El Cruce de Los Andes Guillermo Furlong PDF

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INSTITUTONACIONALSANMARTINIANO

SecretaradeCulturaPresidenciadelaNacin

CONCURSONACIONAL2008TEXTON053

ELCRUCEDELOSANDES.

PorGuillermoFurlongS.J.(18891974)

EN VEINTICUATRO DIAS HEMOS HECHO LA CAMPAA, PASAMOS LAS


CORDILLERAS MAS ELEVADAS DEL GLOBO, CONCLUIMOS CON LOS TIRANOS Y DIMOS
LA LIBERTAD A CHILE...
Palabras del general San Martn en el parte detallado de la batalla de Chacabuco. Santiago de Chile,
febrero 22 de 1817. Para la inmensa mayora de los que estudian y ensean la historia patria, el paso de los
Andes es un hecho de gran realce, una empresa difcil, penosa y peligrosa, pero estn muy lejos de imaginar lo
arduo y sobrehumano que fue aquel cruce, nico en los anales de la historia argentina y universal. Si
exceptuamos a los cuyanos que contemplan, da tras da, ese imponente muro de proporciones gigantescas, y
oyen a la continua las infinitas peripecias y mortales accidentes que all tienen lugar, bien pocos han de ser los
argentinos que tengan una idea, ni siquiera aproximada de lo que debi costar a San Martn cruzar la Cordillera.
El viaje actual, ya sea en tren, ya sea en rpido automvil u mnibus de pasajeros, y ni hablar en avin, slo
muy ligeramente capacita para que pueda uno formarse alguna idea de lo que, otrora, signific cruzar aquel
compacto aglomerado de gigantescos montes.. Para comprenderlo, con mayor aproximacin a la realidad
histrica, es menester eliminar, mentalmente, la amplia carretera que hoy existe; es menester suprimir la
mayora de los puentes, y es menester prescindir del tnel, de que se valen, as los trenes como los autos, para
acortar distancias y evitar terribles ascensos y descensos. En 1817 nada de eso haba. La carretera no era tal;
slo era un camino, de treinta a cincuenta centmetros de anchura, desigual y pedregoso, camino de mulas en el
que haba que viajar con la lentitud propia de estos animales, dado lo cual, el cruce demand de 20 das para las
tropas de la patria. Es posible que algn estudioso, al referirse al paso de los Andes no peque de esa estrechez
mental, ni de esa visual miope, pero la inmensa mayora de quienes no hayan pasado la Cordillera o, a lo menos
no se hayan internado en ella hasta Uspallata, por ejemplo, o hasta un punto anlogo, forzosamente han debido
formarse, y se forman, una idea harto inadecuada de lo que fue la hazaa sanmartiniana. El coronel Leopoldo R.
Ornstein ha escrito, con sobrado fundamento, que algunos tratadistas han establecido un parangn entre el paso
de los Andes con el de los Alpes por Anbal, primeramente, y por Napolen despus. La similitud es muy
relativa, por cuanto difieren en forma muy pronunciada las dimensiones y caractersticas geogrficas del teatro
de operaciones, como tambin los medios y recursos como fueron superadas en cada caso ambas cadenas
orogrficas. Esas diferencias son, precisamente, las que presentan la hazaa de San Martn como algo nico en
su gnero. En efecto: Anbal cruz los Alpes por caminos que ya en esa poca eran muy transitados, por ser vas
obligadas de intercambio comercial. Y aunque no puede afirmarse que su transitabilidad fuese fcil, tampoco
debe considerarse que pudiera presentar grandes dificultades, puesto que el general cartagins pudo llevar
consigo elefantes, carros de combates y sus largas columnas de abastecimiento. San Martn atraves los Andes
por empinadas y tortuosas huellas, por senderos de cornisa que slo permitan la marcha en fila india,
imposibilitado materialmente de llevar vehculos y debiendo conducir a lomo de mula su artillera, municiones
y vveres, aparte de haber tenido que recurrir a rsticos cabrestantes e improvisados trineos para salvar las ms
abruptas pendientes con sus caones. Habra podido Anbal franquear las cinco cordilleras de la ruta de Los
Patos, escalando, con elefantes y vehculos, los 5.000 metros del Paso Espinacito?
RELATOS VAGOS, IMPRECISOS Y DESCOLORIDOS
Fuera de Espejo, Mitre, Bertiling, Ornstein y alguno que otro historiador de nota, son harto vagas,
imprecisas y descoloridas las frases que los escritores en general consagran a la descripcin y apreciacin del
paso de los Andes. Nada digamos de los pintores o dibujantes, inspirados sin duda en los relatos que, por lo
comn, se encuentran en los libros de texto y en algunos otros de mayores nfulas. Son sin duda bellos y
expresivos los leos de Scott, de Blanes, Subercasseaux, de Ballerini, de Martn Oneto, etc., en los que San
Martn monta brioso corcel, y otro tanto hacen no pocos de sus generales y edecanes, y creerase al contemplar
esas descripciones pictricas, que fuera tan fcil galopar de Mendoza a Santiago de Chile, como de Crdoba a
Ascochinga, o desde Tandil a Dorrego, pero todos esos leos no responden a la verdad histrica, sino a la
poetizacin de la misma. Tal vez sea el cuadro de Waldemar Carlsen (1861), que conocemos por una litografa
de Claisseaux, y de la que hay ejemplares en el Museo Histrico Nacional, el que ms se acerca a la verdad
histrica, aunque no sin incurrir en inexactitudes.

CAMINOS QUE NO ERAN CAMINOS


Todos los pintores mencionados, con excepcin tal vez de Carlsen, suponen que San Martn y sus soldados
pudieron cruzar, ya a trote, ya a galope, el trayecto cordillerano, entre Mendoza y Santiago de Chile, siendo as
que, ni aun hoy da, es posible ese trotar o galopar, si no es en secciones muy reducidas y tan poco aptas que
pueden considerarse nulas. El caballo no poda ir sino a paso de mula, y si San Martn llev 1.600 caballos, de
los que slo 511 llegaron con vida a Chacabuco, era exclusivamente para la batalla o batallas que forzosamente
haba de librar con el enemigo, al llegar a Chile. An en la cuesta de Chacabuco, la caballada no pudo accionar,
cual quera San Martn, a causa de lo montaoso de la regin. La traccin a carreta, o en carretn, fue
absolutamente imposible, aunque en los caminos llanos y amplios, que son los menos, se utilizaron zorras
tiradas por bueyes o caballos, en las que se transportaban los diez y ocho caones, los dos anclotes, las cabrias y
parte de los equipajes. Recordemos que slo las mulas mansas eran adecuadas para el cruce de la Cordillera. Ya
en Plumerillo haba ordenado San Martn que las mulas, que haban de servir en la travesa, fueran amansadas,
de suerte que no produjeran incidentes, con detrimento de la tropa. An as, acaeci que algunas motivaran la
prdida de no pocos equipos del ejrcito. Los pintores, que han consignado en sus lienzos, escenas del cruce de
la Cordillera, suponen que las mulas iban con la carga sobre la lnea y ampliamente extendida a los dos lados;
pero no era as, ya que casi toda la carga, que podan llevar esos hbridos, haba de estar colocada sobre el
animal, no a los lados. Era absolutamente imposible que dicha carga se proyectara ms all de los veinte o
treinta centmetros por lado. El cargar con acierto a las mulas fue una de las maniobras ms delicadas, ya que en
todo camino-cornisa tenan las mulas que ir casi apegadas al talud, que surga a uno de los costados del mismo,
y cualquier golpe de la carga contra aquel, causaba la cada del animal al abismo, abierto siempre al otro
costado. Hoy, como otrora, los caminos tipo cornisa constituyen el 60 % de la ruta trasandina, a lo menos en
territorio argentino, pero si hoy esos caminos tienen una amplitud de tres y aun de cuatro metros, en 1817 su
anchura apenas llegaba, en los pasos mejores, a un metro, lo que imposibilitaba no slo el paso de todo vehculo,
sino que haca peligroso el trnsito de los animales cargados, aun de las mulas y vacas, cuanto ms el de
caballos, aunque fueran mansos.
TESTIMONIOS DE VIAJEROS
A mediados del siglo XVII escriba Diego de Rosales que el camino del Aconcagua es el ms usado, pero de
subidas altsimas y laderas donde apenas cabe el pie de la cabalgadura, y en discrepando un poco, cae en
horribles profundidades y ros arrebatados y de grandes piedras. Un siglo ms tarde, a mediados del XVIII,
escriba Pedro Lozano que para cruzar la Cordillera slo hay una senda en que apenas caben los pies de una
mula, a cuyos lados se ven, de una parte, profundsimos precipicios, cuyo trmino es un ro rapidsimo y, de la
otra, peas tajadas y empinados riscos, en donde si tropieza la cabalgadura, cae volteando, despeada hasta el
ro. En partes del sendero no se puede uno fiar de los pies de la bestia, ni an apenas se camina seguro en los
propios, por ser las laderas tan derechas y resbaladizas, que pone grima el pisar en ellas. Roberto Proctor, que
cruz la Cordillera en 1823, seis aos despus que San Martn haba hecho arreglar los caminos y aun abrir
algunos nuevos, segn l nos informa, refiere cmo en algunos puntos y por espacio de algunas yardas la senda
no tena ms de treinta y ocho o cuarenta y cinco centmetros de ancho. Mayer Arnold, que cruz la Cordillera
aos ms tarde, se refiere a las cortaderas o pasos con senda tortuosa de un metro ms o menos de ancho, sobre
la falda de un monte de greda y ripio. Si San Martn orden arreglar los caminos, como escribe Proctor,
suponemos que ese arreglo se reducira a hacer desaparecer el ripio, barrindolo hacia el abismo, que siempre
sigue a los caminos-cornisa, no slo molesto para el trnsito de los hombres y de las bestias, pero hasta
peligroso para stas y para aqullos. Otro tanto debieron de hacer en los lechos guijarrosos de ros secos y en los
pocos caminos del valle o en plano bajo, ya que todos estos son inmensos pedregales, que si no impiden,
ciertamente obstaculizan el trnsito.
EL RECODO DE LA MUERTE
An hoy da se recuerda a los turistas el punto denominado otrora el recodo de la muerte, por las desgracias
frecuentsimas que tenan lugar en esa curva. En 1825 la cruz el capitn F. Bond Head y se hizo eco de la
tradicin de cmo la arriada de mulas pasaba con temor y temblor por aquel punto: cuando doblaron por la
senda torcida, los colores diferentes de los animales, los diferentes colores del equipaje que conducan, con la
ropa pintoresca de los peones que vociferaban el extrao canto con que arrean las mulas, y la vista del peligroso
paso que deban trasponer, formaban en conjunto un espectculo interesantsimo. As que la mula delantera
lleg al comienzo del paso, se par, resistindose claramente a seguir, y es natural que todas las dems se
detuvieran tambin. Era la mula ms linda que tenamos y, por eso, se la haba cargado con doble peso que a
las otras; su carga nunca haba sido aliviada y se compona de cuatro maletas, dos que me pertenecan a m y
contenan no solamente una pesadsima talega de duros, sino tambin papeles de tal importancia que
difcilmente podra yo continuar el viaje sin ellos. Los peones luego redoblaron los gritos e inclinndose al
costado de la mula recogan piedras que tiraban a la mula delantera. Con la nariz en el suelo, literalmente
olfateando el camino, marchaban despacio, cambiando a menudo la posicin de sus patas, si encontraban flojo
el terreno, hasta llegar a la parte peor del paso, donde se volvi a parar, y entonces empec a mirar con grande
ansiedad mis maletas; pero los peones le volvieron a tirar pedradas y ella sigui la senda y lleg con felicidad
adonde yo estaba; varias otras siguieron. Por fin, la mulita portadora de una maleta con dos grandes bolsas de
vveres y muchas otras cosas, al pasar el mal punto, golpe la carga con la roca, con lo que las patas traseras

cayeron al precipicio, y las piedras sueltas inmediatamente comenzaron a desmoronarse a su contacto; sin
embargo, la delantera se afirm an en el estrecho sendero, donde no tena sitio para su cabeza, pero coloc el
hocico en la senda, a la izquierda y pareca sostenerse con la boca; su peligroso destino se decidi pronto por
una mulita suelta que se acerc y, como venan detrs, golpe el hocico de su camarada, desplazndola; le hizo
perder el equilibrio y, patas arriba, la pobre criatura instantneamente empez una cada realmente terrorfica.
Con todo el equipaje, fuertemente amarrado, se precipit por la pendiente escarpada, hasta llegar a una parte
completamente perpendicular, y entonces pareci rebotar y, dando vueltas en el aire, cay de lomo y sobre la
carga en el torrente profundo. Al momento desapareci. Tales eran los caminos que, por espacio de ms de
veinte das, tuvieron que recorrer los soldados del ms glorioso de nuestros ejrcitos. Nada extrao es, pues, que
las bajas de vacunos y caballares, y aun de mulas, fuera considerable. Lo extrao es que no hubiese sido
inmensamente ms grande. Si se prescinde de los medios mecanizados, sera, aun hoy da, una empresa nada
fcil para un ejrcito, cruzar la Cordillera, por el paso de Uspallata o por el paso de los Patos.
PASOS QUE APENAS DEJABAN PASAR
Y notemos aqu, antes de proseguir adelante, que la voz pasos es muy inexacta. No hay pasos en la Cordillera,
si por pasos se entienden callejones o desfiladeros ms o menos planos entre montes. Existen s desfiladeros,
pero no es dado transitar por ellos, esto es, no en el fondo sobre suelo firme y seguro, sino en las alturas y por
caminos abiertos a pico, entre los cien y los quinientos metros de altura sobre el fondo de las cortaduras o lecho
de los ros. Tanto si se va por Uspallata, como por los Patos, que son los caminos ms viables, y fueron los
elegidos por San Martn, slo hay como un dcimo del trayecto, donde se va en las bajuras y no en las alturas.
Llevar un ejrcito de 5.423 hombres, con 9.280 mulas, 1.500 caballos y 16 piezas de artillera, adems de
sobrestantes, anclotes, vituallas, forraje y municiones, por tales sendas y con todas las dificultades causadas por
la estrechez e inseguridad de las mismas, a las que hay que aadir la falta de agua, en unas ocasiones, el exceso
de agua en otras, los intenssimos fros de noche, y an en pleno da, el mal de montaa o soroche, la falta de
pastos para el ganado y de lea para hacer fuego y para disponer el rancho, etc., etc., y todo esto, no por espacio
de uno o dos das, sino por espacio de unos veinte das, es algo superior a toda ponderacin. Es una hazaa que
raya en la esfera de lo impracticable, de lo imposible. Es el ya citado Lozano que haba cruzado la cordillera a
mediados del siglo XVIII, quien pudo decir con toda verdad que La inmensa altura de estos disformes montes
parece competir con el cielo. Ni Pirineos, ni Alpes, ni otros de los ms elevados montes, que sabemos, pueden
correr pareja con ellos y quedara vanaglorioso el Olimpo tan celebrado, de merecer le admitiesen por
competidor.
LA FALTA DE AGUA Y DE LEA
Y Rosales, a quien tambin ya hemos citado, est en lo cierto al describir la Cordillera como una muralla de
soberbios montes amontonndose unos sobre otros, de tal arte, que el primero sirve de escala o de grada para el
segundo, hasta subir a tan grande altura que sobrepuja con mucho las nubes... y son en su comparacin nios o
pigmeos los Alpes, los Pirineos y Apeninos de Italia y otros gigantes de soberbia grandeza.
Pero nada arredr a San Martn. Nada de eso le arredr, pero todo esto le conturb. El mismo lo escriba as a
Toms Guido, en carta del 14 de junio de 1816: lo que no me deja dormir es, no la oposicin que puedan
hacerme los enemigos, sino el atravesar estos inmensos montes. Como el camino, as por Uspallata como por
los Patos, supone el cruzar cuatro cordilleras, son otros tantos los empinados ascensos y otros tantos los
precipitados descensos, casi siempre por rutas, hoy discretamente anchos, pero otrora, inconcebiblemente
estrechos, por las que tiene que andar el viajero. Pero no era el camino, aunque tan abrupto y rebelde, tan traidor
y falso, la nica dificultad que hubo que vencer el gran soldado de la Patria. Estaba tambin la falta de agua.
Singular paradoja: abunda el agua en la Cordillera, y es precisamente costeando ros de buen caudal y de
excelente calidad, que se hallan los caminos, y, no obstante, no hay agua, o slo la hay en contados puntos. Es
que en la Cordillera, sobre todo del lado argentino tiene lugar el tormento de Tntalo: estar al lado, a pocos
metros, de abundante agua y no poder beberla. La razn es muy sencilla: entre la senda que lleva el viajante y el
ro, hay 100, 200, 500 o ms metros de montaa tan perpendicular que no hay cmo bajar, y en caso de bajar,
no hay cmo subir otra vez. Si no es en algn que otro punto, donde el ro y camino se encuentran a igual o casi
igual nivel, no hay que pensar en utilizar el agua del ro Mendoza, si se hace el viaje por Uspallata, o el agua del
Ro de los Patos, si se toma la otra ruta principal. San Martn conoca esta realidad y por eso regul las jornadas
segn hubiese, o no, posibilidad de agua. He aqu algunas lneas del itinerario a seguir, por el grueso del
Ejrcito: 1 jornada... con monte y agua a una legua, antes de la parada; 2 jornada... sin agua alguna; 3
jornada... con agua dos leguas antes, en el carrizal; 4 jornada... sin agua en toda la tirada; 5 jornada... poca
agua; 6 jornada... sin agua; 7 jornada... sin agua toda [la jornada]; 8 jornada... con agua, etc. Haciendo la
travesa por jornadas, segn los sitios donde haba agua para saciar la sed de ms de 5.000 hombres y de ms de
10.000 bestias, quedaba eliminada una de las dificultades ms grandes.
No hay agua, sino en contadas ocasiones, pero no hubo entonces, ni hay al presente, pasto alguno adecuado para
las bestias ni lea alguna para los fogones, fuera del valle de Uspallata y del Valle Hermoso, en los que el
ejrcito poda estar acampando durante algunos das. En todos los restantes nada podra hallarse a uno y otro fin,
ya que el clima desrtico de la Cordillera hace que sta slo ofrezca rocas desnudas de toda vegetacin y valles
cubiertos de inmensos pedregales. En la aridez de las laderas slo se ve, de vez en cuando, unos arbustos

espinosos y retorcidos, entremezclados con pastos duros que hasta los 4,000 metros constituyen el tapiz vegetal
como estepa arbustiva. A excepcin del valle del Uspallata y del Valle Hermoso, no haba que pensar en hallar
forraje para los animales, si bien en algunos puntos exista y existe el pasto puna, gramnea tan dura como poco
digerible.
HABA QUE LLEVAR TODO EL FORRAJE
Fue, pues, necesario llevar a lomo de mula, todo el necesario forraje para alimentar a 10.000 bestias, durante
unos veinte das. Desgraciadamente no se llev el suficiente, puesto que no pocas mulas, que eran sin duda, las
peor alimentadas, desfallecieron de puro flacas. As lo manifest el mismo Beltrn, a cuyo cargo corra el
acarreo de la artillera: Estoy sin mulas, porque con el trabajo se caen de flacas. Otro producto de primera
necesidad, del que se debi llevar la necesaria cantidad fue la lea, as para hacer fuego y disponer el rancho
para ms de cinco mil hombres, como para ahuyentar el intenso fro de las noches, aunque en esto segundo
hubo poco gasto, por cuanto, en no pocas ocasiones, se lleg a prohibir el hacer fuego por la noche, por el
peligro de que sirviera de gua a los espas enemigos. Proctor recuerda cmo no es posible hallar arbustos
algunos, con que hacer fuego, y que la manera de hacer fuego, usada por los arrieros consiste en juntar cantidad
de bosta seca de mulas, que siempre hay en la senda. El da en que las fuerzas de Las Heras se aproximaron a la
cumbre, y a ella ascendieron en la oscuridad, por temor a ser sorprendidos, prohibi ese general el que se
encendiera fuego, aun para preparar los alimentos. La tropa slo pudo contar con una racin de galleta y una
porcin de vino. Gracias a las aguadas que se pudieron utilizar, y gracias a la lea, de que iba provisto el
ejrcito y a la bosta que haba en los caminos, sobre todo en los puntos ms amplios de los mismos, usados
como corrales, el ejrcito cocinaba de ordinario su rancho. Todos los comestibles fueron trados desde Mendoza
por la misma tropa y a lomo de mula, o en las mochilas, y condimentada con grasa y aj picante. Con la sola
adicin de agua caliente y harina de maz tostado se prepara un potaje tan agradable como substancioso. Sobre
las mulas cargueras iban 3.000 arrobas de charqui, adems de galletas de harina, maz tostado, vino, aguardiente,
ajos y cebollas. Estos ltimos tubrculos eran para combatir el apunamiento o soroche. Las provisiones de
quince das para 5.000 hombres ocuparon 510 mulas y las cargas de vino para racin diaria, 113 mulas. Segn
Miller, el nmero de reses en pie, vacunos todos ellos, llegaba a 483. A todos estos requisitos, a los que San
Martn tuvo que atender para el xito de la arriesgada empresa, hay que agregar otras necesidades, que haban
de ser previstas y solucionadas. Nada hemos hallado sobre el mal de ojos, causado por los fuertes rayos solares,
al reverberar stos sobre la nieve, ni sabemos que este mal afectara a los soldados de San Martn, como afect a
los de Jenofonte, como ste refiere en su Anbasis o Expedicin de los diez mil, y en caso de haber daado a la
tropa, ignoramos de qu remedio se valieron los mdicos de la misma, pero sabemos que el fro atorment
terriblemente a la tropa, no obstante toda la sabia y acertada previsin de San Martn.
LOS FRIOS ERAN INTENSISIMOS
En las zonas cercanas a la cumbre, los das, segn las horas y segn la ubicacin en que se encuentra uno, son
muy calurosos o muy fros, y las noches son frigidsimas siempre, tanto en las proximidades de la cumbre,
como lejos de ella. A quince y veinte grados bajo cero, llega el fro en algunas noches de verano, y an en pleno
da. Y pensar que toda la tropa, desde San Martn hasta el ltimo soldado, tuvieron que dormir a lo arriero, no
una, sino muchas noches, usando por cama la montura, el poncho y el jergn, y todo ello sobre el duro suelo. La
nieve que indefectiblemente cay sobre ellos, algunas noches, fue un reconfortante, como suele acaecer y la
escena matutina debi ser de singularsima en esas ocasiones, ya que el fro ms intenso es el de las primeras
horas de la maana, y todos los bagajes, cargas y armas estaran cubiertos de nieve, y las aguas, y dems
lquidos estaran helados, y los animales ateridos de fro. Eric Krumm, que recorri el camino seguido por San
Martn, describe lo que era el dormir y el despertarse: lo que ms pena daba era el ver a los animales
husmeando en la nieve, en busca de pasto, con las velas de hielo colgndoles de las crines, de la cola e incluso
de las pestaas. La nevada continuaba hasta alcanzar en algunos lugares a los 30 cms. Digamos aqu que la
nieve borra las huellas y si no hay buenos baquianos es harto fcil el extraviarse una caravana. El mismo Eric
Krumm, que hizo la travesa en 1938 nos informa al respecto: Las dificultades del camino aumentaron, a
medida que subamos; los peones eran poco conocedores de la zona, y la nieve haba cubierto toda huella.
Desde el pie de la cumbre hasta el Portillo, a 4800 metros, haba que repechar ms de mil metros en una cuesta
sumamente peligrosa. Para defender a sus soldados contra el fro, adopt San Martn dos medidas
extraordinarias: el proporcionar a la tropa zapatos que abrigaran bien los pies, y el distribuir a los mismos,
buena cantidad de alcohol, que le llevara calor al organismo. No olvid proveerlos de ponchos forrados y muy
abrigadores, pero crey que lo ms importante era un buen calzado, as para caminar por caminos pedregosos,
como para defenderse del fro. Con los desperdicios de cuero de las reses, hizo construir tamangos o zapatones
altos y anchos y los hizo forrar interiormente con trapos y lana. En su bando del 17 de octubre de 1816,
ordenando recoger trapos de lana para forrar los tamangos, manifestaba San Martn que ello era necesario por
cuanto la salud de la tropa es la poderosa mquina que bien dirigida puede dar el triunfo, y el abrigo de los pies
es el primer cuidado.
ABRIGOS HASTA PARA LAS BESTIAS
No obstante todos estos medios, es indecible lo que debi sufrir la tropa, sobre todo los hombres no
acostumbrados a climas fros. Digamos que tambin se provey de proteccin a las bestias, contra las

inclemencias andinas. Provey a caballos, mulas y vacas de la llamada enjalina chilena o abrigo forrado en
pieles. Desech los forrados de paja, por el peligro de que las bestias los comieran, por falta de otra
alimentacin. Como puede colegirse de todo lo dicho, aquellas veinte o ms noches cordilleranas debieron ser
atrozmente terribles, y es posible que ms de un soldado hubiera desertado, si la soledad, la distancia y el
desamparo del yermo, no le hubiera impedido. El fenmeno, a haberse realizado, no nos habra de extraar, ya
que aquella vida era humanamente intolerable y el que lo tolerara un ejrcito de 5.000 hroes, fue un fenmeno
inaudito. Caminar con suma fatiga, durante todo el da y pasar veinte o ms noches sin cuarteles, sin carpas, sin
techo alguno, hasta sin la ms rudimentaria comodidad, en zonas frigidsimas, bajo todas las inclemencias ms
bravas de los Andes, y todo ello sin una queja, sin una desercin y sin una seal de descontento, es por cierto
un hecho nico.
LA PUNA O EL SOROCHE
Pero a todas las dificultades sealadas hay que agregar an otra: los efectos de la puna o soroche. El fenmeno
es ciertamente terrible, ya que, an en horas de ms normalidad, la fatiga es grande y las fuerzas casi nulas. Y
no hay adaptacin alguna sbita, sino lenta de meses o aos. Segn el doctor Eduardo Acevedo Daz recientes
investigaciones afirman que el habitante de las punas y de las altas cordilleras, es una variedad del hombre. Sus
pulmones son de amplia capacidad; en proporcin al tamao del cuerpo, su corazn es de gran dimensin; el
trax es atltico; el pulso es lento. San Martn trat de aminorar las consecuencias de la puna, propinando
abundante ajo y cebolla a sus soldados, y facilitando el camino a los atacados en mula. Escribe Espejo que toda
la infantera iba montada hasta la primera noche de vivac en el descenso de la cordillera, para precaver o
disminuir la fatiga que el soroche produjera en la tropa. No obstante esto, entre los artculos de la proveedura,
se llevaban cargas de cebollas, de ajos y de vino para racionar la tropa en las jornadas peligrosas, que la
experiencia ha enseado ser antdotos poderosos que de ordinario precaven el mal o lo curan. Como es de
suponer, ni ese antdoto, ni el hacer que la infantera montara las mulas, salv a la tropa de los graves males y
aun de males mortales. El proveer a los soldados de mulas, sobre que montar, a lo menos en los trayectos ms
expuestos a la puna, era una buena medida, pero esta medida no fue tan eficiente como podra creerse, ya que
supona el ensillar y desensillar, labor que en las alturas se hace poco menos que imposible para los afectados
por la puna. Lo cierto es que, como escriba San Martn a Miller, la puna atac a la mayor parte del ejrcito, de
cuyas resultas perecieron varios soldados. Bajo los terribles y angustiosos efectos de la puna, aquellos hombres
no slo tenan que ensillar y desensillar; tenan que llevar el peso de su ropa, mochila cargada, armas y
municiones, y tenan que cargar con parte del menaje de cocina, y tenan que conducir las arrias de mulas y las
recuas de ganado, y tenan que llevar a pulso unas veces y, sobre zorras, otras veces, ya subiendo con
cabrestantes, ya bajando por medio de los mismos, las pesadas zorras y los pesadsimos caones. Eran 500 los
milicianos que tenan a su cargo esa labor, pero fue menester que todo el ejrcito participara en ese acarreo, ya
que los vehculos, fabricados para el transporte, as de la artillera, como del puente y de los cabrestantes, no
slo resultaron intiles, en dos tercios del camino, sino que el acarreo de los mismos resultaba otra pesada carga.
LOS MILICIANOS CON LAS ZORRAS
Haba caminos por los que era absolutamente imposible arrastrar la artillera. San Martn no ignoraba esta
realidad y as se explica el que hiciera retobar todas las piezas con cueros vacunos, as para que no se
deterioraran en la posibles cadas y golpes, como para poder sujetarlas ms fcilmente con cuerdas y sogas, y
poder as llevarlas alzadas sobre el suelo, en los caminos estrechos, y para poder descenderlas y subirlas con
cabrestantes en los pasos difciles. Por el camino de Uspallata, el ms corto y el menos arriesgado de los
caminos seguidos por el ejrcito de los Andes, se llevaron as 16 caones de calibres diversos, segn refera
despus San Martn y nos informa, adems, que eran conducidas por 500 milicianos con zorras y mucha parte
del camino a brazo y con el auxilio de cabrestantes para las grandes eminencias , as para subirlas como para
bajarlas. Es imponderable lo que estas operaciones exigan de hombres cansados y fatigados, sobre todo en las
cercanas de la cumbre, cuando la puna los tena a todos ellos, con poqusimas excepciones, desalentados,
medio asfixiados, con terribles dolores de cabeza y de odos, con angustias en todo el diafragma, incapacitados
de agacharse y aun de subir una pendiente suave, casi plana. A excepcin de muy pocos, no eran hombres
habituados a esas alturas.
PUENTE ARMABLE Y DESARMABLE
Para cruzar los ros colmados de agua, fue necesario llevar un puente, armarlo y desarmarlo cada vez que se
usara. Era un puente de maronas, de una extensin de cuarenta metros, utilizable en todos los pasos difciles,
sobre todo en el cruce de ros cajones. Los milicianos tuvieron que cargar tambin con el traslado de dos
anclotes. Se llevaban, escribe Espejo, para suplir las funciones de cabras o cabrestantes en los grandes
precipicios, adhirindose aparejos o cuadernales de toda clase o potencia, segn los casos. Espejo indica que
no fue necesario usar los anclotes para salvar los caones, aunque s para salvar la carga de las mulas, que caan
a los abismos menos profundos, pero sabemos por Beltrn que en las cortaderas un can rod al abismo y fue
rescatado sin otros perjuicios que la ruptura del eje y que ms de treinta cargas fueron igualmente rescatadas.
No nos consta, pero suponemos, que en puntos de ascenso tan marcados como los de Picheuta y Puente del Inca,
y en descensos tan vertiginosos como el de Caracoles, si no los anclotes, ciertamente las cabras debieron de ser
sumamente serviciales. Tan empinado es el ascenso hasta la cumbre como precipitado el descenso, una vez

pasada la misma. Las ochenta y seis vueltas cerradas en la cuesta de los Caracoles parecen estrangular el
camino entre el abismo y la montaa, y por eso debi ser penoso el descenso de la columna del general Las
Heras. No hay que olvidar que para pasar por el llamado Paso de la Iglesia, tuvo que subir novecientos metros
ms arriba del tnel, que ahora utilizan, as los trenes como los autos.
EL OASIS DE LOS MANANTIALES
Despus de referir cmo inici l el viaje el da 5 de febrero de 1939, escribe que, al siguiente da, lleg a las
cercanas del ro Patos, a un andarivel o camino-cornisa, sobre la estrechura llamada Paso de San Martn. De
aqu en adelante, -agrega Krumm-, el camino tendra un nuevo inters y una nueva emocin; recorrer la huella
del genio de Amrica. Nos detuvimos medio da en Las Hornillas y al amanecer del siguiente continuamos
nuestro viaje hacia el sud. Despus de cruzar el arroyo Aldeco y bordeando varios cerros de pendientes
escarpadas, llegamos, luego de seis leguas de marcha, a una amplia planicie llamada Manantiales, el lugar
elegido (por San Martn) para establecer el depsito de aprovisionamiento de vveres, reposicin de ganado y
evacuacin de heridos y enfermos, a cargo de 50 hombres durante la campaa de 1817. En las vegas de buen
pasto que lo circundan se ubicaron las reses, destinadas al mantenimiento de la tropa. De Manantiales, el
camino toma francamente la direccin Oeste, remontando el ro de Las Leas, enfrentando la cordillera de La
Ramada. El camino se estrecha, y la marcha se hace pesada. Durante todo el trayecto hay pasto y lea en
abundancia, no as en La Fra, donde hacemos alto a las 16 hs., despus de recorrer cinco leguas desde
Manantiales. La falta de lea se convirti en un serio problema, pues no tenamos con qu hacer fuego para
calentar una pava para el mate. Removiendo el suelo, encontramos algunas galletas de vacuno y pedazos de
esas races llamadas cuerno de cabra, con lo que resolvimos el problema. Las dificultades del camino
aumentaron, a medida que subamos; los peones eran poco conocedores de la zona y la nieve haba cubierto
toda huella. Desde el pie de la cumbre hasta El Portillo, a 4.800 m., haba que repechar ms de mil metros en
una cuesta sumamente peligrosa. Poco antes de llegar a la cumbre divisamos abajo a nuestro compaero y a un
pen que nos hacan seas. Llegamos finalmente al Portillo. Eran las 15 horas, y un sol radiante iluminaba el
panorama, mientras hacia atrs, abajo, se deshaca la tormenta. El espectculo, que desde all se ofrece a la vista,
escapa a todo adjetivo. Vecino nuestro casi a nuestro lado, se levanta majestuoso el Alma Negra (6.400), ms
all el extenso glaciar de La Mesa, a nuestros pies una muchedumbre de cerros menores bajo un manto de nieve,
como si la cordillera se hubiese puesto su traje de va para recibirnos. Al oeste, recortados sobre el horizonte, un
sin fin de picachos sealan el cordn fronterizo. A nuestra izquierda el Cordn de los Amarillos, y frente
nuestro, al sud, la mole gigantesca del Aconcagua.
POR AQUI PASO EL GENERAL SAN MARTIN
Sobre el Portillo, fija a una enorme piedra, una placa de bronce recuerda la gesta memorable. En ella leemos:
Centenario del Ejrcito de los Andes. Por aqu pas el General San Martn, con las Divisiones Vanguardia y
Reserva, al mando de los Generales Soler y OHiggins, febrero de 1817. Una indecible emocin nos embarga.
Slo los que han vivido en la intimidad ruda y brava de la cordillera y ms especialmente aquellos que una vez
sintieron detenerse el aliento y achicarse el corazn, sorteando el Espinacito, pueden valorar en toda su
magnitud lo pico de la hazaa. Por esa misma cuesta pasaron miles de hombres hace ms de un siglo,
animados por un nico ideal: la Libertad; por un nico amor: la Patria. Por all quedaron sembradas a lo largo
de la huella millares de osamentas de aquellas sufridas y heroicas mulas cuyanas, que, agotadas por el esfuerzo,
rindieron su vida y que an esperan el momento que recuerde su contribucin annima a la libertad de Chile.
All la noche sorprendi a OHiggins, el hroe de Rancagua, mientras la mitad de su tropa marchaba a pie por
la empinada ladera en medio de un fro glacial. Iniciamos el descenso por uno de los pasos ms peligrosos de la
cordillera. Causa asombro pensar que por all desfil todo un ejrcito, sin perder ni un hombre ni una carga.
Nuestros animales se enterraban hasta la panza en algunos lugares en que la nieve se haba acumulado,
obligndonos a desmontar. El Espinacito es precisamente eso, un espinazo, sobre cuyo filo, obstruido por
piedras, y penitentes, tenamos que marchar, mientras a ambos lados acechaba el abismo. Es equivocado creer,
como se dice generalmente en los libros de texto, que para conocer los pasos cordilleranos, envi San Martn
con ese objetivo a Alvarez Condarco, y que, basado en los datos que pudo traer, atesorados en su memoria, que
debi ser prodigiosa, se efectu la campaa. San Martn conoca la cordillera tanto como Alvarez Condarco, ya
porque obraban en su poder mapas y planos, ya porque pudo proveerse de buenos baquianos que conocan la
cordillera palmo a palmo, ya porque l mismo personalmente haba penetrado por el macizo andino, en varias
ocasiones. As para conocer los puntos por donde podra acaecer una invasin realista sobre Mendoza, cosa que
San Martn consider ya como una realidad en el verano 1815-1816, como para conocer de vista la cordillera,
hizo en junio del primero de esos aos un viaje a San Juan y explor los caminos que desde esta ciudad
conducen a Chile. En mayo y junio del siguiente ao explor los boquetes ms cercanos a Mendoza, habiendo
insumido unos das en una de esas entradas. Alvarez Condarco, como ingeniero pas tal vez a Chile por
Uspallata, y regres por Los Patos, pero slo para anotar cartogrficamente los alrededores de Chacabuco. Con
anterioridad a l, haba San Martn destacado al Teniente Jos Aldao, con anloga misin. Lleg ste hasta el
Juncalillo, conforme escriba desde l mismo a San Martn, con fecha 14 de Marzo de 1816.
UN SOLO MAPA IMPRESO DE LA CORDILLERA

San Martn, posea adems algunos planos de la cordillera, y uno, hecho a base de ellos, debi ser el que envi
l a Pueyrredn, y al que ste se refera en carta del 24 de enero de 1817, si es que el trmino plano no
equivale a proyecto. A lo menos para el Paso de Uspallata pudo contar San Martn con un plano bastante
discreto, como es la Carta Esfrica de la parte interior de la Amrica meridional para manifestar el camino que
conduce desde Valparaso a Buenos Aires, construido por las observaciones astronmicas que hicieron en estos
pasajes en 1794 Don Jos de Espinosa y Don Felipe Bauz, Oficiales de la Real Armada, en la direccin
Hidrogrfica. Es ste el nico que conocemos, anterior al cruce de los Andes por San Martn y que pudo serle
de alguna utilidad. Consta positivamente que no conoca el General en Jefe plano alguno de la cuesta de
Chacabuco, a lo menos con los detalles que crea imprescindibles, y que, antes de la batalla de ese nombre, los
ingenieros Arcos y Alvarez Condarco pasaron los das 10 y 11 de febrero levantando un croquis de las serranas,
a cuyo efecto contaron con la proteccin de varias guerrillas de infantera y caballera. Los baquianos,
conocedores de toda la ruta, eran pocos, siendo uno de ellos un tal Francisco Oros. Los ms slo conocan
algunos sectores. Esto oblig a establecer, como escribe Ornstein un servicio escalonado de baquianos. Pero
aunque poseyera los mejores mapas ahora existentes, y aunque contara San Martn con los ms avezados
baquianos, no ignoraba que unos pocos soldados enemigos, estratgicamente colocados en los pasos ms
difciles de la cordillera, podan deshacer y aniquilar al ms numeroso y poderoso ejrcito, y por eso, antes de
emprender la marcha, realiz una sagacsima guerra de zapa (guerrilas), persuadiendo al enemigo que invadira
por el norte y por el sur, esto es, por Paso Guana, que sale algo al sur de Coquimbo y La Serena, y por el Paso
del Planchn, que sale en un punto entre Curic y Talca, y por esos lados envi algunas tropas. Slo
despistando as al enemigo pudo llevar el grueso del ejrcito por el Paso de Los Patos y enviar una fuerte
divisin, con toda la artillera por el Paso de Uspallata. De no haber desorientado as al enemigo, que contaba
con 5.020 hombres y 30 piezas de artillera, el ejrcito patrio haba tenido que pasar lances muy peligrosos.
COMO SE APROVISIONO EL EJERCITO DE LOS ANDES
Pueyrredn, que era Director Supremo, y el Congreso de Tucumn, o ste por medio de aqul, pudo
proporcionar a San Martn algunos recursos en dinero, pero las arcas estaban exhaustas y saba muy bien el gran
soldado que haba l de ingeniarse para allegar cuanto poda ser necesario, y tuvo la habilidad, despus de
ganarse las simpatas de las poblaciones cuyana, en especial, las de los mendocinos, de allegar cuanto le era
necesario. Se conservan los originales de algunos de sus pedidos o de sus rdenes, correspondientes a los
postreros meses de 1816 y enero de 1817: En la necesidad de apelar nicamente a los recursos de esta
benemrita Capital (Mendoza) y dems pueblos de la provincia, casi para la mayor parte de los auxilios de
Ejrcito, pongo en la consideracin de V.S., que debe exigirse al vecindario, 1.000 recados o monturas
completas de regular uso y el mayor nmero posible de pieles de carnero, ponchos, jergas, ristras o pedazos de
stos, pues no importa que sean viejos. Pueden admitirse recados, aunque les falte freno, con tal de que tengan
riendas.- Junio 7 de 1816. Se necesita exigir del vecindario 1.000 monturas y cantidad indefinida de jergas y
ponchos para el ejrcito.- 27 de Septiembre de 1816. Espero que V.S. se sirva dictar sus providencias para
que se recojan 700 camisas, 715 pares de pantalones de bayetilla y 200 bolsas de lonilla para cartuchos de can
que se ha repartido entre el vecindario para que las cosa. - Septiembre 27 de 1816. Relacin de los enseres y
tiles que se han entregado al Ejrcito de los Andes en la fecha: 795 cueros de carnero 209 lomillos 116 cinchas
33 pares de riendas 291 ponchos 74 jergas 43 frazadas 26 badanas blancas 11 piezas de lienzo azul o tucuyo 1
pieza de brin 40 barras de picote o bayeta blanca 58 hachas 18 piedras de afilar.
Mendoza, octubre 3 de 1816. Para la mantencin de las cabalgaduras, arreas y ganados vacunos que debe
servir al Ejrcito, se necesitan 1.200 cuadras de alfalfa, adems de las 315 que ya posee el Estado. Espero que
V.S. se sirva tomar las disposiciones del caso para que el vecindario nos provea de ste importante auxilio.- 10
de octubre de 1816. Una seccin del Hospital Militar necesita, por lo menos, dos baos, que pueden hacerse
con una pipa (tonel). Espero que V.S. se sirva exigirla de donativo.- octubre 16 de 1816. Para cumplir la
promesa hecha al Cacique Pehuenche Nancuan de una media levita de paete encarnada, con un galn, espero
que V.S. se sirva mandar construirla por cuenta del Estado.- 16 de octubre de 1816. Para acampar las tropas
que vienen de Buenos Aires, he dado al campo la capacidad que permiten nuestros apuros, pero necesitamos
gran cantidad de totora; espero se sirva pedir al vecindario cuantas arrias tenga para su conduccin.- octubre 8
de 1816. Para los trabajos de la Maestranza, se necesita gran cantidad de becerros. Espero que V.S. se sirva
disponer la entrega de todos los que halla almacenados en la Aduana.- noviembre 8 de 1816
Tres piezas de pao azul que hay en la Aduana, se necesitan para vestuario de la tropa. Espero la orden de
V.S..-noviembre 12 de 1816. Don Joaqun Sosa, dueo de famosos potreros, no tiene hacienda que los tale;
srvase exigir, de este patriota, todo lo que tuviere para las arrias del Ejrcito.-noviembre 13 de 1816. Espero
que V.S. imparta las rdenes necesarias para que todas las carniceras de la ciudad y suburbios lleven, a la
Maestranza, todas las astas de las reses que matan.- noviembre 14 de 1816. Sera oportuno exigir de los
comerciantes toda la orilla de las piezas de pao que tuvieren para aplicrselas a tirantes de los 2.000 pares de
alforjas que se han construido para el Ejrcito.-noviembre 21 de 1816.
Recuerdo a V.S. la necesidad de acopiar el mayor nmero posible de los desperdicios de jergas, ponchos,
pieles de carnero y dems artculos aparentes para el auxilio de la tropa en su marcha por la cordillera.noviembre 1 de 1816. Se necesita tomar a flete doce carretas para conducir el carbn de Jocol para la
Maestranza, necesidad que pongo en consideracin de V.S..- diciembre 4 de 1816. Se necesita coser, a la

brevedad posible 500 camisas, cuyos cortes envo a V.S., para que se sirva repartir el trabajo entre el
vecindario.- diciembre 19 de 1816. Calculadas las cargas de municiones, resulta que hay un dficit que V.S.
se servir integrar, exigiendo por mitad a las provincias de San Juan y Mendoza.-diciembre 20 de 1816. No
hay pasto para la tercera parte del ganado. Ruego a V.S. se sirva ordenar que todos los potreros se pongan al
servicio del Estado hasta la partida del Ejrcito.- diciembre 24 de 1816. Srvase V.S. mandar recoger toda la
piedra pmez que haya en ste vecindario para la limpieza del armamento.(nota).-Si en las casas hay
destiladeras rotas, seran muy tiles para el mismo fin.-diciembre 26 de 1816. Urge acopiar cuanta cebolla
hubiera en Mendoza, para proveer al Ejrcito, como medio de combatir la puna.- diciembre 28 de 1816. Si,
como lo espero, entramos felizmente a Chile, en cualquier provincia la explotacin de minas exigir gran
cantidad de azogue, artculo que no posee aquel pas. San Luis lo tiene, por lo que espero que V.S. imparta
rdenes para que, trayndolo a esta capital, est listo para pasarlo a Chile.- enero 10 de 1817. Quedo impuesto
de haber llegado a San Juan 340 cueros de los 400 que haban pedido.- enero 10 de 1817. El Ejrcito necesita,
para sus muchos servicios, un nmero considerable de carretillas; por esto srvase V.S. dictar las rdenes para
que todas las que halla, del comercio o de particulares se pongan a disposicin del Comando de Artillera, hasta
el da de maana.- enero 10 de 1817. Espero que V.S. se sirva exigir a la Compaa de mineros de esta ciudad,
por va de prstamo, todas las herramientas que tuviese para los trabajos del Ejrcito.- enero 12 de 1817.
En cumplimiento de esta orden se entregaron: 14 combas, 72 barrenos, 47 cuas, 6 toquiadores, 8 barrotes. La
ordenanza herramientas que ocupa el Ilustre Cabildo, debe reunirse al Ejrcito. V.S. se servir ordenarlo as.enero 17 de 1817. La confeccin de harina tostada y galleta fina no debe cesar en este mes y en el que entra.
V.S. se servir ordenarlo as.-enero 24 de 1817.
SAN MARTIN Y LAS PROVINCIAS DE CUYO
Tres meses antes de emprender el cruce de la cordillera escribi San Martn esta carta al entonces Director
Supremo, Juan Martn de Pueyrredn: Un justo homenaje al virtuoso patriotismo de los habitantes de esta
provincia, me lleva a interrumpir la bien ocupada atencin de V.E. presentndole en globo sus servicios. Dos
aos ha, que paralizado su comercio, ha decrecido en proporcin su industria y fondos, desde la ocupacin de
Chile por los peninsulares. Pero como si la falta de recursos le diera ms valenta y firmeza en apurarlos,
ninguno han omitido, saliendo a cada paso de la comn esfera. Admira en efecto, que un pas de mediana
poblacin, sin erario pblico, sin comercio, ni grandes capitalistas, faltos de maderas, pieles, lanas, ganados en
muchas partes y de otras infinitas primeras materias y artculos bien importantes, haya podido elevar, de su
mismo seno, un Ejrcito de 3.000 hombres, despojndose hasta de sus esclavos, nicos brazos para su
agricultura, ocurrir a sus paras y subsistencia, y a la de ms de mil emigrados: fomentar los establecimientos de
Maestranza, laboratorios de salitre y plvora, armeras, parque, sala de armas, batn, cuarteles, campamento;
erogar ms de tres mil caballos, siete mil mulas, innumerables cabezas de ganado vacuno; en fin, para decirlo de
una vez, dar cuantos auxilios son imaginables y que no han venido de esa capital, para la creacin, progreso y
sostn del ejrcito de los Andes. No har mrito del continuado servicio de todas sus milicias en destacamentos
de Cordillera, guarniciones y otras muchas fatigas; tampoco de la tarea infatigable, e indotada de sus artistas en
los los obrajes del Estado. En una palabra, las fortunas particulares casi son del pblico: la mayor parte del
vecindario slo piensa en prodigar sus bienes a la comn conservacin. La Amrica es libre, Seor Excmo.; sus
feroces rivales temblarn, deslumbrados, al destello de virtudes tan slidas. Calcularn por ellas, fcilmente, el
poder unido de toda la Nacin. Por lo que a m respecta, contntome con elevar a V.E. sincopadas, aunque
genuinamente, las que adornan al pueblo de Cuyo, seguro de que el Supremo Gobierno del Estado har de sus
habitantes el digno aprecio que de justicia merecen; Dios guarde a V.E. Cuartel general de Mendoza.- 31 de
octubre de 1816.- Jos de San Martn.
EL CUARTEL GENERAL Y EL ESTADO MAYOR
Antes de proseguir en esta relacin de un hecho tan bravo y tan trascendental en la historia de la revolucin
americana, recordemos cmo qued constituido el Cuartel General, el Estado Mayor de este ejrcito.
CUARTEL GENERAL: Comandante en jefe del ejrcito: Gral. Jos de San Martn Comandante del Cuartel
General: Gral. Bernardo OHiggins Secretario de guerra: Tte. Cnel. Jos I. Zenteno Secretario particular:
Capitn Salvador Iglesias Auditor de guerra: Dr. Bernardo de Vera Capelln general castrense: Dr. Lorenzo
Giraldes Edecanes: Cnel. Hilarin de la Quintana, Tte. Cnel. Diego Paroissien y sargento mayor Alvarez
Condarco Ayudantes: Capitanes: Juan OBrien, Manuel Acosta, Jos M. de la Cruz y Tte. Domingo Urrutia.
ESTADO MAYOR: Jefe del estado mayor: Gral. Miguel E. Soler 2 jefe del estado mayor: Cnel. Antonio Luis
Berutti Ayudantes: Sargento mayor Antonio Arcos, capitn Jos M. Aguirre y teniente Vicente Ramos Oficiales
Ordenanzas: Alfrez Manuel Mario, tenientes Manuel Saavedra y Francisco Meneses y subteniente Flix A.
Novoa Comisario general de guerra: Juan Gregorio Lemos Oficial 1 de comisara: Valeriano Garca Proveedor
general: Domingo Prez Agregados al estado mayor: Tenientes coroneles: A. Martnez, Ramn Freire y Jos
Samaniego, y sargentos mayores Enrique Martnez y Lucio Mansilla. No lamentamos, antes celebramos, el
haber consignado esta larga lista de nombres, pues son los de aquellos hombres que realizaron, al lado de San
Martn y bajo su gida, la ms hazaosa empresa militar de que se tiene noticia. Era de justicia el recordarlos,
por lo menos a los ms destacados de entre ellos.
FUERZAS DE LINEA

Hombres Batalln N 1 de Cazadores: 560 Batalln N.7 de lnea: 769 Batalln N 8 de lnea: 783 Batalln N
11 de lnea: 683 Batalln de Artillera: 241 Regimiento de Granaderos a Caballo: 241 Total: 3.778
SERVICIO Y TROPAS AUXILIARES: Cuerpo de barreneros de minas: 120 Destacamento de baqueanos: 25
Escuadrn de milicianos (custodia de bagajes): 1.200 Sanidad (hospital volante): 47 Total: 1.892 Concluimos
entonces que el gran total era de 5.423 hombres, cifra que se descompone en: - 3.778 soldados combatientes, 1.892 auxiliares, - 207 oficiales, de los cuales 28 eran jefes, y 3 generales - 15 empleados civiles. En cuanto al
material de guerra, haba en 1817: ARTILLERIA DE CAMPAA: diez caones montados y cuatro inservibles,
en Santiago. ARTILLERIA PESADA: ocho caones reforzados, trados de Lima. Adems, se dispona de los
caones de la fortaleza. Otro material: cuatro piezas en el Valle y once en Talca, todas en muy buen estado.
Municiones y pertrechos: concentrados en Talca y Talcahuano los del sur, y en Santiago los del centro. En
Coquimbo y La Serena existan tambin algunas dotaciones.
LAS SEIS EXPEDICIONES MILITARES
Como es sabido, fueron seis las rutas de invasin, dos primarias y cuatro secundarias. El grueso del ejrcito o
columna de Soler tom la ruta llamada corrientemente de Los Patos. Abri la marcha desde el Plumerillo el 19
de enero, tom por Jagel, Yalguaraz, Ro de los Patos, salv el alto cordn del Espinacito por el paso
homnimo, situado a 5.000 metros. El 2 de febrero inici el paso de la cadena limtrofe por el Paso de las
Llaretas. Esta columna tropez con las mayores dificultades, pues fue preciso escalar cuatro cordilleras. La
divisin de Las Heras sigui por el camino llamado de Uspallata y el valle del ro Mendoza; tras de librar las
acciones parciales de Picheuta y Potrerillos atraves el cordn limtrofe por los pasos de Bermejo e Iglesias el
da 1 de febrero. El 8, dando curso a las precisas instrucciones recibidas Las Heras entraba triunfante en Santa
Rosa, quedando establecida, en la misma fecha, la reunin con la divisin principal que el da anterior haba
salido victoriosa en la accin de Las Coimas. Para operar contra la provincia de Coquimbo, parti de Mendoza
un destacamento a las rdenes del teniente coronel Cabot, en San Juan fue reforzado con una partida de ochenta
milicianos. La divisin de Cabot, tom por Talacasto, Pismanta y escal la mole andina por el Paso de Guana.
Luego de promover la insurreccin en aquella regin trasandina y arrollar a sus oponentes, el 15 de febrero
entraba triunfante en Coquimbo. Por el extremo norte, el ejrcito de Belgrano cooper, destacando un
contingente de ochenta milicianos y cincuenta infantes dirigidos por Zelada y Dvila. El 5 de enero salieron de
Guandacol, desde donde pasaron a Laguna Brava, efectuando la travesa de la cordillera principal por el Paso de
Come-Caballos; sorprendiendo a las avanzadas realistas, el 13 de febrero, Copiap caa en poder de los patriotas.
Con un pequeo contingente, el capitn Lemos deba invadir por el camino del Portillo; sus instrucciones le
prevenan proporcionar las marchas en trminos que el 4 de febrero antes de romper el da, quede sorprendida
la guardia de San Gabriel, en el camino del Portillo, y era su objeto hacer entender al enemigo que todo el
ejrcito marcha por el Portillo.
Salvado este paso, practic el cruce por la cordillera por el boquete de Piuquenes; las malas condiciones del
tiempo le impidieron copar la fuerza enemiga, cual era su propsito y as sta pudo escapar. Posteriormente,
Lemos se reuni con el resto del ejrcito. Finalmente, por el Paso del Planchn pas la fuerza del teniente
coronel Freire, quien parti el 14 de enero de Mendoza, sigui por el camino de Lujn, San Carlos y San Rafael,
llegando el 1 de febrero al paso del Planchn por el que franque la cordillera.
EL AVANCE DE LAS FUERZAS PRINCIPALES
Fue el da 18 de enero de 1817 que la columna del entonces coronel Juan Gregorio de Las Heras comenz su
marcha, desde el campamento del Plumerillo, y contrariamente a lo que se haba antes resuelto, la artillera
sigui a la retaguardia de esta columna. Se reconoci que por Uspallata era ms fcil el traslado de esas piezas
pesadas, que por los Patos. En Cunota pas ese ejrcito la noche del 18 y del da 19, reanudando al siguiente da
la marcha. Cuatro das despus se encontraron con tropas realistas, y se saba que, en Santa Rosa de los Andes,
haba tropa prevenida y sobre las armas. Hubo un combate en Potrerillos, y pasando por Picheuta, Las
Polvaredas y Arrollo Santa Mara, lleg a Las Cuevas el da 1 de febrero de 1817. El paso ms difcil en el
cruce de la cumbre se efectu de noche, a la luz de una luna esplendente y en cinco horas se efectu el bravo
ascenso de 18 kilmetros, desde los 2.800 metros hasta los 3.800. Al poniente de la Cumbre pas varios das,
como San Martn lo haba dispuesto de antemano, por medio de un chasque. Reanud el avance, despus de un
triunfo obtenido en Guardia Vieja. La divisin principal del ejrcito estaba fraccionada en tres escalones, a las
rdenes de Soler, de OHiggins y de San Martn, y haba salido del Plumerillo, el da 19 de enero; continu en
los siguientes, y en los primeros das de febrero los dichos cuerpos franquearon las altas cumbres, no sin dar
varios combates, en plena cordillera como los de Achupallas y de las Coimas.
El grueso del ejrcito lleg a San Andrs de Trtaro y el da 8 de febrero ocupaba la poblacin de San Felipe,
donde se le junt la divisin de Las Heras. El cruce de la cordillera era ya una realidad, cual lo haba planeado
San Martn, y el ejrcito argentino estaba ya en Chile, dispuesto a dar la libertad al pas hermano, asegurando
as la suya propia y la de toda la Amrica. Terminemos estas lneas, recordando como Mitre nos dice que los
escritores alemanes de la escuela de Federico, en una poca (1852) en que buscaban ejemplos y lecciones para
su Ejrcito, consideraron digno de ser estudiado el Paso de los Andes, como un modelo, deduciendo de l
enseanzas nuevas para la guerra, y observa que la poca atencin que, en general se ha prestado al estudio de

la guerra en Amrica del Sur, hace ms interesante la MARCHA ADMIRABLE que el general San Martn a
travs de la Cordillera de los Andes, tanto por la clase de terreno en que la verific, como por las circunstancias
particulares que la motivaron. En esta marcha, as como en la de Suwarof por los Alpes y la de Peerofski por los
desiertos de la Turannia (Turquestn), se confirma ms la idea que un Ejrcito puede arrastrar toda clase de
penalidades, si est arraigada en sus filas, como debe, la slida y verdadera disciplina militar. No es posible
llevar a cabo grandes empresas sin orden, gran amor al servicio y una ciega confianza en quien los gua. Estos
atrevidos movimientos de los caudillos que los intentan, tienen por causa la gran fuerza de voluntad, el inmenso
ascendiente sobre sus subordinados y el estudio concienzudo practicado sobre el terreno en que van a ejecutar
sus operaciones, para llevar un exacto conocimiento de las dificultades que presente y poderlas aprovechar en
su favor, siendo su principal y ms til resultado ensearnos que las montaas, por ms elevadas que sean, no
deben considerarse como baluartes inexpugnables, sino como obstculos estratgicos.

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