Andre Bretón - Primer Manifiesto Surrealista
Andre Bretón - Primer Manifiesto Surrealista
Andre Bretón - Primer Manifiesto Surrealista
PRIMER MANIFIESTO
SURREALISTA
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ndice
Prefacio a la reimpresin del Manifiesto (1929) ......... 3
Manifiesto del surrealismo (1924) .............................. 7
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Prefacio a la reimpresin del Manifiesto
(1929)
Era de prever que este libro cambiara, y que, en la medida en que pona en tela de juicio la
existencia terrestre atribuyndole la carga de todo cuanto comporta a uno y otro lado de los
lmites que se le suele asignar, la suerte de la presente obra estuviera estrechamente ligada a
la ma propia, que es, dicho sea de paso, la de haber escrito libros y la de no haberlos escrito.
Los libros que me han atribuido no parecen haber ejercido sobre m una influencia ms
determinante que muchos otros libros que no me han atribuido, y tampoco cabe duda de que
no los comprendo con aquella perfeccin con que otros pueden comprenderlos. Cualesquiera
que sean las discusiones a que haya dado lugar el Manifiesto del Surrealismo, desde 1924
hasta 1929, sin que se hayan producido tomas de posicin fundamentadas, ni en favor ni en
contra es indiscutible que en los mbitos externos a dichas discusiones el humano devenir ha
seguido su curso, reduciendo al mnimo los albures, en todos los mbitos de los cuatro puntos
cardinales, simultneamente, de acuerdo con los caprichos de la imaginacin que es, en s
misma, la nica fautora de la realidad. Permitir la reedicin de una obra propia, cual si se
tratara de la de otro que uno hubiera ledo un mayor o menor atencin, equivale a reconocer
no ya un hijo que previamente hayamos examinado a fin de cerciorarnos de que sus rasgos
fsicos son agradables, y su constitucin robusta, sino tambin reconocer aquello que
habiendo sido, y habiendo sido de un modo tan perfecto cual se quiera creer, ya no puede
seguir siendo. Ahora, nada puedo hacer con respecto a mi obra, como no sea acusarme de no
haber sido en todo, y en todo instante, certero profeta. No deja de tener plena actualidad la
famosa pregunta formulada, en tono muy fatigado, propio de un hombre muy viejo, por
Arthur Cravan a Andr Gide: Monsieur Gide, en qu punto del tiempo nos encontramos?
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Gide contest, sin segundas intenciones: Las seis menos cuatro. S, es preciso hacerlo
constar, muy mala es nuestra situacin con respecto al tiempo.
En la presente ocasin, como en cualquier otra, la confesin y la protesta se entrelazan. No
alcanzo a comprender por qu, ni cmo, ni de qu modo vivo, ni, a mayor abundancia, qu es
lo que vivo. De un sistema que he hecho mo y al que poco a poco me he adaptado, cual es el
surrealismo, quiz quede algo que pueda servirme de mortaja, si es que algo queda, pero no
cabe duda de que jams me ha servido para hacer de m mismo lo que yo hubiese querido ser,
pese a la benevolencia que para conmigo mismo tengo. Benevolencia relativa, benevolencia en
funcin de aquella otra que los dems hayan podido tener para conmigo (o pata con un ser
que no soy yo). Y, sin embargo, vivo y he descubierto que tengo amor a la vida. En aquellas
ocasiones en que ms razones he tenido para terminar con mi vida, ms me he sorprendido a
m mismo admirando una porcin cualquiera del entarimado del suelo, una porcin de madera
que era como de seda, de una seda bella como el agua. Tanto amaba, entonces, este lcido
dolor, que me pareca quedar por un instante penetrado por todo el drama del Universo,
drama que, a mi juicio, vala la pena padecer. Pero amaba este dolor a la luz, por as decirlo,
de las cosas nuevas que jams haba visto brillar de tal modo. Gracias a esto comprend que,
pese a todo, la vida era algo que nos haba sido dado, comprend que una fuerza,
independiente de aquella otra propia de la explicacin y del hacerse comprender por la
inteligencia, era la causa, con respecto a los seres humanos vivientes, de unas reacciones
dotadas de un inapreciable inters, cuyo secreto el hombre se lleva a la tumba. Este secreto
jams me ha sido revelado, y el hecho de que reconozca su existencia en momento alguno ha
tenido el efecto de reducir mi declarada incapacidad para la meditacin religiosa. Unicamente
creo que entre mi pensamiento, tal como cabe inducirlo de la lectura de los textos por m
firmados, y yo, a quien la verdadera naturaleza de mi pensamiento une a algo cuya naturaleza
todava ignoro, media un mundo, un mundo que no puedo resucitar, un mundo de fantasmas,
de forja de hiptesis, de apuestas perdidas y de mentiras, cuya somera exploracin me
disuade de efectuar la menor correccin a esta obra. Para hacerlo necesitara toda la vanidad
del espritu cientfico, toda la puerilidad de aquel deseo de retroceso que nos abre las puertas
de las amargas lecciones de la historia. Fiel a la voluntad, que me consta he tenido siempre,
de prescindir de todo obstculo sentimental, evitar una vez ms detenerme para juzgar a
aquellos mis primeros compaeros que se dejaron vencer por el miedo y volvieron grupas, y
tampoco me dedicar a la huera tarea de poner nuevos nombres en el lugar de los antiguos,
con lo que este libro tomara las apariencias de haber sido puesto al da. No slo quiero
recordar que los dones ms preciosos del espritu no compensan la prdida de siquiera una
porcin del honor, sino que tambin afirmar constantemente mi confianza inquebrantable en
el principio de una actividad que jams me ha defraudado, de una actividad que merece nos
consagremos a ella ms generosamente, ms absolutamente, ms locamente que en cualquier
otro instante, por cuanto ella es la nica que nos favorece, aunque sea muy de vez en cuando,
con el resplandor transfigurador de una gracia que persisto en contraponer, desde todos los
puntos de vista, a la gracia divina.
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Manifiesto del surrealismo (1924)
Tanta fe se tiene en la vida, en la vida en su aspecto ms precario, en la vida real,
naturalmente, que la fe acaba por desaparecer. El hombre, soador sin remedio, al sentirse de
da en da ms descontento de su sino, examina con dolor los objetos que le han enseado a
utilizar, y que ha obtenido al travs de su indiferencia o de su inters, casi siempre al travs
de su inters, ya que ha consentido someterse al trabajo o, por lo menos no se ha negado a
aprovechar las oportunidades... Lo que l llama oportunidades! Cuando llega a este momento,
el hombre es profundamente modesto: sabe cmo son las mujeres que ha posedo, sabe cmo
fueron las risibles aventuras que emprendi, la riqueza y la pobreza nada le importan, y en
este aspecto el hombre vuelve a ser como un nio recin nacido; y en cuanto se refiere a la
aprobacin de su conciencia moral, reconozco que el hombre puede prescindir de ella sin
grandes dificultades. Si le queda un poco de lucidez, no tiene ms remedio que dirigir la vista
hacia atrs, hacia su infancia que siempre le parecer maravillosa, por mucho que los cuidados
de sus educadores la hayan destrozado. En la infancia la ausencia de toda norma conocida
ofrece al hombre la perspectiva de mltiples vidas vividas al mismo tiempo; el hombre hace
suya esta ilusin; slo le interesa la facilidad momentnea, extremada, que todas las cosas
ofrecen. Todas las maanas los nios inician su camino sin inquietudes. Todo est al alcance
de la mano, las peores circunstancias materiales parecen excelentes. Luzca el sol o est negro
el cielo, siempre seguiremos adelante, jams dormiremos.
Pero no se llega muy lejos a lo largo de este camino; y no se trata solamente de una cuestin
de distancia. Las amenazas se acumulan, se cede, se renuncia a una parte del terreno que se
deba conquistar. Aquella imaginacin que no reconoca lmite alguno ya no puede ejercerse
sino dentro de los lmites fijados por las leyes de un utilitarismo convencional; la imaginacin
no puede cumplir mucho tiempo esta funcin subordinada, y cuando alcanza aproximadamente
la edad de veinte aos prefiere, por lo general, abandonar al hombre a su destino de tinieblas.
Pero si ms tarde el hombre, fuese por lo que fuere, intenta enmendarse al sentir que poco a
poco van desapareciendo todas las razones para vivir, al ver que se ha convertido en un ser
incapaz de estar a la altura de una situacin excepcional, cual la del amor, difcilmente lograr
su propsito. Y ello es as por cuanto el hombre se ha entregado, en cuerpo y alma al imperio
de unas necesidades prcticas que no toleran el olvido. Todos los actos del hombre carecern
de altura, todas sus ideas, de profundidad. De todo cuanto le ocurra o cuanto pueda llegar a
ocurrirle, el hombre solamente ver aquel aspecto del conocimiento que lo liga a una multitud
de acontecimientos parecidos, acontecimientos en los que no ha tomado parte,
acontecimientos que se ha perdido. Ms an, el hombre juzgar cuanto le ocurra o pueda
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ocurrirle ponindolo en relacin con uno de aquellos acontecimientos ltimos, cuyas
consecuencias sean ms tranquilizadoras que las de los dems. Bajo ningn pretexto sabr
percibir su salvacin.
Amada imaginacin, lo que ms amo en ti es que jams perdonas.
nicamente la palabra libertad tiene el poder de exaltarme. Me parece justo y bueno mantener
indefinidamente este viejo fanatismo humano. Sin duda alguna, se basa en mi nica aspiracin
legtima. Pese a tantas y tantas desgracias como hemos heredado, es preciso reconocer que se
nos ha legado una libertad espiritual suma. A nosotros corresponde utilizarla sabiamente.
Reducir la imaginacin a la esclavitud, cuando a pesar de todo quedar esclavizada en virtud
de aquello que con grosero criterio se denomina felicidad, es despojar a cuanto uno encuentra
en lo ms hondo de s mismo del derecho a la suprema justicia. Tan slo la imaginacin me
permite llegar a saber lo que puede llegar a ser, y esto basta para mitigar un poco su terrible
condena; y esto basta tambin para que me abandone a ella, sin miedo al engao (como si
pudiramos engaarnos todava ms). En qu punto comienza la imaginacin a ser perniciosa
y en qu punto deja de existir la seguridad del espritu? Para el espritu, acaso la posibilidad
de errar no es sino una contingencia del bien?
Queda la locura, la locura que solemos recluir, como muy bien se ha dicho. Esta locura o la
otra... Todos sabemos que los locos son internados en mritos de un reducido nmero de
actos reprobables, y que, en la ausencia de estos actos, su libertad (y la parte visible de su
libertad) no sera puesta en tela de juicio. Estoy plenamente dispuesto a reconocer que los
locos son, en cierta medida, vctimas de su imaginacin, en el sentido que sta le induce
quebrantar ciertas reglas, reglas cuya transgresin define la calidad de loco, lo cual todo ser
humano ha de procurar saber por su propio bien. Sin embargo, la profunda indiferencia de los
locos dan muestra con respecto a la crtica de que les hacemos objeto, por no hablar ya de las
diversas correcciones que les infligimos, permite suponer que su imaginacin les proporciona
grandes consuelos, que gozan de su delirio lo suficiente para soportar que tan slo tenga
validez para ellos. Y, en realidad, las alucinaciones, las visiones, etctera, no son una fuente
de placer despreciable. La sensualidad ms culta goza con ella, y me consta que muchas
noches acariciara con gusto aquella linda mano que, en las ltimas pginas de LIntelligence,
de Taine, se entrega a tan curiosas fechoras. Me pasara la vida entera dedicado a provocar
las confidencias de los locos. Son como la gente de escrupulosa honradez, cuya inocencia tan
slo se pude comparar a la ma. Para poder descubrir Amrica, Coln tuvo que iniciar el viaje
en compaa de locos. Y ahora podis ver que aquella locura dio frutos reales y duraderos.
No ser el miedo a la locura lo que nos obligue a bajar la bandera de la imaginacin.
Despus de haber instruido proceso a la actitud materialista, es imperativo instruir proceso a
la actitud realista. Aqulla, ms potica que sta, desde luego, presupone en el hombre un
orgullo monstruoso, pero no comporta una nueva y ms completa frustracin. Es conveniente
ver ante todo en dicha escuela bienhechora reaccin contra ciertas risibles tendencias del
espiritualismo. Y, por fin, la actitud materialista no es incompatible con cierta elevacin
intelectual.
Contrariamente, la actitud realista, inspirada en el positivismo, desde Santo Toms a Anatole
France, me parece hostil a todo gnero de elevacin intelectual y moral. Le tengo horror por
considerarla resultado de la mediocridad, del odio, y de vacos sentimientos de suficiencia. Esta
actitud es la que ha engendrado en nuestros das esos libros ridculos y esas obras teatrales
insultantes. Se alimenta incesantemente de las noticias periodsticas, y traiciona a la ciencia y
al arte, al buscar halagar al pblico en sus gustos ms rastreros; su claridad roza la estulticia,
y est a altura perruna. Esta actitud llega a perjudicar la actividad de las mejores inteligencias,
ya que la ley del mnimo esfuerzo termina por imponerse a stas, al igual que a las dems.
Una consecuencia agradable de dicho estado de cosas estriba, en el terreno de la literatura, en
la abundancia de novelas. Todos ponen a contribucin sus pequeas dotes de observacin.
A fin de proceder a aislar los elementos esenciales, M. Paul Valry propuso recientemente la
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formacin de una antologa en la que se reuniera el mayor nmero posible de novelas
primerizas cuya insensatez esperaba alcanzase altas cimas. En esta antologa tambin
figuraran obras de los autores ms famosos. Esta es una idea que honra a Paul Valry, quien
no hace mucho me aseguraba, en ocasin de hablarme del gnero novelstico que siempre se
negara a escribir la siguiente frase: la marquesa sali a las cinco. Pero, ha cumplido la
palabra dada?
Si reconocemos que el estilo pura y simplemente informativo, del que la frase antes citada
constituye un ejemplo, es casi exclusivo patrimonio de la novela, ser preciso reconocer
tambin que sus autores no son excesivamente ambiciosos. El carcter circunstanciado,
intilmente particularista de cada una de sus observaciones me induce a sospechar que tan
slo pretenden divertirse a mis expensas. No me permiten tener siquiera la menor duda acerca
de los personajes: ser este personaje rubio o moreno? Cmo se llamar? Le conoceremos
en verano...? Todas estas interrogantes quedan resueltas de una vez para siempre, a la buena
de Dios; no me queda ms libertad que la de cerrar el libro, de lo cual no suelo privarme tan
pronto llego a la primera pgina de la obra, ms o menos. Y las descripciones! En cuanto a
vaciedad, nada hay que se les pueda comparar; no son ms que superposiciones de imgenes
de catlogo, de las que el autor se sirve sin limitacin alguna, y aprovecha la ocasin para
poner bajo mi vista sus tarjetas postales, buscando que juntamente con l fije mi atencin en
los lugares comunes que me ofrece:
La pequea estancia a la que hicieron pasar al joven tena las paredes cubiertas de papel
amarillo; en las ventanas haba geranios y estaban cubiertas con cortinillas de muselina, el sol
poniente lo iluminaba todo con su luz cruda. En la habitacin no haba nada digno de ser
destacado. Los muebles de madera blanca eran muy viejos. Un divn de alto respaldo
inclinado, ante el divn una mesa de tablero ovalado, un lavabo y un espejo adosados a un
entrepao, unas cuantas sillas arrimadas a las paredes, dos o tres grabados sin valor que
representaban a unas seoritas alemanas con pjaros en las manos... A eso se reduca el
mobiliario.[1]
No estoy dispuesto a admitir que la inteligencia se ocupe, siquiera de paso, de semejantes
temas. Habr quien diga que esta parvularia descripcin est en el lugar que le corresponde, y
que en este punto de la obra el autor tena sus razones para atormentarme. Pero no por eso
dej de perder el tiempo, porque yo en ningn momento he penetrado en tal estancia. La
pereza, la fatiga de los dems no me atraen. Creo que la continuidad de la vida ofrece altibajos
demasiado contrastados para que mis minutos de depresin y de debilidad tengan el mismo
valor que mis mejores minutos. Quiero que la gente se calle tan pronto deje de sentir. Y quede
bien claro que no ataco la falta de originalidad por la falta de originalidad. Me he limitado a
decir que no dejo constancia de los momentos nulos de mi vida, y que me parece indigno que
haya hombres que expresen los momentos que a su juicio son nulos. Permitidme que me salte
la descripcin arriba reproducida, as como muchas otras.
Y ahora llegamos a la psicologa, tema sobre el que no tendr el menor empacho en bromear
un poco.
El autor coge un personaje, y, tras haberlo descrito, hace peregrinar a su hroe a lo largo y
ancho del mundo. Pase lo que pase, dicho hroe, cuyas acciones y reacciones han sido
admirablemente previstas, no debe comportarse de un modo que discrepe, pese a revestir
apariencias de discrepancia, de los clculos de que ha sido objeto. Aunque el oleaje de la vida
cause la impresin de elevar al personaje, de revolcarlo, de hundirlo, el personaje siempre
ser aquel tipo humano previamente formado. Se trata de una simple partida de ajedrez que
no despierta mi inters, porque el hombre, sea quien sea, me resulta un adversario de escaso
valor. Lo que no puedo soportar son esas lamentables disquisiciones referentes a tal o mal
jugada, cuando ello no comporta ganar ni perder. Y si el viaje no merece las alforjas, si la
razn objetiva deja en el ms terrible abandono -y esto es lo que ocurre- a quien la llama en
su ayuda, no ser mejor prescindir de tales disquisiciones? La diversidad es tan amplia que
en ella caben todos los tonos de voz, todos los modos de andar, de toser, de sonarse, de
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estornudar...[2] Si un racimo de uvas no contiene dos granos semejantes, a santo de qu
describir un grano en representacin de otro, un grano en representacin de todos, un grano
que, en virtud de mi arte, resulte comestible? La insoportable mana de equiparar lo
desconocido a lo conocido, a lo clasificable, domina los cerebros. El deseo de anlisis impera
sobre los sentimientos[3]. De ah nacen largas exposiciones cuya fuerza persuasiva radica tan
slo en su propio absurdo, y que tan slo logran imponerse al lector, mediante el recurso a un
vocabulario abstracto, bastante vago, ciertamente. Si con ello resultara que las ideas
generales que la filosofa se ha ocupado de estudiar, hasta el presente momento, penetrasen
definitivamente en un mbito ms amplio, yo sera el primero en alegrarme. Pero no es as, y
todo queda reducido a un simple discreteo; por el momento, los rasgos de ingenio y otras
galanas habilidades, en vez de dedicarse a juegos inocuos consigo mismas, ocultan a nuestra
visin, en la mayora de los casos, el verdadero pensamiento que, a su vez, se busca a s
mismo. Creo que todo acto lleva en s su propia justificacin, por lo menos en cuanto respecta
a quien ha sido capaz de ejecutarlo; creo que todo acto est dotado de un poder de irradiacin
de luz al que cualquier glosa, por ligera que sea, siempre debilitar. El solo hecho de que un
acto sea glosado determina que, en cierto modo, este acto deje de producirse. El adorno del
comentario ningn beneficio produce al acto. Los personajes de Stendhal quedan aplastados
por las apreciaciones del autor, apreciaciones ms o menos acertadas pero que en nada
contribuyen a la mayor gloria de los personajes, a quienes verdaderamente descubrimos en el
instante en que escapan del poder de Stendhal.
Todava vivimos bajo el imperio de la lgica, y precisamente a eso quera llegar. Sin embargo,
en nuestros das, los procedimientos lgicos tan slo se aplican a la resolucin de problemas
de inters secundario. La parte de racionalismo absoluto que todava solamente puede
aplicarse a hechos estrechamente ligados a nuestra experiencia. Contraria-mente, las
finalidades de orden puramente lgico quedan fuera de su alcance. Huelga decir que la propia
experiencia se ha visto sometida a ciertas limitaciones. La experiencia est confinada en una
jaula, en cuyo interior da vueltas y vueltas sobre s misma, y de la que cada vez es ms difcil
hacerla salir. La lgica tambin, se basa en la utilidad inmediata, y queda protegida por el
sentido comn. So pretexto de civilizacin, con la excusa del progreso, se ha llegado a
desterrar del reino del espritu cuanto pueda clasificarse, con razn o sin ella, de supersticin o
quimera; se ha llegado a proscribir todos aquellos modos de investigacin que no se
conformen con los imperantes. Al parecer, tan slo al azar se debe que recientemente se haya
descubierto una parte del mundo intelectual, que, a mi juicio, es, con mucho, la ms
importante y que se pretenda relegar al olvido. A este respecto, debemos reconocer que los
descubrimientos de Freud han sido de decisiva importancia. Con base en dichos
descubrimientos, comienza al fin a perfilarse una corriente de opinin, a cuyo favor podr el
explorador avanzar y llevar sus investigaciones a ms lejanos territorios, al quedar autorizado
a dejar de limitarse nicamente a las realidades ms someras. Quiz haya llegado el momento
en que la imaginacin est prxima a volver a ejercer los derechos que le corresponden. Si las
profundidades de nuestro espritu ocultan extraas fuerzas capaces de aumentar aquellas que
se advierten en la superficie, o de luchar victoriosamente contra ellas, es del mayor inters
captar estas fuerzas, captarlas ante todo para, a continuacin, someterlas al dominio de
nuestra razn, si es que resulta procedente. Con ello, incluso los propios analistas no
obtendrn sino ventajas. Pero es conveniente observar que no se ha ideado a priori ningn
mtodo para llevar a cabo la anterior empresa, la cual, mientras no se demuestre lo contrario,
puede ser competencia de los poetas al igual que de los sabios, y que el xito no depende de
los caminos ms o menos caprichosos que se sigan.
Con toda justificacin, Freud ha proyectado su labor crtica sobre los sueos, ya que,
efectivamente, es inadmisible que esta importante parte de la actividad psquica haya
merecido, por el momento, tan escasa atencin. Y ello es as por cuanto el pensamiento
humano, por lo menos desde el instante del nacimiento del hombre hasta el de su muerte, no
ofrece solucin de continuidad alguna, y la suma total de los momentos de sueo, desde un
punto de vista temporal, y considerando solamente el sueo puro, el sueo de los perodos en
que el hombre duerme, no es inferior a la suma de los momentos de realidad, o, mejor dicho,
de los momentos de vigilia. La extremada diferencia, en cuanto a importancia y gravedad, que
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para el observador ordinario existe entre los acontecimientos en estado de vigilia y aquellos
correspondientes al estado de sueo, siempre ha sido sorprendente. As es debido a que el
hombre se convierte, principalmente cuando deja de dormir, en juguete de su memoria que,
en el estado normal, se complace en evocar muy dbilmente las circunstancias del sueo, a
privar a ste de toda trascendencia actual, y a situar el nico punto de referencia del sueo en
el instante en que el hombre cree haberlo abandonado, unas cuantas horas antes, en el
instante de aquella esperanza o de aquella preocupacin anterior. El hombre, al despertar,
tiene la falsa idea de emprender algo que vale la pena. Por esto, el sueo queda relegado al
interior de un parntesis, igual que la noche. Y, en general, el sueo, al igual que la noche, se
considera irrelevante. Este singular estado de cosas me induce a algunas reflexiones, a mi
juicio, oportunas:
1. Dentro de los lmites en que se produce (o se cree que se produce), el sueo es, segn
todas las apariencias, continuo con trazas de tener una organizacin o estructura. nicamente
la memoria se irroga el derecho de imponerlas, de no tener en cuenta las transiciones y de
ofrecernos antes una serie de sueos que el sueo propiamente dicho. Del mismo modo,
nicamente tenemos una representacin fragmentaria de las realidades, representacin cuya
coordinacin depende de la voluntad [4]. Aqu es importante sealar que nada puede justificar
el proceder a una mayor dislocacin de los elementos constitutivos del sueo. Lamento tener
que expresarme mediante unas frmulas que, en principio, excluyen el sueo. Cundo
llegar, seores lgicos, la hora de los filsofos durmientes? Quisiera dormir para entregarme
a los durmientes, del mismo modo que me entrego a quienes me leen, con los ojos abiertos,
para dejar de hacer prevalecer, en esta materia, el ritmo consciente de mi pensamiento. Acaso
mi sueo de la ltima noche sea continuacin del sueo de la precedente, y prosiga, la noche
siguiente, con un rigor harto plausible. Es muy posible, como suele decirse. Y habida cuenta de
que no se ha demostrado en modo alguno que al ocurrir lo antes dicho la realidad que me
ocupa subsista en el estado de sueo, que est oscuramente presente en una zona ajena a la
memoria, por qu razn no he de otorgar al sueo aquello que a veces niego a la realidad,
este valor de certidumbre que, en el tiempo en que se produce, no queda sujeto a mi
escepticismo? Por qu no espero de los indicios del sueo ms lo que espero de mi grado de
conciencia, de da en da ms elevado? No cabe acaso emplear tambin el sueo para
resolver los problemas fundamentales de la vida? Estas cuestiones son las mismas tanto en
un estado como en el otro, y, en el sueo, tienen ya el carcter de tales cuestiones? Conlleva
el sueo menos sanciones que cuanto no sea sueo? Envejezco, y quiz sea sueo, antes que
esta realidad a la que creo ser fiel, y quiz sea la indiferencia con que contemplo el sueo lo
que me hace envejecer.
2. Vuelvo, una vez ms, al estado de vigilia. Estoy obligado a considerarlo como un fenmeno
de interferencia. Y no slo ocurre que el espritu da muestras, en estas condiciones, de una
extraa tendencia a la desorientacin (me refiero a los lapsus y malas interpretaciones de todo
gnero, cuyas causas secretas comienzan a sernos conocidas) sino que, lo que es todava ms,
parece que el espritu, en su funcionamiento normal, se limite a obedecer sugerencias
procedentes de aquella noche profunda de la que yo acabo de extraerle. Por muy bien
condicionado que est, el equilibrio del espritu es siempre relativo. El espritu apenas se
atreve a expresarse y, caso de que lo haga, se limita a constatar que tal idea, tal mujer, le
hace efecto. Es incapaz de expresar de qu clase de efecto se trata, lo cual nicamente sirve
para darnos la medida de su subjetivismo. Aquella idea, aquella mujer, conturban al espritu,
le inclinan a no ser tan rgido, producen el efecto de aislarle durante un segundo del disolvente
en que se encuentra sumergido, de depositarle en el cielo, de convertirle en el bello
precipitado que puede llegar a ser, en el bello precipitado que es. Carente de esperanzas de
hallar las causas de lo anterior, el espritu recurre al azar, divinidad ms oscura que cualquiera
otra, a la que atribuye todos sus extravos. Y quin podr demostrarme que la luz bajo la que
se presenta esa idea que impresiona al espritu, bajo la que advierte aquello que ms ama en
los ojos de aquella mujer, no sea precisamente el vnculo que le une al sueo, que le encadena
a unos presupuestos bsicos que, por su propia culpa, ha olvidado? Y si no fuera as, de qu
sera el espritu capaz? Quisiera entregarle la llave que le permitiera penetrar en estos
pasadizos.
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3. El espritu del hombre que suea queda plenamente satisfecho con lo que suea. La
angustiante incgnita de la posibilidad deja de formularse. Mata, vuela ms de prisa, ama
cuanto quieras. Y si mueres, acaso no tienes la certeza de despertar entre los muertos?
Djate llevar, los acontecimientos no toleran que los difieras. Careces de nombre. Todo es de
una facilidad preciosa.
Me pregunto qu razn, razn muy superior a la otra, confiere al sueo este aire de
naturalidad, y me induce a acoger sin reservas una multitud de episodios cuya rareza me deja
anonadado, ahora, en el momento en que escribo. Sin embargo, he de creer el testimonio de
mi vista, de mis odos; aquel da tan hermoso existi, y aquel animal habl.
La dureza del despertar del hombre, lo sbito de la ruptura del encanto, se debe a que se le ha
inducido ha formarse una dbil idea de lo que es la expiacin.
4. En el instante en que el sueo sea objeto de un examen metdico o en que, por medios an
desconocidos, lleguemos a tener conciencia del sueo en toda su integridad (y esto implica una
disciplina de la memoria que tan slo se puede lograr en el curso de varias generaciones, en la
que se comenzara por registrar ante todo los hechos ms destacados) o en que su curva se
desarrolle con una regularidad y amplitud hasta el momento desconocidas, cabr esperar que
los misterios que dejen de serlo nos ofrezcan la visin de un gran Misterio. Creo en la futura
armonizacin de estos dos estados, aparentemente tan contradictorios, que son el sueo e la
realidad, en una especie de realidad absoluta, en una sobrerrealidad o surrealidad, si as se
puede llamar. Esto es la conquista que pretendo, en la certeza de jams conseguirla, pero
demasiado olvidadizo de la perspectiva de la muerte para privarme de anticipar un poco los
goces de tal posesin.
Se cuenta que todos los das, en el momento de disponerse a dormir, Saint-Pol-Roux haca
colocar en la puerta de su mansin de Camaret un cartel en el que se lea: EL POETA TRABAJA.
Habra mucho ms que aadir sobre este tema, pero tan slo me he propuesto tocarlo
ligeramente y de pasada, ya que se trata de algo que requiere una exposicin muy larga y
mucho ms rigurosa; ms adelante volver a ocuparme de l. En la presente ocasin, he
escrito con el propsito de hacer justicia a lo maravilloso, de situar en su justo contexto este
odio hacia lo maravilloso que ciertos hombres padecen, este ridculo que algunos pretenden
atribuir a lo maravilloso. Digmoslo claramente: lo maravilloso es siempre bello, todo lo
maravilloso, sea lo que fuere, es bello, e incluso debemos decir que solamente lo maravilloso
es bello.
En el mbito de la literatura nicamente lo maravilloso puede dar vida a las obras
pertenecientes a gneros inferiores, tal como el novelstico, y, en general, todos los que se
sirven de la ancdota. El monje, de Lewis, constituye una admirable demostracin de lo
anterior. El soplo de lo maravilloso penetra la obra entera. Mucho antes de que el autor haya
liberado a sus personajes de toda servidumbre temporal, se nota que estn prestos a actuar
con su orgullo carente de precedentes. Aquella pasin de eternidad que les eleva
incesantemente da acentos inolvidables a su tortura y a la ma. A mi entender, este libro
exalta ante todo, desde el principio al fin, y de la manera ms pura que jams se haya dado,
cuanto en el espritu aspira a elevarse del suelo; y esta obra, una vez una vez despojada de su
fabulacin novelesca, de moda en la poca en que fue escrita, constituye un ejemplo de
justeza y de inocente grandeza [5]. A mi juicio pocas son las obras que la superan, y el
personaje de Mathilde, en especial, es la creacin ms conmovedora que cabe anotar en las
partidas del activo de aquella moda de figuracin en literatura. Mathilde no es tanto un
personaje cuanto una constante tentacin. Y si un personaje no es una tentacin, qu otra
cosa puede ser? Extremada tentacin la de Mathilde. El principio nada es imposible para
quien quiere arriesgarse tiene en El monje su mxima fuerza de conviccin. Las apariciones
ejercen en esta obra una funcin lgica, por cuanto el espritu crtico no se preocupa de
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desmentirlas. Del mismo modo, el castigo de Ambrosio queda tratado de manera plenamente
legtima, ya que a fin de cuentas es aceptado por el espritu crtico como un desenlace natural.
Quiz parezca injustificado que haya empleado el anterior ejemplo, al referirme a lo
maravilloso, cuando las literaturas nrdicas y las orientales se han servido de l
constantemente, por no hablar ya de las literaturas propiamente religiosas de todos los pases.
Sin embargo, si as lo he hecho, ello se debe a que los ejemplos que estas literaturas hubieran
podido proporcionarme estn plagados de puerilidades, ya que se dirigen a nios. En un
principio, stos no pueden percibir lo maravilloso, y, despus, no conservan la suficiente
virginidad espiritual para que Piel de Asno les produzca demasiado placer. Por encantadores
que sean los cuentos de hadas, el hombre se sentira frustrado si tuviera que alimentarse slo
con ellos, y, por otra parte, reconozco que no todos los cuentos de hadas son adecuados para
los adultos. La trama de adorables inverosimilitudes exige una mayor finura espiritual que la
propia de muchos adultos, y uno ha de ser capaz de esperar todava mayores locuras... Pero la
sensibilidad jams cambia radicalmente. El miedo, la atraccin sentida hacia lo inslito, el
azar, el amor al lujo, son recursos que nunca se utilizarn estrilmente. Hay muchos cuentos
que escribir con destino a los mayores, cuentos que todava son casi azules.
Lo maravilloso no siempre es igual en todas las pocas; lo maravilloso participa oscuramente
de cierta clase de revelacin general de la que tan slo percibimos los detalles: stos son las
ruinas romnticas, el maniqu moderno, o cualquier otro smbolo susceptible de conmover la
sensibilidad humana durante cierto tiempo. Sin embargo, en estos cuadros que nos hacen
sonrer se refleja siempre la irremediable inquietud humana, y por esto he fijado mi atencin
en ellos, ya que los estimo inseparablemente unidos a ciertas producciones geniales que estn
ms dolorosamente influenciadas por aquella inquietud que muchas otras obras. Y al decirlo,
pienso en los patbulos de Villon, en los griegos de Racine, en los divanes de Baudelaire.
Coinciden con un eclipse del buen gusto que soportar muy bien, por cuanto considero que el
buen gusto es una formidable lacra. En el ambiente de mal gusto propio de mi poca, me
esfuerzo en llegar lejos que cualquier otro. Si hubiese vivido en 1820 yo hubiera hablado de la
ensangrentada monja, y no hubiera ahorrado aquel astuto y trivial disimulemos de que
habla el Cuisin enamorado de la parodia, y yo hubiese utilizado las gigantescas metforas en
todas las fases, tal como Cuisin dice, del curso del disco, plateado. En los presentes das
pienso en un castillo, la mitad del cual no ha de encontrarse forzosamente en ruinas; este
castillo es mo, y le veo situado en un lugar agreste, no muy lejos de Pars. Las dependencias
de este castillo son infinitas, y su interior ha sido terriblemente restaurado, de modo que no
deja nada que desear en cuanto se refiere a comodidades. Ante la puerta que las sombras de
los rboles ocultan, hay automviles que esperan. Algunos de mis amigos viven en l: ah va
Louis Aragn, que abandona el castillo y apenas tiene tiempo para deciros adis; Philippe
Soupault se levanta con las estrellas, y Paul Eluard, nuestro gran Eluard, todava no ha
regresado. Ah estn Robert Desnos y Roger Vitrac, que descifran en el parque un viejo edicto
sobre los duelos; y Georges Auric y Jean Paulhan; Max Morise, quien tan bien rema, y
Benjamin Pret, con sus ecuaciones de pjaros; y Joseph Delteil; y Jean Carrive; y Georges
Limbour, y Georges Limbour (hay un bosque de Georges Limbour); y Marcel Noll; he ah a T.
Fraenkel, quien nos salud desde un globo cautivo, Georges Malkine, Antonin Artaud, Francis
Grard, Pierre Naville, J.-A. Boiffard, despus Jacques Baron y su hermano, apuestos y
cordiales, y tantos otros, y mujeres de arrebatadora belleza, de verdad. A esa gente joven
nada se le puede negar, y, en cuanto concierne a la riqueza, sus deseos son rdenes. Francis
Picabia nos visita, y, la semana pasada, hemos dado una recepcin a un tal Marcel Duchamp, a
quien todava no conocamos. Picasso caza por los alrededores. El espritu de la
desmoralizacin ha fijado su domicilio en el castillo, y a l recurrimos todas las veces que
tenemos que entrar en relacin con nuestros semejantes, pero las puertas estn siempre
abiertas, y no comenzamos nuestras relaciones dando las gracias al prjimo, saben ustedes?
Por lo dems, grande es la soledad, y no nos reunimos con frecuencia, porque, acaso lo
esencial no es que seamos dueos de nosotros mismos, y, tambin, seores de las mujeres y
del amor?
12
Se me acusar de incurrir en mentiras poticas; todos dirn que vivo en la calle Fontaine, y
que jams gozarn de tanta belleza. Maldita sea! Es absolutamente seguro que este castillo
del que acabo de hacer los honores se reduce simplemente a una imagen? Pero, si a pesar de
todo tal castillo existiera... Ah estn ms invitados para dar fe; su capricho es el camino
luminoso que a l conduce. En verdad, vivimos en nuestra fantasa, cuando estamos en ella.
Y cmo es posible que cada cual pueda molestar al otro, all, protegidos dos por el afn
sentimental, al encuentro de las ocasiones?
El hombre propone y dispone. Tan slo de l depende poseerse por entero, es decir, mantener
en estado de anarqua la cuadrilla de sus deseos, de da en da ms temible. Y esto se lo
ensea la poesa. La lleva en s la perfecta compensacin de las miserias que padecemos. Y
tambin puede actuar como ordenadora, por poco que uno se preocupe, bajo los efectos de
una decepcin menos ntima, de tomrsela a lo trgico. Se acercan los tiempos en que la
poesa decretar la muerte del dinero, y ella sola romper en pan del cielo para la tierra! Habr
an asambleas en las plazas pblicas, y movimientos en los que uno habra pensado en tomar
parte. Adis absurdas selecciones, sueos de vorgine, rivalidades, largas esperas, fuga de
las estaciones, artificial orden de las ideas, pendiente del peligro, tiempo omnipresente!
Preocupmonos tan slo de practicar la poesa. Acaso no somos nosotros, los que ya vivimos
de la poesa, quienes debemos hacer prevalecer aquello que consideramos nuestra ms vasta
argumentacin?
Poco importa que se d cierta desproporcin entre la anterior defensa y la ilustracin que viene
a continuacin. Antes, hemos intentado remontarnos a las fuentes de la imaginacin potica,
y, lo que es ms difcil todava, quedarnos en ellas. Y conste que no pretendo haberlo logrado.
Es preciso aceptar una gran responsabilidad, si uno pretende establecerse en aquellas lejanas
regiones en las que, desde un principio, todo parece desarrollarse de tan mala manera, y ms
todava si uno pretende llevar al prjimo a ellas. De todos modos, el caso es que uno nunca
est seguro de hallarse verdaderamente en ellas. Uno siempre est tan propicio a aburrirse
como a irse a otro lugar y quedarse en l. Siempre hay una flecha que indica la direccin en
que hay que avanzar para llegar a estos pases, y alcanzar la verdadera meta no depende ms
que del buen nimo del viajero.
Ya sabemos, poco ms o menos, el camino seguido. Tiempo atrs me tom el trabajo de
contar, en el curso de un estudio sobre el caso de Robert Desnos, titulado Entrada de los
mdiums [6], que me haba sentido inducido a fijar mi atencin en frases ms o menos
parciales que, en plena soledad, cuando el sueo se acerca, devienen perceptibles al espritu,
sin que sea posible descubrir su previo factor determinante. Entonces, intent correr la
aventura de la poesa, reduciendo los riesgos al mnimo, con lo cual quiero decir que mis
aspiraciones eran las mismas que tengo hoy, pero entonces confiaba en la lentitud de la
elaboracin, a fin de hurtarme a intiles contactos, a contactos a los que yo era muy hostil.
Esto se deba a cierto pudor intelectual, del que todava me queda un poco. Al trmino de mi
vida, difcil ser, sin duda, que hable como se suele hablar, que excuse el tono de mi voz y el
reducido nmero de mis gestos. La perfeccin en la palabra hablada (y en la palabra escrita
mucho ms) me pareca estar en funcin de la capacidad de condensar de manera
emocionante la exposicin (y exposicin haba) de un corto nmero de hechos, poticos o no,
que constituan la materia en que centraba mi atencin. Haba llegado a la conviccin de que
ste, y no otro, era el procedimiento empleado por Rimbaud. Con una preocupacin por la
variedad, digna de mejor causa, compuse los ltimos poemas de Monte de Piedad, con lo que
quiero decir que de las lneas en blanco de este libro llegu a sacar un partido increble.
Estas lneas equivalan a mantener los ojos cerrados ante unas operaciones del pensamiento
que me consideraba obligado a ocultar al lector. Eso no significaba que yo hiciera trampa, sino
solamente que obraba impulsado por el deseo de superar obstculos bruscamente. Consegua
hacerme la ilusin de gozar de una posible complicidad, de la que de da en da me era ms
difcil prescindir. Me entregu a prestar una inmoderada atencin a las palabras, en cuanto se
refera al espacio que admitan a su alrededor, a sus tangenciales contactos con otras palabras
prohibidas que no escriba. El poema Bosque negro, deriva precisamente de este estado de
13
espritu. Emplee seis meses en escribirlo, y les aseguro que no descans ni un da. Pero de
este poema dependa la propia estimacin en que me tena, en aquel entonces, y creo que
todos comprenderis mi actitud, aun cuando no la consideris suficientemente motivada. Me
gusta hacer estas confesiones estpidas. En aquellos tiempos, se intentaba implantar la
seudopoesa cubista, pero haba nacido inerme del cerebro de Picasso, y en cuanto a m hace
referencia debo decir que era considerado como un ser ms pesado que una lpida (y todava
se me considera as). Por otra parte, no estaba seguro de seguir el buen camino, en lo
referente a poesa, pero procuraba protegerme como mejor poda, enfrentndome con el
lirismo, contra el que esgrima todo gnero de definiciones y frmulas (no tardaran mucho en
producirse los fenmenos Dada), y pretendiendo hallar una aplicacin de la poesa a la
publicidad (aseguraba que todo terminara, no con la culminacin de un hermoso libro, sino
con la de una bella frase de reclamo en pro del infierno o del cielo).
En esta poca, un hombre que, por lo menos era tan pesado como yo, es decir, Pierre
Reverdy, escribi:
La imagen es una creacin pura del espritu.
La imagen no puede nacer de una comparacin, sino del acercamiento de dos realidades ms o
menos lejanas.
Cuanto ms lejanas y justas sean las concomitancias de las dos realidades objeto de
aproximacin, ms fuerte ser la imagen, ms fuerza emotiva y ms realidad potica tendr...
[7]
Estas palabras, un tanto sibilinas para los profanos, tenan gran fuerza reveladora, y yo las
medit durante mucho tiempo. Pero la imagen se me escapaba. La esttica de Reverdy,
esttica totalmente a posteriori me induca a confundir las causas con los efectos. En el curso
de mis meditaciones, renunci definitivamente a mi anterior punto de vista.
El caso es que una noche, antes de caer dormido, percib, netamente articulada hasta el punto
de que resultaba imposible cambiar ni una sola palabra, pero ajena al sonido de la voz, de
cualquier voz, una frase harto rara que llegaba hasta m sin llevar en s el menor rastro de
aquellos acontecimientos de que, segn las revelaciones de la conciencia, en aquel entonces
me ocupaba, y la frase me pareci muy insistente, era una frase que casi me atrevera a decir
estaba pegada al cristal. Grab rpidamente la frase en mi conciencia y, cuando me dispona a
pasar a, otro asunto, el carcter orgnico de la frase retuvo mi atencin. Verdaderamente, la
frase me haba dejado atnito; desgraciadamente no la he conservado en la memoria, era algo
as como Hay un hombre a quien la ventana ha partido por la mitad, pero no haba manera
de interpretarla errneamente, ya que iba acompaada de una dbil representacin visual [8]
de un hombre que caminaba, partido, por la mitad del cuerpo aproximadamente, por una
ventana perpendicular al eje de aqul. Sin duda se trataba de la consecuencia del simple acto
de enderezar en el espacio la imagen de un hombre asomado a la ventana. Pero debido a que
la ventana haba acompaado al desplazamiento del hombre, comprend que me hallaba ante
una imagen de un tipo muy raro, y tuve rpidamente la idea de incorporarla al acervo de mi
material de construcciones poticas. No hubiera concedido tal importancia a esta frase si no
hubiera dado lugar a una sucesin casi ininterrumpida de frases que me dejaron poco menos
sorprendido que la primera, y que me produjeron un sentimiento de gratitud (gratuidad) tan
grande que el dominio que, hasta aquel instante, haba conseguido sobre m mismo me pareci
ilusorio, y comenc a preocuparme nicamente de poner fin a la interminable lucha que se
desarrollaba en mi interior [9].
En aquel entonces, todava estaba muy interesado en Freud, y conoca sus mtodos de
examen que haba tenido ocasin de practicar con enfermos durante la guerra, por lo que
decid obtener de m mismo lo que se procura obtener de aqullos, es decir, un monlogo lo
ms rpido posible, sobre el que el espritu crtico del paciente no formule juicio alguno, que,
en consecuencia, quede libre de toda reticencia, y que sea, en lo posible, equivalente a pensar
14
en voz alta. Me pareci entonces, y sigue parecindome ahora -la manera en que me lleg la
frase del hombre cortado en dos lo demuestra-, que la velocidad del pensamiento no es
superior a la de la palabra, y que no siempre gana a la de la palabra, ni siquiera a la de la
pluma en movimiento. Basndonos en esta premisa, Philippe Soupault, a quien haba
comunicado las primeras conclusiones a que haba llegado, y yo nos dedicamos a emborronar
papel, con loable desprecio hacia los resultados literarios que de tal actividad pudieran surgir.
La facilidad en la realizacin material de la tarea hizo todo lo dems. Al trmino del primer da
de trabajo, pudimos leernos recprocamente unas cincuenta pginas escritas del modo antes
dicho, y comenzamos a comparar los resultados. En conjunto, lo escrito por Soupault y por m
tena grandes analogas, se advertan los mismos vicios de construccin y erro?res de la misma
naturaleza, pero, por otra parte, tambin haba en aquellas pginas la ilusin de una
fecundidad extraordinaria, mucha emocin, un considerable conjunto de imgenes de una
calidad que no hubisemos sido capaces de conseguir, ni siquiera una sola, escribiendo
lentamente, unos rasgos de pintoresquismo especialsimo y, aqu y all, alguna frase de gran
comicidad. Las nicas diferencias que se advertan en nuestros textos me parecieron derivar
esencialmente de nuestros respectivos temperamentos, el de Soupault: menos esttico que el
mo, y, si se me permite una ligera crtica, tambin derivaban de que Soupault cometi el error
de colocar en lo alto de algunas pginas, sin duda con nimo de inducir a error, ciertas
palabras, a modo de ttulo. Por otra parte, y a fin de hacer plena justicia a Soupault, debo
decir que se neg siempre, con todas sus fuerzas, a efectuar la menor modificacin, la menor
correccin, en los prrafos que me parecieron mal pergeados. Y en este punto llevaba razn
(10). Ello es as por cuanto resulta muy difcil apreciar en su justo valor los diversos elementos
presentes, e incluso podemos decir que es imposible apreciarlos en la primera lectura. En
apariencia, estos elementos son, para el sujeto que escribe, tan extraos como para cualquier
otra persona, y el que los escribe recela de ellos, como es natural. Poticamente hablando,
tales elementos destacan ante todo por su alto grado de absurdo inmediato, y este absurdo,
una vez examinado con mayor detencin, tiene la caracterstica de conducir a cuanto hay de
admisible y legtimo en nuestro mundo, a la divulgacin de cierto nmero de propiedades y de
hechos que, en resumen, no son menos objetivos que otros muchos.
En homenaje a Guillermo Apollinaire, quien haba muerto haca poco, y quien en muchos casos
nos pareca haber obedecido a impulsos del gnero antes dicho, sin abandonar por ello ciertos
mediocres recursos literarios, Soupault y yo dimos el nombre de SURREALISMO al nuevo modo
de expresin que tenamos a nuestro alcance y que desebamos comunicar lo antes posible,
para su propio beneficio, a todos nuestros amigos. Creo que en nuestros das no es preciso
someter a nuevo examen esta denominacin, y que la acepcin en que la empleamos ha
prevalecido, por lo general, sobre la acepcin de Apollinaire. Con mayor justicia todava,
hubiramos podido apropiarnos del trmino SUPERNATURALISMO, empleado por Grard de
Nerval en la dedicatoria de Muchachas de fuego (11). Efectivamente, parece que Nerval
conoci a maravilla el espritu de nuestra doctrina, en tanto que Apollinaire conoca tan slo la
letra, todava imperfecta, del surrealismo, y fue incapaz de dar de l una explicacin terica
duradera. He aqu unas frases de Nerval que me parecen muy significativas a este respecto:
Voy a explicarle, mi querido Dumas, el fenmeno del que usted ha hablado con mayor altura.
Como muy bien sabe, hay ciertos narradores que no pueden inventar sin identificarse con los
personajes por ellos creados. Sabe muy bien con cunta conviccin nuestro viejo amigo Nodier
contaba cmo haba padecido la desdicha de ser guillotinado durante la Revolucin; uno
quedaba tan convencido que incluso se preguntaba cmo se las haba arreglado Nodier para
volver a pegarse la cabeza al cuerpo.
Y como sea que tuvo usted la imprudencia de citar uno de esos sonetos compuestos en aquel
estado de ensueo SUPERNATURALISTA, cual diran los alemanes, es preciso que los conozca
todos. Los encontrar al final del volumen. No son mucho ms oscuros que la metafsica de
Hegel o los Mmorables de Swedenborg, y perderan su encanto si fuesen explicados, caso
de que ello fuera posible, por lo que te ruego me conceda al menos el mrito de la expresin...
(12).
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Indica muy mala fe discutirnos el derecho a emplear la palabra SURREALISMO, en el sentido
particular que nosotros le damos, ya que nadie puede dudar que esta palabra no tuvo fortuna,
antes de que nosotros nos sirviramos de ella. Voy a definirla, de una vez para siempre:
SURREALISMO: sustantivo, masculino. Automatismo psquico puro por cuyo medio se intenta
expresar verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del
pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la intervencin reguladora de la razn, ajeno
a toda preocupacin esttica o moral.
ENCICLOPEDIA, Filosofa: el surrealismo se basa en la creencia en la realidad superior de
ciertas formas de asociacin desdeadas hasta la aparicin del mismo, y en el libre ejercicio
del pensamiento. Tiende a destruir definitivamente todos los restantes mecanismos psquicos,
y a sustituirlos en la resolucin de los principales problemas de la vida. Han hecho profesin de
fe de SURREALISMO ABSOLUTO, los siguientes seores: Aragon, Baron, Boiffard, Breton,
Carrive, Crevel, Delteil, Desnos, Eluard, Grard, Limbour, Malkine, Morise, Naville, Noll, Pret,
Picon, Soupault, Vitrac.
Por el momento parece que los antes nombrados forman la lista completa de los surrealistas, y
pocas dudas caben al respecto, salvo en el caso de Isidore Ducasse, de quien carezco de
datos. Cierto es que si nicamente nos fijamos en los resultados, buen nmero de poetas
podran pasar por surrealistas, comenzando por el Dante y, tambin en sus mejores
momentos, el propio Shakespeare. En el curso de las diferentes tentativas de definicin, por m
efectuadas, de aquello que se denomina, con abuso de confianza, el genio, nada he encontrado
que pueda atribuirse a un proceso, que no sea el anteriormente definido.
Las Noches de Young son surrealistas de cabo a rabo; desgraciadamente no se trata ms que
de un sacerdote que habla, de un mal sacerdote, sin duda, pero sacerdote al fin.
Swift es surrealista en la maldad.
Sade es surrealista en el sadismo.
Chateaubriand es surrealista en el exotismo.
Constant es surrealista en poltica.
Hugo es surrealista cuando no es tonto.
Desbordes-Valmore es surrealista en el amor.
Bertrand es surrealista en el pasado.
Rabbe es surrealista en la muerte.
Poe es surrealista en la aventura.
Baudelaire es surrealista en la moral.
Rimbaud es surrealista en la vida prctica y en todo.
Mallarm es surrealista en la confidencia.
Jarry es surrealista en la absenta.
Nouveau es surrealista en el beso.
Sant-Pol-Roux es surrealista en los smbolos.
Fargue es surrealista en la atmsfera.
Vach es surrealista en m.
Reverdy es surrealista en s.
Saint-John Perse es surrealista a distancia.
Roussel es surrealista en la ancdota.
Etctera.
Insisto en que no todos son siempre surrealistas, por cuanto advierto en cada uno de ellos
cierto nmero de ideas preconcebidas a las que, muy ingenuamente, permanecen fieles.
Mantenan esta fidelidad debido a que no haban escuchado la voz surrealista, esa voz que
sigue predicando en vsperas de la muerte, por encima de las tormentas, y no la escucharon
porque no queran servir nicamente para orquestar la maravillosa partitura. Fueron
instrumentos demasiado orgullosos, y por eso jams produjeron ni un sonido armonioso (13).
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Pero nosotros, que no nos hemos entregado jams a la tarea de mediatizacin, nosotros que
en nuestras nosotros que en nuestras obras nos hemos convertido en los sordos receptculos
de tantos ecos, en los modestos aparatos registradores que no quedan hipnotizados por
aquello que registran, nosotros quiz estemos al servido de una causa todava ms noble.
Nosotros devolvemos con honradez el talento que nos ha sido prestado. Si os atrevis,
habladme del talento de aquel metro de platino, de aquel espejo, de aquella puerta, o del
cielo. Nosotros no tenemos talento. Preguntdselo a Philippe Soupault:
Las manufacturas anatmicas y las habitaciones baratas destruirn las ms altas ciudades.
A Roger Vitrac:
Apenas hube invocado al mrmol-almirante, ste dio media vuelta sobre s mismo como un
caballo que se encabrita ante la Estrella Polar, y me indic en el plano de su bicornio una
regin en la que deba pasar el resto de mis das.
A Paul Eluard:
Es una historia muy conocida esa que cuento, es poema muy clebre ese que releo: estoy
apoyado en un muro, verdeantes las orejas, y calcinados los labios.
A Max Morise:
El oso de las cavernas y su compaero el alcaravn, la veleta y su valet el viento, el gran
Canciller con sus cancelas, el espantapjaros y su cerco de pjaros, la balanza y su hija el fiel,
ese carnicero y su hermano el carnaval, el barrendero y su monculo, el Mississipi y su perrito,
el coral y su cntara de leche, el milagro y su buen Dios, ya no tienen ms remedio que
desaparecer de la faz del mar.
A Joseph Delteil:
S! Creo en la virtud de los pjaros. Y basta una pluma para hacerme morir de risa.
A Louis Aragon:
Durante una interrupcin del partido, mientras los jugadores se reunan alrededor de una jarra
de llameante ponche, pregunt al rbol si an conservaba su cinta roja.
Y yo mismo, que no he podido evitar el escribir las lneas locas y serpenteantes de este
prefacio.
Preguntad a Robert Desnos, quien quiz sea el que, en nuestro grupo, est ms cerca de la
verdad surrealista, quien, en sus obras todava inditas (14) y en el curso de las mltiples
experiencias a que se ha sometido, ha justificado plenamente las esperanzas que puse en el
surrealismo, y me ha inducido a esperar an ms de l. En la actualidad, Desnos habla en
surrealista cuando le da la gana. La prodigiosa agilidad con que sigue oralmente su
pensamiento nos admira tanto cuanto nos complacen sus esplndidos discursos, discursos que
se pierden porque Desnos, en vez de fijarlos, prefiere hacer otras cosas ms importantes.
Desnos lee en s mismo como en un libro abierto, y no se preocupa de retener las hojas que el
viento de su vida se lleva.
SECRETOS DEL ARTE MGICO DEL SURREALISMO
Composicin surrealista escrita, o primer y ltimo chorro.
Ordenad que os traigan recado de escribir, despus de haberos situado en un lugar que sea lo
ms propicio posible a la concentracin de vuestro espritu, al repliegue de vuestro espritu
sobre s mismo. Entrad en el estado ms pasivo, o receptivo, de que seis capaces. Prescindid
de vuestro genio, de vuestro talento, y del genio y el talento de los dems. Decos hasta
empaparos de ello que la literatura es uno de los ms tristes caminos que llevan a todas
partes. Escribid deprisa, sin tema preconcebido, escribid lo suficientemente deprisa para no
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poder refrenaros, y para no tener la tentacin de leer lo escrito. La primera frase se os ocurrir
por s misma, ya que en cada segundo que pasa hay una frase, extraa a nuestro pensamiento
consciente, que desea exteriorizarse. Resulta muy difcil pronunciarse con respecto a la frase
inmediata siguiente; esta frase participa, sin duda, de nuestra actividad consciente y de la
otra, al mismo tiempo, si es que reconocemos que el hecho de haber escrito la primera
produce un mnimo de percepcin. Pero eso, poco ha de importaros; ah es donde radica, en su
mayor parte, el inters del juego surrealista. No cabe la menor duda de que la puntuacin
siempre se opone a la continuidad absoluta del fluir de que estamos hablando, pese a que
parece tan necesaria como la distribucin de los nudos en una cuerda vibrante. Seguid
escribiendo cuanto queris. Confiad en la naturaleza inagotable del murmullo. Si el silencio
amenaza, debido a que habis cometido una falta, falta que podemos llamar falta de
inatencin, interrumpid sin la menor vacilacin la frase demasiado clara. A continuacin de la
palabra que os parezca de origen sospechoso poned una letra cualquiera, la letra l, por
ejemplo, siempre la 1, y al imponer esta inicial a la palabra siguiente conseguiris que de
nuevo vuelva a imperar la arbitrariedad.
Para no aburrirse en sociedad
Eso es muy difcil. Haced decir siempre que no estis en casa para nadie, y alguna que otra
vez, cuando nadie haya hecho caso omiso de la comunicacin antedicha, y os interrumpa en
plena actividad surrealista, cruzad los brazos, y decid: Igual da, sin duda es mucho mejor
hacer o no hacer. El inters por la vida carece de base. Simplicidad, lo que ocurre en mi
interior sigue sindome inoportuno. 0 cualquier otra trivialidad igualmente indignante.
Para hacer discursos
Inscribirse, en vsperas de elecciones, en el primer pas en el que se juzgue saludable celebrar
consultas de este tipo. Todos tenemos madera de orador: colgaduras multicolores y bisutera
de palabras. Mediante el surrealismo, el orador pondr al desnudo la pobreza de la
desesperanza. Un atardecer, sobre una tarima, el orador, solito, descuartizar el cielo eterno,
esa Piel de Oso. Y tanto prometer que cumplir una mnima parte de lo prometido consternar.
Dar a las reivindicaciones de un pueblo entero un matiz parcial y lamentable. Obligar a los
ms irreductibles enemigos a comulgar en un deseo secreto que har saltar en pedazos a las
patrias. Y lo conseguir con slo dejarse elevar por la palabra inmensa que se funde en la
piedad y rueda en el odio. Incapaz de desfallecer, jugar el terciopelo de todos los
desfallecimientos. Ser verdaderamente elegido, y las ms tiernas mujeres le amarn con
violencia.
Para escribir falsas novelas
Seis quien seis, si el corazn as os lo aconseja, quemad unas cuantas hojas de laurel y, sin
empearos en mantener vivo este dbil fuego, comenzad una novela. El surrealismo os lo
permitir; os bastar con clavar la aguja de la Belleza fija sobre la Accin; en eso consiste
el truco. Habr personajes de perfiles lo bastante distintos; en vuestra escritura, sus nombres
son solamente una cuestin de mayscula, y se comportarn con la misma seguridad con
respecto a los verbos activos con que se comporta el pronombre il, en francs, con respecto
a las palabras pleut, y a, faut, etc. Los personajes mandarn a los verbos, valga la
expresin; y en aquellos casos en que la observacin, la reflexin y las facultades de
generalizacin no os sirvan para nada, podis tener la seguridad de que los personajes
actuarn como si vosotros hubierais tenido mil intenciones que, en realidad, no habis tenido.
De esta manera, provistos de un reducido nmero de caractersticas fsicas y morales, estos
seres que, en realidad, tan poco os deben, no se apartarn de cierta lnea de conducta de la
que vosotros ya no os tendris que ocupar. De ah surgir una ancdota ms o menos sabia,
en apariencia, que justificar punto por punto ese desenlace emocionante o confortante que a
vosotros os ha dejado ya de importar. Vuestra falsa novela ser una maravillosa simulacin de
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una novela verdadera; os haris ricos, y todos se mostrarn de acuerdo en que llevis algo
dentro, ya que es exactamente dentro del cuerpo humano donde esa cosa suele encontrarse.
Como es natural, siguiendo un procedimiento anlogo, y a condicin de ignorar todo aquello de
lo que debierais daros cuenta, podis dedicaros con gran xito a la falsa crtica.
Para tener xito con una mujer que pasa por la calle
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Contra la muerte
El surrealismo os introducir en la muerte, que es una sociedad secreta. Os enguantar la
mano, sepultando all la profunda M con que comienza la palabra Memoria. No olvidis tomar
felices disposiciones testamentarias: en cuanto a m respecta, exijo que me lleven al
cementerio en un camin de mudanzas. Que mis amigos destruyan hasta el ltimo ejemplar de
la edicin de Discurso sobre la Escasez de Realidad.
El idioma ha sido dado al hombre para que lo use de manera surrealista. En la medida en que
al hombre es indispensable hacerse comprender, consigue expresarse mejor o peor, y con ello
asegurar el ejercicio de ciertas funciones consideradas como las ms primarias. Hablar o
escribir una carta no presenta verdaderas dificultades siempre que el hombre no se proponga
una finalidad superior a las que se encuentran en un trmino medio, es decir, siempre que se
limite a conversar (por el placer de conversar) con cualquier otra persona. En estos casos, el
hombre no sufre ansiedad alguna en lo que respecta a las palabras que ha de pronunciar, ni a
la frase que seguir a la que acaba de pronunciar. A una pregunta muy sencilla ser capaz de
contestar sin la menor vacilacin. Si no est afecto de tics, adquiridos en el trato con los
dems, el hombre puede pronunciarse espontneamente sobre cierto reducido nmero de
temas; y para hacer esto no tiene ninguna necesidad de devanarse los sesos, ni de plantearse
problemas previos de ningn gnero. Y quin habr podido hacerle creer que esta facultad de
primera intencin tan slo le perjudica cuando se propone entablar relaciones verbales de
naturaleza ms compleja? No hay ningn tema cuyo tratamiento le impida hablar y escribir
generosamente. Los actos de escucharse y leerse a uno mismo slo tienen el efecto de
obstaculizar lo oculto, el admirable recurso. No, no, no tengo ninguna necesidad urgente de
comprenderme (Basta! Siempre me comprender!). Si tal o cual frase ma me produce de
momento una ligera decepcin, confo en que la frase siguiente enmendar los yerros, y me
cuido muy mucho de no volverla a escribir, ni corregirla. Unicamente la menor falta de aliento
puede serme fatal. Las palabras, los grupos de palabras que se suceden practican entre s la
ms intensa solidaridad. No es funcin ma favorecer a unas en perjuicio de las otras. La
solucin debe correr a cargo de una maravillosa compensacin, y esta compensacin siempre
se produce.
Este lenguaje sin reserva al que siempre procuro dar validez, este lenguaje que me parece
adaptarse a todas las circunstancias de la vida, este lenguaje no slo no me priva ni siquiera
de uno de mis medios, sino que me da una extraordinaria lucidez, y lo hace en el terreno en
que menos poda esperarlo. Llegar incluso a afirmar que este lenguaje me instruye, ya que,
en efecto, me ha ocurrido emplear surrealistamente palabras cuyo sentido haba olvidado. E
inmediatamente despus he podido verificar que el uso dado a estas palabras responda
exactamente a su definicin. Esto nos induce a creer que no se aprende, sino que uno no
hace ms que re-aprender. De esta manera he llegado a familiarizarme con giros muy
hermosos. Y no hablo nicamente de la conciencia potica de las cosas, que tan slo he
conseguido adquirir mediante el contacto espiritual con ellas, mil veces repetido.
19
Las formas del lenguaje surrealista se adaptan todava mejor al dilogo. En el dilogo, hay dos
pensamientos frente a frente; mientras uno se manifiesta, el otro se ocupa del que se
manifiesta, pero de qu modo se ocupa de l? Suponer que se lo incorpora sera admitir que,
en determinado momento, le sera factible vivir enteramente merced a aquel otro
pensamiento, lo cual resulta bastante improbable. En realidad, la atencin que presta el
pensamiento segundo es de carcter totalmente externo, ya que nicamente se concede el lujo
de aprobar o desaprobar, generalmente desaprobar, con todos los respetos de que el hombre
es capaz. Este modo de hablar no permite abordar el fondo de la cuestin. Mi atencin, fija en
una invitacin que no puede rechazar sin incurrir en grosera, trata el pensamiento ajeno como
si fuese un enemigo: en las conversaciones corrientes, el pensamiento fija y conquista casi
siempre las palabras y las oraciones ajenas, de las que luego se servir; el pensamiento me
pone en situacin de sacar partido de estas palabras y oraciones en la rplica, gracias a
desvirtuarlas. Esto es especialmente cierto en ciertos estados mentales patolgicos en los que
las alteraciones sensoriales absorben toda la atencin del enfermo, quien, al responder a las
preguntas que se le formulan, se limita a apoderarse de la ltima palabra que ha odo, o de la
ltima porcin de una frase surrealista que ha dejado cierto rastro en su espritu:
Qu edad tiene usted? - Usted (Ecosmo). Cmo se llama usted? - Cuarenta y cinco
casas
(Sntoma de Ganser o de las respuestas marginales)
No hay ninguna conversacin en la que no se d cierto desorden. El esfuerzo en pro de la
sociabilidad que las preside y la costumbre que de sostenerlas tenemos son los nicos factores
que consiguen ocultarnos temporalmente aquel hecho. Asimismo, la mayor debilidad de todo
libro estriba en entrar constantemente en conflicto con el espritu de sus mejores lectores, y al
decir mejores quiero significar los ms exigentes. En el brevsimo dilogo que anteriormente
he improvisado entre el mdico y el enajenado, es, desde luego, este ltimo quien lleva la
mejor parte, ya que mediante sus respuestas domina la atencin del mdico -y, adems, no es
l quien formula las preguntas-. Cabe afirmar que su pensamiento es el ms fuerte de los dos
en aquel instante? Quiz. Al fin y al cabo, el paciente goza de la libertad de no tener en cuenta
su nombre ni su edad.
El surrealismo potico, al que consagro el presente estudio, se ha ocupado, hasta el actual
momento, de restablecer en su verdad absoluta el dilogo, al liberar a los dos interlocutores de
las obligaciones impuestas por la buena crianza. Cada uno de ellos se dedica sencillamente a
proseguir su soliloquio, sin intentar derivar de ello un placer dialctico determinado, ni
imponerse en modo alguno a su prjimo. Las frases intercambiadas no tienen la finalidad,
contrariamente a lo usual, del desarrollo de una tesis por muy insustancial que sea, y carecen
de todo compromiso, en la medida de lo posible. En cuanto a la respuesta que solicitan
debemos decir que, en principio, es totalmente indiferente en cuanto respecta al amor propio
del que habla. Las palabras y las imgenes se ofrecen nicamente a modo de trampoln al
servido del espritu del que escucha. Este es el modo en que se ofrecen las palabras y las
imgenes en Los campos magnticos, primera obra puramente surrealista, y especialmente en
las pginas bajo el comn ttulo de Barreras, en donde Soupault y yo nos comportamos
como interlocutores imparciales.
El surrealismo no permite a aquellos que se entregan a l abandonarlo cuando mejor les
plazca. Todo induce a creer que el surrealismo acta sobre los espritus tal como actan los
estupefacientes; al igual que stos crea un cierto estado de necesidad y puede inducir al
hombre a tremendas rebeliones. Tambin podemos decir que el surrealismo es un paraso
harto artificial, y la aficin a este paraso deriva del estudio de Baudelaire, al igual que la
aficin a los restantes parasos artificiales. El anlisis de los misteriosos efectos y, de los
especiales goces que el surrealismo puede engendrar no puede faltar en el presente estudio, y
es de advertir que, en muchos aspectos, el surrealismo parece un vicio nuevo que no es
privilegio exclusivo de unos cuantos individuos, sino que, como el haxis, puede satisfacer a
todos los que tienen gustos refinados.
20
1. Hay imgenes surrealistas que son como aquellas imgenes producidas por el opio que el
hombre no evoca, sino que se le ofrecen espontneamente despticamente, sin que las
pueda apartar de s, por cuanto la voluntad ha perdido su fuerza, y ha dejado de gobernar las
facultades (15). Naturalmente, faltara saber si las imgenes, en general, han sido alguna vez
evocadas. Si nos atenemos, tal como yo hago, a la definicin de Reverdy, no parece que sea
posible aproximar voluntariamente aquello que l denomina dos realidades distantes. La
aproximacin ocurre o no ocurre, y esto es todo. Niego con toda solemnidad que, en el caso de
Reverdy, imgenes como:
Por el cauce del arroyo fluye una cancin
o
El da se despleg como un blanco mantel
o
El mundo regresa al interior de un saco
comporten el menor grado de premeditacin. A mi juicio, es errneo pretender que el espritu
ha aprehendido las relaciones entre dos realidades en l presentes. Para empezar, digamos
que el espritu no ha percibido nada conscientemente. Contrariamente, de la aproximacin
fortuita de dos trminos ha surgido una luz especial, la luz de la imagen, ante la que nos
mostramos infinitamente sensibles. El valor de la imagen est en funcin de la belleza de la
chispa que produce; y, en consecuencia, est en funcin de la diferencia de potencia entre los
dos elementos conductores. Cuando esta diferencia apenas existe, como en el caso de las
comparaciones (16), la chispa no nace. A mi juicio, no est en la mano del hombre el poder de
conseguir la aproximacin de dos realidades tan distantes como aquellas a que antes nos
hemos referido, por cuanto a ello se opone el principio de la asociacin de ideas, tal como lo
entendemos. De lo contrario, slo nos quedara el recurso de volver a adoptar un arte de
carcter elptico, que Reverdy condena, tal como yo lo condeno. Fuerza es reconocer que los
dos trminos de la imagen no son el resultado de una labor de deduccin recproca, llevada a
cabo por el espritu con el fin de producir la chispa, sino que son productos simultneos de la
actividad que yo denomino surrealista, en la que la razn se limita a constatar y a apreciar el
fenmeno luminoso.
Y del mismo modo que la duracin de la chispa se prolonga cuando se produce en un ambiente
de rarificacin, la atmsfera surrealista creada mediante la escritura mecnica, que me he
esforzado en poner a la disposicin de todos, se presta de manera muy especial a la
produccin de las ms bellas imgenes.
Incluso cabe decir que, en el curso vertiginoso de esta escritura, las imgenes que aparecen
constituyen la nica gua del espritu. Poco a poco, el espritu queda convencido del valor de
realidad suprema de estas imgenes. Limitndose al principio a sentirlas, el espritu pronto se
da cuenta de que estas imgenes son acordes con la razn, y aumentan sus conocimientos. El
espritu adquiere plena conciencia de las ilimitadas extensiones en que se manifiestan sus
deseos, en las que el pro y el contra se armonizan sin cesar, y en las que su ceguera deja de
ser peligrosa. El espritu avanza, atrado por estas imgenes que le arrebatan, que apenas le
dejan el tiempo preciso para soplarse el fuego que arde en sus dedos. Vive en la ms bella de
todas las noches, en la noche cruzada por la luz del relampagueo, la noche de los relmpagos.
Tras esta noche, el da es la noche.
21
Los innumerables tipos de imgenes surrealistas exigen una clasificacin que, por el momento,
no voy a pretender efectuar. Agrupar estas imgenes segn sus afinidades particulares me
llevara demasiado lejos; esencialmente, quiero tan slo tener en consideracin sus
excelencias comunes. No voy a ocultar que para m la imagen ms fuerte es aquella que
contiene el ms alto grado de arbitrariedad, aquella que ms tiempo tardamos en traducir a
lenguaje prctico, sea debido a que lleva en s una enorme dosis de contradiccin, sea a causa
de que uno de sus trminos est curiosamente oculto, sea porque tras haber presentado la
apariencia de ser sensacional, se desarrolla despus dbilmente (que la imagen cierre
bruscamente el ngulo de su comps), sea porque de ella se derive una justificacin formal
irrisoria, sea porque pertenezca a la clase de las imgenes alucinantes, sea porque preste de
un modo muy natural la mscara de lo abstracto a lo que es concreto, sea por todo lo
contrario, sea porque implique la negacin de alguna propiedad fsica elemental, sea porque d
risa. He aqu unos cuantos ejemplos de imgenes correctas:
Los rubs del champaa. Lautramont.
Bello como la ley de paralizacin del desarrollo del pecho de los adultos cuya propensin al
crecimiento no guarda la debida relacin con la cantidad de molculas que su organismo
produce. Lautramont.
Una iglesia se alzaba sonora como una campana. Philippc Soupault.
En el sueo de Rrose Slavy hay un enano salido de un pozo, que come pan por la noche.
Robert Desnos.
Sobre el puente se balanceaba el roco con cabeza de gata. Andr Breton.
Un poco a la izquierda, en mi divino firmamento, percibo -aunque sin duda es tan slo un
vapor de sangre y asesinatos- el brillante despintado de las perturbaciones de la libertad. Louis
Aragon.
En el interior del bosque incendiado frescos los leones se han quedado. Roger Vitrac.
El color de las medias de una mujer no es obligatoriamente la imagen de sus ojos, lo cual ha
inducido a decir a un filsofo, cuyo nombre es intil hacer constar: los cetalpodos tienen
ms razones que los cuadrpedos para odiar el progreso . Max Morise.
1. Tanto si se quiere como si no, ah hay materia para satisfacer muchas necesidades del
espritu. Todas estas imgenes parecen atestiguar que el espritu ha alcanzado la madurez
suficiente para gozar de ms satisfacciones que aquellas que por lo general se le conceden.
Este es el nico medio de que dispone para sacar partido de la cantidad ideal de
acontecimientos de que est preado (17). Estas imgenes le dan la medida de su normal
disipacin y de los inconvenientes que sta le comporta. No es malo que estas imgenes
acaben por desconcertar al espritu, ya que desconcertarle equivale a situarle ante un camino
errado. Las frases que he citado contribuyen grandemente a ello. Pero el espritu que sabe
saborearlas obtiene de ellas la certidumbre de hallarse en el buen camino; el espritu, por s
mismo, jams se declarar culpable de emplear sutilezas idiomticas; nada tiene que temer
por cuanto, adems, se fortifica con la bsqueda total.
2. El espritu que se sumerge en el surrealismo revive exaltadamente la mejor parte de su
infancia. Al espritu le ocurre un poco lo mismo que a aquel que, prximo a morir ahogado,
repasa, en menos de un minuto, su vida entera, en todos sus agobiantes detalles. Habr quien
diga que esto no es demasiado incitante. Pero no me interesa en absoluto incitar a quien tal
digan. De los recuerdos de la infancia y de algunos otros se desprende cierto sentimiento de
no estar uno absorbido, y, en consecuencia, de despiste, que considero el ms fecundo entre
cuantos existen. Quiz sea vuestra infancia lo que ms cerca se encuentra de la verdadera
vida; esa infancia, tras la cual, el hombre tan slo dispone, adems de su pasaporte, de
22
ciertas entradas de favor; esa infancia en la que todo favorece la eficaz, y sin azares, posesin
de uno mismo. Gracias al surrealismo, parece que las oportunidades de la infancia reviven en
nosotros. Es como si uno volviera a correr en pos de su salvacin, o de su perdicin. Se revive,
en las sombras, un terror precioso. Gracias a Dios, tan slo se trata del Purgatorio. Se
atraviesan, sintiendo un estremecimiento, aquellas zonas que los ocultistas denominan
paisajes peligrosos. Mis pasos suscitan la aparicin de monstruos que me acechan, monstruos
que todava no me tienen demasiada malquerencia, debido a que les temo, por lo que todava
no estoy perdido. Ah estn los elefantes con cabeza de mujer y los leones voladores cuyo
encuentro nos haca temblar de miedo, a Soupault y a m; ah est el pez soluble que
todava me da un poco de miedo. PEZ SOLUBLE, no, no soy yo el pez soluble, yo nac bajo el
signo de Acuario, y el hombre es soluble en su pensamiento! La fauna y la flora del
surrealismo son inconfesables.
3. No creo en la posibilidad de la prxima aparicin de un pontfice surrealista. Las
caractersticas comunes a todos los textos del gnero, entre ellos los que acabo de citar, as
como muchos otros que por s solos nos podran proporcionar un riguroso desglose analtico
lgico y gramatical, no impiden una cierta evolucin de la prosa surrealista, al paso del tiempo.
Prueba irrefragable de ello lo son las historietas que vienen a continuacin, en este mismo
volumen, historietas escritas despus de gran cantidad de ensayos a cuya elaboracin me
entregu con la finalidad antes dicha durante cinco aos, y que tengo la debilidad de juzgar,
en su mayora, extremadamente desordenadas. No estimo que esas historietas sean, en virtud
de lo que de ellas he expresado, ni ms ni menos capaces de poner de relieve ante el lector los
beneficios que la aportacin surrealista puede proporcionar a su conciencia.
Por otra parte, es preciso dar mayor envergadura a los medios surrealistas. Todo medio es
bueno para dar la deseable espontaneidad a ciertas asociaciones. Los papeles pegados de
Picasso y de Braque tienen el mismo valor que la insercin de un lugar comn en el desarrollo
literario del estilo ms laboriosamente depurado. Incluso est permitido dar el ttulo de POEMA
a aquello que se obtiene mediante la reunin, lo ms gratuita posible (si no les molesta,
fjense en la sintaxis) de ttulos y fragmentos de ttulos recortados de los peridicos diarios:
POEMA
Una carcajada
de zafiro en la isla de Ceiln
Las ms hermosas escamas
TIENEN MATIZ AGOSTADO
BAJ O LOS CERROJ OS
en una granja aislado
DE DIA EN DIA
se agrava
lo agradable
Un camino de carro
os conduce a los lmites con lo ignoto
el caf
predica las loas de su santo
EL COTIDIANO ARTIFICE DE VUESTRA
BELLEZA
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SEORA
un par
de medias de seda
no es
Un salto en el Vaco
UN CIERVO
El amor ante todo
Todo podra solucionarse
PARIS ES UNA GRAN CIUDAD
Vigilad
Los rescoldos
LA ORACION
Del buen tiempo
Sabed que
Los rayos ultravioletas
han culminado su tarea
Breve y beneficiosa
El PRIMER DIARIO BLANCO
DEL AZAR
Rojo ser
El cantor vagabundo
DNDE EST?
en la memoria
en su casa
EN EL BAILE DE LOS ARDIENTES
Hago
bailando
Lo que se hace, lo que se har
Y se podran dar muchos ms ejemplos. Tambin el teatro, la filosofa, la ciencia, la crtica,
conseguiran volver a encontrarse a s mismos. Debo apresurarme a aadir que las futuras
tcnicas surrealistas no me interesan.
Ya he dado a entender con suficiente claridad que las aplicaciones del surrealismo a la accin
me parecen poseer una importancia muy diferente (18). Ciertamente, no creo en el valor
proftico de la palabra surrealista. Mis palabras son palabras de orculo (19). S en la
medida que yo quiera, porque acaso no se es orculo ante uno mismo? (20) La piedad de los
hombres no me engaa. La voz surrealista que estremeci a Cumas, Dodona y Delfos es la
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misma que dicta mis discursos menos iracundos. Mi tiempo no puede ser el suyo, y por qu
ha de ayudarme esta voz a resolver el infantil problema de mi destino? Por desgracia, parezco
actuar en un mundo en el que, para llegar a tener en cuenta sus sugerencias, estoy obligado a
servirme de dos clases de intrpretes, unos me traducirn sus frases, y los otros, que es
imposible hallar, comunicarn a mis semejantes la comprensin que yo haya alcanzado de
estas frases. Este mundo en el que yo sufro lo que sufro (mejor ser que no lo sepis), este
mundo moderno, este mundo, en fin... diablico! Bueno, pues qu queris que yo haga en
l? La voz surrealista quiz se extinga, no puedo yo contar mis desapariciones. Yo no podr
estar presente, ni siquiera un poco, en el maravilloso descuento de mis aos y mis das. Ser
como Nijinski, a quien el ao pasado llevaron a los ballets rusos y no pudo comprender qu
clase de espectculo era aquel al que asista. Quedar solo, muy solo en m, indiferente a
todos los ballets del mundo. Os doy todo lo que he hecho y todo lo que no he hecho.
Y, desde entonces, siento unos grandes deseos de contemplar con indulgencia los sueos
cientficos que, a fin de cuentas, tan indecorosos son desde todos los puntos de vista. Los sin
hijos? Bien. La sfilis? Igual me da. La fotografa? Nada tengo que oponer. El cine? Vivan
las salas oscuras! La guerra? Que risa! El telfono? Diga! La juventud? Encantadores
cabellos blancos! Intentad hacerme decir gracias: Gracias. Gracias... Si el vulgo tiene en
gran estima eso que, propiamente hablando, se denomina investigaciones de laboratorio, se
debe a que gracias a ellas se ha conseguido construir una mquina o descubrir un suero en los
que el vulgo se cree directamente interesado. No duda ni por un instante que con ello se ha
querido mejorar su suerte. No s con exactitud cul es el ideal de los sabios con tendencias
humanitarias, pero me parece que de l no forma parte una gran cantidad de bondad.
Entendmonos, hablo de los verdaderos sabios, no de los vulgarizadores de cualquier tipo, en
posesin de un ttulo. En este terreno, como en cualquier otro, creo en la pura alegra
surrealista del hombre que, consciente del fracaso de todos los dems, no se da por vencido,
parte de donde quiere y, a lo largo de cualquier camino que no sea razonable, llega a donde
puede. Puedo confesar tranquilamente que me es absolutamente indiferente la imagen que el
hombre en cuestin juzgue oportuno utilizar para seguir su camino, imagen que quiz le
procure la pblica estimacin. Tampoco me importa el material del que necesariamente tendr
que proveerse: sus tubos de vidrio o mis plumas metlicas... En cuanto al mtodo de tal
hombre lo considero tan bueno como el mo. He visto en plena actuacin al descubridor del
reflejo cutneo plantar; no haca ms que experimentar sin tregua en los sujetos objeto de su
estudio, no era un examen, ni mucho menos, lo que haca; resultaba evidente que haba
dejado de fiarse de todo gnero de planes. De vez en cuando formulaba una observacin, con
aire de lejana, sin abandonar por ello su aguja, mientras que su martillo actuaba
constantemente. Encarg a otros la trivial tarea de tratar a los enfermos. Se entreg por
entero a su sagrada fiebre.
El surrealismo, tal como yo lo entiendo, declara nuestro inconformismo absoluto con la claridad
suficiente para que no se le pueda atribuir, en el proceso el mundo real, el papel de testigo de
descargo. Contrariamente, el surrealismo nicamente podr explicar el estado de completo
aislamiento al que esperamos llegar, aqu, en esta vida. El aislamiento de la mujer en Kant, el
aislamiento de los racimos en Pasteur, el aislamiento de los vehculos en Curie, son a este
respecto, profundamente sintomticos. Este mundo est tan slo muy relativamente
proporcionado a la inteligencia, y los incidentes de este gnero no son ms que los episodios
ms descollantes, por el momento, de una guerra de independencia en la que considero un
glorioso honor participar. El surrealismo es el rayo invisible que algn da nos permitir
superar a nuestros adversarios. Deja ya de temblar, cuerpo. Este verano, las rosas son
azules; el bosque de cristal. La tierra envuelta en verdor me causa tan poca impresin como
un fantasma. Vivir y dejar de vivir son soluciones imaginarias. La existencia est en otra parte.
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(1) Dostoiewsky: Crimen y castigo.
(2) Pascal.
(3) Barrs, Proust.
(4) Es preciso tener en cuenta el espesor del sueo. En general, tan slo recuerdo lo que hasta m llega desde las ms
superficiales capas del sueo. Lo que ms me gusta considerar de los sueos es aquello que quede vagamente
presente al despertar, aquello que no es el resultado del empleo que haya dado a la jornada precedente, es decir, los
sombros follajes, las ramificaciones sin sentido. Igualmente, en la realidad prefiero abandonarme.
(5) Lo ms admirable de lo fantstico es que lo fantstico ha dejado de existir. Ahora slo existe realidad.
(6) Vase Pasos perdidos, editado por la N. R. F.
(7) Nord-Surd, marzo de 1918.
(8) Si hubiera sido pintor, esta representacin visual hu?biera sin duda predominado sobre la otra. Probablemente mis
facultades innatas decidieron las caractersticas de la revelacin. Desde aquel da, he concentrado voluntariamente la
aten?cin en parecidas apariciones, y me consta que, en cuanto a precisin, no son inferiores a los fenmenos
auditivos. Pro?visto de papel y lpiz, me sera fcil trazar sus contornos. Y ello es as por cuanto no se tratara de
dibujar, sino de calcar. De este manera, podra representar un rbol, una ola, un instrumento musical, infinidad de
cosas que, en este mo?mento sera incapaz de representar grficamente, ni siquiera mediante el ms somero
esquema. Si lo intentara, me perde?ra, con la certidumbre de volver a topar conmigo mismo, en un laberinto de
lneas que, a primera vista, no pareceran representar nada. Y, al abrir los ojos, tendra la fuerte impresin de
hallarme ante algo nunca visto. La prueba de lo que digo ha sido efectuada muchas veces por Robert Desnos; para
comprobarlo basta con hojear el nmero 36 de Hojas libres, que contiene abundantes dibujos suyos (Romeo y
Julieta, Un hombre ha muerto esta maana, etc.) que la revista crey eran dibujos realizados por locos, y que
como public con la mayor buena fe.
(9) Knut Hamsun considera que el hambre es el determinante de este tipo de revelacin que me obsesion, y quiz
est en lo cierto. (Debo hacer constar que en aquella poca no todos los das coma.) Y no cabe duda de que los
siguientes sntomas que Hamsun relata coinciden con los mos:
El da siguiente despert temprano. Todava era de noche. Haca largo rato que tena los ojos abiertos, cuando o las
campanadas de las cinco, dadas por el reloj de pared del piso superior al mo. Intent volver a dormir, pero no lo
logr, estaba totalmente despierto, y mil ideas me bullan en la cabeza.
De repente se me ocurrieron algunas frases buenas, muy adecuadas para utilizarlas en un apunte, en un folletn;
sbitamente, y como por azar, descubr frases muy hermosas, frases ms bellas que todas las por m escritas
anteriormente. Me las repet lentamente, palabra por palabra, y eran excelentes. Las frases no dejaban de acudir, una
tras otra. Me levant y cog papel y lpiz, en la mesa que tena detrs de la cama. Me pareca que se hubiera roto una
vena en mi interior, las palabras se sucedan, se situaban en su justo lugar, se adaptaban a la situacin, las escenas se
acumulaban, la accin se desarrollaba, las rplicas surgan en mi cerebro, y yo gozaba de manera prodigiosa. Los
pensamientos acudan tan velozmente, y seguan fluyendo con tal abandono, que desde una multitud de detalles
delicados, debido a que el lpiz no poda ir con la debida velocidad, pese a que procuraba escribir de la mano siempre
en movimiento, sin perder ni un segundo. Las frases brotaban en mi interior y estaba en plena posesin del tema.
Apollinaire aseguraba que De Chirico haba pintado sus primeros cuadros bajo la influencia de alteraciones
cenestsi?cas (dolores de cabeza, clicos...)
(10) Cada da creo ms en la infalibilidad de mi pensamiento en relacin conmigo mismo, lo cual es naturalsimo. De
todos modos, en esta escritura del pensamiento, en la que uno queda a merced de cualquier distraccin exterior, se
producen fcilmente lagunas. No hay razn alguna que justifique el intento de disimularlas. El pensamiento es, por
definicin, fuerte e incapaz de acusarse a s mismo. Aquellas evidentes deficiencias deben atribuirse a las sugerencias
procedentes del exterior.
(11) Tambin por Thomas Carlyle, en Sartor Resartus (captulo VIII: Supernaturalismo natural), 1833-34.
(12) Vase asimismo, el Ideorrealismo de Saint-Pol-Roux.
(13) Lo mismo podra decir de algunos filsofos y de algunos pintores; de estos ltimos tan slo citar a Uccello, entre
los de la poca antigua, y, entre los de la poca moderna, a Seurat, Gustave Moreau, Matisse (en La msica, por
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ejemplo), Derain, Picasso (el ms puro, con mucho), Braque, Duchamp, Picabia, Chirico (admirable durante tanto
tiempo), Klee, Man Ray, Max Ernst y, tan prximo a nosotros, Andr Masson.
(14) Nuevas Hbridas, Desorden formab, Duelo por duelo.
(15) Baudelaire.
(16) Imagen de Jules Renard.
(17) No olvidemos que, segn la frmula de Novalis, hay ciertas series de acontecimientos que se producen
paralelamente con los acontecimientos reales. Por lo general, los hombres y las circunstancias modifican el curso ideal
de los acontecimientos de tal manera que ste toma apariencias de imperfeccin y sus consecuencias son tambin
imperfectas. As ocurri con la Reforma: en vez del Protestantismo produjo el Luteranismo.
(18) Same permitido formular algunas reservas acerca de la responsabilidad, en general, y de las consideraciones
mdico-jurdicas pertinentes en orden a determinar el grado de responsabilidad de un individuo, a saber,
responsabilidad plena, irresponsabilidad y responsabilidad limitada (sic). Pese a lo muy difcil que me resulta admitir el
principio de cualquier tipo de responsabilidad, me gustara saber de qu manera sern juzgados los primeros actos
delictuosos de naturaleza indudablemente surrealista. El acusado ser absuelto o solamente se apreciar la
concurrencia de circunstancias atenuantes? Es una verdadera lstima que los delitos de prensa hayan dejado casi de
ser perseguidos, pues de lo contrario no tardara en llegar el momento en que podramos asistir a un proceso del
siguiente tipo: el acusado ha publicado un libro atentatorio a la moral pblica; a querella de algunos de sus ms
honorables conciudadanos es tambin acusado de difamacin; contra l se formulan acusaciones de todo gnero,
igualmente aplastantes, cual insultos al ejrcito, induccin al asesinato, apologa de la violacin, etc. Por su parte, el
acusado se muestra enteramente de acuerdo con los acusadores, a fin de poder desvirtuar las ideas por l expresadas.
En su defensa, se limita a proclamar que l no se considera autor del libro en cuestin, ya que ste tan slo puede
considerarse como una produccin surrealista que excluye todo gnero de consideraciones acerca del mrito o
demrito de quien lo firma, ya que el firmante no ha hecho ms que copiar un documento, sin expresar sus opiniones,
y que es tan ajeno a la obra nefasta cual pueda serlo el mismsimo presidente del tribunal que le juzga.
Y lo que cabe decir de la publicacin de un libro podr decirse tambin de una infinidad de actos de diferente
naturaleza el da en que los mtodos surrealistas comiencen a gozar del favor del pblico. Entonces ser preciso que
una nueva moral sustituya a la moral usual, causa de todos nuestros males.
(19) Rimbaud.
(20) De todos modos, DE TODOS MODOS... Mejor ser descargar la conciencia. Hoy, da 8 de junio de 1924, hacia la
una, la voz me ha susurrado: Bthune, Bthune... Qu quera decir? No conozco Bthune, ni tengo la menor idea
de la situacin en que se encuentra en el mapa de Francia, Bthune nada me evoca, ni siquiera una escena de Los tres
mosqueteros. Hubiera debido emprender viaje hacia Bthune, en donde quiz me esperaba algo; aunque en realidad
hubiera sido sta una solucin demasiado simplista. Me han contado que en un libro de Chesterton se refiere el caso
de un detective que para encontrar a alguien a quien busca en una ciudad sigue el mtodo de inspeccionar, desde el
stano al tejado, todas las casas en cuyo exterior advierte un detalle ligeramente anormal. Este sistema es tan bueno
como cualquier otro.
De parecido modo, Soupault, en 1919, entr en gran nmero de inmuebles improbables para preguntar a la portera si
all viva Phillippe Soupault. Creo que no se hubiera sorprendido si le hubieran dado una respuesta afirmativa. Ello se
hubiera debido a que Soupault habra entrado en su propia casa.