Valéry. Miradas Al Mundo Actual Paul Valéry.

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crito al otro, sino como un ao vaco y

preado de esas posibilidades que tan bien


representan el triple cero. Desde luego, el
2 augura parejas, conjunciones y combina-
ciones, pero los tres ceros (000) hacen pen-
sar en un tnel y en un pozo, en una fami-
lia de agujeros, en fin: en una cerradura.
Cules, cmo, sern las llaves que abran
los prximos aos? Ya estn entre nosotros,
hay que reconocerlo, las siluetas de sus
dientes: asomarse al futuro es lanzar Mira -
das al mundo actual, para citar el ttulo con
que Paul Valry titul, primero en 1931 y
luego en 1938, sus reflexiones sobre la his-
toria contempornea.
Intentar definir la fisonoma, las tenden-
cias de los tiempos que vienen, mirar el
mundo de cierta manera, intensifica cier-
9 8
SOBRE MIRADAS SOBRE MIRADAS
EL MUNDO ACTUAL DE PAUL VALRY
Inicia con fanfarrias y fuegos de artificio,
temor y temblor, el ao 2000 de la era cris-
tiana. Entramos a esta gran piscina incg-
nita con ansias futuristas y buscando signos,
augurios en la novedad por venir de la mis-
ma manera que antes el hombre se refera
a la tradicin y al pasado. La memoria ha
sido, al parecer, sustituida por la invencin.
Pero el 2000 es un ao inexistente, una ci-
fra hurfana pues si bien la aritmtica ms
elemental avisa que es el ltimo ao del si-
glo XX, la realidad comercial y cultural ati-
zada por la presencia del nmero 2 nos
precipita en el nuevo siglo y su milenio
2000 como seala Bern a rd Pivot
1
. Ade-
ms, no por nada estn ah esos tres ceros
alineados que dicen virtualidad y repre-
sentan limbo. 2000, entonces, no slo apa-
rece como un ao hurfano ni totalmen-
te perteneciente a un siglo ni del todo ads-
1
Bernard Pivot: Une premire dans lhistoire du
monde: une anne qui ne trouve pas sa place dans
un sicle. Le Journal du Dimanche: Pars, Francia,
2 de enero de 2000, p. 16.
MIRADAS
AL MUNDO
ACTUAL 1931
P R E S E N TACIN POR ADOLFO CASTA N
Paul Valry
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recobrados
tos rasgos de su ojo intelectual, calibra y
supera el presente desde la Cuenta de la
Larga Duracin: no ve el episodio sino su
forma y slo mira el accidente en cuanto
que va inscrito en la constelacin de un ci-
clo. Es cierto que el texto de Paul Valry
no es plenamente original, pues el XX ha
sido un siglo consciente de la gran muta-
cin tcnica que ya se dibujaba desde an-
tes de su inicio. Buena parte de la cultura
vigesimosecular ha sido, Diagnstico de nues-
tro tiempo, prospectiva ms o menos infor-
mada o aleatoria: estocstica, ensayo de fu-
turologa, celestinaje proftico, cbala y
albur de una manera tanto ms inslita
cuanto ms o menos? fabulosa. Ya desde
1918 el autor de Variet reunin de ensa-
yos y artculos afines a los recogidos en Mi -
radas al mundo actual, haba empezado a
hablar de la condicin mortal de las civili-
zaciones, y la idea de la transformacin en
verdad abismal que caracteriza a nuestro
tiempo pasa por los diversos ensayos que
Variedad recoge (Cf. La poltica del espritu,
nuestro soberano bien, 1934) llega hasta Mi
Fausto (Esbozos) escrita y publicada al final
de su vida (1945): tan endiablada es la con-
dicin del mundo contemporneo que
Mefistfeles termina por aceptar el pacto
que le propone Fausto: y que consiste en que
el diablo debe conocer mejor el mundo
que le espera si no quiere ver malbaratada
su antigua dignidad.
Las palabras preliminares a Miradas al
mundo actual recalcan algunas de las ideas
trabajadas por Paul Valry a lo largo del li-
b ro. Subrayo algunas ideas rectoras: el
mundo ha dejado de ser ilimitado, no hay
nada ya por descubrir y ha desaparecido
toda tierra incgnita, lo cual significa que
la idea de la historia y de la poltica
como un conjunto de procesos aislados y
paralelos cede el sitio a la realidad de una
historia donde los acontecimientos del pla-
neta dependen cada vez ms entre s y son
causa y efecto de un solo proceso mundial
mayor. Al mismo tiempo, la velocidad, pro-
fundidad y exactitud de las comunicacio-
nes han modificado la idea de poder y va-
lor de la propiedad y del territorio que, si
bien eran decisivas en el horizonte de las
historias autnomas y paralelas y siguen
siendo determinantes en este nuevo orden
donde el planeta es presa de una implosin
comunicativa, lo son ahora mucho menos.
El lugar que hasta hace poco ocupaban la
propiedad y el territorio lo tienen ahora las
relaciones, el entreveramiento e inteligen-
cia de los espacios y territorios. La civiliza-
cin y la tcnica se mundializan: no queda
en el orden horizontal ningn territorio
intacto. En lo vertical, la movilizacin inte-
gral aadimos nosotros no es menos
incisiva: todas las edades, las clases y for-
mas sociales participan de esta transforma-
cin que no excluye a los cuerpos nacidos
o por nacer: la movilizacin de la mujer,
del nio, la popularizacin de injertos y
prtesis, el trfico de rganos, son signos
de este proceso. Las fronteras tradicionales
entre naturaleza y cultura se diluyen en las
biotecnologas, cultivos transgnicos y ma-
nipulaciones genticas. Ninguno de estos
movimientos puede ser ajeno a la filosofa
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como lo prueba, por ejemplo, la informti-
ca, el mundo de los ordenadores y compu-
tadoras que reclama a gritos una reflexin.
El texto de Paul Valry fue escrito antes de
la aparicin de las diversas modalidades
de la inteligencia artificial inventada por
Turing y en consecuencia no toca toda las
cuestiones apremiantes y complejas que
este asunto suscita. Sin embargo el texto
de Paul Valry puede sugerirnos algunas
vas de reflexin para mirar nuestro pre-
sente vertiginoso y sobre todo darn o s
ejemplo de formas y actitudes que puede
revestir un examen de conciencia a la hora
de la transformacin de la conciencia, una
poltica de la inteligencia en una poca en
que las formas tradicionales de creacin y
recreacin de la inteligencia se ven some-
tidas a las pruebas de la transformacin y
por eso mismo su identidad padece una
crisis. Asombrosamente, las reflexiones del
autor de M. Teste no han envejecido y las
podra haber citado alguno de los redacto-
res annimos de The Economist en el nme-
ro extraordinario consagrado al Millenium.
Si bien puede ser cierto que las civiliza-
ciones son mortales, tambin lo es que so-
breviven en el injerto y resucitan en el rap-
to de que son objeto. A los ojos de Valry,
Amrica en toda su extensin, suscita un
horizonte consolador:
Cada vez que mi pensamiento se hace
demasiado negro, y que desespero de Eu-
ropa, slo encuentro una esperanza pen-
sando en el Nuevo Continente. Europa
envi a las dos Amricas sus mensajes, las
creaciones comunicables de su espritu, lo
que de ms positivo ha descubierto y en
suma, lo que resultaba menos alterable
mediante el transporte y el distanciamien-
to de las condiciones generales. Es una
verdadera seleccin natural la que ah se
ha operado y que extrado del espritu
europeo sus productos de valor univer-
sal No es posible que algunas reacciones
i m p o rtantes se manifiesten un da [en
Amrica] como consecuencia del contacto
y de la penetracin de los factores euro-
peos. No me asombrara, por ejemplo, que
pudieran resultar combinaciones muy feli-
ces de la accin de nuestras ideas estticas
al insertarse en la poderosa naturaleza del
arte autctono mexicano.
2
En fin, cabe decir que sta no es la pri-
mera ni la ltima vez que se escribe en M-
xico sobre Paul Valry. Es ineludible recor-
dar el ensayo de Alfonso Reyes titulado
Paul Valry contempla Amrica (Obras
Completas, t. XI, p. 103), donde a propsito
de las respuestas del poeta francs a una
encuesta de la revista Sntesis, el autor de
Visin de Anhuac adems de repasar algu-
nas coincidencias con su propio discurso,
esboza una vieta del autor de M. Teste:
An la volubilidad y fluidez de su habla re-
velan en l esta capacidad inmediata de pen-
samiento: cuando habla (mientras fulguran
los ojillos garzos desde donde Atenea, sin
duda, nos acecha), se desliza sobre las pala-
bras acuaplano o trineo acutico arras-
trado por su velocidad mental.
2
Paul Valry: Regard sur le monde actuel, Oeuvres,
t. II, Gallimard,, Pars, 1960, p. 990.
i
1 0 1
Este breve volumen est dedicado primordialmente a quienes no tienen un
sistema y no militan en partido alguno; a quienes por ello todava son libres de
dudar de lo incierto y de no rechazar lo que no lo es.
De hecho, son stos tan slo estudios de circunstancia. Tratan de 1895, de
ayer, de hoy. Tienen ese rasgo en comn de ser ensayos, en el sentido ms ver-
dadero del trmino. El lector no hallar ms que el propsito de precisar algu-
nas ideas que forzoso es llamar polticas, si no fuera porque esta hermosa pala-
bra, tan seductora y excitante para el espritu, despierta grandes escrpulos y
grandes repugnancias en el autor. Slo quiso afinar las nociones que recibi de
todos, o que se form con todos, y que a todos sirven para pensar en los gru-
pos humanos, en sus relaciones recprocas y en sus mutuos malestares.
Tratar de precisar estas materias no es, de seguro, asunto de los entendidos
ni de quienes se ocupan de ello profesionalmente: he aqu pues un diletante.
Ignoro por qu las empresas de Japn contra China y de los Estados Unidos
contra Espaa ocurridas con poco tiempo de diferencia, me causaron en su mo-
mento
1
una impresin particular. Fueron acaso conflictos muy circunscritos, en
Traduccin de Luca Segovia del original francs publicado en el t. II de las Oeuvres de Paul Valry, Galli-
mard, Paris, 1960, pginas 913-928.
1
(1895-1898)
PA U L
VA L E RY
MI RA D AS AL M U N D O A C T U AL 1 9 3 1
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los que, se enfrentaron fuerzas de mediana importancia; y, en cuanto a m con-
cierne, no tena motivo alguno para interesarme por aquellos hechos lejanos, a
los que nada ni en mis ocupaciones ni en mis preocupaciones cotidianas
me dispona a ser sensible. Sin embargo, resent estos acontecimientos pun-
tuales no como accidentes o fenmenos limitados, sino como sntomas o pre-
misas, como hechos significativos cuyo sentido rebasaba con mucho su impor-
tancia intrnseca y su aparente alcance. Uno era el primer acto de fuerza de una
nacin asitica reformada y equipada a la europea; el otro, el primer acto de
fuerza de una nacin extrada y desarrollada a partir de Europa, contra otra na-
cin europea.
Un golpe que nos llega y de una direccin imprevista puede revelar, de
pronto, una nueva sensacin existencial de nuestro cuerpo, mostrrnoslo como
desconocido; no sabamos todo lo que ramos y sucede que esta sensacin bru-
tal nos vuelve sensibles, por un efecto secundario, a una dimensin y a una
figura inesperadas de nuestro mbito vivo. El golpe indirecto en el Extremo
Oriente y el golpe directo en la Antillas me hicieron atisbar, de manera confu-
sa, la existencia de un algo que estos acontecimientos podan alcanzar e in-
quietar. Me sensibiliz las conjeturas que ataan una suerte de idea virtual
de Europa de las cuales, hasta entonces no me senta portador.
Nunca pens que verdaderamente existiera una Europa. Para m aquel
nombre era acaso una expresin geogrfica. Slo por azar pensamos en las cir-
cunstancias permanentes de nuestra vida; las advertimos cuando se alteran de
pronto. Ms adelante, tendr la oportunidad de mostrar cun burda se vuelve
nuestra concepcin de la historia, cun vana y a veces tan ingenua en sus clcu-
los nuestra poltica, por esa inconsciencia de las condiciones ms simples y ms
constantes de nuestra existencia y nuestros juicios. Lleva a los hombres ms
grandes a concebir diseos que evalan por imitacin y relacionndolos a con-
venciones cuya insuficiencia no ven.
Tena, en aquel tiempo, la libertad de explorar las lagunas de mi espritu.
Me dispuse a tratar de desarrollar mi sentimiento o mi idea infusa de Europa.
Record lo poco que saba. Me hice preguntas, reabr y hoje libros.
Cre que era necesario estudiar la historia, y hasta profundizarla, para hacer-
me una idea exacta del da de hoy. Todas las cabezas preocupadas del maana
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de los pueblos lo saba se nutren de ella. Pero encontr slo una mezcla
espantosa. Bajo el nombre de Historia de Europa, no hall sino una coleccin
de crnicas paralelas que a veces se cruzaban. Ningn mtodo pareca prece-
der la seleccin de los hechos, decidir su importancia, determinar claramen-
te el objeto perseguido. Constat un nmero increble de hiptesis implcitas
y de entidades mal definidas.
Como la historia abarca la suma de acontecimientos o de estados que en el pasa -
do fueron interpretados por un testigo, la seleccin, la clasificacin, la expresin de
esos hechos conservados para nosotros, no nos son impuestas por la naturaleza
de las cosas; y aunque deberan resultar de un anlisis y de decisiones explci-
tas, casi siempre son relegadas a hbitos y formas tradicionales de pensar o de
hablar cuyo carcter accidental o arbitrario no sospechamos. Sin embargo,
sabemos que en todas las ramas del conocimiento se logra un progreso decisi-
vo cuando nociones especiales derivadas de la consideracin precisa de los
objetos mismos del saber y elaboradas para vincular directamente la observa-
cin a la operacin del pensamiento y de sta a nuestros poderes de accin
sustituyen el lenguaje ordinario, medio de primer aproximacin que nos brin-
da la educacin y el uso. Ese momento capital de definiciones y convenciones
claras y especiales que sustituyen los significados de origen confuso y estads-
tico, an no ha llegado para la historia.
En suma, aquellos libros donde busqu lo que requera para apreciar el sin-
gular efecto que algunas noticias me produjeron, apenas me brindaron un des-
orden de imgenes, smbolos y tesis del que poda deducir lo que quisiera mas
no lo que requera. Resumiendo mis impresiones, una parte de las obras hist-
ricas me dije se aplican y se reducen a colorear unas pocas escenas, en el
entendido de que estas imgenes deben colocarse en el pasado. Esta conven-
cin ha generado siempre libros hermosos y entre stos, no hay por qu distin-
guir (ya que se trata slo del placer o de la excitacin que procuran) los escri-
tos por testigos reales de los que fueron escritos por testigos imaginarios. Estas
obras pueden ser de una verdad irresistible: semejan aquellos retratos cuyos
modelos son polvo desde hace siglos y que, sin embargo, hacen que nos asom-
bremos ante el parecido. Nada, en sus efectos inmediatos sobre el lector, per-
mite distinguir, bajo la relacin de lo autntico, entre las pinturas de Tcito,
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de Michelet, de Shakespeare, de Saint-Simon o de Balzac. Podemos a volun-
tad considerarlos a todos inventores o relatores. Los prestigios del arte de escribir
nos transportan ficticiamente a las pocas que les plazcan. Es por ello que, en-
tre el cuento puro y el libro de historia pura, existen todas las gradaciones, to-
dos los matices: novelas histricas, biografas noveladas, etc. Sabemos adems
que en la historia misma aparece a veces lo sobrenatural. Interviene entonces
la personalidad del lector, por que su sentimiento admitir o rechazar ciertos
hechos, decidir qu es historia y qu no lo es.
Otra categora de historiadores elabora tratados tan bien razonados, tan sa-
gaces, tan ricos en juicios profundos sobre el hombre y sobre la evolucin de
los asuntos, que es imposible concebir que las cosas pudieron gestarse y desa-
rrollarse de otro modo.
Tales trabajos son maravillas del espritu. Sucede que nada de ello pasa a la
literatura y a la filosofa; pero debemos estar prevenidos de que las afecciones
y los colores con los que nos seducen y divierten los primeros, la causalidad ad-
mirable de la que los segundos nos convencen, dependen esencialmente de
los talentos del escritor y de la resistencia crtica del lector.
No quedara ms que disfrutar de estos hermosos frutos del arte histrico
sin que mediara objecin alguna contra su uso, si no fuera por que la poltica
se encuentra bajo su influencia. El pasado, ms o menos fantstico, o ms o
menos organizado a posteriori, acta sobre el futuro con una fuerza comparable
a la del propio presente. Los sentimientos y las ambiciones se alebrestan con
recuerdos de lecturas, con recuerdos de recuerdos, en lugar de resultar de per-
cepciones y datos actuales. El carcter real de la historia est en participar de
la historia misma. La idea del pasado slo cobra sentido y constituye un valor
para quien encuentra en s una pasin por el porvenir. El porvenir, por defini-
cin, carece de forma. La historia brinda los medios para pensarlo. Elabora pa-
ra la imaginacin un cuadro de situaciones y de catstrofes, una galera de an-
tepasados, un formulario de actas, de expresiones, de actitudes, de decisiones
ofrendadas a nuestra inestabilidad y a nuestra incertidumbre, para ayudarnos a
ser en el porvenir. Si apurados por circunstancias urgentes o penosas un hom-
bre o una asamblea se ven obligados a actuar, su deliberacin antes que ponde-
rar el estado actual de las cosas en tanto que no se ha presentado hasta ahora
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optar por consultar recuerdos imaginarios. Obedeciendo a una ley de la mni-
ma accin llammosla as opuesto a crear, a responder a la originalidad de
las circunstancias con la invencin, el pensamiento titubeante tender hacia el
automatismo, recurrir a los precedentes y se dedicar al espritu histrico que
antes que nada lo llevar a recordar, y as podr decidir sobre un caso comple-
tamente nuevo. La historia alimenta la historia.
Es probable que Luis XVI no hubiera muerto en la guillotina sin el ejemplo
de Carlos I, y que Bonaparte, si no hubiera reflexionado en la metamorfosis de
la Repblica romana en un imperio basado en el podero militar, no se hubiese
hecho emperador. Era un apasionado pero diletante lector de obras histricas;
toda su vida so con Anbal, con Csar, con Alejandro y Federico; y este hom-
bre hecho para crear, que se encontr con la posibilidad de reconstruir una
Europa poltica que el estado de los espritus, al cabo de tres siglos de des-
cubrimientos, y al salir de los cambios revolucionarios, haca posible organizar,
se perdi en las perspectivas del pasado y en las ilusiones de las grandezas
muertas. Declin en cuanto dej de sorprender. Se arruin al volverse seme-
jante a sus adversarios, al adorar a sus dolos, imitando con toda su fuerza lo
que haca su flaqueza y sustituyendo a su visin propia y directa de las cosas,
la ilusin del decorado de la poltica histrica.
En el Congreso de Berln, dominado por aquel espritu histrico que con-
fundi con un espritu realista, Bismarck no quiso considerar a Europa, se des-
interes de frica, us su genialidad, su prestigio, que lo hacan dueo del
instante, nicamente para enredar las potencias en intereses coloniales que las
enfrentaran y mantendran como rivales, celosamente divididas; no vio cuan
prxima estaba la hora en que Alemania ansiara con pasin lo que otras nacio-
nes se repartieron a instancias suyas, y que las unira contra ella, que lleg de-
masiado tarde. Pens en el maana, aunque no en un maana que nunca se
hubiere presentado.
A esta exageracin de los papeles en los recuerdos del otro, ms o menos
exactos, ms o menos significativos, corresponde a una ausencia o una insufi-
ciencia de mtodo en la eleccin, la clasificacin, la determinacin de valores
de las cosas registradas. En especial, la historia no parece tener en cuenta la es-
cala de los fenmenos que representa. Omite sealar las relaciones que deben
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existir necesariamente entre la figura y el tamao de los acontecimientos o de
la situacin que reporta; sin embargo, los nmeros y los tamaos son elemen-
tos esenciales de descripcin. No se preocupa de problemas de similitud. Es
este uno de los motivos que hace tan falaz el uso poltico de la historia. Lo que
fue posible en la escala de una ciudad de la Antigedad, no lo es en las dimen-
siones de una gran nacin; lo que fue cierto en la Europa de 1870, no lo es
cuando los intereses y los vnculos se extienden por toda la tierra. Las nocio-
nes mismas que usamos para pensar en los objetos polticos y para discurrir,
que a pesar del cambio prodigioso en el orden del tamao y del nmero de
relaciones han permanecido invariables, se han vuelto insensiblemente enga-
osas o incmodas. La palabra pueblo, por ejemplo, tuvo un sentido preciso
cuando se poda reunir a todos los habitantes de una ciudad alrededor de un
montculo, en un Campo de Marte. El crecimiento del nmero, empero, la
transicin al orden de los miles de millones, transform esta palabra en un tr-
mino monstruoso cuyo sentido depende de la oracin donde aparece, de modo
que significa a veces la totalidad indistinta y nunca presente en ninguna parte,
a veces el mayor nmero, en oposicin al nmero restringido de individuos
ms acaudalados o ms cultos...
La misma observacin es aplicable a las duraciones. Nada tan fcil como
constatar en los libros de historia la ausencia de fenmenos considerables que
la lentitud de su produccin hace imperceptibles. Escapan al historiador por-
que ningn documento los menciona expresamente. Slo un sistema preesta-
blecido de preguntas y de definiciones previas, an sin concebir, podra adver-
tirlos y tomarlos en cuenta. Un acontecimiento que se dibuja a lo largo de un
siglo no aparece en ningn diploma, en ningn volumen de memorias. As, el
inmenso y singular papel de la ciudad de Pars en la vida de Francia a partir de
la Revolucin. As, el descubrimiento de la electricidad y la conquista de la
tierra mediante sus aplicaciones. Estos acontecimientos sin igual en la historia
humana, aparecen, cuando lo hacen, menos acentuados que tal asunto ms
escnico, y sobre todo ms conforme a lo que la historia tradicional acostumbra
a relatar. La electricidad, en tiempos de Napolen, tena aproximadamente la
importancia que se le poda dar al cristianismo en tiempos de Tiberio. Poco a
poco se ha hecho evidente que esta enervacin general del mundo es rica en
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consecuencias, susceptible de alterar la vida inmediata de todos los eventos
polticos acaecidos desde Amperio hasta nosotros.
Con estos propsitos vemos en qu grado tradiciones y convenciones in-
conscientes dominan nuestro pensamiento histrico, cun poco se ha visto
influido este por el trabajo general de revisin y de reorganizacin producido
en todos los mbitos del conocimiento en los tiempos modernos. Sin duda, la
crtica histrica ha logrado grandes progresos, pero en general su papel se limi-
ta a discutir hechos y a establecer su probabilidad, sin preocuparse de su cali-
dad. Los acoge y a su vez los expresa en trminos tradicionales, que implican
ellos tambin toda una formacin histrica de conceptos, con lo cual se inmis-
cuye en la historia el desorden inicial proveniente de una infinidad de puntos
de vista y de observadores. Todo captulo de historia contiene un cierto nme-
ro de datos subjetivos y de constantes arbitrarias. El problema del historia-
dor sigue indefinido en cuanto no se conforma con establecer o refutar la exis-
tencia de un hecho interpretado por un testigo. La nocin de acontecimiento, sin
duda fundamental, no ha sido tal parece recuperada y repensada con
acierto, y esto explica por qu no se han sealado ni apreciado debidamente
relaciones de primer orden, como lo mostrar ms adelante. Mientras que en
las ciencias de la naturaleza, las muchas investigaciones que vienen hacindo-
se desde hace tres siglos, permitieron reconstruir un modo de ver, sustituyeron
la visin y la clasificacin ingenua de los objetos por sistemas de conceptos es-
pecialmente elaborados, en el orden histrico-poltico todava permanecemos
en un estado de consideracin pasiva y de observacin desordenada. El mismo
individuo que aborda la fsica o la biologa con instrumentos mentales compa-
rables a instrumentos de precisin, aborda la poltica con trminos impuros,
nociones variables, metforas ilusorias. La imagen del mundo, como se forma
y acta en las mentes polticas de diversos gneros y de diferentes grados, dista
de ser una representacin satisfactoria y metdica del momento.
Desengaado de la historia, me dediqu a pensar en la extraa condicin
en que nos hallamos casi todos, simples individuos de buena fe y de buena vo-
luntad, comprometidos desde que nacemos en un drama poltico-histrico
inextricable. Nadie entre nosotros lograra integrar, reconstituir una necesidad
del universo poltico en que se halla, recurriendo a observaciones provenientes
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de su experiencia. Los ms instruidos, los mejor ubicados pueden incluso de-
cirse, al invocar lo que saben, al compararlo con lo observado, que este saber
slo los lleva a confundir el problema poltico inmediato cuyo fin consiste en
determinar los nexos de un hombre con la masa de hombres con los que no est en con -
tacto. Quien sea sincero consigo mismo y deteste especular sobre objetos ca-
rentes de un vnculo racional con su propia experiencia, entrar, en cuanto abra
el peridico, en un mundo metafsico desordenado. Lo que lea, lo que oiga, re-
basar extraamente lo que constate o pueda constatar. Si se resumiera su im-
presin, pensara: No hay poltica sin mitos...
Luego de cerrar todos los libros escritos en ese lenguaje de convenciones
sin duda inciertas para quienes las empleaban, abr un atlas y hoje distrada-
mente este lbum de figuras del mundo. Mir y pens. Pens primero en el
grado de precisin de los mapas que tena bajo los ojos. Hall en ellos un ejem-
plo llano de lo que hace sesenta aos llambamos progreso. Un portulano de en-
tonces, un mapa del siglo XVI, y uno moderno, marcan ntidamente las etapas,
me dije...
El ojo del nio se abre por vez primera a un caos de luces y sombras, gira y
se orienta a cada instante en un conjunto de irregularidades luminosas; pero
todava nada hay en comn entre estas regiones lumnicas y las dems sensa-
ciones de su cuerpo. Sus limitados pequeos movimientos corporales le impo-
nen, por otra parte, un desorden de impresiones completamente distinto; toca,
jala, aprieta. En su ser, se va afinando el sentimiento total de su propia forma.
Por instantes definidos y progresivos, este conocimiento se organiza. El edifi-
cio de las relaciones y de las previsiones surge de los contrastes y de las secuen-
cias. El ojo, el tacto y los actos se coordinan en un cuadro con varias entradas
que forma su mundo sensible y, por fin acontecimiento capital sucede que
cierto sistema de correspondencias es necesario y suficiente para ajustar una a
una todas las sensaciones coloreadas a todas las sensaciones de la piel y de los
msculos. Mientras, las fuerzas del nio crecen y la realidad se construye como
una figura de equilibrio donde se ordenan la diversidad de las impresiones y
las consecuencias de los movimientos.
La especie humana se comport como la criatura que vive el hecho cuan-
do se anima y desarrolla en un medio, explorndolo palmo a palmo y reunien-
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do a tientas y por ensayos sucesivos, sus propiedades y dimensiones. La espe-
cie reconoci lenta e irregularmente la superficie de la tierra. Visit y represen-
t con creciente precisin sus partes, sospech y confirm su sellada convexi-
dad, evalu, explot los recursos y las reservas utilizables de la delgada capa
que contiene la vida entera...
Mayor nitidez y precisin, mayor potencia; son stos los hechos esenciales de
la historia de los tiempos modernos. Los encuentro esenciales porque tienden
a modificar al hombre mismo, y modificar la vida, sus formas de conservacin,
de difusin y de relacin, se me antoja el rasero para medir la importancia de
los hechos que deben ser retenidos y meditados. Esta consideracin transfor-
ma los juicios sobre la historia y sobre la poltica, pone de relieve desproporcio-
nes y lagunas, presencias y ausencias arbitrarias.
En este punto de mis reflexiones, me pareci que toda la aventura del
hombre hasta nuestros das deba dividirse en dos fases distintas: la primera,
comparable al periodo de estos tanteos desordenados, de estos avances y retro-
cesos en un medio informe, de estos destellos y de estos impulsos en lo ilimita-
do, es la historia del nio en el caos de sus primeras experiencias. Pero cierto
orden se instala, comienza una nueva era. Las acciones en un medio finito,
bien determinado, ntidamente delimitado, rica y potentemente vinculado, no
tienen las mismas caractersticas ni las mismas consecuencias que tuvieron en
un mundo informe y definido.
Observemos sin embargo que estos periodos no se distinguen claramente
de los hechos. Una fraccin del gnero humano vive ya en las condiciones de
la segunda fase, el resto an se mueve en la primera. Esta desigualdad genera
una parte considerable de las complicaciones actuales.
Considerando mi poca en conjunto y tomando en cuenta anotaciones an-
teriores, me esforc por distinguir slo las circunstancias ms sencillas y ms
generales, que al mismo tiempo pueden ser consideradas nuevas.
Constat entonces un acontecimiento considerable, un hecho de primer or-
den, cuya propia magnitud, evidencia, novedad, o mejor dicho, esencial singu-
laridad, hicieron imperceptible a nosotros, sus contemporneos.
Toda la tierra habitable ha sido hoy da explorada, censada, dividida entre
las naciones. Concluy la era de los terrenos baldos, de los territorios libres, de
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los lugares sin dueo, la era de la libre expansin. No hay roca que no lleve
bandera, no hay vacos en los mapas, ni regiones libres de aduanas y de leyes,
no hay tribu cuyos asuntos no generen algn expediente y que no dependa por
algn maleficio de la escritura de diversos humanistas en sus oficinas distan-
tes. Empieza el tiempo del mundo finito. Prosiguen el censo general de recursos,
la estadstica de mano de obra, el desarrollo de rganos de relacin. Qu
puede ser ms extraordinario y ms importante que este inventario, esta distri-
bucin y concatenacin de las partes del globo? Sus efectos son ya inmensos.
Una solidaridad completamente nueva, excesiva e instantnea, entre las regio-
nes y los acontecimientos es la consecuencia muy notoria ya de este hecho ma-
yor. Ahora debemos subordinar todos los fenmenos polticos a esta reciente
condicin universal; cada uno representando una obediencia o una resistencia
a los efectos de esta limitacin definitiva y de esta dependencia cada vez ms
estrecha de las acciones humanas. Las costumbres, las ambiciones, los afectos
contrados durante el curso de la historia anterior no han dejado de existir, pero
insensiblemente transportados a un medio de estructuras muy diferentes,
pierden su sentido y se vuelven motivo de esfuerzos infructuosos y de errores.
Concluido el reconocimiento total del campo de la vida humana, sucede a
este periodo de prospectiva un periodo de relacin. Las partes de un mundo fi-
nito y conocido se vinculan necesariamente cada vez ms las unas con las otras.
Empero, toda poltica, hasta ahora, ha especulado sobre el aislamiento de los
acontecimientos. La historia estaba hecha de acontecimientos localizables. Cada
perturbacin producida en un punto del globo se desarrollaba como en un
medio ilimitado; sus efectos eran nulos a una distancia suficientemente gran-
de: todo transcurra en Tokio como si Berln estuviera en el infinito. Era en-
tonces posible, inclusive razonable, prever, calcular o emprender. Haba lugar
en el mundo para una o ms polticas de importancia puntualmente definidas
y supervisadas.
Este tiempo llega a su fin. Ahora toda accin repercute por doquier en can-
tidad de intereses imprevistos, genera un tren de acontecimientos inmediatos,
un desorden de resonancia en un recinto cerrado. Los efectos de los efectos, que
eran antes imperceptibles o insignificantes en relacin con la duracin de la
vida humana y al mbito de accin del poder humano, se perciben casi de in-
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mediato a cualquier distancia, vuelven enseguida a sus causas, y se amortiguan
slo en lo imprevisto. La espera del calculador termina siempre burlada, y lo
es en cuestin de meses o de aos.
En semanas, circunstancias muy remotas transforman al amigo en enemi-
go, la victoria en derrota. Ningn razonamiento econmico es posible. Los ms
expertos se equivocan; reina la paradoja.
No hay prudencia, sabidura, ni genio que esta complejidad no ponga en
falta, porque no hay duracin, continuidad, ni causalidad reconocibles en este
universo de relaciones y contactos multiplicados. Prudencia, sabidura, geniali-
dad se identifican acaso por cierta hilacin de felices sucesos; cuando lo acci-
dental y el desorden dominan, el juego sabio o inspirado no se distingue de un
juego de azar; hasta los ms dotados se confunden.
Por ello, la nueva poltica es a la antigua lo que los breves clculos de un
agiotista, las sacudidas nerviosas de la especulacin en la plaza del mercado,
sus bruscas oscilaciones, sus reveses, sus inestables prdidas y ganancias son a
la antigua economa del padre de familia, a la atenta y pausada agregacin de
los patrimonios... Los designios largamente acompaados, los pensamientos
profundos de un Maquiavelo o de un Richelieu tendran hoy la consistencia de
un buen consejo en la Bolsa.
Este mundo limitado, y donde el nmero de conexiones entre las partes no
deja de crecer, es tambin un mundo cada vez ms equipado. Europa fund la
ciencia, sta transform la vida y multiplic la potencia de quienes la posean,
pero por su naturaleza misma result ser esencialmente transmisible; se re-
suelve necesariamente en mtodos y en recetas universales. Los medios que
les da a unos, otros pueden adquirirlos.
Y eso no es todo. Estos medios multiplican la produccin, y no slo en can-
tidad. A los objetos tradicionales del comercio se suma una multitud de obje-
tos nuevos que se desean y necesitan por contagio o imitacin. Pronto se exige
de los conocimientos necesarios para volverse aficionados y compradores de
estas novedades. Entre ellas, las armas ms recientes. Como stas se usan con-
tra ellos, se ven obligados por aadidura a adquirirla. No les cuesta ningn tra-
bajo; se pelean por surtrselas; se arrebatan la ventaja de prestarles el dinero
con el que pagarn.
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Se desvanece rpidamente la artificial desigualdad de fuerzas en que se
fund durante tres siglos el predominio europeo. Reaparece la desigualdad
fundada sobre las caractersticas estadsticas en bruto.
Asia es casi cuatro veces ms vasta que Europa. La superficie del continen-
te americano es ligeramente inferior a la de Asia. La sola poblacin de China
es al menos igual a la de Europa; la de Japn, superior a la de Alemania.
Sin embargo, dominando y descalificando la poltica europea universaliza-
da, la poltica europea local llev a los europeos a colaborar en la exportacin de
los procesos y de la maquinaria que hacan de Europa la soberana del mundo.
Los europeos se pelearon el privilegio de abrirle los ojos, instruir y armar a
pueblos inmensos, que inmovilizados en sus tradiciones, slo pedan quedarse
como estaban.
As como la difusin de la cultura en un pueblo vuelve imposible la conser-
vacin de las castas y as como las posibilidades de enriquecimiento rpido de
cualquiera por el comercio y la industria han vuelto ilusoria y caduca toda je-
rarqua social estable, lo mismo suceder con la desigualdad basada en el poder
tcnico.
En toda la historia nunca habr peor tontera que la competencia europea
en materia poltica y econmica, comparada, combinada y confrontada con la
unidad y la alianza europeas en materia cientfica. Mientras los esfuerzos de las
mejores mentes de Europa constituan un capital inmenso de saber utilizable,
perduraba la ingenua tradicin de la poltica histrica de envidia y pensamien-
tos procelosos. Este espritu de pequeos europeos entregaba, en una suerte de
traicin a quienes pensaba dominar, los mtodos y los instrumentos del poder.
La lucha por concesiones o por prstamos, por introducir maquinaria o tcni-
cos, por crear escuelas o arsenales, lucha que no hace ms que transportar a
gran distancia las disensiones occidentales, contiene fatalmente el retorno
de Europa al segundo rango que sus dimensiones le asignan, y del que la saca-
ron los trabajos y los intercambios internos de su espritu. Europa no habr te-
nido la poltica de su pensamiento.
Es intil representarse acontecimientos violentos, guerras gigantescas, in-
tervenciones a la Temudzhin, como consecuencias de esta conducta pueril y
desordenada. Basta imaginar lo peor. Consideren qu ser de Europa cuando
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existan en Asia, gracias a sus esfuerzos, dos docenas de Creusot o de Essen, de
Manchester o de Roubaix, cuando el acero, la seda, el papel, los productos qu-
micos, las telas, la cermica y lo dems se produzcan ah en cantidades aplas-
tantes, a precios invencibles, por una poblacin que es la ms sobria y nume-
rosa del mundo, y cuyo crecimiento favorece la introduccin de prcticas de
higiene.
Estas fueron mis muy sencillas reflexiones ante el atlas, cuando los dos
conflictos que mencion y tambin la oportunidad de la somera revisin que
hice entonces sobre el desarrollo metdico de Alemania, suscitaron estas inte-
rrogantes.
Los grandes sucesos ocurridos desde entonces no me han llevado a modifi-
car estas ideas elementales que slo dependen de constataciones muy fciles
y casi puramente cuantitativas. La Crisis del espritu, que escrib despus de la
paz, contiene tan solo el desarrollo de mis reflexiones hace ms de veinte aos.
El resultado inmediato de la gran guerra fue lo que tena que ser: no hizo ms
que acusar y precipitar el movimiento de decadencia de Europa. Todas estas
grandes naciones simultneamente debilitadas, las flagrantes contradicciones
internas de sus principios, el recurso desesperado de ambos partidos a los no-
europeos, comparable al recurso del extranjero que se observa en las guerras
civiles, la recproca destruccin del prestigio de las naciones occidentales me-
diante la lucha de propaganda, sin mencionar la difusin acelerada de mtodos
y medios militares ni el exterminio de las lites: tales fueron las consecuencias
para la condicin de Europa en el mundo de esta crisis que gest largamente
un sinfn de ilusiones y que deja tras de s tantos problemas, enigmas y temo-
res, una situacin ms incierta, los espritus ms confundidos, un porvenir ms
tenebroso que lo era en 1913. Exista entonces en Europa un equilibrio de
fuerzas; pero la paz de hoy slo deja pensar en una suerte de equilibrio de fla-
quezas, necesariamente ms inestable.
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