Lopez Aranguren Jose Luis - Etica (OCR y Opt)
Lopez Aranguren Jose Luis - Etica (OCR y Opt)
Lopez Aranguren Jose Luis - Etica (OCR y Opt)
ALIANZA UNIVERSIDAD
TEXTOS
INDICE
PRIMERA PARTE
Z.
Prinlcd in <;>ain
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31
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43
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58
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SEGUl'lDA PARTE
EL OBJETO DE LA l!TICA
,-i., El
L........luJ
3.
4.
5.
6.
(l!!J
[!)
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Indice
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219
224
228
Notas ..... .... .. . .. . .... .......... . ......... ... .... .. ... ... .... ..
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!ndice onomstico . . . .. . . . . . . .. . . . .. . . . . . . . . . . .. . . . .. . .. . .. . . .. .. . .. ..
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PROLOGO
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261
266
274
279
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Etica
est.oy calificado para juzgar y admirar), como muestra de que los cursos
de Xavier Zubiri durante estos ltimos aos, aun inditos (y nadie desea
ms que yo su publicacin), han dado fruto, puesto que ambos libros
dependen mucho ms estrechamente de la obra no impresa de nuestro gran
filsofo que de la ya recogida en libro.
Es el presente un libro de tica filosfica (y, para ser ms precisos, de
lo que antes se llamaba tica general; qudese el apasionante tema de
la tica social y poltica para otra ocasin). Subrayo las dos palabras: tica
porque no constituye una fuga a la metafsica, una evasin de los genuinos problemas ticos; filosfica porque rechaza con energa la disolucin
de la filosofa moral en teologa moral o moral cristiana. En cuanto a lo
primero, reconozco que la filosofa es unitaria y que en su parcelacin en
diferentes disciplinas tiene mucho de convencional. Pero estaremos obligados todos a empezar desde el principio, a proceder a la manera de nuestros historiadores del siglo pasado, quienes, igual los encumbrados, como
Menndez Pelayo, que los modestos, se crean obligados siempre a remontarse, cuando menos, a la Espaa prerromana o, lisa y llanamente, hasta
los primeros pobladores de nuestra Pennsula? Creo que cada cual tiene
derecho -cuando no deber- a acotar el rea de su investigacin. Yo la
he acotado no slo hacia atrs, mas tambin hacia adelante, hacia la abertura de la tica a la religin. Es verdad que cabra repetir otra vez el
objeto de esta investigacin, ahor.a desde la nueva formalidad o luz
religiosa revelada. S, pero eso sera ya moral cristiana y no tica filosfica.
Reconozco que para el cristiano autntico, que vive la realidad moral
plenaria, la moral natural resulta una abstraccin. Pero el profesor de
filosofa lo es, constitutivamente, in partibus infidelium, lo es movindose
precisamente en esa realidad natural. Por tanto, no puede partir de la
religin, aunque s puede -y eso es lo que yo he hecho aqu- llegar
a ella, mostrar su acceso a ella.
Con lo que acabo de decir se enlaza la ltima observacin que, sobre
el contenido de la obra, quiero hacer. Este libro, por ser filosfico, es de
moral pensada. Sin embargo, he procurado mantenerlo siempre muy abierto a la moral vivida, religiosa o secularizada, minoritaria o social, personal
o usual. Creo que este empirismo, sobre todo si se conjuga con el
principal de una fundamentacin antropolgica y psicolgica positiva, es
de una importancia capital.
Es verdad que los libros habent sua fata, estn dotados de vida propia;
pero tambin lo es que ocupan un lugar en la biografa de quien los ha
escrito. Aunque, lo repito, ste es un libro de filosofa y nada ms que de
filosofa, a su manera contina la lnea de otros libros anteriores, porque
no puedo evitar que sea del mismo autor. De un autor que, por catlico,
quiere rendir en todas sus obras un testimonio religioso eficaz, sin caer en
apologticas a troche y moche. De un autor que, pese a su modesta vala,
se ha propuesta mostrar con hechos que se puede -y se debe- conocer
el pensamiento moderno y apreciarlo en lo mucho que tiene de positivo;
Prlogo
11
que se puede - y se debe- poseer una sensibilidad filosfica (y no filosfica) actual; que se puede -y se debe- pensar que la filosofa es una
tarea constitutivamente inacabada; que se puede y se debe ser todo esto
y, a la vez, ser catlico. Directa o indirectamente -en adelante ms bien
indirectamente, pues, por razones obvias, estoy poco animado a escribir,
por modo temtico, sobre cuestiones religiosas- todas mis obras son, y si
Dios quiere seguirn siendo, accin catlica.
Primera parte
Captulo 1
EL PUNTO DE PARTIDA
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Etica
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el mtodo circular de anticipacin y repeticin (al que, dentro del utillaje escolstico, pertenecen los conceptos de los presupuestos y los
praecognita). La estructura metdica de las ciencias filosficas es siempre
circular: las consideraciones principales -en nuestro caso, muy especialmente, como veremos, la antropolgica, la prefilosfica y la etimolgicaanticipan la consideracin temtica; y sta, a su vez, repite --en el sentido heideggeriano-, esto es, asume y asimila, y tambin desde el nuevo
nivel alcanzado revisa, ampla y confirma cuanto haba aparecido ya en
aqullas.
Antes de proseguir nuestra investigacin iniciando el estudio, por
separado, de cada uno de los mencionados principios o arkhai de la tica,
debemos explicar, por va de justificacin, por qu renunciamos a tratar
a fondo, por ahora, la cuestin del mtodo. Pues no parece obligado
empezar con ella toda investigacin? En efecto, si abrimos cualquier
libro usual de tica, en seguida nos encontramos con las consabidas especulaciones metodolgicas, a saber: si la tica es ciencia especulativa o
prctica (a lo que, como para no equivocarse, se suele contestar que
es especulativamente prctica); si su mtodo de proceder ha de ser
el anlisis o la sntesis (a lo que por la misma razn anterior se ha llegado a contestar, por increble que parezca, que la snlisis y la antesis ); si la induccin o la deduccin (a lo que, naturalmente, se responde
que el mtodo inductivo-deductivo), etc. De esta suerte ha llegado a constituirse una metodologa separada que no es, en realidad, sino una nachhinkende Logik 5, una especulacin que, caminando renqueante detrs
de la ciencia concreta y real, pretende hacer creer que va delante, simplemente porque ha convertido en abstraccin el proceso metdico real.
Evidentemente, a la base de tales construcciones hay un concepto
equivocado de lo que es el mtodo: mtodo, como nos dice la significacin etimolgica de este vocablo, es el hacerse, el irse haciendo de la
cosa misma, de la ciencia misma. Mtodo es el Camino de la ciencia,
que no est trazado de antemano (quin iba a haberlo trazado?), sino que
se hace al andar hacia adelante, al investigar. Por eso, slo a posteriori,
volviendo la vista atrs, reflexionando sobre el mtodo o camino recorrido, puede considerarse, en s mismo, la cuesti6n del mtodo. Al ser
imposible separar la reflexin sobre el mtodo de la investigacin concreta, ms bien que de metodologa, debe hablarse de metodizacin; es
decir, de encaminamiento de la investigacin.
Sin duda, ahora se comprende bien por qu, renunciando a una
exposicin prematura, iremos tratando del mtodo a lo largo del camino; haremos, de trecho en trecho, un alto en el camino para ver
ste, mirando hacia atrs. Y, sobre todo, trataremos del mtodo al final,
cuando el camino est ya recorrido y trazado, completamente a la
vista. La investigacin sobre el mtodo ser as la ms genuina y completa repeticin. Slo tras la repeticin se ver claro el camino, incluso
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Eiica
Captulo 2
EL PRINCIPIO ETIMOLOGICO
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Etica
mente a la tica. Segn ella, significa modo de ser o carcter. Xavier Zubiri ha precisado esta significacin con las siguientes pafabras:
El vocablo thos tiene un sentido infinitamente ms amplio que el que
damos hoy a la palabra 'tica'. Lo tico comprende, ante todo, las disposiciones del hombre en la vida, su carcter, sus costumbres y, naturalmente, tambin lo moral. En realidad se podra traducir por 'modo o
forma de vida' en el sentido hondo de la palabra, a diferencia de la
simple 'manera' 5
Retengamos esta palabra, carcter. Carcter, pero no en el sentido
biolgico de temperamento dado con las estructuras psicolgicas, sino
en el modo de ser o forma de vida que se va adquiriendo, apropiando,
incorporando, a lo largo de la existencia. Cmo acontece esta apropiacin? Es la etimologa quien nos lo dice, segn hace notar Aristteles:
1 lf -i,6~x1 e~ E6ooc; 1tEptt\IE'tClt 6E\I xat 'tOOvoa EoXlJXE 1:uxpv 'lrapEXXkt\10\1 dx
'too ~6ooc; 9 9 La etimologa nos gua: thos deriva de thos, lo cual quiere decir que el carcter se logra mediante el hbito, que el ethos no es,
como el pthos, dado por naturaleza, sino adquirido por hbito (virtud
o vicio). Pero no por eso tiene menos realidad, y de ah la enrgica y
usual expresin segunda naturaleza. f6oc; equivale as, en vocabulario
no tcnicamente filosfico, al vocablo tcnico E1c;. Acabamos de decir
que el thos se adquiere mediante hbito, pero a su vez los hbitos nacen
\W\I OfJ.Ol(l)V vepEtW\I at EEu; ivovtat 10
por repeticin de actos iguales,
Mas, recprocamente, los hbitos constituyen el principio intrnseco de los
actos 11 Parece haber, pues, un crculo thos-hbitos-actos. As se comprende cmo es preciso resumir las dos variantes de la acepcin usual
de thos, la que ve en este principio de los actos, y la que lo concibe
como su resultado . Ethos es carcter, xapaY.tjp, acuado, impreso en el
alma por hbito. Pero de otra parte, el thos es tambin, a travs del
hbito, fuente, u 11 de los actos. Esta tensin, sin contradiccin entre
el thos como kharaktr y el thos como peg, definira el mbito conceptual de la idea central de la tica. En efecto, de cuanto llevamos dicho
en este pargrafo parece resltar que los tres conceptos ticos fundamentales son el de thos, el de thos o hxis y el de enrgeia. Segn la etimologa, el fundamental, aquel del que deriva el nombre mismo de tica, debe ser el primero. Y, sin embargo, la tica clsica y moderna se ha
ocupado constantemente de los actos morales y de los hbitos (virtudes
y vicios), pero ha preterido el thos. Por qu? Tal vez la etimologa
latina ayude a explicar este extrao fenmeno. Pero antes de pasar a ella
debemos esclarecer las nuevas dimensiones ticas que aporta la palabra
hxis.
ta palabra hxis no es, ni mucho menos, sinnima de thos. En primer lugar, porque antes de su sentido tico posee otro natural 12, segn
el cual significa modo de ser y, refirindose al cuerpo, constitucin.
Modo de ser que uno posee (hxis significa tambin posesin). Lo que
nosotros hemos llamado talante, es decir, el modo de vivir anmica-
ex
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Eticu
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Captulo 3
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EL PRINCIPIO PREFILOSOFICO
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Eticn
Los principios de
I~
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Captulo 4
EL PRINCIPIO GENETICO-HISTORICO
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Etica
debe hacer y evitar y abraza los fines de las otras ciencias por ser el suyo
el ci116p1ttYOv ao.Ov. Y el bien poltico es e] ms alto de los bienes humanos, pues aunque en realidad sean uno mismo el bien del individuo
y el bien de la ciudad, parece mejor (xlltov) y ms perfecto (Oztupov)
-ms divino- procurar y salvaguardar el de esta que el de aquel 7 Y Santo Toms, comentando este texto 8, dice que en Aristteles oste11dit quod
potitica sit principalissima. En fin, para Aristteles la justicia depende
de la Ley, de tal modo que, cuando sta ha sido rectamente dictada, la
justicia legal no es una parte de la virtud, una virtud, sino la virtud entera.
Por ser ste un libro de tica general y no de Lica social no habremos
de tratar en l la doctrina del bien comn que, evidentemente, tiene su
origen en estos textos aristotlicos y otros afines. En general, las exposiciones escolsticas de la doctrina del bien comn adolecen de dos defectos
fundamentales. En primer lugar se estudia el bonum commune tomista
sin tomarse la molestia de esclarecer sus supuestos aristotlicos, muchos
de ellos ni siquiera claros para el propio Santo Toms, por falta de sentido histrico. Los textos aristotlicos encierran graves problemas. Por
ejemplo, cul es el alcance de las expresiones bien humano y av6pw11:tva
pt'Ao~o11la, empleada esta ltima al final de la tica nicomaquea, con refe
rencia a la poltica? Se refiere a lo divino ea el hombre (vou~) y a la
v,ida conforme a l (vida teortica, inmorralizacin) o solamente al av6p1ttvo~
~t0~? No se puede responder negativamente demasiado de prisa porque
hemos visto que Aristteles llama divino e incluso ms divino al bien
de la plis. En segundo lugar, la doctrina del bien comn suele estudiarse
en abstracto, sin atencin al kairs, a la oportunidad del tiempo histrico.
En las pocas de integracin -o de esperanza en la reintegracin, como
la de Aristteles-- del individuo en el Estado -as, por ejemplo, en la
plenitud medieval del siglo de Santo Toms- se establece la supremaca
relativa del bien comn. Cuando Aristteles afirma la subordinacin de la
tica a la <<Poltica, lo que probablemente quiere afirmar es la sustentacin del bien particular en el bien comn. El intento aristotlico es el postrer esfuerzo para salvar la forma de convivencia de la plis, con su armo
na del bien privado y el bien pblico. Pero en las pocas, como la posaristotlica y la actual, de Estados enormes y omnipotentes, el inters tico se
desplaza hacia la persona y se centra en la defensa de la libertad interior
(epicuresmo y estoicismo) o en la afirmacin del personalismo frente al
totalitarismo. Esra funcin esencial de la dialctica histrica, con su juego
de correccin y compensacin, es la que no suele ser tenida bastante en
cuenta por los mantenedores de tesis abstractas, ajenas a la realidad de
cada situacin poltico-social. La idea aristotlica del kair6s es capital para
~ntender rectamente aquellas actividades en las que la categora del tiempo
Juega un papel decisivo. La doctrina aristotlica -y por tanto tambin ,
p~r lo menos en su origen y aunque Santo Toms no lo supiese, la to011sta- es una doctrina antittica ms que !tica, como, por lo dems,
tambin la doctrina opuesta del personalismo. Quien, sin plantearse toda
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Etica
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Erica
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decir, el bien moral separado del bien communi ter sumptum o W' oh!)
es lo absolutamente esencial y su lema podra ser fiat imtitia, pcrC!at
mtmdus. El rigorismo del pensamiento moralista procede de su carcter
abstracto; el Terror - escribe Hegel en otro lugar- es Kimt puesto en
marcha, y la Revolucin del 9 3 es Terror porque es abstracta. Lo que
Hegel llama la tentacin de la conciencia es sublime en el orden individual, pern no hace la historia, pues carece de efectividad. Por eso el mo~e n to de la moralidad es superado en la sntesis de Ja eticidad. Hegel
piensa, contra Kant, q ue el deber no puede estar en lucha permanente con
el ser, puesto que el bien se realiza en el mundo y por eso la virtud -que
no es sino realizacin del deber, encarnacin del deber en la realidadtiene un papel importante en su sistema. Paralelamente cree que el fiat
i~1stitia no exige como consecuencia el pereat mundus 2J, antes al contrano, porque lo Gute es, en la realidad, inseparable de lo W ohl (reintegracin, de acuerdo con el pensamiento tradicional, del bonum morale
en el bonum communiter sumptum ). Y en fin, Hegel sostiene -no por
casualidad su sistema es contemporneo del utilitarismo inolsque la
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autntica eticidad es eficaz y, por tanto, debe triunfar. (He aqu por qu
el hegeliano Croce pudo incorporar con facilidad a su sistema importantes
elementos pragmatistas.) Hoy los existencialistas piensan que el engageme'!t total exige optar entre la pureza de un deber abstracto y las manos
sucias . Hegel, como hemos visto, no tena la menor inclinacin por el
deber abstracto, pero su optimismo haca conciliables la justicia y la salvacin del mundo.
La eticidad se realiza a su vez en tres momentos: famil ia sociedad
(civil society de los .economistas ingleses) con su S ystem der B~drfnisse
y Estado. Este, que es el que nos importa aqu, es concebido como el mo1i:ento supremo de la eticidad, como el ms alto grado tico de la humanidad. El Estado aparece as como la vida moral en su concrecin final.
Con esta eticizacin del Estado, Hegel empalma, pues, con Platn, frente
a Kant. De la tica individualista hemos pasado otra vez a su extremo
opuesto, la tica socialista. Cabe hablar, en Hegel, de una divinizacin
d~l Estado? S y no. El Estado es una forma terrena y slo terrena de la
vida, pero representa el pa~o de Dios por la tierra, lo lrdisch-Gottlichen 21
Nuestro tiempo ha replanteado este tema de la tensin entre la tica
personal y la tica transpersonal. Aparte las posiciones unilaterales de
perso?alistas y partidarios de la primaca del bien comn, tal vez Jaspers
Y Heidegger son los pensadores que lo han tratado ms temticamente.
En Jasper~,. como en Hegel, la teora del Estado se sita por encima del
deber 111dividual y del reno econmico-social. La existencia del Estado
corresponde a la realidad esencialmente dramtica de la existencia y a la
r~ali?ad del destino comn. El individuo participa en la cultura y en la
~1g_111dad ,1m1;nana ~ travs del Estado. Y , sin embargo, el Estado no es en
ultimo tcrmi~o mas que la forma privilegiada de la objetividad social.
El hombre tiene que trascender toda fiiacim>, toda objetivacin, in-
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Etica
Captulo 5
ETICA Y SOCIOLOGI A
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E:.nc:u
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Etica
Captulo 6
EL PRINCIPIO PSICOLOGICO
O ANTROPOLOGICO
:m
4.3
Etica
Lo~ principio~
de la tica
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Etica
Captulo 7
48
faica
c~iderar la realidad antes de ejecQtar_ un acto; p~est.o .s~nifica moverse en 1a irrealidad. En el animal el ajustamiento se produce de r~.?llsLa.d
a ~alilid --=<le estmulo a respue~ta- directamencc (teora de la contiguity
mstnenoscorregf'da). ~ l hombre, indirectamente, a travs de la
posibilidad y de la libertad, que no reposa sobre s misma, como p!ensan
Heidegger y Sartre s, stno sobre la estructura inconclusa de las t~n
cias o referencias que abren as, exigitivamente, el mbito de las preferencias. He aqo la segunda dimensin de esta situacin de libertad:
libertad no sloe tener que responder unvocamente, sino tambin libertad para pre-ferir en vista de algo, <;__onvjrtiendo as los estmulos en instancias y recursos, es decir, en posibilidades. En una palabra, al a_nimal
l~~~dP ..el ajustaneDto. El hombre tiene que hacer ese aust;;;,iento,
tiene que iustum /acere, es deru, tiee <fue ;ustificar sus actos.
---La justificacin es, pues, la estructura interna del acto 'humano. Por
eso, envz de decir que las acciones humanas tienen justificacin debe
decirse que t ienen que tenerla; que necesitan tenerla parn ser verdaderamente humanas; que han de ser realizadas por algo, coQ_Yjstas..a..!!go.
Y esto lo mismo en sentido positivo -como buenas- que en sentido
negativo -como malas. Pero que sean justificadas no quiere decir que
lo sean totalmente -ya dijimos antes que el hombre comparte, hasta
cierto punto, la condicin del animal- , porque los resortes que para la
ejecucin de los actos se ponen en juego penden de las estructuras, y
slo dentro de los lmites biolgicos dados ha de hacerse el trazado del
ajustamiento, la justificacin.
Pero en qu consiste, ms estrictamente, esta justificacin? Hasta
ahora hemos visto que existe la justificacin, que tiene que existir y que
se encuentra en la lnea de las posibilidades. Empleemos ahora un rodeo
verbal. Se dice pedir cu en tas de un acto (a otro o a s mismo). Qu
es dar cuenta de un acto? Dar razn, pero no meramente explicativa; dar
razn de la posibilidad que he puesto en juego. La realidad no es,
dentro de cada situacin, ms que una. Por el contrario, las posibilidades,
como irreales que son, son muchas, y entre ellas hay que pre-ferir. Por
tanto, tambin entre las mismas posibilidades hay, a su vez, un ajustamiento propio, una pre-ferencia. Consiguientemente, el problema de la
justificacin no consiste nicamente en dar cuenta de la posibilidad que
ha entrado en juego, sino tambin de la pre-ferencia.
Pero hay ms. Hasta ahora hemos considerado las posibilidades como
si estuviesen rodas indiferentemente delante del hombre. Si as fuese, la
justificacin pendera, sin ms, de la libertad. El porque quiero sera
la ltima instancia y la nica. No habra previamente lo preferible.
Las cosas no ocurren de ese modo. El mbito de lo posible se abre
por las tendencias (que en s mismas no tienen justificacin) en tanto
que inconclusas. La pre-/ ere11cia pende, pues, de las /erencias o tendencias
previas. Las ferencias hacen, inexorablemente, preferir.
criiestruct~ra.
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E ti ca
de sentido, referidas al hombre, las expresiones inmoralidad o amoralidad: el hombre es constitutivamente moral~.
Sin embargo, la disposicin para hacer este ajustamiento de la moral como estructura puede ser, segn el estado psicosomtico en que el
sujeto se encuentre, -segn su tono vital o temple (determinado por la
salud o enfermedad, por buena forma o por fatiga) mayor o menor,
suficiente o deficiente. Es entonces cuando se habla de moral elevada
o bien de encontrarse bajo de moral, desmoralizado, expresiones
que, como se recordar, aparecieron ya en el anlisis prefilosfico. Ahora
se ve que estas expresiones tienen que ver (claro que tienen que ver!) con
la moral, pero precisamente en el plano de la moral como estructura.
5. De las dos dimensiones de la moral, la moral como contenido
se monta necesariamente sobre la moral como estructura y no puede darse
sin ella. Precisamente porque ~ h51mbte...no le es dad~r naturaleza
el_ili!.struiento a la realidad, S'l<? que tiene que hacerlo por s__inismo,
Cobra sentido demandarle que lo haga, no arbitraria o subjetivamfe,
sino conforme a determinadas normas, conforme a determinados sistemas
de preferencias.
Expuesta ya nuestra manera de entender la arculacin de la Antropologa y la tica, es decir, lo que los escolsticos llaman subalternacim> de la tica a la Psicologa, debemos hacer una rpida referencia a
otras concepciones ticas que llegan a resultados ms o menos prximos.
La distincin entre la moral como e.structura y la moral como contenido es en cierto modo homloga a la distincin escolstica, en la que insisten mucho los grandes jesuitas espaoles, entre el ser moral en comn
y su especificacin en bueno y malo. Hay una mora/itas in genere, una
razn moral en comn, un genus mors -en cont raste con el genus naturae- del que el hombre no puede evadirse por inmoral que sea. Tambin
para estos pensadores d ser hnmanQ... es siempre, quiera o noi !llQUll,
p~o que es racional y libre. ~o.lo los animales.. o
homb.r.eS-.completams.n.te iiliotas pueden ser in-morales (mejor a-morales). El modo inhonestum de ser es ya un modo moral de ser. (La palabra mas, como la
castellana costumbre, es genrica y vale tanto para los buenos como para
los malos hbitos.) Por eso justamente pudo Surez decir que los actos
de la voluntad incluyen, en su entidad natural, la especificacin moral 7
Pero, sin embargo, es preciso aadir que, para los escolsticos, este primer
plano moral de la mora/itas in genere envuelve siempre 8 la especificacin en bondad o malicia moral. La razn de esto es que entienden inmediatamente por moral la moralidad o la mensurabilidad de los actos humanos por la regula morum.
Por otra parte, y como se sabe, Santo Toms puso el mayor inters
filosfico en mostrar la estrecha vinculacin entre la inteligencia y la
libertad. Recurdese aquel conocido texto suyo: Radix libertatis est voluntas sicut subiectum; sed sicut causa est ratio; ex hoc enim voluntas
Libere potest ad diversa ferri, quia ratio potest habere diversas concep-
los
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Etica
ellCI
'i3
El hecho de que este texto no tome como punto de partida la psicologa positiva no le priva de su valor capital, sobre el cual nicamente
habra que hacer un par de reservas. La primera, porque en l no aparece
claro que el concepto de desmoralizacin no es sino un concepto lmite: un hombre totalmente desmoralizado dejara absolutamente de comportarse como hombre. En segundo lugar, parece -pero antes de hacer
una afirmacin rotunda sera menester estudiar seriamente Ja tica orteguiana, tarea que est por cumplir- que el alumbramiento de la
dimensin que hemos llamado moral como estructura se hace a .expensas de Ja moral como contenido. En cualquier caso, Ortega ha visto
bien que la vida humana, antes de ser honesta o inhonesta, es moral. L:i
tica se halla anclada en la psicologa y aun en la biologa, lo que no
significa, es claro, que toda moral sea de esencia biolgica, como opin
Bergson 20 ni aun tomando este ltimo trmino, como l lo hada, en el
ms amplio y contundente sentido. Sino que no se trata de ningn reino
ideal, y que la tica constituye un captulo esencial de la antropologa
o idea unitaria del hombre.
Decamos al principio que las especulaciones usuales en torno al mtodo de la tica suelen referirse a la cuestin de si es la tica una ciencia
especulativa o una ciencia prctica. Vamos nosotros ahora a ahondar
Etica
~os
principios de la tica
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akrbeia.
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Eu ca
Lo~
principios de la uca
Captulo 8
PSICOLOGIA DE LA MORALIDAD
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Y ;arcter. O sea que no slo los actos, sino tambin los hbitos y el
caracter morales pueden ser estudiados como tales actos, hbitos y carcter
morales, psicolgicamente. Se constituyen as como disciplinas cientficas
la Psicologa de la moralidad y la Caracterologa 1 Y la pregunta a la que
trata de contestar el presente captulo es esta: Qu valor pueden tener
estas investigaciones para la tica?
. Prima facie Y. p~rece que este valor ha de ser grande. Pensemos, por
eemplo, en las s1gu1entes palabras del caracterlogo Wellek 2: El 'carct~r' en el sentido. psicolgico, del que trata la Caracterologa, es, en s,
estrictamente, el mismo a que se refiere el concepto tico de carcter.
La diferencia no est en el objeto, sino simplemente en el modo y mtodo
de su consideracin. Pero conviene que fijemos este valor con una
cierta precisin.
. La tic.a se vale_ ;io solamente de estas disciplinas cientficas ya menc!onadas, smo tamb1en de ~as observaciones de los moralistas y de la
lit.er~t~ra en gen~ral, especialmente la novela y el teatro, 1) como descripc1on. d~ la rea!tda_d. moral sobre. la cual ha de operar la tica, y 2) como
des~u~r1m1ent? empmco ~e los fmes del hombre y en particular de los
autenttcos <(fmes operanUs. Examinemos a continuacin uno y otro
empleo con algn detenimiento.
Los tratados de tica, incluso los mejores, suelen presentarse cerrados
sob~e s mismos. La ~thica docens aparece en ellos vuelta de espaldas a la
ethzca utens. Cmo Juzgar esta extraa incomunicacin? La distancia entre la moral vivida o moralidad real y la tica sistemtica es injustifica~!~. Los profesores. de ~ica olvidan con demasiada frecuencia que la
euca no crea su obeto, sino que se limita a reflexionar sobre l. Toda
moral, tambin la moral verdadera, se ha manifestado en la vida en la
experiencia, en la historia, en la religin, en la Revelacin. Por' eso el
~todo .de la tica tiene que ser la epogog, en el sentido primario e
mtraduc1ble de esta palabra. Esta separacin de la realidad se echa sobre
todo de ver en los libros de historia de la tica. Se puede estudiar la
historia de la tica prescindiendo de la historia de la moral? Sin embargo, esto es lo qu": se acostumbra a hacer. Y no solo por lo que se refiere
a ~as mor~les or1e_n~ales. Dentro ya del cristianismo, qu tratado de
tica considera suf1e1entemente la actitud de Lutero frente a la moral la
revolucin moral a la que ha dado lugar el calvinismo la moral del
hidalgo, la d.el. honnete homme, la del gentleman, la del citoyen, la del
caballero cristiano ? Se estudian en los libros de tica como debieran
las mximas y reflexiones sobre moral viva de los escr{tores moralistas:
un Quevedo, un Gracin, un La Bruyere, un La Rochefoucauld, etc.?
Ren Le. S.enne ha q~~rido trazar en su Tl'ait de Morale gnrale, para
dar plasttc1dad a la et1ca, para presentar, junto a las doctrinas, los <(modelos morales, u_na serie de Portraits moraux. Ahora bien: hay que decir
que el laul~ble intento ha quedado, en su realizacin, completamente
frustrado: ni es un estudio serio sobre modos de vida moral ni tiene
1
'
60
E rica
Lu~
principios de la tica
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Ecica
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~ste ltimo corresponde a la vida moral en tanto que vida interior, y aqu
JUStam,e?te es .donde la agudeza psicolgica, caracterolgica e incluso psi7
coanaluca , tiene un vasto campo de accin. Se trata como es bien sa~ido, de anlisis . practicados ~~,la Hnea de la llamada' psicologa descripu,va Y c~m~rens1va, en opos1c10n, o al menos diferencia, de la psicologia explica~1v~ o causal; . ~na psicologa que procura comprender los
procesos ps1qu1~0; en func1on :Je la totalidad de la vida y del sentido que
ella dela.ta. Quiza su logro mas perfecto y, desde luego, el ms conocido
sea el 11b.ro. de Max Scheler, traducido al castellano bajo el ttulo de
El resentz'!1tento de la moral, en el que, partiendo de la mencionada
obra de Nietzsche? se hace ver ~n:o un sentimiento a menudo ni siquiera
plenamente consciente, un sentumento escondido en el ltimo repliegue
del alma, puede alterar todo el sistema de valoracin o preferencia moral.
Los . t~e~ pensadores del siglo XIX ms prximos, probablemente, por su
senstb~dad, a nosotro~, a saber, Kierkegaard, Nietzsche y Dilthey, nos
han de1ado b~llas pgmas sobre psicologa de la moralidad. Antes que
ellos, los casmstas y, c?n belleza literaria, los grandes moralistas clsicos
franceses. Hoy cabe citar, entre otros muchos los libros de Vladimir
Janklvitch L'ironie ou la bonne conscience y' La mauvaise conscience.
E_l captulo de L'tre et le nant, de Sartre, sobre Ja mala fe (enten~da_ como enma~cara~;nto a u'!? mismo de la verdad) es tambin, prescmdi~ndo. :Je la mte~c1on ,metaf1S1ca con. que es utilizado, una importante
contr1buc1on a la ps1cologrn de Ja moralidad. Naturalmente la literatura
otra ve~, y en e~pecial 1~ n.ovela -para no citar ms que ~n ejemplo, ~
T'_he qu1e! Amertcan, la ultima novela de Graham Greene, se contiene un
e1,emp~o mteresante d~ .1!1~igedad en el /inis operatttis de quien se hace
compl1ce de un hom1c1d10 - , son, en este sentido, de una riqueza inagotable.
, En resumen, los fenmenos morales, las virtudes, los vicios, el caracter, etc., . pueden y deben ser estudiados psicolgicamente. De este
modo Ja psicologa se convierte en colaboradora de la moral terica
Y. en eficaz a~xiliar de la moral prctica, en desenmascaradora de ocultos
/mes operant1s.
Captulo 9
EL PRINCIPIO METAFISICO
Siguiendo el hilo conductor, que hemos adoptado para proseguir nuestra L;1rea de acotacin, del modo de insercin de la tica en el cuerpo <le la
filosofa, debemos tratar ahora de la arkh o principio metafsico de la
tica.
Este principio puede tomarse como tal en un doble sentido: en cuanto
punto de partida del filosofar concreto sobre cuestiones ticas y como
justificaci6n ltima de ese filosofar. Acontece lo primero cuando, partiendo de unos principios metafsicos, se construye una tica puramente
deductiva. Tal es el caso de Spinoza y tambin - pese a su progenie aristotlica- el de la Escolstica, en Ja cual, al formularse en concreto como
filosofa moral, el punto de vista de la subordinacin a la metafsica
prevalece sobre el punto de vista de. la subalternacin a la psicologa
y, como acontece en Santo Toms, se toma como comienzo de la tica la
idea metafsica del fin ltimo.
La filosofa moral moderna, admita o no la metafsica como saber
ltimo y radical, prescinde, en general, del punto de partida metafsico
que sustituye por el factum del yo (Descartes) o de la conciencia (Kant),
por el anlisis de la naturaleza humana (Surez incoactivamente, Rugo
Grocio y, sobre todo, los moralistas ingleses) o, como hemos hecho nosotros, por el anlisis del comportamiento humano. Por razones metdicas
parecer pertinente que, antes de proseguir, dirijamos una mirada hacia
atrs para ver lo que realmente hemos hecho nosotros. Es claro que
nuestro punto de partida no ha sido el principio gentico-histrico, del
que solamente nos hemos servido para poner de manifiesto la constitutiva dimensin social de la tica que, sin embargo, debe guardarse de incidir en el transpersonalismo. Tampoco a los principios etimolgicos y
prefilosficos puede drseles otro valor que el de anticipaciones (y, a posteriori, corroboraciones). Nuestro autntico punto de partida ha sido el
principio psicolgico o antropolgico de tal modo que el principio metafsico lo es, para nosotros, en el orden de la justificacin o validez, no
del efectivo comienzo. Se objetar, con razn, que todo esto la Escolstica lo ha comprendido y lo ha expresado muy bien. Sf, lstima que no
lo haya practicado igualmente bien. Pero prosigamos.
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La tica, desde Platn y Aristteles, se haba levantado siempre sobre una concepcin metafsica (por lo menos, como acabamos de decir,
desde el punto de vista de la justficacin). Siempre, hasta que los empiristas ingleses se propusieron reducirla, como vimos, a pura y simple
psicologa. Este fue el status quaestionis, tal como se le present a Kant.
Por una parte, la metafsica le pareca ya imposible, por lo cual no
poda satisfacerle una moral metafsica; por otra, una moral psicolgica
era la negacin de la moral. Pero, en fin de cuentas, ah estaba junto al
hecho de la ciencia, el hecho de la moralidad. As, pues, la ju~tificacin
de la moral va a ser paralela a su justificacin de la ciencia fsico-matemtica. Tanto en uno como en otro caso se encuentra con un factum inconc~so a su entender. La Crtica de la razn prctica ser dedicada a justificar el hecho de la moralidad. El giro copernicano que imprime Kant
a la moral consiste en fundamentarla, no como antes, sobre la idea del
ente como bueno y de Dios, el ente increado como summum bonum, y
sobre una teora de la causa final, sino precisamente sobre la conciencia
misma. La moral deja as de estar subordinada a una metafsica considerada como imposible. No reposar ya sobre las afirmaciones de que
todo ente es bueno, de que omne ens agit propter finem, ni mucho
menos sobre presupuestos tenomos. Estos ltimos se han tornado invlidos, puesto que la teologa natural qued destruida en la Crtica de
la razn pura, y puesto que la religin, como haba de mostrar Kant en
La religin dentro de los lmites de la mera razn, lejos de servir de fundamento a la moral, es, al revs, exigida por ella. Una autntica moralidad no puede ser tenoma, sino autnoma: la voluntad es selbstgesetzgebend, tiene que darse la ley a s misma y, precisamente en esta autonoma
de la voluntad y el entendimiento es en lo que ha consistido, a su juicio, lo
positivo de la Ilustracin. Por tanto, frente a toda suerte de presupuestos
tenomos, Kant considera que la conciencia es el supremo legislador, por
lo cual la fundamentacin de la moral habr de consistir, simplemente, en
un anlisis crtico de la conciencia moral. Por lo que atae a la bondad
del ente, el giro antropocntrico de Kant es completo: Es ist berall
nichts in der Welt, ja berhaupt auch ausser derselben zu deoken moglich was ohne Einschriinkung fr gut konnte gehalten werden, als allein
ein guter Wille. Ni dentro ni incluso fuera del mundo hay nada bueno
sin limitacin, salvo Ja buena voluntad, salvo la disposicin para el bien
y por el bien mismo 1 Por otro lado, la teora de la causa final y la
afirmacin de que omne ens agit propter finem han quedado invalidados,
a juicio de Kant, por la ciencia y la epistemologa moderna. Es verdad
que el hombre puede obrar propter finem, tanto aprehensive (lo que
Kant llamar por inclinacin, Neigung), como elective (lo que Kant llamar por propsito, Absicht), pero obrar propter finem, es obrar moralmente? Para Kant, no. El fin a que tendemos, por elevado que sea -la
felicidad, Dios-, es una aspiracin al bienestar (W ohlgefallen), no
pura y desinteresadamente al bien moral. En ese y en los dems casos
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con respecto a las doctrinas y rechaza la pretensin de fundar metafsicamente la moral. Esta ne se prouve pas, elle s'-prouve. Es el honnete
homme quien vive la moral y tiene, por lo mismo, un saber inmediato, experiencia!, de ella. La funcin de la filosofa moral no consiste,
pues, sino en reflexionar sobre la experiencia moral inmediata, en situarse
mentalmente dentro de la creencia moral, con el fin de analizarla.
El pragmatismo ha supuesto para la tica el comienzo de recuperaci6n
de algo que se haba perdido desde Kant. Como veamos al final del
captulo dedicado al anlisis del principio antropolgico, cada una de
nuestras acciones en el mundo tiene dos vertientes: una transente, exterior, de poesis o /acere, y otra -la propiamente tica-, interior, de
prxis o agere (pero que tambin tiene su aspecto realista: se trata de
hacernos -segunda naturaleza- a nosotros mismos). La tica kantiana
era una tica de la buena voluntad sola, con indiferencia para el resultado
(la discusin de Kant con Bnjamn Constant en torno a la mentira no hace
sino poner de manifiesto, casi caricaturalmente, esta unilateralidad). La
tica pragmatista reacciona extremadamente frente a tal concepcin. Pero
al poner su atencin en la dimensin transente, exterior del acto, es, en
primer lugar, justa, porque la bondad o malicia moral se especifica ante
todo --como dice Santo Toms- por el objeto. del acto; es decir, por lo
que tiene en s de bueno o malo. Pero, naturalmente, esto es una especificacin ontolgica; por tanto, el pragmatismo, si fuera consecuente,
tendra que desembocar en ontologa. Por otra parte, esta concepci6n es
justa, pero unilateral, porque la objetividad considerada, haciendo abstraccin de los motivos, es una falsa objetividad. En segundo lugar, la
reaccin pragmtica es oportuna hoy porque en una poca de morales del
fracaso (Jaspers), de consideracin del hombre como pasin intil (Sartre) y de inadecuacin entre la intencin y el resultado (Le diable et le
bon Dieu) se necesita predicar que, como deca Eugenio D'Ors, tener xito es tambin un deber. La tica del hombre bien implantado en el mundo
ha sido siempre una tica triunfal. Lo fue desde la tica griega, hasta
Aristteles, con su ideal del magnnimo, el capaz de realizar grandes
empresas. Lo fue y lo es la tica cristiana, tica de la gloria (palabra
que, como triunfo, se aplicaba originariamente al hroe vencedor). En
las pocas de crisis o instalacin deficiente del hombre en el mundo, como
la poca estoica o la actual, es cuando este se repliega sobre s mismo,
amparndose tras su intencin y su buena voluntad. El acto no est
completo mientras no est: l., exteriormente realizado, y 2.0 , coronado
por el xito. Pero el xito no se mide pragmtica, sino ontolgicamente.
La implantaci6n del hombre en el mundo es una implantacin metafsica.
Actualmente estamos a.fil_s.tien.do a una resurreccin de la metafsica.
Sin embargo, en no pocos filsofos persiste el empeo de afirmar la certidumbre propia y separada de la experiencia moral, frente a la cual el
designio de fundar esta en hip6tesis metafsicas no sera sino la autodispensa del penoso, solitario y noble esfuerzo tico que, cuando se cumple
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Captulo 1O
~emos
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principio~
de la rica
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ra introduce en esta tica un rasgo realista: de hecho puede ser moralmente superior la realizacin de ciertos valores, reconocidos en s mismos
como inferiores, cuando sean el presupuesto de los ms elevados. Por
ejemplo, es menester proveer a las necesidades materiales del necesitado
antes de suministrarle cultura; y la predicacin del catecismo no debe
servir de escapatoria para no darle lo que es de justicia. Esto es verdad.
Pero con esto Hartmann se limita a destruir el criterio, demasiado simple
e idealista, de Scheler, sin remontarse por su cuenta a darnos otro que
unifique el punto de vista de la fuerza y de la altura.
Hartmann admite, con Scheler, que el querer de una accin moralmente buena no consiste en el querer del ser -moralmente- bueno de
esa accin, sino en el querer de otro bien, el de un contenido valioso.
Pero esto no significa para l 7, como para Scheler, que todo querer-serbueno sea un querer sin sentido, un querer imposible o un querer farisaico. Por el contrario, puede darse, y de hecho se da, una intencin directa
mente dirigida al valor moral, a ser bueno.
El reciente libro de Dietrich von Hildebrand, Christian Ethics es en
cierto modo, un retroceso en relacin al de Hartmann, por su oposi~in
radical al aristotelismo tico y su incapacidad, por tanto, para reintegrar
a la tica, desde el reino de las esencias al de la realidad. La justifica
cin ltima de la moralidad es aqu la conciencia moral, que aprehende los
valores y d~stingue enu:e lo moralmente relevante y lo que es, desde el
punto de vista moral, irrelevante. Con lo cual se desvanece la realidad
moral , el ser moral; moralidad es, simplemente, respuesta adecuada a los
valores, W ertantwort.
Finalmente Hans Reiner, en el librito Das Prinzip von Gut und B0se,
y despus, ms ampliamente, en el libro Pflicht und Neigung. Die Grundla;,en der Sttli~hkeit, ha pretendido exponer, segn sus propias palabras,
los rasgos capitales de un nuevo sistema de la tica. Este <<nuevo sistema se halla completamente en la lnea de la ms ortodoxa filosofa de los
valores.
En lo que concierne al problema de que nos estamos ocupando -la
relacin de la tica con la metafsica- , Reiner declara expresamente esto:
L~ ~tica es una ciencia filosfica; pero no necesita de las disciplinas fi.
losof1cas centrales, la ontologa y la metafsica, para su fundamentacin
suficiente, sino solo, todo lo ms, para la garanta ltima de esta fundamentacin. Es decir, que la base y el suelo sobre que se levante la tica
estn ya dados en el modo de consideracin de la vida moral cotidiana; y
basta este modo de estar dado aquel suelo para la discusin de la mayor
parte de los problemas ticos
Reiner distingue -con distincin equivalente a la que baca Scheler
entre. el acto de preferir, propio del conocimiento, y el de realizar, perteneciente a la voluntad- entre dos pares de conceptos: el del bien y el
del mal moral y el de lo recto o falso moralmente. Esta segunda distincin,
la de lo recto y lo falso, envuelve sin duda una actitud moral, pero, en s
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1.
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Captulo 11
Estudiaremos en este captulo los intentos principales que se han hecho en la Inglaterra contempornea para constituir una tica desligada,
por una parte, de la metafsica y sin caer, por la otra, en psicologismo, hedonismo o. utilitarismo. Entre estos intentos descuella, con mucho, el de
G. E. Moore, cuya filosofa moral, muy importante, presenta coincidenc!as notables con la teora de los valores, y tambin profundas divergencias de ella. Pero antes hemos de estudiar la posicin de una serie de filsofos cultivadores de la tica del deber, procedentes de Kant, que compl~mentan, subrayando la importancia de la tica emprica de aquel y siguiendo, a su modo, la lnea de pensamiento crtico de Schiller y Hegel,
con lo cual su concepcin resulta esencial e irreductiblemente dualista. Estos pensadores son H. A. Prichard, E. F. Carritt, C. D . Broad y W. G. de
Burgh. Dejaremos para ms adelante el estudio de las concepciones de un
logicismo extremo. Pero conviene tener presente que, como ya se advirti
ms arriba, toda la filosofa moral anglosajona, desde Moore, consiste en
lgica de la tica.
La idea fundamental de H . A. Prichard 1 es la de que el concepto de
moral obligation, duty o right es fundamental, irreductible a ningn otro 2 e intuitivamente aprehendido, de modo anlogo a como ocurre
co~ las verdades matemticas. Si dudamos de si una suma es correcta, para
salir de la duda no hay otro recurso que hacer la suma de nuevo; y si dudamos de si una obligacin existe, tampoco hay otro recurso que mirar
otra vez los hechos, o sea, hacer de nuevo la suma moral. El intento de
suministrar razones para el cumplimiento de una obligacin moral es compl~tam~nte vano, porque esta es, como ya se ha dicho, irreductible y
pnmaria.
Primaria, s, pero no nica en el reino tico, porque junto al concepto de obligacin o deber que pertenece al orden moral se da el orden de
la virtud. Por eso su crtica de Aristteles es la crtica del equvoco -el
equvoco a que se refiere el ttulo de su primero y ms famoso artculo-,
segn el cual la moral consiste en tratado de las virtudes. En realidad,
segn Prichard, hay dos formas de hacer el bien, por sentido de la obligacin y por virtud; es decir, por inclinacin nacida de un motivo, pro77
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Captulo 12
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fsica y la moral, como, por otra parte, la ciencia, el arte, la religin, son
modos originales de proceder y cada uno exige de quienes se consagran a
ella que respeten su intencionalidad propia 1 Siguiendo esta va, Le Senne concibe a Dios en cuanto al absoluto como el Valor absoluto 2 , exactamente a la man~ra que, segn veamo~, despierta la indignacin de Heidegger. Y Jules Pirlot, autor del libro Destine et valeur. La philosophie
de Ren Le Senne, titula uno de sus captulos con estas palabras: El Valor o Dios.
La insuficiencia del libro de Le Senne, precisamente desde el punto de
vista de lo que busca, es no comprender que cabe una metafsica que vaya
ms all de la metafsica del tout-fait, como l dice, o del en-soi, como
dice Sartre. Ahora bien, esta metafsica es, en Francia, precisamente la de
Sartre. El problema se presenta entonces, para quien pretenda seguir en
la lnea de la tica de los valores, como la tarea de integrar estos en la
nueva metafsica. Casi no es menester decir que se trata de una va apenas
empezada a recorrer, puesto que, aun cuando el mismo Sartre y Simone
de Beauvoir emplean el trmino valor, lo hacen despus de haberlo
desvalorizado, por decirlo as.
Sartre 3 invierte los trminos de la filosofa de los valores, pues su
moral posee un fundamento metafsico, pero, en cambio, despoja a los
valores de toda subjetividad. El primordium en la meditacin metafsica
de Sartre es un ser en s originario, increado, cerrado sobre s mismo y
perfectamente coincidente consigo mismo, opaco y macizo, compacto y,
por decirlo as, totalmente lleno de ser, lleno de s. Pero, igual que en la
mitologa, un ser intemporal, sin que pueda saberse cmo, aparentemente como si el ser en s se hubiese dado una modificacin, aparentemente
como si se hubiera producido en l una descompresin del ser, un agujero en el ser, una segregacin de nada en el interior mismo del en s,
habra surgido el ser para s. En el ser para s la coincidencia consigo mismo ha sido remplazada por la discordia y distancia de la libertad: ser lo
que no se es y no ser lo que se es. Y la cerrazn sobre s mismo es sustituida por la esencial abertura de la conciencia.
Metafsica, pues la de Sartre, de estos dos tipos de ser: en s y para
s. Habr lugar en' ella para ese otro tipo de ser que llamamos Dios? A
juicio de Sartre, la nocin de Dios es una unin contradictoria del en s
y el para s. Pero un en s absoluto no puede tener conciencia de s y un
para s absoluto es una contradictio in terminis porque el para s es .esencialmente conciencia y la conciencia es siempre conciencia-de, es decir relatividad, y de ningn modo entidad absoluta. Es preciso rechazar la posibilidad siquiera de la existencia de Dios : es preciso sostener el atesmo.
Atesmos ha habido --o parece haber habido- muchos, pero ninguno
ha sido consecuente. Se ha negado a Dios, pero en su lugar se han colocado entidades absolutas de carcter metafsico (estadio metafsico de
Comte). Lo que Sartre se propone --con gran rigor dialctico- es sacar,
al fin, todas las consecuencias del hecho de la muerte de Dios, de la
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inexistencia de Dios. Y no hay Dios, quiere decir, entre otras cosas, que
n.o hay val~res, no hay un Bien y un Mal exteriores a nosotros. El espnt? ~fo seriedad se aferra a la consideracin de los valores como datos
obJet:lvos. Y trascendentes; busca en ellos desesperadamente el sucedneo
de un Dios en el que ya no cree, porque no se atreve a enfrentarse con
la crud.a verd~~ de que por encima del hombre ya no hay nada, ni persona! (_D1os)~,ru ideal (valores). N~ hay ms que la libertad que nos exige
existir ha~1endonos a nosotros mismos y tener el arrojo de inventar nuestros propios valores. La vida no tiene un sentido a priori. Es a nosotros
a q~1enes corresponde ~~rle un sentido y el valor no es otra cosa que el
sentido que cada uno elija (moral de l'invention et du choix).
~o es este el lugar procedente para hacer una crtica de la metafsica
sartr1ana Y e~ especial de un atesmo, del cual, como hemos visto, pende
todo, lo ~~ma~. Pe~o no hay duda (como ha visto Pedro Lan) de que el
en ~i ongman.o e mcr~ado .es un concepto de estilo precristiano. Mas la
realidad .de Dios, el Di.os vivo, no puede reducirse a conceptos lgicos y
es an~erior a los ,dos tipos, de ser est?diados por Sartre. Por otra parte,
deducir el para si del en s1 es -confiesa Sartre- imposible. Lo inexplicable permanece, pues, ms all de toda dialctica. Pero Sartre nos ha
prestado. un servicio muy estimable: al destruir las engaosas soluciones
mtermedias de lo que hemos llamado con Comte el estadio metafsico
-:las ~deas, los Valores, el Progreso, etc.-, nos obliga a escoger entre el
~1steno o el Absurdo. Esta es la consecuencia ltima que --como todavia habremos de volver a ver en el presente libro-- se saca siempre de
su lectura.
. Si descendemos ahora al nivel del problema moral se advierte en segmda que la ~tica existe~cialista no es, propiamente, tica de los valores,
pues! que mega la valide~ de estos. Qu mantiene, sin embargo, de
:om~ con ella? La separac16n del ser y .el valor. La idea de la distancia
~~enor, .d~ Ja no-coincidencia del hombre cons~go mismo, es una adquisic1on defm~t1va de Sartre, aunque, cl~ro est, no completamente original,
porque ~h~ ,estaban antes que .l Heidegger, Ortega y el mismo Blondel,
que perc1b10 claramente l~ realidad de la desproporcin que nos constituye
Y. 9ue se ~evela en la accin, pues nunca logramos igualar nuestra afirma': ~qu1 ~s do~d~ se encuentra, creo yo, algo de Jo mucho vlido de Ja
filo:ofia ex1stenc1alista! perfectamente separable de su sectarismo. y por
aqu1 debe ~usc~rse la impronta de la moral existencialista. Vemoslo.
La conciencia, como deca Hegel, es un agujero en el ser. Un agujer? que perfora el bloque compacto de lo que Sartre llama el ser-en-s ha:1endo .~ hombre que sea lo que no es y que no sea lo que es. Este aguJero, v1S1ble ya e? el orden de Ja conciencia psicolgica -el hombre, al
conocer, es, en cierto mo~o, todas las cosas; pero, claro est, no las es,
realmente-, es mu~~o mas patente en el orden de la conciencia moral.
La conducta-conducc1on (recurdes~ lo escrito ~rriba sobre esto) se separa
de lo que ya es para volverse hacia el porvemr -la proversin de Le
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Eca
Captulo 1.3
LA VINCULACION DE LA ETICA
Y LA METAFISICA
la desvinculacin que J e l han afirmado Kant y sus discpulos, el pragmatismo y la filosofa influida por l, la tica de los valores y Moore, y,
finalmente, hemos considerado la posicin de Sartre. Veamos ahora las
tres concepciones, a nuestro juicio ms importantes, de subordinacin de
la tica a la metafsica, a saber: la de Heidegger, la de la Escolstica y la
de Zubiri.
En Heidegger no se trata, en realidad, de subordinacin de la tica,
sino de negativa a aceptar la parcelacin de la filosofa en diferentes ciencias. Aunque casi todas sus pginas estn penetradas de elementos ticos
o, precisamente por eso mismo, no ha hablado directamente ms que una
vez, en la Carta sobre el Humansmo, acerca de su concepcin de la tica.
Heidegger hace notar en este texto 1 que la tica, igual que la lgica y la fsica, se desgajan por primera vez como discpulas independientes en la escuela de Platn. Es el tiempo en que el pensar empieza a convertirse en ciencia. Los grandes presocrticos nada saban de tica. Y,
sin embargo, una sentencia de Herclito, la sentencia ~601; av6pci>1tip aaip.oov,
nos descubre, en tres palabras, la esencia misma del thos.
H eidegger traduce la palabra thos atendiendo a su significacin originaria -de la que ya se hizo mencin al comienzo de este libro- por el
lugar donde se habita. Entonces la citada frase significara lo siguiente:
El hombre habita, en tanto que hombre, en la cercana del dios. A continuacin interpreta esta sentencia a la luz de aquello que cuenta Aristteles 2 sobre Herclito. Como llegasen a l unos extranjeros que queran
conocerle y se quedaran sorprendidos -en realidad defraudados- al
encontrarle, como a cualquier otro, calentndose en la cocina, les hizo entrar dicindoles: Tambin aqu estn los dioses. Tambin aqu, es decir,
en este lugar domstico, donde todo es cotidiano y corriente, tambin
aqu estn los dioses. Pero entonces lo que de verdad quiere decir
~601; civ6pci>m.p aap.oov, es que su morada habitual es para el hombre
lo abierto a Dios (a lo inmenso e indecible). (Der [geheure] Aufenthalt
ist dem Menschen das Offene fr die Anwesung des Gottes [des :Ungeheuren] .) Alcanzada esta significacin profunda de la palabra thos, la
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Etica
~tica resulta ser el pensar de la verdad del ser, como el originario ~le
mcmo del hombre en tanto que existente. Pero este pensar es precisamente la Ontologa. He aqu, pues, por qu Heidegger no ha accedido
a fa peticin que, a poco de publicarse Sein und Zeit, le hiciera un joven
amigo, de que escribiera una tica: no hay una tica separada, ni aun
distinta, de la ontologa. La tica trata de la morada del hombre, pero
la morada del hombre es el ser, el hombre es Dasein, est en el ser, junto
al ser en su vecindad como guarda y pastor. Aqu no procede hablar
de s~bordinacin de 'la tica a la metafsica, sino de identificacin
de la tica en la metafsica. Pero qu quiere decir esto desde el
punto de vista de la tica prctica? Que la moral, como mera doc~ri
na y exigencia, de nada sirve si no se coloca al hombre en otra relacin
con el ser: en una relacin de autntica abertura al ser 3
El sentido de la subordinacin de la tica a la metafsica, segn la
Escolstica, es bien conocido. La bondad es una propiedad trascendental
del ser, que, como tal, no le aade nada real, sino, simplemente, una
relacin de razn, la adaptacin o conveniencia al apetito, la deseabilidad.
Esto quiere decir que Omne ens est bonum y que bonum convertitur
cum ente, que el bien y el ser son convertibles, de tal modo, que el
grado de bondad se mide por el grado de ser. Los griegos entendan por
agathn, bien, la aptitud, propiedad o perfeccin propia de cada cosa, es
decir, su bien, su haber. Mas en Aristteles aparece otro sentido del agathn: no lo que se posee, sino lo que se apetece poseer. La conexin
entre uno y otro sentido estriba en que las cosas son apetecibles en
tanto que son, en s, buenas. El primer sentido, el sentido entitativo de
la palabra agathn, es el que !a Escolstica conocer bajo el nombre
de bien metafsico.
El bien entitativo y metafsico es lo que, en el plano operativo, todos
(o, mejor dicho, todas las cosas, ;.ci.n<.t, omnia) apetecen. Tambin quienes apetecen el mal, puesto que lo apetecen sub ratione boni, en cuanto
que, como ser, es bueno. De tal manera que cuanto estimarnos bueno lo
es por cierta semejanza y participacin del sumo Bien; y as puede decirse
que en cada bien se apetece, en cierto modo, el sumo Bien. Ms an: incluso las cosas que carecen de conocimiento apetecen al bien, puesto que
naturalmente tienden a l o son movidas por Dios hacia l, a la manera
como la flecha es movida por el arquero hacia el blanco 4 El bien se
llama fin en cuanto es el trmino del apetito; la razn intrnseca del fin es
la bondad o perfeccin.
La ordenacin del hombre a su fin es, pues, un caso particular, aunque
eminente, de la teleologa general del universo: omne ens agit propter
finem. Unos, como los animales y las plantas, exsecutive tan solo; otros,
como los animales, exsecutive y aprehensive, por virtud de la estimativa;
en fin, los hombres, elective, esto es, libremente. La causa final es la
primera de las cuatro causas y todos los seres creados, racionales e irracionales, animados e inanimados, estn sometidos a ella 5 Pero el hombre
Los principios
d~
lu tica
R7
Captulo 14
88
Erica
Por tanto, viniendo a la tica, de lo que ha de hablarse primariamente, segn esta concepcin, no es del ser bueno, sino de la realidad
buena; la realidad, en tanto que es buena, es la que nos hace preferir. Y,
como veremos a su tiempo, el bien moral es, en una de sus dimensiones, la
realidad misma en tanto que apropiable, y en la otra, la realidad en tanto
que posibilidad apropiada o apropiacin de posibilidades.
La tica est, pues, subordinada a la metafsica o, como prefiere decir
Zubiri, a la filosofa primera. Pero conviene agregar que la filosofa
primera de Zubiri, a cuya exposicin dedic el curso 1952-195.3, es, segn
creo, la ms sobria y estructural y la menos metafsica de todas las
metafsicas conocidas.
Hemos visto en las pagmas ltimas que la tica requiere un fundamento metafsico. Pero esto, que en el orden de la justificacin filosfica es
una verdad indubitable, no siempre acontece as en el orden subjetivo y
psicolgico (lo que no debe extraarnos: recurdese lo que se dijo sobre
la concepcin lineal y la concepcin circular de la filosofa). El hombre,
cuando se pone a investigar los magnos problemas metafsicos, est ya en
Ja vida. Y, la vida humana, la vida concreta de este o aquel, puede no
preocuparse para nada de los problemas de la ontologa, pero, en cambio,
como veamos al hablar de la relacin entre la psicologa y la tica, es
constitutivamente moral. Antes de hacer filosofa e1 filsofo ha elegido,
y en buena parte hecho, moralmente su vida. No influir esta previa
actitud moral en la orientacin filosfica? Indudablemente, s. Pero ha
habido filsofos que, yendo ms lejos, han llegado a invertir los trminos
de la subordinacin. Segn ellos, es la metafsica y la filosofa en general
lo que depende de la moral. La clase de filosofa que se elige -afirm
Fichte- depende de la clase de hombre que se es. De una manera ms
rotunda que psicolgica, es casi lo mismo que vino a decir el agudo
Nietzsche con estas palabras: Poco a poco he ido comprobando lo que
ha sido siempre toda gran filosofa: la confesin de su autor y una especie
de involuntarias e inadvertidas mmoires, de tal manera que la intencin
moral (o inmoral) de cada filosofa constituye el germen de que ha brotado
la planta entera 1
Naturalmente, esto es una exageracin. Lo que hay entre la metafsica y la moral es una especie de crculo objetivo-subjetivo: objetivo,
en cuanto a la primaca de la metafsica; subjetivo, en cuanto a la influencia de la moral, del thos del filsofo sobre su filosofa. El descubrimiento de la verdad est condicionado por nuestra actitud moral como
lo est asimismo, segn he demostrado en otro lugar 2 , por nuestra disposicin psicolgica y antropolgica, por nuestro talante. Por eso la
filosofa exige, como prerrequisito, la voluntad de no convertir a la
verdad en servidora de nuestros designios, y la instalacin en el estado
de nimo ms adecuado para aprehenderla. Ahora bien: el mantenimiento de esa voluntad y de ese talante constituye por s. mismo una tarea
89
90
Etica
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ver a como. escubrim1ento a la verdad como idea Nosotros en cambio
haremos de .l una lectura puramente tica. Para eo dividim'os el d
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en que consiste en cuatro actos.
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1 Durant7 el primero, los hombres viven tranquilos atados en la
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cin y la decisin, la descripci~1 ?e las situacion~s-l~te, de l~s tensiones .:-lesgarramientos y contrad1cc1ones de la existencia, consmuyen el
tema de esta filosofa sin contenido metafsico o con un contenido metafsico cifrado y, por tanto, indecible.
.
En fin, la intuicin original de la filosofa de Sartre es tambin
eminentemente moral, aunque se trate aqu, otra ve~, de moral con:io ~era
estructura, que no propone ningn contenido, mn~na. prescripc1.on,
ninguna ayuda siquiera, y deje aJ hombre abandonado a s1 mismo. La exigencia tica, monstruosamente exacerbada, de que el hombre sea desorde?adamente libre y responsable de si mismo lleva a Sartre, por un lado, al ate1smo,
a la destruccin de Dios, y con l a la destruccin de todos los valores, de todos los rdenes espirituales, de todas las normas morales, y, por otro, a negar
la naturaleza humana y a afirmar que la existencia precede a la esencia. Advirtase que lo justo de esta afirmacin es precisamente lo que
tiene de tico; lo desmesurado, el levantar una verdad tica al plano ontolgico. Pues es falso que no haya una natura~eza humana, ~na esencia ontolgica del hombre. Pero es verdad que, s1 no toda ese~cia, al ,menos la esencia tica del hombre, lo que yo he llamado su ethos, s1 se
forja a travs de la existencia. Sobre la naturaleza se lev?nta la, <'.segunda naturaleza, es decir, lo que de aquella hemos hecho, libre Y et1camente.
Hemos mostrado en este captulo el sentido tico de la filosofa.
Pero hemos p~dido observar que este sentido tico se ha agudizado enormemente en nuestra poca. Qu significa esto? Al final del libro propondremos dos respuestas a esta pregunta.
Captulo 15
ETICA Y TEOLOGIA
la subordinncin n In metafsica, de la cual es aquella una parte. Y la repulsa de la subordinacin a la metafsica implica la repulsa de Ja subordinacin a la teologa natural. Esto segundo puede acaecer bien porque
se niegue la posibilidad de la metafsica y, consiguientemente, de h1 teologa natural (Kant), bien porque, aun admitindolas, se quiera recabar la
independencia de la tica respecto de ellas (filosofa de los valores).
Pero tampoco todos los que conceden la dependencia metafsica de la
tica extienden esa dependencia hasta la teologfa natural. En primer lugar ,
porque esa metafsica puede conducir, como en el caso de Sartre, a la
negacin del objeto mismo de la teologa natural. Una metafsica atea,
que no quiere saber nada del ser creador ni admite el concepto de creacin, puede, como es el caso del existencialismo, abrirse a perspectivas
morales, aunque la moral de que aqu se trate sea, como veremos ms
adelante, de carcter meramente formal.
Pero ni siquiera es menester ser ateo para, aun admitiendo la metafsica, negar la teologa natural. Basta con rechazar los praeambula fidei,
es decir, el acceso de la razn a Dios, la posibilidad de justificar filosficamente ningn saber acerca de Dios. Todo filsofo protestante fiel
a sus propios supuestos religiosos se encuent ra en este caso, aunque, como
veremos ms adelante, el problema aqu se complica, al menos dentro
del luteranismo, porque es la posibilidad misma de una tica natural,
de una tica filosfica, la que es tambin puesta aqu en cuestin.
Al estudiar la subordinacin a la metafsica nos referimos a Heidegger y vimos que en l la tica quedaba embebida en la metafsica, absorbida por ella. Ahora bien: cul es su posicin respecto de la teologa
natural? El telogo protestante Heinz-Horst Schrey ha cuidado de poner
en claro 1 que el pensamiento heideggeriano es conciliable con el protestantismo, pero no con la enseanza catlica, segn la cual Dios puede ser
conocido -certo cognosci- 2 por la razn humana natural. Efectivamente, Heidegger declar, en una conversacin con R. Scherer 3, que la filosofa no puede llegar a Dios, que lo que a veces llama as no es sino
un concepto mundano sublimado, algo puramente inmanente, y que, en
'1~
Etica
fin, el encuentro con la Divinidad es una experiencia reservada a la religin e inaccesible a la filosofa, cuyo objeto es el sentido del ser. Y los
propios textos ltimos de Heidegger confirman esta actitud. En El
retorno al fundamento de la metafsica, puesto como introduccin a las
ltimas ediciones de W as ist Metaphysik?, ha escrito estas palabras:
Cundo se resolver la teologa cristiana de una vez, a tomar en serio
las palabras del Apstol y, de acuerdo con ellas, a tomar la filosofa como
una locura? 4
Todava ms recientemente, en la Einfhrung in die Metaphysik 5, insiste en esta idea de la locura de la filosofa, considerada desde el punto
de vista cristiano, y en la inconciliabilidad de teologa y filosofa, aun
siendo ambas legtimas.
Originariamente, el cristiano tena plena conciencia, segn Heidegger,
de su incompatibilidad con la fi losofa. El hombre poda y puede tomar,
bien el camino de la fe, bien el de la filosofa. Tambin, es verdad, ambos, pero entonces caminar dividido y su drama consistir en no poder
pensar originariamente, en no poder entregarse a su propia pregunta, porque, de antemano, la fe le ha asegurado ya la respuesta, o en vivir cuestionable y problemticamente su propia fe, en sentirla agujereada por la
pregunta filosfica.
Sin embargo, es un hecho que el cristianismo se apoy desde muy
temprano en la filosofa griega. Al hacerlo as incurri, segn Heidegger,
en una traicin a su propia esencia, y,. por lo que se refiere a los presocrticos, en un caso malentendido, pues el problema de estos no era
Dios, sino el ente en cuanto tal y el ser 6 En cambio, Platn y Aristteles, que representan en la tabla de valores filosficos de Heidegger
el fin del principio, pisan ya un terreno indeciso que, por lo mismo,
sin demasiada violencia poda ser incorporado al campo de la teologa. En
cuanto al primero, Heidegger hace suya la conocida frase de Nietzsche
segn la cual el cristianismo es -ha llegado a ser- platonismo para el
pueblo 7 Ms nos interesa su juicio sobre Aristteles, en su relacin
con la teologa. Para Aristteles, el objeto de la metafsica o filosofa primera es el ente en cuanto tal, o sea, el todo del ente. Pero estas expresiones pueden ser tomadas, y las toma el propio Aristteles, en dos sentidos
distintos: bien como el ente en general, en comn, o bien el todo del
ente en el sentido del ente ms alto y, por tanto, del ente divino. La primera definicin se reduce en realidad a la segunda, porque solo Dios es
plen?mente ente (ens realissimum, acto puro). Los dems entes se hallan
en movimiento, es decir, viniendo a ser y dejando de ser; por tanto, no
son de un modo absoluto, como lo es Dios. La metafsica aristotlica es,
pues, al mismo tiempo, ontologa y teologa (natural, es claro). Y precisamente este su carcter fundamentalmente teolgico es el que ha permitido
a la teologa eclesistica del cristianismo, para su propia desgracia,
apoderarse de ella 8
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Etica
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presin que vale tanto como una filosofa moral que constituya una ciencia
real y verdaderamente adecuada a su objeto u.
Qu pensar de semejante posicin? A mi juicio, y en primer lugar,
que tal subalternacin arranca de cuajo a la tica su carcter filosfico.
La filosofa tiene que proceder exclusivamente a la luz de la razn; esta
y la fe son heterogneas, y, por tanto, la llamada por Maritain subalternaci~m> sera en verdad una subordinacin. En segundo lugar, esa ciencia
hbnda de Maritain es contraria al espritu, si no a la letra, de su
maestro, de Santo Toms. Ya lo hemos estudiado nosotros mismos en
otro lugar 15, en el punto concreto de las relaciones entre la virtud de la
just.icia, la virtu~ de la religin y la gracia. Y en tercer lugar, hay que
declt que la actitud de Maritain procede del supuesto, totalmente falso
-pero no infundado, si echamos una ojeada a tantos y tantos manuales
escolsticos y no escolsticos de la tica-, de que toda tica natural
t~e?~ que ser, necesariamente, por su esencia misma, abstracta. Supos1c1on a la que agrega la de que de tal estado de abstraccin no puede
sacarse a la filosofa moral ms que mediante la teologa . El aspecto positivo y valioso de tal crtica es obvio: los filsofos catlicos empiezan a
comprender que es quehacer urgente la elaboracin de una tica concreta
o, co:1o Maritain ~ice, existencial. Pero esta concrecin puede y debe con'.
segwrse por medios naturales; el recurso a la historia y a la psicologa y, sobre todo, la reforma de la mentalidad y el mtodo, pueden darnos
lo que Maritain busca por vas ultrafilosficas. La presencia del mal en el
mundo, la servidumbre del hombre a la imperfeccin, la caducidad del ser,
la aureola de inseguridad y temor, tambin de esperanza y amor, que circund~n, a la existencia, son otros tantos datos que estn ah, delante
del filosofo que tenga ojos para la realidad concreta, y aunque en cuanto
tal filsofo no pueda alcanzar su explicacin teolgica revelada.
El defecto de la tica est, pues, en que sea abstracta, nunca en su
carcter estrictamente filosfico. O es que quiere edificarse, para remplazar a la ciencia abierta a todos los hombres, una especie de saber
esotrico, una nueva gnosis cristiana (gnosis en cuanto fe presentada como
saber filosfico)? O es que se nos quiere segregar ms an - y paradjicament~, p~r u~ hombre como Maritain, que ha puesto todo su empeo
en la mtehgencia entre los creyentes y los incrdulos- de un mundo
con el que, por desgracia, tan poco hemos tenido que ver en los tiempos
moder:os, y para ello, junto a la sociologa, la prensa, el cine y la novela
catlicos, se nos va a proveer tambin de una tica cerrada a los profanos? La filosofa es, por esencia, un conocimiento que no apela ms que
a la r~zn, luz natural de todos los hombres. Salvaguardemos, pues, sin
complicarla, esta alta posibilidad de entendimiento y de dilogo 16 Naturalmente, esto no significa que haya de prescindirse de toda relacin
entre lo religioso y lo tico. Pero se trata, como veremos, no de una vinculacin principal, sino terminal, no de un proceder-de, sino de un abrir-
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Captulo 16
MORAL Y RELIGION
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tica, por un lado, con la esttica por otro, con la religiosa. En este
momento no nos interesa ms que la relacin de la actitud tica con la
religiosa. Ya veremos que esta relacin puede, efectivamente, convertirse
en enfrent3fDiento; pero no es necesario que as sea. Basta con sealar, por
de pronto, que se trata de actitudes distintas, que pueden, en verdad,
destruirse la una a la otra, pero que pueden tambin darse unidas cuando
la religin -religiones morales- demandan un comportamiento honesto y la actitud tica, por su parte, reconoce la insuficiencia de una moral
separada y laica (he aqu el punto de razn de la crtica de Maritain
-que antes veamos- a la tica natural) y se abre a la religin.
Pero antes de seguir adelante ser pertinente declarar con alguna
precisin, el sentido en que se toman aqu las expresiones actitud religiosa y actitud tica. Entendemos por actitud tica el esfuerzo activo
del hombre por ser justo, por implantar la justicia. Entendemos por acti~ud religiosa la entrega creyente, confiada y amorosa a la gracia de
D10s. Son, pues, dos movimientos, en cierto modo, de sentido contrario.
El primero, de demanda y exigencia (sobre s mismo); el segundo, de
entrega y rendimiento (de s mismo). El primero est montado sobre un
s7ntimiento de suficiencia -suficiencia, cuando menos, para practicar la
v.ltt~d o para cumplir el deber- y de libertad. El segundo, sobre un senturuento de menesterosidad total y envolvimiento en una realidad suprema. El movimiento moral, eminentemente activo, es de ascenso hacia
lo alto, y supuesta, admitida, encontrada la existencia de Dios o de Jos
dioses, de autoelevacin hasta ellos o hasta l. El movimiento religioso,
al revs, fundamentalmente pasivo, es de descenso de Dios al alma, para
morar en ella y santificarla. En el primer caso, las palabras apropiadas
parecen ser ascensin y endiosamiento (en el J:pite, cuando Ja moral se
presenta totalmente separada y aun en contra de la religin, tomando la
palabra endiosamiento en la mala parte del uso vulgar). En el segundo
caso, las palabras adecuadas son asuncin y deificacin.
Estas. dos actitudes, cuando se separan, se oponen, y de hecho -este
ser precisamente nuestro tema en las pginas siguientes- se han dado
se dan, situaciones desordenadas, que pronto examinaremos, en las cuale~
pugnan entre. s una y otra actitud. Pero toda existencia bien compuesta
Y templada tiene que ser, al par, religiosa y moral. El esfuerzo tico,
rectamente cumplido, se abre necesariamente a la religiosidad, termina
por desembocar en eUa, como veremos al final de estas reflexiones. Y, por
su parte, la actitud religiosa eficaz fructifica en accin moral, en buenas
obras.
Estudiaremos a continuacin, primeramente, la actitud religiosa cuand~ ~e presenta separada de la moral; lo que acaece en las religiones prim1tlvas - en algunas religiones primitivas- y, con un inters mucho
mayor para nosotros, en el luteranismo. Despus analizaremos la actitud
tica (eticista). que no admite ninguna instancia superior a eUa porque,
:orno hemos dicho, parte de la conviccin de que el hombre se basta a s
105
mismo para proceder rectanente. Esta actitud tica puede revestir dos
f?rmas: o bien admite, s, la religin, pero subordinada a la moral, constltuyendo una parte de eUa y como un deber moral respecto de los dioses
o respecto de Dios, o bien, precisamente en nombre de la moral, rechaza
la actitud religiosa. Y finalmente haremos ver la r~duccin al absurdo de
esta actitud tica adversaria de la religin y la necesaria abertura de la
moral a la religin.
La actitud religiosa, separada de la moral, se ha dado y se da en las
inmorales religiones primitivas, que exigen, por ejemplo, sacrificios
humanos o la comisin de actos deshonestos. Qu ocurre en estos casos?
La vida del hombre primitivo, difcilmente capaz de reflexin moral es
guiada desde fuera por preceptos que, presentndose con incontrast~ble
' fuerza numinosa, como positiva y evidentemente divinos, sofocan la
recta razn moral. No falta, sin embargo, es claro, la sindresis, porque
esos actos reprobables son ordenados y cometidos sub ratione boni. La
oblacin de sacrificios humanos es expresin injusta del justo reconocimiento del seoro de Dios sobre la vida y sobre todos los seres. Las fornicaciones, prostituciones y orgas religiosas pueden tener tambin ese sentido oferente, o bien el de exaltacin oscuramente pantesta de la vida
Y. de su multiplicacin, o bien el de la bsqueda de un xtasis no espiritual, por supuesto, sino vital. (La interpretacin de estos actos cultuales corresponde a la historia de las religiones y no de la tica. ) De
cualquier modo, en estos casos no se enfrenta propiamente la actitud religiosa a la actitud moral, por la sencilla razn de que esta no se haUa
constituida como tal. Lo mismo habra que decir en el supuesto -inadmisible- 2 de que se aceptase la interpretacin voluntarista de la religin
de Yahv, interpretacin segn la cual el Dios de los judos se contradira a S mismo y ordenara el sacrificio de vidas humanas la fornicacin, el hurto, el incesto y la poligamia. Tampoco aqu habra ~posicin de
la actitud religiosa a la actitud tica, sino desarrollo exclusivo de la
primera.
La concepcin de Martn Lutero y de los autnticos luteranos es la
nica que, afincndose en una actitud cerradamente religiosa rechaza
consciente y deliberadamente la moral, en cuanto a su v~lor ante
Dios. Lutero plantea la cuestin en torno al problema de la justificacin 3 .Y parte de la situacin de confusin teolgica sembrada por el voluntansmo, por causa de la cual, y de su propia propensin personal,
la ve~dadera concepcin catlica se le presenta como pelagiana. Segn la
doctrma d~ Lutero, el hombre es, despus del primer pecado, irremediabl~mente mcapaz de cumplir la Ley de Dios, y al decir Ley de
Dios debe entenderse no solo la revelada, sino tambin la natural, porque
esta, por efecto del pecado, se halla borrada y apenas es posible advertir
su huella, por lo que requiere tambin, para ser conocida, el mandamiento positivo de Dios.
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bremos conciencia de que nadie, ni aun los ms santos, han podido cumplir la Ley}; y, en segundo lugar, en que, desde la Ley y a travs de Ja
desesperacin, demos el salto a la fe. Pero de tejas abajo, en lo que
atae a la vida intramundana, es menester tener en cuenta su uso civil y
moral. La Ley en cuanto tal es insoportable. La articulacin de la Ley se
halla ya a medio camino entre el cielo y la tierra. Su funcin no es ya
solo la de humillar nuestra cerviz, revelndonos el pecado en que consistimos, sino que reclama una observancia, por insuficiente que -vistas
las cosas con hondura religiosa- ella ha de ser. El usus politicus de la
ley tiende a demandar a los hombres que sean justos, no para con Dios,
lo que es imposible, pero s ante los hombres, haciendo as posible la convivencia y la comunidad poltica. La justicia moral y civil no justifica
ante Dios, aunque, por ella, se sea tenido por justo ante los hombres.
Lutero insiste morosamente en la separacin de estos dos usus de la Ley,
pero, a la vez en la vigencia de ambos. La separacin es el fundamento
de su doctrina 4 La afirmacin del uso civil le protege frente a toda
acusacin de inmoralismo. La pasin por la justicia es un deber siempre que no la esgrimamos ante Dios: Distnctio inter politiam, a:conomiam
et ecclesiam diligenter servanda est. La moral es vlida, pero para el
mundo, esto es, separada de la religin, privada de todo valor trascendente. El hombre no puede ni empezar a hacer su vida personal conforme
a ella. Intentarlo es, precisamente, su mximo pecado, su perdicin y condenacin.
Captulo 17
Como ya hemos dicho antes, esta primaca puede revestir dos formas.
la que admite la religin, pero como una parte de la moral misma -eticismo religioso-, y el eticismo irreligioso e incluso ateo, que rechaza
aquella. Veamos en el presente captulo la primera de estas formas, dejando la segunda para el siguiente.
La primaca de la moral sobre la religin es caracterstica de Ja religio
filosfica romana, que es considerada como una parte de la justicia 1 Pero
este punto de vista fue ya anticipado por los griegos.
Las palabras griegas que expresan la relacin religiosa son principalmente eusbeia y eulbeia (tambin otras, por ejemplo: hosots y threskea). Tanto la primera, que en el habla yiva significaba lo mismo religin que piedad filial y procede del verbo sbesthai, que encierra la
idea de terror sacro, como la segunda, que significa asimismo temor a los
dioses, con el peculiar matiz de guardarse o precaverse de ellos, experimentan en la lengua de los filsofos un proceso de racionalizacin y moralizacin. La definicin griega de la religin que ha llegado a nosotros
procede de Scrates (Memorabilia, IV, 6, 9 y ss.) y de Platn (dilogo
Eutifrn). En el texto jenofntico se dice que es piadoso o religioso el que
sabe (y por tanto cumple tambin, ya que conforme al extremado intelectualismo tico de Scrates el no obrar debidamente procede siempre, sin
ms, de ignorancia) lo legal respecto de los dioses. Este texto es un precedente capital de la religio romana, con su fuerte carcter jurdico, ms
an que tico. El dilogo de Eutifrn es una medacin mucho ms jugosa y fina, aunque, en definitiva, nada concluyente, pues, como en l hace
notar Scrates, parece una obra de Ddalo; las afirmaciones de Scrates y
Eutifrn giran en torno de los interlocutores y huyen apenas formuladas.
Su objeto es averiguar en qu consiste lo religioso (hsion o eusbes) y lo
irreligioso o impo. La primera definic.in propuesta es la de lo agradable a los dioses. Dos dificultades surgen en seguida. Dada la discordia
que reina entre los dioses, cmo agradar a todos ellos? Ms importante
es la segunda dificultad: Lo querido de los dioses es tal porque es piadoso,
o al revs, es piadoso en cuanto querido por los dioses? La mentalidad
griega, nada voluntarista, se inclina a la primera hiptesis, y as se llega
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aunque nunca una condicin objetiva para complacer a Dios 7, porque precisaI?7nte la_ Ilustra~in, conforie a su recto sentido, demanda que el
servlClo a ~ios sea libre y moral . No se rechaza la revelacin, pero tampoco se afuma: desde el punto de vista de la mera razn no puede entrarse en ese problema 9 Por tanto, Kant no toma la R~velacin como
punto de partida de su investigacin: y no ya la Revelacin sino ni siquiera la religin. Su punto de partida es tico: va a funda~ la religin
en la moral y no a la inversa 10
La moral -piensa Kant- conduce indispensablemente (unumgi:inglich) 11 a la religin. Cmo acontece esta conduccin? 12 Los contenidos
fundamentales de la religin son para Kant -como para la concepcin de
la religin natural- la existencia de Dios y la inmortalidad o existencia de una vida futura. Ahora bien: 1.0 , el cumplimiento del deber -progreso a la santidad- es una tarea infinita; la coincidencia con la ley moral exige, pues, la existencia de otra vida, la inmortalidad, y 2., la virtud,
por s sola -piensa Kant frente al rigorismo estoico- , no es el bien supremo; para convertirse en el bien supremo demanda la felicidad pues
la felicidad y la moralidad son los dos elementos, enteramente dif~rentes
entre s, q~e integran aquel. Pero esta felicidad exigida como complemento de la vutud solo puede ser alcanzada en otro mundo y distribuida
en proporcin a Ja moralidad.
El libro La 1eligi6n dentro de los lmites de la mera raz6n es en realida_d lo contrari_o de lo que suele llamarse filosofa de la religin; es
decu, lo contrarto de una reflexin sobre uaa realidad a la que no se accede racionalmente. No, este libro es una teologa. No teologa positiva,
es claro, pero tampoco teologa natural, declarada imposible por la Crtica
de la razn pura, sino una ticoteologa (Ethicotheologie) 13 ; es decir, una
teologa que procura una conviccin moral y no lgica mi metafsica. Por
lo_ dems, Kant man?ei:ie el concepto de religin natural. Religin - escribe- es el conoc1m1ento de todos nuestros deberes como mandamientos divinos; aquella en la cual yo debo saber, primero, que algo es un
mandamiento divino para reconocerlo como mi deber, es Ja religin revelada; por el contrario, aquella otra en la que yo s que algo es mi deber,
antes que pueda reconocerlo como un mandamiento divino es Ja religin
natural 14 Y apenas hace falta agregar que, para Kant, a verdadera y
ms profunda religin es la religin natural comprendida en el sentido
de religin !11ora1. La ley moral -lleg a escribir en su Opus postumum- es D1os.
El _idealismo alemn hered de Kant la idea de una teologa racional
que, sm embargo, en Schelling y Hegel pierde su caracterstica moralista
para tornarse metafsica. La religin revelada es comprendida como una
fase o momento en la evolucin del Espritu haca s mismo. Por encima
de la religin -idea representada- est Ja filosofa o idea concebida.
Sin embargo, en el joven Hegel se encuentran todava elementos de
una comprensin moral de la religin. Vase, por ejemplo, el anlisis
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por la tradicin y vlidos independientemente de l. Esto le da la hermosa
seguridad que posee cl nio... Lo esencial y lo accesorio, los valores ciegamente aceptados y los valores intelectualmente comprendidos se confunden.
Claro que no deja de ser tica una simple entrega a lo tradicional y su autoridad, pero en la vida de cada uno de nosotros hay momentos en que sentimos
como inmoral tal obediencia ciega... Llega un da en que tiramos todo aquel
lastre de valoraciones tradicionales... El proceso... lo llamamos emancipacin ... La emancipacin no significa que nos pongamos en marcha hacia la
arbitrariedad, sino hacia una sujecin interna ... En el impulso tico que dio
lugar a la frmula Meissner del J11gendbewegung, acta como uno de sus
elementos el afn de libertad; el otro, ms esencial, es la voluntad de asumir
la propia responsabilidad.
Claro que quedan pendientes estas preguntas: Podemos suponer que
todos son suficientemente maduros y fuertes para tal autonoma tica?
No es preferible que capas enteras de la humanidad vivan eternamente
en el temor de Dios ... ? Los ms peligrosos ataques contra el principio de la
autonoma han salido siempre de la religin; hasta telogos protestantes radicales, continuadores de Kierkegaard, arremeten contra l. En ello no se ma
nifiesrn sino Ja profunda antinomia entre la moral y la religin, que ya acta
en el antagonismo entre San Agustn y Pelagio 6.
11 7
ma: cada hombre . su propio juez. De la justificacin del hombre ante Dios
se pas as a la j11sti/icac11 del hombre ante s mismo.
El hombre moderno empieza, pues, exigindose ser justo y ordenando
por s mismo su propia vida. Pero, en seguida, su sentido activista, su
versin, tambin tpicamente moderna, a la realidad intramundana, le llevarn a ordenar el mundo en que vive y en el que reina Ja injusticia. Pero
por qu reina la injusticia en el mundo? El cristianismo primitivo y medieval, implantados en una concepcin religiosa de la vida, partan de una
afirmacin primera: la del pecado original que haba introducido el desorden, es decir, la injusticia, en el mundo. Pero el hombre moderno, ya
lo hemos dicho, prescinde de esos datos religiosos y solo toma del orden
sobrenatural lo que cree posible conocer natural, racionalmente; esto es,
la existencia de Dios. As, pues, si en el mundo reina la injusticia, hay que
pedir cuentas de ella al Creador del mundo, a Dios. Hace un instante vimos el trnsito de la exigencia de justificacin del hombre ante Dios, a
la exigencia de justificacin del hombre ante s mismo. Ahora empieza
una tercera fase: la discusin en torno a la justificacin de Dios ante el
hombre.
El primero en plantear abiertamente la cuestin fue Leibniz en su
Teodicea, palabra que significa precisamente justicia (justificacin moral)
de Dios. Y lo de menos es que el Creador salga por el momenro, como
efectivamente sale, justificado. Lo grave es la nueva actitud que este planteamiento revela: la poca pide cuentas a Dios, demanda a juicio a Dios
para que demuestre su bondad. Justamente por eso ha sentido la pertinencia, ms an, la necesidad de defenderle.
En la segunda instancia de este pleito, que tuvo lugar dentro del siglo xvm, iba a recaer una sentencia muy diferente. La Ilustracin y, muy
concretamente, Voltaire, se vuelven a plantear el problema de la poca,
el problema de la justificacin moral de Dios. El mtodo es empirista
-observacin de las injusticias del mundo, escndalo del terremoto de
Lisboa, con sus numerosas vctimas, algunas, muchas si se quiere, culpables, pero sin duda otras muchas inocentes- y racionalista, sin ningn
sentido para el misterio. El razonamiento, esquemticamente expuesto, es
este: Dios tiene que ser, por definicin, justo, y sin embargo, en el mundo, creacin suya, reina la injusticia. Cmo se resuelve esta contradiccin?
Con la idea de la Providencia parece imposible: Dios procedera como un
loco o como un malvado. Hay, pues, que renunciar a ella, y as, en virtud de una exigencia moralista, surge el desmo. Dios cre el mundo, pero
no lo gobierna; este es como un aparato de relojera que desde el principio
recibi toda su cuerda y ha quedado as, literalmente.) dejado de la mano
de Dios. Para la Ilustracin, que ha rechazado toda la dogmtica, lo
nico que permanece del cristianismo es su moral. Jess fue, simplemente,
un gran maestro de moral, un hombre que ense a sus hermanos a ser
justos y benficos.
118
Erirn
P.:
119
rado sobre el sentido tico de la filosofa. Los dioses son para l seres naturales, que ocupan su lugar en el mundo, como cualquier otro ente, y que
actan con acciones puramente naturales y, por tanto, limitadas, porque
una potencia infinita destruira, a juicio de este moralista, la libertad y
el destino moral del hombre y suscitara en el mundo espiritual Jo irracional, el ((miedo a los dioses. Si Dios fuese todopoderoso y omnipotente, la
vida moral quedara destruida. La confrontacin entre este eticismo y el
moderno es muy instructiva porque revela la diferencia de mentalidad,
finitista de la Anti~edad, desmesurada e irreductible en la poca moderna. Epicuro se conformaba con limitar el poder de los dioses. Los moralistas modernos han exigido su destruccin. Algunos, sin embargo -ambiguamente Sade, abiertamente Proudhon-, lo identifican con el mal. Para
Proudhon, Dios es el diablo, el enemigo del hombre, anti-civilisateur, antiliberal, anti-humain. Es menester, pues, negarle. Y para poder hacerlo con
conocimiento de causa, para poder estudiar la Biblia, Proudhon aprendi
hebreo. Como vio Donoso Corts, la polmica del revolucionarismo proudhoniano era esencialmente teolgica.
Mas tambin esta solucin, que pretenda deshacerse de Dios reteniendo la moral recibida, se iba a revelar muy pronto como impracticable. En
realidad ya Nietzsche haba sacado todas sus consecuencias al hecho trgico de la muerte de Dios. Dios fue muerto, segn hemos visto, por una
inexorable -y, por supuesto, desquiciada- exigencia moral (<da nica
excusa de Dios es que no existe). Pern si Dios ha muerto, si no existe ya,
entonces la moral carece de fundamento y <(todo est permitido. La idea
de justicia, como todos los presuntos valores eternos, es el reducto abstracto, la huella despersonalizada y <dilosfica -estadio metafsico de
Comte con todo su sentido peyorativo- que ha dejado, tras su paso por
la historia, Dios . Pero si desaparece Dios, todo se torna relativo y puramente histrico y solo puede subsistir la dimensin estructural de la moral,
la moral formal del existencialismo, por ejemplo, pero no la moral como
contenido. Este problema de la posibilidad de que subsistiese el orden
moral en la hiptesis de la inexistencia de Dios no es, ni mucho menos,
de planteamiento reciente. Ya lo hemos visto surgir ms arriba, a propsito de Hugo Grocio. Y a en la Edad Media, Gregario de Rmini haba ad
mitido que la obligacin moral continuara vigente aun cuando no existie
se Dios. Ahora bien, esto es imposible. Ningn <(contenido puede tener
validez universal si no est sustentado en Dios y por Dios. El fundamento
de la moralidad concreta es Dios, no, es verdad, el Dios Legislador, sino,
como veamos ms arriba, el Dios Creador, porque la creacin de la naturaleza humana qua racional es anterior, ontolgicamente, a la Ley preceptiva, y basta para la especificacin moral, en virtud de la conveniencia
o disconveniencia a la razn. Santo Toms, en la quaestio I, artculo 5, de
De Veritate, afirma, frente a toda suerte de platonismos, antiguos y modernos, que ninguna verdad es eterna ms que secundum quod est en la
mente divina; por analoga podemos, pues, concluir que tampoco ningn
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Etica
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Captulo 19
ABERTURA DE LA ETICA A LA RELIGION
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Etica
Los principios de la ca
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moral natural y precristiana, la de Aristteles. Para Aristteles, el hombre virtuoso es el que ciende derechamente al bien, el que sabe dirigirse,
el que se conduce rectamente. Pero se trata de una rectitud originaria
o bien de un enderezamiento posterior? Cul es en el hombre la tendencia ms inmediata, la del vicio o la de la virtud? Estas preguntas solo
pueden contestarse en cuanto ellas mismas abren el mbito de lo que est
ms all de la moral, pues es el tema del pecado original el que asoma
aqu. Aristteles no puede decirse que sea pesimista respecto de la condicin humana. Para l, la hxis de los ms, de los muchos, es intermedia (metax) entre la tendencia al bien y la tendencia al mal, pero se inclina ms hacia este ltimo 2 La virtud es, pues, para l, ms bien, el enderezamiento de una condicin torcida.
La aspiracin del hombre contemporneo no es ya, como en tiempos
ms gloriosos, el titanismo o el satanismo romnticos, o el advenimiento
del superhombre nietzscheano. Hoy se contenta con el humanismo, pero
humanismo quiere decir -escribe Saint-Exupry- llegar a ser hombre
sin la ayuda de Dios. Mas ni siquiera esto es posible. Y entonces sobreviene el fracaso. Fracaso no solo de esta o la otrn aspiracin, sino, en un
estrato ms profundo, y como ha escrito zubiri, el fracaso radical de una
vida y de una persona que han intentado sustantivarse. El fracaso en la
idea misma del hombre, en el proyecto que se ha querido ser y que tal vez
incluso se ha sido verdaderamente, cierra todas las perspectivas de una
moral separada y entonces no quedan ms salida que la desesperacin o
la religin.
Otro tanto acontece con las situaciones-lmite, la muerte. el sufrimiento, la lucha, la culpa. En otro lugar 3 he hecho ver cmo 1a religiosidad
contempornea es predominantemente, al menos en sus testimonios literarios, religiosidad a la que se accede a travs de la lucha desesperada, del
riesgo, del abandono o de la soledad ante la muerte. Tampoco el sufrimiento adquiere sentido, como ha hecho ver Max Scheler, ms que a la luz
de la idea de sacrificio; es decir, transportando la cuestin del plano moral
al religioso. La vivencia de la culpa como pecado, la del poder del mal y la
de la idea de Satn 4 sealan el trnsito de la concepcin tica a la concepcin religiosa de la vida, como lo sealan igualmente el arrepentimiento
y la conversin.
La idea de fin, y en particular la de fin ltimo, es central en la ti
ca. Como dice Santo Toms, el fin no es de ningn modo extrnseco al acto,
sino su principio in intentione -y su trmino- in exsecutone. Pero la
cuestin es esta : Qu es lo que de verdad y por nosotros mismos podemos perseguir como fin? El activismo moderno ha pensado que todo poda adquirirse, que la voluntad firme y decidida es la medida de nuestras realizaciones. Max Scheler, reaccionando excesivamente contra esta
tendencia, ha negado, segn veamos arriba, que se pueda querer el bien
moral y afirmado que los valores morales solo se realizan cuando, sin
ninguna segunda intencin, respondemos adecuadamente a los otros valo-
126
Etica
res, respetando su jerarqua. Sin llegar a los extremos de Scheler, son muchos los que se dan cuenta de la limitacin esencial de la voluntad moral.
Lo ms alto - ha escrito Jaspers- no puede ni siquiera ser convertido
en fin; por ejemplo, llegar a ser una gran personalidad. Esta tiene que
sernos regalada. Lo nico que podemos hacer es vivir en disposicin
de recibir este regalo. O lo que es lo mismo, dicho en los trminos que
antes manejbamos, que el esfuerzo puramente moral tropieza con su propio lmite; y ese regalo de Jaspers no es sino la gracia (gracia estrictamente dicha, o bien los designios de la providencia, en todo caso un
mundo sobrenatural que circunda y envuelve el obrar humano).
La dialctica de lo que llama Le Senne destin, destine y destination 5
patentiza lo que acabamos de decir. La destination, aquello a que nos sentimos destinados, es decir, la vocacin>>, la misin, envuelve ya en s
misma un elemento trascendente. (Quin nos llama? Quin nos ha enviado?) El destino, el fatum, evidentemente tambin, aunque fuese una
trascendencia impersonal, csmica, la rectora de la suerte de los hombres.
Entre la destination y el destino, se abre su camino, la destine: La
destine d'un homme est un mixte de destin et destination ... Une destine ... mrite le nom de morale dans la mesure ou l'homme russit a faire
descendre dans son histoire le plus possible de sa destinatiom> ~. Reparemos, a este respecto, en que la situacin actual del hombre frente a su
destino es muy semejante a la antigua. La filosofa existencial se levanta
sobre una concepcin de la vida abrumada por el peso del destino, destino
que hay que saber aceptar (amor fati, de Nietzsche) y en ello consiste el
supremo mandamiento moral. El hombre ha sido arrojado a la existencia, su misma libertad es una condena y el ciego sentido de la vida es
ser para la muerte. Por eso, y frente a eso, el padre Maydieu ha podido
escribir que la foi est la certitude que par le Christ l'homme triomphe
du destin et ralise sa destine. Ahora bien, esa pesadumbre del destino,
tan claramente apreciable en el pensamiento contemporneo, no es sino
una recada en la concepcin antigua. Ya Platn, en el mito de Er, al final
de la Repblica, deja muy escaso huelgo a la destination, puesto que la
eleccin de la suerte se hace sobre patrones de existencia ya dados. Al final
del helenismo, la preocupacin del hombre se polariza en la liberacin de
la Heimarmne, que rige implacable y astrolgicamente el destino humano.
Los estoicos, casi como los actuales discpulos de Nietzsche, propugnan
una paradjica liberacin de aquella, que consiste, justamente, en aceptarla y quererla. Frente a ellos se presentarn dos frmulas de salvacin -salvacin del destino-, la gnosis y, para los gnsticos cristianos, el bautismo. En cualquiera de estos casos, antiguos y modernos, es patente la vivencia de determinacin supramoral de la existencia humana.
Otro tanto acontece con el problema de la felicidad, cuyo tratamiento
en Aristteles es muy instructivo. Aristteles distingue tres conceptos:
eupraxa o buena conducta, bien obrar; eudaimona o felicidad, y makariots o bienaventuranza, beatitud. En realidad, solo la primera depende del
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Captulo 20
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Etil'a
Segunda parte
EL OBJETO DE LA ETICA
Captulo 1
Etica
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Hoc . ~ornen hfbitus ab habendo esr surnptum: a quo quidem nomen habitus
duphcuer .derivaru~: . -un<? qudem modo secundum quod horno ve! quaccumq~e aha res d1c1tur aliqwd habere- ; alo modo secundum quod aliqua
res ahquo modo habet se in seipsa, vel ad aliquid aliud z.
. Habitud .sig?i.fica, pu~s, primeramente, haber adquirido y apropiado; pero s1gmfica ademas que este haber consiste en un habrselas
de un modo o de otro, consigo mismo o con otra cosa; es decir en una
relacin, en una disposicin a que puede ser buena o 1~ala 3 : la
salud, por ejemplo, es una buena disposicin del cuerpo para la vida la
enferm.edad, al revs, mala disposicin . Pero en orden a qu disp~ne
I~ habitud moral? En orden principalmente al acto 4 Los hbitos son habitud.es en orden a la naturaleza y, a travs de ella, a su fin, la operacin.
~0~1s1s.ten, pues, en disposiciones difcilmente admisibles para la pronta y
fac1l cccuc1611 de ,los actos correspondientes. Los hbitos se ordenan pues >
a 1os actos, y, rec1procamente, se engendran por repeticin de actos. Ahora
compre~demos la c1~orme importancia psicolgica, y por ende moral, de
los hbitos: determinan nuestra vida contraen nuestra libertad nos in.
5
'
cl man , a veces por modo casi inexorable: Virros enim moralis agit in1
135
clinando determnate ad unum sicut et natura 6 , puesto que la costumbre es, en cierto modo, naturaleza 7 Y as puede llegar un momento
de la vida en que la responsabilidad moral del hombre radique, mucho
ms que en el presente, casi totalmente comprometido ya, en el pasado
mucho ms que en los actos, en los hbitos.
'
Tras los anteriores anlisis -los de este captulo y todos los de la
pr~era parte- vemos que la tica o Moral, segn su nombre, tanto
griego como latino, debe ocuparse fundamentalmente del carcter, modo
adquirido de ser o inclinacin natural ad agendum; y puesto que este carcter o segunda naturale.za se adquiere por el hbito, tambin de los
hbitos debe tratar la tica.
Ahora bien: en este nuevo objeto material --carcter y hbitoqueda envuelto el anterior, los actos, porque, como dice Aristteles,
tx. 't:W\I .t.owv evepel>ll al ~~Ell; 1l\10\l'tfll 8 Hay, pues, un crculo entre
es~os tres conceptos, modo tico de ser, hbitos y actos, puesto que el
primero sustenta los segundos y estos son los principios intrnsecos de
l~s actos 9 , pero, recprocamente, los hbitos se engendran por repeticin de actos y el modo tico de ser se adquiere por hbito. Estudiemos,
pues, a continuacin, y en general, los actos, los hbitos y el carcter, considerados como objeto material de la tica.
Empezando por los actos, lo primero que debemos preguntar es
cu~les , entre los actos que el hombre puede ejecutar, importan a la
tica. La Escolstica establece dos divisiones. Distingue, por una parte,
los actus hominis que el hombre no realiza en cuanto tal, sino ut est
natura quaedam y los actus humani o reduplicative, es decir, actos del
hombre en cuanto tal hombre. Solo estos constituyen propiamente el
objeto de la tica, porque solo estos son perfectamente libres y deliberados. Mas, por otra parte, parece que tambin ciertos actos no bien deliberados son imputables al hombre. Entonces se establece una segunda distincin entre actos primo primi, provocados por causas naturales y ajenos
por tanto a la tica; actos secundo primi, imputables, por lo menos a veces, o parcialmente, en los cuales el hombre es movido inmediatamente
por representaciones sensibles; y los actos secundo secundi que son los
nicos plenamente humani en el sentido de la divisin anteri~r 10
Naturalmente, solo un anlisis casustico y a la vez introspectivo
podra establecer la imputabilidad de cada uno de esos actos que se
mueven en la frontera indecisa de la deliberacin y la indeliberacin.
Lo que en una teora de la tica nos importa sealar es el contraste, a este
r~specto, entre la poca moderna por un lado y Aristteles, el cristiarnsmo y la Escolstica antiguos y la psicologa actual de la moralidad
por el otro. En la Edad Moderna, poca del racionalismo y tambin del
apogeo de la teologa moral, se tenda a limitar la imputabilidad a actos
que proceden de la pura razn, porque desde Descartes se haba afirmado en realidad una mera unin accidental del alma y el cuerpo y se
pensaba que el alma y la razn son trminos sinnimos. Por tanto.
136
Eti ca
solo los actos racionales (no ya deliberados, sino discursivamen/e deliberados) seran propiamente humanos.
Aristteles, por el contrario, pensaba que los malos movimientos
que surgen en el alma constituyen ya una cierta imperfeccin, aunque sean
reprimidos por ella: justamente por esto, tal sojuzgamiento o e1x.p-ccta
no constituye virtud, sino solamente semivirtud. Le falta aquietamiento
de la parte racional del alma, le falta la armona interior o owtppoovr.
Para el cristianismo, el problema era ms difkil, porque tena que
contar con el lomes peccati, secuela del pecado original, rescoldo de movimientos desordenados que, sin embargo, en s mismos, no constituyen
pecado. Y, por otra parte, tena que contar tambin con las tentaciones.
A pesar de todo, el gran sentido asctico y el gran sentido de la unidad
humana inclinaban a juzgar que el hombre asistido de la gracia puede,
mediante una vigilancia elevada a hbito, prevenir un movimiento desordenado antes de que nazca.
Los estudios actuales a que nos hemos referido en el captulo 8
de la primera parte, el psicoanlisis, la psicologa de la moralidad, nos
han mostrado, en primer lugar, que Ja vida espirirual no siempre, ni
mucho menos, se desarrolla en forma de debate discursivo, como
acontece en los autos sacramentales; pero que esto no empece a la libertad
y la imputabilidad. El hombre sabe manejar con gran destreza su subconsciente, remitir all lo que no quiere ver, no preguntarse demasiado,
no cobrar conciencia de lo que no le conviene, producir previamente una
oscuridad en el alma para no poder dvertir luego lo que all ocurre, etctern. Por otro lado, los movimientos desordenados no surgen aisladamente, sino que se van preparando, mediante mnimas claudicaciones,
una atmsfera de disipacin en la que consentimos entrar, una lenidad
interiormente tolerada, etc. Los actos, por pequeos que sean, no nacen
por generacin espontnea, ni existen por s mismos, sino que pertenecen
a su autor, el cua l tiene una personalidad, unos hbitos, una historia
que gravitan sobre cada uno de estos actos. El gran error de la psicologa
clsica ha consistido en la atomizacin de la vida espiritual. Los actos
de voluntad se tomaban aisladamente, como si se pudieran separar de los
otros actos, precedentes y concomitantes, como si se pudieran separar
de la vida psicobolgica entera y de la personalidad unitaria. La vida espiritual forma un conjunto orgnico.
Pero la psicologa clsica no slo ha atomizado la vida en actos, sino
tambin cada acto. El anlisis del acto de voluntad, llevado a cabo por
Santo Toms 11 , est justificado. Distingue en l diferentes momentos o
actos, unos respecto al fin, velle, fru e intendere, y otros con respecto a
los medios, la electio, el consilium, el consensus, el usus y el imperium.
Entiende por velle o amare Ja tendencia al fin en cuanto tal y sin ms,
y por fru la consecucin del fin. Intendere no es una mera inclinacin al
fin como velle, sino en cuanto que ella envuelve los medios necesarios
para alcanzarlo. La electio es la decisin -siempre de los medios-; el
El objeto de la 1 irn
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Etica
El obje10 de la tica
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El objeto de la tica
Captulo 2
141
Esta prdida del concepto del thos en cuanto perdida del sentido. urutario de la realidad moral, se tradujo histricamente en una crea:nte
atomizacin de la vida psquica, sobre la que ya hemos hablado (aislamiento de los actos entre s y descomposicin de cada acto en los doce
o catorce a que antes nos hemos refe~ido) y de la vid~ .~oral (tica centrada en los actos con su consecuencia lgica, la admlSlon de actos morales indiferentes). Estos dos procesos -prdida de la conciencia de la
realidad del tbos y atomizacin psquicomoral- se han desarrol~ado
de consuno: Santo Toms, cuyo anlisis del acto de voluntad no t.1en;
todava como hemos visto sentido atomizante, no admite los actos md1ferente; in individuo y h;ce suya la sentencia traducida de Aristt~les,
qualis est unusquisque, et talis videtur finis ei 1 , que. supone una cierta
conciencia de la unidad moral. Sus discpulos, especialmente los de la
poca moderna, han ido perdiendo progresivamente esta concie?~ia. Pero
hoy ha surgido ya, en el seno de la Escolstica, una fuer.te reacaon c~ntra
Ja tica atomizante, reaccin de la cual vamos a exammar ahora mismo
una muestra a mi parecer exagerada y simplificatori~. .
,
El objeto material de la tica parece, pues, coost1tu1do P_?r .el caracter
(thos), los hbitos y los actos humanos. Pero con es~o, esta dicho todo?
Cabe objetar que lo que importa no son los actos aislados -por lo me-
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Etica
~I
objeto de la tica
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l.J4
Euca
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Ec"
tin escribe Malraux 17 Pero para el cristianismo este destino no es mexora1blemenre impuesto -fatum, hezmarmi:ue-, sino libremente decidido.
Lo que importaba hacer ver en la presente reflexin sobre el objeto ?1tcrial, desde el punto de vista de su mera estructura, es que este o~ eto
material consiste fundamentalmente en el thos, esto es, en la personalidad
moral; pero que la personalidad moral se define a travs de todos y
cada uno de los actos y de los hbitos, por lo cual estos no pueden ser
relegados a un segundo trmino al hablar del obj7to de la tica. !ambin,
es verdad, a travs de la vida entera. Pero, en primer lugar, la vida no es
posible tenerla toda junta vivencialrneme (realmente s, porque queda
impresa en nosotros1 es, precisamente, nuestro Carcter, nuestro thos),
porque transcurre y se distiende en el tiempo. O , mejor dicho: s es posible tenerla toda junta, pero esto acontece precisamente en ciertos actos
privilegiados. La vida como totalidad nos remite, pues, otra vez, a los
actos que la resumen -el instante, la repeticin, el siempre (con
lo cual se confirma una vez ms la estructura circular del objeto de la
tica: la totalidad remite a determinados actos, a travs de los cuales
se descubre precisamente aquel sentido total)- y al ca_rcter en que
queda impresa. Y en segundo lugar, al hablar de la vida en su totalidad no debe olvidarse que esta no es solo duracin, sino tambin
futuricin y emplazamiento. En el tiempo como futiricin proyectamos
el destino moral que vamos a forjar. En el tiempo omo emplazamiento
y mientras llega la muerte, estamos a tiempo de rehacer ese destino
moral.
Hemos visto que el tiempo del hombre en una de sus dimensiones
es futuricin y en otra emplazamiento. Esto significa, segn Jo dicho: l.,
que el hombre proyecta y se propone, se esfuerza y se afana en el
tiempo; 2. 0 , que el hombre dispone de un tiempo limitado para hacers~
a s mismo, para realizar su cualidad tica, y 3.0 , que el hombre est situado en un tiempo que no es ni reversible ni uniforme, en el sentido de
intercambiable, sino esencialmente cualitativo 18 Todo lo cual quiere decir
que esa creacin o cuasicreacin en que consiste el thos es constitutivamente temprea. En realidad, probablemente puede decirse esto de toda
creacin o cuasicreacin, empezando por la creacin propiamente dicha,
la Creacin divina. Si lo que importa no es lo que en absoluto habra
podido ser, sino Jo que Dios ha querido, segn potentia ordinata, que sea,
entonces hay que afirmar que Ja Creacin, de hecho, implica la temporalidad. Hoy se tiende a pensar que la creacin instantnea es una abstraccin. El universo real 19, en expansin y devenir, supone una creatio continua a travs de las causas segundas, concebidas por un evolucionismo no materialista como coadiutores Dei.
Si esto es verdad para la autntica Creacin, lo es mucho menos controvertiblemente para la creacin o cuasicreacin histrica, como ha mostrado Xavier Zubiri 20 La Historia no es un ciclo cerrado, un eterno
El objeco de la tica
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Captulo 3
El objero de la tica
TEMATIZACION DE LA ETICA
Tras haber tratado del objeto material de la tica tedremos que hablar de su objeto formal, el bien moral, es decir, los actos, hbitos,
vida, thos, en cuanto buenos (o malos). Pero para ello tenemos que
decir primero lo que el bien moral sea, continuando todava atenidos al
punto de vista puramente formal, indeterminado, estructural de la moral, sin entrar en su contenido.
Parece oportuno seguir el ejemplo de Aristteles y empezar por descartar una falsa concepcin del bien. Aristteles dedica el captulo VI
del libro de la Etica nicomaquea a refutar la concepcin platnica del
bien como una idea separada y universal (el bien como concepto unvoco y gnero), de tal modo que los bienes terrenos solo seran tales por participacin de aquella.
Naturalmente no vamos a repetir aqu, pun.to por punto, los razonamientos de Aristteles. Pero la crtica aristotlica es mucho ms actual de lo que pudiera pensarse. Comencemos por reparar en que, segn
seala Aristteles, el concepto del bien no era para los platnicos totalmente unvoco, puesto que excluan de la idea los bienes que no lo
son xao ai:a 2. Del concepto del bien se expulsan as todos los bienes tiles, lo cual es --con un criterio ya rigurosamente moralista que,
por supuesto y como vimos, falta en Platn- lo mismo que har Kant.
Pero, en realidad, se expulsan solo los bienes tiles? Se expulsan todos
los bienes 1eales, todos los bienes de este mundo, que no seran ms que
reflejos del verdadero bien, la Idea. (Recurdese la crtica de Heidegger arriba expuesta a la doctrina de la verdad como idea, doctrina
que subyace a esta concepcin del bien.) Los bienes de la realidad no son
tales bienes. Lo nico verdaderamente bueno, dir Kant, haciendo platonismo inmanentista, es la buena voluntad. Para Aristteles y la Escolstica la realidad entera es buena; todas las cosas, el hombre como realidad, todo lo que l apetece, por lo menos bajo el respecto en que l lo
apetece, y sobre todo este estrato del bien communiter sumptum y ya no
como simple realidad, sino como ley, obligacin, exigencia, conveniencia con la naturaleza racional o demanda de perfeccin del hombre qua moral. El bien de las cosas (bienes exteriores) y la bondad moral
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1'Hl
Etic~
El objeco de la tica
151
fantasas , Castillos en el aire, deseos, ideales y tambin idealismo filosfico). Pero Ja realidad est esperando o, mejor dicho, urgiendo, instando. Es menester, pues, volver a ella. Proyectar es pensar lo que se va
a hacer. Pero pensare significa pesar. El pensamiento, el proyecto
pesan, gravitan, tienden a la realidad. Y en su realizacin, en el ponerse
a ello, tienen que plegarse a la realidad, apoyarse en las cosas, contar
con ellas 8 y recurrir a ellas. Lo cual quiere decir que, si del lado del yo
el rodeo de la irrealidad consiste en proyecto, este proyecto est sometido a las cosas mismas (ajustamiento a la realidad, justificacin de
que hablbamos al estudiar el principio antropolgico) o, lo que es igual,
tiene que ser posible. El concepto de posibilidad comprende totalmente
lo que el concepto de proyecto rinde solo por modo parcial, wlateral 9
Aristteles distingue los fines de los medios, pero l mismo se da
cuenta del carcter relativo y cambiante de esta distincin. En efecto,
segn l, hay tres clases de bienes: de un lado los que se buscan siempre
por causa de otro (ot d)J1.t1); de otro, el bien que se busca siempre por
s mismo (xa6' at) y nunca por causa de otro. Pero entre uno y otro
extremo, ciertos bienes cppoveiv, pav, ~ar,vai y ttat que aun cuando se
buscan 1h' ano tt son tambin buenos xa6' a'ta 10
Los bienes, todos los bienes, excepto uno -en seguida veremos cul-,
pueden ser tomados, pues, segn los casos, como medios o como fines
(no ltimos). Incluso Dios, concebido como bien particular. En efecto, qu otra cosa hace quien le rinde culto para que le conceda lo que
le pide? Y, por elevarnos a ms altos ejemplos, en la concepcin de Kant
y en la de Unamuno, no aparece Dios mera y respectivamente como el
medio garantizador del deber, el medio garantizador de la inmortalidad?
Por lo dems, ya hemos visto que el fin, considerado como proyecto
y fruicin, no sobreviene a la manera de resultado, al terminarse la accin,
sino que es inmanente a ella. Pero si el llamado fin est en cada uno
de los pasos de nuestra accin, tampoco estos pueden ser considerados
como medios, puesto que tambin ellos estn penetrados por aquel y
son_ inseparables de l. Solamente bajo el dominio de una concepcin racionalista y propositiva puede descomponerse una accin, despus de realizada,
en esas abstracciones que se denominan medios y fines 11 El proyecto,
como ya hemo dicho antes, lo es siempre dentro de una situacin concreta y para ella. De antemano no es an casi nada: en tanto que se va
articulando a travs del proceso y resistiendo la prueba de la realidad
-es decir, para emplear la terminologa tradicional, concretndose en
medios- es como va cobrando entidad, realidad.
Por todo esto, conviene levantarse, con Zubiri, desde la especificacin
medios-fines a la dimensin previa de las posibilidades, que comprende
a unos y a otros y ofrece adems la ventaja de descubrirnos, como hemos
visto, esa doble vertiente de irrealidad y plegamiento a la realidad que
p~se~ todo acto humano. Esta sustitucin de conceptos presenta, por
anadidura, una ventaja accidental. Los trminos fin y medio, un
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Etica
El objeto de la tica
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a la felicidad., Ahora bien: ~~bre est~ ltimo ~s menester decir aqu alguna palabra. mas, porque la euca kanuana contiene una enrgica crtica del
e!-ldemomsmo. Para Kan~ la cica de la felicidad no es aceptable, en
pnmer lugar, porque la felicidad, en cuanto a estado que se desea y busca, le es al ho~b7e completa~en~e natural y unvermeidlich, por lo cual
no puede constttu1~ un deber , smo -agrega en segundo lugar- precisamente lo contrario .del deber, es decir, la inclinacin, que pertenece
al orden del ser. El maceptable supuesto metafsico de tal crtica 1 la tajante. separaci~ entre el o~den del ser y el orden del deber, ya 10 hemos
r~?atido deterudamente mas arriba. El estrechamiento que con la reduccion .de ~a ~~ral al puro deber sufre la tica es bien visible: lo que se hace
por mchnac~on,. por amor,. 9uedara fuera de ella, y no digamos lo que,
como la asp1rac10n a la felicidad , se hace por amor a s mismo. Scheler ha
refutado ampliamente esta tesis, raz del altruismo moderno sealando
que, en s mismos, los Fremdwerte y los Eigenwerte son igual~s en altura
moral. ~ mucho antes q~e .1. Aristtel~s llev a cabo un fino anlisis y
un elogio del amor a si mtsmo ( i:o cp1lao'tov) desde el punto de vista
moral 20
Kant rechaza no solamente el primado de la idea de felicidad sino en
gene~al el de ~a idea del bien (segn la concepcin clsica la feli~idad era
un bien, el bien supremo), y haciendo tambin en el terreno tico una
~r.evolucin copernicana, remplaza la tradicional tica del bien por la
et1ca del deber. Hasta l se haba dicho bonum est faciendum> l va a
d~cir: el bien con~iste en lo que se debe hacer. No es el codcepto de
bien el que determma la ley moral y la hace posible, sino, al contrario,
es la ley moral la que d~termina el concepto de bien y lo hace posible.
Per~ realmente la doctrina de Kant es tan revolucionaria como a primera vista parece? En el plano te~nomo el voluntarismo haba sostenido ya,
frente a . Santo Toms, que el bien es tal porque Dios lo quiere. La tica
voluntarista era, pues, una tica del Mandamiento y no una tica del bien:
be~os
amar a Dios porque as nos lo manda l. Pero Santo Toms
h~b1a dicho:. Toda la razn de amar a Dios reposa sobre el hecho de que
Dios es e~ bien del hombre 21 La revolucin kantiana consisti, pues, no
tanto en mvent~r una moral del ~eber como en secularizar y hacer autnoma una preextstente moral teologica.
. Esto, por una parte. Por otra, el proceder de Kant consiste como ha
sido usual en la filosofa moderna -otro tanto ocurri con la c~nciencia
Y la verdad-, en abstraer, hipostasiar y magnificar la idea del deber
cuyos remotos orgenes haban sido ms bien modestos. En efecto la ide~
del ?:ber surg:, con carcter filosfico -tras el precedente dei Critn
~ocra.tico-platmco-, entre los estoicos. Antes, en su sentido primario,
otpEl~op.~vfJv , como debitum, era lo que se debe, lo que hay que pagar,
se?udo que h~ conservado esta palabra en las lenguas latinas y que ha poseid? .el aleman Sollen nada menos que hasta Goethe 22 Pero incluso en el
esto1c1smo los kathkonta u of/icia son los deberes concretos, circunstan-
?e
156
Etica
ciales y siempre plurales 23 que hasta pueden ser cumplidos sin la plena
posesin de la virtud. Otra nota caracterstica del deber, su sentido negativo, restrictivo, aparece ya, asimismo, entre los estoicos, y no por casualidad. En efecto, una moral a la defensiva, y que por haber perdido toda
confianza en el mundo y la fortuna renunciaba al cumplimiento de grandes empresas y se replegaba sobre el interior del hombre, tena que descubrir los deberes, tena que descubrir el hacer que solo depende de nuestra buena voluntad.
La antinatural discordia interior propia de la tica pura del deber era
insostenible y reclamaba una superacin para la cual hay ya elementos en
el mismo Kant. En primer lugar, aunque desde un punto de vista estrictamente moral sea indiferente que la inclinacin acompae o no al sentido
del deber, desde un punto de vista pragmtico es altamente deseable esta
concomitancia; e incluso llega a decir Kant que la conducta del hombre
virtuoso que, como en la concepcin del corazn alegre de Epicuro,
verdaderamente goza en el cumplimiento del deber puede ser moraliscb 24 ; pero este goce, cuando verdaderamente se da, que es pocas ve.ces, consiste en una consecuencia o resuJtado del sentimiento de respeto
a la ley moral. En segundo lugar, Kant abre, mediante la idea de la voluntad santa poseda de hambre y sed de justicia, otra va de salida de
su rigorismo, si bien para l -como buen protestante- la santidad pertenece a un orden en la prctica inalcanzable.
Schiller es el primero en buscar esta salida 2>. Schiller considera ticamente deseable -tica y no slo pragmticamente, como Kant- que
en el hombre se d una inclinacin al deber (Niegung zu der Pflicht).
En el vocabulario y la concepcin de Kant la inclinacin al deber
poda ser, a lo sumo, efecto, nunca causa, de la conducta moral. Por
el contrario, a Schiller le parece insuficiente la determinacin por el
deber puro, y por eso postula una armona previa y esencial, la propia del alma bella, merced a la cual los impulsos naturales se asocien a la razn y presten as su concurso a la obra de esta. Para Schiller,
repitmoslo, esta armnica perfeccin es una perfeccin tica. tica, s,
pero no perteneciente al orden moral. Schiller, para no romper con Kant,
cuyo prestigio filosfico gravitaba tanto ms sobre l cuanto que l no
era un profesional de la filosofa, distingue entre el orden moral y el orden
tico, aun cuando no haga el deslinde con esta precisin terminolgica,
que ser Hegel el primero en lograr. Orden moral es el orden del deber
puro; es decir, el orden de la moralidad kantiana. Orden tico es el de la
perfeccin tal como l la concibe, el orden de la armona de inclinacin y
deber, del alma bella y la virtud.
Tras Schiller, Hegel aplica, sistematizndola, como ya vimos, y presentndola ya como superacin, una concepcin semejante. El orden de la
moraldad es individualista, abstracto, discordante, represivo y negativo.
Por eso es menester levantarse desde l a la sntesis de la eticidad . .
El objeto de la tica
157
Han sido tal vez los filsofos ingleses contemporneos, a partir de Prichard, quienes ms temticamente han tratado la tensin y posible -o imposible- vinculacin entre los conceptos de duty o ougth, por un lado,
y good, por otro, a los que suelen aadir, hasta erigirlo a veces en central, el de right. Pero de ellos ya hemos hablado en el captulo 11 de la
primera parte. Desde la perspectiva de la filosofa de los valores, Hartmann, en su concepto del Seinsollen, y Hans Reiner en un libro que, muy
explcitamente, lleva el ttulo de Pflicht und Neinung, se han propuesto
trascender esta antinomia. Y finalmente, Ren Le Senne 26, con un estilo
de fosofar inspirado en el de Maine de Biran, ha presentado el deber,
no como dictado, sino hacindolo ver surgir a travs de la duda y el esfuerzo, la contradiccin y el fracaso, el tanteo, la eleccin, la crisis y la
previsin de la muerte, en el desarrollo de la vida moral, comprendida
primariamente como creacin y no como regla. El deber termina
constituyndose en cuanto tal como precipitado del bien y conocido y fijado. En cambio, la experiencia moral originaria y creadora es experiencia
del bien moral o valor.
159
Captulo 4
El objeto de la tica
de los estmulos y de sus estructuras biolgicas. El hombre, por el contrario es una realidad inconclusa en orden a sus actos, que no est ajustada ~ la realidad y por eso es Ubre. I nconclusin quiere decir indeterminacin. Mas esta indeterminacin es propiamente sobredeterminacin, porque el hombre es una esencia abierta que est sobre s, sobrepuesto a
su naturaleza, a sus tendencias, proyectando sus posibilidades y definiendo
el contenido de su felicidad y la figura de su personalidad. Y por otra
parte, es tambin sobredeterminacin, porque el hombre, por naturaleza,
quiere siempre ms, quiere por encima de lo que en concreto est queriendo cada vez; quiere, por necesidad, no este o el otro bien, sino, a travs de ellos, el bien general (ningn bien concreto puede agotar lo apetecible). Y por eso toda contraccin del bien envuelve la sobredeterminacin; es decir, rebosa de s misma: al querer esta realidad, se est conqueriendo la realidad.
Hemos dicho que el hombre se ..mueve siempre dentro del mbito del
bien y le es imposible salir de l. Pero en esta afirmacin hay que subrayar dos palabras a la' vez: dent~o y se mueve. El hombre est en el
bien y, sin embargo, no reposa en l y ni siquiera consigue alcanzarlo plenariamente. Hay, como se ha dicho 5, una esencial ambigedad en la relacin del hombre al bien. Lo busca estando siempre en l y, al mismo
tiempo, paradjicamente, sin encontrarlo nunca. Y advirtamos que esto
acontece no solo en el caso de la defeccin moral, sino tambin en la va
de la perfeccin, porque, como hemos visto, la indeterminacin est inscrita en la esencia misma del hombre. El hombre tiene que definir la fi.
gura de s mismo a travs de la bsqueda incesante, el tanteo de posibilidades, la alteracin de los proyectos; a travs de la inseguridad y la exposicin al error moral.
Y justamente en esto consiste el pasaje de la indeterminacin o sobredeterminacin a la determinacin, el trnsito del querer el bien al querer este o el otro bien. Cmo acontece esta libre particularizacin del
bien? Por un lado, mediante la inteligencia: Radix libertatis est voluntas
sicut subiectum; sed sicut causa est ratio; ex hoc enim voluntas libere
potest habere diversas conceptiones boni 6 . Pero la volicin y la inteligencia son las dos vertientes del poseerse, el cual se monta sobre la
fuerza de voluntad ; es decir, sobre las tendencias, sobre los movimientos sensitivos, sobre las pasiones y tambin sobre los hbitos. La inteligencia entiende y la voluntad prefiere sobre las tendencias sensitivas, inclinndolas, refrenndolas, sofocndolas, o al revs, dndoles rienda suelta.
Ahora bien: esta determinacin del contenido de la felicidad, este
poner el bien supremo en esto o en lo otro, se hace por eleccin? La
eleccin es de eorum quae sunt ad finem. Elegimos esta accin buena
o la otra mala, pero se elige ser bueno o malo? Dice Santo Toms en un
texto precioso y difcil: Quod hoc ve! illud sub ratione beatitudinis et
ultimi finis desideret, ex aliqua dispositione naturae contingit: unde Phi1
losophus dicit quod 'qualis unusquisque est talis et finis videtur ei' ...
160
Etica
El objeto de la tica
161
nos, al ser honrados por los phronimo! a caus~ de la. virtud, ~'lt ape't'{ ;
con .lo cual r;sulta que el , verdad.ero frn del b1os pol1tiks (que en este
sent~do d~?ena llamarse bzos ethzks) es la virtud. Estudiemos, pues, a
c_o?tmuacion estas tres determinaciones abstractas (=separadas) de la felic1da?. empezando por el placer. Pero adelantemos que, en cualquier caso,
la feltcz~ad humana tendr que estar, como es obvio, en 'tav6p11:1vov a1aOv
en e~ bien humano, y este, en la obra del hombre, en una praxis s~1va
propia.
La tica griega _es, en uno de sus aspectos, discusin en torno al placer. ~udoxo de Crudo, Espeusipo, Aristipo de Cirene, Platn, Aristteles
Y Epicu~~ fueron, al parecer, los P~.incipales partcipes en esta discusi6n.
Las posic10nes ext~emas son, por un lado, las de Eudoxo y Aristipo; por
otro, la de Espeusipo, .que, como Antstenes, anticipa la postura estoica.
Eudoxo, cuyo pensamiento nos es conocido a travs de Aristteles 11
spstena que el placer es el bien supremo que todos los seres xm O..A.o-d
xa1 ~.J apetecen. Mas C:n qu~ consiste el placer? Aristipo ~s, segn Ja
~ad1c1on de s~ c:scuela, quien pnmero nos lo dice con estas palabras: A.Eia
xtv1101c; , movimiento tra~9uilo o, como dira Platn, 1veo1c; . Aristteles
se opone a esta concepc1on del placer sostenida al menos parcialmente
por .Platn 12 y ~ la anttesis eveotc;- lvp1e1a . En virtud de esta postur~
medial .de Anstoteles se abandonar la idea de la knesis-placer, con lo
cual el ideal d7l p~a~er de Epicuro, que culmina en el reposo y la ataraxia,
se parecer li's1colog1c;amente no poco a la oxA.eoia de Espeusipo: los extremos termman tocandose.
La teora ari~totlica del placer es lo ms profundo que se ha escrito
sobre esta matena; pero no se comprende bien si no se atiende a su punto
de arr:1!1que y confrontacin, el Filebo. La teora de los bienes que en
est~ dialogo desarro~la Platn adole~e del fallo que encontramos por doq_mer ei:i su pensamiento: el xwptap.oc; ' la separacin de los bienes como
s1 ~onsu~uyesen entida~es abstr~ctas, ideas. La vida mejor es, segn l, una
.vida mixta, establecida en virtud de una especie de mezcla farmacutica de todos los bienes, entre los cuales el placer (el placer verdadero
Y pu~) resulta ocupar el quinto lugar.
Anstte~es se opone a este. xwptop.c; de los bienes y, concretamente,
a la separacin del pl~cer, .el bien y la felicidad. Lo bueno y lo deleitable
n? deben s7pararse ( ou a1wptO't<Xl ), como en la inscripcin de Delos u. La
vida de quienes hacen el bien es placentera ( -tioc;) en s misma 14 y no
corno un a~a
- dd
is
di
, .,
I o ; y na e es verdaderamente bueno si no goza con las
16
buenas acciones
. E! placer no es, por tanto, una entidad separada. C. D. Broad ha escrito 7 que, en rigor, ms que de placeres o dolores debera hablarse
Etica
162
t*
El objeto de la tica
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Etica
Captulo 5
165
166
Eca
se har estribar en ellas. Es verdad que los estoicos y lo mismo los epicreos siguen hablando de ooqn~ , y nunca hasta ellos se haba exaltado tanto
el ideal del sabio, nico hombre feliz. Pero ahora se entiende por
sabidura el saber prctico, la :pp1rrot1; de Epicuro, la i1xpd-ceta que sujeta
las pasiones y la w'.rrpxwz. El giro que imprime el estoicismo a este ltimo concepto aristotlico es muy notable. Aristteles, cuando pona la felicidad en la a~-cdpma, no pensaba ni remotamente en aislar al hombre,
en que llevase un ~ov :1ovwnv s, puesto que el hombre es social por na
turaleza; sino, sencillamente, en poner el bien ms alto- que no excluye
los otros, pero los subordina a l -en una prxis que tenga su fin en s
misma y no necesite de ninguna materia 6 sobre la que operar; ahora bien,
esta prxis es justamente la theora. Los estoicos vierten este concepto de
la autarqua a la vida prctica y lo hacen consistir en que el hombre no
necesite de los bienes exteriores, en que se abstenga de ellos, al menos en
que los considere adiphora, indiferentes. La felicidad consiste, pura y
simplemente, en la virtud, y as escribe Sneca: !taque erras cum interrogas quid sit illud propter quod virtutem petam. Quaeris enim aliquid supra
summum. Interrogas quid petam ex virtute? Ipsam: nihil enim habet
melius, ipse petium sui 7 Pero, por otra parte, la virtud es afectada por
el carcter negativo, propio de la . actitud vital estoica y concebida como
aptheia 8
Aristteles, fiel a su reaccin contra cualquier xwpio<;, se adelant a
refutar esta concepcin, negando que la felicidad resida solo en la virtud.
En primer lugar, y por ms que este argumento, desde el punto de vista
que aqu nos importa, se reduzca a una cuestin de paJ:..hras, porque la
felicidad no puede ser un hbito, sino un acto (de ah1 su definicin:
acto conforme a la virtud). De otro modo, los hombres que no tienen oca
sin de ejercitar la virtud -por ejemplo, ciertas virtudes que requieren
un kairs- habran de ser considerados felices, y la felicidad podra con
sistir en la inaccin 9 En segundo lugar, y esto es mucho ms importante,
porque el virtuoso puede xaxo~aOai~ xat a-coxetv
i1to-ca 10, puede sufrir
los mayores infortunios y ser sometido a los mayores tormentos. La felicidad requiere de los bienes del cuerpo, de los bienes exteriores y de la
'X"I 11 Ningn bien particular, por muy elevado que sea, puede procu
rada separado de todos los dems.
La riqueza, la inagotable riqueza de la tica aristotlica, procede, en
parte, de sus tensiones internas. Antes veamos que Epicuro procede de
Aristteles. Tambin en la obra de este, aun cuando en menor medida
que en la de Platn, se encuentran materiales que utilizar el estoicismo.
El captulo X del libro 1 de la tica nicomaquea es, sin duda, el ms prximo a la tica estoica. La felicidad del hombre no puede estar a merced
de los cambios de fortuna y mudar con ellos como el color del camalen.
Los actos de la virtud, ms firmes y estables que todas las otras cosas humanas, son las operaciones capitales de la vida, y de ellos pende la felic;i
dad. El hombre virtuoso sobrelleva las vicisitudes de la existencia y te
'
El objeto de la tica
167
trgon~ sin vituperio, resiste inconmovible los embates del azar. Sabe
sacar siempre el mejor partido de las circunstancias y, como el buen zapatero, con el cuero de que dispone hace el mejor calzado posible.
. Observemos que .e~ta comparacin con el zapatero 12 nos desva ya del
clima ~oral del esto1c1smo. Tal apartamiento se manifiesta ms claramen
te al fmal del captulo. Se trata de no ser poiklos, cambiante, de muchos
e.olores,, y de no dejarse arrebatar fcilmente la felicidad. Pero felicidad,
1waato111.a, n? es. tanto como axczptor<; _, dicha, bienaventuranza. Y para
l~ eudazmoma misma son necesarios Jos bienes exteriores, como ya hemos
dicho.
Hay una pala~~ griega 9u~, con su doble sentido, resume muy exactamente. la c~~cepc10~ .de Ansto.teles: . es la palabra E'ltpa~a. Ser feliz es
e.~ ~f>'.1nEtv , la felicidad consiste en eupraxa. Pero la palabra eupraxa
s1gn1f1ca, a la vez, buena fortuna y buena conducta. Es en la unidad de
estas dos dimensiones 14, una de las cuales depende ciertamente del esfuerzo moral, pero la otra no, donde est la felicidad. La virtud sola no
puede garantizarla. La. vfrtud moral, como el deber, aunque no en tal
g!'~do, supone la negatividad, supone el mal, y cuando menos la limitac1on. ~a fortaleza y la templanza, evidentemente. La prudencia es virtud
subordina~a . la sopha y el '!os y propia de una inteligencia, como la
humana, limitada. Y la u~tic1a s~pone la i-!ljusticia, pues solo se puede
d~r lo suyo a cada cual s1 todav1a no lo tiene. Son virtudes del homo
vtator, no pertenecen al orden felicitario o paradisaco. La felicidad est
ms all de nuestras posibilidades, tiene que sernos dada.
La felicidad tiene, pues, una vertiente trascendente a la prxis huma
~: Pero, aparte esto, la virtud por la virtud podra proporcionar la felicidad? Menos an, sera siquiera buena, sera propiamente virtud? Re~orde~os la crti~a de Schel;r. sobre los valores morales. Segn l, es
1mpos1bl.e hacer direct~ y obeuvamente el bien, porque los valores moral:~ no tienen. contenido propi~. Veamos a su tiempo que esta afirmacion es excesiva. Pero hay algo usto en ella. El parnasianismo de la virtud o se engaa a s mismo o engaa, trata de engaar a los dems. El
hombre est ligado a la felicidad, tiende por naturaleza ; ser feliz. La virtud por la virtud, sin apetito, sin fruicin, sin amor, es contra naturam.
A re.b?urs, por J~s vericuetos de la pose, tambin el estoico busca
su fel1c1dad en la virtud, como la busca el kantiano en el cumplimiento
del deber. La busca en ser como Dios y hasta superior a l: Hoc est
q.uo deo
antecedatis: ille extra patientian malorum est vos supra patien~
15
tJ~n La virtud estoica es complacencia en s mismo,' contiene un ingrediente de soberbia.
LA FELICIDAD COMO CONTEMPLACIN
168
Etice
hay un bien ms alto que uno y otra, un bien que, por otra parte, los envuelve a ambos en cuanto que proporciona admirable placer y es operacin de la vi;tud. Este bien supremo es la theora, la contemplacin.
Aristteles, despus de haber abogado por la ca~sa del placer como constitutivo de la felicidad, y despus de haber deslindado lo moral -<<las
virtudes morales- como el tema propio de la tica, cuando llega el momento de dar cima a esta, termina volviendo a Platn.
El razonamiento que lleva a cabo Aristteles aqu no es sino la prolongacin del nervio de su tica. La felicidad es op,eracin conforme . la
virtud; pero como las virtudes son muchas, habra de ser la operacin
conforme a la virtud ms elevada; la virtud ms elevada es el no~s Y su
operacin theoren luego la felicida~ estriba en el theoren, en la contemplacin. Por otra parte, y puesto que el placer debe mezcla.rse
( ~peix6o:t) a la felicidad, nada hay tan del,eitable co~o la operac1?n
conforme a la sabidura. Adems es el acto mas sostenible, como dice
Zubiri el ms continuo ( oovexe~rti:y ); tambin el ms autosuficiente
( o:u-:co:p~~oi:o:i:o~ ), porque el sabio no necesita de nada ni de. ~adie pa~a
la contemplacin; adase a ello que la felicidad ha de ~onS1St1r e~ ocio
( oy_o}.:i ), porque. no tra?ajamos sin? para reposar, y el ot~~m es el fin del
negotium. En fm, la virtud actualizada :n. la contemplac1on, el ~o~s, que
difiere del compuesto humano, es lo divino en D::?tros; y ~s1, la c<?ntemplacin nos levanta sobre nuestra mor!~! c<;>ndic1on Y. nos u~mo~tahza
cuanto es posible. Por tanto, y en conclus1on, YJ . eoao:q1011Lo: 6zo>pto: tl~ , la
felicidad consiste en contemplacin.
Ahora bien: es esto efectivamente as? Para contestar a tal pregunta
debemos distinguir dos aspectos de la cuestin: 1.0 , qu se entiende exactamente por theoria, y 2., sobre qu versa la theora, qu es lo que
realmente se contempla.
Por theora pueden entenderse dos cosas bastante distintas: bien la
contemplacin filosfica, bien una suerte de contemplacin q~e. est
ms all de la filosofa. Esta ltima sera para nosotros, cristianos,
la contemplatio propiamente dicha; la otra debe llamarse ms bi~n
speculatio que es como Santo Toms traduce siempre la palabra theora en s~s Comentarios a Aristteles 16 Si lo que Aristteles quiere
decir es que la felicidad consiste en contemplacin intelectual, e~ sofa como culminacin de la filosofa, hay que contestar que semeante
concrecin de la felicidad depende de una idea del hombre, la idea griega del hombre, que hipertrofia la gnosis y el otium, de~conoce la metnoi~
y el amor (ag pe) y sobrevalora ticamente la filosof1a. El hombre ?ccidental de hoy -ni siquiera el filsofo- difcilmente aceptara el .ideal
del filsofo-rey y la ecuacin felicidad= filosofa. En la filosofa misma,
los griegos, sobre todo Platn, subrayan el fin; filosofa para ellos es
filosofa. En cambio, para el hombre moderno se trata, por emplear la
expresin kantiana, de una tarea infinita (filosofa), de una bsqueda,
de problematismo y provisionalidad o, cuando menos, de un menester,
El objeto de la tica
169
de una ocupacin constitutivamente epaggicos, como dic;e Zubiri. Aristteles, a pesar de estar extraamente abierto, para su tiempo, a la limitacin de la filosofa, afirmar que es mayor el placer de los que contemplan que el de los que buscan 17 ; Lessing, al cabo de los siglos, dir
con las mismas palabras exactamente lo contrario. Y desde el punto de
vista de lo puramente humano, probablemente es Lessing quien tiene
razn. Ahora bien: theora tambin puede ser, y es, un bien ms que humano, segn dice el mismo Aristteles. Y en este caso - teora como
contemplatio, con sus dos dimensiones, visio y fruitio en unio- hay que
responder que, efectivamente, aqu s reside la perfecta felicidad. Pero
esta contemplatio, es cosa de la filosofa? La filosofa platnica -y en
lo que de ella depende la doctrina aristotlica del theoren- es a la vez,
confusamente, filosofa y religiosidad, teora y mstica. Es curioso que un
pensamiento como el de Platn, tan afectado de xwptoc; , tan propenso
a separar lo que en realidad se da unido, no distinguiese debidamente el
orden de la filosofa de lo que est ms all de ella. La felicidad perfecta
consiste, s, en contemplatio. Pero la misin de la tica no consiste en
conducir al hombre a ella, lo que le es imposible, sino en dejarlo disponible para el acceso a un nuevo reino en el que ella le ser, tal vez, dada.
Otra vez se nos hace patente la necesaria abertura de la tica a la religin.
Si consideramos el segundo aspecto de la cuestin, es decir, sobre qu
versa esa theora, llegaremos al mismo resultado. Contemplacin de qu?
Santo Toms lo ha dicho muy bien: los antiguos ponan la felicidad, la
perfeccin ltima a que el hombre puede llegar, en que en el alma -que
es en cierto modo todas las cosas, que es capaz de conocerlas todas- se
describa todo el orden del universo y las causas de l; pero para nosotros,
cristianos, el fin ltimo no puede consistir en eso, sino en la visio Dei 18,
porque la contemplacin filosfica, que es meramente teortica, no puede ser el fin ltimo de la vida; la felicidad no consiste en resolver problemas filosficos ni en descifrar los enigmas del universo 19; tiene que consistir en una contemplacin con amor en plenitud, tiene que ser, por tanto,
una contemplacin personal, que solo puede encontrarse en Dios. Ahora
bien: la filosofa no puede alcanzar la visio Dei, ni la tica preparar al
hombre, ms que de lejos, para ella.
San Agustn, partiendo de esta concepcin antigua de la felicidad como
contemplacin de la verdad, llega a desembocar en su concepcin de la
felicidad como contemplacin y fruicin de la Verdad de Dios. Si se
admite que slo en la investigacin de la verdad puede encontrarse
la felicidad 20, la cuestin que entonces se plantea es esta: basta la bsqueda de la verdad o es menester su posesin? Dicho en la terminologa
que antes emplebamos: la felicidad es filosofa o es sofa? Los acadmicos afirmaban que la vida intelectual es un progreso hacia la verdad,
nunca su plena posesin. El hombre yerra en torno a la verdad 21 Se
acerca a ella, pero nunca llega a perfeccionarse con ella. A lo cual San
Agustn contesta, en primer lugar, afirmando la posesin de algunas ver-
170
Eti ca
dades -la de la duda y la del yo, las verdades matemticas, la de la existencia de Dios. Pero responde, sobre todo, haciendo ver que la ver~a
dera felicidad pertenece a otro plano supe~ior al natu~al, ~~es lo que importa es ser feliz beatae alterius vitae . La cuesu6n ettca desemboca
23
as en la cuesti6n religiosa: Deum igitur q~i h~be~ bea~s est : ~a felicidad es plenitudo, as{ como la desgracia mdi~entta. ~ntt~ua, .e~
verdad, siendo sapientia, pero quae est autem dicend~ sap1ent1~, nm
quae Dei sapientia est? 24 La moral se abre, una vez mas, al mbito de
la religin 25
Captulo 6
Hemos seguido la determinaci6n del 'bien supremo por tres vas diferentes, virtud, contemplaci6n y fruici6n, y hemos visto que ninguno de
estos bienes, por separado, es suficiente para colmarnos de felicidad, sino
que se requieren los tres juntos. Pero aun reuniendo, es decir, ponindolos iuntos 1 los tres, no hemos alcanzado todava la apetecida concreci6n de la felicidad; nos movemos an en un plano abstracto. En efecto,
decir virtud no es decir nada o casi nada, mientras no se desarrolle la
teora de las virtudes. Y contemplacin, lo mismo que fruicin, puede haberlas de muchas cosas. Cul es el bien concreto 2, cuya contemplacin y fruici6n proporciona la felicidad? Pero, ante todo, existe ese
bien concreto y supremo? Y en el caso de que exista, constituye el objeto
propio de una tica autosuficiente, de una tica separada?
A la primera pregunta se puede contestar, desde luego, afirmativamente, siempre que se acepte, como hemos aceptado nosotros, la subordinacin de la tica a la teologa natural. Esta nos muestra que existe
Dios y que es el cmulo de todas las perfecciones, el Bien infinito. Si no
se acepta la legitimidad de la teologa natural, entonces, aun cuando se
admita la existencia de Dios en virtud de una experiencia religiosa, ese
Dios incognoscible, ese Bien en S que, como dice Plotino, estara ms
all de lo pensable, no puede constituir el fin ltimo de la tica en
cuanto tal. Entonces, desde el punto de vista filosfico, el bien supremo sera una idea-lmite o un concepto vado. Lo que realmente habra,
y de lo que la tica tendra que ocuparse, es de una pluralidad de bienes,
y a lo ms que podra aspirar es a establecer entre ellos una jerarqua de
valor. Platn intent abrazar todos los bienes -todas las ideas>>en la Idea del Bien, pero no consigui resolver el problema de esta koinona de las ideas. La filosofa de los valores en algunos de sus representantes ha reanudado el intento de Platn. Pero en su forma ms sistemtica y madura, la de Nicolai Hartmann, considera vano este esfuerzo y se
inclina resueltamente a un pluralismo irreductible de valores 3
Pero, aun admitida racionalmente y por tanto de una manera vlida
para la filosofa moral la existencia de Dios, sin embargo, ticamente no
es todava verdadera la ecuacin felicidad en concreto = Dios. El dios de
171
172
Eti ca
la filosofa no es el bien infinito adecuadamente propuesto y adecuadamente aprehendido, sino solamente un bien particular;. El hombre desea,
apetece y persigue la felicidad; esto es, el bien absoluto. Pero el dios de
la filosofa no aparece ante la inteligencia como el bien absoluto, sino
como el resultado de un razonamiento, como una idea, como un bien particular. Solamente una aprehensin adecuada y en esta vida imposible y,
entre tanto, la aprehensin para la fe caritate formata, pueden ver en
Dios el bien total. Pero aun as el problema moral subsiste. Por consiguiente, desde el punto de vista de la tica, responder inmediatamente
que la felicidad est en Dios es dar por resuelto el problema moral concreto, subsumindolo en el religioso. Veamos de recorrer el camino un
poco ms despacio.
La unidad concreta del bien supremo tiene dos aspectos: el bien o perfeccin en s y mi perfeccin. El bien supremo, en sentido absoluto, es
Dios; quoad nos es nuestra perfeccin 4 . Y aquel se alcanza a travs de
este. Pero ya hemos visto que el Dios de la filosofa no es el bien supremo, sino un bien particular; y por otra parte, no se debe pasar demasiado
aprisa de la felicitas {intramundana) a la beatitudo (ultramundana). Permaneciendo, pues, por ahora, en el punto de vista intramundano, la felicidad
se nos aparece como la problemtica realizacin de nuestros proyectos preferidos, como la apropiacin de la posibilidad fundamental, como el cumplimiento de nuesuo thos, o, segn dice Aristteles, como la obra del
_ hombre, la actualizacin de sus potencias propias, especficas y ms
elevadas. Surez, fiel al espritu aristotlico, define el bien moral como la
conveniencia con la naturaleza racional. Pero esta definicin, siendo verdadera, no explicita suficientemente que esa conveniencia no est -desde el punto de vista tico- enteramente dada, sino que, aparte ciertas
evidencias morales muy generales, en cuanto se desciende al plano concreto de la vida de cada uno, es siempre problemtica y tiene que ser
lograda, pero, al pripio tiempo, puede ser malograda. El bien siempre
est por hacer, porque la obra del hombre, lo racional en sentido amplio,
es, en el plano concreto, una tarea creadora abierta 5 Lo que el hombre
ha de hacer en cada una de las situaciones no es casi nunca perfectamente
aprehensible de antemano, porque no consiste solamente en el mero cumplimiento de un deber preestablecido. Ms arriba ponamos algn reparo
a la palabra fin, que no expresa el carcter indeterminado, confuso,
oscuro, de lo que se busca. Nuestra prxis tiene siempre un sentido,
pero no siempre, ni mucho menos, lo tenemos ante los ojos, como el
corredor la meta. Muchas veces tenemos que esperar, dar tiempo al
tiempo, y saber escuchar, a su hora y no antes, lo que el tiempo dir.
La perfeccin, ya lo dijimos al hablar del thos y el tiempo, se forja al
hilo de este, a travs de la vida, que es tiempo, contando con sus edades
y oportunidades y sometida a las condiciones fcticas de la existencia,
puesto que perfeccin, per/ectio, de per-ficere o perfacere, es un hacer
temporal. El problema es siempre, como dijo San Agustn, un problema
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del pecado original, y no extinta, tampoco, tras . el ~ecado ac~al~ o tal vez
proviniente de ouv~(lh<;1<;, saber-con o wm-sczentza, con-scze~tz~, es hoy
una antigualla impracticable, que algunos han propuesto sustituir por las
expresiones evidencia moral, o mejor, sentido moral. Lo que nos
importa de la doctrina tomista de la sindresis es que, frente a otros es~o
lstcos, como el canciller Felipe. y San Buenaventura, que la conceb1an
como un hbito de la voluntad, naturale pondus, opuesto al f~mes
peccati, que tambin es por modo de_hbito voliti.vo! Santo Toms afirma
decididamente su carcter intelectual>. El entenduruento puede proceder
como ratio ut ratio, es decir, raciocinando, discurriendo; pero tambin,
y esto es lo que ocurre en la evid~nci~ de. ~s~os principios ~edi~t.~s,
como ratio ut natura, esto es, sme mqu1siuone, por. una ~tuiaon
(=visin o evidencia) que nada tiene que ver con la emoc!o~al! smo que
es igual a la que en el orden especulati~o tenem~s del prmcipio de contradiccin. Como se ve, este planteamiento tomista nos retrotrae a la
cuestin del origen del conocimiento moral.
.
El problema del origen del conocimiento moral suele presentarse baJO
esta alternativa: intelectualismo o intuicionismo, cada uno de cuyos trminos admite diversas gradaciones. El punto extremo, en cuanto a intelectualismo tico, est representado por la posicin socrtica. Para .sc~a
tes la virtud se ensea y se aprende exactamente igual que la aenc1a;
el ~ue obra mal lo hace involuntariamente, por ignorancia (la expresi~n
paradjica de esta afirmacin es la conclusin del Hipias .men?r); el f1?
supremo del hombre es conocer la virtud, pues conocerla implica y equivale a p,racticarla; y no ha lugar a la distincin entre virtudes d_ianoticas
y ticas: todas las virtudes son intel~ctuales o, como .transcribe Santo
Toms, orones virtutes esse prudentias, y as, por eemplo, el valor
consiste se.ncillamente en ciencia prctica, en saber lo que hay que hacer
en caso de peligro.
Aristteles corrige esta desmesura racionalista, y Santo Toms r~sume
acertadamente su doctrina al decir que para que el hombre obre bien se
requiere no solo que la razn est bien dispuesta por el hbito de la
virtud intelectual, sino tambin que la vis appetitiva est bien dispuesta
por el hbito de la virtud moral. Y no soio porque el apetito puede sublevarse contra los dictados de la prudencia (akrasa), sino porque puede arrastrar a la razn a juzgar en particular contra la ciencia perfectamente poseda en cuanto a lo general.
Mas, a pesar de las correcciones aristotlicas! persisti el intelectualismo en la moral griega, que desconoce la realidad del pecadm> y la
necesidad de la metnoia. Calcando la razn prctica sobre la razn
especulativa y lgica, se ordena la conducta moral, segn silogismos
prcticos (in operabilibus) o de la accin. La habitud de las acciones con
respecto a los principios prcticos se corresponde exactamente a la de las
conclusiones con respecto a las premisas. Naturalmente, no puede menos
de reconocerse que no todo el que obra bien procede ajustndose a los
El objeco de la
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modos y los pasos prescritos por la lgica, y entonces lleg a hablarse del
silogismo instantneo. Con todo lo cual una importante dimensin de
la prudencia, lo que ella tiene de tacto y de esprit de finesse, sola
quedar oscurecido.
La posicin opuesta al intelectualismo es el intuicionismo moral. Los
filsofos de la llamada escuela escocesa hablaban vaga e imprecisamente
de un sentido moral. Aquellos contra quienes lucharon, los asociacionistas, ponan el origen -psicologista- de la moral en los sentimientos.
De esta concepcin, prolongada por Jacobi y Herbart, se ha apoderado
modernamente Max Scheler, que considera como rganon del conocimiento moral el sentimiento, pero no ya el sentimiento puramente psicolgico,
sino el sentimiento intencional. Hay una funcin cognoscitiva del valor
a cargo del sentimiento, como hay una funcin cognoscitiva del ente a
cargo de la inteligencia. Ambas discurren separadamente, por lo cual la
tica de ningn modo est subordinada a la metafsica.
Este xwptof.1.o<; de la vida moral -inteligencia prctica, por un lado;
sentimientos intencionales, por otro- es inadmisible. La inteligencia humana es, como ha hecho ver Zubiri, constitutivamente sentiente, y, por
tanto, los sentimientos intencionales, cuando verdaderamente lo son, son
una modulacin de la inteligencia. De la inteligencia, no de la raz6n. El
error del intelectualismo es suponer que cuando se obra moralmente se
opera siempre y necesariamente lgicamente. Pero inteligencia y lgos
o razn no son sinnimos: el lgos es un uso de la inteligencia; su uso
propositivo, reflexivo y deliberador. Es evidente que el hombre, en muchos casos, para proceder moralmente bien, necesita razonar. Pero en otros
casos rio, lo cual no quiere decir, de ningn modo, que se dispense entonces de inteligir. Sin duda existen muchas gentes incapaces de ver, en
abstracto, los principios generales, y, por tanto, mucho ms de aplicarlos
silogsticamente a la situacin concreta, que inteligen directa e inseparablemente en esta el principio de que, en cada caso, se trate. El claro que
a posteriori puede reducirse siempre la determinacin moral a un juicio
prctico, pero esto no pasa de ser una construccin o reconstruccin
lgica apres coup. Tambin el cogito, ergo sum puede revestir la forma de un silogismo; pero en su realidad vivida no es un silogismo. La
prudencia no siempre, ni mucho menos, procede more syllogistico, sino
que, como escribe el padre Dez-Alegra, la recta decisin de una situacin concreta se nos da a veces intuitivamente en presencia de la situacin
misma, sin que nos sea siempre dable reducir reflejamente y de una manera plenaria esta intuicin a una construccin lgicamente deducida de
los principios abstractos. Es a aquel conocimiento por 'connaturalidad
efectiva' al que la mejor escolstica concedi un papel importante, especialmente en materia moral 6
Hemos visto antes que la moral no viene de fuera. Debe hablarse
entonces de una moral autnoma? No. Ya mostramos a su tiempo que la
concepcin kantiana reposa sobre el supuesto, subrepticiamente deslizado
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impressio l.u?'lin~s divi.ni in nobis. Unde patet quod lex naturalis nihil est
quam, paruc1pauo leg1s aeternae in rationali crea tura 15 El padre DezAlegna resume en estas palabras la concepcin tomista: La ley eterna
no toma primeramente el carcter de un orden de ser que se encuentra
en
na.turaleza de las cosas para ser reconocido despus como tal por la
razon, smo que parece comunicarse inmediatamente a la razn 16.
Pero . ~ partir del ~enacirn!ent? la ~ey natural va a ir gradualmente
desprendi~ndose de su vmculac1n mmed1atamente divina, aunque sin romper todav1a, hasta Kant, la subordinacin metafsica. Al comienzo de la
poca moderna pareci a importantes pensadores catlicos -como ya vi~os- que una ~tica fundada inmediata y capitalmente en la idea de ley
vmculaba demasiado estrechamente esta zona de la filosofa a la teologa.
No se :rataba, cla~o est, de romper tal vinculacin, pero s de ahondar
en la~ ideas de Amt6teles y Santo Toms. Se empez afirmando la obligatoriedad de la ley natu:al ante praeceptum. Se distingui luego entre la
ley nat.ural ~~~o precept1v~ y como meramente normativa. Vzquez, ms
ley (segun l impropia o metafricamente llamada as)
tarde, 1dentrf1co
natural con la nusma naturaleza racional: a esta, por razn de su esencia
le son moralmente convenientes unas acciones e inconvenientes otras ;
esto sera lo que llamamos ley natural. Hasta que, finalmente, Surez 'establee~ . de una parte, de acuerdo con Vzquez, que la razn de bondad
o malicia moral se funda en la c0nformidad o disconformidad con la naturaleza racional; pero, de otra, c11ntra Vzquez, que la ley no se identifica
con la naturaleza, que sobre la razn de bondad o malicia se da otra razn
d~ prescripcin o prohibicin moral que es, justamente, la ley natural.
Por tanto, _lo~ actos qua. morales ~on: l., buenos o malos, y 2., prescritos o prob1b1dos. La pnmera ratzo funda una obligacin imperfecta y
abarca ll:" mbito ms amplio que el de la segunda (puesto que comprende el bien supererogatorio). Esta diferencia se funda en el testimonio
de la experiencia moral: cada hombre conoce no solo que sus acciones
son bu7nas o m~las, sino que tambin algunas de las primeras deben ser
ne~esariament~ e1ecutada~ (bonum cuius carentia est malum). Se distingue
a~~ e~tre el bien moral lib:e Y. el bien moral necesario, y entre la obligac1on imi:erfecta y ~a obligacin perfecta. La ley natural restringe la voluntad libre y ~onstttuye por tanto un dictamen preceptivo, pero no funda
el ser mo.r~l, smo que lo presupone ya; su papel es de suplencia de la humai;i~ fabil1dad m?ral. Con lo c.ual, como ya se vio, no se rompe la subordinac1on a la teologia natural, primeramente, porque se mantiene la ley natural, Y. en segundo lugar, porque tambin en el plano fundante de la moral se
mantiene e~a subordinacin, en cuanto que la naturaleza humana es tal
por haber sido creada as por Dios, a su imagen y semejanza.
El .concepto tico central de todo el pensamiento renacentista y posrenacenttsta pasa a ser, de este modo, el de naturaleza del hombre. A este
nuevo pl?nteami~nto del problema moral no fueron ajenas, ni mucho menos, las influencias de Ja tica estoica, tan intensas durante este perodo.
!a
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los que se refieren a Dios mismo. Nosotros hemos estudiado esta posicin,
no en Ockam directamente, sino en su discpulo el alemn Gabriel Biel 20.
Biel comienza por distinguir entre los preceptos de la primera y la
segunda Tabla . Para l, estos ltimos no son propiamente de ley natural,
sino positiva, puesto que, a su juicio, su infraccin no aparta necesariamente del fin ltimo, de tal modo que, estando vuelto a este, se puede
despreciar a los propios padres, matar al prjimo y ser adltero y ladrn.
Por consiguiente, Dios puede perfectamente dispensar el cumplimiento de
estos preceptos -y aun ordenar que se conculquen, como en el caso del
sacrificio de Abraham-, puesto que solo en sentido lato pueden llamarse
de ley natural
Pero tambin puede dispensar de los preceptos de la primera Tabla, en
el sentido de que puede salvar a quien no se halle en estado de gracia;
es decir, a quien carece de caridad (pues para Biel charitas identi/icatur
gratiae). La voluntad de Dios campea imprevisible y absoluta. Cabr objetar que Dios no puede obrar contra la recta razn. Es verdad, concede
Biel; pero la recta razn, por la que se refiere a las obras ad extra, no es
ms que su voluntad. Pues -contina Biel- nadie puede enfrentarse con
Dios y decirle: Por qu obras as? 21
Pero dejemos estas teoras extremas y vayamos a Santo Toms. El
principio general de su concepcin consiste en afirmar que la ley natural
quantum est de se es inmutable. Pero a continuacin somete este principio al contraste de las aporas bblicas, tratamiento muy interesante porque, aun cuando sea por modo implcito, supone ya la historicidad y aborda
el problema segn un punto de vista concreto. Las dificultades que se
presentan frente al principio general son de tres clases, que examinaremos
a continuacin separadamente:
l. La ley natural, aunque es inmutable, puede mudar, sin embargo,
por causas accidentales y justas, con dispensa llamada impropia, a causa,
dice Santo Toms, de la naturaleza mudable del hombre 22 Algunos autores como Deploige 21 han querido ver aqu un cierto relativismo tomista
de buena ley que invocaban para defenderse de las acusaciones de la escuela sociolgica. No hay tal, evidentemente. Cuando Santo Toms habla
de la naturaleza mudable del hombre, piensa, sencillamente, en la mutabilidad de su disposicin anmica, como lo prueba el ejemplo de la devolucin del depsito que presenta. Esta suspensin provisional se explica
mediante la funcin de la virtud de la prudencia que contrae y aplica rectamente los preceptos generales de la ley natural.
2. Hay una primera serie de aporas bblicas consistentes en casos
particulares. As, el sacrificio de Abraham, la sustracin que, por mandato
de Dios, hicieron los israelitas al huir de Egipto, de los vasos de oro y plata
Y la supuesta orden de Dios a Oseas (que plantea un problema de hermenutica escriturara en el que, naturalmente, no corresponde entrar aqu),
toma mujer prostituta y engendra hijos de prostitucin. Tres casos de
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Etica
homicidio, robo y adulterio, respectivamente, que, sin _embargo, no mudan la ley, sino la materia, puesto que el Seor de ~a vida y de. todos los
bienes puede disponer de la una y de los otros, sin que el eecutor de
su voluntad cometa por ello, claro es, robo ni homicidio 24 (el t~xto. de
Oseas no se interpreta hoy, segn la exgesis catlica, de manera simplista
y extremadamente literal).
3 . Pero las anteriores explicaciones no valen para .el ca.so verdaderamente aportico: la legislacin divino-mosaica del matnmomo, con permisin de poliginia y divorcio o repudio. Aqu ya no se trata de casos
particulares, sino de una ley positiva en contradiccin con la ley natural,
ambas procedentes del mismo Dios.
.
Santo Toms 25 como hace ver bien el citado padre Dez-Alegra, vacila
entre dos explicaciones. Por una parte, Rufino, comen~a?~r del Decreto
de Graciano, haba distinguido entre los mandata y pro~zbztzones y los que
l llama demonstrationes, es decir, simples recomendaciones. Esta doctrina
fue recogida por Guillermo de Auxerre, que, como ha dem?strado Schubert 26 , influy mucho sobre Santo Toms en toda su doctrina, tan ag~~
tiniana, de la ley eterna y la ley natural. Guillermo de Auxerre, m?d1f1cando la terminologa de Rufino, distingue entre los preceptos de pnmera
y de segunda necesidad. Santo Toms aplica _esta .doctrina, y as dice qu~
la poliandria impide el fin principal del matrunomo, en tatlto que la poliginia solamente impide el fin se~1.mdario .. Y P?r otra part,e, Santo Toms
recoge tambin una segunda posible exphcac1on, que venia ya roda~a de
tiempos anteriores, y es la distincin entre los preceptos de la prunera
y Ja segunda Tabla, que, como hemos visto, hizo suya despus Escoto ..
No podemos perseguir aqu la evolucii;i de este _problema, por ei:mplo, en Lutero ni , sobre tod~, en los tratadistas _espan~les. El padre D1ezAlegra lo ha estudiado parucularmente en Malina. Digamos una palabra
sobre Surez 27 aunque la verdad es que en este punto y por una vez nos
decepciona un' poco. Sigue en lneas generales las doctrinas de Santo Toms rechaza la de Escoto y, por supuesto, la de Ockam y su ltima palabra,' demasiado tajante, es: Dios, supremus legislator, Stfpremus dominus,
supremus iudex, muda, no Ja ley, sino la materia de la ley, y esto, agrega,
aun en el caso de la legislacin mosaica del matrimonio, donde lo que hace
es conceder el dominio sobre otras mujeres, adems de la propia.
El italiano Giuseppe Saitta, hegeliano, discpulo y amigo de Gentilie,
en su libro La Escolstica del siglo XVI y la poltica de los ;esuitas,. obra
violentamente antijesuita y anticatlica, reprocha a Surez el voluntar1~mo.
Uno de los tpicos ms repetidos y ms discutibles es este del voluntammo
de Surez. Sin embargo, en este punto creo que puede alegarse con alguna razn.
El problema en la actualidad se plantea ya en sus trminos exactos;
esto es, como el problema de la conjugacin de la inmutabilidad con la
historicidad de la ley natural. El historicismo no ha pasado -como nada
en filosofa- en vano.
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c!~n con ~us posibles ingredientes de limitacin, parcialidad o inadecuacion). Como se produce este cambio? No es -contina Zubiri- que
entrei: en l ex. aeq~~ la idea de la perfeccin y las circunstancias. Tampoco
que virtual o unphcitamenre estn contenidas unas ideas en las otras. Se
trata de un despliegue de posibilidades diferentes que, incoactivamente,
estn todas en el h.oi;nbre que va a cambiar. La idea de Ja perfeccin se
funda en la perfect1vidad humana y admite lneas distintas de desarrollo.
Hay, pues, o ruede haber! un cambio en I~ ,idea misma de perfeccin y no
solo ~ cambio de materia con conservac1on de forma, como sostiene el
formal~si:n? moral. Pero es:; caso, lo mismo que el ant~rior, se resuelve,
en defrmt1va, en una cuesuon de verdad moral: que la idea de perfeccin
de que se trate sea universalizable, que sea adecuada o inadecuada a la
realidad.
Tanto la pluralidad de ideas de la perfeccin como el desarrollo dentro de una misma idea, responden a una incertidumbre en el plano de lo
concreto q~~ es ".erda.dera indeterminacin. El hombre ha sido puesto
en la cond1C1n. h1stnca .~e tener que tantear y buscar lenta y trabajosamente su propia perfecc1on. Y por eso, aun sin salir del plano moral
necesita de la Revelacin y de su histrica explicacin, que va patenti~
zando ms y ms el contenido de la moral
Captulo 8
El objeto de la tica
EL FORMALISMO ETICO
En los captulos ltimos hemos tratado de la ratio suprema o summum bonum y del sentido moral (siodresis), la razn prctica (naturaleza
racional), la conciencia y la prudencia como los modos de creciente concrecin del contenido de la moral. Pero es que la moral debe tener un
contenido? Evitar el carcter dado de ese contenido es precisamente el
desideratum de los sistemas de tica formal.
Cuando tratamos del principio antropolgico, hicimos ver, siguiendo
a Zubiri y, en el fondo tambin a la Escolstica y a Aristteles, que la
realidad hum:rna es constitutivamente moral y que, por tanto, calificar
una conducta humana de in-moral es incurrir en una contradictio in
adiecto. Un acto puede ser inhonestum, pero nunca inmoral. (La expresin solamente tendra sentido para un irracionalismo extremo que considerase la inteligencia y la voluntad como engaosas superestructuras
de la vida immlsiva. Pero esta filosofa se destruira a s misma en virtud
de sus propios supuestos, pues tampoco sus conclusiones seran ms que
superestructuras sin garanta alguna. Tal afirmacin valdra solo, si acaso, como actitud, siempre que, inmediatamente, se condenase al silencio
y a la dimisin de la hombredad. Ni que decir tiene que no se han dado
nunca tan extremadas y contradictorias pretensiones. Un Nietzsche o un
Klages, por ejemplo, se limitan a luchar contra la moral recibida, pero suponen otra: una moral de impulso y la espontaneidad desnfrenada. Y ellos
mismos lo saben y lo confiesan: luchan contra el contenido recibido de
la moral, para acentuar la estructura moral de la vida. Podra alegarse
tambin, como negacin a radice de la moral, en una direccin muy distinta, el determinismo que niega la libertad. Pero tambin l predica una
moral: la conformidad con nuestro destino, el parere deo, el conocimiento
como nica posibilidad de libertad.) La vida - la vida moral, en cuanto
a su forma- consiste, como dice Ortega, en quehacer. Este hacernos nuestra propia vida, prefiriendo unas posibilidades y postergando
otras, poniendo nuestra felicidad en este o en el otro bien y definiendo
as, en cada uno de nuestros actos, segn hace notar Zubiri, la figura de
nuestra personalidad que un da quedar fijada para siempre en lo que
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una tica material, la tica de los valores vitales, para la cual lo bueno
sera lo noble, poderoso, impulsivo y seorial. Pero aun cuando no se
hubiese ido por esta escapatoria, tampoco habra llegado a un formalismo
tico puro. Como le acontece a su discpulo Sartre, la materia, solo
negativa, de su tica, habra consistido en sacar todas las consecuencias
de una posicin atea coherente 4 El secreto doloroso de los dioses
y de los reyes es que los hombres son libres, se dice en Les Mouches.
Pues bien, el contenido, la materia, de esta tica atea consiste en
libertar a los hombres del pecado y del arrepentimiento, de las normas
y de los valores, de los reyes, de los dioses, del cristianismo entero, de
Dios. Solo en un mundo del que se hubiese borrado ya el ltimo rastro
de fe y en el que, por tanto, fuera ya ocioso luchar contra el cristianismo,
sera posible instalar una tica puramente formal del sustine. Pero, tras
estas importantes reservas, puede decirse que la de Sartre lo es. Este
afirma 5 que el valor no es sino la expresin de la constitutiva manquedad, del inevitable fracaso de la existencia, a la que no es posible coincidir
consigo misma. Se reprocha al existencialismo, dice Simone de Beauvoir 6
que no propone al acto moral ningn contenido objetivo, y reconoce
que as es, efectivamente. Y agrega que a las preguntas qu accin es
buena? y cul mala?, no cabe contestar desde fuera)>, porque la
moral no provee de recetas ni descansa en ningn fin establecido de
una vez por todas, sino que consiste en pura e incesante tensin y en
el engagement total.
En Heidegger el formalismo tico es ms puro que en Sartre, precisamente porque la materia negativa es menor -aun cuando no falta;
vanse las duras palabras que dedica al cristianismo, en especial al catlico,
en la Einfhrung in die Metaphysik. Toda la obra heideggeriana est impregnada de sentido tico, pero Hans Reiner seala, con razn 7 , que no
es lo mismo tener un ethos s que poseer una tica capaz de enfrentarse
con las cuestiones y tareas concretas de la existencia . Y que en este sentido es muy expresivo el anlisis heideggeriano del Gewissen, por su
renuncia, explcita en el pasaje que transcribimos a continuacin, a entrar
en la problemtica material de los fenmenos mrales:
Se echar de menos en este anlisis un contenido ' positivo' en
la 'llamada' por esperar, en toda ocasin, un informe utilizable sobre
las posibilidades, disponibles y calculables con seguridad del 'obrar'.
Esta espera se funda en el horizonte de interpretacin del comprensivo
cuidado mundano, que somete el existir del Dasein bajo la idea de un
negocio regulable. Tal espera, que tambin, en parte, est implcitamente
a la base de una tica material de los valores, frente a otra 'solo' formal,
es frustrada, ciertamente, por la conciencia moral. La voz de la conciencia no da semejantes instrucciones 'prcticas', porque lo nico que ella
hace es llamar al 4Dasein a la existencia, al ms propio poder ser s
mismo 9
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mo~al. Si, por el .contrario, no fuese cierta la citada suposicin, es unposible toda solucin por el razonamiento del problema tico 24 .
. El cuarto y ltimo momento es el representado por Stephen E. Toul~o! de cuya ,obra The plac~ of reason in Ethics 25 se ha dicho, a mi
Juicio con razon, que es el libro ms importante de tica publicado en
Inglaterra desde los Principia Ethica de Moore.
El intento _d7 Toulmin pertenece rigurosamente a la lgica, y dentro
de ella a 2~a logic~ de la. evalu~cin, cuestin que fue Bacon el primero
e~ tratar . Toulmin, a difer~ncrn de Moore, renuncia a las preguntas clsicas, qu es lo bueno, lo Justo, el deber, etc. La misin de la razn
no es, a su juicio, dc;ter~ina.r directamente qu es bueno, sino trabajar,
coro.o todas las ~emas ciencias, sobre data recibidos 27 El pensamiento
e~~nct?~ente lgico de Toulrnin es ms consciente y rigurosamente antifilos?fico (y ~o solo antimetafsico) que el de todos los anteriores
tratad1st~s de filosofa moal, y se sita en la lnea de Wittgenstein y
John Wisdom.
El. proble_ma cientfico de la tica es, para Toulrnio, el del ethical
reasomng (as1 como para Stevenson lo era el ethical meaning) y su pregunta esta: . qu es un buen razonamiento en tica? Qu clase de razones. son vlidas para fundar una decisin moral? Naturalmente, la investigacin s?bre el razonamiento tico exige plantear la cuestin previa del
razonamiento en general, puesto que en realidad Se dan razones en
co?textos muy diferentes de los lgicos, matemticos y fcticos u. Y lo
primer~ _que se nos po~e de manifiesto en tal investigacin previa es la
versa~11idad de la ra~on, la variedad en los usos de la razn, frente
a l~s 10ten,tos dogmticos --como el de Hume- para definir el reas?~mg u01voca~ente. Hoy se tiende a no admitir ms que el uso cientfico .(en el sentido. de la ciencia positiva) de la razn, pero hay otros
usos .igual.mente vlidos. El razonamiento acontece siempre dentro de
una .s!tuac1n y en ~ contexto verbal y vital concretos y se usa con una
funcion Y un propostto que, dentro de las distintas situaciones pueden
'
ser muy diferentes 29
Cul es entonces la funcin del razonamiento tico? La misma
que la del razonamiento cientfico? Ciertamente no. La funcin del
juicio cientfi.co consiste en modificar nuestras expectations o previsiones, :on el ftn de lograr prediccin, coherencia y economa mental 30 En
cambio, la funcin del juicio tico, consiste en modificar los sentimientos
31
Y el comportamiento
para armonizar de este modo las acciones de las
gentes que viven en comunidad.
Obsrvese que la radical renuncia a la filosofa obliga a Toulmin a
restringi.r el II]bito propio de la tica hasta el extremo de que su funcin
~o consiste mas que en lograr la armoniosa satisfaccin de los deseos e
mt;reses de los m~embros de la comunidad, de tal modo que su ideal
seria el de una sociedad de la que hubieran sido abolidos todo conflicto
toda miseria y toda frustracin 32 Es decir, restringe la tica al mbito d~
Eti ca
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b'
d 1
De este modo, todo lo que para nosotros consu.tuye o eto. e a
filosofa moral, la referencia de nuestros comporta~entos al b1e!1 s_upremo y la persecucin del propio bi~n, los act?s. cons1de.rados en .s1 mismos y con referencia a
autor, Jas Virtudes y VICIOS, la vida moral
sr
diferentes modos, el thos o carcter ~ la abem:r~ de la ~oral a ? re 1gin, todo esto es eliminado del mbito de la et1ca: Y as1 Toulmtn declara expresamente que lo concerniente a las relaciones personales, la
persecucin del bien de cada uno, la eleccin de las acciones .que s~
refieren a la felicidad ms que a la armona 3 ~, las human rel?tlo~s
y lo tocante al valor de las caractersticas personales, ,} conve111e~c;1a de
los motivos, los caracteres morales de los hombres y la. elecc1on de
way of life 37 o modo de vida; todo est? -concluye Toulmm- es muy
importante, es lo ms importante de la vida, pero de ello no c.orres~on~;
hablar en un libro de lgica, sino ms bien en una .autob1ograf1~
Decamos antes que, segn la concepcin de Toulmm,. ~l ~ontenido
de la tica consistira meramente en una suerte _d; neoutil1tansmo. ~ero
de tal contenido apenas habla, ya que - rep1tamoslo para conclu1rlo que realmente le importa, lo que se p.ropone es de~ermmar la. fon:ia
o especie lgica de la tica. Veamos arriba que e} oJ:>eto de la mvesugacin de Moore consisti en establecer los prolegomenos para una futura
tica cientfica. A lo largo de medio siglo y c~lminando en la _respue~ta
de Toulmin todos los investigadores anglosaones -salvo. ciertas mcursiones pdr el campo de la casustica del deber o ?e l? Ju,s~o- ~an
coincidido en afirmar, cada uno a su modo, q.ue la tica c1entif1ca, st es
posible, tendr que serlo como lgica de la tica.
SU
t1
Captulo 9
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(Esta razn prctica o naturaleza racion~l ~ebe ser ~onc~~ida no estticamente sino esencialmente dotada de dinamismo e h1stor1c1dad, como
ya vimos ai' hablar de la historicidad de la ley natural, y antes, al. co.nsiderar
la perfeccin como una cuasicreacin y no como el mero cumplimiento de
un deber preestablecido, y al recordar el texto de. ,Santo 1:oms d~l ser
racional como tarea y, en fin, al tratar de la funcion esencial d.e! tiempo
en relacin con el thos.) En segundo lugar, los actos se especifican por
las circunstancias -lo que est en torno al acto, lo que circumstat
actum, quedando por tanto fuera de su sustancia, como dice Santo
Toms- que concurren en ellos, la situacin dentro .de la c~al. esos actos
han tenido lugar. Hasta aqu el orden de la moralidad obetzva. Orden
de la moralidad objetiva porque los actos son ticamente buenos o malos
en s( mismos, igual que son bue?os o man?s en s J?~S~os considerados
desde la perspectiva del bonum m commum: el homtcid10 es malo como
es mala la enfermedad. Sin embargo, la enfermedad puede parecernos un
bien. S, pero tambin el. homicidio. f:ecti:vamente, ~l ac~o. humano ~s
interior y exterior. El objeto del acto mtenor es el fm (ftm~ .operan~ts,
a diferencia del objeto de la accin en cuanto tal que es el ftms opem).
Por tanto, en tercer lugar, los actos humanos se especifican moralm~nte
por el fin que, al ejecutarlos, mo~i , su autor. .En resum.en: el obieto
otorga a las acciones su bondad mtrmseca; las c1rcunstanc1as que en el
acto concurren pueden modificar, tambin intrnsecamente, esta bondad.
Y el fin tambin da o quita bondad, pero por modo extrnseco.
Esto ltimo significa que si el finis operants es malo, convierte al acto
en malo, aunque por su objeto fuese bueno, conforme a la vieja sentencia bonum ex integra causa, malum ex singularibus defectibus. Si, por
el contrario, el f inis operantis es bueno, puede convertir un acto malo por
su objeto en bueno -pero solo subjetiva y extrnsecamente bueno. Es
el caso de la ratio errans o consciencia erronea, el cual, conforme a lo que
se acaba de decir se diversifica en dos: 1.0 , voluntad discordante de la
conciencia errne; que convierte al acto bueno por su objeto en simplificar malo, conforme a la sentencia general. En este e.aso se dice ~ue ~a
conciencia errnea liga; y 2., voluntad concordante con la conciencia
errnea, en cuyo caso el acto contina siendo objetivamen~e m~lo, pero
subjetivamente se convierte en bueno si no ha habido negligencia. Es el
caso de la buena voluntad y en el que se dice que la conciencia
errnea excusa.
Pero la buena voluntad no basta. Basta para excusar, pero no puede
volver bueno lo que es objetivamente malo, ni tampoco en el orden
personal nos conduce a la perfeccin un camino equivocado. La moral
no es cosa de la buena voluntad solamente, ni de meras obligaciones
de conciencia, sino del hombre entero y, por tanto, de su inteligencia,
de su conocimiento moral, de su prudencia. Hay que saber acertar, hay
que, por ejemplo, realizar nuestra autntica vocacin.
201
El objeto de la tica
El objeco de la tica
202
201
Etica
mente no son solo las acciones aisladas, sino el sentido virtuoso o vicioso
de la vida y, sobre todo, el ser bueno o malo; si se advierte que el ser
est por encima del hacer, aun cuando se manifieste a travs de l, entonces es claro que la cualificacin moral de las estructuras superiores
vid_a y ethos, ha de repercutir, por fuerza, en la de los actos que en ella~
s~ msertan. Para los santos todo es santo. Ama et fac quod vis, porque,
s1 amas rectamente, cuanto hagas ser recto.
P~~o, ~erdaderamente, es esta atomizacin psicomoral, esta considerac1on aislada d~ los actos, la nica raz de la teora de la indiferencia?
No, hay todava otra o, mejor dicho, otras dos.
~7cordemos que la doctrina de los actos indiferentes procede del
esto1c1smo. Para este, el nico bien autntico era la virtud. Todas las
dems cosas seran, desde el punto de vista tico, adiphora, indiferentes.
Pero hay entre ellas algunas, las que el vulgo considera como bienes
-la salud,_ los placeres, la fortuna- , que son progmena, preferibles a
sus contrarios, commoda. Es lcito, pues, procurarlas. Pero el acto de procurarlas no es virtuoso, sino adiphoron, indiferente desde el punto de vista
m~ral. R~prese en que fue el carcter antinatural del estoicismo el que,
al tmped1rle reconocer las cosas como son, le oblig a neutralizar una porcin de los afanes humanos, excluyndolos del orbe moral. .
Pues bien, mutatis mutandis ha ocurrido algo semejante dentro del
cristianismo medieval. El cristianismo funda, no un orden antinatural
como el estoicismo, pero s un orden sobrenatural, por encima del natural.
Si se pasa demasiado de prisa a l y no se piensa ms que en l y desde
l, multitud de actos humanos evidentemente no son buenos en el sentido de meritorios de la vida eterna, puesto que no proceden de la
gracia y de las virtudes infusas. Los llamaremos entonces splendida vitia? Llamarlos vicios, llamarlos pecados, pareci a todas luces excesivo.
Entonces San Buenaventura, hombre muy medieval esto es, absorbentemente religioso, dado a no reconocer ninguna ot;a instancia de valor
fuera de la religiosa, desarrollando indicaciones anteriores a l, habilit
para estos actos y para las virtudes de que proceden un mbito neutral.
Las virtudes naturales, las de los filsofos antiguos, por ejemplo, o los
actos, conformes a la razn, de los infieles, seran actos y hbitos simplemente indiferentes 4
En los filsofos de esta tendencia posteriores a Santo Toms, as en
Escoto, para afirmar Ja existencia de actos indiferentes, se agregar al punto de vista atomizante y al criterio sobrenaturalista la preocupacin por
la libertad , es decir, el voluntarismo. Se quiere salvaguardar a toda costa
la indeterminacin de la voluntad: el hombre es libre incluso frente a
Dios. Hasta tal punto es as que Dios, queriendo res~etar esa libertad,
ha acotado, para que el hombre, para que todo hombre, piadoso o no,
pueda explayarse libremente en l, un mbito de cosas indiferentes. La voluntad del hombre es distinta de la de Dios y, por tanto, nunca puede
204
Etica
coincidir enteramente con ella. Basta con que coincida en aquello que
Dios le manda.
Frente al sobrenaturalismo unilateral, el hallazgo de Santo Toms consiste en atender, a la vez, al orden natural y al sobrenatural. La escala
entera de las actividades humanas posee sentido moral. Ningn acto humano, es decir, ningn acto deliberado y libre es nunca indiferente para la
moral aunque sin la gracia no sea meritorio de vida eterna. Frente a los
excesos sobrenaturalistas, la filosofa de Santo Toms se afirma como un
autntico humanismo cristiano. En otro sentido, se ha dicho que
San Agustn ha sido el primer hombre moderno. En este, debe decirse
que lo ha sido Santo Toms.
En el curso de este captulo hemos seguido, basta aqu, la doctrina
tomista_ 5 Esta doctrina ha sido atacada por quienes, al negar el principio
metafsico de la tica, ponen la especificaci6n moral exclusivamente en el
fin. Y actualmente, la llamada tica concreta o tica de la situaci6n
tambin se encuentra, desde otro punto de vista, en discrepancia con ella.
El subjetivismo 6 moral kantiano no surgi6 de la nada, sino que fue
preparndose a lo largo de la poca moderna. Realmente al idealismo
en el mbito de la metafsica lo que corresponde en el plano tico es el
conciencismo: uno y otro establecen la primada de la conciencia el hallazgo capital de Descartes. Es verdad que este no fue un idealis~a puro
puesto que terminaba por salir a la realidad. Anlogamente, la teologa
moral moderna -que es, en el plano tico, la manifestacin correspondiente a la metafsica cartesiana- timpoco puede ser calificada de subjetivista. Lo mismo Descartes que la teologa moral moderna parten de
la duda: no estoy seguro de la realidad, dir el uno; tampoco agregar
la otra, de la realidad moral. Solo estoy seguro de mi conciencia de l?
realidad y, paralelamente, de mi obligacin moral en conciencia, de ague
llo a que estoy obligado subietivam ente. Precisamente por esta prdida
de contacto con la realidad plena -poca esencialmente conciencista- pasan. al .I?~imer plano_, 7n t~~oga moral, los casos en que no consta la
obligacion moral obeova, los casos de duda. Y entonces, admitiendo el
supuesto -tpicamente idealista- de que objetivamente no es posible
salir de esa duda, se pretende crear una conciencia subjetivamente cierta,
es decir, una conciencia refle;a adquirida no frente a la realidad, sino
con arreglo a un principio; es decir, se pretende resolver un problema
real, no investigando la realidad, sino, en el recinto de la conciencia y
mediante puras ideas, en un juego reflejo de juicios. Y as, segn los
sistemas, se recurre al principio via tutior est eligenda, al de no es lcito
exponerse al peligro del pecado, al de lex dubia non obligat, al de ley
objetivamente dudosa es subjetivamente nula, etc. Naturalmente, no es
que estos Casos de conciencia no puedan y aun deban ser estudiados.
Lo que ?s importa aqu es el valor indicativo, significativo, de que
sean precisa y solamente ellos los que pasan al primer plano. (El casuismo
tiene dos vertientes, que interesa distinguir para lo que luego se dir:
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206
Etica
F.1 objeto de la tica
de la autonoma de la tica frente a la metafsica. Como ya hemos estudiado esa cuestin, nos remitimos a Jo arriba dicho.
El absolutismo de la conciencia y el deber es en Kant tan extremado
que desatiende por completo la objetividad, las circunstancias y hasta
las consecuencias malas, inmediatamente previsibles, del inflexible cumplimiento del deber abstracto, como se puso de manifiesto en su discusin
con Benjamn Constant sobre la mentira, ilcita, segn l, aun para salvar
la vida de un inocente 9
As como, segn acabamos de ver, la tica kantiana consiste en la
unilateral especificacin moral por el finis operantis, la actual tica
concreta)> o tica de la situacin pone la especificacin moral fundamentalmente, en las circunstancias, en lo que ahora se denomina la situacin.
Cada cual vive su propia situacin, incanjeable con las situaciones de otros
y, adems, irrepetible en el tiempo. La conciencia tiene que decidir, pero
los principios generales de la moral abstracta y la ley natural son
demasiado vagos frente a las circunstancias y condiciones cambiantes,
nicas, irreductibles a normas universales. La Einmaligkeit tiene que
suscitar sus propias decisiones, adecuadas a la unicidad de cada situacin
e imprevisibles antes de que ella se presente.
El discurso del Papa de 18 de abril de 1952 ha hecho ver el error
de esta tica que consiste, por decirlo con palabras de Santo Toms, en
poner en lugar de la substancia del acto su circunstancia; y al propio
tiempo ha sealado que una adecuada comprensin de la virtud de la
prudencia contiene todo lo que hay .de justo y de positivo en esta concepcin. Tan verdad es esto que algunos pensadores catlicos se han
deslizado a la moral de la situacin precisamente desde un prudencialismo extremado.
Para demostrar la superioridad de la moral de la situacin -o, como
l dice, du choix et de l'invention- sobre las morales de los principios
generales a priori, Sartre cita el caso de un discpulo suyo que le pidi
consejo durante la guerra mundial sobre si deba alistarse en Inglaterra
en las Fuerzas Francesas Libres o quedarse en Francia junto a su madre
para asegurar su subsistencia. No tengo ms que una respuesta que darle
-le contest Sartre-: usted es libre, elija, es decir, invente. Ninguna
moral general puede dictarle lo que ha de hacer. Albert Dondeyne 10,
comentando esta respuesta, hace notar que el moralista catlico habra
aconsejado prcticamente lo mismo, si bien apelando a la virtud de la
prudencia. Porque la moral es siempre moral de eleccin aun cuando no
arbitraria.
De hecho, la moral, y no solo la moral general, sino tambin la
tica cristiana, tiende a hacerse cada vez ms concreta en el sentido de
dotar de contenido propio, sin merma, claro es, del esquema general
de los preceptos a que todos sin excepcin estamos sometidos, a la perfeccin de cada cual. No hay una perfeccin 'abstracta, sino que cada hombre tiene delante, pero no prefijada, sino prudencialmente determinable
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El objeto de la tica
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El objeto de 111
Captulo 10
LA FUERZA MORAL
Hemos tratado de los actos y hemos de tratar de los hbitos (virtudes y vicios) como objeto forma l de la tica. Pero entre los unos y los
otros se da una tercera clase de fenmenos. La vivencia de un amor o de
una esperanza no puede asimilarse ni a la accin de elogiar a alguien ni
al hbito de decir la verdad. Cul es la diferencia entre estos fenmenos
vivenciales a los que ahora nos referimos y, por una parte, los actos, por
otra, los hbitos?
La diferencia con los actos de la voluntad es notoria: los llamados
actus humani son libres y deliberados; estos no son deliberados, y si son
libres lo son de modo distinto a aquellos, como luego veremos. Tienen de
comn el estar unos y otros montados sobre una aprehensin; pero en el
primer caso se trata de una aprehensi6n intelectual, y en el segundo, de
una aprehensin sensible. Los actos, tanto de tonocimiento como de voluntad, son ejecutivos, apuntan directameme a su objeto. De ah su SO
briedad. Pero nunca se presenta, puro, un acto de conocimiento o de
voluntad. Siempre se da envuelto en uno o varios fenmenos de los que
ahora consideramos y que, desde Dilthey, se denominan vivencias. El
acto no es ms que eso, acto; pero todo acto se vive dentro de un clima psicolgico que lo envuelve y, por decirlo as, lo llena incluso hasta
el desbordamiento.
Los fenmenos en cuestin no caen todos dentro del gnero de lo
que antiguamente se llamaba pasiones y hoy emociones, que no
son sino manifestaciones externamente extremadas de estas vivencias, es
decir, explosiones sbitas y muy intensas de los sentimientos. Estas emociones o pasiones no pueden ser consideradas simpliciter como actus
hominis porque la inteligencia como estar en realidad es un respectus
radical que constituye al hombre en cuanto tal; pero son esencialmente
inmoderados por ese carcter de subitaneidad e intensidad y por su estricta dependencia biolgica (humor colrico, por ejemplo). Junto a las
emociones, formando parte de la misma clase de fenmenos, deben ponerse los afectos de la Escolstica, hoy denominados sentimientos, que
segn aquella surgiran porque el bien espiritual puede mover al apetito
sensitivo y, recprocamente, el bien sensible puede mover a la voluntad;
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~tica
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E tic.a
sensirivae actus sunt quarumdam partium corporis, ex quarum dispositione
adiuvantur vel impediuntur huiusmodi vires in suis actibus, et per consequens
vires rationales, quibus huiusmodi sensitivae vires deserviunt 2
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Captulo 11
EL TALANTE
En el captulo anterior hemos hablado, en general, de impulsos, tendencias, sentimientos, emociones o pasiones, considerndolos como las
fuerzas del alma. Pero estas fuerzas, estn en ella y operan por modo inconexo, o bien forman una unidad? Los escolsticos, con su concepto de
animus como complexio affectum, Spinoza con su concepto de conatus,
otros fil6sofos tambin y posteriormente los psic6logos, psicoanalistas
(libido de Freud) y caracterlogos han advertido la unidad de las fuerzas
del alma. Heidegger inicia su analtica del In-sein y el Da diciendo que
la Befindlichkeit o encontrarse, que sera, segn l, el primer existencial, corresponde en el plano ontol6gico a lo que en el plano ntico se
llama Stimmung. Heidegger hace notar que la psicologa de las Stimmungen est absolutamente sin cultivar, lo cual, cuando l escribi su libro,
era completamente cierto. Pero si el concepto de Stimmung apenas ha entrado hace unos aos en la psicologa, la tica contina desconocindolo,
a pesar de la importancia que tiene para ella.
A lo largo de este libro venimos sirvindonos constantemente del
vocablo griego ethos para referirnos al carcter o personalidad moral. Con
el fin de sealar mediante un paralelismo terminol6gico el paralelismo
conceptual, y porque no ser ocioso remontarse tambin aqu a la etimologa, al talante podemos denominarle pthos. Efectivamente, pthos,
conforme a su sentido primario, no significa pasin en el sentido tcnico que esta palabra tom luego en filosofa (cada una de las llamadas
pasiones), sino lo que se siente, el sentimiento fundamental, el modo
de enfrentarse emocionalmente, es decir, por naturaleza, con la realidad,
el estado de alma, o lo que yo he solido llamar el talante. Pero
como esta espotaneidad, este modo de ser natural, se manifiesta ms visiblemente en la agitacin, de ah que se llame pthos por antonomasia
al estado del alma cuando est conturbada.
El pthos o talante nos es dado. Es nuestro modo de encontrarnos
bien, mal, tristes, confiados y seguros, temerosos, desesperados, etc., en
la realidad (no el estar en realidad, que es una habitud previa, la radical habitud humana, sino su modulacin o entonamiento afectivo). El
pthos no depende de nosotros; al revs, somos nosotros quienes, por
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El objeto de la tica
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Captulo 12
LA TEORIA DE LOS SENTIMIENTOS Y LA TABLA
ESCOLASTICA DE LAS PASIONES
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Captulo 13
El objeto de la tica
LA ESPERANZA
Sobre la esperanza hay, como se sabe, un libro espaol reciente y admirable, el de Pedro Lan 1 Uno de sus muchos y grandes mritos es el
de haber descubierto -por debajo de la pasi6n o sentimiento de la esperanza, que puede presentarse constituyendo un talante esperanzado, el
talante del hombre que fa o confa en la realidad, o bien en forma deficiente, en cuyo caso hablamos de talante desesperado- una estructura onto16gica, fundamental de la existencia humana, el hbito entitativo 2 (hbito
de la primera naturaleza) de la espera. La espera humana supone el estado
puramente biol6gico de la espera animal, tendencia o impulso real del
animal a su futuro, manifiesto en estructuras puestas de relieve por los
bi6logos, tales las del estado vigil o de alerta, estado de alarma y estar
a la espera o espera predatoria.
.
En el animal el ajustamiento de este impulso a la realidad futura viene dado. El hombre tiene que hacer su ajustamiento: surge as ese orden
de las posibilidades y preferencias, de las que hablbamos en la primera
parte, al estudiar el principio antropol6gico; la espera humana es la pretensin 3 o versin del hombre a su futuro, la necesidad vital de desear,
proyectar y conquistar el futuro. Esta proyecci6n al futuro se articula bajo
forma de proyecto 4 (Heidegger) o, como dice Ortega, de invenci6n del
futuro. Pero a la base de todas las formulaciones proyectadas o imaginadas del futuro hay esta estructura, tejida de fianza o creencia en la realidad y de proversi6n o pre-tensi6n que Pedro Lan ha llamado espera.
Espera que en su traducci6n al plano del hbito afectivo o talante contina condicionada biol6gicamente y depende del tono vital, de tal modo
que, como ha dicho Lan, es el cuerpo mismo el que unas veces nos pide
y otras nos im-pide esperar. Y esta dependencia es la raz6n de la fina
observaci6n de Santo Toms -procedente de la Retrica aristotlica- de
que en los j6venes y en los embriagados abunda la esperanza 5 Los embriagados, por una alteracin pasajera; los j6venes, porque su pre-tensin es
muy grande -iuvenes enim multo habent de futuro et parum de proeterito>>-; unos y otros viven en la esperanza, tal vez sera mejor decir
en la ilusi6n y en la esperanza.
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Etica
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to que en cada caso espera, lo espera ~<todo 11 El bien que el hombre espera como trmino realmente contemdo en cada una de ~a~ esperanzas
concretas es el bien supremo, la felicidad, no solo como felicidad terre~~
sino como beatitudo. Ahora bien, ya vimos cuando tratamos de la felicidad que esta, en cuanto makariotes o beatitudo, no depende ~e nuestro
esfuerzo tico, porque est ms all de nuestro poder. Que acontece
entonces?
.
Hace notar Santo Toms que se puede esperar secundum proprzam
12
virtutem, pero tambin secundum virtutem alterius La p_rimera m~nera
de esperar, Ja esperanza por virtud propia es. la spes pr?piamente dicha;
a la segunda, Santo Toms la llama expectatzo. Ahor? ~1en: la esperanza
de un bien que sobrepasa la naturaleza humana. seria !sensato pone.r~a
en Ja virtus propria. Tal bien no puede conseguirse mas que ex auxilio
13
?e
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El objeto de la tica
Captulo 14
EL AMOR
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dava sin contradiccin- entre los distintos objetos del amor. San Agustn 3 no establece la menor contradiccin entre el amor a s mismo -amor
sui- y el amor a Dios -amor Dei. Al contraro Dios es el nico bien
que puede satisfacer el amor del hombre. La con'tradiccin se encuentra
en el amor -como bien supremo-- de Dios o del mundo. El mundo pue~e. amarse, pero nc;i como ~l bien supremo, sino como bien subordinado y
util para la salvac~n; o dicho en la terminologa de Agustn: el fru se
ha de poner en Dios, que es quien se debe amar por s mismo; el uti o
uso amoroso con vistas al fin ltimo, en el mundo.
. ~l amor s~i, s:~n la concepcin antigua y medieval es, pues, un movuruento afectivo eticamente neutral: todos los hombres se aman a s mismos ~~ el sentido
que todos los hombres quieren su propio bien. La
c~est1on mor~! .comienza, por una parte, en el momento de poner el sumo
bien -la fel~c1dad- en esta o en la otra realidad, en los placeres del
mundo, por eiemplo, o en Dios, y por otra parte, en la idea del hombre
que cada cual se forja como correlato de aquella concepcin de la felicidad: ser cuya destinacin es inmanente al mundo o ser que trasciende el
horizonte intramundano.
. ?olamente cuando ;on Luter~ se degrade la naturaleza humana y consigmenteme~te ~e considere esencialmente malo el amor a s mismo y cuando, al prop10 t1e~po, con la mentalidad moderna, surja una moral inmanente y la anttesis amor Dei-amor mundi pierda sentido comenzarn a
o~onerse el .amor a s mi_smo o egosmo y el amor al prjimo. La reducc1on del antiguo amor suz (que, como hemos visto envolva todos los objetos del amor) a egosmo acontece, como se sab;, con Hobbes. Naturalment7, ta~ concepci? es inaceptable, por unilateral y simplista. Butler 4,
muy influido por Aristteles y los estoicos, reaccionar eficazmente contra
aquella idea haciendo ver que el vicio es contra la propia naturaleza y que,
por tanto, el verdadero amor a s mismo el amor racional a s mismo es
si7mpre bueno. El sel/-lo ve o egosmo ;acional es uno de los principios
t:J.cos fun~ame~t?les y consiste en la bsqueda calculada y prudente 5
de la pr?pi~ _felmdad (mundana). Es uno, pero no el nico. Junto a l se
da el prmc1p10 de la benevolence -racionalizacin de la simpata o amor
razonable al prjimo--, lo que en el lenguaje de la romanidad se llamaba
humanitas (y que en la poca moderna constituye una secularizacin de la
charitas)! en el pensamiento continental, filantropa, y despus, desde Comte, altruismo. Uno y otro principio no son esencialmente incompatibles,
pero pued7n e.ntrar en colisin; es entonces un tercer principio tico, el
de la ~onc1enc1a~ ,el llamado a decidir. Otro filsofo ingls, Sigdwick, ve
en la Justa relac1on entre el rational egoism y la rational benevolence el
problema ms ptofundo de la tica.
Butler no es ciertamente un filsofo cuyas ideas se estudien en todos
los libros de tica. Sin embargo, su pensamiento ha sido histricamente
mucho ms importante de lo que parece. En primer lugar, la moral vivida
en Inglaterra ha sido fraguada mucho ms por l que por los empiristas,
?e
Dice Santo Toms que el amor no se contrae a algn gnero determinado de virtud o vicio, e igual podra decir de acto bueno o malo: sino
que, s es amor ordenado, se incluye en todo acto bueno, y si desordenado, en todo pecado 1 Lo cual quiere decir que todo acto voluntario es
en sentido amplio, acto de amor. Efectivamente, el bien es todo y sol~
lo que los. hombres apetecen; todo apetito es apetito del bien, por tanto,
amor al bien. (Pero repitamos lo dicho arriba: nadie apetece el bien en
abs~racto, siempre se apetecen realidades buenas.) Y por eso Santo Toms
define el amor como aptitudo o proportio del apetito, o como coaptatio
de la virtus apetitiva al bien. Cuando se posee el bien tiene lugar la delectatio, que es quies en l; y al movimiento hacia l lo llamamos concupiscentia o desiderium, pero ya vims al estudiar el acto de voluntad que
la fruitio no est solo al final del acto, sino en su misma puesta en marcha
y ,lo largo de todo su proceso. Vemos, pues, que, en realidad, el amor
esta a la base de todo apetito.
. Qu significa esto? Que el amor, como apeticin o querencia e
igual que la espera es un hbito entitativo, una estructura fundamental
de la existencia 2 . Esta apeticin corresponde a la realidad ontolgica del
hombre, que es esencia abierta a su perfeccin. Esta pre-tensin en
cuanto pretensin de per-feccn es la apetcin o querencia, as como
en su dimensin de pretensin de duracin y futuro es la espera.
Esta apeticin o querencia, dimensin de una estructura envuelta en
la unidad radical del hombre como inteligencia sentiente, se manifiesta
en el plano afect~vo bajo la forma concreta de amor. Conforme a lo que
acaba~os de decir, el amor es, ante todo, amor al propio bien, amor de
uno mismo (que no tiene por qu ser amor a s mismo, y menos, egosmo).
E~ el <ptA.a~'tY de Aristteles. El amor de s mismo puede dirigirse a s
mismo (Aristteles), a otro y tambin, en sentido ya impropio, a las cosas.
Para Aristteles el amor a s mismo no es sinnimo de lo que peyorativamente se denomina egosmo. El autntico amor a s mismo es tendencia
a la felicidad y bsqueda de la perfeccin: es amor a lo mejor de s mismo
y, consiguientemente, incluye en s el amor a Dios y a los hombres. Pero
los epicreos y los estoicos empezarn a establecer una cierta tensin -to228
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E rica
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El objew de Ja tica
Etica
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:1
El objeto de la tica
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al prjimo como prximo (amor a los familiares, amor al pueblo y la patria), el amor cristiano al prjimo es universal, y frente al amor a una persona por s misma, por su modo concreto individual de ser, el amor al
prjimo es general: horno quidam, dice la parbola del buen Samaritano.
Se ama al hombre, a cualquier hombre, a todo hombre, no por s mismo,
sino por Dios y con el amor de Dios, y se ve en l al mismo Cristo Dios.
Amor, pues, universal y general, pero personal 12 En esta ltima nota se
distingue del que Nietzsche, y tras l Hartmann 13, llaman amor al lejano, y que puede ser amor a una idea o a un ideal, o amor transpersonal
a la humanidad, al superhombre, al hombre del porvenir (Liebe zum
Fernsten und Knftigen), etc. Amor siempre sin reciprocidad posible,
puesto que es amor a la idea o ideal del hombre, no al hombre real.
Los mismos Nietzsche y Hartmann han hablado de otra suerte de
amor, la Schenkende Tugend 14 o virtud donante, que sera como una
transposicin o humanizacin de ciertas notas del amor divino, puro rebosar de una plenitud sin aspiracin, sacrificio ni finalidad, virtud
intil, siempre arrojada a voleo, puro modo de ser que, como el sol,
brilla igualmente para todos los hombres, buenos o malos, y sobre todas
las cosas.
El objeto de la tica
Captulo 15
LAS VIRTUDES
Al tratar del objeto material de la tica hablamos de los hbitos desde el punto de vista de su pura estructura. Considerados ah~ra e.n cuanto
a su contenido moral, pueden ser buenos o malos, es decir, virtudes o
vicios. Trataremos primeramente de las virtudes en general.
Los sistemas ticos clsicos difieren entre s, fundamentalmente, como
hemos visto, por poner el sumo bien e11: el placer, la virtud, la con:emplacin o Dios. Pero todos ellos convienen en ser sistemas de las virtudes.
El libro de moral ms importante de la antigedad, la tica nicomaquea,
y el libro de moral ms importante de la Edad Media, la segunda parte d~
la Summa Theologica, constituyen sistemas de virtudes. Las cosa~ prosiguen as hasta Kant. Kant, frente a la moral de las virtudes, erige una
moral del deber (que luego, a la hora de su aplicaci_n, t.r~nsforma~on sus
discpulos en una deontologa). La razn de esta sust1tuc1?n es obvia ~ara
quien conoce los principio~ capitales de la filosofa kanuana. Las v!rtudes son incorporaciones o apropiaciones del bien. _El deber s: c?nv1erte
as en realidad, en segunda naturaleza. Ahora bien: este transito, est~
comunicacin entre el deber y el ser, entre la naturaleza y la libertad, es para Kant imposible. La realidad del hombre no es unitaria,
sino radicalmente discorde. Por eso su moral es moral del deber Y no de
la virtud.
Sin embargo, Kant, cuando llega el momento de des~rrollar ~r.cticamente su tica, reconoce tambin, desde el punto de vista empmco, la
necesidad de una doctrina de la virtud ( Tugendlehre ), cuyos fundamentos expone en la segunda parte de ~- Meta/~i~a d~ las costumbres.
La tica crtica es puramente formal. La euca empmca tien: que ocuparse
del contenido, porque el hombre no ha llegado todavia a s~r puro
Vernunftwesen, necesita una gua para lo que ha de hacer. _La virtud es
la fuerza moral de la voluntad de un hombre en la prosecucin de su deber 1. La virtud no es en principio sino una y la misma. Pero en rela~in
con el fin de las acciones debidas, es decir, en relacin con su materia,
puede haber muchas virtudes, de las cuales Kant estudia las que considera
ms importantes 2
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Etica
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El objeto de la tica
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la recta eleccin de lo que se ha de hacer (recta ratio agibilium). Los phrnimoi no son ya los sapientes, sino los prudentes, que poseen la sapientia
minor de las rerum humanarum. Todava en la Stica eudemia 10, la virtud
no era ms que un instrumento del entendimiento. La definicin de la
tica nicomaquea, que vale para las virtudes ticas, no para las dianoticas,
manifiesta que, por primera vez, se ha deslindado el mbito de la filosofa
moral.
La idea de mestes (mediedad o trmino medio) est en relacin,
por una parte, con la idea de mson (y su contrario -meson), y por otra,
con la de mtron. Veamos una y otra conexin. El impulso in-mediato
(-meson) del hombre le arrastra a entregarse a sus pasiones. Por el contrario, el ejercicio de la razn, y no solo de la razn prctica, sino tambin de la razn terica, es un establecimiento de mediedad y mediacin;
es, frente a la sensacin y al sentimiento, di-noia y dis-curso, es decir,
distancia 11 , en el plano teortico, y en el plano moral es no ceder a las
solicitaciones in-mediatas, constituir una hxis difcilmente removible,
conservar la sophrosyne o temperantia y el dominio (lpptet!X) sobre la
parte concupiscible e irascible del alma.
Esta mediedad es siempre medida, mtron. En el conocimiento, commensuratio y adaequatio ( p.oiwot<; ); en la actividad moral, armona del
nous y la rexis, equilibrio entre ambos de tal modo, que ni se sofoque el
primero ni se apague la segunda; esto es, trmino medio, metax, mestes.
Recordemos la imagen aristotlica del arquero: la recta puntera (orthtes, de la que en seguida hablaremos) consiste en acertar en el blanco
(y el blanco se halla dentro de nosotros mismos, p.oov Cle otrt:o to 7tpcwato~
dHa to 1tp~ ip.a<; 12, no en un extremo ni en el otro, sino en su punto
medio, en su mestes 13).
La concepcin de la virtud como trmino medio entre el exceso
( 11:ep~o).i) y el defecto (E>..i,~!~1<; o lvClEia ) es, como se sabe, caracterstica de Aristteles y a ella dedica la segunda mitad del libro 11 de la
tica nicomaquea. 'Aristteles empieza reconociendo el origen matemtico
de esta idea y su presupuesto metafsico, la supremaca del pras u hros
(lo que es el bien, como afirmaban los pitagricos) sobre el peiron (que
es el mal), y trata en seguida de distinguir el mson moral del mson _matemtico. Santo Toms sigue al Estagirita, y as se pregunta utrum vzrtutes morales sint in medio, contestando afirmativamente 14 Y los escritores
ascticos conjugarn esta idea de la medietas con la de la rectitudo, diciendo -es un lugar comn de la Asctica- que la virtud consiste en
seguir el camino recto, sin torcerse ni hacia la derecha ni hacia la izqui.erda, es decir, sin pecar por exceso ni por defecto, y apoyarn la doctrma
en textos de la Sagrada Escritura 15
Nicols Hartmann, que se sirve libremente de Ja teora aristot~~a de
la mestes, con vistas a la teora de los valores y a la fundamentac1on de
la polaridad que se dara entre ellos, ha analizado y desmontado esta doctrina 16, para hacer ver que tras el aparente trmino medio, lo que hay
ns
Etica
El objeto de la tica
239
Pero en qu sentido preciso esta rectitudo constituye la bondad moral? Por de pronto, en el de la rectitudo del conocimiento moral. Con relacin a la vida, el conocimiento del bien supremo es de la mayor importancia, porque, merced a l, como arqueros que ven bien el blanco, podemos alcanzar mejor nuestro fin. La orthtes tica es, pues, ante todo,
orth6tes dianotica, ya que solo podemos apetecer lo conocido y en tanto
que conocido (nihil volitum nisi praecognitum, dir despus la Escolstica
tomista, movindose dentro de esta misma lnea aristotlica).
Todava en dos sentidos ms debe hablarse de orthtes. La virtud es
hbito et<i ' dp6o A.01o mediante la razn, penetrado de ella, esencialmente racional. Pero tambin es hbito xata 'tov p6dv lo-rov 20 El primer sentido apunta a la deliberacin, a la eleccin 21 y, en suma, a la prudencia, virtud intelectual que consiste en la aplicacin concreta de la recta razn 22 El segundo sentido se refiere a la sumisin de la 6rexis a la recta
razn . Las virtudes especficamente ticas constituyen, en cuanto 11:poi; ,
una relacin del impulso a la recta razn, relacin consistente en ser sofrenado y temperado por ella.
Vemos, pues, que orth6tes es, en varios sentidos, una nota definitoria
de la virtud, que se concibe como rectitudo conforme a un kann, h6ros
o medida. Cul sea esta medida en Aristteles, este h6ros, conforme al
que debe determinarse el recto trmino .medio, es problema harto intrincado. Para Platn lo era el Bien, lo era Dios. Frente a esto, si bien
con todas las reservas pertinentes, que no han de ser pocas 23, Aristteles
parece decir que el hombre virtuoso encuentra en s mismo el canon y
medida de todas las cosas 24 Lo cual significa, cuando menos, que de aquella orth6tes platnica como pura contemplaci6n de la Idea del Bien se ha
pasado al concepto prctico de la rectitud moral, y del reino de los conceptos cuasimatemticos al de la recta ratio agibilium. (Obsrvese cmo, en
esta clsica definicin tomista de la prudencia, como en tantos otros lugares de Santo Toms, pervive el concepto aristotlico que hemos estado
analizando de la rectitudo.) Pero con estas ltimas reflexiones se ha cumplido el trnsito del concepto orth6tes al de mtron y al de mes6tes, de
los que ya hemos hablado.
Sin embargo, esta definicin aristotlica que hemos considerado en
todas sus partes deja sin expresar uno de los caracteres de la virtud, lo
que tiene de fuerza, y al que ya hemos hecho alusin en el captulo 10.
En efecto, las palabras hxis, habitus, habitudo y aun aret no dicen lo
que la palabra virtus. Virtud es, adems de todo lo anterior, fuerza moral.
Scheler lo ha visto con claridad al escribir que la virtud es la fuerza vivida inmediatamente, de hacer algo debido 25 , y tambin Le Senne, cuando dice que la virtud es le courage du bien 26
Al decir que la virtud es hbito electivo queda dicho ya que es
hbito operativo y no entitativo, ad agere y no ad esse :n, moral y no natural. Pero ya hemos visto tambin que la moralidad es fsicamente real,
240
Etica
segn estn pregonando todas. las palabras ethos, mos, habitus, hxis, arel
virtus, vitium, que a ella ataen.
Hemos dicho que las virtudes son una fuerza. Pero cuando se mecanizan, cuando pierden su sentido positivamente moral y se reducen a simples hbitos psquicos, esa fuerza puede volverse contra nosotros. La
virtud-mana, que ya no es propiamente fuerza, sino inercia, puede ejercer, como dice HP.itmann, una tirana sobre el hombre; es la gimnasia tica o b diettica de que habla Kant 23 , el rigor moral por puro
masoquismo, el fanatismo, el exclusivismo. Cada valor (Hartmann habla
de los valores, pero sus palabras son aplicables, con mayor razn, a las virtudes), una vez que ha ganado poder sobre una persona, tiene la tendencia
a convertirse en el tirano del ethos entero del hombre, a costa precisamente de los otros valores 29 La virtud por la virtud al modo estoico, la sofocacin de ciertas virtudes por hipertrofia de otras, el automatismo de las
virtudes, son algunos de los peligros que amenazan a la vida moral cuando
las virtudes pierden su ordenacin al bien y se degradan a simples prcticas. Porque la prctica de la virtud, vaciada de su sentido, no es ya
virtud.
Aristteles y Santo Toms distinguen las virtudes dianoticas o intelectuales y las virtudes ticas o morales. Y a hemos aludido al deslizamiento de la phrnesis del plano de las primeras a un plano intermedio
entre ellas y las morales. Santo Toms, fiel a la innovacin aristotlica
- acotacin del terreno de lo tico--, considera que las virtudes intelectuales solo deben llamarse buenas, secundum quid, en cuanto hacen del
hombre un buen filsofo, por ejemplo, o un buen artfice, pero de las que
puede hacerse un uso moralmente malo. Las virtudes ticas, a diferencia
de aquellas, y en particular de las tekhnai, no son nunca ambivalentes 30,
pues consisten precisamente en el buen uso moral de la facultad (dan el
posse ad bene agendum), por lo que han de ser denominadas simpliciter
buenas 31 Por ello, la ratio virtutis, el concepto de virtud, compete ms
bien a las virtudes morales que a las virtudes intelectuales 32 Para Santo
Toms, como para Kant, solo es bueno en absoluto el que tiene buena
voluntad: Unde sqlus ille dicitur esse bonus horno simpliciter qui habet
bonam voluntatem 33 Pero, como veremos pronto, la buena voluntad en
el sentido kantiano no basta; es menester tambin la prudencia.
La Escolstica destaca entre todas las virtudes las cuatro denominadas
cardinales. La tabla de las virtudes cardinales procede, como se sabe, de
Platn y los estoicos, desde Crisipo, que las dividen y subdividen de diversas formas. Se llaman as porque son consideradas como las virtudes
goznes (cardines) sobre las que se basan y giran las otras virtudes. Santo
Toms, ahondando en el principio de su clasificacin 34, ve en ellas las
virtudes-tipo que realizan perfectamente los cuatro modos generales de
virtud: determinacin racional del bien (prudencia), institucin o establecimiento del bien (justicia), firmeza para adherir a l (fortaleza) y moderacin para no dejarse arrastrar a su contrario, el mal (templanza).
El objeto de la tica
241
El objeco de la rica
Captulo 16
LA VIRTUD DE LA PRUDENCIA
243
244
Eti ca
Si recorda~os el anlisis llevado a cabo en el captulo tercero, compr.enderemos bien eJ papel de la prudencia. Decamos all que el hombre,
mientras proyecta por proyec~ar, se mueve sin resistencia alguna; pero que
el verdadero proyecto, el posible, se hace con vistas a la realidad y tiene
por tanto, q.ue plegarse o ate~erse a ella, apoyarse en las cosas, contar co~
ellas, recurrir a ellas. Pues bien: este plegamiento a la realidad este uso
concreto ~ .~rimari? d7 la inteligencia, que, frente a la rigidez' propensa
.la r~pet1c1on hab1~dinal 7 posee flexibilidad para adaptarse a las nuevas
situaciones, es .prec1sam~nte la prudencia. Joseph Pieper ha visto bien"
que la prudenci? es la vutud de la realidad y que lo prudente es lo conforme a la realidad. Destacar esta dimensin es sumamente importante
porque .l? prudencia tiene ?os vertient.es: aquella secundum quod es~
c~gnosc1t1va Y nos proporc10~a el sentido de la realidad, y aquella otra
..ecundum 9uod est praeceptiva del bien concreto; pero Jo cierto es
que los tomistas, a causa de la polmica sobre el imperium, han pensado
mucho ms en esta segunda que en la primera, infinitamente ms importante.
La ':'erdad es que ni siquiera los tomistas, nicos campeones de la
prud~ncia en la po,ca moderna, han sabido ver toda la importancia de
esa v1r.tud. Dos ob~taculos se han opuesto a ello: su concepcin atomizante
del. ob1eto de la. ttca (los actos) y la aplicacin a la prudencia de la calificacin de las virtudes como trmino medio, lo que fatalmente ha llevad~, a ve~ en. ella una virtud morigeradora, alicorta y mediocre, cuya
func10:'1 primaria. consiste en determinar lo que es prudente y rechazar
lo arriesgado o 1mprude~~e, etc. Pero la verdad es que todo eso, en lo
que no e~, una deforD?aeton de la prudencia, apenas constituye ms que
~n~ func1on secundanamente suya. Si tenemos presente que el objeto
lum? de la moral ~o s?n los actos tomados uno a uno, sino el thos o personali?ad. moral ui;iitana, y puesto que la vida moral es tarea, quehacer
Y realizacin de mt vocaci~ o esencia tica, claro est que lo primero
q.ue h~ de h?cerse 7~ determinar en concreto y da tras da, al hilo de cada
s1tuac1n, m1 vocac1on o tarea, lo que tengo que hacer (porque nuestro ser
resulta ?e n_uestro hacer y nos hacemos a travs de lo que hacemos):
ah?ra .bien, ustament~ esto es lo que iocumbe a la prudencia. Y las demas virtudes no consisten sino en la ejecucin de lo que ella determina
Y por ell_? los 7scolsticos -tan aficionados a multiplicar las distincio~
nes- .senalan, unto a la prudencia general, una especial para guiar a
cada virtud.
Santo To1:11s, sigui;ndo a Aristte!es, Cicern y Macrobio, distingue
como. par.tes m~egrales de la prudencia, la memona en el sentido de la
expe.rie~c~a, el mtelecto e~ el ~;mido de 1.a. inteleccin de Jo singular (es
d~cu, VISIn ~!ara de l? sttuac10n), la docilidad para seguir el buen conseo, la solertr~ .o.prontitud en la ejecucin y la razn que significa lo que
llama1:n?; ser u1c1oso ~ ~~zonable! y tambin la providentia que incluye la
prev1s1on Y la prov1s10n; la cucunspeccin que es atenta consideracin
El objeto de la tica
245
246
Etica
por la del hombre. El pthos de grandeza del hombre que afronta solitario su destino se contagia a veces hasta a quienes estn lejos de compartir
su irreligiosidad. Veamos, por ejemplo, estas palabras de Kierkegaard:
Bella es la previsin de una providencia que a todos atiende y cuida de
todos; pero ms bella es la previsin de un hombre que es como su propia provindencia 14 Si esto les ocurre a los hombres religiosos, qu no
dirn los dolorosamente ateos, como Nietzsche, o los que, como Hartmann,
separan la tica de la religin? El primero afirma que el hombre debe
fiarse a su poco de razn porque corre a su perdicin si se abandona a la
Providencia. Segn Nicolai Hartmann, el mito de Prometeo es el smbolo
ms profundo de lo tico. Prometeo, el que piensa previamente, es el
previsor, pro-vidente; pero lo es porque ha robado a los dioses su Providencia, fundando con ello el thos del hombre. Esta previsin se conjuga
con la solticitudo; que adquiere as otra dimensin: preocupacin, no ya
por las cosas terrenas, sino por el ser mismo del hombre, que, al no sentirse ya amparado por la bienhechora Providencia, sino abandonado a la
fortuna, suscita el cuidado barroco de un Quevedo 15 y la industria
y prudencia de un Gracin.
Efectivamente, junto a la sollicitudo, la industria, la providencia y la
cura que, como piezas arrancadas de la. virtud de la prudencia, seran en
s mismas plausibles de no haberse desarrollado unilateralmente, en detrimento de otras virtudes, en la poca moderna surge una cuarta forma de
prudencia que, ms que desordenada, debe ser calificada de falsa prudencia. Aun cuando con antecedentes en el plano de la moral poltica (Maquiavelo y sus discpulos), su fundador en el de la moral personal fue
Baltasar Gracin. Como se sabe, el tema constante de Gracin es el del
arte de prudencia y su obra toda quiso ser un manual para el discreto.
Pero la prudencia de Gracin es la prudencia de la carne o, si se prefiere
la expresin, la prudencia mundana. Gracin, pese a su estado religioso,
fue hombre tpicamente moderno, para quien lo celestial, en lo que todava se cree, est abismalmente separado de lo terreno. Hombre moderno y, adems, hombre espaol y perspicaz que, como Cervantes y Quevedo, senta la decadencia de su pas y la senta tambin, como desengao, en su propio corazn. El hombre gracianesco vive en soledad su
experiencia vital cruda, amarga, desilusionada. Vive en un mundo hostil,
rodeado de enemigos. Pero su reaccin no es la del hroe, por ms que
titule as uno de sus tratados; va a defenderse y luchar, no a pecho descubierto, sino armado con la prudencia. Prudencia entendida como industria, astucia, cautela, simulacin y dolo. Y esto en un doble sentido:
representando, fingiendo -unas veces ms, otras veces menos, segn
convenga, de lo que en realidad se es- y descifrando la representacin del rival. En este mundo, ya es sabido, cada cual juega a su juego:
lo que importa es que el nuestro prevalezca sobre los dems. Pero de
verdad es esto, para Gracin, lo que importa? No, porque nuestro triunfo
forma tambin parte del juego y cuando la representacin se acaba nada
El objeto de la tica
247
quedar sino desengao y soledad. Gracin no es un hombre del Renacimiento, sino del Barroco. Por eso, aun cuando haya realizado en el plano
de la psicologa y de la moral individual una obra paralela a la de Maquiavelo en el de la teora y la moral poltica, no tiene fe en su propia
obra. Espaol por los cuatro costados, el mundo no es morada lo bastante
dilatada para su afn y su orbe, por lo menos el de sus obras se cierra
sobre s mismo, sin felicidad ni trascendencia. Gracin est solo y por eso
le amamos. Pero su arte de prudencia -arte, es decir, conjunto de
reglas para manipular la realidad y no sentido prudencial, conciencia
y no prudencia, porque el casuismo no ha pasado por l en vano- ha
sido, creo yo, la ms eficaz contrafigura de la prudencia 16 para el surgimiento, por reaccin, del antiprudencialismo moderno que vamos a estudiar
a continuacin.
La primera forma de este procede tambin, como Gracin, del seno
de la Escolstica y es el casuismo. El casuismo, ya lo hemos visto ms arriba, es una de las formas que revisten el racionalismo y el conciencialismo
modernos. Por racionalista, el casuismo no poda apreciar esta virtud de
las situaciones singulares que es la prudencia, y por su contagio de idealismo sustituye esta por la conciencia. En los libros de teologa moral moderna acontece, como ha escrito el padre Garrigou-Lagrange, una quasisuppression du trait de la prudence 17, y en la prctica moral cristiana
esta tiende a concebirse como una destreza minimalista para ~ermanecer
en el lmite mfamo de lo permitido, sin caer en lo prohibido 1
Pero si aquellos que tenan a su cargo, por decirlo as, la conservacin
del sentido de la prudencia haban llegado a esta idea de ella, podemos
extraarnos de que los modernos no viesen en la prudencia sino la habilidad para conseguir el propio bienestar mundano? Las palabras prudencia y egosmo aparecen en los escritos de lo_;; siglos xvn y XVIII constantemente juntas -por ejemplo, en ingls, selfish prudence-, y aun
cuando Butler, partiendo de Aristteles, afirmar que tambin el selflove es uno de los principios de la moral, es claro que la prudencia,
como la virtud del egosmo racional, contina apareciendo, en general,
como virtud inferior comparada con Ja benevolencia. El concepto peyorativo que de la prudencia tiene La Rochefoucauld procede, por una parte,
del racionalismo y, por otra, de la reaccin contra Gracin, de quien f~e
buen conocedor, segn han mostrado Buillier, Coster y otros. El rac10
nalismo transparece en aquel pasaje en el que dice que, por tener que
trabajar en materia tan cambiante y desconocida como es el hombre, la
prudencia no puede ejecutar con seguridad ninguno de nuestros proyectos 19 La influencia de Gracin en este otro: Les vices entrent daos la
composition des vertus comme les poisons entrent dans la composition
des remedes. La prudence les assemble et tempere et elle s'en sert utilement
contre les maux de la vie 20
Por supuesto, el gran reformador de la tica, Kant, particip, como se
sabe, del concepto peyorativo de la prudencia que, como habilidad prag-
Captulo 17
248
Etica
mtica, para ejercer influjo sobre los otros hombres y utilizarlos conforme
a los propios designios (Weltklugheit), para la consecucin del bienestar
privado (Privatklugheit), nada tiene que ver con la moral. De este modo,
como vemos, toda la tica moderna, lo mismo la conciencialista de los
siglos XVII y xvm que la fundada por Kant, se ha hecho precisamente
contra la prudencia o, mejor dicho, contra un concepto deformado de la
prudencia.
Hoy mismo y pese a los esfuerzos de los tomistas, la prudencia no ha
r~?brado su viejo prestigio, para lo cual su nombre mismo constituye una
dificultad. Prudencia, se piensa, es una virtud utilitaria y pequea, burguesa, que busca <(seguridad frente al riesgo y la inseguridad constitutiva
del existir autntico. Esta crtica es inmerecida porque la decisin prudencial lleva siempre consigo su riesgo propio, riesgo vital, desde luego 21 ,
y adems el riesgo intelectual -con todas sus consecuencias- de acertar
o equivocarse, de lograr o malograr la tarea tica.
Finalmente, la prudencia es atacada hoy en otros dos frentes: el de la
tica de la situacin, desde el cual la moral prudencial aparece, al revs
que desde el casuismo, como demasiado intelectualista, y desde los sistemas que (como el de Reiner), herederos de Kant, continan separando
lo <(bueno y lo <(moralmente recto, la buena voluntad y el conocimiento moral.
LA VIRTIJD DE LA JUSTICIA
A qu se refiere la justicia como virtud? Sin duda, a lo justo. Nosotros no disponemos ms que de un solo sustantivo, ((justicia, para designar la realizacin de lo justo y lo justo mismo. Los griegos, en cambio,
distinguieron lingsticamente la atx11 y la btxatoovr. La segunda palabra
deriva de la primera, del mismo modo que la justicia como virtud se
funda lgicamente en la realidad de lo justo. Por tanto, la pregunta fundamental que debemos hacernos es esta: qu es lo justo? Pero para prepararla podemos empezar por esta otra qu entendieron los griegos por
bixr?
250
Etica
El objeto de la tica
251
te, como decan los griegos. Pero si cada uno tiene su derecho - lo posea
de hecho o no-, su parte, lo suyo)>, esto significa que hay una dike,
orden o derecho, previos a nuestra voluntad de justicia. O, dicho de otro
modo, que la justicia no es el ideal o el valor a que debe tender
el derecho --como piensan los idealistas y los partidarios de la tica de los
valores-, sino algo segundo con respecto al derecho; y que este, como
dike, es el aspecto jurdico de la realidad; esto es, la realidad misma
en cuanto ajustada u ordenada 13 Y por eso, como acertadamente seala
Pieper 14, Santo Toms antepone una quaestio De iure a su doctrina de
la justicia. La virtud de la justicia es lgicamente precedida por el derecho:
el derecho es el objeto de la justicia 15 La palabra latina ius, como la
castellana derecho, significan, pues, en primer trmino, la misma cosa
justa. Y solo despus la ciencia del derecho, el arte -que poseen los hombres de leyes- de conocer, en concreto, qu es el derecho, o sea qu derechos asisten en una situacin jurdica determinada a este o al otro. Pero
advirtase que ni este arte ni esta ciencia -por algo se llaman ciencia
y arte- constituyen la virtud moral de la justicia, sino sendas virtudes
intelectuales. En fin, tampoco la jurisprudencia (iuris-prudentia) es ms
que acto de la virtud de la prudencia; solamente cuando se aplique, cuando se ejecute y para aquel que la ejecute se convierte en acto de la virtud
de la justicia.
De todo cuanto se lleva dicho se infiere la objetividad de la justicia.
En efecto, la justicia consiste en la ejecucin de algo objetivo, el derecho.
La prudencia, como percepcin contreta de la realidad, y la justicia, como
realizacin concreta del bien en esa misma realidad -facere bonum y
no meramente agere bonum-, son las dos grandes virtudes objetivas,
y por eso mismo una y otra preceden a la fortaleza y la templanza, que
inmediatamente se ordenan al sujeto y no a la realidad exterior.
Pero la concepcin que de esta objetividad a que se refiere la virtud
de la justicia -la objetividad de lo justo- se forja Aristteles, y por seguirle, en pai:te, tambin Santo Toms, es, como en seguida veremos, de
un exagerado formalismo matematizante. La justicia, ya lo vimos antes,
puede ser considerada como virtud general, como gnero del que. l~s
otras virtudes seran especies. Pero, junto a esta concepcin, la justicia
puede tomarse en el sentido estricto de ejecucin del bien jurdko o derecho de cada cual, y as entendida, se divide en dos especies -o partes
subjetivas, como las llama Santo Toms-, la justicia commutativa (ordo
partium ad partes) y la justicia distributiva ( ordo totius ad partes). En
qu consisten la objetividad de una y otra?
La justicia parcial (xa'ta .dpoc;), la justicia considerada como virtud especial y no como la virtud sin ms, consiste siempre en. una igualdad . o ,
mejor dicho, en una igualacin. La justicia ha evocado siempre --es:nbe
Bergson 16las ideas de igualdad, de proporcin, de 'compensac1n'.Pensare, de donde derivan 'compensacin' y 'recompensa', tien~ el s~n~
do de pesar; la justicia se representaba como una balanza. Equidad s1gru-
Etica
252
(dikhasts) 18
Evidentemente, esta teona amtotelica de
la
ustlCla
como
1gu~ldad,
h, 19 ,
n
por ms que rechace el grosero an:ipepont os . p1tagonco Y ~rca1co ,
es artificiosa viol~ntacin de la realidad de la vida y las relaciones hu.
manas, que no se dejan reducir a matemtica aplic~da.
Harto ms profundas son la doctrina de_ la epiqueya,. equidad Y la
teora de la restitutio. Empecem?s po; considerar esta _ult~ll! tal como
l~ ust1c1~ commutala ha interpretado agudamente P1eper . 1. ~ acto
tiva -dice Santo Toms- es la restztutzo. Que qwere decir esto? La
justicia no consiste meramente en dar a cada uno, ~<de una vez para todas,
lo suyo, sino en re-stituirselo, en establecerle ~te~ato,. de nuevo, una Y
otra vez, en su dominio. Schopenhauer - conunua P1eper- apuntaba
al centro del problema cuando deca: si es lo suyo, no hac~ falta drselo.
Esa es precisamente la cuestin: que es lo suyo. y, .s~n e~bargo, no
lo tiene ni lo tendr plenamente nunca; que la usticia m fue establecida ni puede establecerse de una vez para siempre, que el. reparto
se desequilibra constantemente y que siempre volvemos a ser -rterat?acreedores y deudores; que la reductio ad aequalitatem nu_nca termma;
que no es posible --como quiere el marxismo- un. estado 1de_al .Y. definitivo en que la justicia quede implanta~a para siempre. ~a .1~st1cia es,
en realidad, lucha por la justicia, y la restztutio , una tarea infinita.
Con lo cual se puntualiza y corrige la idea, anteriormente expuesta, de
que la dike o lo justo consiste en orden, ajustamiento. S, es un orden,
pero no esttico, sino dinmico, en funci6n del tiempo. No hay un orden
?e
El objeto de la
~tica
253
justo establecido de una vez para todas, sino que al derecho -al derecho
natural-, como parte de la ley natural (como vimos), le compete una
constitutiva dimensi6n de historicidad.
La epiqueya o equidad, parte subjetiva de la justicia legal 22, nos es
necesaria para suplir esa imposibilidad de alcanzar un orden definitivo v
esttico de justicia. El hecho de que, como dice Platn en El poltico 23,
nada humano est en reposo, impide un absoluto que valga para todas las
:osas y para todos Jos tiempos. Y por eso es menester esta 1vwp:r 24
:> prudencia de Ja equidad que, como la regla de plomo de la arquitectura
:le Lesbos, venga a cambiar en cada caso, ajustndose a la forma mudable
:le la piedra que mide 25
La epiqueya o equidad tiene todava otro aspecto sumamente impor:ante, que es el de constituir la virtud de la libertad 26 frente a la ley o pre:epto. La libertad. en tanto que virtud, es, como veremos en el captulo
:iguiente, lucha por la libertad, paralelamente a como la justicia es, segn
iemos visto, lucha por la justicia. Pero la lucha por la libertad frente al
>recepto y el poder, para ser justa requiere que este precepto o poder sean
njustos y que ella misma est templada por la equidad. Pero no debemos
uchar injustamente, ni siquiera contra la injusticia.
Santo Toms estudia tambin las partes potenciales de la justicia o
irtudes anejas a ella . Son las que realizan imperfectamente el concepto
le justicia, bien por faltarles la raz6n de la igualdad, bien por faltarles la
azn de dbito. En el primer caso estn la religio o justicia para con
>os. la pietas o justicia para con los padres y la patria y la observantia
justicia para con los superiores, para con las personas constituidas en
ignidad.
La religin, de la que no hablar aqu por haber tratado de ella en otro
1gar n, es la que ms nos importa de las tres, porque al mostrar la impobilidad de ser justos para con Dios, nos hace ver la insuficiencia de una
rimada de la tica sobre la religin y la necesaria abertura de aquella
esta.
Las virtudes que constituyen dbito moral y no legal son la gratia
gratitud, la vindicatio, la verdad o veracidad, la amistad o afabilidad
la liberalidad . Como ilustracin a la primera, cita Santo Toms una
1labra profunda de Sneca: qui festinat reddere non animum habet
ati hominis sed debitoris . El no quiero deber nada a ese es la actitud
1ntraria a la del agradecido, que gusta de reconocerse deudor moral. La
ndicatio es la antigua nmesis, de la que ya hemos hablado. De la ver1d o veracidad que, como la virtud de la libertad, tiene un aspecto de
sticia para con los otros hombres, a los que debemos la verdad -la
erdad debida-, pero tambin otro de lucha por la verdad y la vera
:!ad, hablaremos en el captulo siguiente. Sobre la amistad o afabilidad
n escrito Aristteles y Santo Toms sendas sentencias, bellas ambas v
nsoladoras: todo hombre, para todo hombre, familiar y amigo 28
sicut autem non possit horno vivere in societate sine veritate, ita nec
l:.tica
1:.1
ooeto ae
ta
cuca
257
Captulo 18
El objeto de la
LA VIRTIJD DE LA FORTALEZA
tiene su lado defensivo, de sobreponerse al miedo, pero tambin otro ofensivo y emprendedor. Es el estoicismo el que, tras no ver ms que el primer aspecto de esta virtud, la generalizar al afrontamiento de toda suerte
de temores, temor a la muerte en general, al dolor, a la miseria, a la desgracia. El sustinere pasa as al primer plano.
Si consideramos ahora este primer aspecto de la fortitudo, no hay
duda de que, como hace notar bien Pieper 2, su presupuesto es la existencia del mal, la vulnerabilidad de la existencia, la amenaza de la realidad
y la fragilidad y riesgo constitutivos de lo humano. Todo esto es verdad
y conviene no olvidarlo dejndose llevar del optimismo de una moral
de pura expansin o despliegue de las capacidades nsitas en el hombre.
Pero igualmente parcial sera ver en la realidad una pura amenaza y en
el mundo el enemigo frente al cual no cabe otra actitud que la defensiva.
La fortaleza se somete a la ms dura prueba circa pericula mortis,
ya que ad rationem virtutis pertinet ut respiciat ultimum y el peligro y
temor mayor es el de la muerte. Pero el peligro de muerte surge, principalmente, en la lucha -guerra o particularis impugnatio. De ah que el
martirio sea el acto principal de la fortaleza.
La doctrina tomista sobre el martirio es sumamente sobria, y con esto
est hecho, a mi parecer, su mejor elogio. Por de pronto, el martirio es,
ante todo, testificacin de la verdad, confessio veri. De ah que, como
veracidad, forma parte, segn vimos, de la virtud de la justicia. Frente
a la admiracin moderna por las gratuitas o semigratuitas decisiones heroicas, Santo Toms pide que no se d ocasin al martirio 3 y que nadie
se exponga al peligro de muerte ms que por la justicia.
Ya hemos dicho, y lo proclama su mismo nombre, que el martirio
es, antes que derramamiento de sangre, testificacin de la verdad. De ah
que toda confesin de la verdad, cuando la verdad es difcil de decir e
intolerable de or, participe de la virtud de la fortaleza, a la vez que de
la justicia. Es cierto que ni debemos al prjimo toda verdad porque hay
un secretum meum mihi, ni podemos decrsela, porque la posibilidad de
comunicacin tiene sus lmites y en ocasiones somos mucho ms veraces
con nuestro silencio que con una impresionista sinceridad que vierta al
exterior lo que va apareciendo en el sobrehaz de nuestra alma. No ya
solo la sinceridad, incluso la autenticidad, constituye un problema. El hombre es constitutivamente ambiguo, la doblez como desdoblamiento es una
categora ontolgica antes que un vicio moral: hay una distancia siempre
entre nuestra palabra, nuestra conducta y nuestro thos o realidad moral;
y la autenticidad -igual que, ya lo hemos visto, la justicia y la libertades, propiamente, lucha por la autenticidad, lucha por disminuir esa distancia.
Pero, tras expuestas estas reservas, es menester ratificar que la vida
en la verdad forma parte de Ja fortaleza y, de una manera o de otra, debe
manifestarse, bien corno esfuerzo y lucha, bien en acto por la palabra,
cuando el silencio sera culpable, porque, como deca Maras en Gredos,
As como las virtudes de la prudencia y la justicia perfeccionan moralmente a quien las ejecuta, por modo mediato, porque inmediatamente
conciernen a la determinacin intelectual del bien y a su ejecucin (/acere)
exterior, las virtudes de la fortaleza y la templanza tienden derechamente
a la formacin del thos del que las practica.
La virtud de la f ortitudo o fortaleza histricamente es una sin tesis
estoico-escolstica de dos virtudes diferentes, la andreia y la megalopsykha, que corresponden a actitudes opuestas frente al mundo: emprendedora, pujante y entusiasta la segunda; defensiva, replegada sobre s misma y paciente la primera. El thos de que surgen una y otra es distinto,
por lo cual el primer problema que se plantea es el de la cuestionabilidad
de su unificacin.
.
Santo Toms advierte bien que la fortitudo tiene dos vertientes o
aspectos: sustinere y aggredi, soportar y emprender. Y entre ambos da la
primaca al primero por tres razones: porque el que soporta sufre el ataque de algo que, en principio y puesto que le ataca, puede reputarse ms
fuert<-' que l, en tanto que quien emprende algo lo hace porque se siente
con fuerzas para ello; porque quien soporta siente inminente peligro, en
tanto que el emprendedor se limita por el momento a preverlo como futuro, y, en fin , porque el soportar supone continuidad en el esfuerzo, en
tanto que puede emprenderse algo ex subito motu 1
Pero bajo estas plausibles razones, qu hay en realidad? Lo que
varias veces hemos encontrado a lo largo de este libro: que la filosofa
moral tomista depende, con frecuencia, mucho ms del estoicismo que de
Aristteles. En este caso, la influencia docuinal estoica es evidente. La
tica aristotlic:i -Ja ethica docens y la ethica utens- podr discutirse si
segua siendo la moral heroica de la megalopsykha o haba empezado a
ser ya, ms bien, una tica de la sophrosyne, es decir, de armona y trmino medio, pero de lo que no hay duda es de que casi nada tiene que
ver an con una moral a la defensiva. Del sustinere no hay en l ms
rastro -aparte lo que luego se dir sobre la magnanimidad de los filsofos- que la andreia o fortaleza militar, virtud muy concreta y determinada que consiste en la valenta en la guerra. Valenta que, ciertamente,
256
~tica
258
Etic~
non possumus non loqui, y sea necesario hablar, bien para denunciar,
bien para proclamar, bien pura y simplemente para que la verdad no
preste asistencia a la mentira entrando en su juego.
Mas, por otra parte, y como vimos ya al comentar el mito platnico e.le
la caverna en el captulo 13 de la primera parte, la verdad est, desde
el punto de vista tico, ntima y circularmente Hgada a la libertad: descubrimos la verdad a travs de la libertad, y es ella, la verdad, a su vez,
la que nos hace verdaderamente libres.
Mantenerse en la verdad -vivir en la verdad y decirla- y en la
libertad, en lucha contra la presin social de un mundo que se aparta
de ellas por su incapacidad para soportar la verdad y por su miedo a
la libertad s, es prueba de la virtud de fortaleza. Los hombres consideran que la verdad y la libertad constituyen una carga demasiado pesada para llevarla sobre sus hombros y abdican con gusto de ella a cambio
de una seguridad aparente y de que otro elija por ellos 6 Pero, por lo
mismo, para que su seguridad sea tal, necesitan acallar la mala conciencia de su alienacin, y de ah que no permitan la proclamacin de la
verdad ni la llamada a la libertad. Y, sin embargo, la veracidad, el decir
la verdad y la libertad interior, virtu<l:es para todos, aunque pocos las
posean, nos interesan especialmente aqu porque son constitutivas de la
autntica existencia filosfica. El fsofo, y especialmente el filsofo moral, es el que toma sobre s, a todo riesgo, el peso de la conciencia y el
de la enseanza de la eleccin moral y libre. Esto y no otra cosa es, en
su contextura moral, la filosofa.
Pasemos ahora a considerar la virtud de la magnanimidad que, como
hemos dicho ya, los estoicos subsumieron en la de la fortaleza, y Santo
Toms, por lo menos tomado a la letra, tambin.
El sentido originario de la palabra .i.eralo<\>ux.ia, grandeza de alma,
era, segn parece, el de generosa clemencia en el perdn de las ofensas.
Gauthier 7 ha puesto en relacin un texto de los Segundos Analticos, en
el que Aristteles tangencialmente se ocupa de la magnanimidad, con otros
de la tica eudemia y nicomaquea, para determinar el concepto aristotlico
de esta virtud.
Hay que empezar por distinguir una magnanimidad de los polticos
(Alcibiades, Aquiles, Ayax), que consiste en la conquista del mundo, en
las grandes empresas, y una magnanimidad de los filsofos, que es desprecio del mundo e impasibilidad ante las vicisitudes de la fortuna. En los
Segundos Analticos no se ve la posibilidad de lograr una sntesis de ambos conceptos. En la tica eudemia se abstrae, como nota comn, el sentido de la grandeza y, finalmente , en la tica nicomaquea se alcanza el
concepto plenario de la magnanimidad. Ser magnnimo es ser y juzgarse
digno de grandes empresas. Es verdad que la aspiracin a los grandes
honores se presenta siempre en el magnnimo; pero estos se buscan en
cuanto suponen una proyeccin y un reconocimiento exterior de la grandeza interior. Esta grandeza, por su lado positivo, es decir, en la pros-
El ohieto de la tic11
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Captulo 19
LA VIRTUD DE LA TEMPLANZA
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Etica
F.I objeto de la tica
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Las partes potenciales son la continencia, la clemencia, la mansedumbre y Ja modestia. La continencia es clasificada como parte potencial porque es imperfecta y, segn Aristteles, semivirtud, ms que virtud, ya
que el sojuzgamiento en que consiste acredita que la parte concupiscible
no est an sosegada, sino meramente sometida, que no hay armona.
Fueron los estoicos quienes al hacer consistir al hombre exclusivamente
en su parte racional, la elevaron a virtud plena -in seipso se teneree incluso a la virtud principal. La distincin entre lae1xpteta y la awcppoauvr
es importante: 1) histricamente, porque, como acabamos de decir, afirma
la unidad cuerpo-alma frente a cualquier espiritualismo y porque descubre que la virtud no es solo prudencia, es decir, cosa de la inteligencia
simplemente, como pensaba Scrates, sino tambin, por un lado, armona; por otro, firmeza; y el vicio, adems de ignorancia, infirmitas
y fealdad o deformacin moral; y 2) desde nuestro punto de vista de una
tica centrada en el thos, porque manifiesta que lo plenariamente moral,
lo que constituye la ratio virtutis, es su apropiacin o realizacin plena,
su conversin en segunda naturaleza: lo que manifiestamente no ocurre
en la l1xp:ma o continentia, que es lucha en acto y escisin interna 6
La demencia es Ja virtud moderadora de la accin o punicin exterior,
as como Ja mansedumbre ( makrothyma, el ser tardo en airarse) es moderacin de la pasin misma. El vicio opuesto es la iracundia o exceso de
ira. La ira en s misma no es vicio, sino pasin, y por eso, el defecto de ira
es vicioso. En la punicin debe distinguirse, segn se proceda, cum passione
o ex passione. El proceder apasionadamente, siempre que al apasionado
le asista la razn, est muy lejos de ser vicioso. Lo vicioso es proceder movido solamente ex passione, por la irracional pasin.
La modestia, virtud moderadora en aquellos casos en los que no es tan
difcil contenerse como en los anteriores, se subdivide, segn Santo Toms,
en humildad, estudiosidad y modestia en los movimientos exteriores, en el
ornato y circa acciones lud. La teora tomista de la humildad es sumamente problemtica. La humildad es una virtud esencialmente religiosa
y especficamente judeocristiana. Su vicio opuesto, la soberbia, poco o nada
tiene que ver con la hybris, que es falta de medida y no-conformidad del
hombre con los lmites que el n6mos de la naturaleza ha fijado a su status
y condicin 7 Naturalmente, Aristteles no habla para nada de la humildad, porque los griegos, cuyo ideal de vida era la megalopsykha, incluso en
su relacin con la divinidad -a la que, como vimos, se intenta ascender por
el eros-, la desconocieron existencialmente. Santo Toms, falto de sentido
histrico y sin conciencia suficiente aqu para la novedad del cristianismo,
intenta probar lo contrario8 : la humildad sera la metri6tes de que habla
Orgenes 9 y de la que si Aristteles no lo hace es 10 porque solo se ocupa
de las virtudes en cuanto se ordenan a la vida civil. De esta manera Santo
Toms se ve conducido a confundir la virtud del humilde con la actitud
del temperatus. En lo que se refiere al bien arduo sera necesaria una
doble virtud: Ja magnanimidad, para tender a l razonablemente, pero taro-
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Ecica
objeto de la tica
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Captulo 20
DESCUBRIMIENTO HISTORICO
DE LAS DIFERENTES VIRTUDES MORALES
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Etic~
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tardo del concepto de to llEov yta ClEovta, el deber y los deberes. Tambin,
como ya hemos visto, acontece el trnsito de Ja megalopsykia de los polticos guerreros a la de los filsofos (desprecio del mundo ante la imposibilidad de dominarlo: la lechuza de la filosofa levanta su vuelo en
el crepsculo). Una moral enteramente a la defensiva presenta como su
lema el anekhou kai apekhou (soporta y renuncia), en tanto que la
eppcitettt o continentia es elevada por Panecio a la categora de virtud
fundamental.
La tica romana lo es, por una parte, del honor y la dignidad (la semnotes griega), pero en ella el frescor germnico y helnico se trueca por
una solemnidad un tanto exterior; y por otra parte, en su mejor poca
fue una moral de tipo tradicional, del mos maiorum. Por influjo del estoicismo, de la antigua obligatio jurdica, se pasa a la concepcin tica de los
oflicia o deberes de estado.
La magnanimidad romana, tal como la presentaron los poetas (Ennio,
Plauto), era la del magnus homo por sus hazaas, con indiferencia para
el contenido moral. Son los defensores de la Repblica -Catn, Cicernquienes descubren el magnus animus o la magnitudo animi. La Repblica
es presentada por ellos como el rgimen de la honestas, y Bruto como el
paladn de la virtud. (Comprese con la afirmacin de Montesquieu: el
principio de la monarqua es el honor el de la repblica, la virtud).
Israel representa, por antonomasia, en el conjunto de la Historia, la
subsuncin del principio moral en lo religioso. Por eso el bien es
comprendido como la voluntad de Dios y las virtudes judas son siempre
virtudes religiosas: as la fe-confianza o fiducia, la esperanza --esperanza
mesinica-, que es siempre positiva y no en principio neutral, elps,
que lo mismo puede ser euelpis que dyselpis, como la griega, la upomne,
que es paciencia (en el sentido de Job) que no coincide con la kartera
o paciencia griega ni tampoco exactamente con nuestra paciencia. (Los
apologetas, en su noble afn por presentar el mundo griego com? precrstiano, tienden a asimilar los conceptos hebraicos a los helrucos e
inducen as a confusin.)
El cristianismo no es, evidentemente, un nuevo sistema de moral
vivda, ni Jess puede ser puesto junto a Confucio o Budha que, aun
siendo reformadores religiosos, fueron tambin, y quiz ms, maestros
de moral. Pero Jesucristo establece una nueva relacin entre el hombre
y Dios, de la cual surge una nueva actitud mora~ y un nueyo thos.
La agpe o charitas, de la que ya hemos hablado, siendo una virtud teolgica, informa la tica cristiana. Esta, por obra de sus pensadores, se
propone el problema de asimilar la tica griega. Naturalmente, esto no
es posible ms que a medias. La justicia, por ~jemplo, no P_!led~ ser ya
toda la virtud porque el hombre se sabe ahora incapaz, por s1 mismo, de
ser justo. La magnanimidad plantea el difcil problema, al que ya n~s
hemos referido, de su conjugacin con la humildad, y con frecuencia
prevalece, en el seno del cristianismo, la inclinacin estoica al contemptus
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Etica
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h~cernos descender, ms all de nuestras mscaras y autoengaos, a asumu toda nuestra responsabilidad tica, directa o indirecta, individual o
solidaria, heredada o actual; y cobrar conciencia de que el hecho de que
haya gentes menores de edad, desde el punto de vista tico, es solamente
eso, un hecho, de ninguna manera un ideal moral: el autntico reconocimiento del prjimo como tal implica nuestra voluntad de respetarle y
ayudarle a asumirse y a realizarse a s mismo, es decir, a la incorporacin
personal de su propio thos.
En nuestro tiempo casi todo el mundo espera su bien no solo materia~, sino tambin moral, de un determinado rgimen p~ltico, el comunismo, la democracia, etc. Y, sin embargo, la libertad, por ejemplo
ningn rgimen poltico nos la puede dar porque antes que una actitud
poltica es una actitud personal, esto es, una virtud. Es menester desplazar el centro de nuestras preocupaciones desde lo poltico a lo social, por
un lado, a lo personal por otro. La salvacin de los pueblos, como de los
hombres, es antes personal y social que poltica. Y la educacin moral
que es tambin, claro est educacin poltica -la autntica educacin ta~
descuidada por nuestros educadores- es una de las grandes tareas' por
cumplir.
Captulo 21
Et objeto de la tica
'
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27'5
276
Etjca
cado, victo- adquiere una entidad real, se apodera del hombre que
empez por darle poder y le hace malo. De aqu los dos aspectos que
el mal presenta: el aspecto de impotencia y el aspecto de poderosidad.
El pecador siente que no puede hacer lo que debe (sentimiento de defeccin, de cada, de empecatamiento ); o bien, se siente en posesin
de un poder malfico (sentimiento de malicia, de preferencia decidida
por el mal, aunque siempre bajo razn de bien -fuerza, poder- para
quien Jo comete). No hay, pues, una bsqueda del mal por el mal. Pero
hay algo bastante prximo a ella: es el sentimiento del poder malfico.
Por eso la soberbia es el primero y ms grave de todos los pecados.
Hablemos, pues, de los pecados y los vicios y empecemos preguntndonos dos cosas respecto del pecado: 1.3, Qui sit, en qu consiste? 2.3, es,
en rigor, un concepto tico o solo un concepto religioso? Peccatum proprie nominat actum inordinatum 10 Pero desordenado con respecto
a qu? Ya vimos al estudiar la subordinacin de la tica a la teologa
que la regla de la volntad humana, la regula morum es doble: una prxima, la razn humana otra primera, la ley eterna, que es como razn de
Dios. Visto desde el primer respecto, el pecado es, como dice San
Agustn y reitera Santo Toms, dictum, factum vel concupitum contra
legem aetemam. Visto en la segunda perspectiva es dictum, factum
vel concupitum contra la razn 11 Con lo cual desembocamos en la segunda cuestin: Es el pecado un concepto tico o un concepto religioso?
Los sustentadores de una tica separada de la religin, naturalmente, rechazan el concepto de pecado. As, por .ejemplo, Hartmann 12 : Diesen Sndenbegriff kennt die Ethik nicht. Sie hat fr ihn keinen Raum. Mas ya
hemos visto, muy detenidamente, que la tica se distingue, s, pero no puede separarse de la religin, que se abre necesariamente a la religin.
La diferencia est, como agrega Santo Toms 13, en que el telogo considera el pecado principalmente secundum quod est offensa contra
Deum, y el filsofo moral secundum quod contrariatur rationi. Pero
sin prescindir ninguno de ellos del punto de vista del otro, porque ambos
se envuelven mutuamente.
Por lo que aqu respecta, efectivamente la tica f!O puede prescindir
de la referencia del pecado a Dios, porque ya hemos visto que el supremo
bien, Ja felicidad, consiste en la contemplacin y fruicin de Dios. Cayetano, en sus Comentarios a la Prima Secundae, seala agudamente entre
el concepto formal de pecado, privacin o disconformidad, y el concepto de pecado como mero acto material correspondiente al genus naturae,
una ratio formalis media, correspondiente ya, por tanto, al genus moris,
pero consistente no en aversin a Dios, sino en conversin a aquello
que en l se apetece y busca, el bien conmutable. De este modo habra
un concepto no religioso, meramente filosfico del pecado. Pero esta
ratio formalis media es inadmisible. En efecto, Santo Toms distingue el
pecado mortal del venial segn que la razn formal sea la aversin de
Dios o, simplemente, una conversin actual al bien conmutable, secundum
277
Despus de nuestro anlisis, cumplido en la primer~ parte, de la relacin entre la tica y la religin, es ocioso ya desentranar por menudo el
presupuesto no-catlico de esta interpretacin cristiana. La tica es realmente, y no solo segn la idea, filosofa prctica. Pero no porq~e, separada de la religin, pueda conducirnos a la felicidad como perfeccin? ~~o
porque, en primer lugar, nos conduce hasta el umbral de la reh~1?:1;
y despus porque, junto con h religin, indivisiblemente - la rehg100
catlica es religin esencial y constitutivamente moral- nos conduce a la
perfeccin en Dios.
.
A propsito de esta relacin, a que acabamos de aludir, entre la
tica o fiJosofa moral y la religin, y de la que hemos trata.do extensamente en la primera parte, se plantea un pro~lema q~~ concierne al pecado. Hablbamos all de un desmo y un ate1smo etlcos que ha~man
surgido para salvaguardar el sentido moral de la realidad._ Pero. ,si, en
efecto, quienes lo sostuvieron lo hicieron de ~uena fe c?n esa mtenc1or~., p~
rece que no habran pecado en ello. Habr1an comettdo un error frlosofico, pero no un pecado contra Dios. Es. el pro?le!11a del llama~o pecado
filosfico. Alejandro VIII conden, bao la s1gu1ente sentencia, la sup?
sicin que estbamos haciendo. Peccatum philosophicui;i quantumv1s
grave in illo, qui Deum ignorat vel de Deo actu non cog1tat, e.st grave
peccatum, sed non est offensa Dei, neque peccatum mortale, .d1ssolvens
amicitia Dei neque aeterna poena dignum 18 .>> La pregunta pnm~ra que
debemos hacernos sobre este tema es la de si realmente es posible ~n
pecado meramente filosfico, meramente ~tico, quiero decir, una ignorancia filosfica de Dios y de sus perfecciones fundamentales que no
suponga pecado religioso. Pr~gunta a. la cual se. ha d.e co~testar: 1: q~e
de hecho no es posible una 1gnoranc1a o negacin f~osf1ca. de _Dios sin
pecado personal previo, esto es, sin ofensa voluntaria a Dios m causa;
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Etica
Captulo 22
LA VIDA MORAL
d
Si la clasificacin ms acreditada de las formas del ethos, entre las e
la Antigedad, es la de Aristteles, y e?t.n~, las me~ievales la de San~o
Toms en los tiempos modernos es la dtv!Slon de Kierkegaard -i::sta~io
esttic~ estadio tico y estadio religioso de la vida- la . qu~, s1 bien
desde hace relativamente pocos aos, ha ejercido y est eerc1endo mayor influencia.
d 1
Xavier Zubiri ha hecho ver, en primer lugar, que el problema e as
formas de vida es filosficamente secundario, po~que se tra.ta de. un~
preferente dedicacin, y no de una estructura radical de la vida misma,
'
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Etica
El objeto de la tica
281
dicionamiento por el habitus. Los hbitos que hemos contrado restringen nuestra libertad, nos empujan a estos o a los otros actos. Virtudes y vicios son cualidades reales, impresas en nosotros. Al dxpa<; de
toda la vida le es ya casi imposible dominarse; pero pudo haberlo hecho
a tiempo. Los hbitos fueron voluntarios en cuanto a su generacin aun
cuando ahora no lo sean 3 Por eso la responsabilidad principal recae no
sobre el acto cometido hoy, sino sobre el hbito contrado ayer, que nos
inclina a l. La vida moral es una totalidad indivisible 4
La naturaleza, el hbito y la situacin, cercan triplemente nuestra libertad actual. Pueden llegar a anularla? No. La libertad est inscrita en
la naturaleza, pero en mayor o menor medida -no todos los hombres
disponen de igual fuerza de libertad, de igual fuerza de voluntad-, la
trasciende siempre. Y justamente en este ser transnatural es en lo que
consiste ser hombre. El hbito es verdad que quita libertad actual, pero
tambin la da: gracias a la fijacin mecnica de una parte de la vida,
a la creacin de una serie de automatismos, puede el hombre quedar disponible y libre para lo realmente importante. Por otra parte, en un
nivel ms elevado, el problema prctico de la tica normativa consiste
en convertir las decisiones en tendencias, es decir, en virtudes. Es verdad,
y de eso se trata ahora, que tambin hay un problema negativo, el de
los vicios. Pues bien, a esto hay que contestar, con Santo Toms: l., que
el acto vicioso es peor que el vicio, de tal modo que somos castigados
por el primero y no por el segundo, en tanto que este no pase al acto 5 ;
y 2.0 , que aun cuando el hbito inclina casi como la naturaleza, siempre
hay un remedio contra l, porque ningn hbito corrompe todas las potencias del alma y as, por lo que queda de rectitud en las potencias
no corrompidas, el hombre puede ser inducido a proyectar y hacer lo
contrario del hbito 6 Y en fin, por muy intrincada que sea la situacin,
y aun cuando el hombre se haya cerrado a s mismo, con las decisiones
de la vida pasada, todas las salidas humanas, siempre le quedar la salida por elevacin, la salida a Dios. Salida difcil, que tal vez acarree necesariamente el deshonor, la prdida de todos los bienes humanos y la
muerte. Pero salida siempre posible.
Hasta ahora, en este compromiso de la libertad por la vida, no hemos
considerado ms que su lado negativo o limitativo, lo que tiene de
compromis. Pero el compromiso es tambin engagement. Debe pues considerarse tambin el otro lado de la cuestin: el comprometer libremente la
vida. La vocacin y el sacrificio son formas de este compromiso positivo
de la propia vida.
La palabra vocacin 7 es prestigiosa, pero ambigua, porque contiene demasiadas resonancias platnicas. Segn el mito de Er, al final de
la Repblica, cada alma durante su preexistencia podra elegir, s, pero
solamente entre los paradigmas o patrones de vida previamente dados. De
este modo nuestro destino, perfectamente trazado antes de venir a la
existencia, sera el copo de lana hilado y tejido por las Parcas. Despus,
Etica
2H2
engaJ!.ement.
..
Tras lo dicho creo que estamos en condtCJones de dar alguna contraccin a la antigua palabra vocacin. La vocacin se determina segn las
caractersticas siguientes:
El objeto de la rica
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284
Etica
* * *
Partiendo del compromiso de la vida hemos examinado sus dos aspectos; en primer lugar, el compromiso pasivo o compromis; despus,
el compromiso activo o engagement, la eleccin de nuestra vida conforme
a nuestra vocacin. La vocacin es, pues, eleccin (o fidelidad en la eleccin al ser que somos y que te11emos que ser). Pero por ~;r eleccin ~s
tambin renuncia (la renuncia es la otra cara de la elecc1on). Al elegir
la posibilidad demandada por nuestra vocacin, co ipso, de. golpe, renunciamos a otras posibilidades. Es verdad que cabe no renunciar a nada:
es la actitud del dilettante que pica en todo sin abrazarse definitivamente
a nada. Por el contrario el envs de la yida del hombre de vocacin est
tejido de renunciacione;. Ahora bien, la culminacin de la renunciacin
es el sacrificio. Renunciamos a los bienes exteriores, renunciamos so~re
todo a una parte de nosotros mismos (Sortijas y otras joyas - ha escrito
Emerson- no son donaciones, sino apariencia de donacin. El nico
regalo que de verdad puedes hacerme es una parte ~e ti mismo) por
algo ms alto: sacrificio por la perfeccin moral (asceusmo), por amor al
prjimo, a la patria, a Dios.
.
.
El sacrificio no siempre es genuino. Puede producirse por hwda de la
realidad, por pobreza o incapacidad de ser: es el caso qut:: se p~~s:nta, por
ejemplo, en La porte troite, de Andr Gide. A veces el s~c~~c10 puede
ser tambin una solucin simplista, prematura y, en defmttlva, frente
a la complicacin de la vida y de la realidad. En el mundo se dan muchos
sacrificios inautnticos. S, es verdad, pero tambin se producen muchos
verdaderos sacrificios. Y, por regla general, el mayor de todos es el
martirio.
El martirio ya fue estudiado anteriormente como acto de las virtudes
de justicia -en cuauto testimonio de la verdad debida- y de fortaleza.
Ahora toca considerarlo desde el punto de vista de la vida moral 8 Desde
luego, entre las actitudes reacias a l, la primera sera la d~l intelec~~al
puro. Esta confesin de Montesquieu la representa muy bien~ <~Qu1s1e
ra de buen grado ser el confesor de la verdad, pero no su marur. Semejante actitud hoy es desestimada. Entindase bien lo que quiero decir:
no, claro est, que todo el mundo est dispuesto a ser mrtir, pero s
que el pensador es considerado hoy responsable de sus ideas, no solo en
el orden del pensamiento, sino tambin en el de la realidad.
El objeto de la rica
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* * *
Estamos tratando en este captulo de la vida moral. Pero la verdad
es que, como escribi Sneca, maxima pars vitae elabitur male agentibus.
Magno nihil agentibus. Tota vita aliud agentibus 12 Toda la vida, casi
toda la vida, se nos pasa haciendo, no el bien, tampoco el mal, sino ni lo
uno ni lo otro, otra cosa. Cul es esa otra cosa? Divertirnos, en el sentido ms amplio de esta expresin, es decir, andar de un lado para otro,
agitarnos sin tregua, o sea, por lo menos al parecer, perder el tiempo.
Es curioso que, contra lo que parece, el no tener tiempo y el perder el tiempo vayan ntimamente unidos. Heidegger lo ha hecho notar
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Etica
El objeto de la tica
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gando a la pelota, o de que los hombres vean sin congoja que se les acerca
lentamente la hora de la muerte, lo que propugnaba era raer toda diversi6n de la vida del hombre, como Quevedo, en su Poltica de Dios, pretenda raer toda diversi6n de la vida de su rey.
Sin embargo, tampoco esta concepcin, extremada por el lado opuesto
al de <{perder el tiempo, est puesta en raz6n. La diversi6n reclama su
puesto, la vida del hombre tiene que ser tambin diversi6n. Ortega, que,
por otra parte, ha insistido una y otra vez, quiz antes que nadie, en que
la vida consiste en preocupaci6n y quehacer, no por eso ha preterido su necesaria dimensi6n de <{diversi6n. Aparte el texto de su conferencia en el Ateneo sobre el teatro, es su pr6logo al tratado de montera
del conde de Yebes el que ms nos interesa a este respecto. Ortega sigue
en l concibiendo la vida como <{quehacer y ocupaci6n. Pero junto
a la Ocupaci6n trabajosa hay la <{ocupaci6n felicitara. As, pues, la
ocupaci6n humana es doble: existir y descansar de existir. Esta
segunda ocupaci6n, la diversin, es, por tanto, <mna dimensi6n radical
de la vida del hombre. Por eso toda cultura tiene que ser tambin cultura de evasin. Y la excelencia de las bellas artes consiste en que son
los modos de ms perfecta evasi6n; la cima de esta cultura que es broma,
farsa y juego y que colma la mxima aspiraci6n de los seres humanos:
ser felices.
Arist6teles se plante6 ya este problema en la tica nicomaquea. Las
son buscadas, efectivamente,
diversiones - atarop. 'lta1a1d, vci?taoot<; por s mismas. Pero la felicidad no consiste en diversin, ox ev 11:01auJ
apa i Euaa1.i.ov(a ll. Jugar y divertirse para poder trabajar luego, C~ffiO
dice Ancarsis, parece razonable. Pues el juego descansa y no es posible
trabajar continuamente, sino que se requiere descanso. Pero el descanso
no es el fin de la vida (la civd?t11001<;; s Jo es, para Arist6teles, la oxok,
pero la oxoll no consiste en juego, sino en theora). La vida feliz
es la vida conforme a la virtud; y esta vida es seria (.t.Eta o'ltooa~:;) y no
cosa de juego 14 Como que en ella se define y decide el destino eterno.
Qu pensar, pues, en suma, de la diversi6n de Ja vida del hombre?
Realmente ocurre aqu lo que con respecto a la indiferencia. Veamos antes que nunca se dan actos indiferentes: siempre son buenos o malos.
Desde el punto de vista tico, nunca estamos nihil agentibus. Ese no hacer
nada ser cuando menos, consentir el mal del mundo o resistir pasivamente a l; e's decir, hacernos sus c6mplices o negarnos a ello. Nuestro silencio ante la injusticia, nuestra indiferencia, no es ticamente indiferente.
Anlogamente, la diversi6n siempre merece una calificaci6n moral. Si es
<{descanso para continuar luego, con renovados afanes, nuestra tarea,
es buena. Si es afabilidad y juego para hacer la vida grata a nuestros
pr6jimos, pues, como dice Santo Toms, sicut autem non posset. horno
vivere in societate sine veritate, ita nec sine delectatione, tambin es
buena es casi obra de justicia y an ms que de justicia, pues damos as
ms de lo que legalmente debemos, damos simpata, goce y alegra. Por
El objeto de la ca
Etic<1
288
el contrario, si Ja diversin huye de lo ese~cial, se evade de resp.onsabilidades, pierde el tiempo o, como se suele ~ecir en castellano, lo !11ata, entonces la diversin es aversin, apartarru.entc;> _de lo que tendnamos que
hacer, del bien. Matar el tiempo es casi sutcidar~os, es matar una parte
de nosotros mismos, es mutilarnos, porque ese uempo que ampu_tamos
est sacado de nuestra propia vida, sal~, del fon?o de no~otros mismos.
Esto por lo que se refiere a la diversion propiamente dicha, a _la_ qd~
solo'depende de nosotros. En lo que conc~erne a ese m~do de vivu iversivo, inquieto, apremiante siempre, propio de nuestra epoca, es 'le~dad
que no podemos rechazarlo sin ms, porque e~tamos ;n~ueltos en e ero
siempre podremos reservamos cada da un uempo mumam~nte nuestro,
para la lectura, para la conversacin y el ejercicio. de la atlllstad, para
meditacin, para la oracin. Defenda?"1os este tiempo por encima e
todo, porque es el mejor de nuestra vida.
* * *
Hablbamos arriba del triple cerco que asedia a nuestr? _liberta~
para el bien: el de Jos impulsos naturales desordenados, los habitas ~j
los y la situacin en que nos hemos envuelto. La rotura. de15 este mp e
cerco acontece por obra del arrepentimiento. y la conversin
La conversin consiste en volverse al bien verdadero, al bien imperecedero. Pero volverse a algo implica que nos volve~~s desd~ algo. La
conversin al bien implica aversin al mal. La convers1oi: e~ siempre del
mal al bien. La conversin supone, por tanto, el arrepenumient~.
Pero este no se revela con toda su intensidad cuando _la actitud anterior a la conversin era esa forma d_isminuida . de ~versin que hemos
llamado diversin, en el sentido amplio y detenorauvo de ,es~ palabra .
El hombre que viva aturdido, corriendo de ali~ para ~ca, sm ~ensar
nunca en lo esencial, lo que hace cuando se convierte, mas que anepentirse, en el sentido fuerte de esa palabra, es caer en l~ cuenta~ ~l hombre toma en peso, de pronto, su vida pasada, y advierte 9ue ligera Y
ftil, qu Sin sustancia, como decimos en ca~te~ano, ha sido. La conversin desde la diversin es como un restablec1mi~nto de las ver~aderas
perspectivas de la vida. Lo urgente, por mucha prisa qu_e corr.a, s1 no es
existencialmente importante, es secundario. Por el contrario, lo importai:te,
aunque parezca aplazable y, en los aos de juventud, aplazable Stne
die, aunque nadie en el mundo nos urja a ~ll~>, es fun?amental. Rep
rese en que la misin de los predicadores -rehg1osos o laicos, pues a es~s
efectos tan predicadores son Sneca, Heidegger o Jaspers ~orno Tomas
de Kempis- ha sido siempre corregir las perspectivas habituales Y anteponer lo importante a lo urgente.
.
Naturalmente, los hombres suelen estar tan poc? dispuest~s a escuchar sermones, que los predicadores, para impresionarles, ~ienden
exagerar. Morimos cada da, deca Sneca. Ser para morir, decia
289
290
Etica
bueno y lo malo que hemos hecho, lo que Nieztsche llama el eterno retorno, ese volver a repetir una y otra vez, siempre, mi vida entera, con sus
luces y sus sombras, esa, como dice l, mnemotcnica al rojo!
Pero es Heidegger quien ha hecho notar que, junto al eterno retorno en el sentido nietzscheano, el arrepentimiento cristiano es otra
manera - paradjiea manera-, no de borrar el pasado, como quera
Scheler, sino precisamente al revs, de volver a querer lo que fue. Pero,
ahora, de quererlo como perdonado, es decir, puesto en relacin con
los conceptos puramente religiosos de la Redencin y el perdn de los
pecados. El cristiano no olvida sus pecados, tiene tan buena memoria
como Nietzsche. Prueba de ello, las llamadas confesiones generales.
En ellas volvemos a acusarnos, una y otra vez, de pecados que ya nos
fueron perdonados_ En qu consiste entonces el arrepentimiento cristiano? En una actitud nueva frente a las acciones y a la vida pasada,
en una nueva manera de estar ante ellas y de llevarlas sobre nosotros,
de asumirlas .
He aqu la diferencia profunda entre el cristiano verdadero y el frvolo. El frvolo cree que siempre est a tiempo para volver a empezar. Interpreta su vida como una sucesin discontinua, puntual, de actos aislados,
ninguno de los cuales le pertenece esencialmente, por lo que est siempre
a tiempo de sacudrselos, liberndose de ellos. Imagina la persona flotando por encima de las acciones y de la vida, sin comprometerse con
ellas. La vida y el yo seran entidades totalmente independientes, perfectamente despegables el uno de la otra. .
Advirtamos que con esta concepcin hemos pasado al extremo opuesto
de la de Nietzsche. Nietzsche haca coincidir tan exactamente a mi ser
con mi vida y con la sucesin de las acciones en que esta ha consistido,
que mi ser, escatolgicamente futuro, no contendra ya otra cosa que la
repeticin>>, el eterno retorno de esa serie de acciones. Por el contrario, este hombre cmodamente espiritado de quien hablamos ahora
piensa que el pasado pas y no cuenta ya; que el espritu nace cada da
y que puede ser, sin compromisos previos, Jo que en cada instante decida .
Cul de estas dos concepciones es la justa? Ninguna de las dos .
Frente a Nietzche y todos los vitalistas - acepten o no este nombre,
pasado ya de moda- hay que decir que el hombre no es su vida. Si lo
fuese quedara adherido a ella , coincidira con ella. La vida es flujo , corriente, decurso . Pero la persona, el hombre, est ante ese decurso. Tampoco es que est fuera del decurso, sino, como dice Zubiri, incurso en
l. Antepuesto a su propia presencia y, por tanto, sobre s. Por eso puede
volverse hacia su vida y hacia s mismo, distancindose de su vida y
juzgndose a s mismo. Y por eso puede arrepentirse. El pasado es ciertamente irrevocable e irreversible, como dice Jankelevitch, pero solo en
cuanto a su acontecimiento y contenido, no en cuanto a su sentido. Cuando
un cristiano se arrepiente y es perdonado, el pecado desaparece, pero
no el haber pecado. El arrepentido acepta su pecado bajo la forma de
El ohjeto de la tica
291
El objeco de la tica
Captulo 23
EL ETHOS, CARACTER
O PERSONALIDAD MORAL
Sin embargo, la vida en cuanto tal, por seria que sea, no es la decisi va instancia tica. Ya lo hemos visto a propsito de la comersin: la vida
pasa y hasta podemos hacerla cambiar de sentido. Pero lo verdaderamen
te importante no es lo que pasa, sino lo que queda; no la vida, sino lo
que con ella hemos hecho. Puede decirse -ha escrito Gaos 1- que el ir
viviendo o existiendo consiste en ir haciendo cosas no solo materiales,
sino inmateriales, y al ir 1?,aciendo las unas y las otras, ir hacindose cada
cual a s mismo; y lo que cada cual va hacindose es lo que va siendo;
o que cada cual va confeccionando con su individual existencia su esencia
individual hasta perfeccionarla en la muerte. El objeto formal de la tica
es, en ltima instancia, no la vida, sino el carcter adquirido en ella. A la
vida venimos con una naturaleza, con un haber dado. A lo largo de
la vida conquistamos un carcter, un haber por apropiacin, y este es
el que importa ticamente. Lo que se ha llegado a ser con lo que se era
por naturaleza, lo que en ella y sobre ella hemos impreso: el carcter.
El carcter, ticamente considerado, es la personalidad moral; lo que
al hombre le va quedando de suyo a medida que la vida pasa: hbitos,
costumbres, virtudes, vicios, modo de ser; en suma, thos. La tarea moral
consiste en llegar a ser lo que se puede ser con lo que se cs. Porque,
como dice Zubiri, somos, a la vez agentes, autores y actores de nuestros
actos. Agentes, en cuanto que emergen de nuestra naturaleza; autores, en
cuanto que son libres, dependen, no de aquella, sino de nuestra volicin;
actores, en cuanto que definimos nuestra propia figura aun en aquello
-naturaleza- de que no somos dueos, y transformamos en destinacin lo que, dejado a s mismo, sera destino. La personalidad no descansa sobre s misma, sino que tiene que ser montada sobre la naturaleza
psicobiolgica, precisamente para determinarla y refaccionarla.
El thos, carcter o personalidad moral, va siendo definido a travs
de cada uno de los actos humanos. La apelacin a la vida en su totalidad suele no ver con claridad esto. Con cada nueva posibilidad que nos
apropiamos, con cada actualizacin de un vicio o una virtud, describimos,
corregimos o subrayamos los rasgos de nuestro carcter. En cada acto hay
dos dimensiones: lo que tiene en s de acto concreto y aislable y la figura
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293
294
EtiCll
sino que las virtudes, si lo son de veras, no se dan aisladamente, sino que
consisten en una cohesin, en una armona, en una 001uri.ox~ : his untls se
exigen a las otras y no acaban de serlo sin las otras. La personalidad bien
lograda es unitaria.
.
.
Esta figura unitaria, mientras dura la vida, permanece siempre abierta
y modificable. No solo eso, sino tambin pr~vi~iona l, indetermin~da.
Como decamos antes, por ser la bondad obet1va, real y no pendiente
simplemente de nuestra recta intencin, nunca acabamos de saber, en esta
vida cul ha sido a punto fijo, nuestro logro y nuestro malogro.
Pero este logr~ y malogro de que somos responsables no es ~i.camen
te el nuestro, quiero decir de cada uno de nosqtros. La responsabilidad es
siempre solidaria, de tal modo que, en mayor o ~~nor gra~o, segn .l?s casos, soy ticamente corresponsable de la perfecc1on y la, ~mper~ecc1on de
los dems. Lo cuaJ no quiere decir que sea un quehacer et1co mio -<:orno
muchas gentes piensan- el conseguir que el prjimo realice velis nolis
lo que yo me imagino que es su perfecc~n. Es ante todo rn;d!ante el res:
peto a su personalidad moral y despues -aunque cronologicamente, s1
cabe la expresin, antes- proporcionndole los medios a mi alcance, para
que, salvndole de la alienacin, realice esa personalidad, como yo puedo
y debo ayudarle.
Es pensando en nuestras imperfecciones ms que en nuestras perfecciones, y en la realizacin de nuestra tarea y la colaboracin en la de los
dems como nos encaminamos a nuestra realizacin. El thos es el objeto
Jtimd de la tica, pero no puede ser el objeto inmediato de nuestro propsito, porque el thos solo puede configurarse a travs de Jos actos y .los
hbitos. Por eso la va ms directa para lograrse es la entrega, la accin
social, la renunciacin, el sacrificio, el darse. El thos no P.~ede perseguirse como el corredor la meta . El mundo no es, como d10 Bernard
Shaw, una especie de gimnasio moral para hacer mejor nuestro carcter.
El perfeccionismo, el farisesmo y el esteticismo que quisiera hacer .de
nosotros mismos una obra de arte perfecta, una bella estatua, nos alean
de la autntica perfeccin. Lo ms alto no puede convertirse en fin.
Pero si nosotros nos damos, tambin la perfeccin nos ser dada.
El thos, carcter o responsabilidad moral, es siempre, por supuesto,
estrictamente personal. Entonces, qu sentido tiene esta expresin cuando la usan Scheler y otros flsofos referida a todo un pueblo o cultura,
a todo un estamento o clase social, y qu relacin puede descubrirse entre
tal concepcin y la nuestra?
Ethos, en el sentido de Scheler, es el sistema de preferencias de un
grupo social. La perfeccin personal de qui~nes ~onstituyen ese grupo. se
realiza conforme a ese sistema de preferencias vigentes, pero no consiste
en l, no se agota en l. Es como el cauce por el que ha de discurrir nuestro quehacer moral, pero no es nuestro quehacer moral, rigurosamente
concreto, personal, incanjeable, nico. El thos de Scheler est, pues, ms
cerca de lo que hemos llamado idea de la perfeccin que de la perfec-
El objeto d.-
1~
tica
295
El .objeto de la tica
Era, por una parte, derecho natural; por otra, ciencia poltica. La afirmacin moderna de la sociedad frente al Estado es el acontecimiento
que ha hecho surgir la sociologa. Los trminos sociedad y Estado no
se identifican ya como en el pasado.; la ciencia social no puede ocuparse
solamente de la sociedad civil (y la sociedad domstica ). Esta primera
unilateralidad ha sido, por tanto, vencida. Pero la tica social, debe seguir
orientada, como hasta ahora es usual, exclusivamente en el derecho natural? Es exacta la ecuacin tica social = derecho natural social? Creo
que no. El derecho natural no es sino la parte de la ley natural que atae
a las obligaciones interindividuales y sociales de . justicia. Ahora bien: lo
primario en la tica son las obligaciones, los deberes? Ya sabemos que no.
Lo primario en un sentido - punto de vista formal- es el bien (bien
supremo, felicidad). Y ya hemos visto tambin que el objeto plenario de
la tica son las virtudes y es el thos. Pero ya vimos el carcter segundo
y no primero que tiene en Surez la ley natural, y por tanto tambin el
derecho natural, que no es ms que una parte de ella. La ley natural, impositiva de obligaci~nes, tiene un sentido de suplencia. E l hombre es constitutivamente moral y ha de determinar por s mismo su conducta; y lo
moralmente bueno es lo que la inteligencia determina como adecuado a
la naturaleza humana; pero justamente porque la naturaleza, abandonada
a s misma, podra equivocarse, nos ha sido'. otorgada supletoriamente la ley
natural. La idea del derecho natural debe ser manejada en los tratados de
tica filosfica y no especficamente cristiana (aunque ya sabemos que la
tica separada es insostenible y que la moral tiene que desembocar en la
religin) con una cierta cautela. El apresurado recurso a amparar un orden
social, poltico o econmico en el derecho natural, produce con frecuencia
en el no cristiano una sensacin de dogmatismo, sobre todo en los manuales, donde no se dispone de espacio ni a veces del rigor necesario para las
debidas precisiones. La moral no es, ante todo, cosa de deberes y obligaciones, sino que estos tienen un carcter derivado. El punto de partida para
la tica social es la determinacin del bien moral social; el punto de llegada,
la perfeccin moral, consistente en la apropiacin de las virtudes sociales
y del thos social.
De lo primero no podemos decir nada aqu porque nos apartara completamente de nuestro tema. Pero afirmamos tambin que la tica social
tiene que ser teora de las virtudes sociales y del thos social. Vano ser
buscar nada de esto en los manuales de tica social al uso, donde no se
habla ms que de derecho natural . Y, sin embargo, ah est la larga
teora aristotlica de la phila, cuyo sentido es evidentemente el de servir
de introduccin -introduccin necesaria- a la poltica: sin phila entre
los ciudadanos, sin las virtudes de socialidad, no puede existir una buena
politeia. No es este el lugar de desarrollar la teora de las virtudes -y los
vicios- sociales. Por otra parte, se tiene suficientemente presente que
es de eso y no de otra cosa, y adems estudiado no en abstracto, con referencia a la sociedad civil en general, sino con referencia a la nuestra, a Es-
297
paa, de lo que han tratado en buena parte de su obra los pensadQres espaoles preocupados por Espaa, y entre ellos, por citar algunos nombres,
Unamuno, Ortega, D'Ors, Amrico Castro, Snchez-Albornoz y Pedro
Lan?
Tambin podramos repetir aqu, refirindonos ahora al thos social
(socialidad, solidaridad), cuanto hemos dicho sobre el thos personal. El
homb~e en su vida, el .espaol en su historia, se han apropiado, se siguen
apropiando, un determmado thos social, un modo bueno y malo virtuoso
y vicioso, de convivir. Y este thos social ha de ser tambin el objeto for.
mal ltimo de la tica social.
El 0bjeto
Captulo 24
LA MUERTE
En este apartado vamos a considerar, primeramente, las actitudes actuales que cabe adoptar frente a la muerte. Todas ellas envuelven una estimacin tica de la muerte o una negacin de su sentido y, consiguientemente, de su valor moral. Despus, y tomado como punto de partida el
resultado de esta primera investigacin, trataremos de declarar cul es el
sentido tico -tico y no religioso, si bien, es claro, de una tica abierta
a la religin- de la muerte 1.
Las actitudes usuales hoy ante la muerte, vigentes por tanto, pueden
serlo por una doble razn: unas, porque efectivamente son las ms usadas, las ms frecuentadas entre nuestros contemporneos; otras, porque,
siendo de hecho muy poco frecuentes, son hoy las ms prestigiosas o, por
decirlo as, las ms acreditadas.
A mi parecer, las actitudes usuales hoy ante la muerte -usuales, repito, bien por ms frecuentadas, bien por ms acreditadas- son cinco,
que denominar as: la muerte eludida, la muerte negada, la muerte apropiada, la muerte buscada, la muerte absurda. Estudimoslas separadamente.
LA MUERTE ELUDIDA
d~
la tica
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300
Erica
es -y con ello afinca una natural propensin humana- que la juvenilizacin aleja lo cercano, aleja la muerte. La acercan y la alejan, respeccivamence, como pensamiento, es claro.
3) Pero una cosa es alejar la muerte como pensamiento y otra muy
distinta es alejarla como realidad. Ahora bien: puede alejarse la realidad,
el acontecimiento biolgico de la muerte? Evidentemente, no solo puede
alejarse, sino que de hecho se est alejando. Hace un momento veamos que
la medicina y la higiene modernas estn prolongando la juventud. La verdad es que tambin estn prolongando la vida. Pero nuestro tiempo, con
su ciencia y con su pseudociencia, hace todava ms: fomenta la esperanza
pseudocientfica de, en algn modo, no morir, de alejar, tal vez indefinidamente, la muerte. Esta era una temtica esperanza del progresismo, esperanza :xpresada abiertamente por Condorcet y que, inconfesada, difusamente, sigue operando hoy, porque, pese a ciertas apariencias, queda mucho progresismo an disuelto en nuestro tiempo.
Merced a esta vaga esperanza se fomenta un deslizamiento del plano
del pensamiento al plano de la realidad; es decir, se fomenta el equvoco
de que al alejamiento de la idea de la muerte corresponde un alejamiento
de la realidad de la muerte.
4) Naturalmente, esto es solo una. esperanza. Entre tamo, an puede
echarse mano de otro expediente que Max Scheler ha visto bien.
La existencia humana cada vez se distancia ms -en todos los rdenes- de la naturaleza, para moverse en el plano de lo artificial. El mundo
se concibe, por ejemplo, en Heidegger -al menos en el primer Heidegger, el de Sein und Zeit- como una gigantesca factora, y la Creacin,
como una grandiosa fabricacin. Artificialidad que, ciertamente, no elimina el fallo, la contingencia, el azar. Al contrario no solo no los elimina
sino que los supone.
'
'
Pues bien: a esta creciente artificialidad de la vida corresponde el creciente sentir moderno de toda muerte como muerte artificial.
Efectivamente, por una parte, ocurren hoy tantas muertes por accidente! El accidente y esa otra muerte artificial que es la occisin constituyen en realidad los esquemas de muertes caractersticos de nuestro tiempo. Y por otra parte, el hecho de que incontable gente haya venido muriendo, hasta hace unos aos, porque todava no se haban inventado las sulfamidas, la penicilina, la terramicina, etc., no nos impulsa a considerar
tambin todas esas muertes como producidas por accidente, por el accidente
de que, no se lleg a tiempo? De este modo se tiende a considerar toda
muerte como muerte artificial. Hoy el cncer produce muchas vctimas.
Pero maana, en cuanto se haya descubierto el medicamento eficaz ya
nadie ms morir de cncer, de la misma manera que una ms perfecta
regulac~n del trfico evitar muchos atropellos. Es claro que siempre
quedara un margen para el azar. S, las gentes seguirn muriendo; pero
todas, de una manera u otra, por accidente.
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Etirn
s puedo sentirla acercarse. A veces, es verdad, la muerte ocurre de repente, bruscamente, repentinamente, sin tiempo para nada. Pero otras se la
ve venir. Cmo eludir la muerte en estos casos? Antes solo se dispona
-aparte de la obra de la naturaleza, que, a veces, sume al moribundo en
la inconsciencia-, solo se dispona, digo, de esas mentiras piadosas con
las que se procuraba hacerle creer que pronto se pondra bueno. Hoy hay
todo un condicionamiento para la muerte. La anestesia -entendida esta
palabra en su acepcin ms amplia- priva al moribundo del sentimiento
de su muerte inminente. Se le atonta y adormece mediante unos medicamentos que de ninguna manera sirven para sanarle, pero s para alterar
su muerte, para enajenrsela. Dentro de una autntica concepcin cristiana, al moribundo se le prepara para bien morir, para lo cual se empieza por
advertirle la posible inminencia de su muerte. Tambin dentro de esta
concepcin se le prepara, pero al revs, drogndole, insensibilizndole para
su muerte. Los moribundos son teducidos a enfermos que, como deca
Rilke, mueren, intercambiablemente, en 559 camas, fabrikmassig . Su muerte propia les ha sido concienzuda y deliberadamente sustrada.
Hasta aqu hemos considerado una de las actitudes actuales ante la
muerte, la ms usual, la que consiste en -dentro de lo posible- evitarla; es decir, encubrirla y eludirla. Actitud que constantemente estamos
adoptando todos, cristianos y no cristianos, y que, evidentemente, no es
una actitud cristiana. A continuacin vamos a hacer referencia a la segunda de las actitudes al principio enumeradas, la actitud que hemos llamado
de Ja muerte negada.
LA MUERTE NEGADA
303
esta lnea suele decirse que la muerte es el encuentro con el amor y otras
cosas semejantes, bellas, profundas y verdaderas. Pero no debemos olvidar
que esa fruitio tiene su precio, que es, por una parte, una vida piadosa,
pero, por otra, un trago amargo, el de la muerte.
No niego, ciertamente, que quepa una actitud natural ante la muerte,
segn la cual se muera casi como se nace, en conformidad y sosiego, de
acuerdo con una religiosidad que acepta las cosas como son. Todava se
ve morir as a algunas gentes en el campo. Pero temo que para nosotros,
tan lejos de la naturaleza y de la naturalidad, sea esta una actitud en realidad inadoptable. Pero entonces no tenemos derecho a fingir que la adoptamos. No tenemos derecho a negar la muerte cuando lo que nos pasa
es sencillamente, que la sentimos lejos.
' No niego tampoco que haya cristianos que, aun sin esa disposicin,
en cierto modo natural, a la que acabamos de aludir, se hallen tan acendrados ya que reciban la gracia de no ver ms que la rotura de la tela de
este dulce encuentro. Pero no olvidemos que fue el mismo San Juan de
la Cruz quien habl tambin de los aprietos de la muerte y quien llam
al morir subir por el desierto de la muerte.
La verdad es que las ms de las veces nos cuesta trabajo dejar el mundo y que hasta nueva orden -o nuevo orden- la m~erte ser siempre
triste. No neguemos, pues, la realidad. En otras ocasiones hemos visto
cmo una frecuente deformacin del cristiano pO consiste en no dar
toda su importancia a las empresas mundanas. Pues bien: otra posible
deformacin consistira en no advertir toda la tremenda gravedad de la
muerte. Y, en definitiva -salvo los casos, repito, en que sea as concedido por la gracia divina-, sera otra manera de eludir el cuidado de la
muerte.
LA MUERTE APROPIADA
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Etica
El objeto de la tica
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E rica
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como se ha dicho, tras la cual no habra nada ms. Pero en la nada que
habra tras la muerte puede verse tambin algo en cierto modo positivo:
el descanso para siempre en el seno del mundo, o el nirvana, o la <<nada
en el sentido del eplogo del Was ist Metaphysik?, de Heidegger.
En el primer caso, la muerte buscada viene a reducirse a muerte
apropiada. En el segundo, a muerte negada.
LA MUERTE ABSURDA
* * *
El objeto de IR tica
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Hemos ido viendo que la muerte es ineludible, innegable e inapropiable. Hemos visto tambin que aun cuando la busquemos y la provoquemos, no por eso logramos hacerla nuestra, ni tampoco pasar sobre ella.
Y ahora, al final , ha venido Sartre a confirmarnos con tremenda energa
en lo que habamos visto.
El cristiano cuenta siempre con el hecho inasimilable de la muerte,
doblemente inasimilable, tremenda contradiccin de haberse ido, y, sin
embargo, quedar ah residualmente, en putrefaccin. La muerte trasciende a la vida, es la primera postrimera, es un eskhaton o realidad
escatolgica, extrema, trascendente.
La muerte, pues, no puede ser humanamente comprendida. Pero esto
ocurre porque es absurda o porque constituye un misterio? Quiz no podamos comprender la muerte porque es ella, o mejor dicho, el misterio
de q~e e~a forma parte, el que nos cie, desborda y envuelve, porque es
el misterio de la muerte el que nos comprende a nosotros. La cuestin estriba, pues, en si existe o no un misterio que nos comprenda.
Si murisemos ante nadie, la muerte, en efecto, sera absurda, porque
nadie podra darle sentido. Si murisemos solamente ante los hombres
tambin sera absurda, porque estos dispondran abusivamente de algo qu~
no conocieron ms que en su exterioridad; dispondran de una vida muerta. Pero San Pablo dijo: Ninguno muere para s mismo, morimos para
el Seor. Dios nos tiene ante s enteros, como nadie, ni nosotros mismos,
dando el salto de sobrevivimos a nosotros mismos, podra tenernos. Y
porque morimos ante Dios y hacia Dios, la muerte tiene sentido.
He aqu cmo la meditacin de Sartre, desvaneciendo toda clase de
ilusiones, ha sido una autntica redm;tio ad absurdum. Despus de l
ya no caben paliativos, trminos medios, paos calientes, ya no nos queda
ms que elegir, sin tertium posible, el absurdo o el misterio el nihilismo
o Dios.
'
La muerte, como realidad, hemos visto que no es apropiable ticamente de una manera intrnseca porque nos desborda y estamos envueltos en
el misterio del que ella forma parte. Pero entonces, cul es su sentido
tico? Esta es la pregunta que ahora debemos responder.
Xavier Zubiri ha puesto de manifiesto, como ya vimos, que el tiempo
no es solo duracin, como pensaba la filosofa clsica, y que tampoco la
comprensin heideggeriana del tiempo como futuricin agota su esencia,
sino que el tiempo posee una tercera estructura, el emplazamiento. La vida
es constitutivamente emplazamiento, plazo. Los das del hombre estn
contados -los das contados de que hablaba Ortega-, y este hecho coloca ticamente al hombre, al limitado plazo de que dispone, y a lo que,
mientras dura, hace, en una luz completamente nueva. El tiempo com-
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Etica
Captulo 25
REPETICION PANORAMI CA
DE LA INVESTIGACION
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f.tica
El objeto de la 1ica
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Etica
xai:a xpovov
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E ti ca
NOTAS
PRIMERA PARTE
CAPITULO
1 Cfr. esta de-finicin con el diorism6s aristotlico y con la Abgrenzung heideggeriana o Auseinandergrenzen.
2 Nachwort zu m{!inen Ideen, p. 569. Vide tambin en el pequeo volumen
Problemes acluels de la Phnomenologie, editado por Van Breda, el artculo de Pierre
Thvenaz, especialmente pp. 11 y 14.
3 Zarageta, Filosofa y vida, t. III, pp. 411-12.
4 Plalons Lehre von der W ahrheil mil einem Brief iiber den Humanismus, p . 106.
s Heidegger, Sein unid Zeil, p. 10.
CAPITULO
1 Se refunden a continuacin algunas paginas del artculo La ~tica v su emologfa, publicadas en el nm. 113 (mayo 1955) de la revista Arbor.
2 Theelelos, 161 a.
J Ortega, Miseria y esplendor de la traduccin, en Obras completas, t. V. En
El hombre y la gente, Ortega ha expuesto una consideracin del hombre como el
animal etimolgico, de las palabras como teniendo emologa por ser usos sociales
y de las etimologas en cuanto tal como el nombre concreto de la razn histrica. A la
luz de esta idea cabe reconsiderar el texto del presente captulo.
4 Gr. Zubiri, Naturaleza, Historia, Dios, nota de las pp. 29-30.
s Platons Lehre von der W ahrheit mit einem Brief ber den H umanismus, p
gina 104 y ss.
6 Kausalitiit und Zufall in der Philosophie des Aristoteles, p. 101 y ss. Al pa
rentesco entre el sentido primario y el sentido usual de thos corresponde el que se
da en alemn entre 1vohne11 y ge-wohnen. (Cf. Jan van der Meulen, Aristoteles. Die
Mitte in seinem Denken, p. 238.)
7 Eclogarum physicarum et ethicarum Libri II, 11, 7.
a Ob. cit., p. 259.
9 Eth. Nic., 11, I, 1103 a, 17-8.
10 lbidem, 1103 b 21-2.
11 Santo Toms,
Th., I, II, q. 49 y q. 51 a, 2.
12 Tampoco las palabras arel y virlus tena.o originariamente un sentido moral.
13 Cfr. el libro Catolicirmo y protestantismo como formas de existencia, Introduccin.
14 En el Filebo platnico se encuentra la expresi6n ~iv ?uzT,<: xr a1allco1v (11 d ).
S.
31~
Etica
316
11
18
19
I, 26 y 27.
III, II.
X, 33.
XVII, 63.
21 XVIII, 66. Evidentemente, en las traducciones que se dan no se tuerzan en
absoluto los textos con el fin de probar una tesis. Tales versiones estn tomadas, re~
pectivamente, de Alvaro d'Ors en su edicin de De Legibus (Instituto de Estudios
Polticos) y de L. Laurand en la de De amicitia {Coleccin Bud).
22 S. Th., 1-II, 58, l. Tambin In Etb. Nic, L. II, 1, 247.
23 As! en Eth. Nic., 11, 6 y antes en II, 5, etc. En Platn se encuentra la expresin itpqov 'xl.lt 11.-ai.6u11ov ~6~ (Rep., 11, 375 c), que se traduce ordinariamente
por Carcter dulce y magnnimo. El mismo Ross, que ha escrito tambin obras ori
ginales de tica, subraya, como a su tiempo veremos, la importancia del concepto de
carcter moral.
2~ De hominis beatitudine, pp. 37-9.
2.5 Vase el artculo del padre Ramfrez (respuesta al mo antes citado, del que "'
extraen las presentes pginas), Filosofa y Filologa (Arbor, nm. 119, noviembre.
1955), en el que, aparte de hacer constar que el error etimolgico sealado por m
se debe, en realidad, a una errata, se esfuerza por probar, con buena copia de cru
dicin tomista, el anacronismo de que Santo Toms fue fillogo. Ciertamente el
Aquinate daba mucha importancia a las etimologias; pero careca de los necesarios
instrumentos de trabajo y, sobre todo, la filologa propiamente dicha, la filolog:1
cientfica, estaba todava muy lejos de ser inventada.
20
CAPITULO
1
2
l
4 Vase el siguiente texto de Pedro Lan: Entre nosotros es ms estimada ticamente la relaci6n con un hombre, fundada en lo que ese hombre 'es' --es decir, en
lo que uno cree que es, puesto que el ser ltimo de un hombre solo es accesible por
modo de c.reencia, de confianza- que la meramente atenida a io que ese hombre
'hace'. Cuando el espaol cree que alguien es 'buena persona, en el fondo', como
suele decirse, las ms villanas acciones visibles de este son casi siempre impedimento
muy escaso para la mutua amistad (Espaiia como problema, t. II, p. 508).
s De Finibus, I, 64.
CAPITULO
l Lo cual no obsta e que la tensin entre n6mos y physis, desarrollada por los
sofistas, haya surcado, en cierto modo, la historia anterior. Cfr. F. Henemann, Nomos
und Physis. Herkunft und Bedeutung einer Antithese im p,riechischen Denken des 5.
]ahrhtmderts, Basilea, 1945.
2 Vase sobre esto el excelente libro de John Gould, The development of Plato's
Ethics, Cambridge, 1955.
3 A la ley no le interesa nada que haya en la ciudad una clase de particular
felicidad, sino que se esfuerza para que ello le suceda a la ciudad entera (Rep.,
VII, 519 c).
~ Cfr. la funcin poltica del tejedor re.al, en El Poltico.
s Leyes, XII, 952 e, 5 y ss.; Gould, oh. cit., p. 109.
317
Notas
CAPITULO
1
P. 37.
P. 123 y SS.
3 Cfr. La mora/e et la sctence des moeurs.
4 ~tudes de morale positive, p. 89.
s Cfr. La science des faits moraux. A esta ciencia le da el nombre de thologie.
es decir tomada la palabra literalmente, ciencia del thos. Pero esta thologie -como
por lo dems tampoco la co!respondiente de Stu~rt Mili- nada .tiene que ver con
nuestra concepcin de la tica. Para Bayet consiste en el estudio meramente des
criptivo de los hechos morales.
6 The methods o/ Ethics, L. 1, cap. III, 2.
7 Cfr. Les deux sources de la mora/e et de la religion, pp. 1 y ss., 24, 84. etc.
8 Ob. cit., p. 34 y SS.
9 Cfr. pp. 26-7 y 216-7 de El hombre y la gente.
10 Ob. cit., p. 23.
11 Was in Sein und Zeit 27 und 35 ber dar 'Man' gesagt ist, soll keine.swegs
nur einen Beiliiufigen Beitrag zur Soziologie liefern. Gleichwening meint das 'Man'
nur das ethisch-existenziell Gegenbild zum Selbstsein der Person (Platons Lehre
von W ahrheil mit einem Brief ber dem Hemanismus, p. 59); Di~ ... 1:itel 'Ei~en
tlichkeit und Uneigentlichkeit' ... bedeuten ... nicht einem moral1schex1stenz1ellen, mcht
einen 'antropologischen Unterschied' (ob. cit., p. 78).
12 Sein und Zeit, pp. 42 y ss., 126 y ss. y 175 y ss. (pp. 49 y ss., 146 Y ss.
y 202 y ss. de la edicin espaola).
2
318
CAPITULO
Etica
6
1
El ms profundo pensador del hedonismo, Sidgwick, ha distinguido agudamente
el hedonismo tico del hedonismo psicolgico.
z Principia Ethica, p. 5.
! Ob. cit., p. 36.
4 Ob. cit., 81 y SS.
s Ob. cit., 3.
6
La bibliograHa sobre el conductisrno es, naturalmente, numerossima. Pueden
verse .los. libros de su . fundador, J. B. Watson, .Psychology /rom the stnndpoint o/ a
behav1or!st y Cond11ct1sm; los de E. L. Thorndike, Human Learning y F1mdamentals
o/ le~rnmg; C. L. .Hull, Principies o/ bekavior; f: R. Guthrie, The psichology o/
learnmg; N. E. Miller y ). Dollard, Social learning and behav1or G. H. Mead
Persona, e~piritu y sociedad, y C. Morris, Sings, language and behavidr; K. Goldstein'.
The organzsm y Human nature; E. T. Tolman, Purposive behavior in animals and
men~ ere. Se encuentra un buen resumen de la situacin actual de las posiciones con
~ucttstas en : 1 Handbook o/ Social Psychology, editado por G. Linzey, vol. I, artfculos
titulados Sumu.11.!s-Response Contig~ity and Reinforcement Theory in Social Psycho
logy y Cognittve Theory, debidos respectivamente a W. W. Lambert y a
M. Scheerer.
CAPITULO
Notas
319
1
~ Cr. Five types o/ ethirnl theor'" Londres, 1930, pp. 218-223 y 164-5. Tambin
conviene hacer c?nstar, aunque sea en not_a, que algunos pensadores, como, por ejemplo! el nc:irre~i;nen,c~no Ch. L. S~evensor_i, uenden a tomar corno punto de partida para
la 1~vesngac1o;i :uca. un. amplio senudo de la palabra moral que abarque todo
senous quesuonmg of a1ms or conduct (cfr. Ethics and Language, Yale University
Press, 1944, p. 16).
u Cfr., por ejemplo, la lntroducci6n a la ~tica, de Hermano Nohl.
14 Ethik, 595 y SS.
15 Trait de Mora/e Gnrale, 531, 704, 708, 325 y 316.
16 Ob. cit., 24.
17 La structure d11 comportement, pp. 126-138.
18
Cfr. a guisa de ejemplo el libro de J. Nuttin, Tche, russite et chec. Theorie
de la conduite humaine.
19 Por qu he escrito El hombre a la defensiva, en O. C. tomo IV 72
2J Oh. cit., p. 103.
'
'
.
21 . Se refunden a continuacin las primeras pginas del artculo La enseanza de
la ttca, publicado en la Revista de Educaci6n, nm. 26 diciembre 1954
22 Met., 982 b, 19 y ss.
'
2
~ n:onaxff ap ~ ot~ 3ob ~wv dvOpc't'i:t11w lo~iv (Met., 982 b 29).
24 Ethik, 11.
'
25 En torno a la filoso/ia mexicana, t. II, p. 42 y ss.
2 El hombre y la gente, pp. 185-6.
CAPITULO
CAPITULO
320
Etica
321
Notas
12
IJ
14
15
16
17
CAPITULO
10
! Cfr.
Hans Reiner, _Das f'rinzip von Gut und Bas~, p. 31..
.
Fundamentos de f1losof1a, p. 373. En los economistas clsicos ingleses se maneja
constantemente el concepto de value. Recurdese, por otra parte, el Mehrwert
o plusvala de Marx.
3 Etica, t. l, 145 y ss.
4 Ob. cit., 151 y s.
5 Ob. cit., 57 (el subrayado es mo).
~ Sobre esto vase mi libro El protestantismo y la morat.
Ob. cit., p. 260.
8
21, De Bono, a., 2. Es notable la crtica de la tica de los valores hecha por De Burgh, un deontlogo ingls influido por Kant y por la Escolstica.
Cfr. trom Morality to Religion, pp. 11-2, 1Z7 y ss., 182 y ss. y 211-2.
1 Platons Lehre ... , 36-7.
12 Einfhrrmg in die Metaphysik, 150-2.
ll Platons Lehre ..., 51.
14 Ob. cit., 99-100. Tambin pp. 238-40 de Holzwege.
CAPITULO
11
1 Cfr. su artculo Does moral philosophy rest an a mistake? (Mind., vol XXI,
1912, p . 30 y ss. ), que yo he ledo en el volumen antolgico publicado por A. l.
Melden bajo el ttulo de Ethical tbeories.
2 The sense of obligation to do, or of the rightness of an action ... is absolutely
underivative or inmediate (loe. cit.).
3 Prichard percibe aqu, muy claramente, la distincin entre lo que hemos llamado ethica docens y eihica tttens.
4 Cfr. An ambiguity of the word Good, Oxford University Press, 1937.
The theorie of Morals, Oxford Universicy Press, 1928, p. 48.
Ob. cit., pp. 28-9, 76 y ss., 114 y SS .
7 Five typ~s o/ etbical theories, Routledge and Kegal Paul Ltd., p. 284.
8 Cfr. su libro From Morality to Religion.
9 Cfr. sus libros Principia ethica, Cambridge Universicy Press 1903 y Ethics,
Oxford University Press, 1912.
'
'
10 Pri11cipia Ethica, p. 9.
11 En el prefacio de sus Principia Ethica declara Moore que, despus de termina?a. su obra, ley El orige11 del co11ocimiento moral, de Brentano, y agrega que las
opm1ones de este autor estn ms cerca de las suyas que las de ningn otro.
Ob.
Ob.
Ob.
Ob.
Ob.
Ob.
cit.,
cit.,
cit.,
cit.,
cit.,
cit.,
5.
110 y
38-9.
113.
124.
128 y
SS.
SS.
CAPITULO
12
CAPITULO
1
2
3
4
13
P. 104 y
SS.
14
s Sp. 5 a Lucilio.
6
7
Rep., L. VII.
As como a Eallauf, por ejemplo -Die Idee der Paideia- , que tambin lo ha
analizado, el problema pedaggico.
8
CAPITULO
15
Notas
322
323
Etica
s P. 6.
~ Einf~ihrung ~n, die Me~aphysik, 97 y ss. \\'crncr Jacgcr sostiene en La 1eo/ogit1
de los primeros filoso/os griegos, y ya desde el ttulo mismo la opinin contraria. La
teolo&f~ na~ural no. ?abra empezado por tanto con Aristteles, sino que constituira
una origmana ocupac1on mental helnica.
7
Ob. cif. .. p. 80. La frase de Nietzsche se encuentra en el prlogo de Jenseils von
Gut und Bose.
8 W as ist Metaphysik , p. 18.
9
Commentarii in quator Sententiarum Libros, I. Dist. 17, 2, 1, an. 3, dub. 4.
ia Ciencia y sabidura, p. 160.
11 Ob. cit., p. 161.
12 P. 211.
13 Pp. 112-3.
14 P. 113.
15
Cfr. El protestantismo y la moral, captulo sobre Gracia y religin en Santo
Toms, de donde se han extrado estos prrafos.
15
El pr,oblema que ~ace .bajo esta discusin sobre la subalternacin de la ~tic~
a la Teolog1a es el tan d1scut1do de una filosofa cristiana, en el que no nos corresponde entrar aquf.
17 S. Th., I-II, 21, I.
18 Loe. cit., 19, 3.
19 Loe. cit., 19, 4.
zo Cfr. infra, p. 183.
21 I-II, 71, 6 ad 5.
22 Loe. cit., 90, l.
23 Loe. cit., 90, 4.
24 Cfr. tica a Nic6maco, I, 1 y 10.
25 Cfr. infra estudo del concepto aristotlico de orthtes.
2? I~I, 129. _Ta~bin ~stos otros ~ex tos son sumamente importantes: .. . differenua bom et mal cttca ob1ectum cons1derata comparatur per se ad rationem scilice1
secundum quod o~iectum est ei conven!ens vel non conveniens; bonum in quantum
est secundum rat1onem et malum et m quantum est praeter rationem diversificam
speciem mors (S. Th., I-II, 18, 5 y ad 1).
27
,
De Iustitif1, ~ 46, 31, apud Dez-Alegra. El problema del fundamento ontolog1co de la obligacin en la obra De Iustitia, de Luis de Molina (1593-1600) en la
revista Pensamiento, nm. 26.
'
2
~ Cfr. Diez-Alegra, El desarrollo de la doctrina de la ley natural en Luis de
Molma )' en los maestros de la Universidad de vora de 1565 a 1591 tambin tica
Derecho e Historia y el artculo citado en la nota anterior.
'
29
El influjo de Vzquez de la lnea platnica de pensamiento es evidente.
30
De legibus, ~. 6, 11. Sobre esto vase el artculo del padre Ramn Cea! Los
fundamentos metaf1s1cos de la moral segn Surez (Revista de Filosofa/ nm. 27).
31 De bonita/e et malitia actuum humanorum 1 2 10
32 De legibus, 2, 6, 23.
' ' '
CAPITULO
16
1
9 ciencia de Di?,s. Apenas es menester aadir que tomamos aqu la palabra
rehg1m> en su acepc1on moderna, no en la medieval de virtud de la religin.
2
Cfr. el Cap. IV de la seccin primera de mi libro El protestantismo y la moral.
, ~ Sobre es.to cfr. la seccin segunda del libro citado, del cual son un extracto las
paginas que siguen.
4
Sol>re el usus de la Ley desde el ounto de vista de una tica luterana puede
\' <'rse Dietrich Bonhoeffer, Ethik, p. 237 Y ss.
CAPITULO
17
P. 6.
CAPITULO
18
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19
324
Etica
SEGUNDA PARTE
CAPITULO
325
Notas
CAPITULO
326
E tica
327
Notas
CAPITULO }
1 Se refunden a con1inuaaon, con diversas ampliaciones, las pagmas que componen el arcculo El bien moral supremo, publicado en el Anuario de Filosofa del
Derecho, Madrid, c. III, 1955.
2 1096 b., p. 7 y SS.
l Repblica, 516 c., 3.
4 Para Kant el vocablo latino bonum es equvoco, puesto que sirve para designar
dos cosas a su juicio completamente diferentes: Gut y \Y/ohl. Entonces el bien propiamente dicho, lo nico bueno sin limitacin, el bien moral, sera un concepto
unvoco. Pero permaneci Kanc fiel a esta concepcin? Cmo pudo hablar entonces
del hochst Gut como compuesto de dos elementos, uno de los cuales, la moralidad,
pertenece al orden del Gut en sc:;ntido estricto, pero el otro, la felicidad , es del orden
del Wohl? El Gut supremo envuelve en s, segn esto, un ingrediente que no es Gut
propiamente dicho, sino Wohl. Pero con tal concepcin, no se retorna a la analoga?
s Ein/iihrung in die Metaphysik, p. 151.
Creo que esta critica vale tambin para G. E. Moore, si bien en su caso ms
que un pla1onismo metafsico se uata de un platonismo lgico. Pero su concepcin
de la falacia naturalista separa tan tajantemente como la filosofa de los valores
y como Kant lo bueno del ser.
7 In Etb., L. I, 1, l, nm. 11.
8 Y confiar en eUas: la realidad es Credenda. Esta dimensin de fianza o
creencia ha sido muy puesta de manifiesto por Pedro Lan, en La espera y la
esperanza.
9 Proyecto, pro-iectum es lo arrojado sobre las cosas, inventando (Fitche) o por
lo menos acomodando el caos de la realidad (Kant), conforme a nuesua mente. De
ah el resabio idealista -del que el mismo Heidegger no est completamente libreque suele acompaar al concepto filosfico de proyecto.
JO Eth. Nic.,
7 has1a 1097 a., 34 y
6 1096 b., 16-9.
11 La rgida separacin de medios y fines ha sido combatida modernamente
desde todos o casi todos los frentes : heterogona de los fines de Wundt, ceora
de G. W. Allport sobre la autonoma funcional de los motivos (lo que al principio
fue una ccnica insuumental llega a ser un motivo central), pragmatismo, filosofa
de la existencia. Lanse estas palabras de Dewey: Solamente cuando el fin es con
\ertido en medio llega a ser definitivamente concebido e intelectualmente concebido
y, ni que decir tiene, ejecutado. Como mero fin es vago, vaporoso, impresionstico.
No sabemos realmente tras lo que vamos hasta que el curso de la accin ha sido
mentalmente acabado. Puede verse una buena critica actual, muy matter-of-fact,
de la psicologa de los medios y los fines, en Ch. L. Stevenson, Ethics and Language,
de donde tomo la precedente ta.
Ms adelante, cuando tratemos de la vocacin, veremos que tambin esta se
revela a priori y en abstracto, como un fin perfectamente aislable, sino al hilo de
de las situaciones concretas y en el curso real de la vida.
En fin, otro tanto, y aun ms, acontece en esa actividad nada idealista>> (los pol
licos idealistas o son muy malos pol1icos o son unos farsantes), sino impura,
que es la poltica, y que no sin razn ha sido llamada arte de lo posible. La poltica
verdadera es siempre poltica en situacin, que como ha escrico Merleau-Poncy con
alguna exageracin, DO elige fines, sino que se orienta sobre fuerzas que estn
actuando.
12 In Eth., I, 1, nm. 10.
u I-II, 13, e In Eth., VI, 2, nm. 1133.
14 De Veritate, 22, 5.
l5 El slate o/ feeling de Spencer. De este modo la concibe J. Leclercq en su poco
riguroso libro, ya citado, pp. 251, 253, 277, 278, 301, donde se dice que la felicidad,
en s, es ajena a la moral, y que toda moral basada sobre la bsqueda de la felicidad
est viciada en su punto de partida. Cfr. tambin N. Hartmann, Ethik, 365-7.
r.
r.
17
CAPITULO
328
Etica
I~
20
1-11, 3, 4.
CAPITULO
1
2
3
4
5
I, 7.
329
Notas
CAPITULO
330
E ti ca
Notas
CAPITULO
1
?.
Los actos morales son, a la vez, conducentes o no al bien supremo e intrnsecamente buenos o malos, sin que el ser buenos o malos consista, sin ms, en Jo primero, como sostiene el utilitarismo (hedonista o ideal).
3 La psicologa experimental muestra que el juicio moral es ms severo en el plano
de la conscientia - referido a los otros- que en el de la prudencia -referido
a uno mismo.
4 Cfr. Dyroff, Deber Name und Begriff des Synderesis, Philosophisches ]ahrbuch,
13, 1912, y Zucke.r , Syneidesis-Conscientia, 1928.
s Al principio, en De Veritate, q. 16, con una doctrina an incierta, pero para
nosotros muy importante, dudando entre si es hbito o acto del entendimiento.
El padre Johannes Michael Hollenbach, S. J., en un importante libro titulado Sein
und Gewissen, se ha esforzado por superar la anttesis de posiciones a que nos refe
rimos en el texto, sosteniendo que la potencia que subyace al hbito de la sindresis
es, en cuanto movimiento, la voluntad, que tiene a su vez su ltima raz en el conocimiento de que soy un ser limitado en Dios: Die durch natrliche Gonesserkenncniss
aufgerufene und ausgerichtete Grundneigung und Urleidenschaft des Willens ware
denn die Synderesis.
6 Etica, Derecho e Historia, p. 193.
7 Santo Toms ha analizado las funciones de la conciencia: l.", reconocer que se
ha hecho o no se ha hecho algo, es decir, testificar (lo que modernamente se llama
conciencia psicolgica); 2., reconocer que no se tiene o se tiene que hacer algo, es
decir, ligar o instigar, y 3.', juzgar que algo ya hecho est bien o mal, es decir,
excusar o acusar (remorder. Cfr. S. Th., 1, 79, 13, y De Veritate, 17).
s Segn Stoker (cfr. Das Gewissen), la conciencia no es nunca un fenmeno puramente moral, sino que envuelve la referencia a Dios. Vase tambin la obra antes
citada del padre Hollenbach.
9 Y, por supuesto, tambin los luteranos de ayer y de hoy. Vase, por ejemplo,
lo que escribe D. Bonhoeffer: El hombre de conciencia tiene que producir su decisin en las ms apremiantes y forzadas situaciones. Pero la resolucin de los conflictos en los cuales, sin ms consejo ni gua que el de su conciencia, tiene que elegir,
le desgarra. Los innumerables disfraces y mscaras, honrados y seductores, tras los
cuales se le acerca el mal, convierten su conciencia en angustiada e insegura hasta
que, finalmente, se contenta con tener, en lugar de una 'buena conciencia', una conciencia descargada, y engaa a su propia conciencia para no desesperar; pues el hombre cuyo nico apoyo es su conciencia no es capaz de comprender que una mala
conciencia' puede ser ms fuerte y ms saludable que una conciencia engaada
(Ethik, pp. 12-3).
1 No vamos a trazar aqu la historia del concepto de ley natural, de la que algo
hemos dicho ya y volveremos a decir. Un tema interesante sera el de la confrontacin
del concepto de ley natural en la escuela tomista y en la franciscana. Para la primera
su principio fundamental es, como se sabe, el de bonum faciendum, malum vitandum.
Para la segunda, la llamada regla de oro.
11 Cfr. De Veritate, 16, 3.
12 1-II, 93, 2.
13 Cfr. Diez-Alegra, oh cit., pp. 112-3, y bibliografa all citada.
1-II, 19-4.
ls 1-II, 91, 2.
14
331
Recht;philosoT?hie y System der Philosophie des Staates und des Volkerrechts y Dez'
20
Com.mentarJi in quato~ ~enlentiarum libros. Sobre esto puede verse el Cap. VI
de la seccin pnmera de mt libro. El protestantismo y la moral
21 Biel, ob. cit., dist. 17, q. 1, a. 3, club. 4.
Cfr. obras citadas supra. Desde otro punto de vista debe verse la conferencia
reoente de Arthur Kaufmann, Naturrecht und Geschichtlichkeit. El problema de la
ley natu~al se suele ,estudia.r concretado en el derecho natural aun cuando el concepto
Alegr1a, oh. cit.
6
7
332
Etica
13 Sobre e~tC! vase el arculo de Ferrater Mora Tres filosofas (Preuves, nmero 78). Asumsmo, el del padre Copleston, en Gregorianum 1953, que solamente
conozco por una revista de revistas.
'
14 La importancia de las Investigaciones lgicas para la fundamentacin de las
disciplinas normativas es capital. En los archivos Husserl de Lovaina se conserva un
manuscrito, todava indito, sobre Formale Ethik. Rechtsphilosophi~.
15 En Espaa se ha ocupado del lenguaje de la tica el profesor Zarageto. Sobre
el estado actual de la lgica jurdica, que puede ser considerada como paralela a 1n
lgica ti;a, dr. Legaz, A~f!ario de filosofa del Derecho, 1954. Para una y otra,
cfr. Gama Valdecasas, )u1c10 y precepto. Desde el punto de vista del formalismo
lgico radical, el trabajo de Enrique Tierno Galvn, <~La realidad como resultado
IS
Pp. 136-8. No es este el lugar de estudiar, por menudo, las recientes investiga
c1ones norteamericanas sobre tica. Citemos, por va de ejemplo, la de Robert S . Hart
mann, para el cual una tica cientfica ya no sera propiamente tica sino mera-tica
denominada por el autor axiologa, puramente formal, cuya relaci6n con la tic~
corresponderia a la de la matem:tica con respecto a las ciencias naturales (cfr. su
artculo La creacin de una tica cientfica publicado en Dianoia anuario de
filosofa, Mxico, 1955).
'
'
25 Cambridge University Press, 1950.
26
27
Ob. cit., p. 7.
P . 225, citando palabras de Galdsworthy Lowes Dickinson.
2a P. 56.
29 Pp. 85, 89-102, 114, 117, etc.
30
3t
91 y SS.
129, 130 y 136-7.
137, 145, 166, 223.
32
33 Wittgenstein,
cit., 191. Toulmin cita otras palabras de Wittgenstein, segn
la~ cuales a9ueUo~ filsofos q~e preguntan por una justificacin de la ciencia -y lo
<:b.
mismo podr111 decirse de lo uca- se parecen a los antiguos que sentan la necesidad
de que hubiese un Atlas para sostener la tierra sobre sus hombros (p. 206, nota).
Notas
l4
's
.l6
37
38
333
158-9.
185.
185.
221.
221.
CAPITULO
1
2
?e
8
9
1-11, 19, 5.
CAPITULO
1
10
Vase, sin embargo, el siguiente texto de Sneca, en el que se percibe bien que
la fuerza de la virtud procede del psiquismo inferior: Sostn y afirma el impulso
de tu alma a fin de que lo que es mpetu llegue a ser hbito (Carta XVI a Lucilio ).
2 1-11, 63, l.
Notas
334
335
Etica
CAPITULO
CAPITULO
13
2
3
4
11
14
La famosa sentencia aristotlica or;of, ito6'ix11u' ~01:1. i:oto5'to xa1 i:o dlo~ 7avn:a~
aui:q que Santo Toms hace suya en diversos lugares, como hemos visto, bajo la
CAPITULO
traduccin de qualis est unusquisque, talis f inis videtur ei, puede interpretarse como
el modo de ser cada cual segn su talante o segn su carcter. Ross prefiere esta
ltima interpretacin y traduce as: the end appears to each man in a forro answering
to his characten>. Por otra parte, al estudiar el principio etimolgico, vimos tambin
que la palabra hxis significa unas veces talante y otras carcter.
2 I-II, 63, l.
J Sobre esto puede verse la Introduccin de mi libro Catolicismo y protestantismo
como formas de existencia.
4 I -II, 59, 3-5.
Pedro Lan, en LA espera y la esperanza, ha hecho ver la triple estructura, pstica, elpdica y flica, de la existencia humana: pertenece constitutivamente al hombre el ser creyente, esperante y amante. Por tanto, podta y debera escribirse un
libro, paralelo al de Lan - y nadie ms calificado que l mismo para hacerlo- ,
sobre el amor o la querencia como estructura ontolgica de la existencia. En cierto
modo, Santo Toms entrevi eso al considerar el amor como la primera de las pasiones irascibles.
3 Sermo, CXXI, l.
4 Cfr. sus Sermons on human nature y la Dissertation on the nature of virtue.
5 Sobre este concepto moderno de la prudencia, ligada a un egosmo razonable.
vide infra, cap. 16.
<> I -II, 26, 4, 28, 1 y 2.
1 Eth. Nic., VIII y IX.
s Cfr. El resentimiento en la moral. Tambin Heinrich Scholz, Eros und Caritas.
Die platonische Liebe und die Liebe im Sinne des Christentums.
9 Cfr. su libro Agape and Eros.
10 Ob. cit., pp. 71 y ss.
11 Cfr. N. Hartmann, Ethik, 449-460.
12 Cfr. R. Bultmann, Glauben und Verstehen, l , 229 y ss, y II, 69-70 y 136.
13 Nietzsche, Also sprach Zarathustra, primera parte,, <Non der Nachstenliebe
y Hartmann, Ethik, 484-502.
14 Ob. cit., primera parte, <Non der schenkenden Tugend, y ob. cit., 502-9.
CAPITULO
12
II-II, 125, 2.
CAPITULO
15
,.
336
Etica
VIII, 2.
El problema que aqu nos ocupa, intentado ver en la totalidad de sus dimen
siones, es el objeto del libro de Jan van der Meulen -que no me parece de primer
orden- , Aristteles. Die Mitte in seinem Denken ( Mitte, en el sentido de Cen
trO, sentido en el cual queda envuelto el de mestes). No me ha sido posible ver
el libro de Herald Schilling, Das Ethos der Mesotes.
12 II, 6, 1106 b, 7 .
13 Esta vinculacin de orth6tes y mes6tes es tambin patente en la Poltica. El
precisamente el rgimen msos (1295 a, 35.
rgimen poHtico orths es
40; 1295 b, 35; 1296 a, 7).
14 S. Th., I -II, 64, l.
IS Por ejemplo, Deuter., 5 y 17; Proverb., 4, e Is., 30.
16 Ethik, p. 439 y SS. y 566 y SS.
17 Aristteles -sea dicho de paso- aplica tambi"n el concepto de orthtes y su
contrario, el de desviacin, a las formas de gobierno. Vase Poltica, 1279 a, 24;
1284 b, 37; 1288 a, 33, y 1289 a, 27.
18 VI, 9, 1142 b, 11 y 16.
t9 VI, 2, 1139 a, 29-30.
20 VI , 13, 1144 b, 22 y ss.; VII, 9, 1151 a,29 y ss.
21 VI, 13, 1145 a, 4.
22 ... rationem rectam, id est, virtutem intellectuallen quae est restitudo rationis ... (Santo Toms, In Eth., VI, 1, 1, nm. 1109).
23 La posicin de Jaeger, segn la cual en la Etica nicomaquea no habra ya normas universales materiales ni ms medida que la individualidad de cada persona tica
autnoma, parece extremada y tocada de un anacrnico kantismo.
24 III, 4, 1113 a, y IX, 4, 1166 a, 12-3.
23 Etica, I ,266.
25 Trait de Morale gnrale, 704.
21 Santo Toms, S. Th., I-II, 55, 2.
2a G. S., VI, 484.
29 Ethik, 576.
30 Cfr. J. Gould, ob. cit., pp. 27-8, 43, y, en general, cap. II.
11 1-II, 56, 3 y 57, l.
12 1-II, 66, 3.
3J De Virtutibus in communi, 7, ad 4.
l4 Sobre la constitucin de la tabla de las virtudes en la Edad Media vase Dom
Lottio, Psychologie et Aforale aux XIJe et XIJi c siecles, ts. III, I y IV, II.
10
11
CAPITULO
16
Cfr. J. Gould, ob. cit., cap. I, y pp. 47 y 524. Tambin Onians, The origins
o/ E11ropean thought, pp. 13 y ss., especialmente 18.
2
Santo Toms, De Virtutibus in communi, 6 ad l.
1
Notas
337
CAPITULO
1
17
ns
Etica
Notas
Hoy las dos etimologas ms favorecidas son irmgere y iugum. es decir. juntar o ligar.
y juntura o ajustamienro; y 111r.1rt!, afirmar con juramento, de donde iusiurandum.
La primera pone de manifesto d aspecto positivo del derecho; la segunda, su origen
religioso (cfr. el artculo de J. J. \'an der Ven, Recht, Gerechtigkeit und Liebe, en
H ochland, abril 1955 J.
10 Eth. Nic., V, 11, 1138 b, 5 y ss.
11 II-II, 58, 2.
12 Sobre este punto puede verse mi libro El protestantismo y la moral.
n Von der Heydte ha hecho ver en su obra Die Geburlslunde des soveriinen
Staates que el derecho era para el hombre medieval simplemente orden, el orden divino
o ajustamiento al cosmos.
14 Ueber die Gerechtigkeit, 18 y ss. (dr. tambin Santo Toms, S. c. G., II, 28).
Pieper, como todo tomista que se estime, procede como si todo esto surgiese de la
nada en Santo Toms, pero acabamos de \'er que no es as. Lo que no obsta a que
este librito, como los dedicados a las otras tres virtudes cardinales, sea muy estimable.
IS ll-11, 57, l.
1 ~ Les deux sources de la mora/e el la religion, p. 68. Deben leerse tambin las
pginas siguientes, muy finas, en las que se estudia el trnsito de la justicia cerrada
11 la justicia abierta.
11 Eth. Nic., V, 3, 1131 b, y comienzo de 1132 a. Tambin S. Th., II-II, 61, 2.
is V, 4, 1132 a, 19-32. Naturalmente, esta etimologa no es filolgicamente aceptable.
19 El contrapassum de Santo Toms.
20 Pero que perdura siempre como tentacin de resolver Ja justicia en pesos y
medidas.
21 Ob. cit., pp. 70-4.
2~ II-11, 2 y 80 a, unicus, ad 5.
23 294 b.
2t Cfr. el captulo anterior.
is Aristteles, Eth. Nic., V, 10, 1137 b. 30-2.
2S Cfr. Augusto Adam, La virtud de la libertad.
21 En El protestantismo y la moral, 29 y ss.
28 Eth. Nic., VIII, 1, 1155 a, 21-2. Cfr. tambin Santo Toms, S. c. G., 111, 117.
29 11-Il, 114-2.
30 Cabe in\'ocar, sin embargo, romnticamente, una ;usticia revolucionaria que
juzga no conforme a la ley establecida, sino conforme a un ideal del porvenir,
y que resuelve el orden iurdico en orden poltico. Sobre esto puede verse Humanismo
y terror, de Merleau-Ponty.
31 Eth. Nic., V, 9, 1137 a, 28-30.
J2 Messner, Ethik, pp. 286-9.
33 Santo Toms, S. Th., I, 21, 4.
CAPITULO
18
1 S. Th., 123, 6 ad l.
2 Von Sinn der Tapferkeit, pp.
3 S. Tb., U.U, 124, 1 ad 3.
4 11-II, 123, 12 ad 3. Cuando
23 y ss.
339
11-11, 129, l.
II-ll, 12':1, 8 y 131, 2 a<l l.
1-Il, 128 a, unicus, ad 2.
Cfr. S. Th., II-IJ, 134, 2.
l.l Cfr. Marce! Mauss, Essai sur le don (recogido en el volumen Sociologie
Anthropologie, P. U. F.).
10
11
12
CAPITULO
1
2
el
19
S. Th., I, 76, 5.
CAPITULO
1
20
340
E tica
La hybris, en cnmbio, ! tiene que ver con la soberbia, es soberbia. Uno de lo~
pocos estudiosos cspalioh:s de cs1os temas, el llorado amigo ngel Alvarez de lvli
randa, escribi un bello estudio muy concerniente a este captulo, porque en l, a tra
vs de las figuras de Job y Prometeo, se cotejan el thos judaico y el thos griego
(Job y Prometeo o religin e irreligin, en Anthologica Annua, nm. 2, Roma,
1954).
s Sobre el honor en su sentido ms amplio y en su sentido ms profundo, sobre
lo diferencia entre el honor interno y el honor externo, y sobre la necesaria
rehabilitacin de esta W esenskern der Siulichkeit, puede verse el reciente libro d1.
Hans Reiner, Die Ehre. Kritische Sichtung einer abendlandischen Lebens und Silticl;
4
keits/orm.
;, Vase, por ejemplo, los 111/ormes Kinsey, etc.
7
La prudencia ha adquirido hoy, en estrecha relacin con lo ciencia --economa
~oriologa, etc- , la mxima importancia por lo que se refiere a los conflictos sociales, imposibles de resolver mediante soluciones dictadas por la buena voluntad sin ms.
Notas
~
341
X, 6, 1176 b, 27-8.
X, 6, 1176 b, 33 a, 1177 a, 3. Cfr. tambin Poltica, VIII, 3, 1337 b, 35 y ss.
8
9
proyeccin de la ilusin del bien: es la gen~e respetable que necesita del delio
cuente para sentirse respetable.
IJ
1-II, 71, 2.
ll
1-11, 71, 6.
12
Ethik, 818. Pero hay que aadir que su concepto del pecado es mucho
m~
l-11, 72, 5.
15
1~
I-II, 73, 5.
Ethik, 23-5.
is Cfr. Denzinger, nm. 1.290.
17
CAPITULO
22
21
CAPITULO
23
mutuamente?
CAPITULO
24
1 La parte primera y ms extensa de este captulo refunde las pginas del artculo
que, bajo el ttulo de Las actitudes actuales ante Ja muerte y la muerte cristiana,
ba sido publicado en el nmero 96 (diciembre de 1957) de la revista Cuademos Hispanoamericanos. El ncleo de tal artculo procede de la comunicacin llevada a las
Conversaciones Catlicas de Gredos del ao 1956, a fin de que sirviese como punto
de pattida para un dilogo. Al ser convertido en artculo se ha enriquecido con diversos complementos y observaciones que en aquel dilogo se aportaron. Es para m
un deber muy grato hacerlo constar as.
CAPITULO
1
25
34i
E rica
INDICE ONOMASTICO
7
Vase su libro La enseanza de la moral cristiana.
344
Indice onomstico
Cherbury. H. de,
111
Indice onomstico
.32.3 n. 2 cap. 18, 324 n. 4 cap. 19,
.326 n. 15 cap. .3, 332 n. 24 cap. 8,
.335 n. 11 cap. 14, .336 n. 5 cap. 15,
338 n. 5 cap. 18
Hartmann, R. S., 332 n. 24
Hegel, G. W. F., 16, 35-38, 67, 77, 81,
83, 106, 112, 114, 120, 156, .318 n . 5
cap. 7, .3.35 n. 2 cap. 15
Heidegger, M., 16, 19-21, 27, .30, .37,
.38, 42, 48, 67, 70, 74-76, 81-83, 85-86,
91, 9.3, 95-97, 120, 124, 140, 14.3, 148
149, 191-194, 199, 209, 215-216, 219,
221-222, 224, 238, 261, 285, 288-290,
.300.301, .30.3-304, 31.3, .315 n. 5 cap. 1,
.320 n. 8 cap. 10, 326 n. 9 cap. 3, .329
n. 25 cap. 25, .331 n. 9 cap. 8, .337
n. 15 cap. 16 y nn. 1 y 6 cap. 17, 339
n. 15 cap. 18
Heinemann, F., 316 n. 1 cap. 4
Heinz-Horst Schrey, 95
Herclito, 85, 115, 162
Herbart, J. F., 179
H esodo, 189
Hessen, J., 323 n. 3 cap. 18
Heydte, F. A., Freiherr vonder, .338
n. 1.3 cap. 17
Hildebrand, D. von, 71-7.3
Hobbes, Th., 44, 220, 229
Hobbouse, L. T., 3.39 n. 1 cap. 20
Holderlin, F., 38
Hcllenbach, J. M., .330 nn. 5 y 8 cap. 7
Hull, C. L., 46, .318 n. 6 cap. 6
Hume, D., 44, 197, 230
Husserl, E., 15, 79, 195, .3.32 n. 14
cap. 8
Iljin, .317 n. 21 cap. 4
Jacobi, F. H., 179
Jaeger, W., .32, 97, 165, 236, 322 n. 6
cap. 15, 335 n. 23 cap. 15, .337 n.
cap. 17
James, W., .319 n. 1 cap. 8, 325 n. 1
cap. 2
Janklvitch, V., 63, 290
Janssen, A., .333 n. 13 cap. 9
Jaspers, K., 37-38, 68, 93, 120, 124,
126, 143, 193-194, 242, 272, 275, 288
Jenfanes, 91
Jernimo, san, 111, 177
Juan de la Cruz, san, 303
Kant, I., 16, 27, 35-38, 43-44, 54, 60,
64-68, 70-72, 76-77, 80-81, 85, 92, 95,
345
111-112, 118, 12.3, 128, 148-149 151,
154-1.56, 174-175, 180-182, 191,' 19319.5, 201, 205-206, 211-212, 217-218,
234-236, 240, 242-243, 247-248, .319
nn. 1 y 2 cap. 9, .320 n. 10 cap. 10,
323 n. 2 cap. 18, .326 nn. 4, 6 y 9
cap. .3, 3.31 n. 9 cap. 8, .335 n. 2
cap. 15, .337 n. 6 cap. 16
Kaufmann, A., .3.31 n. 28 cap. 7
Kempis, Th. de, 288
Kerkegaard, S., 38, 61, 6.3, 103, 114,
116, 122, 191, 207, 222, 242, 246, 279280, 285, 339 n. 5 cap. 19
Kinsey, 340 n. 6 cap. 20
Klages, L., 188, 217
Kng, H., .33.3 n. 4 cap. 9
1ndice onomstico
346
Maras, J., 62, 257, 286, 317 n. 11
cap. 4, 329 n. 10 cap. 6, 334 nn. 1 y 2
cap. 12
Maritain, J., 98-99, 104, 123
Marx, K., 38, 55, 320 n. 2 cap. 10
Mauriac, F., 60-61, 340 n. 4 cap. 22
Mauss, M., 339 n. 13 cap. 18
Maydieu, A. J., 126
Mead, G. H., 318 n. 6 cap. 6
Mead, M., 339 n. 1 cap. 20
Melden, A. l., 320 n. 1 cap. 11
Menndez Pelayo, M., 10
Mensching, G., 339 o. 1 cap. 20
Merkelbach, B. H., 333 n. 13 cap. 9
Merleau-Ponty, J., 52-53, 326 o. 11 c. 3,
338 n. 30 cap. 17
Messoer, J., 338 n. 32 cap. 17 y n. 5
cap. 18
Meulen, J. van der, 315 o. 6 cap. 2,
336 o. 11 cap. 15
Mili, J. S., 317 n. 5 cap. 5, 328 n. 26
cap. 4
Miller, N. E., 46, 318 o. 6 cap. 6
Molina, L. de, 101, 184, 322 o. 27
cap. 15
Montaigne, M. de, 60
Montesquieu, Ch., 269, 284
Moore, G. E., 45, 77, 79-81, 85, 194195, 197-198, 319 n . . 1 cap. 9, 320
o. 11 cap. 11, 326 n. 6 cap. 3, 327
n. 3 cap. 4, 328 n. 26 cap. 4, 329
n 1 cap. 6, 331 n. 12 cap. 8, 333 n. 14
cap. 9, 336 o. 8 cap. 15
Morris, C., 318 n. 6 cap. 6
Ncol, E., 341 n. 7 cap. 22
Nietzsche, F., 58, 61, 63, 67, 70, 89, 93,
96; 98, 118-119, 126, 182, 186, 188,
1~1 ; _193, 217, 233; 246, 264, 285, 290,
311-312, 322 n: 7 cap. 15, 334 o. 7
cap. 10,' 3.35 n'. 13 cap. 14
Noack, H.. 111, 323 11. 4 cap. 17
Nohl, H., 115, 319 n. 13 cap. 7, 320
o. 6 cap. 9, 323 n. 16 cap. 17
Nuttio, J., 319 n. 18 cap. 7
Nygren, A., 231-232
Ocka_m, G . de, 97, 182-184, 194
Onians, R. B., 325 n. 18 cap. 2, 336
n. 1cap.16
Ors, A. d', 316 n. 21 cap. 2
Ors, E. d', 68, 297, 341 n. 7 cap. 22
Ortega y Gasset, J., 30, 41, 49, 53, 57,
62, 83, 140, 172, 175, 188, 224, 259,
347
Indice onomstico
287, 291, 297, 307, 310, 315 n. 3
cap. 2, 325 n. 16 cap. 2, 341 n. 7
cap. 22
Otto, W. F., 339 n. 2 cap. 20
Sfocles, 16
Soler, Mra de los Angeles, 319 n. 8
cap. 8
Sorley, W. R., 79
Spencer, H., .326 n. 15 cap. 3
Spinoza, B., 26, 40, 64, 195
Stadmller, J., 185, 330 n. 19 cap. 7
Stevenscn, Ch. L., 195-197, 319 n. 12
cap. 7, .326 o. 11 cap. 3
Stoker, H. G., 330 n. 8 cap. 7
Surez, F., 9, 52, 64, 100-101 163 172
184, 2C8, 296, .329 n. 7
6 '
'
Summer, W. G., 41, 339 n. 1 cap. 20
cap.
Taylor, A. E., 79
Teilhard de Chardio, P., 147
Teofrasto, 24, 57, 60, 268
Tetents, J. N., 211
Thvenaz, P., 315 n. 2 cap. 1
Thomasius, 26
Thorndike, E. L., 46, 318 n. 6 cap. 6
Tierno Galvn, E., 332 nn. 15 y 18
cap. 8
Toland, J., 111
Tolmao, E. C., 46, 318 n. 6 cap. 6
Tolstoi, L., 40
Toms de Aquino, santo, 9, 24, 33, 4950, 64, 68, 75, 99-102, 109-110, 119,
125, 134, 136-137, 141, 145, 149, 152,
155, 159-160, 162-164, 168-169, 172173, 176-178, 180-184, 186, 200, 202206, 211-213, 218-226, 228, 230, 235237, 2.39-241, 243-245, 250-259, 261265, 270, 274, 276, 278, 285, 287, 293,
299, 308, 310, 315 n. 11 cap. 2, 316
n. 25 cap. 2, 321 n. 4 cap. 13, 325
nn. 1 y 7 cap. 2, 327 n. 9 cap. 4, 329
n. 19, cap. 5 y n. 5 cap. 6, 330 o. 7
cap. 7, 334 n. 1 cap. 11 y n. 8 cap. 12,
335 n. 13 cap. 13, n. 2 cap. 14 y nn. 22
y 27 cap. 15, 337 nn. 5 y 21 cap. 16
y no. 4 y 9 cap. 17, 338 nn. 14, 19,
28 y 33 cap. 17, 339 n. 14 cap. 18
Toulmin, S. E., 45, 195, 197-198
Tresmontant, C., 147, 325 n. 19 cap. 2
Unamuno, M. de.,
348
Indice onomstico