Bananos

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MONIMBO Nueva Nicaragua

En las prximas ediciones, publicaremos BANANOS de Emilio


Quintana. Novela que refleja la
realidad vivida por los trabajadores nicaragenses en Costa
Rica en el Imperio del Banano,
nada diferente, a lo que hoy vive
nuestra gente en ese pas.
Bananos I

Si algo aborrec en mi vida


fue el empleo; y ms que todos
los empleos, los del ferrocarril.
Creo que adems de la propaganda que se le haca a la zona
bananera, en cuanto a la posibilidad de devengar un buen salario, el inters de evadirme de
ese ambiente de dcil sometimiento a los jefes, fue lo que
me impuls a marcharme del
pas hacia los rudos trabajos de
la jungla.
Un da desde el vapor
Victoria, donde desempeaba un cargo de quinto orden,
salt al muelle de San Jorge para no regresar ms al barco. As
fue como, despus de evitar el
encuentro con toda autoridad,
caminando de noche por caminos desconocidos, logr ganar
la costa del Pacfico costarricense. Cuando puse los pies en
aquellas regiones respir a pulmn lleno. Estaba en otro ambiente. Ya en Nicaragua el
radicalismo callejero le haba
dado curso libre al rumor:
-Yo era un empleado. Haba
dejado de ser un hombre de humanas aspiraciones, en lo colectivo, claudicando de toda mi
conciencia. Tal era la consigna.
Yo despreciaba y sigo despreciando todo radicalismo de
consignas enanas. Porque de
ese radicalismo de chismes y de
sacristanes, han brotado siempre los mercachifles y los parlanchines de los movimientos
entre nosotros. Estos son los que
condenan toda actitud en los dems, mientras las combinaciones
que ellos llevan a efecto son todas
honorables, porque necesitan
vivir para la causa aunque los
otros se aprieten un poco ms el
cinturn todos los das.

Edicin 573 Ao 23

BANANOS
En todo esto iba pensando
cuando el tren que me conduca
al sitio de trabajo corra sobre
una lnea zigzagueante y peligrosa. Un buen nmero de
obreros era transportado aquel
da. Los carros carecan de
asientos. Nos sentbamos a
plan, sobre montones de hojas
secas de chagite. En distintas
ocasiones, en el transcurso de
estos viajes ms de una terciopelo sala huyendo de entre
aquella hojarasca, con la natural
alarma de mujeres y hombres.
Aquella vez como de costumbre viajaban algunas mujeres. Como los hombres, iban a
buscar trabajo. Algunas eran
bonitas y jvenes; otras no viejas, pero s marchitas por las
prolongadas necesidades. Entre ellas viajaban varias nicaragenses. A veces alternaban en
la conversacin de los varones.
-A mal sitio van ustedes.
Son casadas?
-No.
-Pues tienen que buscar
marido para que tengan siquiera donde dormir. La Compaa
no admite mujeres sin hombre.
-Santo Dios, y ahora cmo
hago!
-Y yo?
-Yo tampoco hallo cmo
hacer...
De pronto salt una voz, un
tanto cascada por los aos;
(ms tarde supe que se llamaba
Castro):
-Yo me hago cargo de una...
Las mujeres se volvieron a
ver y se hicieron inteligencias.
Y cuando iban a decir algo, uno
de los viajantes interpuso su
voz:
-Y a ust pa qu lo quieren,
viejito...
-Pueda que sirva ms que
vos: yo estoy bien alimentao.
-Pero si una de esas mujeres
lo agarra lo hace pedir cacao,
to.
Todos soltamos la risa. El
viejo se puso lvido de ira. En
ese momento llegbamos al fi-

nal del viaje. Los hombres bajamos los primeros.


Las mujeres, como un rebao asustadizo, no queran dejarse ver de los jefes. Capella,
el capataz, las hizo bajar y nos
hizo bajar y nos puso en fila a
todos.
-Usted en qu trabaja?
-Soy carpintero.
-Usted?
-Pintor.
Despus de preguntar a todos su oficio y procedencia, se
dirigi a las mujeres. Pas revista por ellas; y al fin:
-Con quin viene esta mujer?, -pregunt- sealando a una
de las ms bonitas.
Viendo que todos guardaban
silencio, yo me adelant diciendo:
-Conmigo.
-Pues usted no tendr trabajo, joven, porque no hay casas
ni trabajo para mujeres.
-Ella se quedar por aqu para mientras encuentra en qu
trabajar.

-Imposible, joven. Por all


hay unos ranchos; si logran
acomodarse en ellos... no son
de la Compaa... yo a usted le
doy trabajo, para ella no hay.
En los ranchos nos acomodamos. Haba plagas de purrujas, pulgas y zancudos. Colgamos un mosquitero que la mujer
llevaba. Por la noche, viendo
que yo buscaba dnde acostarme, me invit:
-No se quede afuera porque
se lo comen los zancudos.
Mtase debajo del mosquitero.
Aquella misma noche me
cont su historia. La historia de
todas las mujeres desventuradas. Vena huyendo de la ciudad. Burlada por un hombre,
engaada por otro y otro, haba
terminado por adquirir una mala enfermedad y ya era buscada por las autoridades de profilaxia. Cuando termin de hablar me volte la espalda.
As pasamos nuestra primera noche de matrimonio.
CONTINUARA...

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