Villoro, El Olvido

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Juan Villoro: escritor mexicano, autor de novelas, cuentos, crnicas y ensayos.

Su novela El testi-
go (Anagrama, Barcelona, 2004) obtuvo el Premio Herralde. Su ltimo libro es Llamadas de mster-
dam (Interzona, Buenos Aires, 2007).
Palabras claves: ciudad, caos, pasado, recuerdos, Mxico DF.
El Olvido
Un itinerario urbano
en Mxico DF
JUAN VILLORO
Ciudad fragmentada, rota, discontinua,
Mxico DF resulta ya imposible de
representar por entero. Sin embargo,
las sntesis caprichosas pueden transmitir
algo de su esencia: las instalaciones
involuntarias que ornamentan las calles,
desde un par de zapatos colgados de
un cable de luz hasta el tronco de un
rbol tapizado de chicles, o los recuerdos
fragmentados de una ciudad en
permanente deconstruccin, en la que
el pasado puede funcionar como un
mapa tan bueno como cualquier otro.
S
on muchas las estrategias para entender una ciudad. En el primer trecho
del siglo XX, Walter Benjamin aconsejaba perderse en ella de manera propo-
sitiva, como si se paseara por un bosque. Esto requera de talento, pero
tambin de aprendizaje; el paisaje urbano an tena signos de referencia que
impedan el extravo absoluto.
Las megalpolis llegaron para alterar la nocin de espacio y descentrar a sus
habitantes. Hoy en da, moverse por Tokio, Calcuta, San Pablo o la ciudad de
Mxico es un ejercicio que se asocia ms con el tiempo que con el espacio. No
hay un mapa definido para esos traslados sin fin, donde el medio de trans-
porte resulta ms significativo que el entorno.
En su novela Mao II, Don DeLillo comenta que Nueva York se caracteriza por
que nadie quiere estar ms de diez minutos en el mismo sitio. Esta ansiedad
de movimiento define el tono crispado de la ciudad.
Este artculo es copia fiel del publicado en la revista NUEVA SOCIEDAD N
o
212,
noviembre-diciembre de 2007, ISSN: 0251-3552, <www.nuso.org>.
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La mayora de las grandes urbes dependen del deseo de pasar de un lugar a
otro; sin embargo, trasladarse es un desafo tan severo que las obras pblicas
se conciben con frecuencia como una metfora de la vialidad y no como forma
real de desplazamiento.
En la ciudad de Mxico las travesas se articulan ms como una ruta de eva-
cuacin que como un paseo. La idea benjaminiana de conocer las calles a tra-
vs de un recorrido sin destino preciso no puede ser una meta deseable, por-
que es el inevitable punto de partida de cualquiera que se ponga en marcha.
Hace poco, una amiga pas por mi hija de siete aos para llevarla a una fies-
ta infantil. Me sorprendi que en el asiento trasero llevara una almohada. Es
para que duerma un rato: vamos muy lejos. La nica manera de volver tole-
rable un recorrido agotador consiste en suponer que el auto no es un medio
de transporte sino una vivienda.
Surcar el DF es, en el mejor de los casos, una actividad para nias dormidas.
Por desgracia, la mayora de los viajeros dormitan en la forzada convivencia
del microbs o el vagn del metro, y el resto lucha por un trozo de ciudad a
bordo de un coche. Dos tribus inmensas se desplazan a diario, los sonmbu-
los y los insomnes: cinco millones de pasajeros van aletargados en el metro y
cinco millones sufren ataques de nervios en los automviles.
En estas circunstancias, resulta casi imposible tener una representacin de
conjunto de la ciudad. La idea de orden o de traza urbana unitaria es ajena a
un sitio que opera como una asamblea de ciudades. El barrio de Santa Fe,
donde se concentra el gran capital, podra ser un suburbio de Houston, en la
misma medida en que la zona de Chalco podra integrar una degradada pe-
riferia de Pakistn.
Una prueba decisiva de la percepcin de una ciudad es la manera en que
es captada por la mirada infantil. Mi padre naci en Barcelona y vivi ah
hasta los nueve aos. Ochenta aos despus, mi hija pas tres aos en la
ciudad condal; lleg de uno y parti de cuatro. A pesar del vasto arco de
tiempo y las transformaciones tradas por la Guerra Civil y la reordenacin
urbana ejecutada a partir de las Olimpiadas de 1992, la impronta barcelo-
nesa de un nio de los aos 20 del siglo pasado no es muy distinta a la de
la primera generacin del siglo XXI. Comprob esto cuando mi hija me mos-
tr un dibujo.
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Estbamos en la playa, compartiendo uno de esos atardeceres en que los
adultos demoramos la tertulia, y mi hija se aburra. Le suger que hiciera un
dibujo y me pidi un tema. Propuse que pintara algo llamado Max en la
ciudad (Max es su peluche favorito). Al cabo de un rato lleg con el resul-
tado: vi el barrio gtico, el parque de la Ciudadela, el puerto, el acuario, el
Paseo San Juan, la tienda de la seora Milagros donde comprbamos ju-
guetes, el chiquipark. Salvo un par de detalles, la ciudad era idntica a la
que mi padre evocaba desde el exilio. Haba una notable persistencia de la
memoria en los sitios emblemticos de Barcelona. La repblica, la dictadu-
ra y el nacionalismo cataln no han alterado en lo esencial el relato con que
la ciudad se narra a s misma.
Me pregunt si mi hija hubiera podido trazar un mapa, no digamos amplio,
sino siquiera aproximado de la ciudad de Mxico, donde ha vivido en los l-
timos tres aos. En modo alguno. Su vida se estructura en torno a espacios
cerrados y medios de transporte.
Esta visin fragmentada, rota, discontinua, es comn a los millones de capi-
talinos que se desconciertan al abandonar su ruta acostumbrada. Hace mu-
cho que la figura del flneur que pasea con intenciones de perderse en pos de
una sorpresa fue sustituida por la del deportado que ansa volver a casa. En
Chilangpolis, la Odisea es la aventura de lo diario; ningn desafo supera al
de volver a salvo al punto de partida.
La mayora de las ciudades crece
en torno a una naturaleza defini-
da: un monte, un lago, un ro, una
ladera entre el mar y la montaa.
Cmo orientarse en un sitio sin
seas de referencia? El aire capita-
lino es recorrido por helicpteros
que informan de la situacin vial y
los muchos lugares por los que resulta imposible avanzar. Para quienes se
desplazan en coche la cartografa es un paisaje conjetural que llega a travs
de la radio. Si en Tokio Roland Barthes percibi una ciudad desestructu-
rada, carente de centro, hecha de orillas sucesivas, el testigo de la ciudad
de Mxico percibe una marea detenida e intransitable, donde un helicp-
tero hace las veces de faro extraviado en las alturas y aconseja usar vas
alternas, nombre que otorgamos a la realidad paralela a la que no podre-
mos acceder.
La mayora de las ciudades crece
en torno a una naturaleza
definida: un monte, un lago, un
ro, una ladera entre el mar y la
montaa. Cmo orientarse en un
sitio sin seas de referencia?

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La ciudad conserva algunas zonas habitables (Tlalpan, San ngel, Coyoa-
cn), derivadas de la imaginacin renacentista, barrios que confluyen en
plazas y fueron pensados para peatones ms o menos intrpidos, dispues-
tos a sortear empedrados y banquetas desiguales. El siglo XVIII vio la conso-
lidacin de una ciudad espaola que se propona civilizar por medio del es-
pacio y se postulaba como una tica en piedra. Inspirado en la utopa de
Moro, el virrey de Mendoza quiso organizar la traza de la ciudad como una
retcula perfecta. Otras ideas urbanas fueron menos conscientes del mensa-
je que transmitan pero siguieron la idea renacentista de que la plaza pbli-
ca adiestra a sus usuarios.
Borges dej una parbola perfecta sobre la forma en que la ciudad edifica a
sus habitantes. En Historia del guerrero y de la cautiva narra el drama de
Droctulft, un brbaro que llega a destruir Ravena en una poca incierta (ni
siquiera s en qu tiempo ocurri, escribe Borges, si al promediar el siglo VI,
cuando los longobardos desolaron las llanuras de Italia; si en el VIII, antes de
la rendicin de Ravena). Durante varios siglos el mensaje simblico de la ciu-
dad se mantuvo estable.
Droctulft forma parte de una horda que solo conoce las estepas y los panta-
nos sin fin. Antes de la batalla decide recorrer el sitio que ha llegado a des-
truir. Contempla escalinatas, plazas, balaustradas, torres, arcos, balcones,
terrazas, piedras que responden a un propsito que desconoce pero que sin
duda lo excede. La ciudad se extiende en un discurso indescifrable para su
burdo intelecto, pero claramente superior. Entre esas calles, el advenedizo se
siente disminuido, como un perro o un nio indefenso, y comienza, secreta-
mente, a admirarlas. Droctulft se sabe incapaz de destruir Ravena, cambia de
bando y muere en defensa de ese sitio. Borges comenta que no se trata de un
traidor sino de un converso, un guerrero civilizado por el entorno.
El sentido tico de la ciudad renacentista, organizado en torno a espacios p-
blicos y edificios religiosos, resulta difcil de percibir en el mundo contempo-
rneo. Hay un momento en que la desmesura asfixia el orden anterior o lo
reduce a una reserva del pasado, un remanente digno de prestigio pretrito,
una zona turstica. Rem Koolhaas ha trabajado el tema de la escala de las
ciudades, los momentos en que la densidad de la poblacin estimula la arqui-
tectura o la rechaza. Hacer ciudad depende de un dilogo entre espacio y de-
mografa. Pasar de la talla S a la XL conlleva severos cambios de comporta-
miento urbano. En la ciudad de Mxico el pasado virreinal y el Art Nouveau
de la colonia Condesa existen como resto histrico, un patrimonio que, en el
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mejor de los casos, se preserva, pero que no define la estructura de la ciudad
ni su modelo de crecimiento.
Aunque de modo menos catico, las urbanizaciones europeas suelen disol-
verse en suburbios anodinos y polgonos industriales. En sitios donde el
centro est sobrecargado de historia, la periferia se resiste a ser interpretada,
parece existir contra la caracterizacin particular. Peter Handke ha alterado la
convencin de esos espacios surgidos para no ser descritos. Su narrativa do-
ta de peculiar sentido a esas indiferenciadas geografas. Mi ao en la Baha de
Nadie registra la vida secreta de una ciudad dormitorio en las afueras de Pars;
busca el alfabeto de un ecosistema estndar, hecho para pasar por ah y no re-
cordar nada. El virtuosismo del narrador consiste en encontrar una naturaleza
singular en un espacio deshumanizado que, paradoja de paradojas, resulta tpi-
co, idntico a los muchos sitios donde la
gente vive como si no existiera.
Qu sentido de la esttica dimana de
un amasijo como la ciudad de Mxico,
donde solo unos cuantos barrios anti-
guos conservan un diseo habitable
para la vida comn? La representacin
ms comn y eficaz de este territorio
es la del caos. Fue ah donde Carlos
Monsivis encontr que la vida se ar-
ticulaba en rituales del caos y donde
Serge Gruzinski se refiri a la prolife-
racin de lo multitudinario como caos de dobles. Pero la descripcin de la
ciudad como catica no implica por fuerza una crtica ni un lamento desespe-
rado. Se trata, ms bien, de un retrato de su peculiar condicin operativa.
Caos y ornato
Apesar del desconcierto, la megalpolis suele ser tocada por la esttica. En la
mayora de los casos, no se trata de proyectos de artistas ni de iniciativas de
gobierno. Los habitantes hacen suya la calle en la medida en que la alteran y
dejan ah su huella. Rara vez estos gestos se inscriben en una esttica codifi-
cada por el arte moderno. Su principio rector consiste en hacer acto de
presencia: estuve aqu, dejar una impronta, como las manos rojas en las
ciudades mayas o las huellas de pies en los cdices prehispnicos, testimonio
de que el inconmensurable espacio pudo ser atravesado.
Qu sentido de la esttica
dimana de un amasijo como
la ciudad de Mxico, donde
solo unos cuantos barrios
antiguos conservan un diseo
habitable para la vida
comn? La representacin
ms comn y eficaz de este
territorio es la del caos

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La nocin que articula estas espontneas muestras estticas es la de instala-
cin adicional. Con ese nombre, el fotgrafo Francisco Mata Rosas ha capta-
do objetos que el habitante annimo organiza con un sentido ms hednico
que utilitario.
Lo primero que veo al salir de mi casa es, precisamente, una instalacin acci-
dental: un cable de luz del que cuelga un par de zapatos. En la siguiente
calle, un rectngulo de csped ha sido cubierto por botellas de agua que lo
protegen de las intenciones escatolgicas de los perros; un poco ms all, el
tronco de un rbol est tapizado de chicles. Resulta imposible recorrer la ciu-
dad sin encontrar muestras de una extraa pasin decorativa.
Viena est siendo demolida en gran ciudad, escribi Karl Kraus. La urbe
crece contra s misma y no pocas veces se ha visto en la literatura como em-
blema de deterioro y perversin moral: el laberinto que desorienta y confun-
de a sus habitantes. Apesar de la queja de Kraus, Viena es hasta la fecha una
ciudad burguesa bastante conservadora, o al menos lo es en comparacin con
otros sitios que han cambiado de contorno como las arenas del desierto.
Territorio del desgaste, edificado sobre ruinas para producir ms ruinas, la
ciudad de Mxico no acaba de ser demolida en gran ciudad. En todas partes
surge el estruendo del taladro o la picota; la mayora de las veces, resulta
imposible saber si se edifica o se destruye. En el aire vuelan corpsculos de
cal, trozos leves de lo que fueron casas, columnas, vecindades.
En la capital de Mxico no es necesario moverse para mudar de escenario. La
ciudad migra hacia s misma, se desplaza, adquiere otra piel, un rostro que es
siempre una mscara en espera de otra mscara.
En este teatro de las transfiguraciones el gusto combate lo provisional (que
aqu es sinnimo de la norma) para rescatar algo, imponer una voluntad en la
marea de los desechos. La pieza suelta, desprendida de su uso original,
adquiere la segunda vida del adorno. Ninguna artesana se practica tanto en
Chilangpolis como el reciclaje.
De pronto, en un estacionamiento descubres una lavadora llena de cabezas de
muecos. Alguien decidi que se vea mejor as. Si la pieza se exhibiera en
Documenta o en la Bienal de Venecia, pertenecera por contexto al arte con-
ceptual. En la ciudad de Mxico tiene otro sentido; entre otras cosas porque la
ciudad entera se parece mucho a esa instalacin.
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La abigarrada reunin de restos es una constante en la urbe hiperactiva y pre-
caria donde todo se destruye pero nada se tira. El simple gesto de juntar ob-
jetos revela el placer de intervenir en el orden de las cosas. Apropsito de la
pasin por colocar piedras de modo caprichoso, comenta John Berger: En to-
das partes una piedra toca otra piedra. Y aqu, en este suelo cruel, uno se acer-
ca a la cosa ms delicada: una manera de colocar una piedra sobre otra que irre-
futablemente anuncia un acto humano como distinto del azar natural. Marcar
un sitio con una piedra es una forma de nombrar y de decir: Estoy aqu.
Escoger una piedra es usar la primera slaba en la gramtica del mundo.
Las instalaciones espontneas dependen menos de una vocacin artstica que
de un afn de expresar identidad. Aunque alguien decide que eso se ve bien
(o bonito), su motivacin esencial no es mostrar una destreza sino resigni-
ficar la basura por medio de un arreglo donde la esttica no es un fin expre-
sivo sino un medio de conservacin. Como el embalsamador o el taxidermis-
ta, el instalador accidental requiere de un desperdicio para ponerle punto
final y sustraerlo al trabajo demoledor del tiempo. Ante los saldos de la vida
diaria, el habitante inventa objetos mixtos, desordena en forma personal el
caos y as se expresa.
Qu sentido del gusto se pone en juego? El chilango afecto a lanzar zapatos
a los cables de luz no piensa en la belleza intrnseca de sus materiales; se acer-
ca, por un lado, al artista barroco que odia el vaco y distorsiona lo existente
hasta sus ltimas posibilidades, y por otro, al posmoderno que incorpora
citas del pasado (lo que fue de otra manera vuelve como fragmento, extem-
porneo ensamblaje de piezas dispersas).
Esta cultura del ornato no depende de tradicin esttica alguna ni puede so-
meterse a la crtica en curso: pone en juego las posibilidades de perdurar de
lo imperfecto. En la ciudad donde todo se destruye alguien decide que lo in-
servible, lo que no da para ms, se transforme en sea, presencia que acom-
paa, talismn tribal.
El avasallante deterioro urbano ha trado as un placer compensatorio: si al-
go se descompone, puede servir de adorno. Como todo sucumbir, nada ms
atesorable que lo ya demolido.
Uno de los temas ms fascinantes de estas instalaciones es que logran por va
del azar uno de los propsitos centrales del arte: el objeto nico. Los coches y
las ropas de lujo crean un espejismo de singularidad. Se proponen como
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exclusivos y rara vez lo son. Al respecto comenta Juan Jos Saer: La minu-
ciosidad obsesiva de ingenieros y diseadores pretende en vano crear la ilu-
sin del modelo exclusivo, llegando apenas a concebir ligeras variantes del
prototipo. En cambio, a fuerza de desgastarse, los vehculos y las ropas co-
munes se revisten de curiosa personalidad: Un viejo camin de la llanura ad-
quiere, por las vicisitudes de su propia evolucin, ese estatuto de objeto ni-
co que es la finalidad principal del arte. Las abolladuras, las calcomanas, los
letreros, el volante forrado de peluche, las cuentas de plstico en los rines, la
cola de castor en la antena y, sobre todo, las heridas del tiempo en la carrocera,
cargan de significado al viejo camin. Por el contrario, el bruido modelo que se
exhibe en un aparador carece de otras seas de identidad que las planeadas por
el diseador: un producto de catlogo, incapaz de peculiaridad, afiliado a la se-
rie (aunque se trate de una edicin limitada para coleccionistas).
Galera de galeras, la ciudad de
Mxico se alza sobre basamentos
prehispnicos y practica a diario
la arqueologa exprs de la chata-
rra: lo que se rompi ayer alcanza
hoy la eternidad, se sustrae a la
cronologa porque est al margen
del uso y solo cumple la funcin
de ser visto. En su condicin de resto, las instalaciones espontneas dicen mu-
cho ms de lo que dijeron en su versin original: Un televisor recin salido
de la fbrica resume el conformismo servil de nuestra poca, escribe Saer,
pero uno hecho pedazos junto a un tarro de basura revela la vacuidad irri-
soria del mundo. El instalador accidental convierte la basura en un retablo
duradero que comenta la fugacidad del entorno.
Cuando el artista mexicano Gabriel Orozco coloca un burro de planchar en una
azotea europea, desestabiliza en forma deliberada el trazo urbano, incrusta un
comentario vanguardista en la tradicin. Algo distinto ocurre con las instala-
ciones accidentales captadas por la cmara de Francisco Mata Rosas. Sus an-
nimos autores no pretenden violentar la tradicin sino afianzarla. Anticuarios
del instante, saben que la nica costumbre perdurable en una ciudad que
todo lo aniquila es el residuo. De este modo la inventiva se pone al servicio
del rescate y la conservacin.
Vista desde las alturas, la ciudad de Mxico es una mancha urbana; vista des-
de la cercana ms prxima, es un muestrario de destrozos. Ciudad sin forma,
Galera de galeras, la ciudad de
Mxico se alza sobre basamentos
prehispnicos y practica a diario
la arqueologa exprs de la
chatarra: lo que se rompi ayer
alcanza hoy la eternidad

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encuentra sentido en la deformacin del uso. Alguien deja una marca, una he-
rida elocuente: el aparato descompuesto, el cristal resquebrajado, la piedra
pintada de amarillo, la fila de botellas vacas encajadas en varillas de azotea,
los detritus que adornan.
Las calles de la ciudad son un esta-
cionamiento que a veces se mueve.
Nada ms lgico que ah un cemen-
terio de automviles parezca una
unidad habitacional. En una instala-
cin accidental captada por Mata
Rosas, los coches se encaraman unos
sobre otros como metfora de los ba-
rrios que vendrn.
Los zapatos en los cables de luz ofre-
cen otra parbola del trnsito. Como
en las calles no hay salida, los ltimos pasos deben darse en las alturas. Los
zapatos muertos van al ms all. En la ciudad intransitable, el paraso del
paseante consiste en pisar el cielo.
La prdida de las regiones
A qu pertenencia aspira el capitalino? La idea de lujo es hoy la de aisla-
miento, la gated community, la ciudadela autosuficiente e inexpugnable, sitia-
da por los brbaros. La inseguridad y la desurbanizacin han producido esa
extraa alternativa donde el bienestar significa estar al margen. Aunque el
enclaustramiento se opone al principio mismo de la ciudad, cada vez son ms
frecuentes los proyectos que pretenden sustraerse a la experiencia urbana
compartida.
Si la Ravena del cuento de Borges afecta incluso a quien ignora el vocabula-
rio elemental de las piedras, la ciudad de Mxico puede confundir al ms
curtido de los hermeneutas.
En mi infancia, la idea de orden era representada por el mapa de Pars a vue-
lo de pjaro que tenamos en la pared, una cartografa donde los edificios
aparecan dibujados como escenario de cuento de hadas. Ese espacio sigue
dominando en lo fundamental la vida simblica de la capital francesa. Des-
de hace siglos los personajes literarios toman las mismas calles parisinas:
Los zapatos en los cables de
luz ofrecen otra parbola del
trnsito. Como en las calles no
hay salida, los ltimos pasos
deben darse en las alturas. Los
zapatos muertos van al ms
all. En la ciudad intransitable,
el paraso del paseante
consiste en pisar el cielo

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DArtagnan avanza por la Rue de la Huchette por la que mucho tiempo des-
pus Horacio Oliveira avanzar en Rayuela.
Acaso para enaltecer los privilegios de un espacio caminable, Pars tiene po-
cos taxis nocturnos. En sus madrugadas, el transporte no es un servicio sino
una ancdota. Se cuenta que alguien, alguna vez, detuvo un taxi providencial.
Hace unos aos sal de un reunin a una hora inclemente y fracas en conse-
guir transporte. Llova y yo deba recorrer el casco histrico de punta a pun-
ta. Aunque los demgrafos insisten en que esa ya es una parte minoritaria de
la ciudad, de cualquier forma se trata de un territorio bastante extenso. Y ms
a las tres de la maana y bajo la lluvia.
No me qued ms remedio que regresar por mi cuenta. Conoca las coorde-
nadas bsicas de mi ruta hacia el este, al otro lado del ro, pero ignoraba el
modo de atravesar los profusos bulevares. Adems, quera hallar la ruta ms
corta. Qu dispositivo pona a mi alcance un entorno que vive para la aven-
tura del orden? Afuera de cada estacin de metro hay un mapa del barrio y
otro, an ms preciso, de las calles aledaas. Avanc de estacin en estacin,
de un mapa fragmentario a otro, recomponiendo mentalmente la cuadrcula
urbana; al cabo de hora y media llegu al otro extremo sin sentir por un mo-
mento que no saba adnde avanzaba.
Esta experiencia me remite a la forma en que procuro entender la ciudad de
Mxico y que, por supuesto, carece de ejes cartesianos. El ecocidio ha devas-
tado el espacio pero tambin el tiempo. Para quienes llevamos medio siglo en
la ciudad, las transformaciones nos confunden por partida doble porque re-
cordamos lo que estuvo antes. La ciudad actual se superpone a las ciudades
de la memoria.
Nac en 1956, cuando la capital tena cuatro millones de habitantes, el escena-
rio que Carlos Fuentes an pudo captar como un todo en su novela La regin
ms transparente, publicada dos aos despus. La megalpolis que hoy trata-
mos de atravesar alberga entre 16 y 18 millones de habitantes (el margen de
error, la imprecisa zona que cambia en los sondeos, es del tamao de Barcelo-
na). La experiencia de vivir en un sitio en incesante de-construccin tiene que
ver con alteraciones fsicas pero tambin con una reconfiguracin de la me-
moria. Muchos rincones que fueron emblemticos han dejado de existir. Pen-
semos, tan solo, en lo que se destruy en el terremoto de 1985. Dependiendo
de cada biografa, la ciudad virtual, alimentada por el recuerdo, puede ser
ms intensa y decisiva que la transfigurada ciudad que nos consta a diario.
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Evocar la ciudad perdida puede ser atributo de la nostalgia, pero no siempre
es as. Muchas de las zonas devastadas eran tan espantosas como las que las
sustituyeron y algunas transformaciones implican mejoras. Al final de Las ba-
tallas en el desierto, que recupera la colonia Roma de hace unas dcadas, Jos
Emilio Pacheco escribe: De ese horror quin puede tener nostalgia. No
siempre el trabajo memorioso est animado por la bsqueda de una arcadia.
Desde un punto de vista operativo, para el capitalino el pasado existe como
una orientacin posible, una elaboracin de sentido. El referente de lo que es-
tuvo ah hace habitable la ciudad. En un territorio mutable, el ciudadano
construye capas de significado, crea una geografa paralela, hecha de evoca-
ciones que no siempre son nostlgicas; se trata, sencillamente, de resistir el
caos articulndolo en una historia. Saber que una va rpida llev el nombre
de soltera de Eugenia y estuvo recorrida por palmeras mejora poco la situa-
cin actual pero facilita la nocin de pertenencia. En Sobre la historia natural de
la destruccin, Sebald observa que la derrota alemana en la Segunda Guerra
Mundial llev a una posterior derrota cultural. El sentido de culpa ante la
ignominia cometida priv a los alemanes de reconocerse, tambin ellos, co-
mo vctimas de la destruccin. Ante los escombros, el chilango se siente
menos culpable, no desva la mirada como los alemanes de posguerra (Sebald
comenta que en un tren de 1946 o 1947 era posible distinguir a los extranjeros
porque eran los nicos que se atrevan a ver por las ventanas); sin embargo,
tambin l requiere de un mecanismo compensatorio para sobrellevar la
destruccin, y uno de los ms eficaces es la memoria, que establece un vncu-
lo con la ciudad oculta por el presente que an significa algo para quienes
la conocieron.
La operacin literaria de buscar el esqueleto urbano, el paisaje fosilizado ba-
jo las apariencias, ha sido comn a escritores de mi generacin de distintas
latitudes. Antonio Lpez Ortega creci en un pueblo de Venezuela que fue
anegado para construir una presa. Todos sus recuerdos de infancia quedaron
sumergidos. En tiempos de sequa, cuando el agua pierde su nivel habitual,
se vuelve a ver el campanario de la iglesia. Desde hace dcadas, Lpez Orte-
ga vive en Caracas, otra ciudad edificada en base a la demolicin. Ante los
incesantes cambios del espacio urbano, el escritor ha experimentado lo mis-
mo que en su pueblo de origen: una invisible inundacin ha cubierto lo que
estuvo ah. En consecuencia, su trabajo literario apela a la memoria, a bajar el
nivel del agua en los recuerdos para que asome la torre y suene la campana.
Es la construccin de sentido que busca la literatura: recuperar lo desapareci-
do, fijar lo que pronto ser inundado por otros signos.
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Aqu otra estrategia podemos acudir para narrar un espacio evanescente? El
primer mtodo de conocimiento que tuve de la ciudad de Mxico signific
una moral que tard mucho en entender. Alos 10 o 12 aos expand mi cono-
cimiento de las calles. La invitacin al viaje lleg en la forma de un camin
repartidor de leche. Eran tiempos en que la leche se venda en botellas y se
llevaba a domicilio. Los encargados de la tarea tenan un confuso prestigio
ertico: iban de casa en casa y en apariencia a veces tardaban demasiado en
salir; de varios vecinos se afirmaba que eran hijos del lechero.
La reputacin de los libertinos en trnsito me interes menos que el hecho
esencial de que repartieran mi bebida favorita. Uno de los camiones pertene-
ca a una compaa llamada El Olvido. Aquel nombre, apropiado para una
pequea ranchera, desapareci del mercado y nunca llegu a probar sus pro-
ductos. Me intrigaba el tamao ms bien pequeo del camin del que bajaba
un hombre con un par de canastillas llenas de botellas. En ese momento, un
amigo y yo subamos al camin y nos ocultbamos detrs de las botellas. La
parte trasera se iba vaciando con las entregas, o llenando de cascos vacos, se-
mitransparentes, que dificultaban el escondite, hasta que el repartidor nos
descubra y nos bajaba del camin.
Nos encontrbamos de pronto en cualquier parte de la ciudad. El juego con-
sista en volver a casa, de polizones en un tranva o un camin urbano, pues
no llevbamos dinero. Aunque nunca llegamos a la terminal, a veces tardba-
mos dos horas en volver a casa. Conoc la ciudad de entonces de manera in-
conexa. La ida era un camino ciego y el regreso un rodeo abigarrado. Haba
que movilizar el conocimiento para
perderse y comprobar la eficacia de
ese conocimiento para regresar. Es-
ta forma fragmentaria de articular
la ciudad se parece mucho al enten-
dimiento posterior que tuve de ella.
En su libro de memorias Pelando la
cebolla, Gnter Grass observa: Co-
mo a los nios, al recuerdo le gusta
jugar al escondite. La relacin en-
tre el pasado y el secreto es esencial
a la literatura. Muchas veces lo que buscamos en ese pas extrao debe ser de-
ducido, investigado, perseguido con denuedo. A la distancia, me parece sig-
nificativo haber estado oculto en ese camin que recorra la ciudad como si
Gnter Grass observa: Como
a los nios, al recuerdo le gusta
jugar al escondite. La relacin
entre el pasado y el secreto es
esencial a la literatura. Muchas
veces lo que buscamos en ese
pas extrao debe ser deducido,
investigado, perseguido

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Juan Villoro
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me adiestrara para el ejercicio posterior de buscar recuerdos proclives, tam-
bin ellos, a esconderse.
Los desplazamientos a bordo de El Olvido me prepararon para imaginar y
suponer una ciudad que nunca conocer del todo y articular ah zonas dis-
persas. Con el tiempo, el nombre del camin cobr el significado opuesto.
Aprend a valorar aquel medio de transporte muchos aos despus cuando
me convert a la cultura del caf. Quedaba poco de mi aficin por la leche y
buscaba espacios ms bien sedentarios, ruidosas zonas de conversacin. Sin
embargo, el chorro de leche en el caf cortado llegaba como un telegrama de
otro tiempo.
En Potica del caf, Antoni Mart Monterde resalta el papel de un cuento de
Edgar Allan Poe, El hombre de la multitud, para entender al sujeto contem-
porneo, que pasa de la singularidad a la condicin de masa. La trama co-
mienza y termina en el entorno singularizado del caf, observatorio protegido
de la procelosa marea callejera.
El caf ofrece una encrucijada donde la vida se mezcla. No es casual que mu-
chos escritores hayan tenido ah sus miradores sociales: Ramn Gmez de la
Serna en el Pombo de Madrid, Claudio Magris en el San Marco de Trieste,
Karl Kraus en el Central de Viena, Jean-Paul Sartre en el Deux Magots de
Pars, Fernando Pessoa en el Martinho da Arcadas de Lisboa, Juan Rulfo en
el gora de la ciudad de Mxico. Tampoco, que numerosos grupos literarios
hayan surgido de tertulias de caf. Hay otra forma de conocer la ciudad en
clave sedentaria? Si el paseante entiende el territorio por lo que mira, el hom-
bre de caf entiende la poca por lo que escucha.
Cuando supe que una colonia de la ciudad de Mxico se llamaba Lechera,
pens que se trataba de la ltima frontera posible, el sitio donde finalmente
reposaban los camiones exploratorios de mi infancia. Otro nombre que me
cautivaba era el de Nio Perdido. Que una de las principales avenidas de la
ciudad se llamara as era amenazante para una infancia donde el extravo po-
da ser definitivo. Por otra parte, el sitio estableca un contacto misterioso con
los lecheros, que segn la leyenda urbana tenan hijos perdidos por todas par-
tes. Aquella avenida se hubiera podido llamar por igual Hijo del Lechero.
La leche representaba para m la errancia y el extravo; el caf, el impulso de
fijeza. Toda ciudad est atravesada por tensiones nmadas y sedentarias. Sus
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El Olvido. Un itinerario urbano en Mxico DF
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chismes ms eficaces suelen ser propagados por dos discursos de muy distin-
ta circulacin: el movedizo de los taxistas y el fijo de los peluqueros. El caf
cortado es la metfora que funde ambos sistemas; el brebaje del sedentario
afectado por lo que viene de lejos.
Resulta ya imposible representar la ciudad de Mxico por entero; sin embar-
go, las sntesis caprichosas pueden transmitir algo de su esencia. Al menos
eso piensa quien descubri la esttica del fragmento a bordo de un camin re-
partidor de leche y solo conoci los barrios donde era descubierto.
Estar en la ciudad sin ser absorbido por ella, ver a los otros en el momento en
que se sustraen a su codificada conducta habitual, son los ejercicios que per-
mite la cafetera. El uso urbano esencial a ese recinto es la conversacin, cuyo
mtodo ignora las conclusiones y solo aspira a la progresin.
Lo infinito requiere de estrategias para volverse prximo. La ciudad de Mxi-
co es inagotable de un modo provisional. Como una taza de caf cortado.
Mayo de 2007 Quito N
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EL MUNDO RURAL EN LOS ANDES: Liisa North y Luciano Martnez, Presentacin del
dossier. Tanya Korovkin y Olga Sanmiguel, Estndares del trabajo e iniciativas no estatales
en las industrias florcolas de Colombia y Ecuador. Cristbal Kay, Algunas reflexiones de es-
tudios rurales. Luciano Martnez, Puede ser la pobreza rural ser abordada a partir de lo local?
Elizabeth Jimnez, La diversificacin de los ingresos rurales en Bolivia. Francisco Garca,
Un nuevo modelo rural en el Ecuador? Cambios y permanencias en los espacios rurales en la
era de la globalizacin. Vctor Bretn, A vueltas con el neo-indigenismo etnfago: La expe-
riencia prodepine a los lmites del multiculturalismo neoliberal. TEMAS: John Antn, Museos,
memoria e identidad afroecuatoriana. ENSAYO GRFICO: Alonso Azocar (fotos) y Luciano
Martnez (investigacin): Ferias campesinas. RESEAS.
conos es una publicacin cuatrimestral de Flacso-Ecuador, La Pradera E7-174 y Av. Almagro,
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REVISTA DE CIENCIAS SOCIALES

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