Movimiento Obrero
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Mi querida Abuela,
¿Se acuerda de que le conté que mi padre estaba preocupado por los problemas en las
oficinas, que había repetidas huelgas en Iquique y en la pampa y por eso no podíamos salir?
Como un lejano zumbido, los hombres bajaban de la pampa. Había muchos: hombres,
mujeres y niños, abuelas y abuelos. También traían sus perros que corrían por entremedio de
sus piernas, como sabiendo que participaban en un importante acontecimiento. Las mujeres
venían con canastos, ollas y cucharas, los bebés contra el pecho, y los hombres con sus hijos
más pequeños sobre los hombros.
Hacía mucho calor esos días. La camanchaca no trajo su alivio habitual. El calor reposaba
sobre la ciudad como una manta pesada. Pasaban los días y a pesar de la cantidad de gente,
había un aire de esperanza. Según Juan, los pampinos dijeron que iban a esperar hasta que
sus peticiones fueran aceptadas. Querían cambiar muchas cosas, Abuela, como por ejemplo,
eliminar las fichas, tener escuelas en la tarde y mejor atención médica. Pero les fue mal.
Llegaron las tropas, las autoridades se asustaron, hubo peleas seguidas de gritos y disparos.
Abuela, finalmente los pampinos no volvieron a la pampa. Los mataron con sus escopetas y
los gritos que aplastaron la ciudad fueron reemplazados por un llanto profundo y
desesperado como los de un perro enjaulado. Tantos muertos, sólo por querer vivir mejor.
Todavía el aire huele a pólvora y a miedo. No se preocupe por nosotros, estamos bien. Mi
padre quiere que nos vayamos a Tiviliche unos días a descansar y ahí pasaremos el Año
Nuevo.
Adiós, querida Abuela. Escríbame luego.
Su nieta Isabelle.
Georgina Gubbins: Cartas del Desierto