Cohen, Marcelo - Retiro. La Estación - 2010
Cohen, Marcelo - Retiro. La Estación - 2010
Cohen, Marcelo - Retiro. La Estación - 2010
Aires
7
la ciudad
como
un
plano
1 Cream#jlfellufer
La Bestia
Equilatera
2010
Retiro. La estacin
_ Murce/0 C0/Jen
De vez en
cuando, para plasmarse
enluna enticlacl ma-
nejable, uno
se-pone a Hjar los resbaladizos
contenidos
cle la conciencia en
lisras de mximas.
Lo que resulta
son unos breviarios
que hacen de
mojones, capital de
experiencia
e instrumental
tico para seguir avanzan-
do
por la sencla unica dc
la vida. El encargado de
for-
rnularlos es el Locutor
Interior que todos tenemos
im-
plantado
en la cabeza.
Hace unos dias, por ejemplo,
mi
Locutor Interior,
seguramente motivaclo por el Bi-
centenario
cle la Patria,
vertia sus ultimos corolarios
sobre
la identidad, la inclepenclencia,
la pertenencia,
esas cuestiones:
No /my ningunu ufrmueidn
de ineiependeneiu que me
libre
u'e estur eonsrituido por los
otror. Say unufiguru pu-
sujeru surgidez de unl montn
de circunstuneius, un nada
en unu trumu de re/ueiones
que se tejid esponteineumente,
_y que tu] 1/ez mis uleeisiones uyudezron
ez mode/un
Y tambin decia cosas como:
Lo mei; d$eil eleprue-
zficur y lo mei; urgeute u'e uprender
es lu puriduei Frente ul
otro, uno cusi siempre .ve eoloeu por
urribez 0 por eiebujo.
Estumos poseidos por lu pautu de lu cezrreru, todos, y en
rurosjnstezntes
nos z/ol:/emo: reules.
No /my reuliduei sin purticqvucidu, agregaba yo.
Correcto. En todo caso no incorrecro, como
preten-
sin. Y musical. Salvo que cle repente,
cuando uno se dis-
pone a palaclear un fruco de Vanos
de meclitacin, un ser
querido le hace un reclamo mas o menoslinaccptable, o
un pedido cle aclaraciones,
y el clialogo entre pares deriva
en
una
batalla ruin. Como alegorias apolilladas, entran en
escena Arrogancia, Sarcasmo
e Insinuacion Venenosa. Un
dia sucecle esto;
uno ofende u un ser querido, y encima se
olvicla de
prever la rplica:
gPero vo:
qzlin te cre: que sos?
Otra vez. Otra vez. He sentido
el dardo de esta inti-
macin en varias etapas cle
la vida. En la mente la frase
se inscribe con los dos signos enfaticos,
de pregunta y de
admiracin, y es hiriente y oprobiosa.
Se descalabran el
ser cfvico, el tico y los demas.
Porque,
seriamente si es posible,
,gquin me creo
que soy?
Asf
uno cae en la espesa retorica de
la identidad, para
la cual, como
se sabe, hay no pocos anticlotos
terminan-
tes. Tomemos el de Bataille, por
ejemplo: Yo no soy
tu
no eres, en los vastos Hujos de
las cosas, mas que un pun-
to de paracla favorable a un resurgir.
Bien.
Pero esa tarde en concreto,
gquin cuerno me
creia
yo que era? Disculparme con
el ser quericlo era tan
insuficiente y tan poco tranquilizaclor
como ofecer una
sarilfzccidn.
El raudo paseo por las variantes
de la rnisti-
ca y el nihilismo
se resolvia en unas dramaticas
ganas de
estallar. ;BUM!
Terminar con la carga de ser
consecuen-
te, con las causaliclades
inventadas, con la necesiclad
de
certidumbre. Reventar
la cscara cle la persona.
Hacer-
me anicos de mi y que en
el aire libre la vida cle
la ac-
cion encaminada
y productiva, del dominio y la
rigidez,
delatara su condicion esclava,
las atacluras del mieclo,
su
falta de inteligencia.
El asunto se ponla peligroso. El gas
de los enigmas
se
recalentaha.
Como otras veces en mi vida fui a
aquietar la cabeza
a Retiro,
el santuario cle la vida en transito.
Y
ahora los verbos de esta historia
cambian cle tiempo.
Aca estoy; en un vendaval
cle presente.
Entre las opulentas torres
cle grandes hoteles y
consor-
cios globales, las gruas del
puerto como saurios descarna-
dos, las horas cannicas del
trabajo, los magnolios
de la
Plaza
San Martin y el amasijo
cubista de la villa
31, ase-
diadas por el jadeo de camiones
y colectivos que
atacan al
ritmo de los semaforos, por el periodico
clerrame
de pe-
regtinos, se alzan las tres
estaciones de ferrocarril
de Re-
tiro. Los veintiun
metros de ceclro canatliense
del totem
kwakiutis
-aguila, leon marino, nutria,
ballena, castor,
pajaro y hombre- las
protegenyrle los malos
conjuros; el
languido gong de"la Torre de
los lngleses escande
el tiem-
po, Mirando de frente
a las fachadas, las tres
estaciones se
suceden
de menor- a mayor.
Primero
la terminal del Ferrocarril San Martin, con su
tejado de chapa
acanalada
y su vestihulo somero. Contra
una pared lateral, algo oculto pero hrunido
hasta lo cega-
dor, esta
el busto de
nuestro procer
supremo.
Cerca
de l,
sentadas en
el suelo
contra el tahique
trasero
de un
puesto
de pochoclo
llamado
Quick
Soft, entre
remolinos
de mi-
gas y hojas
de diarios,
cinco
mujeres despatarradas
chis-
morrean sobre
hijos
y vecinos mientras
clasifican
monro-
nes de monedas;
parecen
una
alegoria
de la inmemorial
obsesion de
la cultura
porteria
por el cambio.
Saliendo
por
la puerta
lateral del
oeste, a ochenta
metros
por la calle
atestada,
familias rodeadas
de
bultos
y sentadas
en cajones
se encorvan
a
la entrada
del Fe-
rrocarril
Belgrano.
El edihcio
es una
suntuosa sobriedad
de marmol
y hierro
forjado,
con columnas
esbeltas,
con
una
luz de mescalina
que
entra por
los vidrios
del techo
y envuelve
los humos
azules
de hamburguesa
y carbon
de
asar tortillas.
Ciclistas
de a pie
empujan sus
rodados
rumho
a los
andenes sorteando
viandantes
aturdidos.
El
ring
de un celular
sobresalta
la cola
del negocio
de lote-
riai
Una mujer
rompe
un boleto
y los fragmentos
caen
como
mariposas.
El pulso en
el vestihulo es
denodado
y
contenido;
pero en
la calle, entre
las terminales,
el mun-
do de las
necesidades
y las persuasiones
chisporrotea
sin
fracturas
ni
desmayo.
Cabinas
telefonicas.
Grandes
rehajas en holsos,
mo-
chilas, botecitos
y piscinas
inflables.
Cosmos
de chuche-
rias o protesis
salvadoras
en tiendas
formales,
cabinas
desvencijadas
o mesas de caballete
a la intemperie.
Soco-
rro instantaneo:
linternas, enchufes,
imanes,
pinzas, des-
tornilladores;
luego harinas,
aceites y granos,
outlet de
falsas zapatillas
Adidas y genuinas
zapatillas
Mark Barrin,
guiios de munequitas,
neones
para peceras,
suministros
electrnicos (celulares,
mouses,
motherboards,
monito-
res, baterias),
y al lado, disputandose
el espacio
vital de la
tentacion,
amplia gama de
gorras para dama
o cahallero
y mas
amplia de anteojos
de sol. Alivio para
el afligido en
la farmacia del
Doctor Ahorro. Chance
de vestirse de
pies
a cabeza: remeras,
vaqueros, polleras, pantalones
de frisa,
algodn o poplin,
chombas, buzos de
polar, prendas in-
fantiles, sandalias,
alpargatas, botines,
escarpines, y por
aiadidura corpinos, hombachas,
comhinaciones, calzon-
cillos. En
una esquina, policromfa vegetal
en un vivero
en miniatura:
Verdes de bambu, culebrilla
y helecho se
codean con claveles
rojos, fresias glaucas,
nardos rosados,
crisantemos,
alhelies, naturales
unos, otros de plastico,
entre los
cuales picaros ositos
de fibra parpadean a los
transeuntes de caras bilticas,
guaranies, yorubas,
caucasi-
cas, manchurianas,
aymaras, de caras
semiticas y medite-
rraneas
y caras de bisnieto de esloveno jaspeadas
de rasgos
ranqueles. Muchos curiosean, algunos compran, dema-
siados no tienen tiempo. Patovicas, vampiresas de hom-
bros de opalo, arleras de torax avieso, enconadas pizpiretas
de rimel incolume, lisiados, viejos claros de aceptacion y
tecnoprimitivos con iPod y camiseta de futbol, el bolso
laboral terciado a la espalda, pululan entre piramides
de
chipa, bolsitas
de garrapinada caliente, choripan, deveds
de Crepziscu/0
y 73'anWrmers, ceds piratas de Arjona y
Beyonc, Damas Gratis y Bersuit,
termos, jaboneras, cua-
dernos para escolares, y casi todos se paran, para
aviarse
de la
refaccion porttil o el capricho delicioso --Biznike,
Fanta, ]orge1in, barra cle cereales, Oreos o nacho sabor
gruyere--, en alguno de los omnipresentes maxiquioscos.
De este planetario de la humildad mercantil, la gran cele-
bracion son los nombres de los comercios. Sabores Ojos
Aiules. Camperas Stay With Me. Sanguches La Martina.
Cigarreria San Diego. Quesos y fiambres La
Gran Via.
Panaderia
Juanito. Panqueques y
panchos Discapanch,
local arendido por personas discapacitadas. Helados New
Cream. Un himno que este mundo de tres manzanas canta
al planera entero que l misrno contiene.
A todo esto uno ha llegado a una ancha entrada para
peatones y coches, sortea los taxis, y cruzando uno
de
los umbrales, despus de rodear el ovalo
d las bole-
terias, se encuentra en la majestuosa estacion principal,
en un espacio indeciso entre un quiosco de prensa con
una desaforada exposicin de revistas porno y las mejo-
res pero algo deslucidas fotos de Linda Thorn o Jessica
Iaymes, la escalera que baja al subterraneo y el
extremo
oriental del edilicio, donde el psaje a los
banos publi-
cos linda con un rutilante plter de platos
especiales del
liar Fincadella: una vaporosa tortilla de papas,
un pez de
hojalata con verduras humeantes, un bife de
chorizo con
hoyuelos humedos, todos tan suculentos
que el apetito
no sabrla decidirse,
llegado el caso. Desde aca
al extremo
oeste dela nave
central hay mas de cien metros de
largo,
treinta de ancho y
veinticinco de altura para
la liturgia
del transito.
Esto es la estacion
del Ferrocarril Mitre, cuyos
trenes
llevan al
norte del cinturon urbano de Buenos
Aires y la
boca
del delta del Parana.
Nunca remozada totalmente,
vive como
una venerable copia
de las soberbias estacio-
nes europeas
del siglo XIX cuando el ferrocarrilencabezaba
la marcha
de la historia hacia delante
y prometia reducir
las naciones
a juguetes trascendentes.
En este rincon de
Latinoamrica,
como se sabe, la
marcha adelante es pe-
nosa; dado
el desinters de consorcios
y gobernanteslpor
los
viajeros, vias,
estaciones
y
sobre todo
vagones
son
hoy
envases
mviles
de roiia,
paliza
Hsica
e imprevistos
humi-
llantes.
En la
crueldad
cotidiana
del transporte
culmina
la
division
de clases.
Sin embargo
en Argentina
la
socieclad
guarda
un resabio
de la
voeacion
de los
viejos immigran-
tes por
mezclarse,
llegado
el caso
reunirse,
cierto
que pa~
sajeramente,
y la
estacion
Mitre es
uno de
los templos
de
esa porfla.
El techo
es alto
y enarcado,
con
rnolduras
y tragaluces
de paneles
pequeiios.
Lamparas
cuya luz
se
hace
verde
en las baldosas
cuelgan
de cadenas
negras,
a
distancias
regulates,
dejando
el Centro
del aire
para el
reloj,
rey de
las estaciones.
Pedazos
disdciados
de miilaiografia
se
aglomeran
cada
vez que
vengo a
este lugar,
para
dispersarse
alegre-
mente
no bien
me
voy. Estuve
aqui de
chico
con mis
padres, esperando
el tren que
nos llevaba a picnics
junto al
rio. De adolescente,
cuando
el sabado al amanecer
robaba
tiempo
para escaparme
a remar entre las islas
de San Fer-
nando.,
De joven, camino
a una reunion
politica en Vic-
toria o
ala casa de una
novia en Florida.
He tomado aqui
el tren, solo
para ver la estacion,
cada vez que
venia desde
mi vida en
Espana a ver a mi
madre. ,Paso ahora
todas las
veces que puedo,
y en mi cabeza
se desata sola la alabanza
de la vida astillada.
Se diria que
las peripecias del consumo
capitalista empobrecido,
la mezcla
de olores, la pltora
de
sobras y de
mugre, los estertores del
pop de purpurina
no
la han estropeado;
al contrario, en la
estacion Mitre olores
de
vainillina, orgzmo,
grasa vacuna, mostaza,
sudor, pata,
extractos, colonias
y aromatizadores,
caf y maiz tostado,
ruidos, musiquitas,
objetos en venta
y ciudadanos son un
continuo con el
lenguaje que procura
representarlos. Aqui
va la genre: el
mayorista de ropa regateando
por telfono,
la vendedora
de regalos que
taconea mordisqueando una
medialuna,
la domstica experta en borrar
del ojo interior
el recuerdo
de los baiios que
ha limpiado, el agitador
de
banderitas
para estacionarniento,
espias, libreros, estilistas,
acompaiantes
teraputicas, asistentes de reparto
de soda,
intermediarios futbolisticos,
telefonistas de call center,
la-
vaplatos,
responsables de relaciones publicas,
proctologos,
juristas,
mantenedores de redes informaticas,
masajistas,
plomeros,
importadoras de telas para tapiceria,
asesoras de
diputados, barrenderos,
cocineras, pequeiios
fabricantes
de cerveza artesanal,
ajedrecistas, alergologas.
Bien,
,hay que parar.
Es diHcil
decidir donde.
Este es el
consalnido
castigo
del narrador,
la obligada mutilaeion
del
mundo
infinito, especialmente
duro
aca porque, para
que
Retiro surta
efecto, hay
que prodigarse
en nombrar todo
lo posible. En' seguida,
aunque de todas
maneras tarde,
uno cornprende que ha prejuzgado,
que le ha
inlligido a
cada individuo una dehnicion que
lo cristaliza,
cuando en
realidad
todos siguen pasando,
son nada mas
que pasaje-
ros, y aqui la multitud que
la gestion rnercantil
del deseo
condena a ser masa se pulveriza
en criaturas; cuando
aqui
el transito se maniflesta
como condicion originaria
del
ser, y a la vez como elegia
a esa condicin. Pero
lo mejor
es que no pasan de ida
y vuelta sobre una sola
direccion,
sino en todos los sentidos, ofreciendo
al que se cruza
la
frente, el perfil de
lleno o sus tres cuartos,
un hombro u
otro,
la espalda y hasta un
poco de trasero si el pantalon
es de
tiro muy corto, el pecho erguido
o concavo, la mar-
ca' de vacuna
en el brazo. En
cuanto a los andenes,
de-
jmoslos de lado:
ahi todo se encarrila
cuando el pasajero
suhe
al tren, camino a uno
cualquiera de muchos
subur-
hios, o cuando baja y
pone rumho directo
a su cometido.
Pero en
el hall central de la
estacin hay un
parntesis de
desorden.
Y en un costado
del hall yo me meto
en el bar
Vickin II.
No voy a preguntarme
ahora donde
estarzi el
Vickin I. Este,
casi todo de vidrio,
ofrece vista panorami-
ca. Enfrente tengo
el cartel principal
del quiosco
Pancho
Beat. Sobre
la tripa sinttica
de una inmensa
salchicha
bratsyugtarparillean
unas tenias
que tardo en
reconocer
como papas fritas.
A los lados del quiosco
veo a una chica
con pelo rasta ordenando
una moehila, un viejo
acalorado
gesticulando cerveza
en mano, veloces seiiores
trajeados
eamino al andn, senoras
tirando de valijas,
y a todo esto
se superponen,
reflejados en el vidrio
del bar, una pare-
ja de jovenes,
l con uniforme de
marino, ella toda
cru-
ciHjos y ropa
negra, dos muchachas
que se acarician
las
manos
entre copas de vino
blanco, un caballero
inmovil
cuya
tintura de pelo gotea,
otro de canas prematuras
que
lee la revista
Luc/azz Armada, el
mozo, el cajero y
cuatro
amigos
de edad, como cuatro puntos
cardinales
del com-
puesto sociorracial,
en tertulia que
en este momento
trata
los mritos
de Barbra Streisand; y el
murmullo de las con-
versaciones se funde
con los ruidos de
la' estacin, pasos,
toses, motores,
bocinas, y el ensemble
es la banda
Sonora
de una nube de irnagenes
desunidas, pero al
Hn sucuxn-
be ala violencia sotetrada de
otro ruido. Es un
ruido que
viene de mi craneo.
Es el zumbido
del mundo ordenado.
5Por qu
no
paro? Seguirla dando rienda a
la voracidad de describir
si no fuera porque
el que escuche esto
querra una con-
clusion, un asomo
de sentido. Pero la descripcin
es el
placer, el deber y la
condena del relato.
Es el sueno de
alcanzar
una forma
que no
traicione
la realidad,
cuan~
do,
por desgracia,
la
compulsion
del
hombre
a ordenar
las
cosas y
clasiflcarlas
es irrefrenable.
Sin embargo
aqui
en
Retiro la
realidad
etiende a la
revuelta;
veo los
detalles
pero tambin
el fondo
unico previo
a lasrdiferenciaciones.
Nunca paramos de ordenar las cosas y
los seres, de decir
Este es as! y Aquel
es asa; pero ese mundo ordenado no
es el verdadero orden del mundo. El orden
del mundo,
el que el mundo tiene por cuenta propia, es
ajeno a los
nornbres. Ac en Retiro aflora, si uno
quiere percibir-
lo: es intensidad; absorbe,
abrasa, y aunque el mornen
to en que lo percibimos dura
poqulsimo, a la larga es
imborrable.
Nada de esto es seguro. Podrla ser una quimera
o una
extravagancia.
Mas cierto parece que el mundo ordenado (por noso-
tros) es la fuente y la partitura de este ruido que me esta so-
nando en el crneo y tapa el sonido inefable de
la realidad.
En el mundo ordenado puedo entenderme con
otros, pero
diHcilmente me encuentre verdaderamente con alguien.
Una que otra vez, como ahora desde el Vickin
II, vislum-
bro el orden del mundo y casi alcanzo a escucharlo.
He aqui por qu vengo a
Retiro. Vengo a conlirmar
que :amos muc/vos.
Es incontrastable.
Somos rnuchos y estamos unos
con otros. La frase no es mia; viene de
Of Being Nu-
merous, un poerna de George Oppen. Acerca de ser
numerator. Siempre me parecio que ese titulo dice
dos
cosas: una, que vivimos con los dems, que el
hecho de
estar en un
lugarry con otros es nuestra (mica esencia
palmaria; pero fambin que una buena manera de asi-
milarlo es considerarse no una personalidad sino una
asamblea
de personalidades, a veces muy encrespada,
Con discrepancias,
disidencias, enfrentamientos tibios o
sanudos. Lo peor es cuando
alguna faccion entera aban-
dona la sala.
Pausa en la estacion. Qu
es este entusiasmo? Suele
sueederme
aca. Es como si estuvieran
a punto de darme
algo que nunca he
tenido y me conviniera
recibirlo sin
preguntar quin
lo da. Una sensacin de hospitalidad,
de
vinculacin,
de que la habitual aspiracion
de otra vida
quiere resolverse en el saludo
a esta, la que tenemos.
Al ratito la pausa se cierra.
Abruptamente. K como
siempre;
lo mas importante se me escapo.
Alla se aleja, eso
que
parecia una revelacion, y en su lugar,
como hermosos
impedimentos,
reaparecen los
blabl. La vida asi, tal como
se nos da, la vida a la que clurante toda la vida
uno
pro-
cura asentir, esta parcelada por las palabras,
que por otra
parte son lo unico que tenemos para acercarnos.
En esa
tautologia vivimos. La conlirmacion de
que somos apa-
rieneias, ineluso ilusiones consolidadas
por la vida en co-
mun,
no desmiente que nos situamos
unos frente a otros
cada uno con su incorregible aparato
de discernimiento.
Aqui esta la estacion Retiro, al otro lado
y dentro del
vidrio del bar Vickin H, y en mi cabeza
lo que yo debe-
ria llamar el-Retiro-en-mz'. La verdad,
nada me permite
reconocer al Santo detras
de esa Cara de hipopotamo ni al
apropiador
de bebs en esas manos de tallador cle diaman-
tes.
Pero no por eso estoy condenado a sospechar.
Ninguna
revelacion. Ya conozco el reto. Es
de orden
politico. Se
dice que las comunidades autenticas,
donde
el hombre no es lobo para el hombre, no surgen prima-
riamente
de
sentimientos de inters mutuo, sino de la
relacion viva y reciproca de todos los miembros con un
Centro viviente, lo que avalara que todos estn en relacion
viva y reeiproca entre si. No me convence del todo este
enfoque. Seguimos viendo como la relacion con un cen-
tro viviente tiende a convertir ese Centro en fundamento,
como
el fundamento se plasma en la obligacion de
man-
tenerlo, alimentarlo y hacerlo crecer, como se
vuelve
mito,
esencia
colectiva, porvenir, historia, esfuerzo de consu-
macion, guerra contra los que quieren otras eonsumacio-
nes. No. Una Comunidad autntica se basa en la asimila-
cion de
que
los hombres se juntan porque
les falta algo,
basicamente una sustancia, porque se mueren en siete o
nueve dcadas, porque la presencia del otro modera el
miedo al final. Una Comunidad genuina solo puede sus-
tentarse en el asentimienro al hecho puro de que no po-
demos ser sino con otros, que exisren el nacimiento y la
herencia, que por lo tanto aislarse es una imposibilidad
medular, y que el resto, proyeetos,
y
destinos
comunes,
es maquina retorica.
Termina
la revelacion. Vuelve el tosco mundo de las
necesidades.
Las ocho de la noche. Aea el trajin no ha decaido tanto.
Es hora de un epilogo. Q,
,EY entonces? 5Quin re cres que sos? La pregunta me
ha estrellado contra la realidad del desorden, incluida su
gloria. De la realidad del desvqrden intenta ocuparse
la li-
teratura que importa, o sea la literatura.
Si un narrador
titubea frente a la politica no es porque l
est libre de
violencia, sino por aversion a los eonceptos,
a la razon
conceptual con que el politico normaliza la violencia,
a
la simplificacion
y
las pretensiones
totalizadoras. Cuan-
do
quiere acercarse
a un amigo abrumado,
le cuenta
qu
le paso a l
o a un personaje de
novela en una situacin
parecida. O lo
inventa. Y no
es cuestion de escritores:
di-
ficilrnente
haya partieipacion
sin relatos.
De modo
que necesitamos
argumentos. Necesitamos
condieiones
y protocolos
para propiciar
la invencion, la
extension
y el desarrollo
del argumento. Mas
todavia, ne-
cesiramos
evadirnos.
Esto que forjan los relatos
a rnano
no es la realidad. Hay
que soldar la tramposa
grieta entre
razonamiento
e imaginacin.
No creo
que en la literatura
haya pocos
temas, como amor;
muerte, poden
/1ubris,]%rm-
mz,
etc. Aqui estoy en
Retiro. Si uno se atiende
a los saltos
y desvios de cualquier
historia personal,
a la ampliacion
constante
del horizonte de
conocimientos y actitudes,
a
la
danza de las apariencias
y sus relaciones,
sobre todo a
las relaciones, de las
relaciones ve nacer
objetos nuevos
y
la gama
de acontecimientos
se ensancha. Velocidad-y-ca-
tastrofe, por ejemplo,
no empezo a ser
un tema hasta que
en el siglo XIX
aparecieron los
trenes.
Ahora
entiendo algo mejor
por qu vengo a
Retiro,
y por qu
este rodeo. Necesitamos
argumentos
capaces
de fundir el incidente subito,
el episodio ajeno,
el detalle
de lo real en dispersion
y la fraetura
del mornento como
impulso de una nueva
direecion que no estaba prevista
cuando se
empezaba a eontar. Prendas de
intercambio,
respuestas
a la tribulacion, la curiosidad
o la duda del que
acaba
de eontar algo y, con suerte,
cada uno umbral de
un relato mas.
Y despreocupmonos si no son formativos
y parecen
poco formales. Basta esperar
unas horas para
que el farrago primordial de
la estacion se denna en una
silueta. Despus
se descompone; mas tarde las palabras la
conformaran otra vez. Esto no eesa. Amorfo
es solo algo
cuya forma todavia no concebirnos.