Entrevista A John Katzenbach

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A primera vista, John Katzenbach parece un turista americano más de

los que se pueden ver paseando por Buenos Aires. Camisa bien
planchada y sin pretensiones de elegancia, jean azul y zapatillas claras.
Nadie que lo viera podría identificar a ese ciudadano común de
Massachusetts, casado con la ganadora del Pulitzer Madeleine Blais y
padre de dos hijos, como la mente creadora detrás del esquizofrénico
torturado de novelas como La historia del loco (2004), el asesino que
aterroriza a Miami en Al calor del verano (2005) o el oscuro
exterminador de sobrevivientes del Holocausto en La sombra (2008).
Alto y afable, Katzenbach sonríe con la satisfacción del best-seller
mundial consciente también del éxito que sus thrillers de misterio tienen
entre millones de lectores en Sudamérica. “Sé que tengo muchos lectores
porque los editores me lo dicen. Pero como escritor, hasta que no ves
algo por vos mismo, no lo considerás real”, dice en un inglés que no
disimula el entusiasmo. Durante la última feria del libro porteña,
Katzenbach visitó a sus 61 años la región por primera vez y presentó su
última novela traducida al castellano, El profesor, en la que un
catedrático ya jubilado ve desvanecer sus capacidades psíquicas
mientras lucha por resolver el secuestro de una adolescente.
Ex cronista policial de The Miami Herald y Miami New, ocupación que
abandonó en 1987 para dedicarse solo a la escritura, su gran éxito
mundial, sin embargo, fue el thriller psicológico –como él prefiere
definir el género de sus novelas– El psicoanalista (2002), en la que un
médico es acosado por un psicópata que destruye de a poco toda su vida.
Otras de sus novelas exitosas han llegado al cine interpretadas por Sean
Connery (Causa justa, 1995) y Bruce Willis (La guerra de Hart, 2002).
Pero Katzenbach no es la clase de autor a la que un repaso fugaz de los
argumentos de sus novelas logre hacer justicia. Es lo que suele pasar con
casi todos los grandes best-seller: hay algo más que tramas truculentas
empujando a millones de personas –y especialmente a quienes no son
lectores regulares– a dejarse atrapar por sus libros en medio de
situaciones tan variadas como la fila de un banco, un viaje atiborrado en
subte o la orilla del mar. Y Katzenbach es un autor consciente de esa
virtud y del misterioso poder narrativo que eso encierra dentro de un
universo donde la industria editorial, la tradición literaria e incluso la
política de los Estados Unidos juegan un rol activo.
“La verdad, no me preocupan las ventas. Si uno se preocupa como
escritor por hacer algo que complacerá la noción de alguien más sobre
cómo debería ser un best-seller; si piensa, digamos, que al cambiar esto
por aquello en el libro entonces vas a vender tres mil ejemplares más,
enloquecés. Lo que me preocupa es contar la mejor historia que pueda.
Reconozco que suena un poco arrogante, pero si te preocupa lo demás,
no vas a triunfar”, argumenta.
-¿El periodismo fue el oficio adecuado para vincularse con el horror
actual?
-Cuando me convertí en novelista, descubrí que como periodista ya
había sido educado en los fundamentos del thriller. Este género funciona
de un modo semejante al de las historias dramáticas del periodismo: se
cruzan fuerzas buenas y fuerzas malvadas que llegarán a la resolución de
una historia.
-¿Hasta qué punto los lectores del género son conscientes de estos
mecanismos?
-Es interesante porque lo que ocurre es que a todos nos excita lo
horroroso. Yo trato de tomar pequeñas historias cotidianas que
cualquiera de nosotros pueda vivir –la idea de que alguien nos persigue,
por ejemplo– y les subo el calor hasta que empiezan a hervir. Así que
cuando la gente llega al libro, dicen “Claro, entiendo cómo es esto”. Y a
partir de ahí, se crea la tensión.
-Es decir que, al momento de escribir, tenés un conocimiento preciso
de qué atrae al público.
-Sí. Aunque cuando me siento a escribir, estoy tan atrapado
emocionalmente en la historia y en la mejor forma de expresarla, que
pierdo de vista esto. Lo más importante en todos mis libros es que, ya
sea sobre un esquizofrénico o un psicoanalista cuya vida está siendo
destruida, la idea es que esos personajes y estas situaciones parezcan
reales para todos los lectores.
-¿Por qué el thriller psicológico fascina por igual a lectores de todo
el mundo?
-Creo que la fascinación con este tipo de historias proviene de la noción
de que algunos de los mejores narradores actuales están involucrados
con este tipo de escritura. Hace 30 o 40 años, un thriller se consideraba
un libro para leer y tirar, con esas tapas con una chica desnuda y un tipo
con un cuchillo. Entonces grandes escritores americanos llegaron al
género y lo transformaron. Raymond Chandler y Dashiell Hammet,
desde la novela negra, le hicieron ganar prestigio y credibilidad al
thriller. Con el tiempo, más y más escritores sofisticados llegaron a
escribir sus historias y eso creó el thriller psicológico.
Katzenbach hace una breve pausa y sus ojos emiten cierto resplandor.
“En última instancia, si lo pensás, es realmente fácil para mi describir
algo como sacar un arma y dispararle a un reportero”, se ríe. “El
verdadero desafío es describir qué está pensando el reportero cuando ve
que saco el arma, qué pienso yo al hacerlo y en qué contexto psicológico
ocurre este ataque. ¿Qué ocurre con esta persona que dispara? ¿Qué
ocurre con esta persona a la cual le han disparado? El thriller psicológico
permite identificarse más de cerca con los personajes. Esto no cambia en
Korea, ni Buenos Aires o Frankfurt. Stieg Larsson, por ejemplo, ubica
sus historias en Escandinavia. Tiene una globalidad, una universalidad,
en la que pueden identificarse muchos”.
-¿La última década, atravesada por las guerras y el terrorismo, fue
también fue propicia para el género?
-Durante la administración de George W. Bush, el miedo se convirtió en
algo con un nuevo poder en los Estados Unidos, porque se nos hizo
sentir como nación mucho más vulnerables. Por otro lado, algunos de
quienes debieron haber reasegurado a los americanos permitieron que
algunos de estos miedos crecieran... En Iowa, por ejemplo, hay toda
clase de seguridad, ¡como si Al Qaeda fuera a atacar ahí! Esto ha creado
situaciones para que el thriller psicológico interese a la gente, pues el
miedo está en el núcleo de todos mis libros y los de todos los que hacen
libros como los míos.
-Si los años de Bush te resultaron productivas como escritor, ¿eso
implica algún conflicto con tus ideas políticas?
-Sí –dice Katzenbach por primera vez en español y vuelve a sonreír–.
Los años de Bush fueron muy difíciles. ¿Esto afectó mi escritura? No lo
sé. Sé que cuando se sienten tensiones políticas y cuando el diario que
leés cada mañana está lleno de noticias que te enojan y te provocan
tirarlo lejos, eso ayuda porque significa una concentración distinta. En
mi caso, me obliga a trabajar más duro y mantenerme concentrado en
tensiones que, en parte, desde el diario se trasladarán a veces al texto.
Por lo tanto, tal vez debería agradecerle a George Bush… ¡Pero no lo
haré!
-No te gustaron las adaptaciones de tus novelas para Hollywood.
¿Eso te ha dañado como autor?
-Sí y no. Sobre la cuestión de las adaptaciones, durantes muchos años
traté de ser diplomático. Como escritor, es fácil frustrarse. En el cine es
muy habitual que digan que les encanta un libro por tal personaje. Y que
tal situación y tal escena podría llevarse maravillosamente a la pantalla,
pero cuando llegan al set de filmación, todo queda en el olvido. Están
más preocupados por Sean Connery que por John Katzenbach y me
parece legítimo que así sea… Como novelista, estás preocupado en
contar tu historia y nunca pensás en quién vas a complacer o no mientras
escribís tus libros. La única persona que quiero complacer es a mí, a mi
perro y a mi esposa.
-¿Te considerás un best-seller?
-No, me considero un escritor.
-Pero sos un best-seller.
-¡Sí, gracias a Dios!
-En ciertas adaptaciones para el cine de best-sellers como Dan
Brown, por ejemplo, es difícil percibir que haya alguna
preocupación sobre cómo el resultado afectará su trabajo. ¿Cómo te
ubica esta clase de preocupaciones entre esa escala de escritores?
-Steven Spielberg dijo que para hacer una película a partir de un libro,
necesitaba sacarle la espina dorsal e ignorar todo lo demás. Pero esa es
solo su idea. Las adaptaciones siempre se hacen según la empatía que
sienta el director hacia los personajes y la historia. Cuando esto coincide
con el novelista, es fantástico. No quiero ser crítico con Dan Brown,
realmente no pude meterme nunca en su trabajo y sus películas me
resultaron igual de incomprensibles. Pero parecen producir un montón
de dinero y entonces a nadie le preocupa. A mí me preocupa. Y es difícil
ver descartados elementos de mis libros que yo considero importantes.
-¿Y qué otros best-seller te parecen respetables según ese criterio
estético?
-Antes que nada, es difícil escribir una novela, así que cualquiera que se
las haya arreglado para lograrlo y convencer a un editor de que la
publique es respetable, así venda un millón de ejemplares o uno. El tema
es que, en mi caso, evito leer a otros autores. La razón es que hay
escritores muy buenos y a veces agarro un libro y encuentro pasajes que
me resultan tan buenos que pienso que jamás podría hacer eso… Y no
quiero lastimarme a mí mismo. Así que, por gusto propio, leo mucha
historia y periodismo, pero no a demasiados colegas.
-¿Qué te parece un fenómeno como la saga Millennium, de Stieg
Larsson?
-Leí las primeras 100 páginas de Los hombres que no amaban a las
mujeres y tuve que dejarlo. Pero me dijeron que no podía ser posible,
que tenía que leer las siguientes 100 páginas, así que lo hice. Tiene un
estilo muy interesante. ¿Por qué es tan popular en todo el mundo? Para
mí es complicado saberlo…
Katzenbach vuelve a hacer una pausa. Otra vez el resplandor en sus ojos.
“¿Querés leer un buen libro? Lee Grandes esperanzas, de Charles
Dickens. Eso sí es emocionante. Todos los libros deberían lograr que
uno no pudiera dejar de dar vuelta la página y eso es lo que espero
cumplir”, dice.
Conocer a un lector de Katzenbach significa muchas veces, al menos en
la Argentina, conocer también a un lector de Stephen King. Entre sus
respectivos fans –algo que entre los best-sellers también existe: son los
agentes culturales que muchas veces sostienen sus mitos– esa genealogía
puede resultar insólita, pero no inverosímil. “La única relación que tuve
con King es que escribí una reseña para el New York Times de Misery,
un libro que realmente me gustó. Él toca la guitarra en una banda con un
amigo mío, pero nunca lo conocí”, dice Katzenbach. De inmediato
agrega: “Me han dicho, aunque nunca lo verifiqué, que cuando King
escribió su libro sobre cómo escribir (Mientras escribo, 2000), en un
mismo párrafo dijo algo muy amable sobre mí y también algo muy feo.
Para no leer la parte mala nunca leí la buena”, confiesa entre risas.
Detrás del humor, sin embargo, hay también una larga batalla de egos
exponenciales. En su libro, el fragmento escrito por King dice: “Ignoro
si el novelista contemporáneo John Katzenbach en un solitario, pero su
novela La guerra de Hart contiene algunos diálogos memorables por su
mala calidad. Katzenbach es de esa clase de novelistas que exasperan a
los profesores de escritura. Se trata de un narrador extraordinario, pero
que se repite demasiado (defecto que tiene cura) y no tiene oído para el
lenguaje oral (éste dudo que lo tenga)”. Aunque Katzenbach dice que
nunca leyó el fragmento, también guarda algunos dardos contra su
colega. “Hay ciertos escritores que son fenómenos y Stephen King es
uno. Aunque a veces yo no puedo entender precisamente qué hay en su
escritura para que la gente la encuentre tan atractiva”.
-¿Por qué pensás que muchos lectores pasan casi naturalmente de
sus novelas a las tuyas?
-Supongo que lo que King hace y yo trato de hacer también, es darle una
integridad psicológica a los personajes y definir cómo actuarán ante
ciertas situaciones, más allá del argumento en cuestión. Espero que los
lectores que llegan a mis libros perciban algo semejante, una
autenticidad psicológica que provoque que los personajes se vuelvan
creíbles. El gran éxito de King como escritor es que, por más alocadas
que sean las tramas de sus libros, él logra expresar esa credibilidad. Eso
es lo que pretendo con El Profesor: alguien que comienza a perder por
una enfermedad su psiquis de a finos cortes, cada día, hasta que olvida
quién es, se ocupa de resolver un crimen mientras pierde sus
capacidades para hacerlo. Lo más importante a la hora de narrar esa
historia es lograr que el lector acepte ese dilema y pueda seguir a ese
personaje.
-Considerando la vieja oposición entre triunfo comercial y crítica,
¿te preocupa tu prestigio como escritor?
-Hace mucho tiempo, al recibir las reseñas de mis primeros libros, me di
cuenta de que si yo consideraba en serio a quienes decían que los míos
eran los mejores libros desde la Biblia, también tendría que hacerlo con
quienes decían que haber escrito mis libros era un crimen. Ahora le
presto poca atención a la posible ubicación de mi estándar literario. Sí
espero que la gente disfrute mi trabajo, y eso incluye tanto a los críticos
como a los lectores del subte.

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