Las Eternas PDF
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Victoria lvarez
A mis padres, a Oscar y a Venecia.
El tiempo es una imagen mvil de la
eternidad.
PLATN
PRLOGO
La nia haba sido una de las ltimas
vctimas de la epidemia.
La haban dejado en un camastro que se
encontraba al fondo de la enfermera, al lado
de una de las ventanas que daban sobre los
descuidados jardines. Era una habitacin
pequea y mal ventilada, sin ms muebles
que las estructuras de hierro que sostenan
el agonizante peso de los enfermos, unos
cuantos armarios adosados a la pared, con
las medicinas y los rollos de vendas que los
mdicos pedan a cada momento, y una silla
de tres patas en la que permaneca sentada
una enfermera. El altsimo techo de la
estancia se encontraba saturado de manchas
de humedad, como si llorara cada una de las
muertes que se haban producido entre sus
paredes. Y haban sido demasiadas muertes
en las ltimas semanas.
Lo nico que se escuchaba era el canto de
las cigarras a travs de los cristales. No se
vea a nadie ms en la habitacin; los
empleados de la morgue se haban llevado
haca tiempo a los ltimos cadveres y no
quedaba ms que hacerse cargo de la nia.
Desde su cochambrosa silla, Carla Federici,
la enfermera, no poda dejar de mirar con
aprensin la pequea silueta cubierta por la
sbana. Los pliegues se amoldaban
perfectamente a las formas de su cuerpecillo
y delineaban la curvatura de su pequea
nariz y los pies desnudos que sobresalan
por debajo de la tela. Si no vienen a llevrsela
de una vez me volver loca, pens mientras
daba vueltas nerviosamente entre sus
delgados dedos al rosario que sostena sobre
su uniforme, de un blanco inmaculado.
Necesito salir de este infierno!
Nadie comprenda por qu la epidemia
de clera ms devastadora de la centuria
tena que haberse dado en una ciudad
costera tan tranquila como Civitavecchia. No
se saba de dnde haban venido los
primeros afectados, ni por qu la peste se
haba propagado con una rapidez que haba
dejado sin palabras a la totalidad de los
rotativos italianos. En aquel verano de 1891
haban muerto ms personas en la localidad
que en un ao entero, y las cifras no hacan
ms que aumentar. Las casas de curacin no
conseguan contener a ms enfermos, y lo
mismo suceda con los dos hospitales y
hasta con el orfanato, que se haba quedado
en unos das sin las tres cuartas partes de su
alumnado. La agobiante ola de calor no
haca ms que empeorar las cosas, si es que
realmente podan ir a peor. Casi todos los
supervivientes haban preferido marcharse
de Civitavecchia antes que seguir los pasos
de sus familiares muertos, y nadie en su
sano juicio se atrevera a echrselo en cara.
La misma Carla Federici haba tenido que
despedirse dos semanas antes de Laura y
Cristina, sus hijas de seis y ocho aos,
respectivamente, despus de que decidiera
enviarlas a la casa de campo que tena una
de sus tas a las afueras de Cerveteri. Ahora
no dejaba de contar las horas que faltaban
para estrecharlas de nuevo entre sus
amorosos brazos. Por lo menos le quedaba el
consuelo de que no haban acabado como la
nia que descansaba para siempre debajo de
la sbana. La mala suerte no poda
ensaarse ms con ella, pens mientras
pasaba una a una las cuentas de su rosario.
La muerte de su marido an pesaba como
una losa sobre su espritu. Si su Domenico
siguiera con vida, Carla no tendra que haber
aceptado un empleo que la pona todos los
das al borde del sepulcro. Si hubiera...
Algo rompi de repente el hilo de sus
pensamientos. Al levantar la cabeza repar
en una sombra que acababa de recortarse
sobre la puerta que conectaba la enfermera
con las dems alas del hospital. No pudo
reprimir un suspiro de alivio mientras se
pona en pie. Deba de ser el empleado de la
morgue que haba acudido a llevarse a la
nia. Le result un poco raro encontrarse
con alguien tan vivo en medio de tanta
muerte. El hombre no era demasiado alto,
pero tena un pecho robusto y una cara
amable que a duras penas se poda
distinguir debajo de su poblada barba,
veteada por unas cuantas canas prematuras.
Ya era hora! le dijo la seora
Federici en un susurro, un tono de voz que
se haba acostumbrado a usar durante toda
la cuarentena. Casi pareca un sacrilegio
hablar con normalidad en un sitio tan
desolador. Pensaba que no vendra nunca.
Qu ha ocurrido?
Disclpeme le dijo cortsmente el
hombre, desprendindose de su boina. No
se hace una idea del trasiego que hay. Casi
no se puede avanzar en medio de tantos
coches.
La gente est desesperada por
abandonar la ciudad. Pronto se quedar
despoblada.
Y no me dar ninguna pena que sea as,
pens la enfermera con una amargura que le
encogi el corazn. No pienso volver a pisar
este antro por mucho que me paguen.
Tena entendido que el doctor Tosso
era el encargado de esta seccin coment
su compaero despus de unos segundos de
silencio en los que dej vagar su mirada por
la enfermera, con cierto inters. Confiaba
en poder cambiar unas cuantas palabras con
l.
Tosso ha tenido que marcharse con los
dems mdicos. Hay una enorme cantidad
de papeles por firmar. Le asombrara saber
cuntos problemas burocrticos causa la
muerte.
Y no quedan ms enfermeras en este
sitio? Es usted la nica que permanece
aqu?
Suena heroico, verdad? En realidad no
me ha quedado ms remedio. Soy la ltima a
la que contrataron antes de la peste. Eso me
convierte en la que menos derecho tiene a
protestar, aunque no dejo de pensar en mis
propias hijas. Sobre todo teniendo delante
todo el tiempo a esa criatura. Seal con
un gesto de su barbilla el pequeo
montculo cubierto por la sbana.
Supongo que ser mejor que acabemos
cuanto antes. Sgame...
Le condujo por entre las hileras de
camastros desvencijados hasta detenerse
junto al nico que se encontraba ocupado.
Dud antes de levantar la sbana, aunque si
alguien le hubiera preguntado por qu lo
haca no habra sabido contestarle. No era
por miedo a la muerte; haba tenido que
acostumbrarse a tener cadveres cerca todo
el tiempo si era la nica manera de dar de
comer a Laura y Cristina. Sacudi la cabeza,
repitindose que estaba comportndose
como una tonta, y apart la sbana para
presentrsela al hombre.
Era lo mnimo que poda hacer despus
de lo mucho que se haba encariado con la
pobre nia. Le escuch contener el aliento, y
no le cost adivinar el motivo. No pareca
encontrarse muerta. Tena la piel blanca
como la nieve, en lugar de amarillenta como
la mayora de los apestados que la seora
Federici haba visto morir en aquella
habitacin. El sudoroso cabello rubio le
llegaba hasta ms all de la cintura y caa en
desordenadas guedejas sobre su pecho
desnudo, enmarcando un rostro que podra
haber adornado una de las cantoras de
Donatello o Luca della Robbia. Era de una
belleza demasiado dolorosa para ser un
rostro completamente humano. El hombre
se acerc en silencio al cabecero de la cama.
Aunque no dijo ni una palabra supo que
compartan la misma fascinacin.
Era bonita, verdad? musit la
seora Federici. Haba apretado los brazos
contra su pecho. Habra sido muy guapa si
hubiera vivido unos cuantos aos ms. Me
imagino a los hombres haciendo toda clase
de locuras por ella. Una italiana tan rubia,
tan plida...
Sin duda era el orgullo de sus padres
susurr su acompaante. Qu fue de
ellos?
Murieron la semana pasada, los dos.
No pudieron despedirse de su hija. La
seora Federici suspir, sacudiendo la
cabeza con tristeza. Al menos no ha
tardado demasiado en seguirlo s. Ha sido lo
mejor, ya que la pobre estaba sufriendo
muchsimo. A una se le parte el alma en
estos casos. A las seis menos veinte dej de
escuchar su respiracin y...
Es muy injusto susurr de repente el
hombre. A la seora Federici le sorprendi
un poco darse cuenta de que se le haban
humedecido los ojos, que eran de un
profundo azul.
A qu se refiere? A que tengamos
que ver morir a nios tan pequeos?
No replic l, frunciendo un poco el
ceo. A que algunas madres puedan partir
antes de presenciar cmo la muerte les
arrebata lo que ms quieren. Eso es un
privilegio.
La enfermera parpade, aunque no dijo
nada. Siempre se haba imaginado a los que
trabajaban en las morgues como unos
individuos toscos y curtidos, poco dados a
los arranques melodramticos. Pero pareca
haberse equivocado, por lo menos en el caso
de la persona que ahora tena ante sus ojos.
Se qued mirando cmo se inclinaba ms
sobre la pequea, sin dejar de contemplarla
con manifiesta admiracin. Alarg una
mano para acariciar su revuelta melena, que
se deshaca en destellos de oro bajo los rayos
del sol, y coloc las puntas de los dedos
sobre sus prpados. Al levantarlos
cuidadosamente vieron que sus ojos
tambin eran azules, aunque haban perdido
por completo su brillo. Parecan los de una
mueca abandonada por su duea durante
aos dentro de un trastero oscuro.
Preciosa le oy susurrar al hombre,
muy bajito. Dej que sus prpados volvieran
a velar sus pupilas. Perfecta sigui
diciendo. Y tan muerta como el clavo de
una puerta.
Entonces la envolvi con la mayor
delicadeza en la sbana, asegurndose de
que la sucia tela amarillenta la cubra
completamente, y se incorpor con ella en
los brazos. No pareca acusar su peso ms de
lo que lo hara con un recin nacido. Dentro
de unos das no quedar nada de ti, pens la
enfermera mientras la pequea cabeza se
balanceaba inanimadamente sobre los
poderosos antebrazos del hombre, nada ms
que unos pocos huesos aplastados por un montn
de tierra sobre el que nadie te dedicar un
epitafio. Se sorprendi al sentir que una
lgrima le resbalaba por la cara, y se
apresur a secrsela con los dedos, dndole
la espalda al hombre. Aquello era
completamente ridculo, sobre todo
teniendo en cuenta la cantidad de personas a
las que haba visto morir ltimamente.
Me imagino que la llevarn a la misma
fosa que a sus padres. Pasar un buen
tiempo antes de que la gente de
Civitavecchia se atreva a acercarse, pero para
entonces no habr nada que les recuerde lo
que ha pasado en este hospital. Los
supervivientes olvidan muy pronto.
Adems... Se qued callada al darse
cuenta de que estaba hablando sola. Se dio
la vuelta para encontrarse con que no haba
nadie en la enfermera. El hombre y la nia
haban desaparecido como por arte de magia
. Oiga? llam en voz alta. Se ha ido
ya?
Nadie le contest. La seora Federici dio
unos cuantos pasos entre los camastros. Se
agach para mirar por debajo de las
estructuras de hierro, y se asom a la puerta
por la que se acceda al resto del hospital,
pero no se encontr con nadie, ni vivo ni
muerto. Era como si la tierra acabara de
tragrselos a los dos. Como si acabara de
imaginarlo todo.
Qu tipo ms extrao, se dijo
encogindose de hombros, uno de esos que no
parecen pisar el mismo suelo que los dems. Me
pregunto por qu nunca nos lo haban enviado.
Pareca muy comprensivo. Estaba a punto de
regresar a su silla cuando oy precisamente
lo que haba tratado de escuchar antes: unos
pasos en el corredor.
Se acerc de nuevo a la puerta. Esta vez
no era un hombre el que caminaba hacia la
enfermera, sino dos; y adems saltaba a la
vista que estaban extenuados por la
ascensin desde la ciudad. Unas enormes
manchas de sudor salpicaban sus camisas
remangadas.
... y dile que por el momento no nos
prepare ms atades. Esta gente no los
necesita tanto como los dems. Unas
cuerdas para atar la sbana antes de que les
echen la cal y...
Quines son ustedes? pregunt la
enfermera con perplejidad. Qu hacen
aqu?
Los desconocidos se detuvieron. El de
edad ms avanzada se qued mirndola, y se
llev una mano a la gorra, que amenazaba
con resbalar por su frente empapada de
sudor.
Sentimos haberla asustado, seora.
Venimos de la morgue. Nos han dicho que
an queda una a la que llevar a la fosa. Yo
soy Franceschi agach la cabeza un
momento, y este de aqu es Vincenzo, mi
ayudante. Hemos procurado llegar lo ms
pronto posible.
El ms joven asinti. Era un individuo
oscuro y achaparrado, con los ojos
demasiado saltones en comparacin con el
resto de su rostro. A la seora Federici le
record a una especie de rana que acabara
de alzarse, con un enorme esfuerzo, sobre
sus ancas traseras.
Abri y cerr la boca varias veces, aunque
le llev un momento recuperar la voz.
Tiene que tratarse de un error.
Nosotros no esperamos a nadie ms esta
maana...
No avisaron a nuestro jefe de que la
epidemia acababa de cobrarse otra vctima?
No... es decir, s, as ha sido... una nia
pequea, la ltima en morir. Pero uno de sus
colegas la ha llevado a la fosa hace apenas
unos minutos. Habr sido un malentendido.
Los dos hombres se quedaron mirando a
la enfermera como si les hablara en arameo.
Cmo que uno de nuestros colegas?
pregunt Franceschi pasados unos
segundos.
Tienen que conocerle. Deben de haber
estado a punto de cruzarse con l. Es un tipo
moreno, con una barba muy poblada y los
ojos azules... alrededor de los cuarenta
aos...
Nunca haba escuchado hablar de
alguien as. No hay ningn empleado
parecido en nuestra morgue. Adems, ahora
los nicos que estn hacindose cargo del
trabajo sucio somos Vincenzo y yo. A los
dems les ha faltado tiempo para largarse de
la ciudad.
Puede que el jefe est hacindose de
oro con la epidemia apunt Vincenzo,
pero no creo que contrate a nadie ms sin
avisarnos. Se qued callado de repente y
levant la mirada hacia su compaero. No
lo hara, verdad? pregunt con algo de
inquietud.
Qu va a hacer farfull Franceschi.
Lo que pasa es que alguien se ha hecho
pasar por uno de nosotros para marcharse
con la muerta mientras subamos la maldita
colina.
A la seora Federici se le abri la boca
como si fuera un pez. Una extraa neblina se
le pos sobre los ojos, y el suelo se movi
bajo sus pies mientras se daba cuenta de lo
que haba sucedido. Antes de que pudiera
reaccionar percibi con el rabillo del ojo
cmo se cerraba una de las puertas del
corredor, y al volverse en aquella direccin
reconoci a un hombre que se pasaba una
mano por la cara con aire de cansancio. Su
larga bata blanca revoloteaba alrededor de
sus tobillos. La enfermera no pudo ahogar
un suspiro de alivio.
Doctor Tosso! Gracias al cielo...!
Ech a correr hacia l, y los empleados de la
morgue la siguieron sin conseguir disimular
su recelo. Ha ocurrido algo muy extrao!
En pocas palabras le cont lo que
acababa de presenciar. El doctor Tosso no
movi ni un msculo mientras la escuchaba.
Su rostro podra haber estado esculpido en
basalto como los de los antiguos faraones; y
era un rostro bastante hermoso, aunque casi
nadie recordaba haberle visto sonrer en los
quince aos que llevaba trabajando en el
hospital.
Espere, espere un momento... est
diciendo que alguien nos ha robado un
cadver?
La seora Federici asinti, apretando una
mano contra su boca. En los ojos de Tosso
brill una chispa de desconcierto que no
tard ms que un segundo en retroceder
ante su sentido comn. Era un hombre de
mundo, poco dado a las fantasas y las
supersticiones.
Me temo que delira usted, seora
Federici. Ha pasado demasiado tiempo
encerrada entre estas paredes. Y mientras
deca esto puso una mano sobre uno de los
hombros de la enfermera. Tiene permiso
para marcharse con sus hijas ahora que an
puede hacerlo.
Es que no me cree? exclam la
seora Federici. La situacin cada vez le
pareca ms extraa. Acaso aquel hombre
no era consciente de las consecuencias que
tendra un hecho como el que acababa de
suceder si llegaba a odos de alguien? De los
familiares de la nia que siguieran con vida,
por ejemplo. Cmo puede pensar que lo
he soado todo? sigui preguntando.
No se da cuenta de que ha pasado hace
unos minutos? Yo estaba sentada en la
enfermera, como todas las maanas, en uno
de los rincones, y la nia haba muerto pese
a que hice lo imposible por ayudarla. Vi
cmo se apagaba durante horas hasta que
finalmente se march de mi lado. Puedo
decirle la dosis exacta de los calmantes que
tuve que administrarle. Lloraba mientras
llamaba a su madre todo el rato...
Creo que ha estado sometida a mucha
presin. La he visto cabecear cuando
pensaba que se encontraba sola. Esta
situacin ha resultado ser ms dura de lo
que imaginbamos.
Oiga, yo no estoy inventndome
ninguna muerte. Pregnteselo a los mdicos
que pasaron la noche en la enfermera. Ha
habido una nia rubia agonizando en ese
camastro!
El doctor se limit a cruzar los brazos
sobre su pecho. Nada pareci cambiar en su
expresin, y a la seora Federici la asalt la
desesperante certeza de si no convendra
ponerla en observacin. No crea ni una sola
de sus palabras!
La puerta dijo mientras se haca en
su cabeza una repentina luz. Se pregunt
por qu se haba quedado quieta en el
corredor todo aquel tiempo. No puede
estar lejos del hospital! No le habr dado
tiempo a marcharse! Venga conmigo antes
de que sea tarde!
Le repito que es imposible protest
el doctor Tosso mientras la enfermera
agarraba sus faldas blancas para correr hacia
la puerta principal. La sigui ms por
asegurarse de que no cometa ninguna
locura que por creer en lo que deca. Yo
mismo me encontraba en la entrada hace un
momento. Estaba despidindome de otro de
los doctores y le juro que no he visto a
ningn hombre como el que me describe. Y
no hay ninguna otra puerta!
La enfermera no le contest. Jadeante, se
detuvo en el primero de los escalones de la
entrada, tanteando con la mano en la pared
para dar con un punto de apoyo. Escuch al
doctor detenerse a sus espaldas y a los
empleados de la morgue cuchichear en voz
baja.
No ser la primera vez que pasa algo
as. El mundo est lleno de desaprensivos
que se aprovechan de estos golpes de suerte
para hacerse con los despojos de los
muertos. Un diente de oro, una pata de
palo... cualquier cosa sirve. Hasta podra
sacar algn dinero vendindola como carne
fresca a uno de esos teatros anatmicos o
escuelas de medicina.
No sea absurdo le increp Tosso,
claramente ofendido en su orgullo gremial
. Esas prcticas medievales no tienen
cabida en el mundo moderno. Estamos en el
siglo xix!
Dicen que la nia era rubia?
pregunt el otro, rascndose la barbilla.
Pues ah lo tienen. Dentro de unas horas
habr una vieja medio calva de Civitavecchia
pavonendose con su nueva peluca delante
de un espejo. Eso s, del cuerpo nunca se
sabr nada ms...
Se quedaron callados. Contemplaron a la
enfermera mientras recorra ansiosamente
con su mirada la vasta extensin que se
extenda ante sus ojos, los campos marchitos
por el implacable sol de agosto y el montn
de tierra revuelta que se distingua a la
derecha, donde abrieron la fosa cuando
muri el primer apestado. No haba rastro
del desconocido ni de su preciosa carga. El
nico movimiento era el de las alas negras
de una bandada de cuervos que sobrevolaba
la tumba comunal, atravesndoles los odos
con sus graznidos.
A lo mejor no le interesaba vender ni
su pelo ni sus dientes oyeron susurrar al
ms joven de los sepultureros. Hay gente
muy retorcida. Aunque no fuera ms que
una cra...
Cierra la boca le interrumpi su
superior. Esta gente ya tiene bastantes
problemas.
La seora Federici se llev las manos a la
cara. No poda creer lo que haba pasado
delante mismo de sus narices. Se senta
como si aquel desaprensivo se hubiera
llevado a su Cristina o a su Laura. Pens en
la madre de la chiquilla, sepultada entre
capas de cal y de tierra, a apenas unos
metros de distancia de donde se
encontraban, y se estremeci al imaginar el
horror que aquello habra supuesto para ella,
si hubiera sobrevivido a su pequea. Nunca
ms sabra qu haba sido de aquella pobre
criatura que el da anterior le haba sonredo
con esfuerzo mientras la ayudaba a beber de
un vaso de agua. Tosso, que pareca darse
cuenta de lo que estaba pasando por su
mente, se acerc un poco ms para darle
unas torpes palmaditas en el hombro,
aunque la seora Federici ni siquiera lo not.
Deban avisar a las autoridades de lo que
acababa de suceder. No poda encontrarse
muy lejos de all. Tal vez, si actuaban a
tiempo, lograran localizarle antes de que
saliera de la ciudad. Civitavecchia no era
precisamente grande, y nadie sera capaz de
desaparecer del mapa como lo haba hecho
aquel desconocido, llevndose a otra
persona con l...
Nadie, a menos que fuese un mago... o
un demonio con el rostro de un ngel...
I. NATURALEZA
MUERTA
Todos los humanos odian a quienes son
infelices. Cunto odio debo despertar yo,
que soy el ms infeliz de los seres
vivientes!.
Mary W. Shelley
CAPTULO I
La juguetera se encontraba en uno de los
canales ms alejados del centro. Nunca
daras con ella si no pasaras en Venecia ms
que una semana, porque el distrito de Santa
Croce no tena nada que ver con las calles
ms populosas por las que transitaban a
todas horas los turistas. Era un negocio
sencillo; tena un escaparate en el que se
reflejaban las calmadas aguas que separaban
la fondamenta Minotto de la orilla de
enfrente, una puerta sobre la que se lean en
grandes arabescos dorados las palabras Ca
Corsini y una vieja ensea de madera con un
tiovivo pintado. No pareca una tienda que
perteneciera a 1908, sino a una poca mucho
ms remota, en la que las damas seguan
vistindose con faldas tan amplias que
apenas podan pasar por las puertas, y los
caballeros arrastraban capas de terciopelo
por las calles. Una poca en la que los nios
suspiraban por los caballitos de cartn, y las
nias, por las muecas de porcelana, en
lugar de tener ojos solamente para los
prodigios mecnicos que los artesanos ms
tradicionales tenan que traer del extranjero.
Aquel da era domingo, y adems era
bastante temprano, por lo que no haba
mucha aglomeracin en las callejuelas del
distrito. El sol de septiembre entraba a
raudales por el escaparate, iluminando las
sonrientes cabezas con ojos de cristal, los
osos de peluche, las casas en miniatura y los
animales de cuerda que llenaban los
estantes. Al fondo haba una puerta ms
modesta que la que daba a la calle, y por ella
se acceda a una habitacin diminuta cuyas
paredes encaladas apenas podan
distinguirse; los pesados armarios y las
alacenas casi llegaban hasta el techo. Una
mesa de trabajo ocupaba el centro de taller,
y all se encontraba acodado, como cada
maana, uno de los dos propietarios de la
tienda.
Pareca demasiado joven para cargar con
el peso del negocio familiar. No aparentaba
ms de treinta aos como mucho. Tena un
rostro delgado, bastante descuidado debido
a la barba de varios das que cubra sus
mejillas, y unos ojos tan oscuros como el
cabello que acariciaba sus hombros. El
hecho de que siguiera llevando puesta la
ropa con la que asisti a misa en la iglesia de
San Rocco no significaba nada para Mario
Corsini; todo el mundo saba que ni siquiera
la etiqueta ms rigurosa le impedira
concentrarse en lo que ocupaba sus
pensamientos cuando encontraba un minuto
libre. Se haba desabrochado la hilera de
botones de su chaleco marrn para ponerse
cmodo antes de continuar con lo que haba
estado haciendo durante toda la noche
anterior. No era una labor sencilla; junto a
sus herramientas de relojera haba colocado
un cuaderno con minuciosas anotaciones
relacionadas con los mecanismos que hacan
hablar a las muecas parlantes. Frunca el
ceo mientras se inclinaba sobre la mesa,
pasando las pginas con una mano y
sujetando con la otra una caja de resonancia
en la que se dispona a insertar unas ruedas
diminutas.
Si los de la casa de Armand Marseille han
sabido hacerlo, Andrea y yo no seremos menos.
Esto es pan comido. Mario alarg una mano a
tientas para agarrar una taza de caf que
haba encima de la mesa, al lado de un juego
de destornilladores. Se la llev a los labios
sin acordarse de que haca varias horas que
la bebida se haba quedado fra, y la apart
con una mueca de disgusto. Cuntas noches
llevar con esto? Una semana?
El tiempo careca de importancia para
Mario cuando tena la mente puesta en
algn asunto interesante, y lo que estaba
construyendo en su taller prometa serlo. Se
trataba de un sistema de discos sonoros que
se haban colocado hasta haca unos aos
dentro de las muecas de porcelana para
conseguir que hablaran. Las primeras
grabaciones resultaron un fiasco; Mario
saba de buena tinta que una generacin
entera de aristcratas se haba quedado
traumatizada por culpa de las frasecitas que
sus inocentes compaeras de juego soltaban
en los momentos ms inoportunos. No pudo
disimular una sonrisa maliciosa al acordarse
del primer prototipo diseado por Thomas
Edison que les haban enviado a la
juguetera para que le echaran un vistazo. La
mueca ya era bastante escalofriante por s
misma, con sus desmesurados ojos castaos
y sus dientes puntiagudos, que se abran
para decir con una voz de resabios
metlicos: Ahora que me acuesto para
dormir le ruego a Dios que conserve mi
alma. Si debo morir antes de despertarme, le
ruego a Dios que se la lleve consigo. El
hermano pequeo de Mario, Andrea, se
haba redo de lo lindo con estas grabaciones
infernales que arrancaron de las cajas de
resonancia de las muecas y le haba
asegurado que las nias venecianas
valoraran mucho ms las canciones que se
disponan a colocar en su lugar. Algunas
personas pensaban que las muecas
parlantes haban pasado de moda, pero
Mario confiaba en que sus clientes an las
consideraran atractivas. No se encontraban
en una posicin econmica lo
suficientemente desahogada como para
ponerse a experimentar con unos juguetes
que nunca venderan. Hubiera dado
cualquier cosa por regresar a los aos
dorados de los artesanos, en los que la
maestra no tena que ver con la mecnica ni
con la tecnologa, sino con la belleza de las
creaciones.
Algo roz de repente su pierna, por
debajo de la mesa. Estaba tan acostumbrado
a aquel contacto que ni siquiera apart los
ojos de lo que estaba haciendo. Alarg la
mano derecha para acariciar la cabeza de un
gato que se haba deslizado dentro del taller
en el mayor de los silencios. Era un animal
flacucho, con mucho pelo castao y unos
ojos de color caramelo a los que asomaban
de vez en cuando unos destellos de
inteligencia de lo ms inquietantes. Lo
escuch ronronear de placer mientras se
restregaba contra su silla.
Tienes hambre otra vez? le
pregunt. Desliz los dedos por el lomo del
gato, que se arque ante su contacto con un
maullido de asentimiento. Vas a salirme
ms caro de lo que haba imaginado. Vamos,
sal al patio ahora mismo. Te he puesto el
desayuno all.
Le dio una palmadita para que se
marchara de la habitacin antes de regresar
a sus engranajes. Pero las horas de
concentracin parecan haber quedado muy
atrs, al menos durante el resto de la
maana. No llevaba ni quince minutos
trabajando cuando escuch ruido de pasos
sobre la tarima de madera de la juguetera, y
despus el sonoro bostezo de alguien que
acababa de apoyarse en la puerta del taller.
Mario le mir con cara de pocos amigos por
encima de su nariz, ligeramente rota haca
unos aos, a la altura del puente.
Buenos das murmur su hermano
pequeo. Siento levantarme tan... tarde...
Acababa de cumplir veinte aos, siete
menos que Mario. Los dos se parecan
mucho, aunque los rasgos de Andrea eran
ms suaves y redondeados y, en opinin de
todas las jovencitas del barrio, mucho ms
atractivos. Todava no haba perdido su
rostro aniado de adolescente. Tena el pelo
del mismo color castao, aunque ms corto y
ensortijado.
Qu hay para desayunar? quiso
saber, y se rasc la cabeza con aire
adormilado.
Para ti, nada le solt Mario sin
contemplaciones. Si te apetece tomar algo
puedes intentar quitarle a Shylock su cuenco
de leche. Creo que va necesitando afilarse las
uas.
Me encanta que ests de tan buen
humor por la maana. Sobre todo los
domingos.
He vuelto de San Rocco hace casi dos
horas, y t an seguas roncando contest
Mario en un peligroso tono de advertencia
. Aunque comprendo que ests muy
cansado despus de lo de anoche. Debiste de
superarte a ti mismo, a juzgar por los ruidos
que haca cierta seorita al otro lado de la
pared de mi cuarto. Espero que te
encuentres satisfecho.
El muchacho, que se haba puesto a
peinarse con los dedos ante el cristal que
haba en la puerta de una de las alacenas, no
pudo resistir la tentacin de sonrer a su
hermano.
Ah dijo con un aire de
arrepentimiento poco convincente. Te
hemos despertado?
No me habis dejado pegar ojo
rezong Mario. Se inclin de nuevo sobre la
caja de resonancia, empuando sus
herramientas con una energa que hizo que a
su hermano se le desdibujara un poco la
sonrisa. Creo que te dej claro el ao
pasado que no puedes meter a tus amiguitas
en casa. Esto es un negocio respetable,
Andrea. Hay que madrugar si despus
quieres comer. Apoy los codos sobre la
mesa para acercar ms la esfera de hierro a
sus ojos. Le ardan por tener que contemplar
durante tanto tiempo unos resortes tan
diminutos como granos de arena. Quin
era esta vez? quiso saber, introduciendo el
punzn entre dos ruedas. Antonella
Pietragnoli, la hija del encajero de Burano?
O esa pobre incauta que antes venda flores
en Rialto a la que llevaste a bailar en
Carnaval?
Ninguna de las dos contest Andrea
mientras regresaba a sus ojos su
caracterstico brillo. No poda evitarlo;
adoraba demasiado al bello sexo. Pero no
tena ni idea de que fueras tan cotilla.
Empiezas a parecerte a algunas de nuestras
vecinas ms metomentodo.
Me gustara hacerme una idea de la
clase de mujer que puedo encontrarme
cualquier maana desayunando en mi cocina
replic su hermano sin apartar los ojos de
la esfera.
No te la encontrars sonri Andrea
. Creo que prefiere hacerlo con su
hermana y con su padre. Al fin y al cabo no
nos separa de ellos ms que una pared. Y
al ver que Mario alzaba de nuevo la cabeza,
con aire de sorpresa, dijo en voz baja: Era
Simonetta.
A Mario se le cay el punzn sobre la
mesa, y de ah rod hasta el suelo cubierto
de serrn. El tintineo del metal hizo que
Shylock asomara la cabeza en el taller una
vez ms.
Qu dices? dijo Mario en tono de
incredulidad. Simonetta... nuestra
Simonetta?
Simonetta Scandellari, s. La que ha
pasado la mitad de su vida en nuestra casa.
No veo por qu te escandaliza que siga
hacindolo. Prcticamente nos hemos criado
juntos.
Justo es eso lo que ms... es que te has
vuelto loco? casi vocifer Mario. Andrea se
agach para recoger la herramienta,
suspirando. Desde cundo te dedicas a
rondarla?
Llevamos un par de meses estrechando
lazos, pero si lo que te preocupa es lo que
diga Scandellari al respecto te aseguro que
puedes estar tranquilo. Somos muy
discretos.
Sois un par de inconscientes. Eso es lo
que sois: unos adolescentes con la cabeza a
pjaros que no tienen ni idea del lo en el
que estn metindose le asegur Mario.
Dej la caja de resonancia sobre la mesa.
No lo comprendo. Siempre hemos
considerado a las hijas de Scandellari
nuestras hermanas pequeas. Emilia y
Simonetta son muy nias...
Emilia es una nia matiz Andrea.
No tiene ms que siete aos. Simonetta ya
ha cumplido diecisiete, y es dulce y
complaciente y todo lo que debera ser una
muchacha...
Tambin es muy crdula le record
Mario. Demasiado para su propia
seguridad.
No estoy aprovechndome de ella le
asegur Andrea, ponindose a la defensiva.
No? Entonces cmo se explica que
una muchacha que hasta hace un par de
aos todava jugaba con nuestras muecas
se escape en plena noche para meterse en tu
cama?
Su hermano pequeo no pudo evitarlo;
en su boca apareci una sonrisa complacida.
Secreto profesional susurr como si
hiciera una confidencia. Trat de enderezar
el arrugado cuello de su camisa. Apuesto a
que la mitad de la poblacin masculina de
Venecia se pregunta lo mismo. A veces es
realmente agotador ser codiciado por tantas
bellezas...
No te las des de Casanova conmigo
le advirti Mario. Shylock subi a la mesa de
un salto, restregndose contra la cintura de
Andrea y metindole la cabeza en la palma
de la mano para que se la acariciara. Por
una vez en tu vida, presta atencin a lo que
voy a decirte. Aprecio demasiado a
Simonetta para ver cmo se convierte en una
muesca ms en tu cabecero. Ella no est
hecha para ser la querida de nadie. Tiene un
corazn que vale su peso en oro. Si se lo
rompes, Scandellari te matar. Y te aseguro
que yo tambin lo har.
Andrea pareci sopesar seriamente
aquella amenaza, rascando al ronroneante
minino detrs de las orejas. Nunca haba
visto a Mario tan exaltado por culpa de sus
conquistas amorosas. Era una constante en
casa de los Corsini que su hermano le echara
en cara su vagancia en comparacin con las
horas que l pasaba encerrado en su taller,
pero nunca se haba metido tanto con su
vida privada. Despus de unos instantes de
silencio le dijo:
Lo que ms me sorprende es que de
repente te intereses tanto por sus
perspectivas de futuro. Es cierto que siempre
has tratado a Simonetta como a una
hermana... pero no podra encontrar dos
personas ms diferentes por mucho que lo
intentara. Ella es una criatura sencilla, a la
que parece bastarle la luz del sol para ser
feliz... mientras que a ti...
A m nada podra hacerme feliz,
verdad? se adelant Mario. Nada ni
nadie, no?
Andrea no supo qu contestar. Dud
mientras su hermano sujetaba de nuevo la
caja en la que haba estado trabajando. Se
pregunt por qu antes no se haba dado
cuenta de lo agotado que pareca. Aquella
maana aparentaba ms edad de la que
realmente tena.
Es buena persona, y es cariosa y fiel
dijo por fin, hurgando con el punzn entre
los minsculos engranajes. No sabes la
suerte que tienes de haber dado con alguien
as.
Hubo una resonancia en sus palabras que
hizo que Andrea se arrepintiera de haberlo
mencionado. Una sombra haba pasado por
su rostro, y aunque Mario segua inclinado
sobre la mesa no le cost captar el
relmpago de dolor que encendi por un
instante sus pupilas, entre los mechones de
cabello revuelto que le caan por la frente.
No se atrevi a decir nada ms; le conoca
bien y saba que no tena sentido insistir. Le
dio un par de palmadas en el hombro antes
de abandonar la estancia con el gato pegado
a sus talones.
Voy a preparar ms caf. Esa taza tiene
que estar helada, y los dos lo necesitamos.
El rumor procedente de la fondamenta
Minotto haba aumentado de volumen en los
ltimos minutos. Mario apart la mirada de
sus herramientas al captar con el rabillo del
ojo cmo se dirigan en manada hacia San
Marcos los conocidos grupos de caballeros
con sombrero de copa y las damas envueltas
en elegantes chales, chapurreando entre
ellos en un idioma que nunca era capaz de
reconocer. Los aos en Ca Corsini le haban
enseado a distinguir a una turista francesa
de una inglesa nada ms ponerles los ojos
encima, ms por la ropa que llevaban que
por los retazos de conversacin que poda
escuchar desde el taller. Las inglesas
parecan sentir una curiosa dependencia de
sus sombrillas, con las que se protegan
desesperadamente del devastador sol de
Italia. A las francesas no les preocupaba
tanto regresar a su pas de origen con las
mejillas un poco ms sonrosadas. Siempre
era Andrea el que se las arreglaba para
hablar con ellas, moviendo mucho las manos
mientras recurra a expresiones como lovely
o charmante que Mario no tena ni idea de
dnde poda haber aprendido. Las haca
ruborizarse tanto como el sol, y luego las
convenca de que compraran toda clase de
chucheras para sus sobrinas, o para las hijas
de sus amigas, dado que era imposible que
mujeres tan esplendorosas hubieran
conocido en sus blancas carnes los rigores
de la maternidad. A Mario le cost contener
una sonrisa mientras se acordaba de Anne
Marie, una escocesa pecosa y pelirroja que se
march la semana anterior de la juguetera
baada en lgrimas, asegurndole a Andrea,
mientras l besaba ceremoniosamente su
mano, que atesorara durante el resto de su
vida el recuerdo de aquel hijo del Adritico
que le haba dicho palabra por palabra lo
que imaginaba que diran los italianos. Con
el dinero que se gast en la tienda, Andrea le
regal a Mario una pitillera que no pensaba
estrenar y se llev a las hijas de Scandellari a
merendar pasteles.
Tenemos que comprar ms caf. La
voz de su hermano atraves sus
pensamientos como lo haca la luz de la
maana con los cristales. Casi no nos
queda. Aunque eso es buena seal; significa
que hemos hecho horas extra por la noche.
Al menos por tu parte.
Mario cabece silenciosamente en seal
de asentimiento. Tante con la mano sobre
la mesa para coger otro de sus punzones,
casi tan afilados como agujas de coser.
Andrea dej una nueva taza humeante a su
lado mientras se acercaba con la suya entre
los dedos al escaparate que haba limpiado
la tarde anterior. Desde all poda
distinguirse la popa del Bucintoro, la
pequea barca que haba sido de Marco, el
padre de los Corsini, y que seguan
amarrando a uno de los postes ms
cercanos. Una nia de largas coletas miraba
con ojos muy redondos los juguetes que
haba tras los cristales, encima de unos
cojines de raso descolorido. Pareca a punto
de abrir la boca para decir algo, pero su
madre la agarr de la mano para tirar de ella
en la direccin en la que se encontraba San
Marcos.
Andrea hizo una mueca de decepcin. Tal
vez Mario estuviera en lo cierto y las cosas
en Ca Corsini no marcharan tan bien como
deberan. Al ir a por el caf se haba fijado
en la acumulacin de facturas por pagar que
haba en uno de los estantes, y a las que an
no haban decidido cmo enfrentarse. Qu
habran dicho sus padres si siguieran con
vida?
A propsito dijo mientras aspiraba el
reconfortante aroma de la bebida, me
haba olvidado de contarte el ltimo cotilleo
de Santa Croce. Menos mal que sigues
sentado!
Sorprndeme le desafi Mario.
Antonella ha sentado la cabeza? Se va a
casar?
A Andrea se le escap una carcajada cuyo
significado comprenda demasiado bien.
El da en que Antonella se case yo
tomar los hbitos en la iglesia de San
Rocco.
No lo digas tan alegremente le
advirti Mario. Cosas ms raras han
sucedido. De qu puede tratarse entonces?
Pietragnoli se ha muerto al morderse la
lengua sin querer?
Caliente, caliente. Tiene que ver con
Pietragnoli, aunque por una vez su veneno
no iba dirigido a nosotros dos, sino a una
familia que an no conocemos: los
Montalbano.
Sorbi poco a poco el caf mientras
Mario le miraba con las cejas enarcadas.
Saba lo mucho que le gustaba a su hermano
hacerse el interesante, pero ciertamente
resultaba extrao que el encajero, que
pareca encontrar un placer perverso en
contarles a todos los vecinos lo anticuados
que se encontraban los productos de los
Corsini, prestara atencin a rumores
procedentes de ms all del distrito. Santa
Croce era, en muchos aspectos, una Venecia
en miniatura, ms parecida a un pequeo
pueblo de pescadores que al enclave
legendario con el que soaban los poetas, los
pintores y los msicos desde haca siglos.
A una familia que an no... quieres
decir que esos Montalbano son unos
forasteros?
Aj. Pero no son turistas. Ni los tpicos
ricos que adquieren un palacio al borde del
Gran Canal para no visitarlo ms que dos o
tres veces en sus vidas. Son artesanos, como
nosotros. Dio un nuevo sorbo antes de
aadir: Claro que eso no les ha impedido
hacerse con la casa de las cabezas de soldado
que tenemos enfrente. Por lo que le he odo
decir a Pietragnoli no se trata de que la
hayan alquilado... sino que se la han
comprado a su dueo!
Aquello sirvi para espolear la curiosidad
de Mario hasta lmites insospechados. No
poda haber dos edificios con los mismos
adornos tan cerca de Ca Corsini, sobre todo
cuando esos adornos consistan en una
hilera de cabezas de piedra provistas de
cascos, al modo de los antiguos romanos,
que se haban hecho famosas por servir
como blanco a la chiquillera del vecindario
cuando practicaban su puntera sirvindose
de sus tirachinas.
Lo dices en serio? La antigua casa de
herr Grnwald, la del otro lado del canal?
Exactamente. Esa misma casa
Andrea apunt con un dedo hacia la calle
que todos dbamos por hecho que se
derrumbara el da menos pensado. A que
es una primicia?
No puede ser verdad. Est hecha una
ruina. Si apenas puede mantenerse en pie!
Al parecer pretenden restaurarla para
que en unas semanas vuelva a ser habitable.
Habitable? Cmo que habitable?
insisti Mario mientras soltaba la caja
encima de la mesa. Nadie puede vivir all
sin que su salud corra un grave peligro. Para
que una familia la encontrara confortable
habra que acometer tantas reformas que
casi sera ms econmico echarla abajo. Mira
esa fachada con desconchones, toda cubierta
de xido...
Se reuni con su hermano al lado del
escaparate. Tuvo que levantar un brazo para
eclipsar el sol, pero aun as pudo
distinguirla. La casa se ergua justo enfrente
de la de los Corsini, al otro lado del canal
que separaba la fondamenta Minotto de la
fondamenta Gaffaro, y que reciba el mismo
nombre de rio del Gaffaro. Aquella maana
pareca ms destartalada que nunca; la
pintura de sus tres pisos estaba
desprendindose como si tuviese la lepra, y
encima del alero, atestado de palomas, se
acumulaba tanta suciedad que se necesitara
un regimiento entero de trabajadores para
arrancar la costra de salitre y verdn que lo
recubra todo. Al balcn del primer piso le
faltaban un par de balaustres, que
seguramente yaceran en el fondo del canal,
entre las algas y los restos del desayuno que
alguna abnegada vecina acabara de arrojar
desde su ventana. Las contraventanas se
encontraban a punto de desprenderse, al
igual que las cochambrosas cabezas con
cascos.
Con las incrustaciones provocadas por
las aves y por la lluvia la casa recordaba a un
navo hundido, recubierto de plancton, de
caracolas y de conchas marinas. Mario movi
la cabeza, an tratando de asimilar la noticia
que acababa de darle su hermano pequeo.
Tienen que estar locos de atar. Quin
querra instalarse en semejante cuchitril?
Eso es lo ms curioso. Yo que t me
sentara de nuevo. Por lo que me han dicho
son dos jugueteros procedentes de
Florencia: un padre y una hija que siempre
viajan juntos.
A Mario le llev unos segundos
reaccionar. Se qued contemplando a
Andrea como si le hablara en otro idioma.
Vea abrirse y cerrarse su boca mientras le
segua contando que por lo visto herr
Grnwald se haba mostrado encantado de
deshacerse de su antigua vivienda, pero su
mente no era capaz de procesar ms que una
palabra: Jugueteros...
Y ni siquiera han venido a ver la casa
prosigui Andrea. La han comprado
casi a ciegas, sin consultar ms que los
planos. Me lo han contado todo en Rialto.
All circulan toda clase de rumores sobre
ellos. Me atrevo a decir que sern la
sensacin del invierno.
Jugueteros dijo Mario en voz baja.
Has dicho que son una pareja de
jugueteros...
S, eso es lo que he dicho. No es muy
alentador. Crees que nos darn problemas?
Eso depende de si tienen pensado abrir
un negocio en su casa. Si lo hacen, si quieren
dedicar la planta baja a una juguetera...
Mario tuvo que pasarse una mano por la
frente para enjugarse el sudor que le haba
cubierto todo el cuerpo en cuestin de
segundos. No poda creer que tuvieran tan
mala suerte. Nadie poda tener tantos
problemas al mismo tiempo!. Una
juguetera justo enfrente de Ca Corsini
sigui susurrando. En una zona en la que
nuestro dominio resultaba absoluto, hasta
con estas estrecheces econmicas...
Vamos, no te hagas mala sangre antes
de tiempo le aconsej Andrea. l tambin
pareca un poco preocupado, porque la
reaccin de su hermano haba confirmado
unos temores que se desvanecieron de su
mente cuando los labios de Simonetta
Scandellari y los suyos entraron en contacto
la noche anterior. An no sabemos nada
sobre esa gente.
Oh, lo sabremos, eso dalo por hecho
asegur Mario. Nos enteraremos de todo
lo relacionado con sus vidas. En cuanto
nuestros vecinos comprendan que nos
conducirn a la ruina se dejarn caer por
aqu con la excusa de ver qu tal nos van las
cosas, y nos deleitarn con un rosario
interminable de ancdotas suyas. Nada atrae
tanto la atencin de los depredadores como
el aroma a decadencia. Sacudi la cabeza
sin dejar de mirar la casa recin comprada.
Pareca estar retndola con su mirada a
seguir mantenindose en pie. Sabes lo que
significa esto, no? continu ms
quedamente. El invierno est a la vuelta de
la esquina. Y las Navidades tambin.
Tenemos que ponernos a trabajar ms que
nunca para demostrarles a los Montalbano
que no permitiremos que nos pisoteen.
Todava no ha terminado septiembre
se horroriz Andrea. No seas tan
exagerado!
La nica respuesta que obtuvo fue la de
un trapo que le tir a la cara. Mario regres
al taller mientras se suba las mangas de la
camisa. Se dej caer de nuevo en su silla.
Lo peor que podramos hacer sera
dejar que nos cogieran desprevenidos dijo
en un tono tan decidido que su hermano
comprendi que no conseguira nada
protestando. En el fondo ha sido un golpe
de suerte que Pietragnoli te lo contara. Le
debemos un favor!
Andrea solt un resoplido. A veces le
daba la sensacin de que estara mejor
callado.
No s para qu te he dicho nada. Todo
resultaba ms cmodo cuando el mayor de
mis problemas era que Scandellari me
arrancara la piel a tiras. Esto va a dolerme
mucho ms.
Mario no le contest. Dej refunfuar a
su hermano entre dientes mientras volva a
sujetar sus herramientas con una pasin
renovada. Ahora saba qu era aquello a lo
que se enfrentaban, y tambin lo que tenan
que hacer si no queran perder lo que sus
padres construyeron con tanto esfuerzo.
Haba tiempo de sobra para formar sus
ejrcitos antes de que empezara la batalla. Y
no le importaba en absoluto que acabaran
producindose ms bajas de las que los
Corsini podan permitirse. Aquellos
usurpadores no saban con quin se la
jugaban!
CAPTULO II
Mario no tard en comprender que
acabara sabiendo ms cosas de los
Montalbano de lo que le hubiera gustado. La
llegada del otoo trajo consigo toda clase de
rumores sobre los forasteros que se
instalaran en la orilla de enfrente. Los
vecinos parecan estar de acuerdo en que
aquella noticia, sobre todo teniendo en
cuenta la supuesta fama de la que gozaban
sus productos, caera como una bomba en
casa de los Corsini, y tomaron la decisin de
dirigirse a Mario y a Andrea en un tono de
voz tan susurrante que casi haca pensar que
se haba muerto alguien. Era evidente que
sentan compasin por ellos, pero haba
pocas cosas que Mario Corsini odiara ms
que la compasin de las personas que a l no
le importaban. Andrea se lo tomaba ms a la
ligera; estaba convencido de que no habra
ningn problema aparte de la competencia
que existira entre ambos negocios. En
octubre comenzaron las obras de
rehabilitacin, y mientras su hermano asista
con gran inters a las maniobras que los
obreros llevaban a cabo sobre la
descascarillada fachada de la casa, Mario no
poda hacer ms que cruzar los dedos para
que sus peores sospechas no se confirmaran.
No podan tener esa mala suerte despus de
tantos aos de esfuerzo!
El barrio entero de Santa Croce contena
el aliento mientras aquel edificio que todos
consideraban una ruina comenzaba a
renacer entre sus capas de mugre y sus
escombros. Se repararon los balaustres, se
pusieron cristales nuevos en las ventanas, se
limpiaron la cornisa y las altas chimeneas
troncocnicas en las que las palomas haban
construido su propio imperio y se cubrieron
las ronchas descoloridas de los muros con
dos capas de pintura que hicieron relucir la
casa como si acabaran de levantarla.
Entonces, cuando se convirti en un
autntico hogar, le toc el turno al local que
haba en la planta baja. Esas obras fueron
mucho ms secretas por no realizarse en la
calle, y lo nico que los vecinos podan
distinguir eran carretadas de cascotes que
sacaban del interior de la tienda como si un
ejrcito de enanos estuviera cavando una
mina. Pronto los escaparates devolvieron los
resplandores del sol, y los nuevos marcos de
madera barnizada aadieron una nota de
elegancia a la sobria blancura de la fachada.
Hasta las cabezas de piedra sostenan la
mirada a los curiosos como si una nueva vida
asomara a los ojos esculpidos debajo de sus
viseras. En un par de semanas la antigua
propiedad de Julius Grnwald qued tan
irreconocible como si la hubieran derribado
para construir una casa distinta en su lugar.
Finalmente, a comienzos de noviembre,
dos pesadas barcazas de las que se conocan
en Venecia como topi hicieron su aparicin
por el rio del Gaffaro. Venan tan cargadas
de cajas de cartn y de madera y de bultos
atados con cuerdas que pareca un milagro
no verlas zozobrar sobre las aguas
estancadas. En la primera venan los
Montalbano; Mario no pudo resistir la
tentacin de asomarse al escaparate de su
tienda para echar un vistazo a sus
competidores, aunque la cantidad de gente
que se haba reunido en la fondamenta
Gaffaro para darles la bienvenida no le
permiti reconocerlos. Sinti una punzada
en el corazn al comprender que todos los
dems vecinos estaban encantados de
tenerlos all.
Pero no te engaes: los han ayudado a
descargar sus cosas solamente porque la hija
de Montalbano ha resultado ser guapa
trat de tranquilizarle Andrea mientras
Mario se desahogaba dando martillazos a
una plancha de aluminio que quera usar
para construir un tiovivo. Intentan caerle
bien a su padre porque ms de uno ya le ha
echado el ojo.
A Mario le pareca ridculo que
Montalbano tuviera que aprovecharse de la
supuesta belleza de su hija para asegurarse
de que les daban un buen recibimiento. Que
tuviera una cara bonita no hara que sus
juguetes fueran ms hermosos que los de
Ca Corsini. Todo le pareca tan injusto que
comenz a amargarse como nunca antes le
haba sucedido con nada relacionado con su
negocio. As se lo hizo saber a Benedetto
Scandellari, el dueo de la cristalera que
haba al lado de su tienda, cuando acudi a
visitarle con Andrea la misma tarde en la
que los Montalbano haban anunciado que
abriran sus puertas por fin.
El grado de familiaridad de los
Scandellari y los Corsini era tal que nunca
cerraban con llave las puertas traseras de sus
casas. Compartan un patio interno al que se
acceda por sus respectivas trastiendas, y de
all arrancaban unas escaleras adornadas
siempre con geranios, que comunicaban con
los dos pisos, situados sobre sus negocios.
Se haban acostumbrado a pasar juntos todo
el tiempo que podan como una gran familia
en la que Scandellari segua siendo algo as
como el patriarca, aunque Mario tena
veintisiete aos y haca tiempo que su
hermano haba dejado de ser un
adolescente. Siempre que tenan un
problema acudan a su vecino para que los
asesorara sobre los pasos que convena dar.
Estis haciendo un desierto de un
grano de arena los rega cuando le
contaron lo que suceda. Se haban sentado
cada uno en una silla de su taller, tan cerca
del horno que casi sentan cmo unas
lenguas de fuego invisibles les acariciaban la
cara. No hay razn alguna para que
desconfiis de los Montalbano antes de
conocerlos en persona. Varios vecinos
nuestros los han visitado durante los
ltimos das y me han dicho que Gian Carlo
Montalbano es de lo ms agradable. No
comprendo por qu os asusta tanto su
llegada.
Scandellari se haba hecho cargo de los
Corsini cuando se quedaron hurfanos, diez
aos atrs, y en consecuencia segua
actuando como un padre con ellos. Se
trataba de un hombre enorme, de cincuenta
aos, ancho de hombros y con unos brazos
tan musculosos que costaba comprender
cmo no se le rompa ninguna de las
delicadas piezas de cristal que salan de su
horno. Su cabello empezaba a escasear en
torno a su frente, aunque el que le quedaba
segua siendo tan oscuro como sus ojos.
Haca unos cuantos aos que su esposa
Isabella haba muerto, y desde entonces las
nicas mujeres de su vida haban sido sus
dos hijas: Emilia, a la que Mario quera casi
tanto como su padre, y Simonetta, a la que
Andrea quera como... bueno, como Mario
supona que quera a cualquier chica del
barrio. Era una suerte que Scandellari no
albergara la menor sospecha de lo que
hacan a sus espaldas; le crea perfectamente
capaz de moler a su hermano a palos si lo
descubra.
Ests diciendo todo esto para
tranquilizarnos contest Mario con aire
resentido, pero en el fondo sabes que
tenemos razn. Que alguien inaugure una
juguetera al otro lado del rio del Gaffaro es
la mayor desgracia que podra sobrevenirnos
ahora mismo.
Cuando la tomas con algo eres incapaz
de atender a razones. A veces me recuerdas a
tu padre ms de lo que imaginas resopl
Scandellari. Examinaba atentamente la pasta
de cristal de un rojo encendido a la que
haba dado forma soplando a travs de una
caa hueca. No veo por qu va a
perjudicaros algo as. No acabo de
entenderlo, de verdad.
Mario piensa que con una nueva
juguetera abierta tan cerca de la nuestra
todos los turistas que visiten Santa Croce se
quedarn en la de los Montalbano le
explic Andrea.
Eso no tiene por qu ser as protest
Scandellari. Al dar la vuelta a la caa vieron
que se haba formado una pequea burbuja
al extremo de la masa gelatinosa. Scandellari
la coloc de nuevo dentro del horno,
hacindola girar lentamente hasta que
alcanzara la temperatura deseada. Cuando
el gobierno de la Serensima decret que los
talleres de los cristaleros deberan
trasladarse a Murano, en la Edad Media
sigui diciendo la noticia no sent nada
bien entre los artesanos de mi gremio. Todos
comprendan que las estructuras de madera
sobre las que se sustenta Venecia corran un
grave riesgo de arder por culpa de los
hornos, pero pensaban lo mismo que t: que
al estar concentrados en la isla tantos
negocios iguales se iran todos a pique. Y
crees que sucedi lo que teman?
Parece que no coment Andrea.
Haba apoyado su silla sobre las patas
traseras y se balanceaba rtmicamente
adelante y atrs. De hecho les ha venido
bien estar juntos!
A eso me refiero! Uno no tiene que
tratar de hacer bien su trabajo solamente
para ser el mejor! A veces es necesario
apoyarse en los compaeros para alcanzar
un objetivo comn! Quin os ha dicho que
no sacaris nada aprovechndoos de los
Montalbano?
No tengo la menor intencin de
aprovecharme de ellos resopl Mario.
Despus de los aos que llevamos al frente
de Ca Corsini podemos capear solos
cualquier temporal.
Creo que no ests entendindome le
dijo Scandellari. Se haba inclinado para ver
con ms detenimiento lo que suceda dentro
del horno. No he dicho que os aprovechis
de los Montalbano en el sentido de robar sus
ideas. He dicho que a lo mejor os vendra
bien contar con unos aliados que tengan los
mismos intereses que vosotros. Es
estupendo eso de tratar de ganarse la vida
uno mismo... pero muchas veces la unin
hace la fuerza.
Mario no pudo estar de acuerdo con
Scandellari en este punto. Diez aos al
frente de la juguetera le haban hecho
comprender que las cosas salan mejor
cuando no dependa de nadie ms para
hacerlas. Hasta la colaboracin de Andrea,
en ms de una ocasin, le haba parecido
una carga porque sus ideas no solan
comulgar con las de su hermano. Y
Scandellari le recomendaba estrechar lazos
con unos completos desconocidos! Como si
no supiera tan bien como Mario lo que
sucedera a partir de entonces con sus
productos!
Mientras tanto Scandellari haba vuelto a
sacar la caa con el pegote de cristal en su
extremo y, con ayuda de unas herramientas
alargadas, ampliaba poco a poco una
abertura practicada en la masa gelatinosa.
Aquella circunferencia cada vez mayor no
tardara en convertirse en la boca de un
jarrn. Por un momento Mario envidi la
libertad de la que gozaba su vecino. l no
tena que rendir cuentas a nadie, ni
preocuparse por otros cristaleros que
pudieran hacerle la competencia. Era uno de
los pocos que vivan en Santa Croce y
disfrutaba del honor de ser considerado uno
de los mejores en lo suyo por parte de los
dems vecinos. Como si supiera lo que se le
pasaba por la cabeza, Scandellari le mir
severamente por encima de su jarrn. Tena
la frente perlada de gotas de sudor.
Escucha atentamente, Mario le dijo
en un tono de voz que le hizo comprender
que le estaba hablando ms en serio que
nunca. Cuando tus padres se instalaron en
Venecia hace treinta aos todos los
recibimos con los brazos abiertos. Logramos
que se sintieran como en su propia casa en
cuestin de das. Cmo crees que les habra
sentado que los viramos como una
amenaza? Piensas que se habran
encariado con Isabella y conmigo, como
sabes perfectamente que sucedi, si
hubiramos estado rezando todo el tiempo
para que regresaran a Verona? Qu clase de
solidaridad habra sido la nuestra?
Pero t no eras el propietario de
ninguna juguetera murmur Mario,
hurao. No existi nunca la menor
rivalidad entre mi padre y t. S que te
quera como a un hermano.
Yo no poda saber en el momento en
que conoc a Marco Corsini y a su esposa que
llegaran a ser de la familia le record
Scandellari. Eres demasiado orgulloso,
chico.
Siempre se lo digo suspir Andrea,
sacudiendo la cabeza, pero no me hace
caso.
Su hermano mayor le atraves con la
mirada. Scandellari apoy la caa con el
jarrn encima de una mesa metlica que
haba a la derecha del horno. El vidrio
comenzaba a enfriarse poco a poco, y ya no
quedaba ms que aguardar hasta que
adquiriera la forma definitiva. Al darse
cuenta de que Mario pareca an ms
abatido le dio una palmada tan fuerte en la
mejilla que estuvo a punto de hacerle perder
el equilibrio. Andrea tuvo que morderse los
labios para no echarse a rer. A veces
Scandellari no calculaba sus fuerzas.
Deja de darle vueltas a las cosas,
Mario. Lo que tenga que ser, ser. Ahora no
debes concentrarte en nada ms que en tu
trabajo. Cuando conozcas a los Montalbano
seguro que pensars lo mismo que yo.
Adems, nunca se sabe... puede que hasta
te caigan bien!
Desapareci en la trastienda para
quitarse el pesado mandil de cuero que le
caa por encima de los pantalones. Mario se
pas una mano por la cara con expresin de
rencor.
Me caern bien cuando regresen a su
condenada Florencia. Ojal lo hagan
pronto...
Pues tena mucha razn le dijo
Andrea bajando un poco la voz. Deberas
prestarle ms atencin. Estoy seguro de que
nuestro padre nos dira lo mismo si siguiera
con vida.
Y t deberas alejarte un poco ms de
su hija, sobre todo por las noches replic
su hermano mordazmente. As evitars
que te parta la cara cuando lo descubra de
una vez.
Acababa de decir esto cuando la puerta
de la cristalera se abri para dejar paso a las
pequeas de Scandellari. Las dos venan
muy acaloradas, como si hubieran cruzado a
todo correr el ponte Marcello que enlazaba
las dos orillas del canal. El brillo de sus ojos
le sirvi para hacerse una idea de por dnde
haban estado deambulando aquella tarde.
Ya han abierto la juguetera!
exclam Emilia. Tena las mejillas
sonrosadas por la emocin. Tenis que ir
a verla los dos! Es preciosa y enorme, y est
llena de juguetes que parecen mgicos!
Haba nios por todas partes y msica y
cosas que se movan...!
Casi se atragantaba con sus propias
palabras. A Mario le hizo sentirse peor
aquella emocin tan inocente de Emilia que
cualquiera de las maliciosas ponderaciones
de sus vecinos. Sus largas trenzas castaas
se balanceaban con cada uno de los saltos
que daba.
Haba una bailarina encima de una de
las mesas. Como las de las cajas de msica
que hacis vosotros, aunque mucho ms
grande... casi como una persona de verdad. Y
la falda era rosa y tena perlas cosidas y el
pelo rubio recogido en un moo con una
flor...
Era impresionante reconoci
Simonetta, su hermana mayor, con cierto
tacto que a Mario no le pas inadvertido.
Deba darse cuenta mejor que Emilia de lo
mucho que la aparicin de los Montalbano
perjudicara a los Corsini. Pero no os
preocupis; esto no es ms que una novedad.
Pronto la gente se acostumbrar a sus
juguetes. Siempre es as.
Acababa de cumplir diecisiete aos y
muchos vecinos de Santa Croce decan que
era la mayor belleza del distrito. Simonetta
tena una cara en forma de corazn en la que
sus ojos castaos resplandecan cada vez que
se rea, lo que suceda con mucha frecuencia,
sobre todo cuando Andrea se dejaba caer
por la cristalera de Scandellari. Tambin su
cabello era castao, y sola llevarlo recogido
en una gruesa trenza alrededor de la cabeza.
Mario se dio cuenta de que su hermano
no le haba quitado los ojos de encima desde
que entr en la tienda. Pareca que
Simonetta tambin lo haba hecho, porque
se sonroj un poco mientras sonrea con una
complicidad que logr disipar las pocas
dudas que an le quedaban. A aquella
primera noche en casa de los Corsini haban
seguido muchas ms.
Haba conocidos nuestros en la
juguetera? quiso saber tratando de
parecer sereno.
Unos cuantos. Estaban el panadero
Luciano con sus sobrinas, y tambin las hijas
de Pietragnoli. Fue Antonella la que nos
llev a ver la bailarina cuando nos
encontramos.
Pues ya puede ponerse a ahorrar
Pietragnoli si se la quiere regalar coment
Andrea con aire escptico. No quiero ni
imaginar cunto costarn unos juguetes tan
elaborados.
Haba cuatro cifras en las etiquetas de
las muecas de porcelana ms sencillas
dijo Simonetta mientras se desprenda del
chal que cubra sus hombros. Pero eso no
ser un problema para los Montalbano. No
creo que nuestros vecinos sean la clase de
clientes en los que piensan. Solo los ricos del
Gran Canal podran permitirse comprar
caprichos as.
Entonces que trabajen para ellos. As
nuestras ventas seguirn siendo las mismas.
Y qu tienes ah? pregunt Mario al
ver que Emilia llevaba una bolsa en la mano.
Caramelos! dijo la nia muy
contenta. Me los dio el propio
Montalbano! Y son ms de diez! Mario no
pudo evitar sonrer por frustrado que se
sintiera; Emilia an no haba aprendido a
contar ms all del diez. Espera, te dar
uno. Vers lo ricos que estn.
Fue a sentarse sobre las rodillas de Mario
mientras abra la bolsa de papel. No tuvo
ms remedio que coger un caramelo, aunque
no le apeteca demasiado. Le sorprendi un
poco encontrarse con una textura gomosa
recubierta de azcar que no tena nada que
ver con los dulces a los que los confiteros de
Venecia tenan acostumbrados a los
pequeos.
Esto sabe raro... como a almendras.
Mario frunci un poco el ceo. De qu
son?
No lo s exclam Emilia. Pero eso
es lo mejor de todo. Es lo que les da
misterio!
Bueno, pues si a Montalbano le sale
bien esta tctica tendremos que empezar a
usar caramelos como reclamo. Sus juguetes
no parecen ser lo suficientemente
interesantes...
Qu quieres decir con eso?
pregunt Andrea procurando no sonrer
demasiado.
No es evidente? Si los productos que
salen del taller de los Montalbano valieran la
pena no tendran que andar comprando a
sus futuros clientes con caramelos ni
tonteras.
Valen la pena le asegur Emilia,
ponindose seria de repente. Esa bailarina
que da vueltas todo el tiempo es bonita...
aunque yo prefiero lo que hacis vosotros.
Se estir para besar ruidosamente a Mario
en la mejilla. Me regalaris una mueca
de trapo por mi cumpleaos? La que tengo
est toda rota y pierde el relleno. Necesito
una nueva...
Mario le prometi que tendra la mueca
de trapo ms bonita de Venecia, y Emilia
salt sobre sus rodillas durante un rato
antes de abandonar el taller. Quera
ensearle a su padre lo que le haban dado
en la juguetera antes de que se marchara
con sus amigos.
Cada da que pasa est ms enamorada
de ti dijo Simonetta en voz baja, y Andrea
se rio de buena gana. A m no ha querido
darme ni uno solo de los dichosos caramelos
de Montalbano, y eso que llevo
pidindoselos desde que nos marchamos de
la tienda.
Ya me encargar yo de darte alguna
cosa dulce le prometi Andrea, y
aprovech que Emilia estaba entreteniendo a
Scandellari para rodear la cintura de
Simonetta con un brazo y sentarla sobre sus
rodillas, como haba hecho Mario con su
hermana pequea.
Ella dej escapar una exclamacin mezcla
de sorpresa y de regodeo. Mario prefiri
marcharse a su casa antes de que corriera la
sangre. No quera estar presente cuando su
vecino se enterara de lo que su preciosa
Simonetta haca cuando se supona que
estaba durmiendo en su cama. Al salir a la
calle le dio un vuelco el corazn porque la
orilla de enfrente segua estando atestada de
vecinos. Todo el mundo pareca haberse
congregado ante la puerta de la nueva
juguetera para contemplar con sus propios
ojos los prodigios que las hijas de
Scandellari haban descrito. Era como si
hubieran adelantado la Navidad.
Aquella tarde se encerr en su cuarto
antes de que anocheciera y permaneci
mucho rato tumbado en la cama sin poder
dormir, sintiendo cmo se haca cada vez
ms pesada la carga de su pecho. Se le haba
puesto un dolor de cabeza tan insoportable
que pareca repercutir por todo su cuero
cabelludo. La fascinacin que haba ledo en
los ojos de la pequea Emilia era una de las
cosas ms dolorosas por las que haba
pasado. Aunque lo peor todava estaba por
llegar... y con ello un encuentro que dara la
vuelta a su universo.
***
Lleg con un sombrero de paja adornado
con plumas de gorrin, un vestidito de
organd con enormes mangas abullonadas y
una capa de seda blanca que caa sobre sus
hombros como las alas plegadas de un
querubn. Exactamente el mismo aspecto
con el que Mario haba imaginado lo que les
sobrevendra en los siguientes das. La
Fatalidad.
Herr Wittmann! le oy exclamar una
tarde a su hermano mientras se apresuraba a
salir de detrs del mostrador para estrechar
la mano del caballero que acababa de entrar
en la juguetera. Tena el cabello oscuro y
repeinado con mucha gomina, y un elegante
bigotito. Qu honor volver a verle por
aqu! Ya pensbamos que nos haba
olvidado!
Seor Corsini... contest Joseph
Wittmann mientras se quitaba el alto
sombrero de copa con la mano que tena
libre. Y seor Corsini repiti sonriendo
en la direccin en la que se encontraba la
puerta abierta del taller. Mario apenas hizo
un movimiento con la barbilla para
devolverle el saludo. Siento de veras
haberlos desatendido durante tanto tiempo
continu el caballero. Pero los ltimos
meses han sido una locura. Se enter de lo
que le sucedi a mi suegro este verano?
Seguro que s, toda Venecia debe de estar
hablando de lo mismo... Sufri una apopleja
fulminante al poco de que regresramos a la
ciudad. Habamos pasado cuatro meses a su
lado, en la casa que campo que posea a las
afueras de Salzburgo. Y nada nos haba
hecho pensar que fuera a pasarle algo
semejante!
Algo he odo al respecto corrobor
Andrea, que le haba puesto varios meses
antes un peridico a su hermano en la cara
mientas proclamaba: Ms dinero para
nosotros!.
Por suerte mis abogados supieron
hacerse cargo de la situacin. No imagino
cmo mi pobre Elsa podra habernos sido de
ayuda, postrada como se encontraba por la
prdida de su padre. Muri sin que nadie
estuviera seguro de si haba redactado un
testamento...
No me lo puedo creer! Un hombre
tan previsor, tan responsable con su
patrimonio!
Eso mismo pensaba yo mientras
revolvamos todos sus cajones corrobor
Joseph Wittmann. Haba apoyado las manos
sobre la empuadura de plata de su bastn,
con la forma de una cabeza de ngel cercada
por dos largas alas que se retorcan hacia
atrs para adaptarse a su curvatura. Claro
que una semana ms tarde acab
apareciendo, con las generosas disposiciones
que mi esposa y yo habamos imaginado.
Temo que pueda parecer que me comport
de una manera demasiado interesada,
preocupndome por la herencia nada ms
enterrar a mi suegro, pero se supone que
debo velar en todo momento por el
bienestar de mi familia. Y mientras est en
mi mano aadi a la vez que diriga una
radiante sonrisa a la nia que le acompaaba
no le faltar nada a mi preciosa Edelweiss.
Mario se oblig a pensar en liras, muchos
cientos de liras, para no soltar un resoplido
que herr Wittmann habra encontrado poco
educado. La hija del embajador austraco se
haba apoyado sobre el mostrador para
contemplar la coleccin de juguetes de
hojalata que Andrea haba abrillantado
aquella misma maana. Edelweiss Wittmann
an no haba cumplido los ocho aos, pero
ya era una rplica en miniatura de su
aristocrtica madre, desde los pequeos pies
calzados en cuero blanco hasta la punta de la
nariz alzada hacia el techo, pasando por los
pesados tirabuzones rubios que caan por
encima de su vestido.
Siento mucho lo que le sucedi a su
abuelito, seorita Wittmann le dijo
Andrea en un tono que pretenda ser
amable, aunque Mario saba de sobra lo
mucho que le costaba soportar los aires de
grandeza de la mocosa que tena ante s.
Aunque estoy convencido de que no le
gustara verla llorar por su culpa. Sera
mucho mejor recordarle con una son...
Todava no han trado ms juguetes
de hojalata? le cort Edelweiss. Ya
tenemos en casa todos estos. Los tenemos
desde mucho antes del verano. Por qu no
traen ms?
Haba cogido en su mano, envuelta en un
mitn de encaje de un blanco inmaculado,
un pequeo polluelo de color naranja que
picoteaba el suelo cuando se le daba cuerda.
A Andrea se le debilit poco a poco la
sonrisa. Mir a su hermano como pidindole
ayuda.
Tenemos los polluelos, las ranas
saltarinas y el cocodrilo que se acaba de
comer al explorador, y tambin el columpio,
la noria y el tranva enumer Edelweiss.
Pero me falta el tiovivo que prometieron
traer de Alemania. Me dijeron que lo
tendran en otoo.
Cario, qu modales son esos? la
rega herr Wittmann, aunque no haba
dejado de sonrer mientras la miraba. No
te das cuenta de lo ocupados que estn estos
seores?
Edelweiss levant hacia su padre unos
ojos que tenan la tonalidad de los glaciares
al deshelarse. Con aquella mirada imperiosa
consegua siempre todo lo que se le
antojaba.
Claudia ya tiene su tiovivo. Me lo
ense la otra tarde, cuando merend en su
casa.
A tu amiguita se lo trajo su padre de su
ltimo viaje a Nuremberg. Ha sido un regalo
especial y por eso es normal que quisiera
ensertelo. No tienes que enfadarte con
ella...
Maana merendar conmigo!
protest Edelweiss. Por eso necesito tener
el mo!
Herr Wittmann suspir. Andrea dud
durante un segundo antes de decirle a la
nia:
En realidad, seorita Wittmann,
tuvimos en Ca Corsini el tiovivo que nos
encarg hace meses. Una preciosa pieza de
George Carette que nos enviaron desde una
de sus delegaciones europeas. Pero como no
volvimos a saber nada de ustedes durante
todo el verano dimos por hecho que no les
interesaba adquirirlo. Y me temo que... lo
vendimos.
Mal hecho, Andrea, pens Mario con
creciente alarma al ver que las mejillas de la
seorita Wittmann se ponan del color de las
amapolas. Parece mentira que todava no
conozcas cmo funciona la mente de las criaturas
como Edelweiss Wittmann. No quiere nuestros
juguetes para divertirse con ellos; quiere lucirlos
como hace su madre con sus vestidos y sus joyas.
La nia cogi aire, pero antes de que abriera
la boca, su padre dijo:
Sin duda encontraremos algn otro
juguete que puedas llevarte a casa. Ya s lo
que te voy a comprar: una mueca.
Acarici los tirabuzones de Edelweiss en un
intento por tranquilizarla. Eso s que te
hara ilusin, verdad? Una mueca de
porcelana nueva?
Tengo muchas rezong la nia.
Apart de un manotazo los dedos de su
padre. Y las muecas de porcelana no le
interesan a nadie ya. Ahora las mejores son
las parlantes.
Entonces estamos de suerte.
Precisamente nos han enviado hace un par
de meses...
Andrea dej solos a los Wittmann un
momento. Entr en el taller con unos
andares que pretendan ser calmados, pero
en cuanto se encontr fuera del alcance de la
vista de sus clientes se precipit hacia la
mesa de su hermano. Mario dej a un lado la
marioneta del Gato con Botas ataviado de
mosquetero con la que llevaba trabajando
toda la tarde.
Dnde est la condenada mueca a la
que le metiste los discos sonoros hace poco?
En la alacena de la derecha. Pero no es
un modelo nuevo, Andrea. Tiene sus aos...
Eso me da igual. Tratndose de la
seorita Wittmann sera capaz de
comprarnos un corcho de botella si supiera
que lo han hecho sus amigas. Esta vez no se
me va a escapar.
Pas al lado de su hermano para abrir la
doble puerta de la alacena. Dentro, sentada
en una de las estanteras, haba una mueca
con cabeza y manos de biscuit a la que se
conoca en los catlogos como la Reina
Luisa. Poda medir unos sesenta centmetros
de alto y el cabello castao de mohair le caa
en ondas sobre las pomposas mangas de su
vestido y asomaba por debajo de una
aparatosa capota rosa con flores de
terciopelo.
Mario cruz los dedos mientras Andrea
regresaba a la juguetera. La Reina Luisa era
una de las muecas ms solicitadas de la
casa de Armand Marseille junto con
modelos como Alma, Rosebud, Floradora y
Baby Betty, que podan jactarse de ocupar un
puesto de honor en los dormitorios de las
nias ms ricas de Venecia. Seguramente la
seorita Wittmann estara encantada de
incorporarla a su coleccin en cuanto la
escuchara hablar.
Es una de las ltimas creaciones que
han salido de la casa Marseille. Una pequea
joya digna de una pequea reina oy que
le deca Andrea en su tono ms adulador.
La mueca que por lo que tenemos
entendido ha causado mayor furor en Pars
este verano.
Mario sigui cruzando los dedos, esta vez
para que a la seorita Wittmann nunca se le
ocurriera arrancarle el pelo a la Reina Luisa.
Si lo haca encontrara la firma del seor
Marseille grabada en la parte posterior de su
crneo junto con el ao en que sali de su
fbrica de Kpperlsdorf. Y Edelweiss
Wittmann nunca aceptara un juguete que
pudiera superarla en edad. Las cosas
pasadas de moda siempre le arrancaban una
mueca de asco.
Andrea puso a la mueca de pie sobre el
mostrador sin dejar de cantar sus alabanzas.
La cabeza y las extremidades son de
biscuit de la mejor calidad, as que no
correr el riesgo de que se rompa fcilmente.
Se le puede cambiar la ropa gracias a esta
serie de pasadores que recorren la parte
posterior de su vestido. Y aqu, saliendo de
su costado...
Tir de un cordel que apenas poda
distinguirse entre los lazos rosados. La boca
de la Reina Luisa se abri lentamente, y una
vocecita sali de su interior: Mam!
Mam!.
La seorita Wittmann no pareci muy
impresionada. Se qued mirando framente
la lengua de terciopelo que asomaba entre
los dientes cuadrados de la mueca, y los
ojos de cristal marrn, muy grandes y
soolientos, enmarcados tambin por cejas
de mohair.
Y eso es todo lo que sabe decir? fue
su respuesta. Mam? Nada ms que
eso?
A Andrea se le abri la boca poco a poco,
y tard un par de segundos en reaccionar.
Claro que no, seorita Wittmann. No
era ms que una demostracin. Sujet a la
mueca de nuevo entre sus manos para
mostrarle otro cordel que sala de su torso.
Si se tira de este dice tambin Pap. Y si se
la tumba en una cuna, en esta misma
posicin...
Lo mismo que hacen todas las que
tengo murmur Edelweiss en un tono
bastante audible, tanto que Mario no tuvo
ningn problema para escucharla. Todas
son iguales.
Creo que s qu es lo que necesita. Una
mueca andadora. Justo tenemos por aqu...
Antes de que Andrea pudiera pensar qu
era lo que quera ensearle, Edelweiss alz la
mirada hacia su padre. Herr Wittmann
pareca un poco incmodo ante sus
exigencias.
Te dije que sera mejor quedarnos en la
juguetera de enfrente. Prefiero la mueca
que nos han enseado all. A esa no hace
falta tirarle de ninguna cuerda para que
hable y adems... Arrug la nariz mientras
miraba la ropa de la Reina Luisa. Va
vestida como una dama de verdad, y no
como un beb. Esta ni siquiera lleva un
sombrero de plumas.
A Andrea se le resbal la mueca, y tuvo
que agacharse a toda prisa para recogerla
antes de que su cabeza impactara contra las
tablas del suelo. Joseph Wittmann se pas
una mano por el engominado bigote. Era
evidente que imaginaba que sucedera algo
as.
Pero bueno, Edelweiss, crea que haba
quedado claro. Esa mueca resulta muy cara
para que te la regalemos sin que sea tu
cumpleaos. Los juguetes de los
Montalbano son...
Son los que me gustan replic
Edelweiss apoyando las manos a ambos
lados de su cintura. Son los juguetes que
quiero a partir de ahora. No importa lo
mucho que cuesten porque con el dinero del
abuelo tendremos de sobra para comprar
muchas muecas en su tienda. Adems me
prometiste una nueva cuando nos
marchamos del cementerio. Me dijiste que
tendra la mejor para que dejara de llorar.
Mam ya me la habra comprado!
A Mario le llev un momento darse
cuenta de que estaba estrujando entre sus
dedos la casaca de seda azul celeste de su
gato mosquetero. Habra dado una fortuna
por poder hacer lo mismo con la garganta de
Edelweiss. Herr Wittmann suspir; se puso
de nuevo el sombrero de copa y recogi el
bastn que haba dejado apoyado contra el
mostrador.
Siento haberles hecho perder tanto
tiempo, seores. Pero ya saben quin es la
que manda en nuestra casa. Puso una
mano sobre el hombro de una Edelweiss
visiblemente satisfecha. Confo en que no
piensen que se trata de una cuestin
personal por mi parte.
En absoluto, seor... faltara ms! le
garantiz Andrea. Nunca se nos ocurrira!
Celebro escuchar algo as. Nos vern
de nuevo dentro de poco. El mes que viene
ser Navidad y estoy seguro de que por
entonces mi princesa no se conformar con
una sola gama de productos. Sonri como
en disculpa. Ni siquiera con los de los
Montalbano.
Edelweiss se rio de una manera que
dejaba claro lo que pensaba exactamente de
los productos de los Corsini, aunque no dijo
nada ms, ni se despidi de Andrea. Sali de
la juguetera dando saltitos que hacan
ondear la capa blanca a sus espaldas, y su
padre sigui regandola por algo que Mario
estaba convencido de que no le quitara el
sueo.
Asquerosa nia consentida
murmur Andrea. Volvi al taller con la
Reina Luisa y la devolvi a su estantera,
cerrando la puerta de la alacena con un
suspiro de cansancio.
Hoy ha sido peor de lo que esperaba
reconoci Mario. Peor que ningn otro da.
Te lo juro, si alguna vez tengo una hija
como Edelweiss me pegar un tiro. Cmo
pueden pensar sus padres que es un
angelito? Solo le faltan unos cuernos y un
tridente!
Mario no le contest. Cerr uno a uno los
botes de pintura, arroj a la papelera unos
trozos de cartn en los que haba hecho las
mezclas de colores y coloc la marioneta del
Gato con Botas en un rincn de la mesa.
Haba una nueva determinacin en su rostro.
Hablar con ella me ha dado un dolor
de cabeza espantoso se quej Andrea.
Hundi la cara entre sus manos, pasndose
despus los dedos por el rizado cabello.
Me parece que me acostar un poco antes
esta noche. Necesito... adnde vas? le dijo
de repente.
A la tienda de los Montalbano
contest Mario recogiendo su desgastada
chaqueta.
Qu... qu? pregunt Andrea con
los ojos muy abiertos. Su hermano no se
inmut ante su sorpresa. Vas a
presentarte en casa de los competidores a
los que tanto odias?
Exactamente. Eso es lo que voy a hacer.
Ver de una vez con mis propios ojos lo que
son capaces de llevar a cabo. Se puso la
chaqueta con una rabia que se adivinaba en
la crispacin de sus manos. No podemos
seguir ms tiempo as, Andrea. Esto es una
locura.
Pero ya escuchaste lo que dijo
Simonetta. Siempre pasan cosas parecidas
cuando un nuevo negocio abre sus puertas.
La gente se acostumbrar en seguida a los
Montalbano...
Yo no me acostumbrar a quedarme en
la ruina le asegur Mario. Ni a ver cmo
lo que construyeron nuestros padres se
viene abajo por culpa de un par de
oportunistas.
Abandon el taller tan precipitadamente
que estuvo a punto de llevarse por delante a
Shylock. El gato dej escapar un lastimero
maullido antes de esconderse detrs de unas
cajas de cartn con mscaras de Carnaval.
Andrea se apresur a alcanzar a su
hermano.
Oye, las cosas no se solucionan de esta
manera le dijo antes de que pudiera abrir
la puerta de la calle. No conseguirs nada
montndoles un escndalo a los Montalbano
delante mismo de nuestros antiguos
clientes. Sera como darles la razn a todos
los que aseguran que estamos desfasados...
como demostrarles que hemos perdido los
papeles!
No seas estpido. No voy a ponerme a
dar gritos. Soy lo bastante mayor para saber
lo que conviene hacer en esta situacin.
Aunque no lo creas tengo mucha mano
izquierda.
Andrea luch contra la tentacin de
decirle a Mario que lo suyo era la mecnica,
la relojera y la construccin de cajas
musicales, no la diplomacia. Pero conoca lo
bastante bien a su hermano para adivinar
que no servira de nada. Nunca prestaba
atencin a sus consejos. Le habra ido mejor si
lo hubiera hecho cuando tuvo la oportunidad,
pens el muchacho mientras contemplaba la
nariz rota de Mario y la antipata adherida a
unas facciones que habran sido hermosas si
se hubiera acostumbrado a sonrer de vez en
cuando. Y no solamente en lo profesional. Han
pasado muchos aos desde que le declar la
guerra al mundo. An trat de esgrimir un
ltimo argumento antes de que saliera de la
tienda.
Qu excusa piensas darles cuando te
reconozcan? Vas a decirles que te pareca de
muy mala educacin no cruzar el canal para
recibirles como se merecen en Santa Croce?
Es posible. No sera tan extrao. Ya
sabes que casi todos los vecinos lo han
hecho.
Los dems vecinos no tienen una
juguetera justo enfrente le record
Andrea. Era evidente que no haba nada ms
que hacer. T sabrs lo que haces, pero si
no vas con cuidado esto no servir ms que
para declarar formalmente la guerra a los
Montalbano.
Deja de preocuparte tanto. Dicen que
tiene una hija, verdad? Acaso te imaginas
a Scandellari enzarzndose en una discusin
delante de Simonetta y de Emilia? Sacudi
la cabeza mientras abra la puerta que
Joseph Wittmann haba cerrado apenas un
par de minutos antes. No, eso me permite
jugar con ventaja. Los odos de una
muchacha son demasiado delicados para
escuchar las cosas que Montalbano me dira
en otro momento.
Sali a la fondamenta Minotto sin prestar
atencin a Andrea, que se qued de pie en el
umbral de Ca Corsini, mirando con
aprensin cmo recorra los metros que
separaban la juguetera del ponte Marcello,
cruzaba la pesada estructura de ladrillo y
alcanzaba la fondamenta de enfrente, la
Gaffaro, en la que se encontraba la nueva
tienda. Cualquiera pensara que sala de
paseo despus de haber trabajado todo el
da; Andrea reconoca en sus pasos la
cadencia de un depredador que ve
amenazado su territorio por primera vez.
Respir profundamente antes de regresar
a su mostrador. No tena ni idea de lo que
encontrara su hermano en la tienda de los
Montalbano, pero por lo menos sabran a
qu atenerse. Al fin y al cabo no eran ms
que un padre y una hija absolutamente
normales...
CAPTULO III
Haba una ensea encima de la puerta:
una especie de escudo familiar con un ave
fnix que se elevaba entre lenguas de fuego
hacia un cielo estrellado. Las letras en las
que se lea el nombre de la tienda, La Grotta
della Fenice, tambin parecan hechas a base
de fuego, porque relucan sobre el fondo de
madera dorada, como carbones al rojo vivo.
Mario esper impacientemente en la calle
durante casi media hora. Los Wittmann se
encontraban an en la tienda; la majestuosa
gndola que los haba trado desde su
palacio en el Gran Canal aguardaba al pie de
unos escalones de mrmol que la ltima
acqua alta haba tapizado de algas. El
gondolero se entretena mirando unos
escaparates que, para sorpresa de Mario, se
encontraban vacos; ni la ms discreta
mueca de porcelana haba sido colocada
sobre los almohadones de terciopelo negro
que se vean al otro lado de los cristales. A
travs de los diminutos resquicios que haba
entre las colgaduras no entraba la menor
fuente de luz. Pareca como si el local no
hubiera sido rehabilitado por dentro.
Tambin el gondolero pareca
sorprendido por aquella sobriedad. Tuvo que
regresar a su puesto junto a la embarcacin,
tan oscura como el betn, cuando la puerta
se abri de una vez y los Wittmann
abandonaron la juguetera. Mario se dio la
vuelta para que no le reconocieran, aunque
se encontraban demasiado ocupados
hablando para fijarse en l.
Esta misma tarde, mi vida, ya te lo he
dicho. En cuanto lleguemos a casa encargar
a Fritz que se acerque con su barca para
traerla con nosotros. Es mayor de lo que
crea!
Es preciosa! gorje Edelweiss. Dio
una vuelta completa sobre sus talones con
su pequea capa blanca girando a su
alrededor. Es lo ms bonito que he
tenido! Pero no podemos sentarla con las
dems! Necesita una cama al lado de la ma!
Y mucha ropa!
Le hubiera gustado seguir oyendo lo que
decan, pero el gondolero de los Wittmann
cogi ceremoniosamente a Edelweiss en sus
brazos para subirla a la embarcacin. Herr
Wittmann no necesit su ayuda; coloc su
bastn sobre su asiento, sujet con elegancia
la capa negra que arrastraba sobre los
adoquines y se acomod al lado de su
pequea. Le pas un brazo cariosamente
por los hombros mientras la gndola se
alejaba hacia el Gran Canal entre las miradas
de admiracin y de envidia de los vecinos de
Santa Croce.
La risa de Edelweiss an cascabele
durante un rato sobre el agua. Cuando Mario
se encontr razonablemente seguro de que
no habra nadie ms en La Grotta della
Fenice abri la puerta con cuidado,
procurando no hacer demasiado ruido al
entrar en la tienda.
Le recibi una luminosidad muy distinta
a la que haba imaginado. La juguetera no
tena ninguna ventana, y la luz natural no
atravesaba la espesa penumbra anaranjada
que se extenda al otro lado del umbral.
Mario tuvo una visin fugaz de farolillos de
cristal encendidos sobre su cabeza, aunque
no le dio tiempo a contemplarlos. Acababa
de dar un paso hacia el centro de la estancia
cuando algo enorme se precipit desde las
alturas.
Le falt muy poco para gritar. Tuvo que
agacharse para esquivar la rfaga de plumas
que descendi en picado, y que cuando se
atrevi a abrir los ojos de nuevo,
conteniendo la respiracin, pudo identificar
como la cola de un ave fnix. Era un pjaro
tan grande que a duras penas conseguira
abarcar su envergadura con los dos brazos
abiertos. De su cuerpo cubierto de terciopelo
rojo surga una cascada de largas plumas
que sacudan el aire en un arpegio de
escarlatas, naranjas y amarillos. El pico y las
garras eran de oro, y los ojos, de un cristal
azul oscuro que hizo pensar a Mario en las
profundidades de algn ocano desconocido
por los hombres antes de que el enorme
pjaro remontara el vuelo.
No es un fnix de verdad, pens mientras
trataba de calmar los acelerados latidos de
su corazn. Vio cmo se acomodaba entre
unas lejanas hojas de hiedra que deban de
haberle servido como nido antes de que
entrara en la tienda. Los fnix no existen. Esto
no es ms que un autmata... un juguete.
Entonces se gir para contemplar la puerta y
descubri que no haba ninguna campanilla
colgando sobre el umbral. Aquel artefacto
no era ms que una manera que tenan los
Montalbano de escuchar si entraba un
cliente.
Pero no parecan encontrarse a la vista.
Mario era la nica persona que respiraba en
aquella habitacin. Volvi a levantar la
cabeza para asegurarse de que el ave fnix
no se precipitara ms sobre l. Lo nico que
se mova entre las hojas que casi lo
ocultaban por completo de su mirada era el
pico dorado, que se abra y cerraba como si
estuviera diciendo algo en un lenguaje que
Mario no era capaz de comprender. Cuando
por fin se qued tan quieto como una
escultura pudo prestar atencin a lo que
haba a su alrededor.
Se encontraba en una estancia que
duplicaba y tal vez hasta triplicaba el
tamao de Ca Corsini. Se pareca al interior
de una gruta debido al cartn rugoso que
recubra las paredes circulares del local,
salpicadas de protuberancias de rocas y de
musgo que deban de ser naturales, o al
menos daban la sensacin de haber sido
recogidos en el campo en lugar de haber
salido del taller de los Montalbano. Gruesas
piedras preciosas de todos los colores
asomaban en cada uno de los resquicios de
la improvisada caverna, brillando en la
claridad evanescente que se derramaba
desde los farolillos colgados en un mar de
hojas secas y de lianas. Pero ninguna de
aquellas joyas poda competir con los
juguetes que los Montalbano haban
colocado alrededor de la escalera de caracol,
construida en hierro, que ascenda hasta el
piso superior, al lado del nido del fnix.
Haba una mirada de pequeas mesas en las
que las muecas de porcelana ms realistas
que haba visto en su vida le devolvan la
mirada con sus grandes ojos de cristal,
espindole con una media sonrisa en sus
labios coloreados de rosa que le hizo pensar
que se divertan a costa de su perplejidad.
Haba docenas de pequeas hadas de resina
balancendose en las alturas, al extremo de
unas cuerdas invisibles que asomaban entre
la espesura. Sacudan de vez en cuando sus
alas haciendo que una lluvia de purpurina
cayera sobre el entarimado. Unas mscaras
de Carnaval parpadeaban desde las paredes
como si debajo de los agujeros abiertos en el
papel mach hubiera unos ojos de verdad.
Una coleccin de marionetas con cabezas de
cartapesta unidas a cuerpos recubiertos con
ropajes recamados permaneca sentada
sobre una estantera. Eran los personajes
tradicionales de la Commedia dellarte que
hacan las delicias de los nios venecianos
desde haca cuatrocientos aos. Mario se
adentr un poco ms en la juguetera, sin
saber muy bien en qu direccin mirar
porque cualquier cosa que vea resultaba an
ms impresionante que la anterior. En una
de las paredes haba una serie de vitrinas
con teatros de cartn en miniatura que
reproducan con todo detalle las
escenografas de las peras ms aclamadas.
Grandes bolas de cristal rellenas de nieve
asomaban entre las hojas de hiedra, como
frutos que acabaran de nacer ante los ojos de
los clientes. Mario pas con cuidado por
encima de un pequeo tranva que recorra
todo el entarimado de la tienda sobre sus
diminutos rales. Cogi una de las esferas en
su mano, contemplando con ojos
desorbitados cmo la nieve que haba en su
interior, tan fina como el azcar, se mova
dentro de sus paredes sin necesidad de que
le diera la vuelta. Danzaba en remolinos
alrededor de un palacio de cuento de hadas
como si alguien la hubiera puesto boca abajo
antes de devolverla a su posicin
correspondiente.
Esto no puede ser cierto murmur
Mario. Recorri con los ojos la estantera
para comprobar que, como haba imaginado,
dentro de las dems bolas se produca el
mismo fenmeno. Era como si un pequeo
motor interno causara su movimiento
constante. Es peor de lo que pensaba.
Mucho peor murmur para s. Cmo se
supone que puede...?
Le dio la vuelta a la bola para examinar
su base, pero no encontr nada revelador. La
acerc a su odo pero no percibi ningn
ruido. Lo que tena en su mano deba de ser
producto de la brujera. El resultado de unas
artes que los Corsini, se dijo mientras
devolva la esfera a su estantera con
creciente angustia, no dominaran nunca
como los Montalbano.
A su derecha reconoci a la bailarina de
la que le haba hablado Emilia. Era casi de
tamao natural, un esbelto maniqu que
representaba a una muchacha de unos
quince o diecisis aos ataviada como si
estuviera a punto de debutar en la pera
Garnier. Tena las zapatillas de satn
apoyadas sobre una esfera que daba vueltas
sobre su eje, haciendo que los pies de la
bailarina se desplazaran cada pocos
segundos para conseguir mantener el
equilibrio. Abra y cerraba los brazos por
encima de su cabeza como un cisne con sus
alas, acompaando cada uno de sus
movimientos con un rechinar de ruedas que
apenas poda percibirse si uno no se detena
a su lado. Mario tard un momento en darse
cuenta de que se le haba abierto la boca. Los
prpados de la bailarina descendieron
fugazmente sobre sus ojos verdes, y la
media luz de la tienda arranc destellos
deslumbrantes a los adornos florales de su
cabello y a las pequeas perlas prendidas en
su vaporoso tut rosa.
Cuando trag saliva se dio cuenta de que
tena la consistencia del serrn. Aquella era,
sin lugar a dudas, la mueca de la que haba
hablado Edelweiss Wittmann. Se dispona a
acercarse a ella cuando capt un movimiento
con el rabillo del ojo, y al darse la vuelta se
encontr con otra mueca que le miraba
desde una mesa de madera taraceada. No
era una adolescente, sino una mujer hecha y
derecha que deba de medir medio metro
como mucho. Iba vestida al modo de las
cortesanas venecianas del siglo xviii, con una
peluca blanca tan alta que a Mario le record
a un pastel de bodas, la cara cubierta con
polvos de arroz y un lunar con forma de
corazn al lado de unos labios pintados de
rojo sangre.
Aquella mueca tampoco se encontraba
inmvil. En su mano izquierda sostena una
mscara de Carnaval que acercaba y alejaba
de su cara una y otra vez; y cuando lo haca
la cabeza de porcelana daba vueltas sobre s
misma para mostrar una expresin distinta a
cada momento. Mario sinti que un
escalofro le trepaba por la espalda cuando
la dulce sonrisa de la cortesana dio paso a
una mueca de malicia, con una boca en la
que podan adivinarse unos colmillos
ensangrentados. Y a los pocos segundos
haba cambiado para mostrar un semblante
compungido por el que resbalaban unas
largas lgrimas de cristal.
Estaba empezando a ponerse realmente
nervioso. Pero aquello, para su desgracia, no
haba hecho ms que empezar. Cuando
Mario estaba preguntndose qu ms
sorpresas podran depararle los Montalbano
escuch un susurro procedente del rincn
ms opuesto de la tienda. Volvi a abrirse
camino entre los rales de los tranvas y los
enormes osos de peluche para descubrir a la
causante de aquel sonido. Y al hacerlo se
qued de piedra.
La tercera mueca se encontraba
graciosamente recostada en una silla.
Sostena en sus manos un ejemplar en
miniatura del Manual de la mujer elegante de
la Baronesa de Orchamps; el susurro que
haba odo Mario era el ruido que haca al
pasar las pginas. Haba mucho de elegante
en ella, aunque no de mujer, pues su cuerpo
segua siendo el de una nia pequea por
muy aparatosa que fuera la sobrefalda de tul
plisado que le caa por encima de las
rodillas. Un sombrero de ala ancha con
plumas ensombreca un poco sus facciones,
pero Mario se inclin para mirarla a la cara y
comprob que era la de una chiquilla de
unos seis aos. Sus carnosos labios eran del
color de las cerezas, y sus ojos castaos
estaban rodeados por unas pestaas tan
negras como los tirabuzones de su pelo.
Casi se le sali el corazn por la boca
cuando, a unos centmetros de distancia de
su propio rostro, la mueca abandon su
manual para posar sus pupilas en las de
Mario. Su cabeza se enderez poco a poco
haciendo que las rizadas plumas rodaran por
su espalda.
Disclpeme! Me parece que no nos
han presentado. Entonces cerr su libro
sobre su regazo y le tendi su pequea
mano. Tena los mismos dedos regordetes
con hoyuelos que las muecas que Mario
venda en su juguetera. Soy miss Jane
Doe. Y usted es...?
Cuando se mova haca un ruido muy
parecido al de la bailarina y la cortesana. Son
articulaciones de bola fija, pens Mario en
medio de su parlisis. Por eso sus gestos se
asemejan a los de las personas de carne y hueso.
Cuentan con trescientos sesenta grados de
movilidad. Se haba quedado tan aterrado
que ni siquiera se dio cuenta de que miss
Jane Doe agitaba un poco sus dedos, como si
quisiera llamar su atencin sobre algo que
resultaba demasiado obvio. Finalmente dej
caer su mano con un resoplido de disgusto.
Ya veo que sus modales se han
quedado al otro lado de la puerta. Ahora
su voz era menos dulce, claramente ofendida
. Debera aprender del caballero que ha
estado hace un momento con nosotros. Herr
Wittmann se mostr encantado de
conocerme, y hasta me bes la mano. Y dijo
que esta tarde me recibira en su palacio con
todos los honores.
Los prpados de la mueca descendieron
poco a poco sobre sus enormes ojos. Mario
dej escapar un jadeo. Tena que ser una
pesadilla. Una indigestin producida por
algo que haba comido en mal estado. Las
muecas de porcelana no hablaban sin que
nadie tirara de sus cordeles... y las muecas
de porcelana no hablaban como si pudieran
darse cuenta de si quien tenan delante era
una nia pequea, una adolescente o un
caballero!
Antiptico murmur miss Jane Doe.
Abri de nuevo su libro y regres a su
lectura como si no hubiera sucedido nada,
aunque girndose hacia un lado para darle la
espalda.
Durante casi un minuto Mario
permaneci sin moverse. La tienda se haba
quedado silenciosa de repente, con
excepcin de los continuos chirridos y
golpeteos que hacan los engranajes de los
juguetes que haba a su alrededor. Miss Jane
Doe pareca haberse interesado por algo que
haba en su manual, porque lo acerc un
poco ms a su rostro mientras su cabeza se
mova de izquierda a derecha siguiendo las
lneas del texto con la mirada. Mario levant
una mano con cierta prevencin y la alarg
hacia las plumas del sombrero de la mueca.
Eran tan suaves como si una doncella
acabara de acicalarlas...
Le ruego que me perdone por no
haberle atendido antes dijo una voz a sus
espaldas tan sbitamente que se sobresalt
. No he odo el sonido del ave fnix desde
mi taller!
Al volverse se encontr con un caballero
de grandes ojos azules que sonrean sobre la
montura plateada de sus gafas tanto como lo
hacan sus labios. Deba de tener poco ms
de cincuenta aos, aunque su cabello, largo y
lustroso, a la altura de sus hombros, casi
pareca tan blanco como la nieve, al igual
que su poblada barba. Llevaba un chaleco
gris de corte militar con una doble
abotonadura de cuyos bolsillos salan varias
cadenas; una perteneca a un reloj suizo, otra
a un segundo reloj con carcasa de cristal que
permita contemplar sus diferentes
mecanismos, y una tercera a una pequea
brjula cuyas agujas daban vueltas con cada
uno de sus movimientos. Un pauelo azul
sujeto mediante un alfiler de plata y zafiros
rodeaba su garganta. El hombre le tendi
una mano a Mario tal y como lo haba hecho
miss Jane Doe; y a juzgar por cmo se
acentu su sonrisa haba visto lo mucho que
le haba confundido aquel saludo dirigido
por una de sus creaciones.
Espero que mi pequea no le haya
asustado dijo mientras sealaba con el
mentn a miss Jane Doe. La mueca segua
concentrada en sus artculos de moda. A
veces me da la sensacin de que es un poco...
presumida. Le fascina atraer la atencin de
todos los que la rodean. Tal vez sea eso lo
que ha hecho que la seorita Wittmann
quisiera tenerla.
Mario segua estando tan confundido que
estrech su mano sin darse cuenta. Aquel
hombre tena unos dedos que irradiaban
confianza al apretarlos, muy clidos y
robustos.
Gian Carlo Montalbano se present,
aunque realmente no haca falta. Me
siento muy honrado de que haya decidido
visitar mi casa. Haba pensado en algo
concreto...?
No he venido a comprar dijo Mario
en un tono un poco inseguro. Quera...
esto...
La voz de Andrea reson dentro de su
cabeza. Diplomacia, le deca, como en cada
ocasin en la que estaba a punto de dar un
paso en falso. S diplomtico por una vez!
Quera darles la bienvenida... a
Venecia... y a Santa Croce. Soy uno de sus
nuevos vecinos. Mi tienda se encuentra al
otro lado del canal, en la fondamenta
Minotto. Es...
Ah! exclam Montalbano, abriendo
mucho los ojos. De modo que es usted!
Es un Corsini, uno de los jugueteros de
enfrente! Cunto me alegro de conocerle
por fin!
Le estrech de nuevo la mano, esta vez
con un vigor que no tena nada que ver con
la simple cortesa. Pareca realmente
contento de saludarle; sus iris azules
resplandecan.
Me han contado muchas cosas sobre su
hermano pequeo y sobre usted. Si quiere
que le diga la verdad estaba deseando
visitarlos yo mismo, pero con todo el trabajo
que hemos tenido estos das no he
encontrado un momento libre para hacerlo.
Ha sido una falta imperdonable, pero confo
en que podamos arreglarlo. Le apetecera
tomar algo?
Es muy amable por su parte... aunque
en este mismo momento... cmo demonios
ha conseguido hacerlo? pregunt Mario
sin poder contenerse. Se acerc de nuevo a la
mueca. Cmo ha conseguido que sus
discos sonoros sean capaces de reproducir
tal cantidad de frases? sigui
preguntndole con una conmocin que hizo
que Gian Carlo Montalbano se riera entre
dientes. No lo entiendo! No he visto
nada igual en mi vida!
Me alegro de que le haya gustado mi
ltima creacin. Tambin yo le tengo mucho
cario dijo mientras apoyaba una mano en
la madera barnizada de la silla. Me siento
particularmente orgulloso del resultado,
aunque su personalidad resulte... cmo
podra decirlo... mucho ms arrolladora de lo
que haba pensado al comenzar a trabajar en
ella.
Estir los dedos para rozar la cara de la
mueca. La pequea lengua de terciopelo de
miss Jane Doe hizo un ruido semejante a un
chasquido contra sus dientes de porcelana.
Ahora no, Gian Carlo... no hasta que
haya terminado de estudiar estos patrones!
Ya lo ha visto. Por algn motivo que no
acierto a comprender se niega a llamarme
pap. Montalbano apart la mano con
un fingido gesto de tristeza. Mario saba que
lo que le deca era imposible. Cmo no iba
a conocer el contenido de los discos que l
mismo haba metido dentro de su caja
torcica?. Es impresionante, verdad?
Aunque lo ser todava ms cuando la haya
perfeccionado. De momento sigue siendo un
prototipo.
No creo que quede mucho por
perfeccionar en este caso reconoci Mario
. Es... es lo ms extraordinario que he
visto. Reconoce dnde nos encontramos a
cada momento!
Pero casi no puede moverse de su
asiento le advirti Montalbano. Se agach
para levantar un poco las rizadas enaguas de
miss Jane Doe (Pero qu modales son
esos!, les dijo de lo ms escandalizada,
levantando los ojos hacia ellos) y Mario
comprob que las articulaciones de sus
rodillas eran ms sencillas que las de su
cuello y sus muecas.
De hecho, parecan reducirse a un par de
bisagras con las que las nias podran doblar
las piernas de miss Jane Doe cuando
quisieran levantarla de su silla para ponerla
en pie.
Al poseer un mecanismo parlante tan
complicado no he podido dotarla de la
misma anatoma que a sus compaeras. La
caja de resonancia era demasiado grande
para estar oculta dentro de su pecho, as que
se extiende por la parte baja de su cabeza,
sus brazos y casi la totalidad de sus piernas.
Tiene cientos de minsculos resortes que le
permiten mantener una conversacin como
la que ha presenciado, pero apenas puede
caminar por s misma cuando una nia no la
agarra de la mano. Es algo que espero poder
mejorar en un futuro, aunque el comienzo es
prometedor. Muchas familias nos la han
encargado ya.
Miss Jane Doe no dej de atravesarlos
con sus ojos de cristal hasta que Montalbano
solt sus enaguas para que cubrieran de
nuevo sus piernas. Mario volvi a tragar
saliva.
Pero basta de hablar de mis creaciones
continu Montalbano cogindole del
brazo para alejarle de la mueca. Tiene
que contarme muchas cosas sobre su
hermano y sobre usted. Podemos aprovechar
que no hay clientes para tomarnos dos
buenas tazas de caf.
No querra robarle tanto tiempo,
Montalbano. Comprendo que est muy
ocupado...
Tonteras. Uno nunca est demasiado
ocupado para relacionarse con sus vecinos. A
da de hoy es la nica persona de mi gremio
que se ha molestado en pasarse por mi casa
para darme la bienvenida a Venecia.
Deposit una mano afectuosamente sobre el
hombro de Mario como podra hacerlo con
un sobrino del que se sintiera orgulloso. Y
nunca me olvidar de este detalle. Aunque
sea un lobo solitario valoro mucho la sana
camaradera.
Le condujo hasta una puerta que haba a
la izquierda del mostrador y en la que Mario
no haba reparado antes por estar tan
rodeada por hojas de hiedra que casi
desapareca en medio de la espesura.
Montalbano la empuj para dejar paso a una
segunda estancia. Era mucho ms modesta
que la anterior y careca por completo de sus
derroches decorativos.
Mi taller le explic con algo de
solemnidad, como un sacerdote que
presenta a los ojos de sus fieles las reliquias
ms preciosas de su iglesia. No posee el
mismo encanto que la juguetera, pero
realmente no es necesario. Nadie entra
nunca en esta habitacin.
All s haba ventanas abiertas a la
fondamenta Gaffaro por las que se
derramaba la claridad del sol, una sucesin
de cristaleras que ocupaban la parte superior
de una pared y que quedaban a la altura de
los tobillos de las personas que pasaban por
la calle. Haban dejado a sus espaldas el
local de cuento de hadas para adentrarse en
una estancia que por fin perteneca al
mundo real. Desde ella se escuchaban las
voces de la gente, las risas de los nios que
jugaban sobre los adoquines y el sonido
caracterstico de las gndolas que se dirigan
hacia la arcada del ponte Marcello. Grandes
haces de luz dorada caan sobre el suelo en
una diagonal casi celestial. Mario no quera
parecer maleducado, pero trat de quedarse
con todos los detalles que haba a su
alrededor mientras segua a su vecino hacia
el centro del taller. Dos de las paredes se
encontraban cubiertas por estanteras con
toda clase de instrumentos de relojera,
algunos tan complicados que no pudo
imaginar para qu serviran. Detrs de los
cristales de una alacena reconoci las
cabezas de porcelana sin ojos que tambin
tenan en Ca Corsini, que se sucedan en
una especie de galera de los horrores, y de
un gancho que haba en la pared colgaba un
espeso matojo de cabello natural de todos
los colores que supuso que servira para
hacer las pelucas. A su derecha, en otra de
las alacenas, se alineaban una docena de
tarros, parecidos a los que Simonetta usaba
para guardar la mermelada, llenos de globos
oculares de cristal con dilatadas pupilas
negras que Mario temi que pudieran
seguirle con la mirada hasta que se marchara
a su casa. Y al fondo, apoyada contra la
pared del taller, haba una mesa. Y en la
mesa haba una persona que levant la
cabeza al escuchar acercarse a Montalbano.
Al principio pens que se tratara de una
mueca de tamao natural, pero un simple
vistazo le hizo respirar aliviado. Por una vez
no estaba contemplando un prodigio de la
mecnica capaz de conducirlos a la ruina
ms absoluta. Era una persona de carne y
hueso.
Mi hija, Silvana dijo el anciano sin
poder disimular una cierta ternura.
Cario, te presento a nuestro vecino Mario
Corsini. Trabaja en la juguetera del otro
lado del canal.
Era una suerte que le hubiera dicho
quin era, porque aquello pareca cualquier
cosa menos una chica. Tena la cabeza
cubierta por una especie de casquete de
cuero provisto de unas enormes lentes de
aumento que hacan que sus ojos se
asemejaran a los de una mosca. Lo nico que
poda distinguir era su nariz, su boca y su
plida barbilla. Ante ella tena unas
planchas de madera en las que haba estado
trabajando con ayuda de un torno mecnico,
y algo muy extrao que sorprendi a Mario:
una campana de cristal en cuyo interior
revoloteaban unas mariposas de brillantes
colores que la seorita Montalbano se haba
encargado de reproducir con pasmosa
precisin en unos papeles sujetos a la pared
mediante chinchetas. No separ los labios
cuando Mario inclin la cabeza en un gesto
de saludo; simplemente se qued
observndole con una atencin que rayaba
en lo descorts.
S lo que est pensando dijo
Montalbano de repente. Mario apart la
mirada de su hija con preocupacin, aunque
el juguetero no haba dejado de sonrer. Hizo
un gesto con su brazo para abarcar todo el
interior del taller. Aqu es donde acaba la
magia y empieza la ciencia. Me imagino que
pasar algo parecido dentro de la trastienda
de su juguetera.
Ms o menos reconoci Mario. Meti
las manos en los bolsillos de su chaqueta sin
dejar de contemplar lo que haba a su
alrededor. Aunque no puede decirse que
estemos tan... adelantados como ustedes. Ca
Corsini es un negocio pequeo. Siempre lo
ha sido.
Haba una pizca de resquemor en su voz
que la seorita Montalbano sin duda debi
de reconocer, porque sigui sin apartar sus
lentes de Mario durante un rato tan largo
que casi le dio la sensacin de que su mirada
quemaba. Montalbano no pareci darse
cuenta.
Est de suerte: he preparado caf hace
un momento. Agarr una jarra humeante
que haba encima de la mesa y un par de
tazas. Cmo lo quiere? pregunt.
Con leche?
No, gracias. Siempre lo tomo solo. Me
ayuda a mantenerme despierto por la noche.
Conozco esa sensacin sonri
Montalbano. Cogi unas pinzas que haba
encima de la mesa para echar un par de
azucarillos en cada taza. Cuando tena su
edad tambin me pareca que dormir era
una prdida de tiempo. Haba tantas
creaciones bullendo en mi cabeza que no
estaba dispuesto a desperdiciar ni un solo
minuto fuera de mi taller. Y a veces sigue
sucedindome lo mismo, aunque ahora soy
poco ms que un anciano. No puedo
permitirme permanecer ms noches en vela
y esperar que mis ojos se encuentren en
plena forma a la maana siguiente. Le
alarg a Mario su taza, de la que se elevaba
un caprichoso penacho de humo. Aunque
le confesar sigui diciendo Montalbano
en un tono ms confidencial que cuando
cre a miss Jane Doe estuve tres noches
seguidas sin dormir. No s cmo consegu
implantarle su mecanismo parlante sin caer
rendido al suelo. No me daba cuenta ni de lo
que haca con mis manos. Fue una autntica
pesadilla instalar su caja de resonancia, con
todos esos resortes y esas pequeas palancas
que se...
Necesito ms bolas de plomo para los
contrapesos les cort de repente la
seorita Montalbano. Dnde las hemos
dejado? Siguen con las dems cosas sin
desembalar?
Algo en su voz hizo pensar a Mario que
aquella chica estaba deseando verle fuera de
su taller. Pareca temer que su padre pudiera
irse de la lengua en cualquier momento. Se
llev la taza de caf a los labios tratando de
poner la expresin ms inocente del mundo.
Pues ahora que lo dices... s, creo que
estn en una de las cajas que hay debajo del
mostrador contest Montalbano despus
de dudar unos segundos. Ve a buscarlas, y
de paso trae otro juego de destornilladores.
Los mos se encuentran cada vez ms
mellados.
La seorita Montalbano se levant de su
silla sin decir una palabra, pas junto a su
padre, lanzndole una ltima mirada de
advertencia a travs de sus grandes lentes, y
sali del taller en el mayor de los silencios.
La oyeron trastear con las cuerdas que
mantenan cerradas las cajas de cartn de la
mudanza que an no haban tenido tiempo
de deshacer.
Tiene que ser bastante lioso dijo
Mario despus de unos minutos en los que
ambos se limitaron a sorber su caf estar
todo el rato arrastrando tanto equipaje de
una ciudad a otra. Me dijeron que antes de
instalarse en Venecia estuvieron viviendo en
la Toscana.
Al lado de la catedral de Florencia
asinti Montalbano, sonriendo. En una de
las callejuelas medievales que comunican
con la piazza della Signoria. Fueron unos
aos inolvidables. Cinco, creo recordar... no,
seis, fueron seis. Nos trasladamos all en
1902.
De manera que no son florentinos?
se extra Mario. Qu curioso. Es la
primera vez que los rumores de las ancianas
de Santa Croce apuntan en la direccin
equivocada.
Hemos viajado tanto que a veces me
cuesta recordar si tenemos races en alguna
de las ciudades que visitamos. Antes de
estar en Florencia nos dedicamos a
deambular por buena parte del Lacio. En
Roma pasamos casi tres aos, en un local
encantador que nos alquilaron al lado de la
fontana di Trevi. Y antes, cuando mi hija
todava era una nia, estuvimos viviendo en
Npoles. Y antes de eso, en varios de los
pueblecitos de la costa amalfitana. La
marcha es lo que le da la vida a la gente.
Estamos acostumbrados a esto.
Mario se esforz por esconder una
sonrisa de alivio dentro de su taza. Se le
aliger el corazn al comprender que no
todo estaba perdido. No haba nada que
temer de un par de nmadas que
seguramente se marcharan de Venecia
cuando menos se lo esperaran.
Me imagino que su hija estar
encantada con la idea de recorrer el mundo
aventur.
Ah, ella es ms bien... hogarea
contest Montalbano tras un instante de
vacilacin que no le pas desapercibido.
Nada le gusta ms que quedarse trabajando
conmigo en nuestro taller. Y yo se lo
agradezco con toda mi alma. Ella es mi
mueca, la nia de mis ojos. Se qued
callado mientras le observaba atentamente
. Tiene usted hijas, Corsini?
No, ninguna. Solamente una vecina de
siete aos a la que quiero como si fuese ma.
La nia de Scandellari, el cristalero
adivin Montalbano. Vino a visitarnos con
su hermana mayor cuando inauguramos la
tienda. Una chica muy guapa, con unos
enormes ojos castaos. Debe de ser un poco
ms joven que mi Silvana. A la pequea le di
una bolsa de caramelos antes de que se
marchara. Es la criatura ms adorable que he
visto nunca.
Lo es, y adems han hecho un buen trabajo
con ella, pens Mario mordindose los
labios. Ahora Emilia no piensa ms que en las
muecas que venden aqu. No tuvo la
oportunidad de sonsacarle nada ms porque
un revuelo de plumas en la juguetera avis
a Montalbano de que alguien acababa de
entrar. Desde el taller resultaba
perfectamente audible el rechinar de las
piezas metlicas que mantenan sujeto al ave
fnix en la parte alta de la habitacin.
Montalbano coloc la taza encima de la mesa
de trabajo de su hija.
Deben de ser los hombres de los
Wittmann. Con esta interesante
conversacin me haba olvidado de que tena
que empaquetar a miss Jane Doe antes de
que se la lleven al palacio... Si me disculpa,
Corsini, sern solo unos minutos. En
seguida estar de vuelta.
Mario asinti con la cabeza y Montalbano
se march de la habitacin. Cuando por fin
se encontr a solas no pudo reprimir un
suspiro. Ahora saba lo que sus
competidores eran capaces de hacer, pero
tambin saba que no seran unos enemigos
dignos de tener en cuenta porque en
cualquier momento seguiran con su periplo
por el norte del pas. Y cuando se marcharan
de Venecia nadie se acordara de que los
Montalbano demostraron ser mejores que
los Corsini. Sera como si nunca hubieran
puesto un pie en la ciudad.
De repente todo lo que haba a su
alrededor resultaba mucho ms agradable,
sin que hubiera una amenaza real en las
cabezas de porcelana sin ojos que se
alineaban sobre las estanteras. Mario tuvo
que dejar de sonrer cuando escuch el
rumor de unos diminutos pies sobre la
tarima. La seorita Montalbano haba
regresado al taller. Traa consigo las cajas
que su padre le haba ordenado que buscara.
Fue a colocarlas encima de su mesa, y al
verla de pie se dio cuenta de que apenas le
sacaba unos centmetros de altura. Llevaba
puesta una larga falda marrn que barra las
virutas del suelo, una sencilla blusa blanca
con botones de ncar y un ancho cinturn de
cuero, tambin marrn, que cea su breve
cintura y serva de sujecin a la bolsa de
herramientas que colgaba de su cadera. En
sus muecas haba una especie de brazales
de cuero de los que sobresalan los mangos
de unas herramientas tan diminutas como
agujas de coser, pequeos tiles de relojera,
sin lugar a dudas. Mario se qued mirndola
con disimulo mientras abra las cajas de
cartn.
La seorita Montalbano le haba dado la
espalda, aunque de alguna manera deba de
estar sintiendo su mirada posada en su nuca.
Sac un minsculo cortaplumas de una de
sus muequeras, lo levant hacia la ventana
ms cercana para examinar su filo y acto
seguido se puso a rasgar el papel de
embalaje. Su voz resultaba inexpresiva
cuando dijo:
Ha tenido tiempo suficiente para
curiosear entre nuestras cosas? Ha sido un
golpe de suerte para usted que los criados de
Joseph Wittmann se presentaran de repente,
no?
Mario tard un momento en reaccionar.
Se haba llevado la taza a los labios, aunque
no pudo dar ni un sorbo. Ella no pareca
esperar una respuesta; haba empezado a
hurgar dentro de la caja hasta dar con un
estuche que contena dos docenas de bolas
de plomo.
Me parece que no he entendido lo que
me deca contest pasados unos segundos.
Ah, yo dira que me ha entendido a las
mil maravillas replic la muchacha. Volvi
a meter el cortaplumas dentro de su
muequera. No trate de hacerse el tonto
conmigo.
De hacerme...? empez a decir
Mario sin comprender nada. De qu est
hablando?
Cree que no me doy cuenta de lo que
planea? Se presenta en nuestra tienda con la
intencin de hacerse amigo de mi padre
cuando todo el mundo en Santa Croce sabe
que le considera su enemigo. Realmente
piensa que somos tan estpidos como para
creerle?
Yo no he venido hasta aqu para... no
invente cosas! exclam Mario. Se le haban
encendido las mejillas al comprender que
aquella muchacha no estaba diciendo ms
que la verdad. Lo nico que quera hacer
era presentarle mis respetos a su padre!
Bueno, pues ya lo ha hecho, as que
puede marcharse cuanto antes. No
conseguir nada revoloteando a su alrededor
para sonsacarle todo lo relacionado con esa
mueca de la que se ha quedado prendado.
Debera aprender a disimular mejor. Es solo
un consejo.
Mario entorn los ojos. Se acerc a la
seorita Montalbano para dejar su taza junto
a la de su padre, al lado de la hilera de
pequeas bolas de plomo que haba ido
sacando de su estuche. La superficie de la
mesa estaba cubierta de papeles, fragmentos
de madera a medio pulir y herramientas
muy parecidas a las que tenan en Ca
Corsini. Una mariposa dorada remont el
vuelo dentro de la campana, como si tratara
de saludarle con sus alas.
No s qu es lo que le ha hecho tener
tan mala opinin de m dijo Mario, pero
se equivoca en cuanto a mis intenciones. Le
aseguro que esta tarde he venido en son de
paz. Ella le sostuvo la mirada con aquellas
protuberancias bulbosas en las que las
lentes de aumento convertan sus ojos. Y
he de admitir que me he llevado una grata
sorpresa con su padre. No se parece en
absoluto a lo que me haba imaginado.
No le parece un inventor
maquiavlico que ha querido instalarse en
Venecia con la nica intencin de hundir a
los Corsini, los ms reputados jugueteros de
nuestro distrito?
Era bastante curioso que, pese a la irona
que escondan sus palabras, su tono de voz
continuara siendo tan inexpresivo como el
de una persona con la que estuviera
hablando acerca del tiempo. La vio llevarse
una mano a la cabeza para desabrochar las
hebillas que mantenan el casquete de cuero
en su sitio. Una melena interminable brot
de su interior, una cascada de cabello de un
dorado oscuro que a Mario le hizo pensar de
repente en los mosaicos que adornaban la
entrada de San Marcos. No era lo que
habitualmente se suele denominar cabello
de oro en las mujeres, y que en muchas
ocasiones se parece ms al amarillo del trigo
que al autntico metal precioso que revesta
la baslica, como si el rey Midas hubiera
deslizado las palmas de sus manos por sus
adornos de mrmol blanco. La seorita
Montalbano se pas una mano por el pelo
para apartrselo de la cara y entonces Mario
pudo observarla por fin. La piel marfilea y
los ojos azules le sentaban tan bien a la
propietaria de aquella melena relumbrante,
que por unos instantes se qued sin aliento.
Andrea tena que estar de broma. Cmo
poda afirmar que era guapa? Simonetta
le haba embotado tanto los sentidos que ya
no era capaz de reconocer la perfeccin?
S que debe de pensar que somos un
castigo del cielo continu la muchacha
como si no se hubiera dado cuenta de su
estupefaccin. Y en cierto modo tiene
sentido que lo crea. Pero no puede pretender
que nos quedemos de brazos cruzados
simplemente por el hecho de que al otro
lado del canal haya una juguetera como la
nuestra. No es tanto una cuestin de
supervivencia como de vocacin. No vamos a
dejar de trabajar por su culpa.
No le he pedido en ningn momento
que lo haga le record Mario. Era curiosa
la mezcla de emociones que aquella mujer le
haca sentir mientras hablaba con ella.
Puede que fuera hermosa como un hada,
pero tena la lengua ms afilada que haba
encontrado en alguien de su sexo, y a Mario
nunca le haba parecido atractivo algo as.
Pero estar de acuerdo conmigo en que su
presencia... ha trastocado por completo la
vida que hasta ahora llevbamos mi
hermano y yo. Nunca habamos tenido una
competencia ms feroz.
Pero eso siempre resulta positivo para
un inventor. La competencia es un
estupendo estmulo a la hora de superarse a
uno mismo. Mientras deca esto, Silvana
Montalbano cogi uno de los pequeos
objetos que se amontonaban al lado de su
torno. Aunque le recomiendo que antes de
planear una vendetta conozca a fondo la
labor de su oponente.
Levant las manos para arrojar hacia lo
alto lo que tena entre sus palmas. Lo nico
que pudo distinguir fue la textura de la
madera antes de que ascendiera hacia las
vigas que cruzaban el techo como si no
pesara ms que una hoja seca arrastrada por
el aire. Y al cabo de unos segundos comenz
a descender, subi de nuevo, plane unos
instantes...
Qu se supone que es eso?
pregunt Mario sin conseguir disimular su
perplejidad.
Mariposas voladoras respondi la
seorita Montalbano. Pequeos
divertimentos que me dedico a hacer en mis
ratos libres. Parece que los nios venecianos
las adoran...
No me extraa, pens Mario con la boca
abierta. La mariposa sigui revoloteando a
su alrededor durante casi un minuto antes
de posarse en sus manos. Lo hizo con una
delicadeza parecida a la que podra emplear
una flor para desprenderse de su rama. Muy
despacio, casi como si temiera hacerle dao,
la acerc ms a su rostro. Cuatro lminas de
madera de apenas un milmetro de grosor
conformaban sus alas rematadas en punta.
Es un diseo muy sencillo, realmente
continu la seorita Montalbano. Algo
casi ridculo si lo compara con las creaciones
de mi padre. Pero de momento se venden
bien.
No lo entiendo murmur Mario. Las
piezas de madera eran tan delgadas como
una hoja de papel, y el juguete no pesaba en
sus dedos ms de lo que lo hara un insecto
. No entiendo cmo pueden moverse sin
que nadie les d cuerda. Ni siquiera tienen
motores!
Tampoco los tienen las mariposas de
verdad apunt Silvana Montalbano. Ni
los pjaros, y aun as son capaces de volar.
Esto no es mecnica, sino ciencia. Pura
biologa.
Mario le dio la vuelta cuidadosamente a
la mariposa. Segua batiendo sus alas entre
sus manos como si un entomlogo acabara
de capturarla con su red. Lo nico metlico
era la pequea pieza que configuraba su
abdomen, de la que surgan a ambos lados
unos filamentos de cobre tan delgados que
casi podran pasar por cabellos. Esos
minsculos alambres eran los responsables
de que sus alas se movieran igual que las de
los insectos.
Ya veo... Es su propia configuracin la
que las hace revolotear as. Mario entorn
los ojos para tratar de descifrar las palabras
que Silvana Montalbano haba garabateado
en sus bocetos, junto a la campana con las
mariposas vivas: lnulas, ocelos,
franjas marginales, subapicales y
dorsales... Antes de que pudiera memorizar
los esquemas, la chica se coloc delante para
impedir que los viera. No tiene que
desconfiar de m; tengo muy mala memoria
visual le advirti Mario. As que es una
cuestin... aerodinmica?
Se dio cuenta en aquel preciso momento
de que algo reluca encima de su escote: un
pequeo reloj de oro, de caballero, que le
colgaba del cuello. Era un adorno muy
inusual en una muchacha. Las venecianas de
su edad siempre solan llevar crucifijos o
medallas con la Virgen o, cuando se
arreglaban ms de lo normal, colgantes de
cristal de Murano.
Aerodinmica, naturaleza... llmelo
como ms le guste contest ella. No hay
ms magia en nuestra casa que la que pueda
encontrar ah fuera, en su mundo. Hasta un
nio sera capaz de superar nuestras
creaciones si realmente quisiera hacernos la
competencia.
Acompa estas palabras con una
mirada tan significativa que Mario se puso
rojo de rabia. Era evidente que Silvana
Montalbano no le consideraba un enemigo a
batir. No vea ninguna amenaza en Ca
Corsini porque saba que ninguno de sus
productos podra desbancar a los suyos. Al
darse la vuelta comprob que sus cabellos,
de un rubio oscuro, llegaban por debajo de
su cadera, y caan a plomo a lo largo de su
espalda, lisos como una cascada de seda. Es
tan hermosa como pagada de s misma, pens
Mario con una pizca de despecho que no
saba muy bien a qu se deba. Aunque no es
extrao siendo la hija de Montalbano. Yo
tambin sera un credo si supiera hacer lo que
hacen ellos!.
Volvi a concentrarse en la mariposa que
sostena entre sus dedos, que por fin haba
dejado de agitarse. Lentamente, levant las
manos como le haba visto hacer a ella. Las
alas se pusieron en movimiento en cuanto
dejaron de rozar su piel. Alz el vuelo ante
los ojos maravillados de Mario, dio unas
cuantas vueltas por la habitacin, subiendo y
bajando caprichosamente, y acab
posndose sobre el hombro de Montalbano
cuando se dispona a cerrar la puerta
despus de entrar en el taller. Los criados de
los Wittmann se haban llevado a miss Jane
Doe al palacio del Gran Canal que se
convertira en su hogar.
Ha visto? le dijo a Mario, sujetando
la mariposa con las puntas de los dedos.
Es increble, verdad? Fue idea de mi
Silvana. Es toda una artista. Vino un da a
verme con unos diseos que se le haban
ocurrido mientras vea revolotear las
mariposas a travs de la ventana de su
cuarto en Florencia. Por aquel entonces no
eran ms que un montn de anotaciones,
pero me di cuenta en seguida del potencial
que tenan. Igual que mi pequea.
La seorita Montalbano pareca
incmoda de repente. Se dej caer de nuevo
sobre su silla, y regres a su torno mecnico
y sus planchas de madera sin decir nada.
Pese a que su semblante no revelaba
ninguna emocin Mario hubiera jurado que
se senta abochornada.
He pensado que podramos aprovechar
este buen tiempo para salir a dar una vuelta
por el barrio continu Montalbano. Mario
se volvi hacia l, sorprendido. Deje que le
invite a tomar algo en una taberna de la que
me hablaron ayer mismo. Me han dicho que
se trata de un sitio muy agradable. Me har
bien respirar aire fresco durante un rato.
Tambin la seorita Montalbano pareci
quedarse de piedra. Su mirada de color azul
se apart de Mario para posarse en su padre,
y despus regres a Mario, que sonri ante
su desconcierto. Aquella chica estaba
pidiendo a gritos que alguien la pusiera en
su sitio.
Me dar permiso su hija para acaparar
su atencin durante un par de horas? dijo
con una candidez que no consigui
engaarla. Le prometo que regresar sano
y salvo. Y que no tratar de sonsacarle
ninguno de sus secretos profesionales con
una copa de vino.
Montalbano se rio de buena gana. Su hija
entorn los ojos con una desconfianza tan
palpable que Mario no pudo impedir que su
sarcstica sonrisa se acentuara un poco ms.
Vmonos, pues. No me prepares nada
para cenar, Silvana. Y no te preocupes por
los clientes que puedan aparecer. Ech un
vistazo al reloj que haba en una pared.
Dentro de un cuarto de hora podrs cerrar la
juguetera para que nadie ms venga a
molestarte.
Recogi del nico perchero que haba en
el taller una larga levita gris cuyos faldones
rematados en punta rozaban las tablas del
suelo. Bes a su hija en la mejilla, le recoloc
unos cabellos sueltos mientras susurraba
algo que Mario no pudo escuchar y agarr a
su vecino por el hombro para guiarlo hasta
la puerta. Antes de abandonar el taller se dio
la vuelta para despedirse de la muchacha
con una inclinacin de cabeza. Ella no
respondi a su gesto. Pareca pequea y
vulnerable de repente, una nia grande en
medio de unos juguetes que saba que nunca
le perteneceran. Aunque no le dijo nada,
aunque no lleg a separar los labios, a Mario
le dio la sensacin de que Silvana
Montalbano se senta tan encerrada como las
mariposas que revoloteaban en la campana
de cristal que haba a su lado, dando vueltas
sin cesar de un lado a otro sin conseguir
encontrar una va de escape.
CAPTULO IV
Mario no regres a su casa hasta que la
noche se hallaba bastante avanzada. Estuvo
bebiendo con Montalbano en una de las
tabernas de la cercana plaza de San Rocco, al
lado de la iglesia del mismo nombre.
Durante casi tres horas, mientras
paladeaban unas espumosas copas de
prosecco, el hombre al que segua
considerando su mximo rival se embarc en
unas disquisiciones interminables sobre los
prodigios de la mecnica que se haban dado
a conocer en la Feria Mundial de los Estados
Unidos y en las Exposiciones Universales a
las que haba acudido en Pars, Londres y
Edimburgo. Habl de los dirigibles
construidos por pioneros como Giffard y
Dupuy de Lme, de las luminarias
fluorescentes de Nikola Tesla, de las
proyecciones cinematogrficas de los
Lumire y de un curioso autmata, conocido
como El Turco, que en el siglo xviii haba
trado de cabeza a toda Europa por ser capaz
de ganar al ajedrez a cualquier persona que
quisiera retarle. Habl de la transmisin de
ondas de radio a travs del Atlntico llevada
a cabo por Marconi con una emocin que
haca pensar que su creador era, como
mnimo, primo hermano suyo. Le relucan
los ojos a medida que apuraba el vino,
aunque no mostr en ningn momento
signos de ebriedad. Saltaba a la vista que se
senta complacido de tener a alguien con
quien poder hablar de lo que ms amaba en
el mundo aparte de su Silvana.
A Mario no se le daba tan bien disimular
como a su hermano pequeo. Varias veces
trat de desviar la conversacin hacia la
seorita Montalbano, ansioso por averiguar
qu haba encontrado de sospechoso en su
manera de comportarse; pero cuando esto
suceda su interlocutor se limitaba a sonrer
en silencio. Su hija era sagrada para l, y de
las cosas sagradas no se poda hablar tan
alegremente como de las polmicas patentes
de Tesla y Marconi. Lo nico que consigui
sonsacarle fue que su madre haba fallecido
muchos aos antes y que en aquellos
momentos no tenan a nadie ms en el
mundo. No era una perspectiva muy
alentadora para los numerosos
pretendientes que segn Andrea le haban
salido en Santa Croce desde el instante en
que ambos desembarcaron ante su nueva
casa.
Realmente tendra que haber disfrutado
mucho ms de aquel encuentro. Montalbano
era un pozo de sabidura y posea los
modales de un perfecto caballero
aderezados con el entusiasmo propio de un
cientfico loco, pero Mario no consegua
apartar de s la idea de que aquella misma
genialidad acabara conducindolos a la
ruina. Haba demasiados prodigios
madurando dentro de su cabeza,
demasiadas creaciones maravillosas
luchando por salir de los dedos que
estrecharon afablemente los suyos cuando
se despidieron en el puente que comunicaba
las dos orillas del rio del Gaffaro. Mientras lo
vea avanzar bajo los balcones de piedra,
tarareando para s mismo, casi esperaba que
Silvana Montalbano apareciera en una de las
ventanas para arrojarle a su padre su
cabellera recogida en una trenza. La idea de
aquella princesa de cuento de hadas
encerrada en una torre le habra resultado
de lo ms romntica de no haber sabido el
mal carcter que tena la muchacha.
Qu crees que har todo el da ah
metida? pregunt Andrea dos semanas
despus.
Mario levant la vista del tiovivo que
estaba reparando, sorprendido al comprobar
que por una vez los pensamientos de su
hermano seguan la misma lnea que los
suyos. Apart hacia atrs su silla para
reunirse con l. Andrea se haba
atrincherado detrs de las cortinas del
comedor y observaba cmo Silvana
Montalbano, acodada en el balcn de la casa
de enfrente, alimentaba con migas de pan a
las palomas de la fondamenta Gaffaro.
Pareca perdida en su propio mundo
interior. Sus ojos no se movan mientras las
aves pasaban volando por delante de la
fachada, rozndole casi la cara con sus alas.
Se haba anudado un batn de color crema
encima de un camisn de encaje de aspecto
vaporoso.
Nunca sale a la calle susurr Andrea,
de lo ms intrigado. Simonetta y sus
amigas piensan que es un bicho raro. No la
han visto comprar ropa ni comida en el
mercado...
La seorita Montalbano sacudi las
manos para limpiarse las ltimas migas de
pan. Los rayos de sol que se abran camino
entre las nubes arrancaban destellos
dorados a la esfera del reloj que le colgaba
del cuello, bailoteando con cada uno de sus
movimientos.
Deja de mirarla as contest Mario
de malos modos. Parece que la vas a
comrtela.
Andrea neg con la cabeza mientras la
vean desaparecer detrs de las cortinas.
No es... normal. No es como Simonetta
le asegur. Puede que las vecinas tengan
razn y se encuentre muy enferma. Eso
explicara por qu ni siquiera la hemos visto
esta maana en la iglesia. Qu clase de
muchacha se encerrara voluntariamente en
su casa?
Que t no lo hayas hecho hasta ahora
no significa nada le record Mario con una
pizca de rencor. Siempre has sido un bala
perdida. Y las mujeres no se comportan as...
Qu clase de muchacha se resistira a
hacer amigas de su edad? insisti Andrea
como si no le hubiera escuchado. Sabas
que Antonella y su hermana se presentaron
anteayer en su tienda? Queran invitarla a
dar un paseo hasta Rialto con ellas. Pero
Montalbano no las dej pasar de la puerta.
Dijo que a su hija le dola la cabeza y no se
encontraba en condiciones de salir, ni
siquiera de levantarse de la cama durante un
rato.
A lo mejor era verdad coment
Mario, aunque albergaba ciertas dudas al
respecto.
De eso nada replic Andrea.
Antonella volvi a pasar por la fondamenta
Gaffaro al regresar a su casa y pudo verla a
travs de una de las ventanas del entresuelo.
Estaba en su taller, trabajando con sus
mecanismos, como siempre. Y tan fresca
como una rosa.
Mario no supo qu decir. Se acerc de
nuevo a la mesa del comedor, cogiendo un
pincel para acabar de repintar las bridas de
los corceles de un reluciente color morado.
Me da mucha pena suspir su
hermano. Debe de estar completamente
chiflada si la nica cosa que le interesa a su
edad es la relojera. Por eso me parece
perfecta para ti.
Qu demonios significa eso?
protest Mario dejando el pincel. Mi
mundo no se reduce solamente a la relojera.
Lo que pasa es que me tomo muy en serio mi
trabajo.
Igual que la seorita Montalbano, por
lo que tenemos entendido. Andrea no
trat de reprimir una pcara sonrisa. Sabes
que estoy diciendo la verdad. Vuestros
engranajes encajaran de maravilla. Sera la
ertica de la mecnica llevada a su mxima
expresin...
A Mario le temblaba tanto el pincel en la
mano que no pudo evitar que en la cabeza de
uno de los caballos apareciera un grueso
lagrimn morado. No se atrevi a llevarle la
contraria a su hermano, no obstante; tal vez
porque aquella misma idea haba rondado
por su mente en repetidas ocasiones desde
que visit por primera vez La Grotta della
Fenice.
Crees que debera cruzar el canal para
tratar de arreglar nuestras diferencias?
Si me lo preguntas es que ests
deseando que te diga que s asegur
Andrea, y le dio un tirn a las cortinas para
cerrarlas. Te mueres por volver a hablar
con ella, no?
No estoy seguro reconoci Mario a
media voz. No es solamente por lo que
ests pensando aadi ante la mirada de
sorna de su hermano. A m tampoco me
gusta.
Es que la pobre es espantosa, verdad?
La chica menos agraciada que has visto!
Su tono de voz resultaba tan compasivo
que hasta Mario tuvo que sonrer.
Es bastante impresionante le
concedi sobre todo cuando la ves de
cerca.
Entonces djate caer por su taller.
Invntate cualquier excusa para hablar con
ella. Dile que necesitas que te preste una de
las herramientas de Montalbano... no, eso
no, no podemos dejar que piense que la
quieres solamente para obtener informacin
de primera mano sobre lo que estn
haciendo. Andrea se rasc pensativamente
el mentn. No hay nada que moleste ms
a las chicas que sentirse utilizadas. Tienes
que hacerle creer que no puedes dejar de
pensar en ella. Ya tendrs tiempo para ramos
de rosas y citas secretas...
Me parece que me hago una idea de
cmo funciona el ritual de cortejo en el
mundo contemporneo, muchsimas gracias
replic Mario, malhumorado. Y deja de
inventar amoros que no existen. No he
dicho que quisiera a esa chica. Simplemente
me apetece charlar un rato con ella de
manera civilizada para quitarle de la cabeza
la idea de que soy un patn con complejo
persecutorio. Se trata de una cuestin
puramente... hospitalaria...
La cara de Andrea era un autntico
poema. Mario prefiri abandonar sobre la
mesa las piezas del tiovivo y marcharse de la
habitacin antes que darle la oportunidad de
que siguiera rindose a su costa. Saba que lo
que propona su hermano era una locura. l
no tena tiempo para semejante tontera, y la
seorita Montalbano tampoco. No
conseguira sacar adelante el negocio de sus
padres soando todo el tiempo con una
cabellera dorada y unos ojos de espuma de
mar. Se refugi en su taller como siempre
haca, sentndose sobre el borde de la mesa
mientras hunda la cara en sus manos,
callosas y cuarteadas de tanto trabajar. Lo
peor no era soportar las burlas de Andrea y
las risas de Simonetta si se le ocurra
contrselo todo; lo peor, y eso era lo que ms
desdichado le haca sentirse, era
comprender que no tardara ms que unos
das en hacer lo que se haba jurado no
hacer.
***
Tard menos de veinticuatro horas. Era
un autntico rcord, teniendo en cuenta que
cada vez que se abra la puerta de Ca
Corsini apartaba la vista de lo que se traa
entre manos para comprobar si Montalbano
haba decidido devolverle la visita llevando a
su enfermiza Silvana del brazo. Pero los
Montalbano no parecan abandonar sus
dominios ms frecuentemente de lo que lo
haca el propio Mario. Deban de estar tan
atareados con los encargos que les llegaban
de los seis distritos de Venecia que no tenan
tiempo para nada ms. Finalmente,
aprovechando que Andrea haba anunciado
que se quedara en la juguetera con las hijas
de Scandellari, Mario decidi dar un paso
adelante. Anunci que permanecera fuera
de casa hasta la hora de cenar, se march de
Ca Corsini antes de que su hermano pudiera
preguntarle nada, cruz con la mayor
seguridad que pudo atesorar el ponte
Marcello y se detuvo a la puerta de La Grotta
della Fenice. Esta vez no escuch voces en su
interior, lo que le pareci un buen comienzo.
Armndose de valor, empuj la puerta de la
juguetera con la sensacin de que estaba a
punto de cruzar una frontera.
Hola? pregunt con algo de
inseguridad, esquivando como pudo al
enorme ave fnix cuando volvi a
abalanzarse sobre l. Hay alguien ah?
continu. Montalbano?
Le sorprendi que nadie hubiera odo su
voz, ni los fuertes graznidos del autmata al
descender en picado desde su nido. Las
siniestras muecas mecnicas le miraron
desde sus respectivas mesas; la cabeza de la
cortesana del siglo xviii dio una vuelta
completa sobre s misma para dedicarle la
sonrisa ms maligna de su repertorio. No
pudo dejar de sospechar que alguno de
aquellos artefactos se imaginaba lo que
estaba tramando. Y no era una idea
agradable, no con todas aquellas pupilas
clavadas en su persona. Mario reprimi un
escalofro mientras se acercaba
sigilosamente al taller. Alguien haba dejado
la puerta un poco entornada. Al empujarla
en silencio descubri a Silvana Montalbano
en el extremo opuesto de la habitacin,
sentada junto a su mesa de trabajo, con su
bella cabeza descansando sobre su mano
derecha y la vista clavada en el libro que
sostena en su regazo. A su lado, encima de
la mesa, haba diversos materiales que Mario
identific de inmediato como los
componentes de un caleidoscopio: un tubo
de cartn, tres espejos alargados de forma
rectangular y un pequeo montn de
abalorios de brillantes colores.
La muchacha no pareca darse cuenta de
que alguien acababa de detenerse junto a la
puerta. De hecho, no pareca darse cuenta de
nada; sus ojos recorran a toda velocidad las
lneas del relato con una atencin
desmedida que desconcert un poco a
Mario. Era como si pudiera sentir en su
carne cada una de las palabras que
paladeaba. Nunca antes la haba visto tan
viva, tan pendiente de algo ajeno a su
trabajo... ni tan apesadumbrada.
Era extrao que una novela consiguiera
suscitarle tantas emociones a una persona a
la que todo el mundo tena por inexpresiva.
La frialdad de sus ojos desapareca mientras
lea; la luz del sol que entraba por la ventana
situada a su izquierda daba de lleno sobre su
rostro haciendo que sus iris azules
resultaran casi transparentes, como si la
claridad los atravesara en lugar de reflejarse
en ellos. Mario decidi demorarse durante
un rato para admirarla a sus anchas. La vez
anterior haba comprobado que era
hermosa, pero no se trataba ms que de una
apreciacin general; ahora poda contemplar
muchos detalles de su rostro que haba
pasado por alto. No se haba dado cuenta de
la manera en que se le curvaban los
prpados al alcanzar sus lagrimales, como lo
haran los de una cierva, ni de la delicada
barbilla puntiaguda que remataba el valo
de su cara; tampoco haba visto lo alargado
que era su cuello ni cmo su cabeza pareca
balancearse sobre sus hombros como si no
fuera capaz de resistir la tormenta de
pensamientos que se arremolinaban en su
interior. Era hermosa, pero era imperfecta
porque apenas haba vida en sus rasgos. Un
pintor podra haber capturado toda su
belleza en un retrato titulado Naturaleza
muerta.
Acudi a la mente de Mario una frase
que Andrea le haba ledo en voz alta un par
de aos antes: Nadie haba pensado cunta
lava ardiente, furiosa y profunda hierve bajo
la nevada frente del Etna. Era de un autor
francs, aunque no recordaba su nombre.
Antes de que pudiera reaccionar, Silvana
pas una pgina de su novela y, al hacerlo, al
separar por un segundo sus ojos de las letras
impresas, capt de reojo la mancha oscura
que era Mario en el lmite de su campo
visual. Se enderez de inmediato en su silla,
cerrando la novela entre sus manos como si
acabaran de sorprenderla cometiendo un
acto delictivo.
Lo siento se apresur a disculparse
el joven, sealando con el pulgar por encima
de su hombro en direccin a la tienda. La
puerta estaba entornada, y pens que
podra...
No debera irrumpir tan alegremente
en el sancta sanctorum de los dems replic
Silvana en un tono tan cortante como una
navaja. Sus dedos aferraban las tapas del
libro fuertemente. Mi padre no se
encuentra aqu sigui diciendo. Quera
hablar con l?
Realmente querra hablar contigo durante el
resto de mi existencia, reconoci Mario para s.
Querra comprender lo que piensas, lo que
sientes. Querra saber por qu una novela
consigue interesarte ms que la vida real. En
lugar de eso se conform con decir:
Vena a pedirle un favor, pero puedo
esperar a que regrese. Se ha ido de Venecia?
No contest Silvana apartando un
mechn de pelo de su cara. En realidad, s
se corrigi a s misma. Sigue en Venecia,
aunque no en la ciudad. Se ha marchado
hace un rato al cementerio de San Michele
para asistir al entierro de la hija de Joseph
Wittmann.
Mario se haba acercado a la mesa para
coger uno de los abalorios entre su ndice y
su pulgar, pero se qued completamente
quieto al escucharla. La mir con
perplejidad.
Se est refiriendo a Edelweiss
Wittmann... la hija del embajador
austraco...?
La misma. La que fue una de sus
mejores clientas antes de descubrir nuestra
gama de productos apostill Silvana.
Una decisin que nadie se atrevera a echarle
en cara.
No me lo puedo creer! Si no tena
ms que ocho aos! Qu le ha sucedido?
De eso no tengo la menor idea. Puede
haber sido cualquier cosa. Un resfriado, un
trastorno estomacal... Aunque la verdad es
que no pareca encontrarse enferma cuando
la vimos por ltima vez. Era una nia plida,
pero por lo visto su madre tambin lo es...
No me lo puedo creer volvi a decir
Mario. Dej caer el abalorio sobre el
pequeo montn que reposaba al lado del
codo que Silvana mantena apoyado en la
mesa. Esto me ha descolocado por
completo. Sacudi la cabeza. No hemos
escuchado nada al respecto, ni mis vecinos
ni yo. Me imagino que mantendrn una
relacin muy estrecha con los Wittmann si
los avisaron en persona de lo que le ha
pasado a su nica heredera.
Mantenamos me parece un trmino
ms correcto precis Silvana. Ahora que
Edelweiss ha muerto no creo que recibamos
muchos ms encargos de sus pobres padres.
Mario se haba quedado completamente
confundido. Tena que contrselo a Andrea
cuando regresara a casa. Nadie hubiera
dicho que Edelweiss Wittmann, a la que todo
el personal de su palacio mantena entre
algodones, pudiera abandonar el mundo con
tanta rapidez como los pequeos mendigos
que agonizaban cada noche bajo los puentes
de la ciudad. De qu haban servido todos
los caprichos que le haban dado sus padres?
Y todos los juguetes que encargaron para
ella, primero en Ca Corsini, y luego en La
Grotta della Fenice, seran relegados a
algn rincn oscuro en un trastero, del que
nadie los sacara?
Me imagino que lo que quera decirle a
mi padre no tendr nada que ver con la tasa
de mortalidad de nuestra clientela adivin
Silvana. No se haba perdido ni una sola de
las expresiones que se pasearon en un
momento por el semblante de Mario.
Qu es eso tan importante que deba
consultar con l? Tiene algo que ver con su
ltima visita?
Mario tard un momento en regresar al
mundo real, y cuando lo hizo se dio cuenta
de que no tena ninguna excusa preparada.
No se haba acordado de que deba justificar
de algn modo su presencia all. La muerte
de Edelweiss haba trastocado todos sus
planes.
S... Vena a pedirle que me... que me...
Entonces la primera sugerencia de Andrea
regres a su memoria como si estuviera
susurrndoselo un apuntador. Querra
saber si podra prestarme una herramienta
declar. Un calibrador... para llaves de
relojera.
Ella enarc una ceja. Al tenerla tan cerca
pudo ver que era tan rubia como su pelo.
No he visto en mi vida mayor
desfachatez que la suya le respondi,
mirndole de arriba abajo. De manera
que primero nos acusa de estar hacindoles
la competencia a su hermano y a usted... una
competencia desleal, vergonzosa... y das
ms tarde, cuando necesita nuestra ayuda,
regresa aqu como si fusemos los mejores
amigos del mundo?
No estoy tratando de aprovecharme de
su generosidad se defendi Mario.
Aquella chica tena el raro don de sacarle de
sus casillas. Casi haca que se le olvidara lo
hermosa que era por culpa de su insolencia
. Si quiere que sea sincero, lo que me ha
trado hasta su juguetera era el deseo de
reconciliarme con usted. S que no
empezamos con buen pie, pero viendo cmo
se ha puesto conmigo no me extraa que sea
as. Debera ser ms amable con las
personas que la rodean. Hasta usted podra
llegar a necesitarlas algn da.
Silvana se qued mirndole con su libro
todava en la mano. Aunque no movi ni un
msculo, a Mario le pareci ver aletear una
chispa de ira en lo ms profundo de sus ojos.
Es demasiado joven para ser tan
desconfiada sigui diciendo a modo de
disculpa. Se haba dado perfecta cuenta de lo
mucho que le haban dolido sus palabras,
pese a su inexpresividad. Y demasiado
bonita. No le sienta nada bien una actitud
tan desdeosa.
Deje esos jueguecitos para sus vecinas,
Corsini. Conmigo no le servirn de nada.
Usted tambin es mi vecina. Vamos a
tener que convivir a menos de quince metros
de distancia mientras permanezcan en
Venecia. No le veo sentido a que nos
arrojemos los trastos a la cabeza cada vez
que nos veamos, sin que exista un motivo
real para ello.
Ah, ya veo detrs de lo que anda...
Djeme entonces que le aclare un par de
cosas.
Solt el libro tan bruscamente encima de
la mesa que unos cuantos abalorios de
colores rodaron hasta el suelo, detenindose
al lado de sus zapatos. Mario acert a
distinguir la parte del ttulo que no ocultaba
su mano, ...nstein, cuando Silvana se levant
de la silla.
En primer lugar, no soy tan joven
declar. Tengo veintitrs aos y medio, lo
que me convierte automticamente en una
solterona segn la opinin general de los
dems vecinos de Santa Croce, para los que
lo ms normal parece ser comprometerse
nada ms empezar a perder los dientes de
leche. Y en segundo lugar continu sin
hacer el menor caso a Mario, que se dispona
a rebatir aquel argumento no le
recomiendo que pierda parte de su precioso
tiempo tratando de sonsacarme la fecha en
la que nos marcharemos de la ciudad.
Cuando dejemos Venecia lo averiguar por
usted mismo, y no a travs de m.
A esto sigui un largo silencio en el que
no hicieron ms que mirarse, ella desafiante
como una amazona de la Antigedad, l
esforzndose para que su expresin no
revelara lo mucho que le haba angustiado
escucharla hablar de su partida. Ya no le
emocionaba tanto la idea de que cualquier
da pudiera despertarse con la noticia de que
se haban ido.
Estaba a punto de hablar cuando un
nuevo graznido del ave fnix reson en
medio de la quietud del taller. Hubo risas y
exclamaciones cuando el autmata revolote
sobre las cabezas de dos nias a las que
Mario logr entrever por la rendija de la
puerta. Iban ataviadas con la misma ropa:
vestido de terciopelo azul marino cubierto
por un coqueto delantal y una pechera
almidonados y zapatos de charol relucientes.
Se quedaron de pie en medio de la
juguetera como Adn y Eva contemplando
por primera vez un Paraso creado
nicamente para su disfrute. Detrs de las
nias entraron sus padres, y la mujer no
pudo ahogar una nueva exclamacin de
asombro mientras se acercaba a las
muecas.
Tengo que atender a mis clientes le
comunic Silvana, algo incmoda. Procedi a
recolocarse las mangas de su blusa blanca
con botoncitos de ncar para que le
cubrieran las muequeras de cuero. Puede
esperarme aqu, si realmente no tiene nada
mejor que hacer que soportar mi actitud
desdeosa. No quiero que nadie sepa que le
he dejado pasar.
Abandon el taller acompaada por el
susurro que haca su falda marrn al rozar
las virutas diseminadas por la estancia,
como tirabuzones recin arrancados de la
cabeza de una mujer. Aunque entorn la
puerta al salir, Mario consigui escuchar su
conversacin.
Venamos buscando unos caballos de
cartn explic la madre de las nias. No
de los que se balancean adelante y atrs,
esos se encuentran en cualquier tienda...
Nos han contado que acaban de
comercializar unos modelos que son capaces
de andar al paso...
Mario se apret con los dedos el puente
roto de su nariz. Ya no le quedaba nada ms
por escuchar. Andrea se partira de risa
cuando le contara que en unos cuantos
meses no fabricaran ms caballos de cartn
en Ca Corsini. Sera una prdida de tiempo
y dinero.
Se nos han acabado oy que
contestaba Silvana. Una de las pequeas
profiri un gritito de rabia que se
transform en uno de gozo cuando sigui
diciendo: Pero ahora tenemos un modelo
ms interesante. Uno que no se limita a
caminar, sino que adems relincha y mueve
la cabeza cuando le acercan un terrn de
azcar. Le lleg de nuevo el sonido que
haca su ropa al salir de detrs del mostrador
. Se lo ensear ahora mismo.
Mario dio un cauteloso paso hacia la
puerta. A travs de la rendija pudo
vislumbrar a Silvana arrodillada en el suelo,
con su falda desplegada a su alrededor,
tirando de una de las enormes cajas de
embalaje que Montalbano y ella haban
colocado contra la pared de la tienda. Volvi
a apartar con una mano el pelo que le caa
por la cara, y Mario sinti una dolorosa
punzada en su corazn al recordar que
aquellos labios nunca le sonreiran.
La madre y las dos nias se haban
inclinado sobre su hombro con inters
mientras el padre permaneca de pie con los
brazos cruzados detrs de la espalda. Mario
retrocedi hasta la mesa de trabajo de
Silvana. Al apoyar una mano sobre su
superficie, en el nico hueco que encontr
entre los abalorios y los espejos
fragmentados, se fij en el ttulo de la novela
que haba estado leyendo a escondidas:
Frankenstein o el moderno Prometeo. Le
sorprendi comprobar la cantidad de
seales que haba ido dejando, pequeas
tiras de papel con las que deba de haber
marcado los captulos que ms la haban
impresionado.
Pas los dedos por su manoseada
cubierta, y estaba a punto de cogerla cuando
se dio cuenta de que debajo de la novela
haba un pequeo montn de cuadernos
manuscritos. Todos tenan tapas de cuero
negro, menos el ltimo; era tan pequeo que
podra caber en un bolsillo. Sobre el cartn
descolorido haba garabateada una nica
letra: la M. A Mario se le aceler la
respiracin al pasar las pginas, primero con
simple curiosidad, y luego con un
presentimiento cada vez mayor al descubrir
que no haba ni una palabra escrita en su
interior. Lo nico que contena aquel
cuaderno era un repertorio de diagramas y
de esquemas tan abstrusos que le llev un
momento comprender a qu se referan. Lo
logr al descubrir en una de las ltimas
pginas un esquema anatmico de una nia
en la que reconoci de inmediato la clase de
autmata parlante a la que perteneca miss
Jane Doe.
Se le escap un jadeo de incredulidad.
Los dedos le temblaban mientras pasaba tan
rpidamente las pginas que en ms de una
ocasin estuvo a punto de arrancarlas. Aquel
descubrimiento lo haba conmocionado
tanto que no escuch los pasos de Silvana
hasta que cerr a sus espaldas la puerta del
taller. De las nias y sus padres no haba ni
rastro.
Al final se han llevado dos caballos de
cartn y un rompecabezas de los cuentos de
Andersen vena diciendo. No sonrea,
pero pareca muy ufana. Mi padre se
alegrar cuando se lo cuente. Aunque
tendremos que pasarnos toda la noche
construyendo ms...
Mario escondi tras su espalda la mano
con la que sostena el cuaderno. Le lata con
fuerza el corazn mientras una arriesgada
idea comenzaba a cobrar forma en su
cabeza.
Antes de que me echara en cara mi mal
carcter haba dicho que necesitaba que le
prestara una herramienta prosigui
Silvana. Era evidente que se senta un poco
culpable por el modo tan hiriente en que le
haba hablado antes. Pero me he olvidado
de cul era.
Se trata de un calibrador de llaves. Un
aparato que sirve para tomar medidas a las...
S perfectamente lo que es un
calibrador, Corsini. Hace un par de meses
dise un modelo que inclua dos dimetros
ms de lo habitual. Espere un momento, se
lo buscar entre nuestras cosas. Abri las
puertas de uno de los altsimos armarios que
haba en el taller. Siempre y cuando se
comprometa a no copirmelo en cuanto
regrese a su casa!
Mario le dio su palabra de caballero,
aunque se le encogi un poco el estmago al
deslizar el cuaderno de Montalbano dentro
del bolsillo interior de su chaqueta. Se sinti
la persona ms miserable del mundo por
hacer algo semejante cuando la muchacha
por fin pareca estar dispuesta a confiar en
l. O por lo menos a enterrar el hacha de
guerra.
Tiene que estar por aqu murmur
Silvana entre dientes. Se puso de puntillas
para pasar el dedo por las herramientas
alineadas sobre la estantera superior.
Bruidores, brocas, buriles... estuches para
los escariadores y las fresas... prensas para
los cristales...
Bien pensado, lo que se traa entre manos
no tena por qu ser considerado un crimen.
Podra devolver el cuaderno a la maana
siguiente, cuando volviera a visitar a Silvana,
y nadie se enterara de lo que haba hecho.
Eso le ayud a sentirse mejor consigo
mismo.
Un torno de mesa, unos alicates... Aqu
est. Silvana se estir para alcanzar lo que
pareca ser un prisma de madera
pulimentada del que sobresala una docena
de pequeos cilindros metlicos de diferente
altura y grosor. Es una de mis invenciones
preferidas.
Cerr las puertas del armario antes de
darse la vuelta con la herramienta en la
mano.
Cudelo bien advirti en un tono que
no admita rplicas. Y devulvamelo
pronto.
Maana por la maana le prometi
Mario. As le dar la oportunidad de que
siga afilndose las uas conmigo como ha
hecho hasta ahora. S que en el fondo le
encanta.
Al recoger el calibrador, sus dedos
entraron en contacto con los de Silvana,
como por descuido, aunque aquel roce acab
prolongndose ms de lo que los dos
esperaban. Al mirarla a los ojos comprob lo
cerca que se encontraban y lo
sobrenaturalmente claros que parecan sus
iris en comparacin con las pupilas que la
sorpresa acababa de dilatar.
Fue Silvana la primera que apart su
mano. Escondi los dedos entre los pliegues
de su falda como si quisiera asegurarse de
que no volvera a tocarla. Mario respir
hondo.
S que estoy pidiendo demasiado,
pero... no podramos despedirnos como
amigos?
Esta vez no se trataba de ningn plan, no
obedeca a ninguna estrategia destinada a
sonsacarle ms secretos. Haba hablado con
el corazn en la mano. Quera ms de ella.
Amigos? Una leve lnea haba
aparecido entre las cejas de Silvana. No he
hecho amigos en toda mi vida, y no veo por
qu usted debera ser una excepcin.
Adems yo...
Los dedos de Mario agarraron de nuevo
los suyos, esta vez sin que mediara ningn
calibrador entre ellos. No haba imaginado
que su piel pudiera ser tan suave... ni tan
fra.
No depende... de m aadi la
muchacha en voz muy baja. Apart la
mirada. Hace muchos aos que dej de
depender de m. No me conviene tener a
nadie a mi alrededor.
Forceje suavemente para soltarse, y
Mario tuvo que dejarla marchar. La sigui de
mala gana hasta la puerta de La Grotta della
Fenice, que Silvana abri para l en un claro
gesto de despedida. Al hacerlo se le movi el
colgante que llevaba en torno al cuello, con
el reloj que le haba llamado tanto la
atencin cuando la vio por primera vez.
Aunque en esta ocasin repar en un detalle
que haba pasado por alto. Las agujas no se
movan. La hora que marcaban no se
corresponda con la que Mario saba que
deba ser, a juzgar por las ltimas
campanadas procedentes de San Rocco.
Marcaban las seis menos veinte... la misma
hora que la tarde anterior, la misma hora que
no era real, congelada para siempre.
Gracias por su visita, Corsini. Ahora, si
me disculpa... tengo mucho trabajo
pendiente.
Desapareci dentro de su taller sin
aadir ni una palabra ms. A Mario le llev
unos segundos procesar lo que haba
pasado, aunque cuando sali a la
fondamenta Gaffaro, a la corriente de aire
helado procedente de la laguna, le dio la
sensacin de que Silvana no estaba molesta
con l, sino consigo misma. El roce de su
piel, de alguna manera, haba removido
sentimientos a los que no le apeteca tener
que plantar cara. Cunto tiempo habra
pasado desde que le hubiera tocado las
manos una persona distinta de Montalbano?
CAPTULO V
Saba que no poda regresar tan pronto a
Ca Corsini. Andrea le interrogara acerca de
su encuentro con Silvana, Simonetta le
presionara para que les diera ms detalles y
en cualquier momento, en cuanto
descubriera lo que haba hecho, la propia
Silvana se presentara en su taller exigiendo
que le devolviese el cuaderno de su padre. Y
entonces no sabra cmo explicar delante de
su hermano y de su vecina lo que haba
ocurrido. Lo ms prudente sera alejarse de
Santa Croce hasta que la vela apagada del
dormitorio de Silvana le indicara que la
muchacha se haba metido en la cama sin
sospechar nada raro.
Las palabras Silvana y cama en una
misma frase no contribuan a que la cabeza
de Mario se despejara mucho ms. No
estaba dispuesto a reconocerlo, pero la
sangre le arda como si las brujas de Macbeth
le hubieran dado a beber una de sus
pcimas. La deseaba precisamente porque
saba que nunca podra tenerla. Aquella
estatua de sal no sera para l. Ni para nadie,
pens con cierta amargura, metiendo las
manos dentro de los bolsillos de su chaqueta
mientras se encaminaba hacia el puente de
Rialto. Nada de lo que le ofrezca un hombre
puede interesarle. No necesita ms que sus
mecanismos, sus novelas y su padre para ser
feliz. O para tratar de convencerse a s misma de
que lo es...
Rialto estaba atestado de turistas. La
diadema de piedra del puente pareca a
punto de derrumbarse sobre el canal, y
Mario tuvo que abrirse camino a base de
codazos hasta alcanzar la otra orilla. Si
quera leer el cuaderno de Montalbano ms
le valdra alejarse de las aglomeraciones
procedentes de San Marcos. Tena que
encontrar un lugar alejado de la fondamenta
Minotto, donde nadie pudiera molestarle...
nadie, ni siquiera Silvana. La mano de Mario
se apret inconscientemente contra el
bolsillo donde haba guardado el cuaderno,
y durante todo el tiempo que tard en
recorrer el Gran Canal, en paralelo a los
vaporetti que se dirigan hacia los hoteles del
Lido, no se atrevi a apartarla de la tapa de
cartn que poda palpar a travs de la tela.
An le pareca sentir en las puntas de los
dedos el cosquilleo provocado por la piel de
la mujer en la que no dejaba de pensar.
La tarde estaba derrumbndose sobre
Venecia cuando desemboc en la iglesia de
Santa Maria della Salute. La rara alquimia
que solo aquella ciudad era capaz de realizar
converta poco a poco la superficie de la
laguna en un espejo de oro y fuego, surcado
por las sombras de las gaviotas que alzaban
el vuelo por encima de los arcos apuntados
del Palazzo Ducale. Daba la impresin de
que la baslica flotaba sobre el agua como lo
haba hecho Jesucristo sobre el lago
Tiberades. All tambin haba turistas,
aunque no tardaran en retirarse hacia la
zona ms populosa situada en la otra orilla
del Gran Canal.
Mario esper a quedarse solo para
acomodarse en el ltimo de los escalones
que se hundan en la laguna. El ruido de las
embarcaciones llegaba atenuado a sus odos,
junto con el murmullo de algunos violines
procedentes del palacio de los Dario, del que
decan en la ciudad que se encontraba
maldito. A veces le daba la sensacin de que
las leyendas eran ms ciertas que la realidad:
toda Venecia se encontraba maldita, y las
almas que la habitaban, tambin. No haba
otra explicacin para que aceptaran quedarse
hasta el final en aquel navo que corra el
riesgo de hundirse en cualquier momento,
arrastrando a las profundidades del
Adritico a sus ms espectaculares palacios,
iglesias, teatros y plazas.
Sac el cuaderno, despus de asegurarse
de que no haba nadie alrededor, y lo abri
sobre sus rodillas. No se haba equivocado
respecto a su contenido. En el taller de Ca
Corsini tambin tenan diseos parecidos
sobre los complicados mecanismos que
haba dentro de las muecas de porcelana,
aunque los de Montalbano eran tan
detallados que casi convertan los de Mario
en simples garabatos. Una de las primeras
pginas mostraba un cuerpo de nia de edad
y proporciones parecidas a la de aquella
miss Jane Doe con la que nadie volvera a
jugar. La haban representado desnuda, con
las manos abiertas a ambos lados, los ojos
cerrados, como si estuviera durmiendo, y un
complejo entramado de lneas grabadas con
punta de plata recorriendo el interior de su
cuerpo. No haba un solo miembro que no
presentase esa sucesin de arterias
metlicas, una especie de implantes internos
que a Mario no le llev ms que unos
segundos comprender para qu serviran.
Esto es lo que las hace moverse como
las personas de carne y hueso murmur,
mientras su dedo recorra muy despacio las
lneas plateadas. Un armazn mucho ms
complejo que un esqueleto metlico... con
tantas ramificaciones como nuestro sistema
nervioso...
Bien pensado, el detallismo de
Montalbano no se haba hecho extensivo a
los rasgos faciales de miss Jane Doe. No se
haba molestado en dibujar los labios
carnosos de la mueca ni los prpados
ribeteados por unas pestaas ms propias
de una cabaretera que de una nia de seis
aos. Saba que tena que tratarse de ella
(qu otra creacin haba en La Grotta della
Fenice a la que Montalbano quisiera dedicar
tantos esfuerzos?), pero su cabeza era
mucho ms real. Tena la cara de una nia de
verdad, en la que Mario crey distinguir, por
desconcertante que pudiera parecer, algo
que le resultaba muy familiar...
Encogindose de hombros, pas la
pgina para continuar con su inspeccin. Lo
que contena el resto del cuaderno eran ms
variaciones sobre el mismo tema: detalles de
los miembros de la mueca atravesados por
las mismas ramificaciones que se recogan
en los dems bocetos. Haba una
representacin de la mano de miss Jane Doe
en la que se poda apreciar claramente cmo
el metal haba ocupado la parte de la
anatoma que en un ser humano
correspondera al esqueleto, adems de
expandirse a su alrededor como si los
msculos, nervios y vasos sanguneos
pudieran recrearse mediante hierro. A su
lado haba una serie de complicadsimas
anotaciones matemticas relacionadas con
los ngulos adecuados para permitir el
movimiento de las diferentes partes de su
cuerpo. Pas una pgina ms y encontr un
nuevo boceto que corrobor su teora: la
espalda de la mueca cubierta por una
plancha metlica que poda apartarse a un
lado para acceder a la cmara en la que se
concentraban todos sus resortes. Y all, justo
all, en su centro...
Qu es esto? se pregunt Mario en
voz baja, y tuvo que cerrar la boca cuando un
sacerdote que sala de Santa Maria della
Salute pas junto a l. Una caja de
resonancia?
Haba una pieza mecnica situada en el
punto exacto en que debera estar el corazn
de una nia humana. Tena el tamao de un
puo, en comparacin con las dems partes
del diseo, y a Mario le record a una
especie de rosa de metal debido a las capas y
ms capas superpuestas de lminas
metlicas que la conformaban. Un centenar
de cables de hierro conectaba aquel artilugio
con las dems ruedas y engranajes que haba
dentro de la cavidad de la espalda. Es la pieza
que sirve para dotarlas de voz, pens Mario, y
sus manos se agitaron posedas por una
emocin repentina. Esto es lo que tienen
dentro de sus pechos. Lo que las hace hablar con
cualquier persona que se les acerca. An tengo
que averiguar cmo consigue que reconozcan
nuestra apariencia, pero cuando por fin lo
descubra no habr ninguna creacin de Gian
Carlo Montalbano que pueda envidiar...
Tuvo que abandonar el cuaderno cuando
la luz de las farolas ms cercanas del Gran
Canal dej de ser suficiente para reconocer
lo que apareca en los bocetos. Se haba
hecho de noche mientras permaneca
sentado en los escalones y las estrellas
salpicaban el agua negra, recorrida en todas
las direcciones por las estelas que dejaban
las gndolas en pos de sus linternas
encendidas. Se puso en pie, guardando de
nuevo el cuaderno, y ech a caminar hacia el
distrito de Santa Croce. Las orillas del canal
haban vuelto a saturarse de turistas que se
dirigan a la pera, a las salas de conciertos,
a los cafs de la plaza de San Marcos. En su
caso lo nico que quera era regresar a su
propia casa, donde tendra por delante una
larga noche en la que poner en prctica lo
que acababa de descubrir. Con un poco de
suerte lograra interpretar el resto de los
esquemas antes de que saliera el sol.
Las campanas de San Rocco acababan de
dar las ocho de la tarde cuando desemboc
en el rio del Gaffaro. El Bucintoro se meca
suavemente con una brisa que haca crujir su
soga cada pocos segundos. Muchas ventanas
se haban apagado ya, aunque en casa de los
Montalbano segua reluciendo una luz en la
habitacin que Mario haba identificado
como el dormitorio de Silvana. La observ de
reojo mientras introduca la llave en la
cerradura. No apareci ninguna cara detrs
de los cristales, ni vio moverse una sombra
entre las cortinas. Algo decepcionado, cerr
por dentro la juguetera antes de dejar sobre
la mesa de su taller el cuaderno de
Montalbano. Despus sali al patio que
compartan con los Scandellari para subir
cansinamente los escalones que conducan al
primer piso.
Al abrir la puerta de la casa lo recibi un
delicioso aroma a pasta recin hecha que
desvi sus pensamientos a cuestiones ms
mundanas. Avanz por el pasillo, pensando
en lo extrao que era que Andrea se pusiera
a trastear con los fogones, y al llegar a la
cocina se encontr con Simonetta de pie
delante de una olla. Llevaba un delantal
atado a la cintura y canturreaba para s
mientras revolva la pasta con un cucharn.
Qu ests haciendo aqu? se
sorprendi Mario detenindose en la puerta.
Yo tambin me alegro de verte le
contest Simonetta con un gracioso mohn
. He venido para echaros una mano con la
cena de hoy. Te gusta la salsa carbonara,
verdad?
Sabes de sobra que s le dijo Mario.
Fue a sentarse en una de las sillas que haba
apoyadas contra la pared de la cocina. Era
una habitacin tan pequea que a duras
penas caban dos personas. No tendras
que estar preparndole la cena a tu padre?
Hoy no est le explic Simonetta.
Se ha marchado a Murano despus de la
siesta.
Sus manos parecan volar mientras
pelaba una cebolla y la cortaba en rodajas
con el cuchillo que haba dejado sobre la
mesa, y despus en pedazos an ms
diminutos.
Tena una reunin con sus antiguos
compaeros prosigui. Ya sabes, los
dems vidrieros de la isla. Me dijo que
prefera quedarse a dormir en casa de
Domenico Conti y regresar maana por la
maana a Venecia para no tener que
despertarnos a Emilia y a m.
Y eso te ha venido de perlas, pens Mario
mientras Simonetta se apartaba de la cara un
mechn de pelo castao en un gesto
mecnico que le record a Silvana. Seguro que
ha sido el propio Andrea quien ha convencido a
Scandellari para que os dejara solas esta noche.
Os conozco demasiado bien. Como
respondiendo a su pensamiento Andrea
apareci en la puerta para echar un vistazo a
lo que se traa entre manos.
Eso huele que alimenta asegur.
Te falta mucho?
Estar listo en menos de un cuarto de
hora canturre Simonetta.
Andrea mir un momento a Mario antes
de adentrarse en la cocina. Se abri camino
como buenamente pudo hacia Simonetta,
sorteando una silla medio desvencijada y
una cesta con ropa para remendar lo que
haba a los pies de la mesa, y se detuvo a
espaldas de la muchacha, rodeando su
estrecha cintura con los brazos. Simonetta
dej escapar una risita y le dio un
disimulado codazo en las costillas. Mario ni
siquiera se dio cuenta de lo que hacan.
Segua pensando en el cuaderno que haba
dejado en Ca Corsini y en las herramientas
que necesitara para trasladar aquellos
complicados diseos a la realidad.
Eso le hizo acordarse de algo que an no
le haba comentado a Andrea. Levant los
ojos de las resquebrajadas baldosas de la
cocina.
Edelweiss Wittmann ha muerto. La han
llevado esta tarde a la isla de San Michele.
Simonetta se qued de piedra. Andrea se
volvi hacia Mario con expresin perpleja.
Edelweiss? La misma Edelweiss
rubia y relamida que estuvo a punto de
escupirle en la cara a una de nuestras
muecas parlantes por considerarla
demasiado anticuada?
Gracias por recordarme ese episodio.
S, me refiero a ella. No me han dicho qu le
sucedi aadi encogindose de hombros
pero debe haber sido algo muy
inesperado.
En pocas palabras les transmiti lo que
Silvana le haba contado al respecto.
Simonetta estuvo a punto de dejar que se le
quemara la pasta por prestar atencin a su
conversacin.
Pobre nia dijo en voz baja. Puede
que fuera muy cursi, pero no mereca algo
as.
A m hay algo que me resulta an ms
sorprendente apunt Andrea cruzndose
de brazos. Los ojos le brillaban con un
resplandor al que Mario se encontraba
demasiado acostumbrado. Me ests
diciendo que Montalbano dej sola a su
preciosa hija y a ti no se te ocurri nada ms
que preguntarle por los ltimos decesos
producidos en el barrio?
Cierra la boca le increp su hermano
mayor. Hemos hablado de muchas cosas, y
la seorita Wittmann ha sido uno de
nuestros temas de conversacin. Y por si te
interesa saberlo, me temo que los dos han
establecido una red de contactos de lo ms
inquietante.
Qu quieres decir con eso? se
extra Simonetta. Qu saben los
Montalbano?
An no estoy seguro. Pero su posicin
resulta de lo ms privilegiada si tenemos en
cuenta que acaban de instalarse en Venecia.
Nadie haba odo hablar de ellos antes, y de
repente Montalbano se entera de primera
mano de la noticia de la muerte de una de
las herederas ms ricas de la ciudad cuando
nadie ms en Santa Croce haba odo decir
que estuviera enferma. Por qu los
Wittmann no han avisado personalmente de
lo ocurrido?
Hubo un momento de silencio. Andrea
se puso a rascarse la cabeza, con expresin
confundida, y Simonetta, tras un segundo de
vacilacin, se desat las cintas del delantal.
Tengo que irme les dijo antes de
que Emilia me acuse de dejarla abandonada.
Se ha quejado de que le dola la cabeza,
aunque estoy segura de que solo lo hace para
llamar la atencin. A veces se comporta
como un beb. Me imagino que os ver por
la maana...
Mir de reojo a Andrea, y Mario enarc
una ceja porque saba tan bien como ellos
que Simonetta estara de vuelta en cuanto
Emilia se quedara dormida. Haba
escuchado muchas veces sus pies descalzos
en la escalera del patio y el crujido de la
puerta cuando Andrea la haba dejado pasar.
Su hermano la acompa hasta la entrada
mientras Mario llevaba a la mesa del
comedor los dos platos de pasta humeante.
Realmente la hija de Scandellari cocinaba de
maravilla, pero no se senta en condiciones
de poder apreciar su talento culinario como
le hubiera gustado. No poda dejar de
pensar en los Montalbano.
Andrea, por suerte, se encarg de
monopolizar la conversacin durante buena
parte de la cena hablndole de un artculo
que haba ledo sobre los modelos
automovilsticos recin salidos de la casa
Ford. Mario le prest escasa atencin.
Teniendo en cuenta que ni su hermano ni l
haban pisado nunca tierra firme no le
entraba en la cabeza cmo podan
interesarle aquella clase de noticias. Cuando
acabaron se retir al piso de abajo diciendo
que tena mucho trabajo pendiente, y
durante las siguientes horas no abandon la
mesa de su taller, tratando de seguir al pie
de la letra los esquemas del cuaderno que
haba abierto encima de un atril. Pero daba
lo mismo lo mucho que se esforzase; nada
de lo que consegua crear se pareca en lo
ms mnimo a lo que Gian Carlo Montalbano
haba dibujado. Nadie le haba dicho
tampoco cmo se supona que tenan que
encajar las piezas, ni mucho menos cmo
haba que activar su funcionamiento. Saba
que lo que haba en medio del mecanismo
central era una caja de resonancia, pero por
mucho que daba vueltas a su propio modelo
de madera entre sus manos, escarbando y
limando para que se pareciera a lo que
recogan aquellas pginas, segua estando
tan lejos de alcanzar a Montalbano como el
ms inexperto de los aprendices de
carpintera. Aquel hombre era un misterio, y
sus creaciones tambin. Las diferentes capas
de madera que recubran el ncleo del
mecanismo tenan que estar conectadas
entre s de un modo que Mario no era capaz
de descifrar. Mirando de cerca los esquemas
y procurando no quedarse ciego en la
imprecisa claridad de una lmpara de gas, le
dio la sensacin de que cualquiera de las
piezas, al moverse, originara un
movimiento correspondiente en las ms
cercanas, que al cabo de una fraccin de
segundo lo transmitiran a las que se
encontraban a su lado para conseguir... qu
pretenda conseguir Montalbano con eso?
Que las muecas hablaran con el mismo
desparpajo que miss Jane Doe? Habra
espacio dentro para contener las pequeas
grabadoras de cera donde se registraban las
voces, o los anillos metlicos que haban
empleado los jugueteros del siglo pasado
desde que Thomas Edison los patent?
Los prpados de Mario no tardaron en
caer sobre sus ojos, y el cansancio se impuso
incluso a la frustracin que comenzaba a
experimentar. Finalmente se dio cuenta de
que no haca ms que perder el tiempo. No
desvelara los secretos de Montalbano sin
dormir al menos unas cuantas horas. Al fin y
al cabo, se dijo mientras abra las puertas de
una de las alacenas bajas, todava tendra su
propio modelo de madera para seguir
investigando por su cuenta aunque les
devolviera el cuaderno. Seguro que en los
prximos das daba con la clave del dichoso
asunto. Lo desliz entre los rollos de
cachemira, terciopelo y gasa de colores con
los que Simonetta los ayudaba a veces a
confeccionar los vestidos de sus muecas.
Dej a su lado la esfera de madera,
soltndola con cierta reticencia. Una parte
suya tema que pudiera desaparecer en
cuanto se diera la vuelta para irse a su casa.
Cuando estaba a punto de levantarse
sinti algo caliente y peludo restregndose
contra su costado. Era Shylock, al que deba
de haber despertado con todo aquel ruido. El
gato le contemplaba con sus ojos de
caramelo medio cerrados en una mueca de
reproche tan humana que Mario no pudo
evitar sonrer. Se incorpor con el animal en
sus brazos.
Siento haberte molestado para nada
le susurr. Shylock abri la boca en un
bostezo desmesurado que dej al
descubierto sus afiladsimos colmillos.
Empiezo a pensar que ni una sola cosa de las
que hago sirve para nada. A veces te envidio
con toda mi alma...
Lo devolvi al cesto en el que dorma,
una cuna deteriorada a la que le faltaban las
patas y que Andrea haba llenado de
miembros amputados de muecas de trapo.
Shylock dio un par de vueltas sobre s mismo
hasta que encontr el mejor rincn donde
hacerse un ovillo. Antes de que Mario
apagara la lmpara del taller se haba
quedado dormido.
Eran ms de las cuatro cuando abri de
nuevo la puerta de su casa. No le haca falta
encender ninguna luz para recorrer el
pasillo; aquel piso era tan pequeo que no
poda haber ms de seis metros hasta la
puerta de su dormitorio. Cuando pas por
delante de la de Andrea, deslizando la mano
a tientas por la pared, se detuvo al escuchar
un sonido que tard un momento en
reconocer: el rtmico golpeteo de la madera
contra la pared y los ruiditos de Simonetta a
los que por desgracia estaba ms que
acostumbrado. Deban de pensar que se
quedara hasta la maana siguiente en su
taller. Dio un par de golpes en la puerta, de
mal humor; hubo un momento de silencio,
despus una risita ahogada y al cabo de un
minuto los ruidos se reanudaron. Mario tuvo
que retirarse a su propio cuarto maldiciendo
en todos los idiomas al hermano pequeo
que le haba tocado en desgracia.
Estaba tan cansado que ni siquiera se
quit la ropa antes de caer en la cama. Pero
no tuvo la oportunidad de recuperar fuerzas
como le hubiera gustado. Dos horas ms
tarde escuch algo que lo arranc
bruscamente del sueo, haciendo que se
quebrara dentro de su cabeza como una
pompa de jabn. Permaneci sin moverse
durante unos segundos, y cuando su
respiracin se hubo tranquilizado, cuando
comprendi qu era lo que le haba
despertado, solt una palabrota mientras
hunda la cabeza en la almohada. En el
cuarto de al lado deban de seguir con su
festejo privado. Y eran ms de las seis de la
madrugada!
Esto ya ha pasado de castao oscuro
rezong en voz alta, aunque se qued
callado al darse cuenta de que aquel
repentino crujido no pareca proceder del
dormitorio de su hermano. Al otro lado de la
pared no se oa nada ms que las
respiraciones acompasadas de los dos
muchachos. Y de hecho, cuando lo escuch
de nuevo, comprendi que estaba
equivocado: los pasos que lo haban
despertado resonaban justo debajo de su
habitacin.
Alguien haba forzado la cerradura de la
tienda mientras dorman. Mario se qued sin
aliento, ms por la rabia abrasadora que le
asalt de repente que por el miedo a lo que
pudieran hacer unos ladrones. Sin encender
la luz y sin calzarse ni abrocharse la camisa
antes de salir de su casa, se dirigi hacia las
escaleras procurando no hacer ningn ruido.
El patio se encontraba prcticamente en
tinieblas. Haca tiempo que las estrellas se
haban marchado del cielo, pero la luz del
amanecer an no haba empezado a
despuntar sobre los tejados. Mario se desliz
silenciosamente hacia el piso de abajo como
si fuera una sombra ms profunda que la
noche y se detuvo ante la puerta trasera de
Ca Corsini antes de darse cuenta de que la
llave continuaba en la cerradura, donde la
haba dejado pocas horas antes. Como los
Scandellari eran los nicos con los que
compartan el patio no tenan que
preocuparse por aquella entrada. La hizo
girar muy despacio, rezando para que no
chirriara, y al traspasar el umbral sinti
cmo algo impactaba contra sus tobillos.
Casi estuvo a punto de gritar. Cuando sus
ojos se acostumbraron a la penumbra pudo
reconocer a Shylock, acurrucado a sus pies
con el cuerpo tan arqueado como una de las
cpulas de la baslica de San Marcos. El gato
estaba muerto de miedo y le falt tiempo
para escabullirse entre las piernas de Mario
cuando se aventur poco a poco en la
tienda.
Esto s que es extrao, pens con creciente
inquietud. Nunca he visto a Shylock huir de
nadie, ni siquiera de los nios ms gamberros
del vecindario. Normalmente son los dems los
que tienen miedo de sus araazos y mordiscos...
Entrecerr los ojos para inspeccionar la
juguetera, aunque nada se encontraba en
desorden. Las muecas seguan sentadas en
sus respectivas estanteras. Los mviles de
hojalata colgaban del techo sin que la menor
corriente de aire los hiciera agitarse. Las
ventanas continuaban cerradas a cal y canto.
Tal vez Andrea tiene razn al decirme que
necesito dormir un poco ms...
Dej escapar un suspiro de cansancio y
estaba a punto de regresar al patio cuando le
pareci escuchar el mismo ruido. Esta vez no
haba ninguna duda: era el inconfundible
sonido de alguien revolviendo cosas. Y no
poda proceder ms que del interior del
taller.
Las manos le temblaban de rabia al
acercarse a la puerta. Antes no haba
reparado en la delgadsima lnea de luz
delimitada por el marco, seal inequvoca de
que haba una lmpara encendida sobre la
mesa. Y Mario se acordaba perfectamente de
haber apagado la suya al devolver a Shylock a
su cesto. No contaba ms que con sus puos,
pero estaba tan encolerizado que podra
enfrentarse sin nada ms a los cuarenta
ladrones de Al Bab.
Apart muy despacio la puerta para
entrar en la habitacin. Al acercarse en
silencio a la mesa repar en que haba una
figura agachada delante de las alacenas. No
era capaz de distinguir quin era porque se
haba echado sobre la cabeza la capucha de
una larga capa de viaje de color marrn. No
era un atuendo demasiado comn en un
ladronzuelo.
Antes de que pudiera reparar en su
presencia agarr con una mano una de las
badilas con las que removan el contenido
del brasero y con la otra la lmpara que arda
encima de la mesa. No iba a darle la
oportunidad de que la apagara para escapar
en la oscuridad.
Muy bien, se ha acabado el registro
anunci en voz alta. Me da igual quin
seas, pero vas a salir ahora mismo de mi
tienda si no quieres que avise a la polica de
lo que...
Me parece una idea estupenda. Yo
tambin tengo cosas interesantes que
contarles.
A Mario se le abri lentamente la boca.
Habra reconocido aquella voz en cualquier
rincn del mundo. No pudo mover ni un
msculo mientras contemplaba cmo un par
de manos extremadamente blancas echaban
hacia atrs la capucha marrn. La melena de
la seorita Montalbano resbal por encima
de los pliegues de su ropa mientras se pona
en pie con la mayor naturalidad. Torci un
poco el gesto, tapndose la cara con una
mano.
Haga el favor de apartar esa luz,
Corsini. De lo contrario va a dejarme ciega.
Mario dej caer la badila al suelo, de la
impresin. Ahora s que tena la seguridad
de que se haba perdido en un sueo. No se
le ocurra ninguna otra explicacin para que
precisamente ella se hubiera presentado en
su casa de madrugada.
Qu est... qu est haciendo aqu,
seorita Montalbano?
Allanar su juguetera, como salta a la
vista. Le crea ms perspicaz.
Cmo demonios ha entrado? Mario
se volvi de nuevo hacia la tienda, pero no se
haba equivocado: las ventanas se
encontraban intactas. Por el patio? Ha
saltado...?
Por toda respuesta Silvana Montalbano se
abri un poco la capa para mostrarle algo
que tard un momento en reconocer. Segua
llevando puestas sus muequeras de cuero.
Crame, ahora mismo tengo
suficientes alambres encima como para
escapar de los piombi del Palazzo Ducale le
asegur. Se sorprendera bastante si me
viera en accin.
No lo dudo, pens Mario, tragando saliva
sin dejar de contemplarla. Nunca haba
conocido a nadie ms potencialmente
peligroso que aquella mujer. Era capaz de
abrirle en canal con una horquilla para el
pelo en cuanto se le ocurriera esgrimir una
amenaza.
Me he llevado una autntica sorpresa
esta noche continu Silvana. Pas una
mano por encima de la mesa de Mario,
barriendo con sus dedos los restos de serrn
que haban quedado diseminados sobre su
superficie. Me senta un poco... culpable
por la manera en que le haba tratado. Y no
har falta que le diga que la culpabilidad es
un sentimiento con el que no estoy
familiarizada. Pens que haba
malinterpretado sus intenciones, que haba
demostrado ser un caballero y que no me
haba comportado nada bien con usted...
Guard silencio, pero Mario no se atrevi
a decir nada. La mano con la que sujetaba la
lmpara le tembl al dejarla sobre la mesa.
La voz de Silvana era dura como el acero.
Pero de repente continu vuelvo a
nuestro taller para recoger la novela que
estaba leyendo esta tarde. Y descubro que
las cosas de mi mesa se encuentran
desordenadas...
Lo siento muchsimo murmur
Mario, sacudiendo la cabeza. Nunca quise
que...
Al principio no poda creerlo. Cmo
iba a tener nuestro vecino la poca vergenza
de llevarse algo que sabe que nos pertenece?
Y no una herramienta cualquiera como mi
calibrador... sino uno de los cuadernos en
los que mi padre suele registrar sus
creaciones!
Mario no se haba sentido ms
avergonzado desde que Marco Corsini lo
descubri sisando de la caja familiar para
comprarse unos caramelos en la tienda de la
esquina. No saba qu argumento emplear
para disculparse. No hara ms que
empeorar la situacin.
Me minti sise Silvana. Rode la
mesa para acercarse ms a Mario, y al
levantar la cabeza vio que sus ojos se haban
encendido con un resplandor del que
carecan hasta entonces. Era como si la rabia
les insuflara autntica vida. Me dijo que
quera arreglar nuestras diferencias. Que
quera que dejramos de arrojarnos los
trastos a la cabeza cada vez que nos
encontrbamos. Y aunque no estuviera
dispuesta a reconocerlo pens que an haba
esperanzas para nosotros. Por Dios, si hasta
me pidi que furamos amigos!
Volvera a pedrselo ahora mismo si
supiera que no me guarda rencor dijo
Mario con una sombra de desesperacin en
la voz. Lo siento aadi al cabo de un
momento de silencio. Lo siento
muchsimo. S que mi palabra no significa
nada para usted, pero le garantizo que
cuando me present en su tienda lo hice con
la mejor de las intenciones.
Esas disculpas pueden servir con mi
padre, pero no conmigo. Por algn motivo
que no acierto a comprender siente gran
simpata por usted. Dice que tiene
potencial... Y se encogi de hombros.
Qu decepcin la suya si descubriera lo que
se traa entre manos!
Baj la vista hacia los pies de Mario
cuando Shylock se desliz entre ellos. El gato
segua teniendo el lomo tan erizado como un
alfiletero, y de su garganta se escapaba un
gruido que Mario nunca le haba escuchado
dirigir a nadie. Se agach para sujetarlo.
Tenga cuidado le advirti de mala
gana. Le morder si se nos acerca mucho
ms.
Oh, ya lo intent hace un momento.
Silvana se cruz de brazos sin apartar sus
ojos del encrespado animal. Se abalanz
sobre mi tobillo derecho cuando abr la
puerta de su taller. Pero no se preocupe por
m; no ha sido nada. Y dudo que vuelva a
intentarlo.
Mario mir tambin a Shylock. El gato
temblaba de la cabeza a la cola, y cuando lo
sac de la habitacin se perdi en la
oscuridad que se apoderaba de los rincones
del patio.
No le he hecho nada se defendi
Silvana ante la mirada de Mario.
Simplemente ha demostrado ser ms
inteligente que usted. Se ha dado cuenta de
lo que no debe hacer.
Le tendi la mano derecha con la palma
vuelta hacia arriba. Mario tard un momento
en entender lo que significaba su gesto, pero
acab arrodillndose al lado de la alacena en
la que haba guardado el cuaderno. Silvana
prcticamente se lo arrebat de entre los
dedos cuando lo sac. Se puso a pasar las
pginas a toda velocidad como si quisiera
asegurarse de que no faltaba ninguna.
Aquella repentina ansiedad lo descoloc un
poco.
Solo es un cuaderno con anotaciones
sobre muecas mecnicas le record sin
que Silvana levantara la cabeza. Ningn
secreto familiar, ninguna correspondencia
con la que un desaprensivo pudiera
chantajearlos. Tampoco me parece que sea
algo tan grave!
No tiene ni idea de lo que dice
susurr Silvana. Apart un pliegue de su
capa para desabrochar el cierre de la bolsa
que le colgaba de la cintura, y desliz el
cuaderno en su interior con un cuidado que
rozaba la reverencia. Imagino sigui
diciendo que dado que han pasado casi
doce horas desde que lo rob sera
demasiado suponer que no lo ha ledo de
cabo a rabo. Por una vez en su vida trate de
ser sincero conmigo... lo ha hecho?
Mario pareca tan abochornado que
Silvana dej escapar un suspiro de
resignacin.
Lo ha hecho. Bueno, por lo menos me
sirve de consuelo que no haya sacado nada
en claro. Los apuntes de mi padre deben de
quedar completamente fuera de su
comprensin.
Dijo esto con una sinceridad tan pasmosa
que Mario se sinti como si acabara de
abofetearlo. Quin crea que era aquella
chica para hablarle como a un nio de seis
aos?
Yo no estara tan seguro de eso
contest sin poder contenerse. Silvana
frunci un poco el ceo mientras lo vea
inclinarse de nuevo. Cuando se levant
sujetaba entre sus dedos la pequea esfera
de madera en la que haba estado
trabajando, su propio modelo de la caja de
resonancia de Montalbano. Ha sido un
divertimento interesante para una noche de
aburrimiento prosigui Mario dndole
vueltas en su mano. An me quedan unos
cuantos detalles por incorporar, pero creo
que ms o menos he captado la esencia.
Silvana abri la boca, aunque no pareci
encontrar las palabras. Los ojos casi se le
salan de las rbitas cuando deposit la
esfera en su mano. La miraba como si se
tratara de una bomba de relojera que
pudiera destruir Venecia en el momento
menos pensado.
Se ha atrevido... se ha atrevido a
reproducir sus esquemas... sin
comprender...?
He comprendido lo ms importante
le asegur Mario cruzando los brazos.
Silvana se haba quedado inmvil. S que
se trata de una caja de resonancia. No es
muy distinta de los modelos que mi
hermano y yo solemos implantar dentro de
nuestros juguetes.
Una caja de resonancia? repiti su
vecina en un tono de voz cada vez ms
quedo.
S... uno de esos mecanismos que
hacen que las muecas puedan hablar.
Imagino que es lo que realmente se esconde
detrs de la chchara de su preciosa miss
Jane Doe...
No le dio tiempo a aadir nada ms. Las
piernas de Silvana se desmoronaron como si
estuvieran hechas con dos juncos y la
muchacha tuvo que agarrarse a una esquina
de la mesa para no caerse. No poda apartar
los ojos de la bola que estrujaba entre sus
dedos.
Seorita Montalbano! exclam
Mario sin preocuparse de que Andrea y
Simonetta pudieran escucharle. Corri a
recogerla antes de que se desmayara.
Maldita sea... no...!
La levant con ciertas dificultades,
porque el peso muerto de su cuerpo no
ayudaba demasiado a que Mario conservara
su equilibrio. Silvana no haba pronunciado
una sola palabra. No pareca capaz de
reaccionar; lo nico que haca era
contemplar la esfera de madera como si se
tratara de una especie de alucinacin. Mario
la ayud a sentarse en una de las sillas del
taller. Se arrodill a su lado para agarrar su
mano libre entre las suyas.
Dios mo, lo siento... Lo siento
muchsimo... No s en lo que estaba
pensando dijo en un susurro angustiado.
Ella segua sin despegar los labios. Si
hubiera imaginado...
Tengo que marcharme a casa
murmur Silvana antes de que pudiera
continuar.
Qu est diciendo? Cmo voy a dejar
que se vaya de esta manera... de noche...?
Tengo que marcharme ahora mismo
insisti la joven. Hizo caso omiso de Mario
cuando la sujet suavemente por los
hombros para que siguiera sentada. No
deba salir a la calle, y menos a escondidas.
Venir aqu sin que lo supiera mi padre... ha
sido un error!
Pareca desesperada mientras se pona en
pie. Se liber de sus manos con un gesto
similar al que usara para espantar unas
moscas, y Mario la sigui pisndole los
talones cuando sali a la juguetera. Las
nubes se haban apartado de la cara de la
luna y unos haces de luz plateada
atravesaban los cristales, aunque lo nico
que poda distinguir era su silueta. Aun as
pudo ver cmo dejaba caer la esfera de
madera dentro de su bolsa.
Escuche, seorita Montalbano... usted
no se encuentra bien. Este
desvanecimiento...
Solo ha sido un mareo murmur
Silvana. Entonces, al darse cuenta de la
intensa preocupacin con la que Mario la
miraba, levant la cabeza y aadi en un
tono de voz ms acorde con el que haba
empleado otras veces: Provocado por la
impresin que me ha causado su
comportamiento. Le aseguro que ahora
mismo me siento perfectamente.
Abri la puerta que ella misma se haba
encargado de descerrajar. Una brisa helada
corra al galope por los canales de la ciudad
como lo hara un squito de almas en pena.
No hace falta dijo Silvana cuando
quiso acompaarla. Creo que sabr cruzar
sola el puente. Ah, y le ruego que me
devuelva cuanto antes mi calibrador. Le
fulmin con los ojos antes de salir a la calle
. No puedo permitir que siga debindome
ms favores.
Desapareci en la noche, seguida por su
sedosa melena dorada. Mario se asom a la
fondamenta Minotto, sintiendo cmo le
castaeaban los dientes, y la observ cruzar
el ponte Marcello para alcanzar la otra orilla.
Caminaba deprisa, con su capa ondeando en
torno a sus tobillos y la mano derecha
apretada contra su bolsa de cuero. No la vio
sacar su propia llave; simplemente
desapareci dentro de la casa sin dirigirle
una mirada ms.
Mario no se haba quedado tranquilo.
Estaba luchando contra la tentacin de
seguirla cuando escuch un aluvin de
carcajadas a sus espaldas. Se dio la vuelta
sabiendo lo que iba a encontrar. Su hermano
se haba detenido en la puerta del patio. Iba
descalzo y con todo el pelo revuelto; y por
encima de su hombro desnudo asomaba la
despeinada cabeza de Simonetta. Era la
primera vez que Mario la vea con el pelo
suelto desde que empez a recogrselo al
cumplir catorce aos. Se haba cubierto
apresuradamente con la colcha de la cama
de Andrea, aunque a ninguno de los dos
pareca molestarle el fro que haca.
No le cost adivinar que les haba
suministrado material suficiente para que
siguieran tomndole el pelo. No haban
escuchado nada de su conversacin; lo nico
que saban era que la hija de Montalbano se
haba escapado de su casa para encontrarse
con Mario.
Tunante! exclam Andrea, casi
llorando de la risa. Apretaba los brazos
contra su pecho para no hacer ruido. Pero
qu callado te lo tenas! Esto s que es una
primicia...!
Simonetta tuvo que taparse la boca para
no rerse. Haba tal regodeo en sus ojos que
Mario prefiri retirarse al piso de arriba
antes que tener que darles una explicacin
que ninguno de los dos estara dispuesto a
creer. Y luego te quejas de que nosotros
hacemos ruido!, oy que le deca Andrea
mientras cerraba la puerta de su habitacin.
Realmente le daba lo mismo lo que pudieran
pensar; haba cosas que le preocupaban
mucho ms.
Abri de un tirn las cortinas de su
cuarto. El corazn le lata con fuerza
mientras se repeta que Silvana no tardara
en aparecer. Tuvo que esperar casi un cuarto
de hora, unos minutos que se le hicieron
eternos, antes de que se encendiera una luz
en el entresuelo del edificio. Suspir con
alivio al comprobar que por lo menos no
haba vuelto a marearse. Tena que estar
escondiendo el cuaderno entre las dems
pertenencias de su padre. La luz no tard en
apagarse, siendo sustituida al cabo de unos
minutos por el resplandor de una palmatoria
detrs de los cristales que haba a la derecha
del balcn.
Silvana acababa de entrar en su
habitacin. Pareca completamente aturdida.
No se haba dado cuenta ni siquiera de que
tena las cortinas abiertas. Dej la
palmatoria sobre su mesilla y durante un
rato se qued de pie al lado de la cama, con
la mirada clavada en el papel pintado de la
pared. Aquella inmovilidad suya resultaba
tan extraa que Mario se temi lo peor. Tal
vez tendra que haberla acompaado a casa,
pese a sus protestas...
Vio cmo Silvana daba unos pasos
inseguros... y las piernas dejaban de
sostenerla, como le haba sucedido en Ca
Corsini. Mario estuvo a punto de caerse por
la ventana debido a la impresin. La
muchacha se haba derrumbado poco a poco
sobre el borde de su cama, y de ah haba
resbalado hasta la alfombra. El alfizar de la
ventana le impeda distinguir nada ms que
la curvatura de su cadera y unos cuantos
mechones de cabello que se haban quedado
enganchados en su cobertor azul.
No poda ver su cara. No poda ver si
segua respirando. Las manos le temblaban
de manera compulsiva mientras se
preguntaba qu hacer. Tengo que contarle a
Montalbano lo que ha sucedido. Hay que avisar
a un mdico ahora mismo. Puede que se trate de
un ataque... Y entonces una nica idea se
abri camino por su mente, una idea
horrible, un convencimiento espantoso: Ha
sido culpa ma... he sido yo quien la ha alterado
tanto!
Estaba a punto de apartarse de la ventana
cuando la puerta del dormitorio de Silvana
se abri de nuevo y Montalbano irrumpi en
la habitacin. Iba en bata y zapatillas, y en la
mano portaba una segunda palmatoria que a
punto estuvo de dejar caer sobre la alfombra
debido a su sobresalto. Mario no era capaz
de escuchar lo que deca, aunque sus labios
no dejaban de articular el nombre de su hija
como si se tratara de una especie de mantra.
Presenci, reducido a la ms dolorosa
impotencia, cmo aquel hombre tiraba de
uno de los brazos de la muchacha para
incorporarla sobre la alfombra. Y entonces
se llev la mayor sorpresa de todas al
comprobar que Silvana tena los ojos
abiertos. Su rostro no mostraba dolor, ni
siquiera confusin; simplemente se haba
quedado tan tiesa como una estatua.
Montalbano consigui que se sentara en el
suelo, con su espalda apoyada en una de las
patas de la cama y se arrodill a su lado,
agarrando su pequea cabeza con sus manos
para moverla a izquierda y derecha. Silvana
sigui sin inmutarse. Sus ojos no dejaron de
contemplar el vaco, sin parpadear en
ningn momento, sin dar muestras de
reconocer a su padre aunque su rostro se
encontrara a centmetros de distancia del
suyo.
Mario no pudo observar nada ms.
Montalbano apoy un momento su frente en
la de Silvana, cerrando los ojos en un
desconcertante gesto de resignacin, y
despus se puso en pie para correr las
cortinas del dormitorio. No haba reparado
en la presencia de Mario al otro lado del rio
del Gaffaro. Deba de sentirse demasiado
angustiado por su hija.
Lo ltimo que pudo distinguir, por
debajo de su brazo, fue la preocupante
palidez de Silvana mientras permaneca
recostada sobre la alfombra como una
mueca de la que su duea se hubiera
olvidado. Despus, todo se redujo al
silencio. Un silencio de muerte.
CAPTULO VI
Aquel fue el comienzo de uno de los das
de los que Mario nunca podra olvidarse. Y
no solamente por lo preocupado que se
senta por la salud de Silvana. An no era
capaz de adivinarlo, pero las siguientes
horas lo devolveran a un infierno por el que
no haba transitado ms que una vez, en las
semanas que siguieron al fallecimiento de
sus padres.
Mientras permaneca de pie ante la
ventana, contemplando las cortinas del
cuarto de la joven, haba escuchado a
Simonetta despedirse de Andrea en
susurros. La haba odo cerrar la puerta, salir
al patio que compartan con los Scandellari y
subir silenciosamente las escaleras que
conducan a su propia casa. Al entrar de
puntillas en su habitacin, sin hacer el
menor ruido, encontr a Emilia donde la
haba dejado... acostada con la cabeza vuelta
hacia un lado sobre la almohada y su
pequea mano resbalando por el borde de la
cama. Pero haca tiempo que la respiracin
haba dejado de acariciar sus labios. Deba
de haber muerto en algn momento de la
noche, completamente sola despus de que
su hermana abandonara la cama que
compartan para acudir a escondidas a la de
su vecino.
Los alaridos de Simonetta despertaron a
toda la fondamenta Minotto. Poco despus
se les sumaron los de Scandellari cuando
volvi de pasar la noche en casa de su
compaero de Murano. Mario y Andrea
fueron los primeros que acudieron en su
auxilio, y algo ms tarde lo hicieron los
dems vecinos, plidos y despeinados y
preguntndose unos a otros qu estara
sucediendo en el hogar del cristalero. La
noticia de que haban encontrado muerta a
Emilia corri como la plvora, y las orillas
del canal se llenaron de caras consternadas.
Nadie poda creer lo ocurrido hasta que uno
de los mdicos de Santa Croce confirm el
fallecimiento de la nia. Al parecer haba
sido un ataque al corazn...
Algo fulminante. Uno de esos casos de
muerte sbita que siempre sorprenden por
ser ms numerosos de lo que pensamos le
dijo en voz baja a Scandellari, que an no
haba salido de su perplejidad. Las lgrimas
que le corran por la cara haban dejado
gruesos surcos rojos a su paso. No es un
trastorno que se d solamente en personas
de avanzada edad. Conozco a ms de un
joven que se meti en la cama sano como
una manzana y nunca volvi a ver la luz del
da. Y suspir, cubriendo delicadamente el
cuerpo de Emilia con las sbanas. Lo
siento, amigo mo. Por lo menos le queda el
consuelo de saber que su pequea no sufri
ningn dolor.
Scandellari se tap la cara con las manos.
Mario cruz una mirada de preocupacin
con Andrea antes de que su hermano se
arrodillara al lado de Simonetta. La
muchacha haba hundido la cara en las
sbanas de Emilia y sollozaba calladamente
sobre la tela convertida en sudario, sin sentir
las torpes caricias de sus dedos al enredarse
en su pelo.
La he matado la oy gimotear Mario
cuando estaba a punto de seguir a
Scandellari fuera de la habitacin para
despedirse del mdico. Ha sido culpa ma.
Ha sido porque la dej sola durante toda la
noche. Si me hubiera quedado con ella esto
no habra pasado...
Andrea la atrajo hacia s para besarla en
la frente. Mario no necesit ver ms que la
primera lgrima para comprender que
Simonetta no era la nica persona
martirizada por el sentimiento de culpa.
Nunca haba visto llorar a su hermano;
nunca, ni siquiera el da en que enterraron a
su madre poco despus de que hicieran lo
mismo con su padre, tras verlos agonizar
durante semanas por la misma fiebre,
porque Andrea an era demasiado pequeo
para darse cuenta de lo que suceda. No has
sido t sola, oy que le susurraba al odo a
Simonetta. Hemos sido los dos. Tuvo que
dejarlos a solas en la habitacin mientras se
deca, sintindose la persona ms intil del
mundo, que ninguno de sus consejos haba
servido para nada. No haba conseguido que
Andrea madurara en su momento y ahora
tendra que hacerlo por s solo de la manera
ms cruel: sabiendo que sus manos se
encontraban manchadas con la sangre de
una de las personas a las que ms haba
querido y a la que haba dejado morir
totalmente sola sin ni siquiera sospecharlo.
***
Venecia no entierra a sus muertos en
tierra firme. Cuando Napolen acab con los
trece siglos de independencia de la ciudad,
alarmado al comprobar que se encontraba a
punto de hundirse en la laguna debido a la
abundancia de tumbas abiertas en las
iglesias, decret la construccin de un
cementerio en una de las islas que la
rodeaban. El recinto amurallado de San
Michele no poda ser alcanzado ms que en
una de las gndolas que partan de la sacca
della Misericordia, un pequeo puerto
situado al norte de la judera en el que se
organizaban las comitivas para los funerales.
De all parti la que llevara a Emilia a la
sepultura en la que su madre, Isabella, la
esperaba desde haca siete aos.
La plataforma de madera se levantaba
sobre el mismo borde del agua, y la
diminuta embarcacin que contena su
atad se meca como una cuna, sujeta
todava por una soga a su correspondiente
poste. Haba tanta gente deseosa de
acompaar a los Scandellari a la isla de San
Michele que Mario no tuvo problemas para
pasar desapercibido cuando se separ de la
muchedumbre. Saba que su obligacin
moral era permanecer al lado de su amigo en
aquellas dramticas circunstancias, pero no
se senta con fuerzas para darle un ltimo
adis a Emilia. Adems haba asuntos que le
preocupaban tanto como su muerte.
Disclpame ante Scandellari si
pregunta por m le susurr a su hermano
cuando este se dispona a acompaar a una
Simonetta medio postrada por el dolor al
interior de una de las gndolas. Tengo que
comprobar algo importante antes de que
comience el funeral.
No puede ser en otro momento?
pregunt Andrea con el ceo fruncido.
Mario neg con la cabeza. Le pareca
miserable comportarse as, pero no tena
ms opcin que regresar a Santa Croce.
Tena que averiguar qu haba pasado dos
das antes!
Se trata de la seorita Montalbano.
Estoy preocupado por ella, Andrea. Temo
que le haya sucedido algo terrible, y si la
acaban llevando a la isla de los Muertos igual
que a Emilia, sin que me haya dado tiempo a
pedirle perdn... Movi la cabeza, con su
rostro contrado por la ansiedad. No podr
vivir en paz con mi conciencia si le pasa algo
malo.
Cualquiera dira que no tenemos
bastantes sufrimientos. Mira quin ha
aparecido...
Mario se dio la vuelta. Montalbano se
acercaba a la sacca della Misericordia con
uno de los matrimonios que vivan en su
misma calle. Iba vestido de negro de los pies
a la cabeza, con una larga levita muy
parecida a la que Mario conoca. Salud a los
Corsini con un pesaroso movimiento de su
sombrero antes de estrecharle la mano a
Scandellari.
No estara aqu si hubiera
experimentado una gran prdida, verdad?
dijo Andrea en voz baja, y se apart de su
hermano para sentarse al lado de la
sollozante Simonetta.
A Mario se le aceler el corazn. Haba
dejado sola a Silvana. Tuvo que armarse de
toda su paciencia para no abandonar la sacca
antes de que las embarcaciones se hicieran
pequeas en el horizonte, aunque cuando la
que conduca a Montalbano desapareci tras
un recodo no pudo resistirlo por ms tiempo
y ech a correr hasta su casa. La gente con la
que se cruzaba lo miraba con extraeza, pero
Mario ni siquiera reparaba en ellos. Si
Silvana se encontraba con vida, tendra que
darle una explicacin... y aceptar una
disculpa.
Casi se haba quedado sin respiracin
cuando alcanz la puerta de La Grotta della
Fenice. No se molest en llamar; la empuj
con la mano, entr en la juguetera como
una exhalacin y esquiv a tiempo al pjaro
mecnico antes de que pudiera cegarlo con
su cascada de plumas. Y all estaba Silvana,
sentada en la escalera de hierro que se
alzaba en espirales en medio de la
congregacin de autmatas sonrientes.
Aprovechaba que no haba ningn cliente en
aquel momento para trastear dentro del
mecanismo de una caja de msica, un
pequeo cilindro dentado cuyas pas estaba
afilando con ayuda de uno de sus tiles de
relojera. Haba vuelto a encasquetarse sus
complicadas lentes de aumento.
Su piel presentaba un aspecto tan
traslcido como siempre, pero a Mario no le
dio la impresin de que estuviera enferma.
Levant la cabeza brevemente cuando le vio
entrar.
Antes de que d un paso ms le
advierto que tenemos contadas cada una de
las piezas de relojera del taller. Y volvi a
concentrar su atencin en el cilindro,
soplando para eliminar cualquier posible
residuo. Si se le ocurre robar algo lo sabr
en seguida y mi venganza ser terrible. Le
aconsejo que no tiente a la suerte si valora en
algo su vida.
Es toda dulzura y delicadeza, pens Mario,
aunque se senta demasiado aliviado al verla
respirar con normalidad para tomarse en
serio sus amenazas. Saba que tena todo el
derecho del mundo a estar dolida. Se haba
comportado como un perfecto idiota.
No he venido para... Lo nico que
quera saber es si se encontraba sana y salva.
Silvana volvi a levantar la cabeza, esta
vez con autntica sorpresa en su semblante.
He estado pensando en usted todo el
tiempo continu Mario, aunque al reparar
en cmo segua mirndole ella, con una
mezcla de desconfianza y desconcierto, se
dio la vuelta para hacer como que buscaba a
alguien ms. No est su padre en casa,
verdad?
Se ha marchado hace una media hora.
Y por lo que me ha dicho no volver hasta la
hora de la cena respondi la joven. Se
quit las hebillas con las que sujetaba sus
lentes para dejarlas a su lado, sobre uno de
los escalones. Tena que acudir a una cita
con todo nuestro vecindario. El funeral de
una nia a la que usted dijo querer como si
fuera suya.
Mario guard silencio. Haba sido un
golpe bajo, aunque en el fondo saba que ella
tena razn. Haba querido a Emilia con toda
la ternura que podra darle su padre, pero
aquella tarde no la haba acompaado a la
isla de los Muertos en su ltimo viaje, y todo
por querer asegurarse de que Silvana segua
con vida. Ciertamente, pareca sana como
una manzana, y su nimo belicoso dejaba
bien claro que le quedaban suficientes
fuerzas como para echarle de una patada de
La Grotta della Fenice si volva a hacer una
tontera.
Como si le leyera la mente, los ojos de la
muchacha le atravesaron hasta que Mario
alz de nuevo los suyos. Le sorprendi que
ya no mostraran la menor sombra de rencor.
Le sorprendi an ms darse cuenta de
que lo que reluca en ellos era la compasin.
Por qu no ha ido con su hermano al
cementerio? le pregunt ms suavemente.
Dej caer dentro de la bolsa de cuero que
le colgaba de la cintura el mecanismo de la
caja de msica y las lentes de aumento y se
puso en pie, alisando sobre sus rodillas los
largos pliegues de su falda marrn. La
estructura de hierro chirri bajo sus zapatos.
Pensaba hacerlo reconoci Mario,
pero por mucho que me haya afectado la
muerte de esa pobre nia no poda
olvidarme de ciertos asuntos que tengo
pendientes. La verdad es que ahora mismo
me preocupa ms mi relacin con los vivos
que con los muertos.
Aguard unos segundos, pero al ver que
la muchacha no pareca dispuesta a decir
nada acerc su mano a la de ella para rodear
delicadamente su mueca con sus dedos.
Perdname le pidi en un tono
mucho ms quedo que el que acababa de
usar.
Silvana parpade una, dos, tres veces, sin
duda sorprendida por su repentino tuteo.
Por qu, exactamente? Por seguir
espindome da tras da por entre las
cortinas del comedor? Casi pareca
divertida. Solo casi. Me parece que en
Venecia no hay ninguna ley que prohba a
sus ciudadanos asomarse a la calle. Nadie le
juzgara por... Dud un momento antes de
continuar: Nadie te juzgara por un par de
miradas indiscretas.
Estaba refirindome a lo que ocurri
hace dos das.
Ya lo s. No soy tan estpida como
para no seguirte.
Creo que me port de la forma ms
rastrera al robarte ese cuaderno confes
Mario. La ayud a sentarse de nuevo en la
escalera antes de hacer lo propio en uno de
los peldaos inferiores, a sus pies. No s
en qu estaba pensando. No quera causarte
ningn problema. Simplemente lo vi ah,
encima de la mesa, y tu padre no se
encontraba en el taller, y me dije que nunca
volvera a tener una oportunidad as...
Eso ya me lo has dicho antes le
record Silvana. Y lo comprendo. Por
mucho que te cueste creerlo, lo comprendo.
Ningn inventor que se precie se hubiera
echado atrs.
Me sentira mucho mejor si supiera
que t haras lo mismo con mis diseos.
Ah, pero para eso primero tendra que
considerarte un competidor digno de m...
Mientras hablaba, Mario se haba
limitado a contemplar las puntas de los
zapatos que asomaban por debajo de la falda
de Silvana, pero al escuchar aquello no pudo
dejar de levantar la vista. Era cierto lo que
vea? Se movan sus labios como si fuera a
sonrer?
T no deberas haberme robado el
cuaderno, pero yo no tendra que haber
forzado de madrugada la cerradura de tu
tienda. Se encogi airosamente de
hombros, y su larga melena cay por encima
de uno de sus brazos mientras lo haca.
Mario se pregunt si realmente no sera
consciente de cmo lo cautivaba con cada
uno de sus gestos. Me da la sensacin de
que no tenemos nada que echarnos en cara.
Por lo menos de momento!
Esta vez fue Mario quien sonri. Su mano
no haba abandonado su mueca, y no le
pas inadvertido el detalle de que Silvana no
haba hecho nada por soltarse.
Despacio, le dio la vuelta para presionar
sus labios contra las lneas de su palma.
Ya veo que mi hermano tena razn.
Estamos hechos el uno para el otro. Los dos
somos cabezotas y orgullosos, y muy
desconfiados. Y defendemos nuestros
respectivos territorios con uas y dientes.
La mir por encima de sus dedos. Una
pareja perfecta.
Fra, fra como un tmpano de hielo.
Aquello era como besar a una muerta. Por
primera vez pudo contemplar cmo
resbalaba la mscara de impasibilidad de
Silvana, y la joven de veintitrs aos
asomaba tras la diosa suprema de las ruedas
y los engranajes.
Qu tonteras dices! exclam
aturulladamente mientras se apresuraba a
soltarse.
Se levant antes de que pudiera hacer
nada por detenerla y pas por encima de sus
piernas tan rpidamente que estuvo a punto
de tropezar con su falda. Dio un par de
pasos inseguros por la juguetera antes de
quedarse de pie ante la puerta, de espaldas a
l.
No se haba sonrojado, pero le faltaba
muy poco, o eso le pareci a Mario.
Vamos, ser mejor que te marches le
dijo sin mirarle. Ya has pasado demasiado
tiempo a solas conmigo. Nuestros vecinos
empezarn a hablar en cualquier momento...
Mario se puso tambin en pie, sin hacer
ruido. La luz que entraba por la puerta haca
que el cabello de Silvana reluciera como una
especie de nimbo dorado a su alrededor
cuando se detuvo a sus espaldas. Pudo notar
perfectamente cmo se estremecan sus
delgados hombros al colocar sus manos
sobre ellos, con toda la delicadeza que fue
capaz de atesorar; los ojos que le devolvan
la mirada desde el cristal de la puerta eran
los de un cervatillo asustado. Un animal que
se pregunta si realmente podr comer de la
mano que se le acerca, o si en realidad no
ser ms que la trampa de un cazador sin
escrpulos.
Me da igual lo que digan los vecinos
le susurr. Senta el delicioso cosquilleo de
su pelo contra sus labios al hablarle al odo
. En Venecia todo el mundo cotillea sobre
las vidas de los dems. Es solo cuestin de
tiempo que comiencen a hacerlo sobre
nosotros.
Mi padre no lo consentir le asegur
Silvana. Tena los ojos muy abiertos, casi tan
redondos como los de las muecas de
porcelana de la tienda. Me llevar lejos de
aqu en cuanto le llegue el primer rumor, a
cualquier otra ciudad donde nadie nos
conozca...
Qu joven pareca al hablar as, y qu
desvalida! Mario sinti algo sofocante que le
ascenda por el pecho y que no tena que ver
demasiado con la devocin que le inspiraba
Silvana. Algo ms primitivo, un instinto
relacionado con raptarla en medio de la
noche, llevarla lejos de su padre, vivir con
ella en una cabaa y repoblar el mundo
entre los dos.
Si lo hiciera, no volveras a verme
nunca ms insisti ella. Por eso tienes
que irte.
Pero Montalbano se ha marchado. Y t
misma dijiste que no volvera hasta la hora
de la cena le record Mario. Es el
momento perfecto para reconciliarnos de
una vez.
Deja de hablar as. No me gustan los
casanovas. Adems no te pega ese personaje.
Tambin dijiste que comprendas que
hubiera robado su cuaderno. Que t habras
hecho lo mismo si estuvieras en mi lugar.
Qu diferencia hay con robar un beso tuyo?
Apenas se reconoca a s mismo. Aquel
comportamiento era ms propio de Andrea
que de su hermano mayor, pero Mario no
estaba dispuesto a retroceder. Por primera
vez en su vida saba lo que quera tener a su
lado, lo que deseaba. Saba que Silvana
senta lo mismo, aunque todava no lo
supiera... tal vez porque nadie le haba dado
permiso para sentir nada semejante. Inclin
un poco la cabeza, siguiendo con su nariz la
lnea de su cuello. No, la oy susurrar de
repente. No puedo hacer esto. Entonces se
removi entre sus brazos para soltarse y
Mario tuvo que dejarla ir. La vio apoyar la
espalda en la pared de la que sobresalan las
bolas de cristal, sin darse mucha cuenta de
lo que haca.
Los ojos de la muchacha parecan
contener mil tormentas marinas. Haba tal
mezcla de emociones en su mirada que
Mario not una repentina punzada de
remordimiento.
Lo... lo siento. No s lo que acaba de
pasarme. No pretenda aprovecharme de ti...
No lo entiendes le susurr Silvana.
No poda apartar sus pupilas de Mario.
Llevo semanas imaginando esto, pero al
tenerte tan cerca... no puedo. Yo no soy libre
como t.
Primero sinti incredulidad, y luego algo
que se pareca al xtasis; pero al procesar lo
que estaba dicindole. Mario apenas pudo
contener la rabia abrasadora que le trepaba
por la garganta. Montalbano! Siempre
Montalbano! No haba nada que pudiera
hacer para escapar de la sombra de aquel
hombre que haba aparecido para amargarle
la vida!
Cmo es posible que dejes que te
manipule as? quiso saber. Volvi a
acercarse a Silvana y dio gracias a la pared
que le impeda retroceder. No pretendas
negarlo le advirti antes de que pudiera
decir nada. He visto cmo te trat hace
dos das.
De qu ests hablndome?
pregunt la muchacha, desconcertada.
Vamos! resopl Mario. Tenas las
cortinas abiertas! Te vi dar vueltas de un
lado a otro de tu cuarto, despus de
marcharte de mi casa, hasta que te sentaste
en el borde de la cama y de ah te caste al
suelo. Y al poco rato vino tu padre y empez
a zarandearte como una mueca. No dudo
que se alarmara al verte as, pero no me
parece la mejor manera de reanimar a una
persona que acaba de perder el
conocimiento...
Pero qu ests diciendo? Yo no haba
perdido el conocimiento.
Te repito que lo he presenciado todo.
Te enfadaste muchsimo en mi taller, y con
toda la razn del mundo... y al poco rato
debi de darte una especie de ataque...
La cara de Silvana era la mejor definicin
posible de la palabra estupefaccin.
Mario... te prometo que no tengo la
menor idea de lo que ests contndome.
Pronunci las palabras muy despacio,
como si estuviera dicindoselas a s misma
en lugar de a l. Ni siquiera se daba cuenta
de que haba vuelto a cogerle las manos.
No recuerdas nada? insisti Mario,
sin dar crdito a lo que oa. Nada de
nada?
Silvana neg con la cabeza. Hubo ruido
de pasos en la fondamenta Gaffaro, y risas
de nios, pero no era ms que una familia
que pasaba de largo hacia Rialto. La joven se
apresur a dar la vuelta al cartel que colgaba
del cristal para anunciar que haban cerrado.
Solo nuestra discusin... mis pies
cruzando el puente, subiendo por la
escalera... mi cama... Pareca
completamente confusa. Mario se pregunt
con creciente preocupacin si al caerse al
suelo no se habra golpeado la cabeza con
algn mueble. Eso lo recuerdo bien. Pero
lo siguiente que me viene a la memoria es
estar ayudando a mi padre a ponerse su
levita mientras me contaba que tena que
asistir al funeral de la nia de Scandellari.
Y por qu no quiso llevarte con l?
Acaso no conocas personalmente a Emilia?
Claro que s. Silvana segua
frunciendo el ceo. Estuvo un par de veces
en la tienda con su hermana mayor. Pero mi
padre crey que mi presencia no sera
necesaria.
Muy inteligente por su parte rezong
Mario. Mejor tener a su princesa encerrada
en su jaula de oro, donde nadie se la
arrebate. Nunca pens que pudiera ser tan
egosta.
No, no ha sido por eso. Dijo algo sobre
mi salud antes de irse... algo sobre que tena
que guardar reposo, como las otras veces,
para que mi corazn no volviera a...
Las palabras murieron poco a poco en
sus labios. Mario la miraba de hito en hito.
Las otras veces...? inquiri sin soltar
en ningn momento sus manos.
Oh, Dios mo musit Silvana. Se
haba quedado tan quieta como las
marionetas de cartapesta que tenan al lado
. Ahora lo entiendo. Tuvo que ser por
nuestra discusin...
Me parece que esta vez soy yo quien no
puede seguirte.
Estaba muy alterada al marcharme de
tu casa. Y no era solamente por el asunto del
cuaderno. Hablar contigo siempre me
produce el mismo efecto, pero la otra
noche... la otra noche... Alz sus lmpidos
ojos hacia los de Mario. Dime, qu viste
exactamente?
Ya te lo he contado. Caste al suelo
como una marioneta con los hilos
enredados.
Como una mueca a la que se le
hubiera acabado la cuerda susurr Silvana
casi sin prestarle atencin. Un mecanismo
deteriorado... sobrecalentado por las
emociones...
Se pas una mano por la frente. Saltaba a
la vista que los recuerdos empezaban a
ordenarse en su memoria, como las piezas
de un rompecabezas que Mario todava no
era capaz de visualizar. No le vea ningn
sentido a lo que estaba diciendo. Durante
unos segundos permanecieron juntos, ella
contemplando la nada, l mirando la nada
dentro de sus ojos, hasta que Silvana volvi a
ser consciente de que no se encontraba sola.
Entonces tir dbilmente de la mano de
Mario para que la acompaara al primer piso
de la casa.
Ven conmigo le pidi en un susurro
. Creo que es hora de que te ensee algo.
CAPTULO VII
La escalera de hierro chirriaba bajo sus
pies, y los crujidos de las tablas del suelo los
acompaaron durante todo el recorrido
hasta la habitacin que haba al fondo del
pasillo principal. Mario se senta demasiado
aturdido como para prestar atencin a la
distribucin de una casa de la que haba
hablado a menudo con Andrea. La
muchacha empuj la puerta, y no le cost
comprender que aquella habitacin era la
que se encontraba al lado del saloncito en el
que se abra el nico balcn de la vivienda.
La habitacin de Silvana.
Las cortinas seguan corridas, tal y como
las haba dejado Montalbano al recoger a su
hija del suelo. Pero la claridad que se filtraba
entre ellas era suficiente para que Mario
pudiera distinguir lo que haba a su
alrededor. Pareca un dormitorio normal:
haba una cama antigua, con colgaduras
polvorientas a las que el paso del tiempo
haba privado de su color, una alfombra
deshilachada, un enorme armario en una de
las esquinas, con sus lunas salpicadas de
manchas, y un pequeo tocador donde
curiosamente no haba tarros de crema, ni
perfumes, ni ninguno de los pequeos
caprichos que cualquier chica se dedica a
atesorar desde que tiene uso de razn. Lo
que abarrotaba la habitacin de Silvana eran
cientos de libros. Haba tres montones
encima del cobertor de la cama, resbalando
unos sobre otros como las piezas de un
domin colocadas en hilera. Haba ms
libros encima de la alfombra (Mario estuvo a
punto de dar una patada a una primera
edicin de H. G. Wells), amontonados sobre
la repisa de la ventana (la coleccin completa
de las obras de Julio Verne al lado de un vaso
de cristal con una rosa marchita desde haca
das), en equilibrio precario sobre el borde
del aguamanil (El hombre de arena, de
Hoffmann. Se haba aburrido Silvana de
leerlo y lo haba dejado en la primera
superficie plana que fue capaz de
encontrar?). Al presenciar aquel despliegue
de erudicin no pudo evitar sentirse un poco
avergonzado de s mismo. Con todo el
trabajo que se le acumulaba en la tienda
apenas tena tiempo para leer, pero Silvana
pareca haberse revelado como un autntico
ratn de biblioteca. Volva a tener la molesta
sensacin de que nunca estara a su altura.
Al lado de los libros que atestaban el
tocador haba un objeto que tard un
momento en reconocer: un pequeo
astrolabio de fabricacin casera en cuyos
anillos la muchacha haba prendido una
serie de papeles con minsculas
anotaciones. Tena la clase de letra pequea
y rizada que uno podra encontrar en la
correspondencia de Leonardo da Vinci.
Eres una caja de sorpresas reconoci
Mario, acercndose al dorado instrumento
con un dedo extendido para rozar
tentativamente los crculos concntricos. Se
movieron unos alrededor de otros, como en
un baile planetario. Es esto lo que queras
que viera? Te interesa tanto la astronoma
como la...? Las palabras murieron en sus
labios al darse la vuelta y sorprender a
Silvana desabrochndose silenciosamente la
blusa. Durante una fraccin de segundo
temi haber perdido la razn. Pero qu
demonios ests haciendo?
Olvdate de todo eso contest la
joven, sin levantar la cabeza de su pecho.
Ahora tenemos entre manos asuntos mucho
ms apremiantes que la conjuncin de las
estrellas.
Mario comprendi que no era l quien
haba perdido la razn: era Silvana, no haba
la menor duda. No se le ocurra ninguna otra
explicacin para el hecho de que estuviera
desnudndose ante l. Se le haba abierto la
boca como un pez fuera del agua mientras la
muchacha prosegua con lo que estaba
haciendo, al parecer indiferente al temblor
que se haba apoderado de las piernas de
Mario. Realmente haba logrado ser tan
persuasivo?
Espera, Silvana... espera un momento...
La sujet por las muecas como lo haba
hecho momentos antes, en la juguetera.
Me parece que vas demasiado rpido... Esto
no es lo que quera que hiciramos... Quiero
decir, lo es, pero no de una manera tan...
tan...
Oh, por el amor de Dios resopl
Silvana, apartndole los dedos. No es
momento de que te eches atrs por tu
caballerosidad, ni yo por mi pudor. Vamos,
ven a tocarme.
Mario no poda hacer ms que mirarla,
con las manos alzadas como las de alguien a
quien acabaran de hipnotizar. Los ltimos
botones dejaron de cumplir la funcin para
la que haban sido creados. Silvana se abri
la blusa, sac los brazos de su interior y
arroj la prenda de cualquier manera sobre
la cama, encima de los libros. No llevaba
ms que un corpio blanco que realzaba la
exquisita curvatura de sus pequeos senos,
sobre los que se balanceaba la cadena
dorada de su reloj. Sin dejar de sostenerle la
mirada, tom en su mano la de Mario para
atraerla hacia la piel de su escote, tan fra
como la escarcha.
Parece que no hay vuelta atrs, pens
mientras daba un paso tentativamente hacia
la joven. Nunca haba experimentado una
sensacin semejante: era como si caminara
en medio de un sueo. Tal vez porque haba
soado demasiadas veces con aquel
momento.
Tcame volvi a susurrar Silvana,
apretando los dedos de Mario contra uno de
sus pechos de manera que pudiera abarcarlo
con su palma. Tcame... y dime qu
sientes...
Deseo, un deseo salvaje que no atenda a
ruegos ni explicaciones; y al mismo tiempo
algo ms fuerte que Mario se haba jurado a
s mismo no volver a sentir nunca ms. Ella
haba cerrado los ojos, y mientras perciba
los rtmicos latidos de su corazn contra sus
dedos pens que dara el resto de los aos
que le quedaban de vida a cambio de
detener el tiempo en aquel instante. No crea
que ningn hombre pudiera amar ms a una
mujer.
Le llev un rato comprender que algo no
marchaba bien. Perdido en su delirio, haba
pasado por alto el detalle de que en realidad
no estaba sintiendo el menor de los latidos.
Has tardado ms de lo que imaginaba
en darte cuenta oy que susurraba Silvana.
An segua teniendo los ojos cerrados.
Mario levant la mirada hacia su rostro, cada
vez ms confundido, y despus volvi a
posarla en su escote. Lo nico que poda
notar bajo sus dedos era un estremecimiento
pausado, chirriante, que se propagaba por
dentro de su cuerpo, un traquetear de
engranajes apenas atenuado por la piel que
los cubra.
Aquella revelacin apag su deseo casi
tan rpidamente como haba germinado.
Qu significa esto? consigui
articular por fin. Qu es lo que hace este
ruido?
Mi corazn. El mismo que has tenido
toda la noche dentro de una de tus alacenas.
Mario se apart de Silvana como si le
hubiera dado una descarga elctrica. Plido
y desencajado, se qued de pie en medio del
dormitorio con la misma cara que pondra
un hombre despus de haber visto a un
fantasma. Un hermoso fantasma de cabellos
de oro.
Eso no es cierto murmur en un tono
de voz que dejaba claro que estaba tratando
de convencerse a s mismo antes que a ella
. Era el esquema de una caja de
resonancia...
Era un corazn artificial idntico al que
acabas de escuchar moverse dentro de m.
Pero tena el mismo aspecto que una
caja de resonancia insisti Mario,
sintiendo cmo se le cubra la frente con una
capa de sudor fro. Lo que antes le haba
parecido un sueo tena que ser
forzosamente una pesadilla. Era una de
esas piezas que se implantan dentro del
pecho de las muecas parlantes. Hemos
tenido docenas de ellas en mi taller!
Silvana sacudi la cabeza. Pareca una
madre tratando de explicar a su hijo que dos
y dos son cuatro, aunque la expresin de su
rostro no resultara demasiado
tranquilizadora.
Lo que sujetabas anoche entre tus
dedos le dijo ms bajito era el
mecanismo de relojera ms complicado que
ha visto nunca un ser humano. El
movimiento continuo...
Eso no es ms que un mito con el que
han soado los cientficos desde hace siglos.
Tambin lo era la posibilidad de
resucitar a los muertos repuso Silvana. Y
siento decir que lo que ahora mismo tienes
delante de ti... no es ms que un cadver
reanimado.
Un largo silencio sigui a sus palabras.
Durante unos segundos no se escuch nada
ms que los pausados entrechocares de las
piezas que conformaban aquel mecanismo, y
en los que Mario, por algn motivo
incomprensible, no haba reparado antes.
Del pecho de Silvana surga un sonido muy
parecido al de las cajas de msica una vez
que se han extrado sus llaves, justo antes de
que los cilindros comiencen a desgranar sus
melodas.
Eres... eres una autmata, entonces?
Una mueca que puede hablar... pensar...?
Soy una persona. O por lo menos lo fui,
hace mucho tiempo. Mi padre me convirti
en lo que ves... un amasijo de hierros,
engranajes y ruedas recubiertos por una piel
como la tuya. Le cogi las manos para
colocarlas sobre sus mejillas. Mario no haba
salido an de su estupefaccin. Es suave,
aunque muy fra, verdad? Pero es una piel
tan real como la de Simonetta Scandellari y
el resto de tus vecinas. Por fuera somos
idnticas.
Adems eres capaz de expresarte como
una persona de carne y hueso murmur el
joven, sin comprender cmo segua
salindole la voz. Tienes un alma dentro
de... de...
De eso no estoy segura reconoci
Silvana. Tericamente s, la tengo. Porque
soy capaz de discurrir, de imaginar cosas, de
llegar a conclusiones y de tomar mis propias
decisiones sobre lo que quiero hacer a cada
momento. Tienen alma las muecas que los
dos fabricamos para nuestros clientes? Por
supuesto que no, porque sus actos obedecen
a unos mecanismos implantados por
nosotros. Dnde est mi alma entonces?
Dentro de mi cabeza? Dentro de este
corazn de hierro que mantiene en
movimiento todos mis dems dispositivos?
Se llev una mano al pecho, extendiendo
sus dedos sobre la parte del escote que
Mario haba tocado unos minutos antes. No
le cost comprender que Silvana estaba
poniendo en palabras unos pensamientos
que llevaban demasiado tiempo dando
vueltas por su mente. Me encantara saber
dnde se encuentra mi esencia, ahora mismo
prosigui en apenas un susurro. Lo que
soy... ms all de toda esta maquinaria...
Ests aterrado continu Silvana a media
voz. Dej caer las manos de Mario, que haba
mantenido durante todo aquel tiempo
presionadas contra su rostro. Siento
haberte asustado. No era mi intencin
hacerlo. Pens que merecas saber qu clase
de ser era yo antes de poder cometer
cualquier locura... como enamorarte de m.
Concluy la frase con una cierta
incomodidad. Mario neg con la cabeza,
aunque no fue capaz de hablar. Demasiado
tarde, querra haberle contestado. Es
demasiado tarde para que pueda retroceder.
Demasiado tarde para que me olvide de lo que
siento por ti.
Pero no se lo dijo. No se atreva a hacerlo.
Le haba asegurado que tena un alma, y
Mario la haba credo sin dudarlo: era una
creacin demasiado hermosa para no haber
salido de las manos de un demiurgo.
Quedaba algo humano en la mujer de la que
se haba enamorado. Algo que le haca
aferrarse desesperadamente a la posibilidad
de que Silvana le correspondiera. Y aquel
convencimiento era lo que Mario encontraba
ms preocupante, mucho ms que aquella
revelacin acerca de sus ruedas y sus
engranajes. Ningn otro hombre en Venecia
sera capaz de enloquecer de amor por una
autmata.
Me imagino que tu desmayo de hace
dos das... tendr que ver con la maquinaria
de la que ests hablndome, verdad? Ha
habido algn fallo en tu funcionamiento?
Eso parece contest Silvana
encogindose de hombros. Ya te dije antes
que no ha sido la primera vez que me sucede
algo as. Normalmente no suelo acordarme
de lo que me hace perder el conocimiento.
Simplemente me quedo quieta y me caigo al
suelo, tal y como les sucede a las muecas
andadoras cuando se les acaba la cuerda. Mi
padre cree que puede deberse a mi reaccin
ante las emociones fuertes. Al ser solo un
prototipo...
Su voz se apag poco a poco. A Mario le
llev un momento reconocer el sonido que la
haba puesto en alerta: un revuelo de plumas
acompaado por unos fuertes graznidos.
El ave fnix ha echado a volar se
alarm. Mi padre ha vuelto antes de
tiempo!
No le dio la oportunidad de reaccionar.
Mario se encontr de repente agarrado por
un codo, arrastrado hasta el armario que
haba en un rincn y empujado su interior.
No digas ni una palabra. Si se entera
de que te he trado aqu arriba ser el final...
Silvana! les lleg entonces la voz de
Montalbano. Ests en tu habitacin?
Hubo un renquear de pasos en el piso de
abajo y un chirriar de la escalera, el mismo
que Mario haba escuchado bajo sus propios
pies. Su corazn comenz a latir con fuerza.
No pienso esconderme como un nio
le asegur. Quiso soltarse de sus manos,
pero la presin de los dedos de la muchacha
era demasiado persistente. No estaba
dispuesta a que Montalbano los descubriera
. Silvana... no! Tengo que hablar con l de
una vez!
Silvana volvi a empujarle para que se
metiera dentro del mueble. Forceje con l
hasta que consigui que se agachara entre su
ropa, que todava conservaba su perfume.
Vas a quedarte ah quieto y vas a estar
callado hasta que se marche. Eres hombre
muerto si mi padre se entera de que te lo he
contado todo. Recogi rpidamente un par
de medias que haba sobre la alfombra y las
arroj dentro del armario, cerrando la puerta
a continuacin. No hagas ruido susurr
a travs de la cerradura. No ser ms que
un momento. Estoy segura de que volver a
marcharse, y entonces podrs salir de aqu...
Mario no se senta con nimos para
replicar. La cabeza le daba vueltas, y las
manos le temblaban mientras se apoyaba en
sus palmas para retroceder silenciosamente
hacia el fondo del armario. Estaba oscuro
como la boca de un lobo; la nica luz que
atravesaba aquellas tinieblas era la que se
colaba por la cerradura, un delgado hilo
dorado que no tardara en desvanecerse.
Bastaba para distinguir a su alrededor las
sombras informes de la ropa de Silvana, una
hilera de vestidos colgados sobre su cabeza,
adems de dos pares de zapatos y ms
montones de libros a los que, segn
comprob al pasar ciegamente sus dedos
sobre ellos, se les estaban desprendiendo las
tapas. Tuvo que acurrucarse en un rincn y
esperar en silencio mientras los pasos de
Montalbano se acercaban por el pasillo.
Silvana, qu ests haciendo aqu? le
oy decir antes de abrir la puerta, que
haban dejado entornada poco antes. Va
todo bien? Dijiste que te haras cargo de la
tienda...
La falda de Silvana sise sobre las tablas
del suelo cuando se reuni con su padre.
Lo siento. Pensaba hacerlo, pero me
sent de repente un poco... indispuesta...
Has vuelto a marearte? La voz de
Montalbano dejaba traslucir una
inconfundible preocupacin. Mario tuvo que
aguzar el odo; se haba puesto a hablar casi
en un susurro y le costaba captar lo que
deca. No esperaba un nuevo
desvanecimiento tan pronto sigui
dicindole a Silvana. Tena que haberte
dedicado algo ms de tiempo esta maana.
No hace falta que te preocupes por m.
Es solo que me siento un poco cansada. Esta
tarde no hemos tenido demasiados clientes,
as que pens que podra tumbarme un
rato...
Hubo un sonido de muelles. Mario se
puso silenciosamente de rodillas para
acercar un ojo a la cerradura. Vio a Silvana
sentada sobre el borde de la cama, con las
manos enlazadas sobre su regazo, tal vez
para disimular sus temblores, y a
Montalbano dndole la espalda al armario.
Llevaba puesta su larga levita, y sujetaba su
sombrero en la mano.
Mi pequea perezosa. Cualquier da te
descubrir echndote la siesta, y eso s que
ser la mayor sorpresa de toda mi vida
dijo el anciano en tono jocoso. Silvana no
supo qu contestar. Ah, yo tambin me
siento muy cansado, cario, sobre todo al
pensar que tengo que volver a marcharme
ahora mismo. Los funerales no han sido
hechos para m.
Cmo les ha ido a los Scandellari en
San Michele? pregunt Silvana en voz
baja.
No muy bien. Pero eso era de esperar.
La hermana mayor no ha dejado de llorar
desconsoladamente durante toda la
ceremonia y Scandellari no pareca ser capaz
de reaccionar. Sacudi la cabeza con aire
comprensivo. Pocas cosas hay ms
traumticas que enterrar a una hija.
Pobre Simonetta. Para ella tambin
tiene que haber sido una experiencia
terrible.
A todos nos toca cargar con nuestra
cruz suspir Montalbano, cogiendo su
mano para que se pusiera en pie. Ahora
qudate quieta le indic mientras
rebuscaba dentro de su chaleco; Mario le vio
sacar una especie de navaja suiza de cuero
negro, un juego de destornilladores en
miniatura y, finalmente, lo que pareca ser
una linterna de bolsillo, que acerc a su
rostro. Es solo un examen rutinario. No
tengas miedo; no te har dao.
Sujet cuidadosamente la barbilla de
Silvana para echarle la cabeza hacia atrs.
Con la otra mano encendi la linterna,
pasndola por delante de sus ojos repetidas
veces para examinar sus pupilas. La
muchacha mantena la vista alzada hacia el
techo, y cuando su padre la solt no pudo
disimular una mueca de molestia. Se frot
los ojos con la mano.
Parece que te encuentras
completamente recuperada proclam
Montalbano con aire de satisfaccin,
devolviendo la linterna al interior de su
chaleco. Aun as me gustara echarte un
ltimo vistazo antes de volver a marcharme.
Date la vuelta un momento.
Silvana pareci confundida de repente.
Mir de reojo la cerradura del armario.
No creo que sea necesario. Ya te he
dicho que no me he mareado en toda la
tarde...
Vamos, a qu viene esta reticencia?
Montalbano le dio un carioso pellizco en la
mejilla. La miraba con una ternura que
Mario no recordaba haber percibido en
ninguno de los padres que acompaaban a
Ca Corsini a sus nias. Desde cundo te
muestras tan vergonzosa conmigo? Podra
enumerar sin equivocarme cada una de las
piezas que he colocado dentro de este
precioso cuerpecillo tuyo. Lo conozco mejor
que t misma.
Le dio la vuelta con delicadeza, de
manera que Silvana qued de espaldas a su
padre y al armario. Mario se arrastr sobre
sus rodillas para acercar ms su ojo a la
cerradura. Tena que ver lo que le haca...
tena que saber lo que haba dentro de ella!
Contuvo el aliento mientras entornaba los
ojos en la penumbra. Haba un espejo
encima del tocador atiborrado de libros, y el
pequeo marco rectangular le devolvi el
reflejo del rostro de Silvana, plido como el
de una figura de cera. Segua mirando el
armario con aprensin.
Canturreando para s, Montalbano
comenz a deshacer las lazadas de su
corpio. Vio moverse las cintas a lo largo de
la espalda de la joven. Escuch el susurro del
algodn al dejar de estar en contacto con su
cuerpo, y la respiracin contenida de Silvana
cuando su padre solt la prenda sobre la
cama, al lado de la blusa que se haba
quitado poco antes.
Aprtate el pelo le orden
Montalbano, y Silvana obedeci, sin decir
una palabra.
Mario estuvo a punto de soltar un grito
que lo habra delatado. Prcticamente toda
la espalda de Silvana se encontraba
recubierta por una plancha metlica
horadada por un sinfn de pequeos
resortes, unas piezas que no podan medir
ms de medio centmetro de dimetro y que
los dedos de Montalbano comenzaron a
manipular como quien est acostumbrado a
hacerlo a diario. Silvana, mientras tanto,
permaneca silenciosa; se haba echado el
cabello hacia delante para que le cubriera el
pecho desnudo, aunque no pareca atreverse
a mirar ms al espejo. Mario tampoco fue
capaz de contemplar nada ms. Sin dejar de
temblar, se desplom en silencio contra la
pared del fondo del armario mientras todo a
su alrededor se hunda en la oscuridad; una
oscuridad que envolvi por completo su
conciencia para ahorrarle la angustia de
tener que soportar ms visiones de pesadilla.
No sabra decir cunto tiempo pas en
semejante estado. Podran haber sido tan
solo unos minutos, o tal vez un par de horas;
en cualquier caso la puerta del armario
acab abrindose poco a poco para que
Silvana lo recibiera de nuevo en el mundo de
los vivos.
De Montalbano no haba ni rastro. La
joven se arrodill a su lado, alarmada. Volva
a llevar puesto su corpio blanco, que cubra
por entero la plancha metlica de su espalda.
Mario! exclam al ver que no se
mova. Le dio unas palmadas en las mejillas
para que reaccionara de una vez y suspir de
alivio al ver que parpadeaba, mirndola
como quien se encuentra ante una aparicin
. Estaba preocupada por ti susurr.
No hacas ningn ruido, ni siquiera cuando
te avis de que mi padre acababa de salir a la
calle...
Le ayud a levantarse para conducirle
hasta la cama, en la que Mario se sent con
su cabeza dando vueltas todava como una
peonza. Silvana pareca realmente
arrepentida.
Lo siento le susurr. Lo siento
muchsimo. No tena que haberte obligado
a... a...
Se me pasar en un momento le
asegur Mario, aunque se encontraba
convencido de que aquella imagen
apocalptica de su espalda atravesada por
remaches metlicos le acompaara mientras
siguiera respirando. Se apret las sienes con
las manos, agachando la cabeza. Silvana le
miraba con creciente preocupacin. Debo
parecerte un completo idiota ahora mismo
murmur Mario. Necesito un poco de
tiempo para asimilarlo todo.
Te convendra tomar algo. No te
muevas de aqu; estar de vuelta en un
minuto.
Sali del dormitorio sin hacer ms ruido
que un gato y regres poco despus con una
copa de sambuca, un licor muy fuerte, de
sabor anisado, que Mario haba probado en
la trastienda de Scandellari un par de aos
antes. Le haba producido una resaca
tremenda.
Pens traerte un vaso de agua dijo
Silvana mientras le daba la copa y pona
cuatro granos de caf en su mano, pero
despus de lo que acabas de presenciar me
pareci que necesitaras algo bastante ms
fuerte. Primero el caf y luego la sambuca, de
un trago.
Mario no se hizo de rogar. Se meti los
granos tostados en la boca, los mastic unos
segundos y acto seguido apur el licor de un
solo sorbo, haciendo una mueca al sentir
cmo la bebida le abrasaba la garganta.
Aquello sera capaz de resucitar a los
muertos.
Bien pensado, no era nada del otro
mundo; Montalbano tambin saba hacerlo.
T no puedes beber? le pregunt a
Silvana con una voz spera como una lija.
No lo necesito dijo la muchacha,
mirndole con cierta aprensin. Las
emociones fuertes me afectan pero no como
a los dems, as que el alcohol no me sera
de ayuda.
Me refiero a si no puedes beber... nada.
Ni siquiera un vaso de agua.
Ella guard silencio mientras inclinaba
ligeramente su cabeza hacia un lado.
Le daras de beber agua a una de tus
muecas andadoras? le pregunt. No,
porque no la necesitara para cumplir con su
funcin, verdad? Mario dud un
momento antes de asentir. Y de todas
formas, has visto lo que le sucede a un
mecanismo al mojarlo?
S... ms de una vez. Los nios
venecianos son muy descuidados con sus
juguetes. A menudo se renen en los
puentes para pelearse, y los vencedores
acaban tirando al canal los tesoros favoritos
de sus enemigos. Normalmente no hay
manera de arreglarlos.
Entonces no ser necesario que
responda a tu pregunta puntualiz
Silvana.
Mario se qued mirndola con la copa en
la mano. Acababa de darse cuenta de lo
previsor que haba sido Montalbano, casi
despiadado en la eleccin de su nuevo hogar.
Una ciudad atravesada por canales en los
que un simple resbaln podra dejarla
reducida a la inmovilidad resultaba lo ms
adecuado para convencer a su hija de que no
pisara la calle.
Ella se haba inclinado para cogerle la
copa. La dej sobre el tocador, al lado de su
astrolabio, y se sent muy despacio en la
cama, dndole la espalda a Mario, con la
cabeza cada sobre su pecho y sus ojos
clavados en la pared. Permanecieron en
silencio durante mucho tiempo, mientras se
pona el sol por encima de los tejados de la
ciudad y la luz que se inmiscua por entre las
cortinas se volva de un azul ceniciento,
mortecino.
Ya no te parezco tan deseable como
antes, verdad? le susurr Silvana por fin.
Mario, sentado al otro lado de la cama, se
volvi silenciosamente para mirarla. Se le
marcaban dos huesos sobre el corpio,
semejantes al nacimiento de unas alas, y su
melena caa sobre uno de sus hombros,
dejndole el cuello al descubierto. Tan
blanca, tan fra...
Mi opinin sobre ti... sigue siendo la
misma. Me da exactamente igual lo que seas.
Silvana le mir con algo de sorpresa, sin
levantarse de la cama. Fue Mario quien lo
hizo. Se puso en pie y rode el enorme lecho
cubierto de libros para ponerse de rodillas
delante de Silvana. Haba tanta devocin en
sus ojos que la joven se qued sin palabras.
Nada ha cambiado le asegur. Ese
hombre es un degenerado. Nunca le
perdonar lo que te ha hecho. Pero nada de
eso es culpa tuya, Silvana. No eres ms que
la vctima de un manaco que no se molest
en consultarte lo que pensaba hacer contigo.
Agach la cabeza para besar sus manos.
Pudo notar claramente cmo temblaban.
No creo que haya nadie tan estpido como
para tenerte miedo. Hay ms luz en ti de lo
que imaginas.
Todos los humanos odian a quienes
son infelices susurr Silvana, cerrando
los ojos. Cunto odio debo despertar yo
que soy el ms infeliz de los seres
vivientes!.
Mario estuvo tentado de preguntar de
dnde haba sacado esa cita, aunque no
quera quedar como un ignorante ante
Silvana. No despus de que se hubiera
sincerado con l.
Frankenstein dijo la muchacha,
adivinando lo que pensaba. Es mi novela
favorita desde que la le por primera vez,
hace catorce aos. Una historia
conmovedora, aunque demasiado pueril. El
monstruo es tan ingenuo como para pensar
que realmente acabar encontrando una
compaera. Si se hubiera dado cuenta a
tiempo de la verdad, le habra ahorrado
mucho sufrimiento a su creador. Aunque,
claro, entonces no habra historia...
Nunca te has parado a pensar
pregunt Mario que tal vez su creador
mereciera todo lo que le hizo? El monstruo...
la criatura se apresur a rectificar no le
pidi que le diera la vida. Y al menos pudo
disfrutar de una libertad que parece que a ti
te ha sido negada.
La sujet con cuidado por debajo de los
brazos para ponerla en pie. Al sostener por
primera vez su cuerpo se dio cuenta de lo
mucho que pesaba: un fro esqueleto de
metal revestido por la aterciopelada piel de
una mujer. Mario tom su cara entre sus
manos.
Basta de medias tintas le susurr.
Si quieres contarme la verdad, hazlo del todo
o no lo hagas. Por qu sigues permitiendo
que Montalbano te manipule como a una
nia?
Silvana pareci un poco confusa. Aquella
expresin era algo nuevo en su semblante.
No es tan sencillo como puedas pensar.
A efectos prcticos soy su hija adoptiva...
Tienes veintitrs aos le record
Mario. Ya eres lo suficientemente mayor
como para abandonar el nido. Y tu padre no
es tan anciano como para no poder valerse
por s mismo.
La mano de Silvana volvi a cerrarse de
manera instintiva alrededor de su reloj. El
ngulo descrito por las agujas, siempre el
mismo, fue como una revelacin para Mario.
Significa algo para Montalbano que
permanezca parado a las seis menos veinte?
Ms para m que para l murmur
Silvana, dndole vueltas a la esfera. Es la
hora a la que le dijeron que haba muerto. La
hora que est a caballo entre la noche y el
da.
Qu fue lo que te sucedi? Dnde te
encontr? Cuntame todo lo que sepas.
Hubo una epidemia de peste en
Civitavecchia, en 1891 le explic Silvana un
poco apticamente. Me ha dicho que viva
all con mis padres, aunque no recuerdo
nada. Ni siquiera cmo se llamaban. Fui la
ltima persona que muri, y Montalbano se
las arregl para sacarme de la enfermera
antes de que me arrojaran a la fosa comn
con los dems.
Me llev a una pequea casa que haba
alquilado en Positano, con un taller cuyas
ventanas daban directamente sobre el
Tirreno. El mar fue lo primero que vi al
despertar sobre su mesa de operaciones. No
saba lo que me haba pasado; no tena la
menor idea de quin era yo, ni cuntos aos
tena, ni mucho menos lo que estaba
haciendo con un desconocido en la costa
amalfitana. Pero Montalbano fue muy
paciente conmigo y me asegur que no
tendra nada que temer mientras
permaneciera a su lado. Dijo que no me
quedaba nadie ms en el mundo y que l
cuidara de m. Dijo que me llamara Silvana.
Muchas veces me he preguntado cul
sera mi verdadero nombre, el que tena en
la vida anterior de la que no consigo
acordarme. Supongo que nunca lo
descubrir. No hay nombres grabados en
una fosa comn. Nadie se acordara de quin
fui yo si Montalbano me hubiera
abandonado con los dems muertos. Sera
como si no hubiera nacido jams...
Su voz fue apagndose, pero Mario no la
anim a seguir. No haca ms que escuchar
en su cabeza el eco de una misma idea: se
haba enamorado de una mujer que llevaba
diecisiete aos muerta. Alguien a quien
haban robado su pasado junto con su
corazn.
Varios aos ms tarde, cuando haba
pasado el peligro del contagio, regresamos
un fin de semana a Civitavecchia y
Montalbano quiso conducirme hasta la fosa
comn. Se qued all conmigo, de pie en la
parte ms alta de la colina, cogiendo mi
mano mientras veamos cmo una cuadrilla
de obreros remova la tierra de la zona que
haban destinado a parque pblico. Haba
restos de huesos mezclados con el barro,
calaveras que parecan sonrernos desde las
profundidades y cajas torcicas envueltas en
sbanas sucias, como sudarios hechos
jirones. Esto que ves, me susurr
Montalbano al odo, cogindome en uno de
sus brazos, es lo que les sucede a los
mortales ms tarde o ms temprano. Algo
sucio y repugnante que gracias a m nunca
tendrs que conocer. Y tambin dijo: Los
huesos de tus verdaderos padres reposan en
ese montn. Pero no tienes que pensar ms
en ellos. No debieron de quererte mucho.
Cmo lo sabes?, le pregunt. Porque si
lo hubieran hecho, me contest, nunca te
habran dejado morir. Yo no te dejara
morir.
Entonces sac un reloj en el que le haba
visto trabajar la noche anterior. Un reloj de
caballero, de bolsillo, al que haba aadido
una cadena para convertirlo en un colgante.
Marca las seis menos veinte porque es la
hora exacta a la que moriste. He detenido su
mecanismo para que nunca ms pueda
funcionar. Las agujas no pasarn de este
ngulo, de este momento en que tu corazn
tendra que haberse parado para siempre.
Ahora yo te he dado un corazn nuevo, y t
vas a prometerme que nunca te alejars de
mi lado.
Me levant el pelo con cuidado para
apretar el cierre de la cadena y me pidi que
le diera un abrazo. Yo lo hice porque an no
comprenda muy bien toda aquella historia
de la fosa. El reloj me pareca bonito y
brillante, y no me preocupaba nada ms.
Aunque me hubiera convertido en una
criatura inmortal segua siendo demasiado
pequea como para seguir su lnea de
pensamientos. Pero en seguida empec a
hacer grandes progresos. Montalbano me
ense a mirar dentro de los mecanismos de
relojera como si fueran un organismo vivo,
donde cada pequea palanca, cada resorte y
cada aguja formaban parte de un todo
inmutable, indivisible. Cuanto ms aprenda
de maquinaria, ms imperfectos me parecan
los seres humanos comparados con las
creaciones que salan de nuestra juguetera.
Naturalmente, no eran ms que
divertimentos destinados a los nios, pero
para m cada nueva caja de msica y cada
mueca parlante suponan un reto. Es una
pasin por la que debo estarle agradecida...
por muy egosta que pueda parecer lo que
me hizo.
Mientras hablaba, los dedos de Silvana
no haban dejado de juguetear con su reloj.
Al darle la vuelta, Mario se dio cuenta de
que la parte trasera presentaba un elegante
diseo de rosas grabadas en el metal, que
destacaba ntidamente sobre la superficie de
oro. Era un artilugio muy hermoso, aunque
no le cost comprender que, para
Montalbano, ver a su hija adoptiva con aquel
regalo suyo no era ms que una manera de
recalcar su posesin.
En el fondo no se diferenciaba
demasiado de lo que se sola hacer con las
marcas al fuego en las cabezas de ganado.
Mario lo tom en su mano para examinarlo
de cerca.
Podras ponerlo de nuevo en marcha si
quisieras sugiri. Siendo tan buena con
los mecanismos no te costara nada
conseguir que las agujas volvieran a girar
como antes...
Haba una insinuacin en sus palabras
que a Silvana no le pas inadvertida. Le
quit el reloj de la mano para que volviera a
descansar sobre el borde de encaje de su
corpio.
Las cosas no siempre se pueden
arreglar le susurr. Pareca triste de
repente. A m no pueden arreglarme.
Seguir siendo lo que soy durante el resto de
los siglos... un ser que nunca morir pero
cuya carne ir descomponindose sobre su
esqueleto de hierro al convertirse en una
anciana. El movimiento continuo de mi
corazn me impedir morir como los dems,
pero no har que deje de envejecer. No
encontrar descanso nunca, ni en esta vida
ni en la siguiente. Se detuvo un momento
antes de aadir, ms bajito: Por eso he
decidido seguir al lado de Montalbano. Es la
nica persona capaz de liberarme.
Un relmpago pareci atravesar la mente
de Mario cuando comprendi el autntico
significado de sus palabras. Cuando supo
qu era realmente lo que la ataba a su
creador.
Vas a tratar de convencerle para que te
desconecte como lo hara con cualquiera de
sus muecas. Quieres que te conceda la
muerte... igual que te concedi la vida...
Es el nico que puede ayudarme ahora
mismo insisti la muchacha, sacudiendo
su pelo mientras se daba la vuelta. Apret
los brazos contra su pecho. No tienes idea
de lo que supone esto para m le asegur
ms quedamente. Sobre todo cuanto te
descubro mirndome al otro lado del canal.
Te observo por entre las cortinas y me
pregunto cmo ser la vida de las personas
de carne y hueso. Me gustara poder ser
como Simonetta Scandellari. Joven,
despreocupada y llena de vida y de energa.
Siempre dispuesta a rer con vosotros sin
que ningn pensamiento relacionado con la
muerte pueda perturbarla...
Mario estuvo tentado de decirle que
Simonetta no era un buen ejemplo. En
aquellos momentos la pobre muchacha
difcilmente podra pensar en algo que no
tuviera que ver con la muerte. Al acordarse
de los Scandellari se le puso un nudo en el
estmago, y se pregunt si Andrea habra
regresado de San Michele... y lo que opinara
de su ausencia.
Las vidas de los dems no tienen por
qu ser siempre de color de rosa le
advirti con una sombra de inquietud. No le
haba tranquilizado la manera en que se
refera a su propio final. Todos pasamos
por momentos de placer y por momentos de
tristeza. Y la muerte, en el supuesto de que
Montalbano accediera a desconectarte, no te
concedera ninguna de las sensaciones que
pareces echar tanto de menos. Ya no habra
nada para ti.
Prefiero no vivir ms antes que vivir a
medias. S que no tendr paz si me quedo de
brazos cruzados. Algn da, no importa
cundo, lograr convencerle de que me deje
ir...
Y si se niega? Qu pasar si se re
despus de que le cuentes todo esto?
Mi padre nunca se burlara de m
repuso la muchacha. Reconozco que es un
poco excntrico, pero hasta el da de hoy
siempre se ha portado como un caballero
conmigo.
Eso no le har renunciar a ti rezong
Mario. Era frustrante comprobar lo ciega que
se encontraba Silvana, atada por las cadenas
invisibles que Montalbano le haba echado
encima durante todos aquellos aos. Eres
su posesin ms preciada continu. Su
obra maestra. Por qu iba a destruir los
mecanismos que tanto esfuerzo le ha
costado crear?
Un chapoteo en el rio del Gaffaro les
advirti de que una embarcacin se
deslizaba hacia el siguiente puente, un
sonido de lo ms habitual para los
venecianos que a Mario le hizo ponerse
repentinamente alerta. Pero no se trataba de
Montalbano; aquel rasgar de violines no
poda proceder ms que de una de las
gndolas destinadas a los turistas. Al centrar
de nuevo su atencin en Silvana comprob
que le estaba mirando de hito en hito.
Qu curioso dijo muy despacio,
entornando los ojos hasta que quedaron
reducidos a dos estrechas franjas azules.
Hasta ahora nunca haba pensado en m
como en una obra maestra. La expresin
monstruo de Frankenstein me pareca
mucho ms apropiada.
Yo podra habrtelo dicho en cualquier
momento le asegur Mario. Y mi
hermano tambin te lo confirmara si
hablaras con l. No quieras saber las bromas
que he tenido que soportar desde que se me
ocurri admitir en voz alta lo perfecta que te
encontraba.
Silvana baj un momento las pestaas, y
si realmente hubiera seguido teniendo
sangre en sus venas se habra sonrojado.
Mario no pudo reprimir una sonrisa. Levant
una mano para apartar unos cabellos que le
caan por la cara. Al acomodarlos
delicadamente detrs de su oreja pudo
sentir cmo se estremeca. Aquella era la
primera vez que la acariciaban.
Gracias por confiar en m le susurr
. Me alegro de que me dejes compartir el
peso de tu secreto. Tendras que habrmelo
dicho mucho antes. Te habra comprendido
igual.
Todos tenemos nuestros secretos
asegur Silvana mientras se encoga
ligeramente de hombros. Todos,
absolutamente todos. Lo que sucede es que
los de algunas personas son ms
escalofriantes de lo que puedan imaginar los
dems. Dud un momento antes de
aadir, colocando un dedo sobre la nariz de
Mario: Y ahora que te lo he contado todo
creo que podras explicarme, por ejemplo,
cmo te rompiste esto, y por culpa de quin.
Esta vez fue Mario quien se sonroj como
un nio. Abri la boca, sin saber bien qu
decir, pero por suerte Silvana le ahorr el
mal trago de tener que inventarse una
excusa para lo que no poda explicar de
ninguna de las maneras. Los ojos le
resplandecan como si estuviera a punto de
sonrer mientras apretaba sus pequeas
manos contra su camisa.
Mrchate ahora le dijo en voz baja.
Se est haciendo tarde. Tu hermano estar
buscndote por todas partes. A m ya sabes
dnde encontrarme, y adems... Se acerc
ms a Mario para susurrar en su odo: Me
has dado una nueva razn para vivir. Por
ahora.
***
Fue la cena ms triste de la que Mario
poda acordarse. Cuando abandon La
Grotta della Fenice le daba la sensacin de
que el recuerdo de las manos de Silvana
aferradas a las suyas le acompaara durante
el resto del da, pero cuando se reuni con
Andrea en su casa comprendi que aquel
escudo no era lo bastante fuerte como para
contrarrestar la pena producida por la
muerte de Emilia. Las habitaciones estaban
sorprendentemente silenciosas sin que se
escucharan a travs de la pared sus risas
infantiles ni sus correteos.
Casi ha sido mejor que no vinieras
murmur Andrea como si le leyera la mente.
Su hermano levant la cabeza. Llevaban
sentados un largo rato en silencio, delante
de dos platos de risotto que haca tiempo que
se haban quedado fros. Mario no haba
probado ms que un par de cucharadas, y
Andrea se haba limitado a dar vueltas al
suyo mientras contemplaba con tristeza una
mueca de trapo que haba encima de la
alacena.
Era el juguete que haban prometido
regalarle a Emilia por su cumpleaos.
Andrea haba tenido que recorrer varias
merceras para encontrar una madeja de
lana del mismo color que sus trenzas.
Queran hacer algo especial para ella, una
copia suya en miniatura.
Ahora no podran drsela nunca. La
mueca se quedara sentada para siempre en
su comedor como el recordatorio de una de
las prdidas ms dolorosas que haban
sufrido.
Come le aconsej Mario. La vida
sigue, al menos para nosotros. Maana
tenemos que abrir de nuevo la tienda y no
puedo dejar que te marees de hambre tras el
mostrador.
Andrea apart silenciosamente su plato.
Haba unas sombras alrededor de sus ojos
que nunca haba percibido en l, siempre tan
risueo y parlanchn como una cotorra.
Scandellari estaba completamente
destrozado dijo a media voz.
No me extraa. Cualquier persona lo
estara en su lugar.
No dijo nada mientras bajaban el
atad de Emilia a la fosa. Nada,
absolutamente nada. Y eso es lo que ms
pena me ha dado. No poda dejar de mirar a
ese pobre hombre, grande como un oso,
llorando en silencio mientras dejaba a su
hija pequea al lado de su madre. El agujero
pareca tan grande para ella... no tena ms
que siete aos...!
Mario bebi un sorbo de agua. Le tembl
un poco la mano con la que agarraba el vaso
al acordarse de otra nia que haba muerto
en Civitavecchia. Las fauces abiertas de la
fosa que haba estado a punto de tragarse a
Silvana regresaban sin cesar a su memoria.
Cmo se encuentra Simonetta? No
pude verla cuando regres del cementerio.
Mal. Muy mal. Se desmay cuando
estbamos a punto de salir de San Michele y
tuvimos que llevarla en brazos a la gndola.
Y al llegar a casa Scandellari me pidi que le
ayudara a meterla en la cama, aunque no
pareca darse cuenta de que me encontraba a
su lado. No haca ms que llamar a Emilia
entre lgrimas. Creo que ni siquiera me vea.
Dale un poco de tiempo. La muerte de
una hermana siempre resulta traumtica, y
Simonetta y Emilia se encontraban muy
unidas. Siempre fue como una madre para
ella.
No estoy seguro de que pueda
recuperarse alguna vez de esto declar
Andrea.
Mario se levant de la mesa con los
platos en la mano. Andrea lo sigui
tristemente hasta la cocina, llevando los
cubiertos, los vasos y el mantel doblado
sobre un brazo. Al otro lado del canal, en
casa de los Montalbano, haba una luz
encendida en la habitacin que Mario saba
que perteneca a Silvana. Se odi por sentir
una punzada de emocin en la boca del
estmago al recordar que, aunque el mundo
se hundiera, ella seguira estando all.
Para colmo, cuando nos dirigamos
hacia la salida del cementerio nos
encontramos con herr Wittmann prosigui
Andrea. Fue pasndole a Mario las cucharas
para que las limpiara junto con la vajilla que
haban ensuciado a la hora de comer y que
aguardaba en un precario montn sobre el
fregadero. Iba a visitar a Edelweiss. Por lo
que me dijo, est enterrada en el panten
que mand construir para su familia cuando
se trasladaron a la ciudad. Lo encontr muy
plido, aunque su esposa parece estar
mucho peor. Dice que desde que muri
Edelweiss est atendindola un mdico
noche y da. Le dan ataques de ansiedad, se
desmaya por los rincones de su palacio...
Suspir mientras se apoyaba en la pared con
los brazos cruzados. En cierto modo es un
consuelo saber que los ricos no tienen ms
privilegios que nosotros en lo tocante al
duelo. Sufren como todo el mundo.
Somos humanos contest Mario, y
puso los vasos boca abajo para que acabaran
de secarse. Nacemos para sufrir, aunque a
veces se nos olvide. Y me atrevo a decir
aadi casi para s mismo que algunas
personas lo consideraran una manera de
sentirse vivas.
Andrea no pareci prestar mucha
atencin a sus palabras. Segua de pie al lado
de la puerta, con los ojos clavados en sus
zapatos y una pequea arruga entre sus
cejas que su hermano no haba percibido
hasta entonces. Mario se frot las manos con
un trapo sin dejar de escrutar su rostro.
Dnde haba quedado la despreocupacin
de sus veinte aos?
Es curioso murmur Andrea sin
percatarse de cmo lo observaba. Hace un
par de meses no hacas ms que echarme en
cara que estuviera aprovechndome de
Simonetta. Decas que se mereca algo mejor
que ser mi amante, y yo me rea porque no
me entraba en la cabeza que pudiera
interesarnos nada ms, a nuestra edad...
Pero parece que nadie se encuentra a salvo a
ninguna edad. Ahora me doy cuenta de lo
enormemente egosta que he sido. Guard
silencio mientras contemplaba sus manos
abiertas, mucho menos callosas que las de
su hermano. La tuve cuando no haca ms
que sonrer y amar, y no fui consciente de
que todo eso se acabara algn da sigui
susurrando. Ahora, cuando no es ms que
la sombra de lo que era... me doy cuenta de
lo mucho que la he querido...
Mario no supo qu decirle. Costaba creer
que aquel fuera el mismo Andrea al que
haba tenido que llamar tantas veces al
orden por su desenfreno. Torpemente, le dio
una palmadita en el hombro que le hizo
sonrer con una pizca de mal disimulada
vergenza.
Bueno dijo tratando de dar a su voz
una mayor ligereza, aunque no poda
engaar a Mario, y a ti qu tal te ha ido
con Silvana Montalbano? Ha pasado algo
interesante?
Nada digno de mencin, pens Mario,
mordindose los labios. Solo me ha dicho que
muri hace diecisiete aos, que su padre adoptivo
la convirti en una autmata y que quiere
pedirle que la desconecte para marcharse de una
vez de este mundo. Al menos a Andrea le
quedaba el consuelo de que Simonetta
segua siendo clida y estando
profundamente viva pese al dolor que
pudiera sentir. No haba un enjambre de
cables de hierro dentro de aquel cuerpo que
haba estrechado tantas veces contra el suyo.
No era una mquina.
Me has dado una razn para vivir, le
haba susurrado Silvana. Por ahora. Pero
qu duracin tendra un por ahora para
una persona con toda la eternidad por
delante?
CAPTULO VIII
Noviembre se march envuelto en lluvia,
diciembre se instal sobre la ciudad como
una manta de bruma en la que apenas
podan distinguirse los faroles encendidos
de las gndolas, y antes de que nadie
pudiera darse cuenta Venecia se encontraba
a las puertas de la Navidad. Las fiestas ms
importantes del ao no venan nunca solas;
traan consigo tal cantidad de encargos que
ni uno solo de sus artesanos encontraba
tiempo para asomar la nariz fuera de su
negocio. Las plazas se llenaron de abetos
decorados con relucientes bolas de cristal,
los escaparates se adornaron con largas
cadenetas de luces de colores y serpentinas
de papel de seda, y en las puertas de las
iglesias pequeos grupos de cantores se
afanaban a cualquier hora con los villancicos
preferidos por los venecianos. Tu scendi dalle
stelle sustituy al omnipresente O sole mio
de los gondoleros, que se sumaron a la
celebracin general adornando sus
sombreros de paja con ramitas de
murdago. Haba tantos turistas que ms de
un vecino de Santa Croce profetiz que
acabaran adelantando el hundimiento de
Venecia al golpear pesadamente sus
desgastados adoquines con sus botas de
viaje, por mucho dinero que dejaran en las
arcas familiares antes de marcharse.
Casi era una suerte que los Scandellari
tuvieran demasiado trabajo como para
seguir llorando sin cesar la desaparicin de
Emilia. Los hornos de la cristalera echaban
humo desde que sala el sol hasta que se
pona. Los Corsini, encerrados en su
juguetera, apenas tenan un momento para
respirar. Y en el taller de los Montalbano las
luces permanecan encendidas a cualquier
hora del da y de la noche. Silvana no tena
que dormir como lo haca su padre, de
manera que La Grotta della Fenice siempre
contaba con un repertorio de juguetes
preparados para ser adquiridos por las ms
importantes dinastas de Venecia. Sus
mariposas mecnicas se convirtieron en la
sensacin del ao, y no haba saln en los
palacios del Gran Canal en el que no se las
viera revolotear para deleite de los nios.
Mario haca lo que poda para visitarla en
las raras ocasiones en las que su trabajo se lo
permita. Lamentablemente no tena muchas
oportunidades de quedarse a solas con la
joven, porque Montalbano ya no
abandonaba nunca el inmueble, y no
solamente por la cantidad de encargos que
reciban. Se haba roto una pierna a finales
de noviembre (un mal paso en la escalera, le
explic a Mario) y permaneca desde
entonces relegado a las profundidades de un
silln de orejas, con su pie apoyado en un
taburete y media docena de pequeas mesas
a su alrededor en las que Silvana colocaba
las piezas de relojera y las herramientas que
necesitaba a cada momento. La postracin
no pareca socavar su nimo; hablaba por los
codos cuando Mario arrastraba una silla
hasta su rincn, sujetando un caf caliente
entre sus manos mientras sus ojos se
desviaban continuamente hacia la silenciosa
silueta que merodeaba por el taller, que le
miraba de reojo mientras conversaban.
Realmente costaba creer que aquel
anciano tan afable pudiera haber realizado
con el cadver de una nia de seis aos lo
que Silvana le haba contado. Pero an poda
sentir en sus dedos el tacto de la piel de la
muchacha, que recubra su esqueleto de
hierro, y en una de sus visitas, cuando se
inclin a su lado para ofrecerle un poco ms
de caf, crey escuchar el ronroneo de los
mecanismos que saba que se escondan
dentro de su pecho.
Era un ronroneo ms acelerado de lo
habitual, seal inequvoca de que para
Silvana aquellos encuentros presididos por
su padre resultaban tan frustrantes como lo
eran para Mario. No tenan ms remedio que
conformarse con un par de palabras
cmplices, unas cuantas miradas a
hurtadillas por encima del silln de
Montalbano, y en una ocasin en la que
Silvana consigui acompaarle hasta la
puerta, un prolongado apretn de manos
que rompi la voz de bartono de su padre
pidiendo que le llevara ms herramientas.
Era realmente desesperante tenerla tan cerca
y al mismo tiempo comprender que no haba
posibilidad de comunicacin entre ambos
mientras Montalbano permaneciera en la
casa.
Hasta que a Silvana se le ocurri una
idea. Una noche, cuando Mario se dispona a
correr las cortinas de su cuarto, capt un
movimiento al otro lado del canal y
contempl con asombro lo que se traa entre
manos su vecina: haba cambiado de sitio su
tocador cubierto de libros y empujaba su
cama para que quedara pegada a la ventana.
Al acabar se qued mirndole con los brazos
cruzados, y Mario comprendi que estaba
esperando que la imitara. No pudo evitar
sonrer mientras cambiaba la orientacin de
su cama para que su costado tambin
quedara pegado a los cristales. Ahora pasaba
bastante ms fro por las noches, pero
cuando se retiraba a su dormitorio saba que
la mujer de sus sueos le estara esperando
a quince metros de agua de distancia,
tumbada en paralelo a Mario aunque tuviera
que ser en otro lecho. Su rostro reclinado
sobre una de sus manos era lo ltimo que
vea antes de dormir, y lo primero cuando
abra los ojos ante los mortecinos rayos de
un sol de invierno. Ella siempre estaba
consciente, siempre le contemplaba con la
impasibilidad de una estatua a la que su
creador no ha permitido cerrar los prpados;
y aun as haba en su mirada algo que, si no
era amor, se le pareca demasiado. Mario no
crea que los aos convertida en una
autmata la hubieran hecho olvidar los
latidos de su antiguo corazn. Silvana tena
alma, y era capaz de amar. Mereca ser
amada a cambio.
An no poda imaginar que lo que
realmente trastocara todos sus planes no
sera la clera de Montalbano si se enteraba
de lo que estaban haciendo. Haba una
sombra ms amenazadora planeando sobre
su cabeza desde haca aos, y ahora se
encontraba a punto de caer sobre Mario
cuando comenzaba a pensar que su vida
tena de nuevo un sentido.
***
Venecia se despert el da de Navidad
cubierta por una espesa capa de nieve que la
tarde anterior haba empezado a caer sobre
la ciudad. Los copos se solidificaban apenas
tocaban la superficie del agua, tapizando los
canales con un terciopelo blanco que los
nios del vecindario se divertan
atravesando con sus espadas de madera. El
Bucintoro casi haba desaparecido bajo una
acumulacin de escarcha tan fina que
pareca cristal, y costaba distinguir su
nombre por las sucesivas costras de algas
congeladas que se haban adherido a la
madera. Sobresala en medio del hielo como
una criatura marina a la que las olas
hubieran arrojado a la fondamenta Minotto
para que pudiera morir en tierra firme.
Cuando Mario se sent aquella maana
en su cama, pasndose una mano por la cara,
no pudo distinguir nada en casa de los
Montalbano. Las ventanas se haban
empaado debido a las bajas temperaturas,
pero al despejarse algo ms crey reconocer
a Silvana en su dormitorio. El camisn
blanco que llevaba puesto la haca parecer
un fantasma tras la cortina de vaho que se
dedicaba a recorrer con la punta de un dedo.
Mario frot su propio cristal con la manga de
su camisa para abrir una parcela lo bastante
despejada como para contemplarla.
Entonces, cuando la muchacha se detuvo, se
dio cuenta de lo que acababa de hacer: haba
escrito un Feliz Navidad! sobre la
superficie de los cristales. Pas una mano en
sentido horizontal por la ventana, y a travs
de la franja limpia Mario se encontr de
nuevo con la acostumbrada mirada de un
azul ultramar de cada maana.
Sonriendo, coloc su propia mano sobre
el cristal con los dedos extendidos. Silvana
hizo lo mismo al otro lado del rio del
Gaffaro. Costaba creer que hubiera tanta
distancia entre ambos cuando casi pareca
que podran tocarse en cualquier momento.
Estaba a punto de separar los labios cuando
Andrea llam a su puerta para avisarle de
que iban a llegar tarde a la tradicional misa
de Navidad con los dems vecinos. Haban
conseguido que Scandellari accediera a
acompaarlos, aunque con Simonetta no
tuvieron la misma suerte; la chica les haba
dicho que prefera quedarse en casa
preparando la comida que compartiran ms
tarde. Haba adelgazado mucho en las
ltimas semanas, y tena los ojos tan
apesadumbrados como si el invierno en
persona se hubiera apoderado de su
corazn.
Por ser una celebracin tan especial, la
iglesia de San Rocco se encontraba atestada
de velas, y el aroma de la cera al derretirse
competa con el de las esplendorosas flores
de Pascua de un rojo encendido que los
feligreses haban colocado alrededor de la
urna que contena los restos del santo titular.
Un coro de voces blancas entonaba los
cnticos de rigor, una inocente escena que
hizo que a Scandellari se le humedecieran
los ojos al acordarse de su pobre Emilia. No
haba rastro de Montalbano, por supuesto,
ni tampoco de Silvana. Eran los nicos
vecinos que no se haban molestado en
acudir a la misa. Si los dems artesanos de la
fondamenta Minotto y la fondamenta
Gaffaro repararon en su ausencia, no dijeron
nada al respecto; seguramente los
consideraban un caso perdido.
La nieve segua cayendo con rabia
cuando salieron de la iglesia. Los nios de
Santa Croce correteaban por la plaza,
azuzando a los grupos de palomas que se
haban reunido en los escasos rincones secos
que podan encontrar, y todos los feligreses
se estrechaban las manos y se deseaban una
feliz Navidad antes de dirigirse hacia sus
hogares. Mario se despidi de Andrea y de
Scandellari para regresar cuanto antes a
casa. Quera sacar de su armario un regalo
que le haba comprado a Silvana, una
primera edicin de Frankenstein que
encontr en una de las libreras cercanas a la
baslica de San Marcos. Haba sustituido la
encuadernacin original por unas delicadas
tapas de cuero repujado en oro en las que
llevaba trabajando toda la semana. Saba que
el ejemplar que tena Silvana se encontraba
bastante manoseado, y adems estaba
convencido de que Montalbano no
descubrira su regalo teniendo en cuenta las
montaas de novelas que se acumulaban en
su dormitorio.
Estas ideas le calentaban el corazn
mientras doblaba la esquina que
desembocaba en la fondamenta Minotto. Los
copos de nieve, tan espesos como el algodn,
giraban en una loca danza alrededor de su
cabeza sin permitirle distinguir a las nicas
dos personas que haba en la calle hasta que
las tuvo al lado. Una nia permaneca de pie
delante del escaparate de Ca Corsini,
mientras una dama joven ataviada con gran
elegancia, su madre seguramente,
aguardaba sentada encima de una enorme
maleta de cuero negro con remaches
metlicos en las esquinas. Llevaba un abrigo
largo hasta los pies, de color verde oscuro,
ceido en la cintura y de amplio vuelo en los
tobillos, con ribetes de piel en las mangas y
el cuello; un manguito tambin de piel
protega sus manos del viento.
Lo siento dijo Mario sin molestarse
en mirarlas mientras introduca la llave en la
cerradura. Hoy es Navidad, y en Navidad
todos los establecimientos de Venecia...
Pens que podras hacer una excepcin
por ser un da tan especial.
Mario se qued quieto de repente. Esa
voz irrumpi en medio de sus pensamientos
como un machete desbrozando las lianas de
una selva a su paso. Se dio la vuelta, poco a
poco, temiendo encontrarse con lo que
efectivamente se encontr. Los pesados
copos de nieve que revoloteaban entre
ambos no conseguan enmascarar su rostro,
ni tampoco las flores secas que resbalaban
del ala de su sombrero adornado con un
diamante mandarn.
Nunca podra olvidarse de aquellos
rasgos. Nunca, ni aunque pasara un siglo,
porque se haba obligado a odiarlos con cada
fibra de su ser durante las largas noches en
vela de los ltimos aos. Los ojos negros,
increblemente grandes, rodeados por una
empalizada de pestaas espesas y rizadas.
Los labios regordetes que se esforzaban por
articular una sonrisa. El oscuro cabello que
enmarcaba su amplia frente, la barbilla con
un hoyuelo, la nariz levemente aquilina.
Todas las pinceladas de un retrato que Mario
haba relegado al rincn ms oscuro de su
memoria como lo hara Dorian Gray con el
peor de sus secretos.
La voz pareca negarse a ascender por su
garganta. Tuvo que intentarlo varias veces
mientras contemplaba, incapaz de creer que
fuera cierto, cmo la mujer descenda de su
maleta y alisaba con sus manos las arrugas
que haban aparecido en su abrigo.
Gina murmur. Y eso fue todo lo que
dijo: nicamente su nombre.
No era necesario aadir nada ms. La
sonrisa de la joven se abri poco a poco
como los ptalos de una amapola. Sus
dientes blancos contrastaban con su piel
morena.
Mario contest a su vez, agachando
la cabeza mientras se tambaleaban las flores
y el pajarillo de su sombrero. Me alegro de
volver a verte. Ha pasado mucho tiempo.
Seis aos, se dijo Mario, mientras su
desconcierto dejaba paso, poco a poco, a una
peligrosa ira que le suba por el pecho y que
saba que acabara estallando, ms tarde o
ms temprano. Seis aos desde que te
marchaste de Venecia. Seis aos en los que no he
dejado de maldecir tu nombre por haber hecho de
m lo que soy ahora mismo.
Cundo has venido? Qu diantres
ests haciendo aqu, si se puede saber?
Hace dos horas y media. Reunirme con
mi marido. Y por supuesto que se puede
saber, sobre todo si eres t quien me lo
pregunta. Baj los prpados de manera
que sus pestaas proyectaran una sombra de
encaje sobre sus mejillas. Por mucho que
te cueste creerlo sigo recordando cada uno
de los votos nupciales que pronunciamos
ante el altar.
Tienes una curiosa forma de
demostrarlo rezong Mario. Le temblaba
la mano con la que sac la llave de la
cerradura. No estars pensando... No ser
ms que una de tus estratagemas, verdad?
Realmente has decidido instalarte de nuevo
en Venecia?
No poda tener tan mala suerte. Despus
de todo lo que haba sucedido en las ltimas
semanas, de todas las decisiones que crea
haber tomado... Gina, una vez ms!
He terminado con Alessandro fue su
nica respuesta.
Terminado? Qu quieres decir con
eso?
Que hemos decidido recorrer caminos
distintos. Nuestra relacin se ha acabado
para siempre. Gina exhal un suspiro que
dilat su amplio busto. Estoy segura de
que no querr saber nada ms de m
despus de escuchar lo que le ech en cara al
abandonarle.
Veo que has perfeccionado tu tcnica.
Antes preferas resolver las cosas mediante
una carta dejada en la mesilla para evitar
cualquier posible recriminacin. Bien
hecho!
A Gina se le mancharon las mejillas de
escarlata. Apart la mirada, incmoda.
An sigo guardndola, sabes?
prosigui Mario como si no se hubiera
percatado de su turbacin. Tuve que leerla
una docena de veces para convencerme de
que lo que me decas era completamente
cierto. Todava podra repetirla palabra por
palabra.
Realmente has sido incapaz de
perdonarme? quiso saber Gina en un
susurro.
Hablabas de soledad... de que te
sentas abandonada en casa mientras me
pasaba las maanas trabajando en el taller...
de que merecas algo ms que la vida de la
esposa de un juguetero... Mario haba
dejado atrs el punto en que podra
detenerse. Las palabras le ardan en la
garganta. Y me hablabas de Alessandro.
De todo lo que el Gran Amadio te haba
prometido si accedas a marcharte con l. Y
de lo mucho que te haba cautivado.
Fui una tonta al hacerle caso
reconoci Gina. An segua ruborizada.
Alessandro se ha portado bien conmigo, y
ha sido muy generoso, pero no era lo que
aparentaba ser.
No creo que se pueda esperar otra
cosa de un ilusionista que ha labrado su
fortuna gracias a la credulidad de los dems.
Qu truco de magia us para atraerte a su
cama?
Dos ancianas que pasaban por su lado en
aquel momento los miraron con expresin
escandalizada. Debieron reconocer a Gina
unos segundos despus, porque se
agarraron de la mano y mientras se alejaban
por la fondamenta Minotto acercaron las
cabezas y se pusieron a cuchichear. La joven
se subi instintivamente el cuello de piel de
su abrigo.
Te he dicho que lo siento, Mario. No s
qu ms puedo aadir para que me creas. Y
no te haces una idea de lo mucho que me
duele que me hables as.
Ms me doli a m tu traicin. Por no
hablar de ciertas secuelas fsicas derivadas
de tu escapada. Mario seal su propia
nariz con un dedo. Apuesto a que no
tienes ni idea de lo que me hicieron cuando
me present en el embarcadero para tratar
de detenerte.
Por primera vez Gina pareci reparar en
su tabique roto. Se llev las manos a la boca.
Te atacaron? exclam acercndose
ms a l. No puede ser verdad! No lo
creo!
Tu querido Alessandro continu
Mario les encarg a cuatro de los hombres
de su compaa que me pararan los pies
cuando estaba a punto de alcanzar vuestro
vaporetto.
No te vi en ningn momento. No
imaginaba que encontraras mi carta tan
pronto...
Haba echado a correr hacia San
Marcos como alma que lleva el Diablo
cuando me di cuenta de que te habas ido. Y
habra llegado a tiempo de no haber sido por
tu Alessandro, que me envi a sus
muchachos nada ms verme aparecer. Me
dejaron tirado de bruces en el suelo,
contemplando sin poder moverme cmo te
marchabas con el ms miserable de los
hombres que ha pisado esta ciudad. Sin
tener ni siquiera la decencia de darme una
explicacin cara a cara. Sacudi la cabeza
sin apartar sus ojos de los de su esposa.
Ahora s que peda algo imposible. Nunca
ha habido la menor decencia en ti.
A Gina se le haban humedecido los ojos
mientras le escuchaba. Se pas por la cara
una de sus manos enguantadas, quitndose
de paso los copos enredados en sus
pestaas.
Aunque tengas razn en todo lo que
has dicho... consigui murmurar.
Aunque sea una persona tan odiosa como
piensas... te suplico que no hables as
delante de mi hija. No es ms que una nia
demasiado pequea para comprender lo que
ests diciendo.
La cogi de la mano para ponerla ante s,
como un escudo humano que la protegiera
de la furibunda mirada de Mario. La criatura
no deba de tener ms de cinco aos, o
incluso menos, porque apenas le llegaba a
Gina por la cintura. Su plida carita daba la
impresin de ser demasiado pequea para
contener sus inmensos ojos oscuros. Llevaba
puesto un abrigo muy parecido al de su
madre, aunque le quedaba tan grande que
casi lo arrastraba por los adoquines. Mario
sinti una punzada en el corazn al
contemplar las seductoras facciones de su
esposa mezcladas con las del Gran Amadio.
Los ojos eran los de Gina, y el cabello negro
era el de Gina. Pero el alma que anidaba
debajo de aquellos rasgos era tan distinta de
la suya como la noche del da. Aquella nia
estaba asustada y muerta de fro, y
seguramente no comprenda por qu su
madre se la haba llevado lejos de su casa en
lugar de pasar la maana de Navidad
acurrucadas al lado de una chimenea
encendida.
Se llama Marina le explic Gina al
ver que Mario no pensaba preguntar nada.
Me da lo mismo cul sea su nombre.
No deberas haberla trado contigo a Venecia
sin decrselo antes a Alessandro. O acaso lo
has hecho contando con su beneplcito?
Me ofreci una buena cantidad de
dinero reconoci Gina. La nia retrocedi
para cobijarse entre los faldones de su
abrigo. Pero no estaba dispuesta a
aceptarlo. Quiero empezar de cero en mi
ciudad natal sin tener que deberle nada a
nadie. Especialmente a alguien que te ha
causado tanto dao. En serio, si hubiera
tenido la menor sospecha...
Antes de que pudiera continuar la puerta
que haba al lado de Ca Corsini se abri
suavemente para dejar paso a la cabeza de
Simonetta. Pareci sorprendida al verle all.
Sabes dnde est Andrea, Mario?
Pens que habra regresado ya de la iglesia...
Lo he dejado con tu padre hace un
momento. Queran felicitarles la Navidad a
unos conocidos de Dorsoduro, pero no creo
que tarden demasiado. Para qu lo queras?
Tengo que hablar con l de algo...
Simonetta se qued callada de repente.
Acababa de reconocer el semblante de la
mujer que permaneca a su lado, oculto a
medias por su aparatoso sombrero verde.
Gina dijo muy despacio. Realmente
eres t de nuevo?
Cruz con Mario una mirada de
preocupacin. l movi la cabeza, aunque no
tuvo que darle explicaciones. Le conoca lo
bastante bien como para adivinar su
malestar.
Simonetta exclam Gina, y se inclin
para darle un beso en cada mejilla. Si nos
hubiramos cruzado por la calle no te habra
reconocido! Ha pasado mucho tiempo! Y
ests tan...! Se detuvo al encontrarse en un
apuro. No saba qu calificativo resultara
ms adecuado en una situacin como la suya
. Mayor! dijo con una sbita
inspiracin.
Simonetta se qued mirndola con los
labios apretados. Realmente presentaba muy
mal aspecto; tena el cutis enrojecido por
culpa de las lgrimas que no consegua
ahogar por las noches y la trenza con la que
se recoga el cabello completamente
deshilachada.
Desmejorada, querrs decir la
corrigi sin levantar la voz. Mi hermana
pequea muri hace unas semanas. No
tengo motivos para alegrarme de haberme
hecho mayor.
A Gina se le congel poco a poco la
sonrisa. Simonetta se volvi hacia Mario sin
prestarle mayor atencin. Haba una especie
de acuerdo tcito entre mujeres en virtud del
cual Gina no le mereca ms respeto que una
mosca despus de lo que haba hecho.
Cuando veas a Andrea dile que venga a
buscarme a casa, por favor. Es importante.
No ser necesario. Puedes decrselo t
misma respondi Mario sealando con un
movimiento de cabeza el extremo de la
fondamenta Minotto por el que haba
aparecido.
Las dos mujeres se dieron la vuelta.
Vieron acercarse a Andrea con la cabeza
gacha, las manos resguardadas en los
bolsillos de su abrigo y los ojos perdidos
entre los sucios adoquines de la calle. Traa
las cejas casi blancas por la nieve que se les
haba adherido.
Hola dijo en voz baja, besando a
Simonetta. Haca un fro de mil demonios
en la iglesia. Has hecho bien en no venir.
Entonces se gir hacia su hermano y repar
en la elegante dama que se encontraba a su
lado. No puedo creer... Gina! Has
regresado!
Mario puso los ojos en blanco. De nuevo
tendra que escuchar unas explicaciones sin
fin que lo nico que conseguiran sera
ponerle ms nervioso. Arda en deseos de
entrar en su casa para no tener que ver ms a
Gina ni a aquella nia raqutica suya que
segua contemplndole de hito en hito, con
una expresin indescifrable en sus ojos.
Casi le dio un vuelco el corazn cuando
escuch que Andrea deca:
Piensas quedarte con nosotros como
en los viejos tiempos?
Me gustara hacerlo reconoci Gina.
Una seal de alarma empez a sonar dentro
de la cabeza de Mario. Le he hablado
mucho a Marina de la ciudad en la que naci
su madre y s que seramos muy felices aqu.
Siempre y cuando no haya inconvenientes...
Por supuesto que los hay!
interrumpi Mario sin poder reprimirse por
ms tiempo.
Tres pares de ojos oscuros se clavaron en
su persona. Los de Gina no mostraban una
gran sorpresa, por mucho que se esforzara
por representar el papel de la dama
desvalida.
No estars pensando sigui diciendo
Mario que despus de lo que me ha
hecho...
Vamos, Mario, no seas rencoroso. Hoy
es Navidad, y todos los hoteles de Venecia
estarn atiborrados de turistas. Es
demasiado tarde para que encuentren una
habitacin.
Haba pensado acudir a una de las
pensiones del Lido, si era necesario...
comenz Gina con una inocencia que
conseguira convencer a cualquier persona
menos a Mario.
No me vengas con cuentos. No pienso
morder ese anzuelo. En mi casa no hay sitio
para nadie ms, y menos para una persona
tan desprovista de cualquier moral como t.
En la nuestra tampoco se apresur a
decir Simonetta antes de que pudieran
preguntrselo. Solo tenemos dos camas, y
no he compartido la ma desde que mi
hermana...
Su voz fue debilitndose. Andrea rode
sus hombros protectoramente con un brazo.
A lo mejor a tu padre se le ocurre qu
hacer. Eh, Benedetto! exclam al ver cmo
se acercaba en medio de la nieve. Mira
quin ha vuelto a casa! No te lo vas a creer!
Vlgame el Seor! Pero si es Gina!
Nunca pens que te vera de nuevo por
aqu!
Mario se mora de ganas de gritarles a
todos que se haban vuelto locos. Por qu
no comprendan que el regreso de Gina era
lo peor que podra sucederle? Es que
ninguno se acordaba de cmo lo haba
pasado cuando le dej? Realmente tenan
que fingir que nada se haba roto entre ellos,
que la situacin de Mario no haba cambiado
en absoluto?
Se acab. Se acab, he dicho!
Levant ms la voz hasta que consigui que
Gina y Scandellari dejaran de hablar. Todos
se volvieron hacia l. No estoy dispuesto a
airear este asunto en plena calle. Bastante
bochorno pas hace seis aos como para
ponerme de nuevo en ridculo delante de
nuestros vecinos. Gina, t y yo vamos a
entrar en casa, y no me importa lo mucho
que protestes. Esta ser la ltima vez que
hablemos. Gina se puso un poco plida,
aunque no se atrevi a llevarle la contraria.
A los dems os ver a la hora de comer
sigui diciendo Mario de mal humor. Ms
vale que no nos molestis.
Sus palabras tuvieron el resultado
esperado. Andrea asinti con la cabeza y
abri la puerta de Ca Corsini para dejar la
maleta de cuero de Gina detrs del
mostrador, y una vez hecho esto se march
con Simonetta a la casa de al lado.
Scandellari decidi hacerse cargo de Marina.
Ven conmigo, te regalar unas flores de
cristal que te encantarn, le susurr a la
pequea antes de seguir a los dos jvenes.
Mario estuvo tentado de pedirle a Andrea
que se ocupara de ella, porque no estaba
seguro de si la proximidad de una nia
apenas unos aos ms joven que Emilia
Scandellari le hara demasiado bien a su
vecino.
La verdad era que tena cosas ms
apremiantes en las que pensar. Mientras
dejaba la llave de la juguetera sobre el
mostrador no pudo apartar los ojos de su
esposa. Gina se haba desabrochado la
largusima hilera de botones que recorra
toda la parte delantera de su abrigo. Llevaba
un vestido de color manzana adornado con
detalles de pasamanera negra que realzaba
el exquisito tono de su piel. La tela se
adhera a una silueta de la que Mario no
haba conseguido olvidarse: un exuberante
cuerpo de mujer de cintura estrecha con
unas caderas y unos pechos generosos que
sola volver completamente locos a los
jvenes de Santa Croce. En aquel momento
no le inspiraba ms que hasto. Vio cmo se
quitaba los alfileres que mantenan su
sombrero en su sitio; Gina, al sentirse
observada por su marido, dej caer su largo
cabello negro por encima de uno de sus
hombros en un pesado tirabuzn aderezado
con un broche de madreperla. Cualquier
mujer de Venecia pensara que era una
aristcrata de nacimiento. Mario no poda
dejar de acordarse de su cofia blanca y su
delantal almidonado cuando se acercaba al
palacio de los Liassdi para visitarla en los
raros momentos en los que las hijas de la
familia prescindan de su doncella.
Nunca has tenido un aspecto ms...
comenz a decir. Gina se volvi hacia l con
una sonrisa esperanzada. Ridculo
concluy Mario. Cogi el sombrero con un
gesto de profundo desprecio. Qu son
todas estas flores secas? Y este pobre pjaro
disecado?
No es un pjaro disecado! protest
Gina, y se lo arranc de la mano. Est
hecho de papel mach! S que no es lo ms
adecuado para una nevada, pero nunca me
atrevera a ponerme un animal de verdad en
mi sombrero. Las cosas muertas me dan
escalofros.
Yo conozco a una persona muerta que no te
dara precisamente escalofros, pens Mario de
mal humor. Te dara ms envidia de la que
puedes haber sentido en tu vida por otra mujer.
Aquel pensamiento no le hizo sentirse ms
tranquilo.
Est bien dijo armndose de
paciencia. Se apoy en el borde del
mostrador. Creo que por lo menos
estaremos de acuerdo en que no nos interesa
que este encuentro se d a conocer. Has
tenido suerte de que casi todo el mundo
siguiera en misa. De lo contrario ahora
mismo seras la comidilla de Santa Croce.
Gina se encogi de hombros con aire
desenvuelto. Aquello no pareca preocuparle
lo ms mnimo. Puede que tu reputacin
se encuentre suficientemente daada
continu Mario pero no pienso permitir
que le suceda lo mismo a la ma. Os
quedaris en la juguetera hasta que amaine
el temporal. Y cuando deje de nevar saldris
de mi casa para no regresar nunca ms. Ha
quedado claro?
Gina se acerc a una de las estanteras
para depositar su sombrero entre las
sonrientes muecas de porcelana que
atendan a su conversacin, como
espectadoras en un teatro.
Ya has odo lo que dijo Andrea. No
creo que pueda encontrar ninguna
habitacin en estas fechas, ni siquiera en las
posadas de Mestre y de Treviso. Con todos
estos turistas...
Pues bscate la vida. Llama a cada uno
de los conventos de la ciudad si no hay ms
remedio. Aqu no puedes quedarte, Gina. En
eso s que no pienso dar mi brazo a torcer.
Por qu tienes que ser tan cabezota?
protest Gina de repente. Qu es lo
que te da tanto miedo? Que todo el
vecindario se dedique a cotillear de nuevo
sobre nosotros?
Mario abri la boca para contestarle, pero
no lleg a pronunciar palabra. Algo rompi
de repente el silencio, una risa procedente
del otro lado de la pared. La risa de Marina,
a la que Scandellari deba de estar
enseando las familias de animales de
cristal que antes sola fabricar para
Simonetta, y cuando empez a convertirse
en una mujercita, para su adorada Emilia.
Aquel sonido tan inofensivo le puso un
nudo en el estmago. Cunto tiempo haba
pasado desde que una nia se ech a rer en
la cristalera de Scandellari?
Mir de reojo a Gina. Se haba acercado a
uno de los escaparates para observar con
preocupacin cmo se multiplicaban por
momentos los copos de nieve. Puede que
fuera la mujer ms desvergonzada del
mundo, pero tambin era una madre. Y
ninguna madre dejara que su cachorro
pasara la noche al raso si tena la menor
posibilidad de evitarlo.
Cunto dinero has trado encima?
pregunt Mario pasados un par de minutos.
Lo suficiente para sobrevivir durante
unos meses. Pero puedo ganar mucho ms.
No hay ms ilusionistas en Venecia. Tu
Alessandro fue el ltimo, gracias a Dios. Y
dudo mucho que quieran contratarte en
algn sitio donde tengas que cubrirte las
piernas.
Estaba hablando de algo muy distinto
repuso Gina. Pas los dedos por las
hebillas plateadas de su maleta. He trado
conmigo muchas de las cosas con las que
sola salir al escenario. Todos los aderezos
que confeccionaron para m, por ejemplo; y
casi todas las joyas que me han regalado. Me
darn una buena cantidad cuando me
desprenda de ellas.
Mario se pas una mano por la frente.
Reconoca aquella sensacin. Muchas veces
le haba asaltado la duda de si su esposa
pensara realmente que el mundo no era
ms que un lugar donde cualquier persona
se mostrara encantada de satisfacer todos
sus deseos.
Ests loca de atar. Completamente loca.
Crees que nadie reconocera esos adornos?
No se los he robado a la compaa!
protest Gina, indignada. Son mos! Los
he ganado gracias a mi trabajo y puedo
cambiarlos por su peso en oro cuando lo
necesite!
Mario enarc una ceja mientras alargaba
una mano para examinar el broche que se
haba prendido en el pelo. La madreperla
pareca atraer toda la luz que haba dentro
de la juguetera. Antes de que pudiera
aadir nada ms, Gina le agarr suavemente
los dedos.
Deja que me quede contigo, Mario le
suplic. Los ojos le relucan como pedazos
de azabache. Si no lo haces por m... hazlo
por mi pequea. Te prometo que no te dar
ningn problema, ni tampoco lo har yo. No
sern ms que unas semanas... lo que tarde
en encontrar una forma de ganarme la vida
por m misma. Recuerda que... es Navidad...
A Mario se le escap un resoplido en el
que pareca concentrarse toda su amargura.
Lo s. Es Navidad. Y este es el regalo
que recibir, al parecer. Sacudi la cabeza
con cansancio. Debo de ser la peor
persona del mundo para que mis estrellas se
alineen as.
Bien pensado, lo que estaba sucediendo
no era culpa de nadie ms que de l. Se lo
tena bien empleado por haberse enamorado
de Gina. Muchos vecinos, hasta Scandellari y
la propia Simonetta, que no tena ms que
diez aos por entonces, le haban asegurado
que no se mereca una mujer as, aunque
Mario haba tomado aquello como un
insulto.
Ahora se daba cuenta de que tenan toda
la razn. No le deseaba a nadie la desgracia
de dar con una mujer como Gina. Haba sido
como una sanguijuela emocional para l.
Est bien. Podis quedaros con
nosotros unos das. Pero nada ms que unos
das!
A Gina le resplandecieron los ojos.
Gracias!, grit mientras le echaba los
brazos al cuello, aunque Mario se apresur a
sujetar a tiempo sus muecas. Los pocos
meses que haba pasado con ella le haban
servido para conocer demasiado bien sus
artimaas.
Estate quieta. No tienes que montar
ningn espectculo. Quiero que te quede
claro que no voy a hacer esto por ti, sino por
Marina. No tiene la culpa de que seas su
madre.
Te prometo que no te arrepentirs
exclam Gina sin prestar atencin ms que a
lo que quera escuchar. Era lo que haba
hecho siempre. Gracias, muchsimas
gracias...!
El alivio casi la haca rer y llorar a la vez.
Mario solt un suspiro de resignacin.
Sgueme le dijo de mala gana. Le
dir a Andrea que me ayude a subir tu
maleta ms tarde. Y ten cuidado con los
primeros escalones; deben de estar cubiertos
de hielo.
Abri la puerta que daba al patio y se
encamin hacia el piso de arriba de la casa,
con Gina pisndole los talones. Era
demasiado consciente de lo cerca que la
tena, y eso no haca ms que aumentar su
incomodidad. Todo se pareca
dolorosamente a la primera vez que la haba
conducido por esas mismas escaleras, hasta
la misma casa en la que se instalara a partir
de aquel momento, hasta la misma
habitacin cuya puerta empuj sin
pronunciar una palabra. Era un cuarto
pequeo, limpio aunque enormemente
sobrio; no haba ms que la cama de hierro
que Mario haba colocado contra la ventana,
un armario de una sola puerta, un
aguamanil para el agua caliente y unas
cuantas estanteras en las que sola poner los
juguetes defectuosos que suba de la tienda,
junto con un puado de papeles sujetos con
chinchetas en los que apuntaba los diseos
que se le ocurran antes de trasladarlos a la
madera y la hojalata. Desde luego, no poda
ser ms distinto de las palaciegas estancias
por las que Gina y el Gran Amadio haban
paseado sus amores, pero aquella sencillez
no pareci molestarla en absoluto. Era como
si le aliviara que las cosas siguieran como las
haba dejado. Tal vez confiaba en que
ocurriera lo mismo con Mario.
Cuntos recuerdos... la oy susurrar.
Se haba detenido en la puerta con una
sonrisa invisible en los labios. Es como si
hubiera sucedido ayer. La ceremonia en San
Rocco...
Dio unos cuantos pasos sobre la
alfombra deshilachada que haba al pie de la
cama de Mario. Pas los dedos por los
barrotes de hierro. No le cost adivinar lo
que pensaba.
An me cuesta creer que pudieras
traerme en brazos por toda la fondamenta
dijo riendo entre dientes. Decas que mi
vestido pesaba una tonelada. Y luego,
cuando al fin cerramos la puerta de la
juguetera, se me enganch uno de los
volantes en el picaporte...
Y me hiciste prometer que lo llevara a
arreglar al da siguiente, aunque nunca ms
te lo pusieras repuso Mario. Siempre
has hecho conmigo lo que te ha venido en
gana.
No digas eso. Hemos sido muy felices
juntos. No hay ninguna razn para que no
podamos serlo de nuevo, ahora que todas
nuestras equivocaciones han quedado muy
atrs.
Dijo esto en un tono de voz del que
Mario tambin se acordaba. Lentamente, sin
hacer ningn ruido, Gina dej caer su largo
abrigo de terciopelo sobre las sbanas
revueltas de la cama que no se haba
molestado en hacer antes de marcharse con
Andrea. Las viejas barras chirriaron cuando
se sent en el borde, recolocando la
amplitud de su vestido a ambos lados de sus
piernas. Elev hacia Mario una sonrisa que
contena mil promesas.
Marina debe de estar muy entretenida
con Scandellari. Y tu hermano con su hija,
con la que parece haberse encariado mucho
en estos aos. A lo mejor nos dara tiempo
a...
Haz el favor de no ponerte en ridculo.
Sabes que eso no servir de nada conmigo.
Los labios de Gina se tensaron en sus
comisuras, aunque en seguida sonri de
nuevo.
A veces eres condenadamente
retorcido. No estoy tratando de
recompensarte por el favor que nos vas a
hacer. Simplemente me apetece que
pasemos un rato a solas los dos.
Pues da la casualidad de que a m no
me apetece en absoluto le asegur Mario,
y le dio la espalda para sacar unos
pantalones y un par de camisas del armario
. Ya sabes dnde estn todas las cosas.
Conoces de sobra esta habitacin, y casi
nada ha cambiado.
Gina arrug un poco el entrecejo. Apoy
una mano sobre el colchn para levantarse.
Qu se supone que ests haciendo?
le pregunt. Adnde vas con toda esa
ropa?
No es evidente? Te estoy dejando
espacio para que coloques tus cosas.
Aunque, si quieres escuchar un consejo, yo
no me molestara en deshacer la maleta. Vas
a salir de aqu antes de lo que t misma
piensas, as que sera una prdida de tiempo
y de energa.
Ella se qued muy quieta. Era evidente
que no se esperaba una reaccin semejante.
A partir de ahora pasar las noches en
el comedor sigui Mario. Es una suerte
que apenas usemos el divn. Creo que
tendr el honor de ser el primer invitado que
lo ocupe.
Pero qu ests diciendo? Gina no
pareca dar crdito a lo que escuchaba.
Haba abierto desmesuradamente sus ya de
por s grandes ojos negros. Piensas que
voy a quedarme de brazos cruzados viendo
cmo abandonas tu propia cama para
dejrmela a m?
No me vengas con melindres. Has
hecho cosas mucho peores de las que luego
no te has sentido culpable. Cuanta ms
distancia haya entre nosotros, mejor. S lo
que digo.
A juzgar por la expresin de Gina aquello
era lo ms desconcertante que haba visto.
Mario... aunque hayamos estado
separados todos estos aos... todava somos
marido y mujer empez a decir con algo
de inseguridad. No sera ningn crimen
que pasaras la noche conmigo. Los dos
sabemos que sigues teniendo tus derechos.
An soy... tuya...
Antes me acostara con una mantis
religiosa asegur Mario. Cogi unos
zapatos que haba al pie de la cama. Al
menos me quedara el consuelo de que me
arrancara la cabeza en cuanto se aburriera
de m. No me condenara a mirar cmo se
marcha con el primer bicho que pasa,
convirtindome en el hazmerrer de todos
los de nuestra especie.
En una de las estanteras del armario
segua el ejemplar de Frankenstein que Mario
haba comprado la semana anterior. Vacil
un momento antes de cogerlo, y lo meti en
uno de los bolsillos interiores de su
chaqueta. No le apeteca lo ms mnimo que
Gina se enterara tambin de aquello. Estaba
a punto de darse la vuelta cuando sinti su
pequea mano morena deslizndose por su
brazo. Se haba acercado tan
silenciosamente que no la haba llegado a
escuchar. La escasa claridad que entraba por
la ventana que haba a su izquierda haca
relucir sus ojos como dos charcos en los que
se reflejara la medianoche.
Hay algo que an no te he dicho... y
que estoy segura de que no creers
comenz a susurrar. Toda su autosuficiencia
pareca haber desaparecido. S que
piensas que estoy aqu porque he
abandonado a Alessandro. En realidad
abandon a Alessandro... porque necesitaba
regresar aqu. Quera volver a la casa de la
que no debera haberme ido nunca.
Es un poco tarde para que te des
cuenta de eso replic Mario. Intent
soltarse de su mano, pero Gina no afloj su
presin. No puedes dejar un plato a la
mitad porque de repente lo encuentres poco
sabroso. Corres el riesgo de que otra persona
se quede con lo que habas considerado
montono y aburrido. Alguien a quien le
apetezca ms que a ti.
Pero te conozco demasiado bien. S
que no has dejado de recordarme durante
todo este tiempo, igual que yo no he dejado
de hacerlo. Pensaba en ti cada da, Mario.
Gina se encontraba tan cerca que casi era
capaz de aspirar su aliento. Aquello tampoco
haba cambiado. Miel picante, se encontr
pensando de repente. Las noches... se me
hacan muy largas mientras permaneca
acostada al lado de Alessandro en las
habitaciones de los hoteles y los camerinos
de los teatros ms importantes continu
en un susurro. Me preguntaba a cada
momento qu estaras haciendo... si
pensaras en m como lo haca yo... si
estaras maldicindome todo el rato o
habras comprendido tambin que todo se
puede arreglar, que quienes fueron creados
el uno para el otro siempre pueden volver a
ser una misma cosa...
No le dio tiempo a apartarse. Las manos
de Gina se posaron en sus mejillas mientras
sus labios se apretaban contra los de Mario
como dos hierros candentes que quisieran
marcar de nuevo lo que haba sido suyo.
Acerc ms su cuerpo al de su marido de
modo que cada uno de sus msculos
estuviera en contacto con las suaves
convexidades de su anatoma. Pudo sentir la
presin de sus pechos contra su camisa, la
caricia de su cabello cuando las manos de
Gina descendieron para acariciar los
tendones de su garganta. Su piel pareca
quemar bajo sus dedos como si un poderoso
infierno creciera en su interior.
En cierta ocasin le haba odo decir a
Scandellari que donde ardi un fuego
siempre quedan brasas. Ahora Mario poda
comprobar que no era cierto. Seis aos antes
habra dado un mundo por uno solo de
aquellos besos; en aquel momento le daba
asco el mero roce de sus labios. Record que
era la boca que haba dicho s al Gran
Amadio cuando le propuso marcharse de
Venecia sin ni siquiera molestarse en decirle
nada a su marido...
Basta logr susurrar contra sus
labios. Agarr los hombros de Gina para
apartarla de s. A esto me refera cuando
deca que tenamos que mantener las
distancias. Ella se qued mirndole con la
respiracin algo alterada y los labios todava
hmedos por el beso que acababan de
compartir. Mario sigui diciendo, impasible
: No volver a haber ms contactos
innecesarios entre nosotros dos. Ya no
puedes atraparme de este modo...
Le hubiera gustado aadir algo ms, pero
de repente percibi un movimiento al otro
lado del rio del Gaffaro. Supo lo que era
antes de volverse hacia all. Sinti cmo se le
encoga el corazn al darse cuenta de que se
haban detenido justo delante de la ventana.
De pie entre las cortinas que haba
separado quin saba cunto tiempo antes,
Silvana los contemplaba con los ojos muy
abiertos y las manos agarrotadas sobre los
pliegues de la tela. El espanto de sus
facciones la haca parecer mucho ms joven,
una nia asustada que acaba de despertarse
en medio de una pesadilla. Los cristales ya
no se encontraban lo suficientemente
empaados como para confiar en que no
hubiera visto lo que acababa de pasar. Y lo
que era an peor, para que no imaginara lo
que tal vez pasara ms tarde.
Antes de que Mario pudiera hacer nada
las cortinas volvieron a cerrarse y Silvana se
esfum de su vista. La nieve sigui
rizndose sobre la distancia que los
separaba como si quisiera ocultarle un dolor
ms intenso que nada de lo que pudiera
sentir un ser humano.
CAPTULO IX
El regreso de Gina fue un autntico
regalo de Navidad para sus antiguos vecinos
de Santa Croce. La noticia de que haba
reaparecido con una nia, sobre cuya
paternidad la gente pareca especialmente
deseosa de elucubrar, corri como la plvora
por cada una de las casas en las que las
familias se reunan para compartir la comida
ms importante del ao. Mientras rasgaban
los papeles de colores que envolvan sus
regalos no hablaban de otro asunto, y lo
mismo sucedi en las siguientes semanas,
cuando los mentideros del barrio se
convirtieron en un hervidero de curiosos
(concretamente de curiosas, y de una edad
muy avanzada, adems) entre los que el
nombre de la joven no dejaba de saltar de
una boca a otra. Cuando se despedan lo
hacan alegrndose de que ninguna de sus
hijas se hubiera puesto en evidencia ante la
opinin pblica como lo haba hecho ella.
Pero a pesar de lo mucho que la criticaban, a
pesar de la labor que las lenguas viperinas
de las ancianas se complacan en llevar a
cabo, una cosa era completamente cierta:
entre todos le haban asignado un puesto de
honor en el panten de las celebridades de
Santa Croce.
Muy pocos desconocan la historia de la
esposa disoluta del juguetero. Durante los
ltimos aos, la leyenda de Gina Corsini, la
que se haba marchado con el Gran Amadio
camino de la fama y la gloria, haba
circulado por toda Venecia. En los peridicos
haban aparecido numerosas fotografas
suyas en las que la ayudante del mago ms
prestigioso de Europa luca en todo su
esplendor: faldas de gasa que apenas
cubran sus rodillas, medias con estampados
de fantasa realizados en seda y encaje,
corss tan apretados que sus pechos
parecan correr un serio peligro de
desbordamiento y coquetos sombreritos de
copa prendidos sobre la masa de sus
cabellos rizados. Esas imgenes se
difundieron por la ciudad en un abrir y
cerrar de ojos, excitando la imaginacin
incluso de los vecinos ms impasibles.
Naturalmente, no se trataba de convertir los
escenarios en los que la pareja actuaba en un
cabaret, pero los ilusionistas de la poca
solan pedir a sus ayudantes que se ataviaran
de una manera parecida para asegurarse de
que la mayor parte del pblico prestara ms
atencin a los movimientos de las
muchachas que a los suyos propios. Por lo
que Mario saba la tctica siempre
funcionaba, y la fama de Gina ascendi de
una manera directamente proporcional a la
vergenza que le causaba todo aquello a su
marido. Cuando caminaba por la calle le
daba la sensacin de que la gente
cuchicheaba en voz baja a su paso,
preguntndose cmo poda haber dejado
escapar a una mujer con unos encantos
como los que haba aireado tan alegremente
la prensa europea.
Las cosas no cambiaron demasiado
cuando Gina regres a Venecia. Cada vez que
se decida a salir de Ca Corsini encontraba
un corrillo de vecinos disimulando delante
de la puerta, preparados para comerse con
los ojos a la diva cada en desgracia. A ella no
le molestaba la situacin; es ms, incluso se
enorgulleca de que su nombre resonara en
la memoria de las personas que antes la
haban tratado como su igual. Durante la
primera semana que pas con los Corsini
aprovech para retomar el contacto con unas
antiguas amigas que trabajaban en Rialto.
Tenan puestos de baratijas que hacan las
delicias de los turistas y en los que, si a uno
le sobraba tiempo para mirar con calma, se
encontraban joyas que realmente merecan
la pena. A Mario le sorprendi bastante
comprobar que su esposa estaba
cumpliendo con su parte del trato: las cosas
que traa en su maleta cayeron poco a poco
en las codiciosas manos de las dependientas
a cambio de unas sumas nada despreciables.
Primero se desprendi del broche de oro
blanco y madreperla con el que se haba
adornado el pelo al presentarse en Ca
Corsini. Luego hizo lo propio con todas las
chucheras que le haban regalado el Gran
Amadio y sus admiradores: dijes de
amatistas y brillantes, medallones con
camafeos de coral de Npoles, una
gargantilla de granates de Bohemia que
segn Gina le haba ofrecido en persona el
archiduque Francisco Fernando despus de
una representacin especialmente exitosa en
su residencia de verano... Con todos aquellos
ingresos consigui reunir parte del dinero
que necesitara para instalarse por su cuenta
en Venecia. No le importaba desprenderse
de todos sus tesoros porque estaba
convencida de que no los necesitara en la
nueva vida que les esperaba a su pequea
Marina y a ella en la ciudad que la haba
visto nacer.
Algo parecido sucedi con sus vestidos.
Gina se haba llevado de la casa del Gran
Amadio unas cuantas prendas en previsin
de que algn da tuviera que canjearlas por
lo que le haban costado a su protector. Las
nicas que reserv para s misma fueron las
que le compr Mario en los meses felices de
su matrimonio, sencillas ropas de algodn
con las que, aunque no pudiera sospecharlo,
se encontraba mucho ms atractiva que con
ninguno de sus modelos de alta costura.
Todava me quedan unos cuantos
vestidos de atrezzo para vender le cont un
da a Mario con aire de satisfaccin. Son
los que sola ponerme para las
representaciones en la Egyptian Hall de
Piccadilly antes de que la demolieran. Las
mujeres venecianas no han visto nunca esta
clase de faldas, con tantas capas
superpuestas de gasas, as que supongo que
se las arrancarn de las manos unas a otras.
Van a ser la sensacin de este invierno!
A lo mejor te haras de oro
vendindoselas a la Fiorella ironiz Mario
ganndose una mirada de profundo desdn.
La casa de la Fiorella era uno de los burdeles
de mayor pedigr de la ciudad, y sus chicas
tenan fama de ser las ms atrevidas de las
cortesanas.
Esta clase de comentarios no eran
capaces de enturbiar el nimo de Gina.
Aunque no pudiera imaginarlo, lo que
realmente motivaba a su esposa para
desprenderse de todo aquello que haba
constituido su mundo era la necesidad de
convencerse a s misma de que pronto
tendra alicientes ms que suficientes para
abrazar uno nuevo. Nunca haba sido una de
esas personas capaces de conformarse con lo
que la vida les ofrece a cada momento, sin
atreverse a jugar sus cartas en una partida
contra su propio destino. Haba regresado a
Venecia por un motivo, y ese motivo era
Mario. Y no pensaba echarse atrs.
***
La campaa de reconquista que
emprendi durante las siguientes semanas
lograra dejar en ridculo a la amante ms
abnegada. Gina no era una mujer estpida,
pero tena un abanico de apetitos ms
sencillos que los de Mario y en consecuencia
no le entraba en la cabeza que pudiera
fracasar en su tentativa. Saba que era
hermosa, y se comportaba como cualquier
mujer poseedora de aquel convencimiento.
Su belleza le haba granjeado fama y
riquezas y placeres; haba conocido lo ms
dulce de la existencia y cometido los excesos
ms deliciosos que poda permitirse una
joven de su edad, y ahora lo nico que le
interesaba era recuperar aquello que le haba
parecido prosaico y aburrido cuando no
contaba ms que veinte aos. Haba
madurado lo suficiente como para saber
valorarlo, y al mismo tiempo segua siendo
la misma criatura caprichosa que crea que el
mundo nunca se atrevera a contrariarla. Por
encima de todo consideraba que Mario era
suyo, y se dedicaba a hacerle comprender lo
mucho que la haba echado de menos
durante todo aquel tiempo sin darse cuenta
de que su marido la rehua como si tuviera la
peste. Le hablaba de las cosas que haba
conocido en sus viajes por Europa y de lo
mucho que la haban admirado en todos los
lugares en los que actu con el Gran
Amadio. Intercalaba en sus discursos frases
en francs y en alemn con las que pretenda
dejar a Mario con la boca abierta. Y a
menudo lo consegua, aunque por un motivo
muy distinto: todas sus tonteras le hacan
acordarse de cierta muchacha que pasaba las
noches en vela leyendo en su dormitorio, y
tambin le hacan preguntarse en silencio
cmo era posible que ambas pudieran
pertenecer a la misma especie.
Cuando Gina se dio cuenta de que no
conseguira nada dndose aires de gran
seora decidi cambiar de tctica. Pas a
comportarse como una amantsima esposa,
pendiente de cada cosa que necesitara Mario
a cada momento. Le llevaba tazas de caf
caliente a su taller, le preparaba los platos
que saba que le gustaban ms, y por la
noche, cuando se dispona a acostarse en su
divn, apareca con una manta o con un vaso
de agua o con cualquier excusa que le
permitiera pasearse ante sus ojos con un
camisn de encaje que dejaba muy poco a la
imaginacin. Como reconoci Andrea ante
Scandellari una maana, aquello sera
bastante para hacer sucumbir al ms santo
de los eremitas. Pero Mario no habra
movido ni un dedo aunque Gina se le
hubiera tirado al cuello. Sus relucientes ojos
negros no eran ms que quincalla
comparados con los mares azules en los que
quera perderse.
Gina soport esta situacin durante todo
el mes de enero, pero finalmente su amor
propio gan la partida. La nica explicacin
que se le ocurra para que se resistiera a sus
encantos era que alguna desvergonzada lo
haba seducido mientras ella (ella, su mujer
a los ojos de Dios y del mundo!) permaneca
alejada de Venecia. Y como no era tan tonta
como Mario imaginaba, no tard en hacerse
una idea de quin poda ser su competidora.
No puedo creer lo que estoy viendo
le dijo un da a Andrea mientras observaba
las idas y venidas de la gente a travs de los
cristales del comedor. La vieja casa de
Julius Grnwald ha sido restaurada? No
estaba a punto de venirse abajo cuando me
march?
Trat de darle a su voz un tono de
genuina sorpresa. Andrea dej a un lado la
carta que estaba escribiendo a un
compaero de la escuela que se haba
trasladado a Miln.
A nosotros tambin nos extra
mucho. Creo recordar que las obras
comenzaron en septiembre. Pero lo ms
chocante es que en la planta baja
inauguraron una juguetera...
Cmo que una juguetera? Gina
mir a su cuado con los ojos abiertos de
par en par. Saba que cuando lo haca la
oscuridad de sus iris contrastaba
maravillosamente con el blanco que los
circundaba. Una tienda igual que la
vuestra? Al otro lado del canal?
Exacto contest Andrea con aire
distrado. Tena la mente en otra parte. Se
llama La Grotta della Fenice, y pertenece a
los Montalbano. La verdad es que son muy
buenos.
No quiero ni imaginar cmo se tom
Mario tener a la competencia justo enfrente.
Al principio protest todo cuanto
quiso, pero parece que lo ha acabado
asimilando.
Ya veo... Y no tendr nada que ver esa
chica que se pasa las noches en la ventana?
La reaccin de Andrea fue la que haba
esperado: apart de inmediato la mirada con
una incomodidad que sirvi para confirmar
todas y cada una de las sospechas de Gina.
Pens que era la primera vez que te
fijabas en esa casa... aventur el
muchacho.
Es imposible no darse cuenta de que
tenemos vecinos nuevos rezong Gina
sobre todo cuando te miran con una cara de
asco como la que me pone esa muchacha
cada vez que me asomo a la calle. La he
descubierto examinndome de los pies a la
cabeza y no me ha gustado nada cmo lo ha
hecho. Adems tiene un aspecto de lo ms
enfermizo.
Andrea prefiri regresar a su carta para
ahorrarse problemas. Gina, envalentonada al
comprender por fin con quin tena que
batirse en duelo, continu diciendo,
impertrrita:
Reconozco que es bastante guapa, pero
su cuerpo es delgaducho y poca cosa. Y con
ese pelo tan descolorido no parece italiana
en absoluto. Es tan liso que no podra
hacerse nada con l. Y aadi en un tono
triunfante: Parece una de esas inglesas
inexpresivas!
Aquel descubrimiento la hizo sentirse
ms segura de s misma que nunca. La hija
de Montalbano tena toda la pinta de ser la
tpica amargada que prefera quedarse con
sus libros y sus mecanismos en lugar de
vivir la vida en un palco de primera clase,
como a Gina le gustaba hacer. Careca de sus
curvas y de cualquier nocin de lo que tena
que hacer una mujer para conquistar a un
hombre. No haba nada en ella que pudiera
seducir a Mario. Nada que la hiciera
diferente de las dems muchachas
venecianas de su edad...
***
Mientras Gina campaba por sus respetos
en Santa Croce, su marido no haca ms que
sumergirse en la amargura. Silvana no haba
vuelto a dar seales de vida al otro lado del
rio del Gaffaro. Siempre que se asomaba a la
calle encontraba cerradas las cortinas de su
cuarto. Pareca que la aparicin de Gina lo
haba echado todo a perder... incluso la
complicada relacin a quince metros de
distancia que haban mantenido hasta
entonces.
Ahora la habitacin de Mario perteneca
a su esposa y a Marina, y no tena razn de
ser que Silvana le esperara sentada entre sus
almohadones. La extraaba de una manera
que a veces le haca asustarse ante sus
sentimientos. Habra dado cualquier cosa
por saber qu era lo que pasaba por su
cabeza. Quera averiguar si realmente le
haba declarado odio eterno o si
simplemente la haba decepcionado tanto
que no quera dedicarle ni uno solo de sus
pensamientos de ahora en adelante. Mario
viva en una agona al no saber qu era lo
que se esperaba de l. Al final, cuando se
hizo evidente que Silvana no tena la menor
intencin de propiciar un nuevo
acercamiento, comprendi que tendra que
ser l quien superara aquella barrera
invisible. Una tarde decidi armarse de valor
para hacer una visita a La Grotta della Fenice
y averiguar de una vez cmo podra
reconciliarse con ella.
Fue un absoluto fracaso. Al empujar la
puerta de la juguetera le pareci escuchar
un estrpito de pequeos pies que ascendan
por la escalera de caracol, y cuando entr en
el taller no encontr ms que a Montalbano
trabajando con sus muecas de porcelana.
An tena la pierna escayolada, y luca una
expresin tan sombra que Mario
comprendi de inmediato que no era la
nica persona atribulada en aquella
habitacin. Sujetaba en una mano tres
punzones de diferente grosor con los que
colocaba, mediante toquecitos muy suaves,
un ojo de reluciente cristal azul oscuro sobre
la cola blanca que ribeteaba la cuenca ocular
de una de las muecas. Pareci aliviarle que
alguien se sentara un rato a su lado.
Me tiene un poco preocupado
ltimamente reconoci cuando Mario,
despus de dar unos cuantos rodeos, se
atrevi a preguntarle por Silvana. Lleva
unos das bastante ausente... como si tuviera
la cabeza en otra parte. Y eso no es nada
normal en ella. Nunca la he visto tan
desganada. Merodea por la casa como si de
repente no le interesara nada...
Puede que se sienta agobiada por las
circunstancias apunt Mario mientras
notaba cmo se le encoga el estmago. La
Navidad nunca resulta cmoda para los
artesanos.
Tonteras. En estas fechas siempre se
mostraba de lo ms activa. Terminar todos
los encargos a tiempo era una especie de
reto para ella. Siempre ha sido muy
trabajadora...
Saltaba a la vista que Montalbano se
encontraba an ms inquieto que Mario por
su estado de nimo, aunque no tuviera ni la
ms remota idea de qu poda afligir a
Silvana. Ni siquiera de si haba algo que
poda afligirla como a las personas de carne
y hueso. No se atrevi a preguntarle si haba
sufrido algn desvanecimiento porque no se
crea capaz de vivir en paz con su conciencia
a partir de entonces si descubra que, por
culpa suya y de Gina, la mujer a la que
amaba con cada nervio de su corazn se
encontraba en peligro.
Montalbano dej sus punzones de metal
sobre la mesita que tena al lado. Haba algo
siniestro en la manera en que la mueca de
porcelana los contemplaba, con un ojo azul
colocado en el lugar en el que deba estar y
una cuenca vaca por la que asomaba uno de
los dedos del juguetero. Cambi de
conversacin antes de que el asunto se
volviera ms espinoso, aunque la sonrisa que
dirigi a su vecino no resultara demasiado
convincente.
Permtame que le d la enhorabuena,
Corsini. He odo que recuper hace unas
semanas a su esposa y a su hija. No sabe
cmo me alegro de que pudieran estar
juntos en Navidad.
A Mario se le encogi ms el estmago.
Se imagin a Silvana sentada justo encima
de sus cabezas, escuchando lo que decan
por alguna de las rendijas del suelo de
madera.
No es mi hija le asegur a
Montalbano con palpable incomodidad.
Marina no es ms que el fruto de una de
tantas... aventuras a las que se entreg Gina
durante los aos que ha pasado lejos de
casa. La decisin de que se quedaran con mi
hermano y conmigo no ha obedecido a mis
propios deseos, sino simplemente a la
caridad. Nunca ser capaz de perdonarle lo
que me hizo, por poco cristiano que pueda
parecer mi comportamiento.
Montalbano no dijo nada hasta pasados
unos minutos. Apart los ojos de su pierna
escayolada para contemplar las mariposas
de madera que permanecan abandonadas
de cualquier manera sobre el suelo. Silvana
las haba coloreado con pintura acrlica, pero
ni siquiera sus brillantes tonalidades las
hacan parecer nada ms que unas bolas de
papel metalizado que alguien se hubiera
olvidado de recoger. Hasta las mariposas
reales que haba dentro de la campana de
cristal se mostraban ms circunspectas en
sus revoloteos.
A veces conviene dejar atrs los
rencores dijo Montalbano. Hablaba tan
bajito que costaba escucharle. Una esposa
como la suya es un regalo del cielo, aunque
le cueste creerlo. Cualquier esposa lo es,
Corsini. Cualquier mujer. A pesar de lo
rastreras que puedan ser con nosotros
cuando descubren que no estamos a la altura
de sus expectativas.
Lo dijo en un tono de voz que despert
en Mario ciertos temores a los que no sabra
poner un nombre. Abandon La Grotta della
Fenice sintindose ms incomprendido de lo
que ningn ser humano tendra derecho a
sentirse. Se hizo la firme promesa de volver
a la juguetera al da siguiente, y tambin al
siguiente si era necesario, pero no consigui
hablar con Silvana. La chica pareca tener un
sexto sentido que la avisaba de cundo se
dispona a abrir la puerta de la tienda, de
manera que lo nico que consegua avistar
era el revuelo de su falda marrn y sus
cabellos sueltos y en desorden antes de que
se encerrara en su dormitorio. Era evidente
que no senta el menor deseo de hablar con
l, pero Mario tampoco poda quedarse de
brazos cruzados. Necesitaba explicarle lo
que haba pasado antes de que la
rumorologa popular inundara los odos de
su padre, y en consecuencia, los de Silvana,
con ms chismes sobre su relacin con Gina.
Tena que disculparse por una ofensa que ni
siquiera saba si haba cometido... cualquier
cosa con tal de recuperar la confianza que
antes haba tenido en l. Las situaciones
desesperadas requeran medidas
desesperadas. Haba llegado el momento de
que Mario tambin jugara sus ltimas cartas.
***
Respir hondo mientras relea las escasas
lneas que haba garabateado sobre una hoja
de papel. Definitivamente, la literatura no
era lo suyo, pero confiaba en que Silvana no
esperara nada parecido a las ensoaciones
gticas de la seora de Percy Shelley.
S que no quieres saber nada ms de m, pero
tengo que hablar contigo lo antes posible. No
quiero que sean los rumores de los vecinos los
que te hagan saber todo lo que est pasando en
mi casa. Estoy atrapado ahora mismo y lo nico
que consigue aliviar mi tristeza es la esperanza
de que podamos estar juntos de nuevo. Mis
sentimientos por ti no han cambiado. Sigues
siendo una obra maestra con la que no soy capaz
de dejar de soar.
Esta noche, a las once, estar en el callejn
que sale de la fondamenta Gaffaro antes de
alcanzar el puente.
Ven a encontrarte conmigo, por favor. Te
necesito.
Dobl el papel una vez, dos veces, cuatro
veces, dejndolo reducido a un minsculo
cuadrado que puso en la mano de un Andrea
ms receloso de lo que lo haba visto nunca.
A ver si lo he comprendido repiti su
hermano. Miraba la misiva como si temiera
que pudiera arder de repente entre sus
dedos. Tengo que ir a La Grotta della
Fenice para devolverle a la seorita
Montalbano un calibrador para llaves de
relojera. La encontrar en el taller con su
padre, al que le preguntar por su pierna, y
cuando vea que est sola...
Cuando te hayas asegurado de que est
completamente sola le advirti Mario.
No puedo dejar que Montalbano se entere
de esto. No la dejara hablar conmigo nunca
ms.
Andrea meti cuidadosamente la nota
dentro del bolsillo de su pantaln. Cuando
se encar de nuevo con su hermano lo hizo
como si lo estuviera viendo bajo una nueva
luz.
Hace unos meses me echabas en cara
que persiguiera a Simonetta le dijo y
justo ahora, cuando Gina ha regresado a casa
y puedes volver a tener la vida que tanto
habas echado de menos, te conviertes en un
Cyrano y pretendes que haga de mensajero
sin que tu esposa ni el padre de tu
enamorada se enteren de lo que ests
tramando. Sacudi la cabeza con algo que
Mario no saba si sera admiracin o
reproche. A veces me parece que nos
equivocamos al repartirnos los papeles. Eres
ms romntico de lo que piensas.
Se fue dejando que Mario recapacitara en
silencio sobre sus palabras y no regres a
casa hasta media hora despus, cuando
tanto La Grotta della Fenice como Ca
Corsini y el resto de los negocios de Santa
Croce acababan de cerrar sus puertas.
Andrea encontr a su hermano sentado a la
mesa del comedor en compaa de Marina y
de su madre. La pequea se haba
arrellanado enfrente de ella, y se dedicaba a
remover los gnocchi con tomate de su plato
sin apartar los ojos de Mario en ningn
momento. Era como si tratara de descifrar en
su rostro algo que los dems no podan ver.
Gina cotorreaba sin parar mientras
espolvoreaba queso rallado sobre la comida,
inclinndose sobre la mesa ms de lo debido
cuando le toc el turno a Mario, aunque su
marido no pareca darse cuenta de nada;
segua perdido en sus propias ensoaciones.
nicamente sali a la superficie en el
momento en que su hermano se sent a su
lado, desdobl su servilleta sobre sus
rodillas y asinti con la cabeza para darle a
entender que la carta haba llegado a su
destinataria.
Las siguientes horas se le hicieron
eternas. Tuvo que esperar a que Andrea se
retirara despus de hacer una breve visita a
los Scandellari, y a que Gina y Marina se
fueran a dormir a la habitacin de Mario
metiendo mucho ruido porque la pequea
quera seguir jugando con los animales de
cristal que le haba regalado su vecino.
Cuando se asegur de que todos estaban en
la cama se puso la chaqueta, se escabull por
las escaleras y se dirigi hacia el ponte
Marcello atravesando la niebla que envolva
cada vez ms la ciudad.
Haca tanto fro que le castaeaban los
dientes. Las campanas de San Rocco dejaron
escapar once trmulos golpes de bronce
cuando alcanz el callejn en el que haba
citado a Silvana. No era ms que una
pequea hendidura entre la manzana de los
Montalbano y la que se encontraba al lado, la
nica de la calle en la que se adivinaba el
resplandor de las velas encendidas en sus
candelabros a travs de los cristales
parcialmente cubiertos por pesados
cortinajes. Alguien tocaba el piano con ms
entusiasmo que talento, y cada pocos
segundos una cascada de carcajadas caa
sobre Mario desde los pisos superiores.
No va a venir, pens mientras se
resguardaba como poda de las corrientes de
aire helado detrs de unos contenedores de
basura. Tal vez no era el lugar ms
romntico de Venecia, pero s uno de los ms
discretos para que pudieran hablar a solas.
Puede que Montalbano haya descubierto la carta
y le haya prohibido salir. Pero no tiene por qu
saber que es ma. A menos que... a menos que la
propia Silvana se lo haya dicho. Si me detesta
tanto como para querer deshacerse de m para
siempre... no, eso no puede ser...
San Rocco anunci las once y cuarto.
Mario dio unas cuantas patadas para tratar
de calentarse los pies. Empezaba a pensar en
la posibilidad de arrojar piedrecitas contra
su ventana cuando escuch ruido de pasos
en la fondamenta Gaffaro. Contuvo el
aliento al distinguir en medio de la niebla
una silueta envuelta en un largo chal que se
asomaba con algo de prevencin al callejn.
La brisa procedente de la laguna revolva su
cabello mientras se acercaba en silencio
como una ms de las sombras proyectadas
por la luna.
Mario no pudo ahogar un suspiro de
alivio. Por fin, despus de tantos das...
volva a tenerla delante. Si no hubiera sido
por su sombra expresin habra pensado
que nada haba cambiado.
Ya tema que no quisieras reunirte
conmigo susurr cuando se detuvo a su
lado.
He estado a punto de no hacerlo
reconoci Silvana. No pareca acusar el fro;
bajo el chal segua llevando las mismas
sencillas prendas que se pona a diario para
trabajar en su taller. Mario se acord de
repente de los recargados vestidos que Gina
haba trado consigo de su tour europeo. Era
como comparar a un ruiseor con un pavo
real incapaz de hacer nada ms que lucirse
con su cola de brillantes colores. Y si
quieres que te diga la verdad sigui
diciendo creo que habra sido lo ms
prudente en estas circunstancias.
No se haba dado cuenta hasta entonces
de lo mucho que la haba echado de menos
desde un punto de vista estrictamente fsico.
Haba extraado el olor de su pelo, el timbre
de su voz... hasta el chirriar de los
engranajes de su pecho. Mario se aclar la
garganta.
Me imagino que habrs escuchado...
toda clase de cosas durante estas semanas...
Te equivocas. He escuchado muchas
cosas, pero todas venan a decir lo mismo:
que tu mujer ha regresado a Venecia,
acompaada por una nia pequea, y que las
dos han pasado las Navidades contigo. Es lo
mismo que he podido ver a travs de mi
ventana.
Bsicamente... s, eso es cierto. Pero no
sabes nada de Gina. No imaginas cunto...
Ahrrame la recurrente frase de no es
lo que parece rezong Silvana. Apret los
brazos contra su pecho, evitando su mirada
. No tengo ganas de escuchar ningn
clich.
Alguien rompi una botella en la
manzana de al lado, y se elevaron unos
gritos que no tardaron en convertirse en
carcajadas. El pianista acometi los primeros
compases de una tarantella; de inmediato un
montn de sombras comenzaron a moverse
en crculos por entre las cortinas,
peligrosamente cerca de la ventana. Mario
sujet a Silvana por un codo para atraerla
ms hacia las sombras. Tenerla junto a l fue
como un sorbo de agua para un sediento,
como un blsamo para las heridas que le
haba provocado su ausencia.
Escchame le susurr ms de cerca.
Ella no trat de soltarse, lo cual era una
buena seal. S que tienes todo el derecho
del mundo a estar molesta conmigo. No me
atrev a hablarte de Gina porque pens que
era un captulo de mi vida completamente
cerrado...
El pasado siempre vuelve. T deberas
saberlo mejor que nadie, teniendo en cuenta
lo que te confes sobre m. Que algo est
muerto no significa que nunca pueda
regresar.
Aunque no se lo dijo con palabras, Mario
se dio cuenta de lo que haba detrs de su
razonamiento: Yo te revel algo
escalofriante, algo que hara que cualquier
persona me rehuyera, y t me lo pagas con
un secreto a voces del que acabara
enterndome en el momento menos
pensado. Aquello le hizo tragar saliva. No
saba por dnde empezar.
Lo nuestro acab hace seis aos,
Silvana. Ahora no hay nada que nos una.
Nada.
Nada ms que una criatura que ha
tenido que crecer hasta ahora lejos de su
padre.
Marina no es mi hija, maldicin!
solt Mario, y baj la voz en seguida.
Todos mis vecinos, incluso tu propio padre,
dan por hecho que Gina y yo la
engendramos antes de que se marchara.
Pero eso no es cierto. Su padre se llama
Alessandro Amadio, y es uno de los
ilusionistas ms afamados de nuestros
tiempos. El miserable por el que Gina me...
Se le enredaron las palabras en la
garganta. Todava no era capaz de decirlo en
voz alta porque no haba superado la
humillacin de aquellos das, la
desesperacin de ver caer una a una las
hojas del calendario sin tener ninguna
noticia de la mujer que le haba abandonado.
Gina le haba asestado una pualada
demasiado profunda para su orgullo.
ramos muy jvenes cuando nos
casamos sigui murmurando Mario.
Silvana no le quitaba los ojos de encima.
No tenamos ms que veinte aos. Casi
ramos unos nios.
Son los mismos que tiene tu hermano,
verdad? Por eso te preocupa tanto lo que
pueda hacer con la hija de Scandellari?
Temes que tambin a l le rompan el
corazn?
Aquello lo dej momentneamente
desconcertado. Nunca se haba parado a
pensar en lo que haba detrs de su
arraigado instinto de proteccin respecto a
Andrea. Siempre lo haba atribuido al hecho
de que tena que cuidar de su hermano por
ser ms pequeo.
Supongo que s contest despacio.
Aunque Simonetta es una chiquilla
adorable, sin tantas ambiciones como las
que tena Gina. Nuestro matrimonio apenas
dur doce meses. Pronto empec a notar que
se volva ms retrada conmigo y que no le
apeteca hablarme cuando regresaba a casa
despus de estar todo el da trabajando en el
taller. Al principio pens que se senta sola.
Procur pasar el mayor tiempo posible a su
lado, pese a lo mucho que esto repercutiera
en mi negocio. La saqu a pasear todas las
tardes por la ciudad, le di todos los
caprichos que podamos permitirnos. Le
promet que cuando llegara el verano nos
marcharamos unos das lejos de Venecia,
para estar solos el uno con el otro...
Silvana levant los ojos hacia las plidas
estrellas que se adivinaban entre los jirones
de niebla. Una sombra pareca haberse
posado sobre sus rasgos. La sombra de los
celos.
No hace falta que me des ms detalles,
Mario le dijo con deliberada calma. Creo
que sobrevivir sin conocer los pormenores
de las noches de pasin que pasaste con ella.
Quiero que conozcas lo que sucedi
insisti Mario mientras sujetaba suavemente
su barbilla para que Silvana volviera a
mirarles a la cara. Nadie podr explicarte
mejor que Gina no tiene ningn derecho a
irrumpir de nuevo en mi vida, despus de
dejarme claro que le haba amargado la suya
al casarme con ella. Estaba harta de una
existencia en la que no poda brillar como le
hubiera gustado. Deseaba desaparecer de
Venecia sin dejar rastro, y creo que ya lo
haba decidido antes de aquella tarde de
marzo en la que se me ocurri llevarla a la
plaza de San Marcos para que presenciara la
actuacin del Gran Amadio. Estbamos en
primera fila, y el mago se qued prendado
de Gina en cuanto le puso los ojos encima.
La subi al escenario para que le ayudara
con uno de los trucos ms espectaculares de
su repertorio. Lo dems... me imagino que
sucedera mientras me encontraba en mi
taller. Un buen da Gina se march con l de
Venecia, dejndome una carta en la que se
despeda de m... y hasta ahora no haba
sabido nada sobre su paradero.
He buscado informacin sobre ese
hombre. Venan muchas cosas en los
peridicos que mi padre ha acumulado en
casa desde el da en que llegamos. Dicen que
los trucos de cartas son su especialidad.
Silvana dud antes de aadir en voz ms
baja: Tambin he visto algunas fotografas
suyas con una ayudante morena que creo
que era tu esposa.
Mario dej escapar un gruido. El
recuerdo de aquellas imgenes circulando
por la ciudad le haca sentir una vergenza
atroz. No saba cmo Gina se atreva a pisar
la calle.
Enseaba ms las piernas que una
bailarina de cancn. Silvana mene la
cabeza con una expresin de profundo
disgusto. Cmo se te ocurri enamorarte
de alguien as?
Me engatus como a un idiota
reconoci Mario a media voz. Eso es lo que
era. Un estpido que se enorgulleca de
haber conseguido a la chica ms guapa del
barrio. Todo lo que pueda pasarme me est
bien empleado. Me lo merezco por haberme
rendido ante una mscara seductora que no
esconda ms que mentiras. Guard
silencio un instante antes de aadir,
acercndose un poco ms a Silvana: Y
estoy dispuesto a hacer cualquier cosa con
tal de reparar los errores que comet en el
pasado, salvo tener que renunciar a ti.
La muchacha haba apoyado su espalda
en el muro de ladrillos, de manera que lo
nico que pudo hacer para mantener las
distancias fue colocar las manos sobre su
pecho.
Siento mucho lo que te sucedi. Y si te
sirve de consuelo, no eres ningn estpido...
Gracias suspir Mario con aire de
cansancio. Es agradable que alguien lo
piense.
Pero esto no cambia nada aadi
Silvana ni lo har nunca. Te agradezco que
me lo hayas contado todo. Te comprendo
ms de lo que crees. Pero no puedes
pretender que cierre los ojos ante una
realidad que acaba de demostrar que nos ha
superado con creces.
Pronunci estas palabras muy despacio.
A Mario se le abri poco a poco la boca. Le
llev un instante comprender el autntico
significado de lo que Silvana estaba
diciendo.
Qu realidad...? empez a decir
mientras el pnico ascenda poco a poco por
su garganta. A qu te refieres con eso?
Por qu debera cambiar nuestra situacin
ahora?
Me he dado cuenta de muchas cosas en
los ltimos das le explic Silvana. Saltaba
a la vista lo mucho que estaba costndole
pronunciar aquellas palabras. Esto est
hacindonos dao a los dos... ms de lo que
nos merecemos. Y yo no pienso permitir que
sufras por culpa ma. Hasta ahora nadie me
haba comprendido como lo has hecho t...
Entonces deja que sigamos como
hasta ahora! casi grit Mario. Me har
mucho ms dao renunciar a ti! Lo nico
que quiero es que las cosas vuelvan a ser lo
que eran!
Por qu? Silvana le mir a los ojos
. Qu razn de ser tiene esta agona? No
te das cuenta de que podras tener una vida
normal como cualquier persona... sin tener
que cuidar de una mquina defectuosa que
nunca ser capaz de entregarse por
completo a ti?
Su semblante resultaba inescrutable,
pero el dolor que Mario descubri en sus
ojos era enteramente humano. No le cost
adivinar lo duro que haba sido para ella
tomar una decisin semejante. Una decisin
que no estaba dispuesto a acatar. Nunca
renunciara a Silvana. Por qu seguir con
esto?, le haba preguntado. Por qu esta
agona?. Antes de darse cuenta de lo que
haca, Mario le contest en un tono de voz
que no pareca suyo:
Porque... porque te quiero. Porque no
quiero perderte. De verdad, Silvana, no
puedo perderte ahora mismo. No tienes ni
idea de lo mucho que te necesito a mi lado.
Contigo todo es distinto... como si nunca
antes hubiera visto la luz... como si
realmente pudiera...
Se le enred la lengua, las palabras
murieron en su garganta y se qued callado
con la sensacin de que no haca ms que
empeorarlo todo. Ni siquiera consegua
declararle su amor como le hubiera gustado.
Las expresiones que el Gran Amadio sera
capaz de convertir en fuegos artificiales
junto a los odos de Gina resultaban
aterradoramente vacas cuando era Mario
quien las pronunciaba. Para su sorpresa,
Silvana no se qued mirndole con
aburrimiento ni con desprecio. Levant una
mano para acariciarle una mejilla en
silencio. Su barba de varios das le rascaba la
piel.
No me has dicho nada que no conozca
le susurr. Son mis propios
sentimientos los que has descrito. Pero
hemos sido unos estpidos al creer que esto
servira de algo.
Qu quieres decir? balbuce Mario
. Claro que servir... mientras
consigamos...
No respondi Silvana muy bajito.
No tiene sentido, Mario. Nunca lo ha tenido.
Y de alguna manera lo sabamos, aunque
ninguno de los dos se atreviera a decirlo en
voz alta. Respir hondo mientras Mario la
miraba con los ojos muy abiertos.
Nosotros no hemos sido creados para estar
juntos. No necesitbamos a tu esposa para
comprenderlo.
Haba deslizado una mano debajo de su
chal para desabrochar el cierre de su bolsa.
Esto es todo lo que puedo darte... a
falta de un corazn como el que tiene tu
Gina.
Separ los dedos en la escasa penumbra
que se apoderaba del callejn. En su palma
haba aparecido una pequea esfera de
madera de la que Mario nunca lograra
olvidarse.
No te preocupes por cuidarlo
murmur Silvana. No pareca atreverse a
levantar la cabeza. Es un modelo tan
defectuoso como el que tengo dentro, as
que no hay peligro de que se rompa ms.
Llvalo a tu taller, gurdalo en un cajn y
scalo de vez en cuando para mirarlo,
cuando te acuerdes de m. Yo nunca dejar
de echarte de menos. Nunca.
Cogi las manos de Mario para
entregarle la esfera de madera. l trat de
sujetarla antes de que pudiera apartarse de
su lado, pero Silvana neg de nuevo con la
cabeza y le dio la espalda sin aadir nada
ms. Se march del callejn sin hacer ms
ruido que uno de los jirones de niebla que se
deslizaban a su alrededor. Lo dej de pie con
su corazn en la mano, contemplando con
los ojos inundados por unas lgrimas que
saba que no podra derramar aquella noche
cmo se alejaba de su lado para no regresar
nunca ms.
Silvana... la llam en un susurro, y
despus levant la voz para gritar:
Silvana!
La muchacha acab perdindose en la
oscuridad. Su silueta se desvaneci en medio
de la noche como lo hara un fantasma.
Mario se volvi hacia la pared para golpear
los sucios ladrillos una y otra vez con sus
puos cerrados. Estaban recubiertos por una
capa de escarcha que cruji bajo sus
nudillos, aunque ya no poda sentir nada, ni
siquiera las heridas abiertas en sus manos.
Al apoyar la frente contra las piedras le
pareci escuchar una voz que le llamaba. Por
un momento confi en que Silvana hubiera
recapacitado, y levant la cabeza con un
resplandor esperanzado en los ojos... pero
no se trataba de ella.
Una mujer acababa de aparecer en la
ventana que haba sobre l. Su pelo teido
de un rojo amarillento rodaba por encima de
sus opulentos senos, apenas velados por los
encajes de su vestido. Sonrea mientras las
sombras continuaban danzando a sus
espaldas.
Djala que se marche... Podrs
pasrtelo mucho mejor con nosotras. Y se
inclin sobre la balaustrada con sus dedos
de largas uas extendidos sobre la piedra
salpicada de escarcha. Aqu dentro
encontrars msica, calor, diversin... y
puede que hasta amor...
Mario tard un momento en responderle,
y cuando lo hizo su voz apenas consigui
elevarse por encima del viento. Haba tanta
tristeza en sus palabras que hasta la sonrisa
de la cortesana se apag. Pareca darse
cuenta de que se haba equivocado de presa.
Ests perdiendo el tiempo. Ahora
mismo tengo a una como t esperndome en
casa.
Y se march para regresar a su propio
infierno con el corazn de Silvana en la
mano.
II. DEA EX MACHINA
Podrs destrozar mis otras pasiones;
pero queda mi venganza,
una venganza que a partir de ahora me
ser ms querida
que la luz o los alimentos.
Mary W. Shelley
CAPTULO X
El tiempo, cuando la vida ha dejado de
tener sentido, parece pasar ms despacio de
lo normal, porque se resiste a darnos la
posibilidad de recomponernos. La existencia
deja de depender del ngulo de unas agujas;
da lo mismo que marquen las seis menos
veinte que una medianoche eterna en la que
no podemos encontrar ms que sombras.
Los das que a Mario le parecan
interminables se convirtieron en semanas, y
las semanas en un mes completo, y cuando
quiso darse cuenta se haba acostumbrado
de tal modo a cargar con su dolor silencioso
y desesperado que casi tena la sensacin de
haber nacido con l.
La primera noche de Carnaval le
sorprendi acodado en su balcn. Llevaba la
mayor parte de la tarde dando vueltas por la
juguetera como un alma en pena. Haba
tratado por todos los medios de distraerse
con el trabajo, pero en aquellas fechas tan
mticas la Serensima cerraba sus negocios a
cal y canto para que todo el mundo pudiera
tomar las calles con sus mscaras, sus
aparatosos disfraces y sus bolsas llenas de
confetis, que se quedaran ensuciando el
adoquinado durante toda la semana. Mario
llevaba pasando por aquello desde que tena
uso de razn, aunque sus veintisiete aos en
Venecia no haban logrado reconciliarle con
una tradicin que hasta entonces le haba
parecido poco ms que una feria de
vanidades. En su situacin casi le resultaba
sacrlega tanta alegra desatada.
Haca bastante fro aquella noche, pero
eso no convencera a ningn vecino de Santa
Croce de lo prudente que sera quedarse al
amor de la lumbre. Todos los parroquianos
se haban echado a la calle en cuanto las
campanas de San Rocco haban dado las
ocho. El elenco completo de la Commedia
dellarte haba desfilado para entonces bajo
el balcn de los Corsini, rivalizando en
cuanto al lujo de sus telas bordadas con
hilos de oro y plata y la elegancia de los
antifaces con los que se haban cubierto. El
rio del Gaffaro estaba colapsado por la
cantidad de barcas que aguardaban el
momento oportuno para empezar a
moverse. Por todas partes haba msicos
ambulantes que afinaban sus instrumentos,
y en las cuerdas que haban tendido de un
lado a otro del canal revoloteaban las
banderolas escarlatas y doradas y los
estandartes con el len de Venecia
estampado sobre fondo azul.
Haba unas cuantas nubes en el cielo, y
cuando las corrientes de aire las empujaban
hacia la laguna, una luna menguante se
encargaba de inundarlo todo con un
resplandor de plata. Los nios correteaban
con centelleantes bengalas en las manos, y
mucha gente se haba hecho con antorchas
que hacan que los ojos de las mscaras
relucieran como si se las hubiera dotado de
vida propia. A su alrededor no se oan ms
que risas, pero Mario se senta demasiado
envejecido por sus preocupaciones para
poder unirse como cualquier hijo de vecino a
la celebracin. Tambin su corazn pareca
pesar como si fuera de hierro.
Estaba reflexionando sobre estas
cuestiones cuando escuch un ruido de
pasos a sus espaldas, procedente del
comedor de la casa, y Andrea sali al balcn
para hablar con l.
Te apetece bajar con nosotros? le
pregunt; se haba puesto unas calzas rojas y
una capa morada con ribetes de armio
sujeta mediante un broche. A sus espaldas,
sentada como una india sobre el divn en el
que dorma Mario, la hija de Gina
jugueteaba con un Shylock mucho ms
sociable de lo habitual. Voy a recoger a
Simonetta en la cristalera sigui Andrea
. Y Gina me ha dado permiso para que nos
llevemos a Marina.
Pues que os sea leve. No quiero ni
imaginar cmo se pondr si la perdis de
vista.
Por qu no nos acompaas un rato?
Estn todos los vecinos en la calle. Dentro de
un momento empezar el desfile, y siempre
resulta divertido. Piensas quedarte aqu
solo?
Mario guard silencio. Andrea dud
durante un momento antes de apoyarse al
lado de su hermano, con un repiqueteo de
los cascabeles que adornaban su ropa.
Tendi la vista por encima del rio del
Gaffaro. Haba un balcn al otro lado de la
calle en el que permanecan acodadas cuatro
Colombinas que se rean sin parar. Llevaban
enfundados unos largusimos guantes de
terciopelo en cuyos dedos relucan un sinfn
de anillos de brillantes, de los que colgaban
pauelos de encaje sin iniciales bordadas,
porque era la noche de la mentira y el
anonimato. Todas se haban puesto mscaras
de papel mach, y todas parecan deseosas
de que sus muchachos las recogieran cuanto
antes para sumarse al alboroto general. En
casa de los Montalbano, por el contrario, no
haba colgaduras de fantasa, ni ninguna
cara sonriente se asomaba para espiar lo que
suceda en la calle. Era como si nadie
hubiera avisado al juguetero y a su hija de
que haba llegado el Carnaval.
No va a aparecer dijo Andrea en voz
baja. Mario no se inmut. T mismo me
has dicho que se ha negado a volver a verte.
No crees que ya va siendo hora de que la
olvides?
Preferira no hablar de los Montalbano
por ahora replic Mario. Por lo menos,
no mientras Gina siga merodeando cerca de
m para averiguar lo que me traigo entre
manos.
A eso me refera precisamente. A Gina.
Las cosas pueden ser ahora muy distintas...
Mario mir a su hermano con el ceo
fruncido. Andrea jug durante un rato con
sus pulgares antes de responderle. Era
evidente que le haba dado muchas vueltas
al asunto.
Al principio pensaba que haba
regresado a Venecia porque no le quedaba
ninguna otra opcin comenz a decir.
Pero su comportamiento en estos dos
meses... me ha mostrado a una Gina
completamente distinta de la que recordaba.
Creo que te quiere de verdad, Mario. Est
arrepentida de lo que ha hecho. T sabrs lo
que haces, pero me da la sensacin de que
deberas preocuparte por lo que tienes a tu
alrededor ms que por lo que sabes que
nunca ser tuyo. Y esto aadi al ver que
se tensaban los msculos de su garganta
te lo est diciendo alguien que lo nico que
quiere es que seas feliz. No creo que
pudieras serlo con una princesa de cuento
de hadas que no abandona nunca su torre.
A Mario le hubiera gustado agarrar a
Andrea por los hombros, sacudirle
fuertemente con sus propias manos y
preguntarle por qu demonios le haba
metido a Silvana por los ojos cuando esta se
instal en Venecia. Pero finalmente su
sentido comn gan la partida. Su hermano,
en el fondo, no haca ms que preocuparse
por l. Iba a contestarle cuando se dio
cuenta de que acababa de marcharse del
balcn. Lo vio recoger a Shylock de los
brazos de Marina, dejarlo a su lado, sobre
uno de los cojines del divn y tomar a la nia
de la mano para que le siguiera hasta el
patio. Mientras bajaban la escalera hubo un
estallido de violines en la calle, y las barcas
en las que se haban sentado los msicos se
pusieron a desfilar por el rio del Gaffaro,
inaugurando el cortejo que se dirigira hasta
San Marcos.
Era una de las tradiciones ms queridas
de los vecinos de Santa Croce. Cada ao las
chicas ms hermosas del distrito se
instalaban en las barcas que durante el resto
del ao se destinaban al transporte de las
flores, las verduras y hasta el pescado que
sus padres vendan en sus respectivas
tiendas. En Carnaval los humildes topi casi
desaparecan bajo los aparatosos adornos
que colocan sobre sus estructuras y que
arrastraban a lo largo de los canales como lo
hacan los vaporetti de los turistas con sus
estelas de espuma. Esas muchachas eran las
nicas que llevaban la cara descubierta, para
que todo el mundo pudiera admirarlas como
merecan. Mario contempl con algo de
apata cmo encabezaba la marcha
Antonella, la hija de Pietragnoli, uno de los
mercaderes de encaje de Burano que se
haban asentado tiempo atrs al lado de los
Scandellari. Permaneca acomodada como
una reina en medio de sus almohadones, con
su larga melena roja adornada con docenas
de pequeas rosas naturales. Sacuda sus
tirabuzones mientras se estiraba para tocar
las manos de los admiradores que
escoltaban su embarcacin, remando a
ambos lados hacia San Marcos. Detrs vena
su hermana Giulietta, que se haba prendido
unas largas sartas de perlas sobre sus
cabellos negros, y las sobrinas de Luciano, el
panadero de la fondamenta Gaffaro, con
unos adornos de relucientes hojas secas
sobre las trenzas en las que haban recogido
su pelo como si acabaran de salir de un
cuadro de Botticelli.
Aquellas chicas irradiaban felicidad
mientras les caan por encima los ptalos de
las rosas y los confetis que les arrojaban
desde los balcones. Pero lo nico que hacan
era participar en una mascarada, porque lo
que Antonella se haba puesto sobre su
oscuro cabello no era ms que una peluca
vieja, las perlas de Giuletta eran en realidad
cuentas de vidrio barato, y las impactantes
hojas de las Luciano seguramente estaran
hechas con papel mach. A nadie pareca
importarle que lo que vean fuera una
mentira, porque era Carnaval y por una
noche los venecianos podan fingir que
abandonaban sus vidas para ser lo que
siempre haban soado ser. Mario se acord
con una repentina nostalgia del ao en que
Gina desfil delante de todas las dems
vecinas, radiante por ser considerada la
belleza de Santa Croce. Haba deslumbrado
a todo el mundo con una diadema que le
haba fabricado Mario con diversos broches
unidos entre s mediante cadenetas de plata
que resbalaban por su melena, recogindola
aqu y all para darle una apariencia de hada
con la que se haba ganado los corazones de
medio vecindario. Aquella noche se haba
sentido el hombre ms afortunado del
mundo por saber que le perteneca
solamente a l. Al amanecer, cuando los
dems habitantes de la fondamenta Minotto
se retiraron a sus casas para apurar unas
cuantas horas de merecido sueo, la haba
llevado de la mano a la cama y la haba
amado como nunca antes lo haba hecho
hasta que el sol del medioda irrumpi en su
habitacin y se rompi en destellos de luz
sobre la diadema que Gina segua llevando
en su despeinada cabeza, apoyada
confortablemente sobre el pecho de su
marido. An le pareca sentir en los dedos el
roce de la plata enredada en aquel cabello
que haba acariciado suavemente mientras
dorman. Y un mes ms tarde, cuando
menos se lo esperaba, Gina se haba
marchado con el Gran Amadio, y Mario se
haba dado cuenta de que su autntica
mascarada no haba sido la del Carnaval,
sino su supuesto amor por l.
Se llev una mano al puente roto de su
nariz. Realmente no comprenda lo que
haba llevado a Andrea a pensar que Gina
segua querindole pese a lo que haba
hecho. Como si le hubiera ledo la mente, la
escuch decir algo desde dentro de la casa.
Mario prefiri no responderle. Al cabo de un
instante la oy atravesar el comedor para
reunirse con l.
Llevo un rato hablndote, pero no me
haces ningn caso protest Gina. Te
deca que ms vale que te pongas la
chaqueta. Hace demasiado fro para
permanecer al raso.
No tena ni idea de que de repente te
preocuparas por mi salud contest Mario
de mala gana.
No se trata de tu salud dijo ella en el
mismo tono, sino la de todos nosotros,
sobre todo la de Marina. Me da lo mismo
que te resfres para lo que queda de invierno,
pero si se lo contagias no ganaremos
suficiente dinero para pagar las medicinas
que necesite. No creo que haya en el mundo
una criatura ms enfermiza.
A Mario le sorprendi un poco lo
desabrido de su tono. Se haba
acostumbrado a las melosas insinuaciones
de Gina, como le suceda con los mosquitos
en verano; saba que era algo contra lo que
no poda hacer ms que armarse de
paciencia. Pero pareca que el deseo de
reconquistarle haba quedado relegado a un
segundo plano en su cabeza. Mir de reojo a
su esposa mientras se acodaba a su lado,
sobre el parapeto de piedra. Se haba echado
por los hombros un mantn de lana roja con
el que sola arropar a Marina en las noches
ms fras. Su pelo negro caa en pesadas
ondas sobre sus brazos y su espalda, y a
Mario le sorprendi comprobar lo distinta
que pareca, una mujer en la que todava era
capaz de reconocer a la coqueta y
dicharachera muchacha de la que se haba
enamorado.
Las palabras de Andrea regresaron a su
memoria. Podra tenerla de nuevo, Mario lo
saba perfectamente. No necesitaba ms que
alargar su mano y atraer a Gina hacia s para
recuperar de una vez lo que el Gran Amadio
le haba arrebatado. Pero haban sucedido
tantas cosas en los ltimos meses que Mario
no poda imaginarse haciendo algo as. Por
ridculo que pareciera, se sentira como si
estuviera traicionando a otra persona. Era
algo contra lo que no poda luchar... porque
todava no haba asumido que no volvera a
verla.
Mi hermano ha bajado con Marina a la
calle. Pens que te gustara acompaarlos...
Para qu? dijo Gina con aire aptico.
Desliz la punta de un dedo sobre la piedra
salpicada de confetis de colores. Ha
pasado demasiado tiempo desde que me
sent en una de esas barcas. Y no me apetece
quedarme en la orilla viendo cmo se dan
aires esas chicas que a plena luz del da
seran consideradas del montn. Siempre
ocurre lo mismo.
Hubo un revuelo cerca del ponte
Marcello, y los vecinos que se haban
asomado a los dems balcones estallaron en
carcajadas. Un puado de mattacini se
haban puesto a tirar huevos podridos,
rociados con agua de rosas para disimular su
mal olor, a un grupo de aristcratas que
pasaban en ese momento por debajo de la
arcada. Era una manera de dejarles claro que
el Carnaval de Santa Croce perteneca
nicamente a sus parroquianos.
Mario reconoci a Andrea al pie del
edificio. Se haba encasquetado la mscara
que se pona siempre en Carnaval, imitando
las fauces abiertas de un len, y ruga
mientras Marina se rea como una loca sobre
sus hombros. A su lado estaba Simonetta;
llevaba una vaporosa toquilla negra
entretejida con flores del mismo color y un
antifaz de encaje que casi desapareca bajo
sus pliegues. Mario pens que deba de ser
la nica persona de la fondamenta Minotto
que no estaba rindose con los dems. Gina
le dijo en voz baja:
No parece muy alegre, verdad? Crees
que tiene algn problema con tu hermano?
Ms vale que no respondi Mario con
algo de inquietud. Lo ltimo que necesitaba
Scandellari era enterarse de lo que haba
sucedido meses atrs entre los dos jvenes.
No tena ni idea de cul sera su situacin en
ese momento, porque desde que Gina haba
regresado a Venecia se haba mostrado tan
hurao que Andrea no haba querido
preocuparle con sus propios quebraderos de
cabeza. Me imagino que an no se ha
recuperado de la muerte de Emilia
prosigui. Senta autntica adoracin por
su hermana. Ha sido una tragedia.
A Simonetta siempre le han gustado
los nios. Recuerdo que al poco de casarnos
le regalaste una mueca con cabeza de
biscuit que siempre llevaba consigo a todas
partes.
A Mario le sorprendi un poco que se
acordara de algo as. Se pregunt de repente
qu habra sido de aquella mueca.
Seguramente la habra heredado Emilia y
estara en aquel momento dentro del bal
que contena todos los juguetes que
Simonetta no quera tener cerca en su
dormitorio. Aquellas heridas seguan
estando abiertas en su memoria.
Tal vez sea eso lo que le est pasando
con tu hija aventur. Puede que le
recuerde a Emilia cuando tena su edad. Es
lo mismo que le sucede a Scandellari desde
que la vio.
En ese caso no habr nada malo en que
Marina pase tanto tiempo con ellos. Quin
sabe, puede que sea la medicina que
necesitan para levantar cabeza. Gina
permaneci silenciosa unos segundos antes
de aadir: De cualquier manera,
Simonetta pronto tendr un consuelo mayor
que el que pueda brindarle mi hija. La
situacin ser muy diferente entonces, pero
no tiene por qu ser mala. Me parece que es
lo mejor que podra suceder.
A qu te refieres? Mario frunci un
poco el ceo. Creo que no estoy
siguindote.
Gina se volvi hacia l con una sonrisa de
suficiencia que de nuevo le hizo acordarse
de la chica a la que tanto haba amado. La
brisa le revolva el pelo alrededor de la
cabeza.
No irs a decirme que siendo tan
agudo no te has dado cuenta de nada...
Sabes perfectamente que no se me dan
bien las mujeres replic Mario. Y
cuando siguen siendo unas muchachas
atolondradas como Simonetta me resultan
simplemente incomprensibles. No he tenido
tiempo para detectar nada extrao en su
comportamiento.
Pero parece que Andrea s lo ha hecho.
No te has dado cuenta de que casi nunca se
aparta de su lado? De qu est todo el
tiempo pendiente de ella, como si temiera
que pudiera pasarle algo malo en cualquier
momento? Realmente piensas que lo que
ms le preocupa a tu hermano de Simonetta
es la depresin provocada por la muerte de
Emilia?
Mario no supo qu decir a esto. Era cierto
que Andrea pasaba muchas ms horas en
compaa de Simonetta, pero cuando los
vea juntos siempre le daba la sensacin de
que no estaban atravesando su mejor
momento. La tarde anterior, mientras Mario
trabajaba en su taller, tratando de exorcizar
de su memoria el recuerdo de Silvana, su
hermano se haba sentado con la hija de
Scandellari en unos taburetes que haba en
la juguetera y se haban dedicado a hablar
en susurros con las manos enlazadas hasta
que la llegada de un cliente los haba
obligado a separarse. Parecan haber
quedado muy atrs los tiempos en los que
desquiciaban a Mario con sus constantes
carcajadas. Por no mencionar que no haba
habido ms encuentros nocturnos desde que
enterraron a Emilia. Gina tir de una de las
puntas de su pesado mantn para
colocrselo de nuevo sobre los hombros.
No puedo creer que los hombres estis
tan ciegos. Su cintura no es tan estrecha
como antes, pero apenas prueba bocado
cuando comemos con los Scandellari. Y cada
maana la omos vomitar al otro lado de la
pared. No te parece que debera estar ms
delgada?
Ahora que lo dices... es cierto que tiene
un aspecto ms...
Se le sec la garganta de repente. Abri
mucho los ojos mientras miraba a Gina, que
acentu su sonrisa. Mir despus a
Simonetta, que se haba apoyado en la pared,
bajo el balcn en el que permanecan de pie,
y vio que mantena los brazos apretados
contra su cuerpo sin que ninguna carcajada
se abriera camino por debajo de su antifaz
de encaje.
No, eso no puede ser murmur
Mario. Se le haba cubierto la frente por una
capa de sudor a pesar de que en la calle
segua reinando una temperatura invernal.
Andrea no sera tan rastrero como para... No
puede haberse desentendido de lo que l
mismo...
No se ha desentendido en absoluto.
Deja de pensar mal de tu hermano le ech
en cara su esposa. Me atrevera a decir que
por primera vez es consecuente con sus
actos.
Aquello no consigui que Mario se
sintiera ms tranquilo. Las diferentes piezas
que Gina haba enumerado parecieron
encajar de repente dentro de su cabeza.
Retazos de las ltimas conversaciones que
haba mantenido con Andrea y con
Simonetta regresaron a su memoria. Sabes
dnde est?, le haba preguntado la
muchacha cuando acababa de reencontrarse
con Gina. La haba notado muy plida, muy
desmejorada... preocupada por algo sobre lo
que Mario no se haba molestado en
reflexionar, dada la gravedad de su propia
situacin. Tengo que hablar con l, le
haba dicho, y se haba marchado con
Andrea lejos de los dems. Sera entonces
cuando le haba confesado lo que le ocurra?
Los minsculos confetis rojos y dorados
caan sobre las cabezas de los dos jvenes
como si el cielo llorara lgrimas de papel
metalizado. Andrea haba bajado a Marina
de sus hombros y sujetaba su mano
mientras Simonetta susurraba algo en su
odo. A Mario le costaba creer que dentro de
poco tiempo, tal vez menos de lo que Gina
sospechaba, su hermano estara cuidando de
otra criatura por cuyas venas correra la
sangre de ambos.
Voy a matarle se escuch susurrar a
s mismo. Gina dej escapar una risita. Si
no lo hace Scandellari cuando se entere, lo
har yo. Cmo puede haber sido tan
imbcil...?
Es muy joven. Y est muy enamorado.
Y esas dos cualidades convierten a cualquier
persona en una inconsciente le asegur
Gina. No creo que debas echarle nada en
cara.
En circunstancias normales Mario habra
hecho algn comentario custico sobre su
propia inconsciencia al casarse con Gina.
Pero las circunstancias estaban muy lejos de
ser normales. Se pas una mano por la cara
con expresin perpleja. Aquello lo cambiara
todo... ms de lo que podan imaginar
Andrea y Simonetta. Se acabaran las
diversiones de las que tanto haban
disfrutado, como si fueran lo nico que la
vida poda brindarles.
Es increble que no nos hayan dicho
nada. Scandellari no sabe nada en absoluto.
Est costndole tanto superar la muerte de
Emilia que resulta comprensible que
Simonetta todava no se haya atrevido a
contrselo... Pero Andrea es mi hermano,
maldita sea! Se supone que tengo que
cuidar de l! Cmo voy a hacerlo si no es
capaz de confiar en m?
Exagerado! Nadie cuidaba de ti
cuando tenas veinte aos, y tampoco de m.
Y no vengas dicindome que eran otros
tiempos. A su edad se le puede considerar
un adulto.
No es ms que un cro resopl Mario
sin dar su brazo a torcer. No haba apartado
la mirada de los muchachos que
continuaban de pie en medio de la multitud
. Y ella es todava una nia. Si no me
hubieras contado todo esto me habra
quedado de piedra al verla aparecer dentro
de unos meses con una criatura en los
brazos. Cualquier hombre relacionara esas
nuseas con una simple indigestin. No
sospechara nada ms.
Eso dilo por ti murmur Gina.
Nunca se te ha dado bien reconocer esos
sntomas.
La atencin de Mario se haba desviado
de repente hacia la fondamenta Gaffaro. La
muchedumbre que atiborraba las calles
apenas permita reconocer los semblantes de
los vecinos, y las aparatosas mscaras
complicaban an ms esta labor, pero supo
quin era sin necesidad de contemplar sus
rasgos. Lo supo desde que vio cerrarse la
puerta de La Grotta della Fenice y su pie se
pos sobre el empedrado, en medio de las
serpentinas y los confetis que viciaban el
aire a su alrededor. Una silueta de mediana
estatura, envuelta en una capa marrn cuyos
bordes arrastraba por el suelo. Llevaba la
capucha echada por la cara de manera que lo
nico que se le vea era la barbilla de color
dorado, la tonalidad de la moretta con la que
se haba cubierto, una mscara ovalada que
impeda ver su piel.
Sus manos se aferraron al parapeto de
piedra sin darse cuenta de lo que haca.
Tena que ser ella: sus pasos seguan siendo
los mismos con los que atravesaba cada
noche sus sueos, y la manera en que mir a
ambos lados, como si quisiera asegurarse de
que no haba nadie conocido a su alrededor,
dejaba claro que no era el Carnaval lo que la
haca salir a la calle a escondidas. Su corazn
comenz a latir salvajemente dentro de su
pecho.
Ocurre algo? quiso saber Gina.
Miraba a Mario con las cejas enarcadas. Te
has puesto muy serio de repente... Es por lo
de Andrea y Simonetta?
l no le contest. Segua contemplando
cmo Silvana se acercaba a los desgastados
escalones que se hundan en el rio del
Gaffaro. Haba un grupo de gondoleros
sentados al lado de sus embarcaciones,
mascando tabaco barato y rindose a
carcajada limpia de los disfraces ms
escandalosos que desfilaban hacia San
Marcos. Cuando se inclin para hablar con el
que se encontraba ms cerca de la
juguetera, su capucha resbal un poco hacia
atrs, permitiendo que unos reveladores
mechones rubios escaparan de su interior.
No tena que haberte contado nada
suspir Gina; Mario la escuchaba hablar
como si su voz procediera de una dimensin
muy alejada en el tiempo y el espacio. Ya
s que lo que pueda decirte no sirve de
mucho, pero si te interesa mi opinin dejara
que fuera tu hermano quien se ocupara de
sus propios asuntos. No sera justo que
cargaras tambin con las recriminaciones de
Scandellari cuando le cuenten lo que ha
pasado. Estoy segura de que Andrea piensa
lo mismo que yo. Aunque te cueste creerlo,
valora muchsimo tu...
Se qued callada al darse cuenta de que
Mario no le prestaba la menor atencin. Al
volverse hacia la calle no pudo ver nada
fuera de lo normal; nada ms que las
mscaras que se divertan atravesando a
toda velocidad los puentes para alcanzar
cuanto antes el corazn de la fiesta, la gran
plaza en la que los venecianos danzaran
hasta el amanecer.
Mario? insisti Gina posando una
mano sobre su hombro. l volvi en s
mismo con un pequeo sobresalto. Se
puede saber qu pasa? A qu viene esa cara
tan larga?
Lo siento. Me temo que ahora mismo
no puedo pensar en... Volvi a
concentrarse en el hervidero en que se haba
convertido el rio del Gaffaro. La mscara
dorada segua all; aunque se encontrara
demasiado lejos para escuchar lo que le
deca al gondolero no le cost comprender
que haban llegado a una especie de
acuerdo. El hombre se puso en pie, salt
dentro de su embarcacin, la acerc ms a la
orilla con ayuda de su prtiga y le tendi una
mano a la misteriosa enmascarada para
ayudarla a subir. La muchacha se sent en
un pequeo montn de rados cojines de
terciopelo, recolocando los pliegues de su
capa mientras se ponan en movimiento.
Lo siento, Gina repiti Mario apartndose
del balcn, pero no puedo quedarme ms
tiempo aqu. Haba olvidado algo
importante.
Ni siquiera los problemas de Andrea
conseguan desviar su atencin de lo que
ms le preocupaba en aquellos momentos.
Montalbano segua en su casa; haba varias
luces en las ventanas del primer piso y una
lmpara de gas segua ardiendo en el taller,
como si el Carnaval no significara nada para
el juguetero. Montalbano segua en su casa
con una pierna escayolada... y aun as haba
permitido que Silvana se marchara. La haba
dejado irse en una barca de la que podra
caerse en cuanto colisionara con las de los
vecinos de Santa Croce. Mario haba visto
ms de una gndola darse la vuelta y haba
escuchado las risas de las dems mscaras
mientras las mujeres que iban a bordo
chapoteaban en el agua, alargando las
manos hacia las embarcaciones ms
cercanas antes de que el peso de los vestidos
que se hinchaban a su alrededor tirase de
sus cuerpos hacia el lgamo de las
profundidades. Volvi a acordarse de lo que
le haba contado Silvana cuando lo llev a su
cuarto. El agua sera letal para sus
mecanismos. La paralizara para siempre,
como le ocurrira a cualquier mueca. Y aun
as se haba marchado de su casa... a
escondidas...
A escondidas de su propio padre? Era
posible que Montalbano la creyera todava
en su habitacin? Se haba ido sin decirle lo
que pensaba hacer? Aquella posibilidad era
mucho ms inquietante, porque traa
consigo un dolor mayor que cualquiera de
sus preocupaciones; una aguda punzada de
celos que atraves el corazn de Mario como
si no fuera ms que un alfiletero. Entr en el
saln como una exhalacin, seguido por
Gina.
Vas a tener por lo menos la decencia
de contarme lo que est sucediendo? le
dijo airada por la poca atencin que le
prestaba. Mario! Todava estoy hablando
contigo!
Tengo que marcharme. No me esperis
despiertos. No me haba acordado de que
debera haber... de que hay algo que...
Desisti de darle ninguna explicacin,
porque realmente no tena ni idea de lo que
pensaba hacer cuando la encontrara. Dile
a Andrea que me he marchado con el
Bucintoro aadi movido por una sbita
inspiracin. Est tan entretenido con
Simonetta y con Marina que ni siquiera me
ver subirme en la barca.
A Gina se le abrieron los ojos de par en
par. Mario se acerc al divn para recoger su
chaqueta. Shylock se haba adormecido
encima de un cojn, y dej escapar un bufido
cuando su amo se precipit hacia la puerta
que comunicaba con el patio. Se arroj por
las escaleras sin prestar atencin a Gina, que
segua llamndole desde lo alto, asomada al
murete revestido de cal. Mario, vuelve
aqu!,le llamaba en voz alta. Mario! Por
favor, espera!. Pero Mario no se detuvo en
ningn momento. No poda perder a
Silvana.
Cuando sali a la calle estuvo a punto de
tropezar con su hermano. Andrea segua de
pie al lado de la puerta de Ca Corsini, pero
tal como haba imaginado no repar en su
presencia; haba demasiada gente ocupando
la calle. Se abri camino como buenamente
pudo hacia el Bucintoro, que se meca en
medio de las embarcaciones que pasaban de
largo como una cscara de nuez arrastrada
por una tempestad. Mario subi, solt
rpidamente las amarras y agarr los remos
que siempre guardaban bajo los asientos
para seguir la estela que dejaba la gndola
de Silvana. Ya se encontraba a una distancia
ms que considerable, pero no tuvo
problemas para distinguirla; era la nica que
no pareca a punto de zozobrar por culpa de
las alborotadoras mscaras que se
desplazaban en ellas.
Pasaron por debajo del ponte Marcello, y
Mario dio un golpe de remo para seguirlos a
varias barcas de distancia. Haba mucha
gente sobre la estructura de ladrillo,
rindose de un pcaro viejecillo que beba en
el cuenco de las manos de una vampiresa de
largas uas rojas, cuya barroca catarata de
rizos blancos caa sobre su espalda mientras
echaba la cabeza hacia atrs para rerse
como los dems. Siguieron durante unos
minutos hacia delante, hasta que Mario, que
empezaba a pensar que alcanzaran en
cualquier momento la iglesia de San Rocco,
vio que doblaban la esquina de una de las
casas ms antiguas de la fondamenta
Minotto para apartarse del canal por el que
haban venido. El gondolero golpe la
superficie del agua con su prtiga mientras
desaparecan detrs de una tapia
desmigajada por la humedad, como las que
haba en el desolado distrito de Cannaregio.
Entonces se dio cuenta de lo que estaban
haciendo. Silvana no le haba pedido que la
llevara a San Marcos como los dems
participantes del Carnaval. Quera
aprovechar la confusin general para
dirigirse a un lugar muy distinto. Un lugar
en el que no haba ni confetis ni serpentinas,
ni mscaras alborotadoras, ni siquiera
antorchas como las que no tardaron en dejar
atrs mientras se adentraban en la
oscuridad. La antigua judera, que durante
siglos haba estado vigilada por los
cristianos responsables de poner los
candados en sus verjas de hierro en cuanto
caa la noche. Ya no haba prestamistas
dispuestos a exigir una libra de carne a los
desdichados que no pudieran saldar sus
deudas, aunque el aire de abandono de
aquel distrito segua siendo el mismo.
Pronto dejaron atrs el rumor de los violines
y las panderetas, y lo nico que se escuch
fue el ladrido de algn perro lejano
acompaado por el cloqueo del agua al
acariciar los escalones de entrada de las
casas. All la herrumbre masticaba la pintura
de las fachadas y los ladrillos asomaban a
travs de las ronchas abiertas en su
superficie. Ola mucho ms a humedad, el
aroma de los canales estancados que no
poda percibirse en el Gran Canal ms que
en los das ms calurosos del ferragosto. En
Cannaregio se haca ms evidente la
autntica naturaleza de Venecia: una ciudad
asentada sobre troncos de madera que se
pudran noche y da bajo los palacios
saturados de risas y de bailes. Una especie
de pacto con el Diablo que les haba
concedido parte de la laguna a cambio de
una condena para toda la eternidad.
Una ventana se abri de repente a su
paso, y Mario dio un respingo al ver aparecer
unos ojos legaosos que parpadearon
silenciosamente en la oscuridad. Tuvo que
remar ms despacio por miedo a que Silvana
y su gondolero se percataran de que alguien
los segua a travs del intricado ddalo de
callejuelas. La nica claridad que los guiaba
era la de la luna, y apenas bastaba para
perfilar los contornos de las embarcaciones y
hacer relucir la forcola de bronce en la que el
gondolero haba apoyado su prtiga. Esper
a que doblaran otra esquina para seguirlos, y
despus los dej adelantarse un poco ms, y
volvi a hacerlo hasta que se dio cuenta de
que haba puesto demasiada distancia entre
ambos. Desconcertado, detuvo su barca en
medio de un canal tan estrecho que no
tendra que estirarse demasiado para tocar
las sucias paredes de ladrillo con las dos
manos.
Me est bien empleado por querer hacer las
cosas a escondidas, pens Mario disgustado
consigo mismo. No haba ni rastro de la
gndola. Aunque, a fin de cuentas, Silvana est
hacindolo tambin. No creo que quisiera
contarme nada si me atreviera a preguntarle por
los motivos que la han trado esta noche a la
judera, embozada en una capa y con una
mscara cubrindole la cara. Entonces sinti
de nuevo aquella punzada de celos en su
corazn. Y lo peor era que saba que no tena
derecho a sentirse as. Silvana le haba
dejado claro que cualquier relacin entre
ambos careca de sentido, y en consecuencia
era libre para hacer con su vida, o con la
imitacin de vida que su padre le haba
regalado, lo que ms le apeteciera. Hasta
prestar atencin a los cumplidos que
pudiera dirigirle cualquiera de los vecinos
que haban cado rendidos a sus pies nada
ms ponerle los ojos encima.
Esta idea le llev a agarrar de nuevo el
remo. Avanz rabiosamente hacia la derecha
en la primera encrucijada, y luego gir dos
veces hacia la izquierda siguiendo la ruta
que le pareci ms despejada pese a que
aquellos canales se encontraban tan llenos
de suciedad que su barca se resista a
avanzar. Y fue entonces cuando se llev una
de las mayores sorpresas de la noche. No
deba de haber transcurrido ms de un
cuarto de hora desde que perdi de vista a
Silvana cuando se encontr de frente con su
gndola, antes de que pudiera decidir qu
direccin tomar. El remo estuvo a punto de
carsele al agua.
Cuidado! exclam el gondolero
virando justo a tiempo para no chocar.
Tambin se haba sobresaltado, aunque en
seguida se ech a rer. Lo reconoci de
inmediato por el oscuro cabello engominado
hacia atrs. Es la primera vez que me
encuentro con ms barcas a estas horas. S
que est transitado Cannaregio, eh? Ser
culpa del Carnaval?
Mario murmur una respuesta, aunque
no se daba mucha cuenta de lo que deca. No
haba nadie sentado sobre los cojines de
terciopelo. La gndola se encontraba vaca, a
excepcin de su propietario. Esper a que se
encaminara de nuevo hacia Santa Croce para
seguir avanzando por lo que pareca una va
muerta, aunque saba que no vera a Silvana
por ninguna parte. La muchacha se haba
esfumado como si se la hubiera tragado el
agua.
Dnde demonios te has metido?
murmur Mario. No haba aceras a los lados
del canal. Las puertas ms cercanas se
encontraban cerradas mediante tablas, y
resultaba evidente que nadie haba vivido
desde haca dcadas en aquellos cuchitriles
. Silvana!
El callejn sin salida le devolvi el eco de
su propia voz. Pero Silvana no respondi a
su llamada. A Mario no le entraba en la
cabeza por dnde poda haberse marchado.
La pared de la izquierda permaneca
cubierta por una enredadera que se haba
secado aos atrs. A la derecha, si entornaba
los ojos en la penumbra, no vea ms que los
cristales rotos de una antigua fbrica de la
que surga el inconfundible sonido que
hacan las ratas al corretear sobre los
escombros. No pareca probable que Silvana
hubiera entrado all.
Pero tena que estar muy cerca de Mario.
Despacio, mirando en todas las direcciones
por si la vea aparecer, acerc el Bucintoro a la
pared de la enredadera... y estuvo a punto de
caerse al agua al apoyar una mano en lo que
haba pensado que sera un muro slido.
Mario ahog un grito. Le llev un
momento recuperar el equilibrio, y entonces
supo por dnde tena que haber
desaparecido Silvana. No haba ninguna
pared detrs de las resecas hojas que
acababa de tocar. La enredadera ocultaba a
los ojos de los curiosos un estrecho pasaje
que se abra detrs de un arco, y que se
hunda an ms en la oscuridad de
Cannaregio. El gondolero deba de conocer
aquel atajo, o si no era as tena que
habrselo sealado la muchacha. Mario no
poda ni empezar a imaginar cmo se haba
enterado Silvana de que exista en Venecia
un lugar as. Levant una mano para apartar
la cortina de hojas cubierta de telaraas,
avanzando en aquella direccin mientras
rezaba para no haberse equivocado. No
podra respirar hasta tener de nuevo a
Silvana a su lado.
El estrecho canal desembocaba en una
plaza en la que no pareca haber nada que
mereciera la pena. nicamente unas casas
abandonadas como las que acababa de dejar
atrs, con ladrillos sujetos mediante grandes
grapas de hierro descolorido, y al fondo una
iglesia que pareca a punto de derrumbarse
sobre sus cimientos. Tambin era de ladrillo,
aunque en algn momento haban
recubierto su fachada con grandes placas de
mrmol que haban comenzado a
resquebrajarse tiempo atrs. Haba una
galera de nichos que servan de cobijo a las
esculturas de unos santos; la cabeza de uno
de ellos se haba desprendido del resto de su
cuerpo y haba rodado por encima de los
desgastados adornos para hacerse aicos
sobre el pavimento, ocupado casi en su
totalidad por unas lpidas sepulcrales cuyos
nombres no se podan descifrar en la
penumbra. Aquel rincn perdido en las
entraas de Cannaregio, al que solo un
veneciano sera capaz de llegar, se haba
convertido en un cementerio del que ni
siquiera deban acordarse los ms ancianos.
Mario se acerc con su barca a un
pequeo embarcadero que haba a escasos
metros de la iglesia. Lo conformaba un nico
escaln, tan desgastado por la constante
caricia de las aguas que tuvo que saltar por
encima para no resbalar. At el Bucintoro a
un poste de madera que sobresala
precariamente del canal y se acerc muy
despacio a la fachada que se ergua ante l,
contemplando con aprensin los ojos
muertos de las esculturas. La maleza creca
entre cada una de sus piedras, y las lpidas
del suelo se encontraban tan invadidas por
el musgo que seguramente se necesitaran
varias palancas para levantarlas.
La puerta era otro cantar. No le
sorprendi demasiado comprobar que no
haba nada de musgo en los resquicios de la
madera. Mario puso las manos sobre las dos
hojas y trat de empujar sirvindose de su
peso, pero no consigui moverlas. Sin
embargo, resultaba evidente que alguien
entraba y sala a menudo de la iglesia.
Silvana deba de estar all!
No se atrevi a llamarla de nuevo; el
silencio era tan espeso que pareca aferrarse
a los msculos de su garganta para que no
pronunciara una palabra. En lugar de eso
ech hacia atrs la cabeza para recorrer con
los ojos la fachada. Santa Maria delle Anime,
se lea al pie de una vidriera descolorida que
haba sobre la galera de nichos. Y debajo de
ellos, en grandes letras capitales, haba una
inscripcin en latn: ANNO-IVBILEI-MDLX.
Mario tard un momento en descifrar la
fecha, y cuando lo hubo hecho se apart de
la fachada para inspeccionar los muros
perimetrales de la iglesia. Estaba claro que
no podra entrar por la puerta principal a
menos que se pusiera a dar golpes para que
Silvana le abriera. Y si haca eso no habra
posibilidad de descubrir lo que se traa entre
manos.
Una serie de capillas sobresalan a ambos
lados de la nave principal. Mario se puso de
puntillas para inspeccionar las ventanas que
daban a la calle, redondas como los ojos de
buey de un navo. Se estir para deslizar los
dedos por dentro de la primera moldura
circular que encontr a su paso. Se haba
concentrado tanta porquera dentro de
aquellas ventanas que por un momento
pens en apartar su mano, pero entonces dio
con lo que buscaba: una frgil retcula que
mantena sujetos los cristales de las
vidrieras. Tambin haban perdido su color,
como le suceda a la que adornaba la
fachada, y vibraron de tal manera bajo sus
dedos que Mario imagin que no
aguantaran unos cuantos empujones.
Su alma de artesano se estremeci al
pensar en lo que iba a hacer. Pero no haba
ms remedio que seguir adelante. Estaban
en juego cosas ms importantes que las
vidrieras de un templo que ya nadie se
molestaba en visitar. Respirando hondo,
apoy los pies en uno de los bancos de
piedra adheridos al muro de la iglesia
mientras descargaba con su puo un golpe
tan salvaje que los mugrientos cristales
saltaron en todas las direcciones.
Unos cuantos cayeron al suelo, pero los
ms afilados no dudaron en ensaarse con la
piel de las manos de Mario. Era su particular
venganza por lo que se haba atrevido a
hacer. Esto no le preocup en absoluto; tena
demasiadas cicatrices en las manos para
sentir dolor en aquel momento. Volvi a
golpear los pedazos de retcula que seguan
en pie, abriendo un agujero lo
suficientemente grande como para
introducir el cuerpo a travs de l, y se
impuls con las dos manos para penetrar en
la iglesia.
Las esquirlas le araaron los brazos,
como lo haban hecho tantas veces las uas
de Shylock, cuando se dej caer dentro de la
capilla. Se solt muy despacio de la abertura,
apoyando primero un pie y luego el otro
sobre una lpida de mrmol en la que,
cuando sus ojos se acostumbraron a la casi
total oscuridad, pudo distinguir unas letras
parecidas a las que haba en el atrio de la
iglesia. Haba cado en una de tantas capillas
familiares donde los miembros de las
dinastas ms antiguas de la ciudad pedan
ser enterrados en compaa de sus seres
queridos. Lo nico que quedaba de la pompa
y esplendor de otros tiempos eran los
escudos familiares grabados sobre la piedra.
Haba cabezas de ngeles y calaveras
sonrientes aqu y all, y relojes de arena con
alas que pretendan representar el paso del
tiempo. Mario se aferr como pudo a una
mesa de altar que haba en el centro de la
capilla para colocar por fin sus pies en el
suelo. El esqueleto de un beato del siglo xvi
le sonrea desde detrs de una placa de
cristal cubierta de polvo. Tena una coronita
de flores secas alrededor de la cabeza, y los
huesudos dedos cargados de sortijas. Mario
se limpi las manos en sus pantalones,
haciendo una mueca de asco, y se aproxim
a la cancela que daba acceso a la nave de la
iglesia. Estaba deseando marcharse de ese
lugar.
Silvana volvi a llamarla. Ya le daba
lo mismo sorprenderla o no; lo nico que le
interesaba era encontrarla lo ms pronto
posible. Silvana! exclam mientras
avanzaba por el pasillo central. S que
ests aqu! No tienes nada que temer,
solamente soy yo!
Hubo un batir de alas sobre el coro, y un
par de palomas alzaron el vuelo hacia las
ventanas rotas por las que se haba colado la
lluvia durante dcadas. La luz de la luna
menguante caa como un manto de mercurio
sobre la escena. Su voz haba arrancado unos
ecos alarmantes a las viejas piedras, pero
Silvana segua sin dar seales de vida;
aquella iglesia se encontraba tan silenciosa
como un mausoleo que nadie se molestara
en visitar.
Esto es una locura mascull Mario.
Se arranc una esquirla de cristal de la
camisa y apret el paso para desembocar
cuanto antes en la capilla mayor, desde
donde tendra una mejor perspectiva.
Ascendi los cuatro escalones que
conducan a un retablo en el que no se haba
fijado hasta entonces, y que presida el altar
pese a que la mugre adherida a lo largo de
los siglos no permitiera contemplar nada
ms que sus contornos. Parece que son...
las almas de los condenados murmur
Mario para s. Las llamas del Purgatorio...
Haba algo siniestro en la manera en que
Dios Padre levantaba su brazo para liberar a
los muertos que haban expiado sus culpas,
como si no le afectaran las expresiones de
profundo terror de los que seguiran
ardiendo en el abismo. Mario apart la
mirada con un escalofro de los rostros
inmortalizados para siempre a travs de un
pincel annimo. Dio la espalda al retablo
para abarcar toda la iglesia de un vistazo, y
el panorama que contempl desde aquella
posicin privilegiada no pudo resultarle ms
desolador. De las piezas que conformaban el
antiguo mobiliario no quedaba nada en
absoluto. Alguien se haba dedicado a
arrancar las tablas de los reclinatorios,
seguramente para encender un fuego en su
hogar durante las noches ms fras del
invierno, y los candelabros, los cirios
desgastados y las pginas arrancadas de los
misales cubran las baldosas de lo que haba
sido en su momento un hermoso edificio
dedicado al culto. Ahora las palomas se
haban convertido en las autnticas dueas
de Santa Maria delle Anime sin que nadie
protestara por ello, porque no quedaba
nadie a quien le preocupara lo que sucediera
con la iglesia.
Estaba a punto de regresar a la nave
principal cuando le pareci captar algo
extrao con el rabillo del ojo. Mario se
detuvo en el primero de los escalones. No
poda ser un error; haba algo reluciendo en
medio de la hojarasca que se rizaba como
una alfombra sobre el ajedrezado del suelo.
Algo demasiado brillante para ser un
candelabro mellado.
Se acerc lo ms silenciosamente que
pudo. Supo lo que era cuando todava estaba
a una distancia considerable. Se trataba de
una moretta dorada, una de las mscaras que
solan ponerse las muchachas venecianas en
Carnaval. Mario respir hondo mientras se
agachaba para sujetar el delicado valo de
papel mach entre sus manos. Saba dnde
lo haba visto antes y quin lo llevaba
puesto. Deba de habrsele cado al recorrer
la iglesia.
Ya estoy ms cerca de ti. No pienso
dejarte ir sin que me cuentes qu es todo
esto...
Lo dijo tan quedamente que estaba
seguro de que Silvana no lo haba escuchado.
Se guard la mscara dentro de la chaqueta,
se puso en pie para pasear la mirada de
nuevo a su alrededor... y se qued quieto al
darse cuenta de lo que ocurra. La moretta no
se le haba resbalado en ningn momento.
La haba dejado a propsito al lado de una
lpida sepulcral que permaneca
abandonada sobre las baldosas, junto a una
oscura abertura que conduca a las
profundidades de la iglesia. Silvana deba de
haber tirado de su argolla central para
desplazarla hacia la izquierda con la fuerza
que podran haber reunido cinco hombres
hechos y derechos. Tambin haba una
calavera con dos tibias cruzadas sobre la
lpida, acompaada por una nueva
inscripcin: HIC-TERRA-EST-FIDELIBUS.
Mario no tuvo que esforzarse demasiado
para averiguar lo que uno podra encontrar
all abajo.
Se le escap un gemido. Haba llegado
demasiado lejos para retroceder. Enterrarse
por su propia voluntad en una cripta
maloliente era sin lugar a dudas la mayor
prueba de amor que le dara a una mujer en
su vida. Ms vale que Silvana tenga una
explicacin preparada, pens mientras
colocaba cuidadosamente un pie en el
primer peldao que se hunda en la
oscuridad. Despus de esto no pienso
conformarme con una excusa. Voy a obligarla a
que me cuente la verdad, aunque tenga que
pasar toda la noche en este sitio.
An no poda imaginar que lo que le
esperaba en la cripta dejara atrs las
imgenes ms pesadillescas que su mente
sera capaz de conjurar. Cogi aire por
ltima vez, lo ms parecido al aire puro que
respirara en un buen rato, y se arm de
valor para seguir bajando.
CAPTULO XI
Al principio pens que no sera capaz de
soportar aquel hedor. Tuvo que taparse la
nariz con una mano mientras descenda
poco a poco, procurando no tocar las
mugrientas paredes. La cripta haba
concentrado durante siglos los aromas de la
putrefaccin que ahora pareca escapar en
todas las direcciones a travs del agujero
abierto. En las paredes haba varias
antorchas encendidas, sujetas mediante las
argollas de hierro que se haban instalado
con esta finalidad, y el danzante resplandor
de unas velas que se adivinaba sobre los
muros le hizo pensar a Mario que deba de
haber alguna otra fuente de luz. Tuvo que
esperar a alcanzar el suelo para mirar a su
alrededor.
Se arrepinti inmediatamente de haberlo
hecho. Sinti una especie de nusea similar
a las que le sobrevenan de nio, cuando se
despertaba en medio de una pesadilla que le
haca jadear y retorcerse de terror en su
cama. La habitacin en la que se encontraba
era muy pequea, y en sus cuatro paredes se
alineaban hileras y ms hileras superpuestas
de nichos infestados de polvo y telaraas.
All yacan en confuso montn los restos de
los esqueletos que los sacerdotes de Santa
Maria delle Anime haban acumulado en
aquella cripta destinada a sus hermanos
antes de que la iglesia fuera definitivamente
clausurada. Docenas de calaveras le
devolvan la mirada a Mario con sus cuencas
oculares vacas, en las que se reflejaba el
vaivn anaranjado de las antorchas. Haba
un par de sepulcros de mayor tamao
intercalados en los muros, y el suelo se
encontraba recubierto de lpidas parecidas a
las de la nave principal. Pero aqu terminaba
lo que uno podra esperar de un lugar de
enterramiento. La cripta contena cosas ms
inquietantes precisamente porque se deban
a la mano del hombre en lugar de a la de la
naturaleza. Mario tard un instante en
reparar en la mesa de operaciones que
alguien haba apoyado contra una pared, sin
preocuparle demasiado que los ojos de los
muertos supervisasen lo que estaba
teniendo lugar all. No eran ms que unas
tablas de madera colocadas sobre unos
caballetes para sostener el peso de las cajas
de herramientas en las que no le cost
reconocer los mismos tiles que Andrea y l
usaban en Ca Corsini. Haba varias sbanas
dobladas al lado de piezas de relojera, y
otras dos extendidas en medio de la
habitacin, que cubran montones de trastos
de la misma ndole. Y al fondo, a la derecha
de la mesa de operaciones, haba una reja
que conduca a una habitacin ms pequea,
un par de escalones por encima de la cripta.
Deba de ser la antigua sacrista en la que los
sacerdotes haban celebrado sus funerales
antes de depositar los cadveres dentro de
sus nichos sin necesidad de un atad.
All era donde se encontraban las velas.
Ardan sobre la repisa de un altar en el que
un artista desconocido haba colocado un
relieve de Cristo resucitando a Lzaro. Mario
tuvo que armarse de valor para ponerse en
movimiento. Al dirigirse hacia los peldaos,
teniendo cuidado de no tropezar con
ninguna de las herramientas, sinti que
rozaba con su pie algo que sobresala por
debajo de la sbana. Algo demasiado blando
para ser una broca o unos alicates. Algo que,
como comprob al agachar poco a poco la
cabeza, con un repentino presentimiento, se
pareca mucho a la mano de una mueca. O
de una nia.
Le dio la sensacin de que la sangre se le
helaba en las venas. Le llev una eternidad
arrodillarse sobre las lpidas, con sus
piernas temblando de tal manera que pens
que no podran sostenerle, y agarrar uno de
los extremos de la sbana. La levant muy
despacio mientras tragaba saliva con
dificultad. Cuando vio lo que haba debajo
comprob que su primera impresin era
correcta: bajar a la cripta haba sido como
entrar en una pesadilla.
Emilia Scandellari yaca boca arriba sobre
las lpidas, con sus prpados cubriendo los
ojos oscuros de los que Mario nunca sera
capaz de olvidarse. Estaba desnuda por
completo, y una complicada red de lneas
trazadas con algo parecido al carboncillo le
recorra todo el cuerpo, desde las sienes y la
pequea barbilla hasta las puntas de los
dedos de los pies. Daba la impresin de que
se haba acostado para dormir durante unos
minutos despus de haber jugado todo el
da. Pero se encontraba muerta; la lividez de
sus mejillas arranc de la mente de Mario las
pocas esperanzas que an podan quedarle.
No... se oy murmurar a s mismo.
La sbana se le escap de entre los dedos,
aunque la carita de Emilia segua siendo
visible en la penumbra. No! volvi a
decir entrecortadamente. Esto no puede
ser verdad... No pueden haberte hecho algo
as!
Emilia sigui sin moverse cuando puso
las manos a ambos lados de su cabeza. Las
trenzas castaas caan por encima de su
pecho con tanta naturalidad como si
Simonetta se las acabara de hacer. Pareca
Blancanieves descansando dentro de una
urna de cristal.
Emilia... solloz Mario ms
quedamente. No se atreva a tocarla. Era
como si una parte de su cerebro siguiera
aferrndose a la idea de que aquello no era
ms que un mal sueo, que en cualquier
momento despertara en su divn, con los
acelerados latidos de su corazn resonando
en sus sienes. Has estado aqu... en este
agujero... durante ms de tres meses?
Hemos estado adornando con flores una
sepultura vaca en San Michele?
Las lgrimas le caan por la cara sin que
pudiera hacer nada por enjugrselas. Volva
a or los alaridos de Simonetta cuando haba
descubierto a su hermana muerta en su
cama. La pena callada y devastadora que
consuma a Scandellari desde entonces. El
remordimiento de Andrea cuando supo lo
que le haba sucedido por su culpa a la
pequea a la que tanto queran. Todas
aquellas voces parecieron concentrarse
dentro de su cabeza hasta que una se elev
por encima de las dems: un grito
acompaado por un sonido de cristales
rotos.
Silvana acababa de detenerse en medio
de la reja. Sujetaba entre sus manos un rollo
de vendas, y una jeringuilla acababa de
quebrarse sobre los peldaos que conducan
a la sacrista. Sus ojos azules se haban
abierto desmesuradamente al descubrir a
Mario.
T! dijo entrecortadamente. Las
vendas se le cayeron de las manos y rodaron
por los peldaos como lo haba hecho la
jeringuilla. Eras t quien persegua mi
gndola!
Se qued mirando con expresin
desolada cmo levantaba lentamente la
cabeza. Las lgrimas de Mario seguan
cayendo sobre la cara de Emilia, y sus ojos
relucan con una rabia que Silvana nunca
haba visto en l. No pudo evitar retroceder
unos cuantos pasos.
Si tienes que contarme algo ms le
dijo ahogadamente hazlo de una vez para
que mi desgracia sea completa. Ahora
mismo no reconozco a la persona que tengo
delante.
Se dio cuenta en el acto de lo mucho que
le haban dolido sus palabras. Pero a Mario
no le importaba herir sus sentimientos
despus de la decepcin que acababa de
llevarse.
Qu ests haciendo en este lugar? le
dijo Silvana al cabo de un instante. Cmo
has conseguido seguirme por los canales de
Cannaregio sin traer contigo ningn mapa?
Mario no poda creer que alguien tuviera
tan poca vergenza. Aquello era de locos.
Te encuentro en una cripta maloliente,
en una iglesia abandonada... en plena noche
de Carnaval, a escondidas... y se supone que
tengo que ser yo quien te d explicaciones?
Silvana se dio la vuelta para no tener que
enfrentarse a su mirada. Si no supiera que
era una autmata, Mario jurara que sus ojos
relucan como si estuviera a punto de llorar.
Cuando hayas dejado de atacarme tal
vez te interese escuchar mis propias
explicaciones contest con voz
entrecortada. O tal vez sera mejor que te
marcharas de este lugar antes de que
pudiera hacerlo. Supongo que te sentiras
mejor contigo mismo si te diera un autntico
motivo para odiarme.
Sera un idiota si no lo hiciera. Ahora
comprendo hasta qu punto me has
utilizado!
Aunque segua de espaldas, le pareci
que se llevaba una mano al pecho y apretaba
un momento sus dedos contra su corazn.
Pero Mario no quera creer en ninguna de
sus pantomimas. Silvana no poda pretender
que la compadeciera como haba hecho
antes...
Sin embargo, no dej de mirarla con
inquietud mientras permaneca de pie en
medio de la cripta. En su rostro haba
aparecido un dolor fsico que nadie sera
capaz de fingir.
Te encuentras bien? pregunt
transcurridos unos segundos. Por qu tena
que preocuparse por ella? Por qu no poda
soportar verla as? Es... es de nuevo tu
corazn?
Siempre es mi corazn logr
susurrar Silvana. Y en este momento ms
que nunca.
El repiqueteo de sus engranajes
consigui despejar todas las dudas de Mario.
Haba un nuevo rumor dentro de su pecho,
un sonido mucho ms acelerado que lo que
haba escuchado otras veces. Y no haba
manera de que ningn autmata pudiera
aumentar las revoluciones de los
mecanismos que le haban implantado. Se
acerc rpidamente a ella.
Santo Dios mascull al tener al lado
la fuente de aquellos chirridos. Sintate
antes de que tus ruedas puedan hacerse
aicos. Deben de estar escuchndote desde
Santa Croce.
Silvana se dej llevar cuando Mario la
acomod sobre uno de los peldaos. Pareca
tan destrozada que sinti cmo se le pona
un nudo en el estmago. Acab tragndose
su resentimiento para coger su mano antes
de que pudiera romperse cualquiera de sus
piezas.
Era increble cmo la muchacha decidida
que haba conocido, la mujer fuerte que no
pareca tenerle miedo a nada, se haba
quedado reducida a la sombra de lo que
haba sido.
Supongo dijo cuando sus ruedas
recuperaron su ritmo normal que nada de
lo que diga har que cambies de opinin.
Para ti no soy ms que una profanadora de
cadveres.
Dara cualquier cosa por no haberte
encontrado aqu le asegur Mario. No
haba dejado de sujetar su mano como si
temiera que pudiera desintegrarse ante sus
ojos. No entiendo cmo podis tener tan
pocos escrpulos. Emilia era una nia... no
una cobaya!
Yo no he tenido nada que ver en esto,
Mario. No saba lo que se traa entre manos!
Mario la mir con escepticismo, pero
Silvana no apart su mirada. Al cabo de
unos segundos comprendi que estaba
dicindole la verdad. No la crea capaz de
engaarle.
Realmente no sospechabas que
Montalbano estuviera planeando algo tan
srdido?
No murmur Silvana. No hasta
esta tarde. Me haba dicho que se lastim la
pierna al resbalar en la escalera de nuestra
tienda. Apart los ojos para contemplar
los sucios peldaos por los que haban
bajado. Pero ahora comprendo que tuvo
que sucederle en este lugar. Seguramente en
una de las ocasiones en las que se present
en la iglesia para cuidar de Emilia despus
de sacarla de su tumba. Debi de hacerlo la
misma noche en que...
Se qued callada. Mario record cmo
Andrea y los Scandellari se haban
marchado del cementerio despus de dejar a
Emilia con su madre muerta. Al parecer no
pudieron pasar demasiado tiempo juntas. A
Montalbano no deba de haberle preocupado
algo as.
Entonces... entonces no le ayudaste en
esto? No le acompaaste a San Michele?
Yo estaba contigo, Mario. Estbamos
los dos en mi dormitorio. Y de todas formas,
crees que podra vivir en paz conmigo
misma si hubiera hecho algo as? dijo
Silvana en un tono ms siseante. Haba
entornado sus ojos en una mirada que hizo
que Mario se pusiera rojo. No me conoces.
No me conoces en absoluto aadi la
muchacha. Nunca sera capaz de quitarle a
una nia pequea su derecho de poder
descansar para siempre.
Mario respir hondo. Le aliviaba
enormemente comprender que Silvana no se
haba marchado al cementerio para remover
la tierra que cubra los restos mortales de
Emilia.
Sin embargo insisti ahora ests
en esta cripta. Y por lo que he visto seal
los trozos de la jeringuilla ests echndole
una mano a Montalbano con sus
experimentos.
Si no lo hiciera la situacin sera an
peor le asegur Silvana. Me imagino que
te encuentras al tanto de los diversos
cambios que se producen en un cadver
cuando ha...
Ahrrame una explicacin detallada
pidi Mario. Volvan a asaltarle las nuseas.
Si me negara a hacer lo que me ha
encargado, Emilia no tendra un aspecto tan
saludable durante demasiado tiempo. Y
temo profundamente que a mi padre no le
importara este detalle... a la hora de activar
sus mecanismos. Lo tiene todo preparado
para operarla en cuanto se recupere de la
pierna. Es demasiado pequea... cmo
podra consentir...?
Silvana pareca tan atribulada que Mario
le rode los hombros con el brazo que tena
libre. Se haba portado como un estpido al
considerar que los crmenes de Montalbano
tenan que ser aplicables tambin a su hija.
Silvana no era ms que una vctima, como la
pobre Emilia. Volvi a contemplar la
pequea cara vuelta hacia el techo de la
cripta, con los ojos cerrados y las manos
abandonadas a ambos lados de su cuerpo. Se
le haca raro pensar que no se levantara en
cualquier momento para echarle los brazos
al cuello. Las calaveras de los antiguos
monjes le devolvieron la mirada desde sus
nichos, y las velas tremolantes las hicieron
sonrer como si fueran lo ms divertido que
haban visto nunca.
Es atroz murmur. Silvana apret
sus dedos inconscientemente. Est
hacindole lo mismo que te hizo a ti cuando
te rescat del hospital. Convertirla en una
de sus hijas!
Te equivocas. No quiere que sea una de
sus hijas sin ms. Quiere que sea la clase de
nia con la que siempre ha soado... su nia
eterna matiz Silvana. Mario se volvi
hacia ella con el ceo fruncido. Cuando te
cont lo que era continu la muchacha
te dije que me haban diseado como un
prototipo. Lo cierto es que Montalbano
nunca ha dejado de verme como un ensayo...
una primera prueba para algo ms
ambicioso en lo que no ha dejado de trabajar
durante todos estos aos. Mi vanidad me
haba llevado a creer que yo sera la nica.
Estaba en un error. Lo que mi padre quiere
es esto... no a m.
Lo dijo en un tono tan triste que Mario
no supo qu contestar. Aunque no acababa
de entenderlo. Emilia sera una autmata.
Silvana era una autmata. Las dos seran
iguales.
Qu quieres decir con eso? Una
nia... eterna? No es lo mismo que hizo
contigo?
Ella neg con la cabeza. Se puso en pie
delante de Mario, y entonces se dio cuenta
de que aquella noche no llevaba una de sus
faldas largas, sino una prenda ms corta que
permita contemplar sus pies calzados con
botines de cuero marrn. Supuso que haba
elegido aquellas ropas en previsin de los
empinados escalones que tendra que
superar.
Cuando Montalbano me rescat tena
seis aos. No deba de medir ms que esto
dijo colocando una mano a la altura de su
cintura. Ahora soy una mujer adulta. He
cumplido los veintitrs y mi cuerpo se
corresponde con la edad que tendra si
siguiera siendo una humana. Mis
engranajes, segn eso, son un prodigio de la
mecnica. Pinsalo... disear un sistema
para que las partes de mi anatoma crezcan
de tamao como si estuviera viva!
Mario no supo qu contestar a esto. No
sera l quien protestara ante la manera en
que Silvana haba crecido. Aunque no poda
dejar de darle la razn: era desconcertante.
Tal vez, pens de repente, la primera
impresin que le haba asaltado en La Grotta
della Fenice fuera cierta. Deba de haber
algo diablico en Montalbano, una destreza
que no tena que ver necesariamente con la
ciencia sino... con qu? Una magia
autntica que hara palidecer a la del Gran
Amadio? Unas artes oscuras que no podra
dominar nadie ms que l?
Esto no ha sido ms que un error
asegur Silvana. Toda yo soy un error.
Cuando mi padre se dio cuenta de que
segua creciendo tuvo que volver a
operarme. El movimiento continuo de mi
corazn me permitira seguir viva... siempre
que mi cuerpo se adaptara a los cambios que
experimentara el de una nia. Era un
minsculo detalle con el que no haba
contado en un principio.
Entonces... lo que quera era una
criatura que nunca cambiara? Una hija de la
que cuidar todo el tiempo como si los aos
no pasaran para ella?
Una nia eterna repiti Silvana
que nunca podra morir. No tienes ni idea de
las cosas que me ha contado en estas ltimas
semanas. Supongo que me notaba tan
alicada que se arriesg a abrirme por
primera vez su corazn confiando en que le
compadecera.
Mario tuvo que apartar la mirada. No se
senta orgulloso de ser el nico culpable de
su tristeza. Por fin entenda a su hermano:
los remordimientos resultaban
devastadores.
Qu diras si te contara Silvana baj
ms la voz que Montalbano estuvo
casado?
Eso ya lo s. Me lo dijo la tarde en la
que visit por primera vez vuestra
juguetera.
Ah, te hablara de la supuesta madre
que perd hace aos replic Silvana. Se
sent sobre las lpidas del suelo, al lado de
Emilia. Eso no es ms que una tapadera
que se ha inventado para que ningn
hombre se atreva a rondarme, recordndoles
todo el tiempo que no cuenta con ms apoyo
que el mo. Mi autntica madre descansa en
Civitavecchia, en lo que fue en su momento
la fosa comn del hospital. Montalbano
estuvo casado hace muchos aos, cuando
an era un hombre de edad parecida a la
tuya.
Mario se levant para reunirse con
Silvana. Tom asiento al otro lado de Emilia.
No tena ni idea. Me imagino que te
revelara una conmovedora historia de
amor...
Ms trgica que conmovedora. Ella se
llamaba Constance, y era la institutriz de los
hijos de un matrimonio para el que
Montalbano haba trabajado cuando se
encontraba en Pars. l es francs, por si no
lo has adivinado aclar Silvana al ver su
expresin. Su autntico apellido es
Montblanc. No me ha dicho nada sobre esos
aos; nicamente que despus de mucho
insistir consigui que Constance se casara
con l, se vinieron a vivir a Italia y se
instalaron en la isla de Capri para abrir por
primera vez su propia juguetera.
l era tan talentoso como ahora, as que
no tuvo problemas para demostrarle que
poda regalarle la vida con la que siempre
haba soado. Me dijo que Constance haba
sido una criatura dulce, aunque caprichosa...
y que eso mismo era lo que ms le haba
atrado de ella. Mario se acord de repente
de las palabras con las que Montalbano se
refiri a Gina cuando hablaron del tema:
Una esposa como la suya es un regalo del
cielo. Tal vez se haba sentido identificado
con su propio desamor. Pero pronto se dio
cuenta de que la melancola haca presa de
ella. Constance extraaba su anterior vida en
Pars, sus paseos por las Tulleras, sus visitas
a los museos de la ciudad. Empez a
adelgazar y a mustiarse como una flor que
nadie se molesta en regar. Montalbano hizo
cuanto estaba en su mano para animarla,
hasta que comprendi cmo podra
conseguirlo. Constance no sonrea ms que
cuando las nias de Capri acudan a la
juguetera para admirar las muecas que
peinaba durante horas con sus dedos.
Adivin que lo que necesitaba era...
Una hija que les perteneciera a los dos
murmur Mario. Por fin comenzaba a
verlo todo ms claro. Y la tuvieron,
verdad? Tuvieron una nia a la que
llamaron Silvana?
La muchacha levant los ojos por encima
del cuerpo de Emilia. Pareca sorprendida.
S murmur. Silvana. Una nia
preciosa a la que ambos queran con locura,
pero que muri por culpa de unas fiebres
cerebrales cuando acababa de cumplir seis
aos.
Mario no supo qu decir a esto.
Seguramente habra compadecido a
Montalbano de no haber sabido todo lo que
ahora saba sobre l. Tena demasiado
reciente el dolor de los Scandellari y de su
hermano. Qu clase de comprensin podra
esperar alguien as?
Esto no fue ms que el comienzo le
advirti Silvana, que se haba dado cuenta de
la sombra que pas por sus ojos. Volvieron
a intentarlo con los mismos resultados. Las
hijas que tuvieron ms tarde tambin
murieron muy pronto. Chiara, Vittoria y
Rosina...
Dios mo musit Mario. No me
sorprende que Montalbano se desesperara
tanto.
Y al da siguiente de que enterraran a
Rosina, al regresar del cementerio
continu Silvana encontr a Constance
colgada de una de las vigas del taller. No
pudo soportar la idea de que no volvera a
abrazar a sus hijas nunca ms, as que
prefiri marcharse detrs de ellas.
Mario se qued tan pasmado que ni
siquiera se dio cuenta de que Silvana volva a
incorporarse. Subi los peldaos que
conducan a la sacrista y regres unos
segundos ms tarde con otra jeringuilla y un
pequeo frasco de cristal esmerilado en el
que introdujo la aguja. Arrodillndose al
lado de Emilia, gir con cuidado su cabeza
para dejar al descubierto el lado derecho de
su cuello antes de atravesarlo con aquel
instrumental.
Mario tuvo que apartar la mirada
mientras la muchacha presionaba poco a
poco el mbolo para que el lquido fuera
entrando en su cuerpo. Se haba quedado
cabizbaja.
Aunque no me lo ha dicho con estas
palabras prosigui estoy convencida de
que se siente culpable por lo que pas.
Siente que no estuvo a la altura de lo que
Constance esperaba de l. Debera haber
impedido que sus nias murieran... y que su
nico amor le abandonara para seguirlas al
mundo de las sombras. Por eso est
haciendo lo que hace.
Ya entiendo. Quiere recuperar a sus
hijas. Ha conseguido crearte a ti... y a
Emilia...
Espera un poco ms le aconsej
Silvana sombramente. Esto apenas ha
empezado.
Se incorpor de nuevo, acercndose al
segundo bulto que haba sobre el suelo de la
cripta. Mario se pregunt en aquel momento
por qu haba imaginado que Emilia sera la
nica nia a la que haban llevado a Santa
Maria delle Anime. Se le aceler el corazn
cuando la muchacha levant la sbana para
mostrarle lo que haba debajo de la sucia
tela.
La palidez de las mejillas de Edelweiss
Wittmann segua siendo la misma que Mario
haba conocido; en eso la muerte no haba
dejado su huella. Su ensortijado cabello caa
por encima de sus hombros como caracoles
de oro. Aquellos rizos haban sido los que su
madre acarici durante horas, retrasando el
momento fatdico de llevarla a su panten de
San Michele. Los Wittmann tampoco
sospechaban que aquel cubculo se hallara
vaco.
Se acerc muy despacio a su cuerpo,
surcado por las mismas lneas que
Montalbano haba trazado sobre el de Emilia
para marcar la posicin de los resortes que
pensaba colocar en su interior.
Esto parece brujera murmur. Se
inclin al lado de Edelweiss para rozar un
mechn de pelo rubio. Segua siendo tan
sedoso como siempre. Toc despus una de
sus mejillas, y se qued perplejo al
comprobar que, aunque fra como un
tmpano, la piel de la nia responda ante
aquella presin y ceda suavemente bajo las
yemas de sus dedos.
Es ciencia repiti Silvana como lo
haba hecho aquella tarde tan lejana,
despus de que Mario la viera por primera
vez. Qumica, en este caso. Algo en lo que
mi padre se encuentra sorprendentemente
versado a juzgar por lo que ha demostrado
que sabe hacer.
Se arrodill al lado de Edelweiss para
introducir la jeringuilla en su cuello igual
que haba hecho con Emilia.
Cmo lo ha conseguido? Han pasado
meses desde que las enterraron!
Con esto. Silvana esper a que se
vaciara la jeringuilla para levantar la
minscula punta ante la luz de las antorchas
. Acetato de almina. Una sustancia
conservadora que se inyecta en la arteria
cartida para sustituir a la sangre mientras
el cadver sigue mantenindose fresco. No
me preguntes con qu lo ha mezclado para
conseguir que estos cuerpos mantengan su
movilidad despus de haber sido
embalsamados. No he dejado de darle
vueltas desde que me enter de que me lo
hizo a m. Esto escapa a mi comprensin.
Silvana pareca tan sorprendida de que
hubiera algo que escapara a su comprensin
que Mario casi estuvo a punto de sonrer.
Cogi una de las muecas de Edelweiss para
levantarla poco a poco por encima de su
cuerpo. La solt, y la mano de la nia cay
blandamente sobre su pecho desnudo. Casi
daba la impresin de que acabara de
quedarse dormida. El rigor mortis nunca
conseguira apoderarse de aquellos
cadveres.
Pensara que es un genio dijo Mario
en voz baja si no estuviera
aprovechndose del dolor de dos familias.
Puedo comprender por qu lo hace... o tratar
de comprenderlo por lo menos... pero qu
hay de ti, Silvana? Alarg un brazo para
sealar la cripta y lo que haba a su
alrededor. No sientes ningn
remordimiento por ayudarle? Despus de lo
que me contaste sobre ti misma aquella
tarde... de lo mucho que has sufrido...
sigues empeada en hacer todo lo que te
pide?
Ella apart los ojos. Las antorchas le
otorgaban una tonalidad casi cerlea a su
piel.
No continu Mario antes de que
pudiera responder. No lo ests haciendo
porque creas que tiene razn. Lo ests
haciendo para conseguir algo a cambio. Tu
propia muerte.
Eso no ha salido en ningn momento
de mi boca repuso Silvana mientras se
pona en pie. Se dio cuenta de lo mucho que
la haban perturbado sus palabras.
A m no tienes que mentirme como
haces con Montalbano. Antes me has dicho
que no te conoca en absoluto... Bueno, ahora
puedes comprobar que te equivocabas. No
me he olvidado de lo que me contaste sobre
tu deseo de morir. De hecho no he podido
dejar de pensarlo en estos meses... pero
despus de lo que ha sucedido entre
nosotros dos...!
A Silvana le tembl el labio inferior. Mir
a Mario con un pesar que ningn autmata
sera capaz de fingir, por excepcionalmente
diseado que estuviera. Cmo poda tener
miedo de haber perdido su alma una
persona que de repente resultaba tan
transparente?
Cuando Gina regres... y me obligu a
aceptar que nunca seras mo... pens que no
mereca la pena continuar luchando. Ya no
haba nada que me diera fuerzas para seguir
adelante. Yo nunca he sido as de estpida,
sabes? Silvana hablaba ahora mucho ms
precipitadamente, como si quisiera
aprovechar aquella oportunidad para sacar
todo lo que tena dentro. Mario adivin que
era la primera vez que le suceda algo as.
Me crearon para que fuera perfecta. Para que
fuera letal, implacable. Una mquina que no
tuviera ni un solo fallo en su configuracin.
Durante aos me han mantenido apartada
del mundo y de sus habitantes. Mi padre te
cont que hemos visitado Florencia, Roma,
Npoles, pero no te dijo que mientras l
recorra sus calles, llenas de historia y obras
de arte, yo tena que quedarme al lado de mi
ventana, viendo cmo todo el mundo
apuraba la vida que a m se me haba
negado. No tena acceso a ninguna de las
emociones que pueden parecer
completamente naturales para los que son
como t. Se acerc a la mesa de
operaciones para dejar la jeringuilla y el
frasco sobre la superficie de madera
devorada por los insectos. Una pequea
arruga se abra camino entre sus cejas rubias
. Tuvieron que ser los libros los que me
hicieran comprender que los corazones
humanos pueden sentir muchas ms cosas
que lo que mi padre me haba explicado. Con
Romeo y Julieta aprend lo que era el amor,
con Otelo lo que eran los celos, y con Hamlet
lo justa que parece la venganza en muchos
casos. Despus descubr a Frankenstein... y...
Se qued callada de repente. Mario no se
atrevi a interrumpirla. Sigui mirndola en
silencio mientras Silvana se daba la vuelta
poco a poco para encontrarse con sus ojos.
Y te descubr a ti dijo en voz an
ms baja. Y eso destroz todo lo que mi
padre haba construido a mi alrededor, y lo
que yo misma haba reforzado durante cada
una de mis noches en vela, durante cada
hora que pasaba sumergida en mis lecturas.
Apareciste de repente como si te hubieras
escapado de uno de mis libros. Me hiciste
sentir el amor de Julieta Capuleto, y cuando
Gina regres a Venecia, los celos que
consiguieron volver loco a Otelo. No te
parece un motivo suficiente para que le
suplique a mi padre que mi teln caiga
cuanto antes? Realmente piensas que
puedo seguir as... teniendo al alcance de mi
mano lo nico que he deseado en estos aos,
y sabiendo que nunca lo conseguir?
Se tap la cara con las manos como si
realmente temiera poder derramar las
lgrimas que se haban secado para siempre
en sus ojos. Mario tambin se puso en pie.
No lo es respondi por fin. No es
un motivo suficiente. Todava hay...
esperanza.
Acort la distancia que los separaba sin
que Silvana se moviera. Ahora que lo haba
confesado todo, que haba desnudado por
completo sus sentimientos ante Mario, casi
no parecan quedarle ms fuerzas.
Contempl con expresin agotada cmo se
le acercaba.
Mrchate conmigo susurr l.
Vmonos de Venecia, los dos. Lejos de todo
esto.
A Silvana se le abri un poco la boca,
aunque en seguida se recuper de su
sorpresa.
No est mal para ser una broma. Pero
me parece que este momento es
demasiado...
Silvana, lo estoy diciendo
completamente en serio. No tienes que
seguir cargando con las locuras de tu padre.
Y yo no tengo que seguir guardando silencio,
cuando todos mis instintos me piden que le
plante cara por lo que ha hecho. Mario la
sujet por los hombros con suavidad. En la
cara de Silvana no pareca haber ms que
ojos. Estamos a tiempo de desaparecer
para siempre. Dime una palabra, una sola
palabra, y te prometo...
Espera le cort Silvana de repente.
An no haba salido de su perplejidad.
Tienes que estar tomndome el pelo. Cmo
quieres que crea que renunciaras a todo por
m?
Sabes perfectamente que lo eres todo
para m le record Mario. No necesito
ms.
Hubo un silencio tan prolongado que casi
pudieron escuchar cmo siseaban las velas
de la sacrista. Silvana abri la boca de
nuevo, volvi a cerrarla, la abri otra vez
como si quisiera preguntar algo, y
finalmente sacudi la cabeza. Le temblaba
un poco la voz.
Es... es imposible, Mario. No te haces
una idea de la cantidad de cosas que podran
salir mal dentro de este supuesto plan tuyo.
Montalbano nunca dejara que no
marchramos...
No tiene por qu enterarse. l tiene sus
secretos. T tambin puedes tener los tuyos.
Nos seguira a donde quiera que
furamos insisti Silvana. Nos seguira
al ltimo rincn del planeta. No parara
hasta haberme recuperado... y quin sabe lo
que te hara a ti!
Me encantara descubrirlo le asegur
Mario. Aquella posibilidad no le preocupaba
en absoluto. Ests muy equivocada si
piensas que algo as me hara retroceder.
Hemos llegado demasiado lejos.
Silvana segua mirndole con una curiosa
mezcla de escepticismo y perplejidad. La
idea de alejarse de Montalbano despus de
diecisiete aos de sumisin pareca
superarla por completo.
No tenemos ms que tu barca para
marcharnos de aqu. Nos descubrira en
seguida...
Podramos coger un vaporetto en San
Marcos que nos llevara hasta tierra firme. Y
all podramos subirnos a cualquiera de los
trenes que atraviesan los Alpes. En unas
cuantas horas nos encontraramos a salvo en
Viena. Y una vez que cruzramos la
frontera...
Dej la frase en el aire. Silvana le dio la
espalda con los brazos apretados contra su
pecho, como si quisiera protegerse de unos
pensamientos cada vez ms tentadores.
Mario la retuvo sujetando su codo antes de
que pudiera alejarse. Tom sus manos entre
las suyas.
Escchame le susurr. La muchacha
no trat de soltarse. Pareca muy confusa.
S que lo que te mantiene atada a tu padre
no es tu lealtad... sino tus engranajes.
Respir hondo antes de decir: Deja que lo
haga yo. No hay razn para que no pueda
comprender su funcionamiento si te tengo
todo el tiempo a mi lado. Si te marchas
conmigo prometo detener tus mecanismos
cuando me lo pidas... dentro de diez aos,
veinte, treinta... los que quieras que pasemos
juntos. Se detuvo para observar el efecto
que le causaban sus palabras. Lo siento, s
que no estoy hacindolo demasiado bien
se disculp. Nunca se me han dado bien
estas cosas. Pero... promteme que pensars
en lo que te he dicho...
Esta vez s; esta vez se dio cuenta de que
haba tocado su alma. A Silvana le temblaron
un poco las manos al escuchar su propuesta.
Aun as fue capaz de recobrarse.
Todo eso suena muy bien. Pero te
recuerdo que tienes un hermano. Y una
esposa...
Mi hermano volar por su cuenta antes
de lo que crees le asegur Mario mientras
se acordaba de lo que haba descubierto
sobre Simonetta. Y en cuanto a Gina, me
temo que no tiene derecho a reclamarme
nada. Lo que hubo entre nosotros se acab
cuando decidi marcharse con el Gran
Amadio. Puede que sigamos estando
casados a los ojos de Dios, pero nuestro
matrimonio dej de tener sentido hace aos.
Ya no significa nada para m.
Silvana dej escapar un sonido parecido a
los que haca Shylock cuando la pequea
Marina lo tomaba en sus brazos. No le cost
comprender que su compromiso marital no
se contaba entre las posibles razones de su
reticencia. No era la clase de mujer a la que
le preocupara la opinin de los dems si se
enteraban de que viajaba con un hombre
que no era su legtimo esposo. Resopl
mientras hunda una vez ms su rostro entre
sus manos.
Tendra que estar loca para aceptar
seguirte en esta aventura. Completamente
loca...
Mario se acerc ms a ella, aunque sigui
hablando antes de que dijera una palabra.
Pero se supone que me he criado al
lado de un loco. Sera muy decepcionante
que lo nico que heredara de mi padre fuera
su destreza con los mecanismos de relojera.
Lo que dices es cierto: todava estamos a
tiempo... Pase sus ojos a su alrededor
antes de volver a encararse con Mario. Y
realmente empiezo a estar cansada de toda
esta muerte.
l no pudo ahogar un suspiro. Se
abalanz sobre Silvana para rodearla con sus
brazos, tan sbitamente que la muchacha
dej escapar un grito. La estrech con todas
sus fuerzas contra su pecho mientras
sepultaba la cara en sus cabellos dorados.
Los brazos de Silvana permanecieron
inmviles durante un instante antes de
hacer lo mismo.
Aquel abrazo hablaba ms claramente
que nada de lo que pudieran decirse. Haba
en el roce de sus cuerpos una rbrica sin
palabras, un sello ms duradero que el de un
lacre.
Tienes que ser un ngel murmur
Silvana contra su cuello para hacer esto
por m.
Soy egosta le respondi Mario.
Aspir largamente el aroma de su pelo.
Siempre supe que no descansara hasta
tenerte conmigo. Y ahora por fin ha llegado
el momento.
Tenemos que ir con cuidado. Esto
puede salir muy mal, Mario. Conozco a mi
padre.
Precisamente contamos con esa
ventaja. Apuesto a que en los prximos das
estar demasiado pendiente de lo que quiere
hacer con estas nias para prestarte
atencin.
Silvana se apart unos milmetros.
Aunque no sonrea, sus pupilas decan cosas
que Mario entendi a la perfeccin. La bes
en la frente con una adoracin casi
reverencial.
Cuidar bien de ti le dijo en voz baja
. Te dedicar cada uno de los segundos de
la vida que nos espera a partir de ahora.
Pronto nuestras preocupaciones se habrn
esfumado.
Y supo, mientras le vea asentir con la
cabeza, que no habra fuerza capaz de
romper lo que acababan de crear entre los
dos: algo mucho ms duradero que la vida
artificial.
***
Haba pasado la medianoche cuando
salieron de Santa Maria delle Anime. Silvana
se asegur de apagar las antorchas y las
velas, de dejar todas las cosas de la sacrista
en orden y de recoger su mscara y su capa
antes de cerrar la puerta de la iglesia,
valindose de una llave que Montalbano le
haba prestado. Mario decidi postergar para
ms adelante todas las preguntas que quera
hacerle relacionadas con aquel laboratorio
que su padre haba instalado en la cripta de
un templo ruinoso. Mientras se montaban
en el Bucintoro pasaron revista a lo que
convendra hacer en los siguientes das.
Silvana pareca bastante contenta con la
opcin de cruzar los Alpes, aunque le dijo a
Mario que personalmente le gustara ms
instalarse en Pars que en Viena o en
cualquier ciudad centroeuropea. Mi padre
me ha contado tantas cosas sobre su vida en
Francia que no puedo esperar a verlo todo
por m misma, se disculp con un
resplandor en los ojos que revelaba su
emocin.
Quedaba por decidir qu haran con
Emilia y Edelweiss. Una parte de Mario
senta que callarse lo que haban descubierto
sera casi tan cruel como ayudar a
Montalbano a devolverles la vida.
Abandonarlas en la cripta, en manos de un
perturbado, le pareca lo ms cobarde que
hara nunca... pero no poda dejar que sus
planes de fuga con Silvana se fueran a pique
por intervenir de una manera activa. No
pareca probable que quisiera resucitarlas en
cuestin de un par de das, as que habra
tiempo de sobra para contarle al mundo lo
que haba hecho con las pequeas cuando se
encontraran lejos de Venecia.
Pero Scandellari no puede enterarse de
esto le dijo a Silvana mientras pasaban por
debajo de la reseca enredadera que
disimulaba el acceso a la plaza. Sera
devastador para l descubrirlo. No, es mejor
que piense que Emilia sigue estando en su
tumba, y que otra persona nos ayude a
devolverla a San Michele antes de que
Montalbano pueda despertarla.
Silvana asinti. Levant una mano para
apartar los pegajosos hilos de las telaraas
que se les enredaron en el pelo al
desembocar en el canal. All todo estaba en
silencio.
Crees que tu hermano tendr las
agallas necesarias para presentarse en este
lugar?
Cuando sepa lo que ha sucedido, lo
har asegur Mario, aunque no las tena
todas consigo; todava le pareca que Andrea
haba sido un inconsciente al complicarse
tanto la vida con Simonetta. Hablar con
l antes de irnos de Venecia. Se quedar
helado, pero...
Y qu pensara de m entonces?
susurr ella. Que solo soy un juguete de
cuerda?
Dejaron atrs la manzana en la que las
ventanas rotas de la antigua fbrica de vidrio
se abran a la noche como los ojos de una
calavera. All las aguas estaban tan
tranquilas como una lmina de cristal verde
oscuro, y el Bucintoro henda su siniestra
serenidad de una forma que a Mario le hizo
acordarse de la aguja hundindose en el
cuello de Emilia.
No te preocupes por eso le
respondi al cabo. Andrea no tiene que
saber lo que t eres. No tiene que
relacionarte con Emilia y con Edelweiss.
Adems l... Dud durante un instante
antes de continuar: l siempre me ha
apoyado en lo relacionado contigo. Fue la
primera persona que me hizo ver lo mucho
que nos parecamos. Esto no le molestar.
Prefiri guardarse para s lo que le haba
recomendado Andrea aquella noche sobre la
posibilidad de rehacer su vida con Gina.
Ahora sus consejos parecan tan vacos como
los canales de Cannaregio por los que
transitaban con la barca. No tardaron en
llegar a los lmites de la judera, en los que la
quietud dejaba paso a la frentica algaraba
de un Carnaval del que Mario y Silvana se
haban olvidado por completo. Volva a
haber gente corriendo y bailando, y un
grupo de borrachos apoyados en el pretil de
un pozo, que se aferraban a sus botellas
mientras desgranaban antiguas canciones de
marinos. Silvana opt por colocarse de
nuevo la moretta y cubrirse la cabeza con la
capucha para que no pudieran reconocerla.
Sera uno de los cotilleos del ao: la
enfermiza hija del juguetero escapando de
su casa en plena noche para asistir a las
celebraciones con su competidor!
Por suerte, el rio del Gaffaro apenas se
encontraba transitado. No haba ms que un
par de barcas mecindose sobre el agua, y
unas cuantas mscaras desperdigadas que se
apresuraban hacia San Marcos para no
perderse el momento culminante de la
noche. El Bucintoro aminor su velocidad
cuando pasaron bajo la arcada del ponte
Marcello. Las farolas encendidas se rompan
en destellos de luz sobre la superficie del
canal; hubo un correteo por encima de sus
cabezas y una muchacha ataviada de gnaga
cruz el puente hacia la fondamenta Gaffaro.
Llevaba una mscara plateada con la forma
de una cabeza de gato, y para completar su
atuendo sostena una cesta de mimbre de la
que asomaba el hocico de un pequeo
minino blanco. Pronto dejaron de escuchar
el eco de sus pasos.
Es... extrao pensar que nunca
regresar a este lugar murmur Silvana
despus de un momento de silencio. Mario
dej de sujetar los remos para prestarle
atencin. No se trata de que vaya a echarlo
de menos. No he sido feliz aqu... ms que
cuando estabas a mi lado. Pero me pregunto
si la vida que nos espera a partir de ahora
nos dar la opcin de empezar de cero. Sin
tener que estar en constante alerta... sin
tener que escondernos...
Ser una nueva vida le asegur Mario
y eso siempre es un comienzo. Mientras
nos tengamos el uno al otro nos
encontraremos en casa. Sabremos que ese es
nuestro hogar.
Acababa de decirlo cuando se escuch un
repentino silbido. Un siseo que aumentaba
progresivamente de intensidad, cada vez
ms alto, cada vez ms fuerte... hasta que en
el cielo apareci un punto de luz de un
amarillo intenso que se abri con un
ensordecedor estruendo. A Silvana se le
escap un grito. Una cascada de chispas
escarlatas se derram sobre las miles de
caras vueltas hacia arriba que se haban
congregado ante San Marcos.
Solo son los fuegos artificiales de cada
ao sonri Mario para tranquilizarla.
No los habas visto en ninguna de las otras
ciudades en las que has vivido con
Montalbano?
Silvana neg con la cabeza. Un nuevo hilo
de luz ascendi en medio de las densas
nubes que el estallido de la plvora haba
dejado en el cielo. Esta vez las chispas
fueron verdes, y a los pocos segundos
azules, y se desplegaron en un ramillete que
permaneci suspendido en las alturas
durante unos segundos antes de
desvanecerse. La muchacha dej escapar un
jadeo ahogado por el papel mach de su
mscara adornada con lgrimas de brillante
purpurina. Conoca la teora de la pirotecnia,
pero nunca antes haba tenido la
oportunidad de comprobar cmo los
diversos componentes de un cartucho
producan semejante efecto visual. El
resultado era muchsimo ms impactante
que su preparacin.
Tal vez Mario tena razn y algo as le
sucedera a su vida de ahora en adelante. Tal
vez haba llegado el momento de dejar a un
lado su anlisis para disfrutar de su belleza.
Es increble que algo tan prosaico
pueda producir unos efectos tan hermosos
dijo a media voz. Me refiero a la plvora
aadi al darse cuenta de que Mario la
contemplaba sin pestaear en la claridad
caleidoscpica del cielo. Un compuesto
aparentemente tan sucio que sin embargo es
capaz de resplandecer ms que la plata y las
piedras preciosas...
Mario cabece en silencio, aunque no
estaba prestando demasiada atencin a lo
que deca. Descendi de su asiento para
arrodillarse ante Silvana. Ella se aferr a los
bordes de la embarcacin de manera
instintiva, aunque el Bucintoro no se
tambale demasiado.
Sabas que los fuegos artificiales
tienen la misma composicin que las
bengalas?
Apasionante dijo Mario. Levant las
manos para echar hacia atrs la capucha que
Silvana se haba puesto sobre la cabeza. Su
melena resbal por sus hombros como lo
hara la miel por la embocadura de una jarra.
Nada ms que metales que se ponen
incandescentes antes de... arder prosigui
ella con los ojos cada vez ms abiertos.
Mario se haba acercado tanto que casi poda
verse reflejada en sus pupilas. He ledo
que se trata de... polvo de aluminio y...
manganeso...
Vacil cuando Mario le quit suavemente
la moretta de la cara. La deposit encima del
banco en el que Silvana segua sentada. Los
labios de la muchacha se estremecieron.
Un poco de acero... de hierro... Trag
saliva cuando Mario apoy las dos manos a
ambos lados de su cuerpo para acercarse
an ms. Sus respiraciones casi se
mezclaban.
Y los colores? le pregunt en voz
baja. De dnde salen todas esas
tonalidades?
De aadir sustancias qumicas a la
plvora de los cartuchos. Sodio para
conseguir chispas amarillas... cloruro de
calcio para las anaranjadas... de cobre para
las azules...
Las palabras se ahogaron en su garganta.
A Mario no le cost escuchar el ruido que
hacan los engranajes girando a toda
velocidad dentro de su pecho. Roz
delicadamente su mejilla con la punta de la
nariz, contemplando cmo los prpados de
Silvana temblaban un instante sobre sus
ojos enormemente azules. Sus pestaas le
acariciaron las mejillas cuando se acerc
unos milmetros ms. Entonces sinti por
primera vez el contacto de sus labios,
semejantes a dos pedazos de hielo adheridos
sobre su rostro como lo hara la nieve sobre
las esculturas de San Michele. Se le escap
un pequeo suspiro que Mario recogi en su
boca mientras hunda los dedos en su
sedoso cabello. Toda ella saba de una
manera tan enloquecedora que no acertaba a
comprender cmo era capaz de contenerse.
Hubo una nueva traca encima de sus
cabezas, y un puado de fuegos artificiales
se abrieron como rosas incandescentes sobre
el rio del Gaffaro. Silvana se apart poco a
poco de Mario, sus manos aferradas
inconscientemente a los pliegues de su
camisa, sus ojos tan abiertos que parecan
contener toda la laguna de Venecia en su
interior. Bajo las chispas que alumbraban el
cielo sus rostros parecan teirse con los
colores del arco iris.
Ahora... ahora lo entiendo murmur.
Lo contemplaba como hipnotizada, tan cerca
como si se hubieran convertido en una
misma persona. Ahora entiendo que esto
pueda mover al mundo... que esto pueda
compensarlo todo... hasta diecisiete aos de
muerte...
Mario no pudo resistirlo por ms tiempo.
Volvi a besarla, y esta vez se dio cuenta de
que Silvana le responda con una pasin que
hasta entonces no la haba credo capaz de
sentir. Sus delgados brazos le rodearon el
cuello para atraerlo ms hacia s, y su boca
se apret contra la suya como si quisiera
absorber en un momento todos los besos
que tendra que haberle dado mucho antes,
de no haber irrumpido Gina en sus vidas. La
barca se tambale de repente, y Mario
apenas tuvo tiempo para soltar un
Cuidado! mientras luchaba por
estabilizarla antes de que el agua pudiera
salpicar algo ms que sus costados.
Lo siento! exclam Silvana,
tapndose la boca con las manos. Pareca
horrorizada ante lo que haba estado a punto
de ocurrir. No debera haberme dejado
llevar!
No te preocupes le dijo Mario.
Creo que me acostumbrar pronto a tu
intensidad.
An jadeaba, aunque no poda dejar de
sonrer. Silvana permaneci silenciosa unos
segundos, mirando con inquietud los
regueros de agua que resbalaban sobre la
capa de pintura con la que los Corsini haba
restaurado el Bucintoro unos aos antes,
hasta que sucedi algo que lo descoloc por
completo. La boca de la muchacha se curv
poco a poco en una sonrisa. Al principio no
era ms que una contraccin de sus
msculos, una tirantez en sus comisuras que
se acab ensanchando para mostrar sus
relucientes dientes.
Ests... comenz a decir Mario sin
poder creer lo que vea. Ests...
sonriendo?
Silvana pareci confundida de repente.
Volvi a llevarse las manos a la boca, como si
no se hubiera percatado hasta entonces de lo
que le suceda, y recorri sus labios muy
despacio, pasando las puntas de los dedos
por su piel. Entonces asinti con la cabeza,
tan sorprendida como lo estaba Mario. l
volvi a soltar un jadeo, esta vez de emocin.
Ven aqu! susurr mientras la
apretaba entre sus brazos para besar una y
otra vez su sonrisa cada vez ms dilatada.
Silvana le correspondi de la misma manera.
Podran haber seguido as durante toda la
eternidad de no haber escuchado unas
carcajadas que se acercaban por el rio del
Gaffaro. Una gndola avanzaba hacia el
Bucintoro, cargada con tres hermosas
mujeres adornadas con pelucas
dieciochescas y un hombre disfrazado como
el Mdico de la Peste, que extendi hacia
Mario y Silvana un guante admonitorio.
Ms vale que te comportes con ella!
exclam con una voz cavernosa por culpa de
su largusima nariz. Como me entere de
que desatiendes a una preciosidad como esa
tendr que rondarla yo mismo! Y entonces
te aseguro que no querr saber nada ms de
ti!
Silvana rompi a rer mientras
continuaban hacia San Marcos. Mario ni
siquiera se molest en responder al
venerable doctor, porque no poda estar ms
de acuerdo con sus advertencias. No
pensaba apartar sus manos de aquella mujer
durante lo que le quedaba de vida. Hundi
su rostro entre los pliegues de su capa para
recorrer su cuello, su escote y la parte de su
pecho que dejaba al descubierto su camisa.
Silvana profiri un suspiro que le hizo
comprender que tambin era capaz de sentir
ciertas sensaciones apremiantes.
Tengo que marcharme le susurr al
odo. Mario no apart sus labios de la
deliciosa hendidura que haba entre sus
clavculas. Se ha hecho muy tarde... y mi
padre estar preguntndose dnde estoy
sigui diciendo ella. Tengo que poner a
punto mis excusas.
El recuerdo de Montalbano cay como un
jarro de agua fra sobre Mario. Estuvo a
punto de templar su sangre, aunque no lo
consigui del todo. Se aferr a las caderas de
Silvana cuando hizo un ademn de
levantarse. No quera que se apartara tan
pronto de l.
Al diablo con Montalbano. No vuelvas
nunca ms a su lado. Vmonos de Venecia
esta misma noche. Podemos coger el primer
vaporetto que...
No rio Silvana sin tratar de soltarse.
Las manos de Mario no eran de hierro como
las suyas, aunque posean la misma firmeza
. Sabes que las cosas no se hacen as. Es
demasiado precipitado.
No puedo pasar una noche ms en mi
casa le asegur Mario. Busc de nuevo sus
labios. Necesito que ests conmigo,
Silvana. He esperado demasiado tiempo para
esto.
Entonces no suceder nada por esperar
un poco ms. Eres tan caprichoso como una
nia pequea. Quieres que te den cuanto
antes a tu mueca sin atender a ninguna
razn...
Lo dijo en un tono de voz que lo provoc
an ms, aunque no lo pretendiera. Silvana
puso un dedo contra la boca de Mario para
que guardara silencio. Sus ojos centelleaban.
Solo sern unos das le susurr.
Cuando estemos en Pars ser solamente
tuya.
Tres das le record Mario. Ni uno
ms, si no quieres que me vuelva loco. Sabes
que soy capaz de trepar hasta tu balcn para
raptarte como un don Giovanni cualquiera.
Tuvo que regresar con resignacin a su
puesto junto a los remos. Silvana recuper
su moretta y puso en orden sus cabellos
mientras Mario acercaba lentamente la barca
a la fondamenta Gaffaro. Las sucias aguas
estaban saturadas de confetis y de
serpentinas.
No hace falta que me dejes en el
embarcadero dijo Silvana. Me bajar
aqu mismo.
Qu vas a decirle a Montalbano si te
pregunta cmo has regresado de la iglesia?
Que estuve vagando por Cannaregio
hasta dar con un gondolero al que le ped
que me trajera a este distrito. Ella se
encogi de hombros. Es lo que mi padre
sugiri que hiciera. No te preocupes por l;
puedo manejarlo. Concntrate en tener las
cosas a punto para el lunes.
Este fin de semana no pasar lo
suficientemente rpido, pens Mario mientras
el Bucintoro se detena junto a la orilla. Le
tendi una mano a Silvana para ayudarla a
salir.
Ve con cuidado, por favor le pidi en
un susurro. No dejes que tu padre sepa lo
que estamos planeando. Recuerda lo que ha
sido capaz de hacer con dos nias pequeas.
Silvana asinti. Su mano se demor
durante unos segundos ms entre las de
Mario.
Y recuerda que te quiero murmur.
La joven se agach al lado del canal para
darle un ltimo beso, y Mario tom su rostro
entre sus manos. Siempre te querr le
asegur.
Siempre es mucho tiempo dijo
Silvana. Pero estoy deseando pasarlo todo
contigo.
Sonrea cuando se apart de la barca para
dirigirse a La Grotta della Fenice. Mario la
vio avanzar en medio de los desperdicios
que el desfile de Carnaval haba dejado a sus
espaldas, correteando como un cervatillo, y
se dijo que ninguna de las desgracias que le
golpearan durante el resto de su vida
conseguira enturbiar aquel momento de
felicidad.
Aguard a que la capa de Silvana
desapareciera dentro de la juguetera para
dirigirse con el Bucintoro a la orilla opuesta.
Abstrado en su propio mundo interior, no
vio caer la cortina de la habitacin en la que
haba dormido hasta entonces cuando un
par de ojos oscuros se apartaron de la
ventana. Haban visto lo suficiente, y saban
lo que convena hacer a continuacin.
Ninguno de los dos se marchara de Venecia
si Gina poda evitarlo.
CAPTULO XII
Efectivamente, fue el fin de semana ms
largo que Mario recordaba. Todo el mundo
en Venecia segua pendiente del Carnaval,
pero l no poda prestar atencin a los
dems desfiles que recorrieron el rio del
Gaffaro ni a las risas estridentes que
ascendan por la noche hasta el divn en el
que dorma. El viernes no fue capaz de pegar
ojo, pensando todo el tiempo en las cosas
que tena que hacer antes de marcharse.
Deba asegurarse de que llevaban consigo
suficiente dinero como para sobrevivir
durante unos meses, hasta que estuvieran en
condiciones de abrir en Pars su propia
juguetera. Esto no planteara demasiados
problemas; Mario aprovech que todos
haban salido el sbado por la tarde para
recolectar en su taller las herramientas que
saba que le haran falta. Silvana deba de
estar haciendo lo mismo en La Grotta della
Fenice, aunque no se haban vuelto a ver
desde que se separaron. Haban puesto
demasiadas esperanzas en su escapada
como para arriesgarlo todo en un encuentro
en el que Montalbano pudiera notar algo
raro entre ellos.
Fue a comprar los billetes de tren que los
conduciran a Viena y acudi tambin a la
plaza de San Marcos para reservar dos plazas
en el primer vaporetto que partira desde el
embarcadero el lunes por la maana. Una
vez hecho esto no quedaba nada ms de lo
que ocuparse salvo su maleta, algo que haba
postergado para el domingo por la tarde ya
que la mayor parte de su ropa segua en el
armario de la habitacin que ocupaba Gina y
no le apeteca en absoluto tener que
explicarle por qu sacaba tantas camisas y
zapatos.
Mario aprovech que su esposa haba
bajado a la juguetera para saquear el
mueble lo ms silenciosamente que pudo.
Cogi ropa blanca, un par de pantalones,
calzado de invierno para evitar congelarse
cuando dejaran atrs las montaas y una
gastada bolsa de cuero que haba sido de su
padre y que permaneca abandonada de
cualquier manera debajo de los vestidos que
Gina haba colgado al lado de los de su hija.
Haba pensado usarla para guardar el dinero
que no necesitaran inmediatamente. Recogi
tambin unos pauelos, y estaba a punto de
deslizarse fuera de la habitacin cuando
repar en un bulto envuelto en un trozo de
terciopelo que sus dedos rozaron al
disponerse a cerrar la puerta.
Esto es mo?, pens Mario mientras
soltaba sus cosas un momento sobre la cama
para inspeccionarlo. No le sonaba de nada,
aunque seguramente sera uno de los trastos
defectuosos que tena la mana de subirse
del taller. Lo desenvolvi poco a poco, atento
a cualquier ruido que sonara en el resto de la
casa... y al hacerlo se llev una sorpresa.
Algo metlico resbal sobre sus dedos.
Un adorno de plata formado por diferentes
broches unidos mediante cadenetas que
Mario reconoci de inmediato. La diadema
que le haba regalado a Gina. La joya que
haba hecho para ella con sus propias manos
y de la que no haba vuelto a saber nada en
todos aquellos aos porque se la haba
llevado de la casa cuando se march con el
Gran Amadio. Su esposa la haba conservado
como lo nico de valor que le quedaba... algo
que no haba hecho con ningn otro de sus
adornos.
Mario guard silencio durante casi cinco
minutos. Las piezas de la diadema relucan
mrbidamente entre sus dedos. Los movi
suavemente para sentir cmo resbalaban por
encima de su piel, en una caricia semejante a
la seda congelada. El mismo contacto que
haba credo sentir en sueos durante los
meses que siguieron a la huida de Gina
cuando evocaba la madrugada de Carnaval
en la que haban dormido el uno en brazos
del otro.
Dej escapar un suspiro. Gina, pens
mientras acercaba la diadema a su rostro y la
apretaba durante unos segundos contra sus
labios. Siento tener que hacerte esto, pero no
creo que puedas echarme nada en cara. He tenido
una buena maestra. Estaba pensando en lo
irnico de la situacin cuando crey
escuchar ruido de pasos en el corredor. Tuvo
que devolver la diadema a toda prisa a su
envoltorio de terciopelo y arrojarla dentro
del armario antes de que la puerta se abriera
del todo. Por suerte no era ms que su
hermano.
Ah dijo cuando se dio cuenta de que
Mario se encontraba all. No tena ni idea
de que estuvieras en casa. Vena buscando a
Gina para decirle que los Scandellari nos han
invitado a cenar. No creo que le haga gracia
ponerse con los fogones para nada.
Haz el favor de entrar le orden
Mario en voz baja. Y cierra la puerta.
Andrea lo hizo sin tratar de disimular su
asombro. Sus ojos pasaron de la puerta del
armario que su hermano empuj
silenciosamente a la ropa que haba encima
de la cama.
Vas a guardar tus cosas en el
comedor? Esas alacenas huelen mucho a
naftalina...
No se trata de eso. Tengo que hablar
contigo, Andrea. Haba una solemnidad
en su voz que lo acall de inmediato. Debo
decirte algo importante ahora que estoy a
tiempo.
En pocas palabras lo puso al corriente de
lo que pensaba hacer. Su hermano no tuvo la
reaccin que Mario haba imaginado. No le
rompi la espalda a base de palmadas con
las que pretenda felicitarle por seguir sus
instintos masculinos hasta tan lejos. Por el
contrario, se qued mirndole tan paralizado
como la mujer de Lot al convertirse esta en
sal.
Tienes que estar de broma susurr
despus de un prolongado silencio. Sus ojos
oscuros resaltaban ms de lo normal en su
rostro. La seorita Montalbano
pretende...?
Silvana le corrigi Mario. Me
parece que ya es hora de que t tambin la
llames por su nombre de pila. A fin de
cuentas nos has hecho de mensajero. Te lo
has ganado.
Andrea abri la boca lentamente, aunque
no pudo decir nada durante unos segundos.
Te vas a escapar con ella? Vais a viajar
los dos solos... en el sentido de... de solos?
Desde cundo te escandalizas por
algo as? pregunt Mario sin conseguir
ahogar una sonrisa. Ahora eres t quien
va a echarme un sermn debido a mi
desvergenza?
No estoy escandalizndome. Es
solamente que... no imaginaba que hubieras
llegado tan lejos con esa chica. Siempre
pens que lo vuestro era ms platnico que
otra cosa.
Eso no viene al caso ahora mismo
repuso Mario. Nunca haba intercambiado
unas confidencias semejantes con Andrea y
no estaba dispuesto a hacerlo, aunque saba
que seguramente pasaran muchos aos
hasta que volvieran a verse. El autntico
culpable de que nos marchemos a
escondidas es Montalbano. Ya sabes que
siempre ha sido muy posesivo con ella.
Silvana no se atreve a decirle nada porque
sabe que no lo aceptara...
Por fin un argumento razonable
suspir Andrea, levantando las manos como
si le diera gracias al cielo. Es un alivio que
tu amada tenga el sentido comn que a ti te
falta.
Lo hemos hablado largo y tendido
continu Mario y hemos llegado a la
conclusin de que necesitamos que nos
eches una mano con algo muy importante
para nosotros dos.
Andrea pareci dudar, aunque en
seguida asinti. A Mario le result
enternecedora su buena disposicin. Sobre
todo sabiendo lo mucho que le aterrara
descubrir lo que haba hecho Montalbano
con Emilia y Edelweiss. Aquella sera la
mayor conmocin de su vida.
Si es algo relacionado con la juguetera
no creo que haga falta que te prometa que...
No le interrumpi Mario. No es
Ca Corsini lo que me preocupa. Aunque
ahora que lo dices me alegro de que hayas
mencionado este tema. Tienes en el primer
cajn de la mesa del taller los libros de
cuentas de la tienda con la lista completa de
las ganancias que hemos conseguido en los
ltimos aos. Aparecen registradas cada una
de las ventas de las pasadas Navidades, y las
importaciones de las muecas de porcelana
alemanas de la ltima primavera. Y tambin
las direcciones de las dems casas
extranjeras con las que hemos trabajado, por
si vuelves a necesitarlas. Este barco necesita
un nuevo capitn.
Su hermano se qued boquiabierto.
Evidentemente no esperaba que Mario
dejara en sus manos el negocio familiar.
Deba de haber imaginado que regresara
con Silvana a la ciudad cuando Montalbano
dejara de representar una amenaza para sus
planes de futuro.
Espera, espera un momento... Me
parece que no te das cuenta de lo que dices.
Yo no puedo hacerme cargo de Ca Corsini
para siempre. No s ni por dnde debera
empezar!
Pues ms vale que espabiles. Nuestro
padre no se dej la piel en el taller para
nada.
Pero siempre me has dicho que era un
vago protest Andrea, ponindose rojo de
repente. Y tenas razn, porque no he sido
capaz de hacer nada de provecho por
nuestro negocio. Me he pasado los ltimos
aos persiguiendo chicas mientras t te
deslomabas noche y da para sacarnos
adelante. Si hubiera sabido esto no me
habra portado tan mal.
No tienes que arrepentirte de nada
dijo Mario en tono tranquilizador.
Apuraste la vida al mximo mientras yo me
limitaba a verla pasar delante de m. He
estado ciego todos estos aos, Andrea.
Silvana me ha hecho comprenderlo. Por eso
quiero creer que an no es demasiado tarde
para que empiece una nueva vida con la
mujer que he estado esperando durante
tanto tiempo. Una vida que no nos
pertenezca ms que a nosotros dos.
Por un momento temi que Andrea se
echara a rer en su cara por haber
pronunciado una sarta de cursileras, pero
no sucedi nada parecido. Al contrario, su
hermano sonri poco a poco, asintiendo con
la cabeza. Pareca reconocerse en lo que le
estaba diciendo.
Y yo que pensaba que no sera ms que
un capricho... De verdad la quieres tanto?
Ms que a nada en este mundo
asegur Mario en voz baja. Como t a
Simonetta.
Le sorprendi que al escuchar esto
Andrea se pusiera serio de repente. Durante
unos segundos mir a su hermano como si
se preguntara si realmente estara al tanto
de todo.
Te has enterado de lo que ha ocurrido
entre nosotros?
Lo de que pronto habr una criatura
berreando todo el tiempo en esta casa? Por
qu crees que quiero marcharme antes de
que nazca? ironiz Mario.
Andrea volvi a sonrer, aunque esta vez
no pas de una contraccin de los msculos
de su cara. Algo pareca preocuparle tanto
como el embarazo de Simonetta. Algo grave.
Anoche le ped que se reuniera
conmigo en el patio acab confesando.
Yo cit a Silvana en un callejn de mala
muerte. Me parece que me llevo la palma.
Le ped que se casara conmigo sigui
diciendo Andrea como si no le hubiera odo.
La sonrisa abandon tambin los labios
de Mario. Aquello s que era una sorpresa.
Casado? logr preguntar por fin.
T, casado? Y cuando Andrea se encogi
de hombros dej escapar un silbido de
admiracin. No me lo puedo creer!
Enhorabuena!
No vayas tan deprisa advirti Andrea
con voz sombra. No ha querido
aceptarme.
Se dej caer poco a poco sobre el borde
de la cama, apartando a un lado las camisas
y los pauelos. Mario reconoci en su rostro
las huellas de una profunda preocupacin.
No puedes estar hablando en serio. S
que Simonetta te quiere. Siempre te ha
querido.
Yo tambin lo s. Pero al parecer eso no
es suficiente. Se mir las manos durante
unos segundos. Luego levant la cabeza
hacia Mario. Me ha dicho que la muerte de
su hermana lo ha cambiado todo. Sin Emilia
no entiende para qu est viviendo. Es como
si lo que crece en su interior no significara
nada para ella... mientras que para m...
Trag saliva antes de aadir en voz baja:
Para m lo es todo ahora mismo.
Absolutamente todo.
La huida de su hermano con Silvana
pareca haber quedado relegada en un
momento a un segundo plano dentro de su
cabeza. Mario no se crea capaz de echrselo
en cara.
Dice que se siente destrozada por
dentro. Rota, fue la palabra que us.
Andrea neg con la cabeza. Y dice que me
aprecia demasiado como para imponerme su
compaa.
Bueno, tenemos toda una mrtir en
Santa Croce resopl Mario. Lo que nos
faltaba.
Dio un paso ms hacia Andrea, aunque
su hermano no apart la vista de sus dedos.
No crees que esto puede tener ms
que ver con su embarazo que con la muerte
de Emilia? Hay mujeres que no se sienten
orgullosas de cazar a un marido nicamente
por estar esperando un hijo suyo. A lo mejor
Simonetta hubiera preferido que le
declararas tu amor sabiendo que no estabas
haciendo un sacrificio para preservar su
buen nombre.
Esto no es un sacrificio! dijo Andrea
abriendo mucho los ojos. No quiero
casarme con ella para que ningn vecino se
atreva a acusarla de ser una cualquiera!
Quiero casarme con ella porque la amo!
Maldita sea, la amo!
Dijo esto casi gritando, y despus hundi
la cara entre las manos mientras Mario lo
miraba con un desconcierto que no haca
ms que crecer. Ahora se daba cuenta de
cmo Andrea tena que haberse debatido en
la duda durante las ltimas horas sobre si
deba contarle a su hermano lo que haba
ocurrido o no. Era sorprendente que tuviera
que ser su fuga con Silvana lo que le hubiera
arrancado aquella confesin. Estaba a punto
de decir algo ms cuando escuch de nuevo
el ruido de unos pies que se acercaban al
dormitorio.
Esta vez s fue Gina quien apart la
puerta. Se llev una sorpresa al encontrarlos
all.
Perdn... interrumpo algo?
pregunt con voz algo insegura. Vuelvo
ms tarde?
No hace falta replic Mario mientras
doblaba disimuladamente una esquina de la
colcha para que Gina no viera la ropa que
haba sacado. Ya sabes que este es tu
cuarto.
Andrea trat de esgrimir la animosa
sonrisa a la que su cuada estaba
acostumbrada.
Nos iremos en seguida. Se levant
cansinamente de la cama, que protest con
unos cuantos chirridos. Simplemente
estbamos... charlando un poco acerca de la
juguetera.
No es necesario que os vayis les dijo
Gina antes de que pudieran moverse. Mir a
su alrededor sin darse cuenta, al parecer, de
que Mario haba estado revolviendo dentro
del armario. En realidad he subido para
pediros que me echis una mano. No he
visto a Marina por ninguna parte desde hace
un buen rato y estoy empezando a
preocuparme.
No estaba en la tienda? A lo mejor se
ha quedado jugando con las nuevas
muecas.
No. Gina se recoloc detrs de la
oreja un mechn de pelo negro. No,
Andrea. He mirado por todas partes, pero no
hay rastro de ella. Pens que podra estar con
vosotros.
Mario neg con la cabeza, aunque
realmente le preocuparan muy poco las
constantes travesuras de Marina. Era algo
habitual en casa de los Corsini que la nia
desapareciera cuando menos se lo esperaban
y apareciera horas ms tarde como si no
hubiera sucedido nada. Debe ser uno de los
trucos aprendidos de su padre, pens con cierto
resquemor.
Voy a ver si est en el comedor sigui
diciendo Gina mientras sala del dormitorio
delante de Andrea. Aunque lo dudo
mucho, porque la habra visto subir por la
escalera del patio. Llevo toda la tarde
remendando camisas junto a la puerta
trasera de la tienda.
Efectivamente, el comedor estaba vaco.
La puerta del balcn se encontraba cerrada,
y todas las cosas en orden. Sobre la mesa
haba algo reluciente, y Andrea se acerc
para tomar en su mano uno de los miembros
de las familias de animales que Scandellari
le haba regalado a Marina la semana
anterior. Se trataba de un pequeo ciervo de
cristal de Murano anaranjado, una tonalidad
que lo haca parecer casi de caramelo. Tena
unas motitas blancas sobre el lomo y dos
redondeles negros para recrear los ojos. Pero
estaba roto; una de las patas se haba
pulverizado sobre la madera. Gina resopl
con cansancio.
Le tengo dicho que no son cosas para
jugar. Pero parece que nunca me hace caso...
Sabes qu? Me da la sensacin de que
debe de haber bajado sin que la vieras a casa
de Scandellari para ver si poda darle ms
ciervos apunt Andrea. Dej el animal en
el mismo sitio en que lo haba encontrado.
Vamos a ver si damos con ella en la
cristalera.
Pero no encontraron a Marina con
Scandellari. El cristalero estaba muy
atareado con la fabricacin de unas cuentas
de colores que Simonetta iba colocando
sobre una bandeja a medida que se
enfriaban. Era la primera vez que Mario la
vea desde que Gina le haba hecho partcipe
de sus sospechas, y no pudo dejar de darle la
razn a su esposa: la ropa de la muchacha
era mucho ms holgada que antes, pero aun
as no consegua disimular unas curvas de
las que haba carecido durante todo el otoo.
Cuando vio entrar a Andrea se dio la vuelta,
visiblemente incmoda, para poner la
bandeja encima de una estantera.
Marina? S, ha estado aqu hace un
rato les dijo Scandellari mientras daba
vueltas a un pegote gelatinoso de vidrio para
conseguir que adquiriera la perfecta forma
de una esfera. Quera saber si me sobraba
algn ciervo. Dijo que se le haba cado
encima de la mesa uno de los que le regal.
Pareca tan triste cuando le contest que no
haba vuelto a fabricar ninguno que acab
regalndole media docena de unicornios del
mismo tamao.
Deberas ser menos generoso con ella
le aconsej Andrea. Cualquier da
Marina os llevar a la ruina. ltimamente se
queda con la mitad de lo que sale de vuestro
horno.
Mir a Simonetta mientras deca esto. La
chica no apart los ojos de las cuentas en las
que su padre haba introducido pequeos
fragmentos de pan de oro que las hacan
relucir tanto como los mosaicos bizantinos.
Es una chiquilla adorable les asegur
Scandellari. Casi me comi a besos cuando
le hice un paquete con los unicornios para
que no se le rompieran de camino a casa. Le
dije adems que no volviera a bajar sola a la
calle, porque en los tiempos que corren...
Est harta de escucharme decir eso,
Benedetto replic Gina con expresin de
hasto. Pero a Marina siempre le ha
encantado escaparse de casa. Me hizo lo
mismo la ltima vez que estuvimos en
Praga. Desapareci del hotel sin que nadie
se diera cuenta y no la encontramos hasta
tres horas ms tarde. Se haba sentado con
toda tranquilidad sobre el parapeto de uno
de los puentes ms importantes de la
ciudad. Y dijo que no se movera hasta que
viera pasar la carroza de Cenicienta!
Scandellari sonri con tristeza. Mario
supuso que se estara acordando de su
Emilia.
No te preocupes; no puede haber ido
muy lejos. No hace ni media hora que se fue
de aqu. Seguramente haya visto algo en la
calle que le ha llamado la atencin. Dad una
vuelta por la fondamenta Minotto. Apuesto
a que la encontraris pegada a un
escaparate.
Yo s que le voy a pegar rezong Gina
. No volver a pisar la calle en toda su
vida.
Salieron de la cristalera cuando
empezaba a hacerse de noche. Las nubes se
haban teido de escarlata sobre los tejados
de la fondamenta Gaffaro, haciendo pensar
en unas hilachas de algodn ensangrentado
que recorran el cielo. Mario no pudo evitar
volverse hacia la casa de los Montalbano. Los
cristales de la habitacin de Silvana
resplandecan tanto ante las luces del
atardecer que no consegua ver si la
muchacha se encontraba all.
Pronto estaremos lejos de aqu, se dijo
Mario mientras le suba por la garganta una
oleada de emocin. Maana, a estas horas,
habremos cruzado los Alpes... y sers ma.
Creo que deberamos organizarnos
escuch decir a Andrea. Mario se esforz por
apartar de su mente una cadena de
pensamientos cada vez ms
comprometedores. Si la nia no ha vuelto
a casa tiene que estar cerca de aqu. Gina, t
puedes regresar a nuestra tienda. A lo mejor
se ha escondido dentro del taller
aprovechando que no estbamos all
ninguno de nosotros. Gina asinti, aunque
no pareca muy convencida. Abri la puerta
de Ca Corsini y desapareci dentro de la
juguetera. Yo me acercar hasta San
Nicola da Tolentino le dijo Andrea a su
hermano. Le promet a Marina hace unos
das que la llevara a la iglesia para que viera
su rgano barroco. Quin sabe, a lo mejor ha
querido...
Esto es completamente ridculo le
contest Mario de mal humor. Est bien,
ve a dar una vuelta por esa zona. Yo har lo
mismo por la otra parte de la fondamenta.
Pero despus no querr saber nada ms de
nios. Ni siquiera pienso encariarme con el
tuyo.
Andrea sonri mientras se marchaba.
Mario recorri la fondamenta Minotto poco a
poco, mirando por cada una de las puertas
abiertas a los patios de vecinos y
preguntando en las diferentes tiendas si
haban visto a Marina. Pero nadie supo darle
una respuesta medianamente convincente. A
Pietragnoli, el mercader de encaje de
Burano, le pareca haberla visto corretear al
otro lado de sus cristales, pero a fin de
cuentas todas las nias se parecen y puede
que haya sido cualquier otra criatura del
vecindario. Tampoco sus hijas fueron de
mucha ayuda. Mario se encontr con
Antonella y con Giulietta cuando acababan
de atravesar el ponte Marcello y no
consigui sacar nada en claro. Antonella ni
siquiera saba cmo era Marina, pero en
cambio pareci muy interesada en Andrea y
en enterarse por medio de su hermano de si
segua tonteando con la hija del cristalero. A
Mario empezaba a superarle aquella
sensacin de que el mundo confabulaba
contra sus planes de fuga. Por qu no poda
regresar a su casa para preparar de una vez
la maleta?
El cielo se encontraba cada vez ms
oscuro y segua sin haber rastro de la nia.
Una gndola dobl la esquina por la que
haban aparecido Silvana y l cuando
regresaron de Santa Maria delle Anime. El
conductor deleitaba con una barcarola a los
recin casados que se haban acomodado
sobre los almohadones, apretando
disimuladamente sus manos mientras se
alejaban con un balanceo. Mario volvi a
acordarse de Silvana, y sacudi la cabeza con
resignacin. Decidi inspeccionar aquella
calle antes de volver a casa para decirle a
Gina que la prxima vez cuidara mejor de su
descendencia. Si el Gran Amadio le viera
recorrer media Venecia para tratar de dar
con su bastarda se morira de la risa...
Esta idea no le hizo sentirse muy
contento, pero sigui adelante. All el mal
aspecto de las casas avisaba de lo que uno se
encontrara varias manzanas ms all, al
comienzo de Cannaregio. Las fachadas
haban sido repintadas tantas veces que
costaba adivinar de qu color haban sido en
un principio, y el revestimiento de las
chimeneas con forma de campana se caa a
pedazos sobre las malolientes aguas del
canal. Mario se detuvo en la puerta de una
tienda de comestibles que se dispona a
echar sus candados. Haba dos nias
apoyadas en el mostrador, pero se trataba de
las sobrinas del dueo. All tampoco se
haba escondido Marina. Se volvi despus
hacia el canal y se qued contemplando
cmo flotaban sobre la superficie del agua
unos cuantos papeles grasientos con los que
solan envolverse los suppl, las croquetas
que se hacan con el arroz que haba sobrado
de las comidas y que, como a menudo sola
pasar en Venecia, los turistas encontraban de
lo ms deliciosas. Mario hizo una mueca de
asco al darse cuenta de la suciedad que
haba en aquella parte de Santa Croce. Era
una suerte que el rio del Gaffaro, aunque
estuviera al lado, se encontrara ms
transitado por las gndolas; as los vecinos
se sentiran algo ms cohibidos a la hora de
arrojar por las ventanas de sus casas los
restos del almuerzo.
Estaba a punto de desandar sus pasos
cuando se detuvo. Le pareca haber visto
algo raro movindose por debajo del agua.
Algo que poda no ser ms que uno de los
papeles de la tienda de comestibles, un
mendrugo de pan, un trozo de cartn o
cualquier cosa por el estilo. Mario entorn
ms los ojos... y entonces le pareci que se le
paraba el corazn.
Lo que acababa de distinguir en medio
del canal no era ningn desperdicio. La luz
apenas le permita reconocer sus contornos,
pero hubiera jurado que un rostro humano
muy pequeo asomaba cada pocos segundos
entre los papeles arrugados y las algas.
No... se escuch susurrar, incapaz de
creer que fuera cierto. No! Marina, no...!
Mir desesperadamente a su alrededor.
No haba ningn vecino en aquella callejuela
ni ninguna cara en las ventanas. Todos los
postigos estaban cerrados a cal y canto. Si se
pona a dar gritos no le escuchara nadie ms
que el dueo de la tienda y sus sobrinas.
Maldita sea! exclam Mario. Se
desabroch rpidamente la chaqueta, la dej
caer sobre los adoquines y se arroj a las
lbregas aguas, que lo recibieron con un
chapoteo.
Se abri camino como buenamente pudo
hacia el centro del canal, aunque las algas se
le enredaban alrededor de los tobillos para
retrasar su avance. La selva acutica que se
adueaba de las profundidades de Venecia
pareca deseosa de que Mario no llegara a su
meta. Tuvo que luchar con brazos y piernas
para continuar, y entonces se dio cuenta de
que no se haba equivocado: haba un cuerpo
pequeo flotando a la deriva en el agua.
Para entonces el ruido que haba hecho al
saltar dentro del canal haba atrado a las
dos nias, que llamaban a voces a su to.
Este sali de la tienda limpindose las
manos en un delantal que pareca haber
pasado por tiempos mejores. Cuando se dio
cuenta de lo que suceda, comenz a llamar a
las dems puertas, y en cuestin de unos
instantes la calle que hasta entonces haba
permanecido silenciosa se convirti en un
hervidero de voces exaltadas y preguntas. Un
par de adolescentes se metieron en el canal,
aunque Mario ya haba llegado al punto que
persegua. El cuerpo de Marina haba vuelto
a desaparecer en medio de las corrientes de
agua verde que la sacudan de un lado a otro.
Se agarr a uno de los postes de madera a
los que se amarraban las embarcaciones
para escudriar las confusas formas que se
vean a su alrededor. Entonces la distingui
de nuevo, a menos de un metro de distancia.
Cogi aire, sabiendo que estaba muy cerca, y
meti la cabeza dentro del agua mientras la
gente que permaneca de pie en la orilla
segua dando voces.
No se atrevi a abrir los ojos, aunque
tampoco lo necesit. Tras un par de
segundos de desesperada bsqueda sus
dedos se cerraron sobre algo suave y
ondeante que Mario reconoci como el
vestido de Marina. Trat de tirar de ella hacia
la superficie, pero sus pies resbalaron sobre
el lecho de algas que tapizaba el fondo del
canal hacindole perder el equilibrio. Lo
intent de nuevo, afianzando su otra mano
sobre el poste, y esta vez lo logr. Su cabeza
rompi la superficie del agua al mismo
tiempo que la de Marina, y el aire entr de
nuevo en sus pulmones. La nia pareca no
pesar en absoluto en sus brazos.
Hubo muchos gritos en la orilla cuando
la gente la vio aparecer. Los dos chicos que
haban saltado al agua, en cuya presencia
Mario ni siquiera haba reparado, le
ayudaron a trasportarla hasta el
embarcadero ms cercano. No poda dejar
de mirar los ojos de la pequea,
completamente abiertos, y lo plida que se le
haba quedado la piel, lo que le
proporcionaba un aspecto muy parecido al
de los ahogados que haba visto sacar de la
laguna en ms de una ocasin, con los
globos oculares inyectados en sangre y la
lengua amoratada. Se le encogi la garganta
al comprender que ya no haba nada que
pudieran hacer por la nia.
Alguien se puso a vociferar cuando se
disponan a salir del agua. Gina se abri
paso en medio de la muchedumbre,
apartando a los vecinos que le tendan las
manos a Mario.
Marina! la oyeron gritar con toda la
fuerza de sus pulmones. Se qued quieta un
instante, incapaz de creer lo que vea, y
Andrea, que la haba seguido por la
fondamenta Minotto hasta all, aprovech
aquel momento para agarrarla por la cintura
antes de que se arrojara al agua. Marina!
volvi a chillar Gina. Es mi nia,
Andrea! Es mi hija!
Luch con uas y dientes hasta que
consigui soltarse. Las dems mujeres se
haban quedado calladas, y unas cuantas
atraan a sus criaturas hacia sus faldas
mientras los muchachos colocaban a Marina
en medio de la orilla. Sus pupilas se
quedaron clavadas en las rizadas nubes del
cielo, aunque haban perdido todo su brillo.
Apretaba algo en su mano. Mario, que an
jadeaba al agacharse a su lado, se dio cuenta
de que deba de ser el paquete con los
animalitos de cristal que Scandellari le haba
dado pocos minutos antes.
Gina se dej caer junto a Marina. Le
corran por la cara unas lgrimas que Mario
nunca le haba visto derramar. No!,
solloz de nuevo, colocando sus manos
sobre su pecho inmvil. No puede ser
verdad! Dios mo, no puede ser verdad! Mi
Marina...!.
Andrea haba pasado rpidamente a la
accin. Le pidi a Mario que sujetara a Gina
para hacerle la respiracin asistida. Puso una
mano sobre la frente de Marina mientras le
introduca entre los labios el aire de sus
propios pulmones. Volvi a hacer lo mismo
un instante ms tarde, con idnticos
resultados. La nia llevaba demasiado
tiempo muerta.
Gina se desgarr en un alarido. Hundi
su cabeza en el hombro de Mario, estrujando
su camisa empapada con sus dedos sin darse
cuenta de que se le estaban manchando de
lodo. Los Scandellari aparecieron en aquel
momento detrs de los vecinos. El cristalero
se acerc lentamente al grupo que formaban
en la orilla, con una expresin de absoluto
horror en su rostro. Simonetta se qued
como clavada en el suelo. Se tap la boca con
los dedos. Andrea se incorpor poco a poco,
y Simonetta le alarg las manos cuando se le
acerc sin decir nada. Nadie pareca saber
cmo reaccionar ni qu hacer a continuacin.
Deberamos... Supongo que sera mejor
que la llevramos a casa murmur en voz
baja Scandellari sin apartar los ojos de
Marina. Tambin haba lgrimas en su cara
. Me parece que... aunque realmente no
sirva de mucho... tendramos que llamar a un
mdico...
No servir de nada le contest
Andrea. Simonetta dej escapar un gemido
. Has visto el color que tiene su piel?
Cunto tiempo crees que puede haber
pasado ah abajo?
Pero qu se supone que le ha
sucedido? insisti el cristalero. Se ha
ahogado sin que nadie se diera cuenta? Ha
venido sola a este lugar y se ha cado al agua
sin querer?
Una madre tir de sus hijos para alejarse
de all. Ya habis odo lo que os pasar si no
me hacis caso, les increp. A casa,
vamos!. La muchedumbre comenz a
disgregarse alrededor de los Corsini aunque
algunos vecinos, los que vivan ms cerca, se
acercaron para darles el psame en voz baja.
Gina no pareca capaz de reaccionar. Se
haba puesto tan plida como su hija, y
Mario no saba qu hacer con ella, porque
realmente no tena ni idea de qu hara
cualquier otra persona en su situacin.
Adems le haba asaltado un presentimiento
que en los siguientes minutos, mientras
acompaaba a su esposa a casa y Andrea
llevaba a Marina en sus brazos, seguidos por
los Scandellari, no dej de cobrar forma y de
hacerse ms real hasta que no tuvo ninguna
duda sobre lo que haba ocurrido.
Lo que les dijo el mdico no hizo ms
que confirmar sus sospechas. Haban
llamado al mismo que acudi a diagnosticar
la muerte de Emilia y que pidi hablar a
solas con Mario y con Andrea despus de
sacudir la cabeza con tristeza junto al cuerpo
de Marina.
Dicen que la encontraron en un canal?
les pregunt al lado del balcn, en un tono
de voz casi susurrante. Cunto tiempo
haba pasado desde que la echaron de
menos?
Una hora. No, menos, unos tres
cuartos de hora le dijo Andrea en el
mismo tono.
El mdico mir por encima de su hombro
en direccin al divn. Haban tendido a la
nia sobre una sbana. Le haban acercado
un espejito a la nariz, aunque no se empa
ni siquiera con la respiracin ms leve. Le
haban colocado un estetoscopio encima del
corazn, pero haba sido en vano. Ahora
Marina yaca tan rgida como una mueca a
la que an no hubieran aadido ninguna
articulacin, y su madre permaneca sentada
a su lado, acariciando una y otra vez sus
cabellos negros cubiertos por unas algas
gelatinosas.
Quin la sac del agua? sigui
preguntando el mdico. Fue uno de los
vecinos?
Fui yo dijo Mario. Llevaba un rato
buscndola por toda la fondamenta. Pens
que poda haberse alejado por una de las
bocacalles. Mi mujer me haba dicho que no
era la primera vez que se escapaba de casa.
Me pareci distinguir algo en medio del
canal y...
Se encogi de hombros. El mdico se
quit las gafas, las dobl y se las guard en
el bolsillo de su chaleco. Haba una
expresin muy sombra en su rostro cuando
murmur:
He visto unas extraas marcas en el
cuello de la nia. Claro que no soy un
experto...
Unas marcas? Andrea arrug el
ceo con desconcierto. Qu clase de
marcas?
De dedos contest su hermano. An
tena el pelo tan empapado como Marina, y
la ropa toda manchada de barro. Yo
tambin las vi cuando la saqu del agua.
Eran mucho ms intensas entonces, aunque
todava se pueden distinguir. Le rodean toda
la garganta.
A Andrea se le abri la boca lentamente.
Mir a su hermano con perplejidad, y volvi
la vista de nuevo a Marina, cuyo rostro
apenas se vea entre los cabellos de Gina. La
besaba una y otra vez como si quisiera
despertarla de aquel sueo acutico en el
que la haban sumido.
Pero... pero eso no puede ser. No puede
haberla atacado nadie. Seguramente hayan
sido mis propias manos mientras le haca el
boca a boca. Con las prisas por reanimarla...
No, Andrea. Te digo que ya tena esas
marcas le asegur Mario quedamente.
No quise contarle nada a Gina porque no me
pareca necesario aumentar ms su
angustia...
Ha hecho usted bien corrobor el
mdico. Aun as, si esto no ha sido un
accidente sino un asesinato, habra que
avisar a las autoridades de lo que ha
ocurrido. Seguramente interrogarn a todo
el vecindario hasta dar con el culpable de
esto. Y entonces no habr nada que lo libre
de la horca. Ha sido completamente atroz.
Una pobre nia indefensa!
Sacudi la cabeza con indignada
incredulidad mientras recoga su maletn.
Andrea lo acompa hasta la puerta de la
calle, an perplejo por lo que acababa de
escuchar de labios de su hermano. Mario se
qued en el comedor con Gina. Los
Scandellari seguan all, aunque no parecan
muy seguros de si tenan derecho a
participar de aquel dolor tan ntimo por
parte de los Corsini. Simonetta se haba
sentado en una silla, con el brazo de su
padre rodendole silenciosamente los
hombros. Tena los ojos muy rojos y
hmedos.
Mario se sec la cara con la manga de la
camisa sin darse cuenta de que tambin se le
haba empapado. No estaba nada seguro de
lo que haca; nunca se haba sentido peor.
Gina... empez a decir. Se detuvo al
lado del divn en el que haba dormido
tantas veces y que ahora ocupaba Marina
hasta que le buscaran un atad. Lo
siento... mucho...
Gina no le respondi. Curiosamente,
haba dejado de llorar a gritos, aunque todo
su cuerpo se estremeca por los sollozos
silenciosos que no era capaz de contener. A
Mario le doli ms verla as que deshecha en
llanto. Puso una mano torpemente en su
hombro.
Ya s que no me creers sigui
diciendo en voz baja, pero lo siento de
verdad. Te ayudar en todo lo que est en mi
mano. Ella tembl ante su contacto,
aunque no trat de apartarse de l. Me
imagino continu Mario transcurridos
unos segundos que en los prximos das
querrs escribir al Gran... a Alessandro...
para decirle todo lo que ha...
Al escucharle Gina levant la cabeza
como si acabaran de tirarle de una cuerda.
Se volvi hacia Mario con los ojos arrasados
en lgrimas, tan plida como la propia
Marina.
Y por qu tendra que decirle a
Alessandro lo que ha pasado? consigui
articular.
Mario pareci confundido. Tard un
momento en recuperar la voz para
contestarle:
Bueno, es evidente... quiero decir...
Marina era su hija! Tiene derecho a saberlo!
Gina sigui mirndole durante un rato
tan largo que a Mario empezaron a escocerle
los ojos. Finalmente prorrumpi en un
nuevo sollozo, hundiendo sus manos en su
negra y despeinada melena. Mario nunca la
haba visto tan desesperada... ni tan
enloquecida.
No has entendido nada... no has
entendido nada... Quin te ha dicho... que el
padre de mi hija... fuera Alessandro
Amadio? Realmente nunca te has dado
cuenta de que...?
Hablaba tan entrecortadamente que
costaba entenderla. Aun as Mario pudo
captar lo esencial. Y la sensacin que
experiment cuando lo hizo fue como
lanzarse de nuevo a un canal en el que las
algas se enredaran en torno a sus pies para
inmovilizarle.
Ests... ests dicindome que...?
Gina asinti con la cabeza, agachando la
cabeza para no tener que enfrentarse a su
desconcertada mirada. A Mario se le escap
un jadeo que pareci llevarse consigo todo el
aire que quedaba en sus pulmones. Era...
era ma?
Gina volvi a asentir. Mario tuvo que
agarrarse con una mano al respaldo del
divn para que las piernas siguieran
sostenindole. Simonetta dej escapar un
gritito que trat de acallar con sus manos
cuando su padre le apret un poco el
hombro. Gina no pareca darse cuenta de
que no se encontraban a solas. Haba
guardado silencio durante mucho tiempo y
ahora las palabras se peleaban por salir de
sus labios empapados y temblorosos.
En noviembre cumpli seis aos
solloz. Tom una de las pequeas manos de
Marina entre las suyas, besndola cada vez
con mayor desesperacin. Yo estaba
embarazada de poco ms de un mes cuando
me march de Venecia. Era pronto para estar
segura, pero en las ltimas semanas no
haba dejado de notar unos sntomas muy
extraos en mi cuerpo. Y pens... Se le
rompi de nuevo la voz. Pens... que Dios
me perdone... que mi hija mereca algo ms
que esta vida. Estaba cansada de Santa
Croce, del vecindario, de estar tanto tiempo
sola en esta casa. Y nunca se me ocurri que
al volver a mi ciudad natal... mi pobre
Marina, a la que tanto pareca gustarle todo
esto...
Rode la cabeza de la nia con sus brazos
para apretarla contra su pecho. Su cuerpo
segua respondiendo dcilmente a sus
caricias, aunque su semblante cada vez
resultaba ms cadavrico. Mario se pas una
mano temblorosa por la frente. No poda ser
cierto.
Tienes que estar equivocada, Gina. Un
mes es muy poco margen de tiempo para...
S lo que digo gimote su esposa sin
soltar a Marina. Podra sealarte incluso
en un calendario la fecha en la que fue
engendrada. La noche del Carnaval... mi
diadema...!
Mario se qued paralizado. Aquello no
poda ser verdad. Deba de ser una
pesadilla!
Pasaste con el Gran Amadio ms
noches de las que pasaste nunca conmigo
sigui diciendo, aturdido. La cabeza le daba
vueltas. Puedes haberte confundido con
las fechas. Es un error muy natural. Me
imagino que cuesta mucho estar segura de...
Mario, las mujeres siempre estamos
seguras de esas cosas intervino Simonetta.
Se levant de la silla para acercarse a Gina y
la rode protectoramente con sus brazos,
con la clase de empata que solo puede darse
entre las mujeres cuando comparten un
dolor en lugar de una alegra. Est en
nuestra naturaleza sigui diciendo.
Siempre ha sido as.
Scandellari no pronunci una palabra.
Sus ojos oscilaban una y otra vez entre Mario
y Gina y acabaron detenindose sobre Mario
cuando apret los puos contra su frente.
Pero por qu no me dijiste nada?
estall al fin. Por qu has callado hasta
ahora?
Porque he sido una idiota! exclam
Gina. Se cubri los ojos con las manos.
Vine a Venecia con la intencin de
recuperarte! Quera conquistarte de nuevo!
Quera que te enamoraras de m como lo
habas hecho cuando tenamos veinte aos!
Y pens que si te contaba lo de Marina...
pensaras que no era ms que una
estratagema para atraparte!
Mario no tuvo la fuerza moral necesaria
para llevarle la contraria. Saba que Gina no
estaba diciendo ms que la verdad. Si
hubiera insinuado que Marina era suya se
habra echado a rer y despus le habra
recomendado que les contara lo mismo a los
dems hombres con los que haba estado.
Pero tal vez se haba equivocado durante
todo el tiempo. Tal vez lo nico que haba
deseado su esposa era construir con l una
familia.
Ahora nada de aquello tena sentido. Y
Mario saba con demasiada certeza quin era
el autntico culpable. Alarg una mano para
rozar de nuevo a Gina, pero justo entonces
escuch un ruido de voces en el piso de
abajo. Andrea no haba subido despus de
decir adis al doctor, pero no pareca que
siguiera hablando con l. Era una voz de
mujer.
La reconoci de inmediato, aunque su
tono no poda ser ms distinto del que Mario
le haba odo emplear la ltima vez que se
vieron. Dud durante unos segundos antes
de pedirles a los Scandellari que se hicieran
cargo de Gina y de su hija. Seguramente
sera bastante ruin por su parte dejarla sola
cuando ms lo necesitaba, pero le haba
inquietado profundamente lo que haba
escuchado. Al salir al patio estuvo a punto
de tropezar con Shylock, que se escabulla
escaleras arriba bufando de miedo. Eso
sirvi para confirmar sus sospechas: tena
que ser Silvana la persona a la que Andrea
haba abierto la puerta.
An seguan hablando cuando entr en
Ca Corsini. Silvana dej escapar un suspiro
de alivio al verle aparecer. Se arroj en sus
brazos con tanta fuerza que Mario se sinti
como si le hubieran dado un mazazo en el
estmago.
Por fin te encuentro! susurr la
joven contra su pecho. Se aferr a su camisa
con unos dedos extremadamente crispados
. Tena tanto miedo de que no estuvieras
en casa!
Andrea, de pie detrs de Silvana, los
observaba con extraeza. A Mario le llev
unos instantes reaccionar, y cuando lo hizo
coloc sus manos sobre los hombros de
Silvana para poder mirarla a la cara. Nunca
haba imaginado que la vera tan alterada.
No a ella.
Qu ocurre, Silvana? Por qu ests
temblando as? Ha pasado algo en tu casa?
Lo peor que poda pasar. Silvana
guard silencio un instante antes de
murmurar, elevando sus ojos azules hacia
los de Mario: Mi padre lo sabe. Lo sabe
absolutamente todo. Sabe lo que queremos
hacer maana por la maana, y me ha dicho
que nunca lo consentir... que prefiere
verme muerta mil veces antes que en brazos
de un hombre!
A Mario le pareci que el mundo se le
vena encima de repente. Silvana se pas una
mano por los ojos. Pareca estar
debatindose entre la aprensin y la
vergenza.
Pero cmo puede haberlo sabido?
Has dicho algo que le haya puesto sobre
aviso?
Ha sido... empez a decir la
muchacha con voz insegura, y Mario tuvo
que agachar la cabeza para escucharla.
Gina continu. Ha sido cosa de tu mujer.
Cuando sub al piso de arriba para acabar de
guardar los libros que quera llevar conmigo
escuch ruido de pasos sobre la alfombra de
mi cuarto. Y eso me sorprendi mucho,
porque mi padre nunca suele entrar en mi
habitacin. Al apartar la puerta le encontr
de pie junto a mi mesa... y tena en la mano...
Se detuvo de nuevo, abrumada; Andrea
los miraba a ambos con una perplejidad que
creca por momentos. Tu nota. La que me
trajo tu hermano en enero. La haba sacado
de entre las pginas de mi Frankenstein, y
tendras que ver cmo me mir por encima
del papel, como si fuera la persona ms
rastrera y desagradecida del mundo!
Ley lo que te escrib? Mario abri
mucho los ojos, aunque aadi despus:
Eso no significa nada. Que te enviara una
nota no quiere decir necesariamente que
aceptaras encontrarte conmigo donde te cit.
Podas haberle dicho que no me hiciste
ningn caso.
No me hubiera credo dijo Silvana
sacudiendo la cabeza. An estaba
temblando. Haba inspeccionado todas
mis cosas. Y me pregunt si realmente tena
tan poca confianza en mi propio padre como
para no contarle lo que pensaba hacer... una
fuga en toda regla!
Mario no acababa de entender qu tena
que ver Gina en todo aquel asunto, pero no
quera presionar a Silvana. Casi le consol
que se sintiera demasiado abrumada por sus
problemas para prestar atencin a los
sollozos que seguan oyndose en el piso de
arriba.
Le dije que no tena ni idea de lo que
estaba dicindome, pero eso solo sirvi para
encolerizarlo. Has quitado una veintena de
tus sagrados libros de las estanteras. Y tus
maletas estn escondidas debajo de la cama,
con toda tu ropa dentro. Realmente piensas
que voy a tragarme tus mentiras?. Saba
que nunca sucedera. Nunca antes haba
tenido que mentirle, as que comprend que
no me quedaba ms remedio que decirle la
verdad.
A qu te refieres con eso? pregunt
Mario lentamente. Le haba dado un vuelco
el corazn al recordar lo que haba
descubierto en la cripta de Santa Maria delle
Anime.
No se lo he dicho... todo le
tranquiliz Silvana interpretando su mirada
alarmada de manera correcta. Pero le dije
que te quera. Y eso lo puso ms rabioso
todava. T no puedes querer a nadie!, me
vocifer. No fuiste creada para querer a
nadie! Sabes perfectamente que me debes
todo lo que eres ahora mismo! No puedes
existir sin m!.
Ese hombre est mal de la cabeza...
empez a decir Andrea con cara de pasmo.
Mario no crea que fuera el mejor
momento para explicrselo. Apret a Silvana
ms estrechamente contra su pecho, y ella
reclin su cabeza sobre su hombro como
una nia.
Me dijo unas cosas... espantosas
susurr contra su camisa. Cerr fuertemente
los ojos como si no fuera capaz de
enfrentarse a nada ms. Me acus de
dejarme seducir por el primer hombre que
pas por nuestra juguetera y de ponerme en
evidencia delante de toda Santa Croce por
creer cada una de las palabras que me habas
dicho. Sabes que tu adorado Corsini est
casado, verdad? Claro que lo sabes. Todo el
vecindario lo sabe. Y eso no te ha impedido
entregarte a l como si fueras una
cualquiera. Y entonces me dijo que Gina
haba ido a verle esta misma maana,
aprovechando que estaba en mi cuarto...
Mario se qued muy quieto. De repente
las piezas del rompecabezas parecan
encajar.
Me imagino que montara un pequeo
espectculo en el que representaba el papel
de la esposa traicionada y yo el de la amante
sin escrpulos que es capaz de robarle a su
marido delante de sus narices. Vino a
verme hecha un mar de lgrimas, la pobre,
me cont mientras estrujaba tu nota entre
sus manos y la arrojaba encima de la parrilla
de la chimenea. Me dijo unas cosas
extrasimas... cosas que me negaba a creer
sobre Mario Corsini revolcndose con mi
hija en una barca en medio del rio del
Gaffaro, la noche del Carnaval... Yo le
contest que no poda ser, que mi Silvana
nunca se comportara de semejante manera.
Y ella me asegur que lo haba visto con sus
propios ojos. Que se le haba partido el
corazn al descubriros a la vista de todos,
asomndose a una ventana de su casa. Y por
eso quera hablar conmigo: porque su
marido era un hombre al que no le
importara en absoluto lo que pudiera
echarle en cara, mientras que t, por lo que
tena entendido, eres una muchacha, y
sigues estando bajo mi custodia. Y tengo
plena potestad para acabar cuanto antes con
toda esta estpida pantomima. Y entonces
sali al pasillo.
Me qued tan sorprendida que no me di
cuenta de que sostena en su mano la llave
de mi cuarto. O el ruido que haca al girar
en la cerradura y comprend que me haba
encerrado para que no pudiera reunirme
contigo. Eso no me importaba; he hecho
saltar cerraduras ms complicadas, pero
unos segundos ms tarde escuch el ruido
que haca la cmoda del pasillo al ser
arrastrada sobre el suelo. Cuando quise
lanzarme contra la puerta era demasiado
tarde. No haba manera de desplazar el
mueble para escaparme de mi habitacin.
As que me apresur a subirme a la repisa de
mi ventana solamente para descubrir que
tambin la haba cerrado con una llave que
se haba llevado. He tardado casi media hora
en desmontar las bisagras que mantenan
los paneles de cristal en su sitio...
Se haban puesto a hablar al lado del
escaparate, de modo que Mario, mirando por
encima de la coronilla de Silvana, no tuvo
problemas para contemplar la ventana en
cuestin. Los cristales, efectivamente, haban
sido colocados contra una de las paredes, y
las cortinas del cuarto revoloteaban en la
brisa como un sudario. A Andrea se le
escap un suave silbido de admiracin.
Miraba a Silvana como si viniera de otro
mundo.
Bueno dijo rompiendo aquel
momentneo silencio, la verdad es que no
me extraa que ests dispuesto a cualquier
cosa con tal de atrapar a una chica como
esta. Nadie se ha escapado nunca a travs
de una ventana por m! Ni creo que se
atreviera a hacerlo!
Mario sonri tristemente, y Silvana se
refugi una vez ms en el nido de sus
brazos.
Has saltado desde tu dormitorio?
Ms de cuatro metros sin sufrir ningn
dao?
Tuve que apoyarme en la ensea de la
juguetera reconoci Silvana, y temo que
nunca ms pueda enderezarse... pero eso no
importa ahora. Apoy las manos sobre los
hombros de Mario. Ya s que acordamos
marcharnos maana, pero... creo que es
mejor que lo hagamos cuanto antes. Scame
de aqu, Mario. No puedo aguantar ni un
minuto ms en Venecia. Temo que mi padre
aparezca en cualquier momento para
llevarme de vuelta a casa. Marchmonos
para siempre de aqu... lo ms lejos
posible...!
De nuevo hubo un silencio tan
prolongado que Mario casi pudo escuchar
las cosas que los Scandellari le susurraban a
Gina. Su esposa segua llorando, y al
acordarse de lo que haba pasado mientras
Silvana se escapaba de su casa regres a su
estmago el nudo que lo apretaba como una
soga alrededor del cuello de un ahorcado. La
muchacha segua mirndole, a la expectativa;
Andrea se aclar la garganta antes de que
pudiera decir nada.
Me parece que... voy a marcharme un
momento. No le cost comprender que su
hermano prefera quitarse de en medio.
Tengo que ir cuanto antes a hablar con los de
la funeraria. Querrn saber si hemos ido a
San Michele... para adquirir una nueva fosa
y...
Al final opt por coger su chaqueta de
uno de los brazos del perchero y abandonar
Ca Corsini para poder darles unos
momentos de intimidad. Silvana le vio salir
con una expresin de profunda confusin
plasmada en su rostro. Levant su mirada
hacia Mario.
La funeraria? pregunt. Una
nueva fosa? Ha pasado algo que tenga que
saber?
Mario separ los labios para contestarle,
aunque no saba por dnde deba empezar a
decirle la verdad. Se dio cuenta de que
Silvana acababa de reparar en el hecho de
que su ropa segua empapada por el agua
fangosa del canal en el que haba tenido que
sumergirse.
Digamos que... esta tarde ha sucedido
algo... Las voces se haban vuelto an ms
audibles desde el piso de abajo. Algo que,
por mucho que me duela... no me permitir
marcharme contigo tan pronto como me
hubiera gustado. Lo siento, Silvana, de
verdad...
Ha muerto alguien? exclam con los
ojos muy abiertos. Quin? Quin ha
sido?
Ahora Gina haba redoblado sus sollozos
de una manera que acab disipando todas
las dudas que le quedaban a Silvana.
Marina!, haba vuelto a gemir. Mi
Marina!.
La joven se llev una mano al pecho. El
sordo rumor de sus ruedas pareca haberse
intensificado de repente.
La hemos encontrado ahogada en una
de las bocacalles del rio del Gaffaro dijo
Mario muy bajito. Todo su dolor cay de
repente sobre sus hombros, como si alguien
le hubiera echado encima una losa de
mrmol... la losa que en pocas horas
colocaran sobre el pequeo cuerpo de
Marina. Estaba flotando en medio de un
montn de basura. Pero no ha sido el agua lo
que ha acabado con ella. A Silvana se le
abri la boca, y Mario sigui dicindole, en
un susurro: Tena marcas de dedos
alrededor de la garganta cuando la sacamos
del canal. Alguien la haba estrangulado
antes de arrojarla al agua, sabiendo que
acabaramos encontrndola... y que pronto la
enterraramos en San Michele como...
Como a Emilia Scandellari y Edelweiss
Wittmann concluy Silvana por l. Casi no
le sala la voz. S apostill. Yo tambin
reconozco su sello personal cuando lo veo.
Se volvi hacia los escaparates para
contemplar su propia casa. Su rostro era la
viva imagen del remordimiento. Mario
comprenda demasiado bien cmo deba de
sentirse.
Ha sido por nuestra culpa. Una
venganza perfecta... T le robaste a su hija,
y l te robar a la tuya si no hacemos nada
para impedirlo! Cmo he podido estar tan
ciega...!
Yo tambin he pensado lo mismo. Se
supone que es la nica que le falta. Me
dijiste que haba tenido cuatro hijas, y que
las cuatro haban muerto. Te tiene a ti, y
tambin a las dos de la cripta y... Un
momento se detuvo Mario de repente.
Mir a Silvana con desconcierto. Has
hablado de mi hija al referirte a Marina?
Cmo se supone que...?
Mario, por favor murmur Silvana.
Que t siempre te hayas negado a asumirlo
no quiere decir que los dems seamos tan
ciegos como t. Tenemos ojos en la cara,
sabes?
Mario se qued tan sorprendido que no
supo qu contestarle. Bueno, pens con un
arranque de lucidez, al menos no le ha
parecido una traicin que no se lo contara antes.
Supongo que me he portado como un
imbcil. Esto era un secreto a gritos del que
parece que todos estabais al tanto. Y lo que
ms me duele es que tuviera que mirarla por
primera vez sabiendo que era mi hija cuando
se encontraba muerta. Ha sido espantoso.
Silvana lo mir con compasin mientras
se dejaba caer lentamente sobre uno de los
taburetes que haba al lado del mostrador.
Sus engranajes recuperaban poco a poco su
cadencia habitual, aunque Mario segua
encontrndola sorprendentemente desvada.
Qu vamos a hacer ahora? pregunt
en voz baja. Qu opciones nos quedan?
l mir un momento las ventanas de la
casa de los Montalbano. No haba nadie al
otro lado de los cristales, ni tampoco en la
habitacin de Silvana, cuyas cortinas seguan
revoloteando contra el cielo cada vez ms
oscuro.
Se acerc al taburete para arrodillarse a
sus pies, cogindole las manos con la mayor
ternura que fue capaz de atesorar.
Seguir adelante. Siempre adelante,
pase lo que pase le prometi. Silvana
asinti con la cabeza. Ya tendremos
tiempo para marcharnos de Venecia cuando
sepamos que tu padre no puede hacer nada
con Marina. No pienso consentir que la
desentierre nada ms dejarla en el
cementerio. Maana iremos a San Michele a
despedirnos de ella, y t vendrs conmigo. Y
no te apartars de mi lado hasta que te deje
en manos de Andrea y de los Scandellari
para que te cuiden como yo. Lo siento, pero
he de mantenerte vigilada.
Silvana hizo un gesto con los hombros
para darle a entender que no le molestaba
un seguimiento como el que Mario propona.
Aun as le mir con una pizca de
desconcierto.
Y no vas a poner todo esto en
conocimiento de la polica? A fin de cuentas
ha sido un asesinato. Y por mucho que la
fuerza de la costumbre me haga encubrir lo
que hace...
Dej la frase en el aire. Mario neg con la
cabeza. Pareca ms agotado que nunca.
No puedo hacerlo susurr porque
equivaldra a contarle al mundo entero lo
que t eres y la relacin que has tenido con
Montalbano. Y si tengo que protegerte de tu
padre no servir de nada que te entregue a
las autoridades para que te investiguen
tambin a ti.
Crees que lo haran? pregunt
Silvana, alarmada. Creeran que soy
sospechosa?
Te encerraran. Y cuando descubrieran
tu autntica naturaleza no habra manera de
rescatarte. Lo siento por Marina, pero la
mujer de mi vida no ser una cobaya nunca
ms.
Dijo esto como si se tratara de una
declaracin de principios. Y entonces
sucedi algo que confundi a Mario ms que
ninguna otra cosa, ms que ninguna escena
que hubiera presenciado en sus veintisiete
aos de vida. Algo reluci un instante en los
lagrimales de Silvana. Un par de minsculas
gotas que se quedaron prendidas en sus
pestaas, como los diamantes con los que se
adornaban los prpados las cortesanas
indias, y que aumentaron de tamao
mientras segua mirndola con desconcierto
antes de deslizarse por sus mejillas dejando
un sendero reluciente de agua. A la
muchacha se le escap una exclamacin
ahogada al darse cuenta de lo que estaba
sucediendo. Mario la vio levantar las manos
poco a poco, dudando antes de colocarlas
sobre sus prpados. Efectivamente, no eran
imaginaciones suyas. Sus palabras haban
hecho que se emocionara.
No lo entiendo logr murmurar. Se
le haba formado un nudo en la garganta.
No s qu est pasndome ahora mismo.
Nadie me haba dicho que an pudiera...
que en mis ojos...!
Los lentos regueros de agua salada caan
por sus mejillas como lo haran por las de
una persona de carne y hueso. Mario toc
una de sus lgrimas con un dedo, cada vez
ms aturdido, y se qued mirando cmo
mojaba su piel. No haba duda: eran de
verdad.
Ya habra tiempo para pensar en eso. Ya
habra tiempo para seguir descubrindose el
uno al otro, para comprender lo que eran y
lo que podan llegar a ser juntos. Ven aqu,
susurr Mario mientras atraa a la
estremecida muchacha hacia s. La escuch
sollozar calladamente contra su piel,
humedecindole el cuello con su llanto
repentino. Siempre adelante, recurdalo.
Pase lo que pase. Sonaba mucho ms
tranquilizador cuando se lo deca en voz alta
a otra persona que cuando lo repeta dentro
de su cabeza. Pero por lo menos la tena a
salvo, a su lado. Y si poda evitarlo,
Montalbano no se acercara ms a ella...
aunque tuviera que hacerle lo mismo que l
le haba hecho aquella tarde a Marina.
CAPTULO XIII
Nadie pudo descansar mucho en casa de
los Corsini. Despus de que los empleados
de la funeraria se hubieran llevado a Marina,
los Scandellari prepararon una cena frugal
para que recuperaran fuerzas, aunque los
platos se quedaron casi intactos encima de la
mesa. Gina fue la primera en retirarse a su
habitacin. Se encontraba tan destrozada
por todo lo que haba sucedido que no poda
pronunciar ni una palabra. Durante ms de
una hora Simonetta permaneci sentada
junto a su cabecera, acaricindole el pelo
hasta que se qued dormida de puro
agotamiento. Hubo entonces un pequeo
debate sobre lo que convendra hacer con
Silvana. Andrea propuso que se quedara en
casa de los Scandellari aquella noche, pero
Mario no quiso or hablar de la posibilidad
de perderla de vista; as que finalmente
decidieron ocupar el divn del comedor, en
el que apenas caban los dos.
Fueron seguramente las horas ms largas
por las que haban pasado. No era necesario
que se dijeran nada ms; simplemente se
quedaron abrazados en medio de la
penumbra, atravesada de vez en cuando por
las luces de los faroles de las gndolas.
Mario apoyaba la cabeza sobre el pecho de
Silvana, dejndose mecer por los
acompasados chirridos de su corazn y por
las caricias con las que sus dedos de hierro
recorran su cabello. Ella le besaba de vez en
cuando en la frente mientras permaneca
alerta como una centinela que nunca hubiera
conocido el sueo. No hubo ni rastro de
Montalbano en toda la noche, ni nada acudi
a perturbar las pocas horas de tranquilidad
de las que disfrutaron. Cuando se hizo de
da se reunieron de nuevo en la cocina para
tomar algo caliente. Silvana prefiri
quedarse en el comedor para no tener que
encontrarse con Gina, aunque realmente
habra dado lo mismo; tena los ojos tan
enrojecidos que no pareca capaz de
distinguir lo que Simonetta le pona delante
para desayunar. La maana transcurri de
una manera parecida, y despus de comer,
cuando un empleado de la funeraria se
present en la casa para avisarlos de que
haba llegado la hora, salieron en silencio a
la fondamenta Minotto.
En la sacca della Misericordia los
aguardaban unas cuantas gndolas como las
que haban llevado a Emilia al cementerio.
Gina estuvo a punto de derrumbarse cuando
vio el atad de Marina, tan pequeo que
podra haberlo sostenido una sola persona
entre sus brazos. Tena un crucifijo de
bronce clavado sobre su tapa y un pao
negro cubrindolo casi en su totalidad.
Dejaron que la primera gndola partiera con
la nia, y al cabo de un minuto la siguieron
en las que encabezaban la comitiva, primero
Gina con los Scandellari, y despus los otros
tres. Todos iban de luto rigoroso, incluida
Silvana, a la que Simonetta haba prestado
uno de sus vestidos, una prenda negra
abotonada hasta el cuello y las muecas, que
haca que su cabello pareciera an ms rubio
por el contraste.
Resultaba un poco extrao verla vestida
con unas tonalidades mucho ms oscuras de
lo que era habitual en ella. Mario se dio
cuenta de que muchos vecinos se daban con
el codo al verla sentarse al lado del padre de
la nia muerta, pero realmente le importaba
muy poco lo que pudieran decir; lo nico
que quera era alcanzar cuanto antes la isla
de San Michele. La gndola se adentr poco
a poco en la laguna con cada movimiento de
prtiga, siguiendo la estela de espuma
blanca de la que conduca a Marina al
cementerio.
Los muros de ladrillo, horadados aqu y
all por apuntadas arcadas de mrmol que
recorran todo el permetro, convertan San
Michele en una fortaleza de la que las almas
de los fallecidos nunca seran capaces de
escapar. Un bosque de cipreses se elevaba
tras esta frontera, una franja verde oscuro
apenas perceptible entre los jirones de
niebla que cercaban el recinto por sus cuatro
costados. Aunque eran cerca de las tres de la
tarde, costaba reconocer a las cuatro
personas que los esperaban de pie en el
embarcadero. Los empleados de la funeraria
acudieron a recoger el atad de Marina y lo
levantaron sobre sus hombros para
conducirlo hasta el lugar en el que haban
decidido enterrarla. Gina y los Scandellari
los siguieron en silencio, y lo mismo
hicieron Andrea, Mario, Silvana y los dems
vecinos, que se adentraron en el corazn del
cementerio sin atreverse a decir nada.
Haban abierto la fosa en una de las
praderas ms alejadas del embarcadero. All,
a unos metros de distancia, descansaban los
padres de Mario y de Andrea, debajo de una
cruz de hierro que el persistente viento que
soplaba entre los rboles casi haba logrado
arrancar. Cuando la comitiva se posicion
alrededor del agujero, Andrea se apart lo
ms sigilosamente que pudo para acercarse
a aquel lugar. Mario lo vio enderezar la cruz
por encima de las cabezas de los vecinos y
regresar despus a su lado con una
expresin un poco culpable en su rostro.
Ninguno de los dos sola acudir a menudo a
San Michele para visitar a sus padres; en el
caso de Mario por falta de tiempo, en el de
Andrea por un aprensivo respeto a la muerte
del que nunca le haba hablado a su
hermano. Era bastante duro regresar a la
tranquilidad del hogar, a la calidez de una
chimenea encendida y una comida en la
mesa despus de dejar a tus seres queridos
en lo ms profundo de la tierra.
Mario comparti este pensamiento
cuando repar en la lpida que los
sepultureros de San Michele haban
colocado junto a la fosa. Marina Corsini, se
lea sobre la piedra, y despus venan las
fechas 1902-1909 y la inscripcin que los
encargados de la funeraria haban escogido
despus de que Andrea delegara en ellos la
decisin: Cuando suene la trompeta, los
muertos resucitarn incorruptos y nosotros
seremos transformados. Mario no poda
prestar atencin a nada ms que su apellido:
Corsini. Marina Corsini. Su hija.
Un suave rumor se propag entre los
asistentes al sepelio, y al levantar la cabeza,
algo aturdido, vio cmo se acercaba el
sacerdote que oficiara la ceremonia. Le
estrech la mano a Gina mientras musitaba
sus condolencias, hizo lo propio con Mario y
fue a colocarse al lado de la lpida. Lo segua
un monaguillo que sujetaba el misal que el
sacerdote despleg entre sus manos
mientras se aclaraba la garganta. Todo el
mundo se qued callado al mismo tiempo y
pronto no reson en la pradera nada ms
que su voz.
Yo soy la resurreccin y la vida. El que
crea en m, aunque muera, vivir...
Gina se haba puesto a llorar de nuevo,
aunque sin histerismos; sus lgrimas apenas
se vean tras los encajes de su velo. A su
derecha Simonetta haba dejado que Andrea
le rodeara la cintura con un brazo mientras
apretaba la cara contra su hombro,
demasiado afectada para poder contemplar
la herida abierta en la tierra, que se tragara
a la pequea.
Acaso no tiene doce horas el da? El
que camina de da no tropieza, porque ve la
luz de este mundo recitaba el sacerdote
por encima de los alaridos de las gaviotas
que planeaban sobre la laguna. El
monaguillo sostena en alto la cruz que
presida siempre los oficios funerarios. En
cambio, el que camina de noche tropieza,
porque le falta la luz...
Aquel nio no poda ser mucho mayor
que Marina. Deba de tener ocho aos, como
mucho diez. Mario se acord de lo
escuchimizada que le haba parecido cuando
la vio por primera vez delante del escaparate
de Ca Corsini. Ya entonces lo haba mirado
con una fascinacin que no la abandonara
durante los meses que pas en su casa.
Puede que en el fondo Marina lo imaginara;
puede que reconociera entre ambos un
vnculo en el que Mario se haba negado a
creer hasta que Gina le cont la verdad. Qu
cruel haba sido con aquella nia! Qu
injusto, qu pagado de s mismo por
considerar que nada de Alessandro Amadio
mereca una pizca de su atencin! Marina
no tena culpa de nada!
Aunque tal vez no sea demasiado tarde, se
encontr pensando mientras el sacerdote
haca la seal de la cruz y murmuraba Por
Nuestro Seor Jesucristo mientras sacuda
el hisopo de agua bendita sobre el atad de
la nia. Amn, respondieron los vecinos
en un confuso murmullo. An hay algo que
puedo hacer por Marina. No ser un sacrificio
demasiado grande pasar unas semanas el raso,
permaneciendo de noche en el cementerio para
asegurarme de que Montalbano no la convierte
en una de sus nias eternas. Cuando hayan
transcurrido varios das, y su cuerpo deje de
estar tan tierno como ahora, sabr...
Algo roz de repente sus dedos por
debajo de la manga de su chaqueta. Mario
tuvo que esforzarse para regresar al mundo
real cuando se dio cuenta de que Silvana se
haba acercado un poco ms. Haba en sus
ojos una compasin que le hizo comprender
que no se enfadara por tener que esperar
para marcharse de Venecia. Apret
silenciosamente su mano sin que ninguno
de los vecinos se diera cuenta. Dos
sepultureros se haban puesto a ambos lados
de la fosa, y a una seal del sacerdote
levantaron el atad de Marina con ayuda de
unas sogas que haban pasado por debajo de
la madera. Lo hicieron descender poco a
poco al agujero, y despus tomaron sus
palas para comenzar a cubrirlo de tierra.
Aquel sonido nunca abandonara la
memoria de Mario. La primera paletada se
estrell contra la reluciente madera del
atad, y salpic los brazos de bronce de
Cristo, y poco despus la sigui una
segunda, y despus una tercera, que hizo el
mismo ruido a hueco que resultaba ms
escalofriante por saber lo pequea que era
Marina y lo grande que era su fretro en
comparacin. A Gina se le doblaron las
piernas de repente, y Scandellari la sujet
por un brazo antes de que pudiera caerse al
suelo. Las lgrimas casi la ahogaban.
No... balbuceaba muy bajito, aunque
aun as Mario pudo escuchar lo que deca.
No puedo dejarla ah... no es ms que una
nia pequea... necesita que me quede a su
lado!
Simonetta se apart de Andrea para
sujetar su otro brazo. Entre los dos la
hicieron retroceder antes de que se le
ocurriera arrojarse a la fosa, mientras los dos
sepultureros continuaban con su trabajo,
como si aquello fuera lo ms normal del
mundo. Deban de estar tan acostumbrados
a presenciar el dolor de los dems que las
lgrimas de una madre destrozada ya no
tenan el poder de conmoverlos. Mientras el
montn de tierra se haca ms y ms grande,
los Scandellari ayudaron a Gina a sentarse
sobre una tumba cercana, y una vecina se le
acerc con un frasquito de sales para tratar
de reanimarla. Era de lo ms curioso, pens
Mario en medio de su abatimiento, que las
mujeres de Santa Croce solo hubieran
decidido perdonar a su esposa cuando se
haba convertido en la ruina de lo que haba
sido. Ya no la envidiaban por su belleza ni
por su atrevimiento; lo nico que vean era a
una persona que no supondra ninguna
amenaza porque realmente no le quedaban
ms motivos por los que vivir. A muchas les
pareca que haba sido un castigo del cielo.
Pronto los sepultureros se apartaron de
la fosa; todo haba terminado. De Marina no
quedaba nada ms que su nombre cincelado
sobre la lpida de reluciente mrmol blanco.
Gina, levntate le susurr Andrea
inclinndose a su lado. Gina se haba
quedado tan desmadejada que apenas poda
mover un msculo. Tenemos que
marcharnos. Aqu ya no podemos hacer
nada ms. Te sentar bien tomar algo
caliente antes de acostarte...
Gina musit algo que no pudieron
comprender, aunque finalmente asinti.
Dej que su cuado la ayudara a ponerse en
pie, y los Scandellari la agarraron con
cuidado por los dos brazos para conducirla
de vuelta hasta el embarcadero. La gravilla
del suelo segua haciendo crujir la falda de
su vestido negro, y los vecinos no tardaron
en ponerse en movimiento, como si
hubieran estado esperando aquella seal
para alejarse de la tumba.
Casi todos haban dejado sus
embarcaciones amarradas en los postes de
madera que sobresalan del agua, pero unos
cuantos tuvieron que esperar a que llegara a
San Michele el vaporetto que conectaba la isla
con la plaza de San Marcos. Mario aprovech
aquel momento para acercarse a Gina entre
los susurrantes grupos que se haban
formado sobre la plataforma. Permaneca de
pie en la orilla, pasndose silenciosamente
una mano por los ojos para secar unas
lgrimas que no parecan querer
abandonarlos. Scandellari haba dejado a
Andrea con Simonetta y con Silvana
mientras trataba de localizar sus gndolas.
Gina dijo Mario en voz baja. Ella no
se movi. Te encuentras bien?
Quieres...?
Gina sacudi la cabeza. No poda verle
bien la cara por culpa de los encajes, pero la
piel que se adivinaba debajo de su velo
resultaba tan mortecina como la de un
cadver.
Estoy bien. Estoy viva aadi
contemplando las olas que salpicaban la
tarima de madera con cada una de sus
embestidas. No pareca preocuparle que se
le empaparan los bordes del vestido. Pero
cuando camino me da la sensacin... de que
falta algo dentro de mi cuerpo. Como si
tambin hubieran guardado una parte ma
en el atad de Marina.
Mario no supo qu contestarle. En cierta
manera tena la misma sensacin, aunque no
haba pasado tanto tiempo con la nia como
Gina. Haba carne de su carne all abajo.
Qu hars a partir de ahora? quiso
saber. Piensas permanecer ms tiempo
aqu?
No lo s. No creo respondi Gina
tras unos segundos de silencio. Nada me
retiene en este lugar despus de haberla
perdido. Vine con la intencin de ensearle a
amar mi ciudad... y al final la misma ciudad
me la ha arrebatado. Ha sido un castigo de
Venecia.
No tienes que irte con las manos
vacas. Sabes que podemos echarte una
mano con cualquier cosa que necesites. Lo
que sea, Gina, en serio. No es momento de
ser orgullosa.
No necesito nada le asegur su
esposa quedamente. Y de todas formas,
qu ms dara si fuera as? Para qu quiero
ms dinero si eso es lo nico que puedes
ofrecerme?
Al decir esto los ojos volvieron a
llenrsele de lgrimas. Mario encontr un
pauelo en su bolsillo, y Gina, agradecida, se
ech hacia atrs el velo para acercrselo a la
cara.
Promteme por lo menos sigui
susurrndole que vendrs a hacerle una
visita de vez en cuando. No quiero que se
sienta sola en una isla tan lejana. Y s que se
alegrar de tenerte cerca aunque solo sean
unos minutos. Por mucho que te cueste
creerlo Marina senta una gran admiracin
por ti. Deseaba poder contaros la verdad a
los dos, aunque...
Se le rompi la voz. Mario la mir con
tristeza mientras le devolva el pauelo. Sus
dedos rozaron los de Gina al recuperarlo, y
se acord de repente de la primera vez que
haba tocado a Silvana, cuando le prest su
calibrador para llaves de relojera. En aquel
momento le haba parecido que el roce de
sus pieles sera capaz de hacer saltar chispas
a su alrededor. Tocar a Gina, en cambio, no le
hizo sentir ms que una dolorosa nostalgia.
Se ha acabado, entonces susurr
despus de un momento de silencio. Con
Marina hemos enterrado lo nico que nos
una. El ltimo vnculo que quedaba entre
nosotros dos.
Gina asinti con la cabeza. El viento haca
revolotear los extremos de su largo velo
alrededor de su rostro. Pareca mucho mayor
de repente, una mujer ms ajada y agotada.
Ahora es cuando realmente
comprendo dijo en un susurro que
tenas razn al decirme que nunca
conseguiramos recuperar nuestro pasado.
Hace mucho que dejamos de tener veinte
aos. No queda nada de nuestro amor.
Aquellos doce meses de felicidad se han
convertido en un montn de cenizas. Un
cadver que nadie conseguir resucitar.
Mario trag saliva, aunque Gina no se
daba cuenta de lo que haba dicho. Se puso
de puntillas para depositar un ltimo beso
en su mejilla antes de colocarse el velo de
nuevo.
Eres un buen hombre, Mario. Un
hombre maravilloso. Estoy segura de que
pronto dars con alguien que te merezca
mucho ms que yo... si es que no lo has
hecho todava.
Mir de reojo a Silvana, que permaneca
de pie con Andrea en el embarcadero, pero
no aadi nada ms. La joven mantuvo la
cabeza agachada cuando pas por su lado
para agarrar la mano que le tenda
Scandellari desde la gndola. Mario la vio
subir a bordo y volverse una ltima vez para
mirarle. No levant la voz para despedirse
de l. No haca falta decir ni una palabra.
Pronto los remos se hundieron en la laguna
y Gina se alej de San Michele como una
ms de las almas en pena conducidas por
Caronte a los infiernos.
Respir hondo. Ahora que saba que
nunca ms la tendra a su lado le pareca
sentir un alivio muy distinto al que haba
imaginado durante las ltimas semanas.
Una paz en la que la sombra de la derrota
segua siendo alargada, como tambin lo
sera para Gina.
Le llevar algn tiempo, pero se
recuperar dijo Andrea cuando Mario se
reuni con l. Siempre ha sido una mujer
fuerte. Sabr aparselas sola de ahora en
adelante.
Su hermano asinti en silencio. Era muy
cierto; Gina tena madera de superviviente.
Y t? pregunt Silvana en voz ms
baja. Tambin te las apaars esta noche?
No me queda ms remedio
murmur Mario. La gndola de Gina y los
Scandellari se haba convertido en un punto
diminuto sobre el horizonte, muy cerca de la
sacca della Misericordia. En cierta manera
es lo nico que har por Marina. No pude
cuidar de ella cuando todava se encontraba
con vida, as que tendr que hacerlo ahora
que est muerta.
Me arde la lengua ahora mismo se
lament Andrea. Hay cientos de cosas que
me gustara preguntaros, aunque s que no
tengo ningn derecho a hacerlo. Es una
injusticia.
Ten un poco de paciencia. Cuando esto
haya acabado te dejar que nos interrogues
todo lo que quieras. Con suerte no ser ms
que un par de semanas. Como mucho tres.
Y cuando eso suceda aadi Silvana
te sentirs orgulloso del hermano que
tienes.
Dijo esto sin apartar sus ojos azules de
los de Mario. l trat de sonrer, aunque no
lo consigui ms que a medias. Haba
demasiados vecinos a su alrededor
murmurando sus psames mientras pasaban
por su lado hacia el embarcadero, de manera
que tuvo que conformarse con sujetar sus
manos entre las suyas. Silvana se las acerc a
los labios para besar calladamente cada una
de las cicatrices que recorran sus dedos de
carpintero.
Cuida de ella, Andrea le pidi Mario
cuando los Pietragnoli se alejaron tambin
en su gndola. Dejo mi vida entre tus
manos ahora mismo. No le quites un ojo de
encima.
Dira que sera un placer si no tuviera
miedo de que me sacudieras dijo su
hermano.
Mario sonri con tristeza, y Silvana solt
sus dedos poco a poco mientras Andrea la
rodeaba con un brazo para conducirla hasta
el borde del agua. Casi tuvo que arrastrarla a
la gndola para que subiera de una vez. Una
fuerza superior pareca tirar de ella hacia la
figura que se haba quedado de pie en la
entrada del camposanto, levantando la mano
en un gesto de despedida mientras la
extensin de agua que los separaba se haca
mayor a cada momento. Te quiero, la vio
articular en silencio, y entonces el gondolero
hundi su prtiga entre las olas para
orientar la embarcacin hacia la sacca della
Misericordia.
Mario an permaneci de pie durante
mucho rato sobre la estructura de madera.
Las dos personas que ms le importaban
acabaron confundindose con la niebla que
flotaba sobre Venecia como lo haban hecho
Gina y los Scandellari. A su alrededor no
pareca haber ms que fantasmas, sobre el
agua y bajo la tierra. Unos empleados del
cementerio se haban puesto a charlar al
lado de la capilla, y Mario decidi alejarse
del embarcadero antes de que pudieran
percibir algo raro en su manera de
comportarse. Tena tiempo de sobra para
familiarizarse con la isla y memorizar los
principales caminos por los que se poda
pasar rpidamente de un sector a otro en
previsin de lo que hiciera Montalbano.
Durante las siguientes horas anduvo de
un lado a otro, tratando de no caminar como
si se sintiera culpable por lo que haca al
pasar por delante de los sepultureros. No
tena sentido quedarse de guardia en la
tumba de Marina; de momento haba mucha
gente que segua reunida con sus familiares
muertos, y desde luego le costaba
imaginarse al padre de Silvana irrumpiendo
en la parcela de tierra en la que la haban
depositado con una pala en la mano ante la
vista de todos los presentes. Mientras las
puertas del cementerio siguieran estando
abiertas, la nia no correra ningn peligro
real; cuando se hiciera de noche las cosas
cambiaran... y Mario estara en guardia para
que a nadie se le ocurriera arrancarla de su
sueo. Deambul, sin darse mucha cuenta
de lo que haca, por el interior del vasto
semicrculo de ladrillo en el que se abran las
puertas de los mausoleos de las principales
familias venecianas. All todas las rejas eran
iguales, y las estructuras no se diferenciaban
en nada, pero cuando uno dejaba atrs la
parte ms civilizada del recinto empezaba a
encontrarse con construcciones en las que
sus propietarios haban querido plasmar su
propia personalidad. Los imponentes
panteones se concentraban al lado del muro
sur del cementerio y se elevaban entre las
descoloridas ramas de los rboles como lo
haban hecho las suntuosas mansiones en
las que sus huspedes haban vivido, redo y
amado cuando seguan con vida. Mario fue
recorriendo con los ojos los apellidos de las
personas que haban sido enterradas en
aquel sector. Los Contarini, los Mastelli...
todos los aristcratas de los que se haba
hablado durante generaciones haban
acabado yaciendo en un agujero, como
ocurrira con cualquiera de los artesanos del
distrito de Santa Croce.
Una pareja de estatuas encapuchadas,
con los rostros hundidos en unos pauelos
que parecan de autntica seda, montaban
guardia a ambos lados de la puerta del
panten de la familia Morosini como si una
bruja malvada los hubiera condenado a
llorar lgrimas de piedra para toda la
eternidad. Mario reprimi un escalofro al
pasar por delante. No haba prcticamente
nadie en aquella parte del cementerio, y
empezaba a tener la desagradable sensacin
de que los ojos vacos de las estatuas le
seguan con la mirada cuando pasaba de
largo, con las manos metidas en los bolsillos
de su chaqueta. Pronto el ocaso inund de
fuego los muros del recinto, y las gaviotas
dejaron de hacer ruido sobre los postes de
madera que haba al otro lado. Mario calcul
que deban de ser en torno a las seis y media
de la tarde, pero como se haba alejado
demasiado de la capilla no haba manera de
or el taido de sus campanas. Se dispona a
regresar por donde haba venido cuando
algo llam su atencin. Una inscripcin
grabada sobre el dintel de uno de los
panteones.
No era ms que una palabra, y aun as se
le aceler el corazn: Wittmann. Mario se
qued muy quieto al comprender que all se
encontraba la tumba vaca de Edelweiss. De
all la haba sacado Montalbano meses antes.
Se haba escondido en San Michele tal y
como estaba hacindolo Mario, y cuando
todo el mundo se haba marchado de la isla
haba entrado en aquel mausoleo para
llevarse en brazos a la nia. Dio un paso
hacia la reja de entrada, adornada con unos
exuberantes capullos de hierro forjado que
se haban oxidado en ms de un lugar por
culpa de la lluvia. Una cadena mantena
aseguradas las dos puertas, y un candado
colgaba pesadamente de los eslabones.
Detrs de los barrotes apenas poda
distinguirse nada. El cielo estaba
oscurecindose poco a poco, y Mario no
consegua reconocer ms que la difusa
claridad de una vidriera que haba justo
enfrente.
Retrocedi un poco para recorrer con la
mirada las molduras que remataban la parte
superior del panten. All tambin haba
una escultura, aunque en esta ocasin no era
un doliente, sino un ngel de mrmol, de
cabellos rizados parecidos a los de
Edelweiss. Con una mano sealaba la ciudad
que se encontraba a sus espaldas, al otro
lado de la Estigia veneciana, mientras que
con la otra sostena una corona funeraria que
apretaba contra su pecho. Mario frunci un
poco el ceo; se acordaba de repente de la
empuadura de plata de aquel bastn que
Joseph Wittmann siempre llevaba consigo.
Tambin era un ngel de cabellos rizados.
Era bastante curioso que la familia sintiera
tanta fascinacin por ellos...
Yo tambin me pregunto si ser cosa
de la herldica dijo una voz a sus espaldas.
Mario se llev tal sorpresa que estuvo a
punto de gritar. Cuando se dio la vuelta se
encontr nada menos que con Silvana. Se
haba deslizado tan silenciosamente entre
las sepulturas que no la haba escuchado
acercarse. La muchacha sonri ante su
perplejidad.
Sorprendido? le pregunt. No ha
sido nada fcil librarme de Andrea, pero
estoy segura de que me perdonar cuando
sepa que he vuelto a tu lado. Es demasiado
bueno!
No me puedo creer lo que estoy viendo
declar Mario con la boca abierta de par
en par. Has regresado t sola a la isla?
Quin demonios te ha prestado su
gndola?
Un tipo encantador que estaba
emborrachndose con sus compaeros en la
sacca della Misericordia. Me ha hecho un
gran favor, aunque ni siquiera se haya dado
cuenta.
Y qu te hace pensar que ninguno de
los vigilantes te ha visto entrar en el recinto?
Tranquilzate. Nadie sospechar de m.
Hay un pequeo embarcadero junto al muro
de poniente en el que los empleados de las
funerarias suelen amarrar sus propias
barcas.
Silvana, esto es una completa locura.
Podras haberte cado al agua, y si sucediera
algo as ni siquiera el propio Montalbano
sera capaz de arreglar tus mecanismos.
Tena que arriesgarme protest la
muchacha. Fui sin vosotros a Santa Maria
delle Anime y no me ocurri nada malo.
Adems estoy mucho ms capacitada que t
para hacer las guardias dado que no necesito
dormir y el fro no me afecta como a los
dems.
Haba hablado con la mayor naturalidad
del mundo, aunque la delataba el resplandor
de sus ojos. Mario experiment un repentino
arrebato de orgullo al recordar que aquella
chica estaba dispuesta a correr cualquier
riesgo con tal de permanecer a su lado. Dio
un paso hacia Silvana para sujetar
suavemente su barbilla con sus dedos. Ella
le sostuvo la mirada con una sonrisa
desafiante. Aquella valenta la haca an ms
deseable a sus ojos.
Aun a riesgo de parecer un egosta, y
de que cualquier persona pueda
sorprendernos ahora mismo... he de
reconocer que me alegro con toda mi alma
de volver a tenerte aqu.
La respuesta de Silvana fue agarrar su
nuca para atraerle ms hacia s. Apret sus
labios contra los de Mario bajo las danzantes
sombras que las ramas proyectaban sobre el
panten de los Wittmann. l rode su
cintura con ambos brazos, y estaba a punto
de abandonar su boca por un instante para
preguntarle cmo haba burlado la vigilancia
de su hermano cuando se oyeron pasos
sobre la gravilla. Era una anciana que iba
clavando la punta de su bastn entre las
piedrecitas, avanzando del brazo de su hija
por uno de los senderos que desembocaban
en la capilla de San Michele. Mario tir
silenciosamente de la mano de Silvana para
que se escondiera a su lado detrs de la
esquina del panten de los Wittmann.
Permanecieron apretados el uno contra el
otro hasta que las voces de las dos mujeres
se fueron debilitando, y entonces salieron de
su escondite para colocarse de nuevo delante
de la verja. Silvana puso una mano sobre su
frente para protegerse de los rayos solares
que impactaban contra la cabeza del ngel
agazapado encima del frontn.
Es aqu donde enterraron a Edelweiss,
verdad? De aqu sac mi padre su cuerpo?
Eso parece. Aunque llevo un buen rato
preguntndome cmo lo hizo. Mario
seal el pesado candado que colgaba de las
cadenas. Es evidente que no pudo entrar
ms que por la puerta. Hay una vidriera en la
pared de enfrente, y se encuentra intacta. Y
que yo sepa esta clase de sepulturas
familiares suelen contar con dos copias de la
misma llave: una siempre se la quedan los
propietarios, y la otra suele estar en manos
del personal del cementerio. Cruz los
brazos mientras contemplaba
pensativamente la cerradura. Crees que
Montalbano puede haberla robado de algn
lugar? De la oficina de la direccin, tal vez?
Es posible acept Silvana, pensativa.
Se agach para examinar el candado ms de
cerca, sujetndolo con la mano derecha.
Aunque encuentro ms probable que lo
forzara.
Una cerradura escandinava?
Obligando a girar todos esos discos de
rotacin sin que nadie se diera cuenta
despus de que la estructura haba sido
manipulada por dentro?
Se puede hacer le asegur Silvana.
Mira esto. Seal con su ndice unas
marcas demasiado delgadas para que Mario
pudiera distinguirlas cuando haba
examinado por primera vez el candado.
Recorran toda la parte delantera del
mecanismo, como las patas de una araa que
quisiera escaparse a travs del agujero.
Lo ves? Son las seales que dejan a veces
las ganzas cuando se deslizan sin querer
alrededor de las cerraduras.
A m me parece un simple roce que
han hecho los Wittmann con su propia llave.
No. Los dientes de una llave nunca
haran unos araazos tan delicados. Seran
ms gruesos y adems iran en paralelo. Esto
lo ha hecho una ganza. Aunque me
pregunto...
Comenz a desabrochar sin levantarse,
los pequeos botones negros que recorran
las mangas del vestido que le haba dejado
Simonetta. Malditas modas femeninas, la
oy rezongar Mario mientras tiraba hacia
arriba de su puo para dejar al descubierto
una de las muequeras de cuero que saba
que no se quitaba nunca. Sac una llave de
torsin y la introdujo con visible experiencia
en la cerradura, y despus hizo lo propio con
lo que pareca ser una especie de aguja para
hacer punto, de apenas un milmetro de
grosor.
Te has vuelto loca? pregunt Mario,
alarmado. Mir a su alrededor con creciente
preocupacin. Qu les diremos a los
vigilantes del cementerio si nos sorprenden?
Que estamos haciendo una competicin
para descubrir quin puede forzar antes un
candado?
Eso sera bastante interesante
contest Silvana sin perder la calma. Inclin
ms el candado para que los ltimos rayos
de la tarde le permitieran ver lo que haca.
Aunque no tendra demasiada emocin.
Recuerda que ests hablando con una
experta en el arte de violar cualquier tipo de
medida mecnica de seguridad. Movi
ms rpidamente la aguja al tiempo que
apretaba la llave de torsin hacia la derecha
con la otra mano. Hay momentos en los
que pienso que Montalbano no me conoca.
No imaginaba que tendra todos estos
recursos a mano. Para qu me prest una
llave cuando me envi a la iglesia?
Hubo un clic en las entraas de la
pieza mecnica y el cierre del candado se
abri limpiamente en la mano de Silvana. La
muchacha sac sus herramientas y se las
guard.
Lo ves? Ha sido poco menos de un
minuto. Un cuarto de hora para mi padre si
se encontraba inspirado. Quit con
cuidado el candado de las pesadas cadenas
. El da en que me decida a asaltar la
Biblioteca Marciana ser nefasto para la
historia de Venecia.
Mario la ayud a deslizar las cadenas lo
ms silenciosamente que pudieron para que
la puerta del panten quedara despejada. No
entenda muy bien por qu Silvana quera
echar un vistazo all dentro, pero la sigui
despus de asegurarse de nuevo de que
nadie continuaba rondando por aquel sector
del cementerio. Los recibi una penumbra
apenas interrumpida por las franjas de luz
de colores que caan desde la vidriera
colocada sobre la mesa de altar. Tambin
haba ngeles encerrados en el cristal, que
ascendan al cielo con unos bultos de color
blanco en los brazos que Mario interpret
como las almas de las personas que haban
fallecido. Dnde estar tu alma ahora,
Edelweiss?, se pregunt mientras recorra
con los ojos el interior del panten para
localizar su lpida entre las de sus
antepasados. Las letras doradas con los
nombres de los Wittmann apenas se
distinguan entre los ptalos marchitos que
cubran sus tumbas. Una araa correte
sobre el epitafio de Wilhelm, el abuelo de
Edelweiss, cuyos restos deban de haber
trasladado a Venecia cuando muri el
pasado agosto, y desapareci entre las cintas
que adornaban los pesados ramos de flores.
All dentro se respiraba un enfermizo aroma
a decadencia que haca pensar
inevitablemente en los cuerpos que se
encontraban debajo de sus pies.
Mario le dijo Silvana de repente en
un tono muy extrao. Date... date la
vuelta...
Al hacer lo que la muchacha le peda
sinti que se le desbocaba el corazn.
Alguien los espiaba desde la oscuridad,
sentada sobre la ltima lpida a mano
derecha. Una nia de cabellos rizados
cubiertos por un aparatoso sombrero. A su
alrededor haba toda clase de peluches y
juguetes de cuerda y un puado de
caramelos que relucan como piedras
preciosas sobre el nombre que estaban
buscando: Edelweiss Elsa Wittmann. 1900-
1908.
Solo es una mueca murmur
Silvana, aunque el ruido cada vez ms
atenuado de sus ruedas le hizo comprender
que tambin se haba asustado un poco.
Miss Jane Doe...
Dio unos pasos hacia la lpida, tirando
de la mano de Mario. l la sigui sin que su
respiracin se hubiera normalizado del todo.
Miss Jane Doe permaneca sentada sobre la
pequea montaa de peluches, con la
espalda reclinada contra la pared y un oso
metido bajo uno de sus brazos. Los pies
calzados en minsculos zapatos de charol
descansaban sobre los caramelos que
salpicaban la tumba. No se movi cuando se
le acercaron.
Est...? quiso saber Mario en voz
baja. Est consciente? Funcionando?
Est muerta le contest Silvana.
Miss Jane Doe siempre ha estado muerta.
Ella no es como yo. No es ms que una
mueca mecnica. Se arrodill al lado de
la lpida para pasar una mano por delante
de los inexpresivos ojos de cristal. No
parpadearon, ni nada les hizo pensar que
hubiera una conciencia debajo de aquella
maraa de tirabuzones y plumas de ganso.
Pero no entiendo qu hace aqu. Para qu la
han trado a este lugar?
Supongo que para los Wittmann sera
demasiado doloroso tenerla en su palacio
le respondi Mario, no muy convencido. A
fin de cuentas fue uno de los ltimos
juguetes que le regalaron a Edelweiss. Puede
que pensaran que se sentira abandonada sin
todos sus peluches y sus caprichos en San
Michele. Sera una manera de seguir
mimndola...
O malcrindola murmur Silvana.
Tendras que ver los aires que se daba
cuando nos visit por primera vez. Quiero
esto y esto y esto tambin. Y quiero que esa
chica me lo envuelva en el papel de regalo
ms bonito que tengan. Todo para acabar
siendo una ms de las muecas que tanto la
enloquecan. Realmente la vida resulta
irnica a veces.
Mario no le llev la contraria. Le alarg
una mano para ayudarla a levantarse sobre
las fras lpidas y salieron del panten antes
de que los vigilantes pudieran darse cuenta
de que alguien haba abierto la puerta. Puso
las cadenas en su sitio y Silvana devolvi el
candado a su lugar. Despus de guardar
silencio durante casi un minuto se apartaron
de la construccin de mrmol blanco
escogiendo las sendas ms tupidas que se
adentraban en la espesura para que nadie
pudiera reparar en que segua habiendo dos
personas all.
Dentro del panten, en la cada vez ms
densa oscuridad, los prpados de miss Jane
Doe descendieron poco a poco sobre sus
ojos de cristal y su cabeza se inclin
lentamente sobre su hombro derecho,
haciendo que las plumas le cayeran por la
cara. Escuchaba...
***
Esto ha servido para confirmar lo que
me imaginaba. Mi padre no pudo tenerlo
ms fcil a la hora de sacar a Edelweiss de su
tumba. Ese candado nunca lo habra
detenido.
De modo que tambin has heredado
de Montalbano la destreza con las ganzas?
Lo he aprendido por mi cuenta. Y si
quieres que sea sincera, siempre a
escondidas.
Si se le da tan bien, por qu no te lo
ense l mismo? Que yo sepa es un talento
que resultara de lo ms til para un
relojero. Por no hablar de un ladrn de
cadveres.
Te imaginas a una nia pequea
abriendo y cerrando todas las compuertas de
los mecanismos que tienes en tu taller? Te
sentiras tranquilo si supieras que Marina
poda trastear dentro de cada una de las
piezas que has creado? No, Montalbano
deba de verlo como una amenaza. Y nunca
pens contar conmigo para sus planes ms
siniestros. Los ladrones de cadveres a los
que te refieres suelen trabajar solos. A m no
me necesitaba.
Mientras se alejaban de la zona destinada
a los panteones, las nubes oscurecieron ms
el cielo del atardecer. El sol se sumergi un
poco ms tarde en la laguna, un disco de oro
rojo que lo inund todo con su claridad
durante unos segundos antes de desaparecer
hasta la siguiente madrugada. Siguieron
dando vueltas por los rincones ms
sombros del camposanto, siempre
procurando no hacer ruido, siempre
hablando en susurros, mientras les llegaban
los de las personas que abandonaban poco a
poco San Michele. Para cuando las lejanas
campanas de la capilla anunciaron las siete y
media de la tarde se haba hecho
prcticamente de noche. Tuvieron que
esconderse detrs de unos rboles cuando
uno de los vigilantes del cementerio atraves
el sendero ms cercano, avisando en voz alta
de que no tardaran en cerrar las puertas. Un
par de muchachas se apartaron de la tumba
delante de la que haban estado llorando
cogidas de la mano. Todava se encontraban
en la primera fase del luto, y los pesados
velos negros que les tapaban la cara,
parecidos al de Gina, ondeaban alrededor de
sus siluetas mientras se alejaban hacia el
embarcadero seguidas por el frufr de sus
vestidos. Lo mismo hizo un anciano que
haba pasado casi toda la tarde sentado en
uno de los pocos bancos en los que daba el
sol. En cuestin de minutos se marcharon
todos, incluidos los vigilantes de San
Michele; desde su escondite pudieron
escuchar el sonido que hacan sus llaves al
chocar entre s y sus pesados pasos cada vez
ms amortiguados por la distancia. Les lleg
tambin el inconfundible chirrido de las
verjas al ser aseguradas, y el chapoteo que
hacan las ltimas gndolas al alejarse del
cementerio. La sensacin de haberse
quedado totalmente aislados, lejos del
mundo civilizado que haban conocido,
resultaba tan claustrofbica que Mario tuvo
que sacudir la cabeza para apartar sus
pensamientos ms negros. Se repiti que no
tena que echarse atrs despus de haber
llegado tan lejos. No mientras Montalbano
pudiera rondar por all.
La luna menguante que haba alumbrado
toda Venecia la noche del Carnaval se haba
quedado reducida a una minscula lnea de
luz cenicienta. Mario condujo con cuidado a
Silvana entre las cruces de hierro y las races
de los rboles que les salan al paso hasta
que consiguieron encontrar la pradera en la
que haban enterrado a Marina. No resultaba
fcil moverse por la isla en medio de la
oscuridad; las lpidas se alzaban a ambos
lados de los caminos como fantasmas
admonitorios, y en cuanto uno se aventuraba
por entre los espesos arbustos tropezaba con
sus propios pies. Hasta los rboles parecan
susurrar al viento de la noche y alargaban
sus ramas como dedos descarnados sobre
sus cabezas.
Por fin hemos llegado susurr Mario
detenindose sobre la hierba. Desde all an
se escuchaba el rumor que hacan las olas al
acariciar los muros del cementerio. Parece
que todo sigue... ms o menos igual.
Montalbano no se ha acercado todava a este
lugar.
El pequeo montn de tierra que haban
echado sobre Marina presentaba el mismo
aspecto que antes. Lo nico diferente era la
escarcha que haba empezado a adherirse a
cada una de las lpidas en cuanto la
temperatura se volvi an ms invernal.
Mario vea salir el aliento de su boca como si
fuera humo, y tena las manos tan fras que
le costaba mover los dedos. Maana me
traer una bufanda y unos buenos guantes,
pens para s mismo mientras se detena
delante de la tumba. Aunque antes tendr que
dormir unas cuantas horas. No podra sobrevivir
ms de una semana en estas condiciones, y
necesito estar completamente alerta para cuando
Montalbano quiera asestarnos su ltimo golpe.
Sinti un desagradable peso dentro de su
corazn. Mi hija est ah abajo. La hija de la
que no he sabido nada durante todos estos aos.
Una nueva bocanada de vapor sali de su
boca acompaando a un suspiro. Har tanto
fro dentro de la tierra como fuera?
Trat de recomponer su semblante
cuando escuch que Silvana se le acercaba.
Sus pequeos pies hicieron crujir la escarcha
antes de entrelazar sus dedos con los de
Mario.
Ven aqu susurr como si se diera
cuenta de lo que le ocurra. Ven conmigo...
Le condujo hasta uno de los cipreses que
haba en la pradera. Se sent en una parte en
la que la hierba se encontraba
razonablemente seca y le dio unos
golpecitos con una mano para que Mario se
instalara a su lado. Al acurrucarse junto a
Silvana para tratar de combatir las corrientes
de aire helado comprob que no estaba
aterida de fro. Su cuerpo casi resultaba
clido en comparacin con los dedos cada
vez ms entumecidos de Mario.
Con todo lo que pas en Ca Corsini
ayer por la tarde no pude darte el psame
como me hubiera gustado susurr Silvana.
Reclin la cabeza sobre su hombro. Siento
mucho lo que le sucedi a tu hija. Lo siento
ms de lo que te imaginas. Estoy tan
avergonzada...
No te preocupes por eso. No hay nada
que me reconforte ms que tenerte a mi
lado.
Quiero decir que estoy avergonzada
por los problemas que est causando mi
padre a todas las personas que te importan.
No hay manera de disculpar lo que ha
hecho. Cre que podra llegar a comprender
su comportamiento... que era el dolor lo que
le llevaba a cometer estos crmenes... pero
asesinar a una nia a sangre fra, arrojndola
al canal...!
Mario no respondi nada. Segua con los
ojos clavados en la diminuta lpida que se
ergua a un par de metros de distancia, una
silueta ms clara que la luz de la luna sobre
la que ya no se poda distinguir ninguna
inscripcin. Apret a Silvana
inconscientemente contra su cuerpo. Lo
nico que le consolaba era pensar que,
gracias a sus desvelos en los das que
estaban por llegar, nadie podra hacerle a su
hija lo mismo que a su enamorada.
Creo que no me comport bien con
Marina murmur al cabo de unos minutos
en los que los dos permanecieron en
silencio. Silvana levant un poco la cabeza
para mirar a Mario a la cara. Mientras
permaneci con nosotros no dej de tratarla
como si fuera un estorbo sigui diciendo
el joven. Me irritaba tenerla todo el rato a
mi alrededor. Era como un duende capaz de
materializarse en los sitios ms
impensables. Apareca en mi taller de
repente y se me quedaba mirando con esos
ojos tan parecidos a los de Gina, y a m me
llevaban los demonios al tenerla delante. Si
hubiera albergado la menor sospecha...
Deja de torturarte con eso. No has
hecho nada indebido. Es natural que no
quisieras hablar con Marina, sobre todo si
pensabas que se trataba de la hija de tu peor
enemigo.
Aun as, eso no sera culpa suya.
Mario sacudi la cabeza. Se le haba puesto
un curioso nudo en el estmago. Mi
sangre corra por sus venas, Silvana. Era la
nica hija que poda llegar a tener. Y
mientras estaba con vida no hice ms que
despreciarla...
Silvana se incorpor un poco para
deslizar una mano dentro de su corpio.
Sac un objeto redondo que Mario, en la
penumbra que los abrazaba, no fue capaz de
reconocer.
Cualquier otro hombre habra hecho lo
mismo asegur mientras se lo tenda. Era
una pequea petaca de acero revestida de
piel en su parte inferior. Nunca has sido
un santo, y nadie poda pretender que lo
fueras. Habas acumulado demasiado rencor
en los ltimos aos. Simplemente eso. Se
qued mirando cmo Mario forcejeaba a
tientas con el tapn de la petaca. De todas
maneras, aunque no te sirva de consuelo
aadi debes saber que los ojos de Marina
no se parecan a los de tu mujer. Eran
idnticos a los tuyos.
Mario se detuvo con la petaca apoyada en
sus labios, aunque al cabo de un momento
ech hacia atrs la cabeza para dar un largo
trago. El familiar regusto de la sambuca le
trajo el recuerdo de das ms felices, en los
que su mayor preocupacin era la naturaleza
mecnica de la muchacha de la que acababa
de enamorarse. Nunca hubiera imaginado
que apenas un par de meses ms tarde
tendra que enfrentarse a una situacin
semejante.
Y qu diferente sera todo si Silvana fuera
como las dems personas, pens Mario de
repente. Observ cmo se apoyaba sobre un
codo, contemplando las plidas estrellas que
despuntaban cada pocos segundos entre los
jirones de niebla. Si Montalbano no la hubiera
convertido en una autmata, si Silvana fuera
realmente su hija, no habra pasado nada
parecido. Puede que me hubiera dejado cortejarla
sin tener que hacerlo siempre a escondidas. A lo
mejor nos habramos casado y habramos tenido
hijas como Marina...
Este ltimo pensamiento le devolvi a la
realidad. Nunca podra casarse con Silvana
por mucho que lo deseara. Legalmente
siempre estara atado a Gina, aunque
hubiera un continente de distancia entre
ambos. Aquello no tena nada que ver con lo
que haba bajo su piel; era culpa de Mario
por haber tomado con veinte aos la
decisin ms errnea de toda su existencia.
Y por supuesto, Silvana no sera Silvana si
tuviera un corazn como el de cualquier otra
mujer. La quera precisamente porque saba
que era especial. nica.
Dej la petaca sobre la hierba, al pie del
ciprs, y se apoy tambin en un codo para
mirarla a la cara. Apart con su mano unos
cabellos que le caan por delante de los ojos.
Es curioso lo que est sucedindonos
murmur Mario. La muchacha lo
contempl con atencin. Se supone que
esta tena que ser nuestra... nuestra primera
noche juntos...
Y realmente lo es sonri Silvana.
Lo del divn de anoche no cuenta como tal.
Mario tambin sonri, aunque se le
parti un poco el alma al hacerlo. No poda
dejar de pensar en Marina, acostada a
apenas unos metros de distancia. Silvana
pareci darse cuenta de lo que le
atormentaba. Alz una mano para acariciar
cariosamente su mejilla.
Cuando estemos en Pars tendremos
todo el tiempo del mundo para los dos le
dijo en un susurro. No tendremos que
preocuparnos nunca ms por mi padre, ni
por lo que pueda estar haciendo en Venecia.
nicamente estaremos t y yo... sin nadie
alrededor...
Eso suena muy tentador apunt
Mario, y Silvana se rio en voz baja. Puso una
mano sobre su cintura para atraerla un poco
ms hacia su pecho. Voy a tener que
compensarte por todo esto sigui
susurrando. Ests siendo mucho ms
valiente de lo que imaginaba que sera una
muchacha. Y mucho ms paciente que yo.
Dud durante unos instantes antes de
recorrer con su mano la curva de su cadera.
Lo hizo muy suavemente, como si temiera
verla convertirse en humo. A veces tenerte
tan cerca nubla todos mis sentidos...
Espera un momento le interrumpi
Silvana antes de que pudiera decir nada ms.
Como ahora suspir Mario, y apart
la mano. Lo siento. Ya s que no debera...
No dijo Silvana en el mismo tono de
voz, y entonces, al mirarla, se dio cuenta de
que no estaba refirindose a sus caricias.
Tena los ojos clavados en algn punto
detrs de Mario. Me parece que estoy
teniendo alucinaciones susurr. No
puede ser verdad.
l se volvi en aquella direccin. No fue
capaz de distinguir nada en la niebla. Mir
de nuevo a Silvana, cada vez con mayor
desconcierto, y vio que en su rostro acababa
de aparecer una expresin conmocionada. Se
aferr de manera inconsciente a su chaqueta.
No ests vindolo? le pregunt en
un hilo de voz. Justo al final de la
pradera?
Lo nico que veo son sombras. Esta
maldita niebla no me deja distinguir nada
ms.
Al fondo, al lado de esa tumba
adornada con un ngel... Estaba acercndose
a nosotros, pero se qued quieto al darse
cuenta de que le haba descubierto.
Silvana se puso rpidamente en pie, y Mario
la imit. Eso quiere decir que tambin
puede vernos.
No se escuchaba nada aparte del susurro
de las hojas de los cipreses y el golpear de
las olas contra los muros del cementerio.
Mario entorn los ojos en la penumbra.
Tard un momento en reparar en lo que
Silvana estaba sealndole, y cuando lo hizo
se qued completamente quieto. En la
lejana, entre los dedos de niebla que se
arrastraban de una sepultura a otra, podan
percibirse los imprecisos contornos de una
silueta muy pequea.
Qu demonios...? empez a
murmurar Mario, ponindose plido.
Quin es ese?
Esa dijo Silvana a media voz. Es
una nia con el pelo largo. Est demasiado
lejos para que pueda ver su cara, pero me
parece... me parece que s quin puede...
Dios, no!
Haba elevado ms la voz, y al escucharla,
la nia que pareca estar hecha de sombras
se les acerc un poco ms, deslizndose
silenciosamente sobre la hierba. An no
podan reconocer sus rasgos, aunque pareca
haber algo familiar en la manera en que
caminaba hacia ellos, movindose muy
despacio, como si tuviera que calcular cada
paso que daba.
Ponte detrs de m susurr Mario, y
al ver que Silvana pareca petrificada casi
tuvo que gritarle: Ponte detrs de m
antes de que consiga alcanzarnos! Hay que
detenerla!
Mir a su alrededor para dar con algo con
lo que defenderse de la aparicin, pero no
haba ms que cruces, lpidas y esculturas
de ngeles que de poco les serviran contra
lo que tenan cada vez ms cerca. Ella haba
seguido acortando la distancia como lo hara
una serpiente, con la misma sinuosidad
silenciosa. La cruz de mis padres, pens Mario
sbitamente inspirado. Estoy seguro de que
esto ser un sacrilegio, pero no me quedar de
brazos cruzados mientras Silvana corre peligro.
Montalbano no podr con nosotros.
No le dio tiempo a agarrar aquella
improvisada arma que se encontraba a un
par de metros de distancia. Estaba a punto
de moverse cuando escuch un grito de
Silvana, y al darse la vuelta algo le golpe en
la nuca. Sinti como si una llamarada
caliente recorriera todo su crneo. Las
sombras se mezclaron unas con otras en su
retina, el cementerio se desvaneci ante sus
ojos y Mario cay sobre la hierba sin poder
pronunciar una palabra.
CAPTULO XIV
Cuando despert, la cabeza le daba
tantas vueltas que por un momento pens
que se encontraba a bordo de una gndola.
Trat de abrir muy despacio los ojos, pero
cuando lo hizo le asalt una punzada de
dolor tan intensa, justo debajo del cabello
que le cubra la nuca, que tuvo que volver a
cerrarlos. Aquella repentina quemazn le
hizo temer que pudiera haberse roto algo.
Solo al cabo de un minuto se acord de lo
que haba ocurrido en el cementerio, y
entonces las imgenes empezaron a regresar
a su memoria: la tumba de Marina, la
oscuridad que envolva las cruces y las
lpidas como un manto negro... la niebla
diluyndose al otro lado de la pradera para
permitirle distinguir la silueta de una nia
pequea... Silvana a su lado, con una
expresin de horror en su rostro... su
alarido...
Esto le hizo abrir los ojos de una vez por
todas. Le llev un momento enfocar lo que
haba a su alrededor, aunque no tuvo
problemas para reconocerlo. No poda haber
dos lugares semejantes en Venecia. No tan
atestados de calaveras que parecan
multiplicarse hasta el infinito,
amontonndose en las hileras superpuestas
de nichos como los cascotes de una
construccin. Alguien le haba devuelto a la
cripta de Santa Maria delle Anime.
Maravilloso, pens Mario con
resignacin. Realmente maravilloso. Y yo que
me haba jurado no pisar ms este infierno en lo
que me queda de vida... Al mover la mano
derecha se dio cuenta de que le haban atado
las muecas a una de las argollas de hierro
que se usaban para colocar las antorchas.
Permaneca medio derrumbado en una
esquina desde la que poda contemplar la
cripta y todo lo que contena. Ya no haba
sbanas en medio de la habitacin, pero la
mesa de operaciones se encontraba tan
atestada de cosas que casi era un milagro
que los caballetes de madera no se
quebraran por su peso. Entre la profusa
coleccin de herramientas de relojera se
distingua una bolsa de cuero abierta de la
que asomaban objetos tan dispares como las
tapas de cartn de unos cuadernos, un
calibrador para llaves de relojera que a
Mario le result muy familiar y unos
punzones parecidos a los que manejaba a
diario en su taller. Cuatro antorchas ardan
alrededor del espacio central compitiendo
con las dos lmparas que haban colocado
sobre el altar de la sacrista. Mario trat de
sobreponerse a sus punzadas de dolor para
volver la cabeza en aquella direccin...
aunque cuando lo hizo se qued
completamente quieto.
Marina se encontraba all, tan cerca que
no comprenda cmo no la haba escuchado
hacer ningn ruido hasta aquel momento.
Porque estaba viva de nuevo... todo lo viva
que poda estar una autmata. El rigor mortis
haba abandonado por completo su cuerpo.
Estaba sentada como una india en uno de los
nichos ms bajos, dando vueltas en su
regazo a una calavera que haba cogido de
alguna de las tumbas. Su oscuro cabello caa
y ensombreca sus rasgos mientras
examinaba atentamente su macabro
juguete.
Marina... susurr Mario. Las horas
que haba pasado muerta no la haban
cambiado en nada. Segua siendo la misma
criatura menuda que recordaba, aunque su
expresin le result mucho ms aptica, tan
impasible como haba sido la de Silvana en
sus primeros encuentros. Haba levantado la
calavera con las dos manos para apoyar sus
ojos contra sus oscuros agujeros, como si
quisiera asegurarse de que no quedaba nada
en su interior.
No dio muestras de reconocer la voz de
su padre. Tal vez ni siquiera se acordaba de
su antiguo nombre. Silvana no sabe cmo se
llamaba en su vida anterior, pens Mario sin
dejar de contemplar a la nia. Seguramente a
Marina no le suene mi cara de nada.
La llam de nuevo, esta vez en voz ms
alta, y tuvo que esperar unos segundos hasta
que sus ojos negros se posaron en los de
Mario despus de recorrer con aburrimiento
la cripta en la que se encontraban. Apoy la
calavera suavemente sobre sus rodillas. Se
dio cuenta entonces de que an llevaba el
mismo vestido blanco que Gina haba
insistido en ponerle antes de acostarla en su
atad; sus zapatitos de charol tambin eran
los mismos.
No me llamo Marina contest en una
voz que apenas pudo escucharse, pese a los
sobrecogedores ecos que recorran la
estancia como almas en pena. Me llamo
Rosina.
Y sigui con su siniestro pasatiempo.
Pareca preocuparle muy poco que hubiera
un desconocido en la cripta. Mario, cada vez
ms espantado por lo que vea, dej escapar
un quejido cuando sinti que tiraban de una
de las cuerdas que opriman sus muecas.
Al volverse en la medida en que se lo
permitan sus amarras se encontr con el
inexpresivo semblante de Emilia Scandellari.
La hija del cristalero se haba agachado a su
lado para asegurar los nudos, dndoles unos
tirones ms propios de un hombre hecho y
derecho que de una nia de siete aos. Sus
largas trenzas castaas caan sobre los
hombros de un vestido que Mario no le
haba visto nunca, tambin de seda blanca
ribeteada de encaje.
Emilia la llam en un susurro, como
haba hecho con Marina. Tampoco se dio por
aludida; de hecho ni siquiera se molest en
mirarle. Emilia, soy Mario! Dime que...!
No vale la pena que se desgaite,
Corsini. No tienen ni idea de quin es usted.
Y me he asegurado de que les quedara muy
claro que no deben hablar nunca con
desconocidos.
Montalbano acababa de aparecer en lo
alto de la escalera que comunicaba la cripta
con la sacrista. Tena un aspecto cansado,
aunque complacido, y a pesar de que cojeaba
levemente de la pierna derecha no pareca
necesitar ninguna muleta. Llevaba en la
mano un juego de destornilladores que
coloc dentro de la bolsa que haba encima
de la mesa de operaciones. Mario lo sigui
con la mirada mientras Emilia apretaba an
ms el nudo que haba debajo de su mueca
derecha; la tena tan cerca que poda
escuchar el rumor de los engranajes de su
pecho. Aquel sonido volvi a recordarle a
Silvana. Dnde se habr metido?, se dijo con
creciente angustia. Habr podido escapar del
cementerio?.
No sabe cunto siento tener que
recibirle as en mi laboratorio sigui
Montalbano como si fuera la situacin ms
normal del mundo. Esto no tena que
haber ocurrido. Me temo que ha sido
demasiado perseverante para que le deje
marcharse a su casa sin ms...
Va a matarme, verdad? murmur
Mario antes de que pudiera seguir
parloteando.
Emilia se puso en pie sin hacer ruido
para sentarse al lado de Marina. Montalbano
se qued mirando a su invitado con una
expresin que era la viva imagen del
desconcierto.
Matarle? le pregunt pasados unos
segundos. Y por qu debera hacer algo
as?
Va a matarme porque s demasiado
contest Mario. Al tratar de incorporarse
sobre las heladas losas del suelo se dio
cuenta de que no poda hacerlo; aquellas
cuerdas no le dejaban moverse ms que
unos milmetros. No hace falta que
disimule conmigo. S que me considera la
mayor complicacin con la que se ha
encontrado en estos ltimos meses.
Eso no justificara un asesinato
repuso Montalbano. Casi pareca
escandalizado por lo que Mario sugera. Es
cierto que sabe ms que lo que debera. Y
tambin que se ha hecho una idea
completamente equivocada de lo que me he
trado entre manos todo este tiempo. Espero
que no se tome esto como algo personal...
pero usted, aunque sea uno de los jvenes
ms prometedores que he conocido, no
podra comprender nunca qu es lo que me
ha llevado a hacer lo que he hecho. No ha
conocido lo que es el autntico amor ni la
impotencia de contemplar cmo pierdes lo
que le daba sentido a tu existencia. Se
qued callado durante un rato mientras
Mario observaba de reojo sus ataduras.
Habra algn modo de aflojar los nudos
restregndolos unos contra otros?.
Tampoco espero que lo comprenda gracias a
m. No es un asunto que le incumba, y en
eso s que debo darle la razn...
Montalbano lo mir de nuevo con una
sonrisa condescendiente. El hecho de que
est al tanto de todo, o de casi todo, es un
engorro. Por eso le he trado a este lugar.
Volvi a concentrarse en las herramientas
que haba encima de la mesa: estuches de
cuero negro con engranajes tan diminutos
que apenas se distinguan sin la ayuda de
unas lentes, un juego de brocas y bruidores
parecidos a los que Mario tena en su taller,
una jeringuilla como la que Silvana haba
usado la vez anterior, un par de bisturs a los
que el resplandor de las velas arrancaba
destellos de plata... Fue metindolo todo
dentro de los diferentes compartimentos de
la bolsa, ordenando su contenido con la
meticulosidad propia de una persona que de
momento no tiene ninguna prisa. Una
revelacin asalt a Mario de repente
mientras contemplaba cmo Montalbano
levantaba un frasco de cristal para
asegurarse de que se encontraba bien
cerrado. No estaba buscando una manera de
acabar con l sin llamar la atencin. Estaba
preparando sus cosas para abandonar Santa
Maria delle Anime en compaa de Marina y
Emilia antes de que fuera demasiado tarde.
Pero dnde se encontraba Edelweiss? Y
qu haba sido de Silvana, en el supuesto de
que hubiera conseguido abandonar San
Michele en su gndola? Mario no poda
hacer ms que rezar para que siguiera ilesa,
aunque le costaba imaginar a la muchacha
que conoca dejndolo, solo a merced de su
enemigo. Puede que haya regresado a Ca
Corsini para contrselo todo a Andrea, se dijo
sin perder de vista a Montalbano en ningn
momento. Con un poco de suerte traern a la
polica a este agujero antes de que pueda
desaparecer con las nias. An estamos a
tiempo de pararle los pies a este degenerado!
Deba entretenerlo para que no se diera
cuenta de cmo pasaba el tiempo. Saba que
la megalomana de las personas como
Montalbano no les permita resistir la
tentacin de revelar ciertos detalles de los
planes que haban estado a punto de
echarles por tierra. A lo mejor podra
sonsacarle lo que haba pasado en San
Michele antes de que le golpeara en la nuca
para dejarlo inconsciente. Haba sido muy
extrao que no oyera sus pasos...
Lo que me pareci ver en medio de la
niebla... no era una nia. Era miss Jane Doe.
Por alguna razn esto hizo sonrer a
Montalbano. Le mir por encima de su
robusto hombro mientras colocaba el
diminuto frasco de cristal dentro de la bolsa.
Acetato de almina, adivin Mario. El
autntico secreto de la muerte en vida de estas
criaturas.
Efectivamente confirm el anciano
. Sospecho que la descubrira en el
panten de los Wittmann. Fue sugerencia
ma que la dejaran sobre la tumba de
Edelweiss. Sus pobres padres estaban
destrozados, as que la idea de que hubiera
algo que alegrara a su pequea aunque no
siguiera con vida les pareci lo bastante
seductora como para hacerme caso.
De manera que lo plane todo, al
detalle. Supuso que me quedara en San
Michele para impedir que se acercara a la
tumba de Marina. Y necesitaba algo que me
distrajera...
No fue tanto por eso reconoci
Montalbano en un tono ms confidencial
sino por asegurarme de que los Wittmann
no ataran cabos sobre lo que le haba pasado
a su hija.
Eso no lo entiendo. Qu tiene que ver
miss Jane Doe con la muerte de Edelweiss?
Todo, mi querido Corsini. Todo,
aunque a nadie se le ocurriera prestar
atencin a la mueca de la pobre nia
muerta cuando la encontraron en su cama,
sin que nadie oyera sus alaridos ahogados
por una almohada. Miss Jane Doe era... muy
concienzuda con lo que haca, sobre todo
cuando reciba mis rdenes. Y me asegur
de que le quedara claro cules eran antes de
que los criados de los Wittmann se la
llevaran al palacio. Esper un par de
semanas antes de actuar, y eso debi de ser
lo que evit cualquier sospecha. A fin de
cuentas, qu clase de inventor construira
una mueca capaz de asesinar a su duea?
La sangre de Mario se haba congelado
en sus venas. Montalbano no pareca
sentirse nada culpable, y eso fue lo que ms
le horroriz mientras le escuchaba. Aquel
hombre se haba vuelto completamente loco.
No era consciente de las monstruosidades
que cometa.
Edelweiss muri mientras dorma en
su cama... igual que Emilia. Mario la mir
de nuevo sin conseguir atraer su atencin.
Su antiguo nombre no significaba para ella
ms de lo que significaba el suyo para su
propia hija. Tambin fue cosa de miss
Jane Doe?
Montalbano neg con la cabeza. Meti
una mano entre las herramientas que haba
dentro de la bolsa para sacar un paquete con
unos pequeos objetos marrones que Mario
tard un instante en reconocer. Cuando lo
hizo no pudo ahogar un grito. Todo
encajaba.
Estricnina explic Montalbano con el
mismo tono que haba empleado si estuviera
en un aula de la universidad. Inyectada en
unos suculentos caramelos que hicieron las
delicias de la hija de Scandellari cuando los
prob. Es uno de los venenos ms potentes
que existen, y al mismo tiempo ms sencillos
de disimular. Basta con aadir un poco de
azcar para que nadie sea capaz de apreciar
la amargura caracterstica de este
compuesto.
No creo nada de lo que est diciendo.
Yo mismo prob uno de esos caramelos. Me
lo dio Emilia nada ms regresar a la
cristalera de su padre. Y como puede ver,
sigo vivo.
En pequeas dosis la estricnina resulta
completamente inofensiva. Sobre todo para
un hombre hecho y derecho como usted. Lo
nico que podra haber sentido era un
mareo o una leve jaqueca en las horas
siguientes a la ingesta. Aunque para una
chiquilla de siete aos que no haca ms que
escaparse a mi juguetera para que le diera
ms caramelos...
Emilia haba hecho algo as? Se haba
puesto a s misma en manos de un asesino
sin que ni su padre ni su hermana lo
sospecharan? Montalbano debi de imaginar
lo que se le pasaba por la cabeza, porque
aadi en voz ms baja para que las nias no
lo oyeran:
Confo en que esto no le parezca una
deslealtad. Me consta que Emilia se senta
un poco avergonzada por su
comportamiento. Me dijo una tarde que
estaba segura de que usted se enfadara
mucho con ella si se enteraba de que pasaba
ms tiempo en mi tienda que en la suya.
Contempl con ternura a la pequea
mientras le arrebataba la calavera a Marina.
Ella le dio un codazo en las costillas para
recuperarla, haciendo un ruido como de dos
piezas de metal al chocar entre s. Creo
que le quera con locura. Hablaba todo el
rato de sus juguetes. Dijo algo sobre una
mueca de trapo que haba prometido
hacerle...
Iba a ser mi regalo de cumpleaos
murmur Mario. Pero usted... en su
egosmo...
Le aseguro que en ningn momento ha
sido el egosmo lo que me ha guiado le
dijo Montalbano con repentina firmeza.
Cualquier persona en su sano juicio me
estrechara la mano con admiracin. Qu
hubiera sido de estas nias si no me hubiese
hecho cargo de sus cuerpos? S que me
acusar de ser el responsable de que
murieran, pero no cree que es preferible un
momento de sufrimiento antes que una
existencia entera condenada a acabar en el
fango? No es mejor morir cuando an se es
joven antes que llegar a viejo sabiendo que
en unos aos lo perders todo? No tiene ni
idea de lo que es la muerte, ni de lo
enormemente cruel que puede llegar a ser
con todos nosotros. La idea de morir que
tienen los jvenes de ahora es
completamente errnea. La visten de un
romanticismo del que carece por completo.
Leen relatos de terror, les gusta
estremecerse con la imagen de una bella
mujer acostada en un lecho funerario
cubierto de rosas... pero no son ms que
delirios, productos de su imaginacin
enfebrecida. La muerte es ms sucia, ms
rastrera y ms descarnada de lo que piensa.
Te arrebata lo que ms quieres sin que
puedas hacer nada ms que llorar. Y ser
capaz de burlarla para siempre... es el mayor
don que se nos puede conceder a los
humanos. Un privilegio por el que
cometeramos cualquier crimen.
Y yo lo he conseguido, parecan decir
sus ojos, alumbrados por un resplandor casi
delirante. Mario no poda hacer ms que
escucharle mientras se le encoga cada vez
ms el corazn al comprender que
Montalbano crea cada una de sus palabras.
No estaba tratando de disculparse; estaba
hablndole como lo hara con un hijo. Unas
gotas de sudor, que se apresur a limpiarse
con un pauelo que sac de uno de los
numerosos bolsillos de su chaleco, haban
cubierto su frente. Su tono era ms reposado
cuando le dijo:
Tuve que recurrir a la fuerza bruta en el
caso de su nia, y no es algo de lo que me
enorgullezca. Pero ya puede ver el resultado.
Vuelve a estar viva... mucho ms viva que
antes de que mis dedos se cerraran
alrededor de su cuello. Pero no es mejor
esto que la existencia que le esperaba?
Aos al lado de alguien que nunca la
querra como a una hija?
Miserable murmur Mario con los
ojos llenos de lgrimas. Yo no sospechaba
que Marina tuviese mi sangre. Si me lo
hubieran dicho las cosas habran sido muy
distintas...
No le asegur Montalbano antes de
que acabara de hablar. Usted nunca habra
querido a su Marina como yo querr a mi
Rosina. Cuando la miraba no era capaz de
ver ms que a su esposa. Estaba cegado por
los celos que senta hacia su amante, por la
humillacin de lo que le haba hecho. Marina
no significaba nada para usted. Rosina lo es
todo para m.
Ni siquiera la conoce como yo! No
sabe cmo era su personalidad antes de
morir!
Lo sabe usted? pregunt
Montalbano con una sonrisa que encresp
ms a Mario por lo condescendiente que
resultaba. Casi prefera verle rerse como un
manaco. No hace falta que trate de
disculparse ante m. Sobre todo despus de
lo que le visto hacer en San Michele. Ha sido
una muestra de valor muy emotiva, aunque
no sirviera de nada.
Si no me hubiera dejado inconsciente
no estaramos hablando aqu! se encresp
Mario, revolvindose entre sus ataduras.
Lo habra destrozado con mis propios
puos!
Lo dudo mucho. Y aunque lo hubiera
hecho, no cambiara nada... porque el cuerpo
de su hija no estuvo nunca en el cementerio.
El atad que enterraron se encontraba vaco.
La mandbula de Mario descendi
lentamente sobre su pecho. Montalbano se
agach para quitarles la calavera a Marina y
Emilia. La devolvi a uno de los mugrientos
nichos.
Lo que est diciendo es... es
completamente falso. Marina viaj con
nosotros a San Michele. Haba docenas de
vecinos acompandonos durante el funeral.
Todos vieron...
Y de verdad cree que en las pompas
fnebres se aseguran de que cada cadver se
encuentra en su correspondiente atad antes
de conducirlo a su lugar de descanso eterno?
Mario enmudeci poco a poco. Sigui
mirando a Montalbano con ojos
desorbitados mientras se acordaba, como si
lo escuchara de nuevo, del sonido hueco que
haban hecho las paletadas de tierra
arrojadas por los sepultureros cuando
impactaron contra la madera.
Lo haba achacado a que Marina era
demasiado pequea para ocupar por
completo su atad. Ahora saba que se haba
equivocado. Solo haba sido un simulacro de
entierro.
Cmo demonios... cmo consigui
entrar en el depsito... sin que nadie
supiera...?
Debera sentirme ofendido, Corsini
Montalbano arque las cejas. Parece
mentira que no haya imaginado de quin
hered mi Silvana su habilidad con las
cerraduras. Los propietarios de la funeraria
deberan prestar mayor atencin a sus
medidas de seguridad.
Mario no poda pensar en la ltima vez
que contempl a Marina antes de que Gina y
Simonetta la acostaran con cuidado dentro
de su atad. Ni siquiera en cmo se le haba
encogido el corazn mientras los empleados
de las pompas fnebres se alejaban por la
fondamenta Minotto con la pequea caja
sobre los hombros. Escuchar el nombre de
su amada en sus labios le haba hecho
retorcerse entre sus cuerdas como un animal
salvaje.
Qu ha hecho con ella, malnacido?
grit a pleno pulmn. Dnde est
Silvana?
Vamos, hgame el favor de no alterarse
tanto. Ya tiene una edad para mantener la
compostura en momentos como este. Va a
asustar a mis nias si sigue gritando as!
Si trata de vengarse de m a travs de
Silvana... no s lo que ser capaz de hacer...!
No es mi intencin vengarme de usted
repuso Montalbano, apoyando la espalda
en la pared de la cripta. Cruz
tranquilamente los brazos. Y, por
supuesto, tampoco de mi Silvana. Empiezo a
pensar que no nos conoce. An no se da
cuenta de cunto le debo?
Mario se dispona a replicar lo ms
agriamente que poda, pero en ese momento
le lleg un ruido procedente de la iglesia.
Haba alguien en Santa Maria delle Anime;
una pareja, a juzgar por los susurros que se
escuchaban desde su agujero. Se qued
mirando la escalera que conduca a la cripta
mientras un espantoso presentimiento le
atenazaba el estmago. Montalbano, sin
apartar los ojos de su rostro, sonri con aire
de satisfaccin.
Primero distingui sus zapatos, y
despus las medias de algodn que
asomaban bajo su vestido negro. Haba
agarrado el borde de su falda para no
tropezar mientras preceda a una persona
ms pequea que, cuando el resplandor de
las antorchas les dio de lleno, Mario
reconoci como Edelweiss Wittmann. Su
cabello dorado reluca tanto como el de
Silvana mientras se acercaba a Montalbano
dando saltitos sobre las lpidas. l se puso
en cuclillas para recibirla en sus brazos.
Silvana no pareci percatarse de cmo
estaba mirndola Mario; de hecho ni
siquiera pareci percatarse de que se
encontraba con ellos.
Todo est dispuesto, como te promet
dijo a su padre. Dej que su vestido
volviera a cubrir sus pies. Hay dos
gndolas esperando en la sacca della
Misericordia. Queran convencerme de que
alquilramos tres, pero les asegur que
cabramos los cinco en una.
Has hecho muy bien corrobor
Montalbano. Lo nico que les interesa es
sacarnos ms dinero. Menos mal que en
estos meses hemos aprendido cmo son los
venecianos...
Estaban a punto de cargar nuestras
cosas en la segunda embarcacin. No queda
ms que deshacernos de lo que hemos
dejado aqu. Hay que vaciar por completo
esta cripta.
Me parece un poco precipitado. No te
has dado cuenta de quin acaba de
despertar?
Montalbano alarg un brazo hacia Mario,
y Silvana se volvi en la direccin que su
padre le indicaba. No se alter ni uno solo
de sus rasgos cuando sus ojos se
encontraron.
Ah fue lo nico que contest, tras
una breve vacilacin. Me alegra comprobar
que an sigue respirando. Empezaba a
pensar que le haba destrozado el crneo al
golpearle.
No te preocupes por eso. Nuestro
amigo ha demostrado ser ms resistente de
lo que los dos esperbamos. Y mucho ms
caballeroso. Montalbano volvi a sonrer
mientras enlazaba sus dedos con los de su
hija. Las tres nias los miraban con atencin;
a Mario estaba a punto de salrsele el
corazn por la boca. Sabes que por un
momento tem que pudiera romper sus
cuerdas? Ha estado a punto de saltarme al
cuello como una fiera. Y todo porque
pensaba que iba a tomar represalias contra
ti. Contra ti, mi mejor cmplice!
Eso es muy halagador coment
Silvana. Quiere decir que represent bien
mi papel.
Montalbano asinti con la cabeza. Sujet
ceremoniosamente una de sus manos para
llevrsela a los labios. Silvana no dijo nada
ms, ni tampoco lo hizo Mario. Se limitaron
a sostenerse la mirada durante un rato tan
largo que Edelweiss empez a
impacientarse.
Nos vamos ya? quiso saber,
tironeando de la levita gris de Montalbano
. Ya?
Dentro de unos minutos le prometi
el anciano. Se volvi de nuevo hacia su hija y
hacia Mario. Ya lo ve dijo en voz baja.
No creo que sea necesario explicar nada ms.
Por supuesto que lo es contest
Mario en un hilo de voz. Silvana se agach al
lado de las pequeas para echarles por los
hombros unas capas de viaje en miniatura
que haba sobre la mesa. Es imposible que
lo que estoy viendo... sea cierto. Nunca
imagin que...
Nunca se le pas por la mente que mi
Silvana pudiera recordar dnde descansaba
su lealtad concluy Montalbano por l.
Y sin embargo, as ha sido. Puede que el
plan ms elevado que hay detrs de lo que
est viendo sea mo, pero ella siempre ha
estado a mi lado, prestndome su apoyo
cuando ms lo necesitaba aunque no tuviera
ni idea de lo que llevaba dcadas
preparando. Es un poco egocntrico por su
parte pensar que los meses que han pasado
desde que se conocieron pueden acabar de
un plumazo con todos nuestros aos de
convivencia. Cree sinceramente que Adn
amaba a Eva ms que el propio Dios que le
concedi el soplo de la vida? Un simple
hombre hecho de barro?
Deja de justificarte ante l le
recomend Silvana mientras aseguraba la
capa bajo la barbilla de Marina. La pequea
la miraba con ojos radiantes de admiracin
. No tienes por qu ponerle al tanto de
todo. Cruzaremos demasiado tarde la
frontera si no nos vamos ya.
Si necesita alguna otra prueba para
creer lo que le digo continu Montalbano
como si no la hubiera odo piense en la
rapidez con la que hemos conseguido que
estas nias despertaran a la vida eterna.
Hasta hace unas horas seguan siendo unos
cadveres sin la menor capacidad para
moverse ni para pensar o hablar. Quin cree
que me ha ayudado a implantarles los
mecanismos de su interior? Quin sera lo
bastante hbil para hacerlo?
Los ojos de Mario se desviaron hacia una
Marina aferrada a la mano de Silvana, y se
volvieron a posar sobre esta, que pareca un
poco incmoda. En su semblante, de nuevo
impasible, se adivinaba el mismo recelo que
haba manifestado en La Grotta della Fenice
cuando su padre se puso a explicarle cmo
haba creado sus mariposas mecnicas.
Evidentemente, no le haca ninguna
gracia que Mario supiera tantas cosas. La
imagen de aquellos dedos que haba
acariciado tantas veces escarbando con sus
herramientas en la caja torcica de su hija le
revolvi el estmago. Cmo poda haber
estado tan ciego?
No sabe cmo me duele que tenga que
sufrir tanto por nuestra culpa dijo
Montalbano, y esta vez habl con la mayor
sinceridad. Debe de pensar que soy un ser
sin corazn, pero le aseguro que en ningn
momento entr en mis planes romperle el
suyo. Rec para que esto no saliera adelante,
para que su amor se quedara en un capricho
de juventud... Sacudi la cabeza con
tristeza. Cuando regres su esposa confi
en que...
Silvana le interrumpi Mario.
Dime una palabra, una nica palabra que
desmienta lo que est contndome. S que
no puedes haberte convertido de nuevo en
su marioneta.
S que no puedes haberle obedecido incluso en
esto, estuvo a punto de decir, pero no le
salieron las palabras. Nuestro amor... no puede
haber sido un simulacro... como el entierro de
Marina... Sinti como si una mano le
estrujara por dentro cuando Silvana volvi a
mirarle. Su reloj bailote sobre la tela negra
de su vestido mientras se pona en pie.
No s qu quieres escuchar. Aparte de
que lo siento mucho, me imagino le dijo al
cabo de unos instantes. l no pudo contener
por ms tiempo las lgrimas de rabia y de
desesperacin que asomaban a sus ojos.
Lo que mi padre te ha dicho es verdad:
nunca quisimos hacerte tanto dao. Te
confes cul era mi naturaleza para que
comprendieras que una relacin entre
nosotros resultaba imposible. Sabes que soy
una autmata incapaz de corresponder a tus
sentimientos. Y por mucho que te cueste
creerlo aadi en voz ms baja me
hubiera gustado poder hacerlo. Me hubiera
gustado que lo que crea haber empezado a
sentir fuera realmente amor. Creo que eres
un hombre muy valiente con el que
cualquier mujer estara encantada de
compartir el resto de su vida. Guard
silencio antes de aadir: Pero esa mujer
nunca podr ser yo. Porque ni siquiera soy...
una mujer.
Te equivocas. Ests dejndote arrastrar
por este miserable como si su palabra fuera
la de un dios. Piensa en lo que hemos
compartido... en todos nuestros planes de
futuro!
Preciosas quimeras sin fundamento.
Sueos que no podramos haber hecho
realidad por mucho que nos esforzramos.
Me di cuenta la noche en la que estuvimos
velando el cuerpo de Marina. Cuando te
dormiste a mi lado en el divn, empec a
pensar... y llegu a la conclusin de que no
tena sentido que siguiera rebelndome
contra lo que era. Tu hija no haba podido
librarse del destino que mi padre tena
preparado para ella desde que le puso los
ojos encima. Y yo tampoco podr hacerlo
nunca. Le pertenezco, Mario.
Por primera vez no le avergonzaba que le
vieran llorar. Tal vez porque acababa de
alcanzar un punto en el que lo que antes le
pareca importante ahora no tena la menor
trascendencia. Lo nico que era capaz de
comprender era que la haba perdido. Su
amor no haba sido capaz de darle la
libertad. No haba conseguido convertir el
hierro de sus arterias en autntica sangre, ni
convencerla de que aquel primer beso que
compartieron bajo los fuegos artificiales era
algo ms que un simple roce de dos pieles, el
juramento de dos almas en las que Mario ya
no reconoca ms que una. La neblina acuosa
que cubra sus ojos apenas le permiti
distinguir sus rasgos cuando se arrodill
delante de l.
Olvdame le pidi Silvana en un hilo
de voz. Puso las dos manos sobre sus
mejillas para que la mirara. Por ltima vez,
pens Mario de repente. Olvdame antes
de que pueda hacerte ms dao, antes de
que puedas odiarme. Pronto todo esto se
convertir en un simple fracaso amoroso, y
con el tiempo en una ancdota, nada ms
que eso. S que los humanos os recuperis
de los golpes de la vida con una facilidad
pasmosa. Lo nico que te dejar ser el
recuerdo de mi nombre, hasta que te
conviertas en un anciano y lo olvides como
todo lo dems. Y entonces ser como si
nunca nos hubiramos conocido.
Montalbano puso protectoramente una
mano sobre su hombro. Silvana se dispona
a levantarse cuando Mario se inclin hacia
ella, tensando tanto las cuerdas que sinti
como se clavaban profundamente en su piel.
Se incorpor apretando su boca contra la de
Silvana en un gesto tan inesperado que a ella
no le dio tiempo a apartarse. Pudo sentir la
humedad de sus lgrimas, aunque haba
dejado de llorar. Cuando al fin consigui
mirarle a la cara por entre el cabello que se
le haba desordenado no encontr ms que
amor en sus ojos.
Siempre te querr susurr l.
Hagas lo que hagas. Y ests donde ests.
Siempre.
Algo pareci cruzar por el semblante de
Silvana, algo parecido a un relmpago; pero
antes de que pudiera reaccionar, Montalbano
la levant con cuidado del suelo. Le puso en
la mano una de las lmparas que ardan
sobre el altar, aunque no quiso apagar la
otra.
Lo siento, Corsini, pero las despedidas
emotivas no han sido hechas para m dijo
el anciano en voz muy baja. La tremolante
luz revelaba que se le haban humedecido
un poco los ojos. Ni para mi Silvana,
aunque eso lo sabr de sobra... Perdone que
no pueda mostrarse ms emocionada ante
su declaracin de amor. No ha sido diseada
para esto.
Mario ni siquiera le miraba. Segua con
sus ojos clavados en los de Silvana. La joven
se alej hacia la escalera, sin pronunciar una
palabra, para reunirse con las tres pequeas.
Supongo que... esto es un adis
aadi Montalbano tras unos instantes de
silencio.
Edelweiss permaneca de pie en uno de
los escalones superiores. Pareca deseosa de
marcharse de aquel lugar. Marina quiso
seguirla, pero Silvana la sujet de la mano
antes de que pudiera alejarse demasiado.
Montalbano cogi la bolsa cargada de
herramientas.
No quiero que piense que carezco por
completo de moral. No estar mucho tiempo
en esta cripta, se lo prometo. Dentro de unas
horas, cuando nos encontremos lejos de
aqu, le har llegar un mensaje a su hermano
explicndole dnde le hemos dejado y lo que
ha de hacer para encontrar la iglesia. Pero
comprender que no puedo dejarle ir tan
pronto.
De nuevo se encontr con el silencio por
toda respuesta. Con un ltimo suspiro que
contena toda la resignacin del mundo,
Montalbano le hizo una seal a Silvana para
que subiera a la iglesia. Ella le obedeci en el
acto, pasando por delante de Edelweiss para
encabezar la silenciosa comitiva. Antes de
desaparecer por el hueco del techo se volvi
para observar a Mario. l no separ los
labios; ya le haba dicho todo lo que tena
que decirle. No se puso a luchar con sus
ataduras para seguirla. No trat de
convencerla para que le plantara cara a su
padre. Simplemente se qued mirando cmo
desapareca en la oscuridad de Santa Maria
delle Anime la persona que ms haba
amado en toda su vida.
Montalbano estuvo a punto de aadir
algo ms, pero el dolor infinito y silencioso
de aquella mirada le desarm por completo.
Sigui a Silvana y a las nias por las
escaleras, dejando a Mario completamente
solo con sus pensamientos, su nica
compaa durante las largas horas en las que
rezara para que la muerte se lo llevara de
una vez por todas.
***
Todava era de noche cuando salieron de
la cripta. Los rincones de la iglesia parecan
ms lejanos y oscuros ante el balanceo de la
lmpara que Silvana llevaba en la mano. A
las nias no pareca asustarles la penumbra;
avanzaban sobre las resquebrajadas
baldosas como si aquello no fuera ms que
un inocente paseo por el campo. Montalbano
se aferr a la mano libre de su hija mayor
para salir del agujero y respir hondo
mientras alisaba los pesados faldones de su
levita, un poco manchados por la suciedad
de San Michele.
Ha sido ms duro de lo que imaginaba
susurr. No pareca encontrarse
demasiado satisfecho con los
acontecimientos. Pero supongo que lo
mejor es que nos marchemos cuanto antes
de este lugar. Ya hemos hecho esperar
demasiado a nuestros gondoleros.
Se alejaron silenciosamente de la entrada
de la cripta, un cuadrado apenas visible en la
espesa oscuridad de Santa Maria delle
Anime. No se oa ningn sonido procedente
de las profundidades. Era como si no
hubiera ms que cadveres ah abajo. En el
fondo era cierto; haban dejado a un hombre
herido de muerte en medio de los
esqueletos. La clase de muerte que
precisamente resulta ms dolorosa porque
afecta al alma ms que al cuerpo.
Montalbano dud un momento antes de
darse la vuelta. En sus ojos azules haba una
compasin contra la que no poda luchar: la
alegra de haber recuperado a sus pequeas.
Ese muchacho, Mario... comenz a
decir. Silvana sigui avanzando por la nave
sin prestar atencin. En el fondo siento
cierta lstima por l confes Montalbano
. Pareca realmente enamorado de ti. Es
increble lo ciegos que pueden estar los
dems, verdad?
Absolutamente dijo Silvana sin que
su voz dejara traslucir ninguna emocin.
Tena a Marina pegada a sus tobillos como
un perrito faldero. Edelweiss y Emilia
caminaban de la mano de Montalbano, la
primera acariciando como hipnotizada la
tela de su levita.
Me hubiera gustado que las cosas
acabaran de otra manera. Esta no era su
guerra...
Crees que sera mejor que le
hubiramos dejado irse? inquiri Silvana
. Sabes que le habra faltado tiempo para
revelarle a todo el mundo lo que nos
traemos entre manos.
Es cierto suspir Montalbano, pero
eso no me consuela. Me recuerda demasiado
a m cuando tena su edad. La misma rabia
interna, la misma pasin por lo que hace; y
esa capacidad para dejarse el corazn en lo
que realmente le importa. Deba de quererte
mucho.
Silvana dej escapar un resoplido de
aburrimiento. Marina hizo lo mismo, sin
mirar a Montalbano, y despus estir las
piernas para tratar de emular los pasos de la
muchacha.
Esto te parecer una tontera sigui
diciendo el anciano, pero a veces, durante
las ltimas semanas, me he sorprendido
pensando en lo mucho que me gustara que
Mario Corsini me considerara su padre. Si
hubieras sido una persona de carne y
hueso... no me habra importado confiarte a
alguien como l. Creo que habra sabido
cmo hacerte feliz.
Preferira que dejaras de hablarme de
ese muchacho, si no te importa le
interrumpi Silvana. Montalbano enarc las
cejas, sorprendido. Ella se volvi cuando
acababan de alcanzar la parte de la iglesia
destinada a unos bancos reducidos a simples
astillas. Hay algo que quiero preguntarte
continu. Algo a lo que llevo dndole
vueltas desde que te escuch mencionarlo en
la cripta. Qu queras decir al hablar de un
plan ms elevado?
Montalbano se detuvo, y Edelweiss y
Emilia hicieron lo mismo. La luz de la
lmpara que Silvana sostena en su mano
baaba sus rostros con un siniestro
resplandor naranja.
Ya veo que no se te pasa nada por alto
se asombr su padre. Eres muy
perspicaz.
Me creaste para que fuera as, y a estas
nias tambin. Si no te lo pregunto yo, sern
ellas las que lo hagan. Y me parece que nos
hemos ganado el derecho a saber la verdad.
No os estoy ocultando nada terrible...
nada que no pensara contaros cuando por
fin estuviramos lejos de aqu.
Montalbano se rasc la cabeza. Claro que
si insistes tanto...
Silvana levant un poco ms la lmpara
para que Edelweiss y Emilia no pudieran
alcanzarla con sus deditos. Marina, por una
vez, se haba quedado quieta. Observaba a
su nuevo padre con la misma atencin que
su hermana mayor. Montalbano respir
hondo.
Hay un panten en el cementerio de
Pre-Lachaise, en Pars empez a decir en
un susurro casi inaudible del que
solamente yo tengo la llave. All Constance
me espera en un atad forrado de terciopelo
rojo, muy distinto de los de estas nias
porque en ningn momento fue concebido
como una urna funeraria, sino como una
cama... Constance est intacta, tan intacta
como t. Est aguardando a que la despierte
de su sueo eterno para seguir con la vida
que tenamos antes de que la muerte nos
arrebatara a nuestras nias...
Est conservada con acetato de
almina murmur Silvana. Miraba a
Montalbano sin pestaear. La has
convertido en una autmata... pero todava
no la has despertado!
No poda hacerlo hasta estar seguro de
que os tendra a vosotras dijo Montalbano
soltando un suspiro de cansancio. Tena
que asegurarme que no se quitara de nuevo
la vida si descubra que no haba podido
devolverle a nuestras pequeas. Pero ahora
que os he recuperado... que os hemos
recuperado... nada apartar a Constance de
mi lado...
Hablaba en voz muy baja, aunque lo
delataba el resplandor febril de sus ojos.
Haban pasado demasiados aos desde que
perdi al amor de su vida. Demasiado
tiempo con su secreto a cuestas, sin poder
confiar en nadie, sin poder pedirle ayuda a
nadie. Silvana le observaba sin que su
expresin cambiara en absoluto. Montalbano
le sonri con tristeza.
Ahora entenders por qu tus
mecanismos no fueron diseados en un
principio para permitir tu desarrollo. Tenas
dentro de tu cuerpo la misma estructura
metlica que mi Constance. Un diseo que
garantiza la perfeccin porque nunca
permitir que envejezca.
Y por qu no funcion conmigo?
quiso saber Silvana. Por qu segu
creciendo?
Fue por mi inexperiencia reconoci
Montalbano, mirndola con compasin.
Eras demasiado pequea para que tu cuerpo
resistiera tantos cambios. Y por entonces no
me haba dado cuenta de las modificaciones
que tendra que introducir en tu interior, las
que he puesto en prctica con estas nias. Lo
siento mucho, Silvana. Me gustara poder
darte ms de lo que te he dado durante
todos estos aos. Pero ya sabes que eres un
prototipo.
Levant una mano para acariciar una de
las mejillas de la muchacha. Si no estuviera
tan conmovido por sus confesiones se habra
dado cuenta de lo mucho que temblaba.
Me has servido bien le dijo
cariosamente. Has sido la mejor hija que
poda haber tenido y te lo agradezco ms de
lo que puedas imaginar. Gracias a ti
Constance vivir...
Y qu suceder con nosotras cuando
te hayas asegurado de que no piensa
matarse?
Aquella pregunta pareci desconcertar a
Montalbano. Dud y le devolvi la mirada a
Silvana, aunque la muchacha sigui
preguntando:
Qu le hiciste a miss Jane Doe
mientras conduca a Mario hasta tu barca?
Lo nico que poda hacer... Ya no tena
sentido que la llevara... Quiero decir que...
La desconectaste? insisti Silvana
. Le arrancaste los mecanismos que
colocaste dentro de su cuerpo para que los
Wittmann no noten nada cuando acudan a
su panten?
Miss Jane Doe tena un fin muy claro.
No es como... como vosotras se apresur a
aadir Montalbano al ver que Silvana
entrecerraba sus ojos azules. No ha sido
ninguna gran prdida. Ella no estaba viva,
as que no sufri. Miss Jane Doe solo era un
juguete.
Solo era un prototipo murmur
Silvana. Una esclava destinada a servir a su
amo.
Montalbano no lleg a escuchar lo que le
deca. Algo quebr bruscamente la calma
que haba dentro de la iglesia. Las nias se
dieron la vuelta para contemplar la puerta
de Santa Maria delle Anime, y el anciano se
puso inmediatamente en tensin. Al otro
lado de la podrida madera con herrajes se
escuchaba mucho ruido. Voces de varias
personas.
Qu significa esto? dijo Montalbano
con expresin alarmada. Se haba puesto un
poco plido. Quin trata de entrar? Nos
han seguido desde San Michele?
No puede ser. Me asegur
personalmente de que no quedaba nadie en
el cementerio.
Pues de algn modo nos han
localizado. Habrn venido desde Santa
Croce, pero lo que no comprendo... es cmo
han sabido por dnde tenan que pasar... en
plena noche...
No le dio tiempo a decir nada ms. Las
puertas de madera dejaron de crujir cuando
las personas que haba al otro lado se
cansaron de empujarlas en vano. Pero
entonces les lleg un sonido que le hel la
sangre al anciano: el rechinar de una llave en
la cerradura.
Maldita sea! profiri, y agarr a
Silvana de la mueca. Con una mano le
arrebat la lmpara, la apag con un soplido
y la dej en una esquina oscura; con la otra
les hizo un gesto a las nias para que le
siguieran. No podemos salir... si nos
atraparan...!
El coro seal Silvana rpidamente
. A nadie se le ocurrir mirar ah. Si es
Andrea Corsini estar buscando a su
hermano. Y no tiene sentido que comience
por las alturas.
Montalbano asinti. Subieron uno a uno
por la precaria escalera de piedra adosada a
uno de los laterales de la puerta hasta que se
encontraron sobre la entrada. Del coro no
quedaba ms que una repisa en la que a
duras penas caban los cinco. El regimiento
de palomas de Santa Maria delle Anime lo
haba dejado todo cubierto de porquera,
hasta los tubos de un ruinoso rgano
barroco cuyo color verduzco casi no poda
distinguirse.
No llevaban ms que unos segundos
agazapados en la penumbra cuando el ruido
de la llave dej de escucharse. Una de las
hojas de la puerta se abri poco a poco. La
luna que reluca sobre Venecia arroj su
claridad plateada encima del pavimento, un
charco de luz sobre el que se recortaban las
siluetas de tres personas. Andrea Corsini no
acuda solo a rescatar a su hermano; a su
lado se encontraba un hombre alto y
corpulento que a Montalbano no le cost
reconocer y, para su absoluta sorpresa, una
mujer ms menuda.
Entraron muy despacio, susurrando entre
ellos, y cuando pudieron contemplar algo
ms que sus sombras se dio cuenta de que el
cabello de la mujer era tan negro como el de
su Constance y caa en ondas sobre sus
hombros. Silvana se tens un poco a su lado.
No tienes que acompaarnos, Gina
le oyeron susurrar a Andrea. De verdad,
esto sigue parecindome una locura. Sera
mucho mejor que nos esperaras en la plaza
hasta que diramos con Mario. As no
permitiramos que ese miserable pudiera
escapar.
No pienso quedarme sin hacer nada.
Sabes que todava sigue siendo mi marido!
Djala. Nunca se sabe cunta ayuda
necesitaremos le aconsej Scandellari
mientras tenda la mirada a su alrededor.
Santo Dios, esto parece una tumba. Vaya
panorama...
Montalbano mir de reojo a Emilia. La
nia se haba acurrucado a su lado, y aunque
contemplaba a Scandellari a travs de la
balaustrada medio derruida, no dio
muestras de reconocerlo. Estuvo a punto de
soltar un suspiro que habra revelado dnde
se hallaban.
Benedetto, qudate en la puerta dijo
Andrea. T puedes venir conmigo, Gina.
Pero ser mejor que nos separemos. Puedes
ir mirando en las capillas, y mientras tanto
yo...
Tenan una llave murmur Silvana.
Hablaba tan bajito que Montalbano, aunque
la tena al lado, tuvo que acercar su cabeza
para escucharla. Pero de dnde la han
sacado?
No tengo ni idea. No es la nuestra. La
reconocera en medio de un millar de llaves.
Dnde encontraste la que ahora tienes
en el bolsillo? Nunca me lo has contado.
Eso no tiene importancia le susurr
Montalbano mientras segua con los ojos a
las dos figuras que se haban puesto en
movimiento. Scandellari permaneca de pie
debajo de la arcada de piedra. Basta con
que sepas que algunos de mis contactos de
Venecia me hablaron de una iglesia que
haba sido clausurada por la peste haca ms
de cien aos.
Y supongo que seran ellos los que te
dieron la llave concluy Silvana. Procuraba
no levantar demasiado la voz. Bueno, tal
vez hemos aprendido la leccin. No hay que
confiar en nadie a la hora de construir una
base de operaciones. Este lugar no era
seguro.
Montalbano tuvo que admitir que estaba
en lo cierto, por mucho que le molestara. Si
Andrea Corsini y Scandellari haban dado
con otra copia de la llave no haba nada ms
que hacer all. Se le empap la frente de
sudor al pensar en lo que habra sucedido si
se hubieran dirigido a Santa Maria delle
Anime cuando las nias an estaban en la
cripta.
No me dejan ms opciones dijo casi
para s. Les hizo un gesto a Edelweiss, Emilia
y Marina para que se le acercaran ms. Las
tres reptaron sobre la capa de desperdicios
que cubra la repisa tan silenciosamente
como unas lagartijas. Escuchadme con
mucha atencin les explic Montalbano en
susurros. Esas tres personas que acaban
de entrar en la iglesia quieren impedir que
nos marchemos de la ciudad. Quieren
separarnos para que no podamos ser nunca
una familia de verdad. Pero nosotros vamos
a demostrarles lo unidos que estamos, de
acuerdo? Se asegur de obtener tres
asentimientos de cabeza muy serios antes de
continuar: Ahora necesito que me ayudis.
Tenis que detenerlos.
Detenerlos? Silvana frunci un poco
el ceo. Qu entiendes por detenerlos?
No importa lo mucho que os cueste
prosigui Montalbano como si no la hubiera
escuchado. No importa que les duela lo
que les hagis. Si no acabamos con ellos
nunca nos marcharemos de aqu. As que
ahora... regresad a la iglesia. Estaremos
mirndoos.
Edelweiss fue la primera en obedecer sus
rdenes. Asinti con la cabeza mientras se
diriga hacia las escaleras por las que haban
subido unos minutos antes, sin darse cuenta
de lo mucho que se le estaban ensuciando
los rizos rubios que peinaba durante horas
en su vida anterior. Emilia y Marina la
siguieron arrastrndose de bruces sobre la
piedra. A Montalbano le relucieron los ojos
mientras las vea desaparecer una detrs de
la otra en medio de las sombras. Silvana
guard silencio durante casi un minuto
antes de susurrar:
Tanto confas en tus propias
capacidades? Qu crees que suceder si
estas nias recuerdan lo que fueron antes de
morir? Qu vas a decirles si reconocen a sus
familias?
Reconoceras a tus autnticos padres
si los tuvieras delante? pregunt
Montalbano a su vez. Silvana abri la boca
para contestarle, pero no se atrevi a decir
nada. Sabes tan bien como yo que los
recuerdos de sus vidas pasadas han
desaparecido por completo de sus cabecitas.
Ahora mismo sus cerebros se encuentran
tan vacos como una caracola arrastrada
hasta la playa por una marea. Perfectos para
que les d forma con mis manos.
Estaba tan pendiente de las siluetas que
se deslizaban en silencio hacia la iglesia que
no se percat de cmo lo miraba Silvana.
Haced que me sienta orgulloso de vosotras...
CAPTULO XV
Andrea esper a que Gina entrara en la
primera capilla que haba a mano derecha, y
cuando desapareci de su vista se encamin
rpidamente hacia el altar. No haban trado
ninguna vela consigo, pero no la necesitaba
para distinguir lo que haba a sus pies. Los
rayos de la luna le permitieron reconocer la
lpida que estaba buscando en medio de las
losas sepulcrales del presbiterio. HIC-
TERRA-EST-FIDELIBUS. Justo como le
dijeron.
Volvi a asegurarse de que su cuada no
le haba seguido antes de empezar a bajar
los primeros peldaos. Saba que la
revelacin que tena que hacerle a Mario
solamente le ataa a l, y conoca lo
suficientemente bien a su hermano como
para adivinar que le echara en cara su poca
discrecin si lo haca ante Gina. Aquello no
haba sido lo pactado; Andrea lo saba de
sobra. Tuvo que taparse la nariz cuando se
dispona a alcanzar el suelo.
Dios mo... murmur contra sus
dedos. Esto no hay quien lo aguante!
Reprimi un escalofro cuando la luz de
la lmpara que haban dejado en la sacrista
le permiti contemplar la acumulacin de
calaveras sonrientes, envueltas en sudarios
de los que no quedaban ms que jirones. Y
all, medio derrumbado al lado de la
escalera, se encontraba su hermano. Andrea
ech a correr hacia l. Mario ni siquiera alz
la mirada.
Por fin he dado contigo! Esto ha sido
ms difcil de lo que creamos! dej
escapar el muchacho, aliviado. Al ver que
Mario segua sin moverse se arrodill a su
lado. Soy yo, Mario le dijo. Soy
Andrea. Qu diantres te ha...?
Entonces se dio cuenta de que las
cuerdas con las que le haban atado
comenzaban a lacerarle las muecas. Tena
la piel enrojecida all donde las hebras se
haban sumergido dolorosamente en la
carne que las mangas de su arrugada camisa
dejaban al descubierto.
Maldita sea rezong el muchacho
mientras examinaba los nudos. No hay
manera de deshacer esto con las manos.
Dame un minuto; en seguida nos
marcharemos de aqu...
Me ha dejado le dijo Mario de
repente. Tena la garganta rasposa por las
lgrimas.
Ya me lo imagino contest su
hermano sin aspavientos. No te habras
quedado mirndome con esa cara de
pasmarote si no te hubiera sucedido algo
realmente horrible.
No lo entiendes, Andrea. Silvana me
ha dejado. Me ha... abandonado para
siempre.
Pareca incapaz de creer lo que le deca.
Andrea nunca le haba visto tan aturdido. Se
limit a suspirar mientras sacaba una navaja
de dentro de su chaqueta. Mario prosigui:
Pens que no era ms que una
pesadilla. Estaba aqu de pie, tan tranquila...
como si no le importara en absoluto lo que
me pudiera hacer su padre. Y entonces me
pidi que la olvidara. Justo antes de
marcharse... me pidi que me olvidara de
ella... de su amor...
Y te dijo que haba recapacitado sobre
lo que te prometi adivin Andrea y que
se haba dado cuenta de que siempre seguir
perteneciendo a Montalbano. Me equivoco?
Mario se qued mirando a Andrea como
si fuera la primera vez que le vea. Como si
no le hubiera extraado hasta entonces que
supiera por dnde tena que llegar a la
cripta.
Quin te lo ha contado? pregunt al
cabo de unos segundos. Nos has
escuchado?
Mario, te lo digo en serio, a veces eres
tan ingenuo... Cmo has podido creer lo
que Silvana te deca delante de Montalbano?
No te dabas cuenta de que estaba
fingiendo?
Fingiendo? pregunt su hermano
con los ojos muy abiertos. De dnde
has...?
Andrea estaba forcejeando tan
desmaadamente con las cuerdas que la
punta de la navaja resbal sobre la mano
derecha de Mario. l ni siquiera pareci
sentir el araazo.
Oh, lo siento... Esto ya est. Y con un
ltimo tirn le arranc los nudos que Emilia
haba apretado concienzudamente entre sus
manitas. No me entra en la cabeza que sea
tan fcil engaarte continu. De verdad
no caste en la cuenta de que lo nico que le
importaba a Silvana era arrancarte como
fuera de las garras de su padre?
Mario se haba quedado tan perplejo que
ni siquiera se daba cuenta de que volva a
tener las manos libres. Plido y confundido,
miraba a Andrea como si no pudiera creer lo
que escuchaba.
Eso no es ms que un embuste con el
que tratas de consolarme le contest al
final.
No tengo la menor necesidad de
hacerlo. Andrea puso los ojos en blanco.
Pero te dir que, si yo fuera Silvana, me
sentira muy ofendido por lo poco que
tardaste en creer sus mentiras. Era a su
padre a quien quera convencer de que no
haba sentido nada por ti! Tena que
persuadirle para que volviera a confiar en
ella! Le dijo lo que Montalbano se mora por
escuchar solamente para salvarte, Mario!
Todo lo que ha hecho es por ti!
No puede ser verdad! Se han
marchado con las dems nias! Quieren
escapar de Venecia antes de que podamos
avisar a las autoridades de lo que planean
llevar a cabo!
Silvana se ha marchado con
Montalbano reconoci Andrea con la
nica intencin de vigilar lo que hace a cada
momento. No es su aliada, y no lo ser
nunca ms. Deja de mirarme con cara de
iluminado y prstame atencin por una vez
en tu vida dijo Andrea cuando su
hermano se dispona a protestar. Ayer por
la tarde, cuando entramos en Ca Corsini con
Silvana, nos dimos cuenta de que estaba
muy preocupada por ti. No saldr bien,
dijo cuando Scandellari quiso averiguar lo
que le suceda. Nunca seremos libres si no
le detenemos a tiempo. No podemos dejar a
esas criaturas en sus manos. Esto nos
extra mucho porque no tenamos ni idea
de a qu poda referirse. Entonces Silvana...
Os cont... lo de las nias?
murmur Mario. Has descubierto lo que
son ahora?
Andrea asinti sombramente con la
cabeza. A su hermano no le cost adivinar lo
mucho que le habra conmocionado
enterarse de aquello de labios de la
muchacha. De alguien que tampoco segua
estando viva, en realidad. No pudo sino
mirar a Andrea con admiracin. All estaba,
en la cripta de una iglesia abandonada,
sabiendo que tal vez tendra que enfrentarse
a un degenerado que haba sido capaz de
robar los cadveres de tres nias pequeas
para usarlos en sus experimentos.
Apartando a un lado sus propias
preocupaciones para meterse de cabeza en
una situacin que a Mario le haba superado
por completo. En aquel momento sinti una
punzada de cario casi dolorosa por Andrea.
Si Silvana no hubiera insistido en que
sera mejor esperar un poco ms me habra
plantado en su casa para estrangularle
asegur el muchacho en voz baja. Volvi a
guardarse la navaja en el bolsillo de la
chaqueta. Tambin nos dijo lo que
pensabas hacer en el cementerio para
asegurarte de que Montalbano no profanaba
la tumba de Marina.
Eso no fue ms que una prdida de
tiempo. Su atad estaba vaco. La sac
durante la noche de la funeraria. La caja que
enterramos en San Michele no contena su
cuerpo.
Ah dijo su hermano con las cejas
enarcadas. Eso Silvana no lo saba. En
cualquier caso, nos puso en antecedentes
sobre lo que haba estado haciendo su padre
con Emilia y con Edelweiss. Solo lo
averiguamos Scandellari y yo; Gina estaba
tan hundida que no le qued ms remedio
que meterse en la cama con la ayuda de
Simonetta. Aunque cuando escuch que nos
marchbamos a Cannaregio para rescatarte
no quiso quedarse en casa.
Gina tambin est en la iglesia? se
asombr Mario. La habis trado hasta
aqu?
No pudimos impedirle que nos
acompaara. Ya es mayorcita para hacer lo
que se le antoje, y estaba tan angustiada
como Silvana por lo que pudiera pasarte.
Pero Simonetta se ha quedado esperndonos
en casa. Se detuvo un momento, como si
luchara contra el deseo de contarle algo que
no vena a cuento... como efectivamente
sucedi. Por fin ha dicho que s! Me pidi
que regresara con vida para que pudiera
convertirla en mi mujer!
Enhorabuena le contest Mario sin
escuchar realmente lo que le deca. Pero
no acabo de entenderlo del todo... Cmo
habis llegado hasta aqu sin que os guiara
Silvana?
En pocas palabras Andrea le puso al
corriente de lo que haba hecho la muchacha
en las horas que Mario haba pasado dando
vueltas por el cementerio. Costaba creer que
le hubiera dado tiempo a todo. Cuando
convenci a su hermano de que la dejara
regresar a La Grotta della Fenice aprovech
la momentnea ausencia de Montalbano
para coger la llave de la iglesia y construir a
su imagen y semejanza una ganza que
despus le arroj disimuladamente por la
ventana de su taller, dentro de un sobre que
contena un plano garabateado en la parte
trasera de una factura con los canales de
Cannaregio que haba que atravesar para dar
con la iglesia de Santa Maria delle Anime.
Despus de asegurarse de que ningn
vecino los haba visto Andrea regres a Ca
Corsini y Silvana se qued en su juguetera
esperando a que su padre regresara,
mientras preparaba sus mejores mentiras.
Realmente me gustara haberlas odo
confes Andrea mientras se dirigan hacia
la escalera de la cripta. Tiene que ser
extraordinaria si ha logrado convencerle de
que para ella no fuiste ms que una
distraccin. Si Simonetta me quisiera la
centsima parte de lo que Silvana te quiere a
ti morira con la sensacin de haber sido un
hombre con suerte.
A Mario le temblaban las piernas. Ahora
saba lo que haba estado haciendo antes de
regresar a San Michele en la gndola que
haba robado. Le haba hecho creer a su
padre que entretendra a Mario en el
cementerio para que pudieran quitrselo de
en medio. Y a Mario le haba hecho creer que
se haba escapado de Ca Corsini en un
momento en que Andrea y Scandellari se
encontraban distrados. Cunto tena que
haberle costado eso!
Pareca tan convencida de lo que
deca... tan indiferente hacia lo que me
suceda...!
Minti para salvarte la vida le dijo
Andrea ponindole una mano en el hombro
. Si Montalbano se enteraba de que se
haba enamorado de ti, no hubiera dudado
en matarte.
Cmo se habra sentido al tener que
golpearle para dejarlo inconsciente? Y qu
se supona que haba hecho por las nias
cuando Montalbano no estaba en la
juguetera? A Mario le daba vueltas la
cabeza, pero no estaba dispuesto a esperar
ms tiempo. No iba a dejar que Montalbano
se marchara con Silvana aunque aquello
formara parte de su plan.
Antes de que Andrea pudiera contarle
nada ms, subi las escaleras de la cripta
como alma que lleva el diablo. La
recuperara... aunque fuera lo ltimo que
hiciera en la vida!
***
El cristal que cubra la mesa del altar le
devolvi el reflejo de su propio rostro sobre
el del esqueleto adornado con una corona de
flores. Gina reprimi un escalofro y se dio la
vuelta para seguir examinando la capilla.
Aquel lugar le pona los pelos de punta. No
se escuchaba nada ms que la pesada
respiracin de Scandellari, que montaba
guardia en la puerta de la iglesia, y el
montono goteo del agua sobre las lpidas
que cubran el suelo.
Mario no se encuentra aqu, pens
mientras daba una vuelta sobre sus talones.
A lo mejor nunca ha estado en este lugar... y lo
nico que quiere esa condenada muchacha es
tendernos una trampa. No sera raro viniendo de
ella. Tuvo que morderse los labios al
comprender que estaba siendo injusta. La
hija de Montalbano no haba dado ninguna
prueba de que odiara a Gina como Gina la
haba odiado a ella durante los ltimos das,
en los que haba esperado verla desaparecer
con su marido en cualquier momento. A fin
de cuentas, era lo que ella haba hecho aos
antes... Qu derecho tena a criticrselo?
Ninguno; a Mario ya no le importo nada. Ha
rehecho su vida sin m. Ahora soy yo la que tiene
que seguir sus pasos. Se le puso un nudo en la
boca del estmago mientras se acercaba a
una de las redondas ventanas de la capilla.
Se agarr las faldas negras para subirse
sobre la lpida que haba debajo. Pero cmo
voy a hacerlo si Marina no est a mi lado? Qu
vida me espera despus de haber perdido a mis
dos amores para siempre?
Algo cruji bajo sus pies: pequeos
fragmentos de cristal pulverizado. Gina
entorn los ojos en la penumbra, luchando
para controlar sus lgrimas, y levant la
cabeza hacia la ventana, que se encontraba
demasiado alta para que pudiera mirar a
travs de ella. Se dio cuenta, sin embargo, de
que la retcula metlica que mantena los
cristales en su sitio haba sido arrancada de
sus junturas y yaca peligrosamente
inclinada hacia dentro, tal y como quedara
despus de que alguien la hubiera
destrozado sirvindose de sus puos.
Despacio, levant un dedo para rozar la
estructura de lo que haba sido la vidriera. A
Gina le extra poder sentir un escozor en la
piel cuando se cort con uno de los trozos de
cristal. Casi le pareca un sacrilegio ser capaz
de sentir cosas. Su nia, su Marina, no
podra hacerlo nunca ms. La imagin
tumbada en su atad, sepultada por la tierra
que cubrira su tumba hasta que el mundo
dejara de existir. El sacerdote de San Michele
les haba hablado de la resurreccin de la
carne, pero aquel concepto en el que Gina
haba credo durante toda su infancia le
resultaba, de repente, completamente
absurdo. Cmo podra abrirse camino su
Marina desde las profundidades despus de
haber resucitado?
Ests volvindote loca. Deja de pensar en
esas cosas. No puedes cambiar nada de lo que ha
sucedido. Gina se llev las manos a la cara
mientras se esforzaba por ahogar su llanto.
Una voz ms poderosa que la suya, en la que
le pareci escuchar ciertos tintes
caractersticos de la de Mario, son con
fuerza en su cabeza: Todo esto es culpa tuya!
No habra sentido ms dolor si aquellos
hierros retorcidos le atravesaran el corazn.
Basta murmur Gina contra sus
dedos temblorosos. Descendi de la lpida
como si caminara en sueos. No lo
soporto. No puedo seguir as por ms
tiempo. No puedo...
Las palabras se perdieron en su garganta.
Y esta vez no fue por culpa de las lgrimas
que no consegua controlar. Se qued muy
quieta cuando, al alzar la cabeza, descubri a
alguien que estaba mirndola en la
oscuridad. Una pequea figura que se haba
detenido junto a la cancela sin hacer ms
ruido que un espritu. Se encontraba
demasiado lejos para que pudiera distinguir
nada ms que su silueta sobre las columnas
medio derruidas que haba a sus espaldas.
Pero aun as, aunque fuera una locura...
hubiera jurado que...
Marina? se escuch murmurar
como si su voz hubiera dejado de
pertenecerle.
La pequea no le contest. Adelant un
pie sobre las lpidas, y despus el otro, y a
Gina le dio un vuelco el corazn cuando
reconoci los zapatos que le haba calzado a
su hija antes de que los empleados de la
funeraria se la llevaran de casa. La luz que
entraba por la ventana le arranc destellos al
charol, y despus juguete con los cabellos
que le caan sobre los hombros de su
vestido. Una melena tan negra como la de la
propia Gina.
Oh, Dios mo... Dios mo... Aquella
era la prueba que necesitaba: la pena la
haba enloquecido. No haba otra explicacin
para que Marina se encontrara ante ella.
Esto no puede ser cierto... no es ms que un
sueo... no puedes haber regresado del
cementerio...
Haba apretado la espalda contra el
cristal de la urna que contena el esqueleto.
Gina ya no poda sentir asco por los muertos;
haba dejado de razonar con claridad. Lo
nico que saba era que su hija haba
abandonado San Michele. Marina haba
vuelto a respirar.
Marina! solloz mientras daba unos
pasos inseguros hacia ella. Mi pequea...!
La nia no se apart cuando Gina se
detuvo a su lado. No retrocedi cuando
alarg las manos para rozar sus cabellos,
deslizndolas despus por sus mejillas, por
sus delgados hombros, antes de caer de
rodillas profiriendo un alarido. Aquello no
era una pesadilla.
Ests conmigo otra vez! grit
mientras la rodeaba con sus brazos. La
apret tan fuertemente contra su pecho que
casi se qued sin respiracin. Mi Marina!
Mi Marina!
Y le coga la cara con las manos, y le
cubra las mejillas de besos, una y otra vez, y
la estrechaba entre sus brazos en un
desesperado intento de sentir cmo se
contagiaba su corazn de sus propios
latidos. Su felicidad era demasiado grande
para comprender que no haba palpitaciones
dentro de su pecho de mueca. Ni tampoco
aire en sus pulmones.
Ya est, cario mo, ya se acab... Le
retir los cabellos de la frente para mirarla a
los ojos, y se ech a rer en medio de sus
lgrimas mientras acariciaba unos labios que
no eran capaces de devolver ninguna de sus
sonrisas. Ya ests conmigo de nuevo...
Le rode la diminuta cintura con los brazos
para sollozar sobre su hombro. Eres un
regalo del cielo, Marina... eres la prueba de
que an podan perdonarme pese a mis
pecados...
Yo no soy Marina dijo de repente la
nia con una vocecita que apenas se
escuchaba.
Por supuesto que lo eres, y ahora
mismo te llevar a casa le prometi su
madre, y te arropar como sola hacerlo
todas las noches, y me acostar contigo para
contarte un cuento, te apetece, cario?, y
me asegurar de que nunca nadie vuelva a
separarnos...
No soy Marina repiti mientras se
apartaba unos centmetros. No lo soy
insisti.
Gina parpade sin comprender lo que
ocurra. La nia no pareca estar enferma,
solo un poco plida; pero eso era normal.
Cuntas horas haba pasado sepultada en la
tierra?
Cario... cario mo... murmur
mientras le pona las manos en la frente.
Cuando la bes para comprobar su
temperatura se qued de piedra al darse
cuenta de que estaba completamente helada
. Pero qu est pasndote? Qu tienes,
Marina? Ests mala?
La pequea hizo un movimiento para
apartarse, pero Gina no pensaba consentirlo.
Dile lo que tienes a mam. No pasa
nada, te pondrs bien en seguida dijo
mientras le frotaba la espalda para
tranquilizarla. Te llevar al mdico para
que te reconozca y...
Se qued sin voz poco a poco. Al deslizar
las manos por la columna vertebral de su
hija le pareci sentir una temperatura an
ms baja que la de su piel. El fro tacto de
una plancha metlica salpicada de diminutas
protuberancias a travs de la tela de su
vestido.
Qu significa esto? murmur con
los ojos muy abiertos. Qu es esto,
Marina?
No tuvo la oportunidad de reaccionar.
Marina rode sus hombros con sus delgados
brazos, acercndose tanto que no le cost
percibir un raro aroma a compuestos
qumicos procedente de su piel. Me llamo
Rosina, susurr con sus labios
acaricindole el odo.
Entonces Gina sinti cmo sus brazos se
estrechaban alrededor de su cuello. Estuvo a
punto de soltar un grito cuando Marina se
dej caer sobre ella con un peso superior al
de las nias de su edad. Se le cort la
respiracin, y su boca se abri de par en par,
en un desesperado intento por coger aire. La
nia se apret ms contra su pecho.
Ninguno de sus esfuerzos por apartarse
surti el menor efecto. Aquellos bracitos
parecan de hierro.
Se senta como si estuvieran aplicndole
la pena del garrote vil. Gina cay encima de
las losas sepulcrales y arrastr a Marina
hasta el suelo. Nada haba cambiado en la
expresin de la nia; pareca completamente
abstrada en lo que haca. Dej escapar un
quejido que nadie pudo escuchar, porque se
vio ahogado por un alarido procedente de la
nave de la iglesia. Desmoronada sobre el
suelo, an pudo volver la cabeza hacia un
lado para distinguir las piernas de
Scandellari movindose al lado de la puerta
abierta, y unas trenzas castaas que caan
por encima de su pecho. Alguien le haba
derribado y se haba sentado sobre su
estmago, hacindole lo mismo que Marina
le haca a su madre.
Volvi a mirar a la nia. En medio de la
bruma que la inconsciencia tenda ante sus
ojos, su rostro pareca completamente
tranquilo. Tan inalterable como el de una
mueca.
No... no... acert a balbucear. Hundi
sus uas en los dedos de Marina para tratar
de arrancrselos del cuello, aunque no
consigui que se movieran ni un milmetro.
No se haba equivocado; tenan que ser de
hierro. Ma... Marina... articul. Mi...
Marina...
Poco a poco dej de moverse. Sus dedos
se quedaron completamente inmviles, y su
cabeza se derrumb blandamente sobre los
espesos rizos de su melena, encima de las
inscripciones que recorran las losas. An le
temblaron los labios durante unos segundos
antes de detenerse. Marina se qued sentada
un buen rato sobre su cuerpo, observando
cmo las estrellas que adornaban la bveda
de la capilla se reflejaban en sus ojos negros.
Se inclin hacia delante para hundir las
manos en los largos cabellos de la mujer a la
que su padre le haba mandado matar.
Segua siendo guapa, incluso estando
muerta. Su cara era una de las ms bonitas
que haba visto desde que despert en la
cripta. Era casi tan bonita como la de su
hermana mayor, cuyo pelo haba envidiado
sin parar desde que las presentaron. Pas la
punta de su dedo por los prpados que se
haban quedado abiertos bajo las pinturas
del techo, y se dio cuenta de que eran muy
suaves, tanto que poda moverlos arriba y
abajo. Finalmente se decidi a levantarse.
Quera volver con su padre y contarle lo bien
que lo haba hecho. Pero entonces le pareci
escuchar algo en su interior.
Marina frunci el ceo. Se llev una
mano al pecho. Su corazn segua
movindose como siempre, aunque aquel
sonido no poda ser ms distinto del que
repercuta todo el tiempo dentro de su
cabecita. Crac, crac, y despus crac de
nuevo. Algo se haba estropeado en ella; la
pequea poda sentirlo aunque no supiera
nada sobre su naturaleza.
Se puso precipitadamente en pie. Estuvo
a punto de caer al suelo al tropezar con uno
de los brazos de la mujer muerta. Por
primera vez en su corta vida, estaba muy
asustada.
Los chasquidos se extendan por todo su
cuerpo. Los escuchaba propagarse por sus
piernas, tan anquilosadas de repente como
las de una escultura, y por los brazos, que no
era capaz de mover; tambin por la cabeza,
que de repente haba empezado a palpitarle.
Marina no pudo contener un grito. Se
apret las sienes con las manos. Era como si
el universo entero estuviera a punto de
estallar a su alrededor. Crac, volvi a
escuchar dentro de su cabeza. Crac... y
todo se qued en silencio. No hubo ms
chasquidos. Su corazn, que haba
aumentado sus revoluciones de una manera
vertiginosa, comenz a aminorar su ritmo.
Sus miembros dejaron de estar
entumecidos. Marina cerr los ojos un
momento, tratando de tranquilizarse, y
cuando los abri se qued mirando a Gina.
Algo cambi en su expresin. Algo regres a
su memoria, como el eco de una vida
anterior.
Mam...? susurr dando un paso
inseguro hacia su cadver, y despus otro
ms.
No lleg a tocarla. El mecanismo se
detuvo, los ojos de Marina se cerraron poco a
poco y sus piernas dejaron de sostenerla.
Cay blandamente sobre el cuerpo de Gina
al tiempo que Scandellari, profiriendo un
Emilia! que reson por toda la iglesia,
detena la cada de la nia que haba estado
a punto de asfixiarle antes de acordarse de
quin era.
***
Esto no puede ser verdad articul
Montalbano agarrndose con manos
crispadas al parapeto. Se haba puesto tan
blanco como su cabello. Dime que estoy
sondolo todo.
Desde donde se encontraba poda
abarcar la iglesia con un simple golpe de
vista. La hija de Scandellari se haba
quedado tumbada con los brazos abiertos
justo debajo de la arcada de piedra. Sus ojos
contemplaban sin ver a Montalbano
mientras su padre, que no haba recuperado
todava el aliento, tomaba su cuerpo en sus
brazos, regndolo con unas lgrimas que
casi no permitan escuchar ninguno de los
sollozos que le diriga a su hija.
Ven a ver esto, Silvana... por favor... la
llam sin preocuparse por bajar la voz; era
demasiada su angustia. Sus mecanismos
se han detenido... cuando no ha pasado ni
una hora desde que se los implantamos!
Escuch a Silvana acercarse
silenciosamente. La muchacha apoy los
codos sobre el parapeto, aunque Montalbano
no se dio cuenta de que no estaba mirando a
Emilia, ni los zapatos de charol de Marina,
que asomaban por la cancela de la capilla.
Era el cuerpo de Gina lo que haba atrado su
atencin. Fue una suerte que su padre
estuviera demasiado desesperado para
fijarse en las reacciones de la nica hija que
le quedaba con vida. Las manos de Silvana se
apretaron silenciosamente contra su boca, y
abri mucho los ojos.
He pasado dcadas diseando sus
corazones balbuceaba Montalbano y
noches en vela trabajando con sus
engranajes, asegurndome de que conoca
de memoria la funcin de cada rueda... y
ahora, cuando menos lo esperaba... se
detienen como si no fueran ms que unos
juguetes de cuerda! Se pas una mano por
la sudorosa frente. Silvana segua
observando a Gina. Esto no tiene ningn
sentido! No tena que suceder nada
parecido!
Aunque no te guste recordarlo... sigues
siendo un ser humano dijo Silvana
pasados unos segundos. Trataba de darle a
su voz el mismo tono impasible de antes.
Es posible que te hayas equivocado cuando
conectaste sus corazones con todos sus
dems resortes.
No me equivocara ni aunque lo hiciera
con los ojos cerrados. Te repito que esto no
tiene sentido. Montalbano sepult la cara
en sus manos. Tiene que ser una
pesadilla...
A lo mejor es ms sencillo de lo que
crees. A lo mejor alguien se ha presentado
en nuestro taller cuando no estabas all... y
ha aprovechado tu ausencia para modificar
los mecanismos de sus corazones... Nada
demasiado significativo, por supuesto,
porque de lo contrario te habras dado
cuenta nada ms ponerles los ojos encima.
Silvana levant la cabeza hacia las bvedas
de la iglesia, cuya pintura se haba
desprendido tiempo atrs revelando las
entraas de ladrillo de la plementera. Una
vlvula en una posicin que no le
corresponda, unos engranajes que no
estaban donde sealabas en tus esquemas...
El significado de sus palabras tard casi
un minuto entero en penetrar en la
torturada mente de Montalbano. Cuando al
fin sucedi, cuando comprendi lo que
Silvana quera decir, apart los dedos tan
despacio de su rostro como si su corazn
tambin acabara de detenerse. Se qued
mirndola tan intensamente que podra
haberla reducido a cenizas.
Ests bromeando... verdad?
pregunt con una sombra de duda. Claro
que s. Ests hacindolo para animarme
despus de este fracaso. Nos conocemos
demasiado bien.
Eso no me corresponde a m decirlo.
Silvana se encogi de hombros. Al fin y al
cabo eres mi creador. Quin ms podra
saber si me has dado la capacidad de
bromear?
Acompa estas ltimas palabras con
una carcajada provocada por la
estupefaccin con que la miraba
Montalbano. Aquel sonido debi de
resultarle tan inquietante como el rasgar de
unos cuchillos atravesando el aire. Dio un
paso atrs sin dejar de contemplarla.
Qu... qu significa esto? exigi
saber. Desde cundo... eres capaz de
rerte as?
Desde que me enamor del hombre al
que he decidido consagrar mi vida, tanto si
es eterna como si es humana respondi
Silvana con la mayor naturalidad. Creo
que no te has percatado todava de lo que ha
sucedido ante tus propios ojos. Mario no ha
sido la nica persona a la que menta.
Tambin a ti, padre... o tendra que llamarte
Gian Carlo?
La boca de Montalbano se abri
lentamente. Dej caer la bolsa con sus
herramientas de relojera, que chocaron las
unas con las otras con un ruido
estremecedor. El golpeteo de las piezas de
metal podra haber revelado perfectamente
su posicin, aunque aquello no pareca
preocuparle. Su respiracin se haba vuelto,
de repente, mucho ms acelerada.
Por qu me miras con esa cara?
sigui diciendo la muchacha. Haba cruzado
los brazos sobre su pecho. Si no soy ms
que un prototipo, por qu te duele esta
traicin?
Tienes que haberte estropeado dijo
Montalbano sin quitarle los ojos de encima
. Te ha pasado lo mismo que a esas pobres
nias. Algo se ha roto dentro de ti... una
pieza mal conectada con las dems que ha
trado esta clase de pensamientos extraos a
tu cabeza...
Y te empeas en reducir el amor a una
cuestin mecnica? El hombre que se jur a
s mismo resucitar a su Constance? Ya no
eres capaz de reconocer estos sentimientos?
Montalbano volvi a retroceder cuando
Silvana acort la distancia que los separaba.
Durante toda mi existencia sigui la
joven me has repetido que me queras. Me
has dicho lo mucho que me necesitabas. No
podas soportar la idea de que me apartara
de tu lado. Pero ahora comprendo que no
haba amor en ti... nicamente orgullo. Y
posesin.
Ests muy equivocada, Silvana. Claro
que te he querido! Eres mi mayor creacin!
Solo un prototipo. Un paso previo para
algo mayor. Una realidad que he destrozado
ante tus ojos aadi mientras se llevaba
las manos al cuello despus de descubrir
que en realidad era la ms humana de los
dos. El autntico monstruo de Frankenstein
eres t.
Hubo un chasquido apenas perceptible
cuando los dedos de Silvana desabrocharon
el cierre de su colgante. Lo sujet con una
mano para que oscilara en el extremo de su
cadena.
Ahora el prototipo ha tomado las
riendas de su vida continu,
aproximndose ms al parapeto y ha
decidido que no te necesita ms. Ni tampoco
el tiempo que le regalaste.
Dej caer su reloj. La esfera se rompi en
mil pedazos sobre las losas sepulcrales en
las que Scandellari continuaba abrazado al
cuerpo sin vida de Emilia. El dolor le haba
aturdido de tal manera que ni siquiera se
inmut por el estrpito, ni repar en las
piezas diminutas que se esparcieron por el
pavimento. El suelo qued cubierto de
engranajes y trozos de cristal, que rodeaban
unas agujas detenidas para siempre en las
seis menos veinte.
Silvana suspir mientras contemplaba los
despojos de su pasado. La sensacin de
haberse librado de una pesada carga, la
misma que la haba oprimido durante ms
de diecisiete aos, le result tan
embriagadora que estuvo a punto de sonrer.
Y lo habra hecho de no haber sido por lo
que percibi con el rabillo del ojo.
Montalbano se haba arrojado sobre su hija
tan inesperadamente que apenas tuvo
tiempo para reaccionar. Se le escap un grito
cuando repar en un amenazante resplandor
en su mano: la hoja de un escalpelo.
Antes de que pudiera apartarse, la
afiladsima herramienta se sumergi en su
pecho.
Se hundi hasta la empuadura en la tela
negra que cubra su escote. Ni una gota de
sangre brot de la herida; haba pasado
demasiado tiempo desde que su padre
sustituy el lquido rojo que corra por sus
venas por los fluidos destinados a preservar
su cuerpo.
La boca de Silvana se abri poco a poco,
aunque no pudo decir nada. Montalbano la
haba empujado contra el parapeto y se
apretaba contra ella para inmovilizarla.
Tena la fuerza suficiente para apartarlo,
pero no fue capaz de reaccionar. Solo poda
mirarlo con unos ojos que la sorpresa haca
an ms grandes en medio de la penumbra
de la iglesia.
Lo siento le escuch sollozar. Haba
hundido el rostro en uno de los temblorosos
hombros de Silvana y lloraba contra su
cabello. Lo siento ms de lo que te
imaginas...
La sinti arquearse entre sus brazos. Los
dedos de Montalbano no haban dejado de
asir el mango del escalpelo. Ella levant las
manos poco a poco para rodear las muecas
de su padre. Cuando volvi a mirarla se
qued paralizado al comprobar que an
sonrea.
Y ahora qu vas a hacer? le susurr
. Matarme una segunda vez? Y una
tercera?
Montalbano se qued sin aliento. Mir el
escalpelo hundido en su pecho y a su hija a
la cara, sin comprender lo que estaba
sucediendo. No tuvo la oportunidad de decir
nada ms. Con un grito de rabia, Silvana se
apart del parapeto para empujarle contra la
vidriera que se abra en la pared del coro.
Los polvorientos cristales se hicieron aicos
cuando el anciano y su hija se precipitaron
desde las alturas, y cayeron entre un
remolino de fragmentos rojos, verdes y
azules sobre las gastadas losas que
pavimentaban la plaza.
Los dos se quedaron completamente
inmviles. Parecan una constelacin extraa
y desconocida entre las esquirlas relucientes
que seguan posndose a su alrededor.
Silvana se apoy lentamente en sus codos y
contuvo un quejido cuando los hierros
arrancados de cuajo le araaron la piel. Con
los labios entreabiertos, contempl de cerca
el rostro de aquel hombre al que haba
llamado padre, cuyos ojos invernales no
haban dejado de mirarla ni siquiera
despus de morir. Tena la cara manchada
por el polvo acumulado en ms de cien aos
de abandono sobre los rostros de los ngeles
de la vidriera. Un charco escarlata se
extenda poco a poco debajo de su nuca.
Silvana solt un profundo suspiro.
Yo s que lo siento, ms de lo que
imaginas... y mucho ms de lo que mereces
dijo en voz ms baja, inclinndose para
besar la frente del anciano. Dentro de
poco podrs abrazar de nuevo a Constance.
Y ya no importar que la muerte te la haya
arrebatado.
El escalpelo segua clavado en su pecho.
Absorta en la contemplacin del rostro de
Montalbano, no se haba dado cuenta de que
al caer encima de su cuerpo desde aquella
altura lo haba hundido an ms en su
carne. Apret las manos contra las losas
mientras trataba de ponerse en pie... pero al
hacerlo Silvana sinti algo completamente
nuevo. Un chasquido que pareca proceder
del mismo lugar que ocupaba su corazn.
Se le abrieron mucho los ojos. Una de sus
manos se cerr instintivamente alrededor de
la herramienta, aunque el miedo le haba
atenazado los dedos. Crac... crac... crac....
***
Mario estuvo a punto de darse de bruces
contra el suelo cuando sali de la cripta. El
cuerpo de Edelweiss se encontraba
atravesado sobre una de las losas, con sus
recargados rizos rodando sobre la piedra
cubierta de hojarasca. Tena los ojos
abiertos, aunque no se mova. Andrea estaba
a punto de tocarla cuando Mario alarg una
mano para detenerle.
Quieto! No tienes ni idea de lo que
podra hacerte! susurr, y despus se
agach para examinar la expresin de
Edelweiss. Haba un horror congelado en sus
pupilas, que le sorprendi. No recordaba
que ninguna de las nias hubiera mostrado
la capacidad de Silvana de sentir emociones.
Y a ella le haba costado muchos aos
conseguirlo. Esto es muy extrao sigui
murmurando Mario. Parece casi como si
estuviera... muerta?
Lleva meses muerta le record
Andrea en el mismo tono. Yo dira ms
bien que ha sido desconectada. Ha dejado de
funcionar, y por lo tanto de pensar, y hasta
de vivir.
Los diseos de Montalbano haban
resultado ser un fiasco? Haba sido
Edelweiss la nica nia eterna en morir?
Antes de que pudiera preguntarlo en voz
alta obtuvo una respuesta. Aunque lo que
descubri cuando se apart de la cripta, al
avanzar delante de su hermano hacia un
sollozante Scandellari, resultaba mucho ms
doloroso de lo que se haba imaginado. Su
vecino se encontraba de rodillas sobre el
suelo y sostena entre sus brazos el cuerpo
de Emilia, tan quieta como Edelweiss.
Tambin tena los ojos abiertos.
No saba lo que estaba haciendo
gimote Scandellari mientras la apretaba
contra su poderoso torso. Nada cambi en el
semblante de la nia. Quiso acabar
conmigo... y estuvo a punto de conseguirlo...
pero no poda haber sido idea suya... no
quiero creerlo!
No lo era le asegur Mario en tono
triste. Montalbano deba de habrselo
pedido cuando entrasteis en la iglesia.
Emilia nunca le habra obedecido si hubiera
seguido estando viva.
Aquello no pareci consolar demasiado a
Scandellari. Haba enredado sus dedos en
las trenzas de Emilia y la acunaba entre sus
brazos como sola hacerlo cuando an era
una criatura, despus de que su Isabella los
dejara solos. Esta vez la nia no despertara.
Es increble lo que ha conseguido
musit su hermano pequeo. Casi
parece...!
Dnde est Gina? pregunt Mario
de repente. No se encontraba tambin
aqu?
Andrea mir a Scandellari, pero su
vecino se limit a encogerse de hombros. No
era capaz de pensar en nada ms que en lo
que Montalbano le haba hecho a su pobre
nia.
Creo que escuch un grito... pero no s
muy bien de dnde vena. Yo mismo estaba
gimiendo mientras Emilia trataba de
estrangularme. No he visto a nadie desde
entonces.
No puede haber salido de la iglesia.
Aunque si Marina tambin fue convertida
en...
Andrea dej la frase en el aire. Un
escalofro recorri su espalda. Las marcas de
los dedos de Emilia seguan siendo visibles
en el cuello de Scandellari, tan recio como el
de un toro. Pero Gina era una mujer
menuda. No le dio tiempo a decirle nada a
su hermano porque cuando se volvi hacia l
comprob que Mario se acercaba, muy
despacio y sin hacer ningn ruido, hacia la
primera capilla que se abra a la derecha de
la nave central.
La cancela de mrmol blanco y rosado
haba sido apartada por alguien que se haba
adelantado a los Corsini. Andrea le sigui,
con algo de miedo, y Scandellari, tomando a
Emilia en sus brazos, tambin lo hizo.
Oyeron a Mario coger aire mientras se
detena en medio de la capilla. Al estirar el
cuello para mirar por encima de su hombro,
Andrea pudo distinguir dos cuerpos
tendidos sobre las losas. Los dos tenan el
pelo negro y ondulado.
Dios santo susurr el muchacho.
Abri los ojos de par en par. Dime que no
est...
Mario no pudo contestarle. Muy
despacio, como si temiera despertarlas, se
arrodill junto a Gina y Marina. La nia
descansaba blandamente sobre el pecho de
su madre. Su cara tena la misma expresin
que las de Edelweiss y Emilia. Una mezcla de
sorpresa y de horror, como alguien que
acaba de despertarse en medio de una
pesadilla. En la de Gina, por el contrario, no
haba ms que paz. Uno de sus brazos
reposaba debajo de la espalda de Marina
como si simplemente se hubiese echado a
dormir al lado de su hija.
Mario alarg una mano hacia el rostro de
su esposa. Apoy las yemas de los dedos con
cuidado sobre los prpados de Gina para
hacer que descendieran sobre sus ojos. Le
cost un poco conseguirlo, porque parecan
reacios a cerrarse; tal vez queran quedarse
con todos los detalles del rostro de su
marido antes de partir para no regresar
nunca ms.
Ahora est con ella murmur Mario.
Andrea y Scandellari guardaban un
completo silencio, de pie, al lado de la
cancela. S que es lo que deseaba. Ahora
estar cuidando de Marina como si no
hubiera cambiado nada. Como si su muerte
no significara nada...
Pero esto no tena que haber pasado
dijo Scandellari con voz ahogada. Gina no
ha sido ms que una vctima inocente. No
tena que haber muerto. Todava era muy
joven!
Andrea se pas una mano por los ojos
con disimulo. Casi se alegr de no tener que
mirar a su hermano a la cara. Saba que
Mario estaba haciendo un esfuerzo
sobrehumano para controlarse. Su mano se
demor durante casi un minuto sobre la
mejilla de Gina. Le volvi la cara hacia arriba
para contemplarla. De nuevo escuchaba las
ltimas palabras que le haba dirigido en
San Michele. No queda nada de nuestro
amor. Aquellos doce meses de felicidad se
han convertido en un montn de cenizas.
Le acarici suavemente los labios que no
tardaran en palidecer. Un cadver que nadie
conseguir resucitar.
Adis, Gina le dijo Mario a media
voz. Esta vez s podr despedirme de ti.
Adis.
Se puso lentamente en pie, y Andrea se
dispona a rodear sus hombros con un brazo
cuando escucharon un ruido procedente de
la puerta de la iglesia. Los tres se volvieron
al mismo tiempo. Mario no consigui ahogar
un alarido. Silvana acababa de aparecer en el
umbral, agarrndose como poda a las hojas
de madera revestidas de pesados herrajes.
Abri la boca para decirle algo, pero sus
piernas dejaron de sostenerla. Cuando ech
a correr hacia ella se dio cuenta de que tena
agarrotados todos los msculos del cuerpo.
Silvana! Dime que ests bien!
exclam mientras la recoga en sus brazos.
Dios mo, dime que ests bien! Dime que
las nias no te hicieron lo mismo que a los
dems!
No han sido ellas. Ha sido mi padre
murmur Silvana. Me atac. No quera
que...
Montalbano ha tratado de acabar
contigo? exclam Andrea. Se haba
reunido con ellos delante de la puerta.
Tiene que haberse vuelto loco! Si es que no
lo estaba antes!
Le he matado murmur Silvana.
Miraba a Mario sin pestaear. Con mis...
manos.
A l se le abri la boca. Cuando levant la
mirada, ms aturdido a cada momento, lo
comprendi todo. El cuerpo de Montalbano
yaca en medio de un charco de sangre. Sus
piernas y sus brazos se haban quedado
abiertos en una postura antinatural, un
gesto que habra recordado al Hombre de
Vitruvio de no ser por las contusiones que
recorran toda su anatoma. Los fragmentos
de cristal de colores que haba a su alrededor
completaron la imagen que Mario haba
formado en su cabeza. Haban cado desde la
ventana del coro.
Le he matado repiti Silvana. Mario
volvi a inclinar la cabeza hacia ella. Por
fin he dejado de ser una autmata. He
dejado de ser una esclava. Entiendes lo que
te digo?
Eres libre dijo Mario en voz muy
baja. Eso es lo nico que importa ahora
mismo.
No musit Silvana. Sus dedos se
aferraron a los de Mario con una intensidad
que le sorprendi. He dejado de ser una
autmata. Los autmatas... funcionan.
Estoy... rota...
Le cogi la mano para colocarla sobre su
pecho. Entonces Mario comprendi lo que le
ocurra, y sinti que el suelo se abra bajo
sus pies cuando lo supo. El delgado mango
de una herramienta sobresala de los
pliegues de su vestido. Silvana profiri un
gemido.
Scamelo solloz contra uno de sus
hombros. Est destrozndome... por
dentro...
l no pareca ser capaz de reaccionar, ni
de obedecerla. Se haba quedado paralizado.
No puedo hacer lo que me pides. Si te
lo arranco morirs, Silvana! Te detendrs!
Morir de todas maneras. Haz lo que te
pido, por favor... antes de que sea tarde...
l sacudi ferozmente la cabeza. Me
niego a tener que separarme tambin de ti!
Hazlo, Mario murmur su hermano.
Se haba puesto plido. No te das cuenta
de cmo est atravesndole el pecho? Vas a
dejar que siga sufriendo una tortura as?
Mario trag saliva. Mir de nuevo a
Silvana. Sus llorosos ojos azules,
implorantes, le hicieron decidirse, aunque
sacarle aquel cuchillo le hizo ms dao que
clavrselo en su propio pecho. Al extraerlo
poco a poco se dio cuenta de que era un
escalpelo. La clase de herramienta de la que
Montalbano se haba servido para operar a
las nias. Un ruido como de piezas sueltas le
hizo adivinar que la hoja haba atravesado su
mecanismo, el que la mantena con vida, se
haba quebrado como la cscara de una
nuez. Silvana gimote de dolor cuando la
punta metlica asom entre sus ropajes.
Mario lo dej caer como si le quemara, y se
agach con la muchacha en sus brazos para
apoyar su espalda encima de sus
temblorosas rodillas. Scandellari se haba
acercado con Emilia. Se detuvo al lado de
Andrea con una expresin confundida en su
rostro. Eso le permiti adivinar algo que a
Mario se le haba pasado antes por la cabeza:
Silvana no les haba contado lo que era.
Pero ahora lo haban escuchado. Una
autmata que no funcionaba. Un juguete
hecho pedazos que cualquier artesano
abandonara sin dudarlo en lo ms profundo
de un cajn.
No llores murmur Silvana. Levant
una mano para acariciarle una mejilla. Mario
no se haba percatado, hasta que se lo dijo,
de las lgrimas que resbalaban por su rostro
y caan sobre la melena rubia de la joven.
No me gusta... ver que sufres... por culpa
ma...
Perdname solloz l. Tendra que
haber confiado ms en ti. Lo que me dijiste...
Lo hice para salvar a las nias. Fui yo
quien modific sus mecanismos... de manera
que se detuvieran. No saba cunto
tardaran, pero fue muy sencillo... Haba una
rueda...
Se mordi los labios cuando la sacudi
un nuevo espasmo. De su pecho surgan
unos siniestros chirridos que hacan pensar
en unos engranajes que se desprendan poco
a poco.
Ha valido la pena. Nunca hubieras sido
libre si supieras que Marina... se encontraba
en manos de un loco como mi padre. La
conciencia... es casi tan exigente como el
amor.
Te has sacrificado por m sigui
murmurando Mario entre lgrimas sin
darte cuenta de que no ser capaz de vivir si
no ests a mi lado. Necesito que te quedes
aqu...
A Silvana le cost esbozar una sonrisa.
Tir del cuello de Mario para que agachara
ms la cabeza y puso las manos en sus
sienes para besarle. Sus labios estaban
helados.
Has sido lo mejor que me ha pasado
nunca le asegur en voz baja. Estas
semanas en Venecia han sido un regalo. Lo
han compensado todo, Mario.
Absolutamente todo.
l dej escapar algo parecido al aullido
de un animal herido de muerte. La rode
con sus brazos como si quisiera retar al
destino a que se la arrebatara. No la dejara
marchar!
Tengo fro susurr la muchacha. Se
acurruc ms contra su cuerpo a medida que
los chirridos se hacan ms intensos. Era
como si cada una de las piezas, al soltarse de
su mecanismo, se llevara consigo un ao de
su vida artificial. Silvana volva a ser una
nia pequea a punto de ser arrojada a una
fosa. Tengo las manos congeladas... Y hay
nieve a mi alrededor... Apret los
prpados con fuerza. Nieve en la playa de
Civitavecchia...
Sus dedos se quedaron quietos de
repente alrededor de los de Mario y se
relajaron al cabo de unos segundos,
quedando tan inermes como los de Gina. Su
pecho, atravesado por el escalpelo, dej de
moverse arriba y abajo. Mario solt otro
alarido cuando la mir a la cara y
comprendi que la haba perdido. Sus ojos
tambin haban dejado de moverse.
No... Silvana, no... gimi mientras
apretaba su frente contra la de la muchacha.
Ella no fue capaz de responderle. No me
dejes solo, por lo que ms quieras... No te
vayas...
Me temo que es demasiado tarde le
oy decir a su hermano en un hilo de voz. Se
arrodill al lado de Mario, sujetando una de
las manos de Silvana. Ya no puede ornos.
Mario le hizo soltar sus dedos con una
desesperacin que nadie sera capaz de
plasmar con palabras. Por qu Scandellari y
Andrea no entendan lo que pasaba? No
vean que Silvana no estaba muerta? Se
haba quedado quieta, simplemente eso; su
mecanismo se haba detenido como el de un
juguete de cuerda. En su interior no acababa
de desatarse el paciente proceso de
descomposicin por el que pasan todos los
seres vivos. Cien aos despus seguira
siendo la misma: una princesa de cuento de
hadas dormida mediante un hechizo que el
prncipe no conseguira romper. Por lo
menos un prncipe que lo ignorara todo
sobre las artes oscuras con las que la haban
sometido. Scandellari tambin se puso de
rodillas a su lado. La expresin de Mario
deba de resultarles realmente preocupante.
No hay nada ms que puedas hacer por
ella le susurr. Apoy una mano sobre su
hombro. Estoy seguro de que se ha
alegrado de que supieras la verdad. Morir
creyendo que la considerabas una traidora...
habra sido ms doloroso que lo que le hizo
su padre.
No ha muerto musit Mario en un
tono distinto, tan desafiante como
entrecortado.
Has hecho lo que te pidi insisti
Andrea y eso es lo ms importante.
Silvana est a salvo ahora mismo. Se ha
librado para siempre de sus cadenas.
Montalbano no habra...
Me da igual lo que hubiera hecho
Montalbano! estall Mario de repente.
Andrea se qued callado en el acto. No os
dais cuenta de lo que sucede? No
comprendis que la muerte no se ha llevado
ms que su alma? Ella me dijo una vez que
no estaba segura de que tuviera alma.
Bueno, pues ahora me doy cuenta de que
tena ms que todos nosotros juntos. No
dejar que se pierda para siempre con las de
Gina y las de esas tres criaturas.
Haz el favor de ser razonable trat
de convencerle Scandellari mientras Andrea
se quedaba mirando a su hermano con
tristeza. Entiendo que esto te haya
destrozado, pero t no eres un cadver
reanimado como lo era tu Silvana. Todava
sigues estando vivo!
No sabis nada acerca de la vida fue
la respuesta de Mario. Ni acerca de su
vida.
Apoy una rodilla en el suelo para
incorporarse. Levant a Silvana con un
esfuerzo comparable al que se necesitara
para mover una escultura de bronce. La
cabeza de ella se balance pesadamente en
el aire, y sus cabellos sedosos resbalaron por
los brazos de Mario hasta rozar los
engranajes del reloj que se haba arrancado
del cuello. Las piezas relucan
mrbidamente con los primeros
resplandores de un sol que se insinuaba
sobre los tejados de la ciudad. Andrea cruz
una mirada de inquietud con Scandellari al
darse cuenta de que Mario se marchaba de la
iglesia. Corrieron hasta la desierta plaza, tras
l.
Adnde la llevas? pregunt Andrea
adivinando y temiendo lo que les
contestara.
Se me haba ocurrido que... que tal vez
deberamos sepultar a las nias dentro de la
iglesia aventur Scandellari. Mario sigui
avanzando como si no le hubiera odo. No
creo que a nadie se le ocurra regresar a este
lugar. La peste hizo que Venecia lo olvidara
hace demasiados aos. Y as les daramos
cristiana sepultura sin arriesgarnos a que
nos vieran hacerlo a escondidas en San
Michele. Lo siento mucho por los Wittmann,
pero...
Gina tambin est muerta exclam
Andrea a espaldas de Mario. No te
interesa lo que suceda con tu esposa? Te da
lo mismo no saber en qu tumba vamos a
enterrarla?
Quedaos llorando a los muertos, si es
lo que deseis. Yo tengo trabajo que hacer.
Y se alej llevando en brazos a Silvana
hacia un nuevo da.
EPLOGO
Nadie en Santa Croce podra olvidar
aquel amanecer de febrero. Los vecinos
diran durante mucho tiempo que se haban
dado cuenta de que suceda algo extrao
desde que la embarcacin apareci bajo el
ponte Marcello. El Carnaval haba
terminado, la gente haba retomado sus
horarios habituales, y cuando estaban a
punto de abrir las puertas de sus respectivos
negocios se toparon con una imagen que los
priv del don de la palabra.
Simonetta haba estado toda la noche
dando vueltas por la cristalera. El rumor
que hacan los remos al hundirse en el canal
se abri camino poco a poco entre sus
torturados pensamientos. Sali corriendo a
la fondamenta Minotto, pensando que se
tratara de su padre, de Gina y de los
Corsini, pero se qued clavada en el suelo,
como todas las dems personas que se
haban asomado a la calle, cuando descubri
que Mario era el nico que haba regresado.
Sus brazos hacan avanzar al Bucintoro como
si los movieran los hilos de un titiritero
invisible, y su expresin recordaba ms a la
de un muerto que acabara de salir de su
tumba que a la del amigo, el hermano
mayor, que la muchacha crea conocer.
Tard un momento en darse cuenta de
que no se encontraba solo. Haba alguien
ms a su lado, una persona recostada sobre
el otro banco de madera cuyo largo cabello
casi acariciaba las aguas por las que se
deslizaba la barca dejando una estela de
espuma y de oro sobre las algas verduzcas. A
Simonetta le dio un vuelco el corazn al
reconocer a la hija de Montalbano. Los
dems vecinos tambin lo hicieron; a
Giulietta Pietragnoli se le escap un gritito
de horror, y su hermana se apresur a hacer
la seal de la cruz mientras se apartaban de
su ventana. Unos ancianos que haba al lado
de Simonetta se quedaron mirando a los
ocupantes del Bucintoro como si no hubieran
visto nada ms perturbador.
De repente el silencio se haba vuelto tan
opresivo como el de un cementerio. Nadie se
acerc a Mario cuando detuvo la barca en los
pequeos escalones que haba delante de La
Grotta della Fenice. No le preguntaron qu
haba ocurrido con Montalbano, ni lo que le
haba sucedido a su nica hija. No se
atrevieron. Simplemente se quedaron de pie
en medio de la calle, tan paralizados como
los espectadores de un teatrillo de cartn. Le
vieron desembarcar con Silvana en brazos,
abrir la puerta sirvindose de la llave que la
muchacha llevaba en uno de sus bolsillos y
desaparecer con ella dentro de la juguetera.
Poco a poco, tras unos minutos de
preocupado concilibulo y de miradas
nerviosas hacia la tienda, los vecinos fueron
retirndose a sus respectivos hogares y
Simonetta se qued de pie en la fondamenta
Minotto, completamente sola. Tal vez
debera cruzar el ponte Marcello para
reunirse con Mario antes de que se atreviera
a hacer una locura. Lo habra hecho de no
ser capaz de reconocer en su expresin, tan
distinta de la que haba tenido hasta
entonces, el resultado de un proceso
alqumico que haba estado madurando
dentro de su cabeza desde que su Silvana
dej de moverse en Santa Maria delle
Anime.
La chica tuvo que conformarse con ver,
sintindose cada vez ms impotente, cmo
las cortinas del entresuelo de los
Montalbano se cerraban una a una para que
la luz del sol no irrumpiera en el taller. An
permaneci durante un buen rato en la calle,
pero no supo nada ms de Mario. Era como
si se hubiera enterrado en vida al lado de su
amada.
Pero Mario no se encontraba muerto,
todava no. Durante los siguientes tres das
con sus respectivas noches apenas sali de la
habitacin cuya puerta haba cerrado con
dos vueltas de llave. Haba demasiado en
juego, y nada de lo que pudieran decir los
dems le hara desistir de su propsito.
Saba que aquel sera su ltimo intento, su
canto de cisne.
Haba depositado cuidadosamente a
Silvana sobre el suelo del taller. La
muchacha yaca de bruces sobre un revoltijo
de almohadones y sbanas con los que haba
cubierto las duras tablas del suelo. Un
enjambre de velas arda todo el tiempo a su
alrededor, un charco de luz que haca danzar
cien sombras distintas sobre las paredes. Sin
pronunciar una palabra le desabroch la
larga hilera de botones negros que recorran
la espalda del vestido que le haba prestado
Simonetta. Retir a ambos lados la tela, para
que quedara al descubierto su corpio, y
cuando hubo desatado sus lazadas, tambin
la plancha metlica que cubra
prcticamente toda su piel. Un sollozo subi
por su garganta, aunque lo reprimi a
tiempo, apretando los dientes mientras
comenzaba a aflojar, muy despacio, las
pequeas tuercas que mantenan la
compuerta en su sitio. Los ltimos resortes
cedieron para que pudiera apartarla a un
lado. Haba imaginado que contemplar las
entraas metlicas que Silvana tena dentro
de su cuerpo le resultara ms escalofriante,
pero en aquel momento no pudo sentir
ningn miedo; nada ms que determinacin
al comprender que estaba en su mano
devolverle la vida. Inclinndose sobre su
espalda, la bes silenciosamente en la parte
trasera de la cabeza mientras apoyaba las
manos a ambos lados de la caja torcica que
contena aquel amasijo de cables.
Comprendi que estaba en lo cierto: solo
dorma.
Hay nieve a mi alrededor... nieve en la
playa de Civitavecchia.... A su lado tena las
herramientas de relojera que haba
recolectado de entre las posesiones de
Montalbano. No vacil al cogerlas porque,
por primera vez desde que le conoca,
entenda a la perfeccin por qu se haba
comportado como lo hizo. El amor doloroso
y desesperado poda hacer que el ms recto
de los hombres cometiera autnticas locuras.
A Mario no le importaba estar a punto de
realizar un acto sacrlego; si Dios le haba
arrebatado a Silvana era ms que
comprensible que se atreviera a plantarle
cara. Se rebelara como Lucifer si con ello
consegua recuperarla. Estas semanas
contigo lo han compensado todo, Mario.
Todo....
Escuchaba su voz dentro de su cabeza
mientras daba forma durante horas, sin
tregua, a un nuevo mecanismo. Las manos
haban dejado de temblarle porque saba los
pasos que tena que dar. Ya no era un
muchacho envidioso al que solo le interesara
superar al mejor juguetero que haba pisado
Venecia. Algo ms elevado guiaba sus dedos
en medio del resplandor de las velas,
mientras las piezas de hierro, los engranajes
y las ruedas se acoplaban alrededor de un
ncleo central parecido al que haba tallado
en Ca Corsini antes de Navidad. Una rosa
metlica que no era una caja de resonancia,
sino de vida. El corazn artificial que la hara
moverse, y abrir los ojos, y hasta decirle
cunto le amaba.
Durante aquellos tres das Silvana sigui
tumbada al lado de Mario. Tena la cabeza
recostada sobre uno de los almohadones, y
su cabello se agitaba de vez en cuando con la
nerviosa respiracin de l, inclinado durante
horas sobre su pequea creacin. Su rostro
segua siendo una mscara de serenidad.
Esto es todo lo que puedo darte... a falta de
un corazn como el que tiene tu Gina. El
modelo de madera que Silvana le haba
puesto en la mano se encontraba al lado de
su rubia cabeza, porque Mario lo haba
llevado consigo desde entonces, aunque
nunca se lo haba dicho por considerarlo una
sensiblera. Es un modelo tan defectuoso
como el que tengo dentro, as que no hay
peligro de que se rompa ms. Al final
haban acabado siendo iguales. A los dos se
les haba roto el corazn, por motivos
distintos. Yo nunca dejar de echarte de
menos, le haba prometido. Nunca.
Al amanecer del cuarto da, cuando los
canales de Venecia comenzaban a esmaltarse
con la luz del sol, Mario tom su nuevo
corazn en la mano para colocarlo dentro de
su cuerpo, en sustitucin del que
Montalbano haba reducido a aicos. Los
delgados cables que conectaban aquel
mecanismo con el resto de sus engranajes se
adaptaron sin ningn problema a la pieza
que haba construido. Se asegur de que
cada palanca estuviera en su sitio, cerr
cuidadosamente la plancha metlica y apret
de nuevo las tuercas que la adheran a su
espalda como una segunda piel. Despus de
unos minutos de inmovilidad comenz a
apretar sus lazadas y sus botones sin
ninguna prisa, sin obscenidad, como lo hara
un padre con la nia a la que encuentra
desnuda en el suelo, llorando de miedo y de
fro.
No lo hubiera reconocido nunca, pero
aquella calma en sus movimientos no
obedeca ms que al hecho de que senta
pnico de saber la verdad. Se le haba puesto
un nudo en el estmago al llegar al final del
camino. Poco a poco, le dio la vuelta a
Silvana para que quedara tendida sobre su
espalda. La muchacha no movi ni un
msculo. Todava tena los ojos abiertos, y la
mirada congelada en sus iris azules le hizo
acordarse de las esferas de cristal que haba
colocado durante aos dentro de las cabezas
de sus muecas. Nada la diferenciaba de los
autmatas desconectados por Montalbano
antes de marcharse que haban guardado
silencio cuando atraves La Grotta della
Fenice con Silvana en brazos.
Temblando, Mario se inclin sobre ella
para que su cara quedara a la misma altura
que sus ojos. No hubo ningn cambio en su
expresin. De su pecho surga el rtmico
rumor de las ruedas, que giraban como lo
haban hecho cuando segua con vida, pero
la muchacha no pareca ser capaz de ver
nada. Estaba tan muerta como Gina, Marina,
Emilia y Edelweiss.
Las lgrimas le ardieron en los ojos como
si fueran de lava. No haba conseguido
despertarla. No haba servido de nada que le
construyera un corazn nuevo. Dej caer la
cabeza sobre su pecho, y enterr las manos
en los mechones dorados que rodeaban a
Silvana como lo hara el nimbo de un ngel.
Su ave fnix no volvera a alzar el vuelo...
Llor durante mucho rato sobre su
cuerpo mientras los quedos sonidos de la
ciudad que despertaba al otro lado de las
ventanas se imponan al rumor de sus
engranajes. Mario no quera dejar de tocar a
Silvana. Quera que lo encontraran muerto a
su lado para que pudieran compartir la
misma suerte que le haban negado a l.
Nunca haba deseado nada con tanta pasin.
Cada exhalacin que sala de sus labios le
pareca un insulto. Cmo poda seguir
viviendo cuando su Silvana se haba perdido
para siempre en la oscuridad?
Levant la cabeza poco a poco. Una
lgrima cay sobre uno de sus ojos,
hacindolo relucir como si estuviera viva.
Pero Mario saba que no era ms que una
mentira. Nunca volvera a escuchar su voz,
ni se le derretira el corazn al verla sonrer
debajo de unos fuegos artificiales. Tendra
que vivir de recuerdos hasta el da de su
muerte. Siempre te querr, le dijo al odo
en voz baja. Hagas lo que hagas. Y ests
donde ests. Siempre.
Apenas poda sostenerse sobre sus
piernas cuando se puso en pie. Haban sido
demasiadas horas sentado sobre la tarima,
sin dejar de trabajar con sus herramientas ni
siquiera para comer o dormir. La cabeza le
daba vueltas al acercarse a la pared en la que
se abran las ventanas. Lentamente,
descorri todas las cortinas para que la luz
entrara en el taller.
No se haba dado cuenta de que se
haban apagado casi todas las velas. Nunca
antes se haba encontrado tan enfermo. Todo
pareca moverse a su alrededor mientras
apoyaba las manos encima de la mesa de
trabajo de Silvana. All seguan estando sus
libros, sus esquemas sobre la anatoma de
las mariposas, incluso la campana de cristal
que alojaba los insectos reales. Mario se
qued mirndolos por debajo de unos
prpados que pesaban tanto como si fueran
de plomo. Haba transcurrido una semana
desde que los capturaron, y casi todas las
mariposas haban muerto; sus alas
polvorientas tapizaban la base de la
campana en la que, despus de unos
instantes de confusin, consigui reconocer
el movimiento de la nica que quedaba con
vida. Era un animal tan pequeo que apenas
se lo distingua entre los dems cadveres.
Bata las alas muy despacio, como con
miedo...
Algo en aquella criatura agonizante le
conmovi ms de lo que podra expresar con
palabras. Luchando por sobreponerse a su
agotamiento, Mario levant la campana para
tomar el animal con cuidado en su mano.
Fue hasta una de las ventanas con la
mariposa, se subi a una silla para alcanzar
la repisa y la dej all, viendo cmo el
movimiento de sus alas se haca ms
enrgico, ms confiado, como si no
necesitara ms que la luz del sol para olvidar
la siniestra prisin en la que haba
permanecido encerrada durante tantos das.
Vete susurr Mario, apoyando una
mano en la pared. Al menos t puedes
hacerlo.
La mariposa permaneci en la repisa
unos segundos ms antes de hacerle caso.
Ech a volar sobre el rio del Gaffaro, dando
vueltas bajo el caliente resplandor del sol
hasta que se convirti en una motita de color
azul cada vez ms pequea. Mario respir
hondo mientras descenda de la silla. Una
extraa neblina se haba posado sobre sus
ojos. Saba que corra el riesgo de
desmayarse si no se echaba a dormir, pero
cmo podra hacerlo despus de lo que
haba pasado? Qu clase de descanso
conocera el resto de su vida?
Cuando estaba pensando en estas cosas
escuch un sonido a sus espaldas. Un
chirriar de hierros procedente del nido de
almohadas que haba improvisado en medio
del taller.
Se dio la vuelta. Lo hizo muy despacio,
temiendo que no fuera ms que un delirio. Y
sinti cmo su corazn se desbocaba. Los
dedos de la mano derecha de Silvana se
haban abierto como lo haran los ptalos de
una flor. Se detuvieron al cabo de un
instante y volvieron a moverse en seguida,
cada vez ms rpidamente. Sus pestaas se
haban puesto a aletear sobre aquellos ojos
clavados ciegamente en las vigas que
atravesaban el techo.
A Mario se le escap un jadeo. Estuvo a
punto de tropezar cuando se precipit hacia
Silvana. Se dej caer de rodillas al lado de
sus almohadas. Sus prpados se movieron
de repente, y sus iris azules temblaron
dentro de sus cuencas oculares mientras
recorran la habitacin en la que se hallaba.
Tambin sus labios se separaron como si
fuera a hablar.
Pero no lo hizo. Mario la rode con sus
brazos para levantarla con cuidado. Recost
a Silvana contra su cuerpo mientras segua
arrodillado en el suelo, y le acarici la cabeza
despeinada, que pareca pesar una tonelada
en sus brazos. An no tena suficiente
fuerza para moverse por s misma. Sintiendo
cmo se le cortaba la respiracin por la
ansiedad y por el esfuerzo que estaba
haciendo, consigui ponerse en pie con ella
entre sus brazos.
Silvana se dejaba hacer; era como si
careciera de voluntad. Mario sostuvo su
delgado cuerpo acomodado contra su pecho
mientras la llamaba una y otra vez por su
nombre.
Estoy aqu le susurr. Silvana haba
reclinado la frente sobre su hombro.
Recorri su cabello con los dedos,
apartndoselo de la cara. Estoy a tu lado,
Silvana... Mrame...
La muchacha no le contest. Su cabeza
resbal de repente y Mario tuvo que
sujetarla antes de que cayera al suelo como
un saco de trastos viejos. Intent mantenerla
erguida.
Mrame le susurr de nuevo. Era
como conversar con una escultura. Por
favor...
La rubia cabeza se meci sobre su cuello,
pero las manos de Mario se posaron sobre
sus mejillas para levantarla hacia la luz,
hacia su rostro. Los ojos de Silvana
encontraron los suyos, dos franjas azules
veladas por sus prpados medio cerrados.
Pestae con una confusin que sirvi para
confirmar los peores temores de Mario.
Aquella posibilidad se haba paseado por su
mente durante los ltimos tres das, pero no
haba querido atender a la voz interior que le
deca que era un riesgo que tena que correr
si quera despertarla.
La mujer que tena en sus brazos poda
ser Silvana en esencia, pero una Silvana tan
corrompida por la muerte que no se
parecera en nada a la persona que le haba
robado el corazn. Marina no se haba
acordado de quin era Gina, y Emilia no
haba reconocido a su propio padre despus
de que Montalbano las convirtiera en
autmatas. Lo ms probable era que los
recuerdos de lo que haban compartido
hubieran desaparecido de la mente de
Silvana cuando se pararon sus mecanismos.
Un corazn nuevo, con un alma nueva...
Mario no pudo decirle nada ms. Las
lgrimas se le haban anudado a la garganta
sin que supiera cmo detener su avance
imparable. Silvana, mientras tanto, le
contemplaba en silencio, con la misma
curiosidad inexpresiva que haban tenido las
tres nias. Baj la mirada poco a poco para
examinar sus manos, abriendo los dedos
antes de levantarlos a la altura del rostro de
Mario. Recorri su piel muy despacio, como
si tratara de conjurar alguno de sus
recuerdos perdidos para siempre. Le acarici
los cabellos, las mejillas, los senderos
hmedos que las lgrimas dejaban sobre sus
labios. Frunci un poco el ceo.
Quin eres? dijo por fin con una voz
que tampoco se pareca a la que tena antes.
Quiso apartar sus manos, pero Mario las
sujet con suavidad para que no dejaran de
tocarle. Si cerraba los ojos todava poda
rememorar su tacto y hasta las caricias que
haban compartido en el Bucintoro la noche
del Carnaval. Pareca haber transcurrido un
siglo desde que decidieron huir de Venecia.
Una eternidad que lo haba cambiado todo.
No te conozco... repiti Silvana. No
haba miedo en su mirada, solo una
extraeza que la haca parecer mucho ms
joven que antes. Mario la rode
delicadamente con sus brazos para atraerla
ms hacia s. Esta vez nadie se la arrebatara,
ni siquiera la muerte.
No te preocupes le susurr en voz
baja. Tienes toda una vida para
recordarme.
* * *
AGRADECIMIENTOS
Son muchas las personas que me brindaron
amablemente su ayuda mientras escriba esta
novela, pero no podra empezar a enumerar sus
nombres sin mencionar a la autora que me
inspir durante aos y que sin pretenderlo ha
dejado una profunda huella en esta historia. Mi
eterna gratitud a Mary Shelley por atreverse a
soar con lo que al mundo le pareca por aquel
entonces un desatino. Si mi criatura ha
conseguido vivir ha sido en gran medida gracias
a su ejemplo. Y como nunca podr volver a leer
Frankenstein sin acordarme de ella, gracias de
nuevo a Irene Muzs Calpe, mi editora, por
haber credo en la novela que ahora tenis en las
manos cuando an no era ms que un borrador.
A todo el equipo de Ediciones Verstil por su
profesionalidad y su entusiasmo, y por conseguir
que el rostro de Silvana acabara siendo idntico
al que haba imaginado. A Flix J. Palma,
maestro donde los haya, por volver a tenderme
la mano en esta nueva aventura literaria.
Gracias tambin a todas aquellas personas
que me acompaaron mientras investigaba sobre
muecas antiguas en la Casa Lis de Salamanca
y el Muse de la Poupe de Pars. A Javier por
las ancdotas del Carnaval veneciano que me dio
a conocer, y a Vernica y Almudena por caminar
a mi lado durante mis recorridos por sus canales,
plazas y puentes, en los que aprendimos que las
cosas que ms necesitas aparecen cuando menos
lo esperas. A Clara, la mejor amiga que alguien
podra tener, por los conocimientos qumicos que
en su momento mantuvieron con vida a la
mdium de la reina Victoria y que en esta
ocasin me ayudaron a sembrar el terror en
Venecia. A mis padres, por haberme llevado por
primera vez all con siete aos, y por lo mucho
que confiaron en esta historia desde el da en que
les habl por primera vez de Silvana y de Mario.
Aqu los tenis por fin!
Y por supuesto, gracias a Guillermo por
ayudarme a encontrar en la vida real lo que no
pens que pudiera existir ms que en las
novelas... la perfecta suma sinrgica de dos.
2012 Victoria lvarez
Diseo y fotomontaje: Eva Olaya
Fotografa: Leila Cherifi
Modelo: Eva Esteve
1 edicin: noviembre 2012
Derechos exclusivos de edicin en
espaol para todo el mundo:
2012 Ediciones Verstil, S.L.
Av. Josep Tarradellas, 38
08029 Barcelona
www.ed-versatil.com
Noviembre 2012