente, regulada y representativa, haran llegar sus sugerencias, crticas y observaciones a los gobernantes, todo ello sin perjuicio de las consultas electorales peridicas que la Constitucin y la legislacin estableciesen.

En este sentido, cobra actualidad una frase atribuida no hace mucho a Daniel Bell. El Estado actual dice el prestigioso conservador norteamericano es demasiado grande para los problemas pequeos y demasiado pequeo para los problemas grandes. Parece claro que la complejidad de los asuntos con que los gobernantes han de enfrentarse hoy, es mayor que nunca. Y esto es tanto ms evidente cuanto ms grande es la extensin y poblacin de un pas, mayor nmero de grupos e intereses se encuentran en juego, y ms rpido es su proceso de modernizacin. Advirtase que estos son slo los principales entre otros muchos factores. Por tanto, al comparar unos pases con otros hay que ponderarlos todos y establecer su respectiva influencia. No operan del mismo modo en Hait o en el Tbet que en Espaa o Israel. 170

Parecera absurdo que un pas con poco ms de 2.500 Kms. cuadrados, como Luxemburgo, estableciese una serie de autonomas administrativo-polticas territoriales que en cambio, resultan imprescindibles en otro como Brasil. Las mltiples alianzas regionales o sectoriales, adems, que reducen los mrgenes del viejo concepto de soberana, la presencia de poderosos intereses de grupos extranjeros o multinacionales, y la necesidad de dar salida a las numerosas aspiraciones de colectivos muy diversos, obligan a los gobernantes a descentralizar la toma de decisiones en mayor medida que nunca. A la vez, resulta ridculo que se ocupen de pequeos problemas administrativos, de personal o de intereses muy locales, que se deben dejar a autoridades de rango regional o local. Ello explica los fundamentos de la frase de Bell y la imprescindible necesidad de contar con sistemas polticos de descentralizacin o autonoma que asignen cada tipo de problema a los rganos ms adecuados para resolverlos. El ejemplo de las nacientes administraciones autonmicas en Espaa, a partir de 1.978, resulta claro y se replica en muchos pases, especialmente en la medida en que son pluralistas. Justo porque as se suele conseguir una distribucin ms equitativa de las cargas y los recursos pblicos, y porque se ofrece de este modo a los ciudadanos una nueva forma de participacin en aquellos asuntos que a nivel territorial, ms directamente les conciernen. De aqu que en la actualidad sea preciso contar con las diversas variedades de autogobierno para determinar si un rgimen resulta autnticamente participativo dentro de lo posible o no.

9.OTRAS FORMAS DE EXPRESIN DE LA OPININ PUBLICA

Es muy frecuente que en los sistemas no democrticos se intente manipular la opinin pblica hacia el conformismo, por diversos procedimientos. Ya hemos sealado al respecto, el papel que en la antigedad jugaba el factor religioso como elemento conformador de los menos favorecidos por la sociedad, lo cual provoc la famosa referencia de Marx en cuanto a la religin como "opio del pueblo". El que aceptaba sin rebelarse su destino en este mundo, tena asegurado un lugar mucho mejor en el ms all. Y ello se repite en muy diversas religiones, por la va de la creencia en la reencarnacin (budismo), del fatalismo (Islam), etc. Pero el procedimiento de provocar un sentimiento de solidaridad (intragrupo) en un determinado colectivo humano ha sido usado con gran eficacia desde pocas muy remotas hasta nuestros das. En ello ha jugado un importante papel la amenaza contra aquel, procedente de un enemigo interior 171

o exterior, sea real o supuesto. La constante friccin entre judos, palestinos y pases rabes de su entorno, a partir de finales de la II guerra mundial, a la que siguieron abiertamente varias confrontaciones blicas, llev a las respectivas opiniones pblicas a arropar a sus lderes frente al peligro de destruccin comn, con consecuencias que en todos ios casos reforzaron su poder. A su vez, los militares argentinos recurrieron a la liberacin de las Malvinas en un momento en que el insoportable desgaste de su poltica requera nuevos apoyos populares. El nmero de ejemplos al respecto es infinito, y casi tan antiguo como la Historia humana. Juega aqu un importante papel la existencia de un chivo expiatorio una vez ms, interior o exterior causante de todos los males que un pueblo padece. Se dirigen hacia l las iras del pueblo, alejando su atencin de otros problemas a los que probablemente los dirigentes no son ajenos. Por otro lado, en ausencia de una informacin suficiente, caracterstica de los regmenes pluralistas, con frecuencia surge el fenmeno del rumor, como medio de transmisin de noticias que interesan a la opinin pblica. Ahora bien, puesto que tal transmisin se produce en forma individual o entre muy pocos individuos cada vez, en sucesivas entregas sufre inevitables modificaciones que con gran frecuencia cambian por completo el contenido de la informacin original. Se suele simplificar en extremo esta acomodndola a ios propios prejuicios o Valores del transmisor, a sus creencias o preferencias, a sus conocimientos o familiaridades. No pocas veces los rumores son provocados desde las esferas oficiales, con objeto de comprobar directamente qu reaccin tendra en principio la opinin pblica (el llamado globo sonda), para confundir a esta con diversas versiones de un mismo hecho y quitar credibilidad al mismo, o para sacar a la luz a agentes u opositores interesados en propagar noticias perjudiciales al crdito del sistema. Cabra fcilmente pensar que en los sistemas no democrticos, el control ms o menos rgido de la opinin publica forzara una considerable uniformidad en las informaciones recibidas y producidas. Sin embargo, no siempre es as. Como la experiencia ha demostrado por ejemplo en el caso de Espaa-tal rigidez vara apreciablemente, en funcin del grado de desarrollo de las distintas zonas o regiones del pas de que se trate. As, en comarcas de predominio agrcola, el nmero de intereses en juego es menor, no hay grupos industriales o empresariales que concurran al mercado econmico o al mercado poltico con sus diversas y a veces encontradas demandas, y las actividades comerciales y econmicas presentes son escasas, poco diversificadas y apenas desarrolladas. Por tanto no hay conciencia de accin colectiva empresarial o de otro gnero y cuando se acometen iniciativas, estas son poco eficaces precisa172

mente por ser individuales. Ms que lderes econmicos representativos de sectores empresariales o de grupos de presin incluso, lo que suele haber es caciques locales, o su versin ms moderna: seores de presin. Existe pues un monopolio u oligopolio de intereses con una escasa competitividad y una mentalidad generalizada de carcter tan conservador, que sofoca incluso aquellas crticas que el propio sistema aceptara. Con lo cual en definitiva la opinin pblica queda mucho ms constreida en los lugares menos desarrollados, incluso bajo un mismo rgimen poltico no pluralista. Una variedad de esta situacin es la que se da en pases con escasa dinmica econmica y social, como algunos del cono sur de Amrica, en los que se permite una cierta libertad de Prensa; pero lo que esta y los dems medios de comunicacin dicen, tiene escasa trascendencia. El bajo nivel educativo de la mayora de la poblacin y su consiguiente indiferencia a los fenmenos polticos, actan a modo de aislante de los efectos de los medios de masas. Los cuales, en suma, pueden decirlo todo sin que ocurra nada. 10.LOS MEDIOS DE MASAS: SU CLASIFICACIN

Como decamos antes, fundamentalmente se considera como tales a la prensa, la radio, el cine y la televisin. Advirtase que hay otros medios tcnicos de comunicacin, como el telfono o una cinta de video, por ejemplo, pero que no llegan simultneamente a un pblico masivo, puesto que proporcionan una informacin de carcter individual. Martn Serrano ha establecido una clasificacin de los medios con arreglo a la manera en que se representa el objeto y al tiempo en que se transmite la informacin. Segn la primera, se les considera medios icnicos o bien abstractos. En virtud de la segunda, se habla de acrnicos o sincrnicos. Poniendo en relacin ambos conceptos, se obtendr la siguiente tabla de doble entrada:

Representacin del objeto icnicos abstractos Cine acrnicos Tiempo Televisin sincrnicos Radio Prensa

173

Algunos de estos medios pueden ser unas veces sicrnicos y otras acrni-cos, como es el caso de la televisin. Tambin esta hace frecuente uso de otro de los medios, concretamente del cine. El temor a no controlar lo que se transmite, hace que la televisin utilice menos de lo que podra sus posibilidades sincrnicas e icnicas. Tngase en cuenta que an en tales casos, siempre es posible seleccionar a gusto del controlador lo que interesa transmitir, utilizando convenientemente la disposicin de las cmaras o los enfoques de stas. Es decir, an en emisiones directas se puede manipular la informacin que se ofrece a un pblico. Con mayor razn, cuando el medio es acrnico, y no digamos si es abstracto, en cuyo caso lo que hay (prensa) es una interpretacin de una realidad, y no sta, aunque slo sea parcial. Por !o regular, los medios icnicos recurren a cdigos generales de comprensin y suelen ser menos etnocntricos y menos particularistas que los abstractos. Estos, a su vez, hacen uso de cdigos particulares en la transmisin y recepcin del mensaje. Ahora bien, los que usan imgenes, y en especial la televisin, a menudo van acompaados de una interpretacin, en este ltimo caso, verbal.

11.LA IMPRENTA Y LA PRENSA

Cronolgicamente va a ser la imprenta el primer medio que alcanza a la opinin pblica, a travs de los libros y de hojas volantes que son un antecedente de la prensa como tal. Ya en el siglo XVI se conocen algunas publicaciones peridicas, aunque el primer diario aparece en Pars en 1777. Desde el primer momento, tanto los gobernantes como las iglesias tuvieron-el mayor inters en controlar las informaciones impresas. Pese a que las tiradas eran muy reducidas, dado el bajsimo nmero de personas que saban leer, las autoridades saban que stas eran precisamente las ms influyentes, y por tanto haba que tener cuidado con lo que llegaba a sus manos. Adems, y a medida que la alfabetizacin creca, un cierto nmero de trabajadores aprendi a leer, con lo que servan de mecanismo de difusin verbal para los dems. Se establecieron as diversos procedimientos para controlar lo que llegaba al pblico, tales como las patentes y licencias para imprimir, el obligatorio pie de imprenta, y lgicamente, la censura previa. En muchos casos, esta era doble, es decir, del Estado y de la Iglesia. Por supuesto se establecieron de inmediato prohibiciones a la entrada de libros u otros impresos perjudiciales a los intereses del Estado, procedentes del exterior. La Iglesia Catlica prohibi 174

a todos sus miembros la tenencia y lectura de una larga lista de libros el famoso Index Librorum Prohibitorum renovada frecuentemente entre 1559 y 1966, en que fue anulada por expresa disposicin papal. Algunos gobernantes llegaron incluso a prohibir en sus dominios la entrada de libros tcnicos, en que se podan encontrar deducciones que chocaban con la doctrina religiosa establecida, como en el caso, antes mencionado, de Felipe II. Todo ello no evitaba otros tipos de sancin a posteriori, introducidos sobre todo en las disposiciones penales de los Estados, para publicaciones que hubiesen superado la barrera de la censura previa. Sanciones que afectaban a autores, vendedores, difusores o meros usuarios de aquellas. * Al aparecer los peridicos diarios, su propia dinmica se compaginaba difcilmente con la censura previa, aunque esta continu aplicndose en diversas modalidades. En consecuencia, se potenciaron las sanciones posteriores, de tipo administrativo y penal, que incluan encarcelamiento, multas, suspensin temporal o definitiva del peridico y otros procedimientos menos directos. Desde finales del siglo XVIII, y especficamente con la Revolucin francesa, la prensa adquiri un auge que iba a mantenerse en lo sucesivo, pese a la competencia, ya en el siglo XX, de los nuevos medios de comunicacin. La aparicin, junto a los peridicos meramente informativos, de los de opinin* movi a los Gobiernos a intentar obtener el apoyo de aquellos por la va de las subvenciones. Desde esta posicin slo haba que dar un paso a la creacin de peridicos de partido, representativos de una especfica corriente ideolgica, que coexistan con los meramente comerciales. Sus tiradas aumentaron al aplicarse a ellos nuevas tcnicas de produccin en masa, como las-mquinas de vapor, la rotativa, y hoy los sistemas de reproduccin electrnica. En muchas poblaciones pequeas del mundo occidental, haba a finales del siglo XIX varios peridicos que, si bien slo publicaban unos centenares de ejemplares, reflejaban hacia el interior el estado de los asuntos mundiales y nacionales, transmitan noticias locales, y servan de corresponsales de otros de mayor difusin cuando un acontecimiento all ocurrido mereca su atencin. Tambin en el siglo pasado se ampli la base econmica de los peridicos ante el aumento de sus costes, recurrindose aparte de la venta a suscriptores, Incluso la difusin de la Sagrada Escritura encontraba grandes dificultades en ciertas versiones todava en el siglo XIX. Vase a este respecto el revelador libro de G. Borrow La Biblia en Espaa que fu en su momento traducido por Manuel Azafia, 175

subvenciones y dems, a la publicidad. Termin por ser sta insustituible, y no pocas veces las amenazas de un Gobierno a los anunciantes en un peridico definido como hostil han provocado el hundimiento de ste. Medios similares de orientacin de la opinin se han utilizado en los pases dictatoriales a travs de la prensa. Informaciones y editoriales reproducidos obligatoriamente, control como veremos despus a travs de una agencia oficial monopolizadora, calificacin de ciertas noticias como reservadas, indicaciones de lo que deban o no decir respecto a acontecimientos nacionales o del extranjero, editoriales de obligatoria insercin, han sido slo unas pocas entre las muchas tcnicas que han coaccionado la libertad de informacin. Tcnicas que an hoy se mantienen en los sistemas no democrticos, no slo para la prensa sino tambin para los dems medios de masas. Incluso en pases democrticos se han producido mensajes de contenido poltico muy especfico a travs de un medio de masas en apariencia tan anodino como los tebeos o comics. No podemos entrar aqu en mayor detalle, puesto que corresponde al tema de socializacin poltica, y slo indicaremos que su desarrollo, influencia y argumentos son totalmente paralelos a los de toda una rama del cine de aventuras, de la que despus nos ocuparemos. En la medida en que la transmisin de la informacin es hoy sincrnica con un hecho cualquiera, a travs de la radio y la televisin, la prensa ha dejado ya de ser el medio principal de transmisin de la noticia. Ahora bien, su inevitable retraso en el tiempo se compensa con la profundidad a que puede llegar en el comentario. Como veremos, no es capaz de competir con los medios electrnicos en cuanto a la instantaneidad de la informacin. Pero stos slo pueden por su propia esencia presentar anlisis por lo regular superficiales o improvisados de lo que ocurre. En cambio, la prensa puede ofrecer opiniones meditadas y constatables en torno a un hecho que ya se conoce por otras vas. De aqu, el predominio de los peridicos dedicados al comentario, y tambin de los periodistas creadores de La noticia. Hay muchos antecedentes, como la bsqueda de Livingstone por Stanley en frica Central, en 1871, por encargo del New York Herald, Pero tal vez el mayor ejemplo de este tipo de periodismo en los tiempos modernos, sea el descubrimiento del escndalo Watergate, que a travs de las indagaciones de dos reporteros del Washington Post condujo a la forzada dimisin del Presidente Nixon en 1974. En el caso de la Espaa actual, el conjunto de los diarios espaoles se encontraba, segn datos de 1983 en un total de aproximadamente tres 176

millones de ejemplares, lo que significa unos 8 ejemplares por 100 habitantes. La mayora de los diarios tenia tiradas muy bajas, de slo unos pocos miles de ejemplares, lo que recientemente ha obligado a la reestructuracin o supresin de varios de ellos. El de mayor venta era en los ltimos aos El Pas, seguido por La Vanguardia (de Barcelona). Segn datos de J. Wert, del Centro de Investigaciones Sociolgicas, en 1981, ms o menos un 30% de la poblacin mayor de 15 aos lee un peridico diariamente, dndose la mayor proporcin de lectores entre varones, urbanos, universitarios, y de edades comprendidas de 19 a 34 aos. No se olvide que junto a los diarios, los semanarios alcanzan por el contrario volmenes sorprendentes de difusin en nuestro pas. Excluyndose revistas profesionales y religiosas, se da un nmero de lectores que oscila entre uno y tres millones semanales. Destacan las llamadas revistas del corazn, de televisin, y alguna otra ms difcilmente clasificable.

12.EL CINE

El siguiente medio de masas, surgi en los ltimos aos del siglo XIX gracias al perfeccionamiento tcnico en la velocidad de captacin de las imgenes. fotogrfcas y su proyeccin continuada. En realidad, han de transcurrir casi dos dcadas para que, lo que en principio no pasaba de ser una mera curiosidad de feria, se convirtiese en un poderoso medio de transmisin de imgenes, que muy pronto va a superar la mera distraccin para comenzar a suministrar informaciones hasta entonces sin igual. Su antecedente inmediato era el teatro. Pero por antiguo que fuese el origen de ste, la censura o control poltico resultaban fciles en su caso, puesto que se parta de un libreto previo. Si un actor se sala de l o deca algo inconveniente como en tantos casos ocurri se le aplicaban las acostumbradas sanciones penales. Algo parecido poda hacerse con el cine, puesto que tambin se produca ste con arreglo a un guin. En sus comienzos tal guin slo se refera a escenas y luego, con el cine sonoro, comprendi dilogos y comentarios. Los primeros en utilizar con fines polticos el nuevo medio fueron los dirigentes soviticos, conscientes de su capacidad para inducir sentimientos propicios a las ideas que se trataba de provocar. En forma menos directa, pero tambin muy eficaz, la mayor parte de la produccin de Hollywood es decir, durante dcadas la mayor parte de la produccin mundial transmita por lo regular una imagen del american way of life en cuanto ideal a 177

conseguir, que impact emocionalmente en millones de espectadores en todo el mundo. Una expresin de este impacto, slo superado despus por la televisin, la encontramos en una frase del Presidente Sukarno, de Indonesia, quien ante la sorpresa de sus huspedes dijo a finales de los aos 50, a un grupo de productores de cine norteamericanos, que le visitaban: Vds. son unos revolucionarios. Cabe suponer la extraeza que ellos mostraron ante tal frase. Pero Sukarno explic muy bien su sentido a continuacin. Y les hizo ver que a travs de las pelculas que decenas de millones de habitantes del tercer mundo contemplaban a diario, se les presentaba un mundo en el que cualquier ciudadano, de la forma ms natural, dispona de bienes y servicios automviles, viviendas, restaurantes, viajes, etc. que slo muy pocos y muy ricos de aquellos pases pebres tenan a su disposicin. Por tanto, en las masas de ciudadanos del tercer mundo se provocaban a travs del cine apetencias y expectativas que podan a la larga originar situaciones revolucionarias. Las palabras de Sukarno resultaron ser casi profticas, puesto que aos despus fue victima de una revolucin militar. No se puede ignorar que en la produccin cinematogrfica hubo un cierto nmero de pelculas con carga crtica frente a una sociedad que de hecho contradeca los tan proclamados principios del sueo americano. Y por eso se explica el exilio de Chaplin a Suiza o el hundimiento de algunos directores que plantearon temas sociales. En cualquier caso, el producto explotado fue mayoritariamente optimista y, por tanto, abierto a la imitacin. El tan citado tpico del final feliz de aquellos filmes no era casual. La introduccin de algunas escenas consideradas impropias en ciertas pelculas de los aos 20, el constante aumento de los auditorios y sobre todo la introduccin del cine sonoro desde 1929, llevaron a los productores norteamericanos a adoptar el llamado cdigo Hays de autocensura. No es posible entrar aqu en las mltiples y a veces sorprendentes condiciones que desde 1930 hasta finales de los 50 mantuvieron su estricto dominio sobre los realizadores de todos los filmes de aquel pas. Como dice H. Powdermaker, una serie de mecanismos establecan apariencias moralmente aceptables. Rara vez se subraya el concepto, caracterstico del cristianismo, de la redencin del culpable; las simplificaciones maniqueas de la realidad llevaban a unos personajes que encarnaban, sin ms, el bien y el mal. Los malvados mostraban un comportamiento inhumano en sus reacciones; se desconoca la idea de arrepentimiento; se resaltaba la violencia fsica y se falseaba en fin la naturaleza humana mediante soluciones irreales. El motivo por el que hemos trado aqu el influjo del cdigo Hays sobre los argumentos cinematogrficos durante ms de 30 aos tiene un 178

fundamento muy actual. En los telefilmes que centenares de millones de personas contemplan hoy en la pequea pantalla, y an en las pelculas que se ven en las salas de los pases pobres, todava subsisten estos tipos de simplificaciones irracionales. Como una comentarista recordaba irnicamente al respecto, la vieja frmula Kiss, Kiss, Bang, Bang (ttulo precisamente de su libro sobre cine de Hollywood), ha dado incalculables riquezas a sus promotores, aunque slo raramente haya constituido una verdadera creacin artstica. En suma, en la autocensura cinematogrfica norteamericana no hubo intervencin directa alguna del poder poltico. Pero los grandes productores sirvieron como mejor creyeron a los intereses de un sistema establecido, que a cambio les encumbr. Una de las mejores pruebas de esta simbiosis se encuentra, segn detallados estudios de anlisis de contenido, en el tipo de personajes que protagonizaban ciertas pelculas en dcadas sucesivas. Se transmita as un poderoso mensaje poltico de indudable importancia y trascendencia. Segn se ha comprobado mediante la susodicha tcnica, los personajes interpretados en las pelculas norteamericanas cambiaban considerablemente a lo largo del tiempo. Por ejemplo, entre los ltimos aos 30 y finales de los 40, los malvados que aparecan en los filmes de aventuras, espionaje y similares solan tener aspecto teutnico y ser ms o menos abiertamente identificados con el enemigo de entonces, los nazis. A continuacin apareci el ruso como protagonista, seguido por el chino, etc., a medida que evolucionaba la poltica exterior de los Estados Unidos. Un paralelo exacto se daba con los sucesivos personajes similares de los tebeos y comics, que como sabemos, son un poderoso instrumento de socializacin poltica. Nadie deca a los guionistas, productores o dibujantes de aquel pas cuales deban ser los argumentos, y menos, los malvados a presentar al pblico. Pero aquellos, que haban de servir un mercado* conocan muy bien las exigencias de este y ofrecan a los lectores o espectadores lo que estos esperaban ver. No era vendible otra imagen. As pues, a menudo no es precisa una consigna, ni un sistema dictatorial, para que se oriente a la opinin o se refuercen ciertas tendencias polticas; en un sistema pluralista, aquellos a quienes corresponde, suministran el producto ms aceptable a la mayora de los consumidores. Incluso si, en este caso, son slo imgenes. Todo ello aparte del cine abiertamente propagandstico, correspondiente, en su versin ms habitual, a las pelculas de ambiente blico. El espectador occidental y en ciertos casos neutral, como por ejemplo los espaoles, durante muchos aos y an todava en los reestrenos, hubo de digerir una serie de influjos abiertamente proyanquis, resultantes de los dilogos y a 179

veces monlogos oportunamente entreverados en las escenas de guerra. Como se ha dicho en alguna ocasin, la propaganda ms eficaz es aquella por la que el pblico, encima, paga. Las orientaciones del cine norteamericano cambiaron considerablemente a partir de los aos 60, influidas en parte por las nuevas corrientes del cine europeo, y el cdigo Hays cay en desuso. Al mismo tiempo se desarroll una potente industria de produccin en ciertos lugares del Sur de Asia, que distribuye hoy miles de pelculas de muy baja calidad, a base de frmulas similares a las antes mencionadas, de explotacin de la violencia, y que son absorbidas por centenares de millones de espectadores, en pases en que la televisin resulta an un lujo inasequible. No es casual en este tipo de filmes, que el malvado tenga ahora casi siempre rasgos occidentales. En cuanto a Espaa, durante el rgimen anterior se intent hacer un cine que reforzase y exaltase los valores que se preconizaban: unidad, Imperio, raza. Patria, nacional-catolicismo, y las figuras histricas correspondientes. A la vez, se cort en seco toda posibilidad de presentar otras perspectivas, alterndose incluso los doblajes de las importadas. El resultado fue francamente pobre desde el punto de vista, no slo artstico sino poltico, como lo atestigua la frase de Bardem en 1956, durante las I Conversaciones de Salamanca sobre cine espaol: El cine que se hace hoy aqu es polticamente ineficaz, socialmente falso, industrialmente raqutico, artsticamente insignificante, e intelectualmente nfimo. La produccin posterior obtuvo ya algunos xitos internacionales y hoy podra pensarse que existe un camino abierto hacia una calidad aceptable y en cualquier caso representativa de diversas tendencias, an cuando la presencia de la importacin extranjera siga siendo abrumadora. En suma, cabe sealar que la importancia del cine en la opinin pblica fue, desde casi sus comienzos, decisiva. Y ello porque se trataba de la primera vez en la Historia, en que un medio tcnico consegua influir directa y repetidamente sobre pblicos de muy diverso y a menudo bajo nivel de educacin, pertenecientes a otras culturas. Advirtase que la Prensa tuvo grandes dificultades para llegar a otros pblicos diferentes de su habitual clientela, y no digamos para venderse fuera de una ciudad o alcanzar a otras culturas y gentes de diferente lenguaje. Por el contrario, el cine mudo tena la ventaja de ser comprendido universalmente, y luego los subttulos y doblajes complementaron considerablemente al sonoro, .Se produjo as una verdadera colonizacin cultural que coincidi con el auge de Estados Unidos como potencia mundial. La frase de Sukarno 180

antes mencionada es representativa de ello, y las consecuencias polticas y sociales de tal colonizacin, incalculables. No se pierda de vista que el gnero cinematogrfico del Western, que sobre la colonizacin del territorio de Estados Unidos, ha producido para solo un siglo de Historia muchos miles de filmes, constituye no slo la exaltacin de tal Historia sino bastante ms. Se introducen as en los espectadores reiteradamente los valores, pocas veces cumplidos en la realidad, pero all casi dogmticos, del sueo americano; es decir, que el trabajo asiduo permite alcanzar al cabo el xito (monetario, desde luego); que los que triunfan, lo consiguen porque son mejores (darwinista, por supuesto); y que el final feliz es resultado de una vinculacin sentimental por encima de cualquier obstculo (idea romntica, no acorde a la realidad histrica, mucho ms dura, por deseable que sea aquella). La produccin y emisin en la actualidad de telefilmes, que contemplan centenares de millones de espectadores, cumple una funcin similar de colonizacin cultural en un slo sentido, y refuerza de manera insospechada los mecanismos de socializacin en una serie de gustos, usos y creencias, que estn a su vez provocando un profundo cambio sin precedentes en la Historia. No ya se transforman y se conforman a unas ciertas pautas maneras, corrientes, o modos superficiales, sino costumbres y valores muy arraigados hasta ahora. la influencia del cine presenciado directamente o transmitido por televisin, se ve adems reforzada por los otros medios, con lo cual sus efectos sobre el conjunto de una cultura son casi irresistibles. El cinc tenia sin embargo el inconveniente de que poda ser censurado, cortndose imgenes o dilogos, o simplemente ser prohibido tras una frontera cualquiera. Cuando una pelcula contena mensajes polticos, religiosos o sociales que chocaban abiertamente con los propugnados por un sistema no pluralista, este la vetaba, impidiendo su circulacin, como ya se haba hecho con los libros. A pesar de ello, la influencia cultural del cine, como decimos, fue y es enorme.

13.LA RADIO

El nuevo medio de masas en cuanto tal, es decir, en forma de emisiones radiofnicas comerciales o estatales, se difundi a partir de los aos 20 con considerable rapidez en el mundo occidental. Desde el punto de vista poltico ofreca dos caractersticas que lo diferenciaban por completo de las proyecciones cinematogrficas. En efecto, para la radio no existan las fronteras. Por 181

primera vez en la Historia, los gobernantes de un pas no podan impedir que informaciones no gratas, desde su punto de vista, llegasen simultneamente a una considerable proporcin de su poblacin. Por otro lado, por primera vez tambin era posible abarcar toda una nacin desde un solo micrfono. La labor de los gobiernos, pues, cara a las emisiones producidas en su territorio, consista en distribuir las frecuencias, de modo que se evitase la mutua interferencia, y conceder licencia, desde el punto de vista meramente administrativo, a quienes lo solicitasen. Sin embargo, en los pases dictatoriales se procur obstaculizar la recepcin de ondas hostiles con zumbidos o ruidos en la misma frecuencia de estas, y an se sancion penalmente en particular durante la guerra a quienes se comprobase que escuchaban emisoras no autorizadas. Ya en los aos 30, algunos dirigentes polticos se apresuraron a hacer uso del nuevo medio. As, el rgimen nazi estimul por diversos procedimientos la fabricacin y adquisicin de receptores, de tal modo que casi desde su inicio los discursos de sus lderes y los actos multitudinarios del Partido, eran escuchados por muchos millones de oyentes. A medida que la escalada de presiones sobre las democracias creci, los nazis ingeniaron nuevos usos de la radio, que llegaron a hacer que sus poseedores colocasen los aparatos en las ventanas, para que todos, los habitantes de las casas y los transentes, hubieran de escuchar ciertos discursos o acontecimientos.

Por su parte, tambin Roosevelt en aquellos aos se dirigi muy frecuentemente a sus conciudadanos, en las famosas charlas junto a la chimenea, que proporcionaban a los norteamericanos la perspectiva de la situacin nacional y mundial desde el autorizado comentario de su Presidente. Las insospechadas posibilidades de la radio se manifestaron sobre todo, en la ingeniosa emisin dirigida por O. Welles en Nueva York, en 1938, que provoc el pnico en una buena parte de sus habitantes, al convencerse de que se acababa de producir una invasin de los marcianos. Numerosos estudios de orden sociolgico y psicolgico se han publicado en torno a este interesante caso. Simultneamente al comienzo de la II guerra mundial, va a darse en paralelo una verdadera guerra de las ondas, cuyo precedente, como tantos otros, se encuentra en la guerra civil espaola. El enfrentamiento prosigui y prosigue an con numerosas y potentes emisoras dirigidas por los dos grandes bloques, con particular protagonismo de Radio Europa Ubre (patrocinada por Estados Unidos), Radio Mosc, Radio Praga y otras. 182

Como decamos, el control estatal sobre la radio vara mucho, naturalmente en funcin del grado de libertad que se reconozca a los ciudadanos. As, en los sistemas democrticos se permite la proliferacin de emisoras comerciales, sin ms limitaciones que la determinacin de las bandas de frecuencia y potencias, y sometidas como cualquier otra forma de expresin al respeto de personas e instituciones que garantizan la Constitucin y los Tribunales, En el extremo opuesto, los estados dictatoriales, en la mayora de los casos, poseen una red centralizada de carcter exclusivamente oficial, que monopoliza la informacin en todas sus modalidades. Una situacin intermedia aunque en modo alguno libre y pluralista es la que se registraba en pases como Espaa, en el rgimen anterior, y otros en la actualidad. Se permiten emisoras comerciales, que en algunos casos pueden emitir noticias locales o regionales, pero toda informacin nacional o internacional que posea un contenido poltico, o interpretable como tal, se proporciona slo desde fuentes autorizadas y exclusivas.

En Espaa se ha pasado de un sistema como este a la libertad de creacin de emisoras, con slo algunos trmites tcnico-administrativos. Junto a las dos cadenas de propiedad estatal RNE y RCF. hay otras muchas comerciales, que en conjunto se acercan a tres centenares de emisoras. Prcticamente la totalidad de los hogares espaoles posean uno o ms receptores a finales de los aos 70, y ms de la mitad de los habitantes adultos del pas declaraban que oan habitualmente la radio. Destacaban entre ellos los de edades relativamente ms jvenes. El tiempo de escucha parece haber aumentado en los ltimos aos. A la proliferacin del uso de este medio han contribuido sin duda factores como la baratura de su adquisicin, gracias a nuevas tcnicas de produccin masiva y reduccin del tamao, su agilidad, que le permite cubrir las noticias antes que cualquier otro, incluida la televisin, y el perfeccionamiento de la tcnica de emisin, apreciable en particular en las transmisiones musicales en F.M. Tampoco requiere una atencin absorbente, como en los otros tres medios de masas, y sus emisiones son permanentes (en conjunto) con lo que a cualquier hora pueden encontrarse programas para todos los gustos. Estas caractersticas han potenciado la radio mucho ms de lo que cabra imaginar en sus orgenes y an en los aos 60, en que se lleg a pensar que casi desaparecera ante la competencia de la televisin. Por el contrario, la radio ha triunfado como medio de masas, el haberse sabido adaptar al cambio de las circunstancias. 183

14. LA TELEVISIN

Como es sabido, la proliferacin de la televisin en los hogares privados se produjo primero en Estados Unidos, ya en los aos 50, y a continuacin en los dems pases desarrollados. La capacidad de atraccin de este medio es tal, que incluso en pases de niveles bastante bajos de desarrollo existe un sorprendente nmero de receptores, por elevado que sea su precio y los sacrificios que ello implique. Desde el punto de vista econmico, la transmisin de imgenes de televisin, con los procedimientos actuales, no resulta mucho ms costosa, a corta distancia, que la radio, siempre que se disponga precisamente de tales imgenes (por ejemplo un cinta de video ya grabada). Por el contrario, la produccin de programas propios, que cubran adems un extenso territorio, alcanza cifras muy superiores a las de cualquier otro medio, a excepcin de las llamadas superproducciones cinematogrficas. Tanto por esta razn, como por otras de ndole poltica, prcticamente la totalidad de los pases poseen al menos una emisora y red centralizada de televisin, que funcionan con carcter estatal y/o fondos del Tesoro pblico. A efectos del control poltico de la informacin, no hay diferencias entre este y los dems medios de masas. En la medida en que en un pas se protege el pluralismo, incluso si una emisora representa los intereses del Estado (y no los del partido en el Gobierno), no existe inconveniente en admitir otras, de ndole comercial. En Estados Unidos, por ejemplo, tres grandes cadenas de mbito nacional tienen mucha mayor audiencia que otra reciente, de la Unin. Y existe adems un sinnmero de emisoras de menor alcance. Casos similares se dan en otros muchos pases occidentales, si bien no con la diversidad de Estados Unidos. Incluso en lugares donde existe una sola cadena de televisin oficial, si son realmente democrticos, se ofrecen, como es lgico, puntos de vista diferentes e incluso crticos frente a quienes se encuentren en el poder. A tal respecto, en estos pases suele haber una detallada legislacin y diversos tipos de comits, que controlan el minutaje dedicado a los partidos, candidatos electorales, intervenciones parlamentarias, declaraciones y dems. Por el contrario, en las dictaduras se mantiene una frrea supervisin de los contenidos que se transmiten, y el nmero de emisiones sincrnicas es considerablemente inferior a las de los pases democrticos, salvo que se produzcan en condiciones perfectamente controladas. Antes de entrar en otros efectos propiamente polticos de la televisin, parece conveniente hacer algunas observaciones sobre caractersticas ms 184

generales del medio. Por razn de su propia naturaleza, el tipo de informaciones que se proporcionan son a la vez ms completas que en cualquier otro, y tambin ms incompletas, aunque parezca paradjico. Y ello porque, evidentemente, la transmisin de las imgenes de un acontecimiento, permite al espectador contar con un conjunto de datos muy superior a los medios abstractos, y tambin al cine, en la medida en que aquella sea sincrnica o casi sincrnica. A menudo puede incluso sobrar el oficioso comentario superpuesto a tales imgenes. Ahora bien, las noticias, acompaadas o no de imgenes, forzosamente son breves en su exposicin, mucho ms que en cualquier otro medio, salvo que se trate monogrficamente algn tema. Es decir, el volumen de informacin que otros medios proporcionan, en particular los impresos, resulta mucho mayor que el de la televisin. Se ha calculado as, que si se transmitiera por este medio el contenido de un ejemplar cualquiera del diario Times de Londres, se ocuparan 84 horas ininterrumpidas de emisin. Por consiguiente, las noticias se presentan generalmente en forma esquemtica y no pocas veces simplista. A esto contribuye otro importante factor, que deriva de la capacidad receptiva de! pblico. En efecto, las emisiones de televisin por lo regular se dirigen a grandes masas de poblacin, que pueden alcanzar fcilmente bastantes millones de espectadores. I .os productores saben que entre estos incluso en los paises avanzados hay un importante porcentaje que slo poseen un bajo nivel de estudios, y por lo tanto, de comprensin. En consecuencia, se ven obligados a utilizar el lenguaje y unos datos al alcance de lo que cabra denominar el mnimo comn denominador de ese pblico, an a sabiendas de que una parte de l se encuentra ms o menos por encima de ese mnimo. Y esto obliga a simplificar detalles, comprimir aspectos secundarios, o en suma eliminar datos que no comprendera o no interesaran a la tal mayora. Por la misma razn, numerosas cadenas de televisin ofrecen un canal especializado en temas educativos, artsticos, cientficos o culturales ms alto, que se destina a quienes se interesan por tales temas. O al menos, se asignan ciertas horas o programas a dichas minoras. El resultado de esa especfica problemtica, derivada del alto nmero de telespectadores en la mayora de los pases, es el carcter con demasiada frecuencia anodino, infantiloide o simplista de los programas que se emiten. Ello llev hace aos a V.O. Key, en su famoso libro Public Opinin, a sealar irnicamente que un gran nmero de tales programas de televisin estn concebidos de tal manera que no provoquen ninguna controversia, no irriten ninguna sensibilidad, y no perturben ninguna clula gris. 185

En cualquier caso, el influjo de este medio es evidentemente muy superior al de cualquiera de los otros. Ello es especialmente de destacar en aquellos pases en los que existe una sola cadena centralizada de televisin, con lo cual la audiencia se concentra en ella, sin posibilidad de elegir entre varias otras opciones. La mezcla de capacidad adquisitiva de los ciudadanos y monopolio de transmisin hasta el presente que se da en Espaa, por ejemplo, obtiene como consecuencia que sea ya excepcional encontrar en ciertos momentos audiencias de casi la mitad de la poblacin total de un pas ante un slo programa, y ello como cosa habitual. De aqu que la repercusin social y poltica de lo que se emite o de quien aparece en pantalla, sea a menudo desmesurada. Y que paralelamente, la importancia de algo o alguien dependa de salir en televisin, y no del hecho o de la persona en s. Ya en el cine se produjo un tipo de falsa vinculacin primaria de los espectadores respecto de los actores, que se ha multiplicado a travs de la televisin. Como hemos dicho, las relaciones calificadas por los socilogos como primarias o cara a cara se dan en el seno de grupos pequeos, en que unos contemplan a otros como personalidades totales y no en funcin de un status-rol limitado. Pues bien, la inmensa difusin de quienes aparecen con cierta frecuencia en televisin, ha producido curiosos fenmenos ya iniciados, como decimos, en el cine en que personajes sin ms significacin que la de transmisores de noticias (locutores), presentadores de otros (cuyas cualidades se les reflejan), o, para colmo, meros anunciantes de productos comerciales, adquieren repentinamente un protagonismo que cientficos, artistas, deportistas o polticos con muchos mritos y aos de trabajo detrs, jams alcanzarn. La familiaridad con tales personajes es como decimos falsamente primaria, puesto que opera slo en un sentido, que a mayor abundamiento, a menudo ha sido fabricado y no se corresponde a la realidad. Tal vez, el mayor extremo haya sido, tanto en cine como en televisin, la vinculacin de millones de individuos con personajes simplemente inexistentes, cuyos rasgos eran asumidos por actores profesionales. Si hay algn ejemplo de alienacin a travs de los medios de masas, tal vez sea este el ms extremo, e incluso en muchos aspectos, el ms ridculo, por inocentes que sean sus victimas. Dicha vinculacin vicaria naturalmente se refuerza hoy con biografas, ancdotas o entrevistas, ms o menos ficticias, referidas a tales personajes, que asiduamente aparecen en otros medios, en especial en las revistas de informacin grfica. * * Por citar algn ejemplo, durante casi treinta siglos, Ulises ha sido un mito conocido y reiterado en todo Occidente. A partir de 1982. para toda una generacin de nios y jvenes, ha pasado a ser protagonista de una serie de dibujos animados del espacio que no tiene nada que ver con la maravillosa obra literaria original. 186

De este modo, el influjo de la televisin en las actitudes del individuo en general y en las polticas en particular, puede llegar a ser muy considerable. La entrada de el mundo en centenares de millones de hogares a travs de una ventana abierta a l, en modo alguno puede calificarse negativamente a priori. La disminucin del desconocimiento de otros pueblos o costumbres, origen de la xenofobia, del maltrato de los animales, o del aislacionismo patriotero, no son ms que tres de los innumerables ejemplos que podran ponerse de la beneficiosa influencia de este poderoso medio, en pro de una convivencia mucho ms humana. Frente a ello, sin embargo, no pueden tampoco ignorarse sus efectos negativos, como los de cualquier otra aplicacin de la tcnica. Son estos particularmente relevantes en el caso de la infancia. La introduccin de la televisin en el hogar, no slo proporciona informacin, sino que en cierto modo, crea una realidad. Para decirlo de un modo muy simple, aplicable adems a cualquier medio de difusin, una mentira, por mucho que falsee una situacin, puede ser una realidad incontestable para quienes crean en ella. No es verdad, pero en cuanto creencia, resulta ser real. Lo cual no es ms que una de las muchas aplicaciones del tan conocido teorema de Thomas.

Los adultos consiguen crear una cierta inmunidad a los mensajes comerciales, polticos o de cualquier orden, que les llegan a travs de los medios. Se adquiere una cierta ceguera y sordera ante la agresin publicitaria audiovisual, como nica defensa posible ante lo que de otro modo terminara en mera esquizofrenia. Pero el nio tiene a su vez que condicionarse adquirir tal inmunidad. Y mientras lo consigue no siempre, ni completamente la presin de las imgenes y smbolos hablados y transmitidos por el medio puede ser abrumadora. En la socializacin de los nios de por lo menos de la mitad de la Humanidad, a partir de los aos 60, la televisin ha jugado un papel hasta entonces inexistente y sin precedentes.

El nio no tiene capacidad para distinguir la realidad de lo ficticio, al menos hasta que su intelecto alcanza un cierto grado de madurez. As, no diferencia en principio entre unos dibujos animados y la publicidad de una marca determinada. La influencia de una presentacin-espectculo concebida especialmente para l, creadora de un deseo de posesin de un juguete concreto, puede llegar a ser obsesiva, precisamente por la falta de capacidad crtica de la infancia. Por tanto, la demanda de su adquisicin ser mucho mayor que sobre otro, aunque sea de mejor calidad, que no goce de la publicidad televisada. Esto nos lleva a subrayar la importancia, que comentaremos en otro lugar, que en el mundo actual han adquirido los mecanismos de distribucin y acceso al pblico, frente a los de produccin. 187

Por otro lado, la necesidad de mantener la atencin de un auditorio en parte infantil y en parte con bajo nivel educativo, de hecho lleva a los productores de televisin a emitir programas o telefilmes que por su rpida sucesin de escenas de accin, no pierdan tal atencin del auditorio. Una abstrusa reflexin filosfica, un prolongado debate erudito entre especialistas, una pelcula con segundas o terceras lecturas, o una representacin dramtica que parezca lenta, por muy elevado que sea su contenido literario, pueden ser fcilmente rechazadas por la mayor parte de ese auditorio. Con lo cual lo espectacular, lo dinmico, la mera accin sin las complejidades del alma humana, se vendern mucho mejor que sus opuestos, por valiosos que sean desde el punto de vista artstico. Si esta tendencia se asienta en el curso de unas pocas generaciones que no sepan reaccionar, cabra preocuparse seriamente sobre el futuro de todo un conjunto de formas de expresin hasta ahora consideradas como supremas. Se ha escrito mucho sobre los efectos que ciertos programas pueden causar a largo plazo en el comportamiento de nios y jvenes. As por ejemplo se ha calculado que un muchacho de 17 aos, ha visto por termino medio en Estados Unidos unas 15-000 horas de televisin y aproximadamente 18.000 muertes, en su gran mayora violentas. No es posible entrar aqu en una detallada consideracin sobre dichos efectos, pero es evidente que, s bien se crea como antes decamos una cierta inmunidad ante lo que aparece en pantalla, no es menos cierto que, en mayor o menor proporcin, segn las caractersticas personales de cada uno, el peso de la televisin en el proceso de socializacin es de indiscutible importancia. Y esto es claro, por cuanto resulta tanto de la forma de transmisin del mensaje en s, como del tiempo que se le dedica habitualmente. Por tal razn, en algunos medios polticos espaoles se ha llegado a estimar que sobre un elector medio, la influencia de la prensa equivale a uno, la de la radio a cinco, y de la televisin a diez. Probablemente, en ciertos casos llegue a ser superior, si tenemos en cuenta que unas declaraciones por escrito del Presidente del Gobierno al peridico de mayor tirada, se reproducen en unos 350.000 ejemplares. Esas mismas declaraciones, a travs de la televisin, fcilmente llegan a 15 millones de telespectadores o ms. El reconocido impacto que sobre amplios sectores de la opinin pblica tiene e! medio televisivo, ha llevado a su permanente e intensiva utilizacin con los ms diversos fines polticos. Como en una ocasin seal irnicamente un directivo del medio, cuando empeora la situacin econmica, mejoramos los telefilmes. Pero advirtase que su uso puede ser para alejar la atencin de ciertos problemas, e igualmente para atraerla. Ya desde comienzos de los aos 60, figuras polticas de categora mundial empezaron a aparecer en televisin con gran asiduidad. As, en el caso del 188

general De Gaulle, ante los graves problemas derivados de la descolonizacin de Argelia, quien en repetidas ocasiones se dirigi al pueblo francs, ms asequible directamente al peso de su fuerte personalidad. Slo despus de tales alocuciones recurra al Parlamento francs. Uno de sus sucesores, Giscard, hizo durante los seis primeros meses de su mandato otras tantas apariciones institucionales en televisin. El profesor Jimnez de Parga fue uno de los primeros entre nosotros en destacar la gran trascendencia de la televisin en la poltica. Tal vez uno de los acontecimientos ms comentados a este respecto sea el debate televisado en 1.960 entre los dos candidatos a la presidencia de Estados Unidos, John Kennedy y Richard Nixon. Se trataba de la primera vez que ello ocurra, y la imagen que ofrecieron uno y otro favoreci sin duda a Kennedy, hasta el punto de que se le atribuye su victoria electoral, que, como es sabido, logr por slo unas dcimas sobre su contrincante. Desde entonces, tales debates han sido frecuentes en los pases democrticos, pero tambin se han planificado tan cuidadosamente que pierden toda su espontaneidad. Cabria pensar que en el caso de Espaa, por ciertas circunstancias especficas tanto del pas como del propio medio, el influjo de la televisin es incluso superior al que tiene en otros pases de nivel similar de desarrollo. Desde el comienzo de sus emisiones en 1.956, fue usada como poderoso instrumento de conformacin de la opinin pblica, lo que explica por ejemplo la creacin en innumerables localidades rurales, ya desde entonces, de teleclubs subvencionados con fondos pblicos. La rpida difusin del medio, especialmente a partir de 1.960, produjo el curioso resultado de que en muchas comarcas rurales se pas directamente del analfabetismo casi generalizado a la cultura de la imagen, sin la usual fase intermedia de la letra impresa, lo cual posee consecuencias culturales y polticas muy concretas. Por la misma razn de su fuerte impacto y gran difusin, el medio televisivo fu cuidadosamente controlado desde el punto de vista poltico, y su direccin result un excelente trampoln hacia posiciones de gobierno an ms altas. I-a informacin que se transmita era todava ms rgidamente oficialista que la de los otros medios, control que en ocasiones lleg hasta la publicidad, con situaciones ridculas. Incluso a comienzos de los aos 80 subsistan an estilos, censuras y controles que tiempos atrs haban desaparecido en los dems medios. Por lo dems, la retransmisin en directo, durante largo rato, del asalto al Congreso el 23 de Febrero de 1.981, constituy un espectculo indito a nivel mundial, y tuvo al menos la virtud de prestar transparencia total a unos hechos y unas responsabilidades. En cuanto a algunos datos relevantes sobre la televisin en Espaa, preciso es decir que ya en 1.977, el 93 ^o de los hogares contaban con un televi189

sor por lo menos; actualmente cabe estimar que como mnimo, un tercio de ellos son receptores en color. El 80% de ios ciudadanos suele ver la televisin en algn momento del da, especialmente a partir de las 8 de la tarde. Se calcula que las tres cuartas partes de los mayores de quince aos ve los programas desde esa hora. Lo ms importante y significativo es el tiempo que se le dedica. Segn los estudios de audiencia de R.T.V.E., a finales de los aos 70, la media oscilaba alrededor de las tres horas diarias, lo que se aproxima a la mitad del tiempo libre del que se dispone. Este tiempo resulta notablemente superior al de otros pases europeos, y segn Wert, contrasta con otros dedicados a ocios de otra clase: as, la lectura de libros implica unos 6 minutos, una cifra equivalente la lectura de prensa, un minuto la prctica deportiva, y dos minutos las actividades asociativas. No se requieren mayores precisiones para comprender hasta qu punto el impacto poltico y cultural de la televisin en Espaa carece de precedentes, y se le puede considerar por s solo como un factor de cambio social.

15. LAS AGENCIAS DE PRENSA De por s) no constituyen estas un medio tcnico diferente a los anteriores; por el contrario les proporcionan informacin, que a su vez aquellos retransmiten. Pero su papel en la difusin y filtraje de las noticias es verdaderamente decisivo, por lo que hay que dedicarles una atencin siquiera mnima. Tal informacin suele ser escrita, hablada o icnica. Cualquier medio aislado, por importante que sea, no alcanza en modo alguno a cubrir ms que una pequea parte de las innumerables informaciones que a diario en el mundo se producen. Un gran peridico o cadena de TV pueden tener corresponsales propios en las principales ciudades del mundo y en bastantes del propio pas; pero poco ms. De aqu que hayan de depender de las grandes agencias para recibir todas las noticias no comunicadas directamente por tales corresponsales, es decir la mayora de ellas. El coste de funcionamiento, pues, de una agencia, es proporcional al nmero de sus agentes, por lo cual, con importancia verdaderamente global, slo hay cinco en la actualidad. Dos norteamericanas, UPI y AP, que abarcan cerca de los dos tercios del total de medios de comunicacin, una britnica, Reuter, y otra francesa, France Press, que llegan aproximadamente a la mitad de aquellos, y la Tass, sovitica, que supera algo ms del tercio. Todas las dems agencias son tributarias de estas, salvo en ciertos aspectos, en que algunas cubren mejor las noticias del propio pas. An cuando las cuatro grandes agencias occidentales no se encuentran bajo un 190

control directo de sus respectivos gobiernos, el enfoque de sus informaciones inevitablemente est influido por los intereses generales y an por matizacio-nes de origen cultural, no necesariamente poltico. Tal perspectiva es, por supuesto, mucho ms estricta en el caso de Tass. Ahora bien, un factor debe ser destacado, que no siempre se tiene en cuenta. La informacin que se difunde por las agencias, de alguna manera sirve a los intereses de su pas, pero tambin la informacin que no se difunde. A la oficina principal de una gran agencia en la capital de los principales Estados, llega, usualmente por telgrafo, telfono o teletipo, una abundante cantidad de noticias procedentes de distintos puntos del pas. De entre ellas, los responsables de la seleccin, escogen slo unas pocas que pueden ser de inters para su difusin desde la Central. A esta llegan a su vez noticias de todas sus oficinas en el mundo, con lo que se produce un nuevo fltraje, en que se eliminar, gran nmero de las transmitidas desde las sucursales. Finalmente, slo las seleccionadas en funcin de lo que se supone ser los intereses de los clientes (es decir, los medios informativos) y los intereses de la propia agencia, son transmitidas a los abonados. De estas sucesivas cribas resulta que la informacin adquiere a menudo sesgos sorprendentes y muy peco objetivos. A los pases en su conjunto se es contempla en funcin de simplificaciones o estereotipos de su imagen tradicional; informaciones culturales o positivas para toda una serie de naciones son postergadas ante datos floklricos, ancdotas insignificantes, catstrofes naturales o actos de violencia; y no pocas veces se da a una noticia un enfoque totalmente distinto de su contenido original, falsendolo por completo. El simple uso de una palabra con referencia a un grupo, puede marcar en forma definitiva la orientacin de una informacin. As por ejemplo, calificar en unos determinados acontecimientos a un grupo de terrorista y a otro de patriotas, imprime un sesgo a la noticia difcilmente contrarrestaba. Naturalmente, una agencia de ideologa opuesta, lo ms probable es que aplique a ambos grupos las denominaciones exactamente contrarias. Pero si a la opinin pblica respectiva llega slo una de las dos versiones, se crear una verdad artificial en la mente de los lectores, oyentes o telespectadores, diferente de la real. Claro est, las agencias de prensa de cada pas, como en los dems casos, sern diversas si en este se protege el pluralismo, o bien habr slo una o dos oficialistas. En el caso de Espaa, por ejemplo, los medios slo transmitan en ella bajo el rgimen anterior, las noticias del extranjero suministradas y controladas en monopolio por la Agencia Efe, de propiedad estatal, aunque existan otras. Un procedimiento para contrarrestar los poderosos efectos de esta concentracin oligopolstica de la informacin, es a travs de la perspectiva 191

libre y crtica de los comentaristas de los propios medios. Igualmente, mediante la creacin de agencias de tipo medio en sectores del planeta cuya informacin sea recprocamente til, como por ejemplo ocurre en el caso de Espaa y Latinoamrica.

16. LOS MEDIOS DE MASAS, COMO INSTRUMENTO DE CAMBIO SOCIAL No debemos seguir adelante sin dedicar alguna atencin al indiscutible influjo de los medios en la transformacin de cualquier tipo de culturas. En el momento actual slo comarcas muy remotas y aisladas en el globo, como sectores de la selva amaznica, interior de frica, Sur de Asia o islas del Pacfico, con poblaciones muy dispersas y primitivas, quedan fuera de los efectos directos de los medios. En cualquier caso, se trata de proporciones cada vez ms reducidas de la Humanidad. Es evidente que la utilidad de los. medios de comunicacin, como mecanismos de provocacin de cambios, puede ser extraordinaria en reas tales como informaciones de aplicacin inmediata para los agricultores, salubridad e higiene, alfabetizacin, ciertas variedades de formacin profesional y educacin en general, e innumerables otras. Segn todos los expertos, parece claro que para conseguir resultados ptimos habra que utilizar conjuntamente la televisin y textos impresos. Desgraciadamente, ambos tropiezan con una serie de obstculos que despus mencionaremos, obstculos que son mayores precisamente all donde ms necesaria sera la aplicacin de tales medios. Con lo cual, los pases de nivel intermedio y bajo de desarrollo vienen recurriendo a la radio, como instrumento menos eficaz pero ms asequible, de difusin de informacin a zonas y sectores de la poblacin, a los que son muy tiles en las reas antes mencionadas. Este medio tiene adems la ventaja de que al transmitir informacin verbal no exige conocimientos de lectura ni escritura previos. De hecho, dos tipos de obstculos se oponen a la fecunda labor de instruccin resultante del uso de los medios de comunicacin en las regiones menos desarrolladas del globo. Por una parte, dificultades econmicas y tcnicas. No existe electrificacin alguna en extensos territorios, ni acceso a piezas de repuesto, ni tcnicos cualificados para efectuar reparaciones, ni an posibilidades econmicas de pagar estas. Es ms, en lugares en que las comunidades se encuentran al borde de la supervivencia, la situacin es tal que ni siquiera hay capacidad para adquirir pilas o bateras de repuesto, por insignificante que sea su precio. Por citar un slo ejemplo, slo el 5% de las localidades en la India se encuentran electrificadas. 192

Por otra parte, los obstculos culturales que dificultan la accin de los medios no pueden desconocerse. En algunos pases existe una multitud de lenguas y dialectos que impiden la difusin de la informacin. Acudiendo de nuevo al caso de la India, se hablan en ella casi un centenar de lenguajes diferentes. El nmero de analfabetos es a menudo del 90% o ms de los adultos, y en sectores enteros de la poblacin de muchos pases, prejuicios de orden cultural o especficamente religioso, les hacen rechazar toda novedad que se aleje de sus tradicionales creencias. Incluso se pueden despreciar evidentes mejoras tcnicas, por contemplarlas con sospecha como nuevas formas de colonizacin extranjera actitud que en algn caso puede tener fundamento o simplemente por indiferencia ante cualquier innovacin. La falta de deseos de aprender suele ser uno de los ms frecuentes obstculos al desarrollo personal o colectivo. Aproximadamente la mitad de la poblacin mundial se encuentra por debajo de unos mnimos que a mediados de los aos 60 prevea la UNESCO como imprescindibles para lograr una buena informacin, segn un determinado nmero de peridicos y receptores de radio y televisin por 100 habitantes. El coste de esta difusin sin embargo, no sera en modo alguno prohibitivo. Por entonces se calcul que bastara una cifra de unos 2.000 millones de dlares para en slo diez aos reducir en sus dos tercios el nmero de analfabetos en todo el mundo. Pues bien, esa cifra viene a ser algo menos de lo que en slo dos das se gast en armamentos en 1982. La tendencia hacia una difusin mucho mayor de la informacin en un futuro inmediato es evidente. A ello contribuye tanto el rpido desarrollo de la tecnologa electrnica, como un conjunto de poderosos intereses econmicos y an polticos. La transmisin de programas de televisin directamente desde satlites producira unos efectos similares a los que antes mencionbamos respecto a la radio, puesto que desde uno slo de aquellos se podra cubrir simultneamente toda Europa occidental. Las consecuencias polticas de este avance son fcilmente deducibles y explican los obstculos que se estn oponiendo a lo que es ya una realidad tcnica. El uso de grabaciones en video de lecciones magistrales o de ciertas prcticas en las ciencias experimentales, puede en un futuro prximo revolucionar las tradicionales tcnicas de enseanza, incluso a nivel universitario y en particular en centros con alumnado masivo o a distancia. En cuanto a los ordenadores es claro que constituyen el ms importante avance jams registrado para la clasificacin y legalizacin de datos de cualquier tipo. Sus terminales estn ya sustituyendo los ficheros de referencias, las voluminosas compilaciones legislativas, las bibliografa y archivos escritos, y 193

dems. En lo sucesivo ser imprescindible poseer unos conocimientos bsicos de informtica incluso a nivel de enseanzas medras, dada la inmensa difusin que estn alcanzando estos nuevos instrumentos de comunicacin. 17. ALGUNAS OPINIONES DOCTRINALES SOBRE LOS EFECTOS DE LOS MEDIOS Entre la extenssima literatura concerniente al influjo de los medios sobre la opinin pblica y especialmente sobre actitudes y comportamientos polticos, hemos de escoger algunas referencias de particular inters. Ya en su tiempo, Marx observaba que el nico medio de masas por entonces existente, la prensa, produca efectos muy distintos segn cual fuese la clase social del lector. Si se trataba de una persona de clase acomodada, se encontraba en un ambiente que hoy calificaramos de homogneo, es decir, en el que las diversas instituciones, como las iglesias, la escuela y la propia prensa expresaban criterios y reforzaban valores, cada una desde su propio sector, que confirmaban sus convicciones bsicas. Para decirlo concisamente, no haba grandes diferencias entre lo que crea, lo que oa y lo que lea. Por el contrario, en la clase trabajadora se producan y todava hoy, aunque con importantes diferencias lo que cabra denominar presiones opuestas. Por lo regular, las instituciones respaldaban unnimamente los valores favorables a los intereses de las clases pudientes, dentro de una perspectiva estamental de la sociedad. Paternalismo y conformismo, cara a una recompensa ultraterrena, se reforzaban recprocamente para mantener una estructura con escasos cambios. La gran mayora de los peridicos apoyaban esta estructura, ya que el nmero de ellos editados y favorable a la causa obrera era muy pequeo. Pero frente a la congruencia de un techo de valores interconexos como el descrito, surgan las propias vivencias de los miembros de las clases bajas. Con lo cual se encontraban estos entre la presin institucional desde arriba, que. procuraba amoldarlos a una postura de resignacin, y sus propias necesidades de todo tipo, que en la forma ms definitiva, diariamente les planteaban la injusticia de las desigualdades que padecan. Situaciones similares se mantienen como decimos en muchos pases infradesarrolla-dos, todava hoy, aunque hay numerosos indicios de que en algunos casos la influencia eclesistica ha cambiado, y en otros, de la aparicin de una mentalidad clasista o modernizante, que alterar en un futuro prximo la situacin hasta ahora predominante. El papel de los medios de masas es decisivo en tales cambios, al hacer surgir a veces frente a los intereses mismos de 194

sus patrocinadores nuevas aspiraciones en sectores de la poblacin nacional o mundial hasta ahora discriminados. Un siglo despus de Marx, otros autores han hecho importantes aportaciones al tema de la opinin pblica, hoy contando ya con otros medios complementarios a la prensa. Tai vez la principal proceda de Marshall McLuhan, quien a partir de los aos 60, y hasta su reciente fallecimiento, adquiri gran notoriedad como autor no slo de renombre cientfico sino tambin a nivel ms popular. En sus numerosas publicaciones, que aqu no es posible siquiera resumir, McLuhan clasificaba los medios segn el volumen de informacin que suministraban y con arreglo tambin al grado de participacin que permitan al pblico. Una interesante reflexin de este autor relacionaba los medios con el grado de desarrollo tecnolgico de las culturas. As, las culturas primitivas y de la antigedad transmitan la informacin sobre todo en forma verbal, y se reciba lgicamente, de persona a persona, a travs de la palabra hablada. A partir de la invencin de la imprenta, se difunde la escritura mucho ms que hasta aquel entonces (lo que lleva a McLuhan a hablar de una galaxia Gutemberg). La transmisin de la informacin se produce mediante la visin, aun cuando quedan importantes sectores de poblacin, sobre todo en los paises atrasados, que continan en el estadio anterior. Finalmente, el desarrollo de los medios electrnicos en las ltimas dcadas, origina una cultura de la imagen en !a que desaparece la palabra escrita, para ser reemplazada por la fotografa, dibujos o pelculas sincrnicas o acrnicas que absorben la atencin y a la vez permiten menos juego a la imaginacin que las narraciones orales o escritas. Esta profunda transformacin en los modos de enviar y recibir informacin va a tener para este autor una trascendencia decisiva, por cuanto, segn l, conforma toda la estructura del pensamiento de una u otra pocas. En las culturas analfabetas y sobre todo en las alfabetas, el pensamiento abstracto dominaba, y proporcionaba por as decir un enfoque reflexivo en torno a lo que se escuchaba o lea. Pero al ser total la informacin en la cultura de la imagen, tal abstraccin desaparece, el lector se convierte en espectador pasivo, que se limita a recibir un universo que ha sido completa y detalladamente elaborado para su consumo. La imaginacin tiene un papel tan limitado salvo que se la provoque expresamente que McLuhan lleg a acuar con gran xito la frase el medio es el mensaje. Es decir, tan importante resulta la manera en que se transmite una informacin, que termina por influir ms que la informacin misma. Como luego veremos, tal afirmacin debe ser considerablemente matizada. Por su parte, Marcuse, cuya influencia en los movimientos de protesta de finales de los anos 60 fue manifiesta, ha subrayado tambin, especialmente en su libro El hombre unidimensional, la influencia de los medios en la 195

conformacin de la cultura contempornea. En tal sentido ha puesto agudamente de relieve cmo en la sociedad industrial, la tendencia hacia la rpida consecucin de una mxima racionalidad tecnolgica, que permitira una nueva dimensin a la realizacin del hombre, se ve contrarrestada, con igual fuerza, por un elemento irracional, que intenta por todos los medios contener esta tendencia dentro de las instituciones establecidas y de los intereses creados. Frente a la libertad que resultara del dominio de la naturaleza, la dominacin absorbe todas las alternativas. La racionalidad tecnolgica termina por convertirse en el gran vehculo de una dominacin an mayor, totalitaria, y por tanto alienante en grado sumo. La publicidad y la propaganda, a travs de un uso intensivo de los medios, desempean en tal sentido un papel primordial. Como muy expresivamente ha sealado Lasswell, en la base de todo estudio de opinin pblica y medios de masas, se encuentra la cuestin: Quien dice qu, cmo, y a quien?. Precisamente la propaganda y la publicidad influyen hoy de modo decisivo en los cuatro componentes de esta interrogante, como veremos despus. Tambin las expresiones del arte han recibido el impacto de los nuevos medios tecnolgicos. Como hace notar entre otros Marcuse, la produccin en masa de discos y cintas musicales, reproducciones de pinturas u otras obras plsticas y dems, han puesto al alcance de muchos millones de personas unas formas de cultura superior que, hasta no hace mucho, eran patrimonio exclusivo de pequeas minoras. Ese proceso de nivelacin cultural provoca a su vez reacciones en sectores del pblico y en los propios artistas. Todos tratan de poner distancia entre ellos y las masas. Para lo cual unos intentan crear nuevas formas de expresin, y los otros han de seleccionar algunas de ellas a las que se juzga novedosas, en una rpida espiral de cambios de gustos, a los que contribuyen poderosamente, una vez ms, intereses comerciales. El tan reiterado comentario sobre los efectos dlos medios en s, que a su vez como veremos se refuerzan mediante diversos e ingeniosos dispositivos de la publicidad y la propaganda, exige algunas matizaciones. Ante todo debe quedar claro que los medios no producen por s solos efectos definitivos en la opinin pblica. Como KJapper ha sealado, no se puede hablar de tales efectos en abstracto tal y como se programa un ordenador sino en el mbito especfico de una determinada estructura social y de unas personalidades concretas. Con lo cual, las reacciones ante un mismo estmulo por ejemplo. televisivo pueden ser enormemente diversas, en virtud de variables bsicas, como la clase social, el sexo, la edad, la regin, e incluso el ambiente local. Segn el mencionado autor, los medios sirven mucho ms para reforzar actitudes que para cambiarlas radicalmente, por el simple hecho de que 196

alguien comunique algo desde un medio. Dicho de otro modo, este sirve para conectar un punto de vista, unos valores especficos, unas creencias, una ideologa, con un pblico receptivo a ellos. Si por el contrario, existe una discrepancia entre el mensaje que se recibe y la mentalidad misma del lector, oyente o espectador, el medio por s slo no ser capaz de cambiar la opinin de estos. Por ejemplo, si en televisin aparece un personaje de un partido poltico cuyo programa e ideologa rechaza rotundamente un telespectador, aunque diga algo con lo que este se encuentre de acuerdo, suscitar la sospecha de l, que tal vez le acuse de oportunismo o algo parecido. Por el contrario, las mismas palabras exactamente, pronunciadas por alguien en quien el televidente confe, reforzarn sus creencias y en tal caso s operar con eficacia el medio. De aqu que se haya hablado de disonancia cognoscitiva por Festinger y otros, y paralelamente, de consonancia. Con lo cual, se aprecia ahora que no es exacta la observacin de McLuhan en el sentido de que el medio es el mensaje. Ello slo es cierto cuando el mensaje transmitido por el medio conecta con unas creencias preestablecidas en quien lo recibe, creencias que a su vez dependen del desarrollo de su propia personalidad y de todo un techo cultural. O sea, cuando el mensaje procede de una fuente a la que se concede credibilidad, su efecto es mucho mayor al respaldarlo el medio. Pero puede intervenir adems un nuevo factor. La persona quizs tenga un cierto prestigio, pero la mayor parte del pblico puede opinar que no conecta bien con la situacin, que est equivocada o mal informada. En tal caso, el uso de los medios puede ser contraproducente para tal prestigio. As ocurri en el caso histrico del general De Gaulle, quien habiendo usado profusamente la televisin desde 1958, como decamos antes, encontr que se rechazaba en 1969 el referendum que una vez ms propugnaba, lo que le oblig a dimitir como Presidente de la Repblica francesa. Slo en condiciones de ignorancia, bajo nivel de educacin, situaciones de emergencia, reiteracin controlada de los mensajes, y sobre todo, ambiente social propicio, pueden conseguirse efectos duraderos, y a veces cambios bruscos de la opinin pblica, cuando no se dan aquellos otros factores de prestigio y credibilidad, que por consiguiente, han de ser creados. De aqu, que en la actualidad, cualquier personaje poltico, artstico o deportivo que desee contar con el imprescindible apoyo del pblico, ha de presentar ante ste una imagen, que en ocasiones se fabrica para su difusin, al igual que cualquier otro producto, aun cuando tenga poco que ver con su contenido real. El ttulo de un libro que alcanz el xito hace aos, La venta de un Presidente alude precisamente a este fenmeno. Hoy, pocas personas que deseen el apoyo de las masas pueden prescindir de este ropaje de 197

credibilidad, que a travs de una adecuada explotacin en los medios, legitima su papel. 18.- LA OPININ PUBLICA ANTE LOS MEDIOS Para resumir, dentro de lo posible, este complejo tema, cabe deducir algunas consecuencias generales sobre la influencia de los medios de comunicacin de masas sobre la opinin pblica. Ante todo, entre la realidad y la noticia, prcticamente siempre se da una diferencia, mayor o menor. La informacin transmitida a travs de los medios (y no olvidemos el rumor en su caso), simplifican considerablemente tal realidad, llena de matices, comprimindola en un clich, fcil e inmediatamente digerible por el pblico. Los comentaristas pueden entrar ms a fondo en el tema, pero a la mayor parte de la masa slo le llega el estereotipo, y a veces ni eso. Quiere decir que en informaciones que no son de su inters inmediato, muchos se guan slo por los titulares de los peridicos, la radio o la televisin. El tamao de estos, e! lugar en que se coloquen, el nfasis que se ponga en ellos y las informaciones complementarias que se den, pueden ser decisivos para influir en la opinin. En los pases dictatoriales, por regla general, la informacin ser congruente y homognea a travs de la posesin y/o el control de los medios, con lo que slo el personal criterio de los miembros individuales del pblico, podr producir disonancias. La diversidad y la multiplicidad de enfoques de los medios en un pas democrtico, por el contrario, obligar a aquellos a establecer algn modo de seleccin apropiado a sus ideologas o sus gustos. Pero ser inevitable que reciban informaciones y noticias contradictorias. Este fenmeno puede darse incluso a niveles escolares, lo cual, contra lo que algunos han afirmado no es perjudicial necesariamente en s, ni siquiera para la mentalidad juvenil. Dicho de otro modo, desde edad temprana, un futuro ciudadano de una sociedad pluralista, tiene que comprender que sobre cualquier tema que de un modo u otro influir en su vida, justo por ser aquella pluralista, existen diversos puntos de vista. Y aunque ello pueda producir alguna confusin, es preferible a la informacin monoltica. Lo que tambin ha de apreciar este sujeto es que precisamente esa diversidad es garanta de su libertad, y, en resumen, que ha de aprender a escoger una versin acorde con sus creencias entre las distintas que se le ofrezcan. Y por la misma razn, tambin ha de aprender que es su derecho incluso el criticar aquella lnea con la que, en principio, estara de acuerdo. El hecho es que una opinin pblica desarrollada, en el sentido moderno en que la entendemos, slo se consigue en el seno de una sociedad pluralista. Lo cual no quita de que en ella se produzcan an limitaciones y cortapisas a la libertad de dar y recibir informacin, y a veces, se origine confusin en los recipiendarios de esta. 198

Por tales motivos es claro que pocas veces encontraremos hoy una opinin autnticamente libre. Presiones de muy diversas procedencias se oponen a ello. Ante todo, en los pases no democrticos, las mltiples modalidades de censura y control producen una coaccin a menudo irresistible. No se olvide que este, desgraciadamente, es el caso en la mayor parte del planeta. De los 160 Estadosnacin representados actualmente en la Organizacin de Naciones Unidas, slo unos 30 poseen sistemas polticos considerados como pluralistas y representativos. Adems, tanto en unos como en otros, la presin de las instituciones establecidas, de los intereses comerciales, de grupos de presin o egoisticamente partidistas, de los cuerpos de funcionarios, etc., procuran socializar al ciudadano en lo que a ellos ms conviene. Aparecen as una obediencia y conformismo por conviccin, resultados de una socializacin en que con demasiada frecuencia se legitiman decisiones del poder no coincidentes necesariamente con el inters de la mayora de los ciudadanos, aunque se les haga creer que es as. No se pierda de vista que la complejidad de muchas decisiones hoy, en que intervienen mltiples factores tcnicos, compromisos interiores, alianzas exteriores, acuerdos do ut des, y componendas intrincadas, hace no se desee ni a veces se puedan explicar detalladamente a la opinin pblica. Con lo cual se llega a decisiones que se legitiman como lo ms conveniente para el inters del pas, con el apoyo del partido mayorita-rio o simplemente con el respaldo del poder efectivo.

Un procedimiento, tambin eficaz y utilizado a menudo tanto en sistemas representativos como dictatoriales, es el de la pura y simple creacin de intereses. Naturalmente, ello ser ms frecuente en los primeros, pero no es difcil observarlo, unido a coacciones y dems, tambin en los dictatoriales. El prestar muy diversos tipos de favores a otros, las clientelas, los contactos informativos, las amistades o parentescos y los meros sobornos, ms o menos disfrazados por ejemplo de subvenciones o contribuciones a la campaa de un grupo poltico, constituyen poderosos mecanismos que fuerzan la realidad, suprimindola, ocultndola o falsendola en parte. Resultado de todo ello es que con demasiada frecuencia los medios de masas no slo proporcionan informaciones incompletas, sino que las eliminan o las modifican con arreglo a ciertos intereses. Generalmente, pues, los medios contribuyen a reforzar el status quo, eludiendo el plantear problemas esenciales en torno a la estructura misma y fundamentos de la sociedad o los regmenes polticos en particular. Se impulsa as el conformismo y se restringe simultneamente una visin crtica contracultural de los valores en que se asientan los sistemas establecidos. 199

Es ms, en algn caso, se crea una opinin favorable a intereses no siempre racionales (recurdese la famosa definicin de Weber de que lo raciona] es la adecuacin de medios a fines). Y as, incluso autores considerados como conservadores, tales como La2arsfeld y Merton, no han vacilado en criticar el consumismo estimulado a travs de los medios, al decir que en Estados Unidos, la principal funcin de los medios de masas, patrocinados por entidades comerciales, consiste en comercializar la produccin de las industrias de bienes de consumo y en educar a la poblacin en el espritu de lealtad hacia el sistema econmico-poltico norteamericano. Es lamentable, pero cierto, que lo que se presenta como verdad en un momento concreto, puede cambiar poco despus, en funcin de otros intereses, fabricndose una nueva verdad a su medida. No pocas veces, la Historia y la vida actual han registrado incluso por escrito o en imgenes, tan cnicos cambios. La opinin de una o unas pocas personas, por informada y fundada que est, poco puede frente a la verdad pblicamente creada por los medios, e introducida como tal en millones de personas. De aqu que hoy opere con ms eficacia que nunca el tan reiterado teorema de Thomas: si se piensa de una situacin como real, puede llegar a serlo en sus consecuencias. O, como planteaban los clsicos, utram bibis: aquam ad undam?. Para terminar este epgrafe, sealaremos que el derecho a difundir y a recibir informacin ha sido proclamado por fuentes tan diversas y prestigiosas como la encclica Pacem in tenis, la Declaracin Universal de Derechos del Hombre de las Naciones Unidas (1948, art. 19) y la Constitucin espaola de 1978 (art, 20. d.), entre otras muchas. 19. PROPAGANDA Y PUBLICIDAD Desde la antigedad existieron formas ms o menos rudimentarias de convencer a la poblacin para que adquiriese unos determinados productos o prestase su apoyo a unos gobernantes. Ya hemos mencionado anteriormente alguna de ellas, que, en parte todava hoy encontramos entre nosotros. Pero los avances tecnolgicos y en particular el desarrollo de los medios de masas han proporcionado un impulso sin precedentes a ambas, hasta el punto que es difcil pensar hoy en la promocin de un producto, servicio, persona o corriente de pensamiento, sin que se utilice alguna de estas tcnicas. Por su propia naturaleza cabe diferenciar entre sus objetos, ya que no siempre entre en sus mtodos. Mientras la publicidad se dirige a influir en el pblico en pro de la adquisicin de unos bienes o servicios determinados, es decir con unos fines comerciales, la propaganda tiene fines fundamentalmente polticos. 200

Una y otra son tcnicas de manejo de smbolos que operan sobre un substrato previo de socializacin. Por lo regular, tienden a provocar actitudes y comportamientos consecuentes en los que juegan un papel importante los sentimientos y emociones, y slo secundario el raciocinio. Con ello, se predispone al objeto de la publicidad y la propaganda a optar por una, entre dos o ms alternativas posibles. Los intereses que mueven ambas hacen que con cierta frecuencia no sea posible determinar exactamente los lmites entre publicidad y propaganda. Ambas hacen uso deliberado del hecho de que resulta muy difcil encontrar una informacin totalmente neutral y pura. Ya hemos apuntado antes los factores que la influyen. En consecuencia, se produce una deformacin e incluso una desinformacin que, como dice Prelot, pueden ser cuantitativas o cualitativas. Cuantitativas, puesto que un acontecimiento cualquiera puede ser exaltado y elevado a categora de gran noticia, cuando objetivamente era poco importante en s. El situar cualquier hecho con titulares en primera pgina de un peridico, por ejemplo, automticamente le confiere una considerable trascendencia. Por el contrario, el ocultar la noticia, simplemente no reproducindola, o incluyndola en unas pocas lneas de una pgina interior, le quita importancia. Otro tanto ocurre con las modificaciones cualitativas de la informacin. Esta puede ofrecerse al pblico como favorable o desfavorable para sus intereses, segn convenga a los medios que proporcionan la noticia. No pocas veces dos medios distintos presentan al mismo tiempo esta segn versiones diametralmente opuestas. La cuestin estriba en determinar dnde termina la informacin como tal, y dnde empieza la propaganda o la publicidad. Tampoco es fcil establecer algunos caracteres bsicos, comunes a ambas. Ante todo, una y otra recurren a aspectos de la personalidad profundamente inmersos en ella, utilizando valores, ideas y creencias y en ocasiones manipulando descaradamente su usual interpretacin. Cuando el pblico al que se dirigen es muy amplio, suelen recurrir a sentimientos muy generalizados, como por ejemplo, el orgullo nacional. Pero ms frecuentemente se tiene presente la complejidad de los pblicos, en funcin de las clsicas variables de edad, educacin, sexo, clase social etc. Con Lo cual, hacia cada sector o subcultura se dirige una propaganda o publicidad especfica, que, al tener en cuenta aquellas variables, causan mucho mayor impacto. Pinsese, por ejemplo, en las campaas televisivas de promocin de juguetes, ya mencionadas. 201

Generalmente, las alternativas se presentan en forma exageradamente dicotmica e incluso maniquea, especialmente en el caso de la propaganda. Los planteamientos se realizan en base al nosotros o ellos, que explotan a fondo los sentimientos de identidad, nacionalismo o, en general, de intragru-po, frente a los de exclusin, hostilidad o xenofobia. Se exageran las propias cualidades y a la vez los defectos del adversario. Se utilizan todos los estereotipos y an sentimientos y prejuicios ms o menos subconscientes de inferioridad-superioridad, de origen histrico, racial, poltico o religioso. En algunos casos, tal comparacin puede llegar a producir una cierta relajacin de tensiones, de algn modo un sentimiento catrtico, al darse a entender que, cualesquiera que sean nuestras dificultades, si estuvisemos fuera, sera peor. Y en cuanto a la publicidad, la exclusin opera bajo los supuestos de que los productos servidos por los otros son de peor calidad, o simplemente se ignora su existencia. Para la mejor consecucin de los fines que se proponen los promotores de la publicidad y la propaganda, se recurre con mucha ms frecuencia como antes apuntbamos a la estimulacin emocional y no a los procesos lgicos, sin dudar, cuando la ocasin lo requiere, en invocar la suprema autoridad de las creencias religiosas o los principios ticos. Para ello, tambin se recurre a menudo a testimonios de indiscutible probidad, basados en tales creencias, como pueden ser ejemplos histricos, citas de grandes pensadores, o prrafos de libros sagrados, por mencionar slo algunos casos. Puede incluso introducirse una pretensin de racionalidad, cuando se traen a colacin datos aparentemente objetivos, como los derivados de estadsticas parciales o encuestas manipuladas. El uso de slogans resulta de gran eficacia para simplificar e introducir una determinada interpretacin o idea> y en ellos suelen aparecer palabras cargadas, cuyo mero significado simblico tie la totalidad de la frase. Esto se aprecia particularmente en los discursos de los polticos con ocasin de concentraciones de masas, mtines y dems, en su afn de llegar al mayor nmero posible de personas con un mensaje especfico. Incluso se puede asignar un contenido distinto a un trmino prestigioso o con poderoso significado propio, utilizndolo para un propsito totalmente distinto dei original. Tal es el caso de las palabras socialismo, convertido en nacionalsocialismo o revolucin nacional-sindicalista, que ms bien fu una involucin. Por la misma razn de simplificacin, generalmente se repite una y otra vez la misma idea, dejando a un lado sus connotaciones, las cuestiones laterales y los dems puntos de vista. En la publicidad televisiva, por ejemplo, de modo paralelo se repiten varias veces auditiva y visualmente, la marca o tipo de producto que se promociona. En cuanto a ia propaganda, incluso en los 202

pases democrticos, la exaltacin de ciertos personajes ha adquirido en las ltimas dcadas caracteres preocupantes. Y ello porque en mayor o menor medida, se tiende a crear un tipo de personalidad carismtica que refuerce su autoridad legal-racional y/o tradicional, segn la conocida distincin de Weber. En el caso de las dictaduras, esta exaltacin es lgicamente mucho ms frecuente, y en ocasiones ha llegado, a asumir caracteres grotescos. Se resaltan las cualidades especiales de un individuo para as minimizar sus fallos o los errores atribuidos a sus colaboradores. Ello se hace tanto ms necesario cuanto mayor es la complejidad de las demandas que el sistema plantea a sus lderes. Se ha llegado a experimentar con tcnicas de influencia subliminal, que coartaran gravemente, en caso de generalizarse, la capacidad de eleccin de un pblico o un conjunto de ciudadanos. Ello es hoy mucho ms peligroso ante los crecientes avances de la tcnica, que impide a los objetos de la manipulacin darse cuenta de tal hecho, lejos ya de otras formas ms toscas de presin sobre la opinin. Pero sin necesidad de recurrir a tan sofisticados avances, hoy pueden conseguirse a travs de los medios efectos sorprendentes y no muy distantes de los de la tcnica subliminal. Por ejemplo, entre 1977 y 1981 era frecuente contemplar en los telediarios de TVE, una dolorosa escena en que se rendan honores fnebres a un agente de orden pblico, asesinado el da antes; y a rengln seguido, unos planos cuidadosamente seleccionados entre muchas horas de captacin del Congreso, pero aparentemente casuales, en que se vea a los escaos medio vacos, los diputados bostezando o leyendo el peridico, y escenas similares, acompaadas de un comentario anodino sobre las importantes tareas de la Cmara. La astuta contraposicin de ambas situaciones, provocaba en muchos televidentes, frente a su aparente objetividad, unos sentimientos, perfectamente previstos, de frustracin y aun rechazo de las instituciones democrticas. Ahora bien, lo cierto es que si se quieren conseguir efectos duraderos, tanto en el terreno poltico como en el comercial, es imprescindible aplicarlos desde el comienzo del proceso de socializacin, es decir desde la infancia. Se habituar as al nio luego adulto a consumir unos determinados productos y, paralelamente, a apoyar unas determinadas instituciones. Durante casi dos dcadas, en la llamada poca desarrollista aparecieron una serie de libros originales de Vanee Packard, en que se haca una dura crtica sobre todo de los mtodos y consecuencias de una publicidad desbordada hacia el consumismo y, en menor medida de sus consecuencias polticas. Obras con ttulos tan sugestivos como Los persuasores ocultos, Los hacedores de desperdicios o Los trepadores de la pirmide, obtuvieron un gran xito y contribuyeron de modo apreciable a difundir la conciencia de un mundo ms racional, que hoy es base de movimientos 203

ecologistas y similares. En algunos de estos libros se resaltaba tambin el rechazo a las numerosas tcnicas electrnicas y de otra clase, con que hoy se viola la intimidad de los ciudadanos (particularmente en La sociedad al desnudo). Este hombre dirigido por otros actual en terminologa de Riesman era y es particularmente sugestionable, segn Packard, cuando se dan en l una serie de caractersticas psicolgicas, ms o menos conjuntamente, tales como la falta de confianza en s mismo, el deseo de obtener a cualquier precio aprobacin social, el convencionalismo y autoritarismo, la falta de sentido critico y de originalidad, y la predisposicin a la sumisin. El influjo sobre este hombre-masa de los poderosos medios de que hoy disponen la propaganda y la publicidad, constituye una permanente amenaza a la libertad de opinin pblica, que en una sociedad desarrollada como la de hoy cabe ms que nunca esperar.

BIBLIOGRAFA
M. Martin Serrano y otros, Teora de la comunicacin (U.I. Menndez Pelayo, 1981). M Martn Serrano y otros, Epistemologa de la comunicacin y anlisis de la referencia (Cuadernos de la comunicacin, Madrid, 1981). M. Martn Serrano, El uso de la comunicacin social por los espaoles (CIS, Madrid, 1.982). M. Prelot, Sociologic politique (Dallo/, 1.973). B. Berdsod, M. Janowitz y otros, Reader in Public Opinin and Communication (Free Press, Nueva York, 1.967). L.A. Dexter, D.M. W hite v otros, Peoplc, Socicty and Mass Comunications (Free Press, Nueva York, 1.974). F. Murillo Ferrol, Estudios de Sociologa Poltica (Tecnos, Madrid, 1.963). F. Suasoria Martin, Radiotelevisin, comunicacin y cultura (C.E.C. A., Madrid, 1.974). L.W. Pye, Communications and Poltical Development (Princeton Univ. Press, l .967). J. Ellul, Propaganda (Random House, Nueva York, 1.973). M. Duverger, Mtodos de las ciencias sociales (Ariel, Barcelona, 1.962). M. Doverger, La monarqua republicana (Dopesa, Barcelona, 1.974). J.J. Linz, Totalilarian and Authoritaran regimes (en el Vol. III, del Handbook of Political Science, Addison-Wesley, Mass. 1.975). R. Garaudy, La alternativa (Edicusa. Madrid, 1.973). J. Wert, La comunicacin social en Espaa (Comunicacin en las Jornadas de ACUNA, 1.980). L. Gonzlez Seara, El cine y la televisin en la cultura mosaico (Esc. Ofic. de Radio y Televisin. Madrid, 1.969). L. Gonzlez Seara, Los medios de comunicacin de masas y la formacin de la opinin pblica (en el Vol. I. La sociedad de la obra La Espaa de los aos 70. Edit. Moneda y Crdito, Madrid, 1.972). R. Lpez Pintor y R. Ruceta, Los espaoles de los aos 70 (Tecnos. Madrid, 1.975). R. Lpez Pintor, La opinin pblica espaola: del franquismo a la democracia (CIS, Madrid, 1.982).

204

P. Kael, Kiss, Kiss, Bang, Bang (Baniam Books, Nueva York. 1.968). V.O. Key, Public Opinin and American Democracy (Knopf, Nueva York, J .961). M. Jimnez de Porga, Los regmenes polticos contemporneos (Tecnos, Madrid, 1.972). M. MacLuhan, The Gutemberg Galaxy (Signet Books, Nueva York, 1.962). M. MacLuhan, Understanding Media: The Extensions of Man (Signet Books, Nueva York, 1.964). J. Diez Nicols, I-os espaoles y la opinin pblica (Edt. Nacional, Madrid, 1.976). H. Marcuse, El hombre unidemensional(Seix Barral, Barcelona, 1.968). J. Terrn Montero, La prensa en Espaa durante el rgimen de Franco (CIS, Madrid, 1.981). A. de Tocqueville, Democracy in America (Doubleday, Nueva York, 1.969). J. Cazuda, Algunos aspectos socio-polticos en las desigualdades regionales espaolas (en el volumen Problemas del subdesarrollo. C. de Ahorros, Granada, 1978). G.A. Borden, Introduccin a la teora de la comunicacin humana (F.dit. Nacional, Madrid, 1.974). A. de Miguel, Sociologa de las pginas de opinin (ATE, Barcelona, 1982). J. Vidal Beneyto y otros, Alternativas populares a las comunicaciones de masa (CIS, Madrid, 1.979).

205

CAPITULO VI

EVOLUCIN Y SISTEMAS DE PARTIDOS. EL CASO DE ESPAA

1 Introduccin. 2 Los sistemas de partidos en la actualidad. 3 Sistemas electorales y sistemas de partidos. 4 El reconocimiento legal y la constitucionalizacin de los partidos polticos. 5 El factor histrico como condicionante del sistema de partidos. 6 La evolucin especfica de los partidos y las organizaciones sindicales en Espaa. 7 Lu juridificucin y constitucionalizacin de los partidos polticos en Espaa, desde 1976, 8 Otras fuerzas polticas en la Constitucin. 9 Los partidos polticos desde la transicin.

IINTRODUCCIN

Antes de ocuparnos especficamente de la evolucin y caractersticas de las fuerzas polticas en Espaa, parece conveniente dedicar unos epgrafes introductorios a una perspectiva ms general en torno a ellas. Vamos a ocuparnos pues, principalmente de las agrupaciones polticas que ms tarde se concretaron en partidos, dejando para referencias puntuales en el caso especfico de Espaa, el papel que desempearon en nuestra evolucin poltica y tienen reconocido en la Constitucin otras fuerzas, como los sindicatos, asociaciones profesionales y de diversa ndole y otras instituciones con indudable peso poltico, aunque sus fines difieran de las caractersticas que encuadran a los partidos. Como es sabido, en la antigedad existi una cierta variedad de facciones polticas en ciertos pases, que para su tiempo haban alcanzado un apreciable grado de desarrollo. As, en la antigua Roma pudo diferenciarse entre lo que hoy llamaramos "liberales" y "conservadores", casi hasta la aparicin del Imperio. Pero no puede hablarse de partidos en cuanto representativos de un sector del pueblo, consciente de derechos y libertades y encaminados a hacerse con el poder, en la forma en que hoy los entendemos. Ms bien se trataba de sectores o "clientelas" enfrentadas, encabezadas por un determinado lder y no seguidores de una ideologa sino de una persona. Por otro lado, las luchas entre gelfos y gibelinos de la Edad Media respondan ms bien a la oposicin que durante un tiempo se produjo entre el poder civil y el eclesistico. Pero en prcticamente la totalidad de los pases, lo que haba eran oligarquas terratenientes y monarcas feudales que no permitan disentimiento alguno respecto al ejercicio de su poder. A partir del Renacimiento, en el mundo occidental se produjo una dura pugna de origen religioso entre catlicos y protestantes que tampoco puede ser considerada propiamente como lucha de partidos. Slo con la debilitacin de la monarqua absoluta en Inglaterra, y en especial a partir de la ejecucin de Carlos I en 1649 y del cambio dinstico producido en 1688, surgen o se refuerzan una serie de instituciones polticas que van a constituir la base de diferentes corrientes de opinin legitimadas, las cuales con ei tiempo van a convertirse en verdaderos partidos. Y aunque este movimiento se inicie en

209

Inglaterra, se extender luego a otros lugares del mundo occidental, y posteriormente a otros puntos del globo. A esta evolucin contribuye quizs como factor principal la difusin de las ideas de la Ilustracin, que precisamente inspirada en las instituciones britnicas, propugnan los filsofos franceses del siglo XVIII y que son aplicadas ya en Estados Unidos a partir de su independencia (1776). La garanta de una serie de libertades y derechos reconocidos en las Constituciones que desde entonces se promulgan, y sobre todo la divisin de poderes que se establece, sientan las bases para la institucionalizacin de diversas posiciones polticas, que en particular tendrn expresin en los Parlamentos. No obstante, los partidos tropezaron en su origen, entre otros muchos obstculos, con el reforzamiento de la idea individualista, antigremial y antiasociativa, que propugnaba la Ilustracin y en particular Rousseau. Por otro lado, la institucionalizado!! de los partidos en cierto modo se haba concretado ya en la segunda mitad del s. XVIII en Inglaterra, precisamente porque su gobierno era relativamente ms representativo del pueblo que cualquier otro. Es decir, en la medida en que se acepta como legtima la expresin de diferencias entre grupos sociales -particularmente clases sociales-cada una de las cuales defiende intereses propios, y tal expresin coincide con unos representantes parlamentarios concretos, y alguna forma de ideologa, nos encontramos con la base del desarrollo de un partido poltico. Esto no significa que en parte del mundo occidental durante todo el 5. XIX y aun todava en el XX los partidos polticos, a medida que fueron adquiriendo verdadera forma de tales, fuesen realmente representativos, segn entendemos hoy este trmino. A lo largo de esa poca el sufragio permaneci restringido por razn de sexo, raza, edad y clase social. En las circunscripciones primitivas y an en comarcas enteras, los grandes propietarios controlaron durante mucho tiempo la oferta de trabajo, por lo que su dominio entre los electores de aquella zona era muy considerable. Por tal razn no es de extraar que todava hoy subsistan restos de esta dominacin ("caciquismo" en su versin espaola), en la que un sistema de "clientela" resulta de la dependencia econmica de unos ciudadanos respecto a otros. De aqu que en comarcas escasamente desarrolladas aparezcan an importantes cantidades de votos favorables a los candidatos ms conservadores, cuando tericamente debera ocurrir justo lo contrario. En la mayora de los casos, pues, en el mundo occidental la gente que tena derecho a voto lo ejerci durante esa poca, es decir hasta bien entrado el siglo XX, no en virtud de unas ideologas o de unas promesas electorales, sino simplemente por una relacin de dominacin-dependencia en su respectiva circunscripcin. Y eso, cuando el sistema poltico no falseaba simple y 210

directamente los resultados de unas elecciones supuestamente "concurrencia-les". Por otro lado, tan estricto control de los electores se facilitaba mucho por causa del relativamente pequeo nmero de estos en la mayora de las circunscripciones. La alta edad exigida para ejercer el sufragio; la total exclusin de las mujeres, y la exigencia de una renta, profesin o status mnimo en la persona del elector, hacan que en definitiva el volumen de estos fuese reducido. As por ejemplo, como seala Snchez Agesta, en Espaa, todava en 1858 slo tena derecho al voto el 1 '02*70 de la poblacin. Incluso el reconocimiento en nuestro pas del sufragio universal masculino (a partir de los 25 aos de edad), en la ley electoral de 1890, no impidi el duro control que eliminaba prcticamente la libertad de voto. Y ello se deba no solo a circunstancias histricas concretas derivadas del "pacto del Pardo" de que nos ocuparemos despus, sino sencillamente del mantenimiento de condiciones de dominacin no muy distintas de las reinantes dcadas atrs. Si recordamos con el mencionado profesor granadino que todava a comienzos del siglo XX las tres cuartas partes de los electores eran analfabetos, se explicarn algunas de las condiciones que facilitaban tal dominacin y que, perdurando en exceso por causa de la miopa de la clase dominante, contribuyeron a la tragedia de nuestra guerra civil de 1936. En la misma Inglaterra estos abusos se mantuvieron durante largo tiempo, a pesar de que en ella el sufragio universal masculino data de 1867; pero el voto no era secreto, y el Parlamento se encontraba controlado por la aristocracia y la alta burguesa. El sistema de clientela excepcionalmente no surgi, sin embargo, en Estados Unidos, al menos en su aspecto de dependencia directamente econmica, debido a condiciones nsitas a la estructura socioeconmica de aquel pas. Lo cual no obsta a que diversas artimaas legales impidieran hasta no hace mucho el libre sufragio de los electores de raza negra, y todava hoy se habla con pleno fundamento de "clientelas polticas" y no solo a nivel local. Como ha sealado Blondel, en la segunda mitad del siglo XIX surgieron en Europa partidos nacionalistas que por primera vez podan ser calificados de "masas", y que se apoyaban en la ideologa especfica de la unidad nacional. Casi al mismo tiempo y a veces superponindose a ellos, aparecieron tambin partidos confesionales, principalmente impulsados por la jerarqua catlica, frente a la secularizacin creciente de la cultura occidental. El pensamiento socialista, en cambio, tard algo ms en cristalizar en unos partidos polticos con suficiente implantacin en tales pases. Tanto el fuerte peso poltico y econmico de la burguesa, como las todava frecuentes 211

manifestaciones del sufragio censitario, y no menos, la escasa conciencia de clase del proletariado -en particular del campesino- a que coadyuvaba su escaso nivel de educacin, contribuyeron al lento desarrollo de los partidos socialistas. Se convirtieron estos en los principales partidos de masas, debido a la estructura de su electorado original, y adolecieron de una fuerte burocra-tizacin. De sus dificultades para abrirse camino, bastar sealar que slo en 1910 consigui en Espaa el PSOE la primera y entonces nica acta de diputado, para su fundador, Pablo Iglesias. El desarrollo de los partidos socialistas se ha producido sobre todo en los pases en que la tradicin democrtica ms se ha arraigado, al mismo tiempo que han perdido gran parte de su primitivo enfoque de clase para abarcar electorados ms heterogneos. En todo caso, tanto estos como los partidos comunistas han demostrado histricamente ser mucho ms nacionalistas en la prctica, frente a la pretendida unin proletaria universal. Ello se apreci claramente tanto en las guerras mundiales como -en el caso de la Unin Sovitica en concreto- en sus secuelas posteriores (Hungra en 1956, Checoslovaquia en 1868, y Polonia en 1982, por ejemplo). La verdad es que las circunstancias particulares de la URSS y de China a partir de finales de la dcada de 1930 permitieron a los lderes comunistas conectar su causa con el patriotismo frente al invasor. Posteriormente, su penetracin en pases subdesarrollados, hasta entonces bajo dominio occidental, se realiz bajo el motivo aparente de liberarlos de la explotacin de este. Se explicitaba tambin aqu la diferente estrategia de los partidos comunistas frente a los socialistas, ya observable en su bifurcacin desde finales de la dcada de 1910: el partido comunista deba crear las condiciones para una ruptura revolucionaria, y luego la poblacin del pas continuara el programa renovador bajo el liderazgo de aquel. Frente al auge de los partidos socialistas, apreciable como hemos dicho, desde comienzos de siglo en Europa, surgieron tambin en este continente poco despus los partidos fascistas, radicalmente opuestos a los anteriores, que se basaban en un exaltado nacionalismo, unido a un culto a la estabilidad, a la fuerza, a la jerarqua y a la figura de un lder que se constitua con caracteres carismticos. Las condiciones de inseguridad econmica de la dcada de 1930, constituyeron un caldo de cultivo sin precedentes para este tipo de partidos, que proliferaron extraordinariamente. Con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, la derrota de los antes citados dio paso a simples dictaduras militares por una parte, en que se prohiban los partidos polticos, y por otra a los llamados regmenes populistas. De ellos fueron claro ejemplo el turco y el peronista, y todava lo es el ms antiguo de todos (desde 1917), es decir el mejicano. La mezcla de 212

nacionalismo, modernizacin del pas, mantenimiento en el poder de una oligarqua polticamente conservadora pero econmicamente innovadora, y el intento de integracin en unos objetivos no clasistas proletarios -aunque lo aparenten-, caracterizan a estos regmenes que se han extendido a otras regiones del globo como Egipto y Tnez. Una variedad reciente de partidos de orientacin religiosa ha surgido en Irn, extendindose ms o menos abiertamente a otros pases islmicos, sobre la base de una particular interpretacin del Corn y la hagiografa islmica, y no menos, de un rechazo a un conjunto de expresiones de la cultura occidental a las que se confunde deliberadamente con las antiguas potencias colonizadoras.

2.LOS SISTEMAS DE PARTIDOS EN LA ACTUALIDAD Si en los pases occidentales, como vemos, los partidos tenan una tradicin que se remontaba a ms de siglo y medio, a partir del final de la Segunda Guerra Mundial, el proceso de aparicin de nuevos Estados-nacin plante a estos inevitablemente el tema de su propio sistema poltico y por tanto la institucionalizacin o no de partidos polticos. Los numerosos regmenes militares de Latinoamrica, frica y Asia que se instauraron desde entonces, o que han venido sucedindose ya desde el siglo pasado en Centro y Suramrica, cada vez con mayor frecuencia se ven sustituidos por sistemas de partidos. All donde estos son suprimidos, vuelven a aparecer en cuanto se produce -como es usual- el deterioro de la dictadura militar. Incluso en los pases del Este de Europa, en que el dominio del partido comunista es total, en ocasiones han creado uno o dos pequeos partidos pseudo-oposicin para intentar legitimar unas supuestas libertades. Se ha calculado que hacia 1976, de un total de l36 pases, en 10 existan regmenes tradicionales sin partidos (caso de Arabia Saudita); en 22 dominaban regmenes militares, que tambin haban prohibido los partidos (Chile, Argentina y varios africanos por ejemplo); 49 eran sistemas monopartido (tales como la mayora de los comunistas); y en 55 haba dos o ms partidos. Lo que no significa, en el caso de estos ltimos, que todos fuesen necesariamente democracias. De hecho, la existencia de varios partidos en un pas no es de por s un factor definitivo determinante del tipo de rgimen poltico all existente. Por ejemplo, el predominio de un partido hegemnico sobre otros tres o cuatro mucho ms pequeos (como en el caso de Mxico), o una escasa diferencia ideolgica entre los dos partidos principales de un pas, pueden ser en realidad circunstancias tanto ms importantes para definir el sistema poltico, que otras tal vez ms aparentes. 213

Hay, como hemos dicho, algunos pases en que no se reconoce la presencia de partidos. Fundamentalmente se trata bien de dictaduras militares, o bien de regmenes tradicionales en que una estructura tribal o de "clientelas" (o mezcla de ambos), en ocasiones apoyados en lazos religiosos, mantienen un sistema conservador, a menudo de carcter dinstico. El fracaso de unos partidos sin experiencia de gobierno, como ha ocurrido en algunos Estados-nacin surgidos de la descolonizacin, muy frecuentemente ha terminado en una dictadura militar. Pero una vez aparecidos los partidos en un pas, tales dictaduras no suelen ser capaces de sustituirlos, precisamente porque no pueden llenar las funciones que por su esencia misma aquellos cumplen. El resultado es que tras unos aos de precario mantenimiento del orden pblico, aquellos renacen y presentan sus exigencias de legalizacin. La tambin frecuente respuesta de los sistemas dictatoriales a las presiones populares, consiste en la creacin de un solo partido supuestamente "patritico" e "integrador", que dice aglutinar las reivindicaciones polticas, econmicas y sociales del pueblo sin caer en la "corrupcin", "ineficacia" o "demagogia" de los partidos tradicionales o que, adems, pretende llevar a cabo una "revolucin" que acabe con el viejo sistema, como ha sucedido en los pases del Este europeo. En tal sentido, cabe sealar que son precisamente partidos comunistas en el poder los que constituyen una buena parte de estos regmenes. Los restantes son en su mayora sistemas autoritarios de corte conservador y a veces abiertamente reaccionario. En algunos pases han acaparado el poder partidos oficialistas, de tipo populista, aunque a veces se autodenominan "socialistas". En la medida en que inciden en muchos pases factores de modernizacin, como incremento de la poblacin urbana, alfabetizacin, mejor salubridad, transportes y comunicaciones, y otros similares, los partidos nicos se ven en dificultades para cubrir la creciente presin de las demandas y sobre todo su diversificacin. Salvo recurriendo a un abierto uso de la fuerza, que tampoco se puede mantener indefinidamente, los gobernantes se ven obligados en estos casos a iniciar "aperturas" que terminan por legitimar el pluralismo de los partidos. La desaparicin de los antiguos lderes ms o menos carismticos, el desgaste de los equipos de gobierno, las difciles alternativas en que los sitan las crisis econmicas -y a veces la presin demogrfica .misma, ante unos recursos monopolizados- llevan a los sistemas dictatoriales puros o en su variedad de partido nico, a buscar validez en otras alternativas, de las que la nica viable resulta ser la pluralista. Con lo cual, incluso en pases sin tradicin democrtica al estilo europeo, se est descubriendo que los partidos son insustituibles como medio -el menos imperfecto- de institucionalizar las formas y procedimientos de organizacin poltica, en terminologa de Huntington. 214

En los sistemas de ms de un partido, pueden darse muy diversas combinaciones de estos. Simplificando mucho, puede haber slo dos partidos con peso aproximadamente similar, o bien dos grandes partidos con otros menores -por ejemplo de carcter regional o sectorial-. Tambin puede haber un partido mayoritario -ms o menos duradero- y otros minoritarios, y en fin, mltiples partidos. I .a coincidencia de estos, y sus inevitables coaliciones, con un determinado sistema electoral, en concreto el proporcional, puede producir una inestabilidad de gobierno que termine por acarrear graves consecuencias polticas. Tal fue el caso de la IV Repblica francesa, como ejemplo seero entre otros muchos. No consideramos necesario entrar aqu en mayores detalles respecto a las innumerables tipologas de sistemas de partidos que se han sucedido en la doctrina, y nos limitaremos a recoger tan solo una de las ms tiles y recientes, original de Sartori. Segn este autor, cabe distinguir hasta siete diferentes tipos de sistemas: 1) 2) 3) 4) 5) 6) 7) Partido nico, en que no se admite la legalidad de ningn otro. Partido hegemnico, en que estos son admisibles pero como meros comparsas del primero. Partido dominante, en que este se mantiene largo tiempo en el gobierno, frente a otros, de muy escasa importancia, pero que no le estn subordinados. Sistemas bipartidistas, en que dos grandes partidos compiten y ms o menos peridicamente se alternan en el poder. Pluralismo limitado. Pluralismo extremo. Sistemas de atomizacin de los partidos.

Estos tres ltimos son variedades correspondientes a nuestras anteriores observaciones, que llegan a su extremo en la atomizacin en un gran nmero de partidos minsculos, con todas las consecuencias que ello acarrea a la gobernabilidad de un pas. No se pierda de vista que si es un axioma que el propsito bsico de los partidos consiste en alcanzar el poder obteniendo el nmero mximo de votos, hoy existen muchos que -al menos en principio- lo que procuran en realidad es llegar a un nmero mnimo de votos tal que les permita una representacin en el Parlamento, negociar su entrada en coaliciones, desempear un papel pblico y relevante ante sus electores, por ejemplo en la oposicin, acceder a ciertos cargos o puestos electivos, y otras ventajas, sin el inconveniente de 215

asumir las pesadas responsabilidades y desgaste de gobernar, al menos en una primera etapa. Esto constituira un incentivo a la creacin -de otro modo inexplicable- de pequeos partidos, que ideolgicamente se diferencian poco de otros tradicionales, de mayor envergadura. Aparte, claro est, se encuentra el tema de los partidos de mbito regional, en los que estas consideraciones pesan tambin, aunque slo parcialmente por razn de sus limitaciones geogrficas. 3.SISTEMAS ELECTORALES Y SISTEMAS DE PARTIDOS En la introduccin a la conocida obra colectiva, dirigida por Lipset y Rokkan, "Party Systems and Voter Alignmens" ("Sistemas de partidos y encuadramientos de votantes"), se pone en relacin una doble dicotoma, funcional por una parte y territorial por otra, que marca al cruzarse cuatro lneas criticas de diferenciacin, e incluso de oposicin: trabajadores-patronos; iglesias-gobiernos; economa primariaeconoma secundaria; y cultura sometida-cultura dominante. Dicho de otro modo: la estructura de clases, las peculiaridades de la cultura (y de la religin, por tanto), las relaciones econmicas y rural-urbanas suelen ser cuestiones tan bsicas en la vida de un pas, que determinan en buena medida las tendencias del sufragio y las orientaciones mismas de las formaciones polticas. En la medida en que no hay cambios bruscos en las coordenadas de esos cuatro conjuntos de factores, se pueden efectuar predicciones fiables respecto a la estabilidad del sufragio, y por tanto de los partidos, en los sistemas pluralistas. As pues, es indispensable conocer el peso de las respectivas fuerzas en presencia, en una estructura social cualquiera, cuando se quiere entender plenamente cuales sean las causas de que en ella exista un determinado sistema de partidos, con especfico procedimiento electoral, y una permanencia o cambio brusco del sufragio en un momento cualquiera. Esto no significa, segn Lpez Pina, que se tienda a "despreciar las reglas formales del juego como elementos causales fundamentales de una estructura social". Un rgimen electoral puede, ciertamente, "producir por s slo estabilidad o inestabilidad', pero cabe preguntarse si ese rgimen habr surgido del vaco, o en caso de ser fruto de una situacin coyuntura!, o de una pura decisin individual (difcil de imaginar, en un contexto democrtico), tendr mucha duracin. Es decir, un sistema electoral concreto influir, sin duda, en la orientacin del voto, en su aglutinacin o dispersin, y en la organizacin misma de los partidos. Pero previamente, los autores de la ley electoral y las. formaciones polticas en juego habrn medido muy bien la relacin entre los factores sociales arriba mencionados, su propio peso especfico respectivo, y los efectos a corto o a largo plazo que se tratan de.conseguir en el electorado. Por eso, parece claro que la relacin de causalidad opera desde los 216

sistemas de partidos hacia los sistemas electorales, y no a la inversa. El intentar actuar a la inversa, siempre dentro de una estructura de pluralismo institucionalizado, no sera tolerado por las formaciones polticas, y acarreara graves consecuencias para la estabilidad de la estructura misma. Como ha sealado Jean Blondel, "debemos considerar los sistemas electorales como un mtodo de ''representar" un cierto tipo de equilibrio entre los partidos y no como una 'regla de juego' inventada con antelacin para plasmar una forma ideal de sistema de partidos... lo que cuenta realmente es el sistema de partidos y no el electoral. Tanto que las partes del sistema electoral que ms cuentan no son quiz las que disponen la manera de adjudicar los escaos, sino las que... se refieren al derecho, al voto y a realizar campaas electorales". En definitiva, el sistema electoral en los pases pluralistas, dentro de ciertos mrgenes generales, intenta dar una respuesta en la que pesan decisivamente los intereses de las fuerzas polticas predominantes, que a su vez perciben y son cauces de tales demandas. Slo en una segunda etapa, la ley electoral producir a su vez efectos particulares sobre la conformacin del sufragio, y en la medida en que cambie la estructura social sin que lo haga a su vez la legislacin, su influjo, por s sola, ser mayor. Pero segn vaya eventualmente producindose un alejamiento de una y otra, las posibilidades de inalterabilidad de esta sern cada vez menores. Por otra parte. La manipulacin electoral, como de cualquier otro aspecto de una legislacin, es fruto del predominio de unos grupos que legitiman y tratan de reforzar su posicin a travs del Derecho. Uno de los ms conocidos mtodos, por lo regular vinculado al procedimiento electoral, es el de la determinacin de las circunscripciones o su posterior modificacin. Desde los burgos "podridos'* del Reino Unido, hasta la mezcla de distritos obreros con otros de clases medias en las zonas de expansin urbana.de Francia, en que se procura contrapesar unos votos con otros, hay innumerables ejemplos de tal manipulacin. Se disminuye as la eficacia del voto, mediante circunscripciones desiguales, sistemas proporcionales, fuertes primas a la mayora y dems procedimientos descritos a menudo por los especialistas. Pero se consigue adems un importante efecto psicolgico colectivo (sobre el que se ha hecho poco hincapi) en muchos electores que, a la postre, perciben el escaso -o nulo- valor que repetidas veces tiene un sufragio, que por lo dems, se les presenta como un deber cvico o de apoyo a su clase social. Y es que la desigualdad resultante de la aplicacin de los sistemas electorales refuerza la estructura social que en s es desigual. Y con ello se consigue, unas veces, que los electores menos "movilizados" pierdan inters en ejercer su 217

derecho, logrando que se abstengan ("de todas maneras para qu sirve mi voto?" se preguntan). Otras veces, la manipulacin alcanza mayor profundidad, creando una desconfianza en las instituciones democrticas, erosionando la credibilidad de estas en una parte del electorado, que oportunamente puede ser utilizada para propiciar o aceptar comportamientos dictatoriales. Es claro que la legislacin electoral en modo alguno es inocua. Constituye en suma un instrumento ms con el que se puede moldear, o incluso marginar parcialmente, la voluntad de una poblacin. Para el caso concreto de Espaa, al comentar el sistema electoral y composicin de las Cmaras, tendremos ocasin de observar las posibles desigualdades a que se presta aquel. Hay diversos factores que influyen ms o menos directamente en la actitud del electorado. Entre ellos destacan: 1) el papel de las Cmaras ante la opinin pblica, 2) el grado de madurez del sistema poltico, y 3) el propio procedimiento electoral.

Bastar aqu sealar que los Parlamentos se encuentran cada vez ms lejos de un electorado para el que las Sesiones plenarias se convierten en algo ensayado y de resultados perfectamente previsibles. Lo que es ventaja para los partidos, que institucionalizan en el Parlamento un lugar de encuentro y negociacin, se convierte en una imagen no muy convincente para el pueblo, quien a menudo termina con la impresin de que su voluntad se ha eludido o marginado de algn modo. Y ello se refuerza sobre todo en aquellos casos en que, existiendo una segunda Cmara, la gestin de esta no pasa de "estampillar** los acuerdos de la primera. En cuanto a la madurez del sistema poltico, parece claro que en la medida en que lo sea, la opinin pblica encontrar -aparte del sufragio-mucha mayor informacin y mayor nmero de cauces para expresarse y presentar demandas al aparato de gobierno. Pero esta madurez no es frecuente, a veces la contrapesan fuertes dependencias de partidos hegemnicos, e incluso suele coincidir con el desprestigio de la eficacia parlamentaria, antes citado. Juan Linz, ha concretado las condiciones necesarias para que un sistema de gobierno democrtico cuente con una base de apoyo estable, en trabajos publicados hace algunos aos. En tercer lugar, en la actitud y protagonismo del electorado influye, como decimos, el sistema electoral. Esto requiere una consideracin algo ms detenida, que efectuaremos posteriormente en concreto para la Constitucin espaola de 1978. 218

4.EL RECONOCIMIENTO LEGAL Y LA CONSTITUCIONALIZACIN DE LOS PARTIDOS POLTICOS Aunque ya hace casi dos siglos que existan de hecho facciones diferencia das en el Parlamento ingls y en el Congreso de Estados Unidos, como es sabido, la juridificacin de tales grupos en las Cmaras de los pases occidentales se retras considerablemente. Y todava ms lento fue su expreso reconocimiento constitucional, que segn Weber, va a consagrar su forma moderna. Ante todo, hubo de superarse el recelo a toda clase de grupos o asociaciones resultante del pensamiento ilustrado y las ideas del liberalismo primitivo. De aqu que durante el siglo XIX, como se ha sealado reiteradamente, los partidos burgueses, de notables, fuesen considerados como meras agrupaciones de hecho en los Parlamentos. A medida que aparecen los procesos de industrializacin y modernizacin en Europa, estos partidos comenzaron a perder presencia. Y ello porque hasta entonces no haban tenido inters en conseguir un gran nmero de votos, toda vez que sobre la base del sufragio censuario, slo tenan que obtener como "clientela" a una minora de la poblacin. Su organizacin, pues, lo que procuraba conseguir era una fuerte influencia parlamentaria, a partir de unos cuadros y una estructura bsicamente muy conservadora. Pero con el cambio en la estructura social que es resultado del crecimiento del sector secundario de la economa, primero, y luego del terciario, aparecen y adquieren protagonismo ya a finales del siglo los partidos de masas. Hasta entonces, toda una serie de leyes represivas del sindicalismo de los trabajadores van a impedir la consolidacin de la principal base de estos partidos. Por otra parte, estos movimientos son contemplados con recelo por los grupos tradicionales en el poder ya desde 1848- que temen perder su poder e influencia en el gobierno de los asuntos pblicos ante la "intromisin" de los grupos obreros. La extensin del sufragio, que termina por hacerse universal (masculino) obliga a los partidos conservadores a cambiar de tctica. Hasta entonces, el apoyo financiero de estos proceda de los notables. Pero al crearse extensas organizaciones recaudatorias, acumulativas de pequeas contribuciones econmicas, por los incipientes partidos socialistas, los partidos de cuadros se ven en la necesidad de ampliar su base recaudatoria, y eventualmente su afiliacin. De aqu que fuese preciso arbitrar una estructura jurdica siquiera mnima, ante la creciente complejidad de la organizacin partidista. Estructura que inevitablemente adquiere un reconocimiento legal, y mucho ms tarde, constitucional. Se pasa pues, de rechazar su existencia a ignorarlos. Luego, se 219

les reconoce en cuanto formas especificas de asociacin y finalmente, se les exalta como piezas fundamentales del sistema democrtico. Durante mucho tiempo, el constitucionalismo ha sido algo ajeno a los partidos polticos. Ello, an partiendo de la afirmacin de que los partidos son un fenmeno relativamente joven. Como han mantenido muchos autores, aunque puede decirse que fracciones, tendencias o grupos, han existido desde siempre, los partidos, en el sentido tcnico y estricto del trmino, slo aparecen como consecuencia del desarrollo de la democracia y del Estado representativo, en palabras de Jean Charlot, "los verdaderos partidos apenas tienen un siglo. En su conjunto, su desarrollo aparece vinculado al de la democracia, es decir, a la extensin del sufragio popular y de las prerrogativas parlamentarias". Pues bien, aparecidos los partidos como hemos dicho en los primeros aos de vida del rgimen liberal, subsisten a lo largo del siglo XIX reconocidos slo como meras fuerzas de hecho. La prohibicin del mandato imperativo, la visin centralista del Estado, la visin de un Parlamento en el que todos sus miembros representan exclusivamente el inters general de la Nacin, son reparos a la institucionalizacin de estas fuerzas polticas. Ms adelante el sentimiento de recelo estatal hacia los partidos se acenta ante el hecho de la aparicin de los llamados partidos de masas o de militantes. Estos partidos con muy numerosas clientelas y cargados de un fuerte contenido reivindicativo y social, iban a provocar la resistencia de los legisladores y los Parlamentos que lgicamente los miraban con sospecha. Se produca as un divorcio entre la realidad constitucional y el Derecho constitucional que ha llevado a afirmar (considerando el Derecho constitucional como algo ms all de los criterios estrictos del mtodo jurdico positivista) que "la doctrina positivista del Derecho constitucional, no tuvo ms remedio que incorporar a su estudio la tozuda realidad de los partidos polticos, pero lastrada por el peso del pasado lo ha hecho tarda y en cierto modo insatisfactoriamente" (Lucas Verdu). Como ha sealado este autor, siguiendo la clsica divisin en etapas realizada en su momento por Triepel, en un primer momento, el antagonismo frente a los partidos deriva de una ideologa de carcter liberal, individualista y que desconfa de los grupos intermedios. As, los partidos solo son considerados como fracciones que dividen el cuerpo poltico. Una segunda fase, en que se les ignora, supone el punto de inflexin de la desconfianza poltica. Es decir, se comienza a tener nocin de la eficacia de determinados partidos (y similares), que se contemplan an con escepticismo. Se abre camino un relativismo poltico que permitir que nazca una actitud no 220

de aprobacin pero tampoco de hostilidad. En suma, se vislumbra una realidad pero se la considera extraconstitucional. En la etapa de legalizacin, los grupos electorales se han consolidado ya de alguna manera y se comprueba polticamente que los grupos parlamentarios son controlados con arreglo a criterios ideolgicos. Desaparece el escepticismo respecto a la capacidad poltica e ideolgica de los grupos y cada partido empieza a contar con su propio programa y a buscar el apoyo popular mediante votos. Las regulaciones de los partidos se producen, ya en pleno siglo XX, por vas al principio indirectas o secundarias, tales como los reglamentos parlamentarios, que establecen las condiciones de funcionamiento y actuacin de los grupos en las Cmaras. Igualmente, fijando los modos de su financiacin o las vas por las que pueden constituirse agrupaciones electorales cara a las elecciones. Por ltimo, la realidad partidista va a imponerse de forma que se llega a la fase de incorporacin de los partidos, que an cuando empieza a travs de la imposicin de partidos nicos, como veremos a continuacin, va a suponer que se alcance el nivel constitucional en aquellos en la gran mayora de las Constituciones europeas despus de la II Guerra Mundial. Como ha sealado Ramrez, dos Constituciones que ejercen gran influencia en su poca, la mejicana de 1917 y la de Weimar de 1919, no hacen mencin alguna de los partidos pese a que regulan ampliamente el derecho de asociacin poltica. Slo por va indirecta se les alude cuando en la Constitucin alemana mencionada se dice que la capacidad jurdica reconocida a toda asociacin que cumpla los preceptos del Cdigo Civil no puede ser denegada a "una sociedad alegando que persigue una finalidad poltica, poltico-social o religiosa". Poco despus, va a utilizarse al partido como principal pieza de consolidacin de los nuevos regmenes polticos. Pero se trata del partido nico, constitucionalizado en Italia en 1928, del nazi, legalizado en exclusiva por el III Reich, y el PCUS en 1936. Como es sabido, en el pensamiento de Lenin jugaba un papel decisivo el concepto del partido como "vanguardia de la clase", por lo que su importancia monopolstica desde el triunfo de la revolucin sovitica no tiene igual en ningn otro Estado contemporneo. Un instrumento similar, pues, fue creado con fines recprocos por las clases dominantes en Italia y Alemania para proteger sus intereses, ante el temor a la "avalancha bolchevique". Sin embargo, no consiguieron estos partidos nada parecido a una "Internacional fascista" no solo por la 221

exaltacin nacionalista que inevitablemente les diferenciaba, sino obviamente por lo efmero de su tracto histrico, extinguido en 1945. Ahora bien cul fue la razn de que, en los sistemas democrticos se tardase tanto en reconocer explcitamente la importante e insustituible funcin que haban venido desempeando los partidos polticos? Como ha apuntado Garca Cotarelo, las distintas variedades de la democracia, durante largo tiempo confirieron funciones tan diversas a los partidos, que impedan determinar claramente cual fuese el papel asignado a ellos en el juego poltico. La ambigedad misma de los distintos conceptos de democracia, sus limitaciones, resultantes de los egostas intereses de ciertos grupos acaparadores del poder, impedan por otro lado una fijacin precisa de los lmites entre los que era legitima y comnmente aceptable la actividad de los partidos polticos. Al terminarse por definir a la democracia como "reglas del juego poltico civilizado", los jugadores por excelencia son los partidos polticos, "cuya funcin esencial ser la de preservar y al propio tiempo dar sentido al juego en su conjunto'*. Va a ser la Constitucin uruguaya de 1917 la primera que los mencione expresamente. Pero por bastante tiempo an, casi todas las Constituciones y las leyes electorales van a seguir dando por supuesto que a las elecciones se presentan no unos partidos organizados como tales, sino unos candidatos individuales. La moderna teora consociacional demuestra que "la democracia subsiste y es operativa en la medida en que el sistema poltico no se vea amenazado por una tensin excesiva de enfrentamientos clasistas, es decir en la medida en que la dinmica de la lucha de clases haya sido sustituida por la prctica de la negociacin, la flexibilidad y las soluciones de compromiso". Al perder los antiguos partidos obreros su actitud de oposicin, al hacerse interclasistas por transformacin de sus bases, y suavizacin de sus ideologas, sus funciones cambian a la vez profundamente, como han descrito entre otros Apter, Easton y Friedrich. Este proceso se hizo evidente en los pases occidentales a continuacin de la II* Guerra Mundial, y atravesando evoluciones ms o menos dificultosas, dio lugar al reconocimiento explcito de la importancia de los partidos en los Estados democrticos, en cuanto vehculos insustituibles de la expresin del pluralismo poltico. De aqu que en 1947, la Constitucin italiana afirmase ya explcitamente en su tantas veces citado artculo 49: "Todos los ciudadanos tienen derecho a asociarse libremente en partidos polticos para concurrir en forma democrtica a determinar la poltica nacional". Esta formulacin, por elogiable que sea en cuanto a sus intenciones, sin embargo fue considerada como algo 222

ambigua y estrecha por la doctrina subsiguiente. Se establecan limitaciones, adems -como precedentes de las recogidas al efecto en Constituciones posteriores de otros pases- a formas de asociacin secretas o con fines delictivos, paramilitares, especficamente profascistas, y en cuanto a lo personal, a ciertos tipos de funcionarios, como policas, militares, magistrados y representantes en el extranjero. Se regulaba -parcialmente- la actividad "externa" del partido, pero quedaba en el aire la interna, lo que provocaba no pocos problemas. Una estructura jurdica mucho ms perfeccionada se encuentra poco despus en la Ley Fundamental de Bonn, de 1949, que a ms de su artculo 21, Cuenta con amplio desarrollo posterior en la materia que nos ocupa, tanto en el aspecto legislativo, como en el de la jurisprudencia del Tribunal de Karls-ruhe. Preciso es sealar que ya en la Ley Electoral del Reich, de 1869, se contemplaba indirectamente a los partidos en cuanto tales. En el mencionado art. 21, se establece un pleno reconocimiento de sus fines, creacin y democraticidad, y se fija la competencia constitucional federal para el caso de que por su esencia ataquen a las libertades. Lo ms interesante es que se les califica como elementos fundamentales de la formacin de la voluntad poltica popular. La defensa de esta ltima, frente a frmulas que pretenden suplantarla, se encuentra por ejemplo en sendas sentencias de la Corte Constitucional, que en 1952 declaraba inconstitucional al Partido Neonazi, y de 1956, en que hacia lo mismo respecto al Partido Comunista. La Constitucin francesa vigente, de 1958, utiliza una frmula muy breve a la hora de reconocer las funciones e importancia de los partidos polticos en los modernos sistemas democrticos. En su articulo 4 dice textualmente: ""Los partidos y los grupos polticos concurren a la expresin del sufragio. Se forman y ejercen su actividad libremente, pero deben respetar los principios de la soberana nacional y de la democracia". Sin embargo, ya en el proyecto de Constitucin de 1946 se habla previsto, por primera vez en Francia, un reconocimiento y regulacin de los partidos, que sin embargo no lleg a plasmarse en un texto concreto en ella. La frmula utilizada en la Constitucin francesa de 1958 ha sido ampliamente desarrollada despus en diversas leyes concernientes al control y ejercicio del sufragio. En el caso del Reino Unido, aparte los mencionados precedentes, el reconocimiento y juridifcacin de los partidos se producen sobre todo a partir de varias leyes promulgadas en 1949 y otras posteriores. Disposiciones similares -sin alcanzar rango constitucional- se encuentran en muchos otros pases, tambin a partir de la II* Guerra Mundial, en el mundo occidental y en nuevos Estados-nacin. Como ha sealado Aguil, uno de los textos ms avanzados en lo concerniente al reconocimiento expreso del papel de los partidos polticos es la 223

Constitucin portuguesa de 1976. Se les menciona en ella nada menos que en 22 de sus 312 artculos. As, se reconoce su influjo en la "organizacin y expresin de la voluntad popular'*, articulando "el desarrollo del proceso revolucionario*'; se respalda la libertad de constituirlos, as como de participacin en cuanto tales en los "rganos basados en el sufragio universal y directo" (alusin clara al sistema "orgnico", y por tanto inadmisible); y se establece que "los diputados pierden su mandato por inscribirse "en un partido distinto de aquel por el que se hayan presentado a las elecciones" (art. 163), tema interesante que examinaremos en el contexto espaol posteriormente. Tal vez lo ms novedoso de esta Constitucin portuguesa vigente sea la estricta prohibicin de revisin de "el pluralismo de expresin y organizacin poltica, incluyendo los partidos polticos, y el derecho a la oposicin democrtica" (art 290). Es decir, se les considera de una importancia tal para la supervivencia del sistema democrtico, que su desaparicin simplemente no se puede ni plantear en una eventual revisin de la Constitucin. Anteriormente, un Decreto-ley de noviembre de 1974, haba regulado su reconocimiento, organizacin y funciones. No puede por menos de destacarse el papel que en la aparicin de los nuevos Estados-nacin en frica y Asia han desempeado los partidos llamados "de liberacin nacional" que tuvieron sealados precedentes en Argelia y Kenia, por citar dos conocidos casos, en los aos previos a su definitivo proceso de descolonizacin. Incluso han llegado a constituirse "frentes" que a tal efecto subrayaban con este trmino la agrupacin de una mayora de partidos para conseguir conjuntamente la independencia nacional, como objetivo previo y supremo, por encima de sus diferencias. En demasiadas ocasiones, sin embargo, la legitimidad que a estos partidos confiri su lucha contra la explotacin extranjera, y que ellos mantienen en el frontispicio de su actuacin, aos despus, desaparece ante su frecuente conversin en partidos totalitarios. La presencia activa de los partidos polticos en las diversas esferas de poder les confiere contemporneamente una importancia inigualable. El partido gobernante adopta decisiones -de las que las masas votantes quedan rigurosamente excluidas- y distribuye posiciones de poder en la Administracin, empresas paraestatales, y por supuesto los mbitos del legislativo y el ejecutivo, con una cierta influencia tambin, incluso en el judicial. Esta prepotencia de los partidos gubernamentales se extiende en cierto modo a los que desde la oposicin no radical poseen suficiente electorado para constituir una alternativa a plazo ms o menos largo, en las democracias occidentales. Ello lleva a procesos de convergencia en base a sus caractersticas ms prximas, y haciendo perder importancia a sus diferencias hasta un 224

punto tal que en expresin de Agnoli, ms que competir entre s, semejan "una versin plural de un partido unificado". A su vez, esta aproximacin mutua y cuidada moderacin, paralela a procesos de disminucin de las desigualdades sociales y exportacin de la explotacin a minoras marginadas en el interior (inmigrantes) o en el exterior (pases del Tercer Mundo), origina la aparicin de partidos "cogelo-todo", que intentan ofrecer una opcin interclasista. El problema de fondo que con esta hoy frecuente situacin se suscita, es el de si la actuacin de los partidos -repetimos, en el contexto occidental- es capaz de legitimar la democracia sin simultneamente hacerlo con el modo de produccin capitalista. No es este el lugar de entrar en la cuestin, que al menos debamos mencionar y que dejamos como motivo de reflexin ante circunstancias muy actuales. Otra cuestin, estrechamente relacionada con el reconocimiento constitucional de los partidos, es el de su constitucionalidad. Dicho de otro modo: en la medida en que en su seno haya una concentracin de poder (descrita ya por Michels a comienzos de siglo en su "ley de hierro de la oligarqua"), y no se abran a una verdadera participacin democrtica y control por las bases, del ejercicio del poder, pueden desvirtuarse totalmente los fines caractersticos de los partidos y su fundamental significacin en la democracia. Como ha apuntado Pizzorno, en el momento de la organizacin inicial de un partido poltico, se produce una "participacin entre iguales, basada en una comunidad de intereses que se enfrenta a otros intereses. La solidaridad as creada va disminuyendo en la misma proporcin en que la organizacin toma cuerpo, es decir, aumenta el nmero de sus miembros y a la vez adquiere presencia en el sistema poltico". Ambos factores tienen tal importancia que difcilmente se encuentra un partido en el que no se produzca -en las condiciones sealadas- tal proceso. Resulta este inevitable hasta el punto de que se ha comentado su reproduccin incluso en organizaciones anarquistas. En definitiva, la masificacn origina la burocratizacin y por tanto la oligarquizacin. Pero volviendo al eje argumental que aqu nos gua, el susodicho proceso pone en entredicho de un modo u otro la democraticidad interna de los partidos, con lo que su funcin puede ser cuestionada a partir de ciertos lmites. De aqu que el legislador se haya preocupado por establecer unas condiciones que garanticen la constitucionalidad de los partidos, a partir de su constitucionalizacin. No pocas veces, en tal sentido, se ha comentado que los partidos han de presentar una transparencia en sus actuaciones, abierta a toda crtica 225

democrtica. Ello precisamente evitar que tal crtica sea patrimonializada en exclusiva por quienes a travs de ella lo que intentan es atacar la idea misma de su existencia. Por esta razn los legisladores han tenido a menudo que establecer una serie de regulaciones legales, a veces muy complejas y detalladas, para controlar el funcionamiento interno de los partidos. Pero a la vez se han visto obligados a guardar un delicado equilibrio de tal manera que dichas regulaciones no se convirtieran en un instrumento represivo o de control ideolgico de los partidos. Se ha dado incluso el caso excepcional de prohibirse expresamente toda legislacin al respecto, en la Constitucin chilena de 1970, ante el temor de que ello pudiera ocurrir. El caso contrario es la Ley alemana de partidos polticos, de 1967, muy detallada y que desarrolla ampliamente el art 21 de la Ley Fundamental de Bonn, a que nos hemos referido antes. Segn Martn Merchn, cabe distinguir tres formas jurdicas de regulacin de los partidos, en funcin de su reconocimiento explcito o implcito en las Constituciones. O bien se les incluye en la ley general de asociaciones, como es el caso francs, o bien se les aplica una ley especial, como en la Repblica Federal de Alemania o en Espaa, o bien, finalmente, se les considera como asociaciones de hecho, sin personalidad jurdica, como en Italia. Este autor describe tambin los criterios de ilicitud que cabra aplicar a los partidos, que sintetiza textualmente: "los partidos o asociaciones de carcter paramilitar se encuentran prohibidos en todos los pases que imponen expresamente algn tipo de restriccin al ejercicio del derecho de asociacin; los partidos cuyos fines son delictivos segn el Cdigo penal, son ilegales; determina tambin la ilegalidad del partido el no respeto a la Constitucin o valores fundamentales plasmados en esta, a los que se alude expresamente (como pueden ser la soberana nacional, la integridad del territorio, la existencia del propio pas, la forma republicana de gobierno, los principios democrticos...). Se deben aadir varias singularidades: en Portugal se prohben en la misma Constitucin los partidos regionales, en Italia y Portugal se prohbe expresamente la constitucin del partido fascista y en Suecia los partidos basados en valores de raza, color u origen tnico". Muy frecuentemente, la puerta que ha abierto la detallada juridizacin de los partidos ha sido la regulacin de su actividad financiera, frente a la que ellos han producido diversos mecanismos obscurecedores, La legislacin en tal sentido es particularmente abundante en Estados Unidos y en cambio bastante escasa en Gran Bretaa. En Francia no se ha completado la constitucio-nalizacin de los partidos con una ley concerniente a los mismos, por lo que la regulacin de sus actividades se encuentra dispersa. Una consecuencia imprevista de la financiacin estatal es que los partidos pierden una de las causas de su "masificacin" puesto que ya no son imprescindibles las cuotas de sus mili226

tantes. Pero se trata de un arma de doble filo porque cuando obtienen pocos escaos, las deudas de la campaa electoral pueden hundirlos definitivamente. En el caso de Italia, preciso es sealar ante todo, que la Disposicin Transitoria XII declara "prohibida la reorganizacin, bajo cualesquiera formas, del disuelto partido fascista". Igualmente, en el art 18 se prohben expresamente "las asociaciones secretas y aquellas que persigan, aunque sea indirectamente, finalidades polticas mediante organizaciones de carcter militar". Ferrando ha observado, por lo dems, que pese a !a importancia reconocida a los partidos en el rgimen jurdico y constitucional italiano, la legislacin que les concierne se encuentra una vez ms dispersa en una serie de leyes electorales, Reglamento de las Cmaras y otras disposiciones. En definitiva, la organizacin interna de los partidos polticos en Italia adolece de una regulacin especfica suficiente a su problemtica. En lo referente a Portugal, a cuyo extenso reconocimiento constitucional de los partidos ya hemos aludido, tampoco se ha establecido posteriormente ninguna forma concreta de control de su democraticidad interna. Cuestin aparte es la suscitada en la Repblica Federal de Alemania como consecuencia de la utilizacin por Hitler precisamente de un partido poltico, el N.S.D.A.P. (Partido alemn nacional-socialista de los trabajadores), como plataforma decisiva para la introduccin de un sistema totalitario en el pas. Tan dramtica experiencia histrica, ha llevado a la estructura jurdico-constitucional alemana a establecer un cuidadoso equilibrio entre las capacidades reconocidas a los partidos para su actuacin pblica, y el necesario control de la democraticidad interna, sin que llegue a suponer ningn tipo de control ideolgico por quienes se encuentran en el uso del poder. Entre la promulgacin de la Constitucin y la Ley de partidos polticos de 1967 transcurrieron casi dos dcadas, en que la jurisprudencia de la Corte Constitucional Federal llen un importante vaco legislativo. En la susodicha Ley, se comienza por declarar a los partidos "parte integrante necesaria y jurdico-constitucional del ordenamiento democrtico fundamental". Particular atencin se consagra en ella al control de su financiacin y a su democraticidad interna, esta ltima en forma muy detallada. As, quedan especficamente regulados los derechos y deberes de los asociados y las vas de estructuracin de la voluntad de los diversos rganos. No se puede denegar con carcter general -ni an a plazo fijo- la admisin de solicitudes, y en cuanto a las expulsiones del partido, se sujetan a una serie de garantas en varias instancias. Resultado de toda esta compleja normativa es -al igual que en Estados Unidos y otros pases democrticos- un realce del papel que han venido 227

adquiriendo los Congresos de los partidos, los cuales, pese a las inevitables componendas y manipulaciones interiores, se convierten cada vez ms en "rganos de decisin para las cuestiones de principios", como ha apuntado Schneider. En cualquier caso, es obvio que existe una fiscalizacin de todas sus actividades por parte de los Tribunales ordinarios, y en ltima instancia, de la Corte Constitucional de Karlsruhe.

5.EL FACTOR HISTRICO COMO CONDICIONANTE DEL SISTEMA DE PARTIDOS

Parece necesario, antes de describir con ms detalle la situacin de la Espaa actual, repasar brevemente las caractersticas de la evolucin seguida por el sistema de partidos, como principal fuerza poltica, y ms adelante ofrecer el panorama de su juridificacin y vinculaciones con otras fuerzas establecidas. No podemos por menos de recordar una idea que en otros lugares hemos expuesto y es la de que las instituciones actuales slo pueden explicarse en funcin de un proceso histrico que incide y es conformado por un medio ambiente fsico y social. De esta interpretacin, surgen unas formas de actuacin social -y a menudo jurdica y poltica- que se concretan en unas instituciones. Y los partidos polticos, a su vez, no son ms que la respuesta colectiva -institucional- a unos problemas que cada pas tiene planteados en virtud de su propia y peculiar evolucin. Pues bien, nuestros partidos polticos slo pueden interpretarse en sus programas y actuacin, a la luz de lo que ha sido Espaa por lo menos, en la poca moderna. Por citar un slo ejemplo: la no casual coincidencia geogrfica del voto en junio de 1977 con el de febrero de 1936, a pesar del largo parntesis del franquismo, -aunque con una lgica suavizacin de posiciones- que comentbamos brevemente en el captulo anterior, slo se explica mediante la persistencia de unos factores nsitos a la estructura social y al proceso histrico. Por ello es pertinente recordar, con JJ. Linz, que "Espaa es uno de los ms viejos Estados del mundo" y que su evolucin constitucional, "nos ha dejado un poco a mitad de camino entre el moderno Estado-nacin y el Estado pre-moderno de tipo unin de monarquas, como es el Reino Unido". Desgraciadamente, en nuestro siglo XIX se produce la prdida de nuestras colonias, precisamente en el momento en que otros pases adquieren y consolidan las suyas, quedando Espaa en retroceso, con graves problemas internos, sin una suficiente expansin industrial y carente salvo en alguna regin-de una burguesa modernizante impulsora del cambio social y poltico. 228

Los nacionalismos perifricos hacen frente a un listado caduco cuya crisis se manifiesta finalmente en 1898. Del conjunto de factores que segn el mencionado autor configuran la Espaa actual, cabe recoger y sintetizar los siguientes. Ante todo, se da una cierta ambivalencia en cuanto al sentimiento de pertenencia al Estado y a la nacin, precisamente porque en cierto modo llegamos a ser Estado antes que nacin. Como dijo Prat de la Riba, "a nacin es una entidad viva, orgnica, natural".,. "el Estado es una organizacin poltica, un poder independiente en el exterior y supremo en el interior, que utiliza a fuerza material de hombres y dineros para mantener su independencia y su autoridad". Con lo cual se manifiesta una evidente diferencia entre ambos conceptos, que tiene an hoy repercusiones en quienes se sienten identificados con una nacionalidad slo, con esta y con el conjunto del pas, en otros casos, y finalmente en quienes han adquirido conciencia nacional slo de espaoles, sin atribuir contenido poltico a su origen regional, aunque sean plenamente conscientes de l. Una vez ms, la Historia ha desempeado un papel fundamental en esta diversidad de identificaciones. Algunas regiones espaolas tuvieron un papel de primera magnitud en la Europa medieval, y este contribuye a su persistente conciencia histrica. Por otro lado, tal vez por encontrarnos en el extremo occidental del continente, hemos sufrido modernamente slo la invasin francesa, por le que las rupturas de nuestra unidad no han procedido del exterior sino ms bien del interior del propio pas. Razones parecidas explican el que los partidos polticos tuvieran muchas dificultades para convertirse en organizaciones de mbito nacional. El carlismo y los propios movimientos regionales obstaculizaron la aparicin de fuertes partidos a nivel de todo el Estado, a la vez que carecan de fuerza suficiente para imponer una frmula federalista al sistema poltico. Todo ello se complicaba an ms con el hecho de la coincidencia en las zonas ms desarrolladas industrial y econmicamente de una conciencia nacionalista que adquiere -segn Hirschman- un matiz de superioridad en aquellos casos en que no coincide el centro de poder econmico con el centro de poder poltico. Y en el caso del Pas Vasco, la vinculacin del nacionalismo popular con el bajo clero ha proporcionado a aquel una especial peculiaridad. La represin poltico-cultural del perodo franquista, en fin, contribuy a aadir virulencia -por falta de posibilidades de expresin- a los sentimientos nacionalistas, que si en Catalua han terminado por adaptarse a causas democrticas desde 1976, en Huzkadi por el contrario han sido utilizados por una minora en forma incompatible con la convivencia, hasta el momento presente.

229

6.LA EVOLUCIN ESPECIFICA DE LOS PARTIDOS Y LAS ORGANIZACIONES SINDICALES EN ESPAA 6.1. Primer perodo: 1808-1876. En el Antiguo Rgimen, la monarqua absoluta era considerada por todo un sector de la opinin como la nica fuente de legitimidad en base a la capacidad nica del monarca para determinar quienes y cmo participar en las decisiones polticas y normas consiguientes, y modificarlas segn su conveniencia. La soberana le corresponda exclusivamente. Frente a este sistema, surge una creciente tendencia poltica liberal-constitucional, que considera que la participacin poltica es un derecho de los ciudadanos, si bien en principio limitado a sus estratos superiores, y slo a travs de un acuerdo pueden modificarse las normas, a las que el propio monarca debe someterse. Normas que encuentran su culminacin en la Constitucin. Todo ello sin perjuicio de reconocer determinados privilegios, al representante de la legitimidad dinstica. Entre otros, la designacin de ciertos cargos polticos "de confianza". Se enfrenta as el concepto de soberana nacional con el de soberana personal. Encontramos pues dos tendencias polticas no slo diferentes, sino contrapuestas que van a teir -incluso de sangre- toda la "ominosa dcada" y an cercanos momentos posteriores. Sin embargo, tales tendencias no pueden considerarse partidos en cuanto tales. Como es sabido, Miguel Artola ha realizado uno de los estudios ms completos de la evolucin seguida por los partidos polticos en Espaa entre 1808 y 1936. Como l seala, "el partido poltico se constituye por la convergencia de tres centros de accin poltica en una misma institucin: la accin parlamentaria -discusin, votacin-, que determina la identificacin de los representantes que coinciden en opiniones e intereses; la organizacin de la opinin pblica de una u otra tendencia, con ocasin de las elecciones, y la accin de la prensa como rgano de una ideologa. El grupo parlamentario, el comit electoral y la redaccin del peridico son los tres elementos cuya reunin dar origen al partido poltico. La reunin de las primeras asambleas de partido ofrece siempre un puesto relevante a los miembros de estas tres agrupaciones orientadas a la accin poltica". La coincidencia de opiniones e intereses de algunos diputados lleva as a organizar las intervenciones, reunirse todos en un lugar determinado de la sala y facilitar el liderazgo de los ms brillantes, lo que conduce en definitiva a la unidad de voto y a la constitucin de hecho de grupo parlamentario. Aunque se han encontrado antecedentes en el Trienio Liberal y en la fundacin de sociedades secretas en aquella poca, es a partir de 1836 cuando surgen los 230

primeros comits electorales, como seala Artola, "al adoptarse el sufragio directo, que obligaba a la presentacin de candidatos y a la organizacin de una incipiente campaa electoral'. Estos comits alcanzaron posterior desarrollo, creando "juntas de distrito", "juntas superiores" y "comits centrales". nicamente estos ltimos tenan carcter semipermanente, limitndose los otros a los perodos electorales. En cuanto a la prensa, poco tardaron los periodistas en decantarse en favor de unas u otras tendencias polticas, convirtindose en ocasiones en rganos de opinin subvencionados directamente por stas. Ya en 1835 Alcal Galiano propone en La Revista Espaola la idea de organizar la prctica electoral a travs de "asociaciones". Surgi de aqu la organizacin de los mencionados comits electorales, y a partir de ellos se produjo la incipiente aparicin de los partidos. Decamos antes que durante el reinado de Fernando VII se enfrentaron las tendencias liberal y absolutista. En franca decadencia esta a partir de 1833, los liberales van a escindirse a su vez en dos grandes sectores: moderados y progresistas. Puesto que no es este el lugar de hacer una historia poltica del siglo XIX, vamos a limitarnos a apuntar brevemente su evolucin y caractersticas bsicas, como sustratos principales -pero en modo alguno nicos- del movimiento pendular que va a determinar nuestra Historia hasta casi la actualidad. A partir de 1833 se produce una revolucin burguesa muy limitada incomparable con la de otros pases europeos- pero que en cierto modo marcar al pas un rumbo hasta entonces desconocido. La nica posibilidad de que Isabel II alcanzase el trono, radicaba en que la reina Mara Cristina se apoyase en los liberales, frente al movimiento carlista. Lo cual oblig a renunciar a toda pretensin absolutista; promulga el Estatuto Real en 1834 y en consecuencia se crean unas nuevas Cortes, basadas en un sistema extraordinariamente restringido, en que slo tiene derecho a sufragio el 0,16% de la poblacin. El sector moderado se da por satisfecho con esta escasa representativi-dad, que en modo alguno, sin embargo, era capaz de modificar suficientemente la inercia de una estructura social ya anticuada para su poca. Los moderados partan del principio de que la soberana se fundamenta en una doble representacin: la Corona y las Cortes. Frente a esta concepcin del equilibrio poltico, los progresistas slo admitan la representacin de las Cortes, si bien aceptaban prerrogativas de la Corona, tales como la facultad de disolucin de las Cmaras. En todo caso, propugnaban una mayor extensin del sufragio y una ms completa regulacin de las libertades. Una escisin, a su vez, de los progresistas, se produjo como faccin "demcrata", 231

que reclamaba los derechos de asociacin y reunin en forma ms amplia, as como el sufragio universal (masculino, por supuesto). En forma extremadamente simplista, cabe decir que en el tercio intermedio del siglo XIX, el juego se produjo, por una parte entre la alianza ejrcito-burguesa urbana y por otra los grupos moderados y progresistas, a menudo no fcilmente identificables sobre unas bases ideolgicas como tales, y mucho menos por una adscripcin permanente en cuanto partidos, en la forma en que hoy los entendemos. Ante unas y otras presiones, cuando el proceso se radicalizaba, la Corona recurra a los progresistas, se efectuaban modificaciones legislativas y constitucionales ms o menos duraderas, y a no muy largo plazo eran de nuevo sustituidos por los moderados, los cuales desde siempre contaban con el decidido favor de la Corona. Un pronto triunfo de los progresistas en 1837 se tradujo en una autntica Constitucin y una serie de leyes que completaban la desamortizacin, seoros, montes, ley de imprenta, y entre otras, una nueva ley electoral que ya en 1843 alcanzaba al 4,3% de la poblacin. Esta participacin volvi a reducirse aproximadamente al 1% con la posterior ley electoral de marzo de 1846. Sin embargo, esta relativa extensin del sufragio, ni entonces ni mucho menos despus sirvi para instaurar o al menos iniciar un sistema verdaderamente representativo. Como ha sealado Snchez Agesta, "la concepcin del sufragio hace que este se pronuncie casi sin excepcin, a favor del grupo o del partido poltico que 'dirige la eleccin desde el Ministerio", De aqu el constante uso de "vas anmalas", es decir pronunciamientos militares, intrigas cortesanas, y finalmente pactos implcitos o explcitos entre los partidos para turnarse en el poder. Las prcticas destinadas a falsear los resultados electorales componan un catlogo interminable de todo un especial captulo de la picaresca espaola. Las sucesivas leyes electorales no consiguieron remediar el problema, agravado adems por el denominador comn del caciquismo, de que nos ocuparemos despus. En todo caso, ya muy tempranamente los candidatos aprendieron a buscarse el apoyo de los ministros, en vez de captarse la confianza de los electores, como apunt Andrs Borrego. Siguiendo de nuevo a Snchez Agesta, cabe advertir que en los 41 aos transcurridos entre la muerte de Fernando VII y la Restauracin de 1874, hubo 28 elecciones generales, que proporcionaron al pas 11.120 procuradores en Cortes o diputados, 70 presidentes del Consejo y 635 ministros. Si se aaden las elecciones municipales y provinciales, puede calcularse en ese intervalo una media de dos convocatorias electorales al ao. Lgicamente esta considerable frecuencia determin la paulatina organizacin local, provincial y nacional de las tendencias que procuraban canalizar hacia s el sufrago. Sin embargo, tales estructuras fueron muy fluidas e informales hasta la Restaura232

cin. Justamente un indicio de la mayor estabilidad de los partidos desde la Constitucin de 1876 hasta 1900 se encuentra en el hecho de que en tal perodo slo hubo siete presidentes del Gobierno. Hasla mediados de siglo los discursos de la Corona no adquirieron su verdadero sentido de enunciacin del programa de un partido. Como decamos antes, es sobre todo a partir de 1837 cuando se vislumbra una organizacin embrionaria de los grupos que ms adelante sern propiamente partidos. Los que en aquella fecha se autocalificaban de "exaltados" (progresistas) van a referirse a los distintos grupos en liza como "partidos", publicando todos ellos manifiestos prefectorales escasos de doctrina, pero llenos de crticas a los dems. A finales de la dcada existan ya en casi todas las provincias, juntas electorales que designaban los candidatos. Tambin por entonces la mayora progresista se escindi en tres fracciones, "ministeriales", "democrticos" y "republicanos", indicadora de la escasa coherencia interna del grupo poltico. No pocas veces estas y otras fuerzas contaban con sus propios rganos de prensa, incluso si no se agrupaban en torno a un lder definido. El llamado "partido democrtico" apareci como tal en 1845, y en su primer manifiesto acata la Constitucin, pero que ms tarde se radicaliza, llegando a propugnar en 1858 "la revolucin social". De aqu van a proceder las primeras tendencias socialistas, concretadas en peridicos de efmera duracin. Todo este cambio, en un periodo de tiempo relativamente breve, resulta claramente indicador de la creciente presencia de unas clases medias que han adquirido una importancia hasta entonces desconocida, al menos en los centros urbanos. Pero es en estos, entonces y ahora, donde se "hace" la poltica. Y por tal razn, en el Diario de Sesiones de 18 de noviembre de 1845 se dice: 'No ha sido la revolucin, no, la que ha dado a as clases medias su' influencia; no seores, ese poder,., exista ya bajo la capa que cubra la superficie de las sociedades antiguas". Tales clases medias estn al frente del comercio, la industria, el ejrcito y la magistratura; y como tienen poder social, desean hacerse con el poder poltico. Ahora bien, esas clases por razones histricas que aqu seran largas de enunciar, pero que encajaran en las tesis de Max Weber y Amrico Castro, no alcanzan un nivel de eficacia capaz de hacer frente a los problemas de su poca. Y de inmediato surge la acusacin. En el Diario de Sesiones de 17 de marzo de 1855 aparece la frase clsica de Ros Rosas, tantas veces reproducida: "La clase media que est gobernando hace cuarenta aos la nacin, ha perdido el Nuevo Mundo, ha comprometido la sociedad y no ha sabido todava constituir un gobierno". Las debilidades de los incipientes partidos, incluso ya avanzado el siglo, se manifiestan en los niveles local, provincial y central. En aquel se produce, segn el Conde de Romanones, una lucha de intereses encarnados en personas 233

y familias. De ella se pasa a las concesiones con los gobernadores y las delegaciones del poder central y finalmente a este, en inevitable vinculaci6n con la prensa. Los comits locales nombran alguna persona conocida como presidente, preparan las candidaturas de unos diputados a los que con frecuencia ni siquiera conocen, y se aseguran en cambio las de quienes ocuparn Ayuntamientos y Diputaciones. Suelen ser una aproximacin a lo que luego se denomin "partidos de notables", en que una vaga proclamacin de acuerdo con el programa del partido bastante ambiguo, por dems- asegura la candidatura del individuo predesignado en el comit. El papel de la prensa en toda esta maniobra era generalmente de la mayor importancia. Los partidos, desde 1838 adquieren un carcter "muy personalista, alrededor de un general que es jefe informal del partido y que lo respalda (Espartero, Narvez, despus O'Donnell)". Los miembros del grupo parlamentario "tenan una relativa unin y disciplina que se manifiesta alrededor del discurso de la Corona y en las votaciones que respaldan al Gabinete". En el libro publicado por Borrego en 1857, se pone de relieve la necesidad de que los partidos dejen de ser rganos de formacin de la opinin pblica para pasar verdaderamente a representarla. Para ello, propugna que se organicen en forma mucho ms completa y obtengan medios econmicos de sus afiliados. En 1846 se promulg una nueva ley electoral que, manteniendo la mayora de edad en los veinticinco aos, reconoca el derecho de sufragio a todo el que pagase 400 reales de contribucin directa, o 200 y ejerciese adems ciertos empleos o profesiones. Otra de 1865 rebajaba definitivamente a 200 reales de cuota de contribucin, pero en todo caso, los porcentajes de electores seguan siendo insignificantes. Como antes sealbamos, la confianza regia habitualmcnte se inclinaba hacia el partido moderado. Un pronunciamiento (1854) lleva a los progresistas al poder y les permite gobernar durante el llamado "bienio progresista" (1855-56), en cuyo momento aparece un nuevo partido, la Unin Liberal, de posicin algo menos radicalizada que la de aquellos. En 1863 se priva a los progresistas del derecho de reunin para la propaganda electoral, lo que lleva a su jefe, el general Prim, a decir que es preciso acabar con "los obstculos tradicionales". La cada en desgracia en 1866 de 0Donnell,que a su vez encabezaba la Unin Liberal y la muerte de Narvez, dejan aislada a Isabel II, con slo el dbil apoyo del partido moderado, frente a los dems, dispuestos a acabar con la reina, aunque, por el momento, no con la monarqua. No fueron slo las torpezas personales de Isabel II las que condujeron a su destronamiento: tambin los partidos tuvieron su parte de culpa, que trasladaron sin embargo a la Corona. Como dice Snchez Agesta a este respecto, "los pro234

nunciamientos, el falseamiento del sufragio y las camarillas haban viciado los supuestos mismos de la representacin" y en septiembre de 1868 la situacin se haba hecho ya insostenible, lo que conduce al destierro de la reina. Dos meses despus un decreto implanta por primera vez el sufragio universal masculino, ratificado luego en la ley electoral de 1870. Reconocido el decreto de asociacin, los partidos obtienen desde entonces un soporte jurdico y en la agitacin del perodo 868-1876 tan pronto surgen como aparecen efmeramente. Los partidos unionista, progresista y democrtico se transforman en dos: el radical y el constitucional, encabezados el primero por Ruiz Zorrilla y el segundo por Sagasta y Serrano, En la Constitucin de 1869 se establece un "decreto de censura" de las Cmaras y una correlativa responsabilidad "poltica y penal de los ministros ante ellas, lo que realza el sistema parlamentario y confiere a los partidos en cuanto tales e! mayor protagonismo en l. Los mecanismos electorales se consolidan y todos cuentan ya con una organizacin nacional basada en un Comit Central y los correspondientes provinciales. Tambin por entonces comienzan a ejercer su derecho de asociacin las incipientes organizaciones obreras. As, aparece en escena la Asociacin Internacional de Trabajadores, que publica un manifiesto ya en 1869, y que rpidamente funda centros en varias importantes ciudades, a la vez que crea sus propios peridicos. En este movimiento desempearon un papel trascendental Fanelli y Bakunin. Los acontecimientos de la Comuna en Pars, y la creciente actividad obrera llevaron al Gobierno en 1871 a declarar inconstitucional a la Internacional, prohibindosele toda clase de manifestaciones. Esto no impide su rpida difusin, pero pronto se produce la ruptura entre las facciones marxista y bakuninista, que no es sino reflejo de un problema extendido a otros muchos pases. Desde 1872 van a coexistir en Espaa dos organizaciones proletarias, "autoritarios'* y "libertarios", cuyas actitudes respecto al panel del Estado y la propia organizacin obrera en l difieren radicalmente, con considerable predominio numrico de los segundos sobre los primeros, que va a llegar hasta bien entrado el siglo XX. Por otro lado, no debe olvidarse que muchos de los diputados de las primeras Cortes Constituyentes, hasta un total de 70, eran abiertamente republicanos y ms especficamente, republicanos federales. La presin ejercida por ellos y otros, partidiarios de limitar la monarqua, hace que esta quede subordinada a "la nacin" en la Constitucin de 1869. En noviembre de 1870 es elegido Don Amadeo de Saboya por 191 votos sobre 311. Su reinado es corto; abdica el 11 de febrero de 1873 y en su manifiesto de despedida, responsabiliza -entre otros- de los males que sufre Espaa al "confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos; entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinin pblica, es imposible afirmar cual es la verdadera, y ms imposible todava hallar remedio para tamaos males". 235

Aqul mismo da las Cortes proclaman la I Repblica, tercera hasta entonces en Europa, junto con Francia y la Helvtica y en abril se disuelven. En Junio se abren las Constituyentes, que discuten un nuevo proyecto de Constitucin, en el que se prever la reduccin de la edad para el ejercicio del sufragio hasta los 21 aos. Como es sabido, la exacerbacin del federalismo -en ocasiones, mezclado con anarquismo- de un considerable nmero de diputados, la falta de autoridad frente a la desintegracin cantonalista, en la que tambin oper el tuerte movimiento libertario, y la crisis general de instituciones en aquella efmera 1 Repblica, que sus cuatro Presidentes fueron impotentes para atajar, acab el 3 de enero de 1874, con la disolucin de la Asamblea por el general Pava. 6.2. Segundo perodo: 1876-1936. Se abre pues camino a la Restauracin, prudentemente preparada por Cnovas, desde algn tiempo atrs. La reina haba abdicado en su hijo Alfonso en 1870 y ya desde 1873 ambos haban depositado toda su confianza en D. Antonio Cnovas, quien en la Asamblea misma haba do situando a una serie de diputados, base de un partido alfonsino. El prncipe.suscribe en 1 de diciembre de 1874 un manifiesto, redactado por Cnovas, en que se muestra abierto a una monarqua hereditaria y constitucional. El pronunciamiento de Martnez Campos en Sagunto, a los pocos das -frente a la tctica de Cnovas- precipita los acontecimientos y trae en enero de 1875 a Alfonso XII a Espaa. Las Cortes son convocadas para febrero de 1876. Con buen sentido, Cnovas crea un partido "liberal-conservador" que va a ser una de las bases de su obsesin por conseguir la paz entre los partidos, frente al caos anterior. Pero desde un principio advierte que "un slo partido no puede asegurar y hacer duradera la Restauracin" (Diario de Sesiones, 1876). Y aade: "mi deber es procurar en cuanto est a mi alcance, la formacin de grandes partidos polticos, en los cuales pueda apoyarse el Trono para las diversas soluciones que exijan los tiempos". Cnovas quera que la nueva Constitucin no fuese la expresin de la ideologa de un slo partido, como haba ocurrido con las Constituciones anteriores, sino la base de un rgimen de partidos y por eso proclama que su deber "es abrir todos los caminos constitucionales de oposicin legal", es decir a los constitucionalistas de Sagasta, y otros, de menor entidad, como los "posibilistas" de Castelar. Las elecciones de enero de 1876 dieron un mximo de un milln y medio de votantes sobre un censo de casi cuatro millones de electores, y concedieron 333 escaos a los conservadores de Cnovas, 32 a los liberales de Sagasta, 1 a los republicanos y 19 a otros varios. Tres aos despus, en nuevas elecciones, los resultados son similares. Aunque la Constitucin de 1876 reconoce el 236

derecho de asociacin, la dualidad de partidos querida por Cnovas va a organizarse a nivel local a base de hacer coincidir los comits con un local recreativo o casino, que le sirve de base fsica. Se difunden estos casinos por toda Espaa y de inmediato encuentran su rplica en las Casas del Pueblo, domicilios a su vez del partido socialista. En 1878 se volvi al sufragio censitario, con una exigencia mnima para ser elector, de una contribucin territorial de 25 pts o industrial de 50, aumentndose de nuevo la edad de veinticinco aos. Slo en 1890 la nueva ley electoral va a establecer definitivamente c! sufragio universal masculino, pero mantuvo la edad mnima de veinticinco aos. En la Constitucin de 1876 se prevean dos Cmaras. El Senado compuesto por un nmero no superior a 180 miembros, representantes de minoras privilegiadas, por derecho propio y por nombramiento de la Corona. En cuanto al Congreso de Diputados quedaba mediatizado por las Juntas electorales, en las que el control caciquil era definitivo. Este fue quizs el mayor defecto del sistema canovista. El caciquismo fue probablemente la principal rmora que impidi -por virtud de sus egostas intereses- la renovacin paulatina del sistema poltico espaol, la modernizacin del pas, y la indudable utilidad de una estructura dualista de partidos. Lo nico que aqu se consigui fue una renqueante imitacin del sistema ingls deliberadamente falseado- y un perodo de estabilidad poltica hasta comienzos de siglo. Aunque si comparamos con el perodo anterior esta no es poca consecucin, la verdad es que se perdi una ocasin excepcional para introducir a Espaa en la va de modernizacin poltica que en otros pases se estaba labrando, por obra principalmente de los movimientos de trabajadores. El reforzamiento -incluso constitucional- de la frrea estructura caciquil retras los procesos que hubieran hecho avanzar al pas dentro de las corrientes occidentales y propici un endurecimiento en el enfrentamiento de clases que se hizo patente en las dos primeras dcadas del siglo XX. Uno de los mecanismos jurdicos que propiciaron la subsistencia del caciquismo deriv del famoso art 29 de la ley electoral de 1907, segn el cual quedaban proclamados como diputados aquellos candidatos frente a los que no se presentase ningn otro en el distrito. La corrupcin y presiones a que se prestaba este procedimiento se ilustrarn mejor si recordamos que a travs de l recibieron el acta nada menos que el 29% de los diputados en 1910, el 35,7% en 1916, y el 35,1% en 1923, por citar los tres casos ms salientes. A la vez, el movimiento obrero se concret en la fundacin del partido socialista en 1878, y diez aos despus, de la Unin General de Trabajadores, primero en Madrid y rpidamente extendidos a toda Espaa. Sin embargo, slo en 1910 la conjuncin republicano-socialista consigui 237

situar por primera vez a un diputado en el Congreso: e! fundador del PSOE, Pablo Iglesias. En 1912, la UGT contaba con 128.914 obreros federados, que en 1930 ascendan a la importante cifra de 287.333, segn datos de Snchez Agesta. Por su parte, segn Bar Cendn, la CNT contaba hacia 1923 con un volumen de afiliados que oscilaba entre 300.000 y 400.000. El derecho de huelga fue reconocido en 1909. El acontecimiento decisivo de la poltica interior espaola, en el ltimo cuarto del siglo XIX, fue el fallecimiento de Alfonso XII en 1885 y el simultneo pacto del Pardo, en el que Cnovas y Sagasta deciden turnarse en el poder, en comn apoyo a la Regencia pero en fraude al sistema democrtico. Lo que debe recordarse tambin es que haba muy escasa diferencia entre los programas polticos de ambos partidos, con los socialistas todava muy lejos de ser una alternativa. Esta identificacin de objetivos, calificables de cuasi-complicidad, se basaba en una estructura social en la que, todava a comienzos de siglo, haba 4,5 millones de trabajadores agrarios frente a 1 de industriales (en su mayora en empresas muy pequeas). Igualmente, en una fcil manipulacin del voto rural, no slo por los mecanismos caciquiles, sino de la simple ignorancia de la gran mayora de habitantes. No se olvide que todava en aquella poca las tres cuartas partes de los electores eran analfabetos. As que no se planteaban conflictos ideolgicos ni mucho menos de clase entre los partidos turnantes, que actuaban de acuerdo mutuo en sus cspides. Lo que ocurra eran conflictos de intereses entre sus respectivos partidiarios, pero slo a nivel local o provincial. En 1881 los liberales obtuvieron por primera vez la victoria, y de nuevo en 1886, segn lo previsto en el pacto del Pardo, En esta poca sin embargo se produce en Catalua el movimiento cultural-nacioalista de la Reinasenca, propiciado por una burguesa modernizante que intenta crear un partido poltico adecuado a sus intereses. Este movimiento, ya entrado el siglo XX se concretar en Solidaridad Catalana, escindida luego en la Lliga, de tendencia conservadora, y la Ezquerra. En cuanto al Pas Vasco, el PNV se fund en 1895. El asesinato de Cnovas (1897) y la muerte de Sagasta (1903), junto con el fin de la Regencia, el advenimiento ai trono de Alfonso XIII (1902), y el fin del imperio colonial espaol en Filipinas y Cuba (1898) marcan el comienzo de una nueva transicin, en la que el turno "pacfico" de los dos partidos dinsticos va a terminar. Como ha sealado Linz, siguiendo a Lavau, La falta de una diferenciacin social entre las bases electoral y social de los partidos puede ser tan perjudicial para el desarrollo de una verdadera democracia como su excesiva polarizacin".

238

La obra de Cnovas intenta ser continuada por Silvela y sobre todo Maura, mientras que en el partido liberal se suceden Montero Ros y Moret. Pero la Semana trgica de Barcelona (1909) y sus secuelas y repercusiones internacionales, terminan por dar paso a un gobierno liberal de Canalejas, mucho ms aperturista a las nuevas corrientes, que desgraciadamente se frustra con su asesinato en 1912. Acaba ah el intento de renovacin del "turno pacfico". Desde ese momento se fraccionan los dos partidos principales: el conservador, en los mauristas y los "idneos" de Dato y Snchez Guerra. El liberal, por su lado en los partidarios de Romanones y los de Garca Prieto; En cuanto a los carlistas, jams fueron otra cosa que un grupo aislado, rural y arcaizante, antiliberal y antidemocrtico, que slo en una ocasin (1918) alcanz como mximo el 3,2% de los escaos del Congreso. Generalmente sus "delegados" fueron elegidos por Navarra, y no obtuvieron por termino medio ni siquiera el 2% de los escaos, entre 1881 y 1923. Lo cierto es que la estructura econmica del pas ha iniciado un cambio decisivo y que los movimientos socialista, republicano y anarcosindicalista se expanden ya desde comienzos del siglo desde los medios urbanos a las masas campesinas, alcanzando importante difusin en Catalua, La Mancha, Andaluca y Extremadura. La 1 guerra mundial, que proporciona un insospechado auge a la economa espaola, abre nuevos cauces a esta accin, frente al inmovilismo periclitado de los partidos tradicionales, que falseaban la voluntad popular a travs de sus viejas componendas, el mantenimiento de los caciques, y la manipulacin del sistema electoral. Si consideramos que hubo nuevas Cortes en diecisis ocasiones, a lo largo del perodo 1891-1923, y comprobamos el promedio de escaos obtenidos por conservadores ms liberales, el resultado es definitivo: se obtiene un 84,8%, frente a slo el 15,2 del total de la oposicin. Hubo en el intervalo ocho gobiernos conservadores, siete liberales y uno de concentracin, en 1917-18. Los partidos minoritarios representados en las elecciones a diputados provinciales de 1921 fueron: el reformista de Melquades lvarez, que consigui el 2,4% de los votos, los republicanos (2,4% tambin), los socialistas (0,3%), varios regionalistas, especialmente catalanes (5%) y los independientes agrarios (2,8%). El partido conservador obtuvo un confortable 46,4% y el liberal el 38,6%. En 1920 se produjo la escisin del grupo comunista, afn a la III Internacional, y resultante del informe negativo de Fernando de los Ros en el II Congreso del PSOE. Desde 1921 el PCE, actu como tal partido, propugnando la lucha de clases revolucionaria, la dictadura del proletariado, y los soviets (consejos obreros), como rgano de la democracia proletaria. Los movimientos huelgusticos del bienio 1917-19 y la agravacin del viejo problema de la guerra colonial en Marruecos, con las altas concomitan239

cas que amenazan descubrirse en 1921, dan lugar al golpe de Estado de septiembre de 1923, encabezado por el general Primo de Rivera, con la aquiescencia del monarca. En un principio, el dictador persigui el movimiento anarco-sindical pero fue tolerante con los socialistas, hasta el punto de integrar a Largo Caballero como miembro del Consejo de Estado. Pero su oposicin a los partidos polticos tradicionales -ciertamente ya agotados en su trayectoria- y a cualesquiera otros, termin por inspirarle la idea de fundar uno propio, la "Unin patritica", que fracas. El desgaste del rgimen se increment con la crisis econmica mundial de 1929 y otros problemas de orden interior, lo que llev, tras un vacilante parntesis en 1930, al derrumbamiento de la monarqua, como consecuencia inmediata de las elecciones municipales de abril de 1931, y mediata de la acumulacin de su reiterado intervencionismo en los graves problemas polticos del pas. Tal vez la frase de Winston Churchill sea la ms representativa del papel desempeado por Alfonso XIII en sus 29 aos de reinado: "Se sinti... el nico eje fuerte e inconmovible alrededor del cual giraba la vida espaola". Proclamada la II Repblica, en mayo de 1931 se promulga un decreto que modifica el sistema electoral de 1907, en el que se favoreca a los partidos organizados y a las coaliciones. Las Cortes Constituyentes se componen del siguiente modo, en los principales partidos:

Socialistas: Comunistas; Radical-socialistas: Ezquerra Cataln: Accin Republicana: Radicales: Republicanos conservadores: Agrarios: Nacionalistas vascos:

100 Escaos 0 50 36 20 90 22 30 12 1 > 1 > >

Los problemas de organizacin, previos a la eleccin de estas Cortes dieron lugar a que sus 473 diputados representaran nada menos que a 49 diferentes grupos polticos. En 1933 su nmero se redujo a unos 18, cifra que 240

se mantuvo en 1936, pero dentro ya de dos grandes coaliciones, excepto algunos regionalistas*. Al mismo tiempo se expande extraordinariamente el nmero de afiliados al PSOE, que pasa de ser en 1928 de 7.940 a 71.320 en 1933, y sobre todo de UGT, que en el mismo periodo asciende de 141.269 a 1,444.474.

La Constitucin de 1931, entre otras importantes novedades, sienta las bases para un sistema de autonomas regionales, que va a ser el directo precedente del actual. Sin embargo, no se hace an explcita en ella mencin alguna directa de los partidos polticos, que tan importante papel, en cuanto grupos organizados, tenan ya en la II Repblica. Tan slo en el art. 62, de manera muy indirecta se habla de las "'distintas fracciones polticas*' que proporcionalmente componan la Diputacin Permanente de las Cortes. Las elecciones de febrero de 1936 dieron segn Linz, los siguientes resultados, agrupados para una mejor comprensin (en n de diputados): Extrema izquierda Izquierda moderada Izquierda burguesa Centro-derecha republicana Derecha, que aceptaba la Repblica, pero no la Constitucin de 1931 Extrema Derecha Otros Total PCE maximalistas PSOE Izquierda o Unin Republicana (Azaa) Grupos pequeos, radicales y PNV CEDA 19 49 50 162 40 116

(Calvo Sotelo)

22 16 474

f*ara una mejor comprensin de la evolucin de los partidos polticos de denominacin republicana, que van a impulsar el triunfo de la Repblica en el periodo considerado, puede consultarse: M, Martnez Cuadrado, "La burguesa conservadora (1874-1931)" Alianza Editorial, Madrid 1973, pp. 467-469. Se contiene en estas pginas un "esquema simplificado de partidos y grupos republicanos en 1881 y 193!". En cuanto a un esquema bastante completo de los partidos que actuaron en la II Repblica sus planteamientos, programas, y afinidades ideolgicas, vase R. Tamames. "La Repblica. La era de Franco". Alianza Editorial, Madrid 1973. pp. 12-54. 241

nicamente cabe aadir, que el partido Falange Espaola, fundado por Jos Antonio Primo de Rivera en 1933, y que tanto papel habr de jugar en los primeros tiempos de la rebelin militar y luego de la postguerra, slo obtuvo en las elecciones de aquel ao un acta de diputado (para su fundador), perdindola en las de 1936. Como resultado de dichas elecciones de 1936 la coalicin Frente Popular obtuvo 272 escaos, frente a las derechas, que consiguieron 212. Esta radical polarizacin, resultado final de un conjunto de problemas que venan arrastrndose en algunos casos desde haca siglos, y que la II Repblica no supo o no pudo resolver enfrent abiertamente no a partidos como tales sino a dos concepciones ideolgico-polticas contrapuestas, y en demasiadas personas, intransigentes. Los males principales de Espaa desde el siglo XVI, la desigualdad y la intolerancia, culminaron en 1936 en el trgico estallido de la guerra civil. 6.3. Tercer periodo: 1936-1977.

No es este el lugar de hacer una historia del franquismo, especialmente porque nuestro enfoque desde el comienzo del presente captulo se centra en la evolucin de las fuerzas polticas. Y precisamente el rgimen que se implanta en unas zonas espaolas desde el 18 de julio de 1936 y en el conjunto del pas desde el 1 de abril de 1939, es totalmente contrario a cualquier variedad de pluralismo poltico. En abril de 1937 se promulga un decreto de unificacin. En su prembulo se justifica la forzada unin de falangistas y requets precisamente porque "como en otros pases de rgimen totalitario, la fuerza tradicional viene ahora en Espaa a integrarse en la fuerza nueva1. Por lo cual se dispone la unin, bajo la jefatura del Estado, de ambos grupos, con la denominacin F.E.T. y de las JONS. A la vez se declaran "disueltas las dems organizaciones y partidos polticos". La nueva organizacin a la que se califica de "intermedia entre la Sociedad y el Estado, tiene la misin principal de comunicar al Estado el aliento del pueblo y de llevar a este el pensamiento de aquel a travs de las virtudes poltico-morales de servicio, jerarqua y hermandad". Vinculada expresamente a la jefatura del Estado la del Partido, el proceso de acumulacin de poder se completa en la persona del general Franco en enero de 1938 atribuyndose "la suprema potestad de dictar normas jurdicas de carcter general", y correspondindole permanentemente "las funciones de gobierno". Se aade desde entonces a estas la jefatura del Gobierno y desde agosto de 1939 se suprime el requisito de la previa deliberacin del Consejo de Ministros a la citada potestad. Igualmente, en su calidad de Generalsimo, le corresponda el mando supremo de los Ejrcitos. 242

En julio de 1939 se autodesigna "Jefe Nacional del Movimiento", que personificando "todos los valores y todos los honores", slo "responde ante Dios y ante la Historia". nicamente en 1973, y en creciente decadencia fsica, el general Franco cedi uno de sus cargos vitalicios: el de jefe del Gobierno, a su ms fiel allegado, el almirante Carrero Blanco, sucedido tras su asesinato por Arias Navarro. Las Leyes Fundamentales, promulgadas a lo largo del perodo franquista, lo fueron en todo caso partiendo del principio "legalizador" original de los decretos mencionados, y siempre en cuanto actos exclusivos de su mera voluntad. Por su parte, el Gobierno de la Repblica, al hacer frente a la gravsima situacin provocada por el alzamiento y la guerra civil, slo pudo responder, casi desde el comienzo de esta, con varios gobiernos de coalicin, en los que se produjeron sucesivos cambios. En principio fueron muy abiertos, hasta el punto de que durante varios meses tuvieron presencia en ellos incluso los anarquistas. Hubo tentativas de integracin PCE-PSOE, pero an el ala radical de ste se mostr desconfiada respecto a aqul. Otro tanto ocurri con la relacin UGT-CNT, a nivel sindical, con recelos en este caso desde la extrema izquierda. Los sucesivos Gobiernos fueron presididos por Giral, Largo Caballero y Negrn. Desgraciadamente para las fuerzas que defendan la legalidad constituida, sus discusiones, interferencias mutuas e intromisiones en la marcha de las operaciones militares y en la organizacin civil de la retaguardia, contribuyeron seriamente a su derrota final en 1939. En el exilio, continuaron sucedindose Gobiernos de la Repblica, que mantuvieron el principio de su legitimidad originaria, pero radicalmente separados de sus bases representativas. Bajo el "Nuevo Estado", uno de los principios bsicos era el sindicalismo vertical. No se olvide que la doctrina oficial era calificada de "nacional-sindicalista". El Fuero del Trabajo, promulgado en marzo de 1938, creaba la Organizacin Sindical nica que abarcaba "todos los factores de la produccin". Los sindicatos de clase, pues, pasaron a la clandestinidad, desde ia que, ya en los aos 40 y sobre todo posteriormente, promovieron diversas acciones y huelgas. El consejo que en 1948 dio Stalin a Dolores Ibarruri y Santiago Carrillo, en el sentido de que se infiltrasen (los militantes del PCE) en las organizaciones legales de masa del rgimen franquista, y abandonasen la lucha guerrillera -ya por entonces casi perdida- fue aceptado y a largo plazo result ser eficaz. El giro de la II guerra mundial a partir de finales de 1942, contrario al Eje, y su derrota final aconsejaron una serie de cambios en la apariencia del 243

rgimen, de tal modo que se dej de hablar de Falange y se hizo hincapi en el "Movimiento", intentando dar la imagen de un cierto pluralismo dentro de l. Precisamente ha sido esta una de las caractersticas que han llevado a la conocida distincin de J.J. Linz entre regmenes totalitarios y autoritarios. Sin embargo, la presencia de algunas diferencias entre las personas componentes de los sucesivos Gobiernos y a su vez entre los procuradores en Cortes (diferencias en suma entre muy conservadores y reaccionarios) no alteraron la frrea base de poder que lo sustentaba, y sus sucesivas modificaciones -sobre todo mediante las Leyes Fundamentales- no fueron ms que operaciones tcticas destinadas a garantizar su supervivencia. De hecho, lo que ms contribuy a esta fue la apertura de la "guerra fra", a finales de los 40, que llev a Estados Unidos, por razones estratgicas, a respaldar un rgimen que todos daban ya por liquidado. La firma del acuerdo ejecutivo entre ambos pases y simultneamente, del Concordato con el Vaticano, en 1953, permiti el general Franco mantenerse en el poder hasta su fallecimiento en 1975. Como decimos, las organizaciones sindicales en la clandestinidad tuvieron una presencia activa en la oposicin al rgimen, sobre todo a partir de los aos 50. UGT se mantuvo durante todo el perodo, as como CNT, aunque esta muy debilitada, en 1961 se cre USO, en 1962 la Alianza Sindical Obrera, y la primera de las despus potentes Comisiones Obreras en 1964. Siguiendo la antes mencionada indicacin de Stalin, ya en 1966 Comisiones consiguieron que sus afiliados fuesen elegidos para un gran nmero de puestos de "enlaces sindicales" en los sindicatos oficiales. Con I cual se utilizaba el propio aparato del rgimen para subvertirlo. Los nicos partidos que supervivieron en la clandestinidad fueron los de izquierda. No es este el lugar de narrar sus vicisitudes a lo largo de todo d perodo. Bastar decir que el PCE revisa a fondo su estrategia y proclama una poltica de reconciliacin nacional al raz del famoso XX Congreso del PC de la URSS, en 1956. Se produce una creciente prdida de contactos entre el PSOE de los exiliados y el "interior", al que desde los aos 60 se afilian gentes ms jvenes, lo que da lugar a la sustitucin de Llopis en 1972. Otra consecuencia de esta disensin es la aparicin en las primeras elecciones democrticas, de 1977, de un PSOE "histrico" y otro "renovado", que termina por absorber a aqul y al PSP. Por la extrema izquierda, proliferaron desde comienzos de los aos 70 innumerables grupsculos -algunos escindidos del PCE, cuyo "eurocomunismo" no aceptaban- los cuales no alcanzaron representatividad en las elecciones de 1977. Ya nos hemos ocupado antes de la dinmica de las fuerzas polticas en presencia a finales del franquismo, ante la Ley de Reforma poltica, y con 244

motivo de las mencionadas elecciones, por lo que nos remitimos a lo all expuesto. 7._LA JURIDIFICACIN Y CONSTITUCIONALIZACIN DE LOS PARTIDOS POLTICOS EN ESPAA, DESDE 1976 Durante los primeros meses de 1976, y en respuesta parcial e insuficiente a las presiones generalizadas en el pas, en pro de un definitivo reconocimiento del pleno pluralismo y libertades polticas, con todas sus consecuencias, el Gobierno Arias acometi algunas reformas y proyect otras. Es de destacar la aprobacin, en 29 de mayo de dicho ao, de una Ley reguladora del Derecho de Reunin "para fines lcitos", pero que explcitamente exclua las reuniones de carcter electoral y las reguladas por la legislacin sindical, entre otras. Tambin se modific el decreto-ley sobre terrorismo, varios artculos del Cdigo Penal, y se plante secretamente la creacin de unas nuevas Cortes con Congreso de Diputados y Senado, y a las que se confera un carcter parcialmente corporativo. Este proyecto no sigui adelante, por la forzada dimisin -ya antes comentada- del Sr. Arias, pero poco antes de ella, el Gobierno propuso y las Cortes aprobaron con fecha 14 de junio de 1976, una "Ley de Asociaciones Polticas". Tena sta aspectos positivos que es preciso resaltar. Bajo unas instituciones que mantienen integro el sistema franquista, se menciona por primera vez en su extenso Prembulo que el desarrollo de los principios de libertad contenidos -tericamenteen el art 16 del Fuero de los Espaoles de 1945, reclaman "una participacin activa, libre e institucionalizada de todos los grupos que encarnan distintos programas, actitudes ideolgicas, aspiraciones y creencias en torno a... la cosa pblica y la actividad poltica". Y aade que "los grupos, asociaciones o partidos polticos que se constituyan sern genricamente asociaciones polticas" y "tendrn garantizada la participacin" en aras de "un escrupuloso respeto hacia la realidad del pluralismo poltico", no pudiendo adscribrseles "a prefijados esquemas doctrinales e ideolgicos". Con esta Ley, pues, se iniciaba la ruptura del monopolio del Movimiento como nica va posible y legal de actividad y organizacin poltica. La mera mencin de los partidos, en cuanto tales, rompa verdaderamente con lo que hasta entonces haba sido uno de los principios inconmovibles del franquismo. Lo que desde 1967 haba sido ambiguamente denominado "ordenada concurrencia de pareceres" se converta en competencia abierta de diferentes opciones polticas. Sin embargo, no pocas cortapisas impedan en esta Ley la aparicin de un verdadero arco pluralista. As, las asociaciones habran de "conformar su actuacin a las Leyes Fundamentales del Reino", quedaban proscritas las tipificadas entonces como ilcitas por el Cdigo 245

Henal, y se fijaban toda una serie de requisitos antes de que el Ministerio de Gobernacin autorizase su inscripcin en el registro correspondiente. Se sancionaba especficamente a las asociaciones que recibiesen "fondos procedentes del extranjero o de Entidades o personas extranjeras". Este proyecto fue defendido ante las Cortes por el entonces ministro secretario del Movimiento, Adolfo Suarez. Dos semanas despus era designado por el Rey -entre la terna propuesta por el Consejo del Reinocomo nuevo Presidente del Gobierno. La primera declaracin programtica del nuevo Gobierno seal explcitamente que la soberana nacional resida en el pueblo y que se hacia urgente acometer una profunda reforma poltica. Como hemos apuntado en otro lugar, la Ley de Reforma Poltica, de 4 de enero de 1977, a la que se confiri por ltima vez el carcter de "Fundamental", se propona establecer, entre otros necesarios objetivos, aunque limitados, una base verdaderamente representativa en las Cortes, mediante un procedimiento electoral que confiriese el necesario protagonismo a los partidos polticos. A partir de la declaracin de que la Ley es expresin de la voluntad soberana del pueblo, se estableca un sistema bicameral, cuyos diputados y senadores eran elegidos por sufragio universal, directo y secreto, a excepcin de un nmero no superior a la quinta parte de los senadores elegidos, que podan ser designados por el Rey. El establecimiento de un sistema proporcional para el Congreso y mayoritario para el Senado con la provincia como circunscripcin electoral y un nmero mnimo de diputados en cada una como ha observado Snchez Agesta, tenia un objetivo muy claro. "Se quiere conocer sin riesgo cual es el nmero y el respaldo de los partidos. Un sistema mayoritario, hubiera dividido a los espaoles en dos bandos, alrededor quiz de la Reforma misma. Un sistema proporcional obligaba a los electores a pronunciarse por partidos y daba a estos la consistencia del sufragio. Los 'dispositivos correctores' impedan, de una parte, ua excesiva fragmentacin de los partidos, y de otra, una victoria neta de ningn partido''. Un grupo importante de procuradores, adscritos a la recin nacida Alianza Popular, presion precisamente para que se limitase el sistema proporcional, amenazando incluso con abstenerse en la votacin de la Ley, si se estableca un sistema directamente proporcional y sin "correccin" alguna de porcentaje mnimo de sufragios y de diputados por provincia, como puede comprobarse en el Diario de Sesiones. En consecuencia, se lleg a un compromiso aceptable.

Con esta Ley quedaba derogada, en fin, toda la estructura bsica del rgimen de Franco, aunque por razones de prudencia poltica, en aquel 246

momento no se consignase as polticamente. No se olvide que en todo caso quedaban an intactas otras muchas instituciones. Poco despus de promulgada la Ley de Reforma Poltica, un Real Decre-to-Ley de 8 de febrero de 1977 modifica ya la Ley de Asociaciones Polticas, cuya plena vigencia, pues, slo fue de unos siete meses. En l se simplificaban los trmites de registro de aquellas, "reestructurndose su mecanismo de constitucin, bajo el principio de libertad, remitiendo a la decisin judicial la aplicacin de los lmites legales" y se reordenaba el sistema de sanciones sobre las mismas bases de garanta judicial. Un nuevo Real Decreto-ley de 18 de marzo de 1977 estableci la principal regulacin electoral, desde entonces vigente, siguiendo los principios fijados en la Ley de Reforma Poltica. En su prembulo, muy amplio, se comienza diciendo que es necesario sustituir "la compleja normativa vigente en la materia, fruto de otras circunstancias histricas y de opciones polticas diferentes", Se desarroll as un sistema de listas bloqueadas y cerradas, para el Congreso, y de eleccin generalmente de tres candidatos entre cuatro, para el Senado, que comentamos ms ampliamente en otro lugar, al referirnos a la estructura de las Cmaras.

Por otro lado, se promulg el 1 de abril de 1977 una nueva Ley de Regulacin del Derecho de Asociacin Sindical, que modificaba sustancial-mente la Ley Sindical de 1971. Se parta ya del principio de libertad de asociacin sindical de trabajadores y empresarios por separado, sin ms limitaciones que el respeto a la legalidad vigente y a los Convenios internacionales. 3x>s "tcnicos" podan a su vez establecer conjunta o separadamente con los "trabajadores", sus propias asociaciones, dentro de sus respectivas normas estatutarias. Todos deberan atenerse a principios democrticos, desarrollados a su vez en otro Real Decreto-ley de 22 de abril de 1977. Slo se declara excluido el persona] militar, previndose disposiciones especficas para funcionarios pblicos y personal civil al servicio de la Administracin militar (que efectivamente se desarrollaron en aquel mismo ao). Era necesario, sin embargo, compaginar esta nueva normativa con la subsistencia hasta entonces, de la Organizacin Sindical verticalista. En consecuencia. se suprime la sindicacin obligatoria en esta por Real Decreto-ley de 2 de junio de 1977, a partir del I de julio siguiente. En el mismo se dictan disposiciones sobre el patrimonio de la antigua Organizacin Sindical y sus funcionarios, crendose el organismo autnomo "Administracin Institucional de Servicios Socio-profesionales". Con carcter complementario se publicaron despus otras disposiciones que tambin desarrollaron el citado Real Decreto-Ley. 247

Producidas las primeras elecciones democrticas, de 15 de junio de 1977, y constituidas las nuevas Cortes, con carcter constituyente, que ya hemos comentado, se produce desde entonces una creciente corriente de opinin favorable a una declaracin expresa, en torno a los partidos polticos en la Constitucin, similar a las de otros pases occidentales desde la postguerra. Esta corriente propugna tambin una ley especfica para los mismos, que complete el principio contenido en el texto constitucional. Cronolgicamente, la promulgacin de la Ley de Partidos Polticos precede por muy poco a la Constitucin, mientras que en la discusin de las Comisiones de Justicia y de Asuntos Constitucionales y Libertades Pblicas del Congreso ocurre al contrario. En efecto, en esta se discute el artculo 6o de la Constitucin, ms directamente referido a los partidos, en mayo de 1978, mientras que el proyecto de Ley lo es en la susodicha Comisin de Justicia el mes siguiente. Por esta razn, y lgicamente tambin por su carcter ms general, vamos a referirnos primero al tratamiento que en la Constitucin se hace de los partidos polticos, para despus ocuparnos de su regulacin especfica. Ante todo, ya en el artculo 1.1. se propugna como "valor superior" de nuestro ordenamiento jurdico el "pluralismo poltico", adems de los de libertad, justicia e igualdad. La discusin en la Comisin correspondiente del Congreso, ya aludida, en torno a este prrafo, fue considerablemente prolija, pero en torno a otros aspectos del mismo, ya que el tema del pluralismo poltico slo fue objeto de alguna alusin indirecta, como se puede apreciar en el Diario de Sesiones. Es de destacar que sta mera referencia al pluralismo, como seala Garrido Falla, hubiera bastado para declarar inconstitucional una Ley que estableciese un partido nico. Ahora bien, no se puede olvidar que en ese mismo prrafo, al decirse que "Espaa se constituye en un Estado social y democrtico de Derecho", la proclamacin en cuanto democrtico implica y refuerza el principio, al fijarse una forma de participacin a travs de la representacin, concretada en sindicatos y asociaciones, partidos polticos con presencia en las Cortes o no, y responsabilidad del Gobierno ante estas. El principio participativo se menciona varias veces en la Constitucin y en particular en el artculo 23, con relacin al derecho a ejercer el sufragio en elecciones peridicas, por parte de los ciudadanos. La alusin especfica al pluralismo poltico representa sin duda una novedad en los textos constitucionales del mundo actual y refuerza el papel que en ellos desempean los partidos. Como ha dicho Snchez Agesta, vivimos en una sociedad pluralista y por tanto, una serie de instituciones se diversifican segn una variedad de intereses, pero conectadas todas con una 248

aceptacin de las reglas del juego. Los derechos de libertad y de asociacin se complementan para expresar esa pluralidad y articularla, y a la vez agregar y potenciar las demandas de los grupos bajo la forma de partidos, sindicatos u otras formas de asociacin. Con ello se compaginan las tendencias opuestas, usuales en una sociedad compleja hacia el disenso y el consenso. El Estado acepta la concurrencia de diversos intereses religiosos, polticos o econmicos, regulndolos en su expresin y limitando las formas en que pueden entrar en conflicto. La capacidad de los partidos polticos para llevar adelante esta representacin y a la vez mantenerse dentro de las reglas del juego les hace protagonistas principales del sistema democrtico. Consideraciones similares se expusieron en la Comisin de Constitucin del Senado, en su discusin del artculo 1 (22 de agosto de 1978) aunque en ella se introdujo el vidrioso tema de la posible constitucionalidad de algunos partidos, a que despus haremos referencia. Es efectivamente, en el artculo 6 de la Constitucin donde el precepto genrico referente al pluralismo poltico se concreta respecto a los partidos en el doble sentido de contribuir a formar la voluntad del pueblo, en cuanto depositario de la soberana nacional, a expresarla y a encarar la participacin. Por consiguiente, no se trata slo del mero reconocimiento del derecho de los ciudadanos a entrar en los partidos o a crearlos, sino que se les atribuye un fundamental papel como vas de representacin y participacin democrticas. No se fijan otros lmites a su existencia que el genrico respecto a la Constitucin y a la ley. Por definicin, pues, se rechaza toda posibilidad de monopolio del poder en un solo partido, y paralelamente tambin cualquier frmula de tipo "orgnica" como la utilizada en el rgimen anterior. No se concibe pues un rgimen pluralista en nuestra Constitucin en el que no concurran los partidos, aunque obviamente no se excluyen otras posibilidades' de participacin poltica, como por ejemplo ocurri con la intervencin activa de la Confederacin Andaluza de Empresarios en las elecciones autonmicas de la regin en mayo de 1982. Los tribunales reconocieron a tal respecto que su participacin era legtima, en virtud del principio de libertad de expresin reconocido en la Constitucin. Pero "el respeto a la Constitucin y a la ley", como ha advertido J. Santamara, significa que necesariamente los partidos han de aceptar la configuracin de Espaa como "Estado social y democrtico de Derecho" y dems principios contenidos especialmente en el artculo 1 de la Constitucin. Establecido tal respeto como nico lmite a la existencia de un partido, en la prctica sera objeto de controversia, cuya nica determinacin final correspondera a los Tribunales. Por ejemplo, los repetidos llamamientos de un sector poltico actual a la "legalizacin" de una coalicin especfica del Pas Vasco, habran de ser probados ante aquellos no slo en cuanto a su concre249

cin en cuanto tal "partido" (que no o es), como en las alegaciones de sus ataques a los principios bsicos de nuestro mximo ordenamiento jurdico. A la redaccin de este articulo, a nivel de Proyecto, el diputado Sr. Tierno Galvn propuso que se aadiera la frase, "su estructura interna y funcionamiento debern ser democrticos". Explic ai respecto que se trataba de evitar la creacin de partidos "que formalmente aceptasen la concepcin democrtica del mundo... pero que tuviesen entrenamiento militar y una disciplina interna que los preparase para un atentado, o al menos, para hacer difcil la normal marcha de la actividad estatal" (Diario de Sesiones, 16 de mayo de 1978). Es evidente que en la mente del Sr. Tierno se encontraba la imagen del partido nazi, a comienzos de los aos 30, aunque no slo de l. Conceptos similares se contienen tambin en las Constituciones francesas y alemana vigentes. En el fondo, opera con recelo ante la conocida "Ley de hierro de la oligarqua". Consecuencias de tal oligarquizacin, segn Aparicio, seran: la debilitacin de la funcin legislativa del Parlamento, que se limitara a refrendar los acuerdos previos de las lites de los partidos. Tambin, la prdida de la imagen simblico-legitimadora y de resonancia poltica del Parlamento, ante los ciudadanos y las propias bases de los partidos. Esto tuvo particular importancia en la etapa inicial de la transicin poltica espaola, en concreto, en que, segn Montero Giben, "el protagonismo de los partidos en las fases iniciales de institucionalizacin de sus propios canales participativos, se prolong mediante otro protafonismo de distinta naturaleza (consensual, reservado a las lites y distanciado, incluso simblicamente, de sus seguidores), cuyos efectos consistieron en vaciar "ad intra" esos canales y en dificultar "ad extra" la posible aparicin de canales alternativos y concurrentes". La enmienda fue aprobada y el prrafo no slo se aadi a este artculo sino tambin a la redaccin del artculo 7, sobre los sindicatos y asociaciones empresariales, que despus comentaremos, as como al 36, referente a los Colegios profesionales, y al 52, sobre las organizaciones profesionales. La conexin de su contenido, por lo dems, con el ltimo prrafo del artculo 22, que prohbe las asociaciones secretas y de carcter paramilitar, refuerza la idea de evitar ataques a la democracia valindose precisamente de las garantas de libertad que esta proporciona. Por su parte, la Ley de Partidos Polticos, de la que despus nos ocupamos, regula ms particularmente los requisitos necesarios para el mantenimiento del funcionamiento "democrtico" de aquellos. En la susodicha Comisin del Senado, se propuso tambin la sustitucin de la expresin "pluralismo democrtico" por "pluralismo poltico", que ha quedado como definitiva en el artculo 6, paralelamente al 1.1. 250

En sus comentarios sobre los partidos polticos en la Espaa actual, De Esteban y Lpez Guerra llegan a la conclusin de que una adecuada interpretacin del aludido articulo, implica que el papel de los partidos no se limita ya al periodo electoral, sino que su actividad a lo largo de la legislatura *'es indispensable para la autenticidad de la representacin". Y ello implica en cierto modo un mandato imperativo, no al antiguo estilo, pero s en cuanto sometidos a la estricta disciplina de un partido, que hoy evita una dispersin de los representantes. Lo cual a su vez exige modificaciones legislativas tales que impidan el "transfuguismo poltico". Como decamos ms arriba, pocos das antes de la promulgacin de la Constitucin lo era a su vez la Ley de Partidos Polticos (de 4 de diciembre de 1978), aunque, como sabemos, sus discusiones fueron inmediatamente posteriores a las del artculo 6 ya comentado. Resulta curioso, pero no es casual. que su primitivo enunciado fuese "Ley de Asociaciones Polticas". Es evidente que en tal denominacin operaban dos factores: 1) La inercia histrica ya antes mencionada, al explcito reconocimiento y potenciacin constitucional de los partidos en cuanto tales, y 2) la resistencia ideolgica de los restos subsistentes del franquismo -pese a la propia Ley de Asociaciones del 76 y a la de Reforma Poltica- a aceptar la entrada nominal y real en juego de los partidos. No es menos cierto que, pese a tan arcaica denominacin, ya en la remisin las Cortes del Proyecto de Ley, en diciembre de 1977, se sealaba la necesidad de proceder a la "inmediata revisin de los instrumentos normativos bsicos que establecen las reglas del juego poltico", considerndose que era imprescindible establecer "un sistema de control jurisdiccional sobre el proceso de constitucin legal de los partidos" a travs del Juez y el Ministerio Fiscal. Igualmente se consideraba imprescindible un nuevo rgimen tambin "jurisdiccionalizado, para la suspensin y disolucin de las asociaciones o partidos", y finalmente, un procedimiento "de financiacin estatal a los partidos polticos, sobre el esquema ya experimentado, que en su da estableci el Real Decreto-lev sobre normas electorales". En junio de 1978 la Comisin de Justicia del Congreso elev a la Mesa del mismo su dictamen sobre la que ya se denomin desde entonces "Ley de Partidos Polticos". En el pleno, el diputado por el PCE, seor Sol Barbera, introdujo una enmienda al texto, en forma de disposicin transitoria, que legalizaba a los partidos y asociaciones polticas inscritas con anterioridad. Tal enmienda fue aprobada. En el turno de explicacin de voto, el diputado de UCD, seor Meiln hizo notar que en dos aos era la tercera norma legal aprobada en torno a los partidos polticos, cosa poco frecuente, y que consideraba uno de los ms felices resultados de los acuerdos de la Moncloa. Subrayaba la simplificacin del reconocimiento de los partidos y su 251

control exclusivamente judicial, en virtud de que ejercen un derecho fundamental. La nica ilicitud alegable contra ellos es la basada en el Derecho Penal. Y finalmente resaltaba su carcter de "servicio pblico", por lo que era justificable su financiacin -al menos parcial- a travs de fondos pblicos. Fueron varios los diputados que se felicitaron de que se hubiese cambiado la denominacin anmala de ' 'asociaciones polticas* * por la ms propia de "partidos polticos". En tal sentido, el diputado seor Roca Junyent hizo notar que se haba legalizado as una situacin que la sociedad haba tenido que aceptar previamente como tal, en clara alusin a la juridificacin de que hemos venido hablando. En la discusin en el Senado, se entendi que el nuevo texto constitua un importante avance sobre la anterior regulacin de Asociaciones Polticas, y se aprob el texto tal y como vena del Congreso. En cuanto a la financiacin de los partidos, contenida en el artculo 6o de la ley, el senador Villar Arregui, entonces perteneciente al grupo de Progresistas y Socialistas Independientes, hizo notar que se discriminaba a los partidos sin representacin parlamentaria, aadiendo que estos podran "decir que los parlamentarios aprovechan su situacin en las Cortes Generales, no para velar por los intereses del pueblo, sino para velar por los intereses de los partidos de procedencia" (Diario de Sesiones, 15 de noviembre de 1978). Esta Ley derogaba el Real Decreto de febrero de 1977 a que anteriormente hemos hecho referencia, as como parcialmente* la Ley de Asociaciones Polticas de junio de 1976, tambin mencionada. Se mantiene as la posibilidad de asociaciones polticas que tengan por objeto, por ejemplo "la representacin y apoyo de candidatos a las correspondientes elecciones". La Ley de Partidos Polticos, que slo tiene rango de ordinaria, no orgnica, consta de seis artculos, la mencionada disposicin transitoria y dos disposiciones finales. Aparte las observaciones efectuadas en torno a ella por varios diputados, que antes recogamos, en su artculo 4 se reitera el precepto constitucional de que su organizacin y funcionamiento debern "ajustarse a principios democrticos". Su rgano supremo ser la Asamblea General y "todos sus miembros tendrn derecho a ser electores y elegibles para los cargos", as como a la "informacin sobre sus actividades y situacin econmica". La eleccin de los cargos se efectuar mediante sufragio libre y secreto. Por la misma razn, se establece un supuesto de disolucin cuando la organizacin o actividades sean contrarias a los principios democrticos. El otro supuesto es el de que entren en las asociaciones ilcitas tipificadas en el Cdigo penal. Advirtase que en todo caso, el Registro de Partidos polticos puede actuar como un especial filtro previo, puesto que la Administracin puede dirigirse al Ministerio Fiscal cuando aprecie "indicios racionales de 2.52

ilicitud penal" en la documentacin (en particular sus Estatutos), que han de depositar en el Ministerio del Interior, necesaria para que adquieran personalidad jurdica. En cuanto a la financiacin de los partidos, con cargo a los Presupuestos Generales del Estado, se prev una subvencin anual por escao obtenido y otra por votos obtenidos por cada candidatura en cada una de las Cmaras. Fue este precepto sobre todo, el que produjo las observaciones del seor Villar Arregui antes recogidas. La estructura electoral se complet en ese mismo ao de 1978 con una Ley de elecciones locales, de 17 de julio, muy detallada y completa y un Real Decreto de 25 de agosto sobre normas para la celebracin de consultas por medio de referendum (utilizado precisamente el 6 de diciembre para la aprobacin de la Constitucin y en 1979 para la de los Estatutos de Autonoma del Pas Vasco y Catalua). No se agota el contenido de la regulacin de los partidos polticos en la citada Ley, ni en el artculo 6 de la Constitucin. Otros preceptos de esta hacen diversas referencias, ms o menos directas, a tan importantes elementos de expresin y vehculo de la soberana nacional. Ante todo, en el artculo 22, calificado por la doctrina de poco sistemtico, se reconoce el derecho general de asociacin -salvo que se persigan fines tipificados como delictivos o sean secretos o de carcter paramilitar debiendo inscribirse slo a efectos de publicidad en un registro. Slo pueden las asociaciones ser disueltas o suspendidas por decisin judicial. Tengamos en cuenta que este precepto forma parte de los derechos fundamentales reconocidos en la Seccin Ia del Captulo 2o del Ttulo I de la Constitucin, que son objeto de especia] proteccin constitucional segn el artculo 53. Por tanto, es obvio que estas garantas incluyen a los partidos polticos, incluidos de modo genrico en el artculo 22. A mayor abundamiento, la Ponencia del Congreso hizo notar especficamente que consideraba "incluido en el texto el derecho a constituir partidos polticos". Para complementar tales garantas, una Ley Orgnica de 21 de mayo de 1980 reform el Cdigo Penal, modificando los criterios de ilicitud que bajo el Gobierno Arias se haban incluido en 1976. Precisamente una sentencia de 2 de febrero de 1981, del Tribunal Constitucional, ha confirmado la proteccin genrica del artculo 22 a la creacin de partidos polticos. En efecto, el Registro de partidos polticos se haba negado a inscribir al Partido Comunista de Espaa (marxista-leninista), por lo que este present recurso de amparo ante el susodicho alto Tribunal, que en la fecha indicada fall en su favor.

Por otro lado, tambin con carcter genrico, se reconoce la funcin de los partidos polticos -aunque, una vez ms, no slo de ellos- en el artculo 23.1, que garantiza el derecho a la participacin de los ciudadanos "en asuntos pblicos, directamente o por medio de representantes, libremente elegidos en elecciones peridicas por sufragio universal". As pues, se reconoce y posteriormente se desarrolla la participacin directa mediante referendum (artculo 92) o iniciativa popular (artculos 87.3), e indirecta sobre todo en los artculos 68 y 69 referentes a las elecciones al Congreso y al Senado, as corno el 152, para las Asambleas de las Comunidades Autnomas. Otras menciones respecto al papel de los grupos polticos se contienen en el artculo 78.1, respecto a la Diputacin Permanente de 21 miembros como mnimo en cada Cmara, en representacin proporcional a los grupos parlamentarios. Tambin en el 99.1, en que se seala que tras la renovacin del Congreso y "dems supuestos constitucionales en que ello preda, el Rey, previa consulta con los representantes designados por los grupos polticos con representacin parlamentaria, y a travs del Presidente del Congreso, propondr un candidato a la Presidencia del Gobierno". Por otro lado, en el articulo 27.1, se prohbe a Jueces, Magistrados y Fiscales en activo "pertenecer a partidos polticos o sindicatos". En el 159.4, se declara la incompatibilidad la condicin de miembro del Tribunal Constitucional "con el desempeo de funciones directivas en un partido poltico o sindicato y con el empleo al servicio de los mismos", entre otras prohibiciones. Pero advirtase que esto se aade a la antes sealada de pertenencia, por cuanto se les equipara a los miembros del poder judicial. En el debate en la Comisin y en el Pleno del Congreso, es preciso decir que los diputados seores Roca y Castellanos, entre otros, propugnaron respectivamente que la prohibicin slo fuese para actuaciones pblicas como miembros de un partido o para el ejercicio de puestos directivos en ellos. Ninguna de estas ob-jecciones prosper, como vemos, aunque se autoriz la creacin de asociaciones profesionales de Jueces, Magistrados y Fiscales, sometidas a una ley especfica. Tambin, en 26 de diciembre de 1978 se sancion la Ley de proteccin jurisdiccional de los derechos fundamentales de la persona, que abarca expresamente, segn su artculo 1.2., "las libertades de expresin, reunin y asociacin, libertad y secreto de correspondencia, religiosa y de residencia, garanta de inviolabilidad del domicilio, proteccin jurdica frente a detenciones ilegales, y... sanciones impuestas en materia de orden pblico". Se trata claramente de establecer una garanta jurisdiccional de las libertades comprendidas en el artculo 53 apartado 2, de la Constitucin, antes 254

mencionado, y por lano de una proteccin, entre oros derechos, de los derivados de la existencia y funcionamiento de los partidos polticos. Igualmente, la regulacin de la consulta mediante referendum, fue objeto de una Ley Orgnica de 18 de enero de 1980, que aplicada a la regin andaluza en febrero de ese ao, y debido a sus especficos resultados en la provincia de Almera, fue objeto de modificacin por nueva Ley Orgnica en 16 de diciembre, slo en su artculo 8.4.

8.OTRAS FUERZAS POLTICAS EN LA CONSTITUCIN

Aunque sea con concisin, es preciso hacer un comentario sobre ciertas fuerzas polticas que -a travs del reconocimiento expreso de su derecho de participacin coadyuvan con los partidos polticos en la organizacin y funcionamiento del Estado democrtico. Evidentemente, otras muchas fuerzas tambin tienen presencia y actividad en l, pero aqu nos vamos a ocupar especficamente de sindicatos. Colegios profesionales y asociaciones empresariales, por su clara proximidad a algunos de los fines y funciones mas relevantes de los partidos polticos. En las Constituciones de 1869 y 1876 se hacan reconocimientos genricos al "derecho de asociarse para los fines de la vida humana". Una frmula parecida se contena en la Constitucin de 1931, aunque ya en ella se aluda a "sindicatos" y "asociaciones" especficamente, que deban inscribirse en un Registro pblico. En las Constituciones italiana y francesa vigentes se reconoce la libertad de sindicacin, y en la Ley Fundamental de Bonn, adems, se garantiza "el derecho a formar asociaciones destinadas a defender y mejorar las condiciones econmicas y de trabajo". Como hizo notar el diputado socialista seor Martn Toval en la discusin en la Comisin de Asuntos Constitucionales y Libertades pblicas del Congreso (mayo de 1978), el articulo 7 de nuestra Constitucin va ms all que otros ordenamientos similares y no slo constitucionaliza en cuanto tales los sindicatos de trabajadores sino a la vez las asociaciones patronales y profesionales, intentndose algo as como un contrapeso". En ntima conexin con su contenido, en el que se dice que "contribuyen a la defensa y promocin de los intereses econmicos y sociales que les son propios", declarndose de creacin y actividad libres, se encuentran el artculo 28, el 36 y el 52, que se ocupan respectivamente de los sindicatos, los Colegios Profesionales y las organizaciones profesionales, entre otros preceptos de nuestro ordenamiento supremo. Las asociaciones empresariales, por su parte, habrn de acogerse a lo preceptuado en el artculo 22.1, ya comentado anteriormente. 255

Segn Garca Pelayo, en un Estado social y democrtico de Derecho, las instituciones parlamentarias son insuficientes por si mismas para cubrir iodos los objetivos de aquel, por lo que se requiere la participacin de sindicatos y otras organizaciones representativas de intereses econmicos y profesionales. En este sentido, parece claro que todos ellos son vehculos de expresin del pluralismo poltico, pasando de meros "grupos de presin" a convertirse en ocasiones en "grupos de poder". Ahora bien, la libertad de sindicacin y asociacin empresarial reconocidas en los artculos 7 y 28 deben contemplarse a la luz de lo establecido en el artculo 37.1, en que se garantiza el derecho a la negociacin colectiva laboral a los "representantes" de los trabajadores y empresarios, lo que en opinin de Rivero Lamas, impide toda consideracin de que sean los sindicatos quienes tengan el monopolio de la negociacin. Por la misma razn cabe contemplar como legtimas las huelgas al margen de la disciplina sindical, puesto que el derecho a ellas se reconoce a "los trabajadores". Se trata pues de un derecho ejercible "en defensa de sus intereses", colectiva o individualmente, desde un sindicato o no. En conexin con su fundamental papel en la estructura y funcionamiento del Estado de Derecho, en el artculo 131.2, se seala que en la elaboracin de los proyectos de planificacin, se deber contar con "el asesoramiento y colaboracin de los sindicatos y otras organizaciones profesionales, empresariales y econmicas", que constituirn un Consejo regulado por ley especial. Al objeto de eliminar los obstculos que se oponan a la libre fundacin de sindicatos, adems del Real decreto-ley de marzo de 1977, ya mencionado, en 25 de enero se haba modificado la Ley de Orden Pblico, tambin mediante Real Decretoley. Igualmente, Espaa-ratific en abril de dicho ao (aunque se firm en septiembre de 1976 por nuestro Plenipotenciario) el Pacto internacional de Derechos econmicos, sociales y culturales, as como en otros momentos posteriores, convenios de la OIT. Todo lo cual, segn el artculo 10.2 de la Constitucin, adquiere el rango de norma interpretativa de ella. Finalmente, en marzo de 1980 se promulg el Estatuto de los Trabajadores. En cuanto a los Colegios y organizaciones profesionales, fueron incluidos en la redaccin primitiva del artculo 7 en virtud de una enmienda introducida por el diputado seor Alzaga. La Comisin de Constitucin del Senado decidi pasarlas a un texto independiente, como artculo 36, y finalmente la Comisin Mixta le confiri el texto con que ha quedado, separando los Colegios de las organizaciones profesionales, que pasan al artculo 52. A ambos se aadi adems la referencia ya antes comentada, sobre la democra-ticidad de su estructura y funcionamiento interno. Tambin se les exiga el desarrollo por Ley del precepto constitucional. Cabe pensar que en el nimo de la Comisin Mixta influy un criterio similar al expuesto por el senador seor Sainz de Varanda (del grupo socialismo

la) en la Comisin de Constitucin del Senado en su sesin de 22 de agosto de 1978. Manifest en tal ocasin que no pareca oportuno incluir en el artculo 7 a los Colegios profesionales junto a los sindicatos y asociaciones empresariales cuya naturaleza y fines eran apreciablemente distintos. Por otra parte, la libertad de creacin de stos no pareca aplicable a los Colegios, por lo que -aunque fuese en el mismo precepto- deban separarse. 01 desarrollo legal de los Colegios profesionales se encuentra en una Ley de 13 de febrero de 1974, modificada por otra de 26 de diciembre de 1978, que adecuaba aquella a los principios constitucionales. En todo momento se les ha venido considerando Corporaciones de Derecho Pblico, y segn Garrido Falla no hay motivo para que dejen de serlo, al superar sus facultades a las que son propias de las Asociaciones privadas. Realmente era casi innecesaria la mencin especfica del artculo 52 en torno a las organizaciones profesionales, una vez que en el 7, 28 y 36 se recoga a sindicatos, asociaciones de empresarios y Colegios profesionales. A ms de ello, en el artculo 22, ya comentado, tambin el principio genrico reconocedor del derecho de asociacin abarcara alguna de orden profesional no encuadrable en aquellos. En cualquier caso, al no haberse producido an su regulacin por Ley, este precepto contina sin tener aplicacin concreta.

9.LOS PARTIDOS POLTICOS, DESDE LA TRANSICIN

No consideramos que este sea el lugar de hacer una detallada historia de la evolucin seguida por los partidos -como fuerzas, las ms representativas de la soberana nacional- en el perodo que media entre las primeras elecciones democrticas de junio de 1977, y las de octubre de 1982., nicamente ofreceremos una breve panormica de los resultados electorales ms salientes, en cuanto indicativos de tal evolucin, y excluyendo datos de las elecciones al Senado, municipales y autonmicas por lo general, para limitarnos al Congreso de Diputados, como ms demostrativo de aquella. A tal efecto es preferible ofrecer dos tablas muy simplificadas que presentan los datos referentes a los cuatro principales partidos del pas, con exclusin de los dems. Ello se justifica si tenemos en cuenta que un indicador muy usual del bipartidismo suele ser la suma de votos obtenidos por los dos principales partidos de un sistema democrtico, a lo largo de un perodo suficiente. Y aunque en este caso nos limitamos a slo seis aos y tres elecciones, parece oportuno evitar la dispersin y extensin que en el comentario se producira al introducir los dems partidos. As, en 1977 UCD y PSOE obtuvieron conjuntamente el 64,2% de los votos; en 1979 llegaron al 65,4% y en 1982 257

el PSOE y AP consiguieron nada menos que el 71,5% de los votos. Aunque por supuesto, estamos lejos de un bipartidismo puro, en todas las elecciones legislativas ha habido, como es claro, dos partidos principales en el conjunto del pas, an cuando en algunas regiones concretas los resultados no coincidiesen con esta deduccin. Pero desde los casi doscientos partidos -en su mayora poco ms que agrupaciones de amigos- registrados en 1977, a estos resultados, no muy diferentes de los de Francia o la Repblica Federal de Alemania en aos recientes, se aprecia una decantacin hacia un sistema pluripartidista con predominio de dos partidos, que se ha producido con inusitada rapidez. Veamos en primer lugar los porcentajes de votos obtenidos en las tres elecciones por los cuatro principales partidos. TABLA I Votos obtenidos en 1977; 1979 y 1982 Participacin 1977 1979 982 77,9 68,1 79,6 PSOE 29,5 30,5 46,1 AP 8,3 5,9 25,4 UCD 34,7 34,9 7,3 PCE 9,2 10,6 3,9

Y, a continuacin, recogemos los escaos obtenidos en el Congreso de los diputados, como resultado de dichas elecciones y de la aplicacin del sistema D'Hontdt y "medidas correctoras", segn el Real Decreto-ley de 1977, sobre normas electorales, citado ms arriba. TABLA II Escaos obtenidos en el Congreso en 1977; 1979 y 1982 PSOE 1977 1979 1982 118 121 202 AP 16 9 106 UCD 165 168 12 PCE 19 22 4

La primera deduccin que se ofrece es el evidente avance del Partido socialista y de Alianza Popular en el perodo transcurrido, a costa de UCD y del Partido Comunista. La prctica desaparicin del partido centrista fu6 resultado de dos factores principales, entre otros muchos. Por una parte, la incapacidad de convertir en un partido verdadero, lo que originalmente slo 258

haba sido un conglomerado de intereses y personalidades ms o menos conocidas, con ideologas a menudo bastante dispares. Por otro lado, el desgaste de haber realizado la Transicin con indiscutible habilidad por parte de su lder original, Adolfo Surez, cuya sucesin al frente del Partido fue poco afortunada. La coincidencia de las luchas internas de ste con la no solucin inmediata de algunos difciles problemas del pas -autonomas, terrorismo, golpismo, crisis econmica y paro, reformas a fondo de la Administracin y empresas pblicas, etc.- hundieron a UCD irremisiblemente. En las elecciones de octubre de 1982 -y ya premonitoriamente en las del Parlamento autonmico andaluz, en mayo del mismo ao- AP se alz como partido principal de la oposicin. Aprovechando el terreno perdido por UCD e incorporando a buen nmero de sus antiguos miembros, AP presenta una imagen conservadora moderada que atrae a todo un sector de la sociedad que difcilmente votar nunca a la izquierda, por moderada que esta se presente a su vez. A la imagen de AP slo le afecta algo la procedencia de una cierta proporcin de sus lderes y afiliados, que tuvieron conexin especfica con el rgimen anterior, y en quienes a veces se reproducen actitudes o comportamientos ms bien propios de aqul. En cuanto al PSOE, por primera vez en la Historia de Espaa obtuvo la mayora absoluta de los escaos del Congreso y del Senado, por virtud de dos factores principales. El primero, un cierto voto de "castigo" a UCD, por quienes se encontraban decepcionados por su poltica, al cabo de seis aos de gobierno continuado. Muchas de estas personas no estaban dispuestas a votar a los pequeos partidos que intentaban captar los restos del electorado de UCD: liberales, CDS, etc. Y tampoco eran propicias a apoyar -al menos por el momento a AP. Y aqu oper el segundo factor: la promesa de aplicacin de un programa de "cambio" cuidadosamente elaborado y sobre todo moderado -prcticamente socialdemocrtico- que resultaba atractivo incluso para un cierto sector de ideologa ms o menos de centro. La imagen de Felipe Gonzlez, tambin inteligentemente explotada, colabor al xito electoral. Y no menos, la rectificacin de un cierto centralismo previo, anti-autonmico, del que haban sido aviso los resultados municipales poco favorables al PSOE en las elecciones de 1979, especialmente en Andaluca. En cuanto al Pas Vasco, el PNV consolid su posicin dominante a lo largo del perodo, y en Catalua los nacionalistas de centro-derecha de Convergencia i Uni aumentaron tambin sus votantes. No parece aventurado pensar que durante un tiempo previsible se mantendr en Espaa el predominio de dos grandes partidos en una izquierda y una derecha deseablemente moderadas, con otros de menor cuanta a sus alas y una muy minoritaria representacin del "centro". 259

BIBLIOGRAFA
Alzaga. O.: La Constitucin espaola de 1978. Ed.dcl Foro, Madrid 1978. A a r t o l a , M.: La burguesa revolucionaria (1808-1874). Alianza edil., Madrid 1974. Partidos y programas polticos 1808-1936. Aguilar. Madrid 1975.2 vols. Bell, D.S. (editor): Democratic PoliicsinSpain. F. Pinter, Londres 1983. Biescas, J.A. y Tun de Lara, M.: Esparta bajo la dictadura franquista (1939-1975). Tomo X de la Historia de Espaa dirigida por Tun de Lara. Biondel, J.: Introduccin al estudio comparativo de los gobiernos. Rev. de Occidente, Madrid 1972. Bonachela Mesa, M.: Las lites andaluzas. Ed. Mezquita. Madrid 1983. Pgs. 122-147. De Esteban, J. y Lpez Guerra, L.: Los partidos polticos en la Espaa actual. Planeta, Barcelona 1982. Duverger, M.: Los partidos polticos. F.C.E., Mxico 969. Garca Cotarelo, R. (compilador): Introduccin a la Teora del Estado. Teide, Barcelona 1981. Garca Pelayo, M.: Las transformaciones del Estado Contemporneo. Alianza edit. Madrid 1977. Garrido Falla, F. ( editor); Comentarios a la Constitucin. Civitas, Madrid 1980. Hernndez Gil, A.: El cambio poltico espaol y la Constitucin. Planeta, Barcelona 1982, Lipset, S.M. y Rokkan, S. (editores): Party Systems and Voter Allignments. Free Press, Nueva York 1967. Loewenstcin, K.: Teora de la Constitucin. Ariel, Barcelona 1976. Martn Merchan, D.: Los partidos polticos. Regulacin legal. Presidencia del Gobierno, Servicio de publicaciones, Madrid 1981. Martnez Cuadrado, M.: La burguesa conservadora (1874:1931). Alianza edit., Madrid 1973. Morodo, R.: Los partidos polticos en Espaa. Labor, Madrid 1979. Neumann, S.: Modern Poltical Parties. Univ. of Chicago Press, 1958. Ramrez, M. (editor): El desarrollo de la Constitucin espaola de 1978. Prtico, Zaragoza 1982. Los partidos polticos en la Constitucin espaola de 1978. Revista de Estudios Polticos, n 13, enero-febrero 1980. Revista de Estudios Polticos. Nmero monogrfico con trabajos de varios autores sobre Partidos polticos y participacin poltica en Espaa. (n 23. Septiembre-Octubre 1981. CEC. Madrid). Snchez Agesta, L.: Historia del Constitucionalismo espaol. Instituto de Estudios Polticos. Madrid 1955. Sistema poltico de la Constitucin espaola de 1978. Edit. Nacional, Madrid 1981. Sartori, G-: Partidos y sistemas de partidos. Alianza edit.. Madrid 1980. Tamames, R.: La Repblica. La era de Franco. Alianza edit., Madrid 1976. Tierno Calvan, .: Leyes Polticas espaola fundamentales 1808-1978. Tecnos, Madrid 1979. Vega, P. de (editor): Teora y prctica de los partidos polticos. Edicusa, Madrid 1977.

260

CAPTULO VII

CONFLICTO, VIOLENCIA POLTICA Y CONSENSO

1 Cambio y conflicto: algunas teoras contemporneas. 2 Conflicto poltico y violencia. 3 Formas extremas de conflicto: a) la revolucin. 4 Formas extremas de conflicto: b) la guerra. 5 Formas extremas de conflicto: c) el terrorismo. 6 La resolucin de los conflictos: cooperacin y consenso.

1. CAMBIO Y CONFLICTO: ALGUNAS TEORAS CONTEMPORNEAS En otros lugares del presente libro nos hemos referido ya al cambio social, como sustrato general de la gran mayora de los fenmenos que aqu se analizan. Particularmente, ha sido objeto de nuestra atencin al tratar del paso de la sociedad industrial a la postindustrial, y en lo tocante a los problemas de la estratificacin. Por consiguiente, no vamos a reiterar aqu apreciaciones, tesis, ni conceptos ya mencionados. Nos limitaremos, pues, a sintetizar algunas teoras recientes sobre el origen del conflicto, para entrar despus algo ms concretamente en sus expresiones polticas y en particular en sus manifestaciones violentas. Dedicaremos el final del tema a las vas usuales para su resolucin-La principal diferenciacin entre las culturas procede de la diversidad de creencias y valores que sus componentes consideran como supremos. Histricamente han destacado entre estos los de orden religioso, familiar y poltico. De tal diversidad surge el conflicto, por cuanto el proceso de aculturacin hace para unos deseables lo que para otros es rechazable. Como ya Durkheim y Pareto pusieron de relieve a finales del siglo XIX, es utpico suponer que la introduccin de normas que faciliten la igualdad jurdica y poltica, e incluso las condiciones que propician la abundancia econmica, puedan impedir la aparicin de conflictos. La experiencia cotidiana demuestra hoy en los pases ms desarrollados la validez de esta presuncin, tantos aos despus de formulada. Partiendo del hecho de que los conflictos son universales e inevitables en un futuro previsible, cabe sin embargo establecer algunas precisiones en torno a los mismos. Ante todo, conviene subrayar la notable diferencia que se da entre conflictos de valores y de intereses. Mientras aquellos pueden alcanzar ms fcilmente un grado de violencia considerable, cabe contener estos dentro de unas reglas que limiten sus efectos, toda vez que por lo regular, al no afectar a profundas convicciones, son menos trascendentes. De aqu que, cuando las diferenciaciones culturales han llegado al terreno ltimo de los valores de orden teolgico, sin el paliativo del valor compensatorio positivo de la tolerancia (caractersticamente "moderno"), 263

los conflictos se han hecho extremos, como en el caso de las guerras de religin y las represiones interiores del siglo XVI en Espaa. Del mismo modo, la introduccin de elementos ideolgicos en reivindicaciones laborales agudiza estas, llevndolas fcilmente a la radicalizacin. Como veremos en el siguiente terna, es tambin el caso de Espaa en una serie de momentos de la l Repblica. Si, por el contrario, se consigue introducir como valor generalmente aceptado el de la tolerancia y la aceptacin de unas *'reglas del juego" comunes, separndose las reivindicaciones salariales de su posible contexto ideolgico-poltico (lo que no significa renunciar a l), el conflicto se suaviza y admite cauces para su resolucin por vas pacficas. Una vez ms, el caso de Espaa, a partir de la transicin. Como lia sealado Diez Nicols (1988), la poblacin, los recursos (con sus realidades concomitantes de la presin sobre ellos y la escasez), la organizacin social y la tecnologa, son componentes bsicos del sistema social, pero simultneamente mantienen entre s relaciones conflictivas, por lo que son los principales portadores del cambio social. Es oportuno distinguir en este punto entre conflicto y competencia. Re quiere esta un cierto acuerdo previo sobre las reglas bsicas del juego y los lmites a que se puede llegar. A menudo tales reglas incluyen la mediacin de rbitros, jueces o similares, para determinar quien sea el ganador. A este respecto, precisamente, Freund (1983), ha advertido que la diferencia entre el juego y el conflicto radica en que el primero se produce entre fuerzas iguales con reglas iguales. Por el contrario, el segundo se suele dar entre fuerzas desiguales, y para resolverlo, en el mundo moderno se acude casi inevitablemente al Derecho. Lo cual no impide que a su vez, puedan surgir conflictos de normas. El conflicto, pues, implica situaciones en que los actores persiguen objetivos que son directamente incompatibles, y en que el xito de uno significa un costo para el otro, intencionado o no. Por tanto, hay un menor nmero de normas que regulan la naturaleza o consecuencias del conflicto, y sobre todo en poltica, los propsitos y medios que entran en conflicto pueden ser ilegtimos. Se ha dicho que la competencia degenera en conflicto cuando los competidores olvidan que luchan por un objetivo "escaso", y empiezan a concentrarse en interferir o procurar sacar al otro de la competicin por diversos medios. Es tpico que las situaciones de conflicto terminen en mala voluntad, resentimiento, amargura o deseos de venganza o revancha. Tambin es frecuente que en sus modalidades no legtimas se le enmascare, para 264

que los ajenos a l no puedan percibirlo (MITCHELL, 1969). El conflicto puede llegar a ser violento o no, lo que constituye quizs ia ms importante diferenciacin en el mismo. Segn las culturas polticas modernas tienden a ser ms dinmicas y el proceso de cambio se hace ms rpido en ellas, los inevitables desajustes entre los citados componentes, entre las instituciones y los grupos, provocan mayor nmero de conflictos, aunque no necesariamente violentos. En cambio, en las culturas arcaicas o de la antigedad, al ser ms lentas las transformaciones, menor el nmero de intereses en juego, y menor la diferenciacin interna entre los valores, el conflicto tenda a ser menos frecuente, pero, por lo regular, ms violento, al producirse frecuentemente la represin desde el poder poltico-religioso. El problema de fondo radica no tanto en el concepto de conflicto, sino en la determinacin del grado en que se puede aceptar la violencia en este como algo "normal", en virtud de lo que cada cultura determina al respecto. Incluso en un mismo territorio pueden convivir dos culturas con dos conceptos muy diferentes de aquel, algo que por ejemplo ocurre todava en Espaa en la cultura gitana frente a la del resto de los ciudadanos. Como ya hemos dicho, posteriormente nos ocuparemos con algo ms de detalle del tema de la violencia y sus modalidades. Dahrendorf (1966, 1972, 1983) se ha ocupado ampliamente del tema del conflicto, considerando que se puede dar en cinco tipos distintos de unidades sociales: 1) entre roles sociales (por ejemplo el que en otro lugar plantebamos en una misma persona, como padre y como militar). 2) entre grupos sociales, como estudiantes y profesores. 3) entre sectores de la sociedad, por lo general espaciales o institucionales, como empresarios y sindicatos. 4) entre sociedades o asociaciones que afecten a toda la sociedad, como enrre catlicos y protestantes. 5) entre organizaciones supranaciona-ies, como la OTAN y el Pacto de Varsovia. Del Pino (1988) ha sintetizado las tesis de Dahrendorf (entre otras) sealando que para l, todos los conflictos se reducen a cuestiones de poder o dominio. Lo que cabra calificar como la tesis del consenso, p>pugnada por una serie de autores, en particular los funcionalistas, concibe a la sociedad como un sistema relativamente constante y estable, cuyos elementos se encuentran equilibrados, contribuyendo cada uno de ellos a su funcionamiento, y mantenindose gracias al consenso de todos ellos en torno a cier-

265

tos valores comunes. Frente a ella, \a tesis de la coaccin, encabezada por la escuela marxista, propugna que toda sociedad y cada uno de sus elementos estn sometidos en cada momento al cambio, que toda sociedad es un sistema de elementos contradictorios entre s y explosivos, que sus elementos contribuyen al cambio y que se mantiene gracias a la coaccin que algunos de sus miembros ejercen sobre los oros. Cada sociedad ofrece a sus diversos grupos diferentes oportunidades vitales, que van en funcin de vinculaciones mutuas, ms o menos intensas (ligaduras), y de opciones ms o menos numerosas. F-l juego de vinculaciones y opciones determina las posibilidades del grupo o de los individuos en el frente al futuro, y a la vez ayuda a comprender su pasado histrico. La segunda generacin de la Escuela de Frankcfurt, en particular Haber-mas, ha puesto de relieve que las contradicciones del capitalismo tardo no se deben hoy a causas econmicas sino a problemas de legitimacin, motivacin y administracin. Por una parte se proclama la dignidad y los derechos humanos, la racionalidad y otros valores, y por el otro las estructuras sociales reproducen la injusticia, la opresin y la dominacin, que ios procedimientos c instituciones de la democracia formal no son capaces de resolver. El resultado es una conflictividad latente -a veces manifiesta, por ejemplo, en los actos de terrorismo- que posee una larga serie de expresiones propias, como las crisis de identidad, la drogadiccin, el pasotismo, el hedonismo o la escasa sensibilidad a los principios de solidaridad-Es claro que en un futuro previsible continuarn producindose conflictos, puesto que la diversidad de los valores y la complejidad de los intereses en juego ser aun mayor que ahora. Como ya hemos dicho, la democracia formal predomina sobre la democracia material, es decir, aquella que "llevara a la conciencia la contradiccin entre una produccin administrativamente socializada y un modo de apropiacin y empleo de la plus-vala que sigue siendo privado" (Habermas). Por tanto, no cabe esperar que los conflictos desaparezcan por virtud de una milagrosa difusin de la buena voluntad humana, por deseable que ello parezca. Este es precisamente el fallo de las teoras basadas en el compromiso social, puesto que ni siquiera la existencia del Derecho en cuanto tal evita los conflictos, que son una transgresin del Derecho, no su negacin. Pero lo que s exige este es la existencia de unas instituciones suficientemen -te slidas que posean capacidad coactiva, que en ltimo trmino lo impongan o lo restablezcan, lo cual es -obviamente- un problema de estructura poltica. 266

Por ello, advierte Freund (siguiendo una idea de K. Schmitt), la racionalidad jurdica se impone en el Estado moderno sobre la voluntad y autoridad poltica, justificndose el uso de la violencia precisamente para evitar la violencia incontrolada. Tan importante es la regulacin institucional del conflicto y sobre todo de la violencia institucional, dentro de unos lmites predefinidos y bajo la inspeccin de los poderes pblicos, que sin esa condicin no se puede hablar de una sociedad estabilizada. Y, en consecuencia, Freund atribuye a la poltica la funcin de "crear las condiciones de desarrollo de cada ser y cada actividad segn sus preferencias, sus gustos y sus convicciones". A este respecto, lo que no podemos olvidar es que las actuales condiciones estructurales, aun en las democracias occidentales ms avanzadas, estn todava bastante lejos de tal idea. 2.- CONFLICTO POLTICO Y VIOLENCIA Es claro que existen muy diversas formas de conflicto, que van desde confrontaciones personales, a pugnas entre grupos, llegando hasta variedades de enfrentamiento nacionales o internacionales. Nosotros hemos de ceirnos bsicamente a los conflictos de carcter poltico, es decir aquellos que conciernen a la regulacin del sistema y/o a cuestiones de ejercicio del poder en este. No entraremos en el tema de la legitimacin, por ser objeto de anlisis en otro lugar del presente volumen. Conviene recordar que en la causalidad de los conflictos, polticos o de otra clase, operan dos variables principales: la estructura social determina qu cauces existen para la interaccin, y en qu medida los participantes estn convencidos de que vale la pena pagar el precio del conflicto. Por otra parte, el contexto cultural determina qu valores son considerados lo bastante importantes para defenderlos o propugnarlos, si hay o no normas que impidan el conflicto, y hasta qu punto los partcipes se encuentran influidos por formas tradicionales de interaccin. Por regla general, el conflicto que se produce en el seno de los sistemas polticos no es violento, aunque puede haber connotaciones de amenaza o uso de la fuerza. Ahora bien, por muy pacficas que sean en su origen las cuestiones planteadas, si los objetivos son incompatibles entre s y los consiguientes costos se elevan, no puede excluirse la posibilidad del recurso a la violencia. De hecho, la violencia constituye todava hoy un hecho de la vida poltica, y se encuentra muy vinculada a lo que los tericos denominan "intensificacin del conflicto". 267

"La categora intensidad e refiere al gasto de energa y al grado de implicacin de las partes en conflicto. La intensidad est en relacin directa. con el costo de la derrota y con la extensin con que el problema en conflicto afecte a las vidas de los individuos embarcados en l. La violencia de un conflicto se refiere a sus manifestaciones antes que a sus causas; apunta a las armas que son elegidas por las partes para expresar sus hostilidades. En trminos operativos, se puede construir un cnttinuum para la intensidad, que vaya desde un pequeo segmento de las personalidades individuales afectadas, hasta el otro extremo, en el cual estara afectada la personalidad total. Y otro continuum para la violencia, que comprendera desde las discusiones pacficas hasta la guerra civil. Naturalmente, la regulacin de los conflictos opera sobre sus formas de manifestacin, es decir, sobre su violencia, aunque no tocan su intensidad, que seguir siendo la misma, siempre que el conflicto pueda manifestarse" (Murillo, 1963). La intensidad y la violencia, segn Dahrendorf, decrecen en la medida en que los grupos de inters tienen posibilidad de organizarse, en que los conflictos existentes en una sociedad no confluyan sino que permanezcan disociados. y en la posibilidad de una movilidad social efectiva en la estructura de clases. Una mayor intensidad de los conflictos suele provocar cambios ms radicales, mientras que una mayor violencia tiende a hacerlos ms rpidos. Coleman (1957) pona de relieve que los conflictos en el interior de una comunidad experimentan importantes transformaciones a medida que se desarrollan. As, pasan de desacuerdos especficos a otros de carcter ms general, y a su vez el desacuerdo termina por convertirse en antagonismo. Se suscitan cuestiones que no se haban mencionado antes del conflicto, de tal modo que cada parte intenta reforzar y justificar su posicin, y ensanchar la base de sus apoyos. Al recurrirse a nuevos motivos de tipo ms general, el conflicto termina por independizarse de la causa que le dio origen. Seala el citado autor tambin que la propia organizacin social de la comunidad cambia segn avanza la controversia. Se producen polarizaciones, se forman organizaciones de partidiarios de uno u otro bando, las organizaciones preexistentes se movilizan en favor de aquellos, surgen a menudo lderes extremistas, y proliferan los rumores. Incluso las organizaciones o instituciones ms tradicionales y formales de la comunidad pueden terminar por implicarse, aunque suelen procurar mantenerse neutrales o evitar pronunciarse.

268

Un tena de inters en este contexto es el de en qu medida la violencia resulta til para adquirir poder a los grupos que la practican. Es frecuente la opinin de que la violencia provoca no solo el antagonismo de las agencias de control social sino de muchos de los miembros de los propios grupos que la ejercen. Una respuesta a esta creencia la tenemos en el sariagraha de Gandhi (con antecedentes en la tica hind), y en la filosofa de la no violencia de Martin Lutero King. Un estudio de Gamson (1975), contribuy a aclarar algo esta cuestin. Este autor analiz una muestra de 53 de los 500 o 600 grupos que de un modo u otro se enfrentaron en Estados Unidos con la distribucin del poder existente all entre 1800 y 1945, los cuales representaban una amplia ama de intereses. En algn momento, una cuarta parte de ellos hizo uso de la violencia. Partiendo del supuesto de que la violencia constituye "un dao fsico deliberado a las personas o a las cosas", y excluyendo la violencia procedente de los medios u organismos de control social (como la polica), Gamson lleg a la conclusin de que los ocho grupos que haban utilizado activamente la violencia, lograron mayor xito que los que no lo hicieron. Por el contrario, ms de la mitad de todos los dems y ninguno de los que fueron objeto de violencia obtuvieron ventajas. Esto llev a Gamson a deducir que en ciertos movimientos sociales la violencia puede ser un cauce racional de accin. Y deca que -frente a lo que se suele creer- no siempre la violencia es "un producto de la frustracin, la desesperacin o la debilidad", aadiendo que "los descontentos no son ms o menos racionales que otros actores polticos". De hecho, la violencia puede ser un modo de lograr los objetivos de algunos grupos, sobre lodo si se la utiliza como una entre diversas tcticas. En el fondo, los partcipes en determinados movimientos o grupos sociales buscan el poder de manera no muy diferente a la que utilizan los grupos establecidos en l para mantenerlo y ampliarlo. Desde luego, no se puede generalizar a partir del estudio de Gamson, no solo por lo reducido del nmero de grupos de que extrajo sus conclusiones, sino por las peculiaridades histrico-culturales de Estados Unidos, que tradicionalmente han propiciado un cierto sustrato abierto al fcil uso de la violencia. El hecho es que, frente a la ideologa del progreso, a que nos referamos en otro lugar, que daba por supuesta una civilizacin cada vez ms pacfica, los actos de violencia poltica han proliferado modernamente, tanto en el interior de muchos pases, como en agresiones entre ellos mismos. Pinsese que slo desde el final de la II guerra mundial se han contabilizado nada menos que 150 guerras e innumerables actos de violencia 269

poltica. Y tampoco se puede olvidar la crtica marxista a las doctrinas de la no violencia en los pases capitalistas, al considerarlas como expresiones de los intereses de la clase dominante. La expresin del propio Marx al considerar a la Historia como la manifestacin de la lucha de clases, encierra un contenido similar, por cuanto el termino que utiliza ("kampf") rose refiere a guerra abierta o continua, sino a pugna intermitente, con intervalos soterrados o de conflicto no explcito, segn las pocas y las culturas. Una serie de autores se ha planteado, desde mediados de siglo, la legitimidad del uso de la violencia en los pases coloniales o descolonizados. As, Fann ha hablado de una "violencia creadora" frente al imperialismo, reforzadora de la voluntad de los explotados, e igualmente Mao-Tse-Tung exalt el papel de la rebelin campesina en China frente a la opresin de la clase terrateniente. Tambin el Che Guevara mantuvo una postura parecida respecto a la situacin de los campesinos en Latinoamrica, llegando a entregar su vida en el curso de su liderazgo personal en pro de su emancipacin. La importancia del papel del conflicto en las culturas polticas es tal, que, como es sabido Max Weber defina al Estado en funcin del monopolio del uso legtimo de la violencia, dentro de un determinado territorio. No es un principio tico el que determina tal legitimidad, sino el simple hecho de que los miembros de la colectividad poltica reconocen que el Estado es la solucin ms racional que les permite convivir pacficamente. Por consiguiente, de su eficacia deriva su legitimidad poltica. En las culturas polticas de los pases democrticos, claro est, subsiste la violencia, puesto que gobernar, en cualquier caso, implica ejercer la coaccin cuando no hay consentimiento. Ahora bien, slo se acude a ella, como decimos, cuando las dems instituciones jurdicas, polticas o sociales -caso de las costumbres o las creenciasfallan en sus sanciones o no son respetadas. I .a represin estatal se encuentra pues, respaldada en un Estado de Derecho por el consenso popular, la ley, y muy destacadamente, por el control de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Ello tampoco significa que todos los actos de violencia ejercidos en nombre del Estado sean legtimos, dentro o fuera de sus fronteras. Pero en cualquier caso, existe una notable distancia entre estos, y los regmenes no democrticos, en los que la represin se convierte en opresin, porque no se intenta restablecer las instituciones tradicionales de la cultura o el propio Derecho. Lo que se suele hacer es aplicar la violencia a toda oposicin o disidencia que no marche por el camino establecido por el sistema. En este sentido debe tenerse presente que el culto a la violencia ha 270

sido caracterstico de los movimientos sociales ms radicales, sobre todo, de os de corte fascista, hasta el punto de que Hanna Arendt (1966), consider que el terror era esencial para definir como tales a los regmenes totalitarios. Ya desde la primera poca de Mussolini se parti del principio de que "el uso de la violencia puede ser parte de la propaganda". Y posteriormente. los regmenes de Hitler. Stalin, y Mao demostraron -al precio de muchos millones de muertos- la utilidad del terror como instrumento usual de los sistemas totalitarios, aunque en modo alguno exclusivo de ellos. Lo que resulta caracterstico de estos sistemas, segn Linz (1975), es la actitud de plena justificacin moral que adoptan respecto al uso de la violencia desde el Estado, a partir de su autolegitimacin ideolgica, y del rechazo de normas morales "tradicionales". En ocasiones, se aplica a sus vctimas el concepto de la "culpa colectiva", y por tanto no se les castiga por actos individuales de ninguna clase, justificndose con razones tales como la alegada por Vichinsky en 1935 en la URSS, al decir que "la ley formal debe quedar subordinada a la ley de la revolucin". Por otra parte, el terror en estos sistemas no excluye a los propios miembros de la lite, como se aprecia en la eliminacin de las SA por orden de Hitler en 1934, o la purga de Stalin en 1936-38 en el ejrcito sovitico. En los sistemas totalitarios se rechaza todo formalismo jurdico en las definiciones de la culpabilidad, en base a normas muy difusas y sancin de intenciones, a menudo ms que de actos. Los tribunales quedan politizados, y en ocasiones se considera a los culpables como personas que han de ser "reeducadas", sometidas a una especie de "profilaxis social", o simplemente se las trata como "pacientes necesitados de tratamiento". Vctimas preferentes de esta violencia institucional suelen ser sectores intelectuales (lgicamente ms crticos). Linz llama la atencin sobre un hecho que suele pasar desapercibido, y es que el uso del terror no solo cumple una funcin manifiesta, sino que posee tambin una funcin latente. Es decir, no solo se reprime y atemoriza a los posibles oponentes, sino que se compromete a la mayora de los ciudadanos -que no quieren o no pueden enfrentarse abiertamente a estos abusos-convirtindolos en cmplices de ellos, y asegurndose as en cierto modo su definitiva lealtad.

271

3.- FORMAS EXTREMAS DE CONFLICTO: A) LA REVOLUCIN Aparte de diversas formas de violencia poltica colectiva, como rebeliones militares, golpes de Estado (o tentativas), motines de mbito reducido y similares, a que nos referiremos despus, es preciso prestar aqu alguna atencin a lo que podra denominarse "revoluciones completas", es decir aquellas que acarrean un cambio radical, que penetra toda la estructura social para lo sucesivo, y que en expresin de Huntington (1968), "crea c institucionaliza un nuevo orden poltico". No es posible entrar en este punto en una exposicin detallada de las innumerables teoras que al respecto se han ofrecido en la doctrina, limitndonos pues a mencionar algunas de las ms relevantes entre las clsicas, y ex-poniendo en esencia aquellas de las modernas que se consideran como realmente innovadoras. Ciertamente, "El Antiguo Rgimen y la Revolucin", de Tocqueville, y en particular el captulo I del libro III, considerado por Mamheim como una bsica aportacin a la sociologa del conocimiento, constituye un precedente que era necesario al menos citar. Por su parte, Le-nin Y Trotski se apartan de la perspectiva ms general de Marx, para el que la revolucin era resultado de la inevitable autotransformacin de la sociedad. Como es bien sabido, fue Lenin sobre todo quien hizo mayor hincapi en advertir que la conciencia revolucionaria no poda llegar a los trabajadores ms que "desde fuera", subrayando el papel de los intelectuales y del partido como punta de lanza de la revolucin del proletariado. Ya en 1938 aparece una importante aportacin de Crane Brinton, en su sugestivo libro "Anatoma de la revolucin", comparando los rasgos comunes de cuatro "grandes revoluciones" (inglesa, norteamericana, francesa y rusa). Tales rasgos, en resumen, venan a ser la intensificacin de los antagonismos de clase en un momento de cierto crecimiento econmico, la desercin y acerba crtica de los intelectuales, quienes exigen una transformacin de las instituciones "corrompidas e ineficaces", y la incompetencia manifiesta de la mquina gubernamental, a la que se aade una prdida de autoconfianza de la antigua clase dirigente. Esta situacin abre paso a una sucesin de fases en la revolucin, en la que se producen enfrentamientos entre reformistas moderados y elementos radicales, que terminan por concentrar el poder -a menudo en un "hombre fuerte", como Cromwell, Ro-bespierre o Lenin- y finalmente se llega a una situacin de convalescencia de la sociedad, en la que se retorna al pragmatismo, pero que en modo alguno vuelve a ser la misma. Preciso es decir que los cuatro ejemplos utilizados

272

por Brinton no se ajustaban todos exactamente ni a los "sntomas", ni a las * 'tases'' de su modelo. En la dcada de 1960, Neil Smelser, Chalmers Johnson, Francisco Mu-rillo y James Davies, ofrecieron ingeniosas construcciones tericas en torno al tema, bajo el denominador comn de que la revolucin constituye a la vez una desviacin y una ruptura de la Historia. Slo nos vamos a ocupar de las aportaciones de estos dos ltimos, comenzando por Murillo (1963). Segn el prestigioso autor granadino, en el desencadenamiento del proceso revolucionario habra que tener presente el juego mutuo de una serie de factores. Ante todo, la "intervencin exterior", cuestin de gran importancia a la que dedicaremos despus particular atencin, y que Murillo destac mucho antes que otros autores, tal vez por su personal experiencia con motivo de la guerra civil espaola. En segundo lugar menciona como factor desencadenante la existencia de minoras de agitacin eficaces, dominadoras de las tcnicas adecuadas, arropando un liderazgo o caudillaje que se convierte en smbolo de! proselitismo. No menos trascendencia tiene la financiacin previa de La organizacin revolucionaria, al menos hasta que esta pueda "vivir sobre el terreno". Y finalmente, la "debilidad crnica o momentnea de las fuerzas conservadoras del orden existente", factor cuyo comportamiento puede variar mucho, bien terminando por hundirse o reforzndose en una accin contrarrevolucionaria.

En cuanto a la tesis de Davies, desarrollada por primera vez en 1962 y luego reelaborada, parte de una idea ya apuntada primero por Marx y despus por Brinton, y ha alcanzado considerable difusin. Segn Davies, las revoluciones pueden estallar cuando a una etapa de progreso material, econmico y social, le sigue un breve perodo de rpido retroceso, el cual resulta crucial, puesto que la distancia entre las expectativas (de bienes materiales o culturales) y las satisfacciones se ensancha velozmente, y termina por hacerse intolerable. La gente, dice Davies, acepta un margen "razonable" entre lo que desea y lo que consigue. Pero si las expectativas se disparan (por ejemplo por virtud de promesas de los polticos), o la situacin se deteriora (debido tal vez a una crisis econmica inesperada), la "curva en J invertida" resultante, indica que se dan todas las circunstancias favorables a la revolucin. Davies insiste en la importancia del papel de las expectativas tras una cierta mejora -que ilustra apropiadamente con la evolucin histrica de Rusia hasta 1917- en base al principio de "privacin relativa", y advierte que "en circunstancias de mera supervivencia no ha lugar a revolucin alguna, porque toda la actividad se concentra en supervivir", tal como 273

ha ocurrido en casos de dictaduras extremas en pases subdesarrollados o en los campos de concentracin nazis. En nuestra opinin, la sugestiva tesis de Davies es uti para explicar cmo situaciones de frustracin -incluso a nivel individual- pueden conducir a decisiones radicales, pero es aventurado considerarla como la explicacin universal de los fenmenos revolucionarios. Todas las circunstancias por l descritas se dieron, por ejemplo, en Estados Unidos en la crisis de 1929, y sin embargo no se produjo all revolucin alguna. Su explicacin al respecto, en el sentido de que la cultura poltica del pueblo norteamericano se sobrepuso a tal crisis, carece verdaderamente de solidez. Tampoco es fcil determinar -ms que a posteriori, cosa fcil- en qu momento se alcanza el "margen intolerable" entre las expectativas y la satisfaccin de las necesidades, lo que priva a esta tesis de todo carcter predictivo. Un enfoque diferente, tambin de la misma poca, pero que cabra encuadrar entre las teoras comparativas de orden socio-histrico, es el de Barrington Moore (1966), quien asigna una forma especfica de revolucin arcada una de las "vas de paso a la modernizacin". A saber, la "revolucin burguesa" abre el camino a la "va democrtica"; la "revolucin desde arriba" permite la "va capitalista reaccionaria" (es decir, el fascismo); y las "revoluciones campesinas" dan entrada al comunismo, particularmente en los casos de Rusia y China. Su discpula Theda Skoepol (1979), aade a este anlisis el papel de las lites "estticas" (o inmovilistas), que se han opuesto tradicionalmente a las tentativas de modernizacin, y tambin subraya la influencia de las presiones exteriores sobre la estructura poltica de cada pas. Cuando el poder de la lite tradicional se debilita, al par que la capacidad de coercin del poder central, los campesinos y los obreros urbanos abren una brecha y asumen un papel activo en la poltica nacional. Aparte de todos estos anlisis de las "grandes revoluciones", resulta necesario decir algo sobre los casos -mucho ms frecuentes- de golpes de Estado y tomas del poder por Juntas militares y otras formas autocrticas en los pases menos desarrollados. Como ya hemos mencionado en otro lugar, en estos, el proceso de modernizacin produce fuertes tensiones entre las instituciones y aun en el seno de ellas, al no ser todas capaces de acomodarse a un ritmo similar de adaptacin al cambio, ni a las exigencias de los paises ms poderosos, a menudo, sus antiguos colonizadores. Incluso se da el caso de no existir -tras la marcha formal <fe estos- instituciones que garanticen el normal funcionamiento de los servicios pblicos. Con lo cual las presiones que se ejercen sobre los Gobiernos desde diversos orgenes, ter274

minan por ser tan fuertes que al final las Fuerzas Armadas asumen el poder, al resultar ser la nica institucin no solo suficientemente organizada, sino con capacidad de coaccin para el mantenimiento del orden pblico. No pocas veces, los lderes de estos regmenes parten de la falacia de suprimir las libertades pblicas y la participacin para asegurar la estabilidad, con el pretexto de que slo esta garantiza a su vez el desarrollo econmico. Incluso en los pases pertenecientes a otro nivel, como Chile, se ha utilizado reiteradamente por Pinochet este argumento. Sin embargo, la experiencia demuestra que tal garanta es falsa, que la corrupcin prolifera ms fcilmente all donde no puede hacer crtica, y que el amordazar a la opinin pblica no produce el desarrollo. La simple realidad internacional demuestra que en modo alguno puede admitirse una relacin causal entre estabilidad y desarrollo. Al desacreditarse con el tiempo los gobernantes, suelen ser sustituidos por otros, tras una nueva intervencin militar, repitindose sucesivamente las mismas promesas y los mismos problemas. Todo esto lleva a Huntington (1968) a concluir que "si los pases pobres se muestran inestables, no es porque sean pobres, sino porque intentan dejar de serlo". Dicho de otro modo, el proceso de modernizacin despierta unas expectativas en grandes masas humanas, que carecen de precedente. Tales expectativas contrastan con la situacin de rpido crecimiento de la poblacin, baja o nula oferta de empleo, privacin relativa frente a los niveles de vida de los occidentales (que se perciben en mayor o menor medida a travs de los medios de masas), y emergencia creciente de una sociedad de clases, no ya dominada por valores estamentales. Se explica as la frecuente violencia poltica colectiva en estos pases, fruto de una frustracin en aumento, y fundada en circunstancias objetivas que a menudo se ven multiplicadas por la ineptitud o corrupcin de los dirigentes. Situacin en suma que, con todas las salvedades, puede contrastarse fructferamente en muchos casos con las conclusiones de la antes citada tesis de Davies. La nica solucin en estos casos, radica en la creacin de un orden institucional que abra cauce a las aspiraciones de grupos o minoras hasta entonces sin presencia poltica, especialmente a travs de partidos polticos que consensen unas reglas del juego. No menos importantes son la decisin de disminuir las desigualdades y la construccin de una Administracin pblica, capaz de hacer frente a los retos de la modernizacin sin recurrir a la constante coaccin, ni a la presencia de las Fuerzas Armadas. El empeo es ciertamente tan difcil como indispensable.

275

4. FORMAS EXTREMAS DE CONFLICTO: B) LA GUERRA Como es fcil deducir del epgrafe anterior, no siempre cabe distinguir con precisin entre paz y guerra, como supuestos fenmenos sociales mutuamente excluyentes. Situaciones recientes como la "guerra fra", la "accin de polica en Corea" o la "intervencin en Viet-Nam", por citar algunas de las ms visibles, as lo demuestran, aparte del permanente enfrenta-miento de los dos grandes bloques en el terreno de terceros, bajo formas ms o menos violentas. Como ya apuntbamos antes, desde el final de la II Guerra Mundial hasta la actualidad, se han registrado unas 150 guerras, pero si les sumramos acciones guerrilleras, golpes de Estado, motines y otras violencias colectivas de origen poltico, esta cifra fcilmente se multiplicara por diez. En tal sentido, pues, y en estrecha vinculacin con el tema de la revolucin, es preciso hablar de guerras interiores, adems de las exteriores, con la particularidad de que aquellas son mucho ms frecuentes. El cambio social ha afectado tambin al carcter mismo de los enfrentamientos blicos, obligando a distinguir entre guerras instrumentales y guerras absolutas, cuyas fuerzas, tcnicas, y objetivos son muy distintos (Lowry y Rankin, 1972). Mientras aquellas intentaban acceder a territorios estratgicos, mercados o recursos naturales, o procedan por mviles religiosos, las segundas ven en el enemigo una amenaza a la sociedad toda, que afecta a todos sus miembros, y por tanto subsisten muy escasas restricciones a su total destruccin por cualesquiera medios. La actitud de Estados Unidos tras la II Guerra Mundial, y su actuacin como "polica del mundo", parte del supuesto de que este se ha convertido en una sola comunidad, a la que hay que defender de sus enemigos, y que en consecuencia todas las guerras ya son internas. Observando los conflictos blicos nacionales ocurridos entre 1945 y 1989 se aprecia en efecto que en su gran mayora se han producido con presencia, intervencin o al menos influencia en cada uno de sus bandos de los dos grandes bloques mundiales. Es decir, han dejado de ser internos, en cuanto tales, para convertirse en campo eventual del enfrentamiento de aquellos. Tampoco puede descartarse la presencia de otros pases en conflictos aparentemente locales, como -por citar un solo caso- la guerra de Chad, en que durante aos lucharon abiertamente fuerzas y armas de Libia y Francia. De hecho, se dira que gran parte del inters -an no disminuido-que suscit la guerra civil espaola, provino precisamente de ser quizs el primer caso de enfrentamiento moderno de fuerzas internacionales en terri276

torio ajeno, justo las mismas que pocos meses despus lo hacan directamente en la II Guerra Mundial. Por la misma razn que el complejo militar-industrial ha hecho confusa la antes clara distincin entre los roles civiles y los militares en muchos pases, tampoco es ya fcil distinguir entre revoluciones civiles y militares. En qu medida una guerra civil no tiene actualmente en su origen o en su final una revolucin (o un intento de evitarla)? Kornhauser (1969). seala que en las revoluciones cabe apreciar tres significados: transformacin de las instituciones sociales, polarizacin de las fuerzas sociales, y movilizacin de masas bajo una ideologa revolucionaria. Su respectiva importancia vara segn los casos: un cambio radical puede ocurrir sin necesidad de movilizacin (como en la revolucin Meiji de Japn), o bien esta puede no dar lugar a grandes transformaciones (como en el peronismo de Argentina), o finalmente, los gobiernos pueden ser derrocados sin polarizacin, movilizacin ni transformacin (como en las "revoluciones de palacio" de Latinoamrica). En su frecuente forma de guerra interna, la revolucin suele ser violenta, a veces ilegtima y siempre muy polarizada. En el caso de Cuba (1959) no hubo mucha violencia, pero s fuertes cambios, mientras qu en Colombia (1948) ocurri exactamente lo contrario. En ocasiones la ilegitimidad procede del enfrentamiento revolucionario con las creencias prevalecientes en la mayora, pero tambin puede suceder que se produzca para restablecer un sistema democrtico y no para subvertirlo, en cuyo caso nuestros valores nos obligan a hablar de legitimidad). Una importante diferencia con un mero golpe militar radica sobre todo en que la movilizacin revolucionaria exige una base ideolgica. Parece claro que este factor se encuentra presente cada vez con ms frecuencia en los conflictos interiores -al contrario de lo que ocurra hasta no hace mucho-precisamente por el carcter global que durante 70 aos adquirieron las influencias de los dos grandes bloques. Tampoco pueden descartarse otros orgenes, tambin ideolgicos, en los conflictos actuales, como sucede con las presiones del integrismo islmico, el revanchismo antioccidental de algunos regmenes, y -por supuesto- las aspiraciones histrico-culturales que todava sirven de sustrato a ciertos nacionalismos. Pasando ahora a un mbito ms general y concerniente sobre todo a las guerras instrumentales, por lo regular entre pases, es evidente que en el mundo moderno han sido a la vez causa y consecuencia de grandes cambios en la estructura social, poltica, econmica y religiosa. Para Janowitz (X96K 1964), la guerra moderna la protagonizan Estados-nacin que legiti-

man la violencia en funcin de sus intereses nacionales. Por otro lado, difiere de otras formas de conflicto social al depender de una actividad altamente profesionalizada, como es la militar. Tampoco la dinmica y el proceso de la guerra en el mundo moderno se explican en virtud de modelos cclicos, evolutivos o de equilibrio orgnico de la sociedad. Actualmente, !a preparacin para la guerra no necesariamente conduce a un conflicto abierto, ni las actuaciones hacia la pacificacin llevan a la paz, como demuestra la ya larga experiencia de las conversaciones de desarme culminadas con xito en 1991. frente a la carrera de armamentos. Para comprender la dinmica de las tensiones y conflictos blicos modernos es indispensable recurrir al anlisis de la naturaleza y papel de las lites militares. Segn el citado autor, cabe diferenciar cuatro tipos de lites poltico-militares: aristocrtico, democrtico, totalitario, y de Estado militarizado. Prescindiendo del primero, correspondiente a la poca preindustrial de las naciones occidentales, conviene hacer algn comentario sobre los otros tres. El modelo democrtico se refiere a una lite profesional que acta bajo un conjunto de normas formales y burocratizadas, procurando separar sus convicciones polticas de su papel profesional. All donde no han surgido sistemas democrticos, puede derivarse el modelo totalitario. La lite poltica revolucionaria utiliza una serie de tcnicas para controlar a la lite militar, mediante la simbologa paramilitar, la introduccin de miembros del partido en la jerarqua, y el control de la seleccin de los mandos. En cuanto al modelo de Estado militarizado (garrison-state), aparece cuando la supremaca civil sobre los militares se debilita. Proliferan grupos y organizaciones paramilitares o cuasimilitares, tendiendo a disminuir las diferencias entre las formas de vida militares y civiles. La institucin militar pasa por una crisis permanente deja de ser una organizacin con un propsito especfico, y se interrelaciona estrechamente con todos los aspectos de las actividades sociales y polticas. Lo que preocupa a Janowitz es el hecho de que los efectos de la revolucin tecnolgica sobre los militares profesionales, pueden contribuir a socavar a la larga los ideales democrticos. La mayor preparacin tcnica que se les exige da lugar a una organizacin ms permanente y sofisticada, y el intercambio de papeles que deriva del complejo militar-industrial, ya antes comentado, disminuye la tradicional diferenciacin entre funciones militares y civiles, e incluso se debilita la habitual preponderancia de estas. No es menos cierto que tambin se ha producido una democratizacin en las fuerzas armadas, con una mayor influencia de lo civil, al mejorar el 278

nivel de educacin de los soldados, diversificarse los orgenes de estos y de los oficiales, y garantizarse y ampliarse sus derechos. Hn la estructura militar misma, las nuevas formas requieren el uso de relaciones pblicas, persuasin y negociacin, terminando por asemejarse a otras estructuras burocrticas civiles. Todos estos cambios en los tradicionales roles de los militares han contribuido a crear nuevos problemas en su interrelacin con las autoridades polticas, tanto en los sistemas democrticos como en tos no democrticos. a lo que contribuye finalmente la integracin de las lites militares nacionales en sistemas colectivos de defensa, particularmente la OTAN y el Pacto de Varsovia.

5. FORMAS EXTREMAS DE CONFLICTO: C) EL TERRORISMO Una variedad de violencia poltica a la que recientemente se est prestando cada vez ms atencin -frente a otras ya clsicas, como las antes mencionadas- es el terrorismo. Resulta curioso que lo que cabra llamar asesinatos por causas polticas, antes de entrar en otra definicin, son un fenmeno tan conocido como antiguo, desde las pocas ms remotas, pasando por el de Julio Cesar, hasta llegar a nuestro tiempo. Algn autor, como Tre-tiak (1970), ha llegado a establecer el porcentaje de muertes violentas de personajes polticos y otras personas prominentes ocurridas en China entre 1645 y 1912, que alcanzaron a ser de algo ms del 15% del total. Se consideraron como tales las ejecuciones, asesinatos, actos de guerra y suicidios (a menudo para eludir la tortura). Sin embargo, el verdadero precedente del terrorismo moderno, en cuanto organizacin, puede encontrarse en ia Rusia de 1840, a partir de las doctrinas de Bakunin, Her/en y Belinski, cuyo propsito era acabar con el sistema zarista mediante la violencia. Con posterioridad a la revolucin, el rgimen sovitico utiliz desde el Estado un sistema de terror -que ya hemos comentado- para acabar con toda oposicin. Desde finales del siglo XIX otros pases, como los balcnicos, Francia y Alemania fueron testigos de numerosos asesinatos polticos, que no es este lugar de anumerar. En la propia Espaa, cabe recordar el corto perodo en que se producen los de los Presidentes del Gobierno Cnovas (1897), Canalejas (1912) y Dato (1921), seguidos en la II Repblica, guerra civil, y primeros tiempos del franquismo, desgraciadamente, por los de muchos otros miles de ciudadanos. 279

El problema principal de la definicin de qu sea terrorismo se encuentra estrechamente vinculado a la vieja cuestin de la legitimidad del ejercicio de la violencia. Para evitar tan espinoso asunto, Crenshaw (1983) se limita a caracterizarlo como "violencia premeditada e intencionada, que se utiliza en la lucha por el poder poltico". Cabe resaltar que su propsito es ms psicolgico y simblico que material. Introduciendo los inevitables valores, parece claro que es ms justificable la violencia utilizada frente a la injusticia, en particular frente a una amenaza a la supervivencia de una comunidad, que otras motivaciones para emplearla. Por ejemplo, muchos no desaprobaran el uso del terrorismo por parle de los judos frente al rgimen nazi, pero s el de la "Fraccin del Ejrcito Rojo" frente a la RFA. Lo que ocurre es que no todos los casos son tan claros. El Presidente Reagan calific durante largo tiempo de "luchadores de la libertad" a los "contras", que a su vez eran considerados en su mayora como terroristas por el rgimen nicaragense. Las acusaciones de terrorismo han sido mutuas entre el Estado de Israel y los miembros de la OLP, por no citar ms ejemplos. El terrorismo como arma de lucha poltica es pues un fenmeno que tiene ya ms de un siglo de antigedad, pero que a partir de la dcada de 1960 se ha intensificado, adquiriendo tambin una mayor generalizacin, indiscriminacin e interdependencia. Por citar un solo dato, entre 1960 y 1970 se contabiliz un total de 131 muertos slo por actos de terrorismo internacional. En 1970-80 esta cifra ascendi a 642. DROR (1983), ha diferenciado tres formas principales de terrorismo y dos secundarias. 1) Terrorismo interior, protagonizado por naturales del pas y con objetivos interiores, tales como autonoma tnica, cambios polticos o debilitacin del aparato del Estado. 2) Terrorismo importado, realizado por extranjeros y en su propio beneficio, como cambios en la poltica exterior, aceptacin de las demandas de grupos terroristas, o venganzas. 3) Terrorismo de trnsito, por extranjeros contra extranjeros en el territorio de una democracia, pero no dirigido contra ella. 4) Terrorismo contra grupos o entidades dentro de una democracia, pero no dirigido contra el estado o el Gobierno. 5) Terrorismo extraterritorial, contra representantes exteriores, personas, propiedades y smbolos de la democracia. La multiplicidad de formas y motivaciones del terrorismo, como se ve, dificulta grandemente no solo su encuadramiento terico, sino lo que es peor, su tratamiento. No puede negarse que el contenido dramtico y emotivo que conllevan los actos de terrorismo, atrae una atencin que se multiplica por virtud de la 280

capacidad de difusin de los actuales medios de masas. Desde luego, los gobiernos democrticos ni pueden, ni deben impedir tai difusin. Por tanto, la reaccin pblica es mucho ms importante que en pocas pasadas, y la presin ejercida sobre los gobernantes, tambin es mayor. Sin embargo, es preciso sealar con Horowitz (1983), que slo raramente los protagonistas de estos actos consiguen cambios radicales. La experiencia ha demostrado que cuando logran relativamente mayor xito es en aquellos casos en que se encuentran vinculados a causas nacionalistas, concretadas en un determinado territorio, cuando se enfocan a altos dirigentes polticos y no en una poblacin indiscriminada, y cuando implementan la poltica exterior de regmenes ya existentes, es decir, cuando son patrocinados por un Estado frente a otros Estados, sus instituciones o sus ciudadanos. Tambin es preciso decir que los actos de terrorismo obtienen efectos mucho ms perturbadores en una dictadura que en una democracia, aunque en aquella son mucho ms difciles de realizar. Esta, en cambio, es ms vulnerable, pero los soporta mejor. Otra consecuencia radica en la polarizacin: los ciudadanos no vinculados a la causa del terrorismo refuerzan su apoyo al Gobierno ante la violencia. En estas circunstancias suelen operar con eficacia en tal poblacin estereotipos y generalizaciones fciles que complican ms el problema, tales como -por citar un caso- el identificar a "los vascos" con los etarras, lo que acarrea las consiguientes reacciones. Si por otro lado, el Gobierno recurre -como es usual- a medidas represivas, las minoras simpatizantes con tal causa a su vez se sienten implicadas en la lucha, producindose una polarizacin que aumenta las diferencias preexistentes en aspectos tnicos, religiosos o culturales. Por tal razn se dice que el terrorismo es un fenmeno de contagio, no solo entre los susodichos ciudadanos, sino tambin entre grupos afines en otras regiones o pases. Al cabo del tiempo, se producen extraas alianzas, como, por mencionar un solo ejemplo, el entrenamiento de los etarras en Yemen del Sur. No pocas veces, el terrorismo origina un contraterrorismo tan censurable y destructivo como aquel. As se comprueba en los casos -entre otros-de Argelia y Argentina. Se ha dicho que el contraterrorismo utilizado en esta -con miles de desaparecidos- fue resultado de la frustracin de las fuerzas de seguridad del Estado ante su propia ineptitud para acabar con el terrorismo de los tupamaros. Es claro, a la vista de la experiencia, que si bien los terroristas saben que solo en raras ocasiones pueden conseguir el derrocamiento de un rgimen, su actuacin parte de objetivos a largo plazo. Como dice Crenshaw, 281

uno de sus ms visibles propsitos consiste en desacreditar la legitimidad del Gobierno demostrando que este -en cuanto representante del Estado- no posee el monopolio del ejercicio de la violencia, y no es capaz de mantener el orden pblico. No se olvide la importante vinculacin entre legitimidad y eficacia, por lo que los fracasos en este terreno poseen un alto coste poltico. A menudo, los actos de violencia no tienen ms propsito que situar a la organizacin terrorista en una mejor posicin para ejercer presiones futuras; en otras ocasiones, lo que se intenta es provocar una contrarrevolucin, un golpe de la oposicin, o una involucin. Este ltimo propsito se ilustra en los estratgicos atentados de ETA (asesinatos de generales y otras personalidades), en ocasiones de particular importancia, como elecciones legislativas y similares, en la Espaa de finales de los aos 1970 y comienzos de los 80. Como dice Cox (1983), ' 'el factor crtico que hay que tener presente al hablar de los efectos del terrorismo, puede muy bien ser la capacidad de la organizacin terrorista para convertirse en una fuerza legtima dentro del Estado". Casos como los de Argelia (con e! FLN), o Israel (que hacia 1947 reforz sus exigencias de un "hogar judo", a travs de las acciones del Ir-gun Zvai Leumi), asi lo demuestran. Para resumir las perspectivas ante este problema, nada mejor que recurrir a las palabras de un especialista, A. Quainton (1983): "Las fuentes de la violencia en nuestro mundo no van a ser solo polticas. Las presiones demogrficas, la competencia por recursos escasos, los desequilibrios de los ingresos, ciertamente proporcionarn en el futuro un terreno frtil para la violencia y el terrorismo. Sera preciso canalizar en forma" creativa los recursos del mundo desarrollado, tanto de origen estatal como privado. Slo en condiciones de relativa prosperidad y desarrollo puede el mundo esperar que la curva de violencia se reduzca. Pero no podemos hacernos ilusiones sobre el marco temporal necesario. Ninguno de los principales problemas econmicos y sociales del Tercer Mundo, y muy pocas de estas mismas cuestiones en el mundo desarrollado pueden solucionarse con rapidez''.

6. LA RESOLUCIN DEL CONFLICTO: COOPERACIN Y CONSENSO Si durante un conflicto violento no se llega a un acuerdo, solo terminar con la destruccin total de uno de los contendientes, y, a veces, de los dos. 282

Esto suele ocurrir en los casos de conflictos absolutos, es decir aquellos cuyo propsito es precisamente tal destruccin. Pero este tipo de conflictos son extremadamente costosos y agotadores. Lo ms usual es que terminen mucho antes de que el perdedor quede aplastado por completo, precisamente porque ambas partes se ponen de acuerdo sobre las normas que regirn el final del conflicto. De esta manera, como dice COSER (1964), el conflicto termina por institucionalizarse al menos en parte, y ello facilita a su vez su liquidacin. Cuanto ms pequeas son las exigencias que se imponen ai perdedor, ms fcil resulta que este acepte la terminacin del conflicto, al hacer un balance de lo que le costara proseguirlo. Del mismo modo, si desde un momento oportuno el ganador ha establecido pblicamente un lmite a sus propsitos -como en el caso de una guerra internacional, la recuperacin de un determinado territorio- tambin se facilitar el final de la lucha, una vez alcanzado tal objetivo. Igualmente es posible que se logre la resolucin del conflicto cuando se "salva la cara" del perdedor, puesto que es ms factible que ambos contrincantes acepten un simple acuerdo de paz (con las necesarias concesiones, claro est), en lugar de que uno de ellos tenga que reconocer expresamente su derrota. Cuestiones tales como "el honor nacional" o sea de intereses y valores similares, pueden en caso contrario prolongar un conflicto ms all de lo que a nadie convenga. Aunque parezca paradjico, a menudo es ms fcil llegar a un compromiso cuando en el curso de un conflicto las partes han medido sus respectivas fuerzas, y no antes, en que podran tener una idea errnea de la propia o de la del contrario. Alcanzado tal compromiso, se abre el camino para adoptar una decisin que solucione la cuestin en la forma menos gravosa -y con menos costes emocionales, reales o simblicos- para ambas partes. Habitualmente se considera que la cooperacin y el conflicto son mutuamente excluyentes. Sin embargo, la realidad es que se trata de conceptos complementarios, como se deduce de lo antes expuesto. La introduccin en los sistemas sociales y polticos de normas y procedimientos que estimulen la cooperacin, y la aceptacin de los conflictos como normales en tales sistemas, puede ser muy til para institucionalizar estos y canalizarlos hacia direcciones potencialmente productivas. Un ejemplo lo tenemos en la actual Zimbawue (antigua Rhodesia), en donde durante aos se produjeron sangrientos enfrentamicntos entre la minora blanca y la guerrilla negra nativa. Cuando, tras una serie de negociaciones, se alcanz en 1979 un acuerdo entre ambas fracciones para gobernar con representacin proporcional a su respectivo volumen, salvaguar283

dndose los derechos y propiedades de los antiguos colonos, el pas entr en una era de Tranquilidad y desarrollo que no hay motivo para pensar que se interrumpa. Los recientes acuerdos en Sudfrica pueden haber iniciado un camino similar. En resumidas cuentas, el verdadero problema no radica en eliminar el conflicto, sino en canalizarlo hacia formas menos destructivas y tiles de interaccin social. Para ello, es necesario ante todo descartar viejas presunciones y mitos, considerando constructivamente el conflicto como un aspecto funcional de contextos sociales especficos. Es igualmente preciso mejorar las causas que dan origen a muchas formas de conflicto y violencia. As, muchos programas de beneficencia o ayuda social han tenido por objetivo cambiar las actitudes y los estilos de vida de sus recipiendarios, pero no transformar el sistema que inicialmente dio origen a la pobreza y a la desigualdad. Pues bien, mientras no se ataquen las causas, en lugar de los efectos de aquellas, los conflictos tendern a caer en la violencia. Para ello deben crearse nuevas formas institucionales que proporcionen medios alternativos para la resolucin de los conflictos, a partir sobre todo de la eliminacin de sus orgenes. Slo en virtud de ciertos supuestos, y de la coparticipacin en determinados valores, se alcanza la cooperacin, es decir, la actuacin conjunta para perseguir objetivos y propsitos compartidos (Lowry y Rankin, 1972). Desde las pocas ms remotas los hombres aprendieron a agruparse para hacer frente a las amenazas y retos del medio ambiente natural y fsico, as como procedentes de otros grupos, especialmente reflejados en conflictos y guerras. Esta cooperacin, deliberadamente racional -y no de origen gentico, como en el caso de ciertos sectores del reino animal- ha permitido con el tiempo que el hombre haya dominado en buena parte su medio ambiente, consiguiendo el xito en su supervivencia como especie. Generalmente la cooperacin implica un reconocimiento expreso de que las metas que unos y otros persiguen son mutuamente compatibles, es decir que lo que cada cual desea puede ser compartido sin detrimento para nadie. Por tanto, el objetivo no es un bien escaso, tal que lo que unos ganen lo pierdan otros (salvo que se trate de terceros, a costa de las cuales acepten cooperar dos facciones). Por ejemplo, no pocas veces las concertaciones, o los acuerdos neocorporatistas a tres (Gobierno, patronal y sindicatos), se logran sobre la base de no considerar o postergar las demandas de ciertos grupos perjudicados -como pueden ser sectores de los contribuyentes, u otros-. Tambin puede aceptarse el cooperar en un determinado nivel para negociar o competir mejor en otro. 284

Estrechamente vinculado al concepto de cooperacin se encuentra el de consenso, que habitualmente ha tenido dos acepciones: una conciencia compartida de obligatoriedad de ciertas formas usuales de actuar (Weber), y el acuerdo especfico mediante el que un grupo decide la mejor manera de resolver un problemas o, en su caso, un conflicto. 1.a primera de estas acep ciones dio lugar -en una visin conservadora de la sociedad- a las diversas teoras del consenso a que anteriormente hemos hecho alusin. El equilibrio de poder en un sistema poltico se vincula al consenso. De su mantenimiento dependen la estabilidad de aquel y la independencia y seguridad de cada uno de los grupos que lo componen. Tal equilibrio presupone en la mayora de los sistemas que estos son legtimos y que todos los grupos tienen igual derecho a existir. A partir de ese principio, necesariamente han de solventar sus diferencias para poder coexistir. Por consiguiente, cuando negocian, tcitamente aceptan el llegar a soluciones de compromiso. Lo que se discute son los trminos de su coexistencia, no la coexistencia misma. Dichos trminos son en suma, resultado de un determinado equilibrio (Spsnier, 1967). Ahora bien, cuando se carece de un techo comn de valores, el conflicto fcilmente se hace total, puesto que lo que se cuestiona son los valores mismos y el sistema poltico que los incorpora. As ocurri, por ejemplo, hace ya algunos aos en el caso del Lbano, en donde el derrumbamiento del sistema ha dado lugar a la lucha simultnea de varias facciones, en una especie de situacin hobbesiana, cuyo final pudiera ya encontrarse a la vista. En definitiva, la cooperacin y el consenso sirven no solo para resolver o evitar conflictos, ms o menos violentos, sino tambin para manifestar y servir de plataforma a aspectos muy importantes de la vida pblica.

BIBLIOGRAFA
G.A. Almond y S. Verba: "La cultura cvica", Madrid, FOESSA, 1970. R. del guila Tejerina: "Ideologa y fascismo", Madrid, CEC, 1982. H. Arendt: "The Origins of Totalitarianism", Cleveland, Meridian Books, 1966 "Un Revolution", New York, Viking Press, 1965. E.H. Carr: "Estudios sobre la revolucin", Madrid, Alianza Edit 1968. J.S. Coleman: "Community conflict", New York, Free Press, 1965. L.A. Coser: "The Termination of Conflict" en el libro col. coord. por Ftzioni y Etzioni, "Social Change: Sources Patterns, Consequences". Basic Books New York, 1964. A. Cox: "Total Terrorism: Argentina 1969-79", en el libro col. coord. por Crenshaw, "Terrorism, Legitimacy and Power, The Consequences of Political Violence", Wesleyan Univ. Press. Middletown, Mass.. 1983. 285

M. Crenshaw: "Les rupturas rvolutionnaires", en el libro, col. coord. por Grawiz y Leca, "Trate de Science Politique", Paris, PUF, 1985, vol. 2. R. Dahrendorf: "Sociedad y libertad", Madrid, Tecnos. 1965. "El nuevo liberalismo", Madrid, Tecnos, 1982. "Oportunidades vitales. Notas para una teora social y poltica" Madrid, EspasaCalpe, 1983. J. Davies: "Toward a Theory of Revolution", American Sociological Review, Febrero 1962. J. Diez Nicols: "Conflicto social y ecosistema social", en el libro col. coord. por Del Pino, "El conflicto social". Mlaga, UNED, 1988. Y. Dror: "Terrorism as a Challenge to the Democratic Capacity to Govern", en el libro col. coord. por Crenshaw, cit. I.K. Feirabend y otros: "Social Change and Political Violence: Cross-National Paterns", en el libro, col. coord. por Finklc y Gablc, "Political Development and Social Change". New York, Wiley and Sons, 1971. J. Frcund: Sociologie du conflit", Parts, PUF, 1983. W.A. Gamson: "The Strategy of Social Protest", Homewood, 111. Dorsey Press, 1975. J.L. Horowitz: "The Rominization of Terrorism and its Unanticipated Consequences" en el libro, col. coor. por Crenshaw, cit. S.P. Huntington; "Political Order in Changing Societies". New Haven. Conn.. Yale U. Press, 1968. M. Janowltz: "The Professional Soldier", New York, Free Press, 1961. "The New Military", New York, Russel Sage Foundation. 1964. W. Kornhauser: "Revolutions", en el libro col. coord. por Liltle, "A Survey of Military Institutirms ". University o Chicago, 1969, vol. II. J.J. Linz: "Totalitarian and Authoritarian Regimes", en el libro col. coord. por Greenstein y Polsby, "Handltook of Political Science", Reading, Masa., Addson-Wesley, 1975. R.P. Lowry y R.P. Kankln: "Sociology: Social Science and Social Concern", New York, Scribner, 1972. B. Mazlish, y otros: "Revolution: A Reader". New York. MacMillan, 1971. J.M. Mitchel y W.C. Mitchell: "Political Analysis and Public Policy", Chicago, Rand MacNaJly, 1969. B. Moore: "The Social Origins of Dictatorship and Oemocracy", Boston. Beacon Press, 1965. F. Murillo: "Estudios de Sociologa Poltica", Madrid, Tecnos, 1963. J. del Pino Artacho: "El conflicto social", cit. A.C.E. Quainton: "Terrorism and Political Violence: A Permanent Challenge to Governments", en el libro col. coord. por Crenshaw, cit. T. Skocpol: ' 'States and Social Revolutions: A Comparative Analysis of France, Russia and China", Cambridge U. Press. 1979. J.W. Spanier: "World Politics in an Age of Revolution"', New York, Pracger, 1969. D. Trettak: "Political Assassinalions in China, 1600-1968". en el libro col. coord. por Kirkham y otros, "Assassination and Political Violence", New York, Bantam Books, 1970. F. Vallespin Ua: ' 'Nuevas teoras del Contrato Social: John Rawls. Roben Nozick y James Buchanan", Madrid, Alianza Ed.. 1985.

286

Jos Cazorla (Granada, 1931), obtuvo el Premio Extraordinario del Doctorado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Granada (1964), en donde es Catedrtico de Ciencia Poltica desde 1969. Ha sido Director del Departamento (1973-1988), Vicerrector de Ordenacin Acadmica (19761980), Decano de la Facultad de Derecho (1980-1982), y actualmente es Decano-coordinador de la nueva Facultad de CC. Polticas y Sociologa (1988). Tambin fue Presidente-fundador de la Federacin Espaola de Asociaciones de Sociologa (FASEE), 1980-1987. Ha recibido Premios y Ayudas de Investigacin de diversos Centros y Fundaciones (entre ellos Ford. Rockefeller, Volkswagen, Fulbright. Elas Ahuja, Europea de la Cultura, Centro de Estudios Constitucionales y Ministerio de Educacin y Ciencia). En 1988 obtuvo el Premio Nacional de Ciencia Poltica y Sociologaconvocado por el Centro de Investigaciones Sociolgicas. Profesor visitante en varias universidades norteamericanas y europeas, ha publicado individualmente o coordinado trece libros sobre temas de estructura regional y socio-poltica de Espaa, as como ms de 80 artculos, y la traduccin del ingls al castellano de seis libros bsicos de su especialidad.

También podría gustarte