Bananos
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Edicin 573 Ao 23
BANANOS
En todo esto iba pensando
cuando el tren que me conduca
al sitio de trabajo corra sobre
una lnea zigzagueante y peligrosa. Un buen nmero de
obreros era transportado aquel
da. Los carros carecan de
asientos. Nos sentbamos a
plan, sobre montones de hojas
secas de chagite. En distintas
ocasiones, en el transcurso de
estos viajes ms de una terciopelo sala huyendo de entre
aquella hojarasca, con la natural
alarma de mujeres y hombres.
Aquella vez como de costumbre viajaban algunas mujeres. Como los hombres, iban a
buscar trabajo. Algunas eran
bonitas y jvenes; otras no viejas, pero s marchitas por las
prolongadas necesidades. Entre ellas viajaban varias nicaragenses. A veces alternaban en
la conversacin de los varones.
-A mal sitio van ustedes.
Son casadas?
-No.
-Pues tienen que buscar
marido para que tengan siquiera donde dormir. La Compaa
no admite mujeres sin hombre.
-Santo Dios, y ahora cmo
hago!
-Y yo?
-Yo tampoco hallo cmo
hacer...
De pronto salt una voz, un
tanto cascada por los aos;
(ms tarde supe que se llamaba
Castro):
-Yo me hago cargo de una...
Las mujeres se volvieron a
ver y se hicieron inteligencias.
Y cuando iban a decir algo, uno
de los viajantes interpuso su
voz:
-Y a ust pa qu lo quieren,
viejito...
-Pueda que sirva ms que
vos: yo estoy bien alimentao.
-Pero si una de esas mujeres
lo agarra lo hace pedir cacao,
to.
Todos soltamos la risa. El
viejo se puso lvido de ira. En
ese momento llegbamos al fi-