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La vida que vale la pena vivir
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Libro electrónico453 páginas5 horas

La vida que vale la pena vivir

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Información de este libro electrónico

A través del concepto La Pregunta —la cual engloba las ideas de mérito, bondad, valor, sentido, propósito, entre muchas más—, los autores y catedráticos del Programa de Humanidades de Yale invitarán al lector a reflexionar y a encontrar el verdadero sentido de su vida, basándose en importantes figuras de tradiciones religiosas y filosóficas, que lo impulsarán a ser más responsable de su vida, enfrentar sus miedos y a volver reales sus más impulsos más profundos.
IdiomaEspañol
EditorialVR Editoras
Fecha de lanzamiento1 oct 2024
ISBN9786076370827
La vida que vale la pena vivir
Autor

Miroslav Volf

 Miroslav Volf is director of the Yale Center for Faith & Culture and the Henry B. Wright Professor of Theology at Yale Divinity School. His other books include Exclusion and Embrace: A Theological Exploration of Identity, Otherness, and Reconciliation.

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    La vida que vale la pena vivir - Miroslav Volf

    CubiertaLa vida que vale la pena vivir

    Esta es la adaptación impresa del curso con más demanda en el programa de Humanidades de Yale, que ha sido descrito por los estudiantes como un verdadero transformador de vida.

    Aquí lograrás responder las grandes interrogantes de tu existencia a través de diversas perspectivas filosóficas y religiosas.

    También descubrirás en dónde se encuentra tu vida en estos momentos, su significado y las áreas de oportunidad que necesitas trabajar o cambiar.

    El propósito de la experiencia humana es diferente para cada individuo y encontrar tu propio camino es lo más importante en este momento.

    Aprende a vivir con intención y dedica tus días a hacer lo que más importa.

    Miroslav Volf

    MIROSLAV VOLF

    Profesor de Teología y fundador y director del Centro de Yale para la Fe y Cultura. Se educó en su natal Croacia, también en Estados Unidos y Alemania, en donde obtuvo sus títulos de doctorado y posdoctorado con los más altos honores. Ha escrito y editado más de 20 libros, más de 100 artículos académicos y su trabajo ha aparecido en diversos medios como The Washington Post, NPR, entre otros.

    Matthew Croasmun

    MATTHEW CROASMUN

    Investigador asociado y director del programa Life Worth Living del Centro de Yale para la Fe y Cultura, y profesor de Humanidades en la Universidad de Yale. Gran parte de su trabajo se centra en los límites de la identidad religiosa e ideológica para ayudar a diferentes comunidades a plantearse las grandes preguntas de la vida. Es autor, coautor y coeditor de más de cinco libros.

    Ryan McAnnally-Linz

    RYAN MCANNALLY-LINZ

    Director asociado del Centro de Yale para la Fe y Cultura. Trabaja en la intersección de la teología, la ética y la crítica cultural. Sus intereses incluyen la ética teológica de la humildad, el lugar de la escatología en el pensamiento y la vida cristianos, la teología bíblica, y la filosofía de Charles Taylor. Es autor y coautor de varios libros y ha aparecido en un sinfín de artículos académicos.

    Miroslav Volf, Matthew Croasmun, Ryan McAnnally-Linz. La vida que vale la pena vivir, Una guía sobre lo que más importa. V&R Editoras

    A nuestros estudiantes de Life Worth Living, en Yale y más allá: este libro es para ustedes. Esperamos que sea un testimonio de lo que hemos aprendido juntos.

    A nuestros lectores: vale la pena vivir su vida. Esperamos que este libro los ayude a apreciar de manera más profunda el valor de nuestra humanidad compartida.

    Índice

    Introducción. Este libro podría destruir tu vida

    Parte I. El primer salto

    Uno. ¿Qué vale la pena querer?

    Dos. ¿Por dónde empezamos?

    Parte II. Las profundidades

    Tres. ¿A quién le respondemos?

    Cuatro. ¿Cómo se siente vivir bien?

    Cinco. ¿Qué deberíamos desear?

    Seis. ¿Cómo deberíamos vivir?

    Parte III. Los cimientos

    Siete. La prueba de la receta

    Ocho. El panorama completo

    Parte IV. Enfrentar los límites

    Nueve. Cuando (inevitablemente) nos sale mal

    Diez. Cuando la vida duele...

    Once... Y no puedes arreglarlo

    Doce. Cuando todo termina

    Parte V. De regreso a la superficie

    Trece. Resulta que tenemos trabajo por hacer

    Catorce. El cambio es difícil

    Quince. Hacer que dure

    Epílogo. Lo que realmente importa

    Agradecimientos

    Introducción

    Este libro podría destruir tu vida

    Antes de convertirse en Buda, la vida de Siddhartha Gautama iba muy bien de acuerdo con los estándares. Era un príncipe, después de todo, y gozaba de los lujos y privilegios de la realeza. Vivía en un palacio opulento, disfrutaba manjares y se vestía con la ropa más elegante. Su padre cuidaba de él y lo preparaba para reinar sobre sus tierras. Se había casado con una princesa y estaban esperando a su primer hijo.

    La abundancia, el poder y la felicidad en familia eran suyos. Día a día probaba el fruto de la buena vida. Hasta que todo se convirtió en cenizas en su boca.

    Un día, mientras cabalgaba por el parque real, Siddhartha vio a un hombre de edad avanzada con aspecto frágil y le sorprendió la idea del deterioro por la edad. Al día siguiente, en el mismo parque, se encontró a un hombre enfermo. Al siguiente, un cuerpo en descomposición.

    Profundamente afectado por el sufrimiento que parecía impregnar su existencia, decidió regresar una vez más al parque el día que nació su hijo. Esta vez se encontró con un monje errante y fue invadido por el impulso de renunciar a su vida como parte de la realeza.

    Esa misma noche, Siddhartha dejó todo para buscar la iluminación. No se despidió de su esposa ni de su recién nacido, por miedo a que su valor le fallara. Su vida ahora era una misión. Había visto la verdad del sufrimiento y no se detendría sino hasta encontrar una manera de vencerlo.

    Comenzó a ayunar y a ser muy disciplinado con su cuerpo, intentando encontrar la liberación por medio del agotamiento espiritual. Nada funcionó, así que buscó en otro lado.

    Años después de irse de casa, Siddhartha se sentó inmóvil a los pies de un árbol de higo. Meditó por siete semanas, hasta que alcanzó la revelación que buscaba: el sufrimiento viene del deseo, así que quien no deseé nada será libre del sufrimiento.

    Dedicó el resto de su vida a compartir esta revelación, dando el regalo de la iluminación a cualquiera dispuesto a recibirlo. Casi 2 500 años después, sus enseñanzas han influido en la vida de millones de budistas e incontables personas que han encontrado el valor en su modo de vida.

    Antes de ser conocido como el primer papa, Simón era un hombre común y corriente. Vivía en una casa pequeña, en un pueblo pequeño, en un terreno a la orilla de un gran imperio. Se casó con una mujer del mismo pueblo y vivía cerca de sus suegros.

    Como muchos de sus vecinos, se ganaba la vida como pescador. Pasaba la mayoría de sus noches en el lago con su hermano Andrés, ejerciendo su oficio e intentando atrapar algo. En el séptimo día de la semana, como la ley de Dios dictaba, descansó y asistió a los servicios en la sinagoga del pueblo.

    Un trabajo estable, una familia, una comunidad. No era una vida extravagante, pero era respetable y estaba llena de una felicidad ordinaria. Hasta que una palabra puso su mundo de cabeza.

    Síganme.

    Jesús, el nuevo maestro de Nazaret, se paró a la orilla del lago y llamó a Simón y Andrés. Normalmente esto sonaría ridículo. ¿Quién se acerca a dos hombres mientras trabajan y les pide que dejen todo y lo sigan? Pero Jesús les habló con una autoridad sorprendente.

    En el pueblo se decía que lo que predicaba era verdad, que sus palabras eran poderosas y que cosas increíbles pasaban cuando él estaba ahí.

    Por alguna razón que no entendía, Simón lo siguió. Por tres años lo escuchó e intentó entenderlo. Asombrado, fue testigo de milagro tras milagro. Aprendió a llamar a este hombre algo más que maestro, lo llamaba Señor. Y este Señor, a cambio, le dio un nombre nuevo: Pedro, que significa piedra.

    Pero, una y otra vez, Pedro falló al intentar hacerle justicia a su nombre. Entendía mal las cosas, se ponía celoso y, cuando más importaba, fue cobarde: cuando las autoridades arrestaron a Jesús, Pedro negó conocerlo. Observó con impotencia mientras los soldados imperiales crucificaban a su Señor.

    Se habría perdido todo, todas las personas que lo seguían se quedarían sin nada. Sin embargo, en el tercer día, se asombró al encontrarse con su Señor, resucitado de entre los muertos.

    De ahí en adelante, Pedro dedicó su vida a vivir como Jesús mandaba y a esparcir las buenas nuevas. Por años lideró a una comunidad de creyentes que no paraba de crecer. Aparte del peregrinaje de más de 100 kilómetros a Jerusalén, no muchos pescadores se alejaban de sus pueblos.

    La misión de Pedro lo llevó a Siria, Grecia y Roma, la capital imperial. Esta misión fue la causa de su muerte. Según la tradición cristiana, Pedro fue crucificado en Roma.

    Se dice que insistió en que lo pusieran de cabeza, porque no merecía morir de la misma manera que su Señor.

    Antes de ser la líder de un movimiento antilinchamientos y un ícono de la liberación de las mujeres y la comunidad negra, Ida B. Wells era una joven que vivía bajo circunstancias difíciles.

    Nació como esclava en Misisipi y fue liberada por la Proclamación de Emancipación cuando era una niña, aunque lamentablemente perdió a sus padres y su hermano menor durante una epidemia de fiebre amarilla cuando tenía 16 años. Para cubrir sus gastos y los de los hermanos que le quedaban, tomó un trabajo como maestra.

    Cuando cumplió 20 años, ya había ahorrado lo suficiente para comprar un tercio de las acciones de un periódico que apenas comenzaba, Free Speech (Libertad de Palabra), y empezar una carrera como periodista. Las cosas parecían estar mejorando, hasta que una terrible injusticia, aunque demasiado predecible, lo cambió todo.

    El 9 de marzo de 1892, Thomas Moss, Calvin McDowell y William Henry Stewart fueron linchados en las afueras de la ciudad de Memphis. El crimen fue algo personal para Wells: era la madrina de Maurine, la hija de Moss.

    Con el tiempo, Wells se dio cuenta de que había creído en una mentira: Como muchas otras personas que habían leído sobre los linchamientos en el sur, acepté la idea de lo que significaban: que aunque los linchamientos eran irregulares y en contra de la ley y el orden, la causa había sido un enojo irracional por el terrible crimen de una violación, que tal vez esa brutalidad merecía la muerte y que la multitud estaba justificada al quitarles la vida.¹

    Sin embargo, Wells conocía a Moss, McDowell y Stewart. No habían cometido ningún crimen contra las mujeres blancas. De repente, se dio cuenta de que los linchamientos eran solo una excusa para deshacerse de los negros que estaban consiguiendo dinero y propiedades, y por eso debían mantener a esa raza aterrorizada. Pocas personas en su época hablarían de esta verdad tan claramente.

    Una vez que Wells lo dejó claro de forma impresa, un comité de ciudadanos prominentes² (también conocidos como una multitud de justicieros blancos) saqueó las oficinas de Free Speech y dejó una nota en la que decían que cualquiera que intentara publicar el periódico de nuevo sería castigado con la muerte.

    Wells perdió su periódico, pero fue firme en su vocación por contar la verdad sobre los linchamientos a un mundo que muchas veces se negaba a escuchar.

    Con mucho cuidado, buscó información sobre los linchamientos en todo Estados Unidos y publicó sus descubrimientos en panfletos que tuvieran amplia circulación. Habló casi por toda América del Norte y Gran Bretaña. Bajo su influencia se fundó la Asociación Nacional para el Avance de las Personas de Color (NAACP, por sus siglas en inglés).

    Wells también trabajó sin cesar en nombre de los derechos de las mujeres, ayudando a fundar el Club Sufragista Alfa y la Asociación Nacional de Clubes de Mujeres de Color (NACWC, por sus siglas en inglés). En 2020, Wells fue honrada póstumamente con un reconocimiento honorario del Premio Pulitzer.

    Millones de personas se han beneficiado de su incansable labor y su infalible compromiso con la verdad.

    La Pregunta

    Gautama Buda: el privilegiado príncipe que se convirtió en el venerado fundador de una de las más increíbles tradiciones del mundo. Simón Pedro: el falible seguidor de Jesús que se convirtió en la roca sobre la que se construyó la Iglesia cristiana. Ida B. Wells: la estable maestra que se convirtió en el honesto ícono de la liberación de los negros y del movimiento por los derechos de las mujeres.

    Tres personas muy diferentes con vidas muy distintas. Lo que sus historias comparten es una experiencia que les hizo cuestionar el rumbo de sus vidas. Lo que habían considerado normal y establecido se volvió cuestionable. Algo, tal vez todo, tenía que cambiar.

    En estas experiencias había una pregunta implícita, fundamental y difícil de articular, y hay muchas maneras de expresarla. ¿Qué es lo que más importa? ¿Qué es una buena vida? ¿Cómo se ve una vida floreciente? ¿Qué tipo de vida se merece nuestra humanidad? ¿Qué es la vida verdadera? ¿Qué es correcto, verdadero y bueno?

    Ninguna de estas expresiones logra capturarla por completo. La pregunta que intentan articular siempre las supera, no se deja definir. Sin embargo, eso no significa que sea menos real o importante. Por más difícil que sea, es la Pregunta de nuestras vidas.

    La Pregunta es sobre el mérito, el valor, la bondad y la maldad, el sentido, el propósito, los objetivos finales, la belleza, la verdad, la justicia, lo que nos debemos los unos a los otros, cómo es el mundo, lo que somos y cómo vivimos. Sobre el éxito o el fracaso de nuestras vidas.

    Sin importar cómo llegue a nosotros, cuando la Pregunta llega, amenaza con (¿o promete?) cambiar todo. Nada fue igual para Siddhartha después de su renuncia, para Simón después de su llamado o para Wells después de encontrar su vocación como respuesta al asesinato de sus amigos.

    Desde cierta perspectiva, sus vidas quedaron arruinadas. Desde su propia perspectiva, sus vidas encontraron un nuevo camino. Renunciaron a mucho. En el caso de Wells, la pérdida fue doble: lo que sacrificó fue mucho más que lo que le quitó la turba de linchamiento. Lo que ganaron fue más importante: transformación, un cambio radical en su camino por el mundo, un nuevo impulso para sus vidas. De hecho, fue más importante para ellos que sus propias vidas.

    Este libro es sobre la Pregunta.

    Vamos a estudiar la topografía de la Pregunta, marcar algunos puntos de referencia y delinear algunos límites. Y vamos a equiparte con hábitos de reflexión específicos que necesitas para interactuar con la pregunta más importante (y confusa) de todas, para que tengas los oídos para escucharla y los recursos para responderla cuando llegue a ti.

    Piensa en este libro como un atlas y una caja de herramientas.

    Es claro que estas páginas no tendrán el mismo efecto que un evento que cambie tu vida. Perder amigos ante la violencia supremacista blanca, encontrar a un maestro que parece encarnar el poder y la verdad de Dios, de repente ver la profundidad del sufrimiento en el mundo, este es el tipo de conmociones que no pueden planearse, predecirse o replicarse en un libro.

    Pero la Pregunta es impredecible. Cuando la verdad y el valor están sobre la mesa, incluso un libro puede guiarnos al cambio. Frederick Douglass (1818-1895) leyó The Columbian Orator en su juventud mientras estaba esclavizado y no solo encontró una educación en retórica, sino una visión nueva de la libertad y los derechos humanos.³

    La Pregunta puede aparecer cuando menos lo esperemos, se esconde en los momentos ordinarios de nuestras vidas, lista para poner las cosas de cabeza y colocarnos en caminos nuevos y sorprendentes.

    Es posible que todo esto suene abrumador o incluso intimidante. Tal vez sientes un nudo formándose en tu estómago. Está bien, de hecho, es algo bueno. Si sientes que las cosas te sobrepasan un poco, eso solo significa que entiendes lo que está en juego. La buena noticia es que no estás solo.

    Encontrar amigos

    El novelista y pensador cristiano C.S. Lewis (1898-1963) hace la diferencia entre compañeros y verdaderos amigos. Con nuestros compañeros solemos tener una actividad en común, ya sea una religión, una profesión, un área de estudio o incluso un pasatiempo. Todo eso está bien, pero no es una amistad de acuerdo con Lewis.

    La amistad requiere algo más: una pregunta compartida. Cuando alguien está de acuerdo con nosotros en que alguna pregunta, poco considerada por otros, es de gran importancia —dice—, puede ser nuestro amigo. No necesita coincidir con nosotros en ninguna respuesta.

    La Pregunta es demasiado para que la afrontemos por nuestra cuenta. Necesitamos amigos que la busquen con nosotros. Así que aquí está una invitación: en lo que concierne a este libro, seamos amigos. La Pregunta es muy importante para nosotros, nos preocupa mucho, y te invitamos a que hagas lo mismo. No necesitamos coincidir en la respuesta.

    Una de las mejores partes de tener amigos es que suelen presentarte a otras personas que comienzan como sus amigos y con el paso del tiempo también se convierten en los tuyos.

    Desde 2014, los tres hemos impartido una clase en Yale llamada Life Worth Living (en adelante "La vida que vale la pena vivir"). A lo largo de los años, más de una docena de colegas ha enseñado a nuestro lado y cientos de estudiantes han participado. Juntamos a grupos pequeños de más o menos 15 estudiantes en mesas para seminarios y le dedicamos nuestro tiempo juntos a la Pregunta.

    En cada clase leemos textos de las tradiciones religiosas y filosóficas principales, para ayudarnos a orientar la conversación. Hemos facilitado conversaciones similares con grupos de adultos a la mitad o finales de su carrera y con un grupo de hombres dentro de una prisión federal.

    En cada contexto, tratamos La Psicología y la Buena Vida como una larga conversación entre amigos actuales, con ayuda de amigos del pasado increíblemente perceptivos.

    Eso es lo que hacemos en las siguientes páginas. Conforme se presente la oportunidad, traeremos a la mesa a algunas de las personas de varias partes del mundo, que han pensado profundamente en la Pregunta a lo largo de la historia. Los dejaremos hablar y veremos qué pueden enseñarnos sobre lo que importa y por qué.

    Volveremos a escuchar de Buda y algunas otras figuras importantes de tradiciones religiosas y filosóficas (Abraham, Confucio, Jesús y algunos otros), pero también de algunas personas menos conocidas que seguían estas tradiciones, e incluso de algunos de nuestros contemporáneos.

    Piensa en este libro como una mesa para seminarios que rompe las reglas del tiempo y el espacio, donde logramos alcanzar un lugar al lado de los niños listos. Como le decimos a nuestros estudiantes en Yale, mientras más atención le pongas a lo que tus amigos dicen en la mesa, más provecho podrás sacarle a la experiencia.

    Antes de seguir, hagamos cuatro rápidos avisos. De lo contrario, el método de la mesa para seminarios podría llevar a unos terribles malentendidos.

    1. La mayor parte del tiempo en este libro describiremos lo que otras personas piensan. Cuando hagamos eso, intentaremos hacerlo de la mejor manera. Intentaremos presentar esas perspectivas de la manera más convincente posible, pero no serán nuestras perspectivas.

    No todo lo que digamos aquí será algo que nosotros creemos. Conforme vayas leyendo, pon atención para diferenciar cuando estemos representando nuestro propio punto de vista o describiendo lo que alguien más piensa. Eso no solo minimizará nuestros malentendidos, sino que nos ayudará a apreciar el dinamismo de la conversación entre diferentes perspectivas que intentamos propiciar.

    Dicho esto, es importante que sepas que no somos unos guías turísticos neutrales de la buena vida. Nadie se enfrenta a la Pregunta desde la nada, todos tenemos un lugar y nuestros propios compromisos. Así que, como lo hacemos desde el inicio en nuestro salón de clases, déjanos explicarte de manera breve dónde estamos parados.

    Los tres somos cristianos, específicamente, somos teólogos cristianos (lo que significa que es nuestro trabajo pensar en la fe cristiana) que viven y trabajan en Estados Unidos. Hemos hecho nuestro mejor esfuerzo (por razones también específicamente cristianas) por ser imparciales con las voces alrededor de la mesa. Hemos intentado no influir, pero sería engañoso no contarte desde dónde hablamos y dejar que tú decidas lo que haces con esa información.

    2. Cuando invitamos a otras personas a la mesa, no esperamos que hablen en nombre de toda su religión o escuela filosófica. No hay manera de sumar o resumir lo que suelen ser miles de años de hermosas tradiciones en tan pocas páginas, ni siquiera varios libros bastarían.

    No es nuestra intención que termines este libro pensando que entiendes el confucianismo, el utilitarismo o el judaísmo. En lugar de eso, esperamos que al final te vayas pensando que descubriste algunos conceptos clave que personas de esas tradiciones han planteado.

    Y si te interesas en uno o más de los amigos alrededor de la mesa, vas a descubrir más sobre ellos (les decimos lo mismo a nuestros estudiantes de Yale el primer día de clases).

    3. No supongas que todas las personas que hemos invitado a la mesa están de acuerdo los unos con los otros en lo que es realmente importante. Puede ser tentador pensarlo, especialmente para quienes se preocupan por que los desacuerdos religiosos e ideológicos impulsen los conflictos sociales, culturales y políticos de la actualidad.

    Un núcleo universal con el que todos parecen estar de acuerdo suena como una solución sencilla, pero eso no existe. Aquí es cuando la metáfora de la mesa de seminarios se vuelve útil. Los profesores de humanidades no entran a sus salones de clase asumiendo que todos los estudiantes piensan igual, o que todos pensarán lo mismo al final de la clase. Soportar los desacuerdos ya es parte del formato.

    4. En el formato del seminario también está incluido el hecho de que alguien, en algún momento, tendrá el comentario final en una conversación, pero eso no significa que han decidido cuál es la pregunta. Solo significa que se acabó la clase.

    Así funcionará también nuestra mesa para seminarios imaginaria. Alguien debe tener la última palabra, pero eso no significa que sea la mejor respuesta o la última.

    Solo porque un capítulo se cierre con un punto de vista determinado, no significa que sea el correcto o el que nosotros creamos que tiene la razón.

    Bueno, suficientes aclaraciones. Sigamos.

    Des-ca-be-lla-do

    Por pura casualidad, cada uno de nosotros tiene una hija. Cuando la hija de Ryan tenía 6 años, estaba aprendiendo a leer y había llegado al punto de aprender palabras grandes. Palabras como descabellado.

    Cuando sus pequeños ojos de 6 años se posaron sobre esa palabra, vieron algo impronunciable, imposible de leer y que parecía una línea interminable de letras. Todo en ella le pedía rendirse, pero, cuando eres la persona que le lee El libro sin dibujos a tu hermano menor, no puedes rendirte tan fácil y darle el libro a tu papá. Después de todo, es un asunto muy serio.

    El truco, como ella aprendió con el tiempo, es tomar esa larga e intimidante línea de letras y separarla en segmentos más sencillos: Des-ca-be-lla-do. Eso era una montaña fonética mucho más fácil de escalar.

    La Pregunta, como hemos dicho, es increíblemente grande. Es ridículamente grande. Es el tipo de pregunta que hace muy tentadora la idea de rendirte. Sin embargo, cuando eres la persona a cargo de darle forma a tu vida, no puedes solo darte por vencido y dejarle la responsabilidad a alguien más. Esto es realmente un asunto serio.

    Nos gustaría sugerir el mismo truco que la hija de Ryan usó con la palabra descabellado: toma esa enorme e intimidante Pregunta y divídela en piezas mucho más sencillas.

    Haz con la reflexión sobre la vida más o menos lo mismo que harías con la fonética. Son preguntas complementarias más pequeñas y específicas que cuestionan aspectos individuales de la Pregunta tan ridículamente grande.

    Este es el acercamiento que tomamos en la clase de La vida que vale la pena vivir, y funciona. Los estudiantes llegan sin saber cómo empezar a hacer la Pregunta o sin siquiera saber que esta existe. Obviamente tampoco saben cómo responderla.

    Se van de la clase con herramientas que los ayudarán a regresar a ella una y otra vez con más confianza y mayor probabilidad de llegar a respuestas muy buenas.

    Usaremos el mismo acercamiento aquí: en cada capítulo del libro tomaremos una de las preguntas complementarias. Hablaremos de cada una, veremos quiénes levantan la mano para ofrecer una respuesta y luego señalaremos la importancia de responder de diferentes maneras.

    Lo que estos capítulos no harán es responder las preguntas complementarias por ti. Ese es tu trabajo. Aunque es importante tener amigos a tu lado a lo largo de esta misión, la verdad es que solo tú puedes responder la Pregunta o las preguntas complementarias más sencillas.

    Solo tú

    ¿Qué tanta libertad tenemos al darle forma a nuestra vida? ¿Cuánta responsabilidad tenemos sobre ella?

    Cuando juegas guerra, un juego de cartas, al inicio te dan un mazo al azar, y también al resto de la mesa. No sabes cuáles son tus cartas ni cuáles son las de los otros jugadores.

    Cada jugador le da la vuelta a la primera carta del mazo que le tocó; quien consiga la carta más alta, se lleva todas las cartas que han volteado y las pone hasta debajo de su mazo. Si dos o más jugadores quedan empatados, sacan otra carta… y otra… y otra…, hasta que alguno saque una carta más alta.

    El juego sigue, implacable y sin piedad, hasta que un solo jugador tenga todas las cartas.

    No hay decisiones en este juego, solo hay un procedimiento. Cualquier máquina que pueda reconocer qué cartas son más altas o bajas podría jugar tan bien como cualquier humano. Nadie es responsable por cómo se desarrolla el juego.

    Al comenzar una partida de póker, al igual que en guerra, te dan un mazo de cartas al azar, al igual que a todos los demás en la mesa. En este juego no puedes ver la mano de los otros jugadores, pero sí puedes ver la tuya.

    Conforme avanza el juego, los jugadores hacen apuestas y se da la vuelta a las cartas para sumarlo a lo que cada quien tiene en su mano. La idea es armar la mano de cinco cartas más fuerte.

    Hay reglas que indican cuál mano es la más fuerte y otras que explican cómo puedes responder en cada punto de la ronda. Hay límites sobre cuánto y qué tan seguido puedes apostar, y no puedes voltear las cartas de otros jugadores ni barajar el mazo cuando quieras. Ese tipo de cosas.

    Cuando juegas póker, no tienes todo el control. No eliges tus cartas ni las de tus oponentes, tampoco cómo hacen sus apuestas ni cómo responden a las tuyas, mucho menos eliges las reglas del juego. Casi todo está fuera de tu control.

    Sin embargo, eres responsable de cómo juegas tu mano. No puedes predecir el resultado, eso siempre depende de la suerte y de cómo actúan los otros jugadores, pero no significa que no estés involucrado en el resultado. Todo depende, en parte, de cómo reacciones a las situaciones que se te presentan. Eres un participante y eres responsable de cómo actúas.

    Parece que guerra y el póker son completamente opuestos. En Guerra parece que no tomas decisiones y no tienes ninguna responsabilidad, mientras que en el póker estás limitado por tus decisiones y una responsabilidad muy real.

    Sin embargo, aquí está el detalle: incluso cuando juegas Guerra, tienes cierta responsabilidad. Claro que no eres para nada responsable del resultado, pero sí de cómo juegas.

    ¿Serás amable con la niña que se está divirtiendo al otro lado de la mesa o le guardarás rencor por arrastrarte a este infierno determinista? ¿Seguirás las reglas o te cambiarás de lugar discretamente para conseguir una mejor mano mientras tu oponente va por un bocadillo? (Uno de nosotros lo intentó cuando teníamos 4 años. No funcionó).

    ¿La vida se parece más al póker o a guerra? ¿Qué tanto espacio para maniobrar nos dan las reglas de la vida? Es difícil decirlo. Hay muchos argumentos buenos de ambos lados, pero, sin importar en qué punto del espectro póker-guerra quede la verdad, hay dos puntos importantes.

    Primero, tienes cierta responsabilidad por la forma de tu vida. (La forma de tu vida incluye tus victorias, tus derrotas y cómo juegas). Segundo, esa responsabilidad no es ilimitada, está restringida. No decidiste dónde nacer. Un mundo enorme y abrumadoramente complicado siempre está dándole forma a las situaciones en las que te encuentras y tú no puedes elegir el resultado. (Esfuerzo y sudor no garantizan el éxito. Eso es una fantasía estadounidense, y una muy dañina).

    Ni siquiera quién eres depende por completo de ti. Todos pasan por cosas que los cambian de maneras que, si pudieran elegir, hubieran evitado.

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