Flores Magon Ricardo-Cuentos Revolucionarios
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CUENTOS
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PROLOGO
La seleccin de cuentos y relatos que presentamos no se corresponde del todo
con la que dio pie a la compilacin en cuatro pequeos volmenes publicada
entre 1923 y 1924 por el Grupo Cultural Ricardo Flores Magn dentro de la
serie Ricardo Flores Magn: vida y obra, a cargo de Nicols T. Bernal. Como se
sabe el contenido de Vida-nueva. Cuentos y dilogos relacionados con las
condiciones sociales de Mxico (s.a.) y Abriendo surco. Cuentos relacionados
con las condiciones sociales de Mxico (1923) fue integrado posteriormente a
Sembrando ideas. Historietas relacionadas con las condiciones sociales de
Mxico (1923), y a Rayos de Luz. Dilogos relacionados con las condiciones
sociales de Mxico (1924). Estas dos ltimas publicaciones fueron integradas
(1976) en Para qu sirve la autoridad? Y otros cuentos, publicado por
Ediciones Antorcha (Mxico, D. F.).
Hemos dejado fuera dos textos que por su formato consideramos que son en
rigor artculos polticos (Bandidos! y Los inquietos, publicados inicialmente
en Rayos de Luz); asimismo incorporamos otros que no fueron considerados
por los editores de las ediciones mencionadas (La huelga, La prensa y el
carcter de imprenta, Las dos siembras, El fardo, En la calle, Telaraas y
Revolucin). El orden en que se presentan aqu corresponde al de la fecha de
su primera publicacin en la cuarta poca del semanario angelino
Regeneracin. Al final de cada una de sus fichas se encuentra la fecha nmero
y pgina de la misma.
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Dos revolucionarios
El revolucionario viejo y el revolucionario moderno se encontraron una tarde
marchando en diferentes direcciones. El sol mostraba la mitad de su ascua por
encima de la lejana sierra; se hunda el rey del da, se hunda irremisiblemente, y
como si tuviera conciencia de su derrota por la noche, se enrojeca de clera y
escupa sobre la tierra y sobre el cielo sus ms hermosas luces.
Los dos revolucionarios se miraron frente a frente: el viejo, plido,
desmelenado, el rostro sin tersura como un papel de estraza arrojado al cesto,
cruzado aqu y all por feas cicatrices, los huesos denunciando sus filos bajo el
rado traje. El moderno, erguido, lleno de vida, luminoso el rostro por el
presentimiento de la gloria, rado el traje tambin, pero llevando con orgullo,
como si fuera la bandera de los desheredados, el smbolo de un pensamiento
comn, la contrasea de los humildes hechos soberbios al calor de una grande
idea.
Adnde vas?, pregunt el viejo.
Voy a luchar por mis ideales, dijo el moderno; y t, a dnde vas?,
pregunt a su vez.
El viejo tosi, escupi colrico el suelo, ech una mirada al sol, cuya
clera del momento senta l mismo, y dijo:
Yo no voy; yo ya vengo de regreso.
Qu traes?
Desengaos, dijo el viejo. No vayas a la revolucin: yo tambin fui a
la guerra y ya ves cmo regreso: triste, viejo, mal trecho de cuerpo y espritu.
El revolucionario moderno lanz una mirada que abarc el espacio, su
frente resplandeca; una gran esperanza arrancaba del fondo de su ser y se
asomaba a su rostro. Dijo al viejo:
Supiste por qu luchaste?
S: un malvado tena dominado el pas; los pobres suframos la tirana
del Gobierno y la tirana de los hombres de dinero. Nuestros mejores hijos eran
encerrados en el cuartel; las familias, desamparadas, se prostituan o pedan
limosna para poder vivir. Nadie poda ver de frente al ms bajo polizonte; la
menor queja era considerada como acto de rebelda. Un da un buen seor nos
dijo a los pobres: Conciudadanos, para acabar con el presente estado de cosas,
es necesario que haya un cambio de gobierno; los hombres que estn en el Poder
son ladrones, asesinos y opresores. Quitmoslos del Poder, eljanme Presidente
y todo cambiar. As habl el buen seor; en seguida nos dio armas y nos
lanzamos a la lucha. Triunfamos. Los malvados opresores fueron muertos, y
elegimos al hombre que nos dio las armas para que fuera Presidente, y nos
fuimos a trabajar. Despus de nuestro triunfo seguimos trabajando exactamente
como antes, como mulos y no como hombres; nuestras familias siguieron
sufriendo escasez; nuestros mejores hijos continuaron siendo llevados al cuartel;
las contribuciones continuaron siendo cobradas con exactitud por el nuevo
Gobierno y, en vez de disminuir, aumentaban; tenamos que dejar en las manos
de nuestros amos el producto de nuestro trabajo. Alguna vez que quisimos
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El apstol
Atravesando campos, recorriendo carreteras, por sobre los espinos, por entre los
guijarros, la boca seca por la sed devoradora, as va el Delegado Revolucionario
en su empresa de catequismo, bajo el sol, que parece vengarse de su
atrevimiento arrojando sobre l sus saetas de fuego; pero el Delegado no se
detiene, no quiere perder un minuto. De alguna que otra casuca salen, a
perseguirlo, perros canijos, tan hostiles como los miserables habitantes de las
casucas, que ren estpidamente al paso del apstol de la buena nueva.
El Delegado avanza; quiere llegar a aquel grupo de casitas simpticas
que relucen en la falda de la alta montaa, donde se le ha dicho hay
compaeros. El calor del sol se hace insoportable; el hambre y la sed lo debilitan
tanto como la fatigosa caminata; pero en su cerebro lcido la idea se conserva
fresca lmpida como el agua de la montaa bella como una flor sobre la cual no
puede caer la amenaza del tirano. As es la idea: inmune a la opresin.
El Delegado marcha, marcha. Los campos yermos le oprimen el
corazn. Cuntas familias viviran en la abundancia si esas tierras no estuvieran
en poder de unos cuantos ambiciosos! El Delegado sigue su camino, una vbora
suena su cascabel bajo un matorro polvoriento; los grillos llenan de rumores
estridentes el caldeado ambiente; una vaca muge a lo lejos.
Por fin llega el Delegado al villorrio, donde se le ha dicho hay
compaeros. Los perros, alarmados, le ladran. Por las puertas del las casitas
asoman rostros indiferentes. Bajo un portal hay un grupo de hombres y de
mujeres. El apstol se acerca; los hombres fruncen las cejas; las mujeres le ven
con desconfianza.
Buenas tardes, compaeros, dice el Delegado.
Los del grupo se miran unos a los otros. Nadie contesta el saludo. El
apstol no se da por vencido y vuelve a decir:
Compaeros, vengo a daros una buena noticia: la Revolucin ha
estallado.
Nadie le responde; nadie despega los labios; pero vuelven a
mirarse unos a los otros, los ojos tratando de salirse de sus rbitas.
Compaeros, contina el propagandista, la tirana se bambolea;
hombres enrgicos han empuado las armas para derribarla, y slo se espera que
todos, todos sin excepcin, ayuden de cualquier manera a los que luchan por la
libertad y la justicia.
Las mujeres bostezan; los hombres se rascan la cabeza; una gallina pasa
por entre el grupo, perseguida por un gallo.
Compaeros contina el infatigable propagandista de la buena
nueva, la libertad requiere sacrificios; vuestra vida es dura; no tenis
satisfacciones; el porvenir de nuestros hijos es incierto. Por qu os mostris
indiferentes ante la abnegacin de los que se han lanzado a la lucha para
conquistar vuestra dicha, para haceros libres, para que vuestros hijitos sean ms
dichosos que vosotros? Ayudad, ayudad como podis; dedicad una parte de
vuestros salarios al fomento de la Revolucin, o empuad las armas si as lo
prefers; pero haced algo por la causa; propagad siquiera los ideales de la gran
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insurreccin.
El Delegado hizo una pausa. Un guila pas mecindose en la limpia
atmsfera, como si hubiera sido el smbolo del pensamiento de aquel hombre
que, andando entre los cerdos humanos, se conservaba muy alto, muy puro, muy
blanco.
Las moscas, zumbando, entraban y salan de la boca de un viejo que
dormitaba. Los hombres, visiblemente contrariados, iban desfilando de uno en
uno; las mujeres se haban marchado todas. Por fin se qued solo el Delegado en
presencia del viejo que dorma su borrachera y de un perro que lanzaba furiosas
tarascadas a las moscas que chupaban su sarna. Ni un centavo haba salido de
aquellos srdidos bolsillos, ni un trago de agua se haba ofrecido a aquel hombre
firmsimo, que, lanzando una mirada compasiva a aquella madriguera del
egosmo y de la estupidez, encaminse hacia otra casita. Al pasar frente a una
taberna pudo ver a aquellos miserables con quienes haba hablado, apurando
sendos vasos de vino, dando al burgus lo que no quisieron dar a la Revolucin,
remachando sus cadenas, condenando a la esclavitud y a la vergenza sus
pequeos
hijos,
con
su
indiferencia
y
con
su
egosmo.
La noticia de la llegada del apstol se haba ya extendido por todo el
pueblo, y, prevenidos los habitantes, cerraban las puertas de sus casas al
acercarse el Delegado. Entretanto un hombre, que por su traza debera ser un
trabajador, llegaba jadeante a las puertas de la oficina de polica.
Seor, dijo el hombre al jefe de los esbirros, cunto da usted por la
entrega de un revolucionario?
Veinte reales, dijo el esbirro.
El trato fue cerrado; Judas ha rebajado la tarifa. Momentos despus un
hombre, amarrado codo con codo, era llevado a la crcel a empellones. Caa, y a
puntapis lo levantaban las verdugos entre las carcajadas de los esclavos
borrachos. Algunos muchachos se complacan en echar puados de tierra a los
ojos del mrtir, que no era otro que el apstol que haba atravesado campos,
recorrido carreteras, por sobre los espinos, por entre los guijarros, la boca seca
por la sed devoradora; pero llevando en su cerebro lcido, la idea de la
regeneracin de la raza humana por medio del bienestar y la libertad.
Regeneracin, 4ta. poca, nm. 19, 7 de enero de 1911; p. 2.
La esclavitud voluntaria
Juan y Pedro llegaron a la edad en que es preciso trabajar para poder vivir. Hijos
de trabajadores, no tuvieron oportunidad de adquirir una regular cultura que los
emancipase de la cadena del salario. Pero Juan era animoso. Haba ledo en los
peridicos cmo hombres que haban nacido en cuna humilde haban llegado,
por medio del trabajo y del ahorro, a ser los reyes de las finanzas, y a dominar,
con la fuerza del dinero, no slo los mercados, sino las naciones mismas. Haba
ledo mil ancdotas de los Vanderbilt 2, de los Rockefeller 3 , de los Rothschild
4, de los Carnegie 5, de todos aquellos que, segn la Prensa y hasta segn los
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El guila y la serpiente
Impulso generoso, atrs! Yo soy el maderismo que se arrastra y
muerde los talones de los valientes y de los abnegados.
Atrs, impulso generoso! Yo soy el maderismo; soy el representante
del dios Dinero; dios que no tiene nervios, que no tiene corazn, que se nutre del
dolor, de las lgrimas, del sudor, de la sangre de los humildes.
Impulso generoso, atrs! T eres un estorbo para m. T eres el guila
y yo soy la serpiente; t vuelas, yo me arrastro; pero tengo sobre ti la ventaja de
que puedo ocultarme fcilmente. Mis legiones se arrastran como yo: son la
envidia, la avaricia, la deslealtad, la codicia, la traicin, la infamia. Todos los
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que me siguen tienen un hacha que afilar como el personaje del cuento de
Franklin 2; algunos quieren ser gobernadores, otros se conforman con ser
diputados y los hay tan miserables que no aspiran sino a ocupar una vacante de
polizonte. Ser cuico es ser mucho para algunos desgraciados.
Atrs, impulso generoso! Yo soy el maderismo; para m, el fin justifica
los medios: Loyola 3 es mi maestro. T, cernindote en los aires, no puedes
ocultar nada; yo, por el contrario, arrastrndome, aprovecho todas las rendijas,
me escabullo en la primera sinuosidad que me encuentro, cualquier matorro me
sirve de abrigo, y cuando t bajes, ah te espero, oculto, para morderte.
Soy el maderismo, soy la traicin. Los ideales son muy altos para m.
Viene Atila 4? Le abro las puertas. Yo lo que necesito es estar en el Poder, y si
el yanqui me garantiza estar sobre el pueblo, bienvenido sea el yanqui. Yo,
como los cientficos 5 , voy hasta la ignominia. 6
As hablaba la serpiente del maderismo mientras los soldados
norteamericanos avanzaban sobre Mxico 7, y lo mismo dice ahora que los
soldados estn prontos a dar el primer paso hacia el interior de la tierra
mexicana 8. Los maderistas recibirn de rodillas a los soldados
norteamericanos, segn ellos mismos confiesan, pues lo que ellos quieren es que
intervengan los norteamericanos para que el viejo Dictador los deje hacer la
farsa electoral. Qu vergenza!
El guila Liberal, en tanto, se cierne majestuosa en los espacios. Ella
representa el impulso generoso que tanto estorba al maderismo; ella representa
la aspiracin sana de los hombres de trabajo, de los que tienen las manos
callosas, de los que no quieren ser ms que nadie, sino los iguales de todos.
El guila triunfar al fin sobre la Serpiente.
Regeneracin, 4ta. poca, nm. 29, el 18 de marzo de 1911; p.2.
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Bah, un borracho!
Aquella alegre maana era tal vez la ms triste para el pobre tsico. El sol
brillaba intensamente, enriqueciendo, con fulgores de oro, la bella ciudad de Los
ngeles 2.
Haca algunas semanas que Santiago haba sido despedido del trabajo.
Estaba tsico hasta la mdula, y el buen burgus, que lo explotaba desde haca
largos aos, tuvo a bien ponerlo de patitas en la calle tan pronto como
comprendi que los dbiles brazos de su esclavo no podan ya darle las buenas
ganancias de antao.
Cuando muchacho, Santiago trabaj con ahnco. Soaba, el pobre, lo que
suean otros muchos pobres: llegar a ganar un salario que le permitiera ahorrar
algunos centavos con que pasar los ltimos das de su vida.
Santiago ahorr. Se amarr la tripa y logr, de esa manera, acumular
algunas monedas; pero cada moneda que ahorraba significaba una privacin; de
tal suerte que, si la alcanca se iba llenando de monedas, las arterias del cuerpo
se encontraban cada vez ms pobres de sangre.
No ahorrar ms, dijo valerosamente Santiago un da que comprendi
que su salud iba en descenso. En efecto no ahorr ms, y, de ese modo, pudo
prolongar su agona. El salario aumentaba, no caba duda que aumentaba. Varias
huelgas hechas por los de su gremio, haban dado por resultado el aumento de
los salarios; pero cundo faltar un pero? si bien los salarios eran mejores
que antes, los artculos de primera necesidad haban alcanzado un costo que
haca ilusoria la ventaja obtenida con el sacrificio de la huelga, que supone
hambre, fro en el hogar, palizas de los polizontes y aun la crcel y la muerte en
los choques con los miserables rompehuelgas.
Pasaban los aos y el salario suba, y el costo de los artculos de primera
necesidad suba, suba, al mismo tiempo que la familia del pobre Santiago
aumentaba. El nmero de horas de trabajo se haba reducido a ocho, gracias,
tambin, a las huelgas; perootra vez el perola tarea que tena que
desempear en ocho horas era la misma, exactamente la misma que antes
desempeaba en diez o doce horas, de manera que tena que poner en juego toda
su habilidad, toda su fuerza, toda la experiencia adquirida en su vida de
trabajador para salir avante. El lunch fro, engullido precipitadamente en los
pocos minutos del medioda; la tensin nerviosa, a que sujetaba su cuerpo para
no perder un movimiento de la mquina; la suciedad y la escasa ventilacin del
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pintura, nico lujo de la destartalada estancia que era, a la vez, cocina, comedor,
sala de recibir visitas y... alcoba; al montepo fueron a parar hasta las prendas de
ropa ms humildes.
La enfermedad, entretanto, no perda tiempo: trabajaba, trabajaba sin
descanso, socavando los pulmones de Santiago. Masas negruzcas salan de la
boca del enfermo a cada acceso de tos. La mala alimentacin, la tristeza y la
falta de asistencia mdica tenan al enfermo a la orilla de la tumba, como
vulgarmente se dice. No haba ms remedio que ingresar en esa prisin a que las
odiosas caridades oficial y burguesa condenan a los seres humanos que han
pasado su vida produciendo tantas cosas bellas, tantas cosas ricas, tantas cosas
buenas, por la pitanza que pude obtenerse con el maldito salario.
Al hospital fue a dar, con su pellejo y con sus huesos, el infortunado
Santiago, mientras la noble compaera iba de fbrica en fbrica y de taller en
taller implorando por un verdugo que explotase sus brazos. Hasta cundo,
hermanos desheredados, os decidiris a aplastar con vuestra rebelda, la
iniquidad del actual sistema capitalista?
En el hospital dur unos cuantos das... estaba desahuciado por los
mdicos, su mal no tena remedio, y se le confin a la sala de los incurables.
Nada de medicinas, alimentos pobres, atencin nula; esto fue lo que la caridad
pudo hacer por nuestro enfermo, mientras el burgus que lo explot toda su vida
derrochaba, en francachelas, las monedas ganadas a costa de la salud de aquel
miserable.
Santiago pidi su baja del hospital. No tena objeto esa prisin, y aquella
alegre maana que, tal vez, era la ms triste para el pobre tsico, un polizonte lo
arrastr, por vago, en un parque pblico, pasando, as, de una prisin a otra.
El bello sol californiano brillaba intensamente. Las hermosas avenidas
florecan de gente bien vestida y de cara alegre; perritos ms felices que
millones de seres humanos descansaban en los brazos de lindas y elegantes
seoras burguesas, que andaban de compras mientras Santiago, en el carro de la
polica, oa, de vez en cuando, esta exclamacin: Bah, un borracho!
Regeneracin, 4ta. poca, nm. 35, 29 de abril de 1911; p. 2.
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Expropiacin
La noche anterior habase reunido la peonada. Ya aquello no era vivir; los amos
nunca haban sido tan insolentes ni tan exigentes. Era necesario que aquello
acabase de una vez. El hombre que haba estado conversando con ellos una
semana antes, tena razn: los amos son los descendientes de los primeros
bandidos que, con el pretexto de civilizarlos, haban llegado en son de guerra,
despojando de sus tierras a los indios, sus antepasados, para convertirlos en
peones. Y qu vida la que haban arrastrado por siglos! Tenan que resignarse a
aceptar maz y frijol agorgojados, para su alimentacin, ellos que levantaban
tan frescas y abundantes cosechas! Se mora una res en el campo? Esa era la
nica vez que probaban la carne, carne hedionda ya; pero que el amo se haca
pagar a precios de plaza sitiada. Haba mujeres bonitas entre los esclavos? El
amo y los hijos del amo tenan el derecho de violarlas. Protestaba algn pen?
Iba a dar derechito al Ejrcito para defender el sistema que lo tiranizaba!
Haca ocho das que haba estado con ellos un hombre que ni se supo por
donde haba llegado, ni se supo despus por dnde ni cundo se haba ido. Era
joven; sus manos, duras y fuertes, no dejaban lugar a duda de que era un
trabajador; pero, por el extrao fulgor de sus ojos, se descubra que algo arda
tras de aquella frente tostada por la intemperie y surcada por una arruga que le
daba el aire de hombre inteligente y reflexivo. Ese hombre les haba hablado de
esta manera: Hermanos de miseria, levantad la frente. Somos seres humanos
iguales a los dems seres humanos que habitan la tierra. Nuestro origen es
comn, y la tierra, esta vieja tierra que regamos con nuestro sudor, es nuestra
madre comn, y, por lo mismo, tenemos el derecho de que nos alimente, nos d
la lea de sus bosques y el agua de sus fuentes a todos sin distincin, con una
sola condicin: que la fecundemos y la amemos. Los que se dicen dueos de la
tierra, son los descendientes de aquellos bandidos que, a sangre y fuego, la
arrebataron a nuestros antepasados, hace cuatro siglos, cuando ocurrieron
aquellos actos de incendiarismo, de matanzas al por mayor, de estupros salvajes
que la Historia consigna en este nombre: Conquista de Mxico. Esta tierra es
nuestra, compaeros de cadena: tommosla para nosotros y para todos nuestros
descendientes!
Desde ese da no se hablaba de otra cosa entre la peonada que de tomar
la tierra, quitrsela a los amos de cualquier manera. La cuestin era tomarla,
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levantar para ellos la cosecha, lanzar a los amos noramala y continuar los
trabajos de la hacienda, libres ya de sanguijuelas. De ah en adelante sera todo
para los que trabajaban.
Desde entonces los amos notaron que los peones ya no se quitaban el
sombrero en su presencia, y que haba cierta digna firmeza en sus miradas:
presintieron la catstrofe. Cuando el humilde levanta la frente, el soberbio la
abate. El espritu de rebelda, por tantos aos dormido dentro de los robustos
pechos de los esclavos, haba sido despertado por las sinceras palabras del joven
propagandista. En los jacales se conspiraba. Reunidos alrededor de la lumbre,
los campesinos y las campesinas, hablando en voz baja, discutan las palabras
del joven agitador. S, la tierra es nuestra madre comn, y debe ser nuestra;
pero cmo llegaremos a tenerla?, preguntaban los ms irresolutos. La
pediremos al Gobierno, aconsejaban los que pasaban por sensatos, pero los ms
jvenes, y sobre todo las mujeres, protestaban contra esas resoluciones cobardes
y votaban por emplear la violencia. Recordad, decan los ms exaltados, que
cuantas veces hemos pedido justicia o hemos protestado contra alguna infamia
de nuestros amos, el Gobierno ha tomado los mejores de nuestros hermanos para
encerrarlos en los cuarteles y en los presidios. Y entonces, consultando su
memoria, cada uno de aquellos hombres y de aquellas mujeres exponan
ejemplos de esa naturaleza, que daban la razn a los exaltados. Se acordaban de
Juan, que fue sacado de su jacal a altas horas de la noche, y fusilado cuando
apenas haba caminado media legua de las casitas, solamente porque no
permiti al amo que abusase de su compaera. Los nimos se enardecan al
recordar tantas infamias pasadas y al comunicarse las presentes. Un cojo dijo:
Perd mi pierna y mi brazo militando bajo las rdenes de Madero, y aqu estoy,
cargado de familia y sin saber si maana tendr para que mis hijos tengan un
pedazo de tortilla que llevarse a sus boquitas. Otro dijo: Hoy me orden el
amo que matase las cinco gallinas que tengo en mi corralito, pues de lo contrario
las tomar l para el corral de la hacienda. Otro ms expuso: Ayer me dijo mi
hija que el seorito la ha amenazado con hacer que su padre me mande a
presidio si no le entrega su cuerpo.
Conversaciones parecidas haba en los dems jacales. Se hablaba de lo
duro del trabajo y lo miserable de la paga, y, tiritando, se acercaban al fuego.
Como pudieron acordaron tener una reunin general. sta se llev a efecto en la
noche, en una caada cercana. El fro era intenso; pero aquella masa humana no
lo senta; el ansia de ser libres arda en todos los peones. Los prudentes
abogaban todava por enviar una comisin ante el Gobierno para que dieran
tierra para todos; pero entonces se levantaba un vocero formidable: No, no
queremos tratar con nuestros verdugos. Muera el Gobierno y mueran los ricos!
Y las mujeres, con los nios en brazos, hablaban del hambre y la desnudez que
sufran, por la cobarda de los hombres. No ms hambre!, gritaban. A
tomar la hacienda!, volvan a gritar. Y los puos se cernan amenazadores; los
andrajos flotaban al aire como negras banderas de venganza. Los cantiles
multiplicaban la intensidad de aquel formidable vocero. A la casa de la
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Cosechando
A la orilla del camino me encuentro un hombre, de ojos llorosos y negro pelo
alborotado contemplando unos cardos que yacen a sus pies. Por qu lloras?,
le pregunto, y l me responde: Lloro porque hice a mi prjimo todo el bien
posible, labr mi parcela con todo empeo, como todo hombre que se respete
debe hacerlo; pero aquellos a quienes hice bien me hicieron sufrir, y en cuanto a
mis parcelas, faltas del agua que me arrebataron los ricos, slo produjeron esos
cardos que ves a mis pies. Mala cosecha, me digo, la que levantan los buenos,
y contino ni marcha.
Un poco ms lejos tropiezo can un viejo que viene cayendo y
levantando, encorvada la espalda, triste la vaga mirada. Por qu ests triste?,
le pregunto, y me responde: Estoy triste porque he trabajado desde la edad de
siete aos. Siempre fui cumplido; pero esta maana me dijo el amo: Ests
demasiado viejo, Juan; ya no hay trabajo que puedas desempear, y me dio con
las puertas en la cara.
Vaya una cosecha de aos y ms aos de honrada labor!, me digo, y
sigo caminando.
Un hombre muy joven an, pero a quien le falta una pierna, me sale al
encuentro, con el sombrero en la mano, pidiendo una limosna por el amor de
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Una catstrofe
Yo no me mato para que otros vivan, dijo, con voz clara, Pedro, el
pen minero, cuando Juan, su compaero de trabajo extenda a su vista un
ejemplar del peridico Regeneracin, lleno de detalles del movimiento
revolucionario del proletariado mexicano. Yo tengo familia, prosigui, y buen
animal sera si fuera a presentar la barriga a las balas de los federales.
Juan reciba sin extraeza la observacin de Pedro: as hablan los ms.
Unos hasta trataban de golpearlo cuando les deca que haba lugares donde los
peones haban desconocido a sus amos y se haban hecho dueos de las
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haciendas. Pasaron algunos das; Juan, despus de comprar una buena carabina
con abundante dotacin de cartuchos, se intern en la sierra por donde l saba
que haba rebeldes. No le interesaba saber a qu bandera pertenecan o qu
ideales defendan los revolucionarios. Si eran de los suyos, esto es, de los que
enarbolando la bandera roja pugnan por hacerse fuertes para fundar una
sociedad nueva, en la que cada quien sea el amo de s mismo y nadie el verdugo
de los dems, muy bueno; se unira a ellos, aumentara con su persona tanto el
nmero de combatientes como el nmero de cerebros en la magna obra
redentora, que tanto necesita de fusiles como de cerebros capaces de iluminar
otros cerebros, y corazones capaces de inflamar con el mismo fuego otros
corazones, pero si no eran de los suyos los que merodeaban por las cercanas eso
no importaba; de todos modos l se unira, pues consideraba como un deber de
libertario mezclarse entre sus hermanos inconscientes para hacerlos conscientes
por medio de hbiles plticas sobre los derechos del proletariado.
Un da las mujeres de los mineros se agolpaban a la puerta de la mina.
Un desprendimiento haba cerrado una de las galeras de la mina, dejando sin
comunicacin con el exterior a ms de cincuenta trabajadores. Pedro se
encontraba entre ellos, y, como los dems, sin esperanza de escapar de la
muerte. En las tinieblas el pobre pen pensaba en su familia: a l se le esperaba
una agona espantosa, privado de agua y de alimentacin; pero al fin, despus de
algunos das, entrara en el reposo de la muerte; mas su familia? Qu sera de
su mujer, de sus hijos tan pequeos an? Y entonces pensaba con rabia en lo
estril de su sacrificio, y reconoca tardamente que Juan, el anarquista, tena
razn cuando, extendiendo ante su vista Regeneracin, le hablaba con
entusiasmo de la revolucin social, de la lucha de clases necesaria,
indispensable, para que el hombre deje de ser el esclavo del hombre, para que
todos puedan llevarse a la boca un pedazo de pan, para que acabasen de una vez
el crimen, la prostitucin, la miseria. El pobre minero se acordaba entonces de
aquella frase cruel que lanz cierta vez al rostro de su amigo Juan como un
salivazo: Yo no me mato para que otros vivan.
Mientras esto pensaba el minero sepultado en vida por trabajar para que
vivieran los burgueses dueos de la negociacin, las mujeres, llorosas, se
retorcan los brazos, pidiendo a gritos que les devolvieran a sus esposos, a sus
hermanos, a sus hijos, a sus padres. Cuadrillas de voluntarios se presentaban al
gerente de la negociacin pidindole que se les permitiera hacer algo por
rescatar a aquellos infortunados seres humanos, que esperaban dentro de la mina
una muerte lenta, horrible por el hambre y por la sed. Los trabajos de rescate
comenzaron; pero qu lentamente avanzaban! Adems, haba la seguridad de
que estuvieran con vida los mineros? No recordaban todos que los burgueses,
para poderse repartir mejores ganancias, no daban suficiente madera para
ademar las galeras, y que precisamente aquella en que haba ocurrido la
catstrofe era la peor ademada? Sin embargo, hombres de buena voluntad
trabajaban, turnndose, de da y de noche. Las familias de las vctimas, en la
miseria no reciban de los burguesesdueos de la minani un puado de
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maz con qu hacer unas cuantas tortillas y un poco de atole, a pesar de que sus
esposos, hermanos, hijos y padres tenan ganado su salario de varias semanas de
trabajo.
Cuarenta y ocho horas haca que haba ocurrido la catstrofe. El sol,
afuera, alumbraba la desolacin de las familias de los mineros, mientras en las
entraas de la tierra, en las tinieblas, llegaba a su ltimo acto la horrible
tragedia. Enloquecidos por la sed, posedos de salvaje desesperacin, los
mineros de cerebro ms dbil golpeaban furiosamente con sus picos la dura
roca, por algunos minutos para caer postrados poco despus, algunos para no
levantarse ms. Pedro pensaba... Qu dichoso sera Juan en aquellos momentos,
libre como todo hombre que tiene una arma en sus manos, lo es; satisfecho,
como todo hombre que tiene una idea grande y lucha por ella, lo est. l, Juan,
estara en aquellos momentos batindose contra los soldados de la Autoridad,
del Capital y del Clero, precisamente contra los verdugos que, por no disminuir
sus ganancias, eran los culpables de estar l sepultado en vida. Entonces senta
accesos de furor contra los capitalistas, que chupan la sangre de los pobres;
entonces se acordaba de las plticas de Juan, que tan aburridas le parecieron
siempre, pero que ahora les daba todo el valor que tenan. Recordaba como un
da Juan, mientras ste liaba un cigarrillo, le habl del nmero asombroso de
vctimas que la industria arroja cada ao en todos los pases, esforzndose por
demostrarle que mueren ms seres humanos en virtud de descarrilamientos, de
naufragios, de incendios, de desprendimientos en las minas, de infinidad de
accidentes en el trabajo que en la revolucin ms sangrienta, sin contar con los
millares y millares de personas que mueren de anemia, de exceso de trabajo, de
mala alimentacin, de enfermedades contradas por las malas condiciones
higinicas de las habitaciones de la gente pobre y de las fbricas, talleres,
fundiciones, minas y dems establecimientos de explotacin. Y recordaba,
tambin, Pedro, con qu desprecio haba odo a Juan esa vez, y con qu
brutalidad le haba rechazado cuando el propagandista le haba aconsejado que
enviase su bolo, cualquier cantidad que fuese, a la Junta revolucionaria que
trabajaba por la libertad econmica, poltica y social de la clase trabajadora.
Recordaba que haba dicho a Juan: Yo no soy tan... tarugo de dar mi dinero;
mejor me lo emborracho! Y algo parecido al remordimiento le torturaba el
corazn; y en la angustia del momento, con la lucidez que a veces viene en los
instantes crticos, pensaba que hubiera sido preferible morir defendiendo a su
clase, que sufrir aquella muerte obscura, odiosa, para hacer vivir a la bribona
burguesa. Se imaginaba a Juan pecho en tierra, rechazando las cargas de los
esbirros de la tirana; se lo imaginaba radiante de alegra y de entusiasmo,
llevando en sus puos la bendita ensea de los oprimidos, la bandera roja, o bien
magnfico, hermoso, la cabellera flotando al aire, en medio del combate,
arrojando bombas de dinamita contra las trincheras enemigas, o lo vea al frente
de algunos valientes llegar a una hacienda y decir a los peones: Tomadlo todo
y trabajad por vuestra cuenta, como seres humanos y no como bestias de carga!
Y el pobre Pedro deseaba aquella vida de Juan, que ahora comprenda era
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fecunda; pero era demasiado tarde ya. Aunque con un resto de vida, estaba
muerto para el mundo...
Quince das han pasado desde la fecha de la catstrofe en la mina.
Desalentados los rescatadores, abandonaron la tarea de salvamento. Los deudos
de los mineros muertos haban tenido que salir del campo porque no pudieron
paga los alquileres de sus casitas. Algunas de las hijas, hermanas y aun viudas
vendan besos en las tabernas por un pedazo de pan... El hijo mayor de Pedro se
encontraba en la crcel por haber tomado unas tablas del patio de la negociacin
para caldear un poco el cuartucho en que se encontraba tirada, en el suelo, su
madre enferma como resultado del golpe moral que haba sufrido. Todos los
deudos haban ocurrido a la oficina a pedir los alcances de los suyos; pero no
recibieron ni un centavo. Se les hicieron las cuentas del Gran Capitn, y resulta
que los muertos salieron deudores, y como las pobres familias no tuvieron con
qu pagar las rentas de sus casitas, un hermoso da, pues la naturaleza es
indiferente a las miserias humanas, en que el sol quebraba sus rayos en el
cercano estanque y las aves, libres de amos, trabajaban por su cuenta
persiguiendo insectos para ellas y para sus polluelos nada ms; un bello da un
representante de la Autoridad, vestido de negro como un buitre, y acompaado
de algunos polizontes armados, anduvo de casita en casita poniendo, en nombre
de la Ley y en provecho del Capital, a todas aquellas pobres gentes en la calle.
As es como paga el Capital a los que se sacrifican por l.
Regeneracin, 4ta. poca, nm. 72, 13 de enero de 1912; p. 1.
Justicia popular
Orden!, grit enfurecido el jefe vazquista 2 cuando, despus de
tomada la plaza, las mujeres y los nios de la poblacin forcejeaban por abrir las
puertas de las tiendas, de los almacenes, de los graneros, para tomar lo que
necesitaban en sus hogares, creyendo, con el candor de los corazones no
corrompidos, que la Revolucin tena que ser forzosamente benfica a los
pobres.
Atrs, bandidos!, volvi a rugir el jefe vazquista al ver que la
multitud pareca no haber escuchado el primer grito, pues continuaba
forcejeando por extraer las tiles y buenas cosas que hacan falta en sus hogares
pobrsimos.
Alto, u ordeno que se os haga fuego!, bram el jefe vazquista, loco ya
de rabia ante aquel atentado al derecho de propiedad.
Bah!, dijo una mujer que llevaba un nio prendido al pecho, bromea
el jefe! Y con las dems continu la simptica tarea de romper candados y
cerrojos para tomar de aquellos depsitos del producto del trabajo de los
humildes, lo que no haba en sus hogares.
En efecto, para aquellas buenas gentes bromeaba el jefe vazquista.
Cmo haba de ser posible que un revolucionario se pusiera a defender los
intereses de la cruel burguesa, que haba tenido al pueblo en la ms abyecta
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2 Refirese a los partidarios del lic. Emilio Vzquez Gmez. Vid. infra.
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mediero protesta y ocurre a un juez pidindole justicia. El juez revisa los libros,
apuntes, notas, vales, y hace sumas, restas, multiplicaciones y divisiones y
condena al mediero a pagar su deuda al hacendado y a pagar las costas y gastos
del juicio. La compaera contentsima sale a encontrar a Santiago con el hijo
menor en brazos, creyendo que traer bastante dinero, pues la cosecha ha sido
esplndida: pero palidece al ver que corren abundantes lgrimas por las tostadas
mejillas del noble trabajador, que llega con las manos vacas y el corazn hecho
pedazos. El hacendado haba hecho las cuentas del Gran Capitn y el juez se
haba puesto, como siempre, del lado del fuerte. Podra decir Santiago que la
Autoridad es buena para los pobres?
IV
En la pequea estancia, saturada la atmsfera de humo de petrleo y de tabaco,
Martn el inteligente agitador obrero dirige la palabra a sus compaeros, No es
posible tolerar por ms tiempo la inicua explotacin de que somos objetos, dice
Martn echando hacia atrs la cabeza melenuda y bella como la de un len.
Trabajamos doce, catorce y hasta diecisis horas por unos cuantos centavos; se
nos multa con cualquier pretexto para mermar ms an nuestro salario de
hambre: se nos humilla prohibindosenos que demos albergue en nuestras
miserables viviendas a nuestros amigos o a nuestros parientes o a quin se nos
d la gana; se nos prohbe la lectura de peridicos que tienden a despertarnos y a
educarnos. No permitamos ms humillaciones, compaeros declarmonos en
huelga pidiendo aumento de salario y disminucin de horas de trabajo, as como
que se respeten las garantas que la Constitucin nos concede. Una salva de
aplausos recibe las palabras del orador: se vota por la huelga; pero al da
siguiente la poblacin obrera sabe que Martn fue arrestado al llegar a su casa y
que hay orden de aprehensin contra algunos de los ms inteligentes de los
obreros. El pnico cunde y la masa obrera se resigna y vuelve a deslomarse y a
ser objeto de humillaciones. Podra decir Martn que la Autoridad es buena
para los pobres?
V
Desde antes de rayar el alba, ya esta Epifana en pie colocando cuidadosamente
en un gran cesto, coles, lechugas, tomates, chile verde, cebollas, que recoge de
su pequeo huerto y con la carga a cuestas, llega al mercado de la ciudad a
realizar su humilde mercanca, con cuyo producto podr comprar la medicina
que necesita el viejo padre y el pan de que tienen necesidad sus pequeos
hermanos. Antes de que Epifana venda dos manojos de cebollas se presenta el
recaudador de las contribuciones exigiendo el pago en nombre del gobierno que
necesita dinero para pagar ministros, diputados, senadores, jueces, gendarmes,
soldados, empleados, gobernadores, jefes polticos y carceleros, Epifana no
pude hacer el pago y su humilde mercanca es embargada por el gobierno, sin
que el llanto ni las razones de la pobre mujer logren ablandar el corazn del
funcionario pblico. Podra decir Epifana que la Autoridad es buena para los
pobres?
VI
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Para qu sirve pues la Autoridad? Para hacer respetar la ley que escrita por los
ricos o por hombres instruidos que estn al servicio de los ricos tiene por objeto
garantizarles la tranquila posesin de las riquezas y la explotacin del trabajo
del hombre. En otras palabras la Autoridad es el gendarme del Capital, y este
gendarme no est pagado por el Capital sino por los pobres.
Para acabar con la Autoridad, debemos comenzar por acabar con el Capital.
Tomemos posesin de la tierra, de la maquinaria de produccin y de los medios
de transportacin. Organicemos el trabajo y el consumo en comn,
estableciendo que todo sea de la propiedad de todos, y entonces no habr ya
necesidad de pagar funcionarios que cuiden el Capital retenido en unas cuantas
manos, pues cada hombre y cada mujer sern a la vez productores y vigilantes
de la riqueza social.
Mexicanos: vuestro porvenir est en vuestras manos. Hoy que el principio de
Autoridad ha perdido su fuerza por la rebelda popular, es el momento ms
oportuno para poner las manos sobre la ley y hacerla pedazos; para poner las
manos sobre la propiedad individual hacindola propiedad de todos y cada uno
de los seres humanos que pueblan la Repblica Mexicana.
No permitamos, por lo tanto, que se haga fuerte un gobierno. A expropiar sin
tardanza! Y si por desgracia sube algn otro individuo a la Presidencia de la
Repblica guerra contra l y los suyos, para impedir que se haga fuerte, y
mientras tanto, a continuar la expropiacin!
Regeneracin, 4ta. poca, nm. 83, 30 de marzo de 1912; p. 1. Versin en
ingls en Regeneracin, 4ta. poca, nm. 116, 16 de noviembre de 1912; p. 4
e dem, nm. 152, 2 de agosto de 1913, p.5.
Viva Tierra y Libertad!
Muere la tarde vulgarmente. El sol, perezoso, no quiso esta vez desparramar su
cabellera de oro por todos los mbitos del horizonte, como disgustado de la
pequeez de los hombres, que por pequeeces se matan, por pequeeces sufren
y con pequeeces gozan, como pobres gusanos.
Por la carretera polvorienta, y polvoriento l mismo, marcha un hombre
de edad madura. Larga ha de haber sido la jornada, a juzgar por la fatiga
retratada en su rostro y el penoso andar. A cuestas lleva una ligera mochila, con
una camisa, de manta tal vez, y unos rados calzoncillos. Es un soldado
orozquista cientfico-vazquista 2, que vuelve a su hogar.
El hombre camina, camina, camina contemplando las llanadas pobladas
de hombres y mujeres afanados en la eterna labor, vistiendo humildsimos
vestidos, la tristeza y la desesperacin asomndose a sus rostros tostados por el
sol. Esas gentes trabajan lo mismo, visten lo mismo, tienen el mismo aspecto
que antes de la Revolucin.
El revolucionario se detiene a contemplar el cuadro y se pregunta:
Para qu se hizo la Revolucin?
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no ser el pago de unos cuantos pesos por el arma, que no le alcanzaron ni para
llegar a su hogar. Y entonces, al acordarse con amargura de los das de prueba,
pasados en la montaa; de las fatigas de una larga y desigual campaa; del
sacrificio de tantas vidas; del hambre y de la desnudez de los suyos durante su
ausencia, siente un estorbo en la garganta, al mismo tiempo que se hace,
silenciosamente, esta pregunta:: Para qu se hizo la Revolucin?
Para qu se hizo la Revolucin?, pregunta la mujer.
Y el revolucionario, sorprendido de que la mujer piense lo mismo que l,
no puede contener por ms tiempo la indignacin que venase fermentando en
su pecho, y exclama:
La Revolucin se ha hecho para los vivos, para los que quieren ser
gobernantes, para las que quieren vivir del trabajo ajeno! Nos emperramos en no
querer or a los anarquistas de REGENERACIN que en todos los tonos nos
aconsejaban que no siguiramos a los jefes, que tomramos posesin de la
tierra, de las aguas, de los montes, de las minas, de las fbricas, de los talleres,
de los medios de transportacin, y que de todo eso hiciramos propiedad comn
para todos los habitantes de la Repblica Mexicana, y que en comn
consumisemos lo que se produjera. Nos dijeron esos hombres que luchar por
encumbrar individuos es tarea criminal. No quisimos orles, porque eran pobres,
por que eran de nuestra clase, y, como luego se dice, en el pecado llevamos la
penitencia. Merecido lo tenemos, por animales! Nuestros jefes se estn dando
la gran vida en estos momentos, mientras nosotros, la carne de can, los que de
veras luchamos, los que mostramos nuestro pecho al enemigo, somos, ahora,
ms desgraciados que antes.
Juan oye el toque del clarn, que llama a reunin; se restriega los ojos...
Haba sido un mal sueo! Coge su fusil, se felicita de luchar en las filas de los
libertarios de la bandera roja, y grita con estentrea voz: Viva Tierra y
Libertad!
Regeneracin, 4ta. poca, nm. 87, 27 de abril de 1912; p. 1.
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El sueo de Pedro
Sentado en el umbral de la puerta de la humilde vivienda, Pedro, el recio y
animoso jornalero, piensa, piensa, piensa. Acaba de leer Regeneracin, que un
obrero delgado, nervioso, de mirar inteligente, le haba regalado ayer cuando se
retiraba a su domicilio. Nunca haba ledo ese peridico, aunque haba odo
hablar de l, a veces con desprecio o con clera, otras con entusiasmo.
Sentado en el umbral de la puerta, Pedro piensa, piensa, piensa, y dentro
de su crneo rueda, hasta hacerlo sentir malestar fsico, esta simple pregunta:
cmo ser posible vivir sin gobierno?
Todo, todo lo acepta Pedro, menos esa de que se pueda vivir sin
gobierno, y, sintiendo arder su cabeza se levanta y echa a andar sin rumbo fijo,
mientras dentro de su crneo rueda la pregunta torturadora: cmo ser posible
vivir sin gobierno?
Son las ocho de la maana del ltimo da del mes de abril. Las rosas
abren sus ptalos para que los bese el sol: las gallinas atareadas, escarban la
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El soldado
El trabajador y el soldado se encontraron en un camino.
Adnde vas?, pregunt el soldado.
A la fbrica, contest el trabajador; y t, adnde vas?
Voy al cuartel; el pueblo de X... se ha sublevado y hemos recibido
rdenes de ir a sofocar la rebelin a sangre y fuego.
Pudieras decirme, pregunt el trabajador, por qu se ha sublevado
esa gente? Ciertamente que s puedo decrtelo: esa gente, de la noche a la
maana se neg a pagar los alquileres de las casas, los arrendamientos de la
tierra, las contribuciones al Gobierno, y cuando la autoridad se present para
echar de las casas a los inquilinos y expulsar de la tierra a los arrendatarios, al
mismo tiempo que a hacer efectivo el pago de las contribuciones al Gobierno,
los habitantes se resistieron, apualearon al juez, al notario, a los escribientes, a
los gendarmes, al presidente municipal y a todos los cagatintas; quemaron los
archivos y enarbolaron, en el edificio ms alto, una bandera roja con una
inscripcin en letras blancas que dice: Tierra y Libertad.
El trabajador se estremeci. Pens que eran los de su clase, los pobres,
los desheredados, los proletarios, los que se haban rebelado.
Y vas a batirlos?, pregunt al soldado.
Claro que s, respondi el esclavo de uniforme. Esos habitantes estn
atentando contra el derecho de propiedad individual y el deber del Gobierno es
cuidar los intereses de los ricos.
Pero t no eres rico, dijo el trabajador al soldado; qu inters tienes
en matar a esas gentes?
Tengo que hacer respetar la ley, dijo secamente el soldado.
La ley?, grit el trabajador. La ley sostenedora del privilegio! La
ley que es carga para los de abajo, garanta de libertad y de bienestar para los de
arriba! T eres pobre, y sin embargo sostienes la ley que aplasta a los de tu
clase. Tus padres, tus hermanos, tus parientes son pobres; los que se han
sublevado en X... son pobres que sufren lo mismo que t, y tus padres y tus
parientes, y tal vez alguno de los de tu familia figure entre los rebeldes!
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Justicia!
El gobernante, el burgus y el clrigo sesteaban aquella tarde a la sombra de un
fresno que luca vigoroso en el can de la sierra.
El burgus, visiblemente agitado, estrujaba entre sus manos regordetas
un cuadernito rojo, y deca entre suspiro y suspiro:
Todo lo he perdido: mis campos, mis ganados, mis molinos, mis
fbricas; todo se encuentra en poder de los desarrapados.
El gobernante, temblando de rabia, deca:
Esto es el acabse; ya nadie respeta la autoridad.
Y el clrigo elevaba los ojos al cielo y deca compungido:
Maldita razn; ella ha matado la fe!
Los tres personajes pensaban, pensaban, pensaban... La noche anterior
haban hecho irrupcin en el pueblecillo unos cincuenta revolucionarios, a
quienes los proletarios del lugar haban recibido con los brazos abiertos, y
mientras buscaban al gobernante, al burgus y al clrigo para exigirles estrecha
cuenta de sus actos, stos huyeron al can en busca de refugio.
Nuestro imperio sobre las masas ha terminado, dijeron a una voz el
gobernante y el burgus.
El clrigo sonri, y dijo con tono convencido:
No os amilanis. Cierto es que la fe pierde terreno; pero yo os aseguro
que, por medio de la Religin, podemos recuperar todo lo perdido. Por lo pronto
parece que las ideas contenidas en ese maldito cuaderno han triunfado en el
pueblecillo, y triunfarn ciertamente si permanecemos inactivos. No niego que
esas malditas ideas gozan de simpatas entre la plebe; pero otros las rechazan,
sobre todo las que atacan directamente a la Religin, y entre estos ltimos es
entre quienes debemos fomentar un movimiento de reaccin. Afortunadamente
pudimos escapar los tres, que, si hubiramos perecido en las manos de los
revolucionarios, las viejas instituciones habran muerto con nosotros.
El burgus y el gobernante sintieron como si se les hubiera librado de
terrible carga. Los ojos del burgus chispearon, encendidos por la codicia.
Cmo! Con que sera posible para l volver a disfrutar de la posesin de sus
campos, de sus ganados, de sus molinos y de sus fbricas? No habra sido todo
otra cosa que una cruel pesadilla? Volvera a tener bajo su poder a todos los
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espantado por la cercana del da, y los pajarillos cantaban alegres, dichosos por
la desaparicin de su verdugo; los coyotes se escondieron en sus madrigueras, y
el gato, roncando en su rincn, contraa nerviosamente la piel, mortificado por
las moscas.
De entonces todo fue triste para Pedro. l fue el nico que se qued.
Aquel da su tristeza se haba quintuplicado. Muy de maana se levant y se
dirigi a la mina. Senta que se le oprima el corazn. Mi deber pensaba era
haber marchado con ellos. La mina puede desplomarse cualquier da y
sepultarme bajo sus escombros, y entonces, qu? Entonces quedara mi familia
sin pan, de la misma manera que habra quedado si me hubieran matado los
defensores del sistema capitalista en los campos de la accin.
La negra boca de la mina se abra a sus pies, como la de un monstruo
hambriento que bosteza impaciente por su racin de carne humana. Pedro ech
una mirada a su alrededor, lanz un suspiro y baj a su trabajo.
Cinco horas despus, unos hombres enmaraados y taciturnos
depositaban, a los pies de Marta, el cuerpo machacado de Pedro. Una roca lo
haba aplastado como a un ratn. Una muerte sin gloria!
Regeneracin, 4ta. poca, nm. 207, 9 de octubre de 1915; p. 3.
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castigada por todos los vehculos, pisoteada, por todas las bestias, juguete de
todos los muchachos. Por fin se decidi a hablar.
Mi misin es ms noble, ms grande y ms alta que la vuestra, dijo
con el tono arrogante a que le daba derecho su participacin en ms de una
tragedia. Yo ruedo por las calles como un proyectil siempre dispuesto a dar en el
blanco: la frente del gendarme, el pecho del soldado, la cabeza del burgus. En
el motn mil manos heroicas se disputan mi posesin; en la barricada soy escudo
y proyectil al mismo tiempo: defiendo el pecho del rebelde o parto, sibilante y
ligera de las manos del hijo del pueblo a resquebrajar el crneo del esbirro... Mi
misin es ms noble, ms grande y ms alta que la vuestraprosigui la piedra
del arroyo. Cuntas veces las luchas por la libertad y la justicia han comenzado
por la primera piedra levantada del arroyo por una mano audaz! Ah, no sabis
lo que el progreso humano me debe! Mi presencia en la calle es garanta de
libertad; la clera popular necesita de m para satisfacerse. Soy el alma de la
rebelda proletaria! Cuando una mano callosa levanta una piedra, vacila el trono
de la tirana. Paso a la piedra del arroyo!
Regeneracin, 4ta. poca, nm. 207, 9 de octubre de 1915; p. 3.
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honor y su libertad, sino los intereses de sus verdugos. Como una prostituta has
servido a todos los tiranos: cobijaste a Iturbide; bajo tus pliegues deshonrados se
ocult el crimen de Bustamante 2; prodigaste abrigo a Santa Ana; Mrquez 3,
Miramn 4 y Meja 5 escondieron su traicin bajo tu lienzo; el Imperio te
adopt por emblema; Porfirio Daz esclaviz al pueblo a tu sombra; Madero
traicion la Revolucin en tu nombre; Huerta te bendijo; Carranza te aclama.
T encubres el crimen, la explotacin y la tirana! No eres t la ensea de los
esbirros que proyectaba su sombra siniestra en los campos de tormento del Valle
Nacional 6 y de Yucatn 7? No fuiste el trapo en cuyo nombre se pas a
cuchillo a los obreros de Ro Blanco 8? Qu hiciste para evitar la hecatombe de
Cananea 9? Yo, en cambio, soy la bandera del pobre, del desheredado, del
desposedo de todo el mundo, y bajo mis pliegues se agrupan todos los
trabajadores inteligentes y valerosos. Yo no reconozco raza ni color; todos los
hombres son iguales para m; soy el emblema de la justicia y de la libertad, y
cuando triunfe mi causa, no habr ms guerras porque todos los seres humanos
se considerarn hermanos.
El estruendo de los caones y de la fusilera interrumpi la disputa
verbal de las banderas.
Regeneracin, 4ta. poca, nm. 208, 16 de octubre de 1915; pp. 1 y 2.
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El hierro y el oro
El agua arrastr una chispa de oro y una partcula de hierro, depositndolas
juntas en una grieta del arroyo.
Al ver a su vecino, el Oro sinti se herido en su orgullo aristocrtico por
la veleidad del Destino, que quiso colocarlo al lado de aquel despreciable metal.
Aparta de m, vulgar materia!, dijo; tu contacto me envilece.
El Hierro benemrito permaneci inmvil como si nada hubiera odo.
Retrate, hierro mustio, que soy el Oro; el metal esplndido que luce
con destellos de gloria en la corona del monarca; que brilla con fulgores de
estrella en las condecoraciones del militar; que resplandece como lumbre en el
cuello exquisito de la dama aristocrtica. Soy el metal ilustre que slo conoce el
roce de manos distinguidas o la caricia de las sedas del bolsillo del seor. Soy el
oro conquistador de voluntades; ilusin del pobre; propiedad del rico; dueo del
mundo; dios de los humanos...
Me ro de tu grandeza, le interrumpi el Hierro, si grandeza hay en
ceir la frente del tirano, o en adornar el pecho del asesino profesional o en
realzar los encantos de la carne de una prostituta de alto rango. Ja, ja, ja...! Me
ro de tu grandeza vana, metal inflado, cuya vanidad no se funda ni en el hecho
de servir de mal clavo a un zapato viejo. La humanidad no te debe ms que
dolor, infortunio, guerra... Soy el Hierro, el metal oscuro que hace posible una
buena cosecha; el metal modesto que sirve de base al maravilloso progreso
industrial del mundo. No realzo el encanto de las carnes de la cortesana, ni
constelo el pecho del militar, ni me tocan manos delicadas, ni siento las
blanduras de la seda; pero cuando el trabajador me toma en sus rudas manos, el
mundo se pone en movimiento, el progreso se echa a andar. Si desapareciera yo,
la humanidad se sumergira en la barbarie, dara un salto en las tinieblas. Soy el
Hierro, el metal modesto del que estn formados el martillo, la azada, la
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La Huelga
Muerte gloriosa la de aquel da memorable en que los mineros se declararon en
huelga. No muri, como mueren otros das, envuelto en una mortaja lvida, sino
que le toc en suerte que el sol le concediera las ms suntuosas prpuras en que
l mismo se arropa cuando bondadoso se despide para ir a prodigar luz, calor y
vida a otras regiones de su hija Tierra.
Los mineros haban adoptado aquel da resoluciones de importancia: no
trabajaran ms por el sueldo miserable que les pagaban las compaas; no era
posible hacer una vida humana con aquellos salarios de hambre; caramba! Se
parta el corazn de ver a los chicuelos tripudos, liendrudos, correteando entre el
polvo, hambrientos de golosinas y de pan, sin ms distraccin que la que es
proporcionada por la mansedumbre del perro sarnoso que, sin chistar, sufra de
ellos pellizcos y mordizcones en narices y orejas. No; aquello no poda
continuar as, era preciso tomar una resolucin enrgica; los zapatos de las
mujeres parecan campechanas: los de los hombres recordaban al caimn,
cuando tiene abiertas las mandbulas para atrapar moscas; y qu decir de los
vestidos? Andrajos, verdaderos andrajos, color de ala de mosca, y que, si sus
poseedores los hubieran abandonado, habran caminado solos movidos por lo
piojos; la situacin no poda ser peor; en los jacales faltaba lumbre a las
hornillas; la escasa boiga que poda obtenerse, tenan que comprarla al amo de
la hacienda cercana, y para no gastar mucho en combustible, menester era dejar
parados los frijoles y no dar al nixtamal el punto requerido, de suerte que
las tortillas resultaban indigestas. Total: que los mineros se haban declarado en
huelga, pidiendo aumento de salario y disminucin de la jornada de trabajo a
ocho horas. Harto haban suplicado a las compaas porque se les atendiera en
sus pretensiones y puesto que ellas se haban mostrado sordas, no suplicaran
ms: ahora dejaban el trabajo, a ver quin ganaba!
Das despus de aquel memorable que tuvo por mortaja las prpuras del
buen sol, los mineros se encontraban congregados con sus familias al pie de la
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Eso nunca!grita una voz que parece haber sido hecha a propsito
para servir de trueno en las tempestades revolucionarias. No nos rendiremos!
El jacal se estremece a la vibracin de aquella voz de tormenta; las
moscas, espantadas, abandonan por un momento las narices del chamaco y
revolotean, zumbando, para volver a prenderse de ellas, fastidiosas y tercas.
A la expropiacin!grita otra voz que por su timbre, parece haber
sido reproducida por todos los dolores, por todas las amarguras, por todas las
cleras acumuladas por siglos de esclavitud en el pecho de los pobres.
Viva el Partido Liberal Mexicano!grit El Tuso, en cuyos ojos arda
un fuego sagrado.
Viva Tierra y Libertad!grit Toms, y la asamblea entera, como si
sus componentes se hubieran puesto de acuerdo para ello, canta delirante las
viriles estrofas de la Marsellesa Anarquista:
No ms al amo gobernante;
Por vil salario queremos servir;
Ya no ms la limosna humillante;
Ya no ms suplicar ni pedir.
Y los treinta proletarios se echan fuera del jacal cantando, gritando,
llorando unos de emocin... Al fin iban a emanciparse los esclavos! El sol bes
amoroso las frentes de aquellos hroes que marchaban de frente a la
expropiacin.
***
A los diez minutos, aquel pequeo grupo de anarquistas estaba reforzado
por ms de quinientos proletarios, hombres, mujeres, ancianos, nios, hasta los
enfermos que abandonaban sus lechos para arrastrarse en pos de aquella masa
ansiosa de ser libre. Dos horas ms tarde, diez mil proletarios se encontraban
reunidos al pie de la colina donde les haba hablado el organizador haca poco
ms o menos un mes.
No hay para que decir que el organizador de la Unin brillaba por su
ausencia. Por lo dems, ningn parsito puede existir cuando son los
trabajadores los que toman por su cuenta la obra de su emancipacin. Todos
hablaban en voz alta; cada cual se senta libre. No haba all ningn redentor
ante quien inclinarse: todos eran redentores.
En menos de una hora, todos se pusieron de acuerdo: los trabajadores de
las minas, volveran al da siguiente al trabajo a trabajar por su cuenta y no ms
para las compaas; los trabajadores de las fundiciones, haran otro tanto;
comisiones de mineros y de fundidores salieron inmediatamente a invitar a los
campesinos, a los tejedores, a los sastres, a los zapateros, a los panaderos, a los
trabajadores de todas las industrias a que imitarn tan noble ejemplo, y se obr
con tal actividad y energa que cuando Carranza quiso enviar tropas para
proteger a los capitalistas, la expropiacin ya haba triunfado y los soldados no
se atrevieron a atacar a aquella masa de seres emancipados, dispuestos todos a
perder la vida mejor que continuar arrastrando una existencia llena de
humillaciones.
RICARDO FLORES MAGON
REVOLUCIONARIOS
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CUENTOS
2Entre los indgenas y gente pobre, cada una de las tres piedras que componen
el fogn y sobre las cuales se coloca la olla, el comal, etc., para cocinar o
cocer. Francisco J Santamara, Diccionario de mejicanismos.
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CUENTOS
La levita y la blusa
En el mismo muladar fueron a caer la levita aristocrtica y la plebeya blusa.
Qu asco!, qu humillacin!dijo la levita mirando de soslayo a su
vecina. Yo al lado de una blusa...
Una rfaga de viento ech una de las mangas de la blusa humilde sobre
la arrogante levita, como si su intencin hubiera sido reconciliar en aquel sitio
igualitario, por medio de un abrazo fraternal, dos prendas que tan distanciadas
se encuentran en la vida social de los humanos. Horror!grit la levita;
tu contacto me asesina, inmundo trapo! En verdad que tu audacia es inaudita.
Cmo te atreves a tocarme? No somos iguales! Yo soy la levita, la noble
prenda que abriga y da distincin al seor; soy la prenda de tono que slo
conoce el roce de las personas decentes; soy la prenda del banquero y del
profesionista, del legislador y del juez, del industrial y del comerciante; yo vivo
en el mundo de los negocios y del talento. Soy la prenda del rico, sabes?
Otra rfaga de viento separ de la levita la manga de la blusa, como si
sta, indignada, se hubiera arrepentido de haber abrigado por unos instantes
sentimientos fraternales para con aquel trapo pretencioso y, procurando contener
su clera, la blusa dijo:
Lstima me das, trapo orgulloso, envoltura de seres vanos y malvados.
Vergenza deberas tener de haber abrigado a los rufianes de guante blanco. Me
habra muerto de horror si hubiera sentido debajo de m los espantosos latidos
del corazn de un juez; me habra sentido deshonrada cubriendo la panza del
comerciante o del banquero. Soy la prenda del pobre. Debajo de m late el
corazn generoso del obrero; del trasquilador que quita a la oveja la materia
prima de que ests compuesta; del tejedor que la convirti en tela; del sastre que
la hizo levita. Soy el abrigo de seres tiles, laboriosos y buenos. No visito
palacios, pero vivo en la fbrica, frecuento la mina, asisto al taller; voy al
campo; me encuentro siempre en los lugares donde se produce la riqueza.
No se me encuentra en salones dorados ni en lujosos gabinetes, donde se
derrocha el oro que se ha hecho sudar al pobre, o donde se pacta la esclavitud
del desheredado; pero se me halla en el mitin libertario, donde la palabra
proftica del orador del pueblo anuncia el advenimiento de la sociedad nueva; se
me ve en el seno del grupo anarquista, dentro del cual preparan los buenos la
transformacin social. Y mientras t, prenda fatua! te revuelcas en la bacanal y
la orga, yo me cubro de gloria en la trinchera o desafo al esbirro en la barricada
y el motn cuando se lucha por la libertad y la justicia. Pero ha llegado el
momento en que t y yo tenemos que librar un duelo a muerte. T representas la
tirana; yo soy la protesta; frente a frente estamos el opresor y el rebelde, el
RICARDO FLORES MAGON
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CUENTOS
La libertad burguesa
I
Son las once y media de una noche invernal del Valle de Mxico, en que parece
que, de un momento a otro, va a realizarse el prodigioso espectculo de la cada
magnfica de todas las estrellas en una lluvia de diamantes.
Los barrios de la Capital duermen el mismo sueo pesado de sus
moradores, gente laboriosa que pasa las horas todas de los bellos das mexicanos
en la penumbra de los talleres y de las fbricas, amasando la riqueza del
burgus, y las noches esplndidas en las tinieblas de sus viviendas, ms que
humildes, misrrimas. Ni un transente en el barrio de Santiago Tlatelolco, con
excepcin de la presencia fugaz, por sus calles polvosas, de la patera que pasa
anunciando su mercanca en un canto melanclico, cuyas cadencias parecen
encerrar las tristezas, las amarguras, los tormentos de una raza mrtir: Paaatooo
cooociiidooo, toorta con chiii.. .
Hace fro; en las bocacalles parpadean las linternas de los tecolotes; un
hombre da golpecitos, al parecer convencionales, a la puerta mugrosa de una
accesoria de la calle del Puente de Tres Guerras; la puerta se abre como una
boca enorme que bosteza en las tinieblas, y un olor de miseria sale del interior;
el hombre entra resueltamente y la puerta se cierra tras l.
II
Aquella accesoria es la vivienda de Melquiades, el obrero tejedor, donde
se encuentran reunidos veintids trabajadores. Al entrar el recin llegado, todos
se apresuran a estrecharle la mano. Cunto haba tardado! Ya estaban
desesperados; algunos ya se haban marchado a sus casas. El recin llegado
explica lo mejor que puede el motivo de su tardanza: haba tenido que salir de la
ciudad al arreglo de asuntos importantes del sindicato obrero, del que es
organizador. En un rincn, dos obreros sentados en cuclillas hablan en voz baja.
Te puedo apostar, mano, que se ha pasado el tiempo en el lupanar,
y viene a contarnos ahora que ha andado fuera de la ciudad en asuntos de su
sindicato. se viste bien, come mejor, no se desloma como nosotros, porque
gana su buen sueldote como organizador. Ese ya est emancipado. Qu puede
importarle nuestra suerte? Crees que pueda sentir como siente el trabajador el
funcionario de un sindicato obrero? l saba que iban a ser tratados aqu asuntos
importantsimos para la suerte de la clase trabajadora, y, sin embargo, viene
tarde. Bien se ve que no tiene prisa en que nosotros nos emancipemos, porque si
nos emancipamos, al demonio se ir la unin por innecesaria!, y los
funcionarios de ella tendrn que trabajar para vivir, como cualquier mortal lo
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CUENTOS
har cuando hayamos logrado derribar el sistema que nos aplasta. Tienes
razn, manito, dice el otro; el funcionario de una unin o sindicato siente
como burgus, y, por lo tanto, tiene inters en que se retarde nuestra
emancipacin.
Todos hablan al mismo tiempo, reanimados con la llegada del
organizador. El tiempo vuela, hay que arreglar el asunto que se tiene entre
manos. Melquiades levanta el brazo derecho como para indicar que tiene algo
que decir. Se hace el silencio. Melquiades se aprieta el ceidor, escupe y dice
con una entonacin de voz que refleja la sinceridad de un noble corazn
proletario:
Compaeros: como os explicamos en la circular que os enviamos los
miembros del Grupo Humanidad Consciente, este mitin tiene por objeto
determinar qu actitud debemos asumir los trabajadores ante la falta de
cumplimiento de las promesas que nos hiciera el Partido Constitucionalista 2
cuando ese partido aspiraba al Poder y necesitaba de nuestra ayuda, ayuda que
consigui, pues muchos miembros de la clase trabajadora derramaron su sangre
en los campos de batalla por la bandera constitucionalista, y muchos, tambin,
acudieron a los comicios a depositar su boleta electoral a favor de Carranza.
Pues bien, compaeros: hace mucho tiempo que tenemos gobierno carrancista y
todo sigue lo mismo que antes de la Revolucin, o mejor dicho, todo sigue peor
que antes, porque ahora pesa sobre los hombros del trabajador no solo la antigua
deuda nacional, sino la nueva deuda, la contrada con los banqueros de los
Estados Unidos para consolidar el gobierno carrancista, sin contar los centenares
de millones de pesos que estamos pagando como indemnizacin a los burgueses
nacionales y extranjeros que sufrieron perjuicios durante la Revolucin. La
miseria es extrema; la tirana es peor que la que exista cuando domin el odioso
tirano Porfirio Daz. En concepto de los trabajadores que formamos el Grupo
Humanidad Consciente, lo que se necesita es secundar el hermoso
movimiento de los que no abandonaron las armas cuando subi al poder
Venustiano Carranza, y que luchan al grito de Tierra y Libertad! S,
compaeros; adoptemos los principios del Partido Liberal mexicano y hagamos
nuestro el Manifiesto del 23 de septiembre de 1911! A la tirana respondamos
con la barricada; al hambre, con la expropiacin! Rebelmonos!
La audiencia se estremece; unos, de miedo; otros porque aquella
incitacin directa a la violencia, como nico medio para hacer efectivo un
derecho, responde a deseos y a ideas acariciadas en secreto; pero nadie
materializa con un s ni con un no su aprobacin o desaprobacin. El tecolote
de la esquina inmediata lanza al viento su silbato de alerta, y a ese silbato siguen
otro y otros ms de todos los tecolotes del barrio y de todos sus colegas de la
enorme ciudad. El perro de la accesoria vecina, donde hay un velorio, alla
lgubremente; un castaero, embozado hasta los ojos, pasa anunciando su
mercanca con una voz que delata al aguardiente. Aunque nuestros hermanos de
la accesoria no se dan cuenta de ello, las estrellas guien el ojo a nuestra madre
Tierra en un parpadeo obstinado. El organizador, plido, convulso, no sabe si
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tanto por el miedo de perder su posicin privilegiada como por los efectos de su
devocin a la parranda y a la orga, o por ambas causas a la vez, exclama:
Caramba! Qu es lo que estoy oyendo? En verdad que te crea ms
sensato, Melquiades. Nunca la violencia ha dado otro fruto que sangre, lgrimas,
dolor, luto. Puedo apostar a que has ledo un maldito peridico que se llama
REGENERACIN, escrito por renegados, por embaucadores, por malos
mexicanos, por despechados viles, por traidores a la patria, por explotadores,
por bribones, por canallas que estn engordando a expensas de los imbciles que
les llenan de oro los bolsillos, por cobardes que no tienen el valor de venir aqu
a publicar un peridico anarquista o de ingresar a cualquiera de esas gavillas de
bandidos que ellos aseguran, sin probarlo, que siguen sus principios. Quin los
conoce aqu?
Nadie! Un ruido, como el que produce una hoja de papel al rozar en el
suelo, hace que cerca de medio centenar de ojos se vuelvan hacia la puerta. En
el piso hay un papel, un papel que aparece en escena para representar su papel.
Uno de los del mitin lo toma en sus manos: es REGENERACIN! El peridico
odiado por todos los falsarios; la hoja insigne temida por todos los tiranos; la
publicacin excelsa que es a la vez, alimento para el bueno, veneno para el
malvado. Una mano abnegada haba deslizado el peridico por debajo de la
puerta. Al frente del peridico se admira un dibujo de Nicols Reveles 3 , el
artista crata, modesto, talentoso, rectilneo en sus concepciones porque no se
aparta del ideal anarquista. La hoja pasa de mano en mano, admirando todos la
inspiracin de Reveles. El organizador arrebata de las manos de uno de los
trabajadores el peridico incendiario, y alzando los ojos al techo, desde donde
algunas araas atisban el acto entre medrosas y picadas por la curiosidad,
exclama ms plido an:
No deja de haber propagandistas de las malas causas! La aparicin de
este peridico aqu, en estos momentos, revela que hay algn elemento
magonista en la ciudad, que obra en cambio del oro que recibe de Los ngeles.
No lo creis ahora? Esos hombres estn riqusimos, y lo prueba el hecho de que
hay miserables que por unos cuantos centavos se atreven a distribuir esta hoja
infame. Compaeros: nada de violencia! Todo lo podemos conseguir dentro de
la ley, por la va pacfica. Cuando haya en nuestros sindicatos tres millones de
trabajadores unidos, entonces podremos adoptar resoluciones ms enrgicas.
Adems, la clase trabajadora no est todava capacitada para aprovechar ni las
reformas que nuestro Gobierno tanto se afana por implementar. Todava ms,
compaeros: la actitud de esos bandidos que han quedado con las armas en la
mano, no da una oportunidad al Gobierno para que pueda hacer buenas las
reformas que ofreci. Os invito a que organicemos una manifestacin pblica
que recorra las principales calles de nuestra ciudad, pidiendo, de una manera
pacfica y ordenada, la pronta realizacin de todas las reformas ofrecidas por el
movimiento constitucionalista. As demostraremos al mundo entero que el
obrero mexicano es culto.
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diciembre de 1915, entre otros, La libertad burguesa, El azote del dbil, Todo
por la patria, La ley contra el derecho de vivir, El genio aprisionado y Los
znganos. Diseo, tambin, los decorados de la obra de teatro de RFM Tierra y
Libertad (1916) e ilustr Verdugos y vctimas (1918).
Vida nueva
Qu hacemos ahora? se preguntan los trabajadores, no sin cierta
inquietud.
Acaban de tomar la ciudad a sangre y fuego. No quedan en ella ni un
burgus, ni un sacerdote, ni un representante de la Autoridad, pues quien no
pende de un poste telegrfico, yace en la tierra, mostrando al sol sus gordas
carnes muertas, porque estos audaces trabajadores comprenden que, si se deja
escapar uno solo de estos parsitos, no tardar en regresar a la cabeza de una
nube de mercenarios para darles, en la sombra, un golpe por la espalda.
Qu hacemos ahora? y la pregunta angustiosa es repetida por mil y
mil labios convulsos, porque estos hombres, que no temen la metralla y saludan
con entusiasmo el rugido del can que les enva la muerte en cada bala, se
sienten tmidos en presencia de la Vida, que se les ofrece esplndida, bella,
buena, dulce.
Los hombres se rascan la cabeza entre pensativos y huraos; las mujeres
muerden la punta del rebozo; los chamacos, libres en su inocencia de las
preocupaciones de los grandes, aprovchanse de la ausencia del gendarme ido
para siempre, e invaden fruteras, y por primera vez en su vida satisfacen, hasta
el hartazgo, sus pueriles apetitos.
***
Ante aquel espectculo, la multitud se agita: son los nios quienes, en su candor,
estn enseando a los grandes lo que se debe hacer. Ms natural el nio, para
obrar, como que su inteligencia no est corrompida por las preocupaciones ni
los prejuicios que encadenan la mente de los grandes, hace lo que es justo hacer:
tomar de donde hay. La multitud se mueve, y en sus vaivenes remeda un mar de
sombreros de petate. El sol, nuestro padre, al besar los andrajos de la plebe
dignificada, deja, generoso, en ellos, parte de su luz, de su oro, de su belleza, y
aquellos trapos son banderas alegres de victoria.
En medio de aquel mar surge un hombre que parece el ms viril de un
barco en marcha hacia la Vida. Es Gumersindo, el campesino austero a quien se
le acaba de ver en los lugares de mayor peligro con su guadaa en alto, segadora
de cabezas de malvados, y smbolo, a la vez, del trabajo fecundo y noble.
Gumersindo se tercia el sarape; la multitud calla; se puede or la respiracin de
un nio. Gumersindo, emocionado, dijo:
Los nios nos dan el ejemplo. Imitmosles. Lo indispensable es
comer; que sea esa nuestra primera tarea. Tomemos de las tiendas y bodegas lo
que necesitemos hasta saciar nuestro apetito. Compaeros: a comer por primera
vez a nuestro gusto.
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Y los hombres y las mujeres del grupo Los Iguales prosiguen sus
labores.
***
Han pasado diez das desde que las fuerzas proletarias tomaron la ciudad, y la
poblacin entera descansa de las fatigas de una semana de placer en celebracin
de la Libertad. Grupos numerosos de proletarios se renen en las plazas
preguntndose unos a los otros qu sera bueno hacer. Los compaeros del
grupo Los Iguales han terminado sus planes de reconstruccin social, y tienen
fijados anuncios en las esquinas de las calles, por los cuales invitan a los
habitantes de las diversas secciones de la ciudad a que se renan en determinado
sitio de cada seccin para tratar asuntos de inters comn. Todos acuden al
llamado, pues todos estn ansiosos de hacer algo. Para muchos el porvenir es
incierto; para otros el horizonte es limitado; no faltan quienes crean que la
clera del cielo se descargar pronto sobre los hombres que ajusticiaron a los
sacerdotes; el temor a lo desconocido es genial; la inquietud comienza a
murmurar...
Los compaeros del grupo Los Iguales se encuentran repartidos en las
distintas secciones de la ciudad, y en lenguaje sencillo explican al pueblo las
excelencias del comunismo anarquista. La gente se arremolina. No quiere
palabras: quiere hechos. Tiene razn: se le ha engaado tanto! Pero no: esta vez
no se trata de un engao, y los oradores exponen con toda claridad lo que se
debe hacer desde luego, sin tardanza, sobre la marcha. Lo primero que hay que
hacer es indagar, con la mayor exactitud posible, el nmero de habitantes que
hay en la ciudad; hacer un inventario minucioso de los artculos alimenticios y
vestuario que existan en los almacenes y bodegas, para calcular qu tanto
tiempo podr alimentarse y vestirse la poblacin con los efectos que se tienen a
la mano.
El problema de los alojamientos ha quedado resuelto en parte durante los
das de fiesta de la libertad, pues los mismos habitantes de la ciudad, por propia
iniciativa, se alojaron en las residencias de los burgueses y de los parsitos de
todas descripciones, desaparecidos ya para siempre. Quedan muchas familias
habitando todava casuchas y cuartos de vecindad; pero al or esto, saltan al
frente los albailes diciendo que all estn ellos para hacer tantas casas cmodas
y bonitas como fueran necesarias. Ellos mismos, desde luego, sin necesidad de
nadie que se los ordene, nombran comisiones para que se encarguen de ver qu
nmero de casas es preciso construir sin tardanza para aquellos habitantes que
todava viven en vecindades y casuchas.
***
Las murmuraciones cesan: lo que se est arreglando disipa temores y sospechas.
No; esto s que es serio, se dice, y en los corazones renace la confianza que,
como una amable lumbre, desentumece entusiasmos, tan necesarios en toda
humana empresa. Sobran hombres de buena voluntad que se prestan para hacer
el censo de la poblacin y para formar los inventarios de todos los artculos
almacenados, pues no solamente se hace necesario inventariar artculos
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otros que los anarquistas, aaden, y los vivas a la Anarqua atruenan el espacio,
en ovaciones justsimas que al fin recibe el ideal sagrado. Ramn, el pen
ferroviario, llorando de emocin y agitando por lo alto un cuadernito
encuadernado en rojo, dice con voz entrecortada por los sollozos:
ste es nuestro maestro!
Es el Manifiesto del 23 de Septiembre de 1911, expedido por la Junta
Organizadora del Partido Liberal Mexicano.
***
Ramn est esplndido. Su rostro cuadrado, que parece haber sido tallado a
hachazos en el palo ms duro, despide luz, como el de todo hroe. El hroe no
es un dios, pues los anarquistas no tenemos dioses; pero es un ser que por sus
actos se eleva sobre nosotros como un ejemplo, como una grande y saludable
enseanza, y quiralo uno o no lo quiera admitir, resplandece como un sol.
Ramn explica la necesidad que hay, en vista de los datos suministrados,
de que todos los trabajadores de una misma industria se congreguen para que se
pongan de acuerdo en la organizacin del trabajo concerniente a su industria, y
una vez obtenido ese acuerdo, que delegados de los trabajadores de todas las
industrias se pongan de acuerdo tambin para producir lo que necesite la
poblacin. Todos aprueban la idea, y este acuerdo es dado a conocer por
Gumersindo a las asambleas de las diferentes secciones de la ciudad, las que
reciben la idea con grandes muestras de entusiasmo. Una era de prosperidad y
de progreso se abre al frente de la ciudad redimida. En lo de adelante la
produccin se ajustar a las necesidades de la poblacin, ya no para enriquecer a
unos cuantos bandidos.
***
Voluntarios de diversos oficios han concluido la construccin de vastos
galerones en distintos sitios de las varias secciones en que se ha dividido la
ciudad, y otros voluntarios han acarreado a dichos galerones los efectos que
todava se encontraban en gran cantidad en las tiendas, bodegas y otros
depsitos, efectos que, clasificados cuidadosamente, han sido distribuidos en los
departamentos hechos expresamente para contenerlos, y de donde van a
tomarlos los que los necesitan. En esos galerones sern depositados los efectos
que produzcan las diversas industrias.
***
Los compaeros del grupo Los Iguales no descansan. Qu enorme tarea la
suya! Qu colosales responsabilidades los aplastarn si el nuevo orden de cosas
llegara a fracasar! Pero trabajan con gran fe en el xito; con la fe intensa que
nace de una conviccin profunda. Sin embargo, algunos detalles les preocupan.
La ciudad no puede pasarla sin el trabajo del campo. Se necesita que el
campesino d al trabajador lo que ste necesita para comer, as como la materia
prima para la industria: algodn, ixtle, lana, madera y otras muchas cosas; en
cambio, el campesino tendr derecho a tomar de los almacenes de la ciudad todo
lo que necesite: ropa, artculos alimenticios elaborados o manufacturados,
muebles, maquinaria y utensilios para el trabajo; en una palabra, todo lo que
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CUENTOS
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El despertar de un cerebro
Qu te pasa, Nicanor? dice Petra alarmada al ver entrar a su marido,
plido, con los brazos cados, arrastrando apenas los pies, encorvadas las
espaldas, el sarape deslizndose de sus hombros.
Nicanor no responde; pero sus ojos hermosos fulguran como dos brasas
en la penumbra del cuarto. Petra, discreta, guarda silencio; mas el temblor de
sus labios denuncia gran inquietud.
Qu podr ser?, se pregunta la linda muchacha, y sus pestaas se
entornan como un fleco de seda que quisiera ocultar dos estrellas.
Un silencio angustioso reina en el cuarto, al que aade amargura ese
sonido peculiar que produce un lquido, como queja, como lamento, cuando est
prximo a entrar en ebullicin. El sonido proviene de una olla de barro en que
se cuecen los frijoles.
Nicanor haba estado con el amo aquella tarde para ver si al fin lograba
que le pagase lo que le corresponda por un mes que haba prestado sus servicios
en la hacienda. El amo estaba borracho, y le haba dicho lo de siempre: Dile a
tu mujer que ella venga a cobrarme por ti. El malhumor de Nicanor es visible.
A la luz de los tizones contempla a su Petra con amargura: Qu gran desgracia
es para el pobre tener mujer bonita!, piensa. No le queda otro recurso que huir
de la hacienda, como si hubiera cometido un delito, como si tuviera que
esconderse de los hombres para que no lo sealen con el dedo por sus malas
acciones. Y al pensar en todo esto, siente que algo se sacude en el fondo de su
ser, e instintivamente palpa por encima de los calzones blancos la aguda hoja de
su pual... Tiene que huir de la hacienda, l lo sabe muy bien, si no quiere tener
la misma suerte que Abundio, a quien fusil la Acordada por un caso parecido al
suyo, o la de Torcuato que, por lo mismo, se encuentra en el 5o batalln de
infantera, o bien la de Toribio, que se pudre en la prisin por un caso igual, y la
de tantos otros nobles trabajadores que no supieron otra cosa, mientras tuvieron
vida o permanecieron libres, que regar todos los das con su sudor el surco.
Petra, huyamos! dice al fin con una entonacin de voz ms parecida a
la de un culpable que a la de un inocente.
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CUENTOS
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recibir el consuelo de una sonrisa, bella como la luz de la aurora, blanda como
la seda de un ptalo de flor.
***
Nicanor ha luchado como bravo, no desmintiendo su fama de mozo valiente y
audaz.
l pele, como tantos otros, en la creencia de que hay hombres buenos,
abnegados, que una vez en la Presidencia de la Repblica pueden hacer la
felicidad del pueblo; pero Madero en el poder es un tirano como cualquier otro
gobernante. Subsiste el mismo mal que hizo que Nicanor se lanzara a la
Revolucin: la miseria y la tirana.
Nicanor est sombro. En su cerebro tiene lugar un desquiciamiento, un
cataclismo. El crea en la democracia. Crea que con la boleta electoral se poda
obtener un gobierno que diera Tierra y Libertad. El chasco ha sido superior, y la
ilusin se desvanece como el oro de las alas de una mariposa. Nicanor medita, y
en su sencillez comprende que ha cometido un error. Pero en qu ha estado el
mal? Esto es lo que le atormenta. l crea que por medio de un decreto la tierra
quedara en poder del pueblo, y hasta dio ms de un mojicn a los que le decan
que la tierra y toda la riqueza social deba ser tomada por la fuerza. Cunto se
avergenza ahora de su impulsivismo!
***
Ah est el mal! dice a Petra conmovido, en haber credo que otro puede
dar lo que debemos tomar con nuestras propias manos. Henos aqu tan pobres y
tan desamparados como antes, expuestos a toda clase de atropellos de parte de
los fuertes, pues me he llegado a convencer de que la Autoridad no hace justicia
al dbil.
Estas reflexiones hace Nicanor sentado al lado de Petra en una banca del
Zcalo, frente al Palacio Nacional. Los chamacos papeleros pasan y repasan
ofreciendo la prensa burguesa, un hombre, en otra banca, est entregado a una
lucha formal con los piojos; el sol hace hervir la sangre en las arterias. Un
gendarme se acerca; Nicanor presiente un atropello.
Ven ac, pelado sinvergenza, te voy a dar un trabajito! le dice el
tecolote.
Momentos despus se ve a Nicanor atravesando las calles de la ciudad
con un borracho a cuestas, camino de la demarcacin de polica. Excusado es
decir que nada se le paga por ese trabajo, pues el pobre est condenado a prestar
gratuitamente sus servicios a la seora Autoridad.
***
Pasan los aos. La ciudad se encuentra bajo el dominio carrancista. En los
Estados del Sur operan las fuerzas expropiadoras de Zapata y de Salgado 2 ; en
el Nordeste del territorio mexicano y a o largo de la costa occidental operan las
columnas villistas. Carranza no ha podido exterminar esos movimientos, y en
todo el pas germina la semilla anarquista sembrada por el Partido Liberal
Mexicano. Con el carrancismo todo se ha ganado, menos el Derecho de Vivir;
en el territorio controlado por sus fuerzas, masas hambrientas y desnudas hablan
RICARDO FLORES MAGON
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muy alto en contra de un movimiento que, por radical que sea, tenga como base
el derecho de propiedad privada y el principio de Autoridad.
Nicanor quiere trabajar, est dispuesto a trabajar para lograr su
subsistencia y la de su linda compaera; pero no hay trabajo. Las mquinas y
todas las industrias siguen siendo propiedad de la burguesa. Petra est enferma,
y no puede levantarse del petate. Petra se agota por momentos. De vez en
cuando abre los prpados y parece entonces que la obscura covacha se inunda de
luz: son los ltimos fulgores de dos estrellas que se apagan Nicanor siente que
una mano de hierro le oprime el corazn, y a pesar de los esfuerzos que hace
para contener el llanto, las lgrimas se deslizan a lo largo de sus mejillas. Petra
lo advierte y, sonriendo con sus labios, plidos como dos violetas moribundas,
dice con dulzura:
No te aflijas, bien mo, que pronto ser libre. La muerte: esa es la
libertad de los pobres, porque nadie nos manda, ni a nadie tenemos que
obedecer.
Nicanor la acaricia dulcemente. No hay en el cuarto ni un pedazo de
tortilla ni un grano de frijol.
***
Tan, tan, tan! llaman a la puerta.
Nicanor y Petra se miran con sobresalto. Quin podr ser? Y sus
corazones se oprimen angustiados presintiendo una desgracia. Es el escribano
pblico que, custodiado por varios gendarmes, trae la orden del juez que manda
poner en la calle a nuestros infortunados amigos por no haber pagado la renta de
la covacha en tres meses. No valen razones. Que la mujer est moribunda?
Tanto peor para ella! dice el escribano y ordena a los esbirros que en peso
la pongan en la calle. La orden es obedecida con ese placer malsano de los
malos corazones que sienten alegra ante el dolor humano. Entre dos toman el
petate y la mujer, como si se tratase de un fardo, tiran la carga a media calle.
Nicanor se arroja sobre su adorada Petra gritando:
Petra! Petra! Petra!
Todo llamado es en vano; Petra ha muerto, Petra ya es libre . . .
***
Nicanor est sentado en una banca del Zcalo, con su sarape en el hombro y sus
penas en el pecho. Qu forma del recuerdo del ser amado es ms exquisita que
el suspiro? Pobre de su Petra! muerta como un perro! Y en lo ms hondo de
su ser se agita algo que le hace acariciar el agudo pual por encima del calzn
blanco. Qu valemos los pobres bajo cualquier Gobierno?, se pregunta con
amargura, y su cerebro se entrega a las profundas reflexiones. Todo Gobierno
es malo, piensa, porque por su propia naturaleza no puede ser bueno sino para
aquellos que tienen intereses que perder, y para ellos son todos los cuidados,
todas las atenciones, por lo que me he convencido de que el Gobierno es
simplemente el guardin de los ricos, el que cuida que no caigan de las manos
de los burgueses las riquezas que los hombres producimos. Muera todo
Gobierno!
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CUENTOS
La barricada y la trinchera
Frente a frente estn las dos defensas enemigas: la barricada del pueblo y la
trinchera militar. La barricada muestra al sol su enorme mole irregular, y parece
estar orgullosa de su deformidad. La trinchera militar ostenta sus lneas
geomtricamente trazadas, y sonre de su contrahecha rival. Detrs de la
barricada esta el pueblo, amotinado; detrs de la trinchera se encuentra la
milicia.
Qu horrible cosa es una barricada! exclama la trinchera, y aade:
horrible como la gente que hay detrs de ella!
De la barricada proceden las notas viriles de himnos revolucionarios; en
la trinchera reina el silencio.
!Qu bien se conocedice la trinchera que slo gente perdida hay
detrs de ese armatoste! Yo nunca he visto que semejantes adefesios sirvan para
otra cosa que para proteger de una muerte merecida a la canalla. Gente mugrosa
y maloliente, bandidos, la plebe levantisca, eso es lo nico que puede abrigar
una cosa tan fea. En cambio, detrs de m estn los defensores de la ley y del
orden; los sostenes de las instituciones republicanas; gente disciplinada y
correcta; garanta de la tranquilidad pblica; escudo de la vida y de los intereses
de los ciudadanos.
Las barricadas tienen amor propio, y sta no poda ser la excepcin de la
regla. Siente que sus entraas de palos, ropas, cacharros, piedras y cuanto hay,
se estremecen de indignacin y con una entonacin de voz en la que hay la
solemnidad de las supremas resoluciones populares y la severidad de las
determinaciones supremas del pueblo, dice:
Alto ah, refugio de la opresin, reducto del crimen, que ests en
presencia del baluarte de la Libertad! Fea y contrahecha como soy, soy grande
porque no he sido fabricada por gente a sueldo, por mercenarios al servicio de la
tirana. Soy hija de la desesperacin popular; soy producto del alma atormentada
de los humildes, y de mis entraas nacen la Libertad y la Justicia.
Hay un momento de silencio en que la barricada parece meditar. Es
deforme y es bella al mismo tiempo: deforme por su construccin; bella por su
significacin. Es un himno fuerte y robusto a la libertad; es la protesta
formidable del oprimido.
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El mendigo y el ladrn
A lo largo de una avenida risuea van y vienen los transentes, hombres y
mujeres, perfumados, elegantes, insultantes. Pegado a la pared est el mendigo,
la pedigea mano adelantada, en los labios temblando la splica servil:
Una limosna, por el amor de Dios!
De vez en cuando cae una moneda en la mano del pordiosero, que ste
mete presuroso en el bolsillo prodigando alabanzas y reconocimientos
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quiere corromper a un hombre bueno, no se tiene que hacer otra cosa que
convertirlo en jefe.
El de los desengaos baj la frente, como quien se entrega a una
meditacin profunda, para continuar de esta manera:
As fue como murieron, una a una, mis esperanzas. La humanidad est
condenada a cadena perpetua, porque no puede encontrarse el hombre que
pueda salvarla.
Y suspir; en ese suspiro cabalgaban todos los desalientos, se sumaban
todos los desfallecimientos y todos los desmayos de todos los vencidos del
mundo.
El de las esperanzas abri los labios y, con un gesto que inyectaba
confianza y disipaba el pesimismo por el otro infundido, dijo:
Bien merecieron su fracaso los pueblos por andar en busca de un
hombre que los librase de la miseria y de la tirana. Yo no voy a buscar un
hombre que me redima, sino hombres que se rediman. Yo no creo en un hombre
que conceda la libertad, sino en hombres que la tomen por su cuenta. La
emancipacin de los oprimidos debe ser obra de los oprimidos mismos.
El de las esperanzas enderez la cabeza y lanz una amplia mirada, que
pareca abarcar todas las cosas, todos los hombres y todos los acontecimientos
de la Historia, una mirada que todo lo comprenda, y poda contenerlo todo y
sacar del conjunto conclusiones que fraternizaban con la ciencia. Despus de un
corto silencio, dijo:
El error de la humanidad ha consistido en quererse libertar de la
miseria y de la tirana dejando en pie la causa de esos males, que es el derecho
de propiedad privada, y sus naturales consecuencias: el Gobierno y la Religin;
porque la propiedad individual necesita un perro que la cuide: el Gobierno, y un
embustero que mantenga al pobre en el temor de Dios para que no se rebele: el
sacerdote. Yo voy contra el Capital, la Autoridad y la Religin. Voy hacia la
Anarqua. Yo triunfar!
Los dos viajeros se dieron la espalda, fuerte el uno con sus esperanzas,
desfallecido el otro con sus desengaos.
Regeneracin, 4ta. poca, nm. 218, 25 de diciembre de 1915; p. 2.
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En la calle.
Salgo a la calle, y lo nico que veo son hombres y mujeres que, como las hojas
de una baraja de mil cartas, se entrecruzan en un ir y venir sin fin. Veo sus
rostros y no encuentro en ellos la exteriorizacin de un sentimiento noble, el
reflejo de un grande ideal. Me parece que todos esos transentes forman parte
de una gran mascarada en el que cada quien compite en aparecer ms trivial,
ms soso, ms desabrido y ms idiota. Entonces, con el estmago asqueado y el
corazn oprimido, me pregunto sern estos enanos los gigantes que algn da
erijan ese monumento de virilidad y de protesta que se llama barricada?
Y me echo a andar en busca de un gesto audaz, de una actitud que rompa la
insignificancia del ambiente. Nada! Nada! Nada! Machos y hembras bien
vestidos que van y vienen, se entrecruzan y rozan y desgastan las suelas de los
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El insomnio.
El juez, confortablemente abrigado, se dispone a dormir. Ha cenado muy bien:
ostras, faisn, ensalada, frutas, pasteles y cuanto hay, rociado todo con
generosos vinos.
Pasa una hora, y el sueo se rehsa a adormecer sus prpados con sus
dedos de seda y a envolver su cerebro con la dulce niebla de la insensibilidad,
como si le guardase rencor de alguna mala pasada.
El juez no duerme, el juez est en vela, el juez es presa de insomnio. Su
cerebro trabaja:
Con qu derecho juzgo a mis semejantes? se pregunta, no
satisfecho del derecho que para ello le concede la Ley. Es que soy el mejor o
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La torta de pan
Desde el escaparate de una tienda, la torta de pan contempla el ir y venir del
gento annimo. No son pocos los que, a travs de la vidriera, le arrojan miradas
codiciosas, como que su dorada costra luce como invitacin al apetito, tentando
al pobre a violar la ley.
Hombres y mujeres, viejos y nios, pasan y repasan a lo largo del
escaparate, y la torta se siente mordida por las mil miradas vidas, las miradas
del hambre, que devoran hasta las rocas.
A veces la torta se estremece de emocin; un hambriento se detiene y la
mira, ardiendo en sus ojos la chispa expropiadora. Alarga la mano...; pero para
retirarla vivamente, el fro contacto del cristal le apaga la fiebre expropiadora,
recordando la Ley: no hurtars!
La torta, entonces, se estremece de clera. Una torta de pan no puede
comprender cmo es que un hombre que tiene hambre no se atreva a hacerla
suya para devorarla, con la naturalidad con que una acmila muerde el haz de
paja que encuentra a su paso.
La torta piensa:
El hombre es el animal ms imbcil con que se deshonra la Tierra.
Todos los animales toman de donde hay, menos el hombre. Y as se declara l
mismo el rey de la creacin! Heme aqu intacta, cuando ms de un estmago
ordena a la mano irresoluta que me tome.
El gento pasa y repasa a lo largo de la vidriera devorando, con los ojos,
la torta de pan. Algunos se detienen frente a ella, lanzan miradas furtivas a
derecha e izquierda... y se marchan a sus hogares con las manos vacas,
pensando en la Ley: no hurtars!
Una mujer la imagen del hambre se detiene, y con los ojos acaricia
la costra dorada de la torta de pan. En sus brazos esculidos lleva un nio,
esculido tambin, que chupa ferozmente un pecho que cuelga mustio como una
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vejiga desinflada. Esa torta es lo que necesita para que vuelva a sus pechos la
leche ausente...
En sus bellas pestaas tiemblan dos lgrimas, amargas como su
desamparo. Una piedra, al contemplarla, se partira en mil pedazos... menos el
corazn de un funcionario. Un gendarme se acerca, robusto como un mulo, y,
con voz imperiosa, ordena: Circulad!, al mismo tiempo que la empuja con la
punta del bastn, siguindola con la vista hasta que se pierde, con su dolor, en
medio del rebao irresoluto y cobarde...
La torta piensa:
Dentro de unas horas, cuando ya no sea yo ms que una torta de pan
viejo, ser arrojada a los marranos para que engorden mientras miles de seres
humanos se oprimirn el vientre mordido por el hambre. Ah!, los panaderos no
deberan hacer ms pan. Los hambrientos no me toman porque tienen la
esperanza de que se les arroje un pedazo de pan duro en cambio de su libertad,
trabajando para sus amos. As es el hombre! Un pedazo de pan duro para
entretener el hambre es un narctico que adormece, en los ms, la audacia
revolucionaria. Las instituciones caritativas, con las piltrafas que dan al
hambriento, son ms eficaces para matar la rebelda que el presidio y el cadalso.
El pan y circo de los romanos encierra un mundo de filosofa castradora.
Cuarenta y ocho horas de hambre universal, enarbolaran la bandera roja en
todos los pases del mundo...
La mano del dueo, que tom la torta con destino a los marranos, puso
un hasta aqu a los pensamientos subversivos del pan.
Regeneracin, 4ta. poca, nm. 222, 22 de enero de 1916; p. 2.
Cobrando mritos
El presidio y el templo charlan confidencialmente, como dos camaradas a
quienes ligan ms los lazos del crimen que los de la amistad. Del presidio se
escapan olores de ganado que se pudre; del templo sale un vaho cargado de
desmayos, saturado de desfallecimientos, como de la boca de un antro en cuyas
tinieblas se arrastrasen todas las debilidades y se retorcieran los brazos de todas
las impotencias.
La plebe me odiadice el presidio bostezando; pero merezco la
consideracin y el respeto que me otorgan las personas distinguidas, de cuyos
intereses soy escudo. Cada vez que el honorable guardin del orden me trae un
nuevo husped, tiemblo de emocin, y mi satisfaccin llega a su lmite cuando
siento rebullirse en mi vientre de piedra el mayor nmero de criminales.
Hay una pausa. A travs de las rejas se escuchan chirridos de cadenas,
rumores de quejas, chasquidos de ltigo, broncas voces de mando en medio de
un jadeo de bestias acosadas, todos los ruidos horribles que forman la horrible
msica del presidio.
Grande es tu misin, amigo presidiodice el templo, e inclino
reverente mis torres ante ti. Yo tambin me siento satisfecho de ser el escudo de
las personas distinguidas, porque si t encadenas el cuerpo del criminal, yo
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Telaraas
Las gentes son moscas; pero moscas estpidas que caen por millares en las
telaraas. El gobernante, el burgus, y el sacerdote no hacen ms que tender sus
telaraas para que al momento caigan en ellas las moscas humanas.
Las moscas, las verdaderas moscas, huyen de la telaraa; las moscas
humanas la buscan. Qu mosca tan estpida es la mosca humana!
Od ese rumor: es el zumbido de las moscas humanas que tienen prisa de
caer en la telaraa. Se encuentran pensando en la telaraa, suean en la telaraa
y se visten de prisa para ir en busca de la telaraa.
La telaraa de gobernante es una gran telaraa a la que acuden todas las
moscas. Estas saben que la araa gobernante las devorar, pero acuden de todos
modos, y una mosca se exprime toda la sangre en la Administracin de Rentas,
para que se mantenga la araa; otra, firma una boleta electoral para nombrarse
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una nueva araa, cuando la vieja ya ha chupado bastante, porque, la justicia ante
todo, hay algunas araas flacas, y es necesario que engorden; aquella, suda
levantando parches para encerrar a las moscas dscolas que murmuren de la
araa; la de ms all echa paredes y ms parches a la vieja telaraa
reformndola, para que no se pudra de puro vieja, pues, como dicen las moscas,
qu haramos sin una telaraa? Y las moscas todas zumban, sacrificndose por
la araa.
He aqu otra telaraa: la telaraa del burgus. Se atropellan las moscas
por caer en ella. Hasta madrugan para llegar ms pronto a la telaraa-fbrica a
que las chupe la tirana! Y ya exprimidas, vuelven hacia la telaraa-cine y hacia
la telaraa-teatro, a dejar el poco jugo que les queda y donde aprenden a respetar
a las araas de todos los tamaos y de todas las denominaciones, y si todava les
queda un poco de sangre vuelven zumbando hacia las telaraas-tiendas donde
pierden la ltima partcula de jugo vital; pero, dicen las moscas imbciles, qu
haramos las moscas sin la araa y su tela? Y las moscas sudan, se fatigan y
mueren para dar vida a la araa.
Esta telaraa es la del sacerdote. La araa velluda y ventruda que la
habita, gusta tanto del jugo como de los sesos de las moscas. Dejar sin sesos a
las moscas es, empero, su mayor deleite, porque as atolondradas, se dejarn
chupar mansamente de las dems araas. Las moscas humanas acuden como
verdaderas moscas a esta telaraa, y, mientras la araa las chupa, suean en otra
telaraa ms grande, sostenida por las estrellas, y habitada por una araa ms
gorda que se conforma con comerse de las moscas, el bagazo que le avientan las
araas de la Tierra; pero, como dicen los idiotas insectos: qu sera de nosotros
sin la araa? Y all van, zumbando, camino de la telaraa-templo, las moscas
aturdidas a sacrificarse por la araa.
Oh, escoba! Ya es tiempo de que sacudas tu indolencia para que limpies
de telaraas esta vieja Tierra.
Regeneracin, 4ta. poca, nm. 223, 29 de enero de 1916; p. 1.
El fardo
El viajero, con un fardo a cuestas, se ha detenido; se enjuga la frente sudorosa, y
dirigiendo la mirada al cielo, exclama con una voz cuya entonacin puede
compendiar en una sola queja, toda la angustia acumulada en siglos de
sufrimiento:
Escchame, Dios mo! Seor, compadcete de mis penas! Lbrame
de esta pesada carga!
Dios no le escucha y suspirando, el viajero prosigue su marcha. Su fatiga
es grande, como que el fardo es pesado y largo ha sido el camino recorrido.
El fardo es pesado, porque est repleto de preocupaciones, de prejuicios,
de mentiras elevadas por la ignorancia a la categora de verdades.
El viajero camina, camina, camina, con su fardo a cuestas trepando la
pendiente que, se le ha dicho, conduce a la libertad; pero por ms que aguza su
vista, no la ve, no la ve.
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El obrero y la mquina
Maldita mquina!exclama el obrero sudando de fatiga y de
congoja. Maldita mquina, que me haces sufrir tus rpidos movimientos
como si yo fuese, tambin, de acero, y me diera fuerza un motor! Yo te detesto,
armatoste vil, porque haciendo t el trabajo de diez, veinte o treinta obreros, me
quitas el pan de la boca y condenas a sufrir hambre a mi mujer y a mis hijos.
La mquina gime a impulsos del motor, como si ella participase
igualmente de la fatiga de su compaero de sangre y msculos: el hombre. Las
mil piezas de la mquina se mueven, se mueven sin cesar. Unas se deslizan,
saltan otras, giran stas, se balancean aqullas, sudando aceites negros,
chirriando, trepidando, fatigando la vista del esclavo de carne y hueso que tiene
que seguir atento sus movimientos, sobreponindose al mareo que ellos
provocan, para no dejarse coger un dedo por uno de esos diablillos de acero,
para no perder la mano, el brazo, la vida...
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garras de vampiro que te chupa la sangre, y trabaja para ti y para los tuyos,
idiota! Las mquinas somos buenas, ahorramos esfuerzo al hombre, pero los
trabajadores sois tan estpidos que nos dejis en las manos de vuestros
verdugos, cuando vosotros nos habis fabricado. Puede apetecerse mayor
imbecilidad? Calla, calla mejor! Si no tienes valor para romper tus cadenas, no
te quejes! Vamos, ya es hora de salir, lrgate y piensa!
Las palabras saludables de la mquina, y el aire fresco de la calle,
hicieron pensar al obrero. Sinti que un mundo se desplomaba dentro de su
cerebro: el de los prejuicios, las preocupaciones, los respetos a lo consagrado
por la tradicin y por las leyes, y, agitando el puo, grit:
Soy anarquista. Viva Tierra y Libertad!
Regeneracin, 4ta. poca, nm. 226, 12 de febrero de 1916; p. 1.
La revolucin.
Soy la fuerza que empuja a la humanidad haca un oriente lleno de luz y de
alegra.
El poderoso me teme; el humilde me adora.
Mi nombre lleva la consternacin y la tristeza al palacio; pero en los
hogares humildes resuena como una msica alegre, que llena de consuelo el
corazn de los que sufren.
Soy maga que transforma en hombres los rebaos.
Sin m, la humanidad continuara gimiendo bajo el ltigo de los
faraones.
Sin m, no se habra desplomado la Bastilla arrastrando en su cada la
barbarie feudal.
Hija de la Tirana, odio a mi madre. Prendida de las secas ubres de
infortunio, me nutro de dolor, de tristeza, de desesperacin y de clera, los
fuertes jugos con que se amasa la rebelda.
Todos me odian, menos los que sufren, y de ah que slo tenga alojo en
los lugares en que se amontona el dolor humano.
Encorvado sobre el surco, el campesino suea conmigo; en las entraas
de la tierra, el minero suspira por m; en la fbrica, el obrero me invoca.
Soy la nica esperanza de los desamparados, de los humildes, de los
parias. Vivo en la covacha; acompao a los que van de lugar en lugar ofreciendo
sus brazos a la rapia burguesa.
Soy el rayo de luz que penetra al calabozo del presidiario; soy la
promesa risuea que hace tolerable la vida del proscrito.
Pensamiento: pongo a Dios en el banquillo de los acusados y lo
sentencio a muerte. Accin: pongo en pie a los hombres que horadaban con sus
rodillas las baldosas de los templos, promuevo el progreso, hago la Historia.
Cededme el paso!
Soy la Revolucin!
Regeneracin, 4ta. poca, nm. 258, 28 de julio de 1917; p. 1 y 2.
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