OSAL32 Movimientos Socioambientales en América Latina
OSAL32 Movimientos Socioambientales en América Latina
OSAL32 Movimientos Socioambientales en América Latina
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Revista del Observatorio Social de Amrica Latina [Ao XIII N 32 - Noviembre de 2012]
OSAL
Observatorio Social de Amrica Latina
Maristella Svampa | Henri Acselrad | Horacio Machado Aroz | Alberto Acosta y Decio Machado | Norma Giarracca y Daniela Mariotti | Pablo Ospina Peralta y Rickard Lalander | Csar Enrique Pineda | Mina Lorena Navarro | Jorge Luis Durez Mendoza
Debate
Para una caracterizacin de la crisis histrica de nuestra poca - Jos Guadalupe Gandarilla Salgado
Experiencias latinoamericanas
El #YoSoy132 y las elecciones en Mxico - Luz Estrello y Massimo Modonesi
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Sumario
Movimientos socioambientales
Consenso de los commodities, giro ecoterritorial y pensamiento crtico en Amrica Latina Maristella Svampa Descaminhos do ambientalismo consensualista Henri Acselrad Los dolores de Nuestra Amrica y la condicin neocolonial. Extractivismo y biopoltica de la expropiacin Horacio Machado Aroz Movimientos comprometidos con la vida. Ambientalismos y conflictos actuales en Amrica Latina Alberto Acosta y Decio Machado Porque juntos somos muchos ms. Los movimientos socioterritoriales de Argentina y sus aliados Norma Giarracca y Daniela Mariotti Razones de un distanciamiento poltico: el Movimiento Indgena ecuatoriano y la Revolucin Ciudadana Pablo Ospina Peralta y Rickard Lalander La dimensin socioambiental del movimiento mapuche en Chile Csar Enrique Pineda Las luchas socioambientales en Mxico como una expresin del antagonismo entre lo comn y el despojo mltiple Mina Lorena Navarro 15
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Conflictos socioambientales en el Per neoliberal. Una aproximacin estructural en trminos histrico-polticos Jorge Luis Durez Mendoza
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Debate
Para una caracterizacin de la crisis histrica de nuestra poca Jos Guadalupe Gandarilla Salgado 191
Experiencias latinoamericanas
El #YoSoy132 y las elecciones en Mxico. Instantneas de una imposicin anunciada y del movimiento que la desafi Luz Estrello y Massimo Modonesi
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Resea
La medida de una nacin. Los primeros aos de la evaluacin en Mxico. Historia de poder y resistencia (1982 - 2010) Tatiana Coll Lebedeff
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Editorial
Tendencias derechistas y repliegues en la resistencia
MassiMo Modonesi
En los ltimos aos, lamentablemente inici una fase en que los equilibrios polticos en Amrica Latina parecen inclinarse, tendencialmente, hacia la derecha. Los meses recientes mostraron evidencias contundentes en este sentido. En junio, en Paraguay, con un nuevo golpe blanco la oligarqua terrateniente vuelve a tomar las riendas del gobierno. En julio, en Mxico, por medio de una descarada y fraudulenta operacin de manipulacin del voto, orquestada por el capilar aparato del viejo partido de Estado el PRI, se impuso un candidato construido artificialmente a nivel meditico e inflado por encuestas hechas a la medida. En agosto, el movimiento estudiantil chileno es agredido por una represin particularmente brutal y sistemtica. En otros pases, gobernados por fuerzas progresistas, la derecha levanta la cabeza y muestra los dientes. Por otra parte y de forma simultnea, en estos mismos pases, tendencias derechistas o si se prefiere conservadoras se manifiestan al interior de los llamados gobiernos progresistas. Esto puede observarse tanto en la orientacin oscilante de las polticas pblicas, en la recomposicin de las alianzas, en la cristalizacin burocrtica de lites polticas en instituciones estatales y, sobre todo, en el creciente desfase respecto de los intereses de sectores sociales que recurren con mayor intensidad a la movilizacin como instrumento de protesta y de oposicin. Estas manifestaciones dan cuenta de la persistencia de malestares laborales o de la emergencia de agravios socioambientales; pero lo que marca una ruptura difcilmente reversible es que los gobiernos responden atacando, deslegitimando, criminalizando, cuando no directamente reprimiendo a movimientos sociales cuyos orgenes y demandas son indudablemente populares y progresistas. Esta confrontacin recurrente, si no permanente y las formas que va adquiriendo, objetiva e inequvocamente, derechizan a los gobiernos progresistas. Al margen de las posturas y de los argumentos que sostienen los posicionamientos contrapuestos,
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Editorial
es innegable que se trata de ms de un (o ms que un) sntoma, de la demostracin de una involucin que obliga a sacar ciertas conclusiones amargas. Por redistributivo, antiimperialista y progresista que sea asumiendo y concediendo que estas caractersticas se cumplen cabalmente en todos los pases un gobierno que desmoviliza, burocratiza, clienteliza y adems se confronta a los movimientos de protesta que surgen desde abajo, como mucho puede impulsar lo que Gramsci llamaba revolucin pasiva. Adems, si la delegacin y el caudillismo imperan como mecanismo de pasivizacin, aparece la sombra de lo que el mismo autor llamaba cesarismo progresivo. Todo esto acompaado y sostenido por un intenso proceso de transformismo, es decir, la cooptacin de partes importantes cuando no enteros grupos dirigentes de los sectores populares en los marcos de una institucionalidad tendencialmente inmutada y, por lo tanto, impregnada de lgicas y dinmicas conservadoras. Gramsci sostena que una revolucin pasiva implicaba un proyecto-proceso de transformacin en el cual se incorporaban ciertas demandas e impulsaban ciertos cambios; pero sin rebasar determinado umbral y con finalidad substancialmente conservadora. Sin participacin activa, protagonismo y movilizacin permanente, o por lo menos recurrente, no hay proyecto emancipatorio que se extienda en el tiempo, se intensifique y asuma radicalmente la agenda antineoliberal, ni que pueda vislumbrar cambios de alcance anticapitalista. En medio de este panorama poco alentador, en gran parte de Amrica Latina, despus de un ciclo en donde las luchas sociales se haban proyectado en sentido antagonista y haban provocado significativos cambios polticos, observamos un poderoso empuje hacia la reconfiguracin de la subalternidad como condicin para sostener nuevas y viejas modalidades de dominacin, frente a las cuales reaparecen formas de lucha tpicamente defensivas y de resistencia que hay que reconocer como tales, sin que ello implique restarles valor ni desconocer su potencial. En este sentido, este nmero de OSAL ofrece un panorama ilustrativo y al mismo tiempo inquietante de las dinmicas de despojo ambiental y de una serie de luchas de resistencia que, frente a esto, han surgido en Amrica Latina, no slo en pases donde gobierna la derecha, como por ejemplo Mxico y Chile, sino tambin all donde encontramos gobiernos progresistas que no frenan el despojo neoextractivista sino que, bajo el argumento del financiamiento al desarrollo, se hacen cmplices de empresas transnacionales y alimentan las dinmicas depredadoras del capitalismo actual. Con ello, una profunda fractura atraviesa el que otrora, en los tiempos de las rebeliones antineoliberales, pareca el campo de las fuerzas populares; y, en esta divisin, una fraccin oscila y resbala hacia la derecha, bajo ropajes nacional populares, pero siempre menos progresista y siempre ms conservadora. Este amplio dossier inicia con un texto de Maristella Svampa en el cual la sociloga argentina bosqueja el panorama del problema poniendo de relieve tanto sus dimensiones estructurales, vinculadas a la persistencia y profundizacin del modelo primario exportador ligado a las tendencias de la economa mundial y la complicidad entre sectores dominantes del centro y de la periferia, as como la emergencia de fenmenos de resistencia. En este mismo sentido interviene el brasileo Henri Acselrad, quien cuestiona el pragmatismo paliativo de un ambientalismo consensualista que no reconoce la emergencia de fuertes y significativos conflictos en los cuales afloran las resistencias hacia un desarrollismo basado en la expropiacin
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de los ambientes de los trabajadores, los campesinos y las comunidades. Por su parte, el argentino Horacio Machado Aroz pone en evidencia la lgica imperial colonial de lo que ha sido nombrado neoextractivismo, sealando sus implicaciones econmicas, sociales y ambientales pero tambin biopolticas. En un tenor similar, los ecuatorianos Alberto Acosta y Decio Machado revisitan la historia del surgimiento del pensamiento ambientalista, el nacimiento de la ecologa poltica y la crtica al modelo desarrollista para reflexionar sobre las implicaciones actuales de los distintos tipos de ambientalismo que circulan en la actualidad en Amrica Latina. Abordando otro aspecto del problema, las argentinas Norma Giarracca y Daniela Mariotti presentan y analizan una dimensin poco estudiada de los movimientos socioterritoriales: sus alianzas; dando cuenta de las estrategias que formulan y siguen para seleccionar a sus interlocutores y para tejer acuerdos con otros actores. Examinando uno de los clivajes fundamentales de la poltica ecuatoriana de los ltimos aos, Pablo Ospina Peralta y Rickard Lalander indagan las causas de los conflictos y del distanciamiento entre el Movimiento Indgena ecuatoriano y la Revolucin Ciudadana encabezada por el presidente Rafael Correa. En su artculo sobre la lucha del pueblo mapuche en Chile, el socilogo y activista mexicano Csar Enrique Pineda pone de relieve la dimensin socioambiental del conflicto, resaltando la resistencia de los mapuches a la industria forestal, los procesos extractivos mineros y la construccin de proyectos hidroelctricos. Desde Mxico, Mina Lorena Navarro propone estudiar a los movimientos socioambientales a partir de una nocin de lo comn, que permita colocar en el centro del anlisis la relacin antagnica entre las diversas estrategias de despojo implementadas por el capitalismo y la defensa emprendida por quienes se ven afectados. Cierra el dossier el artculo del joven socilogo peruano Jorge Luis Durez Mendoza, quien interpreta los conflictos socioambientales en Per como demostracin de la imposibilidad del neoliberalismo de resolver los problemas histricos de la estructura social de este pas. En otras secciones, el lector de este nmero puede encontrar textos de Jos Guadalupe Gandarilla Salgado sobre la crisis capitalista, pensada como crisis civilizatoria y como crisis de la modernidad; y de Luz Estrello y Massimo Modonesi, quienes relatan la emergencia del movimiento Yo Soy 132 en el contexto de la polmica eleccin presidencial mexicana. La tradicional seccin de aportes del pensamiento crtico latinoamericano est dedicada, en esta ocasin, al filsofo marxista Adolfo Snchez Vzquez, fallecido recientemente en Mxico y cuyas contribuciones a un marxismo crtico pensado como filosofa de la praxis tratamos de sintetizar volviendo a publicar un texto del propio autor, ms una sntesis de su trayectoria y su pensamiento elaborada por Aureliano Ortega Esquivel. Por ltimo, Tatiana Coll Lebedeff resea el libro fundamental y monumental (casi mil pginas publicadas por CLACSO) de Hugo Aboites sobre las reformas neoliberales en materia de evaluacin educativa en Mxico y las luchas antineoliberales que las contrastaron a lo largo de treinta aos. Buena lectura.
Movimientos socioambientales
Consenso de los commodities, giro ecoterritorial y pensamiento crtico en Amrica Latina Maristella Svampa Descaminhos do ambientalismo consensualista Henri Acselrad Los dolores de Nuestra amrica y la condicin neocolonial. Extractivismo y biopoltica de la expropiacin Horacio Machado Aroz Movimientos comprometidos con la vida. Ambientalismos y conflictos actuales en Amrica Latina Alberto Acosta y Decio Machado Porque juntos somos muchos ms. Los movimientos socioterritoriales de Argentina y sus aliados Norma Giarracca y Daniela Mariotti Razones de un distanciamiento poltico: el Movimiento Indgena ecuatoriano y la Revolucin Ciudadana Pablo Ospina Peralta y Rickard Lalander La dimensin socioambiental del movimiento mapuche en Chile Csar Enrique Pineda Las luchas socioambientales en Mxico como una expresin del antagonismo entre lo comn y el despojo mltiple Mina Lorena Navarro Conflictos socioambientales en el Per neoliberal. Una aproximacin estructural en trminos histrico polticos Jorge Luis Durez Mendoza
Resumen
En este artculo, Maristella Svampa propone reflexionar sobre el carcter de las luchas socioambientales en Amrica Latina a partir de dos elementos de anlisis: la inflexin extractivista y la ambientalizacin de las luchas sociales. El primero de ellos est estrechamente vinculado al cambio en el modelo de acumulacin del sistema capitalista, identificado por la autora como Consenso de los commodities, basado en la expansin de proyectos que buscan la extraccin y exportacin de bienes naturales a gran escala. El segundo, se vincula con el giro ecoterritorial que en los ltimos aos est marcando a los movimientos que se resisten a dichos proyectos y que combina la matriz indgena comunitaria con el discurso ambientalista, que hace nfasis en la defensa de la territorialidad. De esta manera, la autora plantea un recorrido por algunos de los conflictos territoriales en el continente y al final apunta cules seran los retos que ellos estn representando al interior del pensamiento crtico latinoamericano.
Abstract
In this paper, Maristella Svampa proposes to reflect on the nature of socio-environmental struggles in Latin America from two viewpoints for analysis: the extractivist drive and the environmentalisation of social struggles. The former is closely related to the change in the cumulative capitalist system, which Svampa sees as a consensus of commodities, i.e. one based on scaling up projects aimed at large-scale exploitation and export of natural resources. The latter relates to the environmental and territorial move that has lately become the hallmark of movements that object to such projects. This move brings together an indigenous community matrix and the environmental discourse, which focuses on the defence of territoriality. Thus, the author presents a review of some of the territorial conflicts in the continent and, towards the end, points out the possible challenges they represent for the core of Latin American critical thinking.
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Svampa, Maristella 2012 Consenso de los commodities, giro ecoterritorial y pensamiento crtico en Amrica Latina en OSAL (Buenos Aires: CLACSO) Ao XIII, N 32, noviembre.
Un anlisis que aborde la actual cuestin poltica y el rol de los movimientos sociales en Amrica Latina debe incluir necesariamente una reflexin sobre el carcter de las luchas socioambientales que hoy atraviesan la regin y las diversas dimensiones que estas involucran. En razn de ello, con el fin de analizar cmo las diferentes dimensiones de las luchas socioambientales aparecen en el paisaje poltico latinoamericano, proponemos una presentacin en cuatro momentos sucesivos. En un primer momento, haremos referencia a la expansin del extractivismo en la regin latinoamericana, en el contexto del Consenso de los commodities. Luego de ello, realizaremos un anlisis del proceso de ambientalizacin de las luchas en Amrica Latina, as como de los tpicos y tensiones que atraviesan lo que hemos dado en denominar el giro ecoterritorial, en el cual convergen la matriz indgena comunitaria, el lenguaje acerca de la territorialidad y el discurso ambientalista. En tercer lugar, haremos hincapi en los conflictos y tensiones territoriales que hoy recorren diferentes escenarios nacionales, marcados por lo que denominamos, siguiendo a Zavaleta, la visin eldoradista en relacin a los recursos naturales. Por ltimo, daremos cuenta de la fractura que hoy se abre en el marco del Consenso de los commodities, dentro del pensamiento crtico latinoamericano, en relacin a esta problemtica.
En el ltimo decenio, Amrica Latina realiz el pasaje del Consenso de Washington, asentado sobre la valorizacin financiera, al Consenso de los commodities, basado en la exportacin de bienes primarios a gran escala. Ciertamente, si bien la explotacin y exportacin de bienes naturales no son actividades nuevas en la regin, resulta claro que en los ltimos aos del siglo XX y en un contexto de cambio del modelo de acumulacin, se ha venido intensificando la expansin de proyectos tendientes al control, extraccin y exportacin de bienes naturales, sin mayor valor agregado. As, lo que denominamos como Consenso de los commodities apunta a subrayar el ingreso a un nuevo orden econmico y poltico, sostenido por el boom de los precios internacionales de las materias primas y los bienes de consumo, demandados cada vez ms por los pases centrales y las potencias emergentes. Tal como lo revelan los datos de la CEPAL (2011), la mayora de los productos bsicos de expor-
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tacin de la regin mostraron un crecimiento vertiginoso en los ltimos aos: los precios de los alimentos alcanzaron su mximo histrico en abril de 2011 (maz, soja, trigo); los metales y minerales superaron el mximo registrado antes de la crisis de 2008, y algo similar puede decirse sobre los hidrocarburos. Aun en un contexto de crisis econmica y financiera internacional, que anuncia mayor incertidumbre y volatilidad de los mercados, las economas latinoamericanas continan con un desempeo positivo: as, los datos de 2011 proyectaban una tasa de crecimiento del PIB regional del 4,7%, contra el 6% de 2010 (CEPAL, 2010). Sin embargo, este modelo de crecimiento presenta numerosas fisuras estructurales. Por un lado, la demanda de materias primas y de bienes de consumo tiene como consecuencia un vertiginoso proceso de reprimarizacin de las economas latinoamericanas, algo que se ve agravado por el ingreso de potencias emergentes, como es el caso de China, que se va imponiendo crecientemente como un socio desigual en lo que respecta al intercambio comercial. En efecto, mientras que hacia 1990 China representaba tan solo un 0,6% del comercio exterior total de Amrica Latina, en 2009, ya alcanzaba el 9,7%. Este crecimiento fue en detrimento de EE.UU., los pases de la UE y Japn. Actualmente, China es el segundo socio comercial de la regin. Las exportaciones de Amrica Latina hacia China se concentran en productos agrcolas y minerales. As, para el ao 2009 las exportaciones de cobre, hierro y soja representaban el 55,7% de las exportaciones totales de la regin al pas oriental. Al mismo tiempo, los productos que China coloca en Amrica Latina son principalmente manufacturas que cada vez poseen mayor contenido tecnolgico (Slipak, 2012). En suma, este proceso de intercambio desigual no slo ha contribuido al incremento del precio de los commodities, sino tambin a generar un creciente efecto de reprimarizacin en las economas latinoamericanas. Este proceso viene, tambin, acompaado por la creciente prdida de soberana alimentaria, hecho ligado tanto a la exportacin de alimentos a gran escala como al destino de los mismos, pues cada vez ms la demanda de dichos bienes est destinada al consumo de ganado, as como a la produccin de biocombustibles. Por otro lado, desde el punto de vista de la lgica de acumulacin, el nuevo Consenso de los commodities conlleva la profundizacin de una dinmica de desposesin (Harvey, 2004) o de despojo de tierras, recursos y territorios, al tiempo que genera nuevas formas de dependencia y dominacin. No es casual que gran parte de la literatura crtica de Amrica Latina considere que el resultado de estos procesos sea la consolidacin de un estilo de desarrollo extractivista (Gudynas, 2009; Schuldt y Acosta 2009; Svampa y Sola lvarez, 2010), el cual debe ser comprendido como aquel patrn de acumulacin basado en la sobreexplotacin de recursos naturales, en gran parte, no renovables, as como en la expansin de las fronteras hacia territorios antes considerados como improductivos. As definido, el extractivismo no contempla solamente actividades tpicamente consideradas como tales (minera e hidrocarburos), sino tambin los agronegocios o la produccin de biocombustibles, lo cual abona una lgica extractivista mediante la consolidacin de un modelo tendencialmente monoproductor, que desestructura y reorienta los territorios, destruye la biodiversidad y profundiza el proceso de acaparamiento de tierras. La inflexin extractivista comprende tambin aquellos
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proyectos de infraestructura previstos por la IIRSA (Iniciativa para la Integracin de la Infraestructura Regional Suramericana), en materia de transporte (hidrovas, puertos, corredores biocanicos, entre otros), energa (grandes represas hidroelctricas) y comunicaciones; programa consensuado por varios gobiernos latinoamericanos en el ao 2000, cuyo objetivo central es facilitar la extraccin y exportacin de dichos productos hacia sus puertos de destino. As, la megaminera a cielo abierto, la expansin de la frontera petrolera y energtica (que incluye tambin el gas no convencional o shale gas), la construccin de grandes represas hidroelctricas, la expansin de la frontera pesquera y forestal, en fin, la generalizacin del modelo de agronegocios (soja y biocombustibles), constituyen las figuras emblemticas del extractivismo en el marco del consenso de los commodities. Uno de los rasgos centrales del actual estilo extractivista es la gran escala de los emprendimientos, lo cual nos advierte tanto sobre la gran envergadura en trminos de inversin de capitales (en efecto, se trata de actividades capital-intensivas, y no trabajo-intensivas); el carcter de los actores involucrados y la concentracin econmica (grandes corporaciones trasnacionales); la especializacin productiva (commodities), as como de los mayores impactos y riesgos que dichos emprendimientos presentan en trminos sociales, econmicos y ambientales. Asimismo, este tipo de emprendimientos tiende a consolidar enclaves de exportacin, que adems de generar escasos encadenamientos productivos endgenos operan una fuerte fragmentacin social y regional y terminan por configurar espacios socioproductivos dependientes del mercado internacional (Voces de Alerta, 2011). Por ltimo, en funcin de una mirada productivista y eficientista del territorio, el consenso de los commodities alienta la descalificacin de otras lgicas de valorizacin de los mismos. En el lmite, los territorios escogidos por el capital son considerados como socialmente vaciables (Sack, 1986), o territorios sacrificables. Ahora bien, la apelacin a un consenso tiene la virtud de invocar no slo un orden econmico sino la consolidacin de un sistema de dominacin, diferente al de los aos noventa, pues alude menos a la emergencia de un discurso nico que a una serie de ambivalencias, contradicciones y paradojas que van marcando la coexistencia y entrelazamiento entre la ideologa neoliberal y el neodesarrollismo progresista. En razn de ello, el consenso de los commodities puede leerse tanto en trminos de rupturas como de continuidades en relacin al anterior perodo. Como ya haba sucedido en la etapa del Consenso de Washington, el Consenso de los commodities establece reglas que suponen la aceptacin de nuevas asimetras y desigualdades ambientales y polticas por parte de los pases latinoamericanos en el nuevo orden geopoltico. Por un lado, contribuye a acentuar las lneas de continuidad entre un momento y otro, porque efectivamente tanto las transformaciones sufridas por el Estado nacional como la poltica de privatizaciones de los bienes pblicos operadas en los noventa sentaron las bases normativas y jurdicas que permitieron la actual expansin del modelo extractivista, garantizando seguridad jurdica para los capitales y una alta rentabilidad empresarial, que en lneas generales seran confirmadas con sus variaciones especficas durante la etapa de los commodities. Por otro lado, hay elementos importantes de diferenciacin y ruptura. Recordemos que en los aos noventa el Consenso de Washington coloc en el centro
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de la agenda la valorizacin financiera y conllev una poltica de ajustes y privatizaciones, lo cual termin por redefinir al Estado como un agente metaregulador. Asimismo, oper una suerte de homogeneizacin poltica en la regin, marcada por la identificacin o fuerte cercana con las recetas del neoliberalismo. A diferencia de ello, en la actualidad, el consenso de los commodities pone en el centro la implementacin masiva de proyectos extractivos orientados a la exportacin, estableciendo un espacio de mayor flexibilidad en cuanto al rol del Estado, lo cual permite el despliegue y coexistencia entre gobiernos progresistas, que han cuestionado el consenso neoliberal, con aquellos otros gobiernos que continan profundizando una matriz poltica conservadora en el marco del neoliberalismo.
En la medida en que los diferentes megaproyectos avanzan (...) y tienden a reconfigurar el territorio (...) ponen en jaque las formas econmicas y sociales existentes y el alcance mismo de la democracia
El consenso de los commodities va configurando, pues, en trminos polticos, un espacio de geometra variable en el cual es posible operar una suerte de movimiento dialctico, que sintetiza dichas continuidades y rupturas en un nuevo escenario que puede caracterizarse como posneoliberal, sin que esto signifique, empero, la salida del neoliberalismo. En consecuencia, dicho escenario nos confronta a una serie de nuevos desafos tericos y prcticos, que abarcan una pluralidad de mbitos, desde lo econmico, social y ambiental, hasta lo poltico y civilizatorio.
Una de las consecuencias de la actual inflexin extractivista ha sido la explosin de conflictos socioambientales, visibles en la potenciacin de las luchas ancestrales por la tierra, de la mano de los movimientos indgenas y campesinos, as como en el surgimiento de nuevas formas de movilizacin y participacin ciudadana, centradas en la defensa de los bienes naturales, la biodiversidad y el ambiente. Entendemos por conflictos socioambientales a aquellos ligados al acceso y control de los recursos naturales y el territorio, que suponen, por parte de los actores enfrentados, intereses y valores divergentes en torno de los mismos, en un contexto de gran asimetra de poder. Dichos conflictos expresan diferentes concepciones sobre el territorio, la naturaleza y el ambiente, as como van estableciendo una disputa acerca de lo que se entiende por desarrollo y, de manera ms general, por democracia. Ciertamente, en la medida en que los diferentes megaproyectos avanzan de modo vertiginoso y tienden a reconfigurar el territorio en su globalidad, no slo ponen en jaque las formas econmicas y sociales existentes sino tambin el alcance mismo de la democracia, pues se imponen sin el consenso de las poblaciones, generando fuertes divisiones en la sociedad y una espiral de criminalizacin y represin de las resistencias que sin duda abre un nuevo y peligroso captulo de violacin de los derechos humanos.
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En este contexto, la explosin de conflictos socioambientales ha tenido como correlato aquello que acertadamente Enrique Leff llamara la ambientalizacin de las luchas indgenas y campesinas y la emergencia de un pensamiento ambiental latinoamericano (2006). A esto hay que aadir que el escenario actual aparece marcado tambin por el surgimiento de nuevos movimientos socioambientales, rurales y urbanos (en pequeas y medianas localidades), de carcter policlasista, caracterizados por un formato asambleario y una importante demanda de autonoma. Asimismo, en este nuevo entramado juegan un rol no menor ciertas organizaciones no gubernamentales ambientalistas sobre todo, pequeas organizaciones, muchas de las cuales combinan la poltica de lobby con una lgica de movimiento social y diferentes colectivos culturales, en los cuales abundan intelectuales y expertos, que no slo acompaan la accin de las organizaciones y los movimientos sociales, sino que en muchas ocasiones forman parte de ellos. Esto quiere decir que dichos actores deben ser considerados menos como aliados externos y mucho ms como actores con peso propio, al interior del nuevo entramado organizacional. As, el proceso de ambientalizacin de las luchas incluye un enorme y heterogneo abanico de colectivos y modalidades de resistencia, que va configurando una red cada vez ms amplia de organizaciones, en la cual los movimientos socioterritoriales no son los nicos protagonistas. Desde nuestra perspectiva, lo ms novedoso es la articulacin entre actores diferentes (movimientos indgenas campesinos, movimientos socioambientales, organizaciones no gubernamentales ambientalistas, redes de intelectuales y expertos, colectivos culturales), lo cual se ha venido traduciendo en un dilogo de saberes y disciplinas, caracterizado tanto por la elaboracin de un saber experto independiente de los discursos dominantes (un saber contra experto), as como por la valorizacin de los saberes locales, muchos de ellos de races campesino indgenas. Al igual que en otros casos, esta dinmica organizacional, que combina la accin directa (bloqueos, manifestaciones, acciones de contenido ldico), con la accin institucional (presentaciones judiciales, audiencias pblicas, demanda de consultas, propuestas de leyes), encuentra como actores centrales a los jvenes y las mujeres, cuyo rol es crucial tanto en las grandes estructuras organizacionales como en los pequeos colectivos culturales. Una dimensin que caracteriza los conflictos socioambientales es la multiescalaridad, concepto que hace referencia a la reformulacin de escalas en los diversos procesos de globalizacin (Sassen, 2007) y alude por ello al involucramiento de un entramado complejo de actores sociales, econmicos, polticos, locales, regionales, estatales y globales. La multiescalaridad tiene diferentes aspectos. Por ejemplo, para el caso de las industrias extractivas, la dinmica entre lo global y lo local se presenta como un proceso en el que se cristalizan, por un lado, alianzas entre empresas transnacionales y Estados (en sus diferentes niveles), que promueven un determinado modelo de desarrollo; y, por otro lado, resistencias provenientes de las comunidades locales, que cuestionan tal modelo, y reclaman su derecho a decidir en funcin de otras valoraciones. En este marco, los conflictos socioambientales suelen combinarse perversamente con una tipologa inherente al modelo extractivo, las llamadas economas de enclave, y por tanto tienden a encapsularse en la dimensin local. Dicha localizacin del conflicto se traduce en un deterioro
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mayor de los derechos civiles, quedando librados de la intervencin de la justicia y los entes municipales y/o provinciales, cuyo grado de vulnerabilidad frente a los actores globales es mayor que el de sus homlogos nacionales. Por otro lado, pese a esta tendencia al encapsulamiento local de los conflictos (sobre lo cual volveremos ms adelante), la generacin de espacios de cruces y la articulacin progresiva de una red de territorios (Santos, 2005) reflejan otro aspecto de la dinmica multiescalar, que va abarcando desde lo local y lo nacional, hasta lo subcontinental. El resultado de ello es la generacin de un diagnstico comn y la expansin de una nueva gramtica colectiva, que sitan el actual proceso de ambientalizacin de las luchas en continuidad con el internacionalismo que Amrica Latina conoce, al menos como tendencia, desde el ao 2000, con el inicio de un nuevo ciclo de accin colectiva a nivel regional y la realizacin de los foros sociales. Resulta imposible realizar un listado de las redes autoorganizativas nacionales y regionales de carcter ambiental que hoy existen en Amrica Latina. A ttulo de ejemplo, podemos mencionar la CONACAMI (Confederacin Nacional de Comunidades Afectadas por la Minera, nacida en 1999, en Per); la Unin de Asambleas Ciudadanas (UAC, Argentina, surgida en 2006) que congrega a organizaciones de base que cuestionan la megaminera y el modelo de agronegocios; la Asamblea Nacional de Afectados Ambientales (ANAA, Mxico), creada en 2008 en instalaciones de la UNAM, y que agrupa diferentes organizaciones de base que luchan contra la megaminera, las represas hidroelctricas, la urbanizacin salvaje y las megagranjas industriales (cerdos, pollos, camarones), contando con el apoyo de la Unin de Cientficos Comprometidos con la Sociedad (UCCS). Entre las redes trasnacionales podemos citar a la CAOI (Coordinadora Andina de Organizaciones Indgenas), que desde 2006 agrupa organizaciones de Per, Bolivia, Colombia, Chile y, en menor medida, de Argentina, y aboga por la creacin de un Tribunal de Delitos Ambientales. Por ltimo, existen varios observatorios consagrados a estos temas, entre ellos, el Observatorio Latinoamericano de Conflictos Ambientales (OLCA), creado en 1991 con sede en Chile, el cual asesora a comunidades en conflicto en favor de sus derechos ambientales, as como el Observatorio de Conflictos Mineros de Amrica Latina (OCMAL), que existe desde 1997 y articula a ms de cuarenta organizaciones, desde Mxico hasta Chile, entre las cuales se halla el OLCA, la CONACAMI y la reconocida organizacin no gubernamental Accin Ecolgica, del Ecuador. Estas redes y movimientos socioterritoriales han ido generando un lenguaje de valoracin acerca de la territorialidad, opuesto o divergente al discurso ecoeficientista y a la visin desarrollista que sostienen gobiernos y grandes corporaciones. Al mismo tiempo, en algunos casos estas redes vienen impulsando la sancin de leyes y normativas, incluso de marcos jurdicos que apuntan a la construccin de una nueva institucionalidad ambiental, como es el caso en Ecuador, lo cual entra en colisin con las actuales polticas pblicas de corte extractivista. Entre todas las actividades extractivas, la ms cuestionada en Amrica Latina es la minera metalfera a gran escala. En efecto, en la actualidad no hay pas latinoamericano con proyectos de minera a gran escala que no tenga conflictos sociales suscitados entre las empresas mineras y el gobierno versus las comunidades: Mxico, varios pases centroamericanos (Guatemala, El Salvador, Honduras,
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Costa Rica, Panam), Ecuador, Per, Colombia, Brasil, Argentina y Chile. Segn el Observatorio de Conflictos Mineros de Amrica Latina (OCMAL) existen actualmente 120 conflictos activos que involucran a ms de 150 comunidades afectadas a lo largo de toda la regin (Voces de Alerta, 2011). Slo en el Per, la Defensora del Pueblo de la Nacin da cuenta de que los conflictos por la actividad minera concentran el 70% de los conflictos socioambientales y de que stos, a su vez, representan el 50% del total de conflictos sociales en ese pas, no casualmente uno de aquellos donde ms acelerada y descontroladamente se ha dado la expansin minera (De Echave, et al., 2009). Este contexto de conflictividad contribuye directa o indirectamente a la judicializacin de las luchas socioambientales y a la violacin de los derechos en la medida en que no se generan procesos de consultas adecuados a las comunidades y son desalojadas de las tierras reclamadas por las empresas que contaminan los recursos de las comunidades, como el agua y el territorio, de los que dependen para su vida (OCMAL, 2011). As, en un nuevo escenario de vinculacin global que los diferentes gobiernos latinoamericanos sean progresistas, de izquierda o de inspiracin neoliberal comparten en nombre del Consenso de los commodities, la minera metalfera a cielo abierto se ha convertido en una suerte de figura extrema, un smbolo del extractivismo predatorio, al sintetizar un conjunto de rasgos particulares directamente negativos para la vida de las poblaciones y el futuro de nuestros pases.
En trminos generales, y por encima de las marcas especficas (que dependen, en mucho, de los escenarios locales y nacionales), la dinmica de las luchas socioambientales en Amrica Latina ha venido asentando la base de lo que podemos denominar el giro ecoterritorial, esto es, la emergencia de un lenguaje comn que da cuenta del cruce innovador entre la matriz indgena comunitaria, la defensa del territorio y el discurso ambientalista. En este sentido, puede hablarse de la construccin de marcos comunes de la accin colectiva, los cuales funcionan no slo como esquemas de interpretacin alternativos1, sino como productores de una subjetividad colectiva. Bienes comunes, soberana alimentaria, justicia ambiental y buen vivir son algunos de los tpicos que expresan este cruce productivo entre matrices diferentes2. Ciertamente, en primer lugar, y a contrapelo de la visin dominante, en el marco del giro ecoterritorial, los bienes naturales no deben ser comprendidos como commodities, esto es, como pura mercanca; pero tampoco exclusivamente como recursos naturales estratgicos, como apunta a circunscribir el neodesarrollismo progresista. Por encima de las diferencias, uno y otro lenguaje imponen una concepcin utilitarista, que implica el desconocimiento de otros atributos y valoraciones que no pueden representarse mediante un precio de mercado, incluso aunque algunos lo tengan. En contraposicin a esta visin, la nocin de bienes comunes integra visiones diferentes que afirman la necesidad de mantener fuera del mercado aquellos bienes que, por su carcter de patrimonio natural, social, cultural, poseen un valor que rebasa cualquier precio. Como afirma Bollier (2008) el concepto de bienes comunes describe una amplia variedad de fenmenos; se refiere a los sistemas sociales y jurdicos para la administracin de los recursos
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compartidos de una manera justa y sustentable [] lleva implcita una serie de valores y tradiciones que otorgan identidad a una comunidad y la ayudan a autogobernarse. Este carcter de inalienabilidad aparece vinculado a la idea de lo comn, lo compartido, y, por ende, a la definicin misma de la comunidad o de los mbitos de comunidad (Esteva, 2007). Por otro lado, en el contexto latinoamericano, la referencia recurrente a los bienes comunes aparece ligada a la nocin de territorio o territorialidad. Ciertamente, la denominacin alude a aquellos bienes que garantizan y sostienen las formas de vida en un territorio determinado. As, no se trata exclusivamente de una disputa en torno a los recursos naturales, sino de una disputa por la construccin de un determinado tipo de territorialidad, centrado en un lenguaje que apunta a la proteccin de lo comn en el marco de una concepcin fuerte de la sustentabilidad. Es precisamente el desconocimiento de estas otras valoraciones lo que abre las puertas a que los territorios sean considerados como reas de sacrificio. Varios son los pilares que dan sustento experiencial a este lenguaje en torno a lo comn, en clave de sustentabilidad fuerte. En unos casos, la valoracin del territorio est ligada a la historia familiar, comunitaria e incluso ancestral (territorio heredado). Otras veces, la concepcin del territorio heredado y/o del territorio elegido, va convergiendo con la concepcin del territorio vinculada a las comunidades indgenas y campesinas (territorio originario). Por ltimo, involucra a quienes, habiendo optado por abandonar los grandes centros urbanos del pas, han elegido los lugares hoy amenazados, motivados por la bsqueda de una mejor calidad de vida, o de jvenes que optaron por un estilo de vida diferente en el cual la relacin con lo natural y el ambiente juega un papel central (territorio elegido)3. En la lnea del territorio originario se inserta la defensa cada vez ms dramtica del derecho de autodeterminacin de los pueblos indgenas, expresado en el Convenio 169 de la Organizacin Internacional del Trabajo, que recogen casi todas las constituciones latinoamericanas, el cual se ha convertido en una herramienta en disputa para lograr el control/recuperacin del territorio, amenazado por el actual modelo de desarrollo extractivista, tal como lo reflejan los casos de Per, Ecuador y Bolivia (Oxfam, 2011). Otro de los tpicos que recorre el giro ecoterritorial es el de soberana alimentaria, que aparece ligado a la nocin de bienes comunes, mediante la afirmacin de la diversidad (Perelmuter, 2011). La soberana alimentaria afirma el derecho de los pueblos a producir alimentos y el derecho a decidir lo que quieren consumir y cmo y quin lo produce. Dicho concepto fue desarrollado por Va Campesina y llevado al debate pblico con ocasin de la Cumbre Mundial de la Alimentacin en 1996. Sin duda, conlleva el reconocimiento de los derechos de los campesinos que desempean un papel esencial en la produccin agrcola y en la alimentacin. Desde entonces, y en un contexto en el cual los gobiernos latinoamericanos han optado masivamente por consolidar un paradigma agrario basado en los transgnicos, la temtica atraviesa el debate agrario internacional (Va Campesina, 2004). Asimismo, el giro ecoterritorial presenta contactos significativos con los llamados movimientos de justicia ambiental, originados en la dcada del ochenta
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en comunidades negras de Estados Unidos. Segn Henri Acselard (2004: 16), la nocin de justicia ambiental
[] implica el derecho a un ambiente seguro, sano y productivo para todos, donde el medio ambiente es considerado en su totalidad, incluyendo sus dimensiones ecolgicas, fsicas, construidas, sociales, polticas, estticas y econmicas. Se refiere as a las condiciones en que tal derecho puede ser libremente ejercido, preservando, respetando y realizando plenamente las identidades individuales y de grupo, la dignidad y la autonoma de las comunidades.
De este modo, la unin de la justicia social y el ecologismo supone ver a los seres humanos no como algo aparte sino como parte integral del verdadero ambiente (Di Chiro, 1998). El movimiento de Justicia Ambiental es un enfoque que enfatiza en la desigualdad de los costos ambientales, la falta de participacin y de democracia, y en el racismo ambiental hacia los pueblos originarios despojados de sus territorios, que son, en fin, la injusticia de gnero y la deuda ecolgica. En esta lnea que reivindica un paradigma de la democracia ligado a los derechos humanos, se ubican organizaciones como el OLCA, ya citado, y la Red de Justicia Ambiental, en Brasil4, as como diferentes asambleas patagnicas de la Argentina que hoy luchan contra la megaminera.
... el buen vivir involucra una fuerte dimensin ambiental (...) basada en la ruptura con la ideologa del progreso
Sin embargo, hay que decir que el tpico de la justicia ambiental hoy tiende a ser desplazado por otros, como el del buen vivir. Ciertamente, una de las consignas que ha otorgado mayor vitalidad al actual giro ecoterritorial es la del buen vivir, vinculado a la cosmovisin indgena andina suma kausay o suma qamaa (en quechua y aymara respectivamente). Sin duda, este es uno de las tpicos ms movilizadores, de origen latinoamericano, que tiende puentes entre el pasado y el futuro, entre la matriz comunitaria, el lenguaje territorial y la mirada ecologista. Dada su importancia, es necesario preguntarse cules son los sentidos que adquiere el buen vivir en los actuales debates que se llevan a cabo, sobre todo, en Ecuador y Bolivia. Todos coinciden en afirmar que es un concepto en construccin y, por ende, tambin en disputa. Para el boliviano Xavier Alb (2009), detrs del concepto est la lgica de las comunidades de muchos pueblos indgenas originarios, contrapuestos a las sociedades y poderes dominantes, y su plasmacin como parte del pas. Por otra parte, para la ecuatoriana Magdalena Len (2009), la nocin de buen vivir se sustenta en reciprocidad, en cooperacin, en complementariedad y aparece ligada a la visin ecofeminista de cuidado de la vida, de cuidado del otro. Dos constituciones latinoamericanas, la de Ecuador y la de Bolivia, incorporaron la perspectiva del buen vivir. Para el caso del Ecuador, el gobierno elabor, a travs de la SENPLADES (Secretara Nacional de Planificacin y Desarrollo), el Plan del Buen Vivir 2009-2013, que propone, adems del retorno del Estado, un cambio en el modelo de acumulacin, ms all del primario exportador, hacia un
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desarrollo endgeno, biocentrado, basado en el aprovechamiento de la biodiversidad, el conocimiento y el turismo. Como afirma el plan presentado, el cambio no ser inmediato, pero el programa del Buen Vivir constituye una hoja de ruta (Ospina Peralta: 2010). En un libro reciente publicado en Bolivia, que apunta a establecer un estado del arte sobre el tema, se indica que el Vivir Bien implica una serie de aristas, entre ellas una vida dulce, buena convivencia, acceso y disfrute a bienes materiales e inmateriales; reproduccin bajo relaciones armnicas entre las personas, orientadas a la satisfaccin de las necesidades humanas y naturales; relaciones armnicas entre las personas y la naturaleza, y entre las personas mismas; realizacin afectiva y espiritual de las personas en asociacin familiar o colectiva y en su entorno social amplio; reciprocidad y complementariedad en las relaciones de intercambio y gestin local de la produccin; visin cosmocntrica de la vida (Farah y Vasapollo, 2011). Aun as, y ms all de las diferentes posturas que van diseando una superficie amplia sobre la cual se van inscribiendo diferentes sentidos, el buen vivir, como afirma Gudynas (2011b), involucra una fuerte dimensin ambiental, en la medida en que postula otra mirada sobre la naturaleza, basada en la ruptura con la ideologa del progreso. Sin embargo, como todo concepto en disputa, y en un contexto de asociacin creciente entre gobiernos progresistas y extractivismo, el buen vivir puede sufrir un temprano vaciamiento y, en el lmite, una posible vampirizacin en manos de las diferentes retricas gubernamentales. Por ltimo, existe un ltimo tpico asociado al giro ecoterritorial: el de los derechos de la naturaleza. El mismo reenva a una perspectiva jurdica filosfica basada en la ecologa profunda, que aparece por primera vez en la nueva Constitucin ecuatoriana e ilustra el desplazamiento desde una visin antropocntrica de la naturaleza hacia otra sociobiocntrica (Acosta, 2011), o biocntrica (Gudynas, 2009). En dicha Constitucin, la naturaleza aparece como sujeto de derechos: esto incluye el derecho a que se respete integralmente su existencia, y el mantenimiento y regeneracin de sus ciclos vitales, estructura, funciones y procesos evolutivos (Artculo 71). La naturaleza posee as valores intrnsecos (tambin llamados valores propios), que estn en los seres vivos y en el ambiente, y que no dependen de la utilidad o consideracin humana.
Hemos dicho que el giro ecoterritorial da cuenta de la construccin de marcos comunes de la accin colectiva, que funcionan como estructuras de significacin y esquemas de interpretacin contestatarios o alternativos. Dichos marcos tienden a desarrollar una importante capacidad movilizadora, a instalar nuevos temas, lenguajes y consignas, al tiempo que orientan la dinmica interactiva hacia la produccin de una subjetividad colectiva comn. As, resulta claro que stos apuntan a la expansin de las fronteras del derecho, as como tienden a expresar una disputa societal en torno de lo que se entiende o debe entenderse por verdadero desarrollo o desarrollo alternativo y por sustentabilidad dbil o fuerte. Al mismo tiempo, ponen en debate lo que se entiende por soberana, democracia y derechos humanos; sea en un lenguaje de defensa del territorio y los bienes comunes, de
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los derechos humanos, de los derechos de la naturaleza, o en los del buen vivir, la demanda apunta a una democratizacin de las decisiones, ms an, al derecho de los pueblos de decir no frente a proyectos que afectan fuertemente las condiciones de vida de los sectores ms vulnerables y comprometen el porvenir de las futuras generaciones. En este sentido, el giro ecoterritorial de las luchas da cuenta de cmo las organizaciones y movimientos sociales involucrados van construyendo un conocimiento alternativo, el cual constituye una condicin necesaria pero no suficiente para hablar de alternativas al modelo de desarrollo imperante. Asimismo, las nuevas estructuras de significacin estn lejos todava de haberse convertido en debates de sociedad. Ciertamente, son temas que tienen una determinada resonancia social, mediante su inscripcin en la agenda poltica y parlamentaria, pero las expectativas que muchos ciudadanos latinoamericanos tienen sobre las polticas pblicas y en los procesos de transformacin social encarados por los gobiernos progresistas, opacan, subalternizan y tienden a neutralizar la potencia de dichos marcos contestatarios. Adicionalmente, existen otros obstculos, vinculados a las dificultades propias de los movimientos y espacios de resistencia, atravesados a veces por demandas contradictorias, as como por la persistencia de determinados imaginarios sociales en torno al desarrollo. As, una de las dificultades aparece reflejada por la tensin de territorialidades y la preeminencia de una mirada eldoradista sobre los recursos naturales. Tomamos esta expresin del socilogo boliviano Ren Zavaleta (2009), quien afirmaba que la idea del subcontinente como lugar por excelencia de los grandes recursos naturales fue dando forma al mito del excedente, uno de los ms fundantes y primigenios en Amrica Latina. Con ello, el autor boliviano haca referencia al mito eldoradista que todo latinoamericano espera en su alma, ligado al sbito descubrimiento material (de un recurso o bien natural), que genera el excedente como magia, que en la mayor parte de los casos no ha sido utilizado de manera equilibrada. Aunque las preocupaciones de Zavaleta poco tenan que ver con la problemtica de la sustentabilidad ambiental, que hoy es tan importante en nuestras sociedades, creemos que resulta legtimo retomar esta reflexin para pensar en el actual retorno de este mito fundante, de larga duracin, ligado a la abundancia de los recursos naturales y sus ventajas, en el marco de un nuevo ciclo de acumulacin. Por ende, entendemos la visin eldoradista de los recursos naturales como una expresin regional de la actual ilusin desarrollista. En este sentido, es necesario reconocer tambin que el actual proceso de construccin de territorialidad se realiza en un espacio complejo, en el cual se entrecruzan lgicas de accin y racionalidades portadoras de valoraciones diferentes. De modo esquemtico, puede afirmarse que existen diferentes lgicas de territorialidad, segn nos refiramos a los grandes actores econmicos (corporaciones, lites econmicas), a los Estados (en sus diversos niveles), o a los diferentes actores sociales organizados y/o implicados en el conflicto. Mientras que las lgicas territoriales de las corporaciones y las lites econmicas se enmarcan en un paradigma economicista, que seala la importancia de transformar aquellos espacios donde se encuentran los recursos naturales considerados estratgicos en territorios efi-
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cientes y productivos, la lgica estatal, en sus diversos niveles, suele insertarse en un espacio de geometra variable. Veamos brevemente algunos casos nacionales para ilustrar esta problemtica. Para el caso del Per, la lgica estatal entronca claramente con una visin neoliberal, asociada a la desposesin. Esto ha sido ilustrado emblemticamente por el ex presidente Alan Garca quien, en octubre de 2007, public en el tradicional diario El Comercio (Lima) el clebre artculo titulado El sndrome del perro del hortelano, el cual anticipaba de manera brutal su poltica en relacin a la Amazonia y a los recursos naturales, basada en la expansin hacia los territorios ociosos. As, a fin de facilitar la implementacin del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, en junio del 2008 el ejecutivo sancion un centenar de decretos legislativos, entre ellos un paquete de 11 leyes que afectaban a la Amazonia. Los decretos legislativos, rebautizados como la ley de la selva por las organizaciones indgenas y las organizaciones ambientalistas no gubernamentales, fueron criticados desde diferentes sectores como anticonstitucionales. Finalmente, la represin de Bagua, en junio de 2009, que cost la vida de ms de 30 habitantes de las poblaciones amaznicas, 10 policas y un nmero indeterminado de desaparecidos, as como las protestas que le siguieron, no slo obligaron al gobierno de Alan Garca a derogar aquellos decretos que afectaban directamente el derecho de consulta sino que tambin permitieron que el pas asomara al descubrimiento de los pueblos amaznicos, histricamente excluidos. En el ltimo ao, esta tendencia hacia la criminalizacin y la represin se ha venido agravando bajo el gobierno de Ollanta Humala, pese a que inicialmente haba despertado expectativas de renovacin. Efectivamente, frente a los conflictos suscitados por la resistencia social a la megaminera, cada vez ms radicalizada, el giro militarista que dio el gobierno confirm la tendencia de retornar a la figura clsica del orden e inversiones, asociada a la matriz neoliberal. En menos de un ao de gobierno ya se han registrado quince muertos por represin. A mediados de 2012, el gobierno peruano declar el estado de emergencia en 3 provincias del departamento de Cajamarca, mientras se lanzaba un paro indefinido en contra del cuestionado proyecto minero Conga, de la empresa Yanacocha. El proyecto implicara entre otras cosas la destruccin de 4 lagunas. En la actualidad, la escalada represiva y la poltica de detenciones masivas es tal, que el peruano Santiago Pedraglio caracteriz a la gestin de Humala como la formacin de un gobierno minero militar (2012)5. Respecto a la Argentina, en los ltimos aos ha habido varios conflictos que contribuyeron a instalar la problemtica ambiental en la agenda pblica. Algunos, de modo directo, como el conflicto entablado con el Uruguay por la instalacin de las papeleras (que motivara un largo corte al puente internacional que comunica ambos pases, realizado por los vecinos de la Asamblea Ambiental de Gualeguaych, entre 2005 y 2010), la problemtica de la contaminacin en la cuenca del Riachuelo y la discusin en el congreso de la Ley nacional de proteccin de los glaciares (2010). Otros, como el conflicto entablado entre el gobierno nacional y las corporaciones agrarias, en relacin a las retenciones mviles al sector (2008), iluminaron de manera ms lateral el proceso de desposesin hacia campesinos e indgenas que hoy ocurre en las llamadas reas marginales, en especial en las
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provincias del norte, asociado a la expansin de la soja. A esto se aadi que, en el inicio de su segundo mandato, en diciembre de 2011, el gobierno de Cristina Fernndez sancion una nueva Ley antiterrorista, que torna an ms difusa la figura penal de terrorismo, ampliando su aplicacin como en el caso ecuatoriano a las organizaciones que supuestamente financian dichos actos terroristas. Esta ley obtuvo el rechazo generalizado de organizaciones sociales, de derechos humanos y de intelectuales, incluido el de aquellos sectores que apoyan al gobierno, pues todo indica que el objetivo de la misma es el de penalizar la protesta social. Por otro lado, en Argentina, pese a su presencia en numerosas provincias, los conflictos en relacin a la megaminera han estado encapsulados en el nivel local y han ido avanzando de la mano de la sancin de leyes provinciales que limitan este tipo de actividad, en que se utilizan sustancias txicas (Voces de Alerta, 2011). Sin embargo, a principios de 2012 hubo una inflexin que produjo el ingreso de la cuestin minera a la agenda poltica nacional: los vecinos de Famatina, en la provincia de la Rioja, volvieron a levantarse en contra de la megaminera. En 2007 ya haban expulsado a la empresa Barrick Gold, que se propona explotar el cerro, y haban logrado una ley provincial de prohibicin de la megaminera. Pero, en 2008 esa ley fue derogada y dej el conflicto en un impasse. Como suele suceder, frente a las resistencias, los gobiernos aguardan la apertura de nuevas oportunidades polticas para tratar de avanzar con tales proyectos. As, luego de las elecciones generales realizadas en octubre de 2011, la provincia de La Rioja firm un nuevo convenio con otra empresa canadiense (Osisko Minning). Fue entonces que los vecinos de Famatina iniciaron un nuevo bloqueo para impedir el acceso de la empresa minera al cerro. Poco despus, el corte se converta en una gran pueblada, de resonancia nacional, que obligara a la provincia a suspender el inicio del proyecto. Esta sbita visibilizacin de la lucha antiminera suscit una sostenida solidaridad en las grandes ciudades, y tuvo su continuidad en otras movilizaciones y cortes, realizados en otras provincias. Asimismo, hubo varios episodios de represin y de criminalizacin, que abarcaron incluso el bloqueo de una localidad (Andalgal, en Catamarca) por parte de sectores promineros. Sin embargo, la respuesta del gobierno de Fernndez de Kirchner apunt a la confirmacin del modelo minero. Ms an, en un contexto de fuerte polarizacin poltica, la intelectualidad vinculada al kirchnerismo y la nueva juventud militante buscaron mantener blindado el discurso, negando la responsabilidad del gobierno nacional respecto de la lgica de desposesin y su alianza evidente con las corporaciones mineras; subrayando, en contraste con ello, el peso de las polticas sociales y la revitalizacin de institutos laborales, como la negociacin colectiva, entre otros. En la actualidad, en un contexto de fuerte realineamiento entre el poder poltico, el poder econmico y el poder meditico, que ha vuelto a encapsular en sus contextos locales la cuestin minera, la crtica al extractivismo es llevada a cabo por un conjunto de movimientos socioterritoriales (no solamente socioambientales), colectivos culturales e intelectuales ligados a la izquierda independiente y a parte de la izquierda partidaria y clasista. El caso de Ecuador y Bolivia ilustran una situacin ms paradjica. As, recordemos que una de las mayores expresiones del giro ecoterritorial ha sido
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la propuesta del gobierno ecuatoriano, en mayo de 2007, de no explotar el petrleo en el bloque 43 del parque nacional Yasuni. Es decir, se busca mantener el crudo en la tierra, con la idea de proteger la biodiversidad, apoyar a las culturas aisladas, combatir el cambio climtico y, en fin, de promover un tipo de desarrollo social basado en la conservacin de la naturaleza y la promocin de energas alternativas. La comunidad internacional participara con una compensacin financiera, creando un fondo de capital que sera administrado por la ONU, con la participacin del Estado ecuatoriano, la sociedad civil y los contribuyentes. Vale aclarar que el Yasuni, situado en la Amazonia, al este del Ecuador, es el bosque ms biodiverso del planeta: en una sola hectrea del bosque hay tantas especies de rboles como en todo EE.UU. y Canad juntos. El parque nacional es, adems, hogar de los huaorani y de algunos de los ltimos pueblos indgenas que an viven en aislamiento, sin contacto con otras culturas. En estas tierras se encuentran las reservas ms grandes de petrleo ecuatoriano, en el bloque Ishpingo-Tambococha-Tiputini (ITT), de 900 millones de barriles.
...una prctica extraccionista viene acompaada por un falso discurso industrialista (el gran salto industrial)
Organizaciones de pueblos originarios como la Confederacin Nacional de Indgenas del Ecuador (CONAIE) y organizaciones ambientalistas no gubernamentales, como Accin Ecolgica, muy activas en este campo, ilustran el giro ecoterritorial de las luchas. Esto no slo porque estamos hablando del pas en el cual se han pergeado innovaciones jurdicas y constitucionales importantes, como la ya referida sobre los derechos de la naturaleza, sino porque en un contexto de grandes tensiones con el gobierno de Rafael Correa, dichos actores colectivos apuntan permanentemente a la profundizacin del debate acerca del modelo de desarrollo y a la necesaria salida del extractivismo. No obstante ello, todo esto no ha sido suficiente para frenar la implementacin del modelo de minera a gran escala, que ha sido desde el comienzo uno de los caballitos de batalla del presidente ecuatoriano. Tengamos en cuenta que en 2008, la Asamblea Constituyente plante declarar al Ecuador libre de minera contaminante. Los resultados, sin embargo, fueron otros: efectivamente, se declar la caducidad de miles de concesiones mineras ilegales, poniendo en vilo proyectos extractivos millonarios; pero posteriormente, en enero de 2009, el parlamento aprob la nueva Ley minera, profundizando el modelo extractivista, de por s basado en la explotacin de petrleo. A principios de marzo de 2012, el gobierno de Correa firm el primer contrato de minera metlica a gran escala en el Ecuador con la empresa Ecuacorrientes SA, por 25 aos. Das ms tarde, una movilizacin social convocada por la CONAIE empez una larga marcha que inici su recorrido en Zamora y terminara en Quito. El primer punto, de los 19 que formaron la agenda de la marcha, fue precisamente la oposicin a la minera metlica a gran escala y la demanda de
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reversin del contrato con Ecuacorrientes (Ospina Peralta, 2012). Esta avanzada de la megaminera se inserta, adems, en un contexto de fuerte confrontacin discursiva entre el presidente Correa y las organizaciones socioambientales, as como de una escalada de criminalizacin de sus luchas, bajo la figura de sabotaje y terrorismo, que en la actualidad alcanza a unas 170 personas, sobre todo ligadas a las resistencias contra la megaminera6. Asimismo, cabe agregar que la discusin acerca del alcance del derecho de consulta es uno de los puntos candentes, sobre todo en los pases de matriz andina. As, en Ecuador, el Convenio 169 de la OIT, referido al derecho de consulta de los pueblos originarios, fue ratificado por la Constitucin en 1998, pero en la prctica no se ha cumplido. Debido a ello, este derecho corre el riesgo de ser acotado y reformulado bajo otras figuras como, por ejemplo, la consulta prelegislativa, o bien mediante el desconocimiento de los canales regulares de la consulta, que supone el reconocimiento de las instituciones representativas de los pueblos indgenas. Una lnea similar parece recorrer Bolivia, a partir del arribo de Evo Morales al gobierno, en 2006. Recordemos que este emergi como una de las expresiones ms innovadoras y radicales de los nuevos gobiernos progresistas latinoamericanos, ilustrando la sntesis entre movimientos sociales y nuevo poder poltico. Ahora bien, es necesario distinguir dos momentos diferentes en los 6 aos de gestin que ya lleva Evo Morales. Por un lado, hubo una primera etapa de gobierno, entre 2006 y 2009, donde predominaron los conflictos con las oligarquas del oriente, lo cual coexisti con la creacin de nuevos marcos constitucionales (el Estado Plurinacional), y la voluntad de creacin de un Estado nacional, que apuntara a la nacionalizacin de los recursos naturales y la captacin de la renta extractivista. Por otro lado, una segunda etapa arranc en 2010, tras la derrota de las oligarquas regionales, cuyo objetivo es la consolidacin de un proyecto hegemnico de carcter estatalista, basado en la promocin de una serie de megaproyectos estratgicos, de carcter extractivo (participacin en las primeras etapas de explotacin del litio, expansin de la megaminera a cielo abierto, en asociacin con grandes compaas transnacionales, construccin de grandes represas hidroelctricas y carreteras en el marco del IIRSA, entre otros). As, mientras que la primera fase apuntaba a potenciar un lenguaje descolonizador mltiple, ms all de las tensiones evidentes, la segunda reduce los contornos del proceso de descolonizacin no slo con la tendencia a desplegar una hegemona por momentos poco plural, sino principalmente por medio de la exacerbacin de una prctica extractivista, que viene acompaada por un falso discurso industrialista (el gran salto industrial, en palabras del vicepresidente lvaro Garca Linera). Sin embargo, este proceso de unidimensionalizacin del proyecto del MAS comienza a encontrar severos obstculos. Si bien uno de los puntos de inflexin fue la contracumbre realizada en Cochabamba sobre el cambio climtico (en abril de 2010), sin duda el conflicto que constituy el parteaguas fue el del TIPNIS (Territorio Indgena y Parque Nacional Isiboro Scure). Recordemos que el TIPNIS se convirti en una zona de discordia entre los habitantes de la regin y el gobierno por la construccin de una carretera. Se trata de una zona muy aislada y protegida, cuya autonoma es reconocida desde los aos noventa. En ese contexto, el gobier-
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no de Evo Morales se propuso llevar a cabo la construccin de dicha carretera, recortando la autonoma del territorio, sin consultar previamente a las poblaciones indgenas involucradas y a sabiendas de que stas se oponan a la misma7. Despus de una larga marcha de indgenas desde el TIPNIS hasta La Paz, apoyada por varias organizaciones (la Confederacin Indgenas del Oriente Boliviano, entre ellas) y numerosas redes ambientalistas, y luego de un oscuro hecho de represin, el gobierno de Evo Morales retrocedi en sus propsitos, aunque no est del todo claro cul ser la resolucin final del conflicto. Sin embargo, lo ocurrido con el TIPNIS, refleja la fuerte disputa por la definicin de lo que hoy se entiende en aquel pas por descolonizacin, en la medida en que muestra la tensin explcita entre la hiptesis estatalista fuerte (un Estado nacional que avanza con megaproyectos extractivos, sin consultar a los ciudadanos) y la hiptesis de construccin del Estado Plurinacional (respeto de las autonomas indgenas y de la filosofa del buen vivir). En trminos ms generales, la visin eldoradista, promovida por los gobiernos progresistas ms radicales (Bolivia, Venezuela y Ecuador), aparece hoy asociada a la accin del Estado (productor y relativamente regulador) y a una batera de polticas sociales, dirigidas a los sectores ms vulnerables, cuya base misma es la renta extractivista (petrleo y gas, sobre todo). Ciertamente, no es posible desdear la recuperacin de ciertas herramientas y capacidades institucionales por parte del Estado nacional, el cual se ha vuelto a erigir como un actor econmico relevante y, en ciertos casos, en un agente de redistribucin. Sin embargo, en el marco de las teoras de la gobernanza mundial, que tienen por base la consolidacin de una nueva institucionalidad basada en marcos supranacionales o metareguladores, la tendencia no es precisamente que el Estado nacional devenga un mega actor, o a que su intervencin garantice cambios de fondo. Al contrario, la hiptesis de mxima apunta al retorno de un Estado moderadamente regulador, capaz de instalarse en un espacio de geometra variable, esto es, en un esquema multiactoral (de complejizacin de la sociedad civil, ilustrada por movimientos sociales, organizaciones no gubernamentales y otros actores), pero en estrecha asociacin con los capitales privados multinacionales, cuyo peso en las economas nacionales es cada vez mayor. Ello coloca lmites claros a la accin del Estado nacional y un umbral inexorable a la propia demanda de democratizacin de las decisiones por parte de las comunidades y poblaciones afectadas por los grandes proyectos extractivos. No hay que olvidar tampoco que el retorno del Estado a sus funciones redistributivas se afianza sobre un tejido social diferente al de antao, producto de las transformaciones de los aos neoliberales, y en muchos casos en continuidad abierta o solapada con aquellas polticas sociales compensatorias, difundidas en los aos noventa mediante las recetas del Banco Mundial. En este contexto y mal que le pese, el neodesarrollismo progresista comparte con el neodesarrollismo liberal tpicos y marcos comunes, aun si busca establecer notorias diferencias en relacin al rol del Estado y a las esferas de democratizacin. Por otro lado, al costado de las organizaciones y redes socioambientales existen grandes problemas. Uno de los ms graves es la desconexin existente entre las redes y organizaciones que luchan contra el extractivismo, ms ligadas al m-
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bito rural, a las pequeas localidades y los sindicatos urbanos, que representan a importantes sectores de la sociedad, y que en varios pases (Mxico, Argentina y Brasil, entre otros) conservan un fuerte protagonismo social. Entre estos movimientos, la falta de puentes es total, y ello remite a la presencia de un fuerte imaginario desarrollista en los trabajadores de las grandes ciudades, generalmente ajenos a las problemticas ambientales de las pequeas y medianas localidades. As, gran parte de los megaproyectos se extiende sobre pequeas y medianas localidades, cuyo poder de presin es ms dbil y su vulnerabilidad mayor, respecto de las grandes ciudades. En todo caso, la lejana respecto de los grandes nodos urbanos ha contribuido a reforzar las fronteras entre el campo y la ciudad, entre la sierra, la selva y la costa, como en Per y Colombia; o entre las pequeas localidades y las grandes ciudades, como en Argentina, en la medida en que estos megaproyectos (mineras, agronegocios y represas, entre otros) slo afectan de manera indirecta a las ciudades. Como corolario, esto se ve reforzado por los procesos de fragmentacin territorial, producto de la implementacin de proyectos extractivistas y de la consolidacin de enclaves de exportacin.
Este escenario contrastante que presenta hoy Amrica Latina abre un terreno de grandes acechanzas. Uno de los rasgos ms notorios de la poca es que el Consenso de los commodities abri una brecha, una herida en el pensamiento crtico latinoamericano, que en los aos noventa mostraba rasgos mucho ms aglutinantes, frente al carcter monoplico del neoliberalismo como usina ideolgica. As, el presente latinoamericano refleja diferentes tendencias polticas e intelectuales: por un lado, estn aquellas posiciones que dan cuenta del retorno del concepto de desarrollo, en sentido fuerte, esto es, asociado a una visin productivista, que incorpora conceptos engaosos, de resonancia global (el desarrollo sustentable en su versin dbil, la responsabilidad social empresarial, la gobernanza), al tiempo que busca sostenerse a travs de una retrica falsamente industrialista. Sea en el lenguaje crudo de la desposesin (del neodesarrollismo neoliberal) como en el que apunta al control del excedente por parte del Estado (del neodesarrollismo progresista), el actual modelo de desarrollo se apoya sobre un paradigma extractivista, se nutre de la idea de oportunidades econmicas o ventajas comparativas proporcionadas por el Consenso de los commodities, y despliega ciertos imaginarios sociales (la visin eldoradista en clave desarrollista) desbordando las fronteras poltico ideolgicas que los aos noventa haban erigido. As, por encima de las diferencias que es posible establecer en trminos poltico ideolgicos y de los matices que podamos hallar, dichas posiciones reflejan la tendencia a consolidar un modelo neocolonial de apropiacin y explotacin de los bienes comunes, que avanza sobre las poblaciones desde una lgica vertical (de arriba hacia abajo), colocando en un gran tembladeral los avances producidos en el campo de la democracia participativa, e inaugurando un nuevo ciclo de criminalizacin y violacin de los derechos humanos. Asimismo, neoliberales y progresistas resaltan la asociacin entre mega-proyectos extractivistas y trabajo, generando expectativas laborales en la poblacin
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que pocas veces se cumplen, puesto que en realidad se trata de proyectos capitalintensivos y no trabajo-intensivos, tal como lo muestra de manera emblemtica el caso de la minera a gran escala8. Comparten la idea del destino inexorable de Amrica Latina como sociedades exportadoras de naturaleza, en funcin de la nueva divisin internacional del trabajo y en nombre de las ventajas comparativas. Por ltimo, el lenguaje progresista comparte con el lenguaje neoliberal la orientacin adaptativa de la economa a los diferentes ciclos de acumulacin. Esta confirmacin de una economa adaptativa es uno de los ncleos duros que atraviesa sin solucin de continuidad el Consenso de Washington y el Consenso de los commodities, ms all de que los gobiernos progresistas enfaticen una retrica que reivindica la autonoma econmica y la soberana nacional y postulen la construccin de un espacio poltico latinoamericano. Ya hemos dicho que los escenarios latinoamericanos ms paradjicos y emblemticos de la visin eldoradista son los que presentan Bolivia y Ecuador. El tema no es menor, dado que ha sido en estos pases donde, en el marco de fuertes procesos participativos, se han ido pergeando nuevos conceptos-horizontes como los de descolonizacin, Estado Plurinacional, autonomas, buen vivir y derechos de la naturaleza. Sin embargo, y ms all de la exaltacin de la visin de los pueblos originarios en relacin a la naturaleza (el buen vivir), inscriptas en el plano constitucional, en el transcurrir del nuevo siglo y con la consolidacin de dichos regmenes, otras cuestiones fueron tomando centralidad, vinculadas a la profundizacin de un neodesarrollismo extractivista. Ms all del neodesarrollismo imperante, en sus versiones progresistas y neoliberales, en Amrica Latina existe una perspectiva crtica diferente, que hoy aparece ilustrada por diferentes organizaciones sociales y posicionamientos intelectuales que cuestionan abiertamente el modelo de desarrollo extractivista hegemnico y su concepto de naturaleza. En sintona con los cuestionamientos propios de las corrientes indigenistas, el campo del pensamiento crtico ha venido retomando la nocin de post desarrollo (elaborada en los noventa por Arturo Escobar), as como elementos propios de una concepcin fuerte de la sustentabilidad. Desde este enfoque, en consonancia con el giro ecoterritorial de las luchas, se ha venido promoviendo una crtica a la ideologa del progreso y otras valoraciones de la naturaleza, que provienen de otros registros y cosmovisiones. En la actualidad, el pensamiento post desarrollista se asienta sobre tres ejes y/o desafos fundamentales: el primero, el de pensar y establecer una agenda de transicin hacia el post extractivismo. En razn de ello, en varios pases de Amrica Latina ha comenzado a debatirse sobre las alternativas al extractivismo y la necesidad de elaborar hiptesis de transicin desde una matriz de escenarios de intervencin multidimensional (GPTAD, 2011). Una de las propuestas ms interesantes y exhaustivas ha sido elaborada por el CLAES (Centro Latinoamericano de Ecologa Social) (Gudynas, 2011a), que plantea que dicha transicin requiere de un conjunto de polticas pblicas que permitan pensar de manera diferente la articulacin entre la cuestin ambiental y la cuestin social. Asimismo, considera que un conjunto de alternativas dentro del desarrollo convencional seran insuficientes frente al extractivismo, lo cual exige pensar y elaborar alternativas al desarrollo. Por ltimo, se subraya que se trata de una discusin que debe ser pensada
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en trminos regionales y en un horizonte estratgico de cambio, en el orden de aquello que los pueblos originarios han denominado el buen vivir. Un ejemplo de la importancia que comienza a cobrar este debate es el interesante ejercicio realizado por los economistas Pedro Franke y Vicente Sotelo (2011) para el Per, que demuestra la viabilidad de una transicin al post extractivismo, mediante la conjuncin de dos medidas: reforma tributaria (mayores impuestos a las actividades extractivas o impuestos a las sobreganancias, la supertax) para lograr una mayor recaudacin fiscal, y una moratoria minera-petrolera-gasfera, respecto de los proyectos iniciados entre 2007 y 2011. El segundo eje se refiere a la necesidad de indagar a escala local y regional en las experiencias exitosas de alterdesarrollo. En efecto, es sabido que, en el campo de la economa social, comunitaria y solidaria latinoamericana existe todo un abanico de posibilidades y experiencias que es necesario explorar. Pero ello implica una previa y necesaria tarea de la valoracin de esas otras economas, as como una planificacin estratgica que apunte a potenciar las economas locales alternativas (la agroecologa y la economa social, entre otras), que recorren de modo disperso el continente. Asimismo, tambin exige contar con un mayor protagonismo popular, as como con una mayor intervencin del Estado (por fuera de todo objetivo o pretensin de tutela poltica). Por ltimo, el tercer gran desafo que enfrenta el pensamiento post desarrollista es el de proyectar una idea de transformacin que disee un horizonte de deseabilidad (GPTAD, 2011), en trminos de estilos y calidad de vida. Gran parte de la capacidad de resiliencia de la nocin de desarrollo se debe al hecho de que los patrones de consumo asociados al modelo hegemnico permean al conjunto de la poblacin. Nos referimos a imaginarios culturales que se nutren tanto de la idea dominante de progreso como de aquello que debe ser entendido como calidad de vida. Ms claro: para muchas sociedades, la definicin de qu es una vida mejor, aparece asociada a la idea de democratizacin del consumo antes que a la necesidad de realizar un cambio cultural, respecto de la produccin, el consumo y la relacin de cuidado con el ambiente. No obstante ello, la discusin sobre el extractivismo y el post extractivismo est abierta, y muy probablemente ser uno de los grandes debates de nuestras sociedades y del pensamiento latinoamericano del siglo XXI.
A modo de conclusin
En el marco del Consenso de los commodities, son numerosos los movimientos campesinos indgenas, las organizaciones y las redes socioambientales que han venido generando un espacio comn caracterizado por un saber experto independiente y alternativo. Asistimos as a la estructuracin de temas, consignas, conceptos lmites, que operan como marcos de accin colectiva contestatarios respecto de la modernidad dominante, al tiempo que alimentan los debates sobre la salida al extractivismo y una modernidad alternativa. Por otro lado, lo que resulta incontestable es que, ms all de las retricas industrialistas y emancipatorias en boga, tanto los gobiernos progresistas como aquellos ms conservadores tienden a aceptar como destino el nuevo consenso
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de los commodities, en nombre de las ventajas comparativas o de la pura subordinacin al orden geopoltico mundial, el cual histricamente ha reservado a Amrica Latina el rol de exportador de naturaleza, sin considerar los enormes efectos socioambientales, las consecuencias en trminos econmicos (los nuevos marcos de la dependencia y la consolidacin de enclaves de exportacin) y su traduccin poltica (nuevas formas de disciplinamiento y coercin sobre la poblacin). En este escenario, el avance del extractivismo es muy vertiginoso, y en no pocos casos las luchas se insertan en un espacio de tendencias contradictorias, que ilustran la complementariedad entre el lenguaje progresista y el modelo extractivista. Sin embargo, la colisin entre, por un lado, gobiernos latinoamericanos y, por otro lado, movimientos y redes socioambientales contestatarias en torno a la poltica extractiva, no ha cesado de acentuarse. Asimismo, la criminalizacin y la sucesin de graves hechos de represin se ha incrementado notoriamente y ya recorre un amplio arco de pases y regiones, que incluye desde Mxico y Centroamrica, pasando por Per, Colombia, Ecuador, Bolivia, Paraguay, Chile y la Argentina. En este marco de fuerte conflictividad, la disputa por el modelo de desarrollo deviene entonces el verdadero punto de bifurcacin de la poca actual. Finalmente, todo ello abre un gran interrogante acerca del futuro de la democracia en Amrica Latina. Pues no se trata solamente de una discusin econmica o ambiental sino tambin de una discusin poltica sobre los alcances mismos de la democracia: se trata de saber si es posible debatir lo que se entiende por desarrollo y sustentabilidad; si se apuesta a que esa discusin sea informada, participativa y democrtica; o bien, se acepta la imposicin de los gobernantes locales y las grandes corporaciones, en nombre del nuevo Consenso de los commodities.
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Notas
1 Goffman defini a los marcos como esquemas de interpretacin que capacitan a los individuos y grupos para localizar, percibir, identificar y nombrar los hechos de su propio mundo y del mundo en general (1991). Desde una perspectiva constructivista e interaccionista existen sin embargo diferentes enfoques sobre los procesos de enmarcamiento. Para el tema, vase Meyer y Gamson (1999), Rivas (1998) y Snow (2001). 2 Retomamos aqu lo desarrollado en otros trabajos (Svampa, 2011; 2012a y 2012b). 3 Para un anlisis de las diferentes concepciones de territorios, vase: Svampa y Sola lvarez (2010) y, de modo ms detallado, Sola lvarez (2011). 4 Pueden consultarse los siguientes sitios: <www. olca.cl> y <www.justiciaambiental.org.br>. 5 Adems, una revisin del Estudio del Impacto Ambiental del Proyecto Conga, por parte del Ministerio del Medio Ambiente, seal serios problemas tcnicos con el proyecto y su justificacin. Poco tiempo despus de la publicacin de este informe, el viceministro del Ambiente, Jos de Echave, renunci por serias discrepancias con el manejo del caso por parte del gobierno. Agradezco la informacin enviada por Raphael Hoetmer. 6 Recordemos que, en 2008, la Asamblea Constituyente reunida en Montecristi haba amnistiado a unas 700 personas procesadas. 7 El conflicto del TIPNIS tiene, empero, un carcter multidimensional. El gobierno defenda la construccin de la carretera, porque ayudara a la integracin de las diferentes comunidades y les dara las facilidades necesarias para mejorar la salud, la educacin y el comercio de sus productos. Sin embargo, la carretera abrira la puerta a numerosos proyectos extractivos, que traeran consecuencias sociales y ambientales negativas (con Brasil u otros socios detrs). 8 La minera de gran escala se caracteriza por ser una de las actividades econmicas ms capitalintensivas. Con cada milln de dlares invertido, se crea apenas entre 0,5 y 2 empleos directos. Cuanto ms capital-intensiva es una actividad, menos empleo se genera, y menor es la participacin del salario de los trabajadores en el valor agregado total que ellos produjeron con su trabajo: la mayor parte es ganancia del capital. Para el tema, vase: 15 mitos de la minera transnacional en Argentina (op. cit.).
Resumen
Para certos analistas, ter-se-a desenvolvido, a partir dos anos 1990, um processo de substituio do ambientalismo contestatrio por um pragmatismo tecnicista e paliativo, compatvel com os pressupostos do chamado ambientalismo multissetorial propugando por certos autores da sociologia ambiental brasileira. O presente artigo questiona os pressupostos consensualistas dos que entendem a causa ambiental como intrinsicamente universalista e supraclassista e destaca a emergncia de conflitos ambientais que exprimem aes de resistncia imposio da desigualdade ambiental associada a um modelo de desenvolvimento fortemente baseado na expropriao dos ambientes de trabalhadores das periferias urbanas, grupos camponeses, povos e comunidades tradicionais.
Abstract
For certain analysts, a process of substitution through which rebellious environmentalism was replaced by a palliative and technicallyoriented pragmatism, consistent with the assumptions of the so-called multisectoral environmentalism advocated by certain Brazilian environmental sociologists, may have taken place during the 1990s. This article questions consensual assumptions of those who understand the environmental cause as inherently universalist and supra-classist, and notes the emergence of environmental conflicts which resist the imposition of an environmental inequality associated with a development model which is highly contingent on dispossessing the environment of workers in urban peripheries, peasant groups, small towns and traditional communities.
Palabras claves
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Descaminhos do ambientalismo...
Key words
Acselrad, Henri 2012 Descaminhos do ambientalismo consensualista en OSAL (Buenos Aires: CLACSO) Ao XIII, noviembre.
Desde o incio dos anos 1990, o movimento ambientalista1 no Brasil viu-se confrontado a uma leitura sociolgica de si prprio segundo a qual a diversidade interna do ambientalismo exprimiria a adeso cooperativa gradualmente crescente dos diferentes setores de um mesmo ambientalismo, definido, por alguns autores, como multissetorial (Viola e Leis, 1992: 23). Segundo esta anlise, o movimento ambientalista seria caracterizado por seu carter transclassista e o fenmeno do ecologismo resultaria da emergncia gradual de mltiplos segmentos da sociedade compartilhando uma mesma viso de mundo dita ambientalista2. Assim, ao que chamavam de um ambientalismo propriamente dito, somar-se-a um ambientalismo acadmico, um empresarial, um governamental, um religioso, etc. Diziam ento os representantes deste pensamento que no se deveria considerar o movimento ambientalista como um movimento social stricto sensu, mas como um movimento histrico, por ser multissetorial e por voltar-se para valores universais, que ultrapassam as fronteiras de classe, raa, idade e sexo (Silva-Sanchez, 2000: 50-52). A questo ambiental teria, nesta tica, a capacidade de obter ressonncia entre os diferentes grupos sociais, promovendo uma espcie de consenso quanto urgncia de medidas que visem a preservao do meio ambiente (Silva-Sanchez, 2000: 54). Segundo Viola e Leis, autores de referncia desta interpretao, o ambientalismo brasileiro teria evoludo, a partir dos anos 1980, gradualmente, da unissetorialidade para a complexidade multissetorial. O pressuposto visvel desta perspectiva a remisso a um meio ambiente nico, ao qual corresponderia uma conscincia ambiental tambm nica, relativa a um mundo material fetichizado e reduzido a quantidades de matria e energia, um meio ambiente do qual no se evidenciariam as mltiplas formas sociais de apropriao e as diversas prticas culturais de sua significao. As estratgias associadas a este tipo de diagnstico consensualista tendem, por certo, a esvaziar o prprio contedo poltico do debate que envolve a definio das problemticas do meio ambiente. O debate assim configurado tende, consequentemente, a ser substitudo pela simples busca dos indicadores tcnico-cientficos mais apropriados a evidenciar a crise ambiental e a conquistar adeso pblica a seu enfrentamento3. O ambientalismo , nesta perspectiva, definido como uma preocupao pblica com a deteriorao ambiental uma preocupao, ressalte-se, e no uma luta social, uma causa sem conflito. Tratar-se-a de uma mesma preocupao passvel de afligir diferentes estratos do mundo social o Estado, as Igrejas, as empresas... A oposio dar-se-a entre conscincia e prtica e no
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entre interesses e projetos no interior da sociedade. Com sua viso ecolgica do mundo, afirmam os representantes desta corrente, os agentes do ambientalismo seriam, potencialmente, todos os cidados do planeta, todos aqueles que se sensibilizam e que de alguma forma adquirem uma conscincia em relao crise ambiental e necessidade de reverter o processo de devastao da biosfera. E continuam: O nosso conflito principal est se dando entre o homem e a natureza e no entre os homens (Crespo, 1995). De um lado, estaria o discurso ambiental amplamente aceito; de outro, a sua ainda limitada materializao em prticas pautadas na eficincia energtica, reciclagem de materiais, reduo de consumo sunturio e participao voluntria em tarefas de limpeza ambiental (Viola e Leis, 1992). Portanto, o conflito, para estes autores, temporrio e dependente da percepo considerada crescentemente inevitvel da gravidade dos indicadores da crise ambiental, dar-se-a entre os que tm conscincia ambiental (os sustentabilistas) e os que no consideram a necessidade de proteo ambiental (os predatrios). Sabemos que este um dos discursos fortemente presentes em certas correntes do debate ambiental acadmico contemporneo. Porm, cabe considerar que seu eventual sucesso enquanto prtica classificatria (Bourdieu, 1994) na vida social depende da fora persuasiva que o mesmo obtenha junto aos prprios atores sociais. A sua pertinncia sociolgica refletir, portanto, a maior ou menor adeso dos atores sociais capacidade de persuaso de sua fundamentao bsica a de que existiria um meio ambiente material nico, comum a todos, etc. Ora, uma tal compreenso no imediata e depende, certamente, de um trabalho de unificao simblica dos mltiplos ambientes relativos aos diferentes sujeitos sociais. A propsito, a sociologia que propugna a tese do ambientalismo multissetorial participa no por acaso deste esforo de unificao, embora o sucesso dos que se empenham neste esforo no esteja, em absoluto, pr-determinado. Ele pautado por distintas estratgias pelas quais especialistas, consultores, rgos de imprensa e publicitrios procuram despolitizar a questo ambiental, esvaziando sua potncia conflitiva. Caberia pois tentar examinar as relaes que parecem estar se estabelecendo entre a construo das teorias consensualistas e as condies concretas de vigncia de um campo ambiental atravessado por conflitos por apropriao material e simblica dos recursos ambientais. Tentaremos identificar, a seguir, trs distintos entendimentos do arrazoado fornecido pelos defensores do multissetorialismo ambientalista supraclassista, tal como apresentados no debate brasileiro.
Viso 1: Tratar-se-a de uma leitura compatvel com o projeto emergente de um ecologismo de resultados
Segundo Crespo, ao longo dos anos 1990 emergiu no Brasil um ecologismo profissional de resultados, contrastando com o pr-existente ecologismo ideolgico e sectrio. O sucesso performativo do primeiro e a crise do segundo atestaria o encontro do pragmatismo com o sentido profundo das entidades ambientalistas. Isto porque, diz esta autora, contrariamente aos movimentos sociais
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tradicionais, referentes a conflitos entre capital e trabalho, proprietrios e no proprietrios dos meios de produo, o ambientalismo constituiria um movimento de novo tipo, a tratar do conflito particular que oporia o conjunto dos homens Natureza. Tal entendimento do movimento tem evidentemente implicaes estratgicas no que respeita s relaes com o Estado e o empresariado. No que se refere s relaes com governos, afirma Crespo:
fala-se das Ongoves, as ONGs que vivem com verbas governamentais. Ora, o dinheiro do governo no dele; so recursos pblicos. Existem em todo o mundo ONGs que vivem de dinheiro pblico. Em se tratando de polticas pblicas, pergunto: por que no poderamos utilizar esse dinheiro, j que pblico e no do governo? (Crespo, 1997: 95).
Para alguns adeptos do entendimento do ambientalismo enquanto movimento multissetorial, o mesmo encontrar-se-a em crise de identidade, dadas as dificuldades de concretizar sua dimenso supra-classista
E continua:
A relao ao Estado no se pauta pelo conflito, mas por intensa interao, pois em 1995, vinte secretrios municipais de meio ambiente do Estado do Rio de Janeiro eram militantes ambientalistas, algo positivo, pois passam a exercer poder, embora ruim por trazer dificuldade de reposio de quadros nas entidades (Crespo, 1995: 27).
Trata-se, assim, de esvaziar o embate poltico e atribuir carter tcnico s atividades das entidades dedicadas proteo do meio ambiente, mesmo que as mesmas, numa dinmica recorrente de circulao de quadros entre ONGs e Estado, sejam desenvolvidas explicitamente como parte de aes governamentais. No que diz respeito relao com o empresariado, sustenta Crespo:
a questo dos recursos crucial. O cenrio dos recursos de escassez. [...] Neste sentido, o preconceito em contar com o segmento empresarial um preconceito que se volta contra ns mesmos e age a favor do empresariado, porque ele quem polui ou desenvolve atividades de impacto ambiental, mas no arca com nenhum custo; enquanto isso, ns achamos que no podemos nos misturar (Crespo, 1997: 94).
Confunde-se, assim, o recurso pblico passvel de ser obtido com a penalizao das atividades poluidoras as multas com a transferncia direta de recursos privados dos agentes poluidores para entidades que afirmariam, sem maior controle social, pretender proteger o meio ambiente. Ou seja, tais entidades, financiadas por empresas poluidoras, contribuiriam para a retirada do meio ambiente da esfera poltica, legitimando a poluio ou as declaraes de inteno ambientalmente responsveis daqueles que lhes repassam recursos num circuito alheio ao controle da sociedade poltica. Quanto estratgia propriamente poltica, o recurso a instrumentos jurdicos seguidos de negociao de fundos para projetos ambientais constituiria, para a
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mesma autora, um exemplo de profissionalizao e de competncia poltica. A este respeito, a propsito de um episdio polmico da retirada, em 1995, de uma Ao Civil Pblica aberta contra a Prefeitura do Rio de Janeiro aps a obteno de recursos do governo municipal para o financiamento da entidade ambientalista denunciante, sustenta Crespo:
Vemos aqui um caso de competncia poltica - mobilizao, capacidade de ser reconhecido como interlocutor e de negociar acordos que satisfazem todas as partes. A denncia evoluiu para a formulao de uma alternativa (Crespo, 1995: 27).
A teoria do ambientalismo multissetorial supraclassista, expressa aqui na apologia do ecologismo profissional de resultados, evocada, neste caso, para justificar a pertinncia da busca de recursos viabilizadores de projetos ditos ambientais junto a governos e empresas, por parte de certas entidades prestadoras de servios, supostamente capazes de dar tratamento tecnicamente adequado ao problema ambiental.
Viso 2: tratar-se-a de um projeto problemtico de unificao de sujeitos em torno a uma s conscincia ambiental, cujas dificuldades configurariam o que entendem ser uma crise do ambientalismo
Para alguns adeptos do entendimento do ambientalismo enquanto movimento multissetorial, o mesmo encontrar-se-a em crise de identidade, dadas as dificuldades de concretizar sua dimenso supra-classista. Segundo Ferreira,
as dificuldades em realizarem sua principal promessa de constiturem-se como um nico ator, multissetorial, atravs da capacidade de dilogo entre categorias diferenciadas de sujeitos, inegavelmente o princpio constitutivo da prpria ao ambientalista, frustraram em muito suas prprias expectativas (Costa Ferreira, 1997: 41). Para que o ambientalismo brasileiro seja reconhecido como tal, seria necessrio compreend-lo como fruto contingente de uma tenso permanente entre a realidade das peculiaridades dos vrios segmentos que o compem e sua promessa de universalidade, entre sua vocao para a contemporaneidade e a concretude da democracia e do bem estar no pas (Costa Ferreira, 1997: 48). Eternamente em crise, escravo da contingncia, o ambientalismo brasileiro, tal qual outros novos movimentos sociais, padeceu, por uma dcada, do sentimento inconfesso de suspeitar-se incompleto e parcial (Costa Ferreira, 1997: 42).
Nesta mesma perspectiva, Leis afirma que a lgica do confronto e o facciosismo so fonte de impasse. Segundo ele,
o movimento no pode continuar se comportando como quando se encontrava isolado. O ambientalismo empresarial precisa aumentar sua responsabilidade em relao ao scio-ambientalismo e vice-versa (Leis, 1994: 37). O Estado no mais o ator privilegiado que era nos anos 60 e 70. As empresas e ONGs devem promover alianas e incentivar a emergncia de novas instituies globais capazes de governar a complexa dinmica econmico-ambiental existente (Leis, 1994: 37).
Viola e Leis, por suas vez, afirmam igualmente sua estranheza de que o Frum Brasileiro de ONGs e Movimentos Sociais tenha resistido a aceitar em seu interior o ambientalismo empresarial e governamental. Sugeriam eles, conseqentemente, que o ambientalismo brasileiro abandone definitivamente o
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utopismo e procure sua substituio por uma perspectiva realista utpica, que deixe de lado os preceitos igualitrios de tipo puramente material (Viola e Leis, 1992: 36). Hctor Leis (1994) completava:
necessrio que o ambientalismo assuma posies moderadas e realistas, politicamente associadas social-democracia e ao social-liberalismo, que facilitem alianas entre seus vrios setores.
Segundo estas anlises, portanto, os atores sociais do ambientalismo no estariam entendendo a dimenso por eles considerada objetivamente supraclassista do movimento, o qual no comportaria nenhuma diferenciao substantiva entre seus setores integrantes, fossem eles unidades de produo de lucro econmico, estruturas de poder de Estado ou movimentos em luta no campo dos direitos. Portanto, para tais analistas, a desconsiderao do multissetorialismo estaria na base da crise do ambientalismo brasileiro4.
Para certas correntes do movimento ambientalista,pensar a evoluo do movimento ambientalista brasileiro em termos de complexidade e multissetorializao foi o que contribuiu para a perda de radicalidade do movimento, principalmente pelo fato de haver tambm uma perda ao nvel do entendimento conceitual-terico (Alexandre, 2000: 23). Para Agripa Alexandre, um rro sociolgico considerar a multissetorializao como ampliao da capacidade poltica do movimento e no como perda de tal radicalidade. Um movimento pr-existente, sob uma forma menos complexa e menos multissetorial seria, para ele, expressivo do correto entendimento terico-conceitual do ambientalismo5. Em consonncia com esta tica, vrios depoimentos de militantes de um ambientalismo crtico destacam a crescente diferenciao interna observada no interior do ecologismo no Brasil, a partir dos anos 90, entre pragmatismo de mercado e ao crtica:
O ecologismo filosfico foi superado por um ecologismo mais pragmtico. [...] O movimento ambientalista entrou em declnio porque instalou-se uma certa confuso: a nossa luta original era por um novo modo de desenvolvimento e no por buscar solues paliativas (Loureiro, 2000: 210). As ONGs ambientalistas de combate so constitudas por cidados voluntrios que tm por objetivo principal a denncia e o enfrentamento da poluio e da degradao ambiental (Loureiro, 2000: 213). No somos consultores, queremos mudar a sociedade (Loureiro, 2000: 212). Nosso papel no o de trabalhar para o governo; no o de ocultar o conflito, mas de dar-lhe visibilidade (Loureiro, 2000: 217). O poder pblico deve atender s demandas da sociedade civil e no a sociedade civil atender as demandas do poder pblico (Loureiro, 2000: 220). [Mas] assim como no sindicalismo, h o pelego na questo ambiental: houve uma proliferao de ONGs que na verdade so empresas de consultoria que se travestem de ONGs para ocupar espaos (Loureiro, 2000: 232).
Viso 3: o ambientalismo multissetorial configuraria uma leitura tida por responsvel pela perda de radicalidade do movimento ambientalista
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O grupo de entidades combativas cresceu menos que das que se voltam para o mercado (Loureiro, 2000: 239). A maioria dos dirigentes de ONGs est vendendo servios, est fazendo consultoria, principalmente para as empresas poluidoras. Est havendo uma certa chantagem de quem detm o conhecimento da questo ambiental, utilizando-o para receber recursos das empresas que devem alguma coisa, que tm um passivo ambiental. Quanto ao episdio de 1995, quando uma entidade ambientalista retirou a Ao Civil Pblica que abrira contra o licenciamento de uma obra viria da Prefeitura do Rio de Janeiro, em troca de recepo de recursos para a execuo do programa de educao ambiental no contexto da referida obra, o procedimento foi entendido, pelo ambientalismo crtico, como uma traio, onde a sobrevivncia financeira contou mais do que a luta em si (Loureiro, 2000: 234). Clarifica-se melhor o embate quando menciona-se o fato de que as ONGs de mercado tentam no s ocupar o espao da prestao de servio, mas tambm os espaos institucionais, os canais de participao popular (Loureiro, 2000: 212). Ou seja, no a prestao de servios tcnicos para o Estado e para as empresas propriamente o objeto da crtica. O que se est a recusar aqui que se questione a legitimidade da ao poltica em nome do imperativo da cooperao consensualista. Tratar-se-a, portanto, para o ecologismo de combate, de tentar preservar o espao da crtica ambientalista do modelo de desenvolvimento e de fazer com que a questo ambiental conste substancialmente na elaborao de um projeto poltico contra-hegemnico.
Consideraes finais
fato, como vimos, que, entre certos analistas, desenvolveu-se, ao longo dos anos noventa, a impresso de que teria havido um processo de substituio do ambientalismo contestatrio por um pragmatismo tecnicista e paliativo, compatvel com os pressupostos do chamado ambientalismo multissetorial. No entanto, essa impresso no generalizada, como o atestam as preocupaes dos prprios tericos do multissetorialismo com a permanncia do que chamam de facciosismo igualitarista, que estaria a impedir a efetivao da pretendida unidade transclassista. O que sem dvida ocorreu, desde meados dos anos 1990, foi um claro esforo de neutralizao das lutas ambientais, empreendido por organismos multilaterais, empresas poluidoras e governos. Este esforo foi, por certo, bastante bem sucedido junto ao ecologismo desenraizado, desprovido de vnculos com os movimentos sociais6. No foi, porm, de modo algum, bem sucedido junto ao ecologismo crtico e socialmente enraizado, cuja elaborao e ao deram mostras de um desenvolvimento lento embora consistente, neste mesmo perodo. Uma mostra deste desenvolvimento foi, por exemplo, a vitria, ainda que temporria, da Rede Alerta contra o Deserto Verde, reunindo entidades ambientalistas, sindicatos rurais e urbanos, associaes profissionais, movimento indgena e Movimento dos Sem Terra, que conseguiu fazer aprovar, em 2002, uma lei estadual impedindo a continuidade da expanso da monocultura do eucalipto no estado do Esprito Santo, enquanto no viesse a ser elaborado o Zoneamento Agro-ecolgico do estado. Nesta
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mesma direo apontou tambm a criao, em 2001, da Rede Brasileira de Justia Ambiental, que pretende organizar a luta contra a lgica perversa de um sistema de produo, de ocupao do solo, de destruio de ecossistemas, de alocao espacial de processos poluentes, que penaliza as condies de sade da populao trabalhadora, moradora de bairros pobres e excluda pelos grandes projetos de desenvolvimento7. O MST, por sua vez, adentrou o campo ambiental evocando que a funo social da terra requer prticas de conservao de sua fertilidade para as geraes futuras, justificando a derrubada de eucaliptais em reas ditas produtivas, acusando as monoculturas de empobrecer os solos; tambm engajou-se no combate transgenia, denunciando o risco de contaminao e de perda de autonomia do pequeno produtor, assim o como combateu a lei de patentes incorporando os princpios de que no se deve privatizar as formas de vida. Os sujeitos das lutas por justia ambiental denunciam, portanto, a vigncia, por parte das foras hegemnicas, de uma irresponsabilidade organizada, como diria Ulrich Beck (1992), mas classista, posto que os grandes projetos hidreltricos, minerrios e monoculturais expropriam de seus recursos aos grupos sociais mais despossudos, ao mesmo tempo em que pouca ateno governamental destinada a proteger ou remediar o risco sofrido particularmente por grupos sociais menos capazes de se afastar das fontes de risco trabalhadores e moradores pobres residindo ou trabalhando em reas onde o preo da terra mais barato para o mercado, apoiado na omisso poltica do Estado quando no os prprios projetos financiados e promovidos pelo Estado destinam-se sistematicamente s atividades geradoras de risco. Assim que a idia, sustentada por alguns adeptos do chamado ambientalismo multissetorial, de que teria ocorrido uma substituio do ecologismo de combate pelo de resultados ignora o processo crescente de ambientalizao das lutas sociais. Mas ela reflete tambm a inteno, presente na estratgia dos organismos multilaterais, de alguns governos e empresas poluidoras, de confundir, como assinalado acima por um ambientalista crtico, os espaos de prestao de servios com os espaos de participao poltica. Pois, como vimos, a presena do ecologismo de resultados no mercado de consultorias no impediu que seus promotores disputassem legitimidade no campo ideolgico, procurando apresentar-se como mais aptos a obter efetivas vitrias polticas e, supostamente, fazer pagar aos empresrios por seus impactos danosos. A busca desta legitimidade deu-se no interior da figura hbrida do que poderamos chamar de um verdadeiro mercado da participao, cujos negcios se foram ampliando, tanto mais quanto alguns de seus agentes tenham conseguido se apresentar como representantes da sociedade e no como prestadores de servios remunerados. Em contrapartida, muitos movimentos sociais construram, a seu modo, neste perodo, aquilo que constitui a dimenso ambiental especfica s suas lutas, convergindo na denncia da desigualdade ambiental8 prpria a um modelo de desenvolvimento que baseia-se na expropriao das condies de existncia de trabalhadores urbanos, grupos camponeses, povos e comunidades tradicionais (Acselrad, 2010). Estes atores sociais entendem-se, assim, como sujeitos
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da resistncia produo de desigualdades ambientais; eles emergem, por um lado, entre as vtimas da contaminao de espaos no diretamente produtivos entorno de grandes empreendimentos portadores de risco e periferias das cidades onde so localizadas instalaes ambientalmente indesejveis como lixes, oleodutos, depsitos de lixo txico, etc. A desigualdade ambiental que caracteriza sua condio social e locacional resultaria, neste caso, da menor capacidade dos moradores destas periferias escaparem das fontes de risco e se fazerem ouvir nas esferas decisrias; por vezes pode ocorrer mesmo algum consentimento por parte dos setores menos organizados destas comunidades dada a carncia de emprego, renda e servios pblicos de sade e educao na expectativa de que tais empreendimentos tragam algum tipo de beneficio localizado, via de regra prometido. Outros sujeitos da resistncia constituem-se entre as vtimas da contaminao produtiva interna aos ambientes de trabalho industrial e agrcola, pela qual interesses econmicos lucram com a degradao dos corpos dos trabalhadores, via desinformao, contra-informao, mascaramento de informao e chantagem do emprego. Um terceiro grupo de sujeitos encontra-se entre as vtimas da despossesso de recursos ambientais fertilidade dos solos, recursos hdricos e genticos, assim como territrios essenciais reproduo identitria de comunidades e grupos scio-culturais por grandes projetos infra-estruturais e empreendimentos produtivos de grandes corporaes que desestabilizam as prticas espaciais de grupos camponeses, povos e comunidades tradicionais.
A crtica dos movimentos sociais incide, pois, tanto a montante e a jusante dos processos produtivos, como tambm no lcus mesmo da produo de mercadorias
A crtica dos movimentos sociais incide, pois, tanto a montante e a jusante dos processos produtivos, como tambm no lcus mesmo da produo de mercadorias. Neste mbito, a leitura da questo ambiental por grupos operrios pode levar, inclusive, a um questionamento da fronteira jurdica entre o interior e o exterior das unidades produtivas, oferecendo novas possibilidades de alianas entre trabalhadores que lidam com substncias perigosas e moradores do entorno das unidades poluentes9. As lutas por justia ambiental, tal como caracterizadas no caso brasileiro, tm combinado assim: a defesa dos direitos a ambientes culturalmente especficos de comunidades tradicionais situadas na fronteira da expanso das atividades capitalistas e de mercado; a defesa dos direitos a uma proteo ambiental equnime contra a segregao scio-territorial e a desigualdade ambiental promovidas pelo mercado e sancionadas pelo Estado; a defesa dos direitos de acesso equnime aos recursos ambientais, contra a concentrao das terras frteis, das guas e do solo seguro nas mos dos interesses econmicos fortes no mercado. Cabe ressaltar igualmente, que, ao lutar pelo respeito funo social da terra, das guas, da atmosfera e dos sistemas vivos, estes sujeitos no deixam
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de buscar assegurar igualmente por formas concretas e socialmente definidas, alheias s retricas genricas como aquelas presentes no relatrio Brundtland a defesa dos direitos das populaes futuras.
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Notas
1 A noo de movimento ambientalista tem sido evocada, no Brasil, para designar um espao social diversificado de circulao de discursos e prticas associados proteo ambiental, configurando uma nebulosa associativa formada por um conjunto diversificado de organizaes com diferentes graus de estruturao formal, desde ONGs e representaes de entidades ambientalistas internacionais a sees ambientais de organizaes no especificamente ambientalistas e grupos de base com existncia associada a conjunturas especficas. 2 Na perspectiva de Viola e Leis, est em questo o que eles consideram uma viso de mundo ambientalista, portadora de valores ps-materialistas. No que apresentado em seus trabalhos como ambientalismo estariam mais propriamente delineados os traos de um corpo doutrinrio, da emergncia de um tipo de pensamento dotado de certa uma unidade que no corresponde s formas concretas pelas quais a questo ambiental veio sendo construda por atores sociais dotados de determinada historicidade e que se situam de forma relacional no espao dos discursos e das prticas. Ou, de outro modo, tal noo de ambientalismo no d conta de todas as mediaes que fazem com que uma tal viso de mundo, ou elementos dela, em uma trajetria complexa, seja reintepretada, reapropriada e integrada a discursos e prticas concretos e contraditrios dos atores sociais. 3 No demais lembrar que a soluo desta crise, nesta perspectiva, pode terminar comportando uma abertura para solues autoritrias (de ordem cientista) ou meritocrticas ( maneira da chamada tica do Bote Salva-vidas do bilogo Garret Hardin). 4 Em 1992, os promotores da concepo unitarista da questo ambiental no hesitavam em afirmar: Hoje so poucos os que colocam em dvida o carter multissetorial do ambientalismo brasileiro, embora quando ele comeou a manifestar-se isto no era percebido assim pelos membros mais conspcuos do ambientalismo strictu sensu (Viola e Leis, 1992: p. 34). 5 Cabe assinalar, nesta assertiva, uma identificao algo equivoca entre erro sociolgico e escolha poltica de atores sociais. Ou seja, seria o caso, antes, de ressaltar que o verdadeiro erro sociolgico seria o de no considerar o trabalho de classificao mais ou menos abrangente efetuado pelos prprios atores sociais dos diferentes ambientalismos. 6 Arnt e Schwartzman (1992: 125) lembram que no ambiente social rarefeito, o alcance da crtica ecolgica curto. A idia ambientalista desenraizada revela a verdade torta de sua falsidade: a modernizao que exprime a do sistema que obedece aos interesses que contempla. 7 Declarao de Fundao da Rede Brasileira de Justia Ambiental, fundada na cidade de Niteri em setembro de 2001. 8 Entende-se por desigualdade ambiental o estado da distribuio de benefcios e males ambientais do desenvolvimento resultante da operao dos mecanismos pelos quais destina-se a maior carga dos danos ambientais a grupos sociais de trabalhadores, populaes de baixa renda, povos e comunidades tradicionais e grupos tnicos marginalizados e mais vulnerveis (Acselrad, Mello e Bezerra: 2008). 9 Depoimentos de trabalhadores mobilizados em lutas ambientais mostram as condies restritivas do acesso informao e ao reconhecimento dos riscos ambientais na indstria. Eis como se exprimiu um operrio em luta contra a poluio no trabalho industrial: Se eu no tivesse sido contaminado, ainda estaria trabalhando, sem conscincia nem participao no processo poltico, sem acesso ao conhecimento; entrevista com membro da ACPO Associao de Combate aos Poluentes (Calderoni: 2006). Em relao aos riscos de acidentes, afirma um diretor da ATESQ Associao dos Trabalhadores Expostos a Substncias Qumicas: Ns estvamos muito bem treinados para no morrer dentro da fbrica, (Nogueira, 2005: 102).
Resumen
Horacio Machado inspecciona detalladamente los elementos del actual sistema capitalista, en clave neocolonial, para dar cuenta del auge que tiene actualmente el modelo extractivista en las economas latinoamericanas. Para el autor, la lgica imperial colonial del extractivismo se ha instalado en nuestra regin como el resultado de un proceso de largo aliento, que comenz en los aos setenta con la aniquilacin de los proyectos nacional populistas y continu con la imposicin de la deuda externa, los ajustes estructurales y con la ola de privatizaciones y desregulacin financiera durante los aos ochenta y noventa. As, el autor propone estudiar dicha lgica extractivista tomando en cuenta sus implicaciones, no slo econmicas, sino biopolticas; sin olvidar las graves consecuencias que tienen sobre las comunidades y sus territorios.
Abstract
Horacio Machado explores the components of the current capitalist system in great depth, and from a neocolonial perspective, to account for the extractivist model boom in Latin American economies. According to Machado, the imperial and colonial logic has taken hold in our region as a result of a long-drawn process which started in the 1970s with the annihilation of national and populist projects, and was followed by the imposition of foreign debt policies, structural adjustments, the wave of privatisations and financial deregulation during the 1980s and 1990s. Thus, Machado examines this extractivist logic considering both the economic and bio-political implications, with special attention to the severe consequences for communities and their territories.
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Machado Aroz, Horacio 2012 Los dolores de Nuestra Amrica y la condicin neocolonial. Extractivismo y biopoltica de la expropiacin en OSAL (Buenos Aires: CLACSO) Ao XIII, N 32, noviembre.
La particularidad del cuerpo no se puede entender independientemente de su insercin en los procesos socioecolgicos. [] Uno de esos determinantes clave es el proceso de trabajo, y la globalizacin describe cmo ese proceso est siendo modelado por fuerzas polticas y econmicas y por fuerzas culturales asociadas de maneras especficas. De ah se deduce que el cuerpo no se puede entender, de manera terica o emprica, sin comprender la globalizacin. A la inversa, sin embargo, reducida a sus determinaciones ms simples, la globalizacin trata de las relaciones socioespaciales existentes entre miles de millones de individuos. Aqu radica la conexin bsica que se puede establecer entre dos discursos que generalmente se mantienen segregados en detrimento de ambos (David Harvey, 2003:29).
Tras la crisis estructural de los aos setenta que acab con el orden mundial de posguerra, la vorgine de las polticas neoliberales dio inicio a un drstico proceso de reorganizacin neocolonial del mundo. La globalizacin del capital impulsada por las reformas poltico institucionales monoplicamente sancionadas por las grandes potencias y verticalmente impuestas al resto del mundo, involucr una profunda reestructuracin de los patrones de dominacin y jerarquizacin social. El neoliberalismo signific, en tal sentido, una verdadera refundacin del sistema mundo moderno, colonial, capitalista. Nuevas formas de explotacin y subalternizacin emergieron, se instalaron y alteraron todos y cada uno de los niveles y mbitos de la compleja realidad social: el del escenario geopoltico global tanto como el de la infinita diversidad de comunidades locales, atravesando, por cierto, las estructuras de los estados nacionales y las configuraciones regionales preexistentes; el mbito del universo social objetivado en la institucionalidad de las estructuras polticas, econmicas y culturales; y el de la vida cotidiana, las relaciones interpersonales y la esfera de la subjetividad. Como en sus orgenes, la refundacin neoliberal del orden colonial tuvo su espacio socioterritorial privilegiado de experimentacin y construccin en Amrica Latina. La recolonizacin de Nuestra Amrica estuvo trgicamente signada por diferentes ciclos de violencia imperialista: la violencia extrema del terrorismo de estado en la dcada del setenta, que apag con sangre y fuego los intentos nacional populistas de emancipacin o, al menos, de autonoma perifrica ensayados en los aos previos; luego por la violencia disciplinadora racionalizadora de la economa de la expropiacin, iniciada con la deuda externa y los ajustes estructurales de los aos ochenta; prolongada y completada con la ola de privatizaciones, apertura comercial, desregulacin financiera y flexibilizacin laboral de los noventa (Machado, 2010a).
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Aquella violencia imperial, desatada por la guerra de conquista neoliberal, rige an en nuestros das bajo las formas fetichizadas de la fantasa desarrollista que alienta y alimenta la voracidad del extractivismo primario exportador en alza (Gudynas, 2009; Acosta, 2010; Svampa, 2010; Machado, 2010b). Como gravosa herencia de dcadas y etapas pasadas, la lgica imperial colonial del extractivismo se ha instalado fuertemente sobre Amrica Latina, haciendo de la vasta riqueza y diversidad ecolgica de nuestra regin uno de los ms preciados y necesarios botines de guerra en pocas de crisis ambiental global y de escasez crtica de recursos naturales. Una vez ms, con la complicidad activa de las lites locales, los renovados designios imperiales coloniales han dirigido su violencia explotadora hacia las poblaciones, territorios y recursos de nuestra Amrica para convertirla como otras tantas veces en la historia, en reserva de subsidios ecolgicos destinada a sustentar la asimtrica voracidad consumista del mundo del capital (Machado, 2010a; 2010b).
El extractivismo expresa su eficacia transformadora (colonizadora) en la expansin de las fronteras territoriales del capital, as como en la reversin de la matriz socioproductiva de la regin
Como rostro invisible del imperialismo de nuestro tiempo, el extractivismo avanza a un ritmo frentico, al comps del renovado auge de las explotaciones petroleras y mineras, con la expansin de la superficie territorial ocupada por monocultivos forestales, forrajeros y del agronegocio en general. Avanza con la intensificacin de las capturas pesqueras; la privatizacin y patentado de las reservas genticas de biodiversidad en manos de las grandes corporaciones que controlan las industrias de la vida; la radicacin de fases industriales altamente contaminantes y/o intensivas en agua y energa (fbricas de pasta de celulosa; plantas de aluminio y de concentrado de minerales en general; maquilas textiles, etc.); el diseo y extensin de megainfraestructuras hdricas, viales y energticas para viabilizar el destino exportador de las mencionadas explotaciones (Plan Puebla-Panam, Iniciativa para la Integracin de la Infraestructura de la Regin Suramericana, IIRSA); y hasta con la comercializacin de los saldos remanentes de bosques como bonos de carbono canjeables en el aparentemente ilimitado mercado mundial. El extractivismo expresa su eficacia transformadora (colonizadora) en la expansin de las fronteras territoriales del capital, as como en la reversin de la matriz socioproductiva de la regin. Slo en las dos ltimas dcadas, los monocultivos forestales y de agronegocios principalmente de caa, soja y maz transgnicos llegaron a ocupar 680 mil km de la Amazonia, 140 mil km en Argentina y ms de 20 mil km en Paraguay y Bolivia respectivamente (CEPAL, 2002; Cifuentes, 2006). Por su parte, la superficie concesionada a grandes explotaciones mineras lleg a cubrir el 10% del territorio de la regin hacia fines del ao 2000: en el caso de Chile, 80 mil km; en el Per, 105 mil km; y en Argentina, 187.500 km (Cifuentes, 2006). A la par de la expansin de las superficies territoriales intervenidas por este tipo de megaproyectos, se fue consolidando una profunda reversin en la economa
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latinoamericana, caracterizada por la reprimarizacin, concentracin y extranjerizacin del aparato productivo regional. A medida que avanzaban y se consolidaban grandes ncleos transnacionalizados de extraccin de materias primas, fue retrocediendo el perfil industrial de la regin y la importancia del mercando interno como factor dinamizador de la economa (Arceo, 2007; Martins, 2005). La exportacin de productos primarios pas a ser la clave de la nueva ecuacin macroeconmica de la regin, verificndose un virtual retorno al siglo XIX. En trminos generales, el peso de la exportacin de materias primas sobre el total de exportaciones lleg a alrededor del 90% en pases como Venezuela, Ecuador, Chile, Per y Bolivia; y a entre el 70 y el 60% en pases como Colombia, Uruguay, Argentina y Brasil (CEPAL, 2010). Las exportaciones de bienes primarios de la regin (agricultura, silvicultura y pesca) saltaron de 16.700 millones de dlares en 1990 a 72.250 millones de dlares en 2008, en tanto que las exportaciones de recursos minerales excepto los hidrocarburos pas de 27 mil millones de dlares a ms de 140 mil millones de dlares durante el mismo perodo (CEPAL, 2010). Esos miles de millones de dlares exportados pueden verse, en trminos de la economa ecolgica, como miles de millones de toneladas de nutrientes, materia y energa, que se extraen de nuestros suelos y se transfieren para ser procesados y consumidos por otros grupos poblacionales. Se trata de bienes generados y localizados en determinados ecosistemas el agua, el suelo, el aire, la energa, la biodiversidad, que son apropiados privadamente y desterritorializados para abastecer dinmicas econmicas localizadas en otros territorios. Centrada en el valor de cambio, la mirada racional de la economa clsica no puede ver ms all del sistema de precios que asigna el mercado. No puede, por tanto, dimensionar el valor de uso de esos bienes ecosistmicos, ni evaluar la destruccin de la naturaleza que implica esa ingente extraccin y transferencia de recursos. Muchos menos es capaz de visualizar las abismales desigualdades ecolgicas que se producen a travs de ese fenomenal flujo de materia que se dibuja en una geografa de la extraccin, bastante diferente de la geografa del consumo. As, la ceguera de la episteme dominante, que anida en los oficialismos del poder (del poder acadmico, empresarial y gubernamental), alienta el viejo y remanido extractivismo como nueva va al desarrollo; profundizando as las desigualdades estructurales y las injusticias histricas, renovando y redefiniendo los dispositivos sistmicos, eco-biopolticos, de la dominacin moderna-colonialcapitalista. Sntoma de la profunda derrota geopoltica que signific el neoliberalismo para la ola de resistencia del tercer mundo en los aos sesenta y setenta, los gobiernos de la regin otrora defensores del patrimonio natural, interesados en disputar al capital extranjero el control y usufructo de sus riquezas y la soberana efectiva sobre su territorio, emergen ahora como sus principales aliados e impulsores. Extraamente tambin, el extractivismo del presente parece no tener fronteras ideolgicas, abarcando de modo paradjico desde los extremos de la derecha recalcitrante y represiva (Colombia, Honduras, Per, Mxico) hasta los gobiernos autoproclamados revolucionarios (Venezuela, Ecuador y Bolivia), pasando por derechas adecentadas (por caso, Chile) y progresismos tibios (tal y como los actuales gobiernos del Mercosur).
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Bajo un ropaje de retricas antagnicas, gobiernos de uno y otro tinte se empean en impulsar los mismos monocromticos planes desarrollistas, unos prometiendo el ingreso al primer mundo (del capital); otros la revolucin y el socialismo del siglo XXI. Algunos en nombre del desarrollo, otros en el de la inclusin social y la dignidad, los distintos gobiernos de la regin emprenden nuevamente el (viejo) sueo sacrificial de la modernidad, dando impulso a una nueva era de explotacin intensiva de la naturaleza; pero esta vez en una poca de decisiva crisis ecolgica planetaria, cuando los sntomas de agotamiento del mundo se han hecho patentes y las amenazas a la sobrevivencia humana se han instalado definitivamente en el suelo del realismo del presente. As, los primeros aos del siglo XXI encuentran a nuestra Amrica, una vez ms, bajo las profundas garras opresivas del imperialismo. Un imperialismo renovado, de nuevo cuo, aunque crnicamente asentado en los gruesos cimientos del colonialismo o colonialidad (Scribano, 2008). En los paisajes renovados del imperialismo de nuestro tiempo, la devastacin y el saqueo se confunden con nimos exitistas de celebracin del crecimiento, expansin del consumo, y hasta recuperacin de histricas conquistas y demandas sociales. Grandes mayoras aglomeradas en megalpolis insustentables, expuestas a diversas formas de violencia y riesgo social y ambiental; poblaciones rurales y urbanas del interior tambin expuestas, fumigadas algunas con glifosato, otras con las nubes txicas de voladuras mineras, o con las emanaciones de plantas concentradoras, ingenios o pasteras; muchas, con el agua racionada y la electricidad restringida. Los costos sacrificiales del desarrollo dejan sus huellas sobre los territorios y los cuerpos: la deforestacin y la ingente prdida de biodiversidad; la destruccin de ecosistemas enteros; erosin de los suelos y contaminacin de fuentes de agua; prdida de reservas energticas y de bienes naturales estratgicos; poblaciones enfermadas y discapacitadas por contaminantes y etiologas ambientales; erosin de la seguridad hdrica y alimentaria; degradacin de las dietas y recorte drstico de los horizontes de vida; e incremento incesante de desplazados y refugiados ambientales. Pese a tales sntomas, la mayora de nuestra sociedad parece inmutable todava, propiamente insensible frente a las nuevas formas de explotacin de nuestros tiempos. Pero las postales de los nuevos paisajes coloniales no se agotan all. Como el colonialismo mismo, se presentan insoslayablemente antitticos. As, del otro lado, pueblos originarios, comunidades campesinas, estudiantes, trabajadoras y trabajadores, pobladores de los crculos extremos de las periferias internas, artistas, educadoras y educadores y lo que la episteme moderna llama intelectuales, se alzan como los nuevos renegados de la modernidad. Este heterogneo coro de voces se ana para oponerse y denunciar abiertamente esta etapa desarrollista del colonialismo. Con sus cuerpos y sus artes toman camiones y cortan rutas; impugnan los informes de impacto ambiental de las empresas y todos los dems artilugios del eco-capitalismo tecnocrtico; escrachan a funcionarios cmplices y rechazan leyes ambientales a la medida de los inversionistas. No demandan planes sociales ni puestos de trabajo, sino apenas el derecho a decidir sobre sus territorios. Todava minoritarias, estas poblaciones que resisten este nuevo ciclo de modernizacin neocolonial son vistas con una mezcla de rareza, desconfianza y
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aprensin. Frecuentemente ignorados y sistemticamente descalificados por los grandes medios, y muchas veces perseguidos y reprimidos por sus propios gobiernos representativos, estos nuevos colectivos emergen como los brbaros de nuestros tiempos, los que se oponen al desarrollo; los que, en los territorios militarizados de los gobiernos de derecha, son considerados terroristas, y en los de izquierda, fracciones fundamentalistas que obstruyen el avance de los procesos revolucionarios.
La expropiacin colonial es sistmica y sistemtica; es expropiacin integral de las energas vitales. Expropiacin de la vida como tal, en todas sus formas y en todas sus dimensiones
Extraos escenarios los del colonialismo presente, donde la voluntad imperial se reviste de retrica emancipatoria, donde an las propias energas revolucionarias no hallan todava salida al atolladero de la modernidad deseada, y las mayoras siguen bajo el hechizo de la fantasa colonial desarrollista esa que precisamente est socavando y horadando las bases materiales, ecolgicas y biopolticas de sus propias posibilidades de futuro. Un futuro otro, necesariamente otro. Radicalmente otro. Las paradojas y perplejidades de los escenarios contemporneos de Nuestra Amrica dan cuenta de la complejidad del fenmeno colonial. Esta complejidad se manifiesta en la brecha abismal existente entre las formas de ver, pensar y sentir la realidad que se dan en uno y otro bando de los antagonismos coloniales, en los contrastes en los discursos y las lecturas que, de uno y otro lado, se esgrimen sobre los procesos sociopolticos en curso: para unos, una etapa de promisoria recuperacin; para otros, una gravosa fase probablemente la ms, de recolonizacin de nuestras sociedades. Tal vez, esa complejidad intrnseca de la dominacin colonial sea parte de los secretos de su trgica vigencia histrica. Probablemente, la eficacia epistmica y poltica del imperialismo-colonialismo de nuestros das resida en su capacidad para generar nuevas formas, cada vez ms sofisticadas, de ocultar e invisibilizar los dispositivos de la expropiacin. Nuevas formas de expropiacin que pasan todava desapercibidas para las mayoras sociales, y que sin embargo se sienten con toda crudeza en las subjetividades individuales y colectivas que, justamente desde el dolor de la expropiacin, se alzan en resistencia. En las voces de esas subjetividades en resistencia, la expresin saqueo alude y sintetiza la lgica prctica de esta nueva arremetida colonial. La lgica del saqueo define y resume, a nuestro entender, la esencia del colonialismo: est en sus races histricas. El colonialismo del presente es igualmente saqueo, slo que bajo nuevos modos de produccin. Una hermenutica de ese grito decolonial saqueo! puede ayudarnos en la comprensin de la naturaleza y alcance de los dispositivos expropiatorios del presente.
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El colonialismo es saqueo, el saqueo es expropiacin. La lgica prctica de la expropiacin condensa en toda su complejidad la realidad histrico-geogrfica del colonialismo/colonialidad. El colonialismo, como tal, es violencia expropiatoria que se ejerce, literalmente, sobre el mundo de la vida. Se trata de un fenmeno radical, que opera desde los cimientos mismos de la realidad. La expropiacin colonial es sistmica y sistemtica; es expropiacin integral de las energas vitales. Expropiacin de la vida como tal, en todas sus formas y en todas sus dimensiones. Como hecho fundacional y generador de realidad, productor de un nuevo mundo (el mundo colonial), el colonialismo es violencia brutal expropiatoria, que se ejerce primeramente sobre los componentes esenciales de la vida: los territorios y los cuerpos. Elementos bsicos, materias primas de la realidad social, los territorios y los cuerpos se constituyen como los blancos y objetivos primeros del saqueo. La violencia colonial originaria se propone, ante todo, producir una separacin radical entre determinados cuerpos de sus respectivos territorios. Es preciso comprender en qu medida la vida misma emerge y depende de los flujos existenciales que anudan vitalmente a los territorios y los cuerpos para dimensionar en toda su complejidad los alcances y efectos de este originario acto expropiatorio. El territorio es el espacio geogrfico estructurado por y a partir del trabajo, que es energa psquica, corporal y social, inseparablemente material y simblica. El proceso de trabajo se apropia, de-signa y transforma el espacio para producir, de all en ms, el territorio, el espacio habitado (Santos, 1996; PortoGonalves, 2006). No hay territorio antes o por afuera de esa relacin pragmtica que se entabla entre sujetos colaborando en y con un determinado espacio geogrfico, para as convertirlo en entorno propio apropiado. Es decir, no hay territorio sin sujeto poltico que lo constituya como tal. Pero, de la misma manera, no hay sujeto sin la materialidad del cuerpo-individuo viviente, cuyo proceso de vida, a su vez, no puede prescindir de los flujos energticos que lo atan a un determinado espacio geofsico biolgico proveedor. De tal modo, hay un proceso mutuamente constitutivo y constituyente entre los flujos energticos que van de los cuerpos a los territorios en forma de trabajo, y que retorna de los territorios a los cuerpos en
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forma de alimentos. La vida misma emerge, por tanto, de estos flujos y procesos vitales que conectan unos cuerpos a ciertos territorios. La escisin que la expropiacin colonial provoca en este fluir es una expropiacin dialcticamente productiva/destructiva. Opera aniquilando un mundo-devida preexistente, instituyendo, simultneamente, un mundo nuevo. La eficacia histrica de la dominacin colonial reposa justamente en la capacidad performativa que la violencia expropiatoria tiene y ejerce recprocamente sobre los cuerpos y los territorios. Violencia performativa con la capacidad de disear territorios por y mediante la inversin: inversin del capital que opera la sustitucin radical del mundo-de-vida para crear un entorno completamente hecho a su imagen y semejanza, un mundo de, por y para el capital. La inversin produce territorios nuevos, configurados funcionalmente para ajustarse a los requerimientos del capital, es decir, para ser territorios eficientes, productivos, rentables, competitivos. En suma, territorios de acumulacin. No obstante, debido a los flujos existenciales que los atan a los cuerpos, no hay territorios competitivos sin poblaciones igualmente estructuradas bajo esa misma lgica. Y el capital, a la vez que ejerce su capacidad performativa sobre los territorios, moldea tambin los cuerpos que lo habitan, tanto en su interioridad como en su exterioridad. As, inversin colonial es igual al saqueo violento de las energas corporales, es violencia performativa que se ejerce sobre la complejidad material y simblica, individual y social que son los cuerpos. Formatea su capacidad de trabajo, sus conocimientos y competencias, pero tambin, y de forma decisiva, sus emociones y sentimientos. La capacidad destructiva/productiva del capital coloniza los deseos de los cuerpos, para convertirlos as en sujetos sujetados a la lgica de la inversin. Desde esta mirada podemos esbozar una hermenutica de la nocin actual de saqueo, que los movimientos socioterritoriales de Nuestra Amrica ponen como grito de resistencia en el centro de la agenda poltica contempornea. El no al saqueo suena como grito decolonial que, en su grave sonoridad, denuncia la profundidad, intensidad y extensin de los alcances y efectos de la expropiacin colonial de nuestros das. Denuncia las expropiaciones del presente como expropiaciones de vasto alcance. Dice saqueo como acto y proceso expropiatorio complejo. Es un fenmeno inseparablemente ecolgico, econmico, poltico, cultural, semitico, epistmico, biopoltico. Da cuenta de la expropiacin geogrfica e histrica, del arrebato de los territorios y los bienes naturales, as como de la colonizacin de los cuerpos y las almas. Contrariamente a la desconsideracin de las cuestiones materiales que se suele hallar en los sofisticados desarrollos de ciertas teoras poscoloniales, excedidas de posmodernismos y posmarxismos, la dominacin colonial es bsicamente expropiacin geogrfica, ecolgica, econmica, biopoltica. No se llega a la esfera de la colonialidad sin la mediacin de un proceso de apropiacin/expropiacin territorial. Es cierto, el capital impone nuevos lenguajes, nuevos cdigos y sentidos, pero controla y dispone materialmente de los territorios y los cuerpos. Lo que estamos viendo y viviendo en Amrica Latina es precisamente un proceso de expropiacin, en primer lugar, geogrfica ecolgica. Es decir, son los flujos del capital los que usan y disponen del espacio geogrfico, los que destruyen las
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viejas territorialidades e imponen las nuevas, los territorios en red, fragmentos locales verticalmente subordinados a cadenas de valor diseadas y controladas por el capital transnacional. La radicacin de inversiones involucra un proceso de reapropiacin y resignificacin total del espacio geogrfico: el espacio local pasa a ser un vector ms de la economa-mundo, y la produccin explotacin que da lugar a esa radicacin de la inversin provoca una alteracin completa de las formas locales de valoracin, ocupacin y uso del espacio. As, el territorio local pierde sus huellas comunales y pasa a ser territorio mundo, fragmento de un complejo productivo global: ya minero, ya pastero, ya sojero, ya forestal, ya turstico, ya reserva natural. Nuevas infraestructuras y tecnologas alteran los flujos, la estructura y la dinmica del espacio geogrfico. Ante todo, las mega-infraestructuras que precisan construir la conectividad (global vertical) del territorio (Santos, 1996). A medida que el territorio se conecta cada vez ms a los flujos de la economa-mundo, se torna recprocamente ms extrao a los circuitos, formas y usos locales preexistentes. Las megainfraestructuras cambian la morfologa y la estructura de los territorios, intervienen y modifican completamente los paisajes. Crean paisajes invertidos. Las poblaciones locales asisten a la implantacin de un territorio nuevo, extraado; expropiado. Apropiado por y para la inversin. Ahora bien, lo que define la radicacin de la inversin es la localizacin de determinados recursos naturales. Objetos de deseo, recursos requeridos por el poder imperial para sostener la dinmica de ese tal poder. Recursos energticos vitales, nutrientes y bienes ecosistmicos que son arrancados de sus entornos para ser dispuestos como commodities en y para el mercado mundial. La inversin viene con su mirada selectiva a extraer agua, fertilidad del suelo, minerales, hidrocarburos, protenas, oxgeno, germoplasma, diversidad biolgica. Se trata de una expropiacin propiamente ecolgica: el inters selectivo de la inversin opera destruyendo, en el proceso extractivo, la unidad estructural-funcional-convivencial que con-forma los ecosistemas locales y regionales. El extractivismo provoca un literal desgarramiento de los territorios, en tanto entornos proveedores de bienes y nutrientes. As, la expropiacin ecolgica es expropiacin de la vida en sus mismas bases naturales, es expropiacin de las fuentes y medios de vida que hacen materialmente posible la existencia. Sin esas fuentes y medios de vida, los cuerpos se ven carentes de las energas que hacen posible su hacer, expropiados de s en la raz misma de su ser, que es el obrar. La expropiacin ecolgica es expropiacin de los recursos que nos hacen cuerpos, y es expropiacin de la capacidad de obrar de esos cuerpos. Desgarramiento simtricamente territorial-corporal que est, por tanto, en la base de la dominacin biopoltica. La expropiacin ecolgica es tambin, inevitablemente, expropiacin econmica, en mltiples sentidos. Tanto en el plano del mundo hegemnico de la economa clsica como en el de la economa ecolgica (Leff, 1994; Naredo, 2006). La expropiacin econmica es saqueo de recursos, apropiacin de plusvala, acumulacin extractiva de valores de cambio, y acumulacin por desposesin (Harvey, 2004; 2007). Con la inversin, una ingente masa de activos fsicos y materiales transmuta de propietarios y son creados entornos de ganancias extraordinarias para y por la explotacin extractiva de riquezas naturales. Las grandes corporaciones transnacionales son, por lo general, el sujeto poltico clave de
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este fenomenal proceso de apropiacin-extraccin y transferencia de recursos ecolgicos econmicos. A la mencionada plusvala ecolgica que se extrae mediante la apropiacin y transferencia de bienes y servicios ambientales (valores ecolgicos que se incluyen en el precio de los commodities), se suma la plusvala social que se extrae a travs de la explotacin de la fuerza de trabajo y la transferencia de la renta financiera. Pero las extraordinarias tasas de ganancia que acumulan las megaempresas que operan estos nuevos dispositivos extractivos son un indicador muy parcial y bastante deficitario del proceso de expropiacin econmica que acontece. Es que el capital, al disponer del territorio y los medios de vida, dispone tambin inexorablemente de los medios de trabajo. Las poblaciones locales se ven expropiadas de sus fuentes y medios de trabajo: pasan a ser mano de obra, de ahora en ms, puesta en disponibilidad por y para el capital extractivo que altera la economa local en su conjunto, integralmente. El capital transforma medios de trabajo y escala de precios, produce una devaluacin general de determinadas prcticas laboraleseconmicas, productos, bienes y usos, y revala fuertemente otros. Impone nuevos patrones de consumo y nuevas formas de explotacin (gestin de recursos humanos). Los cuerpos, como fuerza de trabajo, pasan a ser reexaminados por el nuevo mercado laboral que se abre: ciertas capacidades, conocimientos y aptitudes pierden valor, se devalan y afectan su empleabilidad; otras, en cambio, se cotizan bastante bien. En conjunto, la poblacin local se ve completamente extraada de su propia base de sustentacin material; expropiada de sus medios de vida, de sus fuentes y formas de trabajo; los modos de uso y de produccin; la tecnologa; los conocimientos y aptitudes; los modos de consumo y las formas de asignacin de valor a las cosas y a las prcticas. Todo se ve completamente alterado, colonizado por las nuevas megainversiones que se radican en los territorios del saqueo. Asimismo, desde este punto de vista, la expropiacin econmica es, insoslayablemente, expropiacin cultural. No hay ni puede haber valorizacin del capital sin la creacin de un entorno cultural apropiado. La lgica del capital anida en las prcticas sociales consideradas integralmente, como totalidad de sentido. As, es posible visualizar que no hay expropiacin de los medios de vida y del trabajo sin una radical transformacin-adaptacin-sujecin de las formas de vida, es decir, de las culturas. Los nuevos dispositivos de subalternizacin del capital crean modalidades sumamente complejas y totalizantes de disponibilizacin de las comunidades. La radicacin de la inversin, all donde se asienta, crea comunidades completamente nuevas; comunidades que pasarn de all en adelante a identificarse con la explotacin estrella, en funcin de la cual gira toda la vida del pueblo. Ser una comunidad sojera, o pastera, o tal vez minera. Porque es esa explotacin la que da trabajo, la que paga impuestos, la que provee de servicios pblicos, la que aporta recursos para los clubes, las escuelas, los hospitales y los templos. Con los tentculos de la responsabilidad social empresarial, las corporaciones que operan los mega emprendimientos extractivos colonizan hasta los aspectos ms ntimos de la vida de las comunidades; invaden la cotidianeidad de la vida y crean un imaginario estructurado desde la centralidad de dicha explotacin. Lo hacen de modo tal que se vuelve difcil imaginar la vida de la comunidad sin
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esa explotacin. Hasta, paradjicamente, la recreacin ritual de las festividades y costumbres tpicas de los lugares son completamente resignificadas y usadas como medios de colonizacin cultural por y a travs del esponsoreo que proveen las empresas. Nuevas prcticas, nuevas formas de vida, nuevas mentalidades. Nuevas formas de definirse e identificarse como comunidad. El saqueo territorial, ecolgico, econmico es, correlativamente, un proceso de expropiacin cultural. Y como la cultura es la forma de habitar y significar la historia, la expropiacin cultural acontece junto a un proceso de expropiacin del tiempo; del tiempo histrico y del tiempo cotidiano. La expropiacin del tiempo histrico tiene que ver con la recodificacin del pasado, el presente y el futuro de la comunidad intervenida. La expropiacin del pasado es una faceta de la colonizacin de la identidad: la radicacin del capital requiere como se dijo una plena identificacin de la poblacin con la explotacin de que se trate, ya sea agrcola, forestal, turstica o minera. El perfil productivo del territorio local que el capital precisa explotar se convierte, se recodifica como destino manifiesto del lugar, como identidad histrica de la poblacin: siempre fuimos un pueblo minero; o turstico; o agrcola. La expropiacin histrica es el presente que resignifica el pasado y que expropia literalmente las posibilidades de futuro. Al horadar la base ecolgica de sustentacin de los lugares, agotando los nutrientes, contaminando las aguas, destruyendo cuencas y erosionando la biodiversidad el extractivismo del presente es disposicin y expropiacin del futuro de esas colectividades-territorialidades. La expropiacin del tiempo cotidiano es, en cambio, la colonizacin del ritmo de la vida local; una reconfiguracin ntegra de la cronologa de las prcticas. Y es que, para los tiempos del capital global, todos los ritmos locales son demasiado lentos, demasiado cansinos. El carcter de una poblacin atrasada es precisamente aquel donde los tiempos de la gente nunca llegan a estar a la altura del tiempo de los negocios. La incesante aceleracin de la rotacin del capital interviene y altera los tiempos de la vida cotidiana local. Exige una correlativa sincronizacin de las prcticas, de los modos y los usos locales, para as poder ser territorioscomunidades competitivos, en desarrollo. Porque el subdesarrollo sigue siendo atraso; y el atraso es una variable temporal. Forma emblemtica de representacin evolucionista del tiempo, el tiempo del capital se mide por y a travs del conocimiento. La historia es progreso y este es avance del conocimiento y del desarrollo tecnolgico. Por eso, otra dimensin insoslayable del saqueo es la de la expropiacin epistmica. Se trata de una expropiacin de los saberes y conocimientos locales. En realidad hay una recolonizacin que opera en el mbito del conocimiento. Los saberes y conocimientos que rigen y regulan la vida dentro del territorio se ven profundamente trastocados, alterados. El desembarco de grandes capitales, la radicacin de inversiones, va necesariamente acompaado y viabilizado por la correlativa imposicin de una discursividad tecnocientfica sobre la naturaleza; sobre la naturaleza exterior (tierra-territorios-recursos naturales) tanto como sobre la naturaleza interior (cuerpos-fuerza de trabajo). En nuestros das, la colonizacin epistmica opera mediante la implantacin de toda la institucionalidad desarrollada al amparo del ambientalismo tecnocrtico-capitalista contemporneo, el del mundo de
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los estudios de impacto ambiental, las Normas ISO, y los protocolos universales de manejo de riesgos, planes de contingencia y accidentologa, etctera. La expropiacin epistmica da cuenta de los movimientos de sustitucin de saberes y modificacin del sistema de valoracin social de los mismos; y con ello, de la sustitucin y valoracin asimtrica de los sujetos portadores de esos saberes. Los saberes locales se ven desplazados, devaluados y hasta sustituidos por los saberes expertos. El conocimiento tcnico sustituye y coloniza los espacios socioterritoriales intervenidos por el capital. Con sus ejrcitos de especialistas en disciplinas cada vez ms especficas, los expertos crean un nuevo entorno epistmico: un nuevo rgimen de produccin de verdad. Esos mismos saberes expertos son los que, adems, estn ligados a los dispositivos epistmicos de limpieza de la expropiacin, es decir, los saberes jurdicos que borran las huellas delictivas de las empresas y los funcionarios. Estos construyen el estado de impunidad en el que precisan operar, elaborando las leyes que regirn el nuevo entorno de negocio y manejando diestramente los artilugios juridicistas ante cualquier eventual proceso judicial emergente. Saberes expertos dispuestos a mostrar que las empresas siempre operan dentro de la ley. Conocimientos cientficos en el campo de la economa para operar el borramiento del saqueo, para mostrar cientficamente las conveniencias econmicas de los proyectos: cmo aportan a la economa local, y cun sustentables son como generadores de fuentes de ingresos futuros. Conocimientos expertos en el campo propiamente ambiental para operar el mismo mecanismo en el caso de la contaminacin; para demostrar cientficamente que las explotaciones modernas y con tecnologa de punta han reducido significativamente todos los costos ambientales: reduccin de agua y energa por unidad de producto, reduccin y hasta tratamiento de efluentes, etc. Ms todava, los programas ambientales que las empresas realizan (cursos de capacitacin ambiental para las poblaciones locales, apoyos a programas de tratamiento de residuos, planes de forestacin y ms) hacen que el ambiente intervenido no slo no sufra los efectos de la contaminacin, sino que queda en mejores condiciones. Son los tcnicos y expertos reclutados indistintamente en esferas acadmicas, empleados en consultoras, empresas, organismos oficiales los que saben y los que dicen si hay o no contaminacin; si hay o no impacto econmico; si hay o no delito. Frente a ellos, los saberes de las comunidades, de campesinas y campesinos, indgenas, simples vecinas y vecinos de a pie, de los habitantes de los territorios intervenidos, no valen, no cuentan. Las poblaciones locales directamente no saben, los que realmente saben son los tcnicos contratados. Expropiacin epistmica. Por ltimo, como corolario de todas las expropiaciones, la nocin de saqueo alude a la expropiacin (bio)poltica que acontece a las comunidades sometidas a la lgica de la inversin, del extractivismo. La expropiacin poltica tiene, tambin, mltiples dimensiones. En la superficie de la realidad poltico-institucional, la expropiacin poltica se manifiesta como secuestro de derechos y secuestro de la democracia. Los derechos de las poblaciones intervenidas pasan a ser subalternizados en funcin de los requerimientos legales y materiales de las inversiones. El mbito del ejercicio de los derechos ciudadanos se restringe a la escueta rbita de aquellos que no afecten el clima de negocios requerido.
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Fundamentalmente, las ciudadanas y ciudadanos de los nuevos territorios-enproceso-de-expropiacin no tienen derecho a decidir sobre sus propios entornos. Y, como seala el dirigente diaguita calchaqu, Marcos Pastrana, si no se nos respeta ese derecho, ningn otro derecho se puede ejercer. Son los inversionistas los que disponen de los territorios, y por tanto, de la vida que acontece en esos territorios. Son ellos o se hace en su nombre los que dictan y administran la ley. Esto muchas veces significa la creacin de un rgimen de impunidad para las empresas y de un correlativo rgimen de represin y criminalizacin de las protestas, en particular de aquellas directamente dirigidas a impugnar las explotaciones. Institucionalmente, la expropiacin poltica implica este rgimen de juridicidad asimtrica (Machado, 2010b). El paisaje institucional de Nuestra Amrica est superpoblado de estos casos. A la contabilidad poltica del extractivismo hay que sumar un luctuoso saldo de cruentas represiones y matanzas: de la masacre de Bagua (5 de junio de 2009) al asesinato de Betty Cario (27 de abril de 2010), por mencionar slo algunos de los ms flagrantes y recientes. La expropiacin biopoltica es la expropiacin de derechos, de la vida poltica de los pueblos y de la vida como tal. Expropiacin que es secuestro de derechos como corolario de la disposicin de los cuerpos. Una disposicin material y simblica, disposicin de su fuerza de trabajo; de sus emociones y sentimientos; de sus aptitudes y conocimientos; y de sus ideas, valores y deseos. Aniquilacin de derechos que es correlativa de la aniquilacin corporal, porque los cuerpos expropiados de sus territoriosalimentos; las poblaciones fumigadas, sometidas a nuevos contaminantes y riesgos ambientales; las poblaciones deshidratadas y desnutridas, son cuerpos sin las energas requeridas para la resistencia. Expropiacin de los cuerpos que genera acostumbramiento al dolor, al hambre, a la muerte. En el umbral ltimo de las expropiaciones acontece la expropiacin de la sensibilidad corporal: las poblaciones colonizadas de nuestro tiempo son poblaciones in-sensibles, expropiadas de la misma capacidad de sentir sus propias emociones, sus propias sensaciones; poblaciones educadas para desconocer sus propias dolencias y afectividades. Territorios desmembrados; poblaciones desafectadas. Tal es la naturaleza de la expropiacin eco-biopoltica.
La primera dcada del nuevo siglo encuentra a Nuestra Amrica, una vez ms, bajo las garras del colonialismo. La devastacin extractivista es el nuevo rostro del
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poder imperial. ste ha hecho de Amrica Latina un territorio privilegiado para la acumulacin por desposesin, mbito socioterritorial donde se recrea un nuevo ciclo de una economa de rapia especialmente dirigida a esquilmar sus reservas estratgicas de bienes y servicios ecolgicos, energas naturales y sociales, disponibilizadas por el capital global para abastecer la dinmica de consumo/acumulacin sin fin, en tiempos de agotamiento de mundo. El coloniaje del presente opera, as, devastando territorios-cuerpos. Ecosistemas literalmente esquilmados, territorios amputados; tal es el objeto y el efecto del extractivismo. Esa brutal expropiacin ecolgica no sera polticamente posible sin un adecuado tratamiento de las afecciones y los sentimientos. Y el coloniaje de nuestro tiempo opera decisivamente anestesiando los cuerpos en proceso de expropiacin. Su eficacia poltica reside, hoy ms que nunca, en el arte de administrar la dosis de violencia eficaz y apropiada. El coloniaje se ejerce como el arte del despojo dosificado, aplicado en la justa medida de lo soportable (Scribano, 2007; Machado Aroz, 2009). Si la poca de los ajustes en tiempos del estallido de la deuda externa fue una poca de ciruga mayor sin anestesia, la poca neocolonial del extractivismo es de una ciruga mayor con anestesia. Vastas mayoras urbanas participan insensibles a la devastacin eco-biopoltica del extractivismo de nuestro tiempo. Viven con ilusin una fantasa desarrollista del auge primario exportador. La cotizacin de las materias primas y la voracidad exportadora alimentan planes sociales, sostienen el salario de los pobres y el consumismo depredador de las lites El consumo, efecto fetichista de las mercancas en circulacin, opera como letal anestesia social de nuestros das. El coloniaje del presente se ejerce y reproduce en la colonizacin de las sensibilidades, corporales y sociales. Vastas mayoras se hallan an adormecidas, anestesiadas, insensibles a la violencia brutal del saqueo. Sin embargo, estratgicas porciones poblacionales son inmunes a los efectos anestsicos del consumismo. Sienten en carne propia las desgarraduras de los territorios. Se trata de las poblaciones afectadas: nuevas y viejas identidades socioterritoriales que no han perdido su ligazn con la tierra y que sienten en la propia piel el dolor de la expropiacin colonial. Expropiacin eco-biopoltica. En su andar, en el movimiento de estos movimientos, despierta Nuestra Amrica, y con ella, despiertan tambin las esperanzas. La esperanza de los pueblos, la de la humanidad; las esperanzas de Vida.
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Santos, Milton 1996 De la Totalidad al Lugar (Barcelona: Oikos/Taurus). Scribano, Adrin 2007 La sociedad hecha callo: conflictividad, dolor social y regulacin de las sensaciones en Scribano, Adrin (comp.) Mapeando interiores. Cuerpo, conflicto y sensaciones (Crdoba: Sarmiento/UNC). Scribano, Adrin 2008 Bienes Comunes, Expropiacin y Depredacin Capitalista en Estudios de Sociologa (Recife: Brasil) Vol. 12, N 1. Svampa, Maristella 2010 Entre la obsesin del desarrollo y el giro eco-territorial. Luces y sombras de una Problemtica en AA.VV. Resistencias Populares a la Recolonizacin del continente (Buenos Aires: Centro de Investigacin y Formacin de Movimientos Sociales Latinoamericanos/Fundacin Rosa Luxemburgo/Amrica Libre). Entrevistas A Edgardo Dito Salas, integrante de Vecinos Autoconvocados por la Vida, Andalgal, Argentina, s/f. A Mario Palacios Panez, presidente de la Confederacin de Comunidades Afectadas por la Minera (CONACAMI), de Per, s/f. A Marcos Pastrana, dirigente diaguita-calchaqu, integrante de la Asamblea Socioambiental del Noroeste Argentino (ASANOA), de los Valles Calchaques, Argentina, s/f.
Notas
1 Entrevista realizada por Claudia Denegri, publicada en De Echave; Hoetmer y Palacios (2009).
decio MacHado
Socilogo y periodista de origen hispano brasileo. Cofundador y miembro del consejo de redaccin del peridico espaol Diagonal. Miembro investigador de la Fundacin Alternativas Latinoamericanas para el Desarrollo Humano y Estudios Antropolgicos.
Resumen
La historia de la humanidad es la historia del dominio del hombre sobre la naturaleza. Durante siglos, la relacin de las sociedades con el medio ambiente ha estado marcada por el utilitarismo y la explotacin de recursos. Bajo el orden capitalista, los efectos de este tipo de relacin, ampliamente respaldada por las ideas de progreso y desarrollo econmico, estn adquiriendo caractersticas preocupantes (contaminacin, escasez de recursos, cambio climtico) que apuntan hacia una terrible catstrofe ambiental. En este artculo, Alberto Acosta y Decio Machado, dan cuenta de la separacin entre el hombre y la naturaleza a lo largo de la historia, as como de las posibilidades de reencuentro entre ambos, a partir del surgimiento del pensamiento ambientalista y de iniciativas orientadas hacia una nueva relacin con el medio natural. De esta manera, los autores describen las circunstancias que marcaron el
Abstract
The history of humankind is the history of mans power over nature. For centuries, the relationship between societies and the environment has been marked by utilitarianism and the exploitation of resources. Under the capitalist system, the effects of this type of relationship, which lies largely on the idea of economic progress and development, create alarming problems (pollution, scarcity of resources, climate change), all leading to a terrible environmental catastrophe. In this paper, Alberto Acosta and Decio Machado refer to the separation of man from nature throughout history and the possibilities that they reunite on the basis of environmental thinking and initiatives aimed at fostering a new relationship with the natural environment. Thus, Acosta and Machado describe the circumstances underlying the origin of political ecology and criticism of the development-driven model, and explore the current
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nacimiento de la ecologa poltica y de la crtica al modelo desarrollista, e indagan cules son las implicaciones actuales de los distintos tipos de ambientalismo en Amrica Latina.
Palabras clave
Key words
Acosta, Alberto y Machado, Decio 2012 Movimientos comprometidos con la vida. Ambientalismos y conflictos actuales en Amrica Latina en OSAL (Buenos Aires: CLACSO) Ao XIII, N 32, noviembre.
Cuando los ricos talaron sus bosques, construyeron fbricas que vomitan veneno y recorrieron el mundo en una bsqueda insaciable de recursos baratos, los pobres no dijeron nada. En realidad pagaron el desarrollo de los ricos. Ahora los ricos reclaman tener derecho a regular el desarrollo de los pases pobres Como colonias fuimos explotados. Ahora, como pases independientes, debemos ser igualmente explotados (Mohamad Mahathir. Discurso ante la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, Ro de Janeiro, 13 de junio de 1992).
En la medida que el ser humano encontr formas sedentarias de organizacin social, su deseo y su necesidad por intervenir conscientemente en los espacios naturales fueron creciendo. Con el surgimiento de la agricultura, la vegetacin silvestre comenz a ser domesticada. Con este importante paso civilizatorio se ampli el nmero de habitantes del planeta y paulatinamente comenzaron a incrementarse las presiones sobre la Naturaleza. El ser humano mantena una estrecha relacin de temor y utilidad con la Naturaleza. El miedo a sus impredecibles elementos estaba siempre presente en la vida cotidiana, hasta que la ancestral y difcil lucha por sobrevivir se fue transformando en un desesperado esfuerzo por dominarla. Paulatinamente, con sus formas de organizacin social antropocntricas, el ser humano se puso, figurativamente hablando, por fuera de la naturaleza. As, se lleg a definir a la Naturaleza sin considerar a la humanidad como parte integral de la misma. Y con esto qued expedita la va para dominarla y manipularla. Francis Bacon, clebre filsofo renacentista, plasm esta ansiedad en un mandato, cuyas consecuencias vivimos en la actualidad, al reclamar que la ciencia torture a la Naturaleza, como lo haca el Santo Oficio de la Inquisicin con sus reos, para conseguir develar el ltimo de sus secretos1. No fue el nico. Ren Des-
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cartes, uno de los pilares del racionalismo europeo, consideraba que el universo es una gran mquina sometida a leyes. Todo quedaba reducido a materia (extensin) y movimiento. Con esta metfora, l haca referencias a dios como el gran relojero del mundo, encargado no slo de construir el universo, sino de mantenerlo en funcionamiento. Y al analizar el mtodo de la incipiente ciencia moderna, deca que el ser humano debe convertirse en dueo y poseedor de la naturaleza. De esta fuente cartesiana se han nutrido otros filsofos notables que han influido en el desarrollo de las ciencias, tcnicas y tecnologa. Por cierto que esta visin de dominacin tiene tambin profundas races judeocristianas. Recordemos aquel pasaje del Gnesis en que se establece este mandato: creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla (Gnesis 1.26). Pero tambin la Biblia en varios otros pasajes establece relatos que conminan a los humanos a ser responsables con la naturaleza. A partir de 1492, cuando Espaa invadi nuestra Abya Yala (Amrica) con una estrategia de dominacin para la explotacin, Europa impuso su imaginario para legitimar la superioridad del europeo, el civilizado, y la inferioridad del otro, el primitivo. En este punto emergieron la colonialidad del poder, la colonialidad del saber y colonialidad del ser. Dichas colonialidades, vigentes hasta nuestros das, no son slo un recuerdo del pasado. Explican la actual organizacin del mundo en su conjunto, en tanto punto fundamental en la agenda de la modernidad. Ya a finales del siglo XIX, el pensador, poltico y periodista cubano Jos Mart indicaba que la independencia poltica de nuestra Amrica mestiza no conllev la liquidacin de la dependencia colonial ni en trminos econmicos ni culturales. Citndole textualmente: la colonia continu viviendo en la Repblica. Para cristalizar este proceso expansivo, Europa consolid aquella visin. Se sentaron las bases para la divisin del trabajo capitalista: unos pases se especializaron en producir manufacturas y a otros se los especializ en producir materias primeras, sobre todo recursos naturales; los primeros importan naturaleza para procesarla, los segundos la exportan. As surgi el extractivismo que convirti a Nuestra Amrica en suministradora de recursos primarios para atender las demandas del capital. No era casualidad que Cristbal Coln, en su diario de viaje, mencionara 175 veces la palabra oro. Es cierto que tambin se han registrado, desde tiempos inmemoriales, acciones de proteccin de la naturaleza, inclusive en aquellas sociedades que se colocaron al margen de ella. El cuidado de la naturaleza tiene mucha historia, no slo la destruccin de la misma. Sobran los registros sobre reservas naturales protegidas por diversos motivos. Por ejemplo, Pausanias, historiador griego del siglo dos, nos cuenta sobre la existencia de un bosque sagrado junto al templo de Apolo en Atenas. No faltaron procesos de conservacin inspirados por los privilegiados, pues ms de un monarca en Europa protegi sus territorios de caza y pesca, trasladando este concepto tambin a sus colonias. En muchos lugares, terratenientes marginaban para su uso exclusivo bosques y amplias reas silvestres. A finales del siglo XIX se desarrollan concepciones romnticas sobre la naturaleza, y es fcil encontrar literatura de viajeros en el continente americano que hicieron referencia a la sensualidad de sus paisajes e impulsaban a protegerlos en razn estricta de su belleza. El parque nacional Yellowstone, creado en 1872, es
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considerado como el primero en su gnero. Jurdicamente quizs sea as. La realidad, empero, contradice esa afirmacin. A lo largo de la historia de la humanidad, una y otra vez, en distintas regiones, diversas comunidades de seres humanos establecieron reservas naturales e inclusive espacios sagrados, y defendieron la naturaleza. Pero ser ms adelante cuando esta preocupacin cobre fuerza social. En ese contexto, los orgenes del ambientalismo en tanto movimiento social, se remontan a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, teniendo sus races en la crtica naturalista2, que naci como respuesta a las agresiones producidas sobre el paisaje por el industrialismo, manifestndose en el marco de un proteccionismo aristocrtico, expresado en asociaciones naturistas y conservacionistas.
Con la llegada de la fase inicial de la revolucin industrial, a travs del carbn y de la mquina de vapor, se provocaron efectos ambientales negativos aunque limitados al mbito local sobre una poblacin planetaria siete veces menor a la actual3. Las transformaciones del capitalismo en sus ondas largas (determinadas inicialmente por el economista ruso Nikolai Kondratieff), en el ciclo que el economista belga Ernest Mandel (1978) definira como largo perodo de la segunda revolucin tecnolgica, de 1894 a 1940, forzaron an ms la explotacin de la naturaleza. Su creciente mercantilizacin fue la tnica dominante. As, el paso a la produccin y consumo en masa fundamentados sobre el taylorismofordismo y la generalizacin de los motores de combustin (uso especialmente de recursos fsiles como el carbn y luego el petrleo como fuentes energticas), que caracteriz al mencionado ciclo capitalista, determin un uso acelerado de los recursos naturales. Tras la segunda guerra mundial, el Plan Marshall (al menos 13 mil millones de dlares inyectados por los Estados Unidos en la economa europea entre 1947 y 1952), aplicado en el perodo de postguerra para reconstruir los pases devastados por el conflicto blico y por el cual, a travs de la apertura de los mercados y la demanda europea, la economa estadounidense obtuvo un supervit en su balanza comercial por un valor de aproximadamente 12,5 billones de dlares, fue otro notable esfuerzo por dominar los recursos naturales a nivel planetario, siempre bajo el paraguas del progreso. La vertiginosa transferencia de la industria blica estadounidense hacia la produccin industrial masiva para el consumo vino a significar que la modernidad se identificase ineludiblemente con el concepto de desarrollo. Particularmente el petrleo fue la base energtica de uno de los perodos de ms acelerado crecimiento econmico. Al otro lado del Teln de Acero, aunque desde esquemas sociales diferentes, la URSS desarroll una poltica de crecimiento basado en la aceleracin sin precedentes del ritmo de la industrializacin, en el autoabastecimiento energtico4 y en la produccin metalrgica5. La explotacin de los inmensos recursos naturales de los que dispona la Unin Sovitica, incluido el petrleo, el gas y la minera, fue el sustento de esta poltica. Si bien en los pases del socialismo real no se estimul el consumo (no haba inters por el aumento de la tasa de retorno del
Siglo XX: auge del capitalismo, mayor depredacin de recursos y deterioro ambiental
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capital privado ni necesidad de utilizar mecanismos de ampliacin de mercados), el centralismo burocrtico ningune cualquier lgica enfocada en la sustentabilidad, basando sus objetivos en el desarrollo del crecimiento de la produccin, en el marco de una competencia creciente con el mundo desarrollado capitalista. Dicha industrializacin se desarroll a costa del sector agrario, y por consiguiente se gener la imposibilidad de atender las necesidades biolgicas de la poblacin6. El socialismo real opt por el Marx desarrollista inspirador de El Capital, para quien la futura sociedad se construye bajo la transformacin de las relaciones sociales, con la finalidad de desarrollar el crecimiento de las fuerzas productivas; en decremento del joven Marx, para quien la finalidad de la historia es la desalienacin del hombre, y no el desarrollismo productivo. Para Marx, con su triunfo el proletariado no se erige en clase universal de la sociedad, puesto que no triunfa ms que suprimindose l mismo y suprimiendo, a la vez, a la clase adversa; en la URSS el obrero y el campesino continuaron existiendo y la burocracia ocup el lugar de la burguesa y su papel controlador, convirtindose en la beneficiaria de la plusvala (Marx y Engels, 1974). El socialismo no vale ms que el capitalismo si no cambia de herramientas (Gorz y Bosquet, 1975), y si no da paso a una gran transformacin desde visiones antropocntricas a visiones (socio)biocntricas.
Esta metfora del desarrollo, tomada de la vida natural, cobr un vigor inusitado. Se transform en una meta a ser alcanzada por toda la humanidad. Se convirti, esto es fundamental, en un mandato que implicaba la difusin del modelo de sociedad norteamericana
En el mal llamado Tercer Mundo, en esos aos, se consolid cual mandato universal la bsqueda del desarrollo. Los Estados Unidos y las otras naciones industrializadas estaban en la cima de la escala social evolutiva (Sachs, 1996). Y desde su visin, propuesta en enero de 1949 por el presidente norteamericano Harry Truman, en el punto cuarto de su discurso, todas las sociedades tendran que recorrer la misma senda y aspiraran a una sola meta: el desarrollo. Y, por cierto, se sentaron las bases conceptuales de otra forma de imperialismo. Esta metfora del desarrollo, tomada de la vida natural, cobr un vigor inusitado. Se transform en una meta a ser alcanzada por toda la humanidad. Se convirti, esto es fundamental, en un mandato que implicaba la difusin del modelo de sociedad norteamericana, heredera de muchos valores europeos. Aunque Truman seguramente no estaba consciente de lo que hablaba, esta llegara a ser una propuesta con historia, por decir lo menos. De todas maneras, sin negar los valiosos aportes de la ciencia, la voracidad por acumular el capital forz a las sociedades humanas a subordinar a la naturaleza. El capitalismo, en tanto economa-mundo (Wallerstein, 1988), la transform en una fuente de recursos aparentemente inagotable7. Como sabemos, esto no es sostenible. Los lmites biofsicos, en algunos casos peligrosamente superados, estn a la vista. Y sus consecuencias comienzan a ser funestas. De las cerca de 1,8
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millones de especies a las que se les ha asignado un nombre cientfico (slo la mitad de las existentes en el planeta), se estiman como extinguidas 1.159, segn la Unin Internacional para la Conservacin de la Naturaleza. Si tenemos en cuenta que el 60% de las selvas hmedas tropicales del planeta ya se han perdido, es de considerar que el 25% de los mamferos y el 11% de las aves estn amenazados (Mittermeier et al., 1997), llegndose a la cifra de 17 mil especies en peligro de extincin8. Por otro lado, basta ver los efectos del mayor recalentamiento de la atmsfera o del deterioro de la capa de ozono; de la prdida de fuentes de agua dulce; de la erosin de la biodiversidad agrcola y silvestre; de la degradacin de suelos; o de la acelerada desaparicin de espacios de vida de las comunidades locales para entender el nivel de gravedad por el que atraviesa el planeta. El cambio climtico, ms all de los efectos sobre la poblacin mundial (migraciones, empobrecimiento, alimentacin y transmisin de enfermedades) y la economa de los pases, pueden afectar en breve al 30% de las aves no amenazadas, al 51% de los corales no amenazados y al 41% de los anfibios no amenazados, dado que sus caractersticas los hacen susceptibles a ese fenmeno9. En sntesis, la acumulacin material mecanicista e interminable de bienes, apoltronada en el aprovechamiento indiscriminado y creciente de la naturaleza, no tiene futuro (Gudynas, 2009). En la actualidad, todo indica que el crecimiento material sin fin culminar en un suicidio colectivo. A pesar de esta constatacin, el capitalismo busca ampliar espacios de maniobra mercantilizando cada vez ms a la naturaleza. Los mercados de carbono y de servicios ambientales asoman como la ms reciente frontera de expansin para sostener la acumulacin del capital. Se lleva la conservacin de los bosques al terreno de los negocios. Se mercantiliza y privatiza el aire, los bosques y la tierra misma. Al parecer no importa que la serpiente capitalista contine devorando su propia cola, poniendo en riesgo su propia existencia y la de la Humanidad misma. El capitalismo, demostrando su asombroso y perverso ingenio para buscar y encontrar nuevos espacios de explotacin, est colonizando el clima (Lohman, 2012). Este ejercicio neoliberal extremo, del cual no se libran los gobiernos progresistas de Amrica Latina, convierte la capacidad de la Madre Tierra en un negocio para reciclar el carbono. Y lo que resulta ms preocupante es que la atmsfera se transforma cada vez ms en una nueva mercanca diseada, regulada y administrada por los mismos actores que provocaron la crisis climtica y que reciben ahora subsidios de los gobiernos con un complejo sistema financiero y poltico. Recordemos que este proceso de privatizacin del clima se inici en la poca neoliberal, impulsado por el Banco Mundial, la Organizacin Mundial del Comercio y otros tratados complementarios. Estos instrumentos de la denominada economa verde no evitarn la destruccin ambiental. En el mejor de los casos, apenas posponen la solucin de los problemas. Eso s, garantizando al capital nuevos mecanismos de acumulacin mientras el deterioro ambiental aumenta. Bajo esta realidad, el decrecimiento en los pases desarrollados se ha convertido en un imperativo de supervivencia, mientras que para los pases del sur, el disear una salida posextractivista se convierte en una necesidad inmediata para detener el sesgo depredador del actual
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modelo. El extractivismo, modalidad de acumulacin primario exportadora, responde a las ideas contemporneas de un modelo de desarrollo que se demuestra inviable ante los lmites ecolgicos del planeta y la catstrofe climtica. En su conjunto, ambas condiciones suponen otra economa, otro estilo de vida, otra civilizacin con otros valores y unas relaciones sociales notablemente diferentes a las que conocemos hoy en da.
A pesar de que el crecimiento econmico ha dominado y domina an el escenario de la poltica real, en esta poca, desde la posguerra, paulatinamente se desarrollaron preocupaciones y acciones respecto a la proteccin del medio ambiente, fruto a su vez de la transformacin de las relaciones internacionales en su contexto global. Pero no ser hasta la dcada del sesenta que el ambientalismo asume como tema central la supervivencia de la especie humana, superando sus iniciales postulados estticos y la conservacin del entorno natural y de la vida salvaje. Igualmente empieza a preocupar en el mundo la amenaza de una destructiva confrontacin nuclear y los niveles de contaminacin en los pases ms desarrollados, lo que provocara diversas respuestas desde sociedades cada vez ms conscientes de los riesgos globales. Entonces emerge la nocin de catstrofe ecolgica en el seno de la contracultura subversiva que critica el crecimiento econmico, la sociedad de consumo, la crisis del productivismo tecnocrtico y el agotamiento de los recursos naturales. Se llega, incluso, a pronosticar la crisis civilizatoria hoy en curso. Sin embargo, el ambientalismo no se conforma como una corriente de pensamiento homognea. En l existen diversas posturas ideolgicas y lgicas de intervencin poltica, lo cual genera diferentes tipos de ambientalismo o luchas ambientales. Bsicamente podramos resumir estas en dos grandes grupos: un ambientalismo reformista y otro radical. En el caso del ambientalismo reformista no se contempla una descripcin actualizada de la sociedad, se carece de propuestas alternativas y agenda de intervencin poltica (Dobson, 1997). A grandes rasgos, los objetivos de esta corriente podran resumirse en el control de lo peor de la contaminacin area y acutica, y de los usos ineficientes de los suelos en los pases industrializados, con el fin de salvar lo que queda de naturaleza bajo criterios de reas designadas naturales (Devall y Sessions, 1985). Por su parte, el ambientalismo radical, s contempla los elementos referenciados con anterioridad, bifurcndose a su interior entre antropocentristas el inters humano es el eje sobre el que se articula la toma de decisiones y la accin poltica y biocentristas pasa a ser la vida, en sus diferentes expresiones quien define y determina (Bellver Capella, 1997). Su diferencia fundamental con el ambientalismo reformista tiene que ver con sus mtodos de accin y, fundamentalmente, con el hecho de que se busca una nueva visin del mundo que vuelva a integrar al ser humano y la naturaleza. El ambientalismo radical, al contrario del reformista, no es un movimiento pragmtico; todo lo contrario: cuestiona y desarrolla alternativas a las formas convencionales de pensamiento occidental moderno. Busca la transformacin de valores y la organizacin social, plantendose de forma antagnica con respecto al capitalismo.
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Estara incompleta esta rpida revisin del surgimiento del movimiento ambientalista si no se deja constancia de que la defensa de la naturaleza es inherente a muchas de las nacionalidades y pueblos ancestrales de nuestra regin. Sin considerarse ambientalistas o ecologistas, inclusive sin necesidad de conocer y comprender su significado y alcances, estos grupos humanos han sido portadores permanentes de la defensa de la vida. El final de la dcada del sesenta marcar una ruptura en los mbitos de la izquierda mundial. Las revueltas estudiantiles y sociales de 1968, que tendrn su origen en Pars, pero que sern fuertemente reprimidas a bala y sangre en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco en Mxico y con la Primavera de Praga, generarn una nueva visin de la emancipacin social. Se ir conformando un mbito de accin en el cual convergern nuevos movimientos sociales compuestos por ambientalistas, feministas, pacifistas, libertarios, autnomos y marxistas democrticos, cuestionando el dogma del progreso ilimitado, el consumo desenfrenado, las sociedades jerrquicas y la opresin patriarcal. Vislumbrar otra economa con otros modos de produccin, otras formas de relacionamiento social y otro modo de vida, diferenciado del capitalismo y del socialismo que hemos conocido, ha significado para los movimientos sociales precursores de tal idea la acusacin, desde ambos lados de la poltica convencional y en el ms benvolo de los casos, de irrealistas o utpicos. La expansin por doquier del capitalismo, as como su poder en todos los planos de la sociedad a escala planetaria, se debe al control sobre la produccin y el consumo, ejercido a lo largo de todo el pasado siglo y lo que llevamos del actual. Se comenz despojando a los manufactureros de sus medios de trabajo y por lo tanto de sus productos, asegurndose el capital el monopolio de los medios de produccin y el control del mercado laboral. La especializacin de la produccin volvi imposible la reapropiacin de los medios de produccin por parte de los productores. Neutralizando el poder de los productores sobre la naturaleza y el destino de sus productos, el capital se asegur el control de la oferta, enfocando la produccin y el consumo bajo criterios estrictamente de rentabilidad econmica. El control de la comunicacin en su vertiente publicitaria permiti de igual manera transformar los gustos, moldear los deseos de los consumidores y generar falsas necesidades, haciendo que los productos dejaran de aparecer como simples mercancas para asumir cualidades inmateriales (se pierde el patrn para el establecimiento de una relacin de equivalencia). La innovacin deja de crear valor, pierde su lgica de proporcionalidad con respecto al trabajo que contenan y su utilidad, transformando la competencia empresarial sobre la base de incentivar nuevos deseos, con mercancas de valor simblico, asociadas a la cultura del consumo. Todo ello se articula en decremento de la autonoma de los individuos y de su capacidad de reflexin colectiva. El capitalismo abstrae las diferencias cualitativas entre las necesidades, reducindolas todas a necesidades econmicas, es decir, a necesidades socialmente formadas de la existencia biopsicolgica (Heller, 1983). Sin embargo, a inicios de la segunda mitad del siglo XX, el mundo enfrent un mensaje de advertencia. La naturaleza tiene lmites. En 1972 se publica el informe Los lmites del crecimiento10, que fue encargado por el Club de Roma en 1970 al Massachusetts Institute of Technology (MIT), el cual aparece poco antes de la pri-
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mera crisis del petrleo y dar pie en Estocolmo a la primera conferencia mundial sobre medioambiente11. La realidad de los lmites del crecimiento, escamoteada por la voracidad de las demandas de acumulacin del capital, no logra consolidarse por la firme y dogmtica creencia en el imperio todo poderoso de la ciencia. As, el informe Meadows, que desat diversas lecturas y suposiciones, aunque no trascendi mayormente en la prctica, dej plantado en el mundo por un lado una seal de alerta, y por otro lado, una demanda: no podemos seguir por la misma senda, al tiempo que requerimos anlisis y respuestas globales. A pesar de las resistencias en las corrientes polticas de la izquierda tradicional, la sensibilidad sobre el tema ecolgico se reforzar tras la primera crisis del petrleo de 1973. Cuando los pases rabes dentro de la OPEP emplean el petrleo como arma estratgica, se pone en evidencia la brutal dependencia de los pases desarrollados al oro negro. Por vez primera, se ponen en marcha planes energticos para ahorrar energa y diversificar sus fuentes, medidas en gran medida archivadas una vez superada la crisis. En 1984, el thinktank ultraconservador The Heritage Foundation auspiciar la publicacin de La Tierra repleta de recursos (Simon y Kahn, 1984), donde se niega la existencia de lmites en la utilizacin de los recursos naturales necesarios para la expansin econmica y el crecimiento progresivo de las economas del planeta. Sin embargo, accidentes como el de Seveso, en 1976, Three Miles Island, en 1979, Bhopal en diciembre de 1984, Chernobyl en abril de 1986 o el hundimiento del Exxon Valdez en marzo de 1989, entre otros, evidenciaron ante la sociedad planetaria la degradacin ambiental y la emergencia de los nuevos movimientos sociales ambientalistas. Algunas organizaciones ambientalistas se hicieron tan molestas que incluso los departamentos de espionaje y seguridad de los Estados ms poderosos emprendieron acciones contra ellas. Uno de los incidentes ms sonados fue el hundimiento del Rainbow Warrior12 (buque insignia de Greenpeace) por parte de agentes de la Direccin General de Seguridad Exterior francesa, en 1985, para impedir sus acciones de protesta ante las pruebas nucleares que peridicamente realizaba Francia en el atoln de Mururoa, en el sur del ocano Pacfico. Enmarcando el anlisis en lo estrictamente ambiental, podramos decir que el metabolismo del capitalismo global no es comprensible sin el consumo creciente de recursos de todo tipo (inputs biofsicos), en concreto materiales y energa que son obtenidos de la Naturaleza. Estos materiales y recursos son procesados masivamente por un sistema tecnolgico y organizativo capital productivo, con la participacin del trabajo humano asalariado o dependiente, que provoca una produccin que en parte es acumulada infraestructuras, al tiempo que produce tambin una diversidad de mercancas que son destinadas al consumo (Fernndez Durn, 2009). Este sistema hace que en ambos procesos se generen a su vez importantes residuos o emisiones de muy diversa naturaleza (outputs biofsicos) que son devueltos al medio natural (Murray et al., 2005). Todo esto genera notables impactos sobre el entorno, algo por lo dems propio del capitalismo, un sistema en esencia depredador y explotador. Un sistema que vive de sofocar a la vida y al mundo de la vida (Echeverra, 2010).
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El sistema mundo capitalista ha vivido hasta hace muy poco negando un hecho incuestionable, la creciente degradacin ambiental planetaria. En gran medida todava lo sigue haciendo a travs de las herramientas de control del pensamiento que el propio sistema genera. Sin embargo, ha sido la cruda realidad la que ha obligado a asumir, tanto a gobernantes como a corporaciones, los lmites biofsicos al modelo de desarrollo, una de las causas principales de la actual crisis global multifactica13 (Tortosa, 2011). Sin embargo, las soluciones propuestas, como veremos ms adelante, se enmarcan en la lgica de mercado, es decir dentro del mismo capitalismo.
El sistema mundo capitalista ha vivido hasta hace muy poco negando un hecho incuestionable, la creciente degradacin ambiental planetaria
A esto hemos de aadir que los impactos ambientales propiciados por el sistema mundo capitalista se recrudecen en las reas perifricas, mientras su impacto suele ser relativamente menor en las reas centrales, fruto de las relaciones de poder existentes. Es de esta manera que los pases centrales se especializan en las actividades de mayor valor aadido, tercerizando progresivamente sus economas, mientras que los pases perifricos perpetan su rol tradicional respecto a los procesos industriales, de manera especial en aquellos de menor valor aadido, y fundamentalmente en actividades extractivas (Fernndez Durn, 2009). As, se incrementa la ya existente e incuestionable asimetra mundial. Adems, cada vez se trasladan ms actividades contaminantes e incluso desechos txicos desde el norte global al sur global. Hacia finales del siglo XX, era evidente que el capitalismo global estaba modificando nocivamente el clima planetario. Dicho mrito, cuya responsabilidad recae de manera principal sobre pases industrializados del norte global, encuentra en la actualidad nuevos aliados, como son los grandes Estados emergentes, liderados por China, que avanza de forma acelerada a su propio desastre ecolgico. Es por ello que el informe Nuestro futuro comn, ms conocido como informe Brundtland14, introdujo en 1987 la nocin de desarrollo sustentable, bajo el criterio de satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las del futuro para atender sus propias necesidades (Comisin Mundial para el Medio Ambiente y Desarrollo, 1987); buscando amortiguar el cuestionamiento creciente al esquema clsico de desarrollo basado sobre el crecimiento permanente. As, el objetivo del informe era acercar y tejer alianzas entre ambientalistas y agentes del crecimiento econmico. En ese contexto, tiene lugar la Cumbre de la Tierra de Ro de Janeiro en 1992, la cual se da poco despus de la primera Guerra del Golfo y del derrumbe sovitico. Uno de sus resultados fue dar pie al proceso que dara lugar, en 1997, al frustrante y frustrado Protocolo de Kyoto15. En Ro de Janeiro se aprob la Declaracin sobre Medio Ambiente y Desarrollo y la Agenda 21, ambas impregnadas del nuevo discurso sobre desarrollo sostenible, el cual pocas novedades ofreca, dado que planteaba resolver la pobreza mundial y la problemtica ambiental nuevamente
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a travs del crecimiento econmico. En 1994 se aprobaron los Convenios de la Biodiversidad y el de la Lucha contra la Desertificacin. El primero de ellos termin por abrir el camino hacia el acceso comercial a los recursos provenientes de la biodiversidad, que en principio decan defenderse, mientras el segundo no ha tenido aplicacin real y ha quedado como letra muerta. Desde entonces hasta hoy apenas ha cambiado el panorama internacional de las Cumbres Ambientales al respecto. Mientras se agudiza la degradacin planetaria, el desarrollo sostenible (concepto hbrido fruto de una combinacin entre la economa neoclsica y desarrollo, con una idea vinculada a la modernizacin y al predominio de la tcnica y la tecnologa sobre la naturaleza) no deja de ser un posicionamiento ideolgico que implica que la nica va civilizatoria para sociedades en desarrollo es el capitalismo, en algunos casos con un rostro algo ms humano, y por lo tanto el desarrollo-progreso no puede ser otra cosa que crecimiento econmico16. Desde la mitad del siglo XX empezaron a aparecer varias instancias preocupadas por la Tierra: la Unin Mundial para la Conservacin de la Naturaleza (UICN), en 1948, la Conferencia para la Conservacin y Utilizacin de los Recursos, en 1949, el Convenio de Ginebra sobre el Derecho del Mar, en 1958, o el Tratado Antrtico, en 1959, por citar a algunas de las organizaciones ms destacadas. Como se puede apreciar, la toma de conciencia a nivel mundial sobre los problemas ambientales globales (o la simple constatacin de que estos problemas son cada vez ms frecuentes y costosos) tiene historia. Es en ese contexto en donde una parte de los movimientos ambientalistas, devenidos ecologistas, se radicalizan planteando nuevas lgicas de vida y alternativas globales a la sociedad industrial, presentndose como un paradigma ideolgico autnomo respecto a la vieja izquierda tradicional. Estos procesos de radicalizacin se acentan y plantean un nuevo pensamiento crtico, global y transformador: la ecologa poltica. Y es que partiendo de la crtica del capitalismo es como se llega inevitablemente a la ecologa poltica, que con su crtica indispensable de las necesidades lleva a radicalizar una vez ms la crtica del capitalismo (Gorz, 2008). Si queremos y necesitamos pasar del producir y consumir cada da ms al producir mejor y con menos, estaremos hablando de otro modelo civilizatorio antagnico sin dudas respecto al capitalismo. A nivel mundial y con todo y sus limitaciones, la ecologa poltica se ha ido afirmando como un planteamiento capaz de generar confluencias entre la mayora de los movimientos sociales y polticos que luchan por la transformacin social y econmica del planeta, haciendo vigente la consigna alter globalizacin de piensa global, acta local. En la base del ecologismo actual hay una comprensin cientfica de la naturaleza y al mismo tiempo una admiracin, una reverencia, una identidad con la Naturaleza, muy lejos de sentimientos de posesin y dominacin, muy cerca de la curiosidad y del amor.
En Amrica Latina, algunas organizaciones ambientalistas surgieron a partir de la dcada del cincuenta, y la mayora de ellas enfocaron su eje de accin hacia la
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conservacin de la naturaleza. En la dcada del setenta, dichos movimientos tuvieron fuerte implantacin en pases como Brasil, Mxico y Venezuela. Su desarrollo ha sido constante y en la actualidad podramos cartografiar la existencia de dicho movimiento en cada uno de los pases latinoamericanos aunque con diferentes formas organizativas. El ambientalismo latinoamericano, en la actualidad, se caracteriza por preocuparse por el medio ambiente y el ser humano inserto en l. Sobre todo, considera la articulacin ambiente/desarrollo, la generacin de alternativas productivas a escala ecolgica, la armona del ser humano con la naturaleza, la vinculacin de los problemas sociales con los ambientales. Particularmente reniega del progreso en su deriva productivista y del desarrollo en tanto direccin nica, sobre todo en su visin mecanicista de crecimiento econmico. Este movimiento tiene un aceptable dinamismo organizativo y tambin en el mbito acadmico, al tiempo que reniega de la neutralidad tica para situarse en el compromiso por la vida (Gudynas, 1992). La reduccin del Estado a su mnima expresin durante la etapa neoliberal hace que este abandone muchas de sus funciones histricas, lo que ha originado la intensificacin de conflictos entre grandes empresas versus comunidades y movimientos sociales. La privatizacin en muchos casos vergonzosa de las empresas de servicios pblicos se da de forma paralela a la disminucin de la importancia relativa de la industria productora de bienes de consumo durables, reforzndose las industrias productoras de bienes cuya demanda no depende directamente de la capacidad de consumo de grandes masas de la poblacin. El empobrecimiento de la poblacin latinoamericana conllev el agotamiento de la sociedad de consumo, lo que se compagin con un marcado deterioro de la situacin ambiental, formndose as un crculo perverso por el cual la primera genera efectos negativos en el ambiente y, a la par, la prdida de la calidad del ambiente genera pobreza. Esta situacin alcanz en diversos lugares niveles de degradacin social y ambiental que se crean superados desde el siglo XIX. En la dcada del noventa, tras la Cumbre de la Tierra en Ro de Janeiro en junio de 1992, varias constituciones latinoamericanas hicieron la ligera inclusin de la garanta de los derechos ambientales. La aprobacin de la Agenda 21 en dicha cumbre signific tambin que ingresaran a la poltica institucional algunas temticas ambientales, acordndose, al menos desde el mbito formal, una metodologa para actuar frente a los conflictos ambientales. En Amrica Latina, la propuesta de desarrollo sustentable, sobre todo en los ltimos aos, ha sido un factor permanente de discrepancias. Varias son las explicaciones. Por un lado, la creciente degradacin ambiental, que ha ocasionado y ocasiona cada vez ms respuestas y resistencias sociales. Por otro, la indefinicin o incluso manipulacin de tal concepto, lo que explica que este tema ni siquiera se plasma en las polticas de integracin que se estn desarrollando actualmente en la regin, a pesar del discurso ambientalista de los dirigentes latinoamericanos en general, y el especial nfasis que realizan, en este aspecto, los mandatarios supuestamente ms radicales de la regin del territorio andino. Los medios de comunicacin latinoamericanos, por su parte, a pesar del ferviente debate social existente en la actualidad, se limitan a enumerar las con-
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secuencias de los impactos ambientales en la actual etapa desarrollista. Omiten las causas de tales polticas y el porqu de la existencia de la crisis global multifactica, hecho que sin duda tiene relacin con el criterio mercantilista que domina en dichos medios de comunicacin, los cuales responden a intereses empresariales con conexiones a grandes grupos de capital nacional y en diversos casos internacional. En la actualidad, nuestra Amrica se enmarca en un contexto sociopoltico donde el desarrollo econmico pretende encaminarse hacia sociedades modernas constituidas sobre criterios de eficacia, eficiencia, capacidad productiva, modernizacin tecnolgica e interconexin de diversa ndole. Todo ello articulado bajo el falso criterio de que la sociedad moderna es igual a racionalidad. De hecho, el cambio poltico acontecido en gran parte de los pases sudamericanos, a pesar de los avances existentes en materia de erradicacin de la pobreza17, no est significando la transformacin del modelo de acumulacin heredado de etapa anterior, ni tampoco la eliminacin del amplio esquema de exclusin social existente, a pesar de los actuales discursos acentuadamente populistas en la regin18. Desde esa perspectiva, la creciente demanda de bienestar por parte de las sociedades latinoamericanas pretende ser paliada a base de productividad, competitividad, sustitucin de las personas por mquinas y el control social en todas sus vertientes. Esto implica, entre otras cuestiones, mayor depredacin de recursos naturales y fuerte impacto ambiental en el territorio, consecuencia de la puesta en marcha de numerosos megaproyectos. En este sentido, cabe destacar que gran parte de estos megaproyectos tienen financiamiento chino: la direccin de la obra y las empresas ejecutantes suelen ser chinas, lo que genera un fuerte deterioro en el mbito de los derechos laborales para los trabajadores locales contratados en dichas obras. El conjunto de estas situaciones se da bajo el argumento de la necesidad de mayor generacin de recursos econmicos con la finalidad de paliar demandas sociales y construir infraestructuras. Se posiciona as el progreso tecnolgico como un elemento al servicio de la Humanidad, ignorndose las contradicciones que se generan en el mbito de la inequidad social, la degradacin ambiental, el desempleo y subempleo, y otros elementos que ponen en peligro la continuidad de la vida en el planeta. En ese sentido cabe recordar la clebre frase de uno de los grandes racionalistas de la filosofa del siglo XVII, el holands Baruch de Spinoza, quien nos indicara hace ya ms de trescientos aos y en contraposicin a la actual teora sobre la racionalidad, que cualquier cosa que sea contraria a la Naturaleza lo es tambin a la razn, y cualquier cosa que sea contraria a la razn es absurda. Los gobiernos progresistas no han sido en este sentido una excepcin. Mientras articulan una retrica antimperialista, nacionalista y populista, enfocada hacia el consumo interno de sus respectivas sociedades, fomentan la expansin del capital extractivo internacional a travs de iniciativas conjuntas con los nuevos Estados rearticulados tras dos dcadas y media de neoliberalismo, as como con una nueva burguesa creciente a nivel nacional (Petras, 2012). Mientras nuevos y poderosos aparatos de propaganda estatales en pases como Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador o Uruguay hacen apologa del socialismo en algunos casos del llamado socialismo del siglo XXI, su realidad prctica es que fomentan polticas
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de desarrollo vinculadas a la concentracin de capitales en decremento de la participacin social y la democracia directa, manteniendo fuertes conflictos con las comunidades afectadas y las organizaciones ambientales, indgenas y polticas que ejercen su resistencia ante las lgicas polticas en curso. En este sentido, a pesar del discurso emancipador que en la actualidad se articula desde muchos gobiernos del subcontinente, la regin sigue siendo un territorio estratgico para la economa capitalista global, incrementndose su potencial como proveedora de recursos hacia los pases centrales. Esto tiene afectacin tambin en el mbito de las infraestructuras donde se desarrollan importantes inversiones cuyo objetivo es reducir costos y tiempos de transporte de las materias primas, particularmente. El motor de crecimiento para el conjunto de los gobiernos progresistas latinoamericanos es la apuesta por el extractivismo en todas sus vertientes minera, petrleo y productos para la industria agropecuaria, sin hacer asco a los biocombustibles (soja, caa de azcar y otros) especialmente por parte de los dos gigantes sudamericanos19. Desde una perspectiva ideolgica podramos afirmar que las polticas neoextractivistas20 que desarrollan los gobiernos latinoamericanos estn en lnea con la lgica de la globalizacin, donde la exportacin de corte extractivo es un medio privilegiado para el crecimiento econmico y donde la premisa del crecimiento material no est en cuestin. En paralelo, la situacin ambiental en Amrica Latina empeora a ritmos acelerados, consecuencia de un acelerado proceso de apropiacin de recursos naturales. En la investigacin realizada por Bradshaw y colaboradores (2010), se elabor un ranking de impacto ambiental entre 228 pases. En dicho estudio Brasil ocupa el primer puesto por sus impactos ambientales absolutos por delante de EE.UU. y China, debido a su alta tasa de prdida de bosques, deterioro de hbitats naturales, ndice de especies amenazadas y el exagerado uso de fertilizantes. Entre los primeros veinticinco pases con los ms altos niveles de impacto ambiental a nivel global, tambin se encuentran Per (puesto 10), Argentina (11), Colombia (20), Ecuador (21) o Venezuela (22); y una situacin similar se repite si consideramos los impactos ambientales relativos a la extensin de reas silvestres y recursos disponibles dentro de cada pas, donde el pas sudamericano con el ms alto nivel de impacto relativo es Ecuador (en el puesto 22), seguido por Per (25). Los efectos del cambio climtico que en la actualidad se producen en Amrica Latina encuentran al subcontinente en condiciones de total desamparo. El aumento de fenmenos naturales extremos como huracanes, inundaciones y sequas, as como los cambios en la temperatura, transformarn drsticamente las condiciones de vida y las condiciones econmicas de una regin con unos gobiernos que demuestran escasa capacidad de reaccin hasta el momento. Segn un informe del Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC, 2007), estamos abocados a que la frecuencia de extremos climticos aumente (tormentas de viento, tornados, granizo, olas de calor, precipitaciones intensas, temperaturas extremas); a que la frecuencia e intensidad de huracanes en el Caribe tambin aumente; a que el crecimiento del nivel del mar (ms los huracanes) afecte notablemente a las zonas costeras; a que suframos un fuerte extincin de especies en muchas partes de
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Amrica tropical (por ejemplo, en bosques nebulosos por cambio en la altura de nubes); a que desde 2020 el nmero neto de personas sufriendo estrs por falta de agua probablemente aumente entre 7 y 77 millones (y desde 2050 entre 60 y 150 millones); a que tengamos una reduccin significativa de nuestros glaciares y suframos puntos de inflexin (tipping-point) en las que reas extensas podran cambiar a otro estado permanente.
...la regin sigue siendo un territorio estratgico para la economa capitalista global, incrementndose su potencial como proveedora de recursos
Esta realidad tendra notables impactos. En el caso de las mujeres, su impacto sera mayor dada su vulnerabilidad (el 67% de la poblacin pobre es de mujeres, tiene una mayor condicin de exclusin social, un mayor grado de desnutricin, poco acceso a ttulos de tierra, un mayor endeudamiento en caso de falla de la cosecha y un menor acceso a la educacin), a pesar de ser las responsables del aprovisionamiento de recursos vulnerables (agua y combustible). Bajo el efecto de las migraciones, las mujeres tienen una mayor responsabilidad y un mayor peligro. El IPCC nos alerta de que corremos el riesgo de una notable reduccin de disponibilidad de agua (incremento de la evapotranspiracin, prdida de glaciares y disminucin de la cobertura de nieve, as como agudizacin de conflictos entre las formas de uso del agua). De igual manera, los cambios de temperatura conllevarn que la produccin de carne y leche disminuya ostensiblemente. El aumento de riesgos de incendios en la regin vendr de la mano del sumatorio entre el calentamiento y los cambios de uso de la tierra, que es la causa de grandes emisiones de gases de efecto invernadero en Amrica Latina. Sufriremos un mayor riesgo de salinizacin y de desertificacin de tierras hoy agrcolas, que pasarn a ser tierras secas, y se reducir el rendimiento de los cultivos que estn al borde de su tolerancia al calor. No deja de ser curioso que varios de nuestros gobiernos mantengan planteamientos estratgicos que identifican como una fase transitoria al actual momento de desarrollismo y neoextractivismo, entendindola como una primera etapa para posteriormente llegar al posextractivismo. Por poner un ejemplo, en la actualidad Ecuador fomenta la megaminera y estima su potencial con cifras proporcionadas por las propias empresas mineras en ms de 50 millones de toneladas en cobre fino, ms de 100 millones de onzas de oro y ms de 300 mil toneladas de plata fina21, los cuales pretende explotar de la mano de grandes transnacionales del sector, fundamentalmente de capital chino y canadiense, recursos que sern exportados en forma de materia prima. De igual manera, Ecuador exporta en la actualidad unos 500 mil barriles de crudo diario, lo cual financia el 35% del presupuesto estatal. Una vez puestas en marcha las explotaciones de la onceava ronda petrolera, la cual tendr afectacin sobre 3,8 millones de hectreas de bosque primario y varias nacionalidades indgenas22, se estima que dicha produccin pudiera incrementarse. En resumen,
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es tan difcil de entender como a travs de multiplicar la extraccin de recursos naturales se pretende llegar al posextractivismo, como difcil es imaginar que el socialismo en Amrica Latina se construye alimentando el sistema mundo capitalista de sus principales necesidades, sobre todo de acumulacin especulativa. Citando a Marx, cabe recordar que los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradicin de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos (Marx, 2003). En este sentido es destacable el hecho de que lejos de los postulados de Maritegui (1928) no queremos, ciertamente, que el socialismo sea en Amrica calco y copia. [] Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano, el conjunto de gobiernos progresistas latinoamericanos no ha roto desde la crtica la visin eurocntrica y el modelo heredado de la modernidad, mostrndose ellos incapaces de generar una nueva matriz civilizatoria que conlleve a la necesaria transformacin el mundo. Progreso, crecimiento y desarrollo son los pilares en los cuales incluso los gobiernos considerados ms radicales de la regin basan sus esquemas de futuro.
Histricamente, el modelo de desarrollo dirigido a la explotacin de los recursos naturales se ha convertido en generador de conflictos socioambientales, donde confluyen causas estructurales en el orden poltico, econmico, jurdico, ambiental, social, cultural, etctera. Estas circunstancias encuentran como caractersticas comunes la degeneracin de dinmicas y tejidos sociales locales, dado el tipo de relacin impuesta entre las empresas versus las comunidades, la marcada ausencia del Estado en los territorios afectados y los problemas y daos ambientales que se ocasionan en dichos territorios y que han de sufrir sus poblaciones. Los conflictos socioambientales involucran a diferentes tipos de actores: las compaas extractivas, el Estado y las comunidades, en donde aparecen los actores sociales organizados (organizaciones vinculadas a la comunidad en muchas ocasiones indgenas y organizaciones sociales). El concepto de desarrollo sustentable en estos casos es objeto de interpretaciones contradictorias entre las partes en conflicto. Para las comunidades y organizaciones sociales el desarrollo se interpreta desde la perspectiva de que debe estar subordinado a la voluntad de las poblaciones locales, mientras que, para el Estado, el desarrollo est basado en el mbito de las polticas enfocadas en la lucha contra la pobreza, con el fin de satisfacer las necesidades de las poblaciones nacionales, careciendo de importancia si hay vctimas locales en dicha estrategia nacional. As, en muchas ocasiones las comunidades indgenas involucradas en un conflicto ambiental, ms all de defender su entorno, defienden su prctica cotidiana y sus formas de organizacin y de vida, articuladas en una lgica de relacin entre la comunidad y el ambiente (Folchi, 2001), mientras las organizaciones ambientalistas defienden una apuesta de carcter ticopoltico, la empresa su inversin y beneficio y, en el caso del Estado, esto se expresa en supuestos trminos
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de orden, control y racionalidad cuyo objetivo final es hacer factible su proyecto econmico nacional. El espacio poltico abierto por la crisis ambiental genera la necesidad de que los Estados se doten de ordenamientos jurdicos que permitan la expresin y concertacin de estos actores sociales emergentes, propiciando la resolucin pacfica de los conflictos a travs de la democracia participativa con sostn en procedimientos legales adecuados (Demirovic, 1989). La cuestin ambiental no concierne solamente a los rganos administrativos del Estado y a sus aparatos ideolgicos la escuela, la universidad, el sistema jurdico y los medios de comunicacin, pues transciende hacia una amplia participacin de la sociedad civil en la configuracin de nuevos estilos de vida, relaciones de poder y modos de produccin (Leff, 1986). A la vez que ha ido emergiendo una nueva conciencia social al respecto, los problemas ambientales van apareciendo en toda su dimensin. En el mbito de los conflictos socioambientales podramos utilizar la clasificacin hecha por Bebbington y Humphreys (2009) para clasificar a los ambientalismos en torno a los conflictos mineros en Per. Esto sirve para posicionar a los diferentes tipos de organizaciones y a las lgicas de conflicto que se dan en el entorno ambiental latinoamericano. As encontraramos: Un primer ambientalismo de carcter conservacionista, cuyo enfoque tiende hacia las necesidades de proteger los ecosistemas existentes. Tambin tiende a la resolucin de conflictos con base en la negociacin con los actores (empresas y organizaciones sociales) implicados, llegando inclusive a generar marcos de colaboracin en el mbito de asesoramiento para una adecuada gestin del proyecto. Una segunda categora de ambientalismos englobara lo que podramos llamar organizaciones de perfil nacional populista, las cuales buscan un mayor control nacional sobre los recursos naturales y su rentabilidad econmica, con el fin de destinarlo a proyectos populares y subsidios sociales dirigidos a los sectores histricamente excluidos. La resolucin en torno a los conflictos que se generan con este tipo de ambientalismos tiende a la solucin negociada, habitualmente sobre sistemas impositivos ms rigurosos para las compaas o travs de medidas de nacionalizacin con correspondencia para las transnacionales articuladas sobre justi-precios. En tercer lugar estara el ambientalismo que se identifica con el ecologismo de los pobres (Martnez Alier, 2005), el cual se encuentra fuertemente enraizado en las formas de vida de las poblaciones humildes donde prima el deseo de mantener dichas formas de vida y sostener los medios con los que dichas comunidades han subsistido histricamente ante las amenazas e impacto generados por el desarrollismo neoextractivista. En estos casos, la envergadura del conflicto toma mayor cariz dado que la poblacin afectada requiere acceso al mismo recurso sobre el cual se aplica la explotacin intensiva, lo cual genera un pulso de difcil salida negociada. La cuarta categora reconocible es definida por los Bebbington como ambientalismo de justicia socioambiental, y tiene su eje fundamental en la desigualdad, enfocando su inters sobre quienes quedan ms expuestos a los riesgos, costos y beneficios de la actividad relacionada con el neoextractivismo. Este tipo de ambientalismo prioriza la defensa de los derechos humanos y reivindica prcticas de
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consentimiento previo libre e informado, zonificacin ecolgica socioeconmica, participacin de las comunidades en la toma de decisiones que le son de inters y endurecimiento de la regulacin aplicable a las corporaciones y los Estados con el fin de garantizar los derechos de las poblaciones afectadas. Estos sectores suelen ser calificados desde gobiernos y empresas transnacionales como extremistas, o ms recientemente como ecologistas infantiles. La quinta y ltima categora es definida como ecologismo profundo, el cual se articula a grandes rasgos sobre la tesis de que la naturaleza tiene el mismo derecho a la existencia que los seres humanos. En la medida que el extractivismo desarrollista, en cualquiera de sus vertientes y formas, destruye la naturaleza, el conflicto se convierte en irreversible y sin vas para la solucin. Cabe indicar a este respecto que la clasificacin no tiene un carcter estanco, y que a pesar de que unas apunten al conservacionismo y otras a los temas ambientales ampliados a sus dimensiones sociales, estas tendencias en la prctica estn superpuestas sobre cmo entienden la sustentabilidad; en resumen, si esta se articula sobre conceptos de reforma del actual sistema capitalista y el orden social que este genera, o si lo cuestionan desde la perspectiva de que las soluciones pasan por cambios transformadores del actual orden constituido, y por ende de la vida. Sin embargo, y en parte por el conjunto de las diferencias descritas con anterioridad, se hace difcil hablar de un movimiento social ambientalista coordinado y estructurado orgnicamente en los diferentes pases del subcontinente, a pesar de que la conflictividad socioambiental cada vez es ms relevante a nivel regional. Los diversos gobiernos nacionales de la regin, empezando por los considerados progresistas, han ido desarrollando en los ltimos aos estrategias encaminadas a doblegar a las poblaciones locales a sus intereses, generando clientelismo en territorios y comunidades donde esta prctica poltica no es lejana a su historia. De igual manera se han construido, desde los diferentes gobiernos, polticas de criminalizacin que tienen como objetivo el resquebrajamiento al interior de las resistencias al proyecto neoextractivista a escala regional, lo que habitualmente suele coincidir con territorios de identidad indgena. Y es aqu, como anotamos brevemente con anterioridad, donde el movimiento indgena, sin ser representado por organizaciones estrictamente socioambientales, ejerce un papel predominante en la defensa de la naturaleza, el control de los territorios frente a la embestida transnacional y la resistencia frente a las polticas desarrollistas impulsadas por los actuales gobiernos. Es por ello que se convierte en un referente a ser abatido desde los poderes institucionales, tengan estos el perfil poltico que tengan. Apenas por citar un par de casos puntuales y actuales de estas tensiones auspiciadas desde los gobiernos en contra de las organizaciones indgenas y las resistencias locales a los proyectos de expansin desarrollista, cabe recordar que en mayo de 2012 el gobierno de Evo Morales auspici la convocatoria a una reunin no orgnica de presidentes de organizaciones regionales afiliadas a la Confederacin de Pueblos Indgenas de Bolivia (CIDOB) en Santa Cruz, con el fin de desarticular y debilitar tanto a la confederacin indgena como a la novena marcha que estos protagonizan en defensa del Territorio Indgena y Parque Nacional Isiboro Scure (TIPNIS), los cuales han sido definidos por el gobierno boliviano como
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movimientos que responden a lgicas desestabilizadoras y golpistas. De forma paralela, el gobierno de Rafael Correa, en Ecuador, mantiene una poltica fuertemente agresiva contra el movimiento indgena, al que considera junto al ecologismo e izquierdismo infantil como los peores enemigos del progreso, y propici que dirigentes a nivel nacional del Pachakutik (agrupacin poltica vinculada a la Confederacin Nacional de Organizaciones Indgenas del Ecuador, CONAIE) hayan sido agredidos recientemente en la provincia de Chimborazo por minoritarios sectores indgenas afines al oficialismo bajo la direccin de lderes expulsados del propio movimiento, a la par que fomenta la ruptura al interior de sus organizaciones ms importantes a travs de la captacin de lderes indgenas con un controvertido pasado poltico (los casos de Miguel Lluco, Antonio Vargas y otros). Y es en este mbito de conflicto entre las centroizquierdas burocratizadas en el poder y los movimientos sociales alternativos, en especial el movimiento indgena, donde se visualiza con claridad hasta dnde estn llegando las contradicciones de la izquierda institucional latinoamericana. Esta, enmarcada en una contienda de tal magnitud contra el movimiento indgena que ni el neoliberalismo lleg a protagonizar, ignora de manera intencionada que el movimiento indgena latinoamericano es quizs uno de los elementos ms transformadores de la realidad subcontinental contempornea. Desconoce que dicho movimiento asumi una dimensin regional y se dot de un profundo contenido universal y de una visin global de los procesos sociales y polticos a escala internacional. Y que dicho movimiento explica, en muchos casos, por ejemplo en Ecuador, que se hayan podido configurar, inclusive, los gobiernos de centroizquierda en la actualidad. Desde la crtica y ruptura con la visin eurocntrica, sus lgicas y el modelo filosfico, historiogrfico y sociolgico derivado de la modernidad, el movimiento indgena latinoamericano recupera los legados de civilizaciones originarias para reelaborar las partes de las diferentes identidades existentes en el subcontinente. Desde el movimiento indgena, a pesar de sus respectivas crisis internas, expresadas de diferentes maneras en cada uno de los pases donde tienen realidad, se plantea el rescate de todas las formas de conocimiento y produccin de saberes que han convivido y resistido a la larga noche colonial que sigue muy vigente en nuestros das y posteriormente al imperialismo en la regin. Sus organizaciones abarcan un amplio espectro del territorio latinoamericano, el cual se extiende a travs de la Cordillera de los Andes y aledaos, por territorios y pases como Argentina, Colombia, Bolivia, Chile, Ecuador o Per; con singular importancia poltica en varios de ellos, as como en los diferentes pases centroamericanos y Mxico. Es aqu donde vale recuperar un elemento que fue de fundamental importancia en la reconfiguracin de las izquierdas alternativas mundiales al posestalinismo: el surgimiento del Ejrcito Zapatista de Liberacin Nacional (EZLN), que aparece pblicamente en 1 de enero de 1994 con la toma de San Cristbal en Chiapas, el mismo da por cierto que entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio de Amrica del Norte (TLCAN). Ese actualizado zapatismo, que se configur con inspiracin poltica en la vieja lucha de Emiliano Zapata por la Tierra y la Libertad, el marxismo y el socialismo libertario, se constituy con el objetivo de subvertir el orden hegemnico y construir una sociedad ms justa en Mxico. El neozapatismo plante una forma diferente de llegar al socialismo, va que fue despreciada por
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la izquierda institucional y convencional posiblemente por temor a un proceso que aunque se configuraba como ms autntico, era imposible de ser controlado por parte de la institucionalidad, es decir, estaba fuera de las reglas de juego marcadas por la democracia burguesa23. Desde esta perspectiva, y ms all de la realidad actual de Mxico, se abre un mundo de desencuentros entre los gobiernos latinoamericanos, incluidos entre ellos los considerados ms progresistas, y el movimiento indgena. Los principales ejes de desencuentro son tres: 1. La demanda por parte del movimiento indgena de Estados plurinacionales (modelo ya incorporado en las Constituciones de Bolivia y Ecuador aunque con escasos avances en materia de polticas concretas). Frente a este reclamo histrico, la izquierda tradicional evidencia su incapacidad para entender de qu se trata esta cuestin. Hablar de Estado plurinacional significa poner en cuestin el Estado-nacin y con ello la tradicin poltica occidental de la que derivan estas izquierdas de Amrica Latina, un listn demasiado alto para los actuales gobiernos latinoamericanos, los cuales se encuentran muy lejanos del anteriormente mencionado socialismo indoamericano propugnado por Maritegui. 2. La defensa por parte del movimiento indgena de los recursos naturales y energticos, el agua y la tierra. Esta vertiente ambiental del conflicto de los Estados versus el movimiento indgena, genera un enfrentamiento de raz con las polticas desarrollistas y por ende neoextractivistas, alzadas como bandera del desarrollo y de la lucha contra la pobreza. Y en el caso de los gobiernos progresistas del continente, es precisamente este el eslabn que les engarza a las polticas aplicadas en las dcadas del neoliberalismo. 3. Las demandas del movimiento indgena sobre los derechos colectivos de las comunidades indgenas y la autodeterminacin de los pueblos como principio fundamental. Sin duda, otro reto imposible de superar para una izquierda que, en su ya largo recorrido, nunca entendi sobre semejante reivindicacin, a pesar de que la constitucin de 1924 de la Unin Sovitica fuera la primera en el mundo en reconocer dicho derecho para sus repblicas, aunque no para las regiones autnomas24. Esto explica las deportaciones de chechenos, ingushes y trtaros de Crimea y otras poblaciones a las entonces repblicas socialistas de Kazajstn y Siberia en la dcada del cuarenta en la Unin Sovitica de Stalin; o como en la Nicaragua sandinista de los aos ochenta, cuando el gobierno revolucionario intent vincular a la costa atlntica a su estructura administrativa siguiendo los mismos lineamientos que en el resto del pas, ignorando sus particularidades tnicas, sociales, idiomticas e incluso religiosas. La demanda de los miskitos en torno a la asociacin tnica fue definida en aquel entonces por el comandante Toms Borge como una resistencia sectaria, lo que conllev a la represin sobre las comunidades alzadas, derivando a la postre en que los contras de la Fuerza Democrtica Nicaragense generaran bases de apoyo en territorios miskitos con la aquiescencia de sus moradores. Adems de estas, otras demandas indgenas tambin se convierten en elementos de difcil comprensin para los actuales gobiernos de Amrica Latina. Entre otros
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puntos podemos sealar: la reivindicacin de respeto a las diversas espiritualidades desde lo cotidiano y lo diverso; la extincin de toda forma de discriminacin racista o tnica; la reivindicacin de formas colectivas de decisin sobre la produccin, los mercados y la economa; la decolonialidad de las ciencias y las tecnologas; y la reivindicacin de una nueva tica social alternativa a la del mercado. Es as que, volviendo a Bolivia y a Ecuador, los pases con textos constitucionales ms avanzados en los cuales incluso se incorpora el objetivo del Buen Vivir suma qamaa y sumak kawsay, respectivamente, se terminan aplicando polticas que estn en esencia en contra de dicho concepto. Esta es una propuesta civilizatoria que emerge desde la periferia de la periferia, proviniendo del vocabulario de pueblos otrora totalmente marginados (Tortosa, 2011), no como una alternativa de desarrollo, sino como una alternativa al desarrollo (Acosta, Galeano et al., 2009).
Por ltimo y en el mbito de las estructuras polticas que consideran lo socioambiental como de fundamental importancia, se hace necesario radiografiar de forma bsica los referentes de los Partidos Verdes latinoamericanos. La red internacional de partidos verdes, la Global Greens25, federa a doce partidos verdes en Amrica Latina y el Caribe, incluyendo el partido Puertorriqueos por Puerto Rico, primer y nico partido poltico portorriqueo de base ambiental. Sobre esta realidad valoraremos a las tres organizaciones de mayor importancia: el Partido Verde de Brasil, donde en la ltima eleccin y con la ex ministra lulista Marina Silva se obtuvieron casi 20 millones de votos; Colombia, donde el Partido Verde alcanz en el ltimo sufragio 4 millones de votos; y Mxico, donde la opcin verde se estima que cuenta con 2 millones de votos, pero que en las ltimas elecciones presidenciales, montados sobre caballo ganador, han corrido de la mano en alianza electoral con el tan cuestionado Partido Revolucionario Institucional (PRI). El Partido Verde brasileo, con 26 aos de historia, recibi un 19,55% de los votos en la primera vuelta de las ltimas elecciones presidenciales el voto del Partido Verde fue el que impidi que Dilma Rousseff ganara en primera vuelta, convirtindose de esta manera en la tercera fuerza electoral del gigante del sur. Sin embargo, el Partido Verde brasileo no ha tenido histricamente gran fuerza electoral, siendo Fernando Gabeira su nico representante en el congreso nacional durante dos legislaturas, diputado por el Estado de Ro de Janeiro (1995-1998 y 1999-2002)26. El Partido Verde fue una de las organizaciones polticas que apoyaron al gobierno lulista, rompiendo dicha alianza en la segunda mitad del mes de mayo de 2005, fruto de divergencias en la poltica ambiental. En 2008, los verdes brasileos haban presentado 10.540 candidatos para las elecciones municipales en listas verdes autnomas, consiguiendo entonces 2,6 millones de votos (hasta un 23% en Ro de Janeiro). La incorporacin de una lder emblemtica como Marina Silva les permiti acercarse a los 20 millones de votos en las ltimas presidenciales, recibiendo tanto los votos del ambientalismo conservador como los de una parte del electorado del Partido de los Trabajadores decepcionada por la poltica
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desarrollista de Lula, plasmada en cuestiones tales como el reinicio del programa nuclear, la apertura de Brasil a los transgnicos, la destruccin de la Amazona a favor de los agrocombustibles y la nefasta poltica dirigida a los pueblos indgenas, entre otras cuestiones. Fruto de los resultados en las ltimas elecciones, pudimos ver cmo en los diferentes estados federales los cabezas de listas verdes transaron alianzas carentes de contenidos ideolgicos o programticos con la derecha y el oficialismo, indistintamente, en busca de cargos polticos e institucionales. En el caso del Partido Verde colombiano, su construccin lleva apenas dos aos y medio, careciendo de historia propia aunque provenga de la refundacin de la antigua organizacin poltica de centroderecha Partido Verde Opcin Centro. En septiembre de 2009 se adhieren al Partido Verde colombiano tres notables figuras de la poltica nacional, los ex alcaldes de Bogot Antanas Mockus, Luis Eduardo Garzn y Enrique Pealosa. El Partido Verde sirvi como plataforma electoral a Mockus para la disputa de la presidencia frente al conservador Juan Manuel Santos, o a Pealosa para disputarle la alcalda de Bogot al Polo Democrtico Alternativo, aunque en ninguno de los dos casos tuvo xito. De esta manera, el Partido Verde colombiano present en los ltimos comicios electorales programas poco vinculados a la problemtica ambiental y a los efectos de las polticas desarrollistas aplicadas por el gobierno de Uribe Vlez y reforzadas en la actualidad por Juan Manuel Santos. El partido qued limitado a una plataforma electoral a travs de la cual se agruparon polticos de diferentes tendencias ideolgicas con la finalidad de postular a cargos pblicos en la actual legislatura. En la actualidad, tanto el Partido Verde brasileo como el colombiano ya no cuentan en sus filas con sus candidatos presidenciales en los comicios anteriores, Marina Silva y Antanas Mockus27, lo cual muestra a dichas organizaciones como herramientas bsicamente electorales al servicio de determinados personajes pblicos. En el caso del Partido Verde Ecologista de Mxico, organizacin fundada en 1986 que lleg a ser la cuarta agrupacin poltica mexicana en cuanto al nmero de representantes en el congreso del pas, basta observar sus ltimas alianzas electorales para entender su lgica poltica vital. En las elecciones del ao 2000, form junto al conservador Partido Accin Nacional (PAN) la Alianza por el Cambio, la cual posicionara a Vicente Fox como presidente; en 2003 hizo alianza electoral con el PRI, situacin que se repiti en las elecciones del presente ao, que le dieron el triunfo a Pea Nieto. Como conclusin, cabe indicar que las estructuras polticas articuladas en torno a la Global Greens y al mundo verde institucional carecen de posicionamientos programticos que incorporen coherentemente alternativas a las realidades anteriormente descritas y a la problemtica existente en la situacin actual. La mayora de los partidos verdes no son actores de cambio ni agentes de transformacin social; en definitiva, no son herramientas de transformacin del sistema capitalista. Su existencia responde a lgicas electoralistas y su desconexin con el frente social ambiental es evidente. Ms all de estos partidos, la irrupcin de gobiernos progresistas en Latinoamrica ha generado la aparicin de alternativas, la mayora de ellas en cons-
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truccin desde la izquierda poltica y social, en muchos casos fruto de rupturas desde el mismo oficialismo en diferentes pases. La novedad de estas nuevas izquierdas es la incorporacin en sus actas fundacionales y programas en elaboracin de un fuerte contenido socioambiental que pretende ser rupturista con las lgicas actuales. La ruptura con sus correspondientes gobiernos, o bien el distanciamiento, se ha ido haciendo mayor en funcin del ejercicio gubernamental, que ha significado para algunas de estas nuevas agrupaciones un factor de aislamiento sociopoltico. Este podra ser el caso del Partido Socialismo y Libertad (PSOL)28, una organizacin poltica de 11 mil miembros constituida en 2004 a partir de la expulsin del Partido de los Trabajadores de varios de los dirigentes de una tendencia interna trotskista, denominada Democracia Socialista. En contraposicin a este hecho est la experiencia ecuatoriana. Bajo el nombre de Coordinadora Plurinacional para la Unidad de las Izquierdas se han articulado hasta ahora siete organizaciones y frentes polticos, algunos provenientes de rupturas con el corresmo, que articulan en este momento un candidato nico y un programa comn junto a los movimientos sociales combativos del pas (mujeres, indgenas, ambientalistas, campesinos, organizaciones barriales, sindicatos y organizaciones estudiantiles). Esta agrupacin pretende ser una conformacin transformadora de cara a la renovacin de las actuales izquierdas latinoamericanas y un elemento referencial ante la disputa electoral que tendr lugar en Ecuador el prximo mes de febrero. Lo fundamental de este proceso en construccin es entender que no habr una izquierda con capacidad de cambiar el sistema si no aborda tambin el tema ambiental, entre otras cuestiones fundamentales como son por supuesto las cuestiones polticas, culturales, sociales y econmicas, as como las demandas de gnero, tnicas e intergeneracionales, entre otras.
A modo de conclusin
El conflicto irresoluble entre los gobiernos de Amrica Latina y las izquierdas sociales y polticas no puede devenir en otra cosa que no sea la reconfiguracin de una nueva izquierda social y poltica que incorpore en sus programas las alternativas a las polticas que han significado su distanciamiento del oficialismo y de los tericos gobiernos revolucionarios existentes en la actualidad. En el caso de los gobiernos de perfil progresista de nuestro continente, la miopa avanzada, cercana ya a la ceguera total, respecto a la problemtica ambiental, podra resumirse en las palabras del mandatario ecuatoriano Rafael Correa, cuando en una entrevista el pasado mes de mayo a un medio de comunicacin chileno, declaraba: Dnde est en el Manifiesto Comunista el no a la minera? Tradicionalmente los pases socialistas fueron mineros. Qu teora socialista dijo no a la minera? Son los pseudointelectuales postmodernistas los que meten todos estos problemas en una interminable discusin. No hay dnde dudar: salir del modelo extractivista es errneo29. As, el presidente ecuatoriano olvidaba que si de hecho hay un error en la ley del valor, desarrollada por primera vez por Marx en su obra Miseria de la filosofa (1847) texto que se desarroll como respuesta a la Filosofa de la miseria de Proudhon, es precisamente no haber contemplado en dicha ley
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el impacto ambiental de la produccin sobre el planeta. En descargo del viejo intelectual, filsofo y pensador alemn, podemos alegar que dicha obra se remonta a 165 aos atrs, cuanto era an difcil prever la situacin actual del planeta. Dicha reconstruccin de la izquierda se hace fundamental al momento de refundar alternativas y resistencias a polticas que no dan solucin al problema global (no slo ambiental) y que por sus estilos, formas y contenidos actan en decremento de la participacin social, la democracia directa y el respeto al conjunto de pueblos y nacionalidades indgenas existentes a lo largo y ancho del subcontinente. Para concluir, citando nuevamente a Bolvar Echeverra (2010), el modo capitalista vive de sofocar a la vida y al mundo de la vida. Ese proceso se ha llevado a tal extremo, que la reproduccin del capital slo puede darse en la medida en que destruya igual a los seres humanos que a la Naturaleza. Lo que equivale a afirmar que no habr alternativas a la crisis global multifactica en el interior del sistema capitalista.
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Notas
1 Sobre esta afirmacin, se puede consultar la conferencia dictada por Manfred Max Neef en la Universidad EAFIT, de Medelln, Colombia, en <www.umanizales.edu.co>. 2 La crtica naturalista se asent sobre tres principios bsicos: la reivindicacin del higienismo, que reclama mejores condiciones de vida para los trabajadores y su entorno urbano; el naturismo como reivindicacin de un rencuentro entre el ser humano y la Naturaleza; y el conservacionismo que se plasma en las primeras asociaciones proteccionistas de animales y hbitats naturales. 3 Para el ao 1800 se estima una poblacin mundial de mil millones de habitantes con respecto a los 7 mil millones censados a finales de 2011. 4 La capacidad de produccin energtica de la URSS pas de 46 millones de toneladas en 1913 (dependiente bsicamente del carbn) a 238 millones de toneladas en 1940. Las hidroelctricas generaron 6 millones de kilovatios en 1955 y 33 millones en 1971 (quedando el combustible vegetal reducido al 6% del total). La extraccin de petrleo del Cucaso y del gas natural tom fuerza a partir de 1950, lo que situ a la URSS como un pas puntero en la produccin petrolera. El desarrollo energtico de la URSS se asent sobre la explotacin de su riqueza en recursos naturales, lo que le convirti en el nico pas desarrollado con capacidad de autoabastecimiento energtico. 5 La URSS desarroll una importante industria siderrgica con base en la explotacin de sus importantes reservas del material ferroso, hulla y manganeso, convirtindose en el pas lder de la produccin mundial de hierro y uno de los ms importantes productores de acero del planeta. 6 Fue Nikita Kruschev, responsable de la desestalinizacin parcial de la URSS, quien revelara, entre otras cuestiones, el estancamiento y en algunos casos retroceso de la produccin agrcola sovitica entre 1913 y 1950. Aunque entre el ao 1950 y el de 1965 la produccin agropecuaria aument a un ritmo de 1.5% al ao, se mantuvo por debajo del ndice de crecimiento poblacional. Posteriormente, Brezhnev y Kosyguin reformularon mtodos de produccin socializada y de distribucin de mercado. La reforma de 1965 ampli las primas y los estmulos individuales para incentivar la produccin, y posteriormente, durante el mandato de Gorbachov, se impuls una poltica de apertura sobre los rgidos esquemas del estalinismo. A la llegada de la Perestroika, la URSS produca el doble de fertilizantes qumicos que EE.UU., cuadruplicaba el nmero de vacas lecheras respecto a los estadounidenses y utilizaba cinco veces ms tractores en labores agrarias que su rival, sin embargo su produccin se mantena estancada, el sector rural en crisis y se importaban cada vez ms alimentos. 7 El socialismo realmente existente, en realidad, formaba parte de dicha economa-mundo. Nunca logr erigirse como una alternativa en trminos civilizatorios. 8 Datos de la Lista Roja de Especies Amenazadas, que publica la Unin Internacional para la Conservacin de la Naturaleza (UICN). Estos datos apenas realizan una mirada general sobre lo que est ocurriendo respecto a las diferentes formas de vida en el planeta, pues slo analizan el 2,7% de las especies conocidas, lo que significa que el nmero de especies en peligro de extincin puede ser mayor. Segn el informe, en relacin a las especies de agua dulce, el 38% de los peces estn amenazados en Europa, mientras que en frica oriental se encuentran en peligro el 28%. En los ocanos, el panorama es igual de sombro. Muchas especies marinas estn sufriendo una prdida irreversible debido a la sobrepesca, el cambio climtico, las especies invasoras, el desarrollo costero y la contaminacin, destaca la publicacin. Adems, seala que las aves marinas estn mucho ms amenazadas que las terrestres, con un 27,5% en peligro de extincin, frente al 11,8% de las aves terrestres en la misma situacin. 9 Todas las plantas y los animales que habitan en el planeta tienen un papel especfico y sirven para conseguir alimentos, medicamentos, oxgeno y agua pura, y para la polinizacin de los cultivos, el almacenamiento de carbono en el suelo y la fertilizacin. 10 La autora principal del informe, en el que colaboraron 17 profesionales, fue la estadounidense Donella Meadows, biofsica y pionera cientfica ambiental, especializada en dinmica de sistemas. 11 La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medioambiente de Estocolmo, de junio de 1972, que permitir la creacin del Programa de las Naciones Unidas por el Medioambiente (PNUM-UNEP, son sus siglas en ingls).
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sar de que la economa se haba contrado un 7,1%; de igual manera, el mismo presidente Chvez declar el pasado 18 de mayo que el crecimiento del sector privado est por encima del pblico. Pero no slo es que ms crece el sector privado, sino que si consideramos el excedente de explotacin venezolano, concepto que comprende los pagos a la propiedad (intereses, regalas y utilidades) y las remuneraciones a los empresarios, as como los pagos a la mano de obra no asalariada, veremos que este pas del 49,02 en 1999 al 61,30% en el 2010. Segn los datos del Instituto Nacional de Estadstica (INE) de Venezuela, y a pesar de las mejoras respecto al ndice de Gini en el pas, tras ms de una dcada de gobierno revolucionario, el 20% de los hogares con mayores ingresos econmicos devenga el 45,56% del ingreso total, mientras el 40% de los hogares ms pobres apenas se apropia del 15,1% del ingreso; b) Bolivia: en Bolivia, segn datos de la Autoridad de Supervisin del Sistema Financiero (Asfi) se revela que las utilidades que obtuvieron las entidades pertenecientes al sistema financiero a junio de 2011 fueron de 172,2 millones de dlares, superando en 7,88% las obtenidas por este sector durante toda la gestin 2010. Son 21 grupos corporativos, empresariales y de inversiones los propietarios de todo el sistema bancario boliviano. Paralelamente, hasta noviembre de 2011, las recaudaciones fiscales lograban un rcord histrico. El ingreso tributario ms importante es el Impuesto a las Utilidades Empresariales (IUE), que representa el 24% del total de las recaudaciones impositivas. Dicho monto representa prcticamente un cuarto de los ingresos de impuestos que recibe el Tesoro, y est generado por las utilidades proporcionadas por el sector privado. El ministro de Economa y Finanzas, Lus Arce, se congratulaba de dicha situacin indicando que le est yendo muy bien al sector privado, porque estn pagando grandes cantidades por el IUE. Y nos alegramos que les vaya bien a los empresarios privados, porque mientras sigan contribuyendo [...] a las recaudaciones tributarias, el pas seguir teniendo estos rcords de recaudaciones impositivas; y c) Ecuador: el crecimiento acumulado del sector bancario privado fue durante los tres primeros aos del gobierno de Correa (2007-2009) un 70% superior al de los gobiernos neoliberales anteriores en el mismo perodo. En 2010 el sector bancario privado alcanz un 15,4% de utilidades ms que en el ejercicio 2009, y en el 2011 un 52% que en el ejercicio 2010, aproximndose sus utilidades a 500 millones de dlares. Tras ms de cinco aos de gobierno de la revolucin ciudadana, 62 grupos econmicos concentran el 41% el PIB, teniendo el sector privado un beneficio superior al 54% del que obtuvo durante los mismos perodos de los gobiernos inmediatamente anteriores a Correa, los cuales eran de perfil neoliberal. 19 Brasil es el segundo productor de bioetanol del mundo, con 33,2% de participacin en el mercado detrs de Estados Unidos, responsable del 54,7% de la produccin mundial, segn datos de 2009. Co-
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lombia, a su vez, figura en el dcimo lugar de los pases productores, con el 0,4%. Argentina, por su parte, es el segundo productor mundial de biodiesel, con el 13,1% del mercado, tambin despus de Estados Unidos, que lidera con el 14,3%. Brasil se ubica en quinto lugar, con el 9,7% de la participacin (datos de la CEPAL, 2011). 20 El neoextractivismo difiere del anterior extractivismo respecto al papel otorgado al Estado y a su legitimacin social y poltica, lo que implica resultados econmicos sustancialmente diferentes para los pases. 21 Extrado de la conferencia dictada por el experto Dr. Jos Frutos, gelogo chileno, invitado al Seminario Internacional Adelantos de la Exploracin de Yacimientos Aurferos, el 27 de noviembre de 2009, en Quito. 22 La onceava ronda petrolera afectar al 100% de los territorios de los indgenas andoas, zparas y shivias, al 93% del de los achuar, al 73% del de los kichwas amaznicos y al 38% del de los shuar. 23 Utilizamos la perspectiva de la democracia burguesa definida por Rosa Luxemburg (brgerliche Demokratie), para quien dicho trmino significaba lo mismo que para Engels y Marx, democracia pura (reine Demokratie), a saber: no el nombre de un rgimen poltico institucionalmente establecido y epocal, sino la caracterizacin de una corriente sociopoltica. 24 Lenin defendi el derecho de libre determinacin de las naciones, entendido como derecho a la secesin, aunque desde su visin, subordinndolo a la lucha de clases. Cuando los bolcheviques alcanzaron el poder tras la Revolucin de Octubre, el principio de autodeterminacin se proclam oficialmente en la Declaracin de Derechos de los Pueblos de Rusia y en virtud de la misma se reconoci la independencia de Finlandia.
daniela Mariotti
Profesora de la ctedra de Sociologa Rural de la Universidad de Buenos Aires e investigadora del CONICET en el IIGG-UBA.
Resumen
La lucha por la defensa del territorio, protagonizada mayoritariamente por los pueblos originarios en toda Amrica Latina, ha llegado a involucrar a diversos tipos de actores que no necesariamente habitan en los lugares amenazados por el saqueo, pero que colaboran con los que s resultan afectados. Estos actores son conocidos como terceros sujetos, y su actuacin en relacin a los movimientos socioterritoriales es explorada por Norma Giarracca y Daniela Mariotti en este artculo. A travs de un breve recorrido por algunos de estos movimientos, las autoras dan cuenta de las estrategias que siguen los actores comprometidos con la defensa del territorio para seleccionar a sus interlocutores y para tejer alianzas con otros actores. De esta manera, muestran la importancia que tienen las redes de aliados para la coordinacin de acciones de protesta, denuncia y solidaridad entre quienes se comprometen, en mayor o menor medida, con los movimientos sociales.
Abstract
The struggle for the defence of territory, mostly led by indigenous peoples throughout Latin America, has come to involve several players who need not live in areas which are under threat of dispossession, but who aid those which are actually affected. These players are known as third actors, and their participation in social and territorial movements is explored by Norma Giarraca and Daniela Mariotti in this paper. Through a brief review of some of these movements, the authors refer to how the players involved in territorial defence choose their interlocutors and how they forge alliances with other players. Thus, the authors stress the importance of the networks of allies for the organisation of protests, the pursuit of grievances, and solidarity among those who are, to a greater or lesser extent, committed to social movements.
Palabras clave
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Key words
Giarracca, Norma y Mariotti, Daniela 2012 Porque juntos somos muchos ms. Los movimientos socioterritoriales de Argentina y sus aliados en OSAL (Buenos Aires: CLACSO) Ao XIII, N 32, noviembre.
En este trabajo nos proponemos abordar a los movimientos socioterritoriales (Fernandes, 2005) que se verifican en mundos sociales diversos de la Argentina, desde pequeos asentamientos, mundos rururbanos o espacios agrarios hasta, incluso, involucrar a miembros de las grandes ciudades. Tenemos una larga tradicin de estudios de estos movimientos (Giarracca, 2001), pero en esta ocasin deseamos mostrar los apoyos y colaboraciones de terceros sujetos a los movimientos, tanto en los espacios artsticos, periodsticos, como en los de mayor institucionalidad, como el universitario, el legislativo, el educativo o el mbito religioso. Desde finales del siglo XX y lo que va de este siglo, muy pocas veces se registraron transformaciones de la magnitud actual en los territorios y en las relaciones polticas, econmicas, sociales y mundos de vida de las poblaciones de toda Amrica Latina. Ms all del conocimiento de las estrategias geopolticas, militares y econmicas de los centros de poder global, existe una forma sencilla de poner en imgenes esta situacin de nuestro continente. El Observatorio Latinoamericano de Geopoltica, dirigido por la economista mexicana Ana Esther Cecea, elabor una serie cartogrfica donde se demuestra cmo se superponen las regiones de recursos naturales disponibles con las nuevas bases militares extranacionales y los proyectos de infraestructura continental. Un ejemplo es la iniciativa IIRSA (Integracin de la Infraestructura Regional Sudamericana) para nuestra regin2. Ral Zibechi (2006) sostiene que el sur de Amrica Latina es una de las pocas regiones del planeta que combina los cuatro recursos naturales estratgicos de esta etapa: hidrocarburos, minerales, biodiversidad y agua. Y lo mismo decimos nosotras sobre este sur del sur, que es nuestro territorio nacional. De all que podamos advertir fcilmente no slo la presencia de las corporaciones transnacionales interesadas en los bienes comunes (Repsol, Barrick Gold, Monsanto, etc.) sino los diseos polticos, jurdicos y legales que se realizaron para habilitar la modificacin de la geografa, as como los cordones de infraestructura para sacar los recursos naturales y profundizar la dependencia a los grandes centros de poder internacional. En los pases centrales existen regulaciones o controles que tienden a limitar estas actividades extractivas, lo que implica un aumento de sus costos y una reduccin de las ganancias. Como consecuencia, sea por la escasez o por sus efectos contaminantes, las empresas que utilizan los recursos naturales a escala global tienden a instalarse en pases distintos a los de sus orgenes, donde los mundos sociales de quienes toman las decisiones estn a salvo y, como dice Cecea (2004), el otro nacional pierde expresin e importancia. En mayo de 2010, por ejem-
Introduccin
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plo, el parlamento europeo recomend la prohibicin de actividades mineras que impliquen el uso de cianuro, recogiendo medidas similares a las que se haban producido en la Repblica Checa, Alemania y Hungra.
Las relaciones entre los movimientos sociales y terceros actores, la conformacin de aquella red o espacio de movimiento social como fenmeno en desarrollo, an ms reciente que los momentos de conformacin de los movimientos, no han sido suficientemente estudiadas todava. Algunos autores europeos han analizado la dinmica de las relaciones interorganizativas intentando reconstruir los mecanismos mediante los cuales los grupos comparten recursos y militantes para alcanzar objetivos comunes; otros han propuesto resaltar la naturaleza reticular de los movimientos, pero sin precisar sus caractersticas ni los factores que condicionan su formacin. El que ms nos interesa para los fines de este trabajo es Mario Diani (1998), quien lleva ms lejos el papel de las articulaciones y propone definir al movimiento social mismo como un conjunto de redes de interaccin informales entre una pluralidad de individuos, grupos y organizaciones, comprometidas en conflictos de naturaleza poltica o cultural, sobre la base de una especfica identidad colectiva (Diani, 1998: 13). Desde el estudio de la movilizacin, las redes de los movimientos son analizadas como precondiciones para la accin colectiva: la densidad de las relaciones entre los diferentes actores y de su articulacin interna orienta la circulacin de los recursos esenciales determinando las oportunidades y los vnculos necesarios para la accin. Las redes de los movimientos tambin pueden analizarse como un producto de la accin: como el resultado de una serie innumerable de actos a travs de los cuales los actores comprometidos en una causa seleccionan a sus propios interlocutores y aliados. Las redes sociales no son solamente un simple canal para la circulacin de recursos materiales de informacin sino que, a travs de ellas, se transmiten smbolos y significados para la construccin de representaciones compartidas para la accin. Segn Diani (1998), dos dinmicas analticamente independientes se deben tener en cuenta: 1) la creacin de vnculos efectivos de cooperacin y de intercambio entre distintos actores; y 2) el desarrollo de la identidad colectiva. Esta ltima accin es fundamental para distinguir a los actores de un movimiento de sus aliados externos y sus apoyos ocasionales. La activacin de alianzas comportar normalmente mayores costos organizativos y cautelas; asumir, en otras palabras, formas diferentes cuando se trate de relaciones o cooperaciones con sujetos considerados extraos a la propia identidad. Es el caso, por ejemplo, de las relaciones con partidos polticos o con sectores de las instituciones, hacia las que los actores de los movimientos son normalmente crticos (Diani, 1998: 251). Se podran identificar varios factores para la eleccin de aliados: 1) los que ponen el acento en las mismas problemticas; 2) los que colocan su atencin en las bases estructurales del conflicto, ya sea por el tipo de solidaridad o por el esquema de interpretacin (que en Amrica Latina est influenciada por los distintos paradigmas emancipatorios); 3) un factor vinculado con la perspectiva del proceso
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poltico que se centra en las caractersticas de la atmsfera poltica en que los actores operan. Esta cuestin no orienta directamente las elecciones de cooperacin o de pertenencia mltiple, sino que favorece la activacin de determinados criterios de eleccin en detrimento de otros. En un contexto de oportunidades polticas favorables, los criterios con que los actores de los movimientos seleccionan a sus aliados sern ms laxos e inclusivos que en los momentos polticos ms restringidos. Durante las fracturas y las solidaridades en los ciclos de protesta puede ocurrir que en las fases iniciales del ciclo se refuerce la solidaridad y la cooperacin entre los actores que comparten las mismas visiones del conflicto, mientras que aumenta la distancia entre los que se colocan en posiciones ideolgicas opuestas, a pesar de que se movilicen en relacin con temas especficos similares. Por otro lado, en la fase de latencia puede ocurrir que la mayor estabilidad poltica y social dificulte el desarrollo de nuevas identidades y de nuevas fracturas, y que los movimientos tiendan a asumir los cdigos y las identidades formadas en las fases precedentes; sin embargo, esto puede variar sensiblemente. Algunos son ms flexibles que otros, transformndose entonces en redes de grupos orientados fundamentalmente hacia la produccin cultural y la experimentacin de las prcticas de vida alternativas. De esta manera, es posible reconstruir los procesos de formacin de una red de movimiento, identificando las diferentes lgicas, instrumental y expresiva, capaces de orientar las elecciones de los propios actores. Un concepto fundamental en este abordaje es el acuado por Alberto Melucci (1980), que refiere a la red, rea o sector de movimiento que compromete no slo a organizaciones de pobladores que son las que han irrumpido en el espacio fsico (los territorios) para anunciar que nuevas problemticas merecen atencin, sino a muchos y variados tipos de actores que se articulan alrededor del mismo problema. El sector (red o espacio) de movimiento se transforma en el convocante de distintos actores con mayor o menor grado de compromiso con la causa central, pero dispuestos a emerger otorgando acciones, solidaridades cuando se requiera. La red sumergida, compuesta por grupos separados, conforma un sistema de intercambios (personas, informacin que circula por dicha red, algunas agencias tales como radios, libreras, revistas, etc.), sostiene el autor. Son multidimensionales, pueden ocupar slo una parte de su tiempo a determinada causa pero generan la solidaridad efectiva que les permite mantenerse en red con una o varias organizaciones territoriales. Las redes son importantes en los momentos de visibilidad de las acciones de protestas territoriales pero tambin en los de latencia, cuando cierta calma reaparece en los territorios. La red o sector de movimiento tiene un sentido espacial y no territorial, es decir, se trata de actores situados en distintos lugares geogrficos y en distintos niveles en ese continuo entre lo local, lo nacional y lo global. Con el surgimiento de los movimientos socioterritoriales latinoamericanos disputando la apropiacin de los recursos naturales, las articulaciones regionales entre pases limtrofes y hasta globales son tambin prcticas frecuentes. Nos arriesgamos a sostener que a mayor capacidad del movimiento y otros actores sociales de generar redes y actuar coordinadamente respetando la autonoma de cada uno, mayor ser la capacidad para obtener logros en la persecucin
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de los fines propuestos. La generacin de alianzas fortalece a los movimientos, los ubica en una posicin de negociacin y acuerdos que pone en juego sus capacidades de producir internamente espacios de democracia (reconocimiento del otro, tomas de decisiones consensuadas, etc.) que, al fin de cuentas, es lo que exigen hacia afuera en cualquier tipo de confrontacin. La sola presencia de estos movimientos es un revs para el orden establecido, para el sistema simblico dominante, dice Alberto Melucci, pero si nos planteamos que lo que esperan los movimientos socioterritoriales de Amrica Latina, y de la Argentina en particular, supone siempre un cambio en la gramtica del poder que modifica el pacto fundante del modelo extractivista, puede comprenderse mejor porqu las alianzas estratgicas son de primer nivel. Las demandas particulares son generalizadas en el espacio pblico y es entonces cuando aparecen dos clases de terceros actores; unos son meros espectadores con diferentes niveles de informacin y otros son los que se involucran a travs de acciones, recursos, formas e interpretaciones en el espacio conflictual. Este ltimo tipo de actores es el que abordamos nosotros. Comprender las condiciones que deben darse para salir del territorio de modo simblico y habilitar el paso de movimientos antagnicos a otros que puedan articular equivalencias (en el sentido de Mouffe y Laclau) alrededor de un objetivo comn y donde sea posible expandir espacios democrticos, supone un proceso de profundizacin y reflexin de aquello que se busca. La posibilidad de salir de la demanda particular para ir a la bsqueda de un objetivo ms universal (lo que caracteriza a la poltica emancipadora y da sentido de sujeto poltico al movimiento) es uno de los principios caracterizadores de Melucci y de la mayora de los investigadores latinoamericanos como Ral Zibechi, Luis Tapia, Gustavo Esteva y nosotras mismas. El interrogante plantea en qu medida los terceros comprometidos coinciden con estas bsquedas o poseen las propias explicitadas o, en algunos casos, no explicitadas. En esta etapa de la indagacin contamos con un mapeo de movimientos socioterritoriales, con caracterizaciones generales de los mismos y abordajes de profundizacin de algunos. Daremos cuenta de ellos en una primera parte, actualizando sus niveles de conflictualidad en estos ltimos tiempos. Luego intentaremos un mapeo de terceros comprometidos, actores con los que los movimientos han establecido algn tipo de contacto, y que pueden ir de alianzas coyunturales hasta aquellas ms estratgicas y de largo plazo. Algunos de estos actores mantienen relaciones tanto con las asambleas de autoconvocados contra la minera como con el movimiento campesino y los movimientos indgenas con los que trabajamos. No obstante el tipo de relacin y de acuerdos de corto y largo plazo, difieren mucho unos de otros.
Utilizamos este concepto para diferenciar a estas acciones colectivas de otras donde, si bien siempre existe un territorio ocupado (barrios, fbricas), el mismo no es el centro de la disputa. El uso del concepto movimientos sociales es a esta altura simplemente una convencin, puesto que se ha generalizado en la poblacin no
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especializada; de ellos hablan los polticos, los periodistas, el pblico en general. Si quisiramos utilizar la conceptualizacin en todo su rigor terico-metodolgico sobre estas poblaciones resistiendo por sus territorios, estaramos ms cercanos a un conjunto de acciones colectivas sistemticas y sostenidas en el tiempo que a movimientos sociales. Recordemos que para los referentes tericos de este concepto, el movimiento social es un nivel de anlisis y no una entidad emprica (Melucci, 1994), y supone una serie de requisitos en cuanto a la posicin en el campo poltico, es decir aquel configurado alrededor del poder, que no es tan fcil de hallar en estas organizaciones. El poder poltico tiende a ignorar, judicializar o reprimir a estas organizaciones. Por esta misma limitacin es que indagamos el potencial crecimiento poltico de estos movimientos socioterritoriales (para retomar la denominacin que todos les dan) desde la mirada de una estrategia de articulacin y ocupacin de espacios ms amplios dentro de los mundos sociales y culturales contrahegemnicos (para denominarlos de alguna forma) que les permita aquella posicin en el campo poltico. El tipo de disputa por el territorio que nos interesa incluye, por un lado, recursos naturales con alto potencial econmico y por lo tanto posibilidades de altas rentas; incluye, adems, poblaciones asentadas desde hace mucho tiempo en estos territorios; empresas o inversores interesados en ellos; y el Estado en varios de sus niveles (municipal, provincial, nacional). No obstante, en nuestros trabajos centramos el anlisis bsicamente desde el tipo de sujeto de la accin colectiva en juego; es decir, indagamos quines estn asentados en cada territorio y desde all intentamos caracterizarlos y observar el juego de confrontaciones y de alianzas que realizan. Por qu el abordaje desde los sujetos? Porque consideramos que en estos procesos de protestas que se remontan a fines de los aos ochenta, la presencia de la Argentina no urbana, o por lo menos la de pequeas ciudades del interior junto a sujetos residentes en las mismas o relacionados con la ruralidad, fue la que mantuvo una mnima continuidad en las situaciones de resistencias y luchas hasta el presente. Por supuesto no es lo mismo que ha ocurrido hasta finales del siglo XX y desde entonces; no obstante la delimitacin cada vez ms ntida de actores sociales capaces de no aceptar el estado de cosas, de no naturalizar la perversidad del neoliberalismo se remonta a comienzos de los noventa, momentos anteriores tanto de las luchas del movimiento urbano de desocupados como de la clara disputa por los recursos naturales desatada en este siglo. Las comunidades indgenas aunando voces con sus hermanos latinoamericanos en la fuerte demanda de la reparacin histrica de sus territorios ancestrales (bsicamente Kolla del norte y Mapuche del sur), empezaron a emerger lentamente en los noventa; luego la presencia campesina frente al avance de inversores sojeros a partir de mediados de esa misma dcada y finalmente los pueblos cordilleranos negndose a la instalacin de la minera a cielo abierto desde 2003. Por supuesto hay comunidades indgenas que disputan sus tierras a terratenientes, agronegocios, empresas mineras o petroleras, lo mismo con las organizaciones campesinas y muchas poblaciones cordilleranas que se ven amenazadas por la falta de agua a partir del descomunal uso de mineras y agronegocios. El extractivismo cruza y lleva el hilo conductor del proceso, pero los sujetos en resistencia son su clave y razn de existencia, en referencia a nuestras preocupaciones, y son quienes, como veremos, imprimen las particularidades en las resistencias.
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Durante los aos noventa, en un contexto de incipiente extractivismo y la consiguiente aparicin de conflictos en torno a los recursos naturales, comenzaron a vislumbrarse resistencias de las poblaciones afectadas, que se irn profundizando hacia finales de la dcada. En efecto, comunidades indgenas reclamando territorios, haciendo uso del dispositivo legal internacional integrado a la constitucin de 1994; la formacin del Movimiento Nacional Campesino e Indgena (MNCI) con una fuerte raz en el Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MOCASE), que se ir expandiendo e integrando a Va Campesina, as como la aparicin de otras organizaciones y federaciones campesinas, es otra novedad de la poca. Por ltimo, si bien la Asamblea de Autoconvocados por el No a la Minera (u otros nombres similares segn las provincias y regiones) es un fenmeno que aparece en toda su magnitud en 2003, con el histrico Plebiscito de Esquel3, en la segunda mitad de la dcada del noventa (1995-1998) se pudo registrar una importante resistencia de una cadena de pueblos en el sur de la provincia de Tucumn enfrentndose a una empresa transnacional a la que se le haba entregado la operacin del agua provincial (Giarracca y Del Pozo, 2004). Es decir, es un proceso que se va constituyendo a medida que el neoliberalismo deja de estar centrado en la privatizacin de los activos de la nacin (privatizacin de empresas pblicas) para pasar a centrarse en el despojo de los recursos naturales en una transicin donde ambos procesos se imbrican (el ejemplo ms claro es el petrleo y otro ms es el de la privatizacin del agua en Tucumn). Los procesos legales fueron de suma importancia: leyes de privatizacin de YPF, de las compaas estatales de agua, las legislaciones que autorizan el uso de la transgenia en la agricultura, el paquete de leyes para implantar en el pas la actividad de la megaminera, etctera.
Hemos abordado, en varios trabajos, los momentos fundacionales, desarrollos y formas de accin de cada uno de estos tipos de movimientos socioterritoriales (Giarracca, 2007; GER-GEMSAL, 2010). En el presente artculo nos detendremos en las estrategias de alianzas con terceros comprometidos a lo largo de los ltimos aos y el potencial actual para desarrollarlas y sostenerlas. Podemos en principio incluir las prcticas de articulacin entre organizaciones de un mismo movimiento (por ejemplo Organizaciones de Kolla con Diaguita, la formacin del MNCI, o lo que fue en sus primeros tiempos la Unin de Asambleas Ciudadanas para el movimiento asambleario contra el extractivismo), pero nos enfocaremos en las alianzas con todo ese otro mundo exterior a las organizaciones asentadas en territorios. Como veremos ms adelante, existen alianzas con cierto grado de permanencia en el tiempo y otras de tipo coyuntural (en el espacio pblico, tal como un corte o una marcha, por ejemplo), existen aquellas que se llevan a cabo con otro actor que puede brindar un servicio (asociaciones de abogados ambientalistas, por ejemplo) o simplemente por afinidad de ideas. A lo largo de estos ltimos veinte aos, las situaciones y los procesos que involucran resistencias socioterritoriales han cambiado en muchos sentidos. El equipo de investigacin al que pertenecemos ha llevado registros desde fines de los aos ochenta para determinadas coyunturas, y por lo tanto podemos ir observando al-
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gunos de esos cambios. En el subciclo de protesta de finales de los noventa, que terminara en las rebeliones de 2001-2002 (Mariotti, 2007), detectbamos la presencia con frecuencia significativa de indgenas, productores agrarios (pequeos productores que podramos suponer que incluyen a los campesinos) junto a trabajadores de agroindustrias y por supuesto desocupados (el sujeto emergente de aquellos tiempos) y veamos, adems, que para los aos de referencia (1997, 1998, 1999) se haban manifestado a travs de movilizaciones, cortes de ruta, ocupaciones, reuniones abiertas, petitorios escritos. Mientras las comunidades indgenas se expresaban con mayor frecuencia por medio de los petitorios a las autoridades y caravanas hasta las ciudades donde estas residan, los desocupados fueron los que mayor nmero de cortes de ruta llevaron a cabo y las movilizaciones masivas estaban ms usadas por los pequeos productores (Giarracca, 2001). Es interesante contar con estos datos ya que, como veremos ms adelante, las comunidades indgenas, en los aos siguientes a las entregas de petitorios, sumaron grandes marchas, mientras los pequeos productores comenzaron a usar carpas para demostrar su descontento. En el listado de expresiones o formas de protesta aparece la categora reuniones abiertas, con la que registrbamos aquellos encuentros o asambleas donde, adems del sujeto en cuestin, aparecan otros actores involucrados de modo indirecto con el conflicto. Es decir, que desde los mismos tiempos fundacionales de este tipo de protestas, encontramos estas alianzas a las que nos referimos e indagamos en este trabajo. El caso ms contundente es el de la alianza de las comunidades indgenas con las organizaciones ecologistas (Domnguez y Mariotti, 2006).
...al repertorio clsico de acciones de protesta se le agrega otro tipo de expresiones, que si bien no configuran protestas por s mismas, s abonan el escenario de conflicto
En el estudio4 que estamos realizando sobre las acciones de protesta de algunos movimientos socioterritoriales organizaciones campesinas: Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MOCASE VC); Unin de Trabajadores Sin Tierra de Mendoza (UST); la Comunidad Mapuche Mellao Morales de Neuqun; Comunidades Indgenas de Ro Negro; Comunidades Indgenas de Salta y las Asambleas Ciudadanas contra la minera de La Rioja podemos destacar, de acuerdo con la informacin organizada en una base de acciones de protesta que toma el perodo 2009-2011, que al repertorio clsico de acciones de protesta se le agrega otro tipo de expresiones, que si bien no configuran protestas por s mismas, s abonan el escenario de conflicto, y en estos contextos particulares cuestionan tambin el orden estatuido al igual que las protestas sociales. Adems, colaboran en el desarrollo de las instancias comunicativas que ponen en marcha procesos de persuasin indirecta a travs de los medios de comunicacin y de otros actores influyentes, para lograr los efectos deseados (Della Porta y Diani, 1999: 168-169). Es decir que este tipo de expresiones intenta construir e incrementar la audiencia pblica a travs de la informacin y la comunicacin de las
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demandas. Entre ellas hemos registrado las volanteadas (repartir volantes informativos), ciclos de cine, encuentros culturales, festivales, charlas debate, jornadas contra-culturales, entre otras. El objetivo fundamental de este tipo de expresiones es dar a conocer la situacin problemtica que se vive en los territorios defendidos por los movimientos (fundamentalmente las consecuencias del modelo extractivista); tambin dar a conocer el no cumplimiento de los derechos de las comunidades de los pueblos originarios sobre sus territorios y los desalojos cotidianos que padecen los campesinos de Mendoza y Santiago del Estero por parte de los actores del agronegocio. Es decir que el escenario de conflicto de los movimientos en estudio se nutre del repertorio clsico de acciones de protesta, pero tambin es muy importante el conjunto de expresiones (mayormente informativas, comunicados y denuncias, artsticas y culturales) a travs de las que se comunica y da a conocer la problemtica a la sociedad local y general. Obtuvimos un total de 99 registros, de los cuales 57,6% son acciones de protesta y 42,4% son otras expresiones. En ambos tipos de acciones hemos hallado aliados estratgicos, y en el caso de las asambleas riojanas, muchas de estas expresiones han sido directamente protagonizadas por los terceros actores, sobre todo cuando se realizan por fuera de los territorios en disputa. Un segundo elemento que podemos observar de nuestra base es que el 46,5% de las acciones tuvieron lugar en La Rioja, es decir que fueron realizadas por las asambleas ciudadanas de esa provincia. Esta frecuencia tan elevada respecto de los otros movimientos socioterritoriales podra explicarse porque hemos unificado en la denominacin Asambleas ciudadanas de La Rioja a las asambleas de los distintos departamentos de la provincia (Chilecito, Famatina, Aminga, Otta, Chamical, Aguas Claras), que si bien conforman un colectivo en cuanto a la demanda y la denuncia contra la minera y el modelo extractivista en general, se manifiestan pblicamente con independencia. Sin embargo, tambin hemos unificado a las distintas comunidades de pueblos originarios de Salta y Ro Negro, y las frecuencias son bastante ms bajas (13% y 10%, respectivamente). Es decir que durante el periodo de tiempo analizado, las asambleas ciudadanas protagonizaron un subciclo de protesta, en trminos de Tarrow (1997), es decir un momento histrico de intensificacin de las confrontaciones, con una rpida difusin de las acciones de los sectores que van de los ms a los menos movilizados. En suma, un momento de creatividad social en el que los actores en contienda reciclan formas de expresin, smbolos, repertorios, ideologas, las resignifican y/o inventan nuevas. Este subciclo de protesta alcanz su punto mximo de expresin en enero y febrero de 2012, cuando las Asambleas de Famatina y Chilecito cortan la ruta al cerro Famatina para impedir las operaciones de la Osisko Mining Corporation. Esta nueva empresa canadiense que, aun sabiendo las historias de resistencias de esta provincia (dada la nacionalidad argentina de su cara visible), insiste en cumplir con un convenio que firm conociendo la imposibilidad de contar con la licencia social de la comunidad, necesaria para comenzar sus operaciones. La mentada licencia social la deben dar las comunidades que rodean los emprendimientos y lo establece una ley nacional y pactos internacionales que involucran instituciones de las Naciones Unidas (responsabilidad social empresarial). Si bien enero y febrero fueron el punto ms alto y de visibilidad del conflicto, el corte en Alto Carrizal se mantiene hasta esta mitad de 2012.
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La visibilidad de este movimiento se ancla tanto en el uso del repertorio clsico de protesta (26 registros) como en el uso de otro tipo de expresiones (20). Pero es de destacar la participacin de aliados estratgicos en el desenvolvimiento de todo el proceso del conflicto. El otro movimiento socioterritorial en estudio que se expresa en contra de la explotacin minera, en el cerro Campana Mahuida, es el protagonizado por la comunidad Mapuche Mellao Morales conjuntamente con la Asamblea de Vecinos Autoconvocados de Lonco Pu (AVAL), la Asamblea de Vecinos Autoconvocados de Campana Mahuida (AVACAM) y la Asociacin de Fomento Rural Huec-co. Las distintas organizaciones conformaron una alianza territorial para lograr que se determinara la prohibicin de la actividad minera en la zona, teniendo en cuenta que se trata de territorio de pueblos originarios y por tanto este tipo de emprendimientos supone la violacin de sus derechos. Durante el periodo estudiado registramos 8 acciones de protesta y 6 expresiones de otro tipo. Tal como expresamos anteriormente, el conflicto sostenido por la comunidad Mellao Morales entrelaza una demanda sobre el cumplimiento de los derechos de los pueblos originarios con una demanda sobre la defensa del territorio y los bienes naturales. Es por esta razn que las alianzas estratgicas se dieron sobre todo con distintas instituciones y representantes de derechos humanos de la provincia y de la nacin. Pero fundamentalmente la alianza con el Equipo Nacional de Pastoral Aborigen (ENDEPA), y el Equipo Diocesano de Pastoral Aborigen (EDIPA) y su representante Elena Picasso, abogada de la comunidad, y Cristian Hendrickse, letrado de la Asamblea de Loncopu, logr que con la comunidad y las asambleas, el Superior Tribunal de Justicia denegara el pedido del gobierno de Neuqun para extraer cobre en la zona de Campana Mahuida, con la intervencin de una compaa de origen chino, donde ya en 2009 se haba logrado prohibir la actividad. Esta nueva decisin del tribunal reafirm el cese de la actividad minera y remarc la necesidad de atender el derecho indgena, que legisla sobre la obligatoriedad de consultar a los pueblos originarios en toda actividad territorial que pudiera afectarlos (Picasso y Millan, 2011). El Movimiento Campesino de Santiago del Estero de Va Campesina (MOCASEVC) y la Unin de Trabajadores Sin Tierra (UST), son organizaciones campesinas, que como las organizaciones indgenas mapuches de Ro Negro, en especial el Consejo Asesor Indgena (CAI) y las comunidades kollas de Tinkunaku que venimos estudiando, poseen una muy larga trayectoria de trabajo de base en los territorios (vinculada a cuestiones productivas, educativas, de salud, organizacionales, entre otras), as como de defensa de los territorios, de sus derechos y sus modos de vida a travs de las acciones colectivas de protesta, y otras expresiones. Si bien el nivel de la conflictualidad es permanente, estas organizaciones transitan fases de visibilidad y de latencia, en trminos de Melucci. Hacen su aparicin en el espacio pblico, y a travs de una serie de acciones explicitan sus demandas y la fuerza social que la sustenta. Asimismo, en esta fase los sistemas de redes contribuyen a expandir las luchas del movimiento o contribuyen protegindolos en contextos polticos desfavorables. Se amplan las alianzas y los intercambios con otros actores y movimientos sociales dando como resultado, en general, la consolidacin,
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expansin y legitimidad de los movimientos y sus demandas. Por otra parte, la fase de latencia es aquella en la que se pueden ubicar las redes subterrneas de los movimientos, en la que se construyen los cdigos culturales alternativos que luego sustentan las demandas pblicas del movimiento social. La latencia no es un momento de inactividad o de disolucin, sino por el contrario es all donde va forjndose el potencial de resistencia o de oposicin (Melucci, 1980: 71). De acuerdo a nuestra base, hemos registrado para el MOCASE-VC, 4 acciones de protesta, complementadas con 3 registros de otro tipo de expresiones; y en el caso de la UST, fueron 3 protestas y 6 expresiones. En ambos casos las protestas y las otras expresiones tuvieron que ver con la defensa de familias campesinas que fueron desalojadas de sus predios por empresarios del agronegocio y los desmontes en territorios campesinos. La forma de la protesta elegida para defender a dichas familias fueron las denuncias, las marchas y los acampes en los que centenas de campesinos permanecieron resguardando el territorio. La UST adems protagoniz una serie de acciones, por fuera del campo conflictual, pero vinculadas a la generacin de formas alternativas de comercializacin de la produccin campesina, en vinculacin con la Red de Comercio Justo y el Mercado Solidario de Mendoza. Sin embargo, el periodo comprendido en nuestra base no registra el momento en que ambas organizaciones emergieron nuevamente en el espacio pblico ante el trgico asesinato del dirigente campesino del MOCASE-VC, Cristian Ferreyra, el 18 de noviembre de 2011. Este suceso ocurri en Monte Quemado, al norte de Santiago del Estero, donde de acuerdo a las declaraciones del movimiento Javier y Arturo Juarz, sicarios del empresario Ciccioli, oriundo de Santa Fe, dispararon a sangre fra contra los dos campesinos. Inmediatamente, las organizaciones del Movimiento Nacional Campesino Indgena (MNCI), conjuntamente con sus redes de aliados, llevaron adelante distintas expresiones en repudio al gravsimo suceso y exigieron la promulgacin de una ley contra los desalojos de las familias campesinas. Durante 10 das corridos se organizaron movilizaciones en el pas que contaron con la adhesin y solidaridad de todo tipo de organizaciones sociales y polticas, nacionales e internacionales. El da 25 de noviembre, como cierre de la semana de movilizacin se organiz una marcha en Monte Quemado, en la que se denunci la complicidad y connivencia del juez y de los intendentes con los empresarios. Simultneamente, en Buenos Aires se organiz una movilizacin en la plaza Congreso y luego el MNCI entreg el proyecto de ley contra los desalojos, que realizaron junto a otras organizaciones campesinas como el Frente Nacional Campesino y el Foro Nacional de la Agricultura Familiar. La celeridad y la contundencia con la que el MNCI despleg una semana completa de movilizacin expresa tambin la capacidad del mismo para tejer alianzas, sobre todo con las organizaciones campesinas, indgenas, de trabajadores rurales, nacionales e internacionales. El MNCI forma parte de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC) y a su vez de la Va Campesina. Esto implica un gran espectro de aliados en una gran cantidad de pases. Finalmente, tanto las comunidades kollas de Tinkunaku en Salta, como el Consejo Asesor Indgena en Ro Negro, hicieron muy pocas apariciones en el espacio pblico durante el periodo estudiado. En la provincia de Salta registramos 13 ac-
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ciones de protesta y expresiones generales provenientes de distintas comunidades de Pueblos Originarios: wichis, diaguitas calchaqu, guaranes, comunidad indgena de Lules, entre otras. Las demandas fueron por la explotacin hidrocarburfera o gasfera en territorio indgena; por el apropiamiento ilegal de territorio por parte de privados como el Jockey Club de Salta; contra los desmontes; por los incumplimientos de acuerdos como el caso del Ingenio San Martn del Tabacal; y por falta de cumplimiento de los derechos indgenas, especficamente por el no reconocimiento de sus territorios. Todas las comunidades se manifestaron tambin contra los desalojos. En este contexto, Tinkunaku realiz un piquete contra Norandino, empresa que construy un gasoducto que atraviesa su territorio para transportar gas a Chile y durante este tiempo se concentr principalmente en el ordenamiento territorial en tanto parte Qullamarka. Esta organizacin de reciente creacin rene a los pueblos kolla de la provincia de Salta, con el objetivo de conformar un sistema de gobierno de esta nacin indgena. El territorio del Qullamarka abarca alrededor de un milln de hectreas de la regin y est formado por organizaciones como la Comunidad Aborgen Victorea (UCAV), la Asociacin de Comunidades Aborgenes de Nazareno y el Consejo Indgena Kolla de Iruya, entre otras. El objetivo es conformar una figura representativa del Pueblo Kolla que ayude a resolver las problemticas vinculadas con la autonoma en el territorio y la proteccin de los bienes naturales, as como el cumplimiento del derecho indgena. Como se mencionaba anteriormente, Tinkunaku fue una de las comunidades indgenas que rpidamente estableci alianzas estratgicas con organizaciones ambientalistas no gubernamentales, cuando se desarroll el conflicto por el gasoducto que atraves el territorio indgena en 1997. Tambin es una alianza estratgica la que han mantenido durante muchos aos con el Municipio de Roeser de Luxemburgo, con quienes se han hermanado en el ao 1992. Y por supuesto, se sobreentiende la alianza territorial con los actores que conforman el Qullamarka. Las comunidades mapuche de Ro Negro se han manifestado a travs de 10 expresiones de protesta, contabilizadas en nuestros registros, fundamentalmente contra emprendimientos privados que forestan para la industria sobre territorio ancestral indgena. En este marco, el Consejo Asesor Indgena demand que se dispusiera el reconocimiento total y definitivo de las fracciones del territorio tradicional y que se conforme una comisin investigadora sobre el despojo y robo de tierras para que se restituyan a sus legtimos dueos. Ambas organizaciones indgenas, adems, han mantenido estrechos contactos con cineastas alemanes a travs de quien fuera durante muchos aos otro aliado de apoyo: el Instituto Goethe de Buenos Aires. Si se observa el Cuadro de terceros actores (ver anexo), donde hemos organizado a los aliados que surgen de nuestra base de datos, apreciamos la diversidad de los terceros actores, lo que nos sugiere pensar que los movimientos conforman distintos tipo de alianzas5. Por un lado, podemos detectar Alianzas Territoriales entre distintos actores que pueden ser organizaciones ya constituidas, o que van conformndose como tales en la dinmica del conflicto. Comparten no slo la definicin y defensa del territorio, sino que hasta en algunos casos habitan en el mismo. Entre ellos crean un nivel de asociacin que les permite producir una definicin conjunta del problema y de los antagonistas. Deciden y llevan adelan-
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te tanto las acciones de protesta como las otras expresiones y comparten en ese sentido los costos y beneficios de las acciones colectivas. En La Rioja, este tipo de alianzas se hace evidente en las Asambleas Ciudadanas, en los vecinos autoconvocados de toda la provincia y en las asambleas de otras provincias. Tambin se observa este tipo de alianzas en Loncopu, Neuqun, y entre las organizaciones que conjuntamente a Tinkunaku conforman el Qullamarka. Un segundo tipo de vnculos que podemos observar es el de las Alianzas Estratgicas. Estas son relaciones que se entablan con otras organizaciones ambientalistas, de derechos humanos, instituciones, representantes de partidos polticos, entre otras, que acompaan la dinmica del conflicto. Pueden o no protagonizar con los movimientos las acciones colectivas de protesta o las otras expresiones. Lo que aporta este tipo de alianzas es la conformacin de un espacio poltico, una arena de comunicacin intercultural y de accin poltica conjunta, en la que las polticas son fundamentalmente simblicas; no de identidades comunes o intereses econmicos, sino elementos que movilizan ideas polticas a travs de amplias brechas espaciales, lingsticas y culturales (Conklin-Graham, 1995). Estas alianzas permiten que las luchas simblicas que llevan a cabo los movimientos socioterritoriales se nutran y conjuguen elementos provenientes de distintos rdenes, posibilitando de esta manera la construccin de marcos de significados ms amplios y comprensibles en los distintos sectores de la poblacin. A estas alianzas las hemos evidenciado fuertemente entre los movimientos socioterritoriales y las organizaciones ambientalistas no gubernamentales, tanto en el caso de las comunidades indgenas como en las asambleas ciudadanas; y tambin con los grupos de abogados que acompaan las reivindicaciones ambientales y de los derechos de las comunidades. Son alianzas que si bien emergen de motivaciones diferentes en cada actor, potencian los momentos de visibilidad, conducen a los movimientos y al contenido de las demandas a nuevas arenas de interlocucin y vas posibles de resolucin. Finalmente distinguimos las Alianzas de Apoyo, que remiten a aquellas relaciones coyunturales en las que distintos actores acompaan o manifiestan su apoyo al movimiento socioterritorial. Pueden o no participar de las acciones de protesta u otras expresiones, pero no las protagonizan. Pueden o no estar presentes en todo el proceso del conflicto, o aparecer espordicamente y de diversas maneras (por ejemplo, manifestar una adhesin a travs de un comunicado, o explicitar su apoyo al movimiento socioterritorial en festivales, por citar algunos ejemplos). Estas alianzas otorgan legitimidad a los movimientos y sus reclamos y expanden tambin su visualizacin. Muchas de las intervenciones de los artistas que aparecen en La Rioja pueden comprenderse en el marco de este tipo de alianzas. El mayor momento de expresin de este tipo de relaciones se produce durante el desarrollo de las acciones de protesta, en la que los otros sujetos manifiestan sus adhesiones a las diversas luchas territoriales.
La presencia de los movimientos socioterritoriales en la Argentina, como en toda Amrica Latina, constituye un fenmeno social y poltico que impregna la vida
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institucional de la regin. A partir de la expansin del modelo de actividades extractivas (petrleo, minera, agronegocios) y de lo que Harvey (2004) denomina acumulacin por desposesin, las resistencias se han incrementado ao tras ao. En trabajos anteriores mostramos algunas paradojas de estos procesos: la primera, la de la abundancia, de pases ricos en recursos naturales que se mantienen en la pobreza (por lo menos de gran parte de sus poblaciones); la segunda, tanto los gobiernos conservadores (Colombia, Mxico, Chile, etc.) como los denominados progresistas (Ecuador, Bolivia, Brasil, Uruguay, Argentina, etc.) siguen el mismo patrn de acumulacin basado en la explotacin de la naturaleza y presentan modos de respuestas semejantes a quienes marcan y resisten este modelo de desarrollo. De all la necesidad de fortalecer las respuestas de las poblaciones, y sobre todo expandir el discurso de respeto a la naturaleza (derechos de la naturaleza) y derechos a intervenir en la eleccin de las actividades econmicas. En pases como la Argentina, esto ltimo es muy necesario por la marca positivista y desarrollista que ha tenido la historia econmica y social del pas. El surgimiento de los movimientos socioterritoriales fue conocido por las poblaciones de las grandes ciudades con mayor facilidad que los derroteros de otras luchas en dcadas anteriores, sobre todo por el adelanto en las tecnologas comunicacionales (Internet, redes sociales, listas temticas) que informan al citadino interesado sobre lo que ocurre en La Rioja o Mendoza. Por eso una cuestin clave es interesar a esos ciudadanos de las grandes ciudades, quienes cuentan con la capacidad de influir relativamente mucho ms en los poderes polticos centrales, tanto en los momentos electorales como en sus propias protestas o apoyos a protestas de otros en el corazn del poder. Por tanto, las posibilidades de alianzas con terceros sujetos comprometidos con estas causas alrededor de la oposicin al modelo extractivista, fortalecen las luchas en los territorios. Algunos de esos terceros sujetos tienen mayor llegada a medios nacionales, que saben cmo desactivar ese mecanismo de produccin de ausencias (De Sousa Santos, 2006) que tan bien manejan los poderes. Como tratamos de mostrar en este trabajo, las organizaciones de territorios (asambleas, comunidades indgenas y campesinas) estn abiertas a recibir apoyos an cuando son muy reticentes a que se hable en nombre de ellas. Y aqu encontramos una primera cuestin que necesita ser profundizada, que reside en las novedades de los vnculos entre las organizaciones y los terceros sujetos aliados. Interrogantes que nos conducen al tipo y cobertura de las demandas de las organizaciones, por ejemplo, a la capacidad para democratizar las relaciones sin subordinarse ni pretender subordinar al otro, es decir respetando las autonomas mutuas; las situaciones intermedias de aquellos que sin ser residentes en los territorios se identifican como integrantes de esos movimientos y mucho ms. En las entrevistas a estos terceros sujetos surge una rica diversidad de motivaciones, historias, maneras de relacionarse, apreciacin de lo que tienen para ofrecer (sobre todo los grupos de educacin popular) o el descubrimiento de nuevos sentidos para una determinada profesin (los abogados, por ejemplo). En algunos casos se trata de la intervencin de organizaciones o instituciones que preceden al sujeto entrevistado, en otros es ese mismo sujeto (junto a otros) quien funda una organizacin para hacer ms orgnica la relacin. Entre los tres tipos de organizaciones territoriales (asambleas por la cuestin minera, comunidades
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indgenas y campesinos) se observan marcadas diferencias en la construccin del vnculo con sus aliados. El MNCI mantiene relaciones de largo tiempo con otros actores sociales, intelectuales y artistas) y es la misma organizacin quien los convoca a reuniones, por ejemplo los encuentros con los acadmicos (que llevan dos eventos nacionales, en Santiago del Estero y Crdoba). El movimiento indgena conserva desde el comienzo modos de relacin con sus aliados que suponen un ir y venir de las decisiones de sus asambleas. Cada vnculo para establecerse lleva mucho tiempo pero tambin se presenta como duradero desde las comunidades. Los encuentros entre comunidades y terceros, generalmente de origen no indgena, suponen un aprendizaje para estos ltimos: el manejo de los tiempos, el manejo de los silencios, y sobre todo el sentido de lo que para ellos representa la autonoma de las decisiones. El hecho de que para estas poblaciones existan pactos internacionales con rango constitucional facilita el entendimiento con sus abogados (no es un derecho totalmente exterior a ellos) y, por otro lado, muchas de las organizaciones de letrados indigenistas tienen un profundo compromiso con ellos.
Los encuentros entre comunidades y terceros, generalmente de origen no indgena, suponen un aprendizaje para estos ltimos: el manejo de los tiempos, el manejo de los silencios, y sobre todo el sentido de lo que para ellos representa la autonoma de las decisiones
En cuanto a las asambleas de poblaciones bajo el peligro minero se pueden marcar tres niveles en las relaciones con los terceros sujetos: uno en los territorios donde incluso los periodistas, los abogados, los artistas y los universitarios son asamblestas, lo que indica que en el territorio pueden cumplir un doble papel; otro nivel es donde se encuentran aquellos que no son del territorio y mantienen relaciones especficas con las asambleas (el equipo de un documental, el de una investigacin universitaria participativa, o una nota periodstica convenida); y el tercero, donde ubicamos a los que se han relacionado a travs de la Unin de Asambleas Ciudadanas (UAC). Esta ltima comenz como un encuentro de asambleas mineras con la de Gualeguaych en 2006. Con el tiempo, al reunirse tres veces por ao en distintas provincias del pas, ha adquirido una dinmica que integr otras organizaciones territoriales (MOCASE, por ejemplo), un importante nmero de organizaciones no gubernamentales, estudiantiles, referentes polticos de izquierda, intelectuales e investigadores. Algunos van a una o dos UAC y tienen presencia en los actos de Buenos Aires, otros ms mantienen un vnculo orgnico en la comisin de prensa, de formacin, o en la preparacin de los encuentros. En una entrevista, un miembro de una de las organizaciones narra cmo esos encuentros en muy poco tiempo se convirtieron en un dispositivo de organizacin importante. Intervienen para que esto ocurra los conocimientos previos entre las personas y el tipo de experiencia que se otorga (organizativa, de medios, etc.). Una parte importante de estas organizaciones, junto a asambleas de la provincia
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de Buenos Aires, ha asumido el nombre de UAC-Buenos Aires, y es muy activa en los apoyos capitalinos de coyunturas conflictivas en los territorios. Para quienes seguimos los derroteros de algunas de estas organizaciones desde dcadas atrs (por ejemplo la lucha campesina arrinconada por el modelo sojero en los noventa) valoramos mucho los avances para colocar este tipo de problemticas en los espacios pblicos, en los medios, en las poblaciones ciudadanas. En parte porque el extractivismo, la desposesin y la contaminacin han aumentado y es difcil que se desconozcan en las ciudades sus consecuencias; pero tambin por este importante espacio en formacin que denominamos, siguiendo a Melucci, sector de movimiento. Esto configura, a nuestro juicio, uno de los fenmenos novedosos de la ltima dcada, que alienta la posibilidad de articular con mayor facilidad estas resistencias al conjunto de las que se dan en Amrica Latina.
Bibliografa
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Anexo
Cuadro de terceros actores
La Rioja Asambleas Ciudadanas contra la minera Organizaciones Asambleas de Nuevo Cuyo, Mendoza, San Juan, Catamarca, Tucumn, Santiago del Estero, Salta y Jujuy. Miembros de la Posta Comunitaria Inti Llancaj Tambu; Asambleas de Andalgal y Catamarca; Madres del Dolor Neuqun Comunidad Mapuche Mellao Morales Otras organizaciones mapuches: Kaxipayi, Felipn, PaichilAntreao, Huenctru Trawel Leufu; Confederacin Mapuche de Neuqun; Madres de Plaza de Mayo; Corriente por los Derechos Humanos de Neuqun, Obreros de Zann. UST Mendoza Santiago del Estero MOCASE - Va Campesina Va Campesina; CLOC; Asamblea Campesina e Indgena del Norte Argentino (ACINA); Asamblea de Amigos de la Tierra de Amrica Latina y el Caribe (ATALC); Confederacin de Pueblos Kichwa del Ecuador (ECUARUNARI); Federacin Nacional Sindical Unitaria Agropecuaria (FENSUAGRO); UAC. Grain Biodiversidad.
Va Campesina; Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC); Organizacin de Trabajadores Rurales de Mendoza (OTRAL); Red de Comercio Justo de Mendoza; El Almacn Andante; El noticiero Popular; El Espejo; Asamblea por el Agua; radios comunitarias. Grain Biodiversidad.
Organizaciones No Gubernamentales
Taller Ecologista; Voces de Alerta; Conciencia Solidaria; Greenpeace; Contramina; Foro Popular del Agua.
Coordinadora por la Vida Red Jarilla de plantas saludables de la Patagonia; Foro Permanente por el Medio Ambiente de Neuqun; Asociacin Ambientalista Rincn Limay de Plottier; Asociacin Civil Cristian Gonzlez de San Martn de los Andes; Asociacin de Fomento Rural Huecco. Diputado provincial del Movimiento para la Unidad de los Neuquinos (MUN); diputada provincial por Libres del Sur .
Intendente de Famatina; jefe comunal de Famatina; diputado de Frente Cvico; diputado Nacional y senador nacional de la UCR; Juventud Radical; Legislatura de La Rioja; legisladoras nacionales de Libres del Sur; Proyecto Sur; dirigentes de izquierda y de centroizquierda; Autonoma y Libertad.
Legisladores provinciales.
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La Rioja Instituciones Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS); Instituto Nacional Contra la Discriminacin, la Xenofobia y el Racismo (INADI); Servicio Paz y Justicia (SERPAJ); Central de Trabajadores de la Argentina (CTA) Nacional; Amnista Internacional; ATE Chilecito; ATE Capital Federal; Consejos de Abogados de La Rioja; Instituto de Derecho Ambiental; abogado Toms Yoma; docentes y alumnos de la escuela normal y los trabajadores contratados en educacin de La Rioja; Federacin Argentina de Estudiantes de Geografa; Centro Polivalente de Arte; estudiantes terciarios; universitarios y docentes de la provincia. Diario MU; TN, del Grupo Clarn; Radio Famatina, en cadena con radios de todo el pas; radios de Crdoba; FM La Tribu.
Neuqun Secretara de Derechos Humanos de la Nacin; Observatorio de Derechos Humanos de Neuqun; Observatorio de Derechos Humanos de Pueblos Indgenas (ODHPI); dirigentes de la Asociacin de Trabajadores de la Educacin de Neuqun (ATEN); INADI; ATE y CTA.
Mendoza
Santiago del Estero Frente Amplio por una Nueva Agronoma (FANA) Federacin Argentina de Estudiantes de Agronoma (FAEA).
Periodistas
Red Nacional de Medios Alternativos (RNMA); Asociacin Mundial de Radios Comunitarias (AMARC) Argentina ; Indymedia. Grupo de Investigacin de la Universidad de Lujn.
Intelectuales
Grupo de investigacin de la UBA (IIGG); grupo de investigacin de la Universidad Nacional de Crdoba (UNC); grupo de investigacin de Universidad Nacional de Catamarca; Universidad Nacional de Gral. Sarmiento
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Neuqun Movimiento Ecumnico por los Derechos Humanos (MEDH); ENDEPA; Equipo Diocesano de Pastoral Aborigen (EDIPA); Pastoral Social. Vecinos de San Patricio del Chaar, Centenario, Cutral Co y Aelo; Asamblea Popular de Zapala; Asambleas de Vecinos Autoconvocados de distintas localidades: Lonco Pu, Campana Mahuida, Las Lajas y Varvarco.
Mendoza
Vecinos Autoconvocados
Vecinos Autoconvocados de Chilecito; Vecinos Autoconvocados en Defensa de la Vida de Famatina; Vecinos Autoconvocados de Pituil; de Chaarmuyo; de Campanas; del Valle del Bermejo; del Norte Famatinense; UAC. Nacha Guevara, Guillermo Bonetto, Julieta Daz, Nicols Pauls, Lalo Mir, Marcelo Corvaln, Soledad Pastorutti, Suna Rocha, Soledad Villamil, Natalia Oreiro, Guillermo Novellis, Mex Urtizberea, Coti Sorokin, Juanchi Baleirn, Los Tipitos, Artesanales, Juanito el Cantor, Rescate, Los Cafres, Axel, Ramn Navarro, Miguel Cantilo, Cantata Riojana, Soledad Villamil.
Artistas
Rally Barrionuevo
Notas
1 Este trabajo es resultado de la investigacin que venimos desarrollando con un proyecto financiado por la UBA y realizado en el IIGG: Movimientos socioterritoriales en disputa por recursos naturales: terceros actores y alianzas estratgicas. El caso argentino en el contexto latinoamericano. Directora Norma Giarracca. 2 Para ms informacin, consultar: <www.geopolitica.ws>. 3 En esos aos aparece tambin otro conflicto ambiental por la instalacin de un par de pasteras en Uruguay que conduce a una lucha paradigmtica en la ciudad de Gualeguaych, que forma su asamblea (Giarracca y Petz, 2007). 4 Para el estudio, hemos realizado una base de datos sobre protestas, en el marco de la denominada pasanta de investigacin del Seminario de Inves-
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Indymedia, Grain y Anred, entre otros. El trabajo con esta variedad de fuentes de informacin nos permite controlar algunos sesgos que provienen de los medios de comunicacin. 5 En el cuadro de aliados que se encuentra al final del artculo no incluimos a las comunidades indgenas, dadas ciertas dificultades para recoger esta informacin, por lo que consideramos que an es un mapeo incompleto.
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rickard lalander
Politlogo, doctor y catedrtico en Estudios Latinoamericanos. Investigador y profesor en las universidades de Helsinki y Estocolmo.
Resumen
A pesar de compartir inicialmente las mismas posturas polticas, las relaciones entre el movimiento indgena ecuatoriano principalmente representado por la CONAIE y el gobierno progresista de Rafael Correa y el Movimiento PAIS se han caracterizado por conflictos y distanciamientos. Entender esta paradoja es el tema de este artculo. El objetivo del estudio es explorar analticamente las razones que se encuentran detrs de estas relaciones conflictivas desde el inicio del gobierno de Correa a principio de 2007. Cuatro temticas interconectadas se enfatizan como explicaciones de los desacuerdos y distancias entre ambos actores polticos. Estas diferencias programticas son la oposicin a la explotacin minera, las actitudes hacia la movilizacin social, la poltica agraria y, finalmente, la poltica estatal que llamamos de desectorizacin.
Abstract
Despite sharing common initial political concerns, the relationship between the Ecuadorian Indigenous movement mainly represented by the CONAIE confederation and the Progressist government of Rafael Correa and his PAIS movement has been characterized by conflicts and disagreements. This is the central contradiction behind this article. The objective of the study is to analytically explore particular reasons behind this conflictive relationship since the establishment of the Correa government from 2007 onwards. Four interconnected thematic fields are emphasized as likely explanations to the disagreement and distance between the indigenous organizations and the government. These programmatic differences are the opposition against resource exploitation, attitudes towards social mobilization, agrarian politics, and lastly, the state policy we label of de-sectorization.
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Ospina Peralta, Pablo y Lalander, Rickard 2012 Razones de un distanciamiento poltico: el Movimiento Indgena ecuatoriano y la Revolucin Ciudadana en OSAL (Buenos Aires: CLACSO) Ao XIII, N 32, noviembre.
En agosto de 2011, la sociloga y periodista chilena Martha Harnecker public un libro de entrevistas sobre el proceso poltico de las izquierdas ecuatorianas. El texto recopila un conjunto de testimonios, ordenados temticamente, de dirigentes polticos de Pachakutik (PK) y de Alianza PAIS2, como parte de un proyecto ms amplio de investigacin sobre los nuevos instrumentos polticos para la transformacin social en el siglo XXI. El texto deja entrever que, al empezar la investigacin, la autora pensaba que Pachakutik era ese nuevo instrumento poltico hasta que el fenmeno de Rafael Correa cambi los ejes de su reflexin. En cierto modo, el libro puede considerarse un esfuerzo por explicar las razones por las cuales estas dos fuerzas no estn unidas y tienden a distanciarse cada vez ms. Muchas de las izquierdas del continente se preguntan lo mismo que Martha Harnecker: por qu el gobierno ciudadano est alejado del movimiento poltico que representa a la mayor parte del movimiento indgena? Por qu la CONAIE est en la oposicin? Por qu Rafael Correa y la CONAIE no estn unidos, considerando que tenan reivindicaciones polticas similares? El objetivo del presente artculo es identificar algunas razones de este conflicto y de las tensas relaciones entre el gobierno de Rafael Correa y la principal organizacin indgena, la CONAIE. Inicialmente hubo varias posibilidades de acuerdo y una cierta cercana en la accin poltica. En efecto, la llegada al gobierno ecuatoriano del economista Rafael Correa Delgado estuvo precedida por intensas negociaciones que consideraron la posibilidad de una alianza entre PK y Alianza PAIS. Rafael Correa, en efecto, forma parte del conjunto de gobiernos llamados progresistas que han proliferado en Amrica Latina desde inicios de la dcada del dos mil y que incluye, adems del Ecuador, a los gobiernos de Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Brasil, Cuba, Argentina y Uruguay. Esta inicial cercana de ambos movimientos polticos es, por tanto, perfectamente comprensible dada esta tradicional relacin entre la izquierda y las organizaciones indgenas. De hecho, el Partido Socialista Ecuatoriano (PSE), antiguo apoyo de las primeras organizaciones indgenas del Ecuador, se ha mantenido como uno de los soportes polticos de Alianza PAIS desde que lleg al gobierno en 2007. Una vez posesionado el nuevo presidente, en enero de 2007, se dio curso a un proceso constituyente, por el que mediante un referndum y la eleccin de asamblestas se redact una nueva Carta Constitucional. En septiembre de 2008, se aprob la nueva Constitucin, en referndum, con ms del 64% de los votos emitidos. Mientras que la Constitucin de 1998 defina al Estado ecuatoriano como pluricultural y multitnico, la nueva Carta Magna de 2008 declara que Ecuador
Introduccin
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es un Estado plurinacional e intercultural, es decir, reconoce y valida las reivindicaciones indgenas que se hicieron pblicas desde el levantamiento indgena de 1990. Progresivamente, sin embargo, luego de la aprobacin de la Constitucin de 2008, la CONAIE y el gobierno de Alianza PAIS fueron distancindose polticamente hasta el punto de que el da de hoy las organizaciones indgenas, una parte del PSE (la llamada Corriente Socialista Revolucionaria) y las principales organizaciones sindicales se declaran abiertamente en la oposicin al gobierno. En tal virtud, nuestro objetivo en este artculo es explorar algunas de las principales razones de ese distanciamiento, que no ha cesado de ampliarse. Planteamos que existen importantes diferencias programticas entre las principales organizaciones indgenas y el gobierno de Alianza PAIS. Llamamos programticas a las acciones de gobierno (o a la demanda de acciones de gobierno) sobre temas sectoriales (agrarios, mineros, educativos, etc.) y sobre la construccin del Estado que en conjunto indican una orientacin poltica determinada ms all de posibles ambigedades, fallas o contradicciones. Una definicin programtica implica entonces una cierta coherencia en la accin pblica. Esta coherencia puede ser otorgada explcitamente por los propios actores antes de adoptar tales acciones o puede ser el resultado final observado de ellas (desde la opinin del analista o de los otros actores) independientemente de lo que los protagonistas pensaron que estaban haciendo. Estas diferencias programticas se hacen ms visibles y agudas conforme hay que transitar desde consignas y referencias generales hacia programas, proyectos y definiciones ms precisas de la prctica gubernamental. Nuestro argumento central es que existen cuatro temas que han llevado al distanciamiento entre Alianza PAIS y la CONAIE: la poltica gubernamental de promocin de la minera, las diferentes concepciones frente a la movilizacin social, diferencias en cuanto a la poltica agraria y el nfasis en una poltica de desectorizacin del Estado. Desde el inicio del gobierno de la Revolucin Ciudadana, pero ms claramente luego de la aprobacin de la Constitucin de 2008 y conforme creca su poder personal, Rafael Correa se volvi cada vez menos dispuesto a aceptar ambigedades o transacciones en los temas centrales de la poltica del gobierno. As, sus definiciones programticas se fueron alejando cada vez ms de aquellas que haba venido construyendo el movimiento indgena en su historia reciente. La distancia no poda sino seguir creciendo.
El 5 de marzo de 2012 el gobierno de la Revolucin Ciudadana firm el primer contrato de minera metlica a gran escala en el Ecuador con la empresa Ecuacorriente SA por 25 aos (El Tiempo, 2012). Tres das despus, el 8 de marzo, una movilizacin social convocada por la CONAIE empez su recorrido en Zamora y lo terminara triunfalmente en Quito, con el recorrido de una gigantesca marcha cifrada conservadoramente en 20 mil personas. El primer punto de los 19 que formaron la agenda de la marcha fue precisamente la oposicin a la minera metlica a gran escala y la demanda de reversin del contrato con Ecuacorriente. Estos episodios son apenas la ltima entrega de una zaga que empez con el inicio del gobierno.
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La posicin de principio que tiene el presidente ante la explotacin minera choca con el creciente movimiento social de oposicin de las poblaciones y comunidades rurales afectadas por sus estragos
Este es el primer tema de desencuentro de fondo entre la CONAIE y Rafael Correa: el desarrollismo extractivista en los planes econmicos del gobierno. La mayora de las organizaciones no pide la suspensin inmediata de la explotacin petrolera ni la abolicin de toda minera. Exigen que el extractivismo tradicional no sea reforzado con un nuevo extractivismo minero, que slo empeorara las cosas y que contradice el propsito enunciado por el Plan del Buen Vivir (SENPLADES, 2009) de ir hacia una sociedad de servicios basados en el bioconocimiento y el turismo. Recordemos, en efecto, que la Constitucin ecuatoriana de 2008 (igual que la boliviana) considera que el objetivo del rgimen de desarrollo no es el crecimiento econmico o el bienestar sino el Sumak Kawsay, definido de la siguiente manera en el Artculo 275:
El rgimen de desarrollo es el conjunto organizado, sostenible y dinmico de los sistemas econmicos, polticos, socioculturales y ambientales, que garantizan la realizacin del buen vivir, del Sumak Kawsay. [] El buen vivir requerir que las personas, comunidades, pueblos y nacionalidades gocen efectivamente de sus derechos, y ejerzan responsabilidades en el marco de la interculturalidad, del respeto a sus diversidades, y de la convivencia armnica con la naturaleza.
Las nuevas constituciones de Bolivia (2009) y Ecuador (2008) han sido consideradas como los textos constitucionales ms radicales del mundo con respecto a la provisin de proteccin legal de la naturaleza. En el caso ecuatoriano se llega incluso a considerarla como sujeto de derechos. En los movimientos indgenas de Bolivia y Ecuador, los elementos identitarios de etnicidad, prcticas culturales, territorialidad y medio ambiente estn ntima y complejamente integrados. En ambos pases, el principio indgena del Sumak Kawsay (buen vivir o vivir bien) est establecido constitucionalmente. Bolivia y Ecuador tienen algunos de los biosistemas ms ricos del mundo, los cuales estn amenazados por la contaminacin y deforestacin provocadas por la extraccin industrial de recursos naturales. As que, en la prctica, poderosos intereses econmicos y polticos chocan con los derechos indgenas y ambientales en el contexto de la nacionalizacin de industrias vitales (principalmente hidrocarburos y minera). Es muy importante enfatizar el valor estratgico y simblico en la aplicacin de los smbolos del movimiento indgena Sumak Kawsay y el buen vivir que el gobierno de Rafael Correa ha incorporado e institucionalizado como sus polticas y principios, neutralizando de esta manera al grupo opositor indgena y buscando legitimidad para su poltica desarrollista. Como dira Marlon Santi, ex presidente de la CONAIE (2008-2011):
El desarrollo que plantean desde el gobierno nacional est sujeto a un desarrollo agresivo, a un desarrollo sin ver a la madre tierra como un espacio de vida o como un espacio que genera vida; entonces es ah donde que rompemos y entramos a conjugar dos posiciones, nosotros un desa-
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rrollo alternativo, progresista, que respete los derechos ambientales, los derechos humanos, los derechos de la naturaleza; y el gobierno o el poder econmico. No? Entonces, en las actuales circunstancias, el modelo de desarrollo es el que no entiende al modelo de la vida que el movimiento indgena plantea (Santi, entrevistado por Lalander, 2009).
Otro rasgo propio del desarrollismo clsico que se reproduce en la Revolucin Ciudadana es el papel protagnico del Estado y sus inversiones en la direccin y el impulso al crecimiento econmico. La aprobacin de la Ley Orgnica de Empresas Pblicas que entr en vigencia a fines de septiembre de 2009, y todas las disposiciones constitucionales que refuerzan el papel exclusivo del Estado en las reas estratgicas de la economa son evidencias de este rasgo. Aunque ese reforzamiento no es el que genera mayores desencuentros, s lo es el de las reivindicaciones de ecologistas e indgenas respecto a la explotacin petrolera y minera, sobre los que Rafael Correa lanz serias advertencias pblicas a la Asamblea Nacional Constituyente. Renunciara, antes de aceptar limitaciones en la promocin de estas actividades:
Por otro lado, siempre hemos dicho que uno de los mayores peligros es el izquierdismo y ecologismo infantil. Como ya se expres anteriormente, una postura insensata de moratorias petroleras, prohibicin de explotacin petrolfera en parques nacionales cuando todo el pas debera ser parque nacional o la prohibicin de la minera abierta sin beneficio de inventario, slo podra interpretarse con las mismas palabras con que el genial Simn Bolvar, en su manifiesto de Cartagena [1812], explic el desmoronamiento de la Caracas independiente: Los cdigos que consultaban nuestros magistrados no eran los que podan ensearles la ciencia prctica del gobierno, sino los que han formado ciertos buenos visionarios Por manera que tuvimos filsofos por jefes; filantropa por legislacin; dialctica por tctica; sofistas por soldados. En todo caso, de aprobarse este tipo de cosas, las respetar como el que ms, pero s les solicitar encarecidamente que acepten mi renuncia, ya que probablemente alguien con ms talento podr dirigir el pas en esas condiciones, pero, sencillamente, el suscrito no (Correa, 2007).
Conforme pasa el tiempo, el presidente de la Repblica se vuelve cada vez ms entusiasta con las potencialidades econmicas de la minera y menos preocupado por sus efectos ambientales, ampliando cada vez ms el foso programtico que lo separa de la CONAIE:
Y luego vienen los deshonestos que no hacen nada ms que mentir y, como les deca al principio, presentarnos falsos dilemas: El agua vale ms que el oro, y arrancan nuevamente los aplausos del respetable asumiendo que si explotbamos oro, que si aprovechbamos la minera, se perjudica el agua, y esto es otra falsedad. Las nuevas tcnicas mineras de la minera a gran escala, precisamente, permiten reciclar el agua (Correa, 2012). Aqu est la oportunidad para salir de la miseria [muestra el primer lingote de oro de la empresa minera estatal] para sacar de la pobreza a nuestro pueblo, sacar de la pobreza a los shuar, sacar de la pobreza al Ecuador. [] Dios nos ha premiado con abundancia de recursos naturales. [] Aqu est la gran oportunidad que Dios nos ha dado para salir de la pobreza. [] Morona Santiago puede tener la segunda mina de cobre ms grande del mundo. La primera est en Chile, que es el pas ms desarrollado de Amrica Latina, bsicamente gracias a la minera. [] Eso nos saca de la pobreza, compatriotas (Correa, 2011).
La posicin de principio que tiene el presidente ante la explotacin minera una posicin muy cercana al desarrollismo del perodo previo a la toma de conciencia sobre la crisis ambiental contempornea choca con el creciente movi-
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miento social de oposicin de las poblaciones y comunidades rurales afectadas por sus estragos.
El segundo factor que ha reforzado el distanciamiento entre el gobierno y la CONAIE es la decidida hostilidad del ejecutivo a la movilizacin social independiente. No es slo un discurso agresivo. Son no menos de 204 los enjuiciados por participar en protestas, 170 de ellos con juicios penales, y en 12 de los 31 procesos penales la acusacin es de terrorismo y sabotaje3. Tanto el presidente como sus ministros han justificado el recurrir a esta figura desproporcionada contra toda manifestacin callejera de oposicin, diciendo que es la nica figura prevista en la legislacin ecuatoriana:
Y cuando frente al secuestro de maquinaria, cierre de caminos, secuestro de personas, etctera, como corresponde en un Estado de derecho, se quiere aplicar la ley, nos quedamos en la forma: se ha acusado de sabotaje y terrorismo, porque as llama nuestro Cdigo Penal a esos delitos. Y por un nombre impreciso, pretendemos dejar todo en la impunidad. Es ese el pas en el que queremos vivir? (Correa, 2010).
Movilizacin social
El argumento puede considerarse inslito. Es evidente que la legislacin ecuatoriana tiene otras figuras legales ms proporcionales al tipo de delito que se achaca a los manifestantes4. La protesta callejera no est considerada en las leyes ecuatorianas como un delito lo suficientemente execrable y grave como el presidente piensa que es. La funcin de esa judicializacin de la protesta social es evitar nuevas movilizaciones porque, como dijo el presidente en la entrevista de Marta Harnecker (2011: 227-8), no hay que confundir autoritarismo con principio de autoridad. Los pesados juicios a los dirigentes, algunos de los cuales han terminado con sentencias acusatorias, disuaden mediante el miedo la participacin en acciones de protesta. A fines del ao 2011, Marco Guatemal, presidente de la federacin departamental de la Sierra Norte de la CONAIE, fue arrestado y acusado de terrorismo por haber conducido una manifestacin callejera contra el gobierno en la ciudad de Otavalo en 2009. Sin embargo, luego de 17 das en la crcel, Guatemal fue liberado como resultado de la presin, las movilizaciones callejeras de las organizaciones indgenas y las crticas en los medios de comunicacin. Ahora bien, la propuesta de su gobierno para la seleccin de representantes ciudadanos, en lugar de representantes de organizaciones sociales, nos da una pista de su idea de democracia. El elemento crucial de su propuesta es la seleccin basada en mritos individuales, posgrados y exmenes. Rafael Correa contrapone explcitamente este criterio meritocrtico al de participacin en la lucha social:
Por elemental responsabilidad no puedo creer en noveleras tales como que en determinados concursos aquellos que se autoproclamen miembros de minoras sexuales tengan puntos adicionales, o que para conformar el Consejo de Participacin Ciudadana, con todo respeto a los miembros, el
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tirapiedras que empez a los quince aos tiene puntos adicionales y el abanderado no, [aplausos] sacrificndose lo esencial, la meritocracia (Correa, 2010).
Es evidente que esta postura no puede ms que generar rechazo entre quienes provienen de movimientos sociales acostumbrados a moverse mediante manifestaciones en las calles, toma de vas y huelgas. Para el presidente, quien protesta en las calles es un anarquista y un vago que hace dao al pas. Para los movimientos sociales es una forma de participacin consustancial con la democracia. La distancia en las concepciones polticas es inmensa.
Poltica agraria
Segn el Plan del Buen Vivir, una poltica de redistribucin de agua y tierras es esencial para el cambio del modelo de acumulacin y para el xito de la estrategia nacional general prevista por l. La redistribucin es el nfasis principal de los cuatro primeros aos. Al menos, as est expresado en los documentos oficiales:
La primera fase es de transicin en trminos de acumulacin en el sentido de dependencia de los bienes primarios para sostener la economa; no as, en trminos de redistribucin, considerada como el centro del cambio en este perodo y en general de la estrategia en su conjunto (SENPLADES, 2009: 96). El Gobierno Nacional se ha planteado el reto de impulsar un proceso sostenido de democratizacin de los medios de produccin con especial nfasis en la tierra, el agua y los activos productivos que no cumplen su funcin social. [] La presente estrategia tiene un particular nfasis en el sector agropecuario, en el que los efectos de las polticas neoliberales fueron extremadamente nocivos al intensificar la concentracin de tierra y agua en pocas manos; extender el minifundio; aniquilar la institucionalidad pblica y el rol regulador y redistribuidor del Estado; asfixiar a las pequeas economas campesinas al punto de expulsar a los pequeos productores campesinos de su tierra y convertirlos en migrantes o asalariados; y promover una polarizacin creciente entre campo y ciudad (Ibd.: 101-102).
Luego de dos aos de polticas agrarias convencionales (entre 2007 y 2009), con la aprobacin del Plan del Buen Vivir se disearon propuestas especficas para avanzar en la redistribucin de tierras. Entre la SENPLADES y el MAGAP se dise un Plan Tierras cuyo diagnstico identificaba cerca de medio milln de productores familiares sin tierra y un poco ms de medio milln que necesitaran mejorar su acceso a la misma (SENPLADES y MAGAP, 2010: 8). Los objetivos del plan fueron ambiciosos. El Plan del Buen Vivir menciona que su meta es reducir el ndice de concentracin de la tierra en un 22%, del 0,78 al 0,61 en 2013 (SENPLADES, 2009: 151 y 155). Para lograrlo, los voceros del MAGAP propusieron el traspaso de 2 millones 500 mil hectreas a campesinos mediante tres procedimientos: primero, la entrega de 69 mil hectreas en manos del Estado5; segundo, la creacin de un Fondo Nacional de Tierras, previsto en la Constitucin (Artculo 282) para la compra de tierras y la expropiacin; y tercero, la compra a los propietarios de tierras improductivas sujetas a afectacin por no cumplir su funcin social (de las cuales slo se mencionan, especfica-
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mente, las tierras improductivas de la provincia de Santa Elena, en la Costa, que deban expropiarse hasta mayo de 2011)6. Otras versiones ms modestas del plan se plantearon ocho resultados medibles: distribuir en cuatro aos (hasta diciembre de 2013) 20 mil hectreas de tierras en poder de instituciones del Estado, titular 1 milln de hectreas, comprar mediante el Fondo de Tierras 550 mil hectreas, expropiar un poco ms de 1 milln y catastrar otros 2 millones. El costo estimado del Plan Tierras era de 38 millones de dlares en cuatro aos, al parecer, sin contar los costos de implementar la compra del medio milln de hectreas ni el pago de las expropiaciones del otro milln porque, de otro modo, estara claramente devaluado (SENPLADES, MAGAP, 2010: 11-12 y 26). Es mrito incuestionable del gobierno haber sealado la necesidad y la deseabilidad de la distribucin de la tierra y el agua, algo que prcticamente ningn gobierno de los pasados treinta aos haba vuelto a mencionar. Fuera del mrito discursivo innegable, no hubo nada nuevo. De las tierras del Estado que deban entregarse hasta fines de diciembre de 2011, para febrero de ese ao haban sido entregadas 2.881 hectreas, 2 mil de las cuales correspondan a un predio de propiedad comunal; es decir, muy pocas tierras estatales. Ninguna propiedad provena de las incautaciones a los bancos que entraron en crisis a fines de siglo (Landvar y Yuln, 2011: 34 y 42). Una reciente evaluacin del intento de entregar a cuatro organizaciones de campesinos de la Costa algunas propiedades rurales de buena calidad que quedaron en manos del Estado por efectos del rescate de bancos en crisis, muestra que la maraa legal y judicial, que impide la resolucin de los conflictos entre el Estado y los banqueros se combina con complicaciones provocadas por la presencia de traficantes de tierras, llenos de expectativas por las propiedades a ser entregadas, y de grupos armados en manos de los antiguos dueos (Ibd.: 43-58). Los lmites del intento redistributivo fueron muy pronto establecidos por una comparecencia pblica del presidente Rafael Correa, cuando coment la propuesta de ley de tierras de las organizaciones campesinas. All, el presidente contrapuso la poltica de redistribucin de tierras a la poltica de promocin de la productividad, desconociendo el potencial productivo que tiene la pequea produccin agropecuaria:
Algunos quieren definir latifundio de acuerdo a un tamao: ms de cien hectreas y, prohibido los latifundios, la Constitucin prohbe el latifundio! [Pero] lo importante es la propiedad, y lo importante que se est produciendo Primera idea de fuerza: cuidado, por hacer un bien hacemos un dao mayor. Para que todos seamos propietarios partamos estas 2 mil hectreas en mil familias a 2 hectreas cada familia. Bueno, vamos a tener 2 mil familias ms pobres que antes. La segunda idea de fuerza es la productividad. Tenemos una productividad agrcola demasiado baja. Y en la economa campesina esa productividad es desastrosa. Y parte de esa baja productividad son las pequeas parcelas de terreno. Incluso, con el sistema capitalista, si tenemos una produccin de 2 mil hectreas y una sociedad annima con 200 accionistas en buena hora, se est democratizando en algo la propiedad de esa tierra. Esto es lo que no entienden muchos compaeros. Por ah veo proyectos de tierra, incluso del propio Consejo de Soberana Alimentaria, que tienen slo esa visin de justicia. Cuidado, por buscar la justicia, entre comillas, destrozamos la eficiencia y lo que hacemos es a todos igualitos, pero igualmente miserables, igualmente pobres (Correa, 2011)7.
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En sntesis, los primeros dos aos de Revolucin Ciudadana consistieron en polticas agrarias convencionales y los siguientes dos aos consistieron en plantearse una poltica agraria redistributiva como elemento clave para el cambio en el modelo de acumulacin, pero no avanzar un slo milmetro en la ejecucin de las muy moderadas medidas diseadas para concretarla en la vida real. Muy al contrario, la redistribucin aparece en su concepcin como contraria al objetivo de aumentar la produccin. El 20 de marzo de 2012 las organizaciones campesinas vinculadas a la red agraria (la Federacin de Organizaciones Campesinas Indgenas y Negras del Ecuador, FENOCIN; la Coordinadora Nacional Campesina, CNC y otras) presentaron una propuesta de ley por iniciativa ciudadana y respaldada por ms de 40 mil firmas que fue aceptada para trmite dentro de la Asamblea Nacional, que tiene seis meses para considerarla. Dicho proyecto de ley es, voluntariamente, moderado en su propuesta de redistribucin: propone un lmite mximo al tamao de la propiedad rural (500 hectreas en la Costa y la Amazonia y 200 hectreas en la Sierra), pero abre la posibilidad de evitar la expropiacin si se forman sociedades annimas que democraticen el capital de los propietarios de la tierra (tal como piensa el presidente Correa que debe hacerse). Sin embargo, el 13 de junio de 2012, la CONAIE, la FENOCIN y la Federacin de Indgenas Evanglicos (FEINE) hicieron pblico un manifiesto conjunto en el que respaldaban la Ley de Tierras pero se planteaban defender la expropiacin de las tierras productivas o improductivas superiores a 200 hectreas en la costa, a 300 hectreas en la Amazona y a 100 hectreas en la Sierra. Al momento de escribir estas lneas la Asamblea y el presidente no han zanjado todava el debate, pero est muy claro que la posicin final del gobierno no ser la misma que la de las organizaciones indgenas y campesinas.
Desectorizacin
Un factor fundamental de distanciamiento entre las organizaciones indgenas y el gobierno es su concepcin del Estado y de la participacin social en la toma de decisiones sobre poltica pblica. Como se mencion, el proyecto de Revolucin Ciudadana en Ecuador incluye el componente de desectorizacin de la sociedad, es decir, la meta de abolir las estratificaciones sociales configuradas en clivajes tnicos, religiosos, de gnero, etctera, y en cambio, valorar a todos como ciudadanos8. En la opinin de un segmento del movimiento indgena, esta meta de PAIS, de ciudadanizacin, podra chocar con lo que dice el primer artculo de la nueva Constitucin Ecuatoriana del 2008, donde se define al Ecuador como un Estado intercultural y plurinacional, es decir, con reconocimiento explcito a las reivindicaciones indgenas. Desde la visin de una corriente fuerte en el movimiento indgena, la desectorizacin que impulsa la Revolucin Ciudadana es una espada de doble filo, ya que polticamente Movimiento PAIS y el presidente Correa necesitan de la representacin indgena para alimentar una imagen de unidad intercultural y de legitimidad tnica. De hecho, una gran cantidad de dirigentes y militantes, que anteriormente estaban en Pachakutik, ha participado
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en diferentes niveles y posiciones de PAIS (Lalander, 2010). Uno de los eslganes centrales del gobierno ha sido la Patria ya es de todos9. Pero esto choca con la interpretacin que hacen varias de las facciones indgenas y tambin analistas como quienes suscriben de la declaracin de Ecuador como un Estado plurinacional e intercultural en el primer Artculo de la nueva Constitucin (Ibd.: 104-106). El discurso oficialista sobre la ciudadanizacin igualmente se refleja en la nueva Constitucin. Hay ms de 100 referencias a ciudadana/poder ciudadano y similares en la Constitucin de 2008. An ms, el concepto de participacin ciudadana se menciona 38 veces (en comparacin con 6 referencias en la Constitucin de Venezuela y 4 en la de Bolivia). Por ejemplo, el Artculo 95 de la Constitucin ecuatoriana de 2008 declara:
Las ciudadanas y ciudadanos, en forma individual y colectiva, participarn de manera protagnica en la toma de decisiones, planificacin y gestin de los asuntos pblicos, y en el control popular de las instituciones del Estado y la sociedad, y de sus representantes, en un proceso permanente de construccin del poder ciudadano. La participacin se orientar por los principios de igualdad, autonoma, deliberacin pblica, respeto a la diferencia, control popular, solidaridad e interculturalidad. La participacin de la ciudadana en todos los asuntos de inters pblico es un derecho, que se ejercer a travs de los mecanismos de la democracia representativa, directa y comunitaria.
No obstante, en el Ecuador de Rafael Correa se ha establecido un ente burocrtico central para la participacin el Consejo de Participacin Ciudadana y Control Social lo que conlleva el riesgo de que se desarrolle en un escenario de participacin ciudadana/colectiva controlada desde arriba. Asimismo, Marc Becker destaca que activistas radicales incluso representantes de las organizaciones indgenas reclaman que el nuevo esquema de participacin popular prioriza proyectos liberales e individualistas y que marginaliza las oportunidades de participacin colectiva y la construccin de un Estado plurinacional (Becker, 2011: 152). Cuando el presidente Correa, a fines de marzo de 2008, recibi en Quito a una marcha de la FENOCIN y de la FEINE, se refiri a la demanda de la CONAIE de un Estado plurinacional:
[No se permitirn] sectores radicales que quieren defender su poder, que buscan entender a la plurinacionalidad como una alianza de territorios en donde tengan su sistema de justicia, salud y educacin, en la que pretenden mandar ellos y no el legtimo gobierno del Estado ecuatoriano. Eso no podemos aceptar, compatriotas (Presidencia de la Repblica, 2008).
En pocas palabras, las formas de gobierno propias de los pueblos indgenas, disponer de grados importantes de autogobierno en sus territorios y de autonoma en las instituciones estatales que definen las polticas hacia esos pueblos, no son, para la Revolucin Ciudadana, la forma apropiada de entender la plurinacionalidad10. En esa misma ocasin, el presidente aludi a que las demandas de autonomas territoriales indgenas eran similares a las autonomas reclamadas por la derecha poltica guayaquilea, de la misma forma que en otros discursos identific a la representacin de todo tipo de organizaciones privadas en los consejos estatales encargados de la definicin de polticas pblicas con
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la privatizacin del Estado (dem). Sobre qu base institucional debe entonces construirse la plurinacionalidad segn el gobierno ciudadano? En lugar de instituciones paralelas de los indgenas, el modelo institucional que las reemplaza establece claramente que la plurinacionalidad se construye a partir de la recuperacin de toda la autoridad estatal en manos del presidente de la Repblica, nica persona cuya legitimidad democrtica proviene de haber sido elegido por todos los ciudadanos y ciudadanas del pas. Aunque hay ecos ideolgicos de un liberalismo clsico en el proyecto de Estado, es decir, anterior al multiculturalismo del estilo de Will Kymlicka (1996), lo esencial aqu es un problema de poder: el presidente no est dispuesto a ceder poder ante ninguna organizacin indgena en el Estado central. Se entiende, entonces, por qu hay una contradiccin y alejamiento sensible entre las organizaciones indgenas y el gobierno de Rafael Correa. Sin embargo, no todos los indgenas estn en la oposicin. Hay algunos dirigentes que se mantienen ms cercanos al gobierno, sin necesariamente apoyar la desectorizacin y la ciudadanizacin. Un ejemplo es Carlos Viteri, importante intelectual y ex dirigente de la Organizacin de Pueblos Indgenas de Pastaza, que actualmente forma parte del gobierno como director ejecutivo del Fondo de Ecodesarrollo de la Regin Amaznica. Asimismo, Pedro de la Cruz, kichwa originario de Cotacachi y ex presidente de la FENOCIN, es uno de los asamblestas nacionales ms cercanos al presidente dentro de PAIS. A nivel de alcaldas gobernadas por PAIS, igualmente pueden mencionarse los casos de Mario Conejo y Alberto Anrango, destacados luchadores indgenas con trayectorias en el socialismo ecuatoriano, quienes a partir de las elecciones de 2009 son alcaldes de Otavalo y Cotacachi respectivamente11. Otro de los casos importantes es el de Mariano Curicama, el primer alcalde indgena de Ecuador (en Guamote, 1992-2000), as como tambin ex funcionario en el gobierno de Gustavo Noboa Bejarano (2000-2003) y actual prefecto de la provincia de Chimborazo. Curicama, sin embargo, no considera su relacin con AP y con Rafael Correa como una alianza:
Las alianzas, o sea, yo no llego por alianzas a la prefectura. Yo llego a la prefectura de nuevo esta vez por el apoyo de Pachakutik, por las organizaciones indgenas, campesinas y tambin la parte urbana. [] A m me haban pedido que pongamos la lista 35 del seor presidente, porque son mis amigos, no porque sea alianza. Y lo mismo con la lista 34, porque es el actual alcalde de Riobamba. l es del Movimiento Municipalista. Entonces nosotros llegamos por nuestro trabajo, por nuestra capacidad y porque tengo el apoyo mayoritario de Chimborazo. [] Yo no debo agradecer a Alianza PAIS, sino al seor presidente de la Repblica, porque l es amigo, amigo de los indgenas, y me ha apoyado mucho. Me apoy con recursos econmicos para que yo pudiera hacer mucha vialidad, asfaltos de vialidad, canales de riego, forestacin, reforestacin, o sea, muchas obras hicimos con recursos que apoy el seor presidente (Curicama, entrevistado por Lalander, 2009).
Respecto al tema de la desectorizacin, hay que decir que algunos dirigentes indgenas que colaboran con el gobierno de Rafael Correa, especialmente aquellos que provienen de la FENOCIN, no de la CONAIE, niegan que las conquistas obtenidas por la CONAIE en el perodo ubicado entre 1995 y 2007, de instituciones estatales autnomas manejadas por las organizaciones indgena, sean avances hacia el Estado plurinacional. Germn Flores indgena cotacacheo
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que en la actualidad es gerente regional del Ministerio de Produccin, Empleo y Competitividad es uno de ellos. En palabras de Flores:
Ahora qu es lo que sucede en estos momentos en donde el presidente ha cogido todos los postulados del movimiento indgena y comienza a aplicarlos? Tambin se quedan sin discurso, porque no es posible generar o comenzar a construir un Estado plurinacional generando instituciones paralelas, donde t comienzas a defender la educacin bilinge, donde comienzas a defender la salud intercultural, donde comienzas a defender al CODENPE, donde comienzas a defender una serie de situaciones, que s es cierto, estaban construidas como parte de un proceso de inclusin [para superar] la exclusin que nosotros vivimos; pero, que en este nuevo gobierno comienza con una Revolucin Ciudadana, se incluyen todos estos aspectos y esto va a licuar todo el Estado y reorganizar el Estado, reestructurar todo el Estado. Eso implica, nuevos procesos de construccin del Estado plurinacional y esto implica en educacin cambiar el pensum de estudios pertinentes, social y culturalmente, de acuerdo a la realidad nacional (Flores, entrevistado por Lalander, 2009).
Flores recoge la argumentacin gubernamental segn la cual las instituciones paralelas, es decir, instituciones estatales con autonoma, manejadas por las organizaciones indgenas, no son avances hacia un Estado plurinacional. Aunque Flores habla de licuar todo el Estado, no especifica la forma institucional que tendra esta nueva construccin del Estado plurinacional. Varias decisiones gubernamentales respecto al manejo de las instituciones dedicadas a temas indgenas aclaran cmo entiende la Revolucin Ciudadana la construccin de la plurinacionalidad. Como corolario de este distanciamiento poltico, durante la ceremonia de entrega del proyecto de nueva Constitucin al ejecutivo el 26 de julio de 2008, en su discurso al pas, el presidente Correa expres:
Paradjicamente los principales peligros no han venido de una oposicin que ni siquiera se cree a s misma, sino de nuestras propias contradicciones, de esas agendas propias que se metieron por las trasteras, de un falso sentido de democracia que busc los aplausos de los grupos que precisamente debamos combatir, de Caballos de Troya que llevaban en su vientre aspiraciones, y hasta frustraciones, por las que no haba votado el pueblo ecuatoriano. [] Lo dije el 29 de noviembre de 2007 en la inauguracin de esta Asamblea: el mayor peligro para nuestro proyecto de pas es el izquierdismo y el ecologismo infantil. Temo que no me equivoqu, aunque tal vez me falt aadir el indigenismo infantil (Correa, 2008).
Por supuesto, como se mencion anteriormente, hay organizaciones sociales en alianza con PAIS como la FENOCIN y la organizacin campesina de la Costa, la Federacin Nacional de Trabajadores Agroindustriales, Campesinos e Indgenas Libres del Ecuador (FENACLE) que hasta cierto grado perciben que son considerados como socios organizativos del proyecto oficialista. Hay algunos sectores que buscan una reconciliacin. Hay, en efecto, consciencia sobre esta problemtica dentro de Alianza PAIS. Como sugieren los politlogos Virgilio Hernndez y Fernando Buenda (los dos ex Pachakutik y, en la actualidad, de PAIS):
[Alianza PAIS] tendra que recomponer su poltica de alianzas con los distintos sectores de la sociedad, en particular con los movimientos indgena, campesino, obrero y con los grupos sociales que demandan reconocimiento, mayor participacin e interaccin, rompiendo la lgica de aliado o adversario (Hernndez y Buenda, 2011: 142).
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Pero, las distancias parecen ya demasiado grandes para que este llamado a recomponer la poltica de alianzas parezca viable. A pesar de la participacin individual en PAIS por parte de algunos dirigentes indgenas, el conjunto de la organizacin indgena se ha pronunciado en contra del gobierno. Un hecho revelador es que en el Congreso de la CONAIE realizado en la ciudad de Puyo en mayo de 2011, que deba elegir al nuevo presidente de la organizacin, se presentaron tres candidatos, ninguno de los cuales se pronunci a favor del gobierno. De hecho, los tres candidatos, Auki Tituaa, de Imbabura; Humberto Cholango, de Cayambe; y Jos Acacho, de la Amazona sur, competan unos con otros sobre cul tena el discurso ms radical en contra del gobierno. Ms claramente, con motivo de la consulta popular convocada por el gobierno de la Revolucin Ciudadana respecto a reformas constitucionales en temas de seguridad y restructuracin de la justicia, en mayo de 2011, se form un colectivo electoral que promovi el voto por el no y que agrup a la mayora de grupos de izquierda, llamado Coordinadora Plurinacional Esta Vez No. En agosto, este colectivo public un manifiesto por la unidad y la accin permanente de las izquierdas que actualmente estn en la oposicin. Este nuevo polo poltico a la izquierda del gobierno est conformado por el Movimiento Popular Democrtico (MPD), Pachakutik, Montecristi Vive (un grupo de ex asamblestas constituyentes de Alianza PAIS liderados por Alberto Acosta), la Corriente Socialista Revolucionaria (fraccin disidente del Partido Socialista Ecuatoriano, todava aliado al gobierno) y el movimiento Participacin (el grupo poltico de Gustavo Larrea, ex ministro de gobierno de Rafael Correa). Al mismo tiempo, la mayora de las centrales sindicales molestas con la aprobacin de un decreto que instaura la renuncia obligatoria de funcionarios pblicos, la CONAIE y las organizaciones del Frente Popular (entre las ms grandes, la Federacin nica Nacional del Seguro Social Campesino, FEUNASSC y la Unin Nacional de Educadores, UNE) firmaron en Quito un acuerdo para coordinar su resistencia frente a las polticas de criminalizacin de la protesta social y de promocin de polticas econmicas extractivistas, el 9 de agosto de 2011. Entre el 8 y el 22 de marzo de 2012, la CONAIE y otras organizaciones sociales realizaron la Marcha Plurinacional por el Agua, por la Vida y la Dignidad de los Pueblos, con una agenda de 19 puntos: oposicin a la megaminera a cielo abierto, defensa del agua y rechazo a la criminalizacin social, entre otros. Exigan el respeto de los derechos constitucionales, que segn ellos no se han cumplido ni respetado por parte del gobierno de PAIS. Asimismo, el movimiento indgena demandaba un dilogo constructivo con el gobierno. Por su parte, el gobierno convoc contramovilizaciones y, al culminar en Quito el 22 de marzo, el presidente reafirm que no dialogara con grupos violentos y que no lo hara con los indgenas mientras siguieran aliados con el MPD12.
Reflexiones finales
La histrica relacin entre la izquierda poltica y el movimiento indgena ecuatoriano auguraba que la llegada a escena de Rafael Correa y Alianza PAIS se saldara con una alianza mutuamente beneficiosa. Hubo muchas posibilidades
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de que esa alianza se consolidara porque los ejes programticos, forjados en una lucha prolongada en contra de las polticas de ajuste neoliberal, eran inicialmente muy parecidos. La alianza, sin embargo, no fue posible. En el proceso electoral de 2006, el grueso de la estructura organizativa de la CONAIE y de Pachakutik apoy a su principal dirigente del momento, Luis Macas, en la primera vuelta electoral. Luego, en la segunda ronda electoral e igualmente en el referndum sobre la nueva Constitucin, las organizaciones indgenas en su mayora apoyaron (crticamente) las tesis impulsadas por Alianza PAIS. Al mismo tiempo, algunas organizaciones indgenas no pertenecientes a la CONAIE, como la FENOCIN, y algunos dirigentes locales y figuras nacionales del movimiento, decidieron sumarse al Movimiento PAIS. Sin embargo, como se ha retratado en el presente estudio, los distanciamientos programticos entre la CONAIE y Alianza PAIS no han cesado de profundizarse, especialmente luego de la aprobacin de la Constitucin en octubre de 2008. Podra postularse que el momento de mayor convergencia entre las dos fuerzas sociales y polticas ocurri precisamente durante el proceso constituyente. Este artculo sostiene que tal distanciamiento tiene que ver, esencialmente, con diferencias programticas que se acentuaron una vez que haba que convertir la oposicin al neoliberalismo en un programa positivo de gobierno. Esto quiere decir que la CONAIE y el Movimiento PAIS se distanciaron porque el programa poltico de acciones gubernamentales que ambos imaginaron y construyeron para la superacin del neoliberalismo era, en realidad, distinto. Algunas de estas diferencias programticas tienen races en diferentes tradiciones ideolgicas, como las que sustentan distintos modelos de Estado. Esto es, por un lado, el modelo de la representacin liberal, y por otro, el de las mltiples formas de la democracia plurinacional. Muchas veces estas diferencias programticas se entrelazaron con consideraciones y conflictos de poder e influencia en el escenario poltico. Cada actor buscaba mantener su influencia sobre sus propios seguidores, preservar su integridad organizativa o guardar su libertad de maniobra. Pero el corazn de las diferencias polticas, que explica en ltima instancia el distanciamiento entre la CONAIE y Alianza PAIS, reside en distintas propuestas programticas de cambio social. Propusimos cuatro factores fundamentales e interconectados para comprender mejor el distanciamiento entre los protagonistas del estudio. Primero, se destac el tema de la oposicin al extractivismo. Para el gobierno la promocin de la minera metlica a gran escala es una de las estrategias fundamentales para afrontar el reto de una economa pospetrolera. La CONAIE, por el contrario, se opone a esta estrategia porque la concibe como una prolongacin de la economa petrolera y por el peso que le atribuye a los impactos ambientales y sociales que la gran minera tendr en zonas campesinas y de pequea minera. En segundo lugar, hay una gran distancia en cuanto a la valoracin de la movilizacin social. El gobierno juzga que la movilizacin social en las calles y en las carreteras es una forma de anarqua y de presin indebida sobre la autoridad. La CONAIE, por el contrario, interpreta a la movilizacin social como un componente fundamental de la participacin ciudadana y de la democracia participativa. En tercer lugar, se present el panorama de los diferendos en la poltica
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agraria. El gobierno reconoce la necesidad de una poltica agraria que ponga el acento en la redistribucin de tierras improductivas y aguas, as como en la promocin de la pequea y mediana produccin parcelaria, pero sus programas han mantenido una orientacin convencional hacia la agricultura comercial de grandes productores y prcticamente no ha iniciado la redistribucin anunciada. La CONAIE, en cambio, arguye que a pesar de los conflictos y las complicaciones que implica una poltica de redistribucin de las tierras productivas es necesario avanzar decididamente en ellas, si se quiere resolver el problema de la pobreza rural y de las bases para un desarrollo econmico equitativo.
...el corazn de las diferencias polticas, que explica en ltima instancia el distanciamiento entre la CONAIE y Alianza PAIS, reside en distintas propuestas programticas de cambio social
En cuarto lugar, finalmente, resaltamos la importancia del concepto de la desectorizacin de la Revolucin Ciudadana, que inclusive tiene repercusiones en la comprensin de las reivindicaciones indgenas de la plurinacionalidad. El gobierno sostiene que el fortalecimiento del Estado consiste en recuperar para el ejecutivo la autoridad sobre todas las decisiones relevantes de poltica pblica. La CONAIE opina que el fortalecimiento del Estado debe ir de la mano con una democratizacin de la toma de decisiones mediante la participacin directa de organizaciones civiles en espacios colegiados de definicin de la poltica pblica. Para el gobierno eso significa sectorizar o corporativizar el Estado. El resultado final es un desencuentro poltico que no deja de profundizarse. Si alguna vez hubo una posibilidad de acuerdo programtico entre las estructuras formales de la CONAIE y el gobierno de Alianza PAIS, en los momentos actuales est totalmente descartado. Puede haber algunas coincidencias en algunos temas; pero las trayectorias, los proyectos y las estrategias polticas parecen ya definitivamente distanciadas.
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Notas
1 Una primera versin de este artculo se public como Movimiento Indgena y Revolucin Ciudadana en Ecuador en 2012 en la revista venezolana Cuestiones Polticas (Universidad del Zulia: Maracaibo) Vol. 28, N 48. Ambos autores quieren reconocer la importancia de una beca de la Fundacin Sueca para la Internacionalizacin de la Investigacin y la Enseanza Superior (STINT), la cual posibilit una estada de Ospina Peralta en Estocolmo entre agosto y septiembre del 2011. Asimismo, el Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Estocolmo dio apoyo parcial a una visita de Lalander a Ecuador en marzo de 2012. 2 Movimiento PAIS es el movimiento poltico electoral de una organizacin ms amplia Alianza PAIS (Patria Altiva I Soberana) que por su parte es una coalicin de diferentes organizaciones polticas y sociales que promovieron a Rafael Correa a la presidencia de la Repblica. 3 Los datos refieren a la ltima valoracin disponible sobre criminalizacin de la protesta social entre los aos 2008 y 2010 (Accin Ecolgica, CEDHU e INREDH 2011: 94-95). 4 Tan consciente es el gobierno de que otras figuras existen, que ya en julio de 2010 remiti a la Asamblea Nacional un proyecto de reformas legales que prev el aumento de prisin de hasta tres aos a quienes cierren las vas pblicas, equiparando la pena a la de tortura. La propuesta de reforma integral al cdigo penal presentada por el gobierno de Rafael Correa en octubre de 2011 mantiene dicha proposicin. Cf. Proyecto de Ley Cdigo Orgnico Penal Integral, Asamblea Nacional del Ecuador, 2011. 5 Aunque en el Plan Tierras se mencionaron 69 mil has, luego se habl de 95 mil y luego de 120 mil, hasta que el presidente Correa mencion la existencia de 200 mil has en manos del Estado. La verdad es que nadie sabe cuntas son las tierras en manos del Estado. 6 Hemos seguido el relato de datos de Fernando Rosero (2011: 83-4). 7 Para una crtica a las declaraciones del presidente Correa desde una perspectiva que revaloriza el papel de la pequea produccin agropecuaria en los procesos de desarrollo de los pases del sudeste asitico, y en varias regiones de Amrica Latina y del propio Ecuador, cfr. Berry y North (2011). 8 Los orgenes ideolgicos liberales de esta idea son bastante transparentes. El discurso gubernamental no apela a la organizacin, sino a la persona individual que acta en la poltica. Este ciudadano tiene o debe tener una visin universalista y de largo
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plazo de la gestin gubernamental y de sus propias responsabilidades. Las fuentes de esta postura no son slo las doctrinas liberales de la representacin poltica, sino sobre todo el hecho poltico objetivo de que con los difusos ciudadanos no hay que negociar un programa poltico, mientras que con las organizaciones sociales la negociacin se vuelve indispensable, compleja e incesante. Mantener la libertad de accin frente a las organizaciones sociales exigentes fue y sigue siendo una norma de conducta poltica de Alianza PAIS. 9 Como respuesta a este mensaje, en una atmsfera de diferendos entre el gobierno y las organizaciones indgenas en 2009, Luis Maldonado Ruz escribi el documento El pas ya es de todos, menos de los indios (2009). 10 As mismo, en febrero de 2009, mediante el decreto ejecutivo 1585, el gobierno suprimi la autonoma poltica de que gozaba la Direccin Nacional de Educacin Bilinge (DINEIB). Este decreto atribuy al ministro de Educacin no slo la definicin de toda la poltica educativa, sino la autoridad para nombrar al subsecretario de dilogo intercultural, al director nacional de la DINEIB y a sus directores provinciales. Estas atribuciones estaban, antes del decreto, en manos de las organizaciones indgenas. Tambin fue suprimida la
Resumen
En el presente artculo se describen las principales formas de accin colectiva del movimiento mapuche en Chile alrededor de la disputa por la tierra, el territorio y los bienes naturales. Se analiza la respuesta del movimiento mapuche a la industria forestal a travs de lo que llamamos el movimiento mapuche de recuperacin de tierras, as como se brinda una visin panormica de los procesos de resistencia local a los procesos extractivos mineros y a la desposesin de tierras por la construccin de proyectos hidroelctricos, entre otros. Finalmente, se concluye con una breve reflexin sobre los ejes de antagonismo y subjetivacin del movimiento mapuche en torno de la conflictividad, que contiene claramente una dimensin ambiental.
Abstract
This paper describes the main forms of collective action of the Mapuche movement in Chile in matters concerning territorial disputes, the territory and natural goods. The paper also analyses the Mapuche response to the forestry-based industry through what we have come to call the Mapuche movement of land recovery, and provides a panoramic view from local resistance processes to mining processes and dispossession on account of, among others, hydropower projects. The paper ends with a brief reflection on the notions of antagonism and subjectivisation of the Mapuche movement around conflict, which clearly involves an environmental dimension.
Palabras clave
Movimiento mapuche, industria forestal, industria minera, Coordinadora Arauco Malleco, conflictos socioambientales.
Key words
Mapuche movement, forestry-based industry, mining industry, Coordinadora Arauco Malleco, socio-environmental conflicts.
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Pineda, Csar Enrique 2012 La dimensin socioambiental del movimiento mapuche en Chile en OSAL (Buenos Aires: CLACSO) Ao XIII, N 32, noviembre.
Planteamos la resistencia mapuche al sistema capitalista en el territorio ancestral mapuche. [] Las inversiones forestales, energticas, tursticas no tendrn contemplacin de nuestras formas de vida. [] El exterminio de nuestro Pueblo es un hecho si no luchamos . Coordinadora de Comunidades Mapuches en Conflicto Arauco Malleco (CAM). La conflictividad ambiental en Chile tiene como uno de sus actores principales al pueblo mapuche, pueblo originario que en los ltimos quince aos ha protagonizado un intenso antagonismo frente al Estado y diversas empresas nacionales y trasnacionales. El objeto de disputa en esta interaccin antagnica es prioritariamente aunque no de manera exclusiva1 el territorio y los bienes naturales. Es a la vez un conflicto material y simblico. Por un lado, se juega la desposesin de las bases materiales de reproduccin social de dicho pueblo ante agresivas polticas desarrollistas y extractivistas, especialmente en el movimiento mapuche en lucha por la tierra y el territorio. Existe tambin, por otro lado, un campo de conflicto por cmo se distribuyen los costos, efectos y beneficios2 debido al desbordamiento de las externalidades de los proyectos forestales, energticos, mineros, de la industria salmonera y de proyectos de infraestructura y comunicaciones. Esta segunda dimensin puede entenderse como un movimiento mapuche de afectados ambientales. Por ltimo, un tercer mbito de lucha es aquel en que se enfrentan diversos paradigmas y racionalidades societales, donde existe un choque entre las formas de organizacin social orientadas a la mxima ganancia y otras formas de reproduccin social no basadas en el valor de cambio. Aunque intrnsecamente interrelacionadas, trataremos de analizar estas tres dimensiones de conflicto donde el protagonismo est a cargo del pueblo mapuche, de la gente de la tierra3.
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de recursos naturales hacia los mercados de exportacin, es parte de una tendencia continental que podramos considerar incluso como un crecimiento hipertrfico en trminos ambientales de sectores como la industria forestal y la minera. La industria forestal, basada en la sustitucin de bosques nativos hmedos de la regin templada fra (en Argentina y en Chile) por plantaciones de monocultivos forestales (especialmente de pinos y eucaliptos), se explica por el enorme capital con que cuentan las empresas forestales, que les permite adquirir impresionantes extensiones de tierras y bosques con dbiles regulaciones ambientales y poderosos incentivos fiscales. En el caso argentino, el crecimiento de esta industria, a partir de la vigencia de la Ley Forestal 25.080, permiti que de una produccin de 4,7 millones de toneladas de madera de plantaciones en 1999 se pasara en 2006 a 7,9 millones de toneladas, y en 2010 a 9,3 millones4. La implantacin industrial de rboles (destinados mayoritariamente a aserraderos y fbricas de celulosa) hizo que en 2007 en ese pas se exportaran mil millones de dlares con casi 1,2 millones de hectreas de monocultivo forestal (Aranda, 2009). En Chile, la frontera forestal se extiende cada ao cerca de 50 mil hectreas. En ese pas, slo el 7,5% de las plantaciones forestales est en manos de pequeos propietarios, en tanto el 66% pertenece a grandes capitalistas. Slo el grupo Angelini tiene 756 mil hectreas, mientras el grupo Matte supera el medio milln (Zibechi, 2008:121). La evolucin de los monocultivos forestales en Chile deja ver claramente cmo el programa de reordenamiento econmico fue provocado directamente por las polticas de la dictadura y por su continuidad y profundizacin por los gobiernos democrticos. Para fines de 1974 poco despus del golpe militar la masa de plantaciones existentes en Chile era de 450 mil hectreas. En 1994, cubra ya un rea de 1.747.533 hectreas, el 78,8% de las cuales corresponda a pino radiata y el 13,6% a eucalipto (Montalba y Carrasco, 2005). Para 2009, el rea cultivada llegaba a 2,1 millones de hectreas (Gmez Leyton, 2010: 398). En 2010, el sector forestal fue el segundo sector exportador (slo abajo del cobre) y el primero basado en un recurso natural renovable, con casi 2,3 millones de hectreas5. Este crecimiento invasivo requiere, por supuesto, de cada vez mayor disponibilidad de tierras en un ecosistema que ancestralmente haba sido habitado por el pueblo mapuche, tanto en lo que hoy es Argentina como en Chile, correspondiente al territorio antiguo del Puelmapu y el Gulumapu, respectivamente6. El crecimiento sostenido de la industria forestal, basado en la maximizacin de las ganancias, provoca una seria contradiccin al perseguir un crecimiento infinito en territorios finitos, habitados adems material y culturalmente por el pueblo mapuche, cuyas caractersticas tnicas estn ancladas en el territorio. Existe aqu una contradiccin que pareciera irresoluble: el capital forestal requiere de crecimiento constante que tarde o temprano invade, privatiza, cerca o presiona a las comunidades mapuches; por otro lado, los pueblos originarios necesitan el territorio como forma de reproduccin sociotnica (material e inmaterial, productiva y simblicamente) y como base de sus estructuras de autoregulacin (estructuras e instituciones sociales, econmicas, polticas y culturales existentes o parcialmente existentes). El conflicto es evidente por la posesin, regulacin y propiedad de la tierra, y por el control territorial a partir de ellas.
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El comportamiento de la industria forestal en Chile es coherente con la necesidad del capital de crear siempre nuevo espacio para la acumulacin, una solucin espacial, que pueda construir un nuevo plano de demanda efectiva (Harvey, 2001). Debemos agregar adems que, a lo largo del desarrollo histrico de Chile, dicho crecimiento se ha caracterizado por la acumulacin por desposesin (mercantilizacin y privatizacin de la tierra, conversin de varios tipos de propiedad comunal, colectiva, estatal en derechos de propiedad exclusiva, supresin del acceso a bienes comunes, entre otros) (Harvey, 2003); adems de que las exportaciones son el elemento ms importante de la demanda agregada y por tanto las que transmiten el dinamismo al resto de la economa, que depende absolutamente de sus recursos naturales (Villarino, 2006: 187). El crecimiento territorial, el historial de acumulacin por desposesin y la dependencia de la economa de las exportaciones ancladas en los bienes naturales explican el inters del gobierno chileno en sostener el modelo forestal, a pesar de que ha sido ampliamente criticado por sus efectos socioambientales; y explica a la vez uno de los componentes del conflicto con el pueblo mapuche. El proceso de la industria forestal tiene tres grandes componentes depredadores: las propias plantaciones de monocultivos, la fabricacin de celulosa y los aserraderos. Los efectos naturales y sociales de la activacin del ciclo de acumulacin basado en la produccin forestal son alarmantes. Existen muchos trabajos sobre estos efectos. Aqu nombramos slo a los autores Montalba y Carrasco (2005), quienes los enumeran as: destruccin de bosque nativo, disminucin de la biodiversidad, disminucin de fuentes de agua superficiales y subterrneas, problemas de salud de comunidades circundantes, contaminacin del agua y degradacin de suelos como principales externalidades negativas asociadas a las plantaciones forestales en el territorio. A esto hay que sumar los efectos asociados a aserraderos y fbricas de celulosa como la polucin atmosfrica de papeleras, las partculas en suspensin por altos volmenes de aserrn y los desechos slidos y lquidos descargados en ros. La produccin forestal afecta adems el sistema cultural mapuche cuando se le prohbe acceder a bosques y procesos de mediera con vecinos y familiares, se afecta a sus cultivos, la horticultura y la manutencin de su ganado por la falta de acceso al agua, provocada por los monocultivos de pinos que agotan los mantos y fuentes acuferas. Si comprendemos que los distintos ciclos de acumulacin de capital primero despojaron de su territorio ancestral al pueblo mapuche, para luego tratar de convertirlo en el granero de Chile con una expansin agroterritorial o de colonizacin agrcola que agotara tierras y destruira los bosques, podemos entender que los ciclos previos del mercado abrieron la necesidad y, a la vez, las condiciones para el surgimiento de la industria forestal, alentada y promovida por las polticas neoliberales de la dictadura. Vemos entonces que la tensin de los conflictos socioambientales tiene antecedentes de larga data, siendo contradicciones estructurales del modelo de crecimiento capitalista ya que, como lo plantea Jorge Veraza, los ciclos de reproduccin de la naturaleza no son tan rpidos como el ciclo de rotacin del capital. [] Estas diferencias suscitan necesariamente una contradiccin entre el dominio del capital industrial y los ciclos biolgicos del planeta (Veraza, 2007, 25). Esta lnea de continuidad se explica con distintas formas de
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acumulacin y produccin, ligadas indisociablemente a polticas y formas estatales de organizacin social, esencialmente en el territorio considerado como La Araucana. Dichos elementos son sintetizados en el Cuadro 1.
Cuadro 1. Ciclos de acumulacin y sus efectos en el pueblo y territorio mapuche
Ciclo de acumulacin Acumulacin por desposesin 1861-1881-1927. Efectos en el pueblo mapuche Desposesin de medios de reproduccin social, tierras y ganado. Arreduccionamiento territorial, fragmentacin de la sociedad mapuche. Conversin de sociedad autosuficiente a sociedad dependiente de la economa regional. Desarticulacin de economa ganadera Sostenimiento dependiente. Concentracin de la tierra, conversin a economa campesina minifundista. Nueva prdida de tierras por colonos y fraudes. Pauperizacin de la economa mapuche. Inicio de la migracin del campo a la ciudad. Comienzo de la insuficiencia de tierras para la reproduccin social mapuche. Privatizacin de la industria forestal, desposesin a comunidades mapuches. Concentracin de la propiedad de la tierra en manos privadas primero y luego en corporaciones forestales. Afectaciones a los medios de reproduccin social mapuches por el agotamiento de agua (ganadera de consumo familiar, cultivos, hortalizas); afectacin de las actividades de pequea comercializacin mapuches; y afectacin a la recoleccin de productos del bosque para consumo y venta. Efectos en el territorio Reconversin del territorio controlado por una sociedad de economa de subsistencia a control estatal y privado. Incorporacin del territorio a la economa nacional y a la economamundo. Penetracin territorial militar, fundacin de puntos de acceso a travs de fuertes. Crecimiento basado en sectores agrcolas de monocultivos, ganadera y explotacin maderera. Urbanizacin, ramales ferrocarrileros. Agotamiento de suelos y destruccin de bosque nativo. Degradacin de suelos. Degradacin de bosques nativos. Desertificacin. Necesidad socioambiental de reforestacin e inicio de la forestacin industrial controlada por el Estado. Reconversin del control territorial a las corporaciones forestales. Destruccin del bosque nativo. Disminucin de biodiversidad y de fuentes de aguas superficiales y subterrneas, contaminacin de agua, degradacin de suelos. Polucin atmosfrica de papeleras, partculas en suspensin por altos volmenes de aserrn; desechos y descargas slidos y lquidos. Penetracin del territorio por nuevas vas de comunicacin y de proyectos energticos y extractivistas (intensificacin).
Fuente: elaboracin propia.
Acumulacin por colonizacin agrcola, expansin agroterritorial 1885-1930. Desaceleracin y agotamiento productivo de la colonizacin agrcola 1940-1975. (Estancamiento). Acumulacin por capital forestal 1975-2012 (Crecimiento y expansin industrial forestal para el mercado global).
En la dcada del noventa, el crecimiento forestal y la sustitucin de bosque nativo por plantaciones de monocultivos forestales hicieron reaccionar a distintos sectores con diversas formas de accin colectiva. Algunas organizaciones no gubernamentales, como Defensores del bosque chileno, Greenpeace Chile, la Fundacin Terram, el Instituto de Ecologa Poltica y Bosque Antiguo, integraron diversas campaas contra la destruccin del bosque nativo, as como acciones de incidencia en polticas pblicas que lograron detener las posiciones de mayor desproteccin impulsadas por los grandes empresarios. Por otro lado, ha surgido la oposicin de habitantes, empresarios locales, organizaciones vecinales y comunidades a varios proyectos
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derivados de la industria forestal. Tal es el caso del Comit en Defensa del Mar y las comunidades mapuche lafkenche, en oposicin a la construccin de un vertedero de la empresa CELCO en Mehun, con importante resonancia local y nacional.
Adems de su radical repertorio de acciones colectivas, el cuestionamiento profundo y sofisticado de la Coordinadora al modelo econmico y al sistema capitalista provoc una importante tensin con los grupos forestales
Sin embargo, frente a la multiplicacin de conflictos ambientales en torno de la industria forestal, cabe destacar la movilizacin mapuche, que tuvo un proceso de ascenso y auge entre 1997 y 2003, en lo que podemos denominar un movimiento de recuperaciones de tierras. La diferencia con las otras formas de accin colectiva no slo est centrada en el protagonismo del pueblo mapuche en ellas, sino en un despliegue organizativo y tctico contra las corporaciones forestales y latifundistas mucho ms radical y con una sofisticada interpretacin y agenda, que fue elaborada por comunidades mapuches en las regiones sptima, novena y dcima de Chile. Esta fase ascendente del movimiento mapuche de recuperacin de tierras ocupadas por empresas forestales y latifundistas estuvo encabezada, sin lugar a dudas7, por la Coordinadora Arauco Malleco (CAM)8. La accin colectiva contra las forestales y latifundistas desde la CAM puede resumirse a grandes rasgos en tres ejes muy definidos de actuacin: 1) recuperacin de tierras ancestrales, que consisti en que las comunidades tomaron colectivamente fundos y terrenos considerados como mapuches, pero hoy en propiedad de las forestales y de otros propietarios privados; 2) defensa comunitaria de las tierras recuperadas que resisten de manera organizada a la accin violenta de los cuerpos policiacos para desalojarlos de dichas tierras, teniendo como resultado enfrentamientos comunitarios con las fuerzas del orden; y 3) acciones incendiarias y otras formas de destruccin de maquinaria, transportes, insumos e infraestructura de las corporaciones forestales y los propietarios privados. Aunque cada comunidad mapuche tiene distintas reivindicaciones frente a las forestales, podemos sintetizar distintos niveles de demandas y de antagonismo ante las corporaciones, destacando que las demandas comunitarias no son homogneas (ver Cuadro 2). Por su forma de accin colectiva, el movimiento de recuperaciones de tierra alcanz una visibilidad e influencia de carcter nacional. Adems de su radical repertorio de acciones colectivas, el cuestionamiento profundo y sofisticado de la Coordinadora al modelo econmico y al sistema capitalista provoc una importante tensin con los grupos forestales. Los conflictos socioambientales entre comunidades mapuches e industria forestal tuvieron mayor visibilidad en las regiones del Bo Bo, La Araucana y Los Lagos, en un periodo cuyo ascenso se origina a partir de la quema de camiones en la comuna de Lumaco en 1997 y que se extiende durante toda la dcada posterior.
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El movimiento mapuche de recuperacin de tierras es mucho ms amplio que la Coordinadora Arauco Malleco. Otras organizaciones supra e intercomunitarias, como el Consejo de Todas las Tierras y la Identidad Territorial Lafkenche, adems de numerosas comunidades que no participan en procesos de coordinacin utilizaron la recuperacin de tierras como tctica de lucha. Sin embargo, son las comunidades ligadas al proceso organizativo de la CAM quienes sostuvieron largos, intensos y polarizados conflictos en el tiempo frente a las forestales; y son estos conflictos donde la accin colectiva mapuche combin la coordinacin intercomunitaria, la recuperacin de tierras y su defensa, as como las acciones incendiarias contra la industria. Es por ello que estos procesos de conflictividad tuvieron mayor resonancia, visibilidad e importancia. De aproximadamente cincuenta comunidades mapuches en conflicto, la mayora de ellas, adems de la disputa contra latifundistas, se enfrenta a la concentracin y explotacin de la tierra y los bosques por Forestal Mininco, Volterra y Bosques Arauco. Ms de treinta comunidades tuvieron, en su momento, vnculos de articulacin en distintas intensidades y duracin con la Coordinadora Arauco Malleco. Los conflictos que comenzaron a emerger en el ciclo reciente aparecen con claridad en 1997 y en algunos casos desde aos antes y se extienden con diversas salidas o soluciones hasta finales de la primera dcada del siglo XX (entre los aos 2008 y 2010), aunque algunos de ellos se mantienen latentes.
Cuadro 2. Conflictividad socioambiental y demandas mapuche
Demandas mapuches frente a las forestales Denuncia de usurpacin de tierras ancestrales. Demanda de restitucin de tierras ancestrales o basadas en ttulos de merced. Repudio a la explotacin de bosque nativo por las corporaciones y a los efectos derivados de la produccin forestal industrial. Exigencia de control y explotacin forestal por las propias comunidades mapuches. Observaciones de la conflictividad socioambiental Tensin antagnica por la propiedad y tenencia de la tierra como forma de reproduccin tnica o como base de explotacin industrial para la acumulacin. Tensin antagnica de distribucin ecolgica9, donde est en discusin quin debe utilizar el territorio y los bienes naturales as como las consecuencias de su explotacin. Tensin antagnica de distribucin material y de beneficios. El contraste de ricos y pobres, junto con el nfasis de la situacin desesperada y precaria de las comunidades mapuches crea un tercer nivel de conflicto y a la vez pone en cuestin la riqueza basada en la explotacin del territorio considerado de los pueblos originarios. La expoliacin del territorio por capitales de diversa ndole acelera la asfixia de las comunidades mapuches en su territorio, creando tensiones antagnicas frente a las corporaciones y el Estado en su conjunto.
Fuente: elaboracin propia.
Oposicin a proyectos de inversin adicionales a la explotacin forestal como las de capital turstico y minero. En numerosas ocasiones, los inversores de otros proyectos extractivos son los mismos del capital forestal.
El movimiento de recuperacin de tierras enfrentado a la industria forestal trat de reconstruir el control territorial a partir de los pueblos y comunidades, un control que est en manos de poderosas corporaciones y de capitales nacionales y transnacionales. Por ello, el conflicto, adems de su componente tnico o etnonacionalista (cuya complejidad y extensin no podemos desarrollar aqu), est anclado en una
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disputa por el control de los recursos y los bienes naturales, que politiza el campo de las externalidades del proceso de mercado y que disputa a travs de la organizacin y coordinacin mapuche el poder de decisin sobre el territorio. La radicalidad de la Coordinadora Arauco Malleco no puede medirse slo por el nmero de tierras recuperadas o por las acciones incendiarias realizadas, debido a que su exigencia no se limita a la participacin o la consulta dentro del orden establecido, sino por su firme intencin de construir un nuevo orden social basado en la reconstitucin de su pueblo, anclado en el territorio que hoy en buena medida es propiedad privada. Si el conflicto mapuche tiene una dimensin socioambiental que se catapult a la arena poltica nacional fue debido al proceso de coordinacin entre comunidades con una estrategia y discurso radical encabezado (aunque no exclusivamente) por la Coordinadora Arauco Malleco. Las recuperaciones de tierras comenzaran a disminuir tanto en su extensin territorial como en su reiteracin a partir de 2003, cuando el Estado chileno gener una importante estrategia de criminalizacin y persecucin contra las organizaciones y comunidades mapuches que haban utilizado las recuperaciones y las quemas como eje de su accin colectiva. Tras una oleada de recuperaciones de menor intensidad y extensin entre 2008 y 2009, vino la decada debido al encarcelamiento de numerosos integrantes de la coordinadora. Hasta hoy, tanto las recuperaciones como las acciones incendiarias continan, pero estn debilitadas e impulsadas por comunidades autnomas que no pertenecen al proceso de la coordinadora como el conflicto vigente en la comunidad Wente Winkul Mapu o impulsadas por posibles desprendimientos de dicha organizacin. En los ltimos aos, el surgimiento de nuevas coordinaciones intercomunitarias, como la Alianza Territorial Mapuche, ha reorientado el proceso de lucha frente a las forestales y la defensa del territorio. El movimiento mapuche de recuperacin de tierras y su dimensin etnonacionalista provocaron una enorme proyeccin nacional e incluso internacional del pueblo mapuche y su accin colectiva. Sin embargo, a la par de esta forma de expresin mapuche se desarrollaron otros procesos de resistencia, que ahora intentaremos explicar panormicamente.
Una vez que hemos revisado la conflictividad con las empresas forestales, podemos afirmar que el movimiento mapuche ha tenido en los ltimos quince aos dos grandes expresiones: por un lado, el movimiento de recuperacin de tierras hacia la reconstitucin territorial como pueblo; y por el otro la defensa de la tierra y el territorio por comunidades afectadas por el crecimiento de inversiones mineras, de infraestructura energtica, de comunicaciones, as como de la industria salmonera (destacando que estas expresiones socioambientales son slo una parte de una plyade de grupos y expresiones mapuche urbanas, estudiantiles, etnopolticas, etnoproductivas, etnoculturales, etc.). Aunque la resistencia mapuche y la conflictividad socioambiental pueden encontrarse prcticamente en todo el sur de Chile, es claro que existen ciertas tendencias de crecimiento econmico basadas en el territorio que han hecho reaccionar a los mapuches e iniciar las acciones de defensa de sus tierras y de los bienes naturales que ah se encuentran. As, en la zona de la cordillera, del Alto Bo Bo y otros acuferos importantes, los conflictos emblemticos han tenido que ver con los
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proyectos de represas hidroelctricas. Alrededor de las zonas urbanas, los proyectos de infraestructura como aeropuertos y carreteras han obtenido numerosos casos de oposicin, as como la protesta por el crecimiento de los vertederos de basura en zona mapuche. Adems, en las zonas costeras, el crecimiento de la industria salmonera y de vertederos de las papeleras ha provocado de igual forma la movilizacin de comunidades mapuches. La extraccin minera y los proyectos tursticos se extienden de manera discontinua por todo el territorio mapuche y ms all. Esta compulsiva expansin econmica basada en el territorio y los bienes naturales tiene su base como hemos dicho en el modelo econmico primario exportador y en la aceleracin de las inversiones nacionales e internacionales que intensifican el ordenamiento y la expoliacin territorial de las zonas araucanas (y de otras regiones) como forma de crecimiento. Pero tambin se origina por diversos factores estructurales. En el caso del sector energtico, el gobierno chileno ha impulsado una agresiva poltica de suministro basada en recursos renovables como la energa elica, la geotrmica y, en especial, la hdrica. El impulso por esta ltima se ha intensificado en el sur del pas sobre territorios mapuche, pehuenche y huilliche, primordialmente. Sin embargo, el modelo de produccin energtica hidroelctrico ha retomado megaproyectos de centrales y embalses de gran envergadura, que no pueden ser considerados como fuentes de energa renovable por su gran impacto ambiental, denunciado mundialmente. Adems del desplazamiento masivo y la inundacin de territorios mapuches, las grandes centrales hidroelctricas han sido cuestionadas por la desertificacin de tierras, la afectacin grave a los ecosistemas y el control del agua orientado a fines productivos nacionales en desmedro de las comunidades locales afectadas. En la dcada de los noventa, la oposicin a los proyectos de Pangue y Ralco por comunidades mapuches en especial a esta ltima tuvo un fuerte impacto y solidaridad nacional e internacional que hicieron saltar los procesos de resistencia local al convertirse en verdaderos conflictos de carcter nacional. En el caso de la central Ralco, la emblemtica resistencia pehuenche de apenas unas cuantas familias, lideradas por mujeres mapuches, que se vieron enfrentadas a la poderosa corporacin ENDESA, recibi la atencin meditica y el acompaamiento de numerosos sectores ambientalistas y organismos civiles. La aceptacin del proyecto por las ltimas familias en resistencia, despus de un largo conflicto de diez aos, y finalmente la construccin de la represa inaugurada en 2004, coincide con el inicio del reflujo del movimiento de recuperacin de tierras. La represin y criminalizacin a distintas organizaciones mapuches (en especial a la Coordinadora Arauco Malleco) es simultnea al cierre del ciclo de resistencia pehuenche en Ralco. Ms recientemente, desde 2006, los proyectos hidroelctricos promovidos por SN Power de origen noruego a travs de su filial Trayenko SA, en Panguipulli, generaron la movilizacin de una docena de comunidades mapuches en coordinacin con poblaciones y habitantes no mapuches que se opusieron a un complejo de tres proyectos hidroelctricos en el valle de Liquie. La frrea oposicin logr que la empresa retirara los proyectos en 2011, lo que se consider un triunfo para el movimiento mapuche. A pesar de este emblemtico caso, donde una transnacional tuvo que retirarse, numerosos conflictos han surgido por nuevas iniciativas y proyectos hidroelctricos. En el alto Bo Bo, de nueva cuenta se proyecta una central en el sector Caui-
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c, ante lo cual los mapuches, habitantes del Valle del Queuco y de la comunidad de Cauic, han comenzado su oposicin al proyecto (financiado por la transnacional ENDESA en 2011). Por otro lado, la central Neltume, tambin en Panguipulli, para la cual se iniciaron trabajos de construccin del tnel de prospeccin, provoc la oposicin y movilizacin de comunidades de esa zona, que calificaron a la empresa como extranjera invasora. La historia se repite en los proyectos de las hidroelctricas en Colbn y en otro proyecto ms en la localidad de Curarrehue. Como puede observarse, las resistencias a los proyectos hidroelctricos se han multiplicado en la misma medida en que las inversiones intentan instalarse en todo el territorio ancestral mapuche. La experiencia traumtica de la realizacin de las represas de Pangue y Ralco es un fuerte ejemplo de las consecuencias de dichos proyectos sobre la poblacin y comunidades mapuches. Es de resaltar la resistencia a la hidroelctrica en el ro Pilmaiqun por diversos Lof que realizaron recuperaciones de tierras para impedir la realizacin del proyecto, junto a la elaboracin de un discurso que reivindica de nueva cuenta el control territorial, la autonoma y la liberacin mapuche. Ellas, las comunidades mapuche huilliche, llevan ms de un ao de ocupacin (desde 2011) para defender los sitios sagrados que seran destruidos por el proyecto hidroelctrico de Osorno. Por otro lado, la minera metlica ha comenzado tambin a invadir los territorios mapuches. Chile es ejemplo de reforma neoliberal desde la aplicacin de la Ley Minera de 1983 para inversiones en la industria de minera metlica, ya no slo por el cobre, tambin por el oro y otros metales buscados de manera intensiva por toda la Araucana. La extraccin minera por parte del capital trasnacional o nacional, como se sabe, es la actividad extractivista por definicin, ya que se realiza con pocos encadenamientos productivos locales, es depredadora y devastadora ambientalmente y provoca un alto impacto social. Chile, por su ubicacin, cercana a los mercados asiticos, es sumamente atractivo para las inversiones. Desde 2004, diversas concesiones se otorgaron a empresas dentro del rea de desarrollo indgena de Lleu Lleu, que afectan importantes segmentos de las riberas del lago del mismo nombre. La empresa Minera Santa Brbara solicit los permisos para la explotacin en la Coordillera de Nahuelbuta, octava regin, en el sector oriente del Lago Lleu Lleu, zona de intensa organizacin mapuche. En Rucaanco, la explotacin de escandio provoc las protestas mapuches, especialmente de la comunidad Juana Millahual una de las diez comunidades que seran afectadas por el proyecto que a su vez lucha contra las forestales. Las acciones mapuches obligaron al proyecto Manto Rojo a suspenderse en 2007. A pesar de que los inversionistas decidieron no arriesgarse, algunos empresarios exploran otros proyectos extractivos en la zona. Los mantos de hierro en los alrededores del gigantesco lago hacen an ms intensa la bsqueda y explotacin de minerales, donde viven en distintas comunidades mapuches ms de 2.500 personas. Durante 2011, una nueva compra de tierras de 240 hectreas para la explotacin de estroncio en el sector de Ponotro Tira hizo que setenta mujeres mapuches iniciaran una demanda legal colectiva contra el proyecto. En 2012, comunidades mapuches y comuneros impulsaron diversas movilizaciones contra un proyecto minero en Carahue. La empresa Cooper Capital Minera La Montaa tuvo que desistir del proyecto en el sector ro Colico, en la comuna de
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Carahue. Los mapuches, junto con organizaciones ciudadanas (como la Red de accin por los derechos ambientales) y el apoyo de la municipalidad local, detuvieron un segundo intento de la empresa por empujar el proyecto extractivo que pretenda una explotacin de oro de 5 mil toneladas mensuales. Como podemos observar, existen numerosos procesos de resistencia mapuche anclados en la defensa de la tierra y el territorio considerado ancestral, ante los proyectos hidroelctricos y de extraccin minera. Si bien estos procesos son sumamente agresivos y evidentemente expoliadores lo que explica la oposicin mapuche a desalojos forzados y contaminacin en cada caso tambin es indispensable sealar que la reproduccin tnica est en juego en dichos conflictos. La dimensin ambiental, al igual que en el caso de las industrias forestales, representa por supuesto una disputa material por la tierra y el territorio como base agraria para las economas de subsistencia; pero tambin como lugares sagrados, como entorno etnoambiental de reproduccin como pueblo y como reivindicacin etnonacional en disputa con el Estado nacin chileno. La constelacin de comunidades en resistencia genera coordinaciones microregionales para enfrentar los proyectos, y dependiendo de cada circunstancia y proceso local, la accin colectiva oscila entre la resistencia comunitaria con recuperaciones de tierras y cierre de carreteras hasta la defensa jurdica institucional, pasando por las reivindicaciones territoriales en el marco de los derechos humanos universales y los convenios y pactos internacionales que protegen a los pueblos originarios. Es importante destacar el gran nmero de alianzas, acompaamientos y coordinaciones tambin con sectores ambientalistas y de habitantes locales no mapuches que, en muchos casos, surgen en la defensa de lo que podemos nombrar como un movimiento mapuche de afectados ambientales, y que no tiene centro ni articulacin, sino que se expresa como una multiplicidad de resistencias, estrategias y subjetivaciones polticas. Aunque los principales procesos de expansin econmica en el territorio mapuche son, como hemos visto, la industria forestal, la minera y los proyectos hidroelctricos, es indispensable mencionar que los otros grandes ejes de afectacin son los proyectos de infraestructura que han generado prolongados procesos de resistencia comunitaria. Tal es el caso de la oposicin mapuche a la construccin del aeropuerto en la localidad de Quepe, en la comuna Freire, desde 2005 hasta la actualidad. De igual forma, la expansin urbana en la novena regin ha generado un proceso que autores como Alfredo Seguel denominan racismo ambiental debido a la instalacin de vertederos de basura en territorio mapuche donde se depositan los desechos urbanos. Los vertederos afectaran segn organizaciones ambientalistas a unas cien comunidades mapuches. Esta panormica de procesos permite ver el compulsivo extractivismo y la expoliacin territorial que vive Chile en su conjunto y en buena medida Amrica Latina como eje econmico de crecimiento. Este recorrido, que de ninguna manera es exhaustivo, deja ver con sorpresa la magnitud, extensin y gravedad de los conflictos socioambientales y permite ubicar, por otro lado, la diversa oposicin mapuche en disputa por el territorio con las grandes corporaciones nacionales y transnacionales que son alentadas y protegidas por el Estado chileno. Sin embargo, esa disputa por tierra, territorio y bienes naturales se realiza desde muy distintas racionalidades.
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En sintona del movimiento de pueblos originarios del continente, el movimiento mapuche ha pasado en los ltimos veinte aos de centrarse en las demandas de reconocimiento, inclusin y reclamos de los derechos indgenas, a la defensa de la territorialidad como base de existencia de su pueblo. El movimiento mapuche de resistencia, con las dos grandes expresiones que hemos tratado de identificar, tiene su mayor fortaleza no slo en la cantidad y radicalidad de acciones colectivas extendidas por todo el territorio araucano sino esencialmente en una creciente radicalizacin de su crtica al modelo productivo y de crecimiento, anclado en la expoliacin ambiental. Los procesos de desposesin, presin extractiva, grandes obras, los impactos negativos sobre el tejido de reproduccin tnico y sobre la uke mapu (la madre tierra) han obligado a las comunidades mapuches a generar rpidos procesos de autodefensa y autoorganizacin, que de manera insoslayable van acompaados de la deliberacin y el anlisis de su propia situacin. Esto los lleva por un camino reflexivo para comprender su conflicto particular que, comparado con las decenas de casos similares en su territorio con otras comunidades de sus pares, rpidamente los lleva a estructurar un pensamiento complejo, antisistmico, que fortalece su propia identidad ante la invasin huinca, es decir, la invasin mercantil y expoliadora. La preocupante situacin de su pueblo en su dimensin ambiental se mezcla tambin con largos ciclos de lucha, donde la ltima fase se vivi desde finales de la dictadura, para tomar un auge en 1997 y multiplicarse por todo el territorio desde hace unos aos. El pensamiento mapuche se ha venido complejizando y su dimensin socioterritorial, en abierto antagonismo frente al Estado, las industrias y corporaciones, construye un pensamiento cuyas caractersticas son dignas de resaltarse. Surge la paradoja de que en tanto ms se acelera e intensifican los procesos de desposesin y expoliacin territorial, ms urgente se vuelve la necesidad de reconstitucin tica; se vuelve una necesidad organizarse y resistir los procesos y efectos centrfugos del sistema-mundo capitalista. La autodefensa los obliga a reconstituirse como sujeto o ser desarticulados como pueblo y cultura. Aunque evidentemente est en disputa el territorio fsico, el mayor conflicto es por la territorialidad social, es decir, aquellas construcciones sociotnicas que les han permitido sobrevivir en colectivo, material y simblicamente. As, contina una serie de adaptaciones tnicas al proceso de agresin econmico-territorial-socioespacial para poder enfrentar su condicin y situacin actual. Los mapuches, como otros pueblos originarios, constituyen progresivamente varios elementos de subjetivacin poltica que les permiten no reconocer o aceptar el poder hegemnico de la reproduccin econmica, y menos sus reglas expoliadoras de los bienes comunes. Estos contradiscursos, anclados en identidades culturales ancestrales, pero tambin en procesos ideolgicos contemporneos y constructos cognitivos del pensamiento occidental, permiten constituir un pensamiento hbrido sumamente complejo: la disputa por el control de la tierra y sus bienes se identifica con los procesos de colonialismo interno, con un fuerte e histrico antagonismo sobre los derechos, jurisdiccin, posesin y explotacin territorial. Los conceptos de Pueblo y Nacin les permiten reconstituirse frente al Estado chileno reivindicando la legitimidad de su diferencia pero en especial sus derechos sobre los bienes naturales en disputa.
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El intenso vnculo sociocultural de los mapuches con el territorio hace de su defensa un proceso dual: al defender a la uke mapu se defienden como pueblo, y viceversa. No slo se trata de un ecologismo de sobrevivencia, de una autodefensa de los pobres cuidando recursos escasos; es mucho ms que eso, ya que en los territorios y bienes del hbitat defendido se encuentran los espritus, la fuerza, el newen10, la memoria, los antepasados, las identidades y las formas de reproduccin social que como pueblo poseen y los hacen ser la gente de la tierra, los hacen ser mapuche.
...el mayor conflicto es por la territorialidad social, es decir, aquellas construcciones sociotnicas que les han permitido sobrevivir en colectivo, material y simblicamente
Por ello, la invasin de la lgica mercantil en sus territorios no slo es desposeedora, expoliadora, sino tambin una invasin desestructurante de su tejido sociotnico, una invasin (y de ah su referencialidad al colonialismo interno) que los despoja de las decisiones sobre sus formas de vida. La desposesin material y fsica del territorio y sus bienes los convierte an ms en sujetos subalternos, en dominados por la lgica de poderosos conglomerados polticos y econmicos. De ah que la construccin, o mejor, reconstitucin de un poder mapuche propio se vuelve urgente para defender el territorio y a la vez sostener procesos de libertad y autonoma ante la lgica, invasiva y mercantil, que choca con la forma de reproduccin mapuche no anclada en la mxima acumulacin. Estos, entre otros elementos, hacen ms compleja la dimensin ambiental del movimiento mapuche, indisociable de la construccin y reconstruccin de estructuras tnicas propias para el autogobierno. La autonoma, la reconstruccin del Pueblo nacin mapuche, es la forma de proteger su territorio y a ellos mismos a la vez. Los conflictos socioambientales, como en muchas otras partes del continente, no siempre son visibles a escala nacional. Son incomprendidos y menospreciados por ello. Sin embargo, si la escala de observacin se enfoca en las localidades y espacialidades en disputa podemos observar claramente fuertes antagonismos sociales, pero a la vez, racionalidades alternativas como la mapuche, que sin lugar a dudas constituyen una riqueza enorme. Se hace evidente tambin la gravedad de los impactos ambientales de la reproduccin y el crecimiento econmico voraz. Ese antagonismo del mercado contra los pueblos y los ecosistemas es una contradiccin que est lejos de resolverse. Es una batalla por la tierra, sus bienes, y tambin por la dignidad y por la vida que sobre ella se construyen.
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Notas
1 Desde nuestro balance, el movimiento mapuche tendra al menos cuatro procesos de expresin: a) un importante proceso de asociativismo local etnocultural; b) numerosos grupos estudiantiles mapuche representados en casas y organizaciones de estudiantes mapuche; c) coordinaciones etnopolticas inter y supracomunitarias en busca de poltica de reconocimiento multicultural y plurinacional; d) comunidades en resistencia al despojo y en defensa de la tierra, el territorio y los bienes naturales; y e) comunidades en conflicto por territorios ancestrales. El presente artculo se centra en estas dos ltimas. 2 Ramachandra Guha denomina a los conflictos que disputan costos y efectos como de distribucin ecolgica. 3 Mapuche, en mapundungun (mapuzungun), lengua originaria de ese pueblo, significa literalmente gente de la tierra. 4 Cf. la estadstica oficial de 2010 de la Direccin de Produccin Forestal de la Subsecretara de Agricultura del Ministerio de Agricultura, Ganadera y Pesca de Argentina. Ver: <www.minagri.gob.ar>. 5 Datos de la Corporacin Chilena de la Madera (CORMA) disponibles en <www.corma.cl>. 6 El Puelmapu geogrficamente corresponde al espacio ubicado al oriente de la cordillera de los Andes hasta el ocano Atlntico. El Gulumapu corresponde a la parte oeste del territorio mapuche, ubicado desde el ocano Pacfico hasta la cordillera. Ambos son el territorio ancestral mapuche, el Wallmapu. 7 Compartimos la tesis del protagonismo central de la CAM en el movimiento contemporneo mapuche defendida en Pairicn y lvarez (2011: 45-68). 8 La Coordinadora Arauco Malleco no es la nica organizacin mapuche que integr el movimiento de recuperaciones de tierras. El Consejo de Todas las Tierras y la Identidad Territorial Lafkenche en su momento utilizaron tambin la tctica de la recuperacin, as como comunidades autnomas de cualquier organizacin intercomunitaria. Sin embargo, por la forma, profundidad y extensin de la accin colectiva y sus fines, podemos sostener que es la CAM quien representa con mayor nitidez una estrategia de control territorial basada en las recuperaciones. Por otro lado, han surgido comunidades autnomas que replican la forma de accin colectiva de la coordinadora, sin el impacto que esta tuvo. 9 El concepto de conflicto por distribucin ecolgica es desarrollado por Enrique Leff, adems de por Ramachandra Guha. 10 En mapundungun, newen significa fuerza o energa.
Las luchas socioambientales en Mxico como una expresin del antagonismo entre lo comn y el despojo mltiple
Mina lorena navarro
Sociloga mexicana, maestra en Sociologa Poltica por el Instituto Mora, y profesora de Sociologa de la Facultad de Ciencias Polticas y Sociales de la UNAM.
Resumen
En este artculo, los movimientos socioambientales de los ltimos aos en Mxico son estudiados por Mina Lorena Navarro a partir de una nocin de lo comn, que permite colocar en el centro del anlisis la relacin antagnica entre las diversas estrategias de despojo implementadas por el capitalismo y la defensa emprendida por quienes se ven afectados. Lo comn, de acuerdo con la autora, es una dimensin que se materializa cotidianamente a travs de las prcticas sociales colectivas, que no estn sometidas a la lgica mercantil. El despojo capitalista, por su parte, se refiere al proceso de expropiacin de las diversas formas en las que se manifiesta lo comn, cuya poltica ms visible es el extractivismo. En este sentido, las luchas socioambientales son la expresin ms tangible de la relacin antagnica entre el capital depredador y la defensa de los bienes comunes, protagonizada por hombres y mujeres que no estn dispuestos a vender lo que para ellos no tiene precio.
Abstract
In this paper, Mina Lorena Navarro examines socio-environmental movements over the past years in Mexico. The starting point is the idea of what is common, which helps focus on the conflicting relationship between a variety of capitalist-driven dispossession strategies and the response by affected groups. What is common, according to the author, is a dimension which materialises on a daily basis through collective social practices, not bound by the mercantile logic. Dispossession, as promoted by capitalist approaches, entails the process of stripping of possessions of the different ways in which what is common is manifested, its most visible policy being extractivism. In this regard, socio-environmental struggles are the most palpable mark of the antagonistic relationship between destructive capital and the defence of common goods, led by men and women who are not ready to sell something which, in their view, has no price.
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Navarro, Mina Lorena 2012 Las luchas socioambientales en Mxico como una expresin del antagonismo entre lo comn y el despojo mltiple en OSAL (Buenos Aires: CLACSO) Ao XIII, N 32, noviembre.
En recientes fechas es notable el ascenso de la conflictividad socioambiental en toda Amrica Latina por diversos proyectos ligados a una renovada estrategia de despojo mltiple y expropiacin de lo comn. Es de nuestro inters presentar algunas claves de comprensin del antagonismo entre las variadas formas del capital y de lo comn, a la luz de la emergencia de las luchas socioambientales en Mxico1. Para cumplir este cometido exponemos una serie de argumentos organizados a partir de los siguientes ejes: a) nociones en torno a lo comn y sus diversas formas de existencia; b) el despojo mltiple y la caracterizacin de las formas variadas que adquiere el capital para la expropiacin de lo comn; c) las luchas socioambientales como expresin del antagonismo entre lo comn y el despojo mltiple; e) la irradiacin de las luchas socioambientales para hacer lo comn.
Para comprender a qu nos referimos cuando hablamos del antagonismo entre el capital y lo comn, resulta necesario partir de lo que entendemos por lo comn y los bienes comunes. Desde nuestra perspectiva, lo comn se manifiesta en el amplio y denso espectro de la vida y se materializa a travs de una serie de prcticas sociales colectivas que producen y comparten lo que se tiene y/o se crea a partir de la cooperacin humana, bajo regulaciones no derivadas y sometidas a la lgica mercantil y estatal. Esto significa que, si bien las diversas formas concretas de lo comn tienen races ancestrales que se remontan desde toda la historia de la humanidad hasta nuestros das, la mirada que proponemos en este trabajo destaca que la negacin de esos modos de existencia colectiva por el capital es resistida por el despliegue de un proceso de defensa que tiende a derivar en su actualizacin, potenciacin e irradiacin. En este sentido, pensamos que lo comn es una categora crtica en la que se sita la lucha contra el capital en el centro del anlisis, lo que implica que lo comn exista como negacin del capital; en tanto su materialidad compartida es expresin de la inestabilidad y fragilidad de las relaciones capitalistas incapaces de mercantilizarlo todo. Esta categora crtica ilumina el antagonismo entre lo comn y las formas variadas del despojo capitalista. Bajo esta mirada, consideramos que la defensa de lo comn ante el despojo capitalista habilita un horizonte utpico y un nuevo paradigma de lo poltico
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para gestionar la vida ms all del mbito pblico, ligado a lo estatal, y del privado, en relacin al mercado. Se trata de una poltica que actualiza, reinventa, prefigura e irradia un hacer comn capaz de negar, subvertir y desbordar al capital y sus diferentes mediaciones orientadas a la valorizacin del valor. Ahora bien, como parte del debate ms general, entre las mltiples y diversas formas de existencia de lo comn se encuentra la riqueza comn del mundo material (Hardt y Negri, 2011: 10), especficamente de los bienes comunes ecolgicos o naturales como el agua, la tierra y los bosques existentes en el mbito local (Dyer-Witherford, 2007), tambin conocidos a nivel mundial como global commons, en los que se incluye la atmsfera o los ocanos (Madrilonia, 2011: 57). Adems estn los bienes comunes sociales como la provisin pblica de bienestar, la salud, la educacin; o lo comn en red, como el acceso a los medios de comunicacin, el espacio electromagntico y la red de internet (Dyer-Witherford, 2007). Incluso, lo comn existe en los saberes, lenguajes, cdigos, informacin, afectos, como parte del resultado de la produccin social necesaria para la interaccin y la produccin ulterior (Hardt y Negri, 2011: 10). En sntesis, lo comn est asociado a lo que Dyer-Witherford reconoce como las esferas de lo ecolgico, lo social y la red; pero tambin agregaramos a la construccin de una nueva forma de lo poltico surgida del conflicto para generar y regenerar lo comn (Simone y Giardini, 2012). Para los fines de este trabajo, nos interesa detenernos con especial nfasis en el antagonismo entre las formas polticas y econmicas del despojo mltiple y las luchas socioambientales en defensa de los bienes comunes naturales o ecolgicos en Mxico, en el marco del aumento exponencial de conflictos socioambientales en todo el territorio nacional por la continuidad y profundizacin de las polticas extractivistas de las ltimas dos administraciones panistas a cargo de Vicente Fox y Felipe Caldern, en colaboracin con las otras dos fuerzas partidistas ms importantes el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido de la Revolucin Democrtica (PRD) en el periodo 2000-2012.
Cuando hablamos de despojo mltiple nos referimos a las formas variadas que adopta el capital en un mismo proceso2 para expropiar las diversas formas que adquiere lo comn. Lo que a continuacin se presenta recupera lo que diversos autores, incluido el propio Marx, han desarrollado en torno a las formas, niveles o estrategias de la acumulacin del capital: a) la acumulacin originaria entendida como la separacin forzada y violenta de las personas de sus medios de subsistencia, dando pie al proceso de subordinacin del trabajo concreto al trabajo abstracto, es decir, la valorizacin del valor a travs de la subsuncin del trabajo vivo al capital3; b) la acumulacin capitalista como proceso expansivo e intensivo de expropiacin del excedente convertido en plus valor. Se trata de la reiteracin de la acumulacin originaria y la consustancial separacin de las personas de su capacidad de hacer bajo las reglas naturalizadas del mercado4; c) el despojo de lo poltico entendido lo poltico como la capacidad de autodeterminacin social suplantado por el principio de representacin bajo la forma
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Estado. Las dos primeras expresiones a y b estn relacionadas con las formas econmicas de la acumulacin del capital, mientras que esta ltima tiene que ver con las formas polticas.
Y es que aunque la economa de mercado dependa de la naturaleza y del hacer comn, opera a travs de su negacin, desnaturalizacin, invisibilizacin, silenciamiento y prescindibilidad
La acumulacin del capital y el proceso de separacin de los productores y sus medios de subsistencia, implica que lo comn sea expropiado y transformado en mercanca. La mercanca fetichiza lo comn y los valores de uso anclados a l. A esa realidad contradictoria, subyace de manera inmanente el conflicto entre el valor de cambio y el valor de uso, o lo que se conoce como la naturaleza dual del trabajo, es decir, entre el trabajo abstracto y el trabajo til o hacer concreto. El trabajo til en el capitalismo adquiere la forma de trabajo abstracto, en tanto se vuelven abstractas las cualidades especficas de lo producido y la actividad misma que lo produce. El trabajo no est orientado ya a producir valores de uso, sino valores de cambio para el intercambio de mercancas. El trabajador se relaciona con lo producido de forma ajena e indiferente. El trabajo abstracto significa un impulso hacia la determinacin de nuestra actividad por el dinero, mientras que el trabajo til conlleva un impulso hacia la autodeterminacin social (Holloway, 2011: 225). Como comenta un joven comunero de Chern5: En el capitalismo la gente no trabaja para sobrevivir, sino para ganar dinero. De la mano del cercamiento de lo comn y la expropiacin de las capacidades de sustento a travs de la abstraccin del trabajo til, viene la imposicin de la economa formal como una nueva forma de socializacin en la que las personas comienzan a relacionarse entre s a travs del mercado, es decir, mediante el intercambio de mercancas (Holloway, 2011: 141). De ah que la economa de mercado se implante y expanda mediante la separacin de las personas de la naturaleza, destruyendo sus capacidades para autogenerarse las condiciones materiales necesarias para la reproduccin, y producindoles heteronoma con respecto a su hacer. Y es que aunque la economa de mercado dependa de la naturaleza y del hacer comn, opera a travs de su negacin, desnaturalizacin, invisibilizacin, silenciamiento y prescindibilidad. Adems de la alienacin del hacer concreto, de forma aparejada se produce el despojo del territorio y de los bienes comunes naturales. Desde la gramtica del despojo, la naturaleza se mira como tierra vaca o territorio baldo esta expresin fue planteada por Alan Garca, ex mandatario de Per y responsable de la masacre de Bagua, con la cual no slo se niega la existencia de los derechos previos de los habitantes originales, sino tambin se despoja a la naturaleza de su derecho de autoconservacin, regeneracin y sostenibilidad (Shiva, 2006: 32). Histricamente, el conjunto de polticas de cercamiento de lo comn ha estado asociado a la transformacin de la naturaleza en objeto de dominio de
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las ciencias y en materia prima del proceso productivo. De aqu la concepcin instrumental de recursos naturales incorporada al lenguaje mercantil estatal que disuelve a la naturaleza en una mercanca, como mera aglomeracin de recursos tiles o materias primas susceptibles a ser clasificadas en valorables y no valorables (Altvater, 2009: 2-4; Marn, 2009: 185). A contracorriente de la concepcin instrumental de la naturaleza, siguiendo a Enrique Leff podemos hablar de una racionalidad ambiental, entendida no como la ecologizacin del pensamiento ni un conjunto de normas e instrumentos para el control de la naturaleza y la sociedad, para una eficaz administracin del ambiente, sino como una teora que orienta una praxis a partir de la subversin de los principios que han ordenado y legitimado la racionalidad terica e instrumental de la modernidad (Leff, 2009: 339). Ciertamente, la visin de los bienes comunes naturales proviene de las racionalidades que niegan y subvierten al capital y la forma mercanca en el proceso metablico de reapropiacin social de la naturaleza. Se trata de variadas formas de mirar el mundo que conciben a la naturaleza como la base comn de la vida humana y no humana, una totalidad sumamente compleja de relaciones hombre-mujer/naturaleza que no puede ser convertida en mercanca, como lo determina la lgica instrumental o de exterioridad con la que opera el capitalismo. Hasta aqu podemos afirmar que las formas econmicas del despojo se manifiestan mediante la abstraccin del hacer til y la expropiacin territorial para la generacin de plusvala, como condiciones necesarias para la acumulacin intensiva y extensiva del capital. Ahora bien, la enajenacin que el proceso de abstraccin produce en la capacidad de producir valores de uso para la satisfaccin de necesidades, comprende la prdida de la capacidad poltica para la autodeterminacin social. La enajenacin de lo producido va de la mano con la expropiacin de la capacidad de decisin y conduccin de la cosa pblica. La capacidad soberana que cada individuo detenta es cedida, total o parcialmente, para construir un poder poltico que lo deglute, una soberana abstracta. De aqu provienen los inicios de la forma liberal de la poltica basada en la enajenacin de la soberana social en manos del representante-mandante. Lo poltico queda, entonces, reducido a una competencia por el mandar y gobernar, y no como la capacidad de gestionar el asunto comn (Gutirrez, 2009: 11-13). Dicho lo anterior, consideramos que en Amrica Latina las polticas ms recientes del extractivismo estn constituidas por las continuidades estructurales del proyecto histrico de colonialidad, despojo y dependencia estructural en la regin desde la Conquista espaola y portuguesa, pero tambin por las novedades y actualizaciones de la estrategia de despojo mltiple del capital. Se trata de un inseparable movimiento de despojo y violencia que forzosamente vive de disminuir y arrebatar la riqueza comn de otros, dejndolos en una condicin de desposesin y miseria. La apropiacin privada de lo comn, como parte del antagonismo entre trabajo abstracto y hacer til, enfrenta resistencias y desemboca en conflictos, ante lo cual empresas y gobiernos han desplegado un profuso repertorio de estrategias de dominacin6. Estas polticas de despojo, y especficamente las del llamado (neo) extractivismo7 son promovidas en el subcontinente como producto de una orientacin
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de la economa capitalista para la superacin de la crisis de los setenta por la cada tendencial de la tasa de ganancia y el rgimen de acumulacin fordista keynesiano. Si bien este desarrollo conceptual elaborado por Eduardo Gudynas ha servido principalmente para pensar los rasgos distintivos que este modelo adopta en los pases de Amrica Latina con gobiernos progresistas, consideramos que es pertinente recuperarlo para pensar otros modelos sociopolticos latinoamericanos8, como es el caso de los gobiernos neoliberales y, especficamente, el de Mxico9. En trminos generales, podemos decir que la articulacin de las novedades de las polticas extractivistas reside principalmente en la confluencia de cuatro caractersticas que han cobrado clara relevancia en las ltimas dcadas: 1) la vertiginosa aproximacin hacia el umbral de agotamiento planetario de bienes naturales no renovables fundamentales para la acumulacin de capital y la reproduccin de las sociedades modernas tales como el petrleo, el gas, y los minerales tradicionales; 2) el salto cualitativo en el desarrollo de las tcnicas de exploracin y explotacin ms agresivas y peligrosas para el medio ambiente, que est permitiendo el descubrimiento y extraccin de hidrocarburos no convencionales y minerales raros, disputados mundialmente por su formidable valor estratgico en los planos econmico y geopoltico de largo plazo; 3) la progresiva transformacin de los bienes naturales renovables bsicos para la reproduccin de la vida tales como el agua dulce, la fertilidad del suelo, los bosques y selvas, etc. en bienes naturales potencialmente no renovables y cada vez ms escasos, dado que se han constituido en los nuevos objetos privilegiados del (neo) extractivismo o en sus insumos fundamentales; y, por ltimo, 4) la conversin de los bienes naturales tanto renovables como no renovables en commodities, esto es, un tipo de activos financieros que conforman una esfera de inversin y especulacin extraordinaria por el elevado y rpido nivel de lucro que movilizan mercados futuros, en tanto responsables directos del aumento ficticio de los precios de los alimentos y de las materias primas registrado en el mercado internacional.
Las luchas socioambientales como expresin del antagonismo entre lo comn y el despojo mltiple
Las novedades de las polticas extractivistas son parte de un proceso de actualizacin de las formas del capital para la valorizacin del valor, lo que necesariamente produce resistencias y deriva en conflictos. Desde esta perspectiva, consideramos que las experiencias sociales contra las diferentes formas del despojo capitalista incluidos los primeros cercamientos de tierras comunales en Europa o los regmenes comunales de las civilizaciones indgenas del continente americano, son parte de un mismo proceso de resistencia de larga duracin, al que entre muchsimos otros se suma la familia ms reciente de luchas socioambientales o del ecologismo popular. En este sentido, consideramos que los sujetos que histricamente han luchado contra las formas variadas del despojo son parte de un proceso de resistencia que tiene diversas expresiones. Las luchas socioambientales, justamente, aparecen como uno de los rostros de ese antagonismo que enfrenta al capital.
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En el caso de Mxico, este reciente ciclo de luchas socioambientales ha estado encabezado, principalmente, por los pueblos indios y comunidades campesinas, aunque tambin han emergido procesos de resistencia de vecinos, habitantes o afectados ambientales de las ciudades u otras espacialidades urbanas, acompaados de activistas, redes y organizaciones sociales. El ascenso de la conflictividad socioambiental se expresa en la lucha de comunidades campesinas e indgenas por la cancelacin de presas hidroelctricas, que no slo les forzarn a emigrar, sino que, adems, amenazan con destruir sus bosques y tierras de cultivo. Tambin en la resistencia de muchas otras frente a las miles de concesiones que el gobierno mexicano ha otorgado para el emprendimiento de proyectos de minera a cielo abierto, o ante la autorizacin de los campos de siembra experimental de maz transgnico y la reciente aprobacin del primer cultivo de transgnicos, especficamente de soya. Hay otro conjunto de resistencias que pelean contra proyectos de infraestructura carretera, ferroviaria, portuaria y aeroportuaria, vinculados a la maximizacin de los beneficios con la consecuente reduccin de costos y tiempos para la circulacin de materias primas extradas o producidas. Por otro lado, los megaproyectos tursticos estn generando enormes presiones sobre comunidades de campesinos y pescadores que defienden sus tierras y la biodiversidad terrestre y acutica. En las ciudades, como es el caso de la Ciudad de Mxico, existen decenas de movimientos en los barrios y pueblos que luchan para impedir el proceso de urbanizacin y desarrollo de infraestructura para la movilidad urbana sobre tierras de cultivo y de conservacin. Muchas otras comunidades, colonias o barrios, ya sufren algn tipo de afectacin ambiental relacionada con su contigidad a rellenos sanitarios, basureros a cielo abierto, confinamientos de residuos txicos, descargas industriales y residuales a ros y otros cuerpos de agua, o las catstrofes derivadas de la explosin de ductos de petrleo en el centro del pas, o las comunidades aledaas a los campos de exploracin, perforacin y extraccin en el sureste mexicano10. Frente a la multiplicacin de resistencias socioambientales en todo el territorio nacional, ahondaremos en la emergencia de este protagonismo social, especficamente en los entramados comunitarios indgenas y campesinos con los que primordialmente hemos tenido contacto. Particularmente, nos interesa rastrear y profundizar en los impulsos de autodeterminacin poltica que nacen de la resistencia a conflictos socioambientales, escudriando formas de autorregulacin social basadas en la solidaridad y la sostenibilidad para hacer comn la vida11. Las luchas socioambientales, a diferencia de los movimientos ecologistas de 1960 y 1970 en Europa y Estados Unidos, se conciben como parte de un movimiento de justicia ambiental o de ecologismo popular trmino desarrollado por Joan Martnez Allier y Ramachandra Guha, que nace de conflictos suscitados por transformaciones ambientales que ponen en riesgo formas de relacin con la naturaleza para la sobrevivencia humana. De aqu la recuperacin de lo socioambiental y la relacin humanidad/naturaleza como eje constitutivo y particular de la subjetividad de estas luchas. Un elemento fundamental en la composicin de estas luchas y en el perfil de los conflictos socioambientales es su carcter territorial12. Los proyectos del
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capital que buscan imponerse bajo la temporalidad abstracta de la valorizacin del valor, entran en tensin con las espacialidades y temporalidades locales (Porto Gonalves, 2008: 238; Svampa, 2008a: 102). Se trata de una lucha por funcionalizar y enajenar el espacio, por transformarlo en un espacio abstracto, eliminando sus valores de uso y relativizando las significaciones que las comunidades tienen con l. Dichas territorialidades locales estn constituidas por un denso tejido de relaciones sociales y entramados comunitarios en torno a la reproduccin de lo comn que, aun con largas historias de divisin, tienden a cohesionarse frente a la tensin que produce la temporalidad externa del capital. La dimensin espacio-temporal de vecindad y contigidad se actualiza como una red de poder social que de modos mltiples existe en la vida cotidiana. Se trata de redes territoriales o asociaciones variadas de lo social, que en forma de relaciones de parentesco, etarias, estudiantiles, laborales o de afinidad, comienzan a funcionar como un soporte bsico y primario para la lucha. Ante la posible afectacin ambiental en la forma de megaproyectos con su correlato de contaminacin y despojo, el No como una figura central de la oposicin irrumpe ante la imposicin, al tiempo que produce un acuerdo que va cohesionando ciertos entramados comunitarios, entendidos como sujetos colectivos de muy diversos formatos y clases con vnculos centrados en lo comn y espacios de reproduccin de la vida humana no directa ni inmediatamente ceido a la valorizacin del capital (Gutirrez, 2011: 13-14). En la conformacin de estos sujetos colectivos, el carcter de autoconvocados resulta ser una clave esencial para la comprensin de su emergencia, como llamado autnomo e intuitivo a la creacin de un espacio colectivo ante la indignacin que producen los procedimientos antidemocrticos, las irregularidades, la falta de informacin, la opacidad e ilegalidades, presentados en la mayora de los casos por los gobiernos que buscan apresurar decisiones fundamentales para la implementacin de los proyectos de desposesin (Navarro y Pineda, 2009: 94). La autoconvocatoria rompe con el anonimato encarnado en el mbito individual para dar cabida a un espacio colectivo de reconocimiento y acuerpamiento comn. Y es que el inters por el desarrollo econmico se vuelve una urgencia del Estado, presionado por intereses de acumulacin e inversin nacionales o transnacionales que implican una enorme fuerza poltica, meditica, represiva y, en muchas ocasiones, jurdica. El inters local por la preservacin de pueblos y ecosistemas es, en comparacin, una fuerza mucho ms pequea, que, sin embargo, sostiene en algunos momentos una resistencia anclada en la movilizacin y participacin de los pueblos que puede ser desbordante y, a veces, sorprendente (Navarro y Pineda, 2009: 98). La aparicin de estos sujetos colectivos simboliza uno de los obstculos ms problemticos para la acumulacin del capital por el retraso o directa paralizacin en la implementacin de los megaproyectos. El capital enfrenta sujetos colectivos que se oponen y resisten a las imposiciones, no como blancos fciles de someter sino como flujos dinmicos, inestables e impredecibles. Hay una energa social que circula impetuosamente sien-
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do capaz de traspasar los cuestionamientos iniciales sobre los procedimientos y exclusin de las decisiones, para pasar a preguntarse: qu desarrollo?, a quin beneficia?, qu utilidad colectiva traer? En el siguiente testimonio del Consejo de Ejidos y Comunidades Opositoras a la Presa la Parota (CECOP)13 se ilustra claramente este problema:
Hay una cosa que la CFE ha dicho y es que nos oponemos al desarrollo, pero nosotros decimos desarrollo para quin?, para las grandes trasnacionales?, pues entonces s nos oponemos. Si no es un desarrollo para la gente, que respete los derechos humanos, que plantee igualdad entre hombres y mujeres, tampoco es un desarrollo. Y en eso estamos (Entrevista a Rodolfo Chvez, CECOP, diciembre de 2009).
Los incipientes cuestionamientos frente a la injusticia del poder van produciendo un sentimiento de indignacin que, adems de movilizar contra la imposicin, son capaces de producir un impulso de autodeterminacin poltica. Se trata de flujos de politicidad que van revelndose en naciente tensin con el monopolio estatal y la expropiacin de la poltica. Hablamos de impulsos, porque siguiendo a Holloway (2011: 68), no podemos pensar en la autodeterminacin plena mientras las relaciones capitalistas sigan reproducindose, sino en impulsos constantes hacia la autodeterminacin, que slo pueden ser comprendidos como un proceso social. Bajo esta lgica, sin duda estos impulsos de autodeterminacin no siempre logran cristalizarse en formas polticas expropiatorias ms duraderas, o capaces de resistir o superar de manera continua la imposicin. Sin embargo, lo cierto es que, ms all de la duracin de las formas comunitarias de lo poltico, los tiempos extraordinarios de la lucha renuevan la capacidad social para darse forma. Como lo plantea Mrgara Milln, se trata de una interrupcin del tiempo de la dominacin en el que las cosas se desacomodan y reclaman a la forma cambiar de forma. Bajo estas nuevas formas, las luchas socioambientales tienden a presentarse o a percibirse como inexpertas, en tanto aparecen como intentos prstinos de organizacin poltica. Consideramos que si bien estas nuevas luchas no siempre cuentan con las herramientas organizativas necesarias para hacer frente a los periodos de conflictividad, esto no implica que no haya recursos colectivos disponibles en el acervo comunitario como sedimentacin de experiencias de movilidad social previa. Resulta conveniente pensar que estos nuevos ciclos de lucha son actualizacin de las experiencias pasadas, lo que revela y potencia la rearticulacin de una suerte de conciencia colectiva. Y es que siguiendo a Ouvia (2008: 77) hasta en el movimiento aparentemente ms espontneo existen elementos de direccin consciente; lo que ocurre es que no han dejado huellas o documentos identificables. Para Gramsci, la direccin consciente est relacionada con la existencia de ncleos de buen sentido, que se caracterizan por un tipo fundamental de conocimiento construido por la experiencia de lucha de las clases subalternas. Este acervo de saberes tiene la potencia de producir una forma de conocimiento coherente, autnomo al del sentido comn definido por las clases dominantes; es decir, una coherencia de ninguna manera funcional a la dominacin, sino disruptiva de la misma. El ncleo de buen sentido del sentido comn puede
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ser interpretado, siguiendo la argumentacin gramsciana, como una suerte de embrionaria concepcin alternativa del mundo surgida de la resistencia a la dominacin; esto es, como una forma cultural activa de los de abajo, que entre otras cosas apunta a rechazar la idea de la dominacin como un hecho objetivo sin fisuras (Tischler y Navarro, 2011: 69). De tal suerte que el acuerpamiento de estos sujetos y su rechazo a la imposicin es posible por los ncleos sanos de buen sentido que se construyen a partir de la propia experiencia cotidiana, y que se activan frente al violento avance del despojo. El buen sentido de las clases subalternas es una grieta como ruptura con las relaciones sociales capitalistas (Holloway, 2011: 68) que hace posible que el desafo explcito florezca en medio de la dominacin, un No que es capaz de irrumpir como discontinuidad cuando los umbrales de la tolerancia por mltiples e insospechadas razones se han sobrepasado. Siguiendo a Tischler:
La dominacin implica duracin y la crisis de la dominacin es el rompimiento de esa duracin. [...] El rompimiento de la reproduccin de la forma de dominio o crisis es, al mismo tiempo, la emergencia y produccin de otra forma de temporalidad emanada de la prctica de un nuevo sujeto social (2005: 18).
Y es que estos sujetos colectivos no son en absoluto un simple agregado de individuos, de grupos, de movimientos, sino una suerte de iluminacin de la cual surge una nueva subjetividad (Tischler, 2004: 79). De hecho, el acontecimiento de lo comunitario produce tensiones con la forma individuo, de la modernidad. Basta recordar que la introduccin del individualismo ha tenido que ver con el remplazo de la socializacin comunitaria por la socializacin mercantil, bajo la forma individuo, y una contraparte colectiva, que se ha compensado con la invencin de una comunidad imaginada representada en la figura del Estado nacional (Anderson, 1993). La recreacin y actualizacin de la comunidad y los lazos con el territorio tienden a potenciarse con lo que Martnez Alier denomina lenguajes de valoracin no mercantiles, que desde nuestra perspectiva actan como formas culturales activas de los de abajo que se nutren de la experiencia histrica de vida en un territorio determinado. Los lenguajes de valoracin no mercantiles, contrarios a los lenguajes de valoracin econmicos, en ocasiones se construyen a partir de vnculos de larga duracin con el territorio, tejidos por historias que se conectan entre s a partir de la memoria colectiva. Desde nuestro punto de vista, los lazos con el territorio y la defensa del mismo no pueden explicarse solamente como la emergencia de una nueva sensibilidad poltica de los pueblos con su entorno, sino como actualizaciones de lo que Cecea (2012) llama mundos de vida no predatorios, que habitan y residen en el mismo territorio desde hace muchos aos. De aqu que la memoria aparezca como una de las fuentes ms potentes en la conformacin de la conciencia colectiva condensada al calor de la resistencia. Es entonces que la poltica de la memoria como dispositivo de resistencia no se funda en ver hacia atrs como un gesto nostlgico o romntico, sino como una manera de ir ms all de las relaciones sociales que los oprimen, es decir, como un proceso de transformacin que parte de la negacin de las expresiones
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ms agresivas y predatorias del capital (Tischler y Navarro, 2011: 67). Como dice en su testimonio un integrante de Radio omndaa14:
El hecho de darnos cuenta de nuestra historia de antes y de cmo es la historia reciente, uno se va dando cuenta contra qu estamos luchando. Antes nosotros [...] vivamos diferentes, antes ramos ms libres. Entonces tener esta memoria histrica, de cmo eran los tiempos antes del sometimiento, y cmo son las cosas ahora. Y por eso a nosotros nos entra el coraje, la rebelda de por qu vamos a vivir as, vamos a seguir la lucha de nuestros abuelos, de los que no se dieron por vencidos, que nos han dado la oportunidad de tener un territorio (Entrevista a David Valtierra, Radio omndaa, diciembre de 2010).
La produccin del nuevo sujeto social est ntimamente articulada con el territorio porque su sobrevivencia depende de l: comunidad y territorio se funden en una sola entidad
La memoria como conciencia colectiva permite iluminar y potenciar los usos de la reapropiacin social de la naturaleza para la satisfaccin de necesidades humanas. Esto genera una relacin entre la estimacin de los beneficios que la naturaleza brinda y la lucha que debe generarse para defender los bienes y preservar el modo y los medios de vida con que se cuenta. La reapropiacin social de la naturaleza en relacin a los valores de uso que esta produce puede notarse en el siguiente testimonio del CECOP:
La relacin con la tierra se ha fortalecido. Efectivamente nadie se haba cuestionado que alguien quisiera quitarte la tierra. Eso no se haba dado. Inclusive en los talleres, la gente ms antigua dice que nunca haban tenido problemas con la tierra. Hoy s nos la quieren quitar y ha nacido un acercamiento con la tierra (Entrevista a Rodolfo Chvez, CECOP, diciembre de 2009).
La produccin del nuevo sujeto social est ntimamente articulada con el territorio porque su sobrevivencia depende de l: comunidad y territorio se funden en una sola entidad. La pertenencia al espacio socialmente construido se potencia ms all de las condiciones materiales que proveen el sustento. Los arraigos se profundizan, los anclajes materiales y simblicos al territorio se fortalecen.
Lo principal es defender el territorio, si no tenemos el territorio perdemos todo, perdemos todo. Eso es lo ms importante ahorita. Detener el despojo, la explotacin del territorio (Entrevista a David Valtierra, Radio omndaa, diciembre de 2010).
A este respecto, en las espacialidades rurales lo comunitario aparece ms ligado al territorio y a la comunidad poltica; aunque est constituido por profundas contradicciones tiene anclajes materiales ms concretos. Cuando surgen, estos movimientos de oposicin tienden a emplear y actualizar las estructuras tradicionales comunitarias de convivencia y organizacin para la deliberacin y toma de decisiones15, mientras que en las espacialidades urbanas la comunidad poltica real est profundamente desgarrada, puesto que las abstracciones
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y ordenamientos del capital incluyendo la forma individuo aparecen ms cristalizadas. Sin embargo, hay una lucha pocas veces visible y la mayor parte del tiempo intersticial por recrear lazos colectivos y hacer comn la vida urbana. Esta lucha se produce de manera intermitente16, con diversos fines, modalidades variadas a nivel espacial y temporal, bajo la forma sindicato, barrio, centro social, colectivo poltico, gremio profesional, organizacin social o asambleas vecinales. Lo cierto es que, ms all del tipo de espacialidad, las fisuras que estas luchas producen en la poltica estn relacionadas con la incipiente generacin de espacios pblicos no estatales, inaugurando novedosos escenarios de vivencia democrtica y autogestiva, permitiendo retirar del Estado y de los agentes privilegiados del sistema capitalista el monopolio exclusivo de la definicin de la agenda social (Ouvia, 2007: 190). Se trata de una poltica conjugada en tiempo cotidiano, una poltica no separada del hacer. En el siguiente testimonio de la Agrupacin Un Salto de Vida17 se enfatiza la reapropiacin de las capacidades polticas y la voluntad colectiva por parte de las comunidades:
De la poltica s hay posibilidades, pero no de la partidista. Se necesita una nueva poltica de las comunidades, ms democrtica. Pero no que nosotros tengamos el poder, sino que la gente lo tenga, todos lo tengamos. La poltica absorbe a la gente y no se puede mover. Yo no veo que haya que meterse a la poltica, sino es un construir desde abajo, un nuevo empezar. [] Es un eterno construir desde abajo. Con los partidos ni pensarlo (Entrevista a Enrique Enciso, Agrupacin Un Salto de Vida, enero de 2010).
Siguiendo a Cecea (2008: 103-104) en los procesos emancipatorios la comunidad pasa de herencia y estrategia intuitiva de sobrevivencia a eje consciente de la organizacin y construccin societal, es decir, va creando nuevas relaciones polticas y nuevos imaginarios, que son a la vez un modo de subvertir, socavando, las relaciones de poder. Como parte de estas transformaciones, podemos ubicar la activa participacin de las mujeres en los espacios de la poltica comunitaria, que incluye la modificacin de las formas de habitar la vida cotidiana, como interrupcin por lo menos momentnea de las relaciones histricas patriarcales de dominacin. Se trata de procesos de subjetivacin en marcha que coexisten conflictivamente entre los nuevos modos de relacin y la propia tradicin atravesada por la dominacin, que lucha por reproducirse. Desde la perspectiva de Silvia Federici (2010), los regmenes de propiedad comunal han comprendido mrgenes mayores de accin para las mujeres, porque ante los pocos o nulos derechos sobre la tierra que ellas han tenido, lo comn ha resultado fundamental como espacio de produccin y de sociabilidad. De ah que lo comn, histricamente, haya estado relacionado con las economas de cuidado o de sustento en las que el papel de la mujer ha sido central (Shiva, 2006: 25). Es entonces que el cercenamiento de lo comn implica necesariamente el debilitamiento de lo femenino y su capacidad de proporcionar apoyo y sustento a las actividades comunitarias18. Pese a esta larga historia de dominacin sobre lo femenino, lo comn se produce y reproduce en el amplio y denso espectro de la vida, en buena medida por las actividades de cuidado y sustento que generan las mujeres en
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beneficio de la comunidad. En cierto modo, los conflictos socioambientales y la recreacin de una poltica comunitaria antagnica al capital revelan la capacidad productiva de las mujeres ms all de lo reproductivo, incluso con intervenciones inditas en espacios que tradicionalmente haban estado dominados por los hombres. Esta capacidad de cuidado y recreacin de lo comn est relacionada con lo que Gutirrez denomina poltica en femenino, la cual durante los tiempos de conflicto se potencia y se vuelve parte del poder comunitario para la defensa del territorio. A continuacin, el testimonio de una integrante del Consejo de Pueblos en Defensa del Ro Verde (COPUDEVER)19 sobre la participacin de las mujeres en la resistencia contra la Presa Paso de la Reina:
Sobre la participacin de las mujeres, con todo este movimiento aqu en el pueblo todava existen muchos hombres machistas que dicen que las mujeres no tienen ni voz ni voto en una asamblea general del pueblo. Ya se vena discriminando a las mujeres, pero este ao y con este movimiento pues ya abiertamente est declarado de que las mujeres tienen derecho a participar en una asamblea en la toma de decisiones o se le est dando ese espacio para que participen de la reunin y en adelante las mujeres puedan ocupar cargos, puedan ocupar un cargo de polica municipal, puedan ser una secretaria, una tesorera de la agencia. Ya se abri el espacio, hay que cuidarlo y que la mujer tambin haga valer su derecho, que exija, que como mujer es ciudadana y tiene todos los derechos de los varones. Fue un movimiento que se lo gan (Entrevista a Jaime Jimnez y Estela Chvez, COPUDEVER, febrero de 2010).
De aqu que lo poltico, la comunidad y el territorio se entretejan como una potente capacidad contra el cercamiento de lo comn y la asimtrica batalla contra el capital. Se trata de capacidades sociales en torno a la recuperacin de lo poltico, a la recomposicin comunitaria y al arraigo con el territorio que logran resistir, al mismo tiempo que en medio de profundas dificultades buscan imaginar, experimentar y fortalecer modos de autorregulacin social20 basados en la solidaridad y la sostenibilidad para hacer comn la vida. En este marco, la auto organizacin se convierte en una dinmica central para coordinar la cooperacin social ante la evidente incapacidad, corrupcin y complicidad entre gobiernos y empresas, y ante la limitacin de los marcos institucionales y mecanismos de participacin formal para frenar o desactivar los proyectos de expropiacin. En este sentido, si bien en algunas coyunturas estos movimientos apelan a la utilizacin de canales institucionales y recursos jurdicos para retrasar o frenar el cercamiento de lo comn, en la mayora de los casos se evidencia una fuerte apuesta a la accin directa no convencional y disruptiva como principal herramienta de lucha para la presin poltica, as como a la articulacin y coordinacin con otras organizaciones sociales y experiencias de resistencia21 (Svampa, 2008a: 99-100). Generalmente, hay una tendencia a dotarse de estructuras poco rgidas de organizacin, experimentndose formas organizativas basadas en la democracia directa, el uso de la figura asamblearia, mecanismos horizontales de toma de decisiones y de participacin de los miembros. La frustracin y el desencanto que genera la poltica formal pueden derivar en el rompimiento de las mediaciones que venan regulando los conflictos para estabilizarlos e incorporarlos al terreno de la gobernabilidad estatal. Un ejem-
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plo de esto es cmo, a travs de la lucha del CECOP, se lograron desarticular las relaciones clientelares con la Confederacin Nacional Campesina (CNC)22, la cual haba venido operando con bastante influencia en la zona. La CNC consigui incidir en la integracin de los comisariados ejidales y de las estructuras comunitarias para avanzar con la construccin de la presa; sin embargo, este intento fracas.
El aprendizaje ms importante como estrategia de lucha fue haber acabado con el esquema corporativo. S se rompi. Hay un desprecio a los mtodos de la CNC. [] El rompimiento con el corporativismo fue una de las ganancias mayores. [] Se ha modificado la visin de los partidos polticos, una visin distinta de los esquemas de dominio, como los charros campesinos, los dirigentes campesinos de la CNC o los ncleos agrarios (Entrevista a Rodolfo Chvez, CECOP, diciembre de 2009).
Cuando se erosionan las mediaciones y se fisuran las relaciones de dominacin, no slo comienza a explicitarse la crtica a la representacin poltica encarnada en el Estado, sino que se pone mayor atencin en las relaciones tejidas al interior de los espacios organizativos. A este respecto, aunque la separacin entre dirigentes y dirigidos existe en los hechos aun sin estar formalizada la mayora de las veces, tiende a haber un cuestionamiento hacia la figura del dirigente que se separa de las bases y se independiza del pensamiento colectivo y concreto de la experiencia. Los comisariados son nuestros representantes, pero ellos no deciden, decide el pueblo (Entrevista a Felipe Flores, CECOP, mayo 2010). La responsabilidad directa es sobre el comisariado, los ejidatarios somos dueos del ejido, y nosotros respaldamos al comisariado o le decimos que hacer. l no puede decidir solo, tiene que traerlo a la asamblea general del pueblo (Entrevista a Jaime Jimnez y Estela Chvez, COPUDEVER, febrero de 2010). Sin embargo, existen tambin otras situaciones en las que las mediciones estatales o de las mismas empresas a nivel local resultan efectivas para reforzar la gestin de la gobernabilidad. El clientelismo, en estos casos, aparece como un rasgo fundamental del metabolismo de la dominacin local (Machado, 2009: 226-228). En ese sentido, Garibay Orozco (2010: 175-176) afirma que, en el caso de las corporaciones mineras, se impone un rgimen autocrtico clientelar cuya cspide reside en la administracin de la compaa, desde la cual se reparten beneficios selectivos y se subordinan autoridades comunitarias que, a su vez, buscan reproducir esta lgica sobre el resto de la comunidad. La principal consecuencia de los dispositivos de cooptacin y captura es la divisin social y la confrontacin que generan al interior de las comunidades afectadas, lo que redunda en el ahondamiento de los sometimientos previamente existentes y que sin lugar a dudas transforma las relaciones sociales vinculadas al territorio, aislando y debilitando las resistencias. Aunado a este repertorio de estrategias se han recrudecido las polticas orientadas a la criminalizacin de la protesta, la represin, la militarizacin y la contrainsurgencia23. Con respecto a lo anterior, ha resultado vital la construccin de relaciones horizontales de solidaridad y apoyo entre las diferentes resistencias para la
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expansin, cobertura, visibilidad y fortalecimiento de las capacidades sociales contra el despojo. Se trata de la articulacin de comunidades del no24 o redes extraterritoriales que se tejen en torno al sujeto comunitario local y que influyen fuertemente en las conexiones que los sujetos comunitarios hacen entre el capitalismo global, el Estado y la degradacin ambiental. Las percepciones de las luchas socioambientales son alimentadas por referencias y experiencias de otras latitudes que enfrentan los mismos problemas. Hay un movimiento entre escalas y pisos para pensar el problema. Lo local se conecta con una conciencia global sobre lo ambiental y viceversa. En suma se trata una racionalidad ambiental (Leff, 2009) que va adquiriendo nuevas profundidades y aristas para subvertir los principios que han ordenado y legitimado la racionalidad instrumental de la modernidad. Como parte de estos despliegues se encuentra la configuracin de sistemas de saber a contrapelo de la ciencia dominante. Tal es el caso de los discursos contra-expertos, en los que se van esgrimiendo y detallando los argumentos del rechazo y resistencia popular (Svampa, 2008b), constituidos a travs de la propia prctica, los aprendizajes compartidos con otras organizaciones y mediante el contacto con organizaciones no gubernamentales y especialistas o profesionistas independientes25. Estos elementos tcnicos son procesados y articulados en un saber independiente al hegemnico, con capacidad de interpelar a gobiernos y empresas, e incluso de intervenir y formular soluciones a los problemas sociales. A continuacin un testimonio de un integrante del CECOP en relacin a los aprendizajes construidos: Nosotros ahora podemos debatir con cualquier intelectual, porque ellos hablan de bondades de los megaproyectos y nosotros les decimos cules son los daos, cmo rompen el tejido social, en cualquier pas del mundo (Entrevista a Felipe Flores, CECOP, mayo de 2010). Como parte de estos sistemas de saber, de igual forma aparecen los aprendizajes de epidemiologa popular que las comunidades van adquiriendo, sin la ayuda de expertos y gobiernos, a partir de la reunin de datos e informacin cientfica para comprender las enfermedades que padecen (CEECEC, s/f: 145). Esto se produce en aquellas comunidades que ya enfrentan algn grado de afectacin o sufrimiento ambiental y que, ante la impunidad y negligencia del poder, requieren de capacidades sociales de autocuidado y diagnstico comn26. A continuacin el testimonio de la Agrupacin Un Salto de Vida en torno a la bsqueda de alternativas de prevencin y proteccin de la salud, con base en los saberes tradicionales y el propio conocimiento que la comunidad tiene para restaurar ciertos daos:
Hay mucha gente que es profesional, que tiene conocimientos, saberes previos, sabe cmo resolver, en cuestin de proteccin a la salud, o de aumentar el acervo de hierbas, alimentos, de nutricin. Nosotros no le vemos un camino rpido, pero s tenemos la urgencia de hacer un camino alternativo, para que en lo que se arreglan las cosas, juntos tengamos modos de proteccin y prevencin. Porque a como van las cosas creemos que en unos cinco aos nos vamos a morir muchsimos ms (Graciela Gonzlez, Agrupacin Un Salto de Vida, enero de 2010).
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En suma, la emergencia y recomposicin del pensamiento ambiental abre la posibilidad de reconstruir formas de vida basadas en la solidaridad y la sostenibilidad a contracorriente de la devastacin y violencia del capital. Comuneros y comuneras del CECOP y del COPUDEVER se resisten a sembrar el maz transgnico y a usar los agrofertilizantes de los paquetes tecnolgicos promovidos por los gobiernos. Por el contrario, continan produciendo la milpa y utilizan semillas autctonas, lo que fortalece la autonoma y soberana alimentaria de sus comunidades.
...la emergencia y recomposicin del pensamiento ambiental abre la posibilidad de reconstruir formas de vida basadas en la solidaridad y la sostenibilidad a contracorriente de la devastacin y violencia del capital
Radio omndaa La Palabra del Agua, ha potenciado la integracin, cooperacin y colaboracin entre las comunidades, convirtindose en un referente para la informacin y organizacin en la lucha por la autonoma, la defensa del territorio, la libertad de expresin y el uso de la lengua originaria. Asimismo, destacan los proyectos productivos de las mujeres amuzgas para la comercializacin de sus tejidos. Los cheranenses han logrado constituirse como municipio autnomo regido por usos y costumbres, y han echado a andar un conjunto de disposiciones y prcticas colectivas para la toma de decisiones y la proteccin de su territorio, como es el caso de la Ronda Comunitaria y las fogatas por barrio, lo que, en suma, les ha dado mayor margen para cuidar su bosque y defenderse de los talamontes. La Agrupacin Un Salto de Vida desde hace casi 5 aos viene impulsando la Parcela Escuela del Ejido de Jess Mara, la cual tiene como objetivo crear vida en medio de la muerte a travs de la capacitacin popular en agricultura orgnica. Estos sistemas de saber y la apropiacin de tecnologas son centrales para resistir a la devastacin ambiental.
En medio del debate sobre las alternativas para enfrentar la crisis civilizatoria27 y ante las falsas soluciones que los gobiernos y corporaciones estn generando dentro de la llamada economa verde28, la respuesta que se apunta desde diversas latitudes y movimientos de abajo est orientada a fortalecer los entramados colectivos y los esfuerzos de recomposicin comunitaria en espacialidades urbanas y rurales para la produccin, gestin y recreacin de lo comn. La supervivencia y proteccin de los bienes comunes constituye una condicin fundamental para la continuidad de la vida, que puede seguir y potencialmente puede estar en manos de sujetos comunitarios a partir de formas de autorregulacin social que incorporen entre sus principios frenos y controles al mal uso de los recursos. Se trata de experimentar modalidades comunitarias que, mediante la confianza, la reciprocidad, la cooperacin, hagan posible sos-
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tener modos de gestin de lo comn. La batalla que estn librando las luchas socioambientales contra el despojo mltiple abre pertinentes cuestionamientos sobre cmo resistir, defender, fortalecer y expandir lo comn. De aqu se deriva el fecundo debate sobre qu tipo de propiedad y qu formas de regulacin hacen posible lo comn. Consideramos que, a diferencia de las formas de propiedad y organizacin estatales y mercantiles, lo comn surge del presente, de lo particular y de los impulsos de autodeterminacin social, no de un centro que planifica y determina el hacer. La regulacin de lo comn implica pensar y hacer lo comn bajo escalas realmente humanas y materializadas en relaciones comunitarias situadas temporal y/o espacialmente. Las luchas socioambientales, como parte de una constelacin de movimientos contra el despojo, estn construyendo en medio de terribles adversidades formas alternativas capaces de negar, subvertir e ir ms all del capital. Las formas particulares del antagonismo contra el capital que las luchas socioambientales encarnan trascienden el mbito local de la defensa de los bienes comunes naturales o ecolgicos. Su potente capacidad de contagio, ejemplo e irradiacin ha logrado conexiones con otros rostros de la lucha contra el capital. Estas luchas han logrado iluminar aspectos vitales para la sobrevivencia humana frente a la crisis civilizatoria que el mundo vivo enfrenta. Han ayudado a que problematicemos nuestra relacin con la naturaleza, y a que entendamos la urgencia de la construccin de alternativas basadas en la solidaridad y la sustentabilidad. Han sido parte del impulso por extender lo comn sobre todos los mbitos de la reproduccin social para resistir a las formas econmicas y polticas del despojo mltiple y garantizar una alternativa frente a la devastacin que el capital produce a su paso.
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Notas
1 Este artculo busca hilvanar una serie de testimonios que se desprenden de las entrevistas realizadas de 2008 a 2011, sobre experiencias socioambientales en Mxico, como parte de la investigacin doctoral que actualmente realizo. Las experiencias con las que hemos trabajado y que son el sustento emprico de este trabajo estn mayoritariamente constituidas por entramados comunitarios indgenas, situados en espacialidades rurales o semiurbanas, con excepcin de la Agrupacin Un Salto de Vida, que habita en un municipio urbano de la zona de Guadalajara, en el occidente de Mxico. Los argumentos aqu expuestos son producto de discusiones y reflexiones colectivas con las propias organizaciones, activistas y acadmicos, en particular con Sergio Tischler, Raquel Gutirrez, Claudia Camposto, Enrique Pineda y Daniele Fini. 2 El anlisis de las variadas formas de despojo es til para simplificar la complejidad del problema, pensando en los posibles niveles y estrategias de la acumulacin del capital; sin embargo, no debemos perder de vista que, en los hechos, suceden como parte de un mismo proceso. 3 Por acumulacin originaria nos referimos al hecho histrico de los primeros cercamientos de las tierras comunales en Europa durante el siglo XIV, que Marx describira como la separacin sbita y violenta de grandes masas humanas de sus medios de subsistencia, arrojndolas, en calidad de proletarios totalmente libres, al mercado de trabajo (Marx, 2008); pero tambin, tal y como lo plantea Massimo de Angelis (2001), como una trama de continuidad en la expansin del capitalismo. En este mismo sentido, Harvey habla de acumulacin por desposesin para enfatizar que el despojo no solo es un hecho fundacional, sino tambin un proceso que se halla vigente y se contina desarrollando en la actualidad (Harvey, 2004: 116). 4 Para referirse a esta forma de despojo, Harvey (2004) plantea el trmino de reproduccin ampliada como el crecimiento del capital y la produccin de plus valor, diferencindola de la acumulacin por desposesin. Cabe destacar que, segn Bonefeld (2001a y 2001b), la acumulacin originaria est siempre presente en el marco de la reproduccin ampliada, como un presupuesto constitutivo que debe ser constantemente recreado. En este sentido, no habra una distincin temporal o geogrfica entre uno y otro proceso, sino que el primero sera el fundamento latente de las relaciones sociales capitalistas y condicin de posibilidad para que se reproduzca la explotacin a lo largo del tiempo. De modo
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la naturaleza. Claro que uno lo hace promoviendo la propiedad pblica de los mismos y un proceso de redistribucin del ingreso y la riqueza [socialismo comunitario], otro en beneficio casi exclusivo del capital transnacional y sus asociados [neoliberalismo de guerra], y el tercero apelando a la mayor regulacin pblica y a la apropiacin estatal de una parte de la renta extraordinaria [neodesarrollismo]. 9 Durante las ltimas dos administraciones gubernamentales a cargo de Vicente Fox y Felipe Caldern, del Partido Accin Nacional (PAN), no solo se han continuado sino que se han profundizado las polticas extractivistas en todo el territorio nacional. En suma, se ha venido produciendo un profundo reordenamiento de la forma productiva agropecuaria y alimentaria en manos de grandes transnacionales agroalimentarias, a costa de la exclusin masiva de los pequeos productores rurales. Junto con la profundizacin del modelo extractivo de petrleo, gas y minerales, y el desarrollo de numerosos proyectos de infraestructura carretera y portuaria y enclaves tursticos. Un caso emblemtico es, sin duda, el de la industria minera y la apertura de actividades de exploracin y produccin a empresas extranjeras. Solo en la primera dcada del siglo XXI, con dos gobiernos panistas (2001-2010), un pequeo grupo de empresas mexicanas y extranjeras con las canadienses a la cabeza extrajeron el doble de oro y la mitad de plata que la Corona espaola atesor en 300 aos de conquista y coloniaje, de 1521 a 1821, en lo que hoy es Mxico (La Jornada, 2011). Al respecto, se tiene registrado que de 2000 a 2008 se otorgaron 24.713 concesiones a 231 empresas extranjeras, aumentando exponencialmente la extraccin de los recursos minerales (Ramrez, 2010) y, en consecuencia, la conflictividad social por la concesin de 52 millones de hectreas en todo el territorio nacional. La proactividad del gobierno en este sector ha logrado que, en los ltimos tiempos, Mxico se posicione como uno de los destinos con mayor nmero de desarrollos mineros de Amrica Latina y, a nivel mundial, haya pasado del octavo al cuarto lugar en el ndice de crecimiento de la inversin minera. En un reporte del Metal Economic Group, una empresa dedicada al monitoreo de la actividad metalrgica global, se asegur que el gasto de exploracin en Mxico es, en la actualidad, el ms alto de Latinoamrica, al alcanzar en 2011 una cifra rcord de alrededor de mil millones de dlares (Notimex, 2012). 10 Para mayor informacin, se recomienda revisar la Audiencia General Introductoria de la Devastacin Ambiental y los Derechos de los Pueblos, presentada en el Captulo de Mxico del Tribunal Permanente de los Pueblos, disponible en <www. afectadosambientales.org>. 11 Cabe sealar que estos rasgos han sido conceptualizados como parte de un movimiento terico que tiene su centro en la lucha misma, y en el que, de ninguna manera, pensamos que se trate de relaciones enteramente armnicas con la natu-
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raleza, sino de sujetos atravesados por profundas contradicciones emanadas de la vida en el capitalismo, cuyos modos de relacin con la naturaleza no siempre estn regidos por prcticas totalmente sostenibles o desmercantilizadas. Sin embargo, sostenemos que cuando se activa un proceso de resistencia contra el despojo, se producen nuevos modos de reapropiacin social de la naturaleza y de comprensin de lo ambiental. 12 A diferencia de muchas otras comunidades en torno a la produccin o defensa de los bienes comunes que no comparten un espacio fsico determinado, como es el caso de las comunidades del software libre, integradas por usuarios, desarrolladores y simpatizantes, situados en diferentes latitudes del planeta. 13 El CECOP es una organizacin de campesinos y campesinas del municipio de Acapulco, en Guerrero, al sur de Mxico, que desde hace ms de siete aos ha logrado detener la construccin de la presa La Parota sobre el ro Papagayo, impulsada por la Comisin Federal de Electricidad (CFE). La construccin de esta presa afectara directamente a 25 mil campesinos y desertificara las tierras de 75 mil que siembran ro abajo. La lucha del CECOP es un smbolo internacional de las resistencias que han conseguido frenar megaproyectos. 14 Radio omndaa La Palabra del Agua es un proyecto de comunicacin y organizacin a cargo de comunidades indgenas del pueblo amuzgo en la Costa Chica de Guerrero, que desde 2002 vienen construyendo y peleando por un profundo proceso de construccin de autonoma en esa zona. Adems, desde hace por lo menos diez aos han estado involucrados en la defensa de sus bosques y contra la explotacin maderera, siendo recientemente parte de una lucha contra el saqueo de la grava de los ros de sus comunidades, a cargo de las autoridades municipales y de la cacique de la zona, Aceadeth Rocha. 15 Por estructuras tradicionales nos referimos a la propiedad colectiva de la tierra, el sistema de cargos, la asamblea comunitaria, el tequio o la fiesta, propias de las comunidades indgenas de Mxico. 16 Siguiendo a Gutirrez (2009: 31), lo intermitente refiere a lo permanente aunque discontinuo de los ritmos presentes en casi todos los procesos vitales: desde el sstole-distole del sistema circulatorio hasta los flujos y reflujos de las movilizaciones sociales. Esta pauta de lo que podemos llamar tiempos vitales se contradice, antagoniza y desborda permanentemente los falsos tiempos homogneos, idnticos y lineales del capital y del Estado. 17 La Agrupacin Un Salto de Vida es una organizacin territorial comunitaria de vecinos de El Salto, Zona Metropolitana de Guadalajara, Jalisco, que se renen desde mediados de los noventa para emprender acciones contra los terribles efectos a la salud y daos ambientales que la contaminacin del ro Santiago ha venido generando. La contaminacin del ro Santiago, desde la dcada de los setenta hasta
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como angustia personal, lo que encubre la violencia del capital como problema global y consustancial a su lgica. El sentido comn dominante niega estas enfermedades y mantiene la desconexin con las causas que las originan. De hecho, los significados que los propios habitantes otorgan a las enfermedades y malestares sociales resultan la mayora de las veces contradictorios con las causas del problema (Auyero y Swistun, 2008). 27 Siguiendo a Renn Vega Cantor (s/f), la crisis civilizatoria describe la situacin actual, en la cual confluyen de manera compleja crisis de diversa ndole, que afectan a todo el mundo y que ponen en cuestin la existencia misma del patrn civilizatorio que ha existido en los ltimos cinco siglos. En este sentido, puede hablarse de una civilizacin capitalista, que se ha hecho dominante en el sistema-mundo moderno, extendiendo por todo el planeta sus caractersticas intrnsecas: conversin de todo lo existente en mercancas, cuya produccin no tiene como objetivo la satisfaccin de las necesidades humanas sino la generacin de ganancias individuales; produccin de riqueza mediante la explotacin de seres humanos bajo mecanismos salariales generadores de plusvala; subordinacin de toda la sociedad y la naturaleza a las formas mercantiles y a la ganancia, bajo el supuesto de que el crecimiento (entendido en trminos estrictamente econmicos) es infinito; consolidacin de un patrn energtico basado en combustibles fsiles (carbn, petrleo, gas) de corta duracin en trminos histricos; concepcin depredadora de la relacin con la naturaleza; y confianza absoluta en que las mediaciones cientficas y tecnolgicas garantizan un ascendente e incontenible progreso. Estos aspectos se han acompaado del individualismo, la competencia, el nimo de lucro, el egosmo, el consumo exacerbado de mercancas, como formas mentales, ideolgicas y culturales dominantes en el imaginario de gran parte de los seres humanos. [...] Se precisa de la construccin de otra civilizacin completamente distinta a la que hoy es dominante, y en la que predomine la propiedad comn y colectiva, los medios de produccin estn controlados por el conjunto de la poblacin, el valor de uso y la reciprocidad sean la norma que permita satisfacer las necesidades de los seres humanos, los patrones de produccin y de consumo sean adecuados para preservar la naturaleza y satisfacer las necesidades bsicas de la gente, de tal forma que se pueda vivir dignamente. 28 El Grupo ETC (Grupo de accin sobre Erosin, Tecnologa y Concentracin) ha definido a la economa verde como un nuevo tipo de economa ms all de la sustentada en la petroqumica, en la que las industrias ms grandes del mundo estn compitiendo por tierras, recursos naturales y plataformas tecnolgicas para la transformacin de biomasa (ETC, 2011: 2-4). Para mayor informacin al respecto, lase el artculo citado.
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Resumen
El presente trabajo propone una interpretacin estructural en trminos histrico polticos de algunos aspectos de los conflictos socioambientales en el Per contemporneo. Para ello, Jorge Luis Durez vincula este tipo de conflictos con un fenmeno de mayor envergadura: el discurso neoliberal, en el contexto del segundo gobierno aprista, de 2006 a 2011. A partir de la nocin de antagonismo y del estudio de un caso particular (el conflicto en Bagua), el autor desarrolla cules son los patrones estructurales de los movimientos socioambientales. De esta manera, sostiene que dichos conflictos no pueden ser entendidos como una externalidad del discurso neoliberal, debido a que responden a la propia manera en que ste estructura el orden social en el Per. En tal sentido, lo que estn haciendo los conflictos socioambientales es evidenciar los lmites de este discurso, al mostrar una serie de problemas histricos del Per republicano que el neoliberalismo ha sido incapaz de resolver.
Abstract
This paper proposes a structural interpretation in historico-political terms of some aspects of socio-environmental conflicts in contemporary Peru. To do so, Jorge Luis Durez associates this type of conflict with a more significant phenomenon: the neoliberal discourse in the context of the second Aprista administration, from 2006 to 2011. Based on the notion of antagonism and the study of a specific case (the conflict in Bagua), Durez discusses the structural patterns of socio-environmental movements. He argues that these conflicts are not to be understood as external to the neoliberal discourse because they are in line with the manner that neoliberalism structures social order in Peru. In this sense, socioenvironmental conflicts go to show the limitations of the neoliberal discourse, inasmuch as neoliberalism has failed to solve a number of historical problems in republican Peru.
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Durez Mendoza, Jorge Luis 2012 Conflictos socioambientales en el Per neoliberal. Una aproximacin estructural en trminos histrico polticos en OSAL (Buenos Aires: CLACSO) Ao XIII, N 32, noviembre.
Introduccin
Los conflictos socioambientales se han convertido en uno de los principales desafos polticos en Amrica Latina. Estos conflictos se generan por el uso y/o acceso al ambiente y sus recursos (agua, minerales, gas, petrleo, etctera). En el caso particular de la actividad minera, su expansin hacia nuevos territorios de la regin ha generado una serie de disputas entre el Estado, las empresas y la poblacin en relacin al control y uso de los recursos naturales. El proyecto minero de Pascua Lama, que involucra zonas glaciales de Argentina y Chile; las leyes especficas sobre minera y recursos hdricos que han generado tensiones entre el movimiento indgena y el gobierno de Ecuador; y la intencin del gobierno federal mexicano de promover la minera en el territorio sagrado de Wirikuta, en el estado de San Luis Potos, son slo algunos ejemplos de dichas disputas. Esto se corresponde con el hecho de que Amrica Latina es, desde hace ms de una dcada, la principal regin captadora de inversiones mineras a nivel mundial (De Echave, 2011). El Per no ha sido la excepcin en este escenario de disputas, en el cual la actividad minera y sus consecuencias son el centro de la gran mayora de los conflictos socioambientales que se producen en la actualidad. Por ello no nos llama la atencin el que, a menos de un ao de haber asumido la presidencia de la Repblica, los principales conflictos sociales que Ollanta Humala ha enfrentado han sido agudos conflictos socioambientales en torno a la actividad minera. En la regin Cajamarca, al norte del pas, la empresa Newmont busca ejecutar el Proyecto Conga, el cual supone la extraccin de oro y cobre en cabeceras de las cuencas, lo cual ha generado desde fines del ao pasado el rechazo de diversas organizaciones sociales y del propio presidente regional. Despus de ms de seis meses, este conflicto no ha logrado resolverse, llevndose a cabo un paro en la regin al momento de escribir este trabajo. Otro agudo conflicto es el producido en la provincia cuzquea de Espinar, en el cual un importante sector de la poblacin se opone a la actividad minera de la empresa Xstrata Tintaya, debido a los niveles de contaminacin que produce y los escasos beneficios que genera para el desarrollo de la provincia. El saldo ha sido hasta ahora la muerte de dos manifestantes y el arresto del alcalde de la provincia, quien apoya las manifestaciones contra la minera. Tambin en los momentos en que esto se escribe, el gobierno nacional viene intentando retomar el dilogo con los grupos movilizados, con la intencin de llegar a un buen recaudo. Estos conflictos han tenido la particularidad de que los grupos movilizados han demandado al presidente de la Repblica que cumpla con su promesa de campaa, la cual se resume con la frase el agua antes que el oro, demanda que se extiende entre la poblacin al comprobar que la forma en
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que el nuevo gobierno viene encarando los conflictos socioambientales no se diferencia de la forma en que lo hicieron gobiernos anteriores. Podramos decir que, a pesar de la buena voluntad que tendra el presidente Ollanta Humala, existen razones estructurales en trminos histricos y polticos que definen las dinmicas que adquieren los conflictos socioambientales, sobre los cuales proponemos una aproximacin en el presente trabajo. Para cumplir con nuestro objetivo, analizaremos algunos aspectos de los conflictos socioambientales ocurridos durante el gobierno que antecedi a Ollanta Humala, es decir, el segundo gobierno aprista dirigido por Alan Garca Prez (2006-2011). En este gobierno los conflictos de tipo socioambiental fueron los de mayor recurrencia, e incluso uno de ellos en particular gener la mayor crisis gubernamental. Proponemos relacionar las dinmicas de los conflictos socioambientales con un fenmeno de mayor envergadura: el discurso neoliberal, presente en el Per de forma hegemnica desde inicios de la dcada de los noventa2. La pregunta que guiar este trabajo es: qu estaran expresando determinados patrones de los conflictos socioambientales sobre los lmites del discurso neoliberal en el Per?
Tras la salida del poder de Alberto Fujimori, el Per registr un importante incremento de la conflictividad social. Durante el gobierno de Alejandro Toledo (2001-2006) se registraron 1.077 conflictos ms que durante el segundo gobierno de Fujimori (Garay y Tanaka, 2009), mientras que en el segundo gobierno aprista esta tendencia no vari3. Segn los reportes de conflictos sociales de la Defensora del Pueblo, estos pasaron de 84 en julio de 2006 a 214 en julio de 2011, es decir, aumentaron durante los cinco aos de gobierno aprista (ver Grfico 1). En particular, durante el segundo gobierno aprista aumentaron exponencialmente los conflictos socioambientales, los cuales involucraron discrepancias alrededor de las consecuencias sociales y ambientales que generan o generaran proyectos de inversin de diverso tipo, tales como mineros, petroleros e hidroelctricos (Defensora del Pueblo, 2011). As, los conflictos socioambientales pasaron a ser los ms numerosos y activos desde marzo de 2007 (Grfico 2). En los conflictos socioambientales los sujetos involucrados han sido bsicamente tres: el Estado, las organizaciones sociales de diverso tipo y las empresas inversionistas. En no pocos casos, el Estado no cumpli con su funcin de regulacin y de control a las empresas inversoras, lo cual gener que los problemas suscitados por la actividad extractiva sean abordados asimtricamente por la poblacin y los empresarios. El Estado bas su accionar en un marco de normas ambientales dbil, careci de institucionalidad y de recursos para liderar la gestin ambiental. Adems, durante el segundo gobierno aprista se mantuvieron los incentivos para los inversionistas, generados a inicios de los aos noventa (como el no pago de impuestos a la renta hasta la plena recuperacin de la inversin hecha, la devolucin anticipada del impuesto general a las ventas y la depreciacin acelerada de los activos, entre otros). Esta especie de inaccin del
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gobierno nacional estuvo contrarrestada por el hecho de que, en ms de una ocasin, algunos alcaldes y presidentes regionales apoyaron y en ciertos casos hasta lideraron diversas movilizaciones contra las consecuencias de la actividad extractiva. Cabe destacar tambin que el dficit de confianza de la poblacin hacia la administracin pblica se profundiz, ya que mltiples compromisos que el Estado asumi para solucionar los conflictos socioambientales fueron incumplidos (De Echave, 2011).
Grfico 1. Conflictividad durante el segundo gobierno de Alan Garca (julio 2006-julio 2011)
Activo: el conflicto se ha manifestado pblicamente por accin de una de las partes o de ambas, mediante demandas en las que se sienta una posicin determinada sobre situaciones que son consideradas amenazantes o dainas. Latente: el conflicto no se ha manifestado pblicamente, pese a que el problema ha sido percibido y se ha identificado a los actores en controversia. O, habiendo estado activo, las partes han dejado de expresar sus discrepancias.
Fuente: Defensora del Pueblo (s/f).
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La permisividad del Estado frente al accionar de las empresas se explicara, en parte, por la importancia del sector extractivo en la economa nacional y en el erario pblico. Ejemplo de esto es que el alto crecimiento del producto interno bruto del Per durante la ltima dcada (7,1%) ha estado impulsado principalmente por la actividad minera. La minera lleg a representar el 25% del total de los impuestos internos y el 49% del impuesto a la renta en el 2007, mientras que su participacin en el total de las exportaciones es de ms de 60%. Por tanto, los recursos que gener y genera para las finanzas del Estado fueron sumamente importantes, llegando a representar en el 2011 el 50% de los recursos econmicos que el gobierno nacional transfiri a los gobiernos regionales y locales (Monge; Viale y Bedoya: 2011). De ah el constante inters que tuvo el segundo gobierno de Garca en promover mayores inversiones en el sector extractivo en general y en la actividad minera en particular. En el caso de las empresas, se han visto beneficiadas por una serie de decisiones tomadas desde el Estado. Se promovieron condiciones legales y fiscales favorables para las empresas en el campo de la extraccin petrolera, gasfera, minera, maderera e hdrica. En el caso particular de las empresas mineras, han rebasado en los ltimos aos su tradicional zona de intervencin alto andina, expandindose hacia valles transandinos, zonas de costa y en la Amazona alta y baja. Este escenario de expansin explica en parte la disputa por el control de tierras agrcolas y de recursos hdricos, que agregados a los temas de contami-
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nacin, de desplazamiento de poblaciones y actividades productivas se convirtieron en los aspectos centrales que estuvieron en la base de diversos conflictos socioambientales. Frente a la alta conflictividad social, las propuestas de las empresas mineras se orientaron principalmente a la creacin de mecanismos voluntarios de autorregulacin y de aumento de contribuciones econmicas. Lo primero se expres en cdigos de conducta y prcticas de responsabilidad social empresarial, que buscaron lograr un entorno favorable para el desarrollo de sus actividades. Lo segundo se expres en la creacin del llamado volo minero, por el cual 39 empresas se comprometieron a aportar el 3,75% de sus utilidades netas durante 5 aos para proyectos sociales. El desarrollo de estos mecanismos supuso, por un lado, que las empresas reconozcan la existencia de ciertas externalidades negativas producto de sus actividades y, por otro lado, que dichos agentes asuman el control de las externalidades sin la necesidad de que el Estado cree nuevos instrumentos de regulacin que desincentiven a la inversin privada (De Echave, 2011).
... los conflictos socioambientales son el sntoma de algo ms complejo que el cuestionamiento a la gobernabilidad democrtica, pues apuntan a la imposibilidad de que el orden neoliberal se realice plenamente
Las organizaciones sociales, por su parte, adquirieron una lgica en donde los frentes de defensa o los comits de lucha buscaron posicionar sus agendas, las cuales muchas veces han supuesto posiciones anti mineras. En ms de una oportunidad, las demandas de dichas organizaciones evidenciaron que los conflictos socioambientales manifiestan la relacin entre las causas inmediatas (la contaminacin de ros, por ejemplo) y los problemas estructurales, lo cual est relacionado con los niveles de violencia que adquirieron determinados conflictos, su larga duracin y la cohesin social que generaron. Frente a la inaccin del Estado, las organizaciones sociales encontraron y encuentran en la presin pblica, en algunos casos incluso va actos de violencia, la forma de lograr alguna solucin para sus demandas. Por otra parte, las organizaciones sociales involucradas en conflictos socioambientales no lograron una articulacin a nivel nacional; por el contrario, se caracterizaron por su fragmentacin. Sin embargo, en algunas experiencias se evidenci la posibilidad de lograr ciertas articulaciones entre diversos sujetos municipios locales, iglesias, rondas campesinas, organizaciones no gubernamentales a partir de agendas consensuadas (De Echave, 2011). Para autores como Grompone y Tanaka (2009), la fragmentacin de los conflictos sociales en el Per de los ltimos aos manifiesta dos dimensiones: una horizontal y otra vertical. La primera refiere a los enfrentamientos entre los sujetos sociales los autores los llaman actores que comparten condiciones de vida relativamente similares pero compiten por la atencin del Estado, lo cual genera dispersin. La segunda dimensin refiere a la desconexin entre la poblacin y las instituciones del Estado, adems de los partidos y organizaciones
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polticas. Estas dos dimensiones de la fragmentacin explicaran por qu los conflictos socioambientales son por lo general de carcter local, tendientes a asumir la forma de estallidos espordicos, sin seguir caminos institucionales y sin constituirse como sujetos polticos de largo aliento. Por tal motivo, los autores concluyen que la dinmica de los conflictos sociales en el Per pone en evidencia la inexistencia de un sistema de representacin legtimo y estable; en otras palabras, la inexistencia de un sistema de partidos polticos consolidado. De ah que los conflictos sociales sean entendidos por Grompone y Tanaka como cuestionamientos a la gobernabilidad democrtica. Desde nuestra perspectiva, consideramos que los conflictos socioambientales son el sntoma de algo ms complejo que el cuestionamiento a la gobernabilidad democrtica, pues apuntan a la imposibilidad de que el orden neoliberal se realice plenamente. Es decir, los conflictos sociales pueden ser concebidos como fenmenos que manifiestan el carcter antagonista del discurso neoliberal, evidenciando sus lmites. Entender a los conflictos socioambientales como antagonismos supone reconocer que toda identidad poltica demanda una frontera, un nosotros-amigo que se enfrenta a otro-enemigo que lo amenaza (Stheli, 2008). Los conflictos socioambientales, al ser entendidos como antagonismos que definen identidades polticas, se evidencian como parte del propio discurso neoliberal, pues no son una exterioridad que con el despliegue del neoliberalismo pudiera ser, en un futuro, eliminada. Por ello, segn el discurso neoliberal los conflictos socioambientales son generados por los antisistema, es decir, el otro-enemigo, aquel que se opone a la actividad minera, aquel que frena el desarrollo del pas4. Para profundizar nuestro anlisis desde la nocin de antagonismo, presentamos brevemente un conflicto socioambiental ocurrido en la localidad amaznica de Bagua durante el segundo gobierno aprista. Por sus consecuencias, este conflicto puede ser identificado como el que gener la mayor crisis que sufri dicho gobierno. Seguidamente enfatizaremos cmo este antagonismo manifiesta la fractura del discurso neoliberal.
El conflicto de Bagua5
En el mes de diciembre del ao 2007, el presidente Alan Garca solicit al Congreso de la Repblica facultades legislativas en una serie de temas que su gobierno consideraba relevantes para la implementacin del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos. Dichas facultades fueron concedidas para un perodo no mayor de 180 das. Meses despus, exactamente en junio de 2008, el gobierno aprob ms de 100 decretos legislativos, entre los cuales se destacaron aquellos que buscaban modificar el marco legal concerniente a la venta, alquiler y otros usos de tierras en propiedad de comunidades indgenas. Se evidenci, as, la intencin del gobierno de generar condiciones favorables para la inversin privada en propiedades que mantenan un estatus colectivo. La respuesta de las poblaciones indgenas no se hizo esperar. En agosto de 2008 la Asociacin Intertnica para el Desarrollo de la Selva Peruana (AIDESEP) inici una huelga general que dur hasta el mes de septiembre del mismo ao. La demanda fue la derogatoria de los decretos legislativos que consideraban po-
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nan en riesgo a sus tierras y al ecosistema. Ante esta demanda, el congreso derog 2 decretos legislativos, aduciendo que violaban la Constitucin, acordando adems con la AIDESEP la creacin de una comisin de trabajo para evaluar los decretos no derogados, que la asociacin consideraba violatorios a los derechos de sus representados. Este acuerdo permiti el levantamiento de la huelga. En el mes de diciembre de 2008, dicha comisin de trabajo present al congreso su reporte sobre los decretos legislativos, con la intencin de que sean debatidos en el pleno. Sin embargo, el debate se pospuso hasta el mes de febrero de 2009 debido a que los congresistas salan de vacaciones. En dicho mes tampoco se debati sobre los decretos en el congreso, por lo cual la AIDESEP mand cartas a dicha institucin y al primer ministro recordndoles su promesa de revisar los decretos y de debatir el reporte. Al no encontrar respuesta, los lderes locales y regionales de la AIDESEP decidieron reiniciar la huelga en abril de 2009. El gobierno respondi imponiendo el estado de emergencia en 5 regiones del pas. Luego de 55 das de huelga general en la amazona peruana, exactamente el 5 de junio de 2009, se gener la represin. Por la maana de dicho da las fuerzas policiales, con el apoyo del ejrcito, intentaron desbloquear la carretera Fernando Belande cerca de la capital provincial de Bagua, atacando a los manifestantes. Seguidamente, las fuerzas del orden desalojaron tambin de una estacin de bombeo de petrleo a indgenas que haban tomado el lugar das atrs. El resultado de la intervencin fue, segn las cifras oficiales, 24 policas y 10 indgenas muertos. La huelga continu despus de la confrontacin, hasta que el gobierno acept su derrota y el congreso aprob la derogacin de los decretos legislativos. Posteriormente, el primer ministro y su gabinete renunciaron. Tras el conflicto se decidi la creacin de una comisin especial para investigar y analizar los sucesos de Bagua. Esta comisin present su informe en diciembre de 2009, sealando en sus conclusiones las cuales no fueron reconocidas por todos sus miembros que las causas del enfrentamiento fueron principalmente la accin de actores externos y la falta de comunicacin por parte del gobierno para explicar los decretos legislativos a la poblacin amaznica. Es decir, se asumi bsicamente la posicin que sobre el conflicto tuvo el gobierno. Si seguimos el anlisis propuesto por Laclau (2006) podemos reconocer cmo el conflicto de Bagua, entendido como un antagonismo, escapa a la aprehensin conceptual del discurso neoliberal. Veamos: 1) los trminos de intercambio de los minerales y del petrleo en el mercado mundial son favorables para el Per, el cual cuenta con importantes recursos extractivos; 2) de este modo, el gobierno tiene un incentivo para incrementar las inversiones en dicho sector; 3) como resultado, comienzan a promover inversiones en nuevas tierras, lo cual afecta a comunidades indgenas tradicionales de la sierra y la selva; 4) por lo tanto, la poblacin afectada no tiene otra alternativa ms que resistir las acciones gubernamentales. Si bien el discurso neoliberal puede ser capaz de incorporar este ltimo eslabn, acusando a los antisistema de las revueltas, este no tiene lugar a travs de su propia aprehensin de lo que debera ser el orden social, sino que debe apelar a su exterior constitutivo: el ellos-enemigo. De
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esta manera se evidencia la fractura de la continuidad armoniosa del discurso neoliberal, en donde si bien los responsables no son reconocidos como parte del nosotros-amigo, resultan ser constitutivos para el discurso mismo. Ahora bien, el concepto de antagonismo no slo nos permite reconocer analticamente el lmite del discurso neoliberal haciendo evidente que los conflictos socioambientales son elementos constitutivos del mismo, sino que, adems, nos permite identificar la deuda simblica del neoliberalismo como ideologa. Veamos.
Si asumimos como iek (2003) que la ideologa acta en la propia simbolizacin de la realidad, y que aquella es incapaz de cubrir por completo lo real, identificaremos la existencia de una deuda simblica pendiente, irredenta en la accin de todo discurso poltico. Este real no simbolizado aparecer en los antagonismos bajo lo que el filsofo esloveno llama apariciones espectrales. As, el espectro manifestar aquello que se le escapa a la realidad, o a la sociedad simblicamente estructurada; lo primordialmente reprimido en ella, aquello que desestabiliza al orden fundado. Teniendo en cuenta esta nocin de deuda simblica pasemos ahora a profundizar en algunos de los patrones estructurales de los conflictos socioambientales en el Per. Estos patrones son fenmenos recurrentes en los conflictos socioambientales, los cuales se refieren a: i) lo indgena como subordinado-excluido en el discurso neoliberal; ii) la inestabilidad de la hegemona neoliberal; y iii) el Estado como administrador precario del orden social. Lo indgena como subordinado-excluido en el discurso neoliberal Los conflictos socioambientales de los ltimos aos han implicado disputas por territorios en donde poblaciones indgenas campesinas se han visto afectadas6. Estos conflictos han evidenciado una serie de desencuentros y tensiones culturales reproducidos desde el propio discurso neoliberal. Dichos desencuentros y tensiones se han expresado entre el Estado y las empresas, por un lado, y las poblaciones indgenas campesinas, por otro; entre la capital (donde se toman las decisiones vinculantes) y las provincias (donde se ejecutan los proyectos extractivos); entre las lgicas de mercado y las instituciones colectivas. Es decir, los conflictos socioambientales involucran elementos que rebasan la sola explotacin de los recursos naturales en un lugar determinado; son en muchos casos conflictos por la produccin del territorio en trminos de la relacin que se pretende entre los pobladores y el ambiente, de cmo debera ser utilizado y administrado, de quines deberan hacerse cargo del mismo y de cmo se vinculara con el resto de territorios (Bebbington, 2011:30-31). Ahora bien, el discurso neoliberal ha mostrado serias limitaciones para simbolizar lo indgena campesino e incluirlo en su imaginario, manifestando su deuda simblica. Lo indgena campesino como identidad aparece en algunos casos subordinado dentro de la propia lgica del discurso neoliberal, pues este ha apelado a una
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representacin en donde lo indgena queda en un segundo lugar ante la demanda de un mercado global por individuos competitivos. A la identidad indgena campesina le quedara elegir entre asumir el reto de modernizarse o aceptar ser un objeto de exhibicin del circuito turstico nacional. En otros casos, el discurso neoliberal excluye de su simbolizacin a la identidad indgena campesina, convirtindola en una especie de residuo de la historia del Per que imagina7. Es decir, la identidad indgena campesina en determinadas disputas polticas no ha sido representada al interior del discurso neoliberal, imposibilitando su inclusin. La dinmica de varios de los conflictos socioambientales generados durante el segundo gobierno aprista manifiestan esta situacin8. Ahora bien, esta deuda simblica del discurso neoliberal estara generando entre la poblacin campesina la redefinicin de una creencia, segn la cual el progreso est reido con su condicin de indgena. Segn Pajuelo (2010) la accin de las poblaciones demandantes en los conflictos socioambientales vendra reivindicando los rasgos culturales indgenas de la sierra peruana. Estaramos tentados a incluir tambin a la poblacin de la selva peruana. La inestabilidad de la hegemona neoliberal Los conflictos socioambientales, si bien no han estado exentos de la fragmentacin sobre la cual ya hicimos referencia, han logrado evidenciar como ningn otro tipo de conflicto el carcter inestable de los consensos neoliberales. En el citado trabajo de Bebbington, este autor destaca que en algunos casos las resistencias de las poblaciones frente a proyectos mineros han logrado cambiar las formas de desarrollo territorial y las prcticas de responsabilidad social asumidas por las empresas. Por ello, el autor afirma que las movilizaciones involucradas en los conflictos socioambientales han tenido efectos materiales en el desarrollo de las localidades. Podemos volver al conflicto de Bagua para graficar lo que Bebbington afirma: a partir de dicho conflicto los pueblos indgenas de la amazona lograron ser reconocidos como interlocutores vlidos frente al Estado, la elaboracin de una ley de consulta previa a la poblacin indgena u originaria que vea afectado su territorio por proyectos extractivos y la suspensin definitiva de las actividades de la minera Afrodita en la Cordillera del Cndor (Durand, 2010). Es decir, si bien las demandas del conflicto de Bagua no lograron articular, posteriormente, un proyecto nacional alternativo, s manifestaron la inestabilidad de los consensos sobre los cuales se basa el discurso neoliberal en el Per. Incluso y vinculado con lo indgena como subordinadoexcluido en el discurso neoliberal el conflicto de Bagua tuvo la capacidad de enunciar una demanda histricamente postergada, referida a la inclusin de la poblacin indgena campesina dentro de la comunidad poltica nacional. El Estado como administrador precario del orden social Los conflictos socioambientales son sntoma tambin de las debilidades del Estado peruano en dos formas, en cuanto su presencia en el territorio nacional y su precariedad administrativa. El Estado y sus limitaciones, as como lo indgena campesino antes mencionado, es un problema histrico del Per republicano que el discurso neoliberal no ha logrado saldar. Por un lado, la promocin y eje-
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cucin de nuevas inversiones mineras y petroleras se produjeron en territorios donde el Estado ha tenido una presencia y accionar bastante limitadas. Estos territorios se insertaron de alguna forma al mercado sin una mayor inclusin de su poblacin en la comunidad poltica nacional, lo cual demandaba un Estado que asegure el ejercicio de derechos por parte de la poblacin afectada. Ahora bien, a diferencia de dcadas pasadas, la ausencia del Estado tambin habra respondido a clculos, tcticas y procedimientos de ejercicio de poder para dejar hacer al mercado (Scott, 2010). Por otro lado, el Estado se mostr tambin incapaz de canalizar las demandas de poblaciones afectadas por las actividades extractivas, desbordndose la conflictividad social. La precariedad del Estado, principalmente a nivel local y regional, hace que las diferentes demandas de las poblaciones afectadas no encuentren cauces institucionales efectivos. Esta situacin evidencia que los mecanismos de participacin y concertacin promovidos desde la transicin democrtica posterior a Fujimori han sido por lo general incapaces de procesar las demandas de la poblacin (Grompone y Tanaka, 2009). De esta manera, en los conflictos socioambientales predomin la confrontacin, pues esta se muestra como el mecanismo ms efectivo para llegar a dialogar con el Estado (Caballero y Cabrera, 2008). La distancia entre el Estado y la poblacin afectada por los proyectos extractivos en trminos simblicos y administrativos habra abonado a la reproduccin de un discurso oficial que criminaliz a la protesta social.
...esta deuda simblica del discurso neoliberal estara generando entre la poblacin campesina la redefinicin de una creencia, segn la cual el progreso est reido con su condicin de indgena
En nuestro anlisis de los conflictos socioambientales hemos hecho referencia a problemas histricos, es decir, a cuestiones que han estado latentes a lo largo de la experiencia republicana del Per. Para cerrar este trabajo planteamos algunas reflexiones al respecto, rastreando cmo algunos elementos del discurso neoliberal referidos a los conflictos socioambientales muestran la pervivencia no sin ciertas variaciones de antiguos discursos polticos desarrollados en el Per.
Neoliberalismo como novedad absoluta? Los elementos del Estado oligrquico en el discurso neoliberal peruano a propsito de los conflictos socioambientales
El neoliberalismo como una forma particular de significar lo social es una total novedad en el Per? Parecera que no, pues apela a elementos propios de representaciones sociales antes presentes en el pas. Es decir, el discurso neoliberal podra entenderse como la compleja vinculacin de cambios y continuidades en el imaginario social. Pensando a la ideologa como una matriz generativa que regula lo visible e invisible, lo imaginable y lo no imaginable en la expe-
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riencia social, iek (2003) sostiene que esta matriz puede descubrirse en la dialctica entre lo viejo y lo nuevo cuando, por ejemplo, un acontecimiento que se inscribe en la lgica del orden existente es percibido como una ruptura radical. El neoliberalismo como acontecimiento en el Per es pensado como una ruptura radical frente a un pasado marcado por la pobreza, el caos y la violencia. Cierta literatura identifica a los aos noventa como el inicio de una revolucin capitalista o los aos del gran cambio. As, lo viejo (apelando a un imaginario referido a la hiperinflacin, el caos y la violencia de los aos ochenta) habra sido superado por el neoliberalismo, es decir, lo nuevo. Sin embargo, podemos sostener que el imaginario propio del discurso neoliberal no sera tan novedoso como parece. Profundicemos en aquellos elementos del discurso neoliberal que consideramos presentes en antiguos imaginarios sobre el Per republicano, sin perder de vista a los conflictos socioambientales. Iniciemos nuestra argumentacin desde el siguiente suceso: el mismo da del enfrentamiento en Bagua, el presidente Garca, refirindose a la poblacin involucrada en la huelga amaznica, dio las siguientes declaraciones a la prensa: Ya est bueno, estas personas no tienen corona, no son ciudadanos de primera clase, que puedan decirnos 400 mil nativos a 28 millones de peruanos t no tienes derecho de venir por aqu; de ninguna manera, eso es un error gravsimo y quien piense de esa manera quiere llevarnos a la irracionalidad y al retroceso primitivo9. En sus declaraciones, Alan Garca hizo dos distinciones que nos llaman la atencin: nativos/ciudadanos de primera clase y nativos/peruanos. Estas dos distinciones niegan a los nativos, a los indgenas amaznicos, tanto en su condicin de ciudadanos como de peruanos, pues por sus acciones llevan al pas hacia la irracionalidad y lo primitivo. Estas declaraciones son slo un ejemplo de la manera en que Garca, en diferentes columnas de opinin y en declaraciones a la prensa, hizo referencia a distinciones de ndole social y racial que manifestaron una lgica de exclusin latente en el discurso neoliberal10. Adems, en diferentes oportunidades, el lder aprista se refiri a la Amazona como un territorio baldo en espera del desarrollo, desconociendo las manifestaciones socioculturales y econmicas ya presentes ah (Bebbington, 2011). Los historiadores Manuel Burga y Alberto Flores Galindo (1987) estudiaron a la oligarqua del Per de finales del siglo XIX. Segn estos autores, dicha configuracin poltica construy un imaginario basado en la exaltacin de los elementos hispanos y en el menosprecio u omisin de la tradicin indgena. La unidad de la nacin estaba representada por la oligarqua misma, por lo que todo intento de subvertir el orden que ella custodiaba significaba un atentado contra los intereses nacionales. Consideramos que este elemento del imaginario oligrquico tambin est presente, noventa aos despus, en el imaginario neoliberal, no sin ciertas variaciones. Las propias dinmicas de los conflictos socioambientales son prueba de ello11. Segn Burga y Flores Galindo, la oligarqua estableci desde fines del siglo XIX un dominio casi absoluto sobre la sociedad peruana. Este dominio se bas en un Estado excluyente, caracterizado por el dbil desarrollo de sus aparatos administrativos, por la privatizacin del poder pblico y la violen-
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cia de clase dirigida hacia el campesinado indgena. Las caractersticas de este Estado manifestaban la carencia de un sustrato cultural comn (distintas lenguas, diferente educacin bsica, etc.) entre la oligarqua y las clases subalternas, lo cual dificultaba la constitucin de un consenso alrededor de la oligarqua. Si bien en la actualidad podramos identificar en el pas mayores indicios de un sustrato cultural comn, mucho del dficit del Estado oligrquico persiste. Las tensiones del Estado con lo indgena evidenciados en los conflictos socioambientales a nivel institucional, legal y de polticas pblicas seguiran respondiendo a lgicas excluyentes (Pajares, 2009). Estas lgicas se combinaran con prcticas de subordinacin de la poblacin frente a la promesa neoliberal del ascenso social. Ahora bien, el Estado oligrquico estaba vinculado a una mentalidad oligrquica. Segn Burga y Flores Galindo, uno de los elementos de dicha mentalidad fue la violencia y el paternalismo en la relacin entre la oligarqua y las clases populares. La violencia en la relacin entre la oligarqua y las clases populares se expres principalmente en la explotacin del trabajo en las haciendas, justificada por una supuesta inferioridad tnica del indgena. El paternalismo, por su parte, se justificaba por el deber de proteger al inferior o invlido y en la primaca de la voluntad del hacendado sobre las leyes, manifestacin de la privatizacin de la vida pblica y del dbil desarrollo estatal. En pocas palabras, el estatus de ciudadano era negado a la poblacin indgena, negacin presente en el Estado oligrquico que pareciera pervivir en las declaraciones de Garca sobre los indgenas amaznicos que participaron en el conflicto de Bagua: Ya est bueno, estas personas no tienen corona, no son ciudadanos de primera clase. Visto en perspectiva histrica, el discurso neoliberal a la peruana al parecer no es tan novedoso. La apelacin del gobierno de Garca a una explicacin sobre las causas del conflicto socioambiental de Bagua basada en la manipulacin que sufrieron los indgenas por los antisistema reproduce esta imagen de la condicin inferior del indgena, incapaz por s mismo de entender lo que realmente sucede. Para Burga y Flores Galindo, la oligarqua de finales del siglo XIX en el Per fue una clase dominante mas no una clase dirigente. Esto ltimo ni siquiera se lo propusieron, segn los historiadores. A diferencia de ello, nosotros consideramos que el discurso neoliberal s ha tenido pretensin dirigente, es decir, pretensin hegemnica. Ahora bien, la coercin y la violencia presentes en los conflictos socioambientales manifiestan la precariedad del discurso neoliberal, frente a la cual podra redefinirse para pervivir, o para ser subvertido.
A modo de conclusin
Los conflictos socioambientales en el Per contemporneo estn expresando, en trminos estructurales, las dificultades que tiene el discurso neoliberal para articular en su visin de pas a importantes sectores de la poblacin nacional, histricamente relegados. Dichos conflictos muestran el carcter
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antagnico del neoliberalismo, el cual define una frontera poltica amigo/ enemigo que influye en el desarrollo de aquellos. En tal sentido, los conflictos socioambientales no son un externalidad del discurso neoliberal, sino que ms bien responden al propio despliegue de este ltimo. Adems, los conflictos socioambientales muestran una serie de patrones referidos a: i) lo indgena como subordinado-excluido en el discurso neoliberal; ii) la inestabilidad de la hegemona neoliberal; y iii) el Estado como administrador precario del orden social. Estos patrones responden a problemas histricos del Per republicano que el neoliberalismo ha sido incapaz hasta ahora de resolver, los cuales relativizan la novedad absoluta de este ltimo como generador de orden social. Frente a ello, Ollanta Humala gan la presidencia de la Repblica difundiendo entre la poblacin un mensaje reformista en lo econmico y social. Sin embargo, a menos de un ao de haber sido elegido, su gobierno no muestra una clara direccin poltica, evidenciando ms bien confusin e ineptitud. Las formas en que el nuevo gobierno encar los conflictos socioambientales referidos al inicio de este trabajo alimentan esta percepcin, aadiendo una sensacin de continuidad antes que de ruptura en relacin a los gobiernos anteriores. Como hemos visto, los conflictos socioambientales manifiestan problemticas profundas que el presidente Ollanta Humala deber enfrentar si busca realizar la gran transformacin que anunci durante toda su campaa electoral si es que esto an le interesa.
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Notas
1 Este trabajo se basa en los resultados de la tesis de maestra que estoy realizando en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), sede Mxico. 2 Por discurso entendemos los significados socialmente compartidos que orientan la accin poltica. Por ello, nos referimos al neoliberalismo como una estructura discursiva que tiene como elemento central al capitalismo tardo. Sostenemos que el discurso neoliberal en el Per y Amrica Latina ha supuesto procesos complejos que redefinieron los contenidos y las fronteras de lo poltica, lo econmico y lo social, as como sus interrelaciones. 3 Garay y Tanaka (2009) hablan de protesta social sin explicitar lo que entienden por esta. A partir de la descripcin que realizan, identificamos que un elemento central en las protestas es la demanda insatisfecha por el Estado, el cual est presente tambin en la nocin de conflicto social que utiliza la Defensora del Pueblo. Por tal motivo, utilizaremos a lo largo del trabajo la nocin de conflicto social para referir tanto a la informacin brindada por los autores como a la de la defensora. 4 Ejemplos de cmo el gobierno, y en particular el presidente de la Repblica, defini dicha frontera poltica son las 5 columnas de opinin que este ltimo public en la prensa nacional durante los aos 2007 y 2009. En dichas columnas, Alan Garca expres su visin de desarrollo para el pas basada en el libre mercado, y caracteriz a aquellos que se oponen a dicha visin como sujetos que sufren el sndrome del perro del hortelano (incapaces de hacer rentables los recursos con los que cuentan y que a su vez entrampan la iniciativa de aquellos que s tienen los medios para hacerlo), antisistemas incapaces de ver la realidad. 5 Para esta seccin nos basamos en los trabajos de Durand (2010) y Monge; Portocarrero y Viale (2009). 6 Nos referimos a la poblacin indgena campesina como sujeto poltico involucrado en los conflictos socioambientales apelando a una doble caracterizacin, ya que el Per a diferencia de otros pases andinos como Bolivia o Ecuador no ha contado con un movimiento indgena slido que incida en el Estado. En el Per, la identidad campesina ha sido ms recurrente que la indgena en los discursos pblicos; sin embargo, como sealaremos ms adelante, en los ltimos aos se estaran generando algunas transformaciones al respecto. El vnculo indgena campesino busca llamar la atencin sobre ello. 7 Vich (2010) ha analizado los principales imaginarios sobre la sierra peruana, sosteniendo que estos han obstaculizado la inclusin de dicha regin en un proyecto nacional. Cinco seran los principales imaginarios que han circulado y circulan sobre la sierra peruana segn el autor: el primero presenta a los Andes peruanos como un lugar esttico, tradicional, resistente a la modernidad; el segundo figura a la sierra peruana como lugar de atraso que debe ser educado tutelarmente; el tercero presenta a la sierra como un territorio difcil de controlar pero lleno de riquezas naturales; el cuarto imaginario nos muestra a los Andes como lo ms profundo y autntico del Per (heredero de un pasado milenario) sin correlato con los indgenas del presente; y el quinto nos muestra a la sierra como un espacio donde el capitalismo y la modernidad deben ingresar a como d lugar. Esta ltima sera la representacin imperante de la sierra peruana durante el segundo gobierno de Alan Garca. Para Vich estos imaginarios se encuentran en la actualidad superpuestos unos a otros en diferentes momentos y circunstancias. 8 Un sealamiento reiterativo de la poblacin afectada por proyectos extractivos es que ni el gobierno ni las empresas entienden su forma particular de relacionarse con la naturaleza. 9 Estas declaraciones pueden verse en You Tube, en el video titulado: Alan Garca: Estas personas no son ciudadanos de primera clase. 10 Mariel Garca (2011) seala que las columnas de opinin de Garca referidas al sndrome del perro del hortelano lejos de reducir brechas y acercar a los ciudadanos entre s, refuerzan las jerarquas sociales, el racismo y la exclusin. 11 Autores como Portocarrero y Ubilluz ya han planteado la hiptesis de que el neoliberalismo se ha vinculado en el Per con viejos imaginarios. Ambos refieren a los fantasmas del patrn y del siervo como manifestaciones de un pasado colonial y discriminador que se hacen presentes en la sociedad peruana contempornea. Para Portocarrero, la crisis de autoridad en el Per estara vinculada con el no acatamiento o resistencia de la poblacin frente a las leyes dictadas por el Estado, situacin que tendra una raz histrica muy profunda. En palabras del autor (2010: 13), el hecho es que la legitimidad tradicional, asociada a la dominacin tnica y el racismo, no ha sido reemplazada por una legitimidad moderna, burocrtico legal. En otras palabras, estamos dejando de ser siervos pero no somos an ciudadanos. Ubilluz, por su parte, al analizar el sistema laboral peruano, sostiene que si bien los empleados manifiestan una mayor autonoma frente a alguna colectividad (el individualismo capitalista), hoy ms que nunca actan como sbditos frente a la voluntad del patrn. De esta manera el fantasma oligrquico y la tica individualista se conjugan para consolidar un sistema laboral en el que el agravio al empleado es percibido como la norma de los nuevos tiempos, como las nuevas reglas de juego para sujetos que ya no son ciudadanos sino sbditos-que-asciendensocialmente (2006: 140-141).
Debate
Para una caracterizacin de la crisis histrica de nuestra poca Jos Guadalupe Gandarilla Salgado
Resumen
Desde hace al menos cuatro dcadas, el debilitamiento del Estado social y su transformacin en el principal promotor de la privatizacin de los bienes nacionales ha sido tan slo uno de los rasgos de la crisis que estamos atravesando a nivel mundial. De acuerdo con Jos Guadalupe Gandarilla Salgado, esta crisis no es slo del capitalismo, en su modalidad neoliberal de acumulacin, sino tambin del proyecto de modernidad, que en algn momento de la historia fue absorbido por la lgica capitalista. Se trata, entonces, de una crisis civilizatoria que ha alcanzado, segn el autor, al pensamiento crtico y las teoras hasta ahora formuladas para su explicacin. Con una mirada marxista, el autor ofrece una serie de elementos tiles para realizar una caracterizacin de esta crisis, particularmente de su ltimo captulo, el ms reciente, conocido como globalizacin. Es as como, ante el escenario catastrfico que dicha ofensiva representa para la vida en el planeta, el pensamiento crtico debera buscar, nos dice el autor, alternativas crticas no slo al desarrollo, sino a la propia modernidad.
Abstract
For about four decades, the weakening of the social State and its transformation into the leading proponent of the privatisation of national goods has merely been one of the many features of the current global crisis we are currently going through. According to Jos Gandarilla, this is not just a crisis of capitalism, in its neoliberal approach to accumulation, but also one of the project of modernity, which at some point in history was assimilated by the capitalist logic. This is then a civilising crisis which has affected, according to the author, critical thinking and the theories advanced up to now to provide explanations. From a Marxist point of view, the author suggests a number of useful pointers to provide a description of this crisis, especially in its current and most recent configuration, globalisation. The author says that in view of such a catastrophic scenario for life on the planet, critical thinking should look for alternatives for criticism of development and also of the very same modernity.
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Debate
Gandarilla Salgado, Jos 2012 Para una caracterizacin de la crisis histrica de nuestra poca en OSAL (Buenos Aires: CLACSO) Ao XIII, N 32, noviembre.
La insolencia de la civilizacin que quiere ser consciente de s misma y mientras tanto se destruye. Roberto Calasso
La globalizacin del neoliberalismo articul en su conformacin la mano invisible del mercado y la mano visible del Estado, la activacin de principios formales e informales de acumulacin y el uso de principios legales e ilegales para consolidar sus fines de acumulacin y rentabilidad segn el exclusivo criterio de la racionalidad instrumental. En efecto, en sus casi cuatro dcadas de aplicacin e instauracin como el nuevo sentido de la poca, se registra un incremento en la gestin de los procesos sociales a travs de modalidades mercantiles; y un debilitamiento o desmembramiento de ciertas obligaciones del Estado. El incremento es de aquellas funciones en que este dispositivo cumple con servicios de bienestar social o hace de proveedor de salario indirecto. Se debilita el Estado social (disminuyendo subsidios y programas de apoyo) pero se afirma el Estado competitivo (financiando al capital o disminuyndole las cargas impositivas), se le quitan funciones al Estado y se le retira de sectores estratgicos, pero se tienden a concentrar decisiones en una de sus partes (la del Ejecutivo, por ser el nico con el que negocian o tratan los organismos internacionales o supranacionales o, segn sea el caso, se criminaliza y judicializa el conflicto y la protesta social, pues as se maniata el tiempo concreto y constituyente de los movimientos al tiempo abstracto e inviolable de la ley y los tribunales). No consisti en otra cosa la imposicin de los criterios del as llamado Consenso de Washington (Thwaites Rey, 2010). Se ha convertido, de ese modo, al Estado, en un activo promotor de los procesos de privatizacin o extranjerizacin, o bien, de salvataje financiero, pues no se ha ideado otro instrumento de mediacin social que pueda cumplir la funcin de prestamista en ltima instancia, de entidad de legitimacin colectiva que asegure la transferencia de nuevas masas de ingreso que lubriquen y aceiten los rodos engranajes de los mecanismos de la mquina financiero burstil en que se ha convertido el capital financiero del siglo XXI; y con dicho proceder se concreten procesos de externalizacin econmica negativa para amplios contingentes sociales de trabajadores y ciudadanos que por justa razn se indignan y promueven imaginativas e inditas formas de lucha y resistencia.
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Lo que actualmente se muestra en la arena social, y en casi cualquier sitio en el mundo entero, es una situacin de conflictividad contra el trabajo y contra el hacer social y poltico de los grupos que pretenden expresar un sentido de organizacin colectivo, por encima del individualismo posesivo. Concurrimos, en esta etapa, a una pugna global que se expresa en la prdida de derechos, y en la prdida del derecho a tener derechos; la disputa por contener la destruccin del rgimen de derechos advino as en un lado privilegiado de la lucha de clases. Esto es una ofensiva integral sobre el trabajo que ha involucrado las tres dimensiones temporales que se articulan en este presente problemtico y complejo. Hay una clara ofensiva actual pero que es al pasado en cuanto aquel finc una serie de derechos de representacin colectiva y de contratacin y negociacin que el capital no est dispuesto a atender. Hay una ofensiva en tiempo real que se est instrumentando paulatina o violentamente (segn el grado de inconformismo laboral que se enfrente) por imponer nuevas condiciones de produccin cuyo significado ha sido la expulsin del obrero o su reduccin y subalternizacin ante procesos impulsados por las nuevas estrategias organizacionales, la produccin ajustada, la reingeniera de los procesos o la importacin de desempleo al utilizar patrones y tecnologas ahorradoras de trabajo. Por ltimo hay una ofensiva que opera ahora pero para dificultar la condicin de vida futura del contingente de los trabajadores, en dos planos igual de dainos, apropindose de los fondos obreros que prometan la reproduccin futura (inmiscuyndolos a los juegos financieros o financiando los adelantos de capital) y cancelando los derechos de pensiones y jubilaciones para los obreros en activo, bajo la promesa de un evanescente fondo de capitalizacin individual administrado, justamente, por las entidades que han conducido al desastre actual (financiero, presupuestal, fiscal y de gestin pblica). Lo que este proceso exhibe (acicateado por el estallido de una serie de acontecimientos que pueden combinarse de tal modo que den lugar a una depresin econmica de grandes proporciones) es un nuevo tipo de mercado y un nuevo tipo de Estado, pues en dinmicas no lineales, a la hora de establecerse como principios de gobierno y polticas pblicas y estatales el sostenimiento del principio de la propiedad capitalista y la obtencin de beneficios (sea en el marco de la contingencia econmica y de los rescates pblicos de los operadores financieros privados), se instrumenta sobre la base de abatir principios universales y a travs de la consolidacin de objetivos focalizados. Es por ello que la crisis histrica de nuestra poca no consiente una fcil o simplificada explicacin: su examen reclama poner en crisis los conceptos mismos con los que se ha procurado analizar las crisis anteriores, o que le han precedido, puesto que su amplitud y las esferas que parece involucrar no slo son ms amplias sino que tambin estn involucradas en su mltiple temporalidad y, por ello, involucran ciertas peculiaridades que han de ser subrayadas. La presente es una crisis no slo del capitalismo bajo la forma neoliberal de acumulacin sino tambin del proyecto civilizacional moderno al que, en un determinado momento de su instauracin planetaria, la forma capitalista de producir termin por plegar a su lgica. Es as que en su caracterizacin adquiere una nueva dimensin la relacin entre experiencias y expectativas en tres asuntos, cada uno de ellos de espesor muy particular: Modernidad, crisis y crtica. Puesto que, si a lo interno
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de lo prometido por la modernidad su ofrecimiento era inmenso en el sentido de nuevas, mayores y mejores expectativas, luego de su instalacin en los ms diversos complejos civilizatorios, lo que se aprecia es un dficit con relacin a stas, pues las experiencias que su realizacin efectiva ha acarreado se han quedado muy por detrs. No es el caso, por el contrario, cuando se trata de la crisis de la modernidad capitalista. Ah cualquier expectativa que se haya aventurado en su momento con relacin a su estallido, a las dimensiones involucradas y al curso de sus acontecimientos, se ha quedado muy corta con relacin a las experiencias por las cuales las distintas sociedades, y alrededor del mundo entero, atraviesan sin que se vislumbre el derrotero a que esta situacin puede conducir. Tambin la experiencia de la crisis es mayor a la expectativa que, desde el aparato crtico de que se dispona, poda haber sido esperada. Es tal vez por esa razn que se requiere formular una nueva teora crtica, o dotarle de otro sentido (que entre en relevo) a la hasta ahora hegemnica, conocida como Teora Crtica de la sociedad. A semejante necesidad de un nuevo corpus para la discursividad crtica puede estar contribuyendo, tambin, el que esta misma situacin opera en una especie de desfase o desencuentro ubicado en el seno de nuestra actualidad, entre prospectiva y perspectiva, o entre determinacin y previsibilidad; justo porque los nuestros son tiempos en que se ha estabilizado la inestabilidad, en que hay certeza en la incertidumbre, caos determinista, complejidades organizadas y entropas que avivan islas neguentrpicas y bolsas de resistencia.
La crisis del capitalismo mundial tiene muy larga data, la cual se ha venido desatando con tal persistencia que se muestra, segn fue propuesto hace ya mucho tiempo, como una crisis permanente
La crisis del capitalismo mundial tiene muy larga data, la cual se ha venido desatando con tal persistencia que se muestra, segn fue propuesto hace ya mucho tiempo, como una crisis permanente (Mattick, 1979: 94). Desde inicios de los aos setenta del siglo pasado, cuando se vislumbran sus primeros indicios, hasta ahora que sus alcances se han multiplicado, comprende un ciclo temporal de ya casi cuatro dcadas y no se aprecian signos de que se haya dado con los elementos contrarrestantes, efectivos ya no para que inauguren un nuevo ciclo sino siquiera para aligerar el descalabro1. Los instrumentos correctivos a que se ha acudido (generalizacin del desempleo estructural a todo lo largo y ancho del mundo; intensificacin de la precarizacin de la contratacin y de la ocupacin para aquellos que pueden conservar su membresa en el mercado de trabajo; crecimiento de los nichos de la economa y el sector informal; ampliacin de la escala y la profundidad del empobrecimiento, etc.), no obstante la fiereza con la que han sido implementados, se han revelado ineficaces. No ha sido suficiente con el reciclaje de los dlares luego del shock petrolero de 1973; con el endeudamiento del tercer mundo desde inicios de los aos ochenta; con la apertura de la cuenta de capital en el sur del mundo y la generalizacin del mercado de valores y acciones en el mundo entero; ni siquiera con la crisis del socialismo de tipo sovitico y la devastacin
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de ese tipo de sociedades (que si aspiraban a ser lo opuesto del capitalismo terminaron por ser su reflejo); con la creacin de las distintas burbujas especulativas (incremento exorbitante de la deuda privada de los hogares, de la deuda pblica de los Estados y del desfalque en los contratos de propiedad inmobiliaria); con el arrebato del tiempo futuro de vida o su vulnerabilizacin por el desmantelamiento del sistema de jubilaciones y pensiones; ni con la modificacin de la informacin contable de los grandes emporios o el fraude ms descarado; ni siquiera con la devastacin y desvalorizacin del capital que acompaan al despliegue de la guerra global y la realizacin de las fuerzas destructivas que incuba el capitalismo.
El episodio de esta larga historia que, en su figura ms reciente, es nombrado como globalizacin, corresponde pues a una ofensiva integral, a una guerra total y prolongada por parte de dicho patrn de poder, para imponer una dictadura global de la gran propiedad (Duchrov y Hinkelammert, 2004). Es una estrategia de afianzamiento de un patrn de poder que bajo su forma actual ha experimentado la peligrosa transicin de ser un neoliberalismo de paz para convertirse en un neoliberalismo de guerra (Gonzlez Casanova, 2002). El conjunto conformado por la alianza entre explotadores internos y externos no parece ceder en su acumulacin interminable de capital. La condicionalidad de las medidas econmicas, desde los planos financiero y comercial, tan eficaz en el momento de auge del neoliberalismo ha sido puesta en serio cuestionamiento luego del inicio de su crisis, y se agrava a pasos agigantados en cuanto ms sectores y ramas de la economa tienden a resentir la baja efectiva o estimada de sus tasas de rentabilidad. Por tal razn, el proyecto de dominacin, explotacin y apropiacin, pareciera estar desplazando su condicionalidad hacia un plano poltico, militar y territorial recobrando, con el peligro que significa este desplazamiento, su importancia (que nunca dej de ser mayscula) tanto la apropiacin y expropiacin de la riqueza social y pblica ya existente, como el adueamiento (privatizacin) y la pretendida conversin en mercancas y derechos de propiedad de los bienes comunales naturales, estratgicos, genticos, biticos y culturales (a travs de amplios y profundos procesos de extranjerizacin u ocupacin territorial). Envuelto como est el neoliberalismo en una crisis de su dominacin poltico econmica, parece encaminar no slo al sistema en su conjunto, sino a la civilizacin en cuanto tal, a la resolucin de sus contradicciones en el ms profundo plano de su conflictividad, en la devastacin material de las fuerzas productivas y en los umbrales de una guerra de destruccin masiva y global, capaz de desvalorizar el sobrante de capital o de darle cabida a porciones del mismo que de otro modo permaneceran inutilizadas al no encontrar asidero productivo con niveles aceptables de rendimiento. La exigencia de inclusin de todo un conjunto de bienes tradicionales, materias primas no renovables, nuevos materiales y recursos estratgicos en las metas, objetivos y carteras de inversin de los grandes consorcios multinacionales; en los esquemas especulativos de los grandes fondos de inversin; o en las manas, pnicos y cracks que acompaan a la gran variedad de instituciones e instrumentos
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accionarios, impulsa mecanismos directos o indirectos, o en su caso, procesos diluidos socialmente a travs de la accin no intencional. Esto es que transmutan el accionar abstracto del sujeto automtico capitalista (sin patria ni asidero fijo o esttico) en efectivos y concretos procesos de invasin, ocupacin territorial y transgresin de la frontera ecolgica, lo que da por resultado un macro proceso planetario de traslado de la riqueza (en su forma material, ya no exclusivamente monetaria) del Sur (generosamente dotado en megadiversidad) hacia el Norte industrializado (con sus incrustaciones de industrializacin tarda o trunca en el propio sur), con una incontable proliferacin de efectos no deseados y daos colaterales preferiblemente situados en los costados sureos de la geografa. La combinacin resulta perversa y el coctel verdaderamente explosivo; por ello es que la accin de los Estados se convierte en campo de disputa (y de ello no se eximen aquellos que se asumen como o dicen representar un gobierno de o desde los movimientos sociales). Segn sea el modo en que los reacomodos hegemnicos se establezcan, la institucionalidad de los Estados puede asumir, en la mayora de los casos, el encargo de proteccin de la forma valor que se valoriza (realizando con ello valores de uso destructivos, en estrategias policiales, militares o paramilitares, engullendo lo producido en el sector armamentista) o por el contrario, y no por voluntad de la poltica establecida sino por el impulso de la lucha de los de abajo y de los afectados directos, ser exigido en tanto entidad privilegiada de la mediacin social, para establecer jurisdiccionalmente principios de derecho que otorguen garantas y proteccin de territorios, comunidades y colectividades. En los espacios de resistencia que alcanzan los mayores grados de politizacin y que aspiran a construir territorialidades emancipatorias, estas luchas estn dando lugar a procesos de autodeterminacin y a estrategias de seguridad autogestionadas por las propias comunidades o con base en sus autoridades y cdigos consuetudinarios (es el caso, en Mxico, de las juntas de buen gobierno en Chiapas, o de la polica comunitaria en Guerrero). En aquellos despliegues que logran un alcance mucho ms amplio que el de cualquier localidad estas reivindicaciones se comienzan a plasmar en nuevos acuerdos, inditos compromisos o procesos asamblearios constituyentes que tienden a recobrar el sentido de lo plural (pues al reconocer la diversidad de las culturas, se integra el sentido que a la naturaleza, como espacialidad de lo comn y conferida de dignidad propia, le otorgan las formas de socialidad ancestrales o los estratos ms avanzados del pensar/hacer alternativo); o bien, establecen y le confieren todo un nuevo sentido al mundo de la vida (sumak qamaa, vivir bien, del aymara, en Bolivia, o sumak kawsay, buen vivir, del quechua, en Ecuador), cuando desde la deteriorada repblica neoliberal se da paso a lo plurinacional. La peculiaridad de la crisis histrica de nuestra poca no deriva de que abarque diversos planos, esto es, que presente un carcter multidimensional, sino que en su progresin ha ido devastando diversos espacios: a) de la produccin, circulacin, distribucin y consumo; b) geogrficos, energticos, ambientales y de los ecosistemas; c) de las unidades domsticas hasta urbes enteras o naciones que quedan hechas trizas. La vivencia de tales estragos como saqueo planificado que sufren reas territoriales protegidas, comunidades rurales, campesinos y contingentes obreros no es sino la forma en que el capital externaliza su crisis; el modo
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en que se enfrenta con sus lmites relativos y pareciera acercarse (como una asntota) a sus lmites absolutos sin que ello llegue a experimentarse, porque es ese estado de permanencia en los lmites lo que se vive como crisis. No es otra la caracterizacin que Marx hace del capital, esa universalidad que slo se puede expresar en sus formas reales de aparecer, y que en tanto sujeto automtico que desplaza y subsume al sujeto corpreo y real experimenta la valorizacin del valor como autovalorizacin en la medida en que efecta constantemente ese pasaje o traspaso de una forma a la otra [] sujeto de un proceso en el cual cambiando continuamente las formas [] modifica su propia magnitud (Marx, 1984: 188); afirmacin que no puede ser entendida sino en correspondencia a cmo, en la primera redaccin de su obra, lo ha definido: El capital es la potencia econmica, que lo domina todo, de la sociedad burguesa (Marx, 1989: 28). El capitalismo en su dinamismo de crecimiento y en su tentativa de acumulacin (el tiempo abstracto de su lgica econmica) termina por rebasar los ciclos de la naturaleza y los de aquellos elementos (fsiles) que estn en su base energtica (tiempo concreto de la vida y de la materia). De ah que el capital desplace su accionar desde el plano de la mercanca y el dinero, cuando las posibilidades de ganancia ah se dificultan, hacia los planos en que mejor opera actualmente la extraccin de excedentes y riqueza: la acumulacin por despojo, sin importar que con ello se precipiten guerras por los recursos toda vez que, en los hidrocarburos, se llega a los topes de la produccin (Peak Oil), o en la megaminera a gran escala y a cielo abierto la devastacin ambiental y la contaminacin de los mantos acuferos es mayscula, pues la obtencin de los metales preciosos u otros materiales opera con tasas cada vez ms bajas (en proporcin a los territorios involucrados) pues los yacimientos de alta ley estn casi agotados. Es el caso tambin de los megaproyectos hidroelctricos o de la exportacin de los agrocombustibles que no son sino modalidades encubiertas de transferencia del recurso vital hacia esquemas industrializadores y la privacin del agua a comunidades enteras: otra forma tambin de externalizar el lmite ecolgico2. La complejidad de esta crisis exige del pensamiento alternativo que busque sus otros mundos posibles ya no en exclusiva como contencin o superacin del capitalismo, sino al modo de alternativas al desarrollo y a la propia modernidad. Esta situacin hace estallar la conflictividad constitutiva que acompaa la larga historia de conformacin de la modernidad, la que opera entre el emergente ordenamiento societal que prepara el camino al capitalismo (un sujeto individual racional moderno que se erige en dominante, apropiador, depredador y expropiador ante sus otros, no-humanos y humanos no reconocidos como humanos, degradados en su condicin ontolgica) y los entramados civilizatorios y culturales preexistentes, que mantienen a mayor resguardo las sabiduras milenarias y los equilibrios centenarios entre las entidades que conforman sus simbolismos, cosmovisiones y mundos de espacialidades ms amplias y generosas en su sentido de lo comunitario3. Los mapas de lo que est en juego y la cartografa de las resistencias se pintan de verde y se ensucian las manos y el cuerpo en el lodo de la tierra y los humedales, y en el peor de los casos se pintan de rojo por la sangre derramada por los activistas ambientales y sus luchas ejemplares: al saqueo econmico se suma la devastacin ambiental y adems la tragedia humana.
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Si en la globalizacin se manifiesta este drama, lo es porque el gran capital y los consorcios multinacionales sustentan un programa que aspira a colonizar, apropiar y explotar las cuatro modalidades histricas de existencia de las mercancas ficticias (segn la terminologa de Polanyi): la tierra (o la naturaleza, en un sentido ms general), el dinero, el conocimiento y la capacidad viva de trabajo4. En efecto, podemos consentir que la globalizacin refiere a una determinada escala geogrfica de actividad humana (Taylor y Flint, 2002: 2), pero lo hace en el ejercicio despiadado por apropiarse de la completa geografa del pensar/hacer humano desplazando, nulificando o invisibilizando toda aquella relacin social que no est guiada por el principio de la valorizacin del valor y de la rentabilidad econmica. Si cabe hablar de Imperio, lo es en ese preciso sentido: la globalizacin es la tentativa por imponer el imperio del capital. En este plano es que la globalizacin se conecta con los procesos de extractivismo y neo-extractivismo, con la lucha por los comunes y por hacer de ellos Bienes Comunes de la Humanidad, con la defensa de lo comunitario y de las estrategias de territorialidad emancipatorias. En correspondencia con esta argumentacin es que podemos afirmar, sin caer en un juicio arbitrario, que la globalizacin se establece como un dique o una estructura que limita el ejercicio de la autonoma o la construccin de espacios de autonoma, dado el hecho de que los grupos subalternos (en el proceso experimental de la lucha por dejar de serlo, o en el ms elemental de asegurar las condiciones para su sobrevivencia) tienden a desplegar su actuacin, o a habitar dichos espacios societales en que se concentran tan valiosas y, en ciertos casos, escasas mercancas ficticias, y por dicha circunstancia viven en carne propia la agresividad desmedida del sistema. Si en dicho sentido la globalizacin limita y delimita, en otro, muy distinto, ampla y extiende: la escala y el mbito de las operaciones tanto de empresas como de holdings y grandes corporativos, tambin de ejrcitos y fuerzas policiales y parapoliciales que traspasan en su mbito de actuacin las fronteras nacionales en intervenciones quirrgicas, guerras humanitarias u operaciones relmpago, o bien, que en abierta violacin de la legalidad internacional promueven la adopcin de la guerra preventiva. La imposicin de la propiedad privada, producto de una relacin de poder, y la obtencin de ganancias, regalas, royalties o derechos de patente y propiedad intelectual, en la forma de un despliegue ampliado no slo de la acumulacin de capital sino de las relaciones sociales de tipo capitalista y de las contradicciones a ella inherentes, se propaga al modo de una combinacin sistemtica y de largo aliento de dos tipos de ordenamientos complejos: el empresarial o gran empresarial y el policial o militar industrial, subsistemas ambos que operan de manera diferenciada al seno de los Estados y en la relacin entre los Estados. Lo que al interior de los Estados se experimenta como la ampliacin (intensiva y extensiva) de la mercantilizacin absoluta de la vida, corresponde a modalidades en que la globalizacin determina la imposicin internacional de hechos consumados por sobre el derecho de naciones, pueblos, comunidades y colectivos. Es as que el Estado nacin como mediacin privilegiada para que se opere este proceso, o como correa de transmisin de las relaciones de poder entre el capital mundial y la corporalidad sufriente del trabajo vivo, tambin mundial, se establece como un campo de lucha entre dos fuerzas. De un lado, la de los complejos empresariales
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y militares, y del otro, la de los movimientos contrasistmicos y alternativos: los Estados poderosos (sea en la forma de sus corporativos o ejrcitos) se afirman a lo externo e impulsan la desconfiguracin interna de los equilibrios preexistentes en los Estados ms dbiles o en proceso de periferizacin al punto no slo de debilitar su condicin soberana sino de decretar su clasificacin como Estados fallidos, con lo cual se abre una amenaza inminente de intervencin o colonizacin efectiva.
La crisis actual del capitalismo se manifiesta en los ms diversos mbitos, y en tal grado de crudeza, que ha concitado un abanico ya muy vasto de expresiones para intentar caracterizarla y tratar de asir sus contenidos ms significativos. En tal situacin nos hallamos, que es lcito preguntar si acaso no estamos ante una crisis en la propia teora de la crisis, o de las versiones de la misma que se han propuesto para afrontar la caracterizacin del estado actual del capitalismo. Si as fuera estaramos ante un caso notorio de dficit de teora ante una realidad muy compleja, lo que hara lcito dirigir dicho cuestionamiento hacia los campos problemticos y complejos en que se orienta el orden social dominante que, si bien es cierto que ha exhibido una alta capacidad autoadaptativa, est comenzando a mostrar en los tiempos actuales (y, literalmente, a la hora de escribir estas pginas) contradicciones insalvables en mbitos que cuestionan la reproduccin de su hegemona y que anuncian coyunturas inciertas: es el caso del dislocamiento de la estabilidad monetaria por las dificultades para sostener la divisa de reserva mundial, el dlar, y la que se eriga como posible sustituta, el euro. El estallido de los problemas de sobreendeudamiento privado de los hogares y de la cartera de deuda pblica en los Estados Unidos, y la crisis fiscal y de deuda soberana de los estados de la zona euro, no son sino mbitos en que la condicin de superpotencia indisputada se pone en entredicho; y ambos propiciados por el verdadero problema de fondo que es la insana situacin productiva de toda la economa mundial, y en especial la norteamericana, que en la autntica guerra de clases llamada neoliberalismo ha logrado, en contra del espritu de Benjamn Franklin, erigir una sociedad donde el gobierno es del, por y para el 1% de la poblacin: los sper ricos. Sin necesidad de sucumbir a la muy larga duracin y referirse a ella como crisis civilizatoria (damos razn ms adelante de lo que tal calificativo estara significando) y con ello estar tratando de decir algo mucho ms amplio que estructural, sistmica, terminal u orgnica (por acudir a una jerga ms clsica) podemos, de entrada, servirnos de la historia y decir que los eventos a los que se ha precipitado el sistema capitalista de 2008 a la fecha no son sino las tendencias de profundizacin de una crisis que se viene arrastrando desde inicios de los aos setenta del siglo pasado (Amin, 2009). No se trata de una crisis financiera, aunque ah se exhibe una de sus ms evidentes sintomatologas. Tampoco de una crisis presupuestal o de los niveles de gasto de los gobiernos, aunque los niveles de fiscalidad exigidos, y la necesidad de orientarlos a los sectores de mayores ingresos y al gran capital (y la negativa a hacerlo de ese modo, para dejar caer la carga fiscal en la espalda de los trabajadores restringiendo los gastos sociales del gobierno,
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o ampliando los impuestos al consumo) han hecho una clara contribucin, y lo harn de mayor modo, a la parlisis econmica. Es por tales razones y otras que enseguida apuntaremos, que encontraramos el parangn de la crisis financiera y econmica que mutar en recesin global y generalizada en un futuro muy prximo, en aquella coyuntura que los historiadores de inicios y hasta mediados del siglo XX dieron en clasificar como la gran crisis de fines del siglo XIX (Gandarilla, 2008). Esto es, la que comprendi el perodo entre 1873 y 1896 (y que, ahora se sabe, segn investigaciones recientes sobre Marx, en la edicin de la MEGA 2, ocup la atencin del clsico en sus trabajos del ltimo perodo de su vida). Como aquella de fines del siglo XIX, la crisis de onda larga depresiva de los aos setenta del siglo XX trat de resolverse rompiendo las ataduras del capitalismo y orientndolo hacia lo que Karl Polanyi dio en llamar la gran transformacin (capitalismo de los grandes crteles, los trusts nacientes y empuje del capital financiero, en aquella ocasin; impulso de la gran corporacin, los oligopolios y la mundializacin financiera, en tiempos ms recientes) e impulsando su expansin artificial o efmera (belle poque, en aquella coyuntura, poltica de globalizacin neoliberal; Nueva Economa, y burbuja financiera, en tiempos ms recientes) pero abriendo las bases de una poltica de conquista y saqueo (imperialismo clsico y reparto de frica, en aquella ocasin; impulso de las guerras humanitarias y de ocupacin, en tiempos ms recientes). La Primera Gran Guerra europea no solucion las contradicciones de aquella mundializacin y en cambio abri una confrontacin de treinta aos, en medio de cuya conflagracin llegaron los descalabros financieros de 1929 y la recesin productiva de toda la dcada siguiente, postracin econmica que nicamente pudo solventarse (al interior de los Estados nacin) a travs del nuevo compromiso histrico luego de abatir (pero sin dejar de ensayarla socialmente con las consecuencias que conocemos) la otra opcin que se abri al capitalismo y al modernismo reaccionario (Herf, 1990; Griffin, 2010) esto es, el fascismo (por el que haban optado militantemente varias naciones europeas). El mecanismo que permiti tal recomposicin consisti en consentir (al interior del sistema interestatal, o nuevo orden internacional) la inauguracin de un perodo floreciente e indisputado de hegemona norteamericana que slo dur los as llamados treinta gloriosos, sobre la base del impulso keynesiano de la demanda efectiva, la recuperacin europea con los instrumentos de Breton Woods, y el crecimiento de los mercados internos con base en un incremento relativo de la remuneracin obrera (directa e indirecta). La desventura de la coyuntura actual es que la presente mundializacin y crisis del capitalismo no parece acogerse a soluciones keynesianas ni a ninguna unilateralidad ortodoxa segn la disciplina econmica convencional. Ni los enfoques institucionalistas son suficientes con relacin al tamao de las aporas provocadas en dicho mbito por las polticas de desregulacin global, hechas a imagen y semejanza de los intereses de los complejos corporativos (el militar-industrial, el biotecnolgico-farmacutico, o el de seguros y atencin mdica privada, por mencionar algunos). No se ve luz al final del tnel ni apertura de una nueva onda larga expansiva. Pareciera que Kondratiev se ha olvidado de nosotros, aunque muchos analistas han pronosticado el inicio de tal nuevo ciclo (lo hicieron, a mediados de los noventa, y se dieron de topes con la crisis asitica, y lo volvieron
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a prefigurar luego del espejismo Obama, y miren dnde nos hallamos; tales formulaciones no son ms que wishful thinking, y de eso no vive el anlisis social): lo que se avizora, por el contrario, es la continuacin de una crisis permanente e integral (escribiendo desde Mxico es inevitable incurrir en tal caracterizacin) si no es que el comienzo de otros treinta tenebrosos. A fin de cuentas, el mundo entero no est a salvo de soluciones reaccionarias que, como en el pasado, comienzan a exhibir diversas modalidades de relacin social signadas por lo que algunos autores han dado en calificar como fascismo societal, dado el hecho de que la crisis actual no es sino el resultado de la aplicacin de los remedios que se instrumentaron para darle solucin. Como lo ha sostenido el gegrafo marxista David Harvey (2010: 169) la crisis actual se origin en las medidas adoptadas para resolver la crisis de los setenta, es tambin, sin embargo, un caso de bsqueda de cura a travs del veneno, pero incubado en un sistema como el social que no corresponde a la biologa humana y a la reaccin de sus anticuerpos. A nivel macrosocial, la vacuna desestabiliz an ms la enfermedad que ha tomado por presa al cuerpo senil del capitalismo (lo viejo que no termina de morir, lo nuevo que no termina de nacer).
La desventura de la coyuntura actual es que la presente mundializacin y crisis del capitalismo no parece acogerse a soluciones keynesianas ni a ninguna unilateralidad ortodoxa segn la disciplina econmica convencional
Tambin como en la crisis de cierre del siglo XIX, se est ingresando, con los acontecimientos recientes, a una coyuntura anloga a la de 1929 (Marichal, 2010). Las devastaciones calamitosas de la economa de aquella poca darn risa comparadas con la debacle actual (magnificada por los lmites ecolgicos, energticos y alimentarios ante los que ahora se encuentra expuesto el sistema mundial, y que no eran de tal magnitud en crisis pasadas). Ya pasamos por la primera y segunda guerra del golfo, y falta ver si habr sustitucin hegemnica (algo a todas luces dudoso segn la estrategia de China, que suele acogerse a temporalidades ms largas que las occidentales y a la propensin de las cosas, antes que a protagonismos innecesarios y altamente costosos) o se abrir un campo para soluciones ms regionalizadas o multipolares. Si el pasado siglo, fue, verdaderamente, un largo siglo XX (Arrighi, 1999), esta es la coyuntura que ventura su cierre, con la posible disolucin de una moneda mundial que resguarde los intercambios internacionales y la reserva, o mejor, desvalorizacin del valor. Sin embargo, basta recordar que en las largas coyunturas que han entregado un nuevo hegemn indisputado, en los ltimos cinco siglos de desarrollo capitalista, ello se ha decidido (en al menos tres ocasiones, con los Pases Bajos y la paz de Westfalia, en el siglo XVII; Inglaterra y la pax britnica, en el XIX; y Estados Unidos y su pax americana, en el XX) a travs de hacer comparecer la opcin blica, instrumento innegable de destruccin de capital. No se puede ser optimista dado el programa al que se embarc la derecha y los halcones norteamericanos (recordemos, si no, el Proyecto para un Nuevo
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Siglo Americano) y el comportamiento del estadounidense medio, exhibido en los ltimos aos, proclive y performatizado hasta el cansancio a la mentalidad de ranger o marine, y la propensin en el Norte global de tipo racista y fascista hacia el migrante y las otras culturas. Detengmonos ahora en una temporalidad ms cercana, a la que se entrega el capitalismo en la coyuntura de los aos setenta del siglo pasado. Los acontecimientos a que hemos concurrido (nuestra historia inmediata), verdaderos torbellinos para la existencia social, no son sino producto de tal circunstancia y de las modalidades en que el conflicto social tom cursos que ya se prometan como enormemente problemticos. Somos hijos de esa crisis y en dicha crisis nos hallamos. Las bases de la misma estaban presentes desde fines de los aos sesenta (como problema de baja rentabilidad, sobreproduccin y baja formacin de capital), en un movimiento acompasado que involucr a todos los centros desarrollados. Las visiones superficiales por aquellos aos quisieron ver en el alza del precio del petrleo el detonante (luego de la guerra de Yom Kippur). Lo cierto es que la solucin a tal situacin fue no slo la alianza norteamericana con las dinastas rabes (petrleo a cambio de proteccin), sino el reciclamiento de los petrodlares desde la city de Nueva York: fue as que se dio inicio a la propensin rentista y a la vocacin compradora en las burguesas o lumpen burguesas (como las lleg a tildar Andr Gunder Frank) de la gran mayora de pases del tercer mundo. El resultado de ello fue el incremento de la deuda externa y el ahorcamiento financiero de aquellos pases que haban incurrido en tal expediente, luego del brutal incremento de las tasas de inters por la poltica de la reserva federal en Estados Unidos en los comienzos de los aos ochenta del siglo pasado. Toc a Mxico el ingrato privilegio de declarar la primera moratoria en 1982 y entregarse de lleno al cumplimiento del credo neoliberal, que ya se haba comenzado a instrumentar en Amrica Latina (con bayoneta y manu militare de por medio) a travs de las dictaduras de seguridad nacional, en un recorrido que fue abarcando a Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay, y ms. El neoliberalismo se comenz a instrumentar en Amrica Latina. Desde 1973, tal programa fue entendido como una recomposicin de clases (Anderson, 1997) en que la agudizacin de la desigualdad figura como premisa y no tanto como resultado del proceso, en la medida en que se sostiene que el incremento en el ahorro ser el detonante de la inversin y no como es en las figuraciones keynesianas y su mito del pleno empleo a travs de hacer crecer la demanda efectiva. Lo cierto es que el crecimiento de la acumulacin de capital lo fue con base en su concentracin y la apropiacin de la riqueza social ya existente, y no a travs del crecimiento econmico, que para el modelo neoliberal no es condicin imprescindible (si no, miren a Mxico, cuya condicin de endmico estancamiento es acompaada por un aumento de las posesiones de riqueza por unos cuantos personajes que aparecen en las pginas de Forbes o de Fortune). Una vez que el programa econmico y social precedente fue derrotado en Mxico, uno a uno los pases latinoamericanos se comprometieron con el Consenso de Washington. La dcada perdida de los ochenta comenz a mostrar su sino con escenarios de devastacin, guerras civiles o internas, e impulso externo de entramados contrainsurgentes en Amrica Central; con la crisis del populismo trasnochado de Alan
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Garca en Per, o de Carlos Andrs Prez en Venezuela. Los noventas arrancaban en medio de un cierto neoliberalismo pintoresco con Collor de Mello en Brasil o Menem en Argentina. Las lites y oligarquas dominantes en la regin podan incurrir en excesos pues el neoliberalismo experimentaba un alcance prcticamente global y cobraba la forma de nuevo sentido comn de la poca. Su victoria pareca tambin ideolgica, pues a inicios de los aos noventa del siglo pasado, los otros tres modelos que le pudieron haber disputado la hegemona fracasaron (Gandarilla, 2003: 110-117). No slo vivieron su debacle tanto los proyectos de liberacin nacional, con la derrota de los sandinistas en Nicaragua y el asesinato de los jesuitas en El Salvador, como la cada del socialismo de tipo sovitico y el inicio del perodo especial en Cuba, sino que se convirtieron en su reflejo, como fue el caso de los programas socialdemcratas, que en un caso de rara evolucin mutaron para ser ms neoliberales que los propios neoliberales. Ese panorama comenz a cambiar con el caracazo en Venezuela en el ao de 1989, y a mediados de la dcada siguiente con el grito del Ya Basta! zapatista, en el sureste mexicano. En una especie de rara paradoja, en estas tierras, cuando al inicio del ao 1994 se anuncia el descontento y se elabora todo un nuevo esquema del pensar/hacer emancipatorio y libertario, lo que se vislumbra y fortifica no son alternativas sino alternancias, imposicin y restauracin. La regin sudamericana ha avanzado, con variados niveles de eficacia hacia otras sendas, una vez que el proyecto del ALCA fracas y los Estados Unidos, presionados por haber llegado al Peak Oil, tuvieron que orientar su poltica exterior hacia el Asia Central y la regin del Cucaso (Howard, 2007), abriendo un campo de oportunidad al que la oligarqua mexicana no quiso o no pudo acogerse, maniatada por los compromisos signados en el Tratado de Libre Comercio (TLCAN), con un gobierno producto del fraude electoral. Tambin es el caso, en los aos ms recientes, de la poltica del ASPAN y la Iniciativa Mrida a los que Mxico ha quedado encadenado justo porque exhibe un gobierno sin un pice de legitimidad. El resto de la regin latinoamericana experimenta una opcin bifronte: algunos capitalismos nacionales supieron mirar hacia oriente o la cuenca del Pacfico, o diversificaron, as sea modestamente, sus estructuras productivas. Por ejemplo, Chile, atrapado en la exportacin de bienes tradicionales, o los involucrados, como es el caso de Brasil, en un agresivo protagonismo exterior (BRIC, Grupo de los 20) y bajo el amparo del equilibrio fiscal y la inversin en nichos novedosos pero extractivistas (petrleo de aguas profundas, agrocombustibles), a tal punto que el gigante del Cono Sur pareciera estar conducindose hacia una condicin semiperifrica. Pudiera ser, tambin, que en tierras latinoamericanas se lleguen a consolidar los primeros atisbos de oposicin al neoliberalismo en determinadas polticas y cambios estratgicos que anuncian modos novedosos para salir de l. En algunos de los pases donde ms se haba avanzado en la instrumentacin del Consenso de Washington y en la poltica de desinstitucionalizacin de los Estados, es donde se han erigido y levantado los mayores campos de resistencia regin andina; pues salir de tal atolladero ha exigido una recomposicin de los acuerdos constituyentes sobre bases novedosas, y por ello muy complejas, pues los entramados sociales de la resistencia han correspondido a una mayor consolidacin. Venezuela tambin se distancia del predominio neoliberal y est enarbolando una poltica que hacia el
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futuro inmediato, sin embargo, tendr que avanzar ms en el esclarecimiento de lo que su propuesta programtica significa (el llamado Socialismo del siglo XXI); de lo contrario las presiones geopolticas del convulso presente la condenarn a tener un carcter ms emblemtico que efectivo, situacin que se agravara de mantener una condicin de monoexportador del hidrocarburo, con los costos ecolgicos que ello significa. Mxico juega en todo este complejo proceso de recomposicin un lugar secundario, ya no slo en su relacin con los Estados Unidos (enganchado al curso que el hegemn decadente experimenta y le marca) sino con relacin al lugar que tradicionalmente haba ocupado en la regin latinoamericana. En el caso de Mxico no hubo slo equivocacin estratgica (de las lites gobernantes y la oligarqua parasitaria) sino instrumentacin del modelo neoliberal en su grado ms extremo, el indicado para propiciar un modelo de acumulacin oligrquico y depredador, que parece exhibir un novedoso e informal modo de enriquecimiento a travs de la renta criminal. Otra peligrosa tendencia que nunca dej de inspirar la agenda hemisfrica de los Estados Unidos para la regin latinoamericana ha sido esa especie de mutacin civil, legal o parlamentaria que estn experimentando los ejercicios de reversin de procesos de cierta amenaza a los intereses norteamericanos bajo la forma del golpe militar efectivo y el rgimen de ocupacin (desde aquel perpetrado en el Hait de Aristide en 2004), o en formas encubiertas y menos escandalosas (como en el caso de Celaya en Honduras, en 2009; y el ms reciente en contra de Lugo en Paraguay).
Pareciera que el fondo del problema est situado en un lugar an ms profundo de lo que el ngulo financiero, monetario o presupuestal dejan exhibir, pues esta crisis parece comprometer no slo la legalidad o causalidad interna al capitalismo, esto es, una cuyo eje de comportamiento est en el sostenimiento de la rentabilidad y la acumulacin de ganancias, riqueza y capital, sino que los impactos de la devastacin capitalista han alcanzado una legalidad o causalidad mayor (contradiccin externa). En esta causalidad se ve involucrado el piso sobre el que este orden se asienta (OConnor, 2001), su entorno ecolgico ambiental y los equilibrios climticos, biolgicos, los de la escala de biomasa y otros componentes primarios requeridos para cumplir la exigencia de energa que el funcionamiento del sistema est demandando, y que la huella ecolgica est comprometiendo, as como los de captacin del tipo y los niveles de contaminantes que el planeta puede alojar o absorber. En nuestra condicin epocal lo geogrfico parece asumir la connotacin, en mayor correspondencia con lo sostenido por Marx, de lmite insuperable, de materialidad agotable si permanece o se agudiza la interminable acumulacin de dinero, ganancia, riquezas y posesiones por parte de unos cuantos. Tal voracidad es muy probable que termine por activar, en el despliegue multiforme de esta crisis sistmica, los lmites absolutos del capital (Mszros, 1986: 2001). El calado de esta crisis, entonces, conduce la pregunta sobre nuestra condicin epocal en una senda como la propuesta por Walter Benjamin, cuando se pronunciaba por captar la actualidad como reverso de lo eterno en la historia y as tomar la impronta del lado oculto que esconde la medalla (2010: 23). La exigencia que
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al analista se le impone es aproximarse en el mayor grado posible y de la forma ms documentada a que haya lugar, con el fin de saber a qu atenerse si las tendencias identificadas (con los mtodos y las teoras ms acreditadas) se mantienen o se agravan. Tuvo razn Bolvar Echeverra cuando encontr en el conjunto de circunstancias que se cruzan en lo actual un hiato mayor dado que el modo como las distintas crisis se imbrican, se sustituyen y complementan entre s parece indicar que la cuestin est en un plano ms radical; habla de una crisis que estara en la base de todas ellas: una crisis civilizatoria (Echeverra, 1998b: 34). En el inicio del libro que hace remembranza de su existencia, Andr Malraux narra el impacto que le provoca uno de sus viajes y afirma: conoc una Asia cuya agona misma nos aclaraba el sentido de Occidente (Malraux, 1977: 12). Es cierto que el escritor francs, al decir Occidente, cree estar diciendo el mundo entero; y es que ahora ese debiera ser nuestro lugar de enunciacin, poniendo en la mira, tambin, un sentido ms amplio de la entidad que para el autor de La condicin humana representa Asia. As comprendemos tanto el cercano como el lejano oriente y recuperamos lo dicho por Malraux, pues en los tiempos actuales apreciamos, luego del temblor y tsunami en el Japn, una agona y prdida de sentido en la racionalidad cientfica misma por la crisis del reactor nuclear en Fukushima, intentando ser enfriado a travs de mecanismos no slo precarios sino literalmente improvisados. Si ya el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki hace poco ms de medio siglo revelaba la prdida de inocencia de la ciencia fsica, ahora en una especie de fatalidad insospechada, el mismo punto geogrfico nos alerta de cmo la contingencia y la dureza de los desequilibrios naturales impactan al baluarte de la sociedad moderna (la racionalidad instrumental y el despliegue tecnocientfico). Pero, por otro lado, y esta vez desde la geografa del cercano y medio oriente, con impactos sensibles en el norte de frica y el sur de Europa (que durante varios siglos fueron una sola entidad civilizatoria), la generalizacin de movilizaciones colectivas que desequilibran (en grados diversos) la institucionalidad poltica vigente muestran el otro cariz (que impacta las modalidades de la representacin y gestin de la poltica) y el agigantado alcance de la crisis que el sistema capitalista exhibe y que por ello permite ser enunciada como crisis de tonalidad civilizatoria. Oriente, entonces, muestra al mundo un carcter bifronte (pero cuyos alcances son ms generalizados) de la agona de la civilizacin occidental moderna-capitalista. Como estrategia para ir ms all de la nocin espacial-geogrfica, se ha propuesto partir de entender por Occidente un modo de existencia del ser humano que se organiza en torno al comportamiento tcnico como el lugar privilegiado donde el ser de los entes adquiere su sentido ms profundo y definitivo (Echeverra, 1988: 212). Y ver en este proyecto de totalizacin civilizatoria, que en el curso de los siglos se esparce por el mundo entero, la conversin de una modernidad potencial en modernidad existente y efectiva, cuando esta establece afinidad electiva con el capitalismo. Por ello, Bolvar Echeverra afirm de l:
El proyecto capitalista en su versin puritana y noreuropea, que se fue afirmando y afinando lentamente al prevalecer sobre otros alternativos y que domina actualmente, convertido en un esquema operativo capaz de adaptarse a cualquier sustancia cultural y dueo de una vigencia y una efectividad histricas aparentemente incuestionables (Echeverra, 1998a: 34).
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Una vez que el proceso de reproduccin de la vida material opera de tal modo, no es posible sino hablar de modernidad capitalista. El problema brota cuando se ha hecho evidente que el desarrollo tcnico no es equivalente al desarrollo de la humanidad; que el progreso de la tecnologa no es el progreso de la humanidad; que la tcnica, la tecnologa y el progreso no son asuntos meramente tcnicos sino, en el fondo, polticos. La correlacin entre la modernidad capitalista y la racionalidad cientfica se da no en cuanto superacin de lo mtico, pues la razn tambin se basa en mitos, dos de ellos fundamentales: el del progreso y el de la armona por el mercado (el progreso genera una lgica de infinitud, el de la mano invisible de creacin de un orden; ambos son lo ms funcional al sistema dominante, son sus puntales ms efectivos), de ah que el sistema se alce enarbolando tambin el mito prometeico de la tcnica. Por ello es que, en una lnea de trabajo convergente con este nfasis, Franz Hinkelammert viene sosteniendo, desde inicios a mediados de los aos noventa, que lo que enfrentamos no es solamente una crisis del capitalismo, sino una crisis del concepto fundante de la modernidad. Se trata del concepto de la armona inerte entre el progreso tcnico y el progreso de la humanidad (1995: 25).
La correlacin entre la modernidad capitalista y la racionalidad cientfica se da no en cuanto superacin de lo mtico, pues la razn tambin se basa en mitos, dos de ellos fundamentales: el del progreso y el de la armona por el mercado
Es ah en donde se aloja el ncleo problemtico de la cuestin y en ello se involucra una tendencia de longue dure, motivo por el cual cuando hablamos de crisis civilizatoria nos referimos justamente a la crisis del proyecto de modernidad que se impuso en este proceso de modernizacin de la civilizacin humana (Echeverra, 1998a: 34). Ya antes lo haba argumentado Franz Hinkelammert, en otros trminos quizs an ms radicales: Superar la crisis del capitalismo nos lleva ahora a la necesidad de ir ms all de la civilizacin occidental y de su misma modernidad (Hinkelammert, 1995: 24). Es, justamente, por el calado de esta crisis civilizatoria que la recuperacin del sentido de lo que significa la bsqueda de alternativas para los movimientos anti-sistmicos se encuentra ya no al interior del capitalismo. Tampoco se encuentra como una variante al desarrollo (sea sustentable, humano o sostenible) o al crecimiento (las teoras del decrecimiento, o el paradigma lento, por ejemplo). Esto exige ir ampliando y profundizando la crtica (al capitalismo, el desarrollo, el crecimiento, o la modernidad) revelando y poniendo en primer lugar, y de modo explcito, la condicin de colonialidad como el hiato mayor a superar. As, pareciera que la crisis de la teora crtica an prevaleciente se debe a tal carencia, a la incapacidad para incorporar en su crtica a la totalidad burguesa este problema que, en los ltimos aos, parece emerger como su eje orientador: la totalizacin del proceso civilizatorio vigente se efecta y se hace efectiva al modo de un complejo constitutivo, el de la capitalista modernidad/colonialidad eurocen-
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trada; y no como haba sido asumida por otros discursos crticos al modo de ser entendido como modernidad/racionalidad (Quijano, 1992; Mignolo, 2009), que en algn determinado momento se desvirta por tendencias irracionales a las que hay que contener. Y por ello se eriga, en la teora crtica anterior, a la re racionalizacin o a la reconduccin racional del proceso social y tcnico productivo como base de la sociedad nueva, potencialmente preparada por el aporte civilizatorio del capitalismo. Es por ello que, desde preocupaciones coincidentes en lo que puede erigirse como un nuevo enfoque o un nuevo sentido del pensamiento crtico de algunos pensadores contemporneos, cada vez ms socorridos en el debate, este asunto (el de una crisis histrica sin precedentes cercanos por su grado de profundidad y complejidad) ha comenzado a enunciarse al modo de una serie de propuestas terico conceptuales que revelan un nuevo enfoque que ha dado en llamarse el giro decolonial. Esta discursividad crtica aspirara a alcanzar una nueva episteme para la crtica del programa sociocultural de la modernidad occidental, y no slo de su encierro bajo el capitalismo. Es, precisamente, la lgica irrefrenable del capital (en su vocacin insaciable de ganancia) la que precipita al sistema en una crisis distinta a las anteriores porque constituye una oposicin insalvable entre el tiempo abstracto del valor valorizndose y el tiempo concreto de las estructuras complejas de la vida, que experimentan aproximaciones a lmites que parecen umbrales de no retorno. La oposicin que parece corresponder a esta modalidad de crisis es una entre el capitalismo y la vida humana, entre el rgimen del instrumento autoactuante, esto es, el sistema de maquinaria integrado (Marx, 2005) y el ser humano de carne y hueso, que se ve orillado a una inestabilidad constante en su existencia o reducido a rgano consciente del proceso. En los estudios de Marx sobre el instrumento tcnico, la mquina y el sistema de maquinaria integrado, as como de la subsuncin de la ciencia y la tecnologa a la lgica capitalista existe plena conciencia de que en este proceso no slo se juega el arrebato del saber obrero o su conversin en fuerza productiva del capital sino algo ms importante an, y es el orillamiento, el desplazamiento, la posibilidad de exclusin y la amenaza de la existencia para la capacidad viva de trabajo. No obstante ello, todava se aprecia en Marx una visin que alimenta una certeza de que ello depender del uso capitalista de la mquina y no de una condicin inherente que reside en el nuevo autmata que se ha creado. Tal parece que ante dicho proceso al que se ha dado vida, los crticos luditas alcanzaron un mayor grado de conciencia pues apuntaron, desde un inicio, correctamente, en contra del abaratamiento de los trabajadores, e indicaron las connotaciones profundas e inherentes al factum tecnolgico. Su protesta fue dirigida al contenido material de la tecnologa y la ciencia desarrollada por el capital y no slo a su forma econmica de utilizacin. Y es que, en efecto, con el autmata se ha liberado cdigo, fuerza, energa y composicin pero tambin amenaza de quedar atrapado en su lgica que es la de, en cierto modo, autorreferencia e incontenibilidad. Tambin la de liberacin, pero de la condicionalidad del medio, de la irrebasabilidad del dictum temporal, de la flecha del tiempo, que en termodinmica quiere decir entropa y que, en el despliegue de ese su hacer sin lmites, ni trazas conscientemente discernidas, lo conduce (al autmata liberado, al capital
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como sujeto automtico, como valor que se valoriza) a un camino de salidas muy inciertas, labernticas, al de la senda sin retorno, al del agotamiento del medio (no porque se acabe la geografa, sino porque su pleno abarcamiento la desquicia) y al de la destruccin de la persona humana (porque tambin se deshumaniza la humanidad que queda con vida, no slo la material y ontolgicamente liquidada). Marx lleg a vislumbrar esto cuando analiz el desarrollo de la maquinaria y la gran industria en el Tomo I de El Capital y advirti que con el desarrollo del capitalismo (y la modificacin material de su base tcnica por el paso de la subsuncin formal del trabajo inmediato al capital hacia su subsuncin real y con ello el establecimiento del modo de produccin especficamente capitalista) se ponan en riesgo las dos fuentes creadoras de riqueza (el ser humano y la naturaleza) en esta y cualquier otra modalidad posible de produccin; sin embargo, en consideracin de los avatares actuales y de sus alcances, requerimos emprender nuevos diagnsticos y ampliar nuestro esquema categorial.
En su obra de 1857 a 1858, esto es, durante la primera redaccin de corrido de El Capital, Marx lleg a escribir una de las definiciones ms precisas de lo que entiende por crisis del capitalismo y lo hizo cuando lo relacion con sus barreras o lmites. En dicha obra se ocupa de tres tipos de barreras (mercantiles, financieras y geogrficas) que van emergiendo segn se opera el proceso de autonomizacin o independizacin del sujeto automtico, el capital, respecto de la produccin social y colectiva de la vida material (los productos del trabajo cobran la forma de mercancas, luego, de las mercancas se autonomiza el dinero, del dinero se autonomiza el capital, del capital lo har una figura cada vez ms ficticia de este). Es as que cuando habla de un lmite o barrera de la produccin capitalista lo entiende como una contingencia que debe ser superada (Marx, 1984b: 277), pues considera que el capital constituye el impulso desenfrenado y desmesurado de pasar por encima de sus propias barreras. Esto es, ve en el capital un dispositivo en que encarna ontolgicamente el desenfreno y la desmesura, por ello, no se puede esperar que en su personificacin y figura subjetiva ms acabada, el capitalista, pueda haber ocasin para que en un acto de iluminacin operen (ellos, los capitalistas) determinados mecanismos de autolimitacin. Muy al contrario, es responsabilidad del colectivo social operando ajenamente a dicha disposicin subjetiva (la del enriquecimiento y el inters privado) el implementar mecanismos que contengan la compulsin capitalista, que detengan su automatismo. Para Marx est claro que la situacin de crisis ms especfica y compleja del capitalismo se verifica en cuanto este va comprendiendo cada vez ms esferas de socialidad en la irrefrenable compulsin por abarcar el mundo entero, es as que argumenta lo siguiente:
Dado que la autonomizacin del mercado mundial [] (en el que la actividad de cada individuo est encerrada), se acrecienta con el desarrollo de las relaciones monetarias y que viceversa, la conexin y la dependencia de todos en la produccin y en el consumo se desarrollan a la par de la independencia y la indiferencia recproca de los consumidores y de los productores, dado que tal contradiccin conduce a la crisis, etc., se intenta suprimir esta enajenacin a medida que ella se desarrolla (Marx, 1984b: 88).
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A nuestro juicio lo que Marx est intentando hacer explcito es que la produccin capitalista es una produccin a-social, esto es, una cuyos equilibrios son inestables y azarosos, no alcanzables con base en una gestin o autogestin consciente de los productores sino por los mecanismos del mercado y las relaciones mercantiles; y de las relaciones mercantiles del propio instrumento dinerario o de las figuras ms acabadas y complejas del instrumento financiero. Es ello lo que est contemplando como tal enajenacin, proceso en que concurren dos lgicas contradictorias: por un lado debe existir conexin entre lo que se produce y lo que se consume, de lo contrario la entidad de socializacin desaparece, pero para que esto ocurra se separan e independizan cada vez ms ambas esferas sociales (la de la produccin y la del consumo), separacin que es cada vez mayor en cuanto ms se desarrollan las relaciones sociales como relaciones monetarias. Es por ello que el capitalismo es contradiccin viva, y entonces, la condicin de crisis consiste justamente en el modo de suprimir la contradiccin a medida que se le desarrolla cada vez ms. Por esto es que en otra parte de dicha obra Marx sostiene que todas las contradicciones de la produccin burguesa, esto es, la inherente condicin del capitalismo como crisis, es el lmite ante el cual ella misma [la produccin burguesa] tiende a superarse (Marx, 1984b: 273). Para Marx, entonces, el capitalismo es crisis, y a la luz de los sucesos actuales, del despliegue cada vez ms abarcador de situaciones problemticas de crisis, de esa lucha despiadada del sistema social capitalista por alcanzar una sobrevida, la pregunta que tenemos frente a nosotros es: Cundo har crisis la crisis? Si es que esto llegase a ocurrir lo har cuando encuentre limitaciones insalvables para desarrollar (aplazar) sus contradicciones, y esa mayscula limitacin no puede sino ser producto de la activacin poltica. No ser producto de ningn determinismo estructural o limitacin de ningn tipo, sino de la potenciacin de la subjetividad poltica que ante la sumatoria de los lmites es capaz de poner limitacin al capitalismo, es capaz en cuanto proceso constituyente de lo poltico y en cuanto forma organizativa (forma de gobernanza de la revolucin) de poner lmites al dispositivo que pretende no reconocer lmites (lo viejo que no termina de morir, lo nuevo que no termina de nacer). En una lnea coincidente, Wallerstein desde hace mucho tiempo (y lo reitera en sus ms recientes trabajos) ha sealado que la actual crisis del capitalismo lo es tambin del entendimiento de este como modalidad civilizatoria, como programa sociocultural de establecer la convivencia humana. Por ello, como buen historiador, lee las tendencias presentes como indicadores de regularidades sistmicas y expresiones de su larga duracin. Es por esto que, en su enfoque, las limitaciones del capitalismo estn precipitndole a situaciones inditas y hacia posibles bifurcaciones de rumbos muy inciertos. El historiador norteamericano ve la limitacin mayor del sistema actual en su incapacidad para eludir esa especie de ajuste de cuentas social y su posible sustitucin por otro tipo o modalidad de organizacin humana. La limitacin mayor est en seguir o continuar con el proceso de externalizacin de costos, en que la eficacia de los complejos megaempresariales y la gran corporacin se mide por su grado o capacidad de transferir el terrible costo de la crisis hacia las formas organizativas de lo pblico social y las colectividades humanas; esto es, hacia pueblos, ciudadanos de a pie, sindicatos y trabajadores. Si para ello debe utilizar la fuerza hegemnica del
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discurso o el ejercicio efectivo de la violencia, no hay contencin humana que desde su automatismo le marque lmites; si ha de obrar erigiendo mega Estados o Estados fallidos, pareciera quererlo hacer sin ninguna contemplacin. Pero he all uno de los signos de su deterioro hegemnico, su eficacia se comienza a revelar como efmera, o ella misma sobrevalorada y pareciera que (esa compulsin ilimitada y ese rasgo de su hegemona) no es sino una burbuja ms. El sistema parece revelar una incapacidad actualmente ampliada para externalizar tres tipos de costos al modo en que lo haba hecho hasta fechas recientes: en primer lugar, haba trasladado esa tarea hacia otros contingentes sociales en la forma de reducidos costos salariales hacia los trabajadores del sur del mundo, pero lo ha tenido que comenzar a hacer tambin en los pases centrales en agresivas formas de empobrecimiento; en segundo lugar, haba trasladado los costos ecolgicos hacia los pases perifricos y hacia geografas aledaas, pero las formas propias de la globalidad en la devastacin ecolgica obligan a resarcir procesos que hacen incrementar la composicin orgnica del capital y a sobreacumular si se pretende legitimar el capitalismo verde; en tercer lugar, no se puede eludir ms el desfondamiento fiscal de los Estados y su sobreendeudamiento, pues se ha hecho de ellos el dispositivo creador de liquidez (en tanto prestamista en ltima instancia pues los Estados no quiebran) o el artefacto artificial de creencia (pues tal es la etimologa de crdito como credere, como hacer creer). As, se hace conversin del Estado en una especie de supery freudiano que reprime socialmente al capital pero que tambin lo apapacha y consiente su exceso, y ah tambin se hacen sentir los efectos en Estados ya no slo del sur del mundo, a los que haba que disciplinar desde los aos ochenta, sino en pases cuyos Estados hacan parte de ese frente global de disciplinamiento que fue el neoliberalismo. Parece ser que en esta especie de llegada del neoliberalismo a casa, como ha sido el rebote de la crisis hacia el centro del mundo, se muestra tambin un cierto cariz de su desgaste hegemnico. La condicin del deterioro de la condicin hegemnica al interior del sistema, no lo es slo de la forma del sistema interestatal, hasta el momento envuelto en una crisis hegemnica sin forma previsible en que opere el relevo, pues no hay certeza de que haya nuevo hegemn dominante. Hay crisis de la hegemona norteamericana, s, pero todava no sustitucin hegemnica, la prolongacin temporal de este proceso no es sino expresin de la crisis que se vive. El desbocamiento de la conflictividad blica y de despliegue de efectivos militares por el mundo entero comienza a demostrarse como econmicamente insostenible al seno de un Estado que ha sobreinflado las fuentes de su financiamiento: ya sea en la forma del seoro financiero (con nuevas emisiones de divisas, o modulando las cotizaciones de estas, manipulando las tasas de inters), o en modos muy peculiares en el resto de los Estados, como una medida para cubrirse de las contingencias monetarias y financieras, comprando los bonos de la reserva federal norteamericana, sin rendimiento alguno, para optar por representar el equivalente monetario en formas financieras supuestamente ms slidas; o directamente representando sus reservas del banco central en la que es an considerada divisa mundial, sin caer en cuenta que en dicho actuar lo que se ha hecho no es sino financiar de manera indirecta a la economa norteamericana y su ineficacia productiva.
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Pero el declive hegemnico se aprecia tambin en dos procesos, ms directamente relacionados con el ejercicio de la poltica. El primero a travs del colapso del programa socialdemcrata como proyecto poltico que acompa e hizo efectiva y viable la hegemona norteamericana. El engao consiste en que lo que hace viable la construccin de una slida estructura estatal es la promesa de orientarla hacia el aseguramiento del bien comn, esto es, la posibilidad de que haya disponibilidad estatal para la atencin de problemas sociales y el despliegue de ciertas infraestructuras colectivas o pblicas que indiquen avances hacia una mejor condicin de vida (hacia el desarrollo por llamarle de algn modo). Sin embargo, lo cierto es que lo que termina por instrumentarse es una entidad que muta en Estado niera de amplio y nada legtimo apoyo al poder corporativo multinacional, pero norteamericano en particular, lo que hace que muchas de las externalidades econmicas sean positivas para el capital y negativas para la sociedad, con el Estado mediando estas transferencias del excedente pblico y social. Si en eso qued convertido el ideario socialdemcrata, con la crisis del capitalismo mundial y las dificultades de operar este mecanismo, ello se efectu directamente con base en el programa emergente y rival (el neoliberal), pero con ello se hizo traslcido el espejismo socialdemcrata, tanto del desarrollo como del ascenso social, lo que en definitiva muestra un ngulo del deterioro hegemnico. El otro aspecto es ms definitivo en el deterioro de la hegemona, y lo es en cuanto el sistema ha promovido la creacin de determinados mecanismos de consumo y de consumo de ideologa: esto significa que es eficaz para promover y colocar nuevas mercancas en el mercado5 (industrias que no contaminan, hamburguesas que no engordan, bebidas que no embriagan, caf sin cafena, coca-cola sin azcar, sexo sin placer, etc.). Se comienza a deteriorar tambin esa hbil construccin de una izquierda que no modifica al sistema, esa democracia que no es sino simulacro, ese discurso profilctico y bien portado que promete un cambio que no slo no llega sino que es gatopardismo: el cambio para que todo siga igual. Pues bien, parece que se est llegando a lmites, pues la toma de conciencia de los indignados comienza a no aceptar ms este tipo de productos del capitalismo y quiere modificar genuinamente este orden social inhumano, parasitario y depredador.
Lo nuevo en la historia puede ser, s, un pliegue ms en el espacio estriado de la forma inconexa de lo actual, siempre que sea atrapado y subsumido, canalizado y sometido, canibalizado y engullido por el complejo maqunico. Pero en tanto no lo sea, es elemento orientador e iluminador, ramificacin posible de ese rbol, de ese campo, que llamamos vida. Es cierto que Marx, en una parte tan significativa de su obra, como lo es la Introduccin (Cuaderno M) a los Elementos Fundamentales para la Crtica de la Economa Poltica de 1857-1858, llega a expresar que el capital es la potencia econmica, que lo domina todo, de la sociedad burguesa. Justo eso, para Marx el capital no se ontologiza, ni la sociedad burguesa es equivalente al mundo (la for-
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ma valor no es la subsuncin completa y definitiva del trabajo vivo). Hay espacio, entonces, para las alternativas. Dado que no hay cierre de la totalidad, es este un campo de lucha, no algo ya decidido de antemano. En tiempos de guerra global como en la que nos hallamos, el postulado de una sociedad en la que todos quepan adquiere consecuencias ticas y morales que cuestionan los principios de la mercantilizacin absoluta, del individualismo solipsista y de las metodologas de la accin racional. Si al postulado anterior aadimos el punto de partida de que el asesinato es suicidio (Hinkelammert, 2010), llegamos a la necesidad (no como juicio de valor sino como un realismo de lo posible) de una tica de la vida (la negacin de la vida del otro, niega mi propia humanidad: la bala que mata por la espalda al otro, por la globalidad del mundo, tambin me alcanza) y de una racionalidad reproductiva, muy superior, en los tiempos actuales, a la racionalidad instrumental medios-fines o al mecanismo de la mano invisible del mercado y su principio moral adyacente (vicios privados que crean virtudes pblicas). Si atendemos a lo sealado por John Berger con relacin a su percepcin sobre la reciente ola de disturbios en Londres, y teniendo en mira lo que de modo cotidiano se presenta ante nuestros ojos en nuestra inmediata realidad cotidiana, no podemos sino suscribir su juicio: vivimos aislados pero juntos y habitamos un presente violento al punto de la desesperacin. La sociedad en la que vivimos se ha revelado no slo como capaz sino muy eficaz para dejar en el desamparo de la vida, en el abandono a una existencia bajo condiciones de precariedad a toda una generacin de jvenes que cuenta con muy altos estndares de calificacin laboral y de adiestramiento tcnico, aptos y hbiles en el manejo de las nuevas tecnologas, y bien actualizados en el saber cientfico. Los niveles de desempleo como realidad global, la migracin en flujos bien articulados por el mundo entero, o la falta de oportunidades los convierten en un mercado cautivo de los ms diversificados mecanismos de la economa criminal. Este es uno de los rasgos ms perturbadores (socialmente) de la crisis, pero desde otro ngulo, es tambin en este sector de la poblacin donde se ha expresado el descontento. Los jvenes han concentrado en ellos la agitacin poltica potencial, con el valor agregado que a esta virtualidad poltica de respuesta le otorga el amplio flujo de informacin que circula por el internet y las redes sociales (emergente forma de auto convocatoria poltica y plasticidad organizativa). Ante la lgica negadora de la existencia humana del orden social vigente: me rebelo, luego existo; nos rebelamos, luego existimos. Nos indignamos, luego existimos, pues al visibilizarnos nos revelamos como existente humano ante un sistema que promueve la no existencia. Para decirlo en los trminos en que lo enunciara Edward Thompson: Me resisto a aceptar que esa determinacin sea absoluta [...] Tenemos que lanzar contra esa lgica degenerativa todos los recursos que existan an en la cultura humana. Tenemos que protestar, si hemos de sobrevivir (Thompson, 1983: 17). La labor experimental de lucha conlleva el hacerse sujeto(s) como un acto intersubjetivo. El yo sujeto vence o niega al yo individuo. La propuesta de una racionalidad re-productiva de la vida humana real puede ser un criterio para conformar un nuevo horizonte de sentido para la teora crtica. Hoy, desde el discurso crtico y desde la experiencia prctica de los que resisten y contradicen activamente la lgica del sistema, se requiere imaginacin y uto-
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pa, s; pero ello no es suficiente, hace falta oficio tambin para que esos valores se vuelvan posibles y alcanzables, y no se conviertan en principios o postulados paralizantes, que generen escepticismo hacia cualquier incompleta vocacin de cambio. Los movimientos de agitacin y participacin ms generalizada quiz correspondan a un momento del propio movimiento cuya curva llega a su cenit, pero que es imposible sostener (de modo permanente) y que, por tal razn, en algn momento cambia su tendencia. El discurso que ah se enuncia puede tambin exhibir tal conformacin, y esto quiere decir contextualizar la proclama, hacerla parte de su lgica fundante, la de la protesta y movilizacin en que se inscribe. Esto implica no naturalizarla sino ponerla en correspondencia al curso de la situacin, lo que exige no ver (en el marco de tal proceso) la traicin a valores, por no hacerle seguidilla (al petitorio, al programa) en cualquier situacin, sino hacer del discurso algo vivo como lo es la situacin que le anima. Esta es tambin, al parecer, una perpetua situacin de aprendizaje. Ya, en su momento, Amlcar Cabral sostena que la lucha de liberacin es un hecho esencialmente poltico, y este proceso sustancialmente poltico es, en el fondo, un proceso eminentemente cultural: la lucha de liberacin no es slo un hecho cultural sino tambin un factor de cultura. Y aqu, al igual que en otros casos, cultura equivale a cultivo de la diversidad, no a monocultura, ni a imposicin. Para aquellos comprometidos con la lucha social por construir otro mundo posible, podra estarse revelando como limitada, o muy ajustada a una situacin coyuntural, no esgrimible bajo cualquier circunstancia, una proposicin como la siguiente: Que no nos vengan con que es el tiempo de la esperanza. Es ahora el tiempo de la ira y de la rabia. La esperanza invita a esperar; la ira, a organizar (Gilly, 2009: 21). No avanzaremos mucho de ese modo, pues nos impide entrar en cuenta de que en los tiempos actuales no hay garanta de transformacin efectiva si se camina por sendas paralelas que no se juntan, dado que no es suficiente ni la ira desesperada ni la esperanza desorganizada. Los rumbos de la poltica emancipatoria no terminan de emanciparse de los caminos anteriores y las sendas nuevas se miran escarpadas y sin horizontes definidos. Caminar es el rumbo que la utopa parece consistir, no alcanzar un horizonte que espacio-temporalmente nunca se cierra, sino que se abre en cada paso y a cada trecho. En una especie de elusin del principio de incompletud gdeliano, los axiomas de la emancipacin no pueden sustraerse de la axiomtica emancipatoria, tienen que ceirse a una especie de diseo fractal. En otras palabras, la lucha por la democracia no puede sino corresponder a una poltica de democratizacin sin trmino, inconclusa, una que distienda del modo en que Marx entiende la curva, el discurrir, el vaivn de los procesos polticos que edifican un nuevo orden desde las ruinas del orden anterior. Es as que en El 18 Brumario de Luis Bonaparte se afirma:
Las revoluciones proletarias [...] se critican constantemente a s mismas, se interrumpen constantemente en su propia marcha, vuelven sobre lo que pareca terminado, para comenzarlo de nuevo desde el principio, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos (Marx: 1971: 16).
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La de la emancipacin-liberacin parece corresponder, pues, a una lucha que constituye una tarea infinita (Badiou, 2010: 30), no esttica sino dinmica, una gesta que estara animada por atractores de muy diversa ndole, segn las situaciones histricas concretas. Es dicho carcter en su temporalidad lo que podra impedir su petrificacin. Ya desde el gnero literario, pues qu es un libro sino el entrecruzamiento de historias, lo lleg a vislumbrar John Berger cuando argument que:
Toda la historia es historia contempornea; no en el sentido ms comn de la palabra, conforme al cual la historia contempornea significa la historia del pasado relativamente reciente, sino en sentido estricto: el de la conciencia de la actividad de uno tal cual uno la realiza. La historia es as el propio conocimiento de la mente viva. Pues aun cuando los acontecimientos que estudia el historiador sucedieran en el pasado distante, la condicin para que sean histricamente conocidos es que vibren en la mente de ste (Berger, 1994: 62).
El registro de nuestra contemporaneidad es de distintas temporalidades porque es diversa la argamasa temporal en que se configura el hacer de la existencia, y el imaginario en que uno se ve representado, o la memoria que se reivindica, o lo por construir que se anhela; sin embargo, pueden hallarse en dichos complejos u rdenes emergentes los puntos de confluencia y el espacio de lo comn que impulse las luchas. De otro modo seremos incapaces de revertir la barbarie que se avecina.
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Notas
1 Virtualmente, desde el mismo momento (hace cuatro dcadas) en que un personaje de muy escasa estatura intelectual y que ocupaba el puesto de presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, declarase la guerra contra las drogas, uno de cuyos efectos no deseados ha sido la confrontacin entre los crteles de la droga y el Estado mexicano (que ha tomado parte por uno de ellos), la cual ya suma, en Mxico, ms de sesenta mil muertos y veinte mil desaparecidos, tan slo en los ltimos aos de la administracin del gobierno federal (Vase Chomsky, 2011: 4). 2 Dos ejemplos, desde Mxico, vendran al caso: en primer lugar la tragedia ecolgica en el Golfo de Mxico del yacimiento petrolero de Macondo, en que la explotacin de los yacimientos de aguas profundas en esquemas ahorradores de costos por las grandes petroleras dio lugar a esa desafortunada expresin del presidente Obama en que haba llegado la hora de patear traseros y la ms grave an en la entidad federativa de San Luis Potos, en la que el cerro de San Pedro fue reducido a polvo, de julio de 2005 a marzo de 2010, por las operaciones a cielo abierto de la canadiense New Gold Inc., a travs de su filial, Minera San Xavier, la cual aun careciendo de los permisos legales correspondientes para explotar ese yacimiento de oro y plata, a slo 8 kilmetros de la capital del estado, nunca detuvo sus actividades y amenaza con ampliarlas. 3 El ejemplo no podra ser ms propicio: las tierras sagradas y ancestrales de Wirikuta, correspondientes al pueblo Wixrica, experimentan actualmente la amenaza de destruccin de la mega minera canadiense con el apoyo u omisin del Estado mexicano. 4 Una mercanca ficticia es algo que tiene forma de mercanca (en otras palabras, que puede ser comprado y vendido), pero que no ha sido creado en un proceso de trabajo que tenga por objeto obtener beneficios, ni tampoco se halla sujeto a las tpicas presiones competitivas de las fuerzas del mercado para racionalizar su produccin y reducir el plazo de rotacin del capital invertido (Jessop, 2008: 16). 5 Vase si no la dificultad que los amos del dinero en Mxico han tenido que enfrentar para colocar, como si fuera una mercanca en el mercado (electoral), a la opcin electoral de su preferencia, ms funcional a sus intereses, como si estuvieran vendiendo una nueva marca de jabn.
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Crisis, Estados Unidos y Amrica Latina
El #Yosoy132 y las elecciones en Mxico. Instantneas de una imposicin anunciada y del movimiento que la desafi Luz Estrello y Massimo Modonesi
MassiMo Modonesi
Doctor en Estudios Latinoamericanos por la UNAM. Profesor titular y coordinador del Centro de Estudios Sociolgicos, FCPS-UNAM.
Resumen
Este 2012, en plena campaa electoral, un inesperado movimiento estudiantil irrumpe en el escenario poltico mexicano para denunciar la falta de imparcialidad informativa de los principales medios de comunicacin, por considerar que sus coberturas favorecan al candidato Enrique Pea Nieto, del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Este partido, ausente durante doce aos de la casa presidencial, haba desplegado una enorme cantidad de recursos para asegurar su regreso al poder. Uno de ellos era la alianza con los magnates de la televisin y con los dueos de empresas encuestadoras. El presente artculo muestra cules han sido los acontecimientos que, en poco ms de dos meses, han sacudido a los poderes fcticos en Mxico. Los autores narran el surgimiento del #YoSoy132, cuya crtica al sistema poltico va ligada a la exigencia de democratizacin, no slo de los medios de comunicacin, sino de las instituciones. Por tanto, el objetivo es evaluar someramente los alcances y perspectivas de este nuevo movimiento, as como apuntar cules son y cmo se han desarrollado sus planteamientos polticos.
Abstract
In 2012, in the midst of an election campaign, an unexpected student-led movement broke into Mexicos political scene to denounce that the leading media outlets purposefully failed to provide unbiased political information on the grounds that their reports favoured presidential candidate for Partido Revolucionario Institucional Enrique Pea Nieto. This party, which had been denied office for twelve years, deployed substantial resources to ensure its return to power, including alliances with television moguls and pollsters. This paper shows the events which shook the de facto powers in Mexico in barely two months. Modonesi and Estrello recount the emergence of #YoSoy132, a movement whose criticism against the political system is associated with a demand for the democratisation of the media and institutions. The authors goal is to offer a general assessment of the scope and perspectives of this new movement, and to focus on the development and content of their political approach.
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Estrello, Luz y Modonesi, Massimo 2012 El #YoSoy132 y las elecciones en Mxico. Instantneas de una imposicin anunciada y del movimiento que la desafi en OSAL (Buenos Aires: CLACSO) Ao XIII, N 32, noviembre.
Este 2012, la primavera comenz en mayo. Mientras se demoraba, la contienda electoral ya haba acaparado toda la atencin del pas, colocndose en el centro del escenario sociopoltico. La cobertura meditica, en manos de las dos nicas empresas de televisin abierta del pas (Grupo Televisa y Televisin Azteca) haba posicionado claramente al candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI), Enrique Pea Nieto, como el favorito, incluso desde antes que arrancara oficialmente la campaa. En poco tiempo, las alianzas en torno a este candidato haban logrado instalar en la mente de muchos mexicanos la idea de que la eleccin presidencial slo sera una confirmacin de las encuestas. Hasta que se desat una cadena de acontecimientos que movi las piezas del tablero. En este artculo vamos a dar cuenta de la trayectoria del movimiento Yo Soy 132, a travs de un relato que recorre cronolgicamente su emergencia y las acciones que lo colocaron en el centro de la vida poltica mexicana. Para su elaboracin, recurrimos a tres tipos de informacin: la registrada por los reporteros al calor de los acontecimientos, difundida por la prensa escrita y medios independientes; la generada por el propio movimiento, que abarca desde pronunciamientos y boletines de prensa hasta campaas audiovisuales, compartidas de mano en mano a travs de las redes sociales; y la obtenida mediante observacin directa en las asambleas estudiantiles y movilizaciones. Con el objetivo de ahorrarle a los lectores el cmulo de referencias que utilizamos, hemos procurado indicar, al final del artculo, las principales fuentes a las que se pueden remitir. Es preciso considerar que esta es una historia que contina escribindose con el paso de los das, pero eso no impide que en las conclusiones tratemos de sintetizar, brevemente, las caractersticas de este movimiento, para evaluar su impacto y perspectivas.
11 de mayo de 2012
Acostumbrado a los foros de acceso controlado, en los que su equipo vigila cada uno de los detalles (incluso las preguntas que se hacen), Enrique Pea Nieto acudi a la Universidad Iberoamericana (UIA) para sostener un encuentro con estudiantes llamado Buen Ciudadano Ibero, del que participaron, en distintas ocasiones, los cuatro candidatos a la presidencia. Aquella maana, cuando el prista lleg al auditorio, parte del pblico lo esperaba con mscaras del ex presidente Carlos Salinas y con pancartas alusivas a la represin en San Salvador Atenco, ocurrida seis
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aos atrs1. En el recinto, Pea Nieto tuvo que responder a ms de una decena de preguntas formuladas por los universitarios, una tarea difcil para quien, como l, posee un marco discursivo tan estrecho. Antes de retirarse, se refiri a lo sucedido en Atenco como una accin de autoridad que asuma personalmente, para restablecer el orden y la paz en el legtimo derecho que tiene el Estado mexicano de hacer uso de la fuerza pblica, y que haba sido avalada por la Suprema Corte de Justicia. Lo dicho dispar la indignacin de los cientos de estudiantes dentro y fuera del auditorio, quienes lo despidieron en medio de bullas, consignas y hasta con un zapatazo. Toda la escena fue documentada por decenas de telfonos mviles y de inmediato subida a las redes sociales, as que la noticia y las imgenes circularon rpidamente, llegando a miles de personas. La primera declaracin a la prensa del candidato todava en medio de los gritos, mientras se suba apresuradamente a su vehculo fue que la manifestacin no haba sido genuina, pero que la respetaba. Poco despus, el presidente del PRI, Pedro Joaqun Codwell, calific de lamentable el comportamiento de los jvenes y dud que se tratara de estudiantes. Para rematar, el vocero del Partido Verde (aliado del PRI) afirm que sin duda se trataba de porros ajenos a la universidad, vinculados al PRD (el partido de centroizquierda), adems. Durante las horas siguientes, la protesta en la Ibero fue el principal tema de conversacin en las redes sociales, donde circulaban videos del acontecimiento tomados desde todos los ngulos. Sin embargo, los rostros consternados del candidato y su equipo, prcticamente acorralados por los estudiantes, pasaron casi inadvertidos para la mayora de la poblacin, debido a la escasa cobertura que los medios masivos de comunicacin le dieron al asunto. Algunos de ellos, incluso, llegaron al extremo de presentar la visita de Pea Nieto a la UIA como todo un xito2. Quienes saban que no era cierto, se agitaban en sus asientos; hasta que de pronto, cibernautas annimos convocaron a una marcha de informacin anti Pea Nieto para el da 19 de mayo. Las suspicacias en torno a la convocatoria no se hicieron esperar, pues al desconocer el origen de la misma, algunos usuarios sealaron que podra ser una trampa que terminara beneficiando a la derecha (concretamente a la candidata del PAN, Josefina Vzquez Mota, quien efectivamente trat de montarse ms tarde en las protestas, sin conseguirlo). Sin embargo, la convocatoria anti Pea adquiri gran resonancia, lo mismo que otra que llamaba a una concentracin de apoyo al candidato Andrs Manuel Lpez Obrador, justo para el da siguiente, 20 de mayo.
12 de mayo
Las declaraciones de los dirigentes pristas, transmitidas en todos los noticieros, recibieron una pronta (y peculiar) respuesta desde las redes sociales. En un video casero de ms de diez minutos, 131 jvenes que participaron en las protestas del da anterior mostraron sus credenciales y refutaron lo dicho en su contra. Se describieron como ciudadanos informados que no eran controlados por ningn partido o candidato. Se dirigieron a los medios de comunicacin y les reprocharon su dudosa neutralidad por ocultar lo que aconteci en la Ibero. Ante la cmara, uno a uno firm con su nombre y nmero de cuenta. Este gesto bast para que, inmediatamente, una oleada de mensajes de simpata inundara los foros de You Tube, Facebook y Twitter. En este ltimo, los usuarios expresaron su solidaridad
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con las etiquetas (hashtags) #yotambinsoy131, #somosmsde131, hasta derivar en #YoSoy132. Cabe mencionar que la irrupcin de los estudiantes de la UIA tambin caus revuelo por tratarse de una de las universidades ms caras del pas, situada en la zona ms exclusiva de la ciudad de Mxico, cuya comunidad era considerada indiferente a los problemas del pas. As, los nios Ibero haban dado, de un momento a otro, una gran leccin a quienes pensaban que las protestas, especialmente las estudiantiles, nacan y moran slo en las universidades pblicas.
16 de mayo
Las primeras rplicas de la protesta en la Iberoamericana comienzan en el interior del pas, en las ciudades de Saltillo y Crdoba, en el marco de la visita del candidato. Los manifestantes no tienen la misma suerte de los capitalinos y son agredidos por grupos con insignias pristas. Aunque los hechos son denunciados, las autoridades no intervienen. El viejo PRI se respira en el aire. Mientras tanto, en la Ibero se lleva a cabo una primera asamblea con el objetivo de impulsar un proceso de organizacin estudiantil. Acordaron conformarse como una red en pro de la democracia, sin bandera partidista, con el objetivo de abrir un espacio para la discusin de ideas, en pro del derecho a la informacin. La red, adems, contemplaba ir ms all de la UIA y vincularse con otros estudiantes. Y as, los primeros en responder a este llamado fueron los de otras universidades privadas.
18 de mayo
La presentacin en pblico de la naciente red juvenil arroj un hecho sin precedentes. Casi un millar de universitarios se manifest simultneamente en dos de las instalaciones de Televisa en la ciudad de Mxico: San ngel y Santa Fe. Exigan el cese a la manipulacin de la informacin con fines electorales, operada desde los noticieros de la empresa. Hartos de lo que llamaron el sesgo informativo de los medios durante el proceso electoral, daino para la vida democrtica, los jvenes portaron por primera vez pancartas con la leyenda #YoSoy132 y formaron cadenas humanas sin obstruir el trfico vehicular. Eran estudiantes de las universidades Iberoamericana, Anhuac (UA), La Salle (ULSA), el Tecnolgico de Monterrey (TEC) y el Instituto Tecnolgico Autnomo de Mxico (ITAM). Antes de retirarse, aclararon que ellos no participaran en la concentracin anti Pea por desconocer a los organizadores y por no querer pronunciarse ni a favor ni en contra de algn candidato. Anunciaron, adems, que la siguiente concentracin de estudiantes sera en la Estela de luz, el mircoles 23 de mayo3.
19 de mayo
En toda la historia del pas nunca se haba visto una manifestacin contra un candidato presidencial, y mucho menos convocada desde las redes sociales, donde se difundi de voz en voz. Cuando lleg el da, el temor a posibles actos de provocacin se desvaneci en una gran fiesta poltica a lo largo de la principal avenida
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de la capital. De forma simultnea, ciudadanos de veinte estados del pas respondieron al llamado y tomaron las calles para expresar su rechazo al candidato, a las televisoras y al PRI, cuya ventaja en las encuestas permaneca inalterable. En algunos lugares, como Nayarit, Durango y Veracruz, s hubo intentos de provocacin por parte de simpatizantes pristas. Por otro lado, no faltaron los candidatos locales del PAN que aprovecharon para encabezar la marcha en Aguascalientes. En todos lados, la mayora de los manifestantes eran jvenes, muchos estudiantes organizados por escuelas, pero tambin familias enteras y grupos de artistas. No hubo ms oradores que los espontneos que se dirigan a los que estaban a su alrededor, y que slo se representaban a s mismos. Los automovilistas hacan sonar sus bocinas para demostrar simpata y la manifestacin entera fue un carnaval en el cual el principal objeto de la burla popular fue Pea Nieto. De acuerdo con los reportes de Seguridad Pblica del Distrito Federal, y para sorpresa de muchos, 46 mil personas se manifestaron pacficamente durante casi cuatro horas. Las pancartas, lejos de llamar a votar por otros candidatos, se concentraron en repudiar al dinosaurio (el apodo del PRI) y a las televisoras. Aquella multitud de ciudadanos haba asociado con una fluidez asombrosa la figura de Pea Nieto con Televisa, relacin que tiene como trasfondo uno de los problemas fundamentales de la democracia mexicana: la concentracin de los medios de comunicacin en un par de empresas que utilizan el espectro radioelctrico, que es un bien de la nacin, para favorecer los intereses de la cpula poltica y empresarial. As, quienes protestaban estaban denunciando ante la opinin pblica que semejante alianza, cuyo producto es Pea Nieto, es la materializacin de todo lo peor del sistema poltico mexicano.
20 de mayo
Desde que se realizaron las cadenas humanas afuera de sus instalaciones, algunos espacios noticiosos de Televisa intentaron mostrarse abiertos a la crtica, y transmitieron notas ms extensas sobre las protestas, en comparacin con las que solan hacer cuando se trataba de cualquier otro movimiento social. Algunos conductores, impostando jovialidad, invitaron a estudiantes de las universidades privadas a hablar de sus inconformidades. Se vieron obligados, incluso, a transmitir imgenes de s mismos (como empresa) siendo el objeto de las protestas. Sin embargo, la falsa apertura se puso al descubierto cuando al da siguiente de la movilizacin, uno de los diarios asociados a la empresa (Milenio) public en su encabezado que la panista Josefina Vzquez Mota haba llamado a tomar las calles contra Enrique Pea Nieto, con una fotografa de la marcha del da anterior. Si los nimos ya estaban caldeados, esto los aviv. En pocas horas ya estaba lista una videorespuesta, protagonizada por los estudiantes de la Ibero, que dio mayor fuerza a la convocatoria del da mircoles. Aunque la panista no tard en desdecirse, la afrenta ya no encontr disculpas, y los jvenes volvieron a salir a la calle con una sola demanda: democratizacin de los medios de comunicacin y de las instituciones. Paralelamente, pero marcando distancia respecto al movimiento #YoSoy132, el 20 de mayo tuvo lugar otra manifestacin muy numerosa en las principales plazas pblicas del pas, convocada por simpatizantes del candidato Andrs Manuel Lpez Obrador, de la coalicin opositora al PRI y al PAN. En la ciudad de Mxico,
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sin la presencia del candidato que se encontraba haciendo campaa en algn otro punto del pas, miles de ciudadanos repitieron la ruta de la manifestacin del sbado, esta vez con la libertad de portar sus insignias partidistas. Al da siguiente, lunes 21, se realiz el Encuentro Nacional de Estudiantes con AMLO, en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, al que asistieron alrededor de 10 mil jvenes del Movimiento de Regeneracin Nacional (MORENA).
23 de mayo
La primera manifestacin convocada por el movimiento #YoSoy132 haba despertado gran expectativa en algunos medios privados y, principalmente, en los medios independientes. Antes de las cinco de la tarde, poco a poco, de las estaciones del metro cercanas al lugar de la cita fueron emergiendo jvenes agrupados por escuelas, gritando y llevando mantas. Pronto, la explanada de la Estela de luz fue insuficiente para dar cabida a tantas personas, as que la concentracin devino marcha y casi 15 mil universitarios se volcaron sobre el Paseo de la Reforma con direccin al ngel de la Independencia. Contingentes de universidades pblicas y privadas avanzaban recibiendo muestras de apoyo de los automovilistas y transentes. Iban gritando las porras representativas de sus escuelas. Estuvieron presentes jvenes de la Universidad Nacional Autnoma de Mxico, del Instituto Politcnico Nacional, del Instituto Tecnolgico Autnomo de Mxico (ITAM), de la Universidad Autnoma Metropolitana, del Tecnolgico de Monterrey, de La Salle, del Claustro de Sor Juana y la UNITEC, de la Escuela Nacional de Artes Plsticas y la Escuela Nacional de Danza, entre otras. El reclamo general era contundente: alto a las mentiras, democratizacin de los medios de comunicacin. Tambin estaban los estudiantes de la Ibero que haban encendido la mecha, pero que ya haban decidido constituirse como un colectivo autnomo, llamado Ms de 131, conscientes de la tremenda cantidad y diversidad de colectivos que se estaban sumando al movimiento. Cuando los manifestantes llegaron al ngel de la Independencia, sin lderes ni coordinadores, continuaron en direccin al centro de la ciudad, hasta que un impulso colectivo hizo que la columna doblara en una esquina para dirigirse a la sede principal de Televisa, situada en avenida Chapultepec. Una vez ah, los jvenes expresaron todo su repudio hacia la empresa, por manipular la informacin y carecer de imparcialidad noticiosa. Adems, exigieron que el segundo debate entre candidatos se transmitiera en cadena nacional, no como el primero, que se difundi nicamente por los canales de menor audiencia, a pesar de que un amplio sector de la opinin pblica haba demandado que se le diera mayor cobertura. Mientras tanto, la prensa registraba movilizaciones espejo en ms de 14 estados del pas. Varias centenas de jvenes identificados con la demanda de democratizar los medios salieron a las calles de Quertaro, Oaxaca, Toluca, Monterrey, Tijuana, Cuernavaca, Villahermosa, Saltillo, Xalapa, Veracruz, Mrida y Tuxtla Gutirrez, entre otras ciudades. Al finalizar la jornada, en el Zcalo capitalino, los participantes acordaron reunirse en asambleas por escuela y encontrarse nuevamente en una gran Asamblea Interuniversitaria, con el objetivo de darle direccin a toda esa fuerza que se haba demostrado durante la marcha. Por unanimidad, el lugar elegido fue la Ciudad Universitaria de la UNAM.
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Tal y como haba estado sucediendo en los ltimos das, las televisoras tuvieron que incluir en sus noticieros la manifestacin que tuvo lugar frente a sus instalaciones, as como las que se fueron sumando a lo largo de la semana al interior del pas. A esas alturas, el escarnio pblico ya acosaba a Pea Nieto en, prcticamente, todos los lugares que pisaba. El efecto Ibero, como lo llamaron algunos, era evidente, y el desgaste del candidato tambin.
26 de mayo
En menos de dos semanas, el escenario poltico haba cambiado. Antes de los sucesos del 11 de mayo, el papel que la campaa electoral haba reservado a los jvenes slo era el de votantes potenciales, generalmente apticos y desencantados de la poltica, pero que bien podran emplearse temporalmente, claro como acarreados en los actos proselitistas. En los discursos de los candidatos apenas figuraba el tema de la enorme falta de oportunidades que tienen las juventudes en Mxico; y de los cuatro, slo uno de ellos haba mencionado la importancia de la educacin para revertir la ola de violencia que, en los ltimos seis aos, le ha arrebatado la vida a ms de 80 mil personas, la mayora jvenes4. Por otro lado, el activismo juvenil se hallaba disperso en distintas iniciativas, muchas de carcter estudiantil, pero sin mayor resonancia ms all de los contextos locales. De esta manera, la irrupcin de un amplio sector de carcter juvenil (y urbano, principalmente) en la vida pblica sorprendi muchsimo a quienes creyeron que a los jvenes no les importaban los problemas del pas; pero no tanto a quienes, al menos al interior de las universidades, saban de la existencia de grandes reservas de pensamiento crtico, un material explosivo que aguarda silenciosamente, hasta que una chispa lo revienta y lo transforma en accin directa. Los acontecimientos en Mxico lograron captar la atencin de otros movimientos sociales alrededor del mundo, como los indignados espaoles y el Occupy Wall Street en Nueva York, que no se demoraron en enviar sus saludos y solidaridad. Fueron ellos quienes, a travs de las redes sociales, bautizaron la efervescencia juvenil con el nombre de Primavera Mexicana. Con el objetivo de ajustar detalles para la primera Asamblea General Interuniversitaria, varias decenas de universitarios se reunieron en Tlatelolco el 26 de mayo. Para entonces, ya haba surgido un primer intento de estructura organizativa, llamada Coordinadora Interuniversitaria, que se encargaba de establecer los enlaces con las distintas universidades deseosas de participar. Al concluir aquella reunin, se dio a conocer un primer documento, ledo a varias voces, que esbozaba los principios del movimiento. El texto llamaba a todos los oprimidos a unirse en una misma lucha por la libertad, la justicia, por los suelos que compartimos y por el futuro que merecemos. Adems, se acord mantener la exigencia de democratizar los medios de comunicacin, as como asumirse como un movimiento apartidista, pero no apoltico, y rechazar la llegada de Pea Nieto al poder. Para difundir este primer posicionamiento, se impuls una campaa de videos, audios e imgenes que circularon por internet. Pero la actividad no slo se dispar en los foros cibernticos, puesto que se materializ en cada una de las escuelas que organizaron asambleas locales, con un alto nivel de respuesta. Poco a poco, el
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protagonismo que en un inicio tuvieron los estudiantes de universidades privadas, fomentado en gran parte por los medios de comunicacin, se vio rebasado por la masiva participacin que comenzaban a tener las universidades pblicas, cuyas discusiones al interior estaban comenzando a tocar asuntos que iban mucho ms all de la coyuntura electoral y de la propia democratizacin de medios.
Desde muy temprano, en los jardines de la Ciudad Universitaria, conocidos como las Islas, se respiraba un ambiente festivo y de enorme expectacin. A las nueve de la maana comenz el registro de los voceros y con el sol del medioda arrancaron los saludos. Llegaron representantes de 150 universidades de distintos puntos del pas. Todos festejaron la unin de tantos estudiantes, y se felicitaron por terminar con las barreras entre universidades pblicas y privadas, pues ahora estaban dispuestas a trabajar en conjunto por objetivos comunes. Una multitud de aproximadamente 5 mil jvenes aplaudi sin descanso casi dos horas, para despus tomar un receso y comenzar con la discusin en las 15 mesas de trabajo organizadas por tema. Luego de casi cuatro horas de intercambio de ideas, y tras sortear diversas dificultades, los estudiantes lograron armar una relatora con los principales acuerdos que deban ser aprobados por las asambleas locales antes de ser considerados como resolutivos, as como una lista de disensos, los cuales tambin deban ser canalizados de regreso a las escuelas para que se continuaran discutiendo. La mesa que tuvo la discusin ms acalorada fue la que deba definir la posicin poltica del movimiento ante las elecciones del primero de julio. Tambin fue la ms concurrida. El punto que gener mayor tensin gir en torno a qu hacer con la cuestin del voto, pues los grupos de activistas con ms tradicin en las universidades pblicas (especialmente, en la UNAM) se hallaban divididos entre los que llamaban a anularlo y los que llamaban a votar tilmente por la izquierda. El punto se salv con una tercera opcin: promover el ejercicio del voto libre e informado. Sobre asumirse como un movimiento anti Pea o no, la Asamblea decidi definirse como un movimiento autnomo y de carcter antineoliberal, que se declaraba en contra del sistema corrupto y autoritario que representa Enrique Pea Nieto, pero no en contra de su persona. Uno de los acuerdos que se tom por unanimidad fue el de impulsar el movimiento estudiantil mirando ms all del primero de julio, y se comenzaron a esbozar algunos puntos para armar un plan de lucha. Tambin hubo discusin en torno a cmo impulsar una autntica democratizacin de medios que no implique solamente mayor competencia entre empresas privadas, sino la inclusin de la sociedad civil en la gestin del espacio radioelctrico, a travs de proyectos de comunicacin comunitaria. Una de las mesas de trabajo se centr exclusivamente en plantear los antecedentes histricos del movimiento, partiendo de la idea de que sin memoria histrica no puede existir lucha social. Al final de la jornada, despus de leer las relatoras, los estudiantes se retiraron con la encomienda de seguir puliendo las propuestas por escuela, que seran llevadas nuevamente a una Asamblea de Voceros, con el objetivo de generar resoluciones para el da 5 de junio.
30 de mayo
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1 al 9 de junio
Pocos das antes de que culminaran los cursos en las universidades, se registraba una intensa actividad. Haba asambleas por todos lados y se armaban comisiones con distintas tareas. Cada escuela defina su agenda con iniciativas propias: brigadeos, conciertos, charlas sobre derechos humanos, generacin de documentos y material visual, intervenciones artsticas en el transporte pblico y hasta incursiones en territorio del Estado de Mxico (el bastin ms importante del prismo) para repartir volantes y hablarle a la gente del movimiento. Algunas de estas misiones fueron agredidas por simpatizantes de Pea, y brigadistas fueron detenidos varias horas por la polica. En el interior del pas tambin haban comenzado a surgir grupos de estudiantes organizados, que ahora tenan que lidiar no slo con el acoso de los pristas durante sus manifestaciones, sino con los intentos del resto de los partidos para utilizar el movimiento en su beneficio.
Las bases estudiantiles llamaron constantemente a evitar los protagonismos de algunos participantes del movimiento, tanto a nivel individual como por parte de los colectivos ms ideologizados
Mientras tanto, en el Distrito Federal, la mayor polmica giraba en torno a la estructura organizativa del movimiento y al papel que estaba jugando la Coordinadora Interuniversitaria, sealada por hacer declaraciones fuera de los acuerdos de la asamblea. Las bases estudiantiles llamaron constantemente a evitar los protagonismos de algunos participantes del movimiento, tanto a nivel individual como por parte de los colectivos ms ideologizados. Para revertir dicha situacin, se opt por elegir voceros rotativos sujetos a los mandatos de su asamblea, que deban evitar hacer declaraciones de carcter personal a nombre del movimiento. De alguna manera, los estudiantes tenan muy presente una estrategia de los medios de comunicacin que consiste en crear lderes para, posteriormente, desprestigiarlos. Estaba el antecedente de la huelga de la UNAM en 1999, o el caso de la APPO en 2006, cuando Televisa y Televisin Azteca se encargaron de mediatizar supuestos lderes y confundir a la opinin pblica. En este sentido, el recelo de los estudiantes era comprensible, sobre todo porque durante los primeros das de movilizacin se desataron rumores acerca de una supuesta intervencin del equipo de Lpez Obrador y hasta de polticos ex pristas. Ante esto, los jvenes no podan hacer otra cosa ms que refutar las acusaciones en las redes sociales y en las calles, o a travs de las intervenciones de los voceros en (muy escasos) medios de comunicacin. El 7 de junio, el peridico ingls The Guardian public una investigacin que sealaba la implementacin de toda una estrategia de comunicacin diseada para brindarle al candidato del PRI una cobertura favorable en los noticieros y espacios de entretenimiento de Televisa. El reportaje se basaba en documentos proporcionados por una fuente annima, en 2005, en los que se detallaban los pasos a seguir para desprestigiar a Lpez Obrador en los mismos espacios televisivos. La noticia fue seguida slo por unos cuantos medios mexicanos, y descalificada al da siguiente por
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los voceros de la televisora. Para entonces, el furor anti Pea haba tomado nueva fuerza en las redes sociales, y se convoc a otra manifestacin para el da 10 de junio. Esta vez, la convocatoria coincida con una fecha simblica que las asambleas del Yo Soy 132 ya haban decidido conmemorar, pues se cumplan 41 aos de cuando el gobierno (prista) de Luis Echeverra mand reprimir una manifestacin estudiantil.
10 de junio
La mayora de los contingentes de estudiantes del movimiento Yo Soy 132 parti del Casco de Santo Toms, un conjunto de escuelas del Instituto Politcnico, con direccin al Zcalo. Al mismo tiempo, otra manifestacin parti del Zcalo a la Columna de Independencia. La primera marcha pona el acento en una de las represiones ms emblemticas del Estado mexicano. Al recordar, marchando, aquel jueves de corpus de 1971, los estudiantes del 2012 estaban diciendo, una vez ms, que no queran el regreso del rgimen ms autoritario que ha tenido Mxico. La segunda marcha, a la que acudieron ciudadanos de todas las edades y muchos simpatizantes del #YoSoy132, estaba mucho ms concentrada en el presente, a escasas tres semanas de la eleccin, donde el adversario principal era Pea. Al final de cuentas, ambas manifestaciones reivindicaban lo mismo: no a la imposicin del candidato de la televisin. Juntas sumaron ms de 100 mil personas, tan slo en la ciudad de Mxico. Por la noche, se realiz el segundo debate entre candidatos a la presidencia, organizado por el Instituto Federal Electoral (IFE), rbitro que se haba caracterizado por su mediocre desempeo en la regulacin de las elecciones, por ser omiso ante los gastos excesivos del PRI y la guerra sucia de spots impulsada por el PAN. El IFE haba demostrado no tener facultades ni disposicin poltica para hacer que los consorcios televisivos transmitieran en cadena nacional el primer debate presidencial. Esta vez, las televisoras trataban de hacer otro gesto de apertura y ofrecieron la transmisin por sus canales de mayor audiencia, no sin antes jactarse de saber escuchar las demandas de los jvenes. Pese a la insistencia del movimiento en que el encuentro entre candidatos fuese transmitido al mayor nmero de hogares posible, en pro del voto informado, el debate no tuvo demasiados impactos en cuanto a preferencia electoral, o al menos eso reportaban los estudios de opinin. Televisa insisti, a su vez, en dar a conocer encuestas que ubicaban a Pea Nieto a la cabeza, a ms de veinte puntos del segundo lugar. Una de las iniciativas que impuls el colectivo Ms de 131 de la Ibero, y que fue respaldada por estudiantes de todas las asambleas, fue organizar desde el movimiento un tercer y ltimo debate entre los candidatos. Los trabajos de los jvenes se centraron en formular preguntas con sentido crtico, que adems deban ser acordadas entre todos. El formato que se dise estuvo pensado para incluir los mayores espacios de rplica posibles y as generar un dilogo ms fluido. Se definieron tres fases de discusin, moderadas por un acadmico, un periodista y un estudiante, respectivamente. Una de ellas, la segunda, estara dedicada exclusivamente a la cuestin de democratizacin de los medios y al combate a los monopolios. La ltima fase fue abierta a preguntas que, previamente y a travs de la pgina oficial del movimiento, haban enviado ciudadanos.
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18 de junio
El Debate Yo Soy 132 result un ejercicio indito. Nunca se haba convocado desde la ciudadana un encuentro entre candidatos sin la intermediacin de las instituciones. El nico que rechaz la invitacin del movimiento, a pesar de que se le garantizaba un trato respetuoso e imparcial, fue Pea Nieto, argumentando que no encontraba adecuada su presencia en un evento organizado por quienes abiertamente se haban pronunciado en su contra. Los otros tres candidatos s asistieron a la cita. Los jvenes, a pesar de que no lograron que el evento fuera transmitido en vivo por los canales de las universidades (TV UNAM y canal Once) y mucho menos por las televisoras, recurrieron a herramientas gratuitas disponibles en internet para difundirlo. As, se realiz una accidentada transmisin va You Tube, plataforma que no soport la cantidad de usuarios que intentaban captar la seal. Sin embargo, fue seguido por radio y durante los das siguientes fue consultado miles de veces (hasta rebasar el milln de visitas tan slo en un canal de You Tube). Los canales de televisin universitarios, finalmente, televisaron el debate unos das despus, el 24 de junio.
23 de junio
Con el objetivo de continuar la campaa para promover el voto informado, el movimiento convoc a una marcha-brigadeo en la ciudad de Toluca, capital del estado de Mxico. De forma simultnea, en el Zcalo capitalino se llev a cabo el Festival Yo Soy 132, organizado en menos de tres das por el movimiento, cuyos brigadistas trabajaron sin descanso para recaudar fondos mediante colectas callejeras y cooperaciones en las escuelas. Al concierto acudieron 50 mil personas, animadas por una decena de bandas musicales que se pronunciaron en apoyo al movimiento juvenil. Durante ocho horas, el rock se combin con las artes circenses y la realizacin de esculturas con material reciclado. A pesar de la lluvia, la plaza permaneci llena durante todo el recital.
24 de junio
Nuevamente, desde las redes sociales y sin la convocatoria del movimiento estudiantil, decenas de miles de personas salieron a las plazas del pas en lo que se llam la Tercera marcha nacional informativa: no ms PRI. Eso comprueba que la efervescencia social no estaba esperando a que el movimiento convocara a protestas. Sin embargo, las insignias y motivos que mueven al 132 estaban presentes en todas las movilizaciones. As, arranca la ltima semana previa a la eleccin presidencial.
26 de junio
Uno de los acuerdos de asamblea fue impulsar una campaa de vigilantes electorales a lo largo del pas. El llamado se sumaba a iniciativas independientes que ya tenan un tiempo promoviendo el cuidado de las casillas, para denunciar cualquier tipo de delito electoral mediante toma de fotografas y difusin en las redes.
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Haba, incluso, plataformas alternativas de conteo de votos5. De esta manera, ms de tres mil observadores del Yo Soy 132, repartidos en las principales ciudades, se reportaban listos para denunciar cualquier irregularidad el da de la eleccin. Tambin ya estaba preparado un mecanismo de sistematizacin de informacin con el objetivo de dar a conocer, al final de la jornada, un balance sobre la misma. Los jvenes bautizaron la operacin como #vigilancia132 y cuarto de paz, al lugar desde donde coordinaran las acciones de observacin electoral. Adems, aquel 26 de junio, el movimiento se manifest en las instalaciones del IFE, para demandar imparcialidad y celeridad en la publicacin de resultados, adems de garantas de seguridad para los ciudadanos que se desempearan como observadores.
Mientras en la capital del pas se llevaba a cabo el multitudinario cierre de campaa del candidato de izquierda, en Texcoco, municipio del estado de Mxico, se realizaba otra marcha del Yo Soy 132 y de habitantes de la comunidad de San Salvador Atenco, justo al mismo tiempo del cierre de Pea Nieto en Toluca. Al culminar las campaas, comienza lo que se conoce como veda electoral, periodo durante el cual se prohbe a los partidos realizar actos proselitistas y manifestaciones a favor o en contra de algn candidato. Tambin se prohbe la difusin de encuestas, que hasta el ltimo momento mostraron a Pea en la primera posicin. Slo faltaban cuatro das para la eleccin, y las denuncias por irregularidades, que haban marcado toda la campaa, no cesaban. El 29 de junio, el Movimiento Progresista da a conocer que el PRI reparti 1,8 millones de tarjetas de prepago, expedidas por la cadena de supermercados Soriana, con el evidente objetivo de comprar y coaccionar el voto. Cada tarjeta estaba cargada con mil pesos y fueron repartidas en el estado de Mxico y algunas otras entidades. El banco MONEX tambin fue sealado como uno de los cmplices de la operacin, al expedir otras tarjetas que fueron repartidas entre los representantes de casilla del PRI. Por si fuera poco, el Movimiento Progresista seal indicios de lavado de dinero6. Las quejas no provenan solamente de la izquierda institucional, sino de organizaciones civiles. Un grupo de ellas present ante la FEPADE (la fiscala especializada en delitos electorales), dos das antes de la eleccin, 180 delitos federales relacionados con la compra y coaccin del voto, as como con el condicionamiento de programas sociales y uso de recursos pblicos para fines electorales. Todo apuntaba a que el PRI haba movilizado toda su maquinaria partidista, implementando las viejas prcticas antidemocrticas de siempre, slo que modernizadas gracias a los monederos inteligentes. A pesar de las quejas, ninguna autoridad orden congelar las cuentas de banco involucradas, y el partido de Pea Nieto neg todo.
27 de junio
30 de junio
Argumentando que la veda electoral slo es aplicable a los candidatos, partidos y encuestadoras, el movimiento Yo Soy 132 se vuelca nuevamente a las calles de la ciudad de Mxico la noche del 30 de junio de 2012. Slo que esta vez los
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asistentes evitaron llevar pancartas contra Pea Nieto y se concentraron en llamar a vigilar el desarrollo de la jornada electoral. El lema fue, justo, en vela por la democracia y aglutin a una gran cantidad de jvenes que partieron de la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, portando antorchas y veladoras. La intencin de muchos de los asistentes era caminar en silencio, lo cual se logr en muchos momentos especialmente cuando se desataron murmuraciones sobre la presencia de provocadores, rumores que fueron casi inmediatamente desmentidos, pero la mayor parte del recorrido se realiz en medio de un ambiente festivo, animado por los cantos, percusiones y las porras de los estudiantes. La columna, a cuya cabeza iba una comitiva de Atenco, se manifest delante de Televisa Chapultepec y continu su camino hacia el corazn de la ciudad, donde se anunciaron las acciones de vigilancia ciudadana que se llevaran a cabo al da siguiente. Los estudiantes sostuvieron que, independientemente de quin resultara ganador de la contienda electoral, ellos continuaran organizndose para generar un contrapeso ante cualquier intento de vulnerar los derechos de la ciudadana. Por ltimo, leyeron el programa de lucha que fue discutido y aprobado en asamblea7. Nunca en la historia del pas se haba llevado a cabo una manifestacin que demandara comicios limpios en la vspera de la eleccin presidencial.
1 de julio
El da esperado lleg. Desde muy temprano, la prensa reportaba largas filas de ciudadanos esperando su turno para votar. De acuerdo con el IFE, 79 millones de ciudadanos deban elegir no slo quin sera presidente de la Repblica, sino 128 senadores y 500 diputados federales. Asimismo, en seis estados (Chiapas, Tabasco, Yucatn, Guanajuato, Jalisco y Morelos) se votara para renovar gubernaturas, y en la ciudad de Mxico para escoger jefe de gobierno, asamblestas y jefes delegacionales. Oficialmente, estaban registrados 28 mil observadores nacionales y 615 extranjeros que vigilaran el desarrollo de la jornada, repartidos en las 140 mil casillas instaladas. La votacin se realiz de ocho de la maana a seis de la tarde. Algunos estados norteos, con huso horario diferente, cerraron una hora despus en relacin al centro del pas. A las ocho de la noche comenzaron a circular las encuestas de salida de los medios, y en todas iba ganando Pea Nieto. El conteo rpido apenas haba comenzado en las casillas y en la televisin ya se perfilaba el ganador. Antes de que se anunciara de forma oficial quin iba adelante, la candidata Josefina Vzquez Mota acept que el resultado no le favoreca. A las once de la noche, el consejero presidente del IFE, Leonardo Valds Zurita, dio un mensaje televisivo en el que calific la jornada como ejemplar, participativa, pacfica y realmente excepcional, cuyo ganador, de acuerdo al conteo rpido, era Pea Nieto. El consejero presidente no aclar que hasta esa hora slo se haban computado 7 mil casillas, ni que el segundo lugar, Lpez Obrador, estaba a menos de tres puntos del puntero. De forma igualmente apresurada, Felipe Caldern sali a reconocer el triunfo del prista. Acto seguido, desde la sede del partido, Pea Nieto se declar ganador, mientras la mayora de los ciudadanos encargados de las casillas todava no terminaban, ni siquiera, de contar los votos. Lo siguiente fue un llamado de Lpez Obrador a la
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calma y a la espera de los resultados finales, as como a la recopilacin de toda la informacin posible (sobre las irregularidades cometidas), para emitir una postura al respecto. El candidato de la izquierda sostuvo que todava nada estaba dicho, y que lo ms sensato sera apegarse a la normatividad y actuar conforme a la ley electoral. Por lo tanto, no llam a movilizaciones en el corto plazo.
Al da siguiente de la eleccin, en las plazas pblicas no hubo ciudadanos que festejaran masivamente el triunfo del PRI. Lo que s hubo fue una enrgica manifestacin del movimiento Yo Soy 132
2 de julio
A la una de la maana del 2 de julio, el movimiento Yo Soy 132 difundi (en video y por escrito) un pronunciamiento sobre la jornada electoral. Los estudiantes declararon que a lo largo del da recibieron numerosos reportes de irregularidades (compra de votos, robo de boletas, violencia y agresiones, anomalas en el conteo), amenazas, acoso a observadores electorales y dems ilcitos, por lo que no podan ratificar la aseveracin del IFE, que calificaba a la eleccin como ejemplar. Durante los das siguientes, la comisin de vigilancia electoral del movimiento sistematiz ms de mil casos de irregularidades y present un informe detallado. Al da siguiente de la eleccin, en las plazas pblicas no hubo ciudadanos que festejaran masivamente el triunfo del PRI. Lo que s hubo fue una enrgica manifestacin del movimiento Yo Soy 132, convocada a las dos de la tarde en la Estela de luz. El recorrido fue inusual, pues en lugar de caminar por el Paseo de la Reforma y dirigirse a la Columna de Independencia o al Zcalo, los contingentes se dirigieron a Polanco, una de las colonias ms ricas de la ciudad. Los gritos de indignacin contra lo que llamaron una eleccin comprada sorprendieron a los vecinos, que nunca haban visto pasar una manifestacin frente a sus casas. Despus, la marcha de ms de 20 mil personas tom el Circuito Interior y se encamin al Monumento a la Revolucin, donde das antes se haba instalado un campamento (llamado Acampada Revolucin) de ciudadanos independientes, que tambin pretendan vigilar la eleccin. Llegando al monumento se desat una tormenta que no logr asustar a los manifestantes, quienes cuando termin de llover, se volvieron a juntar para encaminarse hacia la sede nacional del PRI. Prohibido rendirse. No a la imposicin, era el mensaje de la mayora de los carteles. El movimiento afirmaba que existan pruebas suficientes para asegurar que el voto haba sido coaccionado no slo con dinero y monederos electrnicos, sino a travs de los medios de comunicacin y las encuestadoras. Por lo tanto, no poda reconocerse el triunfo de Pea Nieto. Por la tarde del mismo da, una vez que se fij la ventaja de Pea Nieto sobre Lpez Obrador en 6,5 puntos, este ltimo anunci que impugnara la eleccin, al sostener que se haba realizado en condiciones de completa inequidad.
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3 de julio
Se llev a cabo una toma pacfica del IFE por parte de algunos integrantes del movimiento estudiantil, sumndose algunas asambleas ciudadanas que haban surgido en los ltimos das, y que tambin queran manifestarse contra los resultados de la jornada electoral. El movimiento Yo Soy 132 no haba llamado, todava, a nuevas manifestaciones, pero la gente continuaba con las protestas.
5 de julio
Mediante un comunicado, el movimiento estudiantil afirm que la imposicin de Pea Nieto [es] un proceso fraguado desde hace varios aos por los poderes fcticos, nacionales y extranjeros, violatorios de la soberana nacional, y expres su rechazo. Adems, hizo un llamado a la coordinacin y movilizacin poltica de todos los sectores no slo a travs de marchas, sino mediante asambleas de base y brigadas informativas. As, el movimiento anunci la realizacin del primer Encuentro Nacional Estudiantil que comenzara al da siguiente, y convoc a todas las organizaciones sociales a una Convencin Nacional contra la Imposicin, en San Salvador Atenco.
6, 7 y 8 de julio
El Encuentro Nacional Estudiantil se realiz en la comunidad de Huexca, municipio de Yecapixtla, Morelos, donde los gobiernos estatal y federal planean construir un gasoducto y una central termoelctrica financiados por una empresa espaola, que pretende arrebatar a los pobladores el derecho sobre sus tierras. Durante los tres das que dur el encuentro, delegados jvenes de todo el pas reflexionaron sobre la actual situacin sociopoltica e intercambiaron propuestas de accin. No tenan el objetivo de llegar a un resolutivo final, sino de generar insumos para la discusin en cada una de las asambleas locales del movimiento. Las actividades se dieron a travs de mesas de trabajo, una por cada punto planteado en el programa de lucha. Al final del encuentro, los jvenes se comprometieron a acompaar al pueblo de Huexca en la defensa de su territorio.
Mientras parte del movimiento Yo Soy 132 deliberaba en el Encuentro Estudiantil, 100 mil personas llenaron las calles de la ciudad de Mxico repudiando la imposicin de Pea Nieto. La protesta no fue convocada por Lpez Obrador ni por el movimiento estudiantil, sino que fue la pura indignacin lo que impuls a miles de personas a manifestarse sin necesidad de lderes ni templetes. Decenas de miles de personas se sumaron a las movilizaciones en al menos 16 estados del pas. En el mundo, se reportaron protestas de mexicanos en Estados Unidos y varios pases europeos. Esta vez, a la lista de portadores del desprecio popular (Televisa, el PRI, Pea Nieto, Elba Esther Gordillo, etc.) se sum Soriana, la cadena de supermercados responsable de entregar tarjetas electrnicas con dinero a cambio de votos. Los manifestantes llamaron a no consumir ms en sus sucursales. Al caer la noche, por
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si semejante caminata por las principales avenidas de la ciudad de Mxico hubiera sido poco, una gruesa columna de inconformes se dirigi a una iglesia en el centro histrico, pues Televisa estaba transmitiendo la boda de dos figuras de la farndula. Sobra decir que la cadena de televisin no haba dado seguimiento a las protestas postelectorales, atizando el enojo de la ciudadana. El objetivo, fraguado de forma espontnea, consisti en dar a conocer por televisin la magnitud de las protestas contra el PRI. As fue como cientos de personas tomaron por sorpresa a los organizadores del evento, corearon consignas contra la empresa e impidieron la entrada de los invitados. La televisora se vio obligada a cortar la transmisin alegando fallas tcnicas, y los manifestantes se quedaron horas cantando y gritando afuera del edificio de la Universidad del Claustro, cuya rectora renta ocasionalmente como saln de fiestas. Mientras Enrique Pea Nieto daba sus primeras entrevistas a la prensa internacional, asumindose como presidente electo aun cuando no le haba sido entregada la constancia de mayora de votos que expide el IFE, Caldern haca declaraciones sobre la compra de votos y su necesario castigo. Por su parte, el equipo de Lpez Obrador extiende el plazo para dar a conocer su postura hasta el jueves 12 de julio, pero adelanta que solicitara la invalidez de la eleccin. A pesar de que el IFE orden volver a contar (voto por voto) ms del 50% de las casillas, la credibilidad de los resultados de la eleccin sigui menguando, pues el escndalo en torno a las tarjetas de MONEX y Soriana aument de tono y las denuncias de compra de votos continuaron multiplicndose por todo el pas.
11 de julio
Brigadistas del movimiento Yo Soy132 agrupados en el Frente Oriente (llamado as por la zona de la ciudad de Mxico donde estn ubicadas sus escuelas) realizaron una marcha-brigadeo por colonias de la delegacin Iztapalapa. Se manifestaron en la entrada de una tienda Soriana y llamaron a la poblacin a organizarse para evitar la imposicin del candidato promovido por Televisa. Mediante volantes, informaron acerca de las mltiples irregularidades que mancharon el proceso.
12 de julio
La sexta Asamblea Interuniversitaria se realiz en la Escuela Nacional de Antropologa e Historia (ENAH). A ella acudieron, por primera vez, representantes de pueblos indgenas y comunidades en resistencia para manifestar su respaldo a la lucha de los estudiantes y para llamar a la unidad de todos los opositores a la imposicin de Enrique Pea Nieto. Asistieron, igualmente, representantes de asambleas ciudadanas que en los ltimos das haban comenzado a movilizarse. Los voceros de las asambleas de los estados informaron que cada vez asista ms gente a las reuniones y a las protestas, y demandaban mayor incidencia en el proceder del movimiento. El acuerdo principal al que llegaron los jvenes fue descentralizar la Asamblea Interuniversitaria, con el objetivo de impulsar el carcter nacional del movimiento. La siguiente asamblea qued programada en la ciudad de Morelia, Michoacn los das 28 y 29 de julio de 2012.
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Un punto que se discuti ampliamente fue la postura del movimiento ante la realizacin de la Convencin Nacional contra la Imposicin, convocada por el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, y se aprob difundir una carta de invitacin a nombre del Yo Soy 132, para impulsar el evento conjuntamente. Ese mismo da, Lpez Obrador present formalmente un juicio de inconformidad para demandar la invalidez de la eleccin presidencial. Argument que existan razones y evidencias suficientes que demostraban que la jornada no se realiz en condiciones de libertad y autenticidad, como lo indica la Constitucin, y por lo tanto que el Tribunal Electoral deba dictaminar su invalidez. Asimismo, adelant que en los siguientes das se pondra en marcha un Plan nacional para la defensa de la democracia y dignidad de Mxico, cuyos ejes estaran respaldados por los derechos ciudadanos plasmados en la carta magna.
14 y 15 de julio
El movimiento Yo Soy 132 y la resistencia a la imposicin del candidato del PRI dieron un gran salto durante la primera Convencin Nacional contra la Imposicin, en San Salvador Atenco. Por primera vez, el movimiento estudiantil se encontraba con representantes de movimientos campesinos, indgenas, trabajadores y maestros disidentes, con el objetivo de generar un plan de accin unitario para evitar la imposicin de Pea Nieto. La convocatoria, lanzada por el FPDT y #YoSoy132, consideraba tres motivos por los cuales el PRI no deba regresar a la presidencia del pas. Primero, por haber ganado la eleccin con el apoyo de los poderes fcticos y haciendo uso de numerosas prcticas antidemocrticas no slo durante la votacin sino desde hace seis aos, cuando inici la promocin de Pea Nieto en los espacios de Televisa. Segundo, porque las intenciones del nuevo gobierno consisten en continuar con el saqueo del pas y consolidar el modelo neoliberal mediante reformas estructurales que carecen del respaldo popular. Y tercero, porque el regreso del PRI al poder implica un grave peligro para los movimientos sociales, expuestos a la represin y a la poltica autoritaria que siempre caracteriz la forma de gobernar de dicho partido. El llamado tuvo una exitosa respuesta, y ms de 250 organizaciones se hicieron presentes, entre ellas una comitiva de la comunidad purpecha de Chern, que haba sido agredida nuevamente pocos das antes, con el secuestro y asesinato de dos campesinos. Desde hace un ao, Chern expuls a los partidos polticos de su cabecera municipal e inici un proceso de construccin de autonoma poltica y de defensa de su territorio, acosado por talamontes y el crimen organizado. En la convencin estaban tambin los electricistas del SME y hasta integrantes de MORENA. Todos con la intencin de detener la imposicin del candidato Pea Nieto y todo lo que representa. Los asistentes a la convencin discutieron en distintas mesas de trabajo, y el ltimo da se reunieron en plenaria. Casi al terminar la jornada dieron a conocer el plan de accin, que todava sera revisado al interior de cada una de las organizaciones, pero que ya representaba un enorme avance respecto a cul sera el camino a seguir. As, entre las acciones de protesta que fueron programadas en la Convencin de Atenco estaba una marcha nacional el da 22 de julio. Para el 27, da de la inauguracin de los Juegos Olmpicos, se plane un cerco masivo alrede-
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dor de las instalaciones de Televisa. El 1 de septiembre se desarrollar la Jornada de Lucha Nacional contra la Imposicin, que consistir en una marcha desde el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federacin (TEPJF) a la Cmara de Diputados, con el fin de manifestarse contra el sexto informe de gobierno de Caldern, as como en contra de la toma de posesin de diputados y senadores. En tanto, el 6 de septiembre, fecha lmite para que el TEPJF calificara la eleccin, se plane otra jornada de lucha que incluye tomas, bloqueos y liberacin de casetas de peaje en carreteras. Para el 15 y 16 de septiembre, das de fiesta nacional por el aniversario de la independencia, se hizo un llamado a tomar las plazas pblicas del pas al grito de Viva Mxico sin PRI!. Los estudiantes deban avalar, escuela por escuela, la realizacin de un paro nacional el 2 de octubre, adems de encargarse de la marcha conmemorativa de la matanza de Tlatelolco. Finalmente, la convencin acord que se har un cerco en el Congreso para evitar que Enrique Pea Nieto tome posesin el da 1 de diciembre.
16 al 20 de julio
Las protestas por el resultado de la eleccin presidencial continan. El Tribunal Electoral reporta que ha recibido 356 juicios de inconformidad promovidos contra la eleccin presidencial (en alrededor de 290 distritos de los 300 que hay en el pas) y admite que son ms de las registradas en 2006, mientras una importante cantidad de manifestantes permanece afuera de sus instalaciones. Las tiendas Soriana siguen siendo el blanco de protestas en la capital y en el interior del pas. Los mtodos de los manifestantes son pacficos y diversos. Algunos grupos actan como si fueran a comprar mercancas, y al final cancelan al mismo tiempo su cuenta, como una seal para comenzar con las consignas. Otros entran directamente con pancartas. En todos los casos, llaman a no comprar ms en una empresa cmplice del fraude electoral, y en varias ocasiones son aplaudidos hasta por los propios empleados. Despus de negar durante semanas el uso de tarjetas electrnicas durante la campaa, el coordinador de la defensa legal de Enrique Pea Nieto, Jess Murillo Karam, afirm que s, que el PRI s las utiliz, pero slo para pagar comida y transporte de la estructura del partido. En el colmo del cinismo, al pretender justificar la legalidad de estos recursos (que ascendan a 66 millones de pesos), el PRI afirm que provenan del gasto ordinario del partido, no de la campaa. Esa misma semana, a 16 das de la eleccin federal, Caldern y Pea Nieto se reinieron en la residencia presidencial. De acuerdo con el presidente del IFE, el proceso electoral no concluye hasta el 6 de septiembre, por lo que el encuentro entre ambos personajes no fue bien visto por quienes venan sealando las irregularidades de la eleccin. Caldern, haciendo caso omiso de los plazos determinados por la ley, le ofreci a Pea Nieto todo su respaldo para que el proceso de transicin se llevara conforme a derecho. El movimiento 132 llam a la celebracin del Festival Re-evolucin, en la ciudad de Mxico, del 20 al 22 de julio. Por su parte, Lpez Obrador anunci el Plan nacional de defensa de la democracia y de la dignidad de Mxico, que consiste en la realizacin de asambleas informativas a lo largo del pas, para dar a
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conocer los elementos y pruebas aportados al TEPJF, que tienen el objeto de sustentar la solicitud de invalidez de la eleccin presidencial. De acuerdo con AMLO, los ejes de accin son la informacin y la toma de conciencia.
22 de julio
Por tercer fin de semana consecutivo, las calles de las principales ciudades del pas se vieron repletas de personas manifestndose a favor de que el Tribunal Electoral invalide los comicios. Esta vez, la convocatoria no slo provena del Yo Soy 132, sino que por primera vez se haca de manera unitaria, en alianza con el FPDT de Atenco, el sindicato de electricistas (SME), la coordinadora disidente del sindicato de maestros, y decenas de organizaciones ms. Otra novedad fue la presencia, a la cabeza de la marcha, del Movimiento de Aspirantes Excluidos de la Educacin Superior (MAES), compuesto por quienes han sido rechazados de las universidades pblicas por falta de cupo. El MAES lleva un largo camino de movilizacin, que se acenta todos los veranos, cuando se dan a conocer los resultados de los exmenes de admisin. Este ao, tal y como ha sucedido en la ltima dcada, nueve de cada diez aspirantes a la UNAM fueron rechazados, y el MAES alz la voz en defensa del derecho a la educacin. La columna, que no pudo pasar por la casa presidencial debido al cerco policial, fue creciendo conforme avanz por el Paseo de la Reforma, hasta llegar al Zcalo. Podan verse muchos estudiantes, familias enteras, sindicalistas, simpatizantes de Lpez Obrador y grupos de artistas. La indignacin ciudadana ante lo que se calificaba como fraude se expresaba en pintas sobre los cuerpos, carteles de doble vista (muchos de ellos en otros idiomas, dirigidos a la prensa extranjera), mantas, pancartas, televisores hechos de cartn, playeras y pauelos. Durante ms de tres horas, los contingentes llegaron a su destino. Al mismo tiempo, en ms de veinte ciudades del pas, miles de ciudadanos hacan lo propio. Al caer la tarde, se dio a conocer que en Oaxaca habran sido detenidos 24 jvenes simpatizantes del #YoSoy132, y otros 7 en la ciudad de Len. El comit de derechos humanos del movimiento se pronunci al respecto casi inmediatamente, censurando los hechos y demandando la liberacin de los aprehendidos, que se consum horas despus. Al parecer, en Oaxaca actuaron infiltrados, y el zafarrancho se desat tras la aprehensin de un activista, sealado anteriormente por el gobierno del estado como agitador profesional. En Len, las detenciones fueron porque los manifestantes cometieron el error de bajarse de la banqueta. Un da despus de la multitudinaria manifestacin, uno de los consejeros del Tribunal declar que el dictamen final de dicho organismo, no sera influenciado por ninguna marcha.
23 de julio
Durante una asamblea extraordinaria en la Facultad de Ciencias de la UNAM, el movimiento #YoSoy132 ratific lo acordado en Atenco sobre realizar un bloqueo pacfico y simblico en las instalaciones de Televisa el viernes 27, da de la inauguracin de los Juegos Olmpicos de Londres. Durante varias horas, se debati en
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torno al carcter y manera de proceder del movimiento durante dicha accin. La decisin final, de acuerdo con el comunicado de prensa, slo involucraba a las asambleas del Distrito Federal y del rea metropolitana (78, de las cuales 22 son privadas y 56 pblicas). Los voceros aclararon que se respetaran las decisiones que tomaran las asambleas del movimiento en otras entidades del pas.
24 de julio
El ahora llamado MONEX gate comienza a ser investigado por el IFE a travs de una unidad de fiscalizacin. El objetivo, dicen, es identificar y estudiar a las personas fsicas y morales relacionadas con la contratacin de los servicios prestados por dicho banco. A los documentos dados a conocer por la coalicin Movimiento Progresista (PRD, PT y Movimiento Ciudadano), se agregan investigaciones periodsticas que comienzan a salpicar el apellido de familias potentadas. A pesar del escndalo, el consejero presidente anuncia que los resultados de la investigacin no se difundirn sino hasta enero de 2013.
26 y 27 de julio
Por la noche del da 26, una manifestacin de Yo Soy 132 parti de la Acampada Revolucin hacia las instalaciones de Televisa, en avenida Chapultepec. Era el inicio del bloqueo simblico. En la empresa, varios cientos de personas esperaron la llegada de la marcha, mientras 2 mil policas ya haban cercado todos los accesos. El ambiente era festivo, a pesar de que la organizacin se vio dificultada por el cerco policial, que hizo que se cerraran ms calles de las contempladas, entorpeciendo la comunicacin entre los activistas. Para dar inicio a la toma, dos voceras leyeron un documento en el que se narraba el viejo concubinato Televisa-PRI. El movimiento record las circunstancias polticas de la fundacin de la empresa, en 1951, cuando acapar la mayor parte del espectro radioelctrico, con el patrocinio del gobierno. No olvid la complicidad de los noticieros de la empresa con los artfices de la matanza de Tlatelolco en 1968, ni en 1971, ni durante la guerra sucia. Denunci, al fin, que el marco legal en cuanto a medios de comunicacin es obsoleto y, evidentemente, hecho a la medida de los poderes fcticos: Bloqueo a Televisa? Televisa lleva aos bloqueando la verdad, deca una pancarta. Durante la madrugada no faltaron la msica, las proyecciones de cine y el caf. Tampoco hubo violencia, pero s momentos de tensin, sobre todo durante el cambio de turno de los policas. Durante el da 27, grupos de ciudadanos se sumaron al cerco y participaron en los relevos. No saban que, al mismo tiempo pero en Londres, un grupo de mexicanos increpaba a conductores de la empresa, interrumpiendo la transmisin con consignas anti PRI. Adems, una de las cuentas de Twitter de los noticieros deportivos fue hackeada por un militante de Anonymous, la famosa red de activistas cibernticos. El cerco a Televisa se levant tras 24 horas de protesta. Nuevamente, la ciudad de Mxico no fue la excepcin, y en otras 12 ciudades se realizaron manifestaciones contra las televisoras. La exigencia: apertura informativa e invalidacin del proceso electoral.
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Los das que siguieron al bloqueo han estado cargados de actividad, aunque no de manifestaciones masivas como los das previos. Los integrantes del movimiento, principalmente los estudiantes, orientaron sus esfuerzos en el trabajo de base, aprovechando el regreso a clases en las escuelas. Organizando foros, preparando documentos, haciendo videos, dando la bienvenida a los estudiantes de nuevo ingreso e invitndolos a sumarse al movimiento. En la ciudad de Mxico, las asambleas locales de estudiantes estn impulsando la formacin de asambleas en barrios y colonias. Muchas de ellas han sido protagonistas de las manifestaciones en tiendas Soriana, que lejos de disminuir alcanzan cada vez mayor sincronizacin. En los estados de la Repblica, tambin continu la actividad. En Morelos, el movimiento 132 convoc a la celebracin del natalicio de Emiliano Zapata, con el objetivo de acercarse ms a las luchas de los pueblos en defensa de la tierra. Cada vez con mayor claridad, el Yo Soy 132 asumi la necesidad de descentralizarse y de dar cabida a un mayor nmero de organizaciones que tambin identifican el regreso del PRI como una amenaza. As, en la ciudad de Mxico surgi el Yo Soy 132-Salud, formado por mdicos y estudiantes de medicina que se declararon listos para detener los ataques al sector, que ha sido gravemente afectado por el programa neoliberal. Fuera del pas, en ciudades europeas y de Estados Unidos, han nacido 52 representaciones del movimiento, que no dejan de organizar acciones contra el fraude. La agenda, al menos hasta el 1 de diciembre, est clara en trminos de movilizacin. Lo que no est claro todava es qu ajustes se tendrn que hacer en el camino, pues no slo hay asambleas generales en puerta, sino tambin llamados a intensificar el carcter de las protestas, dado el panorama tan oscuro que rodea la decisin del Tribunal Electoral, que no dudar en declarar ganador definitivo a Enrique Pea Nieto.
Conclusiones y perspectivas
Desde la huelga de la UNAM en 1999-2000 no se vea en Mxico un movimiento estudiantil de esta magnitud y, como lo auspicibamos en el editorial del nmero 31 de OSAL, vaya que haca falta para desatornillar de la pasividad a una generacin cuya participacin crtica es indispensable para empezar a agrietar el consenso conservador que, ms all de los colores partidarios de los gobernantes en turno, sigue reproducindose en Mxico sexenio tras sexenio. Militarizacin y supuesta guerra contra el narcotrfico de por medio, el miedo como recurso de control social oper con eficacia en los ltimos seis aos de gobierno del PAN. En 2012, la agenda poltica estaba cargada de temas securitarios; a diferencia de los tonos antineoliberales que, en consonancia con el clima latinoamericano, acompaaban el tenso ambiente electoral de 2006. En este nuevo contexto, el propio Lpez Obrador opt por una campaa electoral mucho ms moderada, tratando de mostrar un rostro amable llegando hasta teorizar un proyecto de repblica amorosa en parte para limpiar la imagen mediticamente construida de un hombre radical, conflictivo y rencoroso, y tambin porque trat de ampliar lo ms posible el marco de sus alianzas hacia sectores de clase media y grupos empresariales. Por medio de esta estrategia, en efecto, la campaa de Lpez Obrador logr conjuntar a una coalicin social muy amplia y diversa, polticamente apoyada en ncleos partidarios (PRD, PT y Movimiento Ciudadano) y sostenida desde abajo por vastos
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contingentes populares organizados en el marco del Movimiento de Regeneracin Nacional. Pero esto no slo no fue suficiente para repetir el resultado de 2006 una apretada victoria arrebatada por medio de un maysculo fraude electoral sino que, sin la irrupcin del movimiento Yo Soy 132, no hubiese sido capaz de alcanzar un resultado como el que alcanz, es decir, no hubiera mantenido el porcentaje de hace 6 aos y aumentado el nmero de votantes en trminos absolutos. Ahora, tras la impugnacin del resultado de la eleccin, y a pesar de tener suficientes elementos para probar lo fraudulento del proceso electoral, Lpez Obrador est enfrascado en una batalla legal cuyos trminos lo obligan a no llamar a acciones ms contundentes. Acciones que, en cambio, el movimiento contra la imposicin sin lderes ni representantes s est dispuesto a emprender. En todo este proceso, antes y despus de los comicios, el Yo Soy 132 ha sido y es el factor antagonista que atraviesa, tensa y modifica el escenario poltico, y amenaza la estabilidad, la certidumbre y la solidez del proyecto conservador en este pasaje de su reproduccin. Efectivamente, como lo vimos, el Yo Soy 132 naci y tuvo un impacto en torno a una coyuntura electoral, como reaccin hacia la candidatura de Pea Nieto y contra el retorno del PRI al poder. Si bien no impidi la victoria de Pea en las urnas, s logr visibilizar los vicios de un proceso marcado por la corrupcin y la manipulacin. As, con los sealamientos de los jvenes, el rey no ha sido todava coronado pero ya se ve desnudo. Con una frescura que no haba logrado AMLO y su movimiento, desde la legitimidad de su apartidismo y su espontaneidad, el Yo Soy 132 diagnostic la enfermedad crnica de la democracia mexicana: el dominio de los medios de comunicacin, coludidos con el poder poltico y, en particular, con los defensores del neoliberalismo y del autoritarismo partidocrtico. Los jvenes del 132 dieron muestra de su madurez poltica al sealar quines son los verdaderos dueos del pas, escudados con leyes hechas a la medida de sus intereses y empeados en imponer un candidato que cumpla con sus requerimientos. En este sentido, en un pas donde buena parte de la ciudadana se diluye en la televidencia, la receta que ha prescrito el movimiento consiste en dejar de consumir televisin y polticos basura. Una empresa nada sencilla, pero que comienza a arrojar sus primeros resultados por lo menos a nivel generacional. Los estudiantes aplicaron una inyeccin de adrenalina a las anestesiadas conciencias de muchos ciudadanos, despejaron el escenario poltico de las huecas propuestas que haban predominado a lo largo de la campaa para poner el dedo en el rengln de las injusticias y arbitrariedades, iluminaron las lgicas y pusieron en evidencia los poderes fcticos que trataban y lograron reproducirse en las instituciones representativas y de gobierno. Si bien el ideario del Yo Soy 132 se nutre de antineoliberalismo y, en parte, de anticapitalismo, en el centro de sus reivindicaciones est una idea de alternativa democrtica, tica, participativa y antipartidaria. En esta direccin, a modo prefigurativo, las formas que asumi abrevan de las experiencias y las prcticas de los movimientos recientes de los indignados y los Occupy, los cuales en parte remontan al altermundismo: horizontalidad, espontaneidad, creatividad, forma red y comunicacin va redes sociales. Con todo y esta irrupcin masiva y festiva de la juventud universitaria, el escenario permanece sombro. Manipulacin y compra de votos muestran no slo
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los recursos de los de arriba sino tambin la debilidad de la cultura ciudadana que, por necesidad y por falta de consistencia, se deja pervertir. Al mismo tiempo, aunque se descuenten los votos que la coalicin progresista sostiene que fueron manipulados, tenemos que en Mxico ms de la mitad de la poblacin que acudi a las urnas vot por algn partido de derecha, lo que indica que el Yo Soy 132, as como el MORENA, a diferencia de lo que su optimismo discursivo fue y va sosteniendo, reman a contracorriente.
Yo Soy 132 diagnostic la enfermedad crnica de la democracia mexicana: el dominio de los medios de comunicacin, coludidos con el poder poltico y, en particular, con los defensores del neoliberalismo y del autoritarismo partidocrtico
Sin embargo, contine o no con la intensidad de estos meses, el movimiento tiene un alcance que rebasa la coyuntura electoral, pues constituye en s un parteaguas de la historia reciente. Moviliz y concientiz a sectores importantes de la juventud mexicana, aquellos con mayores niveles de escolaridad, que abarcan la amplia diversidad socioeconmica de los que podemos genricamente denominar clase media, radicada en las grandes ciudades, donde se concentran las universidades pblicas y privadas. Conscientes de esta concentracin, y de la enorme dependencia hacia las herramientas disponibles en internet, las asambleas metropolitanas del movimiento estn cada vez ms ocupadas en estrategias de difusin ms tradicionales, con el objetivo de llegar a las personas que no tienen acceso a la red y, por lo tanto, al cmulo de informacin alternativa que ah se puede encontrar. En este mismo tenor, el movimiento no ha dudado en solidarizarse con las causas campesinas y de los pueblos indgenas, reconociendo as la imperiosa necesidad de tejer alianzas ante los previsibles ataques a la soberana nacional, que el nuevo rgimen no tardar en impulsar. Se trata, pues, de un movimiento transversal que rene a jvenes alrededor de la indignacin, jvenes que supieron sabiamente mantenerse unidos y consensuar acciones aun cuando, como en cualquier movimiento de esta amplitud e intensidad, son evidentes si nos aproximamos hasta observar detalles las diferencias internas, las cuales pudieran ahondarse en el futuro. En perspectiva, no sabemos qu rumbos y qu intensidad tomar un movimiento que demostr una fuerza sorprendente y una capacidad de interlocucin importante con otros sectores. Ms all de que prospere o no su continuidad organizativa como #YoSoy132, que se divida en corrientes con mayor afinidad poltica o que se vuelva una coordinadora de carcter ms o menos permanente, es un hecho que marc un punto de inflexin en la historia de la movilizacin en Mxico en la medida en que los recursos y capacidades que se han puesto en marcha en estos das no desaparecen de un plumazo; pues en el peor de los casos se vuelven latentes, entran en letargo, pero se mantienen vivos por un tiempo prolongado, sedimentan y pueden reaparecer frente a nuevas situaciones, nuevos agravios, nuevas coyunturas crticas. Y, lamentablemente, parece que en el Mxico del nuevo PRI
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no faltarn oportunidades para ello. Menos mal que ahora tenemos una juventud combativa, organizada y movilizada.
Hemerografa
Artistas Aliados: <artistasaliados.wordpress.com>. Comit Jurdico y de Derechos Humanos: <comitedhyosoy132.blogspot.mx>. Diez preguntas frecuentes sobre #YoSoy132: <yosoy132politicas.wordpress. com>. La Jornada 2012 (Mxico), junio-agosto. En <www.jornada.unam.mx>. Pgina central del movimiento: <www.yosoy132media.org>. Proceso 2012 (Mxico), mayo-junio: <www.proceso.com.mx>. Vigilancia Ciudadana: <vigilanciaciudadanayosoy132.wordpress.com>.
Notas
1 El 3 y 4 de mayo de 2006, la polica municipal de Texcoco en el estado de Mxico desaloj con violencia a un grupo de floricultores. Los agraviados, junto con activistas del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, del poblado de San Salvador Atenco, bloquearon la carretera en son de protesta. La respuesta del gobierno del estado, encabezado en ese entonces por Enrique Pea Nieto, result extremadamente violenta, dejando un saldo de dos muertos, cientos de detenidos, docenas de mujeres abusadas sexualmente y condenas carcelarias excesivas para los lderes del FPDT. El tema contina siendo una gran mancha poltica en la ascendente carrera de Pea Nieto y, por la misma razn, haba sido evitado durante la campaa, hasta que los estudiantes lo volvieron a poner sobre la mesa. Para ms informacin sobre el caso Atenco, pueden consultarse los diversos informes del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustn Pro Jurez: <http://centroprodh.org.mx>. 2 Tergiversaciones como esta y ms fueron impulsadas desde la Organizacin Editorial Mexicana (OEM), propiedad del magnate Mario Vzquez Raa, quien posee, adems de 70 peridicos en todo el pas (muchos de corte sensacionalista), 20 radiodifusoras y un canal de televisin. Es, por mucho, la compaa de medios impresos ms grande de Mxico, con una circulacin diaria de ms de 2 millones de ejemplares. 3 Se eligi aquel lugar por tratarse de un monumento construido por el gobierno de Felipe Caldern con un escandaloso gasto y evidencias de corrupcin. Desde su inauguracin en 2011, grupos de activistas lo haban rebautizado como monumento a la corrupcin. Esta vez, los jvenes lo reafirmaron como el smbolo de la decadencia de la poltica. 4 Grupos dedicados a la defensa de los derechos humanos y especialistas en temas de juventud sostienen que en Mxico no existen las condiciones ptimas para el desarrollo pleno de los jvenes, por lo que se los considera un grupo social en situacin de discriminacin. No existe, ni siquiera, una ley federal que los reconozca como sujetos de derechos; y menos una poltica de Estado que se enfoque especficamente a sus necesidades. Para ms informacin sobre el tema, puede consultarse el informe Derechos humanos de las juventudes en Mxico 2010, preparado por el Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria: <www. derechoshumanos.org.mx>. 5 Algunas de estas plataformas fueron <hayfe. mx>, <prepciudadano.com> y <fotoxcasilla.com>. 6 Un seguimiento periodstico ms meticuloso respecto al caso MONEX, puede consultarse en: <aristeguinoticias.com>. 7 Los puntos que conforman el plan de lucha del movimiento son: 1) Democratizacin y transformacin de los medios de comunicacin, informacin y difusin; 2) cambio en el modelo educativo, cientfico y tecnolgico; 3) cambio del modelo econmico neoliberal; 4) cambio del modelo de seguridad nacional; 5) transformacin poltica y vinculacin con movimientos sociales; 6) salud; y 7) migracin. El documento completo puede consultarse en: <www. yosoy132media.org>.
Resumen
Al cumplirse un ao del fallecimiento del notable pensador marxista Adolfo Snchez Vzquez, Aureliano Ortega Esquivel nos dice que no hay mejor homenaje que seguir considerando su obra como un legado capaz de desencadenar nuevas reflexiones. No se trata, nos dice el autor, de asumir que ya est todo dicho, sino de continuar ejercitando el pensamiento crtico que caracteriz a Snchez Vzquez hasta el final de sus das. Por lo tanto, este artculo nos ofrece no slo una semblanza de la vida y obra de nuestro marxista ausente, sino todo un recorrido crtico en torno a tres de los pilares ms importantes de su pensamiento: la reflexin sobre el estatuto terico poltico del marxismo y la filosofa de la praxis; la cuestin del arte como praxis; y la defensa del socialismo.
Abstract
To mark the first anniversary of Adolfo Snchez Vzquez death, an outstanding Marxist thinker, Aureliano Ortega tells us that the best possible tribute to Vzquez is to regard his legacy as capable of catalising new reflections. According to Ortega, it should not be assumed that there is nothing left to say, but rather that it is necessary to continue to pursue critical thinking, as Snchez Vzquez himself did throughout his entire life. This paper offers an insight into the life and work of a Marxist thinker whose absence is clearly felt, as well as a critical review of three central pillars of his belief: reflections on Marxisms theoreticopolitical statute and the philosophy of praxis, the question of art as praxis, and the defence of socialism.
Ortega Esquivel, Aureliano 2012 Adolfo Snchez Vzquez en OSAL (Buenos Aires: CLACSO) Ao XIII, N 32, noviembre.
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No en la primera, sino en la ltima pgina es donde aparece el nombre verdadero del hroe. Y no al inicio, sino al fin de la jornada es cuando acaso pueda decir el hombre cmo se llama . Len Felipe Debemos aceptar que la lamentable desaparicin fsica de Adolfo Snchez Vzquez nos tom por sorpresa. No quiero decir con ello que quienes lo conocimos, y hasta el final tuvimos el cuidado de preguntar entre los amigos de la ciudad de Mxico sobre su salud y su nimo, pasramos por alto su avanzada edad o ignorsemos los efectos destructivos que el tiempo el implacable, el que pas somete irremisiblemente a nuestros cuerpos. Nada de eso. De antemano sabamos que 96 son muchos aos, aun para una constitucin robusta y firme como la del doctor Snchez Vzquez en su mejor edad. La sorpresa, o mejor dicho el estupor, tena otro origen, y se asociaba inevitablemente a la conmocin, entre afectiva e intelectual, que la muerte de Bolvar Echeverra nos haba provocado un ao atrs. Y es que entre el 5 de junio de 2010 y el 8 de julio de 2011 perdimos a los dos pensadores marxistas latinoamericanos ms originales, agudos y profundos de los ltimos tiempos. Y eso no es poca cosa. En un medio intelectual todava tan afecto a las modas y novedades provenientes del mercado filosfico metropolitano (generalmente entrampadas en el pensamiento afirmativo y amarradas por ello mismo a la impronta reproductiva de un estado de cosas profundamente injusto e inequitativo), el fallecimiento de ambos pensadores, que haban fincado su quehacer terico en el mbito del marxismo crtico, haca concurrentes dos prdidas; por una parte la de los maestros y los amigos; por otra, la de los pensadores, su obra y su ejemplo vivos. En uno de sus ltimos trabajos, titulado Sartre a lo lejos, Bolvar Echeverra escribi: Nada hay que pueda darse por ganado en la historia de las ideas; en ella, como en el mito de Ssifo, todo tiene que ser pensado cada vez de nuevo (Echeverra, 2010). En ese sentido, Adolfo Snchez Vzquez debe ser considerado como un autor cuya obra es ya una obra acabada, una obra total; pero una obra que debemos asumir, tambin, como un envo, como un legado intelectual cuyo conocimiento y anlisis tienen que ser pensados cada vez de nuevo. Esto porque, por su originalidad y su riqueza, los desenlaces se nos presentan, o mejor, se nos imponen, como una nueva tarea por cumplir. Para dar curso a esta tarea por cumplir, a esta labor propia y caracterstica del mejor marxismo no dar nada por sentado y asumir la crtica radical de todo lo existente, deberamos pensar en esa obra como una obra abierta. Para ello tendremos que establecer desde luego alguna forma de tpica relativa a Snchez Vzquez y su correlativa agenda problemtica. En las lneas que siguen, en unos cuantos trazos abordaremos la vida y la obra de Adolfo Snchez Vzquez, para posteriormente dar curso a una sucinta exposicin de las que a nuestro juicio han sido sus ideas y cuidados principales en el mbito del marxismo crtico, indudablemente el horizonte discursivo en el que cobran sentido y forma la totalidad de sus intervenciones.
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Adolfo Snchez Vzquez1 naci en Algeciras, provincia de Cdiz, Espaa, el 17 de septiembre de 1915. Fue el segundo hijo de un teniente de la Guardia Civil cuya filiacin republicana le acarrea una condena a muerte, finalmente conmutada por largos aos de encierro en una prisin franquista. Hacia 1925 la familia fija su residencia en Mlaga, donde el joven Adolfo cursa el bachillerato y los primeros estudios de la carrera magisterial. Deca Max Aub en sus apuntes autobiogrficos que uno es del lugar en donde ha cursado el bachillerato, de modo que ello podra explicar el motivo por el que muchos de sus discpulos siempre dimos por cierto, sin ser por ello desmentidos, que el doctor Snchez Vzquez era malagueo. Abonan esa idea de oriundez adquirida el hecho de que, en esa ciudad, Adolfo Snchez Vzquez inicia tanto su tarea potica y literaria como su compromiso poltico. Mlaga es a la sazn un enclave poltico cultural en el que convergen vecinos y visitantes como Emilio Prados o Rafael Alberti; se editan revistas literarias y polticas como Octubre, en la que Snchez Vzquez publica su primer poema; y se discute acaloradamente el presente y el futuro de la novel Repblica espaola. Es tambin en Mlaga, la Roja, en donde conoce y lee por primera vez textos, si no de Marx, s relativos al pensamiento marxista y a esa nueva aurora que promete y parece poner al alcance de la mano la deseada y prxima revolucin comunista. En 1935, contando con veinte aos, Snchez Vzquez viaja a Madrid para cursar estudios universitarios en la Universidad Central, los que debe interrumpir al estallar la Guerra Civil. Para ese entonces, compartiendo crditos con Enrique Rebolledo con cuya hermana, Aurora, se casar en 1941, ya ha fundado su propio peridico literario, Sur, y colabora regularmente con el rgano del Partido Comunista Espaol, Mundo Obrero. Es hasta entonces que inicia la lectura de los textos originales de Marx y Engels, gracias a las traducciones de otro futuro exiliado: Wenceslao Roces. La Guerra Civil lo sorprende en Mlaga, en donde desarrolla un amplio trabajo poltico desde el seno de la Juventud Socialista Unificada (JSU). Ah mismo trabaja como editor de Octubre, fundado por Alberti y ahora habilitado como rgano del Comit Regional de la JSU. Viaja a Valencia y posteriormente se traslada a Madrid y toma a su cargo la direccin del peridico, mismo que abandona en septiembre de 1937 para incorporarse a la onceava divisin del Ejrcito Republicano. Ah, se desempea como comisario de Prensa y Propaganda y como redactor en jefe del peridico Pasaremos! Cuando los dirigentes de aquella divisin, Enrique Lster y Santiago lvarez, son reconocidos como artfices de la victoria de Teruel y distinguidos, respectivamente, como jefe y comisario poltico del quinto cuerpo del ejrcito, Snchez Vzquez es nombrado redactor en jefe de la revista Acero, lo que no impide su participacin en hechos de armas. Derrotada la Repblica y replegado el quinto cuerpo del ejrcito hasta la frontera francesa, Snchez Vzquez atraviesa los Pirineos en febrero de 1939, viaja a Pars, y finalmente se rene con otros intelectuales espaoles en el campo de Roissy-en-Brie. Poco despus, en mayo del mismo ao, viaja al puerto de Ste para abordar el primer barco fletado por el gobierno mexicano para el traslado de los que, desde entonces, se reconocen como refugiados espa-
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oles: el Sinaia. Ya en Mxico, Snchez Vzquez se dedica a lo que entonces saba hacer mejor: editar revistas culturales. Funda, junto con Antonio Snchez Barbudo, Juan Rejano y Jos Herrera Petere la revista Romance, de la que, entre 1940 y 1941, llegan a editarse y distribuirse por toda Latinoamrica ms de 50 mil ejemplares en un total de 24 entregas. En la ciudad de Morelia, en donde a la sazn vive y trabaja Mara Zambrano, entre 1941 y 1943 imparte clases de bachillerato y empieza a ampliar su formacin intelectual, principalmente por lo que atae a la cultura filosfica y el marxismo. Sin embargo, en 1944 ya est de vuelta en la ciudad de Mxico e ingresa a la Maestra en Letras Espaolas en la Facultad de Filosofa y Letras de la UNAM. Estudios que no concluye ante la necesidad de mantener a la familia realizando traducciones y pequeos trabajos periodsticos aqu y all. Hacia 1950 Snchez Vzquez regresa a la Facultad de Filosofa y Letras, pero ahora acude principalmente a cursos de filosofa, materia en la que obtiene el grado de maestro en 1955 con la tesis Conciencia y realidad en la obra de arte, dirigida probablemente por Samuel Ramos. En 1959, obtiene una plaza de profesor de tiempo completo y con ello la posibilidad de profundizar sus conocimientos filosficos, particularmente su estudio del marxismo. De la articulacin de sus preocupaciones de orden esttico y literario con su compromiso intelectual con la obra de Marx, surgen sus primeros trabajos y publicaciones tericas, reunidas en su primer libro: Las ideas estticas de Marx, publicado en 1965. Al ao siguiente recibe el grado de doctor en filosofa con el trabajo Sobre la praxis, matriz de su obra quiz ms conocida, Filosofa de la praxis, publicada en 1967. El movimiento estudiantil de 1968, la Primavera de Praga y el repunte de la insurgencia obrera, cuyo impulso declinar hacia 1977, le permiten a Snchez Vzquez ostentar pblicamente su compromiso con las causas sociales y le dan, a sus obras publicadas hasta entonces, una proyeccin inusitada en nuestro pas y fuera de l. Esto se refrenda con la publicacin de tica, en 1969; la ambiciosa antologa Esttica y marxismo, en 1970; y Textos de esttica y teora del arte, en 1972. En este grupo de obras, Snchez Vzquez muestra su perfil pedaggico y contina vigorosamente con su labor de traductor y difusor del marxismo, asunto al que contribuye a travs de la publicacin, en Mxico y otros pases, tanto de importantes obras de representantes del pensamiento marxista europeo y latinoamericano, como del bloque socialista identificados con el antidogmatismo. Justamente, esa persistente posicin antidogmtica lo conduce, a lo largo de los aos setenta, a emplazar una vehemente controversia contra las ideas del influyente marxista francs Louis Althusser, en quien reconoce por una parte la legitimidad de su propuesta de relectura de la obra de Marx, pero por otra el olvido de la praxis envuelto en una sofisticada y aun sofstica manifestacin de teoricismo. A lo largo de la dcada siguiente, Snchez Vzquez mantiene una rica, fresca y siempre renovada actividad editorial y pedaggica de cara y como respuesta lcida a los avatares polticos, sociales y culturales del momento: el eurocomunismo, la revolucin sandinista, el declive del movimiento obrero mundial y la deriva hacia la derecha de la mayor parte de las democracias occidentales. La cada del socialismo real le da ocasin para reabrir el expediente
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sobre el carcter y la necesidad del socialismo, postura que defiende de manera ejemplar durante un encuentro organizado por Octavio Paz con los auspicios de Televisa y el gobierno de Carlos Salinas de Gortari para celebrar la desaparicin del bloque socialista y la nueva experiencia de la libertad cobijada por el libre mercado y el Consenso de Washington. Ah, frente a la crema de la derecha intelectual mundial, Snchez Vzquez ofrece una de las defensas ms lcidas de las que se tenga memoria del ideal socialista por el que ha luchado toda su vida. A partir de entonces, las tareas acadmicas, tericas y polticas de Snchez Vzquez le procuran celebridad y mltiples reconocimientos, mientras ao tras ao, hasta poco antes de su muerte, se incrementa la nmina de sus publicaciones y conferencias dentro y fuera de Mxico2. Es as como, despus de una larga y plena vida intelectual, Adolfo Snchez Vzquez muere en la ciudad de Mxico el 8 de julio de 2011.
Lo primero que salta a la vista apenas iniciado el examen de sus intervenciones tericas es que Adolfo Snchez Vzquez, pensador indiscutiblemente marxista, cultiva un marxismo original, fresco, no dogmtico; en suma, un marxismo crtico. Pero esta primera nota caracterstica no sera propiamente distintiva si Snchez Vzquez no fuera l mismo una especie de pionero o precursor, en Mxico, de esa corriente renovada y renovadora del marxismo. Porque hay que saber (y para ello hay que decirlo) que el marxismo mexicano, antes de los aos sesenta, no se haba destacado nunca como algo original; ni siquiera como una postura terica y un discurso poltico medianamente consecuentes. Para aquilatar debidamente la importancia que pensadores como Snchez Vzquez conservan en el espectro general del marxismo mexicano, es preciso situarlo en el espacio y el tiempo que le sirven de referente y de contraste. Para ello realizaremos algunos apuntamientos sobre los das y las formas del marxismo anterior a la publicacin de las obras mayores del pensador espaol. De entrada, empero, debemos afirmar que el marxismo especficamente mexicano no presenta un cuadro unitario u homogneo sino que, por el contrario, se fragmenta en por lo menos tres vertientes, las que a partir de aqu caracterizaremos como: a) marxismo dogmtico; b) marxismo de ctedra; y c) marxismo precrtico3. Abordados de manera sumaria, podemos decir de cada uno de ellos lo siguiente. El marxismo dogmtico es el producto casi natural del atraso y la persistente dispersin del movimiento obrero en Mxico, de la falta de organizaciones polticas consecuentemente comunistas o revolucionarias y de una suerte de inconstancia y devaneo terico doctrinario atribuible a sus lderes e intelectuales orgnicos, llamado por el marxista crtico mexicano Jos Revueltas locura brujular4. Es dogmtico, justamente, porque en su configuracin discursiva no participan ideas originales resultado del anlisis concreto de la realidad y de su necesaria discusin creativa, sino recetas, esquemas, verdades provenientes de los manuales de adoctrinamiento con los que el rgimen de
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la Unin Sovitica sustituy el conocimiento y la discusin de las obras fundamentales de Marx y Engels. Es claro que excepciones, como Jos Revueltas, son justamente eso. La regla, para nuestra pena, es cabalmente ilustrada por un intelectual y poltico como Vicente Lombardo Toledano, cuyo pensamiento marxista se configura a partir de ciertos aspectos de la dialctica, el materialismo francs del siglo XVIII, el evolucionismo de Spencer y el personalismo de Max Scheler; eso s, aderezado con la retrica de la lucha de clases, el nacionalismo y el antiimperialismo. Por su parte, el marxismo de ctedra se caracteriza no por la ignorancia de los clsicos del marxismo (a quienes pensadores como Narciso Bassols, Jess Silva Herzog o Alfonso Teja Zabre conocen, discuten, traducen o publican), sino por el hecho de que sus autores separan el potencial analtico, que para el conocimiento de la realidad aporta el instrumental terico conceptual del marxismo, de sus posibilidades y recursos para la transformacin revolucionaria del mundo. Para los marxistas de ctedra la revolucin ya tuvo lugar, y se llama Revolucin Mexicana, de modo que los retos que en el futuro debemos enfrentar no son materia de un discurso transgresor, como el marxismo especficamente poltico; los retos se enfocan en qu es lo positivo y constructivo que aportan los relatos fundamentales de la modernidad capitalista, principalmente la forma liberal republicana del Estado nacin y el rgimen democrtico. Es, sin embargo, la segunda generacin de estos marxistas la que ha obtenido mayor audiencia y reconocimiento al asociar su quehacer intelectual con el arribo a la mayora de edad de algunas disciplinas, escuelas y facultades universitarias, o bien, con la aparicin de una corriente de opinin pblica que ya ha tomado distancia crtica respecto del rgimen de la Revolucin Mexicana, o que inscribe en su ideario las consignas de la Revolucin Cubana. Hablamos de Pablo Gonzlez Casanova, Vctor Flores Olea, Francisco Lpez Cmara, Eli de Gortari, Alonso Aguilar Monteverde, Vctor L. Urquidi, Jos Luis Cecea, Jorge Carrin, Ifigenia Martnez, Enrique Gonzlez Pedrero y los jvenes autores y publicistas que animaron las revistas Los grandes problemas agrcolas e industriales de Mxico (1946/49), El Espectador (1958), Poltica (1960) o, aos ms tarde, Estrategia (1972). En su mayora, salvo sealadas excepciones, no se trata de autnticos marxistas o de militantes comunistas que buscan en la obra de Marx una herramienta y una gua para las tareas revolucionarias, sino de profesionales universitarios y demcratas radicales que reconocen la pertinencia y las cualidades tericas y crticas del marxismo cuando el objetivo consiste en plantear problemas de ndole econmica o social en el plano de la universalidad abstracta, pero que se olvidan de l cuando se trata de proponer soluciones prcticas a los grandes problemas de nuestro pas; soluciones que, desde su perspectiva, se encuadran en las ventajas que, a pesar de sus modales autoritarios, ofrecen tanto el rgimen de la Revolucin Mexicana como su Estado representativo. A su vez, el marxismo que aqu llamamos precrtico est representado por una serie de autores que, habiendo militado la mayora de ellos en organizaciones tan dogmticas e incultas como los partidos de izquierda o el sindicalismo asimilado, habran aprendido las lecciones de las ms sonadas derrotas de los movimientos
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sociales durante la segunda mitad del siglo XX (particularmente las sufridas por el movimiento obrero popular mexicano: trabajadores mineros y petroleros en 1951-1952, ferrocarrileros en 1958-1959, maestros en 1959-1960 y estudiantes en 1968) para finalmente entender, y asumir, que no existe en Mxico una organizacin poltica verdaderamente comunista y revolucionaria; que la formacin del partido de la clase obrera y de la opcin revolucionaria de izquierda pasa necesariamente por un largo perodo de formacin terica y aprendizaje poltico; y que el marxismo, asumido como el nico discurso terico capaz de procurar tanto el conocimiento necesario como la expresin adecuada de y para la revolucin debe ser estudiado y discutido directamente en sus fuentes originales y sus desarrollos tericos y polticos ms consecuentes. Lo precrtico de esta posicin no se refiere tanto a su posicin terica sino a su posicin poltica, en tanto la mayora de sus autores conserva la idea, como los marxistas de ctedra, de que la transformacin de Mxico puede y debe mantenerse dentro de los cauces institucionales y los espacios que le proporcionan el Estado liberal burgus y la lucha poltica de partidos que participan en las justas electorales. Finalmente, el surgimiento y maduracin del marxismo crtico, por justicia, debe asociarse con la obra y el pensamiento de Jos Revueltas. Escritor, dramaturgo, hombre de cine, ensayista y filsofo, su obra constituye un verdadero oasis en el desierto del marxismo mexicano. A travs de sus intervenciones literarias y de su obra terica y poltica, Revueltas propone un ambicioso dispositivo crtico para enfrentar los problemas fundamentales del movimiento comunista mexicano: en primer lugar, la inexistencia histrica de un autntico partido de la clase obrera en Mxico, y en segundo, la locura brujular que desde siempre aqueja a sus tericos y dirigentes. No es difcil identificar aquella locura con el dogmatismo, la improvisacin y el oportunismo que privan al interior de las organizaciones comunistas, por lo que parecera casi natural que su superacin exija un enrgico proceso de transformacin terica y doctrinaria cuya condicin de posibilidad, casi nica, est en regresar a los clsicos del marxismo; pero, adems, en mantener una postura abierta y desprejuiciada frente a lo fresco e innovador que aporta la discusin terica desarrollada durante la desestalinizacin en el orbe del socialismo real o al interior del marxismo occidental. Pero Revueltas, por lo menos hasta 1968, acta fuera de la academia, por lo que su marxismo crtico, al margen de su crculo ms prximo, carece de una interlocucin siquiera inteligente. Dentro del mbito universitario, Adolfo Snchez Vzquez trabaja y propone un marxismo renovado, no dogmtico, e inspira intelectualmente a un grupo de jvenes profesores marxistas que, por lo menos en aquellos aos, pugnan por dejar atrs el dogmatismo que distingue al movimiento revolucionario. Entre ellos, por slo mencionar a los ya ausentes, figuran Carlos Pereyra, Ignacio Osorio, Pedro Lpez Daz, Juan Garzn Bates y Bolvar Echeverra. A este grupo original habra que sumar los marxistas crticos latinoamericanos que coinciden en la UNAM entre 1965 y 1975: Adolfo Gilly, Oscar Tern, Oscar del Barco, Agustn Cueva, Ruy Mauro Marini y Theotonio dos Santos, entre muchos otros, y an considerar los esfuerzos editoriales que representan las empresas Era y Siglo XXI y las revistas Historia y Sociedad y Cuadernos Polticos.
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En tales condiciones, y a travs de las intervenciones tericas y polticas de los autores mencionados, en nuestro pas se efecta el trnsito entre el marxismo no dogmtico (o precrtico) y el marxismo crtico propiamente dicho; es decir, un marxismo que insiste en sealar que lo importante no es la precisin pura con la que puede entenderse o aplicarse algn concepto en el curso del anlisis contemplativo de la realidad concreta. Es precisamente crtico porque su apuesta no se limita al disfrute contemplativo de la realidad, sino se inscribe en su transformacin revolucionaria. Es crtico, finalmente, el marxista que deja de comportarse como los filsofos, quienes a decir de Bolvar Echeverra en esos aos componen mensajes redundantes dentro de un campo discursivo solidificado y pasivamente enigmtico, o le ofrecen al mundo imgenes remozadas de lo que l fue en el pasado: hermenuticas, interpretaciones de lo que l ya no es. (Echeverra, 2011: 43) Pues bien, como se dijo, Adolfo Snchez Vzquez no slo milita en esa versin crtica del marxismo en Mxico, sino que conduce y sirve de inspiracin a toda la corriente. Una muy breve relacin de sus temas nos puede ayudar a ilustrar esos respectos.
Tres son, a nuestro modo de ver, los grandes temas, pero igualmente, las tres grandes aportaciones de Adolfo Snchez Vzquez al pensamiento crtico marxista, a saber: a) la siempre abierta y renovada discusin sobre el estatuto terico y poltico del marxismo, que lo lleva a reelaborar el concepto de praxis, a examinar profundamente la epistemologa marxista y, en consecuencia, su relacin peculiar y especfica con la accin poltica, incluida para tal efecto una larga discusin (contra Louis Althusser y otros autores) sobre el carcter cientfico del marxismo y sus configuraciones y usos ideolgicos; b) la propuesta del arte, o mejor dicho, la praxis artstica, como espacio ejemplar de la creatividad humana y, en esa condicin, como experiencia emancipadora, lo que a su vez implica concebir y ejercer la esttica marxista como su imprescindible momento terico; y c) la puesta en valor del socialismo, lo que se resuelve, a contrapelo de la historia, como una decidida y consecuente postura poltica en tiempos oscuros, pero sobre todo, como una esclarecedora y valiente apuesta tica. A ello habra que sumar su incansable tarea pedaggica (ejemplificada por sus largos aos de magisterio) y su tarea como difusor del pensamiento crtico especficamente marxista, como ilustra su labor como traductor, editor y comentador de los autores ms importantes del marxismo renovado. A continuacin diremos algo, aunque sea muy brevemente, sobre cada uno de estos temas.
Dado que se trata propiamente de la espina dorsal del pensamiento crtico de Adolfo Snchez Vzquez, es un hecho que la pregunta por el estatuto terico poltico del marxismo ocupa un lugar primersimo y central en el orden de sus
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preocupaciones intelectuales. Ni ms ni menos porque de las respuestas, que en la perspectiva de sus fundadores puedan formularse a ese respecto, depende que podamos caracterizar el pensamiento y la obra de Marx y Engels como una contribucin decisiva para la transformacin revolucionaria de la realidad, como una teora social entre otras o, en su defecto, como el simple ideario utpico de algn reformador del mundo. Es por ello que, desde el momento en el que Snchez Vzquez reconoce las graves deficiencias terico discursivas que arrastra el marxismo dogmtico y oficializado, que bajo el nombre de Dia-Mat preconiza y exporta la Academia de Ciencias de la URSS reconocimiento que podra fecharse a la mitad los aos cincuenta del siglo pasado, su inclinacin original por los problemas de la literatura y de la esttica cede, parcial y temporalmente, a la pregunta por las formas en las que el pensamiento de Marx puede conciliar, como de hecho lo hace, el rigor inquisitivo de una ciencia, la firmeza de una gua para la accin poltica revolucionaria y la fuerza de un imperativo tico humanista, emancipador y solidario. La respuesta, largos aos meditada y preparada y expuesta en su totalidad en el libro publicado originalmente en 1967 y reeditado con importantes adiciones en 1980 se formula como filosofa de la praxis, porque en esta expresin se recogen y sintetizan ese rigor, esa firmeza y esa fuerza. Es decir, porque en el marxismo, caracterizado como filosofa de la praxis, esto es, como filosofa que se concibe a s misma no slo como interpretacin del mundo, sino como elemento del proceso de su transformacin, Snchez Vzquez (1980: 21) encuentra la posibilidad de pensar un marxismo enteramente renovado. Por qu praxis y no otra de las categoras con las que, desde el interior del dilatado corpus marxista, este puede hablar de s mismo y autocaracterizarse como la ciencia de la historia y las transformaciones sociales, y como teora de la accin revolucionaria y de la prctica poltica transformadora? Porque, por una parte, la praxis engloba y representa todo eso; pero, adems, porque en el concepto de praxis queda indisolublemente inscrito el sentido ms profundo del marxismo, el que lo concibe como una filosofa de la accin transformadora y revolucionaria, en la que la actividad en su forma abstracta, idealista, ha sido invertida para dejar cabeza arriba la actividad prctica, real, objetiva del hombre como ser concreto y real, es decir, como ser histrico-social (1980: 54). Pero, igualmente, porque la praxis a la que alude el pensamiento de Marx conserva y cumple plenamente las tareas propias de la emancipacin humana. Y es aqu donde [la praxis] se nos aparece vinculada ntimamente al concepto de creatividad y, en el terreno social, a esa forma peculiar de la actividad trasformadora y creadora que es la revolucin (1980: 55). Para quienes el marxismo no es un arcano, es claro que las fuentes tericas en las que se apoya la propuesta de una filosofa de la praxis son las obras juveniles de Marx (y Engels), particularmente los Manuscritos econmico-filosficos de 1844, la Ideologa alemana y, en forma destacada, las Tesis sobre Feuerbach; sin que ello signifique que Snchez Vzquez haya hecho caso omiso, para la construccin de su propuesta, de la obra madura de Marx. Esto es as porque, en esa obra juvenil, Snchez Vzquez reconoce la presencia, o por lo menos el esbozo, de un pensamiento capaz de articular, en pleno
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equilibrio, todos los elementos que requiere la renovacin no dogmtica del marxismo, entrampado hasta entonces en desviaciones epistemolgicas, ontolgicas o humanistas.
La reivindicacin de la praxis, como categora central, se haba convertido en una tarea indispensable para rescatar la mdula marxista de su envoltura ontologizante, teoricista o humanista abstracta
En primer lugar, Snchez Vzquez encuentra en el joven Marx una posicin de discurso que en el curso de su crtica a las limitaciones e inconsecuencias de las posturas idealista y materialista vulgar respecto a la relacin sujeto/objeto, se postula como materialista, histrica y dialctica, por cuanto concibe la realidad y sus transformaciones como efecto de la relacin prctica, objetiva y concreta de los hombres con la naturaleza; es decir, porque entiende y explica la realidad y sus transformaciones en trminos de praxis. En segundo trmino, porque en el pensamiento antropolgico del joven Marx, Snchez Vzquez reconoce las herramientas tericas para superar el humanismo abstracto, es decir, la posibilidad de situar el problema de la praxis en un terreno propiamente humano, arribando a una concepcin del hombre como ser activo, creador, prctico, que al transformar al mundo a travs de su actividad prctica (no slo en el orden de la idea) se transforma a s mismo y con ello transforma su conciencia de manera real, objetiva y concreta. Para el joven Marx, de acuerdo con Snchez Vzquez, la transformacin de la naturaleza aparece necesariamente asociada a la transformacin del hombre mismo y, ms all, como la condicin de posibilidad de una verdadera autoconciencia, esto dado que a travs del dominio sobre la naturaleza el hombre domina la suya propia y crea un mundo y una cultura humanos. Bajo estas determinaciones, produccin, hombre y sociedad; y produccin, accin humana e historia, forman una unidad indisoluble. Si en una sola frase es posible sintetizar toda esa riqueza terica sta es, para Snchez Vzquez, la Tesis XI sobre Feuerbach, en donde se afirma que los filsofos se han limitado a interpretar el mundo de diversos modos, cuando de lo que se trata es de transformarlo. As entendida, la praxis ocupa el lugar central de la filosofa que se concibe a s misma no slo como interpretacin del mundo, sino como elemento del proceso de su transformacin. Tal filosofa no es otra que el marxismo (1980: 21). Si atendemos al contexto terico y poltico anteriormente aludido (la circunstancia histrica y el marxismo especficamente mexicanos) es claro que el pensamiento y la obra de Snchez Vzquez constituyen un saludable contrapunto; propiamente un enrgico planteamiento crtico que encara y denuncia las limitaciones de un pensamiento y una accin que han sido una y otra vez presas de su dogmatismo y de su locura brujular como se ha dicho, es muy probable que la dolorosa derrota del movimiento ferrocarrilero (1958-1960) y el movimiento magisterial (1960-1961), la permanente incultura filosfica y poltica de
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la organizaciones de izquierda y los usos puramente acadmicos del marxismo sean sus detonadores. Pero es claro que el mensaje inscrito en la filosofa de la praxis no se dirige nica y exclusivamente a los marxistas mexicanos, sino al conjunto del marxismo tal y como lo representan en esos aos los pensadores que permanecen presos en las limitaciones del Dia-Mat, tanto como aquellos que en el resto del mundo mantienen una tenaz y persistente lucha en contra de los saldos negativos del dogmatismo y de las desviaciones ontologistas, cientificistas y humanistas abstractas del marxismo. De ah la insistencia de nuestro autor en la ineludible articulacin entre la teora y la prctica y en el carcter transformador de una praxis verdaderamente revolucionaria. La reivindicacin de la praxis, como categora central, se haba convertido en una tarea indispensable para rescatar la mdula marxista de su envoltura ontologizante, teoricista o humanista abstracta. Ciertamente, era preciso deslindar el marxismo del que filosficamente, como materialismo dialctico, lo reduca a una nueva filosofa del ser o a una interpretacin ms del mundo. Pero era preciso tambin marcar las distancias respecto de un marxismo cientificista o epistemolgico que, impulsado por el legtimo afn de rescatar su cientificidad y, con ella, la racionalidad de la prctica poltica, desembocaba en una nueva escisin de la teora y la prctica. Finalmente, era obligado revalorizar el contenido humanista del marxismo, pero sin olvidar que la emancipacin del hombre pasa necesariamente por la emancipacin de clase del proletariado, fundada a su vez en un conocimiento cientfico, objetivo, acerca del mundo social a transformar (1980: 11).
Este aspecto de su obra es, probablemente, en donde Snchez Vzquez se ha movido con mayor soltura a lo largo de los aos; es, pues, su tema. Tal vez debido a que en su mocedad fue poeta y podemos decir que buen poeta y porque una de las cualidades del socialismo es la preocupacin por la educacin y la expresin esttico artstica de todo individuo; el hecho es que desde siempre Snchez Vzquez se sinti especialmente atrado por el problema del arte, de sus formas y manifestaciones y de los emplazamientos tericos para su comprensin. Sin embargo, sera un error considerar su preocupacin por la esttica y la teora del arte al margen de su concepcin del marxismo como filosofa de la praxis. Es un hecho que Snchez Vzquez entiende y asume a la praxis artstica, tanto como la teora cientfica marxista que pretende explicarla, como uno de los aspectos privilegiados de la creatividad humana y, por ello mismo, de las capacidades trasformadoras o revolucionarias de los hombres. De ah que, aun cuando en principio sea posible hablar con pertinencia de una esttica marxista, a Snchez Vzquez le haya sido preciso desarrollar un largo alegato donde dicho sealamiento deba y pueda ser probado con sobrada y firme suficiencia. Con ese fin, en la notable introduccin general a la obra antolgica Esttica y marxismo, de 1970 que es una respuesta a la pregunta: cules son los principios que informan la esttica marxista y contribuyen a resolver problemas estticos
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cardinales?, el autor nos ofrece una slida argumentacin que fundamenta los principios a partir de los cuales es posible cumplir con los compromisos tericos que exige, tanto la cabal comprensin de la praxis artstica, como su encuadramiento en el proceso histrico general de la emancipacin humana. Cuatro principios que entraan sendas concepciones del hombre, la historia, la sociedad y el mtodo de investigacin (Snchez Vzquez, 1970: 24). En primer lugar, en el curso de una impecable conceptualizacin histrico materialista, Snchez Vzquez invoca una concepcin del hombre como ser prctico, productor y transformador. Esto, en sintona con los principios de su filosofa de la praxis, entraa el hecho de entender al hombre como productor de un mundo de objetos que slo existen por l y para l, es decir, destaca la actividad prctica del hombre como creadora de su propio mundo, y a la par como creadora y transformadora de s mismo. De esta forma, en trminos marxistas el arte es concebido como una de esas prcticas y, como tal, como uno de los mbitos privilegiados de su potencialidad creadora. En segundo lugar, siempre en la perspectiva histrico materialista, Snchez Vzquez sostiene que toda produccin y autoproduccin humana deben ser asumidas radicalmente como procesos de orden histrico, y por lo tanto el arte no escapa a esta determinacin. Sin embargo, como creacin humana, el arte rebasa cada momento histrico particular en el que se produce para inscribir, en esa misma historia que le sirve de marco, la proyeccin de un futuro posible. La explicacin de ambos principios sigue una argumentacin que descansa en el conjunto de tesis que Marx propone en los Manuscritos econmico-filosficos de 1844, que es donde se encuentra la fuente de dicha concepcin social de lo esttico. En aquel texto, el arte como el trabajo se presenta en relacin con la necesidad del hombre de objetivar sus fuerzas esenciales, es decir, creadoras. Asimismo, esto tambin puede apoyarse en los trabajos de madurez de Marx, lo cual no debera sorprendernos si se tiene presente que son perfectamente congruentes con la concepcin que subyace en los primeros: el hombre como ser prctico, histrico y social, que al humanizar la naturaleza con su actividad prctica crea un mundo de relaciones, valores, productos, del que forman parte la relacin esttica con la realidad, los valores estticos y las obras de arte (1970: 31). El tercer principio histrico materialista incorporado por Snchez Vzquez entiende al hombre como ser social y a la sociedad como un todo estructurado. De acuerdo con esta idea central, el arte, como creacin humana, es un fenmeno social que responde a las caractersticas y determinaciones esenciales del tipo de sociedad en que se produce. De esta forma, responde necesariamente a determinados intereses sociales de clase, se inscribe en la superestructura ideolgica de la sociedad y participa activamente, de manera afirmativa o crtica, en la configuracin de las formas dominantes de tal o cual ideologa. Aqu Snchez Vzquez es enftico, ya que, si hemos sido atentos, podemos percibir claramente la ceida articulacin y apoyo mutuo que los tres principios sealados hasta ahora mantienen entre s:
La relacin esttica se desarrolla sobre una base histrico-social en el proceso de humanizacin de la naturaleza mediante el trabajo. Lo esttico no existe, por tanto, al margen del hombre social.
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Se da al margen de la conciencia de un sujeto individual, pero no fuera de una relacin sujeto/ objeto entendida sta como relacin social, y no meramente individual. La realidad esttica es una realidad social, humana o humanizada (1970: 30).
...como creacin humana, el arte rebasa cada momento histrico particular en el que se produce para inscribir, en esa misma historia que le sirve de marco, la proyeccin de un futuro posible
Por ltimo, el cuarto principio se refiere al mtodo dialctico propio del marxismo, mismo que Snchez Vzquez asume como principio fundamental de todo el pensamiento marxista. Como uno de sus aspectos esenciales, nuestro autor destaca el principio de totalidad, que en todos los casos prescribe considerar a la realidad como un todo concreto y, en el caso particular del arte, debe asumirlo como parte de esa totalidad sin reducirlo absolutamente a ella. Esto porque, ni ms ni menos, la necesidad y la racionalidad del arte no pueden descubrirse o explicarse al margen de la totalidad social ni de los elementos con los que sta establece relaciones de dependencia e influencia recprocas, ya que, como se ha asentando anteriormente, el arte es producto de esa sociedad y de esas relaciones. Pero, ms all, porque el arte es un elemento especfico, concreto, con estructura y legalidad propias; y no puede ser reducido al todo social o a una parte de l, como sera el caso de las escuelas idealistas, positivistas o marxistas dogmticas que lo reducen a la determinacin de la economa, la poltica o la religin. Firmemente apoyado en el principio dialctico de totalidad, Snchez Vzquez sostiene que el arte es una produccin humana especfica, condicionada por las formas histrico concretas que en cada caso le prescribe la sociedad en la que se produce, aunque mantiene empero una relativa autonoma respecto de esas formas de condicionamiento social, justamente por ser una forma privilegiada de praxis creadora y, por ello, transformadora de esa misma realidad.
El mtodo dialctico marxista que tiene por base el enfoque de la realidad como un todo estructurado no permite, en efecto, que un elemento sea reducido a otro lo ideolgico a lo econmico, lo artstico a lo poltico, etc. pero veda asimismo borrar las diferencias cualitativas de los distintos elementos de una y la misma totalidad. La mayor parte de las deformaciones ideologizantes o sociologistas de la esttica marxista tiene su raz en el olvido de ese principio dialctico cardinal (1970: 24).
Acudir a una obra temprana para ilustrar la posicin de discurso materialista, histrica y dialctica que sostiene Snchez Vzquez en torno a los problemas de la esttica, no significa que en su obra posterior no haya agregado nada nuevo o digno de mencin. Al contrario, el nmero de artculos y conferencias posteriores a 1970 dedicados al tema, ya en el plano de la teora, ya en trminos de crtica literaria y artstica, no slo suma varias decenas, sino constituye un importante ejemplo de pensamiento vivo, siempre atento a las demandas del presente. Algu-
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nos de esos trabajos han sido reunidos en libros y otros aguardan, en el seno de sus publicaciones originales, los buenos oficios del investigador. Como ejemplo, podemos mencionar las cinco conferencias reunidas en el libro De la esttica de la recepcin a la esttica de la participacin (2005) donde, conservando como hilo conductor el contrapunto entre la esttica de la recepcin y la esttica de la participacin, Snchez Vzquez aborda crticamente las ltimas tendencias del arte contemporneo y las consecuencias que para la produccin artstica tendrn las nuevas tecnologas en el futuro prximo. Lo importante, en todo caso, es que la esttica de Snchez Vzquez, an la ms reciente, se nutre, crece y madura al comps que le imponen su propia concepcin revolucionaria del mundo y su marxismo crtico, cuya urdimbre terico conceptual, articulada indisolublemente a su filosofa de la praxis, se configura y pone a punto en el curso de los aos sesenta; no para anquilosarse y devenir dogmtica, sino para servir de base a un pensamiento marxista siempre nuevo y siempre renovado.
Snchez Vzquez perfila un concepto de socialismo ceidamente fiel a los principios tericos y filosficos del materialismo histrico y del pensamiento dialctico, al que agrega, como nota personal, un pertinente sentido tico y humano
Snchez Vzquez prepara y propone una slida argumentacin a favor del socialismo fundada en la idea de que este no es nicamente una forma de organizacin social, deseada y posible, que mecnica e inexorablemente sustituir al capitalismo en cuanto haya agotado todas sus posibilidades de desarrollo, sino el efecto de una gran transformacin histrico social que no puede prescindir de la participacin decidida y consciente de los hombres en su realizacin; es decir, que el socialismo ser efecto de una praxis especfica y concreta, de una praxis revolucionaria. Conservando el tono y el sentido que Marx y Engels inscribieron en el Manifiesto Comunista, y haciendo eco al hecho de que las tesis tericas en las que el socialismo se sustenta no se basan en ideas y principios inventados o descubiertos por tal y cual reformador del mundo, sino que son la expresin de conjunto de las condiciones reales de la lucha de clases y de un movimiento histrico real que se est desarrollando ante nuestros ojos, Snchez Vzquez perfila un concepto de socialismo ceidamente fiel a los principios tericos y filosficos del materialismo histrico y del pensamiento dialctico, al que agrega, como nota personal, un pertinente sentido tico y humano. El socialismo es, ante todo, la solucin de la contradiccin fundamental entre el desarrollo de las fuerzas productivas y la apropiacin privada de los medios de produccin mediante la apropiacin social de los medios de produccin. Pone de manifiesto su superioridad al permitir el pleno desarrollo de las fuerzas productivas en virtud de que las nuevas relaciones de produccin se hallan en
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consonancia con el carcter social de ellas. Pero el valor del socialismo no radica slo en que funciona mejor que el capitalismo en el terreno de la produccin material. Lo valioso no reside propiamente en producir ms, sino en el significado social, humano, de la produccin. La superioridad del socialismo y en consecuencia, la conciencia de ella no reside en los ndices de productividad sino en que su produccin est al servicio de las necesidades de la sociedad entera; reside en que no es produccin para la produccin, sino produccin para el hombre (1975: 35). Para Snchez Vzquez ese valor y esa superioridad no son abstractos, porque, apoyndose en Marx, para l el socialismo no es solamente un ideal, sino una posibilidad real inscrita en las condiciones reales de existencia de la sociedad contempornea. Siempre y cuando cobremos conciencia de ello y luchemos por su realizacin, el socialismo conserva un valor y una superioridad objetiva que tiene por fundamento la ms cabal comprensin de las relaciones del hombre con la naturaleza y de los hombres entre s; porque asume y denuncia que esa relacin ha sido parasitada y deformada por el antagonismo entre la apropiacin privada y la produccin social y el carcter de las luchas de clases bajo el capitalismo; y porque entiende que la superacin de ese estado de cosas no puede ser efecto sino de una praxis conscientemente trasformadora, convencida de que su lucha se dirige hacia un fin histricamente necesario, prcticamente realizable y moralmente justo. El socialismo se presenta, en la relacin del hombre con la naturaleza y en las relaciones de los hombres entre s, con un valor y con una superioridad objetiva, real, que tiene por fundamento la abolicin del antagonismo entre la apropiacin privada y la produccin social, y la divisin de clases que deriva de l. Pero en la incorporacin de los hombres a la lucha por el socialismo es decisivo el convencimiento de esa superioridad, de ese valor, no como algo simplemente deseado o soado, sino desprendido de las condiciones reales que lo hacen posible (1975: 35). He aqu, una vez ms, cmo y hacia qu desenlaces conduce una postura terica y poltica que ha hecho suyos los principios fundamentales del marxismo de Marx y Engels y que bajo la categora de praxis ha sabido articular inteligentemente los desarrollos tericos y conceptuales que pensadores posteriores han aportado al marxismo cuando estos han conservado el sentido histrico y crtico del pensamiento de sus fundadores. Porque Snchez Vzquez no ignora que su idea de sociedad emancipada ha debido enfrentar y superar muy distintos avatares en el curso de los aos transcurridos desde que en su primera juventud, en Mlaga, abraz la causa comunista. Es decir, porque la historia le ha mostrado que las ideas relativas a la necesidad, a la posibilidad y a la actualidad del socialismo frente a otras propuestas de organizacin de la vida social deben ser sometidas, ellas mismas, no slo a la a veces terrible prueba de la prctica, sino a una revisin terica continua con acuerdo al principio marxista: no dar nada por sentado y asumir la crtica radical de todo lo existente. Es por eso que cada una de las derrotas, desviaciones o desfallecimientos que eventualmente ha sufrido la apuesta socialista no lo desaniman sino, por el contrario, le imponen una nueva tarea terica y poltica: pensar una y otra vez la
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posibilidad y el valor del socialismo de cara a los nuevos, inestables y siempre sorprendentes contenidos de la realidad. Esta necesidad le ha llevado, en situaciones sumamente adversas, a formular una serie de principios tericos que, independientemente del lugar y la circunstancia en la que se exponen, configuran una densa trama argumental podramos pensar en la red que salvaguarda la vida de los atletas circenses que nos impele a conservar la confianza, y acaso la certeza, de que eventualmente la humanidad vivir una vida libre y digna. Ese y no otro es el mensaje, entre lcido, sereno y expectante, que podemos rescatar de trabajos como Ideal socialista y socialismo real, El valor del socialismo, Once tesis sobre socialismo y democracia o Despus del derrumbe. Sin embargo, a pesar del derrumbe, ya situado en una va para ir ms all de l, Snchez Vzquez sostiene, prcticamente hasta su ltimo aliento, la idea de que la posibilidad del socialismo seguir viva mientras existan hombres y mujeres que conserven no slo la conciencia de su posibilidad, sino el optimismo de su bsqueda. Marx y Engels descubrieron que el socialismo poda realizarse cuando se sumaran las condiciones adecuadas, entre las que haba que contar forzosamente la conciencia de la posibilidad de su realizacin, la aspiracin a realizarlo y la organizacin y lucha correspondientes. As, el socialismo como alternativa al capitalismo resulta no slo un producto histrico posible y necesario, sino un ideal fundado objetiva e histricamente. Pero, en cuanto no se realice todava, funciona como una hiptesis que ha de ser verificada en la prctica (1999: 166). Pero esta apuesta por el socialismo no puede llevarse a cabo al margen o sin la gua lcida, esclarecedora y revolucionaria del marxismo. Es por ello que, para cerrar esta contribucin, reproducimos el mensaje final del discurso de agradecimiento que Adolfo Snchez Vzquez pronunciara en septiembre de 2004 en la Universidad de La Habana con motivo de recibir el doctorado honoris causa de aquella institucin y como respuesta a la pregunta: Se puede ser marxista hoy?
Llegamos al final de nuestro discurso con el que pretendamos responder a la cuestin de si se puede ser marxista hoy. Y nuestra firme respuesta al concluir, es sta: puesto que una alternativa social al capitalismo como el socialismo es ahora ms necesaria y deseable que nunca, tambin lo es, por consiguiente, el marxismo que contribuye terica y prcticamente a su realizacin. Lo cual quiere decir, a su vez, que ser marxista hoy significa no slo poner en juego la inteligencia para fundamentar la necesidad y posibilidad de esa alternativa, sino tambin tensar la voluntad para responder al imperativo poltico moral de contribuir a realizarla.
Bibliografa
Cepedello Boiso, Jos 2009 Adolfo Snchez Vzquez: Filosofa y poltica en el exilio en Revista Internacional de Pensamiento Poltico (Sevilla) Vol. 4, Primera poca. Echeverra, Bolvar 2010 Modernidad y blanquitud (Mxico: Era). Echeverra, Bolvar 2011 El materialismo de Marx en El materialismo de Marx. Discurso crtico y revolucin (Mxico: taca). Gandler, Stefan 2007 Marxismo crtico en Mxico: Adolfo Snchez Vzquez y Bolvar Echeverra (Mxico: Fondo de Cultura Econmica).
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Ortega Esquivel, Aureliano 2011 Bolvar Echeverra: 1941-2010 en Hispanismo Filosfico (Madrid) N 16. Snchez Vzquez, Adolfo 1970 Esttica y marxismo (Mxico: Era) Tomo I. Snchez Vzquez, Adolfo 1975 Del socialismo cientfico al socialismo utpico (Mxico: Era). Snchez Vzquez, Adolfo 1980 (1967) Filosofa de la praxis (Mxico: Enlace/ Grijalbo). Snchez Vzquez, Adolfo 1999 Entre la realidad y la utopa. Ensayos sobre poltica, moral y socialismo (Mxico: Fondo de Cultura Econmica/UNAM). Snchez Vzquez, Adolfo 2004 Por qu ser marxista hoy? en La Jornada (Mxico) 12 de septiembre.
Notas
1 Snchez Vzquez dej abundantes testimonios sobre su vida en mltiples apuntes autobiogrficos. Asimismo, antes y despus de su muerte han aparecido en medios impresos y electrnicos infinidad de apuntes biogrficos y bibliogrficos. Para la composicin de esta semblanza nos hemos apoyado principalmente en la magnfica biografa que Stefan Gandler incluye en su obra sobre Snchez Vzquez y Bolvar Echeverra (2007). Asimismo, es digno de mencin el trabajo de Jos Cepedello Boiso (2009). 2 Entre sus libros ms importantes posteriores a 1972 se encuentran: Del socialismo cientfico al socialismo utpico (1975), Ciencia y Revolucin. El marxismo de Althusser (1978), Sobre arte y revolucin (1979), Filosofa y economa en el joven Marx. Los manuscritos de 1844 (1982), Ensayos marxistas sobre historia y poltica (1985), Del exilio en Mxico (1991), Filosofa y circunstancias (1997), Entre la realidad y la Utopa. Ensayos sobre poltica, moral y socialismo (1999), El valor del socialismo (2000), A tiempo y destiempo (2003), De la esttica de la recepcin a la esttica de la participacin (2005), Una trayectoria intelectual comprometida (2006) y, finalmente, tica y poltica (2007). Asimismo, entre los muchos homenajes y reconocimientos recibidos en el ltimo tramo de su vida podemos mencionar los doctorados honoris causa por las universidades de Puebla, Nuevo Len, Guadalajara y Michoacn, en Mxico; el otorgado por la Universidad de La Habana en Cuba; los conferidos por la UNED, la Universidad de Cdiz y la Complutense de Madrid en Espaa; as como los premios Universidad Nacional y Nacional de Historia, Ciencias Sociales y Humanidades en Mxico, la Gran Cruz de de Alfonso X El Sabio, el Premio Mara Zambrano de la Junta de Andaluca y la Gran Cruz de la Orden del Mrito Civil, otorgada por el Estado espaol. 3 Para una caracterizacin ms completa y documentada de las clases de marxismo que se han cultivado en Mxico, ver: Ortega, A. 2011 Bolvar Echeverra: 1941-2010 en Revista de Hispanismo Filosfico (Madrid: Asociacin de Hispanismo Filosfico/FCE) N 16, septiembre. 4 La locura brujular del marxismo en Mxico es un texto indito de Revueltas, escrito en 1970, en la entonces prisin preventiva de la ciudad de Mxico (El palacio negro de Lecumberri), cuya versin mecanografiada se encuentra en la Latin American Collection de la Biblioteca Nettie Lee Benson, de la Universidad de Texas, bajo el rubro Jos Revueltas Papers 1906-1989. Sin embargo, la expresin ha cobrado carta de ciudadana crtica a travs de mltiples aplicaciones relativas a la condicin de minora de edad, desconcierto, improvisacin y carencia de asideros tericos y doctrinales muy propia, en su momento, del Partido Comunista Mexicano y, en la actualidad, del conjunto de la izquierda poltica mexicana. 5 Para aquilatar debidamente este aspecto del pensamiento y del legado de Adolfo Snchez Vzquez es preciso acudir, entre muchos otros trabajos, a los libros Del socialismo cientfico al socialismo utpico (1975), Entre la realidad y la utopa. Ensayos sobre poltica, moral y socialismo (1999), El valor del socialismo (2002) y, finalmente, a tica y poltica (2007), o bien remitirnos a un importante nmero de artculos, entrevistas y apuntes autobiogrficos.
La filosofa de la praxis1
adolfo sncHez vzquez2
I. Introduccin
Por filosofa de la praxis entendemos el marxismo que hace de la praxis su categora central: como gozne en el que se articulan sus aspectos fundamentales y eje en torno al cual giran su concepcin del hombre, de la historia y de la sociedad, as como su mtodo y teora del conocimiento. En el presente trabajo nos ocuparemos sucesivamente: 1) de las vicisitudes de la praxis en el marxismo; 2) de los aspectos fundamentales de ste; 3) de las mediaciones en la praxis poltica; y 4) de la validez y vigencia del marxismo hoy.
Por su carcter praxeolgico, el marxismo tiene su acta de nacimiento en las Tesis de Feuerbach (1845) de Marx. Desde el mirador de ellas, rastrearemos los antecedentes de la filosofa de la praxis ms cercanos y las vicisitudes de su reivindicacin y reconstruccin posteriores. En su Fenomenologa del Espritu, Hegel concibe la praxis, en cuanto trabajo humano, como autoproduccin del hombre dentro del proceso universal de autoconciencia de lo Absoluto. En su Lgica, la praxis es una fase categorial de la Idea en el movimiento hacia su verdad, o sea: es, como Idea prctica, una determinacin suya. En suma, como trabajo humano, o Idea prctica, tiene su fundamento y fin en el devenir de lo Absoluto, y, por ello, es terica, abstracta o espiritual (Snchez Vzquez, 1980: 61-90). Antes de Marx, en sus Prolegmenos a la filosofa de la Historia, de 1838, Cieskowsky habla por primera vez de filosofa de la praxis, entendiendo por ella la que influye, con su verdad, no slo en el presente de los hombres, sino tambin en su futuro. E influye no por s misma, como crtica de lo real, que es lo que cree la izquierda hegeliana, sino trazando fines que la accin debe aplicar.
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Moses Hess sostiene igualmente, en La Triarqua europea, de 1843, que la tarea de la filosofa consiste en llegar a ser una filosofa de la accin libre y creadora de la vida social futura. Pero, tanto en Cieskowsky como en Hess, filosofa y accin se hallan en una relacin exterior. Esta exterioridad se da tambin en los primeros escritos de Marx, particularmente en su Introduccin a la Crtica de la Filosofa del Derecho de Hegel, de 1843, y slo en los Manuscritos econmicofilosficos de 1844, y sobre todo en sus Tesis sobre Feuerbach, de 1845, pensamiento y accin se consideran en su unidad. La teora se presenta entonces como aspecto intrnseco de la praxis (Marx, 1959). En los Manuscritos de 1844, la praxis productiva o trabajo se concibe como una actividad material consciente, aunque enajenada en la produccin capitalista. La transformacin de esta praxis enajenada en la verdaderamente humana, libre y creadora, requerir para Marx un cambio social radical o revolucin, a partir de la abolicin de la propiedad privada. Este concepto de praxis revolucionaria entraa ya la unidad de interpretacin y transformacin del mundo, de teora y prctica, que queda claramente formulada en las Tesis sobre Feuerbach. Como actividad crtico prctica, la praxis tiene un aspecto material, objetivo, por lo que no puede reducirse a su lado subjetivo, consciente; a la vez, por este lado consciente no cabe reducirla a su lado material. De donde se infiere que la teora no es prctica de por s, ni tampoco como modelo que se aplica, sino que lo es por formar parte del proceso prctico. Como se reafirma en la definicin del trabajo en El Capital (Marx, 1964: 130131, Tomo 1), la praxis incluye necesariamente su aspecto subjetivo, consciente. Por tanto, la teora no puede desligarse de la prctica y, menos an, pretender guiar o modelar el proceso prctico desde fuera. As hay que entender, a nuestro juicio, las tantas veces citada e incomprendida Tesis XI de Marx: Los filsofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos, pero de lo que se trata es de transformarlo (Marx, 1959: 635). No hay que entenderla como si se postulara el sacrificio de la teora en el altar de la accin. La centralidad de la praxis se pone de manifiesto a lo largo de la obra de Marx, aunque a veces empaada por ciertas recadas deterministas. Pero sus seguidores inmediatos no se atuvieron, ni en el pensamiento ni en la accin, a su visin de la praxis. Y, despus de su muerte, los tericos de la socialdemocracia alemana (Bernstein, Kautsky, Hilferding), estimulados por el objetivismo de Engels, redujeron su teora a una ciencia positiva de la economa y la sociedad, y dieron a su concepcin de la historia un acento tan determinista que acab por disolver el papel de la subjetividad revolucionaria, y, por tanto, el concepto mismo de praxis. Ms tarde, despus de la Revolucin Rusa de 1917, los elementos cientificistas y positivistas, que ya haban aflorado antes de ella, se integraron en una nueva versin del viejo materialismo filosfico: el Dia-Mat sovitico, que desterr de su marxismo la categora de praxis. La reconquista y reconstruccin del marxismo como filosofa de la praxis ha sido un largo y complejo proceso de lucha desigual con la doctrina institucionalizada que mantuvo su dominio incompartido en los pases del socialismo real hasta su derrumbe en 1989. Sin embargo, la validez terica y prctica de ese marxismo ya era impugnada y rechazada, incluso dentro de esos pases y, sobre todo, fuera de ellos, por marxistas cada vez ms crticos.
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Ahora bien, la reivindicacin de la categora de praxis ya haba comenzado en los aos veinte con la obra del joven Lukcs, Historia y consciencia de clase (1969). La praxis se concibe aqu, muy hegelianamente, como el acto revolucionario que realiza la unidad de sujeto y objeto en cuanto que el proletariado conoce y acta al mismo tiempo. En Marxismo y filosofa, de 1923, Karl Korsch (1971) presenta el marxismo como una filosofa revolucionaria que tiene por base la unidad de la crtica terica y del cambio prctico. La teora es praxis no slo porque expresa la lucha de clases, sino tambin porque revela la posibilidad de otra alternativa. Aos ms tarde, en 1933, Herbert Marcuse afirma, con base en la distincin marxiana de los dos reinos, el de la necesidad y el de la libertad, que la praxis en el reino de la libertad es la realizacin plena de la existencia humana como un fin en s. Y en Amrica Latina, Maritegui, en la dcada del veinte, al poner el nfasis en la subjetividad revolucionaria frente a todo positivismo y fatalismo, destaca la funcin prctica del marxismo, acercndose as a su interpretacin como filosofa de la praxis (Maritegui, 1982). Despus del largo periodo (entre los aos treinta y cincuenta) en que la categora de praxis desaparece casi por completo del horizonte marxista, vuelve al primer plano con el Sartre de la Crtica de la Razn dialctica (Sartre, 1960) y sobre todo con el grupo de filsofos yugoslavos (Petrovic, Marcovic, Vranicki, Stojanovic y otros) que publican en Zagreb la revista Praxis (1964, 1973). Para ellos, el hombre es el ser de la praxis y sta, como actividad libre y creadora, se contrapone a la praxis inautntica, propia del hombre en su autoenajenacin (Petrovic, 1967). En los aos sesenta afloran tambin otras posiciones que, si bien rechazan el Dia-Mat sovitico, no siempre reivindican la praxis. As sucede con la corriente althusseriana que, al tratar de rescatar la cientificidad del marxismo, atribuye a la prctica terica una autonoma y autosuficiencia tales que llevan a divorciar la teora de la prctica poltica real (Althusser, 1967; Snchez Vzquez, 1978b). En la reivindicacin de la praxis cumplen un papel importante los marxistas italianos a raz de su descubrimiento, en los aos cuarenta y cincuenta, de las aportaciones inditas de Gramsci. En el pensamiento gramsciano, y particularmente en su oposicin al mecanicismo y al objetivismo, representados ejemplarmente por el manual de Bujarin, Teora del materialismo histrico, de 1921 (Bujarin, 1974), los marxistas italianos descubren una rica veta que explotan fecundamente, enriqueciendo en algunos casos la visin del marxismo como filosofa de la praxis (Cassano, 1973). Finalmente, desde los aos sesenta, la atencin a la praxis marca tambin la importante obra de Kosk (1967), Dialctica de lo concreto, y en mayor o menor grado la obra de marxistas como Lefevbre, Goldmann, Lwy, Desanti, Sacristn, Mszros, Snchez Vzquez, Tosel y otros.
La introduccin de la praxis como categora central no slo significa reflexionar sobre un nuevo objeto, sino fijar asimismo el lugar de la teora en el proceso
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prctico de transformacin de lo real (Snchez Vzquez, 1987). Pero, a su vez, determina la naturaleza y funcin de los distintos aspectos del marxismo: como crtica, proyecto de emancipacin, conocimiento y vinculacin con la prctica. Estos aspectos se integran en la totalidad a la que se remiten necesariamente. Sin perderla de vista, detengmonos en cada uno de ellos. 1. El marxismo como crtica El marxismo es en primer lugar una crtica de lo existente (Marx, 1964: XXIV, Tomo 1), que apunta a un triple blanco: a) la realidad capitalista; b) las ideas (falsa conciencia o ideologa) con las que se pretende mistificar y justificar esa realidad; c) los proyectos o programas que slo persiguen reformarla. La crtica presupone, pues, cierta relacin con la realidad presente que exige ser transformada. Se trata, por tanto, de una relacin en la que sta es problematizada o negada. As, pues, aunque la crtica marxista tiene por base la explicacin de los males sociales del capitalismo, fustiga estos males y condena al sistema la realidad econmica y social en que se dan. Pero esta desvalorizacin que acompaa a su crtica, entraa a la vez como contrapartida la opcin por ciertos valores recortados, ignorados o negados en esa realidad. Por este componente valorativo, la crtica de la realidad capitalista empuja a otro aspecto esencial del marxismo que examinamos a continuacin. 2. El marxismo como proyecto de emancipacin El marxismo no es slo una crtica del capitalismo, sino a la vez el proyecto de una sociedad emancipada en la que se aspira a realizar los valores degradados o irrealizables en la realidad criticada. Hay, pues, una relacin entre crtica y proyecto que, ya antes de Marx, los socialistas utpicos haban puesto de manifiesto. Ciertamente, a su aguda crtica fundamentalmente moral de los males de la sociedad presente, corresponde un cuadro prolijo y fantstico de la sociedad futura en la que esos males sern abolidos. Ahora bien, lo que distingue, en Marx, esa relacin de la que se da en las crticas y utopas sociales de Owen, Fourier y Cabet, es su pretensin de apoyar unas y otras en el conocimiento de la realidad, as como la parquedad con que disean los rasgos de la nueva sociedad (Snchez Vzquez, 1975: 38-58). Sin embargo, queda claro que para Marx se trata de una sociedad en la que los hombres dominan sus condiciones de existencia: con una fase superior o reino de la libertad sin clases, Estado ni relaciones mercantiles y con una distribucin de los bienes conforme a las necesidades de los individuos y una fase inferior, o de transicin, en la que dicha distribucin se hace conforme al trabajo que aporta cada quien (Marx, 1974). Ahora bien, por la opcin valorativa que representa, el proyecto de una sociedad emancipada es deseable para quienes sufren los males de un sistema de dominacin y explotacin. Pero, asimismo, es necesario, en el sentido de que responde a necesidades radicales no slo particulares de las clases explotadas sino universales humanas. De ah la renovada y dramtica actualidad del dilema de Rosa Luxemburgo, socialismo o barbarie. No basta, sin embargo, que el proyecto socialista de emancipacin sea hoy ms necesario que nunca. Para la filosofa de la praxis, no es slo la idea o el ideal que responde a necesi-
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dades radicales, sino una posibilidad entre otras incluso la no emancipatoria de una nueva barbarie por cuya realizacin los hombres deben pugnar. Pero esa posibilidad puede convertirse en realidad? A esta cuestin, o sea: a la de si el socialismo es factible o viable, se han dado algunas respuestas negativas, recurriendo a diversos tipos de argumentos que podemos reducir a dos. El primero, de corte antropolgico filosfico, se expone en estos trminos: el socialismo es una utopa absoluta y, por tanto, irrealizable. Y lo es por contraponerse a la naturaleza humana, definida por una serie de rasgos esenciales e inmutables, entre los cuales destaca el egosmo, diametralmente opuesto al intento solidario socialista. Este argumento presupone una naturaleza humana invariable, al margen de la historia y la sociedad, de la que formara parte esencialmente el comportamiento egosta del hombre. El segundo argumento, de tipo histrico emprico, se formula as: el socialismo, no obstante su bondad y deseabilidad, es inviable ya que, como demuestra la experiencia histrica, al tratar de realizarse, fracasa inevitablemente toda vez que se convierte en un nuevo sistema de dominacin. A nuestro modo de ver, uno y otro argumento no pueden sostenerse. El primero, porque sin ignorar que el egosmo se da, a lo largo de la historia real, en las relaciones humanas de sociedades diversas, slo adquiere ese carcter dominante o esencial en la sociedad moderna burguesa. El segundo tampoco se sostiene porque, si bien hay que reconocer como lo han reconocido hace ya tiempo los marxistas crticos que el proyecto socialista no se realiz en las sociedades del socialismo real, de esto no cabe concluir la imposibilidad de su realizacin, cualesquiera que fueran las condiciones y mediaciones de ella. Semejante conclusin significara la generalizacin ilegtima de un resultado histrico concreto. As, pues, slo 1) elevando un modo histrico de ser hombre a la condicin de naturaleza humana, abstracta e inmutable, o 2) decretando que determinada experiencia histrica es inevitable y la nica posible lo que entraara presuponer una concepcin determinista fatalista de la historia se puede proclamar la imposibilidad de una alternativa social que se rija por los principios de autodeterminacin, igualdad, justicia y solidaridad, cualquiera que sea el nombre que se le d. Ahora bien, la cuestin de si el socialismo es factible o viable, involucra otros dos aspectos del marxismo que an nos toca abordar. 3. El marxismo como conocimiento Lo que distingue al marxismo de otras doctrinas que critican la sociedad presente y proyectan otra, nueva, no es slo su espritu crtico y su voluntad de emancipacin, sino su contenido cientfico en el anlisis del capitalismo. No obstante que los importantes cambios que el capitalismo ha experimentado en las ltimas dcadas de nuestro siglo han obligado a abandonar o rectificar en ciertos puntos que indicaremos ms adelante el pensamiento de Marx, se mantienen en pie sus tesis y previsiones acerca de la expansin y mercantilizacin crecientes de la produccin, la concentracin cada vez mayor de la riqueza, la progresiva limitacin de la concurrencia y la correspondiente eliminacin de la mediana y pequea empresa, la transformacin de la ciencia en fuerza productiva, y otras no menos relevantes que han respondido positivamente a la exigencia
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cientfica de ser contrastadas con la realidad. Ahora bien, en cuanto que la realidad en movimiento contiene no slo lo que es efectivamente, sino tambin lo que potencialmente germina en ella, el conocimiento descubre en lo realmente existente un campo de posibilidades. A ese campo pertenecen la posibilidad de la desaparicin del capitalismo, as como la de otra alternativa social. Y, asimismo, como ya hemos apuntado, la de una nueva barbarie. Por su contenido cientfico, el marxismo trata de fundamentar racionalmente las dos primeras, y de orientar la prctica necesaria para convertirlas en realidad. Es, por ello, la unidad de un conocimiento prctico y de una prctica consciente. Ciertamente, hay que pensar el mundo para poder transformarlo. Pero, esto no significa en modo alguno que baste conocerlo para garantizar su transformacin. sta no es una cuestin simplemente terica, sino prctica. Y justamente porque la praxis en la que se unen ambos aspectos cuando es autntica es creadora, libre e innovadora, y no simple aplicacin de un modelo preestablecido, su destino es en gran parte incierto e imprevisible, y ningn conocimiento puede prever y menos garantizar su resultado final. Confundir aqu posibilidad y realidad significa ignorar la naturaleza misma de la historia humana, y, en definitiva, negar la praxis creadora que convierte lo posible en real (Snchez Vzquez, 1980: 303306). Pero, si el conocimiento no garantiza la transformacin de lo real, esto no significa que, en el proceso prctico, podamos prescindir de l. Por el contrario, es indispensable justamente por la funcin prctica que cumple dentro de ese proceso que no es inevitable ni se halla predeterminado. Ciertamente, en la medida en que se conoce la realidad a transformar, las posibilidades de transformacin inscritas en ella, as como el sujeto, los medios y las vas necesarios y adecuados para esa transformacin; es decir, en la medida en que se introduce cierto grado de racionalidad en el proceso prctico, el sujeto de ste no acta como un nufrago en un mar de incertidumbres, sino como el marino que, brjula en mano, pone proa en ese mar al puerto al que anhela llegar. Y si el conocimiento nutico no garantiza que su arribo a l sea inevitable, s garantiza que, al trazar fundamentalmente la ruta a seguir, su accin no sea una simple aventura. De manera anloga, aunque el conocimiento que brinda el marxismo no garantiza la realizacin de su proyecto de emancipacin, s permite descubrir su posibilidad y que la prctica necesaria para realizarlo, al servirse de dicho conocimiento, no se convierta en una empresa irracional, pura utopa o simple aventura. 4. El marxismo en su relacin con la prctica Los tres aspectos ya sealados del marxismo se articulan con su aspecto prctico. Su crtica de la realidad capitalista inspira su crtica en acto. Su proyecto tiene la vocacin prctica de transformarse en realidad. El conocimiento de lo real, indispensable para esa transformacin, sirve asimismo a ciertos fines o valores, sin que sacrifique a stos su contenido de verdad. As, pues, estos tres aspectos remiten necesariamente a la prctica, la cual a su vez slo ser la adecuada si se nutre de ellos. Lo que quiere decir tambin que no cualquier relacin entre esos aspectos permite la prctica adecuada. Pueden recordarse, con este motivo, prcticas polticas que, en un sentido socialista, han resultado no slo inadecuadas, sino inde-
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seables por haber dejado en el camino a uno u otro de los aspectos mencionados. Tales han sido, por ejemplo: 1) la reformista de la socialdemocracia clsica (no nos referimos a la actual que, al integrarse como gestor suyo en el capitalismo, ha renunciado al objetivo socialista); 2) la marxista leninista, que en los pases del Este europeo neg realmente ese objetivo, aunque se presentara como socialista y que, fuera de ellos, supedit los fines verdaderamente emancipatorios a los del Partido y el Estado soviticos; y 3) la lucha armada de los movimientos guerrilleros latinoamericanos de signo mesinico o foquista, que en los aos sesenta y setenta desplegaban el ms extremo voluntarismo. En todos estos ejemplos histricos, la lectura que se hace de la realidad y de las posibilidades que encuentran en ella, no permite fundamentar racionalmente la prctica adecuada a la consecucin del objetivo socialista que se proclama. Y el resultado del proceso prctico, en cada uno de los tres casos, ha sido, respectivamente: 1) apuntalar un capitalismo liberal, ms civilizado, que tolera incluso el Estado de bienestar que hoy se desvanece ante la ofensiva neoliberal de desempleo creciente, precariedad del empleo y recorte a las prestaciones sociales; 2) construir una sociedad poscapitalista, no socialista, que por sus rasgos esenciales propiedad estatal absoluta, Estado totalitario y Partido nico constituye un nuevo sistema de dominacin y explotacin; y 3) exterminar las guerrillas y, con la represin generalizada, cerrar las opciones de las fuerzas sociales ms amplias interesadas en arrancar espacios democrticos al poder dictatorial o autoritario.
Ciertamente, hay que pensar el mundo para poder transformarlo. Pero, esto no significa en modo alguno que baste conocerlo para garantizar su transformacin. sta no es una cuestin simplemente terica, sino prctica
En ninguno de los ejemplos histricos mencionados, sus resultados han correspondido a los fines socialistas. Ciertamente, para alcanzarlos era indispensable como hemos sealado una interpretacin racional de la realidad, que difcilmente podra encontrarse en los ejemplos anteriores. Y era necesario asimismo recurrir, con vista a los fines, a los medios adecuados. Fcilmente puede advertirse que los medios, en cada caso, resultaron ineficaces para la consecucin de los fines que se buscaban. Pero no se trata slo de la eficacia o ineficacia de los medios, sino tambin de su relacin con los valores que vertebran el proyecto socialista. Los medios eficaces o ineficaces en un sentido instrumental, pueden ser deseables o indeseables en un sentido valorativo (y ahora tenemos presente los valores del socialismo). Y, en verdad, las estrategias mencionadas resultaron no slo ineficaces desde el punto de vista instrumental, sino indeseables por su alto costo humano, no slo poltico, sino social y moral. Ciertamente fueron indeseables, y en consecuencia reprobables, en cada caso: 1) al contribuir a mantener la explotacin del hombre por el hombre y la degradacin de las relaciones humanas; 2) al apelar al terror masivo del que fueron vctimas millones de seres humanos
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inocentes, incluidos los ms fieles a la causa del socialismo; y 3) al recurrir a una violencia que, si bien se justifica poltica y moralmente contra el poder desptico o autoritario que cierra todo resquicio legal, pacfico, no se justifica cuando se trata de alcanzar una forma de relacin (socialista) entre los hombres, que por su propia naturaleza democrtica tiene que asentarse en el ms amplio consenso social, y no en la coercin de una minora armada. En todos estos casos, los medios a que se recurre entran en contradiccin con los fines y valores socialistas que se proclaman. Las distinciones anteriores entre prctica adecuada e inadecuada y entre prctica deseable e indeseable en el trnsito al (o realizacin del) socialismo, pasan por el tipo de relacin que mantienen con la prctica poltica los aspectos antes sealados. Si se elimina o desnaturaliza cualquiera de ellos, la prctica perder su carcter socialista. As, por ejemplo, al excluir la crtica de lo existente, reducir el conocimiento a pura ideologa o proclamar retricamente los fines emancipatorios, el marxismo acrtico, ideologizado o retrico que as se comporta, slo puede vincularse a una prctica poltica determinada: la que obstruye y finalmente cierra el camino como lo cerr en los pases del Este europeo al verdadero socialismo. En verdad, el marxismo leninismo no dej de cumplir en esos pases una funcin prctica: la de inspirar y justificar el socialismo realmente existente. Pero, por otro lado, si del marxismo se cortan sus nexos con la prctica, se le reduce a una teora ms, cualquiera que sea el valor de verdad que le reconozca la Academia, y no puede negarse que en los aos sesenta ese reconocimiento era alto en los medios acadmicos de Europa y Amrica Latina. Es lo que sucedi con los representantes de la Escuela de Frncfort (Horkheimer, Adorno, aunque no tanto Marcuse y Lwenthal), que ante los fracasos de la prctica revolucionaria en Alemania renuncian a la prctica poltica real, y se refugian en la teora. Y es lo que sucede asimismo con el marxismo anglosajn, que potencia el anlisis crtico, o con la corriente althusseriana, que, al proclamar la autonoma y autosuficiencia de la prctica terica reduce la prctica real a una aplicacin de ella. En todos estos casos, se desvanece la verdadera funcin prctica del marxismo y, por tanto, el lugar que corresponde a la teora como el aspecto subjetivo, consciente, de la praxis. Ahora bien, para el marxismo como filosofa de la praxis, sus diferentes aspectos como proyecto, crtica y conocimiento slo encuentran su razn de ser no slo en su unidad, sino en su vinculacin con la prctica.
Si fijamos ahora la atencin en la praxis poltica para ver cmo se vinculan en ella sus lados subjetivo y objetivo, consciente y real, veremos que se unen a travs del puente que tiende, desde unas condiciones necesarias, una serie de mediaciones sin las cuales el proyecto socialista no podra realizarse. El modo de entender esas condiciones y mediaciones, as como su alcance y articulacin, han dado lugar en el marxismo a esquemas diferentes, entre los cuales nos interesa destacar, para reexaminarlos, dos fundamentales: el clsico, de Marx y Engels, y el leninista, o estalinista despus de la muerte de Lenin.
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Veamos, primero, el esquema marxista clsico. En l encontramos diferentes niveles: 1) la realidad objetiva de una formacin social el capitalismo en la que entran en contradiccin el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de produccin que frenan ese desarrollo, contradiccin que abre una era de revolucin social (Marx, 1980); 2) la conciencia de ese conflicto bsico y de la necesidad de cambio social que Marx identifica con la conciencia de clase del proletariado; 3) la organizacin poltica de esa clase a travs de diferentes partidos obreros; y 4) la accin a que se ve impulsado irrevocablemente el proletariado, accin que puede discurrir por vas diferentes: la revolucionaria y violenta que Marx privilegia, y la gradual y pacfica por la que Engels se inclina en los ltimos aos de su vida. En este esquema destaca la confianza en que el proletariado, dada su posicin objetiva en el sistema, pueda elevarse por s mismo, en el curso de su propia praxis, a su conciencia de clase, y en que, al agudizarse las contradicciones bsicas del capitalismo, se vea empujado a actuar revolucionariamente. Ahora bien, la historia real no ha confirmado esa doble confianza en la elevacin del proletariado a su conciencia de clase y en su actuacin revolucionaria conforme a ella. Veamos ahora el esquema leninista. Lenin corrige a Marx al sostener que la clase obrera por s misma es decir, en el curso de su propia praxis no puede elevarse al nivel de su conciencia de clase y actuar revolucionariamente. Necesita una instancia exterior a ella para poder rebasar los lmites que la ideologa burguesa impone a su conciencia y a su accin. Esa instancia es el Partido como destacamento de vanguardia que, por poseer el privilegio epistemolgico de encarnar la verdad y conocer el sentido de la historia, introduce la conciencia socialista en la clase obrera, a la que organiza y dirige en sus luchas (Lenin, 1981). El verdadero sujeto histrico no es, pues, la clase como pensaba Marx sino el Partido. Esta teora leninista, de origen kautskyiano, criticada desde el primer momento por Plejnov, Trotsky y Rosa Luxemburgo, se convierte en la concepcin del Partido de la III Internacional. Y, en su versin estalinista, el protagonismo del Partido pasa a su Comit Central y, finalmente, a un solo hombre, el Secretario General, cumplindose as un sombro vaticinio del joven Trotsky. Contrastando las concepciones marxiana y leninista de las mediaciones polticas con la rica y compleja experiencia histrica, y reexaminando una y otra con base en las lecciones de esta experiencia, podemos llegar a las siguientes conclusiones: 1) las contradicciones sociales del sistema no se reducen a la que Marx consideraba fundamental, entre burguesa y proletariado industrial; 2) el arco de la explotacin y dominacin abarca no slo la forma clasista que corresponde a la contradiccin bsica entre capital y trabajo (que hoy se extiende a todo el trabajo asalariado), sino tambin a las de carcter tnico, nacional, sexista, generacional, etc., as como a las que se dan entre las potencias hegemnicas del sistema capitalista mundial y los pases explotados por ellas; 3) dada la pluralidad de clases y fuerzas sociales que sufren los males del sistema, el sujeto del proceso de emancipacin no es nico, central y exclusivo, sino plural; 4) la relacin entre la posicin objetiva de las diversas fuerzas y clases sociales que constituyen el sujeto potencial del cambio, y su nivel de conciencia, organizacin y accin con vistas a l, es contingente y no forzosa; y 5) aunque dado el potencial subversivo
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que genera su situacin objetiva, dichas fuerzas y clases pueden elevarse por s mismas a cierto nivel de conciencia y accin, no puede descartarse la necesidad de la teora y la organizacin polticas para que, en el proceso prctico, alcancen un nivel ms alto su accin consciente. Por lo que toca a la revisin leninista de la concepcin marxiana, al sustituir el protagonismo histrico de la clase por el del Partido, su premisa hay que buscarla en la teora de Lenin de la doble conciencia de la clase obrera: tradeunionista y socialista. Mientras la primera se da espontneamente en la clase obrera, la segunda conciencia del inters propio, fundamental, de clase no pueden adquirirla los obreros por s mismos. De ah la necesidad del Partido que, desde fuera, la introduzca en la clase obrera (Lenin, 1981). La experiencia histrica desmiente esta separacin tajante entre las dos conciencias, y demuestra asimismo que, al atribuirse el privilegio epistemolgico de poseer la verdad, el Partido excluye la relacin democrtica con otras fuerzas polticas y con toda la sociedad, y acaba por excluirlas en su propio seno. Por otra parte, si el Partido no es un fin en s, sino un medio o instrumento en la realizacin del proyecto socialista en condiciones histricas determinadas, no puede aceptarse como no la acept Marx la tesis de un modelo universal y nico del Partido, y menos an dentro del pluralismo poltico y social de una sociedad verdaderamente democrtica (Snchez Vzquez, 1980: 356-378). En el esquema leninista, y sobre todo en la versin de l canonizada por Stalin, la democracia queda excluida: a) de la va de acceso al poder, ya que se absolutiza la estrategia de la violencia; b) del sujeto del cambio revolucionario el Partido, tanto en sus relaciones con otras fuerzas polticas y organizaciones sociales, como en sus relaciones internas; c) del modelo de sociedad socialista, ya que en ella se imponen, de hecho y de derecho, el Estado omnipotente y el Partido nico a la voluntad de sus miembros. A partir de las aportaciones de Marx, pero ms all de l, as como de las tardamente conocidas de Gramsci, y tomando en cuenta la experiencia histrica de las sociedades seudosocialistas de los pases del Este europeo y del movimiento comunista fuera de ellos, el marxismo como filosofa de la praxis rescata la unidad de socialismo y democracia en los tres planos antes mencionados. Rescatarla significa admitir respectivamente: a) que no se trata de tomar el poder, sino de alcanzarlo como fruto de la hegemona de las fuerzas polticas y sociales (o bloque histrico, segn Gramsci) interesadas y comprometidas con el cambio; de la obtencin del consenso social o, en trminos gramscianos, de la lucha poltica y la reforma intelectual y moral que hay que librar ya antes de alcanzarlo (Gramsci, 1970); b) que el sujeto plural del cambio a una sociedad verdaderamente democrtica como la socialista, slo puede serlo si l mismo practica la democracia en sus relaciones externas e internas; y c) que el proyecto de sociedad socialista incluye necesariamente la democracia, pero una democracia que lejos de limitarse a su forma poltica, se extiende a todas las esferas de la vida social. Finalmente, hay que insistir una vez ms en que, aun dndose las condiciones y mediaciones necesarias para la realizacin del proyecto socialista, el socialismo no es inevitable, ya que su realidad no se halla garantizada por las leyes de la historia ni por la necesidad y posibilidad de que se alcance, ni tampoco por los
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valores de justicia, igualdad y libertad que lo hacen deseable. Pero si esto es as, frente al error, la incertidumbre o el fracaso posibles, hay que introducir la mayor racionalidad en la prctica, sometiendo para ello los resultados obtenidos a un examen y a una crtica constantes, sin que este examen y esta crtica sean privilegio de un individuo, un partido o una clase social.
V. Marxismo y praxis
Cul es la situacin del marxismo, o de los marxismos, hoy? Qu validez y vigencia se le puede reconocer? He ah dos cuestiones que no pueden ser superadas, pero tampoco confundidas. Ciertamente, no son nuevas, pero en nuestros das cobran un nuevo sesgo, inquietante para unos y definitivo para otros, que sentencian que su lugar est de acuerdo con su mayor o menor indulgencia en el arcn o en el basurero de la historia. Pero cualquiera que sea la respuesta que se d a estas cuestiones, los marxistas no pueden ni deben eludir el criterio de verdad que Marx elev al primer plano: el de la prctica. Pues bien, recurramos a l para determinar qu es lo que prueba la prctica histrica que invocan los que decretan la muerte ahora s del marxismo. Se trata del socialismo real que se ha derrumbado en los pases del Este europeo, y que un buen nmero de marxistas crticos y algunos, como Rosa Luxemburgo, casi desde sus comienzos (1918) rechazaron sin necesidad de esperar a su derrumbe. Aunque nuestras apreciaciones crticas sobre el proyecto, sus resultados y el marxismo que los inspir y justific no son nuevas (Snchez Vzquez, 1971; 1981; 1985; 1990; 1992), vale la pena resumirlas y reafirmarlas, aunque sea esquemticamente. Ellas son: 1) la prctica poltica que sigue a la toma del poder en noviembre de 1917, estaba impulsada por un proyecto de emancipacin social que se remita a Marx y Engels y que los dirigentes bolcheviques aspiraban a realizar, desde el poder conquistado, no obstante las condiciones histricas y sociales adversas para ello. 2) El resultado de ese proceso prctico histrico la sociedad que se construy, medido con el parmetro marxiano que se invocaba, fue un sistema peculiar, ni capitalista ni socialista, de economa totalmente centralizada, Estado omnipotente y Partido nico, que exclua toda libertad y democracia. En suma: un nuevo sistema de dominacin y explotacin, aunque durante cierto tiempo permiti modernizar industrialmente el pas y alcanzar logros sociales importantes. 3) El proyecto marxista clsico que originariamente se invocaba, acab por perder, en la prctica, todo contenido emancipatorio. 4) Para justificar el sistema que era la negacin misma del socialismo, surgi la necesidad de otro marxismo: el marxismo ideologizado convertido en doctrina oficial del Partido y del Estado es el que se autodenominaba marxismo leninismo. Y 5) este marxismo, como parte indisociable del sistema conocido como socialismo real, no poda dejar de compartir el destino final el derrumbe de dicho sistema. Ha muerto con l, y como l, bien muerto est. Ahora bien, si el proyecto socialista no se ha realizado an en ninguna parte del mundo, y si la ideologa marxista leninista contribuy a bloquear su realizacin, el marxismo que se orienta hacia este objetivo no tiene por qu compartir el destino del que, con el socialismo real, ha llegado a su fin. Ciertamente, slo
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podra compartir ese destino si se pudiera: 1) negar su aspecto emancipatorio; o 2) demostrar que lo sucedido realmente ya estaba idealmente en el marxismo originario que retricamente se invoca. Pero, como ya hemos sealado, 1) no se puede negar el contenido emancipatorio del proyecto marxiano, cualesquiera que sean sus limitaciones o carencias; y 2) de la idea y proyecto que Marx aspiraba a realizar, no cabe deducir lgica, necesariamente, el socialismo real. Ello significara derivar muy hegelianamente lo real de lo ideal, pasando por alto las condiciones y mediaciones necesarias. Con lo anterior, no se trata de salvar al marxismo ignorando que algo tiene que ver Marx con la prctica histrica que se despliega en su nombre. Pero tampoco puede ignorarse que, en ella, no se daban las condiciones histricas y sociales que l consideraba necesarias para el socialismo, y cuya ausencia los bolcheviques trataron de suplir con la estatalizacin integral de la sociedad y con la dictadura del proletariado, no en el sentido marxiano, sino en el de dictadura, en sentido habitual, del Partido nico.
Cmo se podra negar que la realidad presente, en su cortejo de violencia, desigualdades, paro masivo, destruccin de la naturaleza, marginacin de grupos sociales y pueblos enteros, cosificacin de la existencia, etc., exige una severa crtica?
Estos mtodos de construccin del socialismo no podan estar en Marx, como tampoco lo ms opuesto a su proyecto de emancipacin: el terror masivo, o sea, el Gulag. Lo que prueba prcticamente el seudosocialismo que se ha derrumbado es, junto a la negacin del contenido emancipatorio del proyecto socialista, la necesidad de tener presente, en su realizacin, ciertas tesis fundamentales: 1) que como dijo Marx los hombres hacen la historia en condiciones dadas. Y que, por lo tanto, el voluntarismo extremo no puede hacerla sin ellas, es decir, no puede forzar la mano de la historia. Y 2) que siendo el socialismo una alternativa social necesaria, deseable y posible, y aun dndose las condiciones necesarias, no siempre es viable y, mucho menos, inevitable. Por todo lo anterior puede comprenderse por qu el intento fracasado de construir el socialismo, cuando no se daban las condiciones necesarias, slo podra producir el engendro histrico que Kautsky agudamente advirti, y que el marxismo que lo justificaba slo poda hacerlo negndose a s mismo como crtica, conocimiento y proyecto de emancipacin; es decir, afirmndose como pura ideologa de la burocracia del Estado y del Partido. Pero esto no prueba la imposibilidad del socialismo ni quebranta la necesidad de una teora como la marxista, cuando hoy como en tiempos de Marx de lo que se trata es de transformar el mundo. Ciertamente, no cualquier marxismo sirve a esa transformacin, sino aquel que contiene en su unidad los aspectos fundamentales ya sealados. No sirven por ello el marxismo ideologizado, sovitico, ni el humanismo abstracto, antropolgico o existencial que se mece en el limbo de la utopa. Ni tampoco el teoricista de corte althusseriano o analtico. En cada uno de ellos se sacrifica alguno de sus aspectos como crtica, proyecto o conocimiento y en
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todos se pierde de vista la prctica poltica adecuada para alcanzar el objetivo socialista. En consecuencia, la validez del marxismo no puede desvincularse de la validez de esos aspectos, considerados en su unidad. Veamos, pues, en qu consiste su validez actual despus de tomar el pulso a cada aspecto por separado. 1. El marxismo como crtica Cmo se podra negar que la realidad presente, en su cortejo de violencia, desigualdades, paro masivo, destruccin de la naturaleza, marginacin de grupos sociales y pueblos enteros, cosificacin de la existencia etc., exige una severa crtica? Y cmo podra ignorarse que su flecha ha de apuntar al corazn del sistema en el que esos males sociales se incuban y florecen necesariamente? La crtica de Marx al capitalismo, no obstante los cambios operados en l, sigue siendo vlida, ya que sus tendencias bsicas a la expansin ilimitada de la produccin, as como la mercantilizacin generalizada para asegurar la acumulacin creciente de beneficios no ha hecho ms que reproducirse y extenderse a escala mundial. Cierto es tambin que la crtica marxista debe apuntar, asimismo, como apunta la de Sweezy, Baran, Mandel y otros, a aspectos del capitalismo que no se daban en tiempos de Marx, o que l apenas atisbaba. Pero todo esto, lejos de debilitar o refutar la necesidad de la crtica de lo existente, exige profundizarla y extenderla. Y de lo existente forma parte igualmente todo lo que se ha hecho invocando infundadamente el nombre del socialismo y del marxismo, razn por la cual debe ser objeto tambin de una crtica que los marxistas no siempre hemos practicado. 2. El marxismo como proyecto de emancipacin Se trata de un proyecto que, por sus valores, se contrapone al sistema capitalista que, por su propia estructura, los desconoce, limita o degrada. Este proyecto, que no se reduce a su anticapitalismo, sigue siendo vlido, pero a condicin de que sea redefinido para ponerlo a la altura de nuestro tiempo. Y su redefinicin exige abandonar o enriquecer algunos de sus elementos. As, por ejemplo, se ha de enriquecer su contenido democrtico muchas veces olvidado o desvirtuado, acentuando la necesidad de la participacin consciente de la mayora de la sociedad, tanto en la praxis poltica que ha de conducir a un nuevo sistema social, como ya en l en la toma y el control de las decisiones en todas las esferas de la vida social. Esta democracia radical indisociable del socialismo, permitir disolver los viejos dilemas de Estado o sociedad civil, planificacin o mercado, individuo o comunidad. Y entre los elementos nuevos que hay que introducir en el proyecto socialista, est una nueva visin de las relaciones entre el hombre y la naturaleza, en la que sta deje de ser lo que ha sido desde la modernidad: objeto de dominio del hombre como amo y seor de sus materiales y reservas de energa. Todo esto obliga a revisar la tesis marxista clsica de la contradiccin capitalista entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de produccin. Ciertamente, el capitalismo ha demostrado frente a esa tesis su capacidad para desarrollar incesantemente la produccin, pero no se trata slo de esto. Se trata de que el desarrollo incesante de las fuerzas productivas en nuestra poca, cualquiera que sea su signo capitalista o socialista, entra en
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contradiccin con los imperativos ecolgicos. Por lo cual, unas nuevas relaciones (socialistas) de produccin se hacen necesarias, no ya para incrementar ese desarrollo, sino justamente para ponerle los lmites que la economa del lucro y del mercado generalizado no le puede poner. Finalmente, el proyecto socialista clsico tiene que ser reconsiderado tambin extendiendo su contenido emancipatorio, ya que ste ha de tener no slo el carcter particular que corresponde a la explotacin clasista de los trabajadores, sino tambin el correspondiente a las formas de dominacin que sufren otros sectores sociales, e incluso el universal humano que le impone la necesidad de hacer frente a la amenaza que cierto uso de la ciencia, la tcnica y la produccin en perverso maridaje ciernen sobre la supervivencia misma de la humanidad. 3. El marxismo como conocimiento No basta que el proyecto socialista sea necesario y deseable, sino que ha de ser tambin viable. De ah como hemos subrayado la exigencia de fundamentar racionalmente que el socialismo, posible en determinadas condiciones y con las mediaciones necesarias, sea realizable. Ahora bien, en este terreno, el marxismo, como todo conocimiento, ha de ser contrastado con la realidad, y admitir que algunas tesis o predicciones de Marx no han resistido con el tiempo la prueba de la prctica, su contraste con lo real. Y entre esas tesis y predicciones estaran las siguientes: 1) La Ley universal del desarrollo incesante de las fuerzas productivas, ya que si bien rige cabalmente en el capitalismo, no es aplicable a otras sociedades en las que no imperaba el principio de la acumulacin creciente e ilimitada de los beneficios; y ello sin contar con que el desarrollo capitalista de las fuerzas productivas en nuestro tiempo entra en contradiccin como ya hemos sealado con imperativos ecolgicos. 2) La concepcin lineal y ascensional de la historia, impregnada de eurocentrismo, aunque el propio Marx la rectific, al final de su vida, en su correspondencia con los populistas rusos, al rechazar toda filosofa universal y transhistrica de la historia. 3) La idea ya mencionada del proletariado como sujeto central y exclusivo del cambio social. 4) El reduccionismo de clase que estrecha el campo de las relaciones de explotacin y dominacin. 5) La subestimacin de la capacidad del capitalismo para sobrevivir a sus propias crisis. 6) La prediccin de la desaparicin de las clases medias ante el antagonismo fundamental de la burguesa y el proletariado. 7) El olvido de las previsiones del joven Marx (en los Manuscritos de 1844) sobre la posibilidad de un comunismo desptico como el que se dio efectivamente con el socialismo real, y, por ltimo, y en relacin con lo anterior: 8) La imprevisin de Marx de que su propio pensamiento fuera ideologizado, aunque quizs algo atisb al declarar irnicamente que l no era marxista. Con respecto a su vocacin cientfica, el marxismo est obligado, como todo conocimiento, a abandonar las tesis que han caducado o que no han podido ser confirmadas. Est obligado igualmente a reconocer sus limitaciones y carencias; por ejemplo, las que han sido sealadas en su teora poltica con respecto al poder burgus o a un Estado socialista. Y ha de asumir asimismo la obligacin de mantener, introduciendo las modificaciones necesarias, las tesis que han sido verificadas satisfactoriamente.
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Y todo ello, no simplemente por exigencias tericas, sino porque slo as, ajustndose al movimiento de lo real, el marxismo podr cumplir como conocimiento la funcin prctica de contribuir a lo que para l es prioritario: transformar el mundo. 4. El lado prctico del marxismo, hoy La vigencia del marxismo no puede considerarse slo en relacin con los aspectos mencionados, ya que como hemos venido insistiendo se justifica sobre todo por la actividad prctica transformadora, o praxis, del mundo existente en direccin a ese mundo inexistente an, que llamamos socialismo. No puede negarse, en verdad, la influencia real que, histricamente, ha ejercido el marxismo al elevar la conciencia de las clases trabajadoras, as como al organizar y dirigir sus luchas para alcanzar, aun dentro del capitalismo, mejores condiciones de vida. Tampoco podra negarse que como hemos visto cierto uso del marxismo ha tenido consecuencias desastrosas para la realizacin del proyecto socialista. Pero, cualquiera que sea el alcance que se reconozca a sus relaciones entre teora y prctica, es indudable que el marxismo como pretenda Marx no slo ha sido interpretacin del mundo, y que la historia real como proceso de su transformacin, desde hace 150 aos, no habra sido la misma sin l. No puede ignorarse, ciertamente, que una parte importante de ella la han hecho millones de hombres y mujeres, poniendo en el tablero su libertad o su vida, inspirados por el marxismo. Pues bien cul es hoy su situacin al doblar el cabo de ese siglo y medio de experiencia histrica, atendiendo a ese aspecto esencial suyo que es la relacin con la prctica? Aunque anteriormente hemos sealado la validez con todas las rectificaciones necesarias del marxismo como crtica, proyecto de emancipacin y conocimiento, no podemos dejar de reconocer que, en la actualidad, justamente por el adelgazamiento casi mortal de sus vnculos con la prctica, su vigencia se encuentra en una grave crisis. El derrumbe del socialismo real ha afectado profundamente su credibilidad en un punto vital: su potencial prctico emancipatorio. Aunque su proyecto sigue siendo vlido, pues hoy es ms necesario que nunca, no se puede dejar de reconocer que palidece su vigencia. Ciertamente, al quedarse en el aire, como idea que no encuentra las condiciones y mediaciones necesarias para tomar tierra, el proyecto se ha vuelto intempestivo y mortecino en un mar de sinceros desencantos y turbias abjuraciones y mistificaciones. Unas veces se condena el proyecto mismo, al identificar el socialismo con el socialismo real, al hacerle cargar necesariamente con los males de ste; otras veces al parecer con ms indulgencia para no perder la condicin socialista se admite la bondad del socialismo como proyecto o idea, pero no en la prctica. Ahora bien, si el socialismo es forzosamente perverso en idea o en su realizacin no queda otra alternativa social que la del capitalismo realmente existente. Pues bien, por injusta, falsa o infundada que nos parezca esta conclusin, es la que hoy martillean, con efectos impresionantes, los poderosos medios de comunicacin, y no slo ellos, sino una parte de la izquierda, especialmente la hasta hace poco ms dogmtica y autoritaria.
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Ciertamente, la estrella polar incluso para la vieja y nueva izquierda no es hoy el socialismo, sino la democracia, tardamente reivindicada por ella. Pero, al reivindicarla, sacrifica en su altar el socialismo. Olvida as que slo el socialismo, si es consecuentemente democrtico, puede superar los lmites que la desigualdad econmica y social impone tanto a las reglas universales de la democracia como a su extensin a todas las esferas de la vida social. En este sentido, si bien es cierto que no hay socialismo sin democracia, tambin lo es que no hay democracia consecuente sin socialismo. Ahora bien, este socialismo hoy por hoy no es factible. Aunque existe el sujeto plural, explotado u oprimido, que debe asumirlo, falta que lo asuma efectivamente como proyecto irrenunciable de emancipacin y faltan las condiciones y mediaciones indispensables para su realizacin. No puede aceptarse, sin embargo, que esta postracin temporal del cumplimiento de viejas esperanzas sea insuperable. O, dicho en otros trminos: que haya que conciliarse con un capitalismo que pondra fin a la historia (Fukuyama, 1992) y admitir, por tanto, que el socialismo es inviable. Si se llegara a esta conclusin y, por ende, a la renuncia a realizar su proyecto de emancipacin, qu quedara del marxismo? o qu marxismo sobrevivira? Tal vez el que interesa a la Academia por su valor terico, o el que retiene la bondad de su proyecto, pero sin caer en la tentacin de pretender realizarlo; o quizs subsistira el que se complace en la crtica del capitalismo, siempre que no lime sus aristas ms speras. En todos estos casos, el marxismo cierto marxismo se salvara del naufragio al que lo ha arrojado la prctica, justamente porque la prctica se ha vuelto para l innecesaria o inviable. Es decir: se salvara el marxismo como interpretacin para perderse a s mismo en la transformacin del mundo. Pero si la historia no tiene fin y el capitalismo es, en definitiva, un captulo de ella, y si, por otro lado, el socialismo, aunque no est a la vista, sigue siendo necesario, tambin lo es cierto marxismo para que esa alternativa social, deseable y posible aunque no inevitable pueda darse realmente. Y ese marxismo, de resistencia en tiempos sombros, ser el que mantenga la unidad de sus aspectos crtico, emancipatorio y cognoscitivo, sin desdibujar, en la espesa niebla de nuestros das, su vinculacin con la prctica.
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1 El texto procede de Filosofa Poltica I. Ideas Polticas y movimientos sociales, editado por Fernando Quesada en 1997 por cuenta de Trotta y CSIC. 2 Agradezco a mis colegas y amigos Samuel Arriarn, Bolvar Echeverra, Stefan Gandler, Ana Mara Rivadeo y Gabriel Vargas Lozano sus sugerencias y observaciones crticas.
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La medida de una nacin. Los primeros aos de la evaluacin en Mxico. Historia de poder y resistencia (1982 2010) Tatiana Coll Lebedeff
Hugo Aboites
La medida de una nacin. Los primeros aos de la evaluacin en Mxico, cuyo autor es el conocido y significativo profesor e investigador Hugo Aboites, es efectivamente una gran historia de poder y resistencia, protagonizada por sujetos que habitan, implementan, rechazan y transforman las polticas educativas. Este enfoque, aunque a primera vista parece evidente, en realidad no lo es. La mayora de los investigadores que analizan las polticas pblicas en general, y en particular las polticas educativas, construyen sus planteamientos a partir de una lgica unidimensional que va del Estado constructor y planificador, al implementador y ejecutor. As, los espacios de recepcin y realizacin de las polticas, es decir los maestros y estudiantes, son perfilados muchas veces como meros reproductores pasivos listos para capacitarse tcnicamente; y los expertos asesores que las cocinaron se ocultan bajo el anonimato necesario y cmodo. Esta lgica imperante, la de un Estado siempre con mayscula, considera a las polticas como el verdadero sujeto de la accin educativa, en este caso, cuando en realidad no lo es. Ante ello, el libro de Aboites est dedicado precisamente a los estudiantes en resistencia, verdaderos sujetos y actores de los procesos educativos, junto con los maestros y las comunidades.
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Las polticas educativas son, eso s, un instrumento de intervencin del Estado; o a veces del gobierno en turno, en diferentes niveles y procesos del complejo sistema educativo nacional (SEN). Representan claramente la intencin, visin y determinacin del Estado en esta intervencin que produce. Este es uno de los hilos conductores que sigue Hugo Aboites en el libro: quin, cmo, por qu y para qu se fragu dicha percepcin y propuesta sobre el funcionamiento del SEN. La apreciacin que se tiene desde el poder acerca del papel de la educacin pblica, sus requerimientos, resultados e impactos sociales, marca de forma indeleble el modelo que se decide implementar a travs de polticas que dependen estratgicamente de ciertas afiliaciones polticas, econmicas y sociales. Esto significa que el autor asumi el reto de responder claramente a la compleja cuestin de cmo y para qu domina cierta clase mediante el control de la educacin. Por otro lado, el hecho de conocer quin, por qu, para qu y cmo resisten los sujetos en contra del poder, tambin nos habla de una comprensin diametralmente opuesta sobre las funciones sociales de lo educativo y sobre el proyecto de nacin que est en juego. Desde esta perspectiva, claramente podemos entender el motivo por el cual el autor escogi el ttulo de su riguroso trabajo, y porqu en el subttulo asign a la evaluacin dicho atributo de medicin y control. En Mxico, en estos ltimos tiempos, se ha desarrollado un debate, muchas veces subliminal, en torno a si el conjunto de las polticas expresadas como acuerdos o pactos, como el Acuerdo Nacional para la Modernizacin Educativa (ANMEB) y la Alianza por la Calidad de la Educacin (ACE), signados por presidentes como Salinas de Gortari o Felipe Caldern, representan en realidad una poltica de Estado o son un arbitrario conjunto de medidas deplorables que se han ido acumulando por 25 aos. La percepcin de sentido comn generalmente expresa que se han dado muy malas polticas que desconocen el sentido y necesidades reales de la educacin, o bien polticas deficientes, muy mal planteadas, que no resuelven los problemas debido a la ineptitud del gobierno. Los trminos acadmicos, siempre ms elaborados y complejos, muchas veces son crticos, pero no asumen el riesgo de definir claramente qu es lo que implica esta poltica de Estado en relacin a la educacin. Ante esto, La medida de una nacin es un libro que nos aporta de manera sumamente detallada y precisa todos los elementos para entender, claramente, que se trata de una poltica de Estado perfectamente delineada, diseada de manera coherente, con plena conciencia de sus implicaciones y acorde a la visin neoliberal predominante. Podemos apuntar que estos procesos constituyen una verdadera poltica de Estado porque queda claro que, en primer lugar, son polticas que se han instrumentado con una continuidad pasmosa por muy diferentes gobiernos, e impulsadas por partidos anteriormente opositores, desde hace ya casi treinta aos. Estos gobiernos han sido secundados y acompaados activamente por un conjunto de organizaciones empresariales que sostienen membretes de diverso tipo; sin contar los compromisos transexenales asumidos desde la crisis de los aos ochenta con una serie de organismos internacionales (BM, OCDE, entre otros); y reforzados con la firma del Tratado de Libre Comercio, muy bien acoplados al papel maquilador que nos destina. Todo esto conduce a Aboites a la conclusin de que la matriz nodal de la nueva forma de evaluar son los organismos inter-
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nacionales y los empresarios. En segundo lugar, en el libro quedan claramente asentados el conjunto de mecanismos, directrices y regulaciones que repercuten directamente en los procesos de regulacin financiera, como la constante reduccin y control del gasto pblico en el rubro de educacin; la contencin de los salarios de millones de profesores y fragmentacin de sus ingresos; y la canalizacin de presupuesto hacia las actividades de investigacin y docencia determinada desde centros empresariales, fundaciones privadas o secretaras de Estado. Estas son polticas que han permitido, incluso, vulnerar el carcter pblico de la educacin al introducir las cuotas y pagos en las escuelas de educacin bsica, librando al Estado de su responsabilidad en el mantenimiento de las mismas. Son tambin polticas que han logrado menguar sustancialmente la autonoma real de las universidades pblicas, mediante el control de una parte sustancial del financiamiento a las principales actividades acadmicas. Finalmente, entendemos que es una poltica de Estado gracias a que el texto nos permite vislumbrar que la creacin de un gran nmero de instituciones, donde se concentra la mayora de los expertos y especialistas, dotadas de muy significativos recursos y adems con poder de medicin e intervencin en la definicin de planes y programas curriculares de todos los niveles (investigaciones, proyectos, procesos sustantivos de maestros y estudiantes), son acciones que refieren a una funcin estructural inherente e imprescindible del sistema educativo nacional. Esto ltimo es particularmente importante porque cualquier proyecto de cambio sustantivo no debe considerar cmo remendar las estructuras institucionales existentes y el tipo de evaluacin que sostienen, sino su remocin: no se puede arreglar el actual sistema de evaluacin y certificacin, hay que sustituirlo por uno diferente. En este sentido, la lectura del texto de Aboites nos permite comprender que las resistencias y las revueltas de los actores educativos involucrados, que por cierto son relatadas por el autor esplndidamente al ser parte de ellos y no como mero espectador, adquieren una dimensin compleja y muy difcil. Esto porque se enfrentan directamente a una visin y proyecto de nacin que emana del poder, y que recurre a toda la batera de mecanismos desplegados por el Estado (desde la corrupcin, el desprestigio, la divisin, hasta la criminalizacin y desmantelamiento de los movimientos a travs de la represin), como en el significativo caso de la huelga de la UNAM en 1999, o el de las Normales Rurales. Los diferentes gobiernos han contado con el apoyo de poderosos grupos empresariales que, autoerigidos como fiscales de la educacin, han armado a lo largo de estos aos una especie de santa cruzada contra la educacin pblica, desplegada a travs de una radical e incisiva campaa meditica sin precedentes. Desde la educacin bsica hasta la superior, el autor documenta exhaustivamente el micro relato de las resistencias, ante las cuales el Estado interviene siempre de forma contundente. El detalle con que Aboites desmenuza dichos procesos podra parecer excesivo, o provocar la prdida del hilo interpretativo. Sin embargo, frente a los empeos por invisibilizarlos, y ante el constante embate al que son sometidos estos movimientos de resistencia, tal vez esto sea necesario. Una interesante novedad es el descubrimiento, en este gran entramado, de la meticulosidad y rigor con que el autor persigue la historia de cmo se fue desplegando en el mundo acadmico la nocin de medicin, o quiz deberamos decir
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la arqueologa del test. Dicha nocin fue horneada en los stanos acadmicos de la psicologa conductista norteamericana de principios del siglo XX (aqulla que fue partidaria de calibrar la inteligencia innata, o su contraparte, a los dbiles mentales, as como de las lobotomas y las esterilizaciones), hasta llegar a la conviccin de haber logrado establecer una medicin cientfica universal, que podra ser implementada como poltica no slo en el marco de algunas fronteras nacionales, sino en los espacios institucionales internacionales y globales. Esto nos permite entender claramente cmo se realiz la conversin de la evaluacin en medicin, para ser utilizada como el elemento clave y hegemnico que permite instrumentar una batera de pruebas o exmenes (mal llamadas evaluaciones) que logre clasificar, estandarizar, cuantificar, rankear, certificar, controlar, individualizar y mercantilizar todo lo educativo. As, el trabajo de Aboites nos permite concluir, sin lugar a dudas, que la visin y el carcter instrumental y reduccionista son los que prevalecen entre los elaboradores e interventores de estas polticas. Es precisamente por lo anterior que Roberto Lerner, coordinador del grupo de trabajo Universidad y Sociedad del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, plantea en el prlogo del libro que la obra tiene una importancia singular en el pensamiento crtico latinoamericano porque ofrece elementos tericos que permiten deconstruir los fundamentos de la herramienta principal de que se valen los grupos dominantes para reconfigurar el conjunto de la educacin latinoamericana: la evaluacin. Efectivamente, uno de los terrenos donde se despliega la batalla por una educacin diferente a la impuesta por los neoliberales es, sin duda, el simblico; es decir, el campo del conocimiento y del lenguaje mediante el cual se expresa. Y es que, probablemente, uno de los daos ms difciles de erradicar del mundo acadmico sea el nuevo lenguaje que campa a sus anchas por todo el espectro educativo. En el mbito acadmico todos los rincones han sido invadidos, consciente o inconscientemente, por decisin o por mero hbito, por esta ola de trminos instrumentalizadores, plagados de anglicismos, que se pegan como chicles a base de una constante reiteracin y que marcan la pauta de la nueva articulacin del pensamiento y prcticas en el mundo educativo. La apropiacin de este lenguaje tecnicista pone en evidencia la creacin de una nueva cultura: la cultura de la evaluacin, de la certificacin. Una cultura pragmtica, utilitarista, que abre paso a la competencia individualizada, al eficientismo mercantil, que pretende eliminar la diversidad, la controversia, la riqueza multicultural y la diferencia social, en pos de homogeneizar bajo la pedestre visin empresarial. Esto es perseguir el falso manto de una cultura de la calidad, una calidad educativa definida sencillamente bajo los parmetros clientelares, como una mercanca cuyo valor se tasa utilitariamente en el mercado de la mano de obra. Con la cultura de la evaluacin, nos dice el autor, se trataba de introducir en la educacin un conjunto de valores y actitudes y una visin del mundo cuyos elementos fundamentales eran la competencia, productividad, exigencia, excelencia, selectividad e individualismo. Valores y actitudes que tambin aseguran la imposicin de una visin meritocrtica de la educacin, como escalera de ascenso social. El autor recoge sistemticamente informacin generada en torno a las miles de pruebas que se han aplicado en el sistema educativo mexicano, millones en realidad, a estudiantes de todos los niveles educativos. Las primeras que se aplicaron
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son el resultado de la acuciante necesidad del Estado de controlar el creciente flujo de estudiantes que demandan su ingreso a la educacin, en los niveles medio superior y superior, pues haba que cerrar las compuertas para lograr reducir los gastos; haba que acabar de una vez por todas con esa vieja poltica populista que tan altos costos tena; haba que llegar a realizar una seleccin eficiente y clara que evitara sospechas y escondiera, adems, la mano del Estado. Se logr establecer de esta manera un organismo rector, el CENEVAL (Centro Nacional de Evaluacin para la Educacin Superior), cuya validez se sustent supuestamente en su total independencia (a pesar de que su primer responsable fue un conocido y eterno funcionario de la Secretara de Educacin Pblica) como garanta de neutralidad de quien decide finalmente quin entra, a qu opcin educativa, y quin sencillamente se queda fuera. En el texto queda claro que estos procedimientos, a pesar de sus cuantiosas deficiencias, que responden a una imperiosa necesidad del Estado, sirven para justificar y diagnosticar que existe un nmero importante de estudiantes que no deben ni pueden entrar al sistema de educacin media y superior por las enormes deficiencias que acarrean en su formacin. Se logra, de esta manera, con el falso argumento de la calidad y la excelencia, excluir a grandes contingentes de jvenes que se quedan sin futuro. As, el fenmeno de la exclusin de millones de jvenes es uno de los resultados ms graves y denigrantes de esta nueva poltica evaluadora. Por supuesto que esta funcin de exclusin sistemtica de los jvenes es la que provoc, desde 1996, diferentes oleadas de movimientos estudiantiles, de padres de familia y de profesores que chocaron reiteradamente contra la intransigencia gubernamental y se enfrentaron de muy diversas maneras a este enorme problema que haba contribuido a acrecentar la vocacin evaluadora del Estado. El relato pormenorizado de estas acciones y de las respuestas oficiales constituye un elemento clave para entender y desmitificar el falso cientificismo y validez de los procedimientos de seleccin establecidos, as como la riqueza de los procesos de resistencia. El libro nos lleva de la mano al conocimiento profundo de los diferentes organismos que se han puesto en marcha, que construyen y aplican los instrumentos de medicin; pruebas siempre estandarizadas que les permiten clasificar, ordenar, colocar y organizar a los mltiples y diversos sujetos que forman este enorme sistema educativo nacional, que en Mxico involucra a unos 37 millones de seres humanos. Una conclusin fundamental del autor nos seala que el Estado, proyectado a travs de esta importante cantidad de incuestionables instituciones y provisto de una enorme cantidad de datos, cifras, mediciones y rankings (producto de reiteradas y masivas aplicaciones de sus pruebas estandarizadas, escuela por escuela, estudiante por estudiante, maestro por maestro y sustentadas en una visn para ellos cientfica y objetiva, verificable y estrechamente empirista), es y ha sido incapaz de producir en todos estos aos un verdadero diagnstico, ni siquiera medianamente aceptable, de los procesos profundos y sustantivos que se desarrollan a lo largo del sistema educativo; de los problemas reales de la enseanza y el aprendizaje; o de las condiciones educativas y sociales en que se encuentran las escuelas, los maestros y los estudiantes. Este es seguramente uno de sus fracasos ms significativos.
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Es difcil resear con justicia un libro tan rico en informacin, reflexiones, presencias, relatos, descripciones, pormenores y anlisis. Hemos intentado, a grandes brochazos, presentar algunas de las lneas que nos parecieron ms importantes e incisivas entre sus mltiples planos y escenarios, pero seguramente dejamos fuera otras tantas igual de importantes. La necesaria conclusin es que este libro representa un enorme trabajo acumulado durante aos y que hoy da muy pocos investigadores se aventuran a realizar, adems que constituye innegablemente un referente imprescindible para cualquier actor y analista de lo educativo. Finalmente, es preciso sealar que no es un libro que busque la supuesta neutralidad y el reconocimiento academicista; por el contrario, es un libro comprometido en primer lugar con una denuncia rigurosa, meticulosa y visionaria de lo que los grupos del poder han establecido para lo educativo y que no debe prevalecer. Es un libro comprometido con una concepcin libre y profunda acerca de lo que debe ser la educacin; con los enormes esfuerzos de mltiples actores que buscan da a da revertir, por diferentes vas, el poderoso flujo de valores y acciones que desde el poder neoliberal nos descerrajan; y finalmente con la firme esperanza de que mltiples alternativas construidas desde los espacios de resistencia de los maestros, estudiantes y comunidades irn aflorando inevitablemente para instalar otra visin, otros valores, recuperando el compromiso social real con una educacin pblica, laica, verdaderamente nacional. Una de las reflexiones finales que nos brinda el autor, y con la que cerraremos esta resea, es en torno a las distintas experiencias de comunidades y maestros. Aboites seala que:
[] aparece as una demanda implcita de transformacin del papel de los gobiernos y del Estado en la educacin. En un rumbo distinto al de la redefinicin neoliberal, de achicamiento del Estadoeducador pero de fortalecimiento del Estado-evaluador, se exige desmontar la estructura vertical de la supervisin que hoy asfixia a la educacin, de manera que existan condiciones para que los actores del proceso puedan crear espacios de autonoma que faciliten el desarrollo de iniciativas desde abajo y la creacin de espacios de discusin y acuerdos sobre la educacin en todos sus niveles. Son tendencias que pueden llevar a expresiones de conduccin nacional muy distintas a la SEP actual, como por ejemplo, un Congreso de la Educacin, que integre a sus actores y la diversidad de manifestaciones locales y regionales, y las exprese en acuerdos nacionales. Sera una manera de combinar las ventajas de un marco nacional, pero tambin una enorme diversidad que lo sustente desde abajo.
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Colombia
Editorial
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Paraguay
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Sumario
Editorial
Debate
Para una caracterizacin de la crisis histrica de nuestra poca Jos Guadalupe Gandarilla Salgado
Experiencias latinoamericanas
El #YoSoy132 y las elecciones en Mxico. Instantneas de una imposicin anunciada y del movimiento que la desa Luz Estrello y Massimo Modonesi
Resea
ISSN 1515-3282
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La medida de una nacin. Los primeros aos de la evaluacin en Mxico. Historia de poder y resistencia (1982 2010) Tatiana Coll Lebedeff
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