Oriana Fallaci
Oriana Fallaci
Oriana Fallaci
M
E pides que hable, esta
vez. Me pides que rompa,
al menos esta vez, el silen-
cio por el que he optado y que,
desde hace aos, me he impuesto
para no mezclarme con las chicha-
rras. Y lo hago. Porque he sabido
que, incluso en Italia, algunos se
alegraron, como aquella tarde se
alegraron en televisin los palesti-
nos de Gaza. Victoria, victo-
ria!. Hombres, mujeres y nios.
Siempre que se pueda seguir defi-
niendo como hombre, mujer o ni-
o al que hace una cosa as.
He sabido que algunas chicharras
de lujo, polticos o supuestos po-
lticos, intelectuales o supuestos
intelectuales, amn de otros indi-
viduos que no merecen la califi-
cacin de ciudadanos, se compor-
tan sustancialmente de la misma
forma. Dicen: Les est bien em-
pleado a los americanos.
Me siento muy, muy indignada.
Indignada con una rabia fra, l-
cida y racional. Una rabia que eli-
mina cualquier atisbo de distan-
ciamiento o de indulgencia. Una
rabia que me invita a responder-
les y, sobre todo, a escupirles.
Les escupo a todos ellos. Indig-
nada como yo, la poetisa afroa-
mericana Maya Angelou, rugi
tambin: Be angry. It's good to
be angry, it's healthy (Indignaos.
Es bueno estar indignados. Es sa-
no). No s si indignarme es salu-
dable para m.
Pero s que no les sentar bien a
ellos, a los que admiran a Osama
bin Laden, a los que le expresan
comprensin, simpata o solidari-
dad. Con tu peticin se ha encen-
dido un detonante, que hace mu-
cho tiempo que quiere explotar.
Ya lo vers.
Me pides que cuente cmo he vivi-
do yo este Apocalipsis. Que escri-
ba, en suma, mi testimonio. Ah va.
Estaba en casa. Mi casa est situa-
da en el centro de Manhattan y, a
las nueve en punto, tuve la sensa-
cin de un peligro inminente que
quizs no me alcanzase, pero que
ciertamente me iba a afectar pro-
fundamente. Era la sensacin que
se siente en la guerra, durante el
combate, cuando con todos los po-
ros de tu piel sientes las balas o el
cohete que silba, estiras las orejas y
gritas al que est a tu lado:
Down! Get down! (Al suelo.
Echate al suelo!). Tard un poco en
reaccionar. No estaba ni en Viet-
nam ni en una de las numerosas y
horribles guerras que, desde la II
Guerra Mundial, han atormentado
mi vida! Estaba en Nueva York,
caramba, una maravillosa maana
de septiembre del ao 2001.
Pero la sensacin sigui apodern-
dose de m, inexplicable, y enton-
ces hice lo que no suelo hacer
nunca por la maana. Encend la
televisin. El sonido no funciona-
ba, pero la pantalla, s. Y en todos
los canales, aqu hay casi 100 ca-
nales, vea una Torre del World
Trade Center que arda como una
gigantesca cerilla. Un cortocir-
cuito? Una avioneta estrellada
contra la Torre? O un atentado te-
rrorista planeado? Casi paralizada,
permanec fija ante la pantalla y,
mientras la miraba fijamente y me
planteaba esas tres preguntas, apa-
reci un avin.
Blanco y grande.
Un avin de l-
nea. Volaba baj-
simo. Y volando
bajsimo se diri-
ga hacia la se-
gunda Torre co-
mo un bombarde-
ro que apunta a
su objetivo y se
arroja sobre l.
Entonces me di
cuenta de lo que
estaba pasando.
Me di cuenta,
porque, en ese mismo momento,
volvi la voz a mi tele, transmi-
tiendo un coro de gritos salvajes.
Realmente salvajes: Oh God,
oh, God, God, God, Gooooooo-
od!. Y el avin penetr en la se-
gunda Torre como un cuchillo que
corta un trozo de mantequilla.
TROZO DE HIELO
Eran las nueve y cuarto. Y no me
pidas que recuerde lo que sent
durante aquellos 15 minutos. No
lo s, no lo recuerdo. Era como un
trozo de hielo. Incluso mi cerebro
estaba helado. Ni siquiera recuer-
do si algunas cosas las vi sobre la
primera o sobre la segunda Torre.
La gente que, para no morir abra-
sada viva, se lanzaba por las ven-
tanas desde el piso 80 90, por
ejemplo. Rompan los cristales de
las ventanas y se lanzaban al va-
co como si se lanzasen de un
avin en paracadas, y caan len-
tamente. Agitando las piernas y
los brazos, nadando en el aire. S,
pareca que nadaban en el aire. Y
no acababan de llegar abajo. Ha-
cia el piso 30, aceleraban. Se po-
nan a gesticular, desesperados,
supongo que arrepentidos, como
si gritasen Help, help. Y quizs
lo gritasen de verdad. Por fin, ca-
an en el suelo y paf.
Mira, pensaba estar vacunada
contra todo y, esencialmente, lo
estoy. Ya nada
me sorprende. Ni
siquiera cuando
me indigno y me
irrito. Pero en la
guerra siempre vi
a gente que mue-
re asesinada.
Nunca haba vis-
to a gente que
muere matndo-
se, es decir, lan-
zndose sin para-
cadas del piso
80, 90 100.
Adems, en la
guerra siempre vi trastos que ex-
plotan en abanico. En la guerra
siempre o un gran ruido. En
cambio, las dos Torres no explo-
taron. La primera implosion y se
trag a s misma. La segunda, se
fundi, se disolvi. Por el calor
se disolvi como un trozo de
mantequilla al fuego. Y todo su-
cedi, o al menos as me pareci
a m, en medio de un silencio de
tumba. Es posible? Reinaba re-
almente ese silencio o estaba den-
tro de m?
Tengo que decirte tambin que,
en la guerra, siempre vi un nme-
ro limitado de muertes. Cada
combate, 200 300 muertos. Co-
mo mximo, 400. Como en Dak
To, en Vietnam. Y cuando termi-
n la batalla y los americanos se
pusieron a rescatar a sus heridos y
a contar a sus muertos, no poda
dar crdito a mis ojos. En la ma-
tanza de Ciudad de Mxico, aqu-
lla en la que incluso a m me hiri
una bala, recogieron al menos 800
muertos. Y, cuando creyndome
muerta, me llevaron al tanatorio,
los cadveres que haba a mi alre-
dedor me parecan un diluvio.
Pues bien, en las dos Torres tra-
bajaban casi 50.000 personas. Y
pocos tuvieron el tiempo sufi-
ciente para salir de ellas. Los as-
censores no funcionaban, obvia-
mente, y para bajar a pie desde
los ltimos pisos se tardaba una
eternidad. Siempre que se lo per-
mitiesen las llamas. Jams sabre-
mos el nmero exacto de muer-
tos. 40.000, 45.000...? Los ame-
ricanos no lo dirn jams. Para no
subrayar la intensidad de este
Apocalipsis. Para no dar una sa-
tisfaccin ms a Osama bin La-
den e incentivar otros apocalipsis.
Y adems, los dos abismos que
han absorbido a decenas de miles
de criaturas son demasiado pro-
fundos. Como mximo, los opera-
La rabia y el orgullo
EL MUNDO
www.elmundo.es
Con este extraordinario relato, Oriana Fallaci
rompe un silencio de dcadas. La ms clebre
escritora italiana vive gran parte del ao en
Manhattan totalmente aislada. Pero el destino
quiso que, el 11 de septiembre, el Apocalipsis
se abriese a poca distancia de su casa. En es-
tas pginas plasma qu sinti. Ideas fuertes.
Ideas para razonar y reflexionar.
G
A
M
M
A
rios desenterrarn trozos de
miembros esparcidos por todas
partes. Una nariz aqu y un bra-
zo, all. O una especie de barro,
que parece caf machacado, y
que es, en realidad, materia or-
gnica. Los residuos de los cuer-
pos que en un momento quedan
reducidos a polvo. El alcalde
Giuliani envi otros 10.000 sa-
cos. Pero no los utilizaron.
Qu siento por los kamikazes
que murieron con ellos? Ningn
respeto. Ninguna piedad. Ni si-
quiera piedad. Yo que, casi
siempre, termino cediendo a la
piedad. A m, los kamikazes, es
decir, los tipos que se suicidan
para matar a los dems, siempre
me parecieron antipticos, co-
menzando por los japoneses de
la II Guerra Mundial.
Slo los consider beneficiosos
para bloquear la llegada de las
tropas enemigas, prendiendo
fuego a la plvora y saltando
por los aires con la ciudad, en
Turn. Nunca los consider sol-
dados. Y mucho menos los con-
sidero mrtires o hroes, como
aullando y escupiendo saliva
me los defini Arafat en 1972,
cuando lo entrevist en Amn,
el lugar donde sus mariscales
entrenaban incluso a los terro-
ristas de la Beider-Meinhoff.
KAMIKAZES
Los considero tan slo vanido-
sos. Vanidosos que, en vez de
buscar la gloria a travs del ci-
ne, de la poltica o del deporte,
la buscan en la muerte propia y
en la de los dems. Una muerte
que, en vez del Oscar, de la pol-
trona ministerial o del ttulo de
Liga, les procurar (o eso cre-
en) admiracin. Y, en el caso de
los que rezan a Al, un lugar en
el paraso del que habla el Co-
rn: el paraso donde los hroes
gozan de las hures.
Son incluso vanidosos fsica-
mente. Tengo ante mis ojos la
fotografa de dos kamikazes de
los que hablo en mi libro Ins-
ciallah, la novela que comienza
con la destruccin de la base
americana (ms de 400 muer-
tos) y de la base francesa (ms
de 350 muertos) en Beirut. Se
haban hecho sacar esta foto an-
tes de ir a morir y, antes de diri-
girse a la muerte, haban pasado
por el peluquero. Qu buen
corte de pelo! Qu bigotes en-
gominados, qu barbas tan bien
recortadas, qu patillas tan bien
igualadas...!
Cmo me gustara poder decir-
le cuatro cosas bien dichas al
seor Arafat! Entre l y yo no
hay buen feeling. Nunca me
perdon ni las repetidas dife-
rencias de opinin que tuvimos
durante aquel encuentro ni el
juicio que hice sobre l en mi li-
bro Entrevista con la historia. Y
por mi parte, tampoco le he per-
donado nada. Ni siquiera el que
un periodista italiano, que se
present ante l imprudente-
mente diciendo que era amigo
mo, se encontrase al instante
con una pistola apuntndole al
corazn. No nos
volvimos a ver
ms. Pecado.
Porque, si lo vol-
viese a ver de
nuevo, o mejor
dicho, si me con-
cediese audien-
cia, le gritara en
las narices qui-
nes son los mrti-
res y los hroes.
Le gritara: Ilustre seor Arafat,
los mrtires son los pasajeros de
los cuatro aviones secuestrados
y transformados en bombas hu-
manas. Entre ellos, la nia de
cuatro aos que se desintegr
en el interior de la segunda To-
rre. Ilustre seor Arafat, los
mrtires son los empleados que
trabajaban en las dos Torres y
en el Pentgono. Ilustre seor
Arafat, los mrtires son los
bomberos muertos por intentar
salvarlos. Y sabe usted quines
son los hroes? Son los pasaje-
ros del vuelo que iba a estrellar-
se contra la Casa Blanca y que
se estrell en un bosque de Pen-
silvania, porque se rebelaron
contra los terroristas.
Ellos s que estn en el paraso,
ilustre seor Arafat. La desgra-
cia es que ahora sea usted el je-
fe de Estado ad perpetuum, que
se comporta como un monarca,
que visita al Papa y afirma que
el terrorismo no le gusta y man-
da condolencias a Bush. Y qui-
zs con su camalenica capaci-
dad para desmentirse, sera ca-
paz de responderme que tengo
razn. Pero cambiemos de dis-
co. Como todo el mundo sabe,
estoy muy enferma y, hablando
de Arafat, me sube la fiebre.
Prefiero hablar de la invulnera-
bilidad que muchos en Europa
atribuan a Estados Unidos.
Qu tipo de invulnerabilidad?
Cuanto ms democrtica y abier-
ta es una sociedad, ms expuesta
est al terrorismo. Cuanto ms
libre es un pas y menos gober-
nado est por un rgimen poli-
cial, ms sufre o se arriesga a su-
frir las matanzas que durante
tantos aos se produjeron en Ita-
lia, en Alemania y en otras zonas
de Europa. Y ahora tienen lugar,
agigantadas, en Norteamrica.
No en vano los pases no demo-
crticos, gober-
nados por reg-
menes policia-
les, han alberga-
do y financiado
y ayudan a los
terroristas.
Por ejemplo, la
Unin Soviti-
ca, los pases sa-
tlites de la
Unin Sovitica
y la China Popular. La Libia de
Gadafi, Irak, Irn, Siria, el L-
bano arafatiano, el propio Egip-
to, la propia Arabia Saud, el
propio Pakistn, obviamente
Afganistn y todas las regiones
musulmanas de Africa. En los
aeropuertos y en los aviones de
esos pases siempre me he sen-
tido segura. Serena como un re-
cin nacido que duerme plci-
damente. Lo nico que tema
era ser arrestada porque pona a
parir a los terroristas.
En cambio, en los aeropuertos y
en los aviones europeos siem-
pre me he sentido nerviosilla. Y
en los aeropuertos y en los
aviones americanos, realmente
nerviosa. Y en Nueva York, dos
veces ms nerviosa. En Was-
hington, no. Debo admitirlo.
Realmente no me esperaba el
avin contra el Pentgono.
A mi juicio, en suma, nunca ha
sido un problema de si, sino un
problema de cundo. Por qu
crees que el martes por la ma-
ana mi subconsciente me lo
advirti con una profunda in-
quietud y una rara sensacin de
peligro? Por qu crees que,
contrariamente a mis costum-
bres, encend el televisor? Por
qu crees que entre las tres
cuestiones que me planteaba
mientras arda la primera Torre
y la voz de mi tele no funciona-
ba, estaba la del atentado? Y
por qu crees que apenas apare-
cido en pantalla el segundo
avin lo comprend todo?
Por ser Estados Unidos el pas
ms potente del mundo, el ms
rico, el ms poderoso, el ms
moderno, cayeron casi todos en
esa insidia. A veces, incluso los
propios americanos. Y es que la
invulnerabilidad de Norteamri-
ca nace precisamente de su
fuerza, de su riqueza, de su po-
tencia, de su modernidad. Es la
habitual historia del pez que se
muerde la cola.
Nace tambin de su esencia
multitnica, de su liberalidad,
de su respeto por los ciudada-
nos y por los huspedes. Por
ejemplo, cerca de 24 millones
de americanos son rabes-mu-
sulmanes. Y cuando un Mustaf
o un Mohamed viene, por ejem-
plo de Afganistn, a visitar a un
to, nadie le prohbe apuntarse a
una escuela para aprender a pi-
lotar un 757. Nadie le prohbe
inscribirse en una universidad
(una costumbre que espero que
cambie) para estudiar qumica y
biologa, las dos ciencias nece-
sarias para desencadenar una
guerra bacteriolgica. Nadie. Ni
siquiera si el Gobierno teme
que el hijo de Al secuestre un
757 o eche un puado de bacte-
rias en el depsito de agua y de-
sencadene una hecatombe. (Di-
go si, porque, esta vez, el Go-
bierno no saba nada y el pape-
ln de la CIA y del FBI no tiene
parangn. Si fuese el presidente
de Estados Unidos los echara a
todos a patadas en el culo por
cretinos).
SIMBOLOS
Y dicho esto, volvamos al razo-
namiento inicial. Cules son
los smbolos de la fuerza, de la
riqueza, de la potencia de la mo-
dernidad americana? No son el
jazz y el rock and roll, el chicle
LA RABIA Y EL ORGULLO
POR ORI ANA FALLACI
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Estaba en casa. Mi casa
est situada en el centro
de Manhattan y, a las
nueve en punto, tuve la
sensacin de un peligro
inminente que quizs no
me alcanzase, pero que
ciertamente me iba a
afectar profundamente.
o la hamburguesa, Broadway o
Hollywood. Son sus rascacielos.
Su Pentgono. Su ciencia. Su
tecnologa. Esos rascacielos im-
presionantes, tan altos, tan be-
llos que, al alzar los ojos, casi
olvidas las pirmides y los divi-
nos palacios de nuestro pasado.
Esos aviones gigantescos, exa-
gerados, que se utilizan como en
otro tiempo se utilizaban los ve-
leros y los camiones, porque to-
do se mueve a travs de los
aviones. Todo. El correo, el pes-
cado fresco y nosotros mismos
(no olvidemos que la guerra a-
rea la inventaron ellos. O al me-
nos la guerra area desarrollada
hasta la histeria).
Ese terrible Pentgono, esa for-
taleza que da miedo slo con
mirarla. Esa ciencia omnipre-
sente y casi omnipotente. Esa
extraordinaria tecnologa que,
en pocos aos, cambi por com-
pleto nuestra vida cotidiana,
nuestra milenaria manera de co-
municarnos, comer y vivir. Y
dnde les ha golpeado el reve-
rendo Osama bin Laden? En los
rascacielos y en el Pentgono.
Cmo? Con los aviones, con la
ciencia, con la tecnologa.
By the way. Sabes qu es lo
que ms me impresiona de este
triste millonario, de este fallido
playboy que, adems de cortejar
a las princesas rubias y retozar
en los night club (como haca en
Beirut, cuando tena 20 aos), se
divierte matando a la gente en
nombre de Mahoma y de Al?
El hecho de que su desmesurado
patrimonio provenga tambin de
los beneficios de una Corpora-
tion especializada en demolicio-
nes y que l mismo sea un ex-
perto demoledor. La demolicin
es una especialidad americana.
Cuando nos vimos, te not casi
sorprendido de la heroica efica-
cia y de la admirable unidad
con la que los americanos han
afrontado este Apocalipsis.
Pues, s. A pesar de los defectos
que continuamente se le echan
en cara, y que yo misma les
echo en cara (aunque los de Eu-
ropa y, especialmente, los de
Italia son todava peores), Esta-
dos Unidos es un pas que tiene
grandes cosas que ensearnos.
A propsito de la heroica efica-
cia, djame levantar una peana
para el alcalde de Nueva York.
Ese Rudolph Giuliani al que no-
sotros, los italianos, deberemos
dar gracias de rodillas. Porque
tiene un apellido italiano y es
de origen italiano y est que-
dando como un hroe ante todo
el mundo. Es una gran, un gran-
dsimo alcalde, Rudolph Giulia-
ni. Te lo dice una que nunca es-
t contenta por nada y con na-
die, comenzando por s misma.
Es un alcalde digno de otro
grandsimo alcalde con apellido
italiano, Fiorello La Guardia, a
cuya escuela deberan ir mu-
chos de nuestros alcaldes. Ten-
dran que presentarse humilde-
mente, incluso con ceniza en la
cabeza, ante l para preguntarle:
Sor Giuliani, por favor, dga-
me cmo se hace. El no delega
sus deberes en el prjimo, no.
No pierde tiempo en tonteras ni
en medrajes personales. No se
divide entre el cargo de alcalde
y el de ministro o diputado.
(Hay alguien que me est es-
cuchando en las tres ciudades
de Stendhal, es decir, en Npo-
les, en Florencia y en Roma?).
Lleg instantes despus de la
catstrofe, entr en el segundo
rascacielos y corri el peligro
de transformarse en cenizas co-
mo los dems. Se salv por los
pelos y por casualidad. Y al ca-
bo de cuatro das, volvi a po-
ner en pie la ciudad. Una ciudad
que tiene nueve millones y me-
dio de habitantes y casi dos slo
en Manhattan. Cmo lo hizo, no
lo s. Est enfermo, como yo, el
pobre. El cncer que va y viene,
le ha mordido tambin a l. Y,
como yo, hace como si estuvie-
se sano y sigue trabajando. Pero
yo trabajo en una mesa, caram-
ba, y sentada.
El, en cambio... Pareca un ge-
neral de sos que participan di-
rectamente en la batalla. Un
soldado que se lanza al ataque
con la bayoneta calada. Ade-
lante, vamos, vamos, arriba. Va-
mos a salir de esto lo ms pron-
to posible. Pero poda hacer
eso, porque la gente era, es, co-
mo l. Gente sin vanidad y sin
pereza, habra dicho mi padre, y
con cojones. En cuanto a la ad-
mirable capacidad de unirse, a
la forma de cerrar filas de una
manera casi marcial con la que
los estadounidenses responden
a las desgracias y al enemigo,
pues, tengo que decirte que me
ha sorprendido incluso a m.
Saba, s, que esa capacidad ha-
ba explotado en los tiempos de
Pearl Harbor, cuando el pueblo
se fundi en torno a Roosevelt y
Roosevelt entr en guerra contra
la Alemania de Hitler, la Italia
de Mussolini y el Japn de Hiro
Hito. La haba advertido, s, des-
pus del asesinato de Kennedy.
Pero despus de todo esto, haba
venido la Guerra de Vietnam, la
lacerante divisin ocasionada
por la Guerra de Vietnam y, en
cierto sentido, esa guerra me ha-
ba recordado su Guerra Civil de
hace siglo y medio.
Por eso, cuando vi a blancos y
negros llorar abrazados, y digo
bien abrazados, cuando vi a de-
mcratas y republicanos cantar
abrazados God bless America,
cuando les vi olvidarse de todas
sus diferencias, me qued de pie-
dra. Lo mismo me pas cuando
o a Bill Clinton (una persona ha-
cia la cual nunca sent ternura al-
guna) declarar: Apretmonos en
torno a Bush, tened confianza en
nuestro presidente. Y lo mismo
me pas cuando esas mismas pa-
labras fueron repetidas con fuerza
por su mujer, Hillary, ahora sena-
dora por el estado de Nueva
York. Y cuando fueron reiteradas
por Lieberman, el ex candidato
demcrata a la Vicepresidencia
(slo el desaparecido Al Gore
permaneci esculidamente ca-
llado). Y cuando el Congreso vo-
t por unanimidad aceptar la gue-
rra y castigar a los responsables.
Ojal Italia aprendiese esta lec-
cin! Est tan dividida nuestra
Italia. Es un pas tan lleno de
facciones y tan envenenado por
sus mezquindades tribales! En
Italia, se odian incluso en el seno
del mismo partido. No consiguen
estar juntos ni siquiera cuando
tienen el mismo emblema, el
mismo distintivo. Celosos, llenos
de bilis, vanidosos y mezquinos,
slo piensan en sus propios inte-
reses personales. En la propia ca-
rrera, en la propia gloria, en la
propia popularidad de periferia.
Por los propios intereses perso-
nales se desprecian, se traicio-
nan, se acusan y se escupen...
Estoy absolutamente convenci-
da de que, si Osama bin Laden
hiciese saltar por los aires la To-
rre de Giotto o la Torre de Pisa,
la oposicin le echara la culpa
al Gobierno. Y el Gobierno se la
echara a la oposicin. Y los je-
fecillos del Gobierno y de la
LA RABIA Y EL ORGULLO
E
P
A
POR ORI ANA FALLACI
3 www.elmundo.es
oposicin se las echaran a sus
propios compaeros y camara-
das de partido. Y dicho esto, d-
jame que te explique de dnde
nace la capacidad de unirse que
caracteriza a los americanos.
Nace de su patriotismo. No s si
en Italia habis visto y entendi-
do qu pas en Nueva York
cuando Bush fue a dar las gra-
cias a los operarios (y opera-
rias) que excavan entre los es-
combros de las dos Torres in-
tentando encontrar algn super-
viviente y slo extraen narices y
dedos. Y sin embargo, no ce-
den. Sin resignarse y si les pre-
guntas cmo lo hacen, te res-
ponden: I can allow myself to
be exhausted, not to be defea-
ted (Puedo permitirme estar
exhausto, pero no estar derrota-
do). Todos. Jvenes, jovencsi-
mos, viejos y de mediana edad.
Blancos, negros, amarillos, ma-
rrones y violetas...
Los habis visto o no? Mientras
Bush les daba las gracias, ellos
no paraban de agitar sus banderi-
tas americanas, levantar el puo
cerrado y rugir: USA, USA,
USA. En un pas totalitario, ha-
bra pensado: Qu bien se lo
ha montado el poder!. En Nor-
teamrica, no. En Estados Uni-
dos, estas cosas no se organizan.
No se manipulan ni se ordenan.
Especialmente en una metrpoli
desencantada como Nueva York
y con operarios como los opera-
rios de Nueva York.
Son grandes tipos los operarios
de Nueva York. Ms libres que
el viento. No se les puede mani-
pular. No obedecen ni a sus sin-
dicatos. Pero si le tocas la ban-
dera, si le tocas la patria... En in-
gls, no existe la palabra patria.
Para decir patria hay que unir
dos palabras. Father Land, Tierra
de los Padres. Mother Land, Tie-
rra Madre. Native Land, Tierra
Nativa. O decir simplemente My
country, mi pas. Pero s existe el
sustantivo patriotismo. Y excep-
tuando Francia, no me imagino
un pas ms patritico que Esta-
dos Unidos. Me emocion tanto
viendo a esos operarios apretan-
do el puo y enarbolando las
banderitas mientras rugan USA,
USA, USA, sin que nadie se lo
mandase!
HUMILLACION
Y sent tambin una especie de
humillacin. Porque no me pue-
do imaginar a los operarios ita-
lianos enarbolando la bandera
tricolor y rugiendo Italia, Italia,
Italia. En las manifestaciones y
en los comicios he visto enarbo-
lar muchas banderas rojas. Ros
y lagos de banderas rojas. Pero
siempre he visto enarbolar muy
pocas banderas tricolores. Mal
dirigidos o tiranizados por una
izquierda arrogante y devota de
la Unin Sovitica, las banderas
tricolores se las han dejado
siempre a los adversarios. Y
tengo que decir que tampoco
los adversarios han hecho muy
buen uso de ella, pero, al menos
no la han despreciado, gracias a
Dios. Y lo mismo digo de los
que van a misa.
En cuanto al patn con la camisa
verde y la corbata verde, ni si-
quiera sabe cules son los colo-
res de la tricolor y estara encan-
tado de retrotraernos a la guerra
entre Florencia y Siena. Resulta-
do: hoy, la bandera italiana se ve
slo en las Olimpiadas, si, por
casualidad, se gana una medalla.
Peor an: se ve slo en los esta-
dios, cuando hay un partido de
ftbol internacional. Unica oca-
sin, tambin, en la que se puede
or el grito de Italia, Italia.
Hay, pues, una gran diferencia
entre un pas en el que la bandera
de la patria es enarbolada por los
gamberros en los estadios, y un
pas en el que la enarbola el pue-
blo entero. Por ejemplo, los ope-
rarios irreductibles que excavan
entre las ruinas para sacar alguna
oreja o alguna nariz de las criatu-
ras masacradas por los hijos de
Al. O para recoger esa especie
de caf molido, que es lo nico
que queda de los fallecidos.
El hecho es que Amrica es un
pas especial, mi querido amigo.
Un pas al que hay que envidiar,
del que hay que estar celosos,
por cosas que nada tienen que
ver con su riqueza, etc. Es un
pas envidiable porque ha naci-
do de una necesidad del alma, la
necesidad de tener una patria, y
de la idea ms sublime que el
hombre haya concebido jams:
la idea de la libertad, o de la li-
bertad esposada con la idea de
la igualdad. Es un pas envidia-
ble porque, en aquella poca, la
idea de libertad no estaba de
moda. Y mucho menos, la de
igualdad. Slo hablaban de ellas
algunos filsofos llamados ilus-
trados. Estos conceptos slo se
encontraban en un carsimo li-
braco llamado Enciclopedia.
Y aparte de los escritores y de-
ms intelectuales, aparte de los
prncipes y de los seores que
tenan dinero para comprar el li-
braco o los libros que haban
inspirado el libraco, quin sa-
ba algo de la Ilustracin? No
era algo que se pudiese comer
la Ilustracin! Ni siquiera ha-
blaban de la libertad y de la
igualdad los revolucionarios de
la Revolucin Francesa, dado
que dicha Revolucin comenz
en 1789, es decir, 13 aos des-
pus de la Revolucin America-
na, que comenz en 1776. (Otra
particularidad que ignoran o
fingen olvidar los del qu bien
empleado les est a los america-
nos. Raza de hipcritas!).
Es un pas especial, un pas en-
vidiable, adems, porque aque-
lla idea es entendida y asumida
por ciudadanos a menudo anal-
fabetos o con poca instruccin.
Los ciudadanos de las colonias
americanas. Y porque es mate-
rializada por un pequeo grupo
de lderes extraordinarios, por
hombres de una gran cultura y
de una gran calidad. The Foun-
ding Fathers, los Padres Funda-
dores, los Benjamin Franklin,
los Thomas Jefferson, los Tho-
mas Paine, los John Adams, los
George Washington, etc. Gente
muy distinta de los abogadu-
chos (como justamente los lla-
maba Vittorio Alfieri) de la Re-
volucin Francesa! Gente muy
diferente de los sombros e his-
tricos verdugos del Terror, los
Marat, los Danton, los Saint
Just y los Robespierre!
Los Padres Fundadores eran ti-
pos que conocan el griego y el
latn como nunca lo conocern
los profesores italianos de griego
y latn (si es que existen todava).
Tipos que en griego haban ledo
a Aristteles y a Platn y que, en
latn, se haban ledo a Sneca y
a Cicern. Y que se haban estu-
diado los principios de la demo-
cracia griega ms que los mar-
xistas de mi poca estudiaban la
teora de la plusvala (si es que
realmente se la estudiaban).
Jefferson conoca incluso el ita-
liano (le llamaba toscano). En
italiano hablaba y lea con gran
facilidad. De hecho, junto con
las 2.000 vides, los 1.000 olivos
y los cuadernos de msica que
escaseaban en Virginia, el flo-
rentino Filippo Mazzei, en
1774, le llev varias copias de
un libro escrito por un tal Cesa-
re Beccaria titulado De los deli-
tos y de las penas.
Por su parte, el autodidacta
Franklyn era un genio. Cientfico,
impresor, editor, escritor, periodis-
ta, poltico e inventor. En 1752,
LA RABIA Y EL ORGULLO
POR ORI ANA FALLACI
4 www.elmundo.es
descubri la naturaleza elctrica
del rayo e invent el pararrayos.
Casi nada. Con estos lderes ex-
traordinarios, con estos hombres
de gran calidad, en 1776, los ciu-
dadanos, a menudo analfabetos o
poco instruidos, se rebelaron con-
tra Inglaterra. Hicieron la Guerra
de la Independencia y la Revolu-
cin Americana.
LIBERTAD E IGUALDAD
Y a pesar de los fusiles y de la
plvora, a pesar de los muertos
que conlleva toda guerra, no hi-
cieron una guerra con los ros
de sangre de la futura Revolu-
cin Francesa. No la hicieron
con la guillotina ni con las ma-
tanzas de La Vende. La hicie-
ron con un pergamino que, jun-
to a la necesidad del alma (la
necesidad de tener una patria),
concretaba la sublime idea de la
libertad o de la libertad esposa-
da con la igualdad. La Declara-
cin de la Independencia.
We hold these truths to be self-
evident... Consideramos eviden-
te esta realidad. Que todos los
hombres son creados iguales.
Que son dotados por el Creador
de ciertos derechos inaliena-
bles. Que, entre estos derechos,
est el derecho a la vida, a la li-
bertad y a la bsqueda de la fe-
licidad. Que para asegurar estos
derechos los hombres deben
instituir gobiernos....
Y ese pergamino, que desde la
Revolucin Francesa en adelan-
te todos hemos bien o mal co-
piado o en el que nos hemos
inspirado, constituye todava la
espina dorsal de Estados Uni-
dos. La linfa vital de esta na-
cin. Sabes por qu? Porque
transforma a los sbditos en
ciudadanos. Porque transforma
a la plebe en pueblo. Porque la
invita o la exige a gobernarse,
expresar su propia individuali-
dad, buscar su propia felicidad.
Todo lo contrario de lo que haca
el comunismo, prohibiendo a la
gente rebelarse, gobernarse, ex-
presarse y colocando a Su Majes-
tad el Estado en el trono que an-
tes haban ocupado los reyes. El
comunismo es un rgimen mo-
nrquico, una monarqua de viejo
cuo. Por eso, le corta los cojo-
nes a los hombres. Y cuando a un
hombre se le cortan los cojones,
ya no es un hombre, deca mi
padre. Deca tambin que, en vez
de rescatar a la plebe, el comunis-
mo converta a todos en plebe y
mataba a todos de hambre.
A mi juicio, Estados Unidos res-
cata a la plebe. Son todos plebe-
yos en Norteamrica. Blancos,
negros, amarillos, marrones,
violetas, estpidos, inteligentes,
pobres y ricos. Incluso los ms
plebeyos son precisamente los
ricos. En la mayora de los ca-
sos, son maleducados y grose-
ros. Se ve rpidamente que no
son nada refinados y que no se
apaan con el buen gusto o la
sofisticacin. A pesar del dinero
que se gastan en vestirse, por
ejemplo, son tan poco elegantes
que, a su lado, la reina de Ingla-
terra parece chic. Pero estn res-
catados. Y en este mundo no
hay nada ms fuerte y ms po-
tente que la plebe rescatada. Te
rompes siempre los cuernos
contra la plebe rescatada.
Y contra Estados Unidos se han
roto siempre todos los cuernos.
Ingleses, alemanes, mexicanos,
rusos, nazis, fascistas y comunis-
tas. Por ltimo se los han roto in-
cluso los vietnamitas que, des-
pus de su victoria, han tenido
que pactar con ellos, de tal forma
que, cuando un ex presidente de
Estados Unidos va a hacerles una
visita, tocan el cielo con un dedo.
Bienvenido seor presidente,
bienvenido seor presidente.
Con los hijos de
Al el conflicto
ser duro. Muy
duro y muy largo.
A no ser que el
resto de Occiden-
te decida ayudar,
razone un poco y
les eche una ma-
no.
No estoy hablando, como es ob-
vio, a las hienas que se relamen
viendo las imgenes de las ma-
tanzas y se burlan diciendo
qu bien les est a los ameri-
canos. Estoy hablando a las
personas que, sin ser estpidas
ni tontas, estn sumidas todava
en la prudencia y en la duda. Y
a esas les digo: Despertaos, por
favor, despertaos de una vez!
Intimidados como estis por el
miedo de ir a contracorriente, es
decir de parecer racistas (pala-
bra totalmente inapropiada, por-
que el discurso no es sobre una
raza, sino sobre una religin),
no os dais cuenta o no queris
daros cuenta de que estamos an-
te una cruzada al revs.
Habituados como estis al doble
juego, afectados como estis por
la miopa, no entendis o no que-
ris entender que estamos ante
una guerra de religin. Querida y
declarada por una franja del Is-
lam, pero, en cualquier caso, una
guerra de religin. Una guerra
que ellos llaman yihad. Guerra
santa. Una guerra que no mira a
la conquista de nuestro territorio,
quizs, pero que ciertamente mira
a la conquista de nuestra libertad
y de nuestra civilizacin. Al ani-
quilamiento de nuestra forma de
vivir y de morir, de nuestra forma
de rezar o de no rezar, de nuestra
manera de comer, beber, vestir-
nos, divertirnos o informarnos...
No entendis o no queris en-
tender que si no nos oponemos,
si no nos defendemos, si no lu-
chamos, la yihad vencer. Y
destruir el mundo que, bien o
mal, hemos conseguido cons-
truir, cambiar, mejorar, hacer un
poco ms inteligente, menos hi-
pcrita e, incluso, nada hipcri-
ta. Y con la destruccin de
nuestro mundo destruir nuestra
cultura, nuestro arte, nuestra
ciencia, nuestra moral, nuestros
valores y nuestros placeres...
Por Jesucristo!
No os dais
cuenta de que los
Osama bin Laden
se creen autoriza-
dos a mataros a
vosotros y a
vuestros hijos,
porque bebis vi-
no o cerveza, porque no llevis
barba larga o chador, porque vais
al teatro y al cine, porque escu-
chis msica y cantis canciones,
porque bailis en las discotecas o
en vuestras casas, porque veis la
televisin, porque vests minifal-
da o pantalones cortos, porque
estis desnudos o casi en el mar
o en las piscinas y porque hacis
el amor cuando os parece, donde
os parece y con quien os parece?
No os importa nada de esto, es-
tpidos? Yo soy atea, gracias a
Dios. Pero no tengo intencin al-
guna de dejarme matar por serlo.
Lo vengo diciendo desde hace
20 aos. Desde hace 20 aos.
Con cierta moderacin, pero
con la misma pasin, hace 20
aos escrib sobre este asunto un
artculo de fondo en el Corriere
della Sera. Era el artculo de una
persona acostumbrada a estar
con todas las razas y todos los
credos, de una ciudadana acos-
tumbrada a combatir contra to-
dos los fascismos y todas las in-
tolerancias, de una laica sin ta-
bes. Pero era tambin el artcu-
lo de una persona indignada con
los que no olan el tufo de una
guerra santa que se acercaba y
contra los que les perdonaban
demasiado a los hijos de Al.
CULTURA
Haca en dicho artculo un razo-
namiento que sonaba, ms o
menos, as, hace 20 aos: Qu
sentido tiene respetar a quien no
nos respeta? Qu sentido tiene
defender su cultura o su presun-
ta cultura, cuando ellos despre-
cian la nuestra? Yo quiero
defender nuestra cultura y les
informo que Dante Alighieri me
gusta ms que Omar Khayan.
Se abrieron los cielos. Me cru-
cificaron. Racista, racista!.
Fueron los propios progresistas
(en aquella poca se llamaban
comunistas) los que me crucifi-
caron. El mismo insulto me lo
dedicaron cuando los soviticos
invadieron Afganistn. Recuer-
dan a aquellos barbudos con so-
tana y turbante que antes de dis-
parar los morteros, elevaban pre-
ces al Seor? Allah akbar!
Allah akbar!. Yo los recuerdo
perfectamente. Y al ver unir la
palabra de Dios a los golpes de
mortero, me pona malita. Me
pareca estar en el medievo y de-
ca: Los soviticos son lo que
son. Pero hay que admitir que,
haciendo esta guerra, nos estn
protegiendo incluso a nosotros.
Y les doy las gracias. Se vol-
vieron a abrir los cielos. Ra-
cista, racista!. En su ceguera ni
siquiera queran orme hablar de
las atrocidades que los hijos de
Al cometan con los militares a
los que hacan prisioneros. (Les
cortaban los brazos y las piernas,
recuerdan? Un pequeo vicio al
LA RABIA Y EL ORGULLO
POR ORI ANA FALLACI
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No entendis o no queris
entender que estamos ante
una guerra de religin.
Querida y declarada por
una franja del Islam, pero,
en cualquier caso, una
guerra de religin.
que se haban dedicado ya en el
Lbano con los prisioneros cris-
tianos y hebreos).
No queran que lo contase. Y
para hacerse los progresistas
aplaudan a los estadounidenses
que acongojados por el miedo a
la Unin Sovitica llenaban de
armas al heroico pueblo afgano.
Entrenaban a los barbudos, y
con los barbudos al barbudsimo
Osama bin Laden. Fuera los ru-
sos de Afganistn! Los rusos
tienen que salir de Afganistn!
Pues bien, los rusos se fueron
de Afganistn. Contentos? Pe-
ro desde Afganistn los barbu-
dos del barbudsimo Osama bin
Laden llegaron a Nueva York
con los barbudos sirios, egip-
cios, iraques, libaneses, palesti-
nos y saudes que componan la
banda de los 19 kamikazes
identificados Contentos? Peor
an. Ahora, aqu, se discute del
prximo ataque que nos golpea-
r con armas qumicas, biolgi-
cas, radiactivas y nucleares. Se
dice que la nueva catstrofe es
inevitable, porque Irak les pro-
porciona los materiales. Se ha-
bla de vacunacin, de mscaras
de gas, de peste. Hay quien se
est preguntando ya cundo
tendr lugar... Contentos?
Algunos no estn ni contentos
ni descontentos. Se muestran
indiferentes. Norteamrica est
muy lejos y entre Europa y
Amrica hay un ocano... Pues
no, queridos mos. No. El oca-
no no es ms que un hilo de
agua. Porque cuando est en
juego el destino de Occidente,
la supervivencia de nuestra ci-
vilizacin, Nueva York somos
todos nosotros.
Amrica somos todos. Los italia-
nos, los franceses, los ingleses,
los alemanes, los austriacos, los
hngaros, los eslovacos, los pola-
cos, los escandinavos, los belgas,
los espaoles, los griegos, los
portugueses. Si se hunde Amri-
ca, se hunde Europa. Si se hunde
Occidente, nos hundimos todos.
Y no slo en sentido financiero,
es decir en el sentido que me pa-
rece que es el que ms os preocu-
pa. (Una vez, cuando era joven e
ingenua, le dije a Arthur Miller:
Los americanos miden todo por
el dinero, slo piensan en el dine-
ro. Y Arthur Miller me contest:
Ustedes no?).
Nos hundimos en todos los sen-
tidos, querido amigo. Y en el
lugar de campanas, encontrare-
mos muecines, en vez de mini-
faldas, el chador, en vez de co-
ac, leche de camello. No en-
tendis ni esto, ni siquiera esto?
Blair lo ha entendido. Vino aqu
y le renov a Bush la solidari-
dad de los britnicos. No una
solidaridad de pacotilla, sino
una solidaridad basada en la ca-
za a los terroristas y en la alian-
za militar. Chirac, no. Como sa-
bes, hace dos semanas estuvo
aqu en visita oficial.
Una visita prevista desde hace
tiempo, no una visita ad hoc.
Vio las masacres de las dos To-
rres, supo que los muertos son
un nmero incalculable e, inclu-
so, inconfesable, pero no se
conmovi. Durante una entre-
vista en la CNN, mi amiga Ch-
ristiane Amanpour le pregunt
ms de cuatro veces de qu for-
ma y en qu medida pensaba lu-
char contra esta yihad y, las
cuatro veces, Chirac evit dar
una respuesta. Se escurri como
una anguila. Me daban ganas de
gritarle: Monsieur le Presi-
dent, recuerda el desembarco
en Normanda? Sabe cuntos
americanos murieron en Nor-
manda para expulsar a los ale-
manes de Francia?.
Excepto Blair, en el resto de los
dems lderes europeos veo po-
cos Ricardos Corazn de Len.
Y mucho menos en Italia, don-
de el Gobierno no ha descubier-
to ni arrestado a ningn cmpli-
ce de Osama bin Laden. Por
Dios, seor Cavaliere, por
Dios! A pesar del temor de la
guerra, en todos los pases de
Europa han sido descubiertos y
arrestados algunos cmplices de
Osama bin Laden. En Francia,
en Alemania, en el Reino Uni-
do, en Espaa... Pero en Italia,
donde las mezquitas de Miln,
de Turn y de Roma estn reple-
tas de bellacos que aplauden a
Osama bin Laden, de terroristas
que esperan hacer saltar por los
aires la Cpula de San Pedro,
ninguno. Cero. Nada. Ninguno.
Explquemelo, seor Cavaliere.
Es que son tan incapaces sus
policas y sus carabineros?
Son tan ineptos sus servicios
secretos? Son tan estpidos
sus funcionarios? Es que todos
los musulmanes de Italia son
unos santos? Es que ninguno
de los hijos de Al que hospe-
damos tiene nada que ver con lo
que ha sucedido y est suce-
diendo? O es que por investi-
gar, por descubrir y por arrestar
a los que hasta hoy no ha descu-
bierto ni ha detenido, teme que
le canten la cantinela habitual
de racista, racista? Ya ve que yo
no.
Por Jesucristo! No le niego a
nadie el derecho a tener miedo.
El que no tiene miedo a la gue-
rra es un cretino. Y el que quie-
re hacer creer que no tiene mie-
do a la guerra, tal y como he es-
crito mil veces, es un cretino y
un estpido a la vez. Pero en la
vida y en la historia hay casos
en los que no es lcito tener
miedo. Casos en los que tener
miedo es inmoral e incivil. Y
los que, por debilidad o falta de
coraje o por estar acostumbra-
dos a tener el pie en dos estri-
bos se sustraen a esta tragedia, a
m me parecen masoquistas. I
LA RABIA Y EL ORGULLO
POR ORI ANA FALLACI
6 www.elmundo.es
Los hijos de Al
En esta segunda entrega, Oriana Fallaci re-
flexiona, al hilo de su vivencia de los ata-
ques del 'Martes Negro', sobre el mundo is-
lmico y sus diferencias con la cultura occi-
dental. En cada experiencia dejo jirones de
mi alma, escribi la prestigiosa periodista
italiana hace aos. Una vez ms, es absolu-
tamente cierto.