Teoria Queer

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PONENCIAS

Seminario Teora Queer: de la transgresin a la transformacin social


Francisco Vzquez Garca Carolina Snchez-Palencia Alfredo Martnez Expsito Assumpta Sabuco Cant Laurentino Vlez-Pelligrini PN03/09

El Centro de Estudios Andaluces es una entidad de carcter cientfico y cultural, sin nimo de lucro, adscrita a la Consejera de la Presidencia de la Junta de Andaluca. El objetivo esencial de esta institucin es fomentar cuantitativa y cualitativamente una lnea de estudios e investigaciones cientficas que contribuyan a un ms preciso y detallado conocimiento de Andaluca, y difundir sus resultados a travs de varias lneas estratgicas. El Centro de Estudios Andaluces desea generar un marco estable de relaciones con la comunidad cientfica e intelectual y con movimientos culturales en Andaluca desde el que crear verdaderos canales de comunicacin para dar cobertura a las inquietudes intelectuales y culturales.

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2009. Fundacin Centro de Estudios Andaluces. Consejera de Presidencia. Junta de Andaluca Prohibida su venta.

NDICE

Polticas transgnicas y ciencias sociales: por un construccionismo bien temperado Francisco Vzquez Garca Universidad de Cdiz Trans-Identidad y nueva ciudadana Carolina Snchez-Palencia Universidad de Sevilla Normalizacin y Literatura Queer Alfredo Martnez Expsito The University of Queensland, Australia La Teora Queer: caractersticas y consecuencias en el estado espaol Assumpta Sabuco Cant Universidad de Sevilla El comunitarismo gay en la encrucijada de la pandemia: una reflexin tica, poltica y sociolgica sobre las representaciones colectivas de las minoras sexuales desde los aos 90 a nuestros das Laurentino Vlez-Pellegrini Generalitat de Catalua

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Polticas transgnicas y ciencias sociales: por un construccionismo bien temperado


Catedrtico Departamento de Filosofa Universidad de Cdiz

Francisco Vzquez Garca

El xito del paradigma construccionista


La tendencia a considerar el cuerpo como resultado de un proceso de diseo o construccin social constituye hoy un tpico bastante difundido entre aquellos movimientos sociales donde la referencia al papel desempeado por lo somtico en los procesos de dominacin ocupa un lugar preferente. Desde el feminismo hasta el movimiento GLBTQI (organizaciones de gays, lesbianas, bisexuales, transexuales o intersexuales), pasando por un variopinto asociacionismo cuyo denominador comn es la biosocialidad (familares de esquizofrnicos, de personas aquejadas de anorexia, autismo, patologas atpicas, exalcohlicos, etc..), proliferan las voces que hacen valer una representacin construccionista del cuerpo. Esta se opone al esencialismo, empeado en subrayar la funcin determinante de marcadores biolgicos innatos y transculturales a la hora de fijar las identidades de las personas. Los que defienden el primado del diseo sobre el destino enfatizan la condicin contingente de lo biolgico, sometido al moldeamiento cultural y abierto a las posibilidades electivas de los individuos, enfrentndose as a la visin medicalizante y naturalista del cuerpo, compartida por las autoridades teraputicas y por aquellos afectados que quisieran encontrar en la biologa una coartada para esquivar su propia responsabilidad. Esta ruptura con las posiciones biologicistas invoca la referencia a un cuerpo afrontado como plasticidad ilimitada, lugar de transgresin de las fronteras y las convenciones (entre lo masculino y lo femenino, lo normal y lo patolgico, lo hetero y lo homo, el placer y el dolor, lo orgnico y lo inorgnico) y territorio experimental donde campan a sus anchas la libertad y el derecho a la diferencia. Feminismo postmoderno, teora queer, teora cyborg y transgenerismo pomosexual (con experiencias que van desde los cambios de sexo en el mundo virtual hasta las metamorfosis diarias de hombre a mujer o de mujer a hombre- practicadas por los llamados transentes del sexo, al estilo de Phaedra Kelly), comparten estos protocolos. Sin dejar de reconocer el potencial crtico habilitado por estos enfoques construccionistas del cuerpo en las ciencias sociales y en los llamados estudios subalternos, hay que admitir a estas alturas la necesidad de revisar este planteamiento. En buena medida, el discurso oficial sobre el cuerpo avalado por los agentes polticos, econmicos, mdicos, asistenciales e incluso judiciales- que circula en Occidente tiende cada vez menos a estar cortado por los aejos patrones esencialistas. En la era del trabajo flexible, las identidades lquidas y el mercado desrregulado, esta doxa oficial adopta las formas de un construccionismo no menos radical que el de muchos militantes queer y transgenricos. En efecto, el combinado de las biotecnologas actuales con las nuevas tecnologas de la informacin aplicadas al dominio mdico y quirrgico, contribuyen a propiciar el trnsito de un cuerpo de exploracin y descubrimiento a un cuerpo de diseo, digitalizado y virtualizado gracias a los procedimientos que permiten la ciruga a distancia, el escaneo cerebral o la tomografa digitalizada, por no hablar de las nuevas tecnologas reproductivas o del flamante arsenal farmacolgico que acta a escala molecular, permitiendo ejercer el modelado en la escala ms bsica de lo viviente.

La situacin paradjica de las personas trans: entre esencialismo y construccionismo


Por una parte, las personas trans asumen el modelo biomdico que las patologiza tanto en el plano fsico se trata de pacientes que requieren ciruga de reasignacin de sexo (CRS)como en el plano mental la ltima versin del DSM, editada en 2001, los diagnostica como afectados por un trastorno de identidad de gnero. Actualmente y en la mayora de los pases sigue siendo necesario pasar la CRS para poder ser reconocido legalmente en la condicin de gnero que se desea. Una ley aprobada por el parlamento espaol en el verano de 2007, exime a las personas trans de este requisito, pero las obliga a pasar por el diagnstico psiquitrico y prescribe el tratamiento hormonal. La ley inglesa, que entr en vigor en abril de 2005, tambin suprime la obligatoriedad de la ciruga, pero requiere asimismo el dictamen psiquitrico de disforia de gnero. Quiere esto decir que incluso en las legislaciones ms avanzadas y desmedicalizadoras, el paso por las autoridades y tecnologas mdicas, dista de haber desaparecido. Sin duda, el acatamiento del modelo biomdico por parte de las personas trans tiene en muchos casos un carcter estratgico, pues a menudo se trata de la nica manera de lograr un reconocimiento legal que facilita el acceso a una vida habitable integracin laboral, evitacin de situaciones humillantes en pblico, proteccin frente al acoso y la agresin y aumento de la autoestima. En otros casos se trata de una sincera aceptacin de ese modelo, interpretando desde l el malestar experimentado por habitar en un cuerpo que contradice las propias expectativas de gnero. Por otra parte, sin embargo, y esto resulta cada vez ms frecuente, las personas trans se organizan en colectivos cuya pretensin no es ya facilitar el acceso a la CRS, sino desafiar abiertamente el modelo biomdico (tanto la CRS como el diagnstico psiquitrico) y la correspondiente divisin dual entre los sexos-gneros dicotmicos. Se establece entonces una distincin entre transexuales, personas que se consideran afectadas por un trastorno en la identidad de gnero, y transgeneristas, es decir, aquellas personas que rechazan la identidad de gnero que se les ha asignado pero que no se consideran por ello enfermas. El desafo planteado por el movimiento transgenrico suele hacerse enarbolando argumentos radicalmente construccionistas, procedentes de la teora queer. En ellos el gnero y el sexo, son afrontados como puras construcciones sociales, incluso como puros efectos de las prcticas discursivas, sin ningn anclaje biolgico. Por esta razn el esquema dicotmico de los sexos-gneros es visto como una arbitraria configuracin cultural que funciona perpetuando la negacin de la ciudadana a las personas trans. Desde esta posicin transgenrica, en cambio, se toma al cuerpo como una realidad infinitamente maleable, alentndose la continua experimentacin con el fin de transgredir las fronteras marcadas por el heteronormativismo y la rgida divisin dualista entre los sexos. La segunda parte de la mencionada paradoja concierne al propio saber mdico que se encarga de definir y tratar a las personas trans. Ciertamente, siguiendo una herencia que se remonta a las dcadas iniciales del siglo XIX, la medicina asume la misin de apuntalar, naturalizndola, la representacin dicotmica de los sexos-gneros, reafirmando el dogma de

que, en la especie humana, a un cuerpo le corresponde en exclusiva un sexo. Sin embargo, al mismo tiempo y al menos desde la dcada de 1950, la propia Medicina socava en parte ese esencialismo, reconociendo el carcter socialmente construido de la identidad de gnero. En este hiato entre el sexo biolgico y el gnero social es precisamente donde tena cabida la ciruga de reasignacin sexual. sta pretende curar el trastorno configurando una apariencia corporal ajustada al gnero socialmente aprendido. A la base de esta tecnologa mdica y de su agresivo intervencionismo se encuentra un planteamiento construccionista no menos radical que el de la teora queer. Se trata de encarar el cuerpo como una materialidad infinitamente manipulable, un cuerpo-artefacto sometido a amputaciones, injertos, implantaciones y tratamientos hormonales de toda ndole. En la actualidad y ms all del estereotipado antagonismo entre una biomedicina esencialista y una vindicacin trans radicalmente constructivista, lo cierto es que ambos contendientes coinciden al oponer, en el plano terico, la biologa a la cultura y en dejar a un lado la experiencia vivida, esto es, al cuerpo como materialidad indisponible, como modo de ser en el mundo que conforma la propia identidad de la persona trans. En ambos casos el cuerpo aparece como una cosa, una propiedad o instrumento, a merced de las manipulaciones quirrgicas de los facultativos o de la experimentacin trangresora de los pomosexuales. Estas van desde los cambios de sexo en el mundo virtual hasta las metamorfosis diarias de hombre a mujer o de mujer a hombre- practicadas por los llamados transentes del sexo, como Phaedra Kelly. En efecto, los defensores del modelo biomdico no quieren saber nada de personas que, aunque no se sientan a gusto con el sexo biolgico que les ha tocado, tampoco se experimentan como perteneciendo, de una pieza, al otro gnero disponible. Rechazan de entrada todo desajuste entre sexo biolgico, gnero y orientacin sexual y tampoco tienen en cuenta la realidad de numerosas culturas que reconocen la existencia un tercer gnero o de figuras intermedias entre los dos sexos. Ante la mirada quirrgica el cuerpo aparece como una materia inerte susceptible de ser moldeada en la mesa de operaciones con arreglo al gnero deseado. Se establece entonces una divisin del trabajo que implica un verdadero descuartizamiento del cuerpo vivido: a los especialistas en la parte somtica (endocrinlogos, utlogos y gineclogos) les corresponde dictaminar sobre esa materia inane; a los expertos en la parte psquica (psiquiatras, psiclogos) se les asigna determinar la verdad de ese deseo, es decir, si el sujeto realmente est aquejado por el trastorno mental en cuestin. Por otro lado, los colectivos de personas trans tienden cada vez ms a proveerse de un discurso que interpreta la experiencia vivida en clave de construccin cultural y de experimentacin electiva y deliberada, olvidando as la condicin carnal y por tanto indisponible y holstica frente al nfasis postmoderno en el cuerpo fragmentado- de la corporeidad vivida. Estos militantes queer del transgenerismo suelen olvidar tambin y en esto coinciden con la mayora de los expertos biomdicos- que el carcter no dicotmico de los sexosgneros, que la pluralidad o condicin cromtica de la identidad sexual en la especie humana (como muestra la experiencia de los intersexuales y las investigaciones de bilogas como Anne Fausto-Sterling) est arraigada en la biologa. Esto no supone apostar por el esencialismo, sino

renunciar al viejo dualismo idealista y kantiano que contrapone la cultura a la biologa, lo aprendido a lo innato y el hombre a la Naturaleza; se trata de reconocer nuestra inclusin en una biosfera perfilada por los rasgos de la complejidad, la libertad y el pluralismo de las formas. El planteamiento de esta paradoja que constituye el punto de partida de mi intervencin, lleva a considerar que el constructivismo de las ciencias sociales proporciona herramientas indispensables para repolitizar el modelo polar y dualista (slo hay dos sexos y dos gneros) mostrando su contingencia, su rango de invencin histrica. Sin embargo, esta perspectiva construccionista se revela insuficiente a la hora de otorgar voz propia a la resistencia ofrecida por los colectivos de personas trans, porque sigue presa del antagonismo entre biologa y cultura, de la representacin del cuerpo como una cosa o propiedad y del menosprecio intelectualista del cuerpo vivido. La biologa y la fenomenologa del cuerpo ofrecen importantes recursos intelectuales para edificar un discurso trans emancipatorio. Desde ambos puntos de vista se muestra que la pluralidad genrica y sexual no es una arbitraria construccin cultural, aunque se encuentre mediada por la adscripcin cultural e institucional del sujeto, sino algo presente en la biologa de la especie humana y en la propia experiencia vivida individualmente por las propias personas trans. Politizar el gnero, en ese contexto, significa afirmar, instituir la existencia de un nosotros transgenrico sustentado tanto en los anlisis crticos de corte construccionista como en argumentos de bilogos y fenomenlogos. A continuacin presentar, de forma un tanto esquemtica y simplificada, algunas propuestas para combinar la aproximacin genealgica, esto es, el anlisis del irrebasable a priori histrico en el que se inserta la invencin del transexual, y la aproximacin fenomenolgica, esto es, el estudio del indisponible a priori carnal que configura la experiencia vivida de las personas trans.

Tres regmenes de verdad


Generalizando mucho, se pueden distinguir en la historia occidental, al menos desde la edad moderna, tres grandes regmenes de verdad en relacin con el sexo y el gnero. Este modelo lo hemos aplicado al estudio histrico del hermafroditismo y los cambios de sexo en Espaa. El primer rgimen enunciativo, caracterstico de las sociedades de rdenes, es el sistema del sexo estamental. En este sistema, tener uno u otro sexo era como pertenecer a un rango o estamento determinado. Cambiar de sexo una alternativa que la medicina hipocrticogalnica reconoca como factible- era como tomar estado, un trnsito anlogo al paso de la soltera al matrimonio. Del mismo modo que se era noble o villano, se era varn o hembra; pertenecer a una u otra esfera llevaba aparejado la atribucin de una serie de privilegios o prerrogativas. Del mismo modo que uno no poda llevar espada o portar ciertos signos de prestigio si no era noble, con arreglo a las interdicciones suntuarias, tampoco poda vestirse de varn si era mujer y viceversa, salvo en circunstancias excepcionales (teatro, mascaradas o concesin de venia extraordinaria por la autoridad eclesistica). En primer lugar, lo biolgico nunca se presentaba bajo la forma de una instancia puramente biolgica o nuda vida. Se insertaba en una doble trama: por una parte expresaba

un orden trascendente; el de la Naturaleza como mbito moral regido por Dios. La eclosin de sucesos naturales extraordinarios o maravillas expresaban en una tradicin que se remontaba a San Agustn- la omnipotencia de la voluntad divina. Esto suceda tambin con el nacimiento de hermafroditas o con los episodios de mejora de sexo, cuando una mujer se trocaba en varn. Al mismo tiempo la Creacin divina se prolongaba en la fecundacin humana, lo que exiga la existencia exclusiva y diferenciada de hembras y varones. No hay pues divorcio entre una biologa que da cabida a figuras intermedias (sexo) y un marco institucional que las excluye (gnero); ambas posibilidades estn inscritas en la Naturaleza entendida como manifestacin de la voluntad divina. Por esta razn se ha sealado que la biopoltica, la emergencia de un poder que acta protegiendo, inmunizando la nuda vida, slo puede entronizarse en el hueco dejado por la retirada de este orden trascendente de matriz teolgica. Por otra parte, junto a esa trama vertical, una red horizontal vinculaba al cuerpo y por tanto a la identidad personal, con el sistema de linajes, corporaciones y grupos de parentesco. El nombre, los derechos, las obligaciones, las prerrogativas, entrelazaban al cuerpo en un tejido de honores y de dependencias. Se trata, en cierto modo, de lo que Foucault design como dispositivo de la alianza y que implicaba un rgimen de visibilidad peculiar. As, ante la apariencia fsica de un individuo desconocido, el problema que se planteaba no era el de descifrar su verdadero yo o su autntica personalidad, sino ms bien discernir de qu familia o casa proceda; descifrar los signos que permitan advertir su rango y si poda portarlos de iure. Esto abra un amplio espacio para fraudes y usurpaciones de identidad que llenaban de malestar e incertidumbre la esfera de las relaciones cortesanas, comunitarias y familiares. Este rgimen de verdad, que funciona en mbitos tan diversos como la literatura de viajes y maravillas, la alquimia, el discurso jurdico y la teologa, puede encontrarse tambin operando en los textos mdicos de los siglos XVI y XVII. En un estudio muy conocido, el historiador Thomas Laqueur ha intentado demostrar que en esa poca y hasta la Ilustracin predomin en Europa un discurso mdico de matriz galnico-hipocrtica que, lejos de defender un esquema de dos sexos dicotmicos e inconmensurables, postulara un modelo de sexo nico, el de varn. La mujer sera entonces un hombre imperfecto, dentro de una escala continua en la que habra lugar para hermafroditas, mutantes de sexo, mujeres hombrunas, hombres menstruantes, etc. Aunque la hiptesis de Laqueur, muy controvertida, ha sido en parte refutada, sigue siendo cierto que hasta las revoluciones liberales de la era moderna que justifican las nuevas divisiones jerrquicas a partir de argumentos cientficos y ya no teolgicos o asociados a la ideologa de los tres rdenes- no se consolida la fundamentacin de las diferencias de gnero en diferencias biolgicas de base. Esto no significaba que los hermafroditas o las metamorfosis de sexo fueran toleradas socialmente. Las diferencias entre los estamentos sexuales eran cruciales para la preservacin de un sistema social fundado en las relaciones de alianza; por eso las transgresiones de las fronteras entre los sexos salvo en casos excepcionales- eran duramente sancionadas por las instituciones civiles y religiosas. Dios permita la existencia de hermafroditas, testimonio de su omnipotencia, pero al mismo tiempo haba instaurado a la pareja procreadora para que continuase su obra; por eso aqullos deban ser encuadrados legalmente en uno de los dos sexos socialmente factibles. Resultara muy prolijo ahora describir los procesos que dieron al traste con el sexo estamental borrando del saber todas esas figuras intermedias que se han mencionado. En otro

lugar hemos trazado el anlisis de esos procesos que despegan entre el siglo de las Luces y la era de las revoluciones polticas: la naturalizacin del monstruo, la emergencia del individuo propietario y el despliegue de la biopoltica liberal y de la medicina legal moderna. El segundo rgimen de verdad es el del verdadero sexo. Con el eclipse de la sociedad de rdenes, las diferencias entre los sujetos homologados como individuos-propietarios- ya no descansan en privilegios y obligaciones jurdicamente sancionados sino en el cuerpo, en el organismo. Esta codificacin biolgica de las diferencias en la era de la igualdad es lo que permiti excluir de la ciudadana plena a las mujeres, los extranjeros y los tnicamente inferiores. En el mbito del gnero se trataba de fijar slidamente las diferencias en la biologa. En consonancia con esto, la Medicina Legal, la Embriologa y la Teratologa insistieron en la inexistencia de seres sexualmente intermedios o de transmutaciones de un sexo a otro. Los peritos forenses se empearon en encontrar un tcnica de diagnstico que permitiera cifrar sin error cul era el verdadero sexo de los individuos ms all de su apariencia orgnica o moral dudosa. Las primeras reglas, sistematizadas por el legista francs Henry Marc hacia 1817, apuntaban a diagnosticar el verdadero sexo apoyndose en el examen de la morfologa genital externa. Ante todo se recomendaba no tener en cuenta la propia opinin del afectado. Este procedimiento se reforz con la utilizacin del microscopio y del espculo, pero pronto se revel insuficiente. En la dcada de los noventa del siglo XIX empez a difundirse en Francia y en Gran Bretaa una nueva tcnica presentada por Theodor Klebs en 1876. Se trataba del anlisis histolgico de las gnadas. El verdadero sexo se empezaba a esconder en las profundidades del organismo. Al mismo tiempo la tcnica se inventa hacia 1892 pero slo se us a gran escala en la segunda dcada del siglo XX, cuando se hicieron factibles las tcnicas de anestesiase desarrollaba la laparotoma, un procedimiento de ciruga exploratoria que permita abrirse paso entre los pliegues orgnicos de los individuos de sexo dudoso para, por ejemplo, localizar ovarios ocultos y eliminar los falsos testculos dejando al descubierto el verdadero sexo. Hacia 1915 la laparotoma fue complementada con la tecnologa de las biopsias. El recurso al examen microscpico del tejido gonadal y la ciruga exploratoria tampoco permitan dar cuenta adecuadamente de todos los casos de indefinicin sexual. A partir de 1906 y sobre todo con la obra del britnico Blair Bell desde 1915, se abri un nuevo territorio para encontrar los marcadores biolgicos del verdadero sexo; se trataba de las secreciones internas. Esto implicaba que la diferencia sexual no era tanto una estructura como un proceso. Siguiendo la estela del zologo Richard Goldstein en 1917, se empezara a hablar de intersexualidad; el verdadero sexo dependa de la dinmica hormonal. Inicialmente se pens que las hormonas estaban sexualmente marcadas como masculinas y femeninas. Sin embargo los trabajos emprendidos por el equipo holands que diriga Ernst Laqueur y las investigaciones publicadas por el gineclogo alemn Bernhard Zondek entre finales de los aos veinte y comienzos de los treinta, acabaron poniendo en tela de juicio la propia caracterizacin sexual de las secreciones internas y la consiguiente escisin de las hormonas en masculinas y femeninas. Las evidencias que contradecan la pertinencia de semejante dicotoma fueron acumulndose en el curso de las dcadas siguientes. Las hormonas dejaban de ofrecer un asidero estable donde fijar el verdadero sexo. Este mismo concepto fue desplazado por el de

sexo conveniente; el planteamiento biologicista se vea reemplazado, desde finales de los aos cincuenta, por otro ms pragmtico. Se aceptaba de facto la posible discordancia entre la determinacin cientfica del sexo que ahora se indagaba en el plano cromosmico- y la asignacin efectiva del sexo. Se empez a considerar que sta dependa ms del aprendizaje psicosocial que de la conformacin biolgica de la persona. Este estilo de razonamiento en trminos psicosociales, difundido por el psiclogo John Money y por su equipo en el Hospital de la John Hopkins, no era una nueva variacin en la historia del sexo verdadero, sino que supona el trnsito a un nuevo rgimen de verdad. Empezaba la era del sexo simulacro. Slo en este rgimen enunciativo poda cobrar sentido la figura del transexual, pues encarnaba a una suerte de intersexual psquico: una persona biolgicamente normal pero afectada por un trastorno mental que le llevaba a disociar el sexo orgnico del sexo psicosocial.

Del cuerpo construido al cuerpo vivido. Narrativas trans y aproximacin fenomenolgica


La emergencia de un discurso mdico sobre la transexualidad y el surgimiento de una subjetividad transexualcatalogada por la psiquiatra, procesos consolidados en la segunda mitad de los aos sesenta, son condiciones necesarias para que haya personas que se reconozcan en esta categora. Sin embargo la experiencia de las personas trans no se reduce a asumir este etiquetaje experto, ni siquiera a interiorizar la categora hacindola funcionar contra sus efectos patologizadores. Sin duda est experiencia est en buena medida condicionada e incluso colonizada por los discursos y las prcticas de la Medicina; no es el transexual, en efecto, como suele decirse, una construccin del saber mdico? Sin embargo, del mismo modo que antes se seal la trascendencia y la resistencia de ciertas cosas respecto al poder performativo de los discursos, ahora hay que constatar la trascendencia y la indisponibilidad de ciertas experiencias vividas respecto a las tecnologas y los conceptos expertos que pretenden encuadrarlas. Aunque la bibliografa sobre las personas trans sigue dominada abrumadoramente por una literatura mdica y psiquitrica donde prima la investigacin sobre sus cuerpos realizada en tercera persona, desde hace ya una veintena de aos ha empezado a despegar un importante corpus de trabajos, procedentes sobre todo del campo de las ciencias sociales, que otorga un lugar preponderante a la propia voz de los afectados. Esta proliferacin de narrativas autobiogrficas, novelas e incluso tesis doctorales redactadas por personas trans, puede servir como referencia para intentar captar algunas de las invariantes que conforman su cuerpo vivido o a priori carnal. Esta pluralidad de experiencias traduce el hecho de que el cuerpo vivido no es una realidad orgnica desarraigada e independiente; se configura dependiendo de las redes sociales y afectivas de contacto y de las interacciones simblicas que en ellas se vehiculan. El cuerpo vivido remite a una trama simblica, social y afectiva de dependencias y reconocimientos; es una realidad contextual, una copertenencia intencional con el medio ambiente donde se emplaza, justamente aquello que la representacin biomdica del cuerpo parece dejar a un lado o se limita a considerar en el caso de la intervencin psiquitrica o psicoteraputica- desde parmetros patologizadores. La pluralidad de experiencias vividas por las

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personas trans sirve tambin para desmentir el intento de reducirlas al patrn monoltico que, en la tradicin de Benjamin o de Money, concibe al transexual como la persona que sintindose perteneciendo a un gnero se encuentra encerrada en un sexo biolgico de signo contrario. Esta metfora del encierro permite presentar a la CRS como una liberacin gracias al ajuste entre los deseos del paciente y su apariencia corporal. Las narrativas trans muestran que este arquetipo dista de ser universal. Es muy frecuente el caso de personas que, experimentando una relacin de malestar con su apariencia corporal y con el gnero asignado por nacimiento, no experimentan sin embargo el deseo de transformarse en personas del gnero opuesto, pues admiten desconocer en qu consiste ese gnero opuesto. No existen transexuales con trayectorias de una pieza, teleolgicamente orientadas hacia la CRS y la conversin en el gnero opuesto. La persona puede experimentar un malestar inicial con su apariencia corporal en especial genital- pero puede corregir en buena medida gracias al reconocimiento de los otros- esta experiencia inicial de modo que su apariencia se integre positivamente en el resto de su proyeccin vital, sin necesidad de recurrir a la CRS. Puede darse en cambio el caso de personas trans que, rechazando de entrada la intervencin quirrgica y militando por la abolicin de este requisito para obtener el reconocimiento legal del cambio de sexo, acaben, llegando a cierta edad, por encontrar una paz interior en el cuerpo reconstruido por la ciruga. Existira por tanto una multiplicidad de carreras en el sendero del cambio de sexo que contradeciran la imagen unitaria y monocorde transmitida por el biomdico. El capital cultural detentado por los afectados y los contextos institucionales condicionan decisivamente la experiencia vivida. Es relativamente frecuente que las personas trans con profesiones intelectuales y un capital cultural ms elevado cuenten con mayores recursos simblicos familiaridad con las teoras queer, conocimiento de las consecuencias de la ciruga y del diagnstico psiquitrico- a la hora de desafiar el modelo biomdico y la violencia simblica derivada de ste. Por otro lado, si las instituciones prescriben la CRS para obtener el reconocimiento oficial del cambio de sexo, la intervencin (o el paso por la patologizacin psiquitrica en los casos de Espaa y Gran Bretaa, que no prescriben la ciruga) se convierte, para muchas personas, en el nico medio de obtener una identidad estable, puesto que ningn ordenamiento jurdico reconoce un espacio fuera de los dos sexos dicotmicos. Y la identidad estable, ms all de los experimentos de transgresin constante desplegados por los pomosexuales, es el nico medio para lograr una vida habitable. Esta necesidad de luchar organizndose polticamente para lograr una vida habitable, revela otro de los rasgos que conforman el a priori carnal de las personas trans. Se trata de lo que Didier Eribon, aplicndolo a gays y lesbianas, ha denominado la experiencia de la injuria. La huida del insulto y de la violencia es un elemento estructurante de la subjetividad trans. Las narrativas biogrficas de las personas trans estn surcadas por un sinfn de humillaciones ms o menos sordas, padecidas cotidianamente en la calle, en el mundo laboral o en las oficinas pblicas; un cmulo de sufrimientos que viene a sumarse al malestar con la propia imagen corporal. La CRS se presenta como terapia que da fin a estas aflicciones y franquea el paso a un reconocimiento legal que permite escapar de la invisibilidad y protege contra la exclusin. Sin embargo, el relato, reiterado en numerosas autobiografas e historias de vida trans, de la

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desilusin, en el mejor de los casos, cuando no de los estragos fsicos y de la miseria sexual provocados por la intervencin quirrgica, ofrece un desmentido a las promesas dadas por los. Una de las vas para esquivar la injuria lo constituye sin duda la implicacin poltica en la lucha por los derechos de las personas trans. Este ingreso en la militancia se ve sin embargo dificultado por la propia pluralidad de las experiencias individuales evocadas; no resulta fcil encontrar elementos compartidos que estimulen la cooperacin y la gestacin de colectivos. Por esta razn se habla a menudo y esto aparece recogido en las narrativas en primera persona- de la insolidaridad y del individualismo como rasgo caracterstico de las personas trans. Por otra parte, los colectivos existentes no siempre coinciden en su background ideolgico y en los objetivos que persiguen. La accin colectiva de repolitizacin planteada por el movimiento trans puede sintetizarse en tres niveles emancipatorios diferenciados: a) La desmedicalizacin, esto es, desvincular el reconocimiento legal del derecho a cambiar de identidad sexual, de la intervencin mdico quirrgica obligatoria. Este primer nivel se encuentra recogido en las leyes de identidad de gnero recientemente aprobadas por los parlamentos britnico (2005) y espaol (2007). No obstante, en este ltimo caso se sigre prescribiendo el requisito de la hormonaicn. b) La despsiquiatrizacin, esto es, eliminar la categora de trastorno de la identidad de gnero de los manuales de diagnstico de enfermedades mentales y suprimir el diagnstico psiquitrico como requisito para el cambio legal de identidad de gnero. Este segundo nivel no se ha franqueado en ningn pas del mundo, aunque es razonable pensar que como sucedi con la catalogacin nosolgica de la homosexualidad- se haga en un futuro ms o menos prximo. c) La desdualizacin, esto es, reconocer en el ordenamiento jurdico un tercer espacio de gnero que no sea ni el de hombre ni el de mujer, haciendo al mismo tiempo irrelevante, desde el punto de vista legal y administrativo, la asignacin del sexo. Este tercer nivel no se ha traspasado en ningn pas del mundo y es razonable pensar que tal cosa no sucede en un futuro prximo. Se trata no obstante de una aspiracin utpica que viene avalada tanto por argumentos biolgicos como por la propia y manifiesta pluralidad de gneros exhibida por el cuerpo vivido de transexuales e intersexuales. Este triple ciclo de repolitizacin emancipatoria anuncia por un lado una era postmdica y postpsiquitrica en el modo de afrontar el fenmeno trans, pero ms all de este horizonte, pone en cuestin las bases sociosexuales de nuestro concepto de ciudadana.

Conclusin: por un construccionismo bien temperado


Como ha intentado demostrarse, una legitimacin terica que potencie la lucidez de esta empresa de repolitizacin, no puede asentarse ya sobre supuestos exclusivamente construccionistas. En este sentido, las historias genealgicas, tiles para cuestionar los discursos dominantes, se revelan insuficientes. En efecto, en la medida en que el construccionismo

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postmoderno considera como ilusorio el carcter indisponible y estructurante de la experiencia vivida, revelada en las narrativas trans, corre el riesgo de colaborar con la actitud medicalizadora. Paradjicamente, el desmentido construccionista del cuerpo vivido acaba alindose con el desmentido que, en nombre de la ciencia mdica y psiquitrica, se hace del discurso en primera persona emitido por las personas trans. Este es reducido a sntoma, expresin de una realidad patolgica objetiva. Para preservar el potencial emancipatorio de los anlisis genealgicos se hace necesario, por tanto, articularlos con los enfoques fenomenolgicos centrados en la descripcin del a priori carnal. Este da cuenta del modo en que, por un doble movimiento, las categoras cientficas y los regmenes de verdad, brotan en el trato de los expertos con el cuerpo vivido de los pacientes trans, cuyas narrativas conforman la materia prima de las taxonomas expertas. Pero por otro lado, esta descripcin fenomenolgica, que enfatiza la condicin activa y estructurante del cuerpo vivido, da cuenta tambin del modo en que los pacientes se constituyen como sujetos polticos gracias a la reapropiacin crtica que hacen de ese discurso experto. Incluso cuando ste es acatado por las persona trans, esa aceptacin nunca implica una asuncin pasiva, sino un intento de reelaborar creativamente ese discurso para dar sentido a una vida habitable. En cualquier caso, la necesidad de explorar este doble movimiento, obliga a cuestionar las impaciencias de cierto constructivismo patente en las prcticas de la cibercultura y del pomosexualismo- que hacen de la identidad corporal y de gnero el resultado de una eleccin, de un acto deliberado y libre de transgresin. En el mejor de los casos, esta experiencia representara slo una circunstancia particular en la manera de vivir el propio cuerpo y la propia identidad de gnero. Se tratara del modo en que las personas dotadas de un elevado capital cultural, el que se corresponde con el artista o el intelectual de vanguardia, experimentan su relacin con el cuerpo y el gnero. Se defiende entonces la herencia crtica y repolitizadora del construccionismo, pero dentro de los lmites indicados; se tratara de un construccionismo bien temperado.

Seleccin bibliogrfica
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Trans-Identidad y nueva ciudadana

Profesora Titular Departamento de Filologa Inglesa Universidad de Sevilla

Carolina Snchez-Palencia

Una noche de tormenta, una pareja de novios bastante ingenua y convencional llega a una extraa mansin pidiendo auxilio y all son invitados a participar en una curiosa ceremonia donde el anfitrin, Dr. Fran-N-Furter, vestido con ligas, corpio, medias de red y tacones de aguja, se dispone a celebrar la culminacin de lo que l considera su ltima gran obra (I've been making a man with blond hair and a tan/And he's good for relieving my tension). Lo interesante de esta cancin es que alude explcitamente a los aspectos ldicos y performativos del fenmeno drag que aos ms tarde seran parte fundamental del corpus conceptual de la teora queer. As, cuando el excntrico doctor canta, Don't get strung out by the way that I look, Don't judge a book by its cover I'm not much of a man by the light of day, But by night I'm one hell of a lover I'm just a Sweet Transvestite from Transexual, Transylvania parece estar anticipando la argumentacin de Judith Butler sobre la capacidad del drag para subvertir la distincin entre el interior y el exterior del sujeto psicosocial y en esta medida, parodiar los modelos genricos y la nocin misma de identidad sexual. (Gender Trouble, 186). En la cancin la parodia se ve reforzada por la reivindicacin que el intrprete hace de su potencia sexual, una clara alusin burlesca a la masculinidad hegemnica que, en este caso, se sustenta sobre una puesta en escena absolutamente contradictoria. Es importante sealar que la parodia slo es efectiva si el pblico reconoce que el Dr. Fran-N-Furter, pese a su sofisticada apariencia de vampiresa dominatrix, no es anatmicamente una mujer, sino el actor britnico Tim Curry (es decir, se trata de un hombre haciendo de un hombre que hace de mujer). Lo que nos lleva de nuevo a una de las tesis fundamentales de Butler, cuando seala que, al imitar el gnero, el drag revela implcitamente la propia naturaleza imitativa del gnero y, en ltima instancia su contingencia (Gender Trouble, 187). En definitiva, tanto esta escena como la propia Butler cuestionan el determinismo biolgico implcito en nuestro concepto cultural de sexo. Por otra parte, he querido empezar con este vdeo porque est lleno de elementos reconocibles, desde la msica, que es parte de la banda sonora de un clsico como el musical de Richard OBrian The Rocky Horror Picture Show, hasta los distintos fotogramas de travestis ilustres, y a la vista de vuestras reacciones parece evidente que en ese reconocimiento se crea un mbito de familiaridad que me gustara tomar como punto de partida. Para empezar, todos podramos hacernos nuestro particular poutpurri si pensamos en las muchas manifestaciones de la cultura popular en las que el gnero y las sexualidades disidentes parecen haber sido asimiladas por el gran pblico. Creo que es importante centrar nuestra atencin en la cultura popular, porque es bien conocido que la industria del entretenimiento producida y destinada para el consumo de masas tiene una influencia pblica mucho mayor que otro tipo de discursos, como el acadmico, que supuestamente gozan de mayor prestigio cultural pero no ejercen una funcin tan determinante en la socializacin de determinadas prcticas y en la percepcin que tenemos de las mismas. La msica contempornea, por ejemplo, siempre se ha servido de la ambigedad sexual, especialmente desde los aos 70, cuando el llamado glam rock propuso un estilo musical ms directo y descarado en el que la actitud y la imagen eran fundamentales.y stas se manifestaban en una exagerada teatralidad de los grupos en el escenario y una extravagancia en la forma de

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vestir. Simultneamente, las reformas jurdicas en Gran Bretaa acerca de la homosexualidad y las revueltas de Stonewall a favor derechos gay en EEUU, o, por mencionar un mbito que nos es mucho ms cercano, el fenmeno de la movida madrilea, convirtieron cualquier gesto de ambigedad sexual en provocacin abierta y contracultural: desde David Bowie, Roxy Music, Iggy Pop, The Cure, The New York Dolls, Boy George, Locoma, Alaska oTino Casal, a Marilyn Manson nombre de glamurosa actriz y apellido de asesino en serie que, con esa finalidad transgresora, despliega todos los contrastes y los extremos de su personalidad. Lo mismo ocurra con el cantante Prince, que lleg a renegar de su nombre para sustituirlo por un smbolo que se ha ido convirtiendo en icono de la ambigedad sexual. En todas estas figuras este erotismo ambiguo parece constituir una forma de seduccin, no porque sea un magma indiferenciado del que podamos servirnos indiscriminadamente, sino porque produce signos mltiples, paradjicos, que fomentan el juego, la incertidumbre, y la libre combinatoria, y como tales, representan una manera de transgredir la norma. De igual manera, el cine de las tres ltimas dcadas constituye un interesante indicador del cambio de percepcin y valoracin social respecto al transgnero.1. Pasando por alto el hecho de que el travestismo se ha utilizado como recurso cmico desde los mismos orgenes del cine, y baste pensar en las caracterizaciones femeninas de Buster Keaton, Charlie Chaplin, Harpo Marx, Bob Hope, Jerry Lewis, Jack Lemmon oTony Curtis, quizs podramos empezar nuestro recorrido a principio de los aos 80, donde el transgnero se aborda desde planteamientos criminalizantes y patologizantes, como es el caso de Vestida para Matar (1980), un tributo de Brian de Palma a Psicosis, y donde, al igual que en la pelcula de Hitchcock, o ms tarde en la primera entrega de El silencio de los corderos (1991), el asesino, en el culmen de la perversin, se viste con ropas de mujer para cometer sus crmenes. A lo largo de la dcada de los 80 y ya en los 90, se genera un tratamiento algo ms amable, donde, sin salirnos de la comedia, las pelculas de "roles invertidos" parecen rebelarse contra el orden social, familiar o econmico, pero se resuelven siempre dentro de las convenciones heteronormativas y ms bien tienden a reforzar los prejuicios existentes. Tootsie y Victor o Victoria dramatizan las historias de un actor y una actriz en paro que tendrn que hacerse pasar por mujer y hombre respectivamente para conseguir trabajo y tener xito; en esta misma lnea estn Yentl donde Barbara Streissand se trasviste de estudiante judo para poder estudiar la Torah o La Seora Doubtfire donde Robin Williams hace de niera de sus propios hijos para tratar de compensar los traumas de su divorcio. Quizs es necesario llegar a los aos 90 para encontrar un tratamiento serio del transgnero como opcin vital y un anlisis de los problemas reales de asimilacin por los que pasan estos personajes: Juego de lgrimas, Boys don't cry, M. Butterfly, Las aventuras de Priscilla, Antes que anochezca, Ma vie en rose, La jaula de las locas o Transamrica, entre otras, constituyen una muestra significativa de este nuevo enfoque. En el cine espaol este tema no se ha abordado tan abiertamente, pero tambin podramos trazar un recorrido similar que revela una evolucin en nuestras inhibiciones colectivas, desde la figura del travestido con perfil maldito de pecador, delincuente o enfermo
Eva Giberti se refiere al transgnero como un concepto que acoge a gays, lesbianas, transexuales, travests, andrginos, intersexuales, hermafroditas, queers (torcidos) y a una multiplicidad de rasgos, modalidades, estilos, conductas y todo aquello que signifique rechazo de los ordenamientos sexuales establecidos. Esta definicin amplia se vislumbra como ms til que la de transexual , ms restrictiva porque implica la transformacin anatmica y genital.
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marcado por la culpabilidad, en Mi querida seorita, Cambio de Sexo o Flor de Otoo, a una visin ms desenfadada, donde sin duda, la figura ms representativa es la de Pedro Almodvar, cuyos personajes transexuales, desde Tina en La ley del deseo a Lola y Agrado en Todo sobre mi madre, o Zahara en La mala educacin, han contribudo significativamente a la estereotipacin de este colectivo, asociado siempre en sus pelculas al mundo de la noche, las drogas y la prostitucin, pero al mismo tiempo hay que reconocer que tambin han contribudo a la visibilidad de estos sujetos marginales. Como seala Estrella de Diego, desde el da en el que la felacin o la"lluvia dorada" entraron de la mano de Almodvar, como si tal cosa en un cine burgus, nos situamos como grupo, entre los colectivos ms desinhibidos de Occidente, capaces de escandalizar a cualquiera con una desenvoltura inesperada, integrando en ese imaginario, con la mayor naturalidad, temas o colectivos tradicionalmente percibidos como los bordes y sobre todo para un pas de arraigada tradicin catlica. Esta desenvoltura no excluye ni siquiera a los ms jvenes, y se extiende a la oferta de animacin que en los ltimos aos viene hacindose en las televisiones espaolas. Un ejemplo bien conocido es el de Xena, la princesa guerrera, una explcita re-escritura del mito de las Amazonas que ha sido adoptado como icono lsbico. Pero podra hablarse tambin de ciertos dibujos animados y cmics japoneses, que ejercen una gran fascinacin sobre los adolescentes, y cuyos personajes no estn exentos de ambigedad sexual, polimorfismo e indeterminacin genrica. Ranma es un adolescente que se convierte en mujer cada vez que se moja con agua fra; mientras que su novia, Akane, asegura odiar a los hombres. En Sailor Moon existen guerreros dispuestos a luchar transformados en mujeres con ajustado ropaje de piel. En otros dibujos y cmics manga, no faltan las relaciones homoerticas masculinas y femeninas, y un alto porcentaje de personajes varones son andrginos, o se sitan en la imprecisa lnea donde comienza la confusin identitaria. Para explicar el consumo masivo de estos productos, podramos aventurarnos en distintas interpretaciones, pero quizs deba tenerse en cuenta que las fantasas que los/las adolescentes pueden experimentar con personajes de sexualidad ambigua les permiten relacionarse sin temor ni demasiada culpa con su propia ambigedad sexual, lo que por otra parte es tan comn y necesario en el desarrollo psicosexual de la adolescencia. A la vista de este amplio repertorio de manifestaciones sociales y culturales (la msica, el cine, la literatura, la televisin, la publicidad, el arte, la moda, etc) en las que la presencia del transgnero es ineludible podra pensarse que esta visibilidad meditica necesariamente debera venir acompaada de un reconocimiento de los derechos de aquellos ciudadanos que practican una sexualidad y un gnero no normativos. Pero esa no parece ser una deduccin acertada si tenemos en cuenta las reivindicaciones del colectivo trans, para quienes la Ley de Identidad de Gnero recientemente aprobada en Espaa, es insuficiente y discriminatoria porque asume la clasificacin de la OMS que incluye la condicin transexual dentro del grupo de Enfermedades Mentales, lo que no slo somete a estas personas a la evaluacin y tutela psiquitrica, sino que tambin las obliga a obtener un diagnstico de Disforia de Gnero para poder acceder a los tratamientos hormonales y la ciruga o para cambiar el nombre y el sexo en los documentos. Es decir, parece que el requisito para el reconocimiento de la transexualidad es la aceptacin previa de la misma como una patologa (el hecho mismo de que se diagnostique, ya indica cul es la visin estigmatizadora del fenmeno), lo cual supone dejar en manos de mdicos y psiquiatras algo tan privado como la decisin ltima sobre la propia identidad. En la misma lnea, los

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distintos manifiestos formulados por los colectivos trans insisten en que dado que la diversidad de identidades es infinita y no puede encasillarse en el modelo hombre-mujer, se debe luchar contra la transfobia en los mbitos educativo y penitenciario, en los medios de comunicacin y, sobre todo, en el mundo laboral, para poder acceder al trabajo en igualdad de condiciones. Nos encontramos ante un fenmeno que en absoluto es nuevo, puesto que a medida que han ido surgiendo nuevas identidades colectivas dando voz a personas tradicionalmente marginadas, invisibilizadas y discriminadas, se ha reforzado el cuestionamiento a dos ideales caractersticos de las democracias modernas: la libertad y la igualdad universales. Es bien sabido que desde los aos 70, el pensamiento postmoderno y los grupos feministas y de derechos civiles vienen denunciando el hecho de que de una tica universalista, liberal e ilustrada, se haya pasado a una totalizante, de pensamiento nico e uniformador que no reconoce las diferencias. Los ideales de individuo y ciudadana, aunque en principio garantes de la libertad individual y el derecho a la diversidad acabaron desvirtuados al aplicarse a un grupo exclusivo y excluyente; y es en ese contexto en el que debe entenderse la constante reivindicacin de la ampliacin de la ciudadana que ha distinguido a la contracultura de las ltimas cuatro dcadas. En los aos setenta las identidades trans se hallaban ms o menos homologadas a las homosexuales, tanto a nivel de discurso como de reivindicaciones sociopolticas. De alguna manera todos aquellos comportamientos que no encajasen en la definicin cultural de lo masculino y lo femenino quedaban amparados bajo la acomodaticia etiqueta de homosexual, que interpelaba por igual a hombres con distintos grados de afeminamiento, que orientan su deseo, en exclusiva o no, hacia otros hombres; a hombres travestis y a mujeres lesbianas y transexuales. A medida que avanzaron los aos setenta, la sofisticacin de los estudios sobre la transexualidad y la intersexualidad, junto con el fortalecimiento de los movimientos sociales contraculturales, encabezados por los movimientos feminista y gay, se constituyen en el mejor escenario para redefinir las identidades emergentes en el imaginario social. Al mismo tiempo, los esfuerzos de visibilizacin dentro del movimiento gay se vieron reforzados por una estrategia de rechazo y discriminacin hacia los no homosexuales (bisexuales, trasvestis y transexuales) que contribuy a generar discursos independientes de autoafirmacin de las identidades trans. Por otra parte, la propia definicin desde los mrgenes mismos de la marginalidad desemboca en una vocacin que en la que el sujeto slo se siente identificado con aquello que, paradjicamente, le brinda la ausencia de significante estable que pueda nombrarlo. En el otro extremo, los movimientos identitarios feministas, gays y lsbicos han mirado con recelo a la teora queer, puesto que sus planteamientos se refieren a prcticas sexuales, sociales y de conocimiento que no buscan la identidad como un referente ontolgico, y por lo tanto lo queer, en su supuesta defensa de la indefinicin, la disidencia globalizadora, y la abstraccin universalizante, ha sido puesto bajo sospecha y contemplado como fenmeno que amenaza con suprimir la especificidad del deseo por el mismo sexo y las polticas identitarias frente a las prcticas homofbicas. La fractalizacin de referentes ad infinitum pasa incluso por rechazar la vinculacin unvoca entre la identidad de gnero y la orientacin del deseo, visibilizndose entonces los casos de personas y hasta de asociaciones integradas por mujeres transexuales que slo aman a mujeres biolgicas; hombres transexuales que desean tanto a hombres como a mujeres

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biolgicas o transexuales bisexuales casados con otros transexuales. Una de las manifestaciones ms recientes en esta compleja casustica es el de transexuales que, habiendo conservado sus rganos reproductores femeninos, se han quedado embarazados, un hecho que tanto aqu en Espaa como en Estados Unidos no ha estado exento de polmica, incluso dentro del colectivo trans donde algunas voces lo consideran como una contradiccin tica a su deseo de ser completamente un hombre, y otras, como la de Beatriz Preciado, lo celebran como una forma de dinamitar el binomio hombre-mujer: Ese cuerpo que la vista condicionada definira hombre de pelo en pecho... con su vistoso embarazo que definira de mujer.Es slo mi amigo dinamitando el dichoso binomio! Thomas se siente hombre (tom testosterona y se extirp los pechos) pero mantuvo rganos reproductores con los que concebir un hijo por inseminacin. Es estupendo!: Naci biomujer. Es biomujer la asignada mujer al nacer. Y es tecnomujer la que se asigna mujer a s misma, usando tcnicas para ello.Thomas es un tecnohombre con un transcuerpo (.Entrevista a Beatriz Preciado, filsofa transgnero y pansexual http://www.webislam.com/?idt=9530) As, frente al esencialismo implcito en la definicin ms normativa del trmino transexual (mujer encerrada en un cuerpo de hombreu hombre encerrado en cuerpo de mujer) o de los que buscan en estudios cientficos las pruebas de que su condicin no es elegida, sino producto de su biologa, es decir: su identidad trans, sera natural y no elegida,.y sin obviar el hecho de que muchos individuos efectivamente se sentirn en el cuerpo equivocado, lo cierto es que gran parte del colectivo trans y sus discursos asociados siguen reivindicando una masculinidad y feminidad protsicas, que no pasan nicamente por el nfasis en la genitalidad, y por lo tanto, mucho ms acordes con las teoras queer.2 En su ltimo libro, Testo Yonqui, Beatriz Preciado narra la experiencia de administracin voluntaria de testosterona, considerada por el discurso cientfico como una hormona masculina cuyo uso est regulado por las instituciones mdicas y jurdicas. El libro supone un rechazo de este control estatal y de sus formas de pensar el cambio de sexo y una crtica de las tcnicas polticas de regulacin y control del cuerpo y la sexualidad. En la pelcula Transamerica, en la que un transexual a punto de someterse a la ciruga de reasignacin de gnero descubre que tiene un hijo que engendr cuando era casi un adolescente y al que no conece, hay una cita memorable en la que tambin se incide en esta cualidad protsica y farmacolgica de la feminidad y la masculinidad a la que alude Beatriz Preciado. Bree (nacido hombre y en proceso de hormonacin para convertirse en mujer) se queja de que durante el viaje no ha podido tomar sus hormonas regularmente y por lo tanto su ciclo est hecho unos zorros. Su madre, menopasica y totalmente opuesta al cambio de sexo de su hijo le espeta: T no tienes ciclos!, a lo que Bree responde, Mam, las hormonas son las hormonas, y da la casualidad de que las tuyas y las mas vienen en pastillitas moradas. La aceptacin descarada en uno y otro caso de que la identidad sexual depende de la ingesta de unos determinados frmacos deconstruye toda nocin hegemnica de identidad y nos remite a la cualidad hiperrealde las drag queens, drag kings o los transexuales, en cuanto que estas
En su libroEl Tercer Sexo Guillermo Hernaiz distingue entre la transexual pura -"la que est en el cuerpo equivocado y busca el cambio de sexo"- y las transexuales que no renuncian a su sexo masculino, "esos seres diferentes, que producen mucho morbo y que constituyen un autntico tercer sexo".
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figuras ponen de manifiesto que ni la masculinidad ni la feminidad existen como identidades reales adscritas a una anatoma determinada, sino ms bien como signos auto-referenciales, ilusiones o en ltima instancia, mascaradas de las identidades de gnero normativas. El hecho de que estas representaciones irnicas se produzcan sobre el cuerpo de hombre o de mujer (y no precisamente sobre el que el espectador esperaba) supone un cuestionamiento de la tradicional ascripcin de significados de gnero a uno u otro sexo biolgico y ofrece una nocin performativa (no esencialista o biologicista) del cuerpo. Cuando los/las drags o travesties juegan con las expectativas y estereotipos de gnero, ubicndolos en un cuerpo de sexo contrario, todo el imaginario cultural que los ha sustentado se viene abajo, y se hace necesaria una mirada pardica a las nociones ms cannicas de masculinidad o feminidad y a la forma en que stas se han ido esculpiendo en los cuerpos sexuados. Pero, como he apuntado al principio, la condicin sine qua non del xito de la parodia radica precisamente en la mirada, es decir, en el reconocimiento por parte del que observa de que verdaderamente se est produciendo esa discordancia entre apariencia y realidad, por lo tanto, cabra preguntarse, que si verdaderamente el travestismo se ofrece como crtica de la naturalizacin genrica, hasta qu punto no est siempre esta crtica supeditada a la complicidad y la percepcin del pblico; es decir, si deja de ser, espectculo o performance, sigue teniendo ese potencial crtico? O dicho de otra manera: si la performance (el disfraz, la representacin) es tan buena que el intrprete hace creer a su pblico que realmente es un miembro del otro gnero/sexo, sigue siendo la crtica efectiva, o habra quedado neutralizada bajo una apariencia de normalidad genrica? Este es uno de los riesgos de la normalizacin que creo habra que incorporar al debate. Frente un esquema inamovible que fija a una determinada biologa un determinado gnero, el travestismo apuesta por un modelo verstil traducido a una serie de signos y prcticas provisionales y performativas, pero si stas no se perciben como tales, es decir, si el engao es tan bueno que ni siquiera se concibe como engao, este modelo se desvirta. Estas prcticas pardicas, cuando funcionan como tales, tratan de demostrar que los significantes masculinos pueden desprenderse de un cuerpo de varn y re-ubicarse en un cuerpo de mujer, y viceversa. Pero, qu sucede con el significante masculino por excelencia, el falo? El uso de un pene postizo o dildo por parte de lesbianas, travesties o drag kings suscita una serie de cuestiones relacionadas con el deseo y la orientacin sexual. Si para algunos supone reforzar la simbologa falocntrica y la supuesta envidia del pene, para otros (y ste sera el sentido que aqu nos interesa) constituye un mecanismo que deconstruye una determinada definicin genrica (asociada al poder, el dominio, etc) asignada a los genitales masculinos. La apropiacin pardica de aquello que siempre haba dictado los trminos de la diferencia sexual y su re-ubicacin en un cuerpo de mujer, no es ni mucho menos como apuntan las teoras ms reaccionarias, un gesto compensatorio o nostlgico encaminado a restaurar la heteronormatividad, sino ms bien un subversivo ejemplo de la plasticidad e inestabilidad de ese smbolo hasta ahora incuestionable. Al cambiar de contexto (fsico, pero tambin ideolgico), el falo, postizo y no quirrgicamente implantado, tambin es privado de su autoridad patriarcal hasta el punto de convertirse en un fragmento sustituble, transferible, expropiable, prescindible. Leslie Feinberg defiende esta flexibilidad privilegiando lo transgenrico frente a lo transexual, ya que, en muchos casos, la reconstruccin genital desemboca en una institucionalizacin de las identidades heteronormativas y una vuelta al imperativo biologicista

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que asigna un determinado sexo anatmico a un determinado gnero. Esto significa que las transidentidades comienzan a percibirse desde una doble perspectiva. Por un lado, los travestis y sobre todo los transexuales seran considerados como una clara reafirmacin de los discursos oficiales sobre gnero y sexualidad, dado que en su reivindicacin de un biosexo diferente no estaran sino reforzando las categoras binarias fijas e inamovibles. Por otro lado, hay muchas personas transgnero que rechazan la indisolubilidad de las categoras de gnero, apostando por posiciones flexibles y provisionales, y por lo tanto, identificndose con los argumentos de la teora queer, que aboga por la disolucin de cualquier barrera estable entre el gnero, el sexo y la sexualidad. Si, efectivamente, como apunta Debora Britzman, los principios de la teora queer son, transgresores, perversos y polticos: transgresores porque ponen en duda las regulaciones y los efectos de los condicionamientos categricos binarios tales como lo privado y lo pblico, el interior y el exterior, lo normal y lo raro, y lo cotidiano y lo perturbador; perversos porque rechazan la utilidad a la vez que reclaman la desviacin como un mbito de inters, y polticos porque intentan desestabilizar las leyes y prcticas instituidas situando las representaciones subversivas en sus propios trminos cotidianos. (203) entonces, debemos plantearnos que la normalizacin, an siendo consustancial a la lgica aspiracin hacia la plena ciudadana, conlleva el riesgo de desvirtuar el proyecto queer, que aboga por una identidad siempre en trnsito y constantemente dispuesta a rehacerse y transformarse en otras identidades. Por lo tanto, una vez situados en el horizonte de la igualdad de derechos, surge el dilema sobre si.la normalizacin de los movimientos identitarios no es intrnsecamente opuesta al movimiento queer, que es, por definicin, desestabilizadora y como tal, escapa a cualquier regularizacin. Para muchos, por ejemplo, la reivindicacin del matrimonio homosexual, sin obviar el reconocimiento de un derecho constitucional, desvirta el original modelo disidente de la lucha homosexual, en cuanto que incribe a los gays y lesbianas en una institucin normativa, conservadora, que contempla la sexualidad de la pareja mongama como un sistema de relaciones de propiedad y de poder. (Wiegman 1997). Parece que, de alguna manera, el nfasis en las protecciones cotidianas (beneficios fiscales, asignacin de pensiones, beneficios por fallecimiento, plizas de seguros, custodia infantil), aunque reivindicaciones perfectamente legtimas encaminadas hacia la no discriminacin de estas minoras, han acabado minimizando y hasta neutralizando otros desafos polticos ms amplios a las instituciones propias del poder heterosexual. El debate, por tanto, est sobre la mesa: la identidades colectivas estables son necesarias para la intervencin y el cambio social, pero esto parecen entrar en colisin con el impulso queer de destabilizar, desdibujar y deconstruir las categoras de grupo. Quizs debiramos concluir asumiendo, como apunta Joshua Gamson, que las fronteras seguras y las identidades estables no son necesarias en un sentido ontolgico y esencialista, sino como estrategias operativas, (165) y que, aunque suene paradjico, tan liberador y sensato es establecer una identidad colectiva, como destruirla desde el lugar del interrogante y la contradiccin, mbitos, por cierto, nada ajenos a la teora queer.

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Normalizacin y Teora Queer


Catedrtico Universidad The University of Queensland, Australia

Alfredo Martnez Expsito

Normalizacin y literatura queer


Alfredo Martnez Expsito The University of Queensland (Australia)

divisiones en el seno del activismo queer, tanto a nivel filosfico/conceptual como a nivel de estrategia poltica. En el origen de estas divisiones se encuentra la irreconciliable divergencia entre una agenda de cambio social, que propugna la necesidad de que la sociedad acepte como normales todas las conductas e identidades sexuales, y un planteamiento de resistencia radical ante unas estructuras sociales que slo pueden ofrecer una normalizacin burguesa y acomodaticia. La literatura de ficcin y el cine de temtica homo-gay-queer han explorado stas y otras facetas de la idea de normalizacin, contribuyendo as a dar pasos decisivos desde las poticas de la transgresin hacia poticas de la celebracin y transformacin social. En esta presentacin se exploran dos de estas estrategias de normalizacin literaria: el uso del humor y la proliferacin de perspectivas discursivas en el cine y la narrativa de ficcin de las ltimas dcadas.

Resumen. Ms quiz que ninguna otra, la idea de normalizacin ha provocado profundas

1. Normalizacin

En las ltimas tres dcadas el estado espaol se ha caracterizado por un movimiento generalizado, en todos los mbitos de la cultura, hacia la normalizacin: normalizacin lingstica, normalizacin de las relaciones de gnero y de las personas LGBT, normalizacin de los hechos diferenciales, normalizacin de la excepcin cultural audiovisual... Se podra llegar a pensar que el pas mismo se ha embarcado en un largo proceso de normalizacin, una vez superada la fase en la que Espaa era diferente2. El nfasis puesto por la sociedad espaola en normalizar una amplsima gama de fenmenos de diversa ndole pone de manifiesto la situacin de excepcionalidad o anormalidad que se viva durante la dictadura franquista. De hecho, los actuales procesos de normalizacin suelen hacer mencin explcita a la situacin de excepcionalidad de la situacin anterior; excepcionalidad que justifica la necesidad de la normalizacin entendida en lneas generales como normalidad: estabilidad, hbito, situacin natural. As, la necesidad de recuperar la memoria histrica viene acompaada por un discurso en el que se contraponen dos situaciones: el olvido (impuesto e injusto, por lo tanto una situacin anormal) y la memoria (que requiere de un proceso de normalizacin para alcanzar la normalidad). Caeramos en un error, sin embargo, si creyramos que la dictadura supuso un mero parntesis de anormalidad: una ojeada somera a las polticas culturales de la dictadura revela una especial ansiedad por depurar, homogeneizar y adoctrinar, por declarar que el rgimen anterior, el de la Segunda Repblica, vino a desestabilizar el orden natural de las cosas y que en consecuencia el nuevo estado nacional del franquismo debe encargarse de normalizarlas. La terminologa de la dictadura y la del estado democrtico es, obviamente,
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Torcidas (2002).
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Esta presentacin contiene ideas previamente publicadas en mis libros Los escribasfuriosos (1998) y Escrituras

William Chislett, colaborador del Real Insituto Elcano sobre la imagen de Espaa en el extranjero, seala que Espaa es y no es different: Ya es un pas muy normalizado, no obstante los extranjeros an reciben una imagen de Espaa que no se corresponde con los logros alcanzados en los ltimos aos (ABC, 16/3/09, pgina 32).

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diferente, como diferentes son sus fundamentos ideolgicos y sus praxis polticas. Pero desde el punto de vista de las relaciones de poder resulta evidente que en ambos casos se ha operado una labor de dirigismo social y cultural encaminada a crear o afianzar ciertos hbitos (Bourdieu: subjetivizacin de estructuras) en detrimento de otros. Todo proceso de normalizacin se lleva a cabo, necesariamente, desde una posicin de poder ya se trate del poder ejercido por los propios protagonistas de la situacin que se pretende normalizar (los espaoles, los discapacitados fsicos, los colectivos LGBT, las minoras tnicas), o del poder ejercido contra otras personas (las depuraciones tnicas, la normalizacin de Checoslovaquia despus de 1969). Cuando hablamos de normalizacin no debemos olvidar la dimensin perlocutiva y coercitiva de toda interpelacin social cuando sta se hace desde una posicin de poder. Normalizar, en su primera y ms importante acepcin, significa restablecer la normalidad de algo que la haba perdido o convertir en normal algo que (todava) no lo es; pero en una segunda acepcin significa someter algo a una norma (regular, normativizar). La primera acepcin remite a las ideas de habituacin y naturalizacin; la segunda, a las ideas de ordenacin y legislacin. Dado que durante milenios toda la sexualidad ajena al patriarcado heterosexista fue considerada como intrnsecamente anormal, desviada y antinatural, los procesos de normalizacin de la homosexualidad estn siguiendo en nuestros das caminos tortuosos e impredecibles. La normalizacin de la homosexualidad en el estado espaol (desde un punto de vista jurdico, una de las ms exitosas del mundo) ha transitado por esas cuatro vas de la habituacin, la naturalizacin, la ordenacin y la legislacin. Hemos conseguido que la sociedad se habite a la presencia de las personas LGBT y sus estilos de vida; hemos conseguido que la homosexualidad se considere un hecho natural, propio de nuestra especie y de nuestra sociedad; hemos conseguido dar un cierto orden categorial y taxonmico a lo que antao era un confuso revuelto terminolgico y conceptual3 y hemos conseguido sustituir una legislacin crimingena por una legislacin antidiscriminatoria. Con toda esta normalizacin positiva, hemos conseguido, tambin, construir un edificio cultural, social y legal perfectamente integrado en las estructuras del estado, con las bendiciones y el beneplcito de los agentes sociales, con la proteccin y la garanta de las instituciones, y con una robusta proteccin frente a las agresiones homofbicas (que la nueva ortodoxia va desplazando hacia los mrgenes del sistema). Las personas LGBT han pasado de las tinieblas exteriores, de la estigmatizacin, el silenciamiento, lo innombrable, el tab, a formar parte integral del sistema. La literatura nos muestra el lado humano, ntimo y personal, de estas grandes operaciones culturales. La normalizacin de las grandes categoras es vivida por las personas LGBT de un modo muy diferente, y a menudo se hace difcil comprender, desde los problemas y angustias de la cotidianeidad, que los movimientos tectnicos de las grandes placas de conceptos abstractos puedan tener relacin alguna con la vida propia. Para polticos y activistas
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En el imprescindible libro de Cleminson y Vzquez Garca (2007) sobre el nacimiento y evolucin de la homosexualidad en Espaa se pasa detallada revista al extraordinario acervo lxico y conceptual elaborado por la criminologa, varias ramas de la medicina, el movimiento higienista, la jurisprudencia, la sexologa, la psicologa, la psiquiatra, la literatura y las artes durante la segunda mitad del siglo XIX y el primer tercio del XX.

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la normalizacin puede significar la conquista de derechos o la plasmacin legal de esa conquista, pero para una persona que sufre por causa de su sexualidad o por causa de los discursos construidos en tomo a ella la normalizacin puede y suele significar simplemente el deseo de ser normal. Esta dimensin personal, ntima, la capta mucho mejor la literatura que la teora. La terica queer Sally Munt comienza su propio posicionamiento en su reciente libro sobre la vergenza declarando la vergenza que de joven sufra por lo que ella perciba como inadecuacin, por su amaneramiento lesbiano, por provenir de otra regin y hablar con un acento diferente, etc.: some people find their social disparity a source of delight and distinction, but iftruth be told 1 longed to be normal (2008: 1). El deseo de ser normal es una de las pulsiones bsicas del ser humano. Ser normal en trminos sexuales, lingsticos, raciales, fsicos... equivale a no verse disminuido por ser gay, por no hablar la lengua dominante, por no ser de la raza dominante, por tener una discapacidad fsica. Ser normal, para personas pertenecientes a este tipo de minoras, es con frecuencia una mera aspiracin: llegar a ser normal. Pero es precisamente aqu, en el nivel ntimo de la persona, donde la poltica de la normalizacin encuentra su principal contradiccin: quin est autorizado para definir la normalidad, y hasta qu punto est legitimado para tratar de imponer a otros, ya sea mediante la fuerza o la persuasin, su definicin? Las polticas encaminadas a normalizar la discapacidad fsica slo han sido posibles una vez que otras condiciones tradicionalmente tachadas de anormales han exigido su derecho a la normalidad. Los procesos de normalizacin de la condicin femenina y de las razas no blancas sentaron las bases para otros procesos de normalizacin (tambin llamados de liberacin) de minoras identitarias de todo tipo. Una segunda contradiccin inherente a la lgica de la normalizacin consiste en la creacin de nuevas ortodoxias y heterodoxias dentro de los grupos normalizados. O, dicho con palabras menos amables, la creacin de nuevas estructuras de poder que dictaminan lo que es aceptable y rechazable. La existencia de estas estructuras de poder est plenamente documentada en los movimientos de liberacin obrera, en los movimientos feministas, en el movimiento negro de los Estados Unidos, en las plataformas de defensa de lenguas minorizadas, y en defmitiva en cualquier tipo de movimiento que aspira a la normalidad o sea, a ser convalidado como estructura del estado. Tambin, por supuesto, en los movimientos LGBT, que han creado estructuras de poder, con las consiguientes heterodoxias, disidencias y exclusiones. En los primeros tiempos de la QT, cuando an exista cierta confusin acadmica sobre la diferencia entre Gay and Lesbian y Queer, abundaron los comentarios sobre esta contradiccin. En palabras de Ruth Goldman,

[E]xisting queer theory, despite attempts to avoid normativity, harbors a normative discourse around race, sexuality and class. Those of us who fali outside of this normativity are thus rendered queer queers and must position ourselves and our work in opposition to it (Goidman 1996: 179).
Ahora bien, si la dialctica de la normalizacin consiste fundamentalmente en la creacin de estructuras de poder que aspiran a integrarse en las estructuras del estado, y si, por defmicin, toda normalizacin lleva aparejada la creacin de una nueva discriminacin/disidencia, cmo reconciliar el concepto de normalizacin con una queerness

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que se relaciona con las ideas de resistencia, inconformidad, deslizamiento, indeterminacin, intersticio, con lo elusivo, lo desplazado, lo mutable...? Qu pueden tener en comn las agendas estabilizadoras de la normalizacin con la filosofa radicalmente desestabilizante, anti-categorial, performativa y jams esencialista de la Queer Theory? Si la QT hubiera cedido a la tentacin de cifrar su estrategia en trminos de normalizacin, no habra ello implicado que la homofobia es unjuego de normalizacin del heterosexismo con base en discursos morales y cientficos, perdiendo as la oportunidad de sealar inequvocamente su carcter totalitario y represivo basado en el recurso a la violencia fsica? Ya que la legislacin espaola hace ahora posible el matrimonio entre personas del mismo sexo, quiz sera oportuno enfatizar una vez ms la distancia que separa lo normal de lo queer. En The Trouble with Normal, Michael Warner, uno de los fundadores de la QT y acuador del concepto de heteronormatividad (heteronormativity), sostiene que el matrimonio gay (y en general cualquier tctica normalizadora) es perjudicial en ltima instancia para la comunidad LGBT y para la sociedad entera porque la QT y toda la tica queer, como perspectiva radicalmente alter, exterior al sistema, cumple la funcin de criticar no slo la heterosexualidad y el heterosexismo, sino todas las estructuras sociales y econmicas. Por su parte, Lee Edelman enfatiza en su ltimo libro los aspectos ms negacionistas y antisociales de la Queer Theory y reivindica el impulso presentista de la homosexualidad como antdoto contra la obsesin bienpensante del patriarcado, contra su ansiedad por la supervivencia de la especie, etc. Lo queer, situado fuera del paradigma patriarcal, tiene otros valores: el ahora, el yo. La oposicin radical entre la poltica de la normalizacin y la filosofa queer se comprende mejor si traducimos el trmino ingls como extra/icacin. Lo queer no hace relacin necesariamente a un torcimiento o retorcimiento de las estructuras del estado; ms bien se relaciona con la sensacin de extraamiento con que el patriarcado percibe todo lo que queda fuera de su sistema. Como si de dos mundos diferentes se trataran, el universo patriarcal y el universo queer se miran de lejos y no se entienden. El formalista ruso Vktor Shklovski elabor el concepto de ostranenie (extraamiento o desautomatizacin o desfamiliarizacin) en el arte del siguiente modo:

El propsito del arte es el de impartir la sensacin de las cosas como son percibidas y no como son sabidas (o concebidas). La tcnica del arte de desfamiliarizar a los objetos, de hacer difciles las formas, de incrementar la dificultad y magnitud de la percepcin encuentra su razn en que el proceso de percepcin no es esttico como un fin en s mismo y debe ser prolongado. El arte es una manera de experimentar la cualidad o esencia artstica de un objeto; el objeto no es lo importante. (Shklovski, El arte como tcnica, 12)
Estableciendo un puente entre la esttica y la teora de gnero, la similitud entre la ostranenie y lo queer resulta muy til en la relectura del canon literario. Ledas con ojos queer, las literaturas nacionales que apuntalaron la creacin de identidades nacionales en el pasado, ofrecen al lector queer sorpresas insospechadas4. Me atrevo a sugerir (quiz como silogismo de sobremesa) que si la construccin nacional se forj simblicamente mediante la creacin de un
Queer Iberia (eds. Blackmore y Hutcheson) es un caso paradigmtico de este tipo de subversin en la literatura

espaola.

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canon literario nacional, la normalizacin LGBT se beneficiar simblicamente de la resignificacin queer de todas las literaturas nacionales. La literatura (y el cine) de temtica LGBT participa del debate entre normalizacin y antinormalizacin de un modo mucho ms central y decisivo de lo que podra parecer. No se trata nicamente de que la literatura haya funcionado con frecuencia como laboratorio o campo de pruebas para ensayar todo tipo de propuestas en relacin al mundo LGBT (algunas de las cuales han resultado ciertamente premonitorias), ni tampoco de que la industria cultural haya permitido la creacin de un mercado que a la postre ha adquirido una identidad propia y una conciencia grupal, ni tampoco de que la propia dinmica literaria haya generado un establishment LGBT con sus iconos y sus demonios familiares. Todo eso, con ser cierto, no deja de resultar superficial en comparacin con la capacidad del relato o el poema para proponer mundos posibles donde la sexualidad se mira con la deshabituacin o extraamiento del que hablaba Shklovski para crear en definitiva paradigmas alternativos. En la antiqusima tradicin literaria relacionada con los temas LGBT existen paradigmas anti-normalizadores, como los textos cifrados, las claves ocultas y las referencias secretas de la poesa trovadoresca y cancioneril de la Baja Edad Media, la invencin de palabras e imgenes conocidas slo a los iniciados que prolifer durante el Simbolismo y el Surrealismo, o la tradicin del silencio autoimpuesto, del acallamiento de la voz homosexual que sin embargo deja sus huellas en el erotismo sublimado de la pica o el melodrama de Hollywood. Lo que podramos denominar heterosexualidad normalizada (que no otra cosa es el patriarcado) obliga a las otras sexualidades a florecer en forma de una literatura clandestina que, con el paso del tiempo y de las generaciones, llega a crear su propia tradicin. La escritura y la lectura queer constituyen un submundo literario no siempre bien comprendido y del que an desconocemos muchas cosas; no se limita, desde luego, a la oscuridad expresiva de, digamos, el teatro de Lorca, sino que incluye el fenmeno de la lectura inversa (el lector gay que lee en clave positiva un personaje desviado que el relato presenta en clave negativa), la mirada queer de un lector/espectador que atribuye, con o sin permiso del texto, sentido homoflico a un pasaje que para otros parece inocuamente hetero, el travestismo de voces narrativas, etc . Estas posibilidades de la experiencia literaria han ayudado a ciertos lectores a sentirse un poco menos extraos; se podra decir que la normalizacin literaria, si bien en cierto modo vicaria, sent los precedentes para otras normalizaciones de la experiencia homosexual que vendran ms tarde.

2. Relatos y pronombres
[I]n recent publications related to male homosexuality in [Spanish] literature or culture, to name two arcas, the past really does seem to be a foreign country, with accounts rarely touching upon the pre-Transition period. There may well be, nevertheless, good reasons for this lack of historical emphasis. The conception that homosexuality was repressed and therefore invisible before the transition to democracy is a strong motif which still holds sway. The aura around famous homosexual figures, such as Garca Lorca, may have, paradoxically, obscured the very nature of homosexual subcultures in the 1920s and 1930s as well as their historical investigation. The fact that homosexuality is, to a considerable degree, still taboo in Spain, is a third historically potent explanation (Cleminson and Vzquez Garca, Los Invisibles, 2007: 2).

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En Espaa, la literatura gay de hoy en da da a menudo la impresin de haber nacido de manera espontnea de mano de la democracia: la nueva cultura gay de los noventa, los estudios queer, los nuevos estereotipos sociales, y toda la parafernalia cultural ligada al nuevo paradigma remiten, insistentemente, a una contemporaneidad (modernidad, globalizacin, cosmopolitismo) percibida por muchos como ser-ahora, presente absoluto. La renovacin lingstica a que el campo entero de la sexualidad ha sido sometido, y que ha consistido fundamentalmente en la adopcin de un lxico y un sistema de imgenes y metforas propios del idioma ingls, es percibida en nuestros das no como una muestra de descarado imperialismo cultural recibido con alegra por los sujetos colonizados, sino como un sntoma de novedad y de pertenencia a una especie de internacional queer. En los estudios literarios, a veces, pero no con frecuencia, se recuerdan los lejanos precedentes de los aos veinte. Pero lo cierto es que la literatura gay forma una tradicin antiqusima un acervo literario que regmenes intransigentemente heteronormativos trataron de borrar de mltiples maneras. La sensacin de novedad radical de nuestra literatura LGBT de hoy se debe en realidad a un cambio de paradigma normalizador fraguado durante la transicin pero efectivo realmente a partir de mediados de los aos ochenta. La homografesis (Edelman: escritura gay) constituye en s misma un fenmeno abiertamente normalizador en el sentido de habituacin y naturalizacin. La creacin de un habitus social requiere, en primer lugar, la repeticin, la insistencia. La explosin numrica se produce en Espaa en los aos setenta, con la aparicin de un nmero inusitado de publicaciones sobre la cuestin homosexual. Aunque desde nuestra perspectiva actual aquellas publicaciones resultan cuando menos desenfocadas, en la poca resultaron enormemente impactantes porque constituan una transgresin en toda regla: la del dictum de silencio establecido por la moral cristiana al conceptualizar el sexo entre personas del mismo sexo como sodoma (peccatum illud horribile, inter cristianos non nominandum), interdiccin luego naturalizada por el hbito y las leyes civiles. El mero hecho de publicar novelas en las que la sodoma, la inversin, el uranismo, la homosexualidad, la intersexualidad, los amores sficos y dricos, y todo ese universo temtico ocupaban un lugar central constitua un autntico escndalo y ello a pesar de que tales temas solan ser presentados con tintes grotescamente negativos y siempre en conexin con los mundos del hampa, la delincuencia, la depravacin, el crimen y la perversin. Histricamente, la narrativa de tema o intencin homosexual se fundamenta en una cuidadosa elaboracin de personajes como requisito previo para cualquier transmisin ideolgica. De ah que la pluralidad de maneras de vivir la homosexualidad se presente en la literatura como una pluralidad de tipos ms o menos caractersticos dotados de rasgos fcilmente identificables. Sin embargo, la literatura espaola de los ltimos treinta aos no ha logrado reflejar fielmente la realidad de los homosexuales espaoles. El aspecto en el que quiz resulta ms cmodo hablar de un reflejo no es, como pudiera esperarse, en la recreacin de tipos pintorescos, sino en la progresiva, aunque lenta, asimilacin de un discurso propio de los homosexuales. En efecto, la literatura patriarcal no haba contemplado nunca la posibilidad de que el homosexual pudiera expresarse, se le haba negado el uso de la palabra siquiera para contar su propia historia. Cuando en los aos setenta aparecen los primeros intentos serios de acercamiento al tema homosexual, la nica perspectiva coherente (y legal: no olvidemos que la ley de censura prohbe, entre otras cosas, la apologa de la homosexualidad) es la del

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heterosexual quejustifica su morbosa curiosidad con argumentos semisociolgicos o pseudocientficos. La homosexualidad se personifica en los homosexuales; y los homosexuales se convierten en un personaje colectivo que empieza a dejarse ver en novelas, relatos de divulgacin y publicaciones de todo tipo. La homosexualidad de esos homosexuales del tardofranquismo se caracteriza por su marginalidad, por su naturaleza minoritaria, aunque potencialmente peligrosa, y esencialmente misteriosa en su (hipottica) estructura interna y terriblemente plural (o sea, difcil de entender para el no iniciado); el homosexual es un tipo demasiado humano y muy castigado por la vida y por las circunstancias. El enfoque de la homosexualidad como algo que afecta a los dems, a unos ellos de los que naturalmente elyo del autor y el t del lector se suponen lejos y a salvo, se modifica radicalmente desde el final de la dictadura y la derogacin de las leyes de censura. A partir de entonces ya no hay ningn impedimento legal para disear personajes homosexuales claramente individualizados, pertenezcan o no a un colectivo o grupo homosexual. Al situar a un solo personaje en el rol protagonista, la lupa del autor descubre universos personales terriblemente complejos y se prodigan por tanto las alusiones o explicaciones psicolgicas. Estos personajes son con frecuencia individuos solitarios, atormentados, enfermizos; sufren inauditamente y sus vidas son autnticos infiernos, pasto de la literatura ms melodramtica y efectista. El autor y el lector ya no sienten el desapasionado inters intelectual de la fase anterior, sino una compasin catrtica cuya tnica podra formularse en la expresin afortunadamente, yo no soy as. Hemos pasado de la perspectiva del ellos a la del l aunque conviene recordar que en no pocos casos estas narrativas en tercera persona ocultaban una intencionalidad muy diferente, y que, en todo caso, nada impeda al lector queer subvertir la retrica de esas historias y entenderlas a su manera. El yo homosexual irrumpe claramente en la moderna narrativa espaola a comienzos de los ochenta, cuando la transicin poltica est ya finalizada y los miedos que ocasionaban la autocensura van cediendo. La escritura autobiogrfica o autoficticia5 aparece en el gnero homosexual como discurso obviamente combativo, militante, ideolgico. El yo de la enunciacin se hace homosexual, y esto obliga al lector a una toma de postura inmediata, que en muchos casos se ve afectada por la homofobia, el pnico homosexual, o el hbito de silencio. Si la narrativa basada en la perspectiva heterosexual (ellos, l) no haba tenido, por lo general, problemas de recepcin crtica, la narrativa que presenta la homosexualidad con una perspectiva homosexual se encuentra a menudo con crticos temerosos, desinformados o pusilnimes que eluden el tema o lo tratan con dolorosa inexperiencia6. La importancia de este tipo de escritura, sin embargo, es crucial en nuestra cultura, por varias razones: dota de voz a quien nunca la haba tenido, inaugura la posibilidad de una negociacin cultural en tomo a un tema que jams haba sido negociado, ampla la esfera de lo autobiogrfico, y, sobre todo, legitima un nuevo tipo de discurso social que, por el mero hecho de nacer, modifica el entramado ideolgico que hasta entonces rega los discursos sociales sobre la sexualidad. Otro efecto positivo de la autoficcin homosexual es el efecto normalizador que opera sobre el discurso heterosexual: cuanto ms se sabe de los homosexuales, menos miedo se les tiene, de tal manera que empiezan a aparecer
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Edmund White ha popularizado la idea de autoficcin o autobiografa ficcionalizada como gnero predilecto del discurso gay. Vanse a este respecto los estudios de Ellis y Smith (Ellis 1991-92, Smith 1992:14-54, White 1994, Ellis 1997).
Rictor Norton analiza la figura del crtico como censor (1975:193-205).

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personajes homosexuales de diverso calibre en novelas y pelculas heterosexuales, no ya como curiosidades de entomlogo sino como personas respetables y dignas. Por ltimo, la perspectiva del yo ha servido para explorar los idiolectos de varios prototipos de homosexual: Manuel Vzquez Montalbn pone voz al amanerado decadente en Los alegres muchachos de Atzavara (1987), Eduardo Mendicutti hace hablar a la loca en Siete contra Georgia (1987), Carlos Sanrune al chapero enEl gladiador de Chueca (1992), lvaro Pombo al homosexual vergonzante en El h/o adoptivo o Los delitos insign flcantes, y as sucesivamente. Un nuevo paso adelante, ya en la dcada de los noventa, ha conducido la narrativa homosexual hacia una recuperacin del personaje colectivo, el grupo, pero esta vez dentro de la perspectiva homosexual: la visin desde un nosotros, que busca generalizar el discurso del yo y dotarlo de mayor peso social. La idea que subyace a este tipo de narrativa es la de hacer al lector partcipe de los avatares de los personajes (no ests solo, somos muchos); la ideologa de la participacin gay proviene, claro est, de los grupos reivindicativos norteamericanos y europeos, unas veces a favor de la plena integracin social en igualdad de derechos, otras a favor de una segregacin que permita el reconocimiento de sus rasgos distintivos. Este tipo de discurso, definitivamente combativo, ha dado paso a una literatura plenamente homosexual, donde los personajes, los ambientes, las historias, los autores, los lectores y todo el mecanismo del fenmeno literario se definen como homosexuales. La sensacin de normalidad que produce, hoy, la existencia de instituciones literarias propiamente LGBT (editoriales como EGALES, convocatorias y premios, libreras especializadas, programas universitarios, programas de radio y televisin sobre cultura queer...) se basa en la posibilidad de contar cualquier cosa desde cualquier punto de vista como ha hecho la literatura desde siempre. Pero es preciso llamar la atencin sobre dos asuntos inacabados en este proceso de normalizacin: por una parte, la distancia que parece existir entre una subliteratura producida y dirigida a un mercado LGBT y la literatura dirigida al gran pblico; y por otra, la distancia que parece separar la narrativa de temtica gay de las dems (lesbiana, bisexual, transgnero, transexual) tanto en visibilidad comercial como en desarrollos conceptuales.

3. Usos del humor


La relacin entre humor y homosexualidad siempre ha sido especialmente problemtica para las personas LGBT por una razn fundamental: el hecho de que la voz dominante en la literatura patriarcal, que siempre ha sido heterosexual por definicin, ha tendido a presentar al homosexual bien como figura trgica, bien como figura ridcula. Cuando la voz literaria se ha hecho homosexual, ha partido por necesidad de esa alternancia entre lo trgico y lo ridculo y se podra argumentar que la evolucin, a partir de entonces, ha consistido en superar esos moldes fuertemente estereotipados para proponer alternativas diferentes. Uno de los aspectos que permiten medir la evolucin de la voz homosexual en la narrativa contempornea es el del progresivo abandono del desenlace trgico como recurso ideolgico naturalizado por una larga tradicin literaria. El gnero trgico se usaba en los aos setenta como va normal y natural de expresin de un tema que en la vida real era en s mismo severamente trgico si bien es cierto que tambin floreci entre los escritores de confesiones y memorias una pose victimista y autodoliente que buscaban el escorzo psicolgico o moral con la intencin quiz de cargar las

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tintas o inspirar lstima. En los aos ochenta, y gracias al cine, apareci una primera alternativa a esas narraciones trgicas: el melodrama almodovariano (La ley del deseo), que aunque conservaba el gesto trgico lo haca desde un nosotros gay a la vez que abandonaba todo ademn conmiserativo7. En los noventa se empez a sentir con fuerza la necesidad de una potica del humor como factor de normalizacin cultural de la escritura homosexual8; es a principios de esa dcada cuando aparecen en programas televisivos de gran audiencia y en horario de mxima audiencia personajes y caricaturas cuyo contenido humorstico no pretende ridiculizar al homosexual, sino ofrecer una imagen desenfadada y amable del mismo. Existe una larga tradicin popular, y no slo en Espaa, de caricaturas humorsticas de la homosexualidad, ms o menos grotescas y casi siempre esperpnticas. Esa visin jocosa, cada da ms fuera de lugar en las sociedades occidentales, busca precisamente el chiste como estrategia de desvo de un fenmeno que no se puede afrontar directamente por varias razones; entre ellas, el temor a un hipottico contagio homosexual9, meramente simblico pero terriblemente efectivo. El chiste ofrece un marco discursivo sobre la homosexualidad muy estrecho y sin gran margen de maniobra intelectual, pero enormemente seguro y eficaz para transmitir un haz de valores culturales, generalmente basados en la nocin del homosexual como ser inferior. Los chistes de maricas han servido a generaciones de varones espaoles para conjurar miedos, transmitir valores culturales, afianzar el mito de la masculinidad heterosexual, afianzar tambin el mito del amaneramiento del homosexual (creando as un estereotipo que ya nos acompaar para siempre), condenar al homosexual a una otredad radical y exterior a la comunidad, educar a los miembros del grupo en las respuestas o reacciones ante la homosexualidad (la risa despectiva, la mofa burlesca y la agresin fsica), y evitar toda elaboracin intelectual al respecto. El chiste de maricas se convirti en un autntico gnero propio, que bajo el generoso manto de la risa alberg y aliment la ms contumaz de las homofobias. Sobre esta tradicin humorstica se construyeron muchos de los personajes de maricas en la literatura espaola moderna. En ocasiones se transparenta un tono conmiserativo en la creacin de estos personajes de chiste. Las figuras de la Fotgrafa y elAstilla en La colmena, de Cela, o del seor Braulio en La ciudad de los prodigios, de Eduardo Mendoza, estn obviamente construidas con materiales de esa tradicin esperpntica a que nos referimos; refirindose a Pepito la Zubiela y Matitas Serrano, de San Camilo, 1936, de Cela, dice Mara Dolores Costa que ambos are ridiculous, pathetic, simple-minded, puerile, and utterly devoid of political opinions, despite the social turmoil that surrounds them, as ifbeing homosexual precluded a person from participating in any aspect of live other than the sexual (Costa, 669). Los autores con ms pretensiones de seriedad respecto al tema homosexual reaccionaron furibundamente contra la tradicin del chiste grotesco y fcil, que transmita una imagen caricaturesca y risible del homosexual pero ignoraba el sufrimiento, el infierno interior en
7 Vase el excelente anlisis de Smith enLaws of Desire, 163-215. La relacin entre tema y tono en Almodvar no pasa desapercibida, ni siquiera en sus cortos de los aos setenta: They were also comic films in which his main purpose was to entertain. The comic purpose, however, which is such an integral part of much of Almodvars later cinema, was achieved by the use of subject matter which, in the Spain of the time, was entirely subversive: transvestime, gay relationships, etc. (Edwards, 1995: 22) 8 La propuesta normalizadora de Mendicutti podra rastrearse desde el artculo de Painter (Lesbian Humor as a Normalization Device, 1980), que habla de esa misma funcin del humor en literatura lesbiana. 9 Vanse al respecto el ilustrativo artculo de Herrero Brasas (1993), y el libro de Judith Butler Excitable Speech (1997), especialmente su tercer captulo.

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que los homosexuales vivan. La vida amargada y el martirio, el infierno en vida, fue uno de los tpicos favoritos de los nuevos escritores de los setenta; frente a una imagen cmica pero falsa pretendieron oponer la imagen ms autntica pero trgica del homosexual que sufre en una sociedad que le cierra todas las puertas. Haba en esta inversin de lo cmico en trgico la intencin de crear un anticlmax, de enfriar la risotada general, mostrando en toda su crudeza los aspectos ms srdidos y lamentables de los homosexuales. Y aparecieron de esa manera obras que ilustraron la esquizofrenia de la doble vida, como la novela Calle Urano, de Jess Alviz, o las pelculas Los claros motivos del deseo (M. Picazo), y El diputado (Eloy de la Iglesia), la autodestruccin consciente (LAnarquista Nu, de Lluis Fernndez), la soledad, la imposibilidad de comunicarse con una sociedad ensordecida, etc10. Y aparecieron tambin las muertes, los suicidios, los finales trgicos. Esta estrategia, con el tiempo, redund en un doble fracaso: no consigui su objetivo de acabar con la tradicin del chiste, y adems dio nuevos argumentos a la tradicin, an ms antigua, del homosexual como ser maldito. Las alternativas humorsticas a la tragedia comienzan a abrirse paso con grandes dificultades en Espaa en fecha temprana, y coexisten por largo tiempo con obras que siguen planteando la homosexualidad en clave trgica. Podramos establecer, provisionalmente, tres tendencias: por una parte, el humor pardico e intelectualizado de Alberto Cardn, cuyos relatos aparecen en volumen a fines de los setenta; se trata de una solucin difcil, que apela a un pblico ilustrado y en cierta medida cmplice con la postura ideolgica del autor; en esa lnea habra que entender la novela El joc del mentider, de Tod, o la Carajicomedia, de Juan Goytisolo. Por otra parte, la explotacin melodramtica tpica de Terenci Moix y de Almodvar, que, aunque no exenta de intencin pardica, pone en juego una sensibilidad camp que logra reducir lo trgico a su versin ms liviana y frvola. Y, en tercer lugar, la propuesta de Eduardo Mendicutti de recurrir a un tono desenfadado y alegre con el objetivo abiertamente pedaggico de reeducar la sensibilidad moral y esttica del lector; ciertos textos de Leopoldo Alas o Boris Izaguirre se podran entender tambin en este sentido inaugurado por Mendicutti y que se podra rastrear, salvando las distancias, hasta los relatos de lvaro Retana. Las tres vas son, por encima de sus diferencias, versiones de una misma tentativa de establecer un nuevo cdigo interpretativo para lo homosexual fuera del dominio trgico, pero fuera tambin del humor simplista y grosero de tiempos pretritos. El potencial del humor como factor de normalizacin reside, fundamentalmente, en su capacidad para cancelar momentneamente el sentido crtico del lector/espectador, para suspender su incredulidad (suspens ion of disbelief ante narraciones que en ausencia del humor resultaran inverosmiles, incompartibles o inaceptables. Un ejemplo de este complejo fenmeno lo encontramos en la pelcula No desears al vecino del quinto: gracias al gnero cmicodisparatado, se consigue la identificacin del espectador con el personaje del marica amanerado aunque el tal marica, encarnado por Alfredo Landa, sea en realidad una mera falsificacin, un truco que el personaje de Landa, un depredador heterosexual, utiliza para acercarse a las mujeres sin provocar el recelo de los maridos. Es cierto que en esa pelcula no existe ningn homosexual, y tambin es cierto que en ella se hace un uso abusivo y ofensivo del estereotipo ms comn en aquella poca; pero no es menos cierto que, dentro de la ficcin, la posicin del
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Dice Gala al comienzo de su trgica Samarkanda (1985): Una sociedad construida sobre escndalos radicales hambres, genocidios, amenazas y prostituciones y desigualdades infinitas cmo se escandalizar ante una historia de amor, por singular que sea? No hara mejor utilizndola como pretexto para una retlexin? (7).

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espectador es la de cmplice de una entidad provisionalmente homosexual. En este tipo de narrativas heterosexistas para consumo de heterosexuales, la identificacin entre el espectador y el personaje homosexual conseguido por No desears al vecino del quinto resulta excepcional; lo ms habitual es que el personaje homosexual no tenga el rol protagonista (con lo que la identificacin del espectador deja de ser posible) y que represente alguno de los estereotipos al uso. Pero junto al potencial normalizador, el humor posee otro potencial de signo opuesto: un potencial subversivo, desestabilizador, disolvente. En cuanto instrumento dionisaco y carnavalesco, el humor puede ser usado como arma contra las estructuras establecidas, contra lo convencional, lo seguro, lo estable. La literatura LGBT, escrita y leda por quienes se sitan fuera del heterosexismo, ha hecho bandera del humor subversivo con mayor o menor fortuna. Aunque es imposible establecer generalizaciones en este mbito, podramos aventurar que en la literatura dirigida al nicho comercial LGBT, el humor suele ser predominantemente normalizador, basado en los procesos de identificacin del lector con el personaje y a la bsqueda del placer cmico, mientras que en la literatura de temtica homosexual dirigida al pblico general se suelen encontrar con frecuencia ejemplos de ese humor custico y subversivo al que estamos haciendo referencia. Un recurso habitual en la cultura popular consiste en poner los recursos humorsticos (irona, stira, parodia...) al servicio de una intencin ofensiva, en cierto modo heredada de las tradiciones del escarnio, la invectiva, y la diatriba. Usar el humor para irritar a cierto tipo de lector/espectador puede, desde luego, responder a una calculada estrategia a largo plazo (ejemplo: outings en clave festiva), pero lo habitual es que, lejos de contribuir a programa normalizador alguno, ms bien consigan lo contrario.

Conclusin
Las narraciones (tanto en literatura como en cine) de temtica LGBT de las ltimas tres dcadas han contribuido a la normalizacin social del universo no-homosexual mediante una serie de procedimientos formales y pragmticos. Entre los procedimientos formales podramos mencionar el uso del humor y la exploracin de una amplia polifona narrativa, como hemos sealado en esta presentacin; pero tambin la exploracin, cada vez ms amplia, de gneros y cauces formales, temas y motivos pertenecientes a las tradiciones homoerticas y otros de nuevo cuo, y, de modo muy determinante, la identificacin del lector/espectador con hroes LGBT presentados positivamente. Entre los procedimientos pragmticos deberamos recordar la rpida incorporacin de los autores, gneros y temas LGBT a las estructuras de consumo literario, la ampliacin y sofisticacin de su mercado (ya no formado exclusivamente por personas que entienden) y la relativa internacionalizacin de la literatura queer que en muchos pases (como Espaa) recibe una innegable influencia anglo-norteamericana. Cabra cuestionarse si la literatura de temtica LGBT, adems de servir a las polticas normalizadoras y al mercado, est contribuyendo de manera efectiva a la filosofa de cuestionamiento radical de las estructuras hegemnicas heterosexistas. Cuando una gran cantidad de novelas hacen hincapi en que sus personajes se autoafirman en su identidad gay o lesbiana, y cuando lo ms habitual en el cine y la televisin es encontrar personajes que se

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encuentran a s mismos en una sub-cultura LGBT, estamos asistiendo a operaciones de normalizacin pero difcilmente podemos hablar de subversin. Hay que subrayar, adems, el hecho de que la literatura de temtica LGBT est dominada abismalmente por el tema gay; la literatura lesbiana sigue siendo, al menos en Espaa, la historia de un silencio; y las literaturas bisexual y transgnero son estadsticamente insignificantes. En este sentido, el mercado literario no se diferencia de otros sectores de la actividad comercial que articula y gobierna la sub-cultura LGBT. El hecho de que no podamos hablar en propiedad de una literatura queer no quiere decir, por supuesto, que no existan lectores queer. De hecho, muchas de las reseas crticas publicadas por comentaristas periodsticos y acadmicos suelen adoptar una mirada queer sobre obras escritas desde y para la normalizacin. En este sentido, la influencia de la filosofa y de lo que podramos denominar crtica literaria queer est teniendo un efecto de beneficioso de enriquecimiento de la literatura LGBT a travs de las lecturas queer que suscita. As como Eve K. Sedgwick nos ense a descifrar los armarios de la novela victoriana desde una perspectiva gay, nosotros podemos enfatizar el potencial revolucionario, disolvente y desestabilizador de la literatura LGBT. Termino rindiendo tributo a Sedgwick, prematuramente fallecida el domingo pasado.

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La Teora Queer: caractersticas y consecuencias en el estado espaol


Profesora Asociada Departamento de Antropologa Social Universidad de Sevilla

Assumpta Sabuco Cant

Hablar de la teora queer y pretender analizar las caractersticas y consecuencias en nuestro pas es a la vez un reto y una irona en torno a trabajos sobre sexualidad donde los juegos de palabras, la retrica y las acotaciones se han convertido, casi paradjicamente, en una normativa lingstica. El reto es plantear una evaluacin de un movimiento que ha sido ms terico que prctico, con sus notables y exitosas excepciones a las que har referencia en este recorrido. La irona estriba en que la teora queer es uno de tantos puntos de partida, pero no de llegada, como se autodefine, en muchas ocasiones, desde el estado Espaol. Las prcticas queer, en cambio, siempre me han parecido ms interesantes e intensas aunque, como tambin veremos, se est agotando en un hacer ms acadmico y formativo, en su propio discurso preformativo. Explicar qu es, cmo se forma o se performa, quines son los y las indiscutibles autores de referencia, qu discrepancias en su interpretacin pueden o no realizarse, cmo gestionar y divulgar una teora que, la mayora desconoce, es reconocer la fascinacin fetichista de lo que resulta raro, extrao, nuevo- aunque ya tenga sus dcadas, sus auges y sus cadas en otras latitudes- sucumbir a neologismos que se traducen con dificultad- como sucede con la dichosa palabrita queer-que-sea- y en una curiosidad cada vez ms desbordante entre los sectores ms jvenes de nuestra sociedad. Lo queer, sea lo que sea, es moderno y subversivo, es todo lo que queramos y, a la vez, es una aspiracin de transformacin radical, una utopa que se aprecia ms lejana a medida que se institucionaliza en las jaulas de la academia. No pretendo ser exhaustiva en este recorrido sobre las caractersticas queer ya que a lo largo de la maana y en el debate se han hecho referencias a los autores y a las citas ms relevantes. Pretendo, ms bien, cuestionar o remover las bases de esa corriente y sus conflictos para lograr un cambio realmente subversivo en torno a la sexualidad.

1. Comparando ConTextos y latitudes


Si al menos existe un consenso es que las prcticas queer nacieron en EEUU, en la dcada de los ochenta, para romper y desclasificar las dicotomas estructuralistas y las rutinas polticas que nos encorsetaban en binomios de oposicin insalvable. Ser hombre o mujer, gay o lesbiana, trasns o drag, homosexual o heterosexual se estaba quedando estrecho para muchas y muchos de los sujetos que hartos de sus etiquetas deban luchar por sus derechos a las diferencias, contra el entramado siempre confuso al priorizar una de esas identidades frente a las otras en funcin del contexto o de la posibilidad que ofreciera la insercin en un colectivo determinado. Adems resultaba extenuante establecer un orden de cordura coherente en la construccin de la identidad personal. Recontarte y explicar tu pasado para que el hecho aparentemente natural de ser lesbiana o bisexual o comunista fuera un tejido sin contradicciones, buscar un modelo de militancia que no ofendiera a amistades o amantes que respondan o se ubicaban en otros etiquetajes, entre los que haba ms incomprensin que separacin real, era francamente difcil. Las fiestas de lesbianas cerraban sus puertas a los y las que no lo fueran salvo que estuvieran interesadas en descubrir si podan serlo. Las celebraciones del Da de la Mujer siempre levantaban un debate, an vigente, sobre si los hombres deban o no apoyar una lucha en la que ellos, como categora, detentaban el poder.

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La influencia de los aos setenta y la segunda ola del movimiento feminista supuso retomar las aportaciones clsicas de la primera mitad del siglo pasado: desde Simone de Beauvoir no se nace mujer- hasta las evidencias etnogrficas de Margaret Mead, desde la mstica de la feminidad de Betty Friedan hasta las acciones de protesta del movimiento sufragista. Se trataba de tirar sujetadores y escorsetamientos opresivos para la liberacin. Ser hombre y ser mujer eran construcciones sociales y culturales ampliamente verstiles Pero era necesario cambiar esa categora la mujer por otras que ampliaran las posibilidades y diferencias de serlo. No es raro que el trmino gnero se aplicar, en un primer momento en una consulta psiquitrica para destacar el extraamiento que algunos hombres y mujeres tenan con su propio cuerpo. Ms tarde el gnero ser resignificado ya no como una patologa o disonancia, entre el sexo y el sentirse hombre o mujer, sino como una variable estructural que condicionaba la construccin de los unos y las otras con una clara desigualdad de poder. Ann Oakley1 enfatiz el carcter diferencial de las atribuciones sexuales en sus componentes biolgicos (sex) y culturales (gender). En 1975, Gayle Rubin defina este concepto como el conjunto de dispositivos mediante el que una sociedad transforma la sexualidad biolgica en productos de la actividad humana en "The traffic in women: Notes on the political economy of sex2.Tambin la oposicin naturaleza/ cultura fue duramente criticada desde las corrientes feministas desde la dcada de los setenta3. Para muchas mujeres inmigrantes, racializadas en ese pas de DisneyWord donde el sueo americano te segmenta espacialmente y te reubica en funcin del color de tu piel, de tu lengua, de cualquier rasgo que sea visible o invisible, el feminismo que tanto haba insistido en desnaturalizar la categora de mujer, impona sin embargo un frreo silencio sobre las diferencias de clase, tnicas y religiosas que marcaron un cambio en el hacer y el pensar del feminismo en los aos 804.

"En Amrica ningn otro grupo ha sido socializado dejando su identidad fuera de lo dotado de
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Las reivindicaciones realizadas desde el feminismo negro han resaltado esta cuestin:

Sobre esta cuestin ver Sex, Gender and Society, New York: Harper and Row, 1973. Reitter, R.R., Toward an Anthropology of Women. Monthly Review Press, New York pp.167 (Hay traduccin castellana en Nueva Antropologa, vol.VIII, n 30. Mxico, Noviembre 1986 pp 95- 147). 3 Ortner, Sherry, "Is female to male as nature is to culture?", en M . Rosaldo y L. Lamphere (eds), Woman, Culture and Society, 67-88, Stanford, Stanford University Press, 1974 (hay traduccin al castellano, en Harris & Young Antropologa y Feminismo, Ed. Anagrama, Barcelona,1979). Mathieu, Nicole- Claude, "Man- culture and womennature?", Womens Sudies,1:55-65,1978 y Strathern, Marilyn, "No nature, no culture: The Hagen Case" en MacCormack y Strathern,M., (ed.) Nature, Culture and Gender, Cambridge, Cambridge University Press, 1980. Alison Jaggar, Feminist Politics and Human Nature, N.J. Rowman and Allanheld ,Totowa, 1983 o Bleier, R, Science and Gender: A Critique of Biology and its Theories on Women, New York, Pergamon, 1984 4 Sobre esta revisin, son de especial inters las aportaciones de Harding, The Sciencie Question in Feminist, Ithaca and London, Cornell University Press, 1986. Hartsock,N, Money, Sex and Power: Toward a Feminist Historical Materialism, New York, Longman, 1983. Dhelpy, C. "Penser le genre: quels problmes?" en Sexe et Genre. De la hirarchie entre le sexes, CNRS, Paris, 1991 y Mathieu, N.C. Lanatomie politique. Catgorisations et idologies du sexe. Cte- femmes ditions, Paris, 1991. Sobre la necesidad de articular el gnero, la clase y la raza, ver la reformulacin propuesta por Joan Kelly, "The Doubled Vision of Feminist Theory" en Women, History and Theory, Chicago University Press, 1984. Verena Stolcke intenta relacionar estas visiones dicotmicas que mantienen la divisin entre la naturaleza y la cultura en" Es el sexo para el gnero como la raza para la etnicidad?" en Mientras tanto, n 48, 1992, pp 87-111

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existencia como las mujeres negras. Raras veces somos reconocidas como grupo separado y distinto de los hombres negros, o como una parte presente en el grupo ms amplio "mujeres" en esta cultura. Cuando se habla de la gente negra, el sexismo milita en contra del reconocimiento de los intereses de las mujeres negras: cuando se habla de mujeres el racismo milita en contra de un reconocimiento de los intereses femeninos negros. Cuando se habla de la gente negra, el foco tiende a estar en los hombres negros: y cuando se habla de mujeres, el foco tiende a estar en las mujeres blancas" Bell hooks, Aint a Woman? Black Women and Feminism,
Londres, Pluto Press, 1981, pg. 7 La revisin iniciada, durante los ochenta, por la antropologa feminista y por muchos antroplogos/ as del denominado Tercer Mundo, sobre la propia disciplina general, en lo que se refiere a los sesgos de las investigaciones y a la tendencia de convertir en sinnimos diferencia y desigualdad, provocaron nuevos conceptos y enfoques que evitaran la excesiva simplicidad de un solo factor estructurante5. En un primer momento, estas propuestas que reproducan en cierto modo algunos de los dualismos clsicos (Naturaleza/ Cultura; Produccin/ Reproduccin, etc) fueron un punto de partida, altamente eficaz, para profundizar en las variables que estructuraran la adscripcin de categoras sociales6 Del mismo modo que se desnaturalizaba el sexo y el gnero, la sexualidad fue retomada desde un feminismo enfrentado por las opciones entre heterosexuales y lesbianas en agrias discusiones como las que describe Carole Vance. Las relaciones entre homosexuales y lesbianas se enfrentaban a distintos intereses, modelos de actuacin especfica dibujando un panorama sinuoso de encuentros y desencuentros. La necesidad de historiar fue clave en la recuperacin de la homo-memoria anglosajona7 y en la creacin de locales donde las lesbianas escriban o recogan documentos personales para elaborar herstory, las de ellas a las que se atribua de un modo esencialista el ser invisibles. La articulacin y el cambio diacrnico en la combinacin de estos factores permite superar los obstculos a los que se refiere Sheila Jeffrey, en relacin a la sexualidad: "Las eses

finales de la forma plural han aparecido en toda clase de contextos, cosa nada sorprendente en un enfoque postmoderno, ansioso por abarcar todas las eventualidades con formas plurales, que

Sobre estas crticas ver, Amos, Valerie y Parmar, Pratibha, "Challenging Imperial Feminist" en Feminist Review, 17: 3- 19, 1984. 6 Brown, P y Jordanovna, L., Oppressive dichotomies: the nature/ culture debate" .En E. Whitelegg (ed), The Changing Experience of Women, Oxford, Martin Robertson, 1982 7 Michel Foucault, La volont de savoir, Ed. Gallimard, Paris, 1976 y Jeffrey Weeks, Coming Out: Homosexual Politics in Britain from the nineteenth century to the present, Quartet Books, London, 1977. Es interesante como apuntan John P De Cecco y Michael G. Shively, la distincin entre identidades construidas a partir de aspectos o conductas "desviadas" y las que dependen de la estructuracin social, en "From Sexual identities to Sexual relationships: A Contextual Shifts", Bisexual and Homosexual Identities: Critical Theoretical Issues. The Haworth Press, New York, 1984. "Over the past century, in particular, the search for identity has been a major characteristic of whom our culture has designated as outside the norms, precisely abnormal". El nfasis prodece del original. Cft. Jeffrey Weeks "Questions of Identity", pg 32, en Pat Caplan,The Cultural Construction of Sexuality, Routledge, London, 1987, pp.31-51.
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acaban excluyendo a las lesbianas y feministas, junto con gran parte de lo que podramos llamar un anlisis poltico. En nombre de la diferencia todo ha sido homogenizado"
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La influencia de Foucault y su historia inconclusa de la sexualidad, sin embargo, completaba en el mbito acadmico la importancia del biopoder, del control de los cuerpos para una sociedad y un modelo de vida en el que se hablaba constantemente de un aspecto que se configuraba como el modelo de control social ms eficaz sobre los individuos. Para Gayle Rubin el encuentro entre este autor le llevara a separar de su inicial definicin del sistema sexo-gnero la sexualidad como un vector de opresin independiente. Los logros obtenidos por los movimientos de los sesenta-setenta se enfrentaron con la dureza de una pandemia, el sida que se instrumentaliz polticamente para mermar las conquistas obtenidas y provocar una reaccin conjunta en la que cristalizar el movimiento queer a finales de los ochenta. Si me he detenido en resituar las aportaciones feministas/de liberacin sexual y tnicas es porque en la mayora de las obras espaolas que explican la influencia de las aportaciones previas o bien se simplifica en exceso atribuyendo a una teora, la queer an no formulada, unas contribuciones que tienen un autoras y autores determinados o bien se interpretan- espero que bienintencionadamente aunque eso no importe- como dicotomas lo que no son en su formulacin original. Un ejemplo evidente es considerar que el sistema sexo gnero es un correlato de la divisin naturaleza- cultura lo que permite descalificar a Gayle Rubin por esencialista9. Es cierto que, en nuestro pas, del debate entre construccionismo versus esencialismo llega de forma tarda, en los ochenta, como la crtica a la identidad que, sin embargo, haba estructurado buena parte de los movimientos sociales anglosajones y franceses10. Del mismo
8 La Hereja Lesbiana, Ed Ctedra, col. Feminismos, Madrid, 1996, pg 174. Subrayado en el original. En este sentido, ver las propuestas clsicas de Heidi Hartmann,"Capitalism, Patriarchy, and Job Segregation by Sex", Signs, 1976, 1(3), o"The Unhappy Marriage of Marxism and Feminim: Toward a More Progressive Union", en L. Sargent (ed), Women and Revolution.The Unhappy Marriage of Marxism & Feminism.A debate on Class and Patrairchy, Londres, Pluto Press,1981 y "The Family as the Locus of Gender, Class and Political Struggle: The Example of Housework" , Signs, 1981, 6 (3), pp. 366-394 A. El debate sobre el origen y el mantenimiento de este sistema de opresin independiente en Gerda Lerner, The Creation of Patriarchy, New York y Oxford, Oxford University Press, 1986 (Traduccin castellana en Crtica, Barcelona, 1990). Una sugerente reflexin crtica sobre este concepto en el que se subraya la necesidad de articular los factores estructurantes de la organizacin social para lograr un mayor entendimiento de los procesos identitarios en Karen Brodkin Sacks,"Toward a Unified Theory of Class, Race and Gender", American Ethnologist, vol. 16: 534550, 1989 9 Teora queer: reflexiones sobre el sexo, sexualidad e identidad. Hacia una politizacin de la sexualidad David Crdoba Garca en Teoria queer pp. 7- 21. Al citar a Rubin extrae las consecuencias contrarias a las que se hace referencia. Ver nota al pie n. 7 10 El concepto de identidad haba tambin sido cuestionado por muchos autores, incluidos los estructuralistas En Mito y Significado, el mismo Lvi Strauss rechaza tajantemente la posibilidad de hablar de una identidad personal:

"Nunca tuve, tampoco ahora, la percepcin del sentimiento de mi identidad personal. Yo mismo aparezco como el lugar por cuyo intermedio suceden cosas pero el yo (je ) no existe, no existe el yo (moi ). Cada uno de nosotros es una especie de encrucijada donde suceden cosas, encrucijadas que son puramente pasivas: algo sucede en ese lugar. Otras cosas igualmente vlidas suceden en otros puntos. No existe opcin: es una cuestin de probabilidades"Alianza Editorial, Madrid, 1987, pg. 22. Abner Cohen sealaba que: "One of the most important of

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modo la historia de los movimientos gays y lsbicos se inician tardamente y con grandes dificultades. Un trabajo que merece ser destacado es el de Fefa Vila y Ricardo Llamas en el que marcan las diferencias de objetivos de una Espaa franquista y opresiva donde los movimientos de liberacin sexual estaba marcada por la clandestinidad, los contactos externos y la ansiada conexin con movimientos de liberacin nacional11.La urgencia de reivindicaciones y la escasez de un movimiento slido, dividido entre las lesbianas que se unirn a las feministas heterosexuales para la obtencin de derechos por el divorcio, la contracepcin y el aborto, y los gays ms centrados en la modificacin de la ley estatal para derogar la homofobia. Es interesante constatar que las lecturas de referencia eran las que predominarn en la teoria queer made in spain. Las aportaciones de la cultura gay y lsbica eran menos influyentes que en otros pases pero el sida fue aqu tambin un objeto de reivindicacin contra un ministerio de Sanidad que Gay Hotsa y una red de ciudadanos anti Sida llevaron a la accin en 1984 aunque no fue hasta los 90 cuando La radical Gai y el movimiento LSD consoliden la presencia y el activismo ms impactante. Frente a la rabia desatada en las comunidades gays de las principales ciudades norteamericanas12, en el estado espaol Alberto Cardn y Armand de Fluvia editan una compilacin de testos bajo el ttulo SIDA Maldicin bblica o enfermedad letal?, en 1985, donde Jordi Petit arremete contra la enfermedad de los tpicos sealando que si afecta a los homosexuales masculinos: Ser as, en EEUU, porque all la prctica de la homosexualidad est

tan ghettificada, tan constreida a crculos comerciales de bares, saunas y modas, de artculos de uso en comn y casi exclusivo, que no es extrao que pueda aparecer una afeccin propia de ese marco, como en cualquier otra colectividad
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enfadan.. Nos han enseado tan bin que no slo le ocultamos nuestra ira sino que nos la ocultamos los unos a los otros. La ocultamos con adicciones a drogas y suicidios, y trabajando ms que nadie con la esperanza de demostrarles nuestro valor. Cabrate. Cabreate porque el precio de la visibilidad es una constante amenaza de violencia, de violencia homfona a la que contribuyen prcticamente todos los estamentos de esta sociedadMndales a la mierda hasta que hayan pasado un mes paseando de la mano en pblico con alguien de su mismo sexo. Cuando hayan pasado por eso podrs escuchar lo que tengan que decir sobre la rabia trans, marica, bollera. Mientras tanto diles que se callen y que escuchen

En cambio en 1990 surge el Queer nation durante una manifestacin del Orgullo gay en Nueva York. Su manifiesto odio a los hetero se difundi rpidamente en San Francisco y otras grandes ciudades de EEUU:nos han enseado que los buenos maricas y los bollos no se

these symbolic functions is the objectification of relationships between individuals and groups. We can observe individuals objetively in concrete reality, but the relationships between them are abstractions that can be observed only thought symbols. Social relationships develop through and are maintained by symbols. We "see groups through their symbols" en Two Dimensional Man, Routledge and Kegan Paul, London, 1974, pg. 30. El subrayado es mo. E 11 Spain: Passion for Life Una historia del Movimiento de Lesbianas y gays en el estado espaol en Conciencia de un singular deseo, pp. 189 12 El contexto sociopoltico del surgimiento de la teora quuer. de la crisis del sida a Foucault, Javier Sez
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El peridico, 23 del 5 de 1983 en pg 213 de la citada compilacin.

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Frente a la segmentacin espacial de las comunidades sexuales norteamericanas, lo queer aglutin voluntades distintas, sujetos con ataduras diferentes, disolvi de un plumazo ovarios las separaciones de intereses y etiquetas. El propio smbolo rompa el espejo de Venus y la espada de Jpiter. Su presencia era Una garanta de aire fresco en Europa y EEUU, de fiestas donde no importaba tu opcin sino la presencia inclasificable. Unas fiestas que slo, desde hace relativamente poco tiempo, estn empezando a vivirse en el estado espaol.

2. Traduciendo/trasladando la rabia o Lost in Trasnlation


El problema era traducir lo queer en un estado donde un cierto imperialismo encubierto nos vuelve raros con las otras lenguas y mxime si son de un imperio un en la actualidad. Eso explica las primeras aproximaciones: las teoras torcidas, las explicaciones sobre el trmino que encabezan o inician la mayor parte de compilaciones de artculos sobre la teora queer.Tampoco en la fecha de inauguracin acadmica hay consenso: Fue Teresa de Lauretis quien acu el trmino en 1991 aunque en el 94 lo resignificara decantndose por las tecnologas del gnero. Esa fisura entre la teora y la prctica es una de las lacras con las que nos enfrentamos si pretendemos participar en la creacin de una teora que, como viendo siendo el caso, fundamentalmente divulgamos. Salvo LSD, la Radical Gai o los escritos Lobo Bollo de Beatriz Preciado y su Manifiesto Contra-sexual del ao 2000, hace falta una produccin poltica y terica que nos aleje de la imitacin copy cat de las madres queer.Tambin es raro que sea en nuestro pas donde abunden los padres queer y sean ellos los que retomen un espacio vedado por las feministas ms institucionales. O por ciertas radicales a las que se nos pone el pelo de punta si leemos afirmaciones sobre la fauna como las de Ricardo Llamas en Homografas:

Siento no poder caracterizar a las lesbianas animalsticamente pero, como para los hetero no existen, no hay metfora animal alguna para ellas, siguen sin nombre . Menos mal que la
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siempre provocativa Beatriz Preciado quiz inspirada en caperucita por aquello de un cuento tradicional pero sujeto a mltiples dislocaciones y lecturas- nos propone Devenir bollo lobo o cmo hacerse un cuerpo queer a partir del pensamiento heterosexual. Y en esta transformacin- tan radical?- al menos reconoce que no es nada nuevo. Las mujeres hemos hecho muchas cosas con nuestros cuerpos y con nuestro pelo. Lo malo es que lo plantea como una sucesin histrica en la que ya no cabe todo, cuando una pensaba que esa era precisamente una de las virtudes de lo queer: no clasificar y, menos por el cuerpo, a las otras. Desde afirmaciones como las que plantea se esencializa un modelo o, mejor, una sucesin de modelos que han ido apareciendo y desapareciendo en concordancia con las dcadas: las garonnes en los aos 20, la cultura butch/femme en los cincuenta, la escena

darg king de los ochenta y noventa y el movimiento trasngnero de los 90 son formas de incorporacin alternativas al ser mujer, el pelo es el signo por excelencia de una mutacin elegida, de la transformacin en bollera lobo.p126.

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Ricardo Llamas y Francisco Javier Vidarte, Homografas, Ed. Espasa, 1999 pgina 21.

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Entonces quiz ya no sea tan raro que, en vez de rabia, nos entre miedo a algunas que tenemos poco pelo y ninguna gana de implantes. Y supongo que tambin le dar miedo a Ricardo Llamas que su comparacin con el lince realizada en 1999 Estamos formando nuestra representacin para que, por ser unos linces, logremos nuestra equiparacin en derechos pg 34, se use en la famosa campaa contra el aborto que tan campantemente ha iniciado la curia espaola. Se inspir la iglesia en esa fauna para montar un numerito contra el aborto, y que dejramos que se les siguieran acercando ms nios? A lo mejor tienen la esperanza de que les salgan nios lince, lo que les supondra un gran ahorro en escndalos. Volviendo a la obsesin traductora de lo queer esa necesidad de definir incide en aumentar las mismas contradicciones en torno a una propuesta que, sobre todo, se exalta por la ausencia de categoras y simultneamente provoca una multiplicacin y reivindicacin de las mismas (galletones, yogurines, nenaza) Apropiarse de los insultostaxonmicos, de las tipologas de lo maricn tampoco es nuevo. Ya lo escribi, entre otros, Oscar Guasch en La sociedad rosa. Si aadimos el voluntarismo histrico o presentista- hoy bollera lobo, maana darg king, adems del orgullo bigotillo reivindicativo del que hace gala Beatroz- por lo del lobo ferozPreciado, una lesbiana no mujer porque no tiene vagina hace que muchas, al menos algunas, no tengamos ganas de ser de una fauna Las metforas provocativas son interesantes siempre que respondan o se construyan para replantear el pensamiento hegemnico en torno a la hiperrealidad. De otro modo el desconcierto es abrumador y desalentador. De ah esa insistencia insidiosa y tremendamente contradictoria en recurrir a la traduccin directa torcida- o en explicar ad nauseam el porqu de una o de otra opcin -no es mejor la libertad LSD? O en acudir a los diccionarios que son los que vertebran la normatividad del lenguaje- pero, no estbamos en contra de esa normatividad? En Nefandarios- que para los despistados quiere decir la persona que comete un pecado nefando, indigno torpe o que no se puede hablar sin repugnancia u horror- los autores de Homografas explican que no hablan del lesbianismo porque es diferente, hacen un repaso de las diferencias en la definicin de heterosexualidad y homosexualidad as el repasito a los homfonos que no le dan importancia al lenguajeporque sabemos que s es importante y de ah que ellos puedan hablar en femenino y sea transgresor mientras que si las mujeres hablamos en masculino y reivindicamos un uso menos androcntrico es que nos liamos con lo superficial. Ahora eso s traducir o no lo queer es fundamental: en Preciado y Bourcier, 2001, Llamas, 1998 y Aliaga, 1998, 2000 o la teora queer de David Crdoba, Javier Sez y Paco Vidarte, 2005, hay que aclarar y sopesar una y otra vez- las ventajas y desventajas de uno y de lo otro. Nos quedamos torcidos o raros o mejor queer? Las explicaciones no son menos interesantes aunque igualmente contradictorias: 1. Mejor no traducir porque el uso es comn y todo quisqui sabe lo que

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significa claro, por eso hay que explicarlo. 2. Es una universalidad que impide los localismosvamos que en Vietnam estn queer de contentos. Puede aplicarse a todas las categoras marginales menos a la heterosexualidad.uy, ellos no son raros Rizando el rizo se asegura que es un insulto idntico a bollera, maricn, etc Y a mi que me parece que no va a ser lo mismo? Menos mal que, al final, se reconoce que podemos quedar acabando con un significante polticamente neutro que simplemente seala una corriente de moda dentro de la posmodernidad cultural y terica. Postular una teora maricona, bollera, etc sera opciones pero seran inapropiadas en el mbito acadmico. Esta es la objecin ms frecuente sin que se aluda, ni siquiera someramente al esencialismo que implica defender que por el hecho de acostarte con una persona de tu mismo sexo se tiene una tica diferente. La realidad, como siempre, no dejara lugar a dudas sobre la pluralidad de ticas existentes y no precisamente derivadas de la sexualidad.

3. 4.

5.

En Francia donde tambin se enfrentan con el problemita de la traduccin Marie Helene Bourcier acusa el reduccionismo etimolgico de forma que no se puede conseguir mantener la fuerza preformativa de la injuria. Tambin niega que se pueda hablar de identidad queerms bien se trata de ser antiasimilacionista, mal educado, mantener una posicin marginal que debe ser explorada porque desde ah se pueden criticar o analizar los discursos culturales. Mientras, siempre se puede hacer poesa o lo que se quiera con el silencio acadmico que se le ha impuesto a la prctica queer: no preguntar, no clasificar ahora es tiempo para la abundancia. Un ejemplo magnfico son las respuestas de Sejo Carrascosa en Qu es ser queer? Devenir sexo en olor de multitudes, ser maricn y hacer bollos con tu amigaes un culo en busca de material de relleno, es no correrse nunca, es correrse siempre y termina repitindose- lo que como estoy intentando demostrar no es muy raro en la variopinta seleccin de artculos traducidos sobre la teora queer. Qu es queer? Qu es qu Queer es queer? Queer es qu Que es qu?

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3. Aportaciones y dudas
El lenguaje irnico frente al discurso oficialista era una de las armas ms provocadoras y subversivas del movimiento queer. El problema es que ha quedado reducido a un gesto- juego carente de reivindicacin, donde las posibilidades de subversin son tan voluntaristas que resultan intiles. Hay un olvido casual? de autores que critican la teora queer por su principal manera de ingreso en nuestros cuerpos: como una moda importada en su etapa de mayor decadencia por parafrasear a una de las madres quuer, que tuvo la certeza de abrir la epistemologa del armario podemos sugerir que Ni aquir ni ahora se percibe un movimiento mas all de las prcticas artsticas o de ocio Hablar o priorizar las subjetividades tampoco es nuevo. El problema es hiperbolizar la experiencia individual porque la praxis poltica desaparece en un guio, divertido la primera vez, pero cansino o canino, como un perro obligado a roer el mismo hueso Las referencias literarias canalizadas por el mercado o estimuladas por l estn provocando una teatralidad donde se difuminan las injurias, los derechos que an nos quedan por conseguir. Los manifiestos tericos de o contra el sexo le produciran una profunda nausea al inspirador de una historia de la sexualidad contrario a la proliferacin de los discursos sobre el sexo Y el potencial transgresor de luchar contra las categoras est provocando, al menos en este pas, el efecto contrario. Como seala y reivindica scar Guash la heterosexualidad es la que est en crisis, la que debera convertirse en lo ms raro porque despojada de sus hipocresas nos permitira esa unin en la que todos y todas somos raritos/as, linces o lobos. Afortunadamente hay voces crticas dentro de la propia autoinscripcin queer que ante la politizacin de la sexualidad y del sexo, como afirmaba nuestro compaero Paco Vidarte en El

banquete uniqueersitario. Disquisiciones sobre el S(ab)er Queer: el problema es una actividad poltica que slo se apropia y se transmite desde la universidad como theory. Desde que en 1991, Teresa de Laureti escribiera en Diferencias. Frente a esta realidad es necesario reivindicar que: S, la calle un sitio donde lo queer no es teora p. 78.
En ese sentido hay que resaltar el curso Introduccin a la teora queer impartido con Javier Saz en el 2004 en el que entregaban un certificado donde adems de decir que se haban adquirido unos conocimientos se afirmaba que se era queer

Pese a que Beatriz Preciado mantenga que La mayora de las lesbianas de los aos setenta y ochenta, que se deshicieron progresivamente de las identificaciones heterosexuales, habran tomado la heterosexualidad demasiado en serio olvidando que sta depende constitutivamente de su otro patolgico para presentarse como normalmuchos de nosotros hemos crecido en subculturas gays, lesbianas y trans donde hemos podido reapropiarnos y subvertir los dispositivos de representacin (como la escritura, el cine, la teora, la msica, el teatro) controlados hasta hace poco por la cultura dominante, para producir

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visibilidad sexual y poltica minoritaria p 117. Y , desde esa realidad, la crtica a los movimientos LGTB pueden ser pertinentes en algunos casos, necesarios en otros pero no podemos, sin ms, desletiminar unas luchas que tantos esfuerzos y compromisos personales ha generado.
Los festivales de cine gays, los departamentos de estudios queer consagrados a los gneros, los coloquios, las editoriales gays y lesbianas se han revelado como mejores instrumentos de la lucha poltica que el gesto revolucionario ( a veces estril) de abolicin de las categoras de sexo y gnero o los bienintencionados intentos de borrar las marcas de gnero en el lenguaje. En este sentido, por ejemplo, Donna Haraway critica los discursos cientficos y la reificacin de categorias dicotmicas sobre las que construir la identidad pero su propuesta, que ella misma define de utpica y postmoderna, adolece de un exceso de ficcin sobre los efectos subversivos de una identidad poltica fragmentada15. En un artculo que escrib con Jos Mara Valcuende sobre la cultura gay, el objetivo era deconstruir una falsa tolerancia cuando la reasignacin y el etiquetaje se transformaban en tremendamente peligrosos. No nos toleran, nos redefinenes el miedo a ser distinto lo que no permite que nos veamos como sujetos generados unos al convertir la injura en el miedo a ser maricn, otras al convertir a las putas en sujeto de transformacin de las mujeres. Uno de nuestros presupuestos de partida plantea que el modelo de sexualidad dominante define en, buena medida, los significados de los cuerpos. Las lecturas que se realizan sobre los cuerpo muestran a los que tienen el poder y marcan a aquellos/as que deben ocupar una posicin secundaria. Los cuerpos marcados sirven para agrupar comportamientos, actitudes, formas de estar y de trabajar. La imagen de una cultura, caracterizada por la unidad y estabilidad, contribuye a reproducir y reinventar imgenes corporizadas. Las representaciones sobre los gays reproducen los estereotipos del modelo dominante, aunque reelaborados para crear y minorizar a aquellos que en un momento dado se alejen de la norma. La heterorrealidad forma parte tambin de la homosexualidad, y es que no podemos olvidar que homosexualidad y heterosexualidad son caras distintas de una misma moneda, que funcionan bajo los mismos mecanismos, y que se necesitan para ser. Sealbamos que uno de los elementos ms eficaces para la reproduccin de las representaciones dominantes es, en ltimo trmino, la interiorizacin de unas imgenes que nos vienen dadas. Las representaciones impuestas a los grupos minorizados, se han traducido en mltiples respuestas, que no podemos detenernos a analizar: la ocultacin, la resistencia, la negacin, la agrupacin etc. En este sentido conviene sealar dos cuestiones. La primera es que la situacin de los y las homosexuales se ha modificado sustancialmente, en los ltimos aos, y esto ha sido gracias a los movimientos de liberacin sexual. No olvidemos que hemos pasado de una situacin de crceles, asesinatos, exilios, etc. a una cierta tolerancia. La segunda es que la represin directa es an muy generalizada en diversos pases y que la violencia velada es moneda corriente. En algunos pases como el nuestro se ha conseguido salir de la crcel y en los ltimos tiempos parece que todo el mundo quiere salir del armario (una imagen que desde luego est alejada de la realidad, especialmente de determinados grupos sociales). La pregunta
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En "Manifiesto para Cyborgs: ciencia, tecnologa y feminismo socialista a finales del siglo XX", Ciencia, Cyborg y mujeres. La reivencin de la naturaleza,Ed. Ctedra, coleccin Feminismos, Madrid,1995.

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es si la presin silenciada y pertinaz de la sociedad, y la asuncin natural de una situacin no conseguirn dejar vacos los armarios para agrupar en los nuevos guetos a los homosexuales, que no encuentran un espacio en la vida cotidiana, donde la diferencia contina transformndose en marca. Y es que la violencia de la representacin se sustenta no tanto en su carcter positivo o negativo como en su capacidad de sealar, a partir de un conjunto de elementos, que indican quin es de los otros y quin de los nuestros. Las representaciones dominantes reducen las relaciones sobre esos otros a una mmesis del modelo heterosexual a nivel de gnero. Con independencia de que se trate de una pareja de hombres o de mujeres; un@ es representado como el hombre y otr@ como la mujer. Pero la representacin es slo eso, porque en la realidad la imagen sobre el cuerpo es en este caso ms importante que el gnero. La familia tal y como es entendida socialmente no puede sustentarse en falsos roles, que no coinciden con las formas de los cuerpos. La insistente negativa a reconocer la capacitacin y posibilidad de los homosexuales para tener pareja, y si lo desean, tener nios, a los que s pueden acceder como solteros no marcados por el carcter promiscuo e inestable en el que se sustenta la imagen dominante de la homosexualidad, es ms contradictoria respecto a las lesbianas donde la negativa a reconocer que son mujeres explica una absurda prohibicin contra los derechos de la maternidad. Al temor de ser algo castigado socialmente, algo que se puede humillar , hay que aadir el miedo y la desconfianza que conlleva la aparente inestabilidad, incapacidad para forjar lazos estables o repensar el amor. La estabilidad emocional, tan recomendable para disponer de un capital social adecuado, se convierte as en otro obstculo que trata de amedrentar a los individuos que mantienen relaciones con personas de su mismo sexo. Es difcil disfrutar de las caricias, los besos, las miradas cmplices ante el mundo social dominante. Mientras que las parejas heterosexuales pueden expresar su afecto, ste esta prohibido para los homosexuales y las lesbianas. Y es que como hemos sealado a lo largo de estas pginas la violencia tiene diversas manifestaciones que van desde la represin directa a la represin ms sutil revestida de falsa tolerancia, pasando por la autocensura con el que los homosexuales sienten que deben protegerse de un mundo percibido como potencial enemigo de lo diverso. Necesitamos un enfoque relacional y una agenda poltica ms slida donde la pluralidad siga reanimando y reenfocando los debates y los objetivos.

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El Comunitarismo gay en la encrucijada de la pandemia: una reflexin tica, poltica y sociolgica sobre las representaciones colectivas de las minoras sexuales desde los aos 90 a nuestros das
Departamento de Educacin Generalitat de Catalua

Laurentino Vlez-Pelligrini

Introduccin
Desde los aos 90 vino a producirse un debate importante entre las minoras sexuales, en los crculos activistas y en los medios acadmicos adscritos a la teora queer o a los gays and lesbians Studies, en torno a lo que empez a hacerse conocer como comunitarismo gay. Pertinente es poner de manifiesto que en nuestro pas esta cuestin de orden poltico e intelectual que es el comunitarismo no goz de la capacidad de convocatoria, ni desemboc en discusiones de fuerza equivalente a la que se produjeron en otros pases, en especial en Francia y en las culturas polticas de la rbita anglosajona. La falta de concrecin de este debate en Espaa y de alguna manera, su restriccin a un estatuto puramente terico, ha venido muy condicionada por las propias caractersticas del movimiento gay y de las asociaciones hegemnicas. Es decir, por la influencia poltica y la omnipresencia meditica de un mundo asociativo, de corte asimilacionista ( con el cual yo me muestro particularmente crtico y combativo) que ha contribuido a secuestrar al colectivo gay, lesbiano y transexual reducindolo todo al comn denominador de la reciente y controvertida cuestin del matrimonio y del derecho a la adopcin. La obsesin respetabilista del movimiento gay oficialmente reconocido como interlocutor del legislador ( o lo que Fefa Vila denomin de manera sarcstica la homocracia), es el que ha hecho que las cuestiones relevantes, los debates serios, intelectual e acadmicamente sesudos y forzudos se hayan quedado sepultados o relegados a crculos muy reducidos. El hecho mismo de que estos debates hayan sido marginados y secundarizados en contraste con la sobrecarga meditica que ha conllevado la reflexin sobre los Nuevos Modelos Familiares, no significa que estas cuestiones no tengan que ser tenidas en cuenta y que no deban ser objeto de reflexin e incluso de indagacin desde el mbito acadmico y de la produccin ensaystica. Yo lo que pretendo aqu es lanzar una discusin sobre un tema y problemtica, no inexistente en nuestro pas, pero sepultada y a veces sin verdaderos canales de expresin. Y esa cuestin es, precisamente, la del comunitarismo y el de las cuestiones identitarias. Accesoria y colateralmente, tambin la del proceso de integracin o de guetizacin de las minoras sexuales en espacios sociales propios y hermticos. Es decir, el famoso barrio gay, tema sobre el que volver en la segunda parte de esta ponencia. En el caso espaol la cuestin del comunitarismo se limit a estar sobre todo en el centro de las inquietudes de grupos situados en los mrgenes del mundo asociativo como fue la Radical Gai y Lesbianas Sin Dudas. Siendo los dos movimientos de activistas de adscripcin radical que ms contribuyeron a la introduccin de la teora Queer en Espaa, sobre todo a travs de tericos como Paco Vidarte, Ricardo Llamas, Javier Saz o de militantes lesbianas como la ya mencionada Fefa Vila, Gracia Trujillo, Beatriz Preciado o Carmen Romero Bachiller. En el plano estrictamente poltico la Radical Gai y LSD se constituyeron en los grupos que ms importaron, por decirlo de alguna manera, los grandes debates que se estaban desarrollando a lo largo de los aos 90 en la mayora de los movimientos gays, en especial en Estados Unidos. Sealar en ese sentido el papel fundamental de publicaciones como De un plumazo o Non Grata, que se hicieron en gran medida eco de las grandes discusiones que se estaban desarrollando al otro lado del Atlntico. Tambin hubo otros autores, quizs fuera del movimiento Queer que abarcaron el tema del comunitarismo como Oscar Guasch , Alberto Mira , Juan Vicente Aliaga y Jos Miguel Corts o socilogos Fernando Villaamil, que en este ltimo caso sin duda puede considerrsele como el autor de una de las obras que mejor han contribuido a la reflexin sobre la cuestin comunitaria .

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De recibo es apuntar, como dato aadido, que la problemtica del comunitarismo gay suscit ciertas reticencias, sobre todo porque se tomaba por un tema de origen norteamericano. Respecto a esto tengo una posicin y opinin bien claras. A saber : es cierto, por un lado, que ciertos debates y objetos de reflexin poltica e intelectual que han tomado cuerpo al otro lado del Atlntico, suelen responder a un contexto cultural bien determinado. En este caso concreto, al anglosajn. Por consecuente, siempre consider un garrafal error importar estos debates en su estado puro, porque en muchos casos responden a coordenadas y variables analticas que no tienen equivalente, ni en Espaa, ni en la Europa continental. En cambio, frente a los tics de anti-americanismo poltico e intelectual que imperan en nuestro pas y que suelen hacerse su propio hueco incluso en el seno del movimiento gay, pienso que tambin sera un error situarnos de espaldas a ellos y convertirlos en un cuerpo completamente alineajenado de nuestra realidad. Sigo considerando, que el reto estriba en tornar inteligibles estos debates a partir de nuestras propias coordenadas y realidades polticas y culturales. Afirmar que la cuestin del comunitarismo carece de sentido en nuestro pas, cuando gays, lesbianas y transexuales son cada vez ms visibles desde un punto de vista colectivo en nuestro pas, me parece un contrasentido.

Dificultades conceptuales del comunitarismo


Sea cmo sea, yo quisiera aqu, antes de entrar de lleno en materia, hacer un breve inciso de carcter conceptual respecto a lo que debemos entender por comunitarismo. En algunos casos, en referencia al comunitarismo gay, se ha hablado de Modelo tnico. He de precisar que es un trmino desafortunado, sobre todo por su connotacin esencialista. Si digo esto porque la orientacin sexual, al igual de hecho que la etnia, la raza o la religin, nunca han sido los verdaderos instrumentos de articulacin de las representaciones colectivas. La antropologa circunstancialista, insertada en la tradicin del construccionismo, ha de hecho demostrado que los grupos tnicos o raciales son constructos ( y en ningn caso esencias ) reproducidos en el imaginario colectivo a travs de su habituacin discursiva. De hecho, durante los propios aos 90, en el marco del debate sobre el racismo diferencialista y en el mbito acadmico de la propia sociologa del racismo, se puso de manifiesto de que no haban ni razas, ni tnicas, sino proceso de racializacin y de etnizacin. En suma, que los individuos eran envueltos discursivamente en determinadas identidades, que en algunos casos ni siquiera respondan a su propia subjetividad. En el caso del colectivo gay, lesbiano y transexual se puede hacer exactamente la misma lectura. Y es que en efecto, cuando se habla de comunitarismo tambin se ha de tener en cuenta que no se alude en absoluto a ninguna esencia sexual, sino a un discurso poltico en el que la sexualidad ocupa un lugar central. Si algo hay que recalcar es que el vector vinculante en el trabajo de articulacin de la representacin colectiva de las minoras sexuales, no fue en absoluto la orientacin sexual ( menos todava cuando sta informaba de una multiplicidad de experiencias y vivencias) , sino la homofobia y la amenaza sobre los derechos civiles. Por consecuencia, se puede decir que el eje fundamental del comunitarismo gay fue, no la referencia a un concepto uniforme conocido bajo el nombre de homosexualidad,( con una connotacin innatista) sino un discurso poltico de contestacin frente a los mecanismos de control social sobre la sexualidad en sus ms diversificadas expresiones. Otra cosa bien diferente, que ese discurso poltico comunitarista deudor de una amenaza externa ( los procesos de discriminacin derivados de la institucin de la heterosexualidad obligatoria) concretizase toda una serie de universos simblicos

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imaginados. La comunidad imaginada, por decirlo en los trminos de Perry Anderson, siempre se ha basado en una dimensin poltica y voluntarista de las representaciones colectivas a partir de relatos que a travs de reproduccin y transmisin narrativa acaban convirtindose en tradicin. El comunitarismo gay, quiero insistir en ello, se bas precisamente en apropiaciones y en toda suerte de reciclajes identitarios, y en ningn caso en esencias. Cuando hablamos, por ejemplo, de literatura, de arte, de cine gay y lesbiano, no estamos afirmando de que haya una forma gay o lesbiana de produccin artstica o literaria. Estamos ante un discurso que construye una realidad cultural. Sin duda el gran mrito de la monumental obra de Alberto Mira, De Sodoma a Chueca, sea sobre todo una historia del proceso de construccin social de la cultura gay. El comunitarismo es fundamentalmente un constructo poltico que se legitima en recreaciones simblicas. Son precisamente esos universos simblicos (pre)construidos, habituados y tradicionalizados lo que obliga tambin a hacer un segundo inciso en torno al concepto de conciencia colectiva. A menudo se confunde la conciencia cvica con la conciencia comunitaria. La conciencia cvica hace referencia a la adhesin de los individuos a una serie de preceptos jurdicos contractualizados y su elemento determinante es el proceso de socializacin por la va institucional. La conciencia cvica se basa en la racionalidad de la eleccin individual. En cambio, la conciencia comunitaria se articula en torno a la lealtad que un individuo puede expresar y que por lo general es ms pasional que racional. Si la conciencia cvica remite al orden jurdico, la conciencia comunitaria remite al orden simblico, ms all de su artificialidad y carcter de construccin histrica.

El proceso de reconcienciacin colectiva de las minoras sexuales


En qu circunstancia sociohistrica surge el tema del comunitarismo gay y del proceso de reconcienciacn colectiva de las minoras sexuales al carro de un discurso poltico elaborado? Cmo ya puntualice al inicio de esta comunicacin, es un desenlace que vino, evidentemente, muy condicionado por la propia experiencia de la pandemia. Esta ltima desat un giro coprnico respeto a los aos 70. Pese a Stonewall a finales de los 60, de la Revolucin Sexual en los 70 y de la aparente cohesin poltica que parecan aportar ciertos discursos de origen freudomarxista,no faltaron significativas tensiones entre gays y lesbianas, entre gays y transexuales y entre estos ltimos y las propias lesbianas, sobre todo en relacin con el mundo de las representaciones simblicas. La cuestin del gnero ocup un lugar central a raz de la fuerte influencia del movimiento feminista sobre todo entre las activistas lesbiana. El tira y afloja que se produjo entre los gays y lesbianas vino determinado por el hecho mismo de que el lesbianismo, impregnado por la crtica contra el patriarcalismo que haba formulado el feminismo radical de segunda generacin, no dejaba de ver en el universo gay un subproducto de la violencia sexual masculina. Las tensiones entre los varones homosexuales con el mundo trans tambin estuvo condicionado por el hecho de que el nuevo gay de los 70, virilizado hacia suyo un rol de gnero masculino que daba al traste con la figura de la loca y de la que el trans se haba convertido en la sombra. La ria de las lesbianas con el colectivo trans vino determinada en gran medida por el sentimiento entre las primeras, de que tanto el travestimo como el transexualismo ( sobre todo en sus aspectos estticos) no resultaban ser otra cosa que una expropiacin identitaria a las mujeres. Muchas feministas, heterosexuales o lesbianas, se sintieron de hecho rdiculizadas por el mundo trans. No me detendr en los pormenores de

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estos debates durante la dcada de los 70, pero insistir en el hecho de que fueron una fuente de fragmentacin entre las minoras sexuales. En cualquier caso, el dato ms significativo es que con los aos 90 estas tensiones empezaron a aflojar, constituyndose lo que acab denominndose como polticas de coalicin. El hecho mismo de que la oleada de conservadurismo y fundamentalismo religioso de los 80 ( lo que vino a denominarse la Nueva Derecha) convirtiese el Sida en un castigo social por delito de gnero y de que el sistema institucional se desentendiese de la lucha contra la pandemia, creo un comn sentimiento de puesta en cuestin de los derechos civiles. El proceso de reconcienciacin colectiva y el propio discurso poltico comunitarista que se artculo en reaccin al fenmeno de la pandemia y de las renovadas formas de homofobia emanadas de ella planteaban, a no querer, una serie de interrogantes fundamentales: cules deban ser los elementos vinculantes de la identidad y conciencia colectiva de las minoras sexuales, qu universo simblico y cultural la articulaban y bajo qu condiciones se produca la insercin del individuo en el grupo. En efecto, no se dejaban de abrir toda una serie de problemticas de tipo moral, poltico y sociolgico. En resumidas cuentas, por un lado, se habra una discusin de orden poltico y moral y por otro, una de tipo sociolgico. Y es que es, que si en la esfera poltica el comunitarismo pona sobre la mesa un problema tico, (sobre todo en relacin a las obligaciones morales de los individuos respecto a su grupo de origen y cul deba ser la elasticidad de las mismas) desde el mbito social se planteaba la indagacin sobre la realidad y tangibilidad de esa comunidad Gay, lesbiana y transexual. Es decir, una reflexin sobre la prcticas sociales que daban concrecin sociolgica a la misma.

El comunitarismo como problema poltico


Quisiera abarcar aqu el primer bloque : el poltico. Pese a la fuerte entrada en escena de la filosofa poltica y moral en los aos 90, el debate sobre el comunitarismo no es nuevo en si mismo. De hecho habra que buscar su genealoga en la segunda mitad de los aos 60 y ms en concreto, durante el periodo que va a coincidir con la aparicin del controvertido ensayo de Hannath Arendh Eichman en Jerusaln. Cmo es conocido por todos, en la segunda mitad de los aos 60 es arrestado el criminal nazi Adolf Eichman en Buenos Aires por los servicios secretos israelitas, traslado a Jerusaln y sometido a un juicio sumarsimo por su responsabilidad en la organizacin de la deportacin masiva de los judos a los campos de la muerte. Con motivo de estos hechos el New-York Times encomienda a Hannath Arenth la redaccin de un serie de artculos sobre los pormenores del juicio, que se convertirn finalmente en un libro. La labor no puede ser comendada a otro que a Arendh, ms todava cuando es la autora de una de las obras fundamentales de la ciencia y de la filosofa poltica : El origen de los totalitarismos. Para sorpresa de muchos, su punto de partida en la descripcin del juicio va a ser, no slo la puesta en cuestin de las irregularidades jurdicas en la extradicin de Eichaman, sino tambin la imparcialidad del tribunal que le est juzgando. Segn Arendh la responsabilidad de Eichman en la Deportacin y el Genocidio es relativa. As lo argumenta en su propio anlisis de la figura del dirigente nazi, al presentarle como un hombre que en ltima instancia no habra tenido noticia de las intenciones de Hitler hasta bien pasado el ecuador de la Segunda Guerra Mundial y al que en principio no tendra porque atribursele un visceral temperamento anti-semita. La tesis

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de Arendh consiste en afirmar que Adolfo Eichman slo es el producto de su propia poca y que en el fondo no habra hecho otra cosa que encarnar en su persona la sntesis misma de los regmenes totalitarios en general y del fenmeno nacional-socialista en particular : la terrorfica cotidianizacin y banalizacin de la maldad humana bajo el precepto de la obediencia debida. La tesis de Arendh fueron seriamente cuestionadas desde el mbito historiogrfico, en especial desde la esfera de los emergentes Genocides Studies que proliferaron en la poca coincidiendo con el propio surgimiento de la figura jurdica de los Crmenes contra la Humanidad. Eran irrefutables las pruebas de que Eichman responda al perfil de un anti-semita convencido y de un hombre que, habiendo conocido de antemano y con todo lujo de detalles las intenciones de Hitler, haba participado por activa y por pasiva y sin ningn cargo de conciencia en las medidas de deportacin a los campos de la muerte y exterminacin masiva de los judos. Lo que pona totalmente en jaque la tesis sobre una pretendida obediencia debida bajo los efectos terrorficos de un Estado criminal que habra implicado al conjunto de la sociedad alemana en su proyecto incluso contra la propia voluntad de esta y de sus altas jerarquas militares, civiles y burocrticas. Por qu las errticas tesis defendidas por Arenth en Eichman en Jerusalem no se quedaron en un mero debate historiogrfico? Con motivo de qu se produjo semejante ensaamiento con Arenth, sobre todo por parte de la dispora juda internacional, sobre todo si tiene en cuenta que no siendo Arenth una historiadora, sus errores de apreciaciones y diagnostico eran sobre todo de carcter acadmico? Despus de todo Hannath Arenth era una de las grandes de las grandes en el campo de la filosofa poltica y de la crtica cultura, pero en ningn caso una historiadora y en ltima instancia, lo nico que poda reprochrsele es haberse embarcado en un tema que por las propias caractersticas de su perfil intelectual y de su competencias acadmicas, la desbordaba. A la filosofa no se le acab reprochando el hecho de haberse equivocado en sus tesis ( funcin que le correspondi a unos historiadores que le recordaron la irrecibilidad acadmica y cientfica de sus argumentos), sino el haberse atrevido ni siquiera a plantearlas. Atrevido sobre todo, en su condicin de intelectual juda. Eichman en Jerusaln no va a ser en sentido percibido como un simple ensayo con tesis errticas, sino como una traicin poltica a su gente. Eichman en Jerusaln le cost a Arendh el reproche de encarnar en su persona el antisemitismo interiorizado. Pero lo ms significativo es que abri el debate contempornea sobre una de las cuestiones claves que han estado en la reflexin poltica y moral sobre el comunitarismo : Qu grados de lealtad le debe un individuo a su grupo de origen y en qu medida la libertad individual, en este caso concreto, la libertad de expresin, puede ser sacrificada en beneficio de la cohesin del grupo, ms aun cuando ste ha sido objeto de opresin histrica?

Libertades individuales y derechos colectivos


Esta problemtica poltica centrada en la reflexin sobre los equilibrios entre las libertades individuales y los derechos colectivos volvi a rebrotar en los medios acadmicos y sobre todo, en los medios de comunicacin, precisamente en los aos 90. La discusin va sin embargo a producirse en un contexto dominado por una serie de hechos y realidades que no tornaban fcil su abordaje. Los aos noventa, cmo es sabido, constituyeron una dcada definida por la radicalizacin de los fundamentalismos religiosos, a lo que hay que sumar los efectos polticos y sociales de la cada del Muro de Berln, en especial los enfrentamientos y las guerras

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nacionalistas que derivaron de la descomposicin de los mecanismos de integracin y cohesin nacional asegurados por las llamadas democracias populares, cuya expresin ms dramtica qued sintetizada en la guerra en la ex Yugoslavia y los proyectos de Limpieza tnica. Todo ello con el efecto acumulativo de otras discusiones, como por ejemplo las relacionadas con la inmigracin y las polticas de integracin por parte de los Estado nacionales occidentales. El debate sobre el Velo islmico en la escuela pblica, la extirpacin de cltoris o la poligamia constituyeron slo algunos ejemplos del amplio abanico de problemas que traa a colacin la cuestin del comunitarismo, del identatarismo y de las polticas de la diferencia. Todo ello circunscrito por una serie de discusiones sobre la crisis de idea de ciudadana, y la fragmentacin de la sociedad en grupos contrapuestos, guetizados y hermticos. No faltaron tampoco los debates sobre la crisis urbana y sobre el proceso de americanizacin de las sociedades europeas, con teln de fondo, la amenaza de una constante yuxtaposicin de comunidades aisladas las unas de las otras que no parecan tener otros canales de comunicacin entre ellas que las del mercado o las de la violencia . De hecho, Michel Maffesoli, escribi un libro que hizo poca, que se llamaba el Tiempo de las tribus y que era un buen reflejo del clima imperante, es decir de una sociedad basada en todo tipo de miedos ante los discursos identitarios y ante el comunitarismo. Cul fue el discurso que se implant a travs de los medios de comunicacin y de ciertos intelectuales estrella erigidos en Cruzados contra el multiculturalismo y la pretendida crisis de los valores universales de ciudadana : tanto las identidades como los comunitarismos estn en el origen de todas las tendencias hacia el transfuguismo y de la crisis del vnculo poltico y social. Es ms, el comunitarismo estara en principio creando nuevas formas de solidaridades endgenas e insolidaridad exgenas en base a estructuras polticas autoritarias y universos simblicos a cuya obediencia era debida la vulneracin de la libertades individuales. El movimiento gay de los 90 no dejaba l tampoco de verse influido por estos debates, siendo reapropiados e interpretados a partir de las propias coordenadas polticas que brindaba la realidad de las minoras sexuales. En efecto, la cuestin del comunitarismo y su relacin tanto con los derechos colectivos como con las libertades individuales, encontr tambin sus expresiones ms o menos caricaturescas en el debate que conllev el tema del Outing. La prctica de ste se produjo coincidiendo con un proceso de acceso de las minoras sexuales al Espacio Pblico y de una consolidacin de una autopercepcin afirmativa de la comunidad Queer. Todo ello a partir de un trabajo de desconstruccin de las representaciones etiquetantes,estereotipantes y denigrantes padecidas por las minoras sexuales hasta la fecha. Caracterstica del movimiento gay a finales de los 80 y principios de los 90, fue sobre todo la voluntad de abandonar su papel de sujeto pasivo en la dialctica de la injuria que se haba reafirmado con la experiencia de la pandemia.La inversin de trminos injuriosos como Queer ( marica, bollera) en signo de identidad positiva, no slo supondr la elaboracin de un contradiscurso frente al lenguaje cosificante heteronormativo, sino tambin un mecanismo de control poltico sobre el propio acceso de las minoras sexuales a ese mencionado Espacio Pblico. Se daba por sentado que esa imagen afirmativa deba ser de naturaleza colectiva y que por lo tanto, cualquier manifestacin individual de auto-odio, fuese esta directa o indirecta, deba ser considerada como un perjuicio que la comunidad deba amonestar y reprobar. Las expresiones pblicas de respetabilidad y de autoculpabilizacin eran de hecho objeto de una radical ridiculizacin al chocar frontalmente con esa afirmatividad colectiva que pretenda darse la comunidad gay. Se trataba de oponerse a cualquier actitud condescendiente con las imgenes

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patologizantes. No es extrao, de hecho, que cualquier individuo que participase o fomentase esas mismas imgenes desvalorizadas, aun siendo l tambin homosexual, cosechase una respuesta poltica de la comunidad gay. Es conocida la polmica que se produjo en los Estados Unidos tras el estreno del Silencio de los corderos y que sacaron a la luz el lesbianismo de Judith Fuster. La actriz norteamericana se convirti en objeto de un Outing justamente porque se consideraba que haba participado, en contra de los intereses polticos de su grupo de origen, en una produccin cinematogrfica juzgada, sin duda con todo acierto, como excecrablemente homofba y discriminatoria respecto a las minoras sexuales. Con motivo de ese hecho se abri la controversia sobre hasta qu punto el grupo poda presionar al individuo, forzndole a poner a la luz su orientacin sexual, cuando en realidad la confesin es una cuestin vinculada con el ejercicio de las libertades individuales. El Outing y la problemtica de la visibilidad colectiva de las minoras sexuales bajo una presin poltica del grupo sobre el individuo lleg a ser de hecho uno de los ejes conductores del debate sobre los lmites y los avatares de un comunitarismo , que al mismo que reactivaba la lucha contra las discriminaciones amenaza con nuevas formas de alineacin para los gais, las lesbianas y los transexuales. Aqu volvi tambin a colacin, una vez ms, el tema de la inteligibilidad de las prcticas polticas y sociales habituales en el movimiento gay situado en la rbita cultural anglosajona y su extrapolacin a la realidad de los movimientos gays en la Europa continental. El Outing es una practica poltica que no ha tenido concrecin en nuestro pas y que de hecho top con no pocas crticas en el seno del movimiento gay espaol. Hay que tener en cuenta, por otra parte, que la demagogia de la que ha sido objeto la cuestin del Coming Out en nuestro pas y la forma escandalosa en la que se ha especulado poltica y electoralmente con ella, tornaba difcil un fenmeno como el Outing. En efecto, la llamada Salida del Armario ( garanta de vedetismo meditico) y la tirana de la correccin poltica ( que ha tendido a ignorar y a banalizar otras formas de armarizacin ms sutiles) constituyen elementos aadidos. Ms all de todo, es cierto que no han existido partidario en nuestro pas de la practicar el Outing, ni siquiera entre los sectores ms radicales del movimiento gay. Entre nuestros vecinos franceses la prctica del Outing tampoco ha tenido adherentes, incluso entre los movimientos ms influidos por las practicas del movimiento gay norteamericano, como fue el caso de Act-Up-Pars. La prctica del Outing acarre para el movimiento gay no pocas dificultades en pases cuya cultura poltica se ha definido por una fuerte separacin entre la esfera de lo pblico y de lo privado y con una presencia importante de la figura jurdica del derecho a la intimidad. En Francia, por ejemplo, donde las fronteras entre esas dos esferas fueron tempranamente establecidas, el Cdigo Penal es uno de los ms severos a nivel europeo respecto a lo que hace referencia a la proteccin de la vida privada y la imagen de las personas. En Espaa la situacin resulta ambivalente, porque al mismo tiempo que se constituyen jurdicamente las esferas de lo Pblico y de lo Privado, los medios de comunicacin diluyen las lneas de demarcacin entre los dos mbitos, como lo demuestra la popularidad de la telebasura y de los programas rosas. En cualquier caso estamos ante dos ejemplos en los que la denuncia de la homosexualidad de un individuo ha sido seriamente contestada, sobre todo en la medida en que el Outing parece reproducir buena parte de las prcticas de estigmatizacin homofbas. Hacer pblica la homosexualidad de un ciudadano, aunque esto sea llevado a cabo por las propias minoras sexuales, no hace otra cosa que reforzar en el imaginario colectivo de la sociedad la condicin excepcional y criminalizante de la diversidad sexual. Resultara difcil, en ese sentido, conseguir una aceptabilidad poltica para el Outing, incluso en las peores y ms justificadas

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circunstancias, en un pas en el que la homofobia fue objeto de una aguda institucionalizacin y judicializacin, donde la estigmatizacin del homosexual ha estado sumamente arraigada en el tejido social, sobre todo a travs de representaciones muy estereotipadas de la masculinidad, y donde el derecho a la dignidad personal y al respeto por la vida privada de los ciudadanos han sido unos de las grandes conquistas de nuestro joven sistema democrtico. Est claro a ese respecto que el Outing es un anacronismo en el seno de un movimiento gay que parece pretender que la homosexualidad sea asumida por la sociedad como una opcin legitima que transcienda las viejas dicotomas de origen psiquitrico y moral que estableca el binomio normalidad/anormalidad, natural/anti-natural. Han existido otras formas de control del grupo sobre el individuo que en el caso de las minoras sexuales, se produjeron a raz de la propia experiencia de la pandemia. Por ejemplo se establecieron no pocos tabues polticos en el seno del movimiento de lucha contra el Sida, sobre todo en lo que hace referencia a las circunstancias de la emergencia de la enfermedad y su extensin entre el colectivo gay, lesbiano y transexual. Es conocida y notoria la escasa capacidad de los lderes de la Revolucin Sexual de los aos 70 para reaccionar ante el fenmeno de la pandemia y el hecho de que, ms all de la desidia institucional y de la evidente homofobia imperante, la tarda movilizacin del colectivo gay, lesbiano y transexual vino dada por una mala interpretacin de la coordenadas que haba trado consigo la enfermedad. No es un secreto que los cientos de cadveres que dej el Sida estuvo muy condicionado por el hecho mismo de que las minoras sexuales no consiguieron hacerse cargo de la situacin. El movimiento de lucha contra el Sida que surgi en los 90, fue, tanto una reaccin frente a las polticas institucionales, como a la comprobada situacin y los estragos que haba hecho la enfermedad entre el colectivo gay. Vista la homofobia imperante y las nuevas formas de estigmatizacin que afectaron a las minoras sexuales, dentro del colectivo gay se estableci un relativo Pacto de Silencio, sobre la responsabilidad, pequea o grande, voluntaria o involuntaria, producto de las circunstancias o no, de los gays en la propia extensin de la enfermedad. En Francia, esto provoc de hecho una aguda polmica a raz de la aparicin de un controvertido ensayo, escrito precisamente por un gay, sobre esa responsabilidad no reconocida, que le vali al autor un autntico linchamiento comunitario, sobre todo por parte de los sectores ms radicales como de Act-Up-Pars, que vean en el libro mismo una traicin a la comunidad. En Espaa, un caso similar se ha ido produciendo alrededor de la cuestin del matrimonio. Cuestionar esta reivindicacin se ha convertido prcticamente en un delito de opinin y como un acto de deslealtad a la comunidad gay. Este servidor ha puesto muy seriamente en jaque los llamados Nuevos Modelos Familiares y no hay encuentro, ni intervencin pblica, ni debate, en el que no haya salido apedreado por mis interlocutores y el pblico, simplemente por haberme atrevido a oponerme a una reivindicacin que me parece una claudicacin cultural frente a la heterosexualidad obligatoria. He topado por lo tanto con una crtica actitudinalmente comunitarista por parte de los dems gays ( que consideraban que les estaban traicionando hacindole el juego a una derecha y unos sectores conservadores homofbos), mientras al mismo tiempo quienes me criticaban se negaban a considerarse a si como comunitaristas. El comunitarismo, reconozcan o no esa etiqueta quienes lo practican, plantea por lo tanto una relacin, no incompatible, pero si conflictiva con la libertad individual, sobre todo en la medida que vienen siempre a primar los derechos del Todo sobre lo singular. Hay una relacin tutelar, al menos en trminos discursivos, de la vida colectiva sobre las elecciones individuales.

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La propia produccin en el imaginario colectivo de una cultura gay y lesbiana plantea un problema en trminos polticos de similares caractersticas . Hoy en da se referencia una cultura gay y lesbiana, incluyendo en el seno de la misma a toda una serie de escritores, artistas, pensadores y personalidades pblicas de los que habra que preguntarse se habran deseado o aceptado ser integrados como miembros de la misma. Interrogante que incrementa en importancia cuando algunos de ellos ni siquiera expresaron un compromiso concreto con el colectivo gay, viviendo armarizados o incluso teniendo una produccin sin relacin alguna con la cuestin de la homosexualidad. Habra que despejar la incgnita sobre qu grado de identificacin habra tenido por ejemplo Garca Lorca con el colectivo gay o si incluso no se habra opuesto al propio movimiento gay. Se podra afinar el tema sealando que hubo autores que no slo estuvieron en sus respectivos armarios, pero que adems nunca se consideraron a si mismos como escritores gays. Lo que no ha impedido pero que hayan sido integrados en esa misma cultura gay y lesbiana. Lo dicho vuelve a traer a colacin , primero la cuestin de las libertades individuales, segundo, el carcter socialmente construido del comunitarismo y ms en concreto, de sus dimensiones simblicas. Las reapropiaciones colectivas tienen ejemplos ilustrativos que desbordan la realidad de las minoras sexuales. Sin ir ms lejos, durante mucho tiempo la opinin pblica francesa permaneci creyendo que Pablo Picasso era un artista francs , cuando es conocido que el artista malagueo, aun a pesar de su arraigo en el pas vecino, siempre afirm su espaolidad. Tambin existieron dudas sobre si Severo Ochoa, Premio Nobel de Medicina, poda ser sujeto de orgullo nacional norteamericano o espaol. Las apropiaciones son por lo tanto un elemento inherente del comunitarismo en general y del comunitarismo gay en particular. Este comunitarismo de apropiaciones, de creacin de sentido, de identidad y de memoria colectiva, fue lo que hizo la fuerza poltica del movimiento gay y lesbiano en los aos 90. Ante todo y por encima de todo, porque las minoras sexuales conseguan tener un discurso si mismas y fue este ltimo el que aseguraba la articulacin poltica de la lucha contra la homofobia. El gran logro del movimiento de lucha contra el Sida y de los movimientos Queer que lo circunscribieron estribo en su capacidad de convertirse en un sujeto discursivo, caracterizado por el principio de identidad y de oposicin a la institucin de la heterosexualidad obligatoria en base a una comunidad imaginada. La creacin de los festivales de cine gay y lesbiano, de premios y certmenes literarios y de creacin artstica, sobre todo contra las imgenes degradantes que en estos mbitos se representaban de las minoras sexuales, vino condicionado por un proceso de reconcienciacin y movilizacin comunitaria. El debate vuelve a ser hasta qu punto tiene legitimidad esa conciencia colectiva desde una ptica individual. Lo que evidentemente, torna a traer a debate ( cuestin sobre la que no dejar de insistir y que yo quisiera que fuese objeto de intercambio en este encuentro) las dimensiones polticas y morales de los equilibrios entre los derechos colectivos y las libertades individuales. En suma entre el orden de la subjetividad y el de la representacin.

La comunidad como realidad sociolgica


Las diversas controversias y problemticas de las que se acaba de hacer este telegrfico enunciado abre una segunda ventana analtica. En efecto, debe distinguirse entre el comunitarismo como instrumento de movilizacin poltica, basado sobre todo en una serie de

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universos simblicos apropiados y el comunitarismo como practica social. Si el discurso poltico ha hecho una referencia sistemtica a un ente colectivo, cabe interrogarse si ste ltimo goza de tangibilidad sociolgica y de verdaderos e inquebrantables factores de cohesin. En otros trminos, si podemos hablar de forma objetiva de una Comunidad gay. La Comunidad gay ha sido tradicionalmente vinculada con una serie de localizaciones espaciales de carcter urbano conocidas, por lo general, con el nombre de El Ambiente. El debate sobre el barrio gay , que al igual que se llev a cabo sobre el comunitarismo, tampoco es nuevo en si mismo, puesto que ya estaba en el espritu de los activistas de los aos 70, vino condicionado por el propio medio ambiente poltico y social de los aos 90 y la emergencia de una serie de problemticas debatidas de manera interseccional por la clase poltica, los medios de comunicacin y los crculos acadmica. En el ltimo caso, en especial los vinculados a las disciplinas sociolgicas y todava ms en particular, la sociologa de la integracin de carcter funcionalista o sistmico y la sociologa urbana y de los movimientos sociales de orientacin marxista o neomarxista. La crisis del vnculo social y los procesos de integracin institucional abri senda reflexin sobre la secesin de ciertos grupos, dispuestos a guiarse por sus propias normas y a encerrarse territorialmente en un espacio determinado. Es lo que vinieron a denominarse los guetos. La nocin de gueto fue uno de los temas estrella de la Ecologa Humana vinculada a la Escuela de Chicago. Por cuestiones de tiempo y espacio no me detendr en la produccin sociolgica alrededor de este tema, por cierto, muy rica e interesante. Simplemente precisar que en los aos 90, el llamado gueto segua siendo percibido como una consecuencia del comunitarismo. Esta cuestin no dej de estar presentes en los crculos de activistas e intelectuales gais, ms todava cuando se perfilaba en el horizonte una fantasmagrica influencia del modelo social norteamericano. Estaba en el centro de la discusin si no se estaban construyendo o no estbamos construyendo nuestros propios Castros que dificultara para siempre una integracin social para las minoras sexuales. La primera de las incgnitas que esto invita a despejar es si la concentracin de un grupo de individuos en el interior de unas fronteras geo-urbanas ms o menos bien trazadas, constituyen en si mima una comunidad. Lo que lleva a pensar las relaciones entre cultura ( que es el universo simblico que circunscribe a toda comunidad) y territorio ( es decir, el espacio material en el que se constituyen los mecanismos de interaccin entre unos individuos susceptibles de articular un todo). Los dos trminos han sido a menudo confundidos, cuando en realidad se erigen en variables independientes, quedando por sentado que la existencia de un trmino no presupone mecnicamente la del otro. No hay, en efecto, una imbricacin entre ambos. Ciertos grupos con una fuerte identidad y conciencia comunitaria pueden estar territorial dispersos. La conciencia comunitaria juda no se circunscribe por ejemplo a las fronteras del Estado Hebreo. En Francia, sin ir ms lejos, los judos son cada vez ms partidarios de Israel en el conflicto palestino, aun a pesar de que sean ciudadanos franceses y de que la poltica del pas vecino se revele decididamente pro- rabe. Los barrios negros en los Estados Unidos, pese a los vnculos que podra establecer la raza, son espacios de desvertebracin y no constituyen una comunidad cohesionada. El apoyo masivo a Obama en las ltimas elecciones presidenciales en los Estados Unidos tiene mucho ms que ver con la existencia de un lder carismtico y la experiencia del racismo ( y las esperanzas de paliar sus consecuencias sociales y econmicas), ms que con la existencia de una comunidad negra bien concienciada de su condicin racial y de las obligaciones de solidaridad grupal. Habra que preguntarse entre estos dos modelos y

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experiencias, la juda y la negra, dnde podramos situar a la cuestin gay y ms concreto a la cuestin de la comunidad gay. Ms especficamente, el interrogante por contestar es saber en qu medida el llamado barrio gay ( es decir, un espacio territorial y geo-urbano) articula una comunidad. El barrio gay naci originariamente como un islote social que reflejaba los procesos de discriminacin ejercida por una sociedad heterosexual, cuya organizacin urbana y espacio pblico se estructur en torno a los binarismo de sexo y gnero, excluyendo cualquier manifestacin anti-normativa de afectividad en los espacios legtimos de visibilidad y construccin social de la realidad. La poltica urbana, la organizacin de las infraestructuras y las polticas de vivienda,( sobre todo en lo que hace referencia a la distribucin de los espacios) as como las propias bases analticas de disciplinas como la demografa y la teora de la poblacin, se basaron en binarismos que aseguraban la reproduccin social y simblica de las identidades y los roles de sexo y gnero. Cabe recordar que pese a la liberacin sexual de los aos 60 y 70, las expresiones de afecto entre personas del mismo sexo en los locales de ocio estaban proscritas y que los famosos reservados fueron espacios hetero-normativo. El famoso nido de amor de inspiracin romntica se populariz en funcin a la binarizacin de sexo y gnero. Si en un principio el barrio gay y los locales se van a caracterizar por su infrencuentabilidad, sordidez y clandestinidad, a principios de los 80 acabarn convirtindose ( a travs de un proceso de visibilizacin de los locales) en una fuente de crtica a ese mismo espacio urbano heteronormativizado. Los propios aos 90 contribuyeron, a la par del auge del movimiento de lucha contra el Sida y de la emergencia de un nuevo radicalismo bajo la bandera Queer, no slo a consolidarse al barrio gay como espacio particular , sino tambin como espacio de solidaridad y autoproteccin. La famosa bandera Arco Iris que ondearon en las entradas de los locales y la existencia de comercios y espacios de ocio que hicieron su ostentacin simblica, reflej la fortificacin de una identidad y conciencia comunitaria, muy deudora de la nueva amenaza homofba que trajo consigo la propia experiencia del Sida. No es extrao, a ese respecto, que fuese durante la primera mitad de los aos 90 que las polticas de coalicin se hiciesen ms constantes entre los diversos sectores de las minoras sexuales y que las tensiones entre el mundo asociativo y el de los negocios ( muy presentes en los 70 y parte de los 80) conociesen un proceso de aflojamiento. El xito de las famosas GayPride( que tambin se convirti en un rito poltico comunitario y no solamente ldico y comercial), vino precisamente condicionado por una delimitacin ms clara de la identidad y la conciencia colectiva. La seria amenaza que se abati sobre los derechos civiles en un clima conservador convirti a este evento en un nido en el que se articul un amalgama de reclamos comerciales y reivindicaciones polticas. La esttica gay que se apoder de las revistas especializadas y que invadi posteriormente los medios de comunicacin de masas tena de hecho un fuerte contenido poltico. Lo que Alberto Mira denomin la masculoca ya tena una dimensin nomitativa transgresora que desconstrua las certezas alrededor del gnero, al referirse el desarrollo corporal a una determinada representacin normativa de la masculinidad y a una serie de actitudes vinculadas al sexo opuesto. El hombre musculoso ha sido tradicionalmente concebido, sobre todo en la institucin imaginaria de la heterosexualidad, como un varn viril, forzudo y heterosexual, mientras la loca se defina sobre todo por su feminidad y debilidad. La musculoca rompa as el binarismo de gnero impuesto por la experiencia histrica de la modernidad. El hombre de gimnasio

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manifiestamente gay rompa de esta manera las relaciones lineales que se haban establecido entre sexo, sexualidad y gnero. En el campo de la sociologa del deporte, sobre todo influidas por el construccionismo de los aos 70, se hizo nfasis precisamente en los dispositivos polticos, culturales y simblicos de la construccin del cuerpo masculino. La musculoca fue una herencia directa de los aos 70 y de los procesos de virilizacin pardica del gay que quedo sintetizada en los comics de Tom of Finland y en la propia produccin de los pornogrfos, cuyos escenificaciones de las relaciones sexuales estuvieron dominadas por actores que encarnaba roles sociales muy vinculados al gnero masculino y a la institucin de la heterosexualidad obligatoria : policas, militares, mercenarios, vigilantes de seguridad, funcionarios de prisin, camioneros y obreros de la construccin. La musculoca no fue en absoluto una representacin asimilacionista de la identidad masculina heterosexual, sino un acto poltico y cultural de desconstruccin de esta ltima. Era una puesta en cuestin de las presunciones de heterosexualidad y la confirmacin de que el concepto de masculinidad y los ritos prcticos no era una expresin de innatismo, sino todo lo contrario una construccin social que las habituaciones reciprocas y los procesos de socializacin en las normas y los roles de gnero haban impuesto. No slo haba un proceso de desconstruccin simblica del cuerpo masculino, sino un proceso de politizacin del mismo, que tiene su origen en las propias problemticas del movimiento de lucha contra el Sida. Este ltimo jug mucho con las imgenes mrbidas de chicos cadavricos y moribundos, que pretendan sobre todo denunciar el carcter criminal del Estado y de las instituciones en su disida en la lucha contra la pandemia. El uso del tringulo rosa tuvo en ese sentido una fuerte carga simblica y poltica puesto que rememorizaba la opresin histrica de las minoras sexuales. Sin embargo, la figura de la musculoca que apareci en las GaysPrides, en las revistas y en la produccin pornogrfica tuvo un efecto amortiguante. Pese a los ramalazos de frivolidad de cuyo principal beneficiario era el mercado, tambin rompa con la imagen de un cuerpo victimizado y pasivo sobre el que el sujeto no tena ningn dominio. Reflej un trabajo de intervencin sobre el propio cuerpo, de su reconstruccin, que erradicaba las imgenes homofbas fatalistas y punitivas por delito de gnero que estaban en la nueva discursiva discriminatoria que conllev la experiencia de la pandemia. Estos contradiscuros tomaron forma en el barrio gay y en sus propias representaciones simblicas. Evidentemente, todos estos procesos de transgresin y contradiscursivizacin de los cuerpos empezaron a perder de su fuerza con la propia entrada en crisis del movimiento de lucha contra el Sida, cmo veremos e intentare explicar ms abajo. Hay que tener en cuenta que el barrio gay funcion tambin como red de cada, que el socilogo francs Mickael Pollack identific, yo creo que de forma acertada, como felicidad en el gueto. El barrio gay creo redes de sociabilidad que contribuyeron en mucho a romper con las situaciones de alineacin vividas por gays, lesbianas y transexuales, puesto que crearon procesos de individualizacin ( imposibles de pensar en espacios heteronormativizados). Individualizacin que remita a un mecanismo simultaneo de solidaridad comunitaria que la experiencia de la pandemia contribuy a tejer. No hay que dejar de tener en cuenta de que, pese a la dimensin ldica e inserta en la cultura del ocio y del tiempo libre del barrio gay, este aceler la socializacin y conciencia poltica en la lucha contra el Sida. No es cierto, a ese respecto, que los espacios ldicos fueron meros refugios de evasin frente a la realidad de la pandemia. Justamente reforz la conciencia de la misma. La experiencia de los hechos ha demostrado que buena parte de los activistas y voluntarios que acabaron finalmente en los movimientos de lucha contra el Sida ( exceptuando las minoras ya politizadas o procedentes del

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mbito intelectual o universitario) procedieron del llamado Ambiente. Estos ltimos acabaron procediendo a un mecanismo de politizacin de lo privado ( en recta lnea con la herencia del movimiento feminista). La experiencia de la perdida de los amigos y del sufrimiento personal que esto supuso para muchos gays, encerr un mecanismo de politizacin de una cotidianidad vivida como cuerpos sufrientes. Si la movilizacin poltica definitiva y la propia interlocucin y confrontacin con los poderes pblicos vino de la mano de los movimientos asociativos, en especial de actores como Act-Up-Pars, AIDES, la Radical Gai, LSD o los Comits Ciudadanos, las redes de solidaridad e implicacin militante empezaron a embrionar en el barrio gay. Es cierto que los movimientos asociativos ejercieron un agudo control poltico sobre los espacios de ocio. Mi experiencia como activista de Act-Up-Pars me trae el recuerdo a ese respecto de los boicots contra los locales que se negaban a implicarse en las polticas de informacin y prevencin. En ese sentido, cmo ha apuntado Fernando Villaamil con toda lucidez y acierto, VHi y prevencin fueron dos de los elementos que contribuyeron a la constitucin de una identidad y conciencia colectiva de las minoras sexuales. Al mismo tiempo que desde el barrio gay se tejan redes de cada contra las discriminaciones y planificaban polticas de prevencin contra el Sida, desde el movimiento asociativo se constitua lo que vino a denominarse la Seropositividad Poltica. Esta ltima gir de hecho en torno a tres ejes : la lucha poltica contra el poder del cuerpo mdico y de las instituciones sanitarias, la lucha social contra las desigualdades en el acceso a los tratamientos y la salud desde un enfrentamiento directo con el espritu de rapia de la industria farmacutica y la especulacin econmica y financiera con la investigacin cientfica y una lucha cultural contra las viejas concepciones en torno a la enfermedad, el sufrimiento y el cuerpo. Creo, en ese sentido, que el barrio gay aport, por decirlo de alguna manera, los recursos humanos, para la articulacin de esta serie de problemticas a la vez polticas, sociales y culturales. Si la frivolidad, el hedonismo y el consumismo nunca han podido dejar de ser un componente esencial del Ambiente, mal se hara si se dejase de tener en cuenta el papel poltico fundamental que jug, al menos, en lo que hace referencia a la conciencia de la pandemia y la necesidad de crear redes de solidaridad frente a ella. Evidentemente la pregunta que habra que formular ahora es qu queda de todo ello, hoy entrados en crisis, tanto el movimiento de lucha contra el Sida como las problemticas que encerr la cuestin de la Seropositividad Poltica.

De la crisis del comunitarismo al gueto comercial : reflexiones sobre la Identidad basura


Uno de los aspectos fundamentales del movimiento gay, sobre todo bajo la batuta del movimiento de lucha contra el Sida y de los movimientos contra-normativos y contra-discursivos Queer consisti en operar un proceso de desconstruccin de las representaciones homofbicas que imperaban en el imaginario colectivo heterenormativo alrededor de las minoras sexuales, y reconstruir la identidad de estas a travs de un mecanismo de subjetivizacin. Es decir, de la reformulacin de los sentidos. La visibilidad del barrio gay y su desclandestinacin social fue uno de los vectores de ese mismo proceso de reconstruccin identitaria. En el plano poltico, el origen de ello est precisamente en la capacidad de movilizacin que tuvo el discurso comunitarista en el marco del movimiento de lucha contra el Sida. El periodo post-pandmico obliga sin embargo a repensar el lugar del barrio gay , ms todava cuando su actividad principal ( la comercial) se ha ido autonomizando de su actividad

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complementaria ( la poltica). Esa autonomizacin de la esfera comercial respecto a la poltica, acentuada por la propia entrada en crisis del movimiento de lucha contra el Sida,ha redelimitado los contornos identitarios y la funcin social del barrio gay. La politizacin del barrio gay (que vino condicionada por la necesidad de asegurar medidas de prevencin y luchar contra la pandemia) se ha ido viendo por un mecanismo de expulsin justamente de la poltica y el triunfo de una identidad basada en el mero consumismo, el individualismo y unos signos comerciales que yo denominara, parafraseando a Oscar Guasch, la identidad basura. La cuestin est ahora en saber qu efectos tiene esa misma identidad basura en la cohesin y permanencia de la comunidad gay. La comunidad gay forj el vnculo entre los individuos que se consideraban miembros de la misma a travs de la realidad del padecimiento de las prcticas homofbas y fue el comn sentimiento de discriminacin lo que articul una conciencia colectiva cuyo espacio territorial y red de cada fue, en efecto, el Ambiente. Est por saber si este ltimo sigue asegurando esa proteccin comunitaria que garantiz en los aos ms crudos de la pandemia. Ms an, si el universo simblico adscrito a la identidad basura es autosuficiente para mantener en pie la identidad y la conciencia colectiva que haba constituido el movimiento de lucha contra el Sida. Mi respuesta es, firme y contundentemente, negativa. La razn de mi respuesta, que podra a primera vista un tanto abrupta, se fundamenta en el hecho de que la identidad basura, por sus caractersticas, ( el consumismo) conlleva un efecto disgregador, sobre todo en la medida que genera un individualismo de tipo narcisista que est en las antpodas mismas de los valores polticos de solidaridad comunitaria. La bien conocida y experimentada por muchos de nosotros, gays, lesbianas o transexuales, falta de calidad de las relaciones humanas en el seno del llamado Ambiente ( donde imperan ideales efmeros como la belleza, la juventud o el consumo) y donde en cambio huelgan los valores ticos y polticos de solidaridad, es un buen reflejo de que el barrio gay es ms bien una fuente de transfuguismo que de cohesin. Por lo tanto, no puede decirse ya que el barrio gay constituya una comunidad, ms todava cuando los canales de comunicacin y vinculacin entre los individuos ya no son otros que el mero consumismo y una identidad comercial (despolitizada) sujeta a grandes intereses econmicos, tanto los del Gaybusiness como las de ciertas firmas interesadas en vincularse con el gay y conquistar un mercado de borregos entre este colectivo. El hecho de que cierta marca de prendas intimas masculinas est tan relacionadas con lo gay, demuestra la descarada manipulacin e instrumentalizacin de un colectivo que en realidad tiene un acceso limitado a esos objetos de consumo. Jos Miguel Corts ha formulado una severa y aguda crtica de cmo los elementos ms transgresores de las masculinidades pardicas se han convertido en expresiones asimilacionistas de la vieja representacin heteronormativa de la masculinidad. Si en el pasado la representacin masculina y viril de los gays albergaba en realidad una crtica cultural de la masculinidad en su sentido hetero-normativo, hoy est sirviendo para alimentar formas de homofobia sutil, debidamente interiorizada por muchos gays. Acaso habra que recordar que el gay afeminado es cada vez objeto de reprobacin entre el colectivo homosexual masculino. La comercializacin del cuerpo gay virilizado ( en otros tiempos, fuente de desconstruccin y transgresin), refleja la profunda acomodacin de una parte de los varones al universo simblico hetero-normativo.

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La cuestin no radia aqu en poner en jaque la existencia de un enclave urbano gay, haciendo un llamamiento demaggico contra la pretendida guetizacin o fragmentacin de la sociedad , aludiendo al peligro fantasmagrico del pretendido proceso de americanizacin de nuestra sociedad. Mirado as, habra mucho que debatir sobre las tendencias secesionistas, proclives a la hermetizacin y el aislamiento del que hacen gala ciertos ghetos sociales : por ejemplo, los barrios residenciales de los sectores ms acomodados de la sociedad. La sociologa urbana, y esto desde los aos 70, ha puesto de manifiesto que los espacios urbanos son siempre espacios recortados y caracterizados por juegos de distanciamiento a partir de variables polticas, sociales y econmicas. En ese sentido, casi nunca ha habido unanimidad conceptual sobre la idea misma de segregacin y por lo tanto de integracin. Por otra parte, ante de echar el grito al cielo contra los peligros del autoencierre, habra tambin que enfocar el problema de las discriminaciones sociales que hacen que el barrio gay siga funcionando como una red de cada para muchos sectores del colectivo gay, lesbiano y transexual, ( sobre todo para los ms situados en la periferia de la estructura social). El gran problema del barrio gay en nuestro das es que haya pasado de ser un espacio de solidaridad comunitaria ( que fue lo que le caracteriz en los aos ms crudos de la pandemia) a convertirse en un mero gheto comercial, dominado por la identidad basura y de la que slo parecen beneficiarse una serie de intereses econmicos, dicho sea de paso, en absoluto interesados en que se erradiquen las discriminaciones en el seno de la sociedad heterosexual. La prueba est en que incluso personas sin vinculo poltico o cultural con las minoras sexuales, por ejemplo, empresarios heterosexuales, empiezan a ver en el mercado gay una jugosa fuente de negocio. El sujeto de peligro que hoy vive el colectivo gay, lesbiano y transexual no es en si mismo el del proceso de autorepligue en espacio hermticos. No hay que olvidar que el barrio gay no es un espacio territorial esttico y que su estructuracin, desestructuracn y reestructuracin estn condicionado por las circunstancias polticas y sociales del momento. Es decir, son espacios nmadas que se integran en estrategias geo-urbanas, que se caracterizan por ser de libre acceso y con los que los individuos mantienen relaciones ambivalentes de adhesin y distanciamiento segn sea la fuerza de los procesos de discriminacin social. De ah la importancia que tienen desde mi punto de vista, insistir sistemticamente en ello, de funcin de red de cada e incluso de autoproteccin comunitaria, como ocurri con la experiencia de la pandemia. El verdadero problema que amenaza al barrio gay ( y esto tambin deseara insistir de forma contundente y sistemtica) es el nuevo universo simblico que lo est circunscribiendo y que acab de identificar como identidad basura. Esta ltima, por su propia tendencia a convertir a los sujetos en meros individuos caracterizados por el puro consumismo, genera un proceso de despolitizacin y desde luego, de desmovilizacin del colectivo gay, lesbiano y transexual. Y es precisamente esa desmovilizacin poltica la que conlleva que huelgen estrategias colectivas en condiciones de asegurar una resignificacin de la sociedad heterosexual a partir de una erradicacin de las formas de violencia simblica que generan las discriminaciones. Una de las cosas evidentes, en ese sentido, es que el barrio gay, ha de ser una red de sociabilidad libremente elegida en un abanico de redes alternativas, y en ningn caso una mera y obligada red de cada ante la imposibilidad de participacin social en otros espacios. Ese horizonte suele puede ser alcanzado, evidentemente, si se es capaz de asegurar una removilizacin poltica y cultural, igual de opuesta a las propuestas asimilacionistas, que en

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el caso concreto espaol se han convertido en formas de claudicacin cultural frente a la hetersexualidad obligatoria y frente a la identidad basura, que slo parece beneficiar a quienes sacan provecho comercial y econmica (entre otros, el gaybusiness) de las situaciones de discriminacin. Muchas gracias Laurentino Vlez-Pelligrini

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