El Músico

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EL MSICO EN EL CUARTO OSCURO

ARTBYFLOW

Un hombre estira su brazo izquierdo hacia una pared


oscura.
Al tipo le pidieron que obrara de acuerdo al guin que lo
vena involucrando hasta ese momento, que se ajustara
por favor.
Una mano tantea entre el oscuro cuarto, buscando un
suiche de luz que slo l sabe donde se encuentra. Los
dedos temerosos, pero giles y determinados, buscan

sobre la spera pared, algo que los sentidos del tipo


reconozcan como un suiche elctrico.
Lo que parece ser algo vertical que se sumerge entre el
piso de donde esta parado el tipo este, se siente
carrasposo y algo fro al tacto de las yemas de los dedos
delicados del pianista... Sencillamente, es la pared!
Gente en otros salones, miran hacia todo lado. Las
mujeres sonren a todo momento. Hay ansiedades que son
ms visibles que otras. Copas pasan alegres para ser
servidas a otros invitados. La noche, es de gala. Las luces
cumplen su funcin a todo volumen.
Los dedos del pianista, al fin reconocen una saliente en la
pared, que carga entre ella, sensaciones de plstico, que
se refieren a los mensajes mentales de algo similar a lo
que la mano buscaba.
Se enciende un bombillo de mercurio contaminante
blanco. Este alumbra rpido y en simultnea a una
habitacin diminuta sin ventanas, pero con altsimas
paredes, que hace las veces de vestbulo para un artista.
En el espaldar de la silla de lona blanquecina, un nombre
escrito... Ezequiel.
El pianista se mueve rpidamente hacia el espejo grande
del tocador antiguo y de madera que esta disponible. El
cuarto no huele a nada especial, tal vez carga un aroma a
encierro.
Afuera, la gente continua mirndose entre ellos. Las
mujeres son las ms admiradas de la velada. Vestidos de
todos los diferentes diseadores de la alta costura, llevan
las marcas invisibles e impresas dentro de los tan variados
estilos de vestirse en gala y a lo nocturno.
Sobre el tocador cuadrado donde est sentado el pianista,
un folleto de invitacin personal descansa sobre la
delicada superficie de madera fina roja en que esta hecho
el mueble. En el frente del volante publicitario, una foto de
un tipo vestido de frac rojo y corbatn negro que hace

juego con un afiche del pianista anclando sus dedos en un


inmenso piano de cola blanco, que esta pegado a la pared,
encima del espejo viejo.
El pianista luce intranquilo. Sus ojos claros llevan un iris
irritado y tembloroso que eleva la inmensa pupila como si
se fueran a salir las esferas de su cauce. El tipo ste, saca
de su bolsillo, un papel que a sido doblado muchsimas
veces antes. Parece una carta de amenaza de esas que
uno ve en las pelculas.
No me debo de salir del formato del guin, dijo hurao en
voz alta, sacando del bolsillo interno de su frac de color
intenso, un polvito blanco dentro de una bolsita plstica
pequeita. El pianista adentra la ua pulida de su delgado
y plido dedo meique derecho dentro de la bolsita, y lo
que saca en cmara lenta, y comienzan a materializarse
como si fuese una constelacin inmensa, tomos blancos
volando libremente en el aire sombro del cuarto... se
expanden, y entran en su cuerpo. El tipo, entre su acelere,
haba apagado antes el bombillo incandescente de la
pared fra, y encendido una vela dorada sobre un saliente
del mueble que reflejaba su rostro sudoroso dentro del
espejo.
Mientras tanto, afuera en el lobby, una mujer seductora y
frgil, pero larga de piernas y llena de curvas, con aire de
sarcasmo le dice algo a su acompaante en el gran saln.
ste, en apoyo, le contesta algo al odo de la reina de la
colmena vestida de rojo escarlata, que hace que ella se
desmiembre a mostrar una serie de dientes rtmicamente
escalonados y blanqusimos, que adornan unos labios que
le haran a cualquier hombre babas el cerebro, al verlos
gesticular palabras con ese tono de voz tan encantador y
neutral. Su seduccin se esparca por el aire. Su fuente la
lleva por dentro... se siente en pleno control y segura.
La mujer mira el panfleto de la invitacin. Luego busca
algo dentro de su diminuta bolsita que la acompaa, y gira
el cuello hacia donde se encuentra la salida de los artistas.
La mujer muestra en su ademan, una impaciencia oculta

que trae escondida. Busca con la mirada dentro de la


audiencia algo que le atae. Insatisfecha por no
encontrarlo, se dirige al camerino del msico a paso
presuroso y firme, moviendo su cabellera negra, como
mar nocturno.
Dentro de la habitacin diminuta, el pianista, se peina
rpidamente. Alguien toca en la puerta al tiempo, y l
pregunta... quien es?. Y repara, al subir el mentn y sin
dejar de peinarse, un grafiti realizado por alguien que
pas por ese mismo lugar, y quien sabe hace cuanto
tiempo. En el que est escrito en carboncillo y entre las
sombras y los rayones geomtricos, unas letras en
formato alemn que gritan: WAS WRE KUNST OHNE
WERTSCHTZUNG. El pianista recuerda en una fraccin de
segundo, tiempos de antes, y se ve as mismo cuando
estudiaba en una academia de artes sus primeras notas
musicales al piano, cuando apenas tendra no ms de
cinco aos. Luego descubre, que de ah hacia el techo del
cubculo, se desmiembra una impresionante lluvia de
contribuciones artsticas originales de cuanta persona all
pasado por ese cuartico simpln...
-que sucede Ezequiel?... la gente se impacienta!... dice
una voz de mujer a medio grito...
-que ya voy, que aguanten!... Y contina l
murmurndose sonetos que lo hacen recapacitar de
momento, al observar los dibujos, sobre algo demasiado
vital para su existencia, sobre todo, para el trance de
inseguridad tan hiriente que siente ahora.
No jodan carajo... uno aqu tratando se ser el buena
gente, llevando y trayendo notas musicales por entre los
tiempos y los espacios, y nadie que en verdad valore lo
nato y real que existe detrs de un pianista... O mejor
dicho, de mi; un masacrado artista entregado a todos y
manipulado por los empresarios de las logsticas
culturales modernas... No joda!, que esperen o que se
larguen del todo.

l mira al mismo tiempo y rpidamente a su alrededor,


como buscando algo. Revuelca ansiosamente entre los
cajones del tocador y desorganiza en el intento, cualquier
orden que hubiera podido existir dentro de ellos. Frunce el
ceo y mirando gilmente a la esquina de su derecha,
encuentra los restos de un carboncillo, y sonre. Lo toma
con ansias sublimes, se mira las yemas de los dos dedos y
siente dentro de su corazn, una alegra de aliento y de
vida, que no haba experimentado nunca antes en su
pequea existencia.
Una mano se mueve gilmente, entre claroscuros y
penumbras de vela; garabateando formas sobre la parte
baja de la pared spera. Lneas y curvas, femeninas y
masculinas, salen en todas las direcciones, desde el punto
de vista de alguien que acaba de descubrir a su propio
universo. La secuencia interna de los sentidos, entra en
una metamorfosis de cambios, que hace que el pianista
sienta, que el cuartico oscuro se comienza a transformar
en un universo inmenso que le place mucho. Las lneas
que salen de los dedos, que incursionan por primera vez
sensaciones de libertad, accionan hiprbolas y secuencias,
que entrelazan a todos los diseos artsticos dibujados por
algunas gentes en la parte superior del cuartico, como s
ellas, tmidas, no se hubieran atrevido a que la apariencia
de los primeros dos metros de la pared, se transformara
tambin, algn da; y le permitiera al cubculo, brillar entre
ese simplismo simblico obligado y de esa decencia a la
que lo tenan sumergido todos los visitantes que le
rendan pleitesa cuando pasaban por el edifico de
presentaciones publicas para la elite, en esa ciudad de
nadie.
Cuando el pianista termina con su obra maestra, sale del
trance donde se haba metido, y comienza a escuchar
alaridos desde el otro lado de la puerta. Voltea y rpido la
abre de un tirn, y con sus manos untadas aun de
carboncillo hasta las mancornas de su camisa elegante,
mira a todos y saluda, luego se limpia suavemente los
dedos sobre la panza dejando marcas oscuras sobre ella. Y
con una sonrisa de satisfaccin, le dice a los atnitos
presentes... Vamos, el acto va a comenzar!. Detrs de l,

dej mirando atnitos a todos hacia su gran obra de arte


muralista sobre las paredes saturadas en carboncillo.
Atrs quedaron los aromas de un mueble Luis XVI en
forma de tocador y un espejo de la poca. Atrs quedaron
los recuerdos de una academia que brindaba la autosatisfaccin de entregar piezas perfectas a las audiencias,
que como sedientas estas de lo mismo, acudan en masa a
los recintos sagrados, una y otra vez, a exhibir sus egos
entre ropa de marca.
Un piano salta veloz en forma repetitiva entre pocas notas
musicales... Por entre los escalones que unen a la
audiencia y al pianista, suben dos personas. Un hombre
joven y una dama elegante. El piano sigue tocando las
mismas notas. El chico, comienza a dictar letras de forma
armnica dentro del veloz macheteo de las teclas del
piano de cola. La dama comienza a hacer de vez en
cuando, sonidos como de cada de aguas y de lobos
aullando entre los otros dos compaeros. Esa noche no
hubo protocolos, el chico gritaba entre sonidos de lobo y
de agua... pasado ignoto, presente fugaz, futuro lejano...
Llovan los aplausos de forma corta. Nadie se esperaba
aquella impresionante funcin, estaban semi-aterrados. El
pianista se detuvo despus de ese ritmo musical que
pareca se desbocaba desde el mismo cosmos, y mira a su
reloj de pulso. Las siete y quince. Cuarenta y cinco
minutos haban estado en xtasis los tres, y quien sabe
cuantos otros del pblico. Cuando l se levanta, le
extiende su mano a sus dos contribuyentes, los trae hacia
s, y se abrazan juntos. Ellos sienten o saben que lo que la
msica mitig en esos minutos, fue algo mgico que
necesitaban de experimentar y de transmitir a los pocos
que de la audiencia aplaudan an. Los asustados,
parecan huir como de una avalancha de aguas que les
atormentaba.
La dama que desde el principio de las escenas buscaba a
Ezequiel permanentemente, sali de entre los bastidores
del escenario, y acercndose al grupo, con una mirada de
extraeza pero al mismo tiempo de asombro y contento,
le extiende la mano al pianista dicindole: gracias

Ezequiel, lo necesitaba. El tipo levanta su mano teida


an de carboncillo y en lugar de tomar la mano de su
agente, se la coloca a ella en el rostro de forma delicada y
le dice: somos una tribu salvaje, que an esta ocultndose
entre apariencias, como buscando ser si misma; recuerda,
una vela es la que debe alumbrar tu recinto interno... Ella
hace la diferencia.

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