Teatro. Obra completa
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En su teatro se pueden distinguir dos etapas. La primera, aún en España, se caracteriza por sus ecos de picaresca, esperpento y voces lorquianas. En la segunda, ya en Francia, se acerca al teatro del absurdo y al surrealismo. Su escritura es una intersección entre tradiciones, que aúna transgresión y lirismo. La alegoría le sirve de recurso para reflejar la sociedad del momento, pero también trascenderla en un revelador análisis atemporal de los mecanismos del poder y su contrapunto: figuras disidentes que señalan las fisuras y rompen los tabúes para vivir de acuerdo a sus propias reglas.
Listado de obras que contiene el volumen:
Doña Frivolidad (1955), Unos muertos perdidos (obra perdida), Historia privada de un pequeño pueblo (1959), Verano (1959), Elecciones generales (1959-1960), Fedra en el sur (obra perdida), El tribunal, Prometeo Jiménez, revolucionario (1961), Diálogos de la herejía (1961; nueva versión 1980), El salón, Los gatos (1963), Balada matrimonial (1964-1965; nueva versión 1996), Queridos míos, es preciso contaros ciertas cosas (1965-1966), Mil y un mesías (1966), Adorado Alberto (1968), Prepapá (1968), Cena con Mr. & Mrs. Q. (1969; nueva versión 1996), Sentencia dictada contra P. y J. (1970; nueva versión 1993), Interview de Mrs. Muerta Smith por sus fantasmas (1970-1972).
«Tierra mía, país mío, haré como los viejos guerreros; no quedará en pie nada que recuerde al pasado, tu opio. Te arrasaré primero y luego te construiré. Tu próximo árbol no será el viejo árbol que dio sombra a tantas iniquidades. Será nuevo y dará sombra a verdades nuevas. Tu próximo pájaro no cantará en mañanas tristemente conocidas. Serán mañanas diferentes, alegres, con una tarea distinta. Una tarea humana que llevará al hombre al conocimiento de su fuerza, de su libertad, donde no quedará rencor ni sombra de esclavitud. Y te proyectarás con hijos verdaderos, que te conozcan y te superen. Tierra mía, país mío, espérame. Yo pienso en ti.» Lucio, Mil y un mesías. A. G. A.
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Teatro. Obra completa - Agustín Gómez Arcos
UNOS MUERTOS PERDIDOS
(Obra perdida)
HISTORIA PRIVADA DE UN PEQUEÑO PUEBLO
Tragicomedia en tres actos
(1959)
PERSONAJES
(Por orden de aparición en escena)
MACHARRIO
TADEA
EL JUEZ LÁZARO
VIRTUDES
FELISITA
RAMÓN
DOÑA CORNELIA
DON MANOLICO
PIEDAD
RODRIGO
EL FACTOR
EL ALGUACIL
LAS DOS SOBRINAS
JOSELE
LA PICHOLA
LA HIJA
EL BARBERO
GENTES
Época actual.
ACTO PRIMERO
Interior de la fonda de MACHARRIO. En la planta baja, a la derecha, está la tienda, con mostrador y estantería, y a la izquierda, el casino, con mesas y sillas. Al fondo, dos puertas con letreros pintados (letreros que dirán «Fonda» y «Casino»), a través de las cuales se ven las arcadas de la plaza. De la tienda y del casino suben sendas escalerillas hacia el piso de arriba, en el que se ven dos habitaciones con juego escénico, la de VIRTUDES y MACHARRIO, y la del JUEZ LÁZARO.
Al levantarse el telón es por la mañana, un brillante día de finales de pri mavera. MACHARRIO, regordete y colorado, minucioso y sin pereza, ordena cosas en la tienda. TADEA, la criada, seca y cincuentona, viva y metomentodo, quita el polvo y ordena las mesas del casino.
En el piso de arriba, en el momento oportuno para dar ritmo a la acción, el JUEZ LÁZARO se tira de la cama y se viste, y VIRTUDES, en su habitación, hace lo mismo. Ella no llega a la cuarentena, fresca y en su mejor apogeo, y él, algo mayor que ella, se conserva a las mil maravillas.
MACHARRIO: Date prisa, Tadea, que tienes que preparar el desayuno al señor juez.
TADEA: Una sabe sus obligaciones. La insistencia perturba.
MACHARRIO: Más lengua tienes que brazos.
TADEA: Errado. Brazos, dos; lengua, una.
MACHARRIO: Eso es lo que debería ser. Pero que no es.
TADEA: (Entre dientes.) Buen humor por la mañana.
MACHARRIO: Deja de contestar y aviva. A ver si un día te da por madrugar y me limpias el polvo de la tienda, que se puede ya sembrar panizo.
TADEA: Mala tierra para el panizo. Polvo de pobreza. De gentes que se dejan aquí el sudor del trabajo. Y hasta la vida.
MACHARRIO: Tú sigue hablando así. Algún día habrá que meterte en la cárcel.
TADEA: Descansaría.
MACHARRIO: Ya sabes que te la tengo sentenciada.
TADEA: «Torito que nunca embiste,
ponlo en jaula y dale alpiste.»
MACHARRIO: ¿Qué murmuras ahí?
TADEA: Refranes.
MACHARRIO: Lo mejor será que calles. (Mira hacia el casino.) Y pon las mesas bien puestas, que después tengo yo que ir alineándolas y es el tuyo trabajo perdido.
TADEA: Todos los pobres hacemos las cosas mal hechas. Eso ya es una ley. Pero más deberías vigilar otras cosas que la tienda. Porque un día se te engancha la cabeza en cualquier sitio y adiós, mi amo…
MACHARRIO: No te demores gruñendo, sierva, que gruñes más que un marrano fiado. Y deja el suelo bien limpio de cáscaras de cacahuetes.
TADEA: No sé qué manía le ha entrado a la gente por comer cacahuetes. Ganan su partida de «se cayó» y a comerse la pesetilla de cacahuetes. Ganan a la brisca y al julepe y dale con las dos pesetillas. Y así me tienen a mí la sangre, frita, de tanto limpiar cáscaras cada mañana.
MACHARRIO: No exageres, mujer, que muchos se los comen con cáscara y todo.
TADEA: Y usted no haga del hambre chistes de mala sangre. Que, aunque ajena, es hambre de la gente y es muy respetable.
MACHARRIO: Tú acabarás yendo a la cárcel, ya lo verás. Por revolucionaria o por algo peor.
TADEA: Eso no me preocupa. Nos conocemos todos en este pueblo y la gente sabría que sólo mi lengua estaría en la cárcel. Además, mi hijo pregonaría mi honra por las calles, que para algo es alguacil pregonero.
MACHARRIO: No creo que te sirviera de nada su lengua. No la tiene tan suelta como tú.
TADEA: Ese defecto sacó de su padre, que era silencioso como un árbol seco; ni pájaros, ni cigarras, ni siquiera el viento sonándole entre las ramas. Un cerco de piedras y a callar, que es ley. Ni tan siquiera sombra.
MACHARRIO: Defecto llamas tú al silencio, vieja cascarrabias, pero yo te digo que es virtud. Yo callo y medro.
TADEA: (Socarrona.) Medrar por la frente, que es la peor manera.
MACHARRIO: ¿Qué estás murmurando?
TADEA: Nada. Cosas que una dice en voz baja, por prudencia, pero que las saben hasta las piedras.
MACHARRIO: Anda. Deja de hablar y ven a cuidar de la tienda mientras yo voy al corral. Oigo que cacarean las gallinas. Los dos huevos del señor juez, para su desayuno, han de ser muy frescos. En medio, un trozo de jamón, y luego un buen tazón de leche azucarada. Hay que tratar bien a las autoridades.
TADEA: (Entrando en la tienda.) Y mucho más si encima es un cliente. Un cliente como hay pocos, al que se le sirve en todos los sentidos.
MACHARRIO: Limpia y calla. Y no me rebajes un solo céntimo el precio si alguien viene a comprar. La gente va a salir de misa enseguida.
TADEA: Sisaré poniendo cara de pesar generosamente, despreocúpese. Esta balanza es una mina de oro.
MACHARRIO: Vuelvo ahora mismo. (Sale.)
TADEA: (Sola.) Aquí tienes tu casa construida. La mejor del pueblo. Tienda, casino y fonda. Mujer e hija. Huerta y corral. Tú tienes parte de hormiga y parte de carnero. De la una, el ahorro; del otro, el ramaje, que ambas cosas juntas hacen negocio.
En la habitación de arriba, el JUEZ LÁZARO ha terminado de vestirse y sale para entrar momentos después en la alcoba de VIRTUDES, quien da los últimos toques a su vestimenta.
LÁZARO: ¿Por qué te has vestido, palomita?
VIRTUDES: Es lo que una debe hacer al levantarse de la cama:
LÁZARO: (Abrazándola por la espalda.) Yo prefiero no encontrarte así.
VIRTUDES: Déjame, Lázaro.
LÁZARO: ¿Qué te pasa, mujer?
VIRTUDES: No me levanté de humor para tus bromas.
LÁZARO: ¿Llamas bromas a quererte tanto como te quiero?
VIRTUDES: Es tarde ya y puede subir mi marido.
LÁZARO: Me he dormido. Pero no tengo yo la culpa. Tú tampoco has dado los golpecitos en la pared. ¿Qué te sucede?
VIRTUDES: (Separándose.) No estoy de humor, te digo.
LÁZARO: De buen humor te pongo yo enseguida. Déjame y lo verás.
VIRTUDES: No quiero estar de «buen humor» esta mañana, ¿no lo comprendes?
LÁZARO: No, no lo comprendo.
VIRTUDES: Pues que se te meta en la cabeza.
LÁZARO: Pero, Virtudicas, vengo tres días a este pueblo sólo por verte, y el segundo día me recibes así. ¿Es que he hecho algo que te haya molestado?
VIRTUDES: Tengo que hablar contigo, Lázaro.
LÁZARO: Ya sabes que tú y yo no necesitamos hablar para entendernos.
VIRTUDES: No es de nosotros de lo que quiero hablarte.
LÁZARO: ¿No será que te ha dicho algo tu marido?
VIRTUDES: Pareces tonto, Lázaro. Mi marido calla y sabe por qué.
LÁZARO: Se me antoja que debe estarme agradecido. Protejo los precios de su tienda y todos sus intereses. Los hombres estamos para ayudarnos. Especialmente los amigos. Cada hombre debe ayudar a su amigo con lo que tenga al alcance de su mano. En fin…
VIRTUDES: Claro. Lázaro, no estás hablando con la gente, sino conmigo. ¿Qué te parece si empezamos por no engañarnos?
LÁZARO: ¡Qué rara te has levantado, Virtudes! Sabes que me hubiera gustado encontrarte antes de casada.
VIRTUDES: Yo no. Yo prefiero estar casada… y haberte encontrado después. Pero dejemos eso. Quiero hablarte de otra cosa. Siéntate.
LÁZARO: (Se sienta en la cama y se señala las rodillas.) Ven y siéntate aquí y así me hablarás mejor. Más cerquita.
VIRTUDES: (Sin hacerle caso.) Anoche sorprendí a tu hijo escalando la tapia del corral.
LÁZARO: ¿Josele escalando una tapia? ¿Con qué intenciones?
VIRTUDES: Adivina.
LÁZARO: El hijo de un juez no puede escalar una tapia como si fuera un vulgar ladrón.
VIRTUDES: El hijo de un juez no, pero tu hijo sí.
LÁZARO: ¿Y qué pretendía?
VIRTUDES: Llegar a la ventana del cuarto de mi Felisita.
LÁZARO: (Riendo.) ¿Así que ya empieza a estirar las patas mi niño?
VIRTUDES: Con veintitrés años ya no se es un niño. A esa edad tú estabas casado… o a punto de casarte.
LÁZARO: Es un decir, mujer. De todas maneras, no me negarás que tiene buen gusto. Porque tu niña está cada día más redondita.
VIRTUDES: En eso estamos de acuerdo. Pero yo a mi Felisita la quiero para casada. Y no me cae bien que ande en lenguas a los dieciocho años.
LÁZARO: Pues ni media palabra más, Virtudes. Los casamos y en paz.
VIRTUDES: No, Lázaro. Yo quiero para mi niña otra cosa que tu hijo.
LÁZARO: Oye, ¿puedes tú ponerle alguna falta a mi Josele? Un mozo guapo y bien hecho. Hay pocos como él en la comarca.
VIRTUDES: Tan guapo y tan bien hecho como debiste serlo tú a su edad. Pero, también como tú, muy malo para marido. Recuerda tu matrimonio.
LÁZARO: No me hables ahora de eso, Virtudes.
VIRTUDES: Ninguno de los dos servís para estar sujetos.
LÁZARO: ¿Es que te crees que pienso en alguna que no seas tú cuando no estoy contigo?
VIRTUDES: Pero es que yo tengo una ventaja sobre las demás: soy la mujer de tu mejor amigo.
LÁZARO: Tú sabes que podría tener todas las mujeres que quisiera.
VIRTUDES: Sé que las has tenido. Pero ya estás envejeciendo. ¿Cuántos años debe tener el juez Lázaro? ¿Casi cincuenta?
LÁZARO: Virtudes, que si alguien te oye…
VIRTUDES: Es lo que más me gusta de ti, pensar que las mujeres ya no se fijan en ti y que te tengo sólo para mí.
LÁZARO: (Tierno.) ¡Virtudes!
VIRTUDES: ¿Y de Josele qué? ¿Qué vas a decirle?
LÁZARO: No te preocupes. Le ajustaré las cuentas.
VIRTUDES: Es que si no se las ajustas tú, se las ajusto yo.
LÁZARO: No, no. Tú déjalo estar. Ya lo arreglo yo.
VIRTUDES: Está bien. Ahora vete. La criada subirá de un momento a otro.
LÁZARO: La criada lo sabe todo. Nunca entra sin llamar.
VIRTUDES: Te digo que te vayas.
LÁZARO: Pero, Virtudes, palomica, no me dejes bajar en ayunas.
VIRTUDES: ¡Lázaro, mi honra!
LÁZARO: ¡Honra, honra! Es la palabra que mejor sabéis usar las mujeres. ¡Y cuántas cosas tendría que contar la historia de la honra de las mujeres!
VIRTUDES: (Irónica.) ¿Por boca de los hombres, Lázaro?
LÁZARO: (Mirándola embobado y en un arrebato.) ¡Cada día que pasa estás más guapa!
VIRTUDES: Es la primera obligación de las mujeres, Lázaro. Estar más guapa cada día que pasa.
LÁZARO: Si tuviera treinta años, haría una locura.
VIRTUDES: ¿Qué locura?
LÁZARO: Mataría a tu marido y te llevaría conmigo, muy lejos. (La besa en los hombros.)
VIRTUDES: ¡Lázaro, a tu mejor amigo! El señor juez Lázaro no puede cometer un crimen semejante.
LÁZARO: Pídeme tú que lo haga y no lo pienso dos veces.
VIRTUDES: ¿No estamos bien como estamos?
LÁZARO: Yo no. Yo quisiera, en mis largas noches de soledad, tener tu cabello cerca de mí, a mi lado, para enredar mis dedos en él.
VIRTUDES: Lázaro, no me gusta andar por ahí despeinada.
LÁZARO: Sólo estarías despeinada conmigo.
VIRTUDES: ¿No sabes tú, Lázaro, que una mujer de mi condición al único hombre que guarda eterna fidelidad es a su amante?
LÁZARO: ¡Escapémonos, Virtudes!
VIRTUDES: Estamos bien como estamos. Yo, al menos. Si tú no lo estás…, hay otra fonda en el pueblo. Alquila allí tu habitación.
LÁZARO: (La mira.) Tu marido se llevaría un disgusto.
VIRTUDES: Mortal.
LÁZARO: No puedo hacerle daño a un amigo.
VIRTUDES: Claro. (Lo besa.) Baja a desayunar. Mi marido habrá preparado ya tu desayuno y se llevará un disgusto… si te lo tomas frío.
LÁZARO se aparta de ella, la mira un momento y luego sale. VIRTUDES sonríe, despeina su cabello y hunde en él sus dedos. Juega un momento así. Luego lo recoge en un moño y sale también.
TADEA: (Abajo.) Limpiaré la botella del anisete. Dentro de nada vendrán las damas a tomar su copita. Primero cumplir con Dios en la misa y luego cumplir con uno mismo en el saloncillo de la tienda. ¡Ay, mundo, mundo, por qué serás tan ladrón! (Mira hacia el techo en el momento en que sale VIRTUDES de la alcoba.) Pasos hacia la derecha, pasos hacia la izquierda… Los tórtolos abandonan el nido. ¡Ay, mundo, mundo, por qué serás tan traidor!
Por la escalera del casino baja el JUEZ LÁZARO y por la de la trastienda baja VIRTUDES.
VIRTUDES: Tadea, ya puedes subir a arreglar mi alcoba. Es decir, en el momento en que hayas terminado aquí. (Repara en el JUEZ LÁZARO.) Y, mira, también puedes arreglar la habitación del señor juez, que veo que ya está levantado. ¡Buenos días, señor juez!
LÁZARO: Buenos días, Virtudes. (Mira por la ventana.) Y hermoso de verdad que nos lo hace.
VIRTUDES: Mayo, señor juez, que es único en el año. Mayo florido.
LÁZARO: ¡Tiempo de juventud! ¡Ay, esto debería causarme tristeza!
VIRTUDES: Alegría, en todo caso. Nunca he visto un hombre de sus años tan joven como usted.
TADEA: De sus muchos años.
LÁZARO: Tadea, el hombre no cumple años más que en el corazón. Si el corazón se conserva joven…
TADEA: ¡Hum! Cuando empezamos a envejecer nos agarramos siempre a los refranes. Nos sirven de socorro.
VIRTUDES: ¡Tadea! (Al JUEZ LÁZARO.) ¿Y qué hace levantado tan temprano, si no hay nada que juzgar en este pueblo?
TADEA: Todo habría que juzgarlo. Y mucho más ciertas cosas… Pero tiene razón la señora, nunca baja usted tan temprano. Y, verdaderamente, cuando baja más tarde tiene usted mejor cara. El sueño le priva, señor juez.
LÁZARO: Nobleza obliga, hijas mías. Anoche dejé comprometido un julepe para esta mañana.
VIRTUDES: Su oficio es de lo mejor que hay, señor juez. Le deja tiempo para todo.
LÁZARO: Sí…, a veces.
TADEA: Pero hace usted mal comprometiéndose a esas cosas. ¡Se está tan bien en la cama, señor juez! Mi señora puede decirlo, que hay días que se levanta muy entrada la mañana, y la vemos bajar fresca y lozana, más pimpollo que nunca, y se sienta en el balcón de la trastienda y mira los árboles de la huerta con los ojos perdidos y, entre los labios, una sonrisa suave como el terciopelo… Y a veces murmura y canta una canción.
VIRTUDES: Tadea, no descubras más intimidades delante del señor juez.
LÁZARO: Verdaderamente, me gustaría haber escuchado esa canción.
TADEA: ¡Bah! No la oye usted porque no quiere. Porque se pone usted en aquella mesa a devorar su desayuno, y luego su copita de málaga, y después a repantigarse, y más tarde a decir «envido» y «baza para usted, don Manolico» y a echar humo de su puro. Yo me voy debajo de la parra, que es bastante espesa y no me ve el amo, que, si por él fuera, estaría todo el santo día haciendo títeres de cabeza…, y allí me pongo a escucharla. Y me acuerdo de cuando era joven, que aunque no tenga mucho que contar, mi parte no hay quien me la quite. ¿Un anisete antes del desayuno, señor juez?
VIRTUDES: Anda, sí, pónselo, que cuando a ti te da por hablar…
TADEA: (Sirviéndole el anisete.) Y Felisita también la escucha cantar desde la ventana de su cuarto.
VIRTUDES: ¿Qué dices, Tadea? ¿Por qué no me has dicho antes que Felisita hace esas cosas?
TADEA: ¿Y qué tiene de malo que oiga cantar a su madre?
VIRTUDES: Es que a veces he cantado unas coplillas que, la verdad… Vamos, que Felisita es una niña todavía.
El JUEZ LÁZARO se echa a reír a carcajadas, VIRTUDES lo mira furiosa, él hace lo posible por calmarse y en ese momento entra MACHARRIO con el desayuno.
MACHARRIO: Buen humor por la mañana, amigo señor juez. Excelente humor.
LÁZARO: Ay, amigo Macharrio. Me queda poco tiempo ya para sentirme alegre. Y no digo joven, que eso ya pasó.
MACHARRIO: Pero bueno, bueno, que su edad es muy semejante a la mía, y todavía tenemos que dar los dos mucho quehacer.
TADEA: El uno al otro, aunque no el otro al uno.
VIRTUDES: Tadea, despacha la limpieza y sube a las habitaciones. Levanta las camas y que les dé el aire.
TADEA: Todo creemos que lo purifica el aire.
MACHARRIO: La lengua la purifica únicamente un buen corte de cuchillo. Señor juez, algún día le pediré que me encierre a esta deslenguada con la boca cosida para mayor seguridad.
VIRTUDES: ¡Tadea, sube!
TADEA: Está bien, señora, ya subo. Los pobres, ni lengua ni ojos ni oídos. Sólo manos para trabajar, y espaldas para cargar, y corazón para sufrir…
VIRTUDES: Y menos lengua, Tadea, y menos lengua.
TADEA desaparece, apareciendo después en la habitación del SEÑOR JUEZ.
MACHARRIO: ¿Qué le parece el desayuno?
LÁZARO: Espléndido, Macharrio.
MACHARRIO: A veces un hombre se desahoga entrando en la cocina. Se siente uno como cuando va de caza y hay que asar el tocino en el monte.
LÁZARO: A propósito, Macharrio, un día tendremos que salir tú y yo de caza. A algún coto donde haya perdices.
MACHARRIO: Difícil lo veo, señor juez. La tienda me da demasiadas preocupaciones. Hay que estar todo el día al pie del cañón…
LÁZARO: Pero, hombre, un día es un día, y ya tienes a Virtudes, que hacienda común es la vuestra.
MACHARRIO: No, señor juez. No quiero que Virtudes tenga quebraderos de cabeza. Mi Virtudicas es una flor que deseo que se conserve siempre con aroma. Es mi mejor hacienda.
VIRTUDES: ¿Ve usted qué marido tengo, señor juez? Hay hombres que nacen para ser buenos maridos, y yo he tenido la suerte de encontrar al mejor.
LÁZARO: Y bien contento que estoy yo de que os llevéis tan bien. La felicidad de los amigos es la felicidad de uno mismo.
TADEA (Arriba, mirando las iniciales de las sábanas.) V. y M. Virtudes y Macharrio. Sábanas de lecho matrimonial tapando el cuerpo del amante. La mujer tiene siempre la llave de la ropa blanca.
VIRTUDES: Señor juez, yo a veces pienso que la felicidad debe tenerse oculta. Que es un pecado enseñarla.
MACHARRIO: Pero, mujer, no se debe ocultar. Nosotros somos felices, ¿por qué no enseñarlo a los cuatro vientos?
VIRTUDES: Hay gente que no es feliz, y no debemos andar manifestándoles a cada paso nuestra propia dicha.
LÁZARO: Que no es feliz o que no quiere serlo, Virtudes.
MACHARRIO: Eso mismo digo yo. O que no quiere serlo.
LÁZARO: Mirad, yo no tengo esposa, y mi hijo ya es un hombre, lo que quiere decir que empieza a andar sus propios pasos. Viajo solo por la comarca, duermo solo cada noche, y, además de esto, tengo la responsabilidad de mi cargo, que, aunque no lo creáis, es un peso demasiado grande para cualquier espalda… La justicia tiene tanto que ver con la conciencia, y la conciencia es tan mala enemiga de uno mismo… Pues bien, a pesar de todo eso, yo, ante una buena mesa y la felicidad ajena, soy completamente dichoso.
MACHARRIO: El señor juez admite la vida tal como es, y hoy día eso es una virtud ponderable… Nadie está contento con lo que tiene.
VIRTUDES: Nosotros sí, ¿verdad, marido?
MACHARRIO: Y a propósito de esto, señor juez, tengo por ahí algunas cuentecillas pendientes y me gustaría tomar ciertas medidas. No se puede tener el negocio en la calle.
LÁZARO: No te deberán mucho. La gente de este pueblo es muy pobre. No pueden deber demasiado.
MACHARRIO: Lo poco, unido, hace mucho, señor juez. Y yo he pensado que usted, que tan bien nos quiere según nos lo ha demostrado otras veces…
LÁZARO: Sí, hombre, sí. (Mira a VIRTUDES.) Ya veré de hacer algo. Al fin y al cabo, es justicia que el que tiene una deuda la pague. Me quedaré unos cuantos días más en el pueblo y se solucionará. Bastará… con que juzguemos a uno de tus deudores, y enseguida pagarán los otros. Tener deudas es un delito. Siempre lo ha sido.
VIRTUDES: Qué alegría me da el señor juez quedándose aquí unos días. La casa está más animada cuando usted nos acompaña, y yo pondré de mi parte todo lo que pueda para hacerle la estancia aquí lo más agradable posible.
LÁZARO: Gracias, Virtudes. Para un viejo como yo eso que dices es casi un piropo… y una promesa.
VIRTUDES: ¿Qué dices tú, marido?
MACHARRIO: Que se ha emperrado en lo de la vejez y es una tontería. Tiene usted mejor ver que su propio hijo, señor juez.
FELISITA: (Entrando en el cuarto donde está TADEA, arriba.) ¡Tadea, ábrele la puerta del huerto a Josele, que tiene que salir!
TADEA: Pero, niña, ¿es que estaba dentro?
FELISITA: Ha saltado la tapia hace un ratito y ahora sale ya la gente de misa, y si lo ven saltarla otra vez, llamará la atención.
TADEA: ¡Hay, niña, que vas a buscar tu perdición antes de tiempo!
FELISITA: ¿Qué perdición, si sólo hemos hablado por la ventana… y tiene reja?
TADEA: Está bien, hija mía; está bien. ¿Es que no piensas en Ramón?
FELISITA: ¡Bueno!
TADEA: Haz lo que quieras, niña. Pero como tu madre te coja un día en tan inocentes pláticas con ese Romeo te arranca las túrdigas. Te lo digo yo.
FELISITA: Mi madre tiene demasiado… quehacer con lo suyo. No puede reparar en estas cosas. Anda a hacer lo que te he dicho, que yo bajo a la tienda. Mañana no me quedo sin ir a misa.
TADEA: A este paso, os veo yo a las dos en los altares.
Salen del cuarto y FELISITA baja la escalera.
FELISITA: Buenos días a todos.
VIRTUDES: Qué horas, hija mía. A tu edad se levanta una con los gallos.
FELISITA: Y con los gallos me he levantado yo. Pero me quedé a bordar en la ventana, que hay más que ver y que oír que en otro sitio.
LÁZARO: (Conteniendo la risa.) ¿Preparas ya el ajuar, niña?
FELISITA: Hay que estar prevenida, señor juez.
Pica en el desayuno del JUEZ mientras él lanza la carcajada.
VIRTUDES: ¡Niña! Modales.
MACHARRIO: (Al JUEZ.) El buen humor de su madre ha sacado.
LÁZARO: Creo que tiene algunas de sus cualidades. Al menos el
FELISITA: ¿Usted cree que me parezco a mi madre?
VIRTUDES: Mira, niña, ponte a hacer algo en esas estanterías y deja de hablar.
LÁZARO: Pero, Virtudes, déjala que departa. (A FELISITA.) ¿Así que todavía no tienes elegido?
FELISITA: Pues… no, señor juez; no del todo.
LÁZARO: ¿Y por qué… no del todo?
FELISITA: Porque no es tan sencillo. Yo en eso necesitaría que alguien me aconsejara.
LÁZARO: ¿Puedo ser yo el consejero?
VIRTUDES: ¡No, señor juez! Que ya tiene una madre que entiende lo suyo de estos consejos.
LÁZARO: Ah, bueno, bueno… Entonces no intervengo. Pero es que había pensado que, como juez que soy, si se me expone el caso…
VIRTUDES: Ni media palabra más, señor juez. Este juicio lo tengo yo más claro que usted.
FELISITA: Ay, señor juez, con lo que a mí me hubiese gustado verme en leyes.
El JUEZ LÁZARO y MACHARRIO ríen. Aparece TADEA en la puerta de la trastienda.
VIRTUDES: (A TADEA.) ¿Y qué vienes de hacer tú en la huerta?
TADEA: Tomar el fresco. A ver si ni siquiera voy a poder respirar.
Mira a FELISITA, como indicándole que ya ha salido JOSELE, y luego sube la escalera y entra en el cuarto de VIRTUDES poniéndose a arreglarlo.
FELISITA: Señor juez, ¿por qué no se hospeda su hijo en nuestra fonda? Mira que haber ido a coger una habitación en la otra…
LÁZARO: Hay que estar a bien con todo el mundo. Las cosas deben ser equitativas. Nosotros somos dos y hay dos fondas en el pueblo, pues…
FELISITA: Eso a mí no me convence. Daría usted más honra a nuestra casa si los dos vivieran aquí.
VIRTUDES: ¡Niña!
MACHARRIO: En esto la niña tiene razón. Que lo del hijo del señor juez es una espina que llevo yo clavada.
VIRTUDES: ¡Pues te la sacas! Que aquí nos basta con un solo huésped de la familia judicial.
LÁZARO: Virtudes, no hagas mella en la dignidad de mi familia que puedo ponerte en autos.
VIRTUDES: (Plantada.) Motivos personales, señor juez. ¿O es que no está usted conforme?
LÁZARO: Sí, mujer, sí, que tuya es la casa.
VIRTUDES: ¡Creía!
MACHARRIO: Pero, mujer, ese tono…
Lo interrumpe RAMÓN, que entra corriendo y a grandes voces.
RAMÓN: ¡Tía Virtudes! ¡Tío Macharrio!
MACHARRIO: Pero, sobrino, ¿qué voces son ésas?
RAMÓN: ¡Ladrones en la huerta!
VIRTUDES: ¿Qué quieres decir, Ramón?
RAMÓN: Ladrones en la huerta, tía Virtudes. Un ladrón en la reja de esta niña… (por FELISITA, que pone cara de inocencia), que después ha salido, por su propio pie y sin esconderse, por el portillo del huerto. Lo he visto con estos ojos.
VIRTUDES: (Amenazadora.) No lo entiendo bien, Ramón.
RAMÓN: Pues es muy sencillo. Esa vieja metomentodo que tienes por criada ha abierto la puerta trasera al buen mozo, que es el hijo del señor juez, aquí presente —buenos días, señor juez, y usted dispense—, y él ha salido de esta casa como si lo hiciera de la suya propia. ¿Qué le parece, tía?
VIRTUDES: Ahora sí lo entiendo, Ramón. ¿Y tú, Macharrio?
MACHARRIO: Sí, mujer. Está muy claro.
VIRTUDES: ¿Y tú, Felisita?
FELISITA: No nos ha privado de un solo detalle, el pregonero.
VIRTUDES: ¿Y usted, señor juez?
LÁZARO: Del todo, Virtudes.
VIRTUDES: Pues que quede bien entendido por parte de todos que no quiero ver a ese mozo entrar y salir de mi casa por puerta excusada. Así mismo se lo puede usted trasladar, señor juez. Que lo que quiera de esta casa lo busque por la puerta de entrada, la de la gente honrada, y que me lo pida a mí, la dueña. Conque ya lo está usted oyendo.
RAMÓN: Pero, tía Virtudes, si yo me voy a casar con Felisita, ése no tiene por qué entrar aquí, ni por detrás ni por delante.
VIRTUDES: Eso es cuenta mía, sobrino.
RAMÓN: ¡Y mía! Que soy muy joven todavía para empezar a adornarme la cabeza.
FELISITA: ¡Deslenguado! Y eso me lo dices a mí. ¡A mí, que me voy a casar contigo! ¡Pues no me casaré!
RAMÓN: ¿Ustedes la oyen, tíos? ¿La oye usted, señor juez?
LÁZARO: Conozco ese temperamento, muchacho.
TADEA escucha el jaleo desde arriba, dentro de la alcoba de VIRTUDES.
FELISITA: Pues que me oigan todos: ¡repito que no me casaré!
VIRTUDES: Tú, niña, en adelante a callar, que una mujer no debe hablar hasta que no sepa usar cuerdamente la lengua.
FELISITA: Yo escogeré marido.
RAMÓN: Pues ten cuidado, niña, porque como yo vea a ese zorro merodeando otra vez por esta casa, te juro que habrá sangre.
FELISITA: ¡Asesino! Júzguelo por asesino, señor juez. ¡Por intenciones de asesino!
VIRTUDES: Silencio, niña. Y tú, sobrino…
RAMÓN: No digo más que lo dicho.
Se va.
LÁZARO: Otro buen temperamento.
VIRTUDES: Alcánzalo, Macharrio, y háblale, que ése es capaz de cometer una barrabasada.
MACHARRIO: Déjalo, mujer; son cosas de gente joven. Y usted, señor juez, excuse esta escena.
LÁZARO: Nada, hombre, nada. Salomón medraba con cosas como ésta.
VIRTUDES: (Yendo hacia la escalera.) ¡Tadea!
TADEA: (Arriba, dando un respingo y santiguándose.) ¿Qué, señora?
VIRTUDES: Baja un momento, pimpollo, que voy a pedirte ciertas cuentas…
TADEA: (Encomendándose al cielo mudamente.) Enseguida, señora.
En este momento entran por la puerta del casino DON MANOLICO y el FACTOR, acompañados del SACRISTÁN RODRIGO; por la puerta de la tienda aparecen DOÑA CORNELIA, ESPOSA DE DON MANOLICO, PIEDAD LA SACRISTANA y las DOS SOBRINAS DE DOÑA CORNELIA. Galas de misa sobre ellos.
VIRTUDES: ¡Tadea!
TADEA: ¡Voy, señora!
VIRTUDES: No bajes ahora, corazón. Luego las ajustaremos.
TADEA: (Gritando de júbilo.) ¡Ay, bendito sea el Señor tan oportunamente!
VIRTUDES mira a FELISITA y le hace un gesto de amenaza contenida.
DOÑA CORNELIA: ¡Ay, cómo empieza a picar mayo a estas horas! (A PIEDAD, por los hombres.) Ahora comienzan su partida, y ya no se puede contar con ellos para nada.
PIEDAD: Ni contar, usted lo dice. ¡Buenos días, señor juez!
LÁZARO: Buenos días, señoras. Señoras, acomódense.
DOÑA CORNELIA: Lázaro, muy poco frecuentador de la iglesia lo veo últimamente. Y estoy escandalizada. No comprendo cómo una autoridad como usted es tan irregular en sus prácticas religiosas. Mi esposo, practicante de este pueblo, el señor factor del esparto, el señor secretario del Ayuntamiento y también sacristán, su señora, mis dos sobrinas y yo, amén de algunos más, estamos presentes en todos los oficios, porque somos las personas de calidad quienes debemos dar ejemplo. El pueblo es bárbaro y sabe poco. ¿Qué sería de ellos si no los guiásemos nosotros? (A MACHARRIO.) Un anisete, Macharrio, que este sofoco del día, si no me lo aclaro…
VIRTUDES: ¿Con agua, doña Cornelia?
DOÑA CORNELIA: No, Virtudicas. Solo, que parece que entona más. ¿Usted, Piedad?
PIEDAD: Un espirituoso. Me ha dejado tan destrozada el sermón…
DOÑA CORNELIA: A mis sobrinas, un málaga rebajado y unas galletas.
LÁZARO: Ah, ¿pero ha habido sermón?
DON MANOLICO: Trae la baraja, Macharrio.
DOÑA CORNELIA: Un sermón hermosísimo. ¡Tan lleno de conjeturas!
LÁZARO: Cuánto siento habérmelo perdido.
DOÑA CORNELIA hace un ampuloso gesto de duda.
MACHARRIO: ¿Qué va a ser?
RODRIGO: Marrasquino. ¿Y usted, don Manolico?
DON MANOLICO: Tinto, Macharrio.
DOÑA CORNELIA: ¡Marido, tinto a estas horas!
VIRTUDES: Déjelo, doña Cornelia. El tinto da fuego a las venas.
DOÑA CORNELIA: Virtudes, que hay niñas delante.
PIEDAD: Y no está bien, después de un sermón así…
FELISITA llama por señas a las DOS SOBRINAS y las tres desaparecen en el interior.
DOÑA CORNELIA: Virtudes, usted que aprecia tanto las labores, que tan bien bordada tiene su ropa, tenía que haber visto esta mañana la nueva casulla del señor cura. ¡Qué rameados de plata y oro, qué nardos de crema, qué cálices y qué palomos!
PIEDAD: Una bendición del cielo…
LÁZARO: Puro, señor factor, siéntate de una vez.
FACTOR: No puedo, señor juez. La obligación me reclama.
LÁZARO: Es muy temprano aún para ir a la factoría.
FACTOR: No, señor juez. Ya sabe usted que tengo un rato de camino, y en el colmo del día comienzan a llegar los esparteros. Y hay que hacer las gavillas del esparto, pesarlas, mirar la clase y ver si no es robado. Y después pagarles.
LÁZARO: Como quieras.
FACTOR: Echaremos la partidita a la tarde. Hasta luego.
El FACTOR sale.
RODRIGO: ¿Y por qué no se añade Macharrio a la partida?
DON MANOLICO: Ése es más agarrado…
MACHARRIO: Que lo oigo, don Manolico. Por hoy, sea. Me añado.
RODRIGO: De pareja conmigo.
LÁZARO: Usted es un jugador de ventaja, hombre.
DON MANOLICO: Sacristán tenía que ser.
LÁZARO: Ya lo ve, don Manolico. Esto es lucha de clases. El juez y el señor practicante contra el sacristán y el tendero.
DON MANOLICO: Eso es algo más que lucha de clases. Eso es… ¡un desorden!
DOÑA CORNELIA: (Que se ha quedado hablando con las otras, se dirige a ellos.) ¡Oigan lo que acabo de saber! ¡Una gran sorpresa! ¡Quién iba a decirlo! ¡La casulla que ha estrenado hoy el señor cura es regalo de Virtudes! ¡Pocas mujeres hay tan piadosas como esta Virtudicas!
LÁZARO: Eso puedo yo asegurárselo, señora. Piadosísima.
PIEDAD: ¡Una casulla tan bonita!
DOÑA CORNELIA: Esto lo tiene que saber todo el pueblo. Para que aprendan los demás. ¡Niñas! ¡Niñas!
VIRTUDES: Pero, doña Cornelia, por favor, los actos de piedad no son para publicarlos.
DOÑA CORNELIA: ¿Y quién le ha dicho a usted que no, Virtudes?
¿Cómo se sabrían las guerras si no saliesen en los periódicos?
¿Cómo se conocería a los ladrones y maleantes si el señor juez no los juzgase públicamente? ¡Niñas! ¡Niñas!
Aparecen las DOS SOBRINAS con FELISITA.
LAS DOS: ¿Qué, tita?
VIRTUDES: Felisita, dales almendras tostadas y enséñales tus bordados.
DOÑA CORNELIA: Hijas mías, esperad un momento. Esta piadosa mujer que veis aquí delante es la que ha regalado tan hermosa casulla al señor cura. A ver si tomáis ejemplo, para que lleguéis a ser tan piadosas y espléndidas como lo es ella. A ti, Felisita, no te digo nada, porque con sólo mirarte en el espejo de tu madre te bastará. Ahora, id a meter mano en las almendras.
LAS DOS: ¡Sí, tita!
Se van otra vez con FELISITA.
DOÑA CORNELIA: Bueno, Virtudes, tenemos que abandonarla. La estamos entreteniendo demasiado.
PIEDAD: Acabo con el espirituoso y enseguida nos vamos.
DOÑA CORNELIA: Cárguelo en la cuenta de nuestros maridos, que, mírelos, desde que se han metido en faena sólo hacen que mascullar y gruñir. Ay, los hombres casados…
PIEDAD: El señor juez no está casado.
DOÑA CORNELIA: Más le valdría.
VIRTUDES: Estuvo, doña Cornelia.
DOÑA CORNELIA: Pero por qué poco tiempo. La mató antes de que pudiera pesarle.
VIRTUDES: No exagere, mujer, que si él la oyera…
PIEDAD: Ay, válgame el cielo, sí.
DOÑA CORNELIA: Me quedaría igual. Más de una vez se lo he dicho. (Al JUEZ.) Lázaro… (Las otras se horrorizan en gesto.) Lázaro, no engañe usted a mi marido. Porque creo que las cartas se le dan peor que las recetas. Y no vengas tarde a comer, esposo. Buenos días a todos. Virtudes, recomiéndeme en sus oraciones. No dudo que ha de ser grande su favor en el cielo.
VIRTUDES: Así lo haré, descuide. En mis oraciones pondré su nombre.
En esto entra rápidamente el ALGUACIL gritando.
ALGUACIL: ¡Que viene! ¡Que viene ya!
VIRTUDES: ¿Pero quién?
LÁZARO: ¿Qué le pasa a ese condenado?
ALGUACIL: ¡El padre cura!
VIRTUDES: (Gritando.) ¡Ay, es verdad, que hemos de celebrar el estreno de la casulla! ¡Y su onomástica! (Llamando.) ¡Tadea!
TADEA: (Desde dentro.) ¡Voy!
VIRTUDES: Deprisa. ¡Las rosquillas y los mazapanes! ¡Macharrio!
MACHARRIO: ¡Baza!
VIRTUDES: Deja las cartas y prepara el málaga. Señor juez, don Manolico, Rodrigo, compórtense, que me visita la casa el señor cura. ¡Felisita!
FELISITA: (Desde dentro.) ¡Voy, madre!
VIRTUDES: ¡Las servilletas bordadas! ¡Y los tenedorcitos de alpaca!
¡Y pon a hervir el chocolate!
FELISITA: (Desde dentro.) Enseguida, madre.
DOÑA CORNELIA: ¿Podemos ayudarla en algo, Virtudes?
VIRTUDES: Ay, Dios se lo pague. Pongan las mesas en fila, y los manteles que les traerá mi niña, y unas flores, Piedad, usted que está acostumbrada a adornar los altares.
PIEDAD: ¡Los altares los adorna mi marido!
VIRTUDES: Pero usted algo habrá aprendido. ¡Macharrio!
MACHARRIO: ¿Qué, mujer?
VIRTUDES: A despejar el salón o voy para allá y se comen todos ustedes los naipes.
Se levantan todos y ayudan a DOÑA CORNELIA y PIEDAD.
LÁZARO: No te excites, mujer.
VIRTUDES: Si es que me había olvidado del homenaje. Tiene una tantas cosas en la cabeza… ¡Ay, yo moriré joven!
TADEA: (Saliendo con una gran fuente.) ¡Ya están aquí las confituras!
ALGUACIL: ¡Y aquí el señor cura! Madre, ven a besarle la mano para que te sirva de freno.
TADEA: ¡Hasta los hijos ofenden a los padres hoy día! Le pediré que te moje con agua bendita a ver si así te enmiendas.
VIRTUDES: ¡Pues a ver también si os calláis los dos! Que el señor cura viene de visita, y no de oficio. ¡Felisita! ¡Los manteles! ¡Los cubiertos! ¡El chocolate!
LÁZARO: Esa mesa ahí.
MACHARRIO: Allá van esas copas, don Manolico. Tenga, Piedad, la botella.
PIEDAD: Ten, marido, sostenla tú, que yo voy a buscar flores.
VIRTUDES: ¡Tadea! ¡Tráeme el perfume!
TADEA: ¿El perfume?
DOÑA CORNELIA: ¿De qué te escandalizas, vieja sierva? Las señoras tenemos que oler siempre bien. ¡Pásanoslo también a nosotras!
ALGUACIL: ¡Aquí está ya!
En este maremágnum va cayendo el telón, siendo la última frase audible la de VIRTUDES, que, acercándose a la puerta, dice:
VIRTUDES: Buenos días, padre cura. Bienvenido a mi humilde casa.
TELÓN
ACTO SEGUNDO
La plaza del pueblo. Las diversas fachadas que la componen son respectivamente la de la fonda de MACHARRIO ( con porche que abarca las puertas del casino y de la tienda, y sobre el porche las ventanas del piso de arriba), las de las casas de DON MANOLICO y de RODRIGO, y, asimismo, la del ayuntamiento. En la plaza desembocan dos calles, dividiendo las fachadas.
Sobre el suelo, la sombra oscura de la iglesia, que se supone que forma la fachada correspondiente a las candilejas. Hay un alamito. El sol cae sobre la plaza sin dar sensación de calor, únicamente una luz enorme, agobiante.
El escenario ha de ser lo más amplio posible, y practicables todas las puertas y ventanas.
Es un rato después del acto anterior. Bajo el porche, en una mesa, continúan su partida el JUEZ LÁZARO, DON MANOLICO y RODRIGO.
DON MANOLICO: (Disponiéndose a contar los tantos y dirigiéndose al JUEZ LÁZARO.) Así que ha ido usted a ciento veinte.
LÁZARO: Y están hechas. Las cuarenta, veinte en copas y las diez de últimas. (Termina de contar.) Ciento treinta, amigos míos. Hechas.
RODRIGO: Con usted no hay quien pueda, señor juez.
LÁZARO: El subastado no tiene secretos para mí, sacristán. Lo mismo que la sacristía no tiene secretos para ti…, me figuro.
DON MANOLICO: Pues se figura usted mal. Si el padre cura no estuviera tan viejo, se daría cuenta de que algunas veces sale vestido de morado y verde al mismo tiempo. Rodrigo interpreta la liturgia como le da la gana.
RODRIGO: Maledicencia, nada más. Y la ignorancia supina que hay entre los fieles en lo que respecta a vestimenta eclesiástica. Da usted, señor juez.
LÁZARO: (Cogiendo la baraja.) Pagad antes. Deudas de juego no van al cielo. Ni pequeñas ni grandes.
DON MANOLICO: (Pagándole.) No se empobrecerá usted, no. Mi negocio y mi profesión se van directamente a su bolsillo.
LÁZARO: (Socarrón.) Pero no la colecta del sacristán, que si puede hacer ciento veinte, canta noventa para ir más seguro, ¿eh, sacristán?
RODRIGO: Yo no juego por vicio.
LÁZARO: No, tú no. Tú juegas por deporte.
RODRIGO: Baraje bien, que así salen luego las cartas. Me parece que usted sabe lo que se hace con las manos.
LÁZARO: Piensa el sacristán que todos son de su condición.
DON MANOLICO: Adelante, señor juez. Esta vez no me dejo pisar las ciento veinte.
PIEDAD: (Saliendo por la puerta de la tienda.) Adiós, Virtudicas. Ha sido un ágape precioso.
DOÑA CORNELIA: (Saliendo detrás de PIEDAD.) Las honras a la iglesia han de ser meritorias.
PIEDAD: El buen padre cura tenía lágrimas en los ojos cuando se ha marchado.
VIRTUDES: Yo también estaba emocionada.
DOÑA CORNELIA: ¿Y quién no? Excepción hecha de estos señores, que no saben qué es el cumplimiento. En cuanto han encontrado ocasión, han sacado la mesa al porche y mírenlos, limpiándose otra vez los bolsillos.
DON MANOLICO: Cornelia, ¿no tienes nada que hacer en casa?
DOÑA CORNELIA: ¿Y tú? Preparando la magnesia deberías estar. No sé para qué pusimos la botica.
LÁZARO: Señora, los hombres tenemos expansiones propias de nuestro sexo.
DOÑA CORNELIA: Lázaro, hágame el favor de no usar ciertas palabras, que mis sobrinas van a salir de un momento a otro. Nos han dejado solas en un acto como el de hoy. Y de usted no me extraña, ni de mi marido, que así son ustedes dos, ¡paganos y descreídos! Pero de Rodrigo… No es justo que limite su deber únicamente a la
PIEDAD: Hoy el señor cura ha cumplido sesenta años y necesitaba de la compañía de todos nosotros.
DOÑA CORNELIA: Dice usted bien, Piedad. Pero estos hombres… Dios nos haga llegar a la edad del señor cura.
LÁZARO: No se exaspere, mujer, que no le faltará tanto.
DOÑA CORNELIA: ¿Tiene usted mi padrón, Lázaro?
VIRTUDES: Doña Cornelia, déjelos como cosa perdida. Nosotras nos hemos valido sin necesidad de ellos.
DOÑA CORNELIA: Ay, Virtudicas, usted ha tenido la satisfacción de que su marido esté presente. Su buen Macharrio debe quererla mucho.
VIRTUDES: Usted dirá.
PIEDAD: No hay más que ver la casa que le tiene puesta. ¡Si da gloria!
DOÑA CORNELIA: ¡Eso es un hombre!
LÁZARO: Y usted que lo diga. En la defensa de los amigos, yo el primero.
DOÑA CORNELIA: En fin, Piedad, éstos no tienen remedio. (Llamando.) ¡Niñas!
LAS DOS: (Desde dentro.) ¡Ya bajamos, tita!
LÁZARO: Virtudes, no me dejes asfixiarme en el calor de mayo. Tráenos algo de beber. El señor juez invita.
VIRTUDES: Marido, sal y sirve al señor juez.
DOÑA CORNELIA: Con los ahorros familiares se refresca «su señoría». Vámonos, Piedad, que el señor juez provoca al disparate. ¡Qué hombres, Señor de las Cinco Llagas! ( LÁZARO ríe a carcajadas.) ¡Casado quisiera yo verlo!
VIRTUDES: No se sofoque así, doña Cornelia. «El buey suelto bien se lame.» Esto le sucede a nuestro señor juez.
LÁZARO: Gracias, Virtudicas. Los jueces también necesitamos defensa.
DOÑA CORNELIA: Mujer y más hijos le hubiera dado yo a usted, Lázaro. Preocupaciones de hombre en la cabeza.
DON MANOLICO: ¿Quieres callarte, Cornelia? Lengua es lo que os sobra a todas las mujeres. Estás insultando a la autoridad.
DOÑA CORNELIA: A la autoridad competente. (Salen las DOS SOBRINAS.) Vámonos, niñas. Dios os libre de maridos sin ocupación permanente. Deme su brazo, Piedad. Mis piernas ya no son lo que eran. Que Dios les guarde.
VIRTUDES: Adiós, doña Cornelia.
LÁZARO: Adiós, señora practicanta.
Atraviesan las cuatro la plaza hasta sus respectivas casas. Mientras:
SOBRINA 1: Qué precioso ajuar borda la Felisita.
SOBRINA 2: Una R. y una F. en cada pieza: Ramón y Felisita.
DOÑA CORNELIA: Suerte la de ese muchacho. Hacienda y mujer de prendas le entregarán en dote. Mujer casta y educada. Piedad, gracias por la compañía. Venga a la tarde antes del rosario y tomaremos el chocolate.
PIEDAD: Descuide, no faltaré. Buenos días.
Entran en sus casas. MACHARRIO sale con una jarra de vino y cuatro vasos.
MACHARRIO: Aquí les vengo yo a completar la partida. Y ándense con cuidado porque traigo fresca la mano.
VIRTUDES: ¿Tú también, Macharrio?
LÁZARO: Mujer, suéltale la cuerda aunque sólo sea un ratito. Venga ese vino, Macharrio.
DON MANOLICO: ¿Pero usted se ha pensado que yo deje mi botica en esta mesa?
RODRIGO: Yo los acompaño media hora más. Mis deberes de secretario me reclaman en el ayuntamiento.
LÁZARO: Rodrigo, yo creo que tienes demasiados oficios. Algún día enfermarás.
DON MANOLICO: Sí, sí. Lleva una vida demasiado aperreada este hombre.
VIRTUDES: ¿Qué preparo de comida, marido?
MACHARRIO: ¿Pero piensas comer otra vez? Virtudes, no seas exagerada. (Gesto de VIRTUDES.) Haz lo que sea, mujer. Yo estoy lleno de rosquillas.
VIRTUDES: ¿Tiene usted alguna preferencia, señor juez?
LÁZARO: A mí me sentaría muy bien uno de esos palomos que tan exquisitamente aderezas. Y ten en cuenta que viene a comer mi hijo.
VIRTUDES: (Mosca.) ¿Josele? ¿Por qué?
LÁZARO: Porque lo he invitado yo. Un hijo y un padre siempre deben comer juntos. Y si no siempre, sí alguna vez.
VIRTUDES: Eso será en casa propia.
LÁZARO: No te inquietes, mujer. Entrará por la puerta que tú digas.
VIRTUDES: Mal me huele su insistencia. Que procure su niño que no se me suban los humos a la cabeza. Porque yo, cuando me ahúmo…
Entra en la fonda con un gesto amenazador. LÁZARO ríe.
LÁZARO: (A MACHARRIO.) ¡Qué joya tienes por mujer! ¡Qué genio y qué figura!
DON MANOLICO: Cante su juego y no divague. La mujer del prójimo pierde al ser alabada por hombre que no sea su marido.
MACHARRIO: Don Manolico, que el señor juez habla con buenas intenciones.
RODRIGO: Todas las intenciones van a misa.
LÁZARO: Si lo sabrá el sacristán.
El ALGUACIL y TADEA salen del interior. Él lleva un cántaro agarrado.
TADEA: Y no tardes horas. Que la fuente está ahí mismo y necesito el agua para refrescar la ensalada.
ALGUACIL: Está bien, madre, está bien. ¿Qué quieres que haga en el camino?
TADEA: Tú eres capaz de entretenerte mirando una hormiga.
ALGUACIL: ¿Es que no son dignas de ver?
TADEA: Calla, desenfadado. Si al menos miraras otra cosa… Tantas faldas como se mueven a estas horas por el camino de la fuente. Pero tú eres tonto de remate. Deberías aprender del señor juez y de su hijo, que tienen un olfato los dos…
MACHARRIO: Tadea, lengua maldiciente, entra y calla.
TADEA: Ya voy. Pero es deber de madre espabilar a este bobo. Ay, señor juez, háblele usted cuatro palabras.
LÁZARO: Pero, mujer, deja al muchacho, que ya tiene bastante con sus pregones. ¿A qué darle más preocupaciones?
ALGUACIL: Es lo que digo yo, señor juez. Pero ella dale que dale con que me eche novia.
TADEA: ¡Anda a por el agua! A ti tendrán que hacerte lo que hice yo con tu padre.
El ALGUACIL desaparece.
LÁZARO: ¿Pues qué hiciste, Tadea?
TADEA: Lo que yo hice, señor juez, no es para contarlo ante oídos ajenos ni en medio de la calle. Pero si tiene usted algún rato libre del subastado y le agrada escucharlo…
MACHARRIO: ¡Tadea, entra!
TADEA: (Entrando.) ¡Ay, qué genio! (Ellos ríen.)
LÁZARO: ¡Qué mujeres! Ni al santo más mudo y puesto en su altar ni al muerto más enterrado en su hoyo son capaces de dejar en paz.
DON MANOLICO: Usted está libre de ese suplicio.
RODRIGO: Que no sabe usted lo que es. Porque tanto la que habla como la que calla…
LÁZARO: Por fortuna, señores, yo enviudé cuando ya empezaba a arrepentirme de haberme casado. Y desde entonces, soledad, hermosa compañera.
MACHARRIO: No sé de qué despotrican ustedes. Mujer tengo y una hija, y ninguna de las dos me ha cansado hasta ahora.
LÁZARO: Pero es que tu Virtudes es algo muy especial. No puede cansar nunca.
DON MANOLICO: Sí, hombre, sí, qué suerte has tenido. Desde que te casaste con ella, mejor que nunca te va. Eso lo vemos todos.
MACHARRIO: El matrimonio es para compenetrarse, para no tener secretos, para mirarse con mirada sin sombra en los ojos del otro, y eso es lo que nos pasa a nosotros. Ni tenemos secretos ni disgustos.
LÁZARO: Así da gusto, Macharrio. El marido y la mujer, libro abierto para ambos. Ciento veinte.
RODRIGO: ¿A qué?
LÁZARO: A bastos, sacristán.
MACHARRIO: Claro. Ya lo estaba yo imaginando.
DON MANOLICO: Usted se ha agarrado esta mañana a las ciento veinte y no las suelta.
LÁZARO: Hay días que amanecen bien. Y hoy es uno de ellos. Arrastro.
RODRIGO: Ahí lleva el único triunfo que tengo.
MACHARRIO: Y el que tengo yo.
LÁZARO: Bien, señores, las cuarenta. Y ahora una copita.
DON MANOLICO: ¡Qué potra tiene usted!
RODRIGO: De esta forma es imposible hacer nada.
MACHARRIO: Desengáñate, sacristán. Sólo nos quedan dos bazas.
LÁZARO: Muy pronto lo has dicho. Veinte en oros. ¿Seguimos?
RODRIGO: (Tirando las cartas.) ¡No, hombre, no! Si podía haber ido a quinientas. Ni que jugara usted con dos barajas.
LÁZARO: A ti, Rodrigo, perder no te sienta muy bien.
RODRIGO: Tonto que se ha pensado usted que soy.
MACHARRIO: Ahora doy yo. (Baraja.)
DON MANOLICO: A ver lo que haces.
Aparece JOSELE corriendo sofocadamente y atraviesa la plaza hasta el porche, dándole voces a su padre.
JOSELE: ¡Padre! ¡Padre!
LÁZARO: Descansa, hijo. Vienes igual que si te hubiera mordido un perro en el trasero. ( JOSELE bebe del vaso de su padre.) El hijo de un juez no debe gritar por la calle. ¿No conoces tú la palabra dignidad?
JOSELE: Padre, han armado alboroto en la factoría del esparto.
LÁZARO: ¿Qué ha sucedido?
JOSELE: Una mujer ha intentado agredir con la romana al factor. Lo ha llamado ladrón.
LÁZARO: Ése es piropo corriente hoy día para un factor. No me interesa la noticia. Echa otro trago y descansa. Y haz un rato de mirón, a ver si aprendes la técnica del subastado. Un hombre no es hombre hasta que no alcanza a manejar debidamente los naipes, la escopeta y las mujeres. (Aparece VIRTUDES en la puerta y FELISITA se asoma a una ventana y escucha.) Y me parece que tú sólo necesitas conocer ya la baraja.
VIRTUDES: Excelente consejo para un hijo, señor juez.
LÁZARO: Tú no pierdes ripio, Virtudes. Parece que te avisa el diablo.
VIRTUDES: Al mozo le ha caído en suerte un buen padre. Tan ponderado y prudente.
RODRIGO: (Por sus cartas.) Esto no es juego ni es nada. (Da un golpe con ellas en la mesa.) ¡Paso!
LÁZARO: Haces bien, sacristán.
DON MANOLICO: ¿Otra vez va a subastar?
LÁZARO: Eso creo.
JOSELE: Pero, padre, ¡te la traen hacia aquí para que la juzgues!
LÁZARO: ¿A quién?
JOSELE: ¡A la agresora!
LÁZARO: ¿Es que no pueden dejar tranquilo a un juez de paz? ¡Bonito va el día!
VIRTUDES: La gente pretende que se gane usted el pan que se come, señor juez.
LÁZARO: ¡Y que se me indigeste también! ¡Ciento treinta!
DON MANOLICO: ¡Vaya día!
MACHARRIO: Pero a nuestro amigo el señor juez se le da bien este día, don Manolico. Triunfos en la mano para el juego y juicio a la vista para ejercitar la conciencia profesional.
VIRTUDES: No diría yo tanto. Si tiene usted que juzgar, señor juez, ahueque hacia el juzgado. Esta casa es mía y no me gusta que sea tribunal de justicia. (Entra.)
LÁZARO: (Dejando las cartas. A JOSELE.) ¿Qué más ha sucedido?
JOSELE: Que esa mujer viene despotricando de todo. De Dios y de los santos, del papa de Roma, del Gobierno, del padre cura, de…
FELISITA: (Desde arriba.) ¡Pobre señor cura! ¡Tan viejecito!
LÁZARO: ¡Válgame el cielo! Hoy día, cuando la gente coge un berrinche lo echa todo a rodar.
MACHARRIO: Espíritu destructivo. Nadie está conforme con lo que tiene.
DON MANOLICO: El pueblo ha sido siempre protestón y maldiciente.
RODRIGO: Las puertas del infierno prevalecerán contra ellos.
Se oyen fuera gritos y voces.
JOSELE: ¡Ya están ahí!
Entra corriendo el ALGUACIL.
ALGUACIL: ¡Señor juez! ¡Señor juez, el fin del mundo!
LÁZARO: Silencio, pregonero.
MACHARRIO: Éste exagera más que su tambor.
ALGUACIL: ¡La gente viene oliendo a sangre!
LÁZARO: ¿Quieres callarte de una vez?
MACHARRIO: (Levantándose y acercándose a la puerta de la tienda.) ¡Virtudes, Virtudicas, echa las persianas y pon un letrero: «Cerrado por indisposición de los dueños»!
VIRTUDES: (Apareciendo en la puerta.) ¿ Pero qué terremoto es éste?
LÁZARO: Nada, mujer. El alboroto de la factoría.
VIRTUDES: Ay, Jesucristo, cuándo conseguiremos la paz.
Cierra las contraventanas y luego sale al porche. Aparecen con ruido las
GENTES de la factoría. El FACTOR, la PICHOLA, agarrada y casi arrastrada a viva fuerza entre dos, y su HIJA. Se oyen las voces de: «¡Justicia!» «¡Justicia!» «¡Justicia para los pobres!» «¡Ésa la tendrás ahora, deslenguada!» «¡Soltad a mi madre, malnacidos!» «¡Señor juez, señor juez, juzgue a la maldiciente!». Ante el ruido, se abren las ventanas de DOÑA CORNELIA y PIEDAD, asomando por los huecos ellas dos y las SOBRINAS.
DOÑA CORNELIA: ¿Pero qué sucede?
PIEDAD: El demonio, que habrá picado a la gente.
FELISITA: Asómate, Tadea, que hay alboroto.
TADEA: (Asomándose a otra ventana.) ¿Vienen los moros?
FELISITA: Ha habido una pelea en la factoría.
DOÑA CORNELIA: ¿Cómo dices, Felisita?
FELISITA: ¡Que ha habido una pelea en…! (Las voces de los demás ahogan la suya.)
TADEA: (Gritando.) ¡Que pregone silencio mi hijo!
LÁZARO: Alguacil, pregona silencio por mi orden.
ALGUACIL: (Gritando.) ¡Silencio! ¡Silencio por orden del señor juez! (La GENTE se calma.) ¡La justicia no se pide a gritos, populacho! ¡Se suplica humildemente!
LÁZARO: Vamos a ver, ¿qué ha sucedido?
HIJA: (Avanzando.) ¡Señor juez, piedad para mi madre! ¡Es una pobre mujer vieja y no sabe lo que dice!
LÁZARO: Habla tú, factor.
HIJA: ¡Oirá usted al rico y no al pobre!
LÁZARO: ¡Silencio! Oiré a todos. Pero la jerarquía es la jerarquía. Habla, factor.
FACTOR: Esta mujer me ha llamado ladrón. Mi romana es honrada, señor juez. Peso con justicia.
PICHOLA: No se medra pesando con justicia. No se puede usar traje de pana y cadena de oro, ni llevar la cantimplora llena de vino, ni tener casa propia. ¡Y tú tienes todo eso!
FACTOR: Ya la está oyendo, señor juez. ¡Tengo que denunciarla!
PICHOLA: Eras tan miserable como yo, como todos nosotros, antes de que te hicieran factor. Ahora te has enriquecido.
HIJA: ¡Madre, calla!
PICHOLA: Tu romana no pesa con honradez, ¿quieres que te lo repita? ¡Nos robas cada día en el peso! ¡Eres un ladrón! Nos robas el pan, el sudor, el trabajo… ¿Crees que no conozco bien el peso del esparto que arranco con estas manos? ¿Crees que no sé lo que llevo cargado a la espalda durante kilómetros y kilómetros hasta tu factoría?
FACTOR: Señor juez, no se puede echar públicamente tanta infamia sobre un hombre.
PICHOLA: ¡Tú medras con la infamia! ¡Con el hambre de los demás!
(Señalando a MACHARRIO, DON MANOLICO y RODRIGO.) ¡Como esos tres!
HIJA: ¡Madre, por Dios, calla!
PICHOLA: ¡Ya he callado toda mi vida! ¡He callado siempre, con el silencio de todos los desgraciados! ¡Pero ni un día más! ¡Que me maten! Pero que antes oigan lo que son: ¡ladrones!
MACHARRIO: Señor juez, esto no puede ser.
DON MANOLICO: ¡No se pueden consentir insultos tan desmesurados!
DOÑA CORNELIA: ¡Claman al cielo esas injurias, Lázaro!
TADEA: (Con burla hiriente, desde arriba.) Ahí tenéis al perro rabioso del hambre. ¡Anden ustedes! ¡Apláquenlo para que no les muerda! ¡Pónganle un bozal!
RODRIGO: ¿Es que no hay una cárcel para esta gentuza?
PIEDAD: ¡En un día tan señalado como el de hoy! ¡Habría que matarlos! ¡Tanta falta de respeto!
TADEA: ¿Y qué respeto quiere usted que tenga el hambre, señora sacristana?
HIJA: ¡Compasión, señor juez! ¡Mi madre se ha vuelto loca! (Llora.)
PICHOLA: ¡Loca de remate! Y ojalá tuviera fuerzas y rabia para destrozarlos a todos. ¡Que los malvados tienen hasta el favor del cielo!
DOÑA CORNELIA: ¡Blasfema!
PIEDAD: ¡Ave María Purísima!
DOÑA CORNELIA: ¡Arrancadle la lengua a esa perdida! ¿Es que no sois hombres? ¿No es usted un hombre, juez Lázaro? ¿O tendré que bajar yo a enseñarle a no escupir al Santo Nombre del Cielo?
DON MANOLICO: ¡Silencio, Cornelia!
PICHOLA: ¡Déjala que hable! ¡Hablando con esa lengua puede golpearse el pecho y rezar a todos los santos y luego robarnos en la botica! ¡Eso es lo justo!
FACTOR: Así ha blasfemado y despotricado toda la mañana, señor juez. ¡Del papa de Roma, y también del señor cura, pasando por el Gobierno! ¡Y hasta de usted!
LÁZARO: ¿De mí? ¿Qué has dicho de mí, mujer?
FACTOR: Que es usted instrumento de los malvados, amigo íntimo de los caciques. Que comparte su mesa y… ¡su cama! Eso ha dicho.
HIJA: ¡Mentira! ¡Miente, señor juez, no le crea!
LÁZARO: ¡Silencio! (Ante todos.) Es irrisorio que un hombre se revuelva contra Dios y los santos y sus poderes establecidos, e igualmente contra el Gobierno, porque está muy lejos de rozarlos tan siquiera. La integridad de los poderes divinos y humanos no se mancha con la desvergonzada diatriba de un pobre ser humano. Son ganas de ladrar tontamente a la luna. Yo no castigaría estos desmanes, que son juegos de niños sin importancia. Pero la integridad del juez que diariamente vive con vosotros, que os escucha y atiende como un padre, que le sois problema de conciencia, que ha sido encargado de juzgar vuestras faltas y aplicarles la justicia establecida…, la integridad de un juez no puede andar en lenguas. No puede ser temido ni respetado, ni obedecido, un juez que se deja manchar por la calumnia. Y el merecedor de castigo es el hombre que escupe contra sus propios jueces. (Al ALGUACIL.) Alguacil, llama al barbero. Que vaya al juzgado. (Sale el ALGUACIL. El JUEZ vuelve a dirigirse a todos.) No me defiendo a mí mismo dictando esta sentencia. Defiendo la sagrada dignidad de mi cargo. ¡Esta mujer será pelada! ¡Lleváosla! (La HIJA grita desgarradamente y solloza.)
PICHOLA: (Acercándose a LÁZARO.) Esta noche dormirá usted tranquilo, señor juez. ¡Ojalá no lo despierte ningún mal sueño! Mi pelo no sirve ya para que nadie enrede en él sus dedos. No me apena perderlo.
LÁZARO mira rápidamente a VIRTUDES, que agacha la cabeza y desaparece en el interior de la tienda.
LÁZARO: (Por la PICHOLA.) ¡Lleváosla!
Los otros arrastran a la PICHOLA hasta el ayuntamiento, en el que la meten. La HIJA da gritos detrás y luego queda espantada ante la puerta, donde se va formando un grupo de GENTE cada vez más numeroso que permanecerá en silencio. Aparece el ALGUACIL acompañado por el BARBERO, cojitranco y con facha de su propio oficio, se abren paso entre la GENTE y desaparecen también en el edificio. La HIJA grita entonces como si le clavaran cuchillos y es sostenida por dos hombres, hasta que queda en actitud desmadejada, con los ojos terriblemente fijos en la puerta del ayuntamiento. Todo esto sucederá en el más impresionante silencio. MACHARRIO, ante el cuadro, se va como quien huye.
DOÑA CORNELIA: (Desde su ventana.) ¡Buena sentencia, Lázaro! Buena y justa.
LÁZARO: Don Manolico, dígale a su mujer que cierre esa ventana y se oculte. ¡No he pedido procuradores!
DON MANOLICO: ¡Sí, señor juez! Cornelia, ¿quieres hacerme el favor de entrar en casa? No es sitio un alféizar para una mujer de tu clase.
DOÑA CORNELIA: No ha terminado la función, esposo.
DON MANOLICO: Es orden del señor juez.
DOÑA CORNELIA: ¿Y a qué viene esa orden, Lázaro? El peso de la justicia humana, que es la que usted ha impuesto a esa deslenguada, y que sólo es un pequeño reflejo de la Justicia Divina, no debe caer sobre los hombros de una sola persona. Es un peso que debemos compartir todas las gentes de orden.
LÁZARO: A usted, personalmente, yo la libero de esa responsabilidad. ¡Éntrese!
DOÑA CORNELIA: ¡No grite usted a una señora, Lázaro! ¡Deje sus gritos para los pordioseros!
El grupo que hay ante el ayuntamiento mira hacia el balcón sintiéndose aludido, y algunos escupen ostensiblemente y se marchan.
LÁZARO: ¿Cerrará usted esa ventana?
DOÑA CORNELIA: Es palco de proscenio, señor juez. Justamente el sitio donde estoy acostumbrada a presenciar los espectáculos.
El JUEZ LÁZARO se la queda mirando fijamente. PIEDAD, que ha estado vacilando, cierra de golpe su ventana. DON MANOLICO se levanta con toda rapidez, atraviesa la escena y entra en su casa.
TADEA: (Desde su ventana.) A la señora practicanta habría que darle cada mañana una fiesta de ahorcado. Señor juez, ¿por qué no levanta usted una horca donde está ese alamito, y cuando suene el alba cada día, mientras la señora practicanta y la señora sacristana se emperifollan en el espejo de su palco proscenio para ir a misa, por qué no ahorca usted a un pobre espartero, a un pordiosero? ¿Por qué no darles esa satisfacción?
DOÑA CORNELIA: ¡Sierva, entra en la casa de tus amos!
TADEA: ¡Que se me caigan las manos si le sirvo yo a usted algún otro anisete! Ande, mírese al espejo e imagínese pelada, ¡a ver si así se le retuerce su corazón de hiena!
DOÑA CORNELIA: ¡Entra en casa, deslenguada!
TADEA: En su boca la palabra «justicia» se mancha de porquería; en su boca y en el uso que hacen de ella… (mira al JUEZ ) algunos que yo sé.
Da un portazo y entra. Aparece VIRTUDES en la ventana en la que está FELISITA y hace que la chica entre también, cerrando después los postigos.
DOÑA CORNELIA: Lázaro, no discutamos nosotros por cosas sin importancia. Reconozco que he estado un podo dura, pero hay palabras y hechos que para mí claman al cielo. Ya sabe que siempre ha tenido usted mi aprobación en todo lo que hace. En esto también. Creo que el suyo ha sido un juicio prudente, muy prudente. E imparcial. Digno de un tribunal de justicia de la ciudad. Se hablará de su ejemplaridad. Yo me encargaré de que trascienda. ¿No dice usted nada, Lázaro?
LÁZARO: Gracias. Ahora le agradecería que cerrase la ventana. Deben estar a punto de terminar. No es un espectáculo muy apropiado para una señora.
DOÑA CORNELIA: Le obedezco, señor juez. Me gustaría verlo esta tarde en mi salón a la hora de la merienda…, antes del rosario. Vendrán el señor cura y el señor alcalde. Y ya que come usted con ellos, puede trasladar mi invitación a Virtudes, Macharrio y Felisita, aunque no creo que el pobre Macharrio pueda venir. Virtudes sí supongo que vendrá. Buenos días, señor juez.
Cierra su ventana.