La Religiosidad Popular
La Religiosidad Popular
La Religiosidad Popular
Decir que en América, Dios llegó antes que el misionero, ya es un lugar común.
Y no es nada diferente a lo que ya el mártir san Justino llamaba «semillas del
Verbo», para hablar de los muchos elementos en común que veía entre los
filósofos griegos y las Escrituras. Hasta el punto de que más de uno fue
comparado con los profetas bíblicos. Esto no es, por otra parte, diferente de lo
que han llamado los «trascendentales del ser», donde se afirma que en la
verdad, la unidad, la belleza, «el ser» aparece de alguna manera.
No podía ser, sino obvio, que tanta verdad, belleza, tanto espíritu se fuera
haciendo «uno» con el Evangelio, las más de las veces, más allá y lejos del
control que «la Iglesia» podía tener sobre la «religión». Mientras la Iglesia
romana proponía e imponía modelos europeos de vivir la fe, los «pobres de la
tierra» fueron encontrando resquicios y rendijas para encontrarse con Dios y
vivir su fe en su propia lengua, con su propia cultura. Fue, así, dándose una
síntesis profunda que ha marcado la cultura desde la raíz, y ha seguido
floreciendo con los siglos. Es verdad que des- de sectores «ilustrados» y
«europeos» han mirado con desprecio etnocéntrico todo esto: «no se puede
com- parar la filosofía griega con los mitos mayas o incas»,
o «eso es sincretismo»... sin que nos quede claro por qué un obelisco egipcio
con una pequeña cruz en el vértice en la plaza San Pedro es «evangelización
de las culturas» y la «teología india» es sincrética.
Es cierto que existen también formas de religiosidad que si bien tienen una
recepción creciente, parecen desconectadas del seguimiento de Jesús o la
construcción de un mundo más justo. Jon Sobrino, en este sentido puntualiza
que «predomina una religiosidad que podemos llamar de “lo que hace feliz”:
sanaciones en provecho propio, deseo comprensible, pero peligroso si lleva a
ignorar la exigencia del seguimiento; alabanzas innumerables, a veces bien
elegidas, otras más en línea intimista; peregrinaciones, a veces a lugares
lejanos, mezcla de devoción y turismo. No quiero exagerar, pero siento que la
religiosidad popular de antaño era más recia. Y ciertamente para ser Iglesia de
Jesús había que pagar un alto precio: tensiones y discusiones internas,
siempre dolorosas; conflictos externos con poderosos y opresores; insultos y
persecuciones. Ahora no». (Carta a Ignacio Ellacuría 2008). En Argentina esa
religiosidad conectada con el Reino de Dios es la que reconocemos unida
muchas veces a la solidaridad con el vecino en la oración, las novenas y el
compartir de lo poco, el reclamo de pan y trabajo en los santuarios de San
Cayetano, las manifestaciones, reclamos populares y cortes de ruta con las
imágenes de la Virgen encabezando las protestas sociales...
Una cosa que nos parece importante tener muy claro es que muy distinto es
hablar de la «religiosidad popular» que de la «pastoral popular».
Es verdad que estamos en una era de cambio que es difícil todavía mensurar.
Sin dudas los cambios que se van viendo no son como los de años, o siglos
pasados. ¿Cómo reaccionará la religiosidad popular frente a esto? ¿Qué
imagen de Dios irá descubriendo y revelando en su fe? Es difícil afirmarlo en
este momento. Hay algunos elementos que pueden verse negativamente:
parece haber disminuido el número de bautismos, el fenómeno de la increencia
o agnosticismo -antes limitado sólo a los ambientes «intelectuales»-, comienza
a verse en los ambientes populares (sólo parece ausente de los documentos
eclesiásticos; por ejemplo, es un tema ignorado en Aparecida); pero por otra
parte, las manifestaciones religiosas populares siguen en aumento: la
peregrinación a pie a Luján -por ejemplo- tuvo el pasado año record histórico
de participantes (más de 1.300.000 según los cálculos de la policía, caminaron
los 70 kms que separan la ciudad de Buenos Aires del Santuario). Ante la
novedad que se va gestando, queda confiar en la síntesis que el pueblo irá
produciendo, guiado por el Espíritu, y su propia capacidad de depuración, y
seguir creyendo que Dios hablará antes que los misioneros.