Oriana Fallaci

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Por Oriana Fallaci

M
E pides que hable, esta
vez. Me pides que rompa,
al menos esta vez, el silen-
cio por el que he optado y que,
desde hace aos, me he impuesto
para no mezclarme con las chicha-
rras. Y lo hago. Porque he sabido
que, incluso en Italia, algunos se
alegraron, como aquella tarde se
alegraron en televisin los palesti-
nos de Gaza. Victoria, victo-
ria!. Hombres, mujeres y nios.
Siempre que se pueda seguir defi-
niendo como hombre, mujer o ni-
o al que hace una cosa as.
He sabido que algunas chicharras
de lujo, polticos o supuestos po-
lticos, intelectuales o supuestos
intelectuales, amn de otros indi-
viduos que no merecen la califi-
cacin de ciudadanos, se compor-
tan sustancialmente de la misma
forma. Dicen: Les est bien em-
pleado a los americanos.
Me siento muy, muy indignada.
Indignada con una rabia fra, l-
cida y racional. Una rabia que eli-
mina cualquier atisbo de distan-
ciamiento o de indulgencia. Una
rabia que me invita a responder-
les y, sobre todo, a escupirles.
Les escupo a todos ellos. Indig-
nada como yo, la poetisa afroa-
mericana Maya Angelou, rugi
tambin: Be angry. It's good to
be angry, it's healthy (Indignaos.
Es bueno estar indignados. Es sa-
no). No s si indignarme es salu-
dable para m.
Pero s que no les sentar bien a
ellos, a los que admiran a Osama
bin Laden, a los que le expresan
comprensin, simpata o solidari-
dad. Con tu peticin se ha encen-
dido un detonante, que hace mu-
cho tiempo que quiere explotar.
Ya lo vers.
Me pides que cuente cmo he vivi-
do yo este Apocalipsis. Que escri-
ba, en suma, mi testimonio. Ah va.
Estaba en casa. Mi casa est situa-
da en el centro de Manhattan y, a
las nueve en punto, tuve la sensa-
cin de un peligro inminente que
quizs no me alcanzase, pero que
ciertamente me iba a afectar pro-
fundamente. Era la sensacin que
se siente en la guerra, durante el
combate, cuando con todos los po-
ros de tu piel sientes las balas o el
cohete que silba, estiras las orejas y
gritas al que est a tu lado:
Down! Get down! (Al suelo.
Echate al suelo!). Tard un poco en
reaccionar. No estaba ni en Viet-
nam ni en una de las numerosas y
horribles guerras que, desde la II
Guerra Mundial, han atormentado
mi vida! Estaba en Nueva York,
caramba, una maravillosa maana
de septiembre del ao 2001.
Pero la sensacin sigui apodern-
dose de m, inexplicable, y enton-
ces hice lo que no suelo hacer
nunca por la maana. Encend la
televisin. El sonido no funciona-
ba, pero la pantalla, s. Y en todos
los canales, aqu hay casi 100 ca-
nales, vea una Torre del World
Trade Center que arda como una
gigantesca cerilla. Un cortocir-
cuito? Una avioneta estrellada
contra la Torre? O un atentado te-
rrorista planeado? Casi paralizada,
permanec fija ante la pantalla y,
mientras la miraba fijamente y me
planteaba esas tres preguntas, apa-
reci un avin.
Blanco y grande.
Un avin de l-
nea. Volaba baj-
simo. Y volando
bajsimo se diri-
ga hacia la se-
gunda Torre co-
mo un bombarde-
ro que apunta a
su objetivo y se
arroja sobre l.
Entonces me di
cuenta de lo que
estaba pasando.
Me di cuenta,
porque, en ese mismo momento,
volvi la voz a mi tele, transmi-
tiendo un coro de gritos salvajes.
Realmente salvajes: Oh God,
oh, God, God, God, Gooooooo-
od!. Y el avin penetr en la se-
gunda Torre como un cuchillo que
corta un trozo de mantequilla.
TROZO DE HIELO
Eran las nueve y cuarto. Y no me
pidas que recuerde lo que sent
durante aquellos 15 minutos. No
lo s, no lo recuerdo. Era como un
trozo de hielo. Incluso mi cerebro
estaba helado. Ni siquiera recuer-
do si algunas cosas las vi sobre la
primera o sobre la segunda Torre.
La gente que, para no morir abra-
sada viva, se lanzaba por las ven-
tanas desde el piso 80 90, por
ejemplo. Rompan los cristales de
las ventanas y se lanzaban al va-
co como si se lanzasen de un
avin en paracadas, y caan len-
tamente. Agitando las piernas y
los brazos, nadando en el aire. S,
pareca que nadaban en el aire. Y
no acababan de llegar abajo. Ha-
cia el piso 30, aceleraban. Se po-
nan a gesticular, desesperados,
supongo que arrepentidos, como
si gritasen Help, help. Y quizs
lo gritasen de verdad. Por fin, ca-
an en el suelo y paf.
Mira, pensaba estar vacunada
contra todo y, esencialmente, lo
estoy. Ya nada
me sorprende. Ni
siquiera cuando
me indigno y me
irrito. Pero en la
guerra siempre vi
a gente que mue-
re asesinada.
Nunca haba vis-
to a gente que
muere matndo-
se, es decir, lan-
zndose sin para-
cadas del piso
80, 90 100.
Adems, en la
guerra siempre vi trastos que ex-
plotan en abanico. En la guerra
siempre o un gran ruido. En
cambio, las dos Torres no explo-
taron. La primera implosion y se
trag a s misma. La segunda, se
fundi, se disolvi. Por el calor
se disolvi como un trozo de
mantequilla al fuego. Y todo su-
cedi, o al menos as me pareci
a m, en medio de un silencio de
tumba. Es posible? Reinaba re-
almente ese silencio o estaba den-
tro de m?
Tengo que decirte tambin que,
en la guerra, siempre vi un nme-
ro limitado de muertes. Cada
combate, 200 300 muertos. Co-
mo mximo, 400. Como en Dak
To, en Vietnam. Y cuando termi-
n la batalla y los americanos se
pusieron a rescatar a sus heridos y
a contar a sus muertos, no poda
dar crdito a mis ojos. En la ma-
tanza de Ciudad de Mxico, aqu-
lla en la que incluso a m me hiri
una bala, recogieron al menos 800
muertos. Y, cuando creyndome
muerta, me llevaron al tanatorio,
los cadveres que haba a mi alre-
dedor me parecan un diluvio.
Pues bien, en las dos Torres tra-
bajaban casi 50.000 personas. Y
pocos tuvieron el tiempo sufi-
ciente para salir de ellas. Los as-
censores no funcionaban, obvia-
mente, y para bajar a pie desde
los ltimos pisos se tardaba una
eternidad. Siempre que se lo per-
mitiesen las llamas. Jams sabre-
mos el nmero exacto de muer-
tos. 40.000, 45.000...? Los ame-
ricanos no lo dirn jams. Para no
subrayar la intensidad de este
Apocalipsis. Para no dar una sa-
tisfaccin ms a Osama bin La-
den e incentivar otros apocalipsis.
Y adems, los dos abismos que
han absorbido a decenas de miles
de criaturas son demasiado pro-
fundos. Como mximo, los opera-
La rabia y el orgullo
EL MUNDO
www.elmundo.es
Con este extraordinario relato, Oriana Fallaci
rompe un silencio de dcadas. La ms clebre
escritora italiana vive gran parte del ao en
Manhattan totalmente aislada. Pero el destino
quiso que, el 11 de septiembre, el Apocalipsis
se abriese a poca distancia de su casa. En es-
tas pginas plasma qu sinti. Ideas fuertes.
Ideas para razonar y reflexionar.
G
A
M
M
A
rios desenterrarn trozos de
miembros esparcidos por todas
partes. Una nariz aqu y un bra-
zo, all. O una especie de barro,
que parece caf machacado, y
que es, en realidad, materia or-
gnica. Los residuos de los cuer-
pos que en un momento quedan
reducidos a polvo. El alcalde
Giuliani envi otros 10.000 sa-
cos. Pero no los utilizaron.
Qu siento por los kamikazes
que murieron con ellos? Ningn
respeto. Ninguna piedad. Ni si-
quiera piedad. Yo que, casi
siempre, termino cediendo a la
piedad. A m, los kamikazes, es
decir, los tipos que se suicidan
para matar a los dems, siempre
me parecieron antipticos, co-
menzando por los japoneses de
la II Guerra Mundial.
Slo los consider beneficiosos
para bloquear la llegada de las
tropas enemigas, prendiendo
fuego a la plvora y saltando
por los aires con la ciudad, en
Turn. Nunca los consider sol-
dados. Y mucho menos los con-
sidero mrtires o hroes, como
aullando y escupiendo saliva
me los defini Arafat en 1972,
cuando lo entrevist en Amn,
el lugar donde sus mariscales
entrenaban incluso a los terro-
ristas de la Beider-Meinhoff.
KAMIKAZES
Los considero tan slo vanido-
sos. Vanidosos que, en vez de
buscar la gloria a travs del ci-
ne, de la poltica o del deporte,
la buscan en la muerte propia y
en la de los dems. Una muerte
que, en vez del Oscar, de la pol-
trona ministerial o del ttulo de
Liga, les procurar (o eso cre-
en) admiracin. Y, en el caso de
los que rezan a Al, un lugar en
el paraso del que habla el Co-
rn: el paraso donde los hroes
gozan de las hures.
Son incluso vanidosos fsica-
mente. Tengo ante mis ojos la
fotografa de dos kamikazes de
los que hablo en mi libro Ins-
ciallah, la novela que comienza
con la destruccin de la base
americana (ms de 400 muer-
tos) y de la base francesa (ms
de 350 muertos) en Beirut. Se
haban hecho sacar esta foto an-
tes de ir a morir y, antes de diri-
girse a la muerte, haban pasado
por el peluquero. Qu buen
corte de pelo! Qu bigotes en-
gominados, qu barbas tan bien
recortadas, qu patillas tan bien
igualadas...!
Cmo me gustara poder decir-
le cuatro cosas bien dichas al
seor Arafat! Entre l y yo no
hay buen feeling. Nunca me
perdon ni las repetidas dife-
rencias de opinin que tuvimos
durante aquel encuentro ni el
juicio que hice sobre l en mi li-
bro Entrevista con la historia. Y
por mi parte, tampoco le he per-
donado nada. Ni siquiera el que
un periodista italiano, que se
present ante l imprudente-
mente diciendo que era amigo
mo, se encontrase al instante
con una pistola apuntndole al
corazn. No nos
volvimos a ver
ms. Pecado.
Porque, si lo vol-
viese a ver de
nuevo, o mejor
dicho, si me con-
cediese audien-
cia, le gritara en
las narices qui-
nes son los mrti-
res y los hroes.
Le gritara: Ilustre seor Arafat,
los mrtires son los pasajeros de
los cuatro aviones secuestrados
y transformados en bombas hu-
manas. Entre ellos, la nia de
cuatro aos que se desintegr
en el interior de la segunda To-
rre. Ilustre seor Arafat, los
mrtires son los empleados que
trabajaban en las dos Torres y
en el Pentgono. Ilustre seor
Arafat, los mrtires son los
bomberos muertos por intentar
salvarlos. Y sabe usted quines
son los hroes? Son los pasaje-
ros del vuelo que iba a estrellar-
se contra la Casa Blanca y que
se estrell en un bosque de Pen-
silvania, porque se rebelaron
contra los terroristas.
Ellos s que estn en el paraso,
ilustre seor Arafat. La desgra-
cia es que ahora sea usted el je-
fe de Estado ad perpetuum, que
se comporta como un monarca,
que visita al Papa y afirma que
el terrorismo no le gusta y man-
da condolencias a Bush. Y qui-
zs con su camalenica capaci-
dad para desmentirse, sera ca-
paz de responderme que tengo
razn. Pero cambiemos de dis-
co. Como todo el mundo sabe,
estoy muy enferma y, hablando
de Arafat, me sube la fiebre.
Prefiero hablar de la invulnera-
bilidad que muchos en Europa
atribuan a Estados Unidos.
Qu tipo de invulnerabilidad?
Cuanto ms democrtica y abier-
ta es una sociedad, ms expuesta
est al terrorismo. Cuanto ms
libre es un pas y menos gober-
nado est por un rgimen poli-
cial, ms sufre o se arriesga a su-
frir las matanzas que durante
tantos aos se produjeron en Ita-
lia, en Alemania y en otras zonas
de Europa. Y ahora tienen lugar,
agigantadas, en Norteamrica.
No en vano los pases no demo-
crticos, gober-
nados por reg-
menes policia-
les, han alberga-
do y financiado
y ayudan a los
terroristas.
Por ejemplo, la
Unin Soviti-
ca, los pases sa-
tlites de la
Unin Sovitica
y la China Popular. La Libia de
Gadafi, Irak, Irn, Siria, el L-
bano arafatiano, el propio Egip-
to, la propia Arabia Saud, el
propio Pakistn, obviamente
Afganistn y todas las regiones
musulmanas de Africa. En los
aeropuertos y en los aviones de
esos pases siempre me he sen-
tido segura. Serena como un re-
cin nacido que duerme plci-
damente. Lo nico que tema
era ser arrestada porque pona a
parir a los terroristas.
En cambio, en los aeropuertos y
en los aviones europeos siem-
pre me he sentido nerviosilla. Y
en los aeropuertos y en los
aviones americanos, realmente
nerviosa. Y en Nueva York, dos
veces ms nerviosa. En Was-
hington, no. Debo admitirlo.
Realmente no me esperaba el
avin contra el Pentgono.
A mi juicio, en suma, nunca ha
sido un problema de si, sino un
problema de cundo. Por qu
crees que el martes por la ma-
ana mi subconsciente me lo
advirti con una profunda in-
quietud y una rara sensacin de
peligro? Por qu crees que,
contrariamente a mis costum-
bres, encend el televisor? Por
qu crees que entre las tres
cuestiones que me planteaba
mientras arda la primera Torre
y la voz de mi tele no funciona-
ba, estaba la del atentado? Y
por qu crees que apenas apare-
cido en pantalla el segundo
avin lo comprend todo?
Por ser Estados Unidos el pas
ms potente del mundo, el ms
rico, el ms poderoso, el ms
moderno, cayeron casi todos en
esa insidia. A veces, incluso los
propios americanos. Y es que la
invulnerabilidad de Norteamri-
ca nace precisamente de su
fuerza, de su riqueza, de su po-
tencia, de su modernidad. Es la
habitual historia del pez que se
muerde la cola.
Nace tambin de su esencia
multitnica, de su liberalidad,
de su respeto por los ciudada-
nos y por los huspedes. Por
ejemplo, cerca de 24 millones
de americanos son rabes-mu-
sulmanes. Y cuando un Mustaf
o un Mohamed viene, por ejem-
plo de Afganistn, a visitar a un
to, nadie le prohbe apuntarse a
una escuela para aprender a pi-
lotar un 757. Nadie le prohbe
inscribirse en una universidad
(una costumbre que espero que
cambie) para estudiar qumica y
biologa, las dos ciencias nece-
sarias para desencadenar una
guerra bacteriolgica. Nadie. Ni
siquiera si el Gobierno teme
que el hijo de Al secuestre un
757 o eche un puado de bacte-
rias en el depsito de agua y de-
sencadene una hecatombe. (Di-
go si, porque, esta vez, el Go-
bierno no saba nada y el pape-
ln de la CIA y del FBI no tiene
parangn. Si fuese el presidente
de Estados Unidos los echara a
todos a patadas en el culo por
cretinos).
SIMBOLOS
Y dicho esto, volvamos al razo-
namiento inicial. Cules son
los smbolos de la fuerza, de la
riqueza, de la potencia de la mo-
dernidad americana? No son el
jazz y el rock and roll, el chicle
LA RABIA Y EL ORGULLO
POR ORI ANA FALLACI
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Estaba en casa. Mi casa
est situada en el centro
de Manhattan y, a las
nueve en punto, tuve la
sensacin de un peligro
inminente que quizs no
me alcanzase, pero que
ciertamente me iba a
afectar profundamente.
o la hamburguesa, Broadway o
Hollywood. Son sus rascacielos.
Su Pentgono. Su ciencia. Su
tecnologa. Esos rascacielos im-
presionantes, tan altos, tan be-
llos que, al alzar los ojos, casi
olvidas las pirmides y los divi-
nos palacios de nuestro pasado.
Esos aviones gigantescos, exa-
gerados, que se utilizan como en
otro tiempo se utilizaban los ve-
leros y los camiones, porque to-
do se mueve a travs de los
aviones. Todo. El correo, el pes-
cado fresco y nosotros mismos
(no olvidemos que la guerra a-
rea la inventaron ellos. O al me-
nos la guerra area desarrollada
hasta la histeria).
Ese terrible Pentgono, esa for-
taleza que da miedo slo con
mirarla. Esa ciencia omnipre-
sente y casi omnipotente. Esa
extraordinaria tecnologa que,
en pocos aos, cambi por com-
pleto nuestra vida cotidiana,
nuestra milenaria manera de co-
municarnos, comer y vivir. Y
dnde les ha golpeado el reve-
rendo Osama bin Laden? En los
rascacielos y en el Pentgono.
Cmo? Con los aviones, con la
ciencia, con la tecnologa.
By the way. Sabes qu es lo
que ms me impresiona de este
triste millonario, de este fallido
playboy que, adems de cortejar
a las princesas rubias y retozar
en los night club (como haca en
Beirut, cuando tena 20 aos), se
divierte matando a la gente en
nombre de Mahoma y de Al?
El hecho de que su desmesurado
patrimonio provenga tambin de
los beneficios de una Corpora-
tion especializada en demolicio-
nes y que l mismo sea un ex-
perto demoledor. La demolicin
es una especialidad americana.
Cuando nos vimos, te not casi
sorprendido de la heroica efica-
cia y de la admirable unidad
con la que los americanos han
afrontado este Apocalipsis.
Pues, s. A pesar de los defectos
que continuamente se le echan
en cara, y que yo misma les
echo en cara (aunque los de Eu-
ropa y, especialmente, los de
Italia son todava peores), Esta-
dos Unidos es un pas que tiene
grandes cosas que ensearnos.
A propsito de la heroica efica-
cia, djame levantar una peana
para el alcalde de Nueva York.
Ese Rudolph Giuliani al que no-
sotros, los italianos, deberemos
dar gracias de rodillas. Porque
tiene un apellido italiano y es
de origen italiano y est que-
dando como un hroe ante todo
el mundo. Es una gran, un gran-
dsimo alcalde, Rudolph Giulia-
ni. Te lo dice una que nunca es-
t contenta por nada y con na-
die, comenzando por s misma.
Es un alcalde digno de otro
grandsimo alcalde con apellido
italiano, Fiorello La Guardia, a
cuya escuela deberan ir mu-
chos de nuestros alcaldes. Ten-
dran que presentarse humilde-
mente, incluso con ceniza en la
cabeza, ante l para preguntarle:
Sor Giuliani, por favor, dga-
me cmo se hace. El no delega
sus deberes en el prjimo, no.
No pierde tiempo en tonteras ni
en medrajes personales. No se
divide entre el cargo de alcalde
y el de ministro o diputado.
(Hay alguien que me est es-
cuchando en las tres ciudades
de Stendhal, es decir, en Npo-
les, en Florencia y en Roma?).
Lleg instantes despus de la
catstrofe, entr en el segundo
rascacielos y corri el peligro
de transformarse en cenizas co-
mo los dems. Se salv por los
pelos y por casualidad. Y al ca-
bo de cuatro das, volvi a po-
ner en pie la ciudad. Una ciudad
que tiene nueve millones y me-
dio de habitantes y casi dos slo
en Manhattan. Cmo lo hizo, no
lo s. Est enfermo, como yo, el
pobre. El cncer que va y viene,
le ha mordido tambin a l. Y,
como yo, hace como si estuvie-
se sano y sigue trabajando. Pero
yo trabajo en una mesa, caram-
ba, y sentada.
El, en cambio... Pareca un ge-
neral de sos que participan di-
rectamente en la batalla. Un
soldado que se lanza al ataque
con la bayoneta calada. Ade-
lante, vamos, vamos, arriba. Va-
mos a salir de esto lo ms pron-
to posible. Pero poda hacer
eso, porque la gente era, es, co-
mo l. Gente sin vanidad y sin
pereza, habra dicho mi padre, y
con cojones. En cuanto a la ad-
mirable capacidad de unirse, a
la forma de cerrar filas de una
manera casi marcial con la que
los estadounidenses responden
a las desgracias y al enemigo,
pues, tengo que decirte que me
ha sorprendido incluso a m.
Saba, s, que esa capacidad ha-
ba explotado en los tiempos de
Pearl Harbor, cuando el pueblo
se fundi en torno a Roosevelt y
Roosevelt entr en guerra contra
la Alemania de Hitler, la Italia
de Mussolini y el Japn de Hiro
Hito. La haba advertido, s, des-
pus del asesinato de Kennedy.
Pero despus de todo esto, haba
venido la Guerra de Vietnam, la
lacerante divisin ocasionada
por la Guerra de Vietnam y, en
cierto sentido, esa guerra me ha-
ba recordado su Guerra Civil de
hace siglo y medio.
Por eso, cuando vi a blancos y
negros llorar abrazados, y digo
bien abrazados, cuando vi a de-
mcratas y republicanos cantar
abrazados God bless America,
cuando les vi olvidarse de todas
sus diferencias, me qued de pie-
dra. Lo mismo me pas cuando
o a Bill Clinton (una persona ha-
cia la cual nunca sent ternura al-
guna) declarar: Apretmonos en
torno a Bush, tened confianza en
nuestro presidente. Y lo mismo
me pas cuando esas mismas pa-
labras fueron repetidas con fuerza
por su mujer, Hillary, ahora sena-
dora por el estado de Nueva
York. Y cuando fueron reiteradas
por Lieberman, el ex candidato
demcrata a la Vicepresidencia
(slo el desaparecido Al Gore
permaneci esculidamente ca-
llado). Y cuando el Congreso vo-
t por unanimidad aceptar la gue-
rra y castigar a los responsables.
Ojal Italia aprendiese esta lec-
cin! Est tan dividida nuestra
Italia. Es un pas tan lleno de
facciones y tan envenenado por
sus mezquindades tribales! En
Italia, se odian incluso en el seno
del mismo partido. No consiguen
estar juntos ni siquiera cuando
tienen el mismo emblema, el
mismo distintivo. Celosos, llenos
de bilis, vanidosos y mezquinos,
slo piensan en sus propios inte-
reses personales. En la propia ca-
rrera, en la propia gloria, en la
propia popularidad de periferia.
Por los propios intereses perso-
nales se desprecian, se traicio-
nan, se acusan y se escupen...
Estoy absolutamente convenci-
da de que, si Osama bin Laden
hiciese saltar por los aires la To-
rre de Giotto o la Torre de Pisa,
la oposicin le echara la culpa
al Gobierno. Y el Gobierno se la
echara a la oposicin. Y los je-
fecillos del Gobierno y de la
LA RABIA Y EL ORGULLO
E
P
A
POR ORI ANA FALLACI
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oposicin se las echaran a sus
propios compaeros y camara-
das de partido. Y dicho esto, d-
jame que te explique de dnde
nace la capacidad de unirse que
caracteriza a los americanos.
Nace de su patriotismo. No s si
en Italia habis visto y entendi-
do qu pas en Nueva York
cuando Bush fue a dar las gra-
cias a los operarios (y opera-
rias) que excavan entre los es-
combros de las dos Torres in-
tentando encontrar algn super-
viviente y slo extraen narices y
dedos. Y sin embargo, no ce-
den. Sin resignarse y si les pre-
guntas cmo lo hacen, te res-
ponden: I can allow myself to
be exhausted, not to be defea-
ted (Puedo permitirme estar
exhausto, pero no estar derrota-
do). Todos. Jvenes, jovencsi-
mos, viejos y de mediana edad.
Blancos, negros, amarillos, ma-
rrones y violetas...
Los habis visto o no? Mientras
Bush les daba las gracias, ellos
no paraban de agitar sus banderi-
tas americanas, levantar el puo
cerrado y rugir: USA, USA,
USA. En un pas totalitario, ha-
bra pensado: Qu bien se lo
ha montado el poder!. En Nor-
teamrica, no. En Estados Uni-
dos, estas cosas no se organizan.
No se manipulan ni se ordenan.
Especialmente en una metrpoli
desencantada como Nueva York
y con operarios como los opera-
rios de Nueva York.
Son grandes tipos los operarios
de Nueva York. Ms libres que
el viento. No se les puede mani-
pular. No obedecen ni a sus sin-
dicatos. Pero si le tocas la ban-
dera, si le tocas la patria... En in-
gls, no existe la palabra patria.
Para decir patria hay que unir
dos palabras. Father Land, Tierra
de los Padres. Mother Land, Tie-
rra Madre. Native Land, Tierra
Nativa. O decir simplemente My
country, mi pas. Pero s existe el
sustantivo patriotismo. Y excep-
tuando Francia, no me imagino
un pas ms patritico que Esta-
dos Unidos. Me emocion tanto
viendo a esos operarios apretan-
do el puo y enarbolando las
banderitas mientras rugan USA,
USA, USA, sin que nadie se lo
mandase!
HUMILLACION
Y sent tambin una especie de
humillacin. Porque no me pue-
do imaginar a los operarios ita-
lianos enarbolando la bandera
tricolor y rugiendo Italia, Italia,
Italia. En las manifestaciones y
en los comicios he visto enarbo-
lar muchas banderas rojas. Ros
y lagos de banderas rojas. Pero
siempre he visto enarbolar muy
pocas banderas tricolores. Mal
dirigidos o tiranizados por una
izquierda arrogante y devota de
la Unin Sovitica, las banderas
tricolores se las han dejado
siempre a los adversarios. Y
tengo que decir que tampoco
los adversarios han hecho muy
buen uso de ella, pero, al menos
no la han despreciado, gracias a
Dios. Y lo mismo digo de los
que van a misa.
En cuanto al patn con la camisa
verde y la corbata verde, ni si-
quiera sabe cules son los colo-
res de la tricolor y estara encan-
tado de retrotraernos a la guerra
entre Florencia y Siena. Resulta-
do: hoy, la bandera italiana se ve
slo en las Olimpiadas, si, por
casualidad, se gana una medalla.
Peor an: se ve slo en los esta-
dios, cuando hay un partido de
ftbol internacional. Unica oca-
sin, tambin, en la que se puede
or el grito de Italia, Italia.
Hay, pues, una gran diferencia
entre un pas en el que la bandera
de la patria es enarbolada por los
gamberros en los estadios, y un
pas en el que la enarbola el pue-
blo entero. Por ejemplo, los ope-
rarios irreductibles que excavan
entre las ruinas para sacar alguna
oreja o alguna nariz de las criatu-
ras masacradas por los hijos de
Al. O para recoger esa especie
de caf molido, que es lo nico
que queda de los fallecidos.
El hecho es que Amrica es un
pas especial, mi querido amigo.
Un pas al que hay que envidiar,
del que hay que estar celosos,
por cosas que nada tienen que
ver con su riqueza, etc. Es un
pas envidiable porque ha naci-
do de una necesidad del alma, la
necesidad de tener una patria, y
de la idea ms sublime que el
hombre haya concebido jams:
la idea de la libertad, o de la li-
bertad esposada con la idea de
la igualdad. Es un pas envidia-
ble porque, en aquella poca, la
idea de libertad no estaba de
moda. Y mucho menos, la de
igualdad. Slo hablaban de ellas
algunos filsofos llamados ilus-
trados. Estos conceptos slo se
encontraban en un carsimo li-
braco llamado Enciclopedia.
Y aparte de los escritores y de-
ms intelectuales, aparte de los
prncipes y de los seores que
tenan dinero para comprar el li-
braco o los libros que haban
inspirado el libraco, quin sa-
ba algo de la Ilustracin? No
era algo que se pudiese comer
la Ilustracin! Ni siquiera ha-
blaban de la libertad y de la
igualdad los revolucionarios de
la Revolucin Francesa, dado
que dicha Revolucin comenz
en 1789, es decir, 13 aos des-
pus de la Revolucin America-
na, que comenz en 1776. (Otra
particularidad que ignoran o
fingen olvidar los del qu bien
empleado les est a los america-
nos. Raza de hipcritas!).
Es un pas especial, un pas en-
vidiable, adems, porque aque-
lla idea es entendida y asumida
por ciudadanos a menudo anal-
fabetos o con poca instruccin.
Los ciudadanos de las colonias
americanas. Y porque es mate-
rializada por un pequeo grupo
de lderes extraordinarios, por
hombres de una gran cultura y
de una gran calidad. The Foun-
ding Fathers, los Padres Funda-
dores, los Benjamin Franklin,
los Thomas Jefferson, los Tho-
mas Paine, los John Adams, los
George Washington, etc. Gente
muy distinta de los abogadu-
chos (como justamente los lla-
maba Vittorio Alfieri) de la Re-
volucin Francesa! Gente muy
diferente de los sombros e his-
tricos verdugos del Terror, los
Marat, los Danton, los Saint
Just y los Robespierre!
Los Padres Fundadores eran ti-
pos que conocan el griego y el
latn como nunca lo conocern
los profesores italianos de griego
y latn (si es que existen todava).
Tipos que en griego haban ledo
a Aristteles y a Platn y que, en
latn, se haban ledo a Sneca y
a Cicern. Y que se haban estu-
diado los principios de la demo-
cracia griega ms que los mar-
xistas de mi poca estudiaban la
teora de la plusvala (si es que
realmente se la estudiaban).
Jefferson conoca incluso el ita-
liano (le llamaba toscano). En
italiano hablaba y lea con gran
facilidad. De hecho, junto con
las 2.000 vides, los 1.000 olivos
y los cuadernos de msica que
escaseaban en Virginia, el flo-
rentino Filippo Mazzei, en
1774, le llev varias copias de
un libro escrito por un tal Cesa-
re Beccaria titulado De los deli-
tos y de las penas.
Por su parte, el autodidacta
Franklyn era un genio. Cientfico,
impresor, editor, escritor, periodis-
ta, poltico e inventor. En 1752,
LA RABIA Y EL ORGULLO
POR ORI ANA FALLACI
4 www.elmundo.es
descubri la naturaleza elctrica
del rayo e invent el pararrayos.
Casi nada. Con estos lderes ex-
traordinarios, con estos hombres
de gran calidad, en 1776, los ciu-
dadanos, a menudo analfabetos o
poco instruidos, se rebelaron con-
tra Inglaterra. Hicieron la Guerra
de la Independencia y la Revolu-
cin Americana.
LIBERTAD E IGUALDAD
Y a pesar de los fusiles y de la
plvora, a pesar de los muertos
que conlleva toda guerra, no hi-
cieron una guerra con los ros
de sangre de la futura Revolu-
cin Francesa. No la hicieron
con la guillotina ni con las ma-
tanzas de La Vende. La hicie-
ron con un pergamino que, jun-
to a la necesidad del alma (la
necesidad de tener una patria),
concretaba la sublime idea de la
libertad o de la libertad esposa-
da con la igualdad. La Declara-
cin de la Independencia.
We hold these truths to be self-
evident... Consideramos eviden-
te esta realidad. Que todos los
hombres son creados iguales.
Que son dotados por el Creador
de ciertos derechos inaliena-
bles. Que, entre estos derechos,
est el derecho a la vida, a la li-
bertad y a la bsqueda de la fe-
licidad. Que para asegurar estos
derechos los hombres deben
instituir gobiernos....
Y ese pergamino, que desde la
Revolucin Francesa en adelan-
te todos hemos bien o mal co-
piado o en el que nos hemos
inspirado, constituye todava la
espina dorsal de Estados Uni-
dos. La linfa vital de esta na-
cin. Sabes por qu? Porque
transforma a los sbditos en
ciudadanos. Porque transforma
a la plebe en pueblo. Porque la
invita o la exige a gobernarse,
expresar su propia individuali-
dad, buscar su propia felicidad.
Todo lo contrario de lo que haca
el comunismo, prohibiendo a la
gente rebelarse, gobernarse, ex-
presarse y colocando a Su Majes-
tad el Estado en el trono que an-
tes haban ocupado los reyes. El
comunismo es un rgimen mo-
nrquico, una monarqua de viejo
cuo. Por eso, le corta los cojo-
nes a los hombres. Y cuando a un
hombre se le cortan los cojones,
ya no es un hombre, deca mi
padre. Deca tambin que, en vez
de rescatar a la plebe, el comunis-
mo converta a todos en plebe y
mataba a todos de hambre.
A mi juicio, Estados Unidos res-
cata a la plebe. Son todos plebe-
yos en Norteamrica. Blancos,
negros, amarillos, marrones,
violetas, estpidos, inteligentes,
pobres y ricos. Incluso los ms
plebeyos son precisamente los
ricos. En la mayora de los ca-
sos, son maleducados y grose-
ros. Se ve rpidamente que no
son nada refinados y que no se
apaan con el buen gusto o la
sofisticacin. A pesar del dinero
que se gastan en vestirse, por
ejemplo, son tan poco elegantes
que, a su lado, la reina de Ingla-
terra parece chic. Pero estn res-
catados. Y en este mundo no
hay nada ms fuerte y ms po-
tente que la plebe rescatada. Te
rompes siempre los cuernos
contra la plebe rescatada.
Y contra Estados Unidos se han
roto siempre todos los cuernos.
Ingleses, alemanes, mexicanos,
rusos, nazis, fascistas y comunis-
tas. Por ltimo se los han roto in-
cluso los vietnamitas que, des-
pus de su victoria, han tenido
que pactar con ellos, de tal forma
que, cuando un ex presidente de
Estados Unidos va a hacerles una
visita, tocan el cielo con un dedo.
Bienvenido seor presidente,
bienvenido seor presidente.
Con los hijos de
Al el conflicto
ser duro. Muy
duro y muy largo.
A no ser que el
resto de Occiden-
te decida ayudar,
razone un poco y
les eche una ma-
no.
No estoy hablando, como es ob-
vio, a las hienas que se relamen
viendo las imgenes de las ma-
tanzas y se burlan diciendo
qu bien les est a los ameri-
canos. Estoy hablando a las
personas que, sin ser estpidas
ni tontas, estn sumidas todava
en la prudencia y en la duda. Y
a esas les digo: Despertaos, por
favor, despertaos de una vez!
Intimidados como estis por el
miedo de ir a contracorriente, es
decir de parecer racistas (pala-
bra totalmente inapropiada, por-
que el discurso no es sobre una
raza, sino sobre una religin),
no os dais cuenta o no queris
daros cuenta de que estamos an-
te una cruzada al revs.
Habituados como estis al doble
juego, afectados como estis por
la miopa, no entendis o no que-
ris entender que estamos ante
una guerra de religin. Querida y
declarada por una franja del Is-
lam, pero, en cualquier caso, una
guerra de religin. Una guerra
que ellos llaman yihad. Guerra
santa. Una guerra que no mira a
la conquista de nuestro territorio,
quizs, pero que ciertamente mira
a la conquista de nuestra libertad
y de nuestra civilizacin. Al ani-
quilamiento de nuestra forma de
vivir y de morir, de nuestra forma
de rezar o de no rezar, de nuestra
manera de comer, beber, vestir-
nos, divertirnos o informarnos...
No entendis o no queris en-
tender que si no nos oponemos,
si no nos defendemos, si no lu-
chamos, la yihad vencer. Y
destruir el mundo que, bien o
mal, hemos conseguido cons-
truir, cambiar, mejorar, hacer un
poco ms inteligente, menos hi-
pcrita e, incluso, nada hipcri-
ta. Y con la destruccin de
nuestro mundo destruir nuestra
cultura, nuestro arte, nuestra
ciencia, nuestra moral, nuestros
valores y nuestros placeres...
Por Jesucristo!
No os dais
cuenta de que los
Osama bin Laden
se creen autoriza-
dos a mataros a
vosotros y a
vuestros hijos,
porque bebis vi-
no o cerveza, porque no llevis
barba larga o chador, porque vais
al teatro y al cine, porque escu-
chis msica y cantis canciones,
porque bailis en las discotecas o
en vuestras casas, porque veis la
televisin, porque vests minifal-
da o pantalones cortos, porque
estis desnudos o casi en el mar
o en las piscinas y porque hacis
el amor cuando os parece, donde
os parece y con quien os parece?
No os importa nada de esto, es-
tpidos? Yo soy atea, gracias a
Dios. Pero no tengo intencin al-
guna de dejarme matar por serlo.
Lo vengo diciendo desde hace
20 aos. Desde hace 20 aos.
Con cierta moderacin, pero
con la misma pasin, hace 20
aos escrib sobre este asunto un
artculo de fondo en el Corriere
della Sera. Era el artculo de una
persona acostumbrada a estar
con todas las razas y todos los
credos, de una ciudadana acos-
tumbrada a combatir contra to-
dos los fascismos y todas las in-
tolerancias, de una laica sin ta-
bes. Pero era tambin el artcu-
lo de una persona indignada con
los que no olan el tufo de una
guerra santa que se acercaba y
contra los que les perdonaban
demasiado a los hijos de Al.
CULTURA
Haca en dicho artculo un razo-
namiento que sonaba, ms o
menos, as, hace 20 aos: Qu
sentido tiene respetar a quien no
nos respeta? Qu sentido tiene
defender su cultura o su presun-
ta cultura, cuando ellos despre-
cian la nuestra? Yo quiero
defender nuestra cultura y les
informo que Dante Alighieri me
gusta ms que Omar Khayan.
Se abrieron los cielos. Me cru-
cificaron. Racista, racista!.
Fueron los propios progresistas
(en aquella poca se llamaban
comunistas) los que me crucifi-
caron. El mismo insulto me lo
dedicaron cuando los soviticos
invadieron Afganistn. Recuer-
dan a aquellos barbudos con so-
tana y turbante que antes de dis-
parar los morteros, elevaban pre-
ces al Seor? Allah akbar!
Allah akbar!. Yo los recuerdo
perfectamente. Y al ver unir la
palabra de Dios a los golpes de
mortero, me pona malita. Me
pareca estar en el medievo y de-
ca: Los soviticos son lo que
son. Pero hay que admitir que,
haciendo esta guerra, nos estn
protegiendo incluso a nosotros.
Y les doy las gracias. Se vol-
vieron a abrir los cielos. Ra-
cista, racista!. En su ceguera ni
siquiera queran orme hablar de
las atrocidades que los hijos de
Al cometan con los militares a
los que hacan prisioneros. (Les
cortaban los brazos y las piernas,
recuerdan? Un pequeo vicio al
LA RABIA Y EL ORGULLO
POR ORI ANA FALLACI
5 www.elmundo.es
No entendis o no queris
entender que estamos ante
una guerra de religin.
Querida y declarada por
una franja del Islam, pero,
en cualquier caso, una
guerra de religin.
que se haban dedicado ya en el
Lbano con los prisioneros cris-
tianos y hebreos).
No queran que lo contase. Y
para hacerse los progresistas
aplaudan a los estadounidenses
que acongojados por el miedo a
la Unin Sovitica llenaban de
armas al heroico pueblo afgano.
Entrenaban a los barbudos, y
con los barbudos al barbudsimo
Osama bin Laden. Fuera los ru-
sos de Afganistn! Los rusos
tienen que salir de Afganistn!
Pues bien, los rusos se fueron
de Afganistn. Contentos? Pe-
ro desde Afganistn los barbu-
dos del barbudsimo Osama bin
Laden llegaron a Nueva York
con los barbudos sirios, egip-
cios, iraques, libaneses, palesti-
nos y saudes que componan la
banda de los 19 kamikazes
identificados Contentos? Peor
an. Ahora, aqu, se discute del
prximo ataque que nos golpea-
r con armas qumicas, biolgi-
cas, radiactivas y nucleares. Se
dice que la nueva catstrofe es
inevitable, porque Irak les pro-
porciona los materiales. Se ha-
bla de vacunacin, de mscaras
de gas, de peste. Hay quien se
est preguntando ya cundo
tendr lugar... Contentos?
Algunos no estn ni contentos
ni descontentos. Se muestran
indiferentes. Norteamrica est
muy lejos y entre Europa y
Amrica hay un ocano... Pues
no, queridos mos. No. El oca-
no no es ms que un hilo de
agua. Porque cuando est en
juego el destino de Occidente,
la supervivencia de nuestra ci-
vilizacin, Nueva York somos
todos nosotros.
Amrica somos todos. Los italia-
nos, los franceses, los ingleses,
los alemanes, los austriacos, los
hngaros, los eslovacos, los pola-
cos, los escandinavos, los belgas,
los espaoles, los griegos, los
portugueses. Si se hunde Amri-
ca, se hunde Europa. Si se hunde
Occidente, nos hundimos todos.
Y no slo en sentido financiero,
es decir en el sentido que me pa-
rece que es el que ms os preocu-
pa. (Una vez, cuando era joven e
ingenua, le dije a Arthur Miller:
Los americanos miden todo por
el dinero, slo piensan en el dine-
ro. Y Arthur Miller me contest:
Ustedes no?).
Nos hundimos en todos los sen-
tidos, querido amigo. Y en el
lugar de campanas, encontrare-
mos muecines, en vez de mini-
faldas, el chador, en vez de co-
ac, leche de camello. No en-
tendis ni esto, ni siquiera esto?
Blair lo ha entendido. Vino aqu
y le renov a Bush la solidari-
dad de los britnicos. No una
solidaridad de pacotilla, sino
una solidaridad basada en la ca-
za a los terroristas y en la alian-
za militar. Chirac, no. Como sa-
bes, hace dos semanas estuvo
aqu en visita oficial.
Una visita prevista desde hace
tiempo, no una visita ad hoc.
Vio las masacres de las dos To-
rres, supo que los muertos son
un nmero incalculable e, inclu-
so, inconfesable, pero no se
conmovi. Durante una entre-
vista en la CNN, mi amiga Ch-
ristiane Amanpour le pregunt
ms de cuatro veces de qu for-
ma y en qu medida pensaba lu-
char contra esta yihad y, las
cuatro veces, Chirac evit dar
una respuesta. Se escurri como
una anguila. Me daban ganas de
gritarle: Monsieur le Presi-
dent, recuerda el desembarco
en Normanda? Sabe cuntos
americanos murieron en Nor-
manda para expulsar a los ale-
manes de Francia?.
Excepto Blair, en el resto de los
dems lderes europeos veo po-
cos Ricardos Corazn de Len.
Y mucho menos en Italia, don-
de el Gobierno no ha descubier-
to ni arrestado a ningn cmpli-
ce de Osama bin Laden. Por
Dios, seor Cavaliere, por
Dios! A pesar del temor de la
guerra, en todos los pases de
Europa han sido descubiertos y
arrestados algunos cmplices de
Osama bin Laden. En Francia,
en Alemania, en el Reino Uni-
do, en Espaa... Pero en Italia,
donde las mezquitas de Miln,
de Turn y de Roma estn reple-
tas de bellacos que aplauden a
Osama bin Laden, de terroristas
que esperan hacer saltar por los
aires la Cpula de San Pedro,
ninguno. Cero. Nada. Ninguno.
Explquemelo, seor Cavaliere.
Es que son tan incapaces sus
policas y sus carabineros?
Son tan ineptos sus servicios
secretos? Son tan estpidos
sus funcionarios? Es que todos
los musulmanes de Italia son
unos santos? Es que ninguno
de los hijos de Al que hospe-
damos tiene nada que ver con lo
que ha sucedido y est suce-
diendo? O es que por investi-
gar, por descubrir y por arrestar
a los que hasta hoy no ha descu-
bierto ni ha detenido, teme que
le canten la cantinela habitual
de racista, racista? Ya ve que yo
no.
Por Jesucristo! No le niego a
nadie el derecho a tener miedo.
El que no tiene miedo a la gue-
rra es un cretino. Y el que quie-
re hacer creer que no tiene mie-
do a la guerra, tal y como he es-
crito mil veces, es un cretino y
un estpido a la vez. Pero en la
vida y en la historia hay casos
en los que no es lcito tener
miedo. Casos en los que tener
miedo es inmoral e incivil. Y
los que, por debilidad o falta de
coraje o por estar acostumbra-
dos a tener el pie en dos estri-
bos se sustraen a esta tragedia, a
m me parecen masoquistas. I
LA RABIA Y EL ORGULLO
POR ORI ANA FALLACI
6 www.elmundo.es
Los hijos de Al
En esta segunda entrega, Oriana Fallaci re-
flexiona, al hilo de su vivencia de los ata-
ques del 'Martes Negro', sobre el mundo is-
lmico y sus diferencias con la cultura occi-
dental. En cada experiencia dejo jirones de
mi alma, escribi la prestigiosa periodista
italiana hace aos. Una vez ms, es absolu-
tamente cierto.

QUE por qu quiero hacer


este discurso sobre lo que
t llamas 'contraste entre
las dos culturas'? Pues, si quieres
saberlo, porque a m me fastidia
hablar incluso de dos culturas.
Ponerlas sobre el mismo plano,
como si fuesen dos realidades
paralelas, de igual peso y de
igual medida. Porque detrs de
nuestra civilizacin estn Ho-
mero, Scrates, Platn, Aristte-
les y Fidias, entre otros muchos.
Est la antigua Grecia con su
Partenn y su descubrimiento de
la Democracia. Est la antigua
Roma con su grandeza, sus le-
yes y su concepcin de la Ley.
Con su escultura, su literatura y
su arquitectura. Sus palacios y
sus anfiteatros, sus acueductos,
sus puentes y sus calzadas.
Est un revolucionario, aquel
Cristo muerto en la cruz, que nos
ense (y hay que tener paciencia
si no lo hemos aprendido) el con-
cepto del amor y de la justicia.
Est incluso una Iglesia, que nos
LOS HIJOS DE ALA
POR ORI ANA FALLACI
7 www.elmundo.es
dio la Inquisicin, de acuerdo.
Que tortur y quem 1.000 veces
en la hoguera, de acuerdo. Que
nos oprimi durante siglos, que
durante siglos nos oblig slo a
esculpir y a pintar cristos y vrge-
nes, y que casi asesina a Galileo
Galilei. Pero tambin contribuy
decisivamente a la Historia del
Pensamiento, s o no?
Y, adems, detrs de nuestra ci-
vilizacin est el Renacimiento.
Estn Leonardo da Vinci, Mi-
guel Angel, Rafael o la msica
de Bach, Mozart y Beethoven.
Con Rossini, Donizetti, Verdi
and company. Esa msica sin la
cual no sabemos vivir y que en
su cultura, o en su supuesta cul-
tura, est prohibida. Pobre de ti
si tarareas una cancioncilla o
los coros de Nabucco.
Y por ltimo est la ciencia. Una
ciencia que ha descubierto mu-
chas enfermedades y las cura.
Yo sigo viva, por ahora, gracias
a nuestra ciencia, no a la de Ma-
homa. Una ciencia que ha inven-
tado mquinas maravillosas. El
tren, el coche, el avin, las naves
espaciales con las que hemos ido
a la Luna y quizs pronto vaya-
mos a Marte. Una ciencia que ha
cambiado la faz de este planeta
con la electricidad, la radio, el
telfono, la televisin... Por cier-
to, es verdad que los santones
de la izquierda no quieren decir
todo esto que yo acabo de enu-
merar? Vlgame Dios, qu bo-
bos! No cambiarn jams. Pues
bien, hagamos ahora la pregunta
fatal: y detrs de la otra cultura,
qu hay?
Busca, busca, porque yo slo
encuentro a Mahoma con su Co-
rn y a Averroes con sus mritos
de estudioso (los comentarios
sobre Aristteles, etc.), al que
Arafat encasqueta el honor de
haber creado incluso los nme-
ros y las matemticas. De nuevo
chillndome en la cara, de nue-
vo cubrindome de pollos, en
1972, me dijo que su cultura era
superior a la ma, muy superior
a la ma, porque sus antepasados
haban inventado los nmeros y
las matemticas.
MEMORIA
Pero Arafat tiene poca memoria.
Por eso cambia de idea y se des-
miente cada cinco minutos. Sus
antepasados no inventaron los
nmeros ni las matemticas. In-
ventaron la grafa de los nme-
ros, que tambin nosotros, los
infieles, utilizamos, y las mate-
mticas fueron concebidas casi
al mismo tiempo por todas las
antiguas civilizaciones. En Me-
sopotamia, en Grecia, en la In-
dia, en China, en Egipto y entre
los mayas... Sus antepasados,
ilustre seor Arafat, slo nos han
dejado unas cuantas bellas mez-
quitas y un libro con el que, des-
de hace 1.400 aos, nos rompen
las crismas mucho ms que los
cristianos nos la rompan con la
Biblia y los hebreos con la Tor.
Y ahora veamos cules son los
mritos que adornan al Corn.
Se puede hablar realmente de
mritos del Corn? Desde que
los hijos de Al casi destruyeron
Nueva York, los expertos del Is-
lam no dejan de cantarme las
alabanzas de Mahoma. Me ex-
plican que el Corn predica la
paz, la fraternidad y la justicia.
(Por lo dems, lo
dice hasta Bush,
pobre Bush. Y es
lgico que Bush
tenga que tran-
quilizar a los 24
millones de mu-
sulmanes esta-
dounidenses, con-
vencerlos de que
cuenten todo lo
que saben sobre los eventuales
parientes o amigos o conocidos
fieles de Osama bin Laden).
Pero cmo se come eso con la
historia del ojo por ojo y diente
por diente? Cmo se come con
el chador y el velo que cubre el
rostro de las musulmanas, que
hasta para poder echarle una
ojeada al prjimo esas infelices
tienen que mirar a travs de una
tupida rejilla colocada a la altu-
ra de sus ojos? Cmo se come
eso con la poligamia y con el
principio de que las mujeres de-
ben contar menos que los came-
llos, no deben ir a la escuela, no
deben hacerse fotografas, etc?
Cmo se come eso con el veto
a los alcoholes y con la pena de
muerte para el que beba? Por-
que tambin esto est en el Co-
rn. Y no me parece tan justo,
tan fraterno ni tan pacfico.
Esta es, pues, mi respuesta a tu
pregunta sobre el contraste de
las dos culturas. En el mundo
hay sitio para todos, digo yo.
En su casa, cada cual hace lo
que quiere. Y si en algunos pa-
ses las mujeres son tan estpi-
das que aceptan el chador e in-
cluso el velo con rejilla a la al-
tura de los ojos, peor para ellas.
Si son tan estpidas como para
aceptar no ir a la escuela, no ir
al doctor, no hacerse fotograf-
as, etctera, peor para ellas. Si
son tan necias como para casar-
se con un badulaque que quiere
tener cuatro mujeres, peor para
ellas. Si sus maridos son tan bo-
bos como para no beber vino ni
cerveza, dem. No ser yo quien
se lo impida. Faltara ms. He
sido educada en el concepto de
libertad y mi madre siempre de-
ca: El mundo es bello porque
es muy variado. Pero si me
pretenden imponer todas esas
cosas a m, en mi casa...
Porque la verdad es que lo pre-
tenden. Osama bin Laden afirma
que todo el pla-
neta Tierra debe
ser musulmn,
que tenemos que
convertirnos al
Islam, que por
las buenas o por
las malas l nos
har convertir,
que para eso nos
masacra y nos
seguir masacrando. Y esto no
puede gustarnos, no. Debe dar-
nos, por el contrario, razones
ms que suficientes para matarle
a l.
CRUZADA
Pero la cosa no se resuelve, ni se
termina, con la muerte de Osama
bin Laden. Porque hay ya dece-
nas de miles de Osamas bin La-
den, y no estn slo en Afganis-
tn y en los dems pases rabes.
Estn en todas partes, y los ms
aguerridos estn precisamente
en Occidente. En nuestras ciuda-
des, en nuestras calles, en nues-
tras universidades, en los labora-
torios tecnolgicos. Una tecno-
loga que cualquier idiota puede
manejar. Hace tiempo que co-
menz la cruzada. Y funciona
como un reloj suizo, sostenida
por una fe y una perfidia slo
equiparable a la fe y a la perfidia
de Torquemada cuando diriga la
Inquisicin. De hecho, es impo-
sible dialogar con ellos. Razo-
nar, impensable. Tratarlos con
indulgencia o tolerancia o espe-
ranza, un suicidio. Y el que crea
lo contrario es un iluso.
Te lo dice una que conoci bas-
tante bien ese tipo de fanatismo
en Irn, Pakistn, Bangladesh,
Arabia Saud, Kuwait, Libia,
Jordania, el Lbano y en su pro-
pia casa, es decir, en Italia. Una
que lo ha experimentado incluso
en muchos y muy variados epi-
sodios triviales y grotescos, con
los que ha tenido confirmacin
absoluta de su fanatismo. Nunca
olvidar lo que me pas en la
embajada iran de Roma, cuando
fui a pedir un visado para viajar
a Tehern, para entrevistar a Jo-
meini, y me present con las
uas pintadas de rojo. Para ellos,
signo de inmoralidad. Me trata-
ron como una prostituta a la que
hay que quemar en la hoguera.
Me queran obligar a quitarme el
esmalte. Y si no les hubiese di-
cho lo que tenan que quitarse
ellos, o incluso cortarse...
Nunca olvidar tampoco lo que
me pas en Qom, la ciudad santa
de Jomeini, donde como mujer
fui rechazada en todos los hote-
les. Para entrevistar a Jomeini
tena que ponerme un chador,
para ponerme el chador tena
que quitarme los vaqueros y pa-
ra quitarme los vaqueros quera
utilizar el coche con el que haba
viajado desde Tehern. Pero el
intrprete me lo impidi. Est
usted loca, loca de remate, hacer
una cosa as en Qom es correr el
riesgo de ser fusilada. Prefiri
llevarme al antiguo Palacio Real,
donde un guardia piadoso nos
acogi y nos dej la antigua Sala
del Trono.
De hecho, yo me senta como la
Virgen que para dar a luz al Ni-
o Jess se refugia junto a Jos
en el pesebre del asno y del
buey. Pero a un hombre y a una
mujer no casados entre s, el
Corn les prohbe estar en la
misma estancia con la puerta
cerrada y, hete aqu, que de
pronto la puerta se abri. El
mul dedicado al control de la
moralidad irrumpi gritando
vergenza, vergenza, pecado,
En su casa, cada cual
hace lo que quiere. Y si
en algunos pases las
mujeres son tan estpidas
que aceptan el chador e
incluso el velo con rejilla
a la altura de los ojos,
peor para ellas.
pecado. Y, para l, slo haba
una forma de no terminar fusi-
lados: casarnos. Firmar el acta
de matrimonio que el mul nos
restregaba en las narices.
El problema era que el intrpre-
te tena una mujer espaola, una
tal Consuelo, que no estaba dis-
puesta en absoluto a aceptar la
poligamia y, adems, yo no que-
ra casarme con nadie. Y mucho
menos con un iran con esposa
espaola y que no estaba dis-
puesta en absoluto a aceptar la
poligamia. Al mismo tiempo, no
quera morir fusilada ni perder
la entrevista con Jomeini. En
ese dilema me debata cuando...
Te res, verdad? Te parecen
tonteras. Pues, entonces, no te
cuento el final de este episodio.
Para hacerte llorar te contar el
de 12 jovencitos impuros que,
terminada la guerra de Bangla-
desh, vi ajusticiar en Dacca.
Los ajusticiaron en el estadio de
Dacca, a golpes de bayoneta en
el trax o en el vientre, ante la
presencia de 20.000 fieles que,
desde las tribunas, aplaudan en
nombre de Dios. Chillaban
Allah akbar, Allah akbar!.
Lo s, lo s, en el Coliseo, los
antiguos romanos, aquellos an-
tiguos romanos de los que mi
cultura se siente orgullosa, se
divertan viendo morir a los
cristianos como pasto de los le-
ones. Lo s, lo s, en todos los
pases de Europa, los cristianos,
aquellos cristianos a los que, a
pesar de mi atesmo, les reco-
nozco la contribucin que han
hecho a la Historia del Pensa-
miento, se divertan viendo ar-
der a los herejes. Pero, desde
entonces, ha llovido mucho.
Nos hemos vuelto ms civiliza-
dos, e incluso los hijos de Al
deberan haber comprendido
que ciertas cosas no se hacen.
Tras los 12 jovencitos impuros,
mataron a un nio que, para in-
tentar salvar al hermano conde-
nado a muerte, se haba abalan-
zado sobre los verdugos. Los
militares le rompieron la cabeza
a puntapis con sus botas. Y si
no me crees, vuelve a leer mi
crnica y la crnica de los pe-
riodistas franceses y alemanes
que, presos del terror como yo,
estaban tambin all. O mejor
an, mira las fotos que uno de
ellos consigui.
De todas formas, lo que quiero
subrayar no es esto. Lo que quie-
ro subrayar es que, concluido el
acto, los 20.000 fieles (muchas
mujeres entre ellos) abandona-
ron las tribunas y bajaron al te-
rreno de juego.
No de una forma
despavorida, no.
De una forma
ordenada y so-
lemne. Lenta-
mente compu-
sieron un cortejo
y, siempre en
nombre de Dios,
pisaron a los cadveres. Siempre
gritando Allah akbar, Allah
akbar!. Los destruyeron como a
las Torres Gemelas de Nueva
York. Los redujeron a un tapiz
sanguinolento de huesos rotos.
REHENES ESTADOUNIDENSES
Y as podra seguir hasta el infi-
nito. Podra contarte cosas nun-
ca dichas, cosas para ponerte
los pelos de punta. Sobre el
chocho de Jomeini, por ejem-
plo, que despus de la entrevis-
ta celebr una asamblea en
Qom para declarar que yo le
acusaba de cortarle los pechos a
las mujeres. De tal asamblea sa-
li un vdeo que durante meses
fue transmitido por la televisin
de Tehern, de tal forma que,
cuando al ao siguiente volv a
Tehern, fui arrestada apenas
puse el pie en el aeropuerto. Y
las pas canutas, muy canutas.
Era la poca de los rehenes es-
tadounidenses. Podra hablarte
de aquel Mujib Rahman que,
siempre en Dacca, haba orde-
nado a sus guerrilleros que me
eliminasen por ser una europea
peligrosa, y menos mal que un
coronel ingls me salv, po-
niendo su propia vida en peli-
gro. O de aquel palestino, de
nombre Habash, que me mantu-
vo durante 20 minutos con una
metralleta colocada en la sien.
Dios mo, qu gente! Los ni-
cos con los que mantuve una re-
lacin civilizada fueron el po-
bre Al Bhutto, el primer minis-
tro de Pakistn, ahorcado por
ser demasiado amigo de Occi-
dente, y el bravsimo rey de Jor-
dania, Husein. Pero esos dos
eran tan musulmanes como yo
catlica.
Pero aterricemos y veamos la
conclusin de mi razonamiento.
Una conclusin que seguro no
les gustar a muchos, dado que
defender la propia cultura, en
Italia, se est convirtiendo en
un pecado mor-
tal. Y dado que,
intimidados por
la palabra racis-
ta, impropia-
mente utilizada,
todos callan co-
mo conejos. Yo
no voy a levantar
tiendas a La Me-
ca. Yo no voy a cantar padre-
nuestros y avemaras ante la
tumba de Mahoma. Yo no voy a
hacer pip en el mrmol de sus
mezquitas ni a hacer caca a los
pies de sus minaretes.
Cuando me encuentro en sus
pases (de los que no guardo
buen recuerdo), jams olvido
que soy husped y extranjera.
Estoy atenta a no ofenderles
con costumbres, gestos o com-
portamientos que para nosotros
son normales, pero que para
ellos son inadmisibles. Los trato
con obsequioso respeto, obse-
quiosa cortesa, me disculpo si
por descuido o ignorancia in-
frinjo algunas de sus reglas o
supersticiones.
Y este grito de dolor y de indig-
nacin te lo he escrito teniendo
ante los ojos imgenes que no
siempre eran las apocalpticas
escenas con las que comenc mi
discurso. A veces, en vez de di-
chas imgenes, vea otras, para
m simblicas (y por lo tanto,
indignantes), de la gran tienda
con la que, el verano pasado, los
musulmanes somales hollaron,
ensuciaron y ultrajaron durante
tres meses la plaza del Duomo
de Florencia. Mi ciudad.
Una tienda levantada para cen-
surar, condenar e insultar al Go-
bierno italiano que les alberga-
ba, pero que no les conceda los
visados necesarios para pasear-
se por Europa y no les dejaba
introducir en Italia la horda de
sus parientes: madres, abuelos,
hermanos, hermanas, tos, tas,
primos, cuadas encinta e, in-
cluso, parientes de los parien-
tes. Una tienda situada al lado
del bello Palacio del Arzobispa-
do, en cuyas escalinatas dejaban
sus sandalias o las babuchas
que, en sus pases, alinean fuera
de las mezquitas. Y junto a las
sandalias y a las babuchas, las
botellas vacas de agua con la
que se lavaban los pies antes de
la oracin. Una tienda colocada
frente a la catedral con la cpu-
la de Brunelleschi y al lado del
Bautisterio con las puertas de
oro de Ghiberti.
Una tienda, por fin, amueblada
como un vulgar apartamento: si-
llas, mesas, chaise-longues y col-
chones para dormir y hacer el
amor, y hornos para cocer la co-
mida y apestar la plaza con el hu-
mo y con el olor. Y, gracias a la
inconsciencia del ENEL que ilu-
mina nuestras obras de arte cuan-
do quiere, luz elctrica gratis.
Gracias a una grabadora, los
gritos de un vociferante muecn
que puntualmente exhortaba a
los fieles, ensordeca a los infie-
les y tapaba el sonido de las
campanas. Y junto a todo esto,
los amarillos regueros de orina
que profanaban los mrmoles
del Bautisterio (qu asco! Tie-
nen la meada larga estos hijos
de Al! Cmo hacan para lle-
gar al objetivo, separado de la
verja de proteccin y, por lo
tanto, distante casi dos metros
de su aparato urinario?). Junto a
los regueros amarillos de orina,
el hedor de la mierda que blo-
queaba el portn de San Salva-
dor del obispo, la exquisita igle-
sia romnica (del ao 1000) que
se encuentra a la espalda de la
plaza del Duomo y que los hijos
de Al haban transformado en
un cagatorio. Lo s de primera
mano.
Lo s bien porque fui yo la que
te llam y te rogu que hablases
de ellos en el Corriere, recuer-
das? Llam tambin al alcalde,
que tuvo la amabilidad de venir
a mi casa. Me escuch y me dio
la razn: Tiene razn, toda la
razn.... Pero no hizo levantar
la tienda. Se olvid del tema o
no fue capaz de conseguirlo.
Llam incluso al ministro de
Exteriores, que era un florenti-
POR ORI ANA FALLACI
8 www.elmundo.es
LOS HIJOS DE ALA
Pero la cosa no se
resuelve, ni se termina,
con la muerte de Osama
bin Laden. Porque hay ya
decenas de miles de
Osamas bin Laden, y no
estn slo en Afganistn.
no, un florentino de esos que
hablan con acento muy florenti-
no y, por lo tanto, perfecto co-
nocedor de la situacin. Tam-
bin l me escuch. Y me dio la
razn: S, s, tiene usted toda
la razn. Pero no movi un de-
do para quitar la tienda. Y no
slo eso sino que, adems, rpi-
damente content a los hijos de
Al que orinaban en el Bautiste-
rio y cagaban en San Salvatore
del Obispo (me da la sensacin
de que de las abuelas, las ma-
dres, los hermanos y hermanas,
los tos y tas, los primos y las
cuadas encinta estn ya donde
queran estar. Es decir, en Flo-
rencia y en las dems ciudades
de Europa).
Entonces cambi de sistema.
Llam a un simptico polica
que dirige la oficina de seguri-
dad de la ciudad y le dije:
Querido agente, no soy un po-
ltico. Por eso, cuando digo que
voy a hacer una cosa, la hago.
Adems conozco la guerra y
hay ciertas cosas que me son fa-
miliares. Si maana por la ma-
ana no levantan la jodida tien-
da, la quemo. Juro por mi honor
que la quemo y que ni siquiera
un regimiento de carabineros
conseguir impedrmelo. Y por
esto que acabo de confesarle,
quiero, adems, ser arrestada,
llevada a la crcel esposada.
As termino saliendo en todos
los peridicos.
Pues bien, siendo ms inteligen-
te que todos los dems, al cabo
de pocas horas hizo levantar la
tienda. En el lugar de la tienda
qued slo una inmensa y re-
pugnante mancha de suciedad.
Toda una victoria prrica. Prrica
porque no influy para nada en
los dems estpidos que, desde
hace aos, hieren y humillan a la
que era la capital del arte, la cul-
tura y la belleza. Prrica porque
no desanim para nada a los
otros arrogantsimos huspedes
de la ciudad: a los albaneses, su-
daneses, bengales, tunecinos,
argelinos, paquistanes y nigeria-
nos, que con tanto fervor contri-
buyen al comercio de la droga y
de la prostitucin, por lo que pa-
rece no prohibido por el Corn.
S, s, estn todos donde estaban
antes de que mi polica levanta-
se la tienda. Dentro de la plaza
de los Uffizi, a los pies de la
Torre de Giotto. Delante de la
Logia de Orcagna, alrededor de
la Logia de Porcellino. Frente a
la Biblioteca Nacional, a la en-
trada de los museos. En el
Puente Viejo, donde de vez en
cuando se lan a cuchilladas o a
tiros. En todos los lugares en
los que han pretendido o conse-
guido que el municipio les fi-
nancie (s, seor, les financie).
En el atrio de la iglesia de San
Lorenzo, donde se emborrachan
con vino, cerveza y licores, raza
de hipcritas, y donde profieren
todo tipo de obscenidades a las
mujeres. (El verano pasado, en
ese atrio, me las dijeron incluso
a m, que soy ya una mujer ma-
yor. Y, como es lgico, les plan-
t cara. S, s les plant cara.
Uno sigue todava all, dolin-
dole los genitales). En medio de
las histricas calles, donde cam-
pan a sus anchas con el pretexto
de vender sus mercancas. Por
mercancas entiendo bolsos y
maletas copiadas de modelos
protegidos con sus respectivas
marcas y, por lo tanto, ilegales.
Amn de sus postales, lapice-
ros, estatuillas africanas que los
turistas ignorantes creen que
son esculturas de Bernini, o ro-
pa. (Je connais mes droits [Co-
nozco mis derechos], me espe-
t, en el Puente Viejo, uno al
que vi vender ropa).
RESIGNACION
Y si al ciudadano se le ocurre
protestar, si les responde que
esos derechos los vas a ejercer
a tu casa, se le tacha inmedia-
tamente de racista, racista.
Mucho cuidado con que un po-
lca municipal se le acerque y
le insine: Seor hijo de Al,
excelencia, no le molestara
demasiado apartarse un poquito
para dejar pasar a la gente?. Se
lo comen vivo. Lo agreden con
sus navajas. O, como mnimo,
insultan a su madre y a su pro-
genie. Racista, racista. Y la
gente lo soporta todo, resigna-
da. No reacciona ni siquiera
cuando les gritas lo que mi
abuelo gritaba durante la poca
del fascismo: No os importa
nada la dignidad? No tenis un
poco de orgullo, cabestros?.
S que eso pasa tambin en
otras ciudades. En Turn, por
ejemplo. Esa Turn que hizo
Italia y que, ahora, ya casi no
parece una ciudad italiana. Pa-
rece Argel, Dacca, Nairobi,
Damasco o Beirut. En Venecia.
Esa Venecia en la que las palo-
mas de la plaza de San Marcos
fueron sustituidas por tapetes
con la mercanca y, donde in-
cluso Otelo se sentra a dis-
gusto. En Gnova. Esa Gnova
donde los maravillosos pala-
cios que Rubens admiraba tan-
t o fueron secuest rados por
ellos y se deterioran como be-
llas mujeres violadas. En Ro-
ma. Esa Roma donde el cinis-
mo de la poltica, de la menti-
ra, de todos los colores, los
corteja con la esperanza de
consegui r su fut uro vot o y
donde los protege el mismsi-
mo Papa. (Santidad, por qu
no los acoge, en nombre del
Dios nico, en el Vaticano? A
condicin, que quede claro, de
que no ensucien incluso la Ca-
pilla Sixtina, las estatuas de
Miguel Angel y los cuadros de
Rafael).
TRABAJO
En fin, ahora soy yo la que no
entiende. No entiendo por qu a
los hijos de Al en Italia se les
llama trabajadores extranje-
ros. O mano de obra que ne-
cesitamos. No hay duda algu-
na de que algunos de ellos tra-
bajan. Los italianos se han vuel-
to unos seoritingos. Van de va-
caciones a las Seychelles y
vienen a Nueva York a comprar
ropa en Bloomingdale' s. Se
avergenzan de trabajar como
obreros y como campesinos y
no quieren que se les asocie ya
con el proletariado.
Pero aquellos de los que estoy
hablando qu trabajadores son?
Qu trabajo hacen? De qu
forma suplen la necesidad de
mano de obra que el ex proleta-
rio italiano ya no cubre? Vaga-
bundeando por la ciudad con el
pretexto de las mercancas para
vender? Zanganeando y estro-
peando nuestros monumentos?
Rezando cinco veces al da?
Adems, hay otra cosa que no
entiendo. Si realmente son tan
pobres, quin les da el dinero
para el viaje en los aviones o en
los barcos que los traen a Italia?
Quin les da los 10 millones
por cabeza (10 millones como
mnimo) necesarios para com-
prarse el billete? No se los es-
tar pagando, al menos en parte,
Osama bin Laden, con el objeti-
vo de poner en marcha una con-
quista que no es slo una con-
quista de almas, sino tambin
una conquista de territorio?
Y aunque no se lo d, esta histo-
ria no me convence. Aunque
nuestros huspedes fuesen abso-
lutamente inocentes, aunque en-
tre ellos no haya ninguno que
quiera destruir la Torre de Pisa o
la Torre de Giotto, ninguno que
quiera obligarme a llevar el cha-
dor, ninguno que quiera quemar-
me en la hoguera de una nueva
Inquisicin, su presencia me
alarma. Me produce desazn. Y
se equivoca el que se plantea es-
te fenmeno a la ligera o con op-
timismo. Se equivoca, sobre to-
do, quien compara la oleada mi-
gratoria que se est abatiendo
sobre Italia y sobre Europa con
la oleada migratoria que nos
condujo a Amrica en la segun-
da mitad del siglo XIX, incluso
a finales del XIX y comienzos
del XX. Y te digo el porqu. I
LOS HIJOS DE ALA
POR ORI ANA FALLACI
9 www.elmundo.es
MI PATRIA, MI ITALIA
POR ORI ANA FALLACI
10 www.elmundo.es
N
O hace mucho tiempo tuve
la oportunidad de captar
una frase pronunciada por
uno de los miles de presidentes
del Consejo que honraron a Italia
desde hace dcadas. Mi to
tambin fue emigrante! Recuer-
do a mi to marchar con la maleta
de tela a Amrica! O algo as.
Pues no, querido. No. No es lo
mismo. Y no lo es, por dos moti-
vos bastante sencillos.
El primero es que, en la segunda
mitad del XIX, la oleada migrato-
ria hacia Amrica no se realiz de
una forma clandestina ni por pre-
potencia de quien la efectuaba.
Fueron los americanos los que la
queran y la solicitaron. Y por me-
dio de una disposicin concreta
del Congreso. Venid, venid, que
os necesitamos. Venid y os regala-
mos un buen trozo de tierra. Los
estadounidenses han hecho inclu-
so una pelcula sobre el tema, pro-
tagonizada por Tom Cruise y Ni-
cole Kidman, cuyo final me llam
muchsimo la atencin. Se trata de
la escena en la que los desgracia-
dos corren para plantar su bande-
rita blanca en el terreno que ser
suyo, pero slo los ms jvenes y
los ms fuertes lo consiguen. Los
dems se quedan con un palmo de
narices y algunos mueren en la
carrera.
Que yo sepa, en Italia nunca hu-
bo una decisin del Parlamento
invitando o solicitando a nuestros
huspedes a abandonar sus pa-
ses. Venid, venid, que os necesi-
tamos. Si vens os regalamos una
finca en Chianti. Han llegado
aqu por propia iniciativa, con
sus malditas pateras y ante las
barbas de los policas que inten-
taban hacerles regresar. Ms que
una emigracin es, pues, una in-
vasin efectuada bajo la consigna
de la clandestinidad. Una clan-
destinidad que preocupa porque
no es una clandestinidad bonda-
dosa y dolorosa. Es una clandes-
tinidad arrogante y protegida por
el cinismo de los polticos que
cierran un ojo y, a veces, los dos
ante ella.
Nunca olvidar las asambleas
con las que los clandestinos lle-
naron las plazas de Italia, el ao
pasado, para conseguir sus per-
misos de residencia. Sus rostros
turbios y feos. Sus puos alza-
dos, amenazantes. Sus voces ai-
radas que me retrotraan al Tehe-
rn de Jomeini. No lo olvidar
jams, porque me sent vejada
por los ministros que decan:
Querramos repatriarlos, pero
no sabemos dnde se esconden.
Estpidos! En nuestras plazas
haba miles de ellos y ciertamen-
te no se escondan en absoluto.
Para repatriarlos, hubiera bastado
con ponerlos en fila, por favor,
querido seor, acomdese, y
acompaarlos a un puerto o a un
aeropuerto.
El segundo motivo, querido so-
brino del to de la maleta de tela,
lo entendera incluso un escolar
de primaria. Para exponerlo, bas-
tan un par de elementos. Uno:
Amrica es un continente. Y en
la segunda mitad del XIX, es de-
cir cuando el Congreso estadou-
nidense dio su visto bueno a la
inmigracin, dicho continente es-
taba casi despoblado. La mayora
de la poblacin se condensaba en
los estados del Este, es decir, en
los estados de la zona del Atln-
tico y en el Mid West haba toda-
va muy poca gente. Y California
estaba casi vaca. Pues bien, Ita-
lia no es un continente. Es un pa-
s muy pequeo y muy poblado.
Dos: Estados Unidos es un pas
bastante joven. Piense que la Gue-
rra de la Independencia tuvo lugar
a finales del 1700, se deduce, pues,
que apenas tiene 200 aos y se en-
tiende por qu su identidad cultural
no est todava bien definida. Ita-
lia, por el contrario, es un pas muy
viejo. Su historia tiene al menos
3.000 aos. Su identidad cultural
es, pues, muy precisa y, dejmonos
de tonteras, no est dispuesta a
prescindir de una religin que se
llama la religin catlica y de una
iglesia que se llama la Iglesia cat-
lica. La gente como yo suele decir:
No quiero tener tratos con la Igle-
sia catlica. Pero claro que los te-
nemos. Y muchos. Me guste o no.
Nac en un paisaje de iglesias, con-
ventos, cristos, vrgenes y santos.
La primera msica que o al venir
al mundo fue la msica de las
campanas. Las campanas de Santa
Mara del Fiore, cuyos taidos so-
focaba con su chchara el muecn
de la poca de la tienda. Y con esa
msica y en medio de ese paisaje
crec. Y a travs de esa msica y
de ese paisaje aprend qu es la ar-
quitectura, qu es la escultura, qu
es la pintura y qu es el arte. Y a
travs de esa iglesia (despus re-
chazada) comenc a preguntarme
qu es el Bien, qu es el Mal...
Por Dios!
Lo ves? He escrito por Dios.
Con todo mi laicismo, con todo
mi atesmo, estoy tan impregna-
da de la cultura catlica que for-
ma parte incluso de mi forma de
expresarme. Adis, gracias a
Dios, por Dios, Jess, Dios mo,
Madonna ma, qu Cristo... Estas
frases me vienen espontneas.
Tan espontneas que ni siquiera
me doy cuenta de que las pro-
nuncio o las escribo. Quieres
que te las diga todas? A pesar de
que no le haya perdonado jams
al catolicismo las infamias que
me impuso durante siglos, co-
menzando por la Inquisicin que
quemaba incluso a las abuelas,
pobres abuelas, y a pesar de que
no est en absoluto de acuerdo
con los curas y no entienda nada
de sus plegarias, me gusta tanto
la msica de las campanas... Una
msica que me acaricia el cora-
zn. Me encantan tambin esos
cristos y esas vrgenes y esos
santos pintados o esculpidos. In-
cluso tengo la mana de los ico-
nos. Me gustan tambin los con-
ventos y los monasterios. Me
proporcionan un sentido de paz
y, a veces, incluso envidio a sus
inquilinos. Y, adems, admit-
moslo: nuestras catedrales son
ms bellas que las mezquitas y
las sinagogas, s o no? Son ms
bellas tambin que las iglesias
protestantes.
RELIGIONES
Mira, el cementerio de mi familia
es un cementerio protestante.
Acoge a los muertos de todas las
religiones, pero es protestante. Y
una bisabuela ma era valdense.
Una ta abuela, evanglica. A la
bisabuela valdense no la conoc.
Pero s conoc, en cambio, a la ta
abuela evanglica. Cuando era ni-
a, me llevaba siempre a las fun-
ciones de su iglesia en Va de
Benci en Florencia y, Dios mo,
cmo me aburra... Me senta to-
talmente sola en medio de aque-
llos fieles que slo cantaban sal-
mos, con aquel cura que no era
un cura y que slo lea la Biblia,
en aquella iglesia que no me pa-
reca una iglesia y que, excepto
un pequeo plpito, slo tena un
gran crucifijo. Nada de ngeles,
ni de vrgenes, ni de incienso...
Echaba de menos incluso el olor
del incienso y me hubiera gusta-
do estar en la vecina baslica de la
Santa Cruz donde haba todas es-
tas cosas. Las cosas a las que es-
taba acostumbrada. En mi casa de
campo, en Toscana, hay una pe-
quea capilla. Est siempre cerra-
da. Desde que muri mi madre,
Mi patria, mi Italia
La escritora concluye su experiencia en los
ataques del 11 de septiembre con una refle-
xin sobre la patria. Algunas de estas cosas
tena que decirlas. Las he dicho. Ahora de-
jadme en paz. La puerta se cierra de nuevo y
no quiero volverla a abrir.
MI PATRIA, MI ITALIA
POR ORI ANA FALLACI
11 www.elmundo.es
nadie entra en ella. Pero, a veces,
yo voy a limpiarle el polvo, a
controlar que los ratones no ha-
gan all sus nidos y, a pesar de mi
educacin laica, me encuentro en
ella muy a gusto. A pesar de mi
anticlericalismo, me muevo en la
capilla como pez en el agua. Y
creo que la mayora de los italia-
nos te confesara lo mismo (A m
me lo confes Berlinguer).
Santo Dios!, (me ro), te estoy
diciendo que nosotros, los italia-
nos, no estamos en las mismas
condiciones que los estadouni-
denses: mosaico de grupos tni-
cos y religiosos, mescolanza de
1.000 culturas, abiertos a cual-
quier invasin y, al mismo tiem-
po, capaces de rechazarlas todas.
Te estoy diciendo que, precisa-
mente porque est definida desde
hace muchos siglos y es muy
precisa, nuestra identidad cultu-
ral no puede soportar una oleada
migratoria compuesta por perso-
nas que, de una u otra forma,
quieren cambiar nuestro sistema
de vida. Nuestros valores. Te es-
toy diciendo que entre nosotros
no hay cabida para los muecines,
para los minaretes, para los fal-
sos abstemios, para su jodido
medievo, para su jodido chador.
Y si lo hubiese, no se lo dara.
Porque equivaldra a echar fuera
a Dante Alighieri, a Leonardo da
Vinci, a Miguel Angel, a Rafael,
al Renacimiento, al Resurgimien-
to, a la libertad que hemos con-
quistado bien o mal, a nuestra
patria. Significara regalarles Ita-
lia. Y yo, no les regalo Italia.
Soy italiana. Se equivocan los ton-
tos que me creen ya estadouniden-
se. Nunca he pedido la ciudadana
estadounidense. Hace aos, un
embajador americano me la ofre-
ci a travs del celebrity status y,
tras haberle dado las gracias, le
respond: Sir, estoy bastante vin-
culada a Amrica. Me peleo siem-
pre con ella, le echo en cara mu-
chas cosas y, sin embargo, estoy
profundamente vinculada a ella.
Amrica es para m un amante o,
incluso, un marido al que siempre
permanecer fiel. Siempre que no
me ponga los cuernos. Me gusta
este marido. Y no me olvido ja-
ms de que si no hubiese decidido
luchar contra Hitler y contra Mus-
solini, hoy hablara alemn. No ol-
vido jams que si no le hubiese
plantado cara a la Unin Soviti-
ca, hoy hablara ruso. Le quiero
bien a mi marido y me resulta
simptico. Me encanta, por ejem-
plo, el hecho de que cuando llego
a Nueva York y entrego mi pasa-
porte con el certificado de residen-
cia, el aduanero me diga con una
gran sonrisa: Welcome home.
Me parece un gesto tan generoso y
tan afectuoso. Adems, me recuer-
da que Estados Unidos siempre ha
sido el refugium peccatorum de la
gente sin patria. Pero yo, Sir, ya
tengo una patria. Mi patria es Ita-
lia. Italia es mi ma-
dre. Sir, amo a Italia.
Y coger la ciudada-
na americana me
parecera renegar de
mi madre.
Tambin le dije que
mi lengua es el italiano, que en ita-
liano escribo y que, en ingls, me
traduzco y basta. Con el mismo es-
pritu con el que me traduzco en
francs, sintindola una lengua ex-
tranjera. Y tambin le cont que,
cuando oigo el himno nacional me
conmuevo. Que cuando escucho el
Hermanos de Italia, la Italia que
est despierta, parap, parap, para-
p se me hace un nudo en la gar-
ganta. Ni siquiera me doy cuenta
de que, como himno, es ms bien
malucho. Slo pienso: es el himno
de mi patria. Por lo dems, el nudo
en la garganta tambin se me pone
cuando contemplo la bandera blan-
ca, roja y verde que ondea al vien-
to. Forofos de los estadios aparte,
se entiende. Tengo una bandera
blanca, roja y verde del XIX. Toda
llena de manchas, de manchas de
sangre y toda roda por la polilla. Y
si bien en el centro est el escudo
saboyano (sin Cavour y sin Victor
Emmanuel II y sin Garibaldi que se
inclin ante esa insignia, no habra-
mos conseguido la Unidad de Ita-
lia), la guardo como oro en pao.
La conservo como una joya. He-
mos muerto por esta tricolor! Ahor-
cados, decapitados, fusilados. Ase-
sinados por los austriacos, por el
Papa, por el duque de Mdena, por
los Borbones. Con esta tricolor he-
mos hecho el Resurgimiento. Y la
unidad de Italia y la guerra en el
Carso y la Resistencia.
Por esta tricolor mi tatarabuelo ma-
terno, Giobatta, luch en Curtatone
y en Montanara y qued horrenda-
mente desfigurado por un trabuca-
zo austriaco. Por esta tricolor, mis
tos paternos soportaron todo tipo
de penalidades en las trincheras del
Carso. Por esta tricolor, mi padre
fue arrestado y torturado en Villa
Triste por los nazi-fascistas. Por es-
ta tricolor, toda mi familia hizo la
Resistencia. Una Resistencia que
hice incluso yo. En las filas de Jus-
ticia y Libertad, con el nombre de
guerra de Emilia. Tena 14 aos.
Cuando al ao siguiente, me dieron
el alta en el Ejrcito Italiano-Cuer-
po de Voluntarios de la Libertad,
me sent tan orgullosa. Jess y
Mara, haba si-
do un soldado
italiano! Y
cuando me in-
formaron de
que, al darme de
alta, me corres-
pondan 14.540
liras, no saba si aceptarlas o no.
Me pareca injusto aceptarlas por
haber cumplido mi deber con la pa-
tria. Pero las acept. En casa, nadie
tena zapatillas. Y con ese dinero
compramos zapatillas para m y pa-
ra mis hermanas.
Naturalmente, mi patria, mi Italia,
no es la Italia de hoy. La Italia ja-
ranera, cazurra y vulgar de los ita-
lianos que piensan slo en jubilar-
se antes de los 50 y que slo se
apasionan por las vacaciones en el
extranjero y por los partidos de
ftbol. La Italia tonta, estpida,
pusilnime de esas pequeas hie-
nas que, por estrechar la mano de
una estrella de Hollywood, vende-
ran a su propia hija a un burdel de
Beirut, pero si los kamikazes de
Osama bin Laden reducen miles
de neoyorquinos a una montaa de
cenizas que parece caf machaca-
do, dicen contentos: Les est
bien empleado a los americanos.
La Italia esculida, cobarde, sin al-
ma, de los partidos presuntuosos e
incapaces que no saben ni ganar ni
perder, pero saben como pegar los
grasientos traseros de sus represen-
tantes a las poltronas de diputados,
de ministros o de alcaldes. La Ita-
lia todava mussoliniana de los fas-
cistas negros y rojos que te indu-
cen a recordar la terrible profeca
de Ennio Flaiano: En Italia, los
fascistas se dividen en dos catego-
ras: los fascistas y los antifascis-
tas. Tampoco es la Italia de los
magistrados y de los polticos que,
ignorando la consecutio-tempo-
rum, pontifican desde las pantallas
televisivas con monstruosos erro-
res de sintaxis. Tampoco es la Ita-
lia de los jvenes que, teniendo ta-
les maestros, se ahogan en la igno-
rancia ms escandalosa, en la su-
perficialidad ms ingenua y en el
vaco ms absoluto. De ah que a
los errores de sintaxis ellos aadan
los errores de ortografa y si les
preguntas quines eran los Carbo-
narios, quines eran los liberales,
quin era Silvio Pellico, quin era
Mazzini, quin era Massimo D'A-
zeglio, quin era Cavour, quin era
Victor Emmanuel II, te miran con
la pupila cerrada y la lengua floja.
No saben nada. Como mximo, es-
tos pequeos idiotas slo saben re-
citar los nombres de los aspirantes
a terroristas en tiempos de paz y de
democracia, ondear las banderas
negras y esconder el rostro detrs
de pasamontaas. Ineptos.
Y tampoco me gusta la Italia de
las chicharras que, despus de leer
esto, me odiarn por haber escrito
la verdad. Entre un plato de espa-
guetis y otro, me maldecirn, de-
searn que sea asesinada por uno
de sus protegidos, es decir, por
Osama bin Laden. No, no. Mi Ita-
lia es una Italia ideal. Es la Italia
que soaba de muchacha, cuando
fui dada de alta del Ejrcito Italia-
no-Cuerpo de Voluntarios de la Li-
bertad, y estaba llena de ilusiones.
Una Italia seria, inteligente, digna
y valiente y, por lo tanto, merece-
dora de respeto. Y cuidado con el
que me toque a esa Italia o con el
que se ra o se burle de ella. Cui-
dado con el que me la robe o con
el que me la invada. Porque para
m es lo mismo que los que la in-
vaden sean los franceses de Napo-
len, los austriacos de Francisco
Jos, los alemanes de Hitler o los
comparsas de Osama bin Laden.
Y me da lo mismo que, para inva-
dirla, utilicen caones o pateras.
Te saludo afectuosamente, mi
querido Ferrucio, y te advierto: no
me pidas nada nunca ms. Y mu-
cho menos que participe en pol-
micas vanas. Lo que tena que de-
cir lo dije. Me lo han ordenado la
rabia y el orgullo. La conciencia
limpia y la edad me lo han permi-
tido. Pero ahora tengo que volver
al trabajo y no quiero ser molesta-
da. Punto y final. I
COPYRIGHT: CORRIERE DELLA SERA
TRADUCCIN DE JOS MANUEL VIDAL
Entre nosotros no hay
cabida para los muecines,
para los minaretes, para
los falsos abstemios, para
su jodido medievo, para
su jodido chador.

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