Jose Maria Marcos - El Hueco

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"El Hueco", de Jos Mara Marcos, [email protected]. CAPITULO I Sentir la trgica sensacin de vaco, a veces, es placentera.

Es el final, el adis, el basta a las excusas que nos hacen felices, que dan sentido a nuestras vidas. Todo sera ms fcil si no nos sintiramos llenos de vigor, de alegra, de dolor, de odio. No habra mviles, ni para vivir, ni para morir. Todo estara gobernado por la eterna sensacin de vaco. Dej el papel en una mesa y se retir del bar sin pagar. El mesero lo corri en vano. No tard mucho en desaparecer en la oscuridad. El mozo, conocedor de las personas, ya lo haba calado de entrada; pero se le escap cuando estaba atendiendo a otra mesa. -La prxima vez me la cobrar... -dijo a regaadientes, mientras se puso a limpiar la mesa de ese hombre que se propuso grabar en su mente y no perdonarlo a su regreso; pasaran das, semanas, meses, aos. l nunca olvidaba. Ley eso de todo estara gobernado por la eterna sensacin de vaco y no le dio importancia. Puso la mesa en condiciones y se march a atender a otros clientes. La noche pas sin demasiados sobresaltos. Slo un borracho a las 3 de la maana hizo escndalo, pero no fue difcil de echar. Dos horas ms tarde, se dispuso a hacer la limpieza. Estaba cansado y quera volver a su hogar. Apresur la marcha y el saln no tard en estar en condiciones para recibir otro da de trabajo. Era eficiente y lo saba. Por algo los dueos del restaurante le pagaban un buen sueldo y trataban de ayudarlo en todo. Se puso el saco lentamente. Mir a su alrededor y todo estaba en orden. Le llam la atencin la atrapante oscuridad de la noche, pero sonri y se dijo "debo estar cansado". Respir hondo y constat si su revlver estaba cargado. No quera que ningn ladrn lo sorprendiera; no porque llevara mucho dinero, sino debido a que no quera tener ningn sobresalto. Cerr las puertas adecuadamente, mir para los costados de la calle y se lanz a cruzar las sombras. Se sinti mirado. Perseguido. Apur el paso. Todo fue en vano. Un srdido silencio lo acompa durante todo el trayecto. -El temor al temor paralizar nuestras almas y no nos dejar avanzar. La noche oscura, siniestra, plagada de ritos paganos, es el nico mbito donde el bien an no ha sido derrotado. Todo lo dems fue captado por los dueos de nuestras vidas. Su propia reflexin lo asust. Sinti que esos pensamientos no le pertenecan e hizo el esfuerzo para que todo aquello quedara en el olvido.

Lleg a su casa y el silencio extrao sentido en la calle lo preocup. Ingres a la habitacin de sus hijos y todo estaba en orden. Se dirigi a su dormitorio y su esposa dorma tranquila. Todo estaba en orden, pero algo lo perturbaba. No supo bien qu era. Comenz a hacerse preguntas. Todo estaba en orden? Todo estaba vaco? El vaco puede tener orden? Qu es el vaco? Los cuerpos pueden vaciarse? Pueden estar gobernados por la eterna sensacin de vaco? Qu es estar gobernado por la eterna sensacin de vaco? La noche es el nico mbito donde vive el bien? Quines son los dueos de nuestras vidas? Se tom la cabeza. l no era de hacerse este tipo de preguntas. No tena ganas de hacrselas tampoco. Siempre fue un hombre simple, su principal meta era trabajar y juntar dinero para que su familia estuviera lo mejor posible. Qu haba cambiado aquella noche? Todo haba sido igual a todas la noches. Alguien que se fue sin pagar, un borracho, un par de sonrisas agradables, pocas propinas... El papel. Record la frase y sinti escalofros. Trat de recordar la cara de su creador y se le haba ido. Hizo un gran esfuerzo y slo consigui sentirse mal. La cara nunca volvi a cristalizarse en su mente. Aunque senta dolor en las piernas, haba perdido las ganas de dormir. Se sent en la cocina y trat de tranquilizarse. Trat de recordar cosas agradables para no sentirse mal. Busc en sus recuerdos algo y todo le era muy confuso. Slo recordaba lo que haba hecho esa noche. Su pasado haba desaparecido de su mente. Pens en sus hijos y tampoco record sus rostros. Intent pararse e ir a la habitacin, pero las piernas no le respondieron. La cara de su esposa se le borr completamente. Poco a poco el vaco ocup su cerebro y su corazn dej de latir. A la maana siguiente sus familiares lloraron su muerte. El mdico dijo lo de las presiones, lo de la tensin nerviosa, de las comidas picantes, de las horas de sueo, de los esfuerzos; al mismo tiempo le dio calmantes a la esposa. Nadie supo lo de la frase. El papel termin en el cinturn ecolgico del Conurbano, pudrindose igual que el cuerpo del mozo. Su muerte, aunque pocos lo supieron, fue la primera de una larga cadena de muertes que se desat en la ciudad. Fue la que marc el inicio de las acciones del hermano del Tiempo, escondido en el valle de la oscuridad y dejado afuera de la triloga DiosDemonio-Tiempo. CAPITULO II Antes de la creacin del mundo, solamente Dios, el Demonio y el Tiempo reinaban en un eterno vaco. Penumbras rodeaban la eternidad, y la nada se confunda con el inmenso poder de los seres que la gobernaban. Dios y el Demonio sobrevolaban errticamente las soledades, teniendo a su favor al Tiempo. Si bien eran amos y seores del cosmos, sentan la tristeza de no poder manejar tambin el final de sus vidas. Sentan adems que su existencia como seres superiores no tena sentido si no creaban algo que era desconocido hasta el momento. Se fijaron entonces el desafo. En un instante -que pudo durar das o siglos- decidieron crear un nuevo orden. Un orden que no debera ser comprendido por la lgica de los seres que iban a vivirlo. Se aliaron con el Tiempo para comenzar a delinear la obra y decidieron que algunas cosas deban ocultarse. Crearon la luz en este sentido. Los seres dbiles debieron refugiarse en la oscuridad, de donde "jams pudieran salir" fue el epitafio. El Vaco fue uno de ellos y

se hizo dueo de esa morada llamada Seol, que comprendi la regin de los muertos y parte de la noche. La triloga se opuso a perder territorio y lanz una maldicin eterna para los seres que moraran las penumbras. Nunca imaginaron que, algn da, stos iban a lograr forjar una va de escape, una va de comunicacin por donde llegar al nuevo mundo. Siete das le alcanzaron a la triloga, para llevar a cabo la creacin. Al principio cre el cielo y la tierra. La tierra era soledad y caos, y las tinieblas cubran el abismo, pero el espritu eterno aleteaba sobre las aguas. Entonces ste dijo: "haya luz" y hubo luz. Hubo as tarde y maana. Da Primero. Despus dijo: "haya firmamento entre las aguas, que separe las unas de las otras", y fue as. E hizo el firmamento, separando por medio de l las aguas que hay debajo de las aguas que hay sobre l. Da segundo. Dijo luego: "Renanse en un solo lugar las aguas inferiores y aparezca lo seco". Llam a lo seco tierra y a la masa de las aguas llam mares. "Produzca la tierra hierbas, plantas sementferas de su especie y rboles frutales que den sobre la tierra frutos conteniendo en ellos la simiente propia de su especie". Hubo todo esto en el tercer da. "Haya luminares en el firmamento que separen el da de la noche, sirvan de signos para distinguir las estaciones los das y los aos, y luzcan en el firmamento del cielo para iluminar la tierra". Hizo, pues, dos luminares grandes, el mayor para el gobierno del da y el menor para el gobierno de noche y sus pasajeros. Los coloc en el firmamento del cielo para iluminar la tierra, regular el da y la noche y separar la luz de las tinieblas. Da cuarto. Despus dijo la triloga: "Pulule en las aguas un hormigueo de seres vivientes y revoloteen las aves por encima de la tierra y de cara al firmamento del cielo". As cre los grandes animales acuticos y todos los seres vivientes que se mueven y pululan en las aguas segn su especie. "Creced, multiplicaos y llenad las aguas del mar y multiplnquense las aves sobre la tierra", dijo en el quinto da. Despus dijo Dios: "Hagamos al hombre a nuestra imagen, segn nuestra propia semejanza. Domine sobre los peces del mar, sobre los ganados, sobre las fieras campestres y sobre los reptiles de la tierra". "Sed prolferos y multiplicaos, poblad la tierra y sometedla; dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre cuantos animales se mueven sobre la tierra". Da sexto. El sptimo da, el espritu eterno descans. (1) CAPITULO III -Vivimos en una sociedad de sordos, donde si nos detuviramos un segundo a escuchar, descubriramos que la mitad de las cosas que decimos son falsas. La prdica del pastor no tuvo eco en sus seguidores. Nunca lo haba tenido. Nada cambi en quienes estuvieron presentes en la ceremonia. El sermn fue corto. Ya no haca largas exposiciones, en las que l era el nico que se regocijaba; el nico que se senta satisfecho despus de haber evacuado muchas sensaciones mal digeridas. Sus seguidores lo saludaron afectuosamente al finalizar el rito. Sonri suave, pero sin gesticular demasiado. Las apreciaciones hipcritas de la vida, pronunciadas por la gente, lo torturaron un poco ms de lo acostumbrado, ms de lo deseado. Eran pesares

trgicos. Senta que el universo estaba partido en dos cosmos incompatibles. Por un lado lo discursivo; por el otro, las sensaciones. Una ambigedad que, conocindola, destruira a cualquier persona que pretendiera quedarse a mitad de camino. l conoca bien la diferencia. Mientras que lo discursivo puede cambiarse desde la palabra, las sensaciones son indivisibles y rigen nuestras vidas; aunque, muchas veces, la tirana del signo nos imposibilita el dilogo sincero. Saba que estaba en una encrucijada: proclamar el universo de las sensaciones desde la palabra. Pero la cotidianeidad lo consuma poco a poco. Todo se le haca cada vez ms confuso y, eso, lo poda ver con claridad. Las madres lo sustrajeron de sus dolorosas cavilaciones. Le llevaron a sus hijos para que l los besara y los bendijera. -Cuiden a sus hijos y djenlos crecer con libertad... -S, padrecito. Siempre le hacemos caso. -No los contaminen con juguetes... -Cmo dijo? -No, nada. Cudenlos, nunca los traten mal. De donde sac esa frase? No lo saba. No pensaba decir eso, nunca lo haba pensado. -Tiene algo de comer para mis hijos? -entre llantos le dijo otra seora. -Espere un segundo... Se fue a la sala de atrs y trajo varios paquetes de arroz y algunas latas de conserva. -Tome y no dude en volver cuando necesite algo. Ore. Ese "ore" lo sinti forzado. Segua siendo un ministro del Seor, pero alguien ya haba mutilado sus manos y no poda orar. Su alma estaba vaca y no poda tener fe. Sus intentos eran forzadas cruzadas propuestas por la mente. l saba de la frustracin de los que alguna vez creyeron. Nunca cambiaba nada pese a las palabras, pese a la insistencia casi desesperada del pastor. Nada cambiaba a partir de las palabras, nada cambiaba a partir de la insistencia casi desesperada. No aprenda la leccin y masticaba dolor. Una y otra vez. La tarde caa sin atenuantes. Nada poda detener una nueva cada despus del intento de estar siempre arriba. Las voces de los silencios del templo rebotaban en su cabeza y no le qued otra alternativa que irse. No pudo imaginarse otra salida. Guard los ornamentos. Los puso cuidadosamente en su lugar. Recogi sus pertenencias. Cerr todas las puertas y ventanas. Apag la estufa y se abrig adecuadamente, no iba a ser que se enfermara. Una leve brisa lo estremeci antes de salir del templo. Afuera llova, pero no haca fro. El agua que caa lentamente sobre el suelo, le haca recordar caricias de su esposa fallecida. Record el amor que senta por ella. Sonri, esta vez con un poco ms de nimo. Camin menos triste debajo de la lluvia. Pate cada piedra que encontr a su paso. Esper el colectivo y, una vez sentado, se durmi. Lo visit en los sueos un ser viscoso que lo perturb de nio, un ente capaz de acorralarlo con preguntas. Qu quera? Qu deseaba? Qu buscaba con su prdica? Qu quera decir aquello de "no los contaminen con juguetes"? Quin era capaz de sentir lo que nunca haba ocurrido? Quin era capaz de saber lo que nunca le dijeron?

Sinti su alma sofocada. Un espritu oprimido por las malas condiciones en que los sueos se producen durante los viajes en los das de lluvia, cuando uno no desea que los seres viscosos pregunten cosas que jams podr responder y slo alimentan el aturdimiento y hacen que nos quedemos sin aire al tratar de explicar todo de golpe, y narrar una situacin sin poner un freno a nuestra exposicin. Se despert en la terminal. El ser viscoso estaba en el volante. No quiso moverse del asiento, senta miedo de una posible reaccin inesperada. Se puso a temblar, en el mismo instante en que el viejo tormento comenz a avanzar sobre l. Cuando estaba a punto de gritar, el ser le dijo que haba terminado el recorrido y deba bajarse. La lluvia haba parado en la ciudad. CAPITULO IV El pastor camin lento, tratando de esquivar los charcos que se producen entre las baldosas. Pas cerca de un prostbulo y las chicas lo silbaron. Lo conocan y su figura les llamaba la atencin. Siempre comentaban que, una noche, Rosi lo haba visto entrar alcoholizado y con unas desenfrenadas ganas. Discutan si poda ser cierto o no, y se preguntaban cmo sera en la cama el "curita", como ellas lo llamaban. El pastor agach la cabeza y evalu en silencio la posibilidad de ingresar. "Esta noche no", se respondi sin motivos claros. No tard en llegar al edificio donde viva en el sexto piso. Abri la puerta principal y se desliz sin ruidos. Llam al ascensor y se prepar para el corto viaje. Subi y marc el nmero de su piso. Estaba oscuro. Solamente las luces indicadoras del conmutador aportaban algo de claridad. -La libertad es un arcngel que te liberar de la pronta muerte, pero que te convertir en sal para toda la eternidad. Una voz lo estremeci. No haba nadie junto a l, pero sinti una frase pronunciada con firmeza. Se dio vuelta y slo encontr la pared trasera del ascensor. Mir para arriba, abajo, los costados, y nada. Sinti temor. Pens que haba empezado a volverse loco; ni siquiera baraj entre sus posibilidades que el hecho pudiera estar emparentado con lo sobrenatural, con lo que escapa a la razn del hombre. Baj rpidamente del ascensor y tard mucho en ingresar a su departamento. Le temblaban las manos. No encontraba la llave precisa. Le aterraba la idea de que alguien lo hubiera seguido al salir del templo. No tena mucha plata en su casa, pero la idea de que todos los pastores son adinerados le provoc miedo. Una vez que logr entrar a su departamento, respir profundamente. Llen los pulmones de serenidad. Cuando se dispuso a encender la luz, algo lo detuvo sin pronunciamientos. Sin la necesidad de dar rdenes. Una sombra, sentada en su sof, le indic que no lo hiciera. Lo mir y, sin hablar, le pidi que se sentara a su vera, en una silla que ella misma haba preparado. Sin prembulos, comenz el monlogo para el reducido pblico compuesto solamente por el ministro. -Los hombres como usted no niegan la existencia de la futilidad. No niegan la existencia del todo. Saben lo que es el todo. Sufren el todo y la nada. Saben del da y la noche. Conocen el vaco existencial, que las personas niegan. Conocen que el conflicto existencial reside en la incesante e intil bsqueda de las razones por las que vivir; un motivo que les alivie el peso de haber sido creados. Saben que cada uno de ustedes es

una msera parte del universo. Saben que los pronunciamientos de grandeza son solamente vanos intentos por no sentirse vacos, solos, mseros, pequeos... Ustedes sienten el todo. No lo conocen ni lo comprenden desde la lgica. Y jams lograrn comprenderlo si no se abren al terreno de las sensaciones, que ustedes mismos empezaron a recorrer. El pastor escuchaba todo con una extraa mezcla de admiracin, tristeza y dolor. -Ustedes saben -continu el visitante- que si las personas dejaran de buscarle el porqu a la vida, comenzaran a sentir de otra manera. No solucionaran nada, pero el conflicto desaparecera porque no pertenece a la existencia. -Sentiran vaco -interrumpi el pastor. -Usted dice eso porque niega... El pastor no quiso or nada ms. Era mucho para un espritu amargado por las constantes frustraciones. Se par y, sin prestarle ms atencin al circunstancial intruso de su morada, prendi la luz. Al regresar su vista, dispuesto al combate, el sof estaba vaco. No haba rastros del ingreso de una persona. Trag saliva. No quiso ni escupir. Fue al bao y busc pastillas. Haca tiempo que no las utilizaba, haban sido su nica compaa para salir del duro trance que le produjo la muerte de su esposa. Volc medio frasco en su mano. Llen un vaso de agua. Se prepar para olvidar y trag casi sin respirar. En pocos segundos, el sueo lo salv una vez ms del suicidio. CAPITULO V La oscuridad, las aguas turbias. El remolino que nos empuja a chocar contra las piedras. El eterno vaco que nos consume. La sensacin de agobio que mantiene vivo el deseo. La angustia existencial, el porqu de la vida. Las maanas son rgidas y temerosas como las noches donde no podemos conciliar el sueo. Son figuras que no reconocen nuestra entidad. Nos empujan y nos arrastran a marchar en una formacin rgida de seres con caractersticas similares. -Ya es de noche y hay que cerrar la Biblioteca -le dijo la portera al joven que, en ese momento, era el nico visitante de la Biblioteca Pblica. -Tome, le regalo esto -fue la rpida respuesta del muchacho, y, estirando el brazo, le alcanz un papel donde poda leerse una poesa. -Es tuyo? -S... -Hace mucho que te dedics a escribir? -Desde antes de la creacin del mundo. Ninguno de los dos aguant la risa. Se miraron con gestos cmplices y siguieron dialogando sobre los gustos de ambos. -Usted tambin escribe? -interrog ahora el muchacho.

-No, pero... me gustara -respondi un poco avergonzada la seora. -Slo hace falta que empiece. -No debe ser tan fcil. -Haga la prueba. La conversacin gir en torno de la literatura. La mujer sin entender mucho del tema, no quiso demostrarle que eso le interesaba poco. Ella, una seora de cincuenta aos, senta que el joven la seduca. Poda ser su madre, pero se senta atrada. -Nos volveremos a ver? -pregunt el joven, y la seora se sonroj. -Nos volveremos a ver? -insisti. -Yo trabajo ac -fue la respuesta un poco titubeante. -Entonces, hasta pronto- dijo, se par y prepar su retirada. Cruz el saln a paso lento, dejando una estela de quietud en el sendero recin transitado. La mujer respir hondo y guard el papel en el bolsillo del saco. No le gustaba leer, pero iba a intentar hacerlo porque vea muy apuesto a ese hombre que la haba hecho sonrojar. Agarr el escobilln y limpi todo el saln con una gran sonrisa en su alma. Quit las telaraas que se haban formado en los rincones y sinti una rara compasin por las araas que estaba desalojando. Cerr la llave de gas. Orden las sillas que estaban desprolijas y, antes de salir, mir una vez ms el lugar donde haba encontrado sorpresivamente a ese "hermoso mozo", como ella deca interiormente. Apag todas las luces y emprendi su regreso a casa. Al dejar atrs la Biblioteca, se puso a hacer un racconto de su vida. Pocas cosas le hacan recordar el encuentro que haba tenido minutos antes. Su vida haba sido siempre muy dura, siempre de lucha constante y de pocas satisfacciones. Se senta feliz como lo haba deseado ser en los viejos tiempos. Se preguntaba si el joven tambin haba sentido lo mismo. Dudaba. Trataba de recordar todos los gestos que l haba hecho en la pequea conversacin que mantuvieron en el saln. Record su rostro casi angelical y una voz suave que la recorra. Una forma parsimoniosa de hablar y una cadencia muy seductora. Pens nuevamente en que poda ser su hijo, y trat de no seguir indagando en sus sentimientos. Lleg a su casa un poco ms tarde de lo acostumbrado. Se haba demorado limpiando. Quizs, en su interior, tuvo deseos de no volver, pero eso era imposible. Dej el saco sobre el sof. Prepar la comida mecnicamente para ella y su marido. Y como todas las noches, comieron sin dirigirse una palabra. Su hija que se incorpor a la mesa minutos ms tarde, tampoco intent dialogar. Haca aos que solamente hablaban lo necesario. Haca aos que la comunicacin no exista en su familia. Haca aos que en realidad haban dejado de ser una familia, pese a estar siempre juntos. La hija mostr un apetito casi voraz. Estaba apurada. Viva apurada. Saba que es mejor vivir apurado, cuando uno no desea preguntarse nada. Se par apenas termin el ltimo bocado y, sin siquiera despedirse, tom el saco que estaba en el sof y se retir de la mesa. Los padres se miraron. Ya nada podan hacer, todo estaba hecho. Lo malo y lo bueno. Lo bueno y lo malo. Al salir de la casa, la joven introdujo sus manos en los bolsillos y descubri la poesa. La ley con la tenue luz de la entrada del edificio y la arroj a uno de los costados.

El papel cay en un charco, y las letras escritas con tinta comenzaron a borrarse. CAPITULO VI Preparndose para salir a su trabajo, el padre de la joven escuch la radio. Sentado en la mesa, bebi de a sorbos el caf con leche tibio que le hizo su esposa. Los titulares no le llamaron demasiado la atencin, pero la ampliacin de "Suicidio en las Vas" le produjo una trgica revelacin. -Una joven de aproximadamente 20 aos de edad, se quit la vida al tirarse debajo del tren. El hecho ocurri en la estacin de la ciudad ayer a la madrugada. Hasta el momento la polica no ha logrado identificar a la persona que tom la drstica decisin. La causa, caratulada como Suicidio, se encuentra en el Juzgado Criminal y Correccional de Turno. No hicieron falta ms palabras. Se fue a la habitacin de su hija y la encontr vaca. Comenz a gritar desesperado, como un animal herido. La esposa se acerc y le pregunt qu le pasaba. -Me arrancaron lo que ms quise en mi vida... -atin a decir. -Qu cosa? Qu pas? No entiendo... -lo interrog. -Muri nuestra hija... La frase qued picando en la habitacin. La madre no entenda cmo se animaba a afirmar semejante tragedia. Fue a la habitacin de su hija y la encontr vaca. La cama estaba tendida y todo estaba en orden. Al regresar, su marido se encontraba llorando arrodillado. -Tranquilizate y explicame -dijo ella con serenidad. Una calma que no conoca desde haca muchsimos aos. -Lo escuch en la radio. Fue suicidio. Se mat, entends? -La nombraron... -No, pero s que es ella. Fue en la estacin ayer a la madrugada... todava no regres... Entends o no quers darte cuenta? La mujer sigui optando por la serenidad. Lo abraz y trat de consolarlo. Atin a pronunciar slo un "bueno, mi amor, tranquilizate". Despus de un largo rato, y superado el primer golpe, ella sugiri ir a la comisara. l, con resignacin, acept. La madre no tard en cambiarse para ir a la polica. El padre, intentando demorar la confrontacin con el dolor, tard ms de lo normal para vestirse. Salieron de la casa y se dirigieron a una remisera. El padre senta que un Himalaya se le haba posado en la espalda y que nadie se lo iba a poder sacar. Se senta culpable. Saba que no poda ser otra la joven que se haba suicidado. El olor de los suicidas se percibe. Su hija la ltima noche lo tena. l hubiera deseado abrazarla por ltima vez. Pensaba que, algn da, deba reunir el coraje suficiente para suicidarse l tambin y acabar con todo. En la remisera haba demora, pero la marcha del mundo segua su curso inmutable. Un nacimiento, una muerte. Los ros secndose y las lluvias provocando inundaciones. Los fuegos consumiendo bosques y los hombres confundindose con los animales. Las inevitables tragedias y las epidemias abrindose paso ante la necedad de la humanidad. -Hasta dnde van? -pregunt el telefonista de la remisera. -Hasta la comisara. -Tienen documento o cdula de identidad? -S, los dos. -Deme algo.

La seora sac su cdula y le dict el nmero. El automvil se par en la puerta y el chofer les hizo seas para que subieran. No tardaron en hacerlo. El portazo de la puerta trasera, dado por el chofer, hizo que en los odos de l comenzara a producirse un agudo chillido. Un sonido que lo acompa durante todo el resto del da. Despus de pagar, bajaron cansinamente del auto y entraron a la comisara. El ruido y el dolor ya lo estaban enloqueciendo. Trat de contenerse, de no mostrarse profundamente molesto y triste. Hubiera necesitado ver correr sangre entre sus manos para sacarse todo el peso de encima. Ver su sangre derramada en la vereda, yndose por la bocacalle y regresando por fin a su lugar de origen. Una joven polica los atendi de buena manera y les pregunt sobre su visita. Sabiendo por qu estaban all, el comisario los hizo pasar y no tardaron mucho en salir para la morgue judicial. Les pregunt quin era ms impresionable porque el tren haba destrozado gran parte del cuerpo de la vctima. La mujer dijo que solamente ella deba reconocer a la hija, pero el marido se opuso porque tambin necesitaba comprobar lo sucedido. Un largo pasillo auspici de antesala para el trgico encuentro con su hija. Pese a las mutilaciones que haba sufrido el cuerpo, no quedaban dudas de que ella era la joven que haban concebido. No pudieron contener las lgrimas. La madre sinti sntomas de desvanecimiento y se aferr al comisario como a un madero. El hombre empez a gritar, la verdad lo trituraba poco a poco. El espectculo de dolor deca todo lo que nunca quisieron escuchar. El polica y algunos empleados de la morgue los retiraron del saln. El cadver ya estaba identificado y no haba forma de volver atrs. El cuerpo de la hija por fin estaba destrozado como su alma. CAPITULO VII Los llantos inundaron el templo. Todos los que la queran, o pensaban que la queran, se pusieron alrededor del cajn. Una mosca sobrevolaba la escena. Una escena casi repetida. Casi repetida hasta el hartazgo en todos los velorios. El pastor entr con la cabeza baja. No quiso mirar a nadie, percibi que los llantos eran parte de un acuerdo tcito entre los presentes. Un acuerdo que iba a respetar. Uno de los tantos pactos que se propuso no romper en el momento que tom la decisin de hacerse religioso. Camin lento. Casi pareciendo no querer llegar a la escena. Sus piernas eran dos pesadas columnas sobre las que haba construido un templo pagano. Un templo donde pudieran convivir todos aquellos expulsados del banquete eterno. Un templo que en ese momento no lo dejaba avanzar con firmeza. Arrastrando los pies, tropez con uno de los bancos. Las miradas se posaron en su cuerpo y en su alma. Sinti un gran peso en la espalda. Una enorme cruz que lo carcoma y lo empujaba a la muerte, a sentirse agobiado por las personas. No tard mucho en recomponerse. En pocos segundos, retom la marcha. No deba detenerse antes de llegar al cajn. El saln era largo y oscuro. Las personas, como fanticos apostados en sus respectivas plateas, vitoreaban en silencio los avatares del ministro, algunos a su favor y otros en su contra. Afirm su andar. Trat de pensar que no poda ser detenido por miradas incriminadoras.

Tropez por segunda vez. Algunas risas comenzaron a burlarse de su impotencia y la cruz comenz a hacerse ms pesada. El camino era cuesta arriba. El Monte de Sin estaba cada vez ms alejado de su alcance. Los fariseos eran dueos de la escena. -Qu la pasa hermano? -Nada -respondi secamente, sin entender bien por qu se resista a llegar al cajn de la joven recin fallecida. Se afirm en sus antiguas convicciones y otra vez reanud la marcha. El paso firme no duro demasiado tiempo. Un nuevo banco hizo que se cayera por tercera vez. Se levant haciendo el ltimo esfuerzo y nuevamente se propuso no detener la marcha. Iba a llegar, aunque fuese arrastrndose. As las cosas, las risas y las burlas fueron la msica de fondo que auspici la llegada al cajn hermticamente sellado. Frente a la recin fallecida, se persign. Los padres seguan llorando a la hija que haban perdido haca mucho tiempo, antes de producirse el suicidio. Estaban de duelo. Era el momento propicio para llevarlo a cabo sin sentir culpa, sin reconocer que las muertes son cotidianas aunque a veces no haya una sola gota de sangre derramada. El pastor comenz a hablar de la muerte desde una concepcin redentora, y de lo doloroso que era que los padres enterrasen a sus hijos. Habl tambin de la vida de la joven que conoci de nia. No se anim a decir en ningn momento la verdad. Nunca le dijo a los padres que l pensaba que la haban descuidado, que los llantos despus de la muerte no servan para nada. Sin embargo, no aguant tanta hipocresa y mir a los padres con una mirada acusadora. stos no se percataron del ftil intento. Se resign entonces a no poder hacer nada. Continu con las palabras adecuadas para el momento y despert algunas nuevas lgrimas entre los presentes. Apur el discurso. Ya se senta agobiado por la situacin. No poda soportar ms los llantos de las personas. -No lloren por los que se van. Lloren por ustedes, por lo mseros y egostas que son, por... -y no pudo continuar. Su voz se quebr de dolor. La ltima frase no tuvo eco en nadie. Hasta alguien dijo "es palabra de Dios" sin entender nada de lo afirmado. El pastor se dio cuenta de que aquello poco tena que ver con las ceremonias tradicionales. Se apur para terminar con el rito. Quera saludar a los deudos y huir de la situacin que lo perturbaba con mucha intensidad. Una vez finalizada la oracin, acompa a todos los presentes hasta la puerta de salida y los despidi. Casi con malos modales. Con dolor en sus palabras y un profundo malestar que le trituraba el corazn. No tard mucho en quedarse solo ante el cajn y la cruz de Cristo. Quizs demasiado para lo que haba estado dispuesto a soportar. Cerr las puertas del templo y se sent en uno de los primeros bancos. Comenz a rezar en forma compulsiva. La tarde se fue convirtiendo en noche. l no se preocup por prender las luces. Un extrao sopor comenz a acunarlo y no tard mucho en dormirse. CAPITULO VIII Los ronquidos del pastor retumbaban en el templo. Figuras medievales se debatan por ocupar la mente del ministro. Sombras bailaban a su alrededor y una extraa figura se poda ver en cualquier rincn del lugar.

-Qu quieres de m? -fue la pregunta que hizo que el pastor se sobresaltara. Abri los ojos y mir para los costados. No haba nadie. Estaba solo frente a la cruz y el cajn de la joven. -Qu quieres de m? La repeticin del interrogante, aument su temor. Esta vez le pareci que alguien detrs de l la haba pronunciado. Gir su cabeza para ver si descubra algo, y en ese mismo instante, la voz pareci salir del cajn. Su cuerpo qued paralizado por algunos segundos. No quera sentir ms la pregunta. No quera saber nada de interrogantes. Las piernas le comenzaron a temblar. El fro se apoder de sus manos. Una lanza imaginaria le atraves el crneo y le produjo una grave herida. Se dej caer, entonces, en el medio del templo. Formando una cruz en el medio del lugar empez a soar. Una figura etrea lo invit a recorrer la noche. Caminaron lento por la avenida principal de la ciudad y dialogaron amistosamente sobre distintas visiones. Sealando un descampado, la figura habl. -En dicho lugar, al igual que en el mundo, hay viejos locales en ruinas cercados por un alambrado en muy mal estado. Todo es un foco infeccioso y muchos de los procesos que se iniciaron no tienen retorno. Los locales y su alambrado perimetral fueron deteriorndose hasta convertirse en un espectro abandonado al borde de la avenida, donde inescrupulosos continan arrojando residuos. -Y detrs de ello que se vislumbra? -interrog sorpresivamente el pastor. -Nada -fue la respuesta tajante. Siguieron caminando sin pronunciar palabra. El pastor saba que todo era un sueo, pero la situacin lo movilizaba a averiguar cosas. Insisti entonces con la pregunta anterior. -Y detrs de ello que se vislumbra? -Nada puede vislumbrarse... Quizs, todo lo que te dije es mentira. La confusin envolvi al pastor, que esa noche quera certezas. Quera poder despertarse con revelaciones. Sentir sangre en sus manos despus de haber sido crucificado en el centro del templo. Sentir, nada ms. Creer, nada ms. Volver a tener fe, nada ms. Pisar firme en ese prado lleno de pus. De repente, al regresar la vista hacia al lugar donde estaba su compaero, encontr el rostro destrozado de la joven que a la maana siguiente iba a ser sepultada. No atin a correr, slo se tap la cara con las manos y comenz a llorar. En parte se senta responsable del suicidio de la joven. l haba casado a los padres. La conoca de pequea y l la haba instrudo en su templo. Cuando levant la vista, el fuego se haba apoderado de la ciudad y estaba solo en medio de la avenida. Llantos y rechinar de dientes se podan or de las construcciones que comenzaban a arrojar humo por sus ventanas. Se arrodill y comenz a orar. Nada lo salv del incendio y la pasin una vez ms lo consumi en sus sueos. Tard mucho en despertarse. Tal vez siglos. Nunca lo supo, porque regres a la escena que le corresponda vivir al da siguiente. Saba, sin embargo, que esa noche haba sido ms larga. Haba estado en medio de un combate donde l no estaba en ninguno de los dos lados, y por lo tanto poda morir en manos de cualquier bando. Al abrir sus ojos, tard en reincorporarse. Le dolan los brazos y las piernas. Tena poca fuerza en su cuerpo. Un rayo de luz rebotaba en la manija del cajn y no pudo escaparle al recuerdo de la joven destrozada.

Con la cabeza baja, cruz el saln y se dispuso a abrir las puertas y ventanas. El entierro estaba previsto para las diez horas y quera tener todo en orden. Desayun con una infusin bien caliente y trat de no pensar en los sucesos de la noche, para recuperar la tranquilidad y poder dar as una ceremonia acorde con lo pautado por su religin. Poco a poco, los deudos fueron inundando la escena y los coches fnebres rodearon el templo. Luego de subir el cajn al coche principal, la caravana inici su marcha de despedida. Las palabras del pastor y los llantos de los padres y de los amigos, fueron lo ltimo que ocurri antes de que el cajn ingresara a su bveda. El rito se llev a cabo con mucha normalidad y el ministro, esta vez, no se angusti por nada. Salud a los padres y, tomndose un colectivo, se march a su casa. Rechaz muchas invitaciones de viajar en auto hasta su casa. No quera tener el compromiso de tener que decir palabra alguna. Baj una parada antes y camin hasta el edificio donde viva. No estaba perturbado y esa tarde deseaba disfrutarla leyendo y escuchando msica. No quera saber de feligreses, ni de esas cosas tediosas. Se convenci de que las extraas sensaciones se haban producido por las tensiones a las que estaba expuesto en su ministerio. Subi los pisos con una alegra poco sentida en los ltimos meses y, casi riendo, abri la puerta de su departamento. Dej afuera todas las penas y creencias y se sumergi en un mundo creado por el mismo. Las raras sensaciones no lo visitaron por algunos das. CAPITULO IX Siete golpes de bastn lo despertaron. El cuerpo del gerente, en ese instante, viajaba en una butaca del tren. Se le haba roto el auto en la estacin y tuvo que viajar como un simple empleado. Eran las seis y media de la maana y todava era de noche. Dos ojos penetrantes se apoderaron de su cuerpo. Los siete golpes fueron las trompetas que anunciaron un holocausto desconocido por l. -Los mensajes muchas veces son incompresibles, otras incomprendidos -fue la frase que retumb en sus odos, luego del primer vistazo. La situacin lo perturb mucho. El ciego lo divis desde la otra punta del vagn y l trat de obviar su presencia. Pero todo fue en vano. Sus ojos lo arrinconaron contra el asiento; parecan trasmitir dolor, resignacin o qu? El gerente no saba, intentaba imaginarlo. -Mantenerse impvido ante el dolor ajeno es un precio caro, cuando hablamos de vivir -fue la segunda afirmacin que le lleg a su mente. Fue la segunda frase que lo termin de sacar de su pasmosa tranquilidad matinal. El ciego camin hacia l dando pasos muy cortos. Lo acompaaban su bastn y un tarrito donde indicaba que le depositaran monedas y billetes. Clav la mirada en el gerente. En pocos segundos, ley toda la historia de su vida. El gerente qued desnudo ante l y sinti vergenza. Trat de mirar a los costados y olvidar su presencia. No pudo. Sinti como se acercaba y no se anim a huir. Sinti que no tena escapatoria y lo mir fijamente. La mirada era sombra. Sus ojos eran dos bolas de fuego a punto de estallar. Dos bolas arrolladoras, capaces de llevarse por delante cualquier obstculo. La insistencia anul sus fuerzas. Sinti como, a travs de su alma, el ciego le dio un veloz repaso a la historia de la humanidad. El hombre apur su paso hacia el gerente. En el trayecto, una vieja estir la mano y le puso algunas monedas en el tarro. Otro pasajero lo mir con asco y unos jvenes se rieron de chistes absurdos. Tropez con los pies de un vendedor ambulante y le pidi disculpas.

-No est lejos, -comenz a relatar en voz alta el gerente- espero que rpidamente pase de largo y olvide mis ojos, mi cara, mis rasgos, mi mirada; que no recuerde todo lo que vio en mi interior, en mis entraas, en mi asquerosa conciencia. Sigue golpeando el tarro contra unos asientos y el ruido que hace es cada vez mayor, respeta un orden, como siguiendo los designios de un ser superior. El ruido no es ruido, es una msica que fue hecha en base a otros moldes; eso me lo trasmite con su mirada. No pretende crear nada pidiendo limosna, quiere crear llevando a cabo su proyecto. Slo est interesado en conseguir plata y mantener la panza llena, para despus poder ejecutar una de las piezas que, en su opinin, es una de las ms bellas que se puede crear... En ese instante, el gerente se dio cuenta que estaba monologando y muchas personas lo miraban aterradas. Mientras tanto, sin cambiar la mirada de rumbo, el ciego se sent dos asientos adelante de la butaca del gerente. El hombre de negocios volvi a sentir una necesidad imperiosa de comunicarse y no le import que lo miraran con temor. A su lado viajaba una seora mayor. -Tiene una mirada de dolor, de sufrimiento, de venganza; se puede observar en ella que su principal meta es destruir al mundo, a m, a vos, a todos; los buenos, los malos; piensa que podr terminar con toda la sociedad, enferma de males mal curados, de viejas fatalidades no reconocidas, de extraas personas mal paridas. Cree que podr hacerlo. Lo miro fijo y no lo hago dudar. El plan ya est trazado en su mente. Nada podr detenerlo. Me clava sus ojos en lo ms profundo del alma, y me desnuda. Est seguro de que me destruir igual que a todos aquellos que lo ignoraron o se burlaron de l. Cuando termin de hablar, se dio cuenta de que estaba otra vez solo. La seora que lo acompaaba se haba parado a mitad de camino. El tren no tard en arribar a la ltima estacin. Los pasajeros comenzaron a pararse y el gerente agach la cabeza, dispuesto a entregarse. Nunca haban ejercido semejante poder sobre su mente. Crey que no tena escapatoria. Sin embargo, los ros no salieron de su cauce y las aguas no se derramaron. -La sentencia ya est dictada... -dijo el ciego entre dientes, se par y se alej sonriendo, en medio del borbolln de gente que baj de los trenes y resignada march para sus trabajos CAPITULO X No hay respuestas entre quienes no existen las preguntas, entre quienes escuchan sin temor el devenir de las mareas. Lleg a su lugar de trabajo y en su oficina alguien haba dejado un papel. Lo abri y encontr una rara poesa. No se le ocurri quin poda habrsela dejado. Le pareci absurdo que buscaran ablandarlo a travs de la literatura. l haca aos que no se emocionaba con nada. -Ya nada me puede asombrar -dijo entre dientes. Pero inmediatamente record el episodio del tren y se estremeci. Sinti que, en algn lugar de su cuerpo, las mentiras lo carcoman cotidianamente. Haca tiempo que estaba acostumbrado a mentir para subsistir. Saba de lo poco que vale la dignidad humana. Crea que ya no haba salida. Crea que las creencias tradicionales ya no servan para aplacar la angustia humana. Pidi los formularios de las obras sociales y se dispuso a completarlos. Trat de olvidar esos dos ojos que lo arrinconaron en el tren, pero se le hizo muy difcil. Nunca

haba participado de un episodio tan intenso, tan cargado de signos poco claros para su mente. Le pidi ayuda a su secretaria para desarrollar la tarea. Le mir las piernas, y pens que no estaba nada mal. Baraj la posibilidad de invitarla a salir. Pens que alguna tarde, ella poda aceptar una de sus propuestas. La volvi a mirar y se convenci de que era el tipo de mujer que a l le gustaba, que siempre le haba gustado. Se propuso decirle algo, pero prefiri esperar el momento adecuado. Saba que tena que cuidarse, porque, la ltima vez, su esposa lo haba descubierto en plena infidelidad. Y ya no le quedaban muchos crditos. De novios siempre la haba engaado. Cuando se casaron, l prometi no volver a hacer de las suyas. Nunca cumpli la promesa. No estuvo ni siquiera un mes sindole fiel. Tras el regreso de la luna de miel, visit la puta que ms le gustaba. Hasta crey que en algn rincn de su alma la extraaba. Hasta crey que ese encuentro fue ms placentero que la noche de bodas, que le pareci un mero trmite para concretar el casamiento. Hasta crey que, a veces, las putas son necesarias cuando las relaciones son vacas como los orgasmos que se venden y se compran. Volvi a mirarle las piernas a su secretaria, y necesit serenarse para no decir palabra. Esa minifalda lo volva loco. -Qu fcil es de sacar -pens, mientras trataba de concentrarse en el trabajo y no lograba desviar la vista de ese cuerpo que lo atraa. Imaginaba el color de la ropa interior y su boca arrancndola a mordiscones. Imaginaba sus manos en la cintura y la sangre corriendo con frenes por sus venas. Agach la cabeza y cerr los ojos. La mirada del ciego lo segua carcomiendo lentamente y tena trabajo que terminar. No poda seguir distrayndose ms. El espectculo le resultaba agradable y le ayudaba a olvidar la trgica visin que tuvo a la madrugada, pero prefiri enviar a la secretaria a preparar un caf. Necesitaba tenerla lejos, al menos por un par de minutos, para poder bajar parte de las tensiones. La vio pararse y contornearse adelante de sus ojos. Se mordi los labios y respir profundamente. Volvi a cerrar los ojos y prometi concentrarse y terminar el trabajo. No quera quedarse despus de hora porque su puta lo esperaba. Era la cita obligada de todas las semanas. Era casi de la familia. A veces se preguntaba si la amaba, pero nunca haba logrado una respuesta clara. Su secretaria no tard en traerle el caf. l no la mir ms y puso toda su atencin en los formularios. Hasta crey olvidarse del ciego. Los llen en forma rpida, pero prolija. No quera quedarse ni un segundo ms porque si no tena que postergar la visita. Y si no iba ese da, seguramente, tendra que esperar una semana. La tarde pas relativamente rpida. Media hora antes de la hora de salida, los formularios ya estaban completos y controlados. Pese a ser muchos, haban hecho una buena tarea. Mir a la secretaria y ambos respiraron aflojando tensiones. Ya no la miraba con libido: eso haba sido solamente durante el comienzo de la maana. Estaba cansado e impaciente. Se quera ir. El trabajo no haba sido agotador, pero el esfuerzo para concentrarse le haba demandado muchas energas. Saba que, una vez que lo logr, todo sali rpido y sin inconvenientes. Reuni sus pertenencias y llam un remise. No quera demorarse ni un segundo. La puta lo esperaba. Tom el ascensor impaciente. No esper ni a su secretaria. Necesitaba llegar cuanto antes al departamento donde encontraba placer. Las fuerzas que lo dominaban eran incontenibles.

Tuvo que esperar unos cuantos minutos en la puerta del edificio de su trabajo porque el auto se demor por el trnsito. La secretaria sali despus de l y lo salud afectuosamente. Mientras le miraba las piernas a su secretaria, el chofer del auto que solicit lo estaba llamando y l pareca obnuvilado por ese cuerpo. No tard en subir al auto. Respir con lentitud y sinti que no faltaba mucho para llegar al orgasmo deseado. La acumulacin de tensin le permiti olvidarse del ciego. CAPITULO XI Hizo que el chofer detuviera el auto media cuadra antes del departamento de su puta. Siempre repeta el mismo rito. Pagaba, miraba para los costados para no descubrir a alguien conocido y apuraba el paso para entrar a uno de sus refugios ms queridos. La puta trabajaba por la noches en un bar y, durante las tardes, atenda a los clientes que precisaban algo ms que sexo. A esos los escuchaba, los atenda con ms tiempo y les cobraba ms caro. Toc el timbre. Cuando recibi la seal adecuada, ingres al edificio. Las paredes estaban cubiertas de humedad. La pintura se notaba deteriorada en varios sectores. Poca luz auspiciaba su llegada. El olor particular del lugar siempre haca que su mente imaginara que haba ingresado a otra dimensin. Senta que el peso del mundo poda quedar afuera. Que las preocupaciones podan esperar hasta que l saliera. Y que, quizs, el mundo se detena en el momento exacto en que l cruzaba la puerta, y recin recomenzaba su marcha cuando sala. Intent subir en ascensor hasta el sptimo piso, pero estaba descompuesto. Mir las escaleras y apret los dientes con fuerza. Pute para sus adentros y respir hondo. Estaba cansado e impaciente, pero no le quedaba otra alternativa que subir los pisos caminando. -Nada ni nadie me va a detener -pens, mientras comenz a imaginar la dulce voz y las caderas de su puta; las caricias que necesitaba para volver a cruzar la puerta principal, y poder as enfrentar la luz, sin tener que pelear contra las sombras que su cuerpo proyecta. Subi el primer escaln y una extraa imagen pareci proyectarse en la oscuridad. No quiso detenerse a desentraar los misterios que se ocultaban de la claridad. Crey tambin ver dos ojos rojos, que se multiplicaban al comps de sus pasos. Los pisos restantes se convirtieron en un calvario no previsto. Las piernas le pesaron an ms y su cuerpo le pareci casi inmanejable. Tuvo que sentarse tres veces a respirar, para poder seguir subiendo los escalones. La oscuridad lo trituraba poco a poco y senta mucha presin en la cabeza. Su crneo poda haber estallado. Sus venas estuvieron varias veces a punto de decir basta porque no soportaban la alta presin de la sangre que corra. Agotado lleg al sptimo piso. Golpe tres veces la puerta porque esa era la seal. La puta, vestida con un corto camisn de satn negro y un portaligas, le abri la puerta y lo hizo entrar rpidamente. Antes de saludar a su cliente, cerr bruscamente la puerta. Puso todas las trabas que tena, dejando muy pocas posibilidades de que alguien ingresara por la fuerza. Despus le dio un beso en la mejilla. -Quers tomar algo? -fue la pregunta de la puta. -S, algo fresco... -Una cerveza? -Bueno, acepto...

Trajo dos latas y una se la dio al gerente. Bebieron sentados en un sof, sin pronunciar palabra alguna. La boca de la puta no tard en comenzar con su trabajo. Primero le quit el saco, luego la camisa y la corbata. Le bes el pecho y humedeci todos los vellos. El cuerpo de la puta se movi a gran velocidad, pero con una cadencia muy suave. Debajo del satn negro, se podan ver los pezones erectos y los largos vellos de la entrepierna. Un cuerpo delicioso. El gerente, envuelto en un placentero sopor, slo atin a suspirar, a gemir, a esperar que ella hiciera todo lo que deseaba. Todo lo que l esperaba por amor, pero slo haba conseguido por algo de plata. Le baj el cierre y sus caricias lo hicieron estremecer. Poco a poco, le quit los pantalones. Con los dientes le sac el slip y su boca no tard en humedecer la entrepierna del gerente. El placer ya lo estaba venciendo una vez ms. Lo llev hasta la cama. Lo hizo acostar y se sent sobre su sexo. Un movimiento lento se convirti en una desenfrenada cadencia, que termin en el orgasmo de ambos. Ella tambin disfrutaba con ese cliente. Por eso lo cuidaba. Lo trataba bien y haca todo lo posible para que las relaciones comerciales nunca terminaran. No saba si era amor, pero se le pareca bastante. El gerente cerr los ojos y ella no lo quiso molestar. Comenz a dormirse y le pareci una imagen tierna, conmovedora. Se sinti cmoda al tenerlo en su cama. Sonri y pens en lo bueno que sera poder conservar a un hombre en esas condiciones. Pero siempre despertaban. CAPITULO XII -Sus ojos buscan sensaciones y fantasmas dentro de mi mirada, quieren averiguar dnde se encuentra el botn nuclear que pueda hacer que la humanidad vuele en mil pedazos; me hablan en un idioma que no entiendo, o mejor dicho, que prefiero no entender; un idioma elaborado para que los dueos de nuestras vidas no se enteren de sus intenciones, de sus intereses, sus pretensiones. No s si quiere hacerme parte de su plan o slo intenta atemorizarme, no s. Me entrega todas sus impresiones, se abre de par en par y deja que todo me inunde y me desborde la mente. Hay cosas que me sobrepasan y otras que me confunden; hago esfuerzos por no entender, agacho la vista y no puedo dejar de sentir la mirada que penetra en cada rincn de mi cuerpo; que me embiste y me desnuda, que me hace frgil e indefenso; me deja sin salida, sin escapatoria, sin horizontes, sin alternativas; me ahoga, me arrincona, me penetra... -Par, despertate -dijo la puta. La transpiracin cubra el cuerpo del gerente. Se haba dormido y los ojos del ciego haban vuelto a aparecer en los sueos. Lo haban vuelto a arrinconar, pero esta vez en un mar inmenso y sin salida. La puta lo haba sentido delirar mientras estaba en la cocina y se apresur a despertarlo. Tuvo que sacudirlo muchas veces para lograr que recobrara el sentido. Pareca fuera de s y ella no estaba acostumbrada a verlo en esas condiciones. El gerente mir la hora y se dio cuenta de que era tarde. Las explicaciones que le poda dar a su esposa, ya no servan. Nada justificaba la demora. Tendra que haber salido dos horas antes. Tuvo ganas de insultar a la puta, pero le pareci un poco injusto. Dej la plata sobre la mesa y huy despavorido. La puta encogi los hombros y se dispuso a elegir la ropa que necesitaba para la noche. El gerente tuvo que bajar por los escalones, porque el ascensor segua descompuesto. La oscuridad lo perturbaba, pero no tena otra salida. Apret los dientes y se repiti que todo lo que estaba viviendo no era real, que era producto del stress.

-Me hacen falta vacaciones -se repiti hasta ganar la calle. Ya era de noche y no haba taxis ni remises por esa zona, porque era muy peligrosa. Tuvo que llamar uno desde un telfono pblico, utilizando la ltima moneda que le quedaba en el bolsillo trasero del pantaln. El auto no tard en llegar y eso lo tranquiliz un poco. Subi y le indic el camino al chofer, con voz temblorosa. Su casa estaba lejos y le dijo que se apurara. Mir a travs de la ventanilla la desolacin de la noche y pens que el suicidio no era para los cobardes. Frente a su casa, pag. Agach la cabeza y trat de inventar una buena excusa. No encontr ninguna. Tampoco quera hacerlo. Estaba cansado de dar explicaciones. Estaba harto de que su esposa le reclamara cosas, aunque muchas veces tuviera razn. Abri la puerta y su esposa estaba dormida en la mesa del comedor. Lo haba esperado con la comida y el sueo la haba vencido. La despert y la llev a la habitacin. Le dijo que durmiera que al da siguiente le explicaba porque se haba retrasado. Volvi a la cocina y no pudo comer. Tena el estmago cerrado, se senta una basura. Era una buena mujer y la usaba como a un trapo de piso. La culpa comenz a carcomerle los pensamientos y se tom la cabeza, casi como un rictus repetido, como un rictus religioso, como un rictus de amargura. Se qued en la mesa y trat de poner su mente en blanco. Pero no pudo. Por su cabeza rondaban los ojos del ciego, el cuerpo de la puta, las piernas de su secretaria, la tristeza de su seora y una profunda angustia que lo trituraba. Se quit toda la ropa y la puso en un cesto. Se fij cuidadosamente si haba quedado algn resto del encuentro que haba tenido horas antes con su puta. No encontr ninguno y se meti a la ducha tranquilo. El agua caliente que corri sobre sus hombros, le sirvi para aflojar parte de las tensiones. Trat que, ese momento de placer, fuera largo e intenso, capaz de ayudarle a borrar todos los contratiempos de la jornada. Se sec lentamente y se mir al espejo. Vio a un hombre vaco y triste. Nunca pens que su rostro se iba a convertir en algo tan desolador, tan poco alentador para quienes buscan todava alguna esperanza en la humanidad. Se puso un slip nuevo y se fue a la habitacin. Su esposa ya dorma y trat de no hacer ruido al acostarse. No quera despertarla. No poda enfrentar su mirada con la de la persona que deca amar, a la que le haba prometido fidelidad eterna. Trat de dormir pero no pudo. La noche pas rpido, y, cuando se quiso acordar, ya tena que volver a salir. No quiso despertar a su esposa y se puso lo que encontr a simple vista. Necesitaba huir de cualquier mirada acusadora. Su esposa ya estaba despierta, pero prefiri continuar con la actuacin. Ella tampoco quera enfrentar la realidad. CAPITULO XIII La mujer tard en levantarse. No quiso ni ver la cara de su marido. Estaba harta de l y de sus excusas. No quera escucharlo ms. No quera creer ms en sus promesas. No quera sentir la atraccin que senta por l. No quera. Se levant nerviosa. Casi temblando. La casa estaba bastante ordenada y limpia, pero no tard en ponerse a trabajar. A ordenar sobre lo ordenado. A limpiar sobre lo limpio. Eso le ayudaba a no pensar, a sentirse un poco mejor. Logr sacar un poco de polvillo de los muebles y se mostr satisfecha. -Yo saba que haba mugre -se convenci con una sonrisa y sigui limpiando.

Orden el cuarto, el comedor, el pasillo y todas las habitaciones que tena la casa. No dej ni un solo rincn sin repasar. Cerca del medioda, como no tena hambre, se dispuso a lavar la ropa. La revis toda y la fue metiendo al lavarropas. En el bolsillo de la camisa de su marido, encontr una poesa que hablaba de las preguntas y las repuestas. Le pareci muy absurda y la tir a la basura. A ella toda la literatura le pareca muy absurda. Mientras el lavarropas haca su tarea, se puso a mirar por la ventana. Una tormenta se avecinaba y se preocup enormemente. Comenz a sentirse muy mal. No saba bien qu le pasaba y no lo poda controlar. No poda entender por qu estaba tan nerviosa. Todo el cielo se cubri de negro y un triste pesar se apoder de sus sentidos. Empez a sentirse tambin descompuesta. No tard en empezar a vomitar sobre todo lo que haba limpiado y se desesper an ms. -Estoy ensuciando todo -atin a decir-, qu barbaridad, qu van a decir de m... Agarr el trapo de piso y, pese a sentirse muy mal, limpi todo. No poda ver que el piso no estuviera en condiciones. Que no estuviera como ella lo deseaba. Que no estuviera como a ella le haban enseado que deba estar. Pese a refregar y refregar, no se convenci de que el brillo era el adecuado. Algo le faltaba para lograr la tranquilidad. Las nubes cubran la ciudad y ennegrecan su alma. Sinti que alguna tragedia estaba por avecinarse. Sus abuelas, que eran del campo, siempre le haban contado raras historias sobre supersticiones, y ella nunca les haba credo. Pero esa tarde todo la infancia se le estaba volviendo en contra. Sinti que los primeros aos de su vida todava la perturbaban. Sinti que esos pensamientos la iban a condicionar durante toda su vida, y sinti dolor. Volvi a agarrar el trapo de piso y quiso limpiar an ms. No se conformaba con el brillo que haba logrado minutos antes. No poda soportar que su casa no estuviera en orden, de que no estuviera como siempre lo haba deseado. Se dio cuenta que estaba descuidando el lavarropas. Lo detuvo mientras se agarraba el estmago, tratando de detener una profunda puntada que comenz a taladrarla en lo ms profundo. Una puntada que pareca producto de una certera pualada. -No es nada -se dijo y continu trabajando. La oscuridad comenz a apoderarse de la casa. Las nubes parecieron instalarse en las habitaciones. Enormes remolinos de viento comenzaron a castigar las paredes de la casa. Ella slo atin a buscar velas. Prendi una en cada habitacin. Se sent a la mesa de la cocina y trat de tranquilizarse. La oscuridad comenz a apoderarse de su mente. Las nubes parecieron instalarse en lugar de sus pensamientos. Enormes remolinos de viento comenzaron a sacudirla. Ella slo atin a buscar respuestas. Le dio una a cada dolor. Se qued sentada a la mesa de la cocina y trat de tranquilizarse. Cerr los ojos. Baj los brazos. Se dio cuenta de que le haba llegado el final. Entendi que era en vano luchar. Entendi que no poda contra esos impulsos. Entendi que la resistencia slo alargara la agona. CAPITULO XIV El gerente sali de su trabajo dispuesto a llegar temprano a su casa. No quera hacer sufrir ms a su esposa. No estaba dispuesto a dejar a las putas, pero por lo menos iba a tratar de que no se notara. Tom un taxi y, en el trayecto, slo se detuvo a comprar un ramo de rosas. -Lo quiere con tarjeta? -le pregunt el florista.

-S, por favor... -respondi secamente. Luego le pidi una lapicera y en la tarjeta puso bien grande "Te Quiero". Pag con lo justo y volvi a subir al automvil. Retom el viaje. Baj a media cuadra de su casa, porque no quera que su esposa sintiera el ruido del auto. Entr sigilosamente por la puerta de atrs. Le extra no sentir ruido y pens que su esposa estaba durmiendo. La busc primero en todas las habitaciones. Despus sigui por el lavadero y el parque. Tard bastante en llegar a la cocina. Pero no lo suficiente como para morir antes de encontrarse con la tragedia. La imagen lo destroz. Slo pudo arrodillarse ante el cuerpo inerte. No se anim a tocarlo. Las lgrimas comenzaron a brotarle de los ojos. Se qued sin aliento, sin consuelo. -Soy el nico responsable -atin a decir y cerr los ojos. Quiso morir tambin l, pero su hora an no haba llegado. Hizo el esfuerzo y solamente logr desmayarse por algunas horas. Cuando se despert era de noche y el temor lo gobernaba. Se arrastr hasta el telfono y llam a su secretaria. Le cont todo como pudo y volvi a desmayarse. Sinti que su esposa lo estaba acusando de la muerte. La secretaria llam a la polica y sali para la casa de su jefe. No tard en llegar al lugar, pero no pudo entrar. Estaban todas las puertas cerradas. Cuando los policas llegaron a la casa, forzaron la puerta delantera. Adentro se encontraron con la esposa muerta recostada sobre la mesa y con el gerente tirado junto al telfono. Revisaron toda la casa y no encontraron rastros de lucha. Pese a esto, detuvieron al dueo de casa y lo llevaron a declarar. A la esposa la trasladaron a la morgue judicial. El gerente tuvo que esperar la autopsia para salir en libertad. "Muerte Natural", fue el epitafio y nadie lo desminti. Nadie poda hacerlo. Slo l poda decir que haba algo ms. Al salir se encontr con los suegros. Sinti vergenza, pero, por suerte, nadie le recrimin nada; no lo hubiera soportado. Las lgrimas de sus ojos, conmovieron a los suegros. Nadie saba que haba detrs de sus lgrimas. Nadie saba que haba ms culpa que tristeza en sus lgrimas. -Ya preparamos la ceremonia -comenz diciendo su suegra, con voz entrecortada-, perdon porque no esperamos a que salieras, pero necesitbamos que nuestra hija fuera despedida por Dios. No podamos dejar que la enterrasen sin ceremonia. Sabemos que vos no sos creyente, pero... bueno, cremos conveniente hacer la ceremonia. Me imagino que... bueno, no te opondrs... -No -dijo resignado. Saba que no poda negarse a nada. No tena autoridad para decidir sobre una cosa u otra. -Nosotros pensamos que era importante la despedida, aunque ella... aunque ella tampoco... -dijo el suegro, pero la tristeza lo dobleg y no pudo terminar con la frase. Juntos caminaron hasta la puerta. Fue una procesin corta. El gerente quera que todo acabara rpido. -Dnde es la ceremonia? -pregunt con poca firmeza el gerente. -En el templo que est frente a la plaza -respondi la suegra. -A qu hora? -A las siete de la tarde.

Mir su reloj y faltaban dos horas. Estaba desorientado y no saba qu hacer. -Quers venir a comer con nosotros? -pregunt la suegra. -No gracias -dijo no muy convencido. Los suegros pararon un taxi y se fueron. l empez a caminar hacia el templo. Lo hizo a paso muy lento. Cuando lleg, se sent en un banco de la plaza y se puso a observar todos los detalles de la fachada. Tres ngeles le llamaron la atencin. No supo bien por qu. Los ngeles estaban despintados, como todo el templo. Tenan un diseo poco comn. Se notaba que un escultor los haba hecho especialmente para ese lugar. Todos sealaban a la puerta de entrada, pese a estar muy separados unos de otros. Tenan rostros difciles de recordar. Con rasgos poco claros, pero llamativos. Estuvo mucho tiempo mirndolos, hasta que la llegada de los invitados al banquete, lo sac de su observacin. Siete menos cuarto abrieron la puerta del templo y la ceremonia no tard en comenzar. CAPITULO XV El cortejo fnebre estaba escasamente acompaado. No todos los parientes se haban enterado del suceso. Por suerte para el gerente, que no quera ver mucha gente, que no quera or ningn lamento, que no quera or las palabras del pastor. Con los dientes apretados, se mantuvo en pie hasta el final de la ceremonia. Fue una dura lucha, pero lo logr. Lo que no pudo hacer, fue quedarse a saludar a los parientes. Huy rpidamente, cuando el rito termin. Casi corriendo. Despus de algunas cuadras, entr a un bar oscuro. Pidi un t con medialunas. No coma desde haca varias horas. Agach la cabeza. Comenz a pensar y se sumergi en el dolor. Sus msculos se entumecieron y su mente comenz a perseguirlo. Nunca podra perdonarse todas las veces que hizo sufrir a su esposa. Hubiera preferido remediarlo en vida, pero no tuvo tiempo, el destino no se lo concedi. Bebi de a sorbos y comi lentamente. Dej una medialuna. El estmago estaba casi cerrado. Las ventanas del lugar lo amenzaban y lo acorralaban. Todo le pareca trgico. La muerte. La vida. La oscuridad que lo rodeaba. Las caras resignadas que siempre concurren a los bares. Los mismos borrachos y los mismos mozos. -Desea algo ms? -No, gracias... cunto es? Fue la corta charla que mantuvo antes de despedirse, antes de que el mozo le trajera la factura en silencio, antes de que l pagara en silencio. No dej propina. Nunca lo haca. No se senta culpable por no hacerlo. Sali del bar sin mirar hacia atrs. Comenz a transitar la vereda. Pate algunas piedras y ri estpidamente como lo podra hacer un condenado antes de la ejecucin. No se detuvo en ningn lugar. Nada justific que lo hiciera. Sus pensamientos evocaron la llegada a su hogar. Quera regresar a su refugio y olvidarse del mundo. Pero tena miedo de no poder soportar la ausencia. El trayecto hasta su hogar, se le hizo ms corto. Hubiera querido que fuera ms largo, o que durara hasta el final de su vida, para que la antesala de su muerte fueran solamente esas calles tristes.

Frente a su casa, un fro escozor lo recorri. Mir el parque, todo estaba en orden. Mir cada detalle, todo estaba en orden. Cada fraccin del frente de su querido refugio, todo estaba en orden. Deseaba que todo estuviera en su lugar, como lo estuvo en todos sus aos de matrimonio. Como, casi siempre, lo haba logrado. La imagen de su esposa llorando se pos por algunos segundos en su mente. Mordi los labios y trat de borrar esos ojos reclamndole cosas. Recriminndole no haber sido feliz a su lado. Cuando se tranquiliz, respir profundamente. -Lo hecho, hecho est. Slo puedo modificar el futuro, y hasta por ah noms. Lo que tratar de hacer es no joder a nadie ms -se dijo antes de ingresar a su casa. Abri la puerta, tocndose el pecho. Entr y no tard en cerrar la puerta. Se dio media vuelta y camin pausadamente. Pese a todo, estaba tranquilo, como si previera lo que iba a ocurrir al llegar a la cocina. Su mujer lo estaba esperando con la comida caliente. Se qued sorprendido, pero no quiso romper con ese momento mgico. Se sent y comenz a comer. -No hay mejor manjar que el que puede hacer las manos de mi amor -pens, mientras su amada lo besaba en el cuello. No poda creer lo que estaba pasando. No poda creer que iba a tener una nueva posibilidad. Se alegr enormemente. No quiso preguntarse qu pasaba. No poda soportar una respuesta que no lo conformara. Sigui la actuacin y disfrut del momento. No hubo charla en la temprana cena, slo algunas escasas caricias. Ella no habl y l no quiso preguntarle nada. Ella lav los platos y se fueron a dormir en silencio. Ella se acost del lado que le corresponda y l slo la mir. Ella cerr los ojos y l no tard en hacer lo mismo. A la maana siguiente, el gerente mir a su costado porque pensaba que todo haba sido un sueo, pero su esposa estaba rozagante y respiraba. No la quiso despertar. Le dio un beso en la mejilla y se levant. Desayun y se fue contento. En el trabajo, nadie entendi por qu no estaba sufriendo por la muerte de su esposa. Nadie le pregunt nada. CAPITULO XVI El da del gerente pas sin sobresaltos. Lo que nico diferente fue que todos lo trataron bien por la muerte de su esposa. No entendan porque haba ido a trabajar, teniendo adems un par de das por duelo. Algunos, los menos, pensaban que estaba contento por su muerte. No mir con libido a la secretaria. No trat mal a ningn cliente. Hizo todo el trabajo con una sonrisa en la boca. Msica de fondo acompa la jornada. Cuando sali del trabajo, no se detuvo en ningn lugar. Camin rpido para no hacer esperar a su esposa. Quera mostrarle que la amaba. Entr a su casa. Pudo apreciar una imagen repetida hasta el hartazgo y se puso contento. Todo estaba otra vez en orden. Su esposa estaba cocinando. La mesa estaba puesta. Una sonrisa le daba la bienvenida.

El gerente no tard en darle un abrazo a su esposa. Fue caluroso y lleno de ternura, as lo crey l mismo. -No puedo creer lo que me est pasando. Amo a mi mujer, ella me ama. Est solamente para m, para cada vez que vuelva del trabajo. La amo ms que nunca. La amo. Estoy totalmente perdido por ella -se dijo, mientras se lavaba la cara en el bao, antes de comer. Dud por un segundo si todo aquello poda ser verdad. -No estar enloqueciendo? No. El mundo est loco, todos me quieren hacer creer que mi amor est muerto. No lo van a lograr. Mis ojos no me pueden engaar: ah est ella, siempre fresca, siempre esperndome. Ahora que tengo la posibilidad de demostrarle que la amo, no voy a desperdiciarla. Sali del bao y se sent en la mesa. Comi lentamente y mir de reojo a su esposa. Una sonrisa cmplice enterneci la imagen. Siguieron sin hablar. Ella prepar caf. l levant los platos y los puso en la pileta. No tardaron en volver a sentarse a la mesa y, mirndose como animales en celo, bebieron rpidamente el caf. Se empezaron a besar. Fueron frenticos y desesperados besos. Haca tiempo que l no vibraba de esa manera. No tardaron en dirigirse hacia la habitacin. La ropa fue quedando en el trayecto. Las lenguas hmedas se fusionaron. Desnudos en la cama, se tocaron con suavidad. Se rieron y parecieron haber recuperado el amor que haban sentido. Antes de que comenzara la consumacin del coito, ella lo detuvo, lo mir a los ojos y le revel un terrible secreto. -Nunca amaste a nadie. Te acostaste conmigo, como lo pudiste haber hecho con otras tantas. No fui ms que un cuerpo que te ayud a aplacar la perturbante presencia del instinto. Un vaciadero. Slo buscaste tu placer, como lo ests haciendo ahora. Antes de pronunciar la ltima frase y desaparecer, lo hizo retroceder arracndose el rostro, los senos y las caderas -Pocas personas aman de verdad... CAPITULO XVII Pocos oyen el rumor de la madrugada, pocos comprenden el significado de desear siempre lo inalcanzable. Me ato de pies y manos contra la antorcha. Siento una Venus recorriendo mi conciencia. Mis pensamientos se consumen rpidamente. Unas viejas ren desenfrenadas. Unas pocas. Nadie se siente parte del universo. El fuego no tarda en confundirse con pasin. El agua no tarda en ahogar a la humanidad. La puta encontr una poesa entre los billetes del ltimo cliente que haba requerido sus servicios. El polvo haba sido bastante malo. Aunque la eyaculacin tard lo suficiente como para hacerla calentar, no hubo una cadencia que la hiciera sentir. Eso ya no le importaba demasiado, no era una de sus principales preocupaciones.

Le gust la poesa y la quiso compartir con una de sus compaeras ms queridas. Rosi ley en voz baja, mirando fijamente el papel. -Qu boludez -dijo a secas cuando termin, y se cag de risa-. A vos te gustan estas cosas que escriben los pajeros que vienen a cojer ac? La puta la mir fij. No aguantaba esa agresin. Sinti que ella no tena derecho a decirle nada. -Por qu no te vas a la mierda? -Le respondi-. Quin carajo te crees que sos...? -Bueno... no es para tanto. No te enojes, te lo dije de onda, me entends? -Est bien -fue la ltima frase entre ambas. La puta se fue a llorar a la habitacin. Rosi, divertida por el dao, se fue a la barra a buscar algn buen punto. La noche no era extraa. Era igual a todas las dems. No haca calor ni fro, estaba templado y un poco hmedo. Pocos autos transitaban la ciudad. Una ciudad igual a todas las dems. Ni fra ni calurosa, templada y un poco hmeda. Esa noche, sin embargo, el bar estaba muy concurrido. La Madame del lugar estaba contenta, porque iban a hacer una diferencia. Los tiempos estaban muy duros y esos das no haba que dejarlos pasar as noms. Haba que explotarlos al mximo. Recorriendo las habitaciones, la Madame encontr a la puta llorando. -Qu carajo te pasa? -le pregunt. -Rosi siempre me insulta -respondi. -Dejate de pavadas... -No son pavadas, y no te metas en mi vida... -And a laburar puta de mierda, no te das cuenta de que hoy es una noche ideal para hacer dinero y llegar a fin de mes ms holgadas? Dale mov esas cachas... La puta no respondi. Agarr sus cosas y emprendi la retirada del bar. No aguantaba ms que la trataran mal por dos mangos. Cuando estaba marchndose del lugar, sinti un "no vuelvas ms" de la Madame, pero no le import. Los hombres del bar, al verla pasar, le gritaron cosas. -Pajeros de mierda -les dijo con mucha bronca y slo despert la risa de la mayora de los dueos de su cuerpo. La mayora ya haba posado las manos sobre su piel y haban obtenido un recuerdo imborrable. Cerr la puerta bruscamente y no se la vio ms esa noche. Rosi, apoyada en la barra y con la mano de un cliente en su teta, se rio y slo pens que ella era una boba porque se iba a perder la posibilidad de hacer un mango ms esa noche. -Qu se joda -pens. Rosi agarr al cliente de la mano y lo llev a la habitacin. Ya haban fijado el precio y estaban de acuerdo. Un solo polvo, con opcin a uno nuevo si pona la mitad de lo que haba pagado para el primero. CAPITULO XVIII Los gritos del cliente fueron apagados por la fuerte msica del lugar. Lo que no pudo ocultarse, de ninguna forma, fue la cara de miedo del hombre. Esos gestos de horror que slo pueden surgir de algunas visiones. l y Rosi haban estado mucho tiempo en la habitacin, pero nadie supuso que poda haber ocurrido una tragedia. Era ms fcil que surgiera un amor poco duradero, basado en promesas falsas de ambas partes. No iba a ser la primera vez que le pasaba esto a Rosi.

La mirada desorbitada del cliente asust a la Madame. Conoca de hombres, pero jams haba visto algo as. Dos ojos tan fuera de s. -Cuando estbamos cojiendo, me empez a hablar de la necesidad inacabable del final y su cuerpo se fue poniendo cada vez ms rgido -comenz diciendo el hombre-. Senta cmo me apretaba, y una mezcla de dolor y placer se pos en mi mente. El polvo se fue haciendo interminable y sent que mi cuerpo no poda detenerse. Era locura y frenes. Buscbamos enloquecidos el orgasmo. Ella me peda ms y gritaba. Sudbamos. Era un espectculo bello. Eran dos colosos buscando el final. La Madame lo agarr entre sus brazos y trat de calmarlo. Hizo que apoyara su cabeza entre sus grandes senos y lo consol. Le hizo sentir las caricias que su madre siempre le haba negado durante aos. En sus brazos, lloraba desconsolado. La imagen era el centro de atencin del bar. -Asesino, hijo de mil puta... -vino diciendo una de las compaeras de Rosi. -No, por favor, no piensen... -se ataj el cliente, sintiendo a la vez que su madre volva a quitarle el cario que nunca le haba dado. Los senos de la Madame volvieron a ser slo los senos de la Madame. -Asesino, asesino, asesino... -repitieron la expresin todas las prostitutas. Cuando convirtieron la situacin en bandera de reivindicacin, se lanzaron contra el cliente. Estaban furiosas. Iban a hacer con un hombre lo que siempre desearon hacer con un hombre. Lo destrozaron con una furia inigualable. Los espectadores de la pelea no quisieron meterse. Saban que no podan hacerlo, porque esa ocasin era una causa justa de las trabajadoras. Una reivindicacin del sexo femenino. Terminado el trabajo, las prostitutas se miraron las manos y encontraron sangre. Sintieron que haban estado dominadas por una fuerza superior, en el momento del brutal asesinato. Algunas comenzaron a sentirse mal, y otras, directamente, se desmayaron. La polica no tard en llegar. -Todos quietos contra la pared, con el documento en mano -fue la primera orden. La requisa tard horas en terminar, teniendo en cuenta que haba dos vctimas fatales, ms de quince imputadas en un crimen y cerca de cien testigos de todo lo que haba ocurrido aquella trgica noche. El sumario fue caratulado como "Doble Homicidio" y las imputadas fueron todas las prostitutas y la Madame. Los hombres tuvieron que salir de testigos y no les faltaron lo problemas en sus casas. Una vez hecha la autopsia en ambos cuerpos y de registrarse los causales de los decesos, los familiares de las vctimas se dispusieron a velar los cuerpos. Hablaron con el pastor y le preguntaron si no tena inconvenientes en llevar a cabo la ceremonia, pese a que haban muerto "protagonizando una situacin vergonzosa que haba tomado estado pblico", le aseguraron. El pastor no dud en realizar la ceremonia. Ni siquiera tard mucho en darles una respuesta afirmativa. La nica compaera que se present a la ceremonia fue la puta del gerente. Ella la quera mucho y senta un gran dolor que la despedida entre ambas hubiera estado dada por una absurda conversacin. No poda perdonarse que, aquella noche, no la haba comprendido a su amiga. -Qu obligacin tena de entender la poesa, o de verla como linda o buena o lo que fuera? -se reprochaba constantemente.

El pastor sinti una profunda atraccin por esos ojos, inundados en lgrimas y envueltos de una profunda tristeza. Se esmer en dar un buen sermn para que esa mujer lo mirara, al menos, una vez. Lo atraa esa tristeza que surga de lo irreparable. De lo que jams iba a poder sacarse de encima, aquello que, como su niez, la iba a condicionar por el resto de sus das. CAPITULO XIX El gerente no pudo olvidar a su esposa, pero tampoco a su puta. Esa tarde estaba triste. Haca un mes que haba fallecido su esposa. Haca ms de un mes que no visitaba a su puta. Senta mucha vergenza y pena de s mismo. Vergenza porque su esposa haba sufrido hasta los ltimos das de su vida. Pena porque, pese a creer que siempre haba vivido a fondo, no era para nada feliz. Ese da esper ansiadamente el horario de salida. Quera ver a su puta. Quera ver nuevamente sus manos recorriendo ese cuerpo. Quera sentir las manos de ella acariciando su piel y jugando con su pelo. Estaba impaciente. Su secretaria le pas una llamada. -Hola, quin habla? -... -Hola... -... -Hola, la reputsima madre. Colg el telfono bruscamente. Era bastante comn que alguien llamara y, antes de hablar, cortara, pero ese da no pudo soportar nada. Todo le molest profundamente. Cuando lleg la hora de irse, no perdi un segundo. Baj rpido hasta la puerta del edificio. Par un taxi y le indic la direccin. Mir la ciudad con mucha bronca. Sinti ganas de matar. Pens que, alguna vez, debera vivir lo que viven los asesinos en los momentos ms sublimes. Conocer el momento de la consumacin del hecho, el fuego corriendo por sus manos, la sangre dndole claridad a las oscuras cavernas. Mir a todos los hombres y sinti repulsin. Les tena compasin, envidia, admiracin y odio a todos, no poda soportar que fueran tan mediocres como l, inmersos en una marea que no los conduce a nada. -Llegamos... Pag y baj del auto. No estaba contento, pero lo dominaban unas locas ganas de llegar hasta el sptimo piso. Esta vez, el ascensor andaba. No tard mucho en estar frente a la puerta del departamento de su puta. Golpe suave. La puerta se abri. Ingres en silencio. Mir las piernas de su amada. Estaba de portaligas. Se sabore. Se sent a un costado. Observ todo los detalles. Trat de que nada se le escapara. Quiso conservar esa imagen. La danza de los animales en celo no tard en llegar. Ella realiz una excelente actuacin, l se la crey. En el momento de la eyaculacin, figuras sacudieron la mente del gerente. Sinti un universo abrindose paso entre dos seres aislados. Un universo fracturado en mil pedazos, imposible de poder rearmar. Las sensaciones lo destrozaron. No pudo ms que tirarse a un costado de la cama y llorar desconsolado.

La puta empez a sentir que la casa estaba siendo invadida. Una sensacin de agobio le hizo recordar su adolescencia, el momento en el que huy de su casa. La escena se fue llenando de un silencio que los sumergi en una inexplicable depresin. Pasaron varias horas hasta que la imagen recobr movimiento. El gerente se levant como pudo de la cama. Se lav la cara y agarr su ropa. No quiso mirar a la puta, pens que quizs encontrara esos ojos que lo marcaron a fuego. No tena el valor suficiente como para afrontar nada. La puta le pidi por favor que se quedara, pero l ya haba tomado la decisin: una vez ms, intentara huir de esos ojos. CAPITULO XX El templo estaba repleto. La fecha siempre convocaba a grandes cantidades de gente. Ese da no haba sido la excepcin. Las almas se haban reunido para la cena. Las almas queran ser parte del festn. Los comensales apostados en la mesas, como buitres, devoraban el manjar que los padres haban negado a sus hijos. Las negras estatuas caan sin piedad ante el srdido sonido del viento. Los fugitivos no tardaron en llegar. El templo estaba repleto. La fecha siempre a grandes cantidades de gente. Ese da no haba sido la excepcin. Estaban hasta la puta y el gerente. Despus se haban reunido las chicas y los chicos de las grupos juveniles, las viejas y los viejos de siempre, los representantes de las instituciones y distintos ciudadanos de la comunidad, que concurren a este tipo de lugares empujados por las oscilaciones que se producen alrededor de la angustia, la soledad y el suicidio. La ceremonia transcurri con normalidad hasta que la puta mir al gerente, en el mismo instante en que ste observaba fascinado al pastor, que no dejaba de deslumbrarse con los ojos de la puta. En ese momento, las tres cabezas quedaron fijadas en esa posicin y un extrao cuerpo pareci aplastar a los presentes. La puta comenz a jadear. El gerente no pudo parar de sudar. El pastor se enfervoriz en el sermn. -Mirando a nuestro alrededor descubrimos atades, pozos que se abren antes nuestros pies como universos inalcanzables, imgenes de seres inconcebibles para nuestros pobres y resignados espritus. Todo lo que nos rodea, las cosas materiales y las sensaciones, nos parecen tan reales que no podramos dudar de todo aquello si no fuera porque nos ensearon que lo enseado es lo nico verdadero. Los torbellinos que existen en algunas almas son tan palpables como una roca que podemos tocar y sentir. Nada es ms trgico que sentir la cruel verdad. No somos ms que seres deshonestos. Debemos siempre explicar todo para creer lo que ya penetr por nuestros poros como una espada fra que entra en la carne y permite que la sangre acumulada produzca una atractiva catarata. No somos ms que seres deshonestos, tratando de ser honestos. Pero no podemos, siempre, en mayor o menor medida, terminamos recurriendo a argumentos poco verdaderos para el momento que estamos viviendo. Sabemos que lo que fue verdad ayer, quizs no lo sea jams. Ningn da es igual, ninguna catarata puede realizar todos los das el mismo recorrido, ni siquiera lo puede llegar a realizar dos veces de la

misma manera. Pero los seres humanos lo intentamos intilmente y no aprendemos la leccin que se presenta ante nuestros ojos. Insistimos y nuestras hermosas verdades se terminan convirtiendo en torpes e incmodas mentiras, que nos agobian y nos hacen sentir ms lejos an y ms solos en un mundo donde pocos se animan a reconocer... Dej la frase a medias. La gente estaba yndose. -No se vayan, -dijo, casi gritando- escuchen, escuchen... lo nico que podemos hacer como venganza es no creer, renegar de todo lo que nos quieran imponer como natural, como dado, como lo que sea. Nuestra venganza es no creer, contaminar todo intento de construccin que nos pueda llegar a ahogar... por favor, escuchen... El templo haba estado repleto. Pero nadie haba querido escuchar. La fiesta de la depredacin es parecida al sentimiento religioso que nos lleva a eliminar todo aquello que nos molesta. Nada puede estar ms all de los caminos que nos permiten llegar a destino seguro. Nada puede inducirnos a la hermosa tentacin de terminar con el cauce de nuestra asquerosa vida. Nada puede inducirnos a la hermosa tentacin de terminar con el cauce de otras asquerosas vidas. Los comensales apostados en la mesas, como hienas enceguecidas, haban devorado el manjar que los padres negaron a sus hijos. 2 Parte CAPITULO I MACABRO HALLAZGO La soledad llev a un hombre a quitarse la vida. Un hombre de 61 aos de edad fue encontrado sin vida el pasado jueves 1 en su hogar, merced a un disparo de un arma calibre 32 corto que l mismo se proporcion en su boca. Segn narraron vecinos del lugar, Oscar Marcelino Lpez viva solo desde algunos meses en su domicilio Algarrobo 1372 de nuestro medio, debido a que su esposa e hijos lo haban abandonado. A raz de la denuncia a la Comisara local, personal de dicha dependencia se aperson en el lugar y encontr al individuo recostado en su cama con gran parte del crneo destruido a raz del impacto de bala. Moradores del lugar narraron que Lpez se haba aferrado a la bebida a raz de su soledad, por lo que es de suponer que la depresin lo llev a tomar la drstica decisin. Lo nico que se encontr entre sus ropas fue un fragmento de una poesa que deca: Los rboles quietos al borde del camino / nos indican el inmutable transcurso del tiempo; / sensaciones atemporales que quien sepa / esperar una eternidad podr hacer propias. / Ya no hay nada que nos quite la pena, / no hay msica de fondo que altere nuestro estado de nimo./ Transitar en la vida sin sentido ser cotidiano y doloroso? Tal vez no. Se instruye de este modo sumario por Suicidio, con la intervencin del Juez en lo Criminal y Correccional Marcelo Torres del Departamento Judicial de la ciudad. La noticia apareci perdida en un importante diario de la zona. No llev foto, pese a que el peridico sola poner las imgenes ms trgicas. Ocup un espacio de diecisis centmetros. Sin embargo, das ms tarde, logr otra trascendencia. Fue levantada por varias radios y todas las agencias de noticias de la zona.

Se hizo hincapi en la poesa. Algunos criticaron que no tena sentido poner esos versos, en cambio otros se pusieron a favor y dijeron que "esto sirve para graficar el hecho". Mientras hubo personas que informaron el episodio sin darle demasiada trascendencia, otras armaron mesas de debate para discutir sobre "el arte en los momentos ms trgicos". Todas pelotudeces. CAPITULO II Un mar se abre ante mis pies, como una revelacin no deseada. Un mar se pierde en mi mente, como una forma ms de ahogarme. Huir sin direccin para volver siempre al mismo lugar y sufrir. Huir siempre para volver a uno mismo y no poder escapar. Ninguna trinchera podr protegernos de la llegada de los monos. CAPITULO III El jadeo de la puta fue casi perfecto. Nadie hubiera dudado del orgasmo, si no fuera porque ella casi nunca acababa con ese cliente. Era el sexto de la noche y estaba harta de decir siempre las mismas cosas para que los tipos no se fueran sabiendo la verdad de sus miserables vidas. Para que no descubrieran, al menos hasta la muerte, que sus vidas nada valen. Saba, adems, que la verdad no es rentable. Al menos esa verdad. -Ni siquiera sirven para hacer gozar a una mina -pensaba la puta, mientras jadeaba y un cuerpo flccido se mostraba muy excitado sobre su espalda, reproduciendo en su alma ese peso de la vida que jams pudo sacarse de encima. -Acabaste? -fue la pregunta del tipo. -S, mi amor... -Me lo decs en serio? -S, para qu te voy a mentir... -En serio? -No seas tonto, cualquiera gozara con vos. Silencio. -Viste cmo te cojo. Siempre supe que era bueno para estas cosas. Qu es lo que ms te gusta de m? Qu fue lo mejor de hoy? -dijo el tipo minutos ms tarde. La puta no aguant ms. -La verdad que me cojs como si fuera una foca muerta, y encima te cres que sos bueno. Por qu no te vas a la concha de tu hermana? El tipo mont en clera. -Si no te cojo bien, por lo menos, te voy a romper los huesos. Empezaron los escasos forcejeos, hasta que la puta lo agarr de las muecas y le dijo:

-Encima, sos tan dbil que no pods ni cagarme a palos... Mariquita raj de ac antes de que te rompa todos los huesos, yo o los de seguridad, entendiste? -Puta de mierda... -dijo el tipo, tras lo que recibi un zapatazo en la cabeza, y nunca ms asom sus narices por la habitacin. La puta se dirigi al bao dispuesta a pegarse una ducha. Pero, antes de entrar, se mir al espejo y se sinti atrada por esa imagen. Una mezcla de horror y excitacin, la envolvi. Percibi que "del otro lado" haba un universo paralelo. Ni mejor ni peor, paralelo, distinto. Las preguntas comenzaron a invadirla. Se sinti perpleja por la revelacin y supo que, si por alguna razn el espejo era destrozado, su universo tambin iba a terminar, porque ambos se necesitaban para existir. Comenz a rer y, dndose vuelta, empez a buscar algo que sirviera para hacer aicos ese universo paralelo. Agarr el velador y lo estrell con mucha fuerza en el espejo. La habitacin qued regada de pedacitos de vidrios. Descubri, inmediatamente, que su universo no haba muerto, sino que, de ahora en adelante, iba a estar ms fragmentado. Se puso a llorar. Cmo hara para volver todo atrs?, se pregunt. Ya era demasiado tarde para intentar que su vida no estuviera regada por la habitacin, por las habitaciones oscuras e impregnadas de mal olor. Ya era demasiado tarde para todo y quera dormir. En ese instante, supo la verdad. Su universo ya estaba destrozado desde haca muchsimos aos, desde la negacin de la primera caricia que la conden a buscarla torpemente y con interminables errores. Supo que lo nico que hizo esa noche fue un vano intento de hacer ms real la imagen que le devolva ese espejo. Se tom la cabeza y busc su rostro en los pedacitos de espejo que estaban diseminados por el suelo. Encontr insignificantes referencias de su vida, pero nada que la consolara. Nada que la hiciera sentir bien. Ya no poda volver atrs, pens. Junt sus cosas y decidi que, por esa noche, la tarea estaba concluida. CAPITULO IV En la calle, la puta no encontr ni a una sola persona. La ciudad pareca sin alma. Restos de escombros desparramados por todas partes, comenzaron a aterrarla. Pero no quera volver al prostbulo. Un leve temor se fue convirtiendo en pnico. Apur el paso hasta convertirlo en una desenfrenada corrida. Sinti que el corazn lata cada vez ms rpido, pero no pudo hacer otra cosa, estaba muy asustada. Su vista comenz a empaarse y las calles le parecieron todas iguales. No logr descifrar en que parte de la ciudad se encontraba, pese a haber recorrido una escasa distancia. Tena la cara empapada de sudor e impregnada por una color opaco. Redobl la velocidad y una puntada en el pecho la oblig a detenerse en una esquina. Se apoy contra el poste de un telfono, bajo una luz tenue que, mezclada con la neblina, daban a la noche un teln casi fantasmal. Estaba muy agitada y respiraba con muchos problemas. No tard mucho en empezar a toser y a sentir una fuerte puntada.

-Tengo que dejar de fumar, me est matando -se dijo, mientras sacaba de su cartera un atado de puchos y una mueca curiosa se le posaba en la cara. Sobre ese cara extraa, donde nada podra parecer demasiado extrao. Prendi un cigarrillo y comenz a echar humo. No logr tranquilizarse. Encendi uno tras otro hasta hallar algo de calma. Algo... Levant la vista y sigui sin ver a nadie en las calles. No haba ni animales sueltos, ni autos, ni hombre sueltos, ni nada que produjera algo de movimiento en esa oscura y hmeda noche. En esa noche que la tena atrapada y no le dejaba ver en donde estaba con exactitud. Se sent en el borde de la vereda y, ya un poco ms distendida y sin esa mueca que se le haba posado instantes antes, trat de situar en qu parte de la ciudad se encontraba. No haba carteles que le indicaran el nombre de esas calles, pero reconoci un edificio que se encontraba adelante de sus ojos. All ella iba de nia con sus amigas. Record momentos gratos y otros que no tanto. Record mucho. Esas horas donde la eternidad era casi un juego. Donde nada poda prever lo que ms tarde, con el paso de los aos, le iba a ocurrir. Donde nada poda predecir que ella iba a terminar trabajando de puta por unos roosos mangos. A partir de ese punto de referencia, revivi gran parte de su infancia y supo que estaba a siete cuadras del prostbulo y a treinta y tres de su casa. No haba dudas de que se haba desviado, porque veinticinco cuadras separaban el prosttbulo de su casa. -Qu boluda que soy -se reproch, pero una sonrisa la ayud a tomar las cosas de otra manera. Antes de comenzar con el nuevo peregrinaje, descans unos minutos ms y se fum el ltimo cigarrillo que le quedaba en la caja. -Seguro que no hay un puto kiosco abierto- vocifer. Y era cierto. Comenz a caminar, atenta a cualquier seal que le pudiera indicar la presencia de un lugar donde comprar cigarrillos. Podra ser un kiosco, una estacin de servicios, un bar, cualquier negocio. O, tal vez, alguien que le diera uno, por lo menos. Nada de esto apareci pese a la gran cantidad de cuadras realizadas. Lo nico que apareci ante su vista, pero slo para sacarla nuevamente de la tranquilidad, fue ese rostro duro que la atemoriz desde el comienzo de su vida; ese rostro que intuy que siempre la acompaara por el resto de sus das, hasta el ltimo puado de tierra. No fue miedo lo que tuvo, fue angustia y espanto. Esta vez no apur el paso, porque saba que no poda escapar, pero trat de no perder el rumbo. No tard mucho en llegar a su casa. Tom el ascensor y el rostro se le repiti en todos los pisos que dej atrs. Entr a la casa y todo estaba en orden. Por suerte. Supo, en ese instante, que hay noches en las que la angustia alivia las penas y la desesperanza ayuda a sobrellevar la carga de la existencia. Cuando se meti en la cama, se tap la cabeza y esper ser devorada. CAPITULO V

Cuando la puta abri los ojos, el sol ya estaba muy alto. Le dola la cabeza de tanto dormir y pens que sera bueno no ir a trabajar ese da. Todo lo que haba ocurrido la noche anterior, todava le rondaba en la cabeza y prefera descansar. La habitacin estaba completamente desordenada. Lo que ms se destacaban eran las distintas prendas de lencera se encontraban diseminadas por cada rincn del departamento. Un corpio se posaba desafiante sobre el portarretratos de sus padres, que tanto le haban enseado sobre moral y buenas costumbres. Esos padres que le haban hecho repetir consignas que supuestamente le iban a servir para el resto de sus das. Esos padres que prefirieron decirle cmo se deba vivir en vez de compartir la vida con ella. Esos padres... "Ac voy a morir aplastada, chata, como ustedes", les dijo antes de irse de su casa. Y no volvi ms, y no los vio ms. Y ella esperaba que le dijeran "te queremos, quedate", pero nada de eso ocurri, sino que slo recibi un "ya vas a volver" de su padre y algunos llantos de su madre. Antes de partir de su casa, guard algunas fotos de su infancia y se llev toda la ropa que tena en su armario. Ese ao haba terminado el secundario y pensaba que poda seguir estudiando una carrera universitaria, pero ni siquiera termin el primer ao de periodismo. Los primeros meses afuera de su casa, los pas en lo de una ta hasta que consigui laburo como mucama en una pensin, donde le daban un pequeo sueldo y una habitacin. Fueron muy duros esos tiempos, le cost acostumbrarse. Cuando crey estar preparada para enfrentar el ritmo depredador de la civilizacin, empez la facultad. Esos primeros meses fueron muy buenos. La alegra de los que recin comenzaban, las esperanzas, las expectativas, todo era maravilloso... A mitad de ao le rebajaron el sueldo de la pensin porque le restaba tiempo a la limpieza y un mes ms tarde la echaron. Desesperada, y sin ganas de volver a la casa de sus padres o a la de su ta, visit a una vecina de la pensin que ejerca la prostitucin para pedirle ayuda. Era una cuarentona que reciba hombres mayores de sesenta aos. A ella le contaba todas las aventuras de la profesin. Se haban hecho muy amigas y le haba dicho "cualquier cosa veme". Cuando lleg a la habitacin, tuvo que esperar porque estaba con un cliente. No tard mucho sin embargo y en pocos minutos estaban sentadas en la cama charlando. -No me digas nada, ya s por lo que vens... -le dijo de entrada, conocedora de la cara de las jvenes decepcionadas- No te preocupes, hay muchas que empezaron como vos... por un tiempo, te pods quedar ac... tens que entrar de noche para que no se enteren de que ests. Con tono muy maternal trat de hacerla sentir bien. -Yo te voy a ensear todo y si tens suerte, no como yo, por ah, de grande, te pods retirar con algo de dinero... y descanss. Hasta hoy recordaba esas palabras. Esas palabras de madre que slo intenta que la verdad no destroce a sus hijos. Hoy ya saba que esa charla haba sido una gran mentira. La cuarentona saba que la prostitucin por poca plata es un camino de ida y no se lo haba querido decir para no hacerla sentir mal. Los primeros trabajitos los hizo a travs de ella. Cuando se anim sali a la calle, siempre resguardada por el "sindicato", como las prostitutas llamaban a la polica que las protega por un importante porcentaje de su trabajo.

Pero las cosas se pusieron muy duras y la persecucin la comenz a asustar. As que estuvo unos meses con poco trabajo, hasta que entr al prostbulo ms importante de la ciudad. Lo hizo recomendada por la cuarentona, que conoca a la Madame. All no le fue tan mal. Desde el comienzo, su cuerpo, atrajo a muchos clientes y en poco tiempo pudo alquilar un departamento. Poco a poco hizo una clientela estable y abri una cuenta bancaria, para tener el futuro solucionado. -El futuro solucionado -piensa, recostaba en la cama- mierda... No pude estudiar como so porque le dediqu el tiempo a esto... Y hoy ya no puedo volver atrs... Necesito ms plata para comprar una casa y despus pensar en otra cosa... No hay salida... Eleg un camino y para llegar a destino me falta mucho y no quiero bajar los brazos... En un solo momento estuvo a punto de dejar la prostitucin. Fue cuando se enamor de un hombre, que al enterarse de su pasado la abandon. De ah en ms se jur nunca ms amar a nadie ms. Sinti vergenza y jur que ningn hombre la iba a volver a tratar as. -Los voy a tratar como objetos con pene que por hacerlos eyacular, hacindolos sentir como seres inferiores, te dan todo -asegur lapidaria, proponindose no tentarse por el dulce sabor del amor-engao. Pero el inapagable fuego que nos consume, nos intenta seducir durante toda la vida. CAPITULO VI (...) 51 Y cuando l ingresaba al alma de las ciudades, las voces callaban por no encontrar respuestas a los interrogantes. Todas quedaban mudas e inertes ante su implacable y destructor paso. Ante su inquietante presencia. Y dijo, entonces, "las flores se marchitarn y los demonios ocuparn esos huecos". Los vientos cubran los silencios de los muertos. 52 La alteracin de los sonidos nos llam la atencin en aquella ciudad. 53 "Y habr falsos apstoles de la salvacin, profetas que intentarn guiarlos por vidas ya muertas, por senderos en los que la repeticin absurda e inaudita del gnero humano ser un dogma necesario para pertenecer a la sociedad, a esa sociedad que nunca los liberar de la angustia que se produce al tener acceso al deseo y no a la satisfaccin", dijo ante la multitud. 54 Dijo luego: "Cuando despierten en las noches, no olviden sus sueos. Antenlos cuidadosamente y aprendan de todo aquello que se niega durante las jornadas en las que deben dejar de ser ustedes para seguir viviendo. No crean en lo que afirman los falsos profetas de la verdad". Las mareas golpeaban contra nuestras cabezas. Los heridos de una guerra perdida nos invadan y solicitaban nuestra ayuda. No sabamos qu hacer y slo torcamos nuestra cabeza para el costado. "Peores son aquellos que se sientan en la mesa de los reyes y luego lloran ante la maldad del mundo. Esos nunca estarn de nuestro lado, no lo olviden. Para abolir un mundo ya putrefacto, primero hay que abolir las murallas que se levantan dentro de nuestras cabezas y ahogan lo ms puro", dijo. 55 Hablbamos de la destruccin de las ciudades. l nos deca "no ha existido an una ciudad que haya sido destruida. Quizs ni ustedes estn preparados para vivir la

destruccin que los liberar. El camino est plagado de llamas, de incendios que terminarn con nuestros mejores y ms estpidos sueos". 56 Cuando recorra los eternos pasillos, l descubri que hay pocas puertas de salida que se comunican entre s. 57 Las caras resignadas de los pobladores, nos llamaban la atencin. No hubo momento en el que no pensramos que todo era en vano. Caminbamos sin rumbo fijo. Caminbamos, tal vez, para no llegar a ningn lugar. Sabamos que la nica va de escape que nos quedaba era no saber el final de nuestras vidas. (...) CAPITULO VII Esa maana el telfono son ms de siete veces y nadie se levant a atenderlo. Como todas los das, el diariero dej una revista en la puerta de entrada y antes de irse toc el timbre. Pero, esta vez, nadie contest. Desde temprano, las ventanas solan estar abiertas. Rostros rozagantes y sonrisas envidiables siempre la hacan lucir. Su esposo sala temprano para el trabajo, y ella lo despeda con un afectuoso beso, con un apasionado beso que le mostraba a ms de uno que la pasin puede durar eternamente, o al menos, por muchos aos. Despus despertaba a los nios, les haca el desayuno y los mandaba al colegio. Era una familia hermosa. Sin embargo, nada de eso ocurri durante aquella maana, donde reinaba la quietud y un color opaco que se haba posado en todo el frente; ese gris plomizo que suele instalarse en todas las casas sin vida. Esa maana el telfono son ms de siete veces. El principal interesado en hablar era el amante de ella. -La puta madre que la pari, me dijo que iba a estar -protest cada vez que, desde un telfono pblico, escuch la frase del contestador. Cada llamada equivala a la cada de una moneda. "Cuando el gran silencio descienda sobre todo y por doquier, la msica triunfar por fin. Cuando todo vuelva a retirarse a la matriz del tiempo, reinar el caos de nuevo, y el caos es la partitura en la que est escrita la realidad" (2). Ya se saba el fragmento de Henry Miller de memoria y, pese a que le gustaba, lo tena podrido. Slo quera hablar con ella esa maana, necesitaba encontrarla para decirle todo lo que pensaba. -Dnde carajo estar... -y esta vez, la frase se le entrecort. -Dnde... -repiti con voz baja y apesadumbrada. Sinti que su bsqueda iba a ser intil, sin sentido alguno. Camin algunas cuadras y se sent en un banco de la plaza. Meti su cabeza entre las piernas y trat de no pensar. Quera esconderse de las cosas que lo rodeaban, que slo lo rodeaban pero que l las vea amenazantes. Estuvo varios minutos intentando volverse pequeo y slo logr angustiarse ms. El sonido monocorde del telfono retumbaba en las habitaciones, cada veinte o treinta minutos. Era la nica msica que poda acompaar esas imgenes.

En la cama de dos plazas, yacan los esposos muertos con los ojos hinchados y rojos. No se tocaban entre s, y parecan darse la espalda a propsito. En la habitacin contigua, los nios estaban estrangulados con sus propias sbanas. No haba rastros de lucha, ni de sangre, ni de nada que llamara la atencin. Relatos similares comenzaron a vivirse en la ciudad. CAPITULO VIII El gerente enfrent el espejo como todas las maanas. Pero la imagen que obtuvo no fue la deseada. Estaba ojeroso y se vea muy cansado. Levant los brazos y enderez su espalda. Hizo una mueca de desagrado y se sonri. Haba dormido muchas horas, pero igual estaba con el cuerpo entumecido; haba tenido pesadillas, y la ltimo lo despert. No pudo olvidarse de ella por muchos das. (Subido a una camioneta vieja, se encontraba recorriendo una carretera desierta. Un camino que nunca haba visto en su vida. En ese momento, sinti que lo comenzaban a perseguir y aceler la marcha. Cuando pens que nadie poda ya alcanzarlo, su camioneta ingres en un inmenso mar y vio que el principal perseguidor era un mono. Nad como pudo, hasta llegar a un ligustro que le sirvi de trinchera. Mir para atrs y estaba en el parque de la casa de sus padres, mientras que para adelante todo era mar inhspito. Cuando pens que estaba a salvo, el mono se abalanz sobre su cuerpo y despert.) Abri la llave de la ducha y comenz a baarse. No tard mucho en entrar y salir del agua, apenas unos minutos. Se cambi rpidamente, y se encontr listo media hora antes de la prevista salida para su trabajo. Hasta el portafolios tena en la mano. Se sent en el sof del living y record algunos gratos momentos que haba vivido con su seora. El noviazgo, las vacaciones, los inviernos juntos, los proyectos, las ilusiones... Ambos haban soado con una casa llena de nios, corriendo por el parque, con alegras y tristezas; l un esposo trabajador y comprensivo, ella una buena compaera para las buenas y las malas; envejecer juntos, amndose y respetndose. Record la alegra que sinti ella el da que fijaron la fecha de casamiento. Luego la boda, donde ella llor mucho por los nervios, la fiesta, la luna de miel, los primeros meses, todos momentos inolvidables. Momentos... Una flecha lo atraves y lo sac de su xtasis. Descubri, en ese instante, que no poda recrear con exactitud la cara de su amada. Se esforz pero todo fue un vano intento. Su mente no poda invocarla, slo poda hacerla presente con un gesto puntual, con una sonrisa que lo haba impactado o alguna cara de asombro; no poda imaginarla o recrearla como se le ocurriera, sino que lo nico que recordaba eran esas postales sin movimiento y sin vida. Esas postales sin brillo, sin ese resplandor que tienen en nuestra mente las caras de los objetos de nuestro amor. Se par y busc el portarretratos. Estaba sobre la heladera. Le quit el polvillo y lo bes tiernamente. Se entristeci un poco y nuevamente se sinti culpable de su muerte. -Por qu? -se lament, mientras las lgrimas comenzaron a cubrirle el rostro. Trat de respirar. Tena que ir a trabajar porque nadie le iba a pagar por deprimirse. Se sec las lgrimas y puso la foto de su esposa en su lugar. Agarr el saco, cerr la puerta y sali a la calle. Tom un taxi y viaj sin mirar. Ya las calles de la ciudad no le importaban como antes, sus habitantes no le importaban como antes, los edificios no le importaban como antes, nada le importaba como antes.

Nada importaba, nada de lo que ocurriera fuera de su cabeza. Pag con cambio y descendi del auto con mucha prisa, aunque restaban quince minutos para que se cumpliera el horario de ingreso. Se par ante el edificio de su empresa y levant la vista invocando a las alturas. Sonri cnicamente y trat de escuchar que le deca la fachada de ese enorme edificio. -Subs? -lo interrumpi su secretaria. -S... -respondi no muy convencido. Entraron juntos al edificio y l, como buen caballero, llam al ascensor. No pudo evitar mirarle las piernas. Ni la angustia que le provocaba la falta de su esposa, poda evitar sus reiteradas faenas visuales. -No se te nota bien -dijo ella ante se subir al ascensor. -... -Pasa algo? -insisti. -No, nada. Quedate tranquila. No dorm bien, pero est todo bien. Estoy cansado, nada ms... nada ms que eso. Subieron al ascensor. Ella no muy convencida, insisti: -Pods contarme... -No pasa nada... nada. Estuvieron varios pisos sin hablar. Cuando llegaron al suyo, ella baj primero. Tras marcar la tarjeta, ordenaron la correspondencia y planificaron la jornada laboral. -Te pas algo? -No, nada... CAPITULO IX El pastor decidi que tena que volver a ver a la puta y se propuso buscarla en la ciudad. No saba adonde deba ir, pero tena que hacerlo. Esos ojos que haba visto en el templo, an lo perseguan. An lo seguan arrastrando, y lo arrinconaban sin dejarle salida alguna, sin permitirle que hiciera algo diferente que salirlos a buscar desesperadamente. Camin algunas cuadras, y unas melodas graves de guitarra y una voces bajas con una cadencia casi inexplicable, lo hicieron entrar en un terreno baldo. En un terreno... Cuatro seres en silencio, rodeaban a otro vestido de gris, que entonaba estrofas acompaado por escasos toques de cuerdas. El color ocre de la soledad lo rodeaba, lo rodeaba y acorralaba; fantasmas grises eran sus aliados, la sentencia fue clara: "los aliados debern rendirse, debern rendirse al partir. Correr para ningn lado y no detenerse, sentir en la piel

las lastimaduras". Nadie sabe ya de las guerras perdidas, nadie sabe ya de lo que lo atormenta. Sentir el fuerte sol que resquebraja la piel, el verde sol que lo liquidar al amanecer. Los cuatro seres miraron al pastor y se rieron estpidamente. El que tena la guitarra en la mano, agach la cabeza como avergonzado. Las frenticas risas no cesaron por varios minutos. Los chistes se fueron haciendo cada vez ms estpidos y carentes de sentido. Sus cuerpos en descomposicin, nada podan ya pedirle a una vida que nada les haba dado. El hombre gris enton una nueva cancin, una nueva campanada, un nuevo alarido sin destino alguno. En los albores de mi mente, te buscar para matar No escapars, te buscar para matar... No escapars, mis garras te atraparn... Por hechos absurdos que van atrs de historias de esas cosas que no pueden ms. No escapars, mi mente te destruir... No escapars, mis garras te alcanzarn... Por ceremonias absurdas que no pueden ms,

por historias de esas cosas que no quiero hablar. Por ceremonias absurdas que no pueden ms, por historias de esas cosas que no quiero escuchar. CAPITULO X En los albores de mi mente, te buscar para matar Una estrofa le gust mucho, y no pudo dejar de repetirla durante toda la noche, durante la desesperada bsqueda. Camin sin rumbo fijo. Observ cada recoveco que le llam la atencin. Durante horas, entr en bares, restaurantes y algunos pocos boliches bailables que se encontraban abiertos. Pero, en vez de encontrar a esos ojos negros, vio rostros sin alma; rostros de personas que slo pueden acompaar con su cuerpo la cadencia de los sones desordenados del orden que nos gobierna. Despus de muchas cuadras, encontr un prostbulo. Sinti un fro escozor y dud antes de entrar. No saba si era capaz de soportar la idea de que sobre ella pesaran parte de las culpas de un mundo corrompido y arrojado a las profundidades del mar. -Esa mirada... -dijo, apret los dientes y cruz la puerta principal. Apenas camin algunos metros, una mano se pos en su entrepierna. -Hola papito... De dnde sos? Ests de paso... Buscs a alguien que te haga compaa? -S... -Entonces, viniste al lugar indicado... -Busco a una persona especial... -A quin? mi amor... -No s bien... La carcajada sali con tanta naturalidad, que el pastor no pudo hacer otra cosa que rerse tambin. -Pero... entonces, te pods quedar conmigo esta noche. El pastor pens algunos segundos y luego balbuce: -No... ella... no s... -No te parece que soy una buena mercanca, no s como estar ella, pero yo soy buena y trato bien a mis amores. -Le dijo contornendose adelante de la mirada poco atenta, y casi indiferente, del pastor, que emprendi una bsqueda casi desesperada por todos los rincones del establecimiento. Luego de casi cuarenta minutos, baj los brazos y decidi que la bsqueda haba culminado por esa noche. Se sent en la barra y pidi algo de tomar. "Algo fuerte", dijo. La mujer que lo haba recibido en la puerta volvi a apoyarse sobre su cuerpo y, esta vez desabrochndole la camisa, empez a acariciarle los pelos del pecho. -Quers tomar algo? -dijo el pastor. -S, tu leche... -fue la rpida respuesta. -Cunto cobrs?

-Podemos arreglar. La resistencia del pastor haba durado mucho porque lo obsesionaban esos ojos, pero... mientras tanto... Se encamin, junto a esas nuevas piernas, hacia la habitacin. Estaba muy excitado y se hizo masturbar, no quera cojer, no quera entrar en esas piernas, no quera sentir demasiado el cuerpo de esa mujer. -La pasaste bien? La prxima vez, si quers, podemos hacer otras cosas. Se fue sin contestar. Pag lo pactado y, con gesto amargo, se retir de la habitacin, dejando atrs un vestigio extrao de su paso por la vida, rastros de lo que an lo atormentaba desde el comienzo de su vida. Cruz el pasillo principal, y rechaz varias invitaciones. Lo hizo de muy mal modo. No quera escuchar ningn tipo de reclamo. No poda soportar ms manos buscando su sexo, ms bocas inventando compaa, ms cuerpos que slo proponan danzas paganas, ms almas suicidas en noches sin alba, ms vidrios rasgando su piel... No tard en llegar a la calle. Estaba muy lejos de su casa, pero no tuvo otra alternativa que agachar la cabeza y emprender el viaje, as tardara un par horas. Una franja de agua manchaba la acera. Los espacios eternos de la noche acorralaban al pastor, que ya no saba adonde buscar; haba recorrido todas las calles de la ciudad y slo estaba escribiendo un nuevo captulo de frustracin. Se par en una esquina y, mirando la oscura profundidad, suspir profundamente. All, en la oscuridad, deba encontrarla y destruirla. All deba iniciar duras acciones contra ese deseo que lo carcoma lentamente. CAPITULO XI (...) 85 Y nada ms que vaco gobernaba antes de la creacin. Y nada ms que sutiles piezas desordenadas conformaban el cosmos. Ningn vestigio poda prever lo que, instantes ms o instantes menos, iba a ocurrir con el espacio que atesoraba secretos indescifrables. 86 Los vientos soplaron mucho ms fuerte durante esa jornada. Torbellinos de eternidad comenzaron a atormentar a las almas que, como pequeos insectos, permanecan en la nada y le daban un brillo especial a la opacidad del firmamento. 87 Un gran temporal azot las soledades. Fuertes luces iluminaban a toda la tierra. 88 Seres viscosos se debatan por pequeos espacios de tierra y el espritu eterno decidi intervenir en la disputa. "Habit siempre en espacios inacabables, corrompiendo almas para arrojarlas a los inesperados abismos, para que llenaran con sus cuerpos los huecos de una existencia perseguida por la culpa", dijo antes del combate. 89 Las persecuciones acabaron con las imgenes proyectadas sobre el firmamento. 90 (...)

113 Un incendio estomacal en las ruinas de la eternidad, ser lo nico que encontraremos de regreso; un afn de ufanarnos de la realidad nos llevar a la destruccin de nuestras almas. Una cabeza se incendiar sobre nuestros hombros, y una ciudad nos aplastar como un pie a un insecto; (tal vez, esto nos sirva para negar algunas de esas noches donde las ideas no existen y slo la alusin a la muerte puede parecerse a la poesa). Ver, mientras el incendio ilumine nuestro camino, ser lo nico que podremos hacer antes de que vuelva la oscuridad. Ojos en las antorchas para iluminar la necedad de la tempestad. 114 "Ya nada podrn hacer, mas que consumirse en el fuego que, mientras dure, iluminar la oscuridad", asegur. (...) CAPITULO XII La idea de una peste estaba instalada en toda la ciudad. Las muertes se producan con tanta frecuencia, que nadie poda sustraerse del pnico generalizado. Sin sntomas que pudieran presagiarlas, acosaban como espectros a las almas que cerraban sus ventanas y no dejaban que el sol les quemara la piel. Hay noches amputadas por los sueos. Hay sueos que sera mejor olvidar. Hay siluetas que se pierden en la multitud apostada en la enorme antesala de la muerte. Hay espritus que sobrevuelan los Alpes, sin direccin, sin sentido. Hay tardes oscuras en las que los trenes no nos conducen a nuestro destino. Las ciudades son inhspitas en el momento de la creacin, en el instante en que nos vemos obligados a amputar aquello que nos aflige. Hay momentos sublimes en los que la eternidad es slo una cuestin de eleccin. El hombre se detuvo. Levant el papel. Lo ley en silencio. Se lo guard en el bolsillo. Todo en secuencias muy pausadas. Todo con el debido cuidado, de la forma ms parsimoniosa. Tard varios segundos antes de decidirse a seguir caminando en lnea recta, con destino incierto, como lo haba hecho toda su vida. Haba salido de su casa porque se senta sofocado, agobiado por la enorme presencia de su angustia. La presencia de las penas que nunca pudo ahogar, de esas penas que nunca quiso olvidar porque, al fin y al cabo, eran el nico registro que poda mantener con vida la identidad ya muerta de tantos aos, de sus otros yo. Viva solo desde haca tanto tiempo, que no recordaba lo que era estar acompaado; tanto que se conformaba con esperar lo que nunca llegara, tantos aos... Pero su peso de vivir, estaba aliviado por la certeza de la muerte. Cada maana, cada despertar en su habitacin vaca hubiera sido difcil de aceptar de otro modo; muchas veces haba pensado en el suicidio, pero an no tena la certeza de que "lo otro" fuese mejor que "esto", no saba si el silencio sepulcral de la eternidad lo poda llegar a reconfortar.

Todas las tardes, sola frecuentar un bar. Ese da no fue la excepcin, pese a que no haba salido con ese objetivo. La nica diferencia de la jornada, fue que en el lugar slo estaban el mesero y l. Se sent en el lugar de siempre y pidi lo de siempre: vino tinto. Repiti algunos chistes que haba sentido en la radio e invit al mesero a compartir la mesa. -Esper unos minutos que estoy limpiando- fue la respuesta tajante, despus del sonido seco que produjo el encuentro entre el vaso de vino con hielo y la mesa del cliente. -Qu pasa jefe? -insisti el visitante. -Nada, viejo... se labura poco, entends? El hombre agach la cabeza y comenz a beber. Pidi un trago tras otro. Lleg a tomar ms de diez vasos, antes de comenzar a sentirse mareado. Acto seguido, se agarr el pecho y no tard en apoyar la cabeza sobre la mesa. El mesero comprendi rpidamente que no era un simple desmayo; ya haban ocurrido ms de treinta muertes en su bar, de la misma manera, con similares caractersticas. Respir hondo y se sent resignado, detrs del mostrador. Mir a la calle por el ventanal y confirm que la desolacin todava reinaba la ciudad. Trat de no preocuparse, su turno estara pronto a llegar. CAPITULO XIII Ni siquiera el temor generalizado, impidi que el pastor y la puta salieran a caminar por las calles de la ciudad. Ni siquiera la presencia de cuerpos sin vida, de funerales que nada ofrecan a las personas que quedaban con vida, ritos practicados por los supuestos comandantes de un barco sin rumbo. La soledad reinaba en el momento exacto en que esas dos almas se encontraron, y nada pudo evitar que las miradas comprendieran la desesperanza en la que ambas estaban sumidas. Se detuvieron frente a frente, las palabras sobraban, pero el pastor tuvo que hablarle: -Te busqu por todas las calles, te imagin de tantas maneras... nunca pude olvidar esos ojos negros... esa mirada profunda, presagiando, desnudando todo... ojos como una galera interminable donde uno jams puede cansarse de buscar... paredes blancas, habitaciones vacas... te busqu siempre... La puta no le contest, pero fue ms clara. Lo tom de la mano y lo gui hasta la plaza de la ciudad. Caminaron lento por las calles desoladas, hasta llegar a destino. Se sentaron de frente y volvieron a mirarse. Esta vez fue la puta quien habl: -Me acuerdo de tu voz temblando en el templo, si bien las palabras y los pensamientos parecan firmes... Era una voz ms temerosa que desafiante... La forma de decir las cosas, de pararte y mirar... rodeado de gente pero sin nadie que te escuche... esa insistencia casi desesperada en cada frase, en cada paso... El pastor la mir con ternura y slo atino a preguntarle: Por qu te fuiste rpido? -No me senta bien, el ambiente me causaba dolor... la gente, no s... No me senta bien, por momentos... no s... no me preguntes... Estuvieron sentados durante horas, hablando de su infancia, de su pasado, de las historias similares, de los golpes... Se rieron bastante, como haca tiempo ambos no lo hacan; l le cont sus primeros aos como religioso, de las cosas que haba llegado a hacer...

Cuando las nubes empezaron a oscurecer la tarde, decidieron emprender la retirada. CAPITULO XIV La puta no le dijo al pastor que trabajaba de puta y lo llev a su departamento. Tema que la verdad pudiera terminar con la magia del momento, y que la gran noche que se haba instalado en la ciudad, alcanzara al encuentro. Pese a que las nubes parecan amenazantes, no apuraron el paso. As que la lluvia los agarr a mitad de camino y llegaron empapados. -No te molesta que est un poco desordenado? -No, no... para nada... -Es que sal un poco apurada y no tuve tiempo. -No te preocupes por nada, por m est bien as. -Preparo caf? -Bueno, s... por favor. -Quers cambiarte? Tengo algo de ropa y te puede andar. Dej la ropa mojada en el bao y listo. -Bueno, si... por favor. La puta fue a la habitacin, se cambi rpidamente y le trajo un pantaln corto y algunas remeras. -Eleg la que ms te guste. -Cualquiera. El pastor agarr el pantaln corto y una remera azul sin estampado. Entr al bao y cerr la puerta. Se sac lentamente la ropa y la fue dejando a un costado. Despus se secarse, se puso el nuevo pantaln y la remera. Se mir al espejo y trat de peinarse. Tena un pelo muy rebelde, pero quera estar bien. Tard varios segundos hasta poder acomodarse el remolino que habitualmente se formaba en la parte de atrs. Desde chico era lo que ms le haba dado trabajo. Su madre siempre le repeta que esperaba que l no fuera como su pelo, porque sino iba a tener muchos problemas. Volvi a mirarse al espejo y pudo recordar su rostro de nio riendo ante esos dichos. Su madre siempre tena ese tipo de salidas, tena esa facilidad de poder relacionar todo y l se maravillaba con sus palabras. Hasta lo maravill de adulto, meses antes de que falleciera, y an la extraaba. Fue la nica que lo banc cuando falleci su esposa. Haba sido muy luchadora. Todava la admiraba, por sus agallas ante la vida. Su padre haba fallecido cuando l tena pocos aos, y su madre tuvo que pelearla sola; nunca baj los brazos y sac la casa adelante, con mucho sacrificio. l no saba si alguna vez poda llegar a tener las agallas que tena su madre. Cuando el pastor sali del bao y dej atrs la imagen del espejo, se sent en un sof y comenz a mirar para los costados. Recorri cada rincn de la habitacin. Nada le llam la atencin hasta que lleg al armario; haba una foto de una nia con sus padres, y no dud: era ella de pequea. La curiosidad lo venci y tuvo que reincorporarse. Tom la foto en sus manos y sac una radiografa completa de la imagen. Observ cada detalle, el parque donde haba sido sacada, la ropa que tenan los tres. Todo lo que poda ayudarlo a situarse en el pasado de la persona que lo acompaaba. La puta volvi con el caf caliente y se perturb al verlo con esa foto en la mano. -Adnde estn? -Hace mucho que no estn, -comenz diciendo ella- ya no existen. El pasado es eso, una imagen gastada que con los aos logramos retocar a nuestro gusto... o eso

quisiramos, por lo menos. Nuestras anteriores vidas son imgenes que dejamos sobre el armario o que escondemos en el lugar ms oscuro de nuestras habitaciones. Hubo un extenso silencio que dur algunos segundos. -Perdn, no quise molestarte. Slo quera saber adonde fue sacada esta foto, nada ms... Pero no importa, no me contestes, en serio... No quise molestarte, no fue mi intencin... El clido ambiente se haba vuelto un poco denso. Los espectros que estaban descansando haban vuelto a merodear las tumbas de antao. Las gotas que golpeaban la ventana, se clavaban como puales en los desgarrados cuerpos de las vctimas. CAPITULO XV La empresa cerr por tiempo indeterminado y el gerente se qued sin trabajo. No perdi tiempo, y en su primera tarde libre, fue a visitar a la puta, sin saber que en ese momento estaba con el pastor. La oscuridad de la tarde no le llam la atencin, pareca estar de acuerdo con su estado de nimo. Su alma estaba cubierta de mantos plidos, que resplandecan en el medio de la noche carcelera de los espritus de la ciudad. No encontr un taxi y tuvo que caminar. Vio algunos autos que pasaron a gran velocidad, y que, a pocos metros, desaparecieron tragados por una boca que los esperaba en el final de todas las calles. Estaba lejos de la casa de la puta, pero quera llegar. Nada ni nadie poda hacer que cambiara de opinin. Ni siquiera la aparicin del ciego que lo perturb aquella maana en el tren. Esa imagen grotesca que en sueos todava lo segua persiguiendo, con su bastn de madera y esos golpes secos en el tarro de metal. Sinti que un plido escozor recorra su cuerpo. Trat de abrazarse fuerte y continuar camino. No poda rendirse, no quera rendirse todava. Pens en el cuerpo de la puta y sigui caminando. Trat de ocupar su mente con las cosas que an le daban sentido a su estpida vida. Esas manos recorrindolo... esas piernas... esos pechos... nada ms que hundirse y esperar resignado la pronta muerte, en un mundo de muertos. Nada de resucitar y subir a los cielos y sentarse a la derecha del padre todo poderoso... Nada de eso. Una voz surgida de la noche lo hizo detener por algunos segundos. -Observ, no seas necio... Inmediatamente supo que la voz perteneca al ciego. Nada lo detendra y eso estaba cada vez ms claro. El plan ya estaba trazado. La devastacin estaba planeada desde haca mucho tiempo. Se tap los odos, pero la agudez de la voz lo taladr con mucha ms virulencia. Algo deba hacer y comenz a correr. Cuando las palabras se fueron haciendo cada vez ms ininteligibles, la calma regres a su cuerpo, y su primer objetivo volvi a ser llegar hasta la casa de la puta. Al llegar al edificio, toc timbre. La puta tard en atenderlo. -Hola, quin es? -Soy yo, me abrs...? -Ahora no puedo -Por favor, lo necesito. El pastor mir el gesto de malestar de ella y slo atino a decirle que si molestaba, se iba. La puta lo detuvo y le pidi que se quedara. El gerente insisti hasta que la entrada le fue permitida. -Quin es? -Qu tengo que explicarte... ? Despus te explico... Esper...

La puta abri la puerta y el gerente se abalanz sobre ella. El pastor sigui la imagen y vio como la puta rechaz con las manos al nuevo visitante. -Eh... qu te pasa? -Estoy acompaada... -Otro cliente? La palabra "cliente" retumb en los odos del pastor. Cay en el fondo del alma y sacudi la borra del fondo del vaso. El agua comenz a oscurecerse y nada pudo evitar que el pastor comenzara una retirada interna, nica va que lo vena protegiendo desde haca muchsimo tiempo, desde haca tanto que no recordaba como haba aprendido esa defensa. -Espero que se vaya -fue la nueva intervencin del gerente. -No, andate... -Par, hace aos que te conozco, cul es el problema? l tambin te conoce, cul es? Decime. La imagen qued detenida durante una gran cantidad de minutos. El gerente tratando de entrar, la puta dando explicaciones y el pastor mudo e inerte como un pblico al que la obra no le gusta demasiado. Un cosmos resonante auspici el encuentro. CAPITULO XVI De pronto la puerta se cerr. Cada ventana puso su traba y un campo de energa elctrica los empuj hacia el centro del departamento. No hubo tiempo para compadecerse entre s, un cuerpo etreo se pos sobre sus espaldas. Las angustiadas almas no pudieron hacer otra cosa que quedarse firmes, como se les haba ordenado. El rito no tard en empezar. Hubiera sido mejor huir a tiempo antes de tener que soportar la energa que despidi el cuerpo que se pos sobre sus hombros. Tres columnas perfectamente ordenadas para la gestacin. Todas las salidas apuntando hacia una misma direccin, un nuevo cielo desprendiendo destellos de luz, incendiando las escasas seales de la unin. La esfera de los tiempos, la triada inversa esperada por aos para terminar con el pacto, los gritos de auxilio y de dolor... la ingravidez... Antes de que sus bocas fueran selladas, el pastor record un fragmento de la Biblia y lo dijo como pudo. No son breves los das de mi vida? Djame, pues, para gozar un poco de consuelo antes de que me vaya, para no volver ms a la regin de las tinieblas y de la sombra densa, lugar de oscuridad y caos donde la misma claridad es cual cerrada noche (3). Inmediatamente sus manos fueron atadas, sus pies estaqueados y sus sentidos anulados. La escena dur horas o aos quizs. La intensidad fue tan grande que hubiera sido mejor no despertar jams. Dormir el sueo eterno y no encontrarse con muchos golpes en el cuerpo, en medio de una habitacin ulcerada y en pleno estado de descomposicin. Pero no corrieron esta suerte. Fueron abriendo los ojos lentamente. De su ropas slo quedaban ptinas herrumbrosas, restos... Sus miradas buscaban algo de compasin, una comprensin y una contencin que ninguno de los tres poda dar en ese momento; slo cicatrices de un pasado similar y un estado de nimo con los mismos pesares, podan compartir en la nulidad de los sentires.

La puta fue la primera que intent levantarse, pero el piso pareca tener un gran imn que los atrapaba. Hizo tres veces el vano intento. Luego apoy su cabeza en el suelo y comenz a llorar desconsolada, como una nia. El turno del gerente no dur mucho. Pocos instantes despus de buscar incorporarse, cay desplomado contra el suelo. Un hilo de baba se desplaz desde su boca al suelo, formando el nico nexo real con el mundo. El pastor mir la imagen de ambos y apret los dientes. Apoy las manos en el suelo y, al menos, logr sentarse. Respir hondo, con algunas dificultades por el espesor del ambiente. Se agarr el pecho y tosi. Comenz a balancearse para lograr fuerzas, pero sus piernas esta vez no le fueron fieles y tuvo que quedarse a conformar la postal. El calor los estaba agobiando, terminando adems con sus ltimas fuerzas, corrompiendo los cimientos, empujndolos a la resignacin de sentir la podredumbre de sus carnes. La habitacin era una gran cncer que los estaba terminando de devorar. La ciudad era un gran cncer que se estaba devorando as misma. CAPITULO XVII -Comprender es todo lo que quisiramos, respondernos esas preguntas indescifrables para la mente humana... pero, condenados, marchamos hacia un fin inmutable que es la muerte y ni siquiera comprendemos por qu... Fueron las nicas palabras del pastor antes de recomenzar su lucha por pararse. El gerente y la puta lo miraron sin prestarle atencin a sus dichos. Los tres seguan muy doloridos y con pocas fuerzas, pero el pastor quera irse, huir, dejar atrs todo lo que haba vivido. Haciendo mucho esfuerzo, se par. La dola la espalda y estaba encorvado. Permaneci varios minutos tratando de enderezarse. Movi el cuello para los costados y se prepar para la retirada. Camin recto, arrastrando su pierna izquierda. Cuando lleg a la puerta, se dio media vuelta y observ a la puta que estaba recostada debajo de la ventana, despidiendo vapores de sus ropas. Por algunos segundos sinti piedad, pero slo por algunos segundos... despus, decidi irse. Necesitaba refugiarse en su casa por algunos das, para pensar en todo lo que haba pasado y en lo que deba hacer de ahora en ms. Baj las escaleras con muchas dificultades. Una vez en la calle, se quit parte de la ropa y qued con el torso desnudo. Se toc la frente, se sec la cara y se fue. El gerente no tena voluntad de nada, pero quera irse. Haba ido a buscar unos buenos polvos, y se encontraba abatido en el suelo, sin siquiera haber alcanzado a probar la carne que lo moviliz. Mir a la puta y no dijo palabra alguna. La lucha por levantarse dur horas, y mientras la puta slo miraba, l se paraba y se caa casi en un mismo acto. As los sorprendi un nuevo da, un da con ms opacidad, como si alguien hubiera cubierto el cielo con un celofn negro y la luz se filtrara con mucha dificultad. -Ayudame, por favor, no me dejes sola -fueron las ltimas palabras de la puta, minutos antes de que el gerente lograra pararse e irse. Una vez vertical, nada lo detuvo. No escuch las splicas y huy despavorido. La puta qued sumida en su soledad. El estado de su departamento se corresponda con su estado de nimo. Paredes descascaradas, grandes manchas por todos lados y un

hedor insoportable conformaban la escena. Ni siquiera poda llorar para liberar algo de angustia. Todo estaba gobernado por una sensacin que la oprima y no la dejaba actuar. Senta las manos y los pies aferrados al piso por fuertes grilletes que no la dejaban cambiar de lugar. Pens que quizs esa era la condena eterna a la que deba acostumbrarse. Pens que ya nada poda hacer para sentirse bien. Le costaba concebir una salida a la situacin que la agobiaba, y saba que por ms que se levantara, nada sera igual, nada poda ayudarla a restablecer lo que haba sido devastado, nada... Tard horas en poder pararse, quizs das o semanas, pero lo logr. Y lo primero que hizo, una vez de pie, fue buscar el cuadro de sus padres. Busc desesperada por todas partes. No le import tener sed o hambre, slo quiso ver esos rostros. Revolvi todo y no los encontr por ninguna parte, tal vez era demasiado tarde, tal vez deba conformarse con que alguna vez los haba tenido cerca, tal vez algunas horas, tal vez... slo tal vez... En su bsqueda, slo vio cenizas por todas partes. Mares navegados por los conquistadores. So una embarcacin huyendo y la cadencia de las olas empujando a los jvenes intrpidos. Quizs se salvaran de la tormenta... CAPITULO XVIII Yacen sus puertas hundidas en la tierra; l quebr sus barrotes. Su rey y sus prncipes estn entre las gentes; no hay ya ley! (4) Slo una nueva trinidad poda liberar al Vaco de las oscuridades del Seol. En el nombre del pastor, la puta y el gerente, lo haba logrado. Las muertes haban presagiado su llegada. Casi todos los que leyeron un mensaje del Vaco, no tardaron en retirarse a la regin de los muertos. Solamente el pastor, la puta y el gerente, resistieron a la tentacin y se convirtieron en los pilares de la va de unin entre ambas regiones. Ay, cmo est postrada en soledad la ciudad tan populosa! Como una viuda se ha quedado la grande entre las naciones. La seora entre las provincias ha sido sometida al tributo. Llora a raudales en la noche y las lgrimas surcan sus mejillas. Nadie hay que la consuele entre todos sus amantes; la han traicionado todos sus aliados, se le han vuelto enemigos. (5) La liberacin del hermano del Tiempo permiti que casi todo estuviera como antes de la Creacin, pero no liber a los hombres de su existencia; ni la gran cantidad de muertes modific el sentir de los nacidos.

Slo qued al descubierto el campo de una eterna disputa, donde los hombres no son ms que fragmentos incoherentes de grandes estrategias. As fue el propio apstol Pablo que, en sus cartas a los romanos, advirti que "No sabis que al entregaros a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecis, sea del pecado para la muerte, sea de la obediencia para la justicia?" (6) La ciudad, ya en ruinas, fue el gran escenario donde se libr la batalla de la liberacin y nada se pudo volver atrs. El espritu eterno no jug bien las ltimas partidas y el Vaco logr forjar la va de escape hacia la luz. Nada lo detuvo. Nada ya poda detenerlo. CAPTULO XIX La puta, el gerente y el pastor decidieron que deban huir de la ciudad. He llamado a mis amantes, pero me han traicionado. Mis sacerdotes y mis ancianos han muerto en la ciudad, mientras buscaban alimento que la vida les volviera (7). Y felicito a los muertos que ya estn muertos, ms bien que a los vivos que todava estn vivos. Y ms feliz que unos y otros es el que an no ha existido y no ha visto las iniquidades que se cometen bajo el sol (8). El pastor mir las calles por la ventana y crey que no haba nada por lo que seguir luchando. Estaba muy dolorido. Lo primero que hizo, preparando su partida, fue meter en la baadera toda la ropa que lo ataba a su pasado de ministro. Puso tambin algunos papeles de diario. La roci con kerosene. Disfrut del instante en el que el fsforo encendido desat la fogarata. Las llamas consumieron rpidamente los smbolos. Su rostro resplandeci por algunos segundos. Si bien sinti una gran satisfaccin, descubri que estaba destruyendo parte de su vida y vio a su cuerpo cayendo en un inacabable foso, dejando atrs un retorno sin abismo. Se sent en el piso, al borde de la baadera. Como un nio se qued fascinado por el sonido del fuego. Disfrut de cada instante, como si estuviera seducido por algo. Esper hasta que el ltimo rastro desapareciera de su vista. Luego puso algunas cenizas en una bolsa de tela, que guard en una valija junto a algo de ropa que iba a necesitar para el viaje. Guard tambin un portarretratos con la foto de su mujer fallecida; lo puso adentro de un pauelo, para que no se arruinara. Gir varias veces alrededor de la mesa del comedor, se tom un caf y adquiri las ltimas fuerzas necesarias para no volver atrs. An le dola todo el cuerpo, pero ninguna promesa de bienestar futuro poda lograr que se quedara a trabajar en el templo. Tom el caf de a sorbos, lentamente, alargando la agona. Limpi la taza y la puso boca abajo en la mesada. Fue al bao y se mir por ltima vez al espejo. Se pein y mir fijamente al hombre que pretenda dejar atrapado en el reflejo.

Apag las luces. Antes de cerrar la puerta, se detuvo unos segundos para registrar la ltima mirada a las imgenes de su departamento. Tom el ascensor y apret el botn de planta baja con muy poca fuerza. El descenso fue rpido y no tard en llegar a la vereda. Camin algunas cuadras y desapareci en medio de la noche. No hubo gritos.

La puta mir las calles por la ventana y crey que no haba nada por lo que quedarse. Estaba muy dolorida. Lo primero que hizo, preparando su partida, fue ordenar y limpiar el departamento que estaba en ruinas. Puso correctamente las sillas junto a la mesa. Prendi todas las luces y traz un plan para terminar rpido con la tarea. La desolacin no la desanim. Separ una muda de ropa para irse. El resto la reuni en bolsas, y la almacen junto con los muebles en la pieza. Llen un balde con detergente, agarr un trapo de piso y empez a limpiar. No tard mucho para lograr que las paredes del bao, habitacin, comedor y living estuvieran brillantes. Despus continu con el suelo. Cerr la habitacin con llave y la arroj por el cao de la pileta. Mir los otros tres ambientes vacos y su alma logr algo de tranquilidad. Respir el agradable olor a detergente y de un portazo se despidi del departamento. Camin algunas cuadras y desapareci en medio de la noche. No hubo gritos.

El gerente mir las calles por la ventana y crey que no haba nada que lo alentara a seguir viviendo en el mismo lugar. Estaba muy dolorido. Lo primero que hizo, preparando su partida, fue masturbarse en el bao. Mir los muebles que haba comprado con su esposa. Repas, en un instante, todos los sueos que haba tenido, todas las ilusiones que haban desaparecido... No pudo contener la bronca, y ni siquiera le import hacerlo. Con la escoba, destruy todos los vidrios. Luego tir todos los muebles. Sac la ropa, la pisote y la desparram por todas las habitaciones. No tard mucho en lograr su cometido de dejar la casa en el mismo estado que se encontraba su proyecto de vida. Ese proyecto que lo haba llevado hasta ese mismo instante. Se puso un jean, una camisa y un par de zapatillas. Se meti en el bolsillo el poco dinero que tena. Sali a la calle y, con un gesto de bronca, se despidi de la casa. Camin algunas cuadras y desapareci en medio de la noche. No hubo gritos. CAPTULO XX Ninguno de los tres supo como llegaron hasta ese oscuro cuarto, donde reinaban las tinieblas y la quietud, donde la nada era parecida al todo que perturba a los individuos, donde la detencin del paso del tiempo puede llegar a ser la peor tortura. Lo nico que rompa el silencio en la habitacin, eran unos continuos golpes dados por unas gotas de agua que se destruan contra el piso. Gotas que marcaban un imperfecto surco que comenzaba en el techo y terminaba en el suelo. Gotas que

provocaban una puntada de dolor en los odos de los nuevos moradores del lugar. Pequeos azotes que perturbaban su existencia. Esas gotas impetuosas, como todas, nunca volvan a ser iguales luego del golpe. Tenan esta magnitud mientras cubran el breve trayecto. Despus, unas volvan a la tierra a travs de pequeas grietas y otras escapaban hacia una canaleta que pasaba a escasa distancia. Mientras las primeras huan para convertirse en humedad, las segundas estaban dispuestas a formar un todo de agua. Destinos inequvocos e inherentes a su condicin de gotas. Un sueo, de repente, inund los pensamientos del gerente, el pastor y la puta. Dos autos recorriendo rutas desoladas, una persona convertida en ojos. Las rutas interminables, recibiendo el da y la noche, las tempestades y los tornados, el paso implacable de los vientos. Una carretera inacabable... esa carretera... la ruta desierta atestada de autos, el ripio rompiendo los vidrios oscuros. ojos en la soledad, ojos en la multitud... la procesin que nos conduce a lo que jams-quizs podremos conocer. Los tres salieron de sus casas para no volver a la ciudad y un remolino los haba devorado, arrastrndolos hasta las profundidades de lo desconocido. Viajaron a tal velocidad que no pudieron ver cul fue el trayecto que cubrieron. Estuvieron horas queriendo no ver, negando haber sido arrojados a ese lugar. Intentaron imaginar que no pertenecan a ese tenebroso mundo. Pensaron que sera mejor detener el ritmo de sus corazones. Tardaron tanto en aceptar que una daga se haba abierto paso entre sus carnes, que sus sentidos quedaron afectados para discernir con facilidad la diferencia entre tener los ojos abiertos o cerrados, entre las sombras que bailaban al reparo de sus mentes y las sombras que desfilaban por las sendas inconclusas. El tiempo los dobleg y no les qued otra alternativa que intentar recorrer la habitacin con su mirada y tratar de penetrar en los misterios que los circundaban. Conocer de este modo esa habitacin inmensa como la oscuridad que la habitaba. Con sus espaldas apoyadas contra la fra pared enmohecida, observaban a su alrededor perplejos, con muchos miedos, atnitos, sin comprender... Estaran vivos en la regin de los muertos? Qu habra pasado con la ciudad? Qu habra pasado con ellos? No tenan respuestas a sus interrogantes. Slo saban que haban huido de todo aquello que los atormentaba y una extraa tormenta los haba arrojado a aquella lgubre habitacin. Sentan que una puntada les oprima el pecho y les costaba mucho respirar.

Tenan fro y hambre. La oscuridad gobernaba. El temor ya se haba apoderado de sus cuerpos. No queran moverse para un costado. Tampoco tenan ganas de hablar. Se miraron por un instante. Ni siquiera atinaron a esbozar una sonrisa. Recostados contra la pared, miraron, una y otra vez, el trayecto que realizaban las gotas de agua que caan desde el techo. Esa cascada, que produca un srdido y monocorde canto, los hizo pensar en sus vidas. CITAS 1) Fragmento del Gnesis de la Biblia (A.T.), con leves modificaciones. Tomado del primer relato de la creacin y la cada, comprendido por 1, 1-31 y 2, 1-4. Pginas 8, 9 y 10. Ediciones Paulinas. Impreso en Madrid, Espaa. 2) Trpico de Cncer, Henry Miller. Pgina 8. R.B.A. Editores S.A. Impreso en Barcelona, Espaa. 3) Job 10, 20-22. (A.T. de la Biblia). Pgina 642. Ediciones Paulinas. Impreso en Madrid, Espaa. 4) Lamentaciones 2,9 (A.T. de la Biblia). Pgina 987. Ediciones Paulinas. Impreso en Madrid, Espaa. 5) Lamentaciones 1,1-2 (A.T. de la Biblia). Pgina 985. Ediciones Paulinas. Impreso en Madrid, Espaa. 6) Romanos 6,16 (A.T. de la Biblia). Pgina 1222. Ediciones Paulinas. Impreso en Madrid, Espaa. 7) Lamentaciones 1,19 (A.T. de la Biblia). Pgina 986. Ediciones Paulinas. Impreso en Madrid, Espaa. 8) Eclesiasts 4, 2-3 (A.T. de la Biblia). Pgina 781. Ediciones Paulinas. Impreso en Madrid, Espaa. "El hueco" fue escrito entre agosto de 1996 y enero de 1997.

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